Blanco, Ernesto Los Rolling Stones y la ciencia.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2018. Libro digital, EPUB.- (Ciencia que ladra… serie Clásica / dirigida por Diego Golombek) Archivo Digital: descarga ISBN 978-987-629-889-6 1. Ciencia. 2. Estudios. I. Título CDD 507.2 © 2018, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A. <www.sigloxxieditores.com.ar> Ilustraciones de portada: Mariana Nemitz Diseño de portada: Peter Tjebbes Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina Primera edición en formato digital: noviembre de 2018 Hecho el depósito que marca la ley 11.723 ISBN edición digital (ePub): 978-987-629-889-6 Ernesto Blanco Los Rolling Stones y la ciencia ¡No es sólo rock and roll! Índice Tapa Índice Portada Copyright Este libro (y esta colección) Agradecimientos Dedicatoria Introducción 1. La música amansa a las fieras (¿o no?) 2. Cuando todo se vuelve oscuro 3. Satisfacción 4. Simpatía por el diablo 5. Cuestiones de abogados: ¿Beatles o Stones? 6. Neurocirugía barata y zapatos de goma 7. El club de los 27 8. No siempre puedes conseguir lo que quieres 9. Los conspicuos labios de Jagger 10. ¿Cantos rodados o piedras movedizas? 11. A 2000 años luz de casa Epílogo Bibliografía comentada Acerca del autor Este libro (y esta colección) ¿Qué tal se siente? ¿Qué tal se siente Estar abandonado a tu suerte Sin vuelta a casa, Ser un completo desconocido, Como una piedra que rueda? Bob Dylan, “Like a Rolling Stone” No puedo obtener satisfacción. Quizá tenga que ver con mi cerebro, cuyos circuitos de placer y recompensa están saturados, casi como ocurre con la tolerancia a las drogas adictivas. ¿Será que la música es una droga adictiva? ¿O la ciencia? Me pregunto cómo estudiar la satisfacción, qué experimentos realizar, cómo medir los cambios en los circuitos cerebrales que causan el deleite, la euforia, el bienestar. Aunque una cosa es cierta: no siempre se puede obtener lo que se quiere. Y eso, más que falta de satisfacción, es el sentimiento de frustración que conocemos de cerca cuando las cosas salen mal, o al menos de manera diferente de lo que esperábamos. Quizá todo lo que hacemos se base en comparaciones: establecemos un umbral, un límite contra el cual chequear nuestros resultados. Si logramos superar el umbral, al menos por un rato tendremos la satisfacción de que brille una luz, que alguien nos diga enciéndeme, en fin, que la vida nos sonría y por un rato seamos verdaderos caballos salvajes. Pero cuando todo se pinta de negro, cuando pedimos que nos den sombra, a medida que las lágrimas caen, el mundo se marea y no hay ciencia que pueda salvarnos. Queremos que todos salgan de nuestra nube, y hasta estamos dispuestos a hacer un pacto, sólo como ejemplo de nuestra simpatía por el diablo. Y así podríamos seguir durante páginas y horas, descubriendo versos y canciones que llevamos dentro, que forman parte de nosotros y se nos aparecen sin aviso previo, fraseos, armónicas y guitarras rítmicas que reconoceríamos aun en estado de coma. Son los Rolling Stones, sus majestades satánicas, la banda de rock más grande y longeva del mundo. Sí: esos muchachitos llamados Mick, Keith y Charlie –junto con otros amigos que entraban y salían con los años– que desde 1962 (¡1962!) vienen alterando a varias generaciones de jóvenes. Pero… ¿y la ciencia? ¿Tendrá que ver con el pasado de Mick Jagger en la Escuela de Economía de Londres? ¿Con las lecturas de Keith Richards o los experimentos del malogrado Brian Jones? Eso mismo: ¿qué tienen que ver los Rolling Stones con la ciencia? Para el lector de Ciencia que Ladra ya es un hecho conocido que esa mirada entusiasta y curiosa que llamamos “ciencia” está en todos lados, del baño al fútbol, de la cocina al concierto. Y la ciencia rolinga no es una excepción… aunque para conocerla nos haga falta un manager, como el Andrew Loog Oldham que los descubrió y emparentó con esos otros muchachitos, los Beatles. ¿Y qué mejor manager que un físico-músico-superhéroe, quien ya nos adentró en lo científico que puede haber en los cuatro muchachos de Liverpool que cambiaron el mundo? Sí, nuestro conocido Ernesto Blanco vuelve a la carga con sus rocanroles y sus fórmulas, sus guitarras y sus análisis. Allí donde a primera vista sólo hay nubes, acordes y distorsiones, él encuentra los colores, las ondas, la evolución, las siete (o más) vidas de Richards explicadas desde el más puro raciocinio. Cuando creíamos que ya todo estaba dicho y escuchado sobre los Stones… llega la mirada científica que ilumina aspectos desconocidos y oscuros de la banda, para disfrutarlos, quererlos y hasta entenderlos un poco más. Es sólo rock and roll. Y un poco de ciencia. Esta colección de divulgación científica está escrita por científicos que creen que ya es hora de asomar la cabeza por fuera del laboratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la profesión. Porque de eso se trata: de contar, de compartir un saber que, si sigue encerrado, puede volverse inútil. Ciencia que ladra… no muerde, sólo da señales de que cabalga. Diego Golombek Agradecimientos A Diego Golombek, por recibirme de muchas maneras y por su luminoso ejemplo. A Marisa García y al equipo editorial de Siglo XXI, por haber vuelto a crear juntos. A Mario Gadnich y al equipo de librería América Latina, por acercar esta colección (y a este autor) a los lectores en Uruguay. A la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República y a la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, por el apoyo a mis tareas de investigación, docencia y comunicación de la ciencia. A los compañeros que integraron las distintas formaciones de la banda con la que brindamos los espectáculos de ciencia y música en vivo, en los que hablamos también de la ciencia de los Rolling Stones: Sebastián Sensale, Washington Jones, Valentina Sancristóbal, Ismael Acosta, Joaquín Acosta, Darío Briganti, Ernesto Acuña (quien sugirió la idea que dio lugar al capítulo sobre “Paint It Black”), Matilde Fernández, Noel Abella, Flavia López, Anaki Guzmán (quien propuso ejemplos sobre disonancia para el capítulo “Simpatía por el diablo”), Cynthia Moraes, Vanina Soldevilla, Franco Vairoletti, Rodrigo Ivagnes, Franco Cetinic y Ludmila Tukic, por lo que aprendí y compartimos. A Lara Yorio, por ayudarme a continuar con la escritura en momentos difíciles y por la recopilación de información necesaria para el capítulo “A 2000 años luz de casa”. A mis padres, todo el tiempo y cada vez un poco más. A Sele, Sofi y Kari, por apoyarme siempre, por la lectura amorosa y crítica de los primeros manuscritos de este libro y por compartir muchas de las alegrías de este viaje (incluido el recital de los Rolling en Montevideo, en febrero de 2016). A los Rolling Stones (en el sentido más amplio). A “my ragged company”, cualquiera fuera o sea, y a todos los lugares del continuo espacio-tiempo en que habite. Introducción Los Rolling Stones, al igual que los Beatles, se formaron como músicos de un modo autodidacta, lo cual los emparenta de alguna manera con los científicos. Pero a diferencia de los de Liverpool, su perfil musical los posicionó como “los rebeldes”. Las letras de sus primeras canciones eran extremadamente directas para la época y apelaban a nuestro costado más íntimo e instintivo. Títulos como “I Just Want to Make Love to You”, “I Can’t Be Satisfied”, “Heart of Stone”, “Street Fighting Man” o “Back Street Girl” marcan un claro contraste con las correctas letras de las canciones de los Beatles. Los Stones no tenían problemas para lidiar con lo socialmente marginal, la sexualidad y la violencia. Después vendrían grandes éxitos (que analizaremos en este libro) como “Simpathy for the Devil”, “Satisfaction” o “Paint It Black”, que le hablan a nuestro costado más rebelde. Además, la fidelidad a la raíz musical del blues y la desenfadada presencia en el escenario de su vocalista (y de todos sus integrantes en la vida cotidiana) decían cosas bien distintas a las que transmitían los muchachos de Liverpool. Y en eso también hay algo de ciencia: los mejores trabajos científicos, como las revoluciones culturales (¿no son parte de la misma cosa?), suelen nacer de las fisuras que se encuentran en lo establecido. Allí es donde, desde el comienzo, golpearon los Rolling Stones. En su autobiografía, Keith Richards habla específicamente de su relación formal con la ciencia: El profesor había puesto una marca que abarcaba a todas las asignaturas de ciencias, y el panorama no podía ser más desolador: para todas y cada una de ellas había escrito el mismo comentario descorazonador: “No avanza”; no avanzaba ni en matemáticas, ni en física ni en química. […] Las notas de ciencias eran un relato abreviado de la gran traición de que fui víctima y de cómo pasé de ser un alumno relativamente aplicado a convertirme en uno de los terroristas de la escuela, en un delincuente dominado por una intensa y duradera furia dirigida contra la autoridad. […] Dibujo técnico, física, matemáticas… Todo me producía grandes bostezos porque, por mucho que intentaran explicármelo, por más que intentaran meterme el álgebra en la cabeza, yo sencillamente no lo entendía, y tampoco veía motivo alguno para entenderlo. No iba a estudiar aquello salvo a punta de pistola, si me amenazaban con un látigo y me tenían a pan y agua. Lo habría aprendido, habría sido capaz de aprenderlo, pero algo en mi interior me decía que no me iba a servir de nada y que si quería aprenderlo algún día podría hacerlo solo. Y, aunque parezca extraño, su declaración tiene mucho en común con lo que han manifestado científicos muy particulares, como Richard Feynman y Albert Einstein. El tema de la rebeldía contra la autoridad nació temprano en el propio Albert, quien también cuenta en su autobiografía: A través de la lectura de libros de divulgación científica me convencí en seguida de que mucho de lo que contaban los relatos de la Biblia no podía ser verdad. […] De esta experiencia nació la desconfianza hacia cualquier clase de autoridad, una actitud escéptica hacia las convicciones que latían en el ambiente social de turno; postura que nunca volvió a abandonarme. La sensación de hastío que le producía lo que debía aprender obligatoriamente lo acompañó incluso cuando estaba estudiando física y matemáticas en la Escuela Politécnica de Zúrich: Para los exámenes había que embutirse todo ese material en la cabeza, quisieras o no. Semejante coacción tenía efectos tan espantosos que, tras aprobar el examen final, se me quitaron las ganas de pensar en problemas científicos durante un año entero. […] Es grave error creer que la ilusión de mirar y buscar puede fomentarse a golpe de coacción y sentido del deber. Pienso que incluso a un animal de presa sano se le podría privar de su voracidad si, a punta de látigo, se lo obliga continuamente a comer cuando no tiene hambre, y sobre todo si se eligen de manera conveniente los alimentos así ofrecidos. La desconfianza respecto a la autoridad le permitió a Albert Einstein ir más allá de la venerada mecánica de Newton al no someterse ni a semejante figura legendaria. Si volvemos al testimonio de Keith, otra cuestión que genera una enorme simpatía es su convicción de que él podría aprender álgebra solo, si alguna vez le resultaba necesaria. No hay dudas de que así sería, y no sólo para él, sino para la inmensa mayoría de las personas. Vean, si no, lo que dijo el Premio Nobel de Física Richard Feynman sobre la enseñanza del álgebra: Mi primo, que era tres años mayor que yo, estaba haciendo el último año de secundaria. El álgebra le resultaba de una dificultad considerable, por lo que fue preciso ponerle profesor particular. A mí me dejaban quedarme sentado en un rincón mientras el profesor trataba de enseñarle álgebra a mi primo. Yo los oía hablar de “x”. Le dije a mi primo: “¿Qué tratas de hacer?”. “Estoy tratando de averiguar cuánto vale x, como en 2x + 7 = 15.” Yo le digo: “Quieres decir 4”. “Sí, pero tú lo hiciste por aritmética. Hay que hacerlo por álgebra.” Aprendí álgebra pero, afortunadamente, no fue yendo a la escuela, sino porque descubrí un viejo texto escolar de mi tía allá en el ático, gracias al cual comprendí que lo importante es averiguar cuánto vale la x, y que es indiferente cómo se haga. Para mí no había diferencia entre hacerlo “por aritmética” y hacerlo “por álgebra”. “Hacerlo por álgebra” consistía en aplicar un sistema de reglas, que seguidas ciegamente producían la solución. […] Las reglas habían sido inventadas con el fin de que todos los niños que tienen que estudiar álgebra puedan aprobarla. Y por eso mi primo nunca fue capaz de hacer cálculos algebraicos. Seguramente Keith estaba en lo cierto al confiar en el método autodidacta de Feynman, método que él mismo siguió con la música. Además Richards es un gran lector y poseedor de una extensa biblioteca. En una oportunidad tuvo el terrible honor de terminar en el piso tapado de libros y con tres costillas rotas por intentar alcanzar un tratado de anatomía de Leonardo da Vinci. Por otro lado, su compañero Mick Jagger parece haberse sentido mucho más cómodo con ese sistema de obligaciones y deberes (ya tendría tiempo luego de liberarse en el escenario). No le iba nada mal con las matemáticas, a tal punto que decidió estudiar Economía y en 1960 obtuvo una beca para la prestigiosa London School of Economics. Hay también un testimonio muy curioso que lo muestra como alguien muy interesado en la ciencia (al menos por momentos). Cuenta Philip Norman en su biografía de Jagger que Christopher Gibbs, un anticuario, al conocer al vocalista de los Stones en el año 1965 quedó cautivado y dijo: Era encantador, muy divertido, y tenía una forma curiosa de flirtear, sin carga erótica ni arrogancia. Yo nunca habría imaginado que un cantante pop pudiera ser tan brillante y estar al corriente de todo. Frente a mí tenía a alguien que leía New Scientist todas las semanas y tenía opiniones inteligentes de cuanto había leído. New Scientist es una revista semanal de divulgación científica que se publica desde 1956 en Inglaterra. Es un excelente modo de mantenerse al día tanto para aficionados como también para científicos profesionales. Hoy en día cuenta con un servicio de noticias en la web, para que los nuevos vocalistas de pop se mantengan informados y con opiniones inteligentes. Pero, en cualquier caso, es claro que los grandes aportes de los Rolling Stones fueron musicales y sociales, y no científicos. De todos modos podemos inspirarnos en ellos para nuestra próxima revolución (aunque sea una pequeña y personal) y también mirarlos desde la ciencia para verlos un poco distintos, tal vez aún más interesantes y llenos de significado. Y seguramente nuestro recorrido por algunos temas científicos será mucho más entretenido si lo acompañamos con la música de los Rolling Stones. Come on… 1. La música amansa a las fieras (¿o no?) En 1967 Brian Jones, el guitarrista (y multiinstrumentista) de los Rolling Stones, visitó en Gibraltar una colonia de monos, cuando iba camino a reunirse con sus compañeros en Marruecos. Estaba acompañado por dos de las mujeres más influyentes de la historia de esta banda: Anita Pallenberg (en ese momento su pareja y luego pareja de Keith Richards) y Marianne Faithfull (por entonces pareja de Mick Jagger). En su autobiografía, Marianne cuenta un interesantísimo “experimento”, realizado por Brian con aquellos monos. Tal vez se sintió inspirado por la leyenda del flautista de Hamelin: Nos acercamos al grupo de monos muy ceremoniosamente y les dijimos que íbamos a pasarles algunos sonidos maravillosos. Ellos nos escuchaban muy atentamente, pero cuando Brian encendió el grabador, parecían asustados y se dispersaron chillando. Brian estaba muy disgustado. Se lo tomó como algo personal. Estaba tan molesto por su reacción que se puso a llorar. La música que Brian quiso compartir con estos primates no era de los Rolling Stones, era una cinta con composiciones suyas para la banda de sonido de una película protagonizada por Anita llamada A Degree of Murder. Pero ¿por qué los monos reaccionaron tan mal? ¿No es que la música calma a las fieras? ¿Habría tenido más suerte con otro tipo de música? ¿Qué nos puede enseñar la ciencia sobre esta experiencia? Utilizar grabaciones para realizar experimentos de comportamiento animal es una metodología muy frecuente en biología. El primer experimento con monos en el que se utilizaron grabaciones de audio fue realizado por Richard L. Garner en 1891 en el zoológico del Central Park. Por medio de un fonógrafo reprodujo los “saludos” de un grupo local de monos Rhesus a un grupo de nuevos monos que llegaban al zoológico. Aparentemente, los novatos respondieron a las grabaciones con gran entusiasmo. Según los estudios de Charles Snowdon y David Teie, el efecto en monos de la música humana es, sin embargo, muy distinto. Estos investigadores consideraron la hipótesis de que el efecto emocional de la música tiene que ver con las características de los sonidos que se perciben en el útero materno durante el proceso de desarrollo del sistema nervioso de un mamífero. Por ejemplo, un pulso repetido y regular como el latido del corazón es una característica típica de la música y también de los sonidos intrauterinos. La frecuencia de repetición en la música humana normalmente está entre los 40 y 240 pulsos por minuto, una frecuencia que coincide aproximadamente con los pulsos que un feto puede percibir en el útero provenientes de actividades de la madre como la respiración, el latido del corazón y los golpes del pie contra el piso durante la locomoción. Por otra parte, la importancia de las notas musicales en los humanos tendría su origen en la voz de la madre, que consiste sobre todo en señales de frecuencia definida que proceden de la emisión de las vocales durante el habla. Las propiedades acústicas del útero atenúan los sonidos de forma diferente dependiendo de su frecuencia. Debido a la absorción de los tejidos que lo rodean, las frecuencias altas sufren más atenuación que los sonidos graves. Por lo tanto, las consonantes del habla prácticamente no se escucharían en el útero, mientras que la melodía formada por las frecuencias de las vocales sería audible. Otro dato que apoya esta teoría es que el rango de frecuencias de los instrumentos melódicos en una gran variedad de culturas está entre 200 y 900 Hz,[1] que es el rango de frecuencia típico de la voz de una mujer adulta. De ser cierta su teoría, es de esperar que en especies cuyas vocalizaciones y movimientos son distintos de los nuestros, la música humana tenga un efecto muy diferente. Incluso sería posible generar música específica para otras especies animales tomando en cuenta estas diferencias. Con esta idea en mente ambos investigadores decidieron determinar qué características debería tener el rango de frecuencias, el número de notas por minuto, el ritmo e incluso el timbre para componer música adecuada para los monos tití de cabeza blanca, una especie endémica de Colombia. Se propusieron evaluar la respuesta de estos animalitos a diferentes composiciones musicales, algunas pensadas para humanos y otras compuestas especialmente para ellos. En el caso de la música humana utilizaron dos canciones cuyas características sonoras despiertan emociones de afiliación −el Adagio para cuerdas, de Samuel Barber y “The Fragile”, de Nine Inch Nails− y otras dos vinculadas a emociones de temor o amenaza −“Of Wolf and Man”, de Metallica y “The Grudge”, de Tool−. Por otra parte, en las melodías compuestas para los titís de cabeza blanca se usó un número mayor de notas por minuto (en algunos casos casi el doble) y un rango de frecuencias entre 10 y 20 veces mayor, según las características naturales de las vocalizaciones y los ritmos corporales de estos animalitos. Se generaron con esas características cuatro composiciones para titís, dos afiliativas y dos de temor o amenaza. ¿Qué ocurrió cuando los titís las escucharon? ¿Les pasó lo mismo a Snowdon y Teie que a Brian Jones con los monos de Gibraltar? Para ver la reacción de los titís a la música se esperó a que estuvieran calmados durante unos 5 minutos. Luego reprodujeron un fragmento de treinta segundos de alguna de las composiciones y observaron su comportamiento en los siguientes 5 minutos. Mientras sonaba la música compuesta para ellos, no se notó ninguna reacción particular de los titís. Sin embargo, en los 5 minutos posteriores a la exposición a la música compuesta para ellos que buscaba generar temor, mostraron un incremento significativo de su movimiento, comportamiento de ansiedad y comportamiento social. En cambio, en los 5 minutos posteriores la música afiliativa producía una disminución del movimiento y comportamiento social y un aumento del comportamiento de búsqueda de alimentos. Los titís parecían estar reaccionando de forma adecuada a los objetivos de la música compuesta para ellos, lo que demostraría que las ideas de los investigadores no estaban muy erradas. Pero ¿qué ocurrió con la música humana? En primera instancia no hubo gran diferencia de comportamiento con un tipo u otro de música humana, pero sí dos efectos interesantes. Primero, los comportamientos de ansiedad se redujeron al escuchar la música afiliativa humana y, segundo, el movimiento se redujo al escuchar la música atemorizante humana. En otras palabras, escuchar a Metallica parecía calmar a los titís, algo que contrasta con la respuesta típica en los seres humanos (ponerse a saltar y sacudir la cabeza… o algo así). Esto puede deberse a que estos animalitos tienen un ritmo cardíaco muy elevado y aun la frenética “The Grudge”, con sus 220 pulsos por minuto, está suficientemente cerca del ritmo cardíaco de reposo de un tití. En este experimento la música efectivamente calmó a las “fieras”, pero se trata de un caso muy particular. Sea como sea, las respuestas emocionales adecuadas sólo se pueden lograr con música compuesta especialmente para el tipo de animal al que nos interese influenciar. A partir de estos resultados los autores obtuvieron apoyo para su teoría de que la música está construida a partir de características de los sonidos que los mamíferos perciben en el útero durante el desarrollo de su sistema nervioso. También mostraron que es posible lograr en otras especies el contagio emocional a partir de la música, si nuestras composiciones reflejan el conocimiento que tenemos de sus tipos de vocalizaciones. Pero Brian Jones ignoraba esto. Su música podía generar ciertas sensaciones en los humanos, pero algo muy distinto en los monos de Gibraltar. No debió tomarlo como algo personal: el efecto de la música no es tan universal entre especies. Pero, a partir de lo que vimos hasta aquí, ¿podemos entender por qué los monos de Brian se asustaron tanto? Primero debemos decir que en Gibraltar existe una única especie de primates y su nombre científico es Macaca sylvanus.[2] Estos animales se mueven fundamentalmente en tierra, aunque suelen trepar a los árboles y acantilados en busca de refugio durante la noche o en momentos de reposo. Los adultos tienen una altura de 40 cm y su longitud total, incluyendo la cola, ronda los 60 cm. Los machos llegan a pesar un poco menos de 20 kg y las hembras, alrededor de 15 kg. Viven en grupos sociales muy numerosos y lo más interesante de todo es que tienen un amplio repertorio de vocalizaciones, muy estudiadas por los científicos en los últimos años. En particular se han examinado los sonidos que emite la hembra durante la cópula (el macho, en general, se mantiene silencioso) y se ha observado que las características de estos sonidos se relacionan con la probabilidad de que resulte en una fertilización. Pero no sólo de cópula viven los primates: estos animales tienen, además, un amplio repertorio de sonidos que pueden clasificarse, como se hizo anteriormente, en afiliativos o amenazantes. Tal vez los sonidos de la música de Brian Jones tuvieran características inquietantes para estos animales. Si bien no sabemos qué tema musical les pasó Brian a los macacos de Gibraltar, sí sabemos que era alguna composición para la película A Degree of Murder. En YouTube se puede escuchar la composición instrumental de Brian con que comienza la película. Se trata de una melodía que presenta las características típicas de la música humana, pero en ciertos momentos propone sonidos de carácter experimental. Usa instrumentos melódicos que no van a frecuencias más altas que los 900 Hz (la mayor parte del tiempo están por debajo de eso) y el número de notas por minuto no parece particularmente alto (alrededor de 100 por minuto). En ambos casos estamos en valores más bajos que los usuales para las vocalizaciones de los macacos de Gibraltar, que emiten frecuencias más agudas y a un mayor número de pulsos por minuto que los humanos (aunque algo menos que los titís mencionados antes). Los científicos alemanes Julia Fischer y Kurt Hammerschmidt realizaron una compilación del repertorio vocal de esta especie y describieron sus características acústicas. Una de las vocalizaciones más graves del repertorio corresponde también a pocas notas por minuto (cerca de 60) y es una llamada de alarma emitida con la intención de intimidar a un depredador. El ejemplo concreto que presentan es el de un macho adulto que vocaliza como respuesta a un buitre que se está aproximando a un grupo de macacos sentado en un risco. La intención no es sólo dar la alarma, sino también intimidar al agresor, y esto se refleja en un sonido más grave de lo usual, en el que casi toda la energía está en frecuencias menores a los 1000 Hz. El ritmo lento, cercano a 60 pulsos por minuto, se usa en llamadas de alarma. Los ritmos más rápidos, equivalentes a unas 300 notas por minuto, corresponden a los sonidos de cópula y también al juego entre machos jóvenes. Estas son las vocalizaciones relacionadas con estados más afiliativos. Por esa razón podemos especular que la música humana de Brian Jones, con frecuencias graves y pocas notas por minuto para el estándar de los macacos, podría activar emociones similares a las que producen las llamadas de alerta e intimidación, y explicar la respuesta negativa de estos animalitos. Si quisiéramos generar emociones positivas en estos macacos, deberíamos hacerles escuchar algún tema de los Rolling Stones en que hubiera participado Brian de un modo importante, por ejemplo, “Paint It Black”, aumentando la velocidad de ejecución y potenciando los agudos. Lo ideal sería colocar la melodía cerca de los 1000 Hz, lo cual estaría en el límite superior de la voz de una soprano. Tal vez, en ese caso, los macacos se queden escuchando y hasta se relajen. Sin embargo, no podemos estar seguros hasta que no hagamos la prueba. ¿Lo intentamos? Sólo se necesita un software para retocar la canción y un pasaje a Marruecos. Pero precisamente sobre “Paint It Black” y las emociones que propone tenemos algunas reflexiones para compartir, ya que no sólo la música, también los colores, se relacionan con las emociones. [1] Unidad de frecuencia llamada “hercio”, más conocida como “hertz” por su nombre en inglés, y cuyo símbolo es “Hz”. Corresponde a la cantidad de oscilaciones que ocurren en un segundo. Cuanto mayor es la frecuencia, más agudo es el sonido. [2] Más adelante hablaremos de la nomenclatura científica usada para nombrar especies y su curioso vínculo con los labios de Mick Jagger. 