Medicina Editado por Ruth A. Lanius • Eric Vermetten • Clare Pain Traducido por Laia Segura Martínez EL TRAUMA EN LA INFANCIA: IMPACTO SOBRE LA SALUD Y LA ENFERMEDAD La epidemia oculta Las experiencias adversas en la infancia (EAI) y su relación con la enfermedad, el trastorno psiquiátrico y la conducta sexual en la edad adulta: implicaciones para el cuidado de la salud. Vincent J. Felitti y Robert F. Anda “En mi principio está mi fin”. T. S. Eliot, Cuatro cuartetos [1] Introducción Un número creciente de investigadores biomédicos admite que los eventos vividos en la infancia (especialmente los abusos y el trauma emocional) tienen efectos profundos y duraderos en los sistemas neuromoduladores que, en el tránsito hacia la vida adulta, se encargan de mediar en la conducta y la patología clínica. En la actualidad, tratamos de descifrar las conexiones que se establecen entre el trauma emocional en la infancia y su manifestación patológica en la edad adulta. Paralelamente, la neurociencia ha empezado a describir los cambios que suceden a nivel molecular como consecuencia de eventos remotos. Habitualmente, se atribuye a Freud el punto de inflexión en la comprensión moderna del papel del trauma en la patología médica y psiquiátrica. Freud estudió pacientes del neurólogo francés Charcot y atribuyó sus conductas atípicas a la presencia de antecedentes traumáticos, en lugar de hacerlo a la existencia de una patología biomédica subyacente [2]. Los escritos de Freud y Breuer, así como los de Janet desafiaron una concepción ancestral que entendía la patología mental y la enfermedad idiopática como el resultado de una intervención divina o posesión demoníaca, concepción que no contemplaba la existencia de un vínculo estrecho con los antecedentes de abuso sexual [2]. El presente capítulo examina la relación entre el estrés traumático en la infancia y las principales causas de morbilidad, mortalidad e incapacidad en los Estados Unidos: enfermedad cardiovascular, enfermedad pulmonar crónica, hepatopatía crónica, depresión y otras formas de patología mental, obesidad, tabaquismo, alcoholismo y drogodependencia. Para ello expondremos nuestra experiencia en el estudio sobre Experiencias Adversas en la Infancia (Adverse Childhood Experiences Study), una investigación epidemiológica americana de referencia que contó con una muestra de más de 17.000 sujetos y que ofrece un análisis retrospectivo y prospectivo entorno al efecto de las experiencias traumáticas (acontecidas antes de los 18 años de edad) sobre la enfermedad, el trastorno psiquiátrico, la conducta sexual, el gasto sanitario y la esperanza de vida en adolescentes y adultos [3]. El estudio sobre Experiencias Adversas en la Infancia (de ahora en adelante, estudio EAI) es el resultado de reiteradas observaciones, contrarias a lo que cabría esperar, obtenidas en el transcurso de un programa de adelgazamiento basado en la técnica del ayuno sustentado, que permite una reducción de peso aproximada de 135 kg en un año sin recurrir a la cirugía. Inesperadamente, el programa de adelgazamiento mostró una elevada tasa de abandono, que casi exclusivamente se circunscribía a los pacientes que lograban perder peso con éxito. Se exploraron las razones subyacentes a la elevada prevalencia de individuos que eludían sus logros sin motivo aparente. A posteriori tuvimos que admitir la idea de que, con frecuencia, la pérdida de peso representaba una amenaza física o sexual y que algunos de los problemas más complejos de tratar en materia de salud pública, como la obesidad, también son conductas compensatorias inconscientes o transitoriamente conscientes, que actúan a modo de solución para aquellos problemas que se remontan a los primeros años de vida pero que han quedado ocultos por el tiempo, la vergüenza, el secretismo y los tabús que obstaculizan el acceso a ciertas áreas de la experiencia vital. Descubrimos que las experiencias de vida traumáticas durante la infancia y la adolescencia eran mucho más comunes de lo que se creía, que se interrelacionaban de un modo muy complejo y que décadas después se asociaban estrecha y proporcionalmente a unos resultados que repercuten en la práctica clínica, en la salud pública y en el tejido social de una nación. En el contexto de la práctica clínica cotidiana llegamos a la conclusión de que las experiencias acumuladas durante la infancia no se desvanecen por completo y que al igual que ocurre con la huella de un niño sobre cemento fresco, con frecuencia permanecen de por vida. Los hallazgos obtenidos en el estudio EAI han proporcionado una inestimable ayuda para comprender de qué manera nos convertimos en lo que somos como individuos y como nación. Estos descubrimientos son relevantes en términos médicos, sociales y económicos. Es más, nos han dado motivos para reconsiderar la estructura de los servicios y prácticas médicas, sociales y de salud pública tanto en América como en otros países. El estudio sobre Experiencias Adversas en la Infancia: visión general y marco de aplicación. El estudio EAI se llevó a cabo en San Diego, en el Departamento de Medicina Preventiva de Kaiser Permanente con la colaboración de los Centros de Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos (CPCE). Este departamento en concreto proporcionó un escenario idóneo para dicha colaboración, ya que durante años se han realizado en él evaluaciones biomédicas, psicológicas y sociales (biopsicosociales) exhaustivas en la población adulta