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BLANCO, ERNESTO - Los Rolling Stones y la Ciencia [por Ganz1912]

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Blanco, Ernesto
Los Rolling Stones y la ciencia.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo
Veintiuno Editores, 2018.
Libro digital, EPUB.- (Ciencia que ladra… serie Clásica / dirigida
por Diego Golombek)
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-629-889-6
1. Ciencia. 2. Estudios. I. Título
CDD 507.2
© 2018, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.
<www.sigloxxieditores.com.ar>
Ilustraciones de portada: Mariana Nemitz
Diseño de portada: Peter Tjebbes
Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo
XXI Editores Argentina
Primera edición en formato digital: noviembre de 2018
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN edición digital (ePub): 978-987-629-889-6
Ernesto Blanco
Los Rolling Stones y la ciencia
¡No es sólo rock and roll!
Índice
Tapa
Índice
Portada
Copyright
Este libro (y esta colección)
Agradecimientos
Dedicatoria
Introducción
1. La música amansa a las fieras (¿o no?)
2. Cuando todo se vuelve oscuro
3. Satisfacción
4. Simpatía por el diablo
5. Cuestiones de abogados: ¿Beatles o Stones?
6. Neurocirugía barata y zapatos de goma
7. El club de los 27
8. No siempre puedes conseguir lo que quieres
9. Los conspicuos labios de Jagger
10. ¿Cantos rodados o piedras movedizas?
11. A 2000 años luz de casa
Epílogo
Bibliografía comentada
Acerca del autor
Este libro (y esta colección)
¿Qué tal se siente?
¿Qué tal se siente
Estar abandonado a tu suerte
Sin vuelta a casa,
Ser un completo desconocido,
Como una piedra que rueda?
Bob Dylan, “Like a Rolling Stone”
No puedo obtener satisfacción. Quizá tenga que ver con mi
cerebro, cuyos circuitos de placer y recompensa están saturados,
casi como ocurre con la tolerancia a las drogas adictivas. ¿Será que
la música es una droga adictiva? ¿O la ciencia? Me pregunto cómo
estudiar la satisfacción, qué experimentos realizar, cómo medir los
cambios en los circuitos cerebrales que causan el deleite, la euforia,
el bienestar.
Aunque una cosa es cierta: no siempre se puede obtener lo que
se quiere. Y eso, más que falta de satisfacción, es el sentimiento de
frustración que conocemos de cerca cuando las cosas salen mal, o
al menos de manera diferente de lo que esperábamos. Quizá todo lo
que hacemos se base en comparaciones: establecemos un umbral,
un límite contra el cual chequear nuestros resultados. Si logramos
superar el umbral, al menos por un rato tendremos la satisfacción de
que brille una luz, que alguien nos diga enciéndeme, en fin, que la
vida nos sonría y por un rato seamos verdaderos caballos salvajes.
Pero cuando todo se pinta de negro, cuando pedimos que nos
den sombra, a medida que las lágrimas caen, el mundo se marea y
no hay ciencia que pueda salvarnos. Queremos que todos salgan de
nuestra nube, y hasta estamos dispuestos a hacer un pacto, sólo
como ejemplo de nuestra simpatía por el diablo.
Y así podríamos seguir durante páginas y horas, descubriendo
versos y canciones que llevamos dentro, que forman parte de
nosotros y se nos aparecen sin aviso previo, fraseos, armónicas y
guitarras rítmicas que reconoceríamos aun en estado de coma. Son
los Rolling Stones, sus majestades satánicas, la banda de rock más
grande y longeva del mundo. Sí: esos muchachitos llamados Mick,
Keith y Charlie –junto con otros amigos que entraban y salían con
los años– que desde 1962 (¡1962!) vienen alterando a varias
generaciones de jóvenes.
Pero… ¿y la ciencia? ¿Tendrá que ver con el pasado de Mick
Jagger en la Escuela de Economía de Londres? ¿Con las lecturas
de Keith Richards o los experimentos del malogrado Brian Jones?
Eso mismo: ¿qué tienen que ver los Rolling Stones con la ciencia?
Para el lector de Ciencia que Ladra ya es un hecho conocido que
esa mirada entusiasta y curiosa que llamamos “ciencia” está en
todos lados, del baño al fútbol, de la cocina al concierto. Y la ciencia
rolinga no es una excepción… aunque para conocerla nos haga falta
un manager, como el Andrew Loog Oldham que los descubrió y
emparentó con esos otros muchachitos, los Beatles. ¿Y qué mejor
manager que un físico-músico-superhéroe, quien ya nos adentró en
lo científico que puede haber en los cuatro muchachos de Liverpool
que cambiaron el mundo?
Sí, nuestro conocido Ernesto Blanco vuelve a la carga con sus
rocanroles y sus fórmulas, sus guitarras y sus análisis. Allí donde a
primera vista sólo hay nubes, acordes y distorsiones, él encuentra
los colores, las ondas, la evolución, las siete (o más) vidas de
Richards explicadas desde el más puro raciocinio.
Cuando creíamos que ya todo estaba dicho y escuchado sobre
los Stones… llega la mirada científica que ilumina aspectos
desconocidos y oscuros de la banda, para disfrutarlos, quererlos y
hasta entenderlos un poco más.
Es sólo rock and roll. Y un poco de ciencia.
Esta colección de divulgación científica está escrita por
científicos que creen que ya es hora de asomar la cabeza por fuera
del laboratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la
profesión. Porque de eso se trata: de contar, de compartir un saber
que, si sigue encerrado, puede volverse inútil.
Ciencia que ladra… no muerde, sólo da señales de que cabalga.
Diego Golombek
Agradecimientos
A Diego Golombek, por recibirme de muchas maneras y por su
luminoso ejemplo.
A Marisa García y al equipo editorial de Siglo XXI, por haber
vuelto a crear juntos.
A Mario Gadnich y al equipo de librería América Latina, por
acercar esta colección (y a este autor) a los lectores en Uruguay.
A la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República y a
la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, por el apoyo a
mis tareas de investigación, docencia y comunicación de la ciencia.
A los compañeros que integraron las distintas formaciones de la
banda con la que brindamos los espectáculos de ciencia y música
en vivo, en los que hablamos también de la ciencia de los Rolling
Stones: Sebastián Sensale, Washington Jones, Valentina
Sancristóbal, Ismael Acosta, Joaquín Acosta, Darío Briganti, Ernesto
Acuña (quien sugirió la idea que dio lugar al capítulo sobre “Paint It
Black”), Matilde Fernández, Noel Abella, Flavia López, Anaki
Guzmán (quien propuso ejemplos sobre disonancia para el capítulo
“Simpatía por el diablo”), Cynthia Moraes, Vanina Soldevilla, Franco
Vairoletti, Rodrigo Ivagnes, Franco Cetinic y Ludmila Tukic, por lo
que aprendí y compartimos.
A Lara Yorio, por ayudarme a continuar con la escritura en
momentos difíciles y por la recopilación de información necesaria
para el capítulo “A 2000 años luz de casa”.
A mis padres, todo el tiempo y cada vez un poco más.
A Sele, Sofi y Kari, por apoyarme siempre, por la lectura
amorosa y crítica de los primeros manuscritos de este libro y por
compartir muchas de las alegrías de este viaje (incluido el recital de
los Rolling en Montevideo, en febrero de 2016).
A los Rolling Stones (en el sentido más amplio).
A “my ragged company”, cualquiera fuera o sea, y a todos los
lugares del continuo espacio-tiempo en que habite.
Introducción
Los Rolling Stones, al igual que los Beatles, se formaron como
músicos de un modo autodidacta, lo cual los emparenta de alguna
manera con los científicos. Pero a diferencia de los de Liverpool, su
perfil musical los posicionó como “los rebeldes”. Las letras de sus
primeras canciones eran extremadamente directas para la época y
apelaban a nuestro costado más íntimo e instintivo. Títulos como “I
Just Want to Make Love to You”, “I Can’t Be Satisfied”, “Heart of
Stone”, “Street Fighting Man” o “Back Street Girl” marcan un claro
contraste con las correctas letras de las canciones de los Beatles.
Los Stones no tenían problemas para lidiar con lo socialmente
marginal, la sexualidad y la violencia. Después vendrían grandes
éxitos (que analizaremos en este libro) como “Simpathy for the
Devil”, “Satisfaction” o “Paint It Black”, que le hablan a nuestro
costado más rebelde. Además, la fidelidad a la raíz musical del
blues y la desenfadada presencia en el escenario de su vocalista (y
de todos sus integrantes en la vida cotidiana) decían cosas bien
distintas a las que transmitían los muchachos de Liverpool. Y en eso
también hay algo de ciencia: los mejores trabajos científicos, como
las revoluciones culturales (¿no son parte de la misma cosa?),
suelen nacer de las fisuras que se encuentran en lo establecido. Allí
es donde, desde el comienzo, golpearon los Rolling Stones.
En su autobiografía, Keith Richards habla específicamente de su
relación formal con la ciencia:
El profesor había puesto una marca que abarcaba a todas las
asignaturas de ciencias, y el panorama no podía ser más desolador:
para todas y cada una de ellas había escrito el mismo comentario
descorazonador: “No avanza”; no avanzaba ni en matemáticas, ni
en física ni en química. […] Las notas de ciencias eran un relato
abreviado de la gran traición de que fui víctima y de cómo pasé de
ser un alumno relativamente aplicado a convertirme en uno de los
terroristas de la escuela, en un delincuente dominado por una
intensa y duradera furia dirigida contra la autoridad. […] Dibujo
técnico, física, matemáticas… Todo me producía grandes bostezos
porque, por mucho que intentaran explicármelo, por más que
intentaran meterme el álgebra en la cabeza, yo sencillamente no lo
entendía, y tampoco veía motivo alguno para entenderlo. No iba a
estudiar aquello salvo a punta de pistola, si me amenazaban con un
látigo y me tenían a pan y agua. Lo habría aprendido, habría sido
capaz de aprenderlo, pero algo en mi interior me decía que no me
iba a servir de nada y que si quería aprenderlo algún día podría
hacerlo solo.
Y, aunque parezca extraño, su declaración tiene mucho en
común con lo que han manifestado científicos muy particulares,
como Richard Feynman y Albert Einstein. El tema de la rebeldía
contra la autoridad nació temprano en el propio Albert, quien
también cuenta en su autobiografía:
A través de la lectura de libros de divulgación científica me
convencí en seguida de que mucho de lo que contaban los relatos
de la Biblia no podía ser verdad. […] De esta experiencia nació la
desconfianza hacia cualquier clase de autoridad, una actitud
escéptica hacia las convicciones que latían en el ambiente social de
turno; postura que nunca volvió a abandonarme.
La sensación de hastío que le producía lo que debía aprender
obligatoriamente lo acompañó incluso cuando estaba estudiando
física y matemáticas en la Escuela Politécnica de Zúrich:
Para los exámenes había que embutirse todo ese material en la
cabeza, quisieras o no. Semejante coacción tenía efectos tan
espantosos que, tras aprobar el examen final, se me quitaron las
ganas de pensar en problemas científicos durante un año entero.
[…] Es grave error creer que la ilusión de mirar y buscar puede
fomentarse a golpe de coacción y sentido del deber. Pienso que
incluso a un animal de presa sano se le podría privar de su
voracidad si, a punta de látigo, se lo obliga continuamente a comer
cuando no tiene hambre, y sobre todo si se eligen de manera
conveniente los alimentos así ofrecidos.
La desconfianza respecto a la autoridad le permitió a Albert
Einstein ir más allá de la venerada mecánica de Newton al no
someterse ni a semejante figura legendaria.
Si volvemos al testimonio de Keith, otra cuestión que genera una
enorme simpatía es su convicción de que él podría aprender álgebra
solo, si alguna vez le resultaba necesaria. No hay dudas de que así
sería, y no sólo para él, sino para la inmensa mayoría de las
personas. Vean, si no, lo que dijo el Premio Nobel de Física Richard
Feynman sobre la enseñanza del álgebra:
Mi primo, que era tres años mayor que yo, estaba haciendo el
último año de secundaria. El álgebra le resultaba de una dificultad
considerable, por lo que fue preciso ponerle profesor particular. A mí
me dejaban quedarme sentado en un rincón mientras el profesor
trataba de enseñarle álgebra a mi primo. Yo los oía hablar de “x”.
Le dije a mi primo: “¿Qué tratas de hacer?”.
“Estoy tratando de averiguar cuánto vale x, como en 2x + 7 =
15.”
Yo le digo: “Quieres decir 4”.
“Sí, pero tú lo hiciste por aritmética. Hay que hacerlo por
álgebra.”
Aprendí álgebra pero, afortunadamente, no fue yendo a la
escuela, sino porque descubrí un viejo texto escolar de mi tía allá en
el ático, gracias al cual comprendí que lo importante es averiguar
cuánto vale la x, y que es indiferente cómo se haga. Para mí no
había diferencia entre hacerlo “por aritmética” y hacerlo “por
álgebra”. “Hacerlo por álgebra” consistía en aplicar un sistema de
reglas, que seguidas ciegamente producían la solución. […] Las
reglas habían sido inventadas con el fin de que todos los niños que
tienen que estudiar álgebra puedan aprobarla. Y por eso mi primo
nunca fue capaz de hacer cálculos algebraicos.
Seguramente Keith estaba en lo cierto al confiar en el método
autodidacta de Feynman, método que él mismo siguió con la
música. Además Richards es un gran lector y poseedor de una
extensa biblioteca. En una oportunidad tuvo el terrible honor de
terminar en el piso tapado de libros y con tres costillas rotas por
intentar alcanzar un tratado de anatomía de Leonardo da Vinci.
Por otro lado, su compañero Mick Jagger parece haberse sentido
mucho más cómodo con ese sistema de obligaciones y deberes (ya
tendría tiempo luego de liberarse en el escenario). No le iba nada
mal con las matemáticas, a tal punto que decidió estudiar Economía
y en 1960 obtuvo una beca para la prestigiosa London School of
Economics. Hay también un testimonio muy curioso que lo muestra
como alguien muy interesado en la ciencia (al menos por
momentos). Cuenta Philip Norman en su biografía de Jagger que
Christopher Gibbs, un anticuario, al conocer al vocalista de los
Stones en el año 1965 quedó cautivado y dijo:
Era encantador, muy divertido, y tenía una forma curiosa de
flirtear, sin carga erótica ni arrogancia. Yo nunca habría imaginado
que un cantante pop pudiera ser tan brillante y estar al corriente de
todo. Frente a mí tenía a alguien que leía New Scientist todas las
semanas y tenía opiniones inteligentes de cuanto había leído.
New Scientist es una revista semanal de divulgación científica
que se publica desde 1956 en Inglaterra. Es un excelente modo de
mantenerse al día tanto para aficionados como también para
científicos profesionales. Hoy en día cuenta con un servicio de
noticias en la web, para que los nuevos vocalistas de pop se
mantengan informados y con opiniones inteligentes.
Pero, en cualquier caso, es claro que los grandes aportes de los
Rolling Stones fueron musicales y sociales, y no científicos. De
todos modos podemos inspirarnos en ellos para nuestra próxima
revolución (aunque sea una pequeña y personal) y también mirarlos
desde la ciencia para verlos un poco distintos, tal vez aún más
interesantes y llenos de significado. Y seguramente nuestro
recorrido por algunos temas científicos será mucho más entretenido
si lo acompañamos con la música de los Rolling Stones. Come on…
1. La música amansa a las fieras (¿o
no?)
En 1967 Brian Jones, el guitarrista (y multiinstrumentista) de los
Rolling Stones, visitó en Gibraltar una colonia de monos, cuando iba
camino a reunirse con sus compañeros en Marruecos. Estaba
acompañado por dos de las mujeres más influyentes de la historia
de esta banda: Anita Pallenberg (en ese momento su pareja y luego
pareja de Keith Richards) y Marianne Faithfull (por entonces pareja
de Mick Jagger). En su autobiografía, Marianne cuenta un
interesantísimo “experimento”, realizado por Brian con aquellos
monos. Tal vez se sintió inspirado por la leyenda del flautista de
Hamelin:
Nos acercamos al grupo de monos muy ceremoniosamente y les
dijimos que íbamos a pasarles algunos sonidos maravillosos. Ellos
nos escuchaban muy atentamente, pero cuando Brian encendió el
grabador, parecían asustados y se dispersaron chillando. Brian
estaba muy disgustado. Se lo tomó como algo personal. Estaba tan
molesto por su reacción que se puso a llorar.
La música que Brian quiso compartir con estos primates no era
de los Rolling Stones, era una cinta con composiciones suyas para
la banda de sonido de una película protagonizada por Anita llamada
A Degree of Murder. Pero ¿por qué los monos reaccionaron tan
mal? ¿No es que la música calma a las fieras? ¿Habría tenido más
suerte con otro tipo de música? ¿Qué nos puede enseñar la ciencia
sobre esta experiencia?
Utilizar
grabaciones
para
realizar
experimentos
de
comportamiento animal es una metodología muy frecuente en
biología. El primer experimento con monos en el que se utilizaron
grabaciones de audio fue realizado por Richard L. Garner en 1891
en el zoológico del Central Park. Por medio de un fonógrafo
reprodujo los “saludos” de un grupo local de monos Rhesus a un
grupo de nuevos monos que llegaban al zoológico. Aparentemente,
los novatos respondieron a las grabaciones con gran entusiasmo.
Según los estudios de Charles Snowdon y David Teie, el efecto
en monos de la música humana es, sin embargo, muy distinto. Estos
investigadores consideraron la hipótesis de que el efecto emocional
de la música tiene que ver con las características de los sonidos que
se perciben en el útero materno durante el proceso de desarrollo del
sistema nervioso de un mamífero. Por ejemplo, un pulso repetido y
regular como el latido del corazón es una característica típica de la
música y también de los sonidos intrauterinos. La frecuencia de
repetición en la música humana normalmente está entre los 40 y
240 pulsos por minuto, una frecuencia que coincide
aproximadamente con los pulsos que un feto puede percibir en el
útero provenientes de actividades de la madre como la respiración,
el latido del corazón y los golpes del pie contra el piso durante la
locomoción. Por otra parte, la importancia de las notas musicales en
los humanos tendría su origen en la voz de la madre, que consiste
sobre todo en señales de frecuencia definida que proceden de la
emisión de las vocales durante el habla. Las propiedades acústicas
del útero atenúan los sonidos de forma diferente dependiendo de su
frecuencia. Debido a la absorción de los tejidos que lo rodean, las
frecuencias altas sufren más atenuación que los sonidos graves. Por
lo tanto, las consonantes del habla prácticamente no se escucharían
en el útero, mientras que la melodía formada por las frecuencias de
las vocales sería audible. Otro dato que apoya esta teoría es que el
rango de frecuencias de los instrumentos melódicos en una gran
variedad de culturas está entre 200 y 900 Hz,[1] que es el rango de
frecuencia típico de la voz de una mujer adulta.
De ser cierta su teoría, es de esperar que en especies cuyas
vocalizaciones y movimientos son distintos de los nuestros, la
música humana tenga un efecto muy diferente. Incluso sería posible
generar música específica para otras especies animales tomando en
cuenta estas diferencias.
Con esta idea en mente ambos investigadores decidieron
determinar qué características debería tener el rango de
frecuencias, el número de notas por minuto, el ritmo e incluso el
timbre para componer música adecuada para los monos tití de
cabeza blanca, una especie endémica de Colombia. Se propusieron
evaluar la respuesta de estos animalitos a diferentes composiciones
musicales, algunas pensadas para humanos y otras compuestas
especialmente para ellos. En el caso de la música humana utilizaron
dos canciones cuyas características sonoras despiertan emociones
de afiliación −el Adagio para cuerdas, de Samuel Barber y “The
Fragile”, de Nine Inch Nails− y otras dos vinculadas a emociones de
temor o amenaza −“Of Wolf and Man”, de Metallica y “The Grudge”,
de Tool−. Por otra parte, en las melodías compuestas para los titís
de cabeza blanca se usó un número mayor de notas por minuto (en
algunos casos casi el doble) y un rango de frecuencias entre 10 y 20
veces mayor, según las características naturales de las
vocalizaciones y los ritmos corporales de estos animalitos. Se
generaron con esas características cuatro composiciones para titís,
dos afiliativas y dos de temor o amenaza. ¿Qué ocurrió cuando los
titís las escucharon? ¿Les pasó lo mismo a Snowdon y Teie que a
Brian Jones con los monos de Gibraltar?
Para ver la reacción de los titís a la música se esperó a que
estuvieran calmados durante unos 5 minutos. Luego reprodujeron
un fragmento de treinta segundos de alguna de las composiciones y
observaron su comportamiento en los siguientes 5 minutos. Mientras
sonaba la música compuesta para ellos, no se notó ninguna
reacción particular de los titís. Sin embargo, en los 5 minutos
posteriores a la exposición a la música compuesta para ellos que
buscaba generar temor, mostraron un incremento significativo de su
movimiento, comportamiento de ansiedad y comportamiento social.
En cambio, en los 5 minutos posteriores la música afiliativa producía
una disminución del movimiento y comportamiento social y un
aumento del comportamiento de búsqueda de alimentos. Los titís
parecían estar reaccionando de forma adecuada a los objetivos de
la música compuesta para ellos, lo que demostraría que las ideas de
los investigadores no estaban muy erradas.
Pero ¿qué ocurrió con la música humana? En primera instancia
no hubo gran diferencia de comportamiento con un tipo u otro de
música humana, pero sí dos efectos interesantes. Primero, los
comportamientos de ansiedad se redujeron al escuchar la música
afiliativa humana y, segundo, el movimiento se redujo al escuchar la
música atemorizante humana. En otras palabras, escuchar a
Metallica parecía calmar a los titís, algo que contrasta con la
respuesta típica en los seres humanos (ponerse a saltar y sacudir la
cabeza… o algo así). Esto puede deberse a que estos animalitos
tienen un ritmo cardíaco muy elevado y aun la frenética “The
Grudge”, con sus 220 pulsos por minuto, está suficientemente cerca
del ritmo cardíaco de reposo de un tití. En este experimento la
música efectivamente calmó a las “fieras”, pero se trata de un caso
muy particular. Sea como sea, las respuestas emocionales
adecuadas sólo se pueden lograr con música compuesta
especialmente para el tipo de animal al que nos interese influenciar.
A partir de estos resultados los autores obtuvieron apoyo para su
teoría de que la música está construida a partir de características de
los sonidos que los mamíferos perciben en el útero durante el
desarrollo de su sistema nervioso. También mostraron que es
posible lograr en otras especies el contagio emocional a partir de la
música, si nuestras composiciones reflejan el conocimiento que
tenemos de sus tipos de vocalizaciones. Pero Brian Jones ignoraba
esto. Su música podía generar ciertas sensaciones en los humanos,
pero algo muy distinto en los monos de Gibraltar. No debió tomarlo
como algo personal: el efecto de la música no es tan universal entre
especies. Pero, a partir de lo que vimos hasta aquí, ¿podemos
entender por qué los monos de Brian se asustaron tanto?
Primero debemos decir que en Gibraltar existe una única especie
de primates y su nombre científico es Macaca sylvanus.[2] Estos
animales se mueven fundamentalmente en tierra, aunque suelen
trepar a los árboles y acantilados en busca de refugio durante la
noche o en momentos de reposo. Los adultos tienen una altura de
40 cm y su longitud total, incluyendo la cola, ronda los 60 cm. Los
machos llegan a pesar un poco menos de 20 kg y las hembras,
alrededor de 15 kg. Viven en grupos sociales muy numerosos y lo
más interesante de todo es que tienen un amplio repertorio de
vocalizaciones, muy estudiadas por los científicos en los últimos
años. En particular se han examinado los sonidos que emite la
hembra durante la cópula (el macho, en general, se mantiene
silencioso) y se ha observado que las características de estos
sonidos se relacionan con la probabilidad de que resulte en una
fertilización. Pero no sólo de cópula viven los primates: estos
animales tienen, además, un amplio repertorio de sonidos que
pueden clasificarse, como se hizo anteriormente, en afiliativos o
amenazantes.
Tal vez los sonidos de la música de Brian Jones tuvieran
características inquietantes para estos animales. Si bien no
sabemos qué tema musical les pasó Brian a los macacos de
Gibraltar, sí sabemos que era alguna composición para la película A
Degree of Murder. En YouTube se puede escuchar la composición
instrumental de Brian con que comienza la película. Se trata de una
melodía que presenta las características típicas de la música
humana, pero en ciertos momentos propone sonidos de carácter
experimental. Usa instrumentos melódicos que no van a frecuencias
más altas que los 900 Hz (la mayor parte del tiempo están por
debajo de eso) y el número de notas por minuto no parece
particularmente alto (alrededor de 100 por minuto). En ambos casos
estamos en valores más bajos que los usuales para las
vocalizaciones de los macacos de Gibraltar, que emiten frecuencias
más agudas y a un mayor número de pulsos por minuto que los
humanos (aunque algo menos que los titís mencionados antes).
Los científicos alemanes Julia Fischer y Kurt Hammerschmidt
realizaron una compilación del repertorio vocal de esta especie y
describieron sus características acústicas. Una de las
vocalizaciones más graves del repertorio corresponde también a
pocas notas por minuto (cerca de 60) y es una llamada de alarma
emitida con la intención de intimidar a un depredador. El ejemplo
concreto que presentan es el de un macho adulto que vocaliza como
respuesta a un buitre que se está aproximando a un grupo de
macacos sentado en un risco. La intención no es sólo dar la alarma,
sino también intimidar al agresor, y esto se refleja en un sonido más
grave de lo usual, en el que casi toda la energía está en frecuencias
menores a los 1000 Hz. El ritmo lento, cercano a 60 pulsos por
minuto, se usa en llamadas de alarma. Los ritmos más rápidos,
equivalentes a unas 300 notas por minuto, corresponden a los
sonidos de cópula y también al juego entre machos jóvenes. Estas
son las vocalizaciones relacionadas con estados más afiliativos.
Por esa razón podemos especular que la música humana de
Brian Jones, con frecuencias graves y pocas notas por minuto para
el estándar de los macacos, podría activar emociones similares a las
que producen las llamadas de alerta e intimidación, y explicar la
respuesta negativa de estos animalitos. Si quisiéramos generar
emociones positivas en estos macacos, deberíamos hacerles
escuchar algún tema de los Rolling Stones en que hubiera
participado Brian de un modo importante, por ejemplo, “Paint It
Black”, aumentando la velocidad de ejecución y potenciando los
agudos. Lo ideal sería colocar la melodía cerca de los 1000 Hz, lo
cual estaría en el límite superior de la voz de una soprano. Tal vez,
en ese caso, los macacos se queden escuchando y hasta se relajen.
Sin embargo, no podemos estar seguros hasta que no hagamos la
prueba. ¿Lo intentamos? Sólo se necesita un software para retocar
la canción y un pasaje a Marruecos. Pero precisamente sobre “Paint
It Black” y las emociones que propone tenemos algunas reflexiones
para compartir, ya que no sólo la música, también los colores, se
relacionan con las emociones.
[1] Unidad de frecuencia llamada “hercio”, más conocida como
“hertz” por su nombre en inglés, y cuyo símbolo es “Hz”.
Corresponde a la cantidad de oscilaciones que ocurren en un
segundo. Cuanto mayor es la frecuencia, más agudo es el sonido.
[2] Más adelante hablaremos de la nomenclatura científica usada
para nombrar especies y su curioso vínculo con los labios de Mick
Jagger.
2. Cuando todo se vuelve oscuro
Miro dentro de mí y veo que mi corazón es negro,
Veo mi puerta roja y tendría que pintarla de negro.
Quizás entonces me esfume y no tenga que encarar los hechos,
No es fácil hacer frente cuando todo tu mundo es negro.
“Paint It Black”, Aftermath (1966)
“Paint It Black” fue editada como single en mayo de 1966.
Rápidamente llegó al número uno de las listas de éxitos tanto en el
Reino Unido como en los Estados Unidos. Fue un punto muy alto y
relevante en la carrera de los Rolling Stones. Respecto de esta
composición de Richards y Jagger, dice el periodista de rock
Stephen Davis:
No había nada similar en la radio. Este espeluznante poema
sinfónico parecía describir una procesión funeraria en medio de una
profunda duda existencial. El sitar de Brian proponía una melodía
que expresaba un dolor muy espiritual y la poderosa batería lanzaba
la canción hacia un oscuro entorno de ansiedad y desesperanza,
como si se deseara que el sol se borrara del cielo. Leonard
Bernstein, el director de la New York Philarmonic, la destacó como
una de las canciones más importantes del siglo. Parecía contener
también ecos sociales, que reflejaban las recientes oleadas de
inmigración india y paquistaní a Inglaterra.