2. Cuando todo se vuelve oscuro Miro dentro de mí y veo que mi corazón es negro, Veo mi puerta roja y tendría que pintarla de negro. Quizás entonces me esfume y no tenga que encarar los hechos, No es fácil hacer frente cuando todo tu mundo es negro. “Paint It Black”, Aftermath (1966) “Paint It Black” fue editada como single en mayo de 1966. Rápidamente llegó al número uno de las listas de éxitos tanto en el Reino Unido como en los Estados Unidos. Fue un punto muy alto y relevante en la carrera de los Rolling Stones. Respecto de esta composición de Richards y Jagger, dice el periodista de rock Stephen Davis: No había nada similar en la radio. Este espeluznante poema sinfónico parecía describir una procesión funeraria en medio de una profunda duda existencial. El sitar de Brian proponía una melodía que expresaba un dolor muy espiritual y la poderosa batería lanzaba la canción hacia un oscuro entorno de ansiedad y desesperanza, como si se deseara que el sol se borrara del cielo. Leonard Bernstein, el director de la New York Philarmonic, la destacó como una de las canciones más importantes del siglo. Parecía contener también ecos sociales, que reflejaban las recientes oleadas de inmigración india y paquistaní a Inglaterra. Lo curioso es que la ciencia ha hecho una nueva lectura de esta canción que habla de filas de coches negros, de un mar verde que ya no se verá más de un azul intenso, de la desaparición de los colores, de soledad y desesperanza. Los seres humanos damos mucha preponderancia a los estímulos visuales, recibimos una gran parte de la información del ambiente a través de la vista y entre los mamíferos somos excepcionales en cuanto a nuestra capacidad para percibir colores. Desde el punto de vista de la física, podemos decir que la división estricta entre los colores es una ilusión que depende de nuestro sistema perceptual. La luz viene en un continuo de longitudes de onda y no en un conjunto limitado de colores. Sin embargo, nuestros receptores en la retina son más sensibles a ciertas longitudes de onda que a otras. Tenemos un tipo de receptores para longitudes de onda cercanas a lo que llamamos “azul” (longitudes de onda cortas), otro para lo que llamamos “verde” (longitudes de onda intermedias) y otro cercano al rojo (longitudes de onda largas). La luz que recibimos de cada objeto activará en distinta proporción cada grupo de receptores. Esto producirá una combinación diferente de azul, verde y rojo en cada caso, lo cual nos permite percibir una gran variedad de colores. A su vez, hay variaciones genéticas en las características y la sensibilidad de estos receptores. Algunos están codificados en el cromosoma sexual X, del cual las mujeres tienen una doble copia, mientras que los hombres tienen una copia única. Por esa razón, los hombres pueden carecer de algún tipo de receptor y percibir los colores de manera diferente a las mujeres. La mayoría de los mamíferos tiene en su retina sólo dos tipos de pigmentos que le permiten distinguir colores. Por lo tanto, son prácticamente ciegos al color (como las personas a las que les falta uno de los tipos de receptores). Es decir que los humanos y otros primates son una excepción dentro de los mamíferos. Algunos marsupiales australianos tienen la misma capacidad que los humanos para ver colores. Seguramente esto se debe a que, a diferencia de la mayoría de los mamíferos, mantuvieron una habilidad que ya tenían sus antepasados reptilianos. Pero en el caso de los primates (entre ellos, los humanos), la visión en colores fue reinventada por la evolución: existe evidencia de que ocurrió más de una vez y de forma independiente en los primates africanos y los sudamericanos. Es probable que esto se deba a la utilidad de la visión en colores para poder detectar, en medio de un paisaje de hojas verdes, los apetecibles frutos y reconocer su tipo y grado de madurez. A su vez, los frutos desarrollaron colores llamativos para atraer a los primates, de quienes se sirven para dispersar sus semillas. Los colores también son importantes para el despliegue sexual de los primates (otra posible explicación de los coloridos maquillajes y vestuarios de los humanos). Es decir que también en este sentido el fruto prohibido y la sexualidad parecen cosas muy relacionadas. Somos animales visuales y nos tomamos muy en serio los ilusorios colores del mundo. Esto convierte a las metáforas relacionadas con el color en figuras muy potentes para transmitir mensajes. En el lenguaje cotidiano es frecuente asociar lo colorido con la felicidad y la falta de color y la oscuridad con la tristeza y los malos momentos. ¿Tiene esto alguna base fisiológica que lo justifique? Un grupo de investigadores del Departamento de Psiquiatría y Psicoterapia de la Universidad de Friburgo, en Alemania, realizó un curioso trabajo inspirado en este asunto, cuyos resultados se publicaron en el año 2010 en una revista de psiquiatría biológica. Estos investigadores se preguntaron si realmente habría una diferencia en el modo en que perciben los colores las personas que están viviendo episodios de depresión. Para eso se propusieron medir la respuesta de la retina de diferentes individuos (algunos de ellos con depresión) mientras se les mostraba un tablero con colores. Emplearon una técnica llamada “electrorretinografía”, que consiste en el registro de la actividad eléctrica de las células nerviosas que transportan información desde la retina. Se trata de una técnica que ya era conocida y que incluso se usaba para diagnósticos en medicina. Para detectar la actividad eléctrica de la retina se colocan electrodos en la piel cercana al ojo y también en la córnea. En este caso los investigadores contaron con 40 personas que tenían diagnóstico de depresión severa, de las cuales sólo 20 se encontraban bajo medicación. Para comparar tomaron un grupo control de personas sin depresión con una distribución similar de edades y otras características, respecto al grupo de estudio. A todos los participantes les presentaron tableros cuadriculados, similares a tableros de ajedrez, con diferentes niveles de contraste entre las zonas claras y oscuras. Los investigadores observaron que los pacientes con depresión (medicados o no) mostraban una respuesta menor frente al contraste de colores en los tableros. Esto sugiere que las personas con depresión ven atenuada la intensidad y el brillo de las imágenes, como si llevaran anteojos de sol. Este efecto podría deberse a la desestabilización del neurotransmisor llamado “dopamina” que tiene lugar en los cuadros depresivos. Las células de la retina (y otras células sensoriales) se activan mediante ese neurotransmisor. Por lo tanto, se podría esperar que otros sentidos también se vieran afectados durante la depresión, reduciendo la intensidad con que se perciben los matices del mundo. La canción de los Rolling Stones anticipó de un modo muy potente y personal las implicancias de este estudio. Un equipo de la Escuela de Medicina de la Universidad de Pensilvania (Estados Unidos) publicó en 2012 un trabajo en que se muestra evidencia de que el olfato también se ve afectado en casos de depresión. Supongo que una canción cuya letra recurriera a la asociación metafórica entre olores y depresión no habría sido tan exitosa como “Paint It Black”, pero en cualquier caso valdría la pena intentar componerla… 3. Satisfacción Cuando estoy en mi auto, manejando, y aparece en la radio el hombre ese, me cuenta una y otra vez información inútil que supuestamente me entusiasma y me inspira. “(I Can’t Get No) Satisfaction”, Out of Our Heads (1965) Una mañana del año 1965, Keith Richards notó que la cinta en el grabador, que siempre dejaba rebobinada antes de dormirse, se había pasado completamente y estaba en el final. Al escucharla para intentar entender lo ocurrido, se encontró con que a la noche se había despertado y grabado, acompañado de su guitarra acústica, la estructura básica de una canción. A continuación había unos 40 minutos de lo que él describió como “ronquidos”. Seguramente se había levantado casi sonámbulo, había encendido el grabador para registrar sus acordes de guitarra y luego volvió a dormirse sin apagar el aparato. Lo que había registrado era el esqueleto básico de “Satisfaction”, el primer gran éxito de los Rolling Stones. Pero hasta llegar a la composición y grabación final del tema quedaba un camino por recorrer. Un aspecto muy importante de la historia de esta canción es que fue la carta de presentación del fuzzbox, una forma de distorsión del sonido de la guitarra eléctrica. ¿En qué consiste esa distorsión del sonido? ¿Por qué produjo un efecto tan especial? ¿Por qué Richards quiso usarlo en ese tema en particular? Antes de responder estas preguntas, veamos algunas cuestiones básicas sobre el sonido que nos serán útiles para avanzar. Sabemos que no es lo mismo el sonido de un violín que el de una trompeta, y esto es así aunque estén tocando exactamente la misma melodía. ¿A qué se debe? Los sonidos se originan a partir de vibraciones de determinados objetos (por ejemplo, la cuerda de una guitarra) y se transmiten al aire, donde se propagan en forma de una onda acústica. Un tipo muy especial de onda es la que llamamos “sinusoidal”. Ese tipo de señal tiene una frecuencia perfectamente definida (es decir, un cierto número de oscilaciones completas por segundo). Pero lo más interesante de estas ondas sinusoidales es que cualquier onda sonora siempre puede escribirse como una suma de ellas. De ese modo, cualquier sonido puede descomponerse en las frecuencias de las ondas sinusoidales que lo forman y existen métodos matemáticos para extraer esa información a partir de un sonido. Las notas musicales tocadas por un instrumento tienen una estructura muy definida y están compuestas por una frecuencia fundamental y sus armónicos. Por ejemplo, el La de referencia que se suele usar en la música occidental tiene 440 Hz como frecuencia fundamental. Pero también aparecen en ese sonido todos los múltiplos enteros de esa frecuencia fundamental; en el ejemplo del La serían 880 Hz (440 x 2), 1320 Hz (440 x 3), 1760 Hz (440 x 4), y así sucesivamente hasta el infinito. Esas frecuencias que son múltiplos de la fundamental se llaman “armónicos” y se nombran de acuerdo al número por el que se multiplica la fundamental para obtenerla, por ejemplo, los 880 Hz del La 440 corresponden al segundo armónico (viene de multiplicar 440 x 2). En general el modo fundamental y los primeros armónicos son los que se llevan la mayor parte de la energía del sonido y los múltiplos más altos prácticamente no tienen importancia. Pero entonces, si su estructura de frecuencia es siempre la misma, con un modo fundamental y sus armónicos, ¿qué diferencia el La tocado en una guitarra acústica del La tocado en un clarinete? La propiedad que permite diferenciar esos dos sonidos se denomina “timbre”. Lo que caracteriza el arranque de “Satisfaction” –que marcó una época y produjo una gran novedad estilística– no son las notas tocadas por Keith (aunque digamos que igual tienen lo suyo), sino el timbre del sonido de su guitarra eléctrica, tan novedoso para ese momento. El timbre es una propiedad que depende de la intensidad relativa de los armónicos. Por ejemplo, el sonido de un clarinete y de muchos instrumentos de viento se caracteriza porque sus armónicos impares son muy intensos (los pares casi no aparecen). Instrumentos de sonido alto y claro como las trompetas son ricos en armónicos de orden alto, es decir, muy agudos (frecuencias muy altas). El timbre de una guitarra puede modificarse dependiendo de dónde se pulsa la cuerda, ya que esto activa más unos armónicos que otros. Si se pulsa muy cerca de un extremo de la cuerda tiene un sonido más metálico y brillante que si se lo hace en el centro (en el primer caso, se estimulan mucho los armónicos agudos y en el segundo, se atenúan mucho los armónicos pares). El timbre es también una propiedad que nos permite distinguir la voz de una persona o determinar con cierta precisión el origen de un sonido. Por eso es una característica muy importante para el sistema de percepción de los seres humanos (y de los mamíferos en general). Si bien las melodías y los ritmos son fundamentales para la música, no debemos olvidar que gran parte de la música popular debe su potencia expresiva a un tipo de sonido particular vinculado a las cualidades del timbre de sus instrumentos. El guitarrista de los Stones tenía una idea bastante clara de qué tipo de timbre quería darle al arranque de “Satisfaction”, como cuenta en sus memorias: En “Satisfaction” me imaginaba la parte de los vientos, intentando imitar el sonido para sumarlo después, cuando grabáramos. Ya había oído en mi cabeza el riff como lo haría luego Otis Redding,[3] pero al final no teníamos vientos y pensé que simplemente le metería un eco. La distorsión resultó útil para darle algo de forma a lo que se suponía que iba a hacer el viento, pero era un sonido que no se había oído jamás en ninguna parte y fue lo que captó la atención de todo el mundo y, para cuando quise darme cuenta, nos estábamos oyendo en la radio… como “éxito de la semana”. Ahora bien, ¿cómo modificó Keith el timbre de su guitarra para generar ese sonido tan particular? Cuenta el guitarrista que “todo fue cuestión de usar un pequeño pedal, el pedal de distorsión Gibson, que acababa de salir hacía poco”. “Satisfaction” fue la primera canción en llegar al puesto número uno en los rankings usando el pedal Gibson Maestro Fuzz-Tone, y su éxito hizo que se vendieran todas las unidades disponibles al final del año 1965. ¿Qué hace este pedal para modificar el timbre de la guitarra eléctrica? La función del pedal es tomar las ondas sinusoidales que componen el sonido y cortarles los valores máximos y mínimos. De este modo la onda ya no es una sinusoide perfecta y para describirla debemos recurrir (como con cualquier sonido) a una suma de ondas sinusoidales. En este caso si el corte es muy marcado se deben agregar a la sinusoide original sus armónicos impares, los que al sumarse van generando una forma muy cercana a una serie de dientes rectangulares. El pedal amplifica mucho el sonido de la guitarra y luego realiza esos recortes simétricos. Esto modifica el timbre al hacer más audible el efecto de todos los armónicos impares. Esta característica es similar al sonido de instrumentos de viento como el clarinete, por lo que sin duda fue la distorsión ideal para que Keith Richards sintiera que se acercaba al deseado efecto de combinar con vientos. Si escuchamos esos acordes iniciales pasados por el pedal Gibson, realmente se puede notar un timbre similar al de un instrumento de viento, y la física nos confirma que hay algo profundo detrás de esa percepción. La comprensión de los detalles físicos y matemáticos del proceso que genera la distorsión también le ha dado argumentos al guitarrista Robert M. Poss para su artículo “Distortion is truth” [Distorsión es la verdad]. Allí escribe que: Distorsión y pureza no son antitéticos; el grueso y rico tono de los instrumentos de lengüeta simple o doble, o de un trombón, un violín o un piano tocado en forma intensa es diferente de la pureza de una onda cuasi sinusoidal tocada en la flauta. Cualquier instrumento que use una cuerda vibrante –pulsada, golpeada o con un arco– emitirá una frecuencia fundamental y una serie de armónicos. La interacción de la cuerda con el cuerpo del instrumento y la cámara de resonancia amplifica e inevitablemente distorsiona este sonido. Sin embargo, los violinistas no describirían el timbre de onda dentada de su instrumento como “distorsionada” ni los clarinetistas bajos sentirán simpatía por un fuzzbox [que tiene un efecto similar en los armónicos, como dijimos antes]. La distorsión está en el oído del observador.[4] Estos argumentos nos hacen reflexionar sobre una situación que ese mismo año vivió Bob Dylan. El polémico ganador del Premio Nobel de Literatura de 2016 usó una guitarra eléctrica en un recordado concierto en Newport el 25 de julio de 1965. Eso generó abucheos y ardientes controversias con respecto al uso de este instrumento en la música folk. Así, los argumentos de Robert Poss podrían perfectamente esgrimirse en defensa de Bob Dylan y de su guitarra eléctrica. Pero mucho más lejos ha ido el artista y académico Agostino di Scipio, quien utiliza las facilidades de las guitarras eléctricas y el procesamiento electrónico de las señales para generar una suerte de evento sonoro en que las guitarras prescinden por completo de los guitarristas. En un arreglo llamado “Modos de interferencia nº 3” (MoI-3),[5] Di Scipio coloca un conjunto de guitarras eléctricas conectadas a una computadora y, de allí, a un amplificador. Debido a pequeñas vibraciones en el ambiente, las guitarras comienzan a sonar y se producen acoples con el amplificador que, por el fenómeno físico conocido como “resonancia”, hace que estas vibraciones aumenten su intensidad. El control y filtrado mediante la computadora atenúa la emisión de sonidos que sobrepasan cierto umbral y, así, evita que esos acoples lleguen a ser molestos (como ocurre a veces accidentalmente al conectar guitarras o micrófonos a los amplificadores de modo que puedan retroalimentarse por la señal que sale de estos). En un artículo sobre este montaje sonoro, el autor también reflexiona sobre la distorsión y saturación como elementos sonoros propios de las guitarras eléctricas: La distorsión del sonido de la guitarra es una construcción cultural realmente interesante: es distinta de un nivel de volumen absoluto, es relativa a los límites de un sistema de amplificación dado –y aun así es experimentada como si produjera un impacto musical más poderoso–. Eso ocurre también en MoI-3. Los picos distorsionados no resultarán necesariamente en sonidos más intensos, sino en sonidos más ricos.[6] Y sin duda el gran éxito mundial de “Satisfaction” con el aporte del timbre distorsionado de la guitarra de Keith Richards fue un mojón importante en la historia de la relevancia cultural de este tipo de sonido. Pero antes de pasar a otras cuestiones debemos comentar otro pequeño aporte de “Satisfaction” a la ciencia. Esta canción fue una de las utilizadas por David Kraemer y sus colaboradores en un experimento muy interesante que permitió entender el sustrato neurológico del efecto de imaginar una canción.[7] El grupo de investigadores observó, mediante resonancia magnética funcional, la actividad cerebral de personas que escuchaban canciones a las que se les extraían fragmentos breves (de entre 2 y 5 segundos) sustituyéndolos por silencio. Durante los silencios, las personas seguían “escuchando” subjetivamente o imaginando la canción, cuando esta les resultaba conocida, pero no así cuando era desconocida. Ese experimento permitió entender las bases neurológicas del fenómeno de imaginar una canción. La canción tuvo mucho impacto también por su letra que, entre otras cosas, parece estar planteando importantes dudas sobre el consumismo y la publicidad. Cuenta Keith en su biografía que “Mick escribió la letra al borde de la piscina, en Clearwater, Florida, cuatro días antes de que nos metiéramos en el estudio a grabarla”. Otra interesante letra de Mick Jagger nos abrirá el camino hacia el siguiente capítulo y la biología del diablo. [3] En YouTube se puede encontrar la versión de Otis Redding. Se nota que la guitarra está sin distorsión: la peculiaridad en el timbre la aporta un instrumento de viento. [4] Robert M. Poss (1998), “Distortion is truth”, Leonardo Music Journal, vol. 8, pp. 45-48. [5] Esta obra se puede escuchar en YouTube con el título “Modi di Interferenza n° 3”. [6] Agostino di Scipio (2014), "A constructivist gesture of deconstruction. Sound as a cognitive medium", Contemporary Music Review, vol. 33, nº 1, pp. 87-102. [7] David Kraemer y otros (2005), “Musical imagery: sound of silence activates auditory cortex”, Nature, vol. 434, nº 7030, p. 158. 4. Simpatía por el diablo A la afirmación racionalista: “El diablo no es más que un mito, luego no existe”, D. de Rougemont responde: “El diablo es un mito, luego existe y no deja de actuar”. […] El mito, remedio contra el sufrimiento y la angustia original, es algo que no puede dejar indiferente al diablo. Después de todo, el mito procede de la carne y se dirige a la carne –la carne dolorosa o gozosa, la que se expresa a través de la palabra humana–. Aunque se nutra de héroes de pacotilla, el mito nunca está muy alejado de la vida. Jean-Didier Vincent, Biología del diablo (1996) “Sympathy for the Devil” [Simpatía por el diablo] es también el nombre de una película del cineasta Jean-Luc Godard, que documenta el proceso creativo de los Rolling Stones de la canción que se incluiría en el disco Beggars Banquet del año 1968. La letra y la idea general fueron de Mick Jagger, a partir de su lectura de la novela El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, en la que el diablo se presenta como un caballero de buenos modales. También Jagger ha mencionado haber tenido influencias del famoso poeta maldito Charles Baudelaire. El curioso estilo sincopado cercano al samba que terminó teniendo el tema se debió a la sugerencia de Keith Richards de modificar su ritmo. El lanzamiento de esta canción fue un paso importante para reforzar la imagen de chicos malos de los Stones. Sin embargo, la relación del diablo con la música tiene una larga historia. Al explorarla encontraremos también algunos aspectos bastante profundos relacionados con la ciencia y tal vez podamos ver que, como dice Jean-Didier Vincent (a quien se debe escuchar si hablamos del diablo y la ciencia), “el mito nunca está muy alejado de la vida”. Resulta que ya en la Edad Media se usaba la expresión “diablo en música” para designar una combinación de sonidos que se consideraba disonante. Aparentemente se asignaba ese nombre a un intervalo musical llamado “tritono” que se produce, por ejemplo, cuando tocamos de manera simultánea un Do y un Fa sostenido. Quienes quieran verificar el efecto pueden probarlo en un instrumento musical: verán que su carácter “diabólico” se hace más notorio si previamente se toca un intervalo más “angelical”, por ejemplo, Do y Sol (apenas medio tono por encima del diabólico Fa sostenido). Se suele decir que el uso del tritono estaba prohibido en la música sagrada, pero Philip Ball sostiene en su libro El instinto musical que esto se debía más a razones teóricas que a lo desagradable (disonante) del sonido. Ball advierte que el carácter desagradable del sonido Do-Fa sostenido se atenúa si se agrega una nota de bajo en Re. Esto nos lleva a preguntarnos qué es lo que realmente vuelve disonante una combinación y si eso es producto de nuestra cultura o tiene una base fisiológica. Si bien el término “disonancia” se usa en música y sin duda el concepto está influido por cuestiones culturales (a veces específicamente religiosas), se puede considerar desde la ciencia el efecto fisiológico de dos sonidos musicales tocados al mismo tiempo y entender, en parte, la base biológica de algunas disonancias. El tritono o diablo en música, ¿tiene una base científica? Si dos sonidos de frecuencia bien definida suenan a la vez, se produce una interferencia entre las ondas. Es decir que por momentos se refuerzan entre sí, incrementando el volumen, y por otros se atenúan, disminuyendo el volumen. Esto es un efecto directo de sumar matemáticamente dos sinusoides cuyas frecuencias son muy cercanas. En física este fenómeno recibe el nombre de “pulsaciones” o “batido” y se percibe como una oscilación periódica en el volumen del sonido. Cuando dos sonidos puros que suenan en simultáneo tienen frecuencias similares o cercanas, las pulsaciones se perciben con claridad como variaciones de volumen, pero a medida que se incrementa la diferencia de frecuencia entre ambos, las pulsaciones se aceleran hasta que llega un momento en que ya no somos capaces de seguir las variaciones de volumen. Esto sucede cuando la diferencia es de unos 20 Hz; si es menor no percibimos diferencias en los tonos, pero sí percibimos las pulsaciones del volumen. Por otra parte, cuando la diferencia es mucho mayor a 20 Hz, percibimos los sonidos como bien distintos. En el medio de ambas posibilidades, se produce esa sensación chirriante o de aspereza que llamamos “disonancia fisiológica” y que tiene como base la incapacidad del sistema auditivo de percibir pulsaciones demasiado rápidas, a la vez que tampoco distingue claramente la separación entre los dos sonidos que lo componen. Esa zona de disonancia fisiológica depende, como dijimos, de la frecuencia de los sonidos. Para dos sonidos graves, la zona de disonancia es más extensa que para dos sonidos agudos. Es decir que la sensación de disonancia al tocar dos notas musicales distintas es más notable si se hace en la zona izquierda de un teclado, donde están los sonidos más graves. Por lo tanto, el tritono sólo puede percibirse como disonante si se toca en la zona de los bajos. Esto nos lleva a concluir que los intervalos disonantes no existen en sentido absoluto: todo depende de la zona del registro en que se toquen. En la zona más aguda de un piano, ni siquiera un intervalo mínimo de un semitono resulta disonante; en la zona más grave, diferencias de hasta una quinta (una diferencia de cinco notas, considerada perfectamente armónica de acuerdo con las ideas pitagóricas) pueden llegar a generar cierto efecto de aspereza. Esto ha llevado, por ejemplo, a que Johann Sebastian Bach en sus piezas para piano fuera distanciando gradualmente los intervalos entre las dos notas más bajas de sus acordes a medida que las notas se hacen más graves. Estos argumentos científicos muestran que los fundamentos racionales de la prohibición absoluta del tritono parezcan muy débiles. El tritono o diablo en música sólo sería disonante en la región más grave de las notas musicales, y además existen otros intervalos que son mucho más disonantes desde el punto de vista fisiológico. En particular, el sonido más disonante posible sería la mínima distancia entre notas en el sistema de la música occidental, que es el semitono (lo que en teoría musical se conoce como “segunda menor”). El semitono corresponde a la distancia entre dos teclas consecutivas del piano (considerando tanto las teclas blancas como las negras). Algunos historiadores de la música que escribieron sus tratados en el siglo XVII consideran que lo llamado “diablo en música” era ese intervalo de un semitono (la distancia entre el Mi y el Fa, por ejemplo), lo cual tendría una base científica más considerable debido a su mayor probabilidad de resultar fisiológicamente disonante. El tritono se usó sin problemas en la música occidental posterior a la Edad Media y, curiosamente, en varios casos se lo empleó con la intención de generar una sensación algo diabólica, como el Vals Mefisto de Franz Liszt o la Danza Macabra de Camille Saint-Saëns. [8] También la disonancia ha pasado a ser parte del repertorio sonoro de la música occidental. Y como no podía ser de otra manera hay ejemplos de estos sonidos en la música de los Rolling Stones: uno de ellos es el empleo del tritono en “Lady Jane”, una canción para nada diabólica (más bien, demasiado angelical para el repertorio de la banda). Efectos de disonancia en la zona de los graves se pueden apreciar en “Paint It Black”. Philip Ball sugiere que podría haber existido una razón teórica para descartar el tritono y que no estaba vinculada con su disonancia (que no era peor que la de otros intervalos). Este motivo tendría que ver con una falla de la escala pitagórica. Al generar las notas musicales siguiendo los criterios matemáticos de armonía de Pitágoras, resulta que al realizar un ciclo completo de la escala de notas no se llega exactamente al mismo punto. Esto es, si partimos del Do para construir nuestras notas, resultará que el Sol bemol y el Fa sostenido, que deberían ser la misma nota para cerrar el círculo, son levemente distintas. Eso le daba cierta impureza al intervalo entre Do y Fa sostenido que debía ser barrido debajo de la alfombra como Pitágoras había hecho en su momento con el número raíz de dos que ponía en duda su sistema matemático del mundo. Es decir que tal vez el temor al diablo se parecería al temor de que las matemáticas fallaran al aplicarse al mundo real. Un temor que los físicos, y tal vez la mayoría de los científicos de la actualidad, no se atreven siquiera a enunciar. Este terror es sugerido en el cuento “Tigres azules”, de Jorge Luis Borges, en el que se describen unas piedras que no cumplen las propiedades matemáticas más básicas: Al principio yo había sufrido el temor de estar loco; con el tiempo creo que hubiera preferido estar loco, ya que mi alucinación personal importaría menos que la prueba de que en el universo cabe el desorden. Si tres y uno pueden ser dos o pueden ser catorce, entonces la razón es una locura. Las matemáticas parecen ser el lenguaje universal de la ciencia y nuestras teorías fundamentales sobre el universo físico son estrictamente matemáticas; no parece haber alternativas epistemológicamente respetables al respecto. Es cierto que muchas áreas de las ciencias naturales se limitan a la descripción de algunos aspectos de la realidad, pero incluso en esos casos se intenta la búsqueda de modelos matemáticos y, en general, se asume que estos existen, aunque no podamos aún enunciarlos o utilizarlos. Un curioso ejemplo de esta búsqueda de aplicar las matemáticas a fenómenos complejos se llama precisamente “la escalera del diablo”. Este personaje “de riquezas y buen gusto” parece habitar en la zona donde tememos que las matemáticas nos abandonen. La escalera del diablo, también llamada “función de Cantor”, tiene algunas propiedades inquietantes desde el punto de vista teórico que la hace especial para los matemáticos. Pero también surgen funciones similares al modelar sistemas complejos en los que se producen largos períodos de estabilidad interrumpidos ocasionalmente con grandes variaciones. Un ejemplo de aplicación de este concepto es la descripción de procesos evolutivos dominados por mutaciones y variaciones aleatorias. Se ve que largos períodos sin cambios se alternan con rápidos saltos que producen cambios importantes. Una función que parece ajustarse a una escalera del diablo es la evolución del tamaño corporal en el linaje de los caballos. También si miramos el proceso de diversificación y extinciones en grupos de seres vivos observamos patrones similares. Si bien el nombre de “escalera del diablo” es una mera elección humana, al ver su potencial papel en la evolución biológica no podemos evitar recordar las palabras del neurobiólogo francés Jean-Didier Vincent: “El diablo está aburrido de muecas verbales, él quiere cuerpos y lágrimas, placer y sufrimiento –en una palabra, ¡vida!