Prólogo de Eparquio Delgado “Para empezar tú y yo de cero como hace tanto, tanto. Hasta que nos den a los dos de nuevo el cinturón blanco.” Jorge Drexler Comprender el comportamiento de las personas implica conocer su historia vital. Estoy seguro de que muchas de las que hoy en día nos dedicamos a la psicología compartimos una serie de experiencias de nuestro paso por la universidad. Durante aquellos años nos esforzamos en demostrar que asimilábamos lo que nos explicaban en cada asignatura con el fin de alcanzar el ansiado título, pero a medida que pasaba el tiempo la sensación de confusión aumentaba. Al final, sentíamos que la carrera era un mercadillo donde cada asignatura funcionaba como una isla que se desarrollaba de manera completamente independiente a las demás, con sus propios principios, teorías y congresos. Después de buscar sin éxito alguna coherencia, comprendíamos que lo único que tenían en común aquellos tratantes es que pertenecían a un archipiélago llamado psicología, una confederación constituida por unos mínimos de consenso donde la guerra comercial entre sus miembros era la norma. Una vez fuera de la universidad, con el título en la mano y la encomienda de ejercer como profesionales, los desacuerdos entre las diversas psicologías perdían sentido. Las discusiones académicas habían sido estimulantes, pero lo que necesitábamos en ese momento eran herramientas útiles para poder trabajar con las personas que requerían nuestra ayuda. En mi caso, lo poco que había visto sobre el Análisis de la Conducta (AC) durante la carrera me había generado mucho interés, pero los contextos académicos y profesionales de entonces me llevaron por los derroteros de un eclecticismo incoherente y conflictivo. Durante aquel tiempo aprendí un buen conjunto de procedimientos que provenían de las terapias sistémicas, la terapia estratégica breve, la terapia cognitivo-conductual y la hipnosis clínica, pero echaba de menos una visión de conjunto que le diera sentido a todo aquello. Al fin y al cabo, cualquier comportamiento tenía que poder ser explicado por los mismos procesos y principios independientemente de si uno se enfrentaba a un problema etiquetado como dislexia, depresión o autismo. Afortunadamente, algunos años después tuve la oportunidad de llegar al conductismo a través de las llamadas terapias contextuales. Aquellas terapias tan diferentes a lo que yo conocía no sólo me ofrecieron una nueva forma de comprender el sufrimiento humano y unas herramientas novedosas inspiradas en estudios experimentales sobre el lenguaje. También me hicieron ver la necesidad de familiarizarme con unos principios y unos conocimientos básicos que yo no manejaba. Así llegué enseguida a las obras de Skinner y a algunos manuales de modificación de conducta que han acompañado mi trabajo desde entonces, como la famosa obra de Miltenberger y la de Martin y Pear. Quienes nos adentramos en el conductismo por la vía de la terapia comprendimos enseguida que teníamos delante una propuesta que iba mucho más allá de un conjunto de procedimientos efectivos para ayudar a las personas. El AC constituye toda una visión de lo psicológico, concretamente una que nos ofrece unos principios que nos permiten comprender cualquier comportamiento, tanto humano como de otras especies animales. Gracias al AC podemos analizar cualquier fenómeno psicológico sin tener que recurrir a conceptos vagos y mal definidos (como autoestima o pulsión) o directamente misteriosos e inaccesibles (como la mente). Este libro reúne algunas de las múltiples aportaciones a las que ha dado lugar esta herramienta, que incluyen terapias para combatir la depresión y el suicido y para ayudar a resolver problemas familiares, intervenciones para enseñar a niños diagnosticados con TEA a realizar todo tipo de tareas, análisis conceptuales de fenómenos como la empatía, sistemas para analizar la influencia de una persona sobre la conducta de otra, ideas para repensar y mejorar la acción de los psicólogos educativos y reflexiones críticas sobre la llamada “patología mental”. Este compendio de artículos nos ayuda a estar al día de los diversos caminos por los que colegas de todo el mundo han hecho transitar al Análisis de la Conducta, pero al igual que la canción de Drexler, también nos recuerda una importante lección: ser analista de conducta supone desaprender constantemente lo que sabemos para volver una y otra vez al comienzo, a los procesos y principios más básicos, esos que sirven como guía y referencia para no perdernos en nuestras incursiones en el mundo de la terapia, la filosofía y la investigación. Tanto si eres principiante como si estás familiarizado con el AC, espero que esta obra te sirva, como me ha servido a mí, para volver a ponerte el cinturón blanco. Eparquio Delgado. Psicólogo. Director Centro de Psicología Rayuela Santa Cruz de Tenerife Introducción La presente obra sale de las clásicas lecturas sobre análisis de la conducta, en el sentido de no ser un libro de estrategias y procedimientos conductuales. Hemos pensado que no buscábamos describir cuales son aquellas tácticas de cambio conductual más utilizadas, algo de lo que hay vasta bibliografía en la que nos referenciamos a lo largo de este libro para citar. Tampoco el explicar cuáles son aquellos principios de conducta sobre los cuales se apoya empíricamente el análisis conductual. Remitiremos a los lectores a muy buenos trabajos a lo largo del libro. Lo que nos ha impulsado a la elaboración de este título han sido un objetivo distinto, a saber: • Presentar a aquellos interesados esta ciencia de la conducta, la cual presenta diferencias principalmente filosóficas con otras. • Mostrar cómo estos principios filosóficos y empíricos pueden aplicarse en clínica y educación, incluso de diversas maneras y sin perder la fidelidad con los mismos. • Que el análisis de la conducta puede y se ocupa de temas como la empatía, la relación terapéutica, las dificultades en el aprendizaje y la cognición y el lenguaje, entre otros. • Que el lector pueda observar que el análisis de la conducta no es un tratamiento, y menos un tratamiento para autismo; sino una ciencia que de los conocimientos experimentales posee múltiples aplicaciones en diversas áreas, si bien aquí nos limitamos a dos. • Mostrar que incluso con los desarrollos naturales de toda ciencia, muchos conocimientos previos pueden complementarse a los nuevos y/o convivir (por supuesto, siempre que la evidencia los respalde), sin que necesariamente unos desplacen a otros. Esta obra no abarca la totalidad de los temas de los que se encarga el análisis de la conducta, no es tampoco la finalidad de la misma. En primer lugar, porque mientras nos comportamos en todos nuestros ámbitos de desarrollo y los principios por los cuales aprendemos a hablar, correr, manejar un camión o jugar al tenis son los mismos, podemos aplicar y extender estos conocimientos en muchas áreas. En segundo lugar, porque aún dentro de la clínica y la educación hay muchos tópicos que podrían haberse desarrollado y no lo hicimos. No obstante, intentamos dejar de manifiesto cómo por medio de conocimientos analíticosconductuales podemos ofrecer distintas alternativas a muchas de las problemáticas humanas. Así, por ejemplo, tenemos tres capítulos que analizan desde distintas ópticas como los principios del aprendizaje son utilizados para el cambio conductual en la interacción terapéutica. O, dentro del autismo, como existen modelos muy diversos entre ellos, que incluso pueden situarse en distintas “olas de psicoterapia”, pero que nadie negaría que son conceptualmente sistemáticos, es decir, que cumplen con una de las dimensiones del análisis de la conducta. Esperamos que este libro cumpla con los objetivos propuestos y sirva de disparador para la investigación de profesionales y estudiantes, así como publicaciones futuras de obras analíticoconductuales. Capítulo 1 Filosofía e introducción del análisis de la conducta Raymundo González-Terrazas y Mauro Colombo A lo largo del tiempo, la humanidad se ha preguntado por qué las personas se comportan como se comportan. Durante todo el “breve” periodo de nuestra existencia, desde que las personas somos considerados seres pensantes hemos tratado de contestar con cierta claridad a la cuestión anterior. Desde los grupos más primitivos y simples hasta los tiempos de los grandes filósofos griegos y romanos, se han construido cuerpos enteros de conocimiento que, en cada momento histórico y en determinado contexto, han sido considerados como las respuestas a las causas del comportamiento de las personas en particular y de los organismos en general. En un salto más acelerado, después de la filosofía distintas disciplinas se han encargado de contestar estas cuestiones basadas en una metodología que trata de enmarcar lo propio a su criterio de cada una bajo un prisma cada vez considerado más riguroso, por hablar de solo algunas como la medicina, las neurociencias y la psicología. Sin embargo, las distintas visiones que han coexistido a lo largo del tiempo han resultado satisfactorias para determinada comunidad y para otras no, pues más allá de la utilidad que pueda ofrecer una visión específica en la práctica, muchas veces es en el cuerpo teórico y conceptual lo que no termina de convencer. El caso de la psicología es peculiar, se considera una disciplina joven en comparación con otras disciplinas científicas, y como ciencia dentro de lo que podemos considerar como historia de la psicología es aún menor. Como es conocido, Wundt en el año de 1879 es quien se inspiró en el trabajo de otros personajes para poder estudiar de forma experimental y sistematizada la “conciencia” y la “experiencia interna” replicando los métodos de la fisiología, pero enriquecida con la experiencia inmediata, es decir, todo aquello que no estaba mediado por procesos externos y puramente fisiológicos (Escobar, 2016). Antes de Wundt ya habían ocurrido algunos experimentos en el campo de la psicología, sin embargo, los historiados atribuyen a la fundación de su laboratorio de psicología experimental como el nacimiento de la psicología científica debido a que además de la creación de su laboratorio y sus experimentos, logró influir en un gran número de estudiantes de psicología que llevaron su academia por territorios de Europa y Norteamérica (Gutiérrez, 2003). Aunque al punto en que se escribe este libro la psicología como ciencia lleva menos de 150 años, anterior a este periodo han estado presentes distintas formas de ver lo que corresponde a la psicología, y que hoy en día pueden considerarse aproximaciones a lo sumo, precientíficas. Estas tesis o teorías que tratan de explicar la naturaleza y la etiología de la conducta de los organismos en general y de las personas en específico son aquellas que se han utilizado a lo largo del tiempo como base de una explicación, mismas que van desde las posesiones demoníacas, la influencia divina, los fluidos corporales, la estructura del cuerpo, la forma de la cabeza, los motivos inconscientes, la personalidad, la genética, la biología, los neurotransmisores, las estructuras encefálicas, las necesidades, el ambiente, y un largo etcétera. Las diversas teorías en psicología no tan solo constituyen una cuestión académica o una lucha de razones, pues cada teoría desde la que se parta la explicación del comportamiento determina si una conducta puede modificarse o no y de qué forma, algo que para algunos autores es de mayor interés que las meras especulaciones sobre la naturaleza de la conducta humana (Kazdin, 1983). Dentro de la psicología, sin temor a equivocarnos puesto que aún no es una ciencia unificada, existe el análisis de la conducta que considera que es la conducta la que por derecho propio debe ser estudiada y no como el producto de otro proceso o entidad y/o como una apéndice que permite hacer inferencias de procesos internos, y donde también se asume que la conducta es el resultado (a excepción de aquellas respuestas que nos sirven para la supervivencia) de una larga la interacción entre el organismo que se comporta y el ambiente a través de toda una historia de aprendizaje. El análisis de la conducta es el marco teórico desde donde se parte a lo largo de todo este libro y que se trata de aportar y clarificar desde los conceptos más básicos, el cuerpo filosófico, hasta ciertas aplicaciones mayormente en la clínica. El análisis de la conducta lo podemos definir como una ciencia natural que está constituida principalmente por tres grandes ámbitos: la filosofía de la ciencia de la conducta, eso que llamamos Conductismo, el Análisis Experimental de la Conducta (AEC), y por último el Análisis Conductual Aplicado, ABA por su siglas en inglés (Applied Behavior Analysis) que consiste en el desarrollo de la tecnología donde se ponen en práctica los principios y leyes del comportamiento derivados del AEC para la mejora de la conducta socialmente significativa. A su vez, podríamos añadir un cuarto campo interrelacionado, que son las prácticas profesionales guiadas por la ciencia de la conducta. Todos estos ámbitos componen la Ciencia Analítico-Conductual y si bien cada uno existe por derecho propio, la realidad es que todos deberían estar interrelacionados entre sí para nutrirse mutuamente (Cooper et al., 2020). Hallazgos dentro del análisis experimental pueden ser de utilidad para el análisis aplicado en el ámbito clínico al, por ejemplo, estudiar la interacción verbal entre consultantes y terapeutas; y a su vez, dificultades en este ámbito que llevan a investigadores a estudiar cuáles pueden ser aquellos factores que más influencia tienen en el cambio conductual. Por supuesto, sin olvidar los principios filosóficos que sustentan a esta ciencia. En los próximos apartados desarrollaremos estos ámbitos uno por uno. El análisis de la conducta se encarga del estudio de la conducta de los organismos en relación-función del ambiente, cuyos objetivos principales son poder describir, explicar, predecir y controlar el comportamiento de los organismos. Nótese que la palabra control es utilizada de la manera que se utiliza en cualquier otra ciencia natural, la cual se refiere a la identificación de las variables repetidas y al uso de aquellas relacionadas funcionalmente con una respuesta para poder modificarla. El control de la conducta no se utiliza en un sentido peyorativo ni es un invento del análisis de la conducta, el control se estudia de manera sistemática en los laboratorios para formar el conocimiento necesario y de esta forma modificar no tan solo aquellas conductas que consideremos problemáticas, sino también para aquellas que sean deseadas y que queramos desarrollar o mejorar (García, 2018). Varias de las cuestiones críticas y asociadas en contra al escuchar acerca del control de la conducta parece que viene más de ficciones cinematográficas que de lo que realmente sucede respecto al control (Barraca, 2014). El análisis de la conducta, como hemos mencionado, está cimentado en un cuerpo filosófico sólido, además de que comparte las premisas y presupuestos de cualquier otra ciencia natural, es decir, de todas aquellas que consideren su objeto de estudio como un hecho natural producto y en relación de otro hecho natural, lo cual veremos con detenimiento más adelante. Desde cierto punto de vista consideramos que, en la enseñanza del análisis de la conducta en las universidades y demás cursos, consistiría en facilitar y socializar aquellos presupuestos que sostienen toda una teoría científica y a su vez todas las aplicaciones que se derivan, puesto que no conocer lo que se considera parte del propio cuerpo filosófico puede llevar a muchos problemas conceptuales. En el mejor de los casos, aunque empíricamente haya resultados deseados, podría haber errores lógicos, y en el peor de los casos no se presentarían esos resultados empíricos y no habría claridad en todo un cuerpo científico. Esto es congruente cuando, por ejemplo, en muchas ocasiones al hacer ciencia empírica se es riguroso en la metodología y hasta la parte de los resultados, pero no en las conclusiones. Además, hay que considerar que, si los elementos de una ciencia básica y aplicada no están congruentemente relacionados con su base filosófica, resulta de varias maneras problemático. Muchas veces es debido al impacto de las aplicaciones prácticas y los resultados deseados del análisis de la conducta que su filosofía detrás es obviada (González-Terrazas y Froxán, 2021), por lo que aquí se presentan las características de la filosofía que le subyace comenzando por presentar la importancia de la filosofía en las ciencias naturales como lo es el Análisis de la Conducta. Importancia de la filosofía en el análisis de la conducta Muchas preguntas que nos hacemos en torno a la naturaleza del comportamiento de los organismos, y de las personas en específico, no tienen que ver con preguntas empíricas. Por ejemplo, la pregunta ampliamente formulada ¿qué es conducta? No tiene una contestación posible basada en la observación de un laboratorio ni lógica grosso modo, puesto que diversas personas podrían contestar de diferente manera a esta pregunta según la visión de la que se trate. Las preguntas filosóficas no tienen un método claro para responderlas, indaga a una noción que se cree se entiende con claridad (Sáenz, 2006). De esta forma, la filosofía formula un conjunto de preguntas con la finalidad de aclarar ciertos conceptos o explicaciones, construyendo ciertos argumentos que incluyen premisas o axiomas que facilitan la construcción de posteriores datos empíricos. En otras palabras, aunque aquellas premisas que se construyen en un cuerpo filosófico no sean científicas o no puedan ser contrastadas con los hechos, sí que permiten a partir de las mismas la puesta en marcha de teorías que permiten la construcción y obtención de datos empíricos. La filosofía actual (por decirlo de alguna forma) puede considerarse una rama de las humanidades cuyos practicantes limitan sus análisis a ciertos problemas conceptuales de un tipo. A diferencia de los filósofos antiguos que trabajaban en múltiples problemas de múltiples disciplinas científicas, hoy por hoy los filósofos reconocen su limitación y dejan los hechos especiales para científicos experimentales y aplicados. De manera que bien podríamos argumentar que la filosofía es una actividad racional que nos proporciona argumentos para aclarar conceptos, principios y criterios considerados básicos en una ciencia. Y aunque la filosofía no trabaje con la realidad de manera directa, no es sinónimo de que haga caso omiso de la misma (Sáenz, 2006). Aunado, la filosofía para la academia no es fútil, dado que en psicología existen presupuestos que, aunque en algunas ocasiones son tácitos, pueden considerarse unos obstáculos, mientras que otros pueden considerarse bastante útiles para el desarrollo de la investigación y la práctica o reorientar de manera satisfactoria en direcciones adecuadas; a la vez que ciertas filosofías podrían no estar en contacto con la investigación y práctica novedosa (Bunge y Ardila, 2002). Desde que se plantean desde distintas vertientes las múltiples cuestiones como la existencia de la mente, si es algo distinto a las funciones cerebrales, si los anteriores son necesarios para comprender y explicar la conducta de manera suficiente, si la investigación realizada con sujetos experimentales no humanos puede ser equivalente al estudio humano, si los estudios con grupos experimentales (longitudinales o transversales) son suficientes o se necesitan más estudios de casos únicos, si la psicología es una ciencia por derecho propio que necesita tener su propio nivel de análisis y objeto de estudio o es una ciencia conformada por otras más donde los psicólogos son una especie de científicos prestados, etc.. La necesidad de un cuerpo filosófico es imperante, debido a que las respuestas a los interrogantes anteriores necesitan un conjunto de presupuestos que puedan sostener una metodología que ayude a clarificar las cuestiones más allá de la mera observación del fenómeno. Por ello es que se presentan los presupuestos de las ciencias naturales y la filosofía que subyace al análisis de la conducta: el conductismo radical o a veces llamado conductismo Skinneriano. Presupuestos de la ciencia Toda aquella práctica que se considere científica necesita de una serie de axiomas que doten de sentido a lo que se pretende realizar. En el caso de las llamadas ciencias naturales obtienen ese nombre debido a los presupuestos que le subyace que tienen que ver con la visión de los fenómenos como algo natural, no como algo que suceda fuera del mundo que conocemos o bajo control de fenómenos extra-naturales o paranormales. El caso del Análisis de la Conducta, considerada así misma como una ciencia natural, asume estos presupuestos y se comporta afín de ellos. Cabe destacar que los presupuestos filosóficos de la ciencia, paradójicamente, no son científicos por sí mismos, no pueden comprobarse o contrastarse con los hechos. Son más bien suposiciones apriorísticas, que como vimos líneas atrás, sí que nos permite realizar todo un marco filosófico y empírico para la realización de una ciencia (García, 2018). Principio ontológico El principio ontológico, como su nombre lo dice, habla acerca de lo existente y su proveniencia. En este caso, se asume que existe un mundo el cual podemos estudiar, donde habitamos, que es real y natural. Dentro de la ontología, esta postura es conocida como realismo y es de interés para la ciencia. Contrario al realismo es el solipsismo, que asume que no hay un mundo real y que todo es producto de lo mental (García, 2018), así como una película de acción al más puro estilo de Matrix, y aunque esta última postura es discutible filosóficamente, en el sentido de la ciencia no tiene valor alguno. El principio ontológico realista nos dice que existe un mundo donde la materia que conocemos está hecha de una sustancia natural (materialismo) y que no existen dos realidades distintas, sino que solo existe una realidad donde se habita y existe el mundo (monismo) y menos aún que una es causa de la otra. Como veremos también, lo contrario al monismo materialista son las posturas dualistas-mentalistas que terminan en el problema mente-cuerpo. Principio de determinismo La ciencia trata de buscar un orden en la realidad que se estudia, relacionando hechos con otros hechos, considerándolos todos de la misma naturaleza. De esta forma se buscan leyes naturales que puedan explicar dichas relaciones causales. Así como piezas de dominó que van causando el movimiento de otros y el cual podría ser infinito, el análisis de la conducta se encarga de buscar las relaciones funcionales repetidas entre el ambiente y una respuesta. Con ello le permite comprender, y predecir el comportamiento de los organismos. Lo contrario al determinismo es el fatalismo, un acercamiento filosófico que asume que vivimos en un mundo incierto, desorganizado, azaroso, que no está sujeto a leyes y que por ende no puede ser predecible. Si se piensa, el asumir esta última postura haría que prácticamente todo lo que hacemos carezca de sentido, pues no se dispondría ni siquiera de una agenda para planear un día, puesto que no estaría sujeto a un orden sino al azar. Algunas objeciones que se han realizado en contra del determinismo en cuanto al estudio de la conducta humana corresponden a los argumentos sobre la individualidad, complejidad y propósito (Chiesa, 1994) que son más un mal entendimiento del concepto de causa y determinismo. Sin embargo, estos argumentos pueden responderse con relativa facilidad. En primer lugar, el hecho de que cada persona “sea un mundo distinto” como en el caso de la individualidad no es sinónimo de que mantenga propiedades únicas; cada planta, o evento en el universo también es único y no por eso son de distinta naturaleza, lo cual no impide que puedan utilizarse los conocimientos antes producidos para poder estudiarlos tanto en su clasificación, predicción y control. No existen dos personas iguales, pero cuando se refiere a que cada persona es un mundo distinto parece que más bien apunta a referirse que cada persona es una historia distinta, y eso no está exento de las leyes deterministas del comportamiento; entonces la unicidad no es indeterminismo. Cuando se habla de la complejidad en el estudio del comportamiento humano es realmente acertado, pero como toda ciencia, en algún punto del desarrollo de su propio objeto de estudio es considerado complejo para el conocimiento de entonces. Sin embargo, el desarrollo de una metodología y el apego a criterios científicos ocasiona que se conozca cada vez más el fenómeno y cada vez deje de ser más complejo. Que se desconozcan algunas relaciones funcionales de la conducta humana no es sinónimo de su ausencia y su conocimiento posterior. Es cierto que aún falta mucho por descubrir y conocer, pero también actualmente sabemos más de la conducta que hace varios años. En cuanto al propósito como contraargumento del determinismo, se suele conferir un estatus causal de la conducta a eventos que aún no han ocurrido, como cuando se dice que una persona estudiará toda la noche para tener una buena nota en el examen. Este tipo de atribución causal no se encuentra en otras ciencias naturales (Chiesa, 1994), en el caso de la conducta tradicionalmente las causas son dirigidas a metas o propósitos en el futuro (Pérez et al., 2010). Esta apelación es incorrecta, puesto que un evento que no ha ocurrido no puede ser nunca la causa de un fenómeno. Como se verá más adelante, el modelo causal del análisis de la conducta es parecido (en ciertos aspectos) al de otras ciencias naturales, es decir, lo que se considera causas de la conducta son condiciones antecedentes, tanto inmediatos como distales (estímulos discriminativos, estímulos condicionados, etc.; y la historia de aprendizaje). Así, una posible explicación más lógica de que una persona pase la noche entera estudiando es porque en situaciones anteriores cuando ha estudiado, consecuentemente ha aprendido más contenidos y ha recibido buenas notas en un examen, lo cual hace más probable que se repita. Este tipo de explicación es plausible incluso para todas aquellas conductas que en un lenguaje coloquial tendemos a orientarlas al futuro. Principio epistemológico Se asume, como hemos visto, que existe un mundo real y natural sujeto a leyes y un orden, pero hasta este punto, no se abarca qué tanto de ese mundo puede conocerse (García, 2018). Por ello, el principio epistemológico asume que el mundo y sus leyes naturales pueden conocerse; y para saber en qué grado de fiabilidad o qué manera puede ser la más adecuada nos ayuda la epistemología, cuestionando cómo se ha llegado a obtener el conocimiento científico, su posibilidad, alcance y fundamentos a través de diversos métodos de investigación. El análisis de la conducta cada vez más se interesa por los diseños de la investigación más adecuados para ella, tratando de ser congruentes en el diseño, metodología y conclusiones de la misma. Una vez mencionado los presupuestos de una ciencia natural y la importancia de la filosofía, pasaremos a describir los distintos ámbitos del análisis de la conducta. Conductismo radical Comenzamos por una clarificación del término. En muchas situaciones se ha escuchado entre pasillos de universidades, de cursos o de charlas entre psicólogos que el conductismo radical es una escuela de la psicología, una terapia o un enfoque; incluso se ha escuchado que el conductismo radical asume su nombre debido a una negación radical (como sinónimo de extremista) de algunos hechos y fenómenos subjetivos propios de seres verbales, como los pensamientos y las emociones, tanto así que han concluido que el conductismo radical solo está pensado (y funciona) para animales no humanos como ratas o palomas. Nada más fuera de la realidad, en un pormenor y para comenzar, el conductismo radical es una cosmovisión de la naturaleza humana y de los organismos en general y de la conducta en particular. El conductismo radical es una filosofía de la ciencia de la conducta, cuyo término fue acuñado por Skinner (1948, 1953, 1974), el cual proviene del latín -radix- que traducido al español significa raíz. El término raíz puede adquirir cuanto menos dos significados en este cuerpo filosófico: 1) que la conducta es el objeto de estudio en sí misma y no como apéndice de otros procesos inferidos y así mismo es la raíz de lo psicológico (Froxán, 2020), y 2) que busca comprender toda conducta humana desde la raíz, tanto pública como privada con las mismas herramientas conceptuales y experimentales (Cooper et al., 2020). Estos puntos los veremos con mayor detalle más adelante. Skinner en 1974 mencionó que lo único de extremista que mantiene el conductismo radical es un cambio dramáticamente diferenciado sobre el comportamiento y la naturaleza de los organismos de otras escuelas psicológicas, donde literalmente el conductismo radical da una vuelta completamente distinta a la explicación tradicional del comportamiento. El conductismo radical lo podemos considerar un conjunto de supuestos, premisas básicas y/o reflexiones que subyace a la construcción de una teoría, lo cual nos dará material para pensar acerca de las propiedades, causas y efectos de la conducta. Además, el conductismo radical sirve como referencia para escudriñar el conocimiento y la práctica científica del análisis de la conducta. Esta filosofía de la ciencia es entonces un marco teórico que nos ofrece algunas soluciones a los problemas conceptuales que, como vimos al inicio del capítulo, se han propuesto y diseminado a lo largo del tiempo por otras escuelas psicológicas. El conductismo radical ofrece también una discusión filosófica sobre cuál es el objeto de estudio apropiado para la psicología, además de una solución a los problemas conceptuales que disparan la discusión filosófica más presente dentro de la psicología, aquel llamado el problema mente-cuerpo. El problema mente-cuerpo El problema mente-cuerpo es históricamente adjudicado a la postura filosófica conocida como mentalismo, que podemos definir como una forma de estudiar la conducta que asume la existencia de dos dimensiones diferentes en cuanto a su ontología, por un lado, una dimensión mental, espiritual o interna que difiere en naturaleza a la dimensión conductual o natural (Zilio y Carrara, 2008). También, el mentalismo asume que la dimensión interna (la mente) causa o regula de manera directa la conducta. Esta postura mentalista tiene un inicio en la edad moderna con la llegada de una dicotomización o diferenciación de la naturaleza, una división que partía a la realidad material en la dualidad extenso-inextenso o interno-externo (García 2018). Mientras que los científicos se ocupaban de lo natural, los filósofos se adjudicaban el estudio de aquellos fenómenos “no naturales” como el psiquismo y lo espiritual. De una forma resumida, el mentalismo asume que existen estados mentales dentro de una persona y que son diferentes en cuanto a la naturaleza del comportamiento público u observable. El mentalismo y su problema mente-cuerpo pone sobre la mesa dos problemas fundamentales: la ontología de lo mental (¿a qué nos referimos con mental? ¿es diferente a algo físico?) y cómo lo mental puede explicar la conducta, es decir su estatus explicativo (González-Terrazas y Froxán, 2021; Skinner 1985). La dualidad mente-cuerpo está muy relacionada con el filósofo René Descartes, tanto así que este tipo de dualismo también es conocido como “dualismo cartesiano”. El dualismo cartesiano puede discriminarse por algunos puntos importantes (García y Benjumea, 2002), el primero de ellos es que diferencia, como hemos mencionado, la realidad material (res extensa) de la realidad espiritual o mental (res cogitans). Mientras que la primera estaba sujeta a las leyes naturales, la segunda estaba sujeta a un orden divino o místico, por lo tanto, la manera de estudiar el cuerpo era por medio de los procedimientos propios de la ciencia como la biología, la fisiología, y la física, mientras que lo mental se estudiaba por medio de la actividad racional y la introspección. El mentalismo entonces supone una trampa conceptual, pues lo mental se concibe en los mismos términos que lo físico, entendiéndolos como dos mundos que coexisten (Ryle, 2015). El dualismo cartesiano también diferencia entre la conducta involuntaria (reflejos) como una conducta puramente animal, mientras que aquella voluntaria está sujeta a la actividad pensante de una persona y la voluntad, misma que está, según Descartes, fuera del alcance de la ciencia. Skinner al igual que otros personajes intentaron dar respuesta a la conducta voluntaria tratando de encontrar el mecanismo responsable de aquello escindido como voluntad. En algunos casos se han propuesto constructos hipotéticos como variables mediadoras dentro del organismo (esquemas, procesos cognitivos, motivación, etc.), mientras que Skinner puso su atención en la observación de variables del ambiente relacionadas funcionalmente con la conducta. Es decir, como aquellas conductas que están determinadas ante un evento estimular en función de su propia historia de aprendizaje. Resulta curioso que hoy por hoy, aunque en muchos casos el dualismo cartesiano este “casi erradicado” en cuanto a lo ontológico, es decir la diferenciación de una naturaleza natural y una mental o espiritual, sí que sobrevive de manera muy fuerte un dualismo epistemológico (Escobar, 2013; Gazit y Terkel, 2003), lo que es igual a aquel que considera que la conducta solo es un apéndice de otros procesos internos inobservables e inferidos que bien podrían considerarse un constructo hipotético y una ficción explicativa. Lo anterior, puede considerarse como los vestigios del dualismo cartesiano que incluso podemos encontrar en forma de algunos conductismos metodológicos como las terapias cognitivas, las neurociencias, el psicoanálisis, y demás escuelas psicológicas. Han existido distintos intentos (además del conductismo radical) por solucionar el problema mente-cuerpo. Entre ellos podemos encontrar los monismos fisicalistas, el reduccionismo y el eliminativismo. El monismo fisicalista se ha encargado de identificar aquella dimensión mental y sus propiedades con propiedades físicas y estructurales que pueden ser empíricamente comprobables, como el encéfalo u otras estructuras del sistema nervioso, conexiones sinápticas y sustancias neurobiológicas, otorgándole propiedades causales a los mismos. Esta estrategia de solución puede suponer una trampa, pues al identificar ciertos procesos -internos- con una estructura empírica se argumenta que pertenecen a la misma realidad, es decir, mientras que se elimina un dualismo ontológico se mantiene un dualismo epistemológico y localizacionista, algo que como se verá más adelante es totalmente contrario al conductismo radical. El monismo fisicalista también puede entenderse como una forma de reduccionismo, como es el caso de explicar la conducta por medio de neurotransmisores y sistemas neurobiológicos, en el cual lo podemos entender en psicología como un intento de explicar la conducta recurriendo a niveles más bajos de análisis, así, el nivel de análisis y objeto de estudio propuesto por la psicología va disminuyendo hasta que desaparece. Si bien es cierto que puede ser importante conocer los procesos biológicos involucrados en el análisis de la conducta, y tomando en cuenta que la conducta es una entidad biológica, también es cierto es que es imperante conocer además aquellas variables de la cual la conducta es función si los objetivos son no tan solo comprender, explicar y predecir, sino también poder controlarla. Un ejemplo de lo anterior es un neurocientífico que trata de demostrar la existencia y relación causal con el comportamiento depresivo y la triada cognitiva propuesta por A. T. Beck y colaboradores (1996) con base en la identificación de cierta actividad en el sistema hipotalámicohipofisario-adrenal y la actividad de ciertos neurotransmisores como la dopamina, la serotonina, la noradrenalina y la acetilcolina (Guadarrama et al., 2006). El reduccionismo pues, considera la posibilidad de transformar los procesos y entidades mentales a cuestiones de hecho. Otro intento de resolver el problema mente-cuerpo tiene que ver con lo que se conoce como eliminativismo, en el cual se niegan que los estados mentales tengan alguna relación causal con el comportamiento, instigando a que el vocabulario utilizado por algunas escuelas psicológicas y el argot coloquial de la psicología sea desechado por carecer de sentido alguno. Su propuesta, en vez de la utilización de esos términos es que se deberían establecer por los medios adecuados y empíricos la relación entre la conducta y hechos naturales de interés y relevantes. En un pormenor, el eliminativismo afirma que lo considerado por el reduccionismo es imposible y que no hay utilidad alguna en el vocabulario mental como una forma de entender y explicar el comportamiento, pues terminan siendo pseudoexplicaciones. Emergentismo Otra de las cuestiones sobre la mesa en torno a la discusión sobre el dualismo, el reduccionismo y el eliminativismo es acerca de los niveles de análisis con los que están relacionados y la irreductibilidad en los mismos. En oposición a las posiciones anteriores, y en especial al reduccionismo está el emergentismo, el cual considera que ningún nivel de análisis de una ciencia puede ser reducible a otros niveles más inferiores, y que, aunque sea una explicación reduccionista exhaustiva, no es suficiente para comprender el fenómeno de un nivel de análisis superior, algo semejante a lo que se conoce como falacia mereológica. El emergentismo puede llevar a dos cuestiones muy repetidas en las ciencias psicológicas, el argumento epistémico y el argumento pragmático (Froxán, 2020). En el caso del estudio de la conducta, estos argumentos podrían utilizarse de la siguiente forma: en cuanto al argumento epistémico, ¿Es posible conocer todos los “procesos” involucrados a nivel inferior en la conducta? ¿Es posible conocer “el sustrato” de lo psicológico con detalle y seguridad? ¿Es posible conocer todas las partes involucradas con exhaustividad de un problema psicológico? y en cuanto al argumento pragmático ¿Qué utilidad tendría (además de lo que ya se conoce) saber con exhaustividad los procesos involucrados en la conducta? ¿Proporcionaría una mejor aplicación-control de la conducta? ¿Nos permitiría una mejor descripción y predicción? ¿Sería una explicación exhaustiva de los procesos o sustratos más sencilla o útil? ¿Sería mejor que la tecnología actual para lograr los objetivos propuestos por el análisis de la conducta? Un hecho real es que los distintos niveles de análisis de las ciencias mantienen intereses distintos y que la realidad puede ser estudiada desde distintas aristas, pero para ello cada nivel define su objeto de estudio sin que eso conlleve la exclusión de los demás análisis. En estos casos la mejor manera de seleccionar el nivel de análisis adecuado para la conducta es en función de aquel que nos permita una mejor capacidad de explicación, de predicción y de control con el menor esfuerzo posible con independencia en su propio avance (García, 2018). Se puede identificar que el dualismo, el reduccionismo y el eliminativismo comparten una cuestión, la capacidad de su vocabulario para referirse a hechos, es decir, que el significado de sus palabras estaría directamente relacionado con qué tanto pueden describir hechos, una postura filosófica conocida como descriptivismo. Se podría llegar a pensar que el análisis de la conducta optaría por el eliminativismo (lo cual cobra sentido si revisamos el estilo de comunicación de algunos analistas de conducta); sin embargo, como veremos en capítulos posteriores se busca que el análisis de la conducta sea identificada con una postura conocida como antidescriptivismo, donde uno de sus autores más reconocidos es Wittgenstein (1973) y el cual tiene total sentido cuando el análisis de la conducta se identifica con la filosofía analítica del mismo autor. Aproximación al antidescriptivismo El antidescriptivismo es una filosofía del lenguaje que sugiere que el mismo no solo es una herramienta descriptiva, sino que también mantiene otras funciones y con ello su utilidad. El lenguaje realmente depende del uso que sostenga, mismo que está sometido a las reglas que lo rigen y que son desarrolladas dentro de las prácticas de una comunidad, es decir, en un conjunto de individuos que acuerdan darle un determinado uso al mismo (Martí, 2020). Con lo anterior es posible observar que el lenguaje mantiene un sentido radicalmente social y contextual; por ello es que no puede existir un lenguaje privado o individual (en términos que solo una persona pueda “utilizar” o “hablar” ese lenguaje). Desde este punto de vista, los términos mentalistas que suelen utilizarse en una conversación habitual e informal no es que necesariamente hagan referencia a entidades factuales con cierto rol causal sobre el comportamiento, sino que pueden ser utilizados bajo un uso evaluativo o normativo (Froxán, 2020). No es lo mismo explicar el comportamiento en términos de relaciones funcionales o leyes que explicarlo en términos de razones, o bien, si el comportamiento es racional o no, puesto que aunque un comportamiento aparentemente irracional se esté presentando, existe una explicación nomológica o científica que nos ayude a comprenderlo. Para el conductismo radical el lenguaje, aunque mantiene múltiples funciones, también puede ser privado en el aspecto de la accesibilidad del mismo con referencia a otras personas. Esto significa que el lenguaje o habla interno que puede ser considerado “lo cognitivo” es en realidad una conducta con el mismo estatus ontológico que una conducta pública sujeta a las mismas leyes del comportamiento, que por medio de la práctica y la automatización (tomando en cuenta las causas distales en toda una historia de aprendizaje) es como puede llegar a “interiorizarse”. Sin embargo, para que un tercero entienda su significado, se necesita de un referente público, por ejemplo, de algún comportamiento público, que permita la valoración de congruencia y de correspondencia entre el lenguaje y su acción, aunque no necesariamente de manera normativa. Por ello, es necesario que se lleve a cabo la operativización de los términos mentalistas que se utilizan (cuando menos en la práctica clínica). De esta forma será posible poder observarlos, registrarlos, medirlos, analizarlos funcionalmente, producir los cambios necesarios a través de la manipulación de las variables relacionadas de manera funcional, y contrastar los cambios tras su intervención. Entender el lenguaje desde una perspectiva antidescriptivista tiene una alta relevancia a la hora de suscribirse a una filosofía y marco teórico; también para conceptualizar, entender e intervenir en un problema de conducta. A diferencia de una conceptualización antidescriptivista, para una filosofía mentalista que utiliza como explicación causal estados internos o procesos de conciencia lo anterior no tendría sentido (realmente las posturas cognitivas tienden a ser descriptivistas), puesto que lo “mental” o el lenguaje interno tendría que ser necesariamente idéntico con su comportamiento para ser considerado verdadero. Si una persona que atraviesa por problemas de depresión y (se) dice que es un “inútil y bueno para nada”, pero se mantiene haciendo cosas para lo que es hábil, para las posturas cognitivas y descriptivistas sería un sinsentido en el mejor de los casos dado que no coincide lo dicho con lo hecho, y dentro de las explicaciones normativas se hablaría de una “irracionalidad”, o bien, se limitaría a las verbalizaciones al margen de la conducta emitida, en el peor de los casos. Se asume pues, que lo importante para la evaluación al momento de decidir si una persona es, por ejemplo, irracional o no, consiste solamente en lo que la persona dice. Sin embargo, para el antidescriptivismo y las explicaciones nomológicas de conducta el ejemplo anterior tiene sentido y podría explicarse con relativa facilidad. Esto es, de hecho, algo que en la clínica y el análisis de la conducta se observa frecuentemente, y estar atento a ello es de suma importancia cuando nos encontramos en casos donde lo importante es lo que la persona dice, pero también en otros donde lo importante (más allá de una verbalización) es la acción concreta que realiza. Los ejemplos de problemas de “autoestima” o verbalizaciones evaluativas auto-referenciadas pueden ser un ejemplo donde lo importante y la atención en la modificación puede estar en las verbalizaciones. Mientras que en los casos de depresión lo importante, al menos al inicio, está en los comportamientos que realiza una persona para retomar una buena calidad de vida, independientemente de las verbalizaciones iniciales (aunque se espera que las verbalizaciones vayan cambiando de manera progresiva al ir contactado con fuentes estables de reforzamiento positivo); esto es un ejemplo de intervención que hoy por hoy es totalmente plausible y altamente utilizada (González-Terrazas y Campos, 2021). La conducta es lo que constituye la evidencia para poder atribuir que una persona presenta un problema psicológico (pues es su raíz) y es el principal hecho posibilitador de los criterios de las evaluaciones y de la intervención psicológica, ya sea de manera pública o privada, respecto a lo esperado socialmente o dentro de determinados estándares normativos. En este sentido, diríamos que un proceso cerebral o un estado mental es problemático (o patológico) en función y comparación con las conductas que se emiten frente a un determinado contexto social evaluativo, y no simplemente por la existencia de dicho proceso (Froxán, 2020). Así, entre otras cuestiones, podemos observar que el conductismo radical no es la ciencia de la conducta sino la filosofía de esa ciencia. Mecanicismo Se ha visto anteriormente que al análisis de la conducta le subyace el principio de determinismo, y que al igual que otras ciencias consideradas naturales que también suscriben a dicho principio consideran que un fenómeno está relacionado con otro fenómeno. Sin embargo, esta premisa no especifica cómo o de qué manera se da esta relación. En otras ciencias naturales y en el análisis de la conducta existen formas distintas de entender el concepto de causa en torno a su propio objeto de estudio, incluso, dentro de la misma psicología y ciencias del comportamiento, el concepto de causa puede ser distinto. Por un lado, existen los modelos mecanicistas que se podrían resumir en que para entender el cómo se produce una conducta hay que indagar en todos los eslabones de una cadena causal para explicar la relación entre el objeto de estudio y la iniciación de un estímulo. Por lo general, las visiones mecanicistas del concepto de causa están relacionadas con el hecho de que la conducta es el último eslabón de toda una cadena causal, dotándola de un estatus de apéndice de otros procesos “internos” que pueden ir desde cognitivos (pensamientos, deseos, esquemas), emocionales, fisiológicos o cerebrales. Así, en esta visión causal la conducta no es por sí misma el objeto de estudio que interesa a un científico, sino que es la manera de estudiar otros procesos que se asumen la causan. Además de esto, suele considerarse que la conducta mantiene un sustrato donde solamente lo que sucede dentro de la persona (constructos hipotéticos) es relevante, y que lo que hace es de importancia secundaria a lo que hay por dentro. En este sentido, la conducta es una variable dependiente de los procesos internos como variable independiente. Es fácil identificar esta forma de ver la conducta con filosofías mentalistas, monismos fisicalistas, y algunos conductismos como el metodológico, donde lo primordial es ese otro sistema o procesos. Ejemplos de constructos como variables pueden ser: el catastrofismo en vez de un comportamiento incongruente con los hechos, una personalidad dependiente en vez de un comportamiento reforzado por la atención o reforzadores sociales, la autoestima en vez de comportamientos de autocuidado, la memoria en vez de recordar, la atención en vez de atender a ciertos estímulos, los bajos niveles de neurotransmisores como la dopamina en vez del comportamiento depresivo, la autopercepción en vez del comportamiento evaluativo hacia sí mismo, etc. Algunos autores como Capra (1975) relacionan esta forma de conceptualizar los fenómenos naturales como lo es la conducta con el pensamiento de la cultura occidental, como una forma de “egos aislados existiendo dentro de sus cuerpos” (p.28). Este mismo autor, sostiene que la idea de un sí mismo delimitado y esencial es más propio de un estilo de pensamiento cultural occidental que una realidad ontológica, y es propia solo de una manera de hablar. El punto de vista mecanicista y vitalista se puede ejemplificar como una bola de billar, donde para entender cómo una bola llega al cesto, es necesario describir hacia atrás como una bola ha pegado a otra, como el taco de billar le ha pegado a la primera bola, como el taco ha sido accionado y así sucesivamente tal como una cadena con un principio y un fin; una máquina insensible al ambiente, un proceso lineal y unidireccional que ignora una propia teoría de una ciencia. El pensamiento mecanicista, lineal y unidireccional es aún muy cotidiano en las ciencias, y la psicología no es la excepción, como ejemplo podemos tomar varias perspectivas de conductismos mediacionales, cognitivismos y neurociencias. Además, los eventos pueden ser contiguos en espacio y tiempo, pero no mantener una relación funcional, que como se verá en otros capítulos más tarde, es fundamental tomar esto en cuenta al momento de realizar una de las mejores herramientas del análisis de la conducta, el análisis funcional. Como se ha revisado, la propuesta filosófica del conductismo radical no separa a la persona en dos entidades o en una realidad mental y por separado otra conductual. La persona no forma parte de una dualidad, sino que es una unidad. La conducta de las personas tampoco se encuentra en algún lugar específico, ni se considera que pertenece a algún sustrato, sino que es una propiedad relacional y no sustancial. La conducta “existe” hasta el momento en que se produce, lo cual es gracias a toda la historia de interacciones pasadas entre el individuo y su contexto (Freixa, 2003). Así como el fuego existe hasta que interactúa un combustible con un iniciador mas no está almacenada en algún lugar, la conducta existe hasta que el individuo y el ambiente interactúan, por medio de su propia historia de aprendizaje. La conducta en el conductismo radical es lo principal y es el objeto de estudio por derecho propio en vez de otros procesos inferidos. El concepto de causa que se asume en el conductismo radical está alejado del punto de vista vitalista y mecanicista y adopta el de relaciones funcionales, donde los eventos son función de otros y no precisamente un evento ejerciendo fuerza sobre otro. Este concepto de causa está altamente influenciado por Ernest Mach, mismo que cuestionó el concepto de causa Newtoniano. El conductismo radical acepta un concepto que no necesita de eslabones de cadena para dotar de explicación a la relación entre dos variables y opta por el concepto de relación funcional, donde una explicación causa-efecto se intercambia por un cambio en la variable dependiente (una respuesta) que es producto del cambio en una variable independiente (la manipulación del ambiente o contexto, antecedente o consecuente) y es poco probable que se deba a una variable extraña, el cual se puede comprobar por medio de intervenciones sistematizadas o experimentos debidamente controlados que puede aplicarse tanto a la conducta respondiente como operante. Skinner mencionaba que estos términos sugieren que eventos diferentes tienden a ocurrir de manera conjunta en cierto orden, y sugería que los términos de causa y efecto pueden seguir siendo utilizados en el discurso sin mayor problema siempre y cuando se entendiera con precisión su significado antes explicado (Skinner, 1953). Modelo causal del análisis de la conducta: selección por consecuencias En el conductismo radical de Skinner se abandona el modelo mecanicista de eslabón de cadenas. El modelo alternativo que se asume en esta perspectiva está directamente relacionado con la teoría de la evolución de C. Darwin (1859), el cual proporciona una visión distinta en la psicología, principalmente con el principio de continuidad biológica y el principio de retroalimentación. Estos dos principios se pueden representar a lo largo de tres pilares básicos (Collado, 2009): a) la existencia de variaciones entre individuos de la misma especie, b) un mecanismo de transmisión genética de las características de los progenitores a los descendientes, y c) un mecanismo selectivo que produce la eliminación de individuos no dotados de determinadas características adaptativas (mayor riesgo de morir y menos probabilidad de reproducirse). Contrario a lo que suele pensarse, la teoría de la evolución no es una visión teleológica en el cual un cambio en una especie es “diseñada” o “producida” para una finalidad, por lo que las características de una especie que se mantienen sucede por los mecanismos antes mencionados y porque esa variación les permite sobrevivir y reproducirse al miembro de una especie en cierto ambiente, siendo más parte de todo un proceso de adaptación que una finalidad de dicha característica, por lo que no hay una característica predestinada o con cierta finalidad a priori. Así como la teoría de la evolución ha sido naciente en un contexto de seleccionismo filogenético, este mismo modelo ha sido extendido al estudio de la conducta de los organismos (dentro del ámbito psicológico) dotando así de un seleccionismo ontogénico o por consecuencias, el cual podemos definir como el mismo aprendizaje de un individuo, donde en dicha selección conductual, las conductas se mantienen y maximizan debido a sus consecuencias. Así mismo, el modelo de seleccionismo es traspolable, incluso, a un seleccionismo cultural, donde las pautas de conducta culturales se seleccionan a través de la supervivencia de cierta cultura (Cooper et al., 2017). Este seleccionismo ontogénico podemos verlo desde los estudios de E. Thorndike (1911) y su famosa Ley del Efecto, la cual menciona que las conductas que van seguidas de sensaciones de placer son más probables de repetirse en situaciones semejantes, y de forma contraria, las conductas que van seguidas de sensaciones de displacer o dolor son menos probables de repetirse en las condiciones parecidas en las que sucedieron. Más tarde, Skinner (1937) (uno de sus estudiantes más prodigios) desarrolla a partir de la ley de efecto y sus observaciones de laboratorio los principios de condicionamiento operante. De esta forma, se puede definir un comportamiento operante como toda aquella respuesta cuya frecuencia futura ha sido seleccionada, mantenida y moldeada debido a sus consecuencias pasadas. Mientras que el mecanicismo intenta llenar aquellos espacios físico-contiguo-espacial entre un evento y otro para dotar de explicación a una conducta, en el seleccionismo por consecuencias del conductismo radical no son necesarios esos eslabones para comprenderla, ni se presume un enfoque lineal de la misma explicación, sino que se toma en cuenta el tiempo en forma de la historia de aprendizaje o experiencias pasadas de un individuo y las contingencias actuales, donde la manera de responder a estas últimas está en función de la experiencia. En otras palabras, el conductismo radical y el análisis de la conducta apuesta por las “causas” distales y proximales de la conducta, de manera interrelacionada en vez de solamente enfocarse en las proximales de forma lineal. El seleccionismo por consecuencias ha sido difícil de considerarse, en ocasiones, cuando también converge con otras visiones como las teológicas y teleológicas propias de una cultura de determinado espacio y tiempo y cuando se considera a la conducta solo como producto de otros procesos internos, llevando a la necesidad de una lectura mecanicista y físico-contiguos. En este caso el seleccionismo ontogénico no requiere de una explicación físico-contiguo ni una cadena que ocupe el lugar de una relación funcional entre las variables dependientes e independientes, por lo que la distancia física entre las variables carece de relevancia. Diversos ejemplos de la vida cotidiana y que se verán más adelante en este libro pueden ilustrar cómo es que una conducta puede ser seleccionada a través del tiempo sin la necesidad de una relación inmediata ni estructuras internas, sino observando el efecto sobre las conductas; es decir, la relación funcional producto de eventos pasados. Análisis Experimental de la Conducta (AEC) Como mencionamos anteriormente, este es el segundo ámbito del análisis de la conducta que analizaremos. Podemos establecer el origen del AEC de manera formal con la publicación de La conducta de los organismos (Skinner, 1938). Esta obra resume la investigación realizada por Skinner desde 1930 a 1937 en laboratorio, poniendo de manifiesto dos tipos de conducta: la respondiente y la operante. La conducta respondiente es la que comúnmente se conoce como estímulo-respuesta, y cuyo mayor representante podría ser el fisiólogo ruso Ivan Pavlov (1927). En este paradigma, un estímulo antecedente (por ejemplo, un chorro de aire en los ojos) elicita una respuesta refleja, involuntaria (la de cerrar los mismos). En estos casos hablamos de respuestas reflejas, automáticas, cuya unidad funcional es el reflejo, y lo compone el binomio E-R (de ahí el nombre de paradigma estímulo-respuesta). El interés de Skinner, sin embargo, estaba dado en la conducta que normalmente llamamos “voluntaria” y que compone la gran mayoría de cosas que realizamos. A su vez, mientras que a la conducta respondiente se le identifica de manera clara un antecedente, esto no es tan claro siempre en el caso de la conducta operante. Mientras que la psicología contemporánea, ligada a otros conductismos no radicales a Skinner proponían diversos constructos hipotéticos para la explicación de este tipo de comportamiento tal como lo hacían los conductistas metodológicos (López, 2002), él adoptó una posición distinta y se dispuso a buscar en el ambiente las causas de la conducta. Por medio de la investigación en diversos animales (inicialmente ratas y luego palomas) comenzó a acumular datos de la variación de la tasa de respuesta de presionar una palanca a la que seguía inmediatamente un pellet de comida. Lo que observó es que las primeras tres veces que la comida seguía a esta respuesta no había un cambio observable, pero que a la cuarta vez la tasa se incrementó significativamente, así hasta llegar a un máximo (Skinner, 1938). Esto supuso una clara demostración experimental de la relación funcional entre la conducta y ciertas variables del ambiente, que abrió las puertas a miles de experimentos en los que, a partir de la manipulación y variación de determinados tipos de eventos ambientales, se comenzó a delinear los llamados principios de la conducta operante. Los miles de experimentos realizados entre 1930 y 1950 permitieron delinear los principios de la conducta operante, que constituyen la fundamentación empírica del análisis de la conducta en la actualidad. Estos principios son reforzamiento, extinción, castigo, control de estímulos y operaciones motivadoras. Describir los mismos excede el propósito de esta obra, además de existir bibliografía donde se conceptualizan y describen de manera muy precisa (Cooper et al., 2020; Froxán, 2020; Miltenberger, 2014; Pérez et al., 2010, Domjam, 2010). A pesar de la imposibilidad de explicar uno por uno, las siguientes asunciones son necesarias para una mayor comprensión de los capítulos que siguen a continuación: • Los principios de conducta describen relaciones entre eventos del ambiente y comportamientos. Que a un estímulo se lo denomine reforzador, no es propiedad esencial o sustancial del estímulo en sí mismo, sino del efecto que provoca a futuro en la conducta. Esto implica que un mismo estímulo (por ejemplo, agua) puede ser un reforzador si la persona posee sed (para más preciso, una historia de deprivación de agua), pero le será indiferente al mismo sujeto si acaba de beber ese mismo u otro líquido. • Si bien el comportamiento se mantiene por las consecuencias que produce, ciertos estímulos antecedentes (discriminativos, condicionales y motivadoras) influyen en la emisión del mismo. Un tradicional ejemplo es el del niño que frente al padre llora y éste para que se calme le compra golosinas; pero con su madre no lo realiza, ya que ella jamás le compró golosinas en una situación de llanto. Si bien lo que mantiene el comportamiento es la consecuencia reforzante (en este caso las golosinas), el niño adquirió la capacidad de discriminar ante qué antecedente (el padre) el comportamiento de llorar es reforzado y ante cual no. Los eventos antecedentes del ambiente y en ocasiones del mismo organismo alteran el valor de un estímulo como reforzador y la frecuencia momentánea de aquella respuesta que lleve a conseguirlo. Un ejemplo podría ser cuando una persona que ha pasado varios días sin estimulación sexual (deprivación) cualquier evento estimular que cumpla un efecto de estimulación sexual incrementará el su valor como reforzador y aumentarán todas aquellas respuestas que lleven a conseguir (y que haya sido reforzado en el pasado) dicha estimulación. Mientras que las personas que frecuentemente reciben estimulación sexual, los valores como reforzador no variará mucho. • Todo comportamiento (operante) es mantenido por sus consecuencias y cumple una función. Para determinar la misma, el análisis funcional de la conducta es la herramienta por excelencia. • La relación entre antecedente, respuesta y consecuencia se denomina contingencia de tres términos y es la unidad de análisis para determinar la función del comportamiento operante, por medio del análisis funcional señalado en el ítem anterior. Análisis conductual aplicado Si el conductismo radical es la filosofía que delimita como es el objeto de estudio del análisis de la conducta, su definición, dónde buscar las causas últimas de la misma, el análisis conductual aplicado es donde los principios y conocimientos derivados del análisis experimental de la conducta (AEC) se ponen en juego para la mejora de la vida cotidiana. Proporcionando una definición más concreta y que abarque sus características, podemos decir que: El análisis aplicado de la conducta es la ciencia en la que las estrategias derivadas de los principios de la conducta se aplican de manera sistemática para mejorar la conducta socialmente relevante, y en la que se utiliza la experimentación para identificar las variables responsables del cambio de conducta (Cooper et al., 2020). De la definición anterior se pueden tomar varios elementos importantes para especificar. El aplicar de manera sistemática los principios de conducta significa por un lado que no cualquier intervención (por más que sea realizada en el marco de un tratamiento conductual) pueda ser llamada analítico-conductual, sino aquellas que estén debidamente operacionalizadas y sean coherentes con los principios filosóficos y aquellos derivados de la experimentación. Es decir, que un analista haga referencia a la utilización de Flores de Bach o mencione razones “espirituales” en una consulta, no convierte a estas en intervenciones analíticoconductuales. Para cumplir estas características, deberán identificarse apropiadamente las variables de cambio (aquellas variables independientes que su modificación resultan en el cambio conductual) y utilizar una terminología no dualista, por ejemplo. El hablar de conducta socialmente relevante muestra que, como analistas de conducta (y la profesión que ejerzamos, psicólogos, psicoterapeutas, terapeutas de lenguaje, consultores, etc.) no cualquier comportamiento es objeto de intervención solo porque nos moleste a nosotros o a alguien que no sea el usuario; sino aquellos que signifiquen beneficios en la vida del consultante. Esto es, que los objetivos del cambio conductual sean significativos, importantes, sostenibles y generalizables, y así lo acerquen a potenciales reforzadores y evite situaciones aversivas. Este aspecto toma especial relevancia en situaciones determinadas, por ejemplo, el trabajo con niños y adolescentes (con o sin trastornos del desarrollo) a los cuales es preciso enseñar repertorios conductuales y/o disminuir conductas problemáticas (¿para quién?) y que ellos no han buscado la consulta, sino que han sido referidos por sus familias, escuelas, etc. Otros casos pueden ser en donde ciertas personas del contexto presentan comportamientos agresivos hacia el cliente y la forma que debería tomar la intervención (¿sólo enseñar habilidades de asertividad a nuestro cliente o evaluar si además de esto es necesario realizar cambios en el ambiente?). También, casos como la experimentación de ciertas respuestas emocionales (tristeza, angustia) después de eventos naturalmente dolorosos como una pérdida (¿es posible la modificación inmediata?), y la demanda del propio consultante o familiares de modificar (¿es un cambio importante aún con que esto no interrumpa su vida cotidiana? ¿es sostenible?) lo que se experimenta o bien de que inmediatamente actúe como si el hecho no hubiera pasado jamás. Es preciso considerar entonces la relevancia social de nuestras intervenciones, y esto implica incluir al contexto relevante del consultante y no ser meros modificadores de conducta. Historia del análisis conductual aplicado La historia del análisis conductual aplicado es ligeramente posterior a la del análisis experimental. Fue necesario acumular un corpus de evidencia considerable y teorizar sobre estas relaciones funcionales entre conducta y ambiente para evaluar la posibilidad de que los conocimientos acerca del condicionamiento operante fuesen aplicables en seres humanos. Una de las primeras aplicaciones de las que se tiene registro es la de Fuller (1949). Se trabajó con una persona de 18 años, la cual en el lenguaje de la época había sido descrita como “idiota vegetativo” (considerar que esta expresión no es vigente actualmente). De acuerdo a la opinión de quienes lo conocían, este joven no había podido aprender prácticamente nada en su vida. Solía permanecer acostado de espaldas y era incapaz de darse vuelta. Se seleccionó como objetivo el movimiento de su brazo derecho, que apenas era capaz de moverlo. Utilizando una jeringa con una solución de leche caliente y azúcar y administrándole ese líquido cada vez que movía el brazo, se logró en solo 4 sesiones que pusiera el mismo en posición vertical, a una tasa de 3 veces por minuto. Teniendo en cuenta la línea base desde la cual se partía esta experiencia constituyó una poderosa demostración de lo que el condicionamiento operante podía significar para la vida humana. Durante la década de los 50 y 60 se llevaron a cabo numerosos experimentos, principalmente en contextos de laboratorio, es decir, no en los ambientes típicos donde se desenvuelven los participantes de los mismos. Si bien había un beneficio en las personas que participaban de estos estudios, no era el propósito principal de los mismos, la finalidad era el verificar qué tan aplicables eran estos principios para nosotros. Fue así que las investigaciones se multiplicaron en personas con o sin trastornos, niños y adultos, analizando diversos principios y aplicaciones. Algunos pioneros en esta ciencia naciente los encontramos en Bijou (1955, 1958), Baer (1960, 1961), Ayllon y Michael (1959). Este último ya anticipando lo que se llamaría posteriormente Análisis Conductual Aplicado (ABA), con el nombre “El enfermero psiquiátrico como un enfermero conductual”, en el cual los autores describen cómo estos profesionales de la salud utilizan numerosas estrategias conductuales para el cuidado y la mejora de los residentes de las instituciones de salud. Hoy por hoy el análisis de la conducta ha ampliado sus ámbitos de intervención y extendido las formas en las que se ponen en marcha las tecnologías operantes y respondientes. En cuanto al ámbito clínico que es el que nos interesa en mayor medida, a lo largo de todo este libro, y como podremos observar, se ha incursionado en temas que quizás antes habían sido poco estudiados. Solo por mencionar algunas, la interacción verbal como variable interviniente en el cambio psicoterapéutico con consultantes con amplios repertorios verbales y los procesos que subyacen al mismo, el desarrollo de técnicas y procedimientos para los problemas más comunes en la clínica ambulatoria como los problemas de ansiedad y depresión, la empatía desde la perspectiva analítica conductual, incluir variables sociales y culturales importantes al momento de trabajar con grupos vulnerables, e incluso preocuparse por un posicionamiento filosófico serio referente a la conceptualización de los problemas psicológicos y el lenguaje que tradicionalmente se utiliza en la clínica. Los puntos anteriores, a nuestro ver, insertan al análisis de la conducta como una ciencia amplia capaz de responder a múltiples problemas y situaciones que tienen que ver con lo que a diario se observa en la clínica. Hay dos acontecimientos que pueden servir de inicio formal del análisis aplicado del comportamiento, ambos ocurridos en 1968 (Cooper et al., 2020). El primero es el lanzamiento del Journal of Applied Behavior Analysis (JABA), una revista que en la actualidad continúa siendo referencia en lo que es el análisis aplicado de la conducta, y que fue la primera revista en Estados Unidos dedicada a problemas aplicados, es decir, cómo a partir de los conocimientos del análisis experimental se podían derivar estrategias de mejora de la vida humana. El segundo hito es la publicación del artículo “Algunas dimensiones actuales del análisis aplicado de la conducta” (Baer et al., 1968), que es el más citado en la historia del análisis conductual. Estos autores señalaron cuáles debían ser los criterios para que una práctica pueda ser considerada dentro del análisis de la conducta. Estas dimensiones continúan vigentes en la actualidad y son una guía para la investigación y práctica profesional. Dado que en definitiva este libro es mayormente sobre análisis conductual aplicado (de todos los posibles ámbitos nosotros nos abocaremos a prácticas clínicas y educativas), haremos a continuación un breve recorrido por ellas. Dimensiones del análisis de la conducta aplicada Dentro de las características desde el nacimiento de esta ciencia, los autores mencionados propusieron una serie de criterios para identificar al análisis conductual, que fuese aplicado, conductual, analítico, tecnológico, conceptualmente sistemático, efectivo y generalizable. Por más que algunas de estas dimensiones puedan sonar redundantes u obvias por el mismo nombre del análisis de la conducta, el definirlas explícitamente permite diferenciar aquellos elementos que debe poseer una intervención, modelo y explicación para llamarle analítico-conductual y que se diferencie de otro tipo de explicaciones alternativas, como por ejemplo las cognitivoconductuales (intervenciones que a pesar de su eficacia e historia con puntos en común, sostienen una filosofía y conceptualización muy distinta sobre el comportamiento humano). Veamos una por una. Aplicado Como ya hemos visto, el análisis del comportamiento tiene un ámbito filosófico, experimental y aplicado. Este último hace referencia a que las intervenciones que se propondrán irán destinadas a la mejora de la vida humana en contextos naturales, no en laboratorio. Si el objetivo del análisis experimental es investigar con la finalidad de comprender mejor la naturaleza, aunque de esto no necesariamente se extraigan conocimientos utilizables en nuestra vida cotidiana, el del análisis aplicado está orientado a este último aspecto. Y esto no solo en el ámbito clínico, sino en cualquiera donde dichos conocimientos puedan utilizarse: educativo, laboral, deportivo, etc. Un detalle mayor de áreas de aplicación las veremos en el apartado práctica profesional. Conductual Tal vez parezca innecesario describir esta dimensión, sin embargo, veremos que no lo es. Hay tres elementos para tener en cuenta en esta definición: el primero es que una intervención deberá enfocarse en aquel o aquellos comportamientos que deban mejorarse, no en otros similares o en las descripciones que se puedan hacer de tales conductas. Si se plantea una intervención para disminuir las conductas de acoso escolar a un joven en una escuela, cumplir con esta dimensión implicaría observar directamente si las conductas tipificadas como acoso se siguen dando, y no basar el éxito de la intervención en una medida indirecta como por ejemplo la mejora en el estado de ánimo de quien fue víctima de acoso hasta el momento. El segundo elemento para tener en cuenta, algo muy distintivo del ABA, es que la conducta sobre la que se interviene debe ser medible, debe ser posible verificar de manera objetiva que se ha dado el cambio conductual deseado. No es una cuestión de pareceres y sentimientos de la persona que presenta el problema o de otros, sino que la intervención debe dar cuenta del cambio buscado. En este sentido, el registro y medición de la conducta es un aspecto esencial. En tercer lugar y último, es esencial identificar de quién es la conducta que cambia. Podría suceder que es la del investigador, terapeuta, o quien llevó a cabo el procedimiento y no la del sujeto a quien estaba dirigida inicialmente la intervención. Pongamos como ejemplo la enseñanza de discriminación de animales a un niño de 4 años por parte de un docente. Podría suceder que, ante las respuestas incorrectas del pequeño el maestro presente ayudas gestuales (inadvertidas por él) y que el niño comience a responder correctamente. Si estas ayudas no están correctamente identificadas por quien está en la posición de instructor, seguramente no implemente las estrategias de desvanecimiento para que las respuestas correctas queden controladas por los estímulos “animales” en lugar de por las ayudas gestuales; y que en ausencia de este docente el niño responda incorrectamente. En este caso hipotético (aunque bastante común en la enseñanza a niños con y sin trastornos del desarrollo u otros), la conducta del adulto habría cambiado (comenzó a presentar ayudas) pero el cambio final deseado (que el pequeño discrimine animales sin ayuda) no se habría logrado. Analítico Una intervención cumple con esta dimensión cuando quien la aplica puede mostrar una relación funcional entre aquellas variables manipuladas y el cambio en alguna (o varias) dimensiones de la conducta (por ejemplo, duración y frecuencia). A lo que se apuntaría aquí es al control experimental que tiene el analista de conducta sobre la variable dependiente (la respuesta) y las independientes (aquellas del contexto modificadas). Sin embargo, dado que no estamos hablando del contexto de investigación, muchas veces no se puede introducir y retirar una variable independiente para mostrar control experimental y muchas veces tampoco es deseable. Imaginemos que estamos trabajando mandos con un pequeño con un trastorno del lenguaje y se instruye a la familia para que cuando el niño diga “era” le entreguen la mamadera (biberón en muchos países). Aquí se podría mostrar control sobre este mando verificando cuando los padres refuerzan la emisión de la palabra “era” la misma se incrementa en el futuro, y luego poniendo bajo extinción este pedido por medio de la no respuesta de los padres. Pues bien, el mando “era” incrementaría su emisión y luego descendería (previo pico de extinción y probablemente con algunos problemas de conducta asociados). Sin embargo, en este propio ejemplo dado que estamos frente a un pequeño con una alteración en el lenguaje, esta demostración no sería deseable ni mucho menos ética, por lo cual probablemente ningún analista de comportamiento lo realice. A pesar de las consideraciones anteriores, una forma en la cual puede observarse esta dimensión sin caer en conductas impropias, es por medio de la presentación de datos a los usuarios de estos servicios, que permita evidenciar que los resultados deseados son producto de las intervenciones realizadas y no de otras variables. El seguir estas indicaciones permite entonces que el cliente/consultante juzgue la intervención y a nosotros poder dar cuenta de la misma. Tecnológico Una intervención es calificada de tecnológica dentro del análisis de la conducta cuando la misma está descrita de tal manera que otra persona tenga la posibilidad de replicar la misma. Este es otro elemento crucial, no es solo cuestión de definir operacionalmente el comportamiento y de demostrar la relación funcional a partir de nuestra entrada, sino que además debe ser posible llevarla a cabo por otras personas. En toda ciencia la replicabilidad es un elemento crucial, y no estamos aquí ante una excepción. Que el conocimiento de cualquier fenómeno (en este caso la conducta) avance consiste en que las estrategias implementadas puedan ser repetidas, obteniendo los mismos resultados. Si estamos utilizando en la práctica clínica metáforas para propiciar que los consultantes se aproximen a estímulos aversivos en consonancia con reforzadores condicionados para ellos, la forma en que utilicemos estas metáforas debe estar correctamente especificada, de manera que sea posible que otros terapeutas utilicen este recurso verbal con éxito, y a su vez que otros investigadores realicen réplicas extendidas añadiendo otros componentes y mejorando las intervenciones (Hulbert- Williams et al., 2020). Conceptualmente sistemático Tan importante como las dimensiones anteriores es el poder describir la intervención y/o modelo que se use en términos de aquellos principios básicos sobre los que se apoya. Si bien, como veremos en el próximo apartado, la gama de aplicaciones del análisis conductual es potencialmente ilimitada, de la misma forma que sus intervenciones, todas estas se apoyan en unos pocos principios básicos del comportamiento. Una intervención o un modelo terapéutico es conceptualmente sistemático cuando además de describir de manera precisa las estrategias implementadas, detalla cuales son estos principios sobre los que trabaja. Esto genera el doble beneficio de, por un lado, poder relacionar los principios con otras estrategias para poder aplicar; y por el otro que el terapeuta, maestro, asistente, no sea un mero aplicador de técnicas cual recetario, sino que comprenda los verdaderos motivos del cambio. Una intervención entonces que no defina el cambio en términos de principios básicos o que recurra a conceptos ajenos al análisis del comportamiento, como por ejemplo inconsciente, esquemas de procesamiento, el circuito hipotalámico, no cumple con esta dimensión. Puede ser considerada efectiva e incluso, dependiendo de la conceptualización, científica; pero no analítica-conductual. Podemos identificar múltiples ejemplos de lo anterior, y cabe mencionar (y recordar) que una topografía o la forma en que se lleve a cabo una intervención o aplicación de una técnica no es apriorística de una función. Las terapias más novedosas dentro de la familia de terapias conductuales utilizan los principios de aprendizaje para poder explicar los mecanismos de sus intervenciones responsables de su eficacia. Sin estos principios subyacentes, aunque demostraran alta eficacia, no podrían ser consideradas una intervención analíticaconductual. De hecho, esto es y ha sido motivo de discusión y debate entre los científicos de la conducta y psicoterapeutas. A su vez, múltiples intervenciones o técnicas provenientes de otras tradiciones psicológicas o culturales podrían resultar con eficacia, y podrían ser aún más útiles si su conceptualización se entendiera de manera analítica-conductual, es decir, bajo los principios de aprendizaje. De esta forma se indagaría las variables relacionadas funcionalmente y controlarlas a manera de alcanzar el objetivo conductual. Actualmente técnicas y procedimientos como el mindfulness, la silla vacía, la reestructuración cognitiva, la defusión cognitiva, la motivación, la relación terapéutica, entre otras han sido estudiadas bajo esta perspectiva analítico-conductual que a juicio de algunos autores clarifican su conceptualización y facilitan su utilización durante las sesiones clínicas (Calero-Elvira et al., 2011; CaleroElvira et al., 2013; Callaghan y Follete, 2020; De Silva, 1984; De Pascual y Trujillo, 2018; De Young et al., 2010; Froján et al., 2010; Froján-Parga y Calero-Elvira, 2011; Froján et al., 2017; GonzálezTerrazas y Froxán, 2021; Hayes 2002; López de Uralde-Selva y Valero-Aguayo, 2021; Ruíz-Sancho et al., 2013) Efectivo Una intervención efectiva debe producir un cambio significativo en la vida de la persona y en la razón por la cual se diseñó tal intervención. Dado que estamos hablando de una ciencia aplicada, lo esencial es la mejora práctica en la vida de quienes consultan o son llevados a consulta con analistas conductuales. Aquí también podemos traer a la relevancia social, antes mencionada. En última instancia el analista de comportamiento aplicado se debe a aquellos que contratan sus servicios (consultantes, padres de un niño con problemas de conducta o algún trastorno, educadores, gerentes de empresas, etc.) y los cambios que se efectúen deben ser de utilidad para aquellos. Generalizable La finalidad última de toda intervención es que los cambios se mantengan una vez que finaliza la misma. Poco valor tiene que un consultante no experimente ansiedad durante la consulta, pero sí cuando sale a la calle, o un niño que lea en la escuela pero en su casa o en la calle es incapaz de hacerlo, así como una persona con dificultades para relacionarse comience a llevar una buena relación con el terapeuta pero luego ya no con las personas de su vida cotidiana. Cuando se habla de generalización se hace mención a que los cambios producidos se mantengan en el tiempo, se presenten ante otras personas y en otros contextos en los cuales no se trabajó originalmente, e involucre a otros comportamientos funcionalmente equivalentes (clases de respuesta), es decir, aquellas respuestas topográficamente distintas pero que persigan una misma función. Una intervención que no cumple con esta dimensión, al margen de no poder ser considerada conductual, simplemente no es una buena intervención. Como se mencionó anteriormente, estas dimensiones son consideradas en la actualidad válidas para la práctica del análisis de la conducta aplicado, razón por la cual se las ha mencionado. A continuación, se verá el último ámbito relacionado, que junto a los 3 descritos (filosofía, AEC y ABA) conforman esta ciencia del comportamiento. Práctica profesional Este es el último de los ámbitos de la ciencia de la conducta. Como mencionamos anteriormente, ninguno de ellos es independiente de los otros, sino que un correcto funcionamiento los mantiene interrelacionados. Es frecuente que cuando se habla de análisis de la conducta se piense inmediatamente en autismo. Esto, contrario a muchas creencias erróneas que se mantienen sobre el conductismo y sus aplicaciones, no es infundado. La realidad es que, al momento de la escritura de esta obra, un 72% de los analistas de conducta certificados por la BACB (Behavior Analyst Certification Board) se dedican al campo del autismo. Esto es, 7 de cada 10 analistas conductuales trabajan exclusiva o principalmente en autismo, en contraposición por ejemplo con el 4% que trabaja en el análisis de la conducta clínica, el 6% que trabaja en educación o el 0,34% que trabaja en el manejo de la conducta organizacional, por mencionar algunas áreas. Desde aquí consideramos que esta es una de las barreras que dificulta que el análisis de la conducta sea visto como algo distinto a un tratamiento para TEA, e incluso que sea visto por otros profesionales como una orientación válida para dedicarse a la clínica o a áreas que nada tienen incluso que ver. Una de las motivaciones de realizar este libro es precisamente mostrar que hay mucho más que autismo en el horizonte del análisis de la conducta (sin desmerecer los enormes avances en este campo), por más que el TEA sea la estrella de ABA (Pérez-Álvarez, 1996) y donde más notables resultados probablemente ha obtenido, en comparación con otras propuestas educativas y terapéuticas. Como hemos mencionado, si bien esta obra no es exhaustiva ni pretendemos que se enlisten todas las aplicaciones actuales, esperamos que sirva como disparador para posteriores indagaciones de vuestra parte. El análisis de la conducta puede utilizarse en ámbitos que van desde psicología comunitaria, psicología clínica (Veltum y Miltenberger, 1989), rehabilitación (Bakke et al., 1994), gestión organizacional (Luke et al., 2018), autonomía personal (Brigham, 1989), psicología del deporte (Brobst y Ward, 2002), entre otras. En discapacidad intelectual y educación especial el análisis aplicado de la conducta se ha usado, por ejemplo, para lograr participación en tareas domésticas (Smith et al., 1999), seguridad personal (Collins et al., 1993), a partir de cierta edad competencias laborales (Spence y Whitman, 1990), aprender a leer (Saunders et al., 2003), aritmética (Whitman y Johnston, 1983), etc. En los próximos capítulos nos adentraremos en las cuestiones más prácticas del AC, comenzando por una herramienta insustituible: el análisis funcional de la conducta. Preguntas para la reflexión • ¿Es el análisis de la conducta útil solo para conductas simples? • ¿Cuál es la visión de la naturaleza del comportamiento del análisis de la conducta? • ¿El conductismo radical niega que las personas puedan pensar y sentir emociones? • ¿Cuáles aplicaciones del análisis de la conducta pueden servir para la vida cotidiana? • ¿Es posible entender el comportamiento diario de las personas desde una óptica analítica-conductual? Capítulo 2 Análisis funcional de la conducta Miriam Rocha Díaz Orígenes del análisis funcional de la conducta El análisis funcional de la conducta tiene su origen en la figura de Skinner, precursor del denominado “Análisis del Comportamiento”, que concibe la Psicología como una ciencia natural, cuyo objeto de estudio es la conducta de los organismos individuales en relación con su medio (interno y externo). Estudia cualquier tipo de comportamiento, simple o complejo, observable o encubierto, innato o aprendido (Pérez et al. 2005). El análisis del comportamiento se ha dividido en dos ramas, una experimental y otra aplicada: • Análisis experimental de la conducta. Es la “ciencia básica”, dedicada a establecer la base experimental y teórica de la conducta. Su fin es descubrir las bases científicas o leyes que explican por qué nos comportamos como lo hacemos. Estas leyes son los Procesos de Aprendizaje. • Análisis conductual aplicado. Es la vertiente aplicada que se deriva de los conocimientos obtenidos por la rama experimental. Comprende toda una metodología y tecnología basada en la evidencia. Desde esta rama se busca la aplicación tecnológica de los principios científicos descubiertos por el análisis experimental del comportamiento a la solución de problemas clínicos, educativos, sociales, organizacionales. Puesto que en todos los ámbitos de la vida la persona se comporta, dichos comportamientos son susceptibles de ser explicados desde la psicología, recurriendo a las leyes que explican la conducta (los procesos de aprendizaje) y serán susceptibles de ser controlados y modificados utilizando una tecnología y metodología con evidencia demostrada, que permite poner en marcha esos mismos procesos de aprendizaje para operar cambios en las variables implicadas en las conductas que se desea modificar. La filosofía de la ciencia en que se sustenta el Análisis del Comportamiento es el “Conductismo radical” postulado por Skinner. Desde esta filosofía, se entiende la Psicología como una ciencia natural como pueden ser la física, la química o la biología. Comparte con éstas los mismos presupuestos que cualquier otra ciencia natural: Monismo, Materialismo y Determinismo. Asimismo, comparte con todas éstas la aplicación del método científico como metodología de estudio y conocimiento de su objeto: La conducta (Pérez et al. 2005). Para el Conductismo radical, el término “radical” hace referencia a “raíz”, concretamente a la raíz de la conducta. Postula la necesidad de explicar toda la globalidad de la conducta desde su raíz u origen, asumiendo que toda conducta, con independencia de su carácter público o privado, manifiesto o encubierto, se rige por los mismos principios o leyes de aprendizaje, es decir, toda conducta que realiza un sujeto (aprender, atender, percibir, pensar, recordar, motivar) tiene el mismo estatus, no pertenece a realidades diferentes ni atiende a mecanismos explicativos distintos (Skinner, 1945). En este sentido, lo cognitivo y lo motor son eventos naturales pertenecientes a la misma categoría (Conducta), y está sujeto a las mismas leyes (los principios de aprendizaje) (Skinner, 1953). Para Skinner, la ciencia debe tener como fin último la predicción y el control/ modificación de su objeto de estudio, y por tanto, la Psicología como ciencia que es, debe tener como fin: describir los eventos conductuales y estudiar las leyes que los explican. Describir los eventos conductuales implica localizar las variables de las que la conducta es función, es decir, localizar los elementos inmediatos implicados en una interacción sujeto-entorno. Explicar la conducta implica recurrir a los procesos de aprendizaje subyacentes a la conducta. Estos procesos de aprendizaje son las leyes naturales que explican la conducta, del mismo modo que la física tiene sus propias leyes (ej. la ley de la gravedad). Puesto que la conducta es un flujo continuo, éste debe ser segmentado de forma artificial para su estudio. Una vez localizados los segmentos a analizar, el análisis funcional de la conducta (AF) es el método propuesto por Skinner para su estudio científico. Tabla 1 Segmentación artificial del flujo de conducta Skinner (1953) propone analizar la conducta desde un método científico, donde la variable dependiente (lo que hay que explicar, predecir o controlar) sería la conducta del individuo, las variables independientes (las causas de la conducta, los elementos que se manipulan para observar sus efectos sobre la conducta) serían los elementos ambientales de los que la conducta es función y las relaciones funcionales que se establecen entre elementos ambientales y la conducta serían las leyes científicas (reglas causaefecto que permitirían establecer regularidades (pág. 35). Estas leyes científicas quedan recogidas o expresadas en los procesos de aprendizaje, que han sido demostrados experimentalmente (Condicionamiento clásico y Condicionamiento operante). A la psicología científica le corresponde el establecimiento de relaciones funcionales entre “clases de eventos” ambientales y “clases de respuestas” del sujeto, entendiendo por “clase” diferentes estímulos o respuestas que tienen la misma función, siendo esta diferencia entre morfología y función, clave para la realización del análisis funcional (Pérez et al. 2005). La conducta como objeto de estudio La conducta o comportamiento es el objeto de estudio de la Psicología. Es un fenómeno interactivo. Emerge en la relación que se establece entre el sujeto y su entorno o contexto, siendo este interno o externo. Del mismo modo, la conducta puede ser privada o pública, pues, como exponía Skinner, “una pequeña parte del universo es privada respecto a cada individuo. No necesitamos suponer que los hechos que acontecen dentro de un organismo poseen, por esta razón, propiedades especiales; un hecho interno se distingue porque su accesibilidad es limitada, pero no, que nosotros sepamos, por una estructura o naturaleza especiales.” (Skinner, 1953, pág. 284). La conducta es aprendida en esa experiencia que el sujeto establece con el contexto y los estímulos participantes en esa interacción, y existen unos principios de aprendizaje contrastados experimentalmente que nos permiten explicar de forma científica cómo se aprenden, modifican y eliminan las conductas. Podemos clasificar las conductas en varias dimensiones, en base a varios criterios como: su morfología, el punto de vista del observador, su topografía y su función. Desde el punto de vista de la morfología (la forma de la conducta) podemos clasificar la conducta en cognitiva, motora y respuestas fisiológicas. Desde el punto de vista del observador distinguiremos entre conductas encubiertas (privadas y solo observables por el propio emisor) y manifiestas (públicas). Desde el punto de vista topográfico tendremos en cuenta las características cuantitativas de la conducta, atendiendo a parámetros que nos pueden ser de interés para su análisis como la frecuencia, intensidad, duración, latencia, etc. Por último, en cuanto a la función, la conducta puede clasificarse en respondiente (aprendida por condicionamiento clásico o pavloviano) y operante o instrumental (aprendida por condicionamiento operante). Esta última categoría es la que más nos interesa para realizar el análisis funcional, ya que a través del análisis funcional buscaremos establecer el proceso de aprendizaje por el que se ha aprendido y, sobre todo, se está manteniendo un comportamiento. Es decir, qué función cumple. Todas estas categorías son artificiales, pues todas ellas nos hablan de lo mismo: la conducta. Y por conducta entendemos todo aquello que el sujeto hace (pensar, analizar, hablar, actuar, sentir, reaccionar, emocionarse, etc.), teniendo todo ello un estatus similar, como defendía Skinner y siendo todo ello explicable con base a los mismos principios. Como argumentaba Freixa (2003), del mismo modo que un iceberg tiene una parte escondida y una parte visible y entendemos que todo forma parte del mismo concepto llamado “iceberg”, no contemplando la posibilidad de que la parte escondida sea la causa de la parte visible, así pasa con la conducta. “La conducta es el conjunto, la suma de la parte manifiesta y de la parte “mental”, y el hecho de que esté dividida en dos por la frontera de la piel no tiene el poder de generar dos fenómenos diferentes. Así, las llamadas funciones “mentales” o procesos cognitivos, lejos de ser las causas de la conducta, son conductas en sí mismas, conductas que antes de haber sido interiorizadas, transformadas en “mentales”, eran auténticas conductas motoras, públicas, manifiestas, externas. En otras palabras, los procesos “mentales” no forman parte de la explicación, sino de lo que debe ser explicado”. Qué es el análisis funcional de la conducta El comportamiento de las personas emerge en la interacción de éstas con su medio o contexto estimular y puede ser analizado. Los psicólogos tratamos de estudiar la conducta con el fin de: conocerla, explicarla, predecirla y modificarla. En el ámbito clínico, el papel del psicólogo consiste en explicar el problema de la persona que acude a terapia, aplicar una serie de procedimientos y técnicas basadas en la evidencia para solucionarlo y procurar la consolidación y generalización de los cambios y mejorías. Analizar un comportamiento requiere inevitablemente segmentar el flujo continuo de conducta de forma artificial para aislar el segmento concreto que nos interese analizar (Skinner, 1935). Una vez aislada la interacción concreta sujeto-entorno, asumiendo que ese entorno podría estar también dentro del organismo mismo (Skinner 1953. Pág. 284) y no solo en el exterior, podremos explicar el comportamiento con base a los elementos que participan en esa interacción. La herramienta para explicar y predecir la conducta de forma científica es el análisis funcional de la conducta (AF) y en el ámbito clínico, se utilizará para explicar el problema que trae a la persona a terapia. No obstante, en cualquier contexto donde la persona se comporte podremos realizar un análisis funcional, es decir proporcionar una explicación científica de cualquier comportamiento que queramos explicar. Profundizando más en qué es el análisis funcional, se trata de una herramienta que consiste en explicar la conducta con base en los procesos de aprendizaje subyacentes: Condicionamiento Clásico o Pavloviano o Condicionamiento Operante. Por esta razón decimos que es una explicación científica de la conducta, porque los procesos de aprendizaje son leyes naturales que han demostrado experimentalmente poder explicar por qué se aprenden ciertas respuestas ante ciertos estímulos y por qué ciertos comportamientos se mantienen en el tiempo, incrementan o disminuyen su frecuencia o desaparecen. En el análisis funcional se especifica las variables de las que la conducta es función: Los antecedentes y los consecuentes (en los casos en los que los consecuentes sean relevantes para entender el comportamiento, como en las conductas operantes). Estas serían las variables que participan directamente en la interacción analizada, es decir, los elementos de la secuencia funcional que hemos segmentado para el análisis. Sin embargo, para proporcionar una explicación lo más completa posible de cualquier conducta, será importante atender a otro tipo de variables (más allá de los antecedentes, respuesta y consecuentes que intervienen en la interacción), que pese a no ser causa o explicación de la conducta, influyen de alguna manera en que dicha conducta se presente. A las variables que participan directamente en la interacción analizada, es decir, a las variables causales, se las llama Variables Funcionales y a los elementos o variables que afectan a la conducta sin ser causa de ella, se las llama Variables Disposicionales. Hablaremos sobre cada una de ellas más adelante. Como conclusión, un análisis funcional completo requiere especificar las variables funcionales implicadas en la interacción y las variables disposicionales que puedan ejercer influencia en la misma. Para ello los psicólogos seguiremos los siguientes pasos: • Desglosaremos las cadenas de conducta de la persona en fragmentos. • Seleccionaremos el fragmento o secuencia de conducta que nos interese explicar. • Buscaremos los antecedentes y los consecuentes implicados en esa secuencia. • Estableceremos qué variables disposicionales del ambiente o del propio sujeto pueden estar ejerciendo alguna influencia en la secuencia analizada. Es preciso destacar que de igual manera se procederá con todo aquello que es encubierto, pues las reacciones internas y lo que la persona se dice a sí misma tiene una naturaleza similar a cualquier conducta pública o manifiesta, es decir, también tiene unos