Subido por Leonor Zurita

#01 King Of Wrath (Ana Huang)

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KING
OF
WRATH
ANA HUANG
KINGS OF SIN #1
ÍNDICE
ÍNDICE
SOBRE EL AUTOR
DEDICATORIA
PLAYLIST
SINOPSIS
ADVERTENCIA
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EPÍLOGO
BOOKS BY ANA HUANG
AGRADECIMIENTOS
SOBRE EL AUTOR
Ana Huang es una autora bestselling de USA Today, Publishers Weekly,
Globe and Mail y número 1 de Amazon. Escribe novelas román cas
contemporáneas y para adultos, con héroes deliciosamente alfa, heroínas
fuertes y mucho vapor, angus a y desmayo.
Como entusiasta de los viajes, le encanta incorporar hermosos des nos a
sus historias y nunca le dirá que no a un buen chai la e.
Cuando no está leyendo o escribiendo, Ana se dedica a soñar despierta, a
ver Ne lix y a buscar en Yelp su próximo restaurante favorito.
DEDICATORIA
Por luchar por quien amas—incluido tú mismo.
PLAYLIST
“Empire State of Mind”—Jay-Z feat. Alicia Keys
“Luxurious”—Gwen Stefani
“Red”—Taylor Swi
“Teeth”—5 Seconds of Summer
“Par on”—Beyoncé
“Pre y Boy”—Cavale
“All Mine”—PLAzA
“Can’t Help Falling in Love”—Elvis Presley
“We Found Love”—Rihanna
“Coun ng Stars”—One Republic
“The Heart Wants What It Wants”—Selena Gomez
“Stay”—Rihanna
SINOPSIS
Ella es la esposa que nunca quiso... y la debilidad que nunca vio
venir.
Despiadado. Me culoso. Arrogante.
A Dante Russo le encanta el control, tanto personal como profesional.
El mul millonario director general nunca planeó casarse, hasta que
una amenaza de chantaje le obligó a comprometerse con una mujer que
apenas conoce.
Vivian Lau, heredera de una joyería e hija de su más reciente enemigo.
No importa lo hermosa o encantadora que sea. Hará todo lo que esté
en su mano para destruir las pruebas y su compromiso.
Solo hay un problema: ahora que la ene... no puede dejarla ir.
***
Elegante. Ambiciosa. Bien educada.
Vivian Lau es la hija perfecta y el billete de entrada de su familia a las
altas esferas de la alta sociedad.
Casarse con un Russo de sangre azul significa abrir puertas que, de
otro modo, permanecerían cerradas para su familia de nuevo cuño.
Aunque el rudo y escurridizo Dante no es su idea de una pareja de
ensueño, acepta su matrimonio concertado por obligación.
Anhelar su contacto nunca formó parte del plan.
Tampoco lo era lo peor que podía hacer: enamorarse de su futuro
marido.
ADVERTENCIA
Esta historia con ene contenido sexual explícito, lenguaje obsceno,
violencia leve y temas que pueden ser sensibles para algunos lectores.
Para ver una lista detallada, visite: anahuang.com/king-of-wrath-cws.
1
VIVIAN
—No puedo creer que esté aquí. Nunca viene a estas cosas a no ser
que las organice un amigo...
—¿Viste que bajó a Arno Reinhart un puesto en la lista de
mul millonarios de Forbes? El pobre Arnie casi se derrumba en medio del
Jean-Georges cuando se enteró...
Los susurros empezaron a mitad de la recaudación anual de fondos del
Frederick Wildlife Trust para animales en peligro de ex nción.
Este año, el pequeño chorlitejo silbador de color arena era la supuesta
estrella del espectáculo, pero ninguno de los doscientos invitados a la gala
discu a sobre el bienestar del ave mientras tomaba su Veuve Clicquot y su
cannoli de caviar.
—He oído que la villa de su familia en el lago Como está siendo
renovada por cien millones de dólares. El lugar ene siglos de an güedad,
así que supongo que es el momento...
Cada susurro crecía en intensidad, acompañado de miradas fur vas y
algún que otro suspiro soñador.
No me giré para ver quién tenía a los miembros de la alta sociedad de
Manha an, normalmente tan tranquilos como el hielo, en semejante
estado de ánimo. En realidad, no me importaba. Estaba demasiado
centrada en cierta heredera de unos grandes almacenes que se acercaba a
la mesa de regalos con unos tacones al simos. Miró rápidamente a su
alrededor antes de coger una de las bolsas de regalo personalizadas y
dejarla caer en su bolso.
En cuanto se marchó, hablé por el auricular. —Shannon, Code Pink en
la mesa de regalos. Averigua de quién es la bolsa que ha cogido y
reemplázala.
Las bolsas de esta noche contenían cada una más de ocho mil dólares
en obsequios, pero era más fácil incluir el coste en el presupuesto del
evento que enfrentarse a la heredera de Denman.
Mi asistente gimió por la línea. —¿Otra vez Tilly Denman? ¿No ene
suficiente dinero para comprar todo lo que hay en esa mesa y que le
sobren millones?
—Sí, pero para ella no se trata del dinero. Es por la adrenalina —dije
—. Ve. Mañana pediré budín de pan en la panadería Magnolia para
compensar la extenuante tarea de reponer la bolsa de regalo. Y por el
amor de Dios, averigua dónde está Penélope. Se supone que está
atendiendo el puesto de regalos.
—Ja, ja —dijo Shannon, obviamente captando mi sarcasmo—. Bien.
Comprobaré las bolsas de regalos y a Penélope, pero espero una gran
tarrina de budín de pan mañana.
Me reí y sacudí la cabeza mientras la línea se cortaba.
Mientras ella se ocupaba de la situación de las bolsas de regalo, yo
daba vueltas por la sala y me mantenía atenta a otros imprevistos, grandes
o pequeños.
Cuando empecé a trabajar, me resultaba extraño asis r a eventos a los
que, de otro modo, sería invitada. Pero me había acostumbrado a ello con
los años, y los ingresos me permi an un pequeño grado de independencia
de mis padres.
No era parte de mi fondo fiduciario, ni era mi herencia. Era un dinero
que me había ganado a pulso como organizadora de eventos de lujo en
Manha an.
Me encantaba el reto de crear eventos bonitos desde cero, y a la
gente rica le gustaban las cosas bonitas. Era una situación en la que todos
salían ganando.
Estaba comprobando la configuración del sonido para el discurso de
apertura más tarde esa noche cuando Shannon se precipitó hacia mí. —
¡Vivian! No me habías dicho que estaba aquí —me espetó.
—¿Quién?
—Dante Russo.
Todos los pensamientos sobre las bolsas de bo n y las pruebas de
sonido salieron volando de mi cabeza.
Dirigí mi mirada hacia la de Shannon, observando sus ojos brillantes y
sus mejillas sonrojadas.
—¿Dante Russo? —Mi corazón se aceleró sin razón aparente—. Pero
no ha confirmado su asistencia.
—Bueno, las reglas de RSVP no se aplican a él. —Prác camente vibró
de emoción—. No puedo creer que haya aparecido. La gente hablará de
esto durante semanas.
Los susurros anteriores de repente tenían sen do.
Dante Russo, el enigmá co director general del conglomerado de
ar culos de lujo Russo Group, rara vez asis a a actos públicos que no
fueran organizados por él mismo, uno de sus amigos ín mos o uno de sus
importantes socios comerciales. El Frederick Wildlife Trust no entraba en
ninguna de esas categorías.
También era uno de los hombres más ricos y, por tanto, más vigilados
de Nueva York.
Shannon tenía razón. La gente estaría hablando de su asistencia
durante semanas, si no meses.
—Bien —dije, tratando de frenar mis repen nos la dos desbocados—.
Tal vez esto haga que se tome más conciencia del problema de los
chorlitejos.
Puso los ojos en blanco. —Vivian, a nadie le importa —se detuvo, miró
a su alrededor y bajó la voz—, a nadie le importan realmente los
chorlitejos. Es decir, me entristece que estén en peligro de ex nción, pero
seamos sinceros. La gente está aquí solo por la escena.
Una vez más, tenía razón. Sin embargo, no importaba el mo vo de su
asistencia, los invitados recaudaban dinero para una buena causa, y los
eventos mantenían mi negocio en funcionamiento.
—El verdadero tema de la noche —dijo Shannon—, es lo bien que se
ve Dante. Nunca he visto a un hombre llenar un esmoquin tan bien.
—Tienes un novio, Shan.
—¿Y? Todavía puedo apreciar la belleza de otras personas.
—Sí, bueno, creo que has apreciado lo suficiente. Estamos aquí para
trabajar, no para mirar a los invitados. —La empujé suavemente hacia la
mesa de los postres—. ¿Puedes traer más tartas vienesas? Nos estamos
quedando sin ellas.
—Qué aburrido —refunfuñó, pero hizo lo que le dije.
Intenté volver a concentrarme en la configuración del sonido, pero no
pude resis rme a escudriñar la sala en busca del invitado sorpresa de la
noche. Mi mirada pasó por encima del DJ y de la exhibición de chorlitejos
silbadores en 3D y se posó en la mul tud que había junto a la entrada.
Era tan densa que no podía ver más allá de los bordes exteriores, pero
apostaría toda mi cuenta bancaria a que Dante era el centro de su
atención.
Mis sospechas se confirmaron cuando la mul tud se movió
brevemente para revelar una visión del cabello oscuro y los hombros
anchos.
Una oleada de conciencia recorrió toda mi columna vertebral.
Dante y yo pertenecíamos a círculos sociales cercanos, pero nunca nos
habíamos conocido oficialmente. Por lo que había oído de su reputación,
me alegraba que así fuera.
Sin embargo, su presencia era magné ca y sen su atracción en toda
la habitación.
Un insistente zumbido contra mi cadera me quitó el cosquilleo que
cubría mi piel y desvió mi atención del club de fans de Dante. Mi estómago
se hundió cuando saqué mi móvil personal del bolso y vi quién llamaba.
No debería responder a llamadas personales en medio de un evento
de trabajo, pero una no podía ignorar una llamada de Francis Lau.
Volví a comprobar que no había ninguna emergencia que requiriera mi
atención inmediata antes de meterme en el baño más cercano.
—Hola, padre. —El saludo formal se me escapó de la lengua con
facilidad tras casi veinte años de prác ca.
Solía llamarle papá, pero después de que Lau Jewels despegara y nos
mudáramos de nuestra estrecha habitación de dos dormitorios a una
mansión de Beacon Hill, insis ó en que le llamara padre. Al parecer,
sonaba más "sofis cado" y "de clase alta".
—¿Dónde estás? —Su profunda voz retumbó en la línea—. ¿Por qué
hay tanto eco?
—Estoy en el trabajo. Me he colado en un baño para atender tu
llamada. —Apoyé la cadera en el mostrador y me sen obligada a añadir—:
Es una recaudación de fondos para los chorlitejos en peligro de ex nción.
Sonreí ante su pesado suspiro. Mi padre tenía poca paciencia con las
causas oscuras que la gente u lizaba como excusa para salir de fiesta,
aunque de todos modos asis a a los eventos de caridad. Era lo que había
que hacer.
—Cada día me entero de un nuevo animal en peligro de ex nción —
refunfuñó—. Tu madre está en un comité de recaudación de fondos para
algún que otro pez, como si no comiéramos marisco todas las semanas.
Mi madre, antes este cista, era ahora una socialité profesional y
miembro de un comité de caridad.
—Como estás en el trabajo, seré breve —dijo mi padre—. Nos gustaría
que nos acompañaras a cenar el viernes por la noche. Tenemos no cias
importantes.
A pesar de sus palabras, no era una pe ción.
Mi sonrisa se desvaneció. —¿Este viernes por la noche? —Era martes,
y yo vivía en Nueva York mientras mis padres vivían en Boston.
Era una pe ción de úl ma hora, incluso para ellos.
—Sí. —Mi padre no dio más detalles—. La cena es a las siete en punto.
No llegues tarde.
Colgó.
El teléfono se quedó congelado en mi oreja durante un empo más
antes de que lo re rara. Resbaló contra la palma de mi mano húmeda y
casi cayó al suelo antes de volver a meterlo en el bolso.
Era curioso cómo una frase podía sumirme en una espiral de ansiedad.
Tenemos no cias importantes.
¿Ha ocurrido algo en la empresa? ¿Había alguien enfermo o
moribundo? ¿Mis padres estaban vendiendo su casa y mudándose a Nueva
York como habían amenazado una vez?
Mi mente se agitó con mil preguntas y posibilidades.
No tenía una respuesta, pero sabía una cosa.
Una citación de emergencia en la mansión de los Lau nunca era un
buen presagio.
2
VIVIAN
El salón de mis padres parecía sacado de una publicación de
Architectural Digest. Los sofás acolchados formaban un ángulo recto con
las mesas de madera tallada; los juegos de té de porcelana se disputaban
el espacio junto a las chucherías de valor incalculable. Incluso el aire olía
frío e impersonal, como un ambientador genéricamente caro.
Algunas personas tenían casas; mis padres tenían un escaparate.
—Tu piel parece opaca. —Mi madre me examinó con ojo crí co—.
¿Has estado al día con tus tratamientos faciales mensuales?
Se sentó frente a mí, su propia piel brillaba con una luminosidad
nacarada.
—Sí, madre. —Me dolían las mejillas por la forzada cortesía de mi
sonrisa.
Hacía diez minutos que había puesto un pie en la casa de mi infancia y
ya me habían cri cado por mi pelo —demasiado desordenado—, mis uñas
—demasiado largas— y, ahora, mi cu s.
Una noche más en la mansión Lau.
—Bien. Recuerda que no puedes dejarte llevar —dijo mi madre—.
Todavía no estás casada.
Contuve un suspiro. Ya estamos otra vez.
A pesar de mi próspera carrera en Manha an, donde el mercado de la
organización de eventos era más despiadado que una venta de muestras
de diseñadores, mis padres estaban obsesionados con mi falta de novio y,
por lo tanto, de perspec vas matrimoniales.
Toleraban mi trabajo porque ya no estaba de moda que las herederas
no hicieran nada, pero salivaban por un yerno, uno que pudiera aumentar
su posición en los círculos de la élite del viejo dinero.
Éramos ricos, pero nunca seríamos dinero viejo. No en esta
generación.
—Todavía soy joven —dije pacientemente—. Tengo mucho
para conocer a alguien.
empo
Solo tenía vein ocho años, pero mis padres actuaban como si me
fuera a conver r en el Guardián de la Cripta en el momento en que sonara
la medianoche de mi trigésimo cumpleaños.
—Tienes casi treinta años —replicó mi madre—. No vas a rejuvenecer
y enes que empezar a pensar en el matrimonio y en los hijos. Cuanto más
esperes, más pequeño será el número de citas.
—Estoy pensando en ello. —Pensando en el año de libertad que me
queda antes de que me obliguen a casarme con un banquero con un
número después de su apellido—. En cuanto a rejuvenecer, para eso está el
Botox y la cirugía plás ca.
Si mi hermana estuviera aquí, se habría reído. Como no lo estaba, mi
broma cayó más plana que un suflé mal horneado.
Los labios de mi madre se afinaron.
A su lado, las gruesas cejas grises de mi padre formaban una severa V
sobre el puente de la nariz.
A los sesenta años, ágil y en forma, Francis Lau parecía un director
general hecho a sí mismo. Durante tres décadas, Lau Jewels había pasado
de ser una pequeña enda familiar a un gigante mul nacional, y una
mirada silenciosa suya era suficiente para hacerme retroceder contra los
cojines del sofá.
—Cada vez que sacamos el tema del matrimonio, haces una broma. —
Su tono rezumaba desaprobación—. El matrimonio no es una broma,
Vivian. Es un asunto importante para nuestra familia. Mira a tu hermana.
Gracias a ella, ahora estamos conectados a la familia real de Eldorra.
Me mordí la lengua con tanta fuerza que el sabor a cobre me llenó la
boca.
Mi hermana se había casado con un conde de Eldorra que era primo
segundo de la reina. Nuestra "conexión" con la familia real del pequeño
reino europeo era una exageración, pero a los ojos de mi padre, un tulo
aristocrá co era un tulo aristocrá co.
—Sé que no es una broma —dije, cogiendo mi té. Necesitaba algo que
hacer con las manos—. Pero tampoco es algo en lo que tenga que pensar
ahora mismo. Estoy saliendo con alguien. Explorando mis perspec vas. Hay
muchos hombres solteros en Nueva York. Solo tengo que encontrar al
adecuado.
Omi la advertencia: había muchos hombres solteros en Nueva York,
pero el grupo de hombres solteros, heterosexuales, no arrogantes, no
escandalosos y no perturbadoramente excéntricos era mucho más
pequeño.
Mi úl ma cita trató de embaucarme en una sesión de espiri smo para
que contactara con su madre muerta y que "me conociera y diera su
aprobación". Ni que decir ene que no volví a verle.
Pero mis padres no necesitaban saberlo. Por lo que a ellos respecta,
yo salía con guapos herederos de fondos fiduciarios a diestra y siniestra.
—Te hemos dado mucho empo para encontrar una pareja adecuada
estos dos años. —Mi padre no parecía impresionado por mi discurso—. No
has tenido un solo novio serio desde tu úl ma... relación. Está claro que no
sientes la misma urgencia que nosotros, y por eso tomé el asunto en mis
manos.
Mi té se congeló a medio camino de mis labios. —¿Qué significa?
Pensé que las no cias importantes a las que había aludido tenían que
ver con mi hermana o con la empresa. Pero, ¿y si...?
Se me heló la sangre.
No. No puede ser.
—Significa que he conseguido una pareja adecuada para . —Mi
padre soltó la bomba sin apenas aviso ni emoción visible—. Me costó un
poco de trabajo, pero el acuerdo se ha completado.
He conseguido una pareja adecuada para .
Los fragmentos de su declaración me atravesaron el pecho y casi
par eron en dos mi compostura exterior.
Mi taza de té volvió a caer en el plato, lo que hizo fruncir el ceño de mi
madre.
Por una vez, estaba demasiado ocupada procesando como para
preocuparme por su desaprobación.
Los matrimonios concertados eran una prác ca habitual en nuestro
mundo de grandes negocios y juegos de poder, en el que los matrimonios
no eran par dos de amor, sino alianzas. Mis padres casaron a mi hermana
por un tulo, y yo sabía que me iba a tocar a mí. Solo que no había
esperado que llegara tan... tan pronto.
Un amargo cóctel de conmoción, temor y horror se deslizó por mi
garganta.
Me esperaba un contrato de por vida después de "bastante trabajo"
por parte de mi padre.
Justo lo que toda mujer quiere oír.
—Te hemos dejado arrastrar demasiado empo, y este par do será
enormemente beneficioso para nosotros —con nuó mi padre—. Estoy
seguro de que estarás de acuerdo una vez que lo conozcas en la cena.
El cóctel se convir ó en veneno y me carcomió las entrañas.
—¿Cena? ¿Como en la cena de esta noche? —Mi voz sonaba distante
y extraña, como si la escuchara en un mal sueño—. ¿Por qué no me lo
dijiste antes?
Ser emboscada con la no cia de un matrimonio concertado ya era
bastante malo. Conocer a mi futuro prome do con cero preparación era
cien veces peor.
No es de extrañar que mi madre estuviera siendo más crí ca de lo
normal. Esperaba a su futuro yerno como invitado.
Se me revolvió el estómago y la posibilidad de expulsar su contenido
sobre la preciada alfombra persa de mi madre se acercó a la realidad.
Todo estaba sucediendo demasiado rápido. La convocatoria de la
cena, la no cia de mi compromiso, la inminente reunión... mi mente daba
vueltas por intentar seguir el ritmo.
—No ha confirmado hasta hoy debido a... complicaciones de agenda.
—Mi padre se pasó una mano por la camisa—. Tendrás que conocerlo en
algún momento. No importa si es esta noche, una semana o un mes.
En realidad, sí importa. Hay una diferencia entre estar preparada
mentalmente para conocer a mi prome do y que me lo echen en cara sin
previo aviso.
Mi réplica se cocinó a fuego lento, des nada a no llegar nunca a la
ebullición.
Replicar estaba estrictamente prohibido en la casa de los Lau. Me
some a a sus reglas incluso siendo adulta, y la desobediencia siempre era
recibida con un rápido cas go y palabras afiladas.
—Queremos que las cosas avancen lo más rápido posible —dijo mi
madre—. Se necesita empo para planificar una boda adecuada, y tu
prome do es, eh, par cular sobre los detalles.
Es curioso que ya lo llamara mi prome do cuando aún no lo había
conocido.
—Mode de Vie lo nombró el año pasado como uno de los solteros
menores de cuarenta años más codiciados del mundo. Rico, guapo,
poderoso. Sinceramente, tu padre se superó a sí mismo. —Mi madre le dio
una palmadita en el brazo a mi padre, con la cara radiante.
No la había visto tan animada desde que consiguió un puesto en el
comité de planificación de la subasta de vinos de la Sociedad de Boston el
año pasado.
—Eso es... genial. —Mi sonrisa se tambaleó por el esfuerzo de
mantenerse intacta.
Al menos mi pareja probablemente tenía todos sus dientes. No me
hubiera imaginado que mis padres me casaran con un mul millonario
decrépito en su lecho de muerte.
El dinero y el estatus eran lo primero; todo lo demás quedaba en un
lejano segundo plano.
Respiré hondo y me propuse que mi mente no se precipitara por ese
camino.
Contrólate, Viv.
Por muy enfadada que estuviera con mis padres por haberme soltado
esto, podría enloquecer más tarde, después de pasar la noche. No podía
decir que no al emparejamiento. Si lo hiciera, mis padres me repudiarían.
Además, mi futuro marido —el estómago volvió a dar un vuelco—
llegaría en cualquier momento y no podía montar una escena.
Me pasé la palma de la mano por el muslo. Sen a la cabeza mareada,
pero me aferré a la máscara que siempre llevaba en casa. Fría. Serena.
Respetable.
—Entonces. —Me tragué la bilis y forcé un tono ligero—. ¿El Sr.
Perfecto ene un nombre, o solo se le conoce por su valor neto?
No recordaba a todos los que habían estado en la lista de Mode de
Vie, pero los que recordaba no me inspiraban mucha confianza. Si él...
—Valor neto por desconocidos. Nombre por amigos y familiares
selectos.
Mi columna vertebral se endureció ante la profunda e inesperada voz
que había detrás de mí. Estaba tan cerca que podía sen r el estruendo de
las palabras contra mi espalda. Se deslizaron sobre mí como miel calentada
por el sol, rica y sensual, con un leve acento italiano que hizo que cada
terminación nerviosa se estremeciera de placer.
El calor se deslizó bajo mi piel.
—Ah, ahí estás. —Mi padre se levantó, con un brillo extrañamente
triunfante en sus ojos—. Gracias por venir con tan poca antelación.
—¿Cómo podría dejar pasar la oportunidad de conocer a su
encantadora hija?
Una pizca de burla manchó la palabra encantadora y borró al instante
cualquier atracción incipiente que sen a por una voz, de entre todas las
cosas.
El hielo apagó el calor de mis venas.
Demasiado para el Sr. Perfecto.
Había aprendido a confiar en mi ins nto cuando se trataba de
personas, y mi ins nto me decía que el dueño de la voz estaba tan
emocionado por la cena como yo.
—Vivian, saluda a nuestro invitado. —Si mi madre sonriera más
fuerte, su cara se par ría por la mitad.
Casi esperaba que apoyara la mejilla en la mano y suspirara
soñadoramente como una colegiala enamorada.
Aparté la inquietante imagen de mi mente antes de levantar la
barbilla.
Me puse de pie.
Me giré.
Y todo el aire salió disparado de mis pulmones.
Pelo negro y grueso. Piel aceitunada. Una nariz ligeramente torcida
que realzaba, en lugar de restar, su rudo encanto masculino.
Mi futuro marido era la devastación me da en un traje. No era guapo
de forma convencional, pero su presencia era tan poderosa y convincente
que se tragaba cada molécula de oxígeno de la habitación como un agujero
negro que consumiera una estrella recién nacida.
Había hombres genéricamente guapos, y estaba él.
Y, a diferencia de su voz, su rostro era eminentemente reconocible.
Mi corazón se hundió bajo el peso de mi sorpresa.
Imposible. No hay forma de que fuera mi prome do concertado. Tenía
que ser una broma.
—Vivian. —Mi madre disfrazó su reproche como mi nombre.
Cierto. Cena. Prome da. Reunión.
Me sacudí de mi estupor e hice gala de una sonrisa forzada pero
educada. —Vivian Lau. Es un placer conocerle.
Le tendí la mano.