adscrita al Plan de Salud de Kaiser (50.000 pacientes al año). Los CPCE aportaron el conjunto de habilidades y competencias que se requieren para el diseño del estudio, el tratamiento masivo de datos y la interpretación significativa de las observaciones clínicas. Los pacientes del Plan de Salud de Kaiser son norteamericanos de clase media; todos ellos han contratado seguros de salud de calidad. En un periodo de 4 años, el 81% de los asegurados de edad adulta de San Diego decidieron someterse a una evaluación médica integral. A un grupo de 26.000 adultos consecutivos que acudieron al departamento se les preguntó si colaborarían con nosotros para averiguar de qué modo los eventos en la infancia podían afectar al estado de salud en la edad adulta. La mayoría manifestó su conformidad y tras excluir a varios candidatos con datos incompletos o participación duplicada, la cohorte del estudio EAI finalmente contó con más de 17.000 sujetos. La investigación se llevó a cabo en dos tandas, para hacer posible una corrección en el punto medio. El 80% de los participantes eran caucásicos (incluyendo a los de origen hispano), el 10% afroamericanos y el 10% asiáticos. El 74% contaba con estudios superiores. La edad promedio era de 57 años. Prácticamente la mitad eran varones y la otra mitad mujeres. Se trataba de un grupo representativo de clase media de la séptima ciudad más grande de los Estados Unidos. No era un grupo atípico o inusual en consulta. Este es un aspecto a tener en cuenta a la hora plantear los problemas que conllevaría trasladar los hallazgos del estudio EAI a la práctica. En la primera tanda se evaluaron ocho categorías de Experiencias Adversas en la Infancia (EAI); en la segunda tanda se añadieron dos categorías de abandono. Estas categorías fueron seleccionadas empíricamente en virtud de su elevada prevalencia en el programa de adelgazamiento (que en la población general de clase media se mostró inesperadamente elevada). Se asignó a cada individuo una puntuación en EAI, que resultó de la suma de categorías de experiencias adversas acaecidas durante los primeros 18 años de vida. La puntuación en EAI no equivale al número de incidentes experimentados en una misma categoría. El sistema de puntuación es simple: la ocurrencia durante la infancia o adolescencia de una categoría cualquiera de experiencia adversa se computa con un punto. La presencia de múltiples incidentes dentro de una misma categoría no implica puntuación adicional alguna. Así, un individuo alcohólico de una misma familia que además consuma drogas recibe la misma puntuación que un individuo que únicamente sea alcohólico; el acoso sexual múltiple recibido por múltiples acosadores se puntúa con un punto. Así pues, los valores de la puntuación EAI oscilan entre 0 y 8, o 0 y 10 según procedan los datos de la primera o de la segunda tanda. Las especificidades que subyacen a cada una de las categorías se detallan en el artículo original [3]. Sólo un tercio de la población de clase media evaluada presentaba una puntuación EAI de 0 puntos. De presentar un valor de 1 en alguna de las categorías, la probabilidad de haber experimentado al menos una categoría adicional era del 87%. Uno de cada seis sujetos presentaba una puntuación EAI de 4 o más puntos y uno de cada nueve puntuaba 5 o más. En consecuencia, se espera que cualquier médico reciba a diario en su consulta varios pacientes con una puntuación en EAI elevada. Con frecuencia, acostumbran a ser los pacientes más complicados de la jornada. Las mujeres tienen un 50% más de probabilidad que los varones de haber experimentado cinco o más categorías de experiencias adversas en la infancia. Creemos que aquí se encuentra la clave de lo que en epidemiología convencional se suele considerar una tendencia natural de las mujeres a padecer problemas de salud inespecíficos como la fibromialgia, el síndrome de fatiga crónica, la obesidad, el síndrome de colon irritable y síndromes dolorosos crónicos no malignos. A la luz de estos descubrimientos, ahora los concebimos como constructos médicos, como artefactos que resultan de la ceguera clínica en cuanto a las realidades sociales y a la ignorancia del impacto de género. Las categorías EAI resultaron ser equiparables entre sí en cuanto a su nivel de impacto; una puntuación de 4 englobaría indistintamente 4 categorías, cualesquiera que fueran. Las categorías no ocurren al azar; el número de sujetos con puntuaciones en EAI elevadas es marcadamente superior que si las categorías suceden independientemente las unas de las otras [4]. A continuación exponemos las 10 categorías de referencia experimentadas durante la infancia o la adolescencia. Entre paréntesis indicamos su prevalencia: Maltrato: - Emocional: amenazas reiteradas, humillación (11%). - Físico: palizas (28%). - Abuso sexual con contacto físico: (28% mujeres, 16% varones; 22% en total). Hogar disfuncional: - Madre víctima de violencia (13%). - Miembro de la unidad familiar alcohólico o drogodependiente (27%). - Miembro de la unidad familiar convicto (6%). - Miembro de la unidad familiar con depresión crónica, tendencias suicidas, patología mental o ingresado en un psiquiátrico (17%). - Desarrollo en ausencia de alguno de los progenitores biológicos (23%). Abandono: - Físico (10%). - Emocional (15%). La esencia del estudio EAI ha consistido en relacionar retrospectivamente, alrededor de medio siglo después del suceso, el estado de salud y bienestar actual de un sujeto