Subido por Pedro de Martino

malajovich - cap 11

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OCUPARSE DE LA INFANCIA. NUESTRA RESPONSABILIDAD COMO
DOCENTES ADULTOS.
Estamos viviendo épocas difíciles donde lo que pasa en la escuela, la calle o las instituciones nos
está confrontando con graves situaciones de impunidad e irrespeto a las normas que regulan la
vida en la sociedad, falta de preocupación por los otros y, por lo tanto, falta de reflexión acerca
de las consecuencias hacia el prójimo de nuestras acciones. Se han roto las redes de solidaridad,
prima el individualismo y la necesidad de aparecer aunque sea por unos segundos en la pantalla
para que los demás vean que existimos. Una nena le dice a otra: “te pago cincuenta pesos para
que me pegues así puedo aparecer en la tele”. Una madre sale en los medios cuestionando a la
maestra que le leyó un cuento de Silvia Shujer.
Somos víctimas y victimarios en esta crisis pero, por supuesto, los que más la sufren son los más
débiles: los chicos y los pobres.
Por otro lado, estamos en una situación aparentemente paradojal. Nunca antes hablamos tanto
de los derechos de los niños y pareciera que, cuanto más hablamos, menos los respetamos. Y
digo aparentemente porque también es parte de nuestra historia tener leyes que no se cumplen.
La Convención Internacional sobre los Derechos de los Niños incorpora un conjunto de derechos
de protección específico para las personas menores de dieciocho años de edad reconociéndolos
como sujetos plenos de derecho. Esto supone abandonar la representación de la niñez y la
adolescencia como incapaces. A partir de la Convención, los niños y los adolescentes cuentan con
un instrumento de protección legal para que sean respetados como portadores de pensamiento,
conciencia y con capacidad para la comunicación. Pero, además, la Convención impone
obligaciones a los Estados Parte para que dispongan lo necesario a fin de adecuar su
ordenamiento jurídico, su organización, sus prácticas y sus procedimientos de todas las
instituciones de acuerdo a los compromisos asumidos al suscribir y ratificar este tratado
internacional. Así, en nuestro país, se promulga la Ley de Protección Integral de los Derechos de
los Niños y los Jóvenes. Y los diferentes estados provinciales van dictando sus propias leyes para
adecuar su legislación a lo que establece la ley nacional.
Se legisla una serie de derechos. Quisiera centrarme sobre algunos de ellos que, como adultos y
educadores del nivel inicial, nos compelen a revisar nuestras prácticas.
Así entre los que aquí interesan figuran el:
Derecho a la dignidad y a la integridad personal: “Las niñas, los niños y los adolescentes tienen
derecho a la dignidad como sujetos de derechos y personas en desarrollo; a no ser
sometidos a trato violento, discriminatorio, vejatorio, humillante o intimidatorio; a no ser
sometidos a ninguna forma de explotación económica, torturas, abusos o negligencias,
explotación sexual, secuestros o tráfico para cualquier fin o en cualquier forma o condición cruel
o degradante” . Pero 17.000 niños bolivianos ingresan a nuestro país para trabajar en los talleres
clandestinos para incorporarse a las redes de prostitución. A esos chicos los usan, además, para
traer droga.
“Las niñas, los niños y los adolescentes tienen derecho a su integridad física, sexual, psíquica y
moral. La persona que tome conocimiento de malos tratos o situaciones que atenten contra la
integridad psíquica, física, sexual o moral de un niño, una niña o un adolescente, o cualquier otra
violación a sus derechos, debe comunicar a la autoridad local de aplicación de la presente ley”.
En la noche, chicos y adolescentes toman cerveza o vino sentados en el umbral de las casas. Los
chicos se pelean entre sí en la calle y nadie interviene. La directora de una escuela se queja porque
vienen tarde a buscar a dos alumnos. La que los viene a buscar es una hermanita de once años,
los padres están viajando. Buscan a la abuela que informa que no tienen trabajo, se drogan, no
se hacen cargo de los chicos pero, para la directora, lo más preocupante es que recién los vinieron
a buscar a las seis de la tarde y no la situación de vida de esos chicos. Una madre se queja del
maltrato que sufre su hija en el jardín. Una madre le pega a la maestra porque trató mal a su hijo.
Con asiduidad, nos enteramos de situación de abuso de niños tanto en el seno del hogar como
en las escuelas.
Derecho a la vida privada e intimidad familiar: Pero dos maestras hablan de la situación familiar
de un niño delante de él como si ese niño no comprendiera lo que están hablando o como si fuera
invisible. Una maestra revisa las mochilas de los chicos para ver quién se llevo algo que pertenece
a la sala o a otro chico.
Derecho a la educación: Las niñas, los niños y los adolescentes tienen derecho a la educación
pública y gratuita, atendiendo a su desarrollo integral, su preparación para el ejercicio de la
ciudadanía, su formación para la convivencia democrática y el trabajo, respetando su identidad
cultural y lengua de origen, su libertad de creación y el desarrollo máximo de sus competencias
individuales; fortaleciendo los valores de solidaridad, respeto por los derechos humanos,
tolerancia, identidad cultural y conservación del ambiente. Un docente le cambia el nombre a un
niño chino porque le resulta difícil pronunciarlo. Los docentes se quejan que los chicos de dos
años, a fines de marzo, no se quedan sentados en la ronda escuchando a sus compañeros.