Lo curioso es que la ciencia ha hecho una nueva lectura de esta
canción que habla de filas de coches negros, de un mar verde que
ya no se verá más de un azul intenso, de la desaparición de los
colores, de soledad y desesperanza. Los seres humanos damos
mucha preponderancia a los estímulos visuales, recibimos una gran
parte de la información del ambiente a través de la vista y entre los
mamíferos somos excepcionales en cuanto a nuestra capacidad
para percibir colores.
Desde el punto de vista de la física, podemos decir que la
división estricta entre los colores es una ilusión que depende de
nuestro sistema perceptual. La luz viene en un continuo de
longitudes de onda y no en un conjunto limitado de colores. Sin
embargo, nuestros receptores en la retina son más sensibles a
ciertas longitudes de onda que a otras. Tenemos un tipo de
receptores para longitudes de onda cercanas a lo que llamamos
“azul” (longitudes de onda cortas), otro para lo que llamamos “verde”
(longitudes de onda intermedias) y otro cercano al rojo (longitudes
de onda largas). La luz que recibimos de cada objeto activará en
distinta proporción cada grupo de receptores. Esto producirá una
combinación diferente de azul, verde y rojo en cada caso, lo cual
nos permite percibir una gran variedad de colores.
A su vez, hay variaciones genéticas en las características y la
sensibilidad de estos receptores. Algunos están codificados en el
cromosoma sexual X, del cual las mujeres tienen una doble copia,
mientras que los hombres tienen una copia única. Por esa razón, los
hombres pueden carecer de algún tipo de receptor y percibir los
colores de manera diferente a las mujeres.
La mayoría de los mamíferos tiene en su retina sólo dos tipos de
pigmentos que le permiten distinguir colores. Por lo tanto, son
prácticamente ciegos al color (como las personas a las que les falta
uno de los tipos de receptores). Es decir que los humanos y otros
primates son una excepción dentro de los mamíferos. Algunos
marsupiales australianos tienen la misma capacidad que los
humanos para ver colores. Seguramente esto se debe a que, a
diferencia de la mayoría de los mamíferos, mantuvieron una
habilidad que ya tenían sus antepasados reptilianos.
Pero en el caso de los primates (entre ellos, los humanos), la
visión en colores fue reinventada por la evolución: existe evidencia
de que ocurrió más de una vez y de forma independiente en los
primates africanos y los sudamericanos. Es probable que esto se
deba a la utilidad de la visión en colores para poder detectar, en
medio de un paisaje de hojas verdes, los apetecibles frutos y
reconocer su tipo y grado de madurez. A su vez, los frutos
desarrollaron colores llamativos para atraer a los primates, de
quienes se sirven para dispersar sus semillas.
Los colores también son importantes para el despliegue sexual
de los primates (otra posible explicación de los coloridos maquillajes
y vestuarios de los humanos). Es decir que también en este sentido
el fruto prohibido y la sexualidad parecen cosas muy relacionadas.
Somos animales visuales y nos tomamos muy en serio los ilusorios
colores del mundo.
Esto convierte a las metáforas relacionadas con el color en
figuras muy potentes para transmitir mensajes. En el lenguaje
cotidiano es frecuente asociar lo colorido con la felicidad y la falta de
color y la oscuridad con la tristeza y los malos momentos. ¿Tiene
esto alguna base fisiológica que lo justifique?
Un grupo de investigadores del Departamento de Psiquiatría y
Psicoterapia de la Universidad de Friburgo, en Alemania, realizó un
curioso trabajo inspirado en este asunto, cuyos resultados se
publicaron en el año 2010 en una revista de psiquiatría biológica.
Estos investigadores se preguntaron si realmente habría una
diferencia en el modo en que perciben los colores las personas que
están viviendo episodios de depresión. Para eso se propusieron
medir la respuesta de la retina de diferentes individuos (algunos de
ellos con depresión) mientras se les mostraba un tablero con
colores. Emplearon una técnica llamada “electrorretinografía”, que
consiste en el registro de la actividad eléctrica de las células
nerviosas que transportan información desde la retina. Se trata de
una técnica que ya era conocida y que incluso se usaba para
diagnósticos en medicina. Para detectar la actividad eléctrica de la
retina se colocan electrodos en la piel cercana al ojo y también en la
córnea.
En este caso los investigadores contaron con 40 personas que
tenían diagnóstico de depresión severa, de las cuales sólo 20 se
encontraban bajo medicación. Para comparar tomaron un grupo
control de personas sin depresión con una distribución similar de
edades y otras características, respecto al grupo de estudio. A todos
los participantes les presentaron tableros cuadriculados, similares a
tableros de ajedrez, con diferentes niveles de contraste entre las
zonas claras y oscuras. Los investigadores observaron que los
pacientes con depresión (medicados o no) mostraban una respuesta
menor frente al contraste de colores en los tableros. Esto sugiere
que las personas con depresión ven atenuada la intensidad y el
brillo de las imágenes, como si llevaran anteojos de sol.
Este efecto podría deberse a la desestabilización del
neurotransmisor llamado “dopamina” que tiene lugar en los cuadros
depresivos. Las células de la retina (y otras células sensoriales) se
activan mediante ese neurotransmisor. Por lo tanto, se podría
esperar que otros sentidos también se vieran afectados durante la
depresión, reduciendo la intensidad con que se perciben los matices
del mundo. La canción de los Rolling Stones anticipó de un modo
muy potente y personal las implicancias de este estudio.
Un equipo de la Escuela de Medicina de la Universidad de
Pensilvania (Estados Unidos) publicó en 2012 un trabajo en que se
muestra evidencia de que el olfato también se ve afectado en casos
de depresión. Supongo que una canción cuya letra recurriera a la
asociación metafórica entre olores y depresión no habría sido tan
exitosa como “Paint It Black”, pero en cualquier caso valdría la pena
intentar componerla…
3. Satisfacción
Cuando estoy en mi auto, manejando,
y aparece en la radio el hombre ese,
me cuenta una y otra vez
información inútil
que supuestamente me entusiasma y me inspira.
“(I Can’t Get No) Satisfaction”, Out of Our Heads (1965)
Una mañana del año 1965, Keith Richards notó que la cinta en el
grabador, que siempre dejaba rebobinada antes de dormirse, se
había pasado completamente y estaba en el final. Al escucharla
para intentar entender lo ocurrido, se encontró con que a la noche
se había despertado y grabado, acompañado de su guitarra
acústica, la estructura básica de una canción. A continuación había
unos 40 minutos de lo que él describió como “ronquidos”.
Seguramente se había levantado casi sonámbulo, había encendido
el grabador para registrar sus acordes de guitarra y luego volvió a
dormirse sin apagar el aparato. Lo que había registrado era el
esqueleto básico de “Satisfaction”, el primer gran éxito de los Rolling
Stones. Pero hasta llegar a la composición y grabación final del
tema quedaba un camino por recorrer. Un aspecto muy importante
de la historia de esta canción es que fue la carta de presentación del
fuzzbox, una forma de distorsión del sonido de la guitarra eléctrica.
¿En qué consiste esa distorsión del sonido? ¿Por qué produjo un
efecto tan especial? ¿Por qué Richards quiso usarlo en ese tema en
particular? Antes de responder estas preguntas, veamos algunas
cuestiones básicas sobre el sonido que nos serán útiles para
avanzar.
Sabemos que no es lo mismo el sonido de un violín que el de
una trompeta, y esto es así aunque estén tocando exactamente la
misma melodía. ¿A qué se debe? Los sonidos se originan a partir de
vibraciones de determinados objetos (por ejemplo, la cuerda de una
guitarra) y se transmiten al aire, donde se propagan en forma de una
onda acústica. Un tipo muy especial de onda es la que llamamos
“sinusoidal”. Ese tipo de señal tiene una frecuencia perfectamente
definida (es decir, un cierto número de oscilaciones completas por
segundo). Pero lo más interesante de estas ondas sinusoidales es
que cualquier onda sonora siempre puede escribirse como una
suma de ellas. De ese modo, cualquier sonido puede
descomponerse en las frecuencias de las ondas sinusoidales que lo
forman y existen métodos matemáticos para extraer esa información
a partir de un sonido.
Las notas musicales tocadas por un instrumento tienen una
estructura muy definida y están compuestas por una frecuencia
fundamental y sus armónicos. Por ejemplo, el La de referencia que
se suele usar en la música occidental tiene 440 Hz como frecuencia
fundamental. Pero también aparecen en ese sonido todos los
múltiplos enteros de esa frecuencia fundamental; en el ejemplo del
La serían 880 Hz (440 x 2), 1320 Hz (440 x 3), 1760 Hz (440 x 4), y
así sucesivamente hasta el infinito. Esas frecuencias que son
múltiplos de la fundamental se llaman “armónicos” y se nombran de
acuerdo al número por el que se multiplica la fundamental para
obtenerla, por ejemplo, los 880 Hz del La 440 corresponden al
segundo armónico (viene de multiplicar 440 x 2). En general el modo
fundamental y los primeros armónicos son los que se llevan la
mayor parte de la energía del sonido y los múltiplos más altos
prácticamente no tienen importancia.
Pero entonces, si su estructura de frecuencia es siempre la
misma, con un modo fundamental y sus armónicos, ¿qué diferencia
el La tocado en una guitarra acústica del La tocado en un clarinete?
La propiedad que permite diferenciar esos dos sonidos se denomina
“timbre”. Lo que caracteriza el arranque de “Satisfaction” –que
marcó una época y produjo una gran novedad estilística– no son las
notas tocadas por Keith (aunque digamos que igual tienen lo suyo),
sino el timbre del sonido de su guitarra eléctrica, tan novedoso para
ese momento. El timbre es una propiedad que depende de la
intensidad relativa de los armónicos. Por ejemplo, el sonido de un
clarinete y de muchos instrumentos de viento se caracteriza porque
sus armónicos impares son muy intensos (los pares casi no
aparecen). Instrumentos de sonido alto y claro como las trompetas
son ricos en armónicos de orden alto, es decir, muy agudos
(frecuencias muy altas). El timbre de una guitarra puede modificarse
dependiendo de dónde se pulsa la cuerda, ya que esto activa más
unos armónicos que otros. Si se pulsa muy cerca de un extremo de
la cuerda tiene un sonido más metálico y brillante que si se lo hace
en el centro (en el primer caso, se estimulan mucho los armónicos
agudos y en el segundo, se atenúan mucho los armónicos pares).
El timbre es también una propiedad que nos permite distinguir la
voz de una persona o determinar con cierta precisión el origen de un
sonido. Por eso es una característica muy importante para el
sistema de percepción de los seres humanos (y de los mamíferos en
general). Si bien las melodías y los ritmos son fundamentales para
la música, no debemos olvidar que gran parte de la música popular
debe su potencia expresiva a un tipo de sonido particular vinculado
a las cualidades del timbre de sus instrumentos. El guitarrista de los
Stones tenía una idea bastante clara de qué tipo de timbre quería
darle al arranque de “Satisfaction”, como cuenta en sus memorias:
En “Satisfaction” me imaginaba la parte de los vientos,
intentando imitar el sonido para sumarlo después, cuando
grabáramos. Ya había oído en mi cabeza el riff como lo haría luego
Otis Redding,[3] pero al final no teníamos vientos y pensé que
simplemente le metería un eco. La distorsión resultó útil para darle
algo de forma a lo que se suponía que iba a hacer el viento, pero
era un sonido que no se había oído jamás en ninguna parte y fue lo
que captó la atención de todo el mundo y, para cuando quise darme
cuenta, nos estábamos oyendo en la radio… como “éxito de la
semana”.
Ahora bien, ¿cómo modificó Keith el timbre de su guitarra para
generar ese sonido tan particular? Cuenta el guitarrista que “todo
fue cuestión de usar un pequeño pedal, el pedal de distorsión
Gibson, que acababa de salir hacía poco”. “Satisfaction” fue la
primera canción en llegar al puesto número uno en los rankings
usando el pedal Gibson Maestro Fuzz-Tone, y su éxito hizo que se
vendieran todas las unidades disponibles al final del año 1965.
¿Qué hace este pedal para modificar el timbre de la guitarra
eléctrica? La función del pedal es tomar las ondas sinusoidales que
componen el sonido y cortarles los valores máximos y mínimos. De
este modo la onda ya no es una sinusoide perfecta y para describirla
debemos recurrir (como con cualquier sonido) a una suma de ondas
sinusoidales. En este caso si el corte es muy marcado se deben
agregar a la sinusoide original sus armónicos impares, los que al
sumarse van generando una forma muy cercana a una serie de
dientes rectangulares. El pedal amplifica mucho el sonido de la
guitarra y luego realiza esos recortes simétricos. Esto modifica el
timbre al hacer más audible el efecto de todos los armónicos
impares.
Esta característica es similar al sonido de instrumentos de viento
como el clarinete, por lo que sin duda fue la distorsión ideal para que
Keith Richards sintiera que se acercaba al deseado efecto de
combinar con vientos. Si escuchamos esos acordes iniciales
pasados por el pedal Gibson, realmente se puede notar un timbre
similar al de un instrumento de viento, y la física nos confirma que
hay algo profundo detrás de esa percepción.
La comprensión de los detalles físicos y matemáticos del
proceso que genera la distorsión también le ha dado argumentos al
guitarrista Robert M. Poss para su artículo “Distortion is truth”
[Distorsión es la verdad]. Allí escribe que:
Distorsión y pureza no son antitéticos; el grueso y rico tono de
los instrumentos de lengüeta simple o doble, o de un trombón, un
violín o un piano tocado en forma intensa es diferente de la pureza
de una onda cuasi sinusoidal tocada en la flauta. Cualquier
instrumento que use una cuerda vibrante –pulsada, golpeada o con
un arco– emitirá una frecuencia fundamental y una serie de
armónicos. La interacción de la cuerda con el cuerpo del
instrumento y la cámara de resonancia amplifica e inevitablemente
distorsiona este sonido. Sin embargo, los violinistas no describirían
el timbre de onda dentada de su instrumento como “distorsionada” ni
los clarinetistas bajos sentirán simpatía por un fuzzbox [que tiene un
efecto similar en los armónicos, como dijimos antes]. La distorsión
está en el oído del observador.[4]
Estos argumentos nos hacen reflexionar sobre una situación que
ese mismo año vivió Bob Dylan. El polémico ganador del Premio
Nobel de Literatura de 2016 usó una guitarra eléctrica en un
recordado concierto en Newport el 25 de julio de 1965. Eso generó
abucheos y ardientes controversias con respecto al uso de este
instrumento en la música folk. Así, los argumentos de Robert Poss
podrían perfectamente esgrimirse en defensa de Bob Dylan y de su
guitarra eléctrica.
Pero mucho más lejos ha ido el artista y académico Agostino di
Scipio, quien utiliza las facilidades de las guitarras eléctricas y el
procesamiento electrónico de las señales para generar una suerte
de evento sonoro en que las guitarras prescinden por completo de
los guitarristas. En un arreglo llamado “Modos de interferencia nº 3”
(MoI-3),[5] Di Scipio coloca un conjunto de guitarras eléctricas
conectadas a una computadora y, de allí, a un amplificador. Debido
a pequeñas vibraciones en el ambiente, las guitarras comienzan a
sonar y se producen acoples con el amplificador que, por el
fenómeno físico conocido como “resonancia”, hace que estas
vibraciones aumenten su intensidad. El control y filtrado mediante la
computadora atenúa la emisión de sonidos que sobrepasan cierto
umbral y, así, evita que esos acoples lleguen a ser molestos (como
ocurre a veces accidentalmente al conectar guitarras o micrófonos a
los amplificadores de modo que puedan retroalimentarse por la
señal que sale de estos). En un artículo sobre este montaje sonoro,
el autor también reflexiona sobre la distorsión y saturación como
elementos sonoros propios de las guitarras eléctricas:
La distorsión del sonido de la guitarra es una construcción
cultural realmente interesante: es distinta de un nivel de volumen
absoluto, es relativa a los límites de un sistema de amplificación
dado –y aun así es experimentada como si produjera un impacto
musical más poderoso–. Eso ocurre también en MoI-3. Los picos
distorsionados no resultarán necesariamente en sonidos más
intensos, sino en sonidos más ricos.[6]
Y sin duda el gran éxito mundial de “Satisfaction” con el aporte
del timbre distorsionado de la guitarra de Keith Richards fue un
mojón importante en la historia de la relevancia cultural de este tipo
de sonido.
Pero antes de pasar a otras cuestiones debemos comentar otro
pequeño aporte de “Satisfaction” a la ciencia. Esta canción fue una
de las utilizadas por David Kraemer y sus colaboradores en un
experimento muy interesante que permitió entender el sustrato
neurológico del efecto de imaginar una canción.[7] El grupo de
investigadores observó, mediante resonancia magnética funcional,
la actividad cerebral de personas que escuchaban canciones a las
que se les extraían fragmentos breves (de entre 2 y 5 segundos)
sustituyéndolos por silencio. Durante los silencios, las personas
seguían “escuchando” subjetivamente o imaginando la canción,
cuando esta les resultaba conocida, pero no así cuando era
desconocida. Ese experimento permitió entender las bases
neurológicas del fenómeno de imaginar una canción.
La canción tuvo mucho impacto también por su letra que, entre
otras cosas, parece estar planteando importantes dudas sobre el
consumismo y la publicidad. Cuenta Keith en su biografía que “Mick
escribió la letra al borde de la piscina, en Clearwater, Florida, cuatro
días antes de que nos metiéramos en el estudio a grabarla”. Otra
interesante letra de Mick Jagger nos abrirá el camino hacia el
siguiente capítulo y la biología del diablo.
[3] En YouTube se puede encontrar la versión de Otis Redding.
Se nota que la guitarra está sin distorsión: la peculiaridad en el
timbre la aporta un instrumento de viento.
[4] Robert M. Poss (1998), “Distortion is truth”, Leonardo Music
Journal, vol. 8, pp. 45-48.
[5] Esta obra se puede escuchar en YouTube con el título “Modi
di Interferenza n° 3”.
[6] Agostino di Scipio (2014), "A constructivist gesture of
deconstruction. Sound as a cognitive medium", Contemporary Music
Review, vol. 33, nº 1, pp. 87-102.
[7] David Kraemer y otros (2005), “Musical imagery: sound of
silence activates auditory cortex”, Nature, vol. 434, nº 7030, p. 158.
4. Simpatía por el diablo
A la afirmación racionalista: “El diablo no es más que un mito,
luego no existe”, D. de Rougemont responde: “El diablo es un mito,
luego existe y no deja de actuar”. […] El mito, remedio contra el
sufrimiento y la angustia original, es algo que no puede dejar
indiferente al diablo. Después de todo, el mito procede de la carne y
se dirige a la carne –la carne dolorosa o gozosa, la que se expresa
a través de la palabra humana–. Aunque se nutra de héroes de
pacotilla, el mito nunca está muy alejado de la vida.
Jean-Didier Vincent, Biología del diablo (1996)
“Sympathy for the Devil” [Simpatía por el diablo] es también el
nombre de una película del cineasta Jean-Luc Godard, que
documenta el proceso creativo de los Rolling Stones de la canción
que se incluiría en el disco Beggars Banquet del año 1968. La letra y
la idea general fueron de Mick Jagger, a partir de su lectura de la
novela El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, en la que el
diablo se presenta como un caballero de buenos modales. También
Jagger ha mencionado haber tenido influencias del famoso poeta
maldito Charles Baudelaire.
El curioso estilo sincopado cercano al samba que terminó
teniendo el tema se debió a la sugerencia de Keith Richards de
modificar su ritmo. El lanzamiento de esta canción fue un paso
importante para reforzar la imagen de chicos malos de los Stones.
Sin embargo, la relación del diablo con la música tiene una larga
historia. Al explorarla encontraremos también algunos aspectos
bastante profundos relacionados con la ciencia y tal vez podamos
ver que, como dice Jean-Didier Vincent (a quien se debe escuchar si
hablamos del diablo y la ciencia), “el mito nunca está muy alejado de
la vida”.
Resulta que ya en la Edad Media se usaba la expresión “diablo
en música” para designar una combinación de sonidos que se
consideraba disonante. Aparentemente se asignaba ese nombre a
un intervalo musical llamado “tritono” que se produce, por ejemplo,
cuando tocamos de manera simultánea un Do y un Fa sostenido.
Quienes quieran verificar el efecto pueden probarlo en un
instrumento musical: verán que su carácter “diabólico” se hace más
notorio si previamente se toca un intervalo más “angelical”, por
ejemplo, Do y Sol (apenas medio tono por encima del diabólico Fa
sostenido). Se suele decir que el uso del tritono estaba prohibido en
la música sagrada, pero Philip Ball sostiene en su libro El instinto
musical que esto se debía más a razones teóricas que a lo
desagradable (disonante) del sonido. Ball advierte que el carácter
desagradable del sonido Do-Fa sostenido se atenúa si se agrega
una nota de bajo en Re. Esto nos lleva a preguntarnos qué es lo que
realmente vuelve disonante una combinación y si eso es producto
de nuestra cultura o tiene una base fisiológica. Si bien el término
“disonancia” se usa en música y sin duda el concepto está influido
por cuestiones culturales (a veces específicamente religiosas), se
puede considerar desde la ciencia el efecto fisiológico de dos
sonidos musicales tocados al mismo tiempo y entender, en parte, la
base biológica de algunas disonancias. El tritono o diablo en música,
¿tiene una base científica?
Si dos sonidos de frecuencia bien definida suenan a la vez, se
produce una interferencia entre las ondas. Es decir que por
momentos se refuerzan entre sí, incrementando el volumen, y por
otros se atenúan, disminuyendo el volumen. Esto es un efecto
directo de sumar matemáticamente dos sinusoides cuyas
frecuencias son muy cercanas. En física este fenómeno recibe el
nombre de “pulsaciones” o “batido” y se percibe como una oscilación
periódica en el volumen del sonido.
Cuando dos sonidos puros que suenan en simultáneo tienen
frecuencias similares o cercanas, las pulsaciones se perciben con
claridad como variaciones de volumen, pero a medida que se
incrementa la diferencia de frecuencia entre ambos, las pulsaciones
se aceleran hasta que llega un momento en que ya no somos
capaces de seguir las variaciones de volumen. Esto sucede cuando
la diferencia es de unos 20 Hz; si es menor no percibimos
diferencias en los tonos, pero sí percibimos las pulsaciones del
volumen. Por otra parte, cuando la diferencia es mucho mayor a 20
Hz, percibimos los sonidos como bien distintos. En el medio de
ambas posibilidades, se produce esa sensación chirriante o de
aspereza que llamamos “disonancia fisiológica” y que tiene como
base la incapacidad del sistema auditivo de percibir pulsaciones
demasiado rápidas, a la vez que tampoco distingue claramente la
separación entre los dos sonidos que lo componen.
Esa zona de disonancia fisiológica depende, como dijimos, de la
frecuencia de los sonidos. Para dos sonidos graves, la zona de
disonancia es más extensa que para dos sonidos agudos. Es decir
que la sensación de disonancia al tocar dos notas musicales
distintas es más notable si se hace en la zona izquierda de un
teclado, donde están los sonidos más graves. Por lo tanto, el tritono
sólo puede percibirse como disonante si se toca en la zona de los
bajos. Esto nos lleva a concluir que los intervalos disonantes no
existen en sentido absoluto: todo depende de la zona del registro en
que se toquen. En la zona más aguda de un piano, ni siquiera un
intervalo mínimo de un semitono resulta disonante; en la zona más
grave, diferencias de hasta una quinta (una diferencia de cinco
notas, considerada perfectamente armónica de acuerdo con las
ideas pitagóricas) pueden llegar a generar cierto efecto de aspereza.
Esto ha llevado, por ejemplo, a que Johann Sebastian Bach en
sus piezas para piano fuera distanciando gradualmente los
intervalos entre las dos notas más bajas de sus acordes a medida
que las notas se hacen más graves.
Estos argumentos científicos muestran que los fundamentos
racionales de la prohibición absoluta del tritono parezcan muy
débiles. El tritono o diablo en música sólo sería disonante en la
región más grave de las notas musicales, y además existen otros
intervalos que son mucho más disonantes desde el punto de vista
fisiológico. En particular, el sonido más disonante posible sería la
mínima distancia entre notas en el sistema de la música occidental,
que es el semitono (lo que en teoría musical se conoce como
“segunda menor”). El semitono corresponde a la distancia entre dos
teclas consecutivas del piano (considerando tanto las teclas blancas
como las negras). Algunos historiadores de la música que
escribieron sus tratados en el siglo XVII consideran que lo llamado
“diablo en música” era ese intervalo de un semitono (la distancia
entre el Mi y el Fa, por ejemplo), lo cual tendría una base científica
más considerable debido a su mayor probabilidad de resultar
fisiológicamente disonante.
El tritono se usó sin problemas en la música occidental posterior
a la Edad Media y, curiosamente, en varios casos se lo empleó con
la intención de generar una sensación algo diabólica, como el Vals
Mefisto de Franz Liszt o la Danza Macabra de Camille Saint-Saëns.
[8] También la disonancia ha pasado a ser parte del repertorio
sonoro de la música occidental. Y como no podía ser de otra
manera hay ejemplos de estos sonidos en la música de los Rolling
Stones: uno de ellos es el empleo del tritono en “Lady Jane”, una
canción para nada diabólica (más bien, demasiado angelical para el
repertorio de la banda). Efectos de disonancia en la zona de los
graves se pueden apreciar en “Paint It Black”.
Philip Ball sugiere que podría haber existido una razón teórica
para descartar el tritono y que no estaba vinculada con su
disonancia (que no era peor que la de otros intervalos). Este motivo
tendría que ver con una falla de la escala pitagórica. Al generar las
notas musicales siguiendo los criterios matemáticos de armonía de
Pitágoras, resulta que al realizar un ciclo completo de la escala de
notas no se llega exactamente al mismo punto. Esto es, si partimos
del Do para construir nuestras notas, resultará que el Sol bemol y el
Fa sostenido, que deberían ser la misma nota para cerrar el círculo,
son levemente distintas. Eso le daba cierta impureza al intervalo
entre Do y Fa sostenido que debía ser barrido debajo de la alfombra
como Pitágoras había hecho en su momento con el número raíz de
dos que ponía en duda su sistema matemático del mundo. Es decir
que tal vez el temor al diablo se parecería al temor de que las
matemáticas fallaran al aplicarse al mundo real. Un temor que los
físicos, y tal vez la mayoría de los científicos de la actualidad, no se
atreven siquiera a enunciar. Este terror es sugerido en el cuento
“Tigres azules”, de Jorge Luis Borges, en el que se describen unas
piedras que no cumplen las propiedades matemáticas más básicas:
Al principio yo había sufrido el temor de estar loco; con el tiempo
creo que hubiera preferido estar loco, ya que mi alucinación
personal importaría menos que la prueba de que en el universo
cabe el desorden. Si tres y uno pueden ser dos o pueden ser
catorce, entonces la razón es una locura.
Las matemáticas parecen ser el lenguaje universal de la ciencia
y nuestras teorías fundamentales sobre el universo físico son
estrictamente matemáticas; no parece haber alternativas
epistemológicamente respetables al respecto. Es cierto que muchas
áreas de las ciencias naturales se limitan a la descripción de
algunos aspectos de la realidad, pero incluso en esos casos se
intenta la búsqueda de modelos matemáticos y, en general, se
asume que estos existen, aunque no podamos aún enunciarlos o
utilizarlos. Un curioso ejemplo de esta búsqueda de aplicar las
matemáticas a fenómenos complejos se llama precisamente “la
escalera del diablo”. Este personaje “de riquezas y buen gusto”
parece habitar en la zona donde tememos que las matemáticas nos
abandonen. La escalera del diablo, también llamada “función de
Cantor”, tiene algunas propiedades inquietantes desde el punto de
vista teórico que la hace especial para los matemáticos. Pero
también surgen funciones similares al modelar sistemas complejos
en los que se producen largos períodos de estabilidad interrumpidos
ocasionalmente con grandes variaciones. Un ejemplo de aplicación
de este concepto es la descripción de procesos evolutivos
dominados por mutaciones y variaciones aleatorias. Se ve que
largos períodos sin cambios se alternan con rápidos saltos que
producen cambios importantes. Una función que parece ajustarse a
una escalera del diablo es la evolución del tamaño corporal en el
linaje de los caballos. También si miramos el proceso de
diversificación y extinciones en grupos de seres vivos observamos
patrones similares. Si bien el nombre de “escalera del diablo” es una
mera elección humana, al ver su potencial papel en la evolución
biológica no podemos evitar recordar las palabras del neurobiólogo
francés Jean-Didier Vincent: “El diablo está aburrido de muecas
verbales, él quiere cuerpos y lágrimas, placer y sufrimiento –en una
palabra, ¡vida!–”. Precisamente Vincent tuvo la osadía de escribir
una Biología del diablo, en la cual, con la excusa de explorar a este
personaje, hace un recorrido por importantes áreas de la biología y
las neurociencias. A modo de resumen de su recomendable obra,
van estas palabras:
Al atribuirle metafóricamente al diablo la tríada vida, sexo y
muerte, no invoqué simplemente una figura retórica para designar
las características fundamentales de lo viviente; traté de relacionar
lo impensable con la obsesionante e inmanente presencia de lo
oponente. […] Colocar lo oponente en lo otro o en los otros sería un
error. El adversario reside en el propio interior del individuo. Es esta
fuerza venida del origen de los tiempos, “que ora desea el mal y ora
hace el bien”. El ser humano es un ente moral porque es temporal y
está inscrito en una duración de la que tiene conocimiento. Posee
una historia que puede contar al otro o a sí mismo; es el héroe de su
vida y como tal accede al Bien y al Mal, productos novelescos, pero
no biológicos.