antecedentes y puede tener unas consecuencias, así como puede funcionar en sí misma como antecedente, consecuente o variable disposicional. El análisis funcional nos permitirá organizar los datos relevantes reflejando las relaciones funcionales (relaciones causales) entre ellos. A estas relaciones se le llaman relaciones de contingencia, pues especifican la forma en la que se relacionan los elementos relevantes de la secuencia funcional. El término contingencia hace referencia a la probabilidad de aparición de un evento dada la aparición de otro (Ej. Si aparece el evento A aparecerá el evento B), la cual puede variar entre -1 y 1, siendo de -1 hasta 0, una relación de contingencia negativa (el evento A anuncia la no aparición o la retirada de B), de 0 hasta 1, una relación de contingencia positiva (el evento A anuncia la aparición de B) y 0, una relación de contingencia nula o “acontingencia”. (Pérez et al., 2005). Puesto que el análisis funcional trata de esclarecer el proceso de aprendizaje (clásico u operante) que subyace a una conducta, las unidades básicas de análisis serán: • La contingencia de tres términos (E – R – E) en el condicionamiento operante. • La contingencia de dos términos (E - R) en el condicionamiento clásico. Más adelante veremos cómo esclarecer el papel de los diferentes elementos de estas contingencias y cómo el análisis funcional se convierte dentro del contexto clínico en una hipótesis de trabajo, que no solo pretende poner en conocimiento del propio clínico y de la persona que busca su ayuda la explicación del problema, sino que funcionará como una guía para el planteamiento de objetivos y la puesta en práctica de la intervención. El proceso de intervención será, de esta manera, el medio de poner a prueba la adecuación y ajuste de nuestro análisis funcional: si nuestro AF es correcto, con las técnicas y procedimientos utilizados, la conducta problema cambiará. Si no se dan cambios, habrá que evaluar los posibles motivos, siendo uno de ellos (entre otras posibles explicaciones), un posible error en el planteamiento de la explicación del problema, es decir, un error en el análisis funcional. Componentes del análisis funcional de la conducta Un análisis funcional completo de una conducta requiere contemplar dos tipos de variables: Las variables funcionales y las variables disposicionales. En ellas vamos a profundizar a continuación. • Variables Funcionales: Forman parte de la secuencia funcional (de la relación de contingencia) que explica la conducta. Reflejan los procesos de aprendizaje subyacentes. Se traducen en los diferentes elementos que conforman las contingencias de dos términos (estímulo-respuesta) o tres términos (estímulo antecedente-respuesta-estímulo consecuente). • Variables Disposicionales: No son la causa de la conducta. “Las variables disposicionales son condiciones del organismo y del entorno que tienen la propiedad de modificar el valor de los elementos de una secuencia, favoreciendo o dificultando que una determinada relación funcional se establezca” (Froxán et al. 2020, Pág.102). Las variables Disposicionales no aluden a relaciones, sino a hechos o a estructuras, a condiciones más o menos estables del organismo y del entorno que disponen a favor o en contra de la ocurrencia de una interacción (Segura et al., 1991). Utilizando un significado más coloquial, funcionarían como un “caldo de cultivo”. Pueden ayudarnos a entender por qué en situaciones estimulares similares, las personas pueden comportarse de forma diferente. Variables funcionales Para determinar el papel funcional de cada uno de los elementos participantes en una interacción se hace necesario observaciones repetidas de interacciones similares. La presencia de regularidades en los elementos implicados en la contingencia es lo que nos permitirá otorgarles su función. Y solo podrán tener papel funcional en una secuencia los elementos que participan de forma inmediata en la interacción. Pongamos un ejemplo para clarificar este aspecto: la causa de que una persona se comporte de forma celosa con su pareja actual (por ejemplo, emitiendo conductas de control como realizar preguntas sobre dónde ha estado y con quién) no puede ser el hecho de haber sufrido una infidelidad en su relación anterior (pues no todas las personas que han sufrido esa experiencia se comportan de manera celosa en sus relaciones posteriores). La causa de dichas conductas debe encontrarse en el presente y será probablemente la aparición de situaciones específicas que generan pensamientos de duda respecto a los sentimientos o fidelidad de la persona querida, conllevando un intenso malestar. Ante esto, la persona busca reducir la incertidumbre y solventar la intranquilidad a través de las mencionadas conductas de control. Si estas conductas resultan útiles se incorporarán en el repertorio y se repetirán en situaciones similares. Haber experimentado una infidelidad en una relación previa podría, en este caso, jugar el papel de variable disposicional, favoreciendo que la persona esté más temerosa de volver a experimentar una situación similar y aumentando, por tanto, la probabilidad de estar alerta en situaciones en las que la persona perciba cierto riesgo. Es decir, se consideraría que esta variable facilita, pero no explica los celos. Las diferentes funciones que los elementos de una interacción podrían desempeñar serían: Función de estímulo antecedente Dependiendo del proceso de aprendizaje implicado, los estímulos antecedentes pueden desempeñar las siguientes funciones: • Estímulo Incondicionado (EI): Estímulos que elicitan de forma innata una determinada respuesta incondicionada o refleja (RI). Están implicados en procesos de condicionamiento clásico. • Estímulo Condicionado (EC): Estímulos inicialmente neutros, que han adquirido por aprendizaje la capacidad de elicitar una respuesta condicionada (RC) similar, en su totalidad o en parte, a una respuesta incondicionada. Están implicados en procesos de condicionamiento clásico. • Estímulo Discriminativo (ED o ED+): Estímulos que, con base a experiencias repetidas, han adquirido la capacidad de señalar que, si ante ellos se emite una conducta, aparecerán unas determinadas consecuencias que tendrán como efecto un incremento de la probabilidad de repetición futura de la misma. Están implicados en procesos operantes de reforzamiento. • Estímulo Delta (E∆ o ED-): Estímulos que, en base a experiencias repetidas, han adquirido la capacidad de señalar que, si ante ellos se emite una conducta, aparecerán unas determinadas consecuencias que tendrán como efecto un decremento de la probabilidad de repetición futura de la misma. Están implicados en procedimientos operantes de castigo y extinción. Función de estímulo consecuente La identificación de la estimulación consecuente es relevante en las secuencias operantes. Influye en la probabilidad de repetición futura de la conducta (incrementándola o reduciéndola) y con base a ello, permiten identificar procedimientos de reforzamiento o de castigo. Por su morfología pueden ser estímulos apetitivos o aversivos. Podemos clasificarlos con base a dos dimensiones: • La correlación o contingencia entre la respuesta y la consecuencia: La correlación puede ser positiva (la respuesta anuncia la aparición de la consecuencia), y negativa (la respuesta anuncia la no aparición o la retirada de la consecuencia). • La contingencia es positiva en los procedimientos de reforzamiento positivo y castigo positivo, pues en ambos la emisión de la conducta tiene como resultado la aparición de estimulación. • La contingencia es negativa en los procedimientos de reforzamiento negativo y castigo negativo, pues en ambos la emisión de la conducta tiene como resultado la eliminación o no aparición de estimulación. • El efecto sobre la probabilidad posterior de la conducta: La aparición o desaparición de los estímulos consecuentes como resultado de la conducta emitida, tiene como resultado, o bien el aumento de la probabilidad de repetición futura, o bien el decremento de esta probabilidad. De esta manera podemos establecer dos tipos de procedimientos operantes con dos subtipos cada uno: • Procedimientos de Reforzamiento: Tienen como efecto un incremento de la probabilidad de la conducta. Dicho incremento puede derivarse de la aparición de estimulación (generalmente apetitiva en cuanto a su morfología -un reforzador positivo-) en los procedimientos de reforzamiento positivo, o de la retirada de estimulación (generalmente aversiva en cuanto a su morfología -un reforzador negativo-) en los procedimientos de reforzamiento negativo. • Procedimientos de Castigo o Extinción: Tienen como efecto un decremento de la probabilidad de la conducta. Dicho decremento puede derivarse de la aparición de estimulación (generalmente aversiva en cuanto a su morfología -un reforzador negativo-) en los procedimientos de castigo positivo, o de la retirada de estimulación (generalmente apetitiva en cuanto a su morfología -un reforzador positivo-) en los procedimientos de castigo negativo. Se establece asimismo una relación entre el antecedente de la conducta y el procedimiento operante implicado de forma que los estímulos discriminativos (ED) anunciarían procedimientos de reforzamiento positivo o negativo y los estímulos Delta (E∆) anunciarían procedimientos de castigo positivo o negativo y de extinción. Atendiendo a lo expuesto, los elementos implicados en las secuencias de condicionamiento operante (contingencias de tres términos) pueden clasificarse de la siguiente manera: Tabla 2 Clasificación de los elementos de la contingencia de tres términos Procedimiento operante Estímulo antecedente Respuesta Estímulo consecuente Correlación Positiva: c+/ negativa: c- Reforzamiento positivo Ed+ Aumento Presentación de un reforzador R – c+ positivo REFORZAMIENTO NEGATIVO ED+ Aumento Retirada de reforzador negativo un R – C+ R – C- CASTIGO POSITIVO ED- o E∆ Disminución Presentación de un reforzador negativo CASTIGO NEGATIVO ED- o E∆ Disminución Retirada de reforzador positivo EXTINCIÓN ED- o E∆ Disminución No hay consecuencia contingente un R – C- Acontingencia o contingencia nula Referencia: Froxán et al. 2020 Función de respuesta En la medida en que el análisis funcional pretende ser una explicación de por qué aparece y/o se mantiene una conducta, uno de los aspectos que debemos identificar es el proceso de aprendizaje que está en la base de su aprendizaje o aparición y de su mantenimiento, es decir, de qué tipo de conducta estamos hablando. En este sentido, podremos clasificar la conducta en: • Conducta respondiente o pavloviana: Es una conducta aprendida por condicionamiento clásico. Las respuestas pavlovianas tienen la función de alterar al organismo y prepararlo para la acción. Ocurren por algo (por la aparición de un estímulo antecedente). Estas respuestas suponen una reacción automática ante la presentación de ciertos estímulos. Se dice que las respuestas pavlovianas son elicitadas por los ECs o EIs. Morfológicamente son respuestas reflejas, emocionales o fisiológicas. En ellas entran en juego procesos bioquímicos, cambios en las constantes fisiológicas, respuestas del sistema muscular de fibra lisa y movimiento involuntario (reflejo), cambios en las vísceras y el sistema nervioso troncoencefálico. (Segura et al., 1991. Pag 156). En los procesos de condicionamiento clásico no se aprenden conductas nuevas, sino que un nuevo estímulo (estímulo neutro – EN), pasa a elicitar una respuesta ya existente en el repertorio, por asociación a otro estímulo que ya elicitaba dicha respuesta. En este sentido, dentro de las conductas respondientes podemos encontrar respuestas reflejas e innatas (respuestas incondicionadas – RI-) y respuestas aprendidas (respuestas condicionadas – RC). Asimismo, podemos encontrarnos condicionamientos de primer orden (aquellos en los que un EN se asocia a un EI) y condicionamientos de orden superior (aquellos en los que un EN se asocia a un EC, que previamente ha adquirido su valor por asociación a otro EI o EC). Tabla 3 Clasificación y ejemplos de estímulos y respuestas condicionadas e incondicionadas ESTÍMULOS RESPUESTAS ESTÍMULOS INCONDICIONADOS (EI) RESPUESTAS INCONDICIONADAS (RI) El sabor ácido del limón La cafeína como principio activo Escuchar un ruido fuerte Salivar al morder un limón Activación fisiológica tras consumir café Girarse automáticamente / Parpadear ESTÍMULOS CONDICIONADOS (EC) RESPUESTAS CONDICIONADAS (RC) Palabra limón (por asociación al estímulo real) Ver/entrar en un ascensor (tras haberse quedado encerrado – Experiencia aversiva-) Salivar al escuchar la palabra limón Respuesta de ansiedad (activación fisiológica) ante el estímulo “ascensor” EC DE PRIMER ORDEN RC DE PRIMER ORDEN Los ejemplos anteriores Los ejemplos anteriores EC DE SEGUNDO ORDEN RC DE SEGUNDO ORDEN Olor del perfume que lleva tu pareja (la pareja es un EC que previamente ha adquirido valor apetitivo) Tener sobrepeso (Una morfología corporal que no se ajusta a los cánones de belleza valorados por la cultura actual puede convertirse en un EC aversivo por asociación a otros estímulos aversivos. Ej.: insultos, rechazo social, experiencias de fracaso amoroso, etc.) Escuchar una canción que escuchabas junto a tus amigos durante las vacaciones de verano (los amigos, las vacaciones, el buen tiempo de verano y las experiencias durante las vacaciones son un EC apetitivo que hacen que se condicione apetitivamente la canción que ha acompañado esos momentos) Emociones agradables (Ej. Felicidad, excitación) Emociones desagradables (Ej. Frustración, tristeza, rabia) Emociones diversas (Ej. Felicidad, nostalgia) • Conducta instrumental u operante: Es una conducta adquirida por condicionamiento operante. Se aprende a emitir ciertas conductas ante determinadas condiciones estimulares antecedentes, con base a las consecuencias experimentadas. Ocurren para algo (obtener unas consecuencias). Las conductas operantes tienen la función de actuar sobre el entorno cambiándolo y provocando consecuencias en éste. Serán dichas consecuencias las que determinarán el aprendizaje y consolidación de aquellas conductas que resultan útiles y beneficiosas en algún sentido y la eliminación de aquellas otras que no lo sean. Hablaremos de “clases operantes” para referirnos a conductas con diferente morfología pero que cumplen la misma función. Se dice que son conductas evocadas por la estimulación antecedente. Morfológicamente se trata de conductas no reflejas, motoras, verbales… implican cambios en la posición y/o movimiento (acciones), cambios en el sistema muscular de fibra estriada y movimiento voluntario, en el sistema esquelético, sistema nervioso periférico y sistema nervioso central. (Segura et al., 1991. Pag 156). En los procesos de condicionamiento operante se aprenden conductas nuevas en función de las consecuencias o resultados que tengan dichas conductas sobre el entorno. Tabla 4 Características de los procesos de condicionamiento clásico y operante Condicionamiento clásico Condicionamiento operante No se aprenden nuevas conductas. Se aprende a emitir conductas ya existentes ante estímulos nuevos Se aprende a emitir nuevas conductas con base a las consecuencias que tienen Ocurren por algo Ocurren para algo Son elicitadas por la estimulación antecedente Son evocadas por la estimulación antecedente Son respuestas innatas (RI) o aprendidas (RC) Son respuestas aprendidas (R.op) Estimulación antecedente: EIs Estimulación antecedente: ED (en procesos de y ECs reforzamiento) y E∆ (en procesos de castigo o extinción) Estimulación consecuente: • Según su efecto sobre la conducta puede tener función de reforzador (positivo/negativo), cuando incrementa la conducta y función de castigo (positivo/negativo), cuando reduce la conducta. • A los consecuentes implicados en procesos de reforzamiento positivo y castigo negativo se les denomina estímulos reforzadores positivos (y su morfología generalmente es apetitiva). • A los consecuentes implicados en procesos de castigo positivo y reforzamiento negativo se les denomina estímulos reforzadores negativos (y su morfología generalmente es aversiva). Variables disposicionales “Las variables disposicionales son condiciones del organismo y del entorno que tienen la propiedad de modificar el valor de los elementos de una secuencia, favoreciendo o dificultando que una determinada relación funcional se establezca” (Froxán et al, 2020. Pág. 102). No aluden a relaciones, sino a hechos o a estructuras más o menos estables. “Son condiciones del organismo o del entorno que “afectan”, “hacen más probable” o “disponen a favor o en contra” de la ocurrencia de una interacción”. (Segura et al., 1991). Las maneras en que las variables disposicionales ejercen influencia en una interacción son diversas: A través de la modificación del valor de la estimulación antecedente (incrementando o reduciendo la capacidad de ciertos estímulos para funcionar como estímulos discriminativos), a través de la modificación del valor de la estimulación consecuente (incrementando o reduciendo la capacidad de ciertos estímulos para reforzar o castigar una conducta), influyendo en la morfología y/o topografía con la que se emite una respuesta (Froxán et al, 2020). Estas variables tienen gran relevancia en el contexto natural, donde ejercen impacto en el comportamiento de las personas, y deben ser tenidas en cuenta a la hora de realizar el análisis funcional si queremos que éste explique de la forma más completa y global posible la complejidad del comportamiento analizado. En este sentido, nos podemos encontrar variables con diferente grado de impacto sobre la conducta analizada (variables circunscritas a la secuencia analizada vs. variables que afectan a una mayor generalidad de interacciones), así como variables con diferente localización (variables del sujeto o del ambiente externo), o con diferente naturaleza (condiciones físicas o estructurales del ambiente, condiciones estructurales o funcionales del organismo, repertorio básico de conducta del sujeto, historia de aprendizaje previa, circunstancias socioeconómicas, culturales, históricas, climatológicas, valores culturales, políticos, religiosos, etc.). En el análisis funcional será importante determinar qué circunstancias, condiciones o características del sujeto y de la vida del sujeto juegan un papel disposicional y en qué comportamientos concretos juega dicho papel disposicional. No todas las variables que puedan tener función disposicional la desempeñarán para todas las conductas analizadas. Por ello será importante seleccionar qué variables son disposicionales para un individuo concreto en cada secuencia concreta. Algunas de las variables disposicionales afectarán a diversas secuencias de conducta y algunas ejercerán su impacto solo en alguna. A continuación, en la tabla 5, se ofrece una posible clasificación de las variables disposicionales con el fin de facilitar su localización y la determinación de su papel disposicional en las secuencias oportunas. Si bien, solo pretende ser una propuesta, ya que lo verdaderamente relevante para nuestro propósito (dar una explicación lo más completa y rigurosa posible de la conducta) es saber establecer en la secuencia analizada las variables que influyen de alguna forma en que dicha interacción se dé de la forma que se da. Otra razón importante por la que tener en cuenta estas variables en nuestro análisis es que, en ocasiones, debido precisamente a su influencia en la interacción, puede ser procedente convertirlas en objeto de intervención (en los casos en que existe control sobre ellas), buscando introducir modificaciones en las mismas, como vía para generar cambios en las conductas problemáticas a las que afectan. Tabla 5 Clasificación de las variables disposicionales Variables disposicionales Del ambiente Del individuo Contexto próximo/cercano: Variables que afectan al contexto inmediato de la interacción. Ej. medio de contacto, características físicas o estructurales del contexto, etc.) Variables biológicas o del organismo: Momento evolutivo (edad), condiciones estructurales y funcionales del organismo (Ej. lesiones físicas, deterioro cognitivo, enfermedades…) … Ej. Que haga mucho calor en una habitación à Beber agua. Estar en el cine à Hablar en volumen bajo. Presencia de mucha gente en una sala à Puede favorecer las conductas de evitación de una persona a la que le cueste hablar en público (frente si hay poca gente) Ej.: Tener un problema en las cuerdas vocales à Puede favorecer las conductas de evitar hablar en público. La adolescencia puede aumentar el impacto de los comentarios sobre el físico Contexto amplio/lejano: Variables que pueden afectar al Variables psicológicas o individuo (y a veces a un conjunto de personas) más allá comportamentales: de la interacción específicamente analizada. Ej.: • Específicas de la interacción: Características relevantes de los diferentes contextos de Historia de aprendizaje de la la persona como el familiar, académico, económico, conducta analizada, sentimental…, momento histórico, tradiciones y valores condiciones de socioculturales, fuentes de estimulación reforzante…Se privación/saciación y otras debe especificar la forma en la que influyen en la operaciones motivadoras, conducta analizada. *Algunas de estas características, reglas de conducta, factores bajo ciertas condiciones pueden pasar a ser variables del de protección específicos contexto cercano si influyen de forma directa en la interacción • Repertorio conductual: Habilidades, hábitos, reglas de conducta, factores de protección generales Ej.: Valoración social de la delgadez à Mayor probabilidad de condicionamiento aversivo del sobrepeso, tener entorno social amplio à Puede facilitar las conductas de afrontamiento tras una ruptura sentimental Ej.: Ser una persona habilidosa socialmente puede facilitar la superación de una ruptura en la que se ha perdido parte de los amigos compartidos, facilitando generar nuevos círculos. La incorporación de reglas de conducta que ensalzan la delgadez puede favorecer conductas problemáticas con la comida como la restricción alimentaria *Adaptado de Segura et al., 1991 y Froxán et al, 2020 Variables motivadoras Puesto que cuando decimos que “alguien está motivado”, lo que nos permite sacar esa conclusión es el comportamiento que observamos en el sujeto, como psicólogos cuya tarea es explicar científicamente la conducta, nuestro deber será explicar por qué dicho sujeto emite comportamientos que podemos etiquetar de “motivados”. Y como ocurre con toda conducta, las causas de dichos comportamientos “motivados” estarán en los elementos de los que dicha conducta es función: Los antecedentes y los consecuentes. A la hora de explicar una conducta, la motivación con que la persona la realiza puede ser una variable disposicional muy relevante. La motivación no será la causa de dicha conducta (error al que se ha tendido frecuentemente en nuestra disciplina, recurriendo a entidades no observables y a constructos para explicar la conducta observable), sino que esa “motivación” se materializará en una serie de variables que afectan a la probabilidad de realización o no de dicha conducta (que la persona tenga más ganas o menos de llevarla a cabo) y a las características topográficas de la misma (el ímpetu, entusiasmo, esfuerzo, frecuencia… con la que la lleva a cabo). No se puede entender la motivación como algo diferente a las conductas “motivadas” y/o a los cambios que ocurren en el ambiente y que posibilitan esas conductas (De Pascual Verdú, 2015). En definitiva, la motivación no es lo que explica la conducta, es lo que tiene que ser explicado, si bien, ciertamente, las variables de las que depende “estar motivado” pueden influir en la realización de la conducta objeto de análisis. ¿De qué manera?: Modificando el valor del estímulo consecuente (Ej. Si logramos aumentar el valor como reforzador del consecuente, la conducta se realizará con mayor probabilidad y/o con una topografía más intensa), actuando sobre la propia respuesta (Ej. Si hacemos la conducta más fácil, por ejemplo dividiéndola en pasos pequeños que permitan avanzar progresivamente hacia criterios más exigentes, será más probable que la persona la realice), actuando sobre los estímulos antecedentes (Ej. Si facilitamos el inicio de la conducta, por ejemplo dejando todo lo necesario preparado para su realización, reduciendo así el esfuerzo de preparación, facilitaremos el paso a la acción), y actuando sobre varios de estos elementos al mismo tiempo. Las variables motivadoras (aquellas que influyen como variable disposicional en la conducta, afectándola de las formas mencionadas) son llamadas también operaciones motivadoras y podemos clasificarlas con base a dos aspectos: • Origen del valor motivacional: Aludiendo al elemento motivacional implicado. • Motivaciones primarias (son innatas/no aprendidas). Ej. Tener hambre, tener sed, tener sueño, sentir dolor… Están sujetas a reforzadores primarios. • Motivaciones condicionadas (aprendidas por condicionamiento). Ej. Experimentar éxito, sentir control sobre algo, obtener dinero, lograr algo valioso socialmente, etc. Están sujetas a reforzadores condicionados. • Tipo de operación motivadora con base en los efectos sobre la conducta: Aluden a un evento ambiental o condición estimular que afecta, bien a la efectividad como reforzador de un evento, o bien a la frecuencia y topografía de la conducta de acceso a ese evento (Froxán et al, 2020). • Operaciones de establecimiento (OE): Tienen como efecto un incremento del valor del reforzador y/o la frecuencia de la conducta. Ej. Privación de agua (beberemos con más ímpetu cuando el agua esté disponible), la anticipación verbal del reforzador deseado (nos ayudará a realizar la conducta que nos llevará a él), la llegada del sueldo a final de mes (nos ayudará a persistir en las tareas laborales y más si nos pagan conn base a objetivos), privación de la atención del ser querido (hará sus muestras de cariño más deseables cuando aparecen o nos llevará a realizar más conductas de búsqueda de las mismas). • Operaciones de abolición (OA): Tienen como efecto un decremento del valor del reforzador y/o de la frecuencia y topografía de la conducta. Ej. Acabar de comer y encontrarse lleno (reducirá la probabilidad de que nos apetezca comer, incluso aunque nos ofrezcan algo muy apetecible), tener muchos planes sociales agendados (puede reducir las ganas con las que realizamos esos planes, o que nos llegue a agotar y apetecer tener un tiempo para nosotros – precisamente eso de lo que estamos privados-). Reglas de conducta Una regla de conducta se define por describir verbalmente una contingencia. Dicha descripción puede explicitar todos los términos de la contingencia (Ej. “Si ante “A” hago “B”, aparecerá la consecuencia “C” à “No hay que hablar de los problemas familiares fuera de casa para dar una imagen positiva al exterior”), o solo algunos, pudiéndose resumir la contingencia en una afirmación más general en la que los términos omitidos quedan implícitos (Ej. “Hay que hacer B” à “Los trapos sucios se lavan en casa”). Las reglas pueden formar parte de la secuencia funcional en algunos casos (cuando se explicita la regla y esto funciona como ED de la conducta de seguimiento de dicha regla), o pueden funcionar como variable disposicional, en cuyo caso, alterará la función de los estímulos implicados en la secuencia. En este sentido, la existencia de cierta regla de conducta puede favorecer la emisión de los comportamientos de seguimiento de dicha regla, ante los estímulos discriminativos en los que se hace preciso. (Ej. En una conversación entre parejas, donde se están compartiendo algunos temas de queja y conflicto, una persona con la regla aprendida de “los trapos sucios se lavan en casa”, podría mantenerse callado sin compartir los problemas de su propia relación. El ED en este caso sería la situación de conversación en la que procedería compartir cosas propias, la ROp en este caso sería permanecer escuchando o participar sin compartir información personal, que sería reforzada positivamente por el seguimiento de la regla y negativamente, por la evitación de las posibles consecuencias aversivas que dicha regla pretende evitar (dar mala imagen de su relación). En este caso la regla podría funcionar como una operación motivadora que predispone a la persona a realizar comportamientos de seguimiento de la regla ante estímulos discriminativos del medio muy diferentes (Ej. Una discusión de pareja difícilmente llevaría a una conducta de llamar a un amigo/a de confianza para desahogarse, el descontento con la relación podría no llevar a la contemplación de medidas de apoyo externo como buscar un psicólogo). Las reglas también pueden aumentar el valor del reforzador que está en juego o actualizar (traer al presente) un reforzador diferido, garantizando su eficacia pese a su llegada diferida en el tiempo (Ej. Tener aprendida la regla “Todo esfuerzo tiene su recompensa” puede ayudar a esa persona a mantener conductas muy diversas que suponen un esfuerzo a corto plazo, al anticipar que dicho esfuerzo será recompensado. La conducta de esfuerzo se verá por tanto mantenida por el reforzamiento positivo del seguimiento de la regla y por el reforzamiento de las consecuencias apetitivas que se anticipan verbalmente). Aplicación práctica Caso de Cristina: Miedo a las enfermedades Cristina tiene 61 años y acude a terapia por un problema de miedo a las enfermedades. Explica que todo empezó cuando ella tenía 59 años. Estaba a las puertas de cumplir los 60 y recuerda que empezó a darle vueltas a temas existenciales (la fugacidad de la vida y la vulnerabilidad a las enfermedades). Más concretamente empezó a preocuparse por la posibilidad de enfermar, temiendo especialmente desarrollar un cáncer. Por aquella época confluyeron varias circunstancias que cree que la afectaron: Su padre y una amiga habían sido recientemente diagnosticados de cáncer y por otro lado observaba como el círculo de gente de su edad empezaba a tener cada vez más impedimentos y molestias físicas. A partir de ese momento empezó a preocuparse por la edad y a estar especialmente atenta a cualquier síntoma físico raro que notaba, el cuál era interpretado como una posible enfermedad grave o un posible cáncer. Cuando dichos síntomas o molestias aparecían la respuesta de ansiedad que le generaban era enorme y con el fin de quedarse tranquila, Cristina empezó a desarrollar diversas estrategias que demostraron tener cierta utilidad: Pensar las posibles explicaciones a esos síntomas, mirar en internet sus síntomas, sacar libros de medicina de la biblioteca, pedir cita a su médico de cabecera y a diversos especialistas (en función de donde tuviera la molestia), compartir con su marido la preocupación para que él le tranquilizase, preguntar a una buena amiga médico, etc. Cuando aparecía alguna molestia la autoobservación era constante y cuando la molestia y/o la ansiedad eran muy severas, dejaba de hacer cosas para evitar el esfuerzo y coste que suponía para ella distraerse en esos momentos. Cristina acude a terapia animada por su entorno y consciente de que no puede vivir con esta preocupación. Confiesa que las estrategias que venía utilizando para quedarse tranquila le exigen mucho tiempo y esfuerzo y a veces el resultado es efímero. La preocupación por un “síntoma” es recurrentemente sustituida por otro “síntoma” nuevo que aparece y capta su atención. Reconoce que su preocupación por la posibilidad de enfermar le llevaba a estar muy vigilante a su cuerpo y reconoce que esto hace que muy probablemente encuentre molestias sobre las que preocuparse. Análisis funcional de Cristina Hipótesis de origen Los síntomas físicos raros se condicionaron aversivamente al asociarse a una posible enfermedad (ej. cáncer), estímulo que de forma incondicionada resulta aversivo, pasando a elicitar una respuesta condicionada de ansiedad. Ante esa ansiedad Cristina aprendió a realizar una gran diversidad de conductas que tenían la misma función (“clases operantes”): lograr tranquilizarla y reducir su respuesta de ansiedad e incertidumbre sobre los síntomas percibidos (es decir, reducir la RC y el valor aversivo de la estimulación previa). Estas conductas se mantenían por reforzamiento negativo, ya que, a través de ellas, Cristina reducía o eliminaba el malestar previo. La autoobservación o monitoreo de los síntomas, además de reportarla tranquilidad (reforzamiento negativo) al permitirla conocer la evolución de los síntomas y tener cierto control sobre ellos (pudiendo tomar así las decisiones oportunas), también se ve mantenida por reforzamiento positivo, ya que, de forma intermitente, dirigir la atención hacia su cuerpo tenía como consecuencia la detección de alguna sensación rara y alarmante, lo que justificaba para Cristina este monitoreo constante. Existen, asimismo, un conjunto de variables disposicionales que nos ayudan a entender el surgimiento del problema: • Variables del ambiente: Diagnóstico de cáncer a su padre y a una amiga, círculo de amigos cada vez más mayores y con más impedimentos y molestias físicas, buena amiga médico a la que recurrir. • Variables de la persona: Momento vital significativo para Cristina está a punto de cumplir los 60 (cambio de década). Momento propicio a reflexiones “existenciales”. Las variables anteriores han contribuido por un lado al surgimiento de los miedos y por otro al desarrollo de estrategias para quedarse tranquila. Hipótesis de mantenimiento En este caso la hipótesis de mantenimiento es similar a la última secuencia en la que se concatena el condicionamiento clásico y el condicionamiento operante. La única diferencia se encontraría en la frecuencia e intensidad con la que se dan dichos comportamientos (aspectos topográficos), que ha ido agravándose con el tiempo. Caso de Francisco: Celos hacia su pareja Francisco tiene 45 años. Trabaja como fisioterapeuta. Lleva casado con Rosa 15 años. Tienen un hijo de 12 años. Acude a terapia por un problema de celos hacia su pareja a raíz de un cambio de trabajo de ésta, que ha implicado un aumento de intercambios sociales. Previamente llevaban un tiempo de muchas discusiones y emocionalmente distantes. Desde hace un par de años el clima en la pareja está bastante tenso a raíz de complicaciones en el antiguo trabajo de Rosa. Una crisis económica había afectado bastante a su sector (interiorismo). Finalmente, Rosa decidió cambiar de trabajo, encontrando empleo como comercial de un laboratorio farmacéutico. Aparecieron conductas nuevas en su repertorio: Empezó a tener que verse y quedar con mucha gente. Su vida social aumentó. Francisco, por su parte dedica muchas horas al trabajo y profesionalmente le va muy bien. Todo este tiempo ha estado muy centrado en su trabajo y reconoce haber descuidado a Rosa y haberla presionado mucho para que buscase alternativas laborales con la crisis. Tras el cambio de trabajo de Rosa, Francisco empezó a verla más activa y feliz, empezó a buscar explicaciones a esas nuevas conductas observadas en su pareja, planteándose la posibilidad de que le gustase alguien del trabajo o que le pudiese ser infiel. Se empezó a focalizar en un compañero de Rosa. Inicialmente empezó a hacerle preguntas sobre qué había hecho, con quién había estado, llegando finalmente a explicitarle su miedo a que le gustase otro. Rosa respondía a sus dudas y le tranquilizaba respecto a sus temores, tratando de convencerle de que no había nadie más. Francisco reconoce que es muy “obsesivo” y “controlador” por lo que le cuesta controlar sus celos y cuando se siente inseguro, necesita hacer algo que le deje tranquilo. Reconoce que las inseguridades han ido creciendo en este tiempo, necesitando realizar cada vez más conductas de control: Mirar el mail de su pareja, pedir que le enseñara su móvil, preguntar con quién hablaba por teléfono, repasar la factura del teléfono, buscar indicios entre la ropa de Rosa y sus objetos personales, ir a buscarla y llevarla al trabajo. Rosa accedía inicialmente a ese control, tratando aliviar su malestar y darle seguridad, pero la dinámica se fue haciendo asfixiante e insostenible, derivando en discusiones. Francisco empezó a tener “ataques de celos” más intensos. Sus miedos eran cada vez más exagerados e irracionales. Rosa ya no sabía cómo tranquilizarle y el vivir con él se estaba convirtiendo en una “tortura”. Análisis funcional de Francisco Hipótesis de origen Las nuevas conductas de Rosa (pasar más tiempo fuera de casa, mostrarse alegre y de mejor humor, aumentar el ocio, etc.) son interpretadas por Francisco, en un intento de buscarlas explicación (R.Op), como signo de una posible infidelidad (EC), lo que dota de valor aversivo a dichas conductas, de forma que cada vez que observa a Rosa comportarse de esa manera (EC), Francisco se siente ansioso y temeroso (RC). Con el fin de reducir la ansiedad y de tratar de confirmar/desconfirmar sus temores, empieza a desarrollar diversas conductas de “búsqueda de seguridad” (R,Op): Hacerle preguntas a Rosa, compartir con ella sus miedos, etc., buscando que ella le tranquilice y le ofrezca explicaciones, a lo que Rosa accede, reforzando negativamente (R-) dichas conductas (reducen la RC previa). Existen algunas variables disposicionales del contexto y del propio Francisco que nos ayudan a entender por qué han aparecido las conductas problema y por qué comenzaron a instaurarse (ver en los siguientes cuadros). Hipótesis de mantenimiento La forma en la que se mantiene actualmente el problema se corresponde con la última secuencia en la que se concatenan condicionamiento clásico y operante, si bien, en el momento actual el repertorio de conductas operantes de Francisco que pretenden cumplir la misma función (Reducir el malestar previo y obtener muestras de atención e interés de Rosa) se ha incrementado: Mirar el mail de su pareja, pedir que le enseñara su móvil, preguntar con quién hablaba por teléfono, repasar la factura del teléfono, buscar indicios entre la ropa de Rosa y sus objetos personales, ir a buscarla y llevarla al trabajo, etc. Algunas de estas conductas que se realizan con el fin de confirmar/desconfirmar la infidelidad a través de la obtención de pruebas, además de estar mantenidas de forma intermitente por reforzamiento negativo (en la medida en que se encuentren datos desconfirmatorios), también se mantienen por reforzamiento intermitente positivo, ya que algunas de ellas le reportan atención de Rosa, y otras, en ocasiones, pueden reportar ciertos datos que podrían ser interpretados por Francisco como apoyo a la infidelidad, lo cual le expone a un nuevo estímulo condicionado aversivo, fortalece su miedo a la infidelidad y justifica sus conductas de vigilancia y control, manteniéndolas. Conclusiones El análisis funcional es la herramienta de la que disponemos los psicólogos para explicar científicamente la conducta. Nos permite esclarecer cómo se ha aprendido y por qué se está manteniendo cualquier conducta, recurriendo para ello a los procesos de aprendizaje empíricamente demostrados. Contempla además de las variables funcionales (las implicadas en el proceso de aprendizaje y mantenimiento) un conjunto de variables disposicionales, que no son la causa, pero influyen en la aparición o mantenimiento del problema. En cualquier ámbito de actuación del psicólogo, aporta rigurosidad a la explicación del comportamiento y eficacia a la intervención diseñada con base en esa explicación. En este sentido, otorga a la intervención un carácter científico, al basarse en la evidencia. El análisis funcional es único y exclusivo de cada caso analizado y nos permite establecer los objetivos de intervención y diseñar el tratamiento más adecuado para el mismo. Es una hipótesis de trabajo a contrastar durante la intervención, funcionando como guía y evitando dar “palos de ciego”. En este sentido, nos ayuda a establecer un criterio objetivo que permite valorar los cambios en las conductas analizadas y establecer si se consideran suficientemente alcanzados los objetivos de intervención. En definitiva, el análisis funcional es la herramienta que todo psicólogo debería conocer para aportar rigor a sus explicaciones e intervenciones sobre el comportamiento. Preguntas para la reflexión • Busca ejemplos de conductas explicadas por condicionamiento clásico y operante en tu vida cotidiana y trata de analizar funcionalmente los elementos implicados en dichas conductas. • Fíjate en varios comportamientos de tu entorno y trata de explicar por qué se mantienen. ¿Puedes explicar o hipotetizar cómo se originaron/aprendieron esas conductas? • De los comportamientos anteriormente localizados, busca variables disposicionales que puedan estar afectándolos. • Piensa en un comportamiento tuyo que te gustaría modificar. Haz el análisis funcional explicando su mantenimiento, y si logras recordarlo, explica también su origen. Una vez hecho esto y conociendo las variables de las que depende, prueba a marcarte un objetivo de modificación y a poner en marcha estrategias y modificaciones para ello. • Piensa en un comportamiento de alguien de tu entorno que quieras aumentar o reducir. Ya sabes que las consecuencias que reciben los comportamientos afectan a su probabilidad de emisión. Prueba a modificar las consecuencias que tu administras ante esos comportamientos y evalúa si se produce algún cambio en los mismos (al menos cuando esos comportamientos se dan en tu presencia, ya que seguramente no tendrás control sobre todos los contextos en los que aparece esa conducta). Capítulo 3 La empatía desde el análisis de conducta Tommy Gyran Norheim En el campo de la psicología, como ciencia natural, existen muchos términos coloquiales utilizados para describir ciertas secuencias funcionales de la conducta humana, palabras utilizadas en el lenguaje natural que describen ciertos fenómenos conductuales como podría ser la autoestima, asertividad o autocontrol. Con el paso del tiempo, se ha observado como estos términos coloquiales han empezado a utilizarse como palabras técnicas, designando una naturaleza fáctica propia a los fenómenos (con estatus ontológico) en vez de explicar y operativizar los procesos que subyacen a lo que se observa, resultando que en una persona ya no se desplegarían una serie de respuestas etiquetadas como ‘asertivas’ o de ‘autoestima’, sino que la persona ‘es asertiva’ o ‘tiene autoestima’, como si fuera una característica de la persona y no una categorización de la respuesta. Esta tendencia, cada vez mayor, a expensas de aclarar los fenómenos a estudiar oscurece y complica el avance teórico y práctico de las habilidades humanas y específicamente en Psicología una de las áreas afectadas es la de las habilidades terapéuticas a utilizar por los clínicos (De PascualVerdú et al., 2020). Si se lee detalladamente cualquier manual sobre habilidades terapéuticas disponibles actualmente, recogen un gran listado de destrezas que deben ser utilizadas para conseguir una respuesta específica de una persona en terapia, pero la gran mayoría de ellas no tienen una explicación específica, ni simple, de cómo desarrollar la técnica ni por qué debería ocurrir el efecto deseado, cayendo en un error del lenguaje natural en el que se asume que todos compartimos el mismo significado sin necesidad de tener un conocimiento técnico y que cada lector sabrá desarrollar la técnica sin problemática alguna. Esto ocurre con frecuencia en una habilidad que se desarrollará en este capítulo, el de la empatía. Antes de comenzar a explicar el proceso que subyace a que consideren a alguien como ‘empático’ debemos conocer las raíces de la palabra y cómo surge como palabra natural, distinguiendo su uso para hacer referencia al fenómeno ‘social’ y a la habilidad terapéutica. La palabra empatía viene del alemán ‘Einfühlung’ que significa ‘sentirse dentro de’ y era una palabra utilizada inicialmente en el mundo artístico para hacer referencia al fenómeno de observar una obra artística que muestra una cierta emoción y ‘sentir’ esa misma emoción (Titchener, 1909). Hasta su adaptación la única mención del fenómeno había estado recluida al mundo del arte y la filosofía, siendo así que la primera mención de la palabra en psicología fue en 1921, a manos de Sigmund Freud, quién mostró rechazo hacía el fenómeno porque según el autor creaba una barrera en el análisis (Freud, 1921). Más tarde el concepto resurgió con otros autores como Carl Rogers (Rogers, 1986) y sus contemporáneos debido al desarrollo de las terapias psicodinámicas. Actualmente, la palabra ‘empatía’ es probablemente una de las más mencionadas en el campo de la psicología y a nivel coloquial, y la importancia del fenómeno ha llegado hasta tal punto que se considera uno de los factores imprescindibles para que el desarrollo de una terapia tenga éxito (Norcross, 2002). Ante esto cabe preguntarse: ¿qué es la empatía? ¿Cómo se podría definir? ¿Existe un consenso sobre lo que es la empatía? La empatía, a nivel coloquial, se define como la capacidad de una persona de ponerse en el lugar de otra persona. Es decir: la capacidad de una persona de conseguir ‘entender’ lo que está experimentando emocionalmente otra y reaccionar ante ello. Esta definición, aunque muy simple, presenta varios problemas a la hora de hacer referencia al fenómeno, y vamos a centrarnos en 2: • El primer problema importante es que se queda en una descripción inespecífica, describiendo que cuando una persona reacciona ante el estado emocional de otra persona está teniendo empatía, y, por ende, basándose en el error del lenguaje comentado anteriormente: siendo empático. Cumpliendo con esta definición, si imaginamos una conversación entre dos personas en la que una de ellas dice con expresión triste y en voz baja que le han despedido del trabajo y la otra persona se empieza a reír, estrictamente hablando, la persona estaría teniendo empatía al estar reaccionando emocionalmente por entender la experiencia emocional de la otra persona. Sin embargo, ninguna persona categorizaría como ‘empático’ a la persona que se ríe, por no estar reaccionando de una manera específica que se pudiera considerar ‘adecuado’ socialmente en ese momento. • El segundo problema sería que la definición, al margen de si ofrece una descripción adecuada o no del fenómeno, no explica en ningún punto qué proceso, o procesos provocan que se de esa reacción, sino que se limita a describir la secuencia que se da (comportamental) entre las dos personas, sin ofrecer la posibilidad de aprender, desarrollar o mejorar la habilidad y concibiéndola como una destreza innata. Esto último, por supuesto, no es cierto, pues la empatía es una habilidad que se aprende y desarrolla a lo largo de nuestra vida y además existen programas diseñados para mejorar esta destreza (Wagner, Pereira y Oliveira, 2014). Una vez vista la definición social del constructo y los problemas principales que causa, veremos la definición técnica que se utiliza en psicología clínica. Lo primero que se debe resaltar es que en psicología clínica parece haber tantas definiciones de empatía como autores (Cuff et al., 2016), y es que la palabra empatía se ha convertido en un término ‘paraguas’ que engloba demasiados fenómenos distintos, pero aparentemente la gran mayoría de las definiciones parecen estar de acuerdo en que la empatía sería un fenómeno que encaja con la definición: ‘La tendencia de experimentar de manera vicaria los estados emocionales del cliente, entendiéndose como una respuesta emocional más enfocada en la situación de la persona y que puede ser más o menos congruente.’ (Albiero et al., 2009). Esta definición de Albiero (2009) pone de manifiesto varios puntos clave que debemos tener en cuenta: • La persona que empatiza está etiquetando adecuadamente la emoción que otra persona experimenta y expresa, sea de manera verbal o no verbal. • La persona que empatiza debe expresar el entendimiento, de manera verbal y/o no verbal, para que la otra perciba su comprensión. Esta comprensión puede ser congruente o no congruente con su estado emocional • La empatía estaría más enfocada en la situación de la persona que en la expresión de su estado emocional, debiendo entender también qué circunstancias está atravesando la persona y qué provoca esa reacción. • La empatía es un fenómeno que siempre se da entre dos o más personas, en tanto que siempre debe haber una persona que expresa su propio estado y un observador o varios, que lo perciban. Aquí radica la importancia de comprender el fenómeno desde el análisis de conducta, pues por su propia naturaleza se da únicamente en interacción con el entorno. Desde la psicología clínica se consideraría que la empatía es una habilidad compuesta por una parte cognitiva (etiquetamiento de lo que experimenta la otra persona, es decir verbalizaciones encubiertas), afectiva (respuesta emocional) y expresiva (mostrar públicamente lo que hemos entendido de forma verbal o no verbal), y en base a esto una persona consigue percibir y comprender adecuadamente las vivencias de otra persona. Para ilustrar mejor el fenómeno tomemos un simple ejemplo: Imaginad una sesión de terapia donde un cliente cuenta que el fin de semana vio a su equipo de fútbol preferido perder un partido y lo expresa con una voz grave, con un discurso acelerado y con la mandíbula tensa. Ante esto el terapeuta asume que el cliente está ‘enfadado’ y dice ‘‘entiendo que te enfadó verlos perder, ¿es así?’’ Aquí tendríamos presente la parte cognitiva (etiquetar que la situación y la manera de expresarlo es de ira), afectiva (sentir ira) y la expresiva (responder de manera verbal y no verbal lo que se ha entendido). Este ejemplo, aún ilustrando las tres dimensiones que componen teóricamente la empatía, describe mejor el fenómeno, aunque siga faltando una parte clave que serían los procesos que subyacen a estas respuestas. Para poder entender los procesos debemos utilizar la herramienta del análisis funcional de la conducta. La empatía desde la perspectiva conductual Una vez introducido lo que se entiende por empatía, tanto a nivel técnico como coloquial, veremos cómo se puede entender el fenómeno desde la perspectiva del análisis de conducta, el marco teórico asumido en este libro que se utilizará para dar una mayor claridad al concepto. Con este fin, se realizará un análisis funcional del constructo de la empatía de manera teórica y específicamente de las respuestas ‘empáticas’ que tiene el terapeuta. El análisis funcional de la conducta humana es la herramienta por excelencia del psicólogo, que permite explicar todas las secuencias conductuales de un organismo gracias a la operativización de las cadenas, describiendo cada respuesta en función del ambiente donde lo analizamos y los procesos básicos subyacentes, y en el constructo de la empatía esta herramienta nos permite comprender mejor qué está ocurriendo (Froxán et al, 2020). Desde la óptica conductual, tomando prestado la definición de empatía anteriormente mencionada, podríamos definir el constructo como un conjunto de respuestas pavlovianas y operantes que están unidas en una misma cadena funcional. Las respuestas condicionadas estarían elicitadas por las respuestas verbales y paraverbales (expresiones faciales, tonos de voz, etc.) en un observador y las respuestas operantes serían evocadas por el observador para expresar las respuestas que se han elicitado de forma verbal y paraverbalmente. En el caso de que el observador etiquete adecuadamente las respuestas emocionales ajenas será considerado como ‘empático’. Basado en esto, se puede ver cómo la conceptualización de la empatía en un conjunto de respuestas unida en una misma cadena elimina la complejidad del fenómeno, volviéndolo algo relativamente simple y fácil de trabajar, y proporcionado al observador la capacidad de modificar las respuestas en caso de que sea necesario. Además, se pone de manifiesto que la empatía o ser considerado empático no es un fenómeno en sí mismo, sino que sería el producto final de una interacción donde una persona sería empática siempre y cuando exprese una respuesta ‘congruente’ a la observada. Pasando esta visión al ámbito clínico y siguiendo en la misma línea de pensamiento, encontraríamos que un terapeuta sería capaz de analizar su propio comportamiento en presencia del cliente, observando las reacciones emocionales (pavlovianas y operantes) que presenta ante las vivencias experimentadas por la persona analizada y será capaz de prever el efecto que tendría ser ‘empático’ momento a momento durante la terapia, dándole la habilidad de elegir serlo cuando más ventajoso resulte. Para una mejor comprensión de esto y para saber cómo poder entrenar esta parte, se expandirá sobre los procesos que subyacen a la empatía en terapia. Procesos pavlovianos y operantes de la empatía Los seres humanos, gracias a nuestra capacidad del lenguaje, tenemos la capacidad de expresar nuestras experiencias y revivirlas a través de nuestra conducta verbal. El lenguaje está cargado de significado que se adquiere gracias a los procesos pavlovianos y operantes que asocian objetos, fenómenos y personas a las palabras (Pérez et al., 2010). En los siguientes apartados se utilizará el análisis funcional de la conducta para explicar mejor como surgen los procesos de ‘empatía’ en terapia, dando una explicación separada de las respuestas pavlovianas y operantes de nuestras emociones para después ofrecer una explicación conjunta sobre los mismos. Esta explicación tiene la finalidad de clarificar cómo funcionan los procesos y de qué manera se pueden aplicar a la terapia psicológica. Aunque el objetivo de este capítulo no sea la explicación de los procesos básicos se ofrecerá un pequeño repaso para aclarar el marco teórico. Procesos pavlovianos Cuando hablamos de procesos pavlovianos hacemos referencia al aprendizaje en secuencia de dos términos, en el que un estímulo (Estímulo Neutro) que originalmente no produce ningún tipo de respuesta concreta empieza a elicitar una respuesta similar a la refleja (Respuesta Condicionado) debido a su emparejamiento sistemático con un estímulo incondicionado (EI) que provoca la respuesta por sí solo debido a la contingencia establecida, teniendo como resultado una respuesta condicionada (RC) (Pérez, 2010; Froxán, 2020). En el fenómeno de la empatía este proceso toma relevancia a la hora de explicar la parte afectiva (emocional), pues para que se elicite automáticamente la respuesta emocional en una persona ante la vivencia de otra, el observador debe estar en presencia de un estímulo que provoca la respuesta de manera refleja (EI) o tener asociada en su historia de aprendizaje estímulos que se asocian a la respuesta emocional (EC) evocados por el observador. Es decir, para que una persona empatice ‘afectivamente’ con otra, las respuestas verbales y/o paraverbales de la persona observada deben elicitar una respuesta emocional automática de manera refleja o que ha sido condicionada previamente en la historia de aprendizaje del observador ante el etiquetamiento del mismo estado emocional y para ello, la persona debe haber vivido situaciones que le eliciten esa respuesta emocional. Como forma sencilla de explicar este proceso tomemos las siguientes secuencias de tristeza: • Ante una persona que nos cuenta una vivencia llorando desconsoladamente, la evocación de la palabra tristeza será suficiente para elicitar una respuesta condicionada de ‘tristeza’ siempre y cuando la persona haya aprendido a etiquetar la tristeza (RC) con el llanto (EC). Para ello primero debe haber pasado por un proceso de aprendizaje donde se asocie su propio llanto (EN) a la sensación de tristeza (RC o RI). • Ante la descripción de una vivencia donde el observado no explicita la emoción sentida, sino que describen de manera morfológicamente distinta la vivencia, pero la palabra está igualmente condicionada a la misma emoción ‘Fue una experiencia devastadora’ (con ojos rojos y lágrimas), se elicitará la respuesta emocional siempre que los signos de tristeza hayan sido asociados. Por tanto, las respuestas emocionales elicitadas automáticamente no vendrían únicamente de la exposición a estímulos que la elicitan de manera refleja, sino que la historia de aprendizaje del individuo que observa influye enormemente en su capacidad de ser ‘congruente’ con sus respuestas, además de conseguir ‘empatizar’ aunque los signos sean escasos o implícitos. Con esto se comprendería la parte pavloviana de las respuestas emocionales y como se elicitan automáticamente las respuestas fisiológicas de la ‘emoción’, pero también se pone de manifiesto la importancia de los procesos operantes que la acompañan pues hace falta un etiquetamiento verbal de los estímulos para poder elicitar la respuesta, siendo relevante entender este proceso a la par. Por otro lado, se debe tener en cuenta que estas respuestas reflejas son encubiertas, solo serían observables por la persona misma hasta que se decida verbalizar o mostrar paraverbalmente. Procesos operantes en la empatía Los procesos de aprendizaje operante, definidos por Skinner, hacen referencia al aprendizaje de secuencia de tres o más términos y describe la conducta que se modifica según las consecuencias que tenga en el ambiente, estando su cadena compuesta por un estímulo antecedente (primer estímulo de la cadena que indica la disponibilidad de un reforzador), una respuesta operante (respuesta evocada por el organismo que en el pasado ha hecho aparecer el reforzador) y el estímulo consecuente (último estímulo de la cadena que sigue a la respuesta operante, aumentando o disminuyendo la futura probabilidad de la respuesta si mantiene una relación funcional) (Froxán, 2020). Cuando hablamos de empatía, como ya se mencionó anteriormente, hablamos de la habilidad de una persona de etiquetar verbalmente los estados de otra persona y entender los sucesos que otra persona ha vivido. Para esto es clave entender la conducta verbal y paraverbal de los organismos y los procesos operantes que la componen, además de entender específicamente el tacto. El tacto se define como las respuestas verbales que se emiten en presencia de ciertos elementos del mundo físico (objetos, eventos, personas, etc.) y cuya aparición está modulada por la presencia de otras personas de la comunidad verbal (Por ejemplo: ver un coche y decir ‘coche’) (Pérez, 2010; Skinner, 1981). El fenómeno que debemos entender específicamente para comprender el fenómeno de la empatía es la del tacto propio, que se define como la habilidad de un organismo de tactar sus propios estados internos como podría ser el hambre, dolor y las emociones, ya que gracias a ello aprendemos a nombrar lo que nos está ocurriendo a nivel encubierto y a transmitir la información a otras personas de nuestra comunidad verbal. Una vez transmitida la información, la comunidad verbal será la que actúe en consecuencia, aumentando o disminuyendo la probabilidad de que se vuelva a emitir la respuesta en el futuro o de moldear la respuesta si es necesario. Con esto se pone de manifiesto varios puntos importantes que se deben tener en cuenta a la hora de entender los procesos operantes de la empatía, entre los cuales se destacarían las siguientes: • La comunidad verbal de una persona será la que le enseñe a tactar sus propios estados internos (como las emociones). Si vemos a un niño llorando por lo general le enseñaremos a decir que lo que siente se llama tristeza, haciendo más probable que en el futuro, cuando sienta los mismos estados se evoque la palabra tristeza. Llegados a este punto es recomendable retomar de nuevo la importancia del proceso pavloviano, pues al agrupar todos esos estados bajo la palabra ‘tristeza’, la palabra en sí elicitará los estados más adelante. • Los oyentes que escuchan los tactos ajenos y que modifican la futura probabilidad de emisión de esos tactos, deben compartir en cierta medida la misma comunidad verbal para poder entender adecuadamente el tacto que se está realizando. • En el proceso de tactar un estado propio, no solo se utilizan las palabras específicas de la comunidad verbal para hacerlo, sino que también se utiliza la descripción de las contingencias o de los estados en sí, para que el oyente pueda etiquetar adecuadamente lo ocurrido siempre y cuando comparta el mismo significado. Por ejemplo, si alguien nos dice que sin querer metió una mano en una freidora caliente no hace falta que nos diga que le dolió. Como se mencionó en el punto anterior, la parte pavloviana de las respuestas elicitadas del hablante no son observables para la persona que tacta sus estados internos, las expresiones (verbales y no verbales) que realiza el hablante solo serían observables por el oyente. Análisis funcional de la empatía en la clínica En el contexto de la psicología clínica, aunque sea un contexto natural como otro cualquiera, los terapeutas interactúan con personas con el fin específico de ayudarles con una problemática. El terapeuta actúa con la finalidad de conseguir solucionar el problema lo antes posible. El discurso del terapeuta, su cercanía, su tono de voz, sus herramientas... Todo se adapta a la persona que acude a terapia para conseguir que alcance sus objetivos y la empatía es una herramienta más que se debe utilizar con un fin específico, dependiendo del análisis funcional de la persona que tenemos delante. Debemos mostrar que entendemos lo que siente la persona en el momento adecuado, de una manera que proporcione un beneficio para ella y evitar mostrarlo en el momento en que no lo sea. Como ya se mencionó en el punto anterior, la persona que venga a terapia expresará sus estados internos y hablará de sus experiencias, expresando todo de manera verbal y no verbal, para que el terapeuta analice la información y sepa qué herramientas utilizar para producir los cambios deseados hacía una dirección específica, y el análisis funcional del terapeuta le proporcionará la información necesaria para saber cuándo utilizar la empatía según el objetivo específico del momento. Para ello, es importante que el terapeuta sepa analizar en qué momentos aparecen los tactos propios del hablante, qué contingencias están describiendo y qué funciones tienen en el momento de decirlos. La empatía se puede usar en terapia de mil maneras distintas, siempre dependiendo del objetivo que se pretenda conseguir, pero se podría categorizar las funciones de la empatía según los efectos que se desean conseguir: • Condicionarse apetitivamente: al expresarle al consultante que entendemos su situación: lo que le está pasando, lo que siente y las contingencias que le han llevado a desarrollar su problemática, conseguiremos que la persona se sienta bien en nuestra presencia y que esté más dispuesta a hablar de lo que siente. Además, si la persona percibe que entendemos lo que ocurre, aumentará la probabilidad de que la persona siga nuestras instrucciones en terapia (Norcross y Wampold, 2011). Por ejemplo: imaginemos a una persona a la que siempre le dicen ‘no es para tanto’ cuando habla de lo que siente, haciendo más probable que no intente tactar sus estados ni comunicarlos e impidiendo que pueda cambiar lo que le haga sentirse así. El terapeuta podría llegar a cambiar esto al reforzar la expresión verbal y paraverbal de su tacto. • Operación de establecimiento: si el hablante no es capaz de tactar sus propias emociones debido a una falta de aprendizaje o por haberse sometido a castigo, el terapeuta podrá moldear la respuesta para aumentar la probabilidad de que el consultante nombre específicamente sus emociones, lo cual le podría ayudar a discriminar mejor qué comportamientos reducirán o mantendrán ese estado. Por ejemplo: una persona que no sepa distinguir entre tristeza y cansancio y tacta únicamente el estado de cansancio por la similitud de las sensaciones, nunca llegará a evocar las respuestas que puedan reducir o cambiar su estado. Además de conocer en qué momentos el uso de la empatía es adecuado, es importante analizar en qué momentos no se debe empatizar; es decir, cuando no se debe expresar que se entiende por lo que está pasando la persona. Puede sonar contraintuitivo hablar de no empatizar en el contexto terapéutico, pero al analizar las problemáticas de las personas muchas veces se podrá encontrar que la persona tactea ciertos estados con un fin específico, fin que podría estar manteniendo la problemática que viene a solucionar y es el trabajo del terapeuta eliminar esa función. • Operación de abolición: muchas veces los hablantes expresan sus estados internos con el fin de conseguir un efecto específico en su ambiente y de los oyentes, como es llorar para salir de un problema o enfadarse para terminar una conversación. Cuando esto ocurra en el contexto de la terapia será trabajo del terapeuta no mostrar que entiende lo que está sintiendo la persona, hacer caso omiso de ese tacto justamente para reducir la probabilidad de que se utilice con ese fin. Por ejemplo, se expone un caso donde una persona cuenta que se enfada cuando se le pregunta por una conducta problemática como podrían ser las apuestas. Si el enfado aparece porque en la historia de aprendizaje el cliente ha conseguido que no le pregunten, será trabajo del terapeuta seguir preguntando, aunque el enfado esté ahí. Cabe mencionar que el análisis funcional del terapeuta no debe estar únicamente centrado en la persona que acude a ella sino también en el mismo terapeuta, pues es su trabajo analizar qué efecto específico está teniendo su discurso sobre la persona y cómo afectan sus respuestas ‘empáticas’ al oyente, debiendo cambiar las que sean necesarias si pudieran ser contraproducentes. Conclusiones En los puntos expuestos en este capítulo se ha explicado cómo se puede conceptualizar la empatía desde el análisis de conducta, operativizándola como un conjunto de procesos pavlovianos y operantes que se dan en un momento específico entre dos personas, siendo susceptible de ser entrenado y mejorado como habilidad terapéutica en vez de un fenómeno unitario con estatus ontológico propio. A modo de resumen, se ofrecerá una justificación de los puntos más importantes expuestos hasta ahora: • La empatía se debe entender como un resultado y no un fenómeno. Desde el análisis de conducta se entiende la empatía como el resultado final de una interacción entre dos personas, donde se considera que una persona (oyente) es empática si muestra una respuesta congruente con la expresada por otra (hablante). Así, se crea la posibilidad de estudiar qué elementos son los que aumentan la probabilidad de llegar a ese resultado final y de mejorar el entrenamiento de esas partes, entender mejor cómo se expresa lo que los terapeutas entienden y que aumente la probabilidad de alcanzar el objetivo deseado. • Los procesos pavlovianos y operantes encubiertos, aunque sin duda sean importantes, no son los que más influyen a la hora de ser considerados empáticos, pues la persona que expresa sus vivencias (hablante) debe ser capaz de ver que la otra persona ha entendido lo que le ocurre. Es decir, la persona (oyente), debe saber expresar de manera congruente que ha comprendido las vivencias de la otra y en terapia esta responsabilidad cae casi exclusivamente sobre el terapeuta. • Contrario a las teorías de Carl Rogers y las más sostenidas hoy en día, un terapeuta no debe ser empático siempre, sino que debe hacerlo siempre que su análisis funcional le indique que sea beneficioso para el cliente, aunque esto pueda sonar contraintuitivo. La empatía es una herramienta más del clínico que se debe entrenar y mejorar. • La base de la empatía estaría en el lenguaje tanto del hablante como del oyente. Ambos deben haber aprendido el mismo lenguaje, verbal y no verbal, para poder entender lo que se está sintiendo y expresar ese entendimiento. Por tanto, las habilidades del terapeuta de analizar el lenguaje y las funciones que tengan en el momento, serán fundamentales para entender a la persona que tiene delante. • El análisis funcional permite al terapeuta analizar qué efectos está teniendo su comportamiento con el consultante, permitiéndole así ver si sus respuestas ‘empáticas’ están teniendo los efectos deseados y cambiar sus respuestas cuando sea necesario, evitando así dar respuestas ‘vacías’ sin ningún efecto. Preguntas para la reflexión Todo capitulo teórico, independientemente de lo extenso que sea, deja lugar a preguntas una vez se ha terminado la lectura del mismo. Aunque la mayoría suelen ser implícitas o directamente del lector, se dejarán aquí algunas preguntas para reflexionar sobre el fenómeno de la empatía en terapia y enriquecer un poco más la información provista. Como ya se mencionó en la parte de procesos pavlovianos, muchas veces al escuchar lo que están relatando las personas que acuden a terapia se elicitan automáticamente las emociones que se están describiendo debido a este proceso, lo cual en muchas ocasiones es una ventaja sin duda alguna, pero también cabe preguntarse si es beneficioso para el terapeuta pasar por esto a largo plazo. Por ejemplo, un terapeuta que ve 4 consultantes al día de lunes a viernes. Cada consultante viene con su propia historia, sus emociones y experiencias, y el terapeuta escuchará todo. ¿Cuál es el efecto de sentir esta montaña de emociones a diario? ¿Cómo se podría gestionar para que el terapeuta no elicite todas esas emociones? ¿Es realmente necesario que el terapeuta ‘sienta’ lo mismo que sus consultantes o valdría simplemente con entenderles? Sin duda alguna, sentir una montaña rusa de emociones a diario en la consulta, además de manejar las propias emociones, es un trabajo nada sencillo que puede acabar teniendo un efecto bastante dañino en los profesionales, como es el tan famoso síndrome de ‘Burn out’. Sin embargo, esto podría evitarse si se consigue enseñar a los futuros terapeutas a mantener cierta distancia emocional, a no elicitar, o elicitar a un nivel muy bajo, las emociones que describen sus consultantes, pero a expresar igualmente el mismo nivel de entendimiento. Muchas veces en consulta los terapeutas sonríen aunque no estén felices, ponen caras serias aunque quieran reírse y se muestran tristes aunque no sientan tristeza y esto no quita profesionalidad ni es poco ético pues están simplemente adaptándose a las necesidades del consultante. Entonces, porque no evitar sentir todo lo describen los consultantes y evitar así un posible problema propio, pero manteniendo el mismo nivel de entendimiento y congruencia en la terapia. Por otro lado, muchas veces cuando una persona está sintiendo una emoción intensa su conducta es modulada por la misma, como cuando se dice algo que realmente no se piensa debido a que se está enfadado. Esto, a nivel social, no suele tener una gran repercusión más que necesitar una disculpa (en la mayoría de los casos al menos), pero en el contexto de la terapia podría ser contraproducente si el terapeuta cambia su manera de actuar debido a las emociones elicitadas por el consultante, modificando la terapia no según el análisis funcional del caso si no de las emociones experimentadas en el momento. Esto sería contraproducente además de poco ético. En línea con lo anterior, también se debería reflexionar sobre cómo conseguir ocultar una emoción elicitada cuando su expresión pudiera ser contraproducente en la terapia. En la terapia se escuchan relatos de todo tipo, muchos de los cuales elicitan respuestas en los terapeutas que en ocasiones no son adecuadas expresar, y es el trabajo del terapeuta aprender a ocultar esas expresiones cuando sea necesario. Imaginad que estamos con un consultante que cuenta que está abusando psicológicamente de su pareja y quiere cambiarlo, pidiendo nuestra ayuda para ello. Cuando nos describe en detalle los abusos que ha realizado probablemente nos pueda elicitar una respuesta de enfado, asco, o ambas, pero como terapeuta no debemos expresar esa emoción porque podríamos disminuir la probabilidad de que nos cuente sobre ello, dificultando que la terapia transcurra con normalidad y se alcancen los objetivos adecuados. Otra cuestión que surge y que pudiera ser de interés es respecto a la necesidad de compartir las mismas experiencias que otra persona para poder empatizar con ella. Como ya se mencionó, la empatía surge cuando una persona expresa lo que está sintiendo en un momento o describe una serie de eventos que ha vivido, reaccionando la otra persona al entender estas descripciones. ¿Pero qué ocurriría si una persona describe un suceso a alguien que nunca lo ha vivido? ¿Qué ocurre si un terapeuta se encuentra con una descripción que no es capaz de entender? ¿Le será posible realmente empatizar con esa persona? Imaginad, por ejemplo, que una persona acude a terapia y cuenta al terapeuta como vio fallecer a otra persona delante de sus ojos, le cuenta todos los detalles y como se sintió en el momento. Si el terapeuta nunca ha experimentado eso y no es capaz de imaginarse lo que sintió la persona, ¿sería realmente posible empatizar con ella? ¿Podría hacer ver a la persona que la entiende, aunque no lo haga? ¿Es necesario vivir algo para poder empatizar con ello? Una persona que haya vivido un suceso probablemente tenga una comprensión mejor sobre lo que viva otra que pase por lo mismo, pero como se ha observado la empatía se da cuando la persona consigue transmitir que lo ha entendido independientemente de que a nivel encubierto lo esté sintiendo o no. Por lo tanto, a la hora de formar a futuros terapeutas para usar la empatía en terapia se debería instruirles en usar adecuadamente su propio lenguaje, formarles en habilidades comunicativas para que sepan cómo transmitir el entendimiento de lo que están escuchando y enseñarles a controlar sus respuestas no verbales para evitar efectos no deseados. Capítulo 4 Terapia conductual familiar Sergio Liera Aguilar Existen diversos procedimientos efectivos para distintas problemáticas dentro de las terapias de conducta. Estos son reconocidos por su apego a un proceder y procesos de evaluación científicos, lo cual les ha valido ser mayoritariamente los procedimientos con mayor evidencia y efectividad para problemáticas como depresión, ansiedad, esquizofrenia, trastorno límite de la personalidad, problemas de conducta, problemas de la conducta alimentaria, adicciones, por mencionar algunas. No solamente es sorprendente la cantidad de situaciones para las que la Terapia de Conducta es efectiva, también es de notarse, que es efectiva en diversas poblaciones. Las personas por lo general tienden a reconocer la importancia y efectividad de la Terapia de Conducta en población infantil, pero desconocen que es igualmente efectiva en población adolescente, adulta y en adultos mayores. Aunque podría decir que solo una pequeña muestra de la población en general desconoce la existencia de la terapia de conducta, aún existe una parte de la población general y profesional que no ha tenido contacto alguno con los procedimientos pertenecientes a la Terapia de Conducta. Hoy me doy a la tarea de introducir una modalidad de Terapia de Conducta, la cual considero ha sido ignorada a pesar de que su formato puede presentar diversas ventajas para la conformación de las comunidades latinoamericanas. Ampliamente se reconoce la Terapia de Conducta en su aplicación individual, pero al hablar de aplicaciones en sistemas familiares, se tiende a reconocer mayoritariamente terapias con una nula o ausente evidencia, en un esfuerzo por cambiar esta situación, en este capítulo hablaré de forma introductoria sobre el origen, desarrollo, estilo terapéutico, procesos de intervención de la Terapia de Conducta en Familia y la evidencia que la respalda. Antecedentes históricos Modelo de reforzamiento comunitario Una de las bases para el desarrollo de la terapia de conducta en un formato familiar comienza con el desarrollo de una aproximación al tratamiento de los problemas asociados al abuso de sustancias, el llamado modelo de reforzamiento comunitario (CRA por sus siglas en inglés). El modelo de reforzamiento comunitario (MRC de ahora en adelante) surge de una unidad del Hospital Anna State que implementaba el Programa de tratamiento para el consumo de alcohol (ATP por sus siglas en ingles). George Hunt su creador, plantea el modelo siendo un estudiante de doctorado en el Departamento de Psicología Educativa en la Universidad del Sur de Illinois. Durante su doctorado también participó como investigador asociado en el Laboratorio de Investigación del Comportamiento del Dr. Nathan Azrin, quien colaboró y se encargó de continuar el desarrollo de MRC después de la repentina muerte de George Hunt en un accidente en el Golfo de México. Al comienzo de 1970, George Hunt y el Dr. Nathan Azrin, desarrollaron una teoría que describía la etiología y el proceso de mantenimiento de los problemas relacionados al consumo de alcohol, además de un procedimiento de intervención para solucionarlos. Este procedimiento de intervención se basaba en la teoría de aprendizaje, específicamente la visión operante descrita por B.F. Skinner (1938), este procedimiento era el MRC. En este modelo se le da gran importancia a la interacción entre el comportamiento de los individuos y su ambiente. Hunt y Azrin, propusieron que la etiología de los problemas relacionados al consumo de alcohol era influida por los patrones de reforzamiento positivo y negativo. Específicamente, se creía que el consumo era mantenido por las propiedades reforzantes de sus efectos subjetivos (ej. los efectos relajantes y placenteros), las sensaciones físicas (ej. el sabor), las consecuencias sociales y sus cualidades que inducen la dependencia. Estas fuentes de reforzamiento se teorizaban que mantenían el consumo del alcohol de forma indefinida, en correspondencia con la función que tuvieran estos factores en cada individuo. Hunt y Azrin propusieron que el comportamiento de consumo de las personas con problemas relacionados al alcohol podía modificarse siempre y cuando el consumo de alcohol interfería con otras fuentes de reforzamiento en su entorno. En otras palabras, ellos proponían que el consumo podía reducirse si se incrementaba el reforzamiento de comportamientos alternativos, al utilizar reforzadores como mejores relaciones interpersonales, de forma frecuente y contingente a los comportamientos alternativos y no compatibles con el consumo de alcohol. Siguiendo su propuesta, el objetivo general del Modelo de Reforzamiento Comunitario es establecer las contingencias necesarias para que las conductas alternativas y no compatibles con el consumo de alcohol sean reforzadas y el consumo de alcohol se relacione con la pérdida de estas fuentes de reforzamiento. Durante el desarrollo inicial de la Terapia Conductual Familiar (TCF), existían muy pocos programas de tratamiento para adolescentes en situaciones relacionadas al abuso de sustancias. A diferencia de los programas de intervención para el abuso de sustancias y gracias a los trabajos pioneros de Sidney, Bijou, Don Baer, Todd Risley y Mont Wolf, los tratamientos para preadolescentes con problemas de conducta eran considerablemente avanzados. Para los desarrolladores de la TCF, dos programas resaltaban entre todos por su énfasis en el reforzamiento positivo, sus métodos estandarizados y su efectividad: el programa de dos fases de entrenamiento para padres de Constance Hanf (Reitman y McMahon, 2013) y el enfoque de aprendizaje social de Gerald Patterson para la terapia familiar (Patterson et al., 1975). El trabajo científico de estos grandes investigadores validó el deseo de desarrollar un tratamiento que mejore la adquisición y uso de habilidades incompatibles al consumo de sustancias en adolescentes a través del reforzamiento con base a las interacciones familiares y rechazar los programas basados en el castigo que durante esa época mostraban numerosos efectos secundarios. Consistente con la teoría conductual y las propuestas del MRC, se formuló la hipótesis de que la Terapia Conductual Familiar debía (a) reforzar el desarrollo de habilidades incompatibles al consumo de sustancias y a otros problemas de conducta, (b) modificar las contingencias familiares para facilitar el reforzamiento del involucramiento en actividades incompatibles al consumo de sustancias o cualquier otra conducta de interés clínico y (c) proveer reforzamiento de las actividades incompatibles al uso de sustancias. Tomando en cuenta esta hipótesis se han adoptado ciertos procedimientos que provienen de otros desarrollos orientados a la intervención de diferentes problemáticas y que se adaptaban de excelente forma con las necesidades de las familias que presentaban formas problemáticas de interactuar. Se ha demostrado la relación e influencia entre ciertos tipos de interacción entre padres e hijos y la presencia de problemas de conducta (Shucksmithet et al., 1995), donde una parte de esa interacción corresponde a la efectividad de la comunicación. El entrenamiento en habilidades de comunicación es un elemento importante en la terapia conductual para parejas (Stuart, 1969) y también es un elemento que ha sido incorporado exitosamente en el programa de Gerald Patterson para padres de hijos con problemas de conducta cuando se han identificado problemas maritales. Al ser este uno de los modelos de intervención que influyeron en el desarrollo de la TCF, fue lógico que se incorporarán diversos métodos que facilitarán las actividades en familia y el entrenamiento en habilidades de comunicación dentro TCF y que son similares a los contenidos en el MRC. Anticipándose a la negativa por parte de los adolescentes al pedirles el abandono o cese de sus comportamientos de consumo y tomando en cuenta la evidencia del número de recaídas, se adaptaron dentro del programa diversas estrategias de prevención de recaídas parecidas a las descritas por Alan Marlatt (1985), y los conceptos de los métodos de la entrevista motivacional, formalizados por William Miller (1983), se utilizaron para moldear el estilo clínico y la aproximación general hacia la terapia. Se realizaron modificaciones a las estrategias de prevención de recaídas, al desarrollar un nuevo método de control de estímulos, donde los adolescentes aprendían a identificar los antecedentes de sus comportamientos problemáticos (ej. consumo de sustancias), los antecedentes de sus comportamientos no problemáticos e implementar habilidades para manejar dichos estímulos antecedentes. Tomando en cuenta los principios de análisis conductual, se desarrolló la hipótesis de que la motivación de los adolescentes y los padres podía incrementarse a través de especificar las contingencias de reforzamiento utilizando los contratos de contingencias. Se diseñó un novedoso sistema de puntos donde los adolescentes contactarían con ciertas consecuencias reforzantes al involucrarse en conductas incompatibles con el consumo de sustancias (o cualquier otra conducta problemática). Alrededor del desarrollo de este procedimiento de contingencias, Stephen Higgins y colegas (1991) habían demostrado la efectividad del MRC y de un programa de manejo de contingencias que utilizaba cupones en la reducción del abuso de sustancias. Este estudio demostró la importancia de utilizar métodos objetivos para evaluar el abuso de sustancias dentro de los programas de manejo de contingencias. Similar al trabajo de Higgins, el sistema desarrollado en la TCF establecía la entrega de reforzamiento de forma contingente a la ausencia del uso de sustancias a través del análisis de la orina y el reporte de otros. El sistema que se desarrolló incluía métodos estandarizados para determinar rápidamente las conductas objetivo y las consecuencias de parte de la ecología social del consultante. Este sistema parecía efectivo en el primer ensayo controlado aleatorizado (Azrin et al., 1994) pero algunos padres evidenciaron dificultades al manejar los puntos ganados y parecía que el sistema era más complejo de lo que necesitaba ser. Por lo tanto, en un ensayo subsecuente (Azrin et al., 2001) el sistema de puntos se remplazó por un sistema de niveles más sencillo de aplicar. Este sistema era similar al que se implementaba dentro de los programas residenciales para jóvenes, la diferencia era que las contingencias eran manejadas por los padres en lugar del staff. Una de las intervenciones que se desarrollaron en el primer ensayo de la TCF para reducir el craving o la urgencia de consumo, fue la intervención de control de impulsos (Urge Control en inglés). Está intervención se basaba en la Terapia de Sensibilización Encubierta (Covert Sensitization Therapy) de Joseph Cautela (1967). En esta terapia se les pedía a las personas con problemas relacionados al consumo de sustancias que pensaran durante ensayos por imaginación, en estímulos aversivos justo cuando el consumo de alcohol estaba a punto de ocurrir. Este procedimiento busca emparejar la presentación de estímulos aversivos con los pensamientos relacionados al consumo de alcohol, teniendo como resultado la reducción del deseo de ingerir alcohol. Durante el primer ensayo piloto, los adolescentes se mostraron renuentes a la imaginación prolongada de estímulos aversivos, lo que dificultó la aplicación de este procedimiento. Tomando en cuenta que la Terapia de Sensibilización Encubierta no enseña respuestas alternativas orientadas al manejo de las conductas problemáticas, se desarrolla la intervención del control de impulsos. Esta ayudó para apoyar a los adolescentes en la identificación temprana de pensamientos sobre el consumo de sustancias y de manera breve utilizar la imaginación de estímulos aversivos cuando la urgencia de consumir es relativamente baja. Este cambio les permitió que el deseo y el craving por consumir fuera ensombrecido fácil y rápidamente por las imágenes y pensamientos aversivos. Una vez que el impulso de consumir es terminado en el ensayo por imaginación, se les enseña a los jóvenes a utilizar una serie de habilidades que culminan en un breve ejercicio de resolución de problemas para identificar comportamientos incompatibles con el consumo e imaginarse saliendo de la situación de consumo. Esta modificación de la habilidad se realizó exclusivamente al procedimiento anteriormente descrito de sensibilización encubierta. En el nuevo procedimiento se les pidió a los adolescentes que verbalmente se describieran a sí mismos realizando las respuestas incompatibles con las conductas problemáticas. En otras palabras, se les pedía que completaran los ensayos describiéndose a sí mismos en voz alta realizando los conjuntos de comportamientos deseados, y se les elogiaba de forma contingente a sus esfuerzos y descripciones. Este cambio fue acompañado de la expresión de satisfacción por parte de los adolescentes, posiblemente al apoyo continuo y los elogios que recibían en todo momento. Terapia de conducta en familia La terapia conductual en formato familiar es un tratamiento ambulatorio con la finalidad de reducir el uso de alcohol y otras drogas en adultos y adolescentes. La TCF no se limita a esta problemática individual, esta también se muestra efectiva en adultos y adolescentes que muestran depresión, problemas de interacción en familia, maltrato infantil, problemas de conducta en adolescentes y problemas de asistencia al trabajo o escuela (Henggeler, 2015; Donohue et al., 2006; Donohue y Azrin, 2012). Los consultantes suelen asistir a las sesiones acompañados de su familia o al menos un familiar y el tratamiento tiene una duración típica de 15 sesiones distribuidas en 6 meses, de 90 minutos de duración por sesión, lo cual va reduciendo hasta los 60 minutos de forma paralela al progreso en terapia. Los procedimientos de intervención que se utilizan en la terapia pertenecen a la tradición de la terapia de conducta. Los componentes de intervención dentro del programa de la TCF son la revisión de consecuencias, el sistema de niveles, la planeación del tratamiento, la atención a la reciprocidad, las peticiones positivas, el control de estímulos/ambiente, entrenamiento en autocontrol y entrenamiento en habilidades académicas/laborales. La TCF se enfoca en ayudar a los jóvenes a mantener una abstinencia de las drogas a largo plazo y lograr sus objetivos en relación a una vida saludable. Al ser un abordaje que se trabaja en formato familiar, las personas significativas son un elemento crítico del tratamiento. Los familiares suelen ser los responsables legales del adolescente (usualmente son los padres), al menos uno de ellos debe asistir a cada sesión y firmar los formatos de consentimiento legal. En ocasiones las personas significativas en la vida del adolescente, además de su familia, suelen ser los amigos, estos son reclutados de la ecología social del adolescente para ayudarle en la asistencia a las sesiones, realizar las actividades para casa (tareas) y proveer cambios en la vida del consultante contingentes a la ejecución de conductas en favor de los objetivos conductuales, en otras palabras, son los encargados de reforzar el comportamiento del consultante cuando este vaya acorde a los objetivos pactados. Durante las sesiones, las personas significativas pueden ayudar en la práctica de habilidades, ejercicios de juego de roles, animar al consultante a participar o describir y discutir sobre situaciones difíciles. También pueden expresar puntos de vista que sean relevantes para los análisis descriptivos de las interacciones entre el adolescente y su medio, además de proveer empatía y apoyo Estilo terapéutico Como suele estar presente en diferentes procedimientos dentro de la terapia de conducta, en la Terapia de Conducta en Familia se asumen diferentes formas de aproximarse al ejercicio terapéutico y se utilizan procedimientos basados en evidencia. En esta parte describiré el estilo que se asume en la TCF y las diferentes intervenciones que se utilizan dentro de ella buscando generar las variaciones en las variables clave que mantienen las conductas de interés clínico. Sistema de niveles La TCF es especial por muchas razones, pero una de las más notorias es el llamado sistema de niveles (SN). Este es un procedimiento que se aplica para aumentar la motivación de los adolescentes a asistir y participar en el tratamiento. Al ser usual que el adolescente asista a consulta mayormente obligado por sus familiares, es importante ser cuidadosos y habilidosos en la manera en la que nos aproximamos al trabajo colaborativo. El SN se utiliza para establecer una serie de condiciones que llevaran a la entrega de ciertas consecuencias (aparentemente reforzantes) en caso de que el adolescente realice una actividad acordada. El sistema se introduce comentando con la familia la lógica de su aplicación. Se describe que la aplicación del SN involucra la redacción de un contrato en donde el consultante recibirá una serie de consecuencias, que serán anteriormente aprobadas por sus cuidadores, al cumplir con diversos objetivos del tratamiento. Una de las tareas del terapeuta, es determinar qué consecuencias actuales recibe el adolescente y no están siendo implementadas de forma contingente. También busca determinar si la entrega de ciertas consecuencias, por parte de los padres, es consistente o si suelen ignorar las conductas del adolescente que son deseadas. Para establecer una contingencia la cual sea motivante para el adolescente, los terapeutas les preguntan a los adolescentes sobre cómo podrían mejorarse las consecuencias actuales. Después, se asesora a los cuidadores sobre la manera de crear tres niveles de consecuencias. El terapeuta genera junto con los padres, tres niveles de objetivos conductuales. Los objetivos que pertenecen al nivel 1 son pequeñas mejorías en el comportamiento del adolescente (ej. Asistir a 4 de sus 6 clases, cuando anteriormente asistía a solo 2), las conductas del nivel 3 son objetivos conductuales ideales (ej. Asistir a todas sus clases y participar en clase) lo que representa un avance notorio. Las conductas de nivel 2, son mejoras mayores a las del nivel 1 pero menores a las del nivel 3. Después de obtener las descripciones de los objetivos conductuales y sus respectivas consecuencias, el terapeuta integra la información en un contrato y les enseña a los padres a monitorear los objetivos conductuales y entregar consecuencias de forma contingente de manera diaria. Retroalimentación positiva y motivación Uno de los principales objetivos de los terapeutas dentro de la TCF relacionado a la relación terapéutica con el adolescente y sus familiares, es hacer de la terapia y del lugar donde se aplica lo más apetitivo posible. Los terapeutas se muestran atentos a la ocurrencia de comportamientos que, de presentarse en una frecuencia más alta, beneficiarían al tratamiento, por lo tanto, los terapeutas hacen comentarios, buscando esta función específica, siguiendo inmediatamente a este tipo de comportamientos. Los comentarios van desde cumplidos y reconocimientos por la asistencia del adolescente y sus familiares hasta mostrarse placenteros, entretenidos, sonrientes y mostrándole a las familias y los adolescentes que se les aprecia por ir a terapia. No es raro escuchar a los adolescentes quejarse por tener que asistir a terapia, incluso los mismos familiares suelen secundar dichas quejas, es por ello que la terapia no debe ser una experiencia plagada de estimulación aversiva, aunque realmente no se busca evitar las fuentes de estimulación aversiva como hablar de temas difíciles o afrontar situaciones complicadas, estos momentos pueden ser más tolerables si existe un mayor contacto con fuentes de reforzamiento por adhesión (reforzamiento positivo). También no es raro observar que los terapeutas ofrezcan diversas atenciones a los adolescentes y sus familias como fichas, café, dulces, refrescos y otros aperitivos. Al establecer las relaciones funcionales entre la primera interacción y las atenciones recibidas al momento de la terapia, los jóvenes y sus familias estarán menos orientados a molestarse o mostrarse poco cooperativos ante las indicaciones del terapeuta. En ocasiones pasamos estos detalles por alto y no le damos importancia a la experiencia de los adolescentes y sus familias, damos por sentado que las personas buscan la asesoría psicológica y que solo por esa razón continuarán en el tratamiento. Debemos de reconocer que los adolescentes y las familias asisten a terapia en busca de una solución y que en ocasiones esto no se realiza con gusto, ellos interrumpen sus actividades y van a un lugar que posiblemente no visitarían “por gusto” a realizar actividades que pueden resultar difíciles e incómodas como hablar directamente de los problemas en casa. Al conocer los procedimientos de grupo, podemos aprovecharlos y establecer ciertas relaciones entre la asistencia, participación y diversos cambios ambientales posiblemente apetitivos, para facilitar la adherencia al tratamiento y lograr que los adolescentes y sus familias obtengan todos los beneficios posibles del tratamiento. Agendas enfocadas en lo positivo Se siguen agendas formales al inicio de cada sesión de terapia para facilitar la adhesión y enfoque en un tratamiento que se ha diseñado para abordar los problemas principales. En estas agendas se tiene un registro de los avances de los adolescentes y sus familias observados en la sesión anterior. Los terapeutas evitan hacer las usuales preguntas que históricamente han estado relacionadas con la presentación de quejas y discusiones como las usuales “¿Cómo les fue durante la semana?”, en su lugar se busca moldear la conducta verbal de los adolescentes y sus familias al preguntarles sobre las diversas formas en las que se buscaron lograr los objetivos semanales, preguntas como “¿Qué esfuerzos hiciste durante la semana para lograr estar más cerca de tu mamá?”