con los eventos adversos en la infancia (puntuación EAI) y en evaluar prospectivamente la cohorte a fin de comparar la puntuación EAI con las visitas al médico, las visitas al servicio de emergencias, la hospitalización, el gasto farmacéutico y la mortalidad. Recientemente el estudio ha rebasado la marca de los 14 años en el brazo prospectivo. Resultados Mediante una muestra de los hallazgos realizados en el estudio EAI, esta sección ilustra la relación duradera, proporcional y a menudo intensa que se establece entre las experiencias adversas en la infancia y algunas categorías destacables vinculadas al estado emocional, los riesgos para la salud, la carga de la enfermedad, la conducta sexual, la incapacidad y el gasto sanitario décadas después. Trastornos psiquiátricos La relación entre la puntuación EAI y la depresión crónica referida por el propio paciente se ilustra en la Fig. 8.1a [5]. En caso de que la percepción subjetiva de depresión crónica no se considerase suficientemente fiable, cabe mencionar que existe una relación similar aunque más estrecha aún entre la puntuación EAI y posteriores tentativas de suicidio, tal como se desprende de la progresión exponencial que aparece en la Fig. 8.1b [6]. Se observa de nuevo una relación proporcional entre la puntuación EAI y la depresión si se analizan las tasas de prescripción de fármacos antidepresivos tras un seguimiento prospectivo de 10 años y transcurridos alrededor de 50-60 años desde la ocurrencia de las experiencias traumáticas en la infancia (Fig. 8.1c) [7]. Podría parecer que la depresión, apenas reconocida en la práctica clínica, es en realidad común y a menudo se encuentra profundamente arraigada a las primeras etapas del desarrollo. Fig. 8.1. Trastornos psiquiátricos. Relación entre puntuación EAI y depresión crónica (a), tentativa de suicidio (b), tasa de prescripción de fármacos antidepresivos aproximadamente 50 años después (c), alucinaciones (* ajustado por edad, género, raza y nivel académico) (d) y deterioro del recuerdo sobre la infancia (e). El análisis del riesgo atribuible poblacional (es decir, aquella porción de un problema en la población general cuya prevalencia es atribuible a factores de riesgo específicos) muestra que el 54% de la depresión hoy en día y que el 58% de las tentativas de suicidio en mujeres son atribuibles a experiencias adversas en la infancia. Al margen de los factores que finalmente puedan desencadenar el suicidio, las experiencias en la infancia no pueden dejarse fuera de la ecuación. Seeman et al. [8] han descrito este concepto general de carga vital acumulativa como carga alostática. Una relación similar es la que se establece entre la puntuación EAI y la presencia de alucinaciones, ilustrada en la Fig. 8.1d. Para puntuaciones EAI iguales o superiores a 7 se podría pensar que los sujetos consumen drogas y alcohol para modular sus emociones y que esto sería la causa de las alucinaciones. Sin embargo sigue existiendo la misma relación una vez corregidos los resultados para el consumo de drogas y alcohol [9]. Puede que la Fig. 8.2 resulte de especial interés para aquellos facultativos que traten somatizaciones o trastornos sin una etiología médica clara, así como para aquellos que teman enfrentarse a un paciente de estas características. Esta figura ilustra un aspecto que observamos en el programa de adelgazamiento: aquello que es visible, el problema que llega a consulta, con frecuencia no es más que el indicador del problema real, que permanece enterrado en el tiempo, oculto por la vergüenza del paciente, el secretismo y en ocasiones la amnesia (incluso por la incomodidad del propio clínico). La amnesia, considerada a menudo un recurso dramatúrgico de las películas hollywoodienses de los años 40, está más viva que nunca en la práctica clínica cotidiana, aunque en ocasiones pase desapercibida. En el programa de adelgazamiento el 12% de los participantes presentaba una amnesia parcial o incluso total que se restringía a un periodo muy concreto de sus vidas, normalmente aquel que comprendía los años inmediatamente anteriores al momento en que empezaron a ganar peso. En el estudio EAI se detectó una relación clara entre la puntuación EAI y la afectación del recuerdo de la infancia, y entendemos que este fenómeno pone de manifiesto una respuesta disociativa al trauma emocional (Fig. 8.1e) [10]. Fig. 8.2. Relación entre la probabilidad de haber sufrido abusos sexuales en la infancia y el número de síntomas idiopáticos en la edad adulta. En resumen, no hay duda de que las experiencias adversas en la infancia tienen consecuencias intensas, proporcionales y duraderas en el estado emocional, independientemente de que las variables evaluadas sean la depresión, las tentativas de suicidio, los mecanismos de defensa inconscientes (como la somatización o la disociación) o los intentos de autoayuda que equivocadamente sólo se tratan como riesgos para la salud a largo plazo. Puede que esto último ocurra porque nosotros, los facultativos, no nos sintamos cómodos admitiendo los beneficios manifiestos que estos “riesgos para la salud” proporcionan a corto plazo al paciente que se enfrenta con un trauma enterrado. Riesgos para la salud Hoy en día, los riesgos para la salud más comunes son el tabaquismo, el alcoholismo, el consumo de drogas ilegales, la obesidad y la promiscuidad sexual elevada. Aunque se sabe que todos ellos son perjudiciales para la salud, lo cierto es que es muy difícil