–”. Precisamente Vincent tuvo la osadía de escribir una Biología del diablo, en la cual, con la excusa de explorar a este personaje, hace un recorrido por importantes áreas de la biología y las neurociencias. A modo de resumen de su recomendable obra, van estas palabras: Al atribuirle metafóricamente al diablo la tríada vida, sexo y muerte, no invoqué simplemente una figura retórica para designar las características fundamentales de lo viviente; traté de relacionar lo impensable con la obsesionante e inmanente presencia de lo oponente. […] Colocar lo oponente en lo otro o en los otros sería un error. El adversario reside en el propio interior del individuo. Es esta fuerza venida del origen de los tiempos, “que ora desea el mal y ora hace el bien”. El ser humano es un ente moral porque es temporal y está inscrito en una duración de la que tiene conocimiento. Posee una historia que puede contar al otro o a sí mismo; es el héroe de su vida y como tal accede al Bien y al Mal, productos novelescos, pero no biológicos. Porque el diablo y los Rolling Stones son cuestiones que la ciencia puede analizar. Y además ambos tienen sus antítesis, como veremos en el próximo capítulo. [8] Camille Saint-Saëns fue amigo de Liszt y un extraordinario aficionado a la ciencia. Llegó a ser miembro de la Sociedad Astronómica de Francia y organizaba sus conciertos en concordancia con ciertos eventos astronómicos. 5. Cuestiones de abogados: ¿Beatles o Stones? ¿Stones o Beatles? ¿Coca o Pepsi? ¿Demócratas o republicanos? ¿Stallone o Schwarzenegger? ¿DC o Marvel? ¿River o Boca? ¿Nacional o Peñarol? Parece que muchas veces consideramos radicalmente opuestas cosas bastante similares y nos obligamos a tomar partido de un modo feroz. En pocos lugares la polarización de opiniones es más frecuente y relevante que en un tribunal de justicia: ¿culpable o inocente? No es casual que una de las personas que reflexionó en profundidad sobre este asunto sea un doctor en derecho. Se trata de Cass Sunstein, abogado, investigador y profesor universitario estadounidense, quien analizó la llamada “ley de polarización de grupos”. En un artículo de 1999 aparecido en una publicación de la Escuela de Leyes de Chicago, Sunstein describe este fenómeno e intenta analizar los mecanismos por los que se produce. Hace notar que con una sorprendente regularidad empírica la deliberación tiende a llevar a los individuos hacia una visión cada vez más extrema determinada por sus juicios previos. Esto ocurre al discutir temas como la regulación de la venta de armas o la necesidad de medidas para reducir el cambio climático; la gente incrementa su entusiasmo por la postura que tenía antes del intercambio (algo así como cuando después de un River-Boca cada uno se siente más hincha de su equipo sin importar el resultado). Es interesante observar que este fenómeno tiene profundas implicancias en economía (¡cuántas cosas se pueden vender alentando estas polarizaciones!), política (terminamos eligiendo entre dos opciones que no siempre se diferencian tanto) e instituciones legales (¿inocente o culpable?). Nuestro experto en leyes Sunstein cree, además, que el estudio de este asunto es importante porque permite entender fenómenos como el extremismo, los cambios culturales, el comportamiento de los partidos políticos, el radicalismo religioso, el antagonismo étnico y el tribalismo… y podríamos agregar la violencia en el deporte como un ítem particular. En su libro Sinergética, el físico Hermann Haken, de la Universidad de Stuttgart, explica este fenómeno de polarización mediante un sencillo modelo matemático. La opinión de un individuo, como el movimiento de una molécula en un gas, está más allá de la posibilidad de ser analizada en detalle. Pero el comportamiento general puede ser estudiado usando las herramientas matemáticas de la física estadística. Algo así como lo que se hace en la disciplina ficticia de la psicohistoria desarrollada por Hari Seldon, el personaje de la Saga de la Fundación, de Isaac Asimov. En este caso se modela una situación en la cual existen dos opiniones posibles sobre un tema y cada individuo puede pasar de una a otra en función de su interacción con otras personas. Se asume que la probabilidad de que un individuo cambie de opinión aumenta en función del número de personas de opinión opuesta con las que interactúe y disminuye en función del número de personas con la misma opinión (¿qué te pasaría si te gustan los Beatles y estás en el medio de un concierto de los Stones?). Haciendo una analogía con el comportamiento de ciertos sistemas físicos, Haken observa que, si los cambios de opinión son muy frecuentes (el equivalente en física a un sistema con temperatura elevada), se obtiene una distribución de opiniones muy centrada (lo que constituye el ideal de la ciencia: no aferrarse a opiniones y cambiar con facilidad en función de los argumentos). En cambio, si el efecto de acoplamiento entre las opiniones similares es más fuerte, aparece claramente el fenómeno de polarización. Esto muestra que el cambio de ciertos parámetros del modelo genera una transición entre un estado equilibrado de opinión y el fenómeno de polarización. Entender esto podría dar claves sobre el efecto del clima social a la hora de generar esa polarización. Los modelos físicos pueden ser muy simplificados y dejar de lado muchas cosas, pero también nos dan la oportunidad de identificar los aspectos más relevantes de un fenómeno y la posibilidad de generar hipótesis de estudio no evidentes de antemano. Pero la primera vez que fui advertido sobre los riesgos lógicos de la polarización de opiniones, lo cual entre otras cosas me ayudó a aceptar ideas de la mecánica cuántica, fue a través de la lectura de otro inquieto abogado: el uruguayo Carlos Vaz Ferreira, una de las personas con quien Albert Einstein conversó animadamente cuando visitó Montevideo en 1925 (Uruguay había sido campeón olímpico de fútbol el año anterior). Existe un monumento en la Plaza de los Treinta y Tres Orientales en Montevideo que recrea a estos dos pensadores conversando, como lo habrían hecho el 24 de abril de 1925. En una de sus obras, Lógica viva, Vaz Ferreira se ocupa de analizar errores comunes a la hora de discutir y argumentar. A uno de ellos lo llama el “error de falsa oposición”: Una de las mayores adquisiciones del pensamiento se realizaría cuando los hombres comprendieran –no sólo comprendieran sino sintieran– que una gran parte de las teorías, opiniones, observaciones, etc., que se tratan como opuestas, no lo son. Es una de las falacias más comunes y por la cual se gasta en pura pérdida la mayor parte del trabajo pensante de la humanidad, la que consiste en tomar por contradictorio lo que no es contradictorio; en crear falsos dilemas, falsas oposiciones. Y luego da una gran cantidad de ejemplos tomados de la realidad. Uno de ellos merece ser destacado por su posible vigencia. Escribe Vaz Ferreira: Tómese la obra tan conocida de Spencer. En la primera parte se plantea esta cuestión: “¿Cuál es el saber más útil?”. Y el autor la resuelve en el sentido de que el saber más útil es el saber científico. Es, sin duda, una opinión sostenible; pero, en ese libro, flota, tácita, y a veces se condensa, expresa, una oposición continua entre la ciencia por una parte, y por otra el arte y las lenguas. […] Aquí tenemos la falsa oposición en su plenitud. La ciencia, el arte, los idiomas, son complementarios: no hay contradicción entre estas ramas de la actividad humana; pero Spencer ha sido llevado por el paralogismo a establecer una falsa oposición, y refiriéndose, por ejemplo, a las artes, las compara con las hermanas que ostentan sus “oropeles” a los ojos del mundo: hermanas “orgullosas”, que caerán en un abandono “merecido”. Los Estudios filosóficos de Vaz Ferreira, en su edición de 1961, estaban en alguna mesa de libros de la ciudad de Montevideo cuando yo aún era un adolescente. Me llamó la atención porque reflexionaba sobre la filosofía de la física (sí, ya me interesaba), pero había mucho más que eso. Seguramente la lectura temprana de este pensador me salvó de unos cuantos errores y me inspiró para escribir este capítulo. Pero volvamos al dilema Beatles versus Stones. A pesar de las peleas a golpe de puños en los bailes montevideanos de los años sesenta por el honor de estas bandas, debemos recordar que los Beatles y los Stones fueron amigos. En un momento delicado en los inicios de los Stones, su manager Andrew Oldham pidió ayuda a McCartney y a Lennon. Ellos sugirieron que tenían canciones adecuadas para ayudar a los Stones a quienes habían visto en vivo un tiempo antes en el Crawdaddy Club (George Harrison les había dicho que eran la mejor banda nueva que había visto). Luego de invitar a subir a Andrew a un taxi negro se dirigieron al club subterráneo donde estaban Keith, Mick y sus compañeros. Allí tomaron sus guitarras y les mostraron partes de la canción “I Wanna Be Your Man” que habían compuesto para Ringo. El manager Andrew dijo que la quería para los Stones. Ahí mismo John y Paul se sentaron en una esquina y terminaron de componerla. El tema fue un gran éxito de los Stones en un momento en que lo necesitaban. Además esa muestra de habilidad para componer sirvió de inspiración para Mick y Keith, quienes habían quedado muy impresionados. También los Beatles grabarían esa canción cantada por Ringo Starr. Varios años después, cuando ambas bandas habían sumado muchos éxitos, se encontrarían en los estudios para colaborar en diversos temas. En “Yellow Submarine”, grabado en 1966, aparecen Brian Jones, Mick Jagger y Marianne Faithfull intentando seguir la consigna de John de buscar objetos como vasos, cadenas, campanas y más, para crear efectos de sonido novedosos. El día de la primera emisión internacional por satélite, 25 de junio de 1967, la BBC seleccionó a los Beatles y su mensaje universal de paz con “All you Need is Love”; entre los invitados de ese día estaban Mick Jagger, Keith Richards, Brian Jones y Marianne Faithfull. Mick frecuentaba con regularidad las sesiones de grabación de los Beatles, a punto tal que hay dudas sobre su colaboración en los coros de canciones como “Baby, You’re a Rich Man” (su nombre aparece con un signo de interrogación en una de las cajas en las que se guardaban las cintas magnéticas; escuchemos con atención, ¿se reconoce la voz de Mick?). En 1968 John Lennon y Yoko Ono participaron del Rolling Stones Rock and Roll Circus. En abril de 1969, Brian Jones apareció en los estudios Abbey Road con su gran abrigo afgano y un saxo, en una situación ideal para agregar un punto culminante con un solo en el tema “You Know My Name (Look Up the Number)”. Ese sería uno de los últimos encuentros profesionales de los Beatles en el estudio y también de los últimos registros musicales de Brian, quien moriría pocos meses después. Después de todo, tal vez no sea necesario obligarnos a elegir entre los Stones y los Beatles. Sin dudas, esta tendencia a tomar posturas extremas se ha dado también en ciencia y generalmente el punto medio termina siendo el consenso. Pensemos, por ejemplo, en el debate sobre el peso de la genética o el ambiente en las características de un individuo (el debate nature-nurture, en inglés). Una curiosa reflexión sobre este asunto nos llevará de vuelta a un Stone. Es claro que la genética determina en un grado importante nuestro potencial como seres vivos para realizar ciertas cosas. Por ejemplo, es un hecho que no podemos respirar bajo el agua o volar (mientras que los peces y las aves sí pueden) y eso no depende de cuestiones de crianza (por ahora…). Pero otras cosas son más controversiales y seguramente tanto genética como aprendizaje desempeñan su rol. Pensemos en la habilidad para tocar un instrumento de cuerdas. El escritor Sam Kean toma esto como ejemplo de la influencia de los genes en su libro El pulgar del violinista. Kean comparte sus frustraciones al tocar el clarinete a causa de los dolores o la inmovilidad momentánea en sus dedos, lo que afectaba la belleza de la ejecución. Afirma que no se debía a falta de práctica, sino a características genéticas: “la culpa” no era suya sino del juego de genes de sus padres. (¿Tranquilizador? Tal vez.) Algunos detalles de la historia de Paganini parecen confirmar esta idea de la determinación genética. Por una serie de anécdotas y datos históricos, nuestro autor deduce que Paganini tenía una característica genética que le daba una sorprendente flexibilidad en sus dedos (de hecho, en todas las articulaciones de su cuerpo), su tejido conectivo era tan elástico que podía extender sus meñiques formando ángulo recto con el resto de los dedos (¡auch!); esto le habría dado una ventaja significativa para tocar el violín (por algo es considerado por muchos expertos como uno de los mejores violinistas que haya existido jamás). Esta condición genética, que seguramente era el síndrome de Ehlers-Danlos, le trajo otros inconvenientes, como dolor articular, problemas de visión, dificultades para respirar y fatiga. Pero fue una verdadera “estrella de rock” de su época: cual Mick Jagger, Paganini se contorsionaba de un modo muy llamativo durante sus interpretaciones, inclinaba sus caderas y doblaba sus codos en ángulos imposibles aprovechando la elasticidad de sus tendones y ligamentos. Solía además llevar su pelo oscuro bastante largo y vestía de negro lo que resaltaba la palidez de su rostro. Tuvo problemas con la Iglesia católica, a tal punto que se le negó un entierro apropiado y su cadáver estuvo dando vueltas por distintos lugares hasta que por fin su familia logró enterrarlo secretamente en un jardín privado. En parte este conflicto pudo estar relacionado con la leyenda de que el talento de Paganini provenía de un pacto con el diablo (simpatía por el demonio que también se les ha atribuido a músicos como Robert Johnson y su pacto en el cruce de caminos), aunque posiblemente se deba a conductas menos ficticias. Paganini era muy aficionado a las apuestas, tanto que llegó a perder su violín antes de un concierto. Además, su vida sexual era muy activa y variada: se dice que sedujo incluso a dos hermanas de Napoleón y luego las abandonó sin mucho trámite. En su libro, Kean cita las siguientes palabras de Paganini: “Soy feo como el pecado, sin embargo todo lo que tengo que hacer es tocar mi violín y las mujeres caen a mis pies”. Todo un Stone para su época. Pero es justo decir que no alcanza con tener los dedos flexibles: no todos los que tienen articulaciones flexibles tocan el violín (algunos son contorsionistas, supongo) ni llegan al nivel de Paganini. No caigamos en la falsa oposición. Y a veces el ambiente puede modificar nuestros cuerpos e incluso la expresión de los genes. Hay genes que se activan, es decir, comienzan a realizar el proceso de producción de proteínas únicamente bajo ciertas condiciones ambientales. Por ejemplo, existe evidencia de que tocar un instrumento musical activa la expresión de ciertos genes. En un trabajo publicado en 2015, Chakravarthi Kanduri y sus colaboradores de la Universidad de Helsinki, en Finlandia, mostraron que después de sesiones de interpretación musical de dos horas, los músicos profesionales mostraban en su sangre evidencia de expresión de ciertos genes[9] relacionados con el comportamiento motor, la plasticidad neuronal, y funciones cognitivas como el aprendizaje y la memoria.[10] Se ha encontrado evidencia de que en las aves dichos genes están involucrados en la producción y percepción de sus cantos. Esto muestra la importancia de los genes, sin duda, pero también que incluso su expresión depende del ambiente. Pero más intrigante es la forma en que el ambiente habría influido para que las manos de Keith Richards resultaran adecuadas para tocar la guitarra (de los genes no sabríamos qué decir). Además de las muchas horas de práctica motivadas por su notorio gusto por la música, Richards (“el riff humano”) cuenta en su biografía la siguiente anécdota de su niñez: Me ha quedado una cicatriz inmensa de aquella época. Había unas losas de piedra enormes a los lados de la carretera, sueltas, esperando a que las colocaran definitivamente con cemento; y claro, yo, que me creía Superman, con una amiga quisimos apartar una porque nos molestaba para jugar al fútbol. Los recuerdos no dejan de ser ficción y la versión ficticia de lo que pasó se la debo a lo que recuerda una amiga y compañera de juegos, Sandra Hull, después de tantos años. Según ella, me ofrecí galantemente a moverla porque había un hueco demasiado grande entre una losa y la otra y ella no llegaba saltando; también se acuerda de que hubo mucha sangre cuando la losa se me cayó encima de un dedo y lo aplastó, de que me fui a la carrera a lavarme la herida y de que la sangre no paraba. Luego vinieron los puntos. Con el tiempo, el resultado de todo aquello (sin ánimo de exagerar tampoco) puede haber tenido algo que ver con mi manera de tocar la guitarra, porque se me quedó el dedo plano y eso afecta a los punteos. Podría estar relacionado con el sonido; tengo más tracción, por así decirlo, y en los punteos engancho mejor las cuerdas porque me quedé sin un pedazo de dedo. Total, que lo tengo plano y afilado, lo que resulta muy útil de vez en cuando. La uña tampoco me volvió a salir nunca como antes, está un poco torcida. Y así es la lotería de la vida: como los superhéroes de ficción, algunos vienen con los genes correctos, como los X-Men y Paganini, y otros resultan de un accidente, como Peter Parker al ser picado por una araña o Keith Richards al aplastarse un dedo. En cualquier caso, un golpe de suerte no alcanza… se necesitan muchas otras cosas. Azar y necesidad, así es la vida. En el caso de los genes, los cambios pueden pasar a la siguiente generación y eso hace que la evolución trabaje fundamentalmente sobre ellos. Accidentes como el de Keith no se copian en la siguiente generación, si bien la idea central de la evolución lamarckiana era que esto podía ocurrir. De ser así su descendencia sería a prueba de balas: además del derrumbe de su biblioteca y su dedo aplastado, hubo varios eventos en que su vida estuvo en serio riesgo. Veremos otros a continuación. [9] Para los más fanáticos o especialistas: son los genes llamados SNCA, FOS y DUSP1. [10] Chakravarthi Kanduri y otros (2015), “The effect of listening to music on human transcriptome”, PeerJ, 3:e830. 6. Neurocirugía barata y zapatos de goma Bueno, esta podría ser la última vez Esta podría ser la última vez Quizás la última vez No lo sé Oh, no, oh, no. “The Last Time”, Out of Our Heads (1965) Luego de la muerte por sobredosis de Gram Parsons, músico de country y amigo de Keith Richards que influyó en el estilo de canciones como “Dead Flowers”, algunos medios empezaron a especular sobre quién sería el siguiente. Cuenta Keith: Ya no les interesaba tanto la música a principios de 1973. New Musical Express publicó una lista de las diez estrellas de rock que probablemente murieran pronto, y me ubicó en el puesto número uno. Soy también el Príncipe de las Tinieblas, el hombre hecho polvo con más elegancia y demás. […] ¡Fui número uno en esa lista durante diez años! Aquello me hacía reír. Es la única lista en la que he estado diez años en el número uno. Y lo curioso es que ha estado varias veces muy cerca de la muerte, pero por razones que no fueron precisamente las previstas por los agoreros de la prensa. En el año 1967 protagonizó un accidente de tránsito en Marruecos que lo obligó a esquivar las motos de custodia de un camión militar que terminó explotando. En junio de 1969 su auto descapotable dio varios tumbos, pero él salió prácticamente ileso; su pareja Anita, embarazada de su primer hijo, Marlon Richards, tuvo apenas una fractura de clavícula. Keith atribuye el haber sobrevivido a la gran resistencia del parabrisas de su coche del año 1947, aparentemente fabricado con piezas de tanques y acero blindado que quedaron a mano después de la guerra. En abril de 2006 se accidentó en las Islas Fiyi mientras bajaba de un árbol. Al sostenerse de una rama, sus manos mojadas resbalaron, cayó hacia atrás y su cabeza golpeó contra el tronco. En principio no parecía nada grave (y menos tratándose de él), pero el dolor de cabeza aumentó mucho y debió volar de urgencia a Nueva Zelanda para ser atendido. Allí debió ser operado para retirar un coágulo de tamaño considerable que estaba provocando un desplazamiento de la cisura central de su cerebro. El cirujano que lo atendió, Andrew Law, fue terminante al afirmar que la decisión de operarlo fue sencilla ya que no habría sobrevivido de otro modo. Este tipo de operaciones puede afectar algunas facultades y el cirujano estaba preocupado por la vuelta de Keith a los escenarios: En Milán, en el primer concierto que dio después de la operación, él estaba nervioso, y yo también. Lo que más me preocupaba era el lenguaje, tanto en lo receptivo como en lo expresivo. Hay quien dice que la habilidad musical reside más en el lóbulo temporal derecho, pero en realidad es cuestión de cuál es el hemisferio dominante de tu cerebro, la parte elocuente de tu cerebro. En los diestros, es el lado izquierdo. Todos estábamos preocupados. Puede que no recordara cómo se hacía algo, hasta le podía dar un ataque. Keith trataba de disimularlo, pero cuando bajó del escenario, al terminar el concierto, estaba eufórico porque había demostrado que podía hacerlo. Sin embargo, sin despreciar el interés científico sobre estas cuestiones relacionadas con los riesgos de la neurocirugía y las regiones cerebrales, el accidente que resultó científicamente más curioso fue uno relacionado con la física. A fines del año 1965, durante una de las giras por los Estados Unidos, Keith Richards recibió una descarga eléctrica que pudo haberlo matado. Ocurrió durante una actuación en vivo en el Memorial Auditorium de Sacramento. La banda estaba interpretando “The Last Time”, Keith debía acompañar en los coros pero su micrófono estaba fuera de posición, así que intentó moverlo con el mástil de la guitarra. El resultado no fue el esperado: se oyó un zumbido y se desprendió un resplandor de luz azulada. Keith perdió la conciencia y cayó al suelo. La función se suspendió y se brindó asistencia médica al guitarrista, que afortunadamente no había sufrido daños graves. Los médicos dirían luego que las nuevas botas de suela de goma que usaba el músico fueron la causa de que salvara su vida. Después Keith pudo ver cómo había quedado su guitarra: tres de las cuerdas se habían fundido por completo. La primera reflexión que podemos hacer desde la física es que ese accidente no habría ocurrido de haber contado con una instalación eléctrica adecuada. Tanto la guitarra, como el músico, el micrófono y cualquier elemento que estuviera al alcance de la mano deberían estar a un mismo voltaje, de ese modo no existiría la posibilidad de que una corriente eléctrica circulara al ponerse en contacto entre sí. Esto se logra conectando a tierra todos esos elementos. Es posible que el micrófono no tuviera una conexión a tierra adecuada y, al tocar las cuerdas de la guitarra, que sí debían estar a tierra al igual que el cuerpo de Keith, se produjo una corriente eléctrica que circuló por ellas. Es tentadora la idea de hacer algunos cálculos para estimar la corriente eléctrica y el voltaje necesarios para fundir las tres cuerdas de la guitarra y, además, generar un resplandor de tonalidad azulada. Con seguridad las tres cuerdas afectadas fueron las de menor calibre, que suelen estar hechas principalmente de acero inoxidable. Existen diversos calibres de cuerdas, según el gusto del músico, pero un valor medio para su diámetro está en torno a los 0,3 mm (la primera es algo más delgada y la tercera, algo más gruesa que eso en un juego estándar de cuerdas). Por otro lado, la longitud de una cuerda de guitarra es de unos 65 cm. A partir de estos datos se puede calcular su resistencia eléctrica. La resistencia eléctrica es directamente proporcional a la longitud e inversamente proporcional al área de sección de la cuerda. También es proporcional a la resistividad del material.[11] A partir de estos datos se puede estimar que la resistencia eléctrica de una de estas cuerdas es de unos 6,4 Ω.[12] Hice una medida directa sobre la primera cuerda de mi guitarra eléctrica y me dio un valor muy similar. Lo que dañó a Keith es la corriente eléctrica que circuló por su cuerpo. Si la corriente que circula por el cuerpo de una persona es de más de 10 mA,[13] los músculos se contraen involuntariamente. Esto impide el movimiento voluntario y la persona queda expuesta a seguir recibiendo la descarga (para esta situación se usa en algunos países de habla hispana la expresión “quedar pegado a la corriente”). La corriente eléctrica produce quemaduras que son más graves cuanto mayor es la exposición. Si la intensidad de la corriente es superior a 100 mA y pasa cerca del corazón, el riesgo es que se produzca fibrilación ventricular, una situación en la que el corazón deja de latir de forma ordenada y por lo tanto no impulsa correctamente la sangre hacia el resto del cuerpo. Para estimar la corriente eléctrica que pudo circular por el cuerpo de Keith podríamos intentar recurrir a la conocida ley de Ohm que nos dice que V = RI, donde V es el voltaje en los extremos de la resistencia (medido en voltios), R representa el valor de la resistencia (calculado antes para la cuerda de guitarra) e I es la intensidad de corriente (medida en amperios). Pero en este caso no tenemos una idea fiable del valor de V, la diferencia de potencial entre el cuerpo de la guitarra y el micrófono. Por lo tanto, debemos estimar la corriente por el efecto devastador en las cuerdas de la guitarra y el resplandor azulado que produjo. Primero veamos cuál sería el mínimo valor de corriente eléctrica que debe circular por una cuerda para quemarla por completo. Cuando una corriente circula por una resistencia, genera una cierta cantidad de energía por unidad de tiempo en forma de calor. Ese calor puede afectar al propio material de la resistencia aumentando su temperatura o fundiéndolo, pero una parte también puede pasar al aire, subiendo la temperatura de este. Si el proceso es demasiado rápido (como parece haber sido el caso de Keith por las descripciones del evento), la mayor parte del calor no tendrá tiempo de alejarse demasiado y afectará principalmente a las cuerdas y al aire cercano. El acero inoxidable tiene una temperatura de fusión de unos 1375 ºK,[14] por lo tanto la energía entregada por la descarga eléctrica debió ser al menos suficiente para alcanzar esa temperatura. Considerando la capacidad calorífica del acero (la cantidad de energía necesaria para aumentar en un grado la temperatura de 1 kg) como cercana a 500 J/kg.ºK (donde J es la unidad de energía en el Sistema Internacional de medidas) y asumiendo que la descarga duró un tiempo del orden de un segundo, tenemos que la energía entregada para fundir una cuerda de guitarra debió ser de al menos 248 J.