Subido por Andrés Donoso

DIGNIDAD editorial

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SOBRE LA DIGNIDAD
“Mejor tener hambre de pie que comer de rodillas”
Desde la declaración de los Derechos Humanos de 1948 se afirma la
dignidad intrínseca de cada ser humano. Naturalmente todos quienes
apreciamos la vida asumimos esto, consentimos en el respeto universal que
merece la existencia. Es decir, que por el mero hecho de nacer ya somos
dignos. Llevamos en cada uno el tesoro más magnífico y milagroso: el don de
la vida, cualidad que por sí sola despierta respeto. Todo espíritu sano venera
la vida. En los templos orientales no se mata ni un gusano, las tradiciones
americanas saben agradecer y amar la tierra, concebida como madre de
todos
los
seres,
es
decir
sinónimo
de
vida.
Por otro lado, todo derecho conlleva algún deber. Todo tiene su
contrapartida, es la ley del equilibrio. La dignidad la portamos, es cierto, pero
también hay que merecerla, en el sentido de estar a la altura. Nos colocamos
a la altura cuando nuestros pensamientos unen en vez que separan, nos
merecemos la dignidad cuando nuestro corazón prefiere la bondad al odio,
tenemos el mérito cuando nuestros actos no transgreden los derechos de los
otros, somos justos cuando no dañamos ni quitamos a otros sus méritos ni
sus libertades. Somos dignos y merecemos este título cuando a su vez
consideramos a otros dignos y no dejamos que las circunstancias empañen
la visión más diáfana sobre lo que son y lo que somos. Si renunciamos a
desarrollar nuestra mente y adquirir conocimiento, si escogemos sufrir en vez
de considerar la vida una dichosa aventura, si nos arruinamos consumiendo
nuestras fuerzas físicas en actividades malignamente ociosas, y si escogemos
los goces más bajos y efímeros en vez de anhelar los altos vuelos del espíritu,
estamos tirando nuestra dignidad a la basura. Sï, podemos perder la dignidad
rápidamente, de un momento a otro. ¿cómo conservarla entonces? ¿cómo
sostenerla junto a nosotros?
Si amamos la vida debemos exaltarla desplegando nuestras más bellas
virtudes y posibilidades. Si amamos la vida llevaremos nuestra mente hasta
las regiones más lejanas y misteriosas; alojaremos en nuestro corazón la
compasión más extraña y preciosa, nuestros nervios serán recorridos por una
energía insospechada y placentera, conquistaremos sensaciones y
percepciones
inauditas,
amplificaremos
nuestra
batería
interna,
descubriremos el extraordinario rendimiento de nuestra musculatura,
conoceremos poderes personales hasta ahora desconocidos. Si amamos la
vida imitaremos a la naturaleza que jamás está ociosa, experimentaremos un
entusiasmo permanente, nos sentiremos cada día más dichosos más listos,
más activos y más preparados, alcanzaremos una longevidad plácida, vivir
nos será liviano, agradeceremos el milagro y encarnaremos la suposición
inicial: seremos dignos hijos de la vida.
Para vivir la dignidad debemos extender y expresar todos nuestros
potenciales de vida, decidir deliberadamente emplear y explotar nuestros
talentos y facultades en pos de una armonía superlativa.
Somos dignos cuando merecemos lo que logramos, cuando
admitimos una derrota honorable en vez de buscar una victoria con
maniobras obscuras. La dignidad lleva en sí una profundidad que para un
espíritu tosco es imperceptible. Alcanzamos la dignidad cuando buscamos
ser en vez de parecer. Cuando la victoria es alcanzada merced a unos
esfuerzos limpios, geniales y heroicos, capacidad latente en todos.
Si aceptamos estar a la altura de la dignidad con que la vida nos
bendice, este halo se extenderá en todas direcciones: estableceremos
relaciones dignas con los otros, nos rodearemos de personas que a su vez se
conducen bajo idénticos principios, nuestro rostro reflejará estas luminosas
corrientes subterráneas que nos impulsan, sabremos mirar con la dignidad
que nos anima y cosecharemos similares reconocimientos. Nos emplearemos
en una labor y misión digna, firmaremos contratos dignos, a lo que le seguirá
una remuneración digna por nuestro propio mérito. Viviremos con honor, el
cual también irradiaremos para así construir una sociedad digna por hechos
y no sólo por derechos.
¨Por otro lado, el sentido de dignidad enriquece poderosamente
nuestro carácter. Consiste en una fuerza incombustible que nos sostiene en
el camino del honor personal, es nuestro escudo contra la tentación de
transar o de “venderle el alma al diablo” cuando la adversidades nos acosen.
El horror de perderla nos mantiene en la senda correcta, nos recuerda que no
todo es relativo, que no todos los medios son legítimos, nos recuerda que
ningún triunfo justifica maniobras espurias, que es un muy mal negocio
renunciar a los valores y principios esenciales.
Dignidad es vivir sin traicionar y sobretodo sin traicionarse. Cuando esta
sea la divisa de nuestra existencia, nuestro valor habrá aumentado,
conoceremos un fulgor que los condescendientes ignoran, seremos la
dignidad misma y no un mero título ni una declaración vana: alcanzaremos
una gloria nítida, constante y dichosa cuales sean las circunstancias.
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