Un jardín que atiende a niños de sectores populares lo único que ofrece son sillas y mesas,
crayones, hojas y juguetes en mal estado. Los docentes se niegan a cambiar a los chicos por miedo
que los acusen de abuso.
“Tienen derecho al acceso y permanencia en un establecimiento educativo cercano a su
residencia. En el caso de carecer de documentación que acredite su identidad, se los deberá
inscribir provisoriamente debiendo los Organismos del Estado arbitrar los medios destinados a la
entrega urgente de este documento”. Pero la escuela no inscribe a los alumnos porque no tienen
documentos. Las escuelas públicas ejercen maneras solapadas de discriminación expulsando o
no inscribiendo a niños que provienen de otros sectores sociales diferentes a los que el jardín
estaba acostumbrado a recibir. Una directora se queja de los hijos argentinos de padres
bolivianos. Éstos reclaman por la ausencia de la maestra, reclaman porque no les enseñan.
“Las niñas, los niños y los adolescentes con capacidades especiales tienen todos los derechos y
garantías consagrados y reconocidos por esta ley, además de los inherentes a su condición
específica”. Los padres de un jardín piden la expulsión de niños que tienen problemas de
conducta o tienen necesidades especiales.
“Los Organismos del Estado, la familia y la sociedad deben asegurarles el pleno desarrollo de su
personalidad hasta el máximo de sus potencialidades así como el goce de una vida plena y digna”.
Pero la mayoría de los niños son pobres, viven en situaciones de precariedad, con falta de vivienda
dignas, sin servicios sanitarios, acuden a centros de salud en pésimas condiciones o a escuelas
carenciadas.
Se dice que el siglo XX fue el siglo de la infancia ya que desde distintas perspectivas los niños
comenzaron a tener existencia en el imaginario social. La psicología, la sociología, la antropología,
la historia, el derecho, los medios de comunicación y, en particular, la publicidad y por supuesto
la educación comenzaron a ver la infancia y reconocerla. Se comienza a considerar a los niños
como sujetos de derecho. Sin embargo, cuantos más derechos les adjudicamos menos deberes
asumimos como adultos frente a ellos.
Actuamos como si esa autonomía, esa capacidad de pensamiento, creatividad e imaginación que
le reconocemos no tuviera necesidad de nuestro cuidado, nuestra atención, nuestra mirada y
nuestra ocupación como adultos responsables de las nuevas generaciones.
No es posible escindir este reconocimiento de los niños como sujetos sociales con derechos
y, por lo tanto, garantías con la escasa preocupación acerca de los deberes y las responsabilidades
que nos caben como adultos frente a ellos. Quien se revindica responsable de sus actos debe
asumir sus consecuencias, claro que si nos percibimos como adultos adolescentes sin
compromisos éticos con los demás, las consecuencias de nuestros actos siempre pueden ser
disculpadas o achacadas a los otros: los niños no aprenden porque las familias son pobres, no se
puede trabajar pedagógicamente porque el Estado no ofrece materiales, no enseño porque para
estos chicos con darles de comer y cuidarlos es suficiente, etc, etc.
Desde mediados del siglo XX, los niños van teniendo cada vez más visibilidad: los pedagogos
por el reconocimiento que realizan sobre sus capacidades, los medios de comunicación y las
empresas porque los han descubierto como grandes consumidores pero, en contraposición, los
adultos nos hemos desdibujado. Dejamos de ocuparnos de los niños para preocuparnos por
nosotros mismos. En muchos casos, vemos a los niños convertirse en padres de sus padres. Cada
sector social juega esa situación de diversa forma: los chicos más pobres salen a trabajar para
ayudar a sostener la familia (piden en las calles, venden o trabajan en talleres), los que tienen
más recursos quieren que sus hijos no molesten para lo cual compran los silencios con ropas,
juguetes y aparatos, etc. Y los chicos prefieren a las “Divinas” frente a las “Populares”. Actúan
nuestros miedos, nuestras broncas y nuestras ausencias.
Cada día, sin darnos cuenta, ponemos en acción lo que creemos que son los niños y la infancia,
esas elecciones tienen enorme significación ya que nuestras construcciones del niño y la primera
infancia son productivas, término con el que queremos significar que determinan las instituciones
que creamos para esos niños y niñas y el trabajo pedagógico que tanto adultos como pequeños
realizan en dichas instituciones (Dahlberg, Moss, Pence, 2005)
Si no ponemos en sintonía nuestros discursos con nuestras prácticas como adultos y
docentes, si nosotros que tenemos mayores responsabilidades por el espacio social que
ocupamos no reflexionamos acerca de nuestro compromiso ético con los chicos que pueblan
nuestras aulas, seguiremos actuando igual que lo que criticamos en muchos de nuestros
dirigentes: seguiremos viviendo en la mentira y los chicos seguirán siendo simplemente un objeto
o una excusa para tener un trabajo.
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