Porque el diablo y los Rolling Stones son cuestiones que la
ciencia puede analizar. Y además ambos tienen sus antítesis, como
veremos en el próximo capítulo.
[8] Camille Saint-Saëns fue amigo de Liszt y un extraordinario
aficionado a la ciencia. Llegó a ser miembro de la Sociedad
Astronómica de Francia y organizaba sus conciertos en
concordancia con ciertos eventos astronómicos.
5. Cuestiones de abogados: ¿Beatles
o Stones?
¿Stones o Beatles? ¿Coca o Pepsi? ¿Demócratas o
republicanos? ¿Stallone o Schwarzenegger? ¿DC o Marvel? ¿River
o Boca? ¿Nacional o Peñarol? Parece que muchas veces
consideramos radicalmente opuestas cosas bastante similares y nos
obligamos a tomar partido de un modo feroz. En pocos lugares la
polarización de opiniones es más frecuente y relevante que en un
tribunal de justicia: ¿culpable o inocente? No es casual que una de
las personas que reflexionó en profundidad sobre este asunto sea
un doctor en derecho. Se trata de Cass Sunstein, abogado,
investigador y profesor universitario estadounidense, quien analizó
la llamada “ley de polarización de grupos”. En un artículo de 1999
aparecido en una publicación de la Escuela de Leyes de Chicago,
Sunstein describe este fenómeno e intenta analizar los mecanismos
por los que se produce. Hace notar que con una sorprendente
regularidad empírica la deliberación tiende a llevar a los individuos
hacia una visión cada vez más extrema determinada por sus juicios
previos. Esto ocurre al discutir temas como la regulación de la venta
de armas o la necesidad de medidas para reducir el cambio
climático; la gente incrementa su entusiasmo por la postura que
tenía antes del intercambio (algo así como cuando después de un
River-Boca cada uno se siente más hincha de su equipo sin importar
el resultado). Es interesante observar que este fenómeno tiene
profundas implicancias en economía (¡cuántas cosas se pueden
vender alentando estas polarizaciones!), política (terminamos
eligiendo entre dos opciones que no siempre se diferencian tanto) e
instituciones legales (¿inocente o culpable?). Nuestro experto en
leyes Sunstein cree, además, que el estudio de este asunto es
importante porque permite entender fenómenos como el
extremismo, los cambios culturales, el comportamiento de los
partidos políticos, el radicalismo religioso, el antagonismo étnico y el
tribalismo… y podríamos agregar la violencia en el deporte como un
ítem particular.
En su libro Sinergética, el físico Hermann Haken, de la
Universidad de Stuttgart, explica este fenómeno de polarización
mediante un sencillo modelo matemático. La opinión de un
individuo, como el movimiento de una molécula en un gas, está más
allá de la posibilidad de ser analizada en detalle. Pero el
comportamiento general puede ser estudiado usando las
herramientas matemáticas de la física estadística. Algo así como lo
que se hace en la disciplina ficticia de la psicohistoria desarrollada
por Hari Seldon, el personaje de la Saga de la Fundación, de Isaac
Asimov.
En este caso se modela una situación en la cual existen dos
opiniones posibles sobre un tema y cada individuo puede pasar de
una a otra en función de su interacción con otras personas. Se
asume que la probabilidad de que un individuo cambie de opinión
aumenta en función del número de personas de opinión opuesta con
las que interactúe y disminuye en función del número de personas
con la misma opinión (¿qué te pasaría si te gustan los Beatles y
estás en el medio de un concierto de los Stones?).
Haciendo una analogía con el comportamiento de ciertos
sistemas físicos, Haken observa que, si los cambios de opinión son
muy frecuentes (el equivalente en física a un sistema con
temperatura elevada), se obtiene una distribución de opiniones muy
centrada (lo que constituye el ideal de la ciencia: no aferrarse a
opiniones y cambiar con facilidad en función de los argumentos). En
cambio, si el efecto de acoplamiento entre las opiniones similares es
más fuerte, aparece claramente el fenómeno de polarización. Esto
muestra que el cambio de ciertos parámetros del modelo genera
una transición entre un estado equilibrado de opinión y el fenómeno
de polarización. Entender esto podría dar claves sobre el efecto del
clima social a la hora de generar esa polarización. Los modelos
físicos pueden ser muy simplificados y dejar de lado muchas cosas,
pero también nos dan la oportunidad de identificar los aspectos más
relevantes de un fenómeno y la posibilidad de generar hipótesis de
estudio no evidentes de antemano.
Pero la primera vez que fui advertido sobre los riesgos lógicos de
la polarización de opiniones, lo cual entre otras cosas me ayudó a
aceptar ideas de la mecánica cuántica, fue a través de la lectura de
otro inquieto abogado: el uruguayo Carlos Vaz Ferreira, una de las
personas con quien Albert Einstein conversó animadamente cuando
visitó Montevideo en 1925 (Uruguay había sido campeón olímpico
de fútbol el año anterior). Existe un monumento en la Plaza de los
Treinta y Tres Orientales en Montevideo que recrea a estos dos
pensadores conversando, como lo habrían hecho el 24 de abril de
1925. En una de sus obras, Lógica viva, Vaz Ferreira se ocupa de
analizar errores comunes a la hora de discutir y argumentar. A uno
de ellos lo llama el “error de falsa oposición”:
Una de las mayores adquisiciones del pensamiento se realizaría
cuando los hombres comprendieran –no sólo comprendieran sino
sintieran– que una gran parte de las teorías, opiniones,
observaciones, etc., que se tratan como opuestas, no lo son. Es una
de las falacias más comunes y por la cual se gasta en pura pérdida
la mayor parte del trabajo pensante de la humanidad, la que
consiste en tomar por contradictorio lo que no es contradictorio; en
crear falsos dilemas, falsas oposiciones.
Y luego da una gran cantidad de ejemplos tomados de la
realidad. Uno de ellos merece ser destacado por su posible
vigencia. Escribe Vaz Ferreira:
Tómese la obra tan conocida de Spencer. En la primera parte se
plantea esta cuestión: “¿Cuál es el saber más útil?”. Y el autor la
resuelve en el sentido de que el saber más útil es el saber científico.
Es, sin duda, una opinión sostenible; pero, en ese libro, flota, tácita,
y a veces se condensa, expresa, una oposición continua entre la
ciencia por una parte, y por otra el arte y las lenguas. […] Aquí
tenemos la falsa oposición en su plenitud. La ciencia, el arte, los
idiomas, son complementarios: no hay contradicción entre estas
ramas de la actividad humana; pero Spencer ha sido llevado por el
paralogismo a establecer una falsa oposición, y refiriéndose, por
ejemplo, a las artes, las compara con las hermanas que ostentan
sus “oropeles” a los ojos del mundo: hermanas “orgullosas”, que
caerán en un abandono “merecido”.
Los Estudios filosóficos de Vaz Ferreira, en su edición de 1961,
estaban en alguna mesa de libros de la ciudad de Montevideo
cuando yo aún era un adolescente. Me llamó la atención porque
reflexionaba sobre la filosofía de la física (sí, ya me interesaba),
pero había mucho más que eso. Seguramente la lectura temprana
de este pensador me salvó de unos cuantos errores y me inspiró
para escribir este capítulo.
Pero volvamos al dilema Beatles versus Stones. A pesar de las
peleas a golpe de puños en los bailes montevideanos de los años
sesenta por el honor de estas bandas, debemos recordar que los
Beatles y los Stones fueron amigos. En un momento delicado en los
inicios de los Stones, su manager Andrew Oldham pidió ayuda a
McCartney y a Lennon. Ellos sugirieron que tenían canciones
adecuadas para ayudar a los Stones a quienes habían visto en vivo
un tiempo antes en el Crawdaddy Club (George Harrison les había
dicho que eran la mejor banda nueva que había visto). Luego de
invitar a subir a Andrew a un taxi negro se dirigieron al club
subterráneo donde estaban Keith, Mick y sus compañeros. Allí
tomaron sus guitarras y les mostraron partes de la canción “I Wanna
Be Your Man” que habían compuesto para Ringo. El manager
Andrew dijo que la quería para los Stones. Ahí mismo John y Paul
se sentaron en una esquina y terminaron de componerla. El tema
fue un gran éxito de los Stones en un momento en que lo
necesitaban. Además esa muestra de habilidad para componer
sirvió de inspiración para Mick y Keith, quienes habían quedado muy
impresionados. También los Beatles grabarían esa canción cantada
por Ringo Starr.
Varios años después, cuando ambas bandas habían sumado
muchos éxitos, se encontrarían en los estudios para colaborar en
diversos temas. En “Yellow Submarine”, grabado en 1966, aparecen
Brian Jones, Mick Jagger y Marianne Faithfull intentando seguir la
consigna de John de buscar objetos como vasos, cadenas,
campanas y más, para crear efectos de sonido novedosos. El día de
la primera emisión internacional por satélite, 25 de junio de 1967, la
BBC seleccionó a los Beatles y su mensaje universal de paz con “All
you Need is Love”; entre los invitados de ese día estaban Mick
Jagger, Keith Richards, Brian Jones y Marianne Faithfull. Mick
frecuentaba con regularidad las sesiones de grabación de los
Beatles, a punto tal que hay dudas sobre su colaboración en los
coros de canciones como “Baby, You’re a Rich Man” (su nombre
aparece con un signo de interrogación en una de las cajas en las
que se guardaban las cintas magnéticas; escuchemos con atención,
¿se reconoce la voz de Mick?). En 1968 John Lennon y Yoko Ono
participaron del Rolling Stones Rock and Roll Circus. En abril de
1969, Brian Jones apareció en los estudios Abbey Road con su gran
abrigo afgano y un saxo, en una situación ideal para agregar un
punto culminante con un solo en el tema “You Know My Name (Look
Up the Number)”. Ese sería uno de los últimos encuentros
profesionales de los Beatles en el estudio y también de los últimos
registros musicales de Brian, quien moriría pocos meses después.
Después de todo, tal vez no sea necesario obligarnos a elegir entre
los Stones y los Beatles.
Sin dudas, esta tendencia a tomar posturas extremas se ha dado
también en ciencia y generalmente el punto medio termina siendo el
consenso. Pensemos, por ejemplo, en el debate sobre el peso de la
genética o el ambiente en las características de un individuo (el
debate nature-nurture, en inglés). Una curiosa reflexión sobre este
asunto nos llevará de vuelta a un Stone. Es claro que la genética
determina en un grado importante nuestro potencial como seres
vivos para realizar ciertas cosas. Por ejemplo, es un hecho que no
podemos respirar bajo el agua o volar (mientras que los peces y las
aves sí pueden) y eso no depende de cuestiones de crianza (por
ahora…). Pero otras cosas son más controversiales y seguramente
tanto genética como aprendizaje desempeñan su rol. Pensemos en
la habilidad para tocar un instrumento de cuerdas.
El escritor Sam Kean toma esto como ejemplo de la influencia de
los genes en su libro El pulgar del violinista. Kean comparte sus
frustraciones al tocar el clarinete a causa de los dolores o la
inmovilidad momentánea en sus dedos, lo que afectaba la belleza
de la ejecución. Afirma que no se debía a falta de práctica, sino a
características genéticas: “la culpa” no era suya sino del juego de
genes de sus padres. (¿Tranquilizador? Tal vez.) Algunos detalles
de la historia de Paganini parecen confirmar esta idea de la
determinación genética. Por una serie de anécdotas y datos
históricos, nuestro autor deduce que Paganini tenía una
característica genética que le daba una sorprendente flexibilidad en
sus dedos (de hecho, en todas las articulaciones de su cuerpo), su
tejido conectivo era tan elástico que podía extender sus meñiques
formando ángulo recto con el resto de los dedos (¡auch!); esto le
habría dado una ventaja significativa para tocar el violín (por algo es
considerado por muchos expertos como uno de los mejores
violinistas que haya existido jamás).
Esta condición genética, que seguramente era el síndrome de
Ehlers-Danlos, le trajo otros inconvenientes, como dolor articular,
problemas de visión, dificultades para respirar y fatiga. Pero fue una
verdadera “estrella de rock” de su época: cual Mick Jagger, Paganini
se contorsionaba de un modo muy llamativo durante sus
interpretaciones, inclinaba sus caderas y doblaba sus codos en
ángulos imposibles aprovechando la elasticidad de sus tendones y
ligamentos. Solía además llevar su pelo oscuro bastante largo y
vestía de negro lo que resaltaba la palidez de su rostro. Tuvo
problemas con la Iglesia católica, a tal punto que se le negó un
entierro apropiado y su cadáver estuvo dando vueltas por distintos
lugares hasta que por fin su familia logró enterrarlo secretamente en
un jardín privado.
En parte este conflicto pudo estar relacionado con la leyenda de
que el talento de Paganini provenía de un pacto con el diablo
(simpatía por el demonio que también se les ha atribuido a músicos
como Robert Johnson y su pacto en el cruce de caminos), aunque
posiblemente se deba a conductas menos ficticias. Paganini era
muy aficionado a las apuestas, tanto que llegó a perder su violín
antes de un concierto. Además, su vida sexual era muy activa y
variada: se dice que sedujo incluso a dos hermanas de Napoleón y
luego las abandonó sin mucho trámite. En su libro, Kean cita las
siguientes palabras de Paganini: “Soy feo como el pecado, sin
embargo todo lo que tengo que hacer es tocar mi violín y las
mujeres caen a mis pies”. Todo un Stone para su época.
Pero es justo decir que no alcanza con tener los dedos flexibles:
no todos los que tienen articulaciones flexibles tocan el violín
(algunos son contorsionistas, supongo) ni llegan al nivel de
Paganini. No caigamos en la falsa oposición. Y a veces el ambiente
puede modificar nuestros cuerpos e incluso la expresión de los
genes. Hay genes que se activan, es decir, comienzan a realizar el
proceso de producción de proteínas únicamente bajo ciertas
condiciones ambientales. Por ejemplo, existe evidencia de que tocar
un instrumento musical activa la expresión de ciertos genes. En un
trabajo publicado en 2015, Chakravarthi Kanduri y sus
colaboradores de la Universidad de Helsinki, en Finlandia,
mostraron que después de sesiones de interpretación musical de
dos horas, los músicos profesionales mostraban en su sangre
evidencia de expresión de ciertos genes[9] relacionados con el
comportamiento motor, la plasticidad neuronal, y funciones
cognitivas como el aprendizaje y la memoria.[10] Se ha encontrado
evidencia de que en las aves dichos genes están involucrados en la
producción y percepción de sus cantos. Esto muestra la importancia
de los genes, sin duda, pero también que incluso su expresión
depende del ambiente.
Pero más intrigante es la forma en que el ambiente habría
influido para que las manos de Keith Richards resultaran adecuadas
para tocar la guitarra (de los genes no sabríamos qué decir).
Además de las muchas horas de práctica motivadas por su notorio
gusto por la música, Richards (“el riff humano”) cuenta en su
biografía la siguiente anécdota de su niñez:
Me ha quedado una cicatriz inmensa de aquella época. Había
unas losas de piedra enormes a los lados de la carretera, sueltas,
esperando a que las colocaran definitivamente con cemento; y claro,
yo, que me creía Superman, con una amiga quisimos apartar una
porque nos molestaba para jugar al fútbol. Los recuerdos no dejan
de ser ficción y la versión ficticia de lo que pasó se la debo a lo que
recuerda una amiga y compañera de juegos, Sandra Hull, después
de tantos años. Según ella, me ofrecí galantemente a moverla
porque había un hueco demasiado grande entre una losa y la otra y
ella no llegaba saltando; también se acuerda de que hubo mucha
sangre cuando la losa se me cayó encima de un dedo y lo aplastó,
de que me fui a la carrera a lavarme la herida y de que la sangre no
paraba. Luego vinieron los puntos. Con el tiempo, el resultado de
todo aquello (sin ánimo de exagerar tampoco) puede haber tenido
algo que ver con mi manera de tocar la guitarra, porque se me
quedó el dedo plano y eso afecta a los punteos. Podría estar
relacionado con el sonido; tengo más tracción, por así decirlo, y en
los punteos engancho mejor las cuerdas porque me quedé sin un
pedazo de dedo. Total, que lo tengo plano y afilado, lo que resulta
muy útil de vez en cuando. La uña tampoco me volvió a salir nunca
como antes, está un poco torcida.
Y así es la lotería de la vida: como los superhéroes de ficción,
algunos vienen con los genes correctos, como los X-Men y
Paganini, y otros resultan de un accidente, como Peter Parker al ser
picado por una araña o Keith Richards al aplastarse un dedo. En
cualquier caso, un golpe de suerte no alcanza… se necesitan
muchas otras cosas. Azar y necesidad, así es la vida. En el caso de
los genes, los cambios pueden pasar a la siguiente generación y
eso hace que la evolución trabaje fundamentalmente sobre ellos.
Accidentes como el de Keith no se copian en la siguiente
generación, si bien la idea central de la evolución lamarckiana era
que esto podía ocurrir. De ser así su descendencia sería a prueba
de balas: además del derrumbe de su biblioteca y su dedo
aplastado, hubo varios eventos en que su vida estuvo en serio
riesgo. Veremos otros a continuación.
[9] Para los más fanáticos o especialistas: son los genes
llamados SNCA, FOS y DUSP1.
[10] Chakravarthi Kanduri y otros (2015), “The effect of listening
to music on human transcriptome”, PeerJ, 3:e830.
6. Neurocirugía barata y zapatos de
goma
Bueno, esta podría ser la última vez
Esta podría ser la última vez
Quizás la última vez
No lo sé
Oh, no, oh, no.
“The Last Time”, Out of Our Heads (1965)
Luego de la muerte por sobredosis de Gram Parsons, músico de
country y amigo de Keith Richards que influyó en el estilo de
canciones como “Dead Flowers”, algunos medios empezaron a
especular sobre quién sería el siguiente. Cuenta Keith:
Ya no les interesaba tanto la música a principios de 1973. New
Musical Express publicó una lista de las diez estrellas de rock que
probablemente murieran pronto, y me ubicó en el puesto número
uno. Soy también el Príncipe de las Tinieblas, el hombre hecho
polvo con más elegancia y demás. […] ¡Fui número uno en esa lista
durante diez años! Aquello me hacía reír. Es la única lista en la que
he estado diez años en el número uno.
Y lo curioso es que ha estado varias veces muy cerca de la
muerte, pero por razones que no fueron precisamente las previstas
por los agoreros de la prensa.
En el año 1967 protagonizó un accidente de tránsito en
Marruecos que lo obligó a esquivar las motos de custodia de un
camión militar que terminó explotando. En junio de 1969 su auto
descapotable dio varios tumbos, pero él salió prácticamente ileso; su
pareja Anita, embarazada de su primer hijo, Marlon Richards, tuvo
apenas una fractura de clavícula. Keith atribuye el haber sobrevivido
a la gran resistencia del parabrisas de su coche del año 1947,
aparentemente fabricado con piezas de tanques y acero blindado
que quedaron a mano después de la guerra. En abril de 2006 se
accidentó en las Islas Fiyi mientras bajaba de un árbol. Al
sostenerse de una rama, sus manos mojadas resbalaron, cayó
hacia atrás y su cabeza golpeó contra el tronco. En principio no
parecía nada grave (y menos tratándose de él), pero el dolor de
cabeza aumentó mucho y debió volar de urgencia a Nueva Zelanda
para ser atendido. Allí debió ser operado para retirar un coágulo de
tamaño considerable que estaba provocando un desplazamiento de
la cisura central de su cerebro. El cirujano que lo atendió, Andrew
Law, fue terminante al afirmar que la decisión de operarlo fue
sencilla ya que no habría sobrevivido de otro modo. Este tipo de
operaciones puede afectar algunas facultades y el cirujano estaba
preocupado por la vuelta de Keith a los escenarios:
En Milán, en el primer concierto que dio después de la
operación, él estaba nervioso, y yo también. Lo que más me
preocupaba era el lenguaje, tanto en lo receptivo como en lo
expresivo. Hay quien dice que la habilidad musical reside más en el
lóbulo temporal derecho, pero en realidad es cuestión de cuál es el
hemisferio dominante de tu cerebro, la parte elocuente de tu
cerebro. En los diestros, es el lado izquierdo. Todos estábamos
preocupados. Puede que no recordara cómo se hacía algo, hasta le
podía dar un ataque. Keith trataba de disimularlo, pero cuando bajó
del escenario, al terminar el concierto, estaba eufórico porque había
demostrado que podía hacerlo.
Sin embargo, sin despreciar el interés científico sobre estas
cuestiones relacionadas con los riesgos de la neurocirugía y las
regiones cerebrales, el accidente que resultó científicamente más
curioso fue uno relacionado con la física.
A fines del año 1965, durante una de las giras por los Estados
Unidos, Keith Richards recibió una descarga eléctrica que pudo
haberlo matado. Ocurrió durante una actuación en vivo en el
Memorial Auditorium de Sacramento. La banda estaba interpretando
“The Last Time”, Keith debía acompañar en los coros pero su
micrófono estaba fuera de posición, así que intentó moverlo con el
mástil de la guitarra. El resultado no fue el esperado: se oyó un
zumbido y se desprendió un resplandor de luz azulada. Keith perdió
la conciencia y cayó al suelo. La función se suspendió y se brindó
asistencia médica al guitarrista, que afortunadamente no había
sufrido daños graves. Los médicos dirían luego que las nuevas
botas de suela de goma que usaba el músico fueron la causa de
que salvara su vida. Después Keith pudo ver cómo había quedado
su guitarra: tres de las cuerdas se habían fundido por completo.
La primera reflexión que podemos hacer desde la física es que
ese accidente no habría ocurrido de haber contado con una
instalación eléctrica adecuada. Tanto la guitarra, como el músico, el
micrófono y cualquier elemento que estuviera al alcance de la mano
deberían estar a un mismo voltaje, de ese modo no existiría la
posibilidad de que una corriente eléctrica circulara al ponerse en
contacto entre sí. Esto se logra conectando a tierra todos esos
elementos. Es posible que el micrófono no tuviera una conexión a
tierra adecuada y, al tocar las cuerdas de la guitarra, que sí debían
estar a tierra al igual que el cuerpo de Keith, se produjo una
corriente eléctrica que circuló por ellas.
Es tentadora la idea de hacer algunos cálculos para estimar la
corriente eléctrica y el voltaje necesarios para fundir las tres cuerdas
de la guitarra y, además, generar un resplandor de tonalidad
azulada. Con seguridad las tres cuerdas afectadas fueron las de
menor calibre, que suelen estar hechas principalmente de acero
inoxidable. Existen diversos calibres de cuerdas, según el gusto del
músico, pero un valor medio para su diámetro está en torno a los 0,3
mm (la primera es algo más delgada y la tercera, algo más gruesa
que eso en un juego estándar de cuerdas). Por otro lado, la longitud
de una cuerda de guitarra es de unos 65 cm. A partir de estos datos
se puede calcular su resistencia eléctrica. La resistencia eléctrica es
directamente proporcional a la longitud e inversamente proporcional
al área de sección de la cuerda. También es proporcional a la
resistividad del material.[11] A partir de estos datos se puede
estimar que la resistencia eléctrica de una de estas cuerdas es de
unos 6,4 Ω.[12] Hice una medida directa sobre la primera cuerda de
mi guitarra eléctrica y me dio un valor muy similar.
Lo que dañó a Keith es la corriente eléctrica que circuló por su
cuerpo. Si la corriente que circula por el cuerpo de una persona es
de más de 10 mA,[13] los músculos se contraen involuntariamente.
Esto impide el movimiento voluntario y la persona queda expuesta a
seguir recibiendo la descarga (para esta situación se usa en algunos
países de habla hispana la expresión “quedar pegado a la
corriente”). La corriente eléctrica produce quemaduras que son más
graves cuanto mayor es la exposición. Si la intensidad de la
corriente es superior a 100 mA y pasa cerca del corazón, el riesgo
es que se produzca fibrilación ventricular, una situación en la que el
corazón deja de latir de forma ordenada y por lo tanto no impulsa
correctamente la sangre hacia el resto del cuerpo.
Para estimar la corriente eléctrica que pudo circular por el cuerpo
de Keith podríamos intentar recurrir a la conocida ley de Ohm que
nos dice que V = RI, donde V es el voltaje en los extremos de la
resistencia (medido en voltios), R representa el valor de la
resistencia (calculado antes para la cuerda de guitarra) e I es la
intensidad de corriente (medida en amperios). Pero en este caso no
tenemos una idea fiable del valor de V, la diferencia de potencial
entre el cuerpo de la guitarra y el micrófono. Por lo tanto, debemos
estimar la corriente por el efecto devastador en las cuerdas de la
guitarra y el resplandor azulado que produjo.
Primero veamos cuál sería el mínimo valor de corriente eléctrica
que debe circular por una cuerda para quemarla por completo.
Cuando una corriente circula por una resistencia, genera una cierta
cantidad de energía por unidad de tiempo en forma de calor. Ese
calor puede afectar al propio material de la resistencia aumentando
su temperatura o fundiéndolo, pero una parte también puede pasar
al aire, subiendo la temperatura de este. Si el proceso es demasiado
rápido (como parece haber sido el caso de Keith por las
descripciones del evento), la mayor parte del calor no tendrá tiempo
de alejarse demasiado y afectará principalmente a las cuerdas y al
aire cercano. El acero inoxidable tiene una temperatura de fusión de
unos 1375 ºK,[14] por lo tanto la energía entregada por la descarga
eléctrica debió ser al menos suficiente para alcanzar esa
temperatura. Considerando la capacidad calorífica del acero (la
cantidad de energía necesaria para aumentar en un grado la
temperatura de 1 kg) como cercana a 500 J/kg.ºK (donde J es la
unidad de energía en el Sistema Internacional de medidas) y
asumiendo que la descarga duró un tiempo del orden de un
segundo, tenemos que la energía entregada para fundir una cuerda
de guitarra debió ser de al menos 248 J.[15] Para generar la
potencia necesaria en una resistencia de 6,4 Ω debería circular por
ella una corriente de unos 6,2 A. Ese valor es muy elevado
(recordemos que habíamos dicho que si la corriente que pasa por el
cuerpo es de 100 mA, o sea, 0,1 A, y pasa cerca del corazón, hay
riesgo de fibrilación ventricular) y, si hubiera circulado
completamente por el cuerpo de Keith, probablemente lo habría
matado. Por otro lado, si consideramos que las tres cuerdas
sufrieron la misma suerte, si Keith hubiera estado en contacto con
las tres la corriente habría sido aún más alta.
De todos modos, si las cuerdas efectivamente se fundieron por el
calor, nuestro cálculo es muy conservador: primero se precisa algo
más de energía para fundir la cuerda una vez se alcanzó la
temperatura de fusión (en este caso estimé que lo necesario serían
unos 75 J adicionales, lo que no cambia demasiado el resultado) y
luego se necesita una energía extra para calentar el aire en los
alrededores de la cuerda. Este efecto pudo haber sido muy
importante si tomamos en cuenta que la cantidad de energía
necesaria para aumentar en un grado la temperatura de 1 kg de aire
es unas dos mil veces mayor que para el acero. Por otro lado, el aire
es menos denso y seguramente se calentó mucho menos masa que
la del acero.