[15] Para generar la potencia necesaria en una resistencia de 6,4 Ω debería circular por ella una corriente de unos 6,2 A. Ese valor es muy elevado (recordemos que habíamos dicho que si la corriente que pasa por el cuerpo es de 100 mA, o sea, 0,1 A, y pasa cerca del corazón, hay riesgo de fibrilación ventricular) y, si hubiera circulado completamente por el cuerpo de Keith, probablemente lo habría matado. Por otro lado, si consideramos que las tres cuerdas sufrieron la misma suerte, si Keith hubiera estado en contacto con las tres la corriente habría sido aún más alta. De todos modos, si las cuerdas efectivamente se fundieron por el calor, nuestro cálculo es muy conservador: primero se precisa algo más de energía para fundir la cuerda una vez se alcanzó la temperatura de fusión (en este caso estimé que lo necesario serían unos 75 J adicionales, lo que no cambia demasiado el resultado) y luego se necesita una energía extra para calentar el aire en los alrededores de la cuerda. Este efecto pudo haber sido muy importante si tomamos en cuenta que la cantidad de energía necesaria para aumentar en un grado la temperatura de 1 kg de aire es unas dos mil veces mayor que para el acero. Por otro lado, el aire es menos denso y seguramente se calentó mucho menos masa que la del acero. Pero prestemos ahora atención a los indicios que nos puede entregar el dato del resplandor azul. Si consideramos fiable esa descripción, podemos sospechar que la temperatura que alcanzó el aire que rodeaba a la cuerda debió ser, por un instante, superior a la que existe en la superficie del Sol. La física nos enseña que el color en que emite luz un objeto al calentarse depende de la temperatura que alcanza. De ese modo podemos estimar la temperatura de las estrellas: aquellas que se ven de un color rojizo están a unos 3000 ºK; el Sol, con su color amarillento, tiene unos 5500 ºK; y una estrella de color azulado estará en torno a los 10.000 ºK, casi el doble que la temperatura superficial del Sol. Esto significaría que el aire debió calentarse hasta esa temperatura, con lo cual nuestra estimación de la corriente que circuló es un mínimo probablemente bastante exagerado. El resplandor azulado pudo deberse a otras causas, pero en cualquier caso es claro que la corriente que circuló fue muy alta. Pero entonces ¿cómo sobrevivió Keith? ¿Fueron sus suelas de goma? Una primera cuestión es que, al quemarse, las cuerdas probablemente cortaron el flujo de corriente, como lo hacían los viejos fusibles de plomo que se usaban en las instalaciones eléctricas de las casas (si son demasiado jóvenes para recordarlo es un lindo tema para charlar con padres y/o abuelos). Eso hizo que el tiempo de exposición a la corriente fuera corto. Por otra parte, lo que con seguridad ocurrió es que no toda esa corriente llegó a tierra a través del cuerpo de Keith, sino que encontró algún camino alternativo a través del conector de la guitarra o del propio aire (generando el destello), ya que el camino a través del cuerpo debió ser de mayor resistencia precisamente por sus nuevas botas con una gruesa suela de goma. La corriente eléctrica (como algunas personas) tiende a seguir el camino de menor resistencia, aunque una parte de la corriente igual pasó por el cuerpo y lo dejó inconsciente. Afortunadamente por muchos motivos (una vida, muchas buenas canciones y muchas actuaciones, entre otros), esa corriente –al menos mil veces mayor que la suficiente para generar efectos adversos en un ser humano– encontró algún camino alternativo. Pero también hay otra posibilidad de la que tenemos que hablar. Es posible que la corriente, si bien muy alta, fuera menor a mi estimación. Un efecto del aumento de la temperatura del acero es la disminución de su resistencia a la tensión. Esto resulta catastrófico en los incendios, ya que puede hacer colapsar las estructuras construidas con vigas. Temperaturas más bajas que la de fusión pueden reducir varias veces la resistencia a la tensión de este material. Las cuerdas pueden haber reventado por la propia tensión a la que están sujetas en la guitarra a temperaturas de 600 o 700 ºK (la mitad de lo estimado antes) y el destello azulado puede haber sido causado por algún material de la guitarra que al quemarse emite ese color, y no porque el aire llegara a los 10.000 °K. Sea como fuera, la corriente habría sido bastante alta para el cuerpo de Keith… de nuevo las suelas de goma se llevan un importante crédito. El corolario de todas estas hipótesis es que no debemos preocuparnos por no tener una respuesta perfecta a lo ocurrido en una situación para la que no existe una documentación precisa: a veces la ciencia se trata de considerar alternativas consistentes con las leyes conocidas, y no tanto de dar respuestas únicas. Lo positivo de todo esto es que, al pensar sobre este afortunado accidente, aprendimos sobre los efectos de la corriente en el cuerpo humano, cuestiones vinculadas con la seguridad eléctrica e incluso sobre la temperatura de las estrellas. Eso ya es un lindo premio. Para quienes buscan certezas y respuestas únicas tenemos otras disciplinas humanas: ¿cuál es su preferida? [11] En el caso del acero inoxidable, la resistividad es de unos 7 x 10-17 Ω.m (ohmios por metro). [12] El ohmio, cuyo símbolo es Ω, es la unidad del Sistema Internacional de medidas (SI) correspondiente a la resistencia eléctrica. Excepto en casos especiales y a temperaturas muy bajas, todos los materiales tienen cierta resistencia al paso de una corriente eléctrica. El ohmio es la resistencia que requiere un voltio para dar paso a un amperio de corriente. [13] El símbolo mA significa “miliamperio” y es una milésima parte de un amperio (A). El amperio es una de las siete unidades básicas del SI correspondiente a la corriente eléctrica. [14] ºK significa “grados Kelvin” y es una de las siete unidades básicas del SI correspondiente a la temperatura absoluta. Unos 273 ºK es el cero de la escala de grados Celsius usada en la vida cotidiana. [15] J/kgºK significa “julios (J) sobre kilogramos (kg) grado Kelvin (ºK)”, la unidad correspondiente a la capacidad calorífica en el SI. El julio o joule (J) es la unidad que en el SI corresponde a la energía. 7. El club de los 27 Estás manejando demasiado rápido Seguiste de largo, te pasaste la curva y tú nunca vuelves atrás Manejando demasiado rápido La carretera era un manchón y todo se puso negro Manejando demasiado rápido Sujétate al volante, creo que te vas a estrellar. “Driving too fast”, A Bigger Bang (2005) En la noche del miércoles 2 de julio de 1969 Brian Jones fue encontrado boca abajo e inmóvil en las profundidades de su piscina. Había muerto. El miembro fundador de los Stones tenía apenas 27 años. En una de sus últimas conversaciones telefónicas habló con Amanda Lear, quien recuerda estas palabras: Ahora estoy recuperado de verdad. Me he recuperado de verdad y dejo los Stones y voy a ir a Marruecos a grabar algunos sonidos de las montañas. Todo eso me interesa mucho. El sábado siguiente los Stones tenían programado un concierto en Hyde Park. El evento no se canceló y Mick Jagger leyó un fragmento de Adonais, de Percy Shelley, en honor a Brian: ¡Paz, paz!, no, no está muerto ni duerme. Ya despertó del sueño de la vida. Somos nosotros quienes, perdidos en visiones turbulentas, reñimos con fantasmas Una inútil batalla. El vocalista de los Doors, Jim Morrison, escribiría un poema titulado “Oda a Los Ángeles, pensando en Brian Jones, fallecido”: Has dejado la Nada Para tomar parte del Silencio Espero que vuelvas Sonriendo Como un niño Hacia el resto tranquilo De un sueño. Un par de años después, el propio Morrison moriría a la edad de 27 años. Otros músicos famosos con vidas intensas y llenas de riesgo murieron a esa edad: Robert Johnson, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain y más recientemente, Amy Winehouse. Estos artistas integran el “club de los 27”. ¿Hay algún motivo por el cual esa edad sea de riesgo para un músico famoso? El autor de biografías Howard Sounes se hizo esta pregunta y con todo el rigor propio de un científico intentó responderla. Para eso confeccionó una lista de casi 3500 músicos populares con cierta fama que habían fallecido entre 1908 y 2012. La mayoría de las muertes se produjeron alrededor de los 60 años, pero aparecen unos picos bastante significativos: uno a los 80 (más de 60 muertes contra menos de 50 en las edades próximas) y el otro pico aparece a la edad de… sí, acertaron, a los 27 años. A esa edad había 50 muertes en la muestra considerada y en las edades cercanas no había más de 40. El pico de los 80 años parece un fenómeno natural: una muerte a los 80 no suena tan trágica ni explicable por una vida de riesgo y excesos, por lo que el fenómeno que toma relevancia es el del club de los 27. Pero seamos un poco escépticos: ¿qué puede tener de especial esa edad? A pesar de lo atractiva que resulte la idea del club y de haber estudiado la biografía de varios de sus más renombrados integrantes, Sounes reconoce que desde el momento que surge el concepto del club de los 27 la muerte de cualquier músico pasa a ser noticia por el simple hecho de haber tenido esa edad. Para evitar este sesgo, entonces, se debería tomar un criterio de selección de los músicos distinto de la aparición de la noticia de su muerte en la prensa. Este es un error de razonamiento muy común que consiste en poner más atención y recordar los eventos que confirman nuestra teoría, olvidando aquellos que la ponen en duda. Adrian Barnett, experto en estadística de la Universidad de Queensland, y sus colaboradores abordaron el problema intentando eliminar estos sesgos y adoptaron un criterio objetivo para la inclusión de los músicos populares en su lista. El criterio objetivo es que hayan tenido un tema musical que llegara al número uno en las listas británicas entre 1956 y 2007. A partir de sus datos pudieron constatar que la edad de 27 años no implica un riesgo especial. Sin embargo, al comparar a músicos famosos con la población británica en general encontraron que los primeros tendrían un mayor riesgo de muerte entre los 20 y 30 años. Aparentemente no existiría un “club de los 27”, pero ciertos excesos y riesgos de la vida de los músicos famosos los hace proclives a una muerte más temprana que la población general. De todos modos la muestra estudiada es limitada y sólo analiza lo que ocurre en Gran Bretaña. A pesar de que Brian Jones murió a los 27, la increíble supervivencia de Keith Richards a sus numerosos accidentes así como la sorprendente vitalidad de Mick Jagger nos dificultan aceptar las conclusiones estadísticas como un destino ineludible. En cualquier caso, los individuos tienen vidas y suertes independientes de las estadísticas (o precisamente regidas por sus fluctuaciones)… y eso también es parte de la ciencia. Por otro lado se podría pensar si hay algún tipo de relación entre una vida más rápida en concreciones y una muerte temprana. Por supuesto que la muerte de un individuo en particular está determinada por una serie de factores, algunos de ellos completamente fortuitos. Pero algunos estudios basados en modelos matemáticos muestran que la expectativa de vida de una especie depende del comienzo de la edad reproductiva. El caso más extremo de esto son aquellas especies, como el salmón, que mueren luego de reproducirse una única vez. En Sudamérica tenemos un pequeño mamífero con el que sucede lo mismo: es la comadreja colicorta (Monodelphis dimidiata) que vive apenas un año y luego de la primera temporada reproductiva toda la población adulta muere y es reemplazada por la siguiente generación. Con mis colegas Washington Jones y Nick Milne hicimos un estudio sobre este animalito, que publicamos en 2015 en el Journal of Zoology. Allí mostramos que sus caninos están notablemente desarrollados y que es posible que esta comadreja esté en las etapas iniciales de la evolución hacia una forma de dientes de sable. Eso podría estar impulsado por la gran competencia para aparearse en esa única oportunidad con la que cuentan. Pero más allá de estos ejemplos extremos, los modelos matemáticos de Suzana Moss de Oliveira, Paulo Murilo C. de Oliveira y Dietrich Stauffer, autores del libro Evolution, Money, War, and Computers [Evolución, dinero, guerra y computadoras], sugieren que hay una relación profunda entre la reproducción y la muerte. En el primer capítulo de este libro técnico (pero inusualmente lleno de giros humorísticos) presentan una teoría matemática del envejecimiento biológico basada en la acumulación de mutaciones. Esta teoría establece que durante la evolución de una especie ocurren muchas mutaciones hereditarias negativas (enfermedades genéticas) que pasan a los descendientes. Una mutación puede afectar a cualquier edad con igual probabilidad, sin embargo, aquellas mutaciones que nos matarían antes de que pudiéramos reproducirnos no pueden pasar a la siguiente generación, mientras que las enfermedades genéticas que pueden matarnos a edades mayores pueden permanecer en la población. Estas mutaciones nocivas podrían acumularse con la edad y generar, así, el envejecimiento de los individuos. Al modelar matemáticamente este proceso en distintas circunstancias, estos investigadores logran simular cuestiones que se observan en poblaciones reales. Una consecuencia interesante de estos modelos es que el envejecimiento (aumento de la probabilidad de muerte con la edad) comienza a darse a partir del inicio de la edad reproductiva. Algunas variaciones del modelo permiten entender casos especiales. Por ejemplo, si la fertilidad aumenta con la edad, la expectativa de vida también aumenta. Ese es el caso de algunos árboles. También se puede modelar de esta manera la muerte catastrófica después de la reproducción de los salmones y las comadrejas colicortas. Respecto de esta muerte luego de reproducirse habla Julio Cortázar en Prosa del observatorio: También la señorita Callamand y el profesor Fontaine ahíncan las teorías de nombres y de fases, embalsaman las anguilas en una nomenclatura, una genética, un proceso neuroendocrino, del amarillo al plateado, de los estanques a los estuarios, y las estrellas huyen de los ojos de Jai Singh como las anguilas de las palabras de la ciencia, hay ese momento prodigioso en que desaparecen para siempre, en que más allá de la desembocadura de los ríos nada ni nadie, red o parámetro o bioquímica pueden alcanzar eso que vuelve a su origen sin que se sepa cómo, eso que es otra vez la serpiente atlántica, inmensa cinta plateada con bocas de agudos dientes y ojos vigilantes, deslizándose en lo hondo, no ya movida pasivamente por una corriente, hija de una voluntad para la que no se conocen palabras de este lado del delirio, retornando al útero inicial, a los sargazos donde las hembras inseminadas buscarán otra vez la profundidad para desovar, para incorporarse a la tiniebla y morir en lo más hondo del vientre de leyendas y pavores. ¿Por qué, se pregunta la señorita Callamand, un retorno que condenará a las larvas a reiniciar el interminable remonte hacia los ríos europeos? ¿Pero qué sentido puede tener ese por qué cuando lo que se busca en la respuesta no es más que cegar un agujero, poner la tapa a una olla escandalosa que hierve y hierve para nadie? Anguilas, sultán, estrellas, profesor de la Academia de Ciencias: de otra manera, desde otro punto de partida, hacia otra cosa hay que emplumar y lanzar la flecha de la pregunta. La importancia de los padres en el cuidado de los hijos, que aumenta la probabilidad de supervivencia de estos, tiene el efecto de demorar el momento de la muerte en algunas especies. También el hecho de que el sexo no se herede (los hijos pueden tener un sexo distinto al de sus padres, de hecho es inevitable que sea así al menos respecto a uno de ellos) explicaría dentro de ese esquema que hombres y mujeres tengan expectativas de vida similares (o incluso algo mayores para las mujeres) a pesar de que el período reproductivo de las mujeres termina antes. La vida de Brian Jones, acelerada, violenta, apasionada por la música, pero a la vez con varios hijos (al menos seis) desde muy joven y con varias parejas parece una metáfora de estas cuestiones. A continuación veremos otras vinculadas con el amor y la edad al estilo stone. 8. No siempre puedes conseguir lo que quieres La vi hoy en la recepción En su vaso había un hombre que sangraba Era una experta en el arte del engaño Bueno, lo noté por sus manos ensangrentadas No siempre puedes conseguir lo que quieres No siempre puedes conseguir lo que quieres No siempre puedes conseguir lo que quieres Pero si lo intentas, algunas veces Podrías encontrarlo Consigues lo que necesitas. “You Can’t Always Get What You Want”, Let It Bleed (1969) Los Rolling Stones han tenido una increíble vigencia en cuanto a su carrera musical y son claros referentes para varias generaciones de músicos. Pero sus vidas amorosas, por ejemplo, también han dado mucho de qué hablar. Bill Wyman, bajista de la banda hasta comienzos de los noventa, generó un significativo escándalo mediático al casarse en 1989 con Mandy Smith, de 18 años; en ese entonces Bill tenía 52. El matrimonio duró apenas un par de años, pero el escándalo se agravó por la presunción de que la relación había comenzado varios años antes. Al respecto ha habido diversas declaraciones en un sentido y otro por parte de ambos protagonistas, incluso hasta bien entrada la década de 2010. Para darle un giro argumental aún más delirante a la historia, Stephen, el hijo de Bill, se casó a los 27 años con la madre de Mandy. ¡La suegra de Bill terminó siendo su nuera! Sin llegar a los extremos especialmente delicados de Wyman, los otros Stones también tienen cosas para contar. Mick Jagger se casó dos veces y tuvo, además, algunas relaciones de pareja muy significativas. Su primera esposa, Bianca Pérez-Mora Macias, de origen nicaragüense, era dos años menor que Jagger y se casaron cuando él tenía 27 años. Su segunda esposa, Jerry Hall, era trece años menor que Mick y se casaron cuando él tenía 47 años. A partir de 2001, a sus 58 años, Mick comenzó una relación con la diseñadora de modas L’Wren Scott, veintiún años menor que él. Luego de la trágica muerte de L’Wren en 2014, Jagger –ya con unos 71 años– empezó una relación con la bailarina de ballet Melanie Hamrick, cuarenta y tres años menor que él. En diciembre de 2016, a sus 73, Mick fue padre por octava vez. De estos números se desprende que, al aumentar la edad de Mick, también se incrementa la diferencia con sus nuevas parejas, que son de 2, 13, 21 y 43 años. Los gustos de Mick respecto a la edad de sus parejas no cambian al mismo ritmo que su propia edad. Por otro lado parece claro que si eligiera parejas de su edad no habría tenido tantos hijos. Keith Richards ha tenido una vida menos agitada en este sentido, pero se observa un patrón similar. Sus parejas oficiales fueron Anita Pallenberg, un año mayor que él, con quien comenzó una relación en 1967 a la edad de 24 años, y Patti Hansen, trece años menor que él, con quien se casó a los 40 años (una edad y una diferencia de edades similares a las que había entre Mick y Jerry Hall). Hasta el momento Keith tuvo cinco hijos y continúa con Patti. Otro caso llamativo es el de Ron Wood, quien tuvo varias parejas con gran diferencia de edad. Un ejemplo es el de Katia Ivanova que tenía unos 21 años (o tal vez alguno menos) al momento de conocerlo en 2008, cuando él tenía 59 años. Otro caso es el de Sally Humphreys con quien Ron se casó en 2012: ella tenía unos 34 años y él, 63; la pareja tuvo mellizos en mayo de 2016, poco antes del cumpleaños número 69 de Ron. En total tiene hasta ahora seis hijos reconocidos. Si consideramos que la fertilidad femenina disminuye paulatinamente a partir de los 20 años, es baja a los 40 y casi nula a los 50, la elección de parejas de menor edad les ha posibilitado a nuestros protagonistas tener más hijos que si hubieran elegido mujeres de su misma edad luego de las cuatro o cinco décadas de vida. Desde un estricto punto de vista evolutivo, podemos decir que aumentaron su descendencia. Por lo tanto conductas similares podrían haber sido seleccionadas evolutivamente entre los machos de la especie humana. Precisamente estas ideas fueron consideradas desde el punto de vista científico por varios investigadores y se realizaron estudios de las preferencias de hombres y mujeres en cuanto a la edad de sus parejas en distintos tipos de relación. Se ve entonces que los Rolling Stones no son ninguna excepción (salvo Charlie Watts, de quien hablaremos luego) y que la preferencia masculina por mujeres más jóvenes es frecuente, al menos dentro de los grupos estudiados. Esto puede deberse a que cualquier preferencia innata que lleve a un aumento en el número de descendencia debería ser favorecida por la selección natural. Parece razonable, entonces, que las preferencias masculinas estén relacionadas con la edad aparente como signo asociado con la fertilidad. En su libro La evolución del deseo, el psicólogo evolutivo David Buss menciona algunas investigaciones al respecto. En un estudio intercultural sobre la elección de pareja que abarcó unas 37 culturas, se observó que los hombres en su segunda década prefieren parejas que en término medio tienen dos años y medio menos que ellos, casualmente una diferencia muy cercana a la que Mick tenía con su primera esposa. En casi todas esas culturas las mujeres tendían a su vez a preferir hombres de mayor edad que la suya. Por otro lado, a partir de estudios realizados en la década de 1990 sobre anuncios de citas, y a partir también del análisis de las diferencias de edad entre los integrantes de los matrimonios, se observa que los hombres, al envejecer, prefieren mujeres cada vez más jóvenes. Estos estudios se basan principalmente en datos de los Estados Unidos y Europa y muestran que los hombres de 30 años prefieren mujeres unos cinco años menores y los de 50 años, entre veinte y treinta años menores que ellos. Pero esto no parece ser exclusivamente un fenómeno de la actual cultura global en que la publicidad alienta una valoración de la juventud femenina. Un estudio de los datos de matrimonios entre 1913 y 1939 en la Isla de Poro, situada a unos 500 km al sureste de Manila y cuyos habitantes no habían tenido prácticamente contacto con europeos y americanos en esos años, muestra algo similar. Allí los hombres jóvenes se casaban con mujeres de una edad parecida a la suya, mientras que los veteranos se casaban con mujeres mucho más jóvenes que ellos, hasta una diferencia de edad típica de más de veinte años para hombres en su sexta década de vida. Este es un argumento importante a favor de que pueda existir una base biológica en estas tendencias, aunque, por supuesto, la cultura siempre hace lo suyo. En particular, la cultura determina formas de relacionamiento entre las parejas (por ejemplo, el matrimonio, con sus reglas específicas) y también el grado de aceptación que ciertas conductas tienen en el resto de la población. Un estudio posterior realizado sobre la población de la ciudad de Groningen, en Holanda, intentó hilar más fino sobre el significado de estas preferencias masculinas. Se intentó ver si la preferencia de edad cambiaba al considerar distintas formas de relacionamiento entre los hombres y las mujeres. Estas distintas formas contemplaban tanto el matrimonio, como una relación de pareja, el enamoramiento, una aventura ocasional e incluso una fantasía sexual sin contacto real. En el caso de las mujeres, el patrón general es muy simple: prefieren hombres de aproximadamente su misma edad o un poco mayores sin importar la edad que ellas tengan. Las mujeres de mayor edad, salvo excepciones, no muestran una preferencia marcada por hombres más jóvenes, aun si consideramos encuentros ocasionales o fantasías sexuales. Como ya vimos, las cosas son bien distintas con los hombres: a medida que su edad aumenta, prefieren parejas cada vez más jóvenes. Pero, además, se observa que para relaciones ocasionales y fantasías los hombres prefieren mujeres aún menores que para relaciones a largo plazo. Los autores del estudio especulan con que, al pensar en relaciones duraderas, los hombres eligen mujeres más próximas a su edad no porque lo deseen, sino porque la competencia con ejemplares más jóvenes pone una restricción a su habilidad de convertir sus deseos en realidad. Como dijo el famoso doctor House, citando al no menos famoso Jagger: “No siempre puedes conseguir lo que quieres”. Esta máxima también aplica a las preferencias femeninas (en este caso de las holandesas), que no se ajustan a los deseos masculinos: ellas prefieren hombres algo mayores, aunque cercanos a su edad, y esto no cambia al envejecer. Otro estudio más reciente que muestra cómo en la evolución no siempre puedes conseguir lo que quieres fue realizado por un grupo de investigadores de la Universidad de Turku, a partir del análisis de datos demográficos (registros detallados de bautismos, casamientos y fallecimientos) de los sami del norte de Finlandia entre los siglos XVII y XIX.[16] Ese pueblo practicaba el pastoreo de renos, la pesca y la caza para sobrevivir. No ejercían mecanismos de control de natalidad, por lo que su modo de vida se aproxima bastante a las condiciones naturales en nuestra especie hace varios miles de años. Eran monógamos en su mayoría y los pocos casos de personas que volvían a casarse a lo largo de su vida fueron excluidos del estudio (Mick, Keith y Ron quedarían fuera). El grupo de investigadores liderado por Samuli Helle se planteó analizar qué diferencia de edad entre las parejas les daba la mayor probabilidad de dejar una descendencia numerosa. Esa diferencia debería determinar las preferencias masculinas y femeninas, en caso de que estas estuvieran marcadas por los requerimientos de la evolución. En este estudio encontraron que la diferencia de edad entre parejas que maximizaba su descendencia era de unos quince años, siendo el hombre mayor que la mujer. La fecundidad predicha para las parejas con esa diferencia de edad es de alrededor de seis o siete hijos. Pero lo curioso es que pocas personas, sólo el 10% de las parejas, tenían una diferencia de edad cercana a la óptima. ¿Por qué no elegían con más frecuencia una pareja con esa diferencia de edad, si eso es lo óptimo desde el punto de vista evolutivo? Será porque no siempre puedes conseguir lo que quieres… o tal vez porque la biología no alcanza para explicar por completo este asunto. Probablemente, como sugieren los autores del estudio, quienes eran considerados buenos partidos matrimoniales accedieran a la posibilidad de elegir con mayor libertad (como los Stones). También existen algunas cuestiones culturales relacionadas con prácticas matrimoniales y otras cuestiones ecológicas, como la disponibilidad de parejas de la edad adecuada, y de recursos que podrían dificultar que la gente hiciera lo que la evolución los inclinaba a querer. Podría tratarse de un ejemplo de conflicto entre el interés biológico y el cultural, algo que no debería preocupar a un Rolling Stone. En nuestra cultura parece haber un juicio negativo respecto de relaciones con gran diferencia de edad (salvo que uno sea Ron Wood, y aun así en el barrio comentan). Un argumento posible para este prejuicio podría ser que relaciones de este tipo están destinadas al fracaso. En el caso específico de los matrimonios (relación importante entre personas, pero no la única posible) se ha explorado cómo su duración depende de la diferencia de edad de los cónyuges en el caso de parejas heterosexuales. Sin embargo, los resultados obtenidos han sido controversiales y es probable que el asunto dependa de la sociedad en que ocurre. Un estudio bastante detallado a partir de datos de Inglaterra y Gales entre 1963 y 2005 (plena era de los Rolling Stones) muestra que puede haber cierta asociación entre el riesgo de separación y la diferencia de edad, pero que dicha correlación es pequeña. La señal estadística más clara es que puede haber una influencia negativa de la diferencia de edad[17] para quienes se casan después de los 30 y son mayores que su esposa en más de diez años. Este efecto es más marcado en quienes se casaron en las primeras décadas del estudio, fundamentalmente en los años sesenta. Tal vez esto se deba al efecto de los prejuicios sociales, que pueden haber ido cambiando con el tiempo en parte gracias a casos aceptados socialmente como el de los propios Stones. Por último debemos decir que hay un curioso beneficio (para algunos) en este tipo de matrimonios con gran diferencia de edad y que tal vez explique, en parte, la saludable longevidad de los Rolling. Un estudio realizado por Sven Drefahl, del Instituto Max Planck de Investigaciones Demográficas en Alemania sugiere que la expectativa de vida de un hombre aumenta según la diferencia de edad con su esposa.