OCUPARSE DE LA INFANCIA. NUESTRA RESPONSABILIDAD COMO DOCENTES ADULTOS. Estamos viviendo épocas difíciles donde lo que pasa en la escuela, la calle o las instituciones nos está confrontando con graves situaciones de impunidad e irrespeto a las normas que regulan la vida en la sociedad, falta de preocupación por los otros y, por lo tanto, falta de reflexión acerca de las consecuencias hacia el prójimo de nuestras acciones. Se han roto las redes de solidaridad, prima el individualismo y la necesidad de aparecer aunque sea por unos segundos en la pantalla para que los demás vean que existimos. Una nena le dice a otra: “te pago cincuenta pesos para que me pegues así puedo aparecer en la tele”. Una madre sale en los medios cuestionando a la maestra que le leyó un cuento de Silvia Shujer. Somos víctimas y victimarios en esta crisis pero, por supuesto, los que más la sufren son los más débiles: los chicos y los pobres. Por otro lado, estamos en una situación aparentemente paradojal. Nunca antes hablamos tanto de los derechos de los niños y pareciera que, cuanto más hablamos, menos los respetamos. Y digo aparentemente porque también es parte de nuestra historia tener leyes que no se cumplen. La Convención Internacional sobre los Derechos de los Niños incorpora un conjunto de derechos de protección específico para las personas menores de dieciocho años de edad reconociéndolos como sujetos plenos de derecho. Esto supone abandonar la representación de la niñez y la adolescencia como incapaces. A partir de la Convención, los niños y los adolescentes cuentan con un instrumento de protección legal para que sean respetados como portadores de pensamiento, conciencia y con capacidad para la comunicación. Pero, además, la Convención impone obligaciones a los Estados Parte para que dispongan lo necesario a fin de adecuar su ordenamiento jurídico, su organización, sus prácticas y sus procedimientos de todas las instituciones de acuerdo a los compromisos asumidos al suscribir y ratificar este tratado internacional. Así, en nuestro país, se promulga la Ley de Protección Integral de los Derechos de los Niños y los Jóvenes. Y los diferentes estados provinciales van dictando sus propias leyes para adecuar su legislación a lo que establece la ley nacional. Se legisla una serie de derechos. Quisiera centrarme sobre algunos de ellos que, como adultos y educadores del nivel inicial, nos compelen a revisar nuestras prácticas. Así entre los que aquí interesan figuran el: Derecho a la dignidad y a la integridad personal: “Las niñas, los niños y los adolescentes tienen derecho a la dignidad como sujetos de derechos y personas en desarrollo; a no ser sometidos a trato violento, discriminatorio, vejatorio, humillante o intimidatorio; a no ser sometidos a ninguna forma de explotación económica, torturas, abusos o negligencias, explotación sexual, secuestros o tráfico para cualquier fin o en cualquier forma o condición cruel o degradante” . Pero 17.000 niños bolivianos ingresan a nuestro país para trabajar en los talleres clandestinos para incorporarse a las redes de prostitución. A esos chicos los usan, además, para traer droga. “Las niñas, los niños y los adolescentes tienen derecho a su integridad física, sexual, psíquica y moral. La persona que tome conocimiento de malos tratos o situaciones que atenten contra la integridad psíquica, física, sexual o moral de un niño, una niña o un adolescente, o cualquier otra violación a sus derechos, debe comunicar a la autoridad local de aplicación de la presente ley”. En la noche, chicos y adolescentes toman cerveza o vino sentados en el umbral de las casas. Los chicos se pelean entre sí en la calle y nadie interviene. La directora de una escuela se queja porque vienen tarde a buscar a dos alumnos. La que los viene a buscar es una hermanita de once años, los padres están viajando. Buscan a la abuela que informa que no tienen trabajo, se drogan, no se hacen cargo de los chicos pero, para la directora, lo más preocupante es que recién los vinieron a buscar a las seis de la tarde y no la situación de vida de esos chicos. Una madre se queja del maltrato que sufre su hija en el jardín. Una madre le pega a la maestra porque trató mal a su hijo. Con asiduidad, nos enteramos de situación de abuso de niños tanto en el seno del hogar como en las escuelas. Derecho a la vida privada e intimidad familiar: Pero dos maestras hablan de la situación familiar de un niño delante de él como si ese niño no comprendiera lo que están hablando o como si fuera invisible. Una maestra revisa las mochilas de los chicos para ver quién se llevo algo que pertenece a la sala o a otro chico. Derecho a la educación: Las niñas, los niños y los adolescentes tienen derecho a la educación pública y gratuita, atendiendo a su desarrollo integral, su preparación para el ejercicio de la ciudadanía, su formación para la convivencia democrática y el trabajo, respetando su identidad cultural y lengua de origen, su libertad de creación y el desarrollo máximo de sus competencias individuales; fortaleciendo los valores de solidaridad, respeto por los derechos humanos, tolerancia, identidad cultural y conservación del ambiente. Un