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Sin más por el momento… ¡DISFRUTA EL LIBRO Y NO OLVIDES RECOMENDARLO A TUS AMIGOS! SPARKS FLY (TAYLOR’S VERSION) | TAYLOR SWIFT WILDFIRE | SEAFRET MOONLIGHT | ARIANA GRANDE ALONE WITH YOU | ALINA BARAZ CHRONICALLY CAUTIOUS | BRADEN BALES BEST PART (FEAT. H.E.R.) | DANIEL CAESAR SWEAT | ZAYN NAKED—BONUS TRACK | ELLA MAI LATE NIGHT TALKING | HARRY STYLES HARD TO LOVE | BLACKPINK PEACE | TAYLOR SWIFT YOU | MILEY CYRUS NONSENSE | SABRINA CARPENTER SLEEPING WITH MY FRIENDS | GAYLE PRETTY PLEASE | DUA LIPA DID YOU KNOW THAT THERE’S A TUNNEL UNDER OCEAN BLVD | LANA DEL RAY WHILE WE’RE YOUNG | JHENÉ AIKO BIGGEST FAN | MADDIE ZAHM THE ONLY EXCEPTION | PARAMORE EVERYTHING | LABRINTH Los estudiantes de Maple Hills, Russ Callaghan y Aurora Roberts se cruzan en una fiesta de fin de curso, donde un juego de beber los lleva a tener una apasionada aventura de una noche. Aurora, que no es de las que se quedan demasiado tiempo —ni espera mucho de un hombre—, se escabulle antes de que Russ tenga siquiera la oportunidad de preguntarle su nombre completo. Imagina su sorpresa cuando se encuentran el primer día del campamento de verano en el que ambos son monitores, con la esperanza de escapar de sus complicadas vidas familiares pasando el verano trabajando. Russ espera que, si se aleja lo suficiente de Maple Hills, podrá evitar lidiar con las repercusiones de la adicción al juego de su padre, mientras que Aurora está cansada de ansiar la atención de todos los que la rodean, y quiere volver al último lugar donde se sintió verdaderamente en casa. Russ sabe que romper la estricta regla del campamento de «no confraternizar con el personal» le hará volver a Maple Hills antes de que acabe el verano, pero por desgracia para él, Aurora nunca ha sido muy buena respetando las reglas. ¿Aprenderán a coexistir pacíficamente? ¿O su única noche juntos inició un incendio que no podrán apagar? Los ojos de Henry se clavan en mí desde el otro lado del salón. —Tu verano va a ser un asco. Hay un eco de resoplidos de mis compañeros de equipo, los más sonoros provienen de Mattie, Bobby y Kris, que me dijeron algo parecido cuando dije que «no» a unirme a ellos en Miami este verano. —Palabras inspiradoras, Turner —replico a mi poco impresionado compañero de piso—. Deberías convertirte en orador motivacional. —Te arrepentirás de no haberme escuchado cuando tengas que hacer trabajos manuales y actividades de trabajo en equipo en la formación de personal la semana que viene. —Henry sigue hojeando el folleto de Honey Acres y frunce el ceño cuanto más se adentra en él—. ¿Qué es el turno de noche? —Tengo que dormir en una habitación anexa a la cabaña de los campistas dos veces por semana por si necesitan algo —digo despreocupadamente, viendo cómo los ojos de Henry se abren de par en par, horrorizados—. El resto del tiempo duermo en mi propia cabaña. —Para mí es un no —dice, dejando el folleto sobre la mesita—. Pero buena suerte. —Podría ser peor —reflexiona Robbie desde el otro lado del salón—. Podrías tener que mudarte a Canadá este verano. Nate gime con fuerza, hundiendo la cabeza en el pelo de su novia, hundiéndose aún más en el sillón reclinable que comparten. —Vete a la mierda con lo de Canadá. —Tú te lo buscaste —murmura Stassie lo suficientemente alto como para que todos lo oigamos—. Deja de ser un llorón. Nate, quieres jugar para Vancouver. —Prefiero mudarme a Canadá que cuidar de veinte niños durante nueve semanas. —El genuino disgusto en la cara de Henry haría pensar a alguien que voy a trabajar en un matadero, no a pasar el verano como monitor en un campamento para dormir fuera de casa— . Realmente no lo pensaste bien, Callaghan. Si lo hice. La clientela principal de Honey Acres son padres ocupados y ricos que necesitan mantener a sus hijos ocupados durante todo el verano mientras trabajan. Por suerte, las tarifas son carísimas, lo que significa que las instalaciones son mejores que las de cualquier otro campamento que he mirado y, dado el trabajo que supone mantener a raya a varios niños, el trabajo está bien pagado con varios días libres. Algo que sé que es un lujo y definitivamente no es el caso de la mayoría de los campamentos. Kris y Bobby me sugirieron que me presentara después de que rechazara su oferta de vacaciones, explicándoles que necesitaba conseguir un trabajo. Fueron a Honey Acres un verano hace diez años y juraron que era el mejor campamento de California, y yo estaba dispuesto a solicitar lo que fuera. El dinero escasea desde que la policía cerró el bar en el que trabajaba. Por desgracia, su reputación de actividad sospechosa y de servir a estudiantes menores de edad acabó pasándole factura, y no hay indicios de que vuelva a abrir. Así que, aunque Henry piense que mi juicio está seriamente viciado, la alternativa es andar por Maple Hills, desempleado, acosado por mi madre para que la visite. Fue una elección muy fácil. —Lo que oigo, gallina, es que aún no quieres venir conmigo. —Me burlo. —Sigue siendo un no. Gracias. Pero si necesitas una emergencia falsa para poder irte, házmelo saber. Haré la llamada. JJ se inclina hacia Henry desde su lado en el sofá, dándole un codazo con el hombro. —La única emergencia que va a tener en los próximos dos años, capitán, es ahogarse en demasiada p… —¡JJ! —chilla Stassie, cortándole el paso. —Malpensada —reprende—, iba a decir pintar. Stassie pone los ojos en blanco y le hace un gesto con el dedo mientras él le lanza un beso. Baja la mano y se centra en mí, con una suave sonrisa en los labios. —Te divertirás, ignora a Henry. Aunque te echaremos de menos por aquí. —Ya ni siquiera vives aquí —dice Mattie, enarcando una ceja. —¡Nunca has vivido aquí! —replica ella, iniciando una discusión sobre quién pasa más tiempo en esta casa. A pesar de lo agradecido que estoy por tener un trabajo este verano, es una pena tener que irme cuando acabo de mudarme con Henry y Robbie. Además de nuestros compañeros de piso no oficiales Mattie, Bobby y Kris, que aparecen mágicamente cada vez que se menciona la comida. Es raro tener mi propia habitación después de dos años compartiéndola en la casa de la fraternidad, y antes de eso con mi hermano Ethan, pero ya soy mucho más feliz aquí. Aparte de las cosas obvias como tener mi propio espacio y vivir con gente que me gusta, sienta bien no tener que planificar estratégicamente cuándo puedo masturbarme o, en raras ocasiones, tener sexo. Henry tuvo la cortesía de hacerme saber que, después de seis meses viviendo junto a Nate y Stassie, puede confirmar con absoluta certeza que la habitación no está insonorizada. —¿Van a discutir toda la tarde o debemos prepararnos para la fiesta? —grita Robbie por encima de las discusiones de Stassie y Mattie. Esta noche vamos a dar una fiesta para despedir a los chicos que se gradúan, o una fiesta «de despedida y a la mierda» como la llama Robbie. Se va a quedar en Maple Hills para estudiar el posgrado y está feliz de conservar su título de organizador de fiestas. Dicho esto, nadie parece especialmente entusiasmado por preparar la casa para la horda de estudiantes de Maple Hills que descenderá sobre nosotros en unas horas. Sé que parece el final de una era para los chicos; cuatro años es mucho tiempo para pasar todos los días con alguien. Para Nate y Robbie, es aún más largo; nunca han vivido en ciudades diferentes, y mucho menos en países diferentes. Para mí, es como el comienzo de una. Me uní a una fraternidad al principio de la escuela porque quería una familia que no me fallara como lo hace mi familia real. Pensé que mis hermanos de fraternidad estarían ahí en las buenas y en las malas, que por fin tendría gente en la que podría confiar, pero no fue así. Sentí que había cometido un error el primer año, pero perseveré pensando que tardaría un tiempo en sentirme como en familia. Supe que había cometido un error cuando pasó toda la mierda con la pista a principios de año y las únicas personas que me apoyaron están en esta habitación. Fue el peor momento de mi vida, lo cual es mucho decir, y me reprimía por la vergüenza que sentía. Un día Henry me preguntó si estaba bien y le dije que sí. Esperaba que aquello fuera el final, pero me dijo que sabía que estaba mintiendo y que volvería cuando estuviera listo para hablar. Todas las semanas teníamos la misma conversación, hasta que me encontré con él en las vacaciones de invierno. Intenté volver a casa, pero solo aguanté veinticuatro horas con la borrachera e incoherencia de mi padre tras la pérdida en el casino y la incapacidad casi profesional de mi madre para hacerlo responsable de sus actos antes de volver al campus. Henry volvía a la casa de hockey por sus materiales de arte y, cuando me vio, me preguntó si estaba bien y, por primera vez, le dije que no. Después de pasar tantos años demasiado avergonzado y enfadado por el problema de juego de mi padre como para contárselo a nadie, todo salió a la luz como un vómito de palabras. Ni siquiera el entrenador Faulkner ni Nate conocen el alcance de mi vida familiar, pero se lo conté todo a Henry. Se quedó allí, con un lienzo bajo el brazo, escuchando. Cuando terminé, sintiéndome como si me hubieran quitado una tonelada de ladrillos de encima, me preguntó si quería conseguir las alas de Kenny y pasar el rato con él durante las vacaciones. No me hizo preguntas, no me dio consejos, no me juzgó. Por eso dije inmediatamente que sí cuando me preguntó si quería vivir con él y Robbie. La sala se ha sumido en el caos, como siempre que todos están juntos, con múltiples conversaciones que se solapan, la siguiente más ruidosa que la anterior. La gente confunde mi silencio con timidez, pero no lo soy. Ni siquiera creo que sea tan callado, solo lo parece por lo ruidoso que es todo el mundo. Prefiero sentarme y escuchar que ser el centro de atención de todo, a diferencia de mis compañeros de equipo. Ser el centro de atención conlleva demasiada presión, demasiadas oportunidades de joderlo todo. Soy mucho más feliz siendo un observador, mirando desde fuera. Me dirijo a la cocina, agarro dos botellas de agua de la nevera cuando noto que hay alguien detrás de mí. —¿Estás listo para tu primera fiesta oficial? —dice JJ, aceptando la botella de mi mano. Ambos nos apoyamos en la encimera de la cocina, mirando hacia el salón. —Creo que sí. No molestar a Robbie es la única regla, ¿verdad? JJ resopla mientras desenrosca la tapa de su bebida. —Resulta que es mi pasatiempo favorito, pero depende de lo mucho que quieras que te hagan trabajar la próxima temporada. —Creo que me quedaré en su lado bueno. —¿Ya te sientes como en casa? —pregunta, dando un sorbo al agua. He pasado mucho tiempo con JJ en las últimas semanas y he descubierto que, bajo su apariencia de bromista, es muy fraternal. Después de usar mis ahorros para comprarme una vieja camioneta hace un par de meses, me convertí en el chico de la mudanza no oficial para las cajas de todo el mundo. Era agradable sentirse útil, así que no me molestó hasta que Lola se preocupó de que sus cosas fueran enviadas accidentalmente a la nueva casa de Nate en Vancouver y dibujó penes en las cajas que no eran suyas ni de Stassie. JJ y yo fuimos a su nueva casa en San José con un camión lleno de cajas decoradas, y los demás conductores nos miraron raro durante todo el trayecto. Aprendes mucho sobre quién es una persona cuando estás encerrado con ella en un espacio cerrado durante diez horas. Irónicamente, JJ bromea diciendo que apenas doy detalles. —Me estoy adaptando —admito—. Un gran cambio respecto a lo que estoy acostumbrado. —Recuerda, este es tu sitio. Todo el mundo te quiere aquí, ¿me oyes? —dice en voz baja. Nunca he expresado mis inseguridades a ninguno de los chicos, pero de alguna manera JJ sabe que me mantengo al margen de las cosas. Una vez le llamé perspicaz y me dijo que es porque es Escorpio. Signifique lo que signifique. De todos modos, lo agradezco y, por primera vez en mucho tiempo, me siento comprendido. Lo cual es un sentimiento extraño de aceptar, ya que la mayor parte del tiempo no me entiendo a mí mismo. —Te oigo —le confirmo. Me da una palmada en el hombro antes de volver a sentarse en el salón. Lo sigo despacio y me siento al lado de Henry. Robbie aplaude una vez, lo que nos provoca a todos recuerdos de hockey, ya que instintivamente le prestamos nuestra atención inmediata como perros bien adiestrados. —Un mini-Faulkner. Mierda —refunfuña Nate, revolviéndose incómodo en su asiento. —Sabes que ahora me estremezco durante las rondas de aplausos —añade Bobby—. Creo que es una respuesta traumática real. —Oigo ese aplauso cuando estoy solo —dice Mattie, asintiendo en señal de solidaridad. —No —resopla Joe—. Es Kris el de al lado. El único. Aplaude sus mejillas, singular. Robbie sisea algo en voz baja mientras Kris lanza un cojín de sofá a Joe, que lo atrapa y lo lanza hacia atrás, desatándose el caos. —¿Dónde estaban esas habilidades defensivas cuando jugabas al hockey, Joe? —le pregunta Henry, tomándolo desprevenido el tiempo suficiente para que uno de los cojines de Kris le golpee justo en la cara. —Por el amor de Dios —refunfuña Robbie—. Esta fiesta no se va a celebrar si uno de ustedes, payasos, acaba con conmoción cerebral. Vamos, una última vez. Un silencio natural se apodera de la sala mientras todos se alinean de mala gana para que Robbie les diga qué hacer y hay un momento extraño en el que creo que a todos se les ocurre que ésta es la última fiesta que los chicos van a dar juntos en esta casa. Estoy perdido en mis pensamientos, cuando JJ empieza a reír y a gritar. —¡Cinco pavos! Todos me deben cinco pavos. —¿Qué? —¡Stas está llorando! —La rodea con el brazo y le besa el costado de la cabeza—, ¡y es antes de que haya bebido alcohol! Gané. Secándose las lágrimas con el dorso de las manos, mira a su alrededor desconcertada. —¿Han apostado por mí? Todos echan mano a sus carteras y sacan billetes. Mattie se encoge de hombros y lo pone en la palma de la mano de JJ. —Técnicamente apostamos por tus lágrimas. —Esto es increíble. Nate, ¿sabías…? —Se vuelve hacia su novio, que discretamente saca dinero del bolsillo—. ¡Eres un idiota! Son todos unos idiotas. Nate le da su billete de cinco dólares a JJ y la estrecha en un fuerte abrazo, besándole cariñosamente la sien. —Ni siquiera intentaste durar. Podría haberte comprado alitas de pollo con ese dinero. —Increíble. Es tan triste. Cada uno se ira por su lado y simplemente apostaron. —Si te dijera que Russ no apostó a que llorarías hoy, ¿te sentirías mejor? Sus ojos llorosos se encuentran con los míos y sonríe. —Gracias, Pastelito. No estás en mi lista negra. Le hago un gesto de reconocimiento. Dejo que piense que es porque creía que no iba a llorar —cosa que sabía que haría en algún momento—, en lugar de decir que es porque no apuesto. —Disculpen —interrumpe Henry—. Yo tampoco. Henry también sabía que ella iba a llorar, pero decide no apostar más por solidaridad. JJ sigue contando su dinero cuando Lola entra con bolsas llenas de vasos rojos. Mira a lo largo de la fila y frunce el ceño. —Ha llorado, ¿verdad? —Sí —resuena la sala. —Maldita sea, Anastasia. —Lola deja caer las bolsas en el regazo de Robbie, inclinándose para besarlo, antes de meter la mano en su bolso y sacar algo de dinero—. Esta es la última vez que recibes mi dinero, Johal. —Hasta que fracase en el hockey y siga mi verdadera vocación en la vida —responde JJ—. Desnudarme. —Hasta entonces. —Ahora que todos han pagado sus deudas, ¿podemos por favor empezar este espectáculo de mierda? —gime Robbie. Vuelve el silencio de antes, el mismo pensamiento compartido recorriendo una a una las mentes de mis compañeros. Nate se aclara la garganta, asintiendo. —Una última vez. La extraña atmósfera desaparece en cuanto Lola se echa a reír. —Muy bien, Alexander Hamilton1. Y se supone que yo soy la dramática, mierda. Malditas reinas del drama. 1 Uno de los padres fundadores de los Estados Unidos y es el personaje protagónico de la obra de teatro y musical “Hamilton”. No debería estar aquí ahora, pero hay algo en los jugadores de baloncesto que afecta a mi capacidad de autocontrol. Dije que no vendría y Emilia ya me está esperando en la casa de hockey, así que no sé por qué dejé que el maldito Ryan Rothwell me convenciera de abandonar mi plan y pasarme por aquí. ¿Qué tienen los hombres altos y musculosos que son buenos con las manos que me hacen débil? Es uno de los grandes misterios de la vida. Uno que la mitad de las mujeres en Maple Hills están tratando de resolver a juzgar por la multitud en esta fiesta. Como varios jugadores del equipo se gradúan, esta noche es su fiesta final. Ryan y yo nos despedimos cuatro veces la semana pasada y, por muy bueno que sea, los dos sabemos que no va a seguir en contacto. El mes que viene se presenta al draft de la NBA y no me hago ilusiones de que me vayan a invitar a sentarme en la cancha. Pero eso no me impidió venir porque me lo pidió, lo que dice más de mí que de Ryan. Estoy metida en mis asuntos, cuestionándome todas mis decisiones vitales y cuidando mi bebida en un lugar tranquilo de la cocina cuando alguien que desearía que se fuera se desliza por la encimera a mi lado. Pongo los ojos en blanco instintivamente en cuanto Mason Wright abre la boca, pero eso no impide que me moleste. Me roba la bebida de las manos —un acto que sabe que detesto—, y bebe un sorbo. —¿Buscas a tu próxima víctima, Roberts? Dios, lo odio. —¿No es tu hora de acostarte, Wright? Sus ojos recorren mi cuerpo de arriba abajo y sonríe, provocándome arcadas internas. —¿Es una invitación? Afortunadamente, no tengo ningún problema para ejercer el autocontrol con este jugador de baloncesto en particular. —¿Una invitación a que te vayas a la mierda y me dejes en paz? Sí. Se ríe entre dientes y la idea de que encuentre alegría en algo me irrita. No sé de dónde ha sacado este chico toda su confianza, pero debería embotellarla y venderla. Nunca he conocido a nadie, especialmente a un novato, tan arrogante como este chico. Me devuelve la copa y se inclina un poco más hacia mí. —Sabes que hacerte la difícil me excita, ¿verdad? —No estoy jugando, Mason. No puedes atraparme. —¿Y eso por qué? —¿Aparte del hecho de que no te soporto? Eres un novato. —Eres cuatro meses mayor que yo. —Sus cejas se fruncen, frustrado, porque Dios no permita que una mujer no caiga de rodillas inmediatamente en su presencia. —Eres. Un. Novato —repito. Nunca creería que una mujer no está interesada en él. En parte porque es muy atractivo, pero sobre todo porque tiene un exceso de confianza en sí mismo. Parece más una estrella de rock estereotipada que un jugador de baloncesto. Alto, pelo negro, penetrantes ojos azules y piel pálida con complicados y detallados tatuajes decorando sus brazos y espalda. Suspiro y bebo el resto de mi copa. —No me gusta la gente que es más joven que yo. —Cuidado, princesa. —Ahoga una carcajada con la mano y yo entrecierro los ojos—. Se te notan los problemas con papá. —El único problema que tengo eres tú. —Quiero estrangularlo, pero conociendo a Mason, probablemente asumiría que son juegos preliminares—. Pero hablando de papás, ¿cómo está el Director Skinner? Por muy arrogante que sea mi archienemigo, tiene un punto débil: su padre. Nadie sabe que su padre es el jefe de atletismo de Maple Hills y él quiere que siga siendo así, por eso usa el apellido de soltera de su madre. Uno pensaría que el hecho de que ambos tengamos problemas con nuestros padres nos ayudaría a estrechar lazos, pero Mason y yo nunca nos hemos llevado bien y no es una de esas amistades que se desarrollan con el tiempo. Puedo decir con seguridad que estaré esperando pacientemente su caída para siempre. —Me alegra saber que soy el tema de conversación entre Ryan y tú. —Su sonrisa característica se convierte en ceño fruncido al instante y coge la botella de licor más cercana—. Me mudo a la habitación de Ry, ¿te lo ha dicho? Ni siquiera cambiaré el código para que sepas cómo entrar. Este chico no sabe cuándo parar. —¡Qué lindo! Pero en serio, Mason, ¿puedes darle a tu papá mi número? Está bueno… —no lo está—, y quiero que me dé un puesto en el equipo de baloncesto. —Oh, vete a la mierda, Aurora —gruñe, golpea la botella contra la encimera y se aleja hacia el jardín. —¡Cuidado, princesa! —grito tras él—. Tus problemas con papá se están notando. Unos brazos me rodean la cintura por detrás y me dispongo a empezar a lanzar puñetazos hasta que oigo una voz grave que me resulta muy familiar. —No te sacaré de la cárcel si lo matas. —Me dijo que tengo problemas con mi padre. —Ryan parece confuso cuando me giro en sus brazos para mirarlo, como si no estuviera muy seguro de adónde va esta conversación—. Solo está bien cuando lo digo yo. Asiente con la cabeza, comprendiendo por fin. —Entendido. ¿Qué le dijiste para enojarlo? —Le pedí el número de su padre para que me diera un puesto en el equipo de baloncesto. —Rory… —Alarga el «ry» así que sé que estoy en problemas—. Sabes que se supone que es un secreto. Es un frijolito sensible debajo de ese acto de chico malo melancólico. No es mi culpa que Mason tenga una mala relación con su padre. No lo hace exactamente especial y nunca dije la palabra nepotismo. —Bueno, si era un secreto, ¿por qué me lo dijiste? Ryan se inclina y me besa la frente con ternura. —Porque sé que lo odias y estaba intentando meterme en tus pantalones. —Hmm —reflexiono—. Te habría dejado entrar de todos modos. Dejaría que Ryan Rothwell se metiera en mis pantalones cualquier día de la semana. He dejado que Ryan Rothwell se meta en mis pantalones muchos días de la semana, de hecho. Ryan es un gran tipo, que es probablemente la razón de que elegí verlo a él por última vez y enfrentar la ira de Emilia. Mis expectativas para los hombres son tan bajas que están en los pozos del infierno, pero Ryan es uno de los buenos y nuestra situación de amigos con derecho durante los últimos dos meses ha sido divertida. Tiene un poco de fama de divertido sin cuerda y creo firmemente que debería ser premiado por la universidad por sus servicios a la felicidad de las mujeres durante sus cuatro años aquí. Deberían erigir una estatua en su honor. Tal vez le pregunte al padre de Mason. Su dedo me roza la barbilla, levantando mi cabeza y sacándome de mis pensamientos. —Te voy a echar de menos, Roberts. Una respuesta se me atasca en la garganta. Algo como «yo también te echaré de menos» o incluso un simple «gracias» sería suficiente, pero las palabras no me salen. Odio que unas palabras cariñosas, un simple gesto de amistad, una señal de que los momentos que hemos pasado juntos significan algo para él, sean suficientes para hacerme ir. Mi relación con Ryan siempre ha sido puramente física. No es que no haya intentado que me quede a dormir después de quedar, pero oír que me echará de menos sienta bien, aunque tenga una docena de mujeres a las que decírselo. Suspira, casi como si oyera mis pensamientos acelerados, me abraza y hunde la cara en mi pelo. —Voy a estar celoso del tipo que consiga oír lo que pasa en tu cabeza cuando tienes esa mirada. Tráelo a un partido para que pueda lanzarle un balón a la cabeza. —No creo que ninguno de nosotros deba preocuparse de que eso ocurra. Se ríe entre mis cabellos sin soltarme. —Solo soy el camino. Soy el tipo con el que follas justo antes de conocer al amor de tu vida. —Estadísticamente, eso va a pasar si te follas a todo el mundo. —Confía en mí, Roberts. Debería empezar un plan de garantía de devolución de dinero. Tendrás tu final feliz. —Dios, Ryan. No me pongas sentimental cuando estoy a punto de ir a una fiesta de hockey. Sabes que estar triste me pone cachonda. Se ríe mientras nos desenredamos a regañadientes y damos un paso atrás. —Si dices que estar triste te pone cachonda dos veces más, Mason aparecerá como Beetlejuice. Pongo los ojos en blanco mientras busco a mi némesis y lo encuentro molestando a otra persona al otro lado de la habitación, fuera del alcance de mis oídos. —¿Puedes llevártelo contigo? No puedo lidiar con él sin ti. Me recoge el pelo detrás de la oreja. —Me dijiste que querías cambiar este verano. Quizá vuelvas del campamento y seas capaz de tolerarlo. Tendrás más experiencia tratando con niños. —Dije que quería cambiar, salir de todos mis hábitos tóxicos de autosabotaje. No dije que cambiaría lo suficiente como para dejar de odiar a Mason. —Quizá deberías cambiar algunos contemporáneos por libros de autoayuda. de esos romances Entrecierro los ojos. —¿Terminas una carrera de Literatura inglesa y te crees capacitado para empezar a dar recomendaciones de libros? —Tienes razón, Roberts. Déjame quedarme en mi carril. La despedida flota en el aire, pero no me atrevo a decirla. —Ya me contarás cómo va el borrador, ¿no? Ryan me besa la frente por última vez y asiente. —Ya lo creo. No te metas en líos. —¿No lo hago siempre? —Literalmente nunca —ríe—, ése es el problema. *** Emilia me encuentra cuando salgo del Uber, con el ceño fruncido que tanto me gusta. —Llegas tarde. Es difícil sentirse intimidada por ella cuando tiene un aspecto tan angelical, literalmente. Sus rizos castaños se han trenzado en una aureola, y la punta de la nariz y las mejillas aún están rojas por las quemaduras del sol tras quedarse dormida ayer en nuestro jardín. El resto de su cuerpo sigue siendo de un blanco fantasmagórico, así que no sé cómo ha podido quemarse la cara. Es algo de lo que no voy a hablar ahora. —¿Ayudaría si te dijera lo bonita que eres? No sirve de nada y la pierdo en cuanto cruzamos la puerta de la casa del hockey y pasamos por delante de lo que parecen ser recortes de cartón a tamaño real del equipo de hockey. No solemos visitar estas fiestas a pesar de su fama en todo el campus, debido a que Emilia prefiere los eventos que terminan antes de medianoche y yo prefiero el baloncesto, pero JJ, uno de sus amigos de la sociedad LGBTQIA+, se va al norte a jugar al hockey profesionalmente y prometió despedirse. Así que, naturalmente, accedí a acompañarla porque soy una gran amiga, pero también porque me prometió una pizza vegetariana de camino a casa. Me preocupa un poco que el hecho de llegar tarde vaya a afectar a su voluntad de invitarme la pizza. A pesar de las hordas de gente, parece extrañamente hogareña para ser una casa universitaria ocupada por jugadores de hockey. Hay fotos enmarcadas en las paredes en las que aparecen un grupo de chicos y dos chicas, cojines de sofá que no parecen albergar suficientes gérmenes como para iniciar una guerra biológica y, a menos que mis ojos me engañen, alguien ha quitado el polvo de aquí. ¿Es un portavasos? Abriéndome paso entre la multitud, principalmente confundida porque mis pies no se pegan al suelo, pero definitivamente sedienta, me dirijo hacia mi lugar favorito en cualquier fiesta: la cocina. La enorme isla ya está cubierta de botellas de licor y refrescos medio vacíos. Mis ojos recorren los distintos armarios tratando de adivinar en cuál de ellos es más probable que haya vasos. Fiesta o no, he visto demasiados documentales sobre el mar como para usar vasos de plástico. Echo un vistazo en uno de los armarios y solo encuentro vasos de chupito. Literalmente. Nada más que vasos de chupito en todo un armario de cocina. El segundo armario tiene cuencos y, cuando estoy a punto de averiguar si el tercer armario es el correcto, sintiéndome muy como Ricitos de Oro, alguien carraspea a mi lado. —¿Eres una ladrona? Mirando alrededor de la puerta del armario, sabiendo que mi cara es definitivamente del color de un semáforo, observo al tipo que acaba de sorprenderme con las manos en la masa. Mido un metro setenta, incluso más con mis tacones de aguja, pero él me supera. Sin embargo, hay algo decididamente poco intimidante en él. Sus bíceps luchan por escapar de las mangas de su camiseta negra, la tela le aprieta su ancho pecho. Pero sus rasgos son suaves y solo tiene un rastro de barba a lo largo de la mandíbula; es como si la delicadeza de su rostro no estuviera a la altura del resto de su cuerpo. Lleva el pelo castaño claro peinado hacia fuera de la cara y, cuando por fin me fijo en él, sus ojos azul zafiro me miran fijamente, algo inseguro pero intrigado nadando en ellos. Esta es probablemente la forma más incómoda en la que he conocido a un tipo sexi. Le dedico mi sonrisa más inocente. —¿Es un robo si no sale de la casa? —Maldita sea, sabía que tenía que haber estudiado Derecho. —Su labio se tuerce en la comisura, aparecen hoyuelos junto a su boca mientras lucha contra una carcajada—. Creo que robar es tomar algo que no te pertenece. —¿Y si el dueño nunca se entera? —Bueno, si el dueño nunca se entera, entonces seguro que es negligencia por su parte —dice frotándose la nuca con una mano. Intento seguir mirándolo a la cara, no a sus brazos abultados, pero soy débil—. ¿Qué buscas? Da un paso hacia mí y me llega a la nariz un fuerte olor a sándalo y vainilla. Apoya la mano en la puerta a la que sigo aferrada y la cierra suavemente. ¿Qué estoy buscando? —Vasos. —Solo hay de plástico, lo siento. —¿Sabes cuánto plástico acaba en el océano? Nadie que viva aquí lo sabrá nunca. —Es la conversación más larga que he tenido sobre vasos. Posiblemente sea la conversación más larga que alguien haya tenido sobre vasos, pero me encuentro pensando en qué otros utensilios de cocina puedo sacar para seguir con esto. —Entonces, ¿este crimen es por los tiburones? —Bueno, no solo los tiburones. Los peces, las tortugas y las ballenas, están todos incluidos. —Sus ojos se cierran mientras lucha contra una sonrisa, sacudiendo la cabeza—. Quizá un pulpo o dos. Mis buenas acciones no discriminan. Vuelve a abrir los ojos y su mano se detiene en la puerta del armario durante unos segundos antes de dar un paso a mi alrededor y dirigirse al armario seis, abriéndolo para dejar al descubierto unas estanterías con varios vasos desparejados. —No se lo tires a nadie o los dos tendremos problemas. Estirándome de puntillas, cojo uno con un emblema de Maple Hills y otro para Emilia que dice: «Mis amigos fueron al orgullo de Los Ángeles y todo lo que conseguí fue este vaso». —Los encontraste rápido. ¿Has robado aquí antes? —«Deja de hablar, Aurora». Los dejo sobre el mostrador y cojo la botella de licor más cercana, vertiendo su contenido en lo que yo llamo mis vasos de la victoria. El servicial desconocido se ríe, abre una botella de refresco y la desliza en mi dirección. Espera hasta que estoy a punto de servirme para responderme. —No, yo vivo aquí. «Oh, mierda». Sus palabras me toman tan desprevenida que la botella de refresco no toca el borde del vaso y cubre la encimera de líquido espumoso y pegajoso. Doble mierda. —¡Lo siento, lo siento, lo siento! Antes de que pueda reaccionar, limpia mi desastre con un trapo. —Yo… —No te preocupes —dice suavemente, deteniéndome antes de que pueda disculparme de nuevo—. Solo es refresco. Ponte ahí para no mojarte. Hago lo que me dice y veo cómo saca un espray desinfectante, limpiando bien el mostrador entre la gente borracha e inconsciente que aún intenta prepararse sus propias bebidas. Cuando termina, coge la botella de refresco, llena los dos vasos con cuidado y me los da. —Así que tú eres el que quita el polvo —murmuro. —¿Qué? —Nada. Gracias… y lo siento de nuevo. Se apoya en la encimera. —¿Lo siento por romper la regla de no hurgar en los armarios o por destrozar la cocina? Cruzo los brazos juguetonamente. sobre el pecho y frunzo los labios —No veo ninguna señal. Esta vez se ríe de verdad. Un profundo retumbar en su pecho que parece real y auténtico. Observo cómo me mira, discretamente, de arriba abajo. Su atención hace que mi cuerpo vibre e inmediatamente deseo más de él. —De todas formas, no me pareces el tipo de mujer que prestaría atención a una señal. —¿Y eso por qué? —Es una pregunta capciosa. Yo lo sé. Él lo sabe. Los chicos, que supongo que son sus compañeros de equipo rondando cerca tratando de escuchar, lo saben—. Responde con cuidado, tenemos público. Sus cejas se fruncen cuando se gira para mirar detrás de él y, cuando vuelve a mirarme, las puntas de sus orejas se han vuelto rosas. Nuestros espectadores se escabullen, pero es suficiente para acabar con la confianza de este tipo. Su repentina timidez me resulta simpática. Estoy acostumbrada a que me coqueteen, pero creo que nunca nadie se ha sonrojado delante de mí. Quiero averiguar cuál es su primera impresión de mí. Quiero que me siga mirando como hace treinta segundos. Quiero asesinar un poco a sus amigos. Estoy a punto de preguntarle, cuando una mano cálida se posa en mi brazo y Emilia aparece por detrás. —Tengo mucha sed. —Echa un vistazo al Sr. Servicial y otro a mí y le sonríe—. Hola, soy Emilia. Le hace un gesto cortés con la cabeza. —Hola, encantado de conocerte. Soy Russ. —¿Eres el Russ de Jaiden? —pregunta, cogiendo su bebida y poniendo los ojos en blanco cuando lee la pegatina. Casi parece avergonzado cuando se da cuenta de lo que acaba de decir Emilia. ¿Por qué es tan lindo? —Eh, sí. Creo que sí de todos modos. No creo que conozca a nadie más llamado Russ. Vuelve a frotarse la nuca, el dobladillo de la camiseta deja ver una pequeña porción de piel bronceada, y mi excitado cerebro sufre un pequeño fallo. —Soy Aurora —le suelto, casi con agresividad. Emilia se vuelve para mirarme, con una expresión de confusión y vergüenza por mi parte. Opto por ignorarla y engullo mi bebida, dejando que el áspero mordisco del vodka alivie las punzadas de humillación. Los ojos de Russ se clavan en mí cuando mi vaso baja y él vuelve a aparecer. Sus hoyuelos se muestran de nuevo. Emilia se aclara la garganta y me obligo a mirarla. Me mira como si fuera a atormentarme por esto más tarde. —He venido a decirte que va a empezar una partida de Jenga borracho en el estudio, por si quieres jugar. —¿Jenga borracho? —Ponen retos en algunos de los bloques —explica Russ—. A Robbie y JJ les gusta hacer las cosas interesantes. Emilia hace un ruido juguetonamente. —Sabía que estaría involucrado de alguna manera. Dios sabe cuáles son los retos. Rory, ¿nos vemos allí? Asiento y ella desaparece de nuevo, dejándome con mi nuevo amigo. —¿Qué tan interesante estamos hablando? Sus labios vuelven a torcerse y, Dios mío, no hay ninguna razón para que quiera enrollarme con alguien por cómo se mueven sus labios, pero la forma en que fluctúa entre la confianza y la incertidumbre me está haciendo algo. Russ da un largo sorbo a su cerveza mientras considera mi pregunta y yo me limito a esperar. Debería darme más vergüenza colgarme descaradamente de las palabras de un hombre, pero este está bueno y es un poco torpe y esas preocupaciones me parecen un problema para mi futuro terapeuta. —¿Por qué no vienes conmigo y lo averiguas? —¿Por qué no vienes conmigo y lo averiguas? En mi cabeza sonaba bien, pero ahora que lo he dicho en voz alta no puedo evitar encogerme interiormente. Esta mujer está demasiado buena para hablar conmigo y no sé cómo he podido caer en esta situación. JJ me sorprendió mirándola husmear por la cocina y me dio una charla de ánimo sobre el «éxito con las mujeres» digna de un Oscar antes de empujarme en su dirección con la instrucción de ofrecerle una copa. Aunque no soy totalmente inútil con las mujeres, estoy lejos de ser el mejor, lo que demostré cuando mi primera conversación con la atractiva desconocida de mi casa fue sobre robos. Suelo necesitar un poco de tiempo para relajarme antes de sentirme cómodo, lo que no es ideal en las fiestas universitarias. A veces el alcohol tiende un puente lo suficientemente largo como para que pueda pedirle el número a alguien, pero no bebo a menudo, y por eso estoy crónicamente soltero. Incluso con el entusiasmo de la bebida, Aurora es jodidamente guapa, y esa es mi excusa para explicar por qué mi cerebro se revuelve en busca de una conversación interesante. Ni siquiera pude verle la cara cuando me acerqué a ella, solo sus largas piernas y curvas cubiertas por una minúscula falda y un top. Entonces asomó la cabeza por detrás de la puerta, con sus ondas rubias enmarcándole la cara, las mejillas sonrosadas, los ojos verde esmeralda mirándome inocentemente, como alguien a quien han sorprendido con las manos en la masa. Y entonces sonrió, algo que probablemente había hecho un millón de veces en su vida, pero me olvidé de mi falta de habilidad con las mujeres. Me olvidé de todo. Antes me prometí a mí mismo que hablaría con alguien si me parecía atractiva y, técnicamente, lo estoy haciendo, aunque ella esté a punto de rechazarme educadamente. Me esfuerzo por canalizar la confianza artificial que me da mi cerveza y no derrumbarme ante su mirada inquisitiva mientras considera mi oferta. Me tiende la mano y tengo que evitar que se me suban las cejas de la sorpresa. —Ve adelante. Entrelazo mis dedos con los suyos y nos dirijo hacia el estudio, repitiendo en mi cabeza: «Finge hasta que lo consigas, eres un jugador de hockey sexi y la única persona que sabe que no tienes confianza eres tú», como me dijo JJ. No esperaba que su consejo funcionara, pero no se sorprende en absoluto cuando me dirijo hacia el Jenga de la mano de Aurora. De hecho, parece un poco engreído. Mantengo su cuerpo pegado al mío, con cuidado de que los borrachos no choquen con ella, hasta que llegamos a la multitud que rodea la mesa del comedor. —¿Estás lista para esto? —digo, aunque no estoy seguro de si hablo conmigo mismo o con ella. Mirándome, sus ojos se suavizan y su mano aprieta la mía suavemente. —¿Cuántos problemas puede causar un juego de Jenga? —Mi amigo Joe va a la Facultad de Derecho de Yale y le preguntaron qué se considera un delito grave en California. —Joe ni siquiera parecía sorprendido. Después de leer en voz alta una lista de su móvil, Robbie y JJ no dejaron que nadie más viera lo que estaban escribiendo en los bloques, riéndose entre ellos como niños de colegio. —Nada dice espíritu universitario como pagar la fianza. Estoy segura de que ambos hemos hecho cosas peores. Vamos. No me suelta la mano mientras avanza segura entre la multitud, con la cabeza alta y el pelo bailándole sobre los hombros desnudos a cada paso. No estoy seguro de cómo he acabado siendo yo el guiado, pero la sigo hacia el hueco entre Stassie y Emilia. Stassie me saluda entusiasmada cuando aparezco a su vista, palmeando la mesa a su lado. —Te he guardado un sitio, Pastelito. Está claro que ya está borracha por el hecho de que palmea tan fuerte que los bloques de Jenga y los vasos de chupito se tambalean. —Bien, Godzilla —dice Lola desde el otro lado de la mesa—. No derribemos la torre antes de que todo el mundo esté desnudo. Mierda. Stassie hace un «uy» con la boca y me dedica una sonrisa de borracha tonta mientras se acurruca al lado de Nate. Su mirada se dirige a mi mano, que se une a la de Aurora, y luego levanta la vista hacia Aurora, aflojando ligeramente la mandíbula antes de levantarme torpemente el pulgar. ¿Cómo voy a fingir confianza con las mujeres en estas condiciones? —¿Pastelito? —me pregunta Aurora cuando nos metemos en el espacio entre nuestras amigas, soltándome la mano para rebuscar en su bolso en busca de su móvil. Quiero hacer algo con las manos en lugar de quedarme de pie junto a ella, pero mirar el celular es lo que menos me gusta hacer, así que me conformo con meterme las manos en los bolsillos del pantalón. Observo cómo pasa el dedo por las notificaciones, resoplando un poco antes de volver a meterlo en el bolso y mirarme. —Es una historia muy, muy larga. —Mi falsa relación de una hora con Stassie parece que fue hace un millón de años y ni siquiera estoy seguro de poder describir el extraño pero sano vínculo que ahora compartimos. Aunque ella dice que mis pobres habilidades comunicativas le dan dolor de cabeza. «Di algo interesante, Callaghan». Aurora no dice nada más ante mi falta de respuesta, sino que se gira para hablar con Emilia a su otro lado. Suelto un suspiro y dirijo mi atención a mis amigos. Los chicos están martilleando a Robbie con preguntas y puedo ver cómo se irrita cada vez más. —¿Dónde está Hen? —pregunta Robbie, mirando a cada uno de mis compañeros—. Esto fue idea suya, mierda. —¡Estoy aquí! —grita Henry, abriéndose paso entre la multitud, una mujer con el pelo despeinado lo sigue de cerca—. Lo siento, estoy aquí. Si esto fuera hockey y Henry llegara tarde porque iba a echar un polvo, Robbie lo destrozaría. Robbie se toma los juegos de fiesta tan en serio como el hockey, pero intenta desesperadamente demostrar que no es tan estirado como Faulkner después de haber sido comparado con él todo el día. Becky, la última aventura de Henry, le susurra algo al oído, lo besa en la mejilla y luego desaparece de nuevo en la fiesta. La sonrisa burlona de Henry molesta más a Robbie, lo que es genial para todos los jugadores en una cuenta atrás secreta, esperando a que estalle. Robbie deja de mirar a todo el mundo y sus brazos se levantan ligeramente, como si estuviera a punto de aplaudir, y todo el mundo contiene la respiración, pero un brazo baja y el otro rodea las caderas de Lola. —Ok… —¿Tengo tiempo para ir al baño? —pregunta Kris. —No, mierda, no lo harás —dice Robbie—. ¡Solo quédate ahí y escucha las reglas del juego antes de que pierda la maldita cabeza! Se oye un eco de suspiros cuando todo el mundo, aparte de Henry y yo, echa mano de sus carteras y amontona billetes en la palma extendida de Kris. Robbie espera con los brazos cruzados sobre el pecho y, cuando todo el dinero ha cambiado de manos, vuelve a empezar. —La siguiente persona que me moleste no jugará la próxima temporada. —Todos esperan en silencio, mordiéndose los labios intentando no reírse—. Van a sacar un bloque de Jenga: si está en blanco, el turno pasa a la siguiente persona, y luego lo apilan en lo alto de la torre. —Entonces es como un Jenga normal. —JJ sonríe. Robbie lo ignora, probablemente porque ya no puede sentar a JJ en el banquillo. —Si te toca un reto, o lo haces, o de castigo sacas un bloque del fondo, o te bebes los dos chupitos. Si no eres un jugador de hockey de cien kilos, solo tienes que tomar un chupito para que las cosas sean justas. Quien derribe la torre tiene que correr por la avenida Maple desnudo. Lola, tú primero. —Espera —interrumpe Joe—. ¿Por qué hay chupitos si también puedes sacas un bloque del fondo? Robbie le clava una mirada que me produce un escalofrío. —Porque yo hice las reglas y digo que hay chupitos y castigos. Empieza la partida y, al estilo típico de los Titanes, es un caos. Mattie tiene que enviar la última foto de su rollo de cámara al chat de grupo de su familia; no nos dice cuál es, pero se aparta de la mesa para atender una llamada de su abuela. Henry y Bobby tienen que cambiarse de ropa. Joe saca un bloque que dice: dale tu ropa interior a la persona que tienes enfrente, y Emilia, la amiga de Aurora, discute con Kris que definitivamente ella no está enfrente de Joe; si lo está. Para cuando el juego llega a nuestro lado de la mesa, Kris lleva los calzoncillos de Joe por encima de la ropa y se toma dos chupitos en lugar de liarse con Emilia, que tiene novia y amenaza con darle un puñetazo si lo intenta siquiera. Emilia saca un bloque en blanco. A continuación, Aurora hace lo mismo. Es difícil no darse cuenta de la decepción. Me distraigo con su simpático mohín cuando oigo un «date prisa, Pastelito» de uno de los chicos. Empujo el bloque por el centro con cuidado. MOSTRAR EL ÚLTIMO MENSAJE RECIBIDO A LA PERSONA QUE ESTÁ A TU LADO Intento que no se me caiga el bloque mientras me empiezan a sudar las manos, dándole la vuelta porque sea cual sea mi castigo no será tan grave. ENVÍALE A FAULKNER UN MENSAJE DE TE QUIERO Error. La gente me pregunta qué dice, pero mi mente no para de pensar en cómo salir de esta sin explicar por qué tengo que hacerlo. Aparte de no querer volver a caerle mal al entrenador, el último mensaje de texto que he recibido es de mi padre pidiéndome que le envíe dinero. Se me revuelve el estómago con el peso de la fea verdad de que encuentra la manera de colarse en todas las situaciones y estropearlas. Ni siquiera lo leí entero antes de cerrar la conversación; de todos modos, siempre es la misma excusa de mierda. «Te lo devolveré. Te pagaré el doble. Conozco a un tipo que conoce al entrenador y la carrera es segura». O, una vez que ha bebido, «lo tienes todo gracias a mí. Has dado la espalda a esta familia. Ni siquiera ayudará a su propia carne y sangre, no eres mi hijo. Crees que eres mejor que nosotros porque vas a una escuela de lujo, lo vas a joder de todos modos». Impaciente por recibir una respuesta, Stassie me arranca el bloque de la mano y se lo lee al grupo, que comprensiblemente se ríe. Yo también me reiría si el mensaje fuera de otra persona. Tomo un trago en cada mano y los bebo en rápida sucesión. —Vaya, de verdad que no querías que viera esos desnudos —dice Aurora mientras me limpio una gotita perdida con el dorso de la mano—. Es broma, no pongas esa cara tan seria. Es lindo. —¿Lindo? Ella asiente. —Que no estés exhibiendo tus cosas privadas. Lo privado está bien. Privado. Algo en lo que soy bueno. Lástima que sea por las razones equivocadas. El juego continúa, vueltas y más vueltas, chupitos, retos, insultos en dirección a Robbie y JJ. Nate acaba teniendo que transferir dinero a su hermana por no besar a la persona de su izquierda: Robbie. Bobby envía un mensaje de «te echo de menos» a Faulkner, Henry tiene que tomarse una cerveza y yo acabo sin camiseta por no besar a la pelirroja más cercana, que resulta ser Lola. Besar a la novia de mi compañero de piso y entrenador no parece la mejor manera de superar el resto de mi carrera universitaria. Emilia se inclina hacia la torre, que parece mucho más inestable que antes. Una sonrisa se dibuja en su rostro mientras lee el bloque. —Nominar a dos personas para que se besen. Son tan infantiles — murmura, girando el bloque para mirarnos y esbozando una sonrisa maliciosa—. Bueno, como son las únicas personas que conozco… Supongo que… Tendré que elegir a Aurora y a Russ. —¿Qué soy yo? ¿Un fantasma? —grita JJ desde el otro lado de la mesa, levantando los brazos dramáticamente—. Nuestra amistad es claramente una broma para ti. La oigo decir mi nombre, pero no me doy cuenta inmediatamente de que lo ha dicho hasta que noto que Aurora me mira. Es realmente preciosa, Jesús. «La única persona que sabe que no tienes confianza eres tú». Sus mejillas están más sonrojadas que antes, los ojos brillantes. —¿Estás lo suficientemente sobria como para estar de acuerdo con esto? Ella asiente, sonriendo. —¿Y tú? —Deslizo suavemente la mano por debajo de su pelo hasta acariciarle la nuca, rozando con el pulgar su mandíbula mientras su pulso martillea contra mi palma. —Sí. —Se pone de puntillas mientras yo bajo la cabeza, sus manos se posan en mi cuello y entonces mi boca se encuentra con la suya. Suave al principio, vacilante, hasta que gime suavemente y, por un minuto, me olvido de que tenemos público. Sin embargo, el público no nos olvida y, cuando acerco su cuerpo al mío, gritan, haciéndonos volver a la tierra con un estruendo. Al separarse, da un paso atrás, se lleva la mano a los labios, se vuelve hacia Emilia y murmura algo que la hace sonreír. «Finge hasta que lo consigas». El juego avanza, bloque en blanco tras bloque en blanco alrededor de toda la mesa, haciendo que la gente se pregunte si Robbie y JJ acaban de renunciar a escribir retos, a lo que se sienten increíblemente insultados. Aurora saca otro bloque en blanco y la mesa lanza un gemido de decepción. —Esta torre aguanta mejor que yo —murmura Aurora, colocando el bloque en lo alto de la tambaleante estructura. Saco el mío y enseguida veo el garabato desordenado de Robbie en la madera. CAMBIA DE DIRECCIÓN —¿Cambia de dirección? —Leo en voz alta—. No lo entiendo. —Significa que me toca otra vez —dice Aurora desde mi lado y Robbie asiente para confirmarlo. Elige un bloque que, desde un punto de vista estrictamente técnico, es uno de los peores que podría haber elegido si quiere que la torre se mantenga en pie. Se me ocurre que lo que quiere es que se caiga, pero se me pasa por la cabeza cuando se echa a reír. Y es jodidamente mágico. Gira el bloque para mirar al grupo. BAILA SENSUAL EN EL REGAZO DEL JUGADOR DE HOCKEY MÁS CERCANO DURANTE 2 MINUTOS —¡Esa la escribí yo! —grita Lola feliz—. De nada, Pastelito. Si las miradas mataran, yo estaría muerto. Todos los jugadores me miran con pura envidia después de haber observado a Aurora durante demasiado tiempo. Carraspeo y todos se despiertan. Ay, caray. Voy a tener una erección delante de todos mis amigos. Bobby se apresura a buscar una de las sillas que guardamos antes mientras Anastasia le pregunta a Aurora sus preferencias musicales. Sé que no es para tanto, pero a mí me lo parece. Estoy seguro de que tengo la cara roja. ¿Cómo diablos voy a fingir confianza en mí mismo? Inclinándome a su altura, me acerco a su oído para que solo ella pueda oírme. —No tienes por qué hacerlo. No dejes que te presionen. —Es un baile tonto —dice, apretándome el brazo—. Pero gracias. Si no se te da bien, yo me encargo de los chupitos. —Se me da bien. —Estoy jodidamente bien con ello. —¿Algo que no quieras que haga? Dios, no. —Puedes hacer cualquier cosa. Hay algo en estar ya sin camiseta que hace que todo esto parezca más íntimo. Por suerte, tener a varias personas mirándote fijamente mientras estás sentado en una silla de comedor es suficiente para borrar esa sensación. Es bueno saber que esto es lo que pensaré la próxima vez que me siente a comer. Aurora coge sus chupitos y toma dos. —No me estoy dando por vencida —confirma rápidamente—. Es para agarrar coraje. Siento que necesito valor y lo único que tengo que hacer es sentarme aquí y dejar que me baile una mujer que está tan fuera de mi alcance que ni siquiera jugamos al mismo deporte. La música cambia de la canción alegre que estaba sonando a algo más lento y oscuro, y Lola levanta el teléfono con el temporizador activado. Es fácil olvidarse del resto de la habitación cuando Aurora se acerca sonriendo y se coloca detrás de mí. Ambas manos empiezan en mis hombros y descienden lentamente por mi pecho y mis abdominales hasta que se inclina lo suficiente para que su cabeza quede a la altura de la mía. Me pellizca la mejilla y se ríe ligeramente, y en ese momento sé que esto va a ser la mejor tortura. Se coloca delante de mí y empieza a mover lentamente las caderas al ritmo de la música. Me abre un poco más las rodillas, se coloca entre ellas, se gira y desciende sobre mí. Treinta segundos con el trasero de Aurora frotándose contra mi polla pasan en un instante. Su espalda está a ras de mi pecho desnudo, el olor a melocotón me llega a la nariz mientras su pelo se agita. Empiezo a recitar presidentes muertos en mi cabeza, pero es inútil. Sus caderas cambian de ritmo y su cuerpo vibra mientras se ríe y me mira. Sí, definitivamente siente mi polla dura clavándose en su trasero. Tengo los nudillos blancos de tanto agarrarme al asiento de la silla; parece que ni siquiera necesito tocarla. Se separa de mí y no tengo que preocuparme por mucho tiempo de que todo el mundo vea mi erección, porque se da la vuelta y vuelve a sentarse en mi regazo, a horcajadas sobre mí. Esto es peor, mucho, mucho peor. Peor en el mejor de los sentidos. Porque está buenísima y ahora puedo verle la cara mientras me aprieta, totalmente orgullosa de sí misma. —Puedes tocarme —susurra, con los ojos oscuros. «George Washington, John Adams, Thomas Jefferson…». Mis manos agarran sus caderas mientras ella sigue moviéndose y mis pulgares rozan suavemente una franja de piel expuesta entre la falda y el top. Sus manos se hunden en mi pelo y sus pechos me presionan mientras acerca su cara a la mía. Y entonces suena el temporizador y quiero cometer un asesinato por primera vez en mi vida. Es como si se disipara el hechizo y ambos nos diéramos cuenta al instante de que no estamos solos. Vuelve a sentarse, con la respiración agitada cuando, por suerte, JJ sugiere que todo el mundo se tome un descanso para comprar nuevas bebidas y usar el baño, y me saluda cuando la zona empieza a despejarse. Mis manos siguen en sus caderas, sus ojos siguen clavados en los míos y hay algo bajo la superficie, algo incierto. Como si estuviera esperando algo, pero no sé qué. —Uh, buen trabajo. Está claro que lo que esperaba era algún tipo de elogio, porque su sonrisa aumenta cuando va a levantarse, pero la agarro con fuerza y la mantengo en mi regazo. —¿Me permites un minuto? Sus dientes se hunden en su labio mientras asiente con los ojos brillantes. —Claro. «James Madison, James Monroe, John Quincy Adams…» Sentarse a horcajadas en el regazo de un jugador de hockey no es la acción de una mujer que intenta dar un giro a su vida. Para ser honesta, sentarse en la erección de un total desconocido no es honestamente cómo pensé que esta noche iría. Bueno, tal vez, pero de una manera que implicaría sin ropa y ciertamente sin público. Me olvidé por completo de mis esfuerzos veraniegos de superación personal en cuanto puse un pie en esta casa y esa falta de compromiso con la causa es exactamente la razón por la que necesito tiempo lejos de las tentaciones de Maple Hills. No debería estar tan contenta por un «buen trabajo» pero qué puedo decir, soy una chica a la que le gusta la retroalimentación. Más que nada, necesitaba la seguridad de no haber hecho el ridículo delante de casi todo el equipo de hockey. No es mi primer rodeo o baile sensual en un regazo, pero es la primera vez con alguien que ahora no está haciendo contacto visual conmigo. Si no lo miro a la cara, tengo que mirarle al cuerpo y el hombre es esencialmente un pedazo de músculo. —No arderás en llamas si me miras a los ojos, ¿sabes? —digo en voz baja, sintiéndome un poco insegura. El tiempo parece pasar más despacio en esta casa y, aunque no hay nada raro en que dos personas estén tan cerca en un rincón oscuro de una fiesta universitaria, el minuto que ha pasado parece toda una vida. Puedo sentir su respiración constante bajo las palmas de mis manos, su piel caliente. Como sospechaba, el calor le sube a las mejillas cuando sus ojos vuelven a encontrarse con los míos. Se aclara la garganta y se frota la nuca, un tic nervioso que ha hecho varias veces desde que lo conocí antes. Primero en la cocina, luego cuando tuvo que quitarse la camiseta y todo el mundo vitoreó su cuerpo perfectamente esculpido y ahora mientras esperamos. —Escucha, esto no funciona. Eres demasiado sexi y los presidentes no ayudan, he pasado a ganadores de la Copa Stanley, pero contigo aquí —señala mis muslos extendidos sobre él—, con ese aspecto — señala mi cuerpo—, va a llevar una eternidad. «Eres demasiado sexi». El cumplido inunda mi organismo, derritiéndome, y la vulnerabilidad de hace diez segundos se disipa en la nada a medida que la validación se filtra en mi organismo como una droga. No es que nunca me hayan dicho que soy sexi, lo han hecho, pero este tipo parece torturado por ello. Como si nunca fuera a recuperarse de ello. Como si yo fuera el punto de inflexión de su cordura y esa fuera una sensación a la que podría volverme adicta. Mis labios se tuercen mientras intento desesperadamente ignorar a mi cerebro que busca más atención; es poco fiable en presencia de hombres, ya que se deja impresionar fácilmente por la mediocridad. —¿Presidentes? —El rubor se extiende hasta la punta de sus orejas, algo más en él que encuentro increíblemente entrañable, como si no pensara compartir ese pequeño fragmento de información—. ¿Qué tal si te quedas detrás de mí hasta que estés bien? —Eres un ángel —suspira—. O algo así. No has sido muy angelical, pero sabes lo que quiero decir. Gracias. Me sujeta por las caderas, guiándome mientras me pongo de pie. El bulto de sus pantalones es perceptible incluso en la oscuridad del lugar. Siento cómo se me eriza la piel al darme cuenta de lo mucho que me gusta que me agarre. No hay la misma energía cuando se reanuda el juego y estoy demasiado distraída por el hombre que tengo detrás como para prestarle atención. Es difícil concentrarse en qué bloque tomar cuando sus brazos me aprisionan y me susurra al oído cuáles debo evitar. Me gusta especialmente cuando me inclino hacia la torre y mi trasero lo roza, juro que lo oigo gemir. Gracias a la guía de Russ, mi turno no derriba la torre, pero no puedo fingir que no hay una pequeña parte de mí que desea que caiga. La ronda pasa a nuestro lado sin incidentes y, aunque ya no hay motivo para que Russ se esconda detrás de mí, no se mueve. Me inclino hacia atrás, con la cabeza apoyada en su pecho, y cuando su postura se endurece, empiezo inmediatamente a alejarme de él. Pero sus manos vuelven a encontrar mis caderas y me tira suavemente hacia atrás, esta vez con el cuerpo más relajado. El sonido de bloques chocando me hace dar un respingo y, cuando vuelvo a centrar mi atención en el juego, uno de los chicos está sujetando un bloque y mirando fijamente el montón que hay sobre la mesa. —Henry, no puedes derribar la torre cuando te aburres —grita uno de los chicos. —No lo hice —dice Henry—. Tal vez no soy muy bueno en Jenga. Russ se burla detrás de mí. —Nunca serás bueno si tiras del único bloque que mantiene los cimientos rectos. —No todo el mundo es ingeniero, Russ —dice—. No es culpa mía. —¡Hora de afrontar las consecuencias! —chilla la pelirroja que tengo enfrente—. ¡Desnúdate! —Si querías verme desnudo, Lola, podías habérmelo pedido. —Cuidado —dice Robbie. Emilia me da un codazo, interrumpiendo la discusión entre lo que obviamente son amigos muy íntimos. —¿Baño y bebida? No tengo ningún interés en ver a un hombre desnudo asustar a los vecinos. Por mucho que me gustaría ver a alguien correr por una carretera, no quiero dejarla sola. —Claro. Necesito toda mi fuerza de voluntad para darle la mano a Emilia y dejar que me arrastre. —Ahora vuelvo —le digo a Russ y me abro paso entre la multitud con el calor de sus manos aún en mi piel. *** —¿Cómo se puede perder a alguien en su propia casa? —Quizá se esconde de ti —dice Emilia, amortiguando su risita con la bebida. —Pensé que estaba interesado… —Creo que es muy tímido —dice, apoyándose en la encimera de la cocina—. Seguro que es el tipo que JJ dijo que acababa de mudarse. Callado, reservado. No es para nada tu tipo habitual. Pongo los ojos en blanco mientras cojo una botella de refresco. No porque esté equivocada —no lo está, el tímido no es al que suelo llevar a casa—, sino porque a Emilia le gusta recordarme con regularidad lo terrible que es mi gusto para los hombres. Para ser justos, le doy la oportunidad de recordármelo cada vez que un chico resulta ser el estúpido que las banderas rojas me decían que sería. Las banderas rojas que ignoré en favor del sexo sin ataduras. Emilia cree que, para empezar, que te gusten los hombres es una mala elección, y tengo que recordarle que, por desgracia, puedes sentirte atraída por los hombres y no gustarte realmente como especie. —Si quisiera ser rechazada por un hombre esta noche, habría llamado a mi padre. —Se me escapa una carcajada incómoda mientras lleno los vasos, con cuidado de no derramar el refresco esta vez—. Dios, no veo la hora de irme de Maple Hills. Antes de que pueda decir nada más, el celular de Emilia se enciende en su mano. —Voy a salir y atender esta llamada de Poppy. Es la hora del desayuno en Europa, ¿estás bien por cinco minutos? —Estoy segura de que puedo mantenerme fuera de problemas durante cinco minutos, ve. Salúdame a Pops, por favor. Emilia me besa la sien cariñosamente. —Dices eso, pero no estoy convencida. Volveré. Mándame un mensaje si estás a punto de desaparecer. Parece realmente emocionada mientras se dirige al patio trasero para hablar con su novia. Me encanta su amor, de verdad, pero me hacen sentir soltera. Es duro ser la tercera rueda oficial de dos personas asquerosamente perfectas la una para la otra, sobre todo porque nunca he tenido una relación de verdad en mi vida. Ni siquiera he tenido una primera cita. En general, soy feliz soltera, pero a veces, cuando están acurrucadas juntas bajo una manta en casa, por un pequeño momento que nunca admitiría, siento un poco de celos. Ante dos personas tan bien avenidas, es imposible no preguntarse cómo sería tu propia versión de eso. Pero entonces recuerdo lo divertido que fue estar traumatizada por la relación de mis padres y el deseo de tener la mía propia se evapora tan rápido como llegó. A pesar de todos los libros románticos que he leído y de todos los finales felices que he disfrutado, no puedo imaginarme el mío. Me gustaría tener la esperanza de tener uno, pero la esperanza puede ser peligrosa. Alguien mucho más inteligente que yo dijo una vez algo poético e inteligente sobre que «el amor es cuando le das a alguien el poder de hacerte daño, pero confías en que no lo hará», pero no puedo imaginarme nunca confiando tanto en alguien. Aunque me gustaría, tal vez. Si quiero herir mis sentimientos, soy más que capaz de hacerlo yo misma. Es una habilidad que he perfeccionado a lo largo de muchos años, y podría decirse que soy la mejor. Aunque me gustaría confiar en alguien algún día, tal vez. Saco el celular del bolso y decido esperar a Emilia fingiendo que miro lo que dice la gente sobre la clasificación para el Gran Premio de este fin de semana. La búsqueda sin rumbo dura diez segundos antes de darme cuenta de la verdadera razón por la que he sacado el celular: husmear en el perfil de la última novia de mi padre desde mi cuenta falsa Es mi forma favorita actual de herir mis propios sentimientos y, por suerte para mí y mis tendencias masoquistas, a Norah le encanta actualizar cada segundo de su vida en sus historias, como si fuera una niña de trece años con las redes sociales por primera vez y a mí me encanta ser infeliz viéndola. También me encanta denunciar los perfiles inútiles que hacen bullying y acosan a otros. Al menos el noventa por ciento de las decisiones impulsivas que he tomado en el último mes han sido provocadas por su publicación sobre lo maravilloso que es mi padre y, sin embargo, aquí estoy otra vez, viéndola. Su cara llena la pantalla, demasiado cerca y terriblemente iluminada y luego, en un movimiento que hace que mi corazón deje de latir, se desplaza para filmar a mi padre empaquetando cajas en lo que parece ser el dormitorio de su hija. No estoy segura de que mi padre supiera siquiera a qué universidad voy si no me pagara la matrícula. Odio verlo, pero no puedo parar. Toda mi vida ha sido una lucha por el tiempo de mi padre, así que verlo regalarlo tan libremente es como un puñetazo en las tripas. Cuando hablé con su secretaria para ver si estaría en mi desayuno de despedida, me dijo que sí y que no viajaba a España para el Gran Premio este fin de semana porque tenía «planes importantes». La parte tonta de mí que todavía espera que su padre no sea un imbécil total se preguntó si yo era los planes importantes y él quería despedirse de mí antes de que me vaya para el verano. Ahora sé a quién considera realmente importante y, una vez más, no soy yo. Odio el tipo de persona en el que me ha convertido, una persona desesperada por llamar la atención y que la validen, y odio que haya dejado que mi vida esté marcada por reacciones instintivas al sentirme olvidada. Por una vez, quiero tomar una decisión porque me hará feliz, no porque algo me haya impulsado a actuar. Bloqueo la pantalla de mi teléfono y lo vuelvo a meter en el bolso en cuanto el cuerpo de mi visión periférica se acerca demasiado. No es que Emilia no sepa que fisgoneo, pero no deja de ser embarazoso, sobre todo porque su padre es la perfección real y, por mucho que lo intente, nunca lo entenderá. No es Emilia. —Hola —dice Russ con cuidado—. ¿Estás bien? Forzando una sonrisa, lo miro con todo el entusiasmo que puedo reunir. —Sí, estoy genial. ¿Y tú? Me observa atentamente antes de responder. —¿De verdad estás bien? ¿Te ha molestado alguien? —Me ha estado molestando durante veinte años, está totalmente bien. Su boca forma una «o» mientras asiente, aparentemente comprendiendo de inmediato. —¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor? —Mi cerebro me dice inmediatamente que le diga que vuelva a quitarse la camiseta, pero me parece una decisión equivocada. Así que me encojo de hombros, porque aún no tengo la respuesta a lo que me hará sentir mejor—. Tiene que haber algo. —Cuéntame un secreto. —¿Un secreto? —repite. —Sí. —No sé por qué lo he dicho, pero se lo está pensando. Es una tontería que mi hermana y yo empezamos a preguntarnos de pequeñas. Nunca hemos sido las hermanas más unidas, pero nuestro punto medio siempre ha sido hacer cosas que no deberíamos y era nuestra forma de compartir. —Me pones nervioso —dice finalmente, dando inmediatamente un trago a su cerveza. —Eso no es un secreto —me río—. Eso es muy obvio. Suelta un suspiro y se frota la cara con la mano. —Creo que estás impresionante. Su admisión me toma desprevenida. «Impresionante» . Sacudo la cabeza de todos modos, el pelo me baila delante de los ojos. —Eso tampoco es un secreto… —Eres imposible —se ríe. Extiende la mano despacio, con cautela, y me pasa el pelo por detrás de la oreja—. Mi secreto es que no me gustan mucho las fiestas, pero me alegro de haber venido a ésta y haberte conocido. Y cuando no pude encontrarte me puse triste al pensar que te habías ido. «Oh, mierda». —Ese fue bueno. —¿Lo fue realmente? Porque lo intenté con todas mis fuerzas. Estuve muy cerca de confesar un crimen que no cometí debido a la presión. —Ahí está. —Has hecho un gran trabajo. —Gracias, no hago esto a menudo. No se me da bien. —¿No vas por ahí contando tus secretos a desconocidos? — Disimulo mi sonrisa con un sorbo de mi bebida. Una sonrisa de verdad esta vez. —No suelo decírselo a nadie, pero me refería a que no se me da bien hablar con la gente que me interesa. No sé qué tiene su incertidumbre que me parece tan encantadora. Tal vez sea porque, aunque no está seguro de sí mismo, está seguro de que quiere hablar conmigo, y yo me aferro a esas astillas de certeza con ambas manos. —Dijiste que vivías aquí. —Sí, lo hago. —Tienes una habitación. —¿Es una pregunta? No me hacen dormir fuera, si te refieres a eso. —Este maldito tipo—. Sí, tengo una habitación. Penoso. Realmente penoso. —¿Vas a… enseñármela? Dijiste que no te gustaban las fiestas. Podríamos alejarnos de esto. Prácticamente veo cómo se le ilumina la bombilla cuando se da cuenta de lo que le estoy preguntando. —Depende. ¿Estás borracha? —Un poco achispada, pero definitivamente no borracha. ¿Estás borracho? Menea la cabeza y me pasa la mano por el hombro y el brazo hasta que sus dedos se entrelazan con los míos. —Achispado, pero no borracho. La mano de Russ hace que la mía parezca diminuta y nuestros dedos entrelazados son lo que observo mientras me guía a través de la multitud hacia las escaleras. Hay gente borracha colgada de la barandilla observando lo que ocurre en el salón, presumiblemente esperando para ir al baño o algo así, pero todos se giran para observarnos con interés. Mantengo la cabeza alta e intento que no se note que sé que esto saldrá mañana en la página de chismes del UCMH. Saco el celular mientras él pulsa el código de la puerta, abro el chat con Emilia y lo sigo a la habitación. EMILIA BENNETT Dormitorio al final de la escalera El código de la puerta es 3993 ¿Russ? Sí, es torpe. Me encanta Sabía que no debería haberte dejado desatendida. ¿Estás lo suficientemente sobria como para tomar buenas decisiones? ¿Cuándo tomo buenas decisiones? Pero sí Recuerda que mañana desayunamos con tus padres. Y tienes un vuelo que abordar ¿Tienes condones? Sí Por favor, manifiéstalo sabiendo lo que hace Al universo no le importan tus orgasmos Aurora Cuídate Recuerda compartir tu ubicación —Lo siento —le digo a Russ, volviendo a meter el celular en el bolso y dejándolo sobre la mesilla de noche—. Estaba avisando a mi compañera de piso de dónde estoy. —Responsable. —Sonríe y toma asiento en el borde de la cama—. Mi antiguo capitán nos hizo usar una aplicación de rastreo, pero era sobre todo por si la ubicación de alguien estaba en una comisaría. —No pareces de los que termina en una comisaría… —Uh, gracias… creo. —Se ríe, profunda y cálidamente; me hace un extraño nudo en el estómago. Por fin entro en la habitación, vagando sin rumbo, buscando marcos de fotos o algo sobre él, pero sin encontrar nada. No bromeo cuando digo que es el dormitorio más ordenado en el que he estado, incluido el mío. Incluso las cajas de cartón vacías están plegadas y alineadas junto a su armario. Su cama tiene más de una almohada. E incluso parecen buenas almohadas. Todas tienen fundas y no parecen haber sido atropelladas por un camión de dieciséis ruedas, a diferencia de muchos de los chicos de este campus. Llego a su escritorio y, aparte de algunos libros de ingeniería, no hay nada personal. No hay señales de que sea él quien vive aquí. Observa mi recorrido por la habitación en silencio, con los ojos siguiéndome de esquina a esquina. Me vuelvo hacia él y me deslizo sobre su escritorio, apartando sus libros de texto. —¿Tienes novia? Mi pregunta lo toma desprevenido, su boca se tuerce en señal de confusión. —¿No? —Tu habitación está muy limpia. Aquí no hay nada sobre ti: ni fotos, ni aficiones… Ni siquiera sabría que juegas al hockey si no vivieras aquí. No hay ni una sola pieza de equipo sucio y maloliente tirada por el suelo. Y tienes almohadas. Con fundas. Esto último le hace resoplar y se levanta, paseándose hacia el escritorio. —¿De verdad el listón está tan bajo? ¿Las almohadas con fundas te hace pensar que tengo una novia a la que engaño? Finalmente se detiene justo delante de mí; ensancho las rodillas y él entra en el espacio que crean, su cuerpo peligrosamente cerca del mío. Se me acelera el pulso y siento una punzada de calor en la nuca cuando su cuerpo se inclina sobre mí. Pero no me toca; su mano pasa por delante de mí y se dirige a una estantería sobre el escritorio. Como todo lo que hay aquí, la foto que me entrega es inmaculada, sin una sola esquina ligeramente doblada. Es él y varios de los chicos que conocí abajo, tratando de sostener un trofeo. Parece que todos están saltando sobre Russ y él tiene la sonrisa más grande que he visto nunca. —Una foto y un pasatiempo. Lo miro, con una pequeña sonrisa en los labios. —Pareces muy feliz. Vuelve a dejar la foto en la estantería y asiente. —El mejor día de mi vida. —¿Por qué? —Háblame del mejor día de tu vida. Su reorientación es extraña, pero no tiene sentido que yo lo presione porque no es importante, en realidad, y las cargas emocionales no se adaptan muy bien al rollo de ligar una sola vez, de todos modos. —No creo que me hayas traído aquí para que te cuente mi vida, ¿verdad? —Me acerco, abriendo las piernas para acomodar su enorme cuerpo, y me apoyo en las manos—. ¿O necesitas una torre de Jenga para querer tocarme? ¿Debería buscar un juego de mesa? ¿Y siete minutos en el cielo? ¿Pongo el cronómetro? —Aurora —me dice en voz baja. Su mano me toca la barbilla y me levanta la cara para que lo mire. La luz de la luna que se cuela por sus persianas medio rotas lo ilumina, haciéndolo casi etéreo—. Si suena un temporizador, rompo el teléfono. Espero que su boca choque contra la mía. Que me suba la falda por las caderas, que me agarre y tire de ella, pero no lo hace. Su boca es suave, delicada, probadora. Su mano se mueve desde mi barbilla, recorriendo mi mandíbula hasta que sus dedos rozan la zona sensible bajo mi oreja, continuando hasta enredarse en mi pelo en la nuca. Nuestras bocas se separan y su frente se apoya un momento en la mía. —No espero nada de ti. Podemos parar en cualquier momento. Mi corazón no tiene derecho a latir tan fuerte como lo hace. —Sabes que lo mismo se aplica a ti, ¿verdad? —Sí, por supuesto. Es lo mínimo que deberíamos esperar el uno del otro, pero me hace sentir aliviada igualmente. Es el mismo hombre que era abajo. No cambió en cuanto me tuvo a solas. No me dejé engañar por palabras bonitas y una cara aún más bonita. Sus labios vuelven a encontrarse con los míos, pero esta vez se entrega por completo. Me ayuda a quitarle la camiseta y respira entrecortadamente cuando mis manos recorren sus abdominales y buscan la hebilla de su cinturón. Se quita las zapatillas, luego los calcetines, baja los vaqueros al suelo y se quita los calzoncillos. Empieza por los pies, me desabrocha con cuidado la pequeña correa que me rodea el tobillo, me quita cada tacón, desliza las manos por la parte posterior de las pantorrillas y los muslos, hasta que está lo bastante alto como para levantarme del escritorio. No es un largo paseo hasta la cama, pero es lo bastante largo como para que mi cerebro registre lo perfectamente que encajan mis piernas alrededor de su cintura, cómo no es torpe como yo pensaba que podría ser y que, tal vez, no me importe tanto no comerme mi pizza vegetariana con Emilia de camino a casa si esta es la alternativa. Me baja con cuidado a la cama e inmediatamente se arrodilla entre mis rodillas. —Eres jodidamente guapa —murmura, ayudándome a quitarme la falda mientras yo me quito el top. Me marea la forma en que me piropea. Como si no supiera cómo decirlo, pero lo dice de corazón. Sus ojos se clavan en mi cara y de repente me siento el doble de desnuda. Mis ojos recorren su cuerpo, descaradamente, escudriñando cada duro abultamiento y cada centímetro de piel bronceada hasta que vuelven a su cara y aparecen sus hoyuelos. No soy tímida. Creo que nunca en mi vida he tenido un momento de timidez, pero la forma en que me toca con tanta ternura, la respiración entrecortada cuando me baja las bragas lentamente por las piernas y la forma en que me mira cuando dejo que mis piernas se abran, me están haciendo sentir tremendamente tímida. Se inclina para besarme, esta vez con más fuerza, manteniendo su cuerpo suspendido sobre el mío para que no me satisfaga sentir su peso sobre mí. No sé si me está tomando el pelo a propósito o si simplemente disfruta tomándose su tiempo. Tiene algo de educado, de respetuoso, algo que nunca he considerado un polvo al azar. Sus besos se mueven más abajo encendiendo un fuego en cada lugar que toca. Cuello, pechos, estómago, hueso de la cadera, hasta que su cabeza está justo entre mis piernas. No deja de mirarme cuando por fin, por fin, pone su boca sobre mí, moviendo mis piernas sobre sus hombros, y después de eso no sé lo que hace, porque mis ojos se van a la nuca. No hay nada cortés ni respetuoso en su forma de chupármela. Mi corazón se agita contra mi caja torácica, mi respiración es errática, mi cuerpo se retuerce tanto que utiliza un brazo para sujetarme a la cama mientras lame y chupa y… —Oh dios. Oh, mierda. Sí, así. Con una mano en su pelo y otra aferrada al edredón, arqueo la espalda mientras mis pies se clavan en los planos musculosos de su espalda, apretándome aún más contra su cara. Me avergonzaría si mis acciones no fueran recibidas con gemidos de satisfacción. Mi estómago se tensa, sus dedos y su boca mantienen el mismo ritmo. —Voy a… Dios mío. Sigue haciéndolo mientras yo me aprieto contra sus dedos, gritando su nombre, y cuando el orgasmo por fin disminuye, estoy segura de que estoy muerta. Russ se desploma a mi lado en la cama y mi cerebro sabe que quiero estar cerca de él, pero mi cuerpo ni siquiera sabe en qué planeta estamos. Se acerca arrastrando los pies y me besa suavemente, con mi sabor en la boca. —¿Estás bien? —Sí. Siento que debería haber puesto más esfuerzo en el baile erótico. No sabía que ibas a hacer la actuación de tu vida, mierda. — Mi cerebro y mi cuerpo finalmente comienzan a comunicarse de nuevo, lo que me permite subirme encima de él, a horcajadas sobre sus muslos—. ¿Tienes condones? La comprensión que se instala en su rostro parece sacada de una película de terror. Es gracioso el momento en que se da cuenta de que la ha cagado. —Lo siento, me acabo de mudar y no he tenido oportunidad de conseguir algo y no esperaba… Lo siento, no pensé. —Mira la erección que le aprieta los calzoncillos y suelta un suspiro—. Miraré en la habitación de Henry. —Por mucho que me encantaría verte intentar esconder eso de una casa llena de gente, tengo algunos en mi bolso. Para cuando saco uno y lo tiro en la cama junto a nosotros, la mirada de pánico ha desaparecido. Se sienta, se apoya en una mano y me coge la cara con la otra. Espero a que diga algo, otra vez. El nerviosismo me inunda cuando me pasa el pulgar por el labio inferior. —Tan perfecta. Quiero llenar el silencio con cada pensamiento de mi cabeza por razones que no entiendo. Creo que su torpeza se me ha pegado un poco. Lo empujo hacia abajo, rompo el envoltorio con los dientes y me levanto