Pasó un empo antes de que la tomara. Una cálida fuerza envolvió la
palma de mi mano y envió una sacudida de electricidad a mi brazo.
—Así lo deduje de las múl ples veces que tu madre dijo tu nombre. —
La pereza de su lenguaje interpretó la observación como una broma; la
dureza de sus ojos me dijo que era todo menos eso—. Dante Russo. El
placer es todo mío.
De nuevo la burla, su l pero cortante.
Dante Russo.
Director General del Grupo Russo, leyenda de Fortune 500, y el
hombre que había creado tanto revuelo en la gala del Frederick Wildlife
Trust tres noches atrás. No era solo un soltero elegible; era el soltero. El
escurridizo mul millonario que todas las mujeres deseaban y nadie podía
conseguir.
Tenía treinta y seis años, era famoso por estar casado con su trabajo y,
hasta ahora, no había mostrado ninguna intención de abandonar su es lo
de vida de soltero.
¿Por qué, entonces, Dante Russo aceptaría un matrimonio
concertado?
—Me presentaría por mi valor neto —dijo—. Pero sería descortés
catalogarte como una extraña dado el propósito de la cena de esta noche.
Su sonrisa no contenía ni un ápice de calidez.
Mis mejillas se calentaron al recordar que había escuchado mi broma.
No había sido malintencionado, pero hablar del dinero de otras personas
se consideraba de mala educación, aunque todo el mundo lo hiciera en
secreto.
—Es muy considerado por tu parte. —Mi respuesta fría ocultó mi
vergüenza—. No se preocupe, señor Russo. Si quisiera saber su patrimonio
neto, podría buscarlo en Google. Estoy seguro de que la información es tan
fácil de conseguir como las historias de su legendario encanto.
Un destello brilló en sus ojos, pero no mordió mi anzuelo.
En lugar de eso, nuestras miradas se mantuvieron durante un
momento cargado antes de que deslizara su palma de la mía y recorriera
mi cuerpo con una mirada clínica e indiferente.
La mano me cosquilleó de calor, pero en el resto de los lugares, la
frialdad tocó mi piel como la indiferencia de un dios enfrentado a un
mortal.
Volví a ponerme rígida bajo el escru nio de Dante, repen namente
hiperconsciente de mi traje de falda de tweed aprobado por Cecelia Lau,
los tacos de perla y los zapatos de tacón bajo. Incluso había cambiado mi
pintalabios rojo favorito por el color neutro que ella prefería.
Este era mi uniforme habitual para visitar a mis padres, y a juzgar por
la forma en que los labios de Dante se adelgazaron, no estaba muy
impresionado.
Una mezcla de malestar e irritación me retorció el estómago cuando
aquellos ojos oscuros e implacables volvieron a encontrar los míos.
Solo habíamos intercambiado un puñado de palabras, pero ya sabía
dos cosas con certeza visceral.
Una, que Dante iba a ser mi prome do.
Dos, que podríamos matarnos el uno al otro antes de llegar al altar.
3
DANTE
—La boda tendrá lugar dentro de seis meses —dijo Francis—. Es
empo suficiente para planificar una celebración adecuada sin alargar
demasiado las cosas. Sin embargo, los anuncios públicos deben salir de
inmediato.
Sonrió, sin mostrar ningún indicio de la serpiente que se enroscaba
debajo de su tono y expresión agradable.
Poco después de mi llegada, nos dirigimos al comedor y la
conversación derivó inmediatamente hacia la planificación de la boda.
La aversión se apoderó de mí. Por supuesto que quería que el mundo
supiera que su hija se iba a casar con un Russo lo antes posible.
Los hombres como Francis harían cualquier cosa para aumentar su
posición social, incluso encontrar los cojones para chantajearme en mi
oficina hace dos semanas, justo después de la muerte de mi abuelo.
La furia se encendió en mi pecho. Si por mí fuera, no habría salido de
Nueva York con los huesos intactos. Por desgracia, tenía las manos atadas,
metafóricamente hablando, y hasta que encontrara la forma de desatarlas,
tenía que jugar limpio.
En su mayor parte.
—No, no lo hará. —Enredé mis dedos alrededor del tallo de mi copa
de vino e imaginé que era el cuello de Francis el que estaba estrangulando
en su lugar—. Nadie creerá que me voy a casar con alguien con tan poco
empo de antelación, a no ser que algo vaya mal.
Por ejemplo, su hija está embarazada, y esta es una boda de
emergencia. La insinuación hizo que todo el mundo se removiera en sus
asientos mientras yo mantenía el rostro inexpresivo y la voz aburrida.
La contención no era algo natural para mí. Si alguien no me gustaba,
me aseguraba de que lo supiera, pero las circunstancias extraordinarias
requerían medidas extraordinarias.
La boca de Francis se diluyó. —Entonces, ¿qué sugieres?
—Un año es un plazo más razonable.
Nunca será mejor, pero lamentablemente, no era una opción. Un año
sería suficiente. Era lo suficientemente corto como para que Francis
estuviera de acuerdo y lo suficientemente largo como para que yo
encontrara y destruyera las pruebas del chantaje. Con suerte.
—Los anuncios también deberían salir más tarde —dije—. Un mes nos
da empo para elaborar una historia adecuada, teniendo en cuenta que su
hija y yo nunca hemos sido vistos juntos en público.
—No necesitamos un mes para elaborar una historia —espetó.
Aunque los matrimonios concertados eran habituales en la alta
sociedad, las partes implicadas hacían todo lo posible por ocultar el
verdadero mo vo de las nupcias. Reconocer que la familia de uno se unía a
otra simplemente por razones de estatus se consideraba vulgar.
—Dos semanas —dijo. Lo anunciaremos el fin de semana que Vivian
se mude a tu casa.
Mi mandíbula se tensó. A mi lado, Vivian se puso rígida, claramente
sorprendida por la revelación de que tendría que mudarse antes de la
boda.
Era una de las es pulaciones de Francis para mantener la boca
cerrada, y yo ya lo estaba temiendo. Odiaba que la gente invadiera mi
espacio personal.
—Estoy seguro de que a tu familia también le gustaría que los
anuncios salieran cuanto antes —con nuó Francis, poniendo un suave
énfasis en la palabra familia—. ¿No estás de acuerdo?
Le sostuve la mirada hasta que se movió y apartó la vista.
—Serán dos semanas.
La fecha del anuncio no importaba. Simplemente quería dificultar al
máximo la planificación.
Lo que importaba era la fecha de la boda.
Un año.
Un año para destruir las fotos y romper el compromiso. Sería un gran
escándalo, pero mi reputación podría soportar el golpe. La de los Lau no
podría.
Por primera vez esa noche, sonreí.
Francis se movió de nuevo y se aclaró la garganta. —Excelente.
Trabajaremos juntos para redactar...
—Yo lo redactaré. Siguiente.
Ignoré su mirada y tomé otro sorbo de merlot.
La conversación se convir ó en un aburrido resumen de invitaciones,
flores y un millón de otras cosas que me importaban una mierda.
La ira inquieta se agitó bajo mi piel mientras desconectaba a Francis y
a su esposa.
En lugar de trabajar en el negocio de Santeri o de relajarme en el Club
Valhalla, tenía que entretenerme con sus estupideces un viernes por la
noche.
A mi lado, Vivian comía en silencio, parecía perdida en sus
pensamientos.
Tras varios minutos de tenso silencio, finalmente habló. —¿Qué tal el
vuelo?
—Bien.
—Te agradezco que te hayas tomado la moles a de volar cuando
podríamos habernos encontrado en Nueva York. Sé que debes estar
ocupado.
Corté un trozo de ternera y me lo llevé a la boca.
La mirada de Vivian me hizo un agujero en la mejilla mientras
mas caba tranquilamente.
—También he oído que cuantos más ceros ene uno en su cuenta
bancaria, menos palabras es capaz de decir. —Su voz engañosamente
agradable podría haber cortado la mantequilla—. Le estás dando la razón
al rumor.
—Pensé que una heredera de la sociedad como tú sabría mejor que
hablar de dinero en compañía cortés.
—La palabra clave es cortés.
Un fantasma de sonrisa se dibujó en mi boca.
En circunstancias normales, me habría gustado Vivian.
Es hermosa y sorprendentemente ingeniosa, con ojos marrones
inteligentes y el po de estructura ósea naturalmente refinada que
ninguna can dad de dinero podría comprar. Pero con sus perlas y el tweed
de Chanel, parecía un calco de su madre y de cualquier otra heredera
es rada que solo se preocupaba por su estatus social.
Además, es la hija de Francis. No es su culpa haber nacido del
bastardo, pero me importaba un bledo. Ningún grado de belleza podría
borrar esa mancha en su historial.
—No es educado hablarle así a un invitado —me burlé en voz baja.
Cogí la sal. Mi manga rozó su brazo y ella se tensó visiblemente—. ¿Qué
dirían tus padres?
Ya había detectado los problemas de Vivian a menos de una hora de
conocernos. Perfeccionismo, no confrontación, necesidad desesperada de
la aprobación de sus padres.
Aburrido, aburrido, aburrido.
Sus ojos se entrecerraron. —Dicen que los invitados deben adherirse a
las costumbres sociales tanto como el anfitrión, incluyendo hacer un
esfuerzo para mantener una conversación educada.
—¿Sí? ¿Incluye la cortesía social ves rse como si hubieras salido de
una fábrica de Esposas de Stepford de la Quinta Avenida? —Le eché un
vistazo a su traje y sus perlas.
Me importaba un bledo que gente como Cecelia llevara ese po de
ropa, pero Vivian parecía tan fuera de lugar con esa ves menta tan poco
elegante como un diamante en un saco de arpillera. Me molestó sin
ninguna razón.
—No, pero desde luego no incluyen arruinar una buena cena con
descortesía —dijo Vivian con frialdad—. Debería comprarse unos buenos
modales a juego con su traje, señor Russo. Como director general de
ar culos de lujo, usted sabe mejor que nadie cómo un accesorio feo puede
arruinar un atuendo.
Otra sonrisa, aún tenue pero más concreta.
No tan aburrido después de todo.
Sin embargo, las brasas de mi diversión se apagaron cuando su madre
se introdujo en nuestra conversación.
—Dante, ¿es cierto que todos los Russo se casan en la finca familiar
del lago Como? He oído que las reformas estarán terminadas el próximo
verano antes de la boda.
Mi sonrisa se desvaneció mientras mis músculos se tensaban ante el
recordatorio.
Me aparté de Vivian para enfrentarme a la expresión ansiosa de
Cecelia.
—Sí —dije, con un tono cortante—. Todas las bodas de los Russo han
tenido lugar en Villa Serafina desde el siglo XVIII.
Mi tatarabuelo había construido la villa y la había bau zado con el
nombre de su esposa. Mi familia ene sus raíces en Sicilia, pero más tarde
emigró a Venecia y amasó una fortuna con el comercio de tex les de lujo.
Cuando el auge del comercio en Venecia llegó a su fin, se habían
diversificado lo suficiente como para conservar sus riquezas, que u lizaron
para adquirir propiedades en toda Europa.
Ahora, siglos más tarde, mis parientes modernos estaban dispersos
por todo el mundo —Nueva York, Roma, Suiza, París—, pero Villa Serafina
seguía siendo la más querida de todas las fincas de la familia. Prefería
ahogarme en el Mediterráneo antes de empañarlo con una farsa de boda.
Mi ira volvió a rugir.
—¡Maravilloso! —Cecelia sonrió—. Estoy encantada de que pronto
formes parte de la familia. Vivian y tú hacen una pareja perfecta. Sabes,
ella habla seis idiomas, toca el piano y el violín, y...
—Disculpe. —Empujé mi silla hacia atrás, cortando a Cecelia a mitad
de la frase. Las patas rozaron el suelo con un chirrido sa sfactoriamente
áspero—. La naturaleza llama.
El silencio se hizo presente tras mi escandalosa grosería.
No esperé a que nadie hablara antes de salir y dejar a un Francis
furioso, a una Cecelia nerviosa y a una Vivian con la cara roja en el
comedor.
Mi ira seguía siendo un ardor inquieto bajo mi piel, pero se enfriaba a
cada paso que me alejaba de ellos.
En el pasado, me había vengado de aquellos que me traicionaban
inmediatamente. Al diablo con la venganza, que es un plato que se sirve
frío; mi lema siempre ha sido golpear rápido, golpear fuerte y golpear de
verdad.
El mundo se movía demasiado rápido para que yo no me moviera con
él. Me ocupé del problema con la suficiente dureza como para asegurarme
de que no habría problemas en el futuro, y seguí adelante.
Resolver la situación de Lau, en cambio, requería paciencia. Era una
virtud con la que no estaba familiarizado, y me apretaba como un traje mal
ajustado.
El eco de mis pasos se desvaneció cuando el suelo de mármol dio paso
a la moqueta. Había visitado suficientes mansiones con diseños similares
como para adivinar dónde estaba el baño, pero lo obvié en favor de la
sólida puerta de caoba al final del pasillo.
Al girar el pomo, descubrí un despacho de es lo bibliotecario inglés.
Paneles de madera, muebles de cuero acolchados, detalles en verde
bosque.
El santuario interior de Francis.
Al menos no estaba excesivamente adornado con oro como el resto de
la casa. Me empezaban a sangrar los ojos por la monstruosidad.
Dejé la puerta abierta y me dirigí al escritorio, con paso tranquilo. Si a
Francis le molestaba que husmeara en su despacho, era bienvenido a
enfrentarse a mí.
No era tan estúpido como para dejar las fotos detrás de una puerta sin
cerrar cuando sabía que yo estaría aquí esta noche. Aunque las fotos
estuvieran aquí, tendría copias de seguridad en otro lugar.
Me acomodé en su silla, saqué un puro cubano de la caja de su cajón y
lo encendí mientras examinaba la habitación. Mi enfado dio paso al
cálculo.
La oscura pantalla del ordenador me tentó, pero dejé el hackeo en
manos de Chris an, que ya estaba buscando copias digitales de las fotos.
Pasé a una foto enmarcada de Francis y su familia en los Hamptons.
Las inves gaciones me dijeron que tenían una casa de verano en
Bridgehampton, y apostaría mi recién adquirido Renoir a que guardaba allí
al menos un juego de pruebas.
Donde más...
—¿Qué estás haciendo?
El humo de mi cigarro ocultó la cara de Vivian, pero su desaprobación
se oyó fuerte y clara.
Eso fue rápido. Esperaba al menos cinco minutos más antes de que
sus padres la obligaran a venir a por mí.
—Disfrutando de un descanso para fumar. —Di otra calada perezosa.
No tocaba los cigarrillos, pero me permi a algún que otro Cohiba. Al
menos Francis tenía buen gusto para el tabaco.
—¿En el despacho de mi padre?
—Obviamente. —Una oscura sa sfacción llenó mi pecho cuando el
humo se disolvió para revelar el ceño de Vivian.
Por fin. Alguna emoción visible.
Empezaba a pensar que estaba atrapado con un robot durante el resto
de nuestro ridículo compromiso.
Cruzó la habitación, me arrebató el puro de la mano y lo dejó caer en
el vaso de agua medio vacío que había sobre el escritorio sin apartar los
ojos de los míos.
—En endo que probablemente estés acostumbrado a hacer lo que
quieras, pero es de muy mala educación escabullirse durante una cena y
fumar en el despacho de tu anfitrión. —La tensión se reflejó en sus
elegantes rasgos—. Por favor, reúnete con nosotros en el comedor. Tu
comida se está enfriando.
—Ese es mi problema, no el tuyo. —Me incliné hacia atrás—. ¿Por qué
no te unes a mí para un descanso? Te prometo que será más agradable que
el retorcimiento de manos de tu madre sobre los arreglos florales.
—Basándome en nuestras interacciones hasta ahora, lo dudo —
espetó.
Observé, diver do, cómo respiraba profundamente y soltaba una
larga y controlada exhalación.
—No en endo por qué estás aquí —dijo Vivian, con la voz más
calmada—. Está claro que no estás contento con el acuerdo, no necesitas el
dinero ni la conexión con mi familia, y puedes tener la mujer que quieras.
—¿Puedo? —dije—. ¿Y si te quiero a ?
Sus dedos se cerraron en un puño. —No lo haces.
—Te das muy poco crédito. —Me levanté y rodeé el escritorio hasta
acercarme lo suficiente como para ver el pulso de su cuello. ¿Cuánto más
rápido la ría si rodeara su pelo con mi puño y rara de su cabeza hacia
atrás? ¿Si la besara hasta que le doliera la boca y le subiera la falda hasta
que me rogara que la follara?
El calor me llegó a la ingle.
No me interesaba follármela de verdad, pero era tan remilgada que
rogaba por la corrupción.
El silencio fue ensordecedor cuando levanté la mano y rocé su labio
inferior con el pulgar. La respiración de Vivian se hizo más superficial, pero
no se apartó.
Me miró fijamente, con los ojos llenos de desa o, mientras me
tomaba mi empo para explorar la exuberante curva de su boca. Era
rellena, suave e inquietantemente tentadora en comparación con la rígida
formalidad del resto de su aspecto.
—Eres una mujer hermosa —dije con pereza—. Tal vez te vi en un
evento y quedé tan enamorado que le pedí tu mano a tu padre.
—De alguna manera, dudo que eso sea lo que ocurrió. —Su aliento
recorrió mi piel—. ¿Qué clase de trato hiciste con mi padre?
El recuerdo del trato mató la sensualidad del momento tan rápido
como llegó.
Mi pulgar se detuvo en el centro de su labio inferior antes de soltar la
mano con una maldición silenciosa. El recuerdo de su suavidad me produjo
un cosquilleo en la piel.
Odiaba a Francis por el chantaje, pero detestaba a Vivian por ser su
peón. Entonces, ¿qué coño estaba haciendo, jugando con ella en su
despacho?
—Deberías hacerle esa pregunta a tu querido padre. —Mi sonrisa se
dibujó en la cara, cruel y sin humor, mientras recuperaba la compostura—.
Los detalles no importan. Solo sé que, si tuviera otra opción, no me casaría.
Pero los negocios son los negocios, y tú... —Me encogí de hombros—.
Simplemente eres parte del trato.
Vivian no sabía de la manipulación de su padre. Francis me había
adver do que no se lo dijera, aunque no lo hubiera hecho. Cuanta menos
gente supiera del chantaje, mejor.
Él había descubierto uno de mis pocos puntos débiles, y que me
condenen si se lo cuento al mundo.
Los ojos de Vivian brillaron con ira. —Eres un imbécil.
—Sí, lo soy. Más vale que te acostumbres, mia cara, porque también
soy tu futuro marido. Ahora, si me disculpas... —Me alisé la chaqueta con
deliberado cuidado—. Tengo que volver a la cena. Como dijiste antes, mi
comida se está enfriando.
Pasé junto a ella, deleitándome con el delicioso sabor de su
indignación.
Un día, ella conseguiría su deseo no expresado y se despertaría con un
compromiso roto.
Hasta entonces, esperaría mi momento y seguiría el juego porque el
ul mátum de Francis había sido claro.
Me casaría con Vivian, o mi hermano moriría.
4
DANTE
Ni Francis ni Cecelia dijeron una palabra sobre mi larga ausencia
en la mesa del viernes por la noche. Vivian no mencionó nuestra pequeña
charla en la oficina, y yo regresé a Nueva York insa sfecho y con los nervios
de punta.
Podría haber quemado la mansión Lau hasta los cimientos con un solo
movimiento de mi encendedor.
Desgraciadamente, si lo hubiera hecho, las autoridades habrían
llegado directamente a mi puerta. Los incendios provocados eran malos
para el negocio, y yo nunca me había rebajado a asesinar... todavía. Pero
ciertas personas me tentaban a cruzar la línea todos los días, en especial
una que resultaba ser de mi propia sangre.
—¿Cuál es la emergencia? —Luca se encorvó en la silla frente a la mía
con un bostezo—. Acabo de bajar del avión. Dale empo a un po para
dormir.
—Según las páginas de sociedad, no has dormido en el úl mo mes.
En cambio, había estado de fiesta por todo el mundo. Mykonos un día,
Ibiza al siguiente. Su úl ma parada había sido Mónaco, donde había
perdido cincuenta mil dólares en la mesa de póker.
—Exactamente. —Volvió a bostezar—. Por eso necesito dormir.
Mi mandíbula se endureció.
Luca era cinco años más joven que yo, pero actuaba como si tuviera
vein uno en lugar de treinta y uno.
Si no fuera mi hermano, le habría cortado el rollo sin dudarlo, sobre
todo teniendo en cuenta la mierda en la que me encontraba gracias a él.
—¿No enes curiosidad por saber por qué te he llamado aquí?
Luca se encogió de hombros, ajeno a la tormenta que se estaba
gestando bajo mi calma. —¿Extrañas a tu hermanito?
—No del todo. —Saqué una carpeta manila de mi cajón y la coloqué
sobre el escritorio entre nosotros—. Ábrela.
Me miró con extrañeza, pero accedió. Mantuve mi mirada fija en su
rostro mientras hojeaba las fotos, lentamente al principio, luego más
rápido a medida que el pánico se apoderaba de él.
Me sen muy sa sfecho cuando finalmente levantó la vista, con la
cara más pálida que cuando entró.
Al menos entendía lo que estaba en juego.
—¿Sabes quién es la mujer de esas fotos? —le pregunté.
La garganta de Luca se estremeció al tragar con dificultad.
—María Romano. —Golpeé la foto en la parte superior de la pila—.
Sobrina del mafioso Gabriele Romano. Vein siete años, viuda y la niña de
los ojos de su o. El nombre debería sonar, teniendo en cuenta que te la
follabas antes de irte a Europa, como demuestran estas fotos.
Las manos de mi hermano se retorcieron. —¿Cómo...?
—Esa no es la pregunta correcta, Luca. La pregunta correcta es qué
po de ataúd te gustaría en tu funeral, ¡porque eso es lo que tendré que
planear si Romano se entera de esto!
La tormenta se desató a mitad de mi frase, alimentada por semanas
de furia y frustración contenidas.
Luca se encogió en su silla mientras yo empujaba mi silla hacia atrás y
me ponía de pie, mi cuerpo vibrando ante su pura idiotez.
—¿Una princesa de la mafia? ¿Me estás tomando el pelo? —Barrí la
carpeta del escritorio con un movimiento furioso, llevándome un
pisapapeles de cristal. El cristal se rompió con un estruendo ensordecedor
mientras las fotos salían volando hacia el suelo.
Luca se estremeció.
—Has hecho algunas estupideces en tu vida, pero esto se lleva el
premio —le espeté—. ¿Sabes lo que te haría Romano si se enterara? Te
destriparía como a un pez de la forma más lenta y dolorosa posible.
Ninguna can dad de dinero te salvaría. Colgaría tu cuerpo de un maldito
paso elevado de la autopista como advertencia... ¡si es que queda un
cuerpo después de que haya terminado con go!
El úl mo po que había tocado a una mujer de la familia de Romano
sin su permiso acabó con la polla cortada y los sesos volados en su
habitación.
El po simplemente había besado a la prima de Romano en la mejilla.
Se rumoreaba que al mafioso ni siquiera le gustaba su primo.
¿Si descubriera que Luca se acostó con su querida sobrina? Mi
hermano pediría la muerte.
La piel de Luca adquirió un nte verde enfermizo. —No en en...
—¿En qué demonios estabas pensando? ¿Cómo carajo la conociste?
Los Romanos eran famosos por su insularidad. Gabriele mantenía a los
suyos muy controlados, y rara vez se aventuraban fuera de sus garitos
controlados por la familia.
—Nos conocimos en un bar. No hablamos mucho, pero congeniamos e
intercambiamos números. —Luca hablaba rápido, como si temiera que yo
atacara si se detenía—. No ene tantos ojos puestos en ella ahora que es
viuda, pero te juro que no supe quién era hasta que nos acostamos. Me
dijo que su padre estaba en la construcción.
Una vena palpitó en mi sien. —Está en la construcción.
Junto con clubes nocturnos, restaurantes y una docena de otras
fachadas para sus sucios negocios.
Si hubiera sido cualquier otra persona que no fuera Romano, habría
socavado la amenaza de Francis pagándole o llegando a un acuerdo
mutuamente beneficioso.
Pero a diferencia de algunos hombres de negocios lo suficientemente
miopes como para enredarse en los bajos fondos, yo no me me a con la
mafia. Una vez que entrabas, la única forma de salir era en un ataúd, y
prefería prenderme fuego a ponerme voluntariamente en una posición en
la que tuviera que responder ante alguien más.
Francis quería lo que mi apellido le podía aportar. ¿Romano? Querría
hasta el úl mo dólar y la úl ma gota de sangre, incluso después de
degollar a mi hermano.