[18] Es decir que cuanto más joven sea la esposa, mayor es la probabilidad de que el hombre tenga una larga vida. El riesgo de mortalidad de un hombre casado con una mujer entre siete y nueve años menor que él es un 11% menor que el de un hombre casado con una mujer de su misma edad. Parece que tenemos una pista del secreto de la longevidad de Mick. También es posible que la tendencia estadística no sea causal y se deba a que los hombres que se casan con mujeres mucho más jóvenes ya tienen una mejor salud que se manifiesta en la posibilidad de esa elección. Pero ¿qué pasa con las mujeres? Resulta que una mujer casada con un hombre entre siete y nueve años mayor que ella tiene un riesgo de mortalidad 20% mayor que una mujer casada con un hombre de su misma edad. Ese matrimonio con mucha diferencia de edad no parece un trato justo, al menos en lo que a expectativa de vida se refiere: el hombre la aumentará pero a expensas de la mujer. ¿Y qué pasa con las mujeres que se casan con hombres más jóvenes? En ese caso tampoco el trato es justo: estas mujeres no tienen el beneficio de una mayor sobrevida, de hecho aumenta su riesgo de mortalidad en comparación con aquellas que se casan con alguien de su misma edad (que parece lo óptimo para las mujeres desde este punto de vista). ¿Cuáles podrían ser las razones de estas diferencias? Sven Drefahl considera que esto puede deberse a que los hombres en general tienden a estar más solos. Según este autor, los contactos sociales de los hombres son menos y de menor calidad que los de las mujeres. Por lo tanto, un esposo más joven no sería de tanta ayuda como una esposa joven para cuidar a su pareja y hacer actividades que contribuyan a extender la vida (salir a caminar, hacer actividad física y disfrutar la vida juntos, entre otras sugeridas en el estudio), porque las mujeres generalmente ya tienen con quién hacer esas cosas. Un hombre veterano suele depender más de una relación de pareja para tener ese apoyo. Pero entonces ¿por qué un esposo más joven debería reducir la expectativa de vida de una mujer? Sugiere Drefahl que es posible que las parejas heterosexuales con un marido más joven sufran algún tipo de sanción social. Esas parejas pueden recibir menos apoyo social y tener una vida más estresante, que aumente el riesgo de mortalidad. En cualquier caso, antes de empezar a pensar en deshacerse de su cónyuge por miedo a que su expectativa de vida se acorte, debemos recordar que los integrantes de parejas heterosexuales casadas tienen una mayor expectativa de vida que las personas solteras en similares condiciones. Este efecto es mayor en las mujeres, lo que termina siendo una suerte de compensación por los efectos negativos que mencionamos antes. Aun así, si la juventud de la mujer es un elemento de atractivo, es de esperar que ellas intenten aparentarla. Esto es algo común en muchas especies animales en las que actúa la selección sexual a la hora de elegir pareja: ciertas características seleccionadas se ven reforzadas. “El arte del engaño”, en el que la protagonista de la canción que da nombre a este capítulo tiene mucha práctica,[19] puede ser parte de la comunicación sexual en el mundo animal. Tal vez ese sea el motivo por el que se han desarrollado métodos para aparentar una edad diferente a la real. El disimular el envejecimiento de la piel con maquillaje, el uso del color rojo en los labios, y por supuesto, ciertas cirugías estéticas pueden modificar la edad percibida por otras personas. Algunos experimentos en psicología muestran que los colores claros en el pelo de una mujer hacen que la edad estimada para esa persona sea menor que si fuera oscuro. Tal vez este sea uno de los motivos de la popularidad de las rubias artificiales. Desde luego, hay una serie de construcciones culturales que pueden incidir en esto, aunque también la biología parece influir en nuestras elecciones al respecto. En cualquier caso debemos recordar que todo lo mencionado hasta aquí son estudios estadísticos y que las preferencias de hombres y mujeres pueden ser muy variadas y por supuesto no se limitan al matrimonio ni a la heterosexualidad. No vale la pena preocuparse si no se luce lo suficientemente joven o viejo, siempre puede haber alguien que prefiera algo diferente. Esa es la esencia de la diversidad biológica y cultural. En ese sentido Charlie Watts es un ejemplo muy ilustrativo, una interesante excepción que muestra el valor de la individualidad: el baterista de los Stones se casó a los 23 años, en los inicios del éxito de la banda, con Shirley Ann Shepherd, una mujer tres años mayor que él, con la que tuvo una única hija. Y siguen juntos. Ciertamente en la evolución “you can’t always get what you want”; estamos hechos para el intento, no para el éxito. Nuestros deseos han sido moldeados durante milenios para empujarnos en la dirección que maximiza nuestras probabilidades de sobrevivir y dejar descendencia, pero no para lograr la victoria absoluta. Los deseos son un motor que nunca se apaga. Lo que queremos siempre le queda grande a nuestra realidad. Pero como sugiere la canción, si se intenta lo suficiente, tal vez por fin consigamos lo que necesitamos en la vida y en la evolución. Tal vez una excepción puedan ser personas en posiciones socialmente privilegiadas como los Rolling Stones, que terminan logrando lo que quieren en aspectos como la selección de pareja. Pero aun ellos dicen que eso no siempre se consigue. Y la letra de “Satisfaction” sugiere que conformar los deseos puede ser muy difícil, incluso para Mick, Keith y sus compañeros. El dolor y la insatisfacción parecen ser la contracara de la búsqueda de la realización de los deseos. [16] Samuli Helle y otros (2008), "Marrying women 15 years younger maximized men's evolutionary fitness in historical Sami", Biology Letters, nº 4, pp. 75-77. [17] Si consideramos negativo el divorcio, lo que podría ser otro valor cultural. [18] Sven Drefahl (2010), “How does the age gap between partners affect their survival?”, Demography, vol. 47, nº 2, pp. 313326. [19] “She was practiced at the art of deception.” 9. Los conspicuos labios de Jagger El nombre científico de una especie consta de dos palabras. La primera corresponde al nombre del género, una categoría que agrupa a un conjunto de especies que tienen un cierto grado de parentesco (sería algo así como el apellido de la especie, como Jagger, Richards o Jones). Por convención se escribe en letra cursiva y con mayúscula. La segunda es el nombre propio de la especie (sería como el nombre de pila, como Mick, Keith o Brian), que también se escribe en cursiva pero con minúscula. Como ejemplo recordemos a los macacos de Gibraltar “amigos” de Brian que conocimos en el capítulo “La música amansa a las fieras (¿o no?)”. Su nombre científico es Macaca sylvanus y tiene la peculiaridad de ser la única especie de este género que vive fuera de Asia. El género Macaca incluye más de veinte especies que viven en general en Asia. Una de las especies más conocidas del género Macaca es Macaca mulatta: es el mono rhesus usado en numerosos estudios científicos, por ejemplo, los de comportamiento de apego. También fue el primer primate clonado y algunos individuos fueron enviados al espacio en diversas misiones. De su nombre, “rhesus”, deriva la denominación del factor Rh del grupo sanguíneo humano, porque se identificó en ellos por primera vez. Otra especie bastante conocida del género Macaca es el macaco japonés Macaca fuscata, al que tal vez reconozcan por su envidiable hábito de bañarse en aguas termales durante el invierno como forma de tolerar las bajas temperaturas. También hay varias especies del género Macaca que se encuentran extinguidas y que han podido identificarse por sus restos fósiles. Así como los músicos sienten un gran orgullo cuando uno de sus temas se transforma en un gran éxito, los paleontólogos sueñan con encontrar un fósil que corresponda a una especie nueva, o aún mejor, a un nuevo género. Eso les da la posibilidad a los científicos, entre otras cosas, de nombrar al nuevo género y a la nueva especie. Un ejemplo de una especie fósil de macaco es Macaca libyca, que vivió al final del Mioceno (hace unos cinco millones de años) y que fue encontrado en yacimientos presentes en Egipto. En este caso a los investigadores se les permitió elegir el nombre de la especie, pero el nombre del género corresponde al ya existente. Curiosamente, en yacimientos que también se encuentran en Egipto pero correspondientes al comienzo del Mioceno (hace unos veinte millones de años) se halló un fósil muy particular que no sólo perteneció a una nueva especie, sino también a un nuevo género. Se trata de un animal que pertenece a la familia de los antracotéridos, emparentado con los hipopótamos y las ballenas actuales. Ese fósil tenía algunas características particulares que lo hacían muy diferente a cualquier otro animal conocido hasta ese momento. Por lo tanto pertenecía a un nuevo género y se debía elegir un nuevo nombre. Pero ¿qué tiene todo esto que ver con los Rolling Stones? Resulta que la característica más llamativa de este nuevo género de antracotéridos recordaría a una característica morfológica del mismísimo Mick Jagger: sus enormes labios. ¿Cómo se pudo conocer el tamaño de los labios de un animal del que quedan apenas restos fósiles de sus huesos? Un dato llamativo es que la mandíbula presentaba numerosos orificios, llamados “forámenes”, por los que pasarían ramas de nervios y vasos sanguíneos. Esto indica que habría tenido labios muy sensibles y con mucha movilidad. Por esta razón surgió la idea de nombrar al género en honor a Mick Jagger. Parece que por un momento consideraron también la posibilidad de nombrarlo en honor a otros labios humanos famosos, los de Angelina Jolie, quien casualmente tuvo una importante aparición en el video de los Rolling Stones de “Anybody Seen My Baby?”. Al fin se decidieron por los labios de Jagger y el nombre propuesto fue Jaggermeryx. En el artículo publicado en 2014, en el Journal of Paleontology, los científicos explican la etimología de este nombre: Jagger por sir Mick Jagger, en reconocimiento por sus famosos labios, mientras que meryx significa “rumiante”, y es un sufijo común para los artiodáctilos (animales con pezuña hendida). La especie descripta tiene como nombre naida, derivado del griego “naias” o “ninfa del agua”, en reconocimiento de los hábitos semiacuáticos inferidos para esta criatura. Por lo tanto, Jaggermeryx naida habría tenido un labio inferior muy sensible o un hocico agudizado para el tacto, tal vez incluso combinado con vibrisas (bigotes sensoriales como los que tienen los gatos en su hocico). Seguramente esos labios y hocicos habrían sido útiles para buscar y recoger plantas acuáticas en su hábitat natural. Ahora bien, ¿qué utilidad específica le prestan los labios a Mick Jagger? Los humanos tenemos labios que cumplen algunas funciones específicas, pero hay una particularmente relevante para Mick: cantar. Cantar implica dos cosas que deben hacerse de forma simultánea: articular palabras como en el habla normal y al mismo tiempo hacerlas sonar con las notas musicales correctas. La teoría de la fuente y el filtro nos ayuda a entender cómo producimos esos sonidos. Nuestro tracto vocal (filtro), por donde se propagan las ondas de sonido generadas por las cuerdas vocales (fuente) al tensarse y vibrar, atenúa ciertas frecuencias y amplifica otras. Esto puede entenderse considerando lo que ocurre en un tubo de plástico cuando lo golpeamos para producir sonido en su interior. En los extremos de un tubo abierto hay un cambio importante en la cantidad de aire que debe ser movilizado por una onda de sonido que se propaga por este, lo que hace que en esos lugares se produzca una reflexión de la mayor parte del sonido, es decir, una parte de las ondas se absorbe, mientras que otra parte rebota y se dispara en otra dirección. Así es que dentro del tubo se produce una superposición de ondas que viajan simultáneamente en ambas direcciones. Luego de varios rebotes en los extremos del tubo, estas ondas se van atenuando ya que, al sumarlas, sus efectos tienden a anularse. Pero si la longitud de la onda fuera la adecuada (y esto depende de su relación con la longitud del tubo) podría ocurrir que, luego de cada rebote, los máximos de una onda anterior coincidieran con los de la que fue reflejada. De ser así, con cada rebote se iría ganando en amplitud de la onda, es decir, en intensidad del sonido. Esto hace que un tubo tenga ciertas frecuencias de resonancia características. El tracto vocal humano actúa como una suerte de tubo (o más precisamente un conjunto de tubos colocados uno a continuación del otro) que selecciona las frecuencias de resonancia del sonido generado inicialmente por las cuerdas vocales. De este modo el tracto vocal actúa como un filtro quedándose con algunas frecuencias y desechando todas las otras. Las frecuencias que seleccionará dependen de la longitud del tubo, así como de si está abierto en ambos extremos, cerrado en un extremo y abierto en el otro o cerrado en ambos. Sin embargo, un tubo de plástico como los usados en las demostraciones de este fenómeno en las clases de física no puede generar los sonidos de las vocales del habla humana. ¿Cómo lo podemos hacer nosotros? Lo que ocurre es que nuestro tracto vocal puede cambiar sus dimensiones y propiedades acústicas mediante el movimiento de la lengua y los labios. Una forma de modelar lo que ocurre es pensar que el tracto vocal, desde las cuerdas vocales hasta los labios, funciona como dos tubos consecutivos unidos por sus extremos. Uno de esos tubos (el que corresponde a nuestra faringe) es más delgado que el otro (que corresponde a la boca). Por ejemplo, al emitir una “a” abrimos bien la boca y la faringe se obstruye un poco al tirar la lengua hacia atrás (prueben con los ejemplos que iremos dando, no hay mejor forma de aprender del mundo que experimentar), tenemos entonces un tubo más delgado junto a otro más grueso. Al emitir una “i” hacemos lo opuesto, achicamos la boca y traemos la lengua hacia adelante, con lo cual nuevamente tenemos dos tubos distintos pero ahora el de la faringe es más grueso y el de la boca, más delgado. Podemos ver la “u” como la conjunción de tres tubos, el más delgado está en el medio de los otros, en el lugar donde la lengua se eleva cerca del paladar estrechando el pasaje de aire en ese ramo central. ¿Probaron? Los labios pueden cerrarse un poco en algunos casos o abrirse como una trompeta para el paso de vocales como la “a”. Así, cuando los labios se abren como una trompeta la longitud acústica del tubo es reducida y todas las frecuencias de resonancia aumentan. Abrir bien la boca genera ese efecto, por eso para cantar notas agudas es importante hacerlo (observen a su cantante favorito… Mick Jagger, por ejemplo, abre la boca al ir a los agudos; o prueben ustedes mismos si les gusta cantar y verán cómo los agudos suenan mejor). Este doble filtrado de frecuencias que hace ese sistema de dos o más tubos genera un patrón de frecuencias seleccionadas, llamadas “formantes”, que caracterizan el sonido de las vocales. Hacer coincidir esas formantes con las frecuencias de la nota musical que se está emitiendo es lo que posibilita un canto afinado y bien articulado. El movimiento de los labios y la lengua permite la permanente coordinación de estos dos efectos para lograr el filtrado adecuado del sonido, que también debe ser emitido de forma precisa por las cuerdas vocales para lograr la afinación. Los labios también cumplen un papel muy importante en la emisión del lenguaje articulado, al obstruir por momentos el pasaje del aire para generar los sonidos de las consonantes. Y no hay mejor muestra visual de esto que los enérgicos movimientos de los labios de Jagger al cantar. Para tocar la armónica también los labios juegan un rol muy importante puesto que bloquean algunas celdas y permiten la emisión de notas claras y definidas a través de una única celda. En las notas de prensa que siguieron al lanzamiento del álbum Blue & Lonesome (2016), en el que los Stones versionan clásicos del blues, Keith Richards se mostró muy impresionado por la habilidad de Mick con este instrumento: “Mick realmente acierta en este disco. Es el único músico que queda capaz de tocar la armónica de ese modo. Mucha gente olvida el gran músico que es. […] Su canto y su interpretación de la armónica no tienen comparación”. Tal vez sus conspicuos labios también lo ayuden en eso. A propósito del blues y los inicios de los Stones, en el próximo capítulo hablaremos del origen y significado del geológico nombre de la banda. 10. ¿Cantos movedizas? rodados o piedras La geología como ciencia tiene una situación algo peculiar ante la opinión pública e incluso frente a la mirada de científicos de otras disciplinas. La física, la biología e incluso la astronomía (a veces tristemente confundida con la astrología) son disciplinas bastante reconocidas por el gran público y con una creciente presencia en manifestaciones de la cultura popular. Pero la geología debe soportar comentarios como los que el ficticio físico teórico Sheldon Cooper hace en la serie televisiva The Big Bang Theory. El buen Sheldon no considera a la geología una ciencia e incluso ha llegado a preguntarle a su amigo Leonard: “¿Sabes qué es lo interesante de una caverna?”, para luego contestarle: “Nada”. Por supuesto que estos desprecios pueden ser fácilmente desacreditados, como hizo la geóloga y divulgadora Evelyn Mervine en el blog de la Unión Americana de Geofísica.[20] Ella dice que: La geología es una ciencia interdisciplinaria perfectamente legítima que requiere conocimiento avanzado y síntesis en los campos de la biología, la química, las matemáticas e incluso de la física. Pero no deja de ser interesante cuestionarse por qué alguien preferiría el estudio de las rocas por encima del de los seres vivos, llenos de belleza, movilidad y conexiones con la naturaleza humana. Debe haber muchas razones para esta elección, pero hay una especialmente sugerente (incluso en su conexión con la legendaria banda que nos interesa). En las rocas hay cierta eternidad que los seres vivos (salvo aquellos que se han transformado en roca por los procesos de fosilización) no tenemos, pero a la cual aspiramos. A esta reflexión nos llevan las palabras del historiador Felipe Fernández-Armesto en su libro Un pie en el río: Hace unos veinte o treinta mil años, los pintores de arte rupestre […] mostraron su fascinación por los lugares oscuros y profundos de las partes más inaccesibles de las cavernas: el entorno más ajeno al cambio que pudieron encontrar, hecho de roca sólida. Eligieron esta parte interior de las cuevas para decorarla con imágenes tan duraderas que muchas de ellas siguen intactas hoy. […] La explicación más plausible vincula estos trabajos con la necesidad de huir de lo efímero para alcanzar el mundo inmortal de los dioses o los espíritus o los ancestros atrapados en piedra. […] Casi se puede ver, casi se puede tocar ese esfuerzo en las huellas de las manos que llenan algunas de sus piedras. El intento de alcanzar el mundo que quedaba dentro de la roca era parte de una voluntad muy extendida de huir del cambio, quizá porque el cambio y la mortalidad son imposibles de separar. Y así los Stones, con su nombre geológico, a diferencia del cuasibiológico de los Beatles, han mantenido una increíble vigencia por más de cincuenta años, incluyendo el lanzamiento en 2016 del disco Blue & Lonesome, en el cual, además, vuelven a sus raíces musicales. Nos muestran así que el tiempo parece no pasar, lo que resulta un valor añadido del arte en su lucha contra la mortalidad. Hablaremos, entonces, del inmortal nombre de la banda y sus connotaciones científicas y en particular geológicas. En algún momento del año 1962, Brian Jones decidió realizar una costosa llamada telefónica a Jazz News para poner un anuncio que promocionara a su banda. Según Keith Richards, las cosas transcurrieron más o menos así: –Tenemos una actuación en… –¿Y cómo se llama tu grupo? Nos quedamos mirándonos unos a otros con cara de sorpresa… Y la llamada costaba su buen dinero. ¡Muddy Waters, ven a rescatarnos! La primera canción de The Best of Muddy Waters es “Rollin’ Stone”; la cubierta del disco estaba en el piso en ese momento. A la desesperada, Brian, Mick y yo nos tiramos a la piscina: –Los Rolling Stones. Se han contado muchas variantes y detalles de esta historia y en cada libro que consulté hay una levemente distinta. Pero en cualquier caso es claro que, de no haberles gustado ese primer nombre, podrían haberlo cambiado. No habrían sido el primer grupo en cambiar su nombre inicial, incluso los Beatles lo hicieron. El nombre homenajeaba a Muddy Waters, uno de los músicos que más admiraban, y a su vez tenía un significado importante. El tema “Rollin’ Stone” de Waters era una interpretación de un blues tradicional llamado “Catfish Blues” [el blues del bagre o del siluro]. En pocas estrofas se pintan rasgos del modo de vida del músico de blues tradicional y allí aparece la expresión “rollin’ stone” que se usa con un sentido similar a la palabra “trotamundos”: Y desearía ser un bagre, nadando en, oh, el mar profundo y azul. Las tendría a todas ustedes, mujeres bonitas, pescando, pescando, a la pesca de mí claro, sí, a la pesca de mí claro, sí, a la pesca de mí oh, sí, oh, sí, claro, sí. Fui a casa de mi nena, y me senté, oh, en los escalones. Ella dijo: “Vamos, entra ahora, Muddy, sabes, mi marido se fue recién claro, sí, se fue recién claro, sí, se fue recién”. Claro, sí, paciencia, paciencia. Y bueno, mi madre le dijo a mi padre, justo antes mmmm, de que yo naciera: “Estoy esperando un niño, que va a ser, va a ser un trotamundos, claro, sí, es un trotamundos claro, sí, es un trotamundos”. Paciencia, es un, oh, paciencia, es un, paciencia, es un… Y siento, sí, siento siento que podría largar todo, no me queda tiempo tengo que subirme a lo primero que eche humo, de vuelta, de vuelta al camino me voy de vuelta al camino me voy de vuelta al camino me voy claro, sí, de vuelta, claro, sí, de vuelta. La expresión “rolling stone” es famosa en inglés gracias al proverbio que dice “a rolling stone gathers no moss”, algo así como “una piedra movediza no junta musgo”. El asunto es que el signo moral del proverbio depende de la valoración que se haga del musgo. Una de las interpretaciones posibles es la que hace Philip Norman en su biografía de Mick Jagger. Para él, “el dicho desalienta la aventura y defiende la falta de iniciativa”. Según esta lectura, el musgo sería algo deseable, y el objetivo de la vida sería juntarlo. Pero el proverbio también puede entenderse exactamente al revés: según la canción de Muddy Waters, el musgo es un indicador de decadencia y pérdida de vigor, y esta parece ser la interpretación que sus discípulos británicos hicieron propia. Se sienten orgullosos trotamundos que no se quedan quietos y viven a pleno la aventura de la vida, asumiendo todos los riesgos por el incierto camino del blues. Pero aún más variadas son las posibles traducciones al español de estas simples palabras: “cantos rodados”, “piedras movedizas”, “piedras rodantes”, “guijarros”, etc. Los cantos rodados o guijarros son fragmentos de roca pulidos al ser transportados, por ejemplo, por corrientes de agua. Son piedras de superficie lisa que se encuentran cerca de los ríos y arroyos y se usan para “hacer sapito”. El juego consiste en lanzarlas con cierto ángulo sobre una superficie de agua calma de modo que la piedra rebote varias veces sobre ella. El récord mundial logrado en 2013 parece haber sido de… ¡88 rebotes seguidos sobre el agua! Y el récord de distancia (logrado en otro lanzamiento diferente) ¡de 107,4 m! Sobre esto hay ciencia, y si piensan en desafiar estas marcas, o simplemente hacer un buen lanzamiento e impresionar al público, deberían saber algunas de las conclusiones al respecto. En un artículo publicado en Nature en enero de 2004, año en que el récord era de apenas 38 rebotes, un grupo de investigadores franceses encabezado por Christophe Clanet estudió el problema. Su principal conclusión fue que el lanzamiento óptimo debe lograr un ángulo de 20º entre la superficie de la piedra y la del agua. Con ese ángulo ideal se consiguen tres cosas muy importantes: es mínima la velocidad a que se debe lanzar; es máxima la tolerancia al error en la dirección de la velocidad de la piedra al golpear el agua, y se minimiza el tiempo de colisión entre la piedra y el agua. Este ángulo mágico de 20º, además de facilitar que se produzca el rebote en el agua, permite el máximo de rebotes ya que al reducir el tiempo de interacción de la piedra con el agua, la pérdida de energía en cada rebote es mínima. No está de más recordar que conviene que la piedra sea bastante plana y que hay que lanzarla haciéndola girar respecto a un eje perpendicular a ese plano. El giro le da mayor estabilidad al movimiento debido al efecto giroscópico, el mismo fenómeno físico que hace que una bicicleta sea estable cuando marcha y sus ruedas giran, a pesar de ser muy inestable cuando se encuentra quieta. El efecto giroscópico es también el que hace estable a los famosos spinners. Luego de publicado ese trabajo, y gracias a las recomendaciones que allí se hacían, se mejoró extraordinariamente el récord mundial de rebotes sobre el agua, que pasó en poco tiempo a ser más del doble que el anterior. Recuerden que 20º es el ángulo ideal entre el plano de la piedra y la superficie del agua, pero resulta que también es un buen valor para el ángulo entre la velocidad de la piedra y la superficie del agua en el momento del impacto, aunque esto último no parece ser tan crítico. Con esas ideas en mente pueden probar hacer sapito en alguna playa, seguro que les irá bastante bien. Así es que al traducirlo al español, “rolling stone” puede designar al tipo de piedra que sirve para esto (en inglés este tipo de lanzamiento se conoce como skipping-stone). Más curioso es un fenómeno geológico llamado en inglés, precisamente, rolling stones o también sailing stones [piedras navegantes] (¿les hacía falta un nombre para promocionar su banda de covers?). Estas rolling stones fueron por mucho tiempo un gran misterio que, como podrán imaginar, generó todo tipo de especulaciones, algunas científicas y muchas no tanto. Se trata de unas rocas de tamaño considerable (de entre 15 y 45 cm) que dejan largos surcos en el suelo como si se hubieran estado arrastrando, pero cuyo movimiento nadie había podido observar. Las más conocidas y llamativas se encuentran en Racetrack Playa, en el Parque Nacional del Valle de la Muerte de California, en los Estados Unidos. Una hipótesis fundamentada en argumentos físicos fue propuesta en el año 2011 en el American Journal of Physics (una revista realmente muy recomendable para aquellos con cierta formación en física, pero interesados en aplicaciones y en temas variados).