Pero prestemos ahora atención a los indicios que nos puede
entregar el dato del resplandor azul. Si consideramos fiable esa
descripción, podemos sospechar que la temperatura que alcanzó el
aire que rodeaba a la cuerda debió ser, por un instante, superior a la
que existe en la superficie del Sol. La física nos enseña que el color
en que emite luz un objeto al calentarse depende de la temperatura
que alcanza. De ese modo podemos estimar la temperatura de las
estrellas: aquellas que se ven de un color rojizo están a unos 3000
ºK; el Sol, con su color amarillento, tiene unos 5500 ºK; y una
estrella de color azulado estará en torno a los 10.000 ºK, casi el
doble que la temperatura superficial del Sol. Esto significaría que el
aire debió calentarse hasta esa temperatura, con lo cual nuestra
estimación de la corriente que circuló es un mínimo probablemente
bastante exagerado. El resplandor azulado pudo deberse a otras
causas, pero en cualquier caso es claro que la corriente que circuló
fue muy alta.
Pero entonces ¿cómo sobrevivió Keith? ¿Fueron sus suelas de
goma? Una primera cuestión es que, al quemarse, las cuerdas
probablemente cortaron el flujo de corriente, como lo hacían los
viejos fusibles de plomo que se usaban en las instalaciones
eléctricas de las casas (si son demasiado jóvenes para recordarlo
es un lindo tema para charlar con padres y/o abuelos). Eso hizo que
el tiempo de exposición a la corriente fuera corto. Por otra parte, lo
que con seguridad ocurrió es que no toda esa corriente llegó a tierra
a través del cuerpo de Keith, sino que encontró algún camino
alternativo a través del conector de la guitarra o del propio aire
(generando el destello), ya que el camino a través del cuerpo debió
ser de mayor resistencia precisamente por sus nuevas botas con
una gruesa suela de goma. La corriente eléctrica (como algunas
personas) tiende a seguir el camino de menor resistencia, aunque
una parte de la corriente igual pasó por el cuerpo y lo dejó
inconsciente. Afortunadamente por muchos motivos (una vida,
muchas buenas canciones y muchas actuaciones, entre otros), esa
corriente –al menos mil veces mayor que la suficiente para generar
efectos adversos en un ser humano– encontró algún camino
alternativo.
Pero también hay otra posibilidad de la que tenemos que hablar.
Es posible que la corriente, si bien muy alta, fuera menor a mi
estimación. Un efecto del aumento de la temperatura del acero es la
disminución de su resistencia a la tensión. Esto resulta catastrófico
en los incendios, ya que puede hacer colapsar las estructuras
construidas con vigas. Temperaturas más bajas que la de fusión
pueden reducir varias veces la resistencia a la tensión de este
material. Las cuerdas pueden haber reventado por la propia tensión
a la que están sujetas en la guitarra a temperaturas de 600 o 700 ºK
(la mitad de lo estimado antes) y el destello azulado puede haber
sido causado por algún material de la guitarra que al quemarse
emite ese color, y no porque el aire llegara a los 10.000 °K. Sea
como fuera, la corriente habría sido bastante alta para el cuerpo de
Keith… de nuevo las suelas de goma se llevan un importante
crédito.
El corolario de todas estas hipótesis es que no debemos
preocuparnos por no tener una respuesta perfecta a lo ocurrido en
una situación para la que no existe una documentación precisa: a
veces la ciencia se trata de considerar alternativas consistentes con
las leyes conocidas, y no tanto de dar respuestas únicas. Lo positivo
de todo esto es que, al pensar sobre este afortunado accidente,
aprendimos sobre los efectos de la corriente en el cuerpo humano,
cuestiones vinculadas con la seguridad eléctrica e incluso sobre la
temperatura de las estrellas. Eso ya es un lindo premio. Para
quienes buscan certezas y respuestas únicas tenemos otras
disciplinas humanas: ¿cuál es su preferida?
[11] En el caso del acero inoxidable, la resistividad es de unos 7
x 10-17 Ω.m (ohmios por metro).
[12] El ohmio, cuyo símbolo es Ω, es la unidad del Sistema
Internacional de medidas (SI) correspondiente a la resistencia
eléctrica. Excepto en casos especiales y a temperaturas muy bajas,
todos los materiales tienen cierta resistencia al paso de una
corriente eléctrica. El ohmio es la resistencia que requiere un voltio
para dar paso a un amperio de corriente.
[13] El símbolo mA significa “miliamperio” y es una milésima
parte de un amperio (A). El amperio es una de las siete unidades
básicas del SI correspondiente a la corriente eléctrica.
[14] ºK significa “grados Kelvin” y es una de las siete unidades
básicas del SI correspondiente a la temperatura absoluta. Unos 273
ºK es el cero de la escala de grados Celsius usada en la vida
cotidiana.
[15] J/kgºK significa “julios (J) sobre kilogramos (kg) grado Kelvin
(ºK)”, la unidad correspondiente a la capacidad calorífica en el SI. El
julio o joule (J) es la unidad que en el SI corresponde a la energía.
7. El club de los 27
Estás manejando demasiado rápido
Seguiste de largo, te pasaste la curva y tú nunca vuelves atrás
Manejando demasiado rápido
La carretera era un manchón y todo se puso negro
Manejando demasiado rápido
Sujétate al volante, creo que te vas a estrellar.
“Driving too fast”, A Bigger Bang (2005)
En la noche del miércoles 2 de julio de 1969 Brian Jones fue
encontrado boca abajo e inmóvil en las profundidades de su piscina.
Había muerto. El miembro fundador de los Stones tenía apenas 27
años. En una de sus últimas conversaciones telefónicas habló con
Amanda Lear, quien recuerda estas palabras:
Ahora estoy recuperado de verdad. Me he recuperado de verdad
y dejo los Stones y voy a ir a Marruecos a grabar algunos sonidos
de las montañas. Todo eso me interesa mucho.
El sábado siguiente los Stones tenían programado un concierto
en Hyde Park. El evento no se canceló y Mick Jagger leyó un
fragmento de Adonais, de Percy Shelley, en honor a Brian:
¡Paz, paz!, no, no está muerto ni duerme.
Ya despertó del sueño de la vida.
Somos nosotros quienes, perdidos en visiones
turbulentas, reñimos con fantasmas
Una inútil batalla.
El vocalista de los Doors, Jim Morrison, escribiría un poema
titulado “Oda a Los Ángeles, pensando en Brian Jones, fallecido”:
Has dejado la Nada
Para tomar parte del Silencio
Espero que vuelvas Sonriendo
Como un niño
Hacia el resto tranquilo
De un sueño.
Un par de años después, el propio Morrison moriría a la edad de
27 años. Otros músicos famosos con vidas intensas y llenas de
riesgo murieron a esa edad: Robert Johnson, Jimi Hendrix, Janis
Joplin, Kurt Cobain y más recientemente, Amy Winehouse. Estos
artistas integran el “club de los 27”. ¿Hay algún motivo por el cual
esa edad sea de riesgo para un músico famoso? El autor de
biografías Howard Sounes se hizo esta pregunta y con todo el rigor
propio de un científico intentó responderla. Para eso confeccionó
una lista de casi 3500 músicos populares con cierta fama que
habían fallecido entre 1908 y 2012. La mayoría de las muertes se
produjeron alrededor de los 60 años, pero aparecen unos picos
bastante significativos: uno a los 80 (más de 60 muertes contra
menos de 50 en las edades próximas) y el otro pico aparece a la
edad de… sí, acertaron, a los 27 años. A esa edad había 50
muertes en la muestra considerada y en las edades cercanas no
había más de 40. El pico de los 80 años parece un fenómeno
natural: una muerte a los 80 no suena tan trágica ni explicable por
una vida de riesgo y excesos, por lo que el fenómeno que toma
relevancia es el del club de los 27. Pero seamos un poco
escépticos: ¿qué puede tener de especial esa edad? A pesar de lo
atractiva que resulte la idea del club y de haber estudiado la
biografía de varios de sus más renombrados integrantes, Sounes
reconoce que desde el momento que surge el concepto del club de
los 27 la muerte de cualquier músico pasa a ser noticia por el simple
hecho de haber tenido esa edad. Para evitar este sesgo, entonces,
se debería tomar un criterio de selección de los músicos distinto de
la aparición de la noticia de su muerte en la prensa. Este es un error
de razonamiento muy común que consiste en poner más atención y
recordar los eventos que confirman nuestra teoría, olvidando
aquellos que la ponen en duda.
Adrian Barnett, experto en estadística de la Universidad de
Queensland, y sus colaboradores abordaron el problema intentando
eliminar estos sesgos y adoptaron un criterio objetivo para la
inclusión de los músicos populares en su lista. El criterio objetivo es
que hayan tenido un tema musical que llegara al número uno en las
listas británicas entre 1956 y 2007. A partir de sus datos pudieron
constatar que la edad de 27 años no implica un riesgo especial. Sin
embargo, al comparar a músicos famosos con la población británica
en general encontraron que los primeros tendrían un mayor riesgo
de muerte entre los 20 y 30 años. Aparentemente no existiría un
“club de los 27”, pero ciertos excesos y riesgos de la vida de los
músicos famosos los hace proclives a una muerte más temprana
que la población general. De todos modos la muestra estudiada es
limitada y sólo analiza lo que ocurre en Gran Bretaña. A pesar de
que Brian Jones murió a los 27, la increíble supervivencia de Keith
Richards a sus numerosos accidentes así como la sorprendente
vitalidad de Mick Jagger nos dificultan aceptar las conclusiones
estadísticas como un destino ineludible. En cualquier caso, los
individuos tienen vidas y suertes independientes de las estadísticas
(o precisamente regidas por sus fluctuaciones)… y eso también es
parte de la ciencia.
Por otro lado se podría pensar si hay algún tipo de relación entre
una vida más rápida en concreciones y una muerte temprana. Por
supuesto que la muerte de un individuo en particular está
determinada por una serie de factores, algunos de ellos
completamente fortuitos. Pero algunos estudios basados en
modelos matemáticos muestran que la expectativa de vida de una
especie depende del comienzo de la edad reproductiva. El caso más
extremo de esto son aquellas especies, como el salmón, que
mueren luego de reproducirse una única vez. En Sudamérica
tenemos un pequeño mamífero con el que sucede lo mismo: es la
comadreja colicorta (Monodelphis dimidiata) que vive apenas un año
y luego de la primera temporada reproductiva toda la población
adulta muere y es reemplazada por la siguiente generación. Con mis
colegas Washington Jones y Nick Milne hicimos un estudio sobre
este animalito, que publicamos en 2015 en el Journal of Zoology. Allí
mostramos que sus caninos están notablemente desarrollados y que
es posible que esta comadreja esté en las etapas iniciales de la
evolución hacia una forma de dientes de sable. Eso podría estar
impulsado por la gran competencia para aparearse en esa única
oportunidad con la que cuentan.
Pero más allá de estos ejemplos extremos, los modelos
matemáticos de Suzana Moss de Oliveira, Paulo Murilo C. de
Oliveira y Dietrich Stauffer, autores del libro Evolution, Money, War,
and Computers [Evolución, dinero, guerra y computadoras],
sugieren que hay una relación profunda entre la reproducción y la
muerte. En el primer capítulo de este libro técnico (pero
inusualmente lleno de giros humorísticos) presentan una teoría
matemática del envejecimiento biológico basada en la acumulación
de mutaciones. Esta teoría establece que durante la evolución de
una especie ocurren muchas mutaciones hereditarias negativas
(enfermedades genéticas) que pasan a los descendientes. Una
mutación puede afectar a cualquier edad con igual probabilidad, sin
embargo, aquellas mutaciones que nos matarían antes de que
pudiéramos reproducirnos no pueden pasar a la siguiente
generación, mientras que las enfermedades genéticas que pueden
matarnos a edades mayores pueden permanecer en la población.
Estas mutaciones nocivas podrían acumularse con la edad y
generar, así, el envejecimiento de los individuos. Al modelar
matemáticamente este proceso en distintas circunstancias, estos
investigadores logran simular cuestiones que se observan en
poblaciones reales. Una consecuencia interesante de estos modelos
es que el envejecimiento (aumento de la probabilidad de muerte con
la edad) comienza a darse a partir del inicio de la edad reproductiva.
Algunas variaciones del modelo permiten entender casos
especiales. Por ejemplo, si la fertilidad aumenta con la edad, la
expectativa de vida también aumenta. Ese es el caso de algunos
árboles. También se puede modelar de esta manera la muerte
catastrófica después de la reproducción de los salmones y las
comadrejas colicortas. Respecto de esta muerte luego de
reproducirse habla Julio Cortázar en Prosa del observatorio:
También la señorita Callamand y el profesor Fontaine ahíncan
las teorías de nombres y de fases, embalsaman las anguilas en una
nomenclatura, una genética, un proceso neuroendocrino, del
amarillo al plateado, de los estanques a los estuarios, y las estrellas
huyen de los ojos de Jai Singh como las anguilas de las palabras de
la ciencia, hay ese momento prodigioso en que desaparecen para
siempre, en que más allá de la desembocadura de los ríos nada ni
nadie, red o parámetro o bioquímica pueden alcanzar eso que
vuelve a su origen sin que se sepa cómo, eso que es otra vez la
serpiente atlántica, inmensa cinta plateada con bocas de agudos
dientes y ojos vigilantes, deslizándose en lo hondo, no ya movida
pasivamente por una corriente, hija de una voluntad para la que no
se conocen palabras de este lado del delirio, retornando al útero
inicial, a los sargazos donde las hembras inseminadas buscarán
otra vez la profundidad para desovar, para incorporarse a la tiniebla
y morir en lo más hondo del vientre de leyendas y pavores. ¿Por
qué, se pregunta la señorita Callamand, un retorno que condenará a
las larvas a reiniciar el interminable remonte hacia los ríos
europeos? ¿Pero qué sentido puede tener ese por qué cuando lo
que se busca en la respuesta no es más que cegar un agujero,
poner la tapa a una olla escandalosa que hierve y hierve para
nadie? Anguilas, sultán, estrellas, profesor de la Academia de
Ciencias: de otra manera, desde otro punto de partida, hacia otra
cosa hay que emplumar y lanzar la flecha de la pregunta.
La importancia de los padres en el cuidado de los hijos, que
aumenta la probabilidad de supervivencia de estos, tiene el efecto
de demorar el momento de la muerte en algunas especies. También
el hecho de que el sexo no se herede (los hijos pueden tener un
sexo distinto al de sus padres, de hecho es inevitable que sea así al
menos respecto a uno de ellos) explicaría dentro de ese esquema
que hombres y mujeres tengan expectativas de vida similares (o
incluso algo mayores para las mujeres) a pesar de que el período
reproductivo de las mujeres termina antes.
La vida de Brian Jones, acelerada, violenta, apasionada por la
música, pero a la vez con varios hijos (al menos seis) desde muy
joven y con varias parejas parece una metáfora de estas cuestiones.
A continuación veremos otras vinculadas con el amor y la edad al
estilo stone.
8. No siempre puedes conseguir lo
que quieres
La vi hoy en la recepción
En su vaso había un hombre que sangraba
Era una experta en el arte del engaño
Bueno, lo noté por sus manos ensangrentadas
No siempre puedes conseguir lo que quieres
No siempre puedes conseguir lo que quieres
No siempre puedes conseguir lo que quieres
Pero si lo intentas, algunas veces
Podrías encontrarlo
Consigues lo que necesitas.
“You Can’t Always Get What You Want”, Let It Bleed (1969)
Los Rolling Stones han tenido una increíble vigencia en cuanto a
su carrera musical y son claros referentes para varias generaciones
de músicos. Pero sus vidas amorosas, por ejemplo, también han
dado mucho de qué hablar.
Bill Wyman, bajista de la banda hasta comienzos de los noventa,
generó un significativo escándalo mediático al casarse en 1989 con
Mandy Smith, de 18 años; en ese entonces Bill tenía 52. El
matrimonio duró apenas un par de años, pero el escándalo se
agravó por la presunción de que la relación había comenzado varios
años antes. Al respecto ha habido diversas declaraciones en un
sentido y otro por parte de ambos protagonistas, incluso hasta bien
entrada la década de 2010. Para darle un giro argumental aún más
delirante a la historia, Stephen, el hijo de Bill, se casó a los 27 años
con la madre de Mandy. ¡La suegra de Bill terminó siendo su nuera!
Sin llegar a los extremos especialmente delicados de Wyman,
los otros Stones también tienen cosas para contar. Mick Jagger se
casó dos veces y tuvo, además, algunas relaciones de pareja muy
significativas. Su primera esposa, Bianca Pérez-Mora Macias, de
origen nicaragüense, era dos años menor que Jagger y se casaron
cuando él tenía 27 años. Su segunda esposa, Jerry Hall, era trece
años menor que Mick y se casaron cuando él tenía 47 años. A partir
de 2001, a sus 58 años, Mick comenzó una relación con la
diseñadora de modas L’Wren Scott, veintiún años menor que él.
Luego de la trágica muerte de L’Wren en 2014, Jagger –ya con unos
71 años– empezó una relación con la bailarina de ballet Melanie
Hamrick, cuarenta y tres años menor que él. En diciembre de 2016,
a sus 73, Mick fue padre por octava vez. De estos números se
desprende que, al aumentar la edad de Mick, también se incrementa
la diferencia con sus nuevas parejas, que son de 2, 13, 21 y 43
años. Los gustos de Mick respecto a la edad de sus parejas no
cambian al mismo ritmo que su propia edad. Por otro lado parece
claro que si eligiera parejas de su edad no habría tenido tantos hijos.
Keith Richards ha tenido una vida menos agitada en este
sentido, pero se observa un patrón similar. Sus parejas oficiales
fueron Anita Pallenberg, un año mayor que él, con quien comenzó
una relación en 1967 a la edad de 24 años, y Patti Hansen, trece
años menor que él, con quien se casó a los 40 años (una edad y
una diferencia de edades similares a las que había entre Mick y
Jerry Hall). Hasta el momento Keith tuvo cinco hijos y continúa con
Patti.
Otro caso llamativo es el de Ron Wood, quien tuvo varias parejas
con gran diferencia de edad. Un ejemplo es el de Katia Ivanova que
tenía unos 21 años (o tal vez alguno menos) al momento de
conocerlo en 2008, cuando él tenía 59 años. Otro caso es el de
Sally Humphreys con quien Ron se casó en 2012: ella tenía unos 34
años y él, 63; la pareja tuvo mellizos en mayo de 2016, poco antes
del cumpleaños número 69 de Ron. En total tiene hasta ahora seis
hijos reconocidos.
Si consideramos que la fertilidad femenina disminuye
paulatinamente a partir de los 20 años, es baja a los 40 y casi nula a
los 50, la elección de parejas de menor edad les ha posibilitado a
nuestros protagonistas tener más hijos que si hubieran elegido
mujeres de su misma edad luego de las cuatro o cinco décadas de
vida. Desde un estricto punto de vista evolutivo, podemos decir que
aumentaron su descendencia. Por lo tanto conductas similares
podrían haber sido seleccionadas evolutivamente entre los machos
de la especie humana.
Precisamente estas ideas fueron consideradas desde el punto de
vista científico por varios investigadores y se realizaron estudios de
las preferencias de hombres y mujeres en cuanto a la edad de sus
parejas en distintos tipos de relación. Se ve entonces que los Rolling
Stones no son ninguna excepción (salvo Charlie Watts, de quien
hablaremos luego) y que la preferencia masculina por mujeres más
jóvenes es frecuente, al menos dentro de los grupos estudiados.
Esto puede deberse a que cualquier preferencia innata que lleve a
un aumento en el número de descendencia debería ser favorecida
por la selección natural. Parece razonable, entonces, que las
preferencias masculinas estén relacionadas con la edad aparente
como signo asociado con la fertilidad.
En su libro La evolución del deseo, el psicólogo evolutivo David
Buss menciona algunas investigaciones al respecto. En un estudio
intercultural sobre la elección de pareja que abarcó unas 37
culturas, se observó que los hombres en su segunda década
prefieren parejas que en término medio tienen dos años y medio
menos que ellos, casualmente una diferencia muy cercana a la que
Mick tenía con su primera esposa. En casi todas esas culturas las
mujeres tendían a su vez a preferir hombres de mayor edad que la
suya. Por otro lado, a partir de estudios realizados en la década de
1990 sobre anuncios de citas, y a partir también del análisis de las
diferencias de edad entre los integrantes de los matrimonios, se
observa que los hombres, al envejecer, prefieren mujeres cada vez
más jóvenes. Estos estudios se basan principalmente en datos de
los Estados Unidos y Europa y muestran que los hombres de 30
años prefieren mujeres unos cinco años menores y los de 50 años,
entre veinte y treinta años menores que ellos.
Pero esto no parece ser exclusivamente un fenómeno de la
actual cultura global en que la publicidad alienta una valoración de la
juventud femenina. Un estudio de los datos de matrimonios entre
1913 y 1939 en la Isla de Poro, situada a unos 500 km al sureste de
Manila y cuyos habitantes no habían tenido prácticamente contacto
con europeos y americanos en esos años, muestra algo similar. Allí
los hombres jóvenes se casaban con mujeres de una edad parecida
a la suya, mientras que los veteranos se casaban con mujeres
mucho más jóvenes que ellos, hasta una diferencia de edad típica
de más de veinte años para hombres en su sexta década de vida.
Este es un argumento importante a favor de que pueda existir una
base biológica en estas tendencias, aunque, por supuesto, la cultura
siempre hace lo suyo.
En particular, la cultura determina formas de relacionamiento
entre las parejas (por ejemplo, el matrimonio, con sus reglas
específicas) y también el grado de aceptación que ciertas conductas
tienen en el resto de la población. Un estudio posterior realizado
sobre la población de la ciudad de Groningen, en Holanda, intentó
hilar más fino sobre el significado de estas preferencias masculinas.
Se intentó ver si la preferencia de edad cambiaba al considerar
distintas formas de relacionamiento entre los hombres y las mujeres.
Estas distintas formas contemplaban tanto el matrimonio, como una
relación de pareja, el enamoramiento, una aventura ocasional e
incluso una fantasía sexual sin contacto real.
En el caso de las mujeres, el patrón general es muy simple:
prefieren hombres de aproximadamente su misma edad o un poco
mayores sin importar la edad que ellas tengan. Las mujeres de
mayor edad, salvo excepciones, no muestran una preferencia
marcada por hombres más jóvenes, aun si consideramos
encuentros ocasionales o fantasías sexuales.
Como ya vimos, las cosas son bien distintas con los hombres: a
medida que su edad aumenta, prefieren parejas cada vez más
jóvenes. Pero, además, se observa que para relaciones ocasionales
y fantasías los hombres prefieren mujeres aún menores que para
relaciones a largo plazo. Los autores del estudio especulan con que,
al pensar en relaciones duraderas, los hombres eligen mujeres más
próximas a su edad no porque lo deseen, sino porque la
competencia con ejemplares más jóvenes pone una restricción a su
habilidad de convertir sus deseos en realidad. Como dijo el famoso
doctor House, citando al no menos famoso Jagger: “No siempre
puedes conseguir lo que quieres”. Esta máxima también aplica a las
preferencias femeninas (en este caso de las holandesas), que no se
ajustan a los deseos masculinos: ellas prefieren hombres algo
mayores, aunque cercanos a su edad, y esto no cambia al
envejecer.
Otro estudio más reciente que muestra cómo en la evolución no
siempre puedes conseguir lo que quieres fue realizado por un grupo
de investigadores de la Universidad de Turku, a partir del análisis de
datos demográficos (registros detallados de bautismos, casamientos
y fallecimientos) de los sami del norte de Finlandia entre los siglos
XVII y XIX.[16] Ese pueblo practicaba el pastoreo de renos, la pesca
y la caza para sobrevivir. No ejercían mecanismos de control de
natalidad, por lo que su modo de vida se aproxima bastante a las
condiciones naturales en nuestra especie hace varios miles de años.
Eran monógamos en su mayoría y los pocos casos de personas que
volvían a casarse a lo largo de su vida fueron excluidos del estudio
(Mick, Keith y Ron quedarían fuera).
El grupo de investigadores liderado por Samuli Helle se planteó
analizar qué diferencia de edad entre las parejas les daba la mayor
probabilidad de dejar una descendencia numerosa. Esa diferencia
debería determinar las preferencias masculinas y femeninas, en
caso de que estas estuvieran marcadas por los requerimientos de la
evolución. En este estudio encontraron que la diferencia de edad
entre parejas que maximizaba su descendencia era de unos quince
años, siendo el hombre mayor que la mujer. La fecundidad predicha
para las parejas con esa diferencia de edad es de alrededor de seis
o siete hijos. Pero lo curioso es que pocas personas, sólo el 10% de
las parejas, tenían una diferencia de edad cercana a la óptima. ¿Por
qué no elegían con más frecuencia una pareja con esa diferencia de
edad, si eso es lo óptimo desde el punto de vista evolutivo? Será
porque no siempre puedes conseguir lo que quieres… o tal vez
porque la biología no alcanza para explicar por completo este
asunto.
Probablemente, como sugieren los autores del estudio, quienes
eran considerados buenos partidos matrimoniales accedieran a la
posibilidad de elegir con mayor libertad (como los Stones). También
existen algunas cuestiones culturales relacionadas con prácticas
matrimoniales y otras cuestiones ecológicas, como la disponibilidad
de parejas de la edad adecuada, y de recursos que podrían dificultar
que la gente hiciera lo que la evolución los inclinaba a querer. Podría
tratarse de un ejemplo de conflicto entre el interés biológico y el
cultural, algo que no debería preocupar a un Rolling Stone.
En nuestra cultura parece haber un juicio negativo respecto de
relaciones con gran diferencia de edad (salvo que uno sea Ron
Wood, y aun así en el barrio comentan). Un argumento posible para
este prejuicio podría ser que relaciones de este tipo están
destinadas al fracaso. En el caso específico de los matrimonios
(relación importante entre personas, pero no la única posible) se ha
explorado cómo su duración depende de la diferencia de edad de
los cónyuges en el caso de parejas heterosexuales. Sin embargo,
los resultados obtenidos han sido controversiales y es probable que
el asunto dependa de la sociedad en que ocurre.
Un estudio bastante detallado a partir de datos de Inglaterra y
Gales entre 1963 y 2005 (plena era de los Rolling Stones) muestra
que puede haber cierta asociación entre el riesgo de separación y la
diferencia de edad, pero que dicha correlación es pequeña. La señal
estadística más clara es que puede haber una influencia negativa de
la diferencia de edad[17] para quienes se casan después de los 30 y
son mayores que su esposa en más de diez años. Este efecto es
más marcado en quienes se casaron en las primeras décadas del
estudio, fundamentalmente en los años sesenta. Tal vez esto se
deba al efecto de los prejuicios sociales, que pueden haber ido
cambiando con el tiempo en parte gracias a casos aceptados
socialmente como el de los propios Stones.
Por último debemos decir que hay un curioso beneficio (para
algunos) en este tipo de matrimonios con gran diferencia de edad y
que tal vez explique, en parte, la saludable longevidad de los
Rolling. Un estudio realizado por Sven Drefahl, del Instituto Max
Planck de Investigaciones Demográficas en Alemania sugiere que la
expectativa de vida de un hombre aumenta según la diferencia de
edad con su esposa.[18] Es decir que cuanto más joven sea la
esposa, mayor es la probabilidad de que el hombre tenga una larga
vida. El riesgo de mortalidad de un hombre casado con una mujer
entre siete y nueve años menor que él es un 11% menor que el de
un hombre casado con una mujer de su misma edad. Parece que
tenemos una pista del secreto de la longevidad de Mick. También es
posible que la tendencia estadística no sea causal y se deba a que
los hombres que se casan con mujeres mucho más jóvenes ya
tienen una mejor salud que se manifiesta en la posibilidad de esa
elección.
Pero ¿qué pasa con las mujeres? Resulta que una mujer casada
con un hombre entre siete y nueve años mayor que ella tiene un
riesgo de mortalidad 20% mayor que una mujer casada con un
hombre de su misma edad. Ese matrimonio con mucha diferencia de
edad no parece un trato justo, al menos en lo que a expectativa de
vida se refiere: el hombre la aumentará pero a expensas de la mujer.
¿Y qué pasa con las mujeres que se casan con hombres más
jóvenes? En ese caso tampoco el trato es justo: estas mujeres no
tienen el beneficio de una mayor sobrevida, de hecho aumenta su
riesgo de mortalidad en comparación con aquellas que se casan con
alguien de su misma edad (que parece lo óptimo para las mujeres
desde este punto de vista). ¿Cuáles podrían ser las razones de
estas diferencias?