abandonar estos hábitos. La lógica convencional no es precisamente útil para comprender esta aparente paradoja. Se cree que nos es frecuente encontrar fuerzas opuestas en los sistemas biológicos, motivo por el cual apenas se contempla la posibilidad de que muchos de los riesgos para la salud a largo plazo puedan representar también un beneficio personal a corto plazo. A modo de ejemplo, los indios americanos ya conocían los beneficios psicoactivos de la nicotina, siglos antes de que se reconocieran sus riesgos: fumaban la pipa de la paz. Reiteradamente oímos de boca de nuestros propios pacientes los beneficios de estos “riesgos”. De hecho, en el acervo común encontramos expresiones que sugieren su existencia: “ve a fumarte un cigarrillo y relájate”; “Siéntate y come algo. Te sentirás mejor”; o necesitar un “chute” cuando nos referimos al consumo de drogas por vía intravenosa. Y a la inversa, la expresión “consumo de drogas” permite disimular la funcionalidad a corto plazo de dicha conducta. Conviene mencionar que el demonizado “cristal”, una droga ilegal, no es sino el componente que se introdujo en su forma pura y en una dosis segura en 1940 como primer antidepresivo de prescripción en los Estados Unidos: la metanfetamina. En el estudio EAI se detectaron relaciones estrechas y proporcionales entre la puntuación EAI y la utilización de diversas sustancias y conductas psicoactivas. La expresión “es difícil tener suficiente de algo que casi funciona” nos da una idea de ello. En esta sección se ilustran tres categorías habituales de lo que se entiende por adicción (uso inconsciente y compulsivo de agentes psicoactivos). El tabaquismo activo (Fig. 8.3a) [11, 12], el alcoholismo (Fig. 8.3b) [3, 5, 13] y el consumo de droga por vía intravenosa referidos por el sujeto (Fig. 8.3c) [14] se hallan estrecha y proporcionalmente relacionados con las Fig. 8.3. Riesgos para la salud. Relación en adultos entre puntuación EAI y tabaquismo (a), alcoholismo (b), consumo de drogas por vía intravenosa (c) e indicadores de afectación del rendimiento laboral (c). diversas categorías específicas de EAI. Adicionalmente, un rendimiento laboral deteriorado también correlaciona con la puntuación EAI (Fig. 8.3d) [15]. La relación entre el consumo de droga por vía intravenosa y la puntuación EAI es particularmente destacable, puesto que la probabilidad de que los niños varones con una puntuación EAI de 6 o más puntos se conviertan en consumidores de droga inyectada se multiplica por 46, en comparación con los niños varones con una puntuación EAI de 0. Así, la probabilidad pasa de concebirse en términos de progresión aritmética a términos de progresión exponencial. Las relaciones de esta magnitud son infrecuentes en epidemiología. Esto, junto con la información relacionada, sugiere que la causa primaria de la adicción depende predominantemente de las experiencias durante la infancia y no de la sustancia en sí. Este desafío para el enfoque tradicional de la etiología de las adicciones conlleva implicaciones significativas en la práctica médica y los programas de tratamiento [16]. Conducta sexual El embarazo en la adolescencia y la promiscuidad se emplearon como variables de la conducta sexual. La puntuación EAI muestra una relación proporcional con estas variables (Fig. 8.4). Fig. 8.4. Conducta sexual. Relación entre la puntuación EAI y la conducta sexual adolescente (a) y la promiscuidad (probabilidad de tener > 50 parejas sexuales) (b). Lo mismo sucede con el aborto espontáneo, que da cuenta de la complejidad de la relación que se establece entre la experiencia psicosocial en edades tempranas y lo que habitualmente se consideran meras consecuencias biomédicas [7]. Patología médica El estudio EAI reveló que la patología biomédica en adultos guardaba una relación significativa con las experiencias adversas en la infancia. La idea de que la experiencia de vida puede traducirse en una patología orgánica con el paso de los años supone un cambio profundo respecto a la era en que las enfermedades infecciosas como la fiebre reumática y la polio o las carencias nutricionales como la pelagra, nos venían a la mente como principales vínculos clínicos entre los eventos ocurridos en la infancia y la patología en la edad adulta. A pesar de este cambio en nuestra comprensión de la etiología de las consecuencias biomédicas, no hemos hallado evidencia alguna de que se haya producido un cambio en la frecuencia de las EAI en diversas cohortes de edad dentro del período que comprende el siglo veinte [18]. Fig. 8.5. Patología médica. Relación entre puntuación EAI y prevalencia de hepatopatía (hepatitis/ ictericia) (a) y enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) (b). Las relaciones que se establecen entre la puntuación EAI y la presencia de hepatopatía (Fig. 8.5a) [19], enfermedad pulmonar obstructiva crónica (Fig. 8.5b) [20], cardiopatía isquémica [21] y enfermedad autoinmune [22] ejemplifican el vínculo que existe entre la experiencia en la infancia y la patología médica en la edad adulta. Los datos relativos a la arteriosclerosis coronaria muestran el efecto de la puntuación EAI en ausencia de factores de riesgo convencionales (como la hiperlipidemia o el tabaquismo) o tras haberlos corregido para la cardiopatía isquémica. La probabilidad de padecer una cardiopatía se incrementó en todas las categorías de puntuación EAI: Maltrato emocional 1,7x Maltrato físico 1,5x Abuso sexual 1,4x Violencia doméstica 1,4x