docente le cambia el nombre a un niño chino porque le resulta difícil pronunciarlo. Los docentes se quejan que los chicos de dos años, a fines de marzo, no se quedan sentados en la ronda escuchando a sus compañeros. Un jardín que atiende a niños de sectores populares lo único que ofrece son sillas y mesas, crayones, hojas y juguetes en mal estado. Los docentes se niegan a cambiar a los chicos por miedo que los acusen de abuso. “Tienen derecho al acceso y permanencia en un establecimiento educativo cercano a su residencia. En el caso de carecer de documentación que acredite su identidad, se los deberá inscribir provisoriamente debiendo los Organismos del Estado arbitrar los medios destinados a la entrega urgente de este documento”. Pero la escuela no inscribe a los alumnos porque no tienen documentos. Las escuelas públicas ejercen maneras solapadas de discriminación expulsando o no inscribiendo a niños que provienen de otros sectores sociales diferentes a los que el jardín estaba acostumbrado a recibir. Una directora se queja de los hijos argentinos de padres bolivianos. Éstos reclaman por la ausencia de la maestra, reclaman porque no les enseñan. “Las niñas, los niños y los adolescentes con capacidades especiales tienen todos los derechos y garantías consagrados y reconocidos por esta ley, además de los inherentes a su condición específica”. Los padres de un jardín piden la expulsión de niños que tienen problemas de conducta o tienen necesidades especiales. “Los Organismos del Estado, la familia y la sociedad deben asegurarles el pleno desarrollo de su personalidad hasta el máximo de sus potencialidades así como el goce de una vida plena y digna”. Pero la mayoría de los niños son pobres, viven en situaciones de precariedad, con falta de vivienda dignas, sin servicios sanitarios, acuden a centros de salud en pésimas condiciones o a escuelas carenciadas. Se dice que el siglo XX fue el siglo de la infancia ya que desde distintas perspectivas los niños comenzaron a tener existencia en el imaginario social. La psicología, la sociología, la antropología, la historia, el derecho, los medios de comunicación y, en particular, la publicidad y por supuesto la educación comenzaron a ver la infancia y reconocerla. Se comienza a considerar a los niños como sujetos de derecho. Sin embargo, cuantos más derechos les adjudicamos menos deberes asumimos como adultos frente a ellos. Actuamos como si esa autonomía, esa capacidad de pensamiento, creatividad e imaginación que le reconocemos no tuviera necesidad de nuestro cuidado, nuestra atención, nuestra mirada y nuestra ocupación como adultos responsables de las nuevas generaciones. No es posible escindir este reconocimiento de los niños como sujetos sociales con derechos y, por lo tanto, garantías con la escasa preocupación acerca de los deberes y las responsabilidades que nos caben como adultos frente a ellos. Quien se revindica responsable de sus actos debe asumir sus consecuencias, claro que si nos percibimos como adultos adolescentes sin compromisos éticos con los demás, las consecuencias de nuestros actos siempre pueden ser disculpadas o achacadas a los otros: los niños no aprenden porque las familias son pobres, no se puede trabajar pedagógicamente porque el Estado no ofrece materiales, no enseño porque para estos chicos con darles de comer y cuidarlos es suficiente, etc, etc. Desde mediados del siglo XX, los niños van teniendo cada vez más visibilidad: los pedagogos por el reconocimiento que realizan sobre sus capacidades, los medios de comunicación y las empresas porque los han descubierto como grandes consumidores pero, en contraposición, los adultos nos hemos desdibujado. Dejamos de ocuparnos de los niños para preocuparnos por nosotros mismos. En muchos casos, vemos a los niños convertirse en padres de sus padres. Cada sector social juega esa situación de diversa forma: los chicos más pobres salen a trabajar para ayudar a sostener la familia (piden en las calles, venden o trabajan en talleres), los que tienen más recursos quieren que sus hijos no molesten para lo cual compran los silencios con ropas, juguetes y aparatos, etc. Y los chicos prefieren a las “Divinas” frente a las “Populares”. Actúan nuestros miedos, nuestras broncas y nuestras ausencias. Cada día, sin darnos cuenta, ponemos en acción lo que creemos que son los niños y la infancia, esas elecciones tienen enorme significación ya que nuestras construcciones del niño y la primera infancia son productivas, término con el que queremos significar que determinan las instituciones que creamos para esos niños y niñas y el trabajo pedagógico que tanto adultos como pequeños realizan en dichas instituciones (Dahlberg, Moss, Pence, 2005) Si no ponemos en sintonía nuestros discursos con nuestras prácticas como adultos y docentes, si nosotros que tenemos mayores responsabilidades por el espacio social que ocupamos no reflexionamos acerca de nuestro compromiso ético con los chicos que pueblan nuestras aulas, seguiremos actuando igual que lo que criticamos en muchos de nuestros dirigentes: seguiremos viviendo en la mentira y los chicos seguirán siendo simplemente un objeto o una excusa para tener un trabajo.