Sven Drefahl considera que esto puede deberse a que los
hombres en general tienden a estar más solos. Según este autor, los
contactos sociales de los hombres son menos y de menor calidad
que los de las mujeres. Por lo tanto, un esposo más joven no sería
de tanta ayuda como una esposa joven para cuidar a su pareja y
hacer actividades que contribuyan a extender la vida (salir a
caminar, hacer actividad física y disfrutar la vida juntos, entre otras
sugeridas en el estudio), porque las mujeres generalmente ya tienen
con quién hacer esas cosas. Un hombre veterano suele depender
más de una relación de pareja para tener ese apoyo.
Pero entonces ¿por qué un esposo más joven debería reducir la
expectativa de vida de una mujer? Sugiere Drefahl que es posible
que las parejas heterosexuales con un marido más joven sufran
algún tipo de sanción social. Esas parejas pueden recibir menos
apoyo social y tener una vida más estresante, que aumente el riesgo
de mortalidad. En cualquier caso, antes de empezar a pensar en
deshacerse de su cónyuge por miedo a que su expectativa de vida
se acorte, debemos recordar que los integrantes de parejas
heterosexuales casadas tienen una mayor expectativa de vida que
las personas solteras en similares condiciones. Este efecto es
mayor en las mujeres, lo que termina siendo una suerte de
compensación por los efectos negativos que mencionamos antes.
Aun así, si la juventud de la mujer es un elemento de atractivo,
es de esperar que ellas intenten aparentarla. Esto es algo común en
muchas especies animales en las que actúa la selección sexual a la
hora de elegir pareja: ciertas características seleccionadas se ven
reforzadas. “El arte del engaño”, en el que la protagonista de la
canción que da nombre a este capítulo tiene mucha práctica,[19]
puede ser parte de la comunicación sexual en el mundo animal. Tal
vez ese sea el motivo por el que se han desarrollado métodos para
aparentar una edad diferente a la real. El disimular el envejecimiento
de la piel con maquillaje, el uso del color rojo en los labios, y por
supuesto, ciertas cirugías estéticas pueden modificar la edad
percibida por otras personas. Algunos experimentos en psicología
muestran que los colores claros en el pelo de una mujer hacen que
la edad estimada para esa persona sea menor que si fuera oscuro.
Tal vez este sea uno de los motivos de la popularidad de las rubias
artificiales. Desde luego, hay una serie de construcciones culturales
que pueden incidir en esto, aunque también la biología parece influir
en nuestras elecciones al respecto.
En cualquier caso debemos recordar que todo lo mencionado
hasta aquí son estudios estadísticos y que las preferencias de
hombres y mujeres pueden ser muy variadas y por supuesto no se
limitan al matrimonio ni a la heterosexualidad. No vale la pena
preocuparse si no se luce lo suficientemente joven o viejo, siempre
puede haber alguien que prefiera algo diferente. Esa es la esencia
de la diversidad biológica y cultural. En ese sentido Charlie Watts es
un ejemplo muy ilustrativo, una interesante excepción que muestra
el valor de la individualidad: el baterista de los Stones se casó a los
23 años, en los inicios del éxito de la banda, con Shirley Ann
Shepherd, una mujer tres años mayor que él, con la que tuvo una
única hija. Y siguen juntos.
Ciertamente en la evolución “you can’t always get what you
want”; estamos hechos para el intento, no para el éxito. Nuestros
deseos han sido moldeados durante milenios para empujarnos en la
dirección que maximiza nuestras probabilidades de sobrevivir y
dejar descendencia, pero no para lograr la victoria absoluta. Los
deseos son un motor que nunca se apaga. Lo que queremos
siempre le queda grande a nuestra realidad. Pero como sugiere la
canción, si se intenta lo suficiente, tal vez por fin consigamos lo que
necesitamos en la vida y en la evolución. Tal vez una excepción
puedan ser personas en posiciones socialmente privilegiadas como
los Rolling Stones, que terminan logrando lo que quieren en
aspectos como la selección de pareja. Pero aun ellos dicen que eso
no siempre se consigue. Y la letra de “Satisfaction” sugiere que
conformar los deseos puede ser muy difícil, incluso para Mick, Keith
y sus compañeros. El dolor y la insatisfacción parecen ser la
contracara de la búsqueda de la realización de los deseos.
[16] Samuli Helle y otros (2008), "Marrying women 15 years
younger maximized men's evolutionary fitness in historical Sami",
Biology Letters, nº 4, pp. 75-77.
[17] Si consideramos negativo el divorcio, lo que podría ser otro
valor cultural.
[18] Sven Drefahl (2010), “How does the age gap between
partners affect their survival?”, Demography, vol. 47, nº 2, pp. 313326.
[19] “She was practiced at the art of deception.”
9. Los conspicuos labios de Jagger
El nombre científico de una especie consta de dos palabras. La
primera corresponde al nombre del género, una categoría que
agrupa a un conjunto de especies que tienen un cierto grado de
parentesco (sería algo así como el apellido de la especie, como
Jagger, Richards o Jones). Por convención se escribe en letra
cursiva y con mayúscula. La segunda es el nombre propio de la
especie (sería como el nombre de pila, como Mick, Keith o Brian),
que también se escribe en cursiva pero con minúscula. Como
ejemplo recordemos a los macacos de Gibraltar “amigos” de Brian
que conocimos en el capítulo “La música amansa a las fieras (¿o
no?)”. Su nombre científico es Macaca sylvanus y tiene la
peculiaridad de ser la única especie de este género que vive fuera
de Asia. El género Macaca incluye más de veinte especies que
viven en general en Asia. Una de las especies más conocidas del
género Macaca es Macaca mulatta: es el mono rhesus usado en
numerosos estudios científicos, por ejemplo, los de comportamiento
de apego. También fue el primer primate clonado y algunos
individuos fueron enviados al espacio en diversas misiones. De su
nombre, “rhesus”, deriva la denominación del factor Rh del grupo
sanguíneo humano, porque se identificó en ellos por primera vez.
Otra especie bastante conocida del género Macaca es el macaco
japonés Macaca fuscata, al que tal vez reconozcan por su envidiable
hábito de bañarse en aguas termales durante el invierno como
forma de tolerar las bajas temperaturas.
También hay varias especies del género Macaca que se
encuentran extinguidas y que han podido identificarse por sus restos
fósiles. Así como los músicos sienten un gran orgullo cuando uno de
sus temas se transforma en un gran éxito, los paleontólogos sueñan
con encontrar un fósil que corresponda a una especie nueva, o aún
mejor, a un nuevo género. Eso les da la posibilidad a los científicos,
entre otras cosas, de nombrar al nuevo género y a la nueva especie.
Un ejemplo de una especie fósil de macaco es Macaca libyca, que
vivió al final del Mioceno (hace unos cinco millones de años) y que
fue encontrado en yacimientos presentes en Egipto. En este caso a
los investigadores se les permitió elegir el nombre de la especie,
pero el nombre del género corresponde al ya existente.
Curiosamente, en yacimientos que también se encuentran en Egipto
pero correspondientes al comienzo del Mioceno (hace unos veinte
millones de años) se halló un fósil muy particular que no sólo
perteneció a una nueva especie, sino también a un nuevo género.
Se trata de un animal que pertenece a la familia de los
antracotéridos, emparentado con los hipopótamos y las ballenas
actuales. Ese fósil tenía algunas características particulares que lo
hacían muy diferente a cualquier otro animal conocido hasta ese
momento. Por lo tanto pertenecía a un nuevo género y se debía
elegir un nuevo nombre.
Pero ¿qué tiene todo esto que ver con los Rolling Stones?
Resulta que la característica más llamativa de este nuevo género de
antracotéridos recordaría a una característica morfológica del
mismísimo Mick Jagger: sus enormes labios. ¿Cómo se pudo
conocer el tamaño de los labios de un animal del que quedan
apenas restos fósiles de sus huesos? Un dato llamativo es que la
mandíbula presentaba numerosos orificios, llamados “forámenes”,
por los que pasarían ramas de nervios y vasos sanguíneos. Esto
indica que habría tenido labios muy sensibles y con mucha
movilidad. Por esta razón surgió la idea de nombrar al género en
honor a Mick Jagger. Parece que por un momento consideraron
también la posibilidad de nombrarlo en honor a otros labios
humanos famosos, los de Angelina Jolie, quien casualmente tuvo
una importante aparición en el video de los Rolling Stones de
“Anybody Seen My Baby?”. Al fin se decidieron por los labios de
Jagger y el nombre propuesto fue Jaggermeryx. En el artículo
publicado en 2014, en el Journal of Paleontology, los científicos
explican la etimología de este nombre: Jagger por sir Mick Jagger,
en reconocimiento por sus famosos labios, mientras que meryx
significa “rumiante”, y es un sufijo común para los artiodáctilos
(animales con pezuña hendida). La especie descripta tiene como
nombre naida, derivado del griego “naias” o “ninfa del agua”, en
reconocimiento de los hábitos semiacuáticos inferidos para esta
criatura. Por lo tanto, Jaggermeryx naida habría tenido un labio
inferior muy sensible o un hocico agudizado para el tacto, tal vez
incluso combinado con vibrisas (bigotes sensoriales como los que
tienen los gatos en su hocico). Seguramente esos labios y hocicos
habrían sido útiles para buscar y recoger plantas acuáticas en su
hábitat natural. Ahora bien, ¿qué utilidad específica le prestan los
labios a Mick Jagger? Los humanos tenemos labios que cumplen
algunas funciones específicas, pero hay una particularmente
relevante para Mick: cantar.
Cantar implica dos cosas que deben hacerse de forma
simultánea: articular palabras como en el habla normal y al mismo
tiempo hacerlas sonar con las notas musicales correctas. La teoría
de la fuente y el filtro nos ayuda a entender cómo producimos esos
sonidos. Nuestro tracto vocal (filtro), por donde se propagan las
ondas de sonido generadas por las cuerdas vocales (fuente) al
tensarse y vibrar, atenúa ciertas frecuencias y amplifica otras.
Esto puede entenderse considerando lo que ocurre en un tubo
de plástico cuando lo golpeamos para producir sonido en su interior.
En los extremos de un tubo abierto hay un cambio importante en la
cantidad de aire que debe ser movilizado por una onda de sonido
que se propaga por este, lo que hace que en esos lugares se
produzca una reflexión de la mayor parte del sonido, es decir, una
parte de las ondas se absorbe, mientras que otra parte rebota y se
dispara en otra dirección. Así es que dentro del tubo se produce una
superposición de ondas que viajan simultáneamente en ambas
direcciones. Luego de varios rebotes en los extremos del tubo, estas
ondas se van atenuando ya que, al sumarlas, sus efectos tienden a
anularse. Pero si la longitud de la onda fuera la adecuada (y esto
depende de su relación con la longitud del tubo) podría ocurrir que,
luego de cada rebote, los máximos de una onda anterior
coincidieran con los de la que fue reflejada. De ser así, con cada
rebote se iría ganando en amplitud de la onda, es decir, en
intensidad del sonido. Esto hace que un tubo tenga ciertas
frecuencias de resonancia características.
El tracto vocal humano actúa como una suerte de tubo (o más
precisamente un conjunto de tubos colocados uno a continuación
del otro) que selecciona las frecuencias de resonancia del sonido
generado inicialmente por las cuerdas vocales. De este modo el
tracto vocal actúa como un filtro quedándose con algunas
frecuencias y desechando todas las otras. Las frecuencias que
seleccionará dependen de la longitud del tubo, así como de si está
abierto en ambos extremos, cerrado en un extremo y abierto en el
otro o cerrado en ambos. Sin embargo, un tubo de plástico como los
usados en las demostraciones de este fenómeno en las clases de
física no puede generar los sonidos de las vocales del habla
humana. ¿Cómo lo podemos hacer nosotros?
Lo que ocurre es que nuestro tracto vocal puede cambiar sus
dimensiones y propiedades acústicas mediante el movimiento de la
lengua y los labios. Una forma de modelar lo que ocurre es pensar
que el tracto vocal, desde las cuerdas vocales hasta los labios,
funciona como dos tubos consecutivos unidos por sus extremos.
Uno de esos tubos (el que corresponde a nuestra faringe) es más
delgado que el otro (que corresponde a la boca). Por ejemplo, al
emitir una “a” abrimos bien la boca y la faringe se obstruye un poco
al tirar la lengua hacia atrás (prueben con los ejemplos que iremos
dando, no hay mejor forma de aprender del mundo que
experimentar), tenemos entonces un tubo más delgado junto a otro
más grueso. Al emitir una “i” hacemos lo opuesto, achicamos la
boca y traemos la lengua hacia adelante, con lo cual nuevamente
tenemos dos tubos distintos pero ahora el de la faringe es más
grueso y el de la boca, más delgado. Podemos ver la “u” como la
conjunción de tres tubos, el más delgado está en el medio de los
otros, en el lugar donde la lengua se eleva cerca del paladar
estrechando el pasaje de aire en ese ramo central. ¿Probaron?
Los labios pueden cerrarse un poco en algunos casos o abrirse
como una trompeta para el paso de vocales como la “a”. Así,
cuando los labios se abren como una trompeta la longitud acústica
del tubo es reducida y todas las frecuencias de resonancia
aumentan. Abrir bien la boca genera ese efecto, por eso para cantar
notas agudas es importante hacerlo (observen a su cantante
favorito… Mick Jagger, por ejemplo, abre la boca al ir a los agudos;
o prueben ustedes mismos si les gusta cantar y verán cómo los
agudos suenan mejor).
Este doble filtrado de frecuencias que hace ese sistema de dos o
más tubos genera un patrón de frecuencias seleccionadas, llamadas
“formantes”, que caracterizan el sonido de las vocales. Hacer
coincidir esas formantes con las frecuencias de la nota musical que
se está emitiendo es lo que posibilita un canto afinado y bien
articulado. El movimiento de los labios y la lengua permite la
permanente coordinación de estos dos efectos para lograr el filtrado
adecuado del sonido, que también debe ser emitido de forma
precisa por las cuerdas vocales para lograr la afinación.
Los labios también cumplen un papel muy importante en la
emisión del lenguaje articulado, al obstruir por momentos el pasaje
del aire para generar los sonidos de las consonantes. Y no hay
mejor muestra visual de esto que los enérgicos movimientos de los
labios de Jagger al cantar. Para tocar la armónica también los labios
juegan un rol muy importante puesto que bloquean algunas celdas y
permiten la emisión de notas claras y definidas a través de una
única celda.
En las notas de prensa que siguieron al lanzamiento del álbum
Blue & Lonesome (2016), en el que los Stones versionan clásicos
del blues, Keith Richards se mostró muy impresionado por la
habilidad de Mick con este instrumento: “Mick realmente acierta en
este disco. Es el único músico que queda capaz de tocar la
armónica de ese modo. Mucha gente olvida el gran músico que es.
[…] Su canto y su interpretación de la armónica no tienen
comparación”. Tal vez sus conspicuos labios también lo ayuden en
eso. A propósito del blues y los inicios de los Stones, en el próximo
capítulo hablaremos del origen y significado del geológico nombre
de la banda.
10. ¿Cantos
movedizas?
rodados
o
piedras
La geología como ciencia tiene una situación algo peculiar ante
la opinión pública e incluso frente a la mirada de científicos de otras
disciplinas. La física, la biología e incluso la astronomía (a veces
tristemente confundida con la astrología) son disciplinas bastante
reconocidas por el gran público y con una creciente presencia en
manifestaciones de la cultura popular. Pero la geología debe
soportar comentarios como los que el ficticio físico teórico Sheldon
Cooper hace en la serie televisiva The Big Bang Theory. El buen
Sheldon no considera a la geología una ciencia e incluso ha llegado
a preguntarle a su amigo Leonard: “¿Sabes qué es lo interesante de
una caverna?”, para luego contestarle: “Nada”. Por supuesto que
estos desprecios pueden ser fácilmente desacreditados, como hizo
la geóloga y divulgadora Evelyn Mervine en el blog de la Unión
Americana de Geofísica.[20] Ella dice que:
La geología es una ciencia interdisciplinaria perfectamente
legítima que requiere conocimiento avanzado y síntesis en los
campos de la biología, la química, las matemáticas e incluso de la
física.
Pero no deja de ser interesante cuestionarse por qué alguien
preferiría el estudio de las rocas por encima del de los seres vivos,
llenos de belleza, movilidad y conexiones con la naturaleza humana.
Debe haber muchas razones para esta elección, pero hay una
especialmente sugerente (incluso en su conexión con la legendaria
banda que nos interesa). En las rocas hay cierta eternidad que los
seres vivos (salvo aquellos que se han transformado en roca por los
procesos de fosilización) no tenemos, pero a la cual aspiramos. A
esta reflexión nos llevan las palabras del historiador Felipe
Fernández-Armesto en su libro Un pie en el río:
Hace unos veinte o treinta mil años, los pintores de arte rupestre
[…] mostraron su fascinación por los lugares oscuros y profundos de
las partes más inaccesibles de las cavernas: el entorno más ajeno al
cambio que pudieron encontrar, hecho de roca sólida. Eligieron esta
parte interior de las cuevas para decorarla con imágenes tan
duraderas que muchas de ellas siguen intactas hoy. […] La
explicación más plausible vincula estos trabajos con la necesidad de
huir de lo efímero para alcanzar el mundo inmortal de los dioses o
los espíritus o los ancestros atrapados en piedra. […] Casi se puede
ver, casi se puede tocar ese esfuerzo en las huellas de las manos
que llenan algunas de sus piedras. El intento de alcanzar el mundo
que quedaba dentro de la roca era parte de una voluntad muy
extendida de huir del cambio, quizá porque el cambio y la mortalidad
son imposibles de separar.
Y así los Stones, con su nombre geológico, a diferencia del
cuasibiológico de los Beatles, han mantenido una increíble vigencia
por más de cincuenta años, incluyendo el lanzamiento en 2016 del
disco Blue & Lonesome, en el cual, además, vuelven a sus raíces
musicales. Nos muestran así que el tiempo parece no pasar, lo que
resulta un valor añadido del arte en su lucha contra la mortalidad.
Hablaremos, entonces, del inmortal nombre de la banda y sus
connotaciones científicas y en particular geológicas.
En algún momento del año 1962, Brian Jones decidió realizar
una costosa llamada telefónica a Jazz News para poner un anuncio
que promocionara a su banda. Según Keith Richards, las cosas
transcurrieron más o menos así:
–Tenemos una actuación en…
–¿Y cómo se llama tu grupo?
Nos quedamos mirándonos unos a otros con cara de sorpresa…
Y la llamada costaba su buen dinero. ¡Muddy Waters, ven a
rescatarnos! La primera canción de The Best of Muddy Waters es
“Rollin’ Stone”; la cubierta del disco estaba en el piso en ese
momento. A la desesperada, Brian, Mick y yo nos tiramos a la
piscina:
–Los Rolling Stones.
Se han contado muchas variantes y detalles de esta historia y en
cada libro que consulté hay una levemente distinta. Pero en
cualquier caso es claro que, de no haberles gustado ese primer
nombre, podrían haberlo cambiado. No habrían sido el primer grupo
en cambiar su nombre inicial, incluso los Beatles lo hicieron. El
nombre homenajeaba a Muddy Waters, uno de los músicos que más
admiraban, y a su vez tenía un significado importante. El tema
“Rollin’ Stone” de Waters era una interpretación de un blues
tradicional llamado “Catfish Blues” [el blues del bagre o del siluro].
En pocas estrofas se pintan rasgos del modo de vida del músico de
blues tradicional y allí aparece la expresión “rollin’ stone” que se usa
con un sentido similar a la palabra “trotamundos”:
Y desearía ser un bagre,
nadando en, oh, el mar profundo y azul.
Las tendría a todas ustedes, mujeres bonitas,
pescando, pescando, a la pesca de mí
claro, sí, a la pesca de mí
claro, sí, a la pesca de mí
oh, sí, oh, sí, claro, sí.
Fui a casa de mi nena,
y me senté, oh, en los escalones.
Ella dijo: “Vamos, entra ahora, Muddy,
sabes, mi marido se fue recién
claro, sí, se fue recién
claro, sí, se fue recién”.
Claro, sí, paciencia, paciencia.
Y bueno, mi madre le dijo a mi padre,
justo antes mmmm, de que yo naciera:
“Estoy esperando un niño,
que va a ser, va a ser un trotamundos,
claro, sí, es un trotamundos
claro, sí, es un trotamundos”.
Paciencia, es un, oh, paciencia, es un, paciencia, es un…
Y siento, sí, siento
siento que podría largar todo, no me queda tiempo
tengo que subirme a lo primero que eche humo,
de vuelta, de vuelta al camino me voy
de vuelta al camino me voy
de vuelta al camino me voy
claro, sí, de vuelta, claro, sí, de vuelta.
La expresión “rolling stone” es famosa en inglés gracias al
proverbio que dice “a rolling stone gathers no moss”, algo así como
“una piedra movediza no junta musgo”. El asunto es que el signo
moral del proverbio depende de la valoración que se haga del
musgo. Una de las interpretaciones posibles es la que hace Philip
Norman en su biografía de Mick Jagger. Para él, “el dicho desalienta
la aventura y defiende la falta de iniciativa”. Según esta lectura, el
musgo sería algo deseable, y el objetivo de la vida sería juntarlo.
Pero el proverbio también puede entenderse exactamente al revés:
según la canción de Muddy Waters, el musgo es un indicador de
decadencia y pérdida de vigor, y esta parece ser la interpretación
que sus discípulos británicos hicieron propia. Se sienten orgullosos
trotamundos que no se quedan quietos y viven a pleno la aventura
de la vida, asumiendo todos los riesgos por el incierto camino del
blues.
Pero aún más variadas son las posibles traducciones al español
de estas simples palabras: “cantos rodados”, “piedras movedizas”,
“piedras rodantes”, “guijarros”, etc. Los cantos rodados o guijarros
son fragmentos de roca pulidos al ser transportados, por ejemplo,
por corrientes de agua. Son piedras de superficie lisa que se
encuentran cerca de los ríos y arroyos y se usan para “hacer sapito”.
El juego consiste en lanzarlas con cierto ángulo sobre una superficie
de agua calma de modo que la piedra rebote varias veces sobre
ella. El récord mundial logrado en 2013 parece haber sido de… ¡88
rebotes seguidos sobre el agua! Y el récord de distancia (logrado en
otro lanzamiento diferente) ¡de 107,4 m! Sobre esto hay ciencia, y si
piensan en desafiar estas marcas, o simplemente hacer un buen
lanzamiento e impresionar al público, deberían saber algunas de las
conclusiones al respecto.
En un artículo publicado en Nature en enero de 2004, año en
que el récord era de apenas 38 rebotes, un grupo de investigadores
franceses encabezado por Christophe Clanet estudió el problema.
Su principal conclusión fue que el lanzamiento óptimo debe lograr
un ángulo de 20º entre la superficie de la piedra y la del agua. Con
ese ángulo ideal se consiguen tres cosas muy importantes: es
mínima la velocidad a que se debe lanzar; es máxima la tolerancia
al error en la dirección de la velocidad de la piedra al golpear el
agua, y se minimiza el tiempo de colisión entre la piedra y el agua.
Este ángulo mágico de 20º, además de facilitar que se produzca el
rebote en el agua, permite el máximo de rebotes ya que al reducir el
tiempo de interacción de la piedra con el agua, la pérdida de energía
en cada rebote es mínima. No está de más recordar que conviene
que la piedra sea bastante plana y que hay que lanzarla haciéndola
girar respecto a un eje perpendicular a ese plano. El giro le da
mayor estabilidad al movimiento debido al efecto giroscópico, el
mismo fenómeno físico que hace que una bicicleta sea estable
cuando marcha y sus ruedas giran, a pesar de ser muy inestable
cuando se encuentra quieta. El efecto giroscópico es también el que
hace estable a los famosos spinners. Luego de publicado ese
trabajo, y gracias a las recomendaciones que allí se hacían, se
mejoró extraordinariamente el récord mundial de rebotes sobre el
agua, que pasó en poco tiempo a ser más del doble que el anterior.
Recuerden que 20º es el ángulo ideal entre el plano de la piedra y la
superficie del agua, pero resulta que también es un buen valor para
el ángulo entre la velocidad de la piedra y la superficie del agua en
el momento del impacto, aunque esto último no parece ser tan
crítico. Con esas ideas en mente pueden probar hacer sapito en
alguna playa, seguro que les irá bastante bien. Así es que al
traducirlo al español, “rolling stone” puede designar al tipo de piedra
que sirve para esto (en inglés este tipo de lanzamiento se conoce
como skipping-stone).
Más curioso es un fenómeno geológico llamado en inglés,
precisamente, rolling stones o también sailing stones [piedras
navegantes] (¿les hacía falta un nombre para promocionar su banda
de covers?). Estas rolling stones fueron por mucho tiempo un gran
misterio que, como podrán imaginar, generó todo tipo de
especulaciones, algunas científicas y muchas no tanto. Se trata de
unas rocas de tamaño considerable (de entre 15 y 45 cm) que dejan
largos surcos en el suelo como si se hubieran estado arrastrando,
pero cuyo movimiento nadie había podido observar. Las más
conocidas y llamativas se encuentran en Racetrack Playa, en el
Parque Nacional del Valle de la Muerte de California, en los Estados
Unidos.
Una hipótesis fundamentada en argumentos físicos fue
propuesta en el año 2011 en el American Journal of Physics (una
revista realmente muy recomendable para aquellos con cierta
formación en física, pero interesados en aplicaciones y en temas
variados).[21] Según los autores, en ciertas condiciones de
inundación podrían formarse balsas de hielo que levantan las rocas
unos centímetros y las hacen flotar sobre el agua. De este modo,
una brisa suave sería suficiente para moverlas y dejar esos rastros.
Los investigadores proponen incluso un experimento casero que me
apresuré a intentar y que puede ser divertido. Basta con poner una
pequeña piedra (un canto rodado, por ejemplo) en un recipiente de
plástico, llenarlo con agua dejando sobresalir un poquito de la piedra
sobre el nivel del agua y colocarlo en el congelador. Una vez
formado el hielo, se debe sacar el cubo de hielo con la piedra
encastrada y se lo coloca en una fuente con agua: si la piedra no es
muy grande en comparación con la cantidad de agua, ocurrirá que
esa balsa de hielo puede flotar. Si se sopla suavemente sobre el
extremo de la piedra que sobresale (como si fuera la vela de una
embarcación), la balsa se mueve fácilmente. Según los autores de
ese trabajo, la parte de abajo de la piedra dejaría la huella sobre la
superficie arcillosa que subyace.
Todo esto es muy lindo y divertido, sobre todo la curiosidad física
de que el hielo puede formar una balsa que transporte rocas. El
problema es que los autores no logran dar con un mecanismo para
que el hielo, al descongelarse, quede atrapando a las piedras (mi
propia experiencia al esperar que la balsa de hielo se descongele, y
aun así mantenga la piedra atrapada –todo esto en un recipiente de
plástico a escala de la Racetrack Playa– fue muy frustrante). Pero
también hay otros argumentos en contra de esta idea.
Robert P. Sharp y Dwight L. Carey en 1976 construyeron
alrededor de una de estas piedras un corral de 1,7 m de diámetro
con barras separadas entre sí 65 cm. Si una balsa de hielo
suficientemente grande se hubiera formado, las barras no habrían
permitido el movimiento. Sin embargo, según pudieron observar un
tiempo después, la piedra encerrada se había salido del corral y
había recorrido varios metros, a la vez que otras piedras habían
entrado. Esto indica que no es posible que se hubiera formado la
cantidad suficiente de hielo en torno a la piedra como para permitirle
flotar. La idea de las balsas para explicar estas rolling stones era
atractiva pero insuficiente.
Finalmente, en 2014, Richard Norris y sus colaboradores
realizaron un trabajo mucho más detallado que se publicó en la
revista PlosOne. En él se utilizó toda la tecnología disponible (GPS,
fotografía, estaciones meteorológicas, etc.) para detectar y registrar
los detalles del movimiento de las rocas. Así, se pudo consignar su
movimiento a velocidades de entre 2 a 5 metros por minuto,
demasiado pequeñas para ser percibidas durante una observación
casual. A su vez, el movimiento no duraba más que un cuarto de
hora, lo que hace aún más difícil que se pueda notar sin usar
instrumentos y una observación constante. También pudieron ver
cuáles eran las condiciones en el momento del movimiento: el
fenómeno se producía cuando la playa estaba sumergida pero
mientras el nivel del agua dejaba sobresalir parte de las rocas.