Abuso de sustancias 1,3x Patología mental 1,4x Delincuente en el núcleo familiar 1,7x Abandono emocional 1,3x Abandono físico 1,4x Inicialmente, algunas de las relaciones que se establecen entre las experiencias en la infancia y la presencia de ulteriores patologías biomédicas pueden parecer obvias, como lo sería asumir que la enfermedad pulmonar obstructiva crónica y la arteriosclerosis coronaria son sencillamente las consecuencias esperables del consumo cigarrillos. En este caso, sería razonable pensar que la relación global entre las experiencias adversas en la infancia y la patología médica posterior radica en la idea de que una vivencia estresante en edades tempranas lleva a desarrollar conductas de afrontamiento como el acto de fumar, que a su vez se convierte en el mecanismo de deterioro orgánico. Aunque esta hipótesis es cierta, está incompleta; la situación real es mucho más compleja. Por ejemplo, en el análisis que publicamos en Circulation [21], descubrimos que existía una íntima relación entre la puntuación EAI y la cardiopatía isquémica, una vez corregidos todos los factores de riesgo asociados como el tabaquismo o el colesterol entre otros. Esto sugiere que las experiencias adversas en la infancia se relacionan con la presencia de patologías en la edad adulta mediante dos mecanismos etiológicos básicos: Los factores de riesgo convencionales: en realidad son conatos de autoayuda en que se recurre a agentes como la nicotina, cuyos múltiples beneficios psicoactivos ya han sido documentados, al igual que sus riesgos cardiovasculares. Los efectos del estrés crónico: mediados por los mecanismos de hipercortisolemia crónica, citoquinas proinflamatorias (y otras respuestas orgánicas al estrés que tienen lugar en el sujeto en proceso de desarrollo), la desregulación de la respuesta al estrés y mecanismos patofisiológicos aún por descubrir. En estas observaciones tropezamos con una paradoja implícita en cuanto a salud pública. Podemos ver que ciertos problemas corrientes en salud pública, a pesar de ser a menudo soluciones intentadas inconscientes a los principales problemas de la vida, se originan en las primeras etapas del desarrollo. Aunque para algunos pueda parecer perturbadora, la idea de que el problema es la solución concuerda con el hecho de que habitualmente las fuerzas opuestas coexisten en los sistemas biológicos. Comprender que es difícil abandonar un hábito que casi funciona, especialmente a instancias de individuos bienintencionados que desconocen lo que ha sucedido en el pasado, pone sobre la mesa una nueva forma de comprender el fracaso terapéutico en los programas de tratamiento de adicciones, en los que normalmente se aborda la solución intentada en lugar del problema principal. facultativos que hayan podido observar cómo los pacientes hiperfrecuentadores a menudo carecen de un diagnóstico unificado. Más bien presentan multiplicidad de síntomas: experimentan dolencias pero no una patología definida. Kirkengen ha abordado en profundidad la naturaleza, los orígenes y la yatrogénesis (a menudo involuntaria) de este fenómeno en el libro Inscribed Bodies (cuerpos grabados) [23]. James Heckman, galardonado en el año 2.000 con el Premio Nobel en Economía, es consciente de la magnitud de las consecuencias económicas y sociales de los efectos a largo plazo de las EAI y ha escrito sobre la materia. Gasto sanitario En el punto correspondiente al decimocuarto año del brazo prospectivo del estudio EAI, apenas hemos iniciado el análisis de los datos farmacéuticos. Dado el promedio de edad de la cohorte, en la actualidad se está estudiando el uso de fármacos prescritos transcurridos de 50 a 60 años del suceso. A nivel nacional, el gasto farmacéutico constituye una porción cada vez más significativa del gasto sanitario en los Estados Unidos. En la Fig. 8.1c mostramos la relación entre la puntuación EAI y la tasa de prescripción de fármacos antidepresivos. La Fig. 8.6 ilustra la relación entre las experiencias adversas en la infancia y el uso de fármacos ansiolíticos y antipsicóticos décadas después [5]. El estudio de la relación entre puntuación EAI y número de visitas a la consulta médica, al servicio de emergencias, hospitalización y mortalidad se encuentra en curso. Las consecuencias económicas de los resultados que muestra la Fig. 8.2 resultarán obvias para los Fig. 8.6. Gasto sanitario. Tasa de recetas expedidas de fármacos antipsicóticos (a) y ansiolíticos (b). Fig. 8.7. Los individuos más longevos en el estudio EAI tienen mayor probabilidad de presentar puntuaciones EAI bajas (hipótesis nula). Esperanza de vida Puesto que se ha demostrado que la puntuación EAI está estrechamente relacionada con los factores de riesgo primero y con la patología en segundo término, sería razonable esperar que dicha relación se mantuviese en cuanto a la consecuencia extrema de la enfermedad: la mortalidad prematura. La Figura 8.7 muestra que los individuos más longevos del estudio EAI tienen mayor probabilidad de presentar puntuaciones EAI bajas (0) y una probabilidad sustancialmente menor de presentar puntuaciones EAI más elevadas (2 o 4). Una explicación para estos resultados sería que los sujetos con puntuaciones EAI más elevadas mueren siendo más jóvenes; así, los individuos de edad más avanzada tenderían a presentar puntuaciones EAI más bajas ya que otros sujetos en su cohorte generacional tendrían menor probabilidad de sobrevivir y de ser incluidos en el estudio. Sería