. Al modelar y moldear una expresión sobre los esfuerzos de los participantes por cumplir los objetivos, se generan oportunidades de reforzar dichos reportes y servir como modelos para los integrantes de la familia, sobre la forma de cómo responder ante los esfuerzos de los adolescentes por cambiar. Reforzamiento diferencial La forma en la que la TCF utiliza el reforzamiento diferencial es elogiando descriptivamente al observar comportamientos que vayan orientados a los objetivos establecidos e ignorar los comportamientos que mantienen las situaciones problemáticas de los consultantes. A diferencia de otros procedimientos de intervención como la Terapia de Interacción de Padres – Hijos (PCIT) donde el reforzamiento diferencial puede aplicarse de diversas maneras además de la expresión verbal en un número extenso de oportunidades, en la TCF el reforzamiento diferencial es posible por medio de los intercambios relevantes a la comunicación (ej. Haciendo un cumplido, mostrando interés en el cumplimiento de un objetivo, sonriendo, etc). Lo que significa que durante las sesiones no se observaran como tal los comportamientos a los que el adolescente hace referencia, pero la referencia misma o reporte puede ser reforzada al momento de observarla. Esto también funcionará como una oportunidad de mostrarle a la familia, la forma de responder ante los comportamientos del adolescente al momento en que los realiza. También es crítico elogiar descriptivamente la expresión de pensamientos y sentimientos apetitivos, además de los comportamientos que incrementan su frecuencia y se orientan hacia los objetivos. Elogio descriptivo McNeil y Kigin (2010) señalan que “los elogios descriptivos son más eficientes que los elogios simples para indicarle al infante a que exactamente puede decirse o hacerse para obtener elogios en un futuro” (p. 60). El elogio descriptivo es un elemento muy importante de las terapias de conducta, incluida en ellas la TCF. Gran parte del trabajo en terapia es crear un ambiente o una cultura de retroalimentación positiva dentro del consultorio, en donde participen el terapeuta, el adolescente y sus familiares. Para ello los terapeutas deben de practicar continuamente las diferentes formas en cómo podrían elogiar a sus consultantes, incluso si parece que no hay nada que elogiar. Donohue y Azrin (2012) sugieren que los terapeutas podrían beneficiarse de practicar el elogio descriptivo al adoptar ejercicios comunitarios divertidos y fáciles de implementar dentro de los centros de atención psicológica. Donohue y Azrin (2012) mencionan un ejercicio que se realiza pensando en escenarios hipotéticos donde el terapeuta refuerce de forma descriptiva al comportamiento del consultante, utilizando diferentes adjetivos, particularmente aquellos que sean utilizados rara vez por otros en conversaciones cotidianas, para que este sea novedoso. Mencionan que ayuda pensar en escenarios difíciles, como reforzar descriptivamente a un adolescente que dice groserías a sus padres, pero que no lo hace e incluso desea no hacerlo, sino hasta que su madre comienza a gritarle (p. 62). Este sería un ejemplo claro de una situación donde no parece haber nada que reforzar, pero para el ojo entrenado del terapeuta TCF, el intentar no decir groserías es una descripción general de diferentes comportamientos, su tarea es operacionalizar dicha descripción y reforzar los comportamientos a los que el “intentar no decir groserías” refiere, dado que son una alternativa deseable al resultado observado. De esta manera se moldearía la selección de comportamientos alternativos a los que actualmente mantienen las diversas problemáticas del adolescente. Eliminar la culpa y facilitar la comunicación La mayoría de las veces al atender adolescentes y a sus familias se podrá observar una particular interacción cuando se trata de determinar las razones por las cuales algunos problemas iniciaron y se mantienen en la actualidad. Comúnmente los adolescentes intentan depositar la responsabilidad de las situaciones actuales en sus padres, y sus padres intentan responsabilizarlos a ellos. Sabemos que este tipo de interacciones llevan hacia argumentos, estrés, desánimo y en general interfiere con la prevención del comportamiento no deseado. Es por ello que una de las finalidades del terapeuta TCF es describir los principios de análisis conductual y sus supuestos. La tarea del terapeuta en cuando a esta parte es enseñarles a los adolescentes y a sus familias que las circunstancias situaciones están controlando los comportamientos y es justamente en ellas en donde encontraremos las razones y las maneras de cómo modificar el comportamiento, sin necesidad de culpar a alguien en específico. A esta aproximación se le llama práctica positiva la cual incluye dos pasos: el primer paso es enseñarles a los padres a reconocer la influencia del ambiente o las situaciones en donde su hijo se comporta de forma problemática o no deseada. Después de reconocer los efectos del ambiente y dejar de culpar al adolescente, los terapeutas les enseñan a los padres a determinar, en conjunto con el adolescente, la manera en la que se pudo haber actuado y prevenido las respuestas no deseadas de suceder, subsecuentemente apoyar a los padres al proponer la práctica de las soluciones pensadas. En ocasiones es útil empatizar con algún miembro de la familia cuando se hacen comentarios hirientes y después instruir que las partes involucradas comiencen el proceso de la práctica positiva, también es una buena estrategia anticiparse e incluso interrumpir los comentarios hirientes y sugerir la práctica positiva. Juego de roles El terapeuta dentro de la TCF conceptualiza el juego de roles de dos formas: una herramienta de evaluación y una herramienta de intervención. El juego de roles es ampliamente utilizado en las propuestas de intervención de corte conductual, siendo una excelente manera de evaluar las habilidades sociales. Dentro de la TCF, el terapeuta propone un escenario hipotético al consultante y le pide que actúe de forma correspondiente a como normalmente actuaría en dicha situación fuera del consultorio. El terapeuta inicia la evaluación al presentar un mensaje asumiendo su papel hipotético, conforme avanza el terapeuta, irá introduciendo condiciones alternativas que se relacionen a posibles obstáculos o detalles importantes sobre la situación hipotética. A diferencia de otros programas de intervención, en la TCF se puede aprovechar la presencia de los familiares y personas significativas para participar en los juegos de roles, lo que usualmente ayuda con la generalización de las respuestas, dado que los familiares y amigos suelen participar en las contingencias que mantienen los diferentes problemas del adolescente. Durante estos procedimientos, los terapeutas deben de estar atentos a posibles respuestas emocionales que pudieran presentarse y tengan una relación con las situaciones de interés clínico. Durante estos juegos de roles, los terapeutas realizaran ajustes para poder observar respuestas particulares por parte de los consultantes. Por ejemplo, si un consultante expresa tener dificultades para manejar los problemas y discusiones con sus padres, la situación a observar podría ser una discusión simulada con uno de los padres, de no observarse las conductas descritas como problemáticas, preguntar sobre que partes específicas de la situación suele suscitar las respuestas con las que más problemas tiene el consultante y a continuación, integrar dichos elementos a la situación simulada. Algunos ejemplos de estas situaciones son los problemas del consultante para evitar confrontaciones problemáticas (ej. Molestarse y pelear cuando se le critica), la falta de habilidad para solicitar ciertas consecuencias (ej. Pedir permiso a los padres para realizar una actividad) y negarse a participar en actividades ilícitas o problemáticas (ej. Consumo de sustancias). Las respuestas a entrenar pueden ser verbales (ej. Tono de voz, generar ideas), físicas (ej. Contacto ocular, expresiones faciales) y afectivas (ej. Enojo, felicidad, tristeza). Las respuestas a entrenar inicialmente son modeladas por el terapeuta, quien asiste, apoya e instiga a los adolescentes y sus familiares a practicar y participar en los escenarios simulados. La intensidad y dificultad de las situaciones o escenarios simulados va incrementando en relación al progreso observado en el manejo de diferentes habilidades. Este tipo de prácticas proveen de un contexto donde el terapeuta puede observar el resultado de su intervención de forma inmediata y genera la oportunidad de reforzar las respuestas orientadas a los objetivos conductuales acordados. Para los consultantes, tener la oportunidad de actuar de diferentes formas en un ambiente que no los critica de manera negativa y donde pueden equivocarse sin temor a las represalias, representa un ambiente que posibilita la expresión de respuestas alternativas y efectivas, que incrementa la probabilidad de actuar acorde a las habilidades practicadas dentro de un ambiente seguro, en contextos donde actuar de esta forma representará cambios significativos en las contingencias relacionadas a los problemas que los consultantes y sus familias experimentan. Donohue y Azrin (2012) comparten una serie de 9 pasos para que los juegos de roles sean efectivos: (1) Elije un escenario problema que sea relevante (generado por el consultante), (2) haz una lluvia de ideas sobre las posibles habilidades que podrían utilizarse para resolver o manejar el escenario problema, (3) modela las habilidades con el consultante pretendiendo ser el antagonista, (4) pregúntale al consultante sobre lo que le gustó de la habilidad modelada, (5) pregúntale al consultante sobre lo que haría para mejorar el comportamiento modelado, (6) solicítale al consultante que modele la habilidad mientras actúas como un antagonista cooperativo, (7) pregúntale al consultante sobre lo que le gustó de su propia actuación, (8) pregúntale al consultante sobre las formas en las que podría mejorarse el comportamiento modelado, (9) realiza juegos de roles adicionales con el consultante en escenarios progresivamente más difíciles hasta que el nivel de habilidad exceda lo necesario. (p. 67) Siguiendo el estilo terapéutico que se asume en la TCF, el terapeuta responde a los esfuerzos del consultante con elogios descriptivos, pero no solicita ni hace retroalimentación. Frente a las críticas que el consultante realice de su propio comportamiento, el terapeuta responde de una forma en la que estas no sean un tema de discusión, por ejemplo, si un consultante menciona “no pude concentrarme, me sentía muy nervioso”, un terapeuta TCF podría responder “si no pudiste concentrarte y te sentías ansioso no se notó, yo no pude notarlo). Un estilo de respuesta que seguramente difiere de lo que el consultante contacta normalmente, la idea es seleccionar no concentrarse en las críticas y describir/elogiar lo que el consultante si hizo bien, con el fin de que estas partes de su comportamiento incrementen y las otras disminuyan. Procedimientos de intervención Hablar extensamente sobre todos los aspectos de los procedimientos de intervención sería una tarea sencillamente demasiado extensa para este trabajo, por lo que solo me limitare a realizar una descripción general sobre las principales intervenciones que se utilizan en la TCF, las cuales son la atención a la reciprocidad, las peticiones positivas, el control ambiental, el autocontrol y el entrenamiento en habilidades laborales. Atención a la reciprocidad Cuando las familias llegan a consulta generalmente cuentan con un amplio historial de problemas e intercambios de coerción. Los intentos por modificar la conducta de los adolescentes son a través del control coercitivo, donde los padres buscan generar el cambio al aplicar diferentes condiciones ambientales aversivas para el adolescente, este último busca evitar dichas condiciones al responder generando condiciones aversivas para los padres, este intercambio se mantiene por medio de la retirada de dichas condiciones aversivas. Es un ciclo que es mantenido a través de reforzamiento negativo. Tomando esto en cuenta, uno de los primeros pasos en la TCF para modificar este tipo de interacción es la atención a la reciprocidad (AR). Durante esta intervención, el terapeuta le pide a cada miembro presente de la familia, que describa diferentes comportamientos que han sido apreciados por los miembros de la familia en el pasado y en el presente. Después de describir los comportamientos deseados por los diferentes miembros de la familia, se entrena a los familiares a responder de forma recíproca a estos comportamientos con peticiones positivas, especificando el efecto que tienen estas sobre el comportamiento. La AR incluye diversas actividades durante las sesiones de terapia y fuera de las sesiones. La práctica en casa entre sesiones es sumamente importante, esta provee la oportunidad de generar contingencias de reforzamiento que lleven a que las respuestas deseadas comiencen a presentarse con mayor frecuencia, duración e intensidad. Estas prácticas se revisarán durante las sesiones de terapia. Como estas habilidades no se centran en los comportamientos relacionados a los intercambios coercitivos, puede observarse una disminución tanto en la frecuencia de estos como en la atención y tiempo que se les presta cuando se presentan. Este tipo de intervención se aplica temprano en el tratamiento para incrementar los intercambios positivos en la familia e incrementar el involucramiento de los miembros de la familia a los ejercicios de la terapia. Peticiones positivas Es común observar que los adolescentes (y sus familiares) que tienden a involucrarse en comportamientos que suman a los problemas evidencien déficits en las habilidades sociales, específicamente habilidades de comunicación asertiva. Las habilidades de comunicación asertiva le permiten al consultante solicitar acceso a posibles fuentes de reforzamiento como obtener un permiso extendido para llegar un poco más tarde a casa u obtener permiso para asistir a una reunión con sus amigos. Estas mismas habilidades se utilizan en el manejo de las posibles situaciones problemáticas, donde el adolescente se verá beneficiado de negarse a responder a las presiones por parte de sus compañeros para usar sustancias ilícitas o de responder a los comentarios humillantes que pudieran realizarse. El presentar déficit en las habilidades anteriores representa un problema significativo, dado que se contará con una tendencia de responder de la forma en la que anteriormente ha servido, lo cual muy posiblemente ha mantenido las situaciones problemáticas de la vida de los consultantes y sus familiares. La habilidad que los terapeutas TCF entrena se llama petición positiva. Los procedimientos más importantes durante este entrenamiento son el modelado y los ensayos conductuales, a través de ellos se les enseña a los consultantes a cómo resolver las diferencias de opiniones y cómo establecer intercambios equitativos de reforzamiento entre los miembros de la familia. Estas habilidades consisten realizar peticiones cortésmente sobre acciones específicas especificando cuando, donde y que realizar, especificar los posibles beneficios que ocurrirían si esta acción se completa, expresando también porque realizar dicho acto puede ser difícil o inconveniente, proponer un intercambio de reforzamiento si se realiza lo que se pide y de haber algún problema, se sugieren diversas acciones alternativas. Durante el entrenamiento, también se les enseña a cómo responder ante las peticiones de otras personas. Una vez que se ha observado que las peticiones positivas se han hecho efectivamente en un escenario simulado, se les pide a los miembros de la familia que las practiquen en casa y estas prácticas son revisadas en las siguientes sesiones. Control ambiental Existen elementos ambientales los cuales aumentan la probabilidad de un tipo de respuesta, de forma contraria, también pueden tener el efecto de disminuir la probabilidad de dicha respuesta. Estos elementos del ambiente son conocidos como estímulos antecedentes que incluyen eventos ambientales que pueden ser escuchados, visualizados, olidos, tocados o probados. Los estímulos antecedentes pueden suscitar o evocar pensamientos, reacciones fisiológicas o respuestas emocionales que se relacionan con aspectos reforzantes de las cadenas de comportamientos problemáticos. Otros antecedentes pueden suscitar respuestas aversivas que se relacionen con cadenas de comportamiento mantenidas por reforzamiento negativo y que formen parte de los repertorios de conductas problemáticas de los adolescentes y sus familias. Tomando esto en cuenta, tiene sentido que el objetivo del control ambiental sea identificar, monitorear, controlar y modificar los antecedentes que tienen influencia sobre las conductas relacionadas a los problemas. Para cumplir con estos objetivos, los terapeutas en colaboración con el adolescente y sus familias, realizan una lista minuciosa que contenga actividades y situaciones que disminuyan la probabilidad de ocurrencia de las conductas relacionadas a los problemas (Lista segura). Después se realiza otra lista igualmente minuciosa, que contenga diferentes situaciones y actividades que incrementen la probabilidad de ocurrencia de las conductas relacionadas a los problemas (lista de riesgos). Al generar las dos listas, la lista segura y la lista de riesgos, el terapeuta ayuda al adolescente y sus familiares a determinar sobre la cantidad de tiempo que se pasa en situaciones seguras y situaciones de riesgo. Durante este proceso, el terapeuta identifica diferentes comportamientos que el adolescente exprese incrementó el tiempo que pasó en situaciones seguras, elogia el haberse involucrado en estos comportamientos y asiste al adolescente en especificar formar de como pasar más tiempo en esas situaciones. También se buscan los comportamientos que se utilizaron para evitar o escapar de situaciones de riesgo. Después, los terapeutas utilizan diversas intervenciones como elogios descriptivos, ensayos conductuales, técnicas de autocontrol y entrenamiento en habilidades sociales, para incrementar el tiempo que se pasa en ambientes y situaciones seguras, disminuyendo el tiempo que se pasa en situaciones o ambientes de riesgo. Durante esta revisión y entrenamiento los terapeutas agregan objetivos al sistema de niveles, agendando actividades familiares que ocurren en ambientes seguros y revisando los resultados en sesiones subsecuentes. Autocontrol Los estímulos antecedentes que se encuentran relacionados con las situaciones problemáticas en las vidas de los adolescentes y su familia, fortalecen su relación a través de cada ocasión donde se experimenten los diferentes elementos de las contingencias en las situaciones problemáticas. En otras palabras, cada vez que el consultante experimente las consecuencias de su comportamiento en situaciones específicas, los elementos de la contingencia (antecedente, respuesta y consecuencia) establecen relaciones funcionales más poderosas. Se llega hasta el punto en donde los estímulos antecedentes pueden suscitar respuestas fisiológicas placenteras, imágenes y pensamientos sobre los aspectos reforzantes de las situaciones. Anteriormente se han mencionado algunas estrategias para limitar la exposición del adolescente a situaciones que potabilicen la expresión de comportamientos relacionados a los problemas, pero no podemos negar que la posibilidad de encontrarse en estas situaciones en inevitable, por lo tanto, el terapeuta en la TCF se encuentra preparado y cuenta con un procedimiento efectivo en el manejo de estas probabilidades, el entrenamiento en habilidades de autocontrol. Cuando los adolescentes se encuentren en situaciones de riesgo es importante que reconozcan los antecedentes de las conductas problemáticas cuando aparecen y son menos intensos, también es crítico que se involucren en conductas alternativas e incompatibles con las respuestas problemáticas. Las habilidades de autocontrol tienen como objetivos los comportamientos impulsivos de consumo y otros comportamientos problema como las prácticas sexuales de riesgo, falta a la escuela, elementos de diversas situaciones de interés clínico (ej. Ansiedad, depresión, etc.), agresiones y discusiones. Los terapeutas entrenan a los adolescentes para reconocer los estímulos antecedentes de forma temprana dentro de la cadena de comportamiento problemático, antes de que los problemas se presenten o se magnifiquen. Al identificarse, se les entrena a responder utilizando las habilidades incompatibles descritas por Donohue y Azrin (2012): (1) interrumpir la asociación al pensar o gritar “detente”, (2) describir al menos una consecuencia negativa para sí mismos y otra consecuencia negativa para otros que resulte si se involucra en la conducta problema, (3) relajarse al escanear y relajar los músculos al mismo tiempo que se respira profundamente, (4) comentar 4 alternativas prosociales al comportamiento problema en la situación actual, (5) elegir una de las opciones generadas e imaginarse realizando la actividad, (6) pensar en decirle a un ser querido sobre la forma en la que se evitó el comportamiento problema e imaginar la forma en la que reaccionaria, (7) describir al menos dos consecuencias positivas que sean el resultado de evitar involucrarse en la conducta problema. Además de seguir los pasos anteriormente mencionados, el terapeuta elogia descriptivamente y asiste al adolescente durante sus ensayos conductuales. El número de ensayos depende totalmente sobre la gravedad de los problemas de comportamiento que se evidenciaron en las sesiones anteriores de terapia. Entrenamiento en habilidades laborales La mayoría de los jóvenes con problemas de consumo de sustancias y problemas de conducta tienden a estar desempleados o a tener dificultades para mantener un trabajo. Esto debido a los diferentes comportamientos problemáticos que los llevan a experimentar complicaciones en los lugares de trabajo, tales como registros pobres de asistencia, bajo desempeño al trabajar o asistir al trabajo intoxicados. Tal y como nos muestran las investigaciones, los jóvenes que consumen cocaína o marihuana tienden a renunciar a sus trabajos en una mayor frecuencia que aquellos jóvenes que no consumen (Hoffman et al., 2007). Un adolescente que participe en su comunidad y obtenga retribución por su trabajo podrá tener acceso a una mayor cantidad de fuentes de reforzamiento que el adolescente que no lo hace, es por ello que desde la TCF se busca generar las habilidades necesarias para obtener este resultado al utilizar el entrenamiento en habilidades laborales, que es una versión abreviada del “Club del Trabajo”, el cual se utiliza en la versión adulta de la TCF y es uno de los programas más exitosos para la obtención de trabajo (Azrin, et al., 1981). Esta intervención se centra en enseñar a los adolescentes a cómo ser efectivos al momento de solicitar empleo y prepararlos para las entrevistas de trabajo. Se utilizan procedimientos como ensayos conductuales y modelados por parte de los terapeutas. Después de haberse desempeñado efectivamente en escenarios simulados, los adolescentes contactan a los posibles empleadores en presencia de su terapeuta. Se especifican las formas de presentarse a las entrevistas y se proponen diversas habilidades en el caso de experimentar complicaciones durante la misma. Resultados empíricos Habiendo hablado un poco sobre el estilo y los procedimientos que se aplican en la Terapia de Conducta en Familia, podemos pasar a revisar la evidencia con la que cuenta esta terapia. La TCF es uno de los pocos tratamientos que ha demostrado su efectividad en ensayos clínicos controlados que involucran tanto a adultos como adolescentes (Carroll y Onken, 2005; Dutra et al., 2008). De hecho, la TCF está enlistada en sitios nacionales estadounidenses como una terapia basada en evidencia, además fue uno de los primeros tratamientos conductuales revisados en el National Institute on Drug Abuse´s Principles of Drug Addiction Treatment. Bender, Springer y Kim (2006) concluyen que la Terapia de Conducta en Familia era uno de los dos tratamientos que mostraron efectos grandes de tratamiento para una población de adolescentes con diagnóstico dual de abuso de sustancias y problemas de comportamiento externalizantes e internalizantes. En el primer ensayo controlado aleatorizado de la TCF se asignaron tanto adolescentes como adultos a recibir TCF o a un grupo de control no directivo después de las evaluaciones de línea base (Azrin et al., 1994). Los resultados de este estudio indicaron que los participantes asignados a la TCF mostraron significativamente mayores mejoras, en comparación al grupo control, en la frecuencia de consumo de alcohol y drogas, problemas de conducta, funcionamiento y satisfacción familiar, asistencia al trabajo o escuela, depresión y satisfacción parental con el adolescente, todo después de un año de la evaluación de línea base. Los resultados se mantuvieron al evaluarse 9 meses después de terminada la intervención (Azrin et al., 1996). Los estudios sobre la TCF han demostrado resultados favorables independientemente del género, la etnia, el tipo de sustancia utilizada (ej. Marihuana, alcohol o drogas duras). Otros estudios aleatorios controlados han examinado explícitamente a adolescentes con diagnóstico dual con uso de sustancias y a sus padres (Azrin et al., 1994; Azrin et al., 2001) han mostrado resultados positivos similares. Podemos observar que la TCF es una intervención con un robusto apoyo empírico, efectivo para la intervención de un amplio rango de problemas de conducta. Conclusión Una de tantas bondades de la Terapia de Conducta en Familia es justamente que aprovecha la participación de los individuos que interactúan en contingencias relacionadas a los problemas de conducta. Aunque las intervenciones individuales para estos problemas han mostrado efectividad, no es extraño dentro de nuestras comunidades observar recaídas o recuperación de los repertorios problemáticos. Al ser una intervención efectiva, también es una opción económica para las familias y sus comunidades, como puede visualizarse en diferentes análisis compartidos en una de las páginas oficiales de la TCF (http://familybehaviortherapy.faculty.unlv.edu/outcomesupport/cost-benefit-analyses-of-fbt-by-government-agencies/). La TCF representa una oportunidad de abordar los problemas de comportamiento en adolescente tal y como la visión analítico conductual propone, de forma ambiental. Trabajar en un formato familiar puede facilitarle al terapeuta la modificación de las contingencias por medio del entrenamiento al adolescente y sus padres dentro de una misma sesión o tratamiento, también es importante que las observaciones de las interacciones dentro del consultorio facilitan el análisis de estos intercambios y proveen una muestra diferente al reporte verbal del adolescente o los padres, ayudando claramente a los objetivos de la evaluación. Preguntas para la reflexión • ¿Es posible la intervención psicológica sobre las variables que mantienen el consumo de los consultantes, al trabajar con la familia dentro del consultorio? • ¿Qué es más efectivo? ¿La intervención individual o la intervención familiar en el tratamiento de las adicciones y problemas de comportamiento adolescente? • Frente a las novedades tecnológicas de las terapias contextuales, ¿Dónde quedan intervenciones como la TCF que tienen probada eficacia? Capítulo 5 Un día en la vida de un psicólogo educativo: Cómo hacer análisis de la conducta y no morir en el intento Luis Ignacio de Amores y Alba Sotelino La psicología educativa como la ve la conductista radical Uno de los grandes problemas que actualmente sigue acompañando al mundo de la educación es que tradicionalmente ha sido concebida como un arte, en el que los planteamientos científicos no tenían cabida o eran innecesarios (Vargas, 2009). El hecho de que el alumnado aprendiera un contenido específico, dependía más de la creatividad y simpatía suscitada hacia el profesorado, que de la metodología y evaluación empleada para dicho fin. Sabemos que el desarrollo de cualquier ciencia a lo largo de la historia implica, casi inevitablemente, una etapa previa donde predomina el caos filosófico, conceptual, teórico y un desarrollo tecnológico muy pobre. No olvidemos que hasta hace relativamente poco tiempo, infringir daño físico al alumnado que no se “sabía las lecciones” era algo aceptado por el profesorado e incluso en ocasiones deseable. Asimismo, el aprendizaje a través de la mera repetición superficial de contenidos, sin atender a las diferencias individuales, se sigue considerando como un estándar adecuado en la enseñanza a pesar del tedio que puede suponer para el alumnado, el cual debe memorizar lo mismo y al mismo tiempo. Sin embargo, hoy en día podemos afirmar que la sistematicidad conseguida en ciertos campos de investigación, así como el propio avance de la sociedad o el avance de otras ciencias afines, debería permitir que una ciencia joven pueda comenzar a establecer su propio orden. Esto es, establecerse como ciencia (Lakatos, 1978). Otro de los grandes problemas que vivimos en la actualidad, es que se sigue tratando de plantear la existencia de un único y hegemónico paradigma psicológico, lo cual no deja de ser erróneo y ajeno al propio desarrollo de la psicología como ciencia (Bunge, 1983). La psicología educativa, como rama especializada de la psicología científica, no es ajena a los mitos sobre esta concepción historiográfica (Primero, 2020). Necesitamos un cambio. Debemos subirnos a los hombros de esos gigantes que, de forma colectiva y a lo largo del tiempo, han ido creando las bases, la tecnología y el conocimiento necesario para progresar como individuos y como sociedad. El presente capítulo tiene como objetivo ofrecer una breve visión del estado en el que se encuentra la psicología educativa desde el análisis de conducta y ofrecer unas directrices básicas y actualizadas sobre las diferentes premisas filosóficas que nutren el enfoque conductual, la exposición del cuerpo teórico que se ha ido desarrollando en las últimas décadas y las aplicaciones tecnológicas que se han derivado desde este paradigma. Ahora bien, el/la lector/a debe advertir que lo aquí expuesto no es incompatible ni científicamente superior a otras aproximaciones científicas de la psicología en general y la psicología educativa en particular (Primero, 2020). Pues bien, vayamos por partes… ¿Qué es eso de la psicología educativa? Según la definición del colegio oficial de psicología de Andalucía Occidental (COPAO): La Psicología Educativa contribuye al desarrollo de las personas ayudando en los procesos de aprendizaje a cualquier edad, de hecho, aunque comúnmente asociamos la figura del psicólogo/a educativo/a al ámbito académico formal, lo cierto es que su labor se extiende a otros sectores, como por ejemplo programas de estimulación psicológica en la senectud y los gabinetes psicopedagógicos. No obstante, resulta curioso que aún a día de hoy sigue habiendo mucho desconocimiento en torno a las funciones que esta figura educativa desempeña en el contexto escolar, ya que, al coordinar sus labores diarias con el profesorado, profesionales de pedagogía terapéutica y/o logopedas entre otros agentes educativos, es habitual que ejerzan múltiples funciones. Por otro lado, se asume que “el enfoque conductista” en la educación se basa mayoritariamente en la modificación de conducta del alumnado que presenta comportamientos disruptivos o disfuncionales en el aula, lo cual conlleva a una visión limitante y reduccionista respecto al campo de actuación en el terreno educativo. Consideramos importante destacar que frecuentemente el/la psicólogo/a educativo/a en el contexto académico va a verse con muchas limitaciones para ejercer de una forma óptima debido a la falta de recursos disponibles y de tiempo que debe dedicar a cada intervención, por lo que probablemente deberá ceñirse a las demandas del centro educativo. Este hecho puede contribuir a mantener esta visión reduccionista sobre la capacidad de acción e intervención de estos/as profesionales. La filosofía del análisis de la conducta en la educación Se concibe al analista de conducta como un/a profesional cuya formación y ejercicio profesional está vertebrado por la (re)combinación de tres repertorios fundamentales: filosofía de la ciencia, ciencia básica experimental y ciencia aplicada (tecnología). Desde nuestro punto de vista, estos tres repertorios se interrelacionan y permiten que el trabajo se realice con coherencia y rigurosidad. Así pues, un/a psicólogo/a educativo/a que se autodefina como analista de conducta debe integrar, por un lado, una visión filosófica concreta en el estudio de los fenómenos psicológicos de interés (Perez et al, 2010). Por otro lado, los abordará con rigor conceptual (Machado y Silva, 2007), y deducirá una tecnología consecuente basada en la evidencia empírica y debidamente actualizada (Greer y Ross, 2008), cuyo objetivo principal siempre será mejorar la calidad de vida de sus clientes respetando sus derechos y velando porque su ejercicio profesional sea ético. En determinadas ocasiones, la falta de un repertorio científico completo puede dar lugar a explicaciones o planteamientos poco profesionales que repercuten en la calidad asistencial (Carrasco,S.F.). Refiriéndonos al entorno educativo, muchas veces ocurre que cuando el alumnado no alcanza los criterios de aprendizaje o su nivel de habilidades es inferior al de su grupo de referencia, las respuestas educativas, o más bien la ausencia de las mismas, suelen apoyarse en causas internas y meramente biológicas e inmutables. Por ejemplo “Miguel confunde letras y lee muy lento porque es disléxico” o “Margarita no termina los ejercicios porque es hiperactiva”, “Julia saca buenas notas porque es superdotada”. Otras causas parecen que escapan al control de aquellos que deben enseñar “Jaime sólo necesita madurar un poco”, “vamos a esperar a que pase el tiempo, a ver qué ocurre”. El uso de este tipo de etiquetas puede hacernos incurrir en un razonamiento tautológico por parte de los profesionales, es decir: “María no trabaja en clase porque tiene déficit de atención y tiene déficit de atención porque no trabaja en clase” o “Daniel se levanta de la silla porque es impulsivo y es impulsivo porque se levanta de la silla”. Estos razonamientos circulares ni explican ni predicen ni permiten controlar los comportamientos de María y Daniel en eventos futuros, por lo tanto, será muy complicado dar una respuesta educativa adaptada a sus necesidades por parte de la familia y el personal académico. Además, ambos planteamientos vulneran ciertas premisas que el/la analista de conducta asume como propias (Skinner, 1974). En primer lugar, entendemos que la conducta es una relación funcional entre el organismo y el ambiente que nunca dependerá de un evento particular y aislado (como los razonamientos circulares que hemos mencionado previamente). Según establecen Bijou y Baer (1974) la conducta es función de los eventos estímulo, los cuales se pueden englobar en dos categorías: E1: La situación actual de estímulo (física, química, organísmica y social). E2: La historia de situaciones los eventos estímulo (herencia genética y eventos pasados relacionados a los eventos de la situación actual). Al asumir que la conducta es una función de múltiples variables, el reduccionismo es incompatible con el enfoque conductual. De forma análoga, se deduce que la conducta, al ser función de, dependerá de variables concretas que pueden ser estudiadas y controladas. Esto es, la conducta se rige por el principio de determinismo. Estas premisas, en adición al materialismo y al monismo, entre otras, establecen las reglas del juego filosófico del/la analista de conducta (se recomienda leer los capítulos introductorios en este mismo volumen). Por lo tanto, cuando el alumnado requiera de una respuesta educativa, el analista de conducta comenzará su planteamiento descartando aquellas hipótesis explicativas que “carezcan de sentido”. Entendemos que la actividad de cualquier ciencia no sólo es filosófica. De hecho, en educación, el caos conceptual es una de las principales señas de identidad y tiene una repercusión directa en la labor de los/las profesionales que deben enseñar. Al adoptar una perspectiva empírica, se establecen las condiciones necesarias para reducir los sesgos disposicionales. Asimismo, el hecho de realizar, conforme a una estrategia hipotético-deductiva, el análisis de cada caso, nos permitirá establecer una hipótesis y recabar datos para determinar de forma objetiva y operativa las relaciones existentes entre las variables de interés (O’brien et al. 2015). Control de rigurosidad, evalúe aquí En la actualidad, podemos afirmar que las respuestas educativas con mayor impacto son aquellas realizadas para el alumnado NEAE, esto es, alumnado que podría presentar necesidades específicas de apoyo educativo. Regularmente, las NEAEs suelen detectarse en el contexto familiar durante las etapas más tempranas del desarrollo y/o en el contexto escolar que, a su vez, pone en marcha los procedimientos pertinentes para derivar los casos a los servicios de salud, donde, una vez evaluados, llevarán a cabo una intervención temprana sobre aquellos aspectos en los que se detectan déficits, ya sean éstos cognitivos, sociales, motores y/o comunicativos. Sin embargo, con frecuencia ocurre que dichos servicios se encuentran colapsados y sin personal cualificado suficiente para dar cobertura ante la creciente demanda de intervención. Por otra parte, dependiendo de la complejidad o conocimiento sobre los distintos casos, en ocasiones las necesidades de apoyo educativo se detectan en etapas del desarrollo más avanzadas (incluso entrando en la pubertad), hecho que contribuye a que las medidas de atención a la diversidad propuestas desde los centros educativos no sean suficientemente exitosas, además de generar malestar tanto en el alumnado como en sus familiares. Debido a lo anterior, los protocolos de evaluación psicopedagógica suelen iniciarse por un motivo obvio. A pesar de que el número de detecciones e intervenciones con niños y niñas con NEAE cada vez es mayor, por desgracia la presencia del alumnado con necesidades educativas sigue suponiendo una estimulación aversiva para el profesorado que, a pesar del empeño y buen hacer diario, muchas veces trata de reducirla porque consume gran cantidad de recursos (tiempo, creación de materiales, dedicación exclusiva al alumno/a, revisión de intervenciones, reuniones de coordinación etc.). En estos casos, la probabilidad de que el profesorado recurra a profesionales como psicólogos, orientadores educativos, pedagogos y/o otras figuras similares tiende a 1. Como analistas de conducta, consideramos que es sumamente importante reflexionar sobre las contingencias que controlan el comportamiento de los profesionales educativos (tanto en el contexto académico como en otros sectores del ámbito privado) puesto que el éxito de la respuesta educativa depende de ello. Una de las primeras reflexiones que debemos hacer es: ¿qué controla el comportamiento de los profesionales responsables de la respuesta educativa?, ¿reducir la aversión que le produce la situación del alumno o estructurar una respuesta educativa que mejore la enseñanza-aprendizaje en el aula? En un proceso de evaluación suele recabarse información de diferentes fuentes (familia, profesorado, médicos entre otros) y, en la mayoría de casos, el uso de pruebas estandarizadas es la principal herramienta para determinar el repertorio de habilidades del alumnado. Por su parte, los protocolos de evaluación están diseñados para que ésta devuelva un diagnóstico - etiqueta diagnóstica. Parece que el objetivo es confirmar una condición del alumno y no tanto determinar un punto de partida para poner en marcha una respuesta educativa, por lo que cabe preguntarse: ¿Qué controla el comportamiento de los profesionales responsables de la evaluación psicopedagógica?, ¿Confirmar un diagnóstico o determinar un punto de partida desde donde armar la respuesta educativa? ¿Qué implica un planteamiento u otro? Como hemos comentado anteriormente, la idiosincrasia y dificultades en la adquisición de habilidades del alumnado con necesidades educativas puede tener una función aversiva para el profesorado que interviene con ellos/as en el aula (entendamos “función aversiva” dentro del lenguaje propio del análisis de conducta, sin que esto implique un rechazo ni negligencia por parte de los docentes). Dicha función puede facilitar que aumente la probabilidad de que los profesionales soliciten ayuda con el objetivo de buscar un diagnóstico o asesoramiento sobre líneas de trabajo a seguir. En muchas ocasiones, las propias características de los protocolos de evaluación psicopedagógica actúan como reforzadores negativos de dicha situación. Por un lado, desplazan la responsabilidad del profesorado a una etiqueta diagnóstica (“suspende los exámenes porque tiene déficit de atención”) y, en segundo lugar, la responsabilidad de la respuesta educativa se reparte entre otros profesionales, tales como los maestros/as de Pedagogía Terapéutica y de Audición y Lenguaje, encargados de brindar apoyo y estimulación en aquellas áreas en las que se considere que existe un déficit en relación al grupo normativo. Adicionalmente, podemos considerar un diagnóstico como una contingencia inmediata que trata de identificar dificultades y no establecer soluciones, a pesar de la utilidad que puede suponer a nivel descriptivo y administrativo y, por último, ofrece una pseudo explicación del problema. En los ejemplos citados anteriormente, podemos observar cómo las “soluciones” del profesorado se basan en aspectos topográficos (errores de lectura, omisiones, interrumpir en clase, no atender, etc.)., sin atender a los componentes funcionales que están formando parte de los repertorios de conducta. Ofrecer una alternativa a este tipo de situaciones es francamente difícil. En primer lugar, establecer una respuesta educativa que no parta de una etiqueta diagnóstica y centrar el éxito de la intervención en el avance del propio alumno, implica una demora de las contingencias de reforzamiento. El/la alumno/a continuará consumiendo recursos y la reducción de esa situación aversiva no es inmediata. Además, al no centrar la respuesta educativa en una etiqueta diagnóstica, pudiera parecer que nuestro control sobre la situación del alumno no es certero. Existen algunos problemas adicionales a la visión tradicional. El proceso de enseñanza-aprendizaje es una interacción entre el profesorado y el alumnado, el análisis de las necesidades educativas debería incluir esta interacción en las evaluaciones. La mayoría de evaluaciones se realizan en contextos artificiales con profesionales ajenos a esta interacción. Es decir, los profesionales de la orientación realizan sus evaluaciones empleando pruebas estandarizadas en contextos ajenos al aula. Por su parte, la evaluación psicopedagógica suele asentarse en los criterios establecidos en El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) y otros similares. En este tipo de manuales se redactan una serie de criterios que deben cumplirse para que se pueda concretar un diagnóstico. Por ejemplo, en el caso de la dislexia, el DSM 5 establece cuatro categorías que deben cumplirse. A) Una dificultad de aprendizaje persistente a la intervención durante al menos 6 meses, B) un nivel académico sustancialmente y cuantificable por debajo de su grupo de referencia o edad, C) las dificultades de aprendizaje se presentan cuando las aptitudes académicas son superiores a las habilidades limitadas del alumnado y, D) la dificultad no puede explicarse por la presencia de otros trastornos mentales o directrices académicas inadecuadas. Si asumimos los criterios establecidos en el propio DSM, la evaluación recogida en los informes debería incluir toda esta información y ser integrada en una respuesta educativa. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿las evaluaciones psicopedagógicas realizan una intervención previa al diagnóstico?, ¿los errores cometidos están significativamente por debajo del grupo de referencia?, ¿se ha descartado que la dificultad no se deba a una falta de habilidad del profesorado? No está de más que aquellos que defienden el uso de las etiquetas o diagnósticos en la educación, reflexionen sobre si están cumpliendo los criterios mínimos indispensables recogidos en los manuales o los criterios establecidos en la legislación vigente. No en pocas ocasiones los informes de evaluación psicopedagógica recogen una colección de errores topográficos donde no se relata ninguno de los criterios expuestos con anterioridad. Estos planteamientos pueden tener un impacto negativo en el desarrollo académico y personal del alumnado. No sólo porque el uso de una etiqueta supone encasillar al alumnado y centrar la responsabilidad de su necesidad educativa en un plano ajeno a los profesionales de la enseñanza, sino porque en ocasiones, el proceso de evaluación no garantiza que los criterios de diagnóstico se cumplan. ¿Qué podemos aportar? Pasa el tiempo y no maduras La edad ha sido considerada una variable con amplia importancia en la psicología del desarrollo. De hecho, en algunos de los inventarios del desarrollo más utilizados para evaluar habilidades en niños y niñas, comúnmente nos encontramos con escalas de “edades estimadas” según los resultados obtenidos (como, por ejemplo, las Escalas de Desarrollo Batelle, muy usadas en la primera infancia). En dichas evaluaciones es habitual que los comportamientos se organicen en base a franjas de edad empaquetadas en estadíos, etapas o períodos. Pongamos algunos ejemplos al respecto sobre el desarrollo del lenguaje: “En la etapa tercera (2;2-2;6 años) los niños ya logran establecer claramente el predicado nominal (PN) como categoría gramatical («mi primo es médico»). En el período entre 2;2 y 2;6 aparecen ya las combinaciones determinantes + nombre («la casa», «el perro»”) […] En la cuarta etapa (2;6-3;2 años) los niños comienzan a producir oraciones interrogativas con pronombres («¿quién es ese señor?», «¿qué son los viejos?»”) (Pinillos, 2014. pág 249). Estas clasificaciones, aun siendo de cierta utilidad, se quedan estancadas en la mera descripción. Es decir, ni explican cómo se desarrollan estos mecanismos ni de qué forma se mantienen y se generalizan en distintos contextos, por lo cual cabe preguntarse ¿cómo puede diseñarse una respuesta educativa que permita al usuario/a en una etapa concreta alcanzar los objetivos de la etapa superior? Otros planteamientos de la psicología del desarrollo han versado sobre la maduración. Según este planteamiento, se concibe que los cambios conductuales se deben a cambios en las estructuras biológicas por el paso del tiempo. Una suerte de generación espontánea donde las inferencias psicológicas con base biológica pueden deberse a una falta de formación de los observadores/as debido a que los cambios en los repertorios de respuestas suceden demasiado rápido (Gewirtz y Pelaez, 1996). Es decir, al desconocer cómo los repertorios se combinan y emergen, los observadores no entrenados sitúan las causas de estos cambios en variables biológicas como es la maduración. Como bien se ha expuesto, el desarrollo no es eminentemente biológico ni psicológico. Es una interacción y comprenderla es clave en nuestra ciencia. Clave que permite estudiar, abordar y generar fenómenos verbales complejos como en naming en lugar de hablar simplemente de Insight. De peras a ladrillos (o por qué construir en vez de esperar) Desde la perspectiva del análisis de conducta, el desarrollo psicológico de un organismo es una abstracción que se conceptualiza como cambios progresivos, ordenados y jerarquizados entre las respuestas y las funciones de estímulo -y sus estructuras- en un individuo y específicamente entre la conducta y las contingencias ambientales interactuantes. Estos cambios dependen de la interacción de dos niveles (Bijou y Baer, 1974) separados arbitrariamente: • Desarrollo biológico: cambios ordenados en la estructura (anatomía) y en el funcionamiento (fisiología). • Desarrollo psicológico: cambios progresivos de la conducta de un organismo biológicamente cambiante en relación con una sucesión de eventos ambientales que, en su mayor parte, son productos de la cultura. Ambos componentes están interrelacionados y que su ocurrencia sea simultánea no implica que uno cause a otro (Bijou y Baer, 1974). En muchas ocasiones se afirma que un cambio biológico implica uno psicológico y viceversa. En el ámbito educativo, es habitual que a partir de una dificultad de aprendizaje se infiere que pueda existir un problema biológico. También ocurre ante el alumnado con Altas Capacidades Intelectuales, ya que se suelen establecer hipótesis eminentemente genetistas e inmutables sobre su origen y mantenimiento. Sin embargo, como sabemos, una correlación entre dos o más eventos no implica una relación causal entre los mismos. ¿Qué determina entonces un cambio en el comportamiento? SPOILER: ¡Contingencias! Como hemos podido leer en los capítulos anteriores, sabemos que, bajo determinadas circunstancias, y no por el mero paso del tiempo, se producen cambios en las interacciones entre la persona y el ambiente, lo cual posibilita que nuevas contingencias de reforzamiento tengan lugar (Rosales y Baer, 1996). “Lo que determina que un cambio en el comportamiento sea una cúspide o hito del desarrollo, es que expone el repertorio del individuo a nuevos entornos, nuevas contingencias, nuevas clases respuestas y nuevas clases de control de estímulo” (Rosales y Baer, 1996, pág 2). Esta concepción del desarrollo, distinta a las descritas anteriormente, permite organizar las respuestas educativas dentro de una lógica secuencial, donde las contingencias de reforzamiento forman parte de un programa educativo más amplio. Es decir, poniendo el foco más allá de lo biológico e inmutable y sin necesidad de acudir a explicaciones mentalistas, donde se integren todas las variables relevantes del organismo y donde desarrollaremos la intervención en secuencias jerarquizadas basadas en criterios objetivos y con evidencia experimental acumulada. ¿Qué significa poner en contacto con nuevas contingencias y generar nuevas fuentes de reforzamiento? Cuando los niños y niñas desarrollan la musculatura y coordinación necesarias para caminar sobre dos piernas, permiten el desarrollo exponencial de numerosas interacciones nuevas, tales como saltar, mantener el equilibrio sobre una pierna, descubrir un entorno con el que interactuar de una manera diferente, llegar a objetos que están a mayor altura y lograr una mayor autonomía de movimiento. El desarrollo de repertorios de conducta o clases de respuesta se asienta sobre dos ideas principales. Primero, el desarrollo del comportamiento sigue una lógica secuencial determinada que puede ser analizada (desplazando explicaciones mentalistas y pseudocientíficas), y segundo, el desarrollo y combinación de los repertorios de conducta permite que las personas entren en contacto con nuevas contingencias de reforzamiento (hitos de la conducta). Las respuestas educativas deben diseñarse teniendo en consideración este planteamiento. ¿Por qué se decide enseñar esta habilidad?, ¿qué permitirá aprender una vez se haya adquirido? En definitiva, pretendemos expandir su mundo al expandir sus capacidades. Para llevar a cabo este cometido es necesario analizar las habilidades prerrequisitas para el desarrollo de la conducta y habilidades prerrequisitas para la unidad de aprendizaje. Las habilidades prerrequisitas de la unidad de aprendizaje hacen referencia a aquellas que permiten comenzar una respuesta educativa, como por ejemplo permanecer sentados, seguir instrucciones básicas, realizar respuestas de observación a los antecedentes o que la presencia del profesorado funcione como reforzador condicionado generalizado, entre otras. A su vez, debemos analizar habilidades prerrequisitas para el desarrollo de la conducta que pueden coincidir con los objetivos educativos a alcanzar. No podemos introducir unidades de aprendizaje sobre comprensión lectora hasta que el alumnado no sea capaz de discriminar con precisión y fluidez un número de palabras por minuto (Greer, 2014). Debemos destacar que cada niño/a tiene su propio proceso de aprendizaje y de adquisición de destrezas, por lo cual cualquier intervención que desarrollemos debe de ser individualizada y adaptada a sus necesidades. Análisis de conducta del desarrollo verbal En muchas ocasiones, es habitual que el analista de conducta en el ámbito educativo deba intervenir sobre la adquisición de habilidades verbales. En este sentido, aunque la taxonomía propuesta por Skinner en Conducta Verbal 1957 ha recibido críticas fundamentadas (Ribes, 2008) la acumulación experimental y teórica surgida desde entonces es innegable. La conceptualización conductual del desarrollo en adición a la taxonomía de conducta verbal permite al analista de conducta evaluar y diseñar respuestas educativas secuenciadas basadas en la evidencia. De este modo, tener un repertorio científico adecuado sobre a) las diferentes operantes verbales (tacto-verbal, mando, ecoica, intraverbal, etc.), b) sus características técnicas (relación entre el antecedente y la respuesta, tipos de contingencia, etc), c) los prerrequisitos para cada una de ellas (imitación generalizada, reforzamiento condicionado de caras y voces, igualación de estímulos, etc) y, d) sobre cómo todo lo anterior se integra para que los hitos de la conducta emerjan, permite un diseño secuencial y jerarquizado de la respuesta educativa (casi nada, ¿verdad?). De esta forma, la intervención sobre el desarrollo del comportamiento del alumnado con necesidades educativas especiales puede ser más exitosa. Unidad de aprendizaje El control de estímulos es fundamental para poder evaluar y diseñar instrucciones perfectas. Greer y Ross (2014) establecieron la unidad de aprendizaje como un segmento conductual desde el que analizar las interacciones entre la persona que enseña y el alumnado que aprende. Esta herramienta ha sido empleada en instrucción directa ofreciendo unos resultados considerables. Las interacciones que ocurren en contextos escolares requieren la incorporación del control de estímulos complejo para poder analizar posibles errores del profesorado a la hora de diseñar y/o presentar los ensayos y evitar la competencia entre criterios de respuesta (Bujedo et al, 2018). Cuando el alumnado presenta dificultades de aprendizaje, es decir, no cumple los criterios establecidos en las tareas propuestas por el profesorado, debe analizarse la interacción entre ambos. Esta interacción debe incluir la forma en la que se presentan los antecedentes y el tiempo de demora hasta la respuesta del alumnado, las consecuencias cuando las respuestas del alumnado sean correctas y las correcciones cuando las respuestas sean incorrectas. De forma paralela, debe analizarse si el repertorio de habilidades del alumnado permite responder al tipo de tareas presentadas. Un alumno situado al final de clase puede no oír ni ver la explicación de su profesorado. Una alumna que no tiene precisión y fluidez en el conteo numérico puede no estar preparada para realizar sumas. Un alumno que se esfuerza y responde a un nuevo tipo de ejercicio matemático no recibe ningún comentario sobre su ejecución. En los términos establecidos por Greer en 2014 se hace una distinción entre estrategias (preguntas que realizamos para establecer relaciones funcionales y aislar las posibles causas del problema) y tácticas (la selección de estrategias basadas en la evidencia empírica que sirvan como respuestas educativas). Así pues, cada problema ha de plantearse desde la reflexión y el planteamiento de hipótesis a diferentes niveles 1) variables disposicionales (Froxán, 2020), 2) control antecedente (control de estímulos, presentación de antecedentes, respuestas de observación, etc.), 3) clases de respuestas, habilidades prerrequisitas y parámetros de respuestas (precisión, fluidez, intensidad, duración, frecuencia) y 4) control consecuente (presencia del profesorado como reforzador generalizado, coste de respuesta, etc.). Atentamente, su planteamiento alternativo Supongamos que hoy es el Inicio de curso en segundo de primaria y las primeras respuestas ante los antecedentes presentados por el profesorado comienzan a sucederse en el salón del aula. Carla vuela con la lectura y Miguel consigue sumar sin utilizar los dedos. María, en cambio, necesita seguir con su dedito el libro de ciencias naturales. Por su parte, Jacinto no conoce todas las letras, parece no atender cuando su profesor explica las tareas de clase y además molesta mientras el resto de sus compañeros trabaja en sus quehaceres. Esta última situación preocupa a su tutora y exige que Jacinto tenga que estar pendiente de su propia ejecución en cada una de las tareas, así como realizar ejercicios de refuerzo o, incluso, privarle de su tiempo de recreo hasta que acabe la tarea. Esta situación supone una estimulación aversiva para la tutora y esta decide recurrir al departamento de orientación para buscar una solución a su “problema” (el de ella, no el de Jacinto). El primer reporte del equipo docente se centra en comportamientos poco operativos, tales como que “es incapaz de realizar los ejercicios de forma autónoma, se distrae con facilidad, parece que se aburre y acaba molestando a otros compañeros”. La solicitud que recibe el departamento de orientación se fundamenta en un trastorno por déficit de atención e hiperactividad. El inicio de la evaluación psicopedagógica comienza revisando la historia académica de Jacinto. El alumno se incorporó en primero de primaria procedente de otro centro educativo. Su nivel curricular era ligeramente inferior al de sus compañeros, lo cual influía en su ejecución diaria. Además, es indispensable mencionar que el 14 de marzo de 2020 se produce un confinamiento mundial que repercute en el ritmo de enseñanza-aprendizaje de Jacinto. Esta situación inevitablemente influye en la adquisición de precisión y fluidez de la lectura de Jacinto y, a su vez, actúa como variable disposicional retrasando su aprendizaje y privando al alumno de oportunidades de respuestas que puedan ser reforzadas. En términos generales, tenemos un alumno que accedió más tarde a la enseñanza de la lectura, su enseñanza fue interrumpida con motivo de la pandemia y, al regresar al centro educativo, el nivel de sus compañeros era superior al suyo, lo cual implica que seguir el ritmo de clase (número de unidades de aprendizaje presentadas/ número de unidades de aprendizaje respondidas correctamente) sea más difícil para él y, por tanto, las interacciones con su profesorado se centraron mayormente en sus carencias. El inicio de una evaluación psicopedagógica por un profesional de la educación no puede centrarse en expresiones folclóricas carentes de fundamentos. Una evaluación psicopedagógica es un trabajo de investigación cuyos resultados deben ofrecer un plan de acción, esto es, una respuesta educativa. El objetivo siempre debe ser ayudar a mejorar el repertorio de habilidades de 1) los agentes educativos que enseñan y 2) del alumnado que aprende. El objetivo nunca es buscar una explicación diagnóstica que justifique la situación que se produce. En relación a la evaluación psicopedagógica, se deben tener en cuenta dos aspectos fundamentales: 1) aspectos formales, legales o burocráticos y 2) aspectos funcionales o curriculares. La parte formal hace referencia al marco legal donde se ejecuta la evaluación psicopedagógica y que marca los pasos a seguir, la documentación a rellenar, los derechos de los usuarios y las obligaciones de los profesionales de la educación. Todas las evaluaciones psicopedagógicas deberían ser informadas a las familias y que éstas presten su consentimiento previo a su realización. Además, los progenitores deberían recibir copia del informe realizado y ser informados de forma accesible del contenido y las implicaciones del mismo. Otro aspecto fundamental de la parte formal son los criterios de evaluación establecidos en el marco legal de referencia, su referencia explícita en el informe y una argumentación sólida sobre si se cumplen (o no) dichos criterios en base a la información o resultados obtenidos. Un trabajo farragoso y, en ocasiones, poco fructífero. Sin embargo, esto es lo mínimo que debe realizarse para ser un profesional decente. Asimismo, en los aspectos funcionales o de aprendizaje, analizamos el caso al completo desde diferentes fuentes de información. En primer lugar, se recaban datos respecto a la historia académica. Se solicita al profesorado actual, profesorado pasado (si es posible) y a su familia un reporte sobre la situación personal y académica del alumno en cuestión. Deberían incluirse las medidas y programas de atención a la diversidad desarrollados con anterioridad. Es decir, aquellas respuestas educativas que se han llevado a cabo antes de solicitar/realizar la evaluación psicopedagógica. De forma análoga, debemos ir recabando los datos adecuados para analizar nuestro caso, plantear la respuesta de intervención y, en caso de que se cumplan los criterios de evaluación, determinar la necesidad educativa. El/la lector/a entenderá que cualquier alumno/a con una necesidad debe beneficiarse de una respuesta educativa aún cuando esta dificultad no cumpla los criterios establecidos en la ley. El alumnado con dificultades en lectoescritura puede no cumplir los criterios para ser considerados disléxicos/as pero, indudablemente, tienen derecho y deberían beneficiarse de una respuesta educativa. Por su parte, el uso de tests estandarizados puede ser de utilidad para obtener una medida rápida de la dificultad de aprendizaje, sin embargo, los aspectos funcionales requieren un trabajo adicional. En el caso de Jacinto, podríamos utilizar algún test como el PROLEC - R, DST-J, PROLEXIA o similares. El uso de test estandarizados es importante por otro motivo. En el caso de la dislexia, la legislación puede exigir que se cumplan una serie de requisitos como un percentil 25 o menor a éste en pruebas estandarizadas, resistente a la intervención (instrucciones 8 de marzo 2017). De ahí la importancia de que se concluya sobre los resultados obtenidos. Ahora bien, la respuesta educativa requiere de pruebas adicionales. Seguiríamos avanzando en nuestros aspectos funcionales estableciendo una estrategia que nos permita aislar las posibles causas del problema (Greer, 2014). Se debe analizar: 1) el control antecedente (respuesta de observación, antecedentes inequívocos, etc.), 2) parámetros de respuesta (precisión, fluidez y tipos de discriminaciones, repertorios prerrequisitos), 3) consecuencias (oportunidades de respuestas, tasa de reforzamiento, tipo de interacción con profesorado, etc.), y 4) variables disposicionales (problemas sensoriales) y motivacionales. En el caso de Jacinto, tras realizar varias observaciones y plantear varias hipótesis, se determinó que el inicio retrasado de la lectura y su nivel actual de la misma, actuaba como una variable disposicional en el salón del aula. Su nivel era inferior en términos de precisión (número de respuestas erróneas), y fluidez (número de respuestas/unidad de tiempo). Además, las actividades que se planteaban en el salón de aula implicaban manejar una serie de habilidades que estaban ausentes en su repertorio. Esta situación suponía un coste de respuesta para él y la probabilidad de que realizase el ejercicio y que su profesorado aplicara un feedback adecuado era bastante baja. Su comportamiento en el aula se centraba en desplegar conductas alternativas a la realización de los ejercicios propuestos tales como dirigirse con frecuencia a otros compañeros para obtener atención o simplemente repetir “no sé hacerlo”. Estas respuestas se reforzaban negativamente. Una vez obtenidos los datos, se decide concluir que Jacinto, aun teniendo un nivel en lectoescritura bastante bajo, no ha recibido una respuesta educativa adecuada que tratase de revertir su situación (lo cual es un requisito incluido en la legislación). Quizás el alumnado no debería concebirse como alumnado con dificultades de aprendizaje sino como alumnado resistente al aprendizaje. Lo cual denota tiempo y una intervención previa. La respuesta educativa se centró en dos componentes. 1) las interacciones profesorado - alumno en el salón de clases y 2) entrenamiento de precisión y fluidez de los componentes de la lectura y escritura (desde las letras hasta palabras, pasando por sílabas). Se indicó al profesorado que debía reducir la extensión de los enunciados de las tareas, además de resaltar las palabras clave de los mismos y de los textos que se emplean para el estudio. De forma añadida a lo anteriormente expuesto, se solicitó a los docentes que dieran una respuesta de observación a Jacinto en la realización de los ejercicios, que aplicaran consecuencias contingentes a sus respuestas y que realizaran una corrección de todo el ensayo realizado. Por otro lado, el programa de lectoescritura incluía los criterios de aprendizaje (100% de acierto), los objetivos (precisión, fluidez, generalización de tipos de fuentes), el tipo de entrenamiento (letras, sílabas, palabras, oraciones, etc.), los tipos de discriminaciones (lectura, escritura, igualación, señalado, etc.), la forma de corrección de los ensayos incorrectos, los ensayos de prueba y mantenimiento, etc. Gracias a todo lo anterior, Jacinto consiguió desarrollar sus habilidades lectoras en la finalización del curso y, hoy en día tiene el mismo nivel curricular que sus compañeros. Actualmente sigue presentando ciertas necesidades educativas (como el resto del alumnado), sin embargo, Jacinto se ha beneficiado de una respuesta educativa centrada en sus propias habilidades y su propio avance siendo irrelevante una etiqueta como dislexia. El objetivo de este capítulo ha sido ofrecer una alternativa a la visión tradicional de la psicología educativa. Hemos optado por comunicarnos de una forma accesible y relacionada con el análisis de conducta. Esperamos que esta aportación sirva como punto de partida para que los/as profesionales de la educación acudamos a fuentes de mayor extensión y podamos ejercer adecuadamente como profesionales que dan respuesta a aquel alumnado que necesita desarrollarse y no ser etiquetado. Preguntas para la reflexión • ¿Qué tres repertorios debe integrar un/a analista de conducta en el ámbito educativo? • ¿Cómo definimos las habilidades prerrequisitas en una unidad de aprendizaje? • ¿Qué dos aspectos fundamentales deben de tenerse en cuenta en una evaluación psicopedagógica? • Cuando evaluamos funcionalmente una conducta ¿qué cuatro variables debemos analizar? • ¿Qué son las explicaciones circulares cuando nos referirnos a una dificultad de aprendizaje? Capítulo 6 Intervención en depresión analítica-conductual Raymundo González-Terrazas y Mauro Colombo La depresión es uno de los problemas psicológicos con mayor prevalencia y con mayor índice de incapacidad. Este problema psicológico impacta de manera súbita em la calidad de vida de las personas que la experimentan y puede ser asociada a múltiples problemas de morbilidad y mortalidad considerable (Cuijpers et al., 2021). Según datos de la OMS, la depresión es el problema psicológico que a más personas afecta en el mundo. Se estima que más de 350 millones de personas de todas las edades sufre de depresión globalmente, mientras que en América latina y el Caribe aproximadamente el 5% de la población adulta la padece, y es entre el 60 y 65% de las personas en depresión que no recibe la atención necesaria. Por lo cual, representa un problema de salud pública cuyos esfuerzos para su atención deben estar orientadas a la mejora teórica y clínica. No por nada autores como Seligman, mencionan que la depresión es a la psicología lo que el resfriado a la medicina, dejando ver su carácter prevalente, tanto así que se estima que todas las personas han pasado o pasarán por problemas de situación al menos una vez en su vida. El curso de este problema psicológico puede ser muy heterogéneo, caracterizándose por las siguientes categorías clínicas: estados de ánimo como tristeza, desesperanza, irritabilidad, alteraciones del sueño, del apetito, de la sexualidad, en la movilidad y las actividades diarias reduciéndolas a dimensiones muy bajas y/o estados catatónicos, y, una de las características clínicas más conocidas, los pensamientos “negativos”. En personas jóvenes, la depresión impacta de manera muy significativa con impedimentos serios en su esfera social y educativa, aumentando la probabilidad de presentar tabaquismo, abuso de sustancias, obesidad y suicidio en comparación con los adultos (Zhou et al., 2020). No podemos olvidar en este punto, y como mencionaremos más adelante, que todas las características clínicas mencionadas aportan el carácter descriptivo, puesto que será necesario indagar en la función de estas manifestaciones clínicas para la orientación de la intervención. El propósito de este capítulo es contextualizar al lector con el término “depresión”, analizar las teorías que han sido utilizados a lo largo de la historia para explicar este fenómeno clínico indagando en su estado de la cuestión actual. Posteriormente, revisaremos las terapias que han recibido evidencia empírica de su efectividad en la actualidad, y someter a escrutinio cuáles pueden ser sus probables problemas conceptuales para así, posteriormente, poder conceptualizar la intervención analítica-conductual en la depresión comenzando por una correcta evaluación funcional del comportamiento depresivo que guiará las estrategias a utilizar para la modificación del mismo. Antecedentes de la depresión Desde los inicios de la historia de la humanidad, la preocupación por la llamada conducta desviada o patológica ha sido una constante, recibiendo distintas denominaciones para referirse a aquellas formas de comportamiento que se desvían de la media normativa o de los criterios marcados por una sociedad. Desde las primeras consideraciones de la locura como posesión demoníaca o, en su cara opuesta, con un origen divino hasta su proclamación como un problema médico, una enfermedad sujeta a las mismas leyes naturales que cualquier otra, no cesaron las propuestas para afrontar un problema que era (y es) tanto individual como social. En el siglo IV ac, Hipócrates desarrolla su teoría de los humores y a partir de entonces se suceden diversas propuestas que coinciden en señalar la locura como un problema orgánico, una enfermedad de tipo somático (Ackerknecht, 1993; Kazdin, 1983; Lieberman, 2016; Pichot, 1978). Paralelamente a la “biologización” de la locura se fueron desarrollando planteamientos de tipo moralistas, que asociaban la locura a “pasiones del alma”, vicios, lecturas perniciosas, etc., totalmente congruentes con el concepto de enfermedad ya que durante años se consideraba que la sede del alma y la razón estaba en el cerebro (Bunge, 2012; Kazdin, 1983; Martínez,1996; Molina, 2013), un planteamiento que, curiosamente, se está recuperando hoy en día desde la Neurociencia. En el siglo XIX, relacionada con la teoría humoral (Tracy, 1969), el término melancolía era ampliamente utilizado para referirse a conductas relacionadas con una lentitud y movilidad reducida, aunque no necesariamente transmitía la idea de la experimentación de la tristeza o el desánimo. Posteriormente, el término nostalgia en conjunción con la melancolía facilitaron su utilización para enfatizar en manifestaciones afectivas. Las nociones de las causas de la nostalgia y la melancolía pasaron después por las concepciones anatomoclínicas, lesiones anatómicas y la identificación de órganos, tejidos y células (Ackerknecht, 1967); sin embargo, algunos fracasos de esta visión llevaron durante la segunda mitad del siglo XIX a redefinir estas alteraciones en términos fisiológicos, llevando así la incorporación a la psiquiatría (aunque solo en términos descriptivos). Debido a la incorporación de las teorías psicológicas fue posible dotar de descripciones y explicaciones a los síntomas de aquello identificado como nostalgia y melancolía. A continuación, veremos cómo tiempo después la melancolía fue reemplazada por la tristeza (Berrios, 2012). Hacia 1860 el término depresión fue utilizado en los diccionarios médicos para referirse a un abatimiento de los ánimos de una persona que padece una enfermedad, de esta forma fue posible reducir la depresión a una condición o síntoma. La depresión fue concebida como lo opuesto a la excitación, como una reducción de la actividad generalizada que podía ir desde pequeños errores de concentración hasta la parálisis total de una persona (Regis, 1985). Uno de los motivos que probablemente influyó en el hecho que los médicos prefirieran el término depresión sobre la melancolía fue porque “depresión” connotaba un problema fisiológico, así este término se convirtió en parte de la nomenclatura de la literatura médica (Berrios, 2012). Como parte de las principales explicaciones que han existido a lo largo de la historia de la depresión, podemos encontrar: a) la teoría psicodinámica, la cual básicamente concibe la causa de la depresión debido a un retroceso en la etapa oral del desarrollo relacionada con la pérdida simbólica de una persona amada de la infancia, la culpa y castigo centrado en el sí mismo, el narcisismo y el odio dirigido hacia uno mismo (Ávila, 1990), b) modelos biomédicos, que conceptualizan la depresión como causa de una desregulación del sistema hipotalámico-hipofisario-adrenal impactando de forma primaria a los neurotransmisores relacionados de ese sistema como la serotonina, la noradrenalina, la acetilcolina y la dopamina; de forma secundaria, los neurotransmisores impactarían en los comportamientos característicos de la depresión, aunque cabe destacar que hoy en día esta perspectiva es adoptada como correlación y no como causa (Guadarrama et al., 2006), c) la teoría cognitiva, la cual nos habla que una persona desarrolla la depresión a causa de la forma de procesar la información, los esquemas negativos y las distorsiones cognitivas. Concretamente se desarrolla la ampliamente conocida Triada Cognitiva, en donde la persona mantiene una visión negativa de sí misma, del mundo y del futuro. Esta triada estaría disparada en función de cierto evento activador, donde la cualidad de activador también dependería de la personalidad de la persona (Beck et al., 1996), d) teorías conductuales, las principales teorías conductuales que han aportado el desarrollo de las intervenciones analítica-conductuales se remontan a los tiempos de Skinner (1953) donde mencionaba cómo los principios psicológicos de aprendizaje podían explicar de forma efectiva las conductas humanas complejas y los problemas clínicos incluida la depresión. Secundando los escritos de Skinner, algunos de sus principales estudiantes como Ferster (1973) desarrollaron modelos específicos de la conducta depresiva y realizaron de forma pionera un análisis funcional de la depresión. Otros autores también han aportado enriquecimiento desde la perspectiva conductual a la compresión de la depresión como fenómeno conductual, como la Teoría de la Indefensión Aprendida (Seligman y Maier, 1967), la teoría de aprendizaje implicada en la conducta depresiva (Lazarus, 1968) y los estudios sobre la pérdida de la efectividad del reforzador (Costello, 1972). Las intervenciones conductuales actuales de la depresión están basadas en la teoría que menciona que la conducta depresiva es originada por medio de la falta de contingencia entre las respuestas saludables y el reforzamiento positivo, donde por medio de la correlación de respuesta, la sensibilidad a los reforzadores, y el condicionamiento respondiente se experimentan aquellas respuestas emocionales que pueden funcionar como operaciones motivadoras y discriminativos para toda una serie de respuestas no saludables, reduciendo así toda una amplia clase de respuesta saludables (González-Terrazas y Campos, 2021). Dicho de otra forma, la depresión aparece como consecuencia de una falta de contacto con fuentes estables de reforzamiento positivo, reduciendo en múltiples dimensiones los comportamientos no depresivos y elicitando un conjunto de respondientes características de la depresión. De esta manera, mientras que una persona experimenta sentimientos de depresión debido a no participar en actividades que le permitan un contacto con fuentes estables de reforzamiento positivo, se reducen aquellas conductas saludables y aumentan las depresivas aumentando también los sentimientos de depresión. De esta forma una persona puede entrar en un círculo vicioso o patrón comportamental que Lazarus (1968) llamó repertorio conductual debilitado. Lewinsohn y colaboradores (Lewinsohn et al., 1970; Lewinsohn y Libet, 1972; Lewinsohn y Graf, 1973) propusieron después una intervención pionera totalmente conductual que toma en cuenta todo lo anterior. Si la depresión se es a causa de la pérdida de contingencia entre las respuestas y las fuentes estables de reforzamiento positivo, la intervención entonces consiste en retomar ese contacto con las fuentes de reforzamiento positivo, y para facilitar este contacto, el terapeuta propicia y entrena las habilidades necesarias sociales y no sociales para obtener y mantener dicho contacto (Lewinsohn et al., 1970; Lewinsohn & Libet, 1972; Lewinsohn & Graf, 1973; MacPhillamy & Lewinsohn, 1974). Como podemos observar, esta es la principal asunción en la cual se basa una de las herramientas de intervención con mayor efectividad utilizada en múltiples abordajes, la programación de actividades, misma que podemos encontrar en modelos conductuales de primera línea clásicos, y los más recientes como la Activación Conductual (que, de hecho, recibe este nombre gracias a la programación de actividades) hasta en modelos alejados de una teoría conductual como lo es la Terapia Cognitiva (GonzálezTerrazas y Campos, 2021). Aunque existen diferencias teóricas en estos modelos, la eficacia obtenida en ambos y las similitudes técnicas que comparten han invitado a pensar que no se debe a naturalezas diferentes, destacando así los principios conductuales de aprendizaje. Las diferencias filosóficas, tecnológicas y la historia que llevó al cambio y a la reconceptualización de la depresión entre la terapia cognitiva y la activación conductual excede la extensión de este capítulo, por lo que recomendamos al lector visitar algunas de las fuentes antes citadas para una mayor revisión. Hoy por hoy, las intervenciones analítico-conductuales que incluyen la programación de actividades atrae múltiples utilidades, como un menor tiempo de intervención, una menor complejidad teórica y práctica lo cual impacta en los terapeutas y los consultantes, un mayor acercamiento y facilidad de entrenamiento para los terapeutas noveles y en la aplicación, lo cual ayuda a prescindir de algunas otras teorías que además de ser más complicadas y menos parsimoniosas inherentemente son mentalistas, reduccionistas y patologizantes (González-Terrazas y Campos, 2021). Intervenciones con eficacia probada en depresión La depresión es aquel fenómeno clínico que cuenta con una mayor cantidad de psicoterapias y procedimientos pensados para su abordaje y que hasta cierto punto, cualquier estudio ha demostrado un mínimo cambio después de cada intervención sin importar de qué tipo sea, incluso de las más controversiales (Carrasco, 2017; Nunes et al., 2007). Sin embargo, aun con que existan varias terapias y farmacoterapias para la depresión eso no significa que todas sean igual de eficaces, mucho menos que todas estén en igualdad de condiciones en cuanto a una fuerte base teórica y una sólida fundamentación experimental. Por ello, es conveniente mencionar aquellas terapias que hasta la fecha han demostrado y sostenido una evidencia convincente ante la comunidad científica y que hoy por hoy son ampliamente utilizadas en los consultorios públicos y privados. En las evaluaciones de las terapias con evidencia se toman en cuenta principalmente la eficacia (qué tanto beneficia a otras personas a las que se les aplica la intervención), la efectividad (es útil para la práctica clínica habitual), y la eficiencia (ecuación costebeneficio en comparación con otras terapias). Los criterios utilizados en algunas asociaciones como la de la división 12 de la APA son los siguientes: a) Tratamientos Bien Establecidos, aquellos que constan de al menos 2 buenos diseños experimentales entre grupos demostrando la eficacia ya sea superior (de manera estadística) a un fármaco o placebo u otro tratamiento o de eficacia equivalente a un tratamiento ya establecido en experimentos con un tamaño de muestra adecuados. Una serie de diseños experimentales de casos únicos demostrando eficacia que cuenten con buenos diseños experimentales y que compare la intervención con otra. Cabe destacar que las intervenciones para cumplir estos criterios tienen que ser realizados con manuales de intervención, especificando las características de las muestras de población y que los efectos sean demostrados por al menos dos investigadores distintos o dos equipos de investigación distintos, b) Tratamientos Probablemente Eficaces, aquellos que constan de dos experimentos mostrando que una intervención es superior estadísticamente a un grupo control de lista de espera, o bien, uno o más experimentos que cumplan con los criterios de los tratamientos bien establecidos pero que no hayan sido investigados por dos investigadores o equipos diferentes, también aquellos que cuenten con una pequeña serie de diseños experimentales de caso único que cumplan con los criterios anteriores (Perelló et al., 2001). Metaanálisis recientes (Cuijpers et al., 2021; Zhou et al., 2020) demuestran la eficacia de las psicoterapias para la depresión que pueden ser consideradas de primera línea y que, además, las comparan entre ellas y frente a grupos control. Algunos de los resultados de estos metaanálisis indican que todas las terapias (a excepción de la psicodinámica) fueron más eficaces que el cuidado usual y la lista de espera, dentro de las cuales destacan la Terapia Cognitivo-Conductual, la Terapia de Resolución de Problemas, la Terapia Interpersonal y Activación Conductual en cuanto a respuesta, remisión y aceptabilidad. Sin embargo, es útil señalar que, según estos autores, el hecho que todas las terapias demuestren eficacia puede estar relacionado con las preferencias del consultante, y como parte de sus propias recomendaciones, destacan la importancia de la elección de una intervención tomando en cuenta el tiempo que requiere y que los profesionales faciliten el acceso a la información actualizada y sus implicaciones. El problema de las intervenciones en depresión Como se ha mencionado, existen varias intervenciones que han demostrado ser eficaces para el abordaje de la depresión, sin embargo, comparten dos problemas que desde nuestro punto de vista son bastante importantes, la cuestión conceptual y evaluativa. El estatus de las terapias basadas en la evidencia no es sinónimo de solidez teórica, tanto así que incluso entre aquellas terapias con eficacia demostrada la mayoría teóricamente resultan incompatibles entre sí. Los presupuestos filosóficos que algunas terapias sostienen son impropios de una ciencia natural, como el dualismo o mentalismo. Algo que como se ha visto a lo largo de este libro, el análisis de la conducta mantiene la ventaja de suscribir a los presupuestos de una ciencia natural (monismo, materialismo, determinismo) y tener una sólida fundamentación experimental. El mejor ejemplo de lo anterior puede verse reflejado en el estudio de Jacobson y colaboradores (1996) que consistió en analizar los componentes de la Terapia Cognitiva. Aunque inicialmente este estudio no tenía las intenciones de poner a prueba la teoría de la cual partía sino poner a prueba por separado la eficacia de los componentes de la misma, los resultados facilitaron prescindir de la teoría que la sostenía, retornando a los orígenes conductuales volviendo más parsimoniosa la explicación y manteniendo la eficacia, dando así origen a Activación Conductual (GonzálezTerrazas y Campos, 2021). Algunas de las propuestas actuales para salvar los problemas conceptuales y destacar la eficacia de los procedimientos es poner énfasis en los estudios basados en procesos, mismos que utilizando los principios psicológicos de aprendizaje tratan de explicar empíricamente los procedimientos característicos de cada terapia. En vez de evaluar los resultados por medio de protocolos y manuales en grandes grupos que difícilmente dejan ver su aspecto funcional, desde esta perspectiva se trata de analizar el evento psicológico uno a uno y de manera ideográfica, con procedimientos específicos y característicos del análisis de la conducta. El análisis de la conducta puede entonces organizar los principios psicológicos de aprendizaje al servicio de la modificación del comportamiento objetivo, reduciendo aquellos que se consideran problemáticos o indeseados, y alcanzando aquellos que se consideran el criterio de éxito terapéutico. En el caso de la depresión, o más bien, del conjunto de comportamientos etiquetados como deprimidos, no son la excepción. Comenzando con una adecuada evaluación que nos permita indagar su función de manera analítica, conocer la historia de aprendizaje para posteriormente explicar y devolver los datos de la evaluación y emplear las estrategias empíricas basadas en la evaluación funcional, tal como veremos a continuación. La intervención analítica-conductual Evaluación de comportamiento depresivo Instrumentos de tamizaje En las intervenciones analítico-conductuales los inventarios psicométricos tienen poco valor para la modificación del comportamiento, a menos que este deje ver aspectos funcionales. Sin embargo, cuando hablamos de un problema clínico como la depresión, es común que se utilicen algunos inventarios como auxiliares, más no con un fin de psicodiagnóstico que confirme o deseche el problema (ver el capítulo sobre despatologización de este mismo libro), sino como un instrumento que nos ayude a comparar la puntuación que arroje pre-intervención, periintervención y post-intervención. La puntuación resultante de estos instrumentos puede aportar información que ayude a valorar al clínico (no así solamente basado en este criterio) la modificación en la intervención, la continuación y la finalización o alta clínica. Existen múltiples instrumentos que podrían ser útiles, pero la finalidad de este capítulo no es abordarlos, por lo que recomendamos al lector familiarizarse con ellos si lo que pretende es incluirlos en su práctica clínica. Entrevista semiestructurada La entrevista semiestructurada puede ser muy parecida a la que se emplea en cualquier otra terapia psicológica común, sobre todo en el comienzo al indagar por datos bastante generales del consultante. Sin embargo, la entrevista debe ir orientada a obtener la información relacionada con el problema presentado, como indagar por las respuestas conocidas como características clínicas que se presentan, la historia de aprendizaje del consultante que nos ayude a comprender el desarrollo y mantenimiento del problema (misma información que nos servirá para adaptar la intervención a sus propias características), comportamientos objetivos a disminuir y a incrementar, preferencias de estímulos, etc., todo lo anterior orientado frente a la evaluación funcional. Algunas preguntas útiles (adaptadas al lenguaje del consultante) para lo anterior pueden ser las siguientes: 1. ¿Cuál es el problema? 2. ¿Cuál es el nivel de actividad? 3. ¿Qué reforzadores se han perdido? 4. ¿Tiene apoyo social? 5. ¿Riesgo de suicido? 6. ¿Existe alguna situación inicial que se relacione con el problema? ¿y actualmente? 7. ¿De qué manera afecta su vida? 8. ¿Qué te ves haciendo si este problema dejara de serlo? 9. ¿Cómo podría observar yo (terapeuta) eso? 10 . ¿Hay algunas cosas que podrías hacer para mejorar esta situación? Es recomendable que al momento de indagar por esta información y sobre todo al indagar por los comportamientos objetivo a incrementar se utilicen preguntas que los operaticen y que sigan los siguientes criterios: a) comportamientos por realizar, no por omisión (conductas en positivo), b) que estén bajo el control del consultante (no de otras personas), c) que no sean objetivos emocionales (indagar por los comportamientos que el consultante asocie con las emociones mencionadas). Por ejemplo: A) Comportamientos por realizar: • ¿Qué harás cuando seas una persona más “responsable”? • Si te contratan en ese trabajo, ¿qué crees que puedes hacer? • ¿Qué habilidades puedes comenzar a desarrollar? • Cuando no te deprimas, ¿qué puedes hacer en esos momentos? • Si no pasaras tanto tiempo en cama o viendo televisión, ¿qué otras cosas crees que podrías hacer? B) Bajo el control del consultante: • Si tu pareja te hace caso, ¿tú qué puedes hacer? Si tus hijos te obedecen, ¿qué puedes hacer tú? • Si en tu trabajo te toman en cuenta, ¿cómo puedes responder? • Si las cosas en tu familia mejoran, ¿cómo puedes contribuir? • ¿Qué harás cuando tengas más contacto con tus amigos? • C) Comportamientos relacionados con emociones: • ¿Qué puedes hacer cuando te sientas menos deprimido? • Cuando seas más feliz, ¿qué cosas puedes hacer? • ¿Qué cosas te ves haciendo siendo pleno/a? • Si tu satisfacción aumenta, ¿qué actividades quieres realizar? • ¿Cuáles son las actividades que puedes hacer en los momentos de felicidad? Como se puede observar, todas las anteriores preguntas son posibles muestras de preguntas que el terapeuta puede realizar para operacionalizar los comportamientos que nos indiquen una dirección, esto es, las respuestas objetivo a incrementar, esto facilita la identificación, medición y observación de las respuestas de logro, es decir, el éxito de la terapia. Además, el terapeuta puede ejercer algunos otros recursos como imaginativos, visuales o metafóricos para lograr que el consultante responda en verbos y poder ser utilizados a lo largo de la intervención. Estas preguntas realizadas por el terapeuta pueden ayudar a discriminar al consultante la dirección de sus acciones terapéuticas, algo útil sobre todo en aquellos que verbalizan “no hallar sentido de lo que hacen”. Autorregistros Los autorregistros son esenciales en cualquier terapia de índole analítico-conductual, con ellos se puede recabar la información necesaria del día a día de los consultantes, tanto para indagar las posibles funciones de una amplia clase de respuesta, como para indagar las actividades diarias, el nivel de estado de ánimo, de energía, etc. No existe un autorregistro perfecto, si bien existen algunos autorregistros que pueden ser útiles (dependiendo del caso), lo cierto es que cada consultante y cada terapeuta pueden construir los suyos propios adaptados a las características individuales, preferencias y objetivos del mismo. Algunos formatos podemos encontrarlos en la amplia literatura sobre análisis de la conducta en general y sobre activación conductual en específico (Barraca y Pérez-Álvarez, 2015). Análisis funcional del comportamiento depresivo Como se ha revisado, el fenómeno clínico de la “depresión” es una etiqueta y un constructo hipotético que no explica el desarrollo y mantenimiento del comportamiento depresivo, esto es una ficción explicativa. En términos reales, más bien, aquello que se conoce como depresión es lo que debe ser analizado bajo la lupa operacional y funcional. Kanter et al. (2004) menciona que el elemento clave para la intervención analítico-funcional del comportamiento depresivo es indagar en las variables funcionales que expliquen el control de dicho comportamiento, para después determinar las intervenciones y aplicaciones específicas. Extinción operante de comportamientos saludables (no deprimidos) Las explicaciones conductuales del comportamiento depresivo provienen del análisis funcional del mismo propuesto por Ferster (1973), y de los estudios de Lewinsohn et al., (1970), donde se demuestra la relación existente entre aquella clase de respuesta que puede recibir la etiqueta de “depresión” y el ambiente. El comportamiento de las personas es sensible al ambiente físico y social, por lo que en situaciones donde se pierden la mayoría de fuentes estables de reforzamiento positivo la conducta tiende, por ley, a decrementar de manera gradual. En este caso, las respuestas que empiezan a disminuir son aquellas que se consideran “saludables” o “no deprimidas”. Estas respuestas por lo general son todas aquellas que la persona hacía de manera habitual, como rutinas de higiene, sueño, trabajo, sociales y personales. Además de ello, al ser sensibles al ambiente, los cambios estimulares que ocurren pueden funcionar como estímulos condicionados excitatorios aversivos o inhibitorios apetitivos, por lo que las respuestas de índole emocional que se elicitan en dichas situaciones pueden cumplir una función de operaciones motivadoras y discriminativas para aquellas respuestas que cumplen un efecto de evitación o escape de la estimulación previa. En otras palabras, cuando una persona pasa por situaciones experimentadas como pérdidas, o bien, cambios que aparentemente no sean “negativos” como una mudanza o ascenso en el trabajo (pero que ocurra una contingencia de pérdida de reforzadores positivos), sus comportamientos relacionados funcionalmente tienden a decrecer y entonces puede sentirse deprimida. Algunas personas, debido a su historia de aprendizaje respecto a tactar emociones, emiten respuestas que están orientadas a “no experimentar” las mismas, por lo que de manera gradual, se involucran en una contingencia negativa que mantiene el comportamiento depresivo. Como se puede observar, las explicaciones funcionales del comportamiento depresivo consideran los principios de aprendizaje operantes y respondientes, en este caso específico, los efectos de la extinción. En esta explicación, una contingencia nula puede explicar en gran parte, cuando menos, el desarrollo de la depresión, iniciando por extinguir la relación funcional del comportamiento saludable, y posteriormente, el incremento del comportamiento depresivo. Las intervenciones, como se mencionó al inicio, están dirigidas a restablecer el contacto con fuentes estables de reforzamiento positivo, a través de la programación de actividades y entrenando habilidades sociales y no sociales para facilitar su contacto y mantenimiento, y así que los comportamientos alternativos e incompatibles con el depresivo estén bajo un programa de reforzamiento positivo. El cambio logrado en el control del comportamiento depresivo y saludable lograría, como efecto de la misma clase de respuesta y correlación conductual, un cambio en las emociones, pensamientos (respuestas públicas y privadas) y la calidad de vida en general (González-Terrazas y Campos, 2021). Castigo del comportamiento saludable El castigo tiene como efecto reducir el comportamiento en múltiples dimensiones frente a las situaciones (y situaciones parecidas) en las que ha ocurrido una determinada consecuencia, de esta forma adquieren una función como estímulos delta que disminuyen la probabilidad de emisión de la conducta en las mismas. Algunos otros estímulos que pueden estar presente al momento de que ocurra el castigo pueden emparejarse resultando en un condicionamiento excitatorio aversivo. Este principio puede explicar los casos donde inicialmente no hay una historia de “pérdida” o cualquier otro donde aparentemente no haya una pérdida de fuentes estables de reforzamiento positivo. Los eventos que funcionan como castigo del comportamiento saludable pueden también aportar mayor claridad a una variedad de casos. Es útil señalar que al final, al reducir la probabilidad de frecuencia futura de una conducta, esto también conlleva a que haya una pérdida de contacto con fuentes estables de reforzamiento positivo, pues para que una conducta pueda ser castigada primero debió haber sido reforzada (programas concurrentes) por lo cual también en estos casos es importante recuperar el contacto con dichas fuentes de reforzamiento. Este principio ha sido utilizado desde hace varios años en la Teoría de la Indefensión Aprendida (Seligman y Maier, 1967) para explicar el comportamiento depresivo análogo en animales no humanos aludiendo a situaciones de incontrolabilidad, respuestas no exitosas y su generalización, manteniendo tasas bajas de comportamiento alternativo aún cuando hay otras contingencias “saludables” disponibles. La indefensión aprendida es un modelo experimental del comportamiento depresivo, algunas veces conocida como “depresión inducida” (Miller y Seligman, 1975). Reforzamiento positivo y negativo de la conducta depresiva Por ley, todo aquel comportamiento que se emite es porque de alguna manera está siendo reforzado, aunque sea de manera intermitente. El comportamiento depresivo se mantiene debido a que es discriminado y reforzado y la tarea del analista de conducta o terapeuta es indagar de qué manera se está dando este fenómeno. Según el tipo de cambio estimular que ocurra en una contingencia, es como podemos hipotetizar y posteriormente comprobar qué tipo de contingencia de reforzamiento es la que está operando. Las conductas que están mantenidas por reforzamiento positivo son todas aquellas que, ante un estímulo discriminativo, se emite una respuesta que incrementa la probabilidad de aparición de un reforzador positivo. Las conductas depresivas en sus múltiples topografías pueden ser mantenidas, por ejemplo, debido a la atención, cuidados o apoyo de terceros (ganancias secundarias) contingentes a la misma. Lo anterior no significa que la persona que se comporta de manera depresiva discrimine su propio comportamiento (sea “consciente de lo que hace) y su consecuencia, ni que las terceras personas se comporten con “la intención” de mantener las conductas depresivas (automaticidad del reforzamiento); todo lo contrario, normalmente las personas lo hacen de manera bien intencionada y es frecuente que esto suceda, sobre todo, al inicio de la emisión del comportamiento depresivo con el objetivo de mitigar el sufrimiento de otra persona. Las conductas que están mantenidas por reforzamiento negativo pueden ser de tipo social o automático. En el reforzamiento negativo social las conductas depresivas de las personas pueden resultar con la consecuencia del aumento de la probabilidad del aplazamiento, disminución o eliminación de cierto estímulo reforzador negativo de índole social. En este caso, la respuesta discriminada puede escapar o evitar del reforzador negativo. Es probable que opere una contingencia negativa de reforzamiento social cuando consecuente a la respuesta ocurra la eliminación de una actividad o responsabilidad. Por otro lado, el reforzamiento negativo automático (que puede ser mucho más común) sucede cuando las conductas depresivas tienen como consecuencia aumentar la probabilidad de aplazar, disminuir o eliminar algunas respuestas privadas como emociones o pensamientos. Todas las contingencias probables descritas aquí tienen que entenderse de manera funcional, recordando que pueden existir múltiples topografías que persigan la misma función, y también es necesario recordar que el mantenimiento de la conducta depresiva debe contrastarse frente al análisis funcional para así evitar sesgos a favor de cierta contingencia y cometer los mínimos errores posibles. Devolución y lógica de la intervención Una vez llevada a cabo la conceptualización del caso y efectuada la evaluación funcional, el analista de conducta elabora hipótesis funcionales sobre los comportamientos depresivos de manera idiográfica. Esto quiere decir que, aunque varias personas presentan comportamientos semejantes en cuanto a la topografía, puede ser probable que no sea así en cuanto a su función. Por lo anterior, y a fin de evitar errores que puedan dificultar la posterior implementación de las estrategias adecuadas, después de la evaluación funcional es recomendable devolver y explicar la hipótesis funcional al consultante y proporcionarle la lógica de intervención. Sobre este punto, remitimos también al capítulo sobre análisis funcional como forma de repaso. No hay una manera específica de hacerlo, lo importante en este punto es adecuar a un lenguaje asequible la explicación a proporcionar, a manera que el consultante pueda entenderlo. Utilizar palabras que el consultante utiliza cotidianamente, además de facilitar el aprendizaje de discriminación de su propio comportamiento depresivo y de la emisión de comportamientos alternativos, es más probable que por medio de la interacción terapéutica los emparejamientos necesarios (apetitivos o aversivos) para proporcionar reforzamiento de las conductas antidepresivas y bloquear las conductas depresivas por parte del terapeuta se efectúe con éxito. La devolución consiste en explicarle la hipótesis de desarrollo del problema enfocándonos en los aspectos operantes y respondientes de su propia historia de reforzamiento (y por ello la importancia de indagar al comienzo), resaltando el impacto del ambiente sobre su comportamiento público y social. Secundariamente a ello, proseguir con la explicación de cómo, actualmente, ese comportamiento que comenzó a emitirse en algún punto de su vida se mantiene (aquí la relevancia de la evaluación funcional). Es necesario destacar que, en muchas ocasiones, los intentos de solución del problema son realmente parte del problema, que la forma en que se comporta puede propiciar alguna forma de reforzamiento y que para lograr cambios es necesario modificar esa relación funcional. La forma en que la devolución de la evaluación funcional puede llevarse a cabo puede depender de las características del consultante. En caso de personas con un suficiente repertorio verbal (por lo general adultos sin problemas neurológicos) suele bastar con un intercambio de contingencias verbales (analista explica las contingencias y da recomendaciones). Sin embargo, en otros casos, donde las personas no cuenten con un suficiente repertorio verbal (niños, adultos con poca alfabetización, con algunos problemas neurológicos o condiciones médicas) puede ser conveniente la adaptación de materiales que les ayude a comprender (discriminar) dichas contingencias. Un ejemplo puede ser el siguiente (apoyándose con papel y lápiz para hacer un esquema simple): “Veamos, parece ser que todo esto que me cuentas que haces cuando te sientes deprimido se dispara cuando estás solo en tu recamara y hay algo que te hace recordar tu vida de casado,¿no es así?. Luego de esto, dejas de hacer todo lo que estabas haciendo en ese momento, como revisar las cuentas o dejar de redactar los documentos de tu trabajo que son importantes muchas veces para el día siguiente, terminando en lanzarte a tu cama solo a ver series de Netflix, ¿verdad?... Dime, ¿qué pasa enseguida de esto? ¿qué sucede con aquello que sientes y piensas cuando dejas de hacer todo lo que estabas haciendo?... ¡correcto!... A veces solo piensas más en ello, pero a veces, y quizás es lo que pase más seguido, por un momento te distrae, hace que no pienses más en ello y puede servir como un tranquilizante. Sin embargo, creo que te has dado cuenta que esto solo funciona a corto plazo. ¿Sabes por qué? Porque por un rato te tranquiliza, pero, ¿qué pasa al poco tiempo que te encuentras en una situación como esta (señalando los eventos antecedentes)? Que lo más probable es que todo esto se repita, y como te darás cuenta, estás en un círculo vicioso que cada vez te pone peor… Lo que importa ahora mismo, es que nos hemos dado cuenta que esto pasa muy seguido y es un primer paso para saber qué podemos hacer de ahora en adelante cada vez que suceda esto. Es más, tratar de prevenirlo y ahórranoslo. ¿Te parece? ¿Tienes alguna duda? ¡Venga! Pues vamos a ver qué sigue…” La explicación de la lógica de la intervención analítica-conductual Después de que el usuario haya comprendido cómo es que se mantiene su comportamiento depresivo procurando adaptar la explicación a su propio lenguaje, se puede continuar explicando en qué consiste la intervención analítico-conductual. De igual forma, para esta parte, se pueden utilizar diversos recursos según las características de la persona que tengamos enfrente. Un ejemplo de explicación de lógica de intervención podría ser la siguiente: “Ahora que comprendemos cómo es que te has ido enrollando en todo este lío, quiero explicarte cómo es que vamos a trabajar. Cada vez que te sientes de esta manera hay un montón de cosas que haces que te ayudan a sentir mejor de a ratitos, pero como te has dado cuenta, esto no sirve de mucho, tanto así que estás aquí y ahora conmigo. Por lo que aquí haremos un poco las cosas al revés para que a largo plazo funcione mejor, tal vez lo encuentres un poco extraño de primera vez, incluso hasta contraintuitivo, pero es algo que a muchas personas les ha ayudado y confío en que a ti también. Mira, hemos aprendido a lo largo de nuestras vidas a que debemos actuar según nos sintamos, y para poder hacer las cosas que queremos entonces debemos sentirnos y pensar bien, a veces incluso, que, si no tenemos ganas de hacer las cosas mejor que no las hagamos, pero esto pueden resultar en una ¡tremenda trampa! ¿te imaginas?, lo que pasa es que esto hace que cada vez se vaya complicando más y más, como una bola de nieve. Por lo que ahora haremos las cosas de manera distinta. De lo que se trata es que poco a poco, probando distintas cosas, experimentando un poco, de entrada, vayamos viendo qué tipo de cosas puedes comenzar a hacer aun sintiéndote un poco mal, y que esto que hagas sea de tu interés, que te importe, y así poder influir en tu estado de ánimo, tus pensamientos y tu calidad de vida también. Piensa en que esto en un principio puede ser un tanto complicado, pero, así como has aprendido a andar en bicicleta, ¿crees que sea igual de difícil después de algunas veces que lo hagas? ¿después de unas semanas? Ojo que al principio puedes caerte, pero si no vuelves a subirte no aprenderás ¿cierto? ¡vale! Pues entonces esto es lo primero que haremos… Después, conforme vayamos avanzando y viendo qué resultados vamos obteniendo veremos qué más podemos incluir o modificar, quizás hagamos algunas cosas que nunca hayas hecho, quizás incluyamos a otras personas también, pero eso ya lo iremos viendo. De momento, quiero que esto te quede bien claro, y que, aunque no es fácil, confío en que lo puedes hacer, porque antes lo has hecho y lo puedes hacer de nuevo ¿estamos?” Como se puede observar, tanto en la devolución de la explicación funcional y en la lógica de intervención el terapeuta a través de sus verbalizaciones y la interacción con el consultante ya está interviniendo sobre el comportamiento verbal del cliente. Aunque a simple vista podría ser una fase de toda la intervención donde solo se devuelve información, aquí ya se pretende ir modificando las verbalizaciones y las funciones de las mismas. Por ejemplo, cuando se pregunta “¿qué pasa enseguida de esto?” puede funcionar como reforzadores negativos para ciertas verbalizaciones depresivas, cuando decimos “¡correcto!” con una expresión natural y efusiva puede funcionar como reforzador positivo para verbalizaciones útiles o antidepresivas. Utilizar recursos como la bola de nieve o aprender a montar la bicicleta hace que comportamientos objetivos y/o clínicamente relevantes puedan ser funcionalmente equivalentes a otras experiencias o comportamientos antes realizados, y de esta forma hacer más fácil que el usuario comprenda lo que queremos explicarle y así poder reforzar las verbalizaciones. Cada vez que mencionamos cómo ha ayudado a otras personas y que es algo que puede ser muy útil también estamos utilizando operaciones motivadoras, que hace más probable que se ejecuta una respuesta incrementando momentáneamente el valor de un estímulo como reforzador y posteriormente hacer contacto con el mismo para poder darse el proceso de reforzamiento. Cabe destacar que, en estos procesos, no tan solo ocurren operantes, si no que también las verbalizaciones del terapeuta se van emparejando con las verbalizaciones del usuario y con algunos de sus otros comportamientos extraclínicos, por lo que se van construyendo condicionamientos excitatorios e inhibitorios apetitivos y aversivos. Para mayor comprensión de esto se recomienda leer los capítulos dedicados a la conducta verbal de la interacción terapéutica de este mismo libro. Estrategias básicas en la intervención analítico-conductual del comportamiento depresivo Programación de actividades La programación de actividades, como se ha observado a lo largo de este capítulo, es una herramienta fundamental en la intervención de la conducta depresiva. Tanto así que ha sobrevivido a lo largo de muchos años y en muchos modelos terapéuticos, incluso aquellos que se alejan de la filosofía conductual. La programación de actividades puede llevarse a cabo de distintas formas, en lápiz y papel o en formato electrónico. Los formatos destinados a la programación de actividades existentes son variados, cada autor puede utilizar un formato diferente según los objetivos y el usuario con el que trabaje. González-Terrazas y Campos (2021) proponen un formato de programación de actividades que incluye la contabilización de las semanas de activación, los días que comprenden, el área a activarse (escuela, trabajo, familia, pareja, etc.), y en qué valor específico (fuente estable de reforzamiento positivo) se pretende activar para conseguirlo. Posteriormente, se encuentran casillas donde colocar específicamente las acciones a realizar para hacer realidad lo anterior, tomando en cuenta el día de la semana y el horario. Es útil seguir las recomendaciones también mencionadas en este capítulo sobre la operacionalización de estas acciones, considerando programar en conductas por realizar, bajo el control del consultante, y que no sean objetivos emocionales. Toda estrategia de programación de actividades, también debe procurar que al principio se programen solo 3 o 4 actividades máximo, que las mismas sean las más fáciles y apetitivas (como aquellas que el consultante ha dejado de hacer o que siempre haya querido hacer) con máxima estructuración y frecuencia. Posteriormente, se puede ir incrementando de manera gradual el número de actividades programadas y/o la dificultad de las mismas en función de sus propios intereses y valores. Esto significa pues, que las actividades deben ser todas aquellas que gradualmente tengan una alta probabilidad de ocurrencia para ser percibidos como un éxito, especificando quién, dónde y cómo, pues de esta forma tendrán el efecto terapéutico esperado. Otros autores, como Barraca y Pérez-Álvarez (2015) proponen varios formatos que pueden ser útiles también, algunos por semanas, otros por día y otros incluso por minutos. Lo importante es utilizar aquellos que sean los adecuados a nuestros objetivos, que son activar a nuestro consultante independientemente de las respuestas privadas depresivas y con ello (por covariación de respuesta) modificar dichas respuestas o bien, cambiar la relación funcional frente a las mismas y que discriminen a respuestas más saludables. Invitamos a los lectores a revisar los formatos aquí citados y a elaborar los suyos propios con la finalidad de utilizar el que les sea más conveniente. Reforzamiento de conductas antidepresivas Como cualquier conducta que se mantiene, para mantener y aumentar las dimensiones de las conductas antidepresivas o saludables es necesario reforzarlas. La manera en que se pueden reforzar es de manera verbal, y la mayoría de conductas antidepresivas que suceden en el consultorio también son verbales. Por ejemplo, cuando un consultante menciona “me ha sido difícil, pero he podido continuar con mis pendientes esta semana” es una conducta antidepresiva porque menciona que se ha activado (y muy probablemente en función a sus objetivos) y lo ha hecho de manera independiente a su estado de ánimo, por lo que el terapeuta puede responder “¡Excelente! Cuéntame, ¿cómo te fue?”