—Sé que parece malo, pero no lo en endes —dijo Luca, con una
expresión torturada—. La quiero.
Una terrible calma descendió sobre mí. —La quieres.
—Sí. —Su rostro se suavizó—. Ella es increíble. Hermosa, inteligente...
—La amas, y sin embargo has estado follando con todo lo que se
mueve durante las úl mas dos semanas.
—No lo he hecho. —Luca se puso muy rojo—. Fue un acto para
mantener mi reputación, ¿sabes? Tuve que irme un empo porque su
primo se escapó y su o estaba reprimiendo a toda la familia, pero tuvimos
cuidado.
Nunca había estado tan cerca de asesinar a un miembro de la familia.
—Al parecer, no fueron lo suficientemente cuidadosos —gruñí,
ganándome otro respingo.
Respiré hondo y esperé a que se me pasara la rabia explosiva antes de
sentarme, lenta y deliberadamente, para no alcanzar el escritorio y
estrangular a mi único hermano. —¿Quieres saber cómo conseguí esas
fotos, Luca?
Abrió la boca, luego la cerró y negó con la cabeza.
—Francis Lau entró en mi despacho hace dos semanas y las puso
sobre mi mesa. Casualmente, había estado antes en la ciudad y te vio con
María. Les reconoció a los dos y los hizo seguir. Una vez que consiguió lo
que necesitaba, vino a hacer un trato. —Una fina sonrisa se dibujó en mis
labios. —¿Quieres adivinar cuáles son los términos del trato?
Luca volvió a negar con la cabeza.
—Me caso con su hija, y él se guardará las pruebas para sí mismo. Si
no lo hago, enviará las fotos a Romano y tú morirás.
Tenía una excelente fuerza de seguridad privada. Estaban bien
entrenados, eran profesionales y tenían la suficiente flexibilidad moral para
tratar con los intrusos de forma que disuadieran a futuros intrusos de
cruzarse conmigo.
Sin embargo, había una diferencia entre la seguridad y el cas go y la
guerra con la maldita mafia.
Los ojos de Luca se abrieron de par en par.
—Mierda. —Se pasó una mano por la cara—. Dante, yo...
—No digas ni una palabra más. Esto es lo que harás —Le clavé una
dura mirada—: Cortarás todo contacto con María, con efecto inmediato.
Me importa una mierda si ella es tu única y verdadera alma gemela y
nunca encuentras el amor después de ella. Desde este momento, ella no
existe para . No la verás, ni hablarás, ni te comunicarás con ella. Si lo
haces, congelaré todas las malditas cuentas que tengas y pondré en la lista
negra a cualquier persona que te ayude económicamente.
Nuestro abuelo estaba al tanto de los desenfrenados hábitos de gasto
de Luca y me dejó en su testamento el control total de la empresa y de las
finanzas familiares. Estar en la lista negra por mí significaba estar en la lista
negra de todos en nuestro círculo social, y ni siquiera los amigos idiotas de
Luca eran tan estúpidos como para arriesgarse a eso.
—También voy a reducir tu asignación mensual a la mitad hasta que
demuestres que eres capaz de tomar mejores decisiones.
—¿Qué? —Luca explotó—. No puedes...
—Si vuelves a interrumpirme, la reducirás a cero —dije con frialdad.
Se calló, con una expresión rebelde—. Ganarás la mitad restante del dinero
aceptando un trabajo en una de nuestras endas, donde serás tratado
como cualquier otro empleado. Nada de tratos especiales, nada de beber o
follar en el trabajo, y nada de salir a comer y volver dos horas después. Si
te descuidas, serás despedido por completo. ¿Entendido?
Tras un largo silencio, apretó los labios en una fina línea y asin ó
brevemente.
—Bien. Ahora lárgate de mi despacho.
Si tenía que mirarlo un minuto más, podría hacer algo de lo que me
arrepen ría.
Debió percibir el peligro inminente porque se levantó y se dirigió a la
salida sin decir nada más.
—¿Y Luca? —Lo detuve antes de que abriera la puerta—. Si descubro
que has violado mis reglas y has vuelto a contactar con María, te mataré yo
mismo.
~
Mi puño se estrelló contra su estómago, con fuerza y precisión. Mi
primer golpe de la noche.
La adrenalina me recorrió mientras Kai gruñía por el impacto.
Cualquier otra persona se habría tambaleado y se habría quedado sin
aliento, pero al más puro es lo de Kai, solo se detuvo unos segundos antes
de sacudirse.
—Pareces molesto —dijo mientras contraatacaba con un gancho de
izquierda. Lo esquivé con milímetros de sobra—. ¿Mal día en el trabajo?
Una pizca de diversión ma zó su pregunta a pesar del golpe directo
que acababa de recibir.
—Algo así.
El sudor me resbalaba por la frente y me cubría la espalda mientras
descargaba mis frustraciones en el ring.
Había venido directamente al Club Valhalla después del trabajo. La
mayoría de los miembros preferían el spa, los restaurantes o el club de
caballeros de lujo del lugar, lo que significaba que el gimnasio de boxeo
rara vez recibía tráfico, excepto yo y Kai.
—He oído que el trato con Santeri está avanzando, así que no puede
ser eso. —Kai apenas estaba sin aliento a pesar de la agresividad de
nuestro primer asalto—. Tal vez no es el trabajo. Tal vez... —Su expresión
se volvió especula va—. Tiene que ver con tu compromiso con cierta
heredera de la joyería.
Dejó escapar otro pequeño gruñido cuando le di un golpe en las
cos llas inferiores, pero eso no le impidió reírse de mi ceño fruncido.
—Deberías saber que no debes tratar de mantener algo tan grande en
secreto —dijo—. Toda la oficina está alborotada por ello.
—Tu personal debería dedicar más empo a trabajar y menos a
co llear. Tal vez así, la circulación no bajaría.
El anuncio de mi compromiso no estaba programado para publicarse
en la codiciada sección online de Mode de Vie hasta mediados de
sep embre, pero el medio de moda y es lo de vida de lujo era la joya de la
corona del imperio mediá co de los Young. Me sorprendería que Kai no
supiera del compromiso con antelación.
—Nunca pensé que vería el día en que te casaras. —Ignoró mi
indirecta—. Con Vivian Lau, nada menos. ¿Cómo te las has arreglado para
mantenerla en secreto durante tanto empo?
—Todavía no estamos casados. —Bloqueé otro intento de golpe—. Y
no la he mantenido en secreto. Nuestro compromiso es un acuerdo de
negocios. No la invité a cenar antes de cerrar el trato.
La palabra compromiso me dejó un sabor amargo en la boca.
La idea de encadenarme a alguien para el resto de mi vida era tan
atrac va como entrar en el océano con bloques de hormigón atados a los
pies.
Prefería el trabajo a las personas, muchas de las cuales no apreciaban
quedar en segundo plano ante los contratos y las reuniones. Pero los
negocios eran lucra vos, prác cos y, en su mayor parte, predecibles. Las
relaciones no lo eran.
—Eso ene más sen do —dijo Kai—. Debería haber sabido que las
fusiones y adquisiciones se apoderarían incluso de tu vida personal.
—Qué gracioso.
Su risa se desvaneció cuando le di un golpe en la mandíbula, y él
respondió con un puñetazo que me dejó sin aire.
Nuestra conversación disminuyó, sus tuida
maldiciones mientras nos golpeábamos mutuamente.
por
gruñidos
y
Kai era la persona más tranquila que conocía, pero tenía una vena
compe va feroz. Habíamos empezado a boxear juntos el año pasado, y se
había conver do en mi compañero para desahogarme porque nunca se
contenía.
¿Quién necesita terapia cuando puede golpear a su amigo en la cara
cada semana?
Golpear, agacharse, esquivar, golpear. Una y otra vez hasta que
terminamos la noche con un empate y bastantes más moratones que
cuando habíamos entrado.
Pero por fin se me había pasado el enfado, y cuando me encontré con
Kai en los vestuarios después de la ducha, había ganado la suficiente
claridad como para no volver a perder la cabeza con mi hermano.
Había estado a punto de cortar lazos con él después de nuestra
conversación de aquella tarde, sin importar las promesas ni las
condiciones. Se lo merecía, pero no tenía la energía para lidiar con su
inevitable rabieta ahora mismo.
—¿Te sientes mejor? —Kai ya estaba ves do cuando entré.
Camisa abotonada, americana, finas monturas negras.
Todo rastro del letal luchador del ring había desaparecido, sus tuido
por el epítome de la sofis cación académica.
—Marginalmente. —Me ves y me pasé una mano por la mandíbula
dolorida—. Tienes una gran pegada.
—Por eso has llamado. Odiarías que te lo pusiera fácil.
Resoplé. —Tanto como tú odiarías perder.
Salimos del gimnasio y tomamos el ascensor hasta el primer piso. El
Club Valhalla era una sociedad mundial exclusiva para personas con cierto
patrimonio, y tenía sedes en todo el mundo. Sin embargo, su sede en
Nueva York era la más grande y opulenta, y abarcaba cuatro pisos y una
manzana entera en el Alto Manha an.
—He visto a Vivian varias veces —dijo Kai con indiferencia cuando se
abrieron las puertas del ascensor—. Es guapa, inteligente y encantadora.
Podrías haberlo hecho mucho peor.
La irritación se agitó en mi pecho. —Quizá deberías casarte con ella.
No me importaba si Vivian era una santa supermodelo que salvaba
cachorros de edificios en llamas en su empo libre. Simplemente era
alguien a quien tenía que tolerar hasta que destruyera todas las fotos.
Por desgracia, la úl ma actualización de Chris an confirmó que
Francis había almacenado las fotos tanto digital como sicamente.
Chris an podía encargarse fácilmente de las pruebas digitales, pero
destruir las pruebas sicas era más complicado cuando no sabíamos
cuántas copias de seguridad tenía Francis. No podía arriesgarme a hacer un
movimiento hasta que estuviéramos seguros al cien por cien de que
habíamos localizado todo su alijo.
—Si pudiera, lo haría. —Las sombras en los ojos de Kai desaparecieron
tan rápidamente como habían surgido.
Como heredero de la fortuna de los Young, su futuro estaba aún más
grabado en piedra que el mío.
—Todo lo que digo es que no seas un imbécil. —Kai saludó con la
cabeza a un miembro del club que pasaba por allí y esperó a que salieran
del alcance de sus oídos para añadir—: No es culpa de ella que esté
atrapada con un bruto como tú.
Si él supiera.
—Preocúpate menos por mi vida personal y más por la tuya. —
Levanté una ceja al ver sus gemelos—. Leones dorados con ojos de
ama sta, parte del escudo de la familia Young—. Leonora Young no
esperará eternamente para tener un nieto.
—Por suerte para ella, ya ene dos, cortesía de mi hermana. Y no
intentes desviar la atención. —Cruzamos la reluciente entrada de mármol
negro hacia la salida—. Quise decir lo que dije sobre Vivian. Sé amable.
Mis dientes posteriores se apretaron.
Me gustara o no, Vivian era mi prome da, y me estaba cansando de
oír su nombre salir de su boca.
—No te preocupes —dije—. La trataré exactamente como se merece.
5
VIVIAN
—¿Cómo que no has hablado con tu prome do desde tu
compromiso? —Isabella se cruzó de brazos y me dirigió una mirada de
reproche—. ¿Qué po de relación ridícula es esa?
—Una arreglada. —La barra se inclinó antes de enderezarse. Quizá no
debería haberme tomado dos mai tais y medio seguidos, pero mi happy
hour semanal con Isabella y Sloane era el único momento en el que podía
soltarme.
Sin ojos que juzguen, sin necesidad de ser perfecta y "correcta".
¿Y qué si estaba un poco achispada? El bar se llamaba The Tipsy Goat.
Era de esperar.
—Es mejor que no hayamos hablado —añadí—. No es el conversador
más agradable.
Incluso ahora, el recuerdo de mi primer y hasta ahora único encuentro
con Dante me producía una oleada de indignación.
No había mostrado ningún remordimiento por haberse saltado la
mitad de nuestra cena de presentación para fumar puros en el despacho
de mi padre, y se había marchado sin ni siquiera dar las gracias o las
buenas noches.
Dante era mul millonario, pero tenía los modales de un troll mal
criado.
—Entonces, ¿por qué te vas a casar con él? —Sloane enarcó una ceja
perfectamente arreglada—. Dile a tus padres que te busquen una pareja
mejor.
—Ese es el problema. No hay mejor pareja a sus ojos. Creen que es
perfecto.
—Dante Russo, ¿perfecto? —Su ceja se arqueó más—. Su equipo de
seguridad una vez hospitalizó a alguien que intentó entrar en su casa. El
po terminó en un coma de meses con cos llas rotas y una rótula
destrozada. Es impresionante, pero yo no diría que es perfecto.
Solo Sloane pensaría que poner a un po en coma es impresionante.
—Con a en mí, lo sé. No soy yo a quien enes que convencer —
murmuré.
No es que la notoria crueldad de Dante le importara a mi familia.
Podía disparar a alguien en hora punta en el centro de Manha an y dirían
que la persona se lo merecía.
—No en endo por qué accediste a cualquier compromiso. —Sloane
negó con la cabeza—. No necesitas el dinero de tus padres. Puedes casarte
con quien quieras y no hay nada que puedan hacer al respecto.
—No se trata del dinero. —Aunque mis padres me cortaran la
herencia, me sobraba con mi trabajo, las inversiones y el fondo fiduciario,
al que llegué a los vein ún años—. Se trata de... —Busqué la palabra
adecuada—. Familia.
Isabella y Sloane intercambiaron miradas.
No era la primera vez que hablábamos de mi compromiso o de mi
relación con mis padres, pero cada vez me sen a obligada a defenderlos.
—Los matrimonios concertados se esperan en mi familia —dije—. Mi
hermana lo hizo, y yo también. He sabido que esto iba a pasar desde que
era adolescente.
—Sí, pero ¿qué van a hacer si dices que no? —preguntó Isabella—.
¿Desconocerte?
Mi estómago cayó en picado. Forcé una risa apretada. —Tal vez. —
Absolutamente.
Habían alabado a mi a por repudiar a mi prima después de que
rechazara una beca en Princeton para abrir un camión de comida. Negarse
a casarse con un Russo sería mil veces peor.
Si rompía el compromiso, mis padres no volverían a verme ni a
hablarme. No eran perfectos, pero la perspec va de separarme de mi
familia y quedarme sola hacía que los mai tais se agitaran peligrosamente
en mi estómago.
Pero Isabella no lo entendería. Culturalmente, éramos similares,
aunque ella era china filipina en lugar de china de Hong Kong. Pero
provenía de una familia numerosa y cariñosa a la que le parecía bien que
se mudara al otro lado del país para ejercer de camarera y perseguir sus
sueños de escritora.
Si yo expresara deseos similares a mis padres, me encerrarían en mi
habitación y me harían un exorcismo o me echarían a la calle sin nada más
que la ropa que llevo puesta, en sen do figurado.
—No quiero decepcionarlos —dije—. Ellos me criaron y sacrificaron
mucho para que yo pudiera tener la vida que tengo ahora. Casarme con
Dante nos ayudaría a todos.
Las relaciones familiares no deberían ser transaccionales, pero no
podía evitar la sensación de que tenía una enorme deuda con mis padres
por todo: las oportunidades, la educación, la libertad de vivir y trabajar
donde quiera sin preocuparme por el dinero. Eran lujos que la mayoría de
la gente no tenía, y yo no los daba por sentado.
Los padres cuidaban de sus hijos. Cuando los hijos crecían, cuidaban
de sus padres. En nuestro caso, eso significaba que dichos hijos se casaban
bien y ampliaban la riqueza e influencia de la familia.
Así funcionaba nuestro mundo.
Isabella suspiró. Habíamos sido amigas desde que nos conocimos en
una clase de yoga cuando yo tenía vein dós años. Las clases de yoga no
habían durado; nuestra amistad sí. Ella sabía que no debía discu r conmigo
sobre mi familia.
—Vale, pero eso no cambia el hecho de que no hayas hablado con él
cuando te vas a vivir a su hogar la semana que viene.
Jugué con mi pulsera de zafiro. Me habría opuesto a dejar mi
apartamento del West Village para mudarme al á co de Dante en el Upper
East Side, pero ¿qué sen do tendría? Estaría perdiendo el empo
discu endo con mi padre.
Sin embargo, aparte de la dirección de Dante, no tenía ningún detalle
para la mudanza. Ni llaves, ni requisitos del edificio, nada.
—Al final enes que hablar con el hombre —añadió Isabella—. No
seas cobarde.
—No soy una cobarde. —Me volví hacia Sloane—. ¿Lo soy?
Ella levantó la vista de su teléfono. Técnicamente, a ninguno de
nosotros se nos permi a revisar nuestros teléfonos durante la hora feliz.
Quien rompía la regla tenía que pagar la cuenta de la noche.
En realidad, Sloane había estado financiando nuestras horas felices
durante los úl mos seis meses. Ella puso el trabajo en la adicción al
trabajo.
—Aunque no estoy de acuerdo con el consejo de Isabella el setenta y
ocho por ciento de las veces, ene razón. Tienes que hablar con él antes de
mudarte. —Un elegante encogimiento de hombros—. Hay una exposición
de arte en la casa de Dante esta noche. Deberías asis r.
Dante poseía una impresionante colección de arte que se rumoreaba
valía cientos de millones de dólares. Su exposición privada anual en la que
mostraba sus úl mas adquisiciones era una de las invitaciones más
codiciadas de Manha an.
Estábamos técnicamente comprome dos, y mi falta de invitación
habría sido vergonzosa si no me hubiera sen do tan aliviada.
Después de mudarme, tendría que pasar todas las noches con él, así
que me aferraba a mi libertad mientras durara. La perspec va de compar r
una habitación y una cama con Dante Russo era... desconcertante.
En mi mente surgió una imagen de él sentado detrás del escritorio de
mi padre, con los ojos oscuros y la postura arrogante, con zarcillos de
humo enroscados alrededor de ese rostro audazmente carismá co.
Un calor inesperado recorrió mis piernas.
La presión de su pulgar contra mi labio, el brillo ahumado de sus ojos
cuando me miró... hubo un momento, solo uno, en el que pensé que me
besaría. No para mostrar afecto, sino para ensuciarme. Para dominar y
corromper.
La calidez se enroscó hasta que la pesada expectación de las miradas
de mis amigos me devolvió al presente.
No estaba en el despacho de mi padre. Estaba en un bar y ellos
esperaban una respuesta.
La exposición. Sí.
Una fría ráfaga de realidad apagó el calor.
—No puedo presentarme sin invitación —dije, esperando que no
pudieran verme sonrojada bajo mi enrojecimiento inducido por el alcohol
—. Es de mala educación.
—No eres una irresponsable de la fiesta. Eres su prome da, aunque
aún no tengas anillo —replicó Isabella—. Además, te vas a mudar pronto,
de todos modos. Considéralo un adelanto de tu nuevo hogar, al que no
puedes mudarte si no hablas con él.
Suspiré, deseando poder rebobinar el empo un mes para poder
prepararme mentalmente para lo que se avecinaba.
—Odio cuando enes razón.
Las mejillas de Isabella se sonrojaron. —La mayoría de la gente lo
hace. Me gustaría ir con go porque me encanta una buena fiesta, pero
tengo un turno esta noche.
De día, era una aspirante a autora de novelas eró cas. Por la noche,
servía bebidas caras a chicos de fraternidad en un bar de mala muerte en
el East Village.
Odiaba el bar, su clientela y su espeluznante gerente, y estaba
buscando ac vamente otro trabajo, pero hasta que lo encontrara, estaba
atrapada.
—¿Sloane? —Pregunté con esperanza.
Si iba a enfrentarme a Dante esta noche, necesitaría refuerzos.
—No puedo. Asher Donovan estrelló su Ferrari en Londres. Está bien
—dijo Sloane cuando Isabella y yo jadeamos. A ninguna de las dos nos
importaban los deportes, pero la famosa estrella del fútbol era demasiado
bonita para morir—. Pero tengo que apagar el fuego mediá co. Este es el
segundo coche que choca en otros tantos meses.
Sloane dirigía una empresa de relaciones públicas con una pequeña
pero poderosa lista de clientes. Siempre estaba apagando incendios.
Pidió la cuenta a nuestro camarero, la pagó y me hizo prometer que la
llamaría si necesitaba algo antes de desaparecer por la puerta en una nube
de perfume Jo Malone y pelo rubio pla no.
Isabella se fue poco después a su turno, pero yo me quedé en la
cabina, deba endo qué hacer a con nuación.
Si fuera inteligente, me iría a casa y terminaría de empacar para mi
mudanza. Nada bueno saldría de colarse en la fiesta de Dante, y podía
llamarle mañana si realmente quería.
Empacar, ducharse y dormir, decidí.
Ese era mi plan, y lo iba a cumplir.
~
—Lo siento, señora, pero usted no está en la lista. No importa si es
usted la madre, la hermana o la prome da del señor Russo... —La
anfitriona levantó una ceja al ver mi dedo anular desnudo—. No puedo
dejarte entrar sin una invitación.
Mi sonrisa no vaciló. —Si llamas a Dante, él confirmará mi iden dad —
dije, aunque no estaba segura de que lo hiciera. Ya me encargaría de ese
asunto cuando llegáramos—. Esto es simplemente un descuido.
Me había ido a casa como estaba previsto después de la hora feliz y
duré un total de veinte minutos antes de ceder a la sugerencia de Isabella y
Sloane.
Tenían razón. No podía quedarme sentada esperando a Dante cuando
la fecha de mi mudanza estaba tan cerca. Tenía que aguantarme y verle,
por mucho que me molestara o me inquietara.
Por supuesto, para poder verlo, tenía que entrar en la fiesta.
La cara de la anfitriona enrojeció. —Le aseguro que no hubo ningún
descuido. Somos me culosos en...
—Vivian, ahí estás.
Un acento británico aristocrá co cortó suavemente nuestro
enfrentamiento.
Me giré y la sorpresa me invadió cuando vi al apuesto asiá co que me
sonreía. Su rostro impecablemente cincelado y sus profundos ojos oscuros
habrían sido casi demasiado perfectos si no fuera porque las sencillas
monturas negras le daban un toque de accesibilidad.
—Dante acaba de enviar un mensaje. Te está buscando, pero no
contestabas al teléfono. —Se acercó a mí y sacó una elegante invitación de
color crema del bolsillo de su chaqueta. Se la entregó a la anfitriona—. Kai
Young más uno. Puedo traer a la señora Lau para no molestar a Dante en
su gran noche.
Ella me miró con desprecio, pero le ofreció a Kai una apretada sonrisa.
—Por supuesto, Sr. Young. Disfrute de la fiesta. —Se hizo a un lado, al
igual que el par de guardias trajeados y sin sonrisa que había detrás de ella.
A diferencia de los clubes nocturnos o los bares, en eventos exclusivos
como éste rara vez se pedía el carné de iden dad. El personal debía
memorizar y emparejar los rostros de los invitados con sus nombres a la
vista.
Esperé a que no nos escucharan antes de dirigirme a Kai con una
sonrisa de agradecimiento. —Gracias. No tenías que hacerlo.
Kai y yo no éramos amigos ín mos, pero a menudo asis amos a las
mismas fiestas y charlábamos siempre que nos cruzábamos. Su
comportamiento reflexivo y reservado era un soplo de aire fresco en la
jungla narcisista de la alta sociedad de Manha an.
—De nada. —Su tono formal me hizo sonreír.
Nacido en Hong Kong, criado en Londres y educado en Oxford y
Cambridge, los modales de Kai eran un claro reflejo de su educación.
—Estoy seguro de que tu ausencia en la lista fue un descuido de
Dante. —Sacó dos copas de champán de la bandeja de un camarero que
pasaba por allí y me entregó una—. Hablando de eso, felicidades por tu
compromiso. ¿O debería decir, condolencias?
Mi sonrisa se convir ó en una carcajada. —El jurado aún no ha
decidido.
Por lo que había oído, Kai y Dante eran amigos. No estaba segura de lo
que Dante le había contado sobre nuestro compromiso, pero estaba
pecando de precavida.
En lo que respecta al público, éramos una pareja feliz y cariñosa que
no podía estar más emocionada de estar comprome da.
—Inteligente. La mayoría de la gente trata a Dante como si caminara
sobre el agua. —Los ojos de Kai brillaron—. Necesita que alguien le
recuerde que es mortal como el resto de nosotros.
—Oh, con a en mí —dije—. No creo que sea un dios.
Más bien el diablo enviado a trabajar en mi úl mo nervio.
Kai se rió. Hablamos durante unos minutos más antes de que se
excusara para hablar con un viejo amigo de la universidad.