para dejar que se baje los calzoncillos hasta que su erección se libera. Es menos un grito ahogado que un hipo sorprendido cuando me doy cuenta de lo que tenemos entre manos. Me quita el condón de la mano y se lo pone mientras yo evalúo. —No hay forma de que eso encaje. Quiero decir, me encantan los retos, pero solo puedo ser desafiada hasta cierto punto, ¿sabes? —Me atrae hacia él, nuestras bocas se alinean, mi estómago se mueve con el suyo mientras se ríe de mi crisis. Sigue sabiendo a mí cuando su lengua se mueve contra la mía; gime en mi boca cuando giro las caderas contra él. Sus ojos se cierran, su voz se tensa. —Haremos que quepa. «Oh, Señor». Con cuidado y deseando haberme tomado otro chupito para tener más valor, me levanto de su pecho y me hundo lentamente sobre él. —Mierda. —Las manos de Russ agarran mis caderas con fuerza—. ¿Esto está bien? —susurra. Asiento con la cabeza, colocando las manos sobre las suyas, mientras me elevo y me hundo un poco más, luego otra vez, hasta que por fin estoy tomando la mayor parte de él. Mis uñas se clavan en su pecho, sus dedos se hunden en mi piel y el sonido de nuestros cuerpos chocando resuena en toda la habitación. ¿Por qué creía que tenía la resistencia para llegar a la cima? —Te lo estás tomando muy bien, cariño. —Trabajo un poco más duro, claramente motivada por las palabras y los gemidos—. Eso es, buena chica. Quién iba a decir que el Sr. Servicial y yo seríamos tan compatibles. Me gusta cuando me elogia y a él le gusta mucho cuando giro mis caderas en la punta de su polla. Equipo de ensueño. Una de sus manos viaja entre mis piernas, frotando exactamente donde lo necesito y mi cuerpo cobra vida propia, rechinando y persiguiendo la sensación edificante. —Russ… Sí, sí. —Sigue elogiándome, frotándome y dejándome tomar lo que necesito hasta que todo mi cuerpo se tensa y me derrumbo sobre él, gritando. Me tumba boca arriba y carga su peso en los brazos mientras yo jadeo debajo de él. Me aparta el pelo de la cara y vuelve a entrar y salir lentamente. Su cabeza cae sobre mi cuello y me besa suavemente la piel mientras lo rodeo con los brazos y las piernas, aún temblorosas. —Te siento tan bien, Aurora —susurra—. Quiero sentir cómo te corres a mi alrededor otra vez. ¿De dónde diablos ha salido este hombre? La dulzura con la que me habla, me besa, incluso la forma en que me mira, se contradice totalmente con la confianza con la que me folla contra la cama. Estoy agotada, saciada… y, sin embargo, no quiero que termine. Mis manos se deslizan hacia donde estamos unidos, trabajando frenéticamente para terminar cuando él lo haga. Sus embestidas pierden el ritmo, la respiración se hace más pesada. Unas cuantas más y vuelvo a caer por el borde, arrastrándolo conmigo. Somos ruidosos y estamos sudorosos y jodidamente satisfechos. Santo cielo. ¿A quién le importa el baloncesto cuando existen los jugadores de hockey? *** Bueno, no me lo esperaba. Rodando sobre su espalda, nos quedamos mirando al techo intentando recuperar el aliento. —¿Necesitas algo? —pregunta en voz baja. Mis brazos se cruzan sobre mi cara, cubriéndome los ojos mientras sacudo la cabeza, intentando pensar cómo pedir eso como doce veces más. —No. Estoy bien. Siento que la cama se mueve cuando él se levanta, y varios ruidos de él arrastrando los pies por la habitación llenan el silencio, hasta que oigo cerrarse la puerta del baño. Siento que mi cuerpo está hecho de gelatina y me cuesta convencerme de que tengo que buscar mi ropa interior. Busco el celular en la mesilla de noche y hablo con Emilia. EMILIA BENNETT Ubicación en directo compartida ¿Vienes a casa o te quedas a dormir? Voy a casa Está en el baño. Me iré pronto. ¿Quieres pizza? SÍ Lleva tanto tiempo ¿Está esperando a que te vayas? Tal vez Bien, puedo oírlo hablar con alguien. Tiene que estar esperando a que me vaya, ¿verdad? Me estoy vistiendo ahora. Estaré en casa pronto. Raro Ya pedí la pizza No me tomo como algo personal que Russ haya ido al baño a esperar que me vaya. El viaje prolongado al baño para que la otra persona capte la indirecta de irse es algo que he hecho muchas veces. Una vez tuve que pasar tanto tiempo en mi baño antes de que el tipo entendiera, que reorganicé toda mi colección de productos para el cuidado de la piel en orden alfabético. No necesito que me obliguen a salir por la puerta, estoy más que feliz de dormir en mi propia cama esta noche. Normalmente no esperaría tanto, pero supuse que no era de los que se esconden en el baño. Me tiemblan las piernas al levantarme de la cama, señal de que he hecho un gran esfuerzo y, sobre todo, de que tengo que empezar a trabajar las piernas o algo así, porque me siento como un ciervo recién nacido aprendiendo a andar. Enciendo la lámpara que hay sobre la mesa junto a la cama y me siento inmediatamente atraída por la pequeña pila de libros que ahora se ve a la luz. Ingeniería termodinámica, Adictos al juego: Una historia de recuperación, Tirar los dados… Alcanzo el libro que está en lo alto de la pila y lo cojo para examinarlo. Está leyendo Hermosos y malditos. ¿Pero qué demonios? La licenciada en Filología Inglesa que hay en mí se estremece al ver el lomo agrietado y las esquinas de las páginas dobladas, pero la chica blandengue que hay en mí chilla ante la idea de que se tumbe en la cama a leer por la noche. El jugador de hockey D1, superguapo, algo torpe, genial en el sexo, que usa ropa de cama completa, leyendo en la cama después de echar un polvo. Me hace desear no estar a punto de irme, pero la idea de que se le caiga la cara de vergüenza cuando salga del baño y vea que sigo aquí no es algo que pueda soportar. En el peor de los casos, sale del baño cuando estoy a medio vestir y mantenemos una conversación estupenda sobre cómo mis arraigados problemas de abandono hacen que nunca espere más que lo mínimo de un hombre y cómo el desinterés manifiesto de mi padre por mi existencia me ha provocado un miedo asfixiante al rechazo que ha condicionado todas mis relaciones sentimentales, así que no lo juzgo por querer que me vaya. O, alternativamente, puedo embotellar eso y hacer muy rico a un terapeuta algún día. Vuelvo a dejar el libro donde lo encontré y escudriño el suelo, sospechosamente libre de ropa. Recorro la habitación con la mirada y finalmente aterrizo en su escritorio, donde estaba sentada antes, y el revuelo que se ha producido al levantarse de la cama cobra sentido de repente. Estaba doblando mi ropa. No tardo en pensar en la sensación de confusión que me invade el estómago al darme cuenta de ello antes de volver a vestirme rápidamente y dirigirme hacia la puerta. A estas alturas, estoy lista para volver a estar en mi propio espacio. Salgo despacio de la habitación, sujetando el picaporte para cerrar la puerta lo más silenciosamente posible, para que no piense que salgo corriendo. Estoy satisfecha con mis esfuerzos por marcharme, tal vez sintiéndome un poco engreída desde que Emilia y sus amigas bailarinas me dicen que soy tan tranquila y grácil como un hipopótamo borracho. Bueno, engreída hasta que me doy la vuelta para marcharme y dos inquisitivos ojos marrones me miran fijamente. —¿Por qué parece que huyes de la escena de un crimen? — pregunta Henry, el amigo de Russ, a un volumen que preferiría que bajara. —No lo hago. —La chica con la que está me lanza una mirada comprensiva que dice que sí, sin que ella lo diga en voz alta—. Me tengo que ir, lo siento. Ambos se apartan de mi camino mientras paso a toda prisa, esperando con todas mis fuerzas que no sea difícil conseguir que me lleven y que no me vea obligada a hacer el paseo de la vergüenza. —Es un buen tipo, ¿sabes? —dice Henry—. Un tipo realmente bueno. —Me doy cuenta —murmuro—. Realmente tengo que irme. La fiesta está llegando a su fin. Las únicas personas que podrían ser testigos de mi desaparición están demasiado borrachas para preocuparse y, cuando llego a la puerta principal, ya llevo los zapatos puestos, pero no consigo que un Uber acepte mi petición, así que salgo a pie en dirección a casa. EMILIA BENNETT Mmm ¿Estás bien? Sí ¿Tienes miedo? Sí ¿Quieres dormir en mi cama? Sí La sensación de miedo es lo que Emilia llama el momento de claridad que tienes después de haber salido de una situación en la que estabas envuelto. Es la sensación de hundimiento en las tripas cuando la ansiedad se apodera de ti y te planteas si has hecho lo correcto. Es un momento como éste, en el que estoy sola con los pensamientos de mi cabeza para hacerme compañía. Cuando sopeso si lo que acabo de hacer me ha hecho sentir mejor o peor. Si lo hubiese hecho de no haber estado pendiente del teléfono y de mis asuntos. Y cuánto tiempo me va a durar ese golpe de validación y de sentirme deseada antes de buscar el siguiente lugar donde conseguirlo. Y, por último, si todo esto realmente importa cuando a nadie le importa lo que hago. El sentimiento que asusta no es necesariamente arrepentimiento, es reflexión, y personalmente prefiero distraerme a reflexionar. EMILIA BENNETT ¿Por qué vas tan lento? ¿Estás en un coche? ¡¡¡Aurora estás caminando!!! No te atrevas a ser asesinada Estoy tan enfadada contigo Ya casi estoy en casa —Eres una payasa —dice Emilia cuando me meto en la cama a su lado—. Deja de jugar al gallito con tu seguridad porque eres demasiado impaciente para esperar a que te lleven. —Tomo nota. —Quizá si hubiera conseguido que me llevaran no me habría pasado todo el camino de vuelta a casa pensando en el tipo al que acababa de dejar. —Tu pizza está en la cocina. —Ya no tengo hambre. Emilia suspira pesadamente. —Vete a dormir. Necesitarás la energía para acabar con la pelea de tus padres. —¿Seguro que quieres ir a desayunar? —No obtengo respuesta, solo un cojín lanzado en mi dirección general—. Podríamos fingir nuestras propias muertes. —Tu madre lo sabría. Realmente necesitas dormir, Ror —dice entre otro bostezo—. Piénsalo, todo un verano sin compartir tu ubicación en mitad de la noche. Solo semanas y semanas de mantener a los niños pequeños vivos e ilesos, y de desarrollo personal. —Un sueño. Nada en esta tierra inspira la misma desesperación pura y dura que tener que pasar mucho tiempo con mis padres en el mismo sitio. Suena dramático, pero sinceramente, Chuck y Sarah Roberts son la pareja paradigmática de: a veces el divorcio es una bendición. Hay algo en ellos que los convierte en monstruos. Teniendo eso en cuenta, probablemente debería considerarme afortunada de que papá no haya aparecido en el desayuno de despedida que prometió antes de que me fuera al campamento de verano Honey Acres a trabajar con Emilia. Lo más molesto no es que me decepcione constantemente un hombre que se supone que es uno de los pilares estables de mi vida, sino el efecto que su mierda de padre ausente tiene en mamá, a quien, si acaso, pudiese soportar que estuviera un poco más ausente. —¿Por qué no lo intentas de nuevo? —Me mira por encima de su zumo de naranja con un mohín triste—. ¿Has probado con su ayudante? ¿O con Elsa? Parece que tu hermana siempre puede contactar con él. —No va a responder; está bien. —Está bien, porque no puedes decepcionarte por alguien en quien tienes cero fe—. Nuestros planes claramente no eran más importantes que los suyos. ¿Qué estabas diciendo? Cojo el vaso, bebo agua de un trago y libero mi garganta del ladrillo metafórico que se ha alojado en ella. El ladrillo que se hace un poco más grande cada vez que digo las palabras «está» y «bien» en la misma frase. —Iba a preguntarte si habías pensado en mudarte a casa cuando vuelvas. —Dame fuerzas—. No me mires así, Aurora. Literalmente te hice. Uno pensaría que, después de veinte años, estaría acostumbrada al incesante sondeo y a los intentos no muy discretos de recordarme que ella es la razón de mi existencia y, sin embargo, aquí estamos. —Mamá, sabes que ya hemos firmado el contrato de alquiler para el año que viene. Papá ya pagó todo el año por adelantado… —¿Cuál es la forma educada de decir «el infierno se congelará antes de que vuelva a vivir voluntariamente contigo»?—. No puedes esperar que me desplace desde Malibú todos los días cuando tengo una casa perfectamente bonita justo al lado de la universidad… Me pasaría la mitad del día en un atasco. —Hay niños en otras culturas que viven con sus padres para siempre —dice en tono bajo—. Tu hermana está en Londres. Tardas tres días en devolverme las llamadas. No actúes como si yo fuera la irrazonable por querer ver a mis hijas con regularidad. Ni siquiera estás lejos. Dios no permita que Sarah Roberts sea acusada de ser la irrazonable. —Creo que la peor pesadilla de mis padres sería que me mudara a casa —interviene Emilia, forzando una risita para aligerar la creciente tensión. Emilia Bennett es la perfecta compañera de piso, mejor amiga y ocasional escudo humano contra la culpa. Dos años estudiando relaciones públicas y seis haciendo de niñera emocional de mi madre y su turbulento estado de ánimo la han convertido en mi gestora personal de crisis. —Seguro que les encantaría que te mudaras a casa, Emilia — suspira dramáticamente mamá—. Seguro que su casa les parece enorme y solitaria sin ti. La única razón por la que la casa de mamá me parece enorme y solitaria es porque vendió la casa de mi infancia y utilizó el dinero del divorcio para comprarse una casa enorme de «que te jodan» en la playa. Sus ojos se posan en mí y es una mirada que reconozco: expectación. Espera que yo quiera estar en casa tanto como ella quiere que yo esté en casa y no puede entender por qué prefiero trabajar todo el verano a pasarlo con ella. Nunca fue un problema cuando era yo la que iba al campamento, el problema empezó cuando se dio cuenta de que yo era mucho más feliz allí que con ella. Viajábamos mucho cuando era niña, íbamos de un país a otro dependiendo de dónde corriera ese mes Fenrir, el equipo de Fórmula Uno del que era dueño mi padre. Seguir al equipo por todo el mundo fue siempre la máxima prioridad de papá, nunca la estabilidad para sus hijas y su mujer. Elsa y yo siempre hemos bromeado diciendo que Fenrir es lo único que ha ayudado a crear y que realmente ama. Quiero a mi hermana, pero incluso con el mismo complejo entramado de problemas con mamá y papá, nuestra diferencia de edad de seis años era demasiado grande para superarla como dos niñas en busca de conexión. Me portaba peor que nunca y por eso mis padres empezaron a enviarme de campamento todos los años cuando tenía siete. Era todo lo que no sabía que necesitaba. Tenía una rutina, podía pasar tiempo con niños de mi edad y podía empezar a sentar las bases de lo que era sin estar constantemente rodeada de adultos y de una hermana mayor malhumorada. Honey Acres fue el primer lugar en el que me sentí como en casa. Incluso cuando mis padres se separaron y mi madre nos trasladó a Estados Unidos a tiempo completo y me matriculó en la escuela, yo insistía en ir a Honey Acres todos los veranos. Me encantaba la alegría con la que el personal me recibía cada año y es el primer recuerdo real que tengo de sentirme querida. Quiero recuperar esos sentimientos, y espero hacerlo reconstruyendo los cimientos que he roto. Me encanta la universidad y las experiencias que he vivido en los dos últimos años, pero me siento perdida. Tomo decisiones que no entiendo en los momentos en los que mis sentimientos son demasiado grandes y, como no hay nadie que me diga que pare, la vocecita de mi cabeza me dice: «a la mierda». Me estoy convirtiendo en alguien que no reconozco y necesito un reseteo de fábrica. Quiero volver a sentirme en casa. Quiero sentirme en paz. El contacto del pie de Emilia con mi espinilla me saca de mis pensamientos e, incluso después de que aparentemente me haya desconectado, mamá sigue con esa expresión en la cara. Si lo deseo con todas mis fuerzas, ¿crees que podré invocar a mi padre para que me distraiga? Como era de esperar, mi padre no aparece, pero por suerte llega el camarero con nuestro desayuno e interrumpe la creciente tensión que se va formando poco a poco bajo la superficie de la tristeza de mamá. Parece un cruel giro del destino tener un padre al que no le importa una mierda y una madre a la que le importo demasiado. No puedo recordar una época en la que no fuera así, lo que significa que no puedo decidir si esto es lo que ella es como persona, o si son las ramificaciones de que se haya pasado la vida sintiendo que tiene que quererme el doble. Digo querer y no criar porque ella nunca me ha criado. Por cada centímetro que mi padre me ha apartado y ha favorecido su trabajo, ella ha intentado acercarme el doble. Por cada vez que me ha decepcionado, ella ha hecho concesiones porque es más fácil culparlo de mi comportamiento que arriesgarse a alejarme. Nunca le ha importado nada de lo que he hecho a menos que le afectara directamente. Cuando era más joven, siempre me esforzaba por ser la mejor, la que más sabía, como si de algún modo la validación de ser la hija perfecta me diera el tipo de atención de mis padres que ansiaba tan desesperadamente, pero nunca llegaba. Así que dejé de esforzarme por ser la mejor. Conseguí validación y atención por otros medios y me convertí en mi propia persona, pero en algún punto del camino me he encontrado en este limbo de hacer felizmente lo que me da la gana porque a la gente no le importa y luego sentirme herida por poder hacer lo que me da la gana porque a la gente no le importa. Me esforcé mucho para entrar en Maple Hills porque quería demostrar a mis profesores que era algo más que la chica que se saltaba las clases y no prestaba atención. En lugar de mis logros, todo lo que mamá vio fue mi inminente partida. Cuando recibí mi carta de aceptación, actuó como si me fuera a la guerra, no a una universidad de nuestro estado, y no me dirigió la palabra durante tres días. No importó que me hubiera quedado cerca, a diferencia de mi hermana, que se mudó a casa de nuestro padre en Londres cuando terminó el instituto. El equilibrio entre ser la hija perfecta y mi propia persona es como caminar por la cuerda floja. Excepto que hay un huracán. Y la cuerda está ardiendo. Me he caído más veces de las que puedo contar y estoy jodidamente agotada. —Puedes visitarnos en el campamento si quieres, mamá. —Empujo una fresa alrededor de mi plato, esperando su respuesta porque con una madre como la mía, cuya autoestima está tan fuertemente entrelazada con el título de madre que llega a ser agotador, cada palabra es una jugada de ajedrez—. El día de visita es en julio. Puedo mandarte un mensaje con la fecha. —Está claro que no quieres que te visite, Aurora. Nunca he sido muy buena en el ajedrez. —Mamá… —Sra. Roberts, ¿le he hablado de la cámara que me compró Poppy para hacer fotos en el campamento? —interrumpe Emilia, alcanzando su bolso—. Como sabe, no pude ir a un campamento de verano cuando era más pequeña y me alegré mucho cuando Aurora por fin cedió a mis ruegos de que fuera monitora conmigo. Dice que elegiste el mejor campamento, así que estoy muy emocionada. Le rogué a Emilia que fuera monitora conmigo, no al revés, pero mi madre no necesita saberlo. Estará demasiado distraída con los elogios. De tal palo tal astilla. —Aurora siempre ha tenido lo mejor. No es que tú lo hayas apreciado, ¿verdad, cariño? Hubieras sido feliz rodando por una granja de cerdos cuando eras más joven. Solo querías jugar en algún lugar donde no hubiera neumáticos. Emilia coge la cámara del bolso y se la entrega. A mamá se le ilumina la cara al ver las fotos, murmurando que Poppy y Emilia son una pareja preciosa y que el azul es el color de Emilia. —¿Y dónde estabas cuando las chicas estaban de excursión? Estaba sentada en la cara de un jugador de baloncesto. —Estudiando. —¿Estabas estudiando? ¿Después de los finales? —Sí. —Mierda—. Estaba estudiando cuerdas y cosas para el campamento. —Estaba atada a una cama—. Además, son pareja, mamá. No me quieren de tercera en su cita. —Es verdad. ¿No la echarás de menos, Emilia? Diez semanas es mucho tiempo. —Está hablando con Emilia, pero puedo sentir sus ojos en mí, esperando que reaccione a su sutil indirecta—. Créeme, parece una eternidad. —Extrañaré a Poppy, pero está bien, ambas estaremos súper ocupadas. Ella está en Europa con su mamá hasta que vuelva a la escuela. Emilia sabe lo que ha hecho accidentalmente antes de que me dé tiempo a sobresaltarme. Sus grandes ojos marrones se cruzan con los míos y me lanza una mirada que dice: «Me despediré sola, no te preocupes». Gestora de crisis, una mierda. Mamá tensa los labios mientras se concentra en doblar la servilleta de su regazo y dejarla sobre la mesa. —Poppy debe querer mucho a su madre para querer pasar todo el verano con ella, qué bonito. Discúlpenme, chicas, voy al baño. Es increíble cómo una mujer puede aspirar todo el oxígeno de la habitación con una sola frase. —Ay —grita Emilia, poniéndose la mano en la frente sobre el lugar que toqué en cuanto la puerta del baño se cerró detrás de mamá—. Me lo merecía. Se me acaba de salir. —Podrías haber dicho cualquier cosa. —¡Lo siento! Dios, ojalá tu padre estuviera aquí. Se le da mejor estar en la línea de fuego que a mí. Quizás necesite cambiar de especialidad, soy terrible en esto. —Realmente lo eres. —Me pregunto si las amigas de Elsa habrán pasado alguna vez por las Olimpiadas de la Emoción con tu madre —reflexiona, secándose los últimos restos de sirope con un trozo de torrija. —Como si Elsa aceptara desayunar. O tener amigos de verdad. —Es verdad. ¿Cuándo crees que podemos decir educadamente adios e irnos? No puedo evitar resoplar. —Puede que nos retenga aquí hasta que perdamos el vuelo. —¿Estás bien? Ha estado más intensa de lo normal esta mañana. —Solo está en espiral porque la novia de papá y Elsa compiten para ver quién pasa más tiempo en los tabloides y yo me voy. Está bien. —¿La novia de tu padre, la florista? —No, él rompió con ella, ¿recuerdas? Estoy hablando de Norah. La ex mujer del tiempo. ¿O era una ama de casa real de algún sitio? — Sacudo la cabeza mientras intento recapitular mentalmente el largo historial de citas de mi padre—. No me acuerdo. De todas formas, hiciera lo que hiciera le encanta hacerse fotos. Oigo los tacones de mamá golpeando las baldosas, lo que me da tiempo suficiente para volver a sonreír. Su mano roza suavemente mi pelo al pasar y hace girar la punta alrededor de sus dedos. Dice que se parece al suyo cuando tenía veinte años y que se alegra de que sea como ella. El mismo pelo rubio claro y los mismos ojos verdes, las mismas pecas que aparecen después de demasiado tiempo al sol, todo igual. A diferencia de mi hermana, que es un calco de mi padre, conmigo no hay ni un gen Chuck Roberts a la vista. Vuelve a sentarse frente a mí y suspira. —Las voy a echar de menos, chicas. ¿Pido la cuenta? Seguro que quieren llegar al aeropuerto con tiempo de sobra. —Eso estaría bien. Gracias, mamá. Es curioso cómo en el momento en que mamá se muestra razonable empiezo a sentirme mal por marcharme cuando está claro que le encantaría que me quedara. No hay nadie en este planeta que se me meta en la piel como mi madre, lo que no hace sino avivar mis quejas contra ella, y sin embargo en el momento en que muestra una pizca de humanidad me desmorono. La culpa empieza a introducirse en mi organismo como un veneno que se abre paso a través de mi sangre, pero el universo me proporciona el antídoto en forma de zumbido de mi celular en el bolsillo, recordándome rápidamente por qué necesito tan desesperadamente alejarme de este lugar y de todos los que lo habitan. HOMBRE QUE PAGA EL ALQUILER Me retrasé ayudando a Isobel a mudarse de su dormitorio, así que no llegaré al desayuno. Buen viaje. Inclino discretamente la pantalla de mi teléfono hacia Emilia mientras mamá entrega su tarjeta de crédito al camarero, lo que afortunadamente la mantiene distraída. No necesito mirar a mi mejor amiga para saber que está poniendo los ojos en blanco con fuerza. No es una sorpresa para mí después de haberlo visto anoche sacando las cosas de Isobel de su dormitorio en las historias de Norah. Es agradable que la hija de Norah reciba el trato de un padre cariñoso; quizá algún día Isobel pueda contarme cómo es. Lo más fácil para mí es convencerme de que es solo quien es como persona. Que no tiene nada que ver conmigo. El desinterés, las promesas incumplidas, el método de crianza frío y distante se deben a que nunca estuvo hecho para ser un gran padre y eso no es culpa mía. Pero entonces lo veo con el hijo de otra persona y vuelvo a pensar que tal vez sea yo. Me molestaría si no fuera tan jodidamente predecible. Estoy cansada más que nada. Cansada de sentir que no encajo en mi propia familia. Cansada de cuestionar cada una de mis decisiones. Cansada de querer hacerlo mejor, pero sentir que no puedo lograrlo. Emilia mantiene a mamá charlando durante todo el trayecto de vuelta a casa, lo que me da la oportunidad de sumirme en mi ira y en sentimientos que definitivamente no son decepción, rechazo y dolor. Tendría que importarme sentirme rechazada y ya no me importa. Está claro que el universo no tiene intención de darme un puto respiro mientras estamos paradas en el tráfico frente a una pista de hielo. Russ ha estado en mi mente desde que me desperté esta mañana, lo cual no es un problema que esté acostumbrada a tener después de una aventura de una noche. No era a lo que estoy acostumbrada, en el buen sentido, y no puedo quitármelo de la cabeza. Intento no sentirme mal porque las cosas hayan terminado sin ni siquiera despedirme, pero es difícil olvidarlo cuando sus huellas aún decoran mis caderas desde donde me abrazó. Al entrar en el garaje, junto a mi coche, la inminente despedida queda suspendida en el aire mientras todas salimos. La culpa me invade de nuevo, porque a pesar de todos los defectos de mamá, nunca me abandonaría por el hijo de otro. Ella nunca dejaría de llamar. Nunca he tenido que rogar, llorar o luchar para que me quiera. El abrazo que le doy la toma desprevenida al principio, pero me rodea con los brazos y se acurruca en mi pelo, susurrando para que solo yo pueda oírla. —No te olvides de llamar. —No lo haré. Emilia espera hasta que mamá es un punto en el retrovisor del coche antes de atreverse a hablar. —¿Estás bien? —Estoy bien. Solo necesito bocadillos de avión y manifestar un doble DNF2 Fenrir hoy. 2 Siglas usadas en Formula 1 "Did Not Finish" en inglés, que significa "No Finalizó”. Pilotos que no finalizan la carrera o llegan luego de la undécima posición y no suman puntos. Se refiere a doble ya que por equipo de F1 hay dos corredores. Me odio por haber bebido anoche. Nunca sabré por qué decidí que anoche era la noche para relajarme por fin un poco y hacer lo que quisiera. Nunca llegué a estar borracho, pero las consecuencias de beber lentamente y de forma constante para mantenerme ebrio son casi peores. Significa que todo este viaje ha sido aún más cansado e incluso más largo de lo que tenía que ser con un pequeño y bajo dolor en la base de mi cabeza. Si me hubiera emborrachado hasta desmayarme me habría ido a la cama solo y podría haber dormido bien por una vez. No dormir no es nada nuevo para mí y, tras años de sueño esporádico y ligero, mi cuerpo funciona bastante bien. Sin embargo, este viaje ha sido duro y me estoy arrepintiendo seriamente de haber conducido en vez de volar. Si hubiera volado, habría podido pasar varias horas más en la cama, en lugar de tener que levantarme y ponerme en camino a primera hora. Henry y Robbie me despidieron con la mano, ambos con los ojos rojos y prácticamente aún dormidos, murmurando algo sobre rescatarme de caballos y vacas si lo necesitaba, pero significó mucho de todos modos y, por primera vez en mucho tiempo, me siento emocionado por volver a Maple Hills al final del verano y ver a mis compañeros de piso. Tal vez si hubiera volado, no habría pasado las últimas cuatro horas pensando en la mujer que estuvo en mi cama anoche. Bueno, en mi cama hasta que dejó de estarlo. Debería aceptarlo como lo que fue: un rollo de una noche entre dos adultos. No es algo que suela hacer, por lo general necesito más de una noche para tener la confianza de hacer un movimiento, pero ella estaba tan segura de sí misma y yo quería igualarla. Me estoy dando patadas por no haberle dicho nada más cuando tuve la oportunidad de hacerlo. Aunque quizá el hecho de que se fuera y me dijera sin palabras que no estaba interesada en nada más sea más fácil a largo plazo. Me pasé tanto tiempo en el baño animándome con una de las tontas palabras de ánimo de JJ para convencerme de que le preguntara si quería tener una cita cuando volviera a casa del campamento, que, si me hubiera rechazado a la cara, probablemente me habría vuelto a encerrar en el baño. Sí, fue una bendición que se fuera sin despedirse. Mensaje recibido. Solo una noche. Probablemente hice el ridículo, pero había algo en su mirada, en su sonrisa cuando la miraba. Quizá me compadecía, eso tendría más sentido, la verdad. Con lástima o sin ella, he pasado las últimas horas torturándome con el recuerdo de su suave piel bajo mis dedos y sus gemidos en mi oído. Sé que no volveré a verla y que probablemente debería olvidarla, pero a veces no es tan fácil. Si recuerdo lo jodidamente increíble que se sintió tal vez adormezca el sentimiento de decepción por no haber podido invitarla a salir. *** Las piedras crujen bajo mis neumáticos cuando entro en la gran pista de tierra adyacente al enorme cartel de Bienvenido a Honey Acres. La anticipación ahoga todos los demás sentimientos de mi cuerpo y me doy cuenta de que por fin estoy aquí después de tanto esperar. No fui a un campamento de verano cuando era más joven porque mi familia no podía permitírselo. Mamá era reacia a comprometerse con algo tan lejano en el futuro, sin saber nunca si el sueldo de papá se iba en las cuentas o en una apuesta. No buscaba plazas para niños de familias con inseguridad económica, porque estaba demasiado ocupada fingiendo que las cosas iban bien. No lo entendí cuando era más joven, lo cual agradezco en muchos sentidos, porque durante mucho tiempo pensé que le gustaba tenernos a mí y a mi hermano en casa. Pero como todo, he llegado hasta aquí. Puede que ya no sea un niño, pero podré ver lo que me he perdido todos estos años y, lo que es mejor, me pagarán por ello. A lo lejos aparece una enorme cabaña de madera y, a medida que me acerco, aparecen coches aparcados y un autobús decorado con la marca Honey Acres. Aparco en un espacio vacío, respiro hondo y me doy un minuto para adaptarme. Es exactamente igual que en el folleto, incluso la gente que deambula con sus bolsas y parece entusiasmada. Cojo mis cosas del asiento trasero y me dirijo hacia la gente que hace cola para registrar su llegada. Saco mi teléfono y veo una serie de mensajes en el chat de grupo que Stassie creó la semana pasada. BUENOS MEJORES AMIGOS Stassie: Avísanos cuando llegues a salvo, Pastelito. Stassie: Beber antes de un gran viaje no fue la mejor idea Kris: Estará bien. Ha madrugado ;) Mattie: No estoy bien en caso de que a alguien le importe Bobby: ¿A qué hora? Kris: Según la página de chismes de la UCMH se llevó a Aurora Roberts a su habitación y no volvieron a aparecer Lola: No puedo creer que hayas leído esa mierda. Hace dos semanas publicaron que podría estar embarazada porque alguien les dijo que estaba llorando en Kenny's. Literalmente tenía salsa picante en mi ojo Mattie: ¿A nadie le importa entonces? Ok genial, genial, genial Bobby: ¿Por qué Aurora Roberts me suena familiar? Stassie: Ella es amiga de Ryan Robbie: La viste darle a Russ un baile erótico anoche genio Bobby: No lo sé, pero su nombre me suena familiar Mattie: Amiga de Ryan, nunca ha resultado bien para cualquier chico Stassie: Nate me dijo que te mandara a la mierda. Kris: ¿Esa era Aurora Roberts? Lola: ¿Soy la única mujer en esta escuela a la que Ryan Rothwell no le ha metido la polla? Robbie: Sí, y doy gracias a las estrellas por ello cada día. Stassie: Nate me dijo que te mandara a la mierda también. Kris: Su padre es el dueño de Fenrir. El equipo de F1 con el lobo Bobby: Oh mierda Stassie: Nate está emocionado por esa noticia por alguna razón Lola: Estaba buena. Felicidades Pastelito Henry: Ustedes son molestos Henry: Pensé que alguien había muerto Henry: No hay necesidad de que personas que se ven todos los días se envíen tantos mensajes de texto. Robbie: La única persona que va a morir es Pastelito cuando se dé cuenta de que va a tener que fingir que le gusta la F1 si quiere volver a echar un polvo. JJ: Al menos no es algo aburrido como el tenis. Robbie: ¿Quién te dejó entrar aquí? Se supone que este grupo es para la gente que se aloja en Maple Hills. JJ: Estaré allí en espíritu JJ: Y tengo FOMO3 Kris: Fue Stassie, ¿no? Stassie: Disculpa JJ: Nah, negocié con Hen Bobby: «Negoció» 3 Se entiende como el miedo a estar ausente. Está relacionado con la ansiedad generada por el temor a perderse un evento social o cualquier otra experiencia positiva. Henry: Escondió mis pinceles JJ: Te alegrarás de mi presencia cuando pidas consejo a un adulto del mundo real. Lola: Me aseguraré de nunca hacer eso. Russ: Esto fue mucho Russ: Estoy aquí pero el servicio celular apesta Siempre me pregunté cómo sería estar en el «círculo interior» cuando yo estaba fuera. Ahora que estoy en él, me doy cuenta de que es sobre todo un caos, pero en cierto modo sano. Para cuando termino de ponerme al día, estoy al principio de la cola, lo que me da la oportunidad perfecta para no pensar en el hecho de que vuelvo a estar en una página de chismes universitarios de mierda, que la chica con la que estoy allí tiene una familia súper rica y que no hay absolutamente ninguna manera de que pueda fingir que sé algo sobre coches de carreras si alguna vez la vuelvo a ver. No tardó mucho en recibir mi paquete de bienvenida, en enterarme de que en una hora empieza una reunión y en encontrar mi cabaña. Abriéndome paso a través de la rígida puerta, enseguida veo a mi nuevo compañero de habitación para el verano. —¿Qué tal, hombre? —dice con frialdad, asintiendo desde la cama que ha ocupado al otro lado de la habitación—. Soy Xander. —Russ. —Juro que casi digo Pastelito—. Encantado de conocerte. —Igualmente. —Sus ojos se posan en mi pecho, el logotipo blanco de los Titanes destaca sobre el material azul marino—. ¿Estás en el UCMH? Una parte de mí se muere un poco, porque no pensé cuando me puse esta camiseta. Esperaba que no hubiera estudiantes de Maple Hills aquí, ya que está a tantas horas de distancia, pero fue una tontería por mi parte suponer que no les atraerían las mismas cosas que a mí. Uno pensaría que las caras conocidas serían un consuelo, pero en cuanto menciono el hockey sacan a colación la pista de patinaje, de la que odio hablar, mierda. Contesto a Xander de mala gana. —Sí, ¿y tú? —No, hombre. El marido de mi madre es profesor y no necesito eso en mi vida. Además, mi hermanastro está allí y probablemente nos mataríamos si jugáramos en el mismo equipo de baloncesto. Yo estoy en Stanford. ¿Juegas? Dejo caer mis bolsas al suelo y vacío las cosas de mis bolsillos, tomo asiento en mi cama y me preparo para la reacción normal. —Sí, hockey sobre hielo. —Genial. —Hace un gesto hacia las llaves—. ¿Fue un largo viaje? Tardo más de lo debido en contestarle porque no era la pregunta para la que me estaba preparando y, cuanto más charlamos, más me relajo porque no menciona la pista en ningún momento. Estoy seguro de que me produce ansiedad asumir que todas las personas vinculadas a Maple Hills conocen la situación que provoqué a principios de año. Es mi mayor vergüenza, la primera vez que pensé «sí, papá tiene razón, soy una mierda» así que no es tan fácil como elegir no pensar en ello como sugieren mis compañeros. Stassie dice que con el tiempo no será lo primero que me preocupe, pero aún estoy esperando a que eso ocurra. La hora pasa tan rápido que ni siquiera puedo abrir mi paquete de bienvenida antes de que tengamos que dirigirnos a la sala principal para la reunión. Este lugar es enorme, pero, por suerte, Xander trabajó aquí el verano pasado, así que sabe exactamente adónde vamos. Cogemos dos asientos vacíos en primera fila y esperamos a que se llene el resto de la sala. Xander me pasa una hoja de registro que se está enviando por la sala y justo en la parte superior está la contraseña del Wi-Fi. —Por cierto, el Wi-Fi es una mierda —se queja—. No está tan mal si estás en los edificios principales, pero en nuestra cabaña es inexistente. Tendrás un servicio aleatorio y todos tus mensajes llegarán a la vez y te darán un susto de muerte. —Ningún servicio me viene bien, la verdad. —Firmo con mi nombre y me conecto de todos modos, pasando la hoja a las personas que están a mi lado. Llegan más mensajes del chat de grupo, junto con otras notificaciones y mensajes de mi madre. MAMÁ He estado tratando de contactarte toda la semana y también lo ha hecho tu hermano Espero que pases un buen verano en el campamento. Visítanos cuando vuelvas Te echo de menos, cariño Tu padre y yo lo hacemos Reviso las demás notificaciones y la que más destaca es la de mi padre. PAPÁ Solicitud de kcallaghan19 50 Cierro rápidamente el teléfono por si alguien me mira por encima del hombro y vuelvo a guardármelo en el bolsillo. Me siento mal por ignorar sus llamadas, pero siempre son las mismas excusas que preferiría no oír. Mi hermano, Ethan, solo me llama para echarme la bronca por no visitarlo, a pesar de que huyó a la costa este con su banda en cuanto pudo, dejándome solo con todo. Siempre he sido la segunda opción. A las adicciones de mi padre, a las excusas de mi madre por él, al deseo de Ethan de alejarse lo suficiente para poder fingir que no pasa nada. Quiero a mi familia, pero odio en lo que nos hemos convertido. Pasamos de puntillas por las cosas que nos dividen, excusamos a papá, nos negamos a buscar una solución y fingimos que no hay ningún problema. He llegado a un punto en el que es más fácil ignorarlos y mantener las distancias física y emocionalmente. Por suerte, ahora que estoy aquí, esa distancia la mantendré a cuatro horas al norte. Una mujer mayor toca un micrófono en directo al mismo tiempo que una mullida cabeza dorada aterriza sobre mis rodillas. Xander se acerca inmediatamente al perro y le rasca entre las orejas de una forma que hace que cierre los ojos y mueva la cola. —¡Eh, Fish! Te he echado de menos a ti y a tu pelo por toda mi ropa —arrulla. Me mira para explicarme—. Es la perra de Jenna, ya la conocerás, es directora. Jenna trabaja principalmente en la oficina, así que Fish se pasea por el campamento, llamando la atención de todo el mundo. Normalmente elige a un favorito y se queda con él. Parece que eres un contendiente. —Bienvenidos a todos —dice la mujer desde la entrada—. Para nuestros novatos de este año, mi nombre es Orla Murphy y soy el dinosaurio residente aquí en Honey Acres. Soy la directora ejecutiva y propietaria del campamento y superviso todo y a todos en el campamento. Mi familia fundó Honey Acres hace ciento cincuenta años y estoy muy contenta de darles la bienvenida a nuestra familia este año. Estoy medio intentando escuchar, medio intentando alborotar a Fish, cuando Xander me agarra de repente. —Dios mío —susurra, apretándome el brazo con fuerza. Siguiendo su línea de visión, mis ojos se posan en los dos perros más lindos, igual de dorados y esponjosos, pero mucho más pequeños y regordetes, que trotan hacia nosotros—. ¡Pequeñines! Me doy cuenta de que no estoy escuchando nada de lo que dice Orla sobre el campamento cuando los cachorros llegan hasta nosotros y Xander los carga a ambos bajo los brazos. Tuerzo las brillantes etiquetas de aluminio que cuelgan de sus collares e intento reprimir una carcajada cuando Salmón y Trucha me devuelven la mirada. Una carcajada a través del altavoz me devuelve al presente y, cuando vuelvo la vista al frente, Orla nos mira fijamente. —Veo que los perros están haciendo su truco habitual de eclipsarme. Para los que ya han estado con nosotros, Fish tuvo cachorros hace un par de meses y está muy orgullosa de ellos. Espero que un día vuelvan a la cabaña y los encuentren en su cama. Se oyen murmullos en la sala cuando los de la primera fila se inclinan hacia delante para echar un vistazo a los mullidos bultos que se están abrazando en los brazos de mi compañero de piso. Me comprometo a prestar atención mientras Orla me explica muchas de las cosas que ya sé por el folleto sobre un día típico, el comportamiento esperado, los días libres y qué esperar hasta que lleguen los campistas dentro de una semana. Hay algo en la idea de la formación de equipos que me da escalofríos. Los ejercicios para romper el hielo son lo que menos me gusta hacer, y básicamente me he apuntado a una semana de ellos. Orla continúa con su introducción y un cachorro se arrastra hasta mi regazo, justo al lado de la cabeza de su madre, y se queda dormido. —Pasemos a lo importante. Estoy segura de que no les sorprenderá, pero el alcohol y las drogas están estrictamente prohibidos, incluso si son mayores de edad… que la mayoría de ustedes no lo son. Están aquí para dar a nuestros campistas un verano mágico, si quieren pasar el verano bajo la influencia de drogas, deberían haberse ido de vacaciones en su lugar. Las caras de Kris, Bobby y Mattie me vienen inmediatamente a la cabeza. Dijeron algo parecido cuando contrapuse su oferta de ir a Miami con trabajar en el campamento conmigo. —Para muchos de nuestros chicos, este verano será el punto álgido de su año, así que ténganlo en cuenta cuando piensen en presentarse con resaca. Y, por último, el tema favorito de todos… El romance. Aquí en Honey Acres tenemos una política de cero fraternización, que si se incumple dará lugar a la terminación del contrato. Esto es, por supuesto, por el bienestar de nuestros campistas, pero también por su cordura. Tienen diez semanas juntos y, créanme, se pasa muy despacio cuando deseas desesperadamente escapar de alguien que parecía una gran idea cuando tenías las gafas de campista puestas. Me inclino hacia Xander, bajando la voz. —¿Gafas de campista? Se ríe entre dientes. —Ya verás. Todo el mundo es atractivo después de un mes. Termina explicando que todo el personal puede pasar el rato junto en las zonas compartidas, pero no en las cabañas de los demás, y algunas otras normas perfectamente razonables que no voy a tener ningún problema en cumplir. Lo último que necesito es que me manden de vuelta a Maple Hills en pleno verano porque la he cagado. Otra vez. Hoy es un día de asentamiento, ya que mucha gente está cansada de viajar y el último paso de nuestra bienvenida es conocer al grupo de personas con las que trabajaremos durante las próximas diez semanas. Los niños son separados en uno de cuatro grupos: Mapaches, Osos pardos, Zorros y Erizos. Cada animal representa a un grupo de edad y cada grupo cuenta con seis monitores que trabajan por turnos para garantizar que siempre haya cuatro monitores disponibles cada día y dos durante la noche. Yo prefiero a los Osos pardos, que son niños de entre ocho y diez años, porque son lo bastante mayores como para no estar totalmente necesitados, pero lo bastante jóvenes como para no tener que estar luchando contra su actitud durante algo más de dos meses. A diferencia de muchos otros campamentos de verano, en los que los campistas se quedan una semana o dos antes de volver a casa, nuestros niños están aquí todo el tiempo. Uno de los empleados empieza a gritar nombres y la gente se dirige a sus grupos. Intento volver a dejar al cachorro en el suelo para prepararme, pero chilla hasta que desisto. —Osos pardos, les toca… Clay Cole… Alexander Smith… — Xander se levanta, optando por llevarse al cachorro después de ver mi intento fallido—… Emilia Bennett… Russ Callaghan… Me levanto para unirme a mi grupo, con Fish detrás de mis pies, mientras se oyen más nombres. Mi grupo está ocupado familiarizándose con el cachorro que sigue en brazos de Xander y, cuando me acerco, uno de ellos se da la vuelta. Mi corazón se hunde al reconocer inmediatamente a la chica que me devuelve la mirada. No necesito calcular la probabilidad de que Emilia esté aquí, está escrito en cada parte de su cara de asombro. Sé que está aquí, porque al universo nada le gusta más que arrastrarme al infierno y volver para divertirse. Los ojos de Emilia miran más allá de mí y me giro instintivamente, divisando de inmediato el mismo pelo rubio en el que mi cara estaba enterrada hace menos de veinticuatro horas. Tarda un segundo más en verme, pero cuando lo hace, se detiene en seco, aflojando ligeramente la mandíbula y abriendo mucho los ojos al verme. Parece como si hubiera visto un fantasma. —Oh, mierda. —Oh mierda. No quiero decirlo en voz alta. Estaba mirando al cachorro. ¿Por qué no seguí mirando al cachorro? Russ no dice nada mientras nos miramos fijamente. La sonrisa fácil y amistosa de la noche anterior ha desaparecido, sustituida por algo más frío, más reservado. Intento encontrar algo que decir, algo que diga: «Oye, ya sé que nos hemos visto desnudos y que pensábamos que no volveríamos a vernos, pero ahora estamos en el mismo grupo, así que no volvamos a pensar en ello. ¿Bien? Bien». Sin embargo, he pensado en ello incluso cuando no quería. Empiezo a abrir la boca, no sé para qué, pero la cierro de golpe antes de que tenga la oportunidad de avergonzarme, cuando él se vuelve hacia el resto del grupo sin pronunciar palabra. El silencio escuece. Y no se me escapa la ironía, ya que he ignorado varios ligues de una noche al pasar junto a ellos en el campus, pero no estoy segura de ser realmente la hija de mi padre si mi mayor talento no fuera la hipocresía. No hay nada desagradable en la reacción de Russ; no estoy segura de que haya nada desagradable en el tipo que me susurró lo guapa que soy en la oscuridad o que dobló la ropa que me quitó en un montón ordenado. Solo estoy sorprendida, supongo, ya que fue tan dulce anoche. Dejo que las sensaciones incómodas persistan, sin querer alejarlas ni intentar calmar mi creciente malestar. «Esto te pasa por buscar consuelo en extraños, Aurora». Lección aprendida. —Hola a todos. Me llamo Jenna, o como se me conoce más comúnmente, la madre de Fish. Soy la jefa de los Osos pardos este verano, lo que significa que, además de mis responsabilidades como una de las directoras del campamento, superviso los planes, me aseguro de que todo el mundo esté feliz y sano, y los ayudo a sortear cualquier cosa complicada que pueda surgir con los campistas. Emilia se coloca a mi lado y enlaza su meñique con el mío, una señal de solidaridad y de qué carajos, todo en uno, por culpa del melancólico jugador de hockey que tenemos a la derecha. Intento concentrarme en la presentación de Jenna, pero Russ no deja de atraer mi atención porque ni siquiera mira en mi dirección. —Voy a darles una vuelta por los terrenos principales. Les recomiendo que lleven botellas de agua antes de salir. Cuando terminemos, cenaremos juntos, luego el resto de la noche es suya para disfrutar antes de que el trabajo duro comience mañana. Todos se dirigen a las máquinas de agua de la esquina de la sala principal. Cuando todos se han ido, la sonrisa profesional de Jenna se transforma en una de verdad y se abalanza sobre mí para darme un abrazo que me roba el oxígeno. —¡Te he echado tanto de menos! —No puedo respirar, Jen. Me suelta y me sujeta la cara con las manos. —Quiero llorar. Siento como si mi bebé hubiera vuelto a casa; ya eres tan mayor. Se me atascan las palabras en la garganta y me entran unas ganas irrefrenables de sollozar. Jenna era mi monitora cuando yo era campista y, a medida que fui creciendo y cambiando de grupo, ella también lo hizo. Ella juraba que era una coincidencia, pero a mí me gustaba decirme que era porque quería pasar tiempo conmigo y, como niña que solo quería que la quisieran, era una bendición. Sentí que podía respirar de nuevo cuando condujimos antes por el camino de tierra, como si por fin estuviera donde se supone que debo estar. Jenna tenía dieciocho años cuando nos conocimos, pero a diferencia de mi hermana mayor de verdad, Jenna era la que siempre había necesitado. Fue el Ratoncito Pérez cuando perdí mi primer diente aquí, mi salvadora cuando tuve mi primera regla y mi hombro para llorar cuando me di mi primer beso con Todd Anson y un día después él estaba besando a Polly Becker en la cancha de voleibol. —Hablé contigo hace dos días y no ha pasado tanto tiempo desde que tuvimos una fiesta de pijamas —me río, liberándome de su agarre y ocupando el sitio a su lado—. ¿Desde cuándo estás tan necesitada? —Sí, pero ha pasado mucho tiempo desde que estuviste aquí. Demasiado, de hecho. —Me encanta que esté necesitada, ella sabe que me encanta, pero me sigue el juego—. Lo siento, son los cachorros. Me están poniendo maternal. Ahora voy a tener que ver a tipos altos y musculosos llevándolos todo el verano. —Suspira mientras señala con la cabeza hacia donde Russ y los demás están jugando con el trío de golden retrievers—. Parece que Fish ha elegido a su víctima para el verano. Tiene buen gusto. Si Russ puede sentir nuestros ojos sobre él, no levanta la vista. No debería mirarlo, pero tiene tan buen aspecto como anoche, si no mejor. Me giro para darle la espalda. —Sobre él… Los ojos de Jenna se entrecierran como si intentara ver dentro de mi cerebro, y puede que lo haya conseguido porque su cara se hunde de disgusto. —¡Llevas aquí dos horas! Aurora, por favor, dime que no has conseguido romper ya la regla número uno. —¿Qué? No. Claro que no. ¿Por quién me tomas? —Menos mal. No puedo ser tu jefa si vas a romper las reglas. —¡No lo he hecho! Murmura algo que suena muy parecido a «uf» y se pone las manos en las caderas. —Bien. —Fue anoche. —¡Rory! —exclama Jenna, arrastrando una mano por su cara—. No hagas que me arrepienta de haber aceptado tu solicitud haciendo el tonto todo el verano. Me prometiste que trabajarías duro. Pavonearte por aquí como si fueras la dueña del lugar era lindo cuando eras una descarada niña de nueve años, pero si vas a estar a cargo de los campistas, necesito saber que tu cabeza está en el juego, no en la cama de algún jugador de ¿baloncesto?, ¿fútbol americano? en la cama de un jugador. —En realidad juega al hockey… —Me alegro de que estés diversificando tu lista, pero lo digo en serio, Ror. Me prometiste un verano entero. Nada de tirar la toalla porque te aburre la vida de campamento. Necesito que vengas por los niños, no por un tipo cualquiera. —Ten un poco de fe en mí, Jen. ¡Jesús! No sabía que iba a estar aquí. Curiosamente, no me preguntó por mis planes de verano cuando estaba encima de mí en la cama —digo, cruzando los brazos sobre el pecho. —Primero, no quiero volver a oír hablar de tu vida sexual con tanto detalle —gime, arrugando la cara en señal de repulsión—. Y segundo, tengo fe en ti, Rory. Soy tu mayor apoyo, pero también te conozco. No nos compliquemos la vida a las dos, por favor. Concentra toda tu energía en los niños. —Lo sé, Jenna. Como dije, no sabía que iba a estar aquí. Mira rápidamente a mi alrededor y luego vuelve a mirarme a la cara. —Cuando se despertaron esta mañana, ¿ninguno de los dos dijo: «Tengo que irme, tengo que ir a Honey Acres» o, «Gracias por el sexo, pero tengo que ir al campamento»? —No, claro que no. Me fui anoche mientras él se escondía de mí en el baño, y cuando me vio hace un par de minutos, fingió que no me conocía. Como los adultos de verdad. —Oh, estar en la universidad de nuevo. Me muevo para colocarme a su lado, mirando a mis compañeros de grupo que charlan alrededor de la máquina de agua. Hay dos chicos con Russ, ambos guapos, y si no estoy oyendo mal, están hablando de baloncesto, algo que en circunstancias normales despertaría mi interés. —Además, ni siquiera me interesa Russ, los otros dos chicos son más guapos. —Mentira—. No tienes que preocuparte. —Una gran mentira. —Nada raro con ninguno de ellos… No, no me mires así, Aurora. Lo digo en serio. No tienes un pase libre porque te amo y crees que las reglas no se aplican a ti. Me dijiste que querías encontrarte a ti misma este verano. —Porque es cierto. Puede que Jenna sea cinco centímetros más baja que yo, pero incluso con su metro setenta, se las arregla para desplazarme un par de centímetros hacia la izquierda cuando me golpea con el hombro. —Bueno, si tienes sexo con alguien en el campamento, el único lugar donde te vas a encontrar es enterrada en el bosque cuando te asesine. —No vas a asesinarme. No estoy interesada en él y está claro que él no está interesado en mí. —Vuelvo a mi sitio y la rodeo con los brazos, apoyando la cabeza en la suya, algo que empecé a hacer cuando la superé en estatura, lo cual sé que le molesta—. Dime que me quieres otra vez. Resopla, un sonido que he echado de menos durante el tiempo que hemos estado separadas. Que Jenna se exaspere conmigo no tiene el mismo efecto en una videollamada. —Esto parece una queja de RRHH a punto de ocurrir. —Dímelo —me burlo, alargando la palabra hasta que ella intenta darme un codazo, con su corta melena negra haciéndome cosquillas en la cara en el forcejeo—. Por favor, por favor, por favor. —Te quiero, Aurora Roberts. Bienvenida a casa. Ahora suéltame, tengo una visita que dirigir. *** —Mis pies se sienten como si se fueran a caer. Lanzo una mirada incrédula a Emilia. —Eres bailarina. Tus pies han pasado por cosas peores. —Ser bailarina no ha impedido que mis sandalias me destrozaran los pies porque llevaba el calzado equivocado en una maldita excursión. —Típica chica de ciudad —me burlo—. Deberías haber leído más novelas de pueblo para prepararte para el campo. El breve y dulce recorrido por el campamento, apropiado para sandalias, que Jenna planeaba dar fue secuestrado por Cooper, el veterano a cargo de los monitores de Erizo, quien sospecho que siente debilidad por ella y pidió combinar los recorridos. Eso es dulce y todo, pero gracias a Cooper y su entusiasmo, nuestro recorrido duró dos horas más que el de todos los demás y me siento como si hubiera visto cada brizna de hierba en Honey Acres. El largo paseo nos dio la oportunidad de hablar con los demás monitores, excepto con Russ, que se quedó delante, hablando con Xander, el mismo chico con el que estuvo antes. —Sí, ahí es donde me equivoqué. No hay suficientes romances de pueblo. —Mueve los dedos de los pies en la arena que bordea la orilla del lago, comúnmente llamada playa, donde hemos requisado dos tumbonas—. Voy a sentarme en el muelle y sumergir los pies en el agua; ¿quieres venir o vigilar los asientos? —Yo me quedo aquí. —Nuestros asientos son el lugar perfecto para observar a la gente, y es divertido ver quién se siente atraído por los demás y hacer predicciones sobre quién se acercará. Fue divertido escuchar a Orla hablar antes sobre cómo está prohibida la confraternización, sabiendo que nadie va a escucharla. Cuando yo era campista aquí, todos especulábamos sobre quién se besaba en secreto a deshora. Luego fastidiábamos a nuestros monitores para que nos contaran los chismes de los adultos. Lo que más me gusta hacer ahora que soy monitora es ver cómo los perros inspeccionan a todo el mundo, sentándose de vez en cuando para que los acaricien, antes de seguir adelante. Me encantan los perros, y precisamente por eso estoy viendo a uno de los cachorros dormir sobre Russ mientras se ríe y charla con Maya, de nuestro grupo, mientras Fish y el otro cachorro duermen a sus pies. —¿Hay alguien sentado aquí? Al mirar detrás de mí, veo a Clay, el tercero de nuestro grupo, descalzo en la arena y con dos cervezas en la mano. —Ahora no, pero volverá pronto. —Señalo en dirección a Emilia, que charla con alguien en el muelle—. Toma asiento. Sentado a mi lado, me tiende una de las botellas de cerveza. —¿Cerveza? Aunque Orla hace todo lo que puede para que se cumpla la norma de no beber, si no es inspeccionando la mochila de todo el mundo cuando llega, no tiene forma de evitar que la gente se cuele en la semana de entrenamiento. Supongo que lo sabe, pero es menos estricta porque no hay niños. Lo que sí se toma muy en serio es que los campistas metan alcohol a escondidas, algo que descubrí por las malas cuando tenía quince años. —No, gracias. Intento no romper todas las reglas el primer día. — O hacer enojar masivamente a Jenna. Clay se encoge de hombros mientras pone la cerveza de repuesto en el portabebidas. —Nunca nos descubren. Ya he estado aquí antes. Pero tienes razón, tenemos mucho tiempo para romper las reglas. Se lanza a una historia sobre ser monitor y me cuesta seguirle la corriente. No porque no sea lo bastante lista, sino porque es muy, muy aburrido. Para cuando pasa a hablar de jugar al baloncesto en Berkeley «¿o era en la USC?», ya me ha perdido por completo. No es culpa suya que mi mente esté en otra parte y estoy segura de que no está acostumbrado a que las mujeres se desconecten cuando intenta hablar con ellas. Es atractivo según los estándares convencionales: alto, mandíbula afilada, sonrisa y ojos bonitos. No me gusta mucho la cantidad de gomina que usa para peinarse, pero sobre todo porque tiene tanta que me preocupa que se produzca un incidente de contaminación si salta al lago. Y podría prescindir de la forma en que sus ojos se posan en mi pecho cuando hablo con él, pero no es el peor tipo que ha intentado hacerse mi amigo. Normalmente, aceptaría la atención que me presta y me dejaría llevar, pero su confianza en sí mismo me resulta desagradable y me cuesta escuchar sus fanfarronadas. ¿Me enrollo con un chico tranquilo y de repente no me gustan los jugadores de baloncesto seguros de sí mismos? La matriz está fallando. Mis ojos vagan por la playa y los perros parecen supercómodos mientras Maya quita algo del hombro de Russ, sonriéndole dulcemente. El cachorro que tiene en el regazo ni se inmuta cuando se remueve en su asiento y le frota la nuca con la palma de la mano. —De hecho, tomaré esa cerveza —digo, interrumpiendo a Clay que me cuenta cuánto puede levantar. —Oh, dulce. Toma… Al menos todavía hace un poco de frío. —Gracias. Un placer charlar contigo. No oigo si responde mientras me levanto y corro hacia Emilia en el muelle. Sus cejas se arquean cuando me ve acercarme. —¿Qué ha pasado con nuestros asientos? —Ve la cerveza en mi mano—. ¿Y convertirte en una mujer cambiada? Me la acepta y bebe un sorbo mientras yo me siento a su lado y meto los pies en el agua. —Empiezo mañana. Demasiadas cosas por las que irritarme hoy como para rehacer mi vida. —Solo es tímido, Ror —dice Emilia con cuidado, devolviéndome la cerveza. Me giro mirándola confusa. —Clay no es tímido. Los tímidos no hablan con los pechos. Pone los ojos en blanco. —Sabes de quién hablo. Al que no dejas de mirar. Miro por encima del hombro hacia la playa y veo que Russ sigue hablando con Maya y que Xander se ha unido a ellos. —Estoy mirando a los perros —digo—. Pero si te refieres a Russ… bueno, no es demasiado tímido para hablar con otras personas, ¿verdad? —Acércate y habla con él. —¿Y dejar que me ignore con público? No, gracias. —Maya echa de menos su casa, probablemente solo intenta hacerla sentir mejor. —Lo sé, charlé con ella mientras hablabas por teléfono con Poppy. Vive cerca de la base de Fenrir UK, pero algunos de sus amigos de casa también están aquí. Mira, no es importante, puede hablar con quien quiera, no intento ser esa persona. Es solo que parece que soy la única persona con la que no quiere hablar, ¿sabes? Empiezo a pensar que tal vez me engañaron y no es tan amable como parece. —No es cierto. Pero si lo es, ¿a quién le importa? Te enrollaste, seguirás adelante como siempre. —Emilia me rodea los hombros con el brazo y me acerca, apoyando su cabeza contra la mía mientras trago un sorbo de la cerveza, ahora tibia—. Si me haces escucharte quejarte de un hombre todo el verano, le diré a tu madre que vuelves a casa. —No lo haré. Te lo dije, a partir de mañana voy a ser una mujer nueva. ¿Por qué decir que se va a trabajar es más fácil que trabajar? Quiero dejar atrás mis hábitos autodestructivos y, sin embargo, aquí estoy el primer día del Proyecto Aurora, con el celular en la mano, viendo la historia de Norah sabiendo que me va a disgustar. Y me está molestando. Mi técnica de manifestación requiere algo de trabajo porque el equipo de papá destrozó el Gran Premio de España y él está súper feliz por ello. Lo sé por los dulces vídeos que Norah publicó de él celebrándolo con su hija en su casa. Me meto el celular en el bolsillo trasero de los pantalones cortos, intento olvidarme de la familia perfecta de la que no formo parte y camino a toda velocidad en dirección a la formación sobre seguridad contra incendios, a la que ya llego tarde. Mientras que los ejercicios de creación de equipos se realizan en grupos más grandes, toda la formación específica se lleva a cabo en nuestro grupo de seis, lo que hace imposible colarse sin ser detectado. —Llegas —Jenna mira su reloj—, seis minutos tarde, Rory. Normalmente no me importaría llegar tarde, pero sentir los ojos de todo el mundo puestos en mí hace que la sangre se me suba a las mejillas. Bueno, todos menos una persona. Murmuro un «lo siento» en voz baja y agacho la cabeza mientras ocupo el asiento vacío entre Emilia y Clay. Él se inclina y baja la voz. —No te has perdido nada. Básicamente, el fuego es malo. —Intentaré recordarlo. —Lucho contra el impulso de reírme y trato de concentrarme en que Jenna empiece con el procedimiento del simulacro de evacuación. Me ofrece una uva de la bolsa que tiene en la mano, lo que, después de lo de ayer, me parece un gesto de buena voluntad. Jenna está ocupada explicando las normas de la hoguera cuando siento un tirón en el pie. Miro al suelo y veo una bola de pelusa mordisqueándome los cordones. Recogiendo al cachorro regordete, giro la etiqueta hacia mí. —¿Quién eres tú? —Salmón—. ¿Dónde está tu hermano, pequeña? En cuanto levanto la vista, veo a Trucha acunada como un bebé, dormitando sobre el pecho de Russ. Esto no es justo. No puedo apartar los ojos de la hermosura, lo cual es un error, porque cuando Russ por fin levanta la vista del perro dormido, me mira directamente a mí. Nos miramos fijamente, y es tan incómodo y raro como suena, justo hasta que Salmón decide mordisquear las puntas de mi pelo, distrayéndome. Cuando vuelvo a mirarlo, está concentrado en lo que sea que Jenna esté diciendo. El resto de la formación pasa volando sin más concursos de miradas, y para cuando estamos todos caminando por el césped principal de camino a nuestra actividad de formación de equipos, me siento mejor que hace un par de horas, fisgoneando donde no debería estar fisgoneando. —He decidido que no me importa —le anuncio a Emilia. —Eso está bien —dice despreocupada, tratando de no tropezar con Salmon, que zigzaguea alrededor de nuestros pies mientras caminamos, tratando una vez más de comerse los cordones de los zapatos—. ¿De qué estás hablando exactamente? —Todo. —Eso se siente saludable y definitivamente no te va a salir el tiro por la culata en el futuro. Esquiva con pericia mi codo cuando intento darle un codazo en las costillas. —Voy a borrar mi cuenta falsa y a guardar el celular bajo llave en la maleta. Si no lo veo, no existe. —Yo lo apoyo. Lo he dicho antes, nada bueno puede venir de poner tu fe en un hombre. Deja que Chuck y Norah jueguen a las familias felices online y tú concéntrate en ti. —Jesús, fue como estar con mi madre por un segundo —bromeo. Cansada de esquivarla, Emilia se agacha para recoger a Salmón, metiendo al cachorro bajo el brazo. —Qué pesada eres —gime Emilia. La lengua del perro se le sale de la boca mientras Emilia forcejea con el aparentemente pesado Golden retriever. Me acerco a Salmon para rascarle detrás de las orejas mientras seguimos hacia la actividad. —No es pesada. Es un bebé. Emilia frunce el ceño y me mira. —Estaba hablando de ti. Por fin llegamos al resto de los monitores, de pie alrededor de varios tablones de madera y plataformas dispuestas en grupos de cuatro. —No sé qué demonios vamos a tener que hacer —dice Maya. He visto esta actividad antes, pero nunca la he hecho. —Tienes que llevar a todo tu equipo de la primera plataforma a la del final, pero cada vez es más difícil moverse entre ellas porque los huecos se hacen más grandes y las plataformas más pequeñas. Nadie puede tocar el suelo. —Caos entonces. —Sonríe—. Voy a saludar a mis amigos, vuelvo en un segundo. —Me pregunto si me molestarías menos si aún tuvieras acento británico —dice Emilia en voz baja, observando a Maya mientras se aleja de nosotras. —Nunca soné como Maya. Seguía sonando sobre todo a americana. Se hacía más fuerte dependiendo del tiempo que pasaba en el trabajo de papá. Xander, Russ y Clay por fin dejan de cuchichear entre ellos y se giran para mirarnos a Emilia y a mí. —Bien, plan de juego —dice Xander seriamente—. Vamos a saltar entre las plataformas. Emilia se echa a reír y yo niego inmediatamente con la cabeza. —No, no lo haremos. —¿Por qué no? Será la forma más fácil —replica inmediatamente. Emilia sigue riéndose ante la idea de que intentemos dar esos saltos. Xander parece genuinamente sorprendido, mientras que Clay también intenta reírse. Russ está… observando. —Quizá para ti, señor aspirante a la NBA, pero para el resto de nosotros, simples mortales, saltar tan lejos no es posible. —Te ayudaremos. Estarás bien. La boca de Xander no se mueve, y entonces me doy cuenta de que la persona que me habla es Russ. —Oh. —«Di algo, Aurora»—. Genial. Me odio a mí misma. Russ asiente con la cabeza, sin decir nada más. Fue agradable oírlo hablar, así que ahora sé que es real y no solo un producto de mi imaginación que me persigue como el fantasma de las citas pasadas. —¿Esta cosa está encendida? Todos dirigimos nuestra atención a Orla, de pie en el último andén con un megáfono. Tiene ese megáfono desde que la conozco y, cada vez que se rompe, hace que el equipo de mantenimiento se lo arregle en lugar de invertir en uno de este siglo. Lo robé una vez. Lo usé para asustar a Jenna cuando estaba flirteando con otro de los monitores y acabé en tiempo muerto el resto de la tarde, pero mereció la pena. Orla repasa las reglas y explica que no se puede pasar a la siguiente plataforma hasta que todo el equipo esté junto. Si alguien de tu equipo se cae, tienes que volver a empezar desde el principio, y el que llegue hasta el final, consiguiendo permanecer en la plataforma durante treinta segundos sin caerse, es el ganador. Maya vuelve a nuestro grupo y Xander se vuelve inmediatamente hacia ella. —Vamos a saltar. —No, no lo haremos —decimos Emilia y yo al unísono. —Eres alto… —dice Maya, mirándolo de arriba abajo. —Gracias por notarlo… —Si tienes tanta confianza, ¿por qué no te tumbas entre ellos y te paseamos todos como a un tablón? —Sí, Xan —dice Russ, sonriendo—. ¿Por qué no te paseamos como a un tablón? —No creo que me gustara que me aplastara un jugador de hockey, curiosamente. —No lo juzgues hasta que lo hayas probado —digo en voz baja sin pensar. Por suerte, la mayoría del grupo no oyó mi pequeña confesión, pero Russ y Xander sí, y las mejillas de Russ se sonrojan. Xander nos mira rápidamente, pero el silbato pone fin a sus palabras. Los seis corremos hacia el primer andén, apenas cabemos cómodamente. —Estamos en clara desventaja porque los tres son enormes —gime Emilia contra la espalda de Clay, que la aprieta contra la cara. —Aurora, siento mucho que mi mano te esté tocando el trasero, pero no puedo moverla —dice Maya. —También está tocando el mío —añade Xander. Russ suspira. —No, eso es mío. La plataforma cruje cuando Russ salta a la siguiente, seguido de Clay y Xander. Hay espacio suficiente para que los tres maniobremos ahora que los chicos se han ido, y coordinamos el traslado de nuestra tabla a la siguiente plataforma para caminar por ella. —¡Salta! —grita Xander. Maya extiende los brazos para mantener el equilibrio mientras camina hacia la siguiente plataforma. —¡No voy a saltar cuando hay una pasarela! —Vamos, Mary Poppins —dice Clay tendiéndole la mano a Maya, ayudándola a dar los últimos pasos. Es fácil seguirla, y cuando estamos todos juntos en la siguiente plataforma volvemos a empezar todo el calvario. —¡Xander, me vas a empujar! —Me agarro a Clay por detrás y sus manos se posan inmediatamente en mi cintura. Paso a sujetar a Emilia a mi lado, mirándole por encima del hombro—. No pasa nada, no hace falta que me sujetes. Nos damos cuenta de que la madera apenas llega a la siguiente plataforma, que está más lejos que la anterior, y los chicos elaboran un plan que consiste en que uno de ellos salte el último y luego nos ayude a cruzar a los que no somos parte canguro. El sonido de todos los demás equipos gritándose instrucciones inunda el aire, y darme cuenta de que vamos ligeramente en cabeza pone en marcha la parte competitiva que hay en mí. Xander salta fácilmente a la siguiente plataforma, arrodillándose y alcanzando el extremo del tablón que no es lo bastante largo para apoyarse contra el borde de donde está. Lo mantiene firme con la mano y todos le damos palmaditas en la cabeza mientras trepamos por encima de él, manteniéndonos lo más cerca posible del borde para dejar que Russ y Clay salten también. —Dios mío —chilla Emilia—. Que alguien salte antes de que perdamos el equilibrio. Todos los chicos saltan, haciendo que parezca ridículamente fácil, pero tan pronto como están todos juntos en la plataforma final queda claro que no hay espacio suficiente para seis personas. Incluso si hubiera suficiente espacio, no hay manera de que hagamos ese salto. —¿Cómo carajos se supone que vamos a hacer esto? —Pondría las manos en las caderas, pero no hay espacio suficiente sin empujar a Maya. —¿A alguien le preocupa el límite de peso de estas plataformas? — dice Clay, mirando la caja que cruje bajo sus pies. —¿Alguien era animadora? —Xander pregunta. —Este no es el tipo de formación de equipo que se supone que estamos haciendo ahora, colega —dice Emilia con sarcasmo. Poniendo los ojos en blanco, señala la distancia que nos separa. —Dos de ustedes pueden lanzar a la otra a través de la brecha. Podemos atraparla. —Todos nos quedamos en silencio—. ¿Me están diciendo que nadie fue animadora en el instituto? —Sí… —dice Maya—. Eso no existe donde yo vivo. —A Aurora la echaron del equipo de animadoras el primer año — dice Emilia—. Y en cuanto a mí, el ballet y las pirámides humanas no son una buena mezcla. —Tampoco eres muy alegre —murmuro en voz baja. —¿Por qué te han echado? —pregunta Clay inmediatamente. —No importa… —Robó la mascota del otro equipo y la perdió. —¡Emilia! Xander mira a los otros equipos con cara de preocupación. —Chicos, tenemos que ponernos en marcha… —¿Cómo se pierde una mascota? —Russ pregunta, mirándome directamente. —Yo, um… Se escapó. —Eso llama su atención. Sus ojos se abren de par en par e inmediatamente siento la necesidad de aclarar—. Era un cerdo, no una persona. Lo encontraron unas horas después; estaba totalmente bien. Estaba pasando el rato con el perro del conserje, pero consideraron que mis acciones no estaban en consonancia con los valores fundamentales del equipo. En fin, ¿podemos seguir con esto? ¿A quién lanzamos? —Chicos, si perdemos porque son todos bajitos y Aurora es una roba cerdos, me voy a molestar mucho —suelta Xander. —Todo el mundo es bajito cuando eres un maldito gigante. Maya, te toca —le digo, enlazando los dedos e inclinándome para que meta el pie en el hueco que han hecho mis manos. Emilia me imita y Maya se agarra a las dos mientras se pone tímidamente en nuestras manos. —Para que conste —dice en voz baja—, creo que es una idea terrible. —¡Prepárense para atraparla! Tres… Dos… Uno… Parece como si estuviéramos jugando a los bolos humanos cuando Emilia y yo lanzamos a la pobre Maya en dirección a los chicos con demasiado entusiasmo. Por suerte, la atrapan y la aplastan contra ellos para mantenerla en la plataforma. Físicamente no hay sitio para más gente, y no estoy segura de cómo se supone que tenemos que hacer esto. —¡Súbete a los hombros de alguien, Maya! —grita Emilia. Russ y Clay sujetan los brazos de Maya y ayudan a Xander a subirla a sus hombros, creando de nuevo un poco de espacio para otra persona. Emilia me da un ligero codazo, algo que puede hacer ahora que hay un poco más de espacio—. Tú sigues. —Absolutamente no. Tú sigues. Xander vuelve a mirar a los otros grupos. —Aurora, por mucho que creas que no, eres lo suficientemente alta para saltar. —Si cree que estoy más capacitada porque mido 1.70 frente al 1.70 de Emilia, está claro que no sabe que ella es capaz de saltar por un escenario como una maldita gacela—. Emilia, tengo una idea, ¿confías en nosotros? —Ni siquiera un poco —responde Emilia. Yo también niego con la cabeza, intentando no sonreír cuando Xander parece irritado de inmediato. —¿Puedes aprender a confiar en nosotros en los próximos cinco segundos? Salta hacia adelante con los brazos extendidos. Como si estuvieras zambulléndote para atrapar una pelota de béisbol. —¿Parezco el tipo de persona que sabe algo de béisbol? —suelta. Me río antes de haber dicho lo que quería decir. —Sabes mucho de tercera base… —¡No! ¡No! ¡No! Consigo mantenerme en la plataforma aferrándome a Emilia, aunque es ella la que intenta empujarme, para horror de nuestros compañeros y sus gritos. —Jesucristo, esto es estresante —gime Clay—. Brazos fuera, Emilia. Russ y yo te cogeremos de las manos y tiraremos de ti; solo tienes que impulsarte lo suficiente para que podamos alcanzarte. —Te odio por convencerme de venir aquí —murmura antes de colocarse en el borde de la plataforma con los brazos extendidos. Para crédito de Xander, funciona a la perfección, y en pocos segundos Emilia está al otro lado y sentada sobre los hombros de Clay. No hay forma de que Clay pueda ayudarme a cruzar con Emilia sobre sus hombros, lo que significa que voy a tener que saltar. Las ganas de salir de la plataforma y hacer que perdamos son abrumadoras. —Tengo miedo —grito, intentando y fallando al visualizarme capaz de cubrir la distancia. Hay mucho más espacio ahora que estoy aquí sola, pero no es suficiente para que pueda correr antes de saltar. —Puedes hacerlo, Rory —grita Emilia desde arriba de Clay—. Pero hazlo rápido, por favor. Creo que estoy desarrollando miedo a las alturas. —No creo que pueda… —Aurora —dice Russ en voz baja, arrastrando los pies para que su cuerpo sea el más cercano al último espacio de la plataforma—. Mírame. Puedes hacerlo, solo tienes que saltar hacia mis brazos y yo te cogeré, ¿bien? —¿Y si te caes? —Entonces caeremos juntos. —Me sonríe, y mi corazón golpea brutalmente contra mi pecho como el traidor que es. «Se supone que no nos importa nada, ¿recuerdas?»—. Y Xander puede estar molesto con los dos. —Me enojaré con los dos —refunfuña. —Ignóralo, solo mírame —dice Russ—. Creo en ti. Respira hondo. Voy a contar hacia atrás desde tres y luego quiero que saltes tan lejos como puedas. —¿Y me atraparás? —Te prometo que te atraparé. Tres… Dos… Se inclina hacia delante con los brazos extendidos y yo me desconecto cuando me alcanza, concentrándome en lanzar mi cuerpo hacia el suyo. Sus manos me agarran los brazos casi de inmediato, arrastrándome hacia delante hasta chocar con su pecho. —¡Osos pardos! Treinta segundos para ser los ganadores — anuncia Orla a través de su megáfono. —Que nadie se mueva, mierda —suelta Xander. Muevo los brazos para soltarlos de la posición en la que están pegados al pecho de Russ, pero él no afloja su agarre y mi cuerpo permanece pegado al suyo, manteniéndonos a los dos en la plataforma. Huele a ropa limpia, sándalo y vainilla, y cuando levanto la vista hacia su cara, tiene los ojos cerrados y murmura en voz baja nombres de equipos de hockey. Y entonces lo siento contra mi estómago y su agarre sobre mí finalmente se afloja, pero es demasiado tarde. Son los treinta segundos más lentos de la historia, mientras Russ intenta desesperadamente perder la erección que me aprieta. —¡Ganan los Osos pardos! —anuncia Orla, para alegría de Xander. Salgo de la plataforma y me alejo de Russ. Por suerte, los demás chicos están distraídos quitándose de encima a Maya y Emilia, y cuando Russ me mira, no puedo evitar guiñarle un ojo. Esta vez el rubor le llega hasta las orejas. —¿Vas a decir algo, o te vas a quedar mirándome? JJ no cambia la expresión de suficiencia de su cara, y me están dando ganas de desconectar la videollamada. —Me siento honrado, aunque no sorprendido, de que me llames para pedirme consejo sobre la vida. ¿Qué puedo hacer por ti, amigo? ¿Necesitas saber cómo funcionan los intereses? ¿Qué es un 401(k)4? —Sí, te llamé desde el campamento para informarme sobre los planes de jubilación —digo con sarcasmo, poniendo los ojos en blanco—. Debería haber llamado a Nate. —Retira eso ahora mismo. —JJ, que estaba tumbado en su sofá, se sienta derecho—. Tienes toda mi atención. ¿Qué pasa? Estoy en el edificio principal durante nuestra pausa para comer porque es el único sitio donde hay Wi-Fi. Miro a mi alrededor para asegurarme de que sigo solo. —Aurora. La chica con la que me enrollé el sábado por la noche. Está aquí. —Dulce. Me encantan los romances de verano —dice alegremente. —No. No hay ningún romance aquí. Ella… se fue mientras yo estaba en el baño. —Me hundo más en mi asiento, avergonzado de estar admitiendo que me han dejado plantado ante mi amigo—. Y además al personal no se le permite andar juntos, pero, aunque lo estuviéramos, ella no está interesada. JJ se sienta en silencio y yo estoy ocupado esperando a que reaccione. 