También había bloques de hielo que flotaban en el agua, pero no se
observaron balsas que capturaran los bloques. Sin embargo, la
fuerza generada por las capas de hielo que flotan movidas por el
viento ayuda a empujar las rocas con una fuerza suficiente para
desplazarlas a las velocidades observadas. Es decir que el hielo
cumple un rol, al igual que el viento, pero no exactamente mediante
la formación de balsas que contengan a las rocas. En cualquier
caso, estas rolling stones no tienen mucho que ver con la banda ni
en el origen de su nombre ni en su comportamiento tan indolente.
También hay una roca gigantesca, de poco más de 2,5 km de
diámetro, de interés científico, que lleva el nombre de “19.383
Rolling Stones” y en este caso precisamente en honor de Mick y sus
compañeros. Se trata de un asteroide no muy grande. Para
comparar su tamaño podemos buscar en el catálogo de cuerpos
menores ( JPL Small-Body Database Browse) las masas de cuatro
asteroides que llevan nombres de colegas del Instituto de Física de
la Facultad de Ciencias de Montevideo: son los asteroides “5996
Julioangel”, “5088 Tancredi”, “16.277 Mallada” y “17.897 Gallardo”.
Todos ellos son más grandes que “19.383 Rolling Stones”. Los
asteroides de estos astrónomos uruguayos tienen tamaños
cercanos a los 10 km de diámetro (similares al que cayó en la época
de los dinosaurios y provocó su extinción masiva), salvo el de
Gallardo, apenas más grande que el de Jagger y compañía (quién
va a aguantar ahora a estos uruguayos, ¡se van a sentir más
grandes que los Rolling Stones!). El asteroide 19.383 Rolling Stones
fue descubierto en 1998 y pertenece al cinturón de asteroides que
se encuentra entre Marte y Júpiter. El nombre parece muy adecuado
para una gigantesca roca que vagabundea por el sistema solar y
que, si se desviara y golpeara contra la Tierra, podría generar A
Bigger Bang. Y es casi seguro que esta piedra no junta musgo, y si
descubriéramos que lo hace, sería realmente un extraordinario
hallazgo para la astrobiología. Pero de Rolling Stones que viajan por
el espacio trata el próximo capítulo.
[20] El artículo, titulado “Do you know what’s interesting about
caves, Sheldon? Everything” [¿Sabes qué es lo interesante de una
caverna, Sheldon? Todo], está disponible en <blogs.agu.org>.
[21] Ralph D. Lorenz y otros (2011), "Ice rafts not sails: Floating
the rocks at Racetrack Playa", American Journal of Physics, vol. 79,
nº 1, pp. 37-42.
11. A 2000 años luz de casa
¿Nos acomodamos en el polvo o saltamos en busca de Marte?
¿Nos recostamos para oxidarnos o, inquietos,
levantamos las manos y, sí, ¡ahora!
tocamos las estrellas?
¿Qué haremos los hijos de Dios: ganar o perder?
Levantaremos escaleras de incendios hasta el cielo,
escalaremos pendientes estelares
o excavaremos un agujero en la tierra y enterraremos nuestras
esperanzas.
[…]
¿Polvo, gusanos, noche eterna para ti y para mí?
O dulces mundos eternos más allá de ese océano
de astros.
Hablad, errantes de la muda Tierra.
¿Qué pasará?
¿Qué pasará?
¡Qué pasará!
Ray Bradbury, “¿Qué pasará?”, en Libro para inspirar a
curas, rabinos y pastores desanimados (2001)
En su disco del año 1967 Their Satanic Majesties Request, los
Rolling Stones incluyeron el tema “2000 Light Years From Home”. La
letra describe un viaje interestelar que poco a poco los lleva a 100,
600, 1000 y finalmente 2000 años luz de casa. En la canción se
insiste en que el espacio lejos de casa “es tan solitario”. ¿Qué hay a
100, 600, 1000 y 2000 años luz de la Tierra? ¿Hemos descubierto
en esos lugares cosas que los Rolling Stones no podían conocer en
1967?
En la década de 1990 la astronomía experimentó una
sorprendente revolución. Los astrónomos comenzaron a lograr algo
que parecía casi imposible: encontrar evidencia de exoplanetas, es
decir, planetas que están orbitando alrededor de otras estrellas,
como la Tierra lo hace en torno al Sol. Las evidencias suelen ser
indirectas y en la mayoría de los casos se infieren a partir del efecto
del planeta sobre el movimiento de la estrella o por el modo en que
este bloquea momentáneamente parte de la luz que proviene de
ella. A pesar de las dificultades y de la precisión que requieren estos
métodos, los científicos han logrado detectar la presencia de
exoplanetas incluso a distancias de 2000 años luz. Al momento de
escribir este libro hay más de 3500 exoplanetas detectados (y
seguramente sean más cuando ustedes lo hayan leído).
Pocos de ellos se encuentran en la llamada “zona de
habitabilidad” (distancia a su estrella que permitiría la existencia de
agua líquida, imprescindible para el tipo de vida que conocemos) y
aún menos tienen características similares a la Tierra. Pero algunos
resultan muy prometedores como residencia para la vida
extraterrestre.
Varios sistemas estelares con exoplanetas se han encontrado a
distancias cercanas a las mencionadas en la canción de los Rolling
Stones. El rango de entre 100 y 2000 años luz de distancia coincide
bastante bien con nuestra capacidad actual de detectar exoplanetas;
esto resulta una coincidencia interesante, dado que la canción fue
editada veinticinco años antes del primer exoplaneta encontrado.
Por lo tanto, el viaje propuesto por Mick y compañía es posible e
interesante. Sin embargo, lo que podamos encontrar aún no está del
todo claro para los científicos que siguen intentando observar
nuevos detalles y modelar teóricamente las características de
muchos de estos exoplanetas. En lo que sigue recorreremos los
hitos de la canción deteniéndonos a explorar las características de
algunos sistemas estelares que iremos encontrando en el camino.
Como corresponde a un viaje tan ambicioso, además de ciencia
también usaremos bastante imaginación. A encender los motores.
A 100 años luz de casa
Es tan pero tan solitario
estás a 100 años luz de casa.
Aquel día había subido al colectivo para ir a mi trabajo. Al
acercarme al conductor (quien en mi país, además, vende los
boletos) le dije: “A WASP-12… ehhh, perdón, al centro de
Montevideo”. Había estado leyendo sobre exoplanetas; en la parada
había buscado información en mi celular sobre exoplanetas extraños
y WASP-12b era uno de ellos. Me senté en un asiento al fondo y
cerré un poco los ojos para descansar. Al abrirlos nuevamente,
ocurrió algo más propio de una historieta de ciencia ficción que de
mi vida cotidiana: me encontraba en la cabina de comando de una
nave espacial, con amplias ventanas en todas las direcciones lo que
me permitía tener una excelente vista. El piloto principal y su
copiloto estaban delante de mí. A través de mi ventanilla equipada
con un filtro protector, podía ver el Sol que giraba con un movimiento
grácil[22] casi imperceptible (el mismo que descubrió Galileo al
observar a lo largo de varios días la posición de las manchas
solares con la ayuda de su telescopio). En la dirección opuesta se
veía la Tierra con su máximo brillo.
–¿Keith, a dónde te gustaría ir primero? –preguntó el piloto.
–No lo sé, Mick. ¿Qué te parece a unos 100 años luz de
distancia? Veamos en el catálogo de exoplanetas qué puede haber
de interesante para hacer un megashow en algún momento –
contestó su compañero.
–Disculpen, ¿puedo interrumpirlos? A mí me gustaría ir a la
estrella K2-3 en la constelación de Leo, en realidad está a unos 140
años luz de la Tierra, pero no creo que la diferencia moleste mucho.
–Bueno, por lo que veo eres el científico de la nave –me contestó
Mick, girando sobre su silla de capitán para mirarme–, por lo tanto
está bien que nos ofrezcas ideas. Pero no te confundas, muchacho,
aquí mandamos nosotros. Ciento cuarenta no suena tan bien como
100, sobre todo en inglés, pero si me haces un descuento de
distancia y me convences de que el viaje vale la pena tal vez ordene
a la nave poner rumbo a K2-3.
–Mick, Keith, escuchen. La estrella que les propongo visitar tiene
un planeta llamado K2-3 d; cuando pasa frente a ella, bloquea parte
de la luz que llega a la Tierra:[23] así fue como se descubrió su
existencia en el año 2015. Es una supertierra y se encuentra en el
borde interno de la zona de habitabilidad.[24]
–Lo de la zona de habitabilidad suena bien, pero ese nombre,
“K2-3 d”, es bastante aburrido. Además, ¿qué es una supertierra? –
preguntó Keith.
–Se llama “supertierras” a los planetas que tienen hasta unas
diez veces la masa terrestre. Ya que los nombres del catálogo son
bastante aburridos y difíciles de recordar, me tomaré el atrevimiento
de bautizar a K2-3 d como “Astroboy”.[25] ¿Qué les parece? Es un
nombre divertido. El año en Astroboy dura apenas 45 días. Dado
que el período orbital, es decir, la duración del año, depende de la
distancia, podemos deducir que está más cerca de su estrella que la
Tierra del Sol. Pero al ser su estrella menos brillante que el Sol, esa
distancia podría ser adecuada para la existencia de agua líquida en
la superficie. Por eso se dice que está en la zona de habitabilidad.
En ese sistema estelar también existen otras dos supertierras que
son aún de mayor tamaño y se encuentran más cerca de la estrella,
por lo que probablemente estén a una temperatura superficial
demasiado alta para la existencia de agua líquida.
–Esos planetas cercanos a la estrella deben tener unos océanos
realmente abrasadores. Te haremos caso, muchacho. “Pongamos
rumbo a una estrella con ardientes océanos”[26] –dijo Mick. Sacó
una armónica del bolsillo de su chaqueta de cuero, comenzó a
tocarla con gran entusiasmo y así partimos, con una suave
explosión, rumbo al inexplorado planeta bautizado como Astroboy.
Transcurridos unos pocos minutos, la nave desaceleró bruscamente.
–Perdón, muchacho, olvidé pedirte que ajustes tu cinturón de
seguridad, tómalo en cuenta en los próximos saltos –me dijo Mick
mientras yo intentaba asegurarme de que no me había roto ningún
hueso al dar contra la silla del capitán. En la gran ventana principal
se podía ver una estrella roja, tenue pero dominante.
–“Es tan pero tan solitario estar a 100 años luz de casa.” [27]
¿Dónde está el planeta? –preguntó Keith.
–Usaremos los sensores remotos para detectar a Astroboy y
luego trazaré una trayectoria que nos coloque en su órbita –propuso
Mick.
–Casi puedo sentir los “rojos desiertos helados que se
oscurecen” y que hay “energía por todas partes”[28] –dijo Keith,
claramente maravillado ante la visión del disco de la estrella K2-3.
Mick volvió a tocar su armónica. La nave comenzó a corregir su
rumbo y pudimos ver en el centro de la ventana principal un punto
de luz rojiza. Era más brillante que cualquier estrella de ese cielo, a
excepción de la enana roja que estaba a su izquierda. Era Astroboy
y el tono rojizo era prometedor, recordaba a Marte visto desde el
espacio. No logré comprender qué tecnología o ley de la física nos
permitió llegar tan rápido a nuestro destino. Me pregunté si no sería
la magia de la música. Y eso me recordó a una historieta de ciencia
ficción argentina, El Peregrino de las estrellas.[29] El Peregrino era
un viejo galeón capitaneado por Harris Conrad que funcionaba como
nave espacial cuando el joven grumete O’Flagherty hacía sonar una
flauta que le había entregado un extraño ser en muestra de
agradecimiento por haberle salvado la vida. Al tocar su armónica,
Mick parecía lograr aquellas mismas cosas:
Los graves para ascender, los agudos para descender. Las
escalas para acelerar, las notas medias para detenerse. Y hay
combinaciones para flotar individualmente en el espacio y para
quebrar cierta misteriosa barrera del tiempo… algunos acordes
hacen que el Peregrino avance en medio de una negrura espantosa
(es la velocidad de la luz, pero ellos no lo saben). Otros acordes
provocan la desaparición de las estrellas (es la ruptura del espaciotiempo, pero tampoco saben nada de la multidimensionalidad del
universo)… Ya conocen todos los sonidos: el largo y afilado de bajar
en un mundo, el corto y gravísimo de volver al espacio, las tres
notas de impulsar al barco como si un viento de popa lo empujara
veloz…Y el alargado tono de suavizar el descenso.
Los estudios realizados concluyeron que este exoplaneta posee
un radio de 1,52 veces el de nuestro planeta y una masa entre 4 y
10 veces superior. Con estos datos se pudo deducir que Astroboy
debería ser más denso que la Tierra, por lo que seguramente tiene
una composición rocosa con mucho más hierro. El disco del planeta
se hacía visible con algunas nubes blancas enrolladas adornando
una atmósfera espesa de color rojizo. El borde del disco era de un
color celeste similar al de los cielos de la Tierra. Los sensores de la
computadora señalaban que estaba cubierto por un único y
gigantesco océano de poca profundidad.
–¿Podremos aterrizar en este planeta? –preguntó Keith.
–No estoy seguro, tal vez haya algunas islas, debemos
acercarnos más. Pero podemos entrar en la atmósfera e incluso
sumergirnos en el océano. Esta nave es como tú, Keith, está hecha
para soportarlo todo –bromeó Mick.
Yo seguía emocionado, mi corazón se aceleraba. Un enorme
océano nos esperaba allí abajo. En el borde superior del disco
anaranjado se empezaron a notar unas manchas oscuras, parecía
una cadena de islas similares a las que se pueden observar en el
Océano Pacífico.
–Podemos dirigirnos a esas islas, ¿no? –sugirió Keith.
La atmósfera era muy densa y a medida que Mick aspiraba en la
décima celda de su armónica, haciendo un vibrato de mano, nos
íbamos adentrando en un cielo que se volvía cada vez más oscuro,
con una tonalidad de rojo ocre como nunca hemos visto en la Tierra.
En las islas no había vegetación, la playa era plana y de color
marrón rojizo. En el océano se veían amplias zonas de color
púrpura, tal vez fueran colonias de algas. Nuestra nave con forma
de escarabajo posó sus patas en suelo firme. Me puse con dificultad
mi traje de astronauta, imitando los movimientos de Mick y Keith.
Era difícil y no lograba darme cuenta de lo que pasaba hasta que
logré pensar un poco. Si el radio de este planeta era 1,52 veces el
de la Tierra, lo más probable era que su masa fuera 7,5 veces
mayor y, por lo tanto, la gravedad en su superficie tenía que ser
también 3 veces mayor. Se sentía como si una bota gigantesca me
estuviera pisando, apretándome contra el asiento. Logré
incorporarme, era raro caminar en esas condiciones.
–Vamos, muchacho, la presión en este planeta es mucho mayor
que a nivel del mar en la Tierra,[30] debemos pasar por la cámara
de descompresión. ¿Te animas a bajar? –me preguntó Mick.
–Sí, supongo que sí. Si consideramos que la densidad de la
atmósfera terrestre es 100 veces mayor que la densidad de la
atmósfera de Marte, y que la gravedad en la superficie de la Tierra
es el doble que la de Marte, aquí la densidad del aire podría
perfectamente ser unas 150 veces la que hay en la Tierra. Hay
modelos teóricos que sugieren que podría, incluso, ser mucho más
que eso. ¿Podré soportarlo?
–No tengas miedo: ese traje te protege de todo y, si no, te presto
mi buena suerte –bromeó Keith.
Agobiado por mi nuevo peso –casi equivalente al de 250 kg en la
Tierra– bajé la escalerilla para introducirme en la cámara de
descompresión. Mick cerró la compuerta que comunicaba con el
puente de la nave y pulsó unos botones. Unas luces rojas se
encendieron y se sintió un silbido agudo: era el aire de Astroboy que
entraba lentamente a la cámara. Una vez completado el proceso,
Mick me dijo que yo debía abrir la puerta al exterior y que, si todo
iba bien, ellos me seguirían. Me costaba mucho moverme, parecía
como si mis brazos estuvieran atados por cadenas de las que
tiraban hacia abajo unos gigantes forzudos. No era la gravedad el
único problema, también sentía una enorme resistencia del aire a
mis movimientos.
Descendí de la nave y al apoyar mis pies en el suelo noté que la
arena era extremadamente fina. Esto era esperable, la erosión
debía ser una fuerza terrible en un planeta con una atmósfera tan
densa y con vientos intensos. Además, la gran gravedad tiende a
aplanar todos los accidentes geográficos. La superficie de la isla
parecía una mesa de billar con un paño escarlata. A lo lejos
destacaban unos objetos que lucían como enormes rocas del mismo
color de la arena. Me resultó curioso, ¿por qué aún no se habían
erosionado? Decidí investigar, aquellos abultamientos de la
superficie estaban a unos 200 m.
Mientras caminaba hacia allí, pude ver algunas zonas del suelo
cubiertas por algo parecido a los líquenes terrestres, pero de un
color púrpura muy oscuro. De pronto una sombra enorme se movió
veloz por el piso. Levanté la cabeza hacia el cielo anaranjado y vi
una bandada de extraños animales a unos pocos metros. Eran
quienes proyectaban las enormes sombras. Tenían una forma
similar a la de un tiburón con alas de más de 20 m de envergadura.
Luego llamaría a esa especie Aviurones kadostresensii.[31] Estimé
que debían tener una masa similar a la de un elefante terrestre, su
vientre era brillante como una pista de hielo a media tarde. Uno de
ellos llevaba algún tipo de roca en lo que parecía ser su boca. ¿Para
qué las usarían? Tal vez era una herramienta para romper el
caparazón de otro animal, o tal vez necesitaban complementar su
dieta con minerales. Por suerte me ignoraron. Me quedé
contemplando cómo planeaban hacia el océano, luego plegaban sus
alas y finalmente uno por uno se sumergían en el agua. Las olas
que generaban al hundirse eran extrañas, se movían más rápido
que las olas en las playas terrestres. Todo era extraño en aquel
mundo: el color de mandarinas del cielo, el suelo plano como la
cobertura de azúcar impalpable de un postre, los monstruos
voladores, el púrpura profundo de algas y líquenes, mi forma de
moverme, la intensa mezcla de adrenalina y felicidad. Me
comuniqué por radio con Mick, que me seguía con la mirada desde
la nave, para contarle mi interpretación de todo aquello.
–La existencia de estos seres es muy lógica. A primera vista, y
dada la mayor gravedad de este planeta, parece difícil el vuelo de
algo tan grande a velocidades bajas, pero esta atmósfera es unas
150 veces más densa que la atmósfera terrestre al nivel del mar. Por
lo tanto, volar es factible incluso para animales de gran tamaño. Las
fuerzas de sustentación durante el vuelo son proporcionales a la
densidad del aire y el peso es proporcional a la gravedad cerca de la
superficie. Una de las aves voladoras más grandes que existen en la
actualidad en la Tierra es el cóndor andino con una masa de unos
15 kg y una envergadura de más de 3 m. Un animal similar en
Astroboy y que volara a la misma velocidad respecto al aire que un
cóndor, podría tener una envergadura de más de 20 m y una masa
algo superior a la de un elefante africano adulto. ¿Recuerdan a
Dumbo? Se ve que era algo más que una ficción.
Estos organismos voladores –proseguí– podrían haber
evolucionado a partir de seres acuáticos similares a los peces y
calamares voladores de la Tierra. Podrían haber usado sus aletas
para planear un poco en la atmósfera y escapar así de otros
depredadores acuáticos. De a poco podrían haber ido extendiendo
su capacidad de planeo hasta lograr cubrir largas distancias,
aprovechando la densa atmósfera. Habrán notado que estos
gigantes prácticamente no baten sus alas; con certeza, para
despegar, lo hacen en contra del viento. A su vez, es lógico que
vuelen sobre las islas, ya que estas se calientan con la roja
radiación de K2-3, provocando corrientes ascendentes de aire
caliente que sirven a estas criaturas para elevarse planeando sin
necesidad de batir sus enormes alas.
Mientras terminaba de hablar seguía acercándome a las rocas
que había visto. De pronto noté que una comenzó a rodar hacia mí.
Cada vez lo hacía a mayor velocidad y las otras rocas empezaron a
seguirla más lentamente. Enseguida pude ver unas extremidades
que salían de su centro, con las que parecía impulsarse contra el
suelo. ¡Era un animal, no una roca! ¡Y se dirigía hacia mí! Era lógico,
la erosión del planeta no permitiría que una roca de ese tamaño
durara mucho tiempo.
Intenté correr hacia la nave, pero no lograba desprenderme del
piso, de modo que caminé lo más rápido que pude. Cada tanto
giraba mi cabeza para ver al Rodaroca astroboyi (como luego lo
bauticé para la ciencia) y podía ver que la esfera de su cuerpo se
acercaba cada vez más. Pero cuando estaba a punto de alcanzarme
y yo ya pensaba que moriría allí, el animal se detuvo en seco y se
desenrolló, adoptando la forma de un rojizo colchón de una plaza.
Entonces pude ver seis semiesferas blancuzcas en su frente,
que parecían ojos. Me observaba mientras sacudía sus
extremidades. Había sido un ataque simulado, como a veces hacen
los elefantes en la Tierra. Seguí caminando hasta aferrarme a una
de las patas de nuestra portentosa nave. Me sentí más seguro allí,
los rodadores se habían detenido y volvían a concentrarse en comer
pasto púrpura. Más tranquilo, pude darme cuenta de que lo ocurrido
era muy razonable. Llamé a mis compañeros y les expliqué.
–¿Vieron eso? Si bien los animales acuáticos e incluso los
voladores pueden ser enormes, paradójicamente, la vida en esta
tierra firme no puede alcanzar tamaños demasiado grandes debido
a la intensa gravedad, que haría muy difícil sostener el peso
corporal de un animal de gran tamaño. Los huesos y los músculos
no serían capaces de soportar y ejercer las fuerzas necesarias. En
la Tierra el límite máximo de masa para un vertebrado terrestre es
de unas 100 toneladas. En las islas de Astroboy, ese límite sería de
menos de 50 toneladas. Un animal terrestre con hábitos y estructura
similar a la de un elefante que hubiera evolucionado en Astroboy
debería tener, a lo sumo, el tamaño de un toro, pero no podría
galopar ni saltar, debería moverse muy lentamente.
Por otro lado –continué–, las ruedas son buenas en terrenos
planos y son más económicas. Uno de los modos de locomoción
más eficientes estudiados por los científicos corresponde a un ser
humano en bicicleta. Es decir que un ser vivo sobre ruedas puede
ahorrar muchísima energía y viajar a gran velocidad. Entre los
animales terrestres las ruedas no son muy populares: no son
prácticas en la mayoría de los terrenos e implican algunas
dificultades biológicas (al tener que girar siempre en la misma
dirección, esto podría desgarrar nervios o vasos sanguíneos). Pero
algunos animales son capaces de enrollar su cuerpo y rodar para
escapar de los depredadores, como hace el bicho bolita y también
un curioso anfibio venezolano de la especie llamada Oreophrynella
nigra, que contrae sus músculos para tomar una forma lo más
parecida posible a una pelota y se deja caer rodando por pendientes
para eludir a los que quieren engullírselos. El animal que me
persiguió aprovecha los terrenos planos de Astroboy y su capacidad
de enrollarse como una esfera para ahorrar mucha energía.
–Entendido, tal vez podrías quedarte y jugar un partido de fútbol
con esos bichos –dijo Mick entre risas.
–¿Qué tal si dejo de provocar a estos rodadores con mi
presencia y vuelvo a la nave? Podríamos sumergirnos y hacer una
recorrida por el océano.
–Está bien, sube. Pero… ¡mira eso, en el agua!
Giré rápidamente hacia la costa y pude ver el lomo de un gran
animal que asomaba en el agua para luego desaparecer. Estaba a
una gran distancia de la costa pero aun así se veía con claridad,
tenía el tamaño de una ballena. Luego comenzaron a verse otros
lomos gigantescos de un color oscuro. ¿Pueden imaginar lo que
sentí al ver esa secuencia en un mundo en que todo parecía posible
y nada era conocido? Podía ser una serpiente marina que diera
vuelta a todo el planeta, o una manada de seres acuáticos.
–¡Sube rápido, vamos a ver de cerca esos animales! –me animó
Keith, descartando la teoría de la serpiente marina.
Al poco tiempo estaba en mi asiento, con el cinturón de
seguridad puesto y Mick, con ayuda de la computadora de a bordo,
dirigía nuestra nave hacia el grupo de animales. La nave se
sumergió y pudimos ver la forma y dimensión de esas bestias. Eran
del tamaño de ballenas francas, yo estimaba que debían andar en
las 70 toneladas. En el costado de su cuerpo tenían una zona en
que la piel era más oscura, casi negra, y muy arrugada. Parecían
comunicarse con sonidos musicales que Keith se apresuró a
registrar en su grabadora de cintas. De pronto uno de estos
animales saltó fuera del agua. Esperaba con ansiedad que cayera
de nuevo para ver el portento de su violento reingreso al agua. Pero
el tiempo pasaba y no volvía a caer. Luego otra Hercuballena
astroboyi hizo lo mismo y luego otra más.
–¿Qué pasa? ¿Se disuelven en el aire? ¿Por qué no las vemos
caer de vuelta? –preguntó Mick.
–Aquella se apresta a saltar, sigámosla con la nave, ¡vamos! –
dije arrepintiéndome luego de haber dado una orden al mismísimo
Mick.
Nuestra nave salió del agua junto con el monstruo y pude ver
cómo desplegaba aquella piel del costado que, en realidad, eran
gigantescas alas pegadas al cuerpo. De pronto empezaron a
elevarse aprovechando un fuerte viento que sacudió nuestra nave
escarabajo. ¡Esos animales eran ballenas voladoras! ¿No sería todo
aquello un mal sueño? No, al menos por ahora, era razonable.
–Escuchen, esto es perfectamente posible. Antes pensamos en
el cóndor como uno de los animales voladores más grandes de la
actualidad. Pero si fuéramos al caso más extremo y tomáramos
como límite de tamaño para un animal volador en la Tierra el de los
más grandes pterosaurios, veríamos que gigantes aún más
espectaculares son posibles en los cielos de Astroboy.
Consideraremos las proporciones de Quetzalcoatlus, uno de los
animales voladores más grandes que hayan existido en nuestro
planeta y adaptaremos esa situación a la gravedad y atmósfera de
Astroboy, tomando en cuenta siempre las leyes de escala.
Se ha estimado –proseguí– que Quetzalcoatlus tenía unos 11 m
de envergadura y unos 200 kg de peso. Siguiendo ese modelo
tenemos que en Astroboy (como lo hemos imaginado) la máxima
envergadura para un animal volador similar a los mayores
pterosaurios y que volara a la misma velocidad respecto del aire
sería de unos 77 m y su masa, de unas 70 toneladas. Estos
animales tienen casi ese tamaño. Una envergadura así plantea el
problema de asegurar la resistencia de los huesos y las membranas
del ala para que no se rompan; ese factor podría ser limitante para
el tamaño de estas hipotéticas criaturas. Sin embargo, los seres
humanos hemos construido aviones con envergaduras mayores que
esa y con capacidades de carga varias veces superiores.[32]
Además, esos aviones se mueven muy rápido con respecto al aire,
por lo que sin duda soportan fuerzas similares a las de nuestros
gigantes planeadores, entonces, soportar esas fuerzas no es
totalmente imposible. Tal vez los planeadores de Astroboy tengan en
sus alas huesos más resistentes que los de aves y pterosaurios. En
ese caso tendríamos seres del tamaño de ballenas que cruzarían el
cielo de Astroboy como gigantescos aviones vivientes. Pero para
aterrizar deberían volver al agua, ya que no podrían sostener su
peso en tierra firme.
Luego dimos una mirada a la fauna marina de los alrededores, y
si bien vimos cosas espectaculares, seres bioluminiscentes, de
propulsión a chorro, selvas de algas y organismos inclasificables,
nada superó al espectáculo de las ballenas voladoras ni mi huida de
los rodadores de la isla. Debíamos seguir viaje, ahora a algún punto
a unos 600 años luz de la Tierra… Mis compañeros de viaje no
tienen demasiada paciencia para quedarse mucho tiempo en un
lugar.
A 600 años luz de casa
Es tan pero tan solitario
estás a 600 años luz de casa.
–Debemos reconocer que elegiste bien. ¿Cuál sería tu propuesta
para nuestro segundo destino a 600 años luz de casa? –me
preguntó Keith.
–Creo que tenemos aprovechar para ir a un planeta
superhabitable, a una distancia cercana a los 550 años luz. Se trata
de Kepler-186f, descubierto en 2014 en la constelación Cygnus. Su
sistema estelar está compuesto por una estrella enana roja de
menor luminosidad que el Sol y al menos otros cuatro planetas.