¿Por qué no pude terminar con alguien como él? Era educado,
encantador y lo suficientemente rico como para cumplir con los estándares
de mis padres.
En cambio, me tocó un italiano melancólico que no reconocería los
buenos modales, ni aunque le dieran una bofetada.
Suspiré y dejé mi vaso vacío en una bandeja cercana antes de
pasearme por el á co, observando la magnífica arquitectura y la
decoración.
Dante había renunciado al minimalismo moderno, tan popular entre
sus hermanos solteros, en favor de los muebles hechos a mano y los ricos
tonos joya. Las alfombras de seda turcas y persas cubrían los relucientes
suelos y las exuberantes cor nas de terciopelo enmarcaban las ventanas
del suelo al techo con vistas panorámicas de Central Park y el emblemá co
horizonte de la ciudad.
Pasé por dos salones, cuatro tocadores, una sala de proyecciones y un
salón de juegos antes de entrar en la larga galería con tragaluz donde se
celebraba la exposición.
Todavía no había visto a Dante, pero lo más probable es que
estuviera...
Mis pasos se ralen zaron cuando apareció una cabeza familiar de pelo
negro brillante.
Dante estaba en el otro extremo de la sala, hablando con una
hermosa pelirroja y un hombre asiá co con pómulos tan afilados como
para cortar el hielo. Sonrió ante algo que dijeron, con una expresión cálida.
Así que, después de todo, era capaz de sen r emociones humanas
normales. Es bueno saberlo.
La sangre me arde un poco más, ya sea por el alcohol o por la visión
de su verdadera sonrisa. Opté por creer que era lo primero.
Dante debió sen r el peso de mi mirada porque dejó de hablar y
levantó la vista.
Nuestros ojos se cruzaron y la calidez desapareció de su rostro como
el sol bajo el horizonte.
Los la dos de mi corazón chocaron entre sí.
Un pasillo de doble longitud nos separaba, pero su disgusto era tan
potente que se filtraba en el aire y en mi cuerpo como un veneno mortal.
Dante se excusó de sus invitados y se acercó a mí, con su poderosa y
musculosa figura abriéndose paso entre la mul tud con la certeza de un
depredador que se aferra a su presa.
Un cosquilleo de alarma me recorrió la columna vertebral, pero me
obligué a mantenerme firme, aunque todos mis ins ntos de
autoconservación me gritaban que corriera.
No pasa nada. No te matará en público. Probablemente. Tal vez.
—Bonita fiesta. Me temo que mi invitación se perdió en el correo,
pero llegué —dije cuando se acercó. Cogí una copa de una bandeja cercana
y se la tendí—. ¿Champán?
—Tu invitación no es lo que se ha perdido, mia cara. —El
aterciopelado cariño habría sido digno de un desvanecimiento si no fuera
por la oscuridad que bullía bajo la superficie. No tocó la bebida ofrecida—.
¿Qué haces aquí?
—Disfrutando de la comida y de las obras de arte. —Me llevé el vaso a
los labios y tomé un sorbo. Nada sabía tan dulce como el valor líquido—.
Tienes un gusto exquisito, aunque tus modales podrían mejorar.
Una dura sonrisa se dibujó en su boca. —Qué ironía que siempre me
des un sermón sobre los modales cuando eres tú la que se presentó sin
invitación a un evento privado.
—Estamos comprome dos. —Me dejé de rodeos y fui directamente al
meollo del asunto. Cuanto más rápido me quitara esto de encima, más
rápido podría irme—. No hemos intercambiado ni una sola palabra desde
la cena, y se supone que me mudaré la semana que viene. No espero
declaraciones de amor y flores todos los días —aunque eso estaría bien—,
pero sí espero cortesía básica y habilidades de comunicación. Como
pareces incapaz de tomar la inicia va, lo he hecho yo.
Terminé mi bebida y la dejé en el suelo. —Ah, y no consideres que me
he presentado sin invitación. Considéralo como que he aceptado tu
invitación antes de empo. Después de todo, aceptaste que me mudara,
¿no es así? Simplemente quería echar un vistazo a mi nuevo hogar antes
de comprometerme con él.
Mi pulso se aceleró por los nervios, pero mantuve un tono uniforme.
No podía sentar el precedente de echarme atrás cada vez que Dante se
enfadara. Si percibía alguna debilidad, se abalanzaría.
La sonrisa de Dante no llegó a sus ojos.
—Ha sido un buen discurso. Desde luego, no tuviste tanto que decir
en la cena de la otra noche. —El frío acero de su voz se fundió en una seda
áspera mientras su mirada me recorría, ganando en calor cuanto más la
recorría—. Casi no te reconozco.
La in midad de su doble sen do palpitó en mis venas y cayó entre mis
piernas.
Mi traje de tweed y mis perlas estaban guardados en el fondo del
armario ahora que había vuelto a Nueva York. En su lugar, me puse un
clásico ves do de cóctel negro, tacones y mi pintalabios rojo favorito. Los
diamantes brillaban alrededor del cuello y en las orejas. No era nada
rompedor, pero era lo mejor que podía hacer cuando tenía prisa por
arreglarme.
Sin embargo, la intensidad del escru nio de Dante me hizo sen r
como si me hubiera presentado a una reunión de la iglesia con un bikini de
hilo.
Se me hizo un nudo en el estómago cuando su mirada pasó de mi cara
a mi pecho hasta el punto en el que el ves do me abrazaba las caderas.
Pasó por encima de la longitud desnuda de mis piernas, la mirada casi
obscena en su pereza y eró ca en su minuciosidad, como la caricia de un
amante decidido a cartografiar cada cen metro de mi cuerpo con su
atención.
Se me secó la garganta. Una llama se encendió en lo más bajo de mi
estómago y, de repente, deseé volver a ponerme un traje conservador esta
noche.
Era más seguro. Menos capaz de empañar mi mente con ásperos
gestos y una atracción eléctrica.
¿De qué estábamos hablando?
—Diferentes ocasiones requieren diferentes enfoques. —Busqué las
palabras y esperé que tuvieran sen do.
Enarqué una ceja, rezando para que Dante no pudiera oír lo rápido
que la a mi corazón. Sabía que era sicamente imposible, pero no podía
evitar la extraña sensación de que podía ver a través de mí como si
estuviera hecha de nada más que mil pedazos de vidrio roto y
transparente.
—Tal vez quieras probar esa estrategia alguna vez —añadí, decidida a
mantener la conversación para no volver a hundirme en el calor
adormecedor de su mirada—. Podrías caerle mejor a la gente.
—Lo haría si me importara la opinión de los demás. —Volvió a
arrastrar sus ojos hacia los míos, la imagen de la crueldad burlona una vez
más—. A diferencia de algunos de mis es mados invitados, no obtengo mi
autoes ma de lo que la gente piensa de mí.
La insinuación me golpeó en las tripas, y mi piel pasó de estar
excesivamente caliente a estar helada en un abrir y cerrar de ojos.
Nadie pasó de ser tolerable a idiota más rápido que Dante Russo. Me
hizo falta toda mi fuerza de voluntad para no rarle a la cara la bebida más
cercana.
Tenía algo de valor, pero lo peor era que no se equivocaba.
Los insultos con una pizca de verdad siempre son los que más calan.
—Bien. Porque te aseguro que su opinión sobre
espeté.
es bastante baja —
No lo abofetees. No hagas una escena.
Respiré profundamente y lo envolví antes de ir en contra de mi propio
consejo.
—A pesar de lo encantadora que me parece nuestra conversación,
tengo que excusarme, ya que tengo otros lugares en los que estar. Sin
embargo, espero que toda la información logís ca relacionada con mi
mudanza esté en mi bandeja de entrada mañana a mediodía. No me
gustaría tener que presentarme delante de su edificio y revelar su
incompetencia a sus vecinos. —Me toqué el colgante de diamantes en la
garganta—. Imagina lo embarazoso que sería que la gente descubriera que
el gran Dante Russo no podía coordinar algo tan simple como la mudanza
de su prome da.
La mirada de Dante podría haber derre do los marcos de oro que
colgaban de las paredes.
—Puede que no te importe lo que los demás piensen personalmente
de , pero la reputación lo es todo en los negocios. Si no puedes manejar
tu vida hogareña, ¿cómo podrías manejar tus negocios en la oficina? —
Saqué una tarjeta de visita de mi bolso y la me en el bolsillo de la
chaqueta de su traje—. Supongo que ya enes mis datos de contacto. En
caso de que no la tengas, aquí enes mi tarjeta. Espero tu correo
electrónico.
Me alejé antes de que pudiera responder.
El calor de su ira me azotó la espalda, pero había detectado un
pequeño destello de algo más en sus ojos antes de que me fuera.
El respeto.
Seguí caminando, con el corazón en la garganta y los pies moviéndose
cada vez más rápido, hasta que llegué al baño de invitados más cercano.
Solo cuando la puerta se cerró tras de mí, me desplomé contra la pared y
me cubrí la cara con las manos.
Respira.
Mi oleada de adrenalina ya se estaba desvaneciendo, dejándome
agotada y ansiosa.
Me había enfrentado a Dante y había ganado... por ahora. Pero no era
tan ingenua como para pensar que eso era el final.
Aunque enfrentarme a él me había hecho ganar puntos de mala gana
a sus ojos, no dejaría que una puntuación desigual contra él se mantuviera.
De alguna manera, había entrado en una guerra fría con mi
prome do, y esta noche era solo la batalla inicial.
6
DANTE
Le envié a Vivian la información que necesitaba para su mudanza
exactamente al mediodía del domingo. No por miedo a que montara una
escena delante de mi edificio, sino por admiración a regañadientes por el
truco que había hecho en mi exposición.
Resultó que la delicada rosita tenía algo de acero en sus espinas
después de todo.
El fin de semana siguiente, Vivian se presentó de nuevo en mi casa,
esta vez con un ejército de mudanzas.
Greta, mi ama de llaves, y Edward, mi mayordomo, se encargaron de
guiar a los de la mudanza por el apartamento mientras yo llevaba a Vivian
a su habitación.
Ninguno de los dos hablaba, y el silencio se ampliaba a cada paso
hasta conver rse en una en dad viva, que respiraba entre nosotros.
El enfado se abrió paso en mi pecho.
Vivian se había mostrado perfectamente amable con Greta, Edward y
el resto de mi personal, a quienes había saludado con cálidas sonrisas y
putas galletas de Levain. Pero cuando llegaba a mí, se cerraba como si yo
fuera la que se había mudado a su casa y había interrumpido su vida
cuidadosamente planificada.
Como si fuera yo la que se hubiera presentado sin invitación en su
fiesta con un traje que podría poner a un hombre de rodillas.
Una semana más tarde, la imagen de ese ves do negro pegado a sus
curvas seguía grabada en mi mente, al igual que el fuego en sus ojos
cuando se enfrentó conmigo.
Ahora no había nada de ese fuego. Vivian era la imagen de la
elegancia fría caminando a mi lado, y eso me enfurecía sin ninguna razón
explicable.
O tal vez mi ira tenía que ver con el hecho de que, incluso con una
blusa y una falda informales, su presencia despertaba un calor no deseado
en mis entrañas. Mi cuerpo nunca había reaccionado de forma tan visceral
ante nadie, y ni siquiera me gustaba.
Nos detuvimos frente a una puerta de madera tallada.
—Esta es tu habitación. —La había instalado en la suite más alejada de
la mía, y todavía estaba demasiado cerca—. Greta desempacará por más
tarde.
Mi voz sonó anormalmente fuerte después de la opresiva
tranquilidad.
Una de sus cejas se levantó. —Habitaciones separadas hasta el
matrimonio. No sabía que fueras tan tradicionalista.
—No me había dado cuenta de que estuvieras tan ansiosa por
compar r la cama conmigo.
Una pequeña sonrisa curvó mi boca cuando las mejillas de Vivian se
sonrosaron. Fue su primera pérdida de compostura en toda la mañana.
—No he dicho que quiera compar r la cama con go —dijo con
frialdad—. Simplemente he señalado lo an cuado de tu pensamiento.
Dormir en habitaciones separadas es para los matrimonios que se pelean,
no para los recién prome dos que se supone que están enamorados. Se
correrá la voz. La gente hablará.
—No lo hará, y no lo harán. —El personal de mi casa llevaba años
conmigo y me enorgullecía de su discreción—. Si lo hacen, me encargaré
de ello. Pero ya que estamos en el tema de la imagen pública, deberíamos
establecer los límites de nuestra relación.
—Ah, la comunicación. Creo que por fin te has graduado de la etapa
neandertal de tu vida.
Ignoré su irónico insulto y con nué: —En público, interpretaremos el
papel de una pareja cariñosa. Asis remos a eventos juntos, sonreiremos
para las cámaras y fingiremos que nos gustamos. También tendrás pleno
acceso a la cartera de marcas del Grupo Russo. Si quieres algo de
cualquiera de nuestras colecciones, llama a mi asistente Helena y ella se
encargará de ello. En tu mesita de noche encontrarás su número, una
Amex negra y tu anillo de compromiso. Llévalo.
El anuncio del compromiso se publicó esa mañana. Vivian y yo
estábamos oficialmente unidos, lo que significaba que mi reputación
también estaba en juego.
No me importaba si a la gente le gustaba personalmente, pero la
percepción pública era importante en mi línea de trabajo. Una discordia
evidente plantearía demasiadas preguntas, y lo úl mo que necesitaba eran
columnistas de sociedad entrome dos husmeando.
—Un anillo en mi mesita de noche. Qué román co. —Vivian se tocó la
pulsera de zafiro que llevaba en la muñeca—. Realmente sabes cómo hacer
que una mujer se sienta especial.
—No estoy aquí para hacerte sen r especial. —Incliné la cabeza hacia
la suya. El aroma dulce y ligeramente ácido de las manzanas se coló en mis
pulmones mientras enunciaba mis siguientes palabras con precisión—.
Estoy aquí porque he hecho un trato con tu padre.
Vivian no se echó atrás, pero la sorpresa y una pizca de incer dumbre
aparecieron en sus ojos cuando pasé un nudillo sin prisa por la cadena de
oro que llevaba al cuello.
Incluso a tan corta distancia, su piel era impecable, como la crema
ver da sobre la seda. Unas largas pestañas oscuras enmarcaban unos
profundos ojos marrones, y una diminuta marca de belleza, tan pequeña
que habría que estar tan cerca como yo para verla, salpicaba la zona de sus
exuberantes labios.
Mis ojos se dirigieron a su boca. El calor de mis entrañas se extendió a
mi estómago.
Llevaba el mismo pintalabios de la exposición. Atrevido, rojo y
seductor, como un canto de sirena en medio de un mar de tranquila calma.
Quería frotar mi pulgar por su labio inferior y manchar su perfecto
pintalabios hasta que no fuera más que un hermoso desastre. Desprender
la máscara compuesta y ver la fealdad que hay debajo.
Vivian podía estar envuelta en un bonito paquete, pero una Lau era un
Lau. Todos estaban cortados del mismo molde.
—No esperes citas para cenar o dulces en casa, mia cara —dije, mis
palabras eran tan suaves y perezosas como mi toque—. No tendrás
ninguna de las dos cosas.
En lugar de tocar su boca, pasé el dorso de mi mano por su clavícula,
por la curva de su hombro y por su brazo hasta llegar al frené co la do de
su muñeca.
—Deshazte de cualquier idea román ca que puedas tener de que nos
enamoremos y vivamos felices para siempre. No sucederá. —Apreté un
pulgar contra su pulso, con fuerza, y sonreí cuando se sacudió ante el
repen no y brusco movimiento—. Esto es un acuerdo de negocios. Nada
más. ¿Está claro?
Vivian apretó los labios en una línea obs nada.
El aire estaba vivo con el crepitar de la electricidad y la animosidad.
Chisporroteaba contra mi piel, tensando mis músculos y avivando el
extraño y hambriento fuego de mi estómago.
Cuando permaneció en silencio, levanté la mano y la rodeé por la
garganta. Ligeramente, lo suficiente para sen r la superficialidad de su
respiración.
Mi voz bajó hasta conver rse en una peligrosa advertencia. —
¿Estamos. Claros?
Los ojos de Vivian brillaron. —Tan claros como el cristal. —La promesa
de retribución acechaba bajo su respuesta uniforme.
—Bien. —La solté y di un paso atrás con una sonrisa burlona—.
Bienvenida a casa, cariño.
Me fui sin esperar respuesta.
El calor de la piel de Vivian permaneció en mi palma hasta que cerré la
mano alrededor de mi mechero y dejé que el frío metal ahuyentara los
restos de su tacto.
—No empieces —dije cuando me crucé con una Greta que fruncía el
ceño. Estaba limpiando el polvo en el salón, lo suficientemente cerca como
para escuchar al menos parte de mi conversación con Vivian.
Los de la mudanza debían de haberse ido ya.
—Has sido demasiado duro —me amonestó, confirmando mi anterior
sospecha.
Greta tenía más de setenta años, pero su capacidad audi va era muy
superior a la de los murciélagos.
—No fui duro. De verdad. —Consulté mi reloj. Dentro de dos horas
tenía una reunión para comer con un director general que estaba de visita,
y tenía que prepararme antes de salir—. ¿Preferirías que la guiara?
¿Consen r sus fantasías infan les sobre el príncipe azul que llega y la barre
de sus pies?
—¿Cómo sabes que ene esas fantasías? —Greta pasó el plumero por
la repisa de la chimenea con más fuerza de la necesaria—. Parece del po
prác co.
—La conociste hace media hora.
No podía creer que estuviera discu endo con mi ama de llaves por mi
prome da. Deben ser esas malditas galletas con las que Vivian la sobornó.
Greta era muy golosa y tenía una especial predilección por las de
chocolate.
—Tengo buenos ins ntos cuando se trata de la gente. Si no... —Otro
barrido agresivo sobre el manto—. Te habría descartado como un clon
prepotente de tu abuelo hace años.
Mi cara se apagó.
—Recuerda para quién trabajas —adver , con un tono oscuro.
—No osare farmi una ramanzina quando sono stata io ha pulir il culo
da piccolo. —No sermonees a alguien que te ha cambiado los pañales—. Si
quieres despedirme, despídeme. Pero sé que hay un corazón en alguna
parte, ragazzo mio. Úsalo y trata a tu futura esposa con respeto.
—Le di una Amex negra y un anillo de diamantes. —Cualquier mujer
mataría por esas cosas, y eran más de lo que Vivian merecía, teniendo en
cuenta quién era su padre.
Greta me miró fijamente durante un minuto antes de sacudir la cabeza
y murmurar furiosamente en italiano en voz baja. No pude oír lo que decía,
pero imaginé que no era nada halagador.
Me detuve junto a Greta y le puse una mano sobre el plumero,
obligándola a quedarse quieta.
—Eres un miembro valioso de mi casa, pero no me permi ré muchas
libertades —dije con frialdad—. Si quieres unas vacaciones para
despejarte, házmelo saber y se puede arreglar.
La amenaza flotaba en el aire como una oferta.
Sus ojos se entrecerraron. —No necesito vacaciones.
—Bien.
Greta había trabajado para mi familia desde que yo era un bebé.
Había ayudado a criarme a mí y a Luca desde que mis padres eran una
mierda en el trabajo, y había llevado la casa de mi abuelo hasta que la
convencí para que trabajara para mí hace cuatro años. En lugar de
enfadarse, mi abuelo me había regalado una botella de vino de diez mil
dólares por haber conseguido rebajar su precio.
Aunque sen a debilidad por Greta y la consideraba la abuela que
nunca tuve —mis dos abuelas biológicas murieron antes de que yo naciera
—, no toleraría una falta de respeto flagrante.
Si fuera cualquier otra persona, la habría despedido y puesto en la
lista negra en el momento en que la palabra duro saliera de su boca.
Una tos cortés atrajo mi atención hacia la puerta, donde Edward
estaba de pie con una expresión neutral.
—Señor, los de la mudanza han abandonado oficialmente las
instalaciones —dijo—. ¿Quiere que le dé a la Sra. Lau un tour completo?
Había llevado a Vivian directamente a su habitación sin mostrarle el
resto de la casa. Diablos, ella ya había visto la mitad en la exposición de la
semana pasada.
—Por favor, hazlo. —Ella debería conocer la distribución completa del
apartamento. No quería que entrara accidentalmente en mi habitación o
en mi despacho.
Inclinó la cabeza y desapareció por el pasillo. Greta pasó junto a mí y
desapareció en otro rincón del á co sin decir nada, pero su desaprobación
perduró como el olor de su limpiador favorito con aroma a limón.
Me pellizqué el puente de la nariz.
Menos de una hora después de mudarse, Vivian ya estaba provocando
el caos.
La discordia con mi personal era solo el comienzo.
Cambiaba las cosas de si o. Desbarataba el ambiente que yo había
cul vado cuidadosamente. Llegaría a casa sin saber qué ver o esperar.
La agravación subió a mi pecho.
Salí del salón y entré en mi despacho, donde intenté revisar el
material para mi reunión.
Pero, aunque había cerrado la puerta y estaba aislada en el lado
opuesto de la casa de la habitación de Vivian, seguía oliendo el débil y
enloquecedor aroma de las manzanas.
7
VIVIAN
Era una ciudadana respetuosa con la ley, pero si alguien podía
llevarme al matricidio, ese era mi futuro marido.
Odiaba su arrogancia, su grosería y la forma burlona en que me
llamaba mia cara.
Odiaba la forma en que mi pulso palpitaba ante la áspera extensión de
su mano alrededor de mi cuello.
Y odiaba que siempre pareciera más grande que la vida, como si las
moléculas de cualquier espacio en el que entrara tuvieran que plegarse
sobre sí mismas para acomodarlo.
¿Estamos. Claro? Su enloquecedora voz resonaba en mi cabeza.
Estaba claro, sin duda. Estaba claro que Dante Russo era Satanás con
un bonito traje.
Forcé a mis pulmones a expandirse más allá de mi ira. Dentro, uno,
dos, tres. Fuera, uno, dos, tres.
Solo cuando mi presión sanguínea volvió a los niveles normales, abrí la
puerta de mi nueva habitación en lugar de buscar el cuchillo más afilado
que pude encontrar.
Como había prome do, una tarjeta de presentación con el número del
asistente de Dante y una Amex negra esperaban en la mesilla de noche
junto a una dis n va caja de anillos rojos. Cuando abrí la tapa, un
diamante de seis quilates me guiñó el ojo.
Pasé los dedos por encima de la deslumbrante gema. Cinco quilates,
una rara talla Asscher, con diamantes bague e más pequeños adornando
cada hombro.
Debería haberme emocionado. El anillo era impresionante y, a juzgar
por el color y la claridad del diamante, valía al menos cien mil dólares. Era
el po de anillo que la mayoría de las mujeres matarían por tener.
Pero cuando lo saqué de la caja y me lo puse en el dedo, no sen
nada.
Nada, excepto el frío roce del pla no y un gran peso que parecía más
una prisión que una promesa.
La mayoría de los anillos de compromiso eran un símbolo de amor y
compromiso. El mío era el equivalente a la firma de un contrato de fusión.
Una extraña opresión se apoderó de mi garganta.
No debería haber esperado nada más de lo que Dante me dio.
Algunos matrimonios concertados, como el de mi hermana, se conver an
en amor real, pero las probabilidades generales no eran grandes.
Me hundí en la cama. La opresión se extendió desde la garganta hasta
el pecho.
Era estúpido sen rse triste. ¿Y qué si Dante se había declarado de la
forma más impersonal posible? Desde que nos conocimos, sabía que no
íbamos a congeniar. Al menos había sido sincero con sus intenciones y sus
límites.
Aun así, una parte de mí esperaba que nuestras interacciones
anteriores fueran casualidades y que nos acostumbráramos gradualmente
el uno al otro, pero no. Mi futuro marido era simplemente un idiota.
El zumbido de un nuevo mensaje de texto interrumpió mi revolcón.
Levanté el teléfono, esperando otro mensaje de felicitación o un
recordatorio de Isabella para invitarla a casa una vez que me instalara.
En cambio, vi un mensaje de la úl ma persona de la que esperaba
tener no cias.
Heath: Feliz día del chocolate caliente con calabaza. :)
Me quedé mirando las palabras, esperando que desaparecieran como
si las hubiera conjurado accidentalmente. No lo hicieron.
Se me revolvió el estómago.
De todos los días en los que podría haber enviado un mensaje de
texto sin avisar, tenía que ser hoy, justo después de que me mudara a la
casa de Dante.
El universo tenía un sen do del humor enfermizo.
Había un millón de cosas que quería decir, pero me quedé con algo
seguro y neutral.
Yo: ¿Tienen de esos en California?
Heath: ¿Chocolate caliente de calabaza? No.
Heath: Aquí solo puedes beber ba dos y zumos verdes o te
expulsarán de la isla.