[21] Según los autores, en ciertas condiciones de inundación podrían formarse balsas de hielo que levantan las rocas unos centímetros y las hacen flotar sobre el agua. De este modo, una brisa suave sería suficiente para moverlas y dejar esos rastros. Los investigadores proponen incluso un experimento casero que me apresuré a intentar y que puede ser divertido. Basta con poner una pequeña piedra (un canto rodado, por ejemplo) en un recipiente de plástico, llenarlo con agua dejando sobresalir un poquito de la piedra sobre el nivel del agua y colocarlo en el congelador. Una vez formado el hielo, se debe sacar el cubo de hielo con la piedra encastrada y se lo coloca en una fuente con agua: si la piedra no es muy grande en comparación con la cantidad de agua, ocurrirá que esa balsa de hielo puede flotar. Si se sopla suavemente sobre el extremo de la piedra que sobresale (como si fuera la vela de una embarcación), la balsa se mueve fácilmente. Según los autores de ese trabajo, la parte de abajo de la piedra dejaría la huella sobre la superficie arcillosa que subyace. Todo esto es muy lindo y divertido, sobre todo la curiosidad física de que el hielo puede formar una balsa que transporte rocas. El problema es que los autores no logran dar con un mecanismo para que el hielo, al descongelarse, quede atrapando a las piedras (mi propia experiencia al esperar que la balsa de hielo se descongele, y aun así mantenga la piedra atrapada –todo esto en un recipiente de plástico a escala de la Racetrack Playa– fue muy frustrante). Pero también hay otros argumentos en contra de esta idea. Robert P. Sharp y Dwight L. Carey en 1976 construyeron alrededor de una de estas piedras un corral de 1,7 m de diámetro con barras separadas entre sí 65 cm. Si una balsa de hielo suficientemente grande se hubiera formado, las barras no habrían permitido el movimiento. Sin embargo, según pudieron observar un tiempo después, la piedra encerrada se había salido del corral y había recorrido varios metros, a la vez que otras piedras habían entrado. Esto indica que no es posible que se hubiera formado la cantidad suficiente de hielo en torno a la piedra como para permitirle flotar. La idea de las balsas para explicar estas rolling stones era atractiva pero insuficiente. Finalmente, en 2014, Richard Norris y sus colaboradores realizaron un trabajo mucho más detallado que se publicó en la revista PlosOne. En él se utilizó toda la tecnología disponible (GPS, fotografía, estaciones meteorológicas, etc.) para detectar y registrar los detalles del movimiento de las rocas. Así, se pudo consignar su movimiento a velocidades de entre 2 a 5 metros por minuto, demasiado pequeñas para ser percibidas durante una observación casual. A su vez, el movimiento no duraba más que un cuarto de hora, lo que hace aún más difícil que se pueda notar sin usar instrumentos y una observación constante. También pudieron ver cuáles eran las condiciones en el momento del movimiento: el fenómeno se producía cuando la playa estaba sumergida pero mientras el nivel del agua dejaba sobresalir parte de las rocas. También había bloques de hielo que flotaban en el agua, pero no se observaron balsas que capturaran los bloques. Sin embargo, la fuerza generada por las capas de hielo que flotan movidas por el viento ayuda a empujar las rocas con una fuerza suficiente para desplazarlas a las velocidades observadas. Es decir que el hielo cumple un rol, al igual que el viento, pero no exactamente mediante la formación de balsas que contengan a las rocas. En cualquier caso, estas rolling stones no tienen mucho que ver con la banda ni en el origen de su nombre ni en su comportamiento tan indolente. También hay una roca gigantesca, de poco más de 2,5 km de diámetro, de interés científico, que lleva el nombre de “19.383 Rolling Stones” y en este caso precisamente en honor de Mick y sus compañeros. Se trata de un asteroide no muy grande. Para comparar su tamaño podemos buscar en el catálogo de cuerpos menores ( JPL Small-Body Database Browse) las masas de cuatro asteroides que llevan nombres de colegas del Instituto de Física de la Facultad de Ciencias de Montevideo: son los asteroides “5996 Julioangel”, “5088 Tancredi”, “16.277 Mallada” y “17.897 Gallardo”. Todos ellos son más grandes que “19.383 Rolling Stones”. Los asteroides de estos astrónomos uruguayos tienen tamaños cercanos a los 10 km de diámetro (similares al que cayó en la época de los dinosaurios y provocó su extinción masiva), salvo el de Gallardo, apenas más grande que el de Jagger y compañía (quién va a aguantar ahora a estos uruguayos, ¡se van a sentir más grandes que los Rolling Stones!). El asteroide 19.383 Rolling Stones fue descubierto en 1998 y pertenece al cinturón de asteroides que se encuentra entre Marte y Júpiter. El nombre parece muy adecuado para una gigantesca roca que vagabundea por el sistema solar y que, si se desviara y golpeara contra la Tierra, podría generar A Bigger Bang. Y es casi seguro que esta piedra no junta musgo, y si descubriéramos que lo hace, sería realmente un extraordinario hallazgo para la astrobiología. Pero de Rolling Stones que viajan por el espacio trata el próximo capítulo. [20] El artículo, titulado “Do you know what’s interesting about caves, Sheldon? Everything” [¿Sabes qué es lo interesante de una caverna, Sheldon? Todo], está disponible en <blogs.agu.org>. [21] Ralph D. Lorenz y otros (2011), "Ice rafts not sails: Floating the rocks at Racetrack Playa", American Journal of Physics, vol. 79, nº 1, pp. 37-42. 11. A 2000 años luz de casa ¿Nos acomodamos en el polvo o saltamos en busca de Marte? ¿Nos recostamos para oxidarnos o, inquietos, levantamos las manos y, sí, ¡ahora! tocamos las estrellas? ¿Qué haremos los hijos de Dios: ganar o perder? Levantaremos escaleras de incendios hasta el cielo, escalaremos pendientes estelares o excavaremos un agujero en la tierra y enterraremos nuestras esperanzas. […] ¿Polvo, gusanos, noche eterna para ti y para mí? O dulces mundos eternos más allá de ese océano de astros. Hablad, errantes de la muda Tierra. ¿Qué pasará? ¿Qué pasará? ¡Qué pasará! Ray Bradbury, “¿Qué pasará?”, en Libro para inspirar a curas, rabinos y pastores desanimados (2001) En su disco del año 1967 Their Satanic Majesties Request, los Rolling Stones incluyeron el tema “2000 Light Years From Home”. La letra describe un viaje interestelar que poco a poco los lleva a 100, 600, 1000 y finalmente 2000 años luz de casa. En la canción se insiste en que el espacio lejos de casa “es tan solitario”. ¿Qué hay a 100, 600, 1000 y 2000 años luz de la Tierra? ¿Hemos descubierto en esos lugares cosas que los Rolling Stones no podían conocer en 1967? En la década de 1990 la astronomía experimentó una sorprendente revolución. Los astrónomos comenzaron a lograr algo que parecía casi imposible: encontrar evidencia de exoplanetas, es decir, planetas que están orbitando alrededor de otras estrellas, como la Tierra lo hace en torno al Sol. Las evidencias suelen ser indirectas y en la mayoría de los casos se infieren a partir del efecto del planeta sobre el movimiento de la estrella o por el modo en que este bloquea momentáneamente parte de la luz que proviene de ella. A pesar de las dificultades y de la precisión que requieren estos métodos, los científicos han logrado detectar la presencia de exoplanetas incluso a distancias de 2000 años luz. Al momento de escribir este libro hay más de 3500 exoplanetas detectados (y seguramente sean más cuando ustedes lo hayan leído). Pocos de ellos se encuentran en la llamada “zona de habitabilidad” (distancia a su estrella que permitiría la existencia de agua líquida, imprescindible para el tipo de vida que conocemos) y aún menos tienen características similares a la Tierra. Pero algunos resultan muy prometedores como residencia para la vida extraterrestre. Varios sistemas estelares con exoplanetas se han encontrado a distancias cercanas a las mencionadas en la canción de los Rolling Stones. El rango de entre 100 y 2000 años luz de distancia coincide bastante bien con nuestra capacidad actual de detectar exoplanetas; esto resulta una coincidencia interesante, dado que la canción fue editada veinticinco años antes del primer exoplaneta encontrado. Por lo tanto, el viaje propuesto por Mick y compañía es posible e interesante. Sin embargo, lo que podamos encontrar aún no está del todo claro para los científicos que siguen intentando observar nuevos detalles y modelar teóricamente las características de muchos de estos exoplanetas. En lo que sigue recorreremos los hitos de la canción deteniéndonos a explorar las características de algunos sistemas estelares que iremos encontrando en el camino. Como corresponde a un viaje tan ambicioso, además de ciencia también usaremos bastante imaginación. A encender los motores. A 100 años luz de casa Es tan pero tan solitario estás a 100 años luz de casa. Aquel día había subido al colectivo para ir a mi trabajo. Al acercarme al conductor (quien en mi país, además, vende los boletos) le dije: “A WASP-12… ehhh, perdón, al centro de Montevideo”. Había estado leyendo sobre exoplanetas; en la parada había buscado información en mi celular sobre exoplanetas extraños y WASP-12b era uno de ellos. Me senté en un asiento al fondo y cerré un poco los ojos para descansar. Al abrirlos nuevamente, ocurrió algo más propio de una historieta de ciencia ficción que de mi vida cotidiana: me encontraba en la cabina de comando de una nave espacial, con amplias ventanas en todas las direcciones lo que me permitía tener una excelente vista. El piloto principal y su copiloto estaban delante de mí. A través de mi ventanilla equipada con un filtro protector, podía ver el Sol que giraba con un movimiento grácil[22] casi imperceptible (el mismo que descubrió Galileo al observar a lo largo de varios días la posición de las manchas solares con la ayuda de su telescopio). En la dirección opuesta se veía la Tierra con su máximo brillo. –¿Keith, a dónde te gustaría ir primero? –preguntó el piloto. –No lo sé, Mick. ¿Qué te parece a unos 100 años luz de distancia? Veamos en el catálogo de exoplanetas qué puede haber de interesante para hacer un megashow en algún momento – contestó su compañero. –Disculpen, ¿puedo interrumpirlos? A mí me gustaría ir a la estrella K2-3 en la constelación de Leo, en realidad está a unos 140 años luz de la Tierra, pero no creo que la diferencia moleste mucho. –Bueno, por lo que veo eres el científico de la nave –me contestó Mick, girando sobre su silla de capitán para mirarme–, por lo tanto está bien que nos ofrezcas ideas. Pero no te confundas, muchacho, aquí mandamos nosotros. Ciento cuarenta no suena tan bien como 100, sobre todo en inglés, pero si me haces un descuento de distancia y me convences de que el viaje vale la pena tal vez ordene a la nave poner rumbo a K2-3. –Mick, Keith, escuchen. La estrella que les propongo visitar tiene un planeta llamado K2-3 d; cuando pasa frente a ella, bloquea parte de la luz que llega a la Tierra:[23] así fue como se descubrió su existencia en el año 2015. Es una supertierra y se encuentra en el borde interno de la zona de habitabilidad.[24] –Lo de la zona de habitabilidad suena bien, pero ese nombre, “K2-3 d”, es bastante aburrido. Además, ¿qué es una supertierra? – preguntó Keith. –Se llama “supertierras” a los planetas que tienen hasta unas diez veces la masa terrestre. Ya que los nombres del catálogo son bastante aburridos y difíciles de recordar, me tomaré el atrevimiento de bautizar a K2-3 d como “Astroboy”.[25] ¿Qué les parece? Es un nombre divertido. El año en Astroboy dura apenas 45 días. Dado que el período orbital, es decir, la duración del año, depende de la distancia, podemos deducir que está más cerca de su estrella que la Tierra del Sol. Pero al ser su estrella menos brillante que el Sol, esa distancia podría ser adecuada para la existencia de agua líquida en la superficie. Por eso se dice que está en la zona de habitabilidad. En ese sistema estelar también existen otras dos supertierras que son aún de mayor tamaño y se encuentran más cerca de la estrella, por lo que probablemente estén a una temperatura superficial demasiado alta para la existencia de agua líquida. –Esos planetas cercanos a la estrella deben tener unos océanos realmente abrasadores. Te haremos caso, muchacho. “Pongamos rumbo a una estrella con ardientes océanos”[26] –dijo Mick. Sacó una armónica del bolsillo de su chaqueta de cuero, comenzó a tocarla con gran entusiasmo y así partimos, con una suave explosión, rumbo al inexplorado planeta bautizado como Astroboy. Transcurridos unos pocos minutos, la nave desaceleró bruscamente. –Perdón, muchacho, olvidé pedirte que ajustes tu cinturón de seguridad, tómalo en cuenta en los próximos saltos –me dijo Mick mientras yo intentaba asegurarme de que no me había roto ningún hueso al dar contra la silla del capitán. En la gran ventana principal se podía ver una estrella roja, tenue pero dominante. –“Es tan pero tan solitario estar a 100 años luz de casa.” [27] ¿Dónde está el planeta? –preguntó Keith. –Usaremos los sensores remotos para detectar a Astroboy y luego trazaré una trayectoria que nos coloque en su órbita –propuso Mick. –Casi puedo sentir los “rojos desiertos helados que se oscurecen” y que hay “energía por todas partes”[28] –dijo Keith, claramente maravillado ante la visión del disco de la estrella K2-3. Mick volvió a tocar su armónica. La nave comenzó a corregir su rumbo y pudimos ver en el centro de la ventana principal un punto de luz rojiza. Era más brillante que cualquier estrella de ese cielo, a excepción de la enana roja que estaba a su izquierda. Era Astroboy y el tono rojizo era prometedor, recordaba a Marte visto desde el espacio. No logré comprender qué tecnología o ley de la física nos permitió llegar tan rápido a nuestro destino. Me pregunté si no sería la magia de la música. Y eso me recordó a una historieta de ciencia ficción argentina, El Peregrino de las estrellas.[29] El Peregrino era un viejo galeón capitaneado por Harris Conrad que funcionaba como nave espacial cuando el joven grumete O’Flagherty hacía sonar una flauta que le había entregado un extraño ser en muestra de agradecimiento por haberle salvado la vida. Al tocar su armónica, Mick parecía lograr aquellas mismas cosas: Los graves para ascender, los agudos para descender. Las escalas para acelerar, las notas medias para detenerse. Y hay combinaciones para flotar individualmente en el espacio y para quebrar cierta misteriosa barrera del tiempo… algunos acordes hacen que el Peregrino avance en medio de una negrura espantosa (es la velocidad de la luz, pero ellos no lo saben). Otros acordes provocan la desaparición de las estrellas (es la ruptura del espaciotiempo, pero tampoco saben nada de la multidimensionalidad del universo)… Ya conocen todos los sonidos: el largo y afilado de bajar en un mundo, el corto y gravísimo de volver al espacio, las tres notas de impulsar al barco como si un viento de popa lo empujara veloz…Y el alargado tono de suavizar el descenso. Los estudios realizados concluyeron que este exoplaneta posee un radio de 1,52 veces el de nuestro planeta y una masa entre 4 y 10 veces superior. Con estos datos se pudo deducir que Astroboy debería ser más denso que la Tierra, por lo que seguramente tiene una composición rocosa con mucho más hierro. El disco del planeta se hacía visible con algunas nubes blancas enrolladas adornando una atmósfera espesa de color rojizo. El borde del disco era de un color celeste similar al de los cielos de la Tierra. Los sensores de la computadora señalaban que estaba cubierto por un único y gigantesco océano de poca profundidad. –¿Podremos aterrizar en este planeta? –preguntó Keith. –No estoy seguro, tal vez haya algunas islas, debemos acercarnos más. Pero podemos entrar en la atmósfera e incluso sumergirnos en el océano. Esta nave es como tú, Keith, está hecha para soportarlo todo –bromeó Mick. Yo seguía emocionado, mi corazón se aceleraba. Un enorme océano nos esperaba allí abajo. En el borde superior del disco anaranjado se empezaron a notar unas manchas oscuras, parecía una cadena de islas similares a las que se pueden observar en el Océano Pacífico. –Podemos dirigirnos a esas islas, ¿no? –sugirió Keith. La atmósfera era muy densa y a medida que Mick aspiraba en la décima celda de su armónica, haciendo un vibrato de mano, nos íbamos adentrando en un cielo que se volvía cada vez más oscuro, con una tonalidad de rojo ocre como nunca hemos visto en la Tierra. En las islas no había vegetación, la playa era plana y de color marrón rojizo. En el océano se veían amplias zonas de color púrpura, tal vez fueran colonias de algas. Nuestra nave con forma de escarabajo posó sus patas en suelo firme. Me puse con dificultad mi traje de astronauta, imitando los movimientos de Mick y Keith. Era difícil y no lograba darme cuenta de lo que pasaba hasta que logré pensar un poco. Si el radio de este planeta era 1,52 veces el de la Tierra, lo más probable era que su masa fuera 7,5 veces mayor y, por lo tanto, la gravedad en su superficie tenía que ser también 3 veces mayor. Se sentía como si una bota gigantesca me estuviera pisando, apretándome contra el asiento. Logré incorporarme, era raro caminar en esas condiciones. –Vamos, muchacho, la presión en este planeta es mucho mayor que a nivel del mar en la Tierra,[30] debemos pasar por la cámara de descompresión. ¿Te animas a bajar? –me preguntó Mick. –Sí, supongo que sí. Si consideramos que la densidad de la atmósfera terrestre es 100 veces mayor que la densidad de la atmósfera de Marte, y que la gravedad en la superficie de la Tierra es el doble que la de Marte, aquí la densidad del aire podría perfectamente ser unas 150 veces la que hay en la Tierra. Hay modelos teóricos que sugieren que podría, incluso, ser mucho más que eso. ¿Podré soportarlo? –No tengas miedo: ese traje te protege de todo y, si no, te presto mi buena suerte –bromeó Keith. Agobiado por mi nuevo peso –casi equivalente al de 250 kg en la Tierra– bajé la escalerilla para introducirme en la cámara de descompresión. Mick cerró la compuerta que comunicaba con el puente de la nave y pulsó unos botones. Unas luces rojas se encendieron y se sintió un silbido agudo: era el aire de Astroboy que entraba lentamente a la cámara. Una vez completado el proceso, Mick me dijo que yo debía abrir la puerta al exterior y que, si todo iba bien, ellos me seguirían. Me costaba mucho moverme, parecía como si mis brazos estuvieran atados por cadenas de las que tiraban hacia abajo unos gigantes forzudos. No era la gravedad el único problema, también sentía una enorme resistencia del aire a mis movimientos. Descendí de la nave y al apoyar mis pies en el suelo noté que la arena era extremadamente fina. Esto era esperable, la erosión debía ser una fuerza terrible en un planeta con una atmósfera tan densa y con vientos intensos. Además, la gran gravedad tiende a aplanar todos los accidentes geográficos. La superficie de la isla parecía una mesa de billar con un paño escarlata. A lo lejos destacaban unos objetos que lucían como enormes rocas del mismo color de la arena. Me resultó curioso, ¿por qué aún no se habían erosionado? Decidí investigar, aquellos abultamientos de la superficie estaban a unos 200 m. Mientras caminaba hacia allí, pude ver algunas zonas del suelo cubiertas por algo parecido a los líquenes terrestres, pero de un color púrpura muy oscuro. De pronto una sombra enorme se movió veloz por el piso. Levanté la cabeza hacia el cielo anaranjado y vi una bandada de extraños animales a unos pocos metros. Eran quienes proyectaban las enormes sombras. Tenían una forma similar a la de un tiburón con alas de más de 20 m de envergadura. Luego llamaría a esa especie Aviurones kadostresensii.[31] Estimé que debían tener una masa similar a la de un elefante terrestre, su vientre era brillante como una pista de hielo a media tarde. Uno de ellos llevaba algún tipo de roca en lo que parecía ser su boca. ¿Para qué las usarían? Tal vez era una herramienta para romper el caparazón de otro animal, o tal vez necesitaban complementar su dieta con minerales. Por suerte me ignoraron. Me quedé contemplando cómo planeaban hacia el océano, luego plegaban sus alas y finalmente uno por uno se sumergían en el agua. Las olas que generaban al hundirse eran extrañas, se movían más rápido que las olas en las playas terrestres. Todo era extraño en aquel mundo: el color de mandarinas del cielo, el suelo plano como la cobertura de azúcar impalpable de un postre, los monstruos voladores, el púrpura profundo de algas y líquenes, mi forma de moverme, la intensa mezcla de adrenalina y felicidad. Me comuniqué por radio con Mick, que me seguía con la mirada desde la nave, para contarle mi interpretación de todo aquello. –La existencia de estos seres es muy lógica. A primera vista, y dada la mayor gravedad de este planeta, parece difícil el vuelo de algo tan grande a velocidades bajas, pero esta atmósfera es unas 150 veces más densa que la atmósfera terrestre al nivel del mar. Por lo tanto, volar es factible incluso para animales de gran tamaño. Las fuerzas de sustentación durante el vuelo son proporcionales a la densidad del aire y el peso es proporcional a la gravedad cerca de la superficie. Una de las aves voladoras más grandes que existen en la actualidad en la Tierra es el cóndor andino con una masa de unos 15 kg y una envergadura de más de 3 m. Un animal similar en Astroboy y que volara a la misma velocidad respecto al aire que un cóndor, podría tener una envergadura de más de 20 m y una masa algo superior a la de un elefante africano adulto. ¿Recuerdan a Dumbo? Se ve que era algo más que una ficción. Estos organismos voladores –proseguí– podrían haber evolucionado a partir de seres acuáticos similares a los peces y calamares voladores de la Tierra. Podrían haber usado sus aletas para planear un poco en la atmósfera y escapar así de otros depredadores acuáticos. De a poco podrían haber ido extendiendo su capacidad de planeo hasta lograr cubrir largas distancias, aprovechando la densa atmósfera. Habrán notado que estos gigantes prácticamente no baten sus alas; con certeza, para despegar, lo hacen en contra del viento. A su vez, es lógico que vuelen sobre las islas, ya que estas se calientan con la roja radiación de K2-3, provocando corrientes ascendentes de aire caliente que sirven a estas criaturas para elevarse planeando sin necesidad de batir sus enormes alas. Mientras terminaba de hablar seguía acercándome a las rocas que había visto. De pronto noté que una comenzó a rodar hacia mí. Cada vez lo hacía a mayor velocidad y las otras rocas empezaron a seguirla más lentamente. Enseguida pude ver unas extremidades que salían de su centro, con las que parecía impulsarse contra el suelo. ¡Era un animal, no una roca! ¡Y se dirigía hacia mí! Era lógico, la erosión del planeta no permitiría que una roca de ese tamaño durara mucho tiempo. Intenté correr hacia la nave, pero no lograba desprenderme del piso, de modo que caminé lo más rápido que pude. Cada tanto giraba mi cabeza para ver al Rodaroca astroboyi (como luego lo bauticé para la ciencia) y podía ver que la esfera de su cuerpo se acercaba cada vez más. Pero cuando estaba a punto de alcanzarme y yo ya pensaba que moriría allí, el animal se detuvo en seco y se desenrolló, adoptando la forma de un rojizo colchón de una plaza. Entonces pude ver seis semiesferas blancuzcas en su frente, que parecían ojos. Me observaba mientras sacudía sus extremidades. Había sido un ataque simulado, como a veces hacen los elefantes en la Tierra. Seguí caminando hasta aferrarme a una de las patas de nuestra portentosa nave. Me sentí más seguro allí, los rodadores se habían detenido y volvían a concentrarse en comer pasto púrpura. Más tranquilo, pude darme cuenta de que lo ocurrido era muy razonable. Llamé a mis compañeros y les expliqué. –¿Vieron eso? Si bien los animales acuáticos e incluso los voladores pueden ser enormes, paradójicamente, la vida en esta tierra firme no puede alcanzar tamaños demasiado grandes debido a la intensa gravedad, que haría muy difícil sostener el peso corporal de un animal de gran tamaño. Los huesos y los músculos no serían capaces de soportar y ejercer las fuerzas necesarias. En la Tierra el límite máximo de masa para un vertebrado terrestre es de unas 100 toneladas. En las islas de Astroboy, ese límite sería de menos de 50 toneladas. Un animal terrestre con hábitos y estructura similar a la de un elefante que hubiera evolucionado en Astroboy debería tener, a lo sumo, el tamaño de un toro, pero no podría galopar ni saltar, debería moverse muy lentamente. Por otro lado –continué–, las ruedas son buenas en terrenos planos y son más económicas. Uno de los modos de locomoción más eficientes estudiados por los científicos corresponde a un ser humano en bicicleta. Es decir que un ser vivo sobre ruedas puede ahorrar muchísima energía y viajar a gran velocidad. Entre los animales terrestres las ruedas no son muy populares: no son prácticas en la mayoría de los terrenos e implican algunas dificultades biológicas (al tener que girar siempre en la misma dirección, esto podría desgarrar nervios o vasos sanguíneos). Pero algunos animales son capaces de enrollar su cuerpo y rodar para escapar de los depredadores, como hace el bicho bolita y también un curioso anfibio venezolano de la especie llamada Oreophrynella nigra, que contrae sus músculos para tomar una forma lo más parecida posible a una pelota y se deja caer rodando por pendientes para eludir a los que quieren engullírselos. El animal que me persiguió aprovecha los terrenos planos de Astroboy y su capacidad de enrollarse como una esfera para ahorrar mucha energía. –Entendido, tal vez podrías quedarte y jugar un partido de fútbol con esos bichos –dijo Mick entre risas. –¿Qué tal si dejo de provocar a estos rodadores con mi presencia y vuelvo a la nave? Podríamos sumergirnos y hacer una recorrida por el océano. –Está bien, sube. Pero… ¡mira eso, en el agua! Giré rápidamente hacia la costa y pude ver el lomo de un gran animal que asomaba en el agua para luego desaparecer. Estaba a una gran distancia de la costa pero aun así se veía con claridad, tenía el tamaño de una ballena. Luego comenzaron a verse otros lomos gigantescos de un color oscuro. ¿Pueden imaginar lo que sentí al ver esa secuencia en un mundo en que todo parecía posible y nada era conocido? Podía ser una serpiente marina que diera vuelta a todo el planeta, o una manada de seres acuáticos. –¡Sube rápido, vamos a ver de cerca esos animales! –me animó Keith, descartando la teoría de la serpiente marina. Al poco tiempo estaba en mi asiento, con el cinturón de seguridad puesto y Mick, con ayuda de la computadora de a bordo, dirigía nuestra nave hacia el grupo de animales. La nave se sumergió y pudimos ver la forma y dimensión de esas bestias. Eran del tamaño de ballenas francas, yo estimaba que debían andar en las 70 toneladas. En el costado de su cuerpo tenían una zona en que la piel era más oscura, casi negra, y muy arrugada. Parecían comunicarse con sonidos musicales que Keith se apresuró a registrar en su grabadora de cintas. De pronto uno de estos animales saltó fuera del agua. Esperaba con ansiedad que cayera de nuevo para ver el portento de su violento reingreso al agua. Pero el tiempo pasaba y no volvía a caer. Luego otra Hercuballena astroboyi hizo lo mismo y luego otra más. –¿Qué pasa? ¿Se disuelven en el aire? ¿Por qué no las vemos caer de vuelta? –preguntó Mick. –Aquella se apresta a saltar, sigámosla con la nave, ¡vamos! – dije arrepintiéndome luego de haber dado una orden al mismísimo Mick. Nuestra nave salió del agua junto con el monstruo y pude ver cómo desplegaba aquella piel del costado que, en realidad, eran gigantescas alas pegadas al cuerpo. De pronto empezaron a elevarse aprovechando un fuerte viento que sacudió nuestra nave escarabajo. ¡Esos animales eran ballenas voladoras! ¿No sería todo aquello un mal sueño? No, al menos por ahora, era razonable. –Escuchen, esto es perfectamente posible. Antes pensamos en el cóndor como uno de los animales voladores más grandes de la actualidad. Pero si fuéramos al caso más extremo y tomáramos como límite de tamaño para un animal volador en la Tierra el de los más grandes pterosaurios, veríamos que gigantes aún más espectaculares son posibles en los cielos de Astroboy. Consideraremos las proporciones de Quetzalcoatlus, uno de los animales voladores más grandes que hayan existido en nuestro planeta y adaptaremos esa situación a la gravedad y atmósfera de Astroboy, tomando en cuenta siempre las leyes de escala. Se ha estimado –proseguí– que Quetzalcoatlus tenía unos 11 m de envergadura y unos 200 kg de peso. Siguiendo ese modelo tenemos que en Astroboy (como lo hemos imaginado) la máxima envergadura para un animal volador similar a los mayores pterosaurios y que volara a la misma velocidad respecto del aire sería de unos 77 m y su masa, de unas 70 toneladas. Estos animales tienen casi ese tamaño. Una envergadura así plantea el problema de asegurar la resistencia de los huesos y las membranas del ala para que no se rompan; ese factor podría ser limitante para el tamaño de estas hipotéticas criaturas. Sin embargo, los seres humanos hemos construido aviones con envergaduras mayores que esa y con capacidades de carga varias veces superiores.