4 Cuenta de pensión usada en Estado Unidos. —Russ, vas a tener que explicármelo como si tuviera cinco años, porque no entiendo de qué va la cosa aquí. —Me estaba animando a invitarla a salir, y cuando salí del baño ella ya se había ido. Vergonzoso, lo sé, pero ahora es incómodo porque ambos estamos aquí y me he mantenido alejado de ella, y… —Retrocede, Callaghan. Te gusta esta mujer y te alejas de ella ¿por qué? —No quiero hacerla sentir incómoda. No quería volver a verme y ahora no puede escapar de mí. Estamos en el mismo grupo. JJ suspira pesadamente. —¿Te dijo que no quería volver a verte? —En realidad no he hablado con ella. Como dije, me he mantenido alejado. No quiero… —Querer hacerla sentir incómoda, sí, eso dijiste. Oh, Russ. No tienes remedio, pero te quiero igual. —¿Gracias? Creo… —No es verdad a menos que ella lo diga. A menos que ella realmente te diga que no quiere volver a verte, entonces solo estás haciendo suposiciones. Fantástico. —¿Y ahora qué? —Pues ahora mismo pareces un tipo que consiguió lo que quería y ahora la ignora, y tú no eres ese tipo. Eres el buen chico que no se da cuenta de que a veces la gente se va después de enrollarse y eso no tiene por qué significar nada dramático. No vas a tener ninguna oportunidad con ella si la ignoras, genio. Realmente no tengo remedio. —No busco una oportunidad con ella. No quiero que me despidan. —Entonces, ¿por qué me llamas por la chica con la que no quieres tener una oportunidad? —Solo quiero saber cómo comportarme con ella, ya que tenemos que trabajar codo con codo durante semanas. —Me rasco la mandíbula, me siento bastante despistado con las mujeres en este momento—. Ayer estaba pegada a mí… deja de mirarme así, fue durante una actividad del equipo… y estaba tan cerca de mí que podía oler su champú y, bueno… Bajo rápidamente el volumen del celular y compruebo una vez más que sigo solo, mientras JJ suelta lo que solo puede describirse como una carcajada. Al final se calma y siento que me arde toda la cara. —Nos pasa a los mejores, colega. ¿Lo sabe ella? —Bueno, se le estaba clavando en el estómago. —Suspirando, me paso la mano por la cara mientras me preparo para la carcajada de nuevo—. Cuando se apartó, me guiñó un ojo. Cuento hasta treinta y tres antes de que JJ deje por fin de reírse. —La verdadera razón por la que querías hablar conmigo. —¿Qué hago? —Aceptas que juzgaste completamente mal la situación y hablas con ella en lugar de evitarla como un imbécil. Estar cerca de ella haciendo precisamente eso, estar cerca de ella. Es fácil. Las puertas se abren detrás de mí y miro por encima del hombro para ver a Xander entrando con los perros. —Tengo que irme, pero te lo agradezco, hombre. Gracias por escucharme. —Adiós, donjuán, mantenme informado —dice JJ, desconectando la llamada. Ahora que mi teléfono vuelve a tener cobertura, me han llegado las notificaciones mientras hablaba con JJ. Lo último en el chat de grupo es una foto de Mattie, Bobby y Kris en la playa de Miami y otra de Lola, Stassie y Joe en su vuelo a Nueva York. Grabo un vídeo mientras Trucha trepa por la parte exterior del sillón y se desliza hasta mi regazo, y lo envío al chat. Estoy a punto de cerrar mis mensajes cuando veo más de alguien de quien esperaba no tener noticias. PAPÁ ¿Qué tal? ¿Has visto mi petición? Unas horas más tarde. ¿Demasiado bueno para contestar ahora? ¿Crees que eres mejor que yo? Demasiado bueno para esta familia —Estoy hecho polvo, hombre. —Xander gime, tirándose en el puff gigante a mi lado, haciendo que bloquee mi teléfono de inmediato y lo guarde en mi bolsillo—. Este sol es un asesino. Tardo más en procesar lo que ha dicho porque mi corazón y mi cerebro están acelerados después de ver los mensajes de mi padre. —Sí, es brutal. ¿Dónde están todos? Se quita las zapatillas y estira completamente las piernas. —Bronceándose, creo. Necesito refrescarme antes de derretirme. Compartir con Xander ha sido un gran arreglo hasta ahora. Aparte de ser muy competitivo, cosa que aprendí ayer, suele ser súper tranquilo, ordenado y parece tener un radar para saber cuándo parar antes de que sus preguntas vayan demasiado lejos. Cuando se dio cuenta de que Emilia, Aurora y yo íbamos a la misma universidad y me encogí de hombros cuando me preguntó si nos conocíamos, murmurando: «Más o menos», no insistió. Nos sentamos en un cómodo silencio, otra cosa que agradezco, y Xander se desplaza por su teléfono. Estoy demasiado asustado para volver a sacar el mío, así que le presto toda mi atención a Trucha y pienso en lo que ha dicho JJ. —¿Estás emocionado por el entrenamiento? —pregunta Xander, levantando la vista de su teléfono. Aunque hay enfermeras en el campamento, todos tenemos que hacer un curso básico de primeros auxilios. Cualquier cosa es mejor que el entrenamiento de seguridad con arnés de esta mañana, donde pasé la mayor parte del tiempo a la altura de la polla de Xander. No me hagas hablar de los ejercicios para romper el hielo, que ahora son lo que menos me gusta en el mundo. —A estas alturas, cualquier cosa que no sea romper el hielo es una victoria a mis ojos. Se queja, echando la cabeza hacia atrás contra el puff y Trucha salta ante el ruido. —Alguien debería decirles que el hielo está oficialmente roto. Vi a Clay desnudo esta mañana por accidente; no hay mejor manera de romper el hielo que esa. Intentaba sacar a mi perro Sombras de nuestra cabaña esta mañana cuando Xander prácticamente chocó contra mí con cara de mortificación. —Me equivoqué de cabaña —balbuceó, ahogando una burla horrorizada con la mano—. No estaba prestando atención. Dios mío. —Quizá haya que volver a congelar un poco el hielo, en ese caso — bromeo—. ¿Quieres que te llene la botella de agua antes de salir? Él asiente, entregándomela. —Gracias, hermano. Me dirijo hacia las máquinas de agua cuando alguien dobla la esquina y choca conmigo. Dejo caer las botellas al suelo y agarro los brazos de la persona que se aleja dando tumbos para mantenerla en pie. —Lo siento mucho. No miraba por dónde iba. —Aurora finalmente levanta la vista después de encontrar el equilibrio—. Oh, hola. —Hola. —Se mueve y entonces me doy cuenta de que sigo abrazándola y tiene los ojos hinchados—. ¿Estás bien? —Estoy genial —me dice inmediatamente, dedicándome una sonrisa brillante que parece totalmente fingida. Ya he visto antes su sonrisa de verdad, hacerla sonreír y reír está arraigado en mi cerebro, pero no es esta—. Todo es maravilloso. No todo es maravilloso. Recojo las botellas que se me han caído y aprovecho los segundos sin que sus ojos verdes y tristes me miren para devanarme los sesos y averiguar qué le puede pasar. Esta mañana la he oído decir a Maya que no le gusta que la emparejen con Clay porque no le gusta cómo le mira el cuerpo cuando trabajan juntos. Tampoco me gusta la forma en que mira su cuerpo cuando trabajan juntos, o la forma en que sus manos permanecen sobre ella un poco más de lo necesario. Pero lo atribuyo a los celos, no a la sustancia de mis preocupaciones. Aurora y Maya estuvieron de acuerdo en que es inofensivo, solo molesto, lo que me hizo sentir mejor y con menos ganas de empujarlo al lago o al paso de un oso. —Solo voy por agua para mí y Xander. —El agua es buena —dice con demasiado entusiasmo para el tema de conversación—. El agua es… hidratante. Vuelvo a meterme las botellas bajo el brazo y me aclaro la garganta. —Aurora, ¿ha pasado algo? —Nada que no debiera esperar a estas alturas. Estoy bien. Estoy bien. Todo va de maravilla —dice. No sé a quién quiere convencer más, si a mí o a sí misma. Antes de que pueda preguntar nada más, da un paso atrás, con una sonrisa falsa—. Nos vemos en el entrenamiento. Se ha ido antes de que tenga tiempo de responder. *** Los ventiladores solares que nos apuntan a los seis mientras esperamos a nuestro instructor son inútiles ante el sol excepcionalmente caluroso de la tarde. —No puedo vivir así —gime Xander, abanicándose con la mano— . ¿Por qué no podíamos haber hecho esto dentro? —¿Cómo crees que me siento? —dice Maya, ondeando su camiseta de monitora de los Osos pardos—. En Inglaterra no nos da el sol. —Me preocupa más que los maniquíes de reanimación se vayan a derretir —digo, señalando con la cabeza el montón de plástico. —Hola, hola. Ya estoy aquí. Lo siento, soy Jeremy y ustedes deben ser —mira su portapapeles—, ¿Alexander, Aurora, Clay, Emilia, Maya y Russ? ¿Si? Perfecto. Enseguida me hago fan de Jeremy, porque enseguida se queja del calor que hace y nos traslada a nosotros y al equipo a la sombra. Además, no me elige a mí para hacer la demostración, lo que también le da puntos. Emilia está sudando y jadeando cuando consigue poner a Xander en posición de recuperación, pero cuando termina, se sienta y admira su duro trabajo con las manos en las caderas, como un padre orgulloso. —El resto de ustedes pónganse en parejas y practiquen, por favor —anuncia Jeremy—. Estaré vigilando; por favor, griten si tienen problemas con algo. Clay se mueve inmediatamente hacia Aurora, pero yo estoy más cerca de ella. —Vamos —digo, señalando una de las colchonetas vacías—. Yo lo haré primero. —Oh, bien. —Creo que es la vez que más callada la he visto desde que llegamos hace unos días. Sé que no debería esperar nada mejor después de evitarla durante cuarenta y ocho horas, pero sigo sin saber qué la alteró antes y eso me molesta—. Gracias. Los dos nos colocamos en posición, ella en la colchoneta y yo a su lado, y de repente no recuerdo cómo se hace esto. Ya he hecho cursos de primeros auxilios antes, porque el entrenador Faulkner nos obliga a hacerlos todos los años, diciéndonos que nunca sabremos cuándo los necesitaremos… y, sin embargo, aquí estoy una vez más, sin tener ni idea. Veo a Xander mover a Emilia y de repente me acuerdo. Agarrando la parte posterior de su muslo, empiezo a levantar su pierna en la posición correcta. —Deberías decirle que no te gusta que te toque. Por suerte, la tarea que tengo entre manos me da la oportunidad perfecta para no mirarla a la cara, pero puedo sentir sus ojos clavándose en mí. —¿Y cómo lo sabes? —Todo tu lenguaje corporal cambia cuando él está cerca de ti. Se burla. —Parece que te has fijado mucho en mi cuerpo para alguien que apenas me ha mirado desde que llegamos. Sus palabras me paralizan, pero solo un segundo antes de que me sobreponga, moviendo suavemente sus brazos en los ángulos correctos y colocándola de lado en posición de recuperación. —Díselo, Aurora. —¿Estás celoso? —pregunta, girando sobre su espalda y poniéndose en posición sentada. Está apoyada en las manos, con el pelo alborotado por la colchoneta y ligeras pecas empezando a decorar sus mejillas. Es jodidamente guapa, pero hoy hay algo diferente en ella. Claro que estoy celoso de que a Clay le resulte tan fácil hablarle y tocarla sin preocuparse de las posibles consecuencias. —No, no estoy celoso. Parece triste. —Entonces no necesitas preocuparte, ¿verdad? —Aurora, yo… Se levanta antes de que pueda decir nada más. —Disculpa, voy a usar el baño. Asiento con la cabeza y la veo alejarse, tumbándose en la colchoneta para no tener que ver cómo los demás se arreglan y pasan a la siguiente tarea. Pasan cinco minutos antes de que reaparezca, dejándose caer sobre la hierba a mi lado. Se pasa el pelo por detrás de las orejas, aprieta las rodillas contra el pecho y dice: —Siento haber estado rara. Tengo un mal día. Es el cumpleaños de mi padre y, bueno, tenemos una relación de mierda. Decir que es una relación es una exageración… y ahora estoy compartiendo más de la cuenta. ¿Podemos empezar de nuevo? Realmente quiero recuperarte. —Realmente me gustaría estar en posición de recuperación. Es lindo ver lo concentrada que está. Intenta levantarme la pierna, como yo hice con ella, pero resopla y lo intenta con las dos manos. —¿Quieres que te lo haga más fácil? —¡No! —dice, tirando de mi pierna hasta la posición correcta—. Si estuvieras desmayado no me facilitarías las cosas. —Bien, entonces… —Jesucristo, me siento como si estuviera haciendo ejercicio. ¿Por qué eres tan grande? —Va a matarme mientras intenta salvarme—. ¡Oh, olvidé comprobar si estabas respirando! Antes de que pueda asegurarle que, por el momento, respiro, me ahogo bajo un mar de pelo rubio que huele a melocotón cuando me acerca la oreja a la cara. Con todas mis extremidades finalmente en la posición correcta, tira de mí hacia ella, haciéndome rodar hasta la postura final. —Bien hecho, Aurora —dice Jeremy en algún lugar detrás de mí. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba allí—. Ya pueden pasar a los vendajes. Hay que seguir una guía paso a paso; les traeré un paquete y luego me avisan cuando hayan terminado. —Buen trabajo, compañero —dice, levantando la mano para que choque los cinco—. Somos un buen equipo. —Golpeo la palma de mi mano contra la suya—. Eres muy bueno… recuperando gente. Mis labios se tuercen mientras la escucho hablar y hablar, más confusa a cada palabra que sale de su boca. —También eres buena recuperando gente. —El sol me está derritiendo el cerebro. Vamos por las vendas. Puedes atarme primero. —Ella sacude la cabeza, apretándose la mano contra la frente—. Lo hice raro, ¿no? Aurora avergonzada es adorable. —Sí. Buen trabajo, compañera. Aurora está muy, muy borracha, lo que significa que vuelvo a mantener las distancias. Aunque Xander me ha asegurado que la gente bebió alcohol cuando él estuvo aquí el año pasado y no pasó nada, yo sigo optando por mantenerme alejado del caótico juego de beber que parece ser mitad Verdad o Reto, mitad Nunca he hecho nada, dependiendo del lado del círculo de la hoguera en el que te encuentres. Nuestra cabaña es una de las ocho cabañas de los monitores que bordean el lago, lo que me proporciona la posición ventajosa perfecta para observar lo que hace el resto del personal, al tiempo que me ocupo de mis asuntos con mi libro. Mi afición por la lectura empezó cuando era niño y mi padre estaba de mal humor porque, como la mayoría de los jugadores, es una mierda jugando. Leer era lo más divertido que podía hacer haciendo el menor ruido posible, y siempre quería evitar llamar la atención cuando él podía empezar a discutir por algo. Es como cerrar el círculo y me mantiene alejado de los problemas cuando soy adulto. Sé que para los demás eso me hace parecer aburrido, pero hasta ahora me encanta estar aquí, y aparte de las razones obvias, eso es otra cosa que me hace querer que no me manden a casa. Puedo intentar no preocuparme por lo que la gente sepa o piense de mí, que es algo que me cuesta poner en el fondo de mi mente cuando estoy en la universidad. Probablemente no vuelva a ver a la mitad de esta gente, y eso es lo que me digo a mí mismo cuando intento ser yo mismo y participar. Sin embargo, hay una persona a la que puede que vuelva a ver, y está bebiendo directamente de una botella de licor y riéndose a carcajadas. Pero no parece auténtico, sino más bien un espectáculo. Ese es un pensamiento recurrente sobre Aurora, sobre lo feliz que se presenta a sí misma, con grandes sonrisas y grandes carcajadas, y sin embargo a veces parece forzado. Antes me sentí como el mayor imbécil del mundo cuando caminó hacia mí, presumiblemente para involucrarme, y en cuanto vi la botella de tequila en su mano, caminé en otra dirección hacia mi cabaña y me alejé de ella. La he sorprendido mirando hacia aquí unas cuantas veces, pero cuando me ve devolviéndole la mirada, vuelve a centrarse rápidamente en el juego. Cojo mi botella de agua de la barandilla que hay a mi lado, estiro las piernas y me dirijo a las máquinas de agua que hay cerca del césped principal. Es raro no tener que preocuparse por caerse accidentalmente sobre un perro, y echo de menos a mis pequeñas sombras cuando no están cerca. Jenna dice que debería sentirme honrado de ser el elegido, y así es. Nunca he sido la primera opción de nadie, así que me agarro a ella con las dos manos. Aunque sean perros. Paso por delante de las cabañas vacías de los niños, al lado del jardín principal, cuando oigo pasos en el camino de grava. Aurora tiene las mejillas sonrosadas cuando me alcanza, con los ojos vidriosos. —Odio correr —jadea, apoyándose en las rodillas mientras intenta recuperar el aliento—. ¿Qué haces? —Voy por un trago. ¿Está todo bien? Ella asiente con la cabeza, poniéndose recta antes de empezar a balancearse inmediatamente. —Todo es estupendo. Me encanta mi vida. —No parece que le encante su vida; lo dice arrastrando las palabras y con un tono agudo, antinatural e incómodo. No sé qué ha pasado entre el trabajo de esta tarde y ahora, cuando parece estar a un trago de ser la chica borracha que llora. —¿Estás segura de que estás bien… —No vas a participar. —Se tambalea hacia delante, recupera el equilibrio rápidamente y camina hacia mí hasta que está lo bastante cerca como para que pudiera tocarla si quisiera. El olor del fuego nos rodea y es un cambio agradable respecto a mis propios recuerdos de su champú. Le tiembla el labio inferior y respira agitadamente—. ¿Es por mí? ¿He hecho algo mal? —No. No quiero meterme en problemas por beber —explico con sinceridad—. Y estás muy, muy borracha. Deberías irte a la cama; mañana tenemos entrenamiento de seguridad en el agua y es tarde. Sigue balanceándose y prácticamente puedo oír cómo giran los engranajes de su cabeza mientras su cerebro se debate entre el tequila con el que ha intentado ahogarlo. Reconozco los sonidos familiares de collares de perro tintineando y patas contra la grava. Decido no esperar a saber con quién están y agarro a Aurora del brazo, tirando rápidamente de ella hacia el oscuro espacio entre las cabañas. —Viene alguien —le digo cuando me mira alarmada. Este sería un mal momento para descubrir algunas de las criaturas menos lindas que sin duda rondan este campamento por la noche. Nos muevo hacia las sombras lo más rápido y silenciosamente que puedo, prácticamente cargando a Aurora mientras se ríe. Sí, le hace gracia. —Deja de reírte —le susurro. Se inclina hacia delante y hunde la cara en mi camiseta para intentar ahogar las risas que se le escapan. No es suficiente, y cuando suelta un pequeño bufido, le tapo la boca con la mano—. Shhh. Fish se detiene en el lugar que Aurora y yo acabamos de desocupar, mirando fijamente hacia la oscuridad y, por lo tanto, hacia nosotros. Contengo la respiración, mi corazón late tan fuerte que me sorprende que Aurora no pueda oír el ruido sordo. Repaso mentalmente todas las excusas que podría dar, dándome cuenta de que estar en un rincón oscuro del campamento a solas con una chica borracha es mucho más alarmante que hablar con una. Entonces Fish ladra y juro que mi corazón deja de latir. —Para, niña ruidosa —reprende Jenna, chasqueando la lengua a los cachorros para que la sigan—. Fish, vamos —dice, y silba. Espero a dejar de oír la grava para volver a respirar. —¡Ay, mierda! —Aparto la mano de la boca de Aurora—. ¿Me acabas de morder? —Olvidaste que estaba aquí. —Como si eso pudiera pasar—. Eres bueno en eso. ¿Cómo he acabado aquí cuando intentaba a propósito no estorbar? —Vamos, Edward Cullen. Vuelve al camino antes de que algo más grande y aterrador que tú decida morderme. —Es como guiar a un niño pequeño mientras la sujeto de ambos brazos para guiarla a través de la oscuridad y de vuelta al sendero iluminado. —Russ, me siento mal —murmura. —¿Necesitas agua? —Ella asiente, y hay una posibilidad muy real de que esté a punto de vomitarme encima. La conduzco hacia los escalones del porche de la cabaña llamada Mapache, la siento y corro hacia el puesto de agua. No tardo mucho, pero está más pálida cuando vuelvo—. No me encuentro bien —gime entre las manos. —No me sorprende. Bebes como Fish. Toma —le digo, entregándole mi botella de agua. Levanta la vista, sus ojos verdes fijos en mí entre parpadeos lentos y largos. —¿Bebo como un perro? —¿Qué? No, no quería decir… no importa. —Engulle el agua, se limpia el exceso de la comisura de los labios con el dorso de la mano y me devuelve la botella—. ¿Quieres que te acompañe a tu cabaña? Asintiendo, Aurora me tiende la mano y yo la pongo en pie; sus dedos se entrelazan con los míos y empieza a guiarme hacia su cabaña, que está en una sección distinta a la mía. Estamos a mitad de camino cuando de repente se detiene y tira de mí para que yo también me detenga. —¿Quieres que vayamos a nadar desnudos? Jesucristo. —Tienes que ir a la cama. —No quiero ir a la cama. —Su labio inferior sobresale y me recuerda a Stassie y Lola cuando están borrachas. Sería lindo si no estuviera tan estresado. —Bueno, tienes que hacerlo —le digo, arrastrándola. —Oblígame. —No voy a intentar obligarte. —Me has llevado a la cama antes, no debería ser tan difícil para ti. Debería haberme quedado leyendo mi libro. —Si no te vas a dormir, mañana te sentirás como la muerte y no tendrás a nadie a quien culpar sino a ti misma. —Mi padre tiene la culpa de todos mis problemas, así que eso no es verdad, ¿no? —Por muy borracha que esté, hay algo claro y seguro en la forma en que lo dice. Es un sentimiento con el que me identifico, pero creo que intercambiar problemas de padres es exactamente lo contrario de lo que necesito este verano. Definitivamente es exactamente lo contrario de lo que necesito ahora, tratar con una persona borracha—. No me digas lo que tengo que hacer, señor. No eres mi jefe. —Pero acabas de decirme que te obligue. Sé que no voy a… —Dejo de hablar porque estoy discutiendo con alguien que probablemente no va a recordar nada de esto mañana—. ¿Por eso estás tan borracha? ¿Tu padre ha hecho algo? —Es su cumpleaños. —Mira su reloj, entrecerrando los ojos—. ¿Son las doce o las dos? Era su cumpleaños. Hice que le entregaran un regalo. Tonta, tonta Rory, siempre esperando demasiado y confiando en la gente equivocada. —¿Y no le gustó? —No lo abrió. Hablé con su asistente, Sandra, no, ¿Brandy? Brenda. Hablé con Brenda porque no contestaba a mis llamadas y seguía en su despacho. —Se encoge de hombros y todo su comportamiento vuelve a cambiar. Es como si cada vez que habla de algo que la hace infeliz, se obligara a parecer feliz—. Su novia y su hija le llevaron a Disneylandia como sorpresa. Odia Disneylandia, mierda. Nunca fue con nosotras cuando mi madre nos llevó a mí y a mi hermana. Pero todo lo que Norah e Isobel quieren lo consiguen, y yo solo tengo que existir a su sombra. —Lo siento. —No sé qué más decir, pero llegamos a la cabaña 22 y ella empieza a subir los escalones. Recordando el accidente de la cabaña equivocada de Xander y Clay, la cojo de la mano—. ¿Esta es definitivamente tuya? —Sí. —Señala las luces de hadas que decoran el porche—. Cabaña dos-dos. Número de ángel. Me detengo en el último escalón, soltando su mano. —¿Ángel qué? Gira tan rápido que casi pierde el equilibrio, pero el paseo hasta aquí, el agua y el breve periodo sin una botella de tequila en la mano la han ayudado a recuperar un poco la sobriedad. —¿Por qué has parado? —No se nos permite entrar en las cabañas de otras personas. Resopla y se pone las manos en la cadera como si yo fuera el equivocado. —A nadie le importan esas reglas. A nadie le importan lo suficiente como para castigarme. —Me preocupo por ellas, Rory. Y lo entenderías si no estuvieras tan borracha. Me arrastra escaleras arriba y yo la sigo a regañadientes. —Entra, por favor. —Me quedaré en la puerta —digo con firmeza, lo cual es un derroche de aliento, porque de todos modos me empuja hacia el umbral—. Aurora, no puedo estar aquí. Necesito este trabajo. —Me gustaba cuando me llamabas Rory. —Rory, métete en la cama, por favor. Túmbate de lado por si estás enferma. —Para mi sorpresa, se quita los zapatos y se tira en la cama—. Buena chica. Ok, buenas noches. —¡Espera! —grita cuando me doy la vuelta para irme—. Tengo hambre. Realmente es como estar con Stassie y Lola. —No puedo hacer nada al respecto ahora mismo. Te traeré el desayuno por la mañana. —No, no lo harás. —Se contonea bajo una manta, y aunque que duerma completamente vestida no es lo ideal, no es algo a lo que esté dispuesto a enfrentarme—. Mañana volverás a odiarme. Mi boca se abre y se cierra, pero al principio no salen palabras. —No te odio. Bosteza y empieza a perder la lucha por mantener los ojos abiertos. —¿Quieres esperar a que me duerma, por favor? No tardaré mucho. Sigo asombrado de que piense que la odio, aunque probablemente sean balbuceos de borracho. —Claro, ¿por qué? —Porque es más fácil despertar y que no estés aquí que ver cómo me dejas. Me siento en el borde de su cama, reflexionando sobre sus palabras, buscando un plan para desenredar el lío que me he creado a partir de mañana. No tarda mucho en dormirse y me pongo celoso al instante, porque sé que voy a estar despierto toda la noche preguntándome si habría sido más fácil verla marchar después de enrollarnos. ¿O fue más fácil encontrar que se había ido? *** El desayuno es más tranquilo de lo normal con Aurora desaparecida, y lo odio. Es prácticamente una experta en Honey Acres, después de haber venido aquí como campista durante tantos años, y pasa mucho tiempo durante las comidas, cuando estamos todos sentados juntos, respondiendo a preguntas sobre cómo será cuando los niños estén aquí. Emilia se sienta con su comida y da una vaga respuesta sobre que Aurora se siente mal y no quiere desayunar, sin revelar que definitivamente tiene resaca. Espero a que todos estén inmersos en una conversación sobre los pros y los contras de los programas semestrales en el extranjero antes de escabullirme y poner rumbo a la cabaña 22 con una botella de zumo de naranja y algunas barritas de cereales. Cuando llego, Aurora ya está en el porche y su cara se cae al verme. Me quedo al pie de la escalera. —Hola. Te he traído el desayuno como te prometí. Acepta de mala gana, mirando mi ofrecimiento como si fuera un gato que acaba de dejar caer un ratón muerto a sus pies. —Gracias. —Quería ver cómo te sientes. Emilia dijo que te sientes… —Russ, ¿qué haces? —me pregunta, cortándome. —Dije que te traería el desayuno anoche. Probablemente no lo recuerdes, estabas bastante borracho. —No, quiero decir aquí. Ahora. —Ella sacude la cabeza, arrastrando la mano por el pelo—. O eres super amable conmigo o me evitas. Y ahora estás aquí, siendo dulce, y no sé si estarás así todo el día, y estoy cansada de preguntarme qué he hecho para que no te guste. —Me gustas. Lo siento, Aurora. Me gustas. Se sienta en el último escalón y deja el desayuno a su lado. Percibo que su frustración va en aumento. —Eres amable todo el tiempo, pero es con todos menos conmigo, Russ. Con todo el mundo. Estoy harta de que me trates así cuando estoy en casa… La culpa es una mierda. Lo último que quiero hacer es ponerle las cosas más difíciles, sobre todo cuando tiene toda la razón. He hecho un esfuerzo con todos menos con ella. Lo primero que debería haber hecho después de mi llamada con JJ ayer era disculparme con ella. En lugar de eso, esperé que todo pasara y que pudiéramos ignorarlo. Debería haber sabido que no funcionaría así. Pasar todo el tiempo con un grupo de personas en un lugar aislado hace que todo parezca más grande e intenso, incluso después de poco tiempo, y sé que eso solo va a aumentar a medida que pase el tiempo. Sé que tengo que ser sincero con ella, para que se dé cuenta de que el problema soy yo y no ella, pero las palabras no salen porque soy un cobarde. »… y vine aquí para escapar de esos sentimientos y trabajar en mí misma. No sé lo que estoy haciendo, pero sea lo que sea estoy haciendo un trabajo totalmente de mierda hasta ahora, así que no necesito que lo empeores soplando caliente y frío para el resto del verano. Si solo quieres intentar ser mi amigo alguna vez, preferiría que, no sé, no lo intentaras. Ignórame todo el tiempo; será más fácil de sobrellevar. Respiro hondo y me obligo a hablar. —Rory, metí la pata. Rory, la he cagado. Cuando te fuiste y no me dejaste tu número ni me dijiste adiós, pensé que era tu forma de decirme que no querías volver a saber de mí —digo con calma, intentando reprimir los sentimientos de vergüenza—. Luego nos metieron juntos en esta situación y no quise incomodarte. Entiendo que no debería haberlo asumido y no quería herir tus sentimientos. Tiene la mandíbula desencajada mientras me mira desde el escalón. —Sé que tengo resaca, pero ¿acabo de alucinar y oírte decir que la razón por la que estás así desde que llegamos es porque me fui? ¿Cuando querías que me fuera? —No quería que te fueras. ¿De qué estás hablando? Se levanta rápidamente, los escalones hacen que estemos a la misma altura, lo que me permite ver perfectamente lo confusa que está su cara en este momento. —Estuviste en el baño mucho tiempo. Estabas esperando a que me fuera. Te oí hablar con alguien y me fui. —Estaba hablando solo, Rory. Me estaba animando a pedirte salir, que es algo que esperaba no tener que admitirte nunca en voz alta. Pero prefiero avergonzarme a que pienses que soy el tipo de chico que esperaría en un baño a que te fueras. —Dios mío. —Nunca hago eso de tener un rollo de una noche y pensé que nos habíamos divertido. Quería volver a verte, pero estás tan fuera de mi alcance y… —Dios mío. —Se deja caer de nuevo en el escalón y esta vez me agacho frente a ella mientras esconde la cara entre las manos—. Falta de comunicación. Russ, hicimos lo de la falta de comunicación. ¡Me convertiste en una mala comunicadora! Esta conversación es demasiado para procesar. —¿Un qué? —Podríamos haber tenido una conversación. Este no es el tipo de momento protagonista que busco en mi vida. —Ella gime en voz alta, mirándome entre sus dedos. Le quito las manos de la cara para que tenga que mirarme. Su cabeza se inclina hacia un lado mientras me mira, con una expresión entre la frustración y el alivio. —Lo siento, Rory. Siempre lo estropeo todo. Lo digo en serio cuando digo que no quería herir tus sentimientos. —Si no me hubieras evitado anoche, probablemente te habría preguntado por qué estabas actuando raro durante Verdad o Reto, en voz alta y con público, así que habríamos llegado al fondo del asunto de una forma u otra. —Su mano izquierda sigue sujetando la mía, pero la derecha dibuja patrones en mi palma. Sé que debería levantarme e irme ahora que los dos estamos de acuerdo, pero la falta de autocontrol es claramente un rasgo de Callaghan. —Borracha casi haces que nos pille Jenna anoche. —Suspiro—. No puedo prometerte que vaya a estar cerca cuando seas imprudente, Aurora. Realmente necesito este trabajo y no puedo arriesgarme a que me despidan, así que si vuelve a pasar, por favor, no pienses que te estoy evitando. Vuelve a gemir, esta vez acompañada de un dramático giro de ojos, pero sus dedos siguen bailando sobre mi piel. —De todas formas, no creo que vaya a beber más. Pero en realidad nunca despiden a nadie, Russ. La gente rompe todo tipo de normas mientras está aquí y nunca pasa nada. El recuerdo de lo suave que Aurora se sentía debajo de mí invade mi cerebro. «Piensa con la cabeza, no con la polla, Callaghan». —No quiero probar esa teoría. —Pero probar la teoría es la parte divertida. —Me sonríe, una sonrisa de verdad que hace aparecer una pequeña línea en la comisura de sus ojos—. Y el truco es que no te descubran. Sus ojos se clavan en mí y debería apartar la mirada, pero no puedo. Bajan hasta mis labios, vuelven a mis ojos y sus dientes se hunden en su labio. Quiero besarla. Parece que quiere que la besen. Tengo que contenerme para no inclinarme hacia ella, sobre todo cuando me mira así. Suspirando, me obligo a recordar por qué estoy aquí y qué estoy evitando. —Solo quiero coexistir pacíficamente contigo y no meterme en problemas, Aurora. Se encoge de hombros y deja caer las manos sobre el regazo mientras me levanto. —No pasa nada. Se supone que debería estar trabajando en mí misma o algo así. Lo tenía muy claro en la cabeza, ahora está un poco borroso. Probablemente debería volver a hacerlo. —Tengo que irme antes de que alguien venga a buscarme. No quiero que piensen que es raro que estemos aquí solos. Lo siento de nuevo, me alegro de que hayamos aclarado esto. —Es una respuesta extrañamente formal a una revelación personal, pero cuanto más tiempo estoy cerca de ella más fácil me resulta querer probar su teoría. Por suerte no me llama la atención. Observo cómo desenrosca el zumo de naranja y me lo tiende. —Por nuestra coexistencia pacífica. —¿Por qué te pareces al golden retriever que se quedó con el tocino? —dice Xander con suspicacia, escrutando cada centímetro de mí. —¿El qué? —Veo cómo las orejas de Salmón y Trucha se agitan ante la mención del tocino y enseguida queda claro por qué Xander es su favorito esta mañana. —Es como el gato que se llevó la nata, pero relatable, ¿sabes? —Es solo mi cara. —Y el alivio de no tener que evitar a alguien que no quiero evitar—. ¿Me pasas la brocha? Mi compañero de piso no parece convencido mientras me entrega la brocha. —Esta mañana has tardado mucho en desayunar con Aurora. — Me lo imagino añadiendo—: Y ahora estás de buen humor —y aunque no lo dice, la cara de suficiencia que pone es suficiente para suponer que eso es lo que está pensando. —No creo que haya estado tanto tiempo. —Está muy buena. Podría ver si quiere emparejarse en el entrenamiento de natación más tarde —dice con cuidado, de una manera que me dice que me está provocando—. ¿Qué te parece? Sin mirarlo, me concentro en asegurarme de que tengo suficiente pintura y brochas, sabiendo que me delataré enseguida. —Creo que es una gran idea. —Eres un maldito mentiroso, Callaghan. —Se ríe—. Bien. Que tengas tu verano secreto de diversión. Yo estaré solo en nuestra cabaña con mis perros. —Nuestros perros. Se apoya en la pared a mi lado. —Siempre son los callados. —Ni siquiera he hecho nada. —«No lo mires»—. Todo está en tu imaginación. —Genial, culpa mía. Le diré a Clay que tiene una oportunidad con ella entonces. Las palabras casi se niegan a salir de mi boca. —Sí, deberías. Xander resopla y me da un suave puñetazo en el hombro. —Tu secreto está a salvo conmigo. No me llaman rey sin problemas por nada. Esta vez no puedo evitar mirarlo mientras mis cejas se ciñen. Muerdo el anzuelo. —¿Quién te llama rey sin problemas? —Sí, claro. —De acuerdo, rey sin problemas. Estaré cerca de la pista de tenis si me necesitas. —Recogiendo mi equipo, me dirijo a mi proyecto para el resto de la mañana. Una de nuestras responsabilidades esta semana es preparar el campamento para los campistas, y esta fría actividad matutina es un agradable cambio de ritmo respecto a los constantes entrenamientos y rompehielos. Nadie me ha pedido que hable de mí, no tengo que recordar en qué orden atar algo o qué hacer si alguien deja de respirar. Estoy pintando paneles de valla y arrastrando muebles y limpiando cosas y, aparte de Xander, nadie me ha molestado. Me siento bien después de mi charla de antes con Aurora y estoy menos preocupado por cómo voy a pasar el verano con ella. —Los pájaros son asquerosos. —Volviéndome hacia la voz, bajo la manguera que estoy usando para lavar una mesa de picnic que algunos pájaros han convertido en su retrete personal. Aurora parece más viva que antes, con un termo en cada mano y una tímida sonrisa en los labios—. Te he traído café. Si quieres, claro. Desde que llegamos, la he visto hacer gestos amables con la gente: llenar las botellas de agua de todo el mundo, ser la primera en ayudar a las personas con dificultades durante el entrenamiento, distraer a Maya de su nostalgia. Ahora me he ganado el mismo trato. —El café está bueno, gracias. —De nada —dice, entregándomelo—. Pensé que lo necesitarías. Te vi corriendo muy temprano esta mañana; olvidé mencionarlo antes. No duermes mucho, ¿eh? Odio correr, pero es una de las únicas cosas que puedo hacer para despejarme. Como dijo Xander cuando llegamos, de vez en cuando tu teléfono cobra vida y te llegan mensajes. Esta mañana, mi mente ya estaba trabajando horas extras después de lidiar con Aurora borracha, así que cuando empezó a zumbar de madrugada lo comprobé. Lo primero que vi fue un mensaje de mi madre con una foto de ella y papá cenando, sonriendo a la cámara como si nada. Eso despertó mi curiosidad y empecé a desplazarme hacia arriba, hasta que finalmente deduje que papá había ganado mucho en algún sitio y que lo estaban celebrando. La frustración me hizo salir corriendo antes de que nadie se despertara. El problema de adicción de papá nunca ha sido el alcohol; es el juego. El alcohol lo consuela después de perder, y como la mayoría de los adictos al juego, pierde mucho. Es el alcohol lo que lo vuelve desagradable, y es entonces cuando sus textos empiezan a transformarse en algo más duro. Cuando tiene una racha ganadora, es un hombre diferente, pero las rachas son lo que los jugadores dicen que ocurre para que parezca que hay algún tipo de habilidad implicada y no una mera serie de sucesos afortunados. Aurora sigue esperando mi respuesta. Hablar de mis padres es como abrir la caja de Pandora. A veces me pregunto si la carga sería tan pesada si tuviera a alguien en quien confiar, pero no me atrevo a contárselo a nadie. Aunque Henry conoce mi historia, me sigue costando contarle las cosas que pasan. Me da vergüenza admitir que mi propio padre no se preocupa por mí tanto como por las apuestas. Me conformo con mi respuesta vaga por defecto. —No mucho, no. Aunque estoy acostumbrado, no te preocupes. No puedo creer que hayas madrugado para verme. Me devuelve el termo, roza ligeramente con su mano la mía, lo suficiente para que me salten chispas por los brazos, y coloca ambos sobre la mesa, ahora limpia. La observo mientras desenrosca y pulsa botones metódicamente hasta que me sirve una taza. —¿Me creerías si te dijera que estoy meditando? —No. —Acepto la taza de café, mirándola por encima del borde mientras bebo un sorbo. —Estaba enferma. Por eso me desperté tan temprano —dice, riendo torpemente mientras se sirve un té de su propio termo—. Me gusta pensar que fue una intoxicación alimentaria y no la excesiva cantidad de tequila que bebí anoche. Puede que lo recuerdes; fui yo quien hizo el ridículo delante de ti. —Recuerdo vagamente haber tenido que rechazar tu oferta de bañarnos desnudos. Sus mejillas se sonrojan y sus ojos se abren de par en par. Dios, qué bien sienta no ser yo el que se sonroja por una vez. —Si me disculpas, tengo que encontrar un mapache hambriento y alimentarme de él. Adiós. La cojo de la mano cuando intenta darse la vuelta para irse. —Fue divertido, de una manera muy estresante, no quiero estar solo con una chica que quiere desnudarse. Cuando me doy cuenta de que no se va, le suelto la mano. Se aclara la garganta y bebe un sorbo de su taza, observándome atentamente mientras la baja. —¿Necesitas ayuda hoy? Emilia me ha echado de la zona de baile. —¿Por qué? Muestra su pierna, el morado oscuro indicador de magulladuras se extiende por su espinilla. —Estaba aburrida porque es una maniática del control e intenté saltar las barras de ballet. La carcajada que me arranca es tan fuerte que no me doy cuenta de que soy yo hasta que ella empieza a reírse también. Arrastrando una mano por mi cara. —Si dejo que me ayudes, ¿podrás portarte bien? —Normalmente, con la motivación adecuada. Intuyo que no debería preguntar más, pero no puedo evitarlo. Por mucho que no quiera, soy la polilla y Aurora es la llama más brillante. —¿Qué es suficiente motivación para ti? Sus dientes vuelven a hundirse en su labio mientras finge pensar y mi cerebro vuelve a un escenario muy diferente en el que la vi hacer eso. —Creer que soy buena. Me voy a quemar. —De acuerdo entonces, coge una brocha. *** Aurora tiene sus piernas sobre mis hombros. Otra vez. Esta vez está sentada sobre ellos para pintar el punto más alto del cobertizo de almacenamiento, pero los mismos pensamientos inapropiados permanecen. Mis manos se aferran a sus muslos, que me calientan las orejas, y su mano se enreda en mi pelo mientras con la otra agita la brocha contra la madera. —¿Has visto alguna vez Ratatouille? —me pregunta, pasándome de nuevo los dedos por el pelo. Es difícil no reaccionar físicamente a la piel de gallina que se extiende por mi cuerpo. —Claro que sí, ¿por qué? —Me siento como la rata. —Me tira del pelo suavemente—. ¿Deberíamos ver si puedo hacerte cocinar? —Perdona. —Le aprieto los muslos juguetonamente y su mano se aprieta en mi pelo—. Se llama Remy. —Mis disculpas, no me di cuenta de que estaba en presencia de un experto en Ratatouille. Bien, creo que hemos terminado aquí arriba. El cobertizo tiene diez veces mejor aspecto que cuando empezamos, y aunque probablemente no era necesario pasar tanto tiempo trabajando en una estructura aleatoria, la falta de interrupciones ha sido agradable. —¿Russ? —¿Sí? —¿Qué parte de tu pelo tengo que tirar para que me dejes bajar? —Mierda, lo siento. —Me agacho lo suficiente para que se baje, y es patético que mi primer instinto sea averiguar si hay algo más que podamos pintar juntos—. Hiciste un gran trabajo. Sus ojos se iluminan ante el elogio y, poco a poco, las pequeñas piezas de lo que sé de ella empiezan a encajar. —No podría haberlo hecho sin ti. Literalmente. Hay una mancha de pintura marrón decorando la línea de su mandíbula; instintivamente extiendo la mano y froto el pulgar contra ella, pero no desaparece. —Eres un desastre. —No tienes ni idea —dice en voz baja. Ahora que estamos solos, quiero preguntarle sobre lo que dijo esta mañana. Tengo curiosidad por saber por qué cree que necesita mejorar. Por los fragmentos de información que ha compartido durante los ejercicios para romper el hielo que hemos hecho y nuestra primera interacción en la fiesta, es difícil creer que no sea la mujer segura de sí misma que aparenta. Sí, a veces puede ser un poco torpe, pero yo también. El problema que tengo es que hacer preguntas tiende a invitar a que me las hagan a mí, y eso es algo que egoístamente preferiría evitar. Aurora toma mi silencio como lo que es, una puerta cerrada, y ambos nos colocamos en el exterior de esta cosa que cuelga entre nosotros. Deja caer la brocha en la bandeja y coge la manguera que estaba usando antes, presionando la palanca hacia abajo mientras me apunta directamente al pecho. Se me cae la mandíbula cuando el agua fría me empapa y se me escapa una carcajada de sorpresa. Su mirada es idéntica a la que me dirigió cuando la encontré en nuestra cocina: picardía. —Au… —El spray me golpea de nuevo. —Bien, tú te lo has buscado… Es más un chillido que un grito mientras acorto la distancia que nos separa con un par de zancadas. Intenta agarrarse a la manguera, dándome la espalda para protegerla. Su cuerpo está a ras de mi camiseta mojada, vibrando mientras se ríe, intentando zafarse de mí. No es difícil quitársela y apuntársela hacia abajo por encima de la cabeza. —¡Está helada! —grita, luchando por redirigirla hacia mí—. ¡Bien, tregua! ¡Tregua! Dejo que caiga al suelo y doy un paso atrás. La tela húmeda se me pega al cuerpo y ella tiene razón, hace mucho frío. Me agarro la camiseta por detrás y me la pongo por encima de la cabeza, escurriendo lo peor. —No lo pensamos bien. Se escurre el agua del pelo y me mira. Su ropa está relativamente seca. —No sé, no me parece una mala elección. No tengo ocasión de preguntarle a qué se refiere antes de oír el tintineo característico de los collares de perro. Fish, Salmón y Trucha me encuentran esté donde esté, pero esta vez han traído a un amigo. —¿Quiero saber por qué no llevas camiseta? —pregunta Emilia mientras se acerca a nosotros. Se vuelve hacia Aurora—. Pareces una rata ahogada. —Grosera —murmura—. Se llama Remy. —Espera, ¿qué? —dice Emilia. Todavía estoy intentando que mi camiseta se seque lo suficiente como para volver a ponérmela y Aurora parece seguir intentando concentrarse en Emilia, no en mí—. He venido a liberarte de tu exilio. Jenna me ha pedido que coja el camión y recoja el pedido de huevos de la granja que hay cerca del minigolf. No fue entregado o algo así y todos los demás están demasiado ocupados. —¿Por qué no puede ir Jenna? —pregunta Aurora, escurriendo el agua de las puntas de su pelo. Me siento en el suelo con las piernas cruzadas y los dos cachorros se acomodan enseguida en el hueco entre mis muslos mientras acaricio a Fish. —Dice que el granjero es un imbécil y que la odia con el fuego de mil soles. Creo que se pelearon cuando ella lo llamó por la entrega. El camión es un palo, así que te necesito. —¿Sabes conducir con cambios? —pregunto, impresionado. Asiente con la cabeza y se sorprende al verme con mi club de fans peludo. —Mi padre tiene una empresa de coches, más o menos, y yo he pasado mucho tiempo en Europa. ¿Vas a estar bien por tu cuenta? No hago más preguntas sobre la «empresa de coches» porque entonces tendría que admitir que he hablado de ella con mis amigos y sé que su padre es dueño de un equipo de Fórmula 1. Quiero ofrecerme a ir con ella en lugar de que vaya con Emilia, pero creo que sería raro. —Estaré bien. Ve por los huevos. —Nos vemos luego en el lago —dice, caminando hacia Emilia. Emilia saluda con la mano mientras se da la vuelta y rodea los hombros de Aurora con un brazo antes de volver por donde ha venido. —Parecía acogedor —la oigo decir. *** Justo cuando empiezo a creer que la convivencia va a ser fácil, Aurora coge dos pequeños jirones de tela decorados con margaritas y lo llama bikini. —Es tan lindo —le dice Maya—. Me encanta el corte. ¿El corte? ¿Cómo puede Maya concentrarse en el corte cuando la mayor parte del trasero de Aurora está fuera? —Mantente fuerte, hermano —susurra Xander a mi lado. Lo ignoro, intentando no alimentar sus sospechas. No hay nada de lo que sospechar, pero aun así no necesito contarle lo que pasó antes de que llegáramos aquí. —Rory —Jenna suspira mientras se acerca a los seis que esperamos al final del muelle—. ¿Dónde está tu bañador de una pieza? —Se está secando en mi cabaña porque los dedos de mantequilla de allí le han derramado zumo de naranja —responde, señalando a Emilia con la cabeza. Jenna cruza los brazos sobre el pecho y Aurora la refleja—. Nadie se va a morir si ve mi barriga durante una hora. Sé que no debo ponérmelo cuando lleguen los niños. Jenna se pellizca el puente de la nariz entre el pulgar y el índice, negando con la cabeza. Si no supiera lo contrario, pensaría que Jenna y Aurora son hermanas. No se parecen —Aurora es alta y rubia, mientras que Jenna es bajita y tiene el pelo negro—, pero la forma en que discuten y se quieren me recuerda a las hermanas. —Solo vine a decirles que su instructor se está retrasando. No tardará. El campamento cuenta con varios socorristas totalmente formados y debidamente cualificados, pero para mayor seguridad, los monitores también reciben formación básica sobre seguridad en el agua para mantenerse a salvo ellos mismos, así como los campistas. Emilia espera a que Jenna regrese a la orilla para empujar a un desprevenido Xander al agua, desencadenando al instante una lucha de poder entre el resto de nosotros. Unas pequeñas manos se clavan en la base de mi columna, pero la fuerza solo basta para moverme un centímetro. Oigo a Aurora resoplar detrás de mí mientras intenta empujarme, por eso es tan fácil agarrarla de las manos y tirar de ella conmigo mientras salto del muelle. El agua está más fría de lo que esperaba, pero es un cambio agradable con respecto al calor, y cuando vuelvo a la superficie, me reciben unos labios carnosos y unos ojos brillantes. —Eso ha sido cruel —dice Aurora, salpicándome con la mano mientras camina por el agua a mi lado—. ¡No estaba preparada! Me echo hacia atrás el pelo mojado que tengo pegado a la frente, riéndome de lo molesta que parece, que se duplica cuando lanzo una ola de agua en su dirección con la mano. La carcajada que suelta es jodidamente mágica. Sin filtro, fuerte, cruda. Sus ojos me atraviesan mientras sonríe, con gotas de agua pegadas a las pestañas y pecas espolvoreándole el puente de la nariz. Es tan jodidamente hermosa que duele. «Oh, hombre». Se supone que no debería sentirme tan atraído por ella. ¿Por qué me gusta sentirme miserable? Su mano sale del agua y yo me preparo preventivamente, esperando a que vuelva a empaparme de agua, hasta que el chillido horrorizado que suelta me hace agarrarla de la mano y tirar de ella hacia mí. —¡Algo me ha tocado el pie! —Sus piernas rodean mi cintura y su pecho se aprieta contra el mío mientras se aferra a mí—. Voy a llorar. Estoy bastante seguro de que este no es el entrenamiento de supervivencia que nadie tenía en mente. Estoy bastante seguro de que no voy a sobrevivir teniéndola envuelta a mi alrededor. —Será una planta o algo así, no te preocupes. Aurora se echa hacia atrás, poniendo algo de distancia entre nuestros cuerpos para poder mirarme a la cara, pero manteniendo las piernas cruzadas a la altura de mi espalda. —Podría ser un tiburón. No puedo evitar resoplar. —No es un tiburón. Estamos en agua dulce. También estamos en California. —Los tiburones toro son diádromos, pueden sobrevivir en agua dulce. —Mi ceja se arquea—. ¿Qué? Veo Shark Week. —Si es un tiburón toro, siento ser yo quien te lo diga, pero estás jodida. Sonríe mientras sus manos se enlazan en mi nuca. —Si es un tiburón toro, los dos estamos jodidos porque te arrastro conmigo. Eres más grande, sabrás mejor. —Créeme, sabes increíble. Nos sorprendo a los dos. No quería decirlo en voz alta. Sus ojos se desvían hacia mis labios, luego vuelven a mis ojos y su respiración se ralentiza. —Oh —es lo único que dice, y esa respuesta basta para rezar por que sea un tiburón y esté a punto de salvarme de mí mismo. Dos veranos fuera me han hecho olvidar lo mucho que quiero A Honey Acres. Después de completar nuestra semana de entrenamiento con un mínimo de incidentes o vergüenzas, nuestros campistas llegaron hace unos días, llenos de emoción y trepidación, pero sobre todo de azúcar, y siento como si mis pies no hubieran tocado el suelo desde entonces. He viajado a muchos lugares diferentes con la Fórmula 1, he experimentado algunas de las mejores cosas que el mundo puede ofrecer, y este punto en un mapa en medio de la nada en California es mi lugar favorito en la tierra. Me hace sentir muy contenta ver a las personas que he llegado a conocer convertirse en monitores de consuelo para los niños, algunos de los cuales están lejos de casa por primera vez. Solo han pasado unos días, pero por fin siento que estoy haciendo algo con un propósito. He estado tan cansada y ocupada que no se me ha ocurrido mirar el celular, y después de que Russ y yo por fin despejáramos el ambiente, me paso el tiempo pensando en cómo hacer las cosas de la forma más divertida y sin pensar demasiado. Ya he sustituido a Emilia por dos nuevas mejores amigas, Freya y Sadia, dos niñas de ocho años de nuestro grupo, porque dijeron que les gustaban mis pecas y que soy muy alta. Eso es más agradable de lo que Emilia ha sido nunca conmigo, así que está fuera. Lo entendió perfectamente cuando se lo dije y me confirmó que también me había sustituido por Tammy, una bailarina de nueve años que en los pocos días que lleva aquí no ha intentado saltar la barra de ballet. Xander y Russ nos observaron discutir juguetonamente a Emilia y a mí durante cinco minutos, moviendo las cabezas entre nosotros como si estuvieran viendo un partido de tenis, hasta que finalmente Xander rodeó a Russ con un brazo y declaró que nunca lo sustituiría. Russ ha estado de lo más relajado que lo he visto en los últimos días. Es increíble con todos y cada uno de los niños de nuestro grupo, sabe exactamente qué decir o hacer para que participen o salgan de su caparazón. Tengo cuidado de no quedarme mirando demasiado asombrada porque los niños de esta edad se dan cuenta de absolutamente todo, y lo último que necesito es que me acosen para saber si es mi novio. Hay veinte campistas, de entre ocho y diez años, en nuestro grupo de Osos pardos, y lo que aparentemente no tuve en cuenta antes de pedir este grupo de edad es que los niños de ocho a diez años son jodidamente entrometidos. Es un terreno delicado para mí, que comparto demasiado de forma crónica y estoy desesperada por conseguir cualquier tipo de aceptación, pero hasta ahora he conseguido mantener la boca cerrada. Además, Russ no tiene intención de ser mi novio, dado que le encanta cumplir las normas. No es que quiera que sea mi novio, pero un verano sola medio célibe estaría bien. Solo quedan ocho semanas y poco más. Los niños tienen una hora de descanso después de comer para que no les dé el sol en las horas más calurosas del día y puedan relajarse después de una mañana de equitación, tiro con arco y voleibol. Atravieso el campamento y enseguida veo a Russ y Emilia observando algo cerca de la cabaña de los Osos pardos. —¿Qué están haciendo? —pregunto mientras me acerco a los dos. Inmediatamente me hacen callar. Russ señala hacia una zona sombreada junto a la cabaña, donde varios de nuestros campistas parecen estar coordinando una especie de rutina. Tapándome el sol de los ojos con la mano, los observo en silencio durante dos minutos antes de volver a preguntar—: ¿Qué están haciendo? —Llevamos cinco minutos intentando averiguar qué están haciendo —dice Emilia—. Pero no podemos decidir si están jugando juntos o conspirando para apoderarse de un pequeño país. —Quizá sea un ritual —aclara Russ, encogiéndose de hombros cuando lo miro, confusa. —Ustedes dos no deberían estar a cargo de niños. Está claro que están practicando para el concurso de talentos de fin de verano. Deben haber estado aquí antes. Inteligente para obtener una ventaja. Deberíamos haberlo hecho. —Lo siento, retrocede —dice Russ, poniéndose delante de mí, con las cejas juntas—. ¿Por qué deberíamos haber hecho eso? Bajo la mano. —Lo que más me gusta de ti es que eres lo bastante grande como para tapar el sol —digo, refiriéndome a su metro noventa. Emilia se arrastra más cerca de mí, de pie en la sombra que crea Russ. —Oh, realmente lo eres. —Aurora, ¿por qué dijiste que deberíamos haber estado practicando? ¿Practicando qué exactamente? —¿No te dijo Xander lo del concurso de talentos? Todos tienen que hacer algo, incluidos los monitores. Lo más probable es que lo anuncien el domingo; es lo que solían hacer cuando yo estaba aquí. Nunca lo había visto tan afligido, y eso que llevo una semana viéndolo tropezar torpemente al hablar de sí mismo. Su mandíbula está tensa mientras se muerde el interior de la mejilla, y yo lucho por mantenerme concentrada en su preocupación mientras mi mente empieza a vagar hacia la imagen de él bailando en un escenario. —¿Vas a vomitar? —pregunta Emilia, alejándose un paso de nosotros. —No tengo talento —dice. Quiero decirle que no es cierto, ya que he sido testigo personal de lo que es capaz de hacer con la boca, pero eso es contraproducente para nuestra incipiente amistad. —Seguro que sí —le ofrezco—. ¿Qué pasa con el hockey? —No puedo jugar al hockey en un concurso de talentos. ¿Puedo animarte desde el público? Es mejor para todos si no participo. —No, tienes que hacerlo. Me encanta el concurso de talentos. Lo espero con impaciencia todo el verano. Los niños también. Suspira, inclinando la cabeza hacia el cielo antes de volver a mirarme. —¿Es realmente importante para ti? Asiento con la cabeza. —Me dieron clases particulares cuando era más pequeña porque viajábamos con el trabajo de mi padre. No tenía obras de teatro en el colegio ni concursos de talentos. Esta era la única oportunidad que tenía, y me hacía sentir menos sola. —De acuerdo. Lo haré. —¿Me lo prometes? —pregunto, extendiendo el meñique—. Tienes que venir a todos los ensayos. Enlaza su meñique con el mío. —Te lo prometo. —Esa fue la forma realmente sana de Aurora de chantajearte emocionalmente para que participaras, Russ, y caíste en la trampa — dice Emilia—. ¿Has considerado mostrar el hockey a través de la danza contemporánea? —Eres el portero, ¿verdad? —Su reacción cambia a sorpresa y asiente—. Yo te tiro cosas y tú las bloqueas. Eso es. Talento. Arrastrándose una mano por el pelo, la desliza hasta la nuca, clavándose los dedos en la piel para aliviar la tensión. —¿Por qué siento que solo quieres tirarme cosas? —La conoces muy bien —bromea Emilia, dándonos la espalda para volver a ver a los niños bailando. Russ sonríe, los hoyuelos de sus mejillas me hacen perder el hilo hasta que vuelve a hablar. —Quizá ese sea mi talento. —No tienes por qué ponerte nervioso —le digo en voz baja para que solo él pueda oírme. —¿Lo prometes? —Lo prometo. *** Después de una semana, el campamento está en pleno apogeo y mi hoja de inscripción para las optativas de fútbol está casi llena. Estoy entusiasmada. Tras el almuerzo y el descanso, los campistas eligen cómo pasar la tarde apuntándose a diferentes actividades dirigidas por monitores. Después de que la mañana se haya decidido por ellos, los niños tienen la oportunidad de hacer cosas más adecuadas a sus preferencias personales. Lo único que siempre se me ha dado bien es meterme en líos, pero Jenna me dijo que no podía poner eso como opción. Pensé en hacer dupla con Emilia para ofrecer danza, pero ella inmediatamente me dijo que alejara mi cuerpo descoordinado de su estudio. Así que estoy enseñando fútbol porque es bastante difícil para mí meter la pata en eso. Es casi imposible no entenderlo bien cuando has pasado tu infancia rodeada de tantos ingleses como yo. Solo tengo que mostrarme segura de mí misma y los niños pensarán que se me da bien. Sé que mi hoja de inscripción casi llena no significa realmente nada, pero hay algo tranquilizador en saber que estás ofreciendo una actividad que les gusta y les entusiasma. Y sé que no se trata de mí, sino del hecho de que quieren jugar al fútbol. Pero se siente un poco sobre mí, y estoy feliz de que les guste lo suficiente como para elegir pasar tiempo aprendiendo de mí. Aunque me lo vaya a inventar sobre la marcha. Russ se acerca cuando estoy colocando los marcadores de colores sobre la hierba. —¿Necesitas ayuda? —Se supone que deberías estar disfrutando de tu día libre. «Fría y tranquila. No te distraigas con lo guapo que es». —Estoy disfrutando de mi día libre. —Sus labios se mueven a un lado, apareciendo hoyuelos—. Y estoy emocionado por aprender sobre fútbol. Coge un puñado de marcadores del soporte y empieza a copiarme, colocándolos en el suelo a la distancia adecuada para que los niños puedan regatear un balón entre ellos. Repito en mi cabeza frialdad y calma mientras él coge la escalera de agilidad y empieza a extenderla al lado de donde ya he colocado las otras. Hago un esfuerzo consciente por no llenar los silencios con tonterías porque Russ es un chico tranquilo y tengo miedo de que se canse de mí, pero cada segundo de silencio se siente como una oportunidad perdida de conocerlo un poco. Además, cuando estoy cerca de él, realmente no tengo ni idea de lo que va a salir de mi boca. No tengo nada de valor que decir, así que me conformo con una conversación trivial, que algunos dirían que es peor que divagar. —¿Dónde está tu amante? —Está durmiendo en la cabaña. Hace demasiado calor para ella, pero ahí abajo hace bastante fresco. Mi cabeza se levanta tan rápido que me cruje el cuello. —Espera, ¿qué? Russ deja de hacer lo que está haciendo y nos quedamos mirándonos fijamente. Él intenta entender por qué estoy confusa y yo intento averiguar si realmente me está diciendo lo que creo que me está diciendo. Sacar conclusiones precipitadas es una tontería, pero no me enorgullezco precisamente de mi sensatez. Se acerca más, hasta que está de pie justo delante de mí, con la suave sonrisa de antes todavía allí. —Rory, estoy hablando de Fish. ¿Estabas hablando de Xander? «Bien, ¿ves? Esto es una experiencia de aprendizaje». —Sí, pensaba… intentaba no saltar… sí. Sí, estaba hablando de Xander. Intenta no reírse de mí, lo cual agradezco porque estoy intentando pensar en el mejor escondite del lugar; he encontrado montones de escondites estupendos a lo largo de los años, nunca me encontraría. Podría vivir en paz con los animales, como Blancanieves. —Está durmiendo la siesta con los perros. No cambié toda mi personalidad y empecé a follarme a mujeres al azar con las que trabajo en mitad del día. La forma en que dice follar con mujeres al azar me hace sentir extraña; suena extraño saliendo de su boca. —Pensé que estarías listo para decir a la mierda las reglas. Es un trabajo duro ser bueno todo el tiempo. —No es tan difícil ahora que lo intento. Tuvo que emborracharme y oír lo comprometido que está Russ a mantener este trabajo para darme cuenta de que tenía que mantener los compromisos que me hice a mí misma cuando llegué aquí. Continuar el mismo ciclo de hacerme daño y actuar no me beneficia, y no es la razón por la que quería volver a Honey Acres. Esto es lo más largo que he pegado a cualquier cosa que no implique ser mezquino. —Aún no he llegado a eso, pero serás la primera en saberlo si tengo ganas de meterme en líos. Está coqueteando conmigo. Estoy 99 por ciento «bueno, más bien 87 por ciento» segura de que está coqueteando conmigo. ¿Dónde está Emilia cuando la necesito? Necesito una segunda opinión. Necesito responder con algo inteligente y divertido, y lo más importante, algo que le diga que no estoy dispuesta a tener sexo en el bosque. Tengo que dejar de olvidarme de la intención del universo de meterse conmigo, porque ni diez segundos después veo a Clay y Maya caminando hacia nosotros, seguidos de cerca por una multitud de ansiosos futuros jugadores de fútbol. Puede que no sea el universo, puede que me olvide de que estoy aquí para cuidar de los niños y no solo para mirar los enormes muslos de Russ en calzoncillos. En cualquier caso, no es la segunda opinión que buscaba. La clase transcurre sin sobresaltos, y el porcentaje de flirteo se reduce cada vez que pienso en ello. Por la noche, he sobrevivido a otra ronda de caos en el comedor, a un baile y a asegurarme de que todo el mundo está listo para irse a la cama. El día ha terminado y estoy totalmente agotada, lo que reduce considerablemente mis posibilidades de hacer travesuras. Emilia se ha ido a la cama hace una hora, después de ponerse al día por teléfono con Poppy, y yo llevo veinte minutos intentando reunir la energía necesaria para levantarme de esta silla tan cómoda junto a la hoguera. Salmón ronca sobre mi pecho, el calor del fuego nos mantiene calientes a los dos y existe la posibilidad de que me quede dormida. Mis ojos intentan cerrarse y lucho por mantenerlos abiertos, sabiendo que, si me duermo aquí, seguro que alguien me dibuja en la cara. —¿Estás dormida? Abro un ojo y veo a Russ de pie a mi lado, tan fresco como esta mañana. —Sí, vete. Se ríe entre dientes, y me molesta lo bien que está siempre. Sé lo poco que duerme y lo duro que trabaja todo el día, pero aquí está, con los ojos brillantes y la cola tupida. —Vamos, te acompañaré a tu cabaña. No puedes dormirte aquí. Xander dijo que te dibujaría un pene en la cara si lo hacías. —Pero no puedo molestar al cachorro —gimo, señalando a mi mullido calentador de estómago—. Creo que ha doblado su peso en una semana, así que no sé si podría quitármela de encima aunque lo intentara. —Xander le enseñó a hacer trucos por el tocino de pavo. La recogeré, vamos. —¿No puedes levantarnos a las dos? Estoy dormida. Intento no estremecerme cuando sus manos me rozan el estómago mientras coge a la golden retriever y la coloca sobre su pecho como si fuera un bebé. No lo consigo, pero él es lo bastante educado como para fingir que no se da cuenta. —Tienes pies y no tienes la barriga llena de tocino. Me tiende una mano y me levanta con cuidado. —¿Cómo lo sabes? Es una presunción fuerte. —Eres vegetariana, Rory —se ríe—. Si estás aprendiendo trucos por tocino de pavo tenemos problemas mayores que el que tengas una polla en la cara. —Lo hace tan fácil. Hay tantas cosas que podría decir, pero me muerdo la lengua para no decirlas. Russ sacude la cabeza y me aleja de la hoguera en dirección a mi cabaña—. No digas nada. —Está bien. Has dejado claro quién es tu favorito. Salmón también tiene patas, pero da igual. Que sepas que, si consigo hacerme amigo de un oso pardo de verdad, tú bajas a segunda opción así —digo chasqueando los dedos. Empieza a decir «yo» pero se detiene y, mientras seguimos caminando hacia la cabaña, cuando lo miro no puedo leer la expresión de su cara. Mi mirada lo saca del aturdimiento en el que estaba y se ríe, pero suena forzada. —Creo que puedo soportar ser tu segunda opción, pero en California no tenemos osos pardos. No he sido capaz de entender cómo encaja con Erizos, Zorros y Mapaches, desde que leí el folleto. —Orla introdujo los nombres de animales por grupos de edad cuando sustituyó a su padre. Pensó que era más divertido que llamarse por edades o algo así, y dejó que Jenna eligiera los nombres cuando tenía como cinco o seis años. No puedo recordar la historia completa, pero, sí, la bebé Jenna no conoce a sus osos aparentemente. —¿Jenna también vino aquí de pequeña? —pregunta, pasando la palma de la mano por el lomo del cachorro—. Es genial que ahora trabaje aquí. —¿Qué? Jenna es la hija de Orla. ¿No lo sabías? —le digo—. Pensé que todo el mundo lo sabía, lo siento. Su expresión es difícil de precisar, entre la diversión y la desesperación. —Por supuesto que mi jefa es la hija de la dueña. Por fin llegamos a las cabañas y desearía que hubiera una razón para seguir caminando y hablando. Se detiene cuando llego a los escalones. Subo el primero y también me detengo, reacia a despedirme. Se acerca un paso y baja la voz, presumiblemente para no despertar a Emilia, pero en este escalón estoy más cerca de su altura y su cuerpo se acerca peligrosamente al mío. —Jenna dijo que tenemos que dejar de llevar a los cachorros a todas partes, porque pronto serán demasiado grandes, pero aun así lo esperarán. También dijo que son perros, no bebés, pero no puedo evitarlo. Se me cae la mandíbula. —Lo siento, ¿me estás diciendo que estás rompiendo las reglas? —Fue más una sugerencia… —Es una regla y te estás rebelando. Dios mío. —No. Estoy ju… —Estás fuera de control, Callaghan. Así es como empieza. Un minuto llevas un cachorro, al siguiente has estrellado contra las rocas un barco en el que no debías estar y te amenazan con deportarte. — Sus ojos se entrecierran ante mi ejemplo demasiado específico—. En teoría. De todos modos, te invitaría a entrar, pero a diferencia de ti, yo respeto la autoridad y, al parecer, hay algo sobre las cabañas y no arrastrar a los hombres y su animal de compañía a ellos. —Quién diría que podrías ser tan buena chica. Casi me atraganto. —Buenas noches, Russ. Gracias por acompañarme. Subo hacia atrás los escalones que quedan hasta el porche de mi cabaña. El espacio entre nosotros es bueno. Espacio significa que no me inclino hacia delante y lo beso. O intento treparme a él como a un árbol. —Buenas noches, Aurora —dice suavemente—. Dulces sueños. Le doy la espalda y abro la puerta sin hacer ruido, con cuidado de no despertar a mi compañera de piso. Cuando miro por encima del hombro, sigue de pie junto a los escalones. —¿Qué haces? —Te estoy viendo entrar para que no tengas que verme irme. Tengo el corazón en la garganta mientras cierro la puerta suavemente tras de mí y, cuando por fin me meto en la cama, decido que sin duda estaba flirteando. No pensaba que llegaría un momento en el que aplicaría voluntariamente los consejos de JJ a mi vida y realmente me beneficiaría de ellos, y sin embargo aquí estoy. «La única persona que sabe que no tienes confianza eres tú» es algo que me dijo para tener confianza con las mujeres, pero actualmente lo estoy aplicando a todo el mundo y, sorprendentemente, está funcionando. La preocupación innecesaria es un proceso mentalmente agotador y, por definición, no tiene lógica. Lo único que hace es hacerme sentir solo, incluso cuando estoy rodeado de gente. El equipo se ha acomodado a una rutina cómoda con todos nuestros campistas, y Aurora y yo nos hemos acomodado a una rutina cómoda cuando no estamos con los niños. Cada vez que la acompaño de vuelta a su cabaña me cuesta más no darle un beso de buenas noches, sobre todo cuando parece que ella también se lo está pensando, pero le agradezco que haga un esfuerzo para que no nos metamos en líos. Creo que estoy agradecido. Estoy desayunando con Emilia cuando la mujer que siempre tengo en mente se acerca pisando fuerte. Se sienta junto a su mejor amiga y resopla. —Nunca más. Lo digo en serio. Pagaré. Fingiré mi propia muerte. No me importan las consecuencias. Escondiendo la risa con la taza de café, miro por encima del hombro para asegurarme de que no hay oídos atentos de los chicos que siguen desayunando. Xander se sienta a mi lado, con el plato sospechosamente lleno de tocino. Me inclino hacia él y le susurro: —Deja de dar de comer a los perros. Sigue mirando su plato mientras sacude la cabeza. —Tú no eres mi madre. No tengo por qué escucharte. —Seguro que no ha estado mal —le dice Emilia a una Aurora que sigue con el ceño fruncido, luchando también contra una carcajada. Todos nuestros campistas duermen en una cabaña y cada uno de nosotros se turna para dormir allí y supervisar durante la noche un par de veces a la semana. Siempre hay un veterano como Jenna disponible durante la noche para emergencias, así que mientras los niños no se porten mal, es fácil. Maya se encontraba mal ayer, así que Aurora se ofreció voluntaria para cubrir el turno de noche, pensando erróneamente que estaría con Xander. Cuando se dio cuenta de que estaría con Clay, parecía que se le acababa el mundo. Sí, mi insignificante yo estaba feliz por eso. —Claro que fue malo, Emilia —refunfuña—. Me dijo que no le importaba abrazarme si me asustaba la oscuridad. Sé que está bromeando, pero es mucho más gracioso cuando no intenta serlo. Emilia pone los ojos en blanco. —¿Qué has dicho? —Le dije que duermo con un puñal. —Casi me atraganto con el café—. Lo cual creí que era el final, pero empezó a decirme que sonaba como si hubiera algo debajo de mi cama y que esperara en la suya mientras él investigaba. —Tienes que admirar la creatividad —dice Xander—. Ser un imbécil es difícil en estos tiempos, pero aquí está, buscándose la vida. Los ojos de Aurora se clavan asesinos en él. —Jessica venía a pedirme que cogiera su peluche que se había caído por el lado de su cama y oyó a Clay bromear diciendo que podría haber un asesino ahí debajo y empezó a gritar. Entonces todos los demás empezaron a gritar. Me sorprende que no lo oyeras. Todavía me zumban los oídos. Tardamos como dos horas en conseguir que todo el mundo volviera a la cama y se calmara. —He dormido como un bebé —dice Xander, dando un bocado a su tostada. —Yo no. Roncas —refunfuño con el café. —Mierda —se ríe Emilia—. Pensaba que los niños estaban cansados y melancólicos por lo larga que es la cola para llamar a casa por el Día del Padre. Mis hombros se hunden al instante; es domingo. Aurora parece como si le hubieran dicho que tiene que emparejarse con Clay otra vez y yo siento lo mismo. Es un día. Sé que es solo un día, pero es uno que se siente extra fuerte y extra en tu cara cuando no tienes una buena relación con tu padre. Una de las actividades de principios de semana era hacer tarjetas del Día del Padre para que los niños las enviaran a casa, y aunque sabía que iba a llegar, todavía me toma desprevenido. Xander se echa a reír. —La forma más fácil de averiguar quién tiene problemas con su padre. Diles que es el Día del Padre. Qué momento de unión para todos. —Habla por ti —bromea Emilia—. Mi padre es el mejor hombre que conozco. —Y yo, justo en este segundo, he decidido no entrar en espiral hoy, así que comparte tu miseria con otra persona, muchas gracias — añade Rory, dedicándole una dulce sonrisa—. Haré espirales más tarde, sola, como una persona normal. O si me siento realmente aventurera, lo embotellaré y lo enterraré en lo más profundo, dejando que estalle en un momento mucho más tardío e inconveniente. —¿Qué podemos hacer hoy con los niños? —pregunto, cambiando de tema para evitar que me arrastren demasiado a esta conversación—. ¿Qué es lo que más les gusta? —Los quemados pintados —dicen Xander y Rory al unísono. Su ceja se levanta cuando Xander susurra: —¿Acabamos de convertirnos en mejores amigos? Aurora desayuna mientras nosotros pensamos en lo que necesitamos, y Clay y Maya se unen a nosotros y se suman de inmediato a nuestro plan. Los domingos suelen ser bastante tranquilos; después de una semana de actividades programadas constantemente, todo el mundo está cansado, así que planeamos días más tranquilos y eso significa que todo el mundo tiene energía para la barbacoa del domingo y el evento nocturno, que suele ser una noche de cine o un espectáculo. No hay nada más tranquilo que la pintura y quedamos en la misma frase. Cuando todo está arreglado, Xander y yo llevamos a los niños a su habitación para que se aseen antes de la inspección. Los Osos pardos están actualmente a la cabeza de la clasificación del campamento, lo que mis compañeros han atribuido a mí y a mi necesidad de mantener las cosas ordenadas. La limpieza es más un hábito que una afición. Cuando yo vivía en casa, mi padre estaba de un humor imprevisible; sus pérdidas en el juego le hacían estar irritable y a menudo parecía que quería buscar pelea. Yo odiaba meterme en líos, así que hacía lo que podía para evitar esas discusiones. Hacía los deberes en cuanto los tenía, a veces incluso durante los recreos en el colegio. Hacía constantemente trabajillos por el barrio, así que nunca tenía que pedirle dinero. Mantenía todo impecable, así que él nunca tenía motivos para quejarse de que las cosas estuvieran desordenadas. Nada de eso importó nunca. Después de una derrota y una copa, mi padre podría encontrar una discusión en una habitación vacía, pero los hábitos se han quedado conmigo. Ahora van a ayudar a ganar un poco de pizza. Imagínate. La mañana avanza a su ritmo lento habitual de los domingos. Preparamos un partido de fútbol sala para los niños con energía, y rompecabezas y manualidades para los demás. Paso más tiempo viendo a Aurora correr entusiasmada animando a sus jugadores que intentando hacer la paloma de origami en la que debería estar trabajando. —Estás enamorado de Rory —dice Michael, un niño de diez años que, al parecer, no sabe leer la habitación—. No dejas de mirarla. —Eso es inapropiado —respondo, de repente muy concentrado en mi origami—. Rory es mi amiga. Estoy viendo el partido. —No dijiste que no estás enamorado de ella. —Tampoco he dicho que lo esté. Él lo deja pasar por ahora y yo suspiro tranquilamente aliviado de que los padres de Michael sean actores y no abogados, como algunos de los chicos de aquí que son realmente buenos debatiendo. Cuando llega la hora de llevar a todos de vuelta al comedor, mi paloma por fin está doblada. Maya y Xander empiezan a guiar al grupo durante la comida, pero yo me quedo atrás para recoger los juegos a medio terminar y los proyectos de manualidades que hay por la mesa. —Deja que te ayude —me dice una voz suave, acercándose por detrás. —Estoy bien, no te preocupes. Siéntate —le digo a Aurora—. Debes estar cansada. Se sienta frente al rompecabezas a medio terminar, lo mira fijamente antes de empezar a desconectar las piezas. —Esto es lo que siento por ti a veces, ¿sabes? La miro; tiene las mejillas sonrosadas de correr toda la mañana, el pelo recogido hacia atrás, fuera de la cara, mostrando las pecas que adornan su nariz después de tres semanas al sol todos los días. Sigue desmontando el puzzle poco a poco y lo vuelve a meter en la caja. —¿Como si quisieras meterme en una caja? —bromeo, sin saber a qué se refiere. —No, como si fueras un rompecabezas y yo tuviera todas las piezas exteriores pero aún no hubiera resuelto cómo encajan todas las interiores. —He hecho algo para ti —digo, cambiando rápidamente de tema— . No es muy bueno. Me distraje viéndote fallar el gol cada vez. Le tiemblan los