. Así, de esta forma al contestar de esta forma es más probable que la verbalización sobre la conducta antidepresiva realizada se mantenga, por lo que indicaría que se está reforzando y es más probable que ocurra en futuras ocasiones frente a circunstancias parecidas. Las conductas no verbales que ocurren en sesión y que corresponden a la clase de respuestas antidepresivas como hablar de manera más fluida, con mayor volumen de voz, mirando fijamente a los ojos, manteniendo una postura orientada al terapeuta, mejor imagen e higiene, o incluso llegando temprano a la sesión pueden ser reforzadas también de manera natural, procurando atender a las consecuencias naturales de la misma. Aquí también puede ser útil que el terapeuta mencione que se ha percatado del cambio, por ejemplo, “oye, me doy cuenta de que hoy has llegado más temprano, que te has arreglado mejor y que hablas diferente, ¿crees que esto es un cambio? ¿cómo te sientes de haberlo logrado? La verdad es que a mí me llena de felicidad ver que puedes lograrlo y que te sientas bien con ello, además ¡te ves genial!”. Extinción/castigo de conductas depresivas Al contrario de las conductas antidepresivas o saludables, las conductas depresivas se pretenden que se vayan disminuyendo hasta una tasa muy baja. Por lo que la forma para lograr este objetivo es a través de procedimientos de extinción y de castigo. Toda conducta que deja de reforzarse tiende a disminuir, puesto que la relación funcional entre la respuesta y el reforzador se ha extinguido. Esto significa que la probabilidad de que aparezca un reforzador se presente o no la respuesta objetivo es igual a 0. En el caso de que una persona verbalice o se comporte de manera depresiva, el terapeuta tendría que buscar el reforzador de dicha respuesta. Si el reforzador es una verbalización del propio terapeuta, entonces el terapeuta debe dejar de realizar esa verbalización, si es la atención entonces debe dejar de dar la atención a esa respuesta, si es el cambio de tema después de una verbalización entonces el terapeuta debe continuar con ese tema. El accionar del terapeuta dependerá de la función de la respuesta depresiva, y se debe estar atento a las verbalizaciones del consultante para poder indagar su función momento a momento. Es importante tomar en cuenta aquí los efectos asociados a la extinción como la variabilidad de respuesta o el estallido, para prevenir algunos inconvenientes. En el castigo de las conductas depresivas, cuyo objetivo de igual forma es disminuirlas, consiste en proporcionar con mayor probabilidad un reforzador negativo en el caso de una contingencia positiva o no presentar un reforzador positivo en el caso de una contingencia negativa. Esto quiere decir, que si los comportamientos verbales y no verbales del consultante depresivos se presentan en sesión el terapeuta puede proporcionar verbalizaciones (cuyo efecto lo vemos a posteriori) que vayan disminuyendo dichas verbalizaciones. Por ejemplo, cuando el consultante menciona “no puedo, no creo que pueda lograrlo”, el terapeuta puede contestar “no te creo, pienso que te cuesta, pero sí puedes. No voy a dejar que sigas diciéndome eso (con una expresión seria)”. La importancia de disminuir conductas depresivas a través de procedimientos de extinción y castigo es siempre reforzar aquellas antidepresivas, no solo enfocarse en las depresivas, pues puede llevar a que inadvertidamente se vayan reforzando resultando en efectos contrarios al objetivo. Lo anterior es consonante con procedimientos de moldeamiento verbal, descrito en el capítulo donde se analizó la interacción verbal terapéutica. Entrenamiento en habilidades sociales y no sociales Muchas veces es necesario que, para poder activar a una persona, sobre todo en aquellas actividades que no están en su historia de aprendizaje, se lleve a cabo un entrenamiento que pueda facilitar el contacto con las fuentes estables de reforzamiento positivo. En el caso de las habilidades sociales, puede aprovecharse la misma sesión y relación terapéutica para entrenarlas, puesto que ese momento son dos personas interactuando y comportándose. Existen protocolos de entrenamiento en habilidades sociales muy útiles, sin embargo, recomendamos que antes de probarlos, se intente moldear el comportamiento social de manera natural dado que puede ser más útil para propiciar su generalización. En el caso de las habilidades no sociales, como aprender a cocinar, a manejar o alguna otra actividad de interés, se puede aprovechar como una actividad más a realizar en las actividades intersesiones, dedicando poco tiempo en la sesión para así aprovechar el máximo tiempo en otras actividades. Hay que recordar que, en estos casos, muchas personas en depresión también presentan problemas de ansiedad, dificultando el acercamiento a algunas actividades sociales, para ello, el entrenamiento en habilidades puede facilitar la posterior exposición. Siempre es necesaria la paciencia, puesto que los entrenamientos llevarán tiempo, práctica, ensayo y error. Estrategias en los antecedentes Control estimular En ocasiones, es muy esperable que los consultantes no lleven a cabo las actividades que se han programado durante las sesiones, por lo que es labor del terapeuta indagar qué es lo que está impidiendo esta misma activación. Una de los motivos más frecuentes es el reporte del “olvido” de las actividades. Por lo que, para estas situaciones, se diseñan estrategias que minimizan la probabilidad de no realizarlas por el olvido de las mismas. Cabe señalar que desde el análisis de la conducta no se considera que el olvido se deba a “otras intenciones internas” o disfunciones cognitivas, sino a una falta de control estimular. Las estrategias para abordar el control estimular es a través de inducción situacional, donde se procura introducir estímulos que probabilizan la producción de las tareas programadas. Por ejemplo: • Post-it • Llamadas • Calendarios • Agendas • Avisos no escritos (dejar los tenis afuera para recordar de ir a correr) • Fotografías • Etc. Es necesario tomar en cuenta la localización de estos recordatorios, por lo general, lo recomendable es dejarla en los lugares que más frecuente el consultante y llevar consigo siempre una copia. El mismo formato de programación de actividades puede ser aquel que se coloque. Estrategias en las consecuencias Contingencias sociales (arbitrarias) Es probable que las conductas depresivas están siendo reforzadas de manera social por otras personas, a la vez que aquellas conductas saludables o antidepresivas sean castigadas o extinguidas por otras personas también de manera inadvertida o bien intencionadas. Por ello, el terapeuta debe realizar las preguntas necesarias para indagar si esto está ocurriendo, si es así algunas estrategias que puede ejecutarse para modificar los cambios estimulares sociales contingentes de manera creativa son: • Realizar contratos conductuales con amigos, familiares, pareja, etc. • Enseñarles a cómo reforzar las conductas saludables y extinguir/castigar las depresivas • Introducir reforzadores artificiales y sociales de ser necesario • Utilizar el Principio de Premack • Realizar un contrato conductual con el mismo consultante Etc. Contingencias automáticas La mayoría de las conductas depresivas se mantienen por consecuencias automáticas, esto quiere decir que no están mediadas por nadie, sino que es una consecuencia natural de la misma respuesta. Así como en el ejemplo anterior de la persona que cuando se siente “deprimida” cesa las actividades y se acuesta a ver series, estando frente a una contingencia de reforzamiento negativo automático. Para los casos parecidos a este y aquellos que estén mantenidos por contingencias automáticas es recomendable realizar: • Un análisis pragmático, dejando ver las consecuencias naturales de su propio comportamiento (reforzar y castigar verbalizaciones). • Entrenamiento en habilidades, cuando una persona ha aprendido a realizar una actividad con mayor destreza, es más probable que la confianza aumente y sea más probable que la realice (operación motivadora). • Intervención en rumia, la rumia puede funcionar como una barrera que intervenga en la activación, en este caso se puede utilizar algunas de las estrategias ya conocidas para intervenir en la rumia. Siempre como un medio para un fin. • Metáforas y frases, estas herramientas pueden servir como ejemplos de conductas funcionalmente equivalentes a otras con las que el consultante ya tenga experiencia, modificando así la relación funcional con las respuestas privadas. Principios de activación conductual útiles en la intervención La Activación Conductual, tal y como nos la presenta Jacobson, Martell y colaboradores (1996, 2001, 2010), nos ofrece 10 principios terapéuticos que resultan bastante útiles al momento de intervenir en el comportamiento depresivo (aunque también resultan bastante efectivos para otros problemas psicológicos) pues describen estrategias fundamentales utilizadas. Hay que tomar en cuenta que estos principios sirven como una guía en el quehacer terapéutico, más no son un manual, lo cual facilita e instiga el comportamiento del terapeuta a fin de alcanzar los objetivos propuestos en un inicio, algo que como se podrá resaltar, es sumamente compatible con el Análisis de la Conducta y lo descrito en este capítulo. Además, son una forma asequible de presentar a los consultantes para que comprendan y discriminen su propio comportamiento. Los principios son: 1. La clave para ayudar a cambiar cómo se sienten las personas, consiste en ayudarles a cambiar lo que hacen. 2. Los cambios en la vida pueden llevar a la depresión, y las estrategias de adaptación a corto plazo, pueden bloquear con el tiempo a las personas. 3. Las pistas para entender lo que será antidepresivo para un cliente concreto reside en lo que precede y lo que le sigue a las conductas importantes del cliente. 4. Estructurar y programar actividades que siguen un plan, no un estado anímico. 5. El cambio será más fácil cuando se comienza por algo pequeño. 6. Hacer hincapié en actividades que sean reforzadas por naturaleza. 7. Actuar como un entrenador. 8. Insistir en un enfoque empírico de resolución de problemas y reconocer que todos los resultados son útiles. 9. ¡No lo digas, hazlo! 10 . Detectar barreras posibles y reales para la activación. Finalización de la terapia y prevención de recaídas La intervención analítica-conductual es breve y se pretende que sea lo más puntual posible. Para lograr lo anterior hay una serie de criterios a tomar en cuenta que pueden indicarnos cuando sea momento de ir espaciando las sesiones para así concluir con la intervención. En primer lugar, las intervenciones se caracterizan por la medición del comportamiento. Si observamos (y registramos) que las conductas saludables se presentan con mayor frecuencia, duración, magnitud o cualquier otra dimensión que al inicio y en comparación con las depresivas, es un indicador de que las intervenciones han sido exitosas hasta el momento. Es necesario que en este punto se tome en cuenta la generalización de las mismas, pues como se ha visto, de poco sirve que las mejorías solo ocurran en sesión, pero no en la vida cotidiana, por lo que la generalización incluye que se emitan las conductas fuera del consultorio, que se emitan respuestas semejantes y que se mantengan a lo largo de un tiempo inespecífico (generalización a través de los contextos, las respuestas y el tiempo). Por lo general, estos tipos de generalización ocurren de la mano, pero es necesario planificarlos en vez de solo esperarlo. Cuando se presenta una generalización a través del tiempo de los objetivos conductuales a incrementar, significa que hay un índice de efectividad satisfactorio. Otra forma de percatarse sobre las mejorías del comportamiento depresivo es cuando en los autorregistros de nivel de actividad y estado de ánimo hay un incremento de la puntuación. Por ejemplo, si al inicio de la intervención en promedio la persona puntuaba 4 de nivel de estado de ánimo y 5 en actividad, y ahora, promedio, puntúa 8 de estado de ánimo y 8 de actividad, significa que hay un buen avance registrado. Es por ello la importancia de que los autorregistros se mantengan a lo largo de toda la intervención, como una forma de auto monitorearse y como una forma de comparar los resultados. El propio terapeuta puede darse cuenta de las mejorías cuando en sesión observa que sucede con mayor frecuencia las conductas clínicamente relevantes saludables incompatibles o alternativas con las depresivas y que el mismo consultante verbaliza realizarlas o “pensar” en hacerlo después de las sesiones. Para este punto también, es importante que las conductas saludables no estén bajo control de reforzadores artificiales o socialmente mediados, puesto que lo esperable es que el comportamiento saludable se mantenga de manera automática. Por ello, si se comienza o se llevan a cabo estrategias que impliquen reforzadores sociales, lo más recomendable es ajustar los programas de reforzamiento adecuados para mudar a un programa automático. Para prevenir las recaídas, se recomienda llevar una especie de diario donde la persona pueda revisar apuntes de las sesiones pasadas. Los apuntes pueden ayudar a que la persona discrimine (nuevamente la importancia de la perspectiva funcional de los comportamientos) los comportamientos alternativos a los depresivos y en ese momento se comporte de manera distinta para no entrar en ese “círculo vicioso” antes planteado. El consultante puede realizar una lista de aquellos eventos que potencialmente podrían tener un impacto negativo en su comportamiento público y privado y que, cuando estos lleguen a suceder, emprenda estrategias que prevengan el comportamiento depresivo. Tener copias de los formatos de programación de actividades para llenar en momentos de dificultad también puede instigar al consultante a activarse independientemente de la situación, y que esto, si bien no pretende hacer que deje de sentir cualquier emoción calificada de “negativa” sí que pueda enfrentarlo de manera distinta evitando que la experiencia de la misma sea más difícil. La opción de que el terapeuta esté disponible para futuras sesiones y/o seguimientos siempre puede estar disponible. Conclusiones La depresión es uno de aquellos problemas psicológicos más presentes en la actualidad y uno de los que más modelos de intervención se han desarrollado. Resulta curioso que en depresión la mayoría de modelos tengan cierto impacto en los resultados de mejoría, algo que, si se piensa desde las propias teorías que cada modelo propone, no resulta con mucho sentido. La propia historia del abordaje de la depresión ha enseñado que mirar de manera funcional al comportamiento depresivo trae consigo múltiples ventajas, como hacer más parsimoniosa la explicación del fenómeno y la intervención del mismo. Por ello, ver el comportamiento depresivo como una clase de respuesta sometido a ciertas contingencias que pueden ser alteradas para salir de las mismas es algo que además de ser más simple resulta más lógico y fácil tanto para terapeutas como para consultantes. En este capítulo se abordó la depresión desde el punto de vista analítico-conductual, considerando un poco de la historia de la depresión para comprender cómo es que ha ido evolucionando tanto la conceptualización como la intervención, llegando a los modelos que hoy por hoy demuestran mayor eficacia en sus resultados. Se ha realizado una explicación del comportamiento depresivo tomando en cuenta todas las contingencias de un comportamiento posible para así comprender la intervención diseñada a partir de la evaluación funcional. Aunado, se han enlistado aquellas herramientas que en conjunto a la programación de actividades pueden ser útiles para modificar la conducta objetivo a disminuir y lograr aquellas conductas alternativas e incompatibles. Si bien, como podrá notarse, el objetivo primario de este tipo de intervención no es a priori reducir los síntomas que acompañan el fenómeno depresivo (tal y como lo haría un modelo bio-médico), sino poder incrementar en todas las dimensiones comportamientos saludables (alternativos, incompatibles, orientada a valores) que puedan crear una vida con significado y propósito, y de esta forma, por covariación de respuesta, poder hacer un cambio en todas aquellas respuestas privadas. Preguntas para la reflexión • ¿Es la depresión una enfermedad que se origina dentro de las personas? • ¿Es posible ver la depresión como un comportamiento esperable ante determinadas circunstancias? • ¿La única forma de atender la depresión es con farmacología? • ¿La depresión es la explicación de sus conductas características o las conductas características son las que se deben explicar? • Esta forma de ver la depresión, ¿qué ventajas puede ofrecer sobre otras visiones? Capítulo 7 Análisis funcional de la conducta parasuicida: Pensar funcionalmente en el suicidio Azalea Magdalena Mancilla de Alba y Raymundo González-Terrazas Las llamadas conductas parasuicidas o conductas autolesivas “constituyen un grupo heterogéneo de comportamientos, con diferente letalidad y con repercusiones clínicas y sociales diversas”, éstas suelen iniciar en la adolescencia y aumentan a medida que la edad de las personas avanza (Kadziela-Olech et al., 2015). Las investigaciones sobre conductas autolesivas han aumentado en los últimos años dirigiéndose no sólo a la identificación de factores de riesgo coligados y/o variables contextuales asociadas a su aparición; el texto actual hace énfasis en el análisis de la función de estas, siendo pues la perspectiva del Análisis Funcional de la Conducta la que se desarrollará a lo largo del mismo. La evaluación funcional de la conducta otorga información sobre las variables responsables que causan el comportamiento objetivo (relaciones funcionales), la identificación de estas causas y/o funciones del comportamiento puede ayudarnos a identificar cómo podemos cambiar las condiciones ambientales para garantizar comportamientos mejores (alternativos al objetivo), más seguros y eficaces, pero también puede ayudarnos a identificar qué está tratando de comunicar el comportamiento. La función de una conducta describe el efecto que desempeña un comportamiento sobre quien lo emite y sobre el contexto (Quintero y Gagliesi, 2020), lo que equivale a decir que una conducta produce un cambio, “algo” sucede en el individuo y/o en el contexto después de que esta se emite; añaden Quintero y Gagliesi en 2020 que un comportamiento “hace algo por la persona” (p. 147). Para entender lo que hace el comportamiento por la persona, requerimos conocer los componentes de lo que se llama modelo ABC, donde A es lo equivalente a los antecedentes, B refiere a la respuesta y C a la consecuencia de esta; conociendo estas tres variables podemos hipotetizar la función de la conducta para luego comprobarlo y a su vez podremos modificarla (en el caso de la conducta autolesiva se desea que esta disminuya, aunque es bien sabido que una conducta puede ser modificada hacia el aumento). El análisis funcional es la herramienta de evaluación bajo la que se conocen los antecedentes, las respuestas y las consecuencias del comportamiento en un contexto determinado; a través del análisis funcional se pretende averiguar qué factores llevan, siguen y controlan o influyen en el comportamiento. Realizar un análisis funcional supone establecer cuál es la relación que una respuesta (su presencia, ausencia o intensidad) mantiene con sus antecedentes y las consecuencias. Es importante destacar que no se trata meramente de la secuencia temporal lo que se pretende esclarecer, sino la relación de contingencia entre uno y otro (causalidad) como lo refieren Boggiano y Gagliesi en 2020 (pp.113). Refieren estos últimos autores sobre el análisis funcional de la conducta autolesiva, los pensamientos y emociones previos y posteriores a la respuesta son su contexto, sus antecedentes y consecuencias, y por tanto es deseable esclarecerlas en cada caso; el terapeuta que atiende conductas autolesivas desea conocer no sólo las variables del contexto público que detonan o mantienen la conducta sino también el contexto privado de cada consultante. Concepto de conducta parasuicida A pesar de la peligrosidad y omnipresencia de las conductas parasuicidas, bajo la perspectiva de Nock y Prinstein en 2004, sorprendentemente poco se sabe sobre la naturaleza de este problema; añaden que las limitaciones en la literatura existen tanto a nivel descriptivo como teórico. Por ejemplo, aspectos básicos de las conductas autolesivas como la frecuencia, los diferentes métodos y la edad promedio de inicio, no han sido bien establecidos. Las conductas parasuicidas o también llamadas conductas autolesivas no suicidas (nonsuicidal self-injury/NNSI) son descritas por Kerr, et al. en 2010 como “cualquier conducta intencional y autodirigida que causa destrucción inmediata de tejidos corporales” (p.240). Estos mismos autores refieren que éstas se pueden manifestar bajo diferente topografía como son los cortes, rasguños, quemaduras o golpes. Por su parte el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales en su quinta edición (APA, 2014) describe las conductas autolesivas no suicidas como aquellas lesiones que los individuos se autoinflingen intencionadamente en la superficie del cuerpo y que suelen producir sangrado, hematoma o dolor con la expectativa de que éstas producirán un daño físico leve/moderado y que además la expectativa detrás de este comportamiento es el alivio de un sentimiento o un estado cognitivo negativo, así como para resolver alguna dificultad y que finalmente conlleva a sentimientos positivos. Otros autores aterrizan que diversos comportamientos socialmente patologizados como perforaciones o tatuajes, onicofagia, etc. no debieran ser categorizados de la misma forma a menos que nuevamente, el objetivo de estos sea el autodaño (Woods, 2009) destacando la importancia de la función en el análisis de los comportamientos autolesivos. Las autolesiones también refieren el autoenvenenamiento intencional, cualquiera que sea el tipo de motivo o el alcance de intención suicida; puede observarse pues que los métodos de autolesión son heterogéneos, incluyendo actos como autocortes, salto desde alturas y autoagresión, algunos autores también incluyen la asunción de riesgos no recreativos (Hawton, et al., 2012). De la misma forma Whitlock (2010), añade que en los medios estas conductas son nombradas como “comportamiento auto-agresivo”, “automutilación” o “cutting” (por su traducción al inglés), sin embargo suelen reportarse en las investigaciones los rasguños, cortes, golpes con objetos bajo la intención consciente de autolesión, puñetazos o golpes uno mismo, mordidas, desgarrar o tallar la piel, así como quemaduras; menciona además que las autolesiones regularmente son a) compulsivas (ritualistas y rara vez premeditadas), b) episódicas (cada cierto tiempo) y c) repetitivas (realizadas regularmente) así como que en relación con su letalidad pueden ser categorizadas como leves, moderadas o graves. Este mismo autor comenta que la conducta parasuicida difiere de aquellas lesiones sancionadas culturalmente como lo son las perforaciones o tatuajes, más por la intención que por la forma, así como por su “agente nocivo” (es decir, las lesiones son generadas por otra persona y no por el consultante). Las anteriores definiciones difieren de la clasificación binaria de autolesiones no suicidas e intento de suicidio, popular en los Estados Unidos (Nock, et. al. 2006); por su parte la mayoría de los investigadores en Europa (Madge et al., 2008) más que describir la forma del comportamiento parasuicida, se basan en el hecho de que la motivación para autolesionarse suele ser compleja (Hawton et al., 1982) y sobre la idea de que la motivación percibida para autolesionarse puede variar entre aquellos que se autolesionan y otras personas; para Hawton desde 1982 es percibida como un continuo y no como un fenómeno de “todo o nada”. Hawton et al. (2012) añade también que la conducta autolesiva suele comenzar en la adolescencia y que la repetición de estos comportamientos se asocia con un mayor riesgo de suicidio futuro. Por su parte, Whitlock en 2010 comenta que la localización de las lesiones suele relacionarse con la gravedad de la “perturbación psicológica”, hipotetizando que las lesiones en la cara, los ojos, el cuello en la región yugular, mamas o genitales suelen ser más gravosas en contraste con aquellas ocasionadas en otras partes del cuerpo. De manera general, las funciones de las conductas autolesivas para Wihitlock se dividen en tres categorías generales: psicológica, social y biológica. Describe que las funciones psicológicas son las más comúnmente citadas y refieren centrarse en la reducción del dolor emocional, expresar y/o aliviar angustia, así como reenfocar la atención lejos de un estímulo negativo; con mucha menos frecuencia se refiere la causa de la autolesión como medio para “llamar la atención” o para tener “una oleada de energía”. Ambas perspectivas psicológicas para el autor suelen enfatizar el papel de las relaciones sociales y las funciones biológicas en el mantenimiento de esta clase de comportamientos. En cuanto a los modelos que resaltan la función social, se reafirma la importancia de ver las conductas parasuicidas como un comportamiento emprendido para cumplir múltiples funciones simultáneamente, la mayoría de los cuales son intrapersonales (regulación de la emoción) y algunos de que son fundamentalmente interpersonales. Por su parte, los modelos biológicos de la función de las autolesiones tienden a centrarse en el papel de éstas como un medio de regulación del organismo, por ejemplo, de opioides endógenos; para este modelo se sugiere que las personas que se autolesionan pueden tener una disminución crónica de los niveles normales de opioides endógenos, por tanto, las autolesiones son remediables representando un intento de restaurar los opioides a niveles normales. Desde una perspectiva más apegada al análisis funcional de la conducta, Mollá et al. en 2015 describen sobre los procesos de aprendizaje implicados en las conductas autolesivas lo siguiente: “Los mecanismos subyacentes que se identifican son el reforzamiento negativo (a través de la reducción del malestar emocional), el reforzamiento positivo (por el aumento de endorfinas y la atención del entorno) y, por último, el modelado, a través de un factor de contagio social (p. 52).” Tarragona et al. en 2015 añaden que existe consenso en que el afecto negativo precede a las conductas autolesivas y que después se da una sensación de alivio y de disminución del afecto negativo una función de Reforzamiento Automático (RA) Negativo (Klonsky, 2007). Esto coincide con dos de los modelos funcionales más citados, el modelo de cuatro factores (Nock y Prinstein, 2004) y el modelo de evitación experiencial (Chapman, Gratz y Brown, 2006). Así, Nock y Prinstein en 2004 realizaron un estudio donde se aplicó un enfoque funcional a la evaluación del comportamiento de automutilación entre pacientes psiquiátricos adolescentes. Los autores plantearon la hipótesis de que las conductas autolesivas se realizan debido a la función automática del reforzamiento (es decir, reforzado por uno mismo; por ejemplo, regulación emocional) y/o socialmente reforzador (es decir, reforzado por otros; ej., atención, evitación– escape) propiedades asociadas con tales comportamientos. Un modelo funcional de la conducta autolesiva En contraste con los enfoques sindrómicos que se centran en la clasificación y el tratamiento de comportamientos según sus características topográficas (es decir, signos y síntomas asociados), un enfoque funcional clasifica e interviene en los comportamientos de acuerdo con los procesos funcionales que los producen y mantienen (es decir, contexto antecedente y consecuente). Nock y Prinstein (2004) propusieron y evaluaron cuatro funciones principales de la conducta autolesiva clasificándolas en dos dimensiones dicotómicas: la primera describe la función automática, cuando la conducta recibe reforzamiento mediante aspectos internos y la función social; en tanto que la segunda describe la valencia del reforzamiento positivo o negativo. Describe Tarragona et al. en 2018 que estas dos dimensiones dan lugar a cuatro funciones: reforzamiento automático positivo (“para sentir algo, aunque sea dolor”), reforzamiento automático negativo (“para evitar sentimientos negativos”), reforzamiento social positivo (“para conseguir alguna reacción del otro”) y reforzamiento social negativo (“para evitar el castigo de otros”). Así, para Nock y Prinstein (2004) el reforzamiento negativo automático que refiere al uso de autolesiones por parte de un individuo para lograr una reducción de la tensión u otros estados afectivos negativos (por ejemplo, “para detener malos sentimientos”), es la más comúnmente invocada en informes teóricos, añadiendo evidencia empírica que apoya las propiedades de reforzamiento negativo automático de las autolesiones. En el reforzamiento positivo automático, los individuos se involucran en comportamientos parasuicidas para crear un estado fisiológico deseable (por ejemplo, “sentir algo, aunque fuera dolor”). En otras palabras, en lugar de servir al propósito de eliminar los sentimientos, dicha conducta también puede funcionar como un medio de generación de sentimientos en determinado contexto. Por el contrario, las funciones de reforzamiento social se refieren al uso de autolesiones para modificar o regular el entorno social. El reforzamiento social negativo se refiere al uso de autolesiones por parte de un individuo para escapar de las demandas de tareas interpersonales (por ejemplo, “para evitar el castigo de otros” o “para evitar hacer algo desagradable”). Por su parte, el reforzamiento social positivo implica ganar atención de los demás o tener acceso a estímulos sociales positivos (por ejemplo, “para tratar de obtener una reacción de alguien, incluso si es negativa” o “dejar saber a otros lo infeliz que soy”). En contaste según el modelo de evitación de la experiencia, las autolesiones se mantienen a través de un único factor de reforzamiento negativo, que implica la evitación de estados no deseados o intolerables (emociones y pensamientos). Bajo esta misma perspectiva, las conductas parasuicidas se consideran un factor precipitante de la aparición de los pensamientos e intentos de suicidio (Hawton, et. al 2012), también se entienden como métodos reguladores de las emociones negativas y, por tanto, como un medio para mantenerse con vida (Whitlock, 2010). Las diferentes perspectivas bajo las que se analiza la conducta autolesiva y los intentos de suicidio son los obstáculos que se deben sortear el estudio de estos fenómenos; la diferencia principal radica en la función de estos comportamientos, es decir, existe un contraste en el abordaje del fenómeno desde dos posturas teóricas diferentes y cuyo elemento diferenciador es la “intención”: la postura europea y la postura norteamericana (Baader et al 2011, Villalobos, 2009). Así desde la perspectiva norteamericana, lo fundamental para la determinación de conducta suicida es la intencionalidad del acto. A diferencia de la postura europea, que atiende a la conducta independientemente de la intención, cuestión que implica a la autolesión como acto de suicidio. Otros autores como Reyes y Strosahl en 2020 han mencionado que las conductas autolesivas son un ejemplo de un estilo de resolución de problemas. En la misma línea de los modelos basados en la evitación y el control del malestar, ampliamos que este comportamiento se compone de: • Historia de aprendizaje: • Exposición a reglas sociales que generan un condicionamiento aversivo al “malestar” emocional. • Exposición a reglas sociales que condicionan de forma apetitiva el suicidio o la autolesión como medio de escape del sufrimiento. • Exposición a eventos dolorosos que resultan en una capacidad adquirida de experimentar dolor físico. • La exposición a modelos de autolesión o de suicidio. • El moldeamiento de la autolesión o los intentos de suicidio por reforzamiento diferencial. • La generalización de estas respuestas como vías de escape y evitación discriminada y en operante libre. • La ausencia de otros comportamientos que cumplan la misma función (conductas alternativas), o por la posible extinción o castigo de comportamientos alternativos. • Condiciones motivacionales y disposicionales: • Situaciones estresantes en el contexto público. • Malestar emocional experimentado como aversivo e intolerable. • Condiciones médicas y/o dolor crónico. • Estímulos discriminativos: • Disponibilidad de los medios para la autolesión. • Posibilidad en el contexto de llevar a cabo el comportamiento (estar solo en casa, por ejemplo). • Presencia y autodiscriminación de otras respuestas públicas y privadas. • Consecuencias potenciales: Consecuencias reforzantes a corto plazo de tipo positivo e internas (sensación de control, por ejemplo) y externas, como el incremento del cuidado de los allegados. • Consecuencias reforzantes a corto plazo de tipo negativo e internas (como alivio del malestar emocional), y externas (baja de demandas sociales). • Consecuencias a largo plazo (como por ejemplo el incremento de la tolerancia al dolor o la habituación a la idea de morir) y el mantenimiento de estresores en el contexto, así como el malestar emocional asociado a un intento de resolución de problemas fallido. • Por su parte, dentro de un modelo conductual, los antecedentes vienen en un par de variables clave. Estímulos discriminativos señalan la probabilidad de reforzar o castigar consecuencias si el individuo tiende a comportarse de una forma particular y las operaciones de establecimiento que refirieren condiciones que alteran los efectos del reforzamiento de consecuencias particulares. Como ejemplo, estímulos discriminatorios para una mujer que se autolesiona después de un conflicto con su pareja podría incluir la presencia de la pareja, la hora del día, etcétera. Estos estímulos podrían dar la señal que, si ella se autolesiona, el conflicto se va a terminar, la pareja cesará de pedirle que busque un trabajo, además que el apoyo y la comprensión vienen próximamente. Como operaciones de establecimiento típicas en autolesiones se encuentran el aislamiento social o privación, pueden hacer que la conducta autolesiva reciba reforzamiento socialmente de manera particularmente potente (Chapman, 2017). Por último, las variables personales influyen en la presencia o no de comportamientos parasuicidas, por ejemplo, las variables sociodemográficas o factores familiares. Dentro del modelo de Joiner, un factor de persona importante incluye un historial de exposición a eventos dolorosos y provocativos (PPEs), y el desarrollo de la capacidad adquirida es resultante para promulgar comportamientos suicidas; de acuerdo a este modelo, las personas adquieren la capacidad para promulgar actos suicidas mediante el aprendizaje de experiencias envolventes y repetitivas con exposición a los PPEs. Los PPEs pueden incluir autolesiones, deportes extremos, lesiones serias, exposición a los accidentes serios o muerte de otras personas (por ejemplo, en combate o mediante eventos traumáticos), u otros eventos que involucran daño corporal. La exposición a los PPEs reduce la aversión física y psicológica autoinfligida corporalmente, el individuo comienza a incrementar el coraje y la voluntad para llevar a cabo los comportamientos requeridos para las autolesiones o intentos de suicidio (Chapman, 2017). Para llevar a cabo un análisis funcional de la conducta problema por primera vez con el consultante, los terapeutas frecuentemente se focalizan en la conducta autolesiva como inicio antes de revisar el evento antecedente y posteriormente las consecuencias del propio comportamiento; al final el terapeuta subraya para el consultante la relación secuencial entre el comportamiento problema, el evento antecedente y las consecuencias. Un análisis funcional comienza como ya se dijo, identificando el comportamiento problema; en algunos comportamientos de los consultantes el problema no es algo que el consultante ejecuta lo que lo provoca, es decir pueden ser variables contextuales lo que detonen el comportamiento problema y no variables internas como pensamientos o sentimientos: por ejemplo, una madre puede estar gritando a un consultante y en estas circunstancias el comportamiento problema puede aparecer como medida de escape/evitación. En última instancia el análisis funcional debe ayudar al terapeuta y al consultante a identificar qué variables pueden alterarse para así intervenir y modificar las variables relevantes, se recomienda que se elijan conductas sobre las que se tengan mayor control o variables que se puedan manejar. Una vez más, identificando el problema también se deben de clarificar los eventos privados o públicos que detonaron el mismo. El evento desencadenante también puede ser llamado detonador o estímulo antecedente (recordando que estos pueden ser de tipo público o privado). Los consultantes no siempre son hábiles en identificar los eventos desencadenantes por lo que pueden requerir ayuda para ello, algunas preguntas guía según, Landes en 2017, pueden ser: • ¿Qué ocasionó esto qué sucedió justo antes de que tú (insertar la topografía del comportamiento autolesivo)? • ¿En qué situación te encontrabas antes de que (insertar la topografía del comportamiento autolesivo)? • ¿Dónde identificas que el problema comenzó? Subsiguientemente el terapeuta debe de identificar las consecuencias a corto y largo plazo del comportamiento autolesivo. Las consecuencias inmediatas ayudan al terapeuta y al cliente a comprender qué es lo que mantiene el mismo comportamiento; las consecuencias de reforzamiento mantienen el problema a lo largo del tiempo y las consecuencias a largo plazo son experimentadas por el consultante como problemas, sin embargo, no necesariamente tienen relación con el mantenimiento del mismo. Algunas preguntas guías para identificar las consecuencias según Landes (2017) son: • ¿Qué sucedió inmediatamente después de que tú (insertar la topografía del comportamiento autolesivo)? • ¿Qué efecto tuvo el hecho de que tú (insertar la topografía del comportamiento autolesivo)? • ¿Cuál fue el resultado de (insertar la topografía del comportamiento autolesivo)? • ¿Obtuviste algo que deseabas inmediatamente después de (insertar la topografía del comportamiento autolesivo) en el corto plazo? • ¿Esto te ocasionó problemas a largo plazo? En este punto los 3 componentes de un análisis funcional básico están presentes: el evento desencadenante, la respuesta problema y la consecuencia que mantiene el problema. En la siguiente secuencia se muestra un ejemplo gráfico de comportamiento autolesivo: • Comportamiento problema: Cortarse la muñeca izquierda con unas tijeras en la tarde del sábado. • Evento desencadenante: Grito de la madre enojada por el hecho de no haber ayudado a preparar la comida. • Eventos privados: Pensar “siempre es lo mismo en esta casa” y “nada de lo que hago es suficiente”; sentir enojo, tristeza y vergüenza; sensaciones fisiológicas como dolor de estómago, nudo en la garganta y tensión muscular; impulsos de gritarle a la madre de regreso y de ir al baño a esconderse. • Estímulo discriminativo: Ver las tijeras dentro del baño. • Consecuencias a corto plazo: Sensación de alivio y disminución de tensión muscular. • Consecuencias a largo plazo: Los padres están molestos y llamar a emergencias para internarle. Desde el modelo del comportamiento suicida con base en el aprendizaje de Strosahl (Reyes y Strosahl, 2020) en la tabla 3.1 se plasma, no sólo un análisis funcional de la conducta autolesiva, sino también operaciones de establecimiento y la función del control verbal sobre el mismo (adaptado): Operaciones de establecimiento Situación estresante (pérdidas, rechazo, fracasos, etc.). Dolor físico o psicológico (experiencia de ser una carga, sentirse solo, malestar intenso, etc.). Control verbal Reglas que especifican consecuencias indeseables del malestar emocional + Reglas que especifican consecuencias deseables del comportamiento parasuicida Estímulo discriminativo Respuesta Consecuencias - Presencia de los medios (instrumentos o contextuales). - Eventos privados - Comportamiento de otras personas Autolesiones en múltiples topografías Reforzamiento interno positivo (placer) o negativo (alivio). Reforzamiento externo positivo (expresiones de afecto y cuidado) o negativo (cese de una situación interpersonal desagradable). Intervención analítica-conductual ante el comportamiento autolesivo El terapeuta debe orientar al consultante hacia el uso del manejo de contingencias dentro de la psicoterapia, sin embargo, dado que existe una enorme confusión entre consultantes y profesionales de la salud acerca de los principios de reforzamiento y sus efectos en el comportamiento, esta tarea es relativamente difícil. Aprender sobre cómo funciona el comportamiento a modificar (en este caso el comportamiento autolesivo) es igual de importante para el terapeuta como para el propio consultante, de manera que ambos deben colaborar en el descubrimiento en las variables que controlan el comportamiento. Está de más decir que antes de cualquier intervención, el terapeuta debe de estar completamente familiarizado con los principios de aprendizaje. Hoy por hoy, la Terapia Dialéctico Conductual (DBT por sus siglas en inglés) representa el programa de tratamiento más sugerido para la atención de los consultantes que presentan conductas autolesivas. DBT sugiere no sólo terapia individual, sino también terapia en grupo tanto para los consultantes como para sus familias, atención telefónica en momentos de crisis y consultoría en grupo para los profesionales de la salud involucrados. El presente capítulo no ahondará en las especificaciones de cada una de las modalidades de este tipo de tratamiento, aunque sí se hará énfasis en las intervenciones sugeridas para la intervención individual y en su concordancia con modelos conductuales. Desde la perspectiva de Marsha Linehan en 1993 la intervención con consultantes que emitan comportamiento autolesivo tanto con ideación como sin ideación suicida lo que primeramente el terapeuta debe de comentar con el consultante es precisamente las diferencias entre intencionalidad, planeación, función y consecuencias de la conducta de cada individuo respondiendo o actuando en el mundo. Con consultantes con conductas autolesivas la intencionalidad de sus conductas está relacionada con las consecuencias, como ya se viene esbozando en el presente capítulo, y además de explicarle este funcionamiento, Linehan recomienda esclarecer que el hecho de que las consecuencias fortalezcan el comportamiento esto no significa que la consecuencia era intencionada o deseada en primera instancia (automaticidad del reforzamiento); las consecuencias indeseadas pueden igualmente reforzar el comportamiento. Adicionalmente es recomendable que se discuta la naturaleza automática del aprendizaje, independientemente de la intencionalidad del comportamiento. Es importante aclarar entonces al momento de hacer la retroalimentación del análisis funcional del comportamiento con el consultante, que las consecuencias afectan el comportamiento sin que la persona lo note. De hecho, la mayoría de nosotros no estamos conscientes de esta influencia. Por otra parte, el terapeuta debe de estar al pendiente de que el consultante comprenda los patrones de reforzamiento incluyendo comportamientos privados como sentimientos o creencias. Cuando ambos, el consultante y el terapeuta conocen los principios de reforzamiento de comportamiento autolesivo es posible comenzar a hipotetizar una solución. No hay que dejar de lado que puede ser de mucha ayuda el explicarle al consultante los efectos de la extinción del comportamiento, es decir, que los comportamientos indeseados de los consultantes pueden incrementarse en frecuencia o en intensidad después de remover aquello que lo refuerza. Comprender estos efectos ocasionalmente mitiga el malestar asociado a esta etapa; de la misma forma los principios de castigo también serán discutidos. Esta información tiene múltiples propósitos más allá de la orientación, sensibiliza al consultante sobre el malestar que experimentara al momento de castigar sus conductas. Igualmente, la elección del comportamiento a reforzar, extinguir o castigar son puntos para discernir con el consultante al momento de planear la intervención. Reforzando comportamientos alternativos Los terapeutas deben reforzar el comportamiento alternativo a la autolesión cuando esta ocurra. El terapeuta todo el tiempo debe de prestar atención a (1) Lo que los consultantes hacen; (2) lo que detona el comportamiento; (3) cómo el terapeuta responde ante el comportamiento problema del consultante. El terapeuta debe observar los comportamientos clínicamente relevantes y reforzar aquellos que representan un progreso dentro de la misma sesión (por ejemplo, al momento en el consultante identifica qué emociones o pensamientos fueron la antesala del impulso autolesivo, este puede ser un comportamiento para reforzar; en contraste con la escasa identificación de estas variables). El reforzamiento inmediato es mucho más poderoso que una consecuencia retardada; esta es la razón por la que muchos comportamientos son extremadamente difíciles de decrecer: son resultado de reforzamiento inmediato. Frecuentemente estos mismos comportamientos son seguidos a largo plazo por castigo o consecuencias aversivas pero que no terminan por disminuir el comportamiento. Por eso es extremadamente importante que el terapeuta refuerce los comportamientos deseados y alternativos o incompatibles lo más pronto posible, incluyendo los comportamientos que ocurren frente al terapeuta o mediante conversaciones telefónicas. Señala Linehan desde 1993 de manera congruente con el análisis de la conducta que al principio de la terapia el reforzamiento continuo es extremadamente necesario dado que el comportamiento positivo ocurre en una baja frecuencia (programa R1); una vez que el consultante emite conductas deseadas de manera frecuente el terapeuta puede desvanecer el reforzamiento gradualmente. Los comportamientos que son reforzados intermitentemente son más resistentes a la extinción, sin embargo, el terapeuta debe de estar alerta de suministrar con suficiente frecuencia el reforzamiento sin que pasen largos periodos de tiempo. Extinguiendo comportamientos desadaptativos y reforzando diferencialmente El comportamiento se extingue cuando los reforzadores que mantienen el mismo son removidos (probabilidad 0); por lo tanto, el terapeuta debe determinar que reforzadores están manteniendo el comportamiento problema, y luego sistemáticamente retener aquellos reforzadores que siguen al comportamiento. El terapeuta debe discriminar qué comportamientos específicos serán blanco del manejo de contingencias, priorizando aquellos de más gravedad y siguiendo los principios de moldeamiento (es decir, en algunos momentos el terapeuta puede ver como viable el hecho de reforzar incluso comportamientos autolesivos de menor intensidad o frecuencia que los presentados al inicio del tratamiento, un reforzamiento diferencial de conductas alternativas). El terapeuta puede ejecutar múltiples estrategias para facilitar los procesos de extinción con los consultantes, tomando en cuenta que un programa de extinción debe de estar orientado al comportamiento problema y no a todos los comportamientos que el individuo presenta. La intención es simplemente romper la relación entre el comportamiento problema y las consecuencias que lo refuerzan; lo anterior no necesariamente significa de privar al individuo de todas las consecuencias posibles. La estrategia más útil siempre es reforzar un comportamiento alternativo: Esta primera estrategia requiere que el consultante emita un comportamiento que pueda ser reforzado en lugar de presentar el comportamiento que debe ser extinguido. De acuerdo con los principios de moldeamiento la idea es provocar que el consultante ejecute un comportamiento ligeramente más deseable que el usual y reforzarlo contingentemente. Con consultantes que presentan comportamientos autolesivos los comportamientos alternativos generalmente están relacionados con la funcionalidad del comportamiento objetivo a disminuir. Destacamos nuevamente la importancia de una evaluación funcional que nos permita conocer y discriminar la función y lo que comunica. Castigo de comportamientos objetivos a disminuir Los procedimientos de castigo significan aparear una respuesta con una consecuencia de reforzador negativo. En otras palabras, haciendo algo que el consultante no desea y retirando lo que le es agradable es el ejemplo más clásico de castigo. Sin embargo, los efectos de las consecuencias que llevan al castigo en determinado comportamiento varían según la situación del comportamiento en sí o de otras características del contexto. Un evento puede resultar en castigo en un contexto o en una situación y no serlo en otro. Una vez más, la definición de castigo es un procedimiento funcional, de manera que solo se le puede llamar castigo si su efecto es suprimir el comportamiento. En algunas ocasiones las consecuencias aversivas son la única manera de disminuir los comportamientos indeseados y en relación con el comportamiento autolesivo esto se usa en dos momentos: (1) Cuando las variables que mantienen el comportamiento problema no se encuentran al alcance del terapeuta o no existen reforzadores disponibles hacia comportamientos alternativos. Es decir, el comportamiento no puede ser sometido a un procedimiento de extinción o no existe un comportamiento alternativo incompatible a reforzar y (2) Las consecuencias aversivas se usan cuando el comportamiento indeseado interfiere con otro comportamiento deseado. Esto es particularmente probable cuando la situación provoca el comportamiento problema más o menos de manera automática. Corrección y sobrecorrección como castigo Las primeras y más importantes pautas en el uso de consecuencias aversivas son que una consecuencia debe “encajar con el crimen” y que el consultante no debe tener una manera de evitar o escapar. Las técnicas de corrección y sobrecorrección reúnen estos dos criterios. Existen tres pasos para la corrección y la sobrecorrección según Linehan: (1) Siguiendo la ocurrencia del comportamiento problema, el terapeuta retira el condicionamiento positivo y retiene ocasionalmente lo que el consultante desea, o añade una consecuencia aversiva. La mejor consecuencia es aquella que suministra naturalmente efectos indeseables del comportamiento, (2) El terapeuta necesita que el consultante ejecute un nuevo comportamiento que corrija los efectos del comportamiento desadaptativo y que sobre corrija los efectos del mismo, (3) Una vez que la corrección y la sobrecorrección comienzan a ocurrir el terapeuta debe interrumpir los procedimientos de castigo inmediatamente. Consideraciones finales El estudio y el análisis de la conducta autolesiva involucra múltiples obstáculos de orden teórico que interfieren en su abordaje y por supuesto en su prevención. el presente artículo denota los diferentes consensos sobre la terminología usada para referirse a este comportamiento lo cual atrae un problema para la comunicación entre profesionales y aquellos quienes pretenden trabajar sobre el comportamiento autolesivo. A pesar de las múltiples investigaciones sobre esta temática los diferentes términos utilizados provocan una gran confusión y por lo tanto diferentes abordajes con diferentes enfoques complejizando la intervención del análisis funcional de la conducta en estos protocolos. El análisis funcional del comportamiento invita a observar el comportamiento parasuicida como cualquier otra conducta y más allá de explicar cómo se generó el mismo, habrá que dedicar todos los esfuerzos a identificar la función de este comportamiento es decir el para qué de la conducta. Si bien es cierto que en la bibliografía actual la terapia de la dialéctica conductual (DBT) aparece como el principal modelo de intervención basado en evidencia para el comportamiento suicida y también para el comportamiento autolesivo aun cuando este tratamiento está escrito por su creadora como un el protocolo cognitivo conductual, la misma bibliografía incluye múltiples abordajes analítico-conductuales que desde nuestra perspectiva dotan de la solidez empírica que dota a dicho modelo, analizando la conducta del consultante dentro de la sesión e invitando al terapeuta y al consultante en considerables ocasiones a reforzar respuestas alternativas a la autolesión y a castigar respuestas con función de evitación, haciendo de los procesos de aprendizaje una herramienta útil y práctica para la modificación del comportamiento parasuicida. Finalmente se exhorta a los terapeutas conductuales a analizar el comportamiento autolesivo desde una perspectiva funcional y por tanto a realizar un análisis funcional de estos comportamientos en cada una de las ocasiones y a planear las intervenciones terapéuticas igualmente en términos de procesos de aprendizaje. Preguntas para la reflexión • ¿Las conductas parasuicidas siempre mantienen una única intención? • ¿El abordaje de una conducta parasuicida siempre será de una sola manera? • ¿Es la conducta parasuicida el resultado de procesos intrínsecos de una persona? • ¿Qué consideraciones hay que tomar en cuenta al momento de explicar la intencionalidad a un consultante que presenta conductas parasuicidas? • ¿Es útil y/o recomendable utilizar procedimientos de castigo en las conductas parasuicidas y en qué caso? Capítulo 8 Análisis de la interacción clínica desde una perspectiva analítico conductual: El Sistema de Clasificación para el Análisis Funcional de la Interacción Terapéutica (SCAFIT) José Manuel Sánchez Olid En este capítulo se presenta a la persona que lo lea un sistema para conceptualizar la acción terapéutica entre terapeuta y persona como una situación en la que se da de manera natural el procedimiento conocido como moldeamiento, en esta ocasión del tipo de comportamiento más frecuente en una sesión de terapia, el verbal. Dicha conceptualización atañe a la acción global del denominado proceso terapéutico, el cuál pasamos a redefinir de manera precisa como la acción entre terapeuta y persona. No es, por tanto, un sistema para operativizar la relación terapéutica: es un sistema que prescinde del tan manido e impreciso constructo “relación terapéutica” (o como también se ha llamado “alianza”, “rapport” o “vínculo”) y lo sustituye por un avance en el análisis de la acción entre terapeuta y persona. La propuesta, por tanto, es que se puede observar y describir un procedimiento denominado moldeamiento verbal en la acción que sucede entre terapeuta y persona en un contexto de psicoterapia. Este procedimiento parte del conocimiento propiciado gracias al análisis de conducta, el que se estima más útil y adecuado para el objetivo planteado por las siguientes razones: • El análisis de conducta propone como método principal la observación directa del fenómeno de estudio, en este caso la conducta entre terapeuta y persona. • La filosofía del análisis de conducta, conductismo radical, es afín a la conceptualización de la acción terapéutica como sujeta a principios de aprendizaje y procedimientos de modificación de conducta que pueden o no ser conocidos por los agentes implicados pero que definitivamente suceden. • Existe un amplio cúmulo de conocimiento en el que se aplica la tecnología que proviene del análisis de conducta al estudio de situaciones que bien pudieran considerarse nucleares en la acción entre terapeuta y persona, como condicionamiento verbal de las palabras y relación entre reforzamiento y respuesta social, entre otras. Quien lea puede encontrar en la bibliografía más sobre esto. Adicionalmente, esta propuesta se encuadra dentro de lo que se conoce como investigación de procesos en psicoterapia, que bien pudiera llamarse investigación en principios de aprendizaje en psicoterapia por la confusión en torno al término “proceso”. Por último, se advierte a quien lea que este es un sistema aún en desarrollo, en el cual trabajamos los miembros del Laboratorio Tecnológico Conductual Contextual, gracias a la financiación propiciada por miembros de terapiascontextuales.com y del Instituto de Análisis de Conducta, que también forma parte del proyecto de tesis doctoral de quien escribe y cuya declaración de derechos de autoría se encuentran en la sección de anexos del presente capítulo. La conducta verbal del cliente y la conducta verbal del terapeuta se clasifican para realizar un análisis de las relaciones existentes. Para realizar un análisis del efecto de las verbalizaciones del terapeuta en el cliente la conducta verbal debe analizarse siguiendo un criterio funcional antes que descriptivo. Esto significa que aquello que dice el cliente y el terapeuta será tenido en cuenta en relación con el efecto que produzca, y no tanto en cuanto a su forma o su contenido. Cuando hablamos de efecto nos referimos a su función como estímulo reforzante en una contingencia de tres términos, en este caso existiendo siempre contingencia (positiva o negativa) entre la respuesta de la persona y la respuesta de la terapeuta. Conducta del cliente En nuestro trabajo analizamos la conducta del cliente teniendo en cuenta el sistema de clasificación propuesto por Kohlenberg y Tsai (2001), y que se sigue en la Psicoterapia Analítico Funcional. Este sistema es ideográfico: significa que tal y como se clasifique la conducta del cliente va a depender del propio problema por el que consulte, de lo que se considere un progreso y de lo que se considere un desarrollo o interpretación del cliente útil para la resolución y avance en su problema. Así se establece la clasificación de Conducta Clínicamente Relevante, para la cual existen tres valores posibles que a su vez pueden dividirse hasta en seis valores finales, tal y como veremos a continuación: • CCR1. Comportamiento observable de la persona relacionadas con su motivo de consulta, sus quejas principales y los problemas psicológicos auto-percibidos. • CCR2. Comportamiento observable de la persona relacionadas con las mejorías y/o avances terapéuticos, incompatibles con las anteriores. • CCR3. Comportamiento verbal de la persona que especifica relaciones funcionales auto-referidas que relacionen su propio comportamiento y el contexto, en sus propios términos y terminologías. Cada CCR recibe además el subtipo D o F, explicado a continuación: • D. Verbalización categorizada como CCR que hace referencia a conducta actualmente presente en sesión. • F. Verbalización categorizada como CCR que hace referencia a conducta que se produjo en un momento diferente al del momento presente en sesión, típicamente hace referencia a un acontecimiento que el cliente relata y que le ocurrió durante la semana. A la hora de que una investigadora clasifique el comportamiento verbal de un cliente es necesario que la misma tenga un listado de CCR al que acudir para tomar como referente. Dicho listado de CCR ha debido ser elaborado por la psicóloga que ha llevado el caso, y facilitado a la investigadora, de manera que esta última tan sólo tendrá que identificar en el diálogo cada vez que una verbalización del cliente corresponde a un tipo de CCR. Aquí, la investigadora que clasifica no debe seguir el criterio propio: debe atenerse al listado de CCR que reciba, y toda aquella verbalización que no pueda ser categorizada de ninguna de las maneras debe marcarse como conducta no clínicamente relevante. La unidad de análisis es la verbalización del cliente desde que comienza hasta que interviene el terapeuta de cualquier manera, interrumpiendo o no. Si el cliente está hablando, el terapeuta asiente brevemente, y el cliente sigue hablando, la unidad de análisis permite analizar desde la primera verbalización del cliente hasta cuando el terapeuta asiente: esto sería una unidad, y como tal tendría que clasificarse. Pongamos algunos ejemplos: Cliente: Estoy realmente cansado de que todo me salga mal, es que esto es un fastidio que… Terapeuta: …jum… Cliente: … que no para, que sé que nunca va a parar, en fin, que no puedo más. Terapeuta: De acuerdo, entiendo. En este ejemplo, tal y como el diálogo transcrito refleja, existirían dos unidades para analizar: desde que el cliente habla por primera vez hasta que el terapeuta dice “jum” (ese fragmento sería susceptible de ser categorizado), y desde que el cliente habla por segunda vez hasta que el terapeuta dice “de acuerdo, entiendo” (aquí tendríamos otra unidad para ser categorizada). Puede ocurrir también que la unidad de análisis del cliente parezca contener diferentes tipos de CCR, como veremos a continuación. Tenemos en cuenta a Laura, una persona en depresión en la tercera sesión, en la cual presenta verbalizaciones que pueden ser categorizadas tanto como CCR1 como CCR2, y presenta la siguiente verbalización como una unidad: C: José, la verdad es que ya me encuentro mucho mejor. Honestamente, no creí que fuera a mejorar tan rápido… aunque… ahora que lo pienso… la verdad es que me preocupa mucho recaer y volver a estar como antes… no lo había pensado hasta este momento… pero… creo que sí, tengo ayuda, podré salir adelante, aunque me cueste. Como podemos ver parece algo ambivalente, si hiciéramos un análisis pormenorizado podría quedar de la siguiente manera: C: José, la verdad es que ya me encuentro mucho mejor (CCR2). Honestamente, no creí que fuera a mejorar tan rápido… (CCR2) aunque… ahora que lo pienso… la verdad es que me preocupa mucho recaer y volver a estar como antes… no lo había pensado hasta este momento…(CCR1) pero… creo que sí, tengo ayuda, podré salir adelante, aunque me cueste (CCR2) Como vemos, si hacemos una suma existe más contenido tipo 2 que tipo 1, por lo que la unidad al completo tendría la categoría CCR2. Por tanto, para la categorización de la conducta verbal del cliente, existirían las siguientes posibilidades: 1. CCR1D – 1D 2. CCR1F – 1F 3. CCR2D – 2D 4. CCR2F – 2F 5. CCR3D – 3D 6. CCR3F – 3F 7. NO RELEVANTE - NR Conducta del terapeuta Nuestro trabajo se centra, ante todo, en ver el efecto que tiene la verbalización del terapeuta en la conducta verbal del cliente. Para ello, categorizamos la conducta verbal del terapeuta como consecuencia. Para realizar una clasificación correcta de la conducta de la terapeuta debemos observar, como mínimo, tres intervenciones verbales, consecuentes en el tiempo. La primera debe corresponder al cliente, la segunda a la terapeuta, y la tercera de nuevo al cliente, en una secuencia Cliente-Terapeuta-Cliente (a partir de ahora, secuencia CTC): solo si observamos un conjunto de tres intervenciones verbales se cumple la condición necesaria para establecer un juicio sobre la función que ha tenido la respuesta de la terapeuta sobre la respuesta del cliente. A continuación, se observan y se comentan algunos ejemplos: Terapeuta: Buen día Juan, ¿cómo estás? Cliente: Bien, bien, gracias Este ejemplo sería insuficiente para conocer la función que tiene la respuesta de la terapeuta sobre la conducta del cliente, dado que faltaría una verbalización anterior. Tendríamos TC, y necesitaríamos el conjunto completo, CTC. Cliente: Cada vez me siento mejor. Terapeuta: ¡Genial! Me alegro muchísimo, Ana. De nuevo, sería insuficiente para realizar una clasificación, dado que no se cumple la secuencia CTC, falta la siguiente respuesta de la cliente para conocer la manera en que la respuesta de la terapeuta ha afectado a la respuesta anterior. Cliente: No sé si tengo valor para estudiar todos los días… Terapeuta: ¿Qué te parece si empezamos poco a poco? Cliente: Sí, eso me ayudaría En este ejemplo, se cumple a la perfección la secuencia CTC, por lo que podemos empezar la clasificación de la conducta de la terapeuta. Para clasificar el comportamiento del terapeuta seguimos el siguiente proceso de toma de decisiones. DECISIÓN 1 DECISIÓN 2 De reforzamiento Positivo Negativo De castigo Positivo Negativo 1ª toma de decisión. ¿Es función de reforzamiento o es función de castigo? Si es reforzamiento Verbalizaciones tras cuya emisión se aumente o mantenga, en frecuencia, duración o intensidad, la respuesta inmediatamente anterior del cliente, en contenido o en función. Cliente: Estoy seguro Terapeuta: Me gusta mucho eso Cliente: Sí, creo que lo voy a hacer Se clasifica como Reforzamiento porque la verbalización inmediatamente anterior del cliente se mantiene. Verbalizaciones que puedan parecer discriminativas, de petición de información o similar, si siguen con la conversación o aumentan su topografía, se consideran reforzamiento. Se recuerda: el contenido per se es irrelevante, importa el efecto que tiene sobre el comportamiento inmediatamente anterior del cliente. Cliente: Ayer fui a correr Terapeuta: ¿Ah sí? Cuéntame, ¿cómo lo pasaste? Cliente: Pues bien, lo pasé bien, al principio costó y luego me sentí bien Se clasifica como Reforzamiento porque la verbalización inmediatamente anterior del cliente se mantiene o continúa, sigue hablando de lo mismo. Si es castigo Verbalizaciones tras cuya emisión se reduzca, cambie o desaparezca, en frecuencia, duración o intensidad, la respuesta inmediatamente anterior del cliente, en contenido o en función. Cliente: No puedo más, es que estoy cansadísima, esto es imposible porque… Terapeuta: Sé lo que dices, y oye, ¿qué me dices de tu trabajo? Cliente: Bueno… mi trabajo… es lo único en lo que estoy contento Se clasifica como castigo porque la verbalización inmediatamente anterior del cliente cambia, empieza hablando de su cansancio y termina hablando de una emoción positiva. Verbalizaciones que parezca de reforzamiento, interesadas, amables, y tras las cuales se observe una reducción o cambio en frecuencia, duración o intensidad de la respuesta del cliente, en contenido o función, cumplen antes una función estimada de castigo. Cliente: La verdad es que me lo pasé genial Terapeuta: ¡Vaya! Eso parece interesante, me encantaría que me contases más Cliente: Sí bueno, pero eso no quita que esté realmente mal, que no salga del pozo en el que estoy Se clasifica como Castigo porque la verbalización inmediatamente anterior del cliente cambia, empieza hablando de algo positivo y termina hablando de algo negativo. 2ª toma de decisión. ¿Es positivo o es negativo? Para la función de Reforzamiento Es positivo cuando, habiéndose comprobado el aumento o mantenimiento de la conducta anterior del cliente (contingencia de reforzamiento), se considera una introducción de contenido verbal relativo al contenido verbal del cliente. Cliente: Estoy muy cansada de esto… Terapeuta: Ya… sí que debes estarlo… Cliente: Sí… realmente es muy difícil para mí La respuesta de la terapeuta se categoriza como Reforzamiento Positivo, porque se comprueba el aumento o mantenimiento de la conducta anterior, y existe una introducción de contenido verbal en la misma cualidad que lo observado en la conducta del cliente. Es negativo cuando, habiéndose comprobado el aumento o mantenimiento de la conducta anterior del cliente (contingencia de reforzamiento), se considera una retirada de contenido verbal o sustracción relativa al contenido verbal del cliente. Cliente: No puedo más, ¡esta ansiedad me está matando! Terapeuta: No te preocupes, con el trabajo que haremos aquí, verás cómo la ansiedad se calmará para ti Cliente: Eso espero porque es que ya no puedo más… La respuesta de la terapeuta se categoriza como Reforzamiento Negativo, porque se comprueba el aumento o mantenimiento de la conducta anterior del cliente (contingencia de reforzamiento) y existe una retirada del contenido verbal o sustracción relativa al contenido verbal del cliente. Para la función de Castigo: Es positivo cuando habiéndose comprobado la disminución, cambio o desaparición de la conducta anterior del cliente (contingencia de castigo), se considera una introducción de contenido verbal relativo al contenido verbal del cliente. Cliente: Al final no hice la tarea Terapeuta: Estoy cansado de que nunca cumplas, me has mentido de nuevo Cliente: … Castigo positivo (castigo porque tras su emisión el comportamiento verbal del cliente ve reducida su forma o función, positivo porque se introduce contenido verbal). Es negativo cuando habiéndose comprobado la disminución, cambio o desaparición de la conducta anterior del cliente (contingencia de castigo), se considera una retirada de contenido verbal o sustracción relativa al contenido verbal del cliente. Cliente: ¡Ellos son los culpables de todo el daño que me hicieron! Terapeuta: … (silencio durante 10 segundos) … ¿esperas que yo diga algo? Cliente: …no… tienes razón, debo dejar de culpar a los demás, ya es hora de pasar página y centrarme en lo que tengo ahora mismo, como mis estudios Castigo negativo (Castigo porque tras su emisión el comportamiento verbal del cliente ve reducida su forma o función, negativo porque se considera una retirada de contenido verbal o sustracción relativa al contenido verbal del cliente.) Matriz de ejemplos REFORZAMIENTO POSITIVO REFORZAMIENTO NEGATIVO C: Lo hice y salió realmente bien T: ¡Genial! C: Sí, perfecto C: No puedo más con esto… T: No te preocupes, aquí trabajaremos para que eso no te afecte. C: Me cuesta mucho… C: Ya no sé ni qué decir ni qué pensar… T: Normal, la verdad… es que vaya tela… C: Pues sí… yo ya ni idea… C: Al final hizo lo que le dio la gana T: …emm… pero… jmmm… (silencios, sonidos vagos poco entendibles) C: Que sí que sí, que lo hizo C: ¿Relleno el cuestionario? T: Sí, por favor C: ¿Sabes cuál es el deporte que más le gusta? C: Vale, voy a ello T: … (silencio manifiesto con algún murmullo entre medias) C: ¡El tenis! C: Soy tonta. T: Y culpable, e irresponsable, ¿verdad? C: Pues sí, eso también. C: ¡Tengo mucha ansiedad ahora mismo! T: No te va a pasar nada, tranquila. C: ¡Me va a dar algo! CASTIGO POSITIVO CASTIGO NEGATIVO C: ¡Sé que dices que estoy todo el rato hablando de ella pero es que…! T: ¡Ni esques ni leches! ¡Que pares! ¡Que no hay justificación que valga para seguir dándole vueltas ¿No te das cuenta? C: … sí que me doy cuenta, sí… de acuerdo, ya paro. C: Y todo estaba mal, es que fue llegar y encontrarme la misma situación de siempre, es que nunca hace nada porque… T: ¡Ay! (se le cae el bolígrafo) Disculpa (lo coge) ¿Me decías? C: No, nada, ya ni sé lo que te decía. C: Mi padre siempre me ha dicho lo peor de mí, todo el rato. T: Oye, ¿y tu madre? No me has hablado nunca de ella. C: Mi madre es un amor, ella siempre me ha cuidado, pero cuidar de verdad, querer, ¿sabes? C: Carlos nunca me hace caso, es realmente insoportable sentir su ausencia… T: (silencio prolongado) … ¿Y? C: ¿Qué sabes qué? ¡Me he cansado! Mañana hablo con mi abogada, esto ha ido demasiado lejos, quiero la separación. C: No puedo dejar de estar preocupado por lo que pueda pasarle… T: Entiendo eso… ¿te parece si aquí en consulta tratamos de dejar esa preocupación al lado y practicamos un ejercicio de relajación? C: Vale, sí, seguro que me sirve, quiero estar tranquilo. C: Jose, ¿puedes decirme lo que debo hacer? T: (silencio prolongado…) ¿Para qué? C: … esto es lo que tratas de decirme, ¿verdad?... siempre estoy pidiendo a otros que me digan lo que tengo que hacer. C: Me va a dar un ataque de pánico, ¡necesito salir a beber agua! T: Entiendo que te sientas así, ven, espera, vamos a hacer una cosa: quédate aquí conmigo unos minutos, y si te sigues encontrando mal al rato salimos los dos, ¿vale? Esto es parte del entrenamiento, venga. C: Bueno vale. C: (llanto, hiperventilación, murmullos, medias palabras) T: (silencio prolongado) … (ruido de garganta, tos) C: (ruido de garganta, tos, fuerte aspiración nasal) … ya, ya… ya estoy mejor… perdona… es que me cuesta a veces… Sí, realmente he estado mejor esta semana… Si bien la consideración de contingencia de reforzamiento o de castigo puede ser más evidente no ocurre lo mismo con la clasificación de positivo y negativo: en el caso que nos ocupa hemos elegido una opción que cumpla un acuerdo mínimo, siendo conscientes de que muchas autoras podrán encontrar diferencias en las similitudes. Tabla resumen CLIENTE TERAPEUTA 1D RP 1F RN 2D CP 2F CN 3D 3F NR Conclusiones Este sistema de clasificación ha sido testeado y sigue igualmente en desarrollo en la actualidad. Típicamente formamos un grupo compuesto por varias personas agentes: • Terapeuta que grabe el caso. • Investigadora (puede ser la misma terapeuta) que elabore el listado de CCRs. • Clasificadoras, que han sido entrenadas en el sistema de clasificación hasta alcanzar un buen índice de concordancia entre observadoras. Para que un proceso terapéutico pueda ser susceptible de ser clasificado con SCAFIT deben cumplirse cierta condiciones: que el caso esté finalizado, que las sesiones hayan sido grabadas en audio y que sea fácilmente entendible, que exista independencia entre quien lleva el caso y quien clasifica, que una persona involucrada en el caso (bien como terapeuta bien porque lo haya escuchado y estudiado) desarrolle una lista de CCRs de manera operativa y con el mínimo número de solapamientos posibles. La principal utilidad de este sistema de clasificación es el entrenamiento de terapeutas en la discriminación y ejecución de un procedimiento de aprendizaje que hipotetizamos está directamente relacionado con el éxito terapéutico (éxito en el procedimiento de cambio de comportamiento, fin último de la psicoterapia): se hipotetiza que terapeutas más exitosas moldean verbalmente a su vez de manera más eficaz los comportamientos de las consultantes. ¿Cómo valoramos el éxito del moldeamiento? Porque existe contingencia positiva entre CCR2, CCR3 y contingencia de reforzamiento por parte de la terapeuta, y contingencia positiva también entre CCR1 y contingencia de castigo por parte de la terapeuta. Aplicado a un caso de nueve sesiones pudiéramos obtener los siguientes datos: Al graficar, veríamos una descripción visual del cambio en psicoterapia: Así como de la contingencia del terapeuta: Igualmente, también se puede describir la contingencia entre reforzamiento por parte del terapeuta y frecuencia de cada tipo de CCR: En estudios preliminares (Sánchez-Olid, Valero Aguayo, Cuenca Gil y Baeza Cabrera, en publicación) se pretende mostrar el cambio momento a momento y su relación con el moldeamiento verbal. En cuanto a la propia metodología de clasificación nuestro grupo ha probado diferentes tipos de registro: desde el uso de software que permite la creación de un etograma y la codificación manual hasta el uso de categorización por muestro temporal. Se advierte a quien lea que no use este sistema sin estar en comunicación con el equipo que lo está desarrollando, escribiendo a [email protected] para integrarse al equipo de investigación y recibir apoyo e información al respecto, así como las últimas versiones actualizadas y vídeos de entrenamiento en el sistema. Preguntas para la reflexión Se propone como ejercicio práctico en el que aplicar el sistema de clasificación la siguiente tarea. La persona que lea debe valorar cada una de las 10 muestras, clasificándolas como estime oportuno, siguiendo las pautas anteriores. Es muy importante que no avance de este punto antes de terminarlo. ENSAYO 1 Nº CONTENIDO CATEGORÍA MUESTRA 1 C: Estoy pensando en irme de casa T: ¿A dónde irías? C: Creo que iré con mis tíos 2 C: Creo que iré con mis tíos T: ¿Y cómo irías a clase? C: Pues… eso no lo había pensado… no lo sé… 3 C: Lo único que quiero es pasar del tema, no me importa nada más T: Algo habrá que te importe C: No, nada 4 C: Y… Bueno pues ayer le tocaba a él, yo estaba pasando un poquillo de mi abuelo y digo: bueno, pues ya está y a lo mejor yo estoy en la cocina y como veo que está todo por medio y digo: Agustín deberías fregar los platos. No ahora cuando me termine la taza y yo: bueno, vale, lo voy pasando. Tres horas, sigue todo por medio, mi madre luego va a venir, va a entrar en furia y... Y me va... O sea, no quiero pagarlo, así que ayer me puse a fregar yo y a ordenar toda la cocina y luego a estar pendiente de mi abuelo y luego las pastillas se las tengo que dar yo porque mi hermano con veinticinco años todavía no se ha aprendido las pastillas de mi abuelo que son tres mmm... Y es como mmmm... No sé me da mucha impotencia porque es como: ¡no espabila! Y ¿por qué tengo yo que hacer lo tuyo si tú tienes veinticinco años y yo veintiuno? T: ¿Y tienes que hacerlo realmente? C: Es que sino ¿quién lo hace? 5 C: Es más, si me pasa eso, cuando luego tengo que levantarme otra vez como que intento tener el objetivo claro para no tener que dar tantas vueltas. Es como: mi libro está allí, voy mirando el libro, lo cojo y vuelvo a mi sitio, o sea directo T: Ahá… Claro, vale. ¿En qué se parece todo esto? ¿Tiene algún sentido lo que acabo de hacer? ¿Alguna relación? Ante unas situaciones que a priori son distintas, ¿no? C: Sí, pero siguen patrones similares de… Tengo un problema, actúo de una forma, parece va bien y luego nada 6 C: Grande T: Así, vale, vale. Si pudieses tocar esa rabia ¿qué tacto tendría? C: Liso 7 C: Soy muy impulsivo también, no… Aunque yo, a ver yo quiero estar bien y yo entiendo que tengo que ceder y tengo que… Pero, mmm, también miro mucho el lado de “es que no es justo que yo dé más que el otro”. A ver que a lo mejor esa también es “mi justicia”. T: …mmm… no sé qué decirte… C: Ya… igual no es la mejor forma, quizás tendría que pararme bien antes de decir cualquier cosa, la verdad 8 C: Complicado… Pero… igual no sé, yo la forma que tengo de ver las cosas me hacen ver las cosas que me importan así. Y a lo mejor yo pienso que para tener una buena relación tengo que hacer las cosas de esa forma o para… o que… T: Vale. Me sigue pareciendo igual de bien, sí. Si te acerca a lo que quieres… C: Pero no lo hace 9 C: Pero es que abandonar esa, o sea, tu forma de ver las cosas ¿sabes? Por mucho que yo quiera es muy complicado, pero, claro… T: Yo no te digo que las abandones tampoco, porque los pájaros, cuando te dicen, un pájaro, cuando está un pájaro ahí o una tormenta, eso de “eso es así”, “lo que estoy haciendo está bien”… Todo eso, que viene a tu cabeza constantemente, y que tú miras hacia arriba, prestándole atención a lo que te están diciendo. Porque eso es incontrolable, va a estar siempre ahí, puede ser que esté siempre ahí. Imagínate que vas a tener que vivir toooda la vida con eso, con... Oye, ¿qué pasaría? ¿Qué pasaría? Tienes que estar... C: Nunca llegaría a tener el jardín que quiero, es verdad, no quiero estar así 10 C: Y llego al final del día y se me pasan los días, mmm, volando. T: …mmm… (silencio durante 10 segundos) ¿qué vas a hacer? C: no lo sé, pero se me pasan volando, porque al final no hago nada, nada… Una vez terminados todos los puntos, se debe comparar su respuesta con la estimada como correcta en la tabla que encontrará a continuación. CLASIFICACIÓN ESTIMADA COMO CORRECTA CON COMENTARIOS ACLARATORIOS Nº CONTENIDO MUESTRA CATEGORÍA 1 C: Estoy pensando en irme de casa T: ¿A dónde irías? C: Creo que iré con mis tíos RP – Reforzamiento porque la verbalización del cliente continúa (sigue contando que se irá de casa, con sus tíos); positivo porque la terapeuta introduce contenido verbal (concretamente, realiza una pregunta). 2 C: Creo que iré con mis tíos T: ¿Y cómo irías a clase? C: Pues… eso no lo había pensado… no lo sé… CP – Castigo porque la verbalización del cliente no continúa (cambia de la afirmación a la duda); positivo porque la terapeuta introduce contenido verbal (concretamente, realiza una pregunta). 3 C: Lo único que quiero es pasar del tema, no me importa nada más T: Algo habrá que te importe C: No, nada RP – Reforzamiento porque la verbalización del cliente continúa (se reafirma en su no-importancia); positivo porque la terapeuta introduce contenido verbal (trata de confrontar). 4 C: Y… Bueno pues ayer le tocaba a él, yo estaba pasando un poquillo de mi abuelo y digo: bueno, pues ya está y a lo mejor yo estoy en la cocina y como veo que está todo por medio y digo: Agustín deberías fregar los platos. No ahora cuando me termine la taza y yo: bueno, vale, lo voy pasando. Tres horas, sigue todo por medio, mi madre luego va a venir, va a entrar en furia y... Y me va... O sea no quiero pagarlo, así que ayer me puse a fregar yo y a ordenar toda la cocina y luego a estar pendiente de mi abuelo y luego las pastillas se las tengo que dar yo porque mi hermano con veinticinco años todavía no se ha aprendido las pastillas de mi abuelo que son tres mmm... Y es como mmmm... No sé me da mucha impotencia porque es como: ¡no espabila! Y ¿por qué tengo yo que hacer lo tuyo si tú tienes veinticinco años y yo veintiuno? T: ¿Y tienes que hacerlo realmente? C: Es que sino ¿quién lo hace? RP – Reforzamiento porque la verbalización del cliente continúa (su diálogo de queja sin cambio sigue); positivo porque la terapeuta introduce contenido verbal (concretamente una pregunta). 5 C: Es más, si me pasa eso, cuando luego tengo que levantarme otra vez como que intento tener el objetivo claro para no tener que dar tantas vueltas. Es como: mi libro está allí, voy mirando el libro, lo cojo y vuelvo a mi sitio, o sea directo T: Ahá… Claro, vale. ¿En qué se parece todo esto? ¿Tiene algún sentido lo que acabo de hacer? ¿Alguna relación? Ante unas situaciones que a priori son distintas, ¿no? C: Sí, pero siguen patrones similares de… Tengo un problema, actúo de una forma, parece va bien y luego nada CP – Castigo porque la verbalización del cliente cambia (de la descripción de un evento a reconocimiento del problema y su posible funcionamiento); positivo porque la terapeuta introduce contenido verbal (una serie de preguntas). 6 C: Grande T: Así, vale, vale. Si pudieses tocar esa rabia ¿qué tacto tendría? C: Liso RP – Reforzamiento porque la verbalización del cliente continúa (describe físicamente algo); positivo porque la terapeuta introduce contenido verbal (asentir primero y preguntar después). 7 C: Soy muy impulsivo también, no… Aunque yo, a ver yo quiero estar bien y yo entiendo que tengo que ceder y tengo que… Pero, mmm, también miro mucho el lado de “es que no es justo que yo dé más que el otro”. A ver que a lo mejor esa también es “mi justicia”. T: …mmm… no sé qué decirte… C: Ya… igual no es la mejor forma, quizás tendría que pararme bien antes de decir cualquier cosa, la verdad CN – Castigo porque la verbalización del cliente cambia (descripción de acontecimiento y justificación primero, a reconocimiento de problema después); negativo porque la terapeuta retira contenido verbal (hace un sonido que no añade algo, le expresa su duda). 8 C: Complicado… Pero… igual no sé, yo la forma que tengo de ver las cosas me hacen ver las cosas que me importan así. Y a lo mejor yo pienso que para tener una buena relación tengo que hacer las cosas de esa forma o para… o que… T: Vale. Me sigue pareciendo igual de bien, sí. Si te acerca a lo que quieres… C: Pero no lo hace CP – Castigo porque la verbalización del cliente cambia (primero justificación en dirección a una acción y luego negación); positivo porque la terapeuta añade contenido verbal (concretamente expresión de acuerdo y justificación). 