Mi pequeña sonrisa se desvaneció tan rápido como apareció.
No deberíamos estar hablando, pero no me atreví a bloquearlo.
Heath: He estado enviando correos electrónicos a Bonnie Sue's todos
los días pidiéndoles que abran una enda en SF, pero hasta ahora no hay
nada.
La mención de Bonnie Sue's me produjo una punzada.
Era una cafetería popular cerca de Columbia, donde Heath y yo
habíamos estudiado. Era famoso por su chocolate caliente de calabaza de
temporada, y aunque a mí no me gustaba la calabaza y a él no le gustaba el
chocolate caliente, íbamos todos los años a su regreso anual a mediados
de sep embre.
Olvídate del equinoccio de otoño; el verdadero primer día del otoño
era el día en que la bebida reaparecía en el menú de Bonnie Sue.
Yo: Ya llegará. La persistencia siempre gana.
El sen miento de culpa se hinchó en mi pecho mientras Heath y yo
intercambiábamos más charlas. Él me preguntó por mi trabajo y por la
ciudad; yo le pregunté por su perro y por el empo en San Francisco.
Fue nuestra conversación más larga en años. Normalmente, solo nos
enviábamos mensajes de texto en los días fes vos y los cumpleaños, y
nunca hablábamos por teléfono. Era más fácil fingir que éramos conocidos
casuales de esa manera, aunque éramos cualquier cosa menos eso.
Heath Arne .
Mi mejor amigo de la universidad. Mi ex-novio. Y mi primer amor.
Una vez, pensé que nos casaríamos. Me había convencido de que
superaríamos las objeciones de mis padres y viviríamos felices para
siempre, pero nuestra ruptura hace dos años demostró que mis esperanzas
habían sido solo eso: esperanzas. Frágiles e insustanciales ante la ira de mis
padres.
Me sacudí los recuerdos de aquel día e intenté volver a centrarme.
Yo: ¿Cómo va tu empresa?
Tras nuestra ruptura, Heath se mudó a California y amplió su
aplicación de aprendizaje de idiomas hasta conver rla en la potencia que
era hoy. La úl ma vez que lo comprobé, era una de las quince aplicaciones
más descargadas en Estados Unidos.
Heath: Bastante sorprendente. Vamos a salir a bolsa a finales de este
año
Heath: Estamos esperando una gran salida a bolsa. Tal vez...
Los tres puntos que indicaban que estaba escribiendo aparecieron,
desaparecieron y volvieron a aparecer.
Heath: Podemos retomar las cosas después de que lo haga.
Mi culpa se convir ó en pavor.
Él no sabía lo del compromiso. No lo había publicado en Internet, ya
no teníamos amigos comunes y Heath no seguía las páginas de sociedad, lo
que significaba que tenía que decírselo. No podía men r por omisión y
dejarle pensar que había una posibilidad de que volviéramos a estar
juntos.
Heath: Si tú quieres, por supuesto.
Prác camente pude ver cómo se pasaba la mano por el pelo como
hacía siempre cuando estaba nervioso.
Mis dientes se clavaron en el labio inferior.
Sabía que parte de la razón por la que había trabajado tan duro en la
puesta en marcha era para demostrar que mis padres estaban
equivocados. Se habían puesto furiosos cuando descubrieron que les había
ocultado nuestra relación durante años y aún más cuando descubrieron
que Heath no procedía de un entorno "apropiado".
Por aquel entonces, se ganaba bien la vida como ingeniero de
so ware que había trabajado en su aplicación de forma paralela, pero no
era un Russo ni un Young. Mi padre me había amenazado con repudiarme
si no terminaba las cosas con Heath, y al final, había elegido a la familia por
encima del amor.
Heath probablemente pensó que mis padres cambiarían de opinión
después de que su empresa se hiciera pública y él se hiciera millonario. No
tuve el valor de decirle que no lo harían.
Mi familia tenía mucho dinero, pero éramos nuevos ricos. No
importaba cuánto donáramos a la caridad o cuántos ceros tuviéramos en
nuestras cuentas bancarias, ciertas partes de la sociedad siempre
permanecerían cerradas para nosotros... a menos que nos casáramos con
gente de la vieja sociedad.
Heath nunca sería dinero viejo, lo que significaba que mis padres
nunca lo aprobarían como pareja sen mental.
Díselo.
Respiré hondo antes de dar el paso.
Yo: Estoy comprome da.
No fue la transición más suave, pero fue corta, clara y directa.
Me resis a caer en mi hábito infan l de morderme las uñas mientras
esperaba una respuesta.
Nunca llegó.
Yo: Sucedió hace unas semanas. Mis padres lo prepararon.
Yo: Quería decírtelo antes.
Debería parar, pero no pude contener mi versión textual del vómito de
palabras.
Yo: La boda es dentro de un año.
Grillos.
Pasaron cinco minutos, pero mi teléfono seguía a oscuras y en silencio.
Dejé escapar un pequeño gemido y lo ré a un lado.
No debería sen rme culpable. Heath y yo rompimos hace mucho
empo y, sinceramente, me sorprendió que quisiera una segunda
oportunidad. Habría pensado...
Un suave golpe interrumpió el caos de mis pensamientos.
Aspiré otra bocanada de aire y suavicé mi expresión hasta conver rla
en una cortés neutralidad antes de responder. —Adelante.
La puerta se abrió, revelando un dis nguido cabello plateado y un
traje negro perfectamente planchado.
Edward, el mayordomo de Dante.
—Sra. Vivian, el Sr. Dante me ha pedido que le haga un tour completo
a la casa —dijo, con un acento británico tan ní do como su ropa—. ¿Es
ahora un buen momento, o quiere que vuelva a la hora que usted elija?
Miré mi teléfono y luego la fría y hermosa habitación que me rodeaba.
Me guste o no, ésta era ahora mi casa. Podía encerrarme en mi suite,
hacer una fiesta de lás ma y agonizar por el pasado, o podía intentar sacar
el máximo provecho de mi situación.
Me puse en pie y esbocé una sonrisa que me pareció ligeramente
forzada.
—Ahora es perfecto.
~
Esa noche, Dante y yo comimos por primera vez juntos como pareja.
Lo decía en el sen do más amplio de la palabra.
Llevaba su anillo y vivíamos bajo el mismo techo, pero el abismo que
nos separaba hacía que el Gran Cañón pareciera un simple agujero en el
suelo.
Hice un valiente intento de cerrarlo. —Me encanta tu colección de
arte —le dije—. Los cuadros son preciosos. —Excepto el que parece vómito
de gato. La pieza, tulada Magda, estaba tan fuera de lugar en su galería
que hice una doble toma cuando la vi—. ¿Tienes una obra favorita?
No era el tema más inspirado, pero me agarraba a un clavo ardiendo.
Hasta ahora, había sacado seis palabras de Dante, tres de las cuales habían
sido pasar la sal. Estaba básicamente a dos devoluciones de ser un mimo
bien ves do.
—No tengo favoritos. —Cortó su filete.
Mis dientes se apretaron, pero me tragué mi irritación.
Desde nuestra interacción menos que estelar durante mi mudanza,
había superado las etapas de shock y enfado de nuestro compromiso para
pasar a la resignación.
Estaba atrapada con Dante, me gustara o no. Tenía que aprovecharlo
al máximo. Si no lo hacíamos...
Imágenes de días fríos, noches solitarias y sonrisas falsas llenaron mi
cabeza.
Mi estómago se apretó con inquietud antes de tomar un sorbo de
agua y volver a intentarlo. —¿Cuáles son tus expecta vas en privado?
Su cuchillo y su tenedor se detuvieron sobre su plato. —¿Perdón?
Una reacción notable. Progreso.
—Antes, dijiste que haríamos el papel de una pareja amorosa en
público y me adver ste que, entre comillas, me deshiciera de cualquier
idea román ca que pudiera tener de que nos enamoráramos. Pero nunca
hablamos de cómo sería nuestra vida privada más allá de las habitaciones
separadas —dije—. ¿Cenamos juntos todas las noches? ¿Hablamos de
nuestros problemas laborales? ¿Ir a comprar al supermercado y discu r
sobre qué marca de vino comprar?
—No, no y no —dijo rotundamente—. Yo no hago la compra.
Por supuesto que no.
—Viviremos nuestras vidas por separado. No soy tu amigo, terapeuta
o confidente, Vivian. La cena de hoy es simplemente porque es tu primera
noche, y resulta que estoy en casa. —Su cuchillo y tenedor se movieron de
nuevo—. Hablando de eso, tengo un viaje de negocios en Europa
próximamente. Me voy en dos días. Estaré fuera un mes.
Bien podría haberme abofeteado en la cara.
Le miré fijamente y esperé a que me dijera que era una broma.
Cuando no lo hizo, una oleada de indignación anuló mis intentos de ser
amable.
—¿Un mes? ¿Qué po de viaje de negocios requiere que te vayas
durante un mes?
—Del po que me hace ganar dinero.
La indignación se convir ó en ira. Ni siquiera lo estaba intentando. Tal
vez el viaje de negocios era legí mo, pero yo me mudo, ¿y él se va por un
mes? El momento era demasiado conveniente para ignorarlo.
—Ya enes mucho dinero —dije, demasiado molesta como para
andarme con rodeos—. Pero está claro que no te interesa ni siquiera ser
civilizado, así que ¿por qué estás aquí?
Dante enarcó una ceja. —Esta es mi casa, Vivian.
—Quiero decir aquí. Este compromiso. —Señalé entre nosotros—.
Evitaste mi pregunta la primera vez, pero te la vuelvo a hacer. ¿Qué podrías
obtener de nuestro par do que no podrías conseguir por tu cuenta?
Lau Jewels era una gran empresa, pero el Grupo Russo la eclipsaba
diez veces. No tenía sen do.
Mi padre me dijo que tenía algo que ver con el acceso al mercado en
Asia, que era el punto fuerte de Lau Jewels y el débil del Grupo Russo, pero
¿era eso tan importante como para que Dante pusiera en peligro su vida
personal?
Su expresión se endureció. —No importa.
—Teniendo en cuenta que es la razón por la que estamos juntos, creo
que sí.
—No, no importa. ¿Por qué te importa la razón por la que estamos
juntos? —Su voz se volvió fría, burlona—. Te casarás conmigo de cualquier
manera. La hija obediente que hace todo lo que su padre dice. Podría estar
fuera durante el próximo año hasta nuestra boda, y aun así lo harías. ¿No
es así?
Una gélida garra de sorpresa me arrancó el aliento de los pulmones.
No sabía cómo la conversación había escalado tan rápidamente, pero
de alguna manera, sin intentarlo, Dante me había golpeado justo en la
parte más fea e indeseable de mí misma. La parte que detestaba, pero que
no podía eliminar.
—Ahora lo en endo. —Luché por mantener la calma, pero un temblor
de rabia se desbordó—. Un matrimonio concertado es la única manera de
conseguir que alguien se case con go. Eres tan... tan... —Me costó
encontrar la palabra adecuada—. Horrible.
No fue mi mejor trabajo, pero sirvió.
Una oscura diversión se deslizó por sus ojos. —Si soy tan horrible,
entonces dile a tu familia que la boda se cancela. —Señaló con la cabeza mi
teléfono—. Llámalos ahora mismo. Te trasladaremos a tu apartamento
como si esto nunca hubiera ocurrido.
Era un desa o y una seducción a partes iguales. No creía que fuera a
hacerlo, pero su voz era tan rica y persuasiva que casi me obligaba a
obedecer.
Mis dedos se enroscaron alrededor del tenedor. El metal se clavó en
mi piel, frío e implacable.
No toqué mi teléfono.
Tenía más ganas de hacerlo que de arrojar mi vino a la cara de Dante,
pero no pude.
La ira de mi padre. Las crí cas de mi madre. El fracaso si no seguía
adelante con la boda...
No podía hacerlo.
La diversión de Dante desapareció en el ambiente tenso. Algo brilló en
sus ojos. ¿Decepción? ¿Desaprobación? Era imposible saberlo.
—Exactamente —dijo en voz baja.
La finalidad de esa palabra era más profunda que un cuchillo recién
afilado.
Terminamos la cena en silencio, pero mi filete había perdido su sabor.
Lo regué con más vino y dejé que el calor consumiera mi vergüenza.
8
DANTE
A pesar de lo que pensaba Vivian, yo había programado mi viaje a
Europa antes de que ella se mudara. La mayoría de las marcas del Grupo
Russo tenían su sede en el con nente, y yo me reservaba un mes al año
para celebrar reuniones en persona con los responsables de nuestras
filiales europeas.
Este año, el momento era muy oportuno.
Sin embargo, me aseguré de vigilar a Luca y a Vivian durante mi
ausencia. Había asignado a Luca un puesto de ventas en una de nuestras
filiales de joyería. Era una persona con don de gentes, y ponerlo en una
oficina trasera en algún lugar solo significaría un desastre para él y para la
enda en cues ón. Según el director de la enda, tuvo un comienzo di cil
—mi hermano nunca había sido puntual—, pero cuando volví a Nueva
York, parecía haberse adaptado, aunque a regañadientes, a su nuevo
puesto.
Vivian, en cambio, se había adaptado a su nuevo entorno como un
pato al agua. Greta y Edward se deshacían en elogios hacia ella en cada
informe, y yo volvía a casa para encontrar un nuevo cuadro en la galería,
toallas con el monograma de D&V en los baños, y putas flores por todas
partes.
—Dante, relaja tu expresión —dijo Winona—. Dame una sonrisa...
¡eso es! Perfecto.
El obturador de la cámara hizo clic en rápida sucesión.
Vivian y yo habíamos pasado la mañana haciendo fotos de
compromiso en Central Park. Fue tan insoportable como había imaginado,
llena de sonrisas falsas y abrazos falsos mientras Winona nos guiaba en
poses diseñadas para mostrar lo "enamorados" que estábamos.
—Vivian, pon tus brazos alrededor de su cuello y acércate.
Me puse rígido cuando Vivian accedió y dio un paso tenta vo hacia
mí.
—Más cerca. Prác camente puedo conducir un tractor entre ustedes
ahora mismo —bromeó Winona.
—Haz lo que te dice para que podamos acabar con esto —le espeté.
Cuanto antes pusiera más distancia entre nosotros, mejor.
—Cada día eres más encantador. —La voz de Vivian era tan dulce que
podría haberla rociado sobre las tor tas—. Europa realmente hizo
maravillas con tu personalidad.
—Más cerca —animó Winona—. Si captó nuestra hos lidad, no lo
reconoció—. Un paso más...
Los pechos de Vivian me rozaron el pecho cuando cerró el espacio que
quedaba entre nosotras.
Mis músculos se pusieron rígidos.
—Dante, rodea a Vivian con tus brazos.
Por el amor de Dios.
Como solo quería acabar con la tortura, apreté la mandíbula y puse las
manos en las caderas de Vivian. El calor atravesó la seda de su ves do y su
maldito aroma a manzana volvió a entrar en mis pulmones.
Ninguno de los dos se movió, temiendo que el más mínimo
movimiento nos acercara aún más.
—Recibí una interesante llamada de mi contable cuando estaba en
París —dije en un esfuerzo por distraerme de nuestra inquietante
proximidad—. Cien mil dólares cargados a mi Amex en un día, incluyendo
diez mil en flores. ¿Te importa explicarlo?
—Me diste una Amex negra, la usé —dijo Vivian con un elegante
encogimiento de hombros—. ¿Qué puedo decir? Me gustan las flores. Y los
zapatos.
Traducción: Fuiste un imbécil antes de irte y me desquité con tu cuenta
bancaria.
Un su l pero mezquino acto de venganza. Bien por ella.
No había nadie más irritante que alguien que no se defendía.
—Claramente —dije, tratando de no respirar demasiado profundo
para que su aroma no me envolviera por completo—. ¿Y las toallas?
—Fueron un regalo de mi madre.
Por supuesto que lo fueron.
—Avísame con antelación la próxima vez que te vayas por un mes —
dijo—. Quiero tener empo para planear una fiesta, redecorar el salón,
quizás hacer una lista de la compra robusta. Es increíble todo lo que
puedes hacer sin límite de gastos.
Entrecerré los ojos.
No me importaba el uso de la tarjeta de crédito. Luca se gastó una vez
un millón de dólares en una ridícula bañera de oro macizo de vein cuatro
quilates para una fiesta de pijamas. Cien mil dólares no eran nada.
Lo que me molestó fue la forma en que Vivian reorganizó todo
mientras yo no estaba. Las toallas y las flores eran solo la punta del
iceberg. Había nuevas obras de arte en las paredes, aromaterapia que
pasaba por difusores ocultos y una sala de masajes donde solía estar la sala
de envoltura de regalos.
Me fui un mes y volví para encontrar mi casa transformada en un puto
Club Med.
—Te lo has pasado bien mientras yo no estaba, ¿verdad? —Una
peligrosa corriente se enroscó en mis palabras.
—Me lo he pasado muy bien. —Vivian enhebró sus dedos en mi pelo y
ró lo suficientemente fuerte como para que me doliera. Sonrió—. La casa
ha sido tan agradable sin todos los crespos y gruñidos.
—Pensé que me echarías de menos. —Me burlé—. Me duele.
—Me disculparía, pero atender tus sen mientos no es parte de
nuestro acuerdo. Es solo un acuerdo de negocios. ¿Recuerdas?
Una sonrisa renuente tocó mi boca.
Touché.
—Mírense los dos. Tan dulces. —Winona suspiró—. Dante, ¿por qué
no le das un beso en los labios? Será la foto perfecta para cerrar la sesión.
Mi sonrisa desapareció.
Vivian se puso rígida en mis brazos. —Eso no es necesario —dijo
rápidamente—. No... no nos gusta el PDA.
—Aquí no hay nadie más que nosotras —señaló Winona.
Había movido algunos hilos y reservado franjas del parque para la
sesión de fotos. Odiaba las mul tudes. Demasiado ruidoso, demasiado
impredecible, demasiado todo.
—Sí, pero... —Vivian vaciló. Parecía un conejo atrapado en los faros.
Su expresión de horror me hizo sen r molesto. No quería besarla,
pero no me gustaba que actuara como si besarme fuera el equivalente a
ser mordido por una serpiente venenosa.
—Realmente no nos sen mos cómodos besándonos delante de
terceros —terminó Vivian.
Intentó dar un paso atrás, pero mi agarre en sus caderas se lo impidió.
Mi enfado aumentó. Habíamos acordado representar el papel de una
pareja cariñosa en público, pero ella no estaba actuando de forma
especialmente cariñosa.
—Si no quieres, está bien, pero no es una sesión de fotos de
compromiso sin un beso. —Winona parecía desconcertada por nuestras
dudas—. Te prometo que no me escandalizaré.
—Claro. —Vivian se raspó los dientes en el labio inferior.
Dios. Si dudaba más, tendría un lugar privilegiado en el menú del
brunch de Sarabeth, con jarabe y todo.
En lugar de esperar a que tomara una decisión en algún momento del
próximo siglo, bajé la cabeza y rocé mi boca sobre la suya. Suavemente, el
empo suficiente para oír el clic del obturador de la cámara.
El cuerpo de Vivian se transformó de rígido a eso. Sus labios se
separaron en una inhalación aguda, y probé algo dulce con un toque de
especias.
Mi sangre palpitó.
Se suponía que era un beso rápido para la cámara. Debería re rarme,
pero su boca era tan cálida y suave que no pude resis rme a probar otra
vez.
Y otro más.
Antes de darme cuenta, mi mano se deslizó hacia arriba por sí misma.
Mis dedos se hundieron en su pelo y evocaron un impulso abrumador de
profundizar el beso. De rodear con mi puño toda esa seda y rar hasta que
su boca se abriera completamente para mí, dejándome explorar y saquear
a mi antojo.
Mi sangre la a con más fuerza.
Culpé de mis actos insensatos al mes de separación. La ausencia hace
que el corazón se vuelva más cariñoso y toda esa mierda.
Era la única razón plausible por la que besar a la hija de Francis Lau no
me hacía querer restregarme lejía por todo el cuerpo.
Vivian levantó un poco la barbilla para permi rme un mejor acceso.
Mi…
—¡Tenemos la toma! —La voz de Winona nos separó tan repen na y
violentamente como si alguien hubiera disparado una pistola.
Un segundo, nos estábamos besando. Al siguiente, mis manos habían
desaparecido de la cadera y el pelo de Vivian, sus brazos habían dejado de
rodearme el cuello y mi corazón se aceleraba como si acabara de
completar un triatlón Ironman.
Vivian y yo nos miramos fijamente durante un segundo antes de
apartar rápidamente la mirada.
El beso había durado menos de un minuto, pero mi boca giraba con la
huella de sus labios. La pesadez se instaló en mi piel como una manta de
cachemira cuando Winona se levantó de su posición agachada.
—Puede que sean la pareja más fotogénica con la que he trabajado.
—Sonrió—. Estoy deseando que vean las fotos finales.
—Gracias —dijo Vivian, con la cara rosada—. Estoy segura de que
serán geniales.
—¿Hemos terminado? —Me quité la chaqueta e ignoré su mirada de
reproche. Habíamos hecho la maldita sesión. ¿Qué más quería?
¿Y por qué hacía tanto calor en pleno octubre?
—Sí, te enviaré por correo electrónico un enlace a la galería dentro de
dos semanas —dijo Winona, sin inmutarse por mi brusca respuesta—.
Felicidades de nuevo por su compromiso.
Vivian le dio las gracias de nuevo mientras yo pasaba por delante de
ella en dirección a las escaleras que salían de Bethesda Terrace. Necesitaba
poner más distancia entre nosotros inmediatamente.
Por desgracia, Vivian no tardó en volver a ponerse a mi lado y
caminamos en silencio hacia una de las salidas del parque mientras me
maldecía por mi falta de juicio.
No solo por el beso, sino por la sesión de fotos. Debería haber
contratado a alguien para que nos me era en el parque con Photoshop. De
esa manera, no tendría que lidiar con... esto.
El zumbido inquieto bajo mi piel. La tensión de mis músculos cuando
su aroma llegaba a mi nariz. El recuerdo de su boca en la mía.
No se trataba del beso, que habíamos tenido que dar si no queríamos
despertar las sospechas de Winona.
Era por el hecho de que me había demorado.
Vivian habló por fin cuando pasamos por la salida de la 79 y la Quinta.
—Sobre el beso de antes...
—Fue para la foto. —No la miré.
—Lo sé, pero...
—¿Tienes hambre? —Señalé con la cabeza el carrito de comida de la
esquina de la calle. Prefería bañarme en ácido antes que hablar de lo
sucedido.
Vivian suspiró, pero dejó el tema. —Me vendría bien algo de comida
—admi ó. Sus cejas se alzaron cuando me detuve frente al carrito de
comida—. ¿Qué estás haciendo?
—Comprando el desayuno. —Saqué un billete de veinte crujiente de
mi cartera—. Dos cafés y bagels. Quédate con el cambio. Gracias, Omar.
Aunque quería alejarme de Vivian lo antes posible, tenía mucha
hambre. Nos habíamos levantado demasiado temprano para desayunar, y
no podía comprar comida sin conseguir algo para ella también.
Yo era un imbécil, no un grosero.
Me giré para encontrarla mirándome como si me hubieran salido
cuernos y plumas en medio de la Quinta Avenida.
—¿Qué?
—Te tuteas con el dueño.
—Obviamente. —Volví a meter la cartera en el bolsillo—. Corro aquí
por las mañanas cuando tengo empo, y he probado todos los carros de
desayuno alrededor del parque. Omar es el mejor.
—Yo pensaba que solo comías caviar y corazones humanos.
—No seas ridícula. El caviar sabe fatal con los corazones humanos.
La risa de Vivian evocó una extraña sensación en mi pecho. ¿Ardor de
estómago? Inves ga más tarde.
Cogí la comida y le entregué uno de los vasos de papel y los panecillos
envueltos. —Pago por la calidad, no por el precio. Lo caro no siempre
equivale a lo bueno, especialmente cuando se trata de comida.
—Por una vez, estamos de acuerdo. —Me siguió hasta un banco
cercano y se acomodó el ves do bajo los muslos antes de sentarse—.
Deberíamos comprobar la temperatura en el infierno.
La comisura de mi boca se levantó, pero la aplané antes de que se
diera cuenta.
—Uno de mis restaurantes favoritos, antes de que cerrara, era un
pequeño lugar en el barrio chino de Boston —dijo Vivian con dudas, como
si estuviera decidiendo si compar r la información conmigo incluso cuando
las palabras salían de su boca—. Si no lo buscabas, te lo perdías. La
decoración parecía sacada de principios de los noventa y los suelos estaban
sospechosamente pegajosos, pero tenían los mejores dumplings que jamás
había probado.