razonable cuestionar esta idea de deterioro selectivo formulando la hipótesis de que nuestros pacientes se sintieron tan avergonzados por sus cada vez mayores puntuaciones EAI que en consecuencia optaron por eludir la atención médica necesaria. Sin embargo, los hallazgos no sostienen esta hipótesis. Hace años contamos durante 6 meses con la presencia in situ de un psiquiatra con formación en psicoanálisis, que entrevistó a pacientes seleccionados con puntuaciones EAI elevadas inmediatamente después de un evaluación médica exhaustiva y no después de ser derivados al servicio de psiquiatría. El cuestionario anónimo, que fue devuelto por el 81% de los pacientes visitados por el profesional, dejó patente que su entrevista (de aproximadamente una hora de duración) fue abrumadoramente interpretada por los participantes como muy deseable y valorada. Hablar de los secretos más íntimos con una persona experimentada, sentirse comprendido y salir de consulta con la sensación de ser aceptado como ser humano, a pesar de lo ocurrido, parece ser extraordinariamente importante y beneficioso, similar quizá al papel que juega la confesión en la Iglesia Católica, una técnica cuya subsistencia durante cerca de dos milenios sugiere que pudiera proporcionar un beneficio funcional para quienes recurren a ella. En la marca correspondiente al decimocuarto año, hemos iniciado una evaluación de las tasas de mortalidad en sujetos adultos, habida cuenta de la relación que podría establecerse con las experiencias adversas en la infancia. De acuerdo con la aproximación que defendemos, el análisis de los resultados obtenidos en la fase prospectiva del estudio confirma la sospecha que se esboza más arriba, tras descubrir que los individuos con una puntuación EAI igual o mayor que 6 presentaban una esperanza de vida prácticamente dos décadas más corta que la observada en sujetos con una puntuación EAI igual a 0. Por lo demás, presentaban características similares [25]. Estos resultados sostienen la hipótesis de que, con la edad, el descenso en las puntuaciones EAI podría explicarse por la influencia de las experiencias adversas en la infancia sobre la mortalidad prematura. Implicaciones para el cuidado de la salud Hemos realizado un limitado pero instructivo intento de integración en la práctica clínica de los hallazgos obtenidos en el estudio EAI. En el Departamento de Medicina Preventiva de Kaiser Permanente en San Diego, hemos aplicado los aprendizajes adquiridos con el fin de perfeccionar nuestra mecánica de Revisión de Sistemas y el cuestionario de Historia Pasada. De forma rutinaria se formularon preguntas de recientemente descubierta relevancia a cerca de 440.000 pacientes, a los que se sometió a una evaluación médica exhaustiva. A continuación les ofrecemos una muestra: ¿Ha sido soldado de combate? ¿Ha vivido en un territorio en guerra? ¿Ha sufrido abusos sexuales en la infancia? ¿Ha sufrido acoso sexual en la infancia o la adolescencia? ¿Ha sido violado/a? ¿Qué miembro de su familia ha sido asesinado? ¿Qué miembro de su familia ha sufrido una crisis nerviosa? ¿Qué miembro de su familia se ha suicidado? ¿Qué miembro de su familia ha sido alcohólico o drogodependiente? Los pacientes consintieron preguntas de esta índole en el contexto de un cuestionario médico diseñado a conciencia que podía completarse en casa. Los evaluadores han aprendido que la devolución más productiva para una respuesta de “Sí” es “Veo que usted ha… Cuénteme cómo le ha afectado esto en su vida”. Este cambio no ha supuesto una mera transición para el equipo de profesionales. Ha requerido un esfuerzo y una preparación considerables y gracias a ello se ha desarrollado de forma efectiva con resultados tangibles. Una organización independiente llevó a cabo un análisis con redes neuronales artificiales (un modelo matemático que permite la explotación de datos y el reconocimiento de patrones) de los datos de cerca de 100.000 evaluaciones de pacientes (realizadas en 2 años de trabajo) empleando el nuevo enfoque: una aproximación genuinamente psicosocial aplicada a una evaluación médica exhaustiva. Asombrosamente, se detectó una reducción del 35% en las visitas al médico en el año posterior a la evaluación en comparación con el año anterior. Además, en análisis reveló una reducción del 11% en las visitas al servicio de emergencias y una disminución del 3% en el número de hospitalizaciones. Inesperadamente, estos resultados diferían de forma radical de aquellos obtenidos al evaluar una muestra mucho más reducida de 700 pacientes, 20 años atrás, cuando aún se procedía con el método biomédico convencional. En ese caso se obtuvo una reducción del 11% en las visitas al médico en comparación con el año anterior, pese a una tasa de derivación del 14%. Por aquel entonces no se efectuó evaluación alguna de la cantidad de visitas al servicio de emergencias ni del número de hospitalizaciones. Observamos finalmente que la merma repentina en el número de visitas al médico y al servicio de emergencias se extinguía por completo en el segundo año después de la evaluación exhaustiva. Mientras la información biopsicosocial subyacente aparecía en los gráficos con la claridad de una impresión en láser, apenas se incorporaba en las visitas médicas sucesivas. Interpretar las bases de esa reducción en las visitas al consultorio no se contemplaba entre los objetivos del estudio EAI, pero la impresión de los facultativos que inicialmente evaluaron a los