9 C: Pero es que abandonar esa, o sea, tu forma de ver las cosas ¿sabes? Por mucho que yo quiera es muy complicado, pero, claro… T: Yo no te digo que las abandones tampoco, porque los pájaros, cuando te dicen, un pájaro, cuando está un pájaro ahí o una tormenta, eso de “eso es así”, “lo que estoy haciendo está bien”… Todo eso, que viene a tu cabeza constantemente, y que tú miras hacia arriba, prestándole atención a lo que te están diciendo. Porque eso es CP – Castigo porque el cliente cambia (duda primero y expresa una decisión después); positivo porque la terapeuta introduce incontrolable, va a estar siempre ahí, puede ser que esté contenido verbal siempre ahí. Imagínate que vas a tener que vivir toooda la (habla vida con eso, con... Oye, ¿qué pasaría? ¿Qué pasaría? metafóricamente). Tienes que estar... C: Nunca llegaría a tener el jardín que quiero, es verdad, no quiero estar así 10 C: Y llego al final del día y se me pasan los días, mmm, volando. T: …mmm… (silencio durante 10 segundos) ¿qué vas a hacer? C: no lo sé, pero se me pasan volando, porque al final no hago nada, nada… RN – Reforzamiento porque la verbalización del cliente continúa (expresión de no productividad); negativo porque la terapeuta no introduce contenido verbal (no hay valor añadido en sus verbalizaciones, que a su vez son leves). Por último, se debe reflejar si se equivocó o si acertó en cada muestra y, lo más importante, su reflexión sobre la causa del error. Esto nos ayudará a depurar el sistema de clasificación. Nº Resultado En caso de Error, causa estimada (“Me equivoqué pensando que muestra (ACIERTO o era CN en vez de CP porque…”) y posibles dudas o ERROR) incongruencias detectadas del sistema) 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Capítulo 9 Una mirada de la psicoterapia analítica funcional (FAP) desde el análisis de la conducta Geraldine Panelli ¿Qué es la psicoterapia analítica funcional? La psicoterapia analítica funcional está fundamentada en el análisis de la conducta del consultante y del terapeuta dentro de la sesión. Estudia cómo en esa conversación se dan los principios del comportamiento que propician reforzamiento, extinción o castigo como consecuencias a determinadas conductas; las cuales se pueden conceptualizar como problemáticas cuando limitan y obstaculizan el pleno desarrollo o que se presentan en déficit y quieren ser aumentadas dentro del repertorio del consultante (Kohlenberg et al., 2005). Dentro del análisis de la conducta clínica, la FAP utiliza como procedimiento esencial el moldeamiento, es decir “reforzar sistemáticamente y diferencialmente las aproximaciones de una conducta final” (Cooper et al., 2019) dentro de la conversación, partiendo de la base de que la relación terapéutica es un modelo del resto de las relaciones interpersonales y que las dificultades que se presentan intra sesión probablemente se presentan también en la vida en general; obstaculizando el desarrollo hacia lo que es importante en la vida del consultante y afectando sus relaciones (Kohlenberg et al., 2005). Es importante hacer la distinción entre hacer y hablar de lo que se hace (relación entre el decir – hacer), va a resultar más fácil modificar la conducta del consultante moldeando lo que dice al respecto de lo que hace que queriendo moldear directamente lo que hace (Froján Parga, 2010). Este modelo de psicoterapia nace de estudiar cómo la relación terapeuta- consultante afecta en la eficacia de las prácticas psicoterapéuticas, estableciendo premisas que aumentan la efectividad de los protocolos. Es por esto que puede combinarse con cualquier otro modelo basado en la evidencia como psicoterapia dialéctico comportamental, psicoterapia cognitiva conductual, psicoterapia de aceptación y compromiso, terapia basada en procesos, etc., (Kohlenberg et al., 2005). Esto es posible porque a pesar de que algunos modelos no comparten su filosofía troncal, cuando la observación la realizamos desde el análisis de la conducta; lo que observamos son un conjunto de comportamientos que unidos entre sí, resultan en habilidades clínicas del terapeuta, que se pueden entrenar, modelar, y corregir para mejorar la práctica profesional. Objetivos terapéuticos En FAP la inflexibilidad dentro de los patrones conductuales para adaptarse a los cambios del ambiente y la fusión (la predominancia de las funciones verbales en la regulación de los comportamientos) con los pensamientos entendiéndolos como verdades absolutas limitando el contacto con la experiencia al contexto, pueden ser vistos como la descripción de los problemas psicológicos, las “psicopatologías” o las condiciones que limitan el acceso a comportamientos en función de objetivos, metas y valores (Kanter et al., 2017). Un ejemplo de esto podría ser un consultante que está fusionado con el pensamiento “Si mi hijo se porta mal, no soy un buen padre” y todos sus comportamientos en relación al vínculo con su hijo se ven afectados por este pensamiento; imposibilitando acercarse a el niño; lo que es importante y una cualidad a aumentar para él. Ampliando esto último a términos del análisis de la conducta podríamos pensar la inflexibilidad psicológica como los patrones de comportamientos que como consecuencia directa evitan determinadas emociones, sentimientos o experiencias vividas como aversivas (reforzamiento negativo) alejándonos a largo plazo de consecuencias positivas (reforzamiento positivo) y limitando nuestro repertorio de habilidades conductuales. Para poner un ejemplo podríamos pensar en una persona para quien es valioso desarrollarse académicamente dando clases, de repente por un error teórico en una clase pasa por un momento vergonzoso. Esto deriva en que cada vez que está por dar clase le aparecen pensamientos del estilo “no servís para esto”, “otra vez vas a pasar vergüenza”, “para que te vas exponer si no sos tan buena”; y de repente para evitar esa experiencia de sentir vergüenza empieza a ausentarse. Esto sería actuar inflexible a los cambios del ambiente y fusionado con sus pensamientos. A corto plazo evitando sentir vergüenza este patrón de conductas tiene sentido, pero a largo plazo en relación con sus reforzamientos positivos abstractos, sus valores como cualidades que hacen su vida significativa – el desarrollarse académicamente y ser un buen profesor- está representando un comportamiento problema. El objetivo de la psicoterapia analítica funcional podría reducirse a proporcionar un espacio interpersonal que modele y moldee flexibilidad psicológica, es decir vivir el presente con apertura y aceptación a las experiencias internas (las que suceden dentro de nuestra piel como pensar, recordar, sentir, etc.) sin luchar por evitarlas; sintiéndolas simplemente como son y abriéndonos a la experiencia del contexto (Bowen et al., 2012). Cuando aparece una experiencia interna y la evito o me escapo de lo que la produce, mi comportamiento está gobernado por reforzamiento negativo. Aceptar en este sentido vendría a operar como extinción; siendo consecuencia a esa experiencia interna; dando como resultado que probablemente bajo las mismas circunstancias las mismas tiendan a disminuir su intensidad. Habilidades indispensables ¿Cuáles son las habilidades que hacen que la relación terapéutica dentro de FAP sea distinta a la de otra psicoterapia? ¿Bajo qué conceptos se formula la receta de esta relación terapéutica efectiva? ¿Qué elementos son indispensables y no pueden ausentarse en una relación terapeuta – consultante en este modelo? La respuesta a esta pregunta son las habilidades de consciencia, coraje y amor (ACL por sus siglas en inglés). Estos elementos son los pilares que darán marco a todas las intervenciones dentro de las sesiones en el modelo. Es requisito que el terapeuta esté formado en ACL para llevar a cabo la práctica correctamente brindando oportunidades al consultante de experimentar una conexión significativa, intensa y curativa. El terapeuta debe modelar estos procesos para incrementarlos en el repertorio del consultante, siendo esenciales para mejorar sus relaciones interpersonales y consigo mismo fuera de la relación terapéutica. Es en el contexto de la relación terapéutica donde se espera que aparezca el cambio, por esto el terapeuta debe estar consciente de cuándo los comportamientos por los que el consultante pide ayuda aparecen en vivo en la sesión (Kohlenberg et al., 2005). En términos del análisis de la conducta, si lo que queremos es que el consultante logre realizar de forma progresiva cambios en su repertorio debemos ser estímulos discriminativos que permitan equivocarse sin ser invalidados o bien castigados por las emociones, sentimientos y pensamientos que se elicitan por nuestras acciones. Debemos justamente a través de los procesos ACL establecer un contexto seguro de moldeamiento, acercándonos de a poco a las conductas metas, reforzando diferencialmente los acercamientos, pero sin ser agresivos con el consultante para no dañar la relación terapéutica e instigar un aprendizaje sin error. Para ejemplificar este punto, podríamos pensar en una paciente que llega tarde a las sesiones constantemente; y las llegadas tardes le trae conflictos en su vida laboral y con sus amistades dado que aunque planee y se organice siempre termina llegando tarde. Trabajar la puntualidad en la sesión sería un buen objetivo terapéutico, es un comportamiento que está generando un malestar y que aparece en vivo para poder trabajarlo. Una de las opciones que podríamos pensar es entonces en reforzar por aproximación lo más temprano que logra llegar y extinguir el comportamiento de llegar tarde, por ejemplo cortando la sesión sin darle los minutos extra que llego tarde y explicando que cuando eso suceda no podrá recuperarlos. Debemos de tener muy en claro la función del comportamiento de llegar tarde porque si la misma fuera no hablar de algo que genera incomodidad y cortamos la sesión en menos tiempo puede operar como un reforzamiento negativo. Siempre es pensar en el caso por caso, cada comportamiento con su función específica. Es necesario para finalizar este pequeño apartado dar una definición operacionalizada de conciencia, coraje y amor porque son términos que utilizamos con frecuencia, pero ante las cuales el significado puede variar de un sujeto a otro. Nos vamos a referir a la consciencia cuando pensamos en estar atentos al momento presente, definiéndolo conductualmente como poder discriminar bajo qué contingencias explícitas están respondiendo nuestros comportamientos. Es decir, ¿estamos respondiendo de esta forma para evitar algo que sucede dentro de nuestra piel (sensaciones, emociones, pensamientos, recuerdos, etc.) o estamos respondiendo de esta otra forma en relación a todo el contexto presente y en dirección a lo que queremos obtener del ambiente? La falta de consciencia está relacionada con la impulsividad de reaccionar a los estímulos tanto internos como externos, sin notar a qué función responden (Bowen et al., 2012). Aumentar en el repertorio de los consultantes la conciencia en las interacciones implica que puedan discriminar en el momento presente sus propias conductas privadas y la función de las mismas, estas aparecen en relación a qué antecedentes inmediatos e históricos; y por qué consecuencias están siendo gobernadas. También involucra tomar perspectiva de lo que la otra persona está experimentando en relación a su historia de aprendizaje y sus propios objetivos. Y, por último, no dejar de lado la influencia en el presente de las dos o más personas que son parte de la interacción; ser conscientes de cómo se entrelazan los estímulos antecedentes y consecuentes entre las partes en ambas direcciones (Bowen et al., 2012). En cuanto al coraje, en alguna otra literatura en español puede encontrarse como valor, quiere decir tomar riesgos, ser valiente dentro de la relación interpersonal; y esto significa poder mostrarnos vulnerables, rotos o incompletos (Tsai et al., 2013). Durante nuestro desarrollo en la sociedad hay comportamientos como llorar, quejarse, o plantear molestias que son castigados una y otra vez. Ciertas emociones como la ansiedad, la tristeza, el enojo, etc., son vistas con connotaciones negativas. A lo que invita este modelo es que a pesar de haber recibido respuestas aversivas anteriormente podamos, cuando discriminamos que va a existir posibilidad de reforzamiento; es decir en cadena a ser conscientes de ese estímulo discriminativo, elegir en pos de acercarnos a ese refuerzo mediante un comportamiento corajudo. Esta cadena de ser conscientes de los estímulos antecedentes, identificando los discriminativos a los que nos dan la pauta de que probablemente accederemos como consecuencia de nuestro acto de coraje a un reforzamiento, nos permite elegir cuales son los contextos en los que actuar de esta manera es adaptativo y nos acerca a objetivos, metas y valores (refuerzos de diferentes jerarquías). Algunos ejemplos de acciones con coraje podrían ser como ser: expresar vulnerabilidad, mantener una conversación dificil, hablar de los sentimientos, hacer pedidos explícitos de lo que uno necesita. Por último, en palabras de Skinner (1981) refiriéndose al amor “¿Qué es el amor, excepto otro nombre para el uso del refuerzo positivo? O viceversa”. Dentro de la cadena ACL sería dar, frente a la presencia de un comportamiento corajudo como antecedente, una respuesta de reforzamiento como consecuencia. Dentro de FAP se espera que la relación terapeuta – consultante sea una relación amorosa en cuanto ambas partes sean mutuamente reforzantes buscando como fin mejores resultados de uno hacia el otro porque eso es en sí mismo reforzante. Si bien la respuesta amorosa topográficamente puede variar de persona a persona el modelo intenta aumentar esta habilidad en el repertorio del consultante buscando que la función de su respuesta amorosa sea proveer espacios seguros y sensibles a las necesidades del otro, dar espacio a la vulnerabilidad en la interacción y responder a los mandos específicos del otro. Conceptualizando desde FAP Tomando la definición de Cooper et al., (2017), “la conducta es la actividad de los organismos vivos. La conducta humana es todo aquello que hacen las personas, incluido cómo se mueven, lo que dicen, piensan y sienten.” Entendiendo entonces que la conducta es cualquier cosa que un organismo hace; debemos repasar que pueden ser comportamientos privados (emociones, pensamientos, sentimientos, etc.) y públicos (observables por otro). En FAP se realiza una clasificación de cuáles son las conductas clínicamente relevantes, tanto del consultante como del terapeuta, y son las que guían la conceptualización del caso. Podríamos pensar que trabajar desde FAP es colocar una lupa en el espacio terapéutico, analizando las funciones de los comportamientos tanto del consultante como del terapeuta intra sesión y también los que se dan en ese vínculo de sesión a sesión, como por ejemplo contestar e-mails, mensajes, agenda de horarios, etc. Podemos clasificar las conductas clínicamente relevantes del consultante en 3 tipos según Kohlenberg y Tsai (2021): • CCR1: Comportamientos problema del consultante dentro de la sesión, las cuales tienden a operar bajo control de reforzamiento negativo (por evitación o escape) Por ejemplo podría ser llegar tarde reiteradas veces o mantenerse en silencio. • CCR2: Comportamientos que aparecen como mejoras en el tratamiento, pueden estar alineadas con la habilidad de coraje. El terapeuta con sus habilidades de consciencia las discriminará y reforzará positivamente. Por ejemplo: cuando un consultante que anteriormente se ausentaba sin aviso, expresa una incomodidad en la sesión, pero se queda. • CCR3: Interpretaciones funcionales del cliente sobre su propio comportamiento de forma descriptiva entendiendo cómo es y qué lo causa. Por ejemplo: “el otro día le pedí ayuda a mi padre en algo que me daba mucha vergüenza y pude explicarle cómo me sentía y por qué me ponía colorada al hablarle”. Para llegar a describir topográficamente estas conductas, es decir lo que podemos observar y medir: la intensidad, la frecuencia y la duración; y analizar sus funciones pueden servirnos algunas preguntas como: ¿Cómo podrían aparecer los problemas del cliente dentro de la sesión? ¿Cuáles son las clases funcionales que puedes discriminar de los distintos comportamientos de tu cliente? ¿Hay algo de lo que el cliente dice que te hace sentir incómodo o es aversivo para vos? ¿De qué forma y con qué intensidad el cliente interactúa contigo? Como se mencionó anteriormente, la lupa también está ubicada en los comportamientos del terapeuta. Los comportamientos clínicos de quien guía la sesión son sumamente importantes en el proceso de cambio. El aprendizaje y el cambio terapéutico no es el resultado de seguir un protocolo, sino de los mismos principios del comportamiento. Aún cuando no lo planeamos nuestros comportamientos interactúan con los comportamientos de nuestros consultantes y es por eso que la habilidad de la consciencia para poder discriminar sus funciones es tan importante. Las conductas clínicamente relevantes del terapeuta se pueden clasificar según Kohlenberg y Tsai (2021) en: • TR1: son comportamientos del terapeuta que refuerzan comportamientos problema del consultante (CCR1) obstaculizando el desarrollo de las CCR2, dañando la relación terapéutica e interfiriendo con los objetivos planeados en conjunto. • TR2: son los comportamientos que en la relación están reforzando y facilitando, a la vez que modelan y evocan, la emisión de comportamientos nuevos, diferentes y más funcionales del cliente en la relación terapéutica (CR2 y CR3). Por último, podemos clasificar las conductas del consultante que se dan por fuera de la sesión en el ambiente natural: • OR1: son los comportamientos disfuncionales que se dan en la vida cotidiana del consultante, las que quiere cambiar y por las cuales acude a terapia. Son evocadas por estímulos discriminativos de su ambiente natural y mantenidas en el tiempo por su función de evitación o escape. • OR2: son los comportamientos funcionales y habilidades nuevas aprendidas en sesión generalizadas a espacios naturales. Es importante en el periodo inicial contar con espacios naturales que refuercen estos comportamientos nuevos (Kohlenberg & Tsai, 2021). Teniendo estos conceptos claros, continuamos con la conceptualización específica del caso por caso, lo que nos orienta a pensar intervenciones a medida para cada cliente en particular. Este conceptualizar nos será de gran utilidad para conocer la historia de aprendizaje de nuestro consultante, sus problemas cotidianos actuales y cómo los mismos son aprendidos funcionalmente. También, para realizar una evaluación conductual de los comportamientos privados que están relacionados con los comportamientos problemáticos. Y por último, para poder evocar y predecir CCR dentro del espacio terapéutico (García et al., 2009). Como sugerencia García et al. (2009), nos plantea los siguientes pasos a describir en la conceptualización: 1. Problemas cotidianos del consultante 2. Historias relevantes (hipótesis funcional de origen y de mantenimiento de los problemas del cliente) 3. Repertorio de CCR1 4. Repertorio de conductas privadas que obstaculizan el tratamiento 5. Los objetivos de la vida diaria del consultante 6. Las CCR2, como los cambios que provienen del trabajo en la sesión. Las 5 reglas de FAP El trabajo terapéutico desde FAP se sostiene en cinco reglas para el terapeuta, haciendo especial énfasis en pensarlas desde las habilidades ACL como transversales a las mismas. Se nombrarán a continuación y se explicarán cada una en particular. 1. Identificar las CCR 2. Evocar CCR2 3. Reforzar naturalmente las CCR 4. Observar el efecto del reforzamiento 5. Proveer interpretaciones desde el análisis implementar estrategias de generalización funcional e En cuanto a la primera regla, identificar las CCR requiere estar presente y atento a lo que ocurre en el vínculo con el consultante aún en los momentos incómodos o aversivos. Entrenar la conciencia y el amor, es necesario para contribuir a esta regla; también el coraje al reconocer cómo actuar en las situaciones difíciles o que queremos evitar con este consultante en particular. Revisar la conceptualización siendo conscientes de cuáles son las TR1 que pueden aparecer en sesión y los propios comportamientos privados del terapeuta cuyas consecuencias son conductas de evitación (reforzamiento negativo) (Tsai et al., 2013). Esto quiere decir hacer un análisis funcional también de las conductas propias del terapeuta, para poder decidir basado en datos las intervenciones en sesión y predecir las consecuencias de las mismas. La segunda regla nos habla de poder evocar, es decir de transformar las acciones del terapeuta en estímulos discriminativos de CCR2, extinguiendo las CCR1 que queremos disminuir. Podemos discriminar dos tipos de estímulos antecedentes en este punto: las reactivas que evocan CCR de forma natural; y las deliberadas que como su nombre lo dice dan lugar a CCR que no aparecerían espontáneamente (Kohlenberg y Tsai, 2021). Dentro de la tercera regla, encontramos proveer consecuencias reforzantes de índole interpersonales a las CCR2 (Kohlenberg y Tsai, 2021). Cabe hacer especial énfasis es que solo estamos reforzando un comportamiento cuando el mismo aumenta bajo las mismas condiciones en el futuro; por lo que como profesionales debemos prestar especial atención a las consecuencias de estas intervenciones. Puede ocurrir que con la intención de reforzar determinado comportamiento de nuestro consultante, sonemos falsos, o siempre igual, o poco naturales y las respuestas sean contrarias a las que predijimos. Remarcando esto último nos da pie para la cuarta regla de FAP, observar el efecto del reforzamiento; en este punto es donde evaluamos si la topografía de las CCR1 y CCR2 variaron. Vamos a evaluar si la intensidad, la frecuencia y la duración de estos comportamientos clínicamente relevantes han variado desde que comenzamos la intervención (Luis et al., 2011). Esperamos que las CCR1 disminuyan y las CCR2 incrementen. Es necesario contar con una línea de base en la observación inicial (regla 1) para poder comparar. Cual otro puede ser el objetivo más importante del proceso terapéutico que la generalización de las habilidades aprendidas en la terapia, esta es la quinta regla que implica favorecer la autovalidación de los comportamientos en el consultante (CCR3), es decir conocer la explicación de la función de su propio comportamiento en determinado contexto y para qué actua como actua. Además, de promover las OR2, es decir que las CCR2 se desarrollen en espacios fuera de la sesión (Kohlenberg y Tsai, 2021). A modo de conclusión Sin duda la psicoterapia analítica funcional está en consonancia y estrecha coherencia con el Análisis Conductual Aplicado. Es por eso que la metáfora de la lupa es perfecta para explicar el modelo. El aumento o el foco se centra en los procesos de la ciencia básica aplicada a la relación terapéutica y en su poder como medio para el cambio; lo cual le da extrema flexibilidad para adaptarse a acompañar a otros modelos de psicoterapia. El estudio de las habilidades que promueven mejoras en los vínculos interpersonales (conciencia, coraje y amor) se encuentran al servicio de la relación consultante - terapeuta para promover una mejora en la vida de quien consulta y un disfrute de la profesión en quien la ejerce. Es fundamental entender que dentro de la filosofía sobre el sufrimiento humano que subyace a las terapias de tercera generación, como FAP, no podemos enseñarle al consultante a no sufrir; sino que el objetivo de la terapia es que el consultante se acerque a lo que es valioso para él, a pesar de a veces estar sufriendo. Responder evitando sufrir a veces puede funcionar, pero cuando se vive con comportamientos gobernados por clases funcionales de evitación de forma permanente; los resultados son vidas insatisfactorias a largo plazo y alejadas de lo que es importante para la persona. Esta última afirmación aplica también para la vida del terapeuta, es por esto que el análisis se realiza en los comportamientos de ambas personas que conforman el vínculo terapéutico; y el entrenamiento en las habilidades ACL para el terapeuta es fundamental. Conceptualizando un caso clínico Caso Natalia, 27 años La consultante llega a sesión por problemas con sus amistades, su familia y su espacio laboral. Relata en las primeras entrevistas que no encuentra espacios en donde se sienta cómoda dado que su familia la conceptualiza como una niña y las relaciones de amistad le cuestan mucho porque significan salir de la casa. A su vez, experimenta miedos de que algo le suceda a su padre; a raíz de haber pasado por la experiencia de que este tuvo cáncer hace algunos años (hipótesis funcional de origen). Estos miedos se observan en comportamientos como: • Llamadas de sobre chequeo de que está bien. • Controlarle la batería del celular. • No salir en horarios en los que el padre se quedaría solo en la casa. En los momentos en donde el padre no le contesta o la evita, ella realiza compras compulsivas en internet debiendo una suma de dinero alta en sus tarjetas de crédito o realiza atracones de comida. El padre realiza conductas de reforzamiento intermitentemente a estas conductas de su hija desde hace varios años y a su vez termina también abonando sus deudas; aliviando sus malestares (hipótesis de mantenimiento). Repertorio de CCR1 de la paciente: • Llega tarde. • Habla de programas de tv o situaciones del día evitando los temas que le activan emociones incomodas. • Sale a buscar cosas en medio de la sesión como algo para tomar o comer. • Se comporta de forma irreverente cuando algo no le gusta. • Cambia los horarios de sesión constantemente. Como conductas privadas que obstaculizan el tratamiento, podemos encontrar la ansiedad que le provoca hablar de lo que le pasa, el enojo que siente al hablar de la enfermedad de su papá, pensamientos como “nadie va a poder ayudarme porque estoy loca” e impulsos que la motivan a realizar comportamientos que a largo plazo le generan culpa. En cuanto a las TR1 del terapeuta se pudieron notar: el alivio inmediato frente a cancelaciones o cambios de horarios sin buscar que la sesión se haga igual y el evitar temas relevantes por miedo a generar demasiada angustia. Sus objetivos frente a la terapia son: volver a trabajar fuera de la casa, salir con amistades, dejar de realizar compras innecesarias, disminuir las llamadas al padre y ser capaz de comer saludable en lo diario. En cuanto a las CCR2, durante un periodo corto de trabajo se observó cómo la consultante se introduce en temas que la incomodan y que aumentan su ansiedad; pudiendo quedarse con ella sin realizar acciones rápidas para evitarla como salir de la consulta, ir a buscar cosas, etc. También comenzó a llegar a horario, encontrando en la consulta un espacio agradable del cual no hacía falta escapar. La consultante, a lo largo del recorrido terapéutico pudo también avanzar con sus CCR3 en relación a lo que le sucede dentro de la piel y cómo funciona su comportamiento. Empezó a notar que cuando se sentía angustiada, realizaba compras y que momentáneamente se sentía mejor; pero después de eso se inundaba de pensamientos como “nunca voy a cambiar” y esto le generaba más y más angustia. Fue un gran punto terapéutico para acompañarla en tomar otras decisiones en esos momentos y generar Or1 y Or2. Toda la evolución de la consultante se acompañó de las TR2 del terapeuta, validando sus emociones, reforzando el coraje de hablar sobre los temas que eran importantes en ese momento y modelando la exposición a sensaciones y emociones incomodas. Preguntas para la reflexión: • ¿A qué se refiere el término de flexibilidad psicológica? • ¿Cuáles son las principales habilidades a desarrollar por el terapeuta y el consultante? • ¿Cuáles son las 5 reglas de FAP? • ¿Con qué otros modelos psicoterapéuticos puede articular? • ¿Cuál es el primer paso para una correcta conceptualización desde FAP? Capítulo 10 Procesos de condicionamiento clásico y operante en la interacción verbal en terapia María Xesús Froxán Parga y Víctor Estal Muñoz Aunque en el momento actual pueda parecer una obviedad señalar que la conducta fundamental durante la interacción terapéutica es la conducta verbal, no podemos dejar de destacar que, durante muchos años, esto que ahora nos parece evidente había caído en el olvido más absoluto. Aunque la terapia sea fundamentalmente hablada, se tardó tiempo en plantear un estudio formal de la interacción verbal entre el psicólogo y el cliente y una conceptualización de lo que se dice en terapia como una conducta clínicamente relevante (en el sentido planteado por la Psicoterapia Analítico Funcional, Kohlenberg y Tsai, 1991). El inicio de los años 90 y el impacto que generó la popularización del modelo contextual supuso un auténtico revulsivo para la intervención conductual y la recuperación de aspectos totalmente abandonados, siendo precisamente este abandono uno de los factores principales responsables del deterioro del modelo cognitivo-conductual. La terapia de conducta se había ido alejando de sus supuestos fundacionales y en los años 80 estaba caracterizada por tres aspectos: (1) una desmedida cognitivización (2) la consideración de la relación terapéutica como algo paralelo y distinto a la propia intervención psicológica y (3) el olvido de que el lenguaje en la interacción clínica era una forma de conducta que permitía su análisis en términos funcionales. Las nuevas terapias que se desarrollaron en el marco del modelo contextual se asentaban en dos supuestos principales: (1) la consideración de la conducta verbal del cliente como clínicamente relevante, tanto porque es una muestra del problema como porque constituye una herramienta de cambio; y (2) la consideración de que los problemas psicológicos pueden aparecer en el contexto clínico y el terapeuta puede observarlos, modificarlos y promover la generalización de esos cambios a su entorno natural a partir de la interacción verbal que sería la base del proceso terapéutico. Ello implica aceptar que la introducción de procedimientos que inciden sobre verbalizaciones privadas o actividades cognitivas no es incompatible o contradictoria con la base de las técnicas de tratamiento conductual más tradicionales. Los supuestos citados dieron paso a la recuperación de la importancia del análisis de la conducta verbal durante la interacción terapéutica y de los procesos de aprendizaje que se ponen en marcha, similares a cualquier otro proceso que pudiera ocurrir en contextos no clínicos o con conductas distintas a la verbal. A partir de ese momento, los procesos de aprendizaje pavloviano y operante comienzan a ser el objeto de estudio para explicar el cambio en terapia y la situación terapéutica se perfila como un contexto idóneo donde establecer contingencias de reforzamiento y de castigo sobre las propias conductas objetivo de tratamiento (Hayes et al, 1995; Hamilton, 1988; Rosenfarb, 1992; Follete et al, 1996). En ningún caso se trata de reducir el efecto terapéutico de la intervención a la relación entre el psicólogo y el cliente sino de destacar que esta se convierte en el contexto en el cual se da el cambio, ya que dicha interacción verbal permite la puesta en marcha de los procesos de aprendizaje responsables del éxito terapéutico y que constituyen la base de las técnicas de tratamiento. Por otra parte, se define la situación clínica como un contexto natural en el que se dan los problemas, de idéntica manera a la que pueden aparecer en un contexto extraterapéutico; no se trata solo de cambiar lo que una persona dice sobre lo que hace para que pueda cambiar lo que hace, sino que cuando la persona se “comporta” en terapia está mostrando los mismos problemas que mostraría en cualquier contexto social y que son los que la llevan a requerir ayuda psicológica. Hay que tener presente que en los tratamientos ambulatorios solo se puede tener acceso a los problemas y progresos del cliente por medio del discurso del mismo, y, por otra parte, en la clínica se realizan pocas actividades distintas a hablar. Si se tiene en cuenta la equivalencia funcional entre una palabra y su referente, es claro el potencial que tiene la modificación de las verbalizaciones de la persona para cambiar, a su vez, su relación con el referente real. Por otra parte, el terapeuta tratará de promover la realización de ciertas conductas fuera del contexto clínico mediante la presentación de instrucciones verbales y la generación de reglas en la sesión. Si las terapias contextuales destacaron el papel de los principios operantes para promover y explicar el cambio terapéutico, desde nuestro punto de vista los procesos pavlovianos constituirían el complemento ineludible para entender el control que el terapeuta adquiere sobre la conducta de su cliente y explicar la consecución de los objetivos terapéuticos. A lo largo de las páginas siguientes vamos a presentar cómo se desarrollan ambos tipos de procesos durante la interacción clínica. Los procesos de condicionamiento operante en la interacción verbal en el contexto clínico Como hemos dicho, fue en los años 90 cuando se comenzó a resaltar la importancia de la interacción/relación terapéutica en la intervención conductual, aunque ya desde el nacimiento de la Modificación de Conducta se desarrollaron propuestas teóricas que destacaban los potenciales efectos del terapeuta sobre el cliente, así como algunos trabajos empíricos estudiando la interacción entre ambos: en 1962 Krasner definía al psicólogo como una máquina de reforzamiento social planteando que “la psicoterapia es un proceso predecible y directivo que puede ser investigado de manera parsimoniosa dentro del marco de una teoría del aprendizaje por reforzamiento” y que “las variables que afectan al proceso de terapia son las mismas que afectan a otras situaciones interpersonales que implican el reforzamiento, control, manipulación, influencia o redirección del comportamiento humano” (Krasner, 1962, p. 61). Otro trabajo pionero fue el desarrollado por Truax (1966), que analizó transcripciones de sesiones de terapia rogeriana, concluyendo que determinadas respuestas del cliente aumentaban en frecuencia cuando iban seguidas de conductas del terapeuta que tendrían función de reforzador. Y no podemos dejar de nombrar los trabajos no publicados desarrollados a partir de la década de 1960 por el equipo de W. Day en la Universidad de Reno, en los cuales se realizaron análisis conductuales intensivos de diálogos extraídos de sesiones clínicas que permitieran expresar lo observado en términos de principios operantes y respondientes. Este método, conocido como Metodología de Reno (The Reno Methodology), constituyó el punto de partida para el desarrollo de las terapias contextuales. Más recientemente, y con base en la metodología de Reno, autores como Hamilton (1988), Rosenfarb (1992) y Follette et al (1996), propusieron una conceptualización del cambio clínico como un moldeamiento de nuevas conductas a través de contingencias obtenidas en la relación terapéutica. Estos autores intentaban explicar la interacción terapeuta-cliente en función de los principios operantes de aprendizaje, a partir de los resultados obtenidos en las investigaciones sobre condicionamiento verbal. Dichas investigaciones permitieron concluir que el terapeuta moldeaba en el cliente repertorios de nuevas conductas a través del reforzamiento diferencial de aproximaciones a comportamientos más adaptativos y del castigo o ausencia de reforzamiento en caso de comportamientos antiterapéuticos. Si lo que ocurre dentro de la sesión puede ser explicado, sin dificultades conceptuales, realizando un análisis funcional de la interacción clínica, los cambios extraclínicos del cliente no resultan tan fáciles de relacionar con lo que el terapeuta realiza durante la sesión. En este sentido, la pregunta clave que tenemos que responder es la siguiente: ¿Cómo podemos explicar, en términos de aprendizaje, que las verbalizaciones emitidas por el terapeuta dentro de la clínica influyan en la probabilidad de aparición de la conducta del cliente que se da fuera de la clínica? Para poder responder a esta pregunta, tenemos que destacar los resultados de tres grandes líneas experimentales de investigación sobre conducta verbal, íntimamente relacionadas y que han servido para clarificar cómo la interacción terapéutica puede llegar a controlar la conducta extraclínica: los estudios sobre reglas, los estudios sobre equivalencia de estímulos y transferencia de funciones y, por último, las investigaciones acerca de las relaciones conducta-conducta y el concepto de correspondencia decir-hacer. Por lo que respecta a las reglas verbales, Skinner (1966) diferenció entre conducta gobernada por reglas y conducta moldeada por contingencias. Una regla es la descripción verbal de una contingencia conductual (Malott et al, 2000; Skinner 1969). Se dice que un comportamiento está moldeado por contingencias cuando se da con una determinada probabilidad porque ha estado seguido por un tipo dado de consecuencias en el pasado, mientras que una conducta está gobernada por reglas cuando está bajo el control de un estímulo discriminativo particular que especifica contingencias. Aunque ambos tipos de comportamiento puedan parecerse topográficamente hablando, encontraremos diferencias si atendemos a las variables que los controlan. En lo que respecta a la situación de terapia, es evidente que el terapeuta difícilmente puede tener acceso a las contingencias que controlan la conducta extraclínica del cliente, pero sí puede establecer contingencias verbales durante la interacción terapéutica que tenga un efecto sobre dicha conducta. Siguiendo el planteamiento skinneriano, desarrollar conductas gobernadas por reglas sería más efectivo para alcanzar los objetivos terapéuticos, sobre todo cuando las contingencias en el contexto habitual del cliente actúan reforzando conductas indeseables para aquellos. El nuevo término de conducta gobernada por reglas aludía a una característica primordial del lenguaje: su referencialidad, que es la capacidad del lenguaje para referirse a eventos que no están presentes; en tanto que descripción de contingencias, la conducta gobernada por reglas podía establecerse sin necesidad de interactuar con las contingencias directas. De esta manera, las reglas pueden influir en una conducta independientemente de las contingencias reales que están operando, e incluso en ausencia de dichas contingencias. Esto tiene una implicación capital durante la terapia psicológica: la descripción verbal de una contingencia conductual (manifiesta o encubierta) puede tener el mismo efecto sobre nuestra conducta que la propia contingencia conductual descrita (Alcaraz, 1990; Mowrer, 1954; Ribes, 1990; Stemmer, 1973; Tonneau et al, 2004; Tonneau y González, 2004). Los estudios sobre conducta gobernada por reglas tienen que ver con cómo los estímulos verbales influyen en la conducta, pero no queda claro el proceso a través del cual estos estímulos verbales controlan el comportamiento y para tratar de dar respuesta a ello surgió otra de las líneas de investigación a las que hacíamos referencia y que son claves para entender el proceso terapéutico: los estudios sobre equivalencia de estímulos. La idea central en este campo es que las relaciones de equivalencia entre una palabra y su referente forman la base del comportamiento simbólico implicado en el lenguaje, entendiendo que dos variables son funcionalmente equivalentes si tienen el mismo efecto sobre la conducta. Sidman y colaboradores llevaron a cabo los estudios pioneros en esta área, utilizando tareas experimentales de igualación a la muestra para estudiar lo que ellos denominaron equivalencia de estímulos (Sidman y Tailby, 1982). Si bien los resultados de sus investigaciones supusieron una gran aportación al estudio de la conducta verbal, no han estado exentas de críticas. Tonneau (2001) considera que reducir el comportamiento simbólico a la equivalencia funcional es un error, aunque está de acuerdo en que la equivalencia funcional es uno de los requisitos de este comportamiento. Para Tonneau, la transferencia de funciones del objeto referente a la palabra se explicaría por condicionamiento pavloviano, que daría cuenta de la correlación ambiental entre una palabra y su referente real (proceso que explicaremos más adelante). Por último, la línea de investigación sobre correspondencia decirhacer estudia la relación que se establece entre lo que un sujeto dice que va a hacer y lo que hace, además de interesarse por las variables que influyen en la adquisición, mantenimiento y generalización de dicha relación; si además se estudia la relación entre lo que hace y su informe verbal posterior hablaríamos de correspondencia decir-hacer-reportar (Baer et al, 1988; Israel y O’Leary, 1973; Lima y Abreu-Rodrigues, 2010; Luciano et al, 2001). El punto de partida de estos estudios es la consideración de la capacidad del ser humano para establecer una relación de correspondencia entre lo que dice y lo que hace, de manera que es posible influir en su conducta a través del informe verbal de sus acciones. En este sentido, el terapeuta puede modificar el comportamiento del sujeto sin intervenir directamente sobre él, actuando sobre la descripción que el sujeto hace de ese comportamiento. El concepto de correspondencia decir-hacer es determinante para explicar cómo las verbalizaciones del terapeuta pueden influir sobre la conducta del cliente entre sesiones, junto con el desarrollo de relaciones de equivalencia funcional y la transferencia de funciones entre las palabras y sus referentes. Si logramos explicar, en términos de aprendizaje, cómo se establecen las relaciones de equivalencia funcional y la transferencia de funciones entre las palabras y sus referentes, seremos capaces de explicar cómo puede el terapeuta influir a través del lenguaje en la conducta del cliente fuera de la clínica. Los procesos de condicionamiento clásico en la interacción verbal en el contexto clínico El estudio de los procesos de condicionamiento clásico implicados en el lenguaje comenzó con el propio Pavlov, quien se refirió al lenguaje como un “segundo sistema de señales” (Alcaraz, 1990; Kazdin, 1983). Según Pavlov, las relaciones condicionadas que se establecen en el lenguaje permiten adquirir nuevas relaciones E-R aún sin haber entrado en contacto directo con el estímulo (incondicionado o condicionado), a diferencia de relaciones de condicionamiento clásico más simples. Mowrer (1954) desarrolló la concepción pavloviana de las relaciones simbólicas entre eventos, describiéndolas como “oraciones” o “dispositivos condicionados [cuyo] efecto principal consiste en producir nuevas asociaciones, nuevo aprendizaje” (pg. 665). Mowrer (1954) distinguió cuatro clases de oraciones: oraciones cosa-cosa, oraciones cosa-signo, oraciones signo-cosa y oraciones signo-signo; la transferencia de significados entre sus elementos, ya sean signos lingüísticos o eventos ambientales, se explicaría por procesos de condicionamiento clásico. Es importante señalar que Mowrer define el “significado” de una palabra como el conjunto de respuestas que dicha palabra elicita, aunque reconocemos que posiblemente no sea la mejor elección terminológica dada la controversia existente sobre el concepto de “significado”. Mowrer explica cómo las palabras llegan a ser equivalentes a las realidades a las que se refieren (equivalencia funcional entre las palabras y sus referentes) y, por tanto, provocar sobre nosotros efectos similares a estas, apelando a procesos de condicionamiento clásico. Los efectos provocados no son idénticos, ya que la respuesta que produce el estímulo condicionado no es exactamente igual que la respuesta que produce el estímulo que funciona como incondicionado, sino una forma más débil o un componente de esta que incluye algunos de sus elementos. La equivalencia funcional se establece durante el aprendizaje del lenguaje, de manera que un estímulo inicialmente neutro (la palabra) se presenta de forma repetida junto a otro estímulo condicionado o incondicionado (el referente) hasta que termina por asociarse a él y producir respuestas similares en el sujeto. Dichas respuestas son lo que constituiría el significado de la palabra. El fenómeno de transferencia de funciones nos permite explicar, entre otras cosas, como se puede trascender del “aquí y ahora” y modificar nuestra respuesta ante realidades que no están presentes en el momento en el que hablamos o incluso con aquellas con las que nunca hemos tenido contacto. En esta línea, Staats demostró en una serie de experimentos no solo cómo las palabras adquieren su significado a través de ensayos de condicionamiento clásico, sino también cómo, a través del emparejamiento entre palabras, los significados se transmiten de unas a otras (Staats y Staats, 1957, 1958; Staats, et al., 1962). De las numerosas contribuciones de Staats al estudio del lenguaje, una de las más importantes fue la creación de un paradigma experimental que permitía estudiar el condicionamiento del significado de las palabras. Ideó un diseño en el que emparejaba sílabas sin sentido con otras palabras con significado, para después observar si la sílaba sin sentido había adquirido parte del significado de las palabras con las que había sido emparejada. Un aspecto muy importante de este diseño es que las sílabas sin sentido no eran emparejadas siempre con las mismas palabras. Es decir, una misma sílaba sin sentido era asociada a varias palabras, las cuales guardaban cierta similaridad en su significado. Esto permitía comprobar, por un lado, que no era la palabra lo que se asociaba a la sílaba sin sentido (lo que se denomina “par asociado”), sino la respuesta que esta elicita (Staats y Staats, 1959). Por otro lado, permitía demostrar que en la mayor parte de las ocasiones lo que se asociaba no era todo el conjunto de respuestas elicitadas por el estímulo incondicionado o condicionado (en este caso la palabra), sino una parte de estas, tal y como antes se ha destacado. Este último aspecto es particularmente relevante para entender completamente el fenómeno y conocer toda su complejidad. Atendiendo a este hecho, Staats llamó “detachable” a aquella respuesta susceptible de ser condicionada a un signo (Staats y Staats, 1957). En sus experimentos consiguió, manipulando el tipo de palabras que emparejaba, seleccionar el “detachable” que quería condicionar y así transferir un significado concreto (ver figura 1). La perspectiva pavloviana del lenguaje ha sido recuperada por Tonneau (Tonneau, 2001, 2002, 2004; Tonneau et al., 2004; Tonneau y González, 2004). Este autor también plantea las relaciones entre las palabras y sus referentes en términos de transferencia de funciones y equivalencia funcional, y señala que uno de los aspectos más relevantes de los procesos simbólicos que operan de manera característica en el lenguaje es la forma indirecta en la que puede ocurrir la transferencia de funciones. Los procesos simbólicos del lenguaje se explican, en esta línea, eliminando cualquier matiz cognitivista y apelando a la equivalencia funcional entre las descripciones verbales de las cosas y las realidades a las que se refieren, de manera que, como hemos dicho antes, se posibilita la interacción con eventos desplazados espaciotemporalmente y con realidades con las que no se ha tenido contacto (Alcaraz, 1990; Froján et al., 2017; Mowrer, 1954; Ribes, 1990; Tonneau, 2001; 2002; 2004; Tonneau, et al., 2004; Tonneau y González, 2004). Tonneau va más allá y plantea que no es necesario que dos estímulos se emparejen directamente para que se produzca transferencia de funciones entre ellos: por ejemplo, cuando emparejamos un estímulo-señal X con un estímulo-objetivo A y emparejamos un estímulo-señal Y con un estímulo incondicionado B para, posteriormente, emparejar X e Y, se produce transferencia funcional entre A y B, incluso aunque no los hayamos emparejado directamente en ningún momento (Tonneau, 2001, 2002, 2004). Este autor afirma que el establecimiento de correlaciones entre estímulos es suficiente para que se produzca transferencia funcional entre ellos. Otro concepto interesante para explicar el fenómeno de la transferencia de funciones es el de respuesta mediadora (Mowrer, 1954; Osgood; 1952). Como ya se ha mencionado, cuando un estímulo se empareja con otro, parte de la respuesta del primero se asocia al segundo, de tal manera que el segundo también elicita esa respuesta. Posteriormente, no solo los estímulos quedan vinculados, sino también sus repuestas. Por ejemplo, si emparejamos “nadar” con “divertido”, una parte de la respuesta generada por “divertido” (rd) queda vinculada a la respuesta elicitada por “nadar” (rn). “Divertido” ---- rd “Natación” ---- “Divertido” “Natación” ---- rn+rd Esto no solo nos permite entender por qué los significados de las palabras varían cuando se les asocia con otras, sino también permite entender por qué a través de tal asociación nuestro comportamiento puede cambiar ante los referentes a los que un día se asociaron. Las palabras no solo equivalen funcionalmente a sus referentes, sino que también sucede a la inversa. Esto permite que, si el significado de una palabra cambia, el referente al que está asociado también comience a elicitar otro tipo de respuestas. Volviendo al ejemplo, si la respuesta de la palabra “nadar” es un componente de la respuesta generada por nadar, al variar el significado de “nadar” y añadirse un componente nuevo, es razonable que nadar comience a elicitar esa nueva respuesta también. Es decir, las reacciones asociadas a la palabra “divertido” quedan incorporadas a la respuesta que genera esta actividad deportiva. Y esto es posible a través de la respuesta mediadora (rn+rd): Natación ------ Rn (rn+rd) Ahora, si presentamos estas dos palabras en una oración, “La natación es divertida”, y retomamos la consideración de oración de Mowrer como un dispositivo condicionado, vemos que existen dos unidades entre las que se establece una relación: un signo-sujeto y otro signo-predicado. Por tanto, durante la predicación pueden suceder los procesos anteriormente descritos. A través de un proceso de condicionamiento clásico de segundo orden, parte del significado del signo-predicado se transfiere al signo-sujeto, es decir, parte de la respuesta provocada por el signo-predicado se asocia a la respuesta provocada por el signo-sujeto. La función simbólica del lenguaje es la clave para entender cómo éste puede influir en nuestra conducta y sólo puede explicarse satisfactoriamente apelando a procesos de condicionamiento clásico. De hecho, existe un paralelismo evidente entre nuestra capacidad para reaccionar al estímulo condicionado de forma similar a cómo reaccionamos al estímulo incondicionado y nuestra capacidad para reaccionar antes descripciones verbales de eventos de forma similar a cómo reaccionamos a esos eventos (Alcaraz, 1990; Mowrer, 1954; Stemmer, 1973; Ribes, 1990; Tonneau, 2001; 2002; 2004; Tonneau et al., 2004; Tonneau y González, 2004). En definitiva, para lograr una comprensión adecuada del lenguaje y sus fenómenos asociados, necesitamos entender que los procesos pavlovianos y los operantes participan de forma conjunta en la génesis, mantenimiento y alteración de los procesos simbólicos (Froján et al., 2017). La investigación del grupo ACOVEO sobre interacción verbal en terapia En el año 2007 el grupo de investigación al que pertenecen los autores de este capítulo inició una línea de trabajo con metodología observacional, dirigida a clarificar el proceso terapéutico. Con base en los procesos de aprendizaje que explican la conducta verbal y que hemos presentado en las anteriores páginas, se analizaron una gran cantidad de sesiones de terapia con el objetivo de realizar el análisis funcional de la interacción clínica. Los resultados obtenidos hasta el momento nos permiten proponer un modelo de la interacción verbal en el contexto clínico que enfatiza patrones específicos y sistemáticos que se presentan con independencia del terapeuta y de la problemática del cliente y en los cuales se podría encontrar la clave del cambio clínico. Tras el análisis de decenas de sesiones de terapia psicológica llevadas a cabo por terapeutas conductuales con diferentes grados de experiencia se han podido establecer las cadenas funcionales que podrían estar explicando el proceso de terapia y concluir la existencia de patrones objetivos y sistemáticos de interacción verbal durante la terapia, permitiéndonos proponer un primer modelo de actuación clínica. En concreto, los hallazgos más relevantes se podrían sintetizar en los siguientes (Galván et al, 2019; Ruiz et al., 2015): 1. Se ha comprobado la utilidad de metodologías de investigación observacionales que estudian momento a momento el quehacer del psicólogo y el cambio de los clientes a lo largo de la terapia 2. La división del proceso terapéutico en actividades clínicamente relevantes (ACR), más que en etapas cronológicas a lo largo del proceso terapéutico. Según el objetivo perseguido, las categorías verbales del psicólogo varían y tales variaciones se mantienen siguiendo la misma secuencia independientemente del terapeuta, el cliente o el problema clínico tratado. Estas actividades son: Evaluar, Explicar, Tratar y Consolidar. Por lo que se refiere a los clientes, se ha encontrado que la distribución de sus verbalizaciones no obedece a sus características personales o su problemática, sino que está directamente relacionada, precisamente, con la actividad clínicamente relevante desempeñada por el psicólogo durante la terapia (Ruiz et al., 2013). 3. No tiene sentido la controversia entre relación terapéutica y técnicas de intervención para evaluar su potencial aporte al cambio clínico, ya que una y otras son ocasión para la ocurrencia de los procesos de aprendizaje que son los responsables últimos del cambio. La relación es el fruto de una interacción continuada y ha de ser estudiada a partir del proceso interactivo que la genera, proceso interactivo que, por otra parte, es principalmente verbal. Se propone un modelo de actuación clínica (ver figura 2) que establece las funciones de la conducta verbal del terapeuta basado en los procesos de aprendizaje pavloviano y operante, a partir de los cuales se puede explicar la interacción terapéutica, el cambio clínico y su mantenimiento a lo largo del tiempo. A continuación, vamos a presentar las principales secuencias funcionales que caracterizan cada una de las ACR señaladas, remitiendo al lector interesado a algunas de las publicaciones en las que se describe en detalle el proceso desarrollado para la identificación de dichas ACR (Froján-Parga et al, 2010; FrojánParga et al, 2011; Froján-Parga et al, 2016; Montaño et al, 2013; RuizSancho et al, 2013; Ruiz-Sancho et al, 2015) ACR de evaluación Cuando el terapeuta evalúa, se sirve de la formulación de preguntas (discriminativo) para obtener la información que necesita del cliente (proporcionar información) y utiliza verbalizaciones aprobatorias (reforzador positivo bajo) para hacer que el cliente vuelva a responder ante otra serie de preguntas relacionadas sobre otro aspecto de la persona y su problema. Habitualmente podemos pensar que el contexto clínico es suficiente para que el cliente responda a todas las preguntas formuladas por el terapeuta, pero esto no es así. Reforzar las respuestas del cliente que proporcionan información es especialmente importante en los casos en los que emitir tal respuesta tiene un alto coste, por ejemplo, cuando la persona acude con un bajo estado de ánimo o cuando lo que ha de contar le provoca mucho malestar. Por eso, durante ACR de evaluación, se constata la existencia de una relación fuerte y positiva con verbalizaciones del cliente con contenido informativo y las verbalizaciones potencialmente reforzantes del terapeuta, sin que se haya apreciado un reforzamiento diferencial según el contenido de aquellas verbalizaciones; de lo que se trataría es de que el cliente explique aquello que el terapeuta demanda, independientemente del contenido proterapéutico o antiterapéutico de la información aportada. ACR de explicación Durante los segmentos de terapia dedicados a la explicación, encontramos que los terapeutas emiten extensos bloques de contenido técnico y motivador, es decir, describen contingencias pasadas y presentes (explicaciones acerca del origen y el mantenimiento del problema del cliente) y anticipan contingencias futuras (formas alternativas de comportamiento y las ganancias asociadas a ellas). Por otro lado, estos bloques en ocasiones se interrumpen con preguntas para asegurarse de que el cliente está siguiendo la explicación y/o está de acuerdo con ella. En función de la respuesta del cliente (mostrar acuerdo o desacuerdo), el terapeuta expresa aprobación (reforzador positivo) o rechazo (reforzador negativo) y continúa con la explicación. En otras ocasiones, encontramos que el cliente expresa sus dudas (solicitar información), ante lo que el terapeuta responde reformulando la explicación, en otros términos, sirviéndose en muchos casos de ejemplos o analogías. Finalmente, aunque en menor frecuencia, durante los fragmentos de explicación también encontramos verbalizaciones del cliente en las que muestra su intención de cumplir con las tareas que proponga el terapeuta (anticipación de seguimiento de instrucciones) y en las que pone de manifiesto los avances que va realizando o considera que podrá realizar (logro), ante las que el terapeuta suele expresar su aprobación de forma explícita (reforzador alto), posiblemente buscando aumentar la probabilidad de que se mantengan. La aparición de este tipo de verbalizaciones positivas del cliente pone de manifiesto la importancia que tienen las explicaciones a la hora de controlar de manera antecedente el comportamiento del cliente y, en definitiva, la relevancia de las descripciones de las contingencias relacionadas con su comportamiento para motivar al cambio. ACR de tratamiento Cuando el objetivo del terapeuta es provocar cambios en el cliente, este inicia la secuencia con verbalizaciones relativas a las tareas terapéuticas: en un primer momento para asignar las tareas (discriminativo instruccional dentro/fuera de sesión) y en otros momentos para comprobar si se han cumplido (discriminativo). A continuación, el cliente expresa si tiene la intención o no de llevarlas a cabo (anticipación seguimiento/no seguimiento de instrucciones) o si ha llevado a cabo o no las tareas (descripción del seguimiento/no seguimiento de instrucciones). El terapeuta cierra la secuencia mostrando su aprobación (reforzador positivo) o rechazo (reforzador negativo) en función de si la respuesta del cliente es proterapéutica o antiterapéutica, respectivamente. En numerosas ocasiones, los discriminativos instruccionales son antecedidos la anticipación de una contingencia sobre la conducta futura del cliente. Estas verbalizaciones cumplirían una función motivadora, aumentando la probabilidad de que el cliente siga la instrucción dada por el terapeuta. Por otro lado, el terapeuta no solo instruye comportamientos, sino que también moldea el discurso del cliente a lo largo de las sesiones. Para ello el terapeuta plantea preguntas o diferentes escenarios con una función discriminativa ante los que el cliente responde de manera más o menos aproximada al objetivo terapéutico. Cuando la verbalización del cliente se aproxima al objetivo, el terapeuta se muestra conforme con dicha verbalización (reforzador positivo), cuando se aproxima de manera intermedia, el terapeuta puede actuar de distintas maneras y, cuando lo hace de manera opuesta al objetivo, el terapeuta muestra su disconformidad y desaprobación (reforzador negativo). Además, ante cualquiera de las verbalizaciones del cliente, el terapeuta puede inmediatamente hacer otra pregunta o plantear otro escenario y así de manera reiterada, siguiendo en este caso un procedimiento de encadenamiento verbal. De igual manera que en caso de las secuencias anteriores, previo al discriminativo, el terapeuta emite una serie de verbalizaciones que favorecen la aparición de verbalizaciones proterapeúticas por parte del cliente. En este caso, las descripciones verbales del terapeuta también tienen que ver con las contingencias que rodean a su conducta, pero además se describen otro tipo de contingencias que no solo tiene que ver con esta sino también con la de los demás o con el funcionamiento del mundo en general. En esta parte de la secuencia encontramos también la descripción de contingencias de tipo pavloviano, en las cuales el terapeuta pone en relación un término con otro con el objetivo de condicionar apetitiva o aversivamente uno de ellos. A pesar de que los procesos pavlovianos estén presentes en la mayor parte de las verbalizaciones del terapeuta (por ejemplo, cuando el terapeuta anticipa una consecuencia o cuando utiliza una expresión para reforzar) es en esta ocasión cuando lo que hace tiene un objetivo de cambio. Tras analizar la dinámica que siguen las verbalizaciones del cliente a lo largo de la terapia, hemos hallado que, en las sesiones centrales de la terapia, en las que la ACR de tratamiento tiene un mayor protagonismo, las verbalizaciones proterapéuticas van en aumento, mientras que las antiterapéuticas van disminuyendo (Froján et al 2013; Moreno et al., 2015; Ruiz et al., 2013). Estos hallazgos apoyan la idea propuesta por diversos autores acerca de la existencia de un proceso de moldeamiento de la conducta verbal del cliente en sesión, en el que el terapeuta utilizaría su propia conducta para discriminar y reforzar las verbalizaciones deseables del cliente y castigar o extinguir las problemáticas (Follette et al., 1996; Hamilton, 1988; Rosenfarb, 1992). ACR de consolidación Los patrones verbales característicos de la actividad de consolidación destacan por ser iniciados por el cliente con mayor frecuencia que por el terapeuta. Durante la consolidación ya se han alcanzado la mayoría de los objetivos terapéuticos y la labor del terapeuta consiste, sobre todo, en mostrar su apoyo y aprobación ante las verbalizaciones del cliente que manifiestan la consecución de dichos objetivos (bienestar y logro). También encontramos fragmentos dedicados a charla aparentemente irrelevante que sin embargo consideramos que tienen una importancia fundamental para la generalización de los resultados terapéuticos y para el reforzamiento de verbalizaciones que describen conductas adaptativas no relacionadas con los objetivos clínicos. Ahora bien, durante la consolidación también encontramos que el cliente puede expresar con alguna frecuencia contenidos antiterapéuticos (fracaso y malestar), posiblemente relacionados con el miedo o la inquietud que puede provocar el final de la terapia y la sensación de no ser capaces de mantener los cambios sin la ayuda del psicólogo. Ante dichos contenidos, hemos comprobado que la actuación del terapeuta puede dirigirse a manifestar su rechazo (reforzador negativo) o, en muchas ocasiones, los pone en extinción y mantiene verbalizaciones relacionadas con los logros conseguidos y el cambio de conducta que posibilitará el mantenimiento de tales logros. Conclusiones El estudio de la interacción terapéutica resulta fundamental a la hora de explicar por qué la gente cambia en terapia, ya que a partir de esta interacción se ponen en marcha los procesos de aprendizaje responsables del cambio clínico. La aplicación de los principios de condicionamiento al estudio del lenguaje también resulta esencial para su comprensión, al ser la terapia fundamentalmente hablada y al verse envuelto el lenguaje tanto en el desarrollo y mantenimiento de muchos problemas psicológicos. Aunque en sus inicios el estudio de la interacción verbal entre terapeuta y cliente se realizara desde un punto de vista eminentemente operante, a lo largo del capítulo se ha explicado la importancia a nivel conceptual, explicativo y práctico de la incorporación de una perspectiva pavloviana. La incorporación de los principios de condicionamiento clásico al estudio de la interacción permite explicar de una manera parsimoniosa fenómenos psicológicos de gran relevancia, como, por ejemplo, el fenómeno de equivalencia funcional y el de transferencia de funciones, ambos a su vez necesarios para explicar el cambio extraclínico. El terapeuta, a través del establecimiento de nuevas relaciones verbales dentro de sesión, puede alterar la función de elementos fuera de sesión y, a consecuencia, modificar el comportamiento del cliente en su ambiente cotidiano sin necesidad de intervenir en tal contexto directamente. La aplicación de los procesos de aprendizaje al estudio de la interacción verbal terapéutica también supone una alternativa a las explicaciones mediacionales sobre el cambio terapéutico. La idea de que durante la terapia se modifican ciertos esquemas mentales y, gracias a esto, el comportamiento en la vida del cliente cambia es sustituida por una explicación completamente conductual. Así, queda patente que dentro de una perspectiva conductual también hay cabida para el estudio de conductas complejas, que son las que habitualmente aparecen y se modifican en la clínica. El Análisis de Conducta siempre ha estudiado el lenguaje, pero en estos últimos años ha conseguido dotarle del estatus que merece a la hora de explicar cómo se desarrollan y mantienen los problemas psicológicos y por qué la gente cambia en terapia. En este sentido, el estudio de la conducta verbal o simbólica no solo pasa por entender cómo las palabras adquieren la misma función que sus referentes, sino cómo tal función es adquirida por otro estímulo sin una historia de reforzamiento o condicionamiento explícito, es decir, cómo es posible aprender sin contingencias directas. El fenómeno de emergencia conductual, otro de los nombres por lo que se le conoce, es uno de los más estudiados actualmente y numerosos grupos de investigación intentan esclarecer este tema dada su enorme importancia. Existe una gran controversia acerca de cómo ocurre la emergencia y en este capítulo hemos querido recalcar la importancia al condicionamiento clásico en la posible explicación de este fenómeno. Lo que sí resulta claro es que la conducta verbal y los aspectos generativos asociados a ella han de ser estudiados y analizados en profundidad si se quiere llegar a explicar el cambio en terapia y para ello es necesario tener en cuenta tanto los procesos de condicionamiento operante como los de condicionamiento clásico. Preguntas para la reflexión • ¿Qué significa que el contexto clínico es un contexto natural y qué implicación tiene para la terapia? • ¿Cuáles son las principales aportaciones de la aplicación de los principios operantes a la interacción terapéutica? • ¿Qué líneas experimentales sobre conducta verbal ayudan a explicar el cambio extra-clínico? • ¿Qué significa que exista una equivalencia funcional entre una palabra y su referente? • ¿A qué se refiere Mowrer (1954) cuando dice que una oración es un dispositivo condicionado? • ¿Qué relación existe entre la respuesta mediadora y el fenómeno de transferencia de funciones? • ¿Qué implicaciones tiene dividir el proceso terapéutico en actividades clínicamente relevantes y no en etapas diferenciadas cronológicamente? • ¿Qué relación existe entre la relación terapéutica y la aplicación de técnicas de intervención con la interacción terapéutica? Capítulo 11 Trastorno del espectro autista: intervención en conducta verbal Andrés García García y José Luis Ruiz Noguero En este capítulo vamos a centrarnos en explicar el abordaje que se ha hecho desde el análisis de conducta en el tratamiento sobre la conducta verbal de personas diagnosticadas con trastorno del espectro autista (TEA). Para ello, empezaremos definiendo las características principales del TEA, por una parte, y de la intervención en conducta verbal, por otra. El TEA es un trastorno que se caracteriza por alteraciones en la evolución normativa del sujeto de forma altamente individualizada. El término autismo aparece por primera vez en DSM III (1980), para posteriormente incluirse dentro de “Trastornos generalizados del desarrollo” junto al síndrome de Asperger, Rett, desintegrativo infantil o no especificados en el DSM IV (1994). Con la llegada del DSM - 5 y sus actualizaciones (American Psychological Association, 2020), se producen modificaciones significativas: se suprimen las subcategorías anteriormente mencionadas, y se pasa de una clasificación categorial (Autismo y síndrome de Asperger) a una clasificación dimensional (Trastorno del espectro autista), quedando incluido en “trastornos del neurodesarrollo”. La evidencia científica ha mostrado resultados consistentes que indican que no se puede implantar unos límites categóricos entre pacientes con asperger o autismo (APA, 2020). Por ende, las manifestaciones del autismo deben de ser estudiadas a través de un continuo como puede observarse en la Tabla 1 (APA, 2013). Concretamente, los criterios diagnósticos son los siguientes: • Déficits permanentes en la comunicación y la interacción social en múltiples contextos: retraso o ausencia en el desarrollo del lenguaje verbal, ninguna o pocas palabras o gestos. Existe dificultad para iniciar o mantener conversaciones, se producen diálogos tangenciales o no contextualizados. Presencia de lenguaje idiosincrásico, estereotipado y repetitivo donde puede haber ecolalias o repetición de frases. Falta de variedad y espontaneidad en el juego, dificultades para el juego simbólico o social imitativo, etc. • Repertorio de comportamientos, intereses o actividades restringidos y repetitivos: desarrollo inapropiado de relaciones con iguales, ausencia de juego cooperativo, relación mutua, interés por compartir o reciprocidad emocional. Los intereses se convierten en preocupaciones, persistencia por mirar juguetes o parte de ellos, adherencia inflexible a rutinas, presencia de rabietas cuando una rutina no es seguida estrictamente, movimientos corporales repetitivos y estereotipados (“handflapping”, “body rocking”), fijación por luces en movimientos, sobreselectividad, etc. • Los síntomas deben presentarse desde un periodo temprano del desarrollo: se puede diagnosticar a partir de dos años, sin embargo, lo común es entre los tres y seis años. Esta demora puede deberse a que las capacidades limitadas pueden ser encubiertas por estrategias aprendidas, o a que aún no se ha observado con detenimiento al sujeto en interacción con sus compañeros. • Los síntomas suponen deficiencias importantes desde el punto de vista clínico en el ámbito social, profesional o incluso en otros ámbitos de funcionamiento. • La discapacidad intelectual (trastorno del desarrollo intelectual) o un retraso general del desarrollo no justifican mejor estos trastornos. Tabla 1 Niveles de gravedad del trastorno del espectro del autismo Nivel de Comunicación social gravedad Comportamientos restringidos y repetitivos Grado 1 La inflexibilidad causa una interferencia Sin ayuda in situ, deficiencias en “Necesita la comunicación social. ayuda” Dificultad en interacciones sociales, respuestas atípicas o insatisfactorias. significativa en uno o más contextos. Dificultad para alternar actividades. Los problemas de organización dificultan la autonomía. Grado 2 “Necesita ayuda notable” Deficiencia notable en comunicación social verbal y no verbal, problemas incluso con ayuda in situ. Inicio limitado de interacciones sociales, reducción de respuesta. La inflexibilidad dificulta hacer frente a cambios, o aparecen comportamientos repetitivos con frecuencia que interfieren significativamente. Ansiedad, dificultad para cambiar el foco de acción. Grado 3 “Necesita ayuda muy notable” Deficiencias graves de en La inflexibilidad produce extrema comunicación verbal y no verbal dificultad para hacer frente a cambios y que causan alteraciones graves otras conductas repetitivas interfieren del funcionamiento. notablemente. Inicio muy limitado de relaciones Ansiedad intensa. Dificultad para cambiar sociales y respuesta mínima. el foco de acción. Nota. Adaptada del manual APA (APA, 2013) Copyright © 2014. • De forma adicional a los criterios diagnósticos, el TEA presenta una serie de características a tener presentes: • Existe aproximadamente un caso de TEA por cada 59 nacimientos (Málaga et al., 2019). Comparado con otros trastornos como el síndrome de Down (1 cada 1.000) o de Rett (1 cada 10.000), se aprecia la elevada incidencia que tiene en la población. • La frecuencia es casi cuatro veces mayor en hombres que en mujeres. Aun así, estos datos se están empezando a poner en duda en la actualidad debido a un aumento muy significativo en el número de diagnósticos en mujeres. Parece existir un sesgo de género que lleva a una gran cantidad de falsos negativos en la población femenina (Montagut et al., 2018). • Por definición, el trastorno es anterior a los 3 años. A pesar de ello, el diagnóstico puede llegar mucho después. El tiempo que pasa desde que el sujeto presenta conductas que puedan ser sospecha de TEA hasta que se diagnostica puede durar años (APA, 2013). Esta demora puede venir dada por la variabilidad de presentación de los síntomas, que además van fluctuando con la edad, puede estar compensándose el déficit a través de nuevos aprendizajes que hagan más complejo su identificación, etc. • Los problemas persisten en la edad adulta en aproximadamente un 95% de los casos no tratados, por lo que la detección e intervención temprana se traduce en resultados clínicamente significativos para la calidad de vida de la persona (Greer y Ross, 2014). • La etiología del TEA es todavía desconocida. Aunque parece existir consenso en que la genética tiene un gran peso, la gran variabilidad del trastorno indica que existe una interacción con otras variables genéticas y contextuales que aún no conocemos (Acosta, 2003). • La sintomatología asociada más frecuente es (APA, 2013): • El 75% de los niños con autismo presentan retraso intelectual asociado (CI 35-50). • Independientemente del nivel de inteligencia, el perfil de las habilidades intelectuales acostumbra a ser irregular. • En muchos niños el nivel de lenguaje receptivo (comprensión) es inferior al expresivo (producción). • Hiperactividad, atención reducida e impulsividad. • Respuestas anómalas a estímulos sensoriales. • Irregularidades en la ingesta de alimentos o el sueño. • Ausencia de miedo ante peligros reales o temor delante de objetos comunes (música). • Pueden presentarse enfermedades médicas asociadas (alteraciones EEG, crisis convulsivas, signos neurológicos no específicos...). • En último lugar, sorprende la frecuencia tan elevada de autolesiones presentes en el autismo, realizándose en el 50% de los casos alguna vez en su ciclo vital y un 14% de forma repetida y con una elevada intensidad (Paula y Artigas, 2016). Este tipo de comportamientos generan unas consecuencias graves en el individuo: graves problemas de salud, alta probabilidad de cronificación, impacto en la calidad de vida y angustia significativa en la familia (Paula, 2018). Análisis de conducta El Análisis del Comportamiento, basándose en la filosofía Conductista Radical, propone el estudio del comportamiento de los organismos individuales completos en interacción con su entorno, ya sea este comportamiento público o privado, simple o complejo, innato o aprendido. Los seres vivos son el producto de millones de años de evolución por selección natural. La conducta ha sido una de entre las múltiples estrategias de adaptación que se han ido seleccionando a lo largo de este proceso de evolución. También la capacidad de modificar esta conducta (es decir, de seleccionarla) en función de las consecuencias que produce durante la vida del individuo es otra forma de adaptación. Toda la conducta, por lo tanto, es fruto de la interacción del organismo con su medio ambiente (incluido su medio interno). Las causas de la conducta se sitúan en el ambiente así definido, y el estudio que corresponde al nivel de análisis psicológico es el establecimiento de relaciones funcionales entre clases de eventos ambientales y clases de respuestas del sujeto. De esta forma, el análisis de conducta se aleja de enfoques tradicionales donde el objetivo es tratar la “etiqueta”, es decir, aplicar un tratamiento sobre el autismo. Desde esta perspectiva el objeto de estudio son las conductas de la persona con autismo, sobre las cuales se intervendrá. El empleo del análisis conductual para evaluar y tratar el trastorno autista ha demostrado su eficacia en multitud de ocasiones (Sidman, 1971; Lovaas y Smith, 1988; Williams, 1998), con especial énfasis cuando la intervención es intensiva: Intervención previa a los 3-4 años, con un número elevado de horas semanales de terapia (entre 10-25 horas) que busca acercar el comportamiento del sujeto a los parámetros de los niños con desarrollo típico. • Aplicación de instrucciones uno-a-uno donde se permita un aprendizaje individualizado que se centre en la adquisición de habilidades y reducción de conductas desafiantes. • Abordaje globalizado que lleve a un desarrollo completo del individuo, junto a la involucración de las personas del contexto cercano para facilitar la generalización del aprendizaje. Algunos ejemplos de intervenciones realizadas son: Atarse los Cordones Se quería enseñar a una niña de 9 años a atarse los cordones. Para ello, con un zapato sobre la mesa, se descompuso la tarea en pasos más pequeños. Se ilustra a través de la Figura 1 (Barrios, 2017). 1. Hacer un nudo simple. 2. Hacer una “oreja de conejito”. 3. Hacer la otra “oreja del conejito”. 4. Atarlas (formar una cabeza). 5. Hacer el doble nudo (colocar las orejas). 6. Finalizar. 7. Atarse los cordones en sus propios zapatos. Una vez que se realiza uno de los pasos correctamente, se pasa al siguiente, continuando con el procedimiento anteriormente mencionado. Cuando ya se ha entrenado, ante el discriminativo “Átate los cordones” o “Átate los zapatos”, la niña se ata los cordones, lo que se sigue de reforzamiento social. La evolución conseguida fue muy buena, ya que en aproximadamente una semana y media ya era capaz de atar el zapato que se le ponía sobre la mesa y en una semana más consiguió hacer el doble nudo y atarlos sobre los propios zapatos. Figura 1 Tarea de atarse los cordones descompuestas en pasos graduales 1Nota. Adaptada de “Aprendo a hacerme la lazada”, Barrios, S., 2017. CC BYNC-SA Aprender a Discriminar Colores En el siguiente procedimiento se enseña a discriminar colores a través de discriminaciones condicionales (Figura 2). • El niño está trabajando para conseguir ver un vídeo en el ordenador. • Hay tres tarjetas de tres colores diferentes. La terapeuta le dice al niño que señale el color rojo. • El niño señala con el dedo índice la tarjeta de color morado. • La terapeuta le corrige la respuesta. Para ello indica con su dedo cuál es la tarjeta de color rojo. A continuación, cambia la posición de las tarjetas, y le vuelve a pedir que señale la de color rojo. En este caso no se reforzaría la conducta con un punto en su economía de fichas. Figura 2 Tarea de discriminación condicional para la enseñanza de colores Conducta verbal La mayoría de las intervenciones del análisis conductual aplicado tienen muy presente la conducta verbal. Se considera a una conducta como verbal cuando otra persona actúa como mediador de las consecuencias de tal conducta. Aunque la conducta verbal se refiere al hablante, la presencia de un oyente que responda de forma apropiada a la conducta del hablante es imprescindible. Cuando consideramos la conducta verbal del hablante y la respuesta del oyente que la explica (que no tiene porqué ser verbal, a no ser que se convierta en hablante), como un conjunto nos referimos según Skinner (1957) a un episodio verbal. Entendemos así la conducta social por aquella que es reforzada a través de la mediación de otro organismo, no siendo posible sin el mismo. Por lo tanto, la conducta verbal es un tipo de conducta social en la que, además, es necesario que para que el reforzamiento sea posible, los dos organismos implicados hayan sido entrenados como hablantes y oyentes dentro de una misma comunidad verbal (sujetos que comparten una misma historia de reforzamiento como hablantes y oyentes). La importancia social de la conducta verbal ha motivado que el análisis experimental del comportamiento (AEC) le haya dado un tratamiento especial, con una compleja taxonomía propia, a pesar de que técnicamente, toda la conducta verbal sea funcionalmente operante, es decir, discriminaciones simples o condicionales. La conducta verbal basa su definición en el aspecto funcional de la misma (que es la que incumbe a la psicología), independientemente de si es vocal, gestual, pictórica, etc. (Tabla 2). La topografía, forma u órgano que emite la respuesta es irrelevante, salvo que estén implicados en las consecuencias de forma inequívoca. Así, no se equipara ni con el lenguaje vocal ni con el escrito, tampoco se limita a ninguna especie en concreto, ni momento histórico, ni característica léxica o morfológica (Pérez et al., 2017). Tabla 2 Características relevantes de la conducta verbal para el AEC. Importante No importante La conducta verbal es una conducta operante mantenida por sus consecuencias. Forma o topografía de la respuesta. Se produce por un reforzamiento mediado por otro organismo que ha sido entrenado en una comunidad verbal. Velocidad, intensidad, repetitividad. Músculos o estructuras fisiológicas implicadas. Modalidad sensorial. Tipos básicos de operantes verbales Las formas de operantes verbales que se describen a continuación se han clasificado atendiendo a las variables de control a las que están sometidas (Figura 3), (Santiago, S.F). La mayoría de ellas no pueden diferenciarse por sus características topográficas, no son unidades formales, sino que es necesario analizar los tipos de relaciones funcionales que mantienen (Cooper et al., 2017; Skinner, 1957): El mando En el mando se solicita (afirma, sugiere, etc.) algo que se quiere. A diferencia de otras respuestas verbales, los mandos son operantes reforzadas por una consecuencia característica y son dependientes de la (de)privación o de la estimulación aversiva. Suelen “especificar” su propio reforzamiento, el cual va ligado a la operación motivadora, describiendo la conducta que debe realizar el oyente y la consecuencia última que desea provocar: “Cierra la ventana”, “Dame un bocadillo”, etc. De forma consecuente, el mando suele estar bajo el control de reforzadores específicos y operaciones motivadoras. Los mandos pueden clasificarse en diferentes tipos atendiendo a ciertas características de la conducta mediadora del oyente (consejo, ruego, demanda, etc.). Además, tienen una gran relevancia ya es la única operante verbal que beneficia directamente al hablante (Skinner, 1967): comida, bebida, calor, frío, etc. Los mandos pueden llegar a ser muy complejos, llegando a usarse para solicitar información a través de las partículas “quién”, “qué”, “dónde”, etc. El tacto Son aquellas respuestas verbales que se emiten en presencia de cierto elemento del ambiente físico (objeto, propiedad, evento, etc.) y que la comunidad verbal refuerza socialmente en función de la correspondencia con el estímulo control. Por lo tanto, el estímulo discriminativo es no verbal y el reforzador generalizado condicionado. Por ejemplo, decir “pájaro” en presencia de un pájaro. Los tactos son reforzados por la comunidad verbal principalmente por su utilidad en cuanto a la ampliación del contacto con el medio ambiente. Al entrenar a un individuo a responder adecuadamente ante ciertos estímulos del ambiente físico, el oyente puede responder a esos mismos eventos, aunque no haya estado presente. Es importante recalcar el hecho de que existen multitud de estímulos no verbales que pueden provocar tactos del tipo: guapo, alto, rápido, cansadamente, sobre, ante, dolor de muelas, grande, etc. Ejemplo: A: “¿Qué tal la última de Tarantino?” (mando que equivale a “dime si te gustó la última película de Tarantino”), B: “uf, regular” (tacto), A: “pues casi que no voy” (tacto). Conducta ecoica, textual e intraverbal. Gran parte de la conducta verbal es reforzada socialmente, lo que hace que se encuentre bajo el control de los discriminativos adecuados y no de un estado motivacional concreto. Estos estímulos discriminativos pueden ser muy diferentes. En este punto nos centraremos en aquellas respuestas verbales que se encuentran bajo el control de estímulos verbales. Conducta Ecoica (repetir): es aquella que se emite en presencia de un estímulo vocal y que es reforzada socialmente cuando corresponde con precisión con la respuesta y guardas similitud formal con ella (misma modalidad sensorial y parecido físico). Que un bebé diga “papá” cuando su padre dice “papá” es reforzado con un “muy bien” (reforzador social generalizado). Este tipo de conductas no dependen de un instinto de imitación, sino que son moldeadas y mantenidas por la comunidad verbal a través de procesos educativos (ya sea de forma implícita o explícita). Conducta Textual (leer): son respuestas vocales que se encuentran bajo el control de estímulos visuales. Al igual que en las conductas ecoicas, los estímulos visuales (en este caso: textos) son oportunidades para que la conducta del sujeto sea reforzada por la comunidad verbal. La conducta textual puede darse independientemente a la comprensión del lector. Transcripción (escribir): es un tipo de conducta verbal no vocal que genera un estímulo visual. Cuando el estímulo es también visual se le denomina copiado (y comparte muchas de las características de la conducta ecoica) y cuando es auditivo dictado (ya sea una respuesta vocal propia o ajena, privada o pública). Conducta Intraverbal: son respuestas verbales controladas por otras respuestas verbales con las que no mantienen ninguna relación formal (como en la conducta ecoica o en el copiado) ni correspondencia exacta entre diferentes sistemas dimensionales (como en la conducta textual o en el dictado). Tanto el estímulo discriminativo como la respuesta pueden ser vocal o escrita, pudiendo combinarse de múltiples maneras: decir “buena sombra le cobija” en presencia de “a quién buen árbol se arrima” (sonorovocal), escribir “Sevilla” frente al estímulo visual “capital de Andalucía ...” (visual-escrita), etc. Podemos encontrar intraverbales en la mayoría de las fórmulas de cortesía (responder “bien, gracias” ante “¿cómo está usted?”), en muchos de los contenidos académicos (alfabeto, geografía, hechos históricos, tablas de multiplicar, etc.), cuando se recitan refranes o poemas, en la traducción (el discriminativo es de un idioma y la respuesta de otro), en la “asociación libre”, etc. La conducta intraverbal juega un papel indispensable en la adquisición de más conducta, verbal o no verbal, que facilita la fluidez en la comunicación. Un ejemplo de intervención: • Operación de establecimiento: el niño entra en su clase ordinaria acompañado por su maestra de apoyo. La maestra de su clase se encuentra sentada en su pupitre. • Estímulo discriminativo: la maestra de apoyo le pregunta: “¿Qué se dice por las mañanas?”. • Respuesta: el niño contesta: “¡Buenos días!”. • Consecuencia: la maestra de apoyo y la maestra de clase dicen efusivamente: “¡Eso es! ¡Buenos días! Figura 3 Clasificación de las operantes verbales 2Nota. De “Aprendizaje complejo y cognición”, Benjumea, S., S.F. C.C. La adquisición de las operantes verbales La mayoría de los niños parecen adquirir conducta verbal sin mucho esfuerzo aparente a medida que van descubriendo la utilidad del lenguaje. A pesar de que en condiciones normales este aprendizaje se observe como un proceso sencillo y natural, en realidad es el resultado de miles de interacciones de aprendizaje entre el niño y la comunidad verbal (sus padres, sus cuidadores e incluso sus iguales). No es hasta que se presenta algún factor (genético o ambiental) que interrumpe estas oportunidades de aprendizaje cuando un análisis exhaustivo de los procesos involucrados cobra todo su potencial educativo. Algunos autores (Greer y Ross, 2014; Greer y Keohane, 2005; Horne y Lowe, 1996, 1997) han desarrollado un itinerario de la forma cómo se adquieren y se relacionan entre sí las diferentes operantes verbales en los primeros años de vida: Estatus de pre-escucha Etapa donde se empieza a producir el seguimiento visual básico de la persona referente u objetos de interés, se dan algunas igualaciones. Marcado por una dependencia total y una escasa interacción con la comunidad social. Estatus de escucha – Conducta de oyente El control que era ejercido por los estímulos sensoriales empieza a ser sustituido por la conducta verbal, la cual se ha vuelto un reforzador condicionado. Desde muy temprano en el desarrollo, los niños, en interacción con sus cuidadores, aprenden a dar respuestas convencionales ante distintos objetos y eventos (a mirar hacia donde los adultos indican, a usar objetos culturales en formas apropiadas, etc.). En el curso de esta interacción, estas conductas quedan bajo el control de determinados estímulos verbales (normalmente mandos) de los adultos, lo que hemos definido antes como conducta de oyente (“ven aquí”, “para”, “come”, etc.). Estatus de hablante Mando. El estatus de hablante se inicia a través del mando, el cual permite al niño obtener reforzadores específicos. En los bebés, las condiciones aversivas y la privación elicitan respuestas incondicionadas (como el llanto) que atraen a los cuidadores y que poco a poco pueden caer bajo control operante. Progresivamente se desarrollan formas más específicas de respuestas no vocales, como por ejemplo alzar los brazos o señalar algo que no alcanza en presencia de un adulto. Una vez que el niño es capaz de generar respuestas vocales específicas (normalmente en forma de ecoicas), puede comenzar a usarlas por sus efectos diferenciales sobre los oyentes. Ecoicas. Partiendo de un repertorio de balbuceos innatos, la comunidad verbal moldea por aproximaciones sucesivas las producciones vocales del niño. Las ecoicas se mantienen por reforzamiento social (generalizado y condicionado), de modo que, con el suficiente entrenamiento, se pueden generalizar, llegando el niño a reproducir sonidos (palabras) nuevas al ser presentadas por los adultos. Tactos. El aprendizaje de la conducta ecoica facilita la adquisición de los tactos, pasando el control de la vocalización del adulto (estímulo discriminativo verbal) al objeto (estímulo discriminativo no verbal). Ante la presencia simultánea del objeto (agua) y de la vocalización del adulto (/agua/), el niño emitiría la respuesta “agua” de forma pública, siendo reforzado socialmente por ello En un segundo momento, la presencia del objeto por sí sola controlaría la emisión de la respuesta, que ahora puede cumplir su función (por ejemplo, como discriminativo de otras conductas verbales o no verbales), aunque se emita de forma privada. La introducción del tacto cierra el círculo de las interacciones verbales en torno a la palabra. Sólo cuando una persona es capaz de realizar de forma integrada todos estos comportamientos decimos que “sabe lo que significa” una palabra, o que habla “sabiendo lo que dice”. Estas primeras cinco etapas son las más básicas. Intraverbal. Es una de las operantes verbales más complejas. En niños puede observarse a través de pequeñas historias, canciones de dibujitos animados, descripción de tareas que son reforzantes, etc. Posteriormente, con la escolarización, este repertorio empieza a ser más complejo y se ve implicado en actividades “intelectuales” donde tiene que responder a categorizaciones, relaciones de conceptos o ejercicios matemáticos. El repertorio intraverbal proporciona la capacidad para responder a cuestiones, hablar sobre elementos que no se encuentran en el ahora, y, en definitiva, poder mantener conversaciones fluidas. Finalmente, en esta etapa también podemos encontrar una de las operantes más complejas: el autoclítico, cuando la conducta verbal de un hablante funciona como discriminativo u operación de establecimiento para la conducta verbal adicional del mismo. Además, se puede encontrar también mandos y tactos impuros, operantes espontáneas, entre otras formas que ayudan a controlar las consecuencias mediadas por las contingencias establecidas por la comunidad verbal. Intercambios hablante-oyente La persona es capaz de dar respuesta a tactos o mandos impuros, intraverbales, etc. En definitiva, es capaz de formar parte de un episodio verbal siendo reforzada como hablante y oyente. Hablante como propio oyente El hablante “oye” su propia conducta verbal y observa si existe una correspondencia “decir-hacer” Ej. “Voy a ir al gimnasio – Luego me pongo la ropa deportiva y empiezo a andar hacia allí”. El sujeto se refuerza así mismo en ambos roles, comienza a tener conversaciones “internas”, “auto-habla”. Estado de lector El material de lectura es un reforzador condicionado a través del cual se dan respuestas textuales que, en este caso concreto, no están limitadas espaciotemporalmente como la conducta del hablante. Estado de escritor Manejo avanzado de las operantes verbales, uso de tactos metafóricos, autoclíticos, etc., sin necesidad de que esté presente el oyente. Se busca controlar las contingencias del oyente mediante el escrito. Escritor como Propio Lector Etapa en la cual el escritor perfecciona y discrimina más precisamente su escrito desde la perspectiva del oyente, no necesitando apoyo de supervisores o profesores que actúen como oyentes “mediadores”. Mediación verbal para la solución de problemas Capacidad de resolución de problemas a través de aproximaciones verbales precisas y progresivas que permiten al sujeto dirigir su conducta hacia la resolución del conflicto. Intervención en Conducta Verbal Mandos En el mando es una de las operantes verbales básicas que cumple una función indispensable, entre otras cosas, para la obtención de información en la comunidad verbal. Uno de los problemas más comunes es que el sujeto no emita mandos, o que estos sean muy reducidos. Cuando esto ocurre los comportamientos funcionalmente equivalentes suelen aparecer con mayor frecuencia: conductas desafiantes, autoagresiones, etc. En esta línea, la variabilidad inducida por extinción ha mostrado eficacia para reforzar el uso de nuevos mandos (Cengher et al., 2020). En este experimento se puso en extinción dos conductas desadaptativas relacionadas con la agresión, lo que permitió una variabilidad de respuesta que fue reforzada, concretamente, el uso de marcos autoclíticos. Así, se consiguió a través de este procedimiento aumentar diferencialmente conductas socialmente apropiadas y disminuir las conductas disruptivas. En la misma línea, se exploró no solo la eficacia del entrenamiento funcional de la comunicación, sino cómo mitigar la reaparición de conductas desafiantes durante la intervención. Los programas de reforzamiento demorado en combinación con estrategias de desvanecimiento de respuesta parecen ser útiles para aumentar la variabilidad de los mandos y ampliar el número de respuestas. Sin embargo, la eficacia sobre la reducción del comportamiento desafiante no es totalmente clara (Silbaugh et al., 2020). De forma adicional, otros estudios muestran también la utilidad de la extinción post-entrenamiento para aumentar variabilidad de mandos entrenados secuencialmente (Sellers et al., 2016). Por ende, el enseñar de forma específica mandos para obtener información es un proceso muy recomendado en personas con autismo, existiendo bibliografía que apoya el uso de partículas específicas, por ejemplo: • ¿Cuándo? Kahlow y colaboradores (2019) enseñaron el mando “¿Cuándo?” a través de entrenamiento en múltiples ejemplares. Es interesante recalcar el hecho de que todos aprendieron el mando ante ensayos donde existía una operación de establecimiento en la que querían acceder a cuándo llegaría el reforzador, no así en los de abolición. El uso de los mandos se generalizó con personas y contextos nuevos, se mantuvo su uso prolongado en el tiempo, y las personas encuestadas calificaron la intervención como con una validez social alta. • ¿Por qué? Es uno de los mandos más estudiados, juega un papel muy relevante para saber y entender sobre nueva información del entorno. En la mayoría de las personas con TEA debe de instaurarse a través de una enseñanza directa y generalizada (Valentino et al., 2019). Los estudios muestran cómo se adquiere a través de un procedimiento de ejemplares múltiples en una media de 18 sesiones (Patil et al., 2021), demostrando también generalización y teniendo una validez social cercana al 6/7. De forma añadida, estudios recientes (Pyles et al., 2021) modifican la situación experimental para asegurar que el mando solo se emita cuando la información a obtener sea valiosa. Los resultados muestran la eficacia del entrenamiento, discriminando correctamente ante las distintas situaciones y pidiendo información únicamente cuando es relevante. • ¿Quién? Al igual que en las anteriores partículas, existe apoyo que respalda el aprendizaje de la partícula (Shillingsburg et al., 2016). Personas con TEA aprendieron experimentalmente a la emisión del mando ante los adultos para la obtención del reforzador. De forma adicional, los resultados respaldan el uso de indicaciones textuales para enseñar los mandos. En último lugar, es interesante el aspecto resaltado por Akers y colaboradores (2019) respecto a la enseñanza de esta operante verbal. Los mandos suelen ser uno de los puntos principales en las intervenciones sobre conducta verbal en personas con TEA. Sin embargo, no siempre se tiene presente que los mandos que se están enseñando sean coherentes con el contexto en el que se dan Ej. Dar besos a la hora de comer, o pedir nadar cuando se va a dormir la siesta, etc. Por esta razón, es de vital importancia que los mandos estén bajo un control discriminativo condicional que permita al sujeto discriminar en función del contexto cuando usar, o no, los mandos aprendidos. Ecoicas Respecto a intervenciones relacionadas con la conducta ecoica, estudios recientes (Cividini et al., 2017) muestran la relevancia de realizar procedimientos de evaluación previos a los participantes para identificar que entrenamiento ecoico puede resultar más eficaz: imitación vocal (VIT), emparejamiento estímulo-estímulo (SSP) o mandomodelación (MM). Por otro lado, hay apoyo abundante respecto a la eficacia de la retroalimentación instructiva para la aceleración del aprendizaje, sin embargo, no se sabe con certeza qué mecanismo conductual está implicado. Líneas de investigación (Dressel et al., 2019) sugirieron que era posible que ante retroalimentaciones instructivas se diesen ecoicas de forma encubierta mediando la respuesta posterior. A pesar de ello, cuando se enfrentan a los sujetos a tareas donde se bloquea la posibilidad de realizar las ecoicas no parece afectar de forma significativa a la respuesta, respecto a aquellos que pueden realizar la tarea libremente, por lo que los resultados no terminan de ser concluyentes. Tactos Los tactos tienen una gran importancia debido a que permiten a los sujetos de la comunidad verbal transmitir información, tactar la realidad, sin necesidad de que el oyente haya estado presente. Esta información puede tener muchos matices: puedes tactar el presente, pasado, futuro, a ti mismo, a otro, etc. En este sentido, los tactos, al igual que el resto de las operantes verbales, se adquieren eficazmente a través de procedimientos conductuales específicos (Pérez, 2020). Concretamente, el aprendizaje sin errores y con corrección ha mostrado una alta eficacia, tanto en estudios de caso único, como en grupos (Leaf et al., 2020). De igual forma, las instrucciones con solapamiento, o sin él, han mostrado resultados favorables para promover la generalización de respuestas combinativas en tactos sobre elementos de cocina y preposiciones (Pauwels et al., 2015). En esta línea, Alice y colaboradores (2017) enseñaron mediante procedimientos de refuerzo y desvanecimiento a tactar el comportamiento pasado a dos personas con TEA, consiguiendo que fuesen capaces de informar con precisión de su conducta pasada o incluso de la de sus cuidadores. Por último, es muy común que en el entrenamiento de tactos se produzcan tactos impuros, o que se incluyan estímulos verbales suplementarios del tipo “¿Qué es”? La literatura indica que puede impedir la adquisición y generalización de tactos espontáneos. El sujeto, en vez de responder ante el estímulo discriminativo no verbal, responde únicamente ante instigadores verbales, dificultando así la posibilidad de emitir tactos espontáneos (LaLonde et al., 2020). Sin embargo, los resultados encontrados no terminan de ser lo suficientemente concluyentes al respecto. Intraverbales Las intraverbales son una de las operantes más complejas debido a que vienen controladas por discriminativos verbales con los que no guardan ninguna relación formal, ni tienen correspondencia entre sistemas dimensionales. A pesar de la complejidad, la conducta intraverbal es de vital importancia para el correcto desarrollo en la comunidad verbal, siendo la base para la fluidez en las comunicaciones, por ello, existe multitud de estudios en los que se interviene para la adquisición, o aceleración del proceso de aprendizaje de estas. En primer lugar, parece haber una relación directa entre el comportamiento intraverbal y el entrenamiento como oyente (Smith et al., 2016). Tras enseñar a cinco niños diagnosticados con TEA respuestas de oyentes mediante reforzamientos diferenciales, se obtuvo una transferencia oyente-intraverbal. Sin embargo, otros estudios admiten que, aunque es cierto que existe esta relación, es más bien unidereccional. El entrenamiento en intraverbales deriva en conductas emergentes de oyente, pero los resultados al contrario no son totalmente consistentes, y necesitan de más ensayos (Kodak y Paden, 2015). Por otro lado, los procedimientos de transferencia ecoica, tactos y textual han demostrado tener éxito en la adquisición de intraverbales simples (Shillingsburg y Frampton, 2019). Sin embargo, parece ser necesario hacer uso de otros procedimientos cuando las intraverbales son más complejas. Valentino y colaboradores (2015) usaron un procedimiento de encadenamiento modificado, junto a indicaciones textuales, logrando que tres niños con autismo fuesen capaces de contar historias cortas. Las indicaciones, tanto textuales como con imágenes, parecen jugar un papel fundamental en la adquisición de intraverbales, e incluso parecen tener efectos en la variabilidad de la respuesta de los sujetos durante la categorización intraverbal (Glodowski y Rodriguez, 2019). Respecto a la eficacia de cada tipo de indicaciones, los resultados son contradictorios, parece que la eficacia del procedimiento es muy idiosincrática, necesitando una evaluación previa para poder optimizar al máximo el aprendizaje (Vedora y Conant, 2015). Otros estudios (Thakore et al., 2021) resaltan la importancia de usar estímulos compuestos (tocar, ver, oír, etc.) para la aparición de respuestas intraverbales relacionales no entrenadas. Los participantes necesitan menos ensayos cuando la condición tenía estímulos compuestos, realizándolo además con mayor fluidez. Ingvarsson y colaboradores (2016) mostraron resultados semejantes ante estímulos complejos haciendo uso de ensayos bloqueados. El uso de la retroalimentación instructiva (Carroll y Kodak, 2015) también ha mostrado eficacia generando más variabilidad de respuesta intraverbal. En último lugar, al igual que en el resto de operantes verbales, el entrenamiento en múltiples ejemplares ha mostrado resultados consistentes en la adquisición de conducta intraverbal (Allan et al., 2015). Naming El naming se refiere al aprendizaje incidental de la relación entre palabra-objeto como oyente y hablante reforzado en gran medida por las consecuencias sociales. Este aprendizaje no suele estar presentes en personas con TEA, ya que normalmente las consecuencias sociales no actúan como reforzadores para ellos, y presentan así un repertorio escaso de naming. A pesar de ello, estudios (Olaff y Holyh, 2020) muestran como a través de una enseñanza en ejemplares múltiples, donde el participante rotaba entre los roles de hablantes y oyentes, y teniendo previamente establecidos reforzadores sociales era posible aumentar el aprendizaje. Longano y Greer (2015) examinaron también los efectos de condicionar estímulos visuales o auditivos como reforzadores para introducirlos en un entrenamiento de naming. Es interesante destacar que el condicionamiento se produjo hasta que la mera observación de los ítems era reforzante. Los resultados mostraron un aumento de la conducta ecoica junto a la aparición del naming. Los autores concluían con la sugerencia de que los repertorios de oyente y hablante se unen, siempre y cuando, los estímulos visuales y auditivos refuercen la respuesta de observación (escuchar-ver) del participante. El usar reforzadores sociales condicionados contingentes parece un aspecto clave para conseguir naming. Clases de equivalencia La formación de clases de equivalencia tiene múltiples aplicaciones, siendo una de las más relevantes la aceleración del aprendizaje que supone el tener que entrenar exclusivamente un conjunto de relaciones de manera que las demás se derivan sin entrenamiento explícito de forma ordenada. En una serie de trabajos realizados por nuestro grupo de investigación aplicamos estos principios en el aprendizaje por parte de niños con autismo de fonemas, palabras y símbolos numéricos. En un trabajo posterior aplicamos estos conocimientos para optimizar el aprendizaje de las notas musicales en niños con desarrollo normalizado y con necesidades educativas especiales. Simetría y relaciones entre dos grupos de elementos Para enseñar a un niño a deletrear sería necesario un entrenamiento expresivo en el que, por ejemplo, ante la muestra “eme” (sonido) el niño debería responder a la comparación “M” (letra impresa) siendo ésta la reforzada y no siéndolo las comparaciones “N” o “P”. Por otro lado, sería también necesario un entrenamiento receptivo en el que tendría que pronunciar el sonido “eme” ante la letra impresa “M”. En un primer estudio (Puche, García, Gómez, y Gutiérrez, 2002) realizamos un entrenamiento mediante el formato expresivo y otro en el formato receptivo, y posteriormente comprobamos la posible derivación de la relación simétrica a la entrenada. Más concretamente, con un grupo de estímulos (letras minúsculas) llevamos a cabo un entrenamiento (fase 1) expresivo y evaluamos (fase 2) el receptivo. Y con otro grupo de estímulos se llevó a cabo el entrenamiento contrario de forma que entrenamos el receptivo (fase 1) y evaluamos (fase 2) el expresivo. Queríamos evaluar si tras entrenar la relación AB se derivaría la relación BA, y si tras entrenar BA se derivaría AB. Los resultados obtenidos fueron que tras ser entrenado en la fase 1 en cualquiera de los dos formatos (expresivo o receptivo) los niños tenían en la fase 2 en el formato no directamente entrenado índices de aciertos superiores al 80%. Tras ser entrenada la relación en un sentido, se derivaba la relación simétrica, es decir, una vez entrenado AB, se deriva BA. Concretamente esto ocurre entrenando 10 relaciones, 5 de ellas expresivas y otras 5 receptivas, y obtenemos otras 10 que no han sido entrenadas pero que se derivan de ellas. Formación de clases de equivalencia con tres grupos de estímulos La aplicación que acabamos de ver se refiere al uso de una de las propiedades de la equivalencia: la simetría. No obstante, si trabajamos en situaciones algo más complejas, podremos sacar partido de todas las propiedades que definen la formación de clases de equivalencia. Así, si pasamos de una situación con dos elementos involucrados (sonido y letra impresa) a otra con tres (imagen, palabra hablada y palabra escrita) aceleraremos más el aprendizaje si se superan las pruebas de transitividad y equivalencia, como puede verse en la Figura 4 (García et al., 2001). Así, habría que entrenar la relación de la imagen con la palabra hablada y con la escrita en ambas direcciones, además de las relaciones entre la palabra escrita y la hablada. La hipótesis de trabajo en la que nos vamos a mover plantearía que la aplicación de las clases de equivalencia en la enseñanza de la lectura supondría un aumento significativo en la velocidad de adquisición de este aprendizaje. De esta forma se entrenarán las relaciones A-B y B-C y se evaluará hasta qué punto se han derivado las demás relaciones. Los aparatos utilizados en este estudio fueron 16 tarjetas en las que ocho de ellas eran dibujos o fotos con las siguientes imágenes: pan, agua, cartero, elefante, Coca-Cola, cuadrado, círculo y avión. Y las otras ocho eran los nombres de estas imágenes. Y por otro lado la pronunciación de cada una de estas palabras. Entrenamos a los sujetos en las relaciones AB (ante la palabra hablada elegir la imagen correspondiente) y BC (ante la imagen pronunciar la palabra) y evaluamos las demás: BA y CB (simétricas), AC (transitividad) y CA (equivalencia). Todos los resultados de las pruebas fueron positivos. Es decir, a partir del entrenamiento de 16 relaciones (AB y BC), hemos obtenido por derivación de éstas 48 relaciones nuevas. Con la aplicación de la formación de clases de equivalencia, el aprendizaje del conjunto total de relaciones con respecto al sistema estándar que implica el entrenamiento explícito de cada relación se vio claramente acelerado. Figura 4 Relaciones entrenadas (sólidas) y emergentes (discontinuas) en el experimento 1. 