La curiosidad se apoderó de mí. —¿Por qué cerró?
—El dueño murió, y su hijo no quiso hacerse cargo. Lo vendió a
alguien que lo convir ó en un taller de reparación de aparatos
electrónicos. —Una nota de nostalgia entró en su voz—. Mi familia y yo
comíamos allí todas las semanas, pero supongo que habríamos dejado de
ir, aunque siguiera abierto. Ahora solo van a lugares con estrellas Michelin.
Si me vieran comiendo en un food truck, les daría un infarto.
Tomé un lento sorbo de café mientras procesaba lo que había dicho.
Había asumido que Vivian estaba totalmente some da a sus padres,
pero a juzgar por su tono, no todo era perfecto en la familia Lau.
—Mi hermano y yo solíamos ir a este lugar en el centro de la ciudad
cuando éramos niños —dije—. Moondust Diner. El barrio era una trampa
para turistas, pero el restaurante tenía los mejores ba dos de la ciudad.
Dos dólares, vasos casi tan grandes como nuestras cabezas. Íbamos allí
todas las semanas después del colegio hasta que nuestro abuelo se enteró.
Estaba furioso. Dijo que los Russo no frecuentan comedores baratos y
asignó a alguien para que nos acompañara a casa después de la escuela.
Después de eso, nunca volvimos.
Nunca le conté a nadie lo de la cafetería, pero desde que me contó lo
de la enda de bollos, me sen obligado a corresponderle.
El beso realmente me había jodido la cabeza.
—¿Ba dos de dos dólares? Habría sido la pesadilla de un den sta —
bromeó Vivian.
—El mío tampoco era mi mayor fan.
El Moondust Diner todavía exis a, pero yo ya no era un niño. Mi gusto
por los dulces se había desvanecido y no tenía empo para viajes por el
carril de la nostalgia.
Comimos en silencio durante otro minuto antes de decir: —Las cosas
deben haber cambiado bastante después de que el negocio de tu padre
despegara.
Siempre me vendría bien tener más información sobre los Lau, y si
alguien conocía bien a Francis, era su hija.
Al menos, ésa era la razón que me daba para no irme a pesar de
haberme terminado la comida.
—Eso es un eufemismo. —Vivian trazó el borde de su taza de café con
el dedo—. Cuando tenía catorce años, mi madre me sentó a hablar. No se
trataba de sexo, sino de las expecta vas sobre con quién debía y podía
salir. Era libre de estar con quien quisiera siempre que cumpliera ciertos
criterios. Ese fue también el día en que me enteré de que se esperaba que
tuviera un matrimonio arreglado si no encontraba a alguien 'adecuado' en
un plazo determinado.
Ya lo sospechaba. Las familias con dinero nuevo, como los Lau, solían
tratar de mejorar su estatus social mediante el matrimonio. Las familias de
viejo dinero también lo hacían, pero eran más su les.
—Supongo que tus padres no eran fans de tus ex. —Si lo fueran,
Vivian y yo no estaríamos comprome dos.
—No. —Una sombra pasó por su rostro—. ¿Y tú? ¿Algún ex con quien
hayas pensado en casarte?
—No me interesaba el matrimonio.
—Hmm. No me sorprende.
La miré de reojo. —¿Qué quieres decir?
—Significa que eres un faná co del control. Probablemente odiabas -y
sigues odiando- la idea de que alguien llegue y altere tu vida. Cuanta más
gente hay en la casa, más di cil es controlar tu entorno.
Mi conmoción debió de ser evidente, porque Vivian se rió y me dedicó
una sonrisa medio burlona, medio risueña.
—Es bastante obvio en la forma en que diriges tu casa —dijo—.
Además, durante las comidas, eres muy exigente con que los alimentos no
se toquen. Pones la carne en la parte superior izquierda del plato, las
verduras en la parte superior derecha y los carbohidratos y los cereales en
la parte inferior. Lo hiciste en casa de mis padres y en mi primera noche en
tu casa, antes de irte a Europa.
Dio un sorbo a su café, logrando parecer regia, incluso mientras bebía
de un vaso de papel. —Faná co del control —resumió.
Una admiración re cente se apoderó de mí. —Impresionante.
Desde que era un niño, había sido muy exigente con el tacto de mis
alimentos. No sabía por qué; la visión y la textura de los alimentos
mezclados me erizaban la piel.
—Es algo que viene con el trabajo —dijo Vivian—. La planificación de
eventos requiere una gran atención a los detalles, especialmente cuando
tratas con el po de clientes que tengo.
Rico. Con derechos. Necesitados.
No necesitó decirlo para que yo supiera lo que quería decir.
—¿Por qué la planificación de eventos en lugar del negocio familiar?
—Sen verdadera curiosidad.
Vivian se encogió de hombros. —Me gustan las joyas como
consumidor, pero no me interesa la parte empresarial del negocio —dijo—.
Dirigir Lau Jewels no sería un esfuerzo crea vo. Tendría que ver con los
accionistas, los informes financieros y otras mil cosas que no me interesan.
Odio los números y no se me dan bien. A mi hermana Agnes es a quien le
gustan esas cosas. Es la jefa de ventas y marke ng de la empresa, y cuando
mi padre se jubile, asumirá el cargo de directora general.
No quedará ninguna empresa de la que hacerse cargo cuando yo
acabe.
Una pequeña sensación de malestar se me agolpó en las tripas antes
de desecharla.
Su padre se merecía lo que le esperaba. Vivian y su hermana no, pero
la ruina y los daños colaterales iban de la mano. Era el coste de hacer
negocios.
—¿Y tú? ¿Alguna vez quisiste hacer otra cosa? —preguntó Vivian.
—No.
Me he pasado toda la vida preparándome para dirigir el Grupo Russo.
Nunca se me había pasado por la cabeza dedicarme a otra cosa.
—Mi padre se negó a hacerse cargo de la empresa, así que me tocó a
mí con nuar con la tradición Russo —dije—. Abnegarse nunca fue una
opción.
—¿Tu padre podía, pero tú no? Parece injusto.
—La jus cia no existe en el mundo de los negocios. Además, mi padre
habría sido una mierda como director general. Es el po de persona que se
preocupa más por caer bien que por hacer el trabajo. Habría hundido la
empresa en pocos años, y mi abuelo lo sabía. Por eso no le empujó a tomar
un papel ejecu vo.
Las palabras salieron solas.
No estaba seguro de por qué le estaba hablando a Vivian de mi
familia. Hace una hora, habría preferido saltar del Empire State Building
antes que pasar otro minuto haciéndome el simpá co con ella.
Tal vez el beso había provocado un cortocircuito en mi cerebro, o tal
vez era porque éste era mi primer momento de semipaz desde la muerte
de mi abuelo.
Los úl mos meses habían sido un dolor de cabeza tras otro. Los
prepara vos del funeral, el chantaje de Francis, las mierdas de Luca, el
compromiso y el viaje a Europa y las obligaciones empresariales y sociales
habituales que tenía que cumplir.
Era agradable sentarse y respirar por un minuto.
—Hablando de mis padres, les gustaría conocerte —dije. Presentarles
a Vivian era un dolor de cabeza que esperaba evitar, aunque sabía que las
posibilidades de rechazarlos durante un año o el empo que fuera
necesario para romper el compromiso eran escasas—. Vamos a pasar
Acción de Gracias con ellos.
Según el informe de Chris an, a los Lau no les gustaba mucho el Día
de Acción de Gracias, así que Vivian no debería estar demasiado
disgustada por perderse la fiesta con su familia.
No es que me importe que lo esté.
—De acuerdo. —Hizo una pausa, obviamente esperando más
información. Como no le di ninguna, preguntó—: ¿Tus padres viven en
Nueva York?
—Un poco más lejos. —Tiré mi taza de café vacía en una papelera
cercana—. Bali.
Por ahora. Mis padres no habían pasado más de tres meses
consecu vos en un mismo lugar en décadas.
Vivian abrió la boca. —¿Quieres que volemos a Bali para conocer a tus
padres en Acción de Gracias?
—Estaremos allí una semana. Nos vamos el domingo anterior y
volvemos el lunes siguiente.
—Dante. —Parecía que estaba luchando por mantener la calma—. No
puedo ir a Bali por una semana con menos de dos meses de an cipación.
Tengo un trabajo, planes...
—Es un fin de semana de vacaciones —dije impaciente—. ¿Qué estás
planeando? ¿El desfile de Acción de Gracias de Macy's?
Arrugó el envoltorio de su bagel con una mano en blanco. —Tengo
que volver el lunes por la mañana para una reunión con un cliente. Estaré
cansada, con jet-lag...
—Entonces nos iremos el sábado. —Mis padres fueron los que
insis eron en que nos quedáramos una semana. El trabajo de Vivian me
dio una buena excusa para salir temprano—. Llevaremos mi jet y nos
quedaremos en la villa de mis padres. No es gran cosa. Nos vamos a Bali,
por el amor de Dios. Todo el mundo quiere ir a Bali.
—Esa no es la cues ón. Deberíamos consultarnos este po de cosas.
Eres mi prome do, no mi jefe. No puedes decirme que salte y esperar que
lo haga.
Dios, esto era tedioso. —Teniendo en cuenta que soy el que pagó tus
zapatos y tus flores, creo que puedo hacer exactamente eso.
Supe que no era lo correcto en el momento en que las palabras
salieron de mi boca, pero era demasiado tarde para re rarlas.
Vivian se levantó bruscamente. La brisa hizo que la falda le rodeara los
muslos, y un corredor que pasaba por allí la miró fijamente hasta que lo
ahuyenté con una mirada.
—Gracias a Dios que has vuelto a mostrar tus verdaderos colores —
dijo, con las mejillas sonrojadas—. Empezaba a pensar que eras humano.
—Tiró la taza y el envoltorio—. Gracias por el desayuno. No volvamos a
hacer esto.
Se alejó, con los hombros rígidos.
Detrás de su carro, Omar sacudió la cabeza y frunció el ceño.
Lo ignoré. ¿A quién le importaba si había sido una mierda lo que había
dicho? Ya había bajado la guardia más de lo debido esa mañana.
Vivian era la hija del enemigo, y haría bien en recordarlo.
Me quedé en el banco un rato más, intentando recuperar la magia de
antes, pero la paz se había esfumado.
Cuando volví a casa, encontré un cheque esperando en mi mesilla de
noche por exactamente cien mil dólares.
9
VIVIAN
En el mercadillo se escuchaban los sonidos del regateo y los débiles
bocinazos de los taxis de las calles vecinas. El aroma de los churros flotaba
en el aire y, dondequiera que mirara, veía una explosión de colores,
texturas y tejidos diferentes.
Llevaba años visitando el mismo mercado cada sábado. Era un tesoro
de inspiración y ar culos únicos que no podía encontrar en las endas de
lujo cuidadosamente seleccionadas, y nunca dejaba de sacarme del
estancamiento crea vo. También era mi lugar favorito para visitar cuando
necesitaba despejar la mente.
Hoy, sin embargo, no ha hecho ninguna de esas cosas.
Por mucho que lo intentara, no podía deshacerme del recuerdo de la
boca de Dante sobre la mía.
La firmeza de sus labios. El calor de su cuerpo. El su l y caro aroma de
su colonia y el peso seguro de sus manos sobre mis caderas.
Días después, todavía podía sen r la vivacidad del momento tan
claramente como si acabara de suceder.
Fue exasperante.
Casi tan exasperante como la forma en que me abrí a él durante el
desayuno, solo para que volviera a su condición de imbécil después de una
breve y sorprendente muestra de humanidad.
Hubo un momento en el que Dante me había gustado, aunque puede
que fuera mi soledad la que hablara.
Al contrario de lo que le había dicho en la sesión de fotos, había algo
inquietante en llegar a casa todos los días y encontrar una casa silenciosa e
impecable. Nuestro mes de separación había aliviado el escozor de sus
palabras antes de que se fuera a Europa, y no me había dado cuenta de lo
mucho que la presencia de Dante electrizaba el espacio hasta que se había
ido.
—Ya hemos estado en este puesto —dijo Isabella.
—¿Hmm? —Jugué con los flecos de un pañuelo de color púrpura.
—Este puesto. Ya hemos estado aquí —repi ó—. ¿Compraste la
pashmina?
Parpadeé cuando el resto del contenido del puesto se hizo evidente.
Tenía razón. Fue uno de los primeros vendedores que visitamos al llegar.
—Lo siento. —Solté el pañuelo con un suspiro—. Hoy estoy un poco
fuera de mí.
Estoy demasiado ocupada pensando en el idiota de mi prome do.
—¿De verdad? No me di cuenta. —La sonrisa burlona de Isabella se
desvaneció cuando no la devolví—. ¿Qué pasa? Normalmente recorres
este lugar como si nos persiguieran sabuesos.
A Isabella le encantaba comprar y se unía a mis excursiones de los
sábados siempre que podía. Había intentado convencer a Sloane de que
viniera una vez, pero las posibilidades de que pisara un mercadillo eran
más escasas que un tacón de aguja de Jimmy Choo.
—Es que tengo muchas cosas en la cabeza.
Quería contarle a Isabella lo de la sesión de fotos, pero no había nada
que contar. Dante y yo habíamos tocado los labios durante treinta
segundos para una foto. Cualquier cosa más allá de eso eran las hormonas
y mi sequía hablando.
Además, no estaba min endo. Entre mi trabajo, mi tensa relación con
Dante, mis nuevas obligaciones sociales como futura Sra. Russo, y mi
kilométrica lista de tareas para la boda, iba sobrada.
—Ya casi hemos terminado —añadí—. Solo tengo que encontrar un
espejo dorado para los Dulces Dieciséis de la nieta de Buffy Darlington.
—No puedo creer que vivamos en un mundo en el que hay gente que
se llama Buffy Darlington. —Isabella se estremeció—. Sus padres debían
odiarla.
—Buffy Darlington la Tercera, para ser exactos. Es un nombre de
familia.
—Eso es aún peor.
Me reí. —Bueno, nombre aparte, Buffy es la gran dama de la sociedad
neoyorquina y la jefa del comité del Baile del Legado. Tengo que
impresionarla o puedo despedirme de mi negocio.
El Baile del Legado era el evento más exclusivo del circuito
internacional. Cambiaba de lugar cada año, y el próximo baile de mayo
tenía lugar aquí mismo, en Nueva York.
Ser el anfitrión se consideraba un gran honor. Esperaba tener una
oportunidad para el puesto, pero en su lugar había ido a parar a la esposa
de un magnate de los fondos de cobertura.
—Hablando de la alta sociedad, ¿cómo es tu nuevo trabajo? —
Pregunté.
Isabella dejó el bar la semana pasada después de conseguir un
codiciado trabajo en el Club Valhalla, una sociedad solo para miembros de
los más ricos y poderosos del mundo. Mi padre llevaba años intentando ser
admi do, pero la sección de Boston estaba cerrada a nuevos solicitantes y
nuestra familia no tenía los suficientes contactos como para colarse por la
puerta de atrás.
La cara de Isabella se iluminó. —Es increíble. Un sueldo más alto,
mejores beneficios y menos horas que cualquier otra cosa que pueda
encontrar en la ciudad. Es mucho mejor que ser camarera con el
espeluznante Colin respirando sobre mí. Tal vez tenga empo para
terminar mi libro... —Se interrumpió mientras miraba por encima de mi
hombro—. Um, ¿Viv?
—¿Hmm? —Vi un espejo dorado en una mesa cercana. La fiesta de la
nieta de Buffy estaba ambientada en La Bella y la Bes a, y aunque ya había
ul mado la decoración, quería una pieza única que lo uniera todo.
—Quizá quieras mirar detrás de . —Una nota extraña amor guó su
voz.
La curiosidad se encendió cuando me giré para ver qué miraba
Isabella. No había mucho que la inquietara.
Al principio, lo único que vi fue a los transeúntes con churros en la
mano y a los vendedores vendiendo sus productos. Entonces, me fijé en la
persona que estaba detrás de nosotros.
Pelo rubio arenoso. Ojos azules. Un cuerpo que antes era larguirucho
y que se había llenado de músculos con los años.
Mis bolsas de la compra cayeron al suelo mientras el shock desplazaba
el aire de mis pulmones.
Heath.
~
—Siento haberte emboscado. Pasaba por aquí y me acordé de que te
gustaba venir todos los sábados. —Heath dejó escapar una pequeña risa—.
Supongo que todavía lo haces.
Le devolví la sonrisa con una propia y recelosa. —Las viejas
costumbres no mueren.
Después de que se me pasara el susto y de que Isabella se excusara
para "dormir la siesta y escribir", Heath y yo salimos del mercado para
tomar un café en una pequeña cafetería al aire libre que había al final de la
calle.
No había más clientes, así que estábamos solos hablando mientras
tomábamos un capuchino como si no hubieran pasado dos años desde la
úl ma vez que nos vimos.
Fue surrealista.
—¿Estás aquí de vacaciones? —pregunté.
Heath me había enviado al azar una foto del chocolate caliente de
calabaza en Bonnie Sue's el otro día, así que supe que estaba en la ciudad.
Era el primer mensaje que enviaba desde que le dije que estaba
comprome da.
No había mencionado el compromiso, y yo no había hecho planes
para verlo.
—Trabajo. Tengo una reunión con inversores el lunes y pensé en volar
temprano para disfrutar de la ciudad. Ha pasado mucho empo. —Se frotó
una mano en la nuca—. Te habría llamado, pero...
—No enes que dar explicaciones.
Hoy era una anomalía. Normalmente no nos decíamos cuando
estábamos en la ciudad ni nos poníamos al día tomando una copa. Ya no
teníamos ese po de relación.
—Bien. —Heath se aclaró la garganta—. Te ves bien, Viv. Realmente
bien.
Mi cara se suavizó. —Tú también.
El Heath con el que había salido había sido el chico del cartel de la
preparación de Nueva Inglaterra. El que estaba sentado frente a mí parecía
pertenecer al cartel de una película de surfistas de California. Tanner, más
sano, más musculoso.
A menudo me había preguntado qué pasaría si me encontrara con
Heath de nuevo. Esperaba sen r tristeza, arrepen miento y tal vez
nostalgia. Habíamos sido amigos y habíamos salido durante años; los
sen mientos no desaparecían solo porque la gente se separase.
Sin embargo, se apagaron con el empo, porque todo lo que sen a
ahora era la brisa fría en mi piel y un extraño malestar en la boca del
estómago.
—¿Cómo va la preparación de la OPI? —pregunté a falta de algo mejor
que decir.
Antes hablábamos de todo bajo el sol. Ahora, nos mostrábamos más
indecisos que extraños obligados a compar r mesa en un restaurante
excesivamente lleno.
—Es genial. Estresante, pero estamos progresando. —Las OPV de las
empresas, o las ofertas públicas iniciales, requerían una extensa
preparación, por lo que Heath probablemente estaba durmiendo solo unas
horas por noche hasta que la suya estuviera terminada—. ¿Cómo va la
planificación del evento?
—Bien. Contraté a alguien para que se encargara de nuestras redes
sociales hace unos meses, así que tenemos un equipo de cuatro personas.
—Bien.
Tuvimos que dejar de usar la palabra "bien".
El incómodo silencio se amplió.
Heath y yo nos miramos incómodamente durante otro minuto antes
de que su mirada se dirigiera a mi anillo de compromiso.
Una tormenta de emociones nubló sus ojos, y resis el impulso de
re rar mi mano de la mesa y llevarla a mi regazo.
—No estabas bromeando sobre el compromiso.
Una punzada me golpeó el pecho ante su primer reconocimiento
directo de mi nueva situación sen mental.
—Yo no bromearía con algo así —dije en voz baja.
—Lo sé. Solo pensé... —Inclinó la cabeza hacia atrás y exhaló un largo
suspiro—. ¿Cuándo es la boda?
—El año que viene. A principios de agosto. —Froté un pulgar nervioso
sobre mi anillo. Estaba frío y duro al tacto.
—¿En la finca de los Russo, en el lago Como?
Debió de buscar la no cia después de que se lo dijera.
—Sí.
—Tú y Dante Russo. Tus padres deben estar encantados. —Heath
volvió a mirarme a los ojos con una sonrisa socarrona—. ¿Cuánto vale?
¿Como mil millones de dólares?
Dos.
—Algo así.
—¿Cómo se conocieron?
—En un evento —respondí vagamente. No quería men rle a Heath,
pero tampoco quería decirle que era un matrimonio concertado. La
aprobación de mis padres era un tema delicado para ambos.
Por desgracia, él me conocía lo suficiente como para captar los
ma ces de mi falta de respuesta.
Sus ojos se estrecharon. El malestar en mi estómago se aceleró
cuando la comprensión apareció lenta y horrorosamente en su rostro.
—Espera. ¿Te vas a casar con él porque quieres o porque tus padres
quieren que lo hagas?
Me moví en mi asiento, deseando de repente haberme saltado el
mercado hoy.
No respondí, pero mi silencio le dijo todo lo que necesitaba saber.
—Maldita sea, Viv. 1La frustración se filtró en su voz—. Sabía que
nunca elegirías voluntariamente a alguien como Dante. Lo busqué después
de tu mensaje. Todos esos rumores sobre él y cómo es... no hay can dad
de dinero en el mundo que lo valga. ¿En qué demonios estaban pensando
tus padres? Además del hecho de que es mul millonario. —Una amargura
inusual envenenó sus palabras.
—No es tan malo —dije, extrañamente a la defensiva de Dante a pesar
de que había sido un idiota durante el noventa por ciento de nuestras
interacciones.
Pero... el beso. El desayuno. La historia del Moondust Diner.
Eran cosas pequeñas en el gran esquema de nuestra relación, pero me
dieron esperanza.
Dante Russo tenía un lado humano. Solo que no lo mostraba a
menudo.
—Eso es lo que quiere que pienses. Incluso si no es tan malo como
dicen los rumores, ¿quieres casarte con alguien que ya está casado con su
trabajo?
Mi mente se dirigió al viaje de un mes de Dante a Europa.
Volví a frotarme el anillo, con las entrañas retorcidas por la
frustración. Me sen a como un pájaro atrapado en una jaula de
circunstancias que escapaban a mi control, incapaz de hacer nada excepto
cantar y estar guapa.
Heath se inclinó hacia delante, con una expresión intensa. —No enes
que casarte con él, Viv.
—Heath...
—Lo digo en serio. —La ferocidad de su tono me sobresaltó—.
Siempre has hecho lo que tus padres te han dicho que hagas, pero esto no
se trata de un trabajo o de dónde vas a ir a la universidad. Se trata del resto
de tu vida. Ya no eres una adolescente y enes tu propio dinero. Puedes
hacer frente a esto.
Ya habíamos tenido esta conversación antes, y siempre terminaba
igual.
—No se trata de defenderse —dije—. Son mi familia, Heath. No puedo
darles la espalda.
Su risa carecía de humor. —Debería haber sabido que ibas a decir eso.
—Se inclinó hacia atrás, con su mirada fija en la mía—. No he salido con
nadie desde que rompimos, sabes. No en serio. Mi relación más larga
después de duró un mes.
Otra punzada se abrió paso en mi pecho ante su baja confesión.
—Yo tampoco —dije en voz baja—. Pero ahora estoy comprome da, y
esta conversación es inapropiada.
No me gustaba Dante, pero nunca le engañaría ni faltaría al respeto a
la promesa implícita que había hecho al aceptar su anillo.
Heath me pintó una imagen tentadora de un mundo en el que era
libre de hacer lo que quisiera, pero solo era eso, una imagen. Una fantasía,
no la realidad.
En el mundo real, tenía deberes y obligaciones que cumplir. No
importaba lo grosero o prepotente que fuera Dante, tenía que hacer que
mi compromiso funcionara, de una forma u otra.
No había otra opción.
—Deberías irte —dije—. Seguro que enes mucho que hacer antes de
tu reunión del lunes.
Heath me miró por un segundo antes de negar con la cabeza.
—Bien. —Empujó su silla hacia atrás y se puso de pie. Volvió a tener
una expresión de amargura, pero su voz era suave al marcharse—. Me ha
gustado verte, Viv. Si alguna vez cambias de opinión, ya sabes dónde
encontrarme.
Le vi alejarse, con el corazón encogido y los pensamientos corriendo
en una docena de direcciones diferentes.
Habían pasado tantas cosas en la úl ma semana que parecía un sueño
febril.
El regreso de Dante de Europa.
Nuestro beso y nuestra primera conversación real juntos.
Heath apareciendo de la nada y pidiéndome que rompiera mi
compromiso.
Dante y yo no habíamos hablado de nuestro historial de citas, pero
¿qué diría si se enterara de lo que había pasado con Heath hoy?