hombros mientras se ríe. —Soy tan mala. Soy literalmente el sueño de un portero. —Lo eres. —Por fin levanta la vista cuando dejo la paloma de papel frente a ella—. Hablando como portero, claro. Coge la paloma y la sostiene en la mano como si fuera la cosa más preciosa del mundo, aunque sea terrible. —Me encanta. Gracias, Russ. *** Las reglas de quemados pintados son las mismas que las del quemado normal. La diferencia es que tu pelota es en realidad una esponja, que sumerges en una de las muchas mezclas de pintura repartidas por el césped antes de lanzarla contra tus oponentes. Cada ronda tiene un color para dejar claro quién está dentro y quién fuera. Dado que la mayoría de mis oponentes son niños, junto con mi largo historial de atletismo, no se me ocurrió preocuparme por si me cubrían de pintura. Pero cuando la esponja me golpea de lleno en el pecho y la pintura verde sale despedida por el impacto, me doy cuenta de que mi seguridad estaba equivocada. La expresión de Aurora es victoriosa mientras se sacude el exceso de pintura verde de la mano. La chica tiene un brazo magnifico, lo cual es jodidamente excitante. No estoy listo para explorar cómo me excita su habilidad para golpearme. —Creía que se te daba bien bloquear cosas —grita desde el otro lado de la línea central. —¡Te dije que no tengo talento! —Se me ocurren algunas cosas para las que tienes mucho talento. Prefiero que piense que soy bueno en la cama a que sea bueno en quemados pintados. Saliendo de la pista, ya que me ha dejado KO, tomo asiento junto a Maya, que también está cubierta de varias pinturas. —¿Desde cuándo los niños de ocho años son tan competitivos? Vemos a todo el mundo continuar el partido. Mis ojos se cierran por un segundo mientras me vuelvo hacia el sol, amando el calor en mi cara. Es entonces cuando algo húmedo golpea mi pierna. Al abrir los ojos, enseguida veo a Rory sonriendo. Maya se ríe, dándome una toalla. —Los va a delatar a los dos. Se me hunde el estómago. —No somos… No hay nada que delatar. —Claro, amigo. Claro. *** El baño comunal es suficientemente grande para Aurora y para mí —de hecho, somos varios más— y, sin embargo, estamos tan cerca el uno del otro que puedo sentir el calor que irradia su cuerpo. —Es inútil —gime, pasándose el paño húmedo por el cuello una y otra vez—. Estoy destinada a parecer un dálmata de colores para siempre. —Ven aquí. —Levantándola por la cintura, la siento sobre la encimera y le quito el paño de la mano. Sus rodillas se separan, dejándome pasar entre ellas mientras inclino suavemente su cara hacia arriba, dándome acceso a las partes de ella pintadas de diferentes colores—. Te han dado bien. En cuanto los chicos se dieron cuenta de lo buena que era Aurora, se convirtió en su mayor objetivo. Tararea mientras le limpio lentamente la mandíbula y, cuando desciendo por el cuello, se estremece. Sus mejillas se sonrojan, pero ambos lo ignoramos y lo que pueda significar. —¿Cómo estás hoy? —pregunta, poniendo fin al silencio entre nosotros. —No te gusta el silencio, ¿eh? —No te gusta responder preguntas, ¿eh? —Bien, me has atrapado. Hoy ha sido, sinceramente, más fácil de lo que esperaba. Estar distraído ayuda, creo. ¿Qué hay de ti? —Lo mismo. Creo que todo lo que siempre he querido es que la gente quiera pasar tiempo conmigo. Porque mi padre simplemente no quiere, no importa cómo lo endulce la gente, y mi madre quiere pasar tiempo conmigo, pero… —Muevo su cara lentamente, inclinándola para obtener el otro lado de ella—. No puedo describirlo sin sonar horrible. Como, no sé. A veces me asfixia y es demasiado. Pero los niños me quieren cerca porque creen que soy agradable, y aunque suene patético, significa mucho para mí. —No es patético. —Y no pueden irse. —Fuerza una carcajada—. Así que eso es bueno. —Te mereces gente en tu vida que te haga sentir bien, Aurora. —Me haces sentir bien. Se vuelve hacia mí, sus bonitos ojos verdes me miran a través de sus largas pestañas. Quiero rozarle el labio inferior con el pulgar, besarla, ver si sabe tan bien como la recuerdo. Duda, pero reconozco la expresión de su cara. La que pone cuando quiere preguntarme algo, pero no sabe cómo. —Solo pregúntame, cariño. Te prometo que no voy a ninguna parte. —No importa. Deberíamos volver a la barbacoa antes de que alguien se haga una idea equivocada. No quiero meterte en problemas. Aurora se desliza hacia delante hasta que su cuerpo está a ras del mío y yo doy un paso atrás, unos segundos más tarde de lo que debería, pero merezco el mérito de haberlo hecho. Mis manos se unen a las suyas y la ayudo a bajar, pero luego la dejo pasar hacia la salida. —Rory —la llamo, dándome la vuelta y apoyándome en la encimera en la que estaba sentada. Se detiene junto a la puerta, mirándome con interés—. Tú también me haces sentir bien. El timbre de mi teléfono interrumpe mi lista de reproducción por lo que parece la millonésima vez en la última hora y mi hermano me ha irritado oficialmente hasta el punto de que estoy dispuesto a contestar solo para decirle que deje de llamarme, mierda. —¿Qué quieres, Ethan? —Mi voz alta es un añadido chirriante a la tranquila mañana de Honey Acres. Los caballos que pastan en el campo junto a mi ruta me miran con los ojos desorbitados y sueltan un relincho de disgusto antes de alejarse de la valla, asustados. Lo mejor de este lugar es la pésima recepción, pero hay ciertos parches que tienen bolsas de servicio el tiempo suficiente para que mi familia invada mi paz. —Eres un pedazo de mierda por no contestar nunca las llamadas de nadie. —Es un comienzo fuerte, no inesperado—. Tienes que madurar, maldición. Esté donde esté, haga lo que haga o siga las normas al pie de la letra y rece para que sea suficiente, el universo encuentra la manera de humillarme. —¿Qué quieres, Ethan? —vuelvo a preguntar, la frustración de antes diluida por el pinchazo de sus palabras. —Papá está en el hospital. Mamá pregunta por ti; quiere que estés allí. Así que deja de enterrar la cabeza en la arena y fingir que no eres parte de esta familia, como un imbécil egoísta, y apóyala. Uno esperaría que mi reacción al enterarme de que mi padre está en el hospital fuera más emocional, pero lo primero que pienso es que me pregunto cómo ha llegado a esa situación. He estado allí antes, así que no es una gran sorpresa: Cuando empeñó las joyas de mamá y la culpa le hizo beber tanto que necesitó un lavado de estómago. Cuando se peleó en un casino y acabó necesitando puntos. Cuando estrelló su coche, pero juró que no había bebido. —No puedo. Estoy trabajando. —Madura de una puta vez —dice con dureza—. Si no pones el trasero en la carretera en la próxima hora, voy a ir a ese campamento en el que estás y te arrastraré a casa por el pelo. —¿Desde qué estado vas a viajar para hacerlo? ¿Vas a interrumpir tu gira para esto? —Ethan y yo nunca hemos tenido esa estrecha conexión fraternal de la que habla la gente. Nuestra diferencia de edad de siete años era demasiado grande para superarla cuando se unía a que él nunca quería estar en la línea de fuego verbal de papá. Siempre me ha dado rabia que me dejara solo, pero no estoy seguro de que hubiera tomado una decisión diferente si hubiera sido el mayor. —Estoy en San Francisco ahora mismo. No voy de farol, Russ. Ignorar tu teléfono no va a funcionar esta vez. Aparece por tu familia. No te rindes porque la mierda sea difícil a veces. No sé si reír o gritar. Quiero decirle que rendirse es exactamente lo que me hizo cuando se mudó al otro lado del país y me dejó solo. Ethan dice que soy testarudo y cerrado. Que no entiendo realmente lo que es enfrentarse a una enfermedad tan corrosiva y que él lo entiende mejor que yo porque está en la industria de la música. Una vez me dijo que tiene más recuerdos de cuando las cosas iban bien y que por eso no está tan enfadado como yo. Es fácil decir que lo entiendes y que no estás enfadado cuando estás en la otra punta del país la mayor parte del año. —No quiero hablar con él, Ethan. No lo entiendes. Es tan impredecible. Puede ser simpático como un pastelillo o es horrible y lo odio. —Está sedado. Hazlo por mamá, Russ. No es culpa suya. —Bien —digo—. Te veré más tarde. Estarás allí, ¿verdad? —Estás haciendo lo correcto. Conduce con cuidado, hermanito. La familiar sensación de miedo me impulsa a correr de vuelta a mi cabaña. Es temprano, así que no hay nadie y los niños aún no se han despertado. Xander hizo el turno de noche, así que está en la cabaña de los Osos pardos con Maya y no quiero arriesgarme a entrar para explicárselo. Tras una ducha rápida, meto unas cuantas cosas en una mochila y me dirijo al edificio principal. Tardo cinco minutos en armarme de valor y llamar a la puerta de la jefa de pernocta. Jenna está medio dormida cuando abre la puerta y me encuentro allí de pie, con la mochila colgada al hombro. —Siento mucho despertarte —le digo cuando no encuentro las palabras para explicarle por qué voy. —No te preocupes. ¿Va todo bien? —dice con cuidado. Me limpio las manos sudorosas contra los pantaloncillos y me obligo a concentrarme. —Si te cuento algo, ¿seguirá siendo privado? ¿Porque eres mi jefa? Asiente lentamente, se ciñe la bata a la cintura y se apoya en el marco de la puerta. —Puede ser confidencial si lo necesitas. Mientras no sea un problema de seguridad. ¿Qué ha pasado, Russ? —Mi padre está en el hospital y necesito ir a casa uno o dos días. Puedo recuperar los turnos perdidos o algo así. Lo siento mucho, Jenna. ¿Está bien? —Dios mío. Por supuesto que está bien. ¿Estás bien para conducir? ¿Está lejos tu casa? Lo siento mucho. ¿Qué ha pasado? En ese momento se me ocurre que estaba tan ocupado discutiendo con Ethan que ni siquiera pregunté. Cuando siempre hay algo, a veces preguntar por cosas concretas se pierde en mi orden de prioridades. Me sentiría mal, pero probablemente podría pensar en un puñado de escenarios y estar cerca de la verdadera razón. —No, mis padres no viven lejos de Maple Hills. Pero no me gusta hablar de mi familia, ¿está bien si esto queda entre nosotros? Prefiero que el equipo no sepa que voy al hospital. Ella asiente y al instante me siento mejor. —¿Puedes decirles que es una emergencia personal o algo así? Pero que estoy bien. No quiero que nadie se preocupe. —No es que no quiera que mis compañeros monitores no sepan que vuelvo a Maple Hills, pero hay montones de excusas que se me ocurren que no implican que mi padre sea el tema de conversación. —Claro que sí. Espero que tu padre mejore pronto. Si vas a estar más de dos días, ¿puedes llamarme? —Sí, llamaré, pero definitivamente volveré pronto. Gracias, Jenna. *** Mi estómago se hincha al segundo de ver aparecer Maple Hills en las señales de la autopista, y ahora que estoy tomando la salida, ni siquiera estoy seguro de que siga en mi cuerpo. El café de la gasolinera que he estado tomando está quemado y amargo, la representación perfecta de cómo me siento ahora mismo. Hago caso omiso de las señales que normalmente me llevan al campus, y en su lugar sigo las que van hacia el hospital. Cuando veo el edificio, pienso que podría darme la vuelta, apagar el teléfono, volver a Honey Acres y fingir. Quiero huir de esto, no tener la conversación que estoy a punto de tener, evitar a la gente con la que tanto me cuesta no hablar, pero no lo hago. Aparco mi camión en el aparcamiento de corta estancia, como si la acción por sí sola manifestara una visita rápida y pudiera volver a una vida que realmente estoy empezando a amar. Veo a mamá antes de que me vea en la sala de espera familiar. Parece más cansada que la última vez que la vi, sea cuando sea. ¿Hace cuatro meses? ¿Cinco? Las bolsas de los ojos son oscuras y resaltan sobre su piel pálida, el pelo más canoso y la cara más demacrada. Se aferra a la taza de café que tiene entre las manos mientras mira fijamente a lo lejos, y una vez más me pregunto si debería dar media vuelta y marcharme. Mis pies siguen llevándome hacia delante hasta que estoy de pie frente a ella. Durante el largo viaje hasta aquí, ninguna parte de mí pensó que tendría que decir algo al llegar, y ahora que estoy frente a ella, no sé cómo empezar. No dice nada, se levanta y me abraza. Con la cara hundida en mi pecho, empieza a sollozar. —¿Qué ha pasado? —pregunto, manteniendo la voz firme. —Se había ofrecido a recoger la compra para la cena y lo atropelló un conductor borracho —dice mamá, secándose los ojos con la manga. —¿Lo golpearon? ¿También estaba borracho? —¡No! ¡No lo hizo! —Parece consternada, como si fuera increíble que yo sospechara que se había equivocado. Me lo cuenta todo y sé, por el lugar del accidente, que volvía a casa desde el hipódromo. No hay ninguna tienda de comestibles cerca de esa intersección—. Puedes entrar y hablar con él en un minuto, el médico no debería tardar mucho. —¿Hablar con él? Ethan dijo que está inconsciente. Además, ¿dónde está Ethan? —Estaba inconsciente pero ahora está despierto. Y tu hermano está de gira en algún lugar del Medio Oeste, creo. ¿Por qué? ¿Pensabas que estaba aquí? Voy a estrangular a Ethan la próxima vez que lo vea. —No quiero hablar con él, mamá. No quiero estar aquí. Suspira, toma asiento y me hace un gesto para que haga lo mismo. No hay nadie más con nosotros en la habitación y nunca he deseado tanto estar rodeado de extraños como ahora. —Tienes que superar esta fase de rebeldía adolescente retardada, Russ. No sé qué hacer contigo. Eres un adulto pero eres parte de esta familia, te guste o no. Necesitas empezar a ponernos primero. No me doy cuenta de que el ruido procede de mí hasta que la silla empieza a temblar de lo mucho que me río. Esta situación no tiene nada de divertido; nunca ha tenido nada de divertido, pero la risa sigue brotando hasta que siento que me ahoga y paro. —Nunca me has puesto a mí primero, nunca. —¿Cómo puedes decir eso, Russ? ¿Alguna vez te has quedado sin comer? ¿Sin ropa que necesitabas? ¿Sin gasolina en el coche para ir al colegio? ¿Y entrenamiento de hockey? ¿Un techo sobre tu cabeza? — Se le humedecen los ojos mientras me mira fijamente, esperando a que responda—. ¿Crees que trabajé horas extra por diversión? Tu padre está enfermo, Russ. No le das la espalda a la gente porque no sea perfecta. —Lo estás permitiendo. Cada vez que no haces nada, lo estás empeorando. Sabes que no iba a ir al supermercado. Sabes que si hubiera ido, ninguno de nosotros estaría aquí ahora. —No puedes pretender saber lo que significa o lo que se necesita para mantener unido un matrimonio —dice, rozando con las manos su falda—. Cuando amas tanto a alguien, darías la vida por mejorarlo. No creo que el hospital sea el lugar adecuado para esta conversación, Russ. Hablemos de ello en casa más tarde. —No me voy a casa. No quiero hablar de ello en absoluto. No quiero estar aquí. Mi madre nunca había hablado con tanta franqueza de los problemas de mi padre. Siento su dolor en sus palabras, incluso cuando las pronuncia con calma, pero eso no borra el mío. Es una lucha en mi cabeza en la que nadie más puede intervenir, en la que nadie lo entiende realmente y, en realidad, en la que nadie gana en absoluto. Donde lógicamente entiendo que es una enfermedad, que es una enfermedad que se instala. Que nunca tuvo ninguna oportunidad y que las probabilidades estaban en su contra, lo cual, cuando se habla de un adicto al juego, es irónico, lo sé. Puedo decir eso y puedo entenderlo y decirlo en serio, pero no impide que duela, mierda. —¿Entonces por qué estás aquí, cariño? Si no quieres hablar de lo que pasa en nuestra familia, ¿para qué has venido? Podría decirle que Ethan me mintió para traerme aquí. Podría explicarle que la idea de que aparezca en Honey Acres y monte una escena delante de mis nuevos amigos me pone físicamente enfermo. Que hacer que Aurora me mire con lástima cuando se entere de que mientras su padre prioriza la industria multimillonaria de la que forma parte, el mío prioriza una muy diferente. —No quería que estuvieras sola, pero no he conducido cuatro horas para pelearme contigo —digo frotándome las sienes con los dedos. Se acerca y toma mi mano entre las suyas. —No me habría casado con él si fuera un mal hombre. La gente no se levanta un día y decide hacerse adicta a algo. No eligen hacer daño a las personas que aman. Me duele todo el cuerpo por la adrenalina de estar aquí y estoy agotado. Cada sentimiento, cada resentimiento, cada astilla de dolor está a flor de piel como una herida abierta. —¿Sabías que me pide dinero? —Sé antes de que abra la boca que la respuesta es no. Nunca ha tenido una buena cara de póquer, como papá, irónicamente—. Y cuando no se lo doy, me dice que soy un cabrón y que no soy su hijo. Las lágrimas llenan sus ojos al instante, pero no las deja caer. —Lo siento mucho, Russ. —Me hace sentir que no merezco las cosas buenas de mi vida. —Es algo que nunca antes había dicho en voz alta, y las palabras prácticamente se me escapan de la boca—. Me hace sentir como si nadie pudiera quererme, porque si mi propio padre no me elegiría en una partida de póquer, ¿por qué iba a hacerlo otro? —Esa es la bebida hablando, la desesperación. Te quiere mucho. Los dos te queremos mucho. Sé que se supone que sus palabras deben tranquilizarme, pero lo único que hace es ponerle más excusas. Creo que ni siquiera sabe que lo está haciendo. —No sé fingir como tú, mamá. No debería haber venido, lo siento. —Dile a tu padre cómo te sientes. —¿Perdón? Mamá se levanta, se cepilla y se arregla el pelo, preparándose para salir y fingir que las cosas no son un puto desastre. —No crees que pueda mejorar, ¿verdad? No quieres tener nada que ver con él. Con nosotros. —Su voz se quiebra—. Así que entra ahí y dile lo que sientes. ¿Qué tienes que perder? Estoy aturdido mientras camino lentamente hacia la habitación de papá siguiendo las instrucciones de mamá. Nunca había hablado con ella con tanta sinceridad; creo que nunca había hablado así con nadie. El médico se marcha cuando llego a la puerta de la habitación de papá. —¿Familia? —Hijo. —Tu padre tiene mucha suerte —dice, dándome una palmada en la espalda al pasar. Qué suerte. Papá no dice nada cuando entro en la habitación y me siento junto a la cama. Las máquinas a las que está conectado emiten pitidos rítmicos que me hacen saber que, en algún lugar, hay un corazón. El silencio es ensordecedor. Me hace pensar en Aurora y en cómo ella nunca lo soportaría. Lo llenaría con algo ridículo y sus mejillas se sonrojarían y yo la miraría, empapándome de cada gota de su sol. Ojalá no hubiera respondido a la llamada de Ethan. Ojalá estuviera jugando al tetherball5 o al fútbol o a algo, lo que fuera, en un lugar donde no tuviera que lidiar con esto. —Parece que tienes algo que decir —dice papá, con la voz ronca. Está hecho una mierda; tiene moratones y arañazos, cables por todas partes. Tengo tanto que decir. Cada mal pensamiento que he tenido sobre mí mismo. Cada riesgo que no tomé porque tenía miedo. Cada conversación que interrumpí, demasiado ansioso de que la gente viera mi verdadero yo. Cada relación que no perseguí porque no quería meter la pata y decepcionar a alguien. —Has roto nuestra familia y no sé cómo podemos arreglarlo. No dice nada durante un buen rato, y el hombre que sé que está enfadado y amargado parece pequeño bajo las duras luces del hospital. —Lo sé. —Durante mucho tiempo tuve la esperanza de que el padre al que quería estuviera ahí dentro, en alguna parte, atrapado, pero ahí. Creo que ya no está. No eres el hombre que me enseñó a patinar o a montar en bici. No te conozco. —Lo sé. —Tengo miedo de tener las cosas que quiero por si las estropeo, porque me has hecho creer que soy un desastre, y te odio por eso. Te odio por estar en todas partes y en ninguna a la vez. —Comprendo. —Eres como una mala hierba. No hay un solo aspecto de mi vida que no hayas invadido y arruinado. Ni siquiera podría pasar el verano sin que lo corrompieras. No te hablo. Ya ni siquiera leo tus mensajes y aun así estás ahí en mi cabeza constantemente. Lo digo deprisa y frenéticamente, pero cada palabra va en serio y me molesto conmigo mismo por haberlas retenido tanto tiempo. Mi 5 Típico juego de pelota voladora, en el que dos jugadores golpean un balón que cuelga de una cuerda. pecho se alivia con cada sílaba, el peso que me ha oprimido durante tantos años se aligera. —Te mereces algo mejor, hijo. Parece tan débil en la cama, escuchándome desahogarse. —Sí. Lo sé. Mamá también. Ordena tu mierda. Papá no grita tras de mí cuando me levanto y me voy. Mi cuerpo funciona con el piloto automático, la memoria muscular se pone en marcha para alejarme de él todo lo posible. Ethan puede decir que estoy escondiendo la cabeza en la arena, pero he sido más sincero con papá en una conversación de lo que nadie lo ha sido con él en años. Nuestra familia está rota ahora mismo, y tapar las grietas no nos ayuda a ninguno. No me doy cuenta de lo que está pasando ni de adónde voy hasta que el camión se detiene delante de mi casa, en la avenida Maple. La familiaridad me reconforta de inmediato y decido tomarme un descanso y reflexionar antes de volver a la carretera para acampar. La puerta no está cerrada cuando lo intento, y cuando se abre, lo último que espero encontrar es el trasero desnudo de Henry mientras está hasta las pelotas dentro de alguien en el sofá del salón. La puerta de entrada se abre, dejando ver a un Henry completamente vestido. Me bajo de la camioneta, evitando el contacto visual mientras camino junto a mi amigo hacia nuestra casa. He visto el trasero de Henry antes; es algo normal cuando estás en un equipo de hockey. Vestuarios y compartir habitaciones de hotel; no es nada nuevo. Eso era nuevo. —Lo siento, hombre —digo, tirándome en el sillón reclinable y no en el sofá en el que nunca volveré a sentarme—. Debería haberte avisado; no pensé que estarías aquí. ¿Está bien tu invitada? No la vi, si eso la hace sentir mejor. —¿Por qué te disculpas por venir a tu propia casa? —dice, trayéndonos a los dos una botella de agua de la nevera—. Está bien, solo un poco avergonzada. Se está duchando y le he buscado una mascarilla hidratante para que se relaje. Iré a verla después de que me digas por qué estás en Maple Hills. —Mi familia de mierda. He llegado hoy; por eso no he mandado un mensaje para decir que estaba de vuelta. Quiero ducharme antes de volver al campamento. —No puedes conducir de vuelta hoy —dice Henry—. Es conducir demasiado para un día. Quédate esta noche y vuelve por la mañana. ¿Quieres hablar de lo de la familia? Sacudo la cabeza y me paso la mano por el pelo, dándome cuenta de lo cansado que estoy ahora que he dejado de funcionar con adrenalina. —Tienes razón. Me iré a primera hora. Pero no te sientas obligado a esperarme. Iré a mi habitación apartada, pero no folles en esta silla, ¿bien? Esta es mi favorita. Me dedica una sonrisa tensa mientras se levanta y se dirige hacia las escaleras. —Lo siento por ti si crees que alguna de las superficies de esta casa es segura. Te ahorraré la descripción completa de lo que le hizo Lola a Robbie cuando estaba sentado allí. —Sí, seguro que puedo adivinarlo. —Fue una mamada. Quizá me siente en el suelo. —Fantástico. Escucha, estoy bastante agotado, voy a ducharme. Tal vez dormir una siesta. ¿Está Robbie todavía en Nueva York? —Sí, vuelve la semana que viene. Intentaré no hacer ruido. —Eres un buen amigo —me río. Asiente y sube las escaleras, mirándome por encima del hombro. —Tú también. *** Las siestas nunca han sido mi fuerte, ni siquiera cuando no tengo la cabeza llena de ruido. Puse mi teléfono en «no molestar» después de que mi hermano empezara con las llamadas y los mensajes. Estar sin cobertura constante durante un mes ha acabado con cualquier dependencia que tuviera de mi celular; si ahora puedo oírlo, me irrita. No sé cuánto tiempo llevo mirando al techo de mi dormitorio, pero sé que es el suficiente para que me fastidie el sueño que no llega. Tal vez sea porque no oigo los ronquidos de Xander o porque no hay un perro intentando hacer de estrella de mar en mi ya limitado espacio. —¡Cariño, estamos en casa! Al principio creo que estoy oyendo cosas, pero luego oigo una risa tan fuerte y ridícula que sé que es imposible que me lo imagine. Henry va unos pasos por detrás de mí mientras bajo las escaleras hasta el salón. Cuando llego al último escalón, Kris, Mattie y Bobby ya están tirando cajas de pizza y botellas de cerveza sobre la encimera de la cocina. —¡Ahí está! —Kris grita emocionado—. El hijo pródigo regresa. —Tengo demasiado jet-lag para explicarte todo lo que no entiendes —dice Mattie. —Ignóralo —dice Bobby, golpeando su palma contra la mía y tirando de mí para abrazarme—. Solo le gusta decir que tiene jet-lag para que la gente le pregunte dónde ha estado. —¿Se puede tener jet-lag de tres horas? —pregunta Henry, abriendo inmediatamente una de las cajas de pizza. —¿Qué tal Miami? —pregunto, aceptando la cerveza que Kris me tiende. —Salvaje, hombre. —Mattie me pasa su celular, mostrándome a los tres fuera de la sucursal de Miami de The Honeypot—. La próxima vez, vienen los dos. —Estoy bien —dice Henry al instante. Bobby reparte las cajas de pizza y todos nos congregamos alrededor de la isla de la cocina para abrirlas. Reprimo las ganas de quejarme mientras muerdo la porción de pepperoni, dándome cuenta de que es lo primero que como hoy. —¿Qué hacen aquí? —pregunto mientras me bebo la pizza con la cerveza. —Hen dijo que habías aparecido y lo habías interrumpido sin querer —dice Kris. Henry gime en señal de protesta. —No lo hice. Está en el chat de grupo, ¿no lo has visto? —No, lo siento —saco el celular del bolsillo y enciendo las notificaciones por sentimiento de culpa—. Realmente no he estado en él desde que me fui. —Te hemos echado de menos, colega —dice Mattie—, y somos unos cabrones entrometidos. Queremos saber por qué has vuelto del campamento porque Turner es demasiado amable para presionarte. —Pero te echamos de menos —añade Bobby—. Lo cual es más importante que si te despidieron o no. Henry murmura algo en voz baja que no llego a entender. Sé que puedo confiar en Henry y que nunca compartiría mis asuntos. —Un conductor borracho atropelló a mi padre. Mi padre está bien. Estaba visitándolo, pero volveré al campamento por la mañana. Asiento ante el eco de los buenos deseos, les doy las gracias y no digo nada más sobre papá. Puede que no sepan exactamente cuál es la situación, pero saben que hay algo que no va bien en mi vida fuera de la universidad. Por mucho que quiera a mis compañeros de equipo, creo que nunca estaré en condiciones de explicarles lo avergonzado y frustrado que me siento por toda esta situación. —¿Jenna todavía trabaja allí? —Bobby pregunta con una extraña sonrisa en la cara—. Todo el mundo estaba obsesionado con Jenna. —Estaba obsesionado con Jenna —dice Kris a través de un bocado de pizza—. Estaba convencido de que tendría una oportunidad en cuanto cumpliera los dieciocho. Solo fuimos un verano, pero habló de ella como tres años. —Sí, es mi jefa. Es genial, muy simpática. Como que odia estar a cargo de la gente, así que mientras no estés haciendo algo mal ella se mantiene al margen. —¿Sigue estando buena? No sé por qué pregunto porque sé que definitivamente lo está —dice Bobby—. Mierda, quizás trabaje allí el año que viene. —¿Cómo es tu grupo? —pregunta Mattie, poniendo los ojos en blanco ante Bobby. —Sinceramente, son bastante geniales. Hay un chico, Clay, es un poco estúpido, pero no es insoportable. Xander, el chico con el que comparto cabaña, es genial. Maya es genial, está en una de esas cosas de trabajo internacional de Camp America con sus amigos. Suele salir con ellas cuando no estamos trabajando, así que aún no la conozco bien. Emilia y Aurora son simpáticas. —Un momento —dice Kris. —¿Aurora? —Henry sigue—. ¿Esa chica que te dejó en mitad de la noche? Me froto la nuca para aliviar el cosquilleo nervioso que se produce mientras asiento con la cabeza. Tenemos que idear una nueva forma de identificarla, porque las cosas han cambiado mucho desde que era aquella Aurora. Estallan los vítores, los saltos y los abrazos, algunos chocan los cinco mientras celebran… Literalmente, no sé qué están celebrando. —¿Qué están haciendo? Mattie es el primero en dejar de saltar. —Es la chica de la F1, ¿verdad? ¿Puedes conseguirnos pases para el paddock club6? —Es imposible que lleven un mes juntos y no hayan follado —dice Bobby expectante. —No lo hemos hecho. —Todos dejan de celebrar—. Tienen una norma de no confraternización y, para ser sincero, la evité bastante la primera semana. Pero ahora estamos bien, somos amigos. Me mira un público de caras confusas. Se miran entre ellos, nominando en silencio a un líder, que resulta ser Kris. —Sabes que nadie va a cumplir esa regla, ¿verdad? ¿Un grupo de veinteañeros juntos durante dos meses y medio con la norma de no hacer nada? Que se jodan. —No duraría ni una semana —murmura Mattie, dando otro bocado a la pizza. Henry le frunce el ceño. 6 Es la zona más privilegiada a la que pueden entrar los aficionados. Viven el detrás de escena del GP y pueden acercarse a los pilotos y equipo de cada escudería. —Porque no respetas la autoridad. —Vamos a ver eso, Capitán. —Mattie sonríe. Henry pone los ojos en blanco, como cada vez que se hace referencia a su recién nombrado título. —Russ está siguiendo las reglas. —A la mierda las reglas —replica Bobby—. Podríamos morir todos mañana. —Necesito el trabajo, chicos. Siento decepcionarlos. Aunque es jodidamente genial, como amiga. Ella es… genial. —Me he tragado un diccionario entero —se ríe Mattie, esquivando la servilleta que le lanzo. Necesitaría un diccionario entero para describir lo genial que es Aurora. Mi mente vuelve al campamento y a lo que están haciendo. Los niños ya habrán cenado; probablemente estén tomando chocolate caliente junto a una hoguera. Aurora se estará quejando de que su taza no es lo bastante grande para el excesivo número de malvaviscos que añade, y Xander la estará retando a que intente batir su récord de la cantidad que puede meterse en la boca. Me pregunto si alguien la acompañará a su cabaña esta noche y si esperará a verla entrar. Kris se bebe el resto de su cerveza, encogiéndose de hombros con indiferencia mientras la vuelve a dejar sobre la barra. —No serás el único enamorado de otra consejera, colega, y no pueden despedirlos a todos. *** Es agridulce salir de casa por segunda vez. Después de que los chicos dejaran de intentar convencerme de que empezara a vivir mi vida al máximo, pasaron a hablarnos de Miami y de toda la mierda salvaje que se traían entre manos. Me detuve después de una cerveza, pero para la cuarta, Bobby y Kris estaban recreando el momento en que Mattie fue confundido con una famosa estrella de cine y todos terminaron en la zona VIP con Tristan Harding, el tipo de todas esas películas románticas que Stassie y Lola adoran. Rememoramos partidos de la temporada pasada, nuestra victoria en el campeonato y las predicciones para la nueva temporada. Cuando me despedí, sabiendo que tenía que madrugar, estaban realmente desolados porque me iba otra vez, lo que me quitó las ganas de irme. Mattie y Bobby se quedaron a dormir en las habitaciones de Robbie y JJ, y Kris perdió cinco partidas consecutivas de piedra, papel o tijera y acabó en el sofá profanado por Henry. Estaban despiertos, aunque con un poco de resaca, antes de que saliera el sol para preparar el desayuno y el café y así yo pudiera comer algo decente antes de ponerme en camino. Tener amigos de verdad me ha demostrado que ya no necesito pasar desapercibido. Decirle a mi padre exactamente cómo me siento me ha liberado de lo que me ha estado reteniendo todo este tiempo. No me malinterpreten, nadie cambia de la noche a la mañana, pero estoy llegando a Honey Acres de nuevo sintiéndome como un chico nuevo. Sin embargo, no parezco un tipo nuevo. Apenas he dormido y se me nota en la cara. Lo noto en mi cuerpo cansado cuando me muevo; estoy rígido de tanto conducir. Al volver a registrarme en la recepción del campamento, encuentro a Jenna en una reunión, lo que significa que puedo saludarla a través del cristal de la puerta de la oficina principal y no tengo que responder a ninguna de sus preguntas. Es justo antes de la hora de comer y sé que Emilia o Aurora me cubrirán. Por muy cansado que esté, lo que más deseo es tomar el relevo para que puedan disfrutar del día libre que les he robado. Los osos pardos están programados para nadar, y el lago está justo al lado de mi cabaña, así que me da la oportunidad de ponerme la camiseta del personal y dejar la mochila antes de tomar el relevo. Bajando hacia mi habitación, veo a Aurora que viene hacia mí, mirando al suelo. —Hola —llamo cuando estamos a dos metros el uno del otro. Levanta la cabeza y abre los ojos al verme. Me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración, esperando a que me responda algo, a que me regale la sonrisa a la que me he acostumbrado cuando la veo, pero no llega. —¿Estás bien? —pregunta abrazándose a sí misma. —Sí, estoy bien. Siento que hayas tenido que cubrirme. Me dirijo al lago ahora para que tú o Emilia puedan tener su día libre de vuelta. —Emilia está cubriendo, yo lo hice ayer. No dejará que te hagas cargo, así que déjala. Cambiamos el baile y nadamos por ahí porque pensamos que parecía que iba a llover, pero obviamente todavía hace calor y está seco como el infierno. Parece que necesitas dormir. —Lo siento mucho. Te cubriré para que puedas tener un día libre extra o algo así. Te lo compensaré. —Te perdiste el ensayo del concurso de talentos —dice en voz baja. Me duele lo decepcionada que suena. Su frente se arruga y frunce el ceño—. No me importa cubrirte, Russ. Desapareciste. Jenna nos dijo que tenías un asunto personal y que no era para tanto. Así que no entiendo por qué no me dijiste que te ibas. —Su voz se quiebra—. Acabas de dejarme. A nosotros. Todos hemos estado preocupados. Jenna y yo discutimos porque ella no paraba de decir que estabas bien y eso me estaba molestando. —Aurora, lo siento. —Doy un paso cauteloso hacia ella, luego otro, hasta que la atraigo en un abrazo. Encajamos perfectamente así, con sus brazos rodeándome y mi cabeza hundida en su pelo. —¿Dónde estabas? ¿Qué ha pasado? —murmura en mi pecho—. Puedes contármelo. —No quiero hablar de ello —digo sinceramente—. Siento haber faltado al ensayo. Siento haberte preocupado. No lo volveré a hacer, lo prometo. Algo que he dicho hace que se desenrede de mí y dé un paso atrás. —Está bien. No está bien y me da rabia recibir esa sonrisa que pone para que la gente crea que no está enfadada por algo. No quiero que el muro vuelva a levantarse entre nosotros. Las palabras salen disparadas de mi boca antes de saber por qué. —Cuéntame un secreto. —¿En serio? Cuando asiento, respira hondo y empieza. —Me entristece que te fueras sin decírmelo. No decírselo a todo el mundo, decírmelo a mí. Pensé que significaba algo más para ti que los demás. Que podrías confiar más en mí porque tenemos historia, o lo que sea. —Es así. —Anoche pensé en flirtear con Clay solo para sentirme deseada, ¿no es raro? No lo hice. Llamé a mi madre, me acosté pronto y me pasé todo el día merodeando con Emilia, intentando no meterme en líos. La idea de que desaparecer llevaría a Aurora hacia Clay me hace sentir como una mierda. —No eres rara, Aurora. Siento haber herido tus sentimientos. Otra vez. —No se trata de mí, tú eres el que claramente tiene cosas que hacer. Solo intento no ser la persona que actúa por culpa de otras personas. Eso es algo que hago mucho, y no quiero hacerlo. Es probablemente lo único que hago mejor que compartir demasiado. —Aprieta los labios mientras me mira fijamente. Ojalá pudiera contarlo todo como ella, pero incluso después de las últimas veinticuatro horas, algo me lo impide. Se encoge de hombros y se rodea con los brazos para protegerse—. Quiero estar a tu lado porque me importas. Siento que podría ser una mejor amiga para ti si te comunicaras conmigo. —Volví a hacer que nos comunicáramos mal. Ella asiente. —Más o menos. No tiene por qué significar desnudar tu alma, Russ. Nos estamos conociendo; puedes tener límites y guardarte cosas para ti. Algunas personas son buenas compartiendo, otras no. Solo tenemos que encontrar un término medio. —Siento mucho haber faltado al entrenamiento. Sé lo importante que es para ti el concurso de talentos y no me lo habría perdido si hubiera podido elegir. Aurora despliega los brazos, su postura se relaja cuanto más tiempo estamos cerca el uno del otro. —No pasa nada. Habrá una docena más. Emilia y Xander fueron muy intensos. Me fijo en la mochila que lleva al hombro. —¿Ibas a alguna parte? ¿Antes de verme? —Iba a ir de excursión a un sitio que me encanta, pero no estaba segura del tiempo, así que iba a buscar mi chubasquero. Ni siquiera estoy segura de que vaya a llover. Creo que Xander se lo inventó porque no quería nadar. —¿Puedo ir? No voy a poder relajarme, así que no tiene sentido que lo intente. Me parece bien que me sorprenda la lluvia. Ella sonríe y el alivio me inunda. —Si nos sorprende la lluvia, disfrutaremos del arco iris. Me desperté esta mañana y me dije a mí misma que olvidara a Russ Callaghan. Que no era más que otro hombre cuya atención me había obsesionado y que no era el tipo en el que yo lo estaba convirtiendo en mi cabeza. Emilia dice que me apego con demasiada facilidad, o no me apego en absoluto, y que no hago el término medio como la mayoría de la gente. Tengo que cuestionarme realmente si alguien merece la pena cuando sus acciones me hacen llamar a mi madre solo para que me diga lo mucho que me echa de menos. Había hecho mi elección y me ceñía a ella, lo que funcionó hasta que volvió a pasearse por el campamento y se detuvo frente a mí. Es difícil enfadarse con alguien cuando parece una mierda. Es difícil saber que si hubiera entrado sonriendo y con su aspecto habitual, yo habría tenido la misma reacción. Me dirigía a coger algunas cosas para mi excursión cuando compartí todos mis sentimientos con el hombre al que constantemente le impongo mis tonterías. No sé qué es, tal vez la suavidad de su rostro o la forma en que sus ojos me hacen derretirme cuando me presta toda su atención, o esos malditos hoyuelos, que me dan ganas de vomitar mis inseguridades sobre él. Debe estar totalmente agotado de estar pegado a mí. Aunque no lo suficientemente agotado como para hacerme cargar la mochila. Russ, recién duchado, me acompaña a cada paso por el sendero cada vez más empinado y hace que parezca fácil. —Puedo llevar mi propia mochila —repito por millonésima vez con la respiración agitada. Tengo que empezar a hacer más ejercicio— . Pareces como uno de esos burritos de Grecia. —Me gusta ayudar —dice, sin siquiera jadear—. Y estoy acostumbrado a cargar mierda. Pero no a que me llamen burro; gracias por eso. —¿Cómo es que ni siquiera estás sudando? Puedes llevarme si quieres, me duelen las piernas. Ni siquiera tengo tiempo de decir que estoy bromeando antes de que mi trasero esté en el aire y mi nariz se entierre en mi mochila. La mano de Russ me agarra por el muslo y me sujeta por encima de su hombro mientras continúa, sin interrumpir su paso. Esto no era lo que yo pedía. —Aurora, cada vez que te retuerces, frotas tu trasero contra mi cara —dice despreocupadamente. Dame fuerzas. —En realidad no quería decir que me llevaras. ¡Estaba siendo dramática por simpatía! Sus dedos se clavan en mi muslo, y una parte de mí que ha estado muy descuidada empieza a palpitar. El grosor de mi muslo y la extensión de su mano no es algo que deba obsesionarme en este momento. —Esta es mi versión de ser simpático —bromea—. De todas formas, estamos casi en la cima. Aunque ahora definitivamente me siento como un burro. —Me retracto. Tú eres Shrek y yo soy la princesa Fiona. Se ríe y yo me meneo mientras sus hombros tiemblan. —Bueno, el verde es mi color favorito. —¿Qué tipo de verde? ¿Verde ogro? —Sea cual sea el color de tus ojos. —Empieza a bajarme al suelo otra vez, pero mis piernas son gelatina—. Mierda, esto es bonito. Estoy demasiado ocupada con lo que ha dicho de mis ojos para darme cuenta de que hemos llegado a mi lugar favorito. No estoy segura de cuál es el nombre oficial del tipo de fuente de agua que es, pero el agua es cristalina y cálida y estamos lo suficientemente lejos de cualquier otra persona como para que nunca nos molesten. Las rocas que bordean la orilla eran mis favoritas cuando venía aquí de niña, pero ahora aprecio lo tranquilo que es. Russ me ayuda a extender la manta de picnic sobre la hierba, junto al agua, y yo desempaqueto las botellas de agua y las barritas energéticas. —Es la primera vez que estamos totalmente solos desde que llegamos. Ni una sola persona que nos moleste —digo, quitándome las zapatillas. Me mira con ojos que bailan sobre mi piel mientras empiezo a bajarme los pantaloncillos. Me copia, se desnuda despacio, me mira pasándome la camiseta por la cabeza mientras él hace lo mismo. Me da vértigo, se me acelera el corazón y no puedo evitar sonreír. Arroja sus calcetines a la creciente pila de nuestra ropa. —Entonces, ¿vamos a hacer esto? Asiento con la cabeza, contando hasta tres. La energía nerviosa me recorre y, cuando digo «adelante» mi cuerpo adquiere una mente propia y corro lejos de Russ hacia las rocas. Correr en bikini es posiblemente la peor idea que he tenido nunca, y he tenido muchas ideas terribles. Si me da una conmoción cerebral por haberme golpeado en la cara con mis propios pechos, nunca me recuperaré de la vergüenza. Las rocas están calientes bajo mis pies mientras subo a la cima. No es duro ni alto, pero soy muy consciente del hombre que tengo detrás, el que sospecho que ha frenado para dejarme ganar y que definitivamente tiene mi trasero en su cara por segunda vez hoy. Nuestra carrera era para la primera persona en entrar en el agua, pero ahora que estoy aquí arriba se siente más alto que cuando era más joven. Russ no me da la oportunidad de dar vueltas en espiral cuando llega a la cima, me coge en brazos y nos lanza a los dos al agua. El agua fría es un alivio contra el sol abrasador, pero no hace nada para que Russ parezca menos acalorado. Se echa el pelo mojado hacia atrás, con los bíceps asomando por encima del agua, y flota hacia atrás absorbiendo el sol. De alguna manera parece más radiante que antes; me alegro de haberlo traído aquí. Este es el lugar más tranquilo que conozco y siento que lo necesita. Tal vez debería haberlo mandado solo con indicaciones, porque el silencio me pica, pero hago lo que puedo para no llenarlo como hago normalmente. —¿Cómo descubriste este lugar? —pregunta Russ, con los ojos cerrados, todavía flotando sobre su espalda y, Dios mío, qué alivio poder hablar de nuevo. Floto más cerca de él, como si de algún modo si hago demasiado ruido fuera a estropear las cosas. —Un año tuvimos un monitor al que no le gustaban mucho los deportes de equipo, así que organizaba paseos por todo el terreno que poseen Orla y su familia. Este era mi lugar favorito. —Es precioso. —Lo es. —¿Posibilidad de tiburones? —Baja. Sus ojos se abren y me sonríe, haciendo que mi corazón se acelere. —Qué alivio. —Ya tienes mejor aspecto —le digo con cautela. Quiero que me cuente por qué tuvo que irse de repente, pero intento no meterme en su vida y hacerlo sentir incómodo después de que me dijera que no quería hablar de ello. Dios, es agotador intentar pensar en lo que haces antes de hacerlo. —Me siento mejor. Gracias por traerme aquí. —Si tu… tu, um… —Gran comienzo, Rory—. Si cambias de opinión y quieres hablar de cualquier cosa que tenga que ver con dónde has estado, por mí estaría bien. Podríamos intentar encontrar ese punto medio. —No quiero cargarte con mi equipaje. —No me importa. No es una carga. Acabas de llevar mi equipaje real y a mí colina arriba. Puedo soportar lo que me eches, Callaghan. —Si lo es. Ya tienes bastante con lo tuyo, no necesitas lo de los demás. Me odio a mí y a mi bocaza. Lo dije hace semanas, cuando empezamos a trabajar aquí, cuando alguien me preguntó por qué no tengo novio. No sabía cómo decir: «Poca o ninguna confianza en los hombres, sobre todo cuando soy un desastre» de una manera agradable a la gente que acababa de conocer, incluido Russ. Así que dije lo primero que me vino a la mente, que por desgracia resultó ser lo de no querer el equipaje de los demás. —Quiero tu equipaje. —Aurora —dice esta vez con más firmeza—. Te prometo que no. No me escucha y me siento cada vez más frustrada, pero sé que solo estoy lidiando con el resultado de mis propias palabras. Siento que me pongo nerviosa mientras me esfuerzo por verbalizar mis pensamientos. —Lo quiero. Lo quiero todo. Haz como si fuera el aeropuerto. Dámelo todo. Deberían amordazarme, de verdad. Russ frunce las cejas, mostrando que está tan confundido como yo. —¿De qué estás hablando? —¿Aeropuertos? ¿Equipajes? No tengo ni idea. No tengo ni idea de lo que hago o digo la mayor parte del tiempo, pero lo que dije antes iba en serio, Russ. Puedo soportarlo. Me encuentro en un terreno desconocido y lo odio. Alarga la mano y me coloca el pelo mojado detrás de la oreja, su mano se detiene un poco más de lo necesario, y todo mi cuerpo zumba de felicidad. —Probablemente deberíamos salir antes de que empecemos a arrugarnos. Grito internamente. No dice nada mientras me ayuda a salir del agua y caminamos de nuevo hacia la manta. Me tiro sobre la suave tela, un poco derrotada, y me tumbo para secarme. Tapo el sol con la mano y observo cómo Russ se revuelve torpemente, intentando ponerse cómodo. —Pon tu cabeza en mi estómago. —Estaré bien, solo necesito pri… —Estarás cómodo, te lo prometo. De mala gana, maniobra, se inclina hacia atrás y se acomoda suavemente sobre mi estómago. —Si se vuelve incómodo… —Emilia me usa como almohada todo el tiempo. Eres más suave que ella. Soy buena, lo juro. No sé en qué momento me siento cómoda con el silencio que hay entre nosotros. Pero sin el ruido de mis balbuceos, puedo escuchar el sonido de su respiración. Pasan quince minutos de silencio antes de que empiece a hablar. —A mi padre lo atropelló un conductor borracho. —Me quedo helada cuando el alivio y el pánico de que por fin lo comparta me golpean a la vez—. No veo a mi familia ni hablo con ella muy a menudo porque… —Hace una pausa y yo espero, acariciándole suavemente la cabeza para que sepa que lo escucho—. Bueno, porque mi padre no me hace sentir muy bien conmigo mismo. Era mi héroe cuando era muy joven. Nunca se perdía un partido de hockey, una feria escolar, una reunión de padres y profesores. Para cuando me gradué en el instituto apenas hablábamos. —¿Qué ha cambiado? —pregunto en voz baja. —Él lo hizo. No fue un cambio de la noche a la mañana. Fueron pequeñas cosas, cada vez más frecuentes, que hicieron que cada vez fuera más difícil hablar con él. Se volvió más y más malo, y ahora no soporto hablar con él. —Eso realmente apesta. Y también siento lo del accidente. Eso es mucho para procesar por sí solo. ¿Estaba bien tu padre cuando llegaste? —Se recuperará totalmente. He tenido que visitarlo en el hospital varias veces y siempre ha sido culpa suya. Esta vez no ha sido técnicamente culpa suya, pero sigo sintiendo que él tiene la culpa, ¿sabes? —Mi mano sigue moviéndose por su pelo y tengo miedo de que si paro, él pare—. Si no hubiera hecho lo que estaba haciendo, no habría estado donde estaba y el coche no lo habría atropellado. —Sí, lo entiendo. —Yo no quería ir, pero mi hermano me dijo que vendría aquí y me arrastraría de vuelta a Maple Hills si no me iba voluntariamente. No quería traer aquí mi drama doméstico; vine para escapar de él. Resulta que Ethan mintió y ni siquiera está en este lado del país. Inteligente, en realidad. Sabe que habría ignorado su amenaza si hubiera pensado que estaba lejos. —¿No son íntimos? —Ethan está enfadado con el mundo y no entiendo por qué. Mi enfado es porque siento que no puedo escapar. Escapó hace años, así que ¿de qué tiene que quejarse? Hace que sea difícil crear lazos afectivos cuando parece que está constantemente gritándome por algo. A veces me recuerda a papá. Debería decírselo la próxima vez que me grite. Simplemente manejamos las cosas de manera diferente, supongo. Él cree que soy egoísta por cosas y yo creo que él es egoísta por cosas y, bueno, no es una gran base para una buena relación. —No estoy muy unida a mi hermana. Llevamos las cosas de forma bastante parecida, en realidad, no es exactamente un cumplido para ninguno de los dos, pero vivimos vidas muy diferentes. Así que en cierto modo lo entiendo. —Ayer me sinceré por primera vez sobre cómo me siento. Me sentí bien al decir por fin lo que necesitaba decir. Me siento bien contándote estas cosas, así que gracias por ser paciente conmigo. —Eres muy valiente, Russ. —Soy lo contrario de valiente. Me lo ha dicho suficientes veces como para que se me haya grabado en el cerebro. Palabra a palabra, me queda cada vez más claro quién es Russ y me siento honrada de que el hombre que comparte tan poco lo haga conmigo. —Eres valiente. Vivimos en una sociedad que nos dice que nuestros padres son lo más grande que tendremos y perderemos, y tú simplemente… ni siquiera lo sé. De todas formas, te pones a ti primero. Eso es valiente. —Aprendí hace mucho tiempo que, si yo no me ponía primero, nadie más iba a hacerlo. Perdonar a la gente que te decepciona repetidamente es como meter la mano en el fuego una y otra vez y esperar que no te siga quemando. —Suena como mi padre y yo. Excepto que yo estoy chamuscada. —¿Qué pasa con ustedes dos? —Elsa cree que nos odia porque las dos conducimos fatal, pero yo creo que es porque me parezco a mi madre y él odia de verdad a mi madre. Se apoya en los codos y me mira por encima del hombro. —Espera, ¿tu hermana se llama Elsa? ¿Tus padres son adultos Disney? No puedo contar las veces que me han preguntado algo parecido. —Cállate. Me llamo como la aurora boreal. Podría haberme pasado toda la vida pensando que me llamaban como una princesa, pero mi madre decidió traumatizarme diciéndome dónde me habían concebido. Se ríe mientras se recuesta contra mi estómago. —¿Y Elsa? —Es anterior a Frozen. Es un nombre muy popular en algunas partes de Europa. A mi padre le gusta fingir que recorrió Escandinavia de mochilero cuando era más joven, pero en realidad se alojaba en hoteles de lujo y comía en restaurantes de lujo todas las noches; ni un hostal ni una mochila a la vista. —A mamá le encanta reírse de eso—. Es dueño de un equipo de Fórmula 1 llamado Fenrir, que es de la mitología nórdica, así que hay tema. Elsa solía decirle a la gente que teníamos un hermano que se llamaba Thor. —¿Te ayudaría saber que me llamo como un perro que tenía mi madre de pequeño? —Sí. Me siento tonta hablándote de mi papá después de que tu papá ha sido tan cruel contigo. Mi padre no es cruel. No me dice cosas horribles; solo me hace sentir que su vida sería más fácil si yo no estuviera. Siempre ha dado prioridad al trabajo, lo cual entiendo porque tiene mucha responsabilidad sobre sus hombros, y gracias a ello he tenido oportunidades y he estado en lugares por los que la gente mataría. —Pero las cosas buenas no hacen que las malas sean aceptables — dice Russ. —Dejaría todo eso para sentir que me quiere. Estamos atrapados en un ciclo en el que él me ignora y yo hago alguna tontería para llamar su atención. Cuando era adolescente robaba en tiendas, sabiendo que me atraparían. Conseguí una identificación falsa y fui a lugares para los que era demasiado joven. Molestaba a mis profesores. Publiqué una foto mía el día de la carrera llevando la ropa de su principal rival, Elysium. Las páginas de F1 la retuitearon. —Jesús, Rory. —Y funciona, pero solo por poco tiempo porque está molesto; pero al menos me llama y me ve. Nunca pasa nada. No me castiga, no trata de entender. Mi madre lo justifica porque claro que soy así, es culpa suya. Luego se le pasa el enfado y vuelve a hacer como si yo no existiera. Y cada vez, yo pienso: Este va a ser el momento en el que demuestre que le importo, pero acabo hiriendo mis propios sentimientos. —Sé que estoy divagando. Sé que estoy hablando más de la cuenta, pero cuando pienso en parar, él se levanta y me aprieta la mano que tengo apoyada en su pelo, instándome a continuar. »Repito el ciclo. Él tiene una novia llamada Norah, y ella tiene una hija, que es de nuestra edad, llamada Isobel. Norah postea sobre papá como si fueran la más feliz de las familias. Pero yo nunca formaré parte de ella, y eso me entristece y me hace hacer cosas como beber cantidades excesivas de tequila y pedirte que te bañes desnudo conmigo. —Parece que fue hace un millón de años. —Por eso me gustaba tanto este lugar mientras crecía. Fueron unos meses en los que me sentí querida y valorada. No tenía que preocuparme por lo que pasaba en casa. Sabía que volver aquí era lo único que rompería el ciclo. Así que ese es mi vertedero de traumas. Qué divertido. Hacemos buena pareja, ¿verdad? —Un anuncio andante de problemas con papá. —¿Los odias? No odio a mis padres, aunque sin duda son la raíz de todos mis problemas. —No dice nada, así que yo tampoco. Puede que lo haya presionado demasiado, así que sigo enroscando las puntas de su pelo alrededor de mis dedos y presionándolos suavemente contra su cuero cabelludo—. Lo siento, no tienes que compartir nada que no quieras. No quería ir demasiado lejos. —No lo has hecho. Ayer le dije a mi padre que lo odiaba, pero me dolió. Sin embargo, no estoy seguro de odiarlo. Creo que odio cómo me hace sentir. Si dejara de hacer las cosas que sabe que no debe y empezara a actuar como la persona que era cuando yo era niño, entonces podría tenerlo en mi vida. —¿Y tu madre? Tararea, largo y bajo. —Quiero a mi madre. Siempre he estado enfadado con ella por ceder a mi padre. Después de hablar con ella ayer, creo que se ha dado cuenta de que no lo sabe todo. Así que sí, ese es mi vertedero de traumas. Conocer el tipo de relaciones difíciles con las que está lidiando me hace entenderlo mucho mejor y me da vértigo que me haya confiado algo claramente tan crudo. —Gracias por compartirlo conmigo. —Gracias por compararte con un aeropuerto. Intento parar la risa para no marearlo, pero no puedo evitarlo. Me tapo la cara con las manos, como si eso fuera a tapar la vergüenza. —Te juro que normalmente no soy tan desastre. Creo que me pones nerviosa. Me sale y no puedo ni pararlo. A veces me quedo en la cama despierta por la noche encogida. Emilia no ha hecho más que acosarme al respecto desde que llegamos. —Me encanta, Aurora. —Se tumba boca abajo y apoya la barbilla en la palma de la mano. Lo miro a través de los dedos—. Haces que me resulte más fácil ser yo mismo porque eres tan… tú. Yo pienso demasiado todo lo que digo y hago y tú… —¿No pienso antes de hablar? —Dices lo que tienes en la cabeza. —Me aparta las manos de la cara para que no pueda esconderme—. Es genial. Eres genial. —Realmente sabes cómo hacer que una chica se sienta especial, Callaghan. —Podría estar a punto de arder—. Recuerda, me habilitaste la próxima vez que empiece a divagar. Se ríe, sacude la cabeza y vuelve a tumbarse, esta vez apoyando la mejilla en mi vientre desnudo. —¿Está bien así? —pregunta con cautela. —Sí. —Mi mano se posa en su nuca, dibujando patrones y recorriendo con mis dedos los duros músculos de sus hombros—. ¿Esto está bien? —Sí. Y no sé exactamente qué animal estoy garabateando contra su piel cuando ocurre, pero en algún lugar entre un hipopótamo y un pingüino, se queda dormido. Así que sigo garabateando, hasta que mi mano se ralentiza y yo también me duermo. —Rory, el olor. No puedo hacerlo. Emilia se tapa la boca con las manos e intenta ahogar las arcadas. No puedo evitar ponerle los ojos en blanco mientras da un paso atrás con cautela y se aleja de la ropa de cama empapada de vómito que estoy metiendo en una bolsa de lavandería. —Eres un bebé. No es para tanto. —No puedes obligarme a hacer esto durante el Orgullo. Es un crimen de odio, Aurora. Empezamos a escabullirnos del alcohol de nuestros padres cuando estábamos en primero de bachillerato. Le he sujetado el pelo a Emilia mientras vomitaba más veces de las que puedo recordar, pero la idea de lidiar con el vómito de otra persona le resulta aparentemente aborrecible. Ato bien la bolsa de la ropa sucia por arriba y se la tiendo. —¿Puedes deshacerte de esto y enviar a la enfermera? Me arrebata la bolsa de las manos, asiente y sale corriendo de la cabaña, gritando «Te quiero» por encima del hombro. —¡Auroraaaaaa! —El sonido de mi nombre resuena desde el interior del bloque de baños anexo a la zona de dormir de los niños, pero es seguido inmediatamente por el sonido de un vómito. Cuando me llamaron por mi nombre de esa manera, me enteré de la existencia del vomit-gate. Habíamos pasado el día celebrando el Orgullo. Tengo purpurina en lugares donde ninguna mujer debería tenerla, lo cual no es una sorpresa después de que Xander se encargara de ello y la esparciera por todas las superficies. Cuando hicimos nuestra formación sobre diversidad e inclusión, Orla nos explicó que no celebraríamos nuestro acto del Orgullo hasta después del 4 de julio. Una de las madres de los campistas gestiona cantantes prometedores e iban a hacer una actuación para los niños, pero no estarían disponibles hasta hoy. De todos modos, en este lugar se pierde la noción del tiempo, así que podrían haberme dicho que aún era junio y les habría creído. Pensaba que me esperaba una noche fácil cuando Jasmine me dijo que no se encontraba bien y que quería irse a la cama justo después de cenar. Maya y Clay estaban de guardia nocturna, pero les dije que no me importaba pasar el rato con Jasmine hasta que llevaran a todos los demás niños a la cama esta noche. Su temperatura estaba bien cuando la comprobé, así que le dije que se sentara en su cama mientras cogía un poco de lavado de cara para quitarle la purpurina y los arco iris de las mejillas y fue entonces cuando oí que me llamaba. No sé cómo se las arregló para cubrir su cama y a sí misma, pero lo hizo. La mandé a ducharse mientras yo le quitaba la ropa de cama, y entonces Emilia se pasó para ver si quería un refresco. Al asomar la cabeza por el cubículo, encuentro a Jasmine sentada en el suelo con aspecto abatido. Sus ojos se llenan de lágrimas en cuanto me ve y su labio inferior empieza a temblar. —Lo siento. —No tienes nada que lamentar, dulce niña. —Agachada detrás de ella, le aparto el pelo ahora mojado mientras vuelve a poner la cabeza sobre el retrete—. Te sentirás mejor cuando termines. —Creo que comí demasiados dulces —murmura. —Creo que sí. —Quiero a mi mamá. —Lo sé, cariño. Pero vamos a limpiarte y luego podemos llamar a tu madre. Al final, su cuerpo ha tenido suficiente y la ayudo a levantarse del suelo justo a tiempo para que Kelly, la enfermera del campamento, aparezca y la revise. Como sospechaba, a Jasmine no parece pasarle nada más que un exceso de indulgencia y excitación. Cuando volvemos a estar las dos solas, siento a Jasmine en la encimera mientras voy a por su neceser. No tardo mucho en verlo, teniendo en cuenta lo difícil que es no verlo, pero aun así me sorprende. —¿Ahora robas osos de peluche, Callaghan? Russ levanta la vista de su posición inclinada sobre la litera de Jasmine, sábana en mano. —Sí. —Señala hacia una bolsa de ropa sucia detrás de él—. Me gustan especialmente los que huelen a muerte. —No sé cómo una niña puede causar tanta destrucción. Gracias, no tenías que rehacer su cama. Yo podría haberlo hecho. —Tienes las manos ocupadas. Emilia no podía decirnos lo que había pasado sin arcadas, así que pensé que era mejor investigar. Cojo el neceser y otro pijama del cajón de debajo de la cama de Jasmine y vuelvo con ella rápidamente. Tiene la misma cara de mareo que antes, pero sus mejillas están recuperando un poco el color. Se baja y se pone un pijama nuevo; yo la cepillo y le trenzo el pelo mientras ella se lava los dientes. Llaman a la puerta del baño y, cuando abro, Russ está al otro lado con la botella de agua de Jasmine. —Probablemente esté deshidratada. «¿Por qué eres tan jodidamente lindo?» —Tienes razón, gracias. —La cama está hecha y llevaré el oso al lavadero. ¿Alguno de las dos necesita algo más? —Sacudo la cabeza—. De acuerdo, entonces me quitaré de en medio. —Gracias. Lo miro alejarse antes de cerrar la puerta, me vuelvo hacia Jasmine y le doy la botella de agua. Ella frunce el ceño. —Estás actuando raro. —No, no lo hago. —Lo haces. Estás siendo tímida. Nunca eres tímida, siempre hablas y hablas. —Para una niña que acaba de vomitar por todas partes, es sorprendentemente astuta—. Leon dijo que Russ es tu novio. Ignoro el pánico inmediato y en su lugar me concentro en limpiarle la purpurina de la cara, porque al parecer ni siquiera una ducha se la estaba quitando. —Leon está mal. —Leon dice que se ven todo el día y que siempre están uno al lado del otro. Leon va a ser empujado al barro mañana. —Somos amigos. Soy amiga de todos los monitores. ¿Si te pones al lado de Leon eso lo convierte en tu novio? No. —Leon dijo que lo negarías. ¿De qué demonios está hecha esta pintura para la cara? —Creo que Leon necesita pasar menos tiempo chismorreando y más jugando con sus amigos. —Lo sabe todo de todo el mundo. Nos dijo que la hermana mayor de Mona está en los Mapaches y lloró porque está enamorada de Russ. El arco iris por fin empieza a calar y la libertad de esta conversación está tan cerca que puedo saborearla. El padre de Leon es dueño de un periódico sensacionalista e intrusivo, en el que tristemente he aparecido, así que no me sorprende que Leon no sepa ocuparse de sus propios asuntos. Suspiro, sintiéndome de repente culpable por todos los años que aterroricé a Jenna. —La hermana mayor de Mona tiene catorce años y es demasiado joven para cualquiera de los monitores. Debería enamorarse de alguien de su edad. —¿Estás celosa? Suenas celosa. Dame fuerzas. —Los adultos no se ponen celosos de los niños, cariño. Pero asumo que todas estas preguntas significan que te sientes lo suficientemente bien como para estar a más de dos metros del inodoro. Creo que es hora de que vuelvas a la cama. ¿Todavía quieres llamar a tu madre? —No, está bien. Jasmine se mete en su cama, ahora limpia, cuando Jenna entra en la habitación. —Hola, cariño. —Hola —respondo. —Tú no —me refunfuña, agachándose junto a la cama—. He oído que no te encuentras muy bien. Jasmine le cuenta a Jenna cómo se siente, elogiando amablemente mis habilidades para sujetar el pelo, y Jenna asiente con la cabeza hasta que Jasmine termina, declarando finalmente que se va a quedar con ella y que la controlará regularmente, pero que duerma un poco. Jenna dice: —De nada —mientras me voy. La fiesta sigue cuando salgo, con el inconfundible sonido del karaoke en pleno apogeo, pero sé que huelo asqueroso, así que vuelvo a mi cabaña para darme una ducha. He asistido a los actos del Orgullo todos los años desde que Emilia salió del armario cuando teníamos quince años, y este es el primero que he tenido que abandonar para librarme del olor a vómito. Por mucho que quiera meterme en la cama, vuelvo hacia la actividad de la tarde para ayudar a mi equipo con nuestros niños. Estoy a medio camino cuando Clay me grita desde el otro lado del camino. —¿Cómo está Jas? —Está bien, solo demasiados dulces y excitación. Se mete las manos en los bolsillos de los pantalones cortos y señala con la cabeza en dirección al edificio principal. —¿Puedes ayudarme a encontrar los malvaviscos? Se nos han acabado los sin gelatina. Lucho contra el impulso de suspirar, porque no es él, soy yo y mi deseo de sentarme frente al fuego con un perro o tres, rodeada de galletas graham. Pero si él no las encuentra, yo no comeré, así que asiento con la cabeza y cruzo la hierba para reunirme con él. —¿Te está gustando el campamento? No puedo creer que ya estemos a mitad de camino. —Le sonrío a él y a su intento de charla trivial, que capta inmediatamente—. Era una pregunta aburrida. Lo siento, nunca tengo la oportunidad de hablar contigo a solas. He estado evitando activamente cualquier momento a solas con Clay desde nuestro turno de noche juntos porque no estoy interesada en él en absoluto, ni siquiera como amigo. No estoy totalmente despistada; sé que solo intentaba ligar conmigo. Normalmente me habría llamado la atención, pero sus miradas persistentes me hacen sentir incómoda. Creo que pasar tiempo con gente que quiere pasar tiempo conmigo porque le gusta mi compañía ayuda. Clay me mira como si me estuviera desnudando. Russ me mira como si le estuviera contando la historia más interesante del mundo. Es bueno sentir que puedo ofrecer algo más. Es bueno sentir que merezco algo más. Puede que mi era de autodesarrollo y crecimiento personal haya tenido un comienzo difícil, pero lo estoy consiguiendo. He notado que Clay se acerca a una de las socorristas por las tardes, cuando los campistas ya se han acostado, así que espero que haya encontrado a alguien nuevo a quien perseguir. —Me encanta estar aquí. Estaré triste cuando acabe el verano. ¿Y tú? Me desconecto inmediatamente cuando empieza a hablar de todas las cosas que podría haber hecho este verano en lugar de venir aquí. Cuando menciona por tercera vez su incipiente carrera de modelo, parece que está hablando en otro idioma. Cuando entro en la despensa, me sigue de cerca y me habla del viaje a Cabo que va a hacer con sus amigos antes de que empiecen las clases. —Definitivamente podrías venir si quisieras —dice, apoyándose en las estanterías, ofreciéndome cero ayuda mientras las escudriño buscando la caja de malvaviscos. —Es muy amable, pero mi pasaporte está caducado. —No lo está— . Gracias de todos modos. Judías, tomates en conserva, judías… ¿Por qué tenemos tantas judías? —Bueno, no estamos totalmente decididos por Cabo. Podríamos ir a Las Vegas. Maíz, salsa picante, más judías… —Seguro que te lo pasarás muy bien con tus amigos, acabes donde acabes. ¡Oh! Están aquí. —Estirándome de puntillas, hago un esfuerzo para alcanzar la caja de malvaviscos y poder largarme de aquí. —Déjame ayudarte. —El cuerpo de Clay se acerca al mío, pero sin llegar a tocarme. Alarga la mano, coge la caja que no puedo alcanzar y se la mete bajo el brazo. No retrocede cuando me doy la vuelta y, cuando levanto la vista, él mira hacia abajo. Sigue mirando hacia abajo, baja la cabeza y cierra los ojos. Siento punzadas en la nuca y me sudan las palmas de las manos. —¡No quiero que me beses! Mi intención es decirlo con calma. Con frialdad, incluso. Un «No, gracias, no me interesa» informal, como un adulto. Pero lo que ocurre en realidad es que accidentalmente se lo grito tan fuerte que salta, se endereza y abre los ojos. Su reacción instantánea es de confusión, porque supongo que rara vez es rechazado, pero se la quita de encima rápidamente. —No intentaba besarte, Aurora. Reprimo el impulso de argumentar que sin duda estaba intentando besarme, porque cuanto antes dejemos esto atrás, mejor, pero no puedo ignorar la oportunidad de ser mezquina. —Lo siento, me equivoqué. Eres un gran amigo, Clay. La cara que pone cuando digo la palabra amigo podría usarse para espantar cuervos en un campo. —Claro que sí —murmura, dando vueltas con los malvaviscos y saliendo a toda prisa de la despensa. Me tomo mi tiempo para dirigirme a la zona de la hoguera, no quiero tropezarme con mi gran amigo Clay en el camino, y cuando llego a todos, los chicos están tomando chocolate caliente y parecen agotados, descansando de su día de fiesta. —¿Por qué pareces tan satisfecha contigo misma? —me pregunta Emilia mientras me siento en la silla de camping entre ella y Xander. Russ está charlando con Maya al otro lado del fuego, así que me siento segura para compartirlo. —Clay intentó besarme en la despensa, y cuando se lo impedí, me dijo que no intentaba besarme. La risa de Xander es más fuerte que la de todos los campistas juntos y se tapa la boca con una mano cuando todos los niños empiezan a mirarlo. —Lo siento —dice—. ¿Qué has dicho? —Le dije que es un gran amigo. —Eso vuelve a poner en marcha a Xander, y tengo que esperar a que pare—. No estaba malinterpretando, lo juro. Estaba muy cerca, con los ojos cerrados, inclinado hacia mí. Y acababa de invitarme a Cabo. —Qué suerte tienes —se ríe Emilia—. Te encanta Cabo. —Le dije que mi pasaporte está caducado. Los niños están demasiado agotados como para querer algo, así que el resto de la noche se lo pasan Xander y Emilia riéndose, sobre todo a mi costa. Para cuando los niños se acuestan y volvemos a la cabaña a dormir temprano, creo que Emilia y Xander ya han hablado de todas las tonterías que he hecho. Es extraño escuchar ahora esas historias y cómo un poco de esfuerzo y el entorno adecuado pueden hacerte sentir una persona diferente. No digo que no vuelva a hacer nada irresponsable, pero estar en Honey Acres me hace sentir como en casa. Estar desconectada de mi teléfono la mayor parte del tiempo me mantiene presente, y tengo mucho por lo que sentirme agradecida. Es más difícil recordarlo cuando me acuerdo de las cosas que no tengo cada vez que mi padre me decepciona. Emilia se dirige al baño para asearse y yo me pongo una camiseta demasiado grande. Creo que al principio me imagino los golpes, hasta que vuelven a producirse, seguidos del sonido de unos quejidos. Por muy lista que sea Fish, no sabe llamar a las puertas, así que no me sorprende encontrarme a Russ al pie de los escalones del porche con ella cuando abro la puerta. Iluminado por la luz, me recorre de arriba abajo con la mirada, incendiando cada centímetro de mi piel expuesta. Debería quedarme en la puerta. No hay razón para caminar hacia él. Puedo verlo y oírlo perfectamente desde la seguridad de mi cabaña. Pero, por supuesto, me pongo delante de él. Hay purpurina en el arco de su labio superior; lucho por mantener las manos a los lados. —Hola. —Hola. Quería comprobar que estabas bien. —Mi ceja se arquea— . Xander. Ese pequeño chismoso. Es tan malo como Leon. —Estoy bien. No es para tanto. —Asiente, arrastrando los pies en su sitio. No puedo imaginar que Xander informara que necesitaba que me revisaran, ya que no estaba alterada—. ¿Por qué estás aquí realmente, Russ? Se frota la nuca con la mano, algo que hacía tiempo que no lo veía hacer. «Usted, señor, está nervioso». —No lo sé, Rory. —Suspira y extiende la mano para apartarme el pelo de la cara—. Quería verte. Me inclino hacia él, el leve olor a sándalo y vainilla flota en el aire. Veo un destello de incertidumbre en su rostro antes de que se acerque un paso más a mí. Bajo la voz. —¿Estás celoso? —Claro que sí. —Lo dice con tanta franqueza que me toma un poco desprevenida—. Tengo ganas de darle un puñetazo y no entiendo por qué. Hace falta todo mi autocontrol para no lanzarme sobre él. Me encantaría presionarlo, darle cuerda, ver qué hace. Pero los celos solo son divertidos cuando puedes hacer algo al respecto. —No necesitas estar celoso y no necesitas darle un puñetazo. Principalmente porque eso es una tontería, pero también porque necesitas este trabajo, ¿recuerdas? —Necesito este trabajo. —Asiente una vez, luego dos como si estuviera teniendo un debate en su cabeza que no puedo oír, y a la tercera inclinación de cabeza, da un paso para alejarse del porche—. ¿Quieres ir de excursión mañana? —Tengo que trabajar. —Xander dijo que cambiará contigo para que podamos tener el día libre juntos. —Cuando dices caminata, ¿quieres decir caminata caminata? ¿O te refieres a que me quejo mientras subimos cuesta arriba hasta nuestro sitio y luego pasamos el rato al sol? Sus hoyuelos aparecen mientras sonríe, derritiéndome por dentro. —Nuestro sitio. —Eso estaría bien, pero solo si no te importa. —No me importa. —Se aleja otro paso y realmente, realmente deseo que me dé un beso de buenas noches—. Buenas noches, Rory. Nos vemos mañana. —Buenas noches, Russ. —Espera a que vuelva a mi cabaña para que no tenga que verlo marcharse, como hace siempre sin falta. Emilia se está secando el pelo con una toalla cuando vuelvo a entrar. Me señala la puerta con la cabeza. —¿Qué me he perdido? —Creo que estoy teniendo mi momento de protagonista. —Por fin —dice, encendiendo el secador. —Te has vuelto rebelde, mi hombre —dice JJ con orgullo—. Lo apoyo. No tenía intención de empezar el día con una videollamada con JJ, pero llegados a este punto, no puede empeorar las cosas. ¿No es cierto? No era mi intención contárselo todo, pero por una vez me sentí bien al elegir compartirlo porque algo me entusiasma. —No sé lo que estoy haciendo, JJ —gimo—. Fingir confianza no sirve de mucho. Se supone que no debo meterme en líos; he hecho un gran alboroto sobre lo mucho que necesito este trabajo y ahora me siento como un hipócrita. —A esta mujer le gustas, verdad… Me masajeo la nuca, donde se acumula la tensión. —Creo que sí. Puede que me equivoque. —No, no era una pregunta. Le gustas a esta mujer y no parece que estés fingiendo nada. Le pediste que saliera contigo hoy porque también te gusta. ¿Estás fingiendo algo cuando sales solo? Pensándolo bien, la respuesta es fácil. —No. Siento que puedo ser yo mismo con ella. —Escucha, colega —dice JJ, aclarándose la garganta—. Sé que tienes toda la bolsa de la vida en casa en marcha, o lo que sea que esté pasando allí, y sé que te gusta mantener la cabeza gacha. Pero no pierdas la oportunidad de divertirte y ser feliz de verdad porque estés demasiado ocupado mirando al suelo, intentando pasar desapercibido. Sabes que siempre puedes quedarte aquí si necesitas evitar el drama familiar hasta que vuelva la universidad. —Gracias, JJ. —Me jode haber tenido que graduarme para que la gente se dé cuenta de lo sabio que soy —refunfuña—. Piensa en lo mucho mejor que habría sido la vida de todos si me hubieran hecho caso. —Siempre te he hecho caso —argumento—. Llevo semanas fingiendo confianza. —Bueno, recuerda que ahora no estamos fingiendo. Tienes confianza. Eres un jugador de hockey alto, sexi y bien educado. Las mujeres mirarán más allá de cada bandera roja por un hombre de más de un metro noventa. Así que deja de esperar a que pase algo malo y ve a divertirte. —No creo que tenga ninguna bandera roja… —Oh, mi dulce niño de verano. —Se ríe—. Eres un hombre blanco heterosexual. Esa es tu bandera roja. —Me parece totalmente justo, la verdad. Gracias por charlar conmigo, hombre. Te aprecio. —Te quiero, hermano. Habla pronto. *** Un día Aurora se quitará la ropa delante de mí y no tendré que recitar presidentes en mi cabeza. Patea sus pantalones cortos sobre la camiseta que ya se ha quitado y saca un calcetín de cada pie, añadiéndolos al montón, y se tumba en la manta del picnic. Estamos más preparados que la última vez, con toallas y un almuerzo para pasar la tarde. —Hoy hace mucho calor —dice ajustándose la tela del bikini. He visto lo que hay debajo de la tela, así que no sé por qué me intimida tanto. —Va a haber una tormenta más tarde. Mañana refrescará. —Ugh, odio absolutamente los truenos y relámpagos. Emilia también trabaja esta noche. —Me agacho hacia su ropa, doblándola y añadiéndola a la mía. Ella se sienta, apoyándose en los codos para observarme—. ¿Por qué siempre lo doblas todo? Tengo la sensación de que estás siempre ordenando. Esta es la parte en la que le hago una pregunta sobre sí misma. La parte en la que desvío la conversación, en la que la mantengo hablando de sí misma hasta que se distrae lo suficiente como para recordar que me ha preguntado algo en primer lugar. Pero la ansiedad de intentar controlar una conversación de esa manera es agotadora, y estoy cansado de forzar la guardia para mantenerme en pie con ella. Me siento a su lado con las piernas cruzadas y respiro hondo. —A veces mi padre llegaba a casa de muy mal humor y se metía con todo: la casa estaba desordenada, la cena no estaba lista, mi hermano y yo aún no habíamos hecho los deberes… y yo odiaba, mierda, esperar a que llegara, sin saber nunca de qué humor estaba. Se sienta y se coloca delante de mí, cruzando también las piernas, de modo que sus rodillas se apoyan en mis espinillas. Es algo tan sencillo, y cuando sus manos se apoyan en mis pantorrillas, quiero seguir. —Intenté hacerlo todo antes de que tuviera ocasión de quejarse. Mantenerlo todo ordenado se convirtió en un hábito. Me gusta ser útil, y ordenar las cosas es una forma fácil de ayudar a la gente. —Siento ser tan desordenada. —Ofrece una sonrisa tímida—. Tengo la costumbre de dejar un camino de destrucción a mi paso, tanto literalmente como metafóricamente. —Como un incendio forestal. Ella asiente, llevando las rodillas al pecho y rodeándolas con los brazos. —No es mi intención. Mis dedos recorren sus tobillos mientras ella apoya la barbilla en las rodillas. —Ahora