3Nota. De “Formación y ampliación de clases de equivalencia aplicadas al tratamiento de un niño autista”, García, A., Gómez, J., Gutiérrez, M. y Puche, A., 2001, Análisis y modificación de conducta, 27, 649-669. C.C. Ampliación de las clases de equivalencia a cuatro miembros por clase A medida que aumentamos el número de elementos que componen una clase de equivalencia se aumentaría también la velocidad de adquisición del aprendizaje de tareas en las que estas clases estuvieran involucradas. Para seguir investigando en esta línea, realizamos un estudio en el que añadimos un nuevo elemento (D) a una clase ya formada (ABC). En este tercer estudio utilizamos 40 estímulos diferenciados en cuatro conjuntos: • Conjunto A: compuesto por la pronunciación de los números del uno al diez (“uno”, “dos”, “tres” ...). • Conjunto B: compuesto por tarjetas que contenían los símbolos numéricos del 1 al 10 (1, 2, 3...). • Conjunto C: Las otras diez tarjetas eran las cantidades que esos números representan (*, **, ***...) • Conjunto D: correspondían a las palabras escritas de esos números (UNO, DOS, TRES...). Tras formar clases de equivalencia ABC (A1B1C1, A2B2C2...) y realizar el entrenamiento D-B (PE-SN) se derivaron las siguientes nuevas relaciones. Al relacionar un elemento (B) de una clase de equivalencia (ABC) con un nuevo conjunto de estímulos (D) se amplía la clase de equivalencia a 4 miembros (ABCD) Entrenamos diez relaciones D-B y obtenemos 50 relaciones nuevas: 10 B-D, 10 A-D, 10 D-A, 10 C-D y 10 D-C. El aprendizaje se vio acelerado. La simetría, la formación y la ampliación de clases de equivalencia han demostrado ser herramientas útiles para la aceleración del aprendizaje. Cuanto más compleja sea la tarea con la que trabajemos (en cuanto a número de elementos involucrados) mayor será la aceleración que se produce al trabajar con las clases de equivalencia. • En el primer estudio entrenamos 10 relaciones y el total aprendido fue de 20 relaciones (factor x2). • En el segundo estudio entrenamos 16 relaciones y el total de relaciones aprendidas ascendió a 64 (factor x4). • En el tercer estudio entrenamos 10 relaciones y las aprendidas fueron 60 (factor x6). • Diversos currículums de aprendizaje se han basado en las clases de equivalencia debido las ventajas que proporciona para aumentar la velocidad en el aprendizaje. En concreto, el plan de estudios PEAK-E, el cual parte de la instrucción basada en la equivalencia, ha demostrado grandes resultados en la adquisición de conocimiento por personas con autismo. Este plan ha mostrado eficacia en la enseñanza de relaciones geográficas obteniendo correctamente las relaciones derivadas de tres países con sus correspondientes continentes, además de generalizarse de un mapa de papel a uno interactivo (Dixon et al., 2017). De igual manera, tras un entrenamiento para aprender geometría donde se entrenaba AB (nombre de la forma y propiedad de la forma), se obtuvo las relaciones simétricas a la perfección (BA) e incluso aparecieron relaciones de transitividad (AC), donde se igualó correctamente el nombre a la imagen de la forma (Dixon et al., 2016). En esta línea de investigación se pueden encontrar diversos experimentos que apoyan los resultados mencionados. Por ejemplo, se utilizó el procedimiento para la adquisición de clases de estímulos auditivo-táctiles-visuales, donde se evaluaban las relaciones transitivas y de equivalencia, las cuales se dieron de acuerdo con lo esperado (Mullen et al., 2017). También puede verse la aplicación de las clases de equivalencia en una intervención que buscaba acelerar el proceso por el que el sujeto aprende tactos, enseñándoles a emitir nuevas frases compuestas por sustantivos y verbos previamente entrenados (Kohler y Malott, 2015). Aunque es cierto que las personas con autismo presentan cierta dificultad para aprender a realizar discriminaciones condicionales, parece que tras entrenamientos intensivos pueden llegar a hacerlo sin inconvenientes. Pruebas estandarizadas como ABLA-R (Evaluación de habilidades básicas de aprendizaje revisada) muestran como aquellos que llegan al nivel 6 pueden realizar correctamente estas tareas mostrando clases de equivalencia, y siendo así, una buena herramienta de apoyo para el profesional (De Melo et al., 2020). Tecnología El avance de la tecnología ha proporcionado al análisis de conducta herramientas para facilitar a los profesionales la evaluación e intervención. En este sentido, Bloh y colaboradores (2020) exploran con éxito el uso de “Proloquo2GO” un software funcionalmente similar al sistema de comunicación por intercambio de imágenes (PECS), que permite al sujete emitir mandos a través de la selección de imágenes que son convertidas a audio por el dispositivo. Este sistema parece ser preferido por las personas con TEA al sistema clásico de PECS, posiblemente por el condicionamiento en su historia previa de tabletas, móviles, etc. El uso de dispositivos generadores de voz es cada vez más extendido, no solo para emitir mandos, sino tactos e intraverbales. Intervenciones recientes (Carnett y Ingvarsson, 2016) muestran como a través de este dispositivo enseñaban a personas con TEA a responder ante preguntas desconocidas, e incluso, se ha llegado a usar para enseñar a tactar información del pasado. Shillingsburg y colaboradores (2019) enseñaron a niños con TEA a informar de preguntas como: “¿Has terminado los deberes?”, “¿a quién has visto en el colegio?”, “¿cómo te has hecho daño?”. En otra línea, se ha hecho uso de inteligencia artificial (modelo de redes neuronales) para la medición de la estereotipia vocal (Dufour et al., 2020), con más de 1500 minutos de audio, obteniendo resultados cerca, o incluso por encima, de un observador humano. Aun así, cabe destacar la importancia de realizar un análisis previo correcto que ayude a identificar si puede ayudar, o no, el uso de estos dispositivos. En muchas ocasiones, el uso continuado de ellos lleva a que las personas prefieran usar el software antes que emitir la conducta vocal por sí mismos. Por ello, es importante tener muy estructurada su función y la manera en la que se va a usar o desvanecer el apoyo. Conclusiones Gran parte del éxito del tratamiento conductual intensivo uno-auno se debe a su carácter intensivo. Este tipo de intervención permite recuperar el considerable retraso en el desarrollo social, verbal e intelectual que acumulan los niños diagnosticados como autistas y conseguir cuanto antes un ajuste más funcional. Por este motivo cobra especial significación la aceleración del aprendizaje que posibilita una integración sistemática en la terapia de procedimientos que generan conducta derivada y adaptada como en el caso de las discriminaciones condicionales y las clases de equivalencia. Si aumentamos las relaciones entrenadas en una progresión aritmética, las relaciones derivadas aumentan casi en proporción geométrica, implicando que la optimización del tiempo terapéutico será mayor cuanto más complejas sean las tareas a entrenar en lo que a número de elementos se refiere. Esto es precisamente lo que ocurre en el campo de la conducta verbal, donde palabras, referentes, grafías, sus sonidos tanto escuchados como pronunciados, además de los sinónimos, entran en una rica red de relaciones en la que cada uno puede sustituir a los demás. Claramente se hace necesaria más investigación básica al respecto para poder llegar a mejorar los actuales tratamientos relacionados con la enseñanza o rehabilitación de la conducta verbal. Preguntas para la reflexión • ¿Cómo ha cambiado el tratamiento del TEA desde que se aplica modificación de conducta? • ¿Qué ha aportado el estudio de las relaciones derivadas (fenómeno de categorización) a estas intervenciones? • ¿Qué ha aportado al tratamiento conductual del TEA el énfasis puesto en la conducta verbal? Capítulo 12 Modelos de tratamiento para autismo basados en ABA Ezequiel Centeno Las intervenciones analítico-conductuales para trastornos del espectro autista son tratamientos basados en la evidencia (Lovaas, 1987; McEachin et al., 1993; Eikeseth et al., 2002; Howard et al., 2014; Howard et al., 2005; Steinbrenner, 2020; National Autism Center, 2015; Wong et al., 2013; Zachor et al., 2007; Virués Ortega, 2010, Matos y Mustaca, 2005). A pesar de su alta efectividad existe aún confusión en cuanto a la nomenclatura. Cuando nos referimos a ABA, estamos dando cuenta de una ciencia aplicada de la cual se derivan una serie de procedimientos que son utilizados para enseñar a personas con diagnóstico de autismo. ABA no es un tratamiento para el autismo sino, la ciencia en la que se basan estos tratamientos (Cooper et al., 2017; Dillenburger y Keenan, 2009). No existe un único tipo de tratamiento, sino que existe una amplia diversidad, esto se debe particularmente a un motivo. Las personas con autismo son todas diferentes, con su propia historia de aprendizaje, por ende, no puede aplicarse un protocolo único, es necesario adecuar la intervención a la singularidad de cada persona. Esta adecuación consistirá en seleccionar los procedimientos de enseñanza particulares para cada caso. A pesar de que no existe un tratamiento único, sí podemos encontrar diferentes modelos de referencia que sirven de guía a los y las profesionales para diseñar la intervención. Es decir, “paquetes de tratamientos” que reúnen una serie particular de procedimientos, priorizando algunos y descartando otros, basados en la investigación y en las bases conceptuales que los respaldan. Por ejemplo, el ensayo discreto (DTT por su sigla en inglés) es un procedimiento de enseñanza muy utilizado por los tratamientos basados en ABA. Si bien es un procedimiento muy difundido en el campo, no todos los modelos lo utilizan. En este capítulo detallaremos las características de los principales modelos de tratamiento para autismo derivados de ABA, en particular aquellos que se orientan a la intervención temprana. Intervención conductual temprana e intensiva En la actualidad es conocido el término EIBI (por las siglas en inglés de Early Intensive Behavioral Intervention) que da cuenta de las intervenciones conductuales tempranas e intensivas. EIBI es un término genérico que engloba a diferentes abordajes para el autismo, por lo cual no se puede hacer referencia al mismo como un único tratamiento. En 2001, Green, Brennan y Fein demarcan una serie de características que configuran un tratamiento como EIBI: 1) Debe ser un tratamiento global o comprehensivo, es decir, abarcar todas las habilidades del niño/a como por ejemplo, la imitación, las habilidades visoespaciales, las de lenguaje, habilidades motoras, de la vida diaria, sociales, etc. 2) Deben utilizarse procedimientos analíticos conductuales para enseñar repertorios de conducta y reducir problemas de conducta, por ejemplo reforzamiento diferencial, moldeamiento, ensayo discreto, enseñanza incidental, entre otros. 3) El tratamiento debe estar dirigido por un profesional con amplio conocimiento y trayectoria dentro del análisis conductual. En EEUU, esta persona debe ser un analista conductual certificado por la junta de analistas de conducta (BCBA) 4) Los objetivos se toman a partir de la secuencia de desarrollo típico. Actualmente existe una serie de evaluaciones conductuales basadas en el desarrollo que sirve de guía a los y las profesionales, por ejemplo, la VB MAPP. 5) Debe haber una participación activa de la familia y/o cuidadores. En la actualidad, éste es uno de los componentes activos para el éxito de un tratamiento, ya que es la familia quien está el mayor tiempo con el niño o la niña y puede llevar a cabo las estrategias de enseñanza en la vida cotidiana: 6) El tratamiento se brinda “uno a uno” al comienzo buscando una enseñanza individualizada, y se lo generaliza a situaciones grupales cuando lo amerita. 7) El lugar de tratamiento es el hogar del niño/a y se programa la inclusión en otros ambientes de la comunidad como escuelas, jardines de infantes, etc. 8) La intensidad del tratamiento es de 20 a 30 horas por semana, si bien esto puede variar se busca la mayor intensidad posible de acuerdo a cada persona. 9) La duración del tratamiento debe ser de al menos al menos 2 años. 10) La edad del niño o niña al momento de iniciar el tratamiento, debe ser igual o menor a 4 años. Uno de los EIBI más conocidos es el Modelo UCLA, también llamado Modelo Lovaas para referirse a su principal figura. Sin embargo, no es el único. En la actualidad se han desarrollado diferentes modelos de tratamientos que cumplen alguno o todos los criterios mencionados y son de preponderancia para el tratamiento del autismo. A lo largo de este capítulo describiremos estos modelos demarcando sus características principales. En primer lugar, el Modelo Lovaas, donde describiremos, además de sus características principales, como fue su comienzo dada la importancia histórica del mismo. En segundo lugar, los modelos naturalistas, donde se insertan diversos modelos de tratamiento como PRT y ESDM, y la derivación más actual en NDBI. Luego, el denominado “Enfoque de la Conducta Verbal”1 el cual incorpora el análisis de la conducta verbal realizado por Skinner. Por último, detallaremos los aportes de la teoría de los marcos relacionales al tratamiento del autismo, que sin constituir un EIBI, ha tomado mucha importancia en estos últimos años. Primeros estudios conductuales sobre TEA El primer estudio en población con trastorno del desarrollo fue en el año 1960 (Fester y DeMeyer, 1960). En esta oportunidad se trató de una investigación sin fines terapéuticos, su objetivo era aplicar los principios del condicionamiento operante en dos personas con diagnóstico de autismo. Para ello se utilizó una cámara especialmente adaptada y se brindaron consecuencias comestibles como golosinas en primera instancia y luego fichas que podían ser intercambiadas por otros reforzadores. La respuesta utilizada era muy simple, presionar una tecla. Fue elegida por su simpleza, ya que no demandaba un gran esfuerzo al sujeto y a su vez porque permitía una toma de datos de forma electrónica. Fue recién en 1964 cuando se utilizaron los principios del aprendizaje y se realizaron investigaciones sobre el tratamiento de una persona con autismo (Wolf et al., 1964). En esa oportunidad se usaron para resolver diferentes dificultades en un niño de 3 ½ que tenía problemas de conducta como golpes, tirar del pelo, auto lesiones, alteraciones del sueño, dificultades de alimentación y pobre repertorio verbal y social. Este niño había recibido tratamiento farmacológico y había sido institucionalizado debido a sus problemas de conducta. El tratamiento consistió en una combinación de procedimientos de reforzamiento, extinción y castigos. La familia reportó que los problemas descendieron después del tratamiento, incluso se mantuvieron los logros 6 meses después de que el niño volvió a su hogar. Modelo Lovaas / UCLA Nacimiento del modelo Lovaas / UCLA Una de las figuras más importantes dentro de los tratamientos basados en ABA para TEA es sin duda el psicólogo Ole Ivar Lovaas (1932 - 2010). Lovaas nació en la pequeña ciudad de Lier, Noruega. En 1950 viaja a los EEUU al ganar una beca para estudiar violín en la Luther College en Decorah, Iowa. Sin embargo, no fue la música su destino y en 1951 obtiene su licenciatura en Psicología y en 1954 su maestría. Finalmente, en 1958 recibe el título de Doctor en Psicología en la Universidad de Washington. Su trabajo doctoral tuvo una fuerte impronta psicoanalítica, ya que para esta época Lovaas no estaba inmerso en el análisis conductual. Después de graduarse consiguió el cargo de profesor asistente en el Child Development Institute, donde trabajó y fue supervisado por figuras muy reconocidas como Sidney Bijou y Don Baer. Fueron ellos quienes lo introdujeron en el campo del análisis conductual. En esta etapa comparte trabajo con otros profesionales como Wolf, Risley y Mees (quienes como mencionamos, publicaron el primer trabajo aplicado en TEA). Esta experiencia fue de gran influencia para su futura producción científica. En 1961 fue contratado como profesor asistente en el departamento de psicología de la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA) donde comenzó su investigación en el Instituto de Neuropsiquiatría con niños con autismo. A partir de aquí comenzó una serie de estudios que fueron de gran importancia en la historia del Autismo. En 1965 publican un estudio donde presentan el tratamiento de un niño de 9 años que presentaba problemas de conducta severos (Lovaas et al., 1965). En este estudio se demuestra cómo la atención social puede funcionar como reforzador de problemas de conducta. En 1966 presentan como, usando un procedimiento de reforzamiento por aproximaciones sucesivas, es posible desarrollar imitación verbal en dos niños con TEA. En 1969, junto con Simmons (Lovaas & Simmons, 1969) comparan el uso de dos procedimientos (extinción y castigo) para solucionar los problemas de autoagresión en tres niños con autismo. Más allá de la gran producción científica que se venía llevando a cabo, la difusión a nivel popular de los estudios de Lovaas se produce luego de una nota que se publica en la revista Life titulada “gritos, cachetadas y amor” (Grant, 1965). En la misma se muestra el trabajo que realizaba el equipo de Lovaas y se da cuenta de la efectividad del tratamiento. A pesar de que el artículo periodístico menciona el uso de reforzadores positivos, la nota hizo hincapié en el uso de los procedimientos de castigo, que incluían uso de bofetadas, reprimendas verbales e incluso electroshock para problemas de conducta. Esto fue uno de los factores que mayor dificultad ha traído a los tratamientos basados en ABA, ya que si bien el uso de procedimientos basados en castigo positivo como los mencionados, fueron descartados por el mismo equipo de Lovaas en años posteriores, en la actualidad se esgrimen críticas basadas en estos primeros tratamientos. El trabajo de Lovaas con niños en situación de institucionalización concluyó con una publicación en 1973 (Lovaas et al., 1973). Esta es la primera publicación donde se pueden observar los resultados de un tratamiento a largo plazo en un grupo de 20 niños. Los resultados del estudio arrojaron que todos los niños aumentaron su CI, disminuyeron sus problemas de conducta y aumentaron otros repertorios como ser el habla apropiada, el juego o conductas sociales no verbales. Sin embargo, se encontraron diferencias en el postratamiento, ya que aquellos niños que además del tratamiento uno a uno se capacitó a sus familias en las tecnologías de enseñanza, mantuvieron las mejoras, pero el grupo en donde esto no ocurrió hubo un retroceso en los logros. Este estudio fue muy importante para el futuro de los tratamientos basados en ABA para Autismo, ya que el equipo de Lovaas logró aislar tres variables fundamentales para un tratamiento efectivo: la intensidad de horas de un tratamiento, la inclusión de la familia y la edad de comienzo del niño/a. Estas tres directrices lo guiaron en el diseño de un tratamiento temprano, intensivo y en el hogar. En 1981 se edita “Teaching Developmentally Disabled Children: The Me Book” (Lovaas et al., 1981). En este libro, escrito durante la década de 1970, se describe el tratamiento global de intervención temprana para niños con autismo que se estaba desarrollando en la UCLA. A pesar de la popularidad que obtuvo y aún mantiene este libro, fue descartado por el propio equipo de Lovaas incluso antes de que fuera editado (Leaf y McEachin, 2016). En 1987 finalmente publican un estudio donde muestran los resultados de lo que se denominó el “Young Autism Project” (Lovaas, 1987) donde se daba tratamiento a niños pequeños, menores de 4 años. En este estudio se describe el tratamiento que recibieron dos grupos de niños con autismo, el experimental y el control 1 y 2. El grupo experimental que constaban de 19 niños con autismo, recibió tratamiento conductual individualizado por 40 horas semanales en domicilio durante 2 años, mientras que el grupo control 1 (20 niños) recibió el mismo tratamiento pero con un rango de 10 horas semanales además de otros tratamientos que se brindaban en la comunidad, por ejemplo clases de educación especial. El grupo control 2 no formó parte del Young Autism Project, aunque estaba integrado por niños evaluados por la misma agencia independiente que había evaluado a los otros dos grupos. En este estudio no hubo asignación aleatoria, según mencionan los investigadores por protesta de las familias y por cuestiones éticas. La asignación se realizó en base a la disponibilidad de profesionales, si había profesional con experiencia el niño entraba dentro del grupo experimental. Más allá de las críticas procedimentales que se realizaron a este estudio, los resultados obtenidos marcan una clara mejora en los niños pertenecientes al grupo experimental. El 47% alcanzó lo que lo autores llamaron funcionamiento intelectual y educativo normal, sus coeficientes intelectuales puntuaron luego de la intervención en rangos de la media. Estos resultados contrastaron con los del grupo control donde solo 2% alcanzaron los mismos resultados del grupo que recibió tratamiento conductual. Este estudio tuvo un seguimiento posterior donde se pudo comprobar que los resultados se mantuvieron. Los niños con mejores resultados en el estudio de 1987 fueron evaluados en forma extensa a la edad promedio de 24, las evaluaciones incluyeron pruebas de inteligencia, de personalidad y pensamiento abstracto. El seguimiento de este grupo pudo confirmar que 4 sujetos habían ido a la universidad mientras que otros trabajaban en forma independiente en trabajos regulares, algunos podían administrar sus economías en forma independiente, otros vivían solos. En conclusión, si bien se encontraron diferencias, en la mayoría de los casos llevaban una vida independiente. Los estudios de Lovaas marcaron un antes y después en los tratamientos para TEA. Por un lado, consiguieron instalar la utilidad de los procedimientos del condicionamiento operante para la enseñanza y tratamiento del autismo. Y lo más importante es que Lovaas y su equipo lograron quebrar la creencia popular que afirmaba que el autismo era algo inmodificable y el único destino para una persona diagnosticada era la institucionalización de por vida. Luego de los trabajos de Lovaas muchos de sus estudiantes y colegas continuaron su legado. Podríamos mencionar el manual “Behavioral Intervention for Young Children with Autism: A Manual for Parents and Professionals” de Maurice, Green y Luce (1996) y “A Work in Progress: Behavior Management Strategies and a Curriculum for Intensive Behavioral Treatment of Autism” de Leaf y McEachin (1999). Estos manuales se establecieron como guías curriculares para muchos profesionales en Latinoamérica debido a que contaron con traducción al español. La popularidad del Modelo Lovaas / UCLA se logró a través del libro “Let me hear your voice” escrito por Catherine Maurice, madre de una niña con autismo donde relata su experiencia con el tratamiento y logra transmitir a las familias los beneficios de ABA en el tratamiento del autismo y romper la idea que solo estaba basado en castigos. A lo largo de este recorrido se ha dado cuenta de la variabilidad que implica la elaboración de un modelo en base a la investigación y evidencia disponible y por ello al hablar del Modelo Lovaas / UCLA requiere que se haga mención al momento histórico al cual se hace referencia dada la gran variabilidad que sufrió desde sus comienzos. Las características de este modelo previo al estudio de 1973 difieren a las presentadas en los años 80 o 90. Actualmente, las características de este modelo han variado enormemente con respecto a sus inicios. Ensayo discreto Podemos mencionar también como una de las herramientas principales y el rasgo distintivo del Modelo Lovaas / UCLA el uso del ensayo discreto (DTT: discrete trial training) para enseñar una gran diversidad de habilidades, desde habilidades de imitación y de lenguaje hasta escolares. El ensayo discreto es una práctica basada en evidencia y puede ser utilizado no solo con población con autismo sino en aquellas que se vean favorecidas por una enseñanza estructurada (Eikeseth et al., 2014) La enseñanza mediante ensayos discretos es un procedimiento de enseñanza estructurado que se brinda en un ratio de “uno a uno” (estudiantes-adultos). Está dirigido por el adulto ya que es este quien inicia y termina el ensayo, contrastando así con los procedimientos donde se sigue el liderazgo del niño/a, o los híbridos (Cautilli, 2007). Por medio de la repetición de ensayos se busca maximizar las oportunidades de aprendizaje del niño y niña. El ensayo discreto está compuesto por cinco componentes. El primero de estos es el antecedente, que está constituido por estímulos verbales y no verbales, por ejemplo, instrucciones como “tócate la nariz” o “señalá la pelota” cuando hay tres objetos en una mesa. El segundo elemento son las ayudas, estas son estímulos o eventos antecedentes utilizados con el objetivo de aumentar la probabilidad de ocurrencia de una respuesta en presencia de un determinado estímulo discriminativo. Pueden estar asociadas a las respuestas o a los estímulos. Dentro de las ayudas encontramos ayudas físicas, gestuales, de posición, verbales, entre otras. La respuesta del niño o niña es el tercer componente. Esta debe realizarse luego de la instrucción del adulto y antes de un intervalo de tiempo muy breve, que por lo general son 5 segundos. Las respuestas pueden variar entre ser correcta o incorrecta, o no realizar ningún tipo de respuesta al antecedente, por ejemplo, si se le dice a un niño “tócate la nariz” el niño puede tocarse la nariz en forma correcta, tocarse la boca, o no realizar ninguna respuesta ante el antecedente. En cuarto lugar, se encuentran las consecuencias inmediatas que pueden incluir la entrega de un reforzador ante respuestas correctas, que por regla general incluye un reforzador social, por ejemplo, decirle “muy bien’’ y uno tangible, que puede ser algún elemento de preferencia preseleccionado antes de comenzar la enseñanza. Este reforzador tangible puede no estar asociado a la tarea, por ejemplo, se puede dar a un niño una galleta luego de pedirle que señale una pelota. La consecuencia ante respuestas incorrectas puede incluir un breve tiempo fuera o no brindar ningún tipo de consecuencia para configurar una contingencia de extinción. Otra consecuencia puede ser incluir feedback verbal, por ejemplo, decir “no”. El último componente es el intervalo entre ensayo que permite separar los diferentes ensayos entre sí. Su correcta implementación hace a la dinámica de la enseñanza y su aplicación en forma fluida está asociada a menores problemas de conducta. Todos estos componentes componen un ensayo discreto, el tiempo de cada ensayo discreto puede variar, pero oscila entre 5 y 20 segundos, con un principio y un final claros. Estos ensayos se presentan en forma repetida uno tras otro conformando bloques de ensayos, los cuales pueden oscilar entre 10 o 20 ensayos consecutivos. El ambiente en el que se realiza la enseñanza mediante ensayos discretos varía de acuerdo con la etapa de la enseñanza. En el comienzo de la misma se busca que el ambiente esté libre de distractores, es decir, se retira cualquier elemento que pueda competir contra los estímulos relevantes sobre los que se va a llevar la enseñanza. Por ejemplo, se pueden remover espejos, luces, cuadros, juegos a la vista del niño o niña, reducir ruidos de televisores o personas para que el niño o niña solo observe los elementos dispuestos sobre la mesa y escuche la instrucción del adulto. La enseñanza se suele llevar a cabo con el niño o niña sentada frente a una mesa con el profesional en frente a una misma altura. Con el avance del tratamiento se van incluyendo diversos estímulos y complejizando el ambiente de enseñanza para acercarlo a los ambientes naturales donde transita el niño o la niña. Objetivos principales Este modelo propone comenzar en primera instancia interviniendo sobre aquellos comportamientos que constituyan una barrera para el aprendizaje. Las topografías pueden variar desde la agresión física hasta la pasividad, incluyendo auto-estimulaciones. Para comenzar con estos objetivos se empieza con objetivos simples para insertar al niño o niña en la enseñanza mediante ensayos discretos y el uso de ayudas. Por ejemplo, se puede empezar enseñando a un niño o niña a poner un bloque en un cesto o cumplir una orden de un paso como sentarse en una silla. Se suele utilizar la “enseñanza sin error” que consiste en minimizar los errores durante la enseñanza utilizando diversas ayudas para que el niño o la niña tengan éxito, implementando luego el desvanecimiento gradual de estas ayudas. De esta manera se disminuyen los intentos de escape y los problemas de conducta ya que el niño o la niña tienen contacto frecuente con el reforzador. Es por ello que en esta etapa se brindan ayudas a la niña o niño para que no cometa errores. Esta etapa también es de utilidad para enseñar a la familia como es el procedimiento a través de un objetivo sencillo. Una vez establecidos estos primeros aprendizajes se pasa a una segunda instancia donde se enseñan una serie de habilidades fundamentales bajo el concepto de “enseñar cómo aprender”. Algunas de estas habilidades son: permanecer sentado, entregar reforzadores a pedido del adulto, mantenerse quieto y sin tocar el material en la mesa, prestar atención y seguir instrucciones que se le brindan, aprender del feedback, aprender de las ayudas, aprender a esperar y las habilidades de aprendizaje observacional (Leaf y McEachin, 2016). El desarrollo de la comunicación recién inicia cuando estas habilidades fundamentales están desarrolladas. En forma previa se comienza con el seguimiento de órdenes de un paso sencillas, imitación de movimientos motores gruesos, habilidades de igualación de objetos e imágenes, discriminación receptiva de objetos, entre otras. Luego se pasa a otra instancia donde se desarrolla la imitación de sonidos y la nominación de objetos e imágenes. Aquí es donde comienza a utilizarse la enseñanza incidental para fomentar las habilidades de comunicación básicas en paralelo al uso de ensayo discreto. En el caso que el niño o niña no haya desarrollado lenguaje vocal se incluye el uso del sistema de comunicación por intercambio de imágenes (PECS picture exchange communication system). El progreso en la secuencia de objetivos continúa expandiendo los objetivos de lenguaje (adjetivos, relaciones espaciales, uso de autoclíticos como “yo quiero”), de juego y comenzando con la interacción con pares (Smith, 2010). La secuencia de aprendizaje tomada por este modelo podemos encontrarla en los manuales de referencia que mencionamos en la sección anterior (Lovaas, 2003; Leaf y McEachin, 1999; Maurice et al., 1996), en donde se muestra una progresión de objetivos desde los más sencillos hasta los más complejos. El Modelo Lovaas / UCLA comienza la enseñanza en ambientes estructurados y libre de distractores, es por ello que se retira cualquier estímulo que puede entorpecer la enseñanza y se avanza en forma gradual a complejizar estos contextos. La etapa de generalización se plantea como un paso de suma importancia durante el proceso de enseñanza. Por ejemplo, para enseñar a un niño o niña habilidades de lenguaje receptivo, como puede ser la discriminación de objetos, se utiliza ensayos discretos. Se sienta al niño/a frente a una mesa donde se encuentran tres objetos y se brinda la orden “vaso”. A través de la sucesión de ensayos, implementando ayudas, utilizando ejemplares múltiples (usar gran variedad de tipos de vasos), planificando su desvanecimiento, se alcanza un criterio de logro. En esta instancia se comienza la etapa de generalización, es decir, se lleva a cabo la tarea en otros ambientes como ser la cocina, haciendo participar a la familia, aumentando la complejidad de la orden “dame el vaso”. De esta manera se logra que el niño o niña logren realizar la tarea en su ambiente natural. Modelos naturalistas Contexto de su surgimiento El Modelo Lovaas / UCLA, a pesar de sus extraordinarios resultados, también ha recibido críticas. Se afirma que el uso generalizado de DTT al ser una estrategia muy estructurada no promueve la generalización, es decir, que los logros obtenidos en una situación de enseñanza estructurada se trasladen a la vida cotidiana de las personas. Como mencionamos, en el estudio de 1973, Lovaas observa que muchos de los avances logrados en el contexto institucional no se sostuvieron luego en los ambientes naturales. Esto llevó a que posteriormente incluyeran en la familia como uno de los componentes activos del tratamiento. Desde hace muchos años existe una preocupación por lograr los mayores beneficios para la vida cotidiana de los niños y niñas. Otra de las críticas que se esgrimen es basar la motivación en lo que algunos autores denominan “paradigma del reforzamiento negativo”: el niño o niña debía terminar una actividad (actividad no preferida) para obtener un descanso (escapar de la actividad no preferida) (Kates-McElrath y Axelrod, 2007; Lovaas et al., 1981). La falta de “espontaneidad” es otro punto sobre el que se llama la atención, debido a que durante la enseñanza mediante ensayos discretos es el adulto quien inicia la situación de enseñanza, el niño o niña estarían en una situación “pasiva” siendo “respondedores” a las instrucciones (Krantz y McClannahan, 2016). Esto cobra relevancia debido a que en personas con autismo la iniciativa en las interacciones sociales está asociada a mejor pronóstico (Koegel et al., 1999). Por último, se menciona que se puede producir dependencia de las ayudas (Schreibman et al., 2015) lo cual atenta contra el desarrollo de habilidades en forma independiente. Estas críticas se sumaron al trabajo publicado por Stokes y Baer en 1977, donde los autores dan cuenta de los facilitadores para la generalización. De este modo un grupo cada vez más extenso de profesionales tomaron estas sugerencias y las volcaron al diseño de estrategias de enseñanza naturalista. El primer registro de una estrategia de enseñanza naturalista se da a finales de la década del 60, cuando se publican los primeros estudios sobre Enseñanza Incidental (Hart y Risley, 1968, 1974, 1975, 1980). Hart y Risley definen la Enseñanza Incidental como “la interacción entre un adulto y un niño, que surge naturalmente en una situación no estructurada como la de un juego libre y es utilizada por el adulto para transmitir información o darle al niño una oportunidad de práctica para desarrollar habilidades”. En la primera investigación publicada, usando procedimientos de condicionamiento operante, Hart y Risley logran aumentar tanto las iniciaciones espontáneas como el repertorio de producción verbal de niños de pre-escolar, por ejemplo, lograron que los niños comiencen a utilizar con mayor frecuencia combinaciones “sustantivo-adjetivo” (“camión rojo”). Las estrategias de enseñanza naturalista no se acaban en la enseñanza incidental. En la actualidad existen una serie de estrategias de corte conductual y naturalistas reunidas bajo el título de NaTS (Natural Teaching Strategies) como también modelos de tratamiento que utilizan estas estrategias. A continuación, describiremos las características principales de las NaTS y dos de los modelos comprehensivos más importantes, el ya mencionado PRT y el ESDM (Early Start Denver Model). Para finalizar daremos cuenta del surgimiento de las intervenciones conductuales naturalistas y del desarrollo (NDBI: Naturalistic Developmental Behavioral Intervention) Estrategias de enseñanza naturalista (NaTS) Charlop, Lang y Rispoli (2018) agrupan en tres grandes categorías las estrategias de enseñanza naturalistas: la motivación, las relaciones funcionales y la generalización. Motivación: La definición que usan las NaTS sobre motivación no está ligada al desarrollo realizado por Jack Michael con el término operación motivadora, sino que hace referencia a un “fenómeno positivo” (Charlop et al., 2018) y da cuenta de la predisposición de un niño o una niña para involucrarse en una situación de enseñanza. Esto es posible de verificar por el aumento de las respuestas a estímulos sociales y del ambiente (LeBlanc et al., 2006), es decir que se puede observar un incremento en la cantidad de respuestas de un niño o niña y una disminución en la latencia (Koegel et al., 1999). En términos generales desde las NaTS se busca seguir el liderazgo del niño o niña o, en otras palabras, se evalúa en el momento la interacción del niño o niña con elementos del ambiente para guiar el proceso de enseñanza. Dentro de las estrategias que se utilizan para mantener y aumentar la motivación está la variación de tareas donde se intercalan objetivos ya aprendidos con otros que están en adquisición. Esto se realiza para evitar la ocurrencia de problemas de conducta como puede ser intentos de escape de la tarea (Dunlap y Koegel, 1980; Dunlap, 1984). Otra estrategia es la utilización de evaluaciones de preferencia en el momento (DeLeon y Iwata, 1996) permitiendo que el niño o la niña elijan el reforzador. La evaluación de reforzadores “in situ” permite identificar las operaciones motivadoras que están actuando en ese momento, por lo cual la enseñanza se puede montar sobre ella generando mayor grado de éxito. Koegel y colaboradores (1987) investigaron que se incrementan las conductas sociales apropiadas cuando se da esta opción de elección a niño y niñas. Esto lleva a otra estrategia para mantener y aumentar la motivación que es el control compartido. Hay evidencia de que el exceso de demandas puede generar las condiciones para que se presenten respuestas de escape y evitación. Permitir al niño o niña cierto grado de control sobre el ambiente, por ejemplo, elección de la tarea o reforzador puede disminuir esta probabilidad y mantener la motivación hacia la situación de enseñanza (Koegel et al., 1989). Relaciones funcionales En la enseñanza mediante ensayos discretos el uso de reforzadores puede no estar asociado a la tarea, es decir se puede usar una galleta o mirar unos segundos un video cuando la tarea que se está enseñando es identificar una pelota dentro de un grupo de otros elementos. Las NaTS utilizan reforzadores que están directamente relacionados con la situación de enseñanza, por ejemplo, si se le pide al niño “dame la pelota” el adulto utiliza el mismo objeto como reforzador y comienza un juego con el niño o niña. Es decir que la contingencia ABC toma un marco naturalista ya que estas contingencias serán las que el niño o niña se encuentre en la vida cotidiana. Por ejemplo, es muy poco probable que en su vida cotidiana un niño reciba una galletita por nominar la imagen de una “gato”, sin embargo, es más habitual que el niño al señalar la imagen de un gato en un libro reciba como consecuencia comentarios como “el gato hace miau” junto con el gesto de una garra realizado por el adulto. Generalización y mantenimiento El Modelo Lovaas / UCLA utiliza un modelo secuencial donde la generalización es un eslabón en la cadena de enseñanza. En contraposición a esto las NaTS proponen incorporar todas las estrategias necesarias para fomentar la generalización desde el comienzo del tratamiento (Charlop et al., 2018; Stokes y Baer, 1977). Algunas de las técnicas que utilizan los enfoques NATS han sido extraídas del trabajo de Stokes y Baer (1977): • Similitud entre los ambientes de enseñanza y el natural: una situación de juego o una actividad de la rutina diaria son contextos propicios para la enseñanza de niños y niñas. Esto se diferencia de los ambientes donde se retirá cualquier tipo de distractor (una habitación donde solo hay una mesa y dos sillas). En otras palabras, se reduce al mínimo la diferencia entre el ambiente de enseñanza y el de la vida cotidiana. El ambiente es modificado para generar las oportunidades de aprendizaje, pero conservando esta similitud. • Uso de programas de reforzamiento intermitente: en la vida cotidiana es más probable que niños y niñas estén sometidos a programas intermitentes, es por ello que se debe hacer énfasis en estos. • Uso de reforzadores naturales: se fomenta el uso de reforzadores que ocurren habitualmente en la vida cotidiana. • Utilizan ambientes de juego libre, juguetes comunes y material no especializado: se recomienda el uso de juguetes o elementos comunes presentes en cualquier contexto de la comunidad (escuela, juguetería, el hogar de un compañero/a, etc.), de esta manera, cuando el niño o niña se encuentre en otro ambiente diferente al de enseñanza pueda interactuar con estos materiales de una forma adecuada. • Uso de ejemplares múltiples: enseñar con una gran cantidad de elementos, por ejemplo, diferentes tipos de autos (grandes, chicos, de madera, de plástico, rojos, verdes, etc.). • Seleccionar objetivos que tengan alta probabilidad de ocurrencia en otros ambientes. Entrenamiento en conductas pivotales (PRT: Pivotal Response Treatment). Surgimiento histórico Robert Koegel, alumno directo de Lovaas en UCLA, desarrolla en la Universidad de California, Santa Bárbara (UCSB), junto con su esposa Lynn Kern Koegel, un modelo basado en estrategias de enseñanza naturalistas. PRT deriva del Paradigma del Lenguaje Natural (NLP: Naturalistic Language Paradigm) diseñado originalmente por Koegel, O’Dell y Koegel (1987). Este programa se centraba en el desarrollo del lenguaje basado en seguir la motivación del niño o niña, brindando consecuencias naturales a respuesta de comunicación por más simples que sean. PRT surge como alternativa al programa ABA más tradicional basado en ensayos discretos. Koegel y colaboradores observaron que niños y niñas lograban desarrollar diversas habilidades bajo la enseñanza mediante ensayos discretos, sin embargo, muchos presentaban conductas de escape de la situación de enseñanza lo que requería emplear mucho tiempo en lidiar con estos problemas de conducta. Bajo la premisa que el aprendizaje es más probable que ocurra cuando un niño o niña está motivado es que se comienza a incorporar estrategias para desarrollar la motivación en niños y niñas. A partir de incorporar estrategias motivacionales se podían observar mejoras en áreas que no eran abordadas en forma directa, es por ello que los autores toman a la motivación como una habilidad pivotal. Desesperanza aprendida PRT se desarrolla en base a la teoría de la desesperanza aprendida. Esta postula que la ocurrencia de eventos incontrolables (consecuencias no contingentes en forma de estímulos aversivos) lleva a que los sujetos aprendan que sus acciones son independientes de los eventos que sufren, lo que afecta su motivación, desarrollo cognitivo y emocional. Desde la década de 1960 se llevaron a cabo una serie de estudios sobre cómo afecta la ocurrencia de eventos sobre los cuales un sujeto no tiene control. En los primeros estudios se colocaba animales en una caja donde no tenían la posibilidad de escapar o evitar electroshocks. En la investigación original de Seligman (Seligman y Maier, 1967) se utilizaron tres grupos de perros. Al primero se los colocó en un arnés simplemente pero no se le brindó ningún tipo de contingencia específica. A los perros del segundo grupo se los colocó en el arnés y se les dio electroshock de los cuales podían escapar presionando una palanca con su hocico. Por último, al tercer grupo, se los colocó en el arnés y se le brindaba electroshock en forma aleatoria para que de esta manera no puedan prevenir su aparición. Tampoco se les dio la oportunidad de prevenir o escapar de su ocurrencia. En un segundo momento se colocan a los tres grupos en otra caja donde había una pared en medio. A los tres grupos se le aplicó descargas eléctricas cuando se encontraban en esta caja, los perros podían escapar de estas descargas saltando hacia el otro lado. Los perros del grupo 1 y 2 aprendieron rápidamente a escapar de los electores shock saltando sobre la pared, Sin embargo, los perros del grupo tres no lo hicieron. De esta manera, estos autores llegaron a la conclusión que la primera situación experimental había generado que los sujetos aprendieran que sus respuestas y los eventos que ocurrían eran independientes entre sí, por lo cual no intentaban escapar a pesar de que en la segunda instancia no estaban sujetos al arnés. Diferentes estudios han asociado las situaciones de incontrolabilidad con desarrollo de depresión, ansiedad, estrés y frustración. Basado en la teoría de la desesperanza aprendida Koegel y otros (2016) trazan un paralelismo con las personas con autismo y sus experiencias cotidianas. Por ejemplo, estas intentan comunicarse y relacionarse con pares, sin embargo, quizás debido al déficit en el desarrollo de estas habilidades, fracasan en estos intentos, es decir, no consiguen reforzamiento por sus comportamientos. En otros momentos, el reforzamiento puede darse sin que medie una conducta específica. De esta manera, desde PRT se plantea que las personas con autismo merman su iniciativa debido a la desconexión entre sus respuestas y el reforzamiento. Conductas pivotales PRT establece una serie de áreas pivotales que una vez desarrolladas producen resultados en otras habilidades que no fueron enseñadas en forma directa. Estas áreas son: • Motivación: como se mencionó esta área pivotal es de suma importancia para PRT y fue descriptiva párrafos arriba. Para su desarrollo utiliza las herramientas mencionadas (uso de reforzador asociados a la tarea, reforzar intentos, seguir el liderazgo del niño o niña, etc). • Iniciativa: a través de investigaciones realizadas por el equipo de Koegel (Koegel et al., 1999) descubrieron que aquellos niños y niñas que en edades tempranas mostraban mayor iniciativa (por ejemplo, iniciar un intercambio comunicativo) tenían un mejor pronóstico a largo plazo. Esto llevó a que se enseñaran repertorios para iniciar interacciones con otras personas, por ejemplo, realizar preguntas en forma espontánea para pedir información o pedir ayuda. Los resultados de esta enseñanza mostraron que el aprendizaje en esta área traía beneficios en otras por ello. • Automonitoreo: desde PRT se observa que muchos niños y niñas no controlan su conducta en ausencia de un adulto. Por medio de una serie de pasos (definición y medida del comportamiento, selección de sistema de monitoreo y reforzamiento, enseñanza de la discriminación de la conducta objetivo por parte del niño o niña, y definición del intervalo o número de respuesta para iniciar) se busca que niños y niñas comiencen a establecer contingencias a su propio comportamiento. Por ejemplo, se puede enseñar a un niño a anotar en una hoja de papel puntos por cada intervalo de tiempo que esté realizando una tarea y autoadministrarse el reforzador. El desarrollo de esta área impacta en el descenso de problemas de conducta, aumenta el tiempo en tarea y brinda mayor independencia a las personas. • Respuesta a estímulos múltiples: una de las problemáticas observadas en personas con autismo es la sobreselectividad. Es decir, que responden solo a un estímulo en particular. Por ejemplo, se puede enseñar a una niña a señalar un perro cuando la misma está junto con la imagen de un vaso y una manzana. Sin embargo, la misma niña puede fallar cuando se coloca la imagen de un perro junto con la de un tigre debido a que la conducta estaba controlada únicamente por el estímulo “cola”, por ejemplo. Incluso esta niña podría tener dificultades ante imágenes donde no se observe la cola de un perro. Ante esto, la enseñanza de la habilidad de responder a ambientes a múltiples estímulos es un área pivotal ya que el contexto natural está plagado de diferentes estímulos. La incorporación de componentes motivacionales en contexto natural evita esta dificultad (Koegel et al., 2016). • Empatía: Las habilidades de interacción social son una de las más afectadas en personas con TEA. Estas tienen interés en participar y comprometerse con otras personas, pero pueden fallar por dificultades en comprender los pensamientos de otras personas y responder en forma acorde a ellos. PRT entiende que esta es una conducta que puede enseñarse y su aprendizaje lleva a que las personas mejoren sus interacciones sociales en general. Intervenciones conductuales, del desarrollo y naturalistas (NDBI: Naturalistic Developmental Behavioral Interventions) Origen y características comunes En los últimos años se han desarrollado una serie de modelos de tratamiento que toman las investigaciones del desarrollo junto con las estrategias de enseñanza conductual para diseñar tratamientos con respaldo empírico creciente, estas son denominadas Intervenciones Conductuales, del Desarrollo y Naturalistas (Naturalistic Developmental Behavioral Interventions-NDBI). El término fue acuñado por Schreibman y colaboradores en 2015. Los NDBIs reúnen una serie de programas comprehensivos (por ejemplo, ESDM) y estrategias focales (Impact). Algunos de los NDBIs son: PRT, ESDM, enseñanza incidental, Project ImPACT, SCERTS, JASPER, entre otros. Las NDBIs hacen uso de la tecnología conductual incorporando estas dentro de un marco naturalista y del desarrollo. Hacen uso de las estrategias de enseñanza naturalistas descritas líneas arriba como también usan procedimientos de ayudas, moldeamiento, encadenamiento, entre otros, dentro de contextos de juego o rutinas cotidianas. A pesar de esta diversidad de modelos, existen una serie de características compartidas por todos ellos: resaltan la importancia de la intervención temprana y la validación empírica de los programas, usan la contingencia de tres términos pero bajo un marco naturalista, cuentan con manuales que describen los procedimientos, establecen criterios de fidelidad de la implementación, los objetivos de tratamiento son individualizados y se amoldan a la necesidades y fortalezas de cada caso, seguimiento continuo del progreso evaluando el cambio comportamental, inicio por parte del niño/a de los episodios de enseñanza, arreglos ambientales para maximizar las oportunidades de aprendizaje pero manteniendo un contexto natural, reforzamiento natural o métodos naturales para mejorar la motivación (asociados o integrado a las actividades), uso de ayudas, balance entre rutinas de juego con objetos y sociales, modelado, imitación del adulto de las acciones o verbalizaciones del niño/a y ampliación del enfoque atencional del niño/a (Schreibman et al., 2015; Vivanti y Zhong, 2020). Schreibman et al (2015) menciona tres componentes clave de los NDBI: • Los objetivos de aprendizaje: se hace énfasis en la integración de las habilidades enseñadas en los diferentes dominios del desarrollo, por ejemplo, enseñar una palabra en un contexto de enseñanza de lenguaje receptivo, esa misma palabra enseñarla con otra persona, en otro contexto y con otra función. Algunas de las habilidades claves para los NDBIs son la imitación, compartir intereses por medio de la atención conjunta, involucrarse en una actividad de interacción con otra persona, entre otras. • El contexto de aprendizaje: se proponen ambientes significativos para el niño o niña donde prime la interacción de calidad entre el niño/a y el adulto. Siendo las rutinas diarias o el juego, ambientes donde debe integrarse la enseñanza. • Las estrategias de enseñanza: los NDBIs utilizan una serie de estrategias derivadas de ABA (reforzamiento diferencial, moldeamiento, ayudas, entre otras). Estas son insertadas dentro de actividades de niños o niñas. De esta manera, contemplando un contexto natural, las estrategias de enseñanza trabajan en forma conjunta persiguiendo el desarrollo de los diferentes objetivos en todas las áreas del desarrollo. Aportes de la ciencia del desarrollo Los NDBIs toman los aportes de la ciencia del desarrollo para diseñar sus objetivos y las estrategias de enseñanza. La base teórica que aportan las ciencias del desarrollo deriva de los trabajos de Bruner, Piaget, Vygotsky, entre otros (Schreibman et al, 2015; Vivanti y Zhong, 2020). Se propone que los pequeños deben ser partícipes activos de su propio aprendizaje ya que niños y niñas de desarrollo típico es más probable que aprendan cuando ellos son los que inician las actividades basadas en sus propios intereses. El contexto propicio para desarrollar la enseñanza es el de las interacciones sociales que se dan en las rutinas cotidianas, particularmente durante el juego o de la vida cotidiana que comparten en forma afectiva con adultos (Schreibman et al., 2015) Otro concepto fundamental para las NDBIs es el de Zona de Desarrollo Próximo (Vygotsky, 1978). Los objetivos de enseñanza deben ser aquello que el niño o niña no puede realizar en forma independiente, pero si los puede lograr con el apoyo necesario. De esta manera se combina la evaluación de los repertorios actuales del niño o niña y la secuencia de hitos informada desde las ciencias del desarrollo junto con las estrategias de ayuda y reforzamiento. Modelo Denver de intervención temprana (ESDM: Early Start Denver Model) Origen y bases conceptuales El creciente número de casos de autismo llevó al gobierno de los EEUU a poner en la agenda estatal la investigación sobre las causas del autismo y el desarrollo de tratamientos. En ese marco el Congreso de los EEUU creó en el año 2000 la ley de Salud Infantil, donde llama a expandir, promover y coordinar la investigación en Autismo, además de crear al menos 5 institutos de excelencia para la investigación en autismo. El programa STAART (Studies to Advance Autism Research and Treatment) fue una respuesta a esta ley. En 2006, la ley de Lucha contra el Autismo, permitió girar fondos para la investigación en TEA y el National Institutes of Health (NIH) crear el Autism Center of Excellence (ACE), el cual consolida dos programas existentes, el Collaborative Programs of Excellence in Autism (CPEA) y el STARRT. Gracias a fondos provenientes del Programa STARRT es que se financian muchas de las investigaciones que dieron origen al Modelo Denver de Intervención Temprana (ESDM) (Rogers, 2016; NIH, 2012. 2013; https://report.nih.gov/biennialreport1213/autism_centers.html) El modelo Denver de intervención temprana es un modelo desarrollado por Sally Rogers y Gerarldine Dawson. Sus comienzos pueden remontarse a la Universidad de Colorado, en Denver. Allí Sally Rogers creó un instituto inicial para niños y niñas con autismo basado en el desarrollo, de donde se deriva el Modelo Denver original. ESDM es una intervención diseñada para niños y niñas entre 12 y 60 meses que tiene cuatro pilares específicos sobre los cuales se basa: el mencionado Modelo Denver original desarrollado en la década de 1980 (Rogers y DiLalla, 1988; Rogers et al., 1984; Rogers y Lewis, 1989; Rogers et al., 1987), el modelo de desarrollo interpersonal en el autismo (Rogers y Pennington, 1991), la hipótesis del autismo como trastorno de la motivación social en el autismo (Dawson, 2002; 2008) y PRT (Koegel y Koegel, 2018). El Modelo Denver original era un programa pensado para niños entre 2 y 5 años en formato grupal, el foco estaba puesto en las dificultades socio comunicativas presentes en el autismo las que se buscaban desarrollar a través de interacciones afectivas entre los niños y niñas. Muy influenciados por los trabajos de Daniel Stern (1985), Rogers y Pennington (1991) proponen que el autismo genera dificultades en el desarrollo de la sincronía afectiva y corporal en las interacciones tempranas (formas en que un niño/a y un adulto comunican estados emocionales), generando una barrera para el desarrollo de procesos como la imitación, la comunicación de emociones y la atención conjunta. La hipótesis de la motivación social plantea que los síntomas observados en el autismo se deben a que las personas con TEA encuentran poco motivante las interacciones sociales. Esta insensibilidad para los estímulos sociales (rostros, voces, gestos, etc.) hace que presten menos atención a la información social circundante, lo que lleva a menor interacción con otras personas alterando el curso de desarrollo cerebral y de aprendizaje (Dawson et al., 2002; Dawson et al., 2005). Modelo flexible Es un modelo desarrollado para niños y niñas de entre 12 y 60 meses de edad que presenta una gran flexibilidad al momento de prestar servicio. Puede desarrollarse tanto en una casa como en un consultorio, o en una escuela integrando las estrategias dentro de rutinas cotidianas. El modelo permite que las familias lleven a cabo la intervención incluyendo las estrategias dentro de la vida cotidiana, por ejemplo, establecer oportunidades de aprendizaje durante la rutina de lavarse los dientes o al vestirse. Si bien los mejores resultados se obtuvieron cuando se brindaron en promedio 15 horas a la semana, también es posible llevar a cabo con una menor intensidad (Talbott et al, 2016) Puede ser brindado por cualquier profesional sin importar el campo de especialización (psicología, educación, terapia del lenguaje, etc.). Por lo general existe un terapista principal que lleva a cabo la enseñanza en forma directa con el niño o la niña, un supervisor/a y si fuera necesario se realizan interconsultas con profesionales de otros campos para trabajar en forma interdisciplinaria. Si bien el formato es uno a uno existen aplicaciones a nivel grupal que están basadas en el modelo denver original (Vivanti et al., 2017). Curricula ESDM incluye un instrumento de evaluación específico que sirve a su vez como guía curricular, que abarca diferentes dominios del desarrollo: comunicación receptiva, comunicación expresiva, interacción social, imitación, habilidades cognitivas, juego, habilidades motoras finas, motoras gruesas, independencia y atención conjunto. Cada uno de estos dominios son divididos en 4 niveles en base a edades cronológicas: 12 a 18 meses, 18 a 24, 24 a 36 y 36 a 48 meses. La evaluación inicial, llevada a cabo con está currícula, se realiza mediante el mismo marco que el resto de la enseñanza, es decir, a través de actividades compartidas y de juego con adultos. Se busca que, en el lapso de una hora y media, se atraviesen todos los dominios y en el caso de no ser posible se recurra también al reporte de la familia o cuidadores. Los objetivos no se trazan ítem por ítem como es el caso de otros modelos (Roger, 2016). Típicamente se elaboran 2 o 4 objetivos por dominio (a mayor cantidad de horas de tratamiento mayor número de objetivos) y se programa un periodo de 12 semanas para su enseñanza y posterior reevaluación. Estos objetivos son trazados en base a los resultados de la evaluación, el aporte de otros profesionales y la opinión de la familia. Es posible monitorear el progreso por medio de sub-objetivos o pasos hasta el objetivo final (análisis de tarea) que serán evaluados en un período de 2 semanas. Una característica de ESDM es llevar a cabo un monitoreo continuo de la intervención, para ello toma un modelo de registro por intervalos. Este consiste en llevar a cabo la enseñanza y luego de un periodo de 15 minutos, en una pausa natural de una actividad, realizar el registro del rendimiento durante ese intervalo. No se toma datos ensayo por ensayo, sino que se hace una apreciación en base a si el niño o niña demostró o no la habilidad objetivo. Rutinas sensoriales y con objetos A diferencia de otros modelos, ESDM no utiliza el ensayo discreto como tecnología de enseñanza, por el contrario, influenciados por Jerome Bruner utilizan lo que se denomina “rutinas de actividad conjunta” (Bruner, 1975) Esta son definidas como una actividad en la que dos compañeros hacen conjuntamente una misma actividad cooperativa (jugar con juguetes, mirar un libro, una merienda, etc.). Existen dos clases de rutinas, unas donde la interacción incluye objetos y aquellas en donde no, estas últimas son denominadas rutinas sociales sensoriales. En las rutinas de actividad conjunta se sigue la motivación del niño o niña sobre una actividad, en contraposición con el ensayo discreto donde era el adulto quien seleccionaba la tarea sobre la cual se iba a desarrollar la enseñanza. ESDM busca generar aprendizajes basados en la experiencia y con significado, es por ello que utiliza un marco predecible, pero a la vez flexible que le permite incorporar todos los objetivos de enseñanza. Por ejemplo, en vez de enseñar las partes del cuerpo en forma separada bajo ensayos discretos, se las enseña (utilizando contingencias operantes) dentro de un juego con muñecos, donde el niño o niña están naturalmente motivados. Una característica de ESDM es que no utiliza dentro de estas rutinas de actividad conjunta pistas visuales o agendas. Enfoca el aprendizaje social, en los intercambios comunicativos y sociales como centro (Viviant et al., 2017). Las rutinas de actividad conjunta tienen cuatro etapas, la primera fase de apertura donde el niño o niña selecciona la actividad que se va a realizar. El adulto sigue la motivación natural del niño/a sin intervenir (por ejemplo, un niño elige un libro de animales). En la segunda etapa, el niño/a y el adulto se involucran en forma ecuánime en la actividad hasta que la misma está establecida de forma estable (el niño mira las hojas del libro). Luego, en la tercera etapa, el adulto ofrece una pequeña variación o resalta algún aspecto de la actividad (señala y nombra los animales). La última etapa es el cierre de la actividad, que se puede dar por circunstancias naturales (por ejemplo, finaliza un libro) o por baja en la motivación, y se realiza la transición a otra. A través de estas rutinas se integran los objetivos, por ejemplo, en la actividad que incluía el libro se podrían abordar objetivos de diferentes dominios: motricidad fina (para dar vuelta una hoja), comunicación receptiva (el niño señala el libro luego de que el adulto lo nombra), imitación verbal (el niño repite el nombre del animal), imitación motriz (el adulto puede hacer el gesto con las manos de una paloma para que el niño lo imite), atención conjunta (el niño puede señalar y coordinar la mirada con el adulto sobre algún dibujo), etc. Debate sobre los modelos naturalistas Existe cierto debate sobre si algunos de los modelos de los NDBIs están dentro del marco de ABA. Por ejemplo, en los EEUU algunas agencias de salud no reconocen al ESDM como prestación de ABA. Desde el campo de los NDBIs, se afirma que estas intervenciones cumplen con las 7 dimensiones descritas por Baer, Wolf y Risley (1968) por lo cual debe ser catalogado como una práctica basada en ABA (Vivianti y Stahmer, 2020; Schreibman et al, 2015). Sin embargo, es posible encontrar voces en contra (degli Espinosa, 2018; APBA, 2017) que afirman que la propuesta de ESDM (la cual puede ser trasladada a otros modelos que componen los NDBIs) no es conceptualmente sistemática. A pesar de esta crítica, se remarca la importancia que traen estos nuevos enfoques al poner de manifiesto un déficit en los “tratamientos ABA tradicionales” que no centran sus estrategias en el desarrollo de estas áreas que la ciencia del desarrollo ha mostrado como clave en personas con diagnóstico de autismo (degli Espinosa, 2018) Enfoque de la conducta verbal Nacimiento del enfoque de la conducta verbal En 1934, durante la cena habitual de los lunes por la noche de la Sociedad de Harvard Fellowsunathe, en Cambridge, Massachusetts, Skinner recibe el desafío del matemático A. N Whitehead “explique mi conducta de estar sentado aquí y decir: ningún escorpión negro está cayendo sobre esta mesa”. Skinner no pudo dar una respuesta precisa en ese momento y tardó varios años en contestar y lo hizo publicando en 1957 el libro Conducta Verbal, a la cual denominó una de sus mayores obras. En este libro Skinner, no presenta ningún dato experimental y lo propone como un proyecto de investigación. Lo que plantea es un análisis funcional del comportamiento verbal sin dejar de lado el estudio formal. Lamentablemente la propuesta de Skinner no logró calar en la comunidad científica, quizás uno de los sucesos que suele referirse es la crítica que realiza Noam Chomsky dos años después y nunca tuvo una respuesta oficial por parte de Skinner, aunque sí por otros analistas conductuales (Primero, 2008). Jack Michael, usando un borrador del libro Conducta Verbal de Skinner, comienza a enseñar en la Universidad de Houston ya desde la década del 1950 y prosigue en los años siguientes en otras universidades como la de Western Michigan (Sundberg, 2016). En 1970, Mark Sundberg, alumno doctoral directo de Michael comienza a realizar una serie de investigaciones orientadas a enseñar lenguaje a niños y niñas con discapacidad basados en el análisis de la conducta verbal realizado por Skinner. En la década de 1980, James Partingnton funda la escuela STAR, en Oackland, California, donde comienza a enseñar a las familias cómo enseñar lenguaje a sus hijos e hijas. En 1998 Sundberg y Partington publican “Teaching language to children with autism or other developmental disabilities”, manual donde por primera vez se organizan diversas estrategias basadas en el análisis de Skinner sobre la conducta verbal para desarrollar lenguaje en niños y niñas con autismo. A partir de este momento comenzó su mayor difusión al público en general, pero quizás la mayor popularidad se logra cuando Mary Lynch Barbera, madre de un niño con autismo, publica el libro “Verbal Behavior Approach” (Enfoque de la Conducta Verbal). En este libro le da nombre general al modelo y es donde Barbera relata su experiencia personal del tratamiento de su hijo y cómo fue su cambio a las propuestas derivadas de Conducta Verbal. Actualmente Mary Barbera es analista conductual certificada, siendo una de las mayores divulgadoras de ABA y Conducta Verbal en Autismo. Análisis de la conducta verbal: la taxonomía skinneriana El rasgo característico de este modelo es el uso del análisis realizado por Skinner sobre la conducta verbal, centrando sus objetivos en el desarrollo del lenguaje. Previo a la irrupción de este modelo, el lenguaje era abordado dividiendo el lenguaje en dos grandes categorías, expresivo y receptivo, basados en una perspectiva psicolingüística (LeBlanc et al., 2006). Para Conducta Verbal los términos “receptivo” y “receptivo”, además de ser alusivo a teorías cognitivas, no permite identificar las diferentes variables que controlan el comportamiento verbal. Por ejemplo, un niño puede decir “pelota” como respuesta al pedido de un adulto “decí pelota” (ecoica), cuando ve la imagen de una pelota (tacto), cuando quiere jugar con una pelota (mando) o como respuesta al antecedente verbal “para jugar se usa la…” (intraverbal). Este análisis permite identificar que una misma palabra (pelota) tiene diferentes funciones o diferentes topografías de respuestas (diferentes palabras) pueden tener la misma función. La investigación ha demostrado que estas operantes son independientes entre sí en el inicio del desarrollo verbal (Greer y Ross, 2008). Por ejemplo, un niño puede tener la habilidad de decir “lápiz” frente a la observación del objeto (tacto) pero no ser capaz pedirlo cuando tiene frente a él un papel y estar motivado para dibujar (mando). El análisis que se realiza sobre la conducta verbal influye en diferentes puntos del tratamiento propuesto por el Enfoque de la Conducta Verbal, como ser el uso mixto de enseñanza estructurada y naturalista, priorización de la enseñanza de mandos, uso de las operaciones motivadoras para la enseñanza de mandos, revalorización del uso de señas como sistema alternativo de comunicación y el análisis de la conducta intraverbal. Uso mixto de enseñanza estructurada y naturalista Esta clasificación en operantes verbales elementales influye en forma directa en las estrategias utilizadas para realizar la enseñanza. Como mencionamos, el Modelo Lovaas / UCLA utiliza el DTT como herramienta principal para enseñar una gran cantidad de habilidades, mientras que los modelos naturalistas optan por hacer uso de estrategias que siguen la motivación del niño o niña usando reforzadores asociados a la tarea. El Enfoque de la Conducta Verbal propone un uso mixto de estas herramientas en base a cada operante verbal. Por ejemplo, para enseñar tactos o ecoicas es válido utilizar ensayos discretos utilizando reforzadores no asociados a la tarea y estableciendo antecedentes específicos. Sin embargo, para la enseñanza de mandos, donde el antecedente es una operación motivadora, es necesario usar estrategias que se monten sobre esta motivación, es decir, se deben utilizar los procedimientos donde se siga el liderazgo del niño o niña, es de esta manera que se utiliza la enseñanza incidental para abordar este repertorio. Priorización de la enseñanza de mandos La enseñanza de mandos en el inicio del tratamiento toma un papel de suma relevancia para el Enfoque de la Conducta Verbal en contraposición sobre otros modelos que enfatizan el entrenamiento en lenguaje receptivo o tactos. El mando es la primera operante verbal que desarrollan los seres humanos (Bijou y Baer, 1965) y es la única que es controlada por una operación motivadora. Desde esta perspectiva la enseñanza de mandos tiene una serie de beneficios, en primer lugar, es la operante verbal que beneficia al hablante en forma directa, el niño o niña comienza a controlar su ambiente social y no social (Sundberg y Michael, 2001). A su vez, dada la mediación de otra persona que entrega los reforzadores se produce un emparejamiento que la establece al adulto como fuente de reforzamiento (Sundberg y Partington, 1998). La enseñanza de mandos permite que el niño o niña comiencen a realizar comportamientos socialmente esperados, lo que disminuye los problemas de conducta (Carr y Duran, 1985). A su vez, el mando es la operante verbal que tiene mayor probabilidad de generalizarse y producirse en forma espontánea dadas la característica de ser controlada por una operación motivadora (Shafer, 1994; Sundberg y Michael, 2001). De esta manera para el Enfoque de la Conducta Verbal es de vital importancia comenzar un tratamiento enseñando mandos. Esto rompe con la secuencia tradicional “receptivo antes que expresivo” (Petursdottir y Carr, 2011; LeBlanc et al 2006) basada en una perspectiva psicolingüística donde se prioriza la enseñanza en receptivo para luego pasar a la enseñanza de expresivo. Esta recomendación es razonable si se entiende que el lenguaje se adquiere primero aprendiendo el significado de una palabra. Por ello, se establece la enseñanza primero del lenguaje en su vertiente receptiva (“señala la pelota”) y como paso lógico siguiente la enseñanza de nominaciones y pedidos (tactos y mandos). En otras palabras, una vez que se aprende el “nombre de un objeto” luego se podrá utilizar esta palabra en otras situaciones. Sin embargo, como se mencionó, se ha demostrado la independencia de estas operantes verbales, es decir que un niño o niña puede señalar un objeto (lenguaje receptivo o de oyente) pero puede no ser capaz de pedirlo (mando) en una situación de privación o nominarlo verbalmente (tacto) (Skinner, 1957; Greer y Ross, 2008; Sundberg y Michael, 2001; Greer y Speckman, 2009). Uso de las operaciones motivadoras para la enseñanza de mandos Jack Michael es una de las figuras más influyentes para el Enfoque de la Conducta Verbal. Es quien acuñó el término operación motivadora, estableciendo la diferencia con estímulos discriminativos y refinando la definición de control por privación y estimulación aversiva en el mando (Michael y Miguel, 2020). Es a través de esta nueva conceptualización que es posible distinguir diferentes tipos de control para el mando: mando de ítems presentes e ítems no presentes, mandos por información, mandos para remover estimulación aversiva, mandos para obtener atención de un oyente. La cadena interrumpida es una estrategia basada en la definición de operación motivadora condicionada transitiva (OMC-T) donde en una cadena de conducta que termina en el acceso a un reforzador se retira un eslabón, generando las condiciones para que el niño o la niña pida ese elemento (Albert et al., 2012; Hall y Sundberg, 1987). Por ejemplo, retirar la cuchara a una niña que se dispone a comer un postre. Este tipo de procedimiento es de mucha utilidad para expandir el repertorio de mandos en niños o niñas con intereses restringidos y a su vez para realizar pedidos sobre ítems que no están a la vista del sujeto. Revalorización del uso de señas como sistema alternativo de comunicación Hasta el momento solo nos hemos referido a palabras habladas, sin embargo, para este modelo estas últimas son solo una topografía que pueden tomar las respuestas verbales. De esta manera, otros tipos de formas de respuesta también entran dentro del análisis, como puede ser una seña o la entrega de una imagen. Aquí puede encontrarse otra característica, que es el traer a primera plana el uso de señas como topografía de respuesta privilegiada por sobre el sistema de comunicación por intercambio de imágenes. Basados en la distinción realizada por Michael entre conductas basadas en la topografía y basadas en la selección (Michael, 1985), se establece la prioridad en el uso de seña en aquellos niños y niñas donde no es posible desarrollar la topografía vocal. Tanto las señas y las palabras habladas entran en la clasificación de conducta basadas en la topografía donde cada respuesta difiere de la otra, en contraposición con las basadas en la selección donde todas las respuestas presentan la misma forma (entregar o señalar una imagen). Por ello el uso de señas permite a niños y niñas desarrollar las diferentes funciones operantes verbales (mandos, tactos, intraverbales y ecoicas), mientras que con el sistema PECS este se ve impedido. Sundberg (1993, 2015) marca que la utilización de pictogramas podría impedir el desarrollo de diversas operantes verbales, por ejemplo, si deseamos enseñar los animales a un sujeto en su relación de tacto podemos mostrarle la imagen de un pato y ayudar al niño a decir “pato” utilizando una transferencia de ecoica a tacto, incluso podemos hacer esto ayudando físicamente al niño a realizar una seña con sus manos sino hay repertorio vocal. En el caso de la respuesta vocal esta guarda una relación de arbitrariedad con respecto a la imagen de pato. En el caso que un niño o niña usen imágenes ante la presencia de una imagen de un pato, la niña o niño tomarán otra imagen de pato, lo que constituye una igualación a la muestra basada en una relación por parentesco físico, es decir, no arbitraria. Análisis de la conducta intraverbal En muchos niños y niñas con diagnóstico de autismo está afectado el repertorio intraverbal. Esto puede observarse cuando un niño o niña no puede responder al antecedente verbal “¿qué usas para cortar?” (cuando la tijera no se encuentra presente) pero es capaz de señalar una tijera cuando se le dice “señala la que usas para cortar” o incluso decir “tijera” cuando se le presenta la imagen de tijera y se le pregunta “¿qué es?”. Las intraverbales están correlacionadas con el rendimiento escolar (Partington & Bailey, 1993) y es en la actualidad un tópico de mucha importancia en la investigación en conducta verbal. Su desarrollo es aún tema de investigación, pero se sabe que es necesario contar con un amplio repertorio de mandos y tactos en primera instancia (Sundberg y Sundberg, 2011), aunque el desarrollo de estos repertorios no lleva a la emergencia de intraverbales en forma directa (e.g., Braam y Poling, 1983; Partington y Bailey, 1993). En la actualidad existen modelos terapéuticos por fuera del marco conductual que utiliza apoyos visuales (agendas elaboradas con pictogramas o imágenes2 utilizadas en forma generalizada en todos los niños y niñas con diagnóstico de TEA) bajo la conceptualización que niños y niñas por el hecho de tener un diagnóstico de TEA procesan en forma más eficaz la información de tipo visuales. Sin embargo, el plantear la base del problema en un sistema interno no tiene una utilidad práctica (Pérez Fernández et al., 2005), ya que no permite pensar esto como un problema en el control de estímulo ambiental (Sundberg y Michael, 2001). Es por ello que el análisis de las intraverbales cobra vital importancia para desarrollar procedimientos eficaces que rompan con esta conceptualización. Organización de los objetivos La utilización de la taxonomía skinneriana permite realizar un análisis del lenguaje lo que ha dado lugar a la elaboración de diferentes evaluaciones de corte conductual que incluyen la clasificación en operantes verbales. Dentro de las más difundidas se encuentran la VB MAPP (Verbal Behavior Milestones Assessment and Placement Program) y la ABLLS-R (Assessment of Basic Language and Learning Skills - Revised) (Sundberg, 2008; Partington, 2008). Estas evaluaciones incluyen la taxonomía derivada del análisis de la conducta verbal de Skinner además de otros repertorios, como por ejemplo habilidades académicas o motrices. Si bien estas evaluaciones no están diseñadas como guías curriculares son tomadas como referencia por diferentes analistas de conducta para diseñar sus objetivos, los cuales incluyen la subdivisión del lenguaje de hablante (expresivo) en operantes verbales. Se diferencian de las guías referidas dentro del Modelo Lovaas / UCLA, debido a que estas últimas no incluyen el análisis de la conducta verbal. Teoría de los marcos relacionales RFT y las investigaciones sobre equivalencia Desde el surgimiento y expansión de los tratamientos conductuales tempranos e intensivos, la mayoría de los objetivos se plantean enseñando una serie de habilidades utilizando contingencias directas (por ejemplo, a un niño se le enseña a identificar la imagen de un perro usando ayudas y reforzamiento de las respuestas correctas). Con la investigación derivada del análisis de la conducta verbal surgen diferentes líneas de investigación que llaman la atención sobre la necesidad de generar las condiciones para que se deriven comportamientos no enseñados en forma directa. Un programa de investigación hace énfasis en el aprendizaje de repertorios no enseñados en forma directa, esta línea está basada en la teoría de los marcos relacionales (RFT: Relational Frame Theory). RFT es una propuesta post skinneriana que busca explicar el lenguaje y la cognición humana. La primera aproximación pública fue en el año 1985 en la convención anual de análisis conductual (Hayes y Brownstein, 1985). En 2001, Hayes, Barnes-Holmes y Roche publican el libro popularmente conocido como “el libro púrpura”, trabajo donde realizan un extenso tratamiento al tema. Para entender la propuesta de RFT es necesario hacer mención a las investigaciones del Doctor Murray Sidman. En el año 1971, Sidman publicó una investigación donde se le enseñó a un joven con discapacidad intelectual (que no sabía leer) a seleccionar imágenes (B) ante las palabras habladas (A) y seleccionar las palabras escritas (C) ante las mismas palabras habladas (A). Sin enseñanza directa el joven logró relacionar las imágenes (B) con las palabras escritas (C) relación que nunca había sido entrenada. Sidman describió este fenómeno como equivalencia de estímulos y debía cumplir tres requisitos: reflexividad (A=A), simetría (si A=B entonces B=A) y transitividad (si A=B y B=C, entonces A=C). Para RFT los seres humanos podemos derivar no sólo relaciones de equivalencia (igualdad) sino múltiples relaciones de estímulo (relaciones de oposición o comparación, por ejemplo). De esta manera la terminología propuesta por Sidman no logra abarcar todos los tipos de derivación de relaciones entre eventos, es por ello que RFT expande las investigaciones sobre relaciones de equivalencia y propone una nueva nomenclatura. Todas las relaciones de estímulo derivadas deben cumplir tres propiedades, vinculación mutua, vinculación combinatoria y transformación de funciones, siendo la simetría un subtipo de vinculación mutua y la transitividad un subtipo de vinculación combinatoria. RFT propone que estas relaciones están bajo el control de claves contextuales las cuales se establecen a través de una historia de reforzamiento diferencial con múltiples ejemplares. Respuestas relacionales En los comienzos de un tratamiento los primeros objetivos se basan en instrucciones no relacionales, es decir, la respuesta está bajo el control de un estímulo discriminativo específico debido a una historia de reforzamiento directo sobre esta respuesta en presencia del estímulo discriminativo, por ejemplo, seguir la orden “párate”. Si por algún motivo se enseña a un niño o niña que “párate” y “levántate” son iguales o equivalentes, el niño o niña podría responder correctamente a la orden “levántate” sin instrucción directa. En este caso se hablaría de una respuesta relacional. Relacionar es definido como responder a un evento en términos de otro. RFT diferencia dos tipos de responder relacional. Por un lado, las respuestas a estímulos no arbitrarios, es decir, responder en base a características físicas de los estímulos, por ejemplo, color, tamaño, forma, etc. Este tipo de respuesta se encuentra en animales humanos y no humanos. El otro tipo, el responder a estímulos arbitrarios, este de carácter verbal ya que está bajo el control contextual y no de las propiedades formales de los estímulos o eventos. Es propiedad de los humanos. De acuerdo con RFT, este tipo de conducta operante generalizada es denominada “respuesta relacional aplicable arbitrariamente” (arbitrarily applicable relational responding-AARR) y es la base del lenguaje y las habilidades cognitivas. Las relaciones de coordinación entre las palabras y sus referentes son un ejemplo de las primeras relaciones arbitrarias en desarrollarse. Diferentes estudios están marcando una correlación positiva entre el coeficiente intelectual y el establecimiento de respuestas relacionales derivadas, como también a un desarrollo típico del lenguaje y habilidades cognitivas (Cassidy et al., 2011; O’Hora et al. 2005, 2008; O’Toole y Barnes‐Holmes, 2009; Hughes y BarnesHolmes, 2016; Hayes et al., 2001), lo cual marca la importancia de la enseñanza de estos repertorios. Esto lleva a que los tratamientos para personas con TEA que incorporan las propuestas de RFT se centren en el desarrollo de respuestas relacionales derivadas y relaciones de estímulo en diferentes contextos (Dixon, 2019; Rehfeldt y Barnes‐Holmes, 2009). Secuencia de marcos relacionales Cómo se mencionó, no existe un único patrón de relaciones sino diversos: coordinación (A es igual a B); oposición (A es lo opuesto a B); distinción (responder a un evento en términos de su diferencia con otro evento); comparación (A es peor / mejor que B); jerarquía (A es un atributo / miembro / parte de B); temporales (A ocurre antes que B); espaciales (A está debajo de B); condicionalidad y causalidad (relaciones de causa - efecto, “si - entonces”) y relaciones deícticas (Yo - Tu; Aquí - Allí; Ahora - Entonces). En la actualidad no existe certeza de la trayectoria de desarrollo de los marcos relacionales, sin embargo, hay algunas propuestas que están siendo sometidas a investigación. El marco de coordinación sería el primero en desarrollarse, ya que sobre él se montarían otros. Para desarrollar las relaciones de distinción es necesario primero contar con las relaciones de igualdad (“es igual a” para luego establecer “diferente de”). La oposición podría ser un caso extremo de distinción, por ende, las relaciones de oposición serían muy difíciles de desarrollar sin las de distinción. Por otro lado, una relación de coordinación se podría derivar de las relaciones de oposición, por ejemplo, si A es opuesto a B y B es opuesto a C, entonces A y C son iguales. Las relaciones de comparación se basarían en las relaciones de distinción y oposición ya que el sujeto podría discriminar las diferentes formas en que los estímulos pueden diferenciarse, pero a la vez ser similares en alguna dimensión. En este punto, las relaciones de jerarquías, implicaría vinculaciones entre estímulos complejos y en diferentes niveles (Barnes‐Holmes et al., 2016). Existe poca evidencia a la fecha para respaldar una secuencia específica, sin embargo, hasta el momento se ha encontrado que la enseñanza de marcos “iniciales” (coordinación y oposición por ejemplo) facilitan el aprendizaje de otros (jerarquía). Toma de perspectiva Un tópico que aborda RFT y es de suma importancia para las personas con diagnóstico de TEA es la toma de perspectiva. Para RFT la toma de perspectiva implica un patrón de relaciones complejo y diferencia tres tipos: “Yo - Tu”, “Aquí - Allí” y “Ahora Entonces”. Estas claves contextuales se aprenden por medio de una historia de aprendizaje con múltiples ejemplares que incluyen preguntas y respuestas entre oyente y hablante, en ambientes diversos, pero donde estas claves se mantienen constantes. Estas tres relaciones pueden tener tres tipos de niveles de complejidad (relaciones simples, inversa y doble inversa). Existe un protocolo de evaluación y entrenamiento que ha guiado la investigación sobre el tema, donde se describen estas relaciones (Barnes-Holmes, 2001; McHugh et al., 2009) Yo - Tu: La primera relación es denominada relación interpersonal, donde “Yo” está coordinado con el hablante y “Tu” con el oyente. Pareciera ser la primera en desarrollarse. Niños y niñas desde 4 años han sabido responder adecuadamente a ensayos de “Yo - Tu” (“si yo tengo un ladrillo rojo y tú un ladrillo verde. ¿Qué ladrillo tengo yo? y ¿qué ladrillo tienes tú?) Sin embargo, los mismos niños y niñas de 4 años que han pasado la prueba de relación simple han presentado fallas en las relaciones inversas (“si yo tengo un ladrillo rojo y tú un ladrillo verde. Si yo fuera tú y tu fueras yo. ¿Qué ladrillo tendría yo? y ¿qué ladrillo tendrías tú?). Mientras que aquellos de 7 años han podido resolverlas adecuadamente. Aquí-Allí: La segunda relación implicaría “Aquí” y “Allí” e incluye la relación interpersonal “Yo - Tu”. Un ejemplo sería: “Yo estoy parado aquí en la puerta amarilla, y tú estás parado allí en la puerta marrón. ¿Dónde estás parado tú? y ¿Dónde estoy parado yo?”. La relación simple puede ser realizada por niños y niñas de 4 años. En cuanto a los niveles de complejidad esta relación incluye una inversión (Yo - Tu) y una inversión (Aquí - Allí). Un ejemplo de inversión Aquí - Allí sería: “yo estoy parado aquí en la puerta amarilla y tú estás parado allí en la puerta marrón. Si aquí fuera allí y allí fuera aquí, ¿dónde estarías parado tú? ¿Dónde estaría parado yo?”. Niños y niñas de 4 años pueden derivar relaciones simples de Aquí - Allí pero no logran las inversas, mientras que niños y niñas de 7 años si pueden hacerlo. También es posible realizar una doble inversión incluyendo las relaciones Yo - Tu y Aquí - Allí, por ejemplo “yo estoy parado aquí en la puerta amarilla y tú estás parado allí en la puerta marrón. Si yo fuera tú y tú fueras yo, y aquí fuera allí y allí fuera aquí, ¿dónde estarías parado tú? ¿dónde estaría parado yo?” Dada las inversiones, la respuesta controlada por ambas relaciones daría una respuesta sin inversión. Si la respuesta implica una inversión mostraría que está controlada solo por una relación y no por ambas, aunque no se sabría cuál de las dos relaciones. Niños y niñas de 7 años presentan grandes errores en esta doble inversión (Barnes-Holmes, 2001; Barnes‐Holmes et al., 2016) Ahora - Entonces: esta relación puede ser considerada una relación temporal que entra combinación con la relación interpersonal (Yo - Tu). Es la única relación que no puede ser combinada con todos los elementos ya que no se puede responder. Por ejemplo, ante el enunciado “ayer yo estaba leyendo, hoy tu estas mirando televisión” si se pregunta “¿Qué estaba haciendo yo entonces?” y “¿Qué estás haciendo tú ahora?”, estas preguntas son posibles de responder. Sin embargo, “¿Qué estoy haciendo yo ahora?” y “¿Qué estabas haciendo tú entonces?” no se pueden contestar a partir de la información brindada. Un ejemplo posible de inversión de esta relación sería “Ayer yo estaba leyendo, hoy yo estoy mirando televisión. Si ahora fuera entonces y entonces fuera ahora. ¿Qué estaría haciendo yo ahora? ¿Qué estaría haciendo yo entonces?”. Con esta relación no es posible crear una doble inversión con Yo-Tú y Ahora-Entonces, pero sí entre las otras relaciones “Ayer yo estaba sentado allí en la silla azul, hoy yo estoy sentado aquí en la silla negra. Si aquí fuera allí y allí fuera aquí, y si ahora fuera entonces y entonces fuera ahora. ¿Dónde estaría yo sentado ahora? ¿Dónde estaría yo sentado entonces?” La propuesta de RFT sobre la toma de perspectiva es prometedora y hay un cuerpo creciente de evidencia, sin embargo, aún es necesario mayor investigación que incluya a personas con discapacidad (Montoya-Rodríguez et al., 2017). Entrenamiento en ejemplares múltiples Muchos niños y niñas logran aprender respuestas relacionales bajo control contextual a través de la exposición con las contingencias naturales. Por ejemplo, una niña puede aprender la relación bidireccional entre objetos y su nombre a través de múltiples experiencias de aprendizaje con sus cuidadores. Sin embargo, niños y niñas con diagnóstico de TEA no logran hacer esto. Muestran lo que se llama déficit en la generatividad del lenguaje. Para RFT el entrenamiento con múltiples ejemplares es un componente clave en la historia de aprendizaje. Permite abstraer las relaciones en base a estas claves contextuales más allá de sus características físicas. Por ejemplo, en el marco de coordinación “la manzana es una fruta”, “policía va con comisaría” o en el marco de comparación “1 peso es más que 50 centavos”. En ningún caso hay una relación basada en las características físicas, sino que son arbitrarias. En la literatura existen dos términos muy similares pero que hacen alusión a estrategias diferentes: MEI (multiple examples instruction - instrucción con ejemplares múltiples) y MET (multiple example training - entrenamiento con ejemplares múltiples). El MEI es un procedimiento desarrollado por el grupo de investigación conducido por el Doctor Douglas Greer para enseñar la habilidad del Naming Bidireccional. Utilizan un arreglo de contingencias específico que recrea las condiciones bajo las cuales se aprende la habilidad. En el mismo se rotan diversos estímulos bajo diferentes contingencias (igualación a la muestra, respuesta de oyente, tacto y tacto impuro). Por el contrario, en el MET se utilizan diversas versiones del mismo estímulo, por ejemplo, al momento de enseñar el tacto de un vaso se utilizan diversos objetos e imágenes de vaso (ver LeFrance y Tarbox, 2019 para detalles). Curriculum basado en RFT El Sistema PEAK (Promoting the Emergence of Advanced Knowledge; Dixon 2014a, 2014b, 2015, 2016) es un instrumento de evaluación y guía curricular basado en RFT desarrollado por el Doctor Mark Dixon en 2008. Está compuesto por cuatro módulos: entrenamiento directo, generalización, equivalencia y transformación. Cada uno de estos módulos cuenta con 184 programas de enseñanza específicos. El primer módulo (PEAK-Direct Training; Dixon, 2014a) se enfoca en la enseñanza de habilidades fundamentales, desde contacto ocular hasta las operantes verbales elementales usando estrategias de contingencias directas. A medida que se avanza en la programación se incluyen topografías más complejas como por ejemplo mandos autoclíticos, a su vez se incluye el trabajo sobre la memoria de trabajo, la discriminación sobre eventos privados, comprender el rol de la audiencia y adivinar eventos que no tienen una respuesta literal. El segundo módulo (PEAK-Generalización; Dixon, 2014b) está diseñado para promover la generalización de estímulo y respuesta. Utiliza la metodología de “entrenamiento-prueba” donde se enseña un grupo de estímulos utilizando contingencias directas y se presenta otro grupo de estímulos nunca entrenados en forma intercalada. Este segundo grupo se espera que evoquen respuestas correctas a partir de la similitud formal con el grupo entrenado en forma directa. Los primeros programas de enseñanza específicos de este segundo módulo incluyen repertorios de respuestas generalizadas, por ejemplo, la imitación generalizada, y luego se avanza otro tipo de topografías de respuestas (ej.: mandos supersticiosos). Estos dos primeros módulos son similares a la VB MAPP y la ABLLS-R (Sundberg, 2008; Partington, 2008) con la diferencia que la PEAK incluye objetivos acordes a niños y niñas de 8 años mientras que la VB MAPP hasta los 4 años. El tercer módulo (PEAK-E, Dixon, 2015) se centra en enseñar unas pocas relaciones y se evalúa la derivación de otras. Se comienza con relaciones de reflexividad (igualación de idénticos), simetría y transitividad a través de diversas modalidades sensoriales. Se incluyen diversas clases de estímulos complejas como por ejemplo nombre de animales y sus hábitats. El cuarto y último módulo, PEAK-T (Dixon, 2016) también se centra en la búsqueda de respuestas relacional derivadas, pero además de las relaciones de equivalencia se incluyen otras claves contextuales: oposición, distinción, comparación, jerarquía y toma de perspectiva (Dixon, 2014a; 2014b; 2015; 2016; 2017; 2018; 2019). Los módulos PEAK han sido evaluados en diferentes estudios (Dixon, 2014; 2017; 2018; McKeel et al., 2015). En una reciente investigación (Dixon et al., 2019), utilizando asignación aleatoria se comparó tres grupos de tratamiento durante 12 semanas. En el primero la enseñanza se basó en los módulos de Enseñanza Directa (PEAK-DT) y Generalización (PEAK-G), es decir, consistió en la aplicación de las estrategias derivadas ABA y Conducta Verbal. Este grupo fue nominado en la investigación como “ABA Tradicional”. El segundo grupo recibió los cuatro módulos (se añadieron los módulos PEAK-E y PEAK-T), de esta manera este grupo recibió las estrategias derivadas del análisis de la conducta verbal de Skinner más las basadas en RFT. Este grupo fue denominado en la investigación como “ABA Comprehensivo”. El último grupo estaba compuesto de niños y niñas en lista de espera, es decir, no recibió ninguna intervención, conformando de esta manera el grupo control. Los resultados de esta investigación (que no contó con doble ciego)3 arrojaron que en ambos grupos de tratamiento se obtuvieron mejoras en diversas habilidades comparados con el grupo control, sin embargo, los integrantes del grupo “ABA Comprehensivo” obtuvieron mejores puntuaciones en las evaluaciones de inteligencia. Esto sugiere que el “entrenamiento relacional” logra mayor impacto en los niveles de inteligencia que los basados en los métodos tradicionales, particularmente para niños y niñas con puntuaciones bajas en test de inteligencia. Conclusiones Los tratamientos basados en ABA no se restringen a un único modelo. Como se ha visto en este capítulo existen una diversidad de programas, existen modelos que apelan a estrategias de enseñanza estructuradas y los que hacen uso de tecnologías naturalistas, otros que ponen el foco en la enseñanza de operantes verbales elementales, como también quienes enfatizan en generar comportamiento derivado. La proliferación de estos modelos ha llevado a que se generen nuevas tecnologías de enseñanza o se refinen otras mejorando de esta manera las diferentes intervenciones. El modelo UCLA / Lovaas sentó las bases de los programas posteriores dando muestras que un programa intensivo genera cambios en la calidad de vida de las personas. Los modelos naturalistas, con PRT a la cabeza, enfatizan la aplicación de las contingencias operantes en situaciones naturales para el niño/a, como el juego o rutinas de la vida diaria, poniendo la motivación en el centro de la enseñanza. Los aportes recientes de los modelos englobados en los NDBI llaman la atención sobre la importancia del abordaje sobre áreas del desarrollo claves como, por ejemplo, la atención conjunta. La aplicación del análisis de la conducta verbal realizado por Skinner permite la enseñanza del lenguaje desde una perspectiva conductual, haciendo visible el análisis de las variables ambientales que afectan el comportamiento verbal. Por último, el énfasis puesto en generar comportamiento derivado propuesto por RFT es clave para cambiar la trayectoria de la curva de desarrollo de personas con TEA. Estos modelos y sus herramientas, lejos de ser rivales, son aportes de diversos investigadores e investigadoras para la mejora de los tratamientos, y por ende, la calidad de vida de personas con TEA y sus familias. Una característica de los tratamientos analíticos conductuales es la importancia dada a la historia de aprendizaje de cada sujeto junto con el análisis de las variables actuales que influyen sobre el comportamiento. Los y las profesionales pueden nutrirse de las herramientas y propuestas descritas en este capítulo al momento de diseñar un programa educativo individualizado, ya que estas cuentan con apoyo empírico. Preguntas para la reflexión • ¿Puede decirse que ABA es un procedimiento estructurado para autismo? • ¿Cuáles son los distintos modelos ABA repasados en el capítulo • ¿En qué grandes categorías podemos introducir los aportes de las estrategias naturalistas de enseñanza? Sundberg (2016) afirma que el Análisis de la Conducta Verbal debe ser tomado como un “aditivo” a los programas ABA existentes más que como un Modelo en particular. 