Independientemente de sus sen mientos hacia mí, no me parecía el
po de hombre que respondería bien a la intromisión de otras personas en
sus relaciones.
Su equipo de seguridad una vez hospitalizó a alguien que intentó
entrar en su casa. El po terminó en un coma de meses con cos llas rotas y
una rótula destrozada.
La voz de Sloane resonó en mi cabeza, seguida de una imagen de ojos
oscuros como el carbón y manos callosas.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
De repente me alegré de que Dante no se interesara por mis idas y
venidas.
Si lo hiciera... tenía la fuerte sensación de que Heath no llegaría a ver
la salida a bolsa de su empresa.
10
DANTE
—Otro que muerde el polvo. Algo debe de haber en el agua, con la
forma en que todo el mundo a mi alrededor se está casando de repente —
dijo Chris an—. ¿Cómo van las cosas con tu ruborizada novia? Felices,
espero.
—Déjate de tonterías, Harper, o te echaré yo mismo —gruñí. Mi fiesta
de compromiso ya era bastante insufrible sin tener que lidiar con él.
Todavía estaba inquieto por mi beso con Vivian de la semana pasada,
y ahora tenía que entablar una pequeña charla con un grupo de personas
que no me importaban especialmente.
Una sonrisa malvada se dibujó en la cara de Chris an. —No es una
felicidad, entonces.
En los catorce años que llevaba conociendo a Chris an Harper, no
había pasado ni uno solo sin que me incitara al asesinato. Era casi
impresionante por su parte.
En lugar de estrangularlo como quería, me pasé una mano
despreocupada por la corbata. —¿Comparado con tus suspiros? Es el puto
paraíso.
Sus ojos se entrecerraron. —Yo no suspiro.
—No. Simplemente rebajas el alquiler a todos los que quieren vivir en
tu edificio sin una buena razón.
No era el único que vigilaba a la gente de su círculo.
Como genio de la informá ca, propietario de un edificio de lujo en
D.C. y director general de Harper Security, una empresa de seguridad
privada de élite, Chris an tenía ojos y oídos en todas partes.
Sabía del chantaje de Francis. Diablos, él era el que había encargado
de rastrear y destruir las pruebas.
También era un gilipollas que se diver a viendo hasta dónde podía
presionar a la gente. Algunos se defendían. La mayoría no lo hizo.
Por desgracia para él, yo era uno de los pocos que le llamaba la
atención sin dudarlo.
—No estoy aquí para discu r mis decisiones de negocios con go —
dijo fríamente. Si hay algo que puede irritar al normalmente sereno
Chris an, es la mención, aunque sea indirecta, de cierto inquilino de su
edificio—. Estoy aquí para celebrar este nuevo y emocionante capítulo de
tu vida. —Levantó su copa—. Un brindis por y por Vivian. Que tengan
una larga y feliz vida juntos.
—Vete a la mierda.
El imbécil se rió en respuesta, pero la mención de Vivian hizo que mis
ojos se dirigieran involuntariamente a donde estaba ella charlando con una
elegante pareja mayor. Había sido la anfitriona consumada durante todo el
día, mezclando y encantando a los invitados hasta que no podía dar dos
pasos sin que alguien me hablara efusivamente de lo encantadora que era.
Era irritante.
Mis ojos se detuvieron en el cabello que caía en cascada sobre sus
hombros y en el remolino de seda que rodeaba sus rodillas. Sus padres
estaban aquí, pero ella no llevaba tweed, gracias a Dios. En su lugar, llevaba
un ves do de color marfil que fluía sobre sus curvas y hacía que mi pulso
se acelerara.
Mangas cortas, cuello modesto, corte elegante.
El ves do no era en absoluto atrevido, pero la forma en que brillaba
con él —la forma en que su piel parecía más suave que la seda y la forma
en que la falda se alborotaba con la brisa— me hizo arder la sangre un
poco más.
Vivian se rió de algo que dijo la pareja. Toda su cara se iluminó y me di
cuenta de que nunca había visto su sonrisa genuina y desprevenida. No
había sarcasmo ni fachada, solo ojos brillantes, mejillas sonrosadas y una
ligereza que la transformaba de hermosa a impresionante.
La conciencia se encendió en mi pecho, caliente y no deseada.
—¿Debo volver cuando hayas terminado de contemplarla? —Chris an
agitó el hielo de su vaso—. No quiero entrometerme en un momento
privado.
—No la estoy mirando. —Aparté los ojos de Vivian, pero su presencia
seguía siendo un calor tangible en mi piel. Intenté quitármelo de encima
sin éxito—. Basta de tonterías. Ponme al día sobre el proyecto.
Se puso sobrio. —Las operaciones comerciales van según lo previsto.
La otra situación está progresando, pero no tan rápido como esperábamos.
Las piezas estaban cayendo en su lugar para la toma de negocios de
Francis, pero todavía estábamos estancados en el frente de la evidencia.
Maldita sea.
—Solo hazlo antes de la boda. Mantenme informado.
—Siempre lo hago. —El brillo diver do de los ojos de Chris an volvió
a aparecer cuando miró por encima de mi hombro—. Entrando.
La percibí antes de verla. El sonido de sus tacones, el olor de su
perfume, el suave crujido de la tela contra la piel.
Me bebí el trago de un rón mientras Vivian se acercaba a mí.
—Perdón por interrumpir. —Me tocó el brazo y sonrió a Chris an,
interpretando a la perfección el papel de prome da arrepen da. La piel
me cosquilleó bajo su mano y casi me la quité de encima antes de recordar
dónde estábamos. Fiesta de compromiso. Una pareja de enamorados.
Finge—. Necesito robar a Dante un momento. Mode de Vie quiere una
foto para su reportaje de boda.
—Por supuesto —dijo Chris an—. Diviértete.
Algún día le devolvería todas las tonterías que me había dicho sobre
Vivian.
La seguí hasta el lugar de las fotos, donde Francis esperaba con
Cecelia, Agnes, la hermana de Vivian, y el marido de Agnes. Mi hermano
estaba de pie a un lado, con los ojos pegados a su teléfono mientras el
fotógrafo jugueteaba con su cámara.
Algo peligroso se desenrolló en mi pecho.
Había evitado a Francis todo el día. No merecía mi atención en
público, lo que solo elevaría su estatus, y no necesitaba más tentaciones de
cometer un asesinato.
Aparentemente, mi carrera había llegado a su fin.
—No me dijiste que era una foto familiar. —La palabra familia salió
con un mordisco acerado.
—No me di cuenta de que importaba. —Vivian me miró de reojo—. Le
pedí a Mode de Vie que esperara hasta que todos estuvieran juntos, pero
ellos querían específicamente una foto de la fiesta. Sin embargo, aceptaron
tomar otra con tus padres cuando estén en Estados Unidos.
Casi me reí ante la insinuación de que estaba molesta por la ausencia
de mis padres. No recordaba la úl ma vez que Giovanni y Janis Russo
aparecieron en uno de los hitos de sus hijos.
—Sobreviviré sin una foto de nuestra gran y feliz familia —dije, con un
tono seco.
Me coloqué delante de la cámara lo más lejos posible de Francis.
Cuando el fotógrafo nos dio el visto bueno, rodeé la cintura de Vivian con
mi brazo y forcé una sonrisa apretada.
Dios, odiaba las sesiones de fotos.
Por suerte, ésta no requería un beso y conseguimos la foto en menos
de cinco minutos. Los amigos de Vivian la apartaron después por una u
otra razón mientras Luca se dirigía a mí.
—Eh, eh, solo quería decir... ¿felicidades? Por el compromiso.
Mi mirada podría haber incendiado la habitación.
Levantó las manos. —Whoa, estoy tratando de jugar bien, ¿de
acuerdo? Estoy... —Bajó las manos y echó un vistazo a la habitación antes
de volver a mirarme. El sen miento de culpa se reflejó en su expresión—.
Siento que te haya tocado a .
Su voz apenas se oía por encima de la charla de los demás invitados,
pero me llegó directamente al pecho.
—Es lo que es. —Estaba acostumbrada a limpiar lo que hacía mi
hermano. Diablos, considerando algunas de sus elecciones pasadas,
debería alegrarme de que no se hubiera unido a la mafia.
Las cosas eran una mierda, pero siempre podían ser peores.
Luca se pasó una mano por la cara. —Lo sé, pero yo... joder. Sé que
nunca quisiste casarte. Esto es algo importante, Dante, y sé que estás
trabajando en encontrar...
—Luca. —Su nombre fue una advertencia—. Ahora no.
Chris an era discreto; mi hermano no. No quería que nadie nos
escuchara en mi maldita fiesta.
—Bien. Bueno, solo quería felicitar -digo, disculparme-. Y gracias. —Su
expresión se volvió avergonzada—. Sé que no lo digo a menudo, pero eres
un buen hermano. Siempre lo has sido.
Una opresión se apoderó de mi pecho antes de que reconociera su
afirmación con un gesto cortante de la cabeza.
—Ve a disfrutar de la fiesta. Nos vemos en la cena de la semana que
viene.
Quería ver cómo iban las cosas en Lohman & Sons y asegurarme de
que se mantenía alejado de María. A pesar de su aparente
arrepen miento, no me fiaba lo suficiente de él como para pasar largos
periodos de empo sin verle.
Después de que Luca se marchara, me dirigí al bar solo para que me
detuviera Francis, que había estado ocupado hablando con Kai hasta ahora.
—Excelente par cipación —dijo mientras Kai me lanzaba una mirada
indescifrable antes de escabullirse—. Parece que todos los miembros del
Valhalla de la Costa Este están aquí. —Una pausa, y luego—: Tienes
bastante presencia en el club, ¿no?
Lo miré con frialdad, la rantez de mi conversación con Luca
hundiéndose bajo un pozo de desagrado.
Mi bisabuelo había sido uno de los doce miembros fundadores del
club. Si proponía a alguien para la admisión, tenía garan zada una plaza,
siempre que cumpliera los criterios básicos de elegibilidad.
—Ni más ni menos que otros socios —dije.
—Claro. —La sonrisa de Francis se animó como la de un burón que
percibe sangre en el agua—. He oído que pronto habrá una vacante en la
sección de Boston. Un asunto desagradable con la quiebra de Peltzer.
Era irónico que sonara tan alegre al respecto cuando pronto estaría en
el mismo barco que Peltzer.
No podía esperar. Hasta entonces...
—Eso he oído. —Incliné la cabeza—. Te rechazaron la úl ma vez que
te presentaste, ¿no? Quizá tengas más suerte esta vez.
El rostro de Francis se ensombreció antes de relajarse en otra sonrisa.
—Estoy seguro de que la tendré con tu apoyo. Ahora somos prác camente
una familia, y la familia se ayuda mutuamente. ¿No es así? —Lanzó una
mirada significa va en dirección a Luca.
La rabia apretó mi mandíbula ante su evidente amenaza.
A los miembros del Legado Valhalla se les concedían cinco
nominaciones en su vida. Yo ya había u lizado dos: una para Chris an y
otra para Dominic. Prefería cortarme la polla antes que desperdiciar una
tercera con Francis.
—No tengo mucha información sobre el club de Boston. —Era una
men ra a medias. Tenía conexiones allí, pero cada club actuaba de forma
bastante independiente de acuerdo con la cultura, la polí ca y las
tradiciones locales—. El comité de miembros de Valhalla es diligente en su
proceso de selección. Si alguien es digno de ser admi do, será admi do.
El rojo salpicó las mejillas de Francis ante mi su l indirecta.
—Aunque estoy a favor de ayudar a la familia... —Mi sonrisa se
convir ó en una advertencia—. Debería saber que no hay que presionar
demasiado. Nunca resulta bien para las partes implicadas.
Francis tenía suficientes pelotas para chantajearme, pero no para
pretender que era mi dueño. Estaba probando mi punto de ruptura para
ver hasta dónde podía llevar las cosas.
No sabía que lo había cruzado en el momento en que entró en mi
despacho y puso esas fotos en mi mesa.
Antes de que pudiera responder, Vivian regresó, con las mejillas
notablemente más sonrojadas que antes. Me pregunté cuántas copas se
había tomado con sus amigas.
—¿Qué me he perdido? —preguntó.
—Tu padre y yo estábamos hablando de la logís ca de la boda. —No
dejé de mirar a Francis—. ¿No es cierto?
El resen miento llenó sus ojos, pero no discu ó mi relato. —Así es.
Los ojos de Vivian se movieron entre nosotros. Debió percibir la
hos lidad subyacente porque rápidamente empujó a su padre hacia la
columnista de es lo de vida de Mode de Vie antes de apartarme.
—No sé de qué estabas hablando, pero no deberías provocar a mi
padre —dijo—. Es como provocar a un gre herido.
Una brizna de diversión enfrió mi ira. —No le tengo miedo a tu padre,
mia cara. Si no le gusta lo que digo, que se las arregle conmigo.
—No me llames así. Mia cara —aclaró ella—. Es un insulto.
Enarqué una ceja. —¿Cómo es eso?
—No lo dices en serio.
—La gente dice cosas que no quiere decir todo el empo. —Señalé
con la cabeza a un invitado de pelo plateado que estaba junto a la barra—.
Por ejemplo, tu fascinante conversación de antes con Thomas Dreyer. No
me digas que en realidad estabas interesado en las minucias de las
deducciones fiscales.
—Cómo te has enterado... no importa. No importa. —Vivian sacudió la
cabeza—. Mira, sé que esto es un negocio para . Tampoco estás en lo alto
de mi lista de sueños para casarme, pero eso no cambia el hecho de que
tengamos que vivir el uno con el otro. Al menos deberíamos intentar sacar
el máximo par do a la situación.
¿Qué carajo?
Una oleada de irritación me recorrió la columna vertebral. —¿Quién,
exactamente, está en tu lista de sueños para casarte?
—¿En serio? —La exasperación se reflejó en su voz—. ¿Esa es la
conclusión que sacas de lo que acabo de decir?
—¿Qué tan larga es la lista?
No importaba que me hubieran obligado a comprometerme. Mi
prome da no debería tener una lista de otros hombres con los que
preferiría casarse. Y punto.
—No importa.
—Seguro que sí.
—Yo no... —La frase de Vivian se cortó cuando un invitado borracho
pasó por allí y chocó accidentalmente con ella.
Ella tropezó y mi mano se disparó ins n vamente antes de que se
estrellara contra una mesa de champán cercana.
Los dos nos quedamos paralizados, con los ojos clavados en el lugar
donde nuestros cuerpos se tocaban.
El ruido circundante se convir ó en un rugido sordo, dominado por los
fuertes la dos de mi corazón y el repen no zumbido de la electricidad en
el aire.
Incluso con tacones, Vivian era 15 cen metros más baja que yo, y
pude ver el movimiento de sus pestañas hacia abajo mientras su mirada se
centraba en el lugar donde mis dedos rodeaban su muñeca.
Era tan delicada que podría haberla roto sin intentarlo.
Su pulso se aceleró, tentándome a prolongar mi agarre antes de entrar
en razón y soltar su mano como si fuera un carbón caliente.
El hechizo se as lló al perder el contacto, y los sonidos del resto de la
fiesta irrumpieron en las grietas hasta que se hizo añicos.
Vivian se re ró y se frotó la muñeca, con las mejillas rosadas.
—Lo que intentaba decir antes de que nos despistáramos es que
deberíamos intentar llevarnos bien —dijo sin aliento—. Conocernos el uno
al otro. Tal vez tener una o dos citas.
Algo de la tensión anterior se disipó.
—¿Me estás invitando a salir, mia cara? —Una sonrisa me rozó los
labios ante su mirada.
—Te dije que dejaras de llamarme así.
—Sí, lo hiciste.
Iba a llamarla mia cara cada vez que pudiera.
Vivian cerró los ojos y pareció que rezaba para tener paciencia antes
de volver a abrirlos unos segundos después.
—Bien, lleguemos a un acuerdo. Puedes llamarme mia cara, con
moderación, si aceptas la tregua.
—No sabía que estuviéramos en guerra —dije.
Me pasé un pulgar por el labio inferior, contemplando su oferta. En un
principio, había planeado ignorar a Vivian hasta que terminara el
compromiso. Fuera de la vista, fuera de la mente.
Pero sus pequeños destellos de rebeldía me intrigaban, al igual que la
información que compar a inadver damente sobre su familia.
Tal vez mantenerla a distancia era la estrategia equivocada.
Mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos más cerca.
Tomé mi decisión final en una fracción de segundo.
—Es un trato. —Le tendí la mano.
Vivian la miró con un parpadeo de sorpresa y luego de recelo, antes
de tomarla.
Su aliento se escapó en un pequeño jadeo cuando la agarré con más
fuerza y la atraje hacia mí.
—Hay que guardar las apariencias —murmuré.
Incliné la cabeza hacia nuestra derecha, donde al menos una docena
de invitados nos miraban a hurtadillas.
Mi bandeja de entrada se había disparado tras conocerse la no cia de
mi compromiso. Nadie creía que estuviera comprome do hasta que lo
viera con sus propios ojos, y apuesto a que docenas de fotos de Vivian y yo
llegarían a Internet esa misma noche, si es que no lo habían hecho ya.
Pasé mi mano libre por su columna vertebral y la enrosqué alrededor
de su cuello antes de bajar mi boca a su oído. —Bienvenida a la tregua, mia
cara.
Mi aliento recorrió su mejilla.
Ella se puso rígida, y su propia respiración adquirió un ritmo irregular.
Sonreí.
Esto iba a ser diver do.
11
VIVIAN
No puedo dormir.
Hacía tres horas que me había desplomado en la cama, con el cuerpo
agotado pero la mente acelerada como si me hubiera inyectado una
docena de chupitos de espresso.
Había intentado contar ovejas, fantasear con Asher Donovan y
escuchar la función de ruido blanco de mi despertador, pero nada de eso
funcionaba.
Cada vez que cerraba los ojos, las imágenes de la fiesta de
compromiso se reproducían en un bucle roto.
La mano de Dante alrededor de mi muñeca.
El roce de sus dedos a lo largo de mi columna vertebral.
El rumor bajo de su voz en mi oído.
Bienvenida a la tregua, mia cara.
Un cosquilleo recorrió cada cen metro de mi cuerpo.
Gemí y me puse de lado, con la esperanza de que el cambio de
posición me sacudiera el persistente recuerdo del tacto y la áspera voz
aterciopelada de Dante.
Pero no fue así.
Sinceramente, me sorprendió que hubiera aceptado tan fácilmente la
tregua. No habíamos intercambiado más de una docena de palabras desde
que lo dejé en el banco de la acera después de nuestra sesión de fotos de
compromiso, pero ignorarlo ac vamente era más agotador de lo que
esperaba.
El á co era enorme y, sin embargo, nos cruzábamos varias veces al
día: él salía de su habitación mientras yo iba a la mía, yo tomaba aire fresco
mientras él atendía una llamada en el balcón, nos colábamos en la sala de
proyección para ver una película nocturna a la misma hora.
Uno de los dos siempre se iba cuando veía al otro, pero yo no podía
doblar la esquina sin que mi ritmo cardíaco se disparara en previsión de
chocar con Dante.
La tregua era la mejor opción para mi cordura y mi presión arterial.
Además, la única conversación no vigilada que habíamos tenido hasta
el momento había sido... agradable. Inesperada, pero agradable. Había un
corazón en algún lugar bajo el exterior malhumorado y fruncido de Dante.
Podía estar negro y arrugado, pero estaba ahí.
Los números de mi reloj pasaron de las 12:02 a las 12:03. Mi
estómago emi ó un gruñido furioso al mismo empo.
Después de no haber comido nada más que un puñado de aperi vos y
champán durante todo el día, por fin se estaba rebelando.
Volví a gemir.
Técnicamente era demasiado tarde para comer, pero...
Qué más da. De todos modos, no podía dormir.
Tras un momento de duda, me quité las sábanas y salí de mi
habitación de pun llas por el pasillo.
Hacía años que no tomaba un tentempié a medianoche, pero de
repente se me antojó una vieja combinación de comida favorita.
Encendí las luces de la cocina, abrí el frigorífico y miré el contenido
hasta que encontré un bote de pepinillos en rodajas y un bol de pudin de
chocolate en el estante inferior.
¡Ajá!
Puse mi bo n en la isla de la cocina antes de buscar el úl mo
ingrediente.
Pasta seca, condimentos, galletas, patatas fritas de algas... Abrí y cerré
la interminable hilera de armarios, buscando un tubo de cartón dis n vo.
Los armarios eran tan altos que tenía que ponerme de pun llas para
ver el fondo, y me empezaban a doler los brazos y los muslos. ¿Por qué
Dante tenía tanto espacio de almacenamiento? ¿Quién necesitaba un
armario entero de aceites de cocina?
Si no lo hiciera...
—¿Qué estás haciendo?
Di un salto y reprimí un grito ante la inesperada voz. Mi cadera se
golpeó contra la encimera cuando me di la vuelta, provocando una
sacudida de dolor cuyas reverberaciones coincidían con los repen nos y
frené cos la dos de mi corazón.
Dante estaba de pie en la puerta, con su mirada desconcertada
mientras viajaba entre yo y el armario abierto.
Por una vez, no llevaba traje y corbata. En su lugar, una camiseta
blanca se extendía sobre sus hombros, resaltando los planos esculpidos de
sus músculos y el bronce profundo de su piel. El pantalón de chándal negro
colgaba lo suficientemente bajo como para provocar pensamientos sucios
antes de sofocarlos.
—Me has asustado. —Mi voz sonó más fuerte de lo que pretendía—.
¿Qué haces levantado?
Era una pregunta estúpida. Obviamente, estaba levantado por la
misma razón que yo, pero no podía pensar con claridad a través de la
niebla de la adrenalina.
—No podía dormir. —El áspero trazo se dirigió hacia mí y se acomodó
entre mis piernas—. Supongo que no soy el único.
Sus ojos se fijaron en los míos durante un breve instante antes de
pasar por encima de mí.
Una sensación de déjà vu recorrió toda mi columna vertebral, pero a
diferencia de nuestro primer encuentro, detecté una grieta en la
indiferencia de Dante.
Era minúscula, apenas una sombra de llama, pero fue suficiente para
llenarme el estómago de revoloteos.
Su mirada se detuvo en mi vientre. La sombra se expandió,
oscureciendo sus ojos, que pasaron de ser de color marrón intenso a ser
casi de obsidiana.
Bajé la mirada y mi corazón se tambaleó al ver lo que llamaba su
atención.
Dormía con calor, así que solía llevar a la cama alguna variación de una
camisola de seda y unos pantalones cortos de chico. Estaba bien para la
in midad de mi habitación, pero era completamente inapropiado cuando
tenía compañía.
Los calzoncillos se detenían unos cen metros por encima de la mitad
del muslo y la camiseta se me había subido en algún momento de mi
búsqueda de armarios, dejando al descubierto una generosa extensión de
piel desnuda.
Cuando volví a levantar la vista, la mirada de Dante había regresado a
mi rostro.
Me quedé quieta, con miedo a respirar, mientras él se acercaba a mí
con la gracia lánguida y poderosa de un depredador que acecha a su presa.
Cada suave pisada era otra llama encendida en el espacio que nos
separaba.
Se detuvo cuando el calor de su cuerpo envolvió el mío. A unos
cen metros, tan cerca que pude contar los rastrojos individuales que
ensombrecían su mandíbula. —¿Qué estás buscando?
Su tono desenfadado chocaba con la tensión que se respiraba en el
ambiente, pero me limité a decir lo primero que se me ocurrió.
—Pringles. Clásicas.
No hubo respuesta como la verdad.
Me bajé discretamente la camisola mientras Dante me a la mano en
el armario que había sobre mi cabeza. La pequeña brisa de su movimiento
rozó mi piel.
Se me puso la piel de gallina y algo caliente se me enroscó en el
estómago.
Sacó una lata de patatas fritas sin abrir y me la entregó sin decir nada.
—Gracias. —Aferré el tubo, sin saber qué hacer a con nuación.
Una parte de mí quería escapar a la seguridad de mi habitación. La
otra parte quería quedarse y ver cuánto empo podía jugar con fuego sin
quemarse.
—Pringles, pepinillos y pudín. —Dante me salvó de una decisión—.
Interesante combinación.
El alivio aflojó el nudo en mi pecho. Mi respiración salió más fácil
ahora que tenía algo en lo que concentrarme que no fuera la reacción
involuntaria de mi cuerpo al suyo.
—Saben bien juntos. No lo cri ques hasta que lo hayas probado. —
Volví a tomar el control de mis extremidades y lo esquivé de camino a la
isla.
El contacto de su mirada me siguió, una presión insistente en la parte
baja de mi espalda.
Abrí la lata de Pringles. No te des la vuelta.