es cuando me cuentas algo sobre ti para que no me sienta incómodo por ser el único que lo comparte. —Estoy medio bromeando, pero ella sonríe—. Así es como funciona esto, ¿verdad? Un secreto por un secreto. —Me encanta que pienses que estoy compartiendo para igualar las cosas y no porque sea totalmente incapaz de mantener mis pensamientos en mi cabeza cuando estoy cerca de ti. ¿Qué quieres saber? Soy un libro abierto, Callaghan. —Sigues mencionando cositas sobre querer cambiar. ¿Qué pasa con eso? Creo que eres perfecta, así que no entiendo por qué querrías. Levanta la cabeza y me mira fijamente durante lo que parece una eternidad. Pozos del más hermoso verde esmeralda me miran directamente, pero por una vez, ella está totalmente callada. —Me he dicho a mí misma durante años lo consciente que soy de mí misma y que soy mi propia persona, pero no lo soy —dice finalmente—. Es muy duro admitir que eres la persona que se interpone en el camino de tu propia felicidad, pero hace tiempo que me di cuenta de que yo era el problema. Simplemente no sabía por dónde empezar. ¿Alguna vez has sentido que has hecho de algo toda tu personalidad? ¿Tanto que no sabes cómo desconectarte de ello? —¿Qué quieres decir? Vuelve a apoyar la cabeza en las rodillas, encogiéndose lentamente ante mí. —Sé que estoy mal, ¿verdad? Y si soy la primera en decirlo, la gente no puede usarlo para hacerme daño. Si soy la primera en decir cuánta carga emocional tengo, entonces la gente no puede usarlo para alejarme, porque yo soy la que sabía que estaba ahí. ¿Tiene sentido? —Sí. —Y sé que lucho contra el rechazo, así que no doy a la gente la oportunidad de rechazarme. Busco conexiones físicas con la gente, sentirme validada, porque necesito que otra persona me demuestre que me quiere. Así que me autodenomino autoconsciente porque sé esas cosas de mí, pero en realidad no sé nada de mí. Digo que soy mi propia persona, pero cada decisión que tomo se debe a algo que hizo otra persona. Eso no es ser mi propia persona. —Se te quiere, Aurora. Eres increíble y puedes ser tu propia persona. —Hay algo en Honey Acres que me hace sentir bien —dice en voz baja—. Me siento tan frágil ahora mismo, pero estoy empezando a recordar lo que me gusta de mí misma. Quiero tomar decisiones que me hagan feliz. Y tengo miedo de que cuando vuelva a Maple Hills, ya no quiera esforzarme tanto. Que estaré rodeada de tanto ruido externo que olvidaré este sentimiento. —No dejaré que lo olvides, no te preocupes. —Mis palabras quedan suspendidas en el aire entre nosotros como signos de interrogación, porque ninguno de los dos ha mencionado que cuando acabe el verano volveremos al mismo sitio. Pasé dos años en la universidad antes de conocerla, así que no es descabellado pensar que podría estar otros dos sin verla, ya que la universidad es muy grande. Aurora se tumba boca abajo, con los brazos recogidos bajo la cabeza y la cadera pegada a mí. Su contacto me hace sentir cómodo, una sensación a la que no estoy acostumbrado. Es familiar y seguro, como si hubiera un acuerdo tácito entre nosotros cuando su piel se aprieta contra la mía. Nos sumimos en un silencio natural, algo cada vez más habitual entre nosotros, en el que yo no cuestiono nada y ella no lo llena, y por segunda vez me quedo dormido a su lado. *** Los árboles han creado sombra sobre mí cuando me despierto un poco más tarde solo. Solo. Se me encoge el corazón, la piel se me eriza incómoda mientras miro fijamente el lugar vacío a mi lado. Quiero sorprenderme, pero en el fondo llevo semanas preparándome para este momento. El momento en el que voy demasiado lejos, comparto demasiado, y es demasiado para manejarlo. No puedo enfadarme con ella por haber huido, cuando sabía que esto pasaría si me abría a alguien. Me levanto de la manta y, en cuanto levanto la cabeza, la veo flotando de espaldas en el agua, y mi corazón no sabe qué hacer. Creo que le he dado un latigazo cervical de lo rápido que paso de la desesperación a la felicidad. Soy un imbécil. Estoy a dos metros cuando las ondas del agua le hacen saber que estoy allí y deja de flotar. —Hola, dormilón —dice suavemente, mirándome. La agarro suavemente por la cintura y la acerco. Me siento mejor cuando al instante me rodea con los brazos y las piernas como yo quiero—. Pareces triste. ¿Qué te pasa? Entierro la cara en su cuello, la rodeo con los brazos y respiro su olor a melocotón y crema solar. —Pensé que te habías ido. Ella aprieta más fuerte. —Lo siento, necesitaba calmarme. ¿Estás bien? Asiento con la cabeza y aflojo el agarre para que pueda inclinarse y mirarme. Su mano me aparta el pelo de la cara y mis ojos se desvían hacia sus labios. —No tienes por qué disculparte. Creía que por fin te había espantado. Exageré; estoy bien. —Puede que yo no viva exactamente las mismas circunstancias, pero me identifico con tus sentimientos, Russ —dice con cuidado, pasándome los dedos por la sien y bajando hasta la mandíbula—. Sé lo que se siente al esperar más de alguien que te decepciona. No vas a asustarme con tus sentimientos o tus experiencias, te lo prometo. Sé que no va a deshacer lo otro, pero yo elijo estar aquí, y nada de lo que me digas va a hacerme cambiar de opinión. Trago saliva cuando sus dedos rozan mi cuello y mi clavícula. —Gracias. El momento de pánico y alivio ha pasado, pero sigo sin querer dejarla marchar. Funcionamos así, los dos solos, lejos de todos los demás. Donde ella quiere ser deseada y yo quiero ser el primero. Donde ambos ignoramos la realidad de que su cercanía a mí es por proximidad forzada y en circunstancias normales esto no estaría sucediendo. Su estómago roza el mío mientras suspira profundamente, hundiendo los dientes en el labio mientras piensa qué decir. —Ser vulnerable da miedo. Compartir las cosas que crees que nadie entenderá da miedo. Pero si hay algo en lo que soy buena, es en ignorar todas las señales normales para dejar de hablar. Puedo enseñarte, pero tengo que ser sincera, es mucho más fácil borracho. —No creo que emborracharnos juntos sea una buena idea. En realidad, no bebo. La fiesta fue una excepción. Intentaba tener confianza y pensé que me ayudaría. —Se estremece cuando mis dedos recorren su columna vertebral; sus muslos se aprietan a mi alrededor. Aprieta los labios y espero la carcajada con la que está luchando—. No me he mostrado muy seguro de mí mismo, ¿verdad? Menea la cabeza mientras suelta una risita. —¿Sabías que te frotas la nuca cuando estás nervioso? Lo haces todo el tiempo. También se te ponen rosas las puntas de las orejas; es adorable. —Intento alejarme flotando mientras siento el calor subirme a la cara, pero ella no me suelta mientras se ríe, tirando de mí para acercarme—. ¡Lo siento, lo siento, lo siento! —Adorable —le repito, con su cara a centímetros de la mía—. Como un cachorro. Sus ojos miran hacia abajo, luego vuelven a los míos rápidamente. —Adorable como un tipo que no es un completo idiota para meterse en los pantalones de alguien en una fiesta. Mi cara se acerca. —Nadie había dicho esas palabras en una frase hasta ahora. —Me alegra ser la primera —susurra—. Las apoyo. Ninguno de los dos se da cuenta de que el cielo empieza a oscurecerse o de que las nubes se mueven para tapar el sol y, una vez más, no puedo evitar sentir que el universo interviene cuando la lluvia empieza a golpear el agua a nuestro alrededor y, de alguna manera, ninguno de los dos cierra esos últimos centímetros. —¿Qué tiene que hacer una chica para que la besen por aquí? — refunfuño mientras ayudo a Emilia a cargar una bandeja con chocolate caliente. La lluvia ha sido intermitente desde que empezó esta tarde, inusual para esta época del año en California y totalmente inconveniente para mí, ya que nos obligó a Russ y a mí a volver corriendo al campamento. Según Alexander Sabelotodo Smith, tiene algo que ver con un remanente de una tormenta tropical que está siendo arrastrada hacia el norte y vamos a tener un tiempo terrible durante las próximas doce horas. Odio los truenos y los relámpagos, así que saber que Emilia cuidará a los niños esta noche y yo estaré sola en nuestra cabaña me llena de pavor. Por eso me he pasado los últimos veinte minutos quejándome con mi mejor amiga, que no se ha inmutado en absoluto. —¿Qué ha pasado con lo de ceñirse a las normas, para poder dormir tranquila por la noche sabiendo que no has contribuido a que despidan a alguien? —No creo haber dicho eso. Sus ojos se entrecierran mientras intenta intimidarme para que confiese. —Sé a ciencia cierta que no recuerdas todo lo que dice tu incoherente trasero, pero yo sí. Definitivamente lo dijiste al menos cinco veces. Creo que prefería cuando eras salvaje. Me enteraba menos. Le doy un golpecito en la frente con una mano y con la otra me meto un malvavisco en la boca. Emilia puede quejarse todo lo que quiera. A mí me ha gustado un chico en toda nuestra amistad; ella ha estado soltera colectivamente unos cuatro días en otros tantos años, y yo he vivido todas las etapas de todas las relaciones. Me lo debe después de haber tenido que lidiar con una chica obsesionada que resultó ser una traficante de drogas con amigos que daban miedo. —No sé cómo sentir mis sentimientos. Es como lo contrario de sentir miedo. ¿Qué hago? —¿Te gusta, te gusta? ¿No te gusta solo porque te presta atención? ¿Y porque sabes que tú también le gustas y por eso no te rechazará? —Me gusta, me cae bien. Creo que es un buen tipo y me hace reír. Me hace sentir vista y no quiero joderlo porque no sé cómo ser una adulta funcional. ¿Por qué no me has hecho ir a terapia todavía? Eres una mal amiga. —¿Qué ha pasado con lo de «no necesito pagar a un terapeuta para que me diga que tengo problemas con mi padre»? —dice poniendo los ojos en blanco—. Bien, ¿quieres mi consejo? No te va a gustar… —Estoy lista. Dímelo. —Tienes que esperar hasta que estemos de vuelta en Maple Hills. A ver cómo te sientes cuando recuperes tu libertad y las gafas del campamento hayan desaparecido. —Uf —gimo—. Es un consejo terrible. ¿Por qué no me lo permites? —Porque te quiero. Ahora muévete —ordena, recogiendo la bandeja de chocolate caliente y señalando con la cabeza la otra—. Si vas a ser molesta, al menos sé útil. Trato de ser útil, pero mi mente está trabajando horas extras esta noche. Entre la tormenta y Russ, tengo demasiada energía nerviosa. Juro que el tiempo pasa más despacio de lo normal, así que decido hacer lo único que puede acabar con mi energía como ninguna otra cosa. Apoyada en la pared junto al teléfono común del edificio principal para no tener que salir a la calle bajo la lluvia y coger el celular de mi cabaña, cuento los timbres mientras espero a que mi madre conteste. He intentado acordarme de llamar semanalmente, pero aquí los días son muy ajetreados y una semana pasa en un abrir y cerrar de ojos, así que no se me ha dado muy bien acordarme. Está molesta por eso. Cada vez que me acuerdo de llamar, me deja claro que le molesta no ser una prioridad. Se están acabando los timbres y sé que esta llamada está a punto de ir al buzón de voz porque me está evitando. Cree que lo está diciendo en serio, pero en realidad no me importa que no conteste porque al menos puedo decir que lo he intentado. —¿Hola? —lo dice como si no tuviera todos los números asociados a este campamento guardados en su teléfono. —¡Hola! Soy yo. —Pongo todo el entusiasmo que puedo en mi voz—. Solo estoy comprobando. —Oh —dice despreocupadamente—. Hola. —¿Cómo estás? —Estoy bien. Ahora no es un buen momento para mí, Aurora. Estoy muy ocupada. Es jueves por la tarde y hay tormenta. ¿En qué podría estar ocupada? No sale cuando llueve; no le gusta arriesgarse a estropear su peinado. —¿Qué haces? —Oh, ahora estás interesada en hablar conmigo, ¿verdad? —Puedo sentir toda la energía nerviosa de antes siendo drenada. Como si de alguna manera esta interacción tan predecible me hubiera recalibrado—. No puedo dejarlo todo porque de repente estés libre para hablar conmigo. —Lo entiendo perfectamente, mamá. Podemos ponernos al día otro día. —Se escucha un ruido al otro lado del teléfono y oigo un ronroneo—. Espera, ¿es un gato? Más ronroneo. —Sí, es un gato. Me siento como si me estuvieran gastando una broma. Miro alrededor de la habitación vacía, comprobando si Emilia está en algún lugar entre las sombras esperando para saltar sobre mí. —¿De quién es el gato? —Es mi gato. —No tienes gatos. ¿Te gustan los gatos? —Me gusta este gato porque es mío. Yo lo rescaté. Me viene a la mente una visión de mi madre convirtiéndose en una señora de los gatos y llenando su enorme casa de ellos. —¿De dónde? —Un día desayunó conmigo en la terraza. Le di un poco de mi salmón ahumado, porque parecía hambriento, y siguió viniendo, así que le dejé entrar en casa. He decidido quedármelo. Apoyo la frente contra la pared, con el teléfono pegado a la oreja. —¿Tenía collar? —Sí, pero no era muy bonito. Le compré uno nuevo de Louis Vuitton. Puedes conocerlo si decides hacer ese largo y duro viaje del que tanto te quejas. Me reservo el derecho de quejarme siempre del tráfico de Los Ángeles, y ella no puede echarme la culpa de eso. —¡Mamá! ¡Has robado la mascota de alguien! —Yo lo rescaté, Aurora. Es muy feliz aquí conmigo. —El ronroneo al otro lado de la línea aumenta, y una parte de mí considera que me está engañando para que la visite solo para ver si realmente le ha robado el gato a alguien. —¡Tienes que buscar un número en el collar viejo! Sé que lo único que te gusta escuchar es el océano y las calumnias de Chuck Roberts, pero en algún lugar de Malibú, si escuchas con mucha atención, hay un niño llorando por su querida mascota familiar. —Estás siendo muy dramática hoy, cariño. ¿Tienes la regla? Dame fuerzas. —No. —¿Has visto que tu padre está pasando las vacaciones de verano en el yate con la chica del tiempo y su familia? —dice despreocupada—. Elsa está muy descontenta con todo esto. Quería ir a Mónaco. —Mamá, ¿dónde iba a ver yo eso exactamente? Estoy en medio de la nada, sin apenas servicios, intentando mantener a salvo a veinte niños —digo con un resoplido. No me sorprende que haga eso, y el hecho de que no me destroce de inmediato es liberador. No me atrevería a decir que espero que se lo pasen bien, pero soy perfectamente feliz donde estoy. —No sé a qué dedicas tu tiempo, Aurora. No me cuentas nada. De verdad necesito irme, es hora de que Cat cene. —¿Le llamaste Cat? —¿Qué otra cosa se supone que debía llamarle? Es un gato. Adiós, cariño. No olvides volver a llamar. Vuelvo aturdida a donde todos están viendo una película, y para cuando Emilia y Xander están reuniendo a los osos pardos para ir a la cama, todavía no he procesado que mi madre me sustituya por un gato robado. De vez en cuando, mi madre se toma un respiro cuando encuentra un nuevo interés. Cata de vinos, pilates, un promotor inmobiliario llamado Jack, pero nunca una mascota. Por raro que sea, me alegro de que ya no esté sola en esa casa. —¿Y si duermo en tu cama contigo? —le pregunto a Emilia. —¿Y si duermes sola en tu cama? —replica. Hay dos dormitorios anexos a la cabaña de los niños para los monitores que hacen guardias nocturnas, y por muy espaciosa que sea la zona de los niños, no se puede decir lo mismo de las habitaciones contiguas—. Es una tormenta. Sobrevivirás. ¿Sabes a qué no sobreviviré? Compartir esa pequeña cama contigo. —Puedes dormir en la cama más pequeña del mundo conmigo, Ror —bromea Xander—. Me ofrezco voluntario porque soy un buen amigo. Pongo los ojos en blanco, sabiendo muy bien que si aceptara su oferta saldría corriendo. —Paso, pero gracias. Fue aquí, durante una tormenta especialmente fuerte, donde empezó mi miedo. Un rayo seco provocó un incendio forestal no lejos de las tierras de Orla y casi hubo que evacuarnos. Afortunadamente, los bomberos lo controlaron. Era muy joven y, desde entonces, siempre me han asustado. Estoy ayudando a Freya a ponerse el chubasquero cuando se abren las puertas y Russ entra por ellas en chándal y con una sudadera de Oso Pardo. Se sacude la lluvia del pelo y recorre la habitación, hasta que sus ojos se posan en mí. Sonríe en cuanto me ve y no puedo evitar que se me dibuje una amplia sonrisa en la cara. Dios, tengo que controlarme. Freya tose con fuerza, lo que atrae mi atención hacia ella. —¿Es Russ tu novio? Si esta es la mierda de Leon otra vez te juro que se va a quedar encerrado fuera la próxima vez que esté de guardia nocturna. —No. Es un amigo. No es mi novio. —Entonces, ¿por qué siempre pasan juntos los días libres? —¿Te gusta pasar el tiempo con tus amigos? —le pregunto, tirando de su capucha sobre sus rizos castaños—. Porque a mi sí, y por eso paso mis días libres con ellos. —No soy un bebé, ¿sabes? —dice—. Y puedo guardar un secreto. —Aquí no hay secretos, niña tonta. Ahora, ve y ponte en la fila, por favor. —Bien —dice ella, con un deje de derrota en la voz—. Pero Russ te mira como mi padre mira a mi papi cuando no está mirando, así que creo que podría quererte. —Buenas noches, Freya —gimo. Es una regla no escrita en los campamentos que los campistas te aterrorizarán con posibles intereses amorosos. Lo sé porque una vez fui yo quien aterrorizaba a todos. Lo más inteligente es olvidarlo, porque ¿quién se fiaría de la opinión de un niño pequeño? Y sin embargo, aquí estoy, preguntándome exactamente cómo se miran los padres de Freya. Por suerte, ningún otro chico decide husmear en mi vida, y Russ se mantiene lo suficientemente lejos de mí como para no dar más material a Leon y su fábrica de rumores. No he vuelto a ver a Russ desde que casi nos besamos y huimos de la lluvia. Realmente pensé que iba a hacerlo esta vez. Estábamos tan cerca y sentía sus manos sobre mí, pero supongo que, a diferencia de mí, él sabe contenerse. No esperaba tener un verano salvaje lleno de ligues, por razones obvias, pero seguro que nadie morirá si nos damos un besito. Si quiere follarme contra un árbol, también podría convencerme de subir a bordo. Dios, ojalá hubiera traído mi vibrador. —Parece que estás pensando mucho en algo —ríe Russ, ocupando el sitio vacío a mi lado—. ¿Qué pasa? —Olvidé mi vibrador. —Me quedo paralizada y tomo la inteligente decisión de no mirarlo y ver las secuelas de mis palabras. Sus orejas son definitivamente rosas; ni siquiera necesito mirarlo para comprobarlo. Simplemente lo sé—. No quería decir eso en voz alta. —¿Quieres que te acompañe a tu cabaña? —dice, ignorando afortunadamente mi comentario—. El tiempo está fatal. —No, está bien —murmuro, mirando al cielo negro—. Me quedaré aquí hasta que todos se vayan a la cama. —¿Te importa si me quedo también? —Me gustaría mucho que lo hicieras. *** El trueno es más sonoro en la cabaña que en la sala de cine y estoy considerando aceptar la oferta de Xander. La guardia nocturna de tres personas puede convertirse en algo, ¿verdad? He probado con música en los auriculares. He probado la meditación tranquilizadora. He intentado distraerme con un libro, pero el tiempo es tan malo que ni siquiera los multimillonarios sexys con parques temáticos bastan para distraerme. Cada vez que retumban los truenos, juro que la cabaña tiembla. Me he disuadido de ir a la cabaña de Russ tres veces. Era como alguien de una película cuando se levanta, camina hacia la puerta y pone la mano en el picaporte, antes de sacudir dramáticamente la cabeza y marcharse. No puede salir nada bueno de que vaya a verlo y, sin embargo, la idea se mantiene. Él no puede hacer que pare la tormenta y yo no puedo entrar en su cabaña, así que no tiene sentido que me aventure en la oscuridad. Conociendo mi suerte, saldré y me caerá un rayo. Estoy discutiendo conmigo misma por cuarta vez cuando llaman a la puerta. ¿Qué posibilidades hay de que Russ haya estado discutiendo consigo mismo? ¿Cuando por fin cierra esos últimos centímetros y me besa? Al apartar la puerta, me doy cuenta de que la respuesta a esa pregunta es cero. Ninguna posibilidad. —Vaya, qué desorden tienes —se queja Jenna asomando la cabeza por la puerta. Mira la ropa en el suelo y frunce el ceño—. ¿Cómo te mueves por aquí? —¿Puedo ayudarla, Srta. Murphy? —refunfuño, sin siquiera intentar ocultar mi decepción porque no es un jugador de hockey de 1.90 m con bonitos ojos azules y tendencia a sonrojarse. —Vaya, hoy está gruñona. Veo que aún no has superado lo de la tormenta. —Busca en su bolso y saca una linterna—. Por si se va la luz. Puede que se vaya la luz. Fantástico. —Recuérdame, ¿por qué elegí trabajar para ti en lugar de pasar el rato en un yate o algo igual de idiota, pero genial? —Porque me quieres —dice orgullosa—. Y claro, los yates son geniales, pero ¿alguna vez has tenido que lidiar con tanta agua de lluvia por todas partes que se inunda? En Dubai no se viven experiencias así. —Viviendo el sueño, Jen. —Lo sabes —dice sonriendo—. Bien, eres mi última entrega. Me voy a la cama porque no tengo que trabajar esta noche y este tiempo es una mierda. No te estreses, ¿bien? Se acabará por la mañana. ¿Cuándo ha servido de algo decirle a alguien que no se estrese? Vuelvo a la cama y vuelvo a intentarlo con el libro, pero me doy por vencida a los cinco minutos. Por primera vez en mi vida, no me gustan los libros románticos. Como soltera a perpetuidad, creo que es más chocante que me gusten. Ahora que lo pienso, es un enigma que tenga tanta fe en los finales felices de ficción, pero que nunca me haya planteado cómo podría ser el mío. Vuelven a llamar a la puerta. Vuelvo a tirar de la puerta y me encuentro a Orla en el umbral. Ahora sé definitivamente que el universo me está jodiendo. Recapitulo mentalmente todo lo que he hecho desde que llegué aquí que podría haberme puesto en el radar de Orla, pero nada destaca. Solo he estado cachonda en mi cabeza, no en la vida real, y ella no puede leer mis pensamientos, así que no tiene ni idea de que anhelo desesperadamente llegar a primera base como una absoluta perdedora. —Hola, cariño. Creo que me he equivocado de sitio. —Saca el celular para mirar los mensajes—. Parece que hay una gotera en el tejado y tengo que hacer una foto para el registro de reparaciones. Juro que hoy en día ser una anciana no tiene ventajas. Te mandan a la calle bajo la lluvia y todo tipo de tonterías. Me pasa el teléfono mientras se quita las gafas, limpiando el agua con el cuello de la chaqueta que lleva bajo el chubasquero. —Aquí pone veintisiete, no veintidós. El veintisiete está junto al césped principal. Creo que está enfrente de la cabaña de los Erizo. Orla se ajusta la capucha alrededor de la cara, acepta que le devuelvan el celular y se lo guarda en el bolsillo. —Gracias, cielo. Siento haberte molestado, que duermas bien. Estoy mirando al techo escuchando cómo la lluvia amaina, intentando dormirme, cuando estalla el trueno, que suena como si estuviera ocurriendo justo encima de mi maldita cabaña. —Bien, vamos a hacerlo. Lo vamos a hacer —murmuro, me levanto de la cama y cojo las zapatillas. Enciendo las luces y busco entre las cosas de Emilia y las mías: Jenna tenía razón, somos un desastre. ¿Dónde carajos está mi chubasquero? Admitiendo mi derrota, me pongo mi sudadera de Oso Pardo, que combinada con mis pantalones cortos parece que me estoy disfrazando de Russ. Probablemente sea una mala idea. —Las malas ideas forjan el carácter —me digo en voz alta, justo cuando se apagan las luces de mi cabaña—. A la mierda mi vida. Esto no es una señal. No dejo de repetirme que no es una señal mientras busco a tientas la linterna que Jenna me dio antes y me dirijo lentamente hacia la puerta en la oscuridad. En cuanto estoy fuera, veo que hay luces encendidas en otros edificios. Es solo mi hilera de cabañas cuyas luces están apagadas. Claro que sí. El hecho de que nunca haya buscado en Google las posibilidades de que alguien sea alcanzado por un rayo me parece un error mientras corro por el sendero en dirección al lago. Hay un riesgo real de que me rechace. ¿Qué estoy haciendo? La vieja Aurora me abuchearía y se derrumbaría de puro horror si pudiera verme ahora. Doy gracias por mi linterna mientras me aproximo a la hilera de cabañas y cuento los números hasta que leo el cartel que pone 33. Tengo el corazón en un puño mientras subo los escalones del porche hasta la puerta de Russ. Lo peor que puede decirme es que vuelva a mi cama. Al menos creo que eso es lo peor. Sé que no debería estar aquí, así que no hay razón para sorprenderse si él no quiere mi trasero necesitado en este momento. Los relámpagos restallan en el cielo, impresionantes pero aterradores, y llamo a la puerta de madera. La luz se cuela por un hueco entre las cortinas, pero no contesta. Vuelvo a llamar y espero, pensando que podría estar en el baño o algo así, pero no contesta. Abatida y un poco avergonzada, admito la derrota y salgo de la protección del porche de vuelta a la lluvia. De todos modos, era una tontería y no debería haberlo hecho. Tal vez haya interpretado mal las cosas. Estoy segura de que me lo pasaré muy bien dándole vueltas a esta noche el resto de mi vida. Cuando sea vieja y canosa, me despertaré con un sudor frío obsesionada por cómo salí a la calle bajo la lluvia con un jersey con un maldito oso y fui ignorada por el hombre en el que no podía dejar de pensar. Al doblar la primera esquina para alejarme de la cabaña, me detengo bruscamente cuando veo a Russ caminando hacia mí. Agacha la cabeza, pero al cabo de unos pasos me mira y también se detiene. —Hola —me dice en la oscuridad. Está tan empapado como yo, lleva el mismo jersey y los mismos pantalones de chándal de antes, ahora más oscuros por la lluvia. —Hola. —Fui a tu cabaña —dice suavemente—. Pensé que podrías estar asustada; quería comprobar que estabas bien. No sé cómo responder a lo que ha dicho con palabras, así que me muevo hacia él, él se mueve hacia mí, y estoy tan hipnotizada por él que ni siquiera me inmuto cuando un relámpago ilumina el cielo de Honey Acres, porque finalmente cierra esos últimos centímetros y me besa. Ahora comprendo por qué hay tantas canciones sobre que te besen bajo la lluvia. Russ me aprieta contra la pared de su cabaña, mis piernas lo rodean con fuerza como tantas otras veces, salvo que esta vez sus dedos están enredados en mi pelo, tirando para mantener mi cabeza a un lado para besarme, lamerme y chuparme el largo del cuello. Es diferente de la última vez; tiene más confianza, está más seguro de qué hacer para que me arquee contra la pared y gima. Tiro de su sudadera, impaciente por volver a ver su cuerpo y sentirlo contra el mío. Me ayuda a quitarle la prenda húmeda por la cabeza y, al instante, me quita también la mía. Nuestros estómagos húmedos se pegan y el calor se extiende por mi piel como un reguero de pólvora. —Eres tan jodidamente hermosa —susurra en la concha de mi oreja—. No puedo creer que hayamos tardado tanto en volver a hacer esto. Predica. Nos merecemos algún tipo de medalla por la cantidad de autocontrol que hemos demostrado cuando sabemos lo bien que nos hacemos sentir el uno al otro. —A algunos nos gusta respetar las reglas, Callaghan —me burlo. Sus manos se hunden en mi trasero y siento que todo mi cuerpo va a arder en cualquier momento. Nos lleva a su cama y me tumba suavemente en el colchón. El suave material contrasta con la rugosidad de la pared. Se baja los pantalones y los calzoncillos y tengo que evitar que se me caiga la mandíbula de la cara. El tiempo ha embotado mi recuerdo de lo impresionante que es, y después de varias semanas trabajando aquí solo conmigo en la ducha, temo que me falte un poco de práctica. —¿Sabes lo que me sube el ego cuando me miras así? —me dice, arrodillándose en la cama entre mis piernas totalmente desnudo. Estoy bastante segura de que es una regla en alguna parte que es de mala educación no mirar a la cara de alguien cuando te están hablando, pero para ser justos, no han visto lo bonita que es la polla de Russ. —Estoy haciendo una evaluación del riesgo de que me partas por la mitad. Resopla y se inclina sobre mi cuerpo para besarme lentamente. —¿Estás segura de que quieres hacer esto? —Es en lo único que he pensado durante semanas —admito—. No me asusta un poco de riesgo. Me desabrocha los pantalones cortos, me los baja y me quita las bragas, abriéndome de piernas delante de él. Sin un poco de alcohol en mi organismo, esta es la parte en la que normalmente me sentiría cohibida. Con él, no. —¿Qué necesitas? —me pregunta, masajeándome el interior de los muslos. Todo. —Quiero sentirme cerca de ti. Se tumba en la cama a mi lado y me pone de lado para que nuestros estómagos se toquen. Me sube la pierna por encima de la cadera y me pasa un brazo por debajo de la cabeza. —¿Así está bien? —Perfecto. Russ se toma su tiempo para pasar su mano por la curva de mi cintura, por la parte baja de mi espalda hasta tocarme el trasero. Su boca y su lengua se mueven contra la mía mientras su mano se desliza desde mi trasero para meterse entre mis piernas. —Mierda, Aurora —gime, apretando la frente contra la mía—. Estás tan mojada. Su polla se estremece contra mi estómago. —¿Puedo tocarte? —Puedes hacerme lo que quieras. —Gime cuando le rodeo con la mano, subiendo y bajando lentamente. Me mete un dedo y luego otro, estirándome. Los latidos de mi corazón se aceleran y mi respiración se vuelve inestable mientras muevo la mano que hay entre nosotros al ritmo que a él le gusta—. Eres tan jodidamente buena, cariño. Es paciente, observa cada una de mis reacciones para saber exactamente lo que me gusta. Mi pierna sobre sus caderas empieza a temblar, la sensación que se va formando en mi estómago se siente como si estuviera en mis huesos. —Me voy a correr. —Su pulgar encuentra mi clítoris y lo único que quiero es acercarme más a él. No sé cómo, pero mi mano libre se agarra a su nuca y gimo en su boca—. Mierda, Russ. Oh, Dios mío. —Eso es. Déjame ver esa cara bonita cuando te haga venir. Mi cuerpo se agita y se retuerce sobre sus dedos, mientras mi mano sigue enredada en él. Saca los dedos y sus caderas se abalanzan sobre mi mano varias veces antes de detenerse, rodeando la mía con la mano para detenerme. —No quiero correrme todavía. —¿Dónde están tus condones? Veo cómo la expresión de su cara se hunde en el horror. —Mierda. —Por favor, dime que estás diciendo mierda porque te molesta tener que estar lejos de mí los dos segundos que tardarás en cogerlos. —No tengo —admite avergonzado—. ¡No me mires así, no esperaba tener sexo! Se tumba de espaldas, usando mi pierna para ponerme encima de él. Su polla es como una roca, convenientemente colocada contra él, pero entre mis piernas. Muevo suavemente las caderas y él pone los ojos en blanco. Inmediatamente me agarra de las caderas para mantenerme en mi sitio mientras imita mis movimientos empujando hacia arriba. Todo está hinchado y dolorido y húmedo, lo que está nublando mi capacidad para resolver problemas. Tampoco puedo culparlo por no traer condones cuando yo no lo hice. —¿Podríamos simplemente no usar uno? ¿Cuándo fue la última vez que te examinaron? —pregunto—. Tomo anticonceptivos y mi última prueba salió bien. Siempre los uso. Uno de nosotros puede ir a Meadow Springs a comprar algunos esta semana. —Me hice la prueba unas semanas antes de conocerte y estaba limpio. Eres la única persona con la que he estado desde entonces, pero no me siento cómodo sin usar preservativo. No disfrutaré si me preocupan las estadísticas de la eficacia de tus anticonceptivos. —Está bien, lo respeto. —Probablemente deberíamos haber tenido esta conversación antes de desnudarnos, pero al menos la estamos teniendo. Parece un poco avergonzado, pero no tiene motivos para estarlo. Tiro de él hasta que se sienta, se apoya en las manos y yo le rodeo el cuello con los brazos, dándole un picotazo en los labios—. Hay muchas otras formas de satisfacerte. Dios mío, apuesto a que Xander tiene alguno. Creo que nunca me he movido tan deprisa como al correr hacia el lado de la cabaña de Xander. Russ pone los pies en el suelo, encaramándose al borde de la cama. —Rory, no creo que debamos buscar entre las cosas de Xander. Tiene razón, no es que lo vaya a considerar, pero tiene razón al fin y al cabo. —¿Crees que si Xander supiera que necesitas un condón se enojaría? —Buena observación. Reviso los lugares obvios, como su mesilla de noche, su neceser, el cajón de los calcetines, el armario, pero no encuentro ninguno. Si yo fuera Xander, ¿dónde escondería condones? Me tiro al suelo, miro debajo de la cama y, aunque es muy probable que encuentre algo peludo con garras, enseguida veo una bolsa de viaje. —Cielos, Aurora —gime Russ, y físicamente parece dolido. Tengo el trasero al aire, el pecho pegado al suelo, y no hace falta ser un genio para darse cuenta de lo que puede estar pensando ahora mismo. Tiro de la bolsa hacia mí y encuentro exactamente lo que busco. Levanto los paquetes de papel de aluminio como si fueran un premio y trato de no correr hacia su cama. Nunca había visto a Russ moverse tan rápido como cuando arranca el papel de aluminio y se cubre. Todavía en el borde de la cama, me agarra por detrás de los muslos para mover mis piernas a ambos lados de sus caderas. Tengo cuidado cuando se alinea y me hundo sobre él. Estoy tan llena que me aturde, me estira y me paraliza. —Tómate tu tiempo —murmura suavemente, besándome el pecho. Sus manos me sujetan la cintura, guiándome mientras subo y bajo tímidamente, cogiendo un poco más de él cada vez—. Eso es, buena chica. Te sientes tan jodidamente bien, Aurora. Me estás haciendo perder la cabeza. Los elogios mejoran el sexo y no me avergüenza admitirlo. Russ Callaghan puede llamarme buena chica cuando quiera. Entramos en un ritmo perfecto. Sus manos se mueven hacia mi trasero, ayudándome a rebotar sobre él, mientras su boca explora mi cuello y mi pecho. Mis dedos se frotan frenéticamente entre mis piernas y lo aprieto más fuerte. —Estoy cerca —jadeo. Sus manos siguen guiándome y yo choco mi boca contra la suya, nuestra piel se ruboriza en tantos lugares que nos sentimos como una sola persona. Siento como si la luz me atravesara el cuerpo y me aferro a él con fuerza, aguantando el subidón, palpitando a su alrededor. —¿Estás bien? —susurra. —Los muslos arden. Vale la pena. Russ me levanta de encima de él, me tumba de nuevo en su cama y se acuesta detrás de mí. Su brazo se desliza bajo mi cabeza, su pecho plano contra mi espalda, y parece que estamos a punto de hacer la cucharita, hasta que siento su polla pinchándome por detrás. —Levanta un poco la pierna, cariño. —No puedes metérmela por el culo. Se me pone la piel de gallina cuando se ríe en mi cuello. —No planeaba eso, pero gracias por hacérmelo saber. Vuelve a deslizarse dentro de mí de un solo empujón y todo se siente diferente desde este ángulo. Bajo la pierna y el brazo que me rodea el cuello me cruza el pecho, dejándolo que me pase el dedo por el pezón. Su otra mano me recorre el vientre antes de deslizarse entre mis piernas, e inmediatamente sé que ha arruinado a cualquier otra persona para mí. Sus caderas se balancean suavemente hacia delante y hacia atrás, junto con su mano, y me susurra cosas dulces al oído. Está en todas partes a la vez y sé que pronto volveré a caer al vacío. Así me siento valorada, adorada. Como si su única misión en la vida fuera hacerme sentir hermosa y deseada. Empujo las caderas hacia atrás mientras él empuja las suyas hacia delante y caemos en un patrón enloquecido, persiguiendo juntos un subidón. —Eso es, demuéstrame cuánto lo deseas —me dice en el cuello—. Tú vales cualquier riesgo, Ror. El sonido de nuestros cuerpos chocando entre sí ahoga cualquier sonido de tormenta. Mierda, ya ni siquiera sé si hay tormenta. Russ se está apoderando de todos mis sentidos. Yo gimo, él gime. Yo voy más fuerte, él también. El pulso de mi cuello martillea contra su boca y sus embestidas empiezan a volverse descuidadas y ásperas. Grita mi nombre y sus dedos me frotan más deprisa, y yo estoy allí, cayendo con él. Estoy agotada, dolorida y completamente saciada. Nos quedamos totalmente quietos, él dentro de mí. Suelta un suspiro. —Creo que estoy obsesionado contigo. Es como otro orgasmo. —Es el sexo el que habla. —No lo es. Se retira despacio y me besa suavemente mientras yo hago una pequeña mueca de dolor. Va al baño a quitarse el condón y, por primera vez, no espero que el chico con el que acabo de acostarme cierre la puerta y espere a que me vaya. Vuelve a tumbarse a mi lado, se inclina para verme la cara, me aparta el pelo y me besa en la frente. —¿Quieres algo? ¿Una copa? ¿Ducharte? ¿Algo cómodo? —Estoy bien. —Me cubre con el edredón y se mete a mi lado—. Gracias. Russ vuelve a besarme en la frente y gira mi cuerpo hacia él, rodeándome con el brazo. Acurrucarme después del sexo no es algo que haya hecho nunca, pero me siento tan segura y feliz que es casi abrumador. Coge un libro de al lado de la cama y apaga la lámpara. Quiero preguntarle qué está leyendo, pero ya se me están cerrando los ojos. Estoy a punto de dormirme cuando su voz me detiene. —¿Seguirás aquí cuando me despierte? —Sí, lo prometo. No recuerdo la última vez que dormí más de unas horas. Las cortinas cerradas me impiden saber qué hora es, pero sé que anoche dormí mucho; lo noto. Buscaría algo que me dijera la hora, pero Aurora está dormida sobre el brazo que la rodea y el otro descansa contra la suave piel de su vientre. Cuando le doy un beso en el hombro, se remueve ligeramente y se retuerce contra mí, rozándome la polla con el trasero, haciéndome gemir. Vuelve a hacerlo, esta vez claramente con más intención, aunque finge estar dormida. Empujo mis caderas hacia delante deliberadamente, inclinándome para susurrarle al oído. —Sé que estás despierta, Rory. Se ríe, y es mi segundo ruido favorito del mundo. El primero son sus gemidos, obviamente. —Qué manera de despertarme —dice entre bostezos. La despertaría como quisiera si eso significara que duerme a mi lado por la noche. Estira la mano por detrás y me roza la rodilla, luego el muslo, subiendo poco a poco, deteniéndose de vez en cuando para medir mi reacción, hasta que dobla el brazo por detrás de la espalda y sus dedos me rozan suavemente los huevos y la polla. —¿Está bien así? —dice, rodeándome con la mano y haciendo una caricia de prueba. —Sí —consigo ahogar, moviendo las caderas al ritmo de su mano para facilitarle las cosas—. Eres tan buena en eso, cariño. Se detiene de repente y me asusto de inmediato, pensando que he hecho algo mal, pero entonces se da la vuelta para mirarme. Sigue dormida, con el pelo mojado y ondulado, y me mira de una forma que hace que se me pare el corazón. Ojalá pudiera guardar este momento, embotellarlo y protegerlo de cualquier fuerza externa que intente arruinarlo. Aurora se inclina sobre mí y me besa, e inmediatamente no me importa nada más que el momento. Se separa y me besa la clavícula, el pecho, bajando poco a poco, hasta que contengo la respiración y la expresión soñolienta de su cara es sustituida por otra mucho más traviesa. Me besa el interior de los muslos, el hueso de la cadera, todas las partes excepto donde yo quiero. Le paso el pelo por detrás de la oreja y le empujo la barbilla para que me mire. —¿Intentas hacerme rogar, Aurora? Esos ojos verdes me miran tan jodidamente inocentes, como si no tuviera mi polla junto a sus labios. Ella besa la base, manteniendo sus ojos en mí. —No. —Otro beso ligeramente más arriba—. No necesitas rogarme que haga algo que llevo semanas deseando hacer. Juntando los dedos sobre mi cabeza, me tiro del pelo mientras mi estómago se flexiona, mi respiración lucha por mantenerse estable. —Estos van a ser los mejores siete segundos de mi vida. —No me hagas reír cuando intento seducirte —gime entre risas. —No necesitas intentarlo, lo has conseguido. Considérame seducido. Obsesionado. Consu… —Sus labios envuelven el extremo de mi polla y me olvido de cómo hablar. Estaba bromeando con lo de los siete segundos, pero ahora no estoy tan seguro de que fuera una broma. —Eres irreal, maldición. El pelo le cae alrededor de la cara cuando baja y me toma más; se lo quito, recogiéndolo en una coleta en el puño. Le gusta; me lo hace saber gimiendo feliz, llevándome hasta el fondo de su garganta. A mí también me gusta. Tengo miedo de parpadear por si me pierdo algún momento. Las uñas de su mano libre rozan suavemente mis abdominales mientras la otra trabaja en coordinación con su boca para llevarme al límite. Mi mano se aprieta contra su pelo, los músculos se tensan y la sensación al rojo vivo empieza a aumentar. Me mira desde el lugar entre mis piernas, con ojos verdes y húmedos y tan jodidamente concentrada en mí ahora mismo. —Ya casi estoy. En ese momento se abre la puerta de la cabaña y Xander entra de su turno de noche con los perros, acabando con cualquier posibilidad de que se me vuelva a poner dura. —¡Mierda! —gritamos los dos, él tratando de protegerse los ojos, yo tratando de cubrir el cuerpo desnudo de Rory con una manta. —Lo siento, lo siento —grita Xander, saliendo de la cabaña más rápido de lo que nunca lo he visto moverse—. ¿Hoy en día la gente no pone un calcetín en la puerta? Dios santo. Horrorizado es la única palabra que describe cómo me siento ahora mismo. Mirando a Aurora, espero encontrar la misma expresión mortificada, pero por supuesto no la encuentro, porque es Aurora. Se lleva la mano a la boca mientras hace todo lo posible por evitar que se le escape una carcajada. —Lo siento —susurra—. No me estoy riendo, lo juro. ¿Estás bien? La manta que le he echado por encima le cubre parcialmente la cabeza y se arrodilla desnuda entre mis piernas, mientras mi polla ya no está dura. Arrastro una mano por mi cara y suelto una carcajada, lo que le da el permiso que necesitaba. La atraigo hacia mí y le beso la frente mientras ella se acurruca más. —Ni siquiera duramos seis horas antes de que nos descubrieran. —La próxima vez seremos más listos —dice arrastrando el dedo por mi piel—. Tengo que volver a mi cabaña antes de que alguien se dé cuenta de que no estoy. Siento que no hayas podido terminar. Aurora dice «la próxima vez» tan a la ligera que no sé muy bien cómo responderle. No quiero tener que renunciar a ella, pero tampoco quiero que me despidan si nos descubren. Pero realmente no quiero tener que renunciar a ella. Es la única cosa en mi vida que no ha sido arruinada de alguna manera por todas las otras cosas. Ella me da esperanzas, y aún no estoy preparado para despedirme de ese sentimiento. —Tendremos más cuidado —le digo, besándole de nuevo la frente. Subiendo por encima de mí, empieza a vestirse y frunce el ceño cuando recoge su ropa aún húmeda del suelo. —No has doblado mi ropa, Callaghan —dice—. Estoy orgullosa de ti. Me quito los bóxers y los pantaloncillos, me siento en el borde de la cama y la veo hacer una mueca y ponerse la sudadera aún húmeda por encima de la cabeza. Se está poniendo las zapatillas cuando tiro de ella hacia mí y la coloco entre mis piernas. Sus manos se posan a ambos lados de mi cara y me sonríe mientras yo le froto el dorso de los muslos con las mías. Llaman a la puerta e inmediatamente se abre. —No es por estropear esta hermosa unión, pero estoy aquí porque realmente necesito cagar. Así que si ustedes dos pueden cubrirse para que no tenga que ir en el bosque como un maldito oso, eso sería genial. Aurora mira por encima del hombro hacia el hueco, sin apartar las manos de mi cara. —Sabes que hay otros baños, ¿verdad? ¿Tu siguiente opción no es el bosque? —¿No se le permite a un hombre tener un lugar preferido para hacer caca en estos días? ¿Es ahí donde estamos como sociedad? —Me voy, reina del drama —grita antes de darme un beso de despedida. Quiero arrastrarla de vuelta a la cama y cerrar la puerta, pero probablemente sea bueno que nos hayan interrumpido; no tengo ni idea de qué hora es y dudo que hubiera encontrado la motivación para preocuparme de todos modos. Los perros entran corriendo en cuanto Rory abre la puerta y Xander intenta chocar los cinco con ella cuando pasa a su lado, pero se detiene cuando ella le pincha juguetonamente en las costillas. —Te he robado, lo siento. Adiós. —¡Siempre son las ricas! —grita tras ella. La sonrisa de su cara es imperdible cuando entra y cierra la puerta tras de sí y yo no puedo evitar sonreír como un tonto también—. Voy a cagar y luego hablaremos de qué carajos ha pasado. Me entretengo con los perros mientras está fuera y, cuando vuelve, sigo con la misma sonrisa —sin duda tonta— en la cara. Ni Xander ni yo trabajamos hoy —el segundo de mis días libres y el primero para él tras cambiar ayer con Aurora—, pero sin siquiera hablar de ello, sé que vamos a estar todo el día con todo el mundo ayudando. No me malinterpreten, los niños pueden ser agotadores, pero es un buen tipo de agotamiento. Me mantiene la mente ocupada y disfruto ayudándoles a encontrar la confianza en sí mismos. En cierto modo, cuando era más joven, ponía a los niños ricos en un pedestal porque creía que nunca tendría problemas si mi familia era rica. Eso no cambió mucho a medida que fui creciendo, sobre todo cuando empecé en una universidad en la que parecía que todo el mundo a mi alrededor era más privilegiado económicamente. Creo que trabajar aquí está empezando a curar a ese niño interior. Veo a estos niños con las mismas inseguridades y preocupaciones que yo tenía y me doy cuenta de lo tonto que fui hace tantos años. Y sí, tal vez una pequeña parte de mi motivación para ayudar hoy es ver a Rory. Xander se lanza sobre su cama, esquivando por poco a Trucha, que está mordisqueando uno de sus calcetines. —¿Puedo adivinar qué robó la señorita Dedos Pegajosos? ¿Por casualidad era un condón? —Asiento con la cabeza y su sonrisa se ensancha—. Me alegro de que estén protegidos y no tenga que darles la charla de los pájaros y las abejas. Preferiría ser atacado por pájaros y abejas que tener esa conversación con Xander. —Sabes que tenemos la misma edad, ¿verdad? —Los niños de hoy en día… —Evita el zapato que le lanzo—. Reflejos de gato, hombre. Pero en serio, me alegro por ti. Estoy jodidamente celoso, pero feliz. Tienes la oportunidad de hacer todo eso del amor de verano. Estás viviendo el sueño. —Gracias, hombre. ¿Qué haces hoy? —pregunto, cambiando de tema antes de que me pida que comparta demasiado. Los viejos hábitos no mueren. —Lo primero que voy a hacer es volver a dormir. Jax decidió contar historias de terror antes de dormir, el muy estúpido. Y sé que no está bien llamar estúpido a un niño de diez años, pero es que es un poco estúpido. Muchas lágrimas y drama, todo muy molesto. No te preguntaré qué haces porque sé que la respuesta es estar con tu chica y fingir que es porque te importan los deportes de equipo. Quiero corregirlo y decirle que no es mi chica, pero me gusta cómo suena. —Más o menos. Bosteza, tirando de la manta sobre inmediatamente empieza a masticarla. —Tu secreto está a salvo conmigo, hombre. él y Trucha, que Para cuando me ducho y me dirijo a desayunar, la lluvia de anoche ha desaparecido. Estoy a medio camino de la sala de comidas cuando oigo un «espera» detrás de mí. Recién duchada y con su camiseta de los Osos pardos, Aurora sonríe mientras corre para alcanzarme. Su mano roza suavemente la mía, sin detenerse lo suficiente como para resultar sospechosa si alguien nos viera, pero lo suficiente como para que se me ponga la piel de gallina en el brazo. —Hola. —Hola. —Hola —repite torpemente—. Solo quería decir… Bueno, he estado pensando, y, bueno, sé que te hice romper las reglas anoche y prometí que… —Rory —digo en voz baja, interrumpiéndola. Me detengo, moviéndome de su lado a delante de ella. No estoy acostumbrado a la expresión de duda en su rostro, ni a la falta de confianza en su voz. Incluso cuando está divagando para llenar el silencio, hay un aire de confianza en ella, pero en este momento, parece una mujer luchando con la incertidumbre—. No me obligaste a hacer nada. Yo también fui a tu cabaña, ¿recuerdas? —Lo sé, pero este trabajo es importante para ti y es importante para mí, me encanta estar aquí, pero también tengo el control de los impulsos de un mapache hambriento. No quiero que pienses que las cosas que son importantes para ti no lo son para mí, cuando sé que son importantes para ti. ¿Tiene sentido? —Creo que sí. No me arrepiento. —Mierda, quiero besarla—. Te lo prometo. Intento relajarme un poco, no estar tan preocupado por todo. —Sería bueno para ti si pudieras hacerlo. Creo que serás más feliz. —Así que… ¿Cómo decirlo? —Así que… —repite. —Me gustas. Aurora. Mucho. Estoy muy feliz de que pasara lo de anoche. Su boca se abre y se cierra, y luego vuelve a abrirse un poco, como la de un pez de colores. Se aclara la garganta y asiente con la cabeza, forzando un graznido: —Yo también. —Se aclara la garganta—. Tú también me gustas mucho. —Así que… —Así que… deberíamos desayunar antes de que envíen un grupo de búsqueda a por nosotros —dice, rompiendo el extraño silencio que flota en el aire—. Fui a explicar por qué iba a perderme el izado de bandera y llegar tarde al desayuno antes de ir a ducharme, y por alguna razón Orla estaba allí. Tuve que mentir y decir que no me sonó el despertador porque se fue la luz y no me cargó el celular y que llegaría lo antes posible. Empezamos a caminar de nuevo hacia el vestíbulo y yo asiento con aprobación. —Eso es inteligente. Se burla. —No fue así. Resulta que volvió a encenderse dos minutos después de que me fuera a buscarte y no tuvo nada que ver con la tormenta. Fue el tipo que intentaba detener las goteras del tejado apagando el interruptor equivocado en algún sitio. —Bueno, no pueden probar que estás mintiendo. —Emilia puede, definitivamente ya lo sabe. Me miró. —Suspira pesadamente mientras nos acercamos a las puertas, se detiene y se vuelve hacia mí—. Lo siento, nunca antes alguien me había dicho que le gustaba de verdad y que significaba algo más que tener sexo conmigo. Me desconcertó por un momento. No quiero volver a la universidad y no verte todos los días, Russ. Verte es la mejor parte de mi día. Y si estás feliz de esperar y ser paciente mientras resuelvo lo que eso significa, entonces tal vez podamos tener algo especial. Ahora soy yo el que está flotando. Se siente demasiado fácil, demasiado natural para ser la vida real, pero es mi vida real. —Esperaría siempre por ti, Aurora. Hace días que tengo mariposas. Al principio pensé que estaba enferma, pero no eran exactamente náuseas, sino más bien un cosquilleo en el abdomen. Se calmaba por la noche, cuando Emilia y yo estábamos en la cama, así que pensé que se había acabado, pero volvía a empezar al día siguiente. Me preguntaba si era una alergia, pero en realidad no me sentía mal, solo diferente. Tuvieron que pasar tres días de preguntas para que finalmente me diera cuenta de que son mariposas. —¿Entonces no te estás muriendo? —chilla Emilia, guardando el último chaleco salvavidas en el baúl. Ha vuelto a perder la voz después de un torneo de voleibol particularmente competitivo ayer. Perder la voz de gritar todo el día es normal, pero no es algo que yo haya sufrido. Mis cuerdas vocales se niegan a callarse, para decepción de Emilia. Esta tarde hemos estado paseando en kayak y hemos tenido un poco de soledad «bueno, toda la soledad que se puede tener en un campamento» y me ha ayudado a darme cuenta de que tengo sentimientos, y de que esos sentimientos flotan alrededor de mi estómago haciéndome sentir rara. —No voy a morir. Confirmado. —Solo es un mal funcionamiento por un hombre, lo tengo. —No me mira, así que no ve el dedo que le estoy haciendo, pero como cualquier buena mejor amiga, lo sabe—. Dios, es tan fácil sacarte de quicio. Me gusta esta nueva versión de ti; estás flotando como una criatura animada del bosque; es súper lindo. —Perdona, ¿has dicho algo? No te oigo. —Miro a través de la orilla y veo al hombre en cuestión levantando kayaks y volviéndolos a colocar en el estante con facilidad. Criatura del bosque no es lo peor que me han llamado, sobre todo Emilia—. Echo de menos a Poppy. Ella equilibra lo molesta que eres. —Oh, créeme, le va a encantar oír hablar de esto, mi pequeño conejito de dibujos animados. —Se aclara la garganta agresivamente y empieza a agitar los brazos—. ¡Eh, Russ! ¿Podrías venir a ayudarnos, por favor? No suena como ella misma cuando lo dice, pero es lo suficientemente alto como para captar su atención. Aunque apuesto a que no tiene ni idea de lo que ha dicho. Guarda el último kayak y se abre paso entre los campistas mientras Clay los lleva a lavarse para la cena. —¿Qué haces? —refunfuño en voz baja para que no me oiga mientras se acerca. —¿Qué pasa? —dice, deteniéndose frente a nosotras dos. «Dios, es guapo». Emilia señala la caja dramáticamente. —Tengo que ir al baño. ¿Podrías ayudar a Rory a poner el arca de nuevo en el cobertizo de almacenamiento, por favor? —¿Estás bien? —pregunta, definitivamente en nombre de los dos— . Estás actuando rara. —Nunca se sabe quién está escuchando. De nada. —No podrían oírte, aunque lo intentaran —digo. Es su turno de hacerme un gesto con el dedo mientras sale corriendo para seguir a Clay, y ahora que se ha ido, las mariposas aletean con toda su fuerza. Definitivamente no son alergias. Los últimos días han sido una mezcla de miradas cargadas y roces de manos, voces bajas y sonrisas cómplices. Me preocupaba que después de semanas de acercamiento, una vez que nuestra mutua picazón se rascara, la emoción se desvanecería. Pero entonces me sacó a un pasillo vacío y me dio un beso que me dejó sin aliento, y supe que no era para preocuparse. Sobre todo, no puedo creer que haya un chico que realmente quiera pasar tiempo conmigo y tener una conexión conmigo más allá de la que se produce cuando estamos desnudos. Sé que el listón está bajo para mí cuando se trata de hombres, lo que a menudo me hace desconfiar de mi propio juicio, pero puedo confiar en mi juicio sobre Russ. Russ empuja el arca con el pie y observa cómo se mueve un centímetro. Lo levanta, con los bíceps abultados por el peso. —Puedo hacerlo solo, no necesitas ayudar. «Oh Señor. Soy una mujer débil, débil». —Quiero hacerlo. No está lejos del cobertizo, que es menos cobertizo y más edificio de almacenamiento, y en menos de un minuto estoy nerviosa de caminar detrás de él, viendo cómo se le flexionan los músculos de la espalda y abriéndole la puerta. Deja el arca en el suelo de la oscura habitación y, por suerte, no hace falta que hagamos nada más. No debería entrar yo también y dejar que la puerta se cierre tras de mí, pero lo hago. Hay una luz en alguna parte, pero no tengo ningún deseo de encontrarla. Pequeños rayos de sol entran por algunas ventanas superiores, y no decimos nada mientras sus manos encuentran mis hombros y suben hasta mi cuello. Coloco mis manos en su cintura y las subo hasta enlazarlas detrás de su cuello. Su boca encuentra la mía, dulce y lenta, como si intentara memorizar el momento en que su lengua se mueve contra la mía. Acerco mi cuerpo a él, hundo los dedos en su pelo y me pongo de puntillas para intentar estar aún más cerca. Estoy a punto de quejarme de que me quite las manos del cuello, hasta que me agarra por detrás de los muslos, me rodea con las piernas y me sienta sobre la superficie sólida más cercana. Cada caricia es perfecta, pero no es suficiente y aún quiero más. Me siento borracha de él, borracha de lujuria, de lo secreto y lo prohibido. Su boca recorre mi mandíbula y baja por mi cuello. —Te deseo tanto. —Puedes tenerme. Duda en ir más allá, con razón, pero eso no significa que no quiera que me acorrale contra lo que sea que tenga detrás. Este no es el lugar donde quiero que me encuentren con las bragas bajadas. A los niños no se les permite entrar en estos edificios y los vi regresar a su cabaña. Ninguno de nosotros se arriesgaría a eso. Todos los demás miembros del personal son el riesgo. Lo que hace que sea diez veces más excitante de lo que sería, porque podrían descubrirnos y esas sensaciones familiares que estoy acostumbrada a perseguir empiezan a volver. Las que inundan tu sistema de endorfinas y hacen que tus nervios parezcan cables en tensión. Es adictivo y problemático, pero incluso con todas las diferentes alarmas sonando en mi cabeza, sigo queriendo que pruebe la firmeza de lo que sea que esté debajo de mí. —No deberíamos —susurra. —Definitivamente no deberíamos —le susurro—. Pero si por casualidad quieres, que sepas que puedo ser súper silenciosa. La risa de Russ es baja y ronca, más sucia de lo normal, y empiezo a palpitar. Ahí es donde estoy: palpitando con risas sucias. —Eres tan inteligente —se burla, y juro que este hombre está tratando de acabar conmigo—. Pero me encanta cuando haces ruido. Su boca vuelve a estar sobre la mía y uso las piernas para acercarlo más a mí, gimiendo cuando su erección presiona el vértice de mis muslos. Estoy a punto de decir que se jodan y ponerme de rodillas, pero entonces algo cae y nos da un susto de muerte a los dos. Me besa de nuevo, lenta y suavemente esta vez, me frota las manos por detrás de los muslos y entonces algo se mueve. —¿Qué carajos es eso? —pregunto, desenganchando las piernas a regañadientes y volviendo a poner los pies en el suelo. Me ayuda a bajar mientras palpo la pared para encontrar el interruptor de la luz. Lo enciendo y toda la habitación se ilumina con las cajas y estanterías llenas de equipos. —No veo nada… —dice, tan confuso como yo. —No creo… —Es entonces cuando la zarigüeya más grande que he visto en mi vida se escabulle delante de mí, y grito tan fuerte que me sorprende que el edificio no se venga abajo. *** Russ está convencido de que el universo envió una zarigüeya para que dejáramos de comportarnos como zorras y volviéramos al trabajo. También se avergüenza de que el sistema escolar, o mis muchos veranos en este mismo campamento, no me enseñaran que las zarigüeyas no son peligrosas. Si no son peligrosas, ¿por qué tienen dientes tan puntiagudos? Y no, en realidad no usó la palabra zorras, pero lo que sea que haya dicho pasó por encima de mi cabeza porque su mano estaba posada en la parte baja de mi espalda y yo todavía estaba incómodamente mojada y cachonda. Malditas zarigüeyas. Esta noche me mantengo muy ocupada haciendo de consejera de campamento extraordinaria; no hay baile demasiado fuerte, ni chocolate caliente de más. Cualquier cosa para mantenerme ocupada y alejada del jugador de hockey que me tiene actuando irracionalmente. Irracional no es algo desconocido para mí. Ser irracional a causa de un enamoramiento… eso nunca me había pasado antes. Estoy ayudando a Jade a recoger sus rizos cuando Emilia se tira a mi lado. —Tengo que irme a la cama. Me está bajando la regla y tengo ganas de llorar, vomitar y pelearme a la vez. Los chicos dijeron que me cubrirían esta noche, ¿está bien? Lo siento. —Por supuesto que sí. ¿Necesitas que haga algo por ti? Jade mira por encima del hombro hacia donde estamos sentadas detrás de ella. —Mi madre hace que todas mis hermanas tomen té de menta. —Buen consejo cariño. Emilia, vete a la cama. Te traeré un poco de té cuando termine aquí. ¿Quieres chocolate? —Ella asiente—. No tardaré. Cuando acabo de peinar a Jade, Clay promete ayudar a todos a irse a la cama mientras yo cojo las cosas para que Emilia se sienta mejor. Poco después, cuando me acerco a la cabaña de los niños, reina un silencio alarmante. Abro la puerta de un empujón y de inmediato me encuentro con Clay, Russ, Xander y Maya, todos mirándome fijamente, con pánico en los ojos. Todos los niños se están acomodando bien, aunque el más raro todavía se está preparando para irse a la cama. Los miro a los cuatro. —¿Qué han hecho? —Estoy fuera, hombre —exclama Xander, agachando la cabeza mientras le da una palmada a Russ en el brazo. —Te quiero, Aurora, pero no soy lo bastante fuerte para esto — añade Maya. —Que Dios te acompañe, hermano —dice Clay, siguiendo a los otros dos por la puerta, sin hacer contacto visual conmigo. Russ se pasa la mano por la cara y suelta un suspiro tenso. —¿Qué me he perdido? —pregunto con cautela. —Hola, Rory —dice alegremente, sonando totalmente falso y forzado—. Estoy cubriendo a Emilia y pensé que nos vendría bien. Tenía un bonito plan. Involucraba bocadillos y… —Russ, ¿perdiste una caravana o algo así? ¿Por qué estás tan extraño? Vuelve a suspirar, y sinceramente me preparo para que me diga algo espantoso… y más o menos lo hace. —Hoy estás muy guapa. —¿Qué es lo que no me dices? —exclamo, perdiendo poco a poco la paciencia. —Kevin ha cagado lo más grande que he visto en mi vida y ha bloqueado todo el sistema de retretes. —Hace una pequeña arcada— . Y cuando intentas tirar de la cadena, todos los demás se llenan, y lo siento, pero es horrible. Sé que se supone que solo debemos llamar a mantenimiento para cosas que no podemos arreglar, pero no sé si alguien puede arreglar esto. —Dios mío. —No puedo evitar poner los ojos en blanco—. Bien, vamos, reina del drama. Abre camino. Seguro que estás acostumbrado a esto. ¿No vivías en una fraternidad? —No conozco a ningún hombre adulto capaz de replicar esto — dice, totalmente serio. ¿No es romántico? Nada ayuda más a la gente a conocerse que estrechar lazos sobre el borde de un retrete. Puedo oler el problema incluso antes de entrar en el gran cuarto de baño. Para acomodar al número de campistas del edificio, los baños adjuntos tienen varios retretes y duchas privadas, y de alguna manera Kevin ha conseguido atascar todas las tuberías. De pie, con la mano en la cadera, hago un gesto con la cabeza hacia la caseta, y Russ pone cara de pánico cuando se da cuenta de que le estoy pidiendo que haga algo. —Tú eres el ingeniero, Callaghan. Danos una solución. —Tapiar la puerta y no volver jamás. Esa es mi solución. —Voy a tirar de la cadena y esperar lo mejor. —Ya lo he intentado… —dice, sujetándome las caderas para impedir que entre en el cubículo. Tira de mí hasta que mi espalda se apoya en su pecho, sus manos permanecen en mis caderas y mi estómago da un vuelco. Malditos bichos—. Quizá deberíamos llamar a mantenimiento ahora. Salgo de su agarre, porque no vamos a tener este momento tan tierno resolviendo un problema de caca. —Llamar a mantenimiento es admitir la derrota. —Admito la derrota. —Levanta las manos en señal de rendición y se sienta contra el mostrador—. Estaba derrotado incluso antes de que llegaras. Llamemos a mantenimiento. —Tiraré de la cadena una vez a ver qué pasa. —Aurora, no… —Me ayudará a averiguar qué pasa —digo, tapándome la nariz mientras entro en la caseta. —Ror, vas a inundar por todas partes. —No. Probablemente se hundirá. Presiono la palanca hacia abajo y la fontanería emite un sonido que nunca antes había oído. *** Puedo sentir los ojos de Russ sobre mí desde el otro lado de la encimera de la cocina, pero no le doy la satisfacción de mirarlo. —Te lo dije —dice con suficiencia. —Cállate. No quiero oírlo. Después de que se me inundara el baño y tuviéramos que evacuar a los niños, por fin los hemos reubicado en el edificio principal. Por suerte, como aquí hacemos noches de cine, ya había colchonetas para que las usaran, y Cooper, el mayor que trabaja esta noche, pudo guiarnos hasta los sacos de dormir. Me gustaría pensar que los niños han notado el estrés que irradio, porque ninguno me ha probado y todos se han tumbado enseguida en sus camas improvisadas. Hay una cocina anexa a la habitación principal donde preparamos bebidas y aperitivos por la noche, y allí es donde paso los siguientes quince minutos engullendo nata montada directamente de la lata. Russ se mueve alrededor de la mesa hasta colocarse a mi lado. Me empuja suavemente con la cadera, así que yo le devuelvo el empujón y, antes de darme cuenta, estoy encima de la encimera con un hombre enorme entre las piernas. —¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor? —me pregunta, colocándome el pelo detrás de las orejas a ambos lados. —Construye una máquina del tiempo y vuelve a antes de que tirara de la cadena. —Podría hacerlo. Aunque podría llevarme un poco de tiempo. Apunto la lata hacia él y abre la boca, dejando que le eche un chorro de nata montada en la lengua. —Si pudieras volver atrás en el tiempo y cambiar algo, ¿qué cambiarías? Es una pregunta en la que pienso mucho, lo cual es una tontería porque nunca ocurrirá, pero por alguna razón me encanta atormentarme pensando en cómo habría hecho las cosas de otra manera. Sus manos frotan suavemente mis muslos arriba y abajo y él se concentra en observar eso en lugar de mirarme, hasta que finalmente se encoge de hombros. —Nada. —¿Nada? ¿No cambiarías errores que has cometido o incluso exámenes en los que podrías haberlo hecho mejor o algo así? — Sacude la cabeza—. En serio, ¿nada? —¿Has oído hablar del efecto mariposa? —Estoy familiarizada con las mariposas, sí. —Actualmente hay cien de ellas viviendo en mi abdomen y todas cobran vida cuando está cerca de mí. Sin embargo, creo que probablemente se refiere a la película—. ¿Qué efecto tienen en mi máquina del tiempo? —Mariposas no, el efecto mariposa. Si cambio una cosa de mi pasado, causaría un efecto dominó, y no me arriesgaría a no conocerte. Que sean doscientas mariposas, todas aleteando a la vez. Tengo la garganta seca, pero de todos modos me esfuerzo por decir las palabras. —Sabes que no tienes que engatusarme para meterte en mis pantalones, ¿verdad? Ya lo has hecho. —No te estoy hablando con dulzura, pero nunca me aburriré de ver tus mejillas sonrojadas. Es una sensación sobrecogedora, ver a Russ convertirse en el hombre que es en el fondo cuando se aleja de las inseguridades. Me siento tan jodidamente afortunada de ser yo quien lo vea. Mi beso lo toma desprevenido, pero se acomoda rápidamente, y espero por Dios que nadie pise una mariposa. Aurora me pasa mi segundo café del día mientras vemos discutir a Xander y Emilia. Hace varias semanas, las palabras talento y espectáculo se mencionaron en la misma frase en lo que yo esperaba que fuera una broma. Entonces Aurora me dijo lo importante que es para ella — chantaje emocional dirían algunos— y como no puedo evitar hacer lo que ella quiera porque estoy obsesionado, ahora estoy esperando que me enseñen a bailar. Sabía que si la decepcionaba después de perderse el primer ensayo nunca aprendería a confiar en mí, así que he estado en nuestro lugar de ensayo designado antes que todos, listo para actuar. Lo que Aurora no mencionó cuando nos dijo que teníamos que estar suficientemente preparados para hacer un buen trabajo es que tendríamos que decidir nuestro talento como grupo. Sé cuál es mi talento y el de Aurora, pero no sería apropiado hacerlo en un escenario con público. Se coloca a mi lado, chocándome de vez en cuando con la cadera, mientras Maya y Clay se colocan a mi otro lado, y los cuatro vemos discutir a nuestros otros dos monitores. Otra vez. —Es un concurso de talentos, Xan —replica Emilia. —Y yo reboso talento natural —replica. —Soy una bailarina profesional. —No puedes enseñar lo que yo tengo. Maya cruza los brazos sobre el pecho, inclinando la cabeza. —¿Deberíamos intervenir? —No —digo, dando un trago a mi café—. Al final se agotará. —Emilia no lo hará —dice Aurora, quitándome la taza de la mano y dando un sorbo a hurtadillas—. Ella nunca retrocederá ante un hombre. Los niños empezaban a inquietarse por no tener tiempo suficiente para practicar, ya que los mantenemos ocupados todo el día, así que cambiamos las cosas para darnos toda la mañana antes de volver a la programación habitual de esta tarde. Supuse que Aurora exageraba cuando decía que es para tanto, pero no. Todo el mundo se lo toma súper en serio, lo que hace que me preocupe aún más. Rory se acerca a mí, aparentemente distraída; su brazo se apoya en el mío mientras sigue observando a nuestros amigos pelearse como hermanos. Dios, soy patético por disfrutar de algo tan simple como que ella gravite hacia mí. —¡Eh! —les grita a Xander y Emilia, haciendo que ambos nos miren a todos mirándolos—. ¿Qué tal si se les ocurre algo y nos enseñan cuando sepan? Si quisiera ver a dos personas pelearse por algo sin sentido, pasaría tiempo con mis padres. —Bien —dicen los dos, volviendo inmediatamente a discutir entre ellos. —Vayan a disfrutar de su día libre —dice Aurora a Clay y Maya— . Es imposible que se pongan de acuerdo en algo en las próximas dos horas. —Eres un ángel, Roberts —dice Maya, bostezando y despidiéndose con la mano mientras desaparece en dirección a las cabañas. —No me importa quedarme un rato más para ayudar —dice Clay, metiéndose las manos en los bolsillos y encogiéndose de hombros perezosamente. Hoy su sonrisa es extraña. Es forzada e incómoda, y me dan ganas de ponerme delante de Aurora y espantarlo. No puedo, obviamente, porque sería grosero, por no decir un poco desquiciado. —No hay nada en lo que ayudar —dice, con un tono más agudo que nunca—. Te mereces un descanso, así que ve a disfrutarlo. Los ojos de Clay se desvían hacia mí y al instante me doy cuenta de que me falta una pieza del rompecabezas. Me aclaro la garganta y esbozo mi mejor sonrisa falsa. —Disfruta de tu día libre, hombre. Aquí no pasa nada interesante. Finalmente cede, pareciendo avergonzado mientras se dirige hacia las cabañas detrás de Maya. —¿Por qué está tan raro? —le pregunto a Aurora en voz baja mientras se aleja de nosotros. —No sé. ¿Puedes asegurarte de que a nadie se lo coma un puma durante cinco minutos? —Me quita la taza vacía de la mano y coge nuestras botellas de agua de la mesa de picnic—. Traeré agua y unas sillas para que podamos sentarnos y observar a todo el mundo, ¿bien? ¿Nos traigo papel para hacer origami? Sí, debería. Búscanos un sitio estratégico. Desaparece en dirección al edificio principal antes de que pueda responderle. La miro marcharse antes de acercarme a Emilia y Xander que, como era de esperar, se miran con odio. —¿Por qué Clay está tan raro hoy? La ceja de Emilia se levanta inmediatamente. —¿Por qué dices «hoy» como si él no fuera así todos los días? —Rory fue brusca con él y parecía avergonzado. —Lleva así desde que intentó besarla —dice Xander despreocupadamente—. Simplemente no te has dado cuenta porque no nos prestas atención a ninguno de nosotros porque no tenemos el pelo rubio y te la chupamos. —Pareces celoso —resopla Emilia. —Lo estoy. Me vería de puta madre rubio —responde—. Aunque no me van las pollas, lo siento, hombre. Lo intenté una vez, no es para mí. —Retrocede. —Mis dedos buscan mis sienes para tratar de procesar los últimos diez segundos—. ¿Intentó besarla? —¡Sí, te lo dije! —argumenta Xander—. Fuiste a su cabaña para comprobar que estaba bien y acabaste ofreciéndome voluntario para trabajar. —¡Me dijiste que la molestaba y la invitó a unas vacaciones, pero no me dijiste que intentó besarla! —Oh, culpa mía —dice Xander despreocupadamente, como si mi cerebro no estuviera ahora lleno de la imagen de Clay besando a Aurora. —¿Quién intenta besar a quién? —dice Jenna, apareciendo detrás de mí, captando el final de lo que he dicho. Los dos últimos días han sido excepcionalmente calurosos, así que Jenna se quedó con los perros para asegurarse de que se mantenían frescos. Fish me rodea con entusiasmo, mientras que Trucha intenta inmediatamente comerse los cordones de mis zapatos y Salmón me da zarpazos para que lo cargue—. Caballeros, basta de tratar a los cachorros como bebés. El acarreo se detiene. —Me parece poco razonable, pero bueno —refunfuña Xander, haciendo un mohín. —Es para nuestra actuación en el concurso de talentos, Jen —dice enseguida Emilia, mintiendo, mientras me agacho a la altura de los perros para mimarlos a todos—. Estamos trabajando en un argumento. Jenna mira entre los tres. —¿Dónde está el problema? —Está buscando unas sillas para que nos sentemos y vigilemos a todo el mundo —digo, concentrándome en los perros. Estar cerca de Jenna, sabiendo que estoy haciendo algo que no debería, me pone jodidamente nervioso. No entiendo la viveza que todos mencionan cuando hablan de andar a escondidas. No siento eso en absoluto; todo lo que siento es culpa. Pero no la suficiente como para hacerme parar. —Dudo que pueda alcanzarlos, están en el estante superior del armario del equipo. Iré a… —Iré yo —digo rápidamente. Jenna me mira como si quisiera reprocharme algo, pero antes de que pueda hacerlo, interviene Emilia. —Jen, ¿puedes ayudar a resolver una discusión, por favor? No podemos decidirnos por una actuación. Inmediatamente se lanza a las opciones, lo que me da la oportunidad de correr hacia ella. Al instante casi me caigo porque Trucha no me suelta los cordones, pero finalmente me libero y troto hacia el edificio principal. Este lugar está cubierto de almacenes y edificios aleatorios, así que compruebo dos antes de encontrar a Rory en el tercero, balanceándose de puntillas sobre un taburete, alcanzando las sillas. —¡Dios, Rory! —Corro hacia ella, agarrándola de las caderas para que no se caiga y se rompa algo—. ¿Por qué no viniste a buscarme para ayudarte? —No quería molestar. Puedo hacerlo, si alcanzo… —La agarro con fuerza por las caderas y la levanto hasta que puede agarrar cómodamente dos sillas, y luego la vuelvo a bajar con seguridad al taburete. No la suelto mientras me pasa las sillas para que las deje en el suelo. Se gira con cuidado y me dedica una sonrisa dulce pero traviesa mientras me pone las manos en los hombros y yo la miro. —Te dije que podía alcanzarlas. —Por favor, no hagas cosas que puedan hacerte daño. Salta y aterriza a mi lado. —No tienes por qué preocuparte. Llevo veinte años sobreviviendo a mis cuestionables elecciones. —Sí que me preocupo —argumento, sentándome en el taburete y acercándola a ella—. No lo hagas. Mueve las piernas sobre las mías hasta colocarse a horcajadas sobre mí y, de repente, no recuerdo por qué me preocupo. Me rodea el cuello con los brazos y se inclina hasta acercar su boca a la mía. Baja la voz cuando dice: —Sabes, decirme que no haga algo hace que quiera hacerlo. Rozo mi nariz con la suya. —¿Qué puedo hacer para convencerte de que te comportes? —Hmm. Se me ocurren algunas cosas. —¿Aquí? —No veo ninguna zarigüeya —dice, inclinándose hacia delante para tirarme del labio con los dientes—. Y realmente necesito que me convenzan para comportarme. Besar a Aurora es embriagador. Cada centímetro de ella se amolda a mí a la perfección, y encajamos como si lo hubiéramos hecho cientos de veces. Es difícil preocuparse por ser atrapado cuando ella se está apretando contra mí, pero no es imposible. —¿Hay cerradura en la puerta? —No —dice, pasando su boca por mi mandíbula—. Tendremos que hacerlo rápido. Gimiendo, mantengo firmes sus caderas. —No tengo condones. Se echa hacia atrás, sonriendo dulcemente. —Está bien, probablemente era un riesgo tonto de todos modos. Va a levantarse, pero la sujeto. Le desabrocho los pantalones cortos y me mira, con los dientes hundidos en el labio inferior, mientras intenta contener la respiración. —No puedes hacer ruido —susurro, deslizando la mano por sus bragas. Mierda, siempre está tan preparada para mí. —Me niego a ser responsable de mis acciones cuando te ves así. Hay algo en sus halagos que me hace sentir intocable. No es tímida, me dice lo bueno que estoy incluso cuando estoy haciendo las tareas más mundanas. Me da la seguridad de que se siente tan atraída por mí como yo por ella, y me dan ganas de arriesgarlo todo para verla decir mi nombre mientras pone los ojos en blanco. No es difícil complacerla así. Besos, presión, constancia y, lo más importante, decirle lo increíble que es. Soy adicto a la forma en que se aferra a mí mientras su cuerpo se mece contra mi mano, y cuando siento que se tensa y palpita alrededor de mis dedos, estrello mi boca contra la suya, absorbiendo el sonido del cántico de mi nombre. Esta es mi parte favorita, cuando está satisfecha y pegada a mí, intentando tocar mi piel lo más posible. Retiro la mano con cuidado y la acerco a mí mientras se hunde contra mi cuerpo. —Voy a ponerme en peligro más a menudo —ríe. —No puedo mentir, me motivaron los celos, no la caballerosidad. ¿Por qué no me dijiste que Clay intentó besarte? —Porque pensé que Xander te lo había dicho. Vino a mi cabaña y dijo que estabas celoso —dice, frunciendo el ceño. —Sí… eso fue por algo mucho más insignificante que un beso. —Nunca pensé que fueras del tipo posesivo. —No hay nada de dolor o tristeza en su tono—. Siempre son los que menos sospechas. —Te pones así cuando sabes lo jodidamente especial que es alguien. Que no tienen ni puta idea de lo mucho que iluminan todo. Eres como la luz del sol, Rory. Quiero disfrutar de todo lo que tienes. Y no quiero compartirlo con Clay. Ni siquiera por un minuto. Su cuerpo se pone rígido mientras se echa hacia atrás, poniendo distancia entre nosotros. —Yo no soy esas cosas. Odio que ella no lo vea. —Lo eres. —No quiero ser la luz