2 El uso de agendas descrito en este apartado no debe confundirse con las “Activity schedules” (McClannahan & Krantz, 2010) las cuales cumplen con las siete dimensiones de ABA (Baer, Wolf & Risley, 1968) 3 El estudio contó con otras limitaciones: la muestra era muy pequeña (28 participantes), los rangos de edad fueron muy dispares (entre 3 y 13 años), esto a su vez impactó en los test de inteligencia aplicados. Por otro lado, no se controló la severidad del grado de TEA al inicio de la intervención. 1 Capítulo 13 Psicología del sentido común y ciencia del comportamiento: una aproximación antidescriptivista a la relación entre mente y naturaleza Miguel Núñez de Prado Gordillo Consideremos los siguientes casos: LA PIEDRA FILOSOFAL: Harry, Ron y Hermione son tres jóvenes magos, estudiantes de primer año en Hogwarts. Tras un año repleto de extraños sucesos, los tres creen firmemente que Snape, su profesor de Pociones, desea robar la piedra filosofal. Además, están convencidos de que Snape tiene intención de robar la piedra esta misma noche, ya que Dumbledore, el director, se encuentra fuera de la escuela. Sin embargo, lo que los tres jóvenes magos no saben es que es realmente Quirrell, su profesor de Defensa contra las Artes Oscuras, quien quiere robar la piedra; algo que Snape, por su parte, sospecha desde hace ya tiempo. Quirrell sabe que los tres chicos creen que es Snape quien va a intentar robar la piedra, algo que contribuye a mantener ocultas su verdadera identidad y malévolas intenciones; también sabe que Snape sabe que él tiene intención de robar la piedra esa misma noche, por lo que debe extremar la precaución si ha de salirse con la suya. POLAROID LOVE: Añil y Mostaza son pareja y acaban de irse a vivir juntas hace relativamente poco. Dentro de un mes será su aniversario, y Mostaza tiene intención de regalarle a Añil una cámara de fotos instantánea. Después de una noche de copas con unas amigas, Mostaza empieza a sospechar que Añil tiene intención de regalarle lo mismo, debido a ciertos comentarios que ha hecho durante la noche. Dado que quiere ser ella quien compre la cámara, se ha propuesto desmotivar a Añil haciéndole creer que le parece absurdo tener una cámara de fotos instantánea. Cada vez que tiene oportunidad, Mostaza aprovecha para hacer comentarios negativos sobre las cámaras, como que “son demasiado hípster” o “el papel fotográfico de esas cámaras es carísimo”. En cierto momento, sin embargo, Añil se da cuenta de lo que está intentando hacer Mostaza. Para evitar que Mostaza compre la cámara, Añil decide jugar a su mismo juego. Así, cada vez que Mostaza realiza algún comentario negativo sobre las cámaras, Añil le sigue la corriente, mostrando efusivamente su acuerdo e incluso haciendo aún más énfasis en aspectos negativos de las cámaras instantáneas. Finalmente, Mostaza empieza a dudar: ¿habrá descubierto Añil su juego o se habrá convencido realmente de que es absurdo comprar una cámara de fotos instantánea a consecuencia de los comentarios negativos de Mostaza? Los ejemplos anteriores constituyen dos casos –el primero ficcional, el segundo basado en un caso real– de lo que podríamos llamar “juegos mentales”, donde los distintos “jugadores” involucrados intentan adivinar correctamente los estados mentales de los demás (e.g., sus creencias, deseos, intenciones, etc.) o modificarlos con diversos fines prácticos (e.g., lograr o impedir el regreso de Lord Voldemort, sorprender a nuestra pareja, etc.). Estos juegos mentales, por tanto, son en esencia juegos de interpretación o adivinanza, basados en nuestra capacidad para interpretar correctamente la conducta propia y ajena en términos de estados mentales. Por el momento, dejemos a un lado la pregunta sobre la naturaleza exacta de esta capacidad. Despojémonos de toda presunción teórica y centrémonos en el fenómeno en sí. Al margen de cómo interpretemos lo que está ocurriendo en los dos casos que hemos visto, lo cierto es que cualquier hablante competente del lenguaje es capaz de entender los casos expuestos; somos, por así decirlo, capaces de “seguir la lógica” de la historia, de seguir los razonamientos que llevan a cabo los distintos personajes, de anticipar las consecuencias que se van a seguir del juego de interpretaciones al que están jugando, hasta de “ponernos en la piel” de unos y otros4. Podemos pensar en innumerables ejemplos de este tipo de juegos mentales. Muchos de ellos, como en el primer caso, constituyen de hecho una parte fundamental de la trama de muchas de las historias de ficción que disfrutamos a través de películas y novelas; otros, como en el segundo caso, forman parte del tejido narrativo que constituye nuestro mundo social, que es a fin de cuentas nuestro mundo vivido5. Estos juegos, en última instancia, se basan en atribuciones de estados mentales, como creencias, imaginaciones, deseos, monólogos internos, expectativas, emociones, razonamientos, intenciones, etc. Las siguientes oraciones constituyen diversos ejemplos de atribuciones de estados mentales extraídas de los casos comentados: 1. Snape desea robar la piedra filosofal y que Voldemort retorne. 2. Quirrell desea robar la piedra filosofal y que Voldemort retorne. 3. Harry, Ron y Hermione creen que (1). 4. Quirrell sabe que (3) es verdadera y que (1) es falsa. 5. Añil tiene intención de comprar la cámara instantánea. 6. Mostaza sabe que (5). 7. Mostaza no tiene intención de comprar la cámara instantánea. 8. Añil sabe que (6) es verdadera y sabe que (7) es falsa. Una condición necesaria para poder jugar a estos juegos (y para poder entender o seguir los casos que expusimos anteriormente) es que asumamos que es posible acertar o equivocarse al hacer atribuciones de estados mentales como las que aparecen representadas en las oraciones (1) – (8); es decir, que estas puedan ser declaradas verdaderas o falsas. (1), por ejemplo, es falsa, mientras que (2) y (3) son verdaderas; esto, a su vez, es una condición necesaria para que podamos decir con sentido que (4) es verdadera –i.e., que alguien, en este caso Quirrell, puede tener conocimiento acerca de (o saber que) (1), (2) y (3)–. Llegado este punto, lo más probable es que la mayoría de hablantes competentes del lenguaje dijese algo así como “pues claro que pueden ser verdaderas o falsas, ¡qué perogrullada!”. Ciertamente parece una obviedad decir que podemos equivocarnos o acertar a la hora de atribuir estados mentales a otras personas (o incluso a nosotros mismos); y, sin embargo, de acuerdo con una forma de pensar acerca de lo mental muy extendida en el ámbito de la filosofía de la mente y las ciencias del comportamiento, la existencia o la mera posibilidad de jugar a este tipo de juegos resulta un completo misterio. Queremos decir algo así como “solo parece evidente, pero no lo es en absoluto”, o “solo nos resulta evidente de manera superficial, cuando no reflexionamos rigurosamente acerca de la naturaleza de esta capacidad”. Sabemos que este tipo de juegos mentales son posibles porque los jugamos constantemente y porque los entendemos fácilmente cuando los están jugando otras personas, o cuando leemos historias cuya trama se basa en ellos; al mismo tiempo, sin embargo, nos golpea la pregunta: ¿qué es exactamente lo que sabemos? ¿Cómo es posible que haya acierto o equivocación en estos juegos? ¿Cómo sabe Quirrell lo que creen Harry, Ron y Hermione? ¿Cómo adivina Añil la intención oculta detrás de los comentarios de Mostaza? Es más, ¿cómo son siquiera posibles estos juegos? El tipo de pregunta que probablemente nos ronda aquí la cabeza tiene que ver con la naturaleza y la ubicación espacio-temporal de esos estados mentales que supuestamente podemos atribuir con verdad o falsedad. ¿Qué es exactamente aquello acerca de lo que predicamos aquí conocimiento o desconocimiento, acierto o desacierto, verdad o falsedad? Y aquí empiezan las preguntas (y respuestas) extrañas. ¿Dónde se ubican exactamente las intenciones de Azul que Mostaza conoce? ¿Y en qué consiste exactamente este conocimiento? Por otro lado, ¿dónde se ubicarían las intenciones de Snape sobre las que las creencias de los chicos están equivocadas? ¿Dónde fueron Harry, Ron y Hermione a mirar las intenciones de Snape y dónde no las encontraron? ¿Dónde sí las encontró Quirrell? Así formulada, la pregunta por la ubicación de los estados mentales de una persona resulta absurda. Y, sin embargo, esta y otras preguntas relacionadas constituyen la piedra angular de uno de los problemas más discutidos en la filosofía de la mente y psicología contemporáneas: el problema de lo mental. En concreto, la pregunta por la ubicación está relacionada con el problema mentecuerpo, la vertiente ontológica del problema de lo mental. En este trabajo veremos dos de las estrategias más comunes para dar una respuesta satisfactoria al problema mente-cuerpo: el naturalismo ontológicamente conservador, basado en el reduccionismo respecto al significado de las atribuciones de estados mentales; y el naturalismo ontológicamente radical, basado en el eliminativismo respecto al significado de las atribuciones de estados mentales (Savitt, 1975; véase también Ramsey, 2019; Ramsey et al., 1990). El primer tipo de aproximaciones parten de la tesis de la identidad mente-cuerpo, i.e., la idea de que los estados y procesos mentales son idénticos a estados o procesos considerado “naturales” o “materiales” (e.g., estados cerebrales de un organismo); su objetivo, por tanto, es establecer la ubicación espacio-temporal de los estados y procesos mentales y proponer distintas teorías sobre su naturaleza y la de su conexión con el cuerpo y la conducta observable. Por el contrario, el segundo tipo de aproximaciones rechazan la tesis de la identidad mente-cuerpo; de acuerdo con este tipo de posiciones, las atribuciones de estados mentales que hacemos generalmente en el lenguaje natural estarían apuntando a entidades ficticias, criaturas mitológicas, más propias de la ficción que de la realidad, sobre las que no cabría por tanto estudio científico alguno. Dentro del análisis de la conducta, la tendencia general es a adoptar una aproximación ontológicamente radical respecto a los estados y procesos mentales6. La filosofía conductista radical parte de la idea básica de que la conducta de los organismos, entendidos como un todo, es un fenómeno natural, producto de tres tipos de selección: la selección natural, la selección por contingencias y la selección por prácticas culturales (Skinner, 1953, 1981, 1990). Las atribuciones de estados mentales no apuntarían a ningún conjunto de variables intervinientes en la producción causal del comportamiento; a lo sumo, serían “ficciones explicativas” que apuntarían al tipo de variables que se deben explicar, no a las variables explicativas de la conducta (Baum, 2011; Moore, 2009; Skinner, 1945, 1953, 1974). Sin ir más lejos, el propio Skinner afirmó en su última conferencia días antes de morir que, en lo que a él respectaba, “la ciencia cognitiva es el creacionismo de la psicología” (Vargas, 1991, p. 1). Sin embargo, este tipo de aproximaciones generalmente van más allá de negar la viabilidad o utilidad de incluir lo mental en la investigación científica sobre el comportamiento humano; además, asumen que, dado que no existe nada en el mundo que corresponda con los estados y procesos mentales que generalmente nos atribuimos en el lenguaje natural, las atribuciones de estados mentales no son realmente ni verdaderas ni falsas; o, a lo sumo, lo son tanto como cualquier oración perteneciente a un discurso ficcional. En este sentido, por tanto, no habría ninguna diferencia entre los juegos mentales de los dos casos expuestos al inicio: ya sea que hablemos de los estados mentales de personajes de ficción como Harry, Ron, Hermione, Snape o Quirrell (e.g., oraciones (1) – (4)), o que hablemos de los estados mentales de personas reales como Azul y Mostaza (e.g., oraciones (5)-(8)), en ambos casos no estaríamos hablando de nada “real”, de nada “realmente” declarable verdadero o falso; si hablar de “creencias”, “deseos” o “intenciones” es similar a hablar de dioses o criaturas mitológicas, entonces hay un sentido en el que ambos ejemplos serían igualmente ficticios. ¿Qué ocurre entonces cuando jugamos al tipo de juegos mentales descritos en los ejemplos mencionados? ¿Qué es lo que entendemos cuando “adivinamos” los estados mentales de otra persona, o cuando reflexionamos sobre los propios? Desde este punto de vista, absolutamente nada: si no hay realmente ni verdad ni falsedad en las atribuciones de estados mentales, entonces no hay, realmente, posibilidad de “adivinar” correctamente los estados mentales de otra persona; no hay “juego mental” que valga, porque no hay acierto (ni error) posible. Esta idea es profundamente contraintuitiva. Como hablantes competentes del lenguaje, nos parece obvio que Mostaza acierta cuando le atribuye a Añil la intención de regalarle la cámara en primer lugar, que Añil acierta también al percatarse de la intención de Mostaza de engañarle, y que Mostaza fallaría en caso de empezar a pensar que Añil ya no quiere regalarle la cámara. En otras palabras: que la oración “Mostaza tiene intención de regalarle la cámara a Añil” es verdadera y la oración “Añil ya no tiene intención de regalarle la cámara a Mostaza” es falsa, en el mismo sentido en el que pueden serlo las oraciones “El gato está arañando la puerta otra vez a las 3 de la mañana” o “La conducta de arañar la puerta está mantenida por reforzamiento negativo”. Sin embargo, más allá del carácter profundamente contraintuitivo de la idea de que no tiene sentido hablar de “acierto” o “error” (i.e., verdad o falsedad) respecto a las atribuciones de estados mentales, el principal problema de esta postura radica lo que llamaremos el problema de la normatividad. Como veremos, este problema no solo afecta a las aproximaciones eliminativistas, sino también a las reduccionistas. En pocas palabras, el problema puede resumirse de la siguiente manera: todo naturalismo que parta de la idea de que lo mental es eliminable o reducible a meras descripciones de hechos naturales es una forma de naturalismo autoinconsistente (o, como diremos, una forma de naturalismo que se devora a sí mismo). Por tanto, la pregunta fundamental del presente capítulo es la siguiente: ¿cómo articular una postura que nos permita solventar el problema de lo mental y el problema de la normatividad al mismo tiempo? En este sentido, nuestro principal objetivo será mostrar una manera de entender lo mental que nos permita desligar las siguientes dos cuestiones: a) la pregunta sobre si la interpretación de la conducta de un organismo en términos de estados mentales constituye o no una descripción de hechos (naturales o innaturales) que deban ser considerados para alcanzar una explicación causal del comportamiento más completa; y b) la cuestión sobre si las atribuciones de estados mentales pueden ser declarables verdaderas o falsas. En concreto, lo que aquí se va a defender es que se puede dar una respuesta negativa a la primera cuestión y una respuesta afirmativa a la segunda; en otras palabras, que es posible afirmar que las atribuciones y autoatribuciones de estados mentales no describen ningún tipo de hecho (ni interno, ni externo, ni natural ni innatural) y que por tanto no apuntan a ninguna variable “extra” que se deba añadir a cualquier posible explicación causal de la conducta en términos de las relaciones de contingencia establecidas entre un organismo y el entorno) y, al mismo tiempo, que esto es ortogonal a la pregunta sobre la verdad o falsedad de dichas atribuciones. Para ello, aquí propondremos una aproximación antidescriptivista al significado de las atribuciones de estados mentales. El tipo específico de antidescriptivismo que se va a defender en este trabajo está basado en la llamada “filosofía del lenguaje ordinario” de mediados del siglo XX; en concreto, nos centraremos fundamentalmente en las aportaciones de las Investigaciones filosóficas (1953) de Wittgenstein (véase Wittgenstein, 2017b) y El concepto de lo mental (1949) de Ryle (véase Ryle, 2005). Esta aproximación, a la que aquí nos referiremos como antidescriptivismo normativista, ha sido recientemente reivindicada y aplicada al tratamiento de problemas tanto teóricos como prácticos ligados al uso del lenguaje mental, entre cuyas contribuciones cabe destacar las relacionadas con: a) el problema de la intencionalidad de lo mental (Acero y Villanueva, 2012; Villanueva, 2019); b) la contribución semántica de las atribuciones de creencia en las atribuciones de conocimiento (Pérez-Navarro et al., 2019); c) el carácter irreducible e ineliminable de las explicaciones normativas del comportamiento (Heras-Escribano y Pinedo-García, 2018); d) la relación entre la psicología ecológica y el enactivismo (Pinedo-García, 2020); e) el análisis conceptual de nociones clave en ciencias cognitivas como las de “cognición social” (Fernández-Castro y Heras-Escribano, 2020), “Teoría de la Mente” (Almagro y Fernández-Castro, 2019) o “affordance” (HerasEscribano, 2019); y f) el análisis de fenómenos políticos como la injusticia epistémica o la polarización política, así como de las distintas estrategias de medición y/o intervención sobre los mismos (Almagro, 2021; Almagro et al., 2021). La estructura del capítulo será la siguiente. En la primera sección, abordaremos el problema de lo mental, tal como se presenta en la filosofía cartesiana. En la segunda sección, veremos en detalle las particularidades de las aproximaciones ontológicamente conservadoras y ontológicamente radicales a lo mental, así como su principal problema conceptual: el problema de la normatividad. En la tercera sección, expondremos la aproximación antidescriptivista al significado de las atribuciones de estados mentales, mostrando cómo el antidescriptivismo normativista nos permite solventar, a un tiempo, el problema de lo mental y el problema de la normatividad. Finalmente, en la cuarta sección, expondremos las principales conclusiones del capítulo. El problema de lo mental Como hemos visto, la interpretación del comportamiento propio y ajeno en términos de estados mentales es una práctica común para cualquier hablante competente del lenguaje natural; recurrimos a la atribución de estados mentales cuando intentamos determinar qué curso de acción tomará alguien, cuando intentamos reconstruir racionalmente lo que hemos hecho o lo que han hecho otras personas, cuando buscamos determinar lo que alguien quiere decir en un intercambio comunicativo, cuando negociamos lo que queríamos decir nosotros mismos, etc. Esta práctica interpretativa constituye lo que en la filosofía de la mente y las ciencias del comportamiento se conoce como “psicología folk”, “psicología popular” o “psicología del sentido común”. A su vez, de acuerdo con una conceptualización hegemónica de esta práctica –lo que McGeer (2007, pg. 138) ha llamado la imagen estándar de la psicología folk–, esta consistiría fundamentalmente en el ejercicio de una capacidad cognitiva básica: lo que en la literatura de la psicología cognitiva se ha denominado la “Teoría de la Mente”, o “lectura de mente” (mindreading, en inglés), i.e., la capacidad de relacionar causalmente ciertas atribuciones de estados mentales con el comportamiento propio y ajeno, con el objetivo de explicar y predecir posibles cursos de acción futuros a partir de las mismas; específicamente, de acuerdo con la imagen cognitivista de la psicología folk, la Teoría de la Mente consistiría en la capacidad de una agente para generar, manipular y almacenar representaciones mentales adecuadas de los estados mentales propios o ajenos, con el propósito de explicar por qué alguien ha actuado de determinada manera o predecir cómo se comportará en el futuro (véase Westra y Carruthers, 2018). La agente, desde esta perspectiva, es una agente computacional; su relación con otras agentes está basada en un cómputo de la probabilidad de que un organismo se encuentre en cierto estado interno dado cierto historial de acciones, o de que tome cierto curso de acción en el futuro dados ciertos estados internos hipotéticos. Esta manera de entender nuestras prácticas interpretativas ha llegado a ser tan hegemónica que, como veremos, hasta sus principales críticos parecen muchas veces asumir que es la única manera de pensar con sentido sobre lo mental. Debemos, sin embargo, intentar separar esta imagen de nuestras prácticas de atribución de estados mentales de la práctica en sí. Esta concepción estándar de la mente y de la psicología folk constituye una forma muy particular de entender nuestras prácticas interpretativas, con unas raíces históricas y culturales concretas, pero no es ni de lejos la única posible ni la más acertada. De hecho, como veremos, es esta manera de pensar en lo mental la que ha hecho que nuestra capacidad para juzgar, evaluar, reflexionar o, en definitiva, hablar sobre nuestros estados mentales haya motivado diversas perplejidades filosóficas durante al menos los últimos cuatro siglos, desde que Descartes (1596-1650) formulara en las Meditaciones metafísicas (1641; véase Descartes, 2008) su particular teoría sobre la naturaleza de lo mental y de su relación con el cuerpo y el mundo. Dos imágenes Antes de pasar a discutir los aspectos problemáticos de la teoría de la mente cartesiana, debemos entender cuáles son sus principales motivaciones. En concreto, la propuesta de Descartes puede ser vista como un intento de reconciliar dos cosmovisiones que empezaban a colisionar frontalmente en su época: en términos de Sellars (1963), la colisión entre la imagen manifiesta y la imagen científica del mundo y de los seres humanos. De acuerdo con la imagen manifiesta, el mundo está poblado por personas; seres racionales, libres y, por tanto, responsables de sus actos, cuyas acciones describimos y explicamos en términos intencionales –i.e., en términos de su “orientación a objetivos” (del inglés, goaldirectedness)– apelando a sus creencias, deseos, expectativas, intenciones y otros estados mentales. Sin embargo, de acuerdo con la imagen del mundo característica de la ciencia moderna, que empieza a fraguarse en la época de Descartes, el mundo no sería más que un entramado de hechos materiales conectados por vínculos causales. En contraste con la imagen manifiesta, y de acuerdo con la versión contemporánea de la imagen científica, en el mundo habría, entre otras muchas criaturas, Homo sapiens, cuyo comportamiento estaría causalmente determinado por una serie de procesos naturales (e.g., la actividad de sus sistemas nerviosos). En la imagen científica, por tanto, no cabría hablar de agentes, en el sentido de seres libres, racionales y por tanto responsables de sus actos; a lo sumo, cabría hablar de organismos, cuya conducta estaría tan determinada como la de cualquier otro ocupante del espacio. Esta es la principal tensión que motiva la filosofía de la mente cartesiana, cuyo origen Ryle (2005, p. 32) resume de la siguiente manera: Cuando Galileo mostró que su método de investigación científica era apto para proporcionar una teoría mecánica aplicable a todo cuerpo espacial, Descartes se encontró en una situación conflictiva. Como hombre de ciencia no podía dejar de apoyar las pretensiones de la mecánica, pero como hombre religioso y de convicciones morales no podía aceptar —como decía Hobbes— la consecuencia de que la naturaleza humana difiere de la de un reloj únicamente en grado de complejidad. Lo mental no podía ser una mera variedad de lo mecánico. (Ryle, 2005, p. 32). En definitiva, la pregunta que intenta resolver Descartes es la siguiente: ¿cómo reconciliar la idea de la mente con la idea de un mundo mecánico y causalmente cerrado? Para Descartes, esta pregunta estaba íntimamente ligada con sus preocupaciones religiosas. Sin embargo, es importante destacar que el quid de la cuestión va mucho más allá y que el problema que él intentaba resolver continúa presente aun cuando despojamos la pregunta de connotaciones teológicas. La observación cartesiana que es crucial tener aquí en cuenta es que el lenguaje de lo mental y la posibilidad de interpretar la conducta en términos de atribuciones de estados mentales está estrechamente vinculada con nuestra capacidad para concebir al organismo en tanto que agente (i.e., en términos de “libertad”, “autonomía” y “responsabilidad”) y para que podamos evaluar su conducta en términos normativos (i.e., de “corrección” o “incorrección” con respecto a ciertas normas o estándares evaluativos). Por tanto, preocupaciones teológicas aparte, el problema fundamental al que se enfrenta la filosofía de la mente cartesiana es lo que antes llamamos el problema de la normatividad; si no cabe hablar de lo mental, ni por tanto de agentes libres, racionales y responsables de sus actos, no tiene tampoco sentido hablar de mérito o demérito, de acierto o error o, en definitiva, del carácter normativamente correcto o incorrecto de los hechos. Dicho de otra manera: si solo se puede hablar con sentido (i.e., con verdad y falsedad) de cómo las cosas de hecho son, no tenemos manera de establecer cómo deberían ser7. Aplicado al ámbito del comportamiento, si los únicos enunciados que tienen realmente sentido son las meras descripciones de cómo de hecho alguien se comporta, entonces no tenemos manera de determinar si su comportamiento está justificado o no, si es racional o no, si es moralmente adecuado o no o, en definitiva, si es correcto o incorrecto. Como veremos más adelante, lo que está aquí en juego no es únicamente la posibilidad de mantener una visión más halagüeña del mundo y de los seres humanos –a saber, una en la que nos seguimos viendo como agentes conscientes y racionales, y no como meros manojos más o menos complejos de partículas elementales a merced de las fuerzas de la naturaleza–. Por el contrario, lo que está aquí en juego es la posibilidad misma de encontrarle sentido a cualquier conceptualización del mundo y de los seres humanos, incluida la más nihilista de las posiciones. En este sentido, aunque la solución cartesiana esté lejos de ser la adecuada, debemos tener claro que cualquier concepción de lo mental que propongamos debería ser capaz de lidiar adecuadamente con el problema de la normatividad. La solución cartesiana La solución que propuso Descartes en sus Meditaciones Metafísicas a este problema fue postular una división ontológica, es decir, establecer dos tipos de sustancia o modos de existencia: la res extensa y la res cogitans. Por un lado, el ámbito de lo físico, del mundo natural, donde se ubican el cuerpo y el resto de objetos materiales, cuya propiedad esencial es su extensión (i.e., la ocupación de un espacio) y cuyo comportamiento está sujeto a las leyes de la naturaleza; por otro lado, el ámbito de la mente, donde se ubica el pensamiento en sus distintas formas (e.g., intelecto, voluntad, imaginación, etc.), que carece de extensión (i.e., solo tiene propiedades temporales, no espaciales) y donde residiría el libre albedrío, el primum movens o causa incausada de la acción libre. De acuerdo con Ryle (2005) el dualismo ontológico cartesiano sería la máxima expresión de una determinada concepción de lo mental, a la que él se refiere como la “doctrina oficial” o “el dogma del Fantasma en la Máquina” (p. 29). La principal característica de este dogma sería su reificación de lo mental, es decir, su concepción de la mente en términos factuales (i.e., en términos de “objectos”, “estados”, “procesos” o, más generalmente, acaecimientos de algún tipo). En concreto, la manera cartesiana de abordar el problema de la normatividad, o de la distinción entre el comportamiento libre, autónomo o voluntario –en otras palabras, aquél que tiene sentido evaluar en términos normativos (e.g., en términos de inteligencia, racionalidad, adecuación moral, etc.)– y el comportamiento involuntario es establecer una distinción metafísica entre los eventos o acaecimientos mentales y los eventos o acaecimientos materiales. Así, mientras que la conducta voluntaria estaría causada por estados y procesos mentales, la conducta involuntaria estaría causada por estados y procesos físicos o mecánicos. La mente, pese a su naturaleza “fantasmagórica”, tendría un tipo de conexión causal especial con el cuerpo y la conducta de la persona. Es por ello que Ryle describe la doctrina oficial como una “hipótesis paramecánica”, donde [...] las diferencias entre lo físico y lo mental fueron representadas como diferencias existentes dentro del marco común de las categorías de «cosa», [...], «atributo», «estado», «proceso», «cambio», «causa» y «efecto». Las mentes son cosas, aunque de un tipo distinto de los cuerpos. Los procesos mentales son causas y efectos, pero de tipo diferente al de las causas y efectos de los movimientos corporales. [...] los que repudiaron el mecanicismo representaron las mentes como centros de procesos causales parecidos a las máquinas, pero, al mismo tiempo, considerablemente distintos de ellas. Su teoría fue una hipótesis paramecánica. (Ryle, 2005, p. 33). Sin embargo, Descartes no toma la doctrina oficial como axioma, sino que deriva su dualismo ontológico de una inquietud epistemológica, relacionada con las condiciones de posibilidad del conocimiento. Las Meditaciones metafísicas constituyen, antes que nada, una investigación introspectiva sobre los límites de la duda y el conocimiento. En su aplicación sistemática este escepticismo metodológico, la primera certeza que alcanza Descartes, la primera idea sobre la que no cabe duda alguna, es el cogito. Según Descartes, lo único de lo que no se puede dudar es de que uno duda, es decir, piensa; por tanto, y dado que para Descartes el pensamiento es una actividad exclusivamente característica de algo que existe, esa “cosa pensante” que Descartes afirma en sus meditaciones ver por fin “clara y distintamente” debe existir. El cogito cartesiano es la expresión última de la concepción representacionalista de la mente, consistente en una serie de asunciones epistemológicas respecto a lo que Davidson (1991) llamó las “tres variedades del conocimiento”: nuestro conocimiento del mundo, de nuestra propia mente y de la de otras personas. De acuerdo con esta concepción, la actividad mental consiste, fundamentalmente, en la generación y manipulación de representaciones mentales del mundo externo, basadas parcialmente en la información incompleta que obtenemos por medio de los sentidos y parcialmente en el tipo de cosas que la mente ya conoce sin necesidad de mirar el mundo. En la epistemología cartesiana, por tanto, tenemos un conocimiento mediado y falible sobre el mundo, ya que solo podemos acceder a él epistémicamente por medio de nuestras representaciones del mismo. Por el contrario, a lo único a lo que tenemos un acceso inmediato e infalible es a nuestras propias representaciones mentales, sobre las que no cabe dudar; por poner un ejemplo, de acuerdo con esta manera de concebir el conocimiento, uno puede dudar de que realmente tenga un ordenador delante, pero de lo que no puede dudar es de que cree que tiene un ordenador delante. ¿Y qué ocurre entonces en el caso del conocimiento sobre los estados mentales de otras personas? ¿Qué ocurre, por ejemplo, en el caso de Añil y Mostaza? ¿Cómo saben ambas lo que piensa la otra? De acuerdo con la óptica representacionalista, el conocimiento de la mente y estados mentales de otras personas se lleva a cabo por medio del conocimiento de su comportamiento; a su vez, como hemos visto, el conocimiento de su comportamiento estaría mediado por las propias representaciones mentales del mismo. Por tanto, en el caso de Añil y Mostaza, el conocimiento de los estados mentales de una por parte de la otra estaría doblemente mediado y sería, por lo tanto, doblemente falible. La problematización de lo mental Ya tenemos entonces los ingredientes principales de la solución cartesiana, sus principales compromisos y asunciones filosóficas. Por un lado, la ontología cartesiana se basa en tres compromisos fundamentales: a) el factualismo, o la idea de que lo mental es un “algo”, un tipo de hecho; b) el dualismo ontológico, o la idea de que hay dos tipos fundamentales de hechos (i.e., mentales y físicos); y c) el causalismo, o la idea de que al menos ciertos tipos de comportamiento (e.g., comportamiento voluntario) están al menos parcialmente causados por combinaciones particulares de estados mentales (generalmente, por combinaciones particulares de creencias, deseos e intenciones). Por otro lado, la epistemología cartesiana se caracteriza principalmente por el representacionalismo, o la idea de que la actividad mental consiste, esencialmente, en la manipulación de representaciones mentales del mundo. En concreto, el representacionalismo cartesiano se basa en tres asunciones fundamentales respecto a las tres variedades de conocimiento: a) que la relación epistémica entre una agente y el mundo está mediada por las representaciones mentales de la agente; b) que la relación epistémica entre una agente y su propia mente es inmediata (e infalible); y c) que la relación epistémica entre una agente y otras mentes está doblemente mediada (y es por ello doblemente falible). Como se puede observar, lo que al principio de la sección 1 hemos llamado la “imagen estándar” de la psicología folk comparte muchos de los rasgos de la teoría de la mente cartesiana (al menos, el factualismo, el causalismo y el representacionalismo). Sin embargo, esta concepción de lo mental tiene una serie de problemas conceptuales que han llevado a muchos autores y autoras a cuestionar su viabilidad. Ya en la época de Descartes, la validez de los resultados de sus Meditaciones fue puesta en duda por sus coetáneos y coetáneas (véase Descartes, 2008). En concreto, aquí vamos a destacar tres problemas fundamentales de la concepción cartesiana de la mente, relacionados con sus principales compromisos ontológicos, epistemológicos y semánticos, respectivamente: a) el problema mente-cuerpo, relativo a la naturaleza exacta de la relación causal entre la res cogitans y la res extensa; b) el problema mente-mundo, relativo a la relación epistémica entre la mente y el mundo; y c) el problema del descriptivismo, relativo al significado de las atribuciones de estados y procesos mentales. El dualismo y el problema mente-cuerpo Respecto al primer problema, cabe destacar el papel de la princesa Isabel de Bohemia (1618-1680) quien, a través de su correspondencia con Descartes, fue de las primeras personas en articular el problema mente-cuerpo (véase Saphiro, 2014), que puede formularse como sigue: ¿cómo dos sustancias distintas, una inmaterial y otra material, pueden estar causalmente relacionadas? En concreto, ¿cómo es posible que lo mental, definido en términos de sus propiedades exclusivamente temporales, no espaciales, establezca relaciones causales con la sustancia extensa? Volvamos al ejemplo inicial: si asumimos la ontología cartesiana, para poder explicar que Añil finalmente le comprase la cámara instantánea a Mostaza no solo tendríamos que postular la existencia de todo un plano ontológico distinto del material, donde habitan objetos metafísicos extraños, definibles en términos temporales, pero no espaciales; además, tendríamos que postular la existencia de un puente, de naturaleza aún más extravagante, entre ambos mundos. ¿Y qué ocurre en el caso de los problemas psicológicos? Por ejemplo, los delirios se suelen definir en la literatura en términos de creencias (en concreto, como “creencias fijas”, “irracionales” o “patológicas”). Si asumimos la manera cartesiana de entender conceptos mentales como el de creencia, ahora no solo tendríamos que postular la existencia de una entidad extraña, interna a la persona, que de alguna mágica manera causa su comportamiento; además, tendríamos que tener algún tipo de teoría acerca de cuál es su funcionamiento normal y en qué sentido su funcionamiento es anómalo en el caso de los delirios. Es decir: no solo tendríamos que postular la existencia de una máquina espectral ubicada en un plano ontológico distinto del material, sino que además tenemos que postular toda una teoría sobre su funcionamiento normal y anómalo. Este puzle conceptual, que ha sido y sigue siendo el problema cartesiano en el que más se ha puesto el foco de la crítica, pone en cuestión la viabilidad de una concepción de lo mental que se base simultáneamente en el dualismo y el causalismo, llevando al cartesianismo a una encrucijada: o bien a) se mantiene el compromiso con el dualismo y se rechaza el causalismo (i.e., la mente constituye un tipo de sustancia distinta de la del cuerpo, pero no guardan ningún tipo de relación causal entre ellas); o bien b) se mantiene el compromiso con el causalismo, pero se rechaza el dualismo (i.e., algunos tipos de comportamientos tienen su origen causal en estados y procesos mentales, pero estos no son más que un tipo particular de eventos materiales, definibles en términos espacio-temporales). La primera opción es la más problemática, fundamentalmente porque una de las principales motivaciones detrás del dualismo era, como vimos antes, establecer una manera de distinguir la conducta voluntaria de la involuntaria introduciendo una distinción entre el tipo de entidades que causan cada una. Por tanto, sin una visión causalista de la mente que lo acompañe, el dualismo ontológico carece de fundamento. Por el contrario, la ciencia cognitiva contemporánea generalmente ha tendido a adoptar distintas variantes de la segunda opción, es decir, de una concepción monista y causalista de lo mental, característica de las aproximaciones reduccionistas al problema mente-cuerpo, sobre las que hablaremos en la sección 2. El representacionalismo y el problema mente-mundo En segundo lugar, el compromiso epistemológico cartesiano con el representacionalismo también tiene una serie de consecuencias profundamente contraintuitivas, que pueden englobarse en lo que se conoce como problema mente-mundo (McDowell, 1996). En primer lugar, si la única manera conocer el mundo es a través de las representaciones que se forma la mente del mismo, ¿cómo es posible que sepamos qué representaciones son correctas y cuáles no? En otras palabras: ¿cómo sabemos que sabemos? En la teoría de la mente cartesiana, es Dios el responsable de que nuestras representaciones del mundo se correspondan generalmente con este, y es el cuerpo material el que, por su condición imperfecta, hace que a veces erremos respecto a lo que creíamos saber, i.e., que nuestras representaciones del mundo no sean correctas. Sin embargo, si quitamos esta particular idea de Dios de la ecuación, nos vemos abocados al solipsismo, o a la idea de que lo único que uno puede realmente saber con certeza es que uno mismo existe. En otras palabras: no tendríamos manera de saber si nuestras representaciones mentales se corresponden con algo o, simplemente, son todo lo que de hecho hay. La forma contemporánea y secular de concebir el representacionalismo rechaza la idea cartesiana de la dependencia epistémica de Dios; por el contrario, para evitar el solipsismo, asume que la mente ya tiene incorporada algún tipo de guía o conjunto de reglas de computación que le permitirían filtrar, reorganizar, enriquecer y manipular la imagen incompleta y distorsionada del mundo que nos proveen los sentidos. Esta concepción de la mente como máquina u homúnculo computacional, sin embargo, no consigue eludir la pregunta que formulamos antes (i.e., “¿cómo sabemos que sabemos?”) sino que simplemente la pospone: la pregunta ahora es ¿cómo se estableció la guía en primer lugar? ¿Cómo sabe la mente que las reglas computacionales en las que basa sus operaciones con representaciones son las que permiten formarse representaciones correctas del mundo? En otras palabras: ¿cómo sabe la mente (el homúnculo) que sabe? En este punto, el representacionalismo nos conduce a una regresión al infinito de representaciones y de máquinas representacionales. Finalmente, el representacionalismo da como resultado una imagen como mínimo extraña de nuestras prácticas de atribución de estados mentales y del tipo de juegos mentales que veíamos al inicio de este capítulo. Para saber si Añil realmente sigue teniendo intención de regalarle la cámara instantánea o si, por el contrario, se ha dejado convencer por el teatro de Mostaza y ahora cree que la idea de comprar ese tipo de cámara es estúpida, Mostaza no solo tendría ahora que postular todo un plano ontológico distinto del material y establecer una teoría sobre el funcionamiento paramecánico normal y anormal de la máquina mental; además, no tendría manera de establecer si dicha teoría es correcta o no en el caso de Añil. Si asumimos el representacionalismo cartesiano, lo más que podría decir es que dicha teoría refleja bien cómo funciona su propia mente (e.g., cómo actuaría la propia Mostaza en caso de tener la intención de regalarle la cámara a Añil o en caso de creer que no merece la pena comprar la cámara), pero no tendría manera de saber si dicha teoría se ajusta bien al funcionamiento de la mente de Añil o si es el caso que Añil tenga siquiera una mente y no sea un mero autómata. El descriptivismo como origen de la problematización de lo mental Generalmente, cuando se discute la posición cartesiana o posiciones que asumen compromisos teóricos similares, se suele mover la discusión en el terreno de estos dos problemas que acabamos de señalar: el problema ontológico o problema mentecuerpo y el problema epistemológico o problema mente-mundo. Sin embargo, diversos autores y autoras dentro de la tradición de la filosofía analítica han defendido que la raíz conceptual de ambos se encuentra en una determinada concepción del lenguaje en general y del significado de los enunciados mentales en particular, de acuerdo con la cual el significado de un enunciado consistiría en una representación de estados de cosas posibles en el mundo (i.e., posibles combinaciones de objetos, propiedades, eventos, etc.) cuya verdad o falsedad dependería por tanto de la correspondencia entre el significado del enunciado (i.e., la representación lingüística) y los hechos (i.e., los estados de cosas que son el caso). Otra manera de decir esto es que el significado de cualquier enunciado se determina en virtud de su capacidad para representar o describir estados de cosas en el mundo, razón por la cual esta manera de concebir el funcionamiento del lenguaje ha recibido el nombre de representacionalismo o descriptivismo8 (véase Almagro, 2021; Almagro & Fernández-Castro, 2019; Brandom, 2000; Frápolli & Villanueva, 2012, 2013; Heras-Escribano & Pinedo-García, 2018; Kripke, 1982; Pérez-Navarro et al., 2019; Pinedo-García, 2014, 2020; Price et al., 2013; Ryle, 2005; Villanueva, 2018, 2019; Wittgenstein, 2017b). En concreto, aquí nos vamos a centrar en explorar las consecuencias de aplicar esta manera de entender el lenguaje al análisis del significado de las atribuciones de estados mentales, y cómo esta se relaciona con los problemas del cartesianismo anteriormente señalados9. Esta concepción del lenguaje, que suena un poco extraña así formulada explícitamente, es sin embargo tremendamente intuitiva. Consideremos la siguiente oración: (9) Añil compra una cámara instantánea Para muchas personas, sería relativamente intuitivo decir que la oración (9) “está en el lugar de”, “representa”, “describe” o “está asociada a” un posible estado de cosas, i.e., a una situación posible donde se establece una determinada relación (e.g., la acción representada por el verbo “comprar”) entre dos objetos (e.g., Añil y la cámara instantánea). Dicho de otra manera: las palabras que forman (9) serían símbolos que, en la combinación particular en la que aparecen en la oración, representan una parcela del mundo, en virtud de la cual la oración puede ser verdadera o falsa. Si, de hecho, Añil compra una cámara instantánea, entonces la oración será verdadera y, si no, falsa. De igual manera se concibe el significado de oraciones como las que vimos al inicio del capítulo. Consideremos de nuevo (5): (5) Añil tiene intención de comprar la cámara instantánea. De acuerdo con la concepción descriptivista del lenguaje, el significado de (9), como hemos visto, se determinaría en función de una determinada relación entre dos objetos materiales: Añil y la cámara instantánea. Aplicando el mismo criterio al análisis del significado de la oración (5), lo que se supone que describe la oración, lo que se supone que significa, es una relación entre dos objetos también, pero esta vez entre un objeto material (i.e., Añil) y un objeto mental (i.e., su representación mental de la cámara instantánea). En concreto, el tipo de relación que se establecería entre estos dos objetos sería la propia de la intención (distinta, se supone, de aquella que caracterizaría la creencia, el deseo, la expectativa u otras actitudes proposicionales, como se las denomina comúnmente la literatura contemporánea). Como veremos en la sección 2.3, esta concepción del significado de las atribuciones de estados mentales, por intuitiva que parezca, es errónea, y está en la base de los principales problemas conceptuales derivados de la ontología y epistemología cartesianas, i.e., el problema mente-cuerpo y el problema mente-mundo. En lo que sigue, nos vamos a centrar principalmente en el problema mente-cuerpo, ya que ha sido el más discutido en el ámbito de las ciencias del comportamiento. En la siguiente sección veremos cuáles han sido las dos principales estrategias para articular una solución al problema mente-cuerpo y cómo ambas estrategias comparten la misma concepción del significado de las atribuciones de estados mentales que el cartesianismo. Naturalismo y descriptivismo La forma más común de rechazo a la teoría de la mente cartesiana consiste en el rechazo del dualismo, es decir, de la idea de los dos mundos. Esta es una de las premisas fundamentales de las aproximaciones naturalistas a la filosofía de la mente y las ciencias del comportamiento. Para el propósito que nos ocupa, podemos definir mínimamente el naturalismo como un compromiso con una ontología monista, de acuerdo con la cual solo existe un único plano ontológico (i.e., un tipo de “sustancia” o de res) y materialista, de acuerdo con la cual dicho plano ontológico único es el material o extenso, configurado por eventos y relaciones describibles espaciotemporalmente; en otras palabras, la ontología que asumen como marco las distintas ciencias naturales. La filosofía conductista radical parte precisamente de un compromiso con el naturalismo, así definido, aplicado al ámbito del comportamiento: es decir, parte de la base de que la conducta de los organismos, como fenómeno natural, puede ser explicada causalmente y que dichas explicaciones causales pueden y deben ser formuladas haciendo referencia a otros hechos naturales (e.g., Skinner, 1953, 1971, 1974, 1981). Antes de seguir, debemos recalcar que el tipo de aproximación a lo mental que se va a defender en este trabajo no pretende contradecir esta idea en ningún sentido: nuestro objetivo aquí es mostrar una manera en que las ciencias del comportamiento pueden retener este compromiso básico sin por ello caer en problemas conceptuales como los que veremos más adelante. Partiendo de la base del compromiso con el naturalismo, la pregunta ahora es: ¿qué lugar pueden ocupar nuestros conceptos mentales (si es que pueden ocupar alguno) en una cosmovisión monista y materialista de la naturaleza? Existen diversas estrategias para abordar esta cuestión. En lo que sigue nos centraremos en dos de las más relevantes: el naturalismo ontológicamente conservador (basado en el reduccionismo respecto a lo mental), y el naturalismo ontológicamente radical (basado en el eliminativismo) (véase Ramsey, 2019; Ramsey et al., 1990, Savitt, 1975). Reduccionismo y eliminativismo En resumidas cuentas, las posiciones ontológicamente conservadoras asumen que los eventos mentales existen, pero niegan que su naturaleza sea distinta de la de cualquier otro evento material (i.e., que no sea describible en términos espaciotemporales). En este sentido, estas posiciones parten del compromiso con la teoría de la identidad mente-cuerpo, o la idea de que los eventos mentales son estrictamente idénticos a eventos naturales (Lewis, 1966, 1980; Savitt, 1975; Smart, 1956, 2017; Stoljar, 2021). Por el contrario, las aproximaciones ontológicamente radicales rechazan esta relación de identidad y niegan la existencia de lo mental o, al menos, su existencia como entidad independiente del comportamiento que supuestamente deben explicar (Baum, 2011; Churchland, 1981; Epstein et al., 1980, 1981; Ramsey, 2019; Rorty, 1965, 1970; Savitt, 1975; Skinner, 1945, 1953, 1974; 1981, 1990). Otra manera de entender ambas aproximaciones es entenderlas como posiciones acerca del significado de las atribuciones de estados mentales que usamos en el lenguaje natural. Desde este punto de vista, las aproximaciones reduccionistas parten de la idea de que es posible reducir o traducir las atribuciones de estados mentales a meras descripciones de eventos materiales (e.g., un estado cerebral, una verbalización). De acuerdo con esta perspectiva, la oración (5) (i.e., “Añil tiene intención de comprar la cámara instantánea”) debería ser traducible por alguna de las dos siguientes: (10) Añil se encuentra en el estado cerebral CAM (11) Añil verbaliza (de manera manifiesta o encubierta) “tengo intención de comprar la cámara instantánea”. Por el contrario, las aproximaciones eliminativistas parten de la premisa de que no es posible traducir los enunciados que incluyen términos mentales a enunciados que describan exclusivamente procesos o eventos naturales. La razón por la cual el eliminativismo asume que las atribuciones de estados mentales no son reducibles a meras descripciones de hechos naturales es que nuestros conceptos mentales se individúan en función de una serie de propiedades (e.g., intencionalidad, privacidad, capacidad de racionalizar el comportamiento, etc.) imposibles de encontrar en el mundo natural o, mejor, que ninguna descripción de hechos naturales puede retener (Ramsey, 2019, Rorty, 1965, 1970; Savitt, 1975). Desde esta perspectiva, las atribuciones de estados mentales como (5) referirían a hechos imposibles (tan imposibles como, por ejemplo, un círculo cuadrado) y, por tanto, carecerían de significado propiamente dicho. De cara al estudio científico del comportamiento, por tanto, mientras que las aproximaciones reduccionistas asumen una relación de continuidad entre el tipo de explicaciones que ofrece la psicología folk y las que ofrecen las distintas ciencias del comportamiento, las aproximaciones eliminativistas asumen una relación de discontinuidad: las ciencias del comportamiento deberían eliminar cualquier referencia a estados y procesos mentales de su aparataje explicativo y establecer por medios científicamente adecuados cuáles son los procesos naturales que de hecho explican el comportamiento (véase Baum, 2011; Churchland, 1981; Epstein et al., 1980, 1981; Skinner, 1945, 1953, 1974; 1981, 1990). En este sentido, el eliminativismo asume que cuando explicamos el comportamiento de alguien (e.g., el comportamiento de Añil de ir a comprar la cámara) apelando a sus estados mentales (e.g., la intención de Añil de ir a comprar la cámara), solo estamos teniendo la ilusión de estar diciendo algo; nos parece que es una oración con significado, que describe una serie de hechos capaz de explicar la conducta de Añil, pero en realidad esto solo sería una ficción producida por el lenguaje natural (Baum, 2011; Moore, 2009; Skinner, 1945, 1953, 1974). Si bien ambas estrategias tienen sus virtudes y defectos, el eliminativismo está en una mejor posición que el reduccionismo por razones tanto científicas como conceptuales. En primer lugar, el eliminativismo está en una mejor posición que el reduccionismo en términos científicos porque, como se ha señalado en numerosas ocasiones, la tesis de la identidad entre eventos mentales y eventos naturales constituye una premisa infundada que constriñe las posibilidades de investigación en la ciencia del comportamiento (Skinner, 1953, 1974). La tesis de la identidad en la que se basa el reduccionismo de lo mental consiste en la asunción de que hay una correspondencia 1:1 entre las clases de estados mentales que nos atribuimos (e.g., creencias, deseos, intenciones, etc.) y los hechos naturales que subyacen a dichas atribuciones y que, supuestamente, explican realmente la conducta10. De este modo, si decimos tanto de Mostaza como de Añil que tienen la intención de comprar la cámara instantánea, alguien que se comprometa con la tesis de la identidad debe asumir que la intención atribuida a cada una se corresponde con el mismo hecho (e.g., el mismo estado cerebral) en ambos casos. Este tipo de asunción no solo es errónea, sino que puede entorpecer la investigación sobre las causas reales del comportamiento de una persona. Algo que ha constatado repetidamente el análisis de la conducta es que comportamientos topográficamente idénticos, que muchas veces explicamos en el lenguaje natural apelando a las mismas atribuciones de estados mentales, están en realidad bajo control de eventos ambientales distintos (véase Epstein et al., 1980, 1981; Skinner, 1953, 1974). FrojánParga et al. (2019), por ejemplo, llevaron a cabo un meta-análisis de intervenciones basadas en el análisis funcional para el tratamiento de verbalizaciones atípicas asociadas a alucinaciones, delirios y lenguaje desorganizado. Uno de los principales resultados del estudio fue la constatación de que verbalizaciones muy similares (e.g., relacionadas con un mismo tipo de delirio), tradicionalmente entendidas como el efecto de una misma variable interna (e.g., una misma creencia “irracional”) estaban mantenidas en distintas personas por distintas contingencias ambientales (e.g., contingencias de reforzamiento positivo, contingencias de reforzamiento negativo, condicionamiento pavloviano, etc.). Del mismo modo, cabe esperar que, incluso en una misma persona, las variables ambientales que controlan un determinado tipo de comportamiento sean distintas en distintos momentos temporales. En segundo lugar, el eliminativismo constituye un rechazo más profundo de la concepción cartesiana de la mente y de los problemas que esta trae consigo. Como hemos dicho antes, esta aproximación parte del reconocimiento de que lo mental se caracteriza por una serie de propiedades que ninguna descripción de hechos puede capturar. Una de dichas propiedades consiste en que las atribuciones de estados mentales nos permiten hacer una serie de inferencias sobre el comportamiento propio y ajeno que una mera descripción de hechos no puede capturar (Ryle, 2005); en concreto, nos permiten racionalizarlo, es decir, hacerlo inteligible, verlo en términos de su carácter correcto o incorrecto de acuerdo con cierto estándar de racionalidad. Otra manera de expresar esto es decir que las atribuciones de estados mentales tienen fuerza normativa. Como vimos en la sección 1.1, esta era precisamente una de las principales motivaciones de Descartes para rechazar la idea de que lo mental fuese únicamente “una mera variedad de lo mecánico” (Ryle, 2005, p. 32). Imaginemos que Mostaza, en un desesperado intento por adelantarse a Añil, ha diseñado un futurístico aparato de teleneuroimagen que le permite observar en tiempo real los estados cerebrales de Añil. Tras pasarse toda la mañana analizando los estados cerebrales de Añil, Mostaza predice que Añil irá por la tarde a la tienda a comprar la cámara. Esa misma mañana, Añil le ha confesado en secreto a su amiga Aguamarina que tiene intención de ir a comprar la cámara instantánea a la tienda por la tarde, porque cree que está disponible para su compra y quiere comprarla ya. En consecuencia, Aguamarina espera que Añil vaya a la tienda y compre la cámara por la tarde. Sin embargo, pasa la tarde y Añil no va a la tienda, sino que se queda en casa. ¿Reaccionarían de la misma forma Mostaza y Aguamarina? Probablemente no. La diferencia crucial entre la predicción de Mostaza y la de Aguamarina estriba en que la segunda estaría basada en una expectativa sobre lo que sería racionalmente esperable que hiciera Añil, mientras que primera estaría meramente basada en lo que sería empíricamente esperable. La relación entre las atribuciones de intenciones, creencias y deseos de Añil y su comportamiento es una relación fundamentalmente lógica: dadas ciertas intenciones, creencias y deseos, es esperable que, si Añil es racional, vaya a comprar la cámara. Si no lo hace, es esperable que Aguamarina diga que, o bien las autoatribuciones de estados mentales de Añil eran falsas (i.e., no deseaba comprar la cámara, no creía que la tienda estuviera abierta o no tenía intención de ir esa tarde), o bien su comportamiento ha sido irracional. Por el contrario, esta presunción de racionalidad no forma parte de la predicción de Mostaza, ya que la relación entre sus estados cerebrales o cualquier otro posible hecho empírico (e.g., ciertas variables ambientales) y su conducta no es lógica, sino meramente causal. No tendría sentido que Mostaza dijese que Añil es irracional por no haber ido a comprar la cámara; lo más que puede decir es que su conducta es “estadísticamente inesperada” dada su teoría previa sobre la relación causal entre los estados cerebrales de Añil y su conducta. La conclusión del eliminativismo es que, dado que ninguna descripción pura de hechos del mundo natural tiene la fuerza normativa (i.e., la capacidad de justificación racional) que tienen las atribuciones de estados mentales, no hay ningún hecho en el mundo natural que corresponda con dichas atribuciones. En este sentido, las aproximaciones eliminativistas al estudio del comportamiento suponen un mayor alejamiento de la teoría de la mente cartesiana que las aproximaciones reduccionistas; mientras que las segundas solo rechazan uno de los tres compromisos ontológicos que definen el cartesianismo (i.e., rechazan el dualismo, pero mantienen el factualismo y el causalismo), las primeras rechazan todos ellos. El problema estriba, como veremos en la siguiente sección, en las consecuencias que se extraen de esto de cara al análisis del significado de las atribuciones de estados mentales. El problema de la normatividad Como hemos visto el eliminativismo parte de la observación de que ninguno de los hechos que describen y explican las ciencias naturales poseen la fuerza normativa de las atribuciones de estados mentales y se concluye, por tanto, que las atribuciones de estados mentales no describen ningún hecho posible. De esto, a su vez, el eliminativismo extrae dos conclusiones: a) que, por tanto, la referencia a supuestas variables mentales que expliquen causalmente el comportamiento debe ser eliminada del vocabulario explicativo de las ciencias del comportamiento; y b) que las atribuciones de estados mentales no son, literalmente, ni verdaderas ni falsas. Una forma de interpretar esto último es que las atribuciones de estados mentales son lo que el ‘primer’ Wittgenstein –i.e., el del Tractatus Logico-philosophicus (2017a)– llamó pseudoproposiciones o, más en concreto, absurdos o sinsentidos11 i.e., oraciones bien formadas en términos gramaticales, pero que, dado que no representan ningún hecho, no son declarables ni verdaderas ni falsas (en términos de Wittgenstein, no dicen nada realmente, aunque parezcan decirlo). Por otro lado, el ficcionalismo defiende que las atribuciones de estados mentales, en el mejor de los casos, no serían más que meras ficciones útiles o convenientes para ciertos propósitos (por ejemplo, para darnos una imagen más halagüeña del estatus del ser humano con respecto al mundo natural), que solo podrían ser “verdaderas” dentro de una ficción compartida –de forma similar a como podrían serlo las oraciones referentes a personajes ficcionales como (1) – (4)–, pero no de forma “literal” (para una distinción más detallada entre estas dos posibles interpretaciones, véase Demeter, 2013; Parent, 2013; Price et al., 2013, p. 28). Como vamos a ver, mientras que la primera conclusión (i.e., que las atribuciones de estados mentales no refieren a ningún hecho concreto que la ciencia del comportamiento deba tener en cuenta para explicar causalmente la conducta) es defendible, la segunda (i.e., que las atribuciones de estados mentales no tienen sentido o son meras ficciones útiles) no solo es innecesaria, sino que además pone en peligro la consistencia del propio eliminativismo. Como hemos visto en el ejemplo anterior, la fuerza normativa de las atribuciones de estados mentales, de la que carecen las meras descripciones de hechos, consiste en su capacidad para racionalizar o hacer inteligible el comportamiento; es decir, para evaluar el comportamiento en términos de su racionalidad o irracionalidad. Sin atribuciones de estados mentales o, mejor dicho, sin la capacidad de evaluar el comportamiento en términos de los estados mentales a los que está lógica o normativamente –que no causalmente– ligado, no podemos determinar si dicho comportamiento es racional o no. Desde la óptica eliminativista, por tanto, el organismo y su conducta no son ni racionales ni irracionales; son, simplemente, seres arracionales. Llegados a este punto, la persona más profundamente convencida por los argumentos eliminativistas podría contestarnos: “bien, eso es cierto: si asumimos que las atribuciones de estados mentales son meras pseudoproposiciones o, en el mejor de los casos, proposiciones necesariamente falsas, la idea de que un organismo o su comportamiento puedan ser evaluados en términos de su racionalidad o irracionalidad pierde por completo el sentido. Pero, ¿qué problema hay con eso? Simplemente nos duele perder esa capacidad porque estamos demasiado habituados a vivir en la ficción de que existe algo así como la racionalidad, pero no es más que eso: una ficción”. Sin embargo, las conclusiones a las que nos lleva el eliminativismo no son problemáticas porque nos entristezca pensar que en realidad no estamos diciendo nada “real” cuando usamos el vocabulario mental, que en realidad no somos seres mentales o agentes (i.e., seres libres, autónomos y responsables de nuestros actos), sino meros organismos perdidos en la inmensidad del cosmos, tan a merced de las leyes de la naturaleza como cualquier otro fenómeno natural. El principal problema de las aproximaciones eliminativistas a lo mental es que son autoinconsistentes o, como dijimos antes, se devoran a sí mismas. El propio eliminativismo es una postura filosófica, es decir, un sistema lógico de creencias que guardan entre sí relaciones de justificación racional. Sin embargo, desde la propia óptica eliminativista, no tendría sentido hablar de tales creencias, ni tampoco otras que las justifiquen; no hay tales cosas como las creencias en la cosmovisión eliminativista, ni por tanto creencias más o menos verdaderas, más o menos justificadas, más o menos racionales que otras. Tampoco tendrían sentido las nociones de “significado”, “proposición”, “relación lógica” o “de justificación” entre creencias, etc.; lo más de lo que se podría hablar es de la actividad cerebral de las personas que defienden el eliminativismo o, como proponía Skinner en “El análisis operacional de los términos psicológicos” (1945), de su conducta verbal y de las contingencias de reforzamiento establecidas por la comunidad. Pero, entonces, ¿cómo se justifica la propia postura eliminativista? Si la formulación y defensa de esta aproximación es simplemente un tipo de conducta verbal más, fruto de un conjunto de sucesos causales naturales (e.g., una serie de contingencias de reforzamiento, o de procesos cerebrales), entonces, ¿cómo evaluar su racionalidad o irracionalidad, su coherencia o incoherencia o, en definitiva, su corrección o incorrección? Desde el propio punto de vista eliminativista, el eliminativismo es tan válido (o inválido) como cualquier otra postura. De hecho, si se sigue la postura hasta sus últimas consecuencias, no tendría siquiera sentido hablar de su validez e invalidez lógica (véase Pinedo-García, 2014, 2020). ¿Por qué seguirla entonces? ¿Por qué no asumir en su lugar una aproximación dualista a lo mental? Por otro lado, la estrategia reduccionista tampoco soluciona el problema. De acuerdo con la estrategia reduccionista, el propio reduccionismo, en tanto que conjunto de creencias filosóficas, no sería más que un conjunto determinado de hechos naturales (e.g., patrones de conducta verbal de cierto conjunto de personas, tipos concretos de estados cerebrales, etc.). Sin embargo, como vimos en el ejemplo anterior, el principal problema del reduccionismo es que pretende establecer una relación de identidad entre atribuciones de estados mentales, que poseen fuerza normativa y nos permiten racionalizar el comportamiento, y meras descripciones de hechos naturales, que solo nos permiten establecer cómo de hecho se comporta una persona y qué variables pueden estar causalmente relacionadas con dicha conducta. No hay estados cerebrales, ni patrones de interacción entre un organismo y su entorno cuya mera descripción nos permita saber si son “verdaderos” o “falsos”, “justificados” o “injustificados”, “correctos” o “incorrectos”, etc.; pero entonces, ¿cómo sabemos si la creencia reduccionista es en sí misma verdadera o falsa, o si está o no está justificada? En resumen, al margen de la superioridad de las aproximaciones eliminativistas a la ciencia del comportamiento sobre las aproximaciones reduccionistas, lo cierto es que ambas formas de naturalismo son incapaces de dar respuesta al problema de la normatividad y, por tanto, ambas estrategias son autoinconsistentes: si perdemos la capacidad de hablar de nuestras atribuciones de estados mentales en términos de corrección e incorrección, o siquiera en términos de verdad o falsedad, entonces lo único de lo que podemos hablar con sentido es de una sucesión infinita de hechos naturales; entre ellos, algunos Homo sapiens emitiendo los sonidos “la mente no existe”, otros emitiendo “la mente sí existe” y otros emitiendo “Misébiles estaban los borgoves y algo momios los verdos bratchilbaban12”. Debemos, por tanto, encontrar una manera que articular una propuesta que mantenga el compromiso con el naturalismo, sin por ello comprometernos con la idea de que nuestras atribuciones de estados mentales son sinsentidos o meras ficciones útiles, o solo verificables o falsables en virtud de una relación de identidad con eventos naturales. La encrucijada en la que nos encontramos es la siguiente: ¿cómo evitar el dualismo cartesiano sin caer en el reduccionismo o eliminativismo de lo mental? O, dicho de otra manera, ¿cómo evitar al mismo tiempo el problema mente-cuerpo y el problema de la normatividad? En la siguiente sección, veremos cómo las dos estrategias de implementación del naturalismo que hemos visto en la sección anterior comparten una estructura argumental común, cuyo carácter problemático estriba en el mantenimiento del tercer compromiso cartesiano: el descriptivismo respecto al significado de las atribuciones de estados mentales. Descriptivismo y traducibilidad Como vimos en la sección 1, el descriptivismo consiste en la idea de que el significado de cualquier oración declarativa (i.e., aquellas que se emplean para afirmar o negar que algo sea el caso) se determina en virtud de su relación de representación con respecto a cierto estado de cosas del mundo. Más concretamente, una teoría del significado descriptivista parte de la base de que la función principal de las oraciones declarativas es representar o describir estados de cosas posibles, es decir, combinaciones posibles de objetos, relaciones, eventos, propiedades, etc. (Almagro, 2021; Chrisman, 2007; Pérez-Navarro et al., 2019; Pinedo-García, 2014, 2020); de acuerdo con el descriptivismo, solo las oraciones declarativas que describen un estado de cosas pueden ser declaradas verdaderas o falsas, por lo que solo estas tienen realmente contenido o significado cognitivo13 (i.e., solo estas aportan información evaluable en términos de su verdad o falsedad). Esta sería la premisa que compartirían tanto el dualismo cartesiano como las aproximaciones eliminativistas y reduccionistas que hemos visto antes; la diferencia estribaría en que estas últimas, para evitar el problema mente-cuerpo, restringen el conjunto de estados de cosas posibles al tipo de objetos, eventos, propiedades y relaciones analizables por las ciencias naturales. Ambas, por tanto, parten de una estructura argumental común, donde la primera premisa sería la del descriptivismo respecto a las atribuciones de estados mentales. Finalmente, la conjunción de ambas premisas daría lugar a la tesis de la traducibilidad, o la idea de que una oración declarativa solo tiene realmente contenido si es posible establecer una relación de identidad entre una oración declarativa cualquiera y otra que constituya una mera descripción de estados de cosas materiales. El razonamiento anterior podría resumirse como sigue: • Premisa 1 (Descriptivismo): Si y solo si una oración declarativa describe un estado de cosas posible, entonces es una oración con contenido, evaluable en términos de su verdad o falsedad. • Premisa 2 (Naturalismo): Solo son posibles los estados de cosas que involucran objetos, eventos, propiedades y relaciones materiales, i.e., describibles en términos espacio-temporales (e.g., el tipo de objetos, eventos, propiedades y relaciones que estudian las distintas ciencias naturales). • Conclusión (Traducibilidad): Si y solo si es posible traducir una oración declarativa S a una descripción de estados de cosas materiales, entonces S tiene contenido. Esta estructura argumental común constituiría la base de las aproximaciones reduccionistas y eliminativistas a las atribuciones de estados mentales. Una vez clarificada esta estructura argumental común, podemos establecer mejor cuál es su principal diferencia: mientras que las primeras se caracterizarían por la aceptación de la tesis de la traducibilidad, las segundas se caracterizarían por su rechazo. Por consiguiente, las aproximaciones reduccionistas concluyen que las atribuciones de estados mentales sí tienen significado cognitivo o contenido (i.e., representan un estado de cosas posible dentro del marco ontológico naturalista), mientras que las aproximaciones eliminativistas concluyen que no lo tienen. Lo anterior podría reflejarse como sigue: Reduccionismo • P1 (Traducibilidad): Si y solo si es posible traducir las atribuciones de estados mentales a descripciones de estados de cosas materiales, entonces las atribuciones de estados mentales tienen contenido. • P2 (Reduccionismo): Es posible traducir las atribuciones de estados mentales a descripciones de estados de cosas materiales. • C: Las atribuciones de estados mentales tienen contenido (i.e., representan estados de cosas posibles). Eliminativismo • P1 (Traducibilidad): Si y solo si es posible traducir las atribuciones de estados mentales a descripciones de estados de cosas materiales, entonces las atribuciones de estados mentales tienen contenido. • P2 (Eliminativismo): No es posible traducir las atribuciones de estados mentales a descripciones de estados de cosas materiales. • C (No significado atribuciones mentales): Las atribuciones de estados mentales no tienen contenido (i.e., no representan estados de cosas posibles). Una vez expuestas las similitudes y diferencias del razonamiento reduccionista y eliminativista, estamos en mejor posición para encontrar una salida de la encrucijada, es decir, una manera de evitar el problema mente-cuerpo y, al mismo tiempo, el problema de la normatividad. Para ello, debemos rechazar la tesis de la traducibilidad, que es la que nos aboca a la elección entre el reduccionismo y el eliminativismo y, por tanto, al problema de la normatividad. Al mismo tiempo, debemos preservar el compromiso con el naturalismo para evitar vernos abocados al problema mentecuerpo. Por tanto, la premisa que debemos rechazar es la primera: la del descriptivismo. En la siguiente sección, veremos cómo una aproximación antidescriptivista al significado de las atribuciones de estados mentales nos va a permitir reconciliar, por un lado, la intuición eliminativista de que las atribuciones de estados mentales no describen ningún estado de cosas posible dentro del marco ontológico naturalista y, por otro, la idea de que pueden ser tan verdaderas (o falsas) como cualquier descripción de hechos materiales. La aproximación antidescriptivista a la práctica de atribución de estados mentales El antidescriptivismo puede entenderse como una familia de aproximaciones a la filosofía del lenguaje que parte de un compromiso común con el pluralismo lingüístico, i.e., la idea de que el lenguaje no sirve exclusivamente para describir estados de cosas posibles, sino que también tiene otras funciones, e.g., expresar nuestras actitudes hacia determinados hechos, prescribir ciertos cursos de acción, etc. Por tanto, la principal característica de las aproximaciones antidescriptivistas es que todas ellas comparten una tesis negativa: el rechazo del dogma del descriptivismo (Chrisman, 2007, p. 227), o la idea de que el significado de cualquier oración declarativa se determina en función de una relación de representación entre la oración y el mundo. Por otro lado, las distintas aproximaciones antidescriptivistas pueden distinguirse en función del tipo de tesis positiva que mantengan respecto al significado de las oraciones analizadas, es decir, en función de los detalles de la teoría del significado que articulen como alternativa al descriptivismo (Frápolli y Villanueva, 2012, 2013; Price et al., 2013; Villanueva, 2018). En concreto, la posición antidescriptivista que aquí se va a defender está basada en una lectura normativista y pragmatista de la filosofía analítica del lenguaje ordinario de mediados del siglo XX (véase Almagro, 2021; Almagro y Fernández-Castro, 2019; Brandom, 2000; Frápolli & Villanueva, 2012, 2013; Heras-Escribano y PinedoGarcía, 2018; Kripke, 1982; Pérez-Navarro et al., 2019; PinedoGarcía, 2014, 2020; Price et al., 2013; Villanueva, 2019); en concreto, aquí nos centraremos en el análisis de las principales implicaciones de las Investigaciones filosóficas (1953) de Wittgenstein (véase Wittgenstein, 2017b) y de El concepto de lo mental (1949) de Ryle (véase Ryle, 2005) de cara al análisis del significado de las atribuciones de estados mentales. Esta aproximación, a la que nos referiremos como antidescriptivismo normativista, parte de la idea de que la posibilidad de hablar de la verdad o falsedad de una oración no va necesariamente ligada a la capacidad del mismo para describir o representar estados de cosas posibles (o, al menos, no en el caso de algunas oraciones declarativas, entre ellas las atribuciones de estados mentales). En concreto, la tesis positiva que caracteriza esta postura es que el contenido de una oración depende las conexiones inferenciales normativas o relaciones de justificación lógica que, dentro de cierta comunidad lingüística, se establecen entre su aseveración y ciertos cursos de acción. En este sentido, esta aproximación puede definirse a partir de tres ideas estrechamente relacionadas entre sí: a) que el lenguaje es una herramienta multifuncional, que sirve a muy diversos propósitos (i.e., la idea del pluralismo lingüístico previamente comentada); b) que el significado de una expresión depende radicalmente del uso de la misma (en concreto, del conjunto de inferencias que permite hacer cuando es usada en distintos juegos del lenguaje); y c) que la distinción entre juegos del lenguaje involucra necesariamente una distinción entre distintas prácticas de una comunidad. En lo que sigue, vamos a ver en detalle cómo estas tres ideas, aplicadas al análisis del significado de las atribuciones de estados mentales, nos permiten salir de la encrucijada y articular una solución tanto al problema mente-cuerpo como al problema de la normatividad. Pluralismo ontológico vs. pluralismo lingüístico: maneras de existir frente a significados de “existir” En primer lugar, la idea del pluralismo lingüístico constituye un rechazo radical del descriptivismo que nos permite, por un lado, evitar el pluralismo ontológico cartesiano y, por otro, la eliminación o reducción del vocabulario mental y de su fuerza normativa. Pensar que solo pueden ser verdaderas o falsas las descripciones de hechos es lo que nos lleva, como decía Ryle (2005, p. 33) a pensar en lo mental “dentro del marco común de las categorías de «cosa», [...], «atributo», «estado», «proceso», «cambio», «causa» y «efecto»” y, seguidamente, a pensar que “[l]as mentes son cosas, aunque de un tipo distinto de los cuerpos”. En este sentido, es importante recalcar que el error categorial que, según Ryle, conduce al “dogma del Fantasma en la Máquina” no estriba únicamente en el establecimiento de dos tipos de sustancia (i.e., res cogitans y res extensa), sino en la propia consideración de lo mental en términos factuales; es decir, el problema no estriba únicamente en el dualismo, sino en el factualismo respecto a lo mental. En la misma línea, Wittgenstein (2017b, §308, p. 203) se pregunta: 308. ¿Cómo se llega al problema filosófico de los procesos y estados mentales y del conductismo? –El primer paso pasa totalmente desapercibido. ¡Hablamos de procesos y estados y dejamos indeterminada su naturaleza! Quizá alguna vez lleguemos a saber más sobre ellos– pensamos. Pero justamente con ello nos hemos atado a un determinado modo de considerar las cosas. [...] (El paso decisivo en el truco del prestidigitador se ha dado y precisamente el que nos parecía inocente.) [...] Hemos de negar, pues, el proceso aún incomprendido en el medio aún inexplorado. Y así parece, por tanto, que hemos negado el proceso mental. ¡Y naturalmente no queremos negarlo! (Wittgenstein, 2017b, §308, p. 203) Como vimos, el compromiso implícito con el descriptivismo es lo que lleva al cartesianismo a establecer la diferencia entre lo material y lo mental en términos de una diferencia entre dos maneras de existir (i.e., entre dos planos ontológicos). El reduccionismo acepta la premisa semántica descriptivista y sus consecuencias ontológicas (i.e., factualismo y causalismo) pero niega el dualismo; por el contrario, el eliminativismo rechaza todas las tesis ontológicas cartesianas, pero sigue comprometido con la idea de que, para que una oración declarativa pueda ser evaluable en términos de su verdad o falsedad, esta debe referir a hechos. De acuerdo con el antidescriptivismo normativista, si queremos evitar tanto el problema mente-cuerpo como el problema de la normatividad, debemos pensar en la diferencia entre lo mental y lo material en términos de una diferencia entre significados de “existir” cuando se usa en oraciones como “la mente existe” y cuando se usa en oraciones como “el cuerpo existe”. Es decir, la diferencia entre lo mental y lo material no sería una diferencia ontológica, sino semántica (i.e., en los criterios que las personas competentes en el uso del lenguaje emplean para determinar la verdad o falsedad de distintas oraciones). Aquí entra en juego la segunda idea fundamental de la concepción wittgensteiniana del lenguaje: que el significado de una expresión depende de las normas que constriñen su uso en distintos juegos del lenguaje. El concepto de “juego” aquí es relevante: apunta al hecho de que, al igual que las piezas de un juego se definen por el tipo de cosas que está permitido hacer con ellas dentro del mismo, el significado de cualquier expresión depende de las normas que rigen sus posibles usos. En este sentido, una atribución de estados mentales (e.g., de creencia) puede ser entendida de forma análoga a como entenderíamos una oración que haga referencia a una pieza del ajedrez, como el peón. Si intentásemos definir el concepto de peón partiendo del marco descriptivista, nos veríamos abocados a problemas similares al problema mente-cuerpo y al problema de la normatividad, que podríamos llamar el problema peón-taco de madera y el problema de la “ajedreidad”. Por un lado, está claro que el concepto de “peón” no puede ser reducido a una mera descripción de hechos materiales: un peón no puede ser definido como “el taco de madera de tal y cual forma que la gente suele mover de tal y cual manera sobre una tabla cuadrada compuesta de 64 cuadrados de color intercalado”, entre otras cosas porque el peón podría estar hecho de cualquier material y porque tal definición no nos permitiría distinguir entre movimientos correctos e incorrectos del peón (i.e., el problema de la “ajedreidad”); lo más que nos permitiría distinguir es entre movimientos estadísticamente frecuentes y estadísticamente infrecuentes. Por otro lado, resultaría absurdo decir que “peón” refiere a “la esencia interna” del taco de madera, o a una entidad fantasmal dentro del taco que explique causalmente los movimientos que hacemos con él sobre el tablero (i.e., el problema peón-taco de madera). Para dar una definición adecuada de “peón” debemos hacer referencia a sus posibilidades de movimiento, i.e., a cómo debe moverse sobre el tablero de acuerdo con las normas del ajedrez, y no meramente a cómo de hecho lo suelen mover las personas que juegan a dicho juego. En otras palabras: el significado de “peón” se determina por las reglas del ajedrez, que constriñen sus movimientos posibles sobre el tablero. De acuerdo con el antidescriptivismo normativista, tan absurdo es concluir que, dado que no es un concepto reducible a una mera descripción de hechos materiales, “peón” hace referencia a la esencia interna del taco de madera, como concluir que los peones “no existen” o que las oraciones declarativas que incluyen el término “peón” son pseudoproposiciones u oraciones sin significado real. En este mismo sentido, Wittgenstein señala en el parágrafo 304 de las Investigaciones filosóficas que lo mental “¡No es un algo, pero tampoco es una nada!” (Wittgenstein, 2017b, § 304, p. 202). En otras palabras: que no podamos definir conceptos como los de “creencia” o “peón” en términos puramente descriptivos no quiere decir que no existan las creencias o los peones: simplemente indica que, cuando hablamos de “existir” aquí, estamos diciendo una cosa muy distinta que cuando decimos del cerebro, la conducta o el taco de madera que “existen”. A lo que está apuntando aquí Wittgenstein es a que las oraciones que contienen términos como “creencia”, “sensación” o “peón” pueden ser tan verdaderas (o falsas) como lo son las puras descripciones de hechos materiales; la diferencia radicaría, como hemos dicho, en los criterios que las personas que comparten un lenguaje (y, por tanto, una forma de vida) emplean para determinar la verdad o falsedad de las primeras y las segundas. Antes de proseguir, debemos detenernos un momento en el concepto de “forma de vida”, ya que este juega un papel central en la concepción del lenguaje del “segundo Wittgenstein” (i.e., el de las Investigaciones filosóficas); en concreto, expresa un “giro pragmatista” en su manera de abordar la relación entre lenguaje y mundo. Ya en el Tractatus Logico-philosophicus, Wittgenstein (1921) defendía que “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo” (§5.6) o, como diría más adelante Sellars (1956), que no hay nada dado en el mundo, i.e., que no tiene sentido pensar en hechos “brutos” o no articulados conceptualmente a través del lenguaje (e.g., datos sensoriales) a los que tengamos un acceso epistémico inmediato e incorregible. La idea fundamental aquí es que los criterios para determinar la verdad o falsedad de cualquier oración no están “dados” en el mundo, sino que dependen del propio lenguaje; el lenguaje determina lo que es pensable o concebible y, por tanto, lo que es evaluable en términos de su verdad o falsedad. En las Investigaciones, Wittgenstein no abandona esta idea, sino que sitúa el lenguaje (y por tanto los límites del mundo, de lo verificable y lo falsable), en el contexto de las distintas prácticas y de las distintas formas de vida humanas. Lo que es concebible o pensable para una persona (y, por tanto, lo que es evaluable en términos de su verdad o falsedad) depende del lenguaje, en cuyo uso es entrenada por la comunidad; dicho entrenamiento convierte progresivamente a dicha persona en una hablante competente del lenguaje y, por tanto, en miembro de la forma de vida de la comunidad (i.e., en participante del conjunto de prácticas que la caracterizan). El significado es el uso: la geografía lógica de las atribuciones de estados mentales Una vez establecido lo anterior, podemos preguntarnos: ¿en qué radica exactamente entonces la diferencia en el uso y significado de las descripciones de estados de cosas frente al uso y significado de las atribuciones de estados mentales? Como en el caso de la diferencia entre los conceptos de “peón” y “taco de madera”, la diferencia radica en el conjunto de inferencias que podemos hacer cuando meramente describimos los estados cerebrales o la conducta de una persona frente al conjunto de inferencias que podemos hacer cuando le atribuimos estados mentales. Ryle (2005, p. 164) ejemplifica lo anterior contraponiendo el uso de la oración “El pájaro está volando hacia África” y “el pájaro está migrando”: Si describimos un pájaro diciendo que está migrando, nuestra descripción tiene una mayor complejidad que si dijéramos que está volando en dirección a África, pero esta complejidad mayor no consiste en que la primera descripción narra un número mayor de incidentes. Sólo es preciso que esté ocurriendo una cosa, a saber, que el pájaro esté, en este preciso momento, volando hacia el sur. «Está migrando» no nos dice más cosas, sino algo más rico que lo que nos dice «está volando hacia el sur». (Ryle, 2005, p. 164). De igual manera, como vimos en el caso de la predicción del comportamiento de Añil (véase sección 2.1.), cuando decimos de alguien cosas como “cree que la cámara estará disponible en la tienda” o “tiene la intención de ir a comprar la cámara instantánea a la tienda por la tarde”, lo que decimos no es idéntico a una mera descripción de su conducta, pero tampoco es diferente o “más complejo” porque en el primer caso estemos informando de más episodios (e.g., del episodio relacionado con la descripción de su conducta y de otros episodios o acaecimientos internos al sujeto). La diferencia simplemente radica en el conjunto de cosas que se siguen de la mera descripción de la conducta de una persona (o de los hechos causalmente relacionados con la misma) y el conjunto de cosas que se siguen de la atribución de estados mentales, i.e., en el conjunto de inferencias que estamos autorizados a hacer a partir de meras descripciones de hechos frente a las que estamos autorizados a hacer a partir de la atribución de estados mentales. Esto último está estrechamente ligado con el uso diferencial de ambos tipos de expresiones (descripciones de hechos vs. atribuciones de estados mentales) en la explicación del comportamiento. Tomemos como ejemplo los dos tipos de explicaciones del comportamiento de Añil (la explicación de Mostaza y de Aguamarina, respectivamente): (12) Añil va a la tienda por porque se encuentra en el estado cerebral CAM. (13) Añil va a la tienda porque tiene intención de comprar ya la cámara instantánea, cree que está disponible en la tienda y desea comprarla cuanto antes. Como hemos visto, el causalismo respecto a lo mental presupone que (12) y (13) sirven al mismo propósito: explicar causalmente o predecir la conducta poniéndola en relación con ciertos hechos (unos mentales y otros no). Por el contrario, de acuerdo con el antidescripvismo normativista, la similitud entre las dos expresiones sería solo aparente; en términos de Wittgenstein, diríamos que (12) y (13) son únicamente similares en su gramática superficial, no en su gramática profunda. Aquí “gramática superficial” se refiere al hecho de que tanto (12) como (13) ponen en relación un explanans (e.g., “Añil va a la tienda”) y un explanadum (e.g., “se encuentra en el estado cerebral CAM”, “tiene intención de comprar la cámara instantánea”) por medio de una conectiva causal (“porque”). La diferencia radicaría en su gramática profunda o, por usar el término de Ryle, su geografía lógica; es decir, en el conjunto de inferencias que estamos autorizados a hacer cuando usamos en contexto una y otra expresión. En concreto, la diferencia es la siguiente: mientras que una atribución de estados mentales nos permite racionalizar el comportamiento o justificarlo, i.e., explicarlo en términos de sus razones, una descripción de los estados cerebrales de una persona (o de su historia de interacciones con el entorno) no nos sirve a este propósito; a lo sumo, nos permite explicarlo científicamente, i.e., establecer sus causas. En el mejor de los casos, las explicaciones científicas del comportamiento nos permiten hacer inferencias sobre el comportamiento o conjunto de comportamientos que de hecho ocurrirán dadas ciertas condiciones; por el contrario, las explicaciones normativas o justificaciones racionales del comportamiento nos permiten hacer inferencias respecto al comportamiento o conjunto de comportamientos que deberían ocurrir (véase Almagro, 2021; Fernández-Castro y Heras-Escribano, 2020; Pérez-Navarro et al., 2019; Pinedo-García, 2020). Por eso las atribuciones de estados mentales son ineliminables e irreducibles al vocabulario propio de las distintas ciencias del comportamiento; porque el uso que hacemos de ellas y el conjunto de inferencias que nos permiten hacer respecto al comportamiento difieren por completo de los de nuestras descripciones de eventos materiales. Explicar y describir vs justificar y evaluar Finalmente, esta distinción entre justificación y explicación científica nos permite entender mejor cuál es en concreto la tesis positiva que caracteriza el antidescriptivismo normativista. Como hemos visto, la concepción wittgensteiniana del lenguaje que subyace a esta aproximación parte de la idea de que “el significado es el uso”, es decir, que son la gramática profunda o geografía lógica de una expresión (i.e., el conjunto de “licencias inferenciales” que nos permiten hacer cuando las usamos en un contexto concreto) las que determinan su significado y que dicha geografía lógica depende de las normas del juego del lenguaje en el que sea empleada (de ahí el carácter normativista de esta forma de antidescriptivismo). Sin embargo, de acuerdo con esta aproximación, la distinción entre juegos del lenguaje no es algo que se pueda establecer de manera clara y definida de antemano, sino que requiere de la consideración de las prácticas en las que se circunscriben los distintos juegos del lenguaje (de ahí su carácter pragmatista); en este sentido, se podría decir que el objetivo del juego determinaría el tipo de juego al que se está jugando. Esta es la tercera idea que caracteriza el antidescriptivismo normativista: que el significado de descripciones de hechos materiales como las empleadas en (13) difiere del significado de atribuciones de estados mentales como las empleadas en (12) porque sirven a propósitos distintos y, por tanto, constituyen “piezas” en juegos del lenguaje distintos. En concreto, las primeras cumplen su función en aproximaciones nomológicas al ser humano, cuyo objetivo es fundamentalmente explicar, predecir y controlar el comportamiento; por el contrario, las segundas cumplen su función en aproximaciones normativas, cuyo objetivo es el de racionalizar o hacer inteligible el comportamiento, de evaluarlo en términos de su corrección o incorrección, i.e., en función de su adecuación a ciertos estándares normativos (e.g., de inteligibilidad, de racionalidad, de adecuación moral y legal, de bienestar psicológico, etc.) (véase también Pinedo-García, 2020; Ramberg, 2000). Esto, finalmente, nos permite establecer una distinción entre los distintos juegos del lenguaje a los que están jugando Mostaza y Aguamarina al intentar dar cuenta de la conducta de Añil: mientras que oraciones como (13) constituyen movimientos en juegos del lenguaje descriptivos (i.e., cuyo objetivo es establecer cómo de hecho son las cosas), las oraciones como (12) constituyen movimientos en juegos del lenguaje evaluativos (i.e., cuyo objetivo es establecer cómo deberían ser las cosas) (Almagro, 2021; Fernández-Castro y Heras-Escribano, 2020; Pérez-Navarro et al., 2019; Pinedo-García, 2020; Villanueva, 2018, 2019). Por tanto, la práctica de atribución de estados mentales es una práctica evaluativa; cuando nos atribuimos estados mentales o se los atribuimos a los demás lo que hacemos es evaluar el comportamiento propio y ajeno a la luz de un conjunto de normas que, por un lado, lo racionalizan (cuando ya ha ocurrido) y, por otro, determinan qué cursos de acción futuros serán correctos y cuáles no. En este sentido, cuando nos autoatribuimos un estado mental, nos hacemos responsables de seguir ciertos cursos de acción y no otros (i.e., de comportarnos de manera coherente con lo que, dentro de una determinada forma de vida, se sigue de dicha autoatribución de estados mentales); en otras palabras, adquirimos una serie de compromisos con respecto a ciertos cursos de acción. Del mismo modo, cuando dirigimos dichas atribuciones a los demás, también expresamos un compromiso con respecto a lo que esperamos que haga dicha persona, i.e., la hacemos responsable de su comportamiento y esperamos que, si es racional, actúe de determinada manera (Almagro, 2021; Fernández-Castro y HerasEscribano, 2020; Frápolli y Villanueva, 2012, 2013; Pérez-Navarro et al., 2019; Pinedo-García, 2020). Por ejemplo, cuando Añil dice “tengo intención de ir a comprar la cámara esta tarde y creo que la cámara estará disponible en la tienda” se compromete racionalmente con un conjunto potencialmente infinito de cursos de acción que, en nuestra comunidad, sancionaríamos como racionales o “correctos” a la luz de lo que ha dicho Añil, e.g., ir a la tienda por la tarde (y no al día siguiente), contestar “en la tienda” (y no “en el parque”) si alguien le pregunta dónde va a comprar la cámara, indicarle a otra persona que la cámara está disponible (y no que está agotada) en la tienda si alguien le pregunta dónde podría comprar una cámara, etc. En este sentido, las atribuciones de estados mentales se parecen más a las evaluaciones morales, legales o estéticas que a las meras descripciones de hechos. Sin embargo, con esto no se quiere decir que la atribución de estados mentales sea una práctica “subjetiva”, donde no quepa hablar en sentido estricto de verdad o falsedad –si así fuera, volveríamos a vernos abocados al problema de la normatividad–. Retomando el ejemplo del ajedrez, cuando decimos de un taco de madera que es un peón, no estamos describiendo ninguna esencia interna del taco, ni tampoco estamos diciendo que sea un objeto que la gente que juega al ajedrez tienda estadísticamente a mover de tal y cual manera; simplemente estamos diciendo que, de acuerdo con las normas que regulan la práctica de jugar al ajedrez, se debe mover de tal y cual manera. Como vimos antes, sería absurdo concluir que, dado que el concepto de “peón” no tiene sentido sin referencia al marco normativo que constituye la práctica de jugar al ajedrez, oraciones como “este taco de madera es un peón” son “puramente subjetivas” y que por tanto no tiene sentido pronunciarse sobre su verdad o falsedad. De acuerdo con el antidescriptivismo normativista, lo mismo se aplica al caso de las atribuciones de estados mentales: al igual que la verdad o falsedad de la consideración de un taco de madera como “peón” depende de las normas que regulan la práctica del ajedrez, la verdad o falsedad de las atribuciones de estados mentales depende de las normas que, dentro de una forma de vida, regulan la práctica de atribución de estados mentales, i.e. las normas que establecen los criterios que emplean los miembros de una comunidad lingüística en distintas situaciones para determinar si una atribución de estados mentales es verdadera o falsa. Conclusiones En este capítulo hemos visto una manera de concebir el lenguaje y, en concreto, el lenguaje de lo mental que ofrece un rechazo más profundo de la concepción cartesiana de la mente que el ofrecido por las aproximaciones al problema de lo mental que más impacto han tenido en la filosofía de la mente y de la psicología contemporáneas. En la sección 1 hemos comenzado estableciendo los orígenes de la imagen estándar de la práctica de atribución de estados mentales en la concepción de la mente cartesiana, enfatizando el problema fundamental al que esta intenta hacer frente: el problema de la normatividad. Este problema puede entenderse como el problema del encaje entre la imagen manifiesta –donde el comportamiento de los seres humanos es descrito y explicado en términos de agencia, racionalidad, libertad, autonomía (i.e., en términos normativos, que involucran la posibilidad de acierto y error, de mérito o demérito moral, epistémico, etc.)