pacientes fue que dicha disminución apuntaba hacia el bienestar que genera sentirse comprendido al relatar los secretos más íntimos y sentir que aún se es aceptado como ser humano después de todo. La psicóloga suiza Alice Miller denominó este rol como “testigo iniciado” [26]. De ser replicables los resultados de este primer año (y creemos que deberían serlo), las implicaciones para la atención primaria sanitaria coinciden con las de un cambio de paradigma. A pesar de las espléndidas oportunidades que traen consigo, los cambios de paradigma ofrecen resistencia. El filósofo Eric Hoffer trata este problema en su libro The Ordeal of Change (La Prueba del Cambio) [27]. Jeffrey Masson lo hace en Assault on Truth (El Asalto a la Verdad) [28]. En su obra habla de la presión social a la que Freud fue sometido para que se retractase de la interpretación que había hecho de sus descubrimientos sobre las experiencias sexuales traumáticas en la infancia. Louise de Salvo apunta en Virginia Woolf [29] cómo los críticos literarios, casi de forma unánime, entraban en debates intelectuales sobre el estilo y técnicas literarias de Woolf para eludir así la cuestión del incesto en su obra. Los resultados del estudio EAI y sus implicaciones tienen grandes repercusiones en el tratamiento. Por este motivo, las dificultades para integrar esta información en la práctica clínica son desalentadoras. Sencillamente, nos resulta mucho más fácil abordar los síntomas que presenta el paciente en un momento dado que tratar de comprender lo que le sucede teniendo en cuenta la totalidad del contexto personal, en especial cuando ese contexto implica cuestiones de abuso en la infancia y vivencias en un hogar disfuncional. Recordemos que estas cuestiones a menudo permanecen amparadas por los tabús sociales que impiden la exploración de ciertas áreas de la experiencia humana. Aunque a largo plazo el enfoque que proponemos supondría un ahorro en tiempo y dinero, la mayoría de nosotros operamos a corto plazo y respondemos a fuerzas internas y externas plenamente legítimas. La naturaleza misma del material con el que trabajamos en el estudio EAI es lo que hace que muchos profesionales de la salud nos sintamos incómodos. ¿Por qué motivo se prestaría un médico o el responsable de un centro sanitario importante a abandonar la familiaridad de las patologías biomédicas tradicionales y adentrarse en un área de incertidumbre amenazante para la que nadie nos ha preparado? Como médicos, habitualmente centramos nuestra atención en las consecuencias terciarias, mientras que las causas primarias permanecen a resguardo del tiempo, los tabús y las convenciones sociales. A menudo, somos nosotros mismos nos los que nos hemos autolimitado a la parte más manejable del problema, aquella en la que somos doctos y en la que nos sentimos cómodos como meros prescriptores de medicación o expertos en tecnologías de última generación. En consecuencia, aunque el estudio EAI y las cerca de 50 publicaciones que se han divulgado han suscitado un notable interés en Europa y Norteamérica durante los últimos años, sus conclusiones y resultados apenas empiezan a traducirse en acciones clínicas o sociales significativas. Reflexionar sobre las razones de que ocurra esto es primordial si queremos convertir toda esta información en una valiosa oportunidad médica y social. Conclusiones La influencia de las experiencias vividas en la infancia (incluidos los episodios traumáticos que no acostumbran a confesarse) es tan potente como Freud y sus colegas defendían originariamente. Esta influencia se mantiene en el tiempo y en la actualidad, los investigadores en neurociencia trabajan para describir los mecanismos intermedios que se desarrollan a resultas de esos estresores pasados. Lamentablemente y a pesar de los hallazgos realizados, el modelo biopsicosocial y el modelo biomédico que impera en psiquiatría siguen enfrentados en lugar de beneficiarse de los nuevos descubrimientos para reforzarse mutuamente. Muchos de los problemas de salud pública más difíciles de tratar son el resultado de conductas compensatorias como la sobreingesta de alimentos o el consumo de tabaco, drogas o alcohol, que proporcionan un alivio parcial inmediato para los problemas emocionales derivados de experiencias traumáticas en la infancia. Generalmente no se reconoce el estrés crónico que generan estas experiencias; de ahí que éste tampoco se considere un mecanismo etiológico secundario. Las experiencias se diluyen en el tiempo y quedan encubiertas tras la vergüenza, el secretismo y los tabús sociales que obstaculizan la exploración de ciertas áreas de la experiencia humana. Los hallazgos realizados en el estudio EAI proporcionan unas bases sólidas para un nuevo paradigma en la práctica médica, los servicios sociales y los servicios de salud pública. Este modelo comenzaría por someter a una evaluación biopsicosocial exhaustiva a todos los pacientes desde el inicio de la asistencia sanitaria. En la práctica diaria de nuestro centro hemos demostrado que este enfoque es bien recibido por los pacientes, además de ser asequible y beneficioso en varios aspectos. Las ganancias potenciales son considerables, como también lo son las probabilidades de que facultativos e instituciones se muestren reticentes al cambio. La actualización de los beneficios que conllevaría este cambio de paradigma dependerá de que primero se identifiquen y se resuelvan las cuestiones que sostengan esta resistencia. Lo cierto es que lograr este reto requiere de una planificación mucho mayor de la que precisaría la introducción de un mero avance técnico o intelectual. No obstante, nuestra experiencia sugiere que se puede llevar a cabo. Referencias 1. Eliot, T. S. (1943). Four Quartets. Nueva York: Harcourt Brace, and World. 