–Supertierra, superhabitabilidad, lo único que falta que nos digas
es que eres Superman –dijo Keith.
–De nuevo nos estás cambiando un poco las distancias, pero
supongo que eso de la superhabitabilidad lo debe justificar. ¿De qué
se trata? –preguntó Mick.
–Todas las distancias se miden desde la Tierra con rangos de
error importantes, así que no me preocuparía mucho por eso. Las
condiciones de habitabilidad en la Tierra son buenas, pero no tienen
por qué ser las mejores de todo el universo. Existe una serie de
circunstancias que pueden hacer que las condiciones ideales para la
evolución de la vida sean más estables y duren aún más tiempo que
en nuestro planeta. A esa condición se la llama “superhabitabilidad”.
Una estrella como el Sol tiene una vida esperada de unos diez mil
millones de años y en este momento está aproximadamente en la
mitad. Una enana roja, como Kepler-186, quema su combustible de
manera más lenta, por lo que puede llegar a vivir hasta 10 veces
más que el Sol. Esto da mucho más tiempo para que la vida surja y
evolucione de formas muy variadas. La masa de su planeta en la
zona de habitabilidad es algo mayor que la de la Tierra. Esto le
asegura un tiempo de enfriamiento más largo, con lo cual la
actividad volcánica, que suministra dióxido de carbono a la
atmósfera, se prolonga por más tiempo. Esto es importante porque
el dióxido de carbono de la atmósfera se pierde continuamente
mediante procesos que lo van fijando a las rocas, por lo tanto, el
efecto invernadero necesario para que el planeta no se congele se
iría atenuando con el tiempo si los volcanes no lo devolvieran a la
atmósfera.
–Un momento, ¿el efecto invernadero no es lo que hace del
planeta Venus un horno inhabitable? ¿No es lo que está
produciendo un problemático calentamiento global en la Tierra? Eso
no suena como algo bueno –dijo Mick.
–En realidad el efecto invernadero es necesario para evitar que
el planeta sea demasiado frío. En el caso de la Luna, que está casi
a la misma distancia que la Tierra respecto del Sol, las temperaturas
durante el día son de más de 100 ºC; pero como no tiene una
atmósfera invernadero, las temperaturas son muy bajas durante la
noche: llegan a menos de 200 ºC bajo cero. Lo mismo ocurre en
Marte, que puede tener hermosas temperaturas de unos 20 ºC en el
ecuador durante el día, pero en la noche esas temperaturas
descienden a 100 ºC bajo cero, o incluso mucho menos. Sin llegar al
extremo de Venus, un poco de efecto invernadero es necesario para
la vida. Una disminución del efecto invernadero podría enfriar
demasiado a un planeta como la Tierra, transformándolo en una
esfera de hielo al estilo del planeta Hoth, de Star Wars. Enfriarse
lentamente asegura también la existencia durante más tiempo de un
núcleo interno de hierro fundido capaz de generar un potente campo
magnético. En el caso de la Tierra, el campo magnético es
fundamental para muchas formas de vida, ya que nos protege de los
rayos cósmicos.
–Entiendo. Parece que vale la pena, Mick. ¿Vamos?
–Sí, Keith. Rumbo a Kepler-186 a puro sonido de armónica
diatónica.
Nuevamente sentí una suave explosión y casi de inmediato hubo
una brusca desaceleración. Esta vez tenía puesto el cinturón de
seguridad. Otra vez un disco de color rojo furioso apareció en
nuestra ventana frontal.
–Hay varios planetas en este sistema, pero el que nos interesa
tiene el nombre de catálogo Kepler-186f. Tiene un período orbital (la
duración del año, ¿recuerdan?) de 130 días y un diámetro apenas
un 10% mayor que el de la Tierra. La gravedad y la densidad del
aire pueden ser mayores que en la Tierra, pero no mucho más. Le
daremos un nombre más fácil de recordar y más significativo. ¿Les
gusta “Edén”?[33]
–Perfecto –contestaron Mick y Keith al unísono mientras la nave
empezaba a alterar su trayectoria.
Cuando el giro de la nave concluyó, una estrellita muy intensa,
de un tono azulado, quedó en el centro de nuestra ventana frontal.
Rápidamente, la estrellita empezó a aumentar su brillo hasta que se
pudo ver un pequeño disco planetario. Primero noté algunas zonas
de nubes blancas con un leve tono rosado y un fondo azul intenso,
parecido al de los océanos terrestres. Luego, un par de continentes
muy oscuros de un tamaño apenas mayor al de Australia.
–Es muy similar a la Tierra, pero no se ven amplias zonas de
color verde, como nuestra selva del Amazonas, y los continentes
son negros, como si estuvieran hechos de basalto. ¿Habrá vida en
tierra firme? –se cuestionó Mick.
–Tal vez las plantas sean de otro color en este planeta. Es una
posibilidad, ¿no? –preguntó Keith
–No creo que los continentes sean de basalto, sólo los fondos
oceánicos deberían serlo. La sugerencia de Keith puede ser
correcta. La estrella que ilumina a Edén es una enana roja (tipo M,
para los astrónomos), por lo tanto la energía de los fotones de luz
disponible para realizar fotosíntesis no es tanta como en la Tierra.
Las plantas, o mejor dicho los organismos autótrofos que tomen su
energía de la luz, deberían absorber la mayor cantidad posible de
luz incidente y eso se lograría si sus hojas (o el órgano encargado
de realizar la fotosíntesis) fueran de color negro.
–“Miro dentro de mí y veo que mi corazón es negro / Veo mi
puerta roja y tendría que pintarla de negro / Quizás entonces me
esfume y no tenga que encarar los hechos, / No es fácil hacer frente
cuando todo tu mundo es negro” –cantaba Mick.[34]
–Lindo lugar para elegir flores para la tumba de la pequeña Susie
de “Dead Flowers” –bromeó Keith.
–Miren qué intenso es el azul del mar a medida que nos
acercamos. Tal vez se deba a alguna coloración particular de los
fotosintetizadores acuáticos, o quizás a alguna propiedad de la luz
de la estrella, o a la mayor dispersión de esta atmósfera un poco
más densa.
–“Nunca más mi verde mar se volverá de un azul más intenso /
No podría prever que esto te ocurriera a ti / Si miro con insistencia la
puesta de sol / mi amor reirá conmigo antes de que llegue la
mañana” –seguía cantando Mick.[35]
Al acercarnos a la línea de costa de uno de los continentes
comenzamos a notar que el color negro se debía, efectivamente, a
seres vivos parecidos a grandes árboles con hojas extraabsorbentes
de luz. Las patas de nuestra nave escarabajo se desplegaron y
tocaron con firmeza la arena de la playa.
–¿Será necesario que usemos el traje de protección? –preguntó
Keith.
–Creo que sí. La temperatura es buena, cercana a los 30 ºC, los
sensores indican la presencia de una cantidad de oxígeno adecuada
para respirar, incluso un poco alta. Pero no sabemos nada de
posibles gases venenosos de origen biológico o del efecto del
contacto con microorganismos de este planeta. Seamos precavidos.
¿Bajarán conmigo esta vez?
–Sí, quiero darme un chapuzón en el agua, si es necesario me
quitaré el traje. Creo que el riesgo vale la recompensa –dijo Keith.
Nos dirigimos a la cámara de descompresión y nos preparamos
para salir. Keith bajó primero. La arena era muy parecida a la de las
playas de grano más fino de la Tierra. Un tipo de árbol de tronco
muy grueso, cuya copa de anchas hojas negras se elevaba a una
gran altura del suelo, tenía unas llamativas frutas de color rojo, muy
similares a manzanas en su aspecto, aunque del tamaño de un
melón. Luego llamaría a esa especie de Manzanotta keithii.
–La fruta prohibida –bromeó Mick.
–Prefiero verla como indicio de otra cosa. Es una fruta muy
grande y llamativa, eso significa que por aquí cerca debe haber
animales que pueden acceder a ella. Seguramente sean diurnos (si
la fisiología de sus receptores de luz es similar a la de nuestros ojos)
y de algún modo, sensibles al color. Comer una fruta de ese tamaño
de un bocado no es para cualquiera y alcanzarlas a casi 4 m de
altura, requiere una estatura considerable. Así como Darwin pudo
deducir la existencia de una mariposa con una lengua
extremadamente larga sólo observando una orquídea que escondía
su néctar al final de un largo tubo, yo puedo deducir que en esta
selva existen animales de unos 4 m de altura con una boca al
menos tan grande como la de un elefante. Sentiría miedo, pero sin
duda esas criaturas sean frugívoras y no se interesen en nosotros.
Al mirar de cerca la arena noté unos animales pequeños como
insectos. Otros animales voladores con largas colas intentaban
capturarlos. Keith comenzó a quitarse el traje, estaba bien con los
niveles de oxígeno y la temperatura.
De pronto sentí que algunas ramas altas se movían, el
mecanismo de radio de mi traje me hacía llegar un sonido que podía
corresponderse con ese movimiento. Debía ser el gigantesco animal
que coevolucionó con los árboles. Pero parecían venir varios a la
vez. En un momento creí ver unos ojos que me contemplaban desde
la altura de las copas de los árboles. Temía acercarme, pero a la vez
quería observar bien a la criatura. Tal vez no fuera muy peligrosa, a
pesar de su hipotético gran tamaño y gran boca. Como buen
humano, estaba allí debatiéndome entre el deseo y el temor, entre la
curiosidad y la precaución. Avancé hacia el borde de la selva, y de
pronto lo vi claramente: un rostro pequeño e indescriptible, negro,
muy negro y con un par de grandes ojos brillantes que ocupaban
casi toda su cara. La cabeza no era muy grande. Luego se movió y
lo vi completo, tenía una piel escamosa y negra, seis patas (o
tentáculos o cosas parecidas a tentáculos) y una de esas patas,
más grande y larga, estaba ubicada donde iría la cola. Era pequeño,
no más grande que un gibón terrestre. Saltó de un árbol al siguiente
y emitió un extraño ruido raspando su vientre con las patas
delanteras. Pude ver su boca, sus piezas bucales eran parecidas a
las de las hormigas. Pronto llegaron más de esos animales.
Alternaban el agarre con distintos pares de patas, se propulsaban y
maniobraban en el aire con movimientos rápidos de su gran patacola. Y se detenían y raspaban sus vientres, seguramente para
comunicarse. Había más de veinte, todos nos miraban desde las
ramas más altas del borde de la selva.
–Mick, estoy nervioso. Deberíamos decirle a Keith que se ponga
su traje y nos preparemos para huir. ¡Keith, vuelve!
–Veo que te asusta estar frente a un público ansioso –dijo Mick.
–Me asusta estar en un exoplaneta frente a criaturas
absolutamente desconocidas.
–Te asusta lo nuevo y desconocido, entonces –dijo Keith
mientras se acercaba al traje que había dejado en la arena.
–Creo que lo mejor es quedarnos quietos y en silencio hasta que
se acostumbren a nuestra presencia. No sería bueno que nos vieran
como una amenaza.
–Tampoco es bueno para ellos que yo los vea como una
amenaza –dijo Keith.
Permanecimos quietos un buen rato. Los animales se calmaron y
dejaron de prestarnos atención. Uno de ellos, más grande que los
otros, traía consigo una especie de bolsa peluda. Otros tomaban
algo parecido a cuchillos de pedernal con sus manos delanteras (las
mismas que usaban para hacer sonidos contra su vientre) y con
ellos cortaban los frutos, los trozaban y guardaban en el saco
peludo. Dos Primansectos arboreos (así los llamaría después)
ayudaron al que cargaba la bolsa y entre los tres la movieron hasta
desaparecer de nuestra vista. Uno de los individuos se quedó
mirándonos un poco más y antes de irse nos lanzó un fruto rojo que
cayó cerca de los pies de Mick. Raspó su vientre emitiendo un
sonido rítmico muy agradable, sacudió sus piezas bucales y se alejó
ágilmente.
–Me gustaría que uno de estos fuera mi percusionista –dijo Mick.
–Menos mal que no tuve que usar mi revólver en esta ocasión,
parecían amigables –dijo Keith, mientras guardaba un revólver al
estilo del viejo oeste dentro de un bolsillo de su traje.
–Creo que me equivoqué con lo de los animales gigantes y de
gran boca. Eran animales trepadores, por eso llegan a esa altura, y
viven en grupo, por lo que necesitan comer mucho y usan
herramientas para trozar esas frutas…
En ese momento un crujido muy fuerte me sobresaltó: a unos 4
m de altura vi una cara roja, con ojos del tamaño de pelotas de tenis
y una boca más grande que un aro de básquetbol. Era un animal de
4 m de altura con piel negra y manchas rojas. Caminaba sobre sus
tres patas traseras (dos y la pata-cola), que conformaban un trípode
bastante estable. Tenía otras cuatro extremidades que se
proyectaban hacia adelante en actitud amenazante. La boca era un
gran agujero rodeado de piezas bucales parecidas a las de los
insectos terrestres. ¡Existía entonces el gigante que coevolucionó
con los árboles! Los Primansectos seguramente surgieron después
y aprovechaban también esa fruta mediante una estrategia más
compleja que les permitía gran flexibilidad en su estilo de vida. Con
herramientas y trabajo en equipo lograban acceder casi a cualquier
recurso alimenticio que pudieran digerir. Pero este gigante era el
verdadero dueño de la fruta. Salió de la espesura y empezó a
caminar hacia Mick, tal vez lo veía como a un ladrón por la manzana
gigante que había recogido del piso.
–¡Tirale la fruta! –grité.
Mick lo hizo, y el animal la recogió con una de sus extremidades
y la metió entera en su boca. El monstruoso ser avanzaba y agitaba
sus patas cada vez con más energía.
–Quieto ahí –gritó Keith apuntándole con su revólver. El animal lo
ignoró, seguía avanzando con un extraño bamboleo de trípode.
Entonces Keith apuntó su arma al cielo y apretó el gatillo; mi sistema
de radio transmitió el sonido como un disparo de cañón. El
Gigansecto edenii se detuvo en el acto. Mick y yo aprovechamos
para correr hacia la nave. Keith nos seguía de cerca, jadeando y con
el traje colgado de su brazo izquierdo. Mientras subía por la
escalerilla de la nave miré hacia atrás y pude ver que el animal
seguía quieto. El disparo lo había paralizado. El miedo a lo
desconocido no era sólo nuestro. Una vez dentro de la nave
sobrevolamos el territorio y pudimos observar unas estructuras que
parecían nidos, era como una ciudad en los árboles. Tal vez
habíamos hecho contacto por primera vez con una especie
tecnológica similar a los humanos. Intentaré estar mejor preparado
la próxima vez para hacer música raspando y golpeando mi vientre.
A 1000 años luz de casa
Es tan pero tan solitario
estás a 1000 años luz de casa.
–Tengo dos planetas que son verdaderas joyas a 1000 años luz.
Uno está girando muy cerca de una estrella un poco más grande
que nuestro Sol, llamada “HAT-P-7” en la constelación de Cygnus.
El otro gira alrededor de una estrella similar llamada “WASP-12” que
se encuentra en la constelación de Auriga. El primer planeta es el
HAT-P-7b y propongo llamarlo “Poniente”.[36] El otro es WASP-12b
y podemos llamarlo “Mesklin”.[37] Vayamos primero a Poniente –dije
con entusiasmo.
–Allí vamos, entonces –dijo Mick.
Al salir del salto pudimos ver el disco de una estrella muy
parecida al Sol y muy cerca suyo se veía un pequeño disco de color
rojizo. Era Poniente, con una masa 1,7 veces mayor que la del
planeta Júpiter de nuestro sistema solar.
–¿Alguna vez se imaginaron una noche de martes en que
empezara a llover rubíes del cielo?[38]
–Bueno, casi te diría que sí, ¿por qué lo preguntas? –dijo Mick.
–En Poniente, algún martes de noche, eso podría pasar. El único
inconveniente es que el año dura 2,2 días, ¡es más corto que una
semana terrestre! Imaginemos que uno de esos dos días puede ser
un martes. Poniente posee una órbita extremadamente cercana a su
estrella, por lo tanto recibe de ella mucha energía y llega a tener
temperaturas muy altas, cercanas a los 2500 ºC. Es un planeta que
entra en la clasificación de “júpiter caliente”, lo cual (como se podría
deducir) quiere decir que es un gran planeta gaseoso (en este caso,
con una masa que casi duplica la de Júpiter), pero con temperaturas
muy altas por su cercanía a la estrella. Este tipo de planetas son los
de más fácil detección, porque cumplen dos condiciones que
maximizan su efecto sobre la estrella de su sistema: son muy
grandes y están muy cerca. Por su cercanía, el efecto gravitatorio de
las fuerzas de marea de la estrella hace que el planeta siempre le
muestre la misma cara (como la Luna con la Tierra). Esto produce
una gran diferencia de temperaturas entre la cara iluminada y la
oculta. Los gases atmosféricos tienden a moverse desde las zonas
frías de mayor presión a las calientes de menor presión, por lo cual
deben existir vientos increíblemente intensos entre las zonas de día
y de noche. Incluso los científicos que lo han observado desde la
Tierra han inferido importantes variaciones en la velocidad del viento
y en la nubosidad a partir de la variabilidad en la intensidad de la luz
recibida. Debido a este clima particular, gran parte de los materiales
vaporizados en la cara iluminada podrían condensar en la cara
oscura más fría y caer en forma de lluvia. Dadas las altísimas
temperaturas, no sería precisamente agua lo que lograría
condensar.
Algunos modelos teóricos –continué– predicen que ciertos
materiales como el corindón, un óxido de aluminio de fórmula
química Al2O3, y la perovskita (CaTiO3), que en la Tierra son rocas
perfectamente sólidas, se encontrarían vaporizados en la cara
iluminada de este planeta. Esos vapores lograrían condensar en lo
alto de la atmósfera en la cara nocturna hasta solidificarse y caer a
la superficie, produciendo una lluvia de rubíes y piedras preciosas
de diversos colores. El color que se aprecia depende de las
impurezas que un mineral tenga en su composición. El rubí es un
tipo de corindón rojo que posee cromo en su composición. Otro
ejemplo muy conocido de corindón es el zafiro, que contiene hierro y
algunas otras impurezas, el más conocido es el de color azul, pero
puede aparecer en otras tonalidades. Así que según cuál sea la
constitución de la atmósfera de Poniente será la clase de corindón
que condensará, pero es perfectamente posible que lluevan rubíes y
zafiros.
–Es tentador jugar a ser piratas interestelares y bajar a buscar
tesoros en este planeta, pero creo que el clima no es muy
hospitalario para nosotros ni para nuestra nave –dijo Keith.
–De acuerdo. La vida como la conocemos es inconcebible en
Poniente por la falta de agua en estado líquido. Los sistemas de
nuestra nave y la armónica de Mick difícilmente puedan soportar
esas temperaturas.
–Todavía tenemos un recorrido por hacer, recuerden que la meta
final está a 2000 años luz de casa, no podemos arruinar la nave.
¿Algo más que puedas contarnos de este planeta? –preguntó Mick.
–En el caso de Poniente se da otra particularidad y es que orbita
en la dirección opuesta a la de la rotación de la estrella, lo que se
llama una “órbita retrógrada”. Esto es muy inusual. Los sistemas
planetarios se forman a partir de un disco de gas y polvo en
rotación. El sentido de esa rotación determina el que tendrán las
órbitas de los planetas y el giro de la estrella. En el sistema solar,
todos los planetas orbitan en el mismo sentido que la rotación del
Sol y hay muy pocos exoplanetas en que se tenga evidencia de este
fenómeno. Esta peculiaridad de Poniente se ve como una evidencia
observacional de la importancia de procesos de migración y captura
de planetas durante la formación de un sistema planetario.
Seguramente Poniente fue capturado después de la formación del
sistema estelar, es algo así como un nuevo miembro de una vieja
familia que llegó luciendo todas sus joyas. Sigamos viaje.
–“Adiós rubí del martes / ¿quién podría colgarte un nombre? /
Aunque cambias con cada nuevo día / yo no dejaré de extrañarte” –
canturreó Mick mientras revisaba las coordenadas del siguiente
sistema estelar.[39]
–Bien, vayamos hacia Mesklin, entonces –dijo Keith.
La armónica sonó. Otra suave explosión y estábamos en camino.
La estrella que vimos en la ventana frontal era muy parecida a la
anterior y una esferita de color rojo amarillento se observaba a su
derecha. Su aspecto era muy similar al de Júpiter, pero al
acercarnos vimos que el planeta tenía forma de huevo y estaba
envuelto en una gigantesca nube de gas que era succionada hacia
la estrella.
–Miren el planeta, ahora podemos ver detalles de su atmósfera.
Su forma de huevo hace que la gravedad en su superficie sea muy
distinta en los polos que en el ecuador. El diámetro mayor parece
ser casi el doble que el menor, eso quiere decir que en los polos
estaríamos a la mitad de distancia del centro de masa, por lo tanto,
como la gravedad disminuye con el cuadrado de la distancia, la
gravedad en el ecuador sería un cuarto de la gravedad en los polos.
De pasar algo así en la Tierra, podría ocurrir que cerca de los polos,
por ejemplo, en la base antártica, podríamos saltar hasta una altura
de 0,5 m y levantar como máximo una pesa de 100 kg; pero luego
de viajar a Ecuador, saltaríamos hasta 2 m de altura y levantaríamos
pesas de 400 kg. Además, si estuviéramos en una latitud
intermedia, como la de Buenos Aires o Montevideo, debido a la
forma de huevo tendríamos la ilusión visual de vivir en un plano
inclinado o sobre la superficie interior de un cuenco, como les pasa
a los personajes de una novela de Hal Clement (veríamos el
horizonte del sur más abajo que nosotros y el horizonte del norte
más alto).
–¿Por qué tiene esa forma de huevo? –preguntó Mick.
–Es por la gran cercanía a la estrella. Su período orbital es de
apenas un día, es decir que su año dura lo mismo que un día en la
Tierra. Debido a que está tan próximo a su estrella, esta atrae con
mucha más fuerza la cara del planeta más cercana. Esta diferencia
de fuerzas de gravedad de un lado y otro es lo que produce en la
Tierra las subidas y bajadas de las mareas, por eso se las llama
“fuerzas de marea”.
–Gracias, ya me estaba preguntando qué eran esas fuerzas de
marea que mencionaste antes, al hablar de Poniente –dijo Keith.
–De nada. Esas fuerzas de marea tan intensas también hacen
que el planeta muestre siempre una misma cara a la estrella. Si algo
así sucediera en la Tierra, veríamos el Sol completamente inmóvil y
siempre en el mismo lugar del cielo: en la mitad del planeta la noche
sería eterna. En el caso de Mesklin la cara iluminada de forma
permanente se abrasa a una gran temperatura y en la otra hay
temperaturas más bajas. Esto produce un clima muy extremo con
poderosos vientos que distribuyen el calor. La temperatura media de
este planeta es de más de 2000 ºC: es también un júpiter caliente.
–Todo eso es muy interesante, pero ¿por qué dijiste que este
planeta también era una verdadera joya? ¿También llueven rubíes?
–preguntó Keith.
–No se puede descartar eso, pero en este caso pensaba en otra
cosa. Algunas observaciones de los astrónomos en la Tierra
sugieren que este planeta tendría en su atmósfera mucho más
carbono que oxígeno. Esto no ocurre en ningún planeta del sistema
solar. Ese exceso de carbono podría estar en la atmósfera en gases
como el metano, pero si en algún planeta rocoso se diera esa
misma proporción de carbono, ese planeta sería una joya: las rocas
dominantes en su superficie serían los diamantes y el grafito. El
propio Mesklin podría tener un núcleo sólido compuesto por
diamante. ¿Se imaginan una isla de diamantes en algún planeta
parecido a la Tierra? Esa idea me recuerda una historia de El
Peregrino de las estrellas imaginada mucho antes de saber que esto
fuera una posibilidad científica real. Los protagonistas visitaban un
planeta de diamante y piedras preciosas y allí vivían una aventura
que era una búsqueda del tesoro. El tesoro ansiado por los
habitantes de ese planeta y que los héroes robaban a unos ogros
era una sencilla maceta con tierra.
–“Si nuestras islas fueran de diamante tendríamos allí una vida
muy dura”, decía un personaje de Un mago de Terramar, la novela
de Ursula Le Guin –dijo Keith.
–Es cierto, y además, ya que estamos con frases sabias, como
siempre digo: “No siempre puedes conseguir lo que quieras”–
bromeó Mick.
A 2000 años luz de casa
Es tan pero tan solitario
estás a 2000 años luz de casa.
–Se acerca el final a 2000 años luz. Tengo una propuesta –dije.
–Te escuchamos –dijo Keith.
–A una distancia cercana a los 2000 años luz de casa hay un
objeto astronómico fascinante. Se llama PSR B1257+12 por su
nombre de catálogo; es el núcleo remanente de la explosión de una
supernova y está en la constelación de Virgo. Lo que ha quedado es
una pequeña estrella de neutrones con un período de rotación de
unos 6 milisegundos. Estos objetos se conocen con el nombre de
“púlsares” (estrellas pulsantes), ya que recibimos de ellos pulsos
periódicos de ondas electromagnéticas. Esto se debe a que estas
estrellas pequeñas y ultradensas rotan a una gran velocidad y a su
vez tienen un campo magnético muy intenso cuyos polos no están
alineados con el eje de rotación. Ese campo magnético captura
partículas cargadas y las dirige hacia los polos magnéticos en
trayectorias muy cerradas de gran aceleración. En esas zonas se
produce radiación electromagnética muy intensa que es emitida en
forma de un haz muy definido en la dirección de los polos
magnéticos. Si al rotar el púlsar ese haz apunta en dirección a la
Tierra, se detectará un pulso de radiación intensa con cada giro. De
este modo, funcionan como faros interestelares que marcan el
tiempo a intervalos regulares.
Estimar la distancia a un púlsar es algo bastante complicado –
proseguí– y tiene un gran margen de error. En el caso de las
estrellas se puede determinar a partir del conocimiento que tenemos
de la física y de su brillo aparente, que disminuye con la distancia.
Pero en el caso de los púlsares la cuestión es más difícil y sólo se
pueden aplicar métodos convencionales si se encuentran muy cerca
de la Tierra o si están asociados a otras estrellas cuyas distancias
podamos estimar. En la mayoría de los casos los métodos usados
se basan en el efecto del medio interestelar sobre el haz de
radiación del púlsar y su dependencia con la distancia. Para
aplicarlo se necesita conocer la distribución de electrones en la
galaxia, lo que no es posible estimar con precisión, y por lo tanto
estos métodos dan errores importantes. En el caso de PSR
B1257+12, las mejores estimaciones de distancia dan un valor de
0,6 kilopársecs[40] con un error de 0,2 kilopársecs de más o 0,1
kilopársecs de menos. Haciendo las conversiones adecuadas de
pársecs a años luz, podemos decir que este púlsar está entre 1600
y 2600 años luz de distancia. Es decir que podría ser ese lugar a
2000 años luz de casa en que debe culminar nuestro viaje.
–¿No deberíamos darle un nombre mejor? El nombre de
catálogo es especialmente abominable –dijo Keith.
–A PSR B1257+12 se le ha dado un nombre común y en este
caso no será necesario inventar uno. Su nombre es “Lich”, que
proviene del vocablo en alemán leiche o del holandés lijk, cuyo
significado es “cadáver”. Es un nombre bastante adecuado ya que
se trata de los restos de una estrella que terminó sus días en una
explosión de supernova.
–Parece interesante y peligroso, pero en un lugar como ese no
debería haber planetas. La explosión habrá barrido con todo –dijo
Keith.
–Es razonable lo que dices, pero tengo una sorpresa al respecto.
Las características de un púlsar permiten un método de detección
de exoplanetas especialmente sensible y preciso. Las regulares
señales periódicas emitidas deben viajar hasta la Tierra a la
velocidad de la luz, lo cual insume un tiempo de viaje que depende
de la distancia entre la Tierra y ese objeto. Si el púlsar está siempre
a la misma distancia de la Tierra, todos los pulsos demoran lo
mismo en llegar, por lo tanto, la diferencia de tiempos entre ellos es
siempre la misma. Pero si el púlsar se estuviera alejando y
acercando a la Tierra, por ejemplo, al ser atraído por un planeta en
sus inmediaciones, sucedería que los pulsos emitidos cuando el
púlsar está más cerca de la Tierra demorarían menos en llegar a
nosotros que aquellos emitidos cuando está más lejos del planeta.