del sol, Russ. —Ella sacude la cabeza con firmeza—. Si estás mucho tiempo al sol, te quemas. No quiero ser otra persona que te queme. Déjame ser la luz de la luna. La expresión de vulnerabilidad de su rostro me deja sin aliento. —¿Y si nos sorprende la lluvia? Por la noche no hay arco iris. —No necesitas arco iris cuando tienes auroras boreales —dice suavemente—. Y la última vez que nos sorprendió la lluvia lo hicimos muy bien. Increíble, de hecho. Quiero decirle algo dulce y divertido, pero al mirarla se me revuelven todos los pensamientos. Nada parece suficientemente bueno. Nada le dice lo hipnotizado que estoy por ella. —Si tú eres la luz de la luna, ¿eso me convierte en el mar? Me encojo de miedo cuando se inclina y me besa. Lento, suave, significativo. No se ríe de mi terrible intento de ser dulce. —Quieres que vuelva a hablar de tiburones, ¿verdad? Así de fácil, el tierno momento se esfuma cuando ambos empezamos a reírnos, pero no me importa. —Deberíamos volver antes de que alguien venga a buscarnos. Recogiendo las sillas bajo mi brazo, caminamos de la mano hacia la puerta. Rory apaga las luces cuando abro la puerta y es entonces cuando aparece Jenna. Mi voz no se ha quebrado desde que tenía quince años, pero lo hace ahora. —¡Jenna, hola! —Me aclaro la garganta varias veces—. Lo siento, hay mucho polvo aquí. —Quería comprobar que no te habías perdido, desde siempre. ¿Dónde está Aurora? Hay una fracción de segundo en la que tenemos que decidir telepáticamente qué camino tomar. O más exactamente, qué mentira contar. Afortunadamente, Aurora sale de detrás de la puerta y resopla. —Tal vez si el almacenamiento en este lugar estuviera etiquetado o tuviera algún maldito sentido no tendríamos que buscar por todas partes algunas sillas. —Bien, esa actitud —suelta Jenna, y me recuerda lo fraternales que son estas dos—. Siento haberme preocupado por tu bienestar. Soy una jefa terrible. Si Jenna sospecha algo, no deja que se le note mientras volvemos hacia los niños. Después de coger una silla para ella y papel para Rory, los coloco en fila en un lugar sombreado desde el que podemos ver a todos los grupos practicando. No debería sentirme tan nervioso teniendo en cuenta que no nos han descubierto haciendo nada y que sentarnos aquí juntos no es ilegal, pero teniendo en cuenta que puedo oler a Aurora en la mano en la que me apoyo mientras Jenna me pregunta por la universidad, me parece bastante ilegal. ¿Conoces esa sensación cuando todo el mundo te mira mientras haces algo pero te dices que es tu imaginación? Eso. Excepto que levanto la vista de mi plato de desayuno y todo el mundo me está mirando. —¿Qué? —murmuro con la boca llena de huevo revuelto. Aurora parece dispuesta a empezar una pelea, pero estaba perfectamente contenta hace una hora cuando conseguí encontrarnos un lugar privado durante dos minutos y apretarla contra un árbol muy grande y discreto para enrollarnos. Emilia parece la de siempre, perfectamente normal, pero Xander parece tan molesto como Aurora. —¿Tienes algo que decirle al grupo? —dice Aurora dramáticamente, echándose hacia atrás en la silla y cruzando los brazos sobre el pecho. Toda mi vida he odiado meterme en líos, pero la forma en que me mira es algo sexi. —¿No? ¿Se supone que tengo algo que decirle al grupo? —Hay tantas malditas tradiciones en este lugar que es perfectamente plausible que haya olvidado algo ridículo. —Tu cumpleaños, Russ —dice Aurora—, es mañana. Me concentro en mis huevos, pero Aurora me da una patada por debajo de la mesa y vuelvo a levantar la vista. Si la miro fijamente durante demasiado tiempo hará un mohín o sonreirá y yo accederé a algo que me convierte en el centro de atención cuando no quiero. —¿Lo es? —¿Le preguntaste? —Jenna no pregunta a nadie en particular mientras se acerca a nuestra mesa. —Oh Dios, ¿preguntarme qué? —gimo. —¿Qué tipo de tarta quieres para tu cumpleaños? —dice Jenna. —No necesito una tarta. No me gustan mucho los cumpleaños, así que por favor no sientas la necesidad de hacer nada. Jenna se sienta junto a Aurora y le roba una tostada del plato. Aurora está demasiado ocupada mirándome como para darse cuenta. Jenna le da un mordisco y vuelve a centrar su atención en mí. —Ay, no seas así cuando es tu vigésimo primero. —¿Tu vigésimo primero? —chilla Aurora—. ¿Y quieres pasarlo aquí sin tarta de cumpleaños y sin fiesta? Me encanta este lugar, pero eso apesta, Russ. Jenna le frunce el ceño. —Uh, ¿legado familiar? Grosera. —Eres el equivalente granjero de un bebé nepo, cálmate — refunfuña Aurora—. ¿Podemos tener todos tiempo libre para ir a Las Vegas? —Ni siquiera tienes edad para disfrutar de Las Vegas —le dice Emilia a Aurora, que la fulmina con la mirada. —No quiero ir a Las Vegas —añado, aunque no creo que a nadie en esta conversación le importe lo que yo quiera. Aurora parece consternada. —¿Por qué no? Podemos coger nuestros pagos de monitores del campamento y ponerlo todo en rojo. Vuelvo a estudiar los huevos, preguntándome cómo puedo decir que no juego sin que eso genere más preguntas que preferiría no responder. Por suerte, Jenna me salva. —¿Puede alguien decirme qué tarta voy a comprar? Idealmente el cumpleañero en persona. Xander es el primero en responder. —Chocolate. Seguido por Emilia. —Limón. Y finalmente Aurora. —Helado. Todos me miran de nuevo. —Sin tarta. —Son imposibles —gime Jenna mientras se levanta de nuestra mesa—. Estaré en la cabaña en veinte minutos para hacer la inspección. ¿Quién no trabaja hoy? —Russ y yo —dice Aurora despreocupadamente. —Me alegro de trabajar tanto en sus programas para que puedan cambiarlos cuando les apetezca —dice Jenna, poniendo los ojos en blanco. Jenna se ha portado bien con nuestro cambio, aunque le estropee la hoja de cálculo y tenga que reimprimirla. Aurora le ha dicho que somos los únicos a los que nos gusta ir de excursión y que por eso pasamos tanto tiempo juntos—. Los voy a poner a los dos el mismo día libre a partir de ahora. Estoy desperdiciando mucho papel. No sé cómo lo hace la gente que se escabulle en otros campamentos, teniendo en cuenta que muchos de ellos apenas ofrecen tiempo libre. Aurora y yo luchamos por tener intimidad, pero tenemos suerte de que Emilia y Xander sean flexibles y se gusten lo suficiente como para intercambiarse con nosotros para que podamos estar solos. Siento que estoy sudando bajo la presión de estar cerca de Jenna, pero Aurora parece perfectamente tranquila mientras cambia de tema. —¿Quieres algo de la heladería de Meadow Springs? —Creía que ibas de excursión —pregunta Jenna, y definitivamente estoy sudando. —Jen, ¿qué te parece hacer una gran pelea de comida esta noche en vez de una fiesta de pijamas? —dice Xander, cambiando rápidamente de tema. —No me siento bien al respecto —responde, dirigiendo al instante su atención a mi compañero de piso. Aprovecho que la atención está en otra parte para inhalar el resto de mi desayuno, mientras Aurora ya se ha marchado rápidamente, diciendo que tenía que hacer algo. —Estoy enfadada contigo —dice mientras nos acercamos a mi camión. —Lo sé, cariño. Le abro la puerta del acompañante y la cojo de la mano para ayudarla a subir. El vestido de verano que lleva se levanta, el encaje de su ropa interior apenas visible cuando se inclina para subir, y cuando me devuelve la mirada, me doy cuenta de que se supone que esto es un castigo. —Estoy muy enfadada contigo. —Acepto y te animo a que sigas recordándome lo enojada que estás —digo, cerrando la puerta. *** Meadow Springs es un pueblo pequeño, no lejos de Honey Acres, muy popular entre el personal. Llevo diciendo que voy a visitarlo desde que llegué, pero el día tiene pocas horas y prefiero pasarlas paseando detrás de Aurora. A muchos de los otros monitores les gusta su único bar y vienen aquí a tomar algo cuando no están trabajando, pero ir de bar en bar «¿sería ir de bar en bar ya que solo hay un lugar para beber?» no está en nuestra agenda. A pesar de sus repetidas declaraciones de que está enfadada conmigo por mi cumpleaños, en cuanto abro la puerta del camión para ayudar a bajar a Aurora, me rodea el cuello con los brazos y me besa. La cantidad de autocontrol y concentración que tengo que ejercer a diario para no tocarla delante de otras personas es ridícula. Se hunde en mí, con un cuerpo suave y cálido. —¿Estás emocionado? —me pregunta, apretándome las manos mientras baja del camión. Se alisa el vestido y se endereza los tirantes, y está tan jodidamente guapa que me planteo si deberíamos volver a Honey Acres. —Eso depende, ¿vamos al famoso museo de las teteras? ¿El único de su clase, y la atracción turística del año 1973 premiada por la Gaceta de Meadow Springs? Echa la cabeza hacia atrás mientras se ríe y yo lo asimilo todo. —No estoy segura de que seas capaz de manejar la emoción. Al pasar los dedos de Rory por los míos, me doy cuenta de que no tenemos que fingir, puedo cogerla de la mano y besarla sin preocuparme. Ella se da cuenta al mismo tiempo que yo, me aprieta la mano con fuerza y me mira con una expresión suave en la cara. Ni siquiera hemos salido del aparcamiento cuando la atraigo hacia mí. Le acaricio la cara y la acerco a la mía para volver a besarla. —Hoy estás muy guapa. Ella resopla juguetona, poniendo sus manos en la parte delantera de mi camiseta, manteniendo mi cuerpo cerca del suyo. —Dices eso todos los días. —Porque lo digo en serio todos los días. Me suelta, vuelve a unir nuestras manos y tira de mí en dirección a las tiendas. —Te gusto con este vestido. El parque de bomberos aparece a la vista y es del tamaño de mi casa. —Me gustas en todo —digo sinceramente—. Y también en nada. Jadea dramáticamente, deteniéndose bruscamente justo antes de doblar la esquina. —¡No puedes decir eso aquí, Russ! Indignarás a la gente del pueblo. Me guiña un ojo y me doy cuenta de que está bromeando. —No hay nadie aquí ahora mismo para oírme. —La gente lo sabrá. Hay una vieja entrometida en algún lugar con sus sentidos arácnidos hormigueando porque sabe que quieres arrancarme este vestido de verano y hacerme cosas asquerosas y desviadas. —Eso es exactamente lo que quiero hacerte. —Y lo harás, más tarde. Pero por ahora —doblamos la esquina—, bienvenidos al distrito comercial de Meadow Springs. A primera vista, parece que el distrito comercial no es más que dos hileras de tiendas familiares que discurren paralelas desde un parque de bomberos hasta una comisaría de policía. Sé que son de propiedad familiar porque las palabras aparecen al menos tres veces en cada tienda. —Vaya, es exactamente como estar en Rodeo Drive7 —digo mirando las tres tiendas diferentes de bolas de bolos—. ¿Cómo pueden tener tres sitios diferentes para comprar bolas de bolos, pero no una farmacia? ¿Y cómo es posible que eso sea económicamente viable? —Ooh —chilla—. Gran drama. Pues era un negocio familiar… —Sorprendente. —… y cuando murió el padre, los tres hijos no se pusieron de acuerdo sobre cómo llevarla, así que se dividieron en tres tiendas y todas compiten directamente entre sí. Es una gran fuente de estrés 7 Es un área de tres manzanas o esquinas de oro, en Beverly Hills, Los Ángeles, California. Es conocida como un distrito donde pueden verse las boutiques y tiendas más caras del mundo. para la gente que solo quiere respetar la santidad de los bolos y no meterse en disputas familiares. —¿Santidad de los bolos? —Estoy asombrado y confuso, e inusualmente interesado—. ¿Cómo sabes todo esto? Se detiene frente a una librería y me doy cuenta de que hemos recorrido toda la calle en un par de minutos. —Jenna me mantiene informada. Ella va al Comité de Meadow Springs de Compromisos con las Mejoras de la Ciudad y Otros Anuncios Importantes. Lo llamamos CMSCMCOAI para abreviar. Suena como un estornudo. —Honestamente siento que me estás jodiendo. Me dedica su sonrisa más brillante mientras tira de mí hacia la librería. —Lo que más me gusta es el hecho de que no te estoy jodiendo en absoluto. El timbre suena por encima de nuestras cabezas, el olor a café rancio y polvo me asalta de inmediato. La tienda es pequeña, con el mismo brillo parduzco, pero hay mucho donde elegir. Estoy hojeando los clásicos cuando Aurora frunce la nariz ante la vieja antología que saco. —Odio la poesía. —Eres licenciada en Filología Inglesa, ¿cómo puedes odiar la poesía? —Empujo la antología de nuevo en su ranura. —Ve al grano, ¿sabes? Si quieres a alguien, dilo con el pecho. Por eso me gusta el romance contemporáneo; sé a qué atenerme —dice Aurora, pasando los dedos por el lomo mientras caminamos entre dos filas de estanterías—. No me fío de la poesía. Crees que estás leyendo sobre una intensa historia de amor, pero luego descubres que en realidad es sobre un zapato. Se detiene frente a la sección de misterio y yo me muevo detrás de ella para sujetarla por la cintura, apoyando la barbilla en la coronilla de su cabeza mientras ojea los lomos de los libros que tiene delante. Alcanza uno y lee la reseña antes de dejarlo en su sitio. —Tengo una amiga en mi especialidad que se llama Halle. Dirige el club de lectura de la librería The Next Chapter, en Maple Hills, y es muy dulce, pero cree de todo corazón que mi indiferencia por Jane Austen debería hacer que me echaran. —¿Cuál es tu problema con Jane? ¿Odias la poesía y a Austen? Empiezo a estar de acuerdo con tu amiga Halle —me burlo. —No tengo problemas con ella; solo creo que Darcy es un estúpido. —No puedo evitar la sonora carcajada que me nace, porque de todas las cosas que esperaba que dijera, no era esa—. Te estás riendo, pero tengo razón. Cualquier hombre que diga: «Es tolerable, pero no lo suficientemente guapa como para tentarme», merece que lo tiren del caballo a un estanque, no que le den a la chica. Aurora gira para mirarme, e incluso bajo estas terribles luces es hipnotizante. —Nunca podría decir eso de ti, cariño. Nunca me cansaré de poder agacharme y besarla libremente. Es esa sensación de alivio instantáneo la que me hace pensar en lo pronto que se reanuda la universidad y en el hecho de que volveremos al mismo lugar cuando termine el campamento. Acaricio su mejilla con el pulgar y disfruto del tacto de su pulso contra la palma de la mano apoyada en su cuello. —¿Por qué? ¿Porque soy muy guapa? Sacudo la cabeza y le paso el pulgar por el labio inferior mientras me mira con mala cara. —No, porque nunca podría describirte como tolerable. Se queda boquiabierta al instante y busca el libro más cercano para golpearme mientras yo me río y lucho por acercarla a mí. —No, suéltame —se suelta mientras entierro mi cabeza en su pelo y beso su cuello—. Estoy enfadada otra vez. Había olvidado por completo que alguien atiende esta tienda hasta que se aclara la garganta detrás de mí. Aurora y yo nos giramos, con el pelo alborotado y las mejillas sonrojadas por nuestra pelea de juegos. —Siento interrumpir —dice—. ¿Puedo ayudarlos en algo? Estoy a punto de decir que no, pero Aurora se me adelanta. —Hola, sí, de hecho puedes. Mi marido y yo queremos abrir un club de striptease aquí en Meadow Springs. ¿Por casualidad tienes algún libro sobre negocios? *** —Creo que me gustaría tener una librería algún día —dice Aurora mientras se come otro bocado de helado con trocitos de chocolate—. Quizá sea eso lo que haga cuando termine la universidad. Después de aterrorizar al dueño de la librería con los elaborados planes de Aurora para un club de striptease, unos planes tan bien pensados que no estoy convencido de que se les ocurrieran en el acto, nos hemos aventurado al otro lado de la calle hasta The Little Moo, una coqueta heladería. —Múdate aquí, abre una librería rival, únete al compromiso comunitario con el sinsentido, o como se llame, vende libros románticos guarros y escandaliza a la gente del pueblo. —Me encanta escandalizar a la gente —dice orgullosa—. ¿Y qué vas a hacer tú mientras yo dirijo mi librería y corrompo a las masas? —Abriré una tienda rival de bolas de bolos para rivalizar con las tiendas rivales de bolos, obviamente. Aurora resopla ruidosamente, tapándose inmediatamente la boca y la nariz con la mano. —Vas a conseguir que nos echen de la CMSCMCOAI. —Empezaremos una rival. —Me encojo de hombros. —Te has vuelto loco con el poder. Aunque me alegra de que hayas pensado bien todo esto, porque no creo que Meadow Springs esté en la lista de la NHL. Recojo lo que queda de mi helado y enseguida miro el suyo. —De todas formas, no quiero jugar profesionalmente. Sus cejas prácticamente se disparan en su línea del cabello. —¿Qué, por qué? Creía que el sueño de todo deportista era jugar en una liga mayor. La respuesta de Aurora no me molesta, porque es la que recibo cada vez que sale el tema en una conversación con alguien. —No tengo ningún deseo de ser famoso y no amo el hockey lo suficiente como para renunciar a mi privacidad. —¿Pero por qué? —dice, con el rostro más serio. No puedo decirle que es porque siempre me preocupará que alguien indague en mi familia o que el dinero que tendré hará que mi padre sea más implacable. Me encojo de hombros, pero sé que está esperando una respuesta. —No sé, Ror. Aprecio una vida discreta, supongo. Quiero a mis compañeros de equipo y, por supuesto, me encanta el hockey, pero no estoy seguro de que hubiera intentado siquiera jugar a nivel universitario si no hubiera sido lo que me consiguió una beca completa. —Hace girar la cuchara en su bol de helado y al instante sé que he dicho algo malo—. ¿Qué? ¿Por qué tienes esa cara? —Mi familia es muy conocida, Russ. Muy conocida. Elsa es esencialmente una socialité, está en los tabloides todo el tiempo, y mi padre es conocido en todo el mundo por Fenrir, así que hay mucha gente que sabe quién soy. Además, mis padres se divorciaron públicamente. No me di cuenta de que tenía algo que ver con Aurora cuando la conocí, pero recuerdo vagamente a mi madre siguiendo los procedimientos judiciales hace muchos años. —Oh. Nunca lo había pensado así. —Sí… oh. No estoy diciendo que tenga un paparazzi en mi cara todo el tiempo. Casi siempre me dejan en paz, a menos que esté llamando la atención a propósito, pero nunca podría garantizar privacidad a la persona con la que salgo. Ni siquiera puedo garantizársela a mis amigos. De todas las formas en que pienso demasiado, no puedo creer que nunca haya pensado en esto. Mi cerebro se revuelve en busca de una respuesta y no la encuentra, pero por suerte me salva cuando el dueño de la heladería que nos atendió antes se acerca a nuestra mesa. —¿Son ustedes los que van a abrir un club de striptease? —Nunca había conocido a alguien que definitivamente va a recibir una mamada hoy que se viera tan jodidamente miserable. No me doy cuenta de que he perdido el conocimiento hasta que oigo a Xander decir las palabras «mamada» y «jodidamente miserable». —Definitivamente no voy a tener una mamada más tarde, pero intentaré animarme. Lo siento, hombre. Después de que toda la sala de comidas me cantara el Cumpleaños feliz esta mañana, Xander anunció que íbamos a pasar el día libre viendo lo que Meadow Springs tiene que ofrecer. Le he dicho que ya sé la respuesta y que no es mucho, pero ha insistido, diciendo que ahora que él y Rory tienen mi custodia compartida no podía no ir con él cuando ayer fui con ella. Es un bonito sentimiento, pero dos hombres no pueden jugar tanto al minigolf. Normalmente, pasaría mi día libre dando vueltas para ver a Rory, pero después de nuestra conversación de ayer sobre la fama y la privacidad, un poco de distancia durante unas horas me está permitiendo pensar con claridad. No puedo pensar bien cuando estoy cerca de ella, y necesito volver a usar mi cerebro porque no lo he hecho últimamente. Al parar en el Drunk Duck, el único bar disponible, Xander y yo decidimos comer unas hamburguesas antes de volver al campamento. Me he pasado toda la comida medio escuchando, medio atrapado en mi cabeza. —Estoy bastante seguro de que la mamada de cumpleaños está en la Constitución —bromea, haciendo que me atragante con mi refresco—. Ja, te he hecho reír, miserable de mierda. ¿Qué pasa? Díselo al tío Xan. —¿Acabas de llamarte tío Xan? —Bueno, no puedo llamarme papá Xan, ¿verdad? Sé cómo leer una habitación. Así que vamos, ¿qué te ha picado en el trasero? Mi reacción instintiva es darle la vuelta a la conversación y hacerla sobre Xander, pero creo que sería bueno conocer su opinión. Llevamos semanas compartiendo el mismo espacio y es un buen tipo, así que decido arriesgarme. —Me pregunto si debería terminar con Aurora. —Estás mintiendo, mierda —dice, esperando mi reacción—. Di que estás bromeando ahora mismo. —Casi nos descubren esta semana. Abrí la puerta justo cuando Jenna apareció. Si hubiera llegado dos minutos antes lo habría hecho… Bueno, no importa, pero me habría descubierto haciendo algo que haría que me mandaran a casa. —Dos personas a escondidas casi son atrapadas. Sí, así es como suele ir, hermano. Es la mitad de la diversión, ¿y acaso te importa ya volver a casa? Ya casi hemos terminado, y tu amigo dijo que podías quedarte con él si lo necesitabas. Eres demasiado listo para pensar que me creería que esto es porque los descubran. ¿Cuál es la verdadera razón? Tengo que reconocer que Xander tiene razón. Definitivamente he estado más relajado después de que mis amigos me animaran a arriesgarme a que me despidieran y JJ me diera un lugar al que ir si lo necesitaba hasta que tuviera la excusa de las tareas de la universidad y el hockey para no estar disponible. —¿Te he dicho alguna vez que no estoy intentando hacerme profesional? Deja la hamburguesa, se limpia las manos y la boca con la servilleta y se apoya en la mesa, concentrándose en mí. —No, no lo has mencionado. ¿Por qué no? ¿Qué tiene que ver con Rory? —No quiero ser famoso. No quiero tener a extraños husmeando potencialmente en mi vida ni llamar la atención del ojo público. Es mi peor pesadilla, y no amo el hockey lo suficiente como para renunciar así a mi privacidad. —Bien, ¿y…? —Y ya es famosa. Anoche la busqué en Google y hay tanto sobre su familia, incluso hay fotos de Emilia. Es mucho. Sabía lo de su padre, pero no me sentía como si supiera toda su extensión, si eso tiene sentido. Porque ella es Rory y es como es, olvido que fuera del campamento tiene otra vida. —Toda otra vida de la que vino a escapar. —Xander da un largo sorbo a su cerveza, y es lo más serio que le he visto—. Necesito saber si sabes que lo que dices es una locura y solo necesitas que te tranquilice, o si lo crees de verdad. Porque puedo lidiar con una pequeña crisis demasiado real, pero si realmente crees que deberías romper con ella, no sé cómo ayudarte, hermano. —Crees que estoy siendo un idiota, ¿no? Xander se encoge de hombros, y es el sí que quiere decir, pero no lo hará, porque es un buen amigo. Probablemente estoy siendo un idiota, pero también sé que las cosas no me van bien en la vida. Es difícil no dejarse envolver por las cosas buenas, ya que, en comparación, suceden con muy poca frecuencia. Xander suspira y lo siento en los huesos. —Creo que estás encontrando un problema donde no tiene por qué haberlo. Piensa en cualquier persona famosa con una novia, novio, mejor amigo o lo que sea que no sea famoso. Dime algo escandaloso sobre ellos. Piensa en su secreto más profundo y oscuro, la única cosa en el mundo que querían que nadie supiera pero que salió a la luz de todos modos. —Me quedo totalmente en blanco—. No puedes, porque a la gente le importa una mierda. ¿Has pensado en dejar a tus amigos que acaban de hacerse profesionales? ¿Tus amigos ahora famosos? Nunca querría dejar fuera a Nate o a JJ. —Nunca se me pasó por la cabeza. —¿Tu hermano no está también en una banda? ¿Qué pasará cuando se haga mega famoso? Te quedarás sin Aurora y en la misma situación. Está claro que te gusta de verdad y ella te mira como si hubieras colgado la puta luna. Así que estén juntos y no se estresen por una vez. Es como ser rociado con agua fría. Nunca querría renunciar a la forma en que me mira. —Tienes razón. No sé. Creo que son mis sentimientos. —No pasa nada. Los sentimientos son buenos. —Saca el celular, echa un breve vistazo a la pantalla e inmediatamente se lo vuelve a meter en el bolsillo—. Nada bueno sale de embotellar la mierda. Para que conste, creo que estás siendo un tonto porque su química es salvaje. Ella es genial. Tú eres genial. Apuesto a que la… —Cuidado… —Tan protector, cielos. Pero mi punto sigue en pie. Qué podrías hacer o haber hecho que sea tan malo como para renunciar a alguien que te hace feliz. No es que te vayas a casar, pero lo entiendo, no es algo que vaya a desaparecer en el futuro. Pero, ¿cuándo dejó de merecer la pena el riesgo? —Nunca dije que no valía la pena el riesgo. La quiero. Me gusta tanto, mierda, y no puedo entender cómo carajos ha pasado esto. Pero solo porque la quiera no significa que merezca tenerla. Es que… no lo sé. No sé lo que estoy diciendo. Xander se bebe el resto de su cerveza y yo le doy un sorbo a mi refresco, irritado conmigo mismo. —¿Crees que eres lo suficientemente bueno para ella? —¿Qué? —Ya me has oído —dice, apoyando el codo en la mesa y apoyándose en la mano—. Algo te tiene en ascuas porque acabas de decir que mereces. ¿Es eso lo que te preocupa? ¿Que se pongan serios en el futuro y haya un debate internacional para intentar decidir si la mereces? —Bueno, ni siquiera estaba pensando en eso hasta ahora, Jesucristo. —Otra cosa de la que preocuparse ahora. Xander pone los ojos en blanco. —Responde a mi pregunta, amigo. ¿Crees que eres lo suficientemente bueno para Aurora? Quererla, tenerla y sentir que la merezco son tres cosas muy distintas. —No, no la merezco. Soy un cabrón. —Ese es tu problema; eres un maldito pesimista. Déjame decirte ahora mismo, Callaghan, sin tonterías, sin proteger tus sentimientos: eres lo suficientemente bueno. Cuanto antes empieces a creerlo, antes podremos fingir que esta pequeña crisis que estás viviendo nunca ha ocurrido. »Tienes que confiar en que el universo te dejará ser feliz, hombre. Pero si no lo eres y vas a defraudar a Aurora cuando la mierda te asuste demasiado, entonces sí, deberías retirarte ahora que está empezando. Ella no se merece que le pase eso. —¿Y si lo jodo todo antes? Vuelve a poner los ojos en blanco. —Te juro que solo disfrutas castigándote, hermano. No eres un cabrón. Tienes veintiún años y eres uno de los chicos más buenos y sensatos que conozco. Somos amigos, así que ahora puedes estar en tus cabales y no te lo tendré en cuenta, pero ella sí lo hará si lo das por terminado y cambias de opinión cuando te des cuenta de que has metido la pata hasta el fondo. Vaya mierda. Me froto la mandíbula nervioso, sintiéndome más imbécil que antes de que empezara esta conversación. —¿Pusieron un sermón de cumpleaños en la Constitución, también? —Deja de comportarte como un bobo y dejaré de golpearte con mi sabiduría. Vamos, cumpleañero, bebe. La mujer que está obsesionada contigo me mandó un mensaje para decirme que volvamos al campamento. Me bebo el resto de mi bebida. —No sabía que Fish podía mandar mensajes. *** Repienso las palabras de Xander mientras conducimos de vuelta a Honey Acres con la radio lo bastante alta como para no tener que charlar. Después de registrarnos de nuevo en recepción, Xander empieza a hablarme de una de las socorristas «de la que está seguro al 75 por ciento que le echa un vistazo cuando llevamos a los niños al lago» mientras nos dirigimos a la zona de ocio donde tienen lugar las actividades nocturnas. Mantiene un flujo constante de anécdotas, lo cual no es necesariamente inusual en Xander, pero esto es diferente y me hace detenerme de repente. —Hay una tarta, ¿no? —Xander también se detiene, con cara de avergonzado mientras se encoge de hombros. —¿Por qué habría una tarta? Quizá haya tarta, quizá no haya tarta. No lo sé. Solo estoy aquí para mantener a los niños a salvo; no sé nada de operaciones de cocina. —Exhala un suspiro, poniendo las manos en las caderas—. Puede que haya tarta. —Gracias por ser tan claro y conciso, amigo. Ya casi hemos llegado cuando me pasa un brazo por los hombros. —Te pone ojitos de cachorrito. No sabes lo aterradora que puede ser para el resto de nosotros cuando quiere. Puedo soportar una tarta en mi cumpleaños si hace feliz a Aurora. Cumplir años durante las vacaciones de verano siempre ha significado que la gente está ocupada, y el intento de mi madre de celebrar un cumpleaños siempre se convertía en algún tipo de drama, así que dejé de esforzarme. No he comprobado si alguien ha intentado ponerse en contacto conmigo hoy para desearme feliz cumpleaños, pero anoche, cuando lo usé para buscar en Google a la familia Roberts «lo cual me da vergüenza admitir ahora», no tenía llamadas perdidas ni mensajes de mi familia. No he sabido nada de nadie desde que papá estaba en el hospital y, aunque dejé claro que no quería que se pusieran en contacto conmigo, me sorprende que me hicieran caso. Ni siquiera tengo peticiones de dinero de mi padre, lo cual es más sospechoso que sorprendente. Xander se aclara la garganta, sacándome de mis casillas. —Escucha, necesito vendarte los ojos y que no me pegues. —Por favor, dime que estás bromeando. ¿Por qué podría necesitar una venda? —¿Esto te parece el tipo de cosa sobre la que bromearía? A lo mejor Clay va a saltar de tu pastel y se va a desnudar, no lo sé, mierda. — Saca de su bolsillo una de las vendas que usamos para los juegos de los niños—. No soy lo suficientemente duro para pelear contigo, grandullón. No hagamos esto difícil. Ella fue muy clara en que necesitas una venda. Me tapa los ojos con la tela mientras resoplo. —¿Sabías que esto iba a pasar y aun así me dejaste llorar por mis sentimientos? —Te lo dije, eres un tonto. —Dejar que Xander me guíe con los ojos vendados es ahora mi infierno personal. Hay un silencio total cuando nos detenemos, y una parte de mí teme que esté a punto de empujarme al lago o algo así—. Voy a quitarte la venda. Acuérdate de hacerte el sorprendido con la tarta —susurra mientras me desata el material de la nuca. Entrecierro los ojos bajo la luz del sol mientras mis ojos se reajustan y todo el mundo grita feliz cumpleaños a la vez. Inmediatamente me amontonan varios cuerpos, y no es hasta que me liberan de sus garras y retroceden que me doy cuenta de quién está delante de mí. Henry aparta a Nate de su espacio personal, mientras Robbie se aparta del camino de Kris y Bobby. El brazo de JJ aterriza en mi hombro, y mi mandíbula todavía se siente como si estuviera en el suelo. —Feliz cumpleaños, chico. —Las chicas y Joe envían su amor —dice Robbie—. Queríamos hacerles una videollamada, pero no bromeabas sobre el servicio aquí. —¿Qué carajos está pasando ahora? Dos de mis campistas, Sadia y Leon, se abren paso entre mis amigos y me tienden una enorme tarjeta de cumpleaños hecha a mano. Sadia frunce el ceño. —No puedes decir palabrotas delante de nosotros. Me agacho e intento volver al modo de trabajo mientras acepto la tarjeta con gratitud. —Tiene razón. Lo siento, estoy muy, muy sorprendido. —En el anverso hay un cuadro, pero no sé qué es. Parece que perdió una pelea con una pistola de pintura—. Denme una pista, chicos. Leon señala las manchas azules. —Eres tú llorando por el zurullo de Kevin. —Tus amigos son muy ruidosos —dice Sadia, mirándolos. Son ruidosos, animan y gritan mientras intentan controlar su excitación. Todos llevan al cuello un cordón amarillo con la palabra Visitante. —Ser calumniado por un niño de ocho años —le dice Mattie en voz baja a Robbie. —Te calumnio todo el tiempo, Liu —resopla Nate. No son lo bastante silenciosos, porque Sadia lo oye todo. —No es calumnia si es verdad; mi madre es abogada. —Bien, águila legal —dice Jenna, abriéndose paso entre la gente que se agolpa a mi alrededor—. Hemos tenido a Russ para nosotros un montón de semanas. Por qué no lo dejamos un minuto más con sus amigos de la universidad y luego podemos empezar su fiesta. —¿Fiesta? —repito, tragando saliva. —¿De verdad pensabas que te iba a dejar salirte con la tuya sin celebrarlo? —Jenna dice. Hay algo en su tono. Algo que me dice que tal vez sabe lo que no quiero que sepa y, extrañamente, me hace sentir mejor, porque no me ha despedido—. Ni hablar. Trajo a todos aquí en menos de veinticuatro horas. Se desvive por la gente que le importa. Miro por encima de los hombros de mis amigos y la veo hablando con Emilia cerca del escenario. No sé por qué se queda atrás cuando lo único que quiero es rodearla con mis brazos. —Vuelvo en un minuto —les digo a los chicos y me dirijo hacia ella. Su rostro se ilumina cuando me acerco, y me cuesta contenerme para abrazar primero a Emilia y no parecer sospechoso. Suelto a Emilia y tiendo los brazos hacia Rory hasta que me rodea la cintura con los suyos y entierro la cabeza en su pelo. Aurora está radiante, se echa hacia atrás y me sonríe. —Feliz cumpleaños, Callaghan. —Eres increíble. —Feliz cumpleaños, Russ —dice Emilia, dándome una palmada en el brazo, mientras nos deja solos a Aurora y a mí. No quiero soltarme, pero sé que tengo que hacerlo. Ella también lo sabe, por eso da un paso atrás. —No me has dado tiempo a comprarte un regalo de cumpleaños. —Coge una bolsita de papel de detrás de ella—. Así que no es muy bueno, pero que sepas que me causó mucho estrés y que tardé tanto en hacerlo porque no tengo práctica. Rebusco en la bolsa y saco mi regalo: un perro de origami amarillo. —Dios mío, ¿es Fish? —Se inclina para mirar dentro de la bolsa, mete la mano y saca dos perritos amarillos más pequeños, colocándolos también sobre mi palma—. Esto es increíble. —Intenté hacer zarigüeyas, pero nadie sabía qué se suponía que eran. —Dejo que sostenga el origami mientras saco otra cosa de la bolsa—. Bien, no puedo mentir, robé este de la vieja biblioteca que nadie usa y es más viejo que nosotros dos juntos. Leo en la portada. —Aprende los treinta y siete presidentes: para edades de seis a diez años. —Sé lo mucho que te gusta nombrar presidentes. —Me lanza una mirada que me hace querer decir que se joda la fiesta—. Hay un regalo más, probablemente esté al fondo. Rebusco en la bolsa y saco el último regalo. Es un trozo de cartulina rosa del tamaño de una entrada de hockey. Cuando le doy la vuelta, como era de esperar, no tiene nada que ver con el hockey. Cupón para un deseo de cumpleaños Canjeable por Russ Callaghan en cualquier momento De Aurora Roberts —No tienes que decidir lo que quieres ahora —dice suavemente— . Estoy segura de que estás abrumado. Sé que me he pasado un poco… —Miro a mi alrededor y veo las pancartas, los globos y las serpentinas que antes ni siquiera había visto—. Pero te mereces tener cosas bonitas. —Ojalá pudiera besarte. —Dame tu cupón y podemos hacer realidad ese deseo. Es decir, causaremos indignación en todo el campamento, lo que no es muy propio de una celebración de cumpleaños, pero un trato es un trato. Ojalá pudiera volver atrás y abofetear a ese Russ. No me habría pasado el día preocupándome por si somos una buena idea. Aurora Roberts siempre será una buena idea. Le doy el cupón y veo cómo se le abren los ojos de sorpresa. —Quiero llevarte a una cita. Ese es mi deseo de cumpleaños. —¿Una cita? —dice. —Sí. Una cita de verdad. —¿Conmigo? —Contigo. —¿Aunque te regalé golden retrievers de origami y un viejo libro apolillado sobre presidentes por tu cumpleaños? —Especialmente por esas cosas. Lo más duro de estar en el punto de mira de todo el mundo va a ser no tener ninguna oportunidad de escabullirse esta noche. Coge el cupón de mi mano, con sus ojos verdes brillantes, y asiente. —Considera tu deseo concedido. *** Ser el centro de atención es agotador, y estoy listo para que termine. Pico el glaseado de mi segundo trozo de tarta, disfrutando de la tranquilidad ahora que todos los campistas se han ido a la cama. Bueno, toda la tranquilidad posible con mis amigos cerca. En cuanto cortaron la tarta, entregaron los regalos y cantaron el Cumpleaños feliz por fin me contaron cómo se había celebrado mi fiesta de cumpleaños. Antes de irnos ayer a Meadow Springs, Aurora consiguió el número de JJ a través de Emilia, y entre las dos coordinaron esta sorpresa de última hora. Salieron esta mañana y llegaron justo a tiempo para hacer las pulseras de la amistad que ahora decoran mis brazos. Henry dijo que Honey Acres es peor de lo que pensaba que sería, y Bobby está molesto «Jenna no está interesada y no es capaz de recordarlo», mientras que JJ está feliz de estar reunidos. Orla aceptó la visita de los chicos con la condición de que llevaran los cordones de visitante y no se les dejara solos en ningún lugar del recinto. —¿Debería estar esperando que la mudes? —dice Robbie, sentado junto al fuego conmigo y Nate—. Esa habitación altera la química del cerebro, claramente. —¿Por qué actúas como si Lola no durmiera en tu cama cinco noches a la semana? —responde Nate. —Intenta decirle a Lola lo que tiene que hacer —argumenta Robbie—. A ver qué pasa. Aurora se ha hecho la ausente esta noche, manteniéndose ocupada asegurándose de que todo el mundo se lo está pasando bien. Ojalá pudiera sentarla a mi lado y dejar que los chicos la conocieran, pero parecería sospechoso, y creo que si ella quisiera hacerlo, lo haría. Algunos de ellos la han sorprendido sola para charlas individuales, pero no tengo ni idea de lo que le han dicho. —No se va a mudar, no te preocupes. No lo hemos etiquetado, así que supongo que técnicamente somos amigos que se gustan. —Las palabras se sienten raras saliendo de mi boca, pero ¿qué otra cosa se supone que debo llamarla?—. Ella es genial, sin embargo. Me gusta de verdad. Los dos empiezan a reír al mismo tiempo. Nate sonríe mientras se echa hacia atrás en la silla. —Recuerdo que pensaba que Stas era mi amiga. —Le disgustabas activamente y luego tuvo el síndrome de Estocolmo —resopla Robbie—. Nunca fue tu amiga. —Todavía tengo a la chica, ¿no? —Nate se encoge de hombros—. Sabes, Aurora se ofreció a pagar los vuelos de todos si eso nos traía aquí. Estaba dispuesta a contratar un chófer privado. O ella está a punto de ser la mejor amiga que has tenido, o tú estás a punto de ser la relación con la que Henry se queja de vivir al lado. Me fuerzo a alejar todos los sentimientos de inseguridad de antes y respondo con sinceridad. —Quiero las dos cosas. Los dos se ríen, y hasta ahora no me había dado cuenta de lo parecidos que son, como una pareja de ancianos que se imitan mutuamente. Robbie da un sorbo a su chocolate caliente y Nate hace lo mismo, y ambos me dedican idénticas sonrisas de suficiencia. —Amor de juventud. —Te dije que es un buen tipo. Henry no dice nada más mientras se deja caer en el asiento de al lado con su desayuno. Los amigos de Russ se alojaron anoche en un B&B de Meadow Springs, pero Orla les dijo que podían visitarnos antes de marcharse siempre y cuando llevaran sus cordones de visitantes y fuera durante la inspección matutina de la cabaña, para que los niños estuvieran ocupados. Me concentro en mi tostada, de repente sintiéndome nerviosa por tener un momento a solas con el mejor amigo de Russ. Es decir, técnicamente ya habíamos estado a solas antes, pero eso fue cuando, sin darme cuenta, me estaba deshaciendo de Russ después de ligar. —Sé que lo hiciste. Nunca pensé que no lo fuera. Los dos miramos a Russ en la mesa de enfrente mientras comemos en silencio. Se está riendo con Robbie y Mattie, dos de los chicos que anoche se propusieron conocerme mejor. He intentado mantener una distancia prudencial, sin querer asfixiarlo ni agobiarlo cuando sus amigos están aquí, pero es difícil cuando, naturalmente, solo quiero estar cerca de él. El fuerte zumbido de múltiples conversaciones llena el silencio hasta que Henry lo corta, tomándome desprevenida. —Mi habitación está al lado de la de Russ en nuestra casa. No está insonorizada, así que, por favor, no la trates como si lo estuviera. Casi me atraganto con mi tocino vegetariano. —¿Perdón? —Imagino que nos vas a visitar mucho. Preferiría no oírte venir, lo siento. —Espero que empiece a reírse o me dé alguna indicación de que está bromeando, pero parece completamente serio. —Yo, um… —No soy una chica que tropieza con sus palabras. Soy una divagadora. Yo soy una parlanchina. No tengo palabras—. Prometo esforzarme al máximo para no hacerte pasar por eso. —Me dijo que sabes lo mierda que es su padre para él. —Sí. —Sabes más en seis semanas de lo que algunos de nuestros amigos han averiguado en dos años. —Cuando lo dice así, me hace valorar aún más lo mucho que Russ me ha confiado—. No sabe cuánto lo quiere todo el mundo. Solo supone lo peor y saca las peores conclusiones. A veces tendrás que explicarle lo bueno. No se lo digo a Henry, pero sé exactamente lo que quiere decir. Russ y yo habríamos empezado con un pie mucho más amistoso si él no hubiera supuesto erróneamente que me sentiría incómoda a su lado. —Eres un buen amigo, Henry. —Russ se merece buenos amigos. Pasamos el resto del desayuno hablando de algunas fotografías que Henry tomó en B&B y del paisaje circundante para que él pruebe algunas nuevas técnicas de pintura cuando llegue a casa. Para cuando todos se van, siento que Henry me recordará como la chica a la que le gusta su amigo y no como la chica con la que se tropezó aquella noche. Incluso horas después de que los chicos se fueran, las secuelas de tener aquí a siete desconocidos dolorosamente atractivos durante unas horas han alterado el orden normal del día de todos. Todo el personal está cachondo y un poco caótico después de ver tantas caras nuevas. Pero yo estoy bien, porque un hombre dolorosamente atractivo me pone cachonda y me hace sentir caótica a diario, así que estoy acostumbrada. Maya y yo nos esforzamos por mantener a los niños ocupados y quemar todo su exceso de energía cambiando nuestro horario matutino de manualidades por una búsqueda del tesoro «para consternación de Jenna y su hoja de cálculo del programa», pero Russ y Clay pierden nuestro mapa con todas las ubicaciones de los tesoros y todo el asunto lleva el triple de tiempo. La cacería funciona y, cuando llega la hora tranquila de después de comer, todo el mundo está mucho más relajado que hace unas horas. A Maya se le va la voz de tanto gritar por la mañana. Mi voz permanece invicta. Estoy pasando el rato con los otros monitores a la sombra en el banco de picnic fuera de la cabaña de los Osos pardos cuando Xander se aclara la garganta. —Tengo que hacer un anuncio. —Creo que está esperando algún tipo de reacción dramática, pero nadie dice nada—. Emilia y yo hemos decidido separarnos por diferencias creativas. —Dame una pista —dice Maya, entrecerrando los ojos mientras se protege del sol. —Eres tan malditamente dramático —gime Emilia—. El concurso de talentos. Xander va a hacer lo suyo porque no nos ponemos de acuerdo. —¿Esto es porque dijo que no podías ganar American Idol? — pregunta Clay—. Nadie suena bien cantando canciones de fogata, hermano. No te lo tomes a pecho. Se me cae la mandíbula. —No. Absolutamente no. Somos un equipo. —Todos los demás grupos de monitores han dicho que van a preparar un número el día antes, porque no es tan serio. A la mierda con eso, quiero que mi grupo sea el mejor. Por eso llevo semanas intentando que todo el mundo se organice. No es culpa mía que no sea lo suficientemente creativa como para que se me ocurra una idea a mí misma—. No puedes hacerlo solo, Xan. Es súper triste y solitario. Nos necesitas. —No. Tengo a Russ. —Le da unas palmaditas en la espalda a Russ y éste levanta la vista, súbitamente alerta. —Perdona, ¿qué pasa? —Diferencias creativas. Show de talentos. Trucos de perros. Vamos, hombre, te lo dije hace como una hora —dice Xander, bloqueando a Emilia con la mano cuando empieza a reírse de los trucos de perros. —¡No sabía que querías que me uniera a ustedes! Si Xander tiene que dejar el grupo, ¿puedo no participar? —¡No! —Xander y yo chasqueamos al mismo tiempo. —Lo prometiste —le recuerdo. Pone los ojos en blanco. —Valía la pena intentarlo. Varios gritos agudos resuenan en la cabaña de los niños, y Maya y Clay se ponen en pie de un salto. —Juro por Dios que si Michael ha traído otra rana, voy a hacerlo dormir junto al lago —refunfuña Maya. En cuanto se han ido, Russ se acerca a mí, apoyándose en su mano en un ángulo que bloquea a Emilia y Xander de nuestra conversación. —No iré con Xander si tú no quieres. Sé lo importante que es para ti. Quiero besarlo. Siempre quiero besarlo. Suspirando exageradamente, pongo la mano sobre la mesa, junto a su codo, para rozar suavemente su brazo con el dedo. —No pasa nada. No quiero que Xander esté solo y no quiero que seas infeliz. No es para tanto. Ahora que Emilia no se opone, seguro que bailaremos. —Sería feliz si bailara contigo —dice en voz baja—. Tú harías que valiera la pena. Las mariposas de mi cuerpo aletean a la vez. —Ve con Xander. —Eres la mejor —me dice, dándome un codazo con la rodilla—. ¿Vas a hacer algo esta noche después de que salgamos? —Niego con la cabeza, con la mente corriendo inmediatamente con mil posibilidades diferentes—. No hagas planes. Tenemos una cita. *** La noche es dolorosamente lenta en comparación con la tarde, y me paso toda la noche mirando el reloj, esperando a ver cuál va a ser mi primera cita. Poco después de acostar a los niños, aparece Russ con cara de preocupación, lo que me pone de los nervios. Llevo ropa cómoda, como me dijo cuando se fue antes, pero no tener ni idea de lo que está pasando no es mi idea de diversión. —Tenemos un pequeño problema —dice mientras se acerca a mí, deteniéndose a suficiente distancia para no parecer demasiado amistoso. —¿Qué pasa? —Tenemos que firmar la salida en recepción, y parecerá sospechoso si firmamos los dos juntos. —Ya lo hemos hecho antes —digo. —No por la noche. Tienes que admitir que parece sospechoso. Tiene razón, por mucho que no quiera admitirlo. Ni siquiera sé qué ha planeado, pero estoy nerviosa y emocionada y no quiero que me diga que no podemos ir. —Hay un camino que empieza cerca de la parte de atrás de la cocina y que lleva a una pista de tierra a unos minutos en coche. Podría escabullirme, pero tienes que prometerme que no me delatarás, porque a diferencia de ti, que te saltas las normas a diestro y siniestro, yo estoy intentando reparar mi imagen. Pone los ojos en blanco y sus hoyuelos aparecen mientras lucha contra una sonrisa. —¿Es seguro? —Sí, es una ruta de evacuación que pusieron hace décadas. Necesitaré una linterna. Me lanza las llaves de su camioneta. —No quiero que camines en la oscuridad. No mires atrás o arruinarás la sorpresa. La emoción y los nervios me corroen mientras mantengo la cara seria al firmar en la oficina. Cuando estoy a salvo en el camión de Russ, es cuando dejo de luchar. Mantengo los faros encendidos mientras espero los cinco minutos que tarda en encontrarme y, cuando se acerca corriendo a la valla, intento no babear cuando la salta con facilidad. ¿Todo lo que hace es sexi o es que me impresiona fácilmente? Una de las grandes preguntas de la vida. Abriendo la puerta del conductor, me desliza por el asiento y se coloca frente al volante. —No quiero ni saber cómo sabes que ese camino apenas trazado conduce hasta aquí, problema. —¿Soy un problema o soy una exploradora? Echa un brazo por encima del respaldo del asiento mientras mira por encima del hombro para conducir marcha atrás por el camino de tierra de vuelta a la carretera. De nuevo, ¿caliente o fácil de impresionar? Su mano me revuelve las puntas del pelo y la respuesta definitiva es caliente. Definitivamente, definitivamente caliente. —Problema. Cien por cien. No hay nadie más en la carretera a estas horas de la noche, pero Russ se concentra mientras conduce, con una mano apoyada en mi muslo, dando golpecitos a la canción de la radio. La siguiente canción es de un prometedor grupo de rock que le gusta a Poppy y que está empezando a sonar en la radio. Les he comprado a Poppy y Emilia entradas para el concierto que darán en Los Ángeles dentro de unos meses, pero antes de que pueda decírselo a Russ, cambia de emisora. —¿No te gusta Take Back December? —La verdad es que no. —Levanta la mano de mi muslo para frotarse la mandíbula—. Es la banda de mi hermano. Dios mío. —¿Tu hermano Ethan es Ethan Callaghan? ¿Cómo no me di cuenta antes? A la novia de Emilia le encanta TBD. —Sí. —No parece muy contento por ese hecho, y después de lo que he aprendido sobre su relación con su familia, no me sorprende. Gira a la derecha por un viejo camino de tierra, me mira durante una fracción de segundo antes de volver a poner su mano en mi muslo. —Tu hermano es famoso, ¿pero tú no quieres hacerte profesional porque no quieres ser famoso? Como alguien con una familia siempre en la prensa, sé que a veces no tienes elección. —No eres la única persona que me lo ha señalado recientemente, curiosamente. Aunque Ethan no es muy famoso. —Me aprieta el muslo, lo que creo que se supone que es un consuelo, pero lo noto por todas partes—. ¿Deberíamos decirle a todo el mundo que solo somos jovenes? —Definitivamente, pero me preocupa un poco que no importe de todos modos, ya que parece que me llevas a un sitio para asesinarme y enterrar mi cuerpo en un campo… —El camión nos zarandea un poco mientras conducimos por el terreno irregular en dirección a un viejo edificio abandonado—. ¿Dónde demonios estamos? No voy a follarte en esa casa encantada si ese es tu plan. Resopla mientras aparca el camión. —Creía que conocías todos los rincones de Honey Acres, señorita Exploradora —se burla sacando las llaves del contacto. —Claro que sí. Esto no es Honey Acres. Es casi seguro que estamos invadiendo. Salimos los dos y me acerco a su lado, aún totalmente confusa sobre lo que estamos haciendo aquí. En cuanto estoy lo bastante cerca, se inclina para besarme, reavivando las mariposas que ahora son una adición permanente a mi cuerpo. —Pensé que entrar sin autorización sería excitante para ti. —Allanar un hotel para hacerte un tentempié a medianoche, sí. Invadir un campo es como acabas con una herida de bala. —Estamos en la tierra de Orla, lo prometo. Encontré este lugar corriendo y lo comprobé cuando volví al campamento. No estamos tan lejos, solo se tarda más en llegar en vehículo, ya que no puedo atravesar vallas. —Se ríe y me coge de la mano, acompañándonos a la parte trasera de su camioneta—. Acabo de darme cuenta de que la gente no se besa al principio de una primera cita. —Puedes atravesar vallas… pero la gente te grita cuando vas a disculparte y hacen que tus padres paguen los daños. —Su ceja se levanta con razón—. De todos modos… no he tenido una primera cita antes, así que no conozco las reglas. Lo que probablemente sea una señal de alarma para ti, porque ¿por qué iba a estar sin cita a los veinte a menos que sea porque soy realmente molesta, que lo soy, y, bueno, puede que esta noche nos carguen las vacas o nos coman los lobos o algo así, así que prefiero besarme al principio que no besarme en absoluto. Tengo que dejar de hablar. Estoy haciendo esa cosa que me haces hacer cuando estoy nerv… Se detiene en la parte trasera del camión y me levanta la barbilla con el nudillo para cerrarme la boca. —Sé que te gusta el idioma, pero «sin cita» no es una expresion, cariño. —Me parece que sí. —Me ignora y abre el portón trasero, retirando una sábana blanca, dejando al descubierto cojines y edredones, una hielera y el proyector a pilas que a veces usamos para la noche de cine al aire libre—. Madre mía. Me sube al maletero, se inclina y vuelve a besarme. Lento, suave, perfecto. —Yo tampoco he tenido una primera cita antes. Me quedo en silencio mientras Russ me ayuda a ponerme cómoda en la cama improvisada y me da un termo de chocolate caliente y una bolsa de palomitas. Coloca el proyector encima del camión, apuntando a la pared lateral de la espeluznante casa, y es entonces cuando me doy cuenta del esfuerzo que ha hecho. No soy una llorona, pero este hombre puede hacer que me lloren un poco los ojos. Me echa otra manta encima y finalmente se sienta, metiéndose también bajo las mantas. —¿Estás cómoda? ¿Suficientemente caliente? —pregunta. —Todo es perfecto. —La pared se vuelve azul cuando aparece el castillo de Disney, seguido de la lámpara de Pixar, y en cuanto aparece el restaurante de Gusteau en la pequeña televisión, mi corazón está a punto de estallar. Ha pensado en todo—. ¡Ratatouille! Russ, eres perfecto. El chico de ensueños. Eres demasiado bueno para ser real. Mi sinceridad lo toma desprevenido y, bajo el resplandor de la luna, observo todas las emociones que recorren su rostro. Siempre he sabido que necesito validación como necesito aire y, aunque no creo que él sea exactamente igual, somos muy parecidos. La gente nos ha hecho sentir que somos menos de lo que somos, y esas opiniones están enterradas en lo más profundo de ambos, como malas hierbas. Cada gota de duda riega la tierra, y una vez que empiezan a crecer parece imposible pararlas. Pero no es imposible, solo hace falta alguien que las arranque de raíz, una y otra vez si es necesario. Somos tan diferentes y a la vez tan parecidos, y una parte de mí empieza a creer que esa es la mezcla perfecta. Se acerca a mí y me aparta un mechón de pelo de la cara. —Cuéntame un secreto. —No quiero volver a la realidad el mes que viene. Quiero quedarme aquí contigo y los perros y tirar nuestros celulares al fuego. —Se ríe en voz baja, con su mano masajeándome la nuca mientras divago—. Yo abriré mi librería y tú puedes abrir tu tienda de bolos o construir robots o lo que sea que hagan los ingenieros: pueden protegernos de las zarigüeyas y los lobos, supongo. Pero tú me elegirás a mí y yo te elegiré a ti y seremos felices sin que nadie más lo estropee. —Eres lo más brillante de mi vida, Aurora —dice—. Y eres un recordatorio vivo de las cosas buenas que pueden pasar cuando me permito ser feliz. Una parte de mí se pregunta si hubiera dejado entrar a alguien antes, si habría evitado gran parte de la infelicidad con la que he lidiado, pero creo que la respuesta es no. Habría seguido haciendo las mismas imprudencias que antes, rebotando de una sobrecarga emocional a otra, buscando desesperadamente algo más. Nunca habría hecho feliz a nadie, y lo más probable es que, una vez pasado el subidón inicial de su atención, me hubiera vuelto a perder. Russ me hace sentir contenta, lo único que no sabía que necesitaba. Nos acercamos, hundiéndonos más en las mantas, uno frente al otro, ignorando por completo la rata de dibujos animados que se proyecta en la pared. —Cuéntame un secreto —susurro. —No es un secreto porque mucha gente lo sabe, pero ¿puedo contarte algo malo que me ha pasado? ¿Algo de lo que realmente odio hablar? —Por supuesto. —Soy paciente mientras él se muerde torpemente el interior de la mejilla, claramente retrasando las cosas. Su pierna se desliza entre las mías, su mano se apoya en la curva de mi cintura y, justo cuando creo que va a empezar a hablar, se inclina y me besa. Al separarnos, apoyo la frente en la suya—. Seguiré aquí para besarte cuando termines de compartir —le digo en voz baja. —¿Te has enterado de que han destrozado la pista de hockey a principios de año? —Creo que sí, ¿tal vez? ¿No tenían que compartir la otra pista o algo así? —Sí. Bueno, fue culpa mía. Casi se me desencaja la mandíbula. —¿Has destrozado una pista de hockey? —¡No! Por supuesto que no. Yo, conocí a una chica, Leah, en una fiesta, y fue amable conmigo. Había ido con unos chicos con los que vivía. Leah me besó, tonteamos un poco, no hasta el final. Que alguien me diga por qué estoy celosa. —Entonces, en cada fiesta a la que iba, Leah estaba allí y acabamos enrollándonos unas cuantas veces. Me gustaba y pensé que tal vez, solo tal vez, el segundo año no sería basura y podría tener algo de felicidad. Lo siguiente que supe fue que su novio me enviaba mensajes amenazándome. Habían estado peleando o lo que fuera, ella me había estado usando para vengarse de él. —Siento mucho que te hiciera eso. —Oh, se pone mucho peor. —Se ríe, pero sin gracia—. Lo que había entre ella y su novio era súper tóxico, una de esas relaciones que a todo el mundo le encanta odiar. Así que cuando se enteró de que estaba embarazada, le dijo a su hermano mayor, que fue un jugador de hockey en la UCLA, que se había esfumado. La había bloqueado cuando me enteré de lo del novio. No quiso darles mi nombre, solo que era alguien de mi equipo, pensando que eso sería el final. Pero no fue así. Destrozaron la pista. —Oh, Russ. —Quería dejarlo, estaba muy avergonzado. Si Nate no me hubiera cogido de la mano, lo habría hecho. Ya fue bastante malo cuando pensé que habían destrozado la pista por culpa de su novio, pero esto fue mucho, mucho peor. Todo el mundo hablaba de ello; tuve que ir a reuniones sobre el tema hasta que se demostró que yo no había hecho nada. Era un puto desastre. —¡No tienes por qué sentirte avergonzado! Tú eres la víctima en todo esto. No hiciste nada más que enrollarte con una chica en una fiesta, y eso no tiene nada de malo. Podrías haberte enrollado con todas las chicas de esa fiesta, eso no hace que alguien te use como chivo expiatorio. —Eso es lo que dicen Stassie y Lola, pero yo no he podido quitarme la culpa de encima. Cuando estoy en el campus, me pregunto si la gente estará pensando en eso cuando me ven. Odio tener que jugar contra UCLA sabiendo que todos estarán pensando en eso. —Odio que esto te haya estado carcomiendo. Cuando pasa algo te parece tan grande, pero eso es porque te está pasando a ti, pero en realidad, la mayoría de la gente no lo sabe ni le importa. Si todo el mundo hablara de ello como tú sientes que lo hacen, yo ya lo sabría todo. Solo he oído que ha habido algunos daños. Nada sobre ti. —¿De verdad no lo sabías? —¡No! Te prometo que no lo sabía. Pero alguien se aprovechó de ti, Russ. Tienes que dejar de castigarte por ello. —Le acaricio la cara con el pulgar y él me besa la palma de la mano—. Si le das demasiadas vueltas, no podrás seguir adelante. ¿Y qué, han destrozado una pista? Ni que hubiera muerto alguien. ¿Sabes cuántas cosas he destrozado por accidente? —Algunas líneas de la cerca, supongo. —No fue un accidente. —Pongo los ojos en blanco y me acerco—. Pero mi punto sigue siendo. Eres una gran persona, tus amigos te quieren y los perros te adoran. Es lo único en lo que pienso cuando pienso en ti. En lo fácil que caes bien. —No sé por qué estoy sacando el tema ahora. Lo siento, ¿ya he jodido nuestra primera cita? —Cierra los ojos y suspira, hundiéndose más en las almohadas. A veces quiero sacudir a este hombre, porque no se da cuenta de lo feliz que me hace al entregarme esos pedazos de sí mismo que guarda tan apretados contra su pecho. —Que compartas voluntariamente algo que es personal para ti hace que esta sea la mejor cita, Russ. Te lo prometo. Gracias por confiarme toda la historia. Sus ojos se abren lentamente. —¿Me das ya ese beso postcompartir que me prometiste, por favor? No puedo evitar sonreír mientras me inclino hacia él. —Por supuesto. No había tenido la intención de contarle a Aurora lo de Leah cuando llegamos aquí, y pensándolo bien, probablemente no sea el tema de conversación más adecuado para una primera cita, aunque ella diga que sí. Pero Aurora hace que todo parezca más ligero. Unas pocas frases sobre algo que me atormenta desde hace casi un año y me siento mejor. Lo único que hizo fue escucharme y decirme que si todo el mundo hablaba de ello ella lo habría sabido, y más dramáticamente: «No es como si hubiera muerto alguien». No sé por qué decidí decírselo ahora. Quizá porque me llamó demasiado bueno para ser real y sé que no lo soy. Esa es una de las historias que prueban que no lo soy, y al decírselo yo, no la estoy engañando sobre quién soy. Compartir cosas que has guardado tan cerca de ti es agotador. —¿Me das ya ese beso postcompartir que me prometiste, por favor? —Por supuesto —dice suavemente, inclinándose hacia ella. Mi mano acaricia su mejilla, el pulgar roza suavemente su piel mientras sus labios se encuentran con los míos. Sabe a chocolate caliente, y cuando atraigo su cuerpo hacia el mío, ella me obedece de inmediato. —Me encanta esto —susurro contra su boca. —¿Enrollarnos? —Paso su pierna por encima de la mía hasta que se sienta a horcajadas sobre mis caderas. Sus manos rodean sus hombros con el edredón y luego me rodean el cuello, envolviéndonos. Mis manos se deslizan bajo su sudadera, recorriendo su columna con una mano y acercándola a mí con la otra. —Tenerte para mí solo. Aurora me roza con la nariz, presionando ligeramente con besos varias partes de mi cara: la comisura de los labios, la sien, la punta de la nariz. —Teniendo en cuenta cuántas veces al día les recuerdas a los niños que compartan, es bastante gracioso que se te dé tan mal. Apoya su frente contra la mía y mis brazos rodean su cintura, abrazándola con fuerza. —Con gusto compartiré todo menos a ti. Me veo obligado a soltarla cuando se echa hacia atrás y dejo que mis manos se posen en sus caderas. Me mira con una incertidumbre que no estoy acostumbrado a ver en ella. —Son palabras bonitas, pero ¿las dices en serio? Por muy necesitado que suene, odio la pequeña distancia que hay entre nuestros cuerpos ahora mismo, pero odio más lo insegura que parece en este momento. Ser tan sincero con alguien suele ponerme ansioso. Acabo de compartir algo importante con ella, voluntariamente, debo añadir, así que es mucho para mí seguir exponiendo mis pensamientos y sentimientos. No es un secreto que no soy increíble con las mujeres, y en circunstancias normales, estoy bastante seguro de que estaría sentado asustado, esperando a que me pisotearan. No me siento así con ella; quiero estar cerca de ella. —Tu atención es un regalo, Aurora. No tengo intención de no valorar el tiempo que paso contigo. —Dios, Callaghan. ¿Por qué tienes que ser tan jodidamente dulce? —murmura, bajando la mirada hacia sus manos que juguetean con el dobladillo de mi sudadera. —Solo soy así contigo. Eres la única persona que me ha hecho querer ser así, Aurora. Nunca tendrás que cuestionarte si te quiero. Nunca tendrás que preguntarte si eres mi primera opción. —El corazón me martillea en el pecho mientras las palabras me salen a borbotones. El edredón sigue cubriéndole los hombros, lo que me facilita tirar de cada lado y acercar su cuerpo al mío de nuevo—. Lo eres… Lo que estaba a punto de decir no sucede porque su boca se aplasta contra la mía, sus manos se posan a ambos lados de mi cara y sus caderas giran contra mí, haciendo que la electricidad me suba por la espalda mientras gimo y flexiono las caderas contra ella. Me quemo bajo su contacto y, mientras toda la sangre de mi cuerpo corre hacia el sur, me alegro de haberle dicho lo que siento mientras aún podía concentrarme en hablar. —Yo tampoco quiero compartirte —me dice, y su boca recorre mi mandíbula. Sus dientes me pellizcan el lóbulo de la oreja y su cálido aliento me hace cosquillas en el cuello. Nos doy la vuelta hasta que ella queda atrapada debajo de mí con las piernas cruzadas a la altura de mi espalda. Me aprieto contra ella, disfrutando de cómo pone los ojos en blanco y respira entrecortadamente. Aún estamos vestidos, pero el endeble algodón que nos separa no hace más que demostrar lo bien que encajo entre sus muslos. Su lengua se mueve contra la mía, su espalda se arquea para empujar sus pechos hacia mí. —Mi chica perfecta —murmuro mientras me muevo para besarle el cuello. Aurora baja las manos, empuja torpemente la cintura de mis pantalones de chándal con una mano y hace lo mismo con sus leggings. —Quiero sentirte —susurra. Necesito toda mi fuerza mental para despegarme de ella lo suficiente como para quitarle los leggings y un trocito de encaje que dice que son bragas, pero merece la pena. Me bajo los pantalones y los calzoncillos por las caderas, arrastrando los pies para no hacer temblar el camión. Con la polla dura en la mano, dejo que Aurora vuelva a tirar de mí hacia ella, ahora los dos desnudos de cintura para abajo. La beso y gimo en su boca cuando su mano se introduce entre nosotros y me agarra suavemente. Mis caderas tienen mente propia y empiezo a penetrar su mano lentamente. —No te la meteré, ¿bien? —De acuerdo. Me acerca a ella y yo me quedo a la distancia adecuada, esperando, conteniendo la respiración para ver qué va a hacer a continuación. Entonces abre un poco más las piernas y desliza suavemente la punta de mi polla contra su clítoris. Es una sensación jodidamente perfecta. Es suave pero deliberada, yendo más allá, cambiando de presión, y cuando empieza a perder el ritmo, yo tomo el relevo, reproduciendo lo que ella estaba haciendo. Me resulta más fácil apretarme contra ella, lo que me permite besarla también. Sus dedos se clavan en mis hombros mientras su lengua roza la mía. —Te siento tan bien —gime arqueando la espalda. Sus caderas se mecen contra mí, el sonido húmedo es música para mis malditos oídos—. ¿Condón? —Todavía no. —Eso llama su atención, pero ignoro su mirada confusa para subirle la sudadera y dejar al descubierto lo que se supone que es un sujetador, pero que no es más que un trozo de encaje. —¿Te has puesto esto para mí? Bajo el material con cuidado y cierro la boca sobre uno de los picos ya rígidos. Al instante se vuelve cada vez más ruidosa mientras trato de prestar atención a cada centímetro de ella. Mi polla palpita; estoy desesperado por estar dentro de ella, pero verla correrse hace que la espera merezca la pena. —Te he hecho una pregunta, Aurora. —Te necesito dentro de mí —maúlla, apretando las piernas a mi alrededor. Cambio a su otro pecho. —¿Te has puesto esto para mí? —Asiente frenéticamente, con los ojos entrecerrados y la mandíbula desencajada—. ¿Por qué? Sus uñas se hunden en mi piel y su respiración cambia. —Porque quiero que me folles. Voy a co… Aurora hunde su cabeza en mi cuello mientras gime un sonido que podré oír el resto de mi vida. Su cuerpo funciona a la perfección con el mío; es adictivo. Busco en la nevera que hay junto a nuestra cama improvisada y saco una caja de condones que compré antes. Compré los condones antes de encontrar nada más para esta cita. Lo que normalmente no sería una gran señal, pero no había ninguna posibilidad de recibir la misma mirada de decepción que he tenido en múltiples ocasiones cuando he estado desprevenido. Rasgo el papel de aluminio con los dientes, me siento sobre los talones y lo enrollo rápidamente sobre mí. —Tienes una polla muy bonita, ¿sabes? —dice, empujándose sobre los antebrazos—. Es visualmente perfecta. Me froté contra esta mujer hasta que se corrió, y puedo sentir cómo me ruborizo porque llamó atractivo a mi pene. Realmente necesito liberarme de eso en algún momento. —No sé cómo responder a eso. ¿Gracias? —De nada. Sé amable conmigo, por favor. —Se pone boca abajo, con las piernas ligeramente separadas—. ¿Y te tumbas encima de mí? —Por supuesto. —Me coloco detrás de ella, mis piernas sobre las suyas, guiándome entre sus muslos separados hasta que siento que empiezo a hundirme en ella. No hay mejor sensación que esta. Ninguna. —Eres la mejor sensación del mundo, cariño. Así es jodidamente profunda. Me tumbo, con la frente sobre su espalda, haciendo todo lo posible por darle la cercanía que necesita sin aplastarla. La beso a lo largo de los hombros, en el cuello; incluso puedo llegar a su cara desde esta posición. Cubro de besos cada parte de su cuerpo que puedo alcanzar, mientras me balanceo dentro de ella a un ritmo constante. Entrelazo sus dedos con los míos y los clavo en la cama a ambos lados de su cabeza. —Más fuerte —susurra, y me cuesta mucho no correrme, sobre todo al escuchar sus gemidos. Sus manos aprietan las mías mientras hago lo que me pide. El sonido de mis caderas golpeando su trasero me hace perder la cabeza, y cuando ella empieza a empujar contra mí, sé que los dos estamos cerca. —Estás tan profundo. Puedo sentirte en todas partes. —Te lo tomas tan bien, cariño. Eres tan buena chica. La alabanza es la clave para conseguir que esta mujer se venga, y tan pronto como buena chica salen de mi boca, es solo cuestión de tiempo. Ya casi estoy, noto como un tirón y trato desesperadamente de que ella llegue antes. Suelto su mano derecha y deslizo la mía por la parte delantera de su cuerpo hasta encontrar el punto entre sus piernas que la hace echar la cabeza hacia atrás. —Oh Dios. —Eso es, cariño. Enséñame lo guapa que estás cuando te vengas por mí. Su cuerpo empieza a agitarse, pero tiene pocas opciones, ya que mi cuerpo cubre el suyo. —Russ —gime mientras me aprieta tan fuerte que me corro con ella. Dura tanto que, cuando la saco despacio, sigo corriéndome. Caigo rendido a su lado. Se acurruca más y vuelve a besarme despacio. —¿Vas a juzgarme por entregarme en la primera cita? Resoplo, una vez más sin saber lo que va a salir de su boca. —Técnicamente te entregaste antes de la primera cita. Vacío legal. —Gracias a Dios, mi virtud no se verá comprometida en ese caso. Me pongo boca arriba, me deshago del preservativo de la forma más práctica posible y vuelvo a tumbarme, tirando de ella bajo mi brazo para que podamos contemplar las estrellas. La película ha terminado hace rato, pero prefiero escuchar solo su suave respiración. —Menos mal. ¿Qué harías sin tu virtud? —Siéntate, por favor, Aurora. Mi cara se frunce, confusa, mientras miro de reojo a Emilia, a quien Xander no ha dado instrucciones estrictas de sentarse. Tomo asiento en el banco de picnic frente a él, apoyándome en mis manos mientras él se pasea dramáticamente frente a mí. —Hecho. —Gracias, Aurora. —De nada, Alexander. Tus deseos son órdenes, claramente. Deja de pasearse. —¿Esto es una broma para ti? —¿Esto? ¿Qué está pasando ahora? —Él asiente—. Sí, para mí es una broma. No tengo ni idea de lo que está pasando. ¿Puedes moverte un par de centímetros a la derecha y luego un par de centímetros hacia delante, por favor? El sol me da en los ojos. Se suponía que los tres íbamos a llenar botellas de agua para los niños antes de escalar, y de alguna manera he acabado con Xander con su expresión más seria. Me pareció raro cuando insistió en ayudar, y debería haber sabido que tramaba algo. Aprieta los dientes, sus manos se posan en sus caderas mientras me mira fijamente. —Esto es serio. —Estoy segura de que lo que sea que esté pasando ahora es muy grave para ti, Xan. Aunque todavía no sé qué está pasando. Miro a Emilia, que se encoge de hombros y observa a nuestro amigo con interés. —La forma en que actúas a veces hace que me alegre de no salir con hombres —dice Emilia. —Voy a fingir que no me acabas de decir eso. Tengo dos palabras… —¿Buscar y atención? —Emilia dice al mismo tiempo que yo: —¿Exagerado? —Torneo de baloncesto. —Me fulmina con la mirada—. «Exagerado» es una palabra. Métete en el juego, Roberts. Estudias inglés. Me cuesta mucho no reírme. Ahora ha captado mi interés y estoy deseando ver adónde lleva todo esto. —¿El juego es de ortografía o de baloncesto? Porque estoy confundida. —Torneo de baloncesto —repite, esta vez un poco más alto—. No podemos perder. Vuelvo a mirar a Emilia, sobre todo en busca de confirmación de que ambas estamos experimentando lo mismo y no estoy teniendo una extraña alucinación. Sus cejas, perfectamente esculpidas, casi se tocan de tanto fruncir el ceño. Decido ser la oradora nominada por los dos. Me aclaro la garganta y miro a Xander. —Uh, ¿de acuerdo? —No sé qué sórdida y creativa magia sexual te ha prometido Callaghan para lanzar el partido, pero necesito que te olvides de ello. Mi reputación está en juego aquí y necesito que seas una jugadora de equipo. —Rory es muy popular en el equipo de baloncesto de los Titans, Xan. No tienes de qué preocuparte —dice Emilia, apartándose de mi alcance cuando intento darle un puñetazo en el brazo—. Le encanta jugar en equipo. —Cállate —le digo bruscamente—. Xander, no puedo mentir. No tengo ni idea de lo que estás hablando. No estoy lanzando nada, no hay promesas de brujería y/o hechicería que yo sepa y, cariño, realmente no creo que sea tan serio. Se supone que el torneo es un poco de diversión. De alguna manera «y creo sinceramente que Xander fue probablemente quien empezó», esta tarde hemos acabado participando en un torneo de baloncesto para el personal. Los equipos se eligieron al azar utilizando trozos de papel de colores en un sombrero y, para su absoluta alegría, Russ está en un equipo con Clay, mientras que Emilia y yo estamos con Xander y algunos de los socorristas. La pobre Maya no ha jugado al baloncesto en su vida, pero dice que no le importa porque todos los de su equipo son altos y, según ella, eso los convierte automáticamente en buenos. —Russ me dijo que habías aceptado ayudarles a hacer trampas. Ese pequeño soplón. —Russ, solo se está metiendo bajo tu piel, amigo. Eso es lo que hacen cuando juegan, ¿verdad? Hablar mierda entre ustedes. Ni siquiera he hablado con él apropiadamente desde esta mañana. Lo que más me gusta es cuando Russ se pasa por mi cabaña al volver de correr por la mañana, antes de que se levante la gente. Me siento en sus rodillas o a su lado, dependiendo de lo sudado y asqueroso que esté, y vemos salir el sol. Yo siempre estoy medio dormida, pero seguro que recuerdo haber urdido un plan diabólico para traicionar a Xander. —Sabes que podrías haber dicho simplemente no hagas trampas, ¿verdad? —Emilia dice, mirando su reloj—. Podría habernos ahorrado mucho tiempo. —Si hay hechicería sexual en oferta, podría hacer trampa, Xander. Solo estoy siendo sincera contigo; es muy probable que me influyan. Ni siquiera sé lo que implica, pero sé que quiero formar parte de ello. Estoy segura de que puedes respetar la difícil posición en la que me encuentro. —No puedo y no lo haré. No voy a perder con Clay porque estés cachonda, Aurora —dice Xander con severidad. —Si perdemos con Clay, es porque tengo que jugar al baloncesto cuando no tengo coordinación mano-ojo. —Soy supervaga cuando está en el calendario de los Osos pardos porque dejo que Xander o Clay se encarguen—. Tienes que relajarte. No va a contar en tu contra la próxima temporada, sabes. Xander y Clay trabajaron aquí el año pasado, pero en grupos diferentes, así que no eran desconocidos cuando los juntaron este año. Pero el mes pasado, en una de las raras ocasiones en que consulté mi teléfono, vi que Ryan me había enviado un mensaje para decirme que había fichado por los LA Rockets. Los chicos me oyeron decírselo a Emilia y empezó una conversación sobre la NBA. Lo que dio pie a otra conversación sobre cómo Xander y Clay conocen a Ryan porque han jugado contra él y, para añadir otro nivel, ambos juegan el uno contra el otro. A veces los he oído lanzarse indirectas sutiles el uno al otro, pero las he descartado como tonterías de chicos. Lo que no sabía es que Stanford y Berkeley son eternos rivales deportivos, y al parecer eso se extiende al baloncesto informal de los campamentos de verano. Ridículo. —Te he visto jugar a los quemados pintados. Sé que no hay nada malo con tu coordinación mano-ojo, Judas. —Pregunta seria —dice Emilia, recogiendo las botellas de agua que dejamos cuando Xander insistió en que nos detuviéramos para una discusión importante—. ¿Por qué eres como eres? No le contesta, sino que opta por explicarnos todas las reglas del baloncesto mientras caminamos hasta las máquinas de agua y volvemos. Cuando volvemos con nuestro grupo, me sorprende que los niños no se hayan desmayado por deshidratación. Le entrego la botella de Russ mientras su ceja se arquea. —¿Por qué has tardado tanto? Se lleva la botella a los labios y bebe un buen trago. Cuando tiene la boca llena, le digo mis dos nuevas palabras favoritas: hechicería sexual. Parte del agua le sale por la boca, el resto le provoca un atragantamiento. Se golpea el pecho con la palma de la mano y se tapa la boca con el antebrazo hasta que deja de balbucear. —¿Necesitas que te ponga en posición de recuperación, Callaghan? Tiene los ojos llorosos y la cara rosada, pero eso no le impide empezar a reír. —No he podido evitarlo. —Siento que definitivamente podrías ayudar. —Cariño, no lo entiendes —dice en voz baja—. Estaba siendo tan molesto. Me preguntó si me hacía ilusión jugar a un deporte de verdad. Normalmente es tan tranquilo, pero la competición le pone feroz, y tengo que vivir con él. —Oh, no. —Hago un mohín juguetón—. ¿Te insultó el hombre desagradable que persigue a los hombres por un balón? ¿Un hombre que también persigue hombres por un balón, pero sobre hielo? —Sé que ahora mismo estás intentando burlarte de mí, pero déjame decirte que eres jodidamente linda cuando me pones morritos de esa manera. Pero voy a necesitar que me confirmes que sabes que no hay un balón en el hockey. Quiero decir, soy el portero, así que técnicamente no persigo a nadie, pero si pudiéramos empezar con