– y la imagen científica del mundo y de los seres humanos, donde el comportamiento es descrito y explicado en términos de causas y efectos como un fenómeno natural más, tan sujeto a las leyes de la naturaleza como cualquier otro. También hemos detallado cuáles son los principales compromisos ontológicos, epistemológicos y semánticos de la concepción de la mente que Descartes ofrece como solución al problema de la normatividad. Entre los compromisos ontológicos hemos destacado el factualismo (i.e., la idea de que la mente es un tipo de sustancia), el dualismo (i.e., la idea de que hay dos tipos de sustancia o modos de existencia: la res cogitans y la res extensa) y el causalismo (i.e., la idea de que al menos ciertas formas de comportamiento, típicamente el comportamiento que describimos como “voluntario”, está causado por estados y procesos mentales). Entre los compromisos epistemológicos hemos destacado el representacionalismo (i.e., la idea de que la mente opera a partir de representaciones mentales del mundo con el que interactúa el organismo), caracterizado por la idea del acceso privilegiado a la propia mente, la idea del acceso mediado al mundo y la idea del acceso doblemente mediado a las mentes de otras personas. Asimismo, hemos situado en estos compromisos teóricos el origen de los consiguientes problemas de los mental: a) el problema mente-cuerpo, o el problema del estatus ontológico de la res cogitans y de la relación causal entre la res cogitans y la res extensa; y b) el problema mente-mundo, o el problema del acceso epistémico al mundo, a la propia mente y a otras mentes. Finalmente, hemos señalado que la ontología y epistemología cartesianas están fundamentadas en una concepción particular del lenguaje en general y de las atribuciones de estados mentales en particular: el descriptivismo, o la idea de que la función de las oraciones declarativas es representar estados de cosas posibles y que la verdad o falsedad de una oración depende de dicha relación de representación con el mundo. En la sección 2 hemos comenzado exponiendo que la principal vía de rechazo de la concepción cartesiana de la mente ha consistido en el rechazo del dualismo ontológico y en el establecimiento de un compromiso con el naturalismo, comúnmente definido a partir del compromiso con el monismo (i.e., la defensa de la idea de que hay un único plano ontológico) y el materialismo (i.e., que dicho plano es el que asumen como marco las ciencias naturales, constituido por relaciones entre objetos describibles espacio-temporalmente). A continuación, hemos visto cuáles han sido las principales estrategias de implementación del naturalismo, a saber, las aproximaciones ontológicamente conservadoras y las ontológicamente radicales, así como las principales concepciones del vocabulario mental que las fundamentan (reduccionismo y eliminativismo, respectivamente). De acuerdo con las aproximaciones reduccionistas, toda oración declarativa que incluya términos mentales es traducible a una oración donde dichos términos hayan sido reemplazados por una descripción de hechos materiales; por el contrario, las aproximaciones eliminativistas niegan que dicha traducción sea posible. Como hemos visto, este rechazo eliminativista de la tesis de la identidad entre eventos mentales y eventos materiales conlleva, por un lado, un rechazo más profundo de la concepción cartesiana de la mente y, por otro, una aproximación más adecuada a la ciencia del comportamiento. Sin embargo, tanto el eliminativismo como el reduccionismo retienen el compromiso con el descriptivismo. De acuerdo con la premisa descriptivista, oraciones como “Añil tiene intención de comprar una cámara instantánea”, o bien: a) representan algún tipo de estado de cosas posible (e.g., una determinada relación entre Añil y entidades espectrales de dudoso estatus ontológico; un determinado estado de activación del cerebro de Añil; etc.); o bien b) no representan ningún estado de cosas y entonces son idénticas en lo que a su verdad o falsedad se refiere a oraciones como “Misébiles estaban los borgoves y algo momios los verdos bratchilbaban”. Sin embargo, esto hace del reduccionismo y el eliminativismo estrategias incapaces de dar una solución coherente al problema de la normatividad, lo que las convierte en posturas autoinconsistentes, que socavan sus propios fundamentos. Finalmente, en la sección 3, hemos expuesto una aproximación alternativa a la concepción descriptivista del lenguaje en general y de las atribuciones de estados mentales en particular: el antidescriptivismo normativista, basado en una interpretación contemporánea del trabajo analítico de filósofos como Wittgenstein y Ryle, en quienes nos hemos centrado aquí. Esta aproximación se basa en tres ideas fundamentales: a) que el lenguaje no sirve únicamente para describir o representar estados de cosas posibles; b) que el significado y los criterios para determinar la verdad o falsedad de una oración dependen de su uso dentro de distintos juegos del lenguaje; y c) que la distinción entre juegos del lenguaje necesariamente involucra una distinción entre las distintas prácticas de una comunidad y forma de vida determinadas. Aplicadas al análisis del significado de las atribuciones de estados mentales, hemos visto que este tipo de oraciones declarativas tienen su uso característico en juegos del lenguaje evaluativos, circunscritos en prácticas de racionalización y justificación del comportamiento humano, donde el objetivo es evaluar el comportamiento en términos de su adecuación o inadecuación a ciertos estándares (i.e., de inteligibilidad, de racionalidad, etc.); por el contrario, las descripciones de hechos materiales como la actividad cerebral o la dinámica de interacciones de un organismo con su entorno tienen su uso característico en juegos del lenguaje descriptivos, característicos de aproximaciones nomológicas al comportamiento humano, donde el objetivo es explicar (causalmente), predecir y controlar el comportamiento. En definitiva, la principal virtud de la aproximación antidescripvista normativista aquí defendida es que nos permite separar dos cuestiones que en el marco descriptivista aparecen indisolublemente unidas: por un lado, la posibilidad de hablar de la verdad o falsedad de una oración declarativa; y, por otro, su capacidad para representar o describir estados de cosas posibles. Por el contrario, el antidescriptivismo normativista aquí defendido cuestiona la viabilidad de esta premisa de herencia cartesiana y propone un marco alternativo de acuerdo con el cual hay oraciones que no son descriptivas (i.e., que no representan ningún estado de cosas posible) que, sin embargo, pueden ser declarables verdaderas o falsas. Es decir, el antidescriptivismo normativista nos permite decir que oraciones como “Añil tiene intención de comprar una cámara instantánea” o “Mostaza cree que Añil tiene intención de comprar una cámara instantánea” pueden ser tan verdaderas o falsas como “Añil se encuentra en el estado cerebral CAM” o “La conducta de Mostaza de verbalizar ‘las cámaras instantáneas son muy hipsters’ está mantenida por reforzamiento negativo”; la diferencia estribaría es que los dos tipos de oraciones suelen usarse en distintos juegos del lenguaje y, por tanto, su verdad o falsedad no depende de los mismos criterios. Esta concepción alternativa del significado de las atribuciones de estados mentales nos permite encontrar una salida de la encrucijada descriptivista: por un lado, nos permite evitar el nihilismo autoinconsistente respecto a lo mental al que nos conducen las versiones eliminativistas y reduccionistas del naturalismo; por otro, nos evita tener para ello que comprometernos con el dogma del Fantasma en la Máquina o su versión secular, caracterizada por la imagen mecanicista y computacionalista estándar de la mente. Nos permite, en definitiva, volver a mirar con naturalidad las prácticas interpretativas propias de la psicología folk, i.e., propias de nuestra manera inmediata de relacionarnos con otras personas en el lenguaje natural. En este sentido, el antidescriptivismo aquí defendido sirve como base para una aproximación compatibilista a la relación entre la psicología folk y la ciencia del comportamiento: dado que cada una pertenece a prácticas y juegos del lenguaje distintos, ni la primera debe constreñir las posibilidades de investigación de la segunda, ni la segunda debe instituirse como tribunal de la verdad o falsedad de la primera. Nota del autor Parte de los contenidos de este capítulo fueron presentados en una ponencia invitada en el marco del Chapter Online Exclusivo sobre Análisis de la Conducta organizado por el Instituto de Terapias Cognitivo Conductuales (ITECOC) y la Sociedad para el Avance del Estudio Científico del Comportamiento (SAVECC). Agradezco a ITECOC y en particular a Ray González y Mauro Colombo la invitación tanto a dicho evento como a la redacción de este trabajo. También agradezco a María Xesús Froxán Parga y a los compañeros y compañeras del grupo Acoveo, así como a Manuel de Pinedo García y el resto de compañeros y compañeras del grupo Filosofía y Análisis (en especial a Manuel Almagro Holgado y Amalia Haro Marchal) su ayuda en el desarrollo de algunas de las ideas aquí expuestas. La correspondencia sobre este capítulo debe dirigirse a Miguel Núñez de Prado Gordillo, Departamento de Psicología Biológica y de la Salud, Facultad de Psicología, Universidad Autónoma de Madrid (c/ Iván Pavlov, nº 6, 28049, Madrid, España). Correo electrónico: [email protected]; [email protected]. Preguntas para la reflexión • ¿Qué aporta la posición antidescriptivista defendida al análisis del comportamiento? • ¿Por qué es necesario dar cuenta del problema de la normatividad? ¿De qué otra forma podría darse cuenta de la corrección o incorrección de una determinada posición teórica (por ejemplo, el naturalismo, el análisis de la conducta, etc.) frente a otras aproximaciones? • ¿Qué implicaciones puede tener la posición antidescriptivista defendida en términos éticos y políticos, frente a otras concepciones del naturalismo? • ¿Qué implicaciones puede tener la posición antidescriptivista defendida respecto a la noción del yo y el autoconocimiento? 4 A modo de contraste, imaginemos que, en el segundo caso, para impedir que Añil le regale la cámara, Mostaza se dedicara a hablar maravillas de las cámaras instantáneas y a expresar continuamente lo mucho que le gustaría tener una. En este caso, no podríamos entender cómo se “conecta” la intención de Mostaza de impedir que Añil le regale la cámara con sus cursos de acción; pensaríamos que Mostaza no está “en su sano juicio” y no podríamos “seguir” o entender sus acciones. Algo parecido ocurriría si, en lugar de una cámara instantánea, lo que ambas se quisieran regalar mutuamente fuese un objeto del que no tuviera sentido decir que pueda ser regalado (e.g., la raíz cuadrada de 1) o un objeto directamente imposible (e.g., una esfera cuadrada). ¿Qué cursos de acción se siguen lógicamente de “tener la intención de impedir que mi pareja me regale la raíz cuadrada de 1? En estos casos, no podríamos entender o “seguir” bien lo que está ocurriendo en la historia (o, al menos, no podríamos hacerlo con la misma naturalidad). 5 La noción de “mundo vivido” o “mundo de la vida” proviene de la fenomenología y se refiere a la percepción inmediata o “de sentido común” del mundo que tenemos en tanto que seres sociales y lingüísticos que comparten una forma de vida. En este sentido, el concepto guarda relación con el de imagen manifiesta (véase sección 1.1.). 6 Al menos de dicto, si bien en relación con fenómenos típicamente conceptualizados como “conducta privada” existen distintas posiciones, que parecen oscilar entre respuestas más cercanas a las posiciones ontológicamente conservadoras y respuestas más cercanas a las posiciones ontológicamente radicales. A este respecto, hay autores que sitúan a Skinner más cerca de las posiciones ontológicamente conservadoras (véase Baum, 2011; Schnaitter, 1984). 7 Esto está estrechamente relacionado con el problema del ser-deber ser (is-ought problem, en inglés), cuya primera formulación suele atribuirse a David Hume (1711-1776) y su Tratado sobre la Naturaleza Humana (1738 – 1740; véase Hume, 1896). Este problema consiste básicamente en la imposibilidad de deducir enunciados normativos (i.e., enunciados que prescriben cómo deberían ser las cosas o que establecen una distinción entre “correcto” e “incorrecto”) exclusivamente a partir de enunciados descriptivos (i.e., enunciados que simplemente establecen cómo de hecho son las cosas). En el ámbito de la meta-ética, Moore (1903) empleó un razonamiento similar en su “argumento de la pregunta abierta” en contra de lo que denominó la “falacia naturalista”, o la idea de que es posible reducir o traducir enunciados morales a enunciados donde los términos morales hayan sido reemplazados por meras descripciones de hechos (véase HerasEscribano & Pinedo-García, 2018). 8 Para evitar una confusión con el anterior uso del término “representacionalismo”, aquí emplearemos el término “descriptivismo” para referirnos a esta forma de concebir el lenguaje. 9 Aunque pueda suponer un anacronismo atribuirle una posición descriptivista a Descartes, varios pasajes de las Meditaciones metafísicas y de sus respuestas a las objeciones sí dejan entrever una concepción del lenguaje implícita similar a la que aquí hemos expuesto, de acuerdo con la cual los términos mentales (e.g., idea, entendimiento, mente, etc.) referirían o describirían ciertos objetos o eventos internos (a modo de ejemplo, véase la definición de “idea” en las respuestas a las Segundas Objeciones –Descartes, 2008, p. 102– o la réplica a la segunda de las Terceras Objeciones, formuladas por Hobbes –Descartes, 2008, p. 109–). 10 Cabe aquí distinguir entre dos formas de reduccionismo, a saber: a) las aproximaciones reduccionistas basadas en la tesis de identidad de tipos, i.e., aquellas que asumen que un mismo tipo de evento mental (e.g., la intención de comprar la cámara instantánea) se corresponde con un mismo tipo de evento material (e.g., el estado cerebral CAM); y b) aquellas basadas en la tesis de identidad de casos, i.e., aquellas que asumen que solo se puede establecer una relación de identidad entre instancias particulares de eventos mentales (e.g., la intención particular de Añil de comprar la cámara instantánea) e instancias particulares de eventos materiales (e.g., el estado cerebral CAM en Añil). Las segundas, por tanto, pueden acomodar la idea de que distintas instancias o casos del mismo tipo de evento mental (instanciado en distintas especies, personas o momentos temporales), se corresponda con distintas instancias de distintos tipos de eventos materiales. La objeción que aquí se hace, por tanto, solo afecta a las posiciones reduccionistas basadas en la tesis de identidad de tipos. En cualquier caso, la siguiente objeción que se expone afecta a ambas clases de reduccionismo por igual. 11 En el Tractatus, Wittgenstein distingue entre tipos de pseudoproposiciones. Por un lado, las tautologías y las contradicciones (i.e., oraciones que expresan proposiciones necesariamente verdaderas) que “carecen de sentido” (Wittgenstein, 2017a, p. 34, §4.461), pero “no son absurdas” (Wittgenstein, 2017a, p. 34, §4.4611); simplemente constituyen los límites de lo que tiene sentido decir. Por el contrario, las proposiciones absurdas o sinsentidos son aquellas que no pueden ser declaradas ni verdaderas ni falsas, porque no representan hecho alguno del mundo. Para Wittgenstein (2017a, p. 34, §4.003), “[l]a mayor parte de las proposiciones e interrogantes que se han escrito sobre cuestiones filosóficas no son falsas, sino absurdas”; esto comprendería las valoraciones y preguntas acerca de cuestiones morales, religiosas, metafísicas, etc. En este sentido, podemos entender el eliminativismo como una postura que toma los enunciados mentales por sinsentidos o absurdos. 12 Verso del poema sin sentido “Jabberwocky”, de Lewis Carroll. 13 El contenido o significado cognitivo de una oración es lo que la oración dice, al margen de cómo sea dicho o en qué tono o actitud se diga. En este sentido, las oraciones “Añil le ha regalado a su pareja una cámara instantánea” y “La pareja de Mostaza le ha regalado a Mostaza una cámara instantánea” tienen el mismo significado cognitivo. “Cognitivo” se usa aquí para distinguir esta modalidad del significado de otras como el significado expresivo, i.e., la actitud de la hablante hacia el contenido de la oración, hacia lo que se dice. Capítulo 14 Una propuesta analíticoconductual sobre una salud psicológica despatologizante Raymundo González-Terrazas y Andrés García García “Los hombres que actúan sobre el mundo y lo cambian, son a su vez cambiados por las consecuencias de sus acciones”.- B. F. Skinner Hoy en día la enfermedad mental grave es utilizada como una de las clasificaciones más utilizadas por las principales instituciones encargadas de investigar los problemas humanos, como el Instituto Nacional de Salud Mental de los Estados Unidos (NIMH), la Organización Mundial de la Salud (WHO) y la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) para referirse a una serie de conductas que definen como problemas mentales, conductuales y emocionales que conllevan a un deterioro funcional grave que interfieren y limitan actividades de la vida diaria de una persona con diferentes tipos de sintomatologías, y que puede abarcar varios diagnósticos de los principales manuales que los clasifican. De igual forma, a nuestro modo de ver, la clínica psicológica en general está permeada de un lenguaje y una práctica que patologiza y dificulta la vivencia de todo un amplio rango de experiencias humanas como las emociones intensas, las conductas en ciertos parámetros, o los problemas de relación que sugiere que son enfermedades o trastornos, resultado de ciertos procesos subyacentes o de distinta naturaleza que deben ser diagnosticados para poder ser tratados y estar sanos (Wong, 2006). El objetivo de este capítulo es plantear la problemática conceptual que implica el concepto de enfermedad mental, analizando qué significan ambos términos – enfermedad y mental - y su poca utilidad para comprender y modificar los problemas de conducta que engloban. Acto seguido, haremos una propuesta despatologizante del comportamiento “desviado” desde la perspectiva del análisis de la conducta y una filosofía conductista radical, desechando tanto el concepto de enfermedad para referirse a los problemas psicológicos, como el concepto de mental, derivado de un trasnochado dualismo cartesiano que a nuestro modo ver es impropio de una ciencia. Pues como dijo Carl Sagan, afirmaciones extraordinarias (decir que existe otro universo que además controla el físico) requieren siempre de evidencias extraordinarias (y nos las presentan las posturas mentalistas). Enfermedad/Trastorno mental Existen diversas propuestas que ofrecen explicaciones sobre la naturaleza del comportamiento de las personas cuyas diferencias van más allá de una mera cuestión académica, la importancia de la visión a la cual un profesional adhiera influye en la manera de entender el fenómeno del comportamiento y la asunción de cómo puede modificarse. Desde la perspectiva del modelo biomédico, una enfermedad es la desviación significativa del funcionamiento fisiológico normal que produce consecuencias indeseables para el individuo afectado (que en algunos casos puede estar causado por un trauma, infección, etc.). En el caso de le enfermedad mental, los síntomas se consideran indicadores objetivos del desarreglo fisiológico y se analizan como señales de la anormalidad fisiológica subyacente (Sarto-Jackson, 2018). Quiere esto decir que las conductas “desviadas” o “enfermas” que según este modelo acompañan a la enfermedad mental no serían el objeto de tratamiento; por el contrario, el tratamiento iría dirigido a solucionar la alteración fisiológica, verdadera causa de las alteraciones conductuales. El tratamiento sería, por lo tanto, de tipo farmacológico o de aquello que modificara los procesos subagenciales. Sin embargo, aunque a nivel neuroquímico puede haber algunas alteraciones asociadas a determinados problemas de comportamiento, por el momento no se ha conseguido establecer ningún biomarcador específico a lo largo de décadas de investigación sobre los sustratos neurales de la “psicopatología” (Deacon y McKay, 2015; Lacasse y Leo, 2015). Probablemente esos biomarcadores podrían pronosticar, con mayor o menor precisión, cierta respuesta al tratamiento, pero eso no los convierte en causa. No podemos olvidar que el llamado “principio de suficiencia neural” (toda actividad “mental” se puede reducir a actividad cerebral) se está cuestionando desde los años 90 (Bickle, 2019). También se cuestiona sobre si los mecanismos neurales que han sido detectados, por ejemplo, a través de una resonancia magnética funcional son suficientes para explicar el mecanismo de un trastorno psiquiátrico, y si ese mal funcionamiento cognitivo, perceptivo o conductual es reducible a un trastorno del funcionamiento cerebral (Sprevak, 2012), comprobándose, por el contrario, que no hay pruebas de que cada enfermedad o trastorno mental esté asociada a una alteración cerebral específica que pudiese dar cuenta o causar aquella. Si tal reducción pudiera darse tendría el potencial de aumentar la comprensión de los fenómenos que en este ámbito llaman enfermedades mentales, y se podrían entender como enfermedades corporales; sin embargo, instrumentos como la resonancia magnética funcional están lejos de poder proporcionar dicha información, además de que esta perspectiva subestima el papel del ambiente en el comportamiento tanto público como privado (Kanaan y McGuire, 2011; Sprevak, 2011). Incluso algunos de los modelos analógicos relativamente recientes integrados en psiquiatría, como el del reloj maestro o el envejecimiento de los autos (Hayflick, 1999) reconocen que un mal funcionamiento en un trastorno psiquiátrico no puede ser identificable en una región o función del cerebro. Además, aunque dos personas presenten un mismo perfil clínico, las condiciones neuronales pueden ser distintas e incluso en este punto, habría que indagar el papel de las experiencias ambientales en la generación de estos acontecimientos neurales. Por otro lado, en el ámbito biomédico existe la llamada medicina de precisión, que es un enfoque que permite con mayor rigurosidad la definición, individualización y tratamientos con mejores resultados y que ha arrojado buenos resultados, como en la enfermedad del cáncer. Sin embargo, en la psiquiatría el enfoque de la medicina de precisión todavía no es posible, pues permanece sujeta a síntomas subjetivos y algunos signos observables. Esta debilidad ha encaminado a que aquello que se consideraba como simplemente una enfermedad mental sea visto como sinónimo de enfermedad cerebral, lo cual es campo para reavivar los debates acerca del problema mente-cuerpo y biológico-aprendido y considerar la incorporación de nuevos enfoques para un avance en el campo (Insel y Cuthbert, 2015; Schaal, 2005). Fuera del ámbito de la medicina se han desarrollado otros modelos de la psicología aplicada que tratan de explicar la psicopatología. Si bien estas posturas no consideran que la alteración fisiológica sea la causa de la enfermedad mental, coinciden en señalar la existencia de una serie de factores causales que van más allá de la propia conducta, por ejemplo: modelos psicodinámicos, que se centran en motivos inconscientes y conflictos dinámicos (Costa, 2008; Korman y Sarudiansky, 2011); evolutivos, basados en el variaciones del desarrollo a lo largo de la vida que vulneran y provocan psicopatologías, inherentemente relacionados a la edad de un sujeto (Lemos, 2003; Cova Solar, 2004). En esta visión no está clara la delimitación entre los fenómenos psicológicos y biológicos; cognitivos basados en creencias, esquemas disfuncionales, distorsiones cognitivas y creencias irracionales (Beck, 1995; Knapp y Beck, 2008; Rodríguez, 2009; Keegan, 2012; Korman y Garay, 2012), además se puede notar una clara herencia del modelo psicoanalítico en el planteamiento de los procesos cognitivos (Korman, 2013), entre otros. Todos ellos comparten una serie de problemas relacionados con la asunción del concepto de enfermedad mental: 1) son patologizantes, es decir, consideran el comportamiento como resultado de una enfermedad o algo anormal o disfuncional (término que discutiremos después); 2) son dualistas-mentalistas (tanto en plano ontológico como epistémico) al asumir la separación del ser humano en dos entidades de naturaleza distinta, una de las cuales tiene un poder causal sobre la otra; 3) son descriptivos, no dan una explicación satisfactoria del desarrollo y mantenimiento del problema, sino que se limitan a describir el fenómeno observado o a señalar algunas correlaciones entre variables de estudio; por último, 4) plantean una visión reduccionista, en el sentido de que tratan de explicar el comportamiento denominado “patológico” (nivel agencial) considerando variables de un nivel de análisis inferior a estos (dentro de, procesos fisiológicos, nivel subagencial). También se ha creado un modelo que trata de resolver lo anterior pero que no es más que una combinación de problemas epistemológicos, filosóficos, teóricos y prácticos: el llamado modelo bio-psico-social (Engel, 1977), como una forma de integrar lo físico, lo mental y lo social. No tiene un correcto análisis conceptual. Se convierte en un problema epistemológico al momento de separar a una persona en distintas áreas que podrían ser estudiadas desde diferentes ciencias; que si bien podrían ser abordados en distintos momentos por distintos científicos, lo cierto es que no resulta sencillo en algunas ocasiones conocer todos esos ámbitos y en algunas ocasiones las divisiones pueden ser considerado parte de un mismo fenómeno. El problema filosófico deviene cuando al acudir a varias aproximaciones no hay una unificación de aquellos axiomas que a cada ciencia le subyace, resultando incluso en ocasiones incompatibles. El problema teórico y práctico comienza cuando se recurre a teorías psicológicas con poco rigor científico y que en vez de facilitar el estudio del fenómeno psicológico, complica más su aproximación e intervención. Este modelo, lejos de clarificar puede añadir más confusión, pues no define ni delimita cuándo algo es biológico, mental o social. No da una explicación confiable y al igual que los anteriores, no orienta sobre qué hacer con un problema a la vez que su definición de salud es limitada, en cuanto a salud como la ausencia de la enfermedad (Alonso, 2004). Podríamos afirmar que todo lo que hacemos tiene una influencia biológica-fisiológica (y también química y física), como ver televisión y leer una novela, pues contamos con órganos que nos permiten realizar esas actividades, además que las conductas son biológicas y naturales y en su mayoría aprendidas por socialización, por lo que pierde el sentido hablar de un modelo que separa tales cosas. Así, para algunos autores el modelo bio-psico-social es más una cuestión ideológica que científica que no ofrece nada novedoso (Alonso, 2009), sin contar que la mera presencia de un proceso cerebral o biológico no implica un problema, no así como los derivados por el comportamiento asociado. El concepto de enfermedad El concepto de enfermedad está inundado de un trasfondo filosófico (Bunge, 2012) y a lo largo del tiempo se ha equiparado el fenómeno psicológico con el fenómeno biológico, utilizando este último como un modelo que da explicación a los comportamientos desviados. Los criterios que normalmente se utilizan para colocar de manera simétrica lo anterior son, desde nuestro punto de vista insostenibles, y tiene que ver con problemas epistémicos, filosóficos y conceptuales. Veremos cuáles son algunos de los criterios que se utilizan para argumentar la semejanza en los fenómenos. Para poder entender el concepto de enfermedad, es necesario comprender qué se entiende por salud. En la medicina, el concepto de salud puede tener varias acepciones, desde la más clásica que significa “estar en condiciones para poder superar un obstáculo”, “hábito o estado corporal que nos permite seguir viviendo” o “bienestar físico y psicológico” (Bunge, 2012; Pardo, 1997), y “un estado de bienestar completo físico, mental y social y no meramente la ausencia de afecciones o enfermedad” (World Health Organization [WHO], 1994). El concepto de enfermedad implica de alguna forma una desviación de alguna norma establecida de manera previa. En el campo de la medicina esta media es la integridad estructural y funcional del ser humano (Bunge, 2012; Szasz, 1960), cuya desviación consiste en un conjunto de características que indicarán una enfermedad y que producen un cambio en la forma de vivir de una persona de cierta manera (Lejarraga, 2004). Lo anterior deja ver que el concepto está influido por un pensamiento newtoniano-cartesiano unicausal. En los terrenos de la psicología bajo el modelo bio-médico se asume, en su mayoría, un estado de salud mental como una ausencia de enfermedad mental y de aquello que limita el bienestar o desarrollo de una persona, siendo muy parecido al concepto de salud física (Valencia, 2007) o al menos, no se concibe la salud con la presencia de alguna dificultad o limitación (Okasha, 2005). Cuando hablamos de enfermedad mental se asume que ello es el resultado de un defecto subagencial (tal como se ha planteado al inicio del capítulo), misma posición que un comienzo y de manera implícita dificulta visualizar que las personas pueden experimentar problemas de diversos tipos, de relación, económicos, valorales y producto del aprendizaje que lleven a la producción de comportamientos desviados. Además, cuando hablamos de desviación en el comportamiento, cabría cuestionar sobre quién y qué criterio fija para que un comportamiento sea desviado, por lo que es necesario visualizar que no existe una norma de comportamiento a priori, pues lo contrario es incompatible con una historia de vida de cada persona y las necesidades diferentes en un contexto que facilitan o dificultan determinadas acciones, lo que responde más a una cuestión social. En este caso, el error radica en que desde la óptica médica se ha hecho una simetría entre las condiciones físicas o médicas y las psicológicas (Szasz, 1960), cuestión que revisaremos enseguida. Además, es necesario anticipar que la conducta considerada patológica de carácter psicológico siempre requiere de un criterio, ya que en algunos ambientes y culturas no obtendría dicha clasificación. Problemas de los diagnósticos Parece ser que una de las cuestiones que mantiene el problema de la patologización en psicología, es el uso indiscriminado de diagnósticos y adoptar el mismo concepto de salud mental proveniente del modelo bio-médico que aún se utiliza en instituciones y manuales diagnósticos como vestigios de una clasificación Krapeliana (Sandín, 2013), en donde la elección de incluir o retirar un diagnóstico es más una cuestión democrática que una decisión científica o metodológicamente empírica. De acuerdo con García (2018), otras probables causas tienen relación cuando el psicólogo realiza sus actividades en lugares de ámbitos biomédicos, destacando que a) el prestigio puede aumentar cuando el psicólogo da una imagen semejante al del médico, que socialmente está más valorado, b) cientificidad, la imagen de una ciencia positiva aunado a la vestimenta y uso de instrumentos (cuando lo científico en realidad está determinado por el método y sus presupuestos filosóficos), c) unificación, en el campo de la psicología podremos encontrar escuelas, paradigmas o enfoques que se contradicen entre sí, restando en muchas ocasiones la credibilidad de las mismas, algo que en otras ciencias como la biología o la medicina es poco frecuente, d) la comprensión del modelo, debido a la historia de aprendizaje de cada persona, se está mayormente familiarizado con un modelo que “internalice” las causas de nuestro comportamiento, reflejando este último como una apéndice de otros procesos o entidades, e) bombardeo mediático, de acuerdo a nuestra sociedad y lo anteriormente mencionado tendrá mayor saliencia aquello que utilice un lenguaje más sofisticado o prefijos de moda, teniendo un mayor impacto sobre la población en general y los estudiantes y profesionales de la psicología. Aun así, se suele decir que no hay mejor intervención que comenzar con un buen diagnóstico, pero esta idea puede estar equivocada cuando se trata de problemas psicológicos pues los fenómenos del comportamiento, como se ha visto, no son equiparables a los fenómenos médicos. Idealmente, las intervenciones psicológicas deberían ser orientadas ideográficamente, adaptadas a las propias necesidades y características de la persona que presenta el problema psicológico y no con base en una etiqueta diagnóstica. En otras palabras, las intervenciones psicológicas, cual traje de sastre, tienen que ser a la medida del cliente y basado en un criterio científico más que basadas en una etiqueta y un actuar nomotético. Tener un criterio de atención basado en un diagnóstico o el concepto de enfermedad como en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM, por sus siglas en inglés) (American Psychiatric Association [APA], 2013) y la Clasificación Internacional de Enfermedades (ICD, por sus siglas en inglés) (World Health Organization [WHO], 1992), por ejemplo, y no en las características y necesidades propias del cliente, consideramos que conlleva muchos problemas, entre ellos que: a) son nomotéticos, no hay diferencia de persona a persona, por lo tanto, según esta óptica, no hay diferencia de intervención y bastaría con intervenir de la misma forma en todos los casos, pues está basado en el diagnóstico; b) son ateóricos, no están basados en algún paradigma psicológico, lo cual se presta a que cada escuela de la psicología la intérprete de la manera que lo entienda sin importar el estatus científico de la misma con repercusiones a la hora de la intervención; c) no explica el desarrollo del problema (expresamente se reservan la explicación por distintos intereses) (Paoliello, 2002) por lo tanto no orienta para diseñar una intervención eficaz; d) una etiqueta diagnóstica se cumple con la presentación de un umbral mínimo de signos/síntomas de manera binaria (sí-no) en una especie de check list, por lo cual dos personas pueden tener el mismo diagnóstico pero no compartir los mismos criterios diagnósticos; e) se interpreta como la causa de dicho problema, lo cual representa bastantes problemas explicativos que se discutirán más adelante; f) pueden ser estigmatizantes para las personas y, sin percatarse adquirir ganancias secundarias; g) pueden convertirse en una manera de justificación del comportamiento cuya explicación tautológica solo perpetua el problema y hace poco por cambiarlo; y h) en muchos casos, no existe una delimitación clara entre una clasificación y otra. La amplia utilización que consideramos indiscriminada de los diagnósticos y el concepto de enfermedad en la psicología ha propiciado las condiciones para que algunos psicólogos clínicos basen su criterio de intervención respecto al diagnóstico (además de un criterio estructural) que recibe una persona buscando un modelo de intervención (en ocasiones con evidencia) que son protocolos cual píldora se tratara, obviando en muchos casos el aspecto funcional. No tomar en cuenta la división y diferencia entre un criterio estructural y funcional podrá tener ciertas repercusiones en la conceptualización, intervención y clasificación de los problemas (Ghiselin, 2018). Al igual que lo que plantean Kanfer y Saslow (1965), no negamos alguna posible ventaja que pueda tener la utilización de un lenguaje basado en criterios diagnósticos para el campo clínico, como la comunicación entre profesionales de una manera económica y como una forma de orientar sobre qué observar o el equivalente a verbalizar que una persona se comporta regularmente de cierta forma, fines estadísticos o de investigación. Sin embargo, el problema de los diagnósticos resulta desde que se ha implementado de manera abusiva el modelo biológico/médico a problemas que no son de esa índole, sino psicológicos. Es decir, un modelo que funciona perfectamente con enfermedades orgánicas o médicas, como una infección por bacteria o por virus, una falla de algún órgano, una herida en cualquier parte del cuerpo, etc., pero no para los problemas del comportamiento. Aunado, los manuales de clasificación diagnóstica pueden patologizar el comportamiento de los niños y niñas, reduciendo y creando criterios normativos de comportamiento que difícilmente de acuerdo a cierta edad y condiciones pudieran cumplir, o incluso han creado categorías que patologizan con calificación de trastorno a comportamientos que si bien pueden actuar como factores de riesgo para algún problema (como estilos de vida, prácticas de higiene, consumo de sustancias, etc.) no son per se problemáticos (Sandín, 2013), siendo mejor explicados con un modelo psicológico de aprendizaje. Los manuales estadísticos que actualmente pueden ser el vademécum de muchos clínicos adscritos al modelo de la enfermedad, han recibido bastantes críticas provenientes de la psicología y de la misma psiquiatría, entre ellas, el cambio en los criterios diagnósticos como origen en una “epidemia de trastornos mentales” inexistentes, trastornos en poblaciones vulnerables en los extremos de la vida infancia-adultez mayor, minorías sexuales, exceso de medicación de los problemas cotidianos, el excesivo énfasis del modelo bio-médico, un notable conflicto de intereses, un gran dilema ético (Brown y Barlow, 2009; Belloch, 2012; Bunge, 2012; Adam, 2013; Welch et al., 2013; Frances y Widiger, 2012) y, algo en lo que haremos bastante énfasis, en el dualismo cartesiano en el cual se basan. El lenguaje utilizado en los manuales diagnósticos y manuales de intervención pueden mantener los problemas anteriores, basta con mirar el título para percatarse que utilizan un lenguaje inadecuado para referirse a los problemas psicológicos, como el concepto de “mental” (trastorno mental, salud mental, paciente) que sugiere la existencia de un ente o espacio en el cual habita la salud o bien su estado “trastornado”. Cabe destacar que actualmente existen conceptos de salud mental proveniente de modelos sociales y socioeconómicos (Lejarraga, 2004) que hacen énfasis a aquellas estructuras sociales que garantizan una buena salud y las posibilidades de una vida sana, sin embargo, siguen incurriendo en los errores filosóficos y conceptuales insuficientes para una ciencia. Es útil recordar y entender que la conducta es en sí misma el objeto de interés, y que trasladar el modelo biomédico a la psicología conlleva pseudoexplicaciones de circulo vicioso, al no tener una nueva variable independiente que conecte con la variable dependiente (García, 2018). Freixa (2003) ejemplifica de manera simple la diferencia entre el modelo médico y psicológico cuando se trata de un fenómeno problemático; con el modelo médico en el caso de la tuberculosis, por ejemplo, no tan solo es la identificación de los síntomas (primer término), ni otorgar una etiqueta diagnóstica (segundo término) -la tuberculosis-, sino la identificación de la causa (tercer término), el bacilo de Koch, el cual no puede ser inferido solo a través de la observación de síntomas, sino con un puntual estudio médico en el que el bacilo es independiente y aislable de los síntomas. En el caso de los problemas psicológicos no es así, no hay una propiedad esencial o sustancial o un tercer término (como el bacilo de Koch) que exista independientemente dentro del organismo, que se pueda observar, manipular, aislar, cultivar en ninguno de los problemas de esta índole. Cabría preguntarse entonces, de manera escéptica, dónde está la bacteria de la depresión, el virus de la ansiedad, el bacilo de los trastornos de la personalidad y del resto de diagnósticos. Es por ello que en los problemas psicológicos, más allá de los comportamientos observados o verbalizados no hay nada que deba ser tratado o suprimido. Por ejemplo, si nos ponemos de acuerdo para utilizar un nombre absurdo (p.e. boniato) se observa más claramente la pseudoexplicación de la que se parte. El concepto de mente Hace bastantes años, Watson (1916) argumentaba que el concepto de mente no era más que un sustituto del concepto del alma, y parece que no estaba equivocado. Watson rechazaba que la psicología se encargara de estudiar algo que no podía observar ni manipular, reclamando así la conducta como objeto de estudio de la psicología por derecho propio. Nótese que en ningún momento se niegan los fenómenos no observables, sino que quedaban fuera de la comprensión científica de entonces; algo totalmente comprensible si el objetivo era equiparar a la psicología al nivel de una ciencia natural. Hoy a día, más de 100 años después, si bien no consideramos que la postura de Watson sea un punto de llegada debido a los problemas a los cuales le abrió la puerta al dejar a un lado los eventos privados, sí que fue un punto de partida para separar la psicología de la especulación y del estudio acientífico del comportamiento. La insatisfacción con el conductismo clásico watsoniano abrió las puertas para el desarrollo del conductismo radical y el análisis de la conducta (Kazdin, 1983). Desde los tiempos de Descartes se creía que la glándula pineal era la sede o ubicación anatómica del alma, cuya localización era perfecta para permitirle manejar el cuerpo humano, una cosmovisión totalmente mecanicista y localizacionista, separando así al alma que controlaba y al cuerpo que obedecía (González et al., 2012; López-Muñoz et al., 2012; Molina, 2013). Este dualismo cartesiano, como se ha visto en capítulos pasados, representa un problema conocido como mente-cuerpo por su separación inmaterial (res cogitans) -materia (res extensa). Lo anterior constituye el problema sobre la existencia de procesos mentales y la relación que mantiene con procesos físicos, y aunque hoy esta concepción ha sido rechazada por gran parte de la comunidad científica, lo cierto es que ha marcado las bases para otra forma de dualismo psico-físico que persiste; el mentalismo (Zilio y Carrara, 2008). Hoy por hoy, el dualismo no tiene cabida en otras ciencias naturales. Cuando se habla de psicología clínica, un intento de solución a lo anterior ha sido el monismo fisicalista, el cual apunta que es el cerebro, sus estructuras anatómicas, sus vías neuronales y bioquímicas las responsables de darle existencia a la mente, reemplazando una amplia gama de experiencias psicológicas humanas en actividad cerebral y explicaciones neurológicas (Schaal, 2005). Es decir, la actividad cerebral es un fenómeno, mientras que la mente es un epifenómeno derivado de ella (Aguado, 2002; Estévez-González et al., 1997; Martínez-Freire, 1999). Sin embargo, este cambio resulta reduccionista y cae en la denominada falacia mereológica, además que desde el punto de vista epistemológico y pragmático no facilitarían el control o predicción de una conducta e incrementaría de manera súbita la complejidad del fenómeno, alejándose bastante del principio de parsimonia que impera en la ciencia. Incluso en la perspectiva del análisis de la conducta (como veremos más adelante) si sólo nos centramos en la respuesta, no hay posibilidad de comprensión de la conducta (ni predicción ni control). Se ha mencionado que el reduccionismo es una forma de reducir la explicación de la conducta a un nivel inferior o subagencial (como los procesos cerebrales y químicos que difiere del objeto de estudio y nivel propuesto por la psicología) y el eliminativismo, que propone que no existe la posibilidad de establecer una relación entre los procesos mentales y los físicos. Ambos puntos coinciden en que la utilidad del lenguaje mental está en función de su capacidad de refereirse a hechos, una postura llamada descriptivismo. Contrario a estas posturas, el antidescriptivismo sostiene que el lenguaje no solo funciona para describir hechos, sino que cualquier expresión tendrá un significado según su uso en determinado contexto bajo ciertas normas en cierta comunidad, cuyas normas están sujetas a criterios públicos, es decir, de la conducta observable por otras personas (Wittgenstein, 1999). Como podremos comprobar más adelante, la postura del antidescriptivismo es compatible con el análisis de la conducta y nuestra propuesta. Haciendo un lado el eliminativismo, no es solo el problema del lenguaje que se utiliza la razón por la cual el repertorio del mentalismo se considera problemático, sino por dos cuestiones principales: la naturaleza y el estatus ontológico de todo aquello que se considera mental y su influencia causal sobre el comportamiento observable. Las variables que intervienen o median la conducta toman forma de constructos hipotéticos y ficciones explicativas que hacen referencia a entidades o procesos que, de existir, son inobservables y no pueden ser manipulados (Skinner, 1985). Términos como mente, conciencia, las propiedades neuronales, espirituales, psíquicas, cogniciones, voluntad, etc., son ejemplos de ello y son característicos de una psicología folk que se aleja de una explicación científica y nomológica de la conducta que sea útil para entender y modificar tanto la conducta “desviada” como normativa. El mentalismo asume que estas propiedades inobservables e in-manipulables difieren en su naturaleza de la conducta que podemos observar, siendo las primeras la causa de lo segundo (Moore, 1995). Aunado, el potencial daño de posturas como el mentalismo también afecta a un nivel social, pues influye y forma la base que justifica a perniciosos actos de segregación como el racismo y el sexismo apelando a cualidades “interiores” de las personas segregadas y a la vez justifica la “superioridad intrínseca” de los segregadores, convirtiéndose en un impedimento de la integración y de justicia social (Moore, 2003). De hecho, contrario a lo que se cree, muchas versiones del dualismo/mentalismo sobreviven inadvertidamente en distintas formas, aunque pareciera que ya no tienen que ver nada con el concepto de las dos sustancias (PérezÁlvarez, 2018). Propuesta analítico-conductual, una alternativa científica y humana La historia nos ha enseñado cómo es que desde el inicio de la medicina los profesionales de la salud han tratado de estudiar los problemas de comportamiento adjudicándoles causas que se vuelven constructos hipotéticos y ficciones explicativas, a la vez que este tipo de acercamientos patologiza el problema, internalizándolo dentro de una persona, siendo el modelo bio-médico y la filosofía dualista/mentalista que le subyace lo que ha imperado e impera actualmente tanto en las instituciones clínicas, la investigación, la docencia y la formación académica de muchos estudiantes. A continuación, comentaremos lo que consideramos una alternativa eficaz a los problemas antes mencionados. El análisis de la conducta es una ciencia natural que estudia el comportamiento y los principios que lo rigen, y que en su vertiente aplicada se caracteriza porque sus procedimientos y estrategias derivadas de los principios operantes y respondientes de la conducta se aplican de manera sistemática para la mejora de la conducta clínica y socialmente significativa o que es problemática para la misma persona (Baer et al., 1987; Slocum et al., 2014; Wolf, 1978). Cabe destacar, como revisamos al inicio de este libro, que el análisis de la conducta no tan solo es una metodología aplicada en el ámbito clínico, sino que puede extenderse más allá logrando permear otras áreas experimentales y aplicadas como en lo educativo, lo social, la salud, el cuidado personal, lo comunitario, lo deportivo, lo empresarial y en general, en la vida cotidiana (Moore y Cooper, 2003). El conductismo radical Como a toda ciencia propiamente dicha, al análisis de la conducta le subyace una filosofía que proporciona una visión del mundo y cimenta las bases conceptuales para hacer el análisis y experimentar con las variables que controlan el comportamiento, el Conductismo Radical (Moore y Cooper, 2003), misma que ofrece soluciones útiles para el problema mente-cuerpo. Recordemos que el término radical nada tiene que ver con ser extremista, sino que proviene del latín radix que significa raíz, por lo que el interés del conductismo radical es comprender la conducta desde su raíz y establecer que la raíz de lo psicológico es la conducta, poniendo un relevante interés por las variables ambientales que influyen en el comportamiento. El conductismo radical no niega la existencia de los pensamientos y las emociones, sino que las considera como una respuesta más cuya única diferencia es en términos de accesibilidad (Moore, 2003), solamente la persona que los experimenta es la que puede observarlos y sentirlos, y es a través del comportamiento público verbal o no verbal como puede comunicarlos a las demás personas. No hay que confundir la distinción de lo público/privado con la distinción físico/mental, en el conductismo radical el hecho de no ser observable para otra persona no significa que sea de otra naturaleza o pertenezca a otra realidad, como lo es en el mentalismo. El conductismo radical es monista y materialista, plantea que los pensamientos, sensaciones, emociones o todo lo que ocurre por debajo del mundo de la piel no difiere en cuanto a la naturaleza del comportamiento observable, tienen un mismo estatus ontológico y se han formado de la misma manera a lo largo de un continuum vital; sin embargo, la práctica, la automatización, la emisión de un comportamiento con altos parámetros, su generalización y el reforzamiento es lo que hace que de manera gradual se vayan volviendo inaccesibles a la observación pública, es decir, privados (Freixa, 2003; Zuriff, 1980). Si se asume que los comportamientos privados tienen el mismo estatus ontológico que las conductas públicas, también significa que no existe una dimensión, entidad o proceso que sea diferente en cuanto a su naturaleza, ni que estas sean la causa de la conducta. Esta cuestión filosófica posibilita que la intervención en los eventos privados pueda ser abordado de la misma manera, bajo los mismos principios y estrategias con las que se abordaría un comportamiento observable (Froján-Parga et al., 2011; Froján et al., 2017; Pereira et al., 2019), salvo con ciertas adaptaciones que tienen que ver con la administración de contingencias verbales o condicionadas. Aún con que el conductismo radical es compatible con la posición antidescriptivista se necesita llevar a cabo la operacionalización de los términos mentales para poder analizarlos de manera empírica y acto seguido modificar el comportamiento si es que se requiere. El problema de conducta El análisis de la conducta asume que salvo algunas conductas concretas necesarias para la supervivencia, la mayoría que desarrollamos a lo largo de nuestra vida son aprendidas. Todo el repertorio de comportamientos que emite una persona y que pueden ser calificadas como indeseadas o problemáticas para una misma persona o para otros, tienen el mismo estatus ontológico y han sido moldeadas a lo largo de toda una vida, a través de experiencias interactivas con el ambiente, y manteniéndose por contingencias de reforzamiento en varias formas (Baron y Galizio, 2005), por lo que la diferencia entre la conducta deseada y problemática no es sustancial ni naturalmente distinta, sino que es una cuestión de convención social y normativa. Es decir, una disminución o una exacerbación de una conducta respecto a lo esperado socialmente, o bien, un comportamiento que es incompatible con los objetivos de la propia persona a mediano y largo plazo, sujetos a contingencias que pueden ser analizadas y modificadas. Esto es, no se cree que el comportamiento (incluyendo los privados) sea producto o causa de cualquier otra entidad, constructo hipotético, alteración o disfunción subyacente (Skinner, 1985), además es útil recordar que la presencia de un mero proceso subagencial (aunque sea parte de la conducta, como la actividad sensorial, cerebral, muscular y esquelética) no es el indicador de un problema psicológico, sino que son las consecuencias asociadas a una conducta dentro de un contexto evaluativo lo que la vuelve problemática, lo cual, nuevamente, se reclama que la conducta es la raíz de lo psicológico. Todas las personas nacemos con un abanico de respuestas que nos permiten la supervivencia al inicio de la vida, mismas que se pueden ir “perdiendo” conforme ocurre el desarrollo y que permiten la producción de otras conductas más complejas (Glenn, 2004). Supongamos que un bebé con el reflejo de marcha automática le permite mover las piernas cuando sus pies tocan una superficie dura, este reflejo será de la misma forma siempre, cada vez, conforme se vaya desarrollando y conforme vayan habiendo las suficientes experiencias de aprendizaje, el reflejo se convertirá en un caminar, y después en un correr. Estas últimas formas no hubieran ocurrido sin las condiciones necesarias que le permitieran dicho aprendizaje; tales como ensayos, ayudas físicas y verbales por parte de los cuidadores, y sobre todo una consecuencia que pueda mantener y mejorar las aproximaciones hacia una forma final de respuesta, como el asombro y mimo o una más natural, que es desplazarse de un espacio a otro y poder llegar o alcanzar aquello que el bebé tiene por objetivo (Rosales-Ruíz y Baer, 1997). No es complicado imaginar qué sucedería si por más que el bebé intentara caminar jamás pudiera llegar de un lugar a otro; seguramente esos intentos de comportamiento irían disminuyendo cada vez más, y el comportamiento no se lograría hasta que existieran las condiciones necesarias. Los comportamientos de las personas, por muy naturales o normales que nos parezcan son producto del aprendizaje, y poco a poco se van perfeccionando. Este proceso, a lo largo de la vida de una persona, es conocido como historia de reforzamiento o de aprendizaje, y es el término que hace referencia a la suma total de contingencias pasadas que han formado una conducta y que explica por qué es probable que dicha conducta suceda en un futuro frente a determinadas condiciones (Pérez y García, 2010). En la historia de reforzamiento han ocurrido las contingencias que van moldeando nuestra conducta; dotándonos de experiencias y propiciando instrucciones de manera verbal a nuestro comportamiento diario. Sin embargo, todas las conductas que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida no surgen espontáneamente, aquello que llamamos “voluntad” es un nombre con el que podemos entender al control estimular del ambiente sobre nuestro comportamiento. Dicho control estimular, señala la correlación o la disponibilidad de cierta fuente de reforzamiento, con lo cual aumenta la posibilidad y la frecuencia de emitir una conducta que será reforzada. En síntesis, es la conducta operante, la que influye en el ambiente y tildada de voluntaria, la que ha sido moldeada, mantenida y seleccionada por sus consecuencias pasadas (Glenn, 2004). Dicho de otra forma, el ambiente moldea nuestra conducta, y nuestra conducta al ambiente. Las diferencias del ejemplo mencionado con un comportamiento disruptivo o considerado anormal, no son cualitativas, ni de otra naturaleza, sino cuantitativas. La historia de aprendizaje, las contingencias verbales y las contingencias actuales son las que crean las condiciones necesarias para que un comportamiento problema se emita. Supongamos ahora que una persona que ha tenido experiencias desagradables o infortunas como perder a un familiar, ser despedido de su empleo, dejar de realizar las actividades que eran de su agrado y que estas eran importantes debido a su propia historia, comienza a experimentar sentimientos y pensamientos (que por su historia de aprendizaje considera desagradables e intolerables) y comienza a realizar algunas respuestas que antes no hacía, como dejar de comer, dejar de asearse, dejar de realizar actividades importantes, pasar mucho tiempo acostado o pensar en lastimarse a sí mismo. Todos esos comportamientos que comienza a emitir tienen un propósito, un efecto sobre la misma respuesta, y dicho efecto aumenta la probabilidad de que esas conductas se repitan en el futuro y se mantengan. Esta relación desempeñada entre los estímulos y las respuestas de cada elemento de secuencia conductual es una función. Seguramente esta persona recibiría un diagnóstico de depresión, pero podemos percatarnos que no es producto de ninguna condición interna del sujeto ni de una entidad que controle lo que hace, sino que el desarrollo y el mantenimiento de tal patrón de comportamiento es debido a la interacción del sujeto con el ambiente, su aprendizaje. Algunas personas podrían argumentar, en este caso específico, que se trata de una depresión exógena, es decir que viene a partir de acontecimientos ambientales y que eso no es suficiente para explicar la depresión endógena. Sin embargo, la evidencia actual nos dice que esta división clasificatoria además de estar en desuso no es exacta y contiene una evidente fragilidad epistemológica (Caponi, 2009), por lo tanto aquellas alteraciones de agentes bioquímicos que pudieran estar presentes tomarían un papel de correlato más que una causa (Pérez-Álvarez, 2007). Si la causa de los comportamientos problemáticos está en el ambiente, ¿podrían considerarse “anormales” o “disfuncionales”? No hay nada de anormal o disfuncional en ese comportamiento si tomamos en cuenta los siguientes puntos: el comportamiento es producto de la historia de aprendizaje de una persona, que se forma de la misma manera que una conducta no considerada con tal calificativo (normal), por lo que si bien el comportamiento puede ser desagradable, disruptivo o indeseado para la persona que lo emite o para otros (según el contexto), no es anormal en cuanto su ontología, y simplemente sería una desviación de una evaluación normativa. En defensa de lo anterior, filósofos como Canguilhem argumentan que la falsa dicotomía normal-anormal no es original, sino distintos modos de vida que le permiten la adaptación y que en todo caso son cuestiones cuantitativas arbitrariamente (Bacarlett y Lechuga, 2009). Tampoco es una conducta disfuncional, puesto que todas las conductas son y cumplen una función. Haciendo una hipótesis de nuestro caso presentado en párrafos anteriores, la función de las conductas de esa persona puede ser disminuir, aplazar, postergar o eliminar aquellos eventos privados que se consideran desagradables o aversivos o bien la delegación de responsabilidades, consecuencias que pueden resultar una estrategia muy eficiente. Sin embargo, a mediano y largo plazo, serían parte de lo que mantiene al problema. También, quizás ese mismo comportamiento se mantiene debido a consecuencias de tipo social, como atraer más empatía por parte de otras personas, mayor preocupación, acceso a tangibles, etc., cuando se está privado de ello, aunque la persona no se comporte intencionadamente. Además, se tiene que considerar que hay múltiples comportamientos que son aprendidos por medio de la socialización y que tienen una gran influencia por medio del lenguaje, como el caso de las conductas gobernadas por reglas, y de hecho un gran número de problemas clínicos con personas verbales tienen que ver con ello. La explicación de la conducta gobernada por reglas y sus posibles funciones rebasan la extensión de este capítulo. Es imposible que un comportamiento no desempeñe una función en un sentido conductual, y en un sentido pragmático tampoco es disfuncional, pues dicho comportamiento funciona porque es eficiente para un fin. De hecho, muy probablemente el comportamiento emitido es una forma de afrontamiento eficiente respecto aquello que experimenta (como lesionarse para disminuir emociones intensas, o gritar para llamar la atención de otro), y no puede ser disfuncional considerando que hay personas que han estado en situaciones presentando comportamientos depresivos o ansiógenos, por ejemplo, durante muchos años. La cuestión que podría discutirse es que ese comportamiento no coincide respecto a lo esperado socialmente o con los mismos objetivos de la persona que se comporta. Es importante considerar en este punto que en varios casos los intentos de solución a corto plazo son realmente pseudo-soluciones y parte del problema, por lo que las estrategias de solución alternativas deben ir orientadas siempre visualizando a largo plazo. Aunado a ello, a diferencia del modelo bio-médico, el análisis de la conducta no solo trata de disminuir aquellos comportamientos que sean problemáticos; sino que también se interesa por reemplazar el comportamiento problemático por un repertorio alternativo más útil, uno que persiga la misma función o bien que le permita mayor adaptabilidad al contexto; en ese sentido el análisis de conducta es constructivista pragmáticamente (Cooper et al., 2020). También, los analistas de conducta no solo trabajan con las conductas que suponen un problema, sino que trabajan para potenciar algunos comportamientos existentes en el repertorio de una persona, como las habilidades sociales, la comunicación en pareja, el afrontamiento de un deportista a situaciones de competición, las habilidades parentales, etc. Dependiendo de la visión de la naturaleza del comportamiento problemático será un parteaguas para el tipo de intervención que se empleará y en la mayoría de los casos, los modelos de intervención que están basados en modelos médicos y asunciones filosóficas dualistas/mentalistas dificultan la explicación y la atención a los problemas que son de tipo psicológicos. El análisis de la conducta es determinista, no fatalista, lo cual considera que de la misma forma que se ha aprendido un comportamiento problema, utilizando los mismos principios psicológicos de aprendizaje es posible lograr cambios conductuales o mejorías en la vida diaria. Esta actitud científica nos permite un análisis donde la experimentación y la modificación de variables nos serán útiles para poder entender y predecir el comportamiento objetivo y a su vez modificarlo. Este determinismo, a un nivel molecular es muy prometedor, nos permite encontrar regularidades, corroborar y replicar relaciones funcionales entre determinados elementos sin que esto signifique falta de complejidad (García, 2018). Si consideramos que una persona, así como a lo largo de su vida ha aprendido comportamientos que significan un problema, puede aprender otras respuestas alternativas siendo la persona su mismo agente de cambio, logrando una agencia personal que le conduzca a actuar de manera diferente frente a ciertas situaciones y emitiendo comportamientos en dirección a sus propios intereses que mejoren su satisfacción vital (Slocum et al., 2014). Lo anterior, a nuestro ver, es una perspectiva más humana en la comprensión de los problemas psicológicos. El análisis funcional: una herramienta indispensable El modelo médico y las filosofías dualistas-mentalistas imperan hoy por hoy en múltiples institutos, clínicas de atención, consultorios privados, en la formación de estudiantes de psicología y en las explicaciones populares de la conducta. La intervención para un determinado problema psicológico está en función del establecimiento de un diagnóstico previo, una intervención nomotética que apuesta por la eliminación inmediata del malestar, de su patógeno o aquello que se considera causa, asumiendo sin más que lo responsable de dicho malestar se encuentra, de alguna manera, dentro de la persona. Sin embargo, han existido personajes dentro del mismo gremio que han reconocido estas limitaciones, como Claude Bernard, considerado el padre de la medicina moderna, cuando comenzó a percatarse que había alternativas para los problemas psicológicos (Bunge, 2012; Iwata & Dozier, 2008). Desde hace bastantes años ha existido una resistencia bien fundamentada por parte del análisis de la conducta a las intervenciones basadas en los diagnósticos y una clasificación krapeliana engañosa, que como hemos visto mantienen un valor predictivo y comunicativo, pero no explicativo ni de influencia efectiva (Kanfer y Saslow, 1965). El análisis de la conducta ha propuesto como método alternativo al diagnóstico tradicional y como guía de la intervención una herramienta que indaga en las respuestas objetivo, los estímulos responsables de su presentación y causa de la misma. Este procedimiento es el análisis funcional de la conducta. El análisis funcional es el proceso que vertebra y respalda a toda intervención analítico-conductual; es un proceso que consiste en hacer y comprobar las hipótesis de las relaciones funcionales entre el ambiente y una clase de respuesta, en este caso concreto, problemática. Es decir, el análisis funcional permite identificar las contingencias que mantienen una conducta problemática y aquellos eventos que hace que se presente. A su vez, permite obtener la información necesaria para entender, explicar y diseñar intervenciones individualizadas eficaces (Cooper et al., 2020; Froxán, 2020; Iwata y Worsdell, 2005). La manera en que es posible conocer este proceso es cuando comprobamos que un cambio específico en un evento (la variable dependiente, la respuesta objetivo) se debe al cambio de otro evento (la variable independiente, los antecedentes y las consecuencias de las respuestas) y que es poco probable que se deba a la actuación de una variable extraña. Las conductas que suponen un problema para las personas tienen un desarrollo y un proceso de mantenimiento debido a los mismos principios psicológicos de aprendizaje que un comportamiento no problemático o socialmente apropiada (Iwata y Dozier, 2008), por lo que los comportamientos problemáticos, si se presentan en diversas dimensiones, es porque cumplen una función; es decir, las conductas se aprenden y se mantienen mediante las relaciones funcionales de la interacción con el ambiente, y el análisis funcional identifica esa interacción. Existe variedad de formas de evaluar funcionalmente el comportamiento. Algunos métodos son más complicados que otros, algunos más sistemáticos, otros involucran la manipulación experimental de variables, otros la observación directa, o la obtención de información por medio de entrevistas. También algunas veces la respuesta a evaluar es una distinta pero perteneciente a la misma clase; sin embargo, independientemente de la forma de obtener la información y aunque algunos sean más o menos útiles para determinadas situaciones, todos tienen en común el indagar analíticamente las relaciones funcionales de una respuesta con su ambiente (Borrero y Borrero, 2008; Cooper et al., 2020; Froxán, 2020; Hall, 2005). Ventajas del análisis funcional El análisis funcional ofrece distintas ventajas frente al diagnóstico tradicional, por ejemplo, el diagnóstico tradicional se otorga con base en una clasificación sindronómica que solo toma en cuenta la morfología de la conducta, es decir, su forma o aspecto, pero no toma en cuenta su funcionalidad (Bissett y Hayes, 1999), y como ya hemos visto, conocer solo la morfología no orienta sobre cómo intervenir en el problema psicológico, sino que es necesario comprender las demás variables de la triada operante. Conocer la función y el contexto en el que sucede permite explicar el problema y diseñar una intervención adecuada a las características del comportamiento y de la persona en cuestión. Lo anterior es relevante en la clínica psicológica, puesto que dos respuestas pueden ser idénticas morfológicamente, pero con una distinta función. Por ejemplo, una persona que se autolesiona, su respuesta puede funcionar tanto para reducir, postergar o eliminar algún evento privado como una emoción o pensamiento; o bien para aumentar la empatía, el acercamiento o la atención de alguien cuando se ha estado privado de ello. Dos funciones totalmente distintas que orillarían a dos aproximaciones de intervención bastante distintas. De igual forma, dos respuestas pueden ser morfológicamente diferentes, pero compartir la misma función, por ejemplo, beber alcohol en exceso o pasar mucho tiempo en la cama como una forma de regular la emoción. Es necesario mencionar que las personas que emiten estos comportamientos no necesariamente tienen que percatarse de la función de su conducta para que así sea, o sea una forma de chantaje, sino que corresponde al fenómeno llamado automaticidad del reforzamiento que de igual forma no es necesario que la conducta problema lleve una secuencia lógica, pues el fortalecimiento por las consecuencias en muchos casos, es arbitraria. Si tomamos en cuenta la funcionalidad de un comportamiento y la historia de reforzamiento de una persona, es más sencillo y lógico realizar una hipótesis de desarrollo con sentido en vez de hacer especulaciones sobre la existencia de una entidad que pudiera ser la causa de ese comportamiento. Además, el análisis funcional es flexible en el aspecto de que siempre puede ser modificado a medida que vamos obteniendo nueva información o vamos descartando ciertas hipótesis, haciendo que podamos percatarnos de manera eficiente cuando una intervención no va en la dirección que queremos. Esta metodología de evaluación puede realizarse tanto de los comportamientos problemáticos que ocurren fuera de la sesión, en la vida cotidiana, como los que ocurren dentro de la misma sesión clínica; dotando así de una observación directa e in situ de comportamientos funcionalmente equivalentes de aquellos que día a día representan el problema psicológico de una persona, que además al estar más cerca en espacio y tiempo posibilita una intervención efectiva (Kohlenberg y Tsai; 2021; Koerner et al., 1996). No obstante, se ha buscado tener como herramienta clínica una dimensión diagnóstica funcional basada en los esfuerzos deliberados por escapar y evitar de pensamientos, emociones, sensaciones y recuerdos llamada trastorno de evitación experiencial (Hayes et al., 1996). Aunque esta clasificación ha tenido la intención de clarificar y ha ido modificando su nombre, consideramos puede presentar problemas. En primer lugar, porque sigue utilizando conceptos provenientes de clasificaciones del modelo bio-médico, en segundo lugar, porque dicha clasificación legitima la patologización, y, en tercer lugar, lo que personalmente nos parece el mayor desacierto es que otorga a priori una funcionalidad (en el sentido conductual) a los comportamientos problemáticos. Si bien es posible que los comportamientos problema de las personas cumplan una función de escape o de evitación, cómo hemos visto, existen también otras funciones, donde incluso una misma respuesta que en determinada situación cumple una función de escape, en otra situación sea otra función, como el caso de las conductas bajo programas de reforzamiento concurrentes. Esto, paradójicamente, podría poner más énfasis en la morfología que en las relaciones funcionales, ignorar las demás funciones del comportamiento y un notable sesgo a favor de una sola función. Las ventajas de conceptualizar el comportamiento como problemático, sujeto a contingencias en vez de patologizarlo, además de la utilidad clínica que se ha revisado, responde a virtudes particulares y sociales. Las personas que han sido diagnosticadas y patologizadas han recibido estigma, prejuicio y segregación, han sido objeto de burlas y sometimiento a condiciones no humanas y aislamiento, a dificultades económicas y restricciones legales (Alarcón, 2017, Doménech, 1995; González, 2009). Desde que se etiqueta a una persona como “enfermo mental” o incluso se considera que hay una condición o sustancia intrínsecamente en una persona, se forman las bases para una interpretación equivocada del comportamiento. La visión despatologizante del análisis de la conducta que proponemos y que considera al comportamiento como problemático puede aportar una visión diferente del problema psicológico, pues es todo lo contario, no se atribuye el problema a una condición inherente subagencial, por lo que se puede modificar el comportamiento aprendiendo respuestas alternativas a las problemáticas, modificando variables del ambiente, empatizando y considerando con la historia de aprendizaje de cada persona, dotando de autonomía, resolviendo y solventando los problemas que se le presentan de manera más adecuada, convirtiéndose en su propio agente de cambio. Consideramos que parte de la solución para esto no es desestigmatizar al enfermo mental o a la enfermedad mental, sino ver el fenómeno como un problema de comportamiento, mirando hacia una ciencia cuya filosofía, visión y modelo sea la de un comportamiento problemático natural y modificable, donde el objeto sea en sí mismo dicha conducta. En congruencia con lo visto en este capítulo y una ciencia del comportamiento con una fuerte base teórica y una sólida fundamentación experimental, proponemos considerar el concepto de salud o bienestar psicológico para referirnos al acto de buscar satisfacción vital personal o armonía con otras personas por medio de nuestro comportamiento. El concepto de salud/bienestar psicológico podría considerar esta reestructuración en la forma de ver el comportamiento normativamente evaluado de desviado, haciendo un cambio en la manera de entenderlo, de clasificarlo, y de desarrollar tecnologías que permitan su modificación, lo cual hoy por hoy es cada vez más posible a lo largo de muchos ámbitos. Si bien esto último puede ser controvertido desde muchos aspectos, consideramos que puede ser el inicio de una propuesta filosófica respecto a la actividad humana y una reestructuración racional (Kraemer, 2018) de los términos utilizados hoy de manera indiscriminada sobre el comportamiento de las personas. Conclusiones Existen alternativas que vienen a contrastar los problemas que se derivan del modelo bio-médico en lo psicológico, específicamente el análisis de la conducta, cuya aproximación científica es incompatible con las premisas del modelo y la filosofía dualista que predomina, siendo el análisis de la conducta una ciencia basada en asunciones monistas, deterministas, parsimoniosas y nomológicas que des-patologiza los problemas psicológicos al considerarlos naturales, adaptativos y funcionales, producto de las variables históricas y contingenciales sin importar su evaluación normativa. El principal recurso del análisis de la conducta es el análisis funcional, cuya metodología nos permite estudiar en sí misma a la conducta para evaluar su función, describirla, explicarla y predecirla; para diseñar e implementar intervenciones eficaces que no tan solo modifiquen la conducta problema, sino que además respondan a la cuestión sobre por qué dicha intervención ha funcionado. En congruencia con el conductismo radical y como señala el título de este artículo, proponemos el concepto de salud/bienestar psicológico y no otro (como “salud conductual”) como una forma de des-patologizar los problemas y experiencias de la vida, pero también se propone como una forma de coherencia filosófica y científica, puesto que al dividir lo psicológico con lo conductual estaríamos legitimando una división ontológica y epistémica sin sentido asumiendo que lo psicológico es una cosa y lo conductual otra que responden a distintas naturalezas y principios. Preguntas para la Reflexión • ¿El fenómeno psicológico puede explicarse de manera clara a través de los diagnósticos? • ¿Es conveniente que los psicólogos clínicos y psicoterapeutas mantengan una filosofía mentalista? ¿Por qué? • Las alternativas propuestas aquí desde el Análisis de la Conducta, ¿De qué manera facilitarían la práctica clínica? • De manera social, ¿Cómo beneficiaría conceptualizar las llamadas enfermedades mentales como problemas psicológicos? • Si asumimos la postura filosófica que se presenta en este capítulo, ¿cómo nos beneficiaría la conceptualización del bienestar psicológico en vez de la patologización a nivel clínico? y ¿a nivel social? Epílogo: Análisis de la conducta humana en las circunstancias de la vida para producir cambios Juan José Ruiz Sánchez 1. Producir cambios en la conducta de personas y colectivos Hacer análisis funcional de la conducta supone comportarnos como investigadores y/o interventores (psicosociales, clínicos, culturales, etc.) ante los problemas y potencialidades humanas desde una determinada perspectiva encaminada a recabar información relevante con el objetivo de producir cambios en los comportamientos privados y públicos de personas o colectivos concretos. Esta perspectiva tiene conexiones filosóficas y repercusiones pragmáticas. 2. Vertiente filosófica Desde su vertiente filosófica se nutre originalmente del conductismo radical skinneriano, que entiende que todas las actividades humanas llamadas mentales/subjetivas y abiertas o manifiestas son conductas sujetas a funciones relacionadas con el medio ambiente o condiciones de vida de las personas u organismos en estudio. Igualmente tiene afinidades con otras tradiciones filosóficas diversas que tienen en común situar los problemas y dificultades humanas en las circunstancias de la vida concreta que viven las personas y no en supuestos fallos o averías internas mentales o corporales inferidos. Aquí podemos encontrar al raciovitalismo de Ortega y Gasset que sitúa a la persona en su “yo soy yo y mis circunstancias, y si no las salvo a ellas no me salvo yo”; a la filosofía fenomenológica en su vertiente más existencial que sitúa las angustias humanas compartidas por todos en relación a las condiciones limitantes de todo tipo de vida (la enfermedad, la muerte, etc.); e incluso a la dialéctica marxista y sus derivados que relacionan el funcionamiento de las sociedades con las condiciones materiales que la sustentan y que dan forma a sus prácticas socioculturales e ideológicas en interacciones de lucha de poderes sociales generadores de diversas problemáticas humanas. También el construccionismo social (no confundir con el constructivismo mentalista) tiene afinidades con esta perspectiva al vincular las prácticas culturales de cada sociedad con asuntos como la construcción y solución de problemas derivados de la propia noción de persona o sujeto que se mantiene en cada sociedad y momentos históricos. 3. Vertiente pragmática o aplicada: Desde su vertiente pragmática sitúa a personas y colectivos (dado que el análisis funcional de la conducta no solo es aplicable a conductas de sujetos concretos, sino también a colectivos, instituciones o grupos sociales de sujetos en interacción) en su funcionamiento conductual en relación a sus antecedentes y consecuentes. Como antecedentes se recaban los históricos o biográficos que se consideran relevantes para las conductas en estudio que se pretende modificar o cambiar de sujetos concretos o colectivos y que sirven para comprender las interacciones previas con el medio ambiente de condiciones de vida que hacen más probable las conductas actuales; e igualmente se recaban los antecedentes actuales (situaciones, momentos, eventos precedentes inmediatos que frecuentemente son interacciones o relaciones concretas con otras personas) que dan lugar a “reacciones involuntarias” (respondientes) o “conductas voluntarias” (operantes) y las consecuencias inmediatas y demoradas de esas conductas de sujetos o colectivos en estudio que la seleccionan, la mantienen o la debilitan a la corta y a la larga; todo ello para establecer “las variables independientes” (antecedentes y consecuentes) de las conductas a modificar en estudio que son “las variables dependientes”. 4. Usos socioculturales e históricos del lenguaje: Es necesario también apuntar en esta cuestión del análisis funcional de la conducta humana (dado que se hace también de la conducta de otras especies) está atravesada por el uso que hacemos del lenguaje para describir nuestra realidad cotidiana y hacer todo tipo de análisis científico, filosófico, social o histórico del acontecer humano. A través de cómo y para qué usamos el lenguaje podemos contactar con “realidades” que ya están ahí a la mano (contingencias directas) potencialmente observable e incluso construir mediante diversas prácticas técnicas y de costumbres culturales mediante el intercambio social (conductas regidas por reglas socio-verbales) que sirven para hacer diferentes formas de análisis funcionales que convocan a sus propios partidarios y detractores. Gran parte del análisis funcional consiste pues en el análisis de las interacciones verbales-lingüísticas de las personas que mantienen o modifican sus conductas verbales y no verbales. 5. Información relevante para modificar conductas, preferiblemente con orientación ética y colaboradora Lo que sí tienen en común estas diferentes perspectivas de hacer análisis funcional (pongamos por caso la skinneriana con su análisis aplicado de la conducta, la postskinneriana con su contextualismo funcional y la social con su contextualismo social) es situar los problemas y potencialidades humanas como clases de conductas sujetas a las condiciones antecedentes y consecuentes de la vida de las personas como objetivo de análisis en intervención para modificar, cuando se puede a veces con mucha modestia, y éticamente de manera preferible con la colaboración de esas mismas personas o colectivos. 6. Conclusión Lo que nos hacemos y decimos los unos a los otros y a nosotros mismos a lo largo de nuestra vida en nuestra historia y situaciones de la vida actuales compartidas son las causas y consecuencias de los llamados dramas y bienestares mentales, emocionales o psicológicos. Al análisis de esos intercambios se dedica el llamado análisis funcional de la conducta. Glosario de términos Actividad clínicamente relevante: conjunto de cadenas funcionales que varían según el objetivo perseguido por el terapeuta (Evaluar, Explicar, Tratar y Consolidar). Análisis Funcional de la conducta: Herramienta que permite explicar científicamente cualquier conducta, recurriendo a los principios de aprendizaje subyacentes. Supone analizar la función que cumplen los elementos implicados en una interacción, es decir, dada una conducta concreta de un organismo, consistiría en identificar los elementos del ambiente (externo o interno) de los que dicha conducta es función. Antecedente: Estímulo o conjunto de estímulos presentes cuando se emite una respuesta. En condicionamiento clásico, dicho estímulo adquirirá papel funcional si por ensayos sucesivos adquiere la capacidad de señalar la presentación del EI o su retirada. En este caso funciona como Estímulo Condicionado. En el condicionamiento operante los estímulos antecedentes sólo tendrán papel funcional, si han adquirido, a través de ensayos sucesivos, la capacidad de señalar la aparición de una determinada consecuencia tras la realización de una determinada conducta en su presencia. En ese caso podrán funcionar como Estímulo Discriminativo o Estímulo Delta. Cadena de comportamiento: Una secuencia de estímulos y respuestas, donde cada respuesta modifica la situación de estímulo y esta funciona como estímulo discriminativo para una respuesta posterior. Castigo (con función probable de): Verbalizaciones tras cuya emisión se reduzca, cambie o desaparezca, en frecuencia, duración o intensidad, la respuesta inmediatamente anterior del cliente, en contenido o en función. Se clasifica como Castigo porque la verbalización inmediatamente anterior del cliente cambia, empieza hablando de su cansancio y termina hablando de una emoción positiva. Verbalizaciones que parezca de reforzamiento, interesadas, amables, y tras las cuales se observe una reducción o cambio en frecuencia, duración o intensidad de la respuesta del cliente, en contenido o función, cumplen antes una función estimada de castigo. CCR1: Comportamiento observable de la persona relacionadas con su motivo de consulta, sus quejas principales y los problemas psicológicos auto-percibidos. CCR2: Comportamiento observable de la persona relacionadas con las mejorías y/o avances terapéuticos, incompatibles con las anteriores. CCR3: Comportamiento verbal de la persona que especifica relaciones funcionales autoreferidas que relacionen su propio comportamiento y el contexto, en sus propios términos y terminologías. Clases operantes: Conjunto de respuestas que cumplen la misma función, es decir, que tienen el mismo efecto en el ambiente. Con independencia de su morfología y topografía, las contingencias de reforzamiento afectan a todas ellas. Comunidad Verbal: Conjunto de personas que comparten un mismo código verbal. Conducta: Objeto de estudio de la psicología. Engloba cualquier cosa que haga un organismo en interacción con el ambiente. Emerge en dicha interacción OrganismoAmbiente. La conducta puede ser innata o aprendida, diferir en cuanto al grado de complejidad y clasificarse en base a diferentes aspectos (desde el punto de vista del observador: privada vs pública; por su morfología: cognitiva, motora o fisiológica; en base al proceso de aprendizaje subyacente: operante vs respondiente). Frecuentemente se utiliza el término respuesta como sinónimo, aunque podemos establecer ciertos matices. Conducta clínicamente relevante: conducta problema que aparece en el contexto clínico y que guarda una relación de equivalencia con los problemas que el cliente tiene fuera de sesión. Por tanto, el terapeuta puede observar y modificar estas conductas durante la sesión y, a su vez, generar cambios en el contexto cotidiano de la persona. Conducta emergente: conducta que emite un organismo sin una historia de reforzamiento o condicionamiento explícito/directo. Conducta gobernada por reglas: conducta bajo control de una descripción verbal que especifica contingencias. Conducta moldeada por contingencias: conducta bajo control de la experiencia directa con las contingencias operativas en el medio. Conducta parasuicida o autolesiva no suicida (nonsuicidal self-injury/NNSI): cualquier conducta intencional y autodirigida que causa destrucción inmediata de tejidos corporales. Conducta verbal: comportamiento con consecuencias mediadas por otro organismo que ha sido entrenado en una comunidad verbal. Correspondencia decir-hacer: relación de coherencia o coincidencia entre lo que una persona dice que va a hacer y lo que posteriormente hace. Constructo: construcción teórica sobre un fenómeno determinado. Contingencia: Probabilidad de aparición de un evento dada la aparición de otro (Ej. Si aparece el evento A aparecerá el evento B), la cual puede varía entre -1 y 1, siendo de -1 hasta 0, una relación de contingencia negativa (el evento A anuncia la no aparición o la retirada de B), de 0 hasta 1, una relación de contingencia positiva (el evento A anuncia la aparición de B) y 0, una relación de contingencia nula o “acontingencia”. Consecuente: Es un estímulo o conjunto de estímulos que sigue a la respuesta. Sólo si el consecuente afecta a la probabilidad de emisión futura de una conducta (aumentándola o disminuyéndola) adquiere papel funcional, funcionando en esos casos como reforzador positivo (implicado en procesos de reforzamiento positivo y castigo negativo) o como reforzador negativo (implicado en procesos de castigo positivo y reforzamiento negativo). D: Verbalización categorizada como CCR que hace referencia a conducta actualmente presente en sesión. Ecoica: operante verbal que se emite ante estímulos vocales y que es reforzada cuando corresponde punto-a-punto con la respuesta y guarda similitud formal. EIBI: early intensive behavioral intervention - intervention conductual temprana e intensiva. Categoría que incluye aquellos tratamientos que cumplen con las 10 características enumeradas por Green (2001). Estímulo condicionado: Estímulo que predice la aparición de otro y produce una respuesta refleja. Estímulo consecuente: estímulo que aparece debido a la respuesta operante y modifica la futura probabilidad de emisión de la respuesta. Estímulo delta (ED): También llamados estímulos discriminativos negativos (ED-). Avisan de que, en su presencia, una respuesta está siendo sometida a castigo o extinción. Estímulo discriminativo (ED): Estímulo que señala la probabilidad de que, en su presencia, una respuesta será reforzada. Estímulo incondicionado: Estímulo que produce una respuesta refleja por sí solo. Estímulo neutro: Estímulo que no produce ninguna respuesta específica en un organismo. Equivalencia funcional: Fenómeno por el cual un estímulo verbal (palabra) y otro no verbal (referente) llegan a provocar respuestas similares. Etiquetamiento: acto de verbalizar un objeto, evento o persona. F: Verbalización categorizada como CCR que hace referencia a conducta que se produjo en un momento diferente al del momento presente en sesión, típicamente hace referencia a un acontecimiento que el cliente relata y que le ocurrió durante la semana. Grupo control: Agrupación de sujetos que no se exponen al presunto valor de la variable independiente. Habilidades terapéuticas: conjunto de aptitudes y actitudes que poseen los terapeutas. Hablante: persona que emite verbalizaciones ante la presencia de un oyente. Historia de Aprendizaje: conjunto de todas las relaciones de contingencia que un organismo ha tenido en el pasado. Interacción: Relación que se establece en un momento dado entre ciertos elementos del ambiente (interno o externo) y el organismo que responde ante estos. Dicha interacción puede ser analizada funcionalmente. Interacción verbal terapéutica: intercambio verbal entre terapeuta y cliente que pone en marcha los procesos de aprendizaje responsables del cambio terapéutico y constituye la base de la aplicación de las técnicas de tratamiento. Intraverbal: operante verbal que se produce ante estímulos discriminativos verbales, produciendo respuestas que no guardan relación formal, ni exacta con el antecedente verbal. Mando: operante verbal que se produce ante operaciones de establecimiento y permite acceder a reforzadores específicos. Modelo de tratamiento: conjunto de procedimientos para la enseñanza de objetivos particulares organizados en base a un marco conceptual específico. Moldeamiento verbal: moldeamiento de conductas a través de contingencias obtenidas en la interacción verbal terapéutica. Naming: aprendizaje incidental de la relación entre palabra-objeto como oyente, reforzado por consecuencias sociales. NDBI: Naturalistic developmental behavioral intervention - categoría que incluye un conjunto de tratamientos globales y específicos que se nutren de las ciencias del desarrollo y utilizan estrategias conductuales. Operación de abolición: estímulo u operación ambiental que disminuye la probabilidad de una respuesta alternando el valor del reforzador. Operación de establecimiento: estímulo u operación ambiental que aumenta la probabilidad de una respuesta alternando el valor del reforzador. Oyente: persona que recibe las verbalizaciones emitidas por un hablante. Programa: se usa como sinónimo de modelo de tratamiento. Programa de enseñanza específico: objetivos y metas que componen un programa comprehensivo, por ejemplo “discriminacion de oyente de partes del cuerpo”. PRT: pivotal response treatment - entrenamiento en conductas pivotales. Modelo de tratamiento conductual y comprehensivo que utiliza una perspectiva naturalista para la enseñanza. Reforzador: Estímulo consecuente contingente a la conducta que afecta a la probabilidad de repetición futura. Se clasifica en “Estímulos reforzadores positivos” (incrementa la probabilidad de una conducta cuando participa en procesos de reforzamiento positivo y la reduce cuando participa en procesos de castigo negativo) y “Estímulos reforzadores negativos” (reduce la probabilidad de una conducta cuando participa en procesos de castigo positivo y la incrementa cuando participa en procesos de reforzamiento negativo). Reforzamiento (con función probable de): Verbalizaciones tras cuya emisión se aumente o mantenga, en frecuencia, duración o intensidad, la respuesta inmediatamente anterior del cliente, en contenido o en función. Se clasifica como Reforzamiento porque la verbalización inmediatamente anterior del cliente se mantiene. Verbalizaciones que puedan parecer discriminativas, de petición de información o similar, si siguen con la conversación o aumentan su topografía, se consideran reforzamiento. Se recuerda: el contenido per se es irrelevante, importa el efecto que tiene sobre el comportamiento inmediatamente anterior del cliente. Reforzamiento diferencial: Procedimiento de dos componentes que consta de (a) proveer reforzamiento de forma contingente a la ocurrencia de una respuesta diferente a la respuesta de interés clínico y (b) de limitar la entrega de reforzamiento, lo más posible, ante cualquier ocurrencia del comportamiento de interés clínico Regla de Conducta: Descripción verbal de una contingencia: Si ante A, haces B, ocurrirá C. (Ej. “Si cuando tengas exámenes estudias con tiempo suficiente, aprobarás”). Pueden explicitarse todos los elementos implicados o puede tratarse de una explicitación parcial en la que algunos elementos estén implícitos (Ej. Es necesario estudiar). Respuesta: Aunque en ocasiones se utiliza como sinónimo de conducta, frecuentemente se reserva para aludir a las propiedades topográficas (dimensiones) de la conducta (frecuencia, intensidad, duración, etc). Respuesta incondicionada: Respuesta refleja elicitada en un organismo por un estímulo incondicionado o condicionado. Respuesta mediadora: fracción de una respuesta elicitada por un estímulo que se asocia a la respuesta provocada por otro estímulo. Respuesta operante: respuesta evocada por un organismo en presencia de un estímulo antecedente con el fin de hacer aparecer un determinado reforzador. Secuencia de conducta: Dentro del flujo continuo de conducta, es el segmento que se selecciona artificialmente para ser analizado y poder determinar fácilmente antecedentes, conducta y consecuentes implicados. Suscitar: Provocar, promover o favorecer. Tacto: respuesta que se emite ante la presencia de otra persona sobre un evento, objeto o persona del mundo físico. TEA: Trastorno del Espectro Autista. Condición del neurodesarrollo caracterizada por la alteración persistente en la evolución normativa del desarrollo en procesos de socialización, conducta verbal, patrones restringidos de intereses y/o sensibilidad sensorial. Terapia Dialéctico Conductual (DBT): Tratamiento habitual para personas con intentos suicidas recurrentes y diagnóstico de trastorno límite de la personalidad (TLP), que generalmente consiste en terapia individual, entrenamiento grupal en habilidades, coaching telefónico y reuniones de consultoría del equipo terapéutico. Textual: operante verbal que se emite con respuestas vocales bajo el control de estímulos visuales (textos). Transferencia de funciones: modificación de la función de un estímulo a través de la modificación de la función de otro con el que se ha visto asociado de manera indirecta, es decir, no contigua. Tratamiento comprehensivo: tratamiento que aborda diversas áreas del desarrollo de un sujeto. Tratamiento focal: tratamiento que aborda un número limitado de objetivos conductuales. Variables disposicionales: Aluden a condiciones del organismo y del entorno relativamente estables que, sin formar parte de la secuencia funcional, tiene la capacidad de alterarla, modificando el valor de los elementos de la secuencia y favoreciendo o dificultando que una determinada relación funcional se establezca. Variables funcionales: Aluden a los elementos que forman parte de la interacción sujetomedio. Participan en la contingencia de dos términos (en las conductas pavlovianas) o en la contingencia de tres términos (en las conductas operantes). VBA: verbal behavior approach - enfoque de la conducta verbal. Bajo este título se engloban una serie de estrategias de enseñanza derivadas del análisis de la conducta verbal que pueden sumarse a un tratamiento basado en ABA. Referencias Acero, J. J., y Villanueva, N. (2012). Wittgenstein y la intencionalidad de lo mental. 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