[32] Además, esos aviones se mueven muy rápido con respecto al aire, por lo que sin duda soportan fuerzas similares a las de nuestros gigantes planeadores, entonces, soportar esas fuerzas no es totalmente imposible. Tal vez los planeadores de Astroboy tengan en sus alas huesos más resistentes que los de aves y pterosaurios. En ese caso tendríamos seres del tamaño de ballenas que cruzarían el cielo de Astroboy como gigantescos aviones vivientes. Pero para aterrizar deberían volver al agua, ya que no podrían sostener su peso en tierra firme. Luego dimos una mirada a la fauna marina de los alrededores, y si bien vimos cosas espectaculares, seres bioluminiscentes, de propulsión a chorro, selvas de algas y organismos inclasificables, nada superó al espectáculo de las ballenas voladoras ni mi huida de los rodadores de la isla. Debíamos seguir viaje, ahora a algún punto a unos 600 años luz de la Tierra… Mis compañeros de viaje no tienen demasiada paciencia para quedarse mucho tiempo en un lugar. A 600 años luz de casa Es tan pero tan solitario estás a 600 años luz de casa. –Debemos reconocer que elegiste bien. ¿Cuál sería tu propuesta para nuestro segundo destino a 600 años luz de casa? –me preguntó Keith. –Creo que tenemos aprovechar para ir a un planeta superhabitable, a una distancia cercana a los 550 años luz. Se trata de Kepler-186f, descubierto en 2014 en la constelación Cygnus. Su sistema estelar está compuesto por una estrella enana roja de menor luminosidad que el Sol y al menos otros cuatro planetas. –Supertierra, superhabitabilidad, lo único que falta que nos digas es que eres Superman –dijo Keith. –De nuevo nos estás cambiando un poco las distancias, pero supongo que eso de la superhabitabilidad lo debe justificar. ¿De qué se trata? –preguntó Mick. –Todas las distancias se miden desde la Tierra con rangos de error importantes, así que no me preocuparía mucho por eso. Las condiciones de habitabilidad en la Tierra son buenas, pero no tienen por qué ser las mejores de todo el universo. Existe una serie de circunstancias que pueden hacer que las condiciones ideales para la evolución de la vida sean más estables y duren aún más tiempo que en nuestro planeta. A esa condición se la llama “superhabitabilidad”. Una estrella como el Sol tiene una vida esperada de unos diez mil millones de años y en este momento está aproximadamente en la mitad. Una enana roja, como Kepler-186, quema su combustible de manera más lenta, por lo que puede llegar a vivir hasta 10 veces más que el Sol. Esto da mucho más tiempo para que la vida surja y evolucione de formas muy variadas. La masa de su planeta en la zona de habitabilidad es algo mayor que la de la Tierra. Esto le asegura un tiempo de enfriamiento más largo, con lo cual la actividad volcánica, que suministra dióxido de carbono a la atmósfera, se prolonga por más tiempo. Esto es importante porque el dióxido de carbono de la atmósfera se pierde continuamente mediante procesos que lo van fijando a las rocas, por lo tanto, el efecto invernadero necesario para que el planeta no se congele se iría atenuando con el tiempo si los volcanes no lo devolvieran a la atmósfera. –Un momento, ¿el efecto invernadero no es lo que hace del planeta Venus un horno inhabitable? ¿No es lo que está produciendo un problemático calentamiento global en la Tierra? Eso no suena como algo bueno –dijo Mick. –En realidad el efecto invernadero es necesario para evitar que el planeta sea demasiado frío. En el caso de la Luna, que está casi a la misma distancia que la Tierra respecto del Sol, las temperaturas durante el día son de más de 100 ºC; pero como no tiene una atmósfera invernadero, las temperaturas son muy bajas durante la noche: llegan a menos de 200 ºC bajo cero. Lo mismo ocurre en Marte, que puede tener hermosas temperaturas de unos 20 ºC en el ecuador durante el día, pero en la noche esas temperaturas descienden a 100 ºC bajo cero, o incluso mucho menos. Sin llegar al extremo de Venus, un poco de efecto invernadero es necesario para la vida. Una disminución del efecto invernadero podría enfriar demasiado a un planeta como la Tierra, transformándolo en una esfera de hielo al estilo del planeta Hoth, de Star Wars. Enfriarse lentamente asegura también la existencia durante más tiempo de un núcleo interno de hierro fundido capaz de generar un potente campo magnético. En el caso de la Tierra, el campo magnético es fundamental para muchas formas de vida, ya que nos protege de los rayos cósmicos. –Entiendo. Parece que vale la pena, Mick. ¿Vamos? –Sí, Keith. Rumbo a Kepler-186 a puro sonido de armónica diatónica. Nuevamente sentí una suave explosión y casi de inmediato hubo una brusca desaceleración. Esta vez tenía puesto el cinturón de seguridad. Otra vez un disco de color rojo furioso apareció en nuestra ventana frontal. –Hay varios planetas en este sistema, pero el que nos interesa tiene el nombre de catálogo Kepler-186f. Tiene un período orbital (la duración del año, ¿recuerdan?) de 130 días y un diámetro apenas un 10% mayor que el de la Tierra. La gravedad y la densidad del aire pueden ser mayores que en la Tierra, pero no mucho más. Le daremos un nombre más fácil de recordar y más significativo. ¿Les gusta “Edén”?[33] –Perfecto –contestaron Mick y Keith al unísono mientras la nave empezaba a alterar su trayectoria. Cuando el giro de la nave concluyó, una estrellita muy intensa, de un tono azulado, quedó en el centro de nuestra ventana frontal. Rápidamente, la estrellita empezó a aumentar su brillo hasta que se pudo ver un pequeño disco planetario. Primero noté algunas zonas de nubes blancas con un leve tono rosado y un fondo azul intenso, parecido al de los océanos terrestres. Luego, un par de continentes muy oscuros de un tamaño apenas mayor al de Australia. –Es muy similar a la Tierra, pero no se ven amplias zonas de color verde, como nuestra selva del Amazonas, y los continentes son negros, como si estuvieran hechos de basalto. ¿Habrá vida en tierra firme? –se cuestionó Mick. –Tal vez las plantas sean de otro color en este planeta. Es una posibilidad, ¿no? –preguntó Keith –No creo que los continentes sean de basalto, sólo los fondos oceánicos deberían serlo. La sugerencia de Keith puede ser correcta. La estrella que ilumina a Edén es una enana roja (tipo M, para los astrónomos), por lo tanto la energía de los fotones de luz disponible para realizar fotosíntesis no es tanta como en la Tierra. Las plantas, o mejor dicho los organismos autótrofos que tomen su energía de la luz, deberían absorber la mayor cantidad posible de luz incidente y eso se lograría si sus hojas (o el órgano encargado de realizar la fotosíntesis) fueran de color negro. –“Miro dentro de mí y veo que mi corazón es negro / Veo mi puerta roja y tendría que pintarla de negro / Quizás entonces me esfume y no tenga que encarar los hechos, / No es fácil hacer frente cuando todo tu mundo es negro” –cantaba Mick.[34] –Lindo lugar para elegir flores para la tumba de la pequeña Susie de “Dead Flowers” –bromeó Keith. –Miren qué intenso es el azul del mar a medida que nos acercamos. Tal vez se deba a alguna coloración particular de los fotosintetizadores acuáticos, o quizás a alguna propiedad de la luz de la estrella, o a la mayor dispersión de esta atmósfera un poco más densa. –“Nunca más mi verde mar se volverá de un azul más intenso / No podría prever que esto te ocurriera a ti / Si miro con insistencia la puesta de sol / mi amor reirá conmigo antes de que llegue la mañana” –seguía cantando Mick.[35] Al acercarnos a la línea de costa de uno de los continentes comenzamos a notar que el color negro se debía, efectivamente, a seres vivos parecidos a grandes árboles con hojas extraabsorbentes de luz. Las patas de nuestra nave escarabajo se desplegaron y tocaron con firmeza la arena de la playa. –¿Será necesario que usemos el traje de protección? –preguntó Keith. –Creo que sí. La temperatura es buena, cercana a los 30 ºC, los sensores indican la presencia de una cantidad de oxígeno adecuada para respirar, incluso un poco alta. Pero no sabemos nada de posibles gases venenosos de origen biológico o del efecto del contacto con microorganismos de este planeta. Seamos precavidos. ¿Bajarán conmigo esta vez? –Sí, quiero darme un chapuzón en el agua, si es necesario me quitaré el traje. Creo que el riesgo vale la recompensa –dijo Keith. Nos dirigimos a la cámara de descompresión y nos preparamos para salir. Keith bajó primero. La arena era muy parecida a la de las playas de grano más fino de la Tierra. Un tipo de árbol de tronco muy grueso, cuya copa de anchas hojas negras se elevaba a una gran altura del suelo, tenía unas llamativas frutas de color rojo, muy similares a manzanas en su aspecto, aunque del tamaño de un melón. Luego llamaría a esa especie de Manzanotta keithii. –La fruta prohibida –bromeó Mick. –Prefiero verla como indicio de otra cosa. Es una fruta muy grande y llamativa, eso significa que por aquí cerca debe haber animales que pueden acceder a ella. Seguramente sean diurnos (si la fisiología de sus receptores de luz es similar a la de nuestros ojos) y de algún modo, sensibles al color. Comer una fruta de ese tamaño de un bocado no es para cualquiera y alcanzarlas a casi 4 m de altura, requiere una estatura considerable. Así como Darwin pudo deducir la existencia de una mariposa con una lengua extremadamente larga sólo observando una orquídea que escondía su néctar al final de un largo tubo, yo puedo deducir que en esta selva existen animales de unos 4 m de altura con una boca al menos tan grande como la de un elefante. Sentiría miedo, pero sin duda esas criaturas sean frugívoras y no se interesen en nosotros. Al mirar de cerca la arena noté unos animales pequeños como insectos. Otros animales voladores con largas colas intentaban capturarlos. Keith comenzó a quitarse el traje, estaba bien con los niveles de oxígeno y la temperatura. De pronto sentí que algunas ramas altas se movían, el mecanismo de radio de mi traje me hacía llegar un sonido que podía corresponderse con ese movimiento. Debía ser el gigantesco animal que coevolucionó con los árboles. Pero parecían venir varios a la vez. En un momento creí ver unos ojos que me contemplaban desde la altura de las copas de los árboles. Temía acercarme, pero a la vez quería observar bien a la criatura. Tal vez no fuera muy peligrosa, a pesar de su hipotético gran tamaño y gran boca. Como buen humano, estaba allí debatiéndome entre el deseo y el temor, entre la curiosidad y la precaución. Avancé hacia el borde de la selva, y de pronto lo vi claramente: un rostro pequeño e indescriptible, negro, muy negro y con un par de grandes ojos brillantes que ocupaban casi toda su cara. La cabeza no era muy grande. Luego se movió y lo vi completo, tenía una piel escamosa y negra, seis patas (o tentáculos o cosas parecidas a tentáculos) y una de esas patas, más grande y larga, estaba ubicada donde iría la cola. Era pequeño, no más grande que un gibón terrestre. Saltó de un árbol al siguiente y emitió un extraño ruido raspando su vientre con las patas delanteras. Pude ver su boca, sus piezas bucales eran parecidas a las de las hormigas. Pronto llegaron más de esos animales. Alternaban el agarre con distintos pares de patas, se propulsaban y maniobraban en el aire con movimientos rápidos de su gran patacola. Y se detenían y raspaban sus vientres, seguramente para comunicarse. Había más de veinte, todos nos miraban desde las ramas más altas del borde de la selva. –Mick, estoy nervioso. Deberíamos decirle a Keith que se ponga su traje y nos preparemos para huir. ¡Keith, vuelve! –Veo que te asusta estar frente a un público ansioso –dijo Mick. –Me asusta estar en un exoplaneta frente a criaturas absolutamente desconocidas. –Te asusta lo nuevo y desconocido, entonces –dijo Keith mientras se acercaba al traje que había dejado en la arena. –Creo que lo mejor es quedarnos quietos y en silencio hasta que se acostumbren a nuestra presencia. No sería bueno que nos vieran como una amenaza. –Tampoco es bueno para ellos que yo los vea como una amenaza –dijo Keith. Permanecimos quietos un buen rato. Los animales se calmaron y dejaron de prestarnos atención. Uno de ellos, más grande que los otros, traía consigo una especie de bolsa peluda. Otros tomaban algo parecido a cuchillos de pedernal con sus manos delanteras (las mismas que usaban para hacer sonidos contra su vientre) y con ellos cortaban los frutos, los trozaban y guardaban en el saco peludo. Dos Primansectos arboreos (así los llamaría después) ayudaron al que cargaba la bolsa y entre los tres la movieron hasta desaparecer de nuestra vista. Uno de los individuos se quedó mirándonos un poco más y antes de irse nos lanzó un fruto rojo que cayó cerca de los pies de Mick. Raspó su vientre emitiendo un sonido rítmico muy agradable, sacudió sus piezas bucales y se alejó ágilmente. –Me gustaría que uno de estos fuera mi percusionista –dijo Mick. –Menos mal que no tuve que usar mi revólver en esta ocasión, parecían amigables –dijo Keith, mientras guardaba un revólver al estilo del viejo oeste dentro de un bolsillo de su traje. –Creo que me equivoqué con lo de los animales gigantes y de gran boca. Eran animales trepadores, por eso llegan a esa altura, y viven en grupo, por lo que necesitan comer mucho y usan herramientas para trozar esas frutas… En ese momento un crujido muy fuerte me sobresaltó: a unos 4 m de altura vi una cara roja, con ojos del tamaño de pelotas de tenis y una boca más grande que un aro de básquetbol. Era un animal de 4 m de altura con piel negra y manchas rojas. Caminaba sobre sus tres patas traseras (dos y la pata-cola), que conformaban un trípode bastante estable. Tenía otras cuatro extremidades que se proyectaban hacia adelante en actitud amenazante. La boca era un gran agujero rodeado de piezas bucales parecidas a las de los insectos terrestres. ¡Existía entonces el gigante que coevolucionó con los árboles! Los Primansectos seguramente surgieron después y aprovechaban también esa fruta mediante una estrategia más compleja que les permitía gran flexibilidad en su estilo de vida. Con herramientas y trabajo en equipo lograban acceder casi a cualquier recurso alimenticio que pudieran digerir. Pero este gigante era el verdadero dueño de la fruta. Salió de la espesura y empezó a caminar hacia Mick, tal vez lo veía como a un ladrón por la manzana gigante que había recogido del piso. –¡Tirale la fruta! –grité. Mick lo hizo, y el animal la recogió con una de sus extremidades y la metió entera en su boca. El monstruoso ser avanzaba y agitaba sus patas cada vez con más energía. –Quieto ahí –gritó Keith apuntándole con su revólver. El animal lo ignoró, seguía avanzando con un extraño bamboleo de trípode. Entonces Keith apuntó su arma al cielo y apretó el gatillo; mi sistema de radio transmitió el sonido como un disparo de cañón. El Gigansecto edenii se detuvo en el acto. Mick y yo aprovechamos para correr hacia la nave. Keith nos seguía de cerca, jadeando y con el traje colgado de su brazo izquierdo. Mientras subía por la escalerilla de la nave miré hacia atrás y pude ver que el animal seguía quieto. El disparo lo había paralizado. El miedo a lo desconocido no era sólo nuestro. Una vez dentro de la nave sobrevolamos el territorio y pudimos observar unas estructuras que parecían nidos, era como una ciudad en los árboles. Tal vez habíamos hecho contacto por primera vez con una especie tecnológica similar a los humanos. Intentaré estar mejor preparado la próxima vez para hacer música raspando y golpeando mi vientre. A 1000 años luz de casa Es tan pero tan solitario estás a 1000 años luz de casa. –Tengo dos planetas que son verdaderas joyas a 1000 años luz. Uno está girando muy cerca de una estrella un poco más grande que nuestro Sol, llamada “HAT-P-7” en la constelación de Cygnus. El otro gira alrededor de una estrella similar llamada “WASP-12” que se encuentra en la constelación de Auriga. El primer planeta es el HAT-P-7b y propongo llamarlo “Poniente”.[36] El otro es WASP-12b y podemos llamarlo “Mesklin”.[37] Vayamos primero a Poniente –dije con entusiasmo. –Allí vamos, entonces –dijo Mick. Al salir del salto pudimos ver el disco de una estrella muy parecida al Sol y muy cerca suyo se veía un pequeño disco de color rojizo. Era Poniente, con una masa 1,7 veces mayor que la del planeta Júpiter de nuestro sistema solar. –¿Alguna vez se imaginaron una noche de martes en que empezara a llover rubíes del cielo?[38] –Bueno, casi te diría que sí, ¿por qué lo preguntas? –dijo Mick. –En Poniente, algún martes de noche, eso podría pasar. El único inconveniente es que el año dura 2,2 días, ¡es más corto que una semana terrestre! Imaginemos que uno de esos dos días puede ser un martes. Poniente posee una órbita extremadamente cercana a su estrella, por lo tanto recibe de ella mucha energía y llega a tener temperaturas muy altas, cercanas a los 2500 ºC. Es un planeta que entra en la clasificación de “júpiter caliente”, lo cual (como se podría deducir) quiere decir que es un gran planeta gaseoso (en este caso, con una masa que casi duplica la de Júpiter), pero con temperaturas muy altas por su cercanía a la estrella. Este tipo de planetas son los de más fácil detección, porque cumplen dos condiciones que maximizan su efecto sobre la estrella de su sistema: son muy grandes y están muy cerca. Por su cercanía, el efecto gravitatorio de las fuerzas de marea de la estrella hace que el planeta siempre le muestre la misma cara (como la Luna con la Tierra). Esto produce una gran diferencia de temperaturas entre la cara iluminada y la oculta. Los gases atmosféricos tienden a moverse desde las zonas frías de mayor presión a las calientes de menor presión, por lo cual deben existir vientos increíblemente intensos entre las zonas de día y de noche. Incluso los científicos que lo han observado desde la Tierra han inferido importantes variaciones en la velocidad del viento y en la nubosidad a partir de la variabilidad en la intensidad de la luz recibida. Debido a este clima particular, gran parte de los materiales vaporizados en la cara iluminada podrían condensar en la cara oscura más fría y caer en forma de lluvia. Dadas las altísimas temperaturas, no sería precisamente agua lo que lograría condensar. Algunos modelos teóricos –continué– predicen que ciertos materiales como el corindón, un óxido de aluminio de fórmula química Al2O3, y la perovskita (CaTiO3), que en la Tierra son rocas perfectamente sólidas, se encontrarían vaporizados en la cara iluminada de este planeta. Esos vapores lograrían condensar en lo alto de la atmósfera en la cara nocturna hasta solidificarse y caer a la superficie, produciendo una lluvia de rubíes y piedras preciosas de diversos colores. El color que se aprecia depende de las impurezas que un mineral tenga en su composición. El rubí es un tipo de corindón rojo que posee cromo en su composición. Otro ejemplo muy conocido de corindón es el zafiro, que contiene hierro y algunas otras impurezas, el más conocido es el de color azul, pero puede aparecer en otras tonalidades. Así que según cuál sea la constitución de la atmósfera de Poniente será la clase de corindón que condensará, pero es perfectamente posible que lluevan rubíes y zafiros. –Es tentador jugar a ser piratas interestelares y bajar a buscar tesoros en este planeta, pero creo que el clima no es muy hospitalario para nosotros ni para nuestra nave –dijo Keith. –De acuerdo. La vida como la conocemos es inconcebible en Poniente por la falta de agua en estado líquido. Los sistemas de nuestra nave y la armónica de Mick difícilmente puedan soportar esas temperaturas. –Todavía tenemos un recorrido por hacer, recuerden que la meta final está a 2000 años luz de casa, no podemos arruinar la nave. ¿Algo más que puedas contarnos de este planeta? –preguntó Mick. –En el caso de Poniente se da otra particularidad y es que orbita en la dirección opuesta a la de la rotación de la estrella, lo que se llama una “órbita retrógrada”. Esto es muy inusual. Los sistemas planetarios se forman a partir de un disco de gas y polvo en rotación. El sentido de esa rotación determina el que tendrán las órbitas de los planetas y el giro de la estrella. En el sistema solar, todos los planetas orbitan en el mismo sentido que la rotación del Sol y hay muy pocos exoplanetas en que se tenga evidencia de este fenómeno. Esta peculiaridad de Poniente se ve como una evidencia observacional de la importancia de procesos de migración y captura de planetas durante la formación de un sistema planetario. Seguramente Poniente fue capturado después de la formación del sistema estelar, es algo así como un nuevo miembro de una vieja familia que llegó luciendo todas sus joyas. Sigamos viaje. –“Adiós rubí del martes / ¿quién podría colgarte un nombre? / Aunque cambias con cada nuevo día / yo no dejaré de extrañarte” – canturreó Mick mientras revisaba las coordenadas del siguiente sistema estelar.[39] –Bien, vayamos hacia Mesklin, entonces –dijo Keith. La armónica sonó. Otra suave explosión y estábamos en camino. La estrella que vimos en la ventana frontal era muy parecida a la anterior y una esferita de color rojo amarillento se observaba a su derecha. Su aspecto era muy similar al de Júpiter, pero al acercarnos vimos que el planeta tenía forma de huevo y estaba envuelto en una gigantesca nube de gas que era succionada hacia la estrella. –Miren el planeta, ahora podemos ver detalles de su atmósfera. Su forma de huevo hace que la gravedad en su superficie sea muy distinta en los polos que en el ecuador. El diámetro mayor parece ser casi el doble que el menor, eso quiere decir que en los polos estaríamos a la mitad de distancia del centro de masa, por lo tanto, como la gravedad disminuye con el cuadrado de la distancia, la gravedad en el ecuador sería un cuarto de la gravedad en los polos. De pasar algo así en la Tierra, podría ocurrir que cerca de los polos, por ejemplo, en la base antártica, podríamos saltar hasta una altura de 0,5 m y levantar como máximo una pesa de 100 kg; pero luego de viajar a Ecuador, saltaríamos hasta 2 m de altura y levantaríamos pesas de 400 kg. Además, si estuviéramos en una latitud intermedia, como la de Buenos Aires o Montevideo, debido a la forma de huevo tendríamos la ilusión visual de vivir en un plano inclinado o sobre la superficie interior de un cuenco, como les pasa a los personajes de una novela de Hal Clement (veríamos el horizonte del sur más abajo que nosotros y el horizonte del norte más alto). –¿Por qué tiene esa forma de huevo? –preguntó Mick. –Es por la gran cercanía a la estrella. Su período orbital es de apenas un día, es decir que su año dura lo mismo que un día en la Tierra. Debido a que está tan próximo a su estrella, esta atrae con mucha más fuerza la cara del planeta más cercana. Esta diferencia de fuerzas de gravedad de un lado y otro es lo que produce en la Tierra las subidas y bajadas de las mareas, por eso se las llama “fuerzas de marea”. –Gracias, ya me estaba preguntando qué eran esas fuerzas de marea que mencionaste antes, al hablar de Poniente –dijo Keith. –De nada. Esas fuerzas de marea tan intensas también hacen que el planeta muestre siempre una misma cara a la estrella. Si algo así sucediera en la Tierra, veríamos el Sol completamente inmóvil y siempre en el mismo lugar del cielo: en la mitad del planeta la noche sería eterna. En el caso de Mesklin la cara iluminada de forma permanente se abrasa a una gran temperatura y en la otra hay temperaturas más bajas. Esto produce un clima muy extremo con poderosos vientos que distribuyen el calor. La temperatura media de este planeta es de más de 2000 ºC: es también un júpiter caliente. –Todo eso es muy interesante, pero ¿por qué dijiste que este planeta también era una verdadera joya? ¿También llueven rubíes? –preguntó Keith. –No se puede descartar eso, pero en este caso pensaba en otra cosa. Algunas observaciones de los astrónomos en la Tierra sugieren que este planeta tendría en su atmósfera mucho más carbono que oxígeno. Esto no ocurre en ningún planeta del sistema solar. Ese exceso de carbono podría estar en la atmósfera en gases como el metano, pero si en algún planeta rocoso se diera esa misma proporción de carbono, ese planeta sería una joya: las rocas dominantes en su superficie serían los diamantes y el grafito. El propio Mesklin podría tener un núcleo sólido compuesto por diamante. ¿Se imaginan una isla de diamantes en algún planeta parecido a la Tierra? Esa idea me recuerda una historia de El Peregrino de las estrellas imaginada mucho antes de saber que esto fuera una posibilidad científica real. Los protagonistas visitaban un planeta de diamante y piedras preciosas y allí vivían una aventura que era una búsqueda del tesoro. El tesoro ansiado por los habitantes de ese planeta y que los héroes robaban a unos ogros era una sencilla maceta con tierra. –“Si nuestras islas fueran de diamante tendríamos allí una vida muy dura”, decía un personaje de Un mago de Terramar, la novela de Ursula Le Guin –dijo Keith. –Es cierto, y además, ya que estamos con frases sabias, como siempre digo: “No siempre puedes conseguir lo que quieras”– bromeó Mick. A 2000 años luz de casa Es tan pero tan solitario estás a 2000 años luz de casa. –Se acerca el final a 2000 años luz. Tengo una propuesta –dije. –Te escuchamos –dijo Keith. –A una distancia cercana a los 2000 años luz de casa hay un objeto astronómico fascinante. Se llama PSR B1257+12 por su nombre de catálogo; es el núcleo remanente de la explosión de una supernova y está en la constelación de Virgo. Lo que ha quedado es una pequeña estrella de neutrones con un período de rotación de unos 6 milisegundos. Estos objetos se conocen con el nombre de “púlsares” (estrellas pulsantes), ya que recibimos de ellos pulsos periódicos de ondas electromagnéticas. Esto se debe a que estas estrellas pequeñas y ultradensas rotan a una gran velocidad y a su vez tienen un campo magnético muy intenso cuyos polos no están alineados con el eje de rotación. Ese campo magnético captura partículas cargadas y las dirige hacia los polos magnéticos en trayectorias muy cerradas de gran aceleración. En esas zonas se produce radiación electromagnética muy intensa que es emitida en forma de un haz muy definido en la dirección de los polos magnéticos. Si al rotar el púlsar ese haz apunta en dirección a la Tierra, se detectará un pulso de radiación intensa con cada giro. De este modo, funcionan como faros interestelares que marcan el tiempo a intervalos regulares. Estimar la distancia a un púlsar es algo bastante complicado – proseguí– y tiene un gran margen de error. En el caso de las estrellas se puede determinar a partir del conocimiento que tenemos de la física y de su brillo aparente, que disminuye con la distancia. Pero en el caso de los púlsares la cuestión es más difícil y sólo se pueden aplicar métodos convencionales si se encuentran muy cerca de la Tierra o si están asociados a otras estrellas cuyas distancias podamos estimar. En la mayoría de los casos los métodos usados se basan en el efecto del medio interestelar sobre el haz de radiación del púlsar y su dependencia con la distancia. Para aplicarlo se necesita conocer la distribución de electrones en la galaxia, lo que no es posible estimar con precisión, y por lo tanto estos métodos dan errores importantes. En el caso de PSR B1257+12, las mejores estimaciones de distancia dan un valor de 0,6 kilopársecs[40] con un error de 0,2 kilopársecs de más o 0,1 kilopársecs de menos. Haciendo las conversiones adecuadas de pársecs a años luz, podemos decir que este púlsar está entre 1600 y 2600 años luz de distancia. Es decir que podría ser ese lugar a 2000 años luz de casa en que debe culminar nuestro viaje. –¿No deberíamos darle un nombre mejor? El nombre de catálogo es especialmente abominable –dijo Keith. –A PSR B1257+12 se le ha dado un nombre común y en este caso no será necesario inventar uno. Su nombre es “Lich”, que proviene del vocablo en alemán leiche o del holandés lijk, cuyo significado es “cadáver”. Es un nombre bastante adecuado ya que se trata de los restos de una estrella que terminó sus días en una explosión de supernova. –Parece interesante y peligroso, pero en un lugar como ese no debería haber planetas. La explosión habrá barrido con todo –dijo Keith. –Es razonable lo que dices, pero tengo una sorpresa al respecto. Las características de un púlsar permiten un método de detección de exoplanetas especialmente sensible y preciso. Las regulares señales periódicas emitidas deben viajar hasta la Tierra a la velocidad de la luz, lo cual insume un tiempo de viaje que depende de la distancia entre la Tierra y ese objeto. Si el púlsar está siempre