lo del balón primero, sería genial. Me mira fijamente, y dado que su cara no se ha recuperado de la asfixia, es bastante intensa. Un poco más allá de él puedo ver a algunos de los chicos empezando a ponerse los arneses de escalada, y definitivamente no son los correctos. —Chicos —grito, mirando más allá de Russ—. ¡Esos no! Dejen que los ayude. Esquivando a un Russ todavía perplejo, me dirijo hacia mis campistas, pero solo llego a mitad de camino cuando oigo a Russ gritarme. —¡Ror! ¡Solo necesito oírte decir que sabes que no es un balón! Solo una vez. —¡Lo siento, Callaghan! Yo no negocio con mi competencia —le grito por encima del hombro, sonriendo para mis adentros cuando veo que Xander empieza inmediatamente a dar pisotones en dirección a Russ. *** Hay una razón por la que siempre me han gustado los jugadores de baloncesto, pero rara vez he asistido a partidos de baloncesto: son aburridos. Alguien «probablemente Xander», organizó el calendario del torneo y, a estas alturas, ya no recuerdo cuántos partidos hemos jugado. No tengo ni idea de si estamos ganando o no, y aunque me duelen las piernas, es sobre todo de correr arriba y abajo por la pista mientras Xander acapara el balón y anota todos nuestros puntos. Los niños se lo pasan en grande, animan y gritan con entusiasmo en cada partido, pero yo he perdido definitivamente el interés. Quiero un chocolate caliente. Quiero ver una película. Quiero abrazar a un perro mientras la mano de Russ descansa sobre mi muslo bajo una manta. Básicamente, estoy lista para que mi noche vuelva a su horario regular. —¿Y si nos negamos a jugar? —dice Emilia, estirándose a mi lado. —En realidad no nos necesita, así que no creo que eso funcione. —¿Protesta? —Sin sentido. —¿Fuego? —Extremo —suspiro—. Ya había pensado en eso. —Sabes que si nos hubiéramos ido de vacaciones como sugerí, podríamos haber evitado esto —dice. —Lo sé —digo, suspirando de forma aún más dramática que la última vez—. Ya había pensado en eso también. La única ventaja de todo este circo es que Russ es bastante bueno al baloncesto, y cada vez que demuestra esa habilidad, Clay y Xander parecen realmente confundidos, y es muy satisfactorio presenciarlo. Cuando lo jugamos con los Osos pardos «por supuesto, digo lo jugamos a la ligera, ya que yo no hago nada» Russ se concentra en asegurarse de que todos los niños se divierten. Ahora que juega para sí mismo, no necesita contenerse, y yo no necesito fingir que no lo miro porque los demás también lo hacen. Xander se sienta en el espacio vacío a mi lado y oigo a Emilia gemir antes incluso de que haya abierto la boca. Mira a mi alrededor, a mi mejor amiga, con el ceño fruncido. —La próxima vez que necesites algo de un estante superior, no te molestes en pedirme ayuda. Intenta crecer. Emilia ríe a carcajadas. —Ooh, alguien se siente peLeon. La ignora y se vuelve hacia mí. —Roberts, ¿qué opinas de exhibirte? —¿Exhibirme? Un gran no. No me gusta. ¿Ser la exhibicionista? Normalmente no estaría en contra si es para algo importante, como un torneo de baloncesto amateur en un campamento de verano en el que no hay premio ni incentivo real para participar, pero no es posible con menores cerca. Lo siento. Suspira. —Es verdad. Malditos niños. Ojalá Clay tuviera una mascota que pudieras robar. —Robo un cerdo hace un millón de años y de repente soy un riesgo para las mascotas. —Pongo los ojos en blanco. En cuanto a mis diversas reputaciones a lo largo de los años, ésta es probablemente la más molesta—. ¿Ayudaría si te dijera que lo que cuenta no es ganar, sino participar? Xander me clava una mirada tan gélida que me recuerda a la de mi madre mirando a mi padre. —Madura, Aurora. Por fin ha llegado el momento de jugar contra Russ. Desde esta tarde lo he estado evitando a propósito, le he enviado miradas intimidatorias y de vez en cuando me he pasado el dedo por el cuello cuando lo he sorprendido mirándome. Se me acerca en cuanto entramos en la pista y me estrecha la mano. —¿No es esta la parte en la que me propones algo degradante y escandaloso para que te ayude a hacer trampas? —le digo en voz baja, tratando de parecer despreocupada ante nuestro numeroso público. —Lo siento, Roberts. No negocio con mi competencia. —Me suelta la mano, pasando a estrechar la de los demás para que no parezca raro. Xander está a mi lado inmediatamente. —¿Qué dijo? —Dijo que organizaría un trío con alguien del equipo de hockey si le ayudaba a hacer trampas. Le dije que no. Le dije que estoy comprometida con mi equipo. —Bien, podrías haber elegido algo creíble si ibas a mentirme. — Xander resopla, y es lo más Xander que ha sido en todo el día, lo que me da esperanzas de que esta versión súper intensa de él se le pase— . Ese chico no te comparte con nadie, nunca. ¿Tienes la cabeza en el juego? —Mi cabeza siempre está en el juego. Empieza el partido y, en un giro muy previsible de los acontecimientos, es el espectáculo de Xander contra Clay. Emilia y yo corremos de un lado a otro de la pista intentando seguirles el ritmo, pero todos tienen las piernas muy largas y todos se mueve muy deprisa. Luchan por los puntos, lo que está bien, hasta que Clay y Russ encuentran su ritmo, lo que dificulta a Xander y a los demás de nuestro equipo seguirles el ritmo. Más difícil, pero no imposible. Estamos empatados y, sinceramente, estoy más que lista para que esto termine. —Roberts —sisea Xander mientras corre a mi lado—. Distráelo. No necesito que me explique a quién. Poniendo los ojos en blanco, me muevo al otro lado de la pista, el lado que Russ parece preferir. Los únicos buenos métodos de distracción que tengo implican desnudarse, y como ya se ha establecido, no puedo hacerlo aquí. Me mira por encima del hombro cuando me acerco a él y me siento como una tonta porque no puedo hacer lo que Xander quiere. Veo a Clay luchar con Xander, luego me giro, buscando a Russ, y me doy cuenta de que es mi oportunidad. El balón va directo hacia él y me acerco todo lo que puedo. —¿Podemos hacer un trío? La cabeza de Russ se gira hacia mí al instante y el balón de baloncesto le golpea justo en el estómago. Gruñe, haciéndome sentir un poco mal. Incluso en su estado de agotamiento, se lanza por el balón, pero yo soy más rápida y, en cuanto lo tengo en las manos, me quedo inmóvil. Mierda, no pensé más allá de la distracción. —Corre —me gritan unas cincuenta personas a la vez. Botar un balón y mover los pies al mismo tiempo no es tan fácil como parece, y en algún lugar a lo lejos puedo oír a Xander gritándome que pase, pero es demasiado tarde, porque hay un cuerpo sobre el mío. Russ estando tan cerca de mí delante de tanta gente se siente escandaloso, pero incluso con su fuerte aliento en mi cuello haciendo que mis pezones se pongan duros, está realmente jodidamente decidido a recuperar el balón. —Los dos podemos jugar sucio, cariño —resopla. Me sorprende poder oírlo, teniendo en cuenta lo ruidosos que están siendo los chicos de la banda. Suena el silbato y Russ tarda un segundo más en desenvolverse a mi alrededor. Lo miro, botando el balón una vez mientras nuestros compañeros discuten sobre Dios sabe qué en el fondo. Solo puedo suponer que lo que acabamos de hacer infringe algún tipo de norma, pero mentiría si dijera que tengo algún interés en averiguar cuál. —Tengo una proposición para ti. —Si es otra oferta de trío, respetuosamente declino. No puedo evitar soltar un bufido. —Si finjo hacerme daño, ¿quieres ir a buscar a los perros y tomar chocolate caliente? —Claro que quiero eso. El baloncesto es una mierda. —No todos los balones son iguales. —Xander me hace un gesto para que le lance el balón mientras sigue discutiendo con Clay por algo—. Se te permite favorecer el tuyo. Russ me mira con las manos en la cadera. Lleva el pelo revuelto y peinado hacia atrás, como a mí me gusta. Me cuesta mucho no decirle lo guapo que es cada minuto del día. —Sé que nos hemos reído un poco, pero necesito oírte decir que sabes cómo es un disco de hockey y que sabes que no es un balón. —Por supuesto que sí. —Exhala un suspiro de alivio—. Como un pequeño neumático de coche de bebé. —¿Qué? No, es… Me doy la vuelta para alejarme de él, fingiendo tropezar con mis propios pies y caer al suelo antes de que pueda decir nada más, gritando «¡Ay!» con todas mis fuerzas. Russ se agacha a mi lado, fingiendo comprobar si tengo alguna herida en la rodilla. —Serías una actriz terrible, ¿sabes? —Me duele mucho —digo despreocupadamente—. Por favor, llévame a la enfermería, mi héroe. El resto del equipo se acerca corriendo y me mira en el suelo. —¿Qué ha pasado? —Se ha caído de pie —dice Russ, extendiendo las manos para ayudarme a levantarme—. Debería llevarla a la enfermería para estar seguros. Ustedes sigan sin nosotros. Clay inmediatamente intenta protestar, pero Xander se le adelanta. —Sí, eso es justo, entonces los dos tenemos una persona menos. Que te mejores, Roberts. Buen trabajo, etcétera. Me dice «Buen trabajo» mientras finjo que me alejo cojeando con Russ, y me encanta que Xander piense inmediatamente que lo he hecho por él y no por mí. Cuando estamos lo suficientemente lejos de la cancha de baloncesto como para que los gritos de los niños no sean más que un murmullo, Russ me saca del camino y me empuja contra un árbol. Mi ritmo cardíaco se acelera al instante y mi excitación aumenta cuando me aprieta contra él, aprisionándome con sus brazos. Sé que todo el mundo está en la cancha de baloncesto, pero esto es atrevido, especialmente para él. —Si hubiera sabido que querías llevarme contra un árbol, me habría caído mucho antes. —¿Llevarte? —repite—. No, necesito toda tu atención mientras te hablo de discos de hockey. ¿Cuál es la palabra para cuando te encuentras exactamente donde debes estar? Por primera vez me siento en paz conmigo misma y con mi vida, y no hay nada que pueda desbaratarlo. Hoy por fin es día de visitas. Muchas familias se van del campamento durante el día y solo vuelven para la barbacoa de la noche y los juegos; algunas familias ni siquiera nos visitan. Odiaba el día de visita cuando era campista. Algunos años mis padres no venían porque Elsa quería visitar a nuestros abuelos, así que aprovechaban que no había niños para tomarse unas vacaciones e intentar salvar su insalvable matrimonio. Otros años solo venía mamá. El peor año fue cuando vinieron mamá, papá y Elsa y me hicieron sentir tan desgraciada que Jenna me dio un bol extra de helado cuando se fueron todos. Está previsto que hoy se lleven a todos nuestros niños fuera de casa, lo que significa que nos espera un día de lo más fácil. Emilia se olvidó de la cámara que Poppy le compró para documentar el verano y, por lo tanto, no ha documentado nada, así que hoy es el día de volver a hacerlo. —¿Crees que también necesitamos cambiarnos de ropa? — pregunta Emilia mientras meto diferentes accesorios para el pelo en un bolso con mi celular, auriculares y un libro de bolsillo sobre una princesa y su sexi guardaespaldas. —Te quiero y quiero a Pops, pero no voy a desnudarme detrás de un árbol por ninguna de las dos. Es un uniforme y lleva un oso; ¿por qué querríamos llevar otra cosa? No digo que sea una experta en fotos espontáneas, pero lo soy. Acampamos en un banco de picnic no muy lejos de nuestra cabaña y le doy a Emilia lo mejor de mí, cambiando mi peinado para que las fotos parezcan de días diferentes. Mientras finjo reírme de Xander, que afortunadamente está de espaldas a la cámara, nos damos cuenta de que esto no va a ser fácil. Los perros son más fotogénicos que los chicos, lo cual no es ninguna exageración. —Russ, deja de hacer muecas —le grita Emilia. Se acerca dando pisotones, me enseña la cámara y él, sinceramente, parece sentado en un nido de avispas. —Eres demasiado guapo para que se te dé tan mal que te fotografíen —le digo hojeando las fotos. Le devuelvo la cámara a Emilia y le pido que vuelva a donde estaba para que yo pueda intentar algo. —¿Y yo qué? —Xander pregunta, cogiendo a Salmón para abrazarlo. —¡Baja al perro! —decimos todos a la vez, lo que es respondido con un gruñido y una mirada de soslayo. —Eres guapo, Xan —dice Russ, estremeciéndose cuando intento forzar su cara a una posición más relajada con mis manos—. ¿Qué estás haciendo? —Te estoy relajando. —Esto no es relajante, Aurora. Miro a mi alrededor y compruebo que no hay nadie cerca de nosotros antes de inclinarme y besar a Russ. No esperaba que respondiera con tanto entusiasmo, pero su mano me agarra por la nuca, manteniéndome en mi sitio. Xander jadea ruidosamente, que es cuando Russ me suelta. —Es un poco egoísta que hagan eso cuando no he tenido sexo en dos meses. Solo digo. Ojalá pudiera embotellar lo que siento después de que Russ me besa. De mala gana, aparto los ojos de Russ para mirar con el ceño fruncido a nuestro amigo. —Viste a Clay desnudo, seguro que eso cuenta para algo. —Son asquerosos —dice Emilia mientras se acerca a nosotros, entregándonos de nuevo su cámara—. Echo de menos a mi novia. Me inclino para que Russ también pueda verlas, empezando por las de su mueca, pasando por las de nuestro beso hasta las de hace unos segundos. Nunca había entendido la frase «me da un vuelco el corazón» hasta ahora, cuando veo cómo me mira Russ cuando cree que no lo estoy viendo. Russ me besa el hombro y la piel de gallina recorre mi brazo. —Eres tan guapa —susurra. Esto es lo que se siente cuando te quieren y te valoran. Esta es la sensación que quiero para siempre. Emilia está fotografiando a los chicos lanzando un balón de fútbol, algo de lo que ambos protestaron, pero que hizo las delicias de los perros. Emilia le espetó que no había forma de combinar el baloncesto y el hockey en un deporte que pudiera fotografiar y que lo superara. Estoy hojeando mi libro cuando el celular empieza a vibrar en mi bolso. Al principio no sé de dónde viene el ruido; lo saqué como accesorio para las fotos y me he olvidado de que existe después de tantas semanas sin tocarlo. Echo mano al bolso para cogerlo y casi se me cae al suelo cuando veo al hombre que paga el alquiler mirándome fijamente. —Hola, papá —le digo, anticipándome a que me haya llamado. —Llevo más de veinticuatro horas intentando localizarte. Ahí está ese encanto de Roberts que tanto me gusta. —Lo siento, papá. Estoy en el campamento, el servicio aquí es terrible. Resopla, como si mi incapacidad para controlar lo que sea que hace que el servicio celular sea una cosa le molestara. —Necesito compartir algunas noticias contigo. Le propuse matrimonio a Norah el fin de semana y dijo que sí. —Eso es… —no una sorpresa—, increíble, papá. Felicidades a los dos. Quizá por eso está tan frustrado por no poder localizarme. Le preocupaba que me enterara por otra persona. Papá ha tenido montones de novias a lo largo de los años, pero tan pronto como empezó a dejar que Norah publicara sobre él en internet, supe que no pasaría mucho tiempo hasta que hubiera una boda. No soy la mayor fan de Norah por principios. Pero si se va a casar con alguien, al menos me alegro de que se case con alguien más cercano a su edad y no salga con las mujeres más cercanas a mi edad y a la de Elsa, como estuvo haciendo durante un tiempo. Mamá lo llamó su crisis de la mediana edad. —Que estés en el campamento ha hecho difícil organizar un vestido de dama de honor. Tu madre me dijo que estarás en casa el 15, ¿correcto? No sé qué cosa seguir primero. El hecho de que me quieran como dama de honor o el hecho de que mi madre y mi padre hayan hablado. Norah tiene sus propios hijos, así que no habría esperado que me incluyeran en el cortejo nupcial, y no me imagino a papá abogando por mi participación. —Sí, papá, el quince. —Haré que Brenda cambie tu vuelo a casa; envíale los detalles por email junto con tus medidas actuales. Tendrás que volar directo a Palm Springs para que esto funcione. ¿Palm Springs? —¿Para qué funcione? Le oigo suspirar. —La boda, Aurora. ¿Me estás escuchando bien? Nos gustaría una breve luna de miel antes de que acaben las vacaciones de verano y tenga que ir a Europa para el Gran Premio de Holanda. Las palabras se me atascan en la garganta. —¿Te vas a casar tan pronto? —Sí, Aurora. Y te necesito en Palm Springs. ¿Entiendes? Su tono insolente debería dolerme más de lo que lo hace, pero mi cerebro se revuelve al darme cuenta de que está esperando a que me libere en lugar de hacerlo sin mí. Jesucristo, el listón está realmente en el suelo. —Lo entiendo, papá. Estoy deseando ver qué vestido me elige Norah. Gracias, um, gracias por dejarme ser parte de esto. —Por supuesto que eres parte de esto, Aurora. Eres mi hija. —Me quedo en silencio. Es una declaración tan básica de un padre. Ni siquiera es algo particularmente amable, pero de mi padre es importante. Extrañamente, siento que mi reciente felicidad causó esto. Pon buena energía en el universo y recíbela. Una tontería, pero reconfortante al fin y al cabo. Quiero decirle lo mucho que significa para mí esa pequeña afirmación. Cómo es todo lo que siempre he necesitado y cómo deseo desesperadamente tener una buena relación con él, pero no tengo oportunidad de hacerlo, porque empieza a hablar de nuevo. —Y se vería extraño en las fotos si no estás ahí. No voy a dejar que me roben el momento de Norah por la obsesión de los medios por darles atención a ti y a tu hermana. Mi corazón se hunde. —¿Así que solo me quieres allí para las fotografías? —¿Te pasa algo hoy? ¿Qué es lo que no entiendes? —dice impaciente—. Norah ha organizado una exclusiva para una revista. Sí, tienes que estar allí para las fotos. No quiero que nuestro día se vea ensombrecido por rumores de división familiar por tu culpa. Me siento entumecida. —Bien. ¿Puedo llevar a alguien? —¿Necesitas un acompañante? ¿Quién? ¿Emily? —Emilia —le corrijo—. Pero no, ella no. Conocí a alguien. Se llama… —¿Conociste a alguien dónde, exactamente? No sé por qué me sudan las manos, pero me sudan. —En el campamento. Está cal… —No seas ridícula, Aurora. No voy a dejar que traigas a un extraño a una ocasión familiar privada. —Me interrumpe de nuevo y noto que el corazón me late con fuerza a medida que crece mi frustración—. Ni siquiera recordarás quién es cuando dejes de jugar a las fantasías en esa granja. Sé realista por una vez, por el amor de Dios. Es mi boda, no una fiesta de cumpleaños infantil. Tengo la garganta completamente seca, pero de todos modos fuerzo las palabras. —Es importante para mí, papá. Me gustaría llevarlo. Vamos a la misma universidad, es realista, nos caemos bien. Suspira, y lo siento hasta en los huesos. Es como ácido. —Estoy seguro de que tu aventura es muy importante y especial, pero he dicho que no. ¿Puedo confiar en que estarás allí sola, Aurora? ¿Sí o no? Aventura. —Sí. —Bien. Nos vemos en unas semanas. Adiós. La llamada se corta antes de que pueda decir adiós y me quedo en el mismo sitio, congelada, intentando procesar cómo una llamada de tres minutos ha arrasado mi día. No sé qué pensé que pasaría cuando respondí a su llamada. Podría haber dejado de hablar al oír «eres mi hija» y no haberme enterado de nada. Habría pasado el resto del día flotando por ahí sintiéndome intocable. Pero fui demasiado lejos, pregunté demasiado. Si no estuviera tan desesperada por algo que claramente nunca voy a conseguir, o si madurara y dejara de ser patética por el hecho de que a él no le importa, tal vez no sentiría que me atropellan cuando hablo con él. Necesito irme de aquí, y eso es lo que me repito una y otra vez mientras, de alguna manera, me traslado desde la mesa de picnic hasta mi cabaña. Sentada en mi cama, me apoyo en la pared mientras repito la conversación. Pienso en lo que he dicho y en cómo ha respondido, luego en lo que podría haber dicho en su lugar y en cómo podría haber respondido él. Sigo y sigo y sigo, hasta que un sinfín de diálogos dan vueltas en mi cabeza y no puedo hacer nada para obtener el resultado que quiero. El resultado en el que él cambia y siento que me quiere en su vida para algo más que fines mediáticos. Me tiemblan las manos cuando saco la maleta del armario y la abro sobre la cama. Me encanta Honey Acres, pero fingir que es mi casa cuando no lo es es una tontería. Papá tiene razón, todo es mentira. Solo son personas a las que pagaron por cuidarme y que probablemente se apiadaron de mí. No sé por qué traje tantas cosas conmigo, sabiendo que casi no me pondré ninguna. Solo hace que sea más difícil salir de aquí rápidamente. No sé por qué creí que duraría el verano. Mis pantalones cortos no se doblan. Jenna sabía en el fondo que no duraría. No importa en qué ángulo retuerza y gire mi ropa, parece desordenada y desigual en mi maleta. Me pregunto si Emilia pensó que yo también fracasaría. Russ es genial doblando mi ropa. Podría ir a Bora Bora y apagar el celular. Ni siquiera necesito un celular. Mierda, puede que lo tire a la basura. ¿Por qué no se doblan bien estos putos pantalones cortos? Tengo que decirle a alguien que se asegure de que Freya se acuerde de ponerse el insecticida y de que Michael no coma nada con azúcar después de las seis de la tarde. Todo el mundo estará bien. Abro el cajón de mi mesilla de noche para vaciarlo y veo la paloma de origami que Russ me hizo junto a mi colección de pulseras de la amistad de los niños. Me hundo en el suelo junto a la cama mientras se me contrae el pecho y los años de dolor que he enterrado bajo acciones imprudentes y bromas despreciativas por fin salen a la superficie en forma de sollozo. Es como si se rompiera el dique y dejara caer las lágrimas porque no hay nada más que hacer ni nadie que pueda arreglarlo. No estoy segura de cuánto tiempo estoy sentado aquí antes de oír sus pasos. —¿Ror? La puerta de la cabaña se abre y solo puedo imaginar lo caótico que parece esto. Aunque supongo que me viene bien. Russ se hunde en el suelo frente a mí y enseguida me acerca la cara para secarme las lágrimas. —¿Vas a algún sitio, Roberts? —pregunta en voz baja. —Tengo que irme. Tengo que irme. —Bien, déjame hacer la maleta también. Iré contigo. Mi respiración es agitada y me escuecen los ojos. —No puedes. Tienes que quedarte aquí. Necesitas este trabajo. Y tienes que asegurarte de que pasan la inspección de la cabaña y comprobar si hay arañas en la litera de Sadia. Xander no lo hace bien. No he cambiado; solo te decepcionaré, Russ. No quiero decepcionarte. Cruza las piernas y me coge en brazos, acurrucándome en su regazo. Sentir que me toca me hace sentir mejor. Después de besarme los párpados y las mejillas, me besa las orejas y mi respiración empieza a acompasarse a la suya. —Nunca podrías decepcionarme, Aurora, y no necesitas ser nadie más que tú misma. Sé que estás dolida y quiero mejorarlo, pero si quieres que me quede a comprobar si hay arañas, tú también tienes que quedarte, porque si tú te vas, yo me voy. Todos te necesitamos y todos te queremos aquí. —Mi padre se va a casar —susurro, casi ahogándome con las palabras—. Y solo me quiere allí para la exclusiva de la revista, para que no parezca que somos una familia en guerra. —Que se joda tu padre. —Me coge la cara con las manos y se echa hacia atrás para mirarme—. No tienes que dejar que te siga quemando, cariño. Me tiembla el labio inferior. —Solo quiero que me quieran. —Lo eres. Quedémonos los dos. Déjame mostrarte lo querida que eres. —Me gusta quién soy cuando estoy contigo, pero ¿y si tú también te vas? ¿Quién seré entonces? —¿Confías en mí? —me pregunta sin dejar de acariciarme la cara. Aun con las lágrimas corriendo por mi cara, asiento con la cabeza. Confío en él. También tengo miedo. —No me voy a ninguna parte, pero tú no me necesitas, Aurora. Eres fuerte, dulce y divertida. Eres inteligente y cariñosa y eres todas esas cosas sin mí. No necesitas a nadie más que a ti misma, pero puedes tenerme de todos modos. Me preocupa que yo también vaya a joder esto, pero tenemos que confiar en nosotros mismos tanto como confiamos el uno en el otro. —No puedo doblar mis pantalones cortos como tú. —Exacto —dice, apoyando su frente contra la mía—. Así que no te vayas. No huyas del lugar que te hace sentir en casa. De la familia que elegiste. Los labios de Russ se encuentran con los míos, suaves y delicados, como si fuera a romperme si es demasiado brusco conmigo. Sus dedos danzan por mi columna y, poco a poco, la tensión va desapareciendo de mi cuerpo. Le rodeo el cuello con los brazos, me hundo en él y muevo las caderas contra el punto en el que estamos unidos. —Por favor, muéstrame cuánto me deseas —susurro—. Necesito reemplazar todos los malos sentimientos. Tú me haces sentir bien. Si no estuviera tan distraída con mi vida que se desmorona, tendría más tiempo para impresionarme por la facilidad con que Russ se levanta del suelo conmigo a su alrededor. Mi maleta choca contra el suelo cuando la tira de la cama, me baja con cuidado sobre el colchón y se sube encima de mí. El peso de su cuerpo sobre el mío hace más por acabar con la ansiedad que me recorre como olas que por cualquier otra cosa. Se quita la camiseta y espera a que yo pase las manos por su pecho, sintiendo los latidos de su corazón bajo mis palmas. Luego me quita la mía, seguida de mis pantalones cortos y los suyos. Nos separan varias capas de tela, pero su presión entre mis piernas me pone la piel de gallina. Me besa la frente. —Quiero todo de ti, Aurora. —Mi nariz es lo siguiente—. Quiero tus sonrisas. —Luego mi mandíbula—. Tus risas. —Mi clavícula—. Quiero la forma en que divagas cuando estás nerviosa. —La parte superior de mi pecho—. Quiero tus grandes reacciones y tus pequeñas. —El centro de mi estómago—. Quiero ver cómo te frustras haciendo origami, pero sigues igual porque te hace muy feliz. —Mi ombligo—. Quiero protegerte de zarigüeyas y tiburones y, a veces, cuando lo necesitas, de ti misma. —Por último, el hueso de mi cadera—. Y quiero quererte porque lo vales, cariño. Y también me haces sentir bien. Se incorpora cuando lo hago y deja que estrelle mi boca contra la suya, vertiendo en ella todo lo que puedo. Sus manos me agarran por el cuello, manteniéndome en mi sitio. Y entonces es cuando Jenna grita mi nombre desde fuera de mi cabaña. Y la puerta comienza a abrirse antes de que pueda gritar espera. Hay muchas veces en mi vida en las que me han sorprendido haciendo algo que no debía. A los siete años, en casa de mis abuelos, cuando empujé a Elsa a la piscina por decirme que me habían dejado los extraterrestres. Cuando tenía doce años y se suponía que tenía que estar castigada por pegar al niño que pegaba a otros niños, pero me fui a pasar el rato al centro comercial porque me pareció un castigo injusto. Eso fue doblemente malo porque a mí tampoco me permitían ir al centro comercial todavía. Cuando tenía quince años me drogué por primera vez en la casa de la piscina, una mala elección de lugar, sobre todo porque mamá estaba en casa y me encontró inmediatamente. Cuando tenía diecisiete años y los paparazzi me hicieron fotos saliendo a trompicones de un club nocturno en el que era demasiado joven para estar, totalmente borracha, con Connor James, el hijo de la némesis laboral de papá. Básicamente, todo lo que hice con Connor James, no debería haberlo hecho. El Yate estrellado está excluido, porque sigo manteniendo que uno no fue mi culpa. A pesar de lo malos que fueron esos momentos, en realidad no pasó nada. Se ponían los ojos en blanco, se lanzaban miradas despectivas y tal vez se daba un pequeño sermón sobre seguridad personal, pero yo sabía que no pasaría nada y por eso lo hacía y seguía haciéndolo. Los ojos de Jenna se abren de par en par cuando llena la puerta. —Oh, mierda —es todo lo que Russ consigue decir mientras busca algo para taparme. Cuando en realidad debería estar más preocupado por la enorme erección que le presiona los calzoncillos. El picaporte de la puerta sigue en la mano de Jenna, lo que le facilita volver a cerrarla inmediatamente. Hay tanto que considerar mientras mi mente se precipita entre el pánico y la confusión. —Mierda, mierda, mierda —corea Russ mientras busca nuestra ropa—. Todo va a salir bien. Que no cunda el pánico. —No tengo miedo —lo tranquilizo, subiéndome los calzoncillos por las piernas. —Estaba hablando solo. Le tiemblan las manos mientras intenta volver a ponerse las zapatillas y lo acomodo en la cama. Yo debería tener más prisa; hasta ahora solo he conseguido volver a ponerme los pantaloncillos, pero Jenna puede seguir enfadada fuera si así consigo calmar a Russ. Sé que odia meterse en líos por culpa de su padre, y esta situación es la que intentaba evitar desde el primer día. Teniendo en cuenta que hace cinco minutos era yo la que tenía un ataque de nervios, parece que lo único que hacía falta para sacarme de mis casillas era que Russ me mirara como si se acabara el mundo. —No es realmente malo. Somos adultos que consienten, no hay niños a nuestro cargo ahora mismo, y ya habíamos tenido sexo antes de llegar al campamento, cosa que Jenna sabe. »Russ, escúchame. El peor de los casos es que nos vayamos unas semanas antes. De la mano. No pasa nada, ni siquiera tenemos que decírselo a nadie, podemos escondernos en cualquier parte del mundo. Hacer algo mal no te convierte en una mierda. Tu padre es un mentiroso; no eres nada de lo que dice que eres. Es raro ser yo quien dé consejos de padre, pero eso es lo que hace que Russ sea tan importante para mí. Los dos estamos un poco rotos, los dos intentamos ser un poco mejores y los dos buscamos desesperadamente a alguien que nos quiera por lo que somos. —¿Por qué está aquí? —Sinceramente, no lo sé. —Estresarme por eso es un problema para cuando esté completamente vestida. Jenna está agachada en el porche cuidando de Fish cuando por fin salimos de la cabaña. No dice nada mientras se levanta y se quita los pelos de perro de los pantalones. Es como un pulso sobre quién va primero y estoy a punto de disparar, pero Jenna se me adelanta. —Tus padres están aquí —dice. Russ y yo nos miramos, confusos. Él se aclara la garganta. —¿Los padres de quién? Jenna se cruza de brazos y vaya si parece molesta. —Ustedes dos. Tu padre está aquí, Russ, y también tu madre, Aurora. Ambos están esperando en recepción. Confundida ni siquiera cubre cómo me siento ahora mismo mientras los tres caminamos en silencio hacia nuestros padres. A Russ se le ha ido el color de la cara y ojalá pudiera consolarlo, pero no me apetece empeorar las cosas con Jenna. Mamá ya está fuera del edificio cuando llegamos. No consigo ver al padre de Russ. Jenna y Russ siguen caminando y siento como si me arrastraran entre ellos. —¡Russ! —grito, haciendo que se detenga y se gire. Corro hacia él, le rodeo el torso con los brazos y aprieto fuerte. —Si es horrible aunque sea por un segundo, aléjate. Te estaré esperando cuando vuelvas. Me besa la coronilla y no dice nada. Continúa después de Jenna y yo me vuelvo hacia mi madre. —¿Vamos a hablar de por qué estás aquí sin avisar? Mamá odia el aire libre y va vestida como si fuera de compras a Saint-Tropez, no como si fuera lo que piensa hacer aquí. —Es día de visita. He pensado que podríamos dar un paseo —dice despreocupadamente. Inmediatamente sospecho. —¿Has venido desde Malibú sin avisar porque quieres dar un paseo conmigo? —Eso es lo que dije, Aurora. «¿Qué es lo peor que podría pasar?». —De acuerdo entonces. Como mamá ha decidido ponerse unos zapatos Louboutin en lugar de zapatillas, la llevo al lago, donde puede caminar descalza por la arena. Mamá habla conmigo durante los primeros veinticinco minutos, y yo cada vez estoy más cansada y frustrada. Mi madre no es una madre de paseo por el bosque; es más bien una madre de «vamos a comprar tu primera piel de pájaro». Pasan treinta minutos y mi desconfianza y confusión han alcanzado su máxima capacidad. Me detengo ante dos tumbonas que han dejado fuera y me siento. —Necesito saber por qué estás aquí porque fingir que te gusta caminar me está estresando. —Me encanta pasear por la playa. Es una de mis cosas favoritas — dice a la defensiva. —Sí, en casa. O quizás en el Caribe. No esquivando palos y Dios sabe qué más. —Siempre sospechas de las intenciones de la gente. Definitivamente lo heredaste de tu padre. Siempre fue igual. La bombilla prácticamente se ilumina sobre mi cabeza. —Lo sabes, ¿verdad? —le digo mientras se sienta a mi lado mirando el lago—. Por eso estás aquí. Cuando me ha preguntado cuándo estoy en casa, te ha dicho que está prometido, ¿no? En el torbellino que ha sido la última hora, había olvidado por qué estaba tan disgustada en primer lugar. Entrelaza sus dedos con los míos. —Pensé que estarías disgustada. Quería estar aquí para ti. No quería dejárselo a Emilia. —¿Sabías lo que iba a decirme? —No, pero supuse que probablemente habría algo. —Su pulgar roza suavemente mi mano—. Tu padre es un imbécil, Aurora, y es un título bien ganado. Las probabilidades de que dijera algo cruel eran más altas que las de que yo llegara y tú estuvieras en las nubes. Papá siempre ha sido una espina clavada en nuestra relación. Me pregunto si es frustrante para mamá verme luchar por la atención de alguien que le cae tan mal. No es algo de lo que hablemos largo y tendido y, para su honra, solo intenta ser horrible con él en la cara. —¿Por qué no le gusto, mamá? No me trata como a una hija. —Tu padre es… No lo sé, cariño. Cuando te casas con alguien, crees que lo sabes todo sobre él, pero la gente cambia. Tu padre cambió. Pequeñas cosas al principio: cómo hablaba de ciertos temas, cómo se dirigía a otras personas. Luego nació Elsa y volvió a ser el hombre con el que me casé. Era maravilloso con ella y ella lo idolatraba por eso. Tengo ganas de volver a hacer la maleta. —Debe ser agradable. —No duró mucho y volvió a ser el hombre maleducado con todo el mundo, que se peleaba por nada y llegaba tarde a casa sin motivo. Nuestro matrimonio era tenso y yo estaba cansada de sentirme en guerra constante. —Se remueve en el asiento y le aprieto la mano para que continúe. Nunca ha sido tan sincera sobre su relación con papá y estoy desesperada por oírlo todo—. Ya conoces esta parte, pero dejamos a Elsa con tu abuela y nos fuimos de viaje a ver la aurora boreal, desconectados por fin del mundo exterior, y volvimos a ser felices. Unas semanas después me enteré de que estaba embarazada de ti y él se puso muy contento. —Oh, así que hubo un tiempo en el que se alegró de que yo existiera. Antes del nacimiento. —Eras como una muñequita diminuta cuando naciste. Eras la perfección absoluta. Nunca llorabas, dormías constantemente y te encantaba que te cogieran en brazos. Estaba obsesionada contigo. Pero Fenrir ocupaba todo el tiempo de tu padre y yo no quería viajar mientras eras tan pequeña, así que nos separábamos mucho. Cuando creciste, no te parecías a nadie de la familia Roberts y tu padre se distanció aún más. —¿Distante? ¿Por qué? —Al principio fue sutil. Comentaba lo rubio que te estaba quedando el pelo cuando el de Elsa era castaño oscuro, tus ojos empezaron a volverse verdes. Todos en esa familia se parecen y tú eras la excepción. Eras exactamente igual a mí. Me siento mal y todo empieza a tener sentido. —Cree que no soy su hija. —No lo dijo abiertamente, pero durante un tiempo estuve convencida de que ésa era la respuesta. Al principio lo dejé de lado porque pensé que cuando crecieras podrían estrechar lazos y salvar esa brecha que él había creado. —Mamá me roza la mejilla con el dorso de la mano—. Ojalá esa hubiera sido la respuesta. Podría haberlo arreglado con una prueba de ADN y una buena sesión de terapia de pareja. Pero entonces empezó a tratar a tu hermana de la misma manera y me di cuenta de que estaba buscando respuestas que tuvieran sentido para mí, algo con lo que pudiera trabajar, cuando la realidad es que el problema fue él todo el tiempo. »Peleamos y peleamos por ello. No podía soportar que hubiera formado una familia con un hombre capaz de tratar a sus hijas como si fueran un inconveniente para él. Sentía que estaba llorando la pérdida de mi marido, pero no había muerto. Simplemente no era el hombre que yo conocía. Te diste cuenta; incluso cuando eras muy pequeña, sabías que las cosas no estaban bien. Elsa empezó a portarse mal para llamar su atención, lo que funcionaba, así que copiabas. Pensé que mejoraría cuando viajáramos juntos, pero en todo caso, las hizo empeorar a las dos. Me siento en silencio, con miedo de decir algo e interrumpir todas las respuestas que por fin estoy obteniendo. —Al principio era inofensivo. «Papi, mírame hacer esto», y tú esperabas expectante, pero cuanto menos funcionaba, más lo hacías. Y ni siquiera podía reñirlas, asustarlas para que se comportaran, porque no era culpa suya. Eran niñas pequeñas que no sabían lo que habían hecho mal. Que no entendían… —Su voz se quiebra—. Lo siento mucho, Aurora. Siento mucho que te sientas así por no haber sido mejores padres. Lo dejé cuando me di cuenta de que nunca cambiaría, pero era demasiado tarde. El daño ya estaba hecho. —¿Así que la respuesta a mis preguntas es algo que ya sé? Que no es una buena persona. —Nunca he pretendido ser la madre perfecta. Sé que tenemos nuestras diferencias, pero te quiero lo suficiente por mí y por Chuck. —Se levanta y se quita el polvo invisible del traje pantalón, con los zapatos de tacón en la mano que parecen totalmente fuera de lugar— . Eres adulta, Aurora. No puedo decirte lo que tienes que hacer y no me harías caso aunque lo hiciera, pero legalmente tu padre tiene que pagar tu educación y gastos de manutención hasta que tengas acceso a tu fideicomiso. Eso no significa que tengas que verlo. Haz con esa información lo que quieras. Tengo la sensación de haber recibido la información de toda una vida en tan poco tiempo y estoy agotada. Como mamá, he estado buscando una razón. Buscando desesperadamente respuestas que expliquen las cosas, que me den algo a lo que pueda aferrarme y arreglar. No creo que pueda arreglar un grave defecto de carácter. Yo también me pongo en pie, sigo a mamá hacia el camino principal y la ayudo a ponerse las zapatillas cuando llegamos a la grava. —¿Te vas a quedar un rato? Emilia estará por aquí. —No puedo, cariño. Necesito llegar a casa por Cat. Se estará preguntando dónde estoy. Me olvidé del maldito gato. —¿Este gato es real? ¿O es algún tipo de estratagema para hacerme ir? Pone los ojos en blanco mientras mete la mano en el bolso para sacar el celular y allí, en el fondo del teléfono, hay una foto de un gato negro desaliñado tumbado en un mar de almohadas. —¿Por qué está en mi cama? —Tienes tu propio lugar, Aurora. No puedes reclamar cada cama en la que duermes para siempre. —¿Me estás tomando el pelo? ¡Me estabas pidiendo que me mudara a casa hace dos minutos! Resopla mientras vuelve a meter el teléfono en el bolso. —Seguro que si le llevas salmón ahumado en tu próxima visita considerará compartirla contigo. *** He dejado a mamá con Emilia y Xander tiene instrucciones estrictas de que no puede ligar con ella. Xander hizo algunas bromas sobre convertirse en mi padrastro en cuanto se dio cuenta de que mi madre solo se parece a una versión mayor de mí, y no voy a correr ningún riesgo. Le he dado permiso a Emilia para que si Clay mira a mamá, le pegue. Al acercarme al despacho de Jenna, sé que voy a odiar cada segundo de esta conversación. Honey Acres ha sido parte de mi vida durante más tiempo del que no lo ha sido, y sé que ser despedida significa que nunca seré bienvenido de nuevo aquí. Realmente, debería haber considerado eso antes de empezar las cosas con Russ. No puedo mentir, nunca he creído de verdad que se cumpliera la norma de confraternización, pero después de que me dieran la espalda antes, no estoy tan segura. Pero algunos riesgos merecen la pena, y si tuviera tiempo de nuevo, no lo cambiaría. Russ me dijo que no cambiaría nada del pasado porque no se arriesgaría a no conocerme, así que si me despiden del lugar que más quiero en el mundo, al menos me quedo con las mariposas. Al golpear la puerta con los nudillos, sé por la banda sonora de Mamma Mia a todo volumen que Jenna está ahí dentro. Nunca he llamado antes de entrar en el despacho de Jenna, así que no sé por qué empiezo hoy. Quizá porque sé que no molestarla más ayudará a mi causa. Vuelvo a llamar un poco más fuerte y por fin me grita que entre. Su expresión cuando se da cuenta de que soy yo prácticamente me abre en canal. Me doy cuenta de que no está enfadada, sino decepcionada. —Jenna, lo siento. —No me digas que lo sientes cuando no es así, Rory. Sabías exactamente lo que hacías cuando rompiste las reglas, y me has puesto a sabiendas en una posición difícil. —Por favor, no lo despidas, Jen —digo desesperada, sentándome al otro lado del escritorio—. No se merece perder su trabajo porque yo lo convencí de saltarse las normas. —Ambos son adultos y ambos son responsables de sus acciones. — Mierda—. ¿Cuándo empezó? Quiero mentir. Quizá si le digo que fue hoy porque estaba triste le sea más fácil procesarlo y no sea tan dura. Pero Jenna significa mucho para mí y no quiero traicionarla aún más de lo que lo he hecho. —Cuando tuvimos la tormenta. Sacude la cabeza mientras se apoya en las manos. —Ustedes, malditos adultos cachondos, me están poniendo de los nervios. Estoy deseando que vuelvan a la universidad y sean el problema de otro. Estoy tan molesta contigo, Aurora. —Lo siento mucho, Jenna. Me iré sin dramas, lo juro. Pero por favor no despidas a Russ. Estará destrozado si pierde este trabajo. No se lo merece, lo prometo. —¿Puedes parar con la fiesta de lástima, por favor? Me estás dando dolor de cabeza y ya me duele la cabeza después de ver hoy a un hombre medio desnudo arrastrándose sobre ti y luego tener que mirar a tu madre a los ojos. —Estoy tan… —Deja de disculparte y ve a hacer tu trabajo, por favor. No, tráeme una limonada. Luego ve a hacer tu trabajo. —Levanto las cejas sorprendida. Ella resopla, cruza los brazos sobre el pecho y se reclina en la silla—. ¿Qué? ¿Te crees especial? Si tuviéramos que despedir a todos los miembros del personal que tontean juntos, no tendríamos personal. —Pero yo pensaba… —Lo vi la noche de la tormenta, Aurora. Sabía que estarías asustada, así que volví a tu cabaña. Le vi rondar los escalones de tu cabaña bajo la lluvia, presumiblemente discutiendo consigo mismo, hasta que finalmente llamó a la puerta. Fue entonces cuando lo supe. —¿Saber qué? —Sabía que le importabas. —Ella suspira—. Y me di cuenta de que no lo estabas haciendo solo para darle tu dedo medio a las reglas. —Yo también me preocupo por él. —Somos tu familia, Rory. Siempre tendrás un hogar aquí, aunque hagas cosas que me den ganas de estrangularte. No voy a denunciarlo como se supone, pero eso no te da un pase libre para hacer lo que quieras hasta que te vayas, ¿de acuerdo? Sigue escabulléndote hasta que estés fuera de mi vista. No quiero oír ni pío de ninguno de los dos. Familia. —Te quiero, Jen. —Y yo te quiero también. La gente no siempre te deja salirte con la tuya porque no les importa. Yo te dejo salirte con la tuya porque mereces ser feliz. Te mereces sentir y creer que te quieren, y disfrutar de que te quieran, porque mucha gente te quiere, Ror. —Hoy he tenido una gran conversación con mi madre. Ahora muchas cosas tienen sentido, sobre todo lo de mi padre. Se levanta, se acerca a mí y me abraza. —Papá es una palabra. No significa nada a menos que haya acción e intención detrás de ella. En realidad es un imbécil con el que compartes ADN. Y ya está. No lo necesitamos. No te va bien sin él, te va mejor. Jenna me besa la cabeza antes de volver a sentarse en su escritorio. —Bien, se acabó el corazón a corazón. Lárgate. Y para que lo sepas, vas a limpiar los caballos el resto de la semana. Con el donjuán. Los dos son un grano en el trasero. Esto no es en absoluto como yo hubiera predicho que esto iba, y me voy de aquí sintiéndome totalmente confundida, pero afortunadamente no me voy y Russ tampoco. Si tengo que lidiar con alguna mierda de caballo pero Jenna no está realmente enfadada conmigo, definitivamente lo soportaré. Abriendo la puerta de la oficina, tengo una última pregunta antes de salir y prepararme para el final del día de visitas. —Espera, ¿quién más ha estado ligando? Se pasa los dedos por los labios, cerrándolos. —Has perdido tus privilegios de chisme. Deberías haberte dejado las bragas puestas. Aunque tiene razón, me alegro de no haberlo hecho. Llevamos cinco minutos sentados en este banco de picnic y ninguno de los dos ha hablado todavía. Tiene mejor aspecto que la última vez que lo vi, pero no estar en una cama de hospital cubierto de cables hace eso a una persona. Sabía que era demasiado bueno para ser verdad. Sabía que el silencio no duraría mucho, pero debo admitir que nunca esperé que apareciera por aquí. —No sé por dónde empezar, Russ —dice. No recuerdo la última vez que nos sentamos juntos en un ambiente normal. Ojalá supiera cuántos minutos faltan para que se vaya, así podría contarlos. —¿Por qué no empiezas por decirme por qué estás aquí? —digo con dureza. No soy una persona que se enfade a menudo, pero hay algo en estar cerca de mi padre que me hace emocionarme. Es como si tuviera que convertirme en una persona diferente para poder soportar estar cerca de él. —Han pasado muchas cosas desde la última vez que nos vimos. Tu madre revisó mi celular y vio todo lo que le he estado ocultando. Ahora entiende lo mal que están las cosas, lo terriblemente que he estado tratando a la gente, tratándote a ti. Me ha echado. Me quedo de piedra. —¿Por qué no sé nada de esto? —Porque dijo que debíamos permitirte disfrutar de tu verano sin que lo arruináramos. Yo lo he arruinado. Quería llamarte en tu cumpleaños, disculparme por todo lo que he hecho, pero me dijo que no lo hiciera. Dijo que mereces tiempo y espacio para curarte del daño que he hecho a nuestra familia. Al principio no digo nada. No sé si es porque me ha tomado tan desprevenido que no sé qué decir, o si mi instinto me dice que espere a que caiga el otro zapato. A que me revele cuáles son sus verdaderas intenciones. —¿Y por qué estás aquí ahora? No tengo dinero para ti y no puedes quedarte conmigo. No hay nada que pueda darte. —No quiero nada, Russ —dice—. Solo estoy aquí para hablar. Creo que estamos de acuerdo en que ya te he quitado bastante. He cometido muchos errores en mi vida, he quemado muchos puentes. Me arrepiento de muchas cosas, pero no hay nada de lo que me arrepienta más que del daño que te he causado a ti, a tu madre y a tu hermano. Sé que todos los seres humanos tenemos defectos, y mi padre vive cada día sabiendo que ha mostrado cada uno de los suyos. Sé que mi experiencia no es el modelo a seguir. No es la versión estereotipada de cómo funcionan las cosas. He escuchado a personas cuyos padres eran tan atentos, tan cariñosos, tan culpables de sus actos que nunca supieron que algo iba mal. Mi enfado no es hacia las personas con problemas de adicción. He mirado las estadísticas, he leído los estudios de casos, he escuchado las desgarradoras historias personales de lucha, y he sentido empatía. ¿Ves? Lógico, ¿verdad? Mi corazón siempre me ha dicho que me joda la lógica. Mi padre no debería haberse dejado vencer; debería haber luchado más. No porque sea mejor que nadie luchando contra demonios invisibles, sino porque es mi padre. Es mío y yo lo necesitaba y él no lo intentó y ni siquiera le importó. Se sirvió a sí mismo, a sus deseos y a sus impulsos, y siguió sirviéndose hasta que la ira, el arrepentimiento y el resentimiento llegaron como un tsunami, y cuando dejó que las olas lo engulleran, nos arrastró a todos con él. Me aclaro la garganta y lo miro directamente a los ojos. Ya no soy un niño asustado, no necesito encogerme delante de él. —Sigo sin entender por qué estás aquí, papá. —La última vez que me viste, me dijiste que arreglara mi mierda. Quería verte en persona para decirte que eso es lo que voy a hacer. Sé que probablemente no me creas, o quizás las cosas están tan mal que no te importa. Pero voy a arreglar las cosas. No quiero seguir viviendo así. Quiero recuperar a mi familia. Quiero recuperar mi vida. Quiero volver a ser alguien a quien puedas admirar. Debería estar emocionado de que por fin diga las cosas que he querido oír durante tanto tiempo. Que quiere cambiar. Que sabe que las cosas están mal. Que sabe que ha hecho daño a la gente. Pero todo lo que puedo pensar es que son muchas palabras, dichas en el orden correcto de manera que parezcan reales, pero él siempre ha sido bueno en eso. Por eso mamá ha tardado tanto en ver la luz. A veces hay un delicado equilibrio entre la dedicación y la desesperación, y por eso sé que papá ha tocado fondo. La adicción es una enfermedad, un juego perdedor. Todo el mundo sabe que la casa siempre gana. Puede que no sea esta mano, ni siquiera la siguiente. Puede ser una carrera de caballos o veinte. Puede que sea esa última tirada de dados, pero al final la casa vendrá a cobrar, y cuando cobren no quedará nada. No creo que a papá le quede nada, y darme cuenta de ello hace que se me pase un poco la rabia. —Espero que lo recuperes, papá. De verdad. Pero no puedes limitarte a declarar que vas a cambiar; tienes que actuar. Tienes que hacer un esfuerzo consciente para buscar ayuda y eliminar las tentaciones de tu vida. —Lo haré —dice con firmeza. —¿Cómo? —No lo sé. Frotándome los dedos contra la sien, intento no suspirar porque no quiero que piense que lo estoy despreciando. —Hay programas para gente como tú; he leído sobre ellos. Son anónimos y gratuitos. Deberías informarte; siempre hay folletos en los tablones de anuncios de la ciudad. —Lo haré. Miraré en cuanto vuelva. Mira, Russ, sé que no he sido la persona que te mereces. Has tenido que trabajar más duro, sacrificarte más, luchar solo todo porque yo no quería luchar contra mis demonios. No puedo cambiar el pasado, pero puedo asegurarme de que no vuelva a pasar. Si hay ayuda ahí fuera, quiero encontrarla. Creo que está esperando a que haga una gran declaración de cómo todo va a estar bien y cómo confío y creo que va a mejorar, pero no voy a creerlo hasta que lo vea con mis propios ojos. Espero con todas mis fuerzas que vaya en serio, pero ahora mismo me parece demasiado bueno para ser verdad. A una pequeña parte de mí le preocupa que esté demasiado lejos para perdonarlo, que todo el mundo siga adelante y yo me quede atascado en el pasado, todavía herido bajo la superficie. ¿Puede una persona conseguir realmente todo lo que quiere? He pasado años luchando solo, y en tan poco tiempo las cosas han cambiado tanto. Compartir mis sentimientos ha funcionado hasta ahora este verano, lo que me anima a ser sincero con papá. —Estaría bien volver a sentirnos como en familia. Si mejoraras, no me resultaría tan difícil estar contigo. Tus estados de ánimo impredecibles me ponen nervioso. Asiente con los ojos llorosos. Parece que va a decir algo más, pero en lugar de eso golpea la mesa con el puño dos veces y se levanta. —Voy a dejar de molestarte. Este sitio es precioso. ¿Te gusta trabajar aquí? Asiento con la cabeza. —Me encanta. —Estoy orgulloso de ti, Russ. Estás construyéndote una gran vida a pesar de lo que te he hecho pasar. —Parece que va a inclinarse y abrazarme, pero no lo hace, sino que me tiende la mano para que se la estreche—. Te veré pronto, hijo. —Adiós, papá. Me siento solo en la mesa de picnic durante otros veinte minutos. Pensando, procesando, preguntándome si esto podría ser realmente el comienzo del cambio que he estado buscando desesperadamente. Al final, me acuerdo de mí mismo y voy a buscar a Jenna. Parece que hoy ha habido más drama que en todo el verano junto. Sé que la he cagado y sé que Jenna tiene todo el derecho a despedirme por lo que ha visto, pero espero que no lo haga. Antes, pensaba que que me descubrieran era lo peor que me podía pasar en el campamento. Pero entonces mi padre hizo una visita imprevista, y de repente eso era lo peor que me podía pasar en el campamento. Enfrentarme a Jenna ahora me da mucho menos miedo. Mientras llamo a la puerta de su despacho, me doy cuenta de que una persona inteligente se habría mantenido al margen y habría esperado lo mejor. Ya no parezco ser una persona inteligente. Pero no voy a ser capaz de funcionar si estoy esperando, preguntándome si me van a decir que haga las maletas y me vaya. —Me alegro de verte con la ropa puesta —me dice cuando entro en su despacho. El calor sube inmediatamente a mis mejillas y oídos. —He estado intentando pensar en algo que pudiera decir para explicar por qué ignoré las normas a sabiendas, pero no tengo una excusa lo bastante buena y no quiero hacerte perder el tiempo. — Cruza los brazos sobre el pecho y se sienta en la silla, mirándome fijamente con una expresión de desafío—. Nunca esperé que alguien como Aurora mirara siquiera en mi dirección, pero lo ha hecho, y voy a aferrarme a eso con ambas manos. Sé que la quieres, Jenna. Todo lo que quiero es hacerla feliz. —¿No puedes hacerla feliz y además mantener los pantalones puestos? —dice—. Esto es un lugar de trabajo, no una fraternidad. —Me he pasado la vida intentando ceñirme a las normas. He agachado la cabeza, guardado mis historias y mis secretos y he hecho todo lo posible por llevar mi equipaje solo. Ella hace que ya no quiera estar solo. Siento haber roto las reglas, pero no me arrepiento, y lo volvería a hacer si eso significara que puedo hacerlo con ella. Estoy agradecido por la oportunidad que me ha dado tu familia, pero estoy más agradecido por ella. —Me estresan mucho, lo juro. —Jenna se frota las sienes y gime con fuerza—. Cada día quiero que pienses en lo que agradeces en la vida. Cada día. Si alguna vez ella no está en tu lista, quiero que averigües por qué y lo arregles. Si no la tratas como si fuera lo mejor que te ha pasado, no la mereces. ¿Entiendes? —Sí. —Tiene un gran corazón, pero está magullado. Cuando pasas mucho tiempo autodestruyéndote, a veces tus piezas no encajan del todo bien. Va a necesitar tiempo y paciencia. —Comprendo. —Bien. Ahora vete. Ve a hacer tu trabajo para que pueda olvidarme de esto. —¿No estoy despedido? —Por ahora. —Me saluda con la mano—. Y Russ, tengo un millón de lugares donde enterrar un cuerpo si le rompes el corazón. Tenemos hectáreas que ni siquiera conoces. Nunca te encontrarían. Jenna es un poco aterradora y le creo de todo corazón. —Tomo nota. Todos los días pienso en las cosas por las que estoy agradecido, como me dijo Jenna. La mayoría de los días son pequeñas cosas, como que todos los niños se diviertan o que haya dormido bien. Doy gracias cuando miro el chat de grupo con mis amigos y veo que están deseando verme pronto, o cuando veo que pasa otro día y no tengo una petición de dinero de mi padre. Todos los días estoy agradecido por Aurora, por ver lo feliz que es dejando que los niños la empujen al lago por millonésima vez, o por oír hablar del gato que su madre puede o no haber robado a un vecino. Estoy agradecido por la sonrisa que me dedica cuando me ve por primera vez por la mañana, cuando paso al final de mi carrera, o por el beso que conseguimos robarnos lejos del grupo. Estoy agradecido a Jenna por no mandarnos a casa y estoy agradecido a Xander y Emilia por hacer lo que pueden para ayudarnos a seguir escabulléndonos con éxito. Tomarme el tiempo de analizar mi día y apreciar lo que tengo y lo que me llevaré conmigo me está ayudando a no entristecerme por la hora de irme. Pero hoy, en el escenario delante de todos en Honey Acres, estoy agradecido de que el concurso de talentos esté a punto de terminar. Estoy acostumbrado a oír a la gente animar y aplaudir, pero normalmente estoy en el hielo rodeado de mis compañeros de equipo y es fácil desconectar. No es tan fácil cuando estamos solos Xander, los perros y yo en un escenario en el que Xander no da señales de querer bajarse pronto. Sé que tengo la cara muy roja mientras bajo de un salto, silbando para que los perros me sigan, con la esperanza de que eso obligue a Xander a bajar. Sin la determinación de Aurora de hacer un buen trabajo, Xander y yo no intentamos elaborar un plan hasta ayer. Ahora que ya hemos terminado y puedo dejar de preocuparme por ello, agradezco que Fish, Salmón y Trucha hagan cualquier cosa por el tocino. A su favor, hicieron todos los trucos a la perfección, y estoy convencido de que nadie sabrá lo desorganizado y caótico que ha sido todo este verano. —Lo hemos logrado —dice Xander mientras nos sentamos al fondo de la sala—. Te dije que lo haríamos. Dime que tenía razón. —Tenías razón —refunfuño de mala gana. Todos los niños de Oso Pardo lo destrozaron y ahora que yo no soy el artista, puedo apreciar lo divertido que es y la buena forma que tiene de terminar el verano. Los vítores comienzan de nuevo cuando el resto de nuestro grupo sube al escenario para hacer su actuación. Aurora lleva el vestido de verano que me encanta: el amarillo con florecitas y tirantes estrechos fáciles de quitar. Lleva el pelo rizado y recogido con una cinta, y está preciosa. Maya se coloca detrás de Emilia y le pone las manos en la cintura y cuando Clay se coloca detrás de Aurora y le pone las manos en la cintura, empieza la música, pero lo único que oigo es la risa de Xander. —Ojalá pudiera hacerte una foto de la cara ahora mismo. —Intenta detenerlo tapándose la boca, pero cuando le dirijo la mirada más sucia que puedo conseguir, eso solo hace que empeore. Animamos para apoyarla, pero cada vez que las manos de Clay están sobre ella, Xander empieza a reírse de nuevo, irritándome más—. Lo siento, hombre. Es demasiado gracioso. ¿No te lo ha contado? —¿Me lo habrías dicho si fueras ella? Le he preguntado un par de veces cómo iban sus entrenamientos, pero se limitaba a decir: —Deja de intentar copiar, Callaghan —y seguíamos adelante. Si fuera otra persona que no fuera Clay, no estaría celoso. Trucha se sube a mi regazo y sube por mi cuerpo, acomodándose en mi pecho para dormir. Ahora es tan grande y pesa tanto que cubre gran parte de mi torso cuando se despereza. Otra cosa que agradezco, porque me impide arrastrar a Aurora fuera del escenario como un cavernícola. Parece que se lo está pasando muy bien y me concentro en eso y en lo linda que está intentando seguir el ritmo de Emilia, que es claramente la única persona en ese escenario con una pizca de entrenamiento profesional, o ya sabes, ritmo. La canción llega a su fin y el resto del público aplaude y vitorea, pero Xander se inclina desde su asiento a mi lado, luciendo una sonrisa de suficiencia. —Nos han vitoreado más fuerte. Sé que no hay ningún motivo real para estar celoso, ni de los tocamientos ni de los aplausos, pero el baile termina con Aurora en brazos de Clay y oficialmente me siento malhumorado. Ella sonríe ampliamente cuando baja del escenario y se dirige directamente hacia mí. Me obligo a sonreír mientras se acerca, pero enseguida intenta ahogar una carcajada cuando me ve. —¿Estás bien? —Esa es la sonrisa más falsa que he visto nunca, Callaghan —dice Emilia, recogiendo nuestras botellas de agua. Maya y Clay vienen detrás de ella, Clay parece satisfecho de sí mismo. Emilia intenta no reírse—. Vamos por bebidas. ¿Alguien quiere algo? —No, gracias —digo mientras desaparecen en dirección al edificio principal. Aurora ocupa el asiento vacío a mi lado, inclinándose hacia mí. —¿Estás celoso? —No —digo, concentrándome en el siguiente acto en el escenario—. Pero que sepas que te vas a enterar la próxima vez que estemos solos. —Voy al baño —dice Aurora en un tono extraño, poniéndose de pie y moviéndose directamente delante de mí. —Bien —digo, pero ella no se mueve. —De verdad que necesito ir al baño —vuelve a decir de la misma forma antinatural. Estoy oficialmente confundido. Repito lo que dije antes. —¿Bien? —Estoy desesperada —dice, con los ojos desorbitados. —Oh… —Por Dios, hombre —suelta Xander, bajando la voz para que no nos oiga la gente de alrededor—. Está intentando decirte que la sigas al baño. Probablemente para tener sexo, no lo sé. —La mira—. ¿Sexo? Ella asiente. —Probablemente. —Fantástico —gime—. Estoy tan contento de poder ser parte de esta conversación. Me sentaré aquí y moriré solo. Aprieta los labios mientras sacude la cabeza, intentando no reírse. Xander me fulmina con la mirada mientras ella se aleja en dirección al lago donde está nuestra cabaña. —Deja de mirarme. ¿Crees que tengo idea de lo que hago aquí? —Increíble. Anda, vete a la mierda con tu relación amorosa. ¿Dónde está mi romance de verano, eh? Intento ser discreto mientras me levanto y paseo despreocupadamente en la misma dirección que Aurora. Me dan ganas de acelerar, pero no solo sería vergonzoso, sino que intento que no me vuelvan a descubrir. Está sentada en mi cama hojeando un libro de la mesilla cuando entro. Se le ilumina la cara al verme y, en un segundo, se pone en pie y de puntillas para besarme. La levanto y sus piernas me rodean la cintura, algo que ya sabemos hacer cada vez que estamos solos. La aprieto contra la pared que hay junto a mi cama, paso las manos por debajo de su vestido de verano y por encima de sus caderas, rozando la banda de sus bragas contra su piel antes de subir hasta su cintura. Rompe nuestro beso y apoya la nuca contra la pared, con una sonrisa de suficiencia en la cara. —Estás haciendo tu puchero gruñón. La ignoro y le beso el cuello mientras mis manos suben hasta la curva de sus pechos. Es fácil tirar del sujetador y hacer rodar sus pezones entre mis dedos. Su cuerpo reacciona como siempre que la toco, apretándose contra mí en busca de fricción. —¿Vas a follarme contra esta pared porque estás celoso? —No. Voy a follarte contra esta pared porque estar dentro de ti es lo más parecido al paraíso —murmuro mientras su respiración se vuelve lenta y superficial. Sus dientes se hunden en mi labio inferior y me da un tirón. —Y estás celoso. —No lo estoy. —Deslizo mis dedos por debajo de la banda de sus bragas, moviéndolas a un lado, y ella ya está empapada—. Me encanta lo sensible que eres. —Porque me encanta cuando me tocas. Especialmente cuando estás celoso. Sonríe triunfante porque sabe que me ha descubierto. Así que froto mi pulgar sobre su clítoris hinchado y veo cómo pone los ojos en blanco. No lo vuelvo a hacer y ella rechina contra mi mano. —No seas mezquino porque estás celoso. La polla me palpita en los calzoncillos y apenas hemos hecho nada. No puedo negar que andar a escondidas ha sido excitante. Los besos robados, las caricias secretas, las miradas que solo nosotros entendemos. Pero cuando lo único que quiero es cerrar la puerta y quedarme con ella hasta que el único nombre que recuerde decir sea el mío, volver a mi propia casa empieza a parecerme muy bien. —No necesito estar celoso cuando soy yo quien te moja así. —Tú eres el único —dice—. Nadie más que tú importa. Bájame y deja que te enseñe. Me acerco a la cama y la bajo. Se arrodilla y se sienta frente a mí, con los ojos fijos en mí mientras me desabrocha el cinturón y me baja los calzoncillos. Me quita los bóxers y enseguida me agarra la base de la polla con una mano, sacando la lengua para lamer el semen de la punta. Su mano libre se desliza entre sus piernas por debajo del vestido mientras sus labios se deslizan sobre la punta. —Mierda, Aurora —gimo, hundiendo una mano en su pelo—. Te sientes tan jodidamente bien. Unos ojos verdes me miran fijamente a través de unas espesas pestañas. Hago una foto mental porque no hay nada más bonito que verla de rodillas delante de mí. Le aparto el pelo de la cara y lo recojo en un puño, apretándolo como a ella le gusta. Me estoy esforzando mucho por no correrme en el acto, pero ella gime mientras su mano trabaja con su boca para satisfacer cada centímetro de mí, y puedo ver su mano moviéndose frenéticamente entre sus muslos. Su lengua se arremolina alrededor de mí antes de llevarme de nuevo al fondo de su garganta y mis ojos se ponen en blanco. Mi mano se tensa cuanto más me acerco, mi estómago se flexiona y mis pelotas se tensan, y justo cuando estoy al borde del abismo, me saca de su boca y me sonríe. Desesperación es la mejor manera de describir la sensación hasta que, sin decir nada, se da la vuelta y baja el pecho hasta la cama para que su trasero quede al aire justo delante de mí. Creo que nunca había apreciado lo magníficos que son los vestidos de verano hasta ahora. Cojo rápidamente un condón del cajón, me lo pongo y le subo el vestido por el trasero. Me mira por encima del hombro mientras le vuelvo a quitar las bragas. —Estoy jodidamente obsesionado contigo —gimo, hundiéndome en ella lentamente—. Obsesionado. —Muéstrame. Es rápido y duro. Me abalanzo sobre ella y me empuja hacia atrás. Mis manos aprisionan las suyas en la parte baja de su espalda, enredadas en el material amarillo del vestido que tanto me gusta. Veo cómo su cara se retuerce de placer mientras gime mi nombre en voz alta. —Más fuerte. —¿Puedes tomarlo? —Sí, por favor, Russ. Más fuerte. —La agarro con más fuerza, sus uñas se clavan en mi palma y su espalda se arquea aún más para recibirme. Se queda con la boca abierta, cierra los ojos y noto que empieza a tensarse—. Por favor, no pares. —Mierda, Rory. —Ganadores de la Copa Stanley. Nombra algunos ganadores de la Copa Stanley—. Voy a… El grito de Aurora me interrumpe, y todo su cuerpo se tensa y se estremece, llevándome al límite. Me corro con tanta fuerza que me cuesta mantenerme en pie, pero ella está demasiado ocupada retorciéndose bajo mis manos para darse cuenta. Le suelto las manos y me inclino suavemente sobre ella para besarla entre los omóplatos, luego bajo la oreja y finalmente en la mejilla. Sus ojos se abren de nuevo. —Te dije que podía soportarlo. Es irreal. —Bien hecho, campeona. —Me burlo de ella, pero levanta una mano temblorosa, indicándome que le choque los cinco—. Somos muy buenos en esto, ¿verdad? —Yo diría que somos los mejores en eso —digo, retirándome suavemente. Tararea pensativa. —Yo también lo diría. Cuando vuelvo a mi asiento, sé que tengo una sonrisa de satisfacción en la cara. Puede que se convierta en algo permanente, porque no puedo imaginarme nunca sin estar tan satisfecho conmigo mismo. —Siento que no te digo que te odio lo suficiente —me dice Xander cuando me siento. —Yo también te echaré de menos, colega. *** Esta noche es nuestra última noche todos juntos y no puedo creer lo rápido que ha pasado el tiempo. Mañana ayudaremos a los niños a marcharse y luego pasaremos el resto del día guardando todo el equipo y los muebles, antes de que el resto de nosotros nos vayamos el domingo. Después de muchas deliberaciones, Aurora va a ir a la boda de su padre cuando se vaya de aquí. He estado escuchándola ir y venir repetidamente, pero dice que por fin se ha decidido. Cuando me contó todo lo que le había dicho su madre, todavía lo tenía muy crudo y me explicaba lo aliviada que se sentía al comprender por fin que no es algo que haya hecho mal. Estaba tan emocionada, el alivio y los años de dolor en uno, que no me atreví a responder a sus preguntas cuando me preguntó por papá. Aún me siento culpable por haber restado importancia al motivo por el que se presentó en el campamento. Ella es siempre un libro completamente abierto sobre todos sus pensamientos y sentimientos, y yo le oculté toda la verdad. Le dije que se había peleado con mi madre y que intentaba que le ayudara, lo cual no es más que la punta de un iceberg muy grande. Me ha pedido que se lo cuente todo varias veces. Siempre de la misma manera, nerviosa, con la promesa de paciencia y comprensión. Cuando me lo pidió el día de la visita de papá, tenía toda la verdad en la punta de la lengua, pero después de oír todo lo que había tenido que soportar, desde la llamada telefónica de su padre hasta la visita improvisada de su madre, no podía echarle en cara mis problemas. Sabía que si se lo contaba todo habría gastado toda su energía intentando ayudarme a manejar mis sentimientos, en lugar de concentrarse en lidiar con los suyos. En algún momento se lo contaré, pero cuanto más tiempo pasa desde la visita de papá, más disminuye mi disposición a compartirlo. Cada día que no recibo una solicitud de dinero en efectivo me parece un poco menos urgente y, siendo sincero conmigo mismo, sigo sin creerme verdaderamente preparado. A Aurora le encanta cuando comparto. Me encanta hacerla feliz. Pero querer darle lo que quiere porque se lo daría todo si pudiera no es lo mismo que estar preparado. Sé que algún día me sentiré lo bastante cómodo para hablar con ella de todos los problemas de mi padre. Ahora que he tenido tiempo de asimilar su visita, crece en mí una pizca de esperanza de que esté a punto de cambiar las cosas. Es mucho que afrontar, sobre todo desde fuera, y prefiero hablarlo con ella cuando sé lo que va a pasar. Si nada va a cambiar, quiero saberlo en lugar de sentirme avergonzado cuando comparto mi esperanza y él me decepciona. Mi familia es una carga emocional enorme y solo quiero salvarla de eso, sobre todo después de que haya trabajado tanto en los últimos meses. Dice que para ella este verano ha consistido en tomar decisiones por las razones correctas, y elegir ir a la boda porque quiere estar en un acontecimiento familiar importante es su razón correcta. No es una reacción instintiva, no se deriva de sentimientos heridos o malas decisiones: quiere ir. Si decide que no quiere ir, no tiene por qué hacerlo, porque ella tiene el control. No me atrevo a recordarle que una conversación con él la hizo entrar en crisis, dispuesta a hacer las maletas y marcharse. Quiero que haga lo que la haga feliz, y es una adulta que puede tomar sus propias decisiones. Pero creo que se va por miedo a cerrar la puerta a su relación y no porque realmente piense que su relación es salvable. Pero, decir todo esto me convertiría en un hipócrita, así que le digo que estoy orgulloso de ella y que estaré a su lado, pase lo que pase. Va a ser raro estar tan lejos de ella mientras está en la boda. Me dirijo a JJ en San José para su fiesta oficial de inauguración de la casa, y por mucho que me gustaría que ella viniera conmigo, Estoy emocionado de pasar el rato con todo el mundo. Aurora ha aprendido más sobre mí en estos dos últimos meses de lo que mis amigos han aprendido en años, y me siento mejor cada día simplemente porque la tengo a ella. Aunque papá mejore y deje de jugar «y espero que también de beber», me llevará tiempo superar los años de vergüenza. Y estoy agradecido de no estar solo cuando comience ese viaje. Hay un ambiente triste en el aire cuando los niños pasan por delante de la ventana en dirección al autobús del campamento. Orla dirige el día de salida como una máquina bien engrasada con recogidas programadas para garantizar que todo esté lo más organizado posible. Es emotivo despedirse de gente con la que has estado más de dos meses. Cuando estaba aquí de niña, me pasaba el último día llorando, normalmente aferrada a Jenna. Por suerte, nuestros niños parecen ser más maduros que yo y, aunque están tristes, la mayoría están emocionados por ver a sus familias. Esta mañana ha sido un circo mientras nos asegurábamos de que todo estaba bien empaquetado y de que las maletas estaban listas para ser recogidas. Me alegro de que me mantengan ocupada, porque aunque ellos estén listos para irse, yo no estoy preparada para despedirme de mi pandilla, a la que he conseguido mantener con vida y casi sin lesiones. Si pienso en el hecho de que no van a estar esta noche podría empezar a llorar. Freya y Sadia me cortan la circulación de las piernas mientras ambas se posan en mis muslos, contoneándose para ver bien la pantalla del celular de Emilia mientras esperamos a que llegue el turno de los osos pardos. Poppy nos enseña el Big Ben y las Casas del Parlamento, y las chicas están embelesadas. Las dos saben que la novia de Emilia tiene una sorpresa para ella, pero no saben qué y están superemocionadas. Confiar un secreto a dos niñas pequeñas es como confiar en los chicos cuando alguien está enfermo o hay un retrete atascado: una idea terrible. El resto de los campistas están fuera jugando al fútbol americano con los chicos, pero Emilia y yo estamos cansadas después de trabajar anoche en el turno de noche con veinte niños sobreestimulados. Llevaba semanas esperando esta revelación, ya que fui yo quien la organizó. Sé lo mucho que Emilia ha echado de menos a Poppy este verano, y estoy segura de que hubo momentos en los que, mientras jugaba su millonésima partida de tetherball, trataba con niños nostálgicos e intentaba averiguar si había un animal en la cabaña de los niños, deseó haberse ido también a Europa. Me ha apoyado mucho en mi relación con Russ, lo que me ha facilitado las cosas. Afortunadamente, le gusta pasar tiempo con Xander. Incluso planea invitarlo a visitarnos cuando volvamos a la universidad. El cielo está totalmente gris en Londres, a pesar de ser agosto, lo que no prepara el mejor escenario para la noticia de Poppy. Su sonrisa se apodera prácticamente de toda su cara mientras anuncia la sorpresa. —¡Vienes a Londres! —¡Qué! —grita Emilia—. ¿Cuándo? —¡Mañana! —grita Poppy. Emilia parece a punto de echarse a llorar, así que ayudo a las niñas a ponerse en pie y las llevo fuera para que Emilia y Poppy tengan un poco de intimidad. Se sientan a mi lado en el banquillo mientras vemos el partido de fútbol. Russ anima a Billy, un chico más introvertido que hace nueve semanas odiaba los deportes de equipo, cuando marca un touchdown. Le choca las manos y lo elogia mientras los chicos que supongo que también son del equipo de Billy se abalanzan sobre él. Que alguien haga callar mis ovarios. —¿Irán Russ y tú a Londres? —pregunta Freya, trenzando las puntas de mi pelo. —No, cariño. Russ va a visitar a su amigo JJ a su nueva casa, y yo voy a un lugar llamado Palm Springs porque mi padre se va a casar. —¿Cuándo volverán a verse? —Sadia es la siguiente en empezar a revolverme el pelo. Las niñas son como monos cuando se trata del pelo. —Vamos a la misma universidad, así que nos veremos cuando volvamos a clase. —No es mentira. Russ y yo no hemos hablado del todo sobre lo que pasará cuando ambos estemos de vuelta en UCMH. Todavía no hemos hablado de lo que somos, lo cual es patético a estas alturas teniendo en cuenta que hemos pasado dieciséis horas al día juntos durante diez semanas. Solo sabemos que los dos vamos a estar allí y los dos no estamos listos para decir adiós a esto—. ¿Por qué no van a pedirle que les cuente un secreto? Las chicas corren hacia Russ, agarrándolo mientras intenta arbitrar el partido. Él se agacha a su altura y ellas se inclinan susurrando el mensaje. Él me mira a través del espacio que hay entre ellas, sonriendo, y aunque no puedo ver mucho de su cara, sé que sería capaz de ver sus hoyuelos si estuviera lo bastante cerca. Dios, se suponía que nunca iba a estar tan obsesionada. Lo veo susurrar una respuesta y se ríen antes de volver corriendo hacia mí. Sadia me alcanza primero. —Dice que le hace ilusión verte en la universidad y te pide un secreto. —Hmm. —Me doy golpecitos en los labios y finjo pensar—. Mi secreto es que estoy muy enamorada de Russ. Espero que las dos chillen, se rían y se emocionen, como hacen con casi todo. Freya se lleva las manos a las caderas. —Eso no es un secreto. Todo el mundo lo sabe. —Sí —dice Sadia—. Lo quieres. Cuéntanos un secreto de verdad. No esperaba que hoy me reprendieran las niñas. —Bien, de acuerdo. Mi secreto es que quiero repetir todo esto el año que viene. Vuelven corriendo y veo cómo casi chocan contra él. Sonríe y me mira brevemente antes de decir algo. Las chicas vuelven corriendo hacia mí, jadeantes después de tanto ir y venir. Freya se sienta a mi lado. —Dijo «donde tú vas, yo voy». No son secretos, deberían hablar el uno con el otro. Tiene razón. —Osos pardos —grita Jenna, apareciendo con su portapapeles—. ¡Les toca! ¿Cuánto tiempo podría salirme con la mía negándome a dejarlas marchar? —Vayan a coger las chaquetas y las mochilas, chicas —dice Emilia al reaparecer del edificio principal. Las vemos correr hacia el resto del grupo; Emilia me rodea con un brazo—. ¿Estás bien? —¿Y si me los quedo todos? —Creo que sus padres tendrán un problema con eso —dice suavemente—. Tres de ellos me preguntaron ayer si volverás el año que viene. Te quieren de verdad, Ror. Tenían miedo de preguntarte por si decías que no. —Los quiero a todos. Incluso a Leon. Aunque sea un tonto. Los monitores de aquí fueron una parte tan importante de mi infancia que oír que les gusto a mis niños y que quieren que vuelva tiene un gran impacto. Necesitaba volver para sanar una parte de mí que estaba un poco rota. Vuelvo a Los Ángeles sintiéndome una persona nueva, y realmente no creo que hubiera podido conseguirlo en ningún otro sitio. —Poppy me contó lo que hiciste. No puedo evitar poner los ojos en blanco. Poppy y yo tuvimos una conversación muy seria en la