2. Breuer, J. & Freud, S. (1955). Studies on hysteria. En Strachey, J. (Ed.), The standard edition of the complete psychological works of Sigmund Freud, Vol. 2. Londres: Hogarth Press. 3. Felitti, V. J., Anda, R. F., Nordenberg, D. et al. (1998). The relationship of adult health status to childhood abuse and household dysfunction. American Journal of Preventive Medicine, 14, 245-258. 4. Dong, M., Anda, R. F., Felitti, V. J. et al. (2004). The interrelatedness of multiple forms of childhood abuse, neglect, and household dysfunction. Child Abuse and Neglect, 28, 771784. 5. Anda, R. F., Whitfield, C. L., Felitti, V. J. et al. (2002). Alcohol impaired parents and adverse childhood experiencies. The risk of depression and alcoholism during adulthood. Psychiatric Services, 53, 1001-1009. 6. Dube, S. R., Anda, R. F., Felitti, V. J. et al. (2001). Childhood abuse, household dysfunction and the risk of attempted suicide throughout the life span: Findings from the Adverse Childhood Experiences Study. Journal of the American Medical Association, 286, 3089-3096. 7. Anda, R. F., Brown, D. W., Felitti, V. J. et al. (2007). The relationship of adverse childhood experiences to rates of prescribed psychotropic medications in adulthood. American Journal of Preventive Medicine, 32, 389-394. 8. Seeman, T., McEwen, B., Rowe, J. & Singer, B. (2001). Allostatic load as a marker of cumulative biological risk. Proceeding of the National Academy of Sciences USA, 98, 47704775. 9. Whitfield, C. L., Dube, S. R., Felitti, V. J. & Anda, R. F. (2005). Adverse childhood experiences and subsequent hallucinations. Child Abuse and Neglect, 29, 797-810. 10. Anda, R. F., Felitti, V. J., Walker, J. et al. (2006). The enduring effects of abuse and related adverse experiences in childhood. A convergence of evidence from neurobiology and epidemiology. European Archives of Psychiatry and Clinical Neurosciences, 256, 174-186. 11. Anda, R. F., Croft, J. B., Felitti, V. J. et al. (1999). Adverse childhood experiences and smoking during adolescence and adulthood. Journal of the American Medical Association, 282, 1652-1658. 12. Edwards, V. J., Anda, R., F., Gu, D., Dube, S. R. & Felitti, V. J. (2007). Adverse childhood experiences and smoking persistence in adults with smoking-related symptoms and illness. Permanente Journal, 11, 5-13. 13. Dube, S. R., Miller, J. W., Brown, D. W. et al. (2006). Adverse childhood experiences and the association with ever using alcohol and iniating alcohol use during adolescence. Journal Adolescent Health, 38, 444. 14. Dube, S. R., Anda, R. F., Felitti, V. J., Chapman, D. P. & Giles, W. H. (2003). Childhood abuse, neglect, and household dysfunction and the risk of illicit drug use: The adverse childhood experiences study. Pediatrics, 111, 564-572. 15. Anda, R. F., Fleisher, V. I., Felitti, V. J. et al. (2004). Childhood abuse, household dysfunction, and indicators of impaired worker performance in adulthood. Permanente Journal, 8, 30-38. 16. Felitti, V. J. (2003). Ursprüge des Suchtverhaltens: Evidenzen au seiner Studie zu belastenden Kindheitserfahrungen. Praxis der Kinderpsychologie und Kinderpsychiatric, 52, 547-559. 17. Hillis, S. D., Anda, R. F., Dube, S. R. et al. (2004). The association between adolescent pregnancy, long-term psychosocial outcomes, and fetal death. Pediatrics, 113, 320-327. 18. Dube, S. R., Felitti, V. J., Dong, M., Giles, W. H. & Anda, R. F. (2003). The impact of adverse childhood experiences on health problems: Evidence from four birth cohorts dating back to 1900. Preventive Medicine, 37, 268-277. 19. Dong, M., Dube, S. R., Felitti, V. J., Giles, W. H. & Anda, R. F. (2003). Adverse childhood experiences and self-reported liver disease: New insight into a causal pathway. Archivez of Internal Medicine, 163, 1949-1956. 20. Anda, R. F., Brown, D. W., Dube, S. R. et al. (2010). Adverse childhood experiences and chronic obstructive pulmonary disease un adults. American Journal of Preventive Medicine, 34, 396-403. 21. Dong, M., Giles, W. H., Felitti, V. J. et al. (2004). Insights into causal pathways for ischemic heart disease: Adverse Childhood Experiences Study. Circulation, 110, 17611766. 22. Dube, S., Fairweather, D., Pearson, W. et al. (2009). Cumulative childhood stress and autoimmune diseases in adults. Psychosomatic Medicine, 71, 243-250. 23. Kirkengen, A. L. (2001). Inscribed bodies. Dordrecht: Kluwer Academic. 24. Heckman, J., Knudsen, E., Cameron, J. & Shonkoff, J. (2006). Economic, neurobiological, and behavioral perspectives on building America’s future workforce. Proceedings of the National Academy of Sciences USA, 103, 10155-10162. 25. Brown, D. W., Anda, R. A., Tiemeier, H. et al. (2009). Adverse childhood experiences and the risk of premature mortality. American Journal of Prventive Medicine, 37, 389-396. 26. Miller, A. (2006). The body never lies. Nueva York: Norton. 27. Hoffer, E. (1959). The ordeal of change. Nueva York: Harper and Row. 28. Masson, J. M. (1984). Assault on truth. Nueva York: Farrar, Straus, and Giroux. 29. De Salvo, L. (1989). Virginia Woolf: The impact of childhood sexual abuse on her life and work. Boston, MA: Beacon Press.