a la misma distancia de la Tierra, todos los pulsos demoran lo mismo en llegar, por lo tanto, la diferencia de tiempos entre ellos es siempre la misma. Pero si el púlsar se estuviera alejando y acercando a la Tierra, por ejemplo, al ser atraído por un planeta en sus inmediaciones, sucedería que los pulsos emitidos cuando el púlsar está más cerca de la Tierra demorarían menos en llegar a nosotros que aquellos emitidos cuando está más lejos del planeta. Ese efecto generaría variaciones medibles en el período del púlsar que permitirían detectar con mucha precisión la presencia de planetas que están orbitando a su alrededor. Dado que Lich tiene un período rotacional del orden de algunos milisegundos, es posible medir variaciones muy pequeñas en su distancia a la Tierra, lo que sería evidencia de la existencia de planetas muy pequeños que orbitan a su alrededor. –Entonces hay planetas –dijo Keith. –Eso parece. A pesar de la explosión de supernova, que debió arrasar con el sistema planetario de esta estrella, hay evidencia de la presencia de tres planetas y también de un objeto similar a un asteroide o un cometa. El descubrimiento fue publicado en 1992 en la revista Nature por el polaco Aleksander Wolszczan y el canadiense Dale Frail, y fue la primera detección de exoplanetas. Precisamente a 2000 años luz de casa están los primeros exoplanetas que pudimos detectar desde la Tierra. Además de sus nombres de catálogo, que se derivan de agregar las letras “b”, “c” y “d” al nombre del púlsar, estos planetas recibieron nombres propios. En este caso no tendremos que bautizarlos como a los anteriores. El más pequeño, llamado “Draugr” tiene un 2% de la masa de la Tierra y es apenas más grande que nuestra Luna, tiene un período orbital de unos 25 días y por lo tanto, es el más cercano al púlsar. Su nombre proviene de la mitología nórdica: un draugr es un nomuerto (literalmente significa “el que camina de nuevo”). El siguiente planeta es llamado “Poltergeist” y es el segundo en distancia al púlsar, tiene una masa unas 4,3 veces mayor que la terrestre y un período orbital de 66 días. “Poltergeist” es un término que se utiliza para denominar a espíritus sobrenaturales relacionados con la actividad paranormal. El nombre proviene del alemán, de la unión de las palabras Geist, “fantasma”, y poltern, “alborotar” o “hacer ruido”. El tercero, llamado “Phobetor”, tiene una masa unas 3,9 veces mayor que la de la Tierra y un período orbital de 98 días. En las Metamorfosis de Ovidio se describen algunas cualidades del Phobetor mitológico que le permiten introducirse en los sueños y sembrar el miedo: “Se hace fiera, se hace pájaro, se hace, de largo cuerpo, serpiente”. Seguramente Phobetor es un buen lugar donde experimentar una verdadera pesadilla; para Borges sería un planeta de laberintos y espejos. También hay evidencia de la existencia de un objeto con una masa menor a una milésima parte de la masa terrestre. Podría ser parte de una nutrida población de asteroides y cometas alrededor de Lich. –¿Y cómo están allí a pesar de la explosión de supernova que produjo la estrella de neutrones? –preguntó Keith. –La hipótesis más factible es que los planetas originales hubieran sido destruidos y que se hayan formado otros nuevos a partir del disco de material de la estrella eyectado luego de la explosión. Serían una segunda generación de planetas nacidos de las cenizas de sus antecesores y de su estrella. –Pero en esas condiciones es difícil que pueda haber vida allí. ¿Qué se piensa al respecto? –preguntó Mick. –Es difícil, cierto. La estrella, ya muerta, no ofrece una radiación uniforme capaz de brindar una visión adecuada a los ojos humanos, pero el haz del púlsar baña a estos planetas de forma regular con radiación letal de altísima energía. –A Lich con máxima potencia. Es el salto más largo de todo nuestro viaje, 1000 años luz con un sólo impulso –dijo Mick llevándose su plateada armónica a los labios. Una explosión más, una melodía de melotrón sonó en mi cabeza y ya estábamos frente al púlsar. Si bien emitía un suave resplandor blanco, la oscuridad dominaba esta zona de la galaxia. Lentamente comenzamos a virar hacia Phobetor. El planeta más lejano al púlsar parecía la mejor opción para evitar la intensa radiación de alta frecuencia que podría dañar los sistemas de nuestra nave escarabajo. –Phobetor es una supertierra, pero no se parecerá en nada a las que visitamos antes. No tiene sentido bajar allí, tal vez podamos acercarnos y dar una mirada. –Me pregunto cuántas superestrellas de rock habrá en uno de esos planetas para que merezcan llamarse “supertierras”. Vamos, entonces –dijo Mick. El sistema estelar era particularmente oscuro y desolado, pero al acercarnos a Phobetor notamos algo extraordinario. Unas formas de color verde azulado se sacudían rítmicamente cerca de su superficie. –¿Qué es eso? ¿Será algún tipo de medusa espacial bioluminiscente? –preguntó Keith. –No creo, lo más probable es que sea un efecto similar al de las auroras en la Tierra. Debe estar producido por la interacción de la intensa radiación del púlsar con las moléculas de la atmósfera de Phobetor. –Pero ¿por qué no puede ser algo vivo? ¿Sólo seres como nosotros hechos de agua y moléculas orgánicas pueden pensar, evolucionar, sentir? ¿Qué sabemos realmente de los rubíes en la atmósfera de Poniente o de estas “medusas”, o incluso de lo que pueda haber dentro de esa estrella de neutrones? La vida y el pensamiento no son cosas que conozcamos lo suficiente, ¿verdad? –reflexionó Mick. –Es cierto. Hay científicos que han pensado en la posibilidad de que existan formas de vida totalmente diferentes a la nuestra. Nos costará entenderlas y tal vez nunca podamos comunicarnos de manera adecuada, pero pueden estar allí. Existen ideas respecto a la existencia de vida en lugares tan extraños como este. Se ha pensado en la posibilidad de que pueda haber vida incluso en la superficie de las estrellas de neutrones, como la de los Cheela de las novelas de ciencia ficción de Robert L. Forward.[41] En ese caso, su estructura no estaría basada en átomos y moléculas unidos por la interacción electromagnética, sino en otra forma de ordenamiento de los átomos que podría ocurrir en un lugar con un campo magnético tan intenso y una densidad tan alta. El físico Malcolm Ruderman estudió teóricamente el estado de la materia que se daría en la superficie de estrellas de neutrones y concluyó que los núcleos atómicos podrían interactuar de forma directa entre sí mediante la interacción fuerte,[42] generando cadenas de átomos que podrían almacenar información y tal vez generar algún tipo de metabolismo o reproducción de su información. Esas cadenas, al estar unidas por la interacción fuerte, sufrirían procesos y cambios a una velocidad mucho mayor que nuestras moléculas. Por lo tanto, de existir, esos seres vivos estarían en un lugar inaccesible y con una escala de tiempo de vida totalmente diferente a la nuestra. Sería muy difícil una interacción con ellos, pero es fascinante pensar en esa posibilidad. Por otro lado –continué–, el experto en astrobiología Dirk Schulze-Makuch ha sugerido que el intenso campo magnético de una estrella de neutrones podría abastecer de energía a organismos que vivieran en un planeta cercano a ella, como Phobetor. Para subsistir, esos seres tendrían que haber encontrado alguna solución para soportar la intensa radiación del púlsar, pero en teoría el campo magnético podría brindarles la energía que la falta de luz no les da. En la Tierra no existen organismos que usen el campo magnético para producir su energía, pero se piensa que eso puede ser porque otras formas de adquirir energía son mucho más eficientes. Sin embargo, en Phobetor todo podría ser distinto. También existen otras posibilidades para la vida diferente a la nuestra. Algunos científicos han estudiado reacciones químicas no orgánicas que simulan el comportamiento de redes neuronales como las de nuestro cerebro y que, por lo tanto, podrían reconocer patrones y aprender de la experiencia. Lo mismo se puede decir de sistemas cristalinos a muy baja temperatura que se modelan mediante la teoría de los vidrios de espín.[43] Pero en ese caso lo que esos seres aprenderían del ambiente y el tipo de estímulo al que reaccionarían es muy distinto a todo lo que nosotros experimentamos. Es interesante pensar dónde está el límite de los sistemas que pueden tener una conciencia de sí mismos, como nosotros, pero en cualquier caso es muy difícil que eso nos permita algún tipo de comunicación con ellos. También se ha pensado en formas de vida que podrían existir en el fuego de la atmósfera de los júpiter calientes. Por ejemplo, hay estructuras, que se pueden formar por la interacción de las corrientes en el plasma y partículas de polvo, que se parecen a cadenas de ADN y podrían replicarse. Otra posibilidad es que en esos planetas en que llueven piedras preciosas pudieran existir formas de vida basadas en silicio y no en carbono, lo que les permitiría soportar temperaturas de más de 1000 ºC. –Se verían más como minerales que como seres vivos, ¿no? – dijo Mick. –Puede ser, pero debemos reconocer que aún tenemos mucho por aprender con respecto al límite real entre lo vivo y lo inerte; así como entre lo consciente y lo que no lo está. Hay mucho por aprender, y este viaje apenas empieza. El conocimiento detallado de los exoplanetas está en pleno desarrollo, y todavía no hemos encontrado otra forma de vida que no sea descendiente de aquel organismo que apareció en la Tierra hace más de tres mil quinientos millones de años. A 2000 años luz de casa debemos decir que el viaje recién empieza y tal vez hasta los rubíes de Poniente puedan tener alguna forma de conciencia. Si bien es lindo imaginar y soñar, puede ser incluso mejor ir explorando científicamente esas posibilidades. –¿Qué es eso? ¿Un asteroide? Debe ser uno del cinturón de cuerpos menores que se detectó en torno al púlsar. ¡Se dirige a nosotros! ¡Mick, haz algo, vamos a chocar! –aulló Keith. De pronto la nave se sacudió como un toro de rodeo, mi visión se oscureció por un instante, tal vez mis retinas se quedaron sin oxígeno por el efecto de la desaceleración. Al reponerme y levantar la cabeza me vi de nuevo en el colectivo yendo a trabajar. ¿Estaba dormido? ¿Todo había sido un sueño? Los pasajeros se quejaban de un auto que nos había obligado a frenar bruscamente para evitar un accidente. El conductor se dio vuelta para pedir disculpas, me miró y me hizo un guiño: ¿era Mick? A mi lado alguien levantaba una guitarra que se le había caído: ¿era Keith? Parecían ellos, pero no estoy seguro de que realmente lo fueran. A fin de cuentas creo que no importa tanto, todos podemos ser un poco Mick o Keith, y el sueño, como dijo alguna vez Borges, quizá sea la primera forma de creación artística, presente ya en los animales, en la que podemos ser actores, escenario, libretistas y hasta espectadores. Sueño o no, me dije que valía la pena contar esta historia. Es difícil, en la ciencia y en la vida, poner un límite claro entre realidad y ficción. En cualquier caso, los sueños, como el horizonte de Mesklin visto desde latitudes intermedias, nos inducen a seguir caminando. Fin del viaje Te veré en Aldebarán. Luego de este viaje, tal vez soñado o imaginado, debemos decir que si bien a esas distancias hay planetas y tal vez alguna forma de vida, el gran problema es cómo llegar hasta allí. Los Stones lo hacen mediante la imaginación, el ritmo de Charlie, la voz de Mick (y su armónica, sobre todo su armónica) y la guitarra de Keith, pero esas distancias son imposibles de franquear para un ser humano en el estado actual de nuestra tecnología. De acuerdo con la tecnología disponible hoy, un viaje a 100 años luz de distancia nos llevaría más de 400 000 años. Es un viaje que no se ha intentado y seguramente no se intente por mucho tiempo. Pero la canción “2000 Light Years From Home” habla también de un viaje que ya está siendo posible con la “lenta” tecnología del siglo XX. En ella se habla de la estrella Aldebarán (“te veré en Aldebarán”), una gigante roja a unos 65 años luz de la Tierra que tiene como compañera otra estrella enana roja. Está en la constelación de Tauro y es perfectamente observable a simple vista. Existen indicios de que Aldebarán podría tener también un exoplaneta gigante de unas 10 veces la masa de Júpiter, aunque este tipo de estrellas gigantes de gran actividad tienen movimientos generados por su propia dinámica que pueden confundirse con la presencia de planetas. Lo más interesante para nosotros es que hacia allí realmente está viajando un vehículo creado por los seres humanos: el Pioneer 10. Esa nave fue lanzada en marzo de 1972, algunos años después de que se grabara “2000 Light Years From Home”. En la actualidad, luego de haber explorado algunos sitios del sistema solar y de perder totalmente el contacto con la Tierra en el año 2003, se está dirigiendo hacia Aldebarán. La nave lleva una placa en que se muestra, entre otras cosas, el dibujo de una mujer y de un hombre elevando su mano en forma de saludo pacífico. Esa placa exhibe símbolos que representan el lugar de la Tierra en el universo y la estructura planetaria del sistema solar. Si todo sale bien, llegará a las inmediaciones de Aldebarán dentro de un millón setecientos mil años, y tal vez le dé un sentido a la frase de la canción: “Bill, del vuelo 14, puedes aterrizar, te veré en Aldebarán”. Ese Bill ¿será Bill Wyman, el bajista de los Rolling hasta 1993?[44] Parece difícil que pueda llegar a Aldebarán antes que nuestra nave propulsada por el sonido de la armónica. Tal vez, después de todo, Bill podría llamarse el hombre que levanta su mano en la placa que porta el Pioneer 10 y podremos encontrarlo en Aldebarán si tenemos la paciencia suficiente o nos quedamos dormidos en el colectivo correcto. [22] “Sun turning round with graceful motion”, dice la canción que da nombre a este capítulo: “El sol gira con un movimiento grácil”. [23] Esto permitiría en el futuro, con telescopios suficientemente sensibles, detectar la absorción de luz de su atmósfera y, a partir de esos datos, encontrar evidencias de la existencia de vida, por ejemplo, a partir de la presencia de oxígeno. Esto se puede lograr ya que las moléculas (en este caso de oxígeno) absorben ciertos colores específicos cuando la luz pasa a través suyo, lo que permite reconocerlas. [24] Como ya dijimos, la zona de habitabilidad es la zona en la que se considera posible la existencia de agua en estado líquido. Este estado líquido del agua depende de la temperatura y la presión en la superficie del planeta; se puede estimar su probabilidad en función de la distancia a la estrella (que determina la cantidad de energía recibida), pero el cálculo no es seguro, ya que depende del clima y otras características del planeta. [25] En honor al personaje de la legendaria serie de historietas de ciencia ficción del japonés Osamu Tezuka. [26] “Bound for a star with fiery oceans”, como dice nuestra canción. [27] “It’s so very lonely / You’re a hundred light years from home.” [28] “Freezing red deserts turn to dark / Energy in every part.” [29] El Peregrino de las estrellas es una novela gráfica de Carlos Trillo y Enrique Breccia publicada en la revista Skorpio en la década del ochenta. [30] En la Tierra, la presión a nivel del mar es de aproximadamente cien mil pascales (100.000 Pa), cantidad que se define como una atmósfera (1 atm). [31] Forma parte, junto con muchas otras especies apropiadamente nombradas y descriptas, del manuscrito de mi libro ilustrado titulado Fauna y flora en un viaje a dos mil años luz de casa que aún no ha querido ser publicado por ninguna editorial por razones muy comprensibles. [32] El hidroavión Hércules que voló en 1947 tenía una envergadura de casi 98 m y una masa con carga de 180 toneladas; los aviones Antonov tienen una envergadura de unos 88 m y un peso con carga de 640 toneladas. [33] En honor a la novela Edén, de Stanislaw Lem que trata sobre un curioso planeta de igual nombre. [34] Tal es la letra de “Paint It Black”: “I look inside myself and see my heart is black / I see my red door and I want it painted black / Maybe then I’ll fade away and not have to face the facts / It’s not easy facing up when your whole world is black”. [35] Y la canción sigue: “No more will my green sea go turn a deeper blue / I could not foresee this thing happening to you / If I look hard enough into the setting sun / my love will laugh with me before the morning comes”. [36] En honor al continente del Canto de hielo y fuego, de George R. Martin. [37] En honor al planeta ovoide imaginado por Hal Clement en su novela Misión de gravedad, publicada en 1953. [38] “Ruby Tuesday” (1967) es una de las canciones más famosas de los Rolling Stones y fue compuesta por Mick Jagger y Keith Richards. [39] La letra de la canción “Ruby Tuesday” dice: “Goodbye, Ruby Tuesday / Who could hang a name on you? / When you change with every new day / Still I’m gonna miss you”. [40] El kilopársec es una unidad de medida de distancias interestelares que equivale a unos 3262 años luz. [41] Huevo de dragón (1980) y Estrellamoto (1985) son las novelas en que se habla de estos seres tan particulares. [42] Una de las fuerzas fundamentales de la naturaleza reconocidas por los físicos. Es muy intensa pero de corto alcance. Es la responsable de mantener unidos protones y neutrones dentro de los núcleos atómicos. [43] Modelos simplificados de sistemas cristalinos en que cada núcleo atómico interactúa únicamente con sus vecinos más cercanos de un modo que depende de la orientación de su espín atómico. [44] Quien, además de protagonizar algún escándalo como mencionamos en otro capítulo, era aficionado a la ciencia e incluso patentó un detector de metales para buscar reliquias arqueológicas. Epílogo Papá, cuéntame otra vez ese cuento tan bonito de gendarmes y fascistas, y estudiantes con flequillo, y dulce guerrilla urbana en pantalones de campana, y canciones de los Rolling, y niñas en minifalda. Ismael Serrano, “Papá, cuéntame otra vez”, Atrapados en azul (1997) Los Rolling Stones han desarrollado su carrera en un período de la historia en que la ciencia y la tecnología cambiaron de un modo vertiginoso. Todo empezó con el amor por el blues de aquellos jóvenes ingleses que rápidamente buscaron versionarlo con su propio estilo. Desde aquel 1960 en que Mick y Keith se reencontraron en una estación del metro en Londres y compartieron su amor por ciertos discos, y desde aquel 1962 en que empezaron a identificarse como los Rolling Stones, ha pasado mucho en el mundo de la ciencia. Apenas ocho meses después de la fundación de la banda se entregó el Premio Nobel por el descubrimiento de la estructura del ADN. Ese momento fue el inicio de una enorme explosión en nuestra comprensión de la evolución de la vida en la Tierra y en las posibilidades de la biotecnología. Hoy vivimos en un mundo con transgénicos, terapias de genes, clonación y dilemas éticos dignos del propio Víctor Frankenstein. En la década de 1970, con los Rolling en la cima del mundo, se empezaron a fabricar las primeras supercomputadoras. Hoy muchos de nosotros llevamos en el bolsillo algún instrumento que permite escuchar música, ver videos, comunicarnos con cada rincón del planeta, jugar, leer noticias, aprender ciencia y realizar en muchísimo menos tiempo todos los cálculos que soñaban aquellas máquinas. Mientras tanto los Rolling siguen advirtiéndonos en vivo que no siempre se puede conseguir lo que uno quiere incluso en la propia ciudad de La Habana, en 2016. Esa Luna de La Habana que honran en su disco en vivo fue la primera estación para la exploración del espacio, fue responsable de las mareas que empujaron a los seres vivos a aventurarse en la tierra firme, fue la diosa blanca para Robert Graves[45] y fue visitada por primera vez por seres vivos de la Tierra durante los años de esplendor de la banda. Tiempo después, con la música de los Rolling sonando en la Tierra, se exploraron los planetas del sistema solar a través de sorprendentes misiones no tripuladas. Pasamos de soñar con civilizaciones en Marte y pantanos con dinosaurios en Venus, a soñar con fósiles o vida microscópica enterrada en Marte y vida en suspensión en las capas altas y menos ardientes de la atmósfera de Venus. Pusimos extraordinarios telescopios en órbita, penetramos en la profundidad del espacio a través de su mirada y atisbamos tanto exoplanetas como pistas sobre el origen del universo. Encontramos evidencia de una física que nos falta: materia y energía oscuras, que pueblan cada rincón del universo. Fuimos testigos de nuevos virus que se dispersaron entre nosotros, los entendimos mejor, aprendimos a enfrentar sus consecuencias. Penetramos dentro de la mente humana en funcionamiento mediante nuevas técnicas de imagenología médica. Pudimos ver qué pasa en nuestro cerebro al escuchar música de los Rolling y al completarla con la imaginación cuando se detiene por un momento. En estas décadas tomamos conciencia de nuestro impacto sobre el clima y los ecosistemas de nuestro planeta. Y, a pesar de todos los cambios, seguimos escuchando a bandas como los Rolling Stones, que nos siguen diciendo cosas relevantes desde el escenario. Su último trabajo, Blue & Lonesome, ha sido un regreso a sus raíces. Han atravesado el mar encabritado de la historia con idas y vueltas, experimentos ocasionales, pero fieles a un modo de presentarse en público y a un estilo musical. Tal vez esto sea otra evidencia de que hay más eternidad en el arte que en la ciencia. Como decía la versión ficcional de Omar Jayyam en la novela Samarcanda del escritor Amin Maalouf: ¿Qué quedará mañana de los escritos de los sabios? Solamente las críticas hacia aquellos que les han precedido. Se recuerda lo que destruyeron de la teoría de los otros, pero lo que desarrollan ellos mismos será indefectiblemente destruido, ridiculizado incluso, por aquellos que vengan después. Esta es la ley de la ciencia; la poesía no conoce semejante ley, no niega jamás aquello que la ha precedido y lo que la sigue jamás la niega, atraviesa los siglos con toda tranquilidad. Por eso escribo mis ruba’iyyat. ¿Sabes lo que me fascina de las ciencias? Que encuentro en ellas la suprema poesía: con las matemáticas, el vértigo embriagador de los números; con la astronomía, el enigmático susurro del universo. Pero ¡por favor, que no me hablen de la verdad! En la ciencia también puede haber algo eterno, como los Rolling Stones. Como nos advierte Maalouf, no es el conocimiento lo eterno, no es la retórica específica de una época. Lo eterno en la ciencia es la aventura, la búsqueda. Borges decía: “Pienso que hay eternidad en la belleza; y esto, por supuesto, es lo que Keats tenía en mente cuando escribió A thing of beauty is a joy forever [Lo bello es gozo para siempre]”. Y la aventura es bella, como también lo es la hipnótica llama que nos protege e invita a explorar la oscuridad. Aquella oscuridad que poblaba las noches de nuestros ancestros y que a lo largo del tiempo cambia de lugar, pero nunca desaparece. Como nos enseñan los Rolling Stones a través de su ejemplo, esa oscuridad, esas zonas desconocidas y ancestrales, siguen siendo parte de nosotros mismos. Una oscuridad que podemos enfrentar con la antorcha de un método y que unos jóvenes ingleses pudieron mirar a los ojos. Y allí está la ciencia que creció en una sociedad animada por esta música de blues. Esa ciencia es más protectora pero también más peligrosa que nunca, y como aquella que inspiró a Byron, camina en la belleza como la noche. Tal vez llegó el momento de que se enciendan las luces: ¡con ustedes, los Rolling Stones! [45] Robert Graves (1895-1985) fue un escritor británico, autor de novelas históricas como Yo, Claudio, y célebres estudios sobre mitologías clásicas (Los mitos griegos, Los mitos hebreos, La diosa blanca). Bibliografía comentada Stephen Davis, Rolling Stones. Los viejos dioses nunca mueren, Barcelona, Swing, 2006. Un recorrido por la historia de la banda que llega hasta el momento de la gira A Bigger Band Tour, en 2005. Muchas de las historias que comentamos están detalladas allí. Un libro de lectura agradable que comienza con el poema “Outlaws” [Proscritos] de Robert Graves: “Viejos dioses que nunca mueren, malignos, / demacrados por las deudas pendientes: / incienso y fuego, sal, sangre y vino / y una musa con tambor”, ese detalle basta para querer darle una oportunidad. Keith Richards, Vida, Barcelona, Global Rhythm Press, 2013. La vida del “riff humano” contada por el propio Keith. Se siente como un viaje desenfadado y muy íntimo junto al miembro fundador y aún vigente de la gran banda. Muy disfrutable. Varias anécdotas y citas de este libro se tomaron de allí. Philip Norman, Mick Jagger, Barcelona, Anagrama, 2014. Una biografía rigurosa y bastante crítica. Para quienes quieran saber más de la vida del vocalista de los Stones. Jean-Didier Vincent, Biología del diablo, Santiago, Dolmen, 1997. Una obra única comenzando por su título. Ideal como herramienta conceptual para pensar científicamente acerca de la cultura rock del desenfreno, el deseo y las pulsiones más atrayentes. Un libro de ciencia digno de los Stones, aunque no trate directamente sobre ellos. Clifford Pickover, Aliens, la ciencia extraterrestre, Barcelona, Robinbook, 2009. tras la vida No se dejen confundir por la tapa (al menos, por la de la edición que aquí citamos): no es un libro sobre pseudociencia y ni sobre avistamientos de ovnis, sino una obra escrita por un muy buen comunicador de la ciencia. Combina el estímulo y la fantasía de los mundos de ciencia ficción con mucha información científica sobre distintas disciplinas que reflexionan sobre la posibilidad de vida en otros lugares del universo. Un complemento ideal para nuestro capítulo “A 2000 años luz de casa”. Carlos Trillo y Enrique Breccia, El Peregrino de las estrellas, Buenos Aires, Doedytores, 2008. Un bellísimo cómic sobre vagabundos espaciales (Rolling Stones, ragged company o como quieran llamarlos) con toda la profundidad en imagen e historia que caracteriza a sus autores. Inspiración para la armónica de Jagger y otros detalles del viaje que realizamos en el capítulo “A 2000 años luz de casa”. Philip Ball, El instinto musical. Escuchar, pensar y vivir la música, Madrid, Turner, 2010. Una de las mejores propuestas sobre la relación de la música con la ciencia. No es un libro de lectura sencilla, requiere atención y tiempo, pero se aprende de ciencia y de música. A medio camino entre lo técnico y la divulgación, es el tipo de lectura que suelo preferir para acercarme a un tema nuevo. Acerca del autor Ernesto Blanco [email protected] Nació el 29 de mayo de 1971 en la ciudad de Montevideo, Uruguay. De niño leía cómics, y le gustaban la ciencia ficción y las historias sobre dinosaurios y animales salvajes. De adolescente se entusiasmó con las matemáticas, la física y también con la música. Hizo una maestría en física de partículas y luego un doctorado en temas de biomecánica en la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar ), donde actualmente trabaja como docente, investigador y divulgador científico. Aplicó la física al estudio de animales prehistóricos analizando los cantos infrasónicos de los perezosos gigantes, el combate de los gliptodontes, la mordida del roedor más grande de todos los tiempos (Josephoartigasia monesi ), la evolución de los dientes de sable y la posibilidad de que los grandes dinosaurios carnívoros (como el Tyrannosaurus rex) usaran una forma de camuflaje sísmico de sus movimientos, entre otras cosas. Ha escrito sobre temas de ciencia para varios medios de prensa de Uruguay. Fue conductor y coguionista de dos temporadas de Superhéroes de la física y de dos temporadas de Paleodetectives, programas emitidos por Televisión Nacional de Uruguay (2011, 2013, 2015 y 2017) y disponibles en YouTube. Es autor de Los Beatles y la ciencia, publicado en esta misma colección en 2015 y ganador del Premio a las Letras 2017 otorgado por el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay en la categoría Ensayo de Investigación y Divulgación Científica. Ha llevado adelante el proyecto de divulgación “Beatlemanía Científica” en el que se ilustran conceptos de la ciencia mediante la interpretación en vivo de canciones. En los últimos años ha comenzado a incorporar temas de los Rolling Stones a esos espectáculos.