que le advertí que si le decía a Emilia que yo pagué y organicé su viaje a Europa, pondría arañas en su cama hasta que nos graduáramos. —Por favor, dile a Poppy que lo que viene después se lo ha buscado ella sola. —No tenías que hacer eso, Ror. —Hacer regalos es algo incómodo entre Emilia y yo. Por lo general, voy demasiado lejos y ella tiene que darme un sermón acerca de que no necesito comprar su amor, y cómo llamar a algo un lenguaje de amor no me da un pase libre para hacer lo que quiera—. Pero muchas gracias. —Has sido muy comprensiva este verano mientras yo he estado… preocupada. —Perdona, ¿tenemos que recapitular todas mis relaciones en las que me has llevado de la mano? ¿Los ligues nocturnos? ¿No juzgarme cuando volví con Sawyer por tercera vez? —No tenemos tiempo para recapitular; tienes que coger un vuelo a Londres mañana por la mañana. Me golpea el brazo juguetonamente. —Te mereces a alguien que te mire como si fueras lo único en todo el planeta. Me mudaría un millón de días si consiguieras ser feliz. Necesitabas a alguien que te demostrara que vales la pena y, por si sirve de algo, me alegro de que sea Russ. Aunque sea un hombre. —Jesucristo, Emilia. Sabes que estar triste me pone cachonda. —Eres tan jodidamente rara a veces. Vamos, mi pequeño amorcito. Es hora de decir adiós a Honey Acres por un año. Todo está en calma cuando nos sentamos alrededor del fuego junto al lago, hartos de comer la pizza que Orla nos compró para darnos las gracias por nuestro duro trabajo. Los cocineros del campamento son excelentes, pero la pizza vegetariana de Dom's Pizzeria, en Meadow Springs, tiene algo insuperable. Después de despedir a nuestros campistas, nos pusimos manos a la obra para guardar los diversos equipos para el próximo verano. Emilia y yo tuvimos que hacer el doble de trabajo porque Russ y Xander se pasaron una hora despidiéndose emocionados de Fish, Salmón y Trucha. Creo que hasta los perros lo superaron antes que los chicos. Después de la reunión de cierre de Orla, oficialmente ya no somos empleados, y terminó diciendo que no quería encontrar ninguna botella de cerveza mañana por la mañana. Mi ceja se arqueó y Jenna inmediatamente puso los ojos en blanco antes de musitar «pase libre». La carrera de la cerveza se hace en un tiempo récord, y aunque normalmente sería la primera persona en coger una bebida e iniciar un juego de beber, estoy perfectamente feliz acurrucada en el regazo de Russ en nuestra silla de camping, tratando de comer los últimos malvaviscos sin gelatina sin cubrirnos los dos de galletas graham. —¿Ahora te aburres? —pregunta Emilia, dando un sorbo a su cerveza desde la silla de al lado. Sé que está bromeando, pero eso no me impide hacerle un gesto con el dedo. —Perdóname por no querer tener resaca cuando me enfrente a mi padre mañana —refunfuño, poniendo los ojos en blanco—. ¿Y qué ha pasado con lo de «no te dejes presionar por tus amigos»? Deja de presionarme para que sea irresponsable contigo. Russ me besa el hombro y sigue pasándome la mano por la espinilla. No necesita decir nada, pero sé que está orgulloso de mí porque estaba al cincuenta por ciento de que hoy se me fuera la olla. Nadie pestañeó cuando me metí en el regazo de Russ y me besó en la frente. Me sentí un poco ofendida por su falta de sorpresa, antes de que Emilia señalara que soy tan discreta por naturaleza como una alarma de incendios a todo volumen. Pero entonces vi cómo se le caía la mandíbula a Clay, alguien que ha pasado la mayoría de los días con nosotros durante semanas, y mi ego recibió un subidón. Alarma de incendios, una mierda. Se ha mantenido alejado de nosotros esta noche, optando en su lugar por emborracharse con Maya y sus amigos del pueblo. No puedo decir que me enfade, porque me encanta mi pequeño trío y significa que no tengo que volver a rechazar Cabo. —¿Debería trasladarme a Maple Hills para divertirme? —Dice Xander, dando un trago a su cerveza—. No me parece bien separarme del dream team. ¿Cómo van a conseguir hacer algo? —¿Quién es el dream team? —se burla Emilia. —Somos el dream team, Emilia. ¿Sabes qué? Olvídalo. Me quedaré en Stanford. Me chupo de los dedos el chocolate y el malvavisco que se ha derramado de mi s'more, y Russ entierra la cabeza en mi cuello, susurrando «basta». Lo ignoro y me muevo un poco para fingir que me siento cómoda, pero siento que sus dedos se clavan en mi costado y me hacen retorcerme y soltar una risita. Xander frunce el ceño y nos mira a los dos. —¿Me estás escuchando? Qué asco. Dios bendiga la norma de no confraternización. Me habría tirado a una fosa séptica si tuviera que ver esto todas las noches. —Te escucho —dice Russ, aclarándose la garganta y rodeándome con sus brazos—. ¿Tu padre no trabaja en la UCMH? ¿No me lo dijiste cuando nos conocimos? No quieres jugar al baloncesto con tu hermano, ¿verdad? —Oh, entonces sí me escuchas. Primero, es mi padrastro, no le faltemos el respeto a Big Phil haciéndole compartir el estatus de padre con ese imbécil. Dave tiene un puto cargo detestable; no recuerdo cómo le llaman. —Xander chasquea los dedos varias veces mientras intenta recordar—. Es jefe de atletismo, pero no lo llaman así. Russ se incorpora tan rápido que casi me arroja al fuego. —¿Tu padrastro es Skinner? ¿Me estás tomando el pelo? Hemos compartido habitación durante diez semanas y ahora me dices que tu padre… —Padrastro. —¿Controla toda mi carrera universitaria? —¿Skinner? —lo digo de nuevo—. ¿Por qué eso suena fami… Oh mi Dios. —Estoy muerta. Nadie me revivirá. Se acabó. Casi me caigo de la rodilla de Russ—. ¿Es tu hermano Mason Wright? —Hermanastro. —Da un trago a su cerveza sin importarle nada— . De repente están muy animados. Comparto un fragmento de información y de repente están interesados en algo que no sea tocarse el uno al otro. Interesante. —¡Estás emparentado con mi archienemigo! —No puedo procesar esto—. Me siento traicionada. —Por matrimonio —dice Xander. Russ me acerca más a él y me rodea la cintura con los brazos. Xander se encoge de hombros—. No comparto ADN con ellos, así que no se me puede responsabilizar de sus males. Emilia no para de reír a nuestro lado ya que sabe lo mucho que odio a Mason. —No puedo creer que esta haya sido la gran revelación de la noche y no ustedes dos siendo repugnantemente felices juntos. —Gran giro argumental —murmuro, reclinándome sobre Russ, que me mete la cabeza bajo la barbilla. Nunca había hecho esto de abrazarme a Russ. Nunca me he quedado el tiempo suficiente para ello, pero una cosa que he aprendido este verano es que soy una gran fan. El resto de la noche transcurre sin que caigan más bombas y el calor del fuego me está mandando a dormir. No quiero que termine esta noche por muchas razones, pero sobre todo porque ha sido el mejor verano de mi vida. Aunque sé que me voy a sentir miserable en cuanto aterrice en Palm Springs, ya no me importa. Voy a contar los días que faltan para volver a la universidad y mantenerme alejada de los problemas y del radar de mi padre. Ahora sé por qué no tiene una relación conmigo, y no hay nada que pueda hacer o dejar de hacer para cambiar eso. Ya no tengo ganas de batallar por su atención, ni de portarme mal, para que al menos me reprenda, cosa que obviamente nunca sucedió. Sus opiniones ya no me importan y es liberador. Mi mandíbula cruje ruidosamente porque bostezo mucho, y Russ lo oye. —Vamos, Bella Durmiente, deja que te lleve a la cama. —Creo que se parece más a Sleepy de Blancanieves que a la princesa Aurora —reflexiona Xander, y Emilia asiente a su lado. Lo miro, confusa—. ¿Crees que llevo dos meses cuidando a niños de ocho años y no conozco a mis princesas? Lárgate de aquí. —Buenas noches, nos vemos por la mañana —digo entre otro bostezo. Russ y yo caminamos de la mano por el sendero hacia mi cabaña y todavía no he perdido esa sensación de que va contra las reglas. Estoy demasiado cansada para charlas triviales, así que le escucho hablar de lo emocionado que está por ir mañana a San José a visitar a JJ. Me he enterado de que Russ ha estado recibiendo charlas de ánimo de JJ y creo que nunca he estado más encaprichada de él. Por fin llegamos a mi cabaña y jadea cuando cruzamos la puerta. —Está tan ordenado. ¿Es malo que ahora me atraigas más? Me tiro en la cama, me quito las zapatillas y me tumbo. —Sí. Me vuelve a sentar y me pone la camiseta por encima de la cabeza. —Antes me dijiste que te duchara antes de acostarte porque no te daría tiempo a lavarte el pelo por la mañana. Ni siquiera sé muy bien qué significa eso, pero sé que deberías ducharte. Otro enorme bostezo. —No me hagas caso. Antes yo no sabía lo cansados que estaríamos. Era optimista y tonta. —Vamos, Roberts. A la ducha. Cruzo los brazos sobre el pecho desafiante, haciendo un mohín durante el tiempo que tardo en bostezar de nuevo. —Oblígame. —Mi bostezo se convierte en un hipo de sorpresa cuando me echa al hombro y nos lleva hacia el baño—. Eres cruel. Me da una palmada en el trasero y eso me despierta un poco. —Shhh. Russ es metódico mientras nos desviste a los dos, y hace cinco minutos habría dicho que estoy demasiado cansada para el sexo, pero la palmada en el trasero y la actitud mandona podrían haberme hecho cambiar de opinión. La ducha empieza a llenar el cuarto de baño de vapor y él comprueba la temperatura antes de meternos a los dos. Se coloca detrás de mí; no me avergüenza decir que espero que me incline. Pero no lo hace, sino que coge mi champú, se echa un chorro en la mano y lo enjabona entre las palmas. No necesito que me incline. Definitivamente puedo venirme con que me lave el pelo. —Eres perfecto —gimo mientras sus dedos masajean mi cuero cabelludo—. ¿Por qué no me has lavado el pelo todo este tiempo? Se ríe mientras empieza a enjuagar la espuma. —Te prometo que lo haré siempre que lo necesites cuando estemos en casa. En casa. Aún no hemos hablado de lo que eso significa para nosotros. He estado esperando la oportunidad de sacar el tema de una manera fresca y casual. Una manera que no ejerza ninguna presión, en caso de que las cosas dulces que me ha dicho hayan sido en el momento. —Cuéntame un secreto, Russ. —Es una lucha física y emocional no mirarte el trasero todo el día. —Giro para mirarle, con su pecho húmedo apretado contra el mío mientras sigue lavándome el pelo suavemente. —Un verdadero secreto. Hace una pausa y se lo piensa, frotándose la nuca. Me alegro de que esté nervioso, porque yo también lo estoy. —Creo que conoces la mayoría de mis secretos. —¿Puedo hacerte una pregunta? —Él asiente, y yo me aclaro la garganta mientras busco la introducción fácil que he estado buscando—. ¿Qué pasa cuando volvemos a la escuela? ¿Qué somos? Me coge la cara y, cuando levanto la vista hacia él, parece tan nervioso como yo. —Somos lo que tú quieras ser, Aurora. Me preocupa un poco ahuyentarte, pero creo que he dejado bastante claro que no quiero dejarte marchar. Lo que quiero es la siguiente gran pregunta. En cuanto estoy con él me olvido de todo lo que he dicho sobre el equipaje de los demás, las relaciones, los hombres. Pero los pensamientos siguen rondando cuando estoy sola; no puedo evitarlo. Emilia tiene razón cuando dice que el listón está tan bajo para mí que me impresiona la mediocridad, y me encariño fácilmente con alguien que me da un golpe tras otro de las cosas que ansío, como atención y validación. Nada en Russ es mediocre. —Quiero que estemos juntos —digo en voz baja, sintiéndome de repente diez veces más expuesta que cuando me despojó de la ropa— . Nunca he tenido una relación, pero quiero ver adónde puede llegar esto. Quiero ser tu novia. Se inclina para besarme e, incluso bajo el chorro caliente de la ducha, se me pone la piel de gallina. —Bien —murmura contra mis labios—. Porque quiero ser tu novio. Estoy agotada cuando nos secamos y me meto en la cama. —¿Por qué no duermes aquí esta noche? —Aún no he terminado de hacer la maleta, cariño. Me distraje despidiéndome de los perros. —Pero eres genial doblando mierda. Lo harás en un santiamén. —Duérmete, Ror —dice suavemente—. Me iré cuando te hayas dormido. Tiro de él para que se tumbe a mi lado sobre las sábanas y, con el peso de su brazo sobre mí, me quedo dormida. ** Me alegro de que Russ me convenciera de ducharme anoche, porque Emilia y yo nos hemos quedado dormidas esta mañana. No sé a qué hora se acostó porque yo ya estaba dormida, pero al parecer a ninguna de las dos se nos ocurrió comprobar que la otra ponía el despertador. Me despido de Jenna, aunque en realidad no es un adiós porque nos visitará en septiembre, y ahora esperamos a los chicos con nuestras maletas. Xander es el primero en aparecer con sus cosas y me siento impaciente. —¿Dónde está Russ? Xander deja caer sus maletas a nuestros pies. —¿Ni siquiera puedes fingir estar emocionada de verme durante dos minutos, Roberts? Inmediatamente me golpeas con el «¿Dónde está Russ?» Estoy infravalorado en esta amistad. Lo rodeo con los brazos. —Ya te echo de menos, Xan. —Eso está mejor. Tu hombre se estaba duchando cuando me fui. Emilia y yo tenemos que irnos para coger nuestros vuelos. —Iré a darle prisa. Corro «algo con lo que no estoy de acuerdo» hasta su cabaña y entro. Sus cosas están ordenadas en la cama, las llaves y el celular encima del bolso. Aún oigo la ducha, y cuando estoy a punto de darle prisa, su celular recibe una llamada de un número desconocido. La llamada termina tras un par de tonos y veo que tiene veinte llamadas perdidas de los últimos minutos. El teléfono se enciende de nuevo en mi mano, el mismo número de antes. Pulso el botón de aceptar llamada y me lo llevo a la oreja. —¿Diga? Casi me salgo de la piel cuando abro la puerta del baño y Aurora está de pie en el dormitorio. Cuando oye abrirse la puerta, se vuelve hacia mí, y es entonces cuando veo mi celular en su mano. Se me revuelve el estómago, porque la expresión de su cara me dice todo lo que necesito saber sobre quién está al teléfono. Debería quitarle el teléfono de la mano, terminar la llamada, algo. Pero en lugar de eso, me quedo congelado en la puerta mirándola. —Se lo diré —le dice en voz baja a la persona que está al otro lado del teléfono—. Adiós. Necesito decir algo, pero todas las posibilidades terribles pasan por mi cabeza a la vez. —No debería haber contestado a tu celular —dice—. Lo siento. No pensé. Era tu hermano. Me ha dicho que ha estado intentando localizarte porque tu padre ha entrado en un programa de adicciones. Quieren que vuelvas a casa para enmendarte. Es como si me invadieran varias emociones a la vez: sorpresa, dolor, optimismo, rabia. Sabía que tendría que decírselo en algún momento, pero no estaba preparado para compartirlo ahora. Me mira con lástima, como sabía que lo haría, y la frustración aumenta. —No deberías haber contestado a mi celular. —Lo sé, lo siento. No lo pensé. Sonaba una y otra vez y el número no estaba guardado en el teléfono… Ya sabes cómo es el servicio, quizá si no hubiera contestado habría vuelto a desaparecer. No lo sé, Russ. Pensé que algo podría estar mal, pero no debería haber contestado. Lo siento mucho. Me paso una mano por la cara y suspiro. Quiero gritar. —El baño está justo aquí. Podrías habérmelo pasado, podrías haberme gritado, podrías haber hecho cualquier cosa. —Lo siento, Russ —dice, con la voz tensa—. Pensé que era urgente. No pensé. —Ya te lo he dicho antes, lo hace para que conteste. Ya sabes que llama una y otra vez hasta que me molesto lo suficiente como para contestar. —Se me olvidó. El número no estaba guardado y no pensé. Fue un error y lo siento. Es demasiado para procesar todo a la vez. No puedo pensar con claridad cuando estoy cerca de ella. —Deberías irte. —He dicho que lo siento —recalca, caminando hacia mí—. Lo siento mucho. Sé que esto debe ser mucho para ti. ¿Por qué no me dijiste que tu padre tiene problemas de adicción? Pensé que habíamos compartido todos nuestros secretos… —Porque no quería que me miraras como lo estás haciendo ahora, Aurora —digo rotundamente. La vergüenza me escuece, mierda—. Porque no estaba preparado para decírtelo, y ahora no tengo más remedio. Las palabras son tan nítidas que apenas me reconozco al oírlas de vuelta. Lo oigo en la forma en que le hablo; mi peor pesadilla representándose ante mis ojos. Ha encontrado la forma de arruinarla y ni siquiera sabe que existe. Me tumbo en la cama de Xander, lo bastante lejos de ella como para sentir que aún puedo pensar, aunque la cabeza me da vueltas y ninguno de mis pensamientos tiene sentido. —Puedes enfadarte conmigo, pero no puedes dejarme fuera —me dice. Su voz se tambalea con cada palabra, y cuando la miro, parece devastada. Yo he provocado esto. Soy yo quien lo está jodiendo todo—. Esperaré mientras llamas a tu hermano. Escúchalo de él. Puedo cogerte de la mano y no te escucharé si no quieres, pero estaré aquí para ti. Lo último que quiero hacer ahora es llamar a Ethan. Una parte de mí se pregunta si es verdad, o si no es más que otra de sus estratagemas para engañarme y que vuelva a casa y él no esté allí. Otro día en el que me quedo solo para recoger los pedazos de nuestra familia y romper algunos de los míos en el proceso. —No quiero que lo hagas. —Pensé que me alegraría más saber que mi padre ha tomado medidas para conseguir ayuda de verdad, pero ahora solo puedo pensar en esto. ¿Qué piensa de mí? —Russ, por favor, no me dejes fuera. Te he contado todo sobre mi familia y sabes que lo entiendo. —No lo entiendes —digo bruscamente—. No es lo mismo. Se me cae la cabeza entre las manos; el estómago se me revuelve mientras mis pensamientos se arremolinan. Este verano no debía terminar así. Es increíble cómo la vergüenza rellena las grietas que crean otras personas. Por cada fractura que han causado las acciones de mi padre, la humillación lo ha vuelto a pegar todo. La llamada de Ethan fue un mazazo para todo. —Creo que estás más enfadado conmigo de lo que merezco —dice, agachándose delante de mí—. Grítame, Russ. Peleemos por lo enfadado que estás conmigo y yo puedo gritarte que me has ocultado esta cosa enorme durante meses y podemos gritarnos el uno al otro hasta que te des cuenta de que no tengo miedo de cargar con tu equipaje. Y haremos las paces. Y podré apoyarte como tú me apoyas a mí. No quiero gritarle. No quiero que esto sea algo con lo que tenga que cargar, especialmente sabiendo que hoy tiene que enfrentarse a su propia familia. —Vete —le digo—. No querrás perder tu vuelo. —No podré dejar de pensar hasta que sepa que estamos bien. — Sus manos tiemblan mientras las apoya contra mis rodillas—. Por favor, no me quemes —dice, con la voz apenas por encima de un susurro. Siento que estoy quemando a todos en este punto. —Solo vete, Aurora. Por favor. Me besa en la frente mientras se levanta y siento sus lágrimas caer sobre mi piel. Quiero acercarme a ella y estrecharla contra mí, pero no me lo merezco. Respira hondo, pero no puedo mirarla. —Para que conste, espero de verdad que tu padre mejore y puedas curarte de esto. Siento haberme enterado antes de que estuvieras listo para decírmelo. Siento como si se llevara la mitad de mí con ella cuando por fin levanto la cabeza para ver cómo se marcha, y por fin obtengo la respuesta a la pregunta que me ha estado atormentando todo el verano. Es más duro verla alejarse que despertarse y descubrir que no está. Sé que la he cagado antes incluso de salir de mi cabaña con las maletas, y me odio, mierda. No conseguí cobertura suficiente para llamar a Ethan desde mi habitación, así que he decidido hacerlo en la carretera. También llamaré a JJ, para hacerle saber que ya no voy a ir. Por mucho que no quiera, sé que tengo que volver a casa y enfrentarme a lo que sea que me esté esperando. Echo de menos a Aurora, y eso no tiene sentido, porque yo soy la razón por la que ella no está aquí y también me odio por eso, mierda. La llamaré desde la carretera, le pediré perdón, rezaré por no haberla herido demasiado. La he mandado a ver a su padre creyendo que estoy enfadado con ella y que ha hecho algo malo, cuando la culpa es mía porque no sé cómo procesar las cosas sin cerrarme en banda como un imbécil. Ni siquiera puedo disfrutar del paseo por el campamento de vuelta a mi camión, a pesar de ser el más feliz que he sido en mi vida durante las últimas diez semanas. Sigo pensando lo mismo: por supuesto que contestó al teléfono. Es mi novia y no sería un problema para una puta persona normal. Pero yo no soy normal. He dejado que la vergüenza y el bochorno me comieran durante años, asustado de que si dejaba entrar a alguien arruinaría las cosas. No la dejé entrar, no del todo, y me las he arreglado para arruinarnos de todos modos. Agacho la cabeza al pasar junto a las personas con las que he trabajado, con la esperanza de que no se fijen en mí ni quieran despedirse. Por suerte, nadie me detiene, tengo las llaves en la mano y estoy listo para salir de aquí lo antes posible. Observo cómo mis pies rozan el polvoriento aparcamiento cuando la oigo aclararse la garganta, lo que me obliga a levantar la vista. Sus bolsas están tiradas por el suelo a su alrededor y se está mordiendo las uñas, dando golpecitos ansiosos con el pie. —Nunca había suplicado a un hombre —dice, y aunque parece segura de sí misma, no lo parece. Sé lo importante que es esto para ella. Sé el coraje que le ha hecho falta—. Pero tú eres el primero de muchas cosas para mí. —Rory… —No quiero que seas mi primer desengaño amoroso. —Otro pedazo de mí se rompe—. O subimos juntos a la camioneta y durante las próximas cuatro horas hablamos, o podemos sentarnos en silencio, y cuando lleguemos a Maple Hills tomamos caminos separados. Puedes contarme lo poco o mucho que quieras sobre tu padre. Tú controlas lo que estás dispuesto a compartir conmigo. — Ella recoge sus maletas—. Pero puedes contarme todo sobre cómo te sientes. ¿Quieres que estemos juntos? Así es como lo haremos. No somos malos comunicadores, Russ. Compartimos nuestros secretos. —Lo siento mucho, Ror. —Suelta las maletas y yo me abalanzo sobre ella para abrazarla. Al instante me siento mejor teniéndola de nuevo en mis brazos—. Iba a llamarte y arrastrarme tan pronto como estuviera en la carretera. No te merezco. —Sí —dice con dureza—. Sí lo haces. No necesito que te rebajes. No necesitas castigarte por estar abrumado. Solo necesito que no me apartes. Palabra a palabra, siento cómo me vuelve a pegar. —¿Qué pasa con la boda? —Eres mi primera opción, Russ —susurra, enterrando su cabeza en mi cuello—. Donde tú vas, yo voy. No tienes que afrontar esto solo. —Pero tu padre… —… sobrevivirá. Creo que a estas alturas ambos sabemos que en realidad no le importa. Puedo tratar de torcerlo de muchas maneras diferentes que me hacen sentir en control, pero seamos honestos. Probablemente no me invitarían si no hubiera prensa. —Se encoge de hombros—. Si quería que hiciera caso a sus exigencias, quizá debería haberme hecho responsable todas las veces que me salté las normas. —Siento cómo actué antes. Tengo tanta suerte de tenerte. —Su boca choca contra la mía, frenética y desesperada, y no puedo evitar corresponder a todo lo que me está dando. Sigo asustado por lo que nos espera, pero sé que está a mi lado. No tardo nada en cargar nuestras cosas en el camión y ponerme en camino. Sé que en cualquier momento tengo que empezar a hablar. Irnos por caminos separados no es una opción para mí, y si ella se va, la única persona a la que tendría que culpar por ello sería a mí mismo. Habré sido yo quien la apartó cuando intentaba acercarse a mí. Se sienta tranquilamente a mi lado mientras llamo a JJ para decirle que no voy a visitarlo. Es comprensible que esté desanimado, pero en cuanto le digo lo del «drama familiar» me dice que no me preocupe y que me verá la próxima vez que vaya a Los Ángeles. —Es un poco como un hermano, ¿verdad? —dice Rory en voz baja cuando termina la llamada. —Sí, es como el hermano mayor que quería pero no tuve. Ella asiente. —Como Jenna para mí. Hay tantas cosas en nuestras vidas que se reflejan la una en la otra, y necesito confiar en que si alguien va a entenderme y ayudarme, va a ser ella. Ella ha puesto mi mundo patas arriba, y no hay razón para que no lo haga ahora. —Mi padre tiene adicción al juego —digo sin apartar los ojos de la carretera—. A los caballos principalmente, porque es fácil hacerlo, pero le encantan los casinos y el póquer. Una vez, cuando era más joven, me dejó sentado en el coche a la puerta de un casino durante horas. Fue entonces cuando mamá se dio cuenta de que tenía un problema. Él también bebe, pero siempre es por las apuestas. Para celebrar o compadecerse, ¿sabes? —Sí. —Me da vergüenza, y por eso no quería decírtelo. ¿Qué tipo de padre elegiría un trozo de papel antes que a su hijo? ¿Qué dice eso de mí si ni siquiera valgo más que unas probabilidades de mierda y un caballo? —No puedo evitar reírme—. Ya te he contado las cosas horribles que me ha dicho. Eran veces que estaba borracho o que yo no le enviaba dinero. Cuando oyes algo suficientes veces, empiezas a creértelo, Rory. No quería que pensaras de mí lo que él piensa. —Nunca podría —dice al instante, frotándome la nuca con la palma de la mano—. Porque no son ciertas. —Lo único que he querido es que se mejore. Cuando apareció por aquí el día que nos descubrieron y te dije que se había peleado con mi madre, me dijo que mi madre le había echado. Dijo que iba a mejorar, pero no quise hacerme ilusiones. Cuando me contaste lo que dijo Ethan, tienes razón, me sentí abrumado. Abrumado porque por fin lo sabías. Porque es lo que he querido durante años. Porque no se siente real. Es como cuando deseas tanto algo, pero cuando lo consigues, parece demasiado bueno para ser verdad. Me ha decepcionado con tanta frecuencia que tengo miedo de confiar en que éste sea el momento en que las cosas cambien. —Me dijiste que esperar un cambio es como poner repetidamente la mano en el fuego y esperar que no te queme —dice Aurora—. Quiero sujetarte la mano para que no tengas que ponerla en el fuego, Russ. La recuperación no es fácil para nadie, no solo para el adicto, también para ti. Parece que tu padre ha dado el paso para intentar mejorar, pero nadie va a obligarte a perdonarle. Lucharé físicamente con tu hermano por ti si lo intenta. —¿Y si te quema a ti también? Mi familia es un desastre. Se ríe, y juro que su sonrisa podría arreglar cualquier cosa. —El fuego no puede quemar al fuego. Arrasaré Maple Hills antes de que tenga la oportunidad de volver a hacerte sentir una mierda contigo mismo. Además, ¿un lío familiar? ¿Hola? Soy la chica del póster de los problemas con papá aquí mismo. Cojo su mano y me llevo el dorso a la boca. —Nunca tienes que sentirte avergonzado conmigo, Russ. Quizá el universo no estaba intentando jodernos. Quizá sabía que nos necesitábamos, porque yo te necesito. Eres lo mejor que me ha pasado y, lo que es más importante, quiero estar a tu lado en todo esto de la forma que tú quieras. —Ni siquiera sé lo que implica la recuperación. Ni siquiera sé lo que significa enmendarse. ¿Cómo carajos va a hacerlo? Ha pasado tanto tiempo. —¿Por qué no llamamos a tu hermano para que te lo cuente, y lo que no entendamos lo busco en Google? Ni siquiera le llamaré imbécil. —Gracias, Aurora. Se inclina y me besa la mejilla. —Gracias por no hacerme sentar aquí en silencio durante cuatro horas. *** Entro en mi habitación de la mano de Rory y al instante tengo un déjà vu. Ese Russ, el que fingía confianza, no habría creído que ésta sería la situación en la que nos encontraríamos un par de meses después. Como no le gusta dar vueltas a lo obvio, Aurora me rodea y se sienta en mi escritorio. —¿Quieres que juguemos a hacerlo? —Pongo los ojos en blanco mientras me acerco y me meto entre sus piernas, agarrándola por debajo de los muslos y tirándola sobre mi cama, haciéndola chillar— . ¡Oye, no fuiste tan duro conmigo! —Sí, porque estaba jodidamente aterrorizado —digo, tirándome a su lado—. No consigo chicas como tú y estaba muy preocupado de ver cómo te corrías y que se acabara el juego para mí. En mis pantalones. —Seguro que entonces sí —dice, burlona, rodando para tumbarse encima de mí—. ¿Cómo sabías que no estaba fingiendo? —Me habría asfixiado entre tus piernas antes de dejarte fingir. Los chicos están en casa de JJ para la fiesta de inauguración, y después del día que he tenido, creo que descargar mi estrés de una forma sana es una buena idea. Le abro las piernas sobre mis caderas y paso las manos por sus muslos hasta llegar bajo su vestido de verano cuando el celular comienza a sonar. —¿Estamos destinados a ser interrumpidos para siempre? — gimo—. Pensé que esto terminaría cuando dejáramos Honey Acres. —Ya sabes quién va a ser —dice, bajándose de mí y cogiendo el teléfono. Me muestra la pantalla y en el identificador de llamadas pone El hombre que paga el alquiler. En realidad no hemos hablado del hecho de que Aurora debería estar en Palm Springs ahora mismo. Yo estaba demasiado distraído con mi propio problema, y supongo que ella no quería hablar de ello. No tuve nada que añadir cuando ella dijo que él nunca la había castigado antes. Pulsa el botón de aceptar llamada y pone el altavoz, pero incluso antes de saludar, hace algo que no le había visto hacer en semanas: fuerza una sonrisa en su rostro. —¡Hola! —Su voz no es natural, no es la voz de mi chica, y la odio. —¿Dónde carajos estás, Aurora? Seis palabras y me hierve la sangre. —No voy a ir, papá. —Se muerde el interior de la mejilla y yo tiro de ella a lo largo de la cama, dejando que se siente entre mis piernas abiertas con mi cabeza apoyada en su hombro—. Ha surgido algo, lo siento. —Eso no responde a mi pregunta. He preguntado dónde carajos estás. —Estoy en Maple Hills. —Mete tu trasero en tu coche ahora mismo. Hablo muy en serio, Aurora. No voy a jugar tus juegos esta vez, no arruines esto para todos. La abrazo un poco más fuerte. —He dicho que no voy. —Voy a buscarte. —No estoy en casa. Me inclino sobre ella y pulso el botón de silencio para que su padre no nos oiga mientras despotrica sobre lo egoísta e inmadura que es. —Estoy tan orgulloso de ti. Eres muy fuerte, Rory. No dejes que te intimide para que hagas algo que no quieres hacer. Vales más que unas fotos en una revista. Si tienes que forzar una sonrisa te mereces algo mejor. Ella nos quita el silencio mientras él termina de gritar. —No me importa que estés enfadado conmigo, papá. No me gusta quién soy cuando dejo que tú dictes cómo actúo. —La abrazo un poco más fuerte—. He pasado mucho tiempo siendo imprudente para llamar tu atención, porque al menos así recordarías que existía. Me haces sentir que no vale la pena quedarse conmigo. No voy a dejar que me sigas quemando porque tengo gente en mi vida a la que sí le gusto por mí. —Si llegas en las próximas dos horas, haremos como si esta conversación nunca hubiera existido —dice, sin un ápice de emoción en su tono. —Espero que tu matrimonio sea feliz, pero no estaré allí. No voy a fingir sonrisas por ti. Adiós, papá. Desconecta la llamada y espero que rompa a llorar, pero no lo hace; se hunde en mí y me abraza con más fuerza. —Te voy a aplastar si te abrazo más fuerte. —No me importa. —¿Cómo te sientes? —Apoyada —dice. —No me refiero a eso, cariño. —Le beso el cuello y se queda callada un momento, algo a lo que aún no estoy acostumbrado. —Me siento más ligera, como si hubiera tomado la decisión correcta por una vez, y sé que me ayudará a seguir adelante ahora que se lo he dicho. Quizá si le hace cambiar podamos trabajar en nuestra relación. Quizá sea lo que le haga despertar. —Espero que sí. Nos sentamos en silencio durante cinco minutos y ella no me deja aflojar el agarre hasta que su teléfono empieza a sonar de nuevo. La siento paralizada entre mis brazos, y solo se relaja cuando levanta la pantalla y ve que no es su padre. Pulsa aceptar y la pantalla se llena con una mujer de pelo castaño oscuro con una enorme sonrisa. No hay ningún parecido entre ella y la mujer que tengo en mis brazos hasta que se levanta las gafas de sol, se las coloca en la parte superior de la cabeza y veo exactamente los mismos ojos a los que estoy acostumbrado. —Ah, entonces lo del novio es verdad —es lo primero que dice Elsa. Aurora baja la cámara para que salga menos de mí—. Mamá dijo que tiene un gato y tú tienes novio. Pensé que estaba mezclando recetas con vino otra vez. No puedo mentir, el acento británico me toma desprevenido al principio. —Hola a ti también. —Aurora se revuelve en mis brazos—. ¿Qué haces? ¿Por qué llamas? No dudes en responder a cualquier otra pregunta que se me haya pasado. —Te enfrentas a tu querido papá una vez y de repente tienes una actitud —dice—. Espera, estoy llegando a una prueba de vestido. Oímos a Elsa hablar rápidamente con alguien en un idioma que no reconozco y Aurora se sienta un poco más erguida. —Elsa, ¿con quién hablas en italiano? —Estoy en Milán en una prueba de vestuario para la Semana de la Moda del mes que viene. Aurora se queda boquiabierta. —¿No vas a ir a la boda? Elsa frunce la nariz, y es la misma expresión que pone Aurora cuando se horroriza. —¿Con la mujer del tiempo? Dios, no. No me van a fotografiar con algo que se va en tres semanas. —Pensé que llamarías para convencerme de ir. Elsa se burla, y Aurora suelta un suspiro, relajándose un poco más en mis brazos. —Te llamo para felicitarte porque por fin te ha salido una espina dorsal. Estoy orgullosa de ti, hermanita. —Gracias, creo —murmura en voz baja—. ¿Sabe que no vas a Palm Springs? Se va a enfadar mucho con nosotras. Sé que está enfadado conmigo. —No tengo ni idea, ni me importa. Definitivamente no debería importarte. He configurado un desvío para que cuando me llame, sea desviado a la consulta de un terapeuta en Londres. Te sugiero que hagas lo mismo. Dios sabe que el hombre lo necesita. No puedo evitar soltar un bufido, pero intento sofocarlo escondiendo la cara en el pelo de Aurora. —No me he olvidado de ti, misterioso novio sin rostro —dice, haciendo que me quede helado—. Tienes suerte de que tenga que ir a clavarme alfileres, pero en algún momento te interrogaré. —No lo hará —dice Aurora—. Lo olvidará. —Sigue enojado con el patriarcado, Ror. Ciao. Aurora tira el celular a la cama y se da la vuelta, trepando por cada pierna hasta colocarse a horcajadas sobre mí, con la cabeza apoyada en mi pecho y los brazos rodeándome la cintura. Le acaricio el pelo sin decir nada. Pasan otros cinco minutos de silencio y no recuerdo ningún momento en el que haya estado tan callada. Finalmente, se aparta de mi torso y se sienta frente a mí. —Así que, esa era Elsa. —Era Elsa —repito—. Ella es… —Es muy Elsa. —¿Cómo te sientes? —Vuelvo a preguntar. Me pasa la mano por un lado de la cara y me roza ligeramente la mandíbula. —Todavía apoyada. —Es realmente molesto dormir a tu lado, ¿lo sabías? —digo, tirando de una camiseta sobre mi cabeza. Aurora me mira mientras duerme en medio de mi cama, con su pelo rubio pegado en todas direcciones. —Has dormido a mi lado antes. —Creo que no tener espacio en esa cama de campamento te mantuvo a raya. Ahora que tienes espacio eres un dolor. En un momento me diste una paliza; me sentí como un balón de fútbol. —Lo siento —dice sarcástica—. ¿Preferirías que me fuera mientras duermes? —¿Dormido o en el baño? —Ouch, demasiado pronto para bromear —dice juguetona— ¿Sabes qué, Callaghan? Me voy a Cabo a ver a mi amigo Clay. Apuesto a que no me intimidará. —¿Intentas ponerme celoso? —Meto los pies en las zapatillas y cojo las llaves de la cómoda—. Porque está funcionando. —Estoy intentando que me folles. —Se sienta y su pelo cae sobre sus hombros. Realmente es la mujer más hermosa que he visto. No puedo creer que sea mía—. Estoy bromeando. Solo intento hacerte reír para que estés de buen humor hoy. Me inclino para darle un beso de despedida y me obligo a no meterme en la cama con ella. —Podemos hacerlo más tarde. Tengo que irme antes de que cambie de opinión. —¿Seguro que no quieres que vaya? Puedo sentarme en el coche. —Estoy seguro. Quiero tenerte para mí todo el tiempo que pueda. —No digas más —dice ella, echándose hacia atrás contra las almohadas—. Estaré aquí esperándote cuando vuelvas a casa. Recuerda que puedes irte cuando quieras, y si estás demasiado agobiado para conducir, llámame y te conseguiré un Uber. Hasta ahora no me había dado cuenta de lo importante que era tener a alguien con quien compartir mis preocupaciones. Pensaba que poder contarle cosas que ya habían pasado era el mayor alivio, pero es vivirlo juntos. Saber que va a estar aquí esperándome, en cualquier estado en el que vuelva, es un consuelo mayor que el hecho de que me espere fuera de casa de mis padres. —¿Cuáles son tus planes mientras estoy fuera? —Voy a videollamar a Emilia y Poppy, y luego estaba pensando en ver si mi madre quiere ir al Café Kiley a tomar un café. La madre de Aurora le envió un mensaje de texto anoche con el mensaje «Estoy orgullosa de ti, cariño», por lo que Aurora supone que su padre hizo una llamada después de que ella le dijera que había terminado. —Y puede que esconda mis cosas en tu habitación, para que no puedas traer chicas que te hagan bailes eróticos aquí cuando vuelva la universidad. —Espera, ¿qué? —Voy a esconder notas en las fundas de almohada. Las fundas de almohada son sospechosas por sí solas; espera a que las tires al suelo y algo se arrugue bajo su cabeza. —Estás desquiciada —digo riendo entre dientes, inclinándome para besarla por última vez—. Gracias por intentar distraerme. —Sí. —Sonríe—. Definitivamente fue una distracción… Suspiro, porque tengo que irme pero podría estar todo el día yendo y viniendo con ella. Es raro no tener niños que nos interrumpan o que se preocupen constantemente de que parezcamos demasiado cercanos. Es jodidamente emocionante que ya seamos tan felices juntos y que la parte real de nuestra relación no haya hecho más que empezar. Vuelvo a besarla, repitiéndome que será la última vez porque me voy. —¿Puedes portarte bien mientras no estoy? —Normalmente con la motivación adecuada. —¿Y qué te motivará? ¿Que yo piense que eres buena? Ella sacude la cabeza. —Ya piensas que soy un ángel. —No es verdad. Eres lo contrario de angelical la mayor parte del tiempo. —Quiero un jersey que diga Callaghan. Si estoy a punto de convertirme en una chica de hockey, necesito que todos las perseguidoras de camisetas sepan que eres mío. «Mío». —Hecho. —Buena suerte. Estoy orgullosa de ti, y por favor recuerda llamarme si me necesitas. —Lo haré, lo prometo. Adiós. *** Después de hablar con Ethan ayer en el camino de vuelta a casa, me siento un poco mejor preparado para lo que me espera. Me ha prometido que será una conversación familiar informal en la que ventilaremos las cosas de forma sana y papá tendrá la oportunidad de disculparse por sus acciones pasadas. Es una oportunidad para reconstruir y sanar, como yo quería. Cuando llego a casa de mis padres, hay un coche de alquiler en la entrada, así que sé que ya está aquí. Su banda tiene un pequeño descanso entre conciertos, por eso insistió tanto en que tenía que ser ahora. Al sacar las llaves del contacto, me gustaría que Rory estuviera aquí, pero al mismo tiempo me alegro de que no esté. Saco el celular y le envío un mensaje, sonriendo de nuevo al ver cómo se ha registrado en mi teléfono. Me dice que quiere que sepa cuál es ella, teniendo en cuenta todas las chicas a las que voy a atraer con mi nueva confianza. RORY (LA RUBIA SEXI) ¿Es raro que te eche de menos? ¿Quién es? Eres gracioso. Yo también te echo de menos Buena suerte x Ethan golpea la ventana a mi lado, me mira con el ceño fruncido, y es como mirarse en un espejo que te envejece. —Date prisa —dice impaciente—. Te estamos esperando. Lo primero que pienso es si debo arrancar el camión y marcharme. Llevo tanto tiempo queriendo que mi padre cambie que me da miedo empezar las cosas. La ansiedad retumba en mí como una tormenta, pero intento decirme a mí mismo que las cosas no pueden empeorar. Quería un cambio, y ahora podría estar ocurriendo. Ethan no espera a que responda antes de volver a entrar en la casa, y yo salgo despacio y lo sigo. Nunca me ha gustado esta casa y nunca me he sentido como en casa. Mis padres vendieron la casa de mi infancia para comprar esta más pequeña en una zona peor, diciéndole a todo el mundo que estaban reduciendo el tamaño después de que Ethan se mudara y yo me preparara para la universidad. En realidad, se quedaron con el capital para pagar las deudas de juego de papá, lo que le llevó a empezar de nuevo el proceso de endeudamiento. Me siento como un extraño cuando entro, aunque mi cara se ve en las paredes. Todos están sentados en el salón y hay tensión en el ambiente, lo que no es precisamente raro en mi familia. Mamá es la primera en actuar, poniéndose en pie y dándome un fuerte abrazo. —Hola, mamá. —Te he echado mucho de menos —dice, como si se le saltaran las lágrimas—. Toma asiento. Estoy tan contenta de que estés aquí. —Los dejaremos hablar —dice Ethan, y acompaña a mamá fuera de la habitación. —Espera, ¿qué? —Mi corazón empieza a latir con fuerza. Me dijeron que íbamos a tener una discusión familiar, no papá y yo uno a uno—. Esto no es lo que dijiste, Ethan. Me ignora y mi primer instinto es levantarme e irme. Papá tiene mejor aspecto que hace un par de semanas, la última vez que lo vi. Las bolsas alrededor de los ojos ya no son oscuras, su cara está menos demacrada, puedo ver sus cosas esparcidas por el salón. —¿Te has vuelto a mudar? Asiente con la cabeza. —Estoy durmiendo en la habitación de invitados. Me alojaba en un motel y me registraba con tu madre todos los días. Hemos hablado mucho. Me siento como si todo lo que hago es hablar en este momento, pero es bueno. Me alegro de aclarar las cosas y trabajar para mejorar. —No sé lo que significa hacer las paces, papá. He leído y oído hablar de ello, pero no sé qué significa para nosotros. —Quiero empezar pidiendo perdón, Russ. —No digo nada. No puedo decir nada porque tengo miedo de abrir la boca—. Y quiero darte las gracias. No puedo ocultarlo, el agradecimiento me ha tomado desprevenido. Estoy tan acostumbrado a que mi padre culpara a todo el mundo menos a sí mismo. Siempre había una razón por la que estaba de mal humor o tenía un mal día, y giraba en torno a que todos no lo hacíamos lo suficientemente bien. —Aquel día en el hospital, cuando me dijiste cómo te hacía sentir, pensé que había tocado fondo, pero no fue así porque no cambié. Me sentí humillado por haber hecho creer a mi propio hijo cosas viles sobre sí mismo, ¿y por qué no ibas a hacerlo tú? Llevaba años viviendo para mí mismo, sin preocuparme de nada ni de nadie. Pero seguí sin cambiar. —¿Pero por qué? ¿Por qué no fue suficiente? —Porque tenía que seguir cayendo. Y lo hice, hasta que tu madre me echó y toqué fondo de verdad. No quería admitir que tenía un problema. Es fácil ocultar una adicción al juego porque no hay signos físicos. No son las drogas o el alcohol, nadie ve lo que pasa. Te convences de que no afecta a nadie más que a ti. —Se apoya en las rodillas, le tiemblan las manos al juntarlas—. Pero ese fue mi punto de inflexión. A partir de ahí las cosas empezaron a mejorar. No quiero ser alguien a quien odies, Russ. No quiero ser alguien que te haga daño. —Eres un experto en mentir, papá. ¿Por qué debería creer que no nos estás engañando a todos para que no cambiemos? —Porque antes el orgullo me impedía buscar ayuda. Cuando jugaba, siempre perdía, pero me mantenía optimista de que la siguiente apuesta sería la correcta. Tomo ese optimismo y lo aplico a mi recuperación. —¿Cuando jugabas? Asiente con la cabeza, frotándose la nuca, un hábito que nunca le había visto hacer antes. —No he hecho ninguna apuesta desde que te vi en tu campamento. Sé que no es mucho tiempo, pero es el más largo que he pasado en quince años. He estado asistiendo a reuniones de Jugadores Anónimos y voy a empezar terapia para tratar de procesar algunas cosas que necesito. Estoy abrumado de información y todo me sigue pareciendo demasiado bueno para ser verdad. Sé lo importante que es esto y sé que debería estar contento, pero hay un pequeño sentimiento en mi cerebro que me dice que no me haga ilusiones y que siga manteniéndolo a distancia. —¿Tienes alguna pregunta que hacerme? —me dice. Tengo millones, pero ninguna me viene a la mente. —No. —Debes tener algo. Nos sentamos en silencio durante un minuto entero y trato de pensar en lo que quiero preguntarle. He pasado tantos años intentando no entablar conversación con él que ahora no recuerdo cómo hacerlo. Es como intentar usar un músculo que no has usado en mucho tiempo. —No quiero. —Bueno, si se te ocurre alguna, puedes pedírmela cuando quieras. Parte de mi recuperación consiste en hacer las paces con la gente a la que he hecho daño con mi adicción, y sé que te he hecho daño a ti. En Jugadores Anónimos dicen que la mejor forma de disculparse es cambiar de comportamiento, y espero que con el tiempo me veas convertido en alguien con quien quieras volver a estar. —Yo también lo espero. —Tu hermano me ha puesto en contacto con una organización benéfica que se ocupa de las deudas y me están aconsejando sobre cómo poner en orden mis finanzas. Llevo mucho tiempo ocultándole cosas a tu madre. Quiero devolverte el dinero que te quité. —No me importa el dinero —digo al instante. —Puede ser, pero es tu dinero y nunca debí pedírtelo en primer lugar. Estuvo mal por mi parte y demuestra que eres una buena persona al ser tan generoso. Me pregunto si me golpeé la cabeza y estoy alucinando. Antes de salirme mentalmente de mi drama familiar, cuando las cosas iban realmente mal, solía tener conversaciones imaginarias con mi padre en mi mente. Practicaba lo que diría, cómo reaccionaría y, al final, estaba mejor. —Quiero volver a formar parte de esta familia, Russ. Sé que es culpa mía que no lo sea, y sé que es culpa mía que no te sientas bienvenido por aquí, pero espero que con el tiempo puedas confiar en mí lo suficiente como para ver que realmente quiero mejorar. —Me alegro de que estés recibiendo ayuda, papá. Espero de verdad que funcione. *** Tengo demasiados pensamientos en la cabeza. Después de nuestra charla, mamá insistió en que comiéramos todos juntos. No recuerdo la última vez que nos sentamos a comer en familia. Por suerte, Ethan habla del nuevo contrato discográfico de su grupo y se las arregla para ocupar la mayor parte de la conversación, dejándome libre para escuchar y observar. Ethan no saca el tema de hablar con Aurora por teléfono, cosa que agradezco. Se siente demasiado valiosa como para arriesgarme a meterla en este ambiente. Sé que es fuerte y resistente, pero quiero cuidarla, y dada la situación con su propio padre, no necesita que le hagan conocer al mío. Si su padre mejorara como el mío, ella sería la primera en darle otra oportunidad. Ayer fue la primera vez que le dijo cómo se sentía, igual que yo en aquella habitación de hospital hace tantas semanas. Espero que provoque la misma reacción que yo. Después de comer, Ethan me acompaña a la camioneta en silencio. Tiene los ojos enrojecidos y vidriosos, y está más delgado que la última vez que lo vi, de una forma poco saludable. Si tuviera que adivinar, diría que está drogado. —¿Estás bien? —Preocúpate por ti, hermanito —me dice, abriéndome la puerta del camión. —Pareces drogado, Ethan. —Nunca lo he visto fumar un cigarrillo, y menos drogarse—. ¿Qué pasa contigo? —Nada —dice, frotándose la mandíbula con la mano—. De todas formas, no lo entenderías. —Pruébame. Me ignora, desviando la conversación. —¿Estás bien? ¿Tienes todo lo que necesitas para la escuela? Tengo algo de dinero en camino con este trato, así que, ya sabes, puedo ayudar más ahora. —Tengo todo lo que necesito —digo, cerrando la puerta y bajando la ventanilla—. Pero gracias. —Esto es por lo que he estado trabajando tan duro, este acuerdo. Todos los shows, todos los viajes. Vamos a arreglarlo todo. El dinero compra recursos, Russ. Las cosas volverán a ir bien muy pronto — dice. —Adiós, Ethan. —Da unas palmaditas en el lateral del camión antes de volver hacia la casa, y yo tomo nota mentalmente de llamarle para ver cómo está pronto. *** Al dejarme entrar en casa, encuentro a Aurora en el patio trasero resoplando sobre una tela en el suelo. —¿Qué haces? Chilla y me mira por encima del hombro. —Dios mío, anúnciate antes de acercarte sigilosamente a una chica. Casi me da un infarto. Sigue tirando de la tela mientras me acerco a ella. —¿Qué estás haciendo? —¡He encontrado una tienda de campaña en tu armario! —dice contenta, mirándome desde el suelo—. Pero no sé cómo funciona y no hay instrucciones. Pensé que podríamos acampar fuera, junto a este pozo de fuego. —¿Diez semanas al aire libre no fueron suficientes para ti? —le digo sonriendo. Me siento con las piernas cruzadas sobre la hierba y alejo la tienda de campaña de ella—. Si la pones tan cerca del fuego se derretirá. —¿Por qué lo sabes todo? —gime ella, moviendo todas las piezas al nuevo lugar. —¿Por qué no sabes que no debes poner plástico cerca del fuego? Arrastrándose por el suelo en mi dirección, se sube a mi regazo e inmediatamente me echa el pelo hacia atrás, besándome la frente. —Esta es mi invitación formal para hablar de cómo ha ido tu día. —Todavía necesito un poco de tiempo para hacerme a la idea antes de hablar de ello. ¿Te parece bien? Me abraza más fuerte. —¿Hay algo que pueda hacer para que te sientas mejor? —Puedes explicarme cómo crees que mi trasero de 1.90 cabe en esta tienda contigo. Sus ojos se iluminan mientras me sonríe. —Siempre hacemos que encaje. La tienda no fue una de mis mejores ideas, y alrededor de las 2 de la madrugada me molestó tanto el ruido que hacía cuando me movía que nos arrastré a los dos de vuelta a la casa. Pensé que la tienda de campaña sería romántica, pero por primera vez nos costó mucho hacerla encajar. Era sofocante y molesta, y me equivoqué por completo al juzgar lo bonita que sería. También había una araña enorme que Russ dijo que había quitado, pero yo creo que no lo hizo, y ahora me preocupa habérmela comido mientras dormía. Oigo cómo se abre la puerta principal mientras Russ está en la ducha, y sé que tengo poco tiempo para unirme a ellos cuando se cierra el grifo. Me pongo unos pantalones cortos bajo la camiseta de Callaghan que he robado del armario de Russ y bajo las escaleras para lo que espero que sea su sorpresa favorita. Se me hace raro pasearme por la casa de Russ como si viviera aquí, cuando la gente que realmente vive aquí acaba de llegar. Bobby y JJ se pelean por la pancarta de Feliz fiesta de inauguración que parece haber sido editada con un Sharpie para que diga Feliz fiesta de bienvenida. —¿Inauguración? —pregunto al llegar al último escalón. —Es lo más cerca que podíamos estar de la fiesta de bienvenida con tan poco tiempo —se ríe JJ. Bobby lo sostiene. —Podrías haber hecho que dijera «regreso a casa», solo que no quisiste. Una mujer más pequeña que reconozco de todas las fotos se pone delante de mí y me tiende un abrazo. —¡Hola! Soy Stassie, encantada de conocerte. Nate me ha hablado mucho de ti, pero tiene cosas del hockey y no puede irse de Vancouver. Está muy triste por perdérselo. —Tal vez debería haberse quedado a este lado de la frontera entonces en lugar de moverse y quejarse de ello cada dos segundos. Hola, soy Lola. Ya estoy obsesionada con todo lo que sé de ti y estoy planeando que seamos amigas. —Russ me ha hablado muy bien de ustedes dos —digo sinceramente—. Es un placer conocerlas, y gracias por traer a todo el mundo aquí. —¿Por qué estoy siendo tan formal? —Si Pastelito dice cosas buenas de mí, es que no estoy trabajando lo suficiente como para asustarlo —dice Lola, con cara de confusión. —Definitivamente lo haces, nena —dice Robbie—. Estás haciendo un gran trabajo con todos. —¿Rory? —Russ llama desde arriba, y todo el mundo se calla al instante—. ¿Estás hablando con alguien? —Sí —vuelvo a llamar arriba—. Los fantasmas. —¡Bien! Eso no es para nada espeluznante y desquiciado, gracias. Bajaré en un minuto. Los chicos se mueven en silencio para clavar rápidamente la pancarta en la pared en un ángulo que definitivamente no es recto. Henry saca una bolsa enorme; cuando la vacía, los globos inundan el suelo. Nuestra decoración a medias parece la fiesta de cumpleaños más triste del mundo, pero en realidad es lo más dulce que sus amigos podrían haber hecho por él. Mientras Russ estaba ayer en casa de sus padres, recibí una llamada de un número desconocido que resultó ser Stassie. Ella misma no había hablado con Russ, pero sabía que si se perdía la fiesta de inauguración de la casa de JJ por problemas familiares, probablemente iba a ser malo. Quería saber si le parecía bien que vinieran y le hicieran a Russ una fiesta de bienvenida. Y así nació la fiesta de bienvenido a casa. —Siento como si todos mis hijos estuvieran en casa —susurra JJ con orgullo al oír abrirse la puerta de la habitación de Russ. —Tú no vives aquí —susurra Robbie. Siento el corazón tan fuerte como los pasos de Russ, y cuanto más desciende, más vemos de él a través de la barandilla: tobillo, pantorrilla, rodilla, muslo… —¿Está desnudo? —susurra Mattie, asustado. —Hoy no me apunté para ver la polla de nadie más que la mía — murmura Kris. Parte superior del muslo… calzoncillos. Gracias a Dios. El grupo lanza un suspiro colectivo de alivio, y cuando llega lo suficientemente lejos por las escaleras que puede ver en la sala de estar, se congela. —Sorpresa —dice Henry de la forma menos emocionada posible. Russ se queda boquiabierto. —¿Qué carajos? *** He oído hablar tanto del viaje de los chicos a Miami que me siento como si hubiera estado con ellos. —¡Deberíamos ir todos el año que viene! —dice Mattie entusiasmado. —No —dicen Henry y Russ al mismo tiempo. —Creo que voy a volver a Honey Acres el año que viene, así que tendré que decir educadamente que no —dice Russ. —Si te aceptan —dice Henry, dándole un mordisco a una alita de pollo—. Te descubrieron rompiendo su regla número uno, y no es como si ustedes dos fueran a meterse menos mano dentro de un año. Eso lo aprendimos de Nate y Robbie. Russ, que en este momento está apoyando su cabeza sobre la mía con los brazos sobre mis hombros, asegurando el mayor contacto físico posible, se burla. —¿Nate y Robbie metiéndose mano? Stassie arquea una ceja. —Eso suena bien, sí. Todos se lanzan a contar historias diferentes, deteniéndose a explicarme el significado para que no me sienta excluida, y los brazos de Russ me rodean con fuerza. —¿Estás bien? —me susurra al oído. Asiento con la cabeza y sigo escuchando una historia sobre la vez que Robbie y Nate se cayeron de un telesilla. Esta dinámica de grupo también es nueva para Russ, pero entiendo por qué es tan importante para él. Este grupo es una familia más que amigos, y son tan acogedores que es imposible no enamorarse de cada uno de ellos. Eso es lo que ambos necesitamos desesperadamente, creo. Estar rodeados de gente que nos haga sentir queridos y deseados. Hemos pasado el verano acostumbrándonos a ello con Xander, Jenna y Emilia… y los perros, por supuesto. Mi relación con mi madre parece que se está curando, y Russ está en un camino con sus padres que espero que le dé paz. Todas las piezas de nuestras vidas están encajando como un rompecabezas, y por fin tengo las piezas interiores. Bobby termina de contar una historia sobre un partido fuera de casa que lo dejó encerrado desnudo fuera del hotel, recibiendo gritos de su entrenador de hockey, lo que me da la oportunidad de hacer una pregunta para la que llevo semanas queriendo una respuesta. —Chicos, ¿por qué llaman a Russ «Pastelito»? Robbie abre la boca para responderme inmediatamente, pero luego la cierra y frunce el ceño, mirando a Kris. Kris tiene la misma expresión de confusión que Mattie, y uno a uno se miran con la misma expresión de incertidumbre antes de que JJ finalmente responda. —Literalmente, no tengo ni idea. Me giro en los brazos de Russ para mirarlo y él esconde una sonrisa. —¿Lo sabes? —Sí. Resumiendo, solía trabajar en un bar y Stassie estaba allí un día sola. Unos clientes horribles la acosaban y yo no la conocía, así que me hice pasar por su novio. Básicamente salí con Stassie durante una hora, y ese es el apodo que me puso. —Me encantan las citas falsas. —¿Citas falsas? Es lo más ridículo que he oído nunca —dice Henry. —Fue bonito. Muy creativo bajo presión, diría yo —añade Stassie. —Una noche recogí a Stassie y Lola de un bar y ella estaba super borracha. Me llamó Pastelito delante de todos y se me quedó, supongo. El grupo se calla al mismo tiempo y observo que todas sus caras siguen mostrando la misma expresión de confusión. Mattie se aclara la garganta y coge su cerveza. —Sí, eso no es lo que pensaba. Pensaba que solo te gustaban mucho los pastelitos, no sé. —Rory, ¿Jenna preguntó por mí después de nuestra visita? — Bobby pregunta, guiñándome un ojo. Cuando los chicos visitaron Honey Acres para el cumpleaños de Russ, nos dimos cuenta de que Bobby y Kris habrían estado en el campamento al mismo tiempo que yo. No nos acordábamos el uno del otro, por suerte, cosa que agradezco mucho porque probablemente estaba siendo molesta y dramática. Rasgos de carácter que me gustaría no revelarles hasta que ya les caiga bien. —¿Quieres que te mienta para no herir tus sentimientos? — pregunto con cuidado. —Sí. Si es una opción, me gustaría que la tomaras siempre —dice Bobby. Antes de que pueda responder, Henry se me adelanta. —Eres muy bueno en el hockey. Los chicos juegan a pelearse y, mientras todos están distraídos, Russ me besa el cuello y me susurra al oído. —Lo estás haciendo muy bien. Te adoran. La calma se reanuda rápidamente y Bobby vuelve a mirarme en busca de confirmación. Asiento con entusiasmo. —Preguntó absolutamente por ti. Cuando le conté a Jenna que Bobby llevaba mucho tiempo enamorado de ella, su respuesta fue poco feliz: «Fantástico. Me encanta cuando la gente vuelve como adultos y quieren follarme como si no los hubiera cuidado literalmente de niños. —Hizo una fuerte y dramática arcada—. Odio a los hombres». —Tal vez trabaje allí el año que viene —dice Bobby, para desaprobación de sus amigos. —Espero que se te dé mejor arreglar retretes que a Russ —me río. *** Descubrir cuánto le gusta a Russ tocarme cuando no hay ninguna regla que lo prohíba ha sido mi descubrimiento favorito desde que volví a Maple Hills. Mi cerebro está agotado tratando de reprimir mi instinto natural de compartir más de la cuenta y, a pesar de ser una persona algo segura de sí misma, la presión para asegurarme de gustarle tanto a la gente a la que Russ quiere es intensa. La fiesta de inauguración de la casa «o de bienvenida, según se mire», no es tanto una fiesta como un día relajado en el que pasamos tiempo juntos. Es necesario después de un par de días dramáticos, y me encanta ver cómo Russ me tranquiliza. Me tomo un descanso de la acción para hacer una videollamada a Emilia y Poppy en el patio trasero. Las dos son muy fans de mi tienda y no pueden creer que convenciera a Russ para que durmiera en ella conmigo. Estoy segura de que Russ cosería una tienda de campaña desde cero si pensara que eso me haría feliz. Se abre la puerta de atrás y aparece JJ, que me ve sola en una silla. Se acerca, con las manos en los bolsillos, y se sienta frente a mí. —Poppy y Emilia te mandan saludos —le digo. —Vi la historia de Emilia. Parece que se divierten. —Esto parece muy formal —digo torpemente, removiéndome en el asiento. Protejo mis ojos de la luz del sol e intento concentrarme en el rostro serio de JJ—. ¿Me vas a dar un sermón? ¿Una charla? ¿Un consejo de vida? Oh Dios, la divagación ha vuelto. —Un agradecimiento. Esto es lo más feliz que he visto a Russ en los dos años que lo conozco. Las mariposas que viven en mi estómago bailan felices. —A mí también me hace feliz. Gracias por enseñarle a fingir confianza el tiempo suficiente para que hablara conmigo aquella noche. —Gracias por dejarlo verse como nosotros lo vemos. —Esto se puso jodidamente profundo —digo—. Creo que prefiero que me hagas hacer retos Jenga. —Sí, fue un poco innecesariamente emocional, ¿no? Estoy probando esto de la madurez, no creas que se me va a pegar. —Se levanta y me tiende la mano para que yo también me levante—. ¿Te interesa que te presente a los borrachos Hungry Hippos? De vuelta a casa, JJ anuncia que quiere jugar al nuevo juego y desaparece para buscar lo que necesita. Al entrar en la cocina, veo a Russ sacando dos vasos del armario. —Para, ladrón. —Deja los vasos sobre la encimera y se apoya en ella con los brazos cruzados. —¿Yo soy el ladrón? —Me resultas familiar. ¿Has robado aquí antes? Alarga la mano y me acerca, me levanta la barbilla y me besa de una forma que hace que me tiemblen las rodillas. No necesito buscar validación ni atención, porque tengo todo lo que necesito aquí mismo, con este hombre. —Cuéntame un secreto, Callaghan. —Me aparta el pelo de la cara, mirándome como si fuera lo único que ve en este mundo. Ni siquiera duda. —Me estoy enamorando de ti, Aurora. Diez millones de mariposas. —Yo también me estoy enamorando de ti. Nueve años después —Creo que me voy a poner enferma. —Aurora se agarra el estómago y gime dramáticamente. Le paso el brazo por los hombros y la acerco hasta besarle la cabeza. Me he pasado las últimas seis semanas tranquilizándola y ahora solo le estoy dando cariño porque, de todas formas, no me hace caso—. Ha sido una idea horrible. ¿Por qué me dejaste hacer esto? —¿Qué pasó con «Aurora Callaghan no tiene malas ideas» y «¿Cuándo me he equivocado?» o… —Bien, bueno —dice ella—. Ya has dado tu punto de vista. — Aurora se coloca delante de mí, apoyándose contra mi pecho, mientras los dos miramos fijamente el cartel de «Happy Ending» que hay sobre la puerta de la librería—. ¿Y si nadie quiere comprarme libros porque no soy un negocio familiar? —Somos una empresa familiar. Lo escribiré en la ventana con un Sharpie si quieres. —No estoy segura de que tú, yo y los animales contemos como un negocio familiar. Aprieto los labios contra su cuello y me ahogo en el dulce aroma de su perfume. Odio lo fuerte que le late el pulso. La nerviosa Rory es la versión de mi mujer que menos veo, pero comprar la vieja librería de Meadow Springs le ha dado muchas cosas por las que estar nerviosa. —Me parece que ese tipo de reclamación nos va a llevar ante la Comité de Compromisos de Mejoras de la Ciudad y Otros Anuncios Importantes. —La Sra. Brown se moría de ganas de que volviéramos allí después de perder la votación sobre el cambio de nombre —le respondo. Al parecer, Happy Ending suena como un salón de masajes eróticos, y solo invitará a inadaptados y desviados a la ciudad. Quise argumentar que un inadaptado y una desviada compraron la tienda, pero Jenna recalcó que la CMSCMCOAI no era un lugar para bromas. Cuando Jenna tomó las riendas de Honey Acres de manos de su madre hace dos años, el comité del caos y el sinsentido le exigió que hiciera una presentación empresarial, a pesar de que la conocen desde que nació y ha formado parte del comité durante los últimos quince años. Hizo algunos chistes sobre dicha historia para aligerar el ambiente, lo que, sorprendentemente, hizo todo lo contrario. Rory suspira pesadamente. —Planeo promover el pecado; no estaba totalmente equivocada. —Espera a que se entere de la entrega del jacuzzi —le digo, empujándola suavemente en dirección a su nuevo negocio. Trasladarnos a Meadow Springs no fue una decisión difícil; siempre ha sido especial para nosotros, sobre todo después de trabajar juntos tres veranos en Honey Acres. ¿Qué puedo decir? Realmente es como un gran museo acogedor para tomar el té. Aurora estaba cansada de su trabajo en el equipo de ventas de una pequeña editorial y desesperada por salir de la ciudad. Entonces me ascendieron en la empresa de ingeniería para la que trabajo, y el nuevo puesto remoto solo me exige viajar un par de veces al mes, así que empezamos a empaquetar nuestras cajas para empezar nuestra nueva vida. Después de que Jenna nos vendiera el terreno y la casa encantada donde tuvimos nuestra primera cita, hemos pasado los últimos dieciocho meses convirtiéndola en la casa de nuestros sueños. La cantidad de terreno ha dado a Aurora grandes ideas para todos los animales que ahora podemos rescatar. Aunque me negué a tener un cachorro cuando Aurora me dijo que Fish iba a tener otra camada «en mi defensa, acabábamos de salir de la universidad», un día volví a casa de un viaje de trabajo y me encontré no una, sino dos bolas de pelo doradas en el salón, apropiadamente llamadas Tuna y Flounder. Inmediatamente le echó la culpa a Anastasia, que al parecer la había convencido después de tener a su hermana Bunny. Desde entonces he dicho que no, pero he acabado teniendo a: Neville, un border collie rescatado con predilección por la televisión diurna; Mary-Kate y Ashley, dos gatas negras que, aunque han pasado tres años desde que las rescatamos, todavía no puedo distinguir; y nuestra última adopción, Beryl, una cerda que no puede decidir si es un perro o un gato, pero que definitivamente cree que no es un cerdo. Aurora tenía muchas ganas de que vinieran hoy para la inauguración de su librería, pero le sugerí que soltar a tres perros, dos gatos y un cerdo entre sus nuevos vecinos quizá no fuera la mejor idea. Ella replicó que se comportaron en nuestra boda, a lo que yo respondí que no estoy seguro de que Jenna oficiando en nuestra terraza trasera mientras Emilia bebía un margarita pueda considerarse una boda. Afortunadamente, gané esa discusión. El timbre tintinea sobre nuestras cabezas cuando cruzamos la puerta recién pintada, y la tienda que antes era oscura y mohosa ahora es luminosa y reavivada. —Sé que lo he dicho un millón de veces, pero tu padre se ha lucido con esto —dice mientras pasa la mano por las nuevas estanterías de madera. Asiento con la cabeza. Papá ha trabajado sin parar durante semanas para asegurarse de que todo este lugar tenga exactamente el aspecto que Rory quiere. Le ha dibujado boceto tras boceto, le ha hecho muestra tras muestra y, en un momento dado, estoy seguro de que hicieron juntos un tablero de visión digital. Era extraño vivir con él los días laborables que estaba aquí trabajando, sobre todo porque no vivía con él desde que era estudiante de primer año. Se había ofrecido a quedarse en un hotel de la zona, pero Aurora insistió en que se quedara con nosotros. Al principio estaba nervioso, inseguro de cómo irían las cosas a pesar de que nuestra relación era mucho mejor que hace tantos años. Creo que lo más extraño para mí fue empezar a echarle de menos los fines de semana, cuando volvía a Maple Hills. Le dijimos que no tenía por qué irse y que mamá podía venir a vernos, pero ahora es padrino de Jugadores Anónimos, así que le gusta estar cerca por si alguna de las personas a las que ayuda a superar su adicción necesita su apoyo. Creo que Rory también necesitaba una figura paterna que la ayudara, dada la ausencia de su propio padre. Oí a papá tranquilizarla más veces de las que puedo contar mientras se quedó con nosotros. Mis padres aman a mi esposa, tanto que solo me gritaron una vez por nuestra boda espontánea y sin invitados. Estaban felices de que por fin fuera oficialmente su hija. Los tacones de Aurora chasquean contra el suelo de madera mientras recorre los pasillos en busca de algo que la aterrorice. La sigo, caminando despacio con las manos en los bolsillos, escuchándola resoplar y resoplar por lo que es una librería perfecta. —Cariño… —No me vengas con zalamerías —refunfuña, girándose para mirarme. Pone las manos en las caderas y hace un mohín—. Tú hiciste esto, Russ Callaghan. Me dijiste que podía tener mi propio negocio. Nada menos que una librería. Ni siquiera un bar o un club de striptease o algo en lo que pudiera ser buena… Lo que iba a decir muere cuando cierro el espacio que nos separa, cojo su cara entre mis manos y aprieto mi boca contra la suya. Su cuerpo se funde conmigo y la tensión se disipa a cada segundo que pasa. Le acaricio la nuca con las manos y apoyo la frente en la suya. —Eres la mujer más capaz que he conocido en mi vida. No hay nada que puedas sugerir que yo no apoyaría. Estaré ahí para cogerte de la mano en todo, Ror, pero no me necesitas. Nunca me has necesitado para ser increíble. Tu. Simplemente. Lo eres. Y te amo más de lo que puedo expresar con palabras. —Yo también te amo. —Me rodea el cuello con los brazos y sus grandes ojos verdes se clavan en los míos—. Esta es nuestra última oportunidad a solas en todo el fin de semana. Cuéntame un secreto, Callaghan. Los secretos no existen entre nosotros. He pasado tantos años con Aurora que su capacidad para compartir más de la cuenta se me ha pegado un poco. —Me comí tus Cheetos la semana pasada. No fue Neville. Me miró con tanto juicio cuando le eché la culpa que me sentí culpable como por tres días. Esos ojos que tanto me gustan giran extra dramáticamente. —No me digas. Tenías polvo de naranja por toda la cara. Inténtalo de nuevo. Lo que me desconcierta es volver a intentarlo. Como si esperara que yo admitiera algo concreto, algo que ella ya sabe, que no es como funciona este juego. Nuestros amigos y vecinos llegarán pronto para la inauguración, pero ella sigue mirándome expectante. Y es entonces cuando me doy cuenta. Ella lo sabe. —Oh, mierda. —La comisura de sus labios se tuerce en una mueca—. Invité a tu madre y se me olvidó decírtelo. —Oh mierda es cierto, porque sí, lo hiciste. —¿Cómo lo has sabido? —Porque me llamó para confirmar que serviría buen champán. *** —Pensaba que había escapado de que me obligaran a ir a librerías con Aurora —suspira Henry, con los ojos escrutando las altas estanterías de caoba repletas de libros nuevos—. Y sin embargo, aquí estoy. Otra vez. Aurora quería que el rincón de los niños estuviera pintado como la aurora boreal, así que recurrió a su artista favorito «y posiblemente la única persona que conoce capaz de hacerlo» para que la ayudara. La pintura se le daba bien. Lo que le gustó fue ayudar a hacer los cientos de estrellitas de origami que colgarían del techo. —Aquí estamos los dos. —Le doy un codazo en el hombro—. Gracias por traer esas ediciones firmadas, hombre. Aurora agradece que estés aquí. Los dos lo agradecemos. —Está bien; significa menos libros en mi casa. Habría venido, pero es un poco lejos con el bebé y… —¿Y yo qué? Los dos miramos a la niña posada en la cadera de Henry, aferrada a él como si fuera su juguete favorito, que es más o menos lo que es. —Sí, Mila. Nosotros también estamos muy contentos de que estés aquí. Sonríe alegremente, lo que me recuerda que cuanto mayor se hace, más se parece a Stassie. —Tío Henry, ¿puedo tomar ya mi helado? Han pasado los cinco minutos obligatorios. Henry la pone de pie y le da un codazo para que se aleje. —Ve a pedirle dinero a tu padre. —¿Cinco minutos obligatorios? —pregunto mientras la veo chocar contra las piernas de Nate, gritándole su petición. Nate hace una pausa en su conversación con Emilia, suspira y saca la cartera, frunce el ceño y mira a Henry desde el otro lado de la habitación mientras deposita unos billetes en la palma de la mano de su hija. —Cinco minutos obligatorios de socialización —dice Henry. Ahogo una carcajada con el café y Mila vuelve corriendo hacia nosotros. —Dice que tengo que traerles un poco a los gemelos también, pero están durmiendo la siesta, así que no creo que lo necesiten y deberíamos traer más para nosotros. —Eso suena razonable. Vamos, chica. —Se levanta para coger la mano de Henry y los dos se dirigen en dirección a la heladería, The Little Moo, dejándome a mi suerte. Todavía no me gusta ser el centro de atención, y doy gracias de que hoy se trate de Aurora. Una mezcla de clientes y amigos se esparcen por la sala, cada uno escudriñando las estanterías, charlando entre sí. Veo a JJ y Alex hablando con mis padres, a Stassie meciendo un cochecito doble mientras habla con Jenna, a la señora Brown inspeccionando intensamente la sección romántica. Lo que no hace mucho era una librería vieja y olvidada ahora parece llena de vida. Sé que mi suegra está por aquí, así que evito nuestro inevitable encuentro durante el mayor tiempo posible manteniéndome ocupado, haciendo fotos a todo el mundo como me enseñó Aurora. Es entonces cuando tomo la mejor: Aurora, detrás de la caja registradora con una sonrisa de oreja a oreja, vendiendo un montón de libros a alguien. La luz que entra por las ventanas la hace prácticamente resplandecer. Inmediatamente me siento abrumado por su belleza, y por el sentimiento de orgullo de haber hecho todo esto ella misma. Me ve mirándola mientras su cliente mira hacia abajo, palmeándose el cuerpo para encontrar la cartera. Le digo «Te amo» y ella me responde. Le digo: «Estoy muy orgulloso de ti» y ella me responde algo parecido a: «Estoy orgullosa de lo bueno que estás». Es el momento en que toda la mudanza, todas las renovaciones, todo el trabajo en calzoncillos porque no encontraba la caja con nuestra ropa parece haber merecido la pena. Todo nos trajo aquí, a ser tan felizmente feliz. Después de otra hora, me doy cuenta de que no podré trabajar desde la tienda como tenía pensado. No conseguiré hacer absolutamente nada de trabajo si estoy todo el día mirando a mi mujer. Rory es natural, como sabía que sería, y cada cliente hace que se relaje un poco más. Cuando la fiesta de inauguración empieza a terminar y ella se aleja de detrás de la caja registradora, alguien, probablemente JJ, grita: —¡Discurso! —Todos observamos atónitos cómo acepta una copa de champán y la devuelve rápidamente. Sarah hace un gesto de desaprobación, pero Aurora es experta en no escuchar las quejas de su madre. —Es por coraje. —Se ríe—. Um… Me abro paso entre la gente que se ha reunido a su alrededor para que pueda verme de frente. Sus hombros se relajan y sus ojos se clavan en mí. —Gracias a todos por estar hoy aquí. De verdad, gracias. No me lo puedo creer. Sé que muchos de ustedes han viajado un largo camino, y he prometido a los que se quedan con nosotros panqueques en la mañana, y esta es mi manera de decirles que soy realmente terrible haciendo panqueques. —Realmente lo es—. Gracias a la gente de Meadow Springs por acogernos en su comunidad. Sé que no fue fácil al principio, pero Russ y yo nos sentimos como en casa aquí. Para todos los que no lo sepan, hace muchos años, hice una broma sobre abrir un club de striptease aquí. Al parecer, nadie lo olvidó. Todos en la sala se ríen, y por el rabillo del ojo veo a la señora Brown murmurando algo a John desde una de las tiendas de bolos. —Gracias a todos los que ayudaron a preparar la tienda. A mi maravilloso suegro por dedicar todo su tiempo a asegurarse de que las cosas estuvieran perfectas; a mis amigos por ayudarme a deshacerme de ese horrible color magnolia y por ayudarme a hacer cientos de pequeñas estrellas. Gracias a mi madre por enviarme listas cuidadosamente seleccionadas de libros que debería comprar. »Dios, esto se está convirtiendo en un discurso de Oscar. Voy a terminar. No es ningún secreto que me encantan los libros. Me encantan las historias sobre gente que no conozco y lugares en los que no he estado. He vivido mil vidas entre mil páginas, pero ninguna historia, ninguna vida, ninguna página me ha hecho tan feliz como tú, Russ Callaghan. —Todo el mundo se queda boquiabierto, y siento que las puntas de mis orejas se vuelven rosas—. Antes de conocerte, no me había planteado cómo sería mi final feliz. No estaba segura de tener uno. Tú eres mi final feliz, Russ. Me enamoré de ti en Meadow Springs, y verte ayudar a construir nuestra vida aquí ha hecho que me enamore de ti un millón de veces más. Gracias por darme una vida que parece demasiado buena para ser verdad. Gracias por dejarme traer animales a casa incluso cuando dices que no. Gracias por dejarme vivir mis sueños cada día. Quiero correr hacia ella y besarla hasta que sus labios se pongan rosados, pero ahora es su trabajo y no quiero avergonzarla. En lugar de eso, alzo mi copa en su dirección. —Por los finales felices. Levanta su copa. —Y mascotas ilimitadas. —No —respondo inmediatamente, pero ya es demasiado tarde. —Por los finales felices y las mascotas ilimitadas —resuena la sala. Hannah es una autodenominada autora inglesa de "libros de consuelo esponjosos", que escribe predominantemente novelas románticas para adultos y contemporáneas desde su casa en Manchester. Cuando no está describiendo los ojos de todos diez mil veces por capítulo, dando accidentalmente el mismo nombre a varios personajes o usando dichos en inglés en su libro estadounidense que nadie entiende, puedes encontrarla pasando el rato con su esposo y dos perros, Pig y Bear.