Ese efecto generaría variaciones medibles en el período del púlsar
que permitirían detectar con mucha precisión la presencia de
planetas que están orbitando a su alrededor. Dado que Lich tiene un
período rotacional del orden de algunos milisegundos, es posible
medir variaciones muy pequeñas en su distancia a la Tierra, lo que
sería evidencia de la existencia de planetas muy pequeños que
orbitan a su alrededor.
–Entonces hay planetas –dijo Keith.
–Eso parece. A pesar de la explosión de supernova, que debió
arrasar con el sistema planetario de esta estrella, hay evidencia de
la presencia de tres planetas y también de un objeto similar a un
asteroide o un cometa. El descubrimiento fue publicado en 1992 en
la revista Nature por el polaco Aleksander Wolszczan y el
canadiense Dale Frail, y fue la primera detección de exoplanetas.
Precisamente a 2000 años luz de casa están los primeros
exoplanetas que pudimos detectar desde la Tierra. Además de sus
nombres de catálogo, que se derivan de agregar las letras “b”, “c” y
“d” al nombre del púlsar, estos planetas recibieron nombres propios.
En este caso no tendremos que bautizarlos como a los anteriores.
El más pequeño, llamado “Draugr” tiene un 2% de la masa de la
Tierra y es apenas más grande que nuestra Luna, tiene un período
orbital de unos 25 días y por lo tanto, es el más cercano al púlsar.
Su nombre proviene de la mitología nórdica: un draugr es un nomuerto (literalmente significa “el que camina de nuevo”). El siguiente
planeta es llamado “Poltergeist” y es el segundo en distancia al
púlsar, tiene una masa unas 4,3 veces mayor que la terrestre y un
período orbital de 66 días. “Poltergeist” es un término que se utiliza
para denominar a espíritus sobrenaturales relacionados con la
actividad paranormal. El nombre proviene del alemán, de la unión de
las palabras Geist, “fantasma”, y poltern, “alborotar” o “hacer ruido”.
El tercero, llamado “Phobetor”, tiene una masa unas 3,9 veces
mayor que la de la Tierra y un período orbital de 98 días. En las
Metamorfosis de Ovidio se describen algunas cualidades del
Phobetor mitológico que le permiten introducirse en los sueños y
sembrar el miedo: “Se hace fiera, se hace pájaro, se hace, de largo
cuerpo, serpiente”. Seguramente Phobetor es un buen lugar donde
experimentar una verdadera pesadilla; para Borges sería un planeta
de laberintos y espejos. También hay evidencia de la existencia de
un objeto con una masa menor a una milésima parte de la masa
terrestre. Podría ser parte de una nutrida población de asteroides y
cometas alrededor de Lich.
–¿Y cómo están allí a pesar de la explosión de supernova que
produjo la estrella de neutrones? –preguntó Keith.
–La hipótesis más factible es que los planetas originales
hubieran sido destruidos y que se hayan formado otros nuevos a
partir del disco de material de la estrella eyectado luego de la
explosión. Serían una segunda generación de planetas nacidos de
las cenizas de sus antecesores y de su estrella.
–Pero en esas condiciones es difícil que pueda haber vida allí.
¿Qué se piensa al respecto? –preguntó Mick.
–Es difícil, cierto. La estrella, ya muerta, no ofrece una radiación
uniforme capaz de brindar una visión adecuada a los ojos humanos,
pero el haz del púlsar baña a estos planetas de forma regular con
radiación letal de altísima energía.
–A Lich con máxima potencia. Es el salto más largo de todo
nuestro viaje, 1000 años luz con un sólo impulso –dijo Mick
llevándose su plateada armónica a los labios.
Una explosión más, una melodía de melotrón sonó en mi cabeza
y ya estábamos frente al púlsar. Si bien emitía un suave resplandor
blanco, la oscuridad dominaba esta zona de la galaxia. Lentamente
comenzamos a virar hacia Phobetor. El planeta más lejano al púlsar
parecía la mejor opción para evitar la intensa radiación de alta
frecuencia que podría dañar los sistemas de nuestra nave
escarabajo.
–Phobetor es una supertierra, pero no se parecerá en nada a las
que visitamos antes. No tiene sentido bajar allí, tal vez podamos
acercarnos y dar una mirada.
–Me pregunto cuántas superestrellas de rock habrá en uno de
esos planetas para que merezcan llamarse “supertierras”. Vamos,
entonces –dijo Mick.
El sistema estelar era particularmente oscuro y desolado, pero al
acercarnos a Phobetor notamos algo extraordinario. Unas formas de
color verde azulado se sacudían rítmicamente cerca de su
superficie.
–¿Qué es eso? ¿Será algún tipo de medusa espacial
bioluminiscente? –preguntó Keith.
–No creo, lo más probable es que sea un efecto similar al de las
auroras en la Tierra. Debe estar producido por la interacción de la
intensa radiación del púlsar con las moléculas de la atmósfera de
Phobetor.
–Pero ¿por qué no puede ser algo vivo? ¿Sólo seres como
nosotros hechos de agua y moléculas orgánicas pueden pensar,
evolucionar, sentir? ¿Qué sabemos realmente de los rubíes en la
atmósfera de Poniente o de estas “medusas”, o incluso de lo que
pueda haber dentro de esa estrella de neutrones? La vida y el
pensamiento no son cosas que conozcamos lo suficiente, ¿verdad?
–reflexionó Mick.
–Es cierto. Hay científicos que han pensado en la posibilidad de
que existan formas de vida totalmente diferentes a la nuestra. Nos
costará entenderlas y tal vez nunca podamos comunicarnos de
manera adecuada, pero pueden estar allí. Existen ideas respecto a
la existencia de vida en lugares tan extraños como este. Se ha
pensado en la posibilidad de que pueda haber vida incluso en la
superficie de las estrellas de neutrones, como la de los Cheela de
las novelas de ciencia ficción de Robert L. Forward.[41] En ese
caso, su estructura no estaría basada en átomos y moléculas unidos
por la interacción electromagnética, sino en otra forma de
ordenamiento de los átomos que podría ocurrir en un lugar con un
campo magnético tan intenso y una densidad tan alta. El físico
Malcolm Ruderman estudió teóricamente el estado de la materia
que se daría en la superficie de estrellas de neutrones y concluyó
que los núcleos atómicos podrían interactuar de forma directa entre
sí mediante la interacción fuerte,[42] generando cadenas de átomos
que podrían almacenar información y tal vez generar algún tipo de
metabolismo o reproducción de su información. Esas cadenas, al
estar unidas por la interacción fuerte, sufrirían procesos y cambios a
una velocidad mucho mayor que nuestras moléculas. Por lo tanto,
de existir, esos seres vivos estarían en un lugar inaccesible y con
una escala de tiempo de vida totalmente diferente a la nuestra.
Sería muy difícil una interacción con ellos, pero es fascinante pensar
en esa posibilidad.
Por otro lado –continué–, el experto en astrobiología Dirk
Schulze-Makuch ha sugerido que el intenso campo magnético de
una estrella de neutrones podría abastecer de energía a organismos
que vivieran en un planeta cercano a ella, como Phobetor. Para
subsistir, esos seres tendrían que haber encontrado alguna solución
para soportar la intensa radiación del púlsar, pero en teoría el campo
magnético podría brindarles la energía que la falta de luz no les da.
En la Tierra no existen organismos que usen el campo magnético
para producir su energía, pero se piensa que eso puede ser porque
otras formas de adquirir energía son mucho más eficientes. Sin
embargo, en Phobetor todo podría ser distinto.
También existen otras posibilidades para la vida diferente a la
nuestra. Algunos científicos han estudiado reacciones químicas no
orgánicas que simulan el comportamiento de redes neuronales
como las de nuestro cerebro y que, por lo tanto, podrían reconocer
patrones y aprender de la experiencia. Lo mismo se puede decir de
sistemas cristalinos a muy baja temperatura que se modelan
mediante la teoría de los vidrios de espín.[43] Pero en ese caso lo
que esos seres aprenderían del ambiente y el tipo de estímulo al
que reaccionarían es muy distinto a todo lo que nosotros
experimentamos. Es interesante pensar dónde está el límite de los
sistemas que pueden tener una conciencia de sí mismos, como
nosotros, pero en cualquier caso es muy difícil que eso nos permita
algún tipo de comunicación con ellos.
También se ha pensado en formas de vida que podrían existir en
el fuego de la atmósfera de los júpiter calientes. Por ejemplo, hay
estructuras, que se pueden formar por la interacción de las
corrientes en el plasma y partículas de polvo, que se parecen a
cadenas de ADN y podrían replicarse. Otra posibilidad es que en
esos planetas en que llueven piedras preciosas pudieran existir
formas de vida basadas en silicio y no en carbono, lo que les
permitiría soportar temperaturas de más de 1000 ºC.
–Se verían más como minerales que como seres vivos, ¿no? –
dijo Mick.
–Puede ser, pero debemos reconocer que aún tenemos mucho
por aprender con respecto al límite real entre lo vivo y lo inerte; así
como entre lo consciente y lo que no lo está. Hay mucho por
aprender, y este viaje apenas empieza. El conocimiento detallado de
los exoplanetas está en pleno desarrollo, y todavía no hemos
encontrado otra forma de vida que no sea descendiente de aquel
organismo que apareció en la Tierra hace más de tres mil quinientos
millones de años. A 2000 años luz de casa debemos decir que el
viaje recién empieza y tal vez hasta los rubíes de Poniente puedan
tener alguna forma de conciencia. Si bien es lindo imaginar y soñar,
puede ser incluso mejor ir explorando científicamente esas
posibilidades.
–¿Qué es eso? ¿Un asteroide? Debe ser uno del cinturón de
cuerpos menores que se detectó en torno al púlsar. ¡Se dirige a
nosotros! ¡Mick, haz algo, vamos a chocar! –aulló Keith.
De pronto la nave se sacudió como un toro de rodeo, mi visión
se oscureció por un instante, tal vez mis retinas se quedaron sin
oxígeno por el efecto de la desaceleración. Al reponerme y levantar
la cabeza me vi de nuevo en el colectivo yendo a trabajar. ¿Estaba
dormido? ¿Todo había sido un sueño? Los pasajeros se quejaban
de un auto que nos había obligado a frenar bruscamente para evitar
un accidente. El conductor se dio vuelta para pedir disculpas, me
miró y me hizo un guiño: ¿era Mick? A mi lado alguien levantaba
una guitarra que se le había caído: ¿era Keith? Parecían ellos, pero
no estoy seguro de que realmente lo fueran. A fin de cuentas creo
que no importa tanto, todos podemos ser un poco Mick o Keith, y el
sueño, como dijo alguna vez Borges, quizá sea la primera forma de
creación artística, presente ya en los animales, en la que podemos
ser actores, escenario, libretistas y hasta espectadores. Sueño o no,
me dije que valía la pena contar esta historia. Es difícil, en la ciencia
y en la vida, poner un límite claro entre realidad y ficción. En
cualquier caso, los sueños, como el horizonte de Mesklin visto
desde latitudes intermedias, nos inducen a seguir caminando.
Fin del viaje
Te veré en Aldebarán.
Luego de este viaje, tal vez soñado o imaginado, debemos decir
que si bien a esas distancias hay planetas y tal vez alguna forma de
vida, el gran problema es cómo llegar hasta allí. Los Stones lo
hacen mediante la imaginación, el ritmo de Charlie, la voz de Mick (y
su armónica, sobre todo su armónica) y la guitarra de Keith, pero
esas distancias son imposibles de franquear para un ser humano en
el estado actual de nuestra tecnología. De acuerdo con la tecnología
disponible hoy, un viaje a 100 años luz de distancia nos llevaría más
de 400 000 años. Es un viaje que no se ha intentado y seguramente
no se intente por mucho tiempo.
Pero la canción “2000 Light Years From Home” habla también de
un viaje que ya está siendo posible con la “lenta” tecnología del siglo
XX. En ella se habla de la estrella Aldebarán (“te veré en
Aldebarán”), una gigante roja a unos 65 años luz de la Tierra que
tiene como compañera otra estrella enana roja. Está en la
constelación de Tauro y es perfectamente observable a simple vista.
Existen indicios de que Aldebarán podría tener también un
exoplaneta gigante de unas 10 veces la masa de Júpiter, aunque
este tipo de estrellas gigantes de gran actividad tienen movimientos
generados por su propia dinámica que pueden confundirse con la
presencia de planetas. Lo más interesante para nosotros es que
hacia allí realmente está viajando un vehículo creado por los seres
humanos: el Pioneer 10. Esa nave fue lanzada en marzo de 1972,
algunos años después de que se grabara “2000 Light Years From
Home”. En la actualidad, luego de haber explorado algunos sitios del
sistema solar y de perder totalmente el contacto con la Tierra en el
año 2003, se está dirigiendo hacia Aldebarán. La nave lleva una
placa en que se muestra, entre otras cosas, el dibujo de una mujer y
de un hombre elevando su mano en forma de saludo pacífico. Esa
placa exhibe símbolos que representan el lugar de la Tierra en el
universo y la estructura planetaria del sistema solar. Si todo sale
bien, llegará a las inmediaciones de Aldebarán dentro de un millón
setecientos mil años, y tal vez le dé un sentido a la frase de la
canción: “Bill, del vuelo 14, puedes aterrizar, te veré en Aldebarán”.
Ese Bill ¿será Bill Wyman, el bajista de los Rolling hasta 1993?[44]
Parece difícil que pueda llegar a Aldebarán antes que nuestra nave
propulsada por el sonido de la armónica. Tal vez, después de todo,
Bill podría llamarse el hombre que levanta su mano en la placa que
porta el Pioneer 10 y podremos encontrarlo en Aldebarán si
tenemos la paciencia suficiente o nos quedamos dormidos en el
colectivo correcto.
[22] “Sun turning round with graceful motion”, dice la canción que
da nombre a este capítulo: “El sol gira con un movimiento grácil”.
[23] Esto permitiría en el futuro, con telescopios suficientemente
sensibles, detectar la absorción de luz de su atmósfera y, a partir de
esos datos, encontrar evidencias de la existencia de vida, por
ejemplo, a partir de la presencia de oxígeno. Esto se puede lograr
ya que las moléculas (en este caso de oxígeno) absorben ciertos
colores específicos cuando la luz pasa a través suyo, lo que permite
reconocerlas.
[24] Como ya dijimos, la zona de habitabilidad es la zona en la
que se considera posible la existencia de agua en estado líquido.
Este estado líquido del agua depende de la temperatura y la presión
en la superficie del planeta; se puede estimar su probabilidad en
función de la distancia a la estrella (que determina la cantidad de
energía recibida), pero el cálculo no es seguro, ya que depende del
clima y otras características del planeta.
[25] En honor al personaje de la legendaria serie de historietas
de ciencia ficción del japonés Osamu Tezuka.
[26] “Bound for a star with fiery oceans”, como dice nuestra
canción.
[27] “It’s so very lonely / You’re a hundred light years from home.”
[28] “Freezing red deserts turn to dark / Energy in every part.”
[29] El Peregrino de las estrellas es una novela gráfica de Carlos
Trillo y Enrique Breccia publicada en la revista Skorpio en la década
del ochenta.
[30] En la Tierra, la presión a nivel del mar es de
aproximadamente cien mil pascales (100.000 Pa), cantidad que se
define como una atmósfera (1 atm).
[31] Forma parte, junto con muchas otras especies
apropiadamente nombradas y descriptas, del manuscrito de mi libro
ilustrado titulado Fauna y flora en un viaje a dos mil años luz de
casa que aún no ha querido ser publicado por ninguna editorial por
razones muy comprensibles.
[32] El hidroavión Hércules que voló en 1947 tenía una
envergadura de casi 98 m y una masa con carga de 180 toneladas;
los aviones Antonov tienen una envergadura de unos 88 m y un
peso con carga de 640 toneladas.
[33] En honor a la novela Edén, de Stanislaw Lem que trata
sobre un curioso planeta de igual nombre.
[34] Tal es la letra de “Paint It Black”: “I look inside myself and
see my heart is black / I see my red door and I want it painted black /
Maybe then I’ll fade away and not have to face the facts / It’s not
easy facing up when your whole world is black”.
[35] Y la canción sigue: “No more will my green sea go turn a
deeper blue / I could not foresee this thing happening to you / If I
look hard enough into the setting sun / my love will laugh with me
before the morning comes”.
[36] En honor al continente del Canto de hielo y fuego, de
George R. Martin.
[37] En honor al planeta ovoide imaginado por Hal Clement en su
novela Misión de gravedad, publicada en 1953.
[38] “Ruby Tuesday” (1967) es una de las canciones más
famosas de los Rolling Stones y fue compuesta por Mick Jagger y
Keith Richards.
[39] La letra de la canción “Ruby Tuesday” dice: “Goodbye, Ruby
Tuesday / Who could hang a name on you? / When you change with
every new day / Still I’m gonna miss you”.
[40] El kilopársec es una unidad de medida de distancias
interestelares que equivale a unos 3262 años luz.
[41] Huevo de dragón (1980) y Estrellamoto (1985) son las
novelas en que se habla de estos seres tan particulares.
[42] Una de las fuerzas fundamentales de la naturaleza
reconocidas por los físicos. Es muy intensa pero de corto alcance.
Es la responsable de mantener unidos protones y neutrones dentro
de los núcleos atómicos.
[43] Modelos simplificados de sistemas cristalinos en que cada
núcleo atómico interactúa únicamente con sus vecinos más
cercanos de un modo que depende de la orientación de su espín
atómico.
[44] Quien, además de protagonizar algún escándalo como
mencionamos en otro capítulo, era aficionado a la ciencia e incluso
patentó un detector de metales para buscar reliquias arqueológicas.
Epílogo
Papá, cuéntame otra vez ese cuento tan bonito
de gendarmes y fascistas, y estudiantes con flequillo,
y dulce guerrilla urbana en pantalones de campana,
y canciones de los Rolling, y niñas en minifalda.
Ismael Serrano, “Papá, cuéntame otra vez”, Atrapados en
azul (1997)
Los Rolling Stones han desarrollado su carrera en un período de
la historia en que la ciencia y la tecnología cambiaron de un modo
vertiginoso. Todo empezó con el amor por el blues de aquellos
jóvenes ingleses que rápidamente buscaron versionarlo con su
propio estilo. Desde aquel 1960 en que Mick y Keith se
reencontraron en una estación del metro en Londres y compartieron
su amor por ciertos discos, y desde aquel 1962 en que empezaron a
identificarse como los Rolling Stones, ha pasado mucho en el
mundo de la ciencia.
Apenas ocho meses después de la fundación de la banda se
entregó el Premio Nobel por el descubrimiento de la estructura del
ADN. Ese momento fue el inicio de una enorme explosión en
nuestra comprensión de la evolución de la vida en la Tierra y en las
posibilidades de la biotecnología. Hoy vivimos en un mundo con
transgénicos, terapias de genes, clonación y dilemas éticos dignos
del propio Víctor Frankenstein. En la década de 1970, con los
Rolling en la cima del mundo, se empezaron a fabricar las primeras
supercomputadoras. Hoy muchos de nosotros llevamos en el bolsillo
algún instrumento que permite escuchar música, ver videos,
comunicarnos con cada rincón del planeta, jugar, leer noticias,
aprender ciencia y realizar en muchísimo menos tiempo todos los
cálculos que soñaban aquellas máquinas.
Mientras tanto los Rolling siguen advirtiéndonos en vivo que no
siempre se puede conseguir lo que uno quiere incluso en la propia
ciudad de La Habana, en 2016. Esa Luna de La Habana que honran
en su disco en vivo fue la primera estación para la exploración del
espacio, fue responsable de las mareas que empujaron a los seres
vivos a aventurarse en la tierra firme, fue la diosa blanca para
Robert Graves[45] y fue visitada por primera vez por seres vivos de
la Tierra durante los años de esplendor de la banda. Tiempo
después, con la música de los Rolling sonando en la Tierra, se
exploraron los planetas del sistema solar a través de sorprendentes
misiones no tripuladas. Pasamos de soñar con civilizaciones en
Marte y pantanos con dinosaurios en Venus, a soñar con fósiles o
vida microscópica enterrada en Marte y vida en suspensión en las
capas altas y menos ardientes de la atmósfera de Venus. Pusimos
extraordinarios telescopios en órbita, penetramos en la profundidad
del espacio a través de su mirada y atisbamos tanto exoplanetas
como pistas sobre el origen del universo. Encontramos evidencia de
una física que nos falta: materia y energía oscuras, que pueblan
cada rincón del universo. Fuimos testigos de nuevos virus que se
dispersaron entre nosotros, los entendimos mejor, aprendimos a
enfrentar sus consecuencias. Penetramos dentro de la mente
humana en funcionamiento mediante nuevas técnicas de
imagenología médica. Pudimos ver qué pasa en nuestro cerebro al
escuchar música de los Rolling y al completarla con la imaginación
cuando se detiene por un momento. En estas décadas tomamos
conciencia de nuestro impacto sobre el clima y los ecosistemas de
nuestro planeta.
Y, a pesar de todos los cambios, seguimos escuchando a bandas
como los Rolling Stones, que nos siguen diciendo cosas relevantes
desde el escenario. Su último trabajo, Blue & Lonesome, ha sido un
regreso a sus raíces. Han atravesado el mar encabritado de la
historia con idas y vueltas, experimentos ocasionales, pero fieles a
un modo de presentarse en público y a un estilo musical. Tal vez
esto sea otra evidencia de que hay más eternidad en el arte que en
la ciencia. Como decía la versión ficcional de Omar Jayyam en la
novela Samarcanda del escritor Amin Maalouf:
¿Qué quedará mañana de los escritos de los sabios? Solamente
las críticas hacia aquellos que les han precedido. Se recuerda lo que
destruyeron de la teoría de los otros, pero lo que desarrollan ellos
mismos será indefectiblemente destruido, ridiculizado incluso, por
aquellos que vengan después. Esta es la ley de la ciencia; la poesía
no conoce semejante ley, no niega jamás aquello que la ha
precedido y lo que la sigue jamás la niega, atraviesa los siglos con
toda tranquilidad. Por eso escribo mis ruba’iyyat. ¿Sabes lo que me
fascina de las ciencias? Que encuentro en ellas la suprema poesía:
con las matemáticas, el vértigo embriagador de los números; con la
astronomía, el enigmático susurro del universo. Pero ¡por favor, que
no me hablen de la verdad!
En la ciencia también puede haber algo eterno, como los Rolling
Stones. Como nos advierte Maalouf, no es el conocimiento lo
eterno, no es la retórica específica de una época. Lo eterno en la
ciencia es la aventura, la búsqueda. Borges decía: “Pienso que hay
eternidad en la belleza; y esto, por supuesto, es lo que Keats tenía
en mente cuando escribió A thing of beauty is a joy forever [Lo bello
es gozo para siempre]”. Y la aventura es bella, como también lo es
la hipnótica llama que nos protege e invita a explorar la oscuridad.
Aquella oscuridad que poblaba las noches de nuestros ancestros y
que a lo largo del tiempo cambia de lugar, pero nunca desaparece.
Como nos enseñan los Rolling Stones a través de su ejemplo, esa
oscuridad, esas zonas desconocidas y ancestrales, siguen siendo
parte de nosotros mismos. Una oscuridad que podemos enfrentar
con la antorcha de un método y que unos jóvenes ingleses pudieron
mirar a los ojos. Y allí está la ciencia que creció en una sociedad
animada por esta música de blues. Esa ciencia es más protectora
pero también más peligrosa que nunca, y como aquella que inspiró
a Byron, camina en la belleza como la noche. Tal vez llegó el
momento de que se enciendan las luces: ¡con ustedes, los Rolling
Stones!
[45] Robert Graves (1895-1985) fue un escritor británico, autor
de novelas históricas como Yo, Claudio, y célebres estudios sobre
mitologías clásicas (Los mitos griegos, Los mitos hebreos, La diosa
blanca).
Bibliografía comentada
Stephen Davis, Rolling Stones. Los viejos dioses nunca
mueren, Barcelona, Swing, 2006.
Un recorrido por la historia de la banda que llega hasta el
momento de la gira A Bigger Band Tour, en 2005. Muchas de las
historias que comentamos están detalladas allí. Un libro de lectura
agradable que comienza con el poema “Outlaws” [Proscritos] de
Robert Graves: “Viejos dioses que nunca mueren, malignos, /
demacrados por las deudas pendientes: / incienso y fuego, sal,
sangre y vino / y una musa con tambor”, ese detalle basta para
querer darle una oportunidad.
Keith Richards, Vida, Barcelona, Global Rhythm Press, 2013.
La vida del “riff humano” contada por el propio Keith. Se siente
como un viaje desenfadado y muy íntimo junto al miembro fundador
y aún vigente de la gran banda. Muy disfrutable. Varias anécdotas y
citas de este libro se tomaron de allí.
Philip Norman, Mick Jagger, Barcelona, Anagrama, 2014.
Una biografía rigurosa y bastante crítica. Para quienes quieran
saber más de la vida del vocalista de los Stones.
Jean-Didier Vincent, Biología del diablo, Santiago, Dolmen,
1997.
Una obra única comenzando por su título. Ideal como
herramienta conceptual para pensar científicamente acerca de la
cultura rock del desenfreno, el deseo y las pulsiones más
atrayentes. Un libro de ciencia digno de los Stones, aunque no trate
directamente sobre ellos.
Clifford Pickover, Aliens, la ciencia
extraterrestre, Barcelona, Robinbook, 2009.
tras
la
vida
No se dejen confundir por la tapa (al menos, por la de la edición
que aquí citamos): no es un libro sobre pseudociencia y ni sobre
avistamientos de ovnis, sino una obra escrita por un muy buen
comunicador de la ciencia. Combina el estímulo y la fantasía de los
mundos de ciencia ficción con mucha información científica sobre
distintas disciplinas que reflexionan sobre la posibilidad de vida en
otros lugares del universo. Un complemento ideal para nuestro
capítulo “A 2000 años luz de casa”.
Carlos Trillo y Enrique Breccia, El Peregrino de las estrellas,
Buenos Aires, Doedytores, 2008.
Un bellísimo cómic sobre vagabundos espaciales (Rolling
Stones, ragged company o como quieran llamarlos) con toda la
profundidad en imagen e historia que caracteriza a sus autores.
Inspiración para la armónica de Jagger y otros detalles del viaje que
realizamos en el capítulo “A 2000 años luz de casa”.
Philip Ball, El instinto musical. Escuchar, pensar y vivir la
música, Madrid, Turner, 2010.
Una de las mejores propuestas sobre la relación de la música
con la ciencia. No es un libro de lectura sencilla, requiere atención y
tiempo, pero se aprende de ciencia y de música. A medio camino
entre lo técnico y la divulgación, es el tipo de lectura que suelo
preferir para acercarme a un tema nuevo.
Acerca del autor
Ernesto Blanco
[email protected]
Nació el 29 de mayo de 1971 en la ciudad de Montevideo,
Uruguay. De niño leía cómics, y le gustaban la ciencia ficción y las
historias sobre dinosaurios y animales salvajes. De adolescente se
entusiasmó con las matemáticas, la física y también con la música.
Hizo una maestría en física de partículas y luego un doctorado en
temas de biomecánica en la Facultad de Ciencias de la Universidad
de la República (Udelar ), donde actualmente trabaja como docente,
investigador y divulgador científico. Aplicó la física al estudio de
animales prehistóricos analizando los cantos infrasónicos de los
perezosos gigantes, el combate de los gliptodontes, la mordida del
roedor más grande de todos los tiempos (Josephoartigasia monesi ),
la evolución de los dientes de sable y la posibilidad de que los
grandes dinosaurios carnívoros (como el Tyrannosaurus rex) usaran
una forma de camuflaje sísmico de sus movimientos, entre otras
cosas. Ha escrito sobre temas de ciencia para varios medios de
prensa de Uruguay. Fue conductor y coguionista de dos temporadas
de Superhéroes de la física y de dos temporadas de
Paleodetectives, programas emitidos por Televisión Nacional de
Uruguay (2011, 2013, 2015 y 2017) y disponibles en YouTube. Es
autor de Los Beatles y la ciencia, publicado en esta misma colección
en 2015 y ganador del Premio a las Letras 2017 otorgado por el
Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay en la categoría
Ensayo de Investigación y Divulgación Científica. Ha llevado
adelante el proyecto de divulgación “Beatlemanía Científica” en el
que se ilustran conceptos de la ciencia mediante la interpretación en
vivo de canciones. En los últimos años ha comenzado a incorporar
temas de los Rolling Stones a esos espectáculos.
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