—Disculpa. No era mi intención cues onar tu elección de aperi vos.
—Un rastro de seca diversión recorrió su voz.
Oí cómo se abría el frigorífico detrás de mí, seguido del n neo de los
cubiertos y el chasquido de la puerta de un armario al cerrarse.
Un minuto después, Dante se deslizó en el taburete a mi lado.
Me quedé con la boca abierta cuando empezó a preparar su bocadillo.
—¿Te burlas de mí por mis elecciones de comida, pero le echas salsa
de soja al helado?
La tensión anterior retrocedió ante mi sorpresa.
Olvide la forma en que sus músculos se flexionaban con cada
movimiento o la forma en que su camisa abrazaba su torso.
Estaba come endo un crimen contra la humanidad ante mis ojos.
—Lloviznando, no ver endo. Y no lo cri ques hasta que lo hayas
probado —se burló Dante, devolviéndome mis palabras anteriores—.
Apuesto a que sabe mejor que la abominación que has montado.
Su ceño se frunció al ver la patata frita que tenía en la mano, que
había mojado en pudín y cubierto con un pepinillo.
Mis ojos se entrecerraron ante el desa o silencioso.
—Lo dudo. —Levanté su mano y dejé caer mi bocadillo
cuidadosamente preparado en su palma abierta. Lo miró como si fuera un
trozo de chicle viejo pegado a su zapato—. Intercambiemos y veamos
quién está equivocado y quién ene razón.
Atraje su cuenco hacia mí con una pequeña mueca.
Me encantaba el helado y la salsa de soja... por separado. Algunas
cosas no estaban des nadas a mezclarse, pero estaba dispuesta a
atragantarme para dejar claro mi punto de vista.
Es decir, que yo tenía razón y él estaba equivocado.
—Siempre tengo razón —dijo Dante. Me miró a mí y luego a mi
bocadillo con una pizca de intriga—. Bien. Voy a morder. A la cuenta de
tres.
Estuve a punto de preguntar si el juego de palabras era a propósito
antes de recordar que su sen do del humor estaba más subdesarrollado
que el vocabulario de un niño pequeño.
—Uno —dije.
—Dos. —Su mueca coincidió con la mía.
—Tres.
Me me una porción de helado en la boca al mismo empo que él
mordía mi patata.
El silencio llenó la habitación, solo interrumpido por el crujido de la
comida y el zumbido de la nevera.
Me había preparado para una ola de repulsión, pero la combinación
de vainilla francesa y salsa de soja era...
Esto no puede estar bien. Tal vez mis papilas gusta vas estaban rotas.
Me serví otra cucharada para asegurarme.
La boca de Dante se curvó en una sonrisa de complicidad. —¿Ya vas a
repe r?
—No actúes con tanta presunción. No está tan bueno —men .
—En ese caso, me llevaré el helado de vuelta.
—¡No! —Acerqué el bol a mi pecho—. Ya he comido de él. Es...
an higiénico compar r la comida. Coge tu propio bol.
La sonrisa de Dante se amplió.
Dejé escapar un suspiro. —Bien. Sabe bien. ¿Estás contento? —Le
lancé una mirada punzante a la tapa de la isla—. No soy la única que se
equivocó. Te has acabado la mitad de las patatas en los úl mos cinco
minutos.
—Eso es una exageración. —Sumergió otro combo de pepinillos y
patatas fritas en el pudín—. Pero esto no es tan terrible como pensaba.
—¿Ves? Nunca te equivocaré cuando se trata de comida. —Hundí mi
cuchara en una cucharada fresca de vainilla y me relajé en la desconocida,
pero no desagradable facilidad entre nosotros. Quizá la tregua había sido
una buena idea después de todo—. ¿Cómo se te ocurrió esta combinación,
de todos modos?
No podía imaginarme a Dante probando diferentes maridajes en su
empo libre hasta encontrar un ganador como yo. Por lo que vi, apenas
tuvo empo de comer.
Se quedó en silencio durante un largo momento antes de decir: —
Luca y yo pasábamos mucho empo en la cocina cuando éramos niños.
Teníamos una sala de juegos, piscina, todos los juguetes más modernos...
prác camente todo lo que cualquier persona menor de doce años podría
desear. Pero a veces queríamos otra compañía que no fuera la del otro, y el
chef era una de las pocas personas de la casa que nos trataba como
personas de verdad. Nos dejaba jugar por ahí cuando no estaba cocinando.
—Dante se encogió de hombros—. Éramos niños. Experimentábamos.
La imagen mental del pequeño Dante correteando por la cocina con su
hermano me calentó las entrañas.
—Ustedes dos deben ser cercanos.
Había conocido a Luca en la fiesta de compromiso. Había sido
bastante educado, aunque tuve la sensación de que no le entusiasmaba mi
matrimonio con su hermano. Solo habíamos hablado unos minutos antes
de que se excusara bruscamente.
La cara de Dante se apagó. —No estamos tan unidos como antes.
Me detuve ante la extraña nota en su voz. Por alguna razón, su
hermano era un tema delicado.
—¿Trabaja para la empresa? —aventuré cuando no ofreció más
información.
No quería presionar demasiado a Dante y que se cerrara cuando por
fin estábamos avanzando, pero no podía contener mi curiosidad. No sabía
mucho sobre él más allá de lo que era de dominio público.
Procedía de una familia muy an gua y muy rica que hizo su fortuna en
el sector tex l antes de que su abuelo fundara el Grupo Russo y ampliara el
imperio familiar hasta conver rlo en lo que era hoy. Se había graduado
como el mejor de su clase en la Harvard Business School y quintuplicó el
valor de mercado de su empresa desde que asumió el cargo de director
general. Eliminaba a su competencia con una eficacia asombrosa, ya fuera
aplastándola o adquiriéndola, y la crueldad de su equipo de seguridad lo
había catapultado a la categoría de mito.
Puede que haya leído sobre Dante mientras estaba en Europa.
—Ahora sí. —El tono de Dante sugería que el cambio no había sido
elección de Luca—. Hizo prác cas en la empresa en la universidad. Fue un
desastre, así que nuestro abuelo le permi ó 'seguir sus pasiones' en lugar
de asumir un papel corpora vo. Ya me tenía como heredero; no necesitaba
a Luca. Pero dar a mi hermano demasiada libertad fue un error. Luca pasó
de un trabajo a otro durante una década. Era un DJ un día, un actor al
siguiente. Hizo que la mitad de su fondo fiduciario se invir era en un club
nocturno que quebró a los ocho meses de abrir. Necesita estabilidad y
estructura, no más empo y dinero para quemar.
Era la mayor can dad de palabras que había oído salir de la boca de
Dante desde que nos conocimos.
—Así que le diste un trabajo —supuse—. ¿Qué hace ahora?
—Vendedor. —La comisura de la boca de Dante se levantó cuando le
dirigí una mirada escép ca—. No ene un trato especial por ser mi
hermano. Cuando empecé en el Grupo Russo, trabajé como empleado de
almacén. Fue una de las mayores lecciones que me enseñó mi abuelo. Para
dirigir una empresa, hay que conocerla. Cada faceta, cada puesto, cada
detalle. Los líderes que no están al corriente son líderes que fracasan.
De alguna manera, Dante conseguía sorprenderme cada vez que
hablábamos.
Esperaba que dirigiera su empresa de arriba abajo sin preocuparse por
sus empleados y abusando descaradamente del nepo smo, como hacían
muchos de sus compañeros, pero su filoso a tenía sen do.
Como no podía decir eso sin ofenderle, me ceñí al tema de su
hermano.
—Tengo la sensación de que no le gusto a Luca —admi —. Cada vez
que intenté hablar con él en la fiesta, puso una excusa y se fue.
Dante hizo una pausa. La tensión humedeció el aire durante un
segundo antes de que sus hombros se relajaran y las nubes
desaparecieran.
—No te lo tomes como algo personal. Se pone de mal humor con ese
po de cosas. —Cambió suavemente de tema—. Hablando de la fiesta,
nunca me has dicho quién está en la lista de tu marido ideal.
Oh, por el amor de Dios.
Había mencionado la lista como una broma. No sabía por qué estaba
tan obsesionado con ella. Pero ya que lo estaba... podría diver rme un
poco.
—Te lo diré si prometes no tener complejo de inferioridad —le dije
con dulzura. Enumeré los nombres de mis celebridades favoritas—. Nate
Reynolds, Asher Donovan, Rafael Pessoa...
Dante parecía no estar impresionado. —No sabía que fueras tan
faná ca del fútbol.
Asher Donovan y Rafael Pessoa jugaban en el Holchester United del
Reino Unido.
—Soy una faná ca de los jugadores de fútbol —corregí—. Hay una
diferencia.
Había visto un total de tres par dos depor vos en mi vida. Solo había
mencionado a Asher y Rafael porque los vi ayer en una campaña
publicitaria y los tenía frescos en la mente.
—Reynolds está casado, y Donovan y Pessoa viven en Europa —dijo
Dante sedosamente—. Me temo que no enes suerte, mia cara.
—Es cierto. —Solté un suspiro de sufrimiento—. En ese caso, supongo
que tendré que conformarme.
Una risa burbujeó en mi garganta cuando él entrecerró los ojos. —Me
estás provocando.
—Solo un poco.
Mi risa finalmente se derramó ante su ceño fruncido. Prác camente
podía ver los moretones que se formaban en su ego.
No tenía ninguna idea román ca de que estuviera interesado en la
lista porque yo le gustaba. Probablemente odiaba la idea de no ser el
número uno en la lista de nadie.
No hablamos mucho después de eso, pero el silencio entre nosotros
era menos brusco que el de los primeros días de nuestro compromiso.
Eché una mirada fur va a Dante mientras extendía metódicamente
una capa de pudín sobre la úl ma patata frita, con el ceño fruncido por la
concentración. Era extrañamente adorable.
Casi vuelvo a reírme al imaginarme cómo reaccionaría si descubriera
que alguien lo describía como adorable.
Oculté mi sonrisa mientras pasaba la cuchara por el helado derre do.
De repente me alegré de no haber podido dormir antes.
12
VIVIAN
—Quizás esta noche por fin follan. —La voz de Isabella crepitó a través
de mi teléfono, que había apoyado contra la pared para poder verla
mientras me preparaba—. No es una tregua sin un orgasmo para cerrar el
trato.
—Isa.
—¿Qué? Es verdad. Te mereces un poco de diversión después de
dejarte la piel estas úl mas semanas. —Los clics de su teclado se
detuvieron, y una expresión distraída cruzó su rostro—. Hablando de
diversión, ¿cuál crees que debería ser el método de asesinato
caracterís co de mi personaje? ¿Veneno, estrangulamiento o un buen
corte con un cuchillo de carnicero?
—Veneno. —Era el único que no me revolvía el estómago cuando lo
imaginaba.
—A machetazos será. Gracias, Viv. Eres la mejor.
Suspiré.
Isabella estaba sentada en su habitación, con su serpiente mascota
Monty colgada sobre los hombros mientras tecleaba furiosamente en su
portá l. Detrás de ella, una montaña de ropa cubría su cama y medio
ocultaba el retrato al óleo de Monty que Sloane y yo habíamos encargado
como broma para su cumpleaños el año pasado.
La mayoría de los escritores prefieren el silencio y la soledad, pero
Isabella trabaja mejor rodeada de caos. Decía que haber crecido con cuatro
hermanos mayores la había condicionado a prosperar en el caos.
—En fin —dijo después de varios minutos de destrozar a sus pobres
personajes en la página—. Volvamos al tema que nos ocupa. Tienes que
probar el sexo antes de comprometerte. No querrás quedarte con alguien
malo en la cama. No creo que Dante tenga ese problema —añadió—.
Apuesto a que folla como...
—Para. —Levanté una mano—. No vamos a discu r las proezas
sexuales de mi prome do por teléfono. O nunca.
—No hay nada que discu r. Todavía no has tenido sexo. —Las mejillas
de Isabella se fruncieron mientras Monty bifurcaba la lengua como si
estuviera de acuerdo—. Tendrás que hacerlo en algún momento. Si no es
antes de la boda, entonces en la noche de bodas y en la luna de miel... a
menos que ambos planeen ser célibes por el resto de sus vidas. —Arrugó la
nariz.
Me puse los pendientes en silencio, pero un revoloteo de nervios me
recorrió el estómago.
Tenía razón. Había estado tan concentrada en la planificación de la
boda que no había pensado mucho en lo que pasaría después.
El lecho matrimonial. La luna de miel. El calor del torso desnudo de
Dante contra el mío y su boca...
Se me secó la garganta y desterré la imagen mental clasificada como X
a los recovecos más oscuros de mi mente antes de que echara raíces.
—Cruzaremos ese puente cuando lleguemos —dije con un tono
esperanzador—. Apenas nos conocemos.
Mi tregua con Dante se había mantenido sorprendentemente bien
desde nuestra cita nocturna para merendar la semana pasada, pero a
pesar de la conversación ocasional cuando ambos estábamos en casa —
algo poco frecuente dadas nuestras apretadas agendas—, mi futuro
marido seguía siendo un enigma.
—No hay mejor noche para conocerse que ésta. —Isabella se echó
hacia atrás y es ró los brazos por encima de la cabeza. Un brillo travieso
iluminó sus ojos—. Hay muchos rincones sexys en el club.
—No me digas que ya los has aprovechado. Solo ha pasado... —
Calculé mentalmente el empo que llevaba trabajando en el Valhalla—.
Tres semanas.
—Por supuesto que no. —Ella bajó los brazos—. Va en contra de las
reglas fraternizar con los miembros. Estoy a favor de romper las reglas,
pero este es el mejor trabajo que he tenido en años. No voy a perderlo
para ser una muesca en el poste de la cama de un po rico, no importa lo
bueno que esté.
Su expresión parpadeó antes de volver a iluminarse. —Con o sin sexo,
no puedo esperar a que veas el lugar. Es una locura. El suelo del ves bulo
ene incrustaciones de oro macizo de vein cuatro quilates, y hay un
helipuerto en la azotea con un servicio de alquiler de helicópteros que te
llevará a cualquier lugar de la zona triestatal para comer...
Con nuó describiendo con detalle las comodidades del Valhalla.
Sonreí ante el entusiasmo de Isabella, aunque los nervios me
invadieron el estómago.
Esta noche era mi debut oficial en sociedad como prome da de Dante
Russo.
Nuestra fiesta de compromiso no contaba; había sido un asunto
privado al que habían asis do amigos y familiares. En cambio, la gala anual
de disfraces de otoño en el Club Valhalla era otra cosa.
Ya había asis do a docenas de eventos de la alta sociedad, pero nunca
me habían invitado al Valhalla porque mi familia no era miembro.
Estaba más nerviosa de lo que quería admi r, pero al menos Isabella
estaría allí. Trabajaba en la segunda parte de la gala, lo que significaba una
cara amiga garan zada.
Me quedé al teléfono con ella unos minutos más hasta que se fue a su
turno.
Después de colgar, respiré hondo, comprobé de nuevo mi reflejo y me
apliqué una segunda capa de pintalabios rojo para tener más confianza
antes de salir de mi habitación.
Mientras caminaba hacia el ves bulo, se oía el sonido del programa de
televisión italiano favorito de Greta. Le gustaba ver la televisión mientras
cocinaba y dijo que Dante le había instalado la pequeña pantalla plana de
la cocina cuando empezó a trabajar para él. La había amenazado con
quitarla si alguna de sus comidas no estaba a la altura, pero nadie se
tomaba en serio sus amenazas.
Era despiadado con la gente de fuera, pero trataba a su personal como
a una familia, aunque la mantenía a distancia y tenía unas expecta vas
extremadamente altas.
Se me revolvió el estómago cuando lo vi.
Dante esperaba en el ves bulo, con la cabeza inclinada sobre su
teléfono. Se había ceñido a la temá ca de la gala de los años veinte con la
precisión que le caracteriza: elegante traje de tweed de tres piezas en color
carbón, gorra de copa a juego y su caracterís co ceño fruncido.
—Si sigues frunciendo el ceño, se te congelará la cara así. —Intenté un
tono ligero, pero me salió vergonzosamente jadeante.
Sus ojos se alzaron. —Muy p... —La brusca interrupción de su frase
cargó el aire, tan repen na y devastadora como un rayo.
Mis pasos vacilaron y luego se detuvieron por completo.
Todas las terminaciones nerviosas se ac varon, lo que hizo que se me
pusiera la piel de gallina y se me escapara el oxígeno de los pulmones
cuando nuestras miradas se encontraron.
Dante no apartó sus ojos de los míos, pero su atención tocó de alguna
manera cada cen metro de mi cuerpo hasta que cobró vida, como una
película en blanco y negro lanzada al tecnicolor.
—Te ves... —Hizo una pausa, una emoción iniden ficable pasó por su
rostro—. Bonita.
El tono oscuro y aterciopelado de la palabra "bonita" me hizo vibrar
las venas.
El espejo que tenía al lado reflejaba lo que él veía: un ves do de
encaje con cuentas de color marfil que dejaba al descubierto mi espalda y
mis hombros y caía hasta mis muslos en una elegante línea. Los intrincados
y gruesos dibujos en zonas estratégicas evitaban que el ves do fuera
completamente transparente, pero habría rozado el escándalo de no ser
por su elegante corte.
El traje dejaba al descubierto kilómetros de piel y me hacía parecer
casi desnuda desde la distancia, pero una no se ves a para mezclarse con
el entorno en el Valhalla.
Se ves a para destacar.
—Gracias. —Me tragué la ronquera y lo intenté de nuevo—. Tú
también. Los veinte años te sientan bien.
La comisura de su boca se inclinó hacia arriba. —Gracias.
Me tendió el brazo. Tras una breve vacilación, lo cogí.
El silencio nos envolvió mientras tomábamos el ascensor hasta el
ves bulo y nos deslizábamos en el asiento trasero del Rolls-Royce que nos
esperaba.
Me pasé una mano por la falda, sin saber qué más hacer.
—¿Cómo va el trabajo? —pregunté cuando el silencio se prolongó
hasta conver rse en territorio incómodo—. Apenas te he visto en toda la
semana.
—¿Me has echado de menos? —La diversión alargó su voz.
—Tanto como un marinero echa de menos el escorbuto.
Me sorprendió su risa. No una risa, ni una burla, sino una risa sincera.
El rico sonido llenó el coche y se filtró bajo mi piel, donde se
transformó en un florecimiento de placer.
—Realmente se te ocurren las comparaciones más halagadoras. —Su
tono seco contrastaba con el brillo de sus ojos.
El estómago se me revolvió como si acabara de caer por la pendiente
de una montaña rusa.
La visión de un Dante risueño y desprevenido era totalmente
catastrófica para mis ovarios.
—Es un talento que perfeccioné al crecer. —Intenté concentrarme
más allá de la reacción involuntaria y, francamente, molesta de mi cuerpo
ante una simple risa—. Durante los eventos sociales aburridos, mi hermana
y yo jugábamos a un juego en el que teníamos que inventar una buena
comparación de animales para cada invitado. Alice Fong era un conejo
porque solo comía ensaladas y movía constantemente la nariz. Bryce
Collins era un burro porque, bueno, era un asno obs nado. Y así
sucesivamente.
Mis mejillas se calentaron. —Parece una tontería, pero nos ayudaba a
pasar el empo.
—No lo dudo. —Dante se echó hacia atrás, la imagen de la
despreocupación—. ¿Con qué me compararías?
Con un dragón.
Glorioso en su poder, aterrador en su ira, y magnífico incluso en
reposo.
—Si me hubieras preguntado antes de nuestra tregua, habría dicho un
jabalí maleducado —dije en su lugar—. Ya que estamos siendo amables, te
subo a un tejón de la miel.
—El animal más intrépido del mundo. Lo acepto.
Parpadeé al ver lo bien que se lo había tomado. A la mayoría de la
gente no le gustaría que la compararan con un tejón de la miel.
—Para responder a tu pregunta anterior, el trabajo ha sido...
agravante. —Los gemelos de Dante brillaron a la luz de una farola que
pasaba. Plateados, elegantes, con la letra V estampada—. El trato en el que
estoy trabajando es un dolor de cabeza, pero volaré a California el martes
para, con suerte, cerrarlo.
—¿El trato con Santeri? —Lo había leído en las no cias.
Una ceja se levantó. —Sí.
—Lo conseguirás. Nunca habías perdido una adquisición.
Su sonrisa de respuesta podría haber derre do la mantequilla. —
Agradezco tu fe en mí, mia cara.
El calor se extendió a través de mí como un incendio.
La voz de Dante y el uso del término mia cara deberían estar
prohibidos. Eran demasiado letales para soltarlos sobre una población
femenina desprevenida.
—¿Qué tal el cumpleaños de Tippy Darlington? —preguntó con
indiferencia—. ¿Buffy está contenta?
Otro zarcillo de sorpresa me recorrió el pecho. Le había mencionado la
fiesta de pasada solo una vez, hace semanas. No podía creer que se
acordara.
—Ha ido bien. Buffy está encantada.
—Bien.
Reprimí una sonrisa mientras me daba la vuelta y miraba por la
ventana. La pregunta sobre los Darlington me hizo extrañamente feliz.
El tráfico del viernes por la noche en Manha an era una pesadilla,
pero finalmente nos abrimos paso entre el atasco y llegamos a un par de
gigantescas puertas de hierro negro flanqueadas por casetas de piedra.
Dante mostró a uno de los guardias, de rostro estoico, su invitación y
su tarjeta de socio con chip. El guardia tecleó algo en su ordenador y
pasaron treinta segundos antes de que las puertas se abrieran con un
suave zumbido electrónico.
—Escáneres biométricos y de vehículos —dijo Dante en respuesta a mi
mirada interrogante—. Toda persona y vehículo que quiera acceder a la
propiedad está registrado en el sistema interno del club, incluidos el
personal y los contra stas. Si alguien intenta entrar sin la debida
autorización una vez, será rechazado con una severa advertencia. Si lo
intenta dos veces... —Un elegante encogimiento de hombros—. No habrá
una tercera vez.
Decidí no preguntar qué quería decir.
A veces, la ignorancia es una bendición.
Condujimos por una carretera sinuosa iluminada por cientos de
faroles brillantes en los árboles. Me sen como si estuviéramos en una
finca en vez de en el Alto Manha an.
¿Cómo podía exis r un lugar así en medio de la ciudad?
Quien lo construyó debió de inver r una fortuna en la compra de
todos los terrenos y permisos necesarios para crear un verdadero oasis
privado en una de las propiedades inmobiliarias más codiciadas del país.
Crecí rodeado de riqueza, pero esto estaba a otro nivel.
—No te pongas nerviosa. —La voz ronca de Dante interrumpió mis
cavilaciones—. Es solo una fiesta.
—No estoy nerviosa.
—Tienes los nudillos blancos.
Miré hacia abajo, donde me agarraba la rodilla con fuerza. Mis
nudillos estaban, efec vamente, blancos.
Los relajé, solo para que mi rodilla rebotara con an cipación.
Dante cerró su mano sobre la mía y la apretó contra mi muslo,
obligándome a quedarme quieta.
Una oleada de conciencia me recorrió y se estrechó al ver su mano
tragándose la mía. Su agarre era firme pero sorprendentemente suave, y
tras un momento de sorpresa congelada, me atreví a mirarlo.
Dante tenía la mirada fija, su perfil era de granito. Parecía aburrido,
casi distraído, pero la fuerza tranquilizadora de su tacto derri ó los bordes
de mi creciente ansiedad.
Los la dos de mi corazón se ralen zaron gradualmente a medida que
los árboles se despejaban y el propio Club Valhalla aparecía a la vista.
Mi aliento salió en un suave jadeo.
Vaya.
No debería haber esperado menos, pero Valhalla era una obra
maestra de la arquitectura. El elegante edificio principal, de es lo
neoclásico, se extendía a lo largo de cuatro pisos y una manzana entera.
Unos suaves focos iluminaban su grandioso exterior blanco, y una opulenta
alfombra carmesí cubría las escaleras que conducían a la entrada de doble
altura.
Una hilera de coches de lujo serpenteaba por el camino, siendo objeto
de una mirada atenta por parte de los inexpresivos guardias de servicio.
El nuestro se detuvo detrás de un Mercedes blindado.
Dante y yo salimos del coche y nos dirigimos a la entrada, donde un
flujo constante de invitados con trajes a medida y ves dos exquisitos
ascendía por las escaleras.
A pesar de la alfombra roja y del bullicio que se respiraba, no había
fotógrafos. La gente no asis a a un evento del Valhalla para lucirse ante el
público; estaban aquí para lucirse entre ellos.
Dante me puso una mano en la espalda y me guió hasta el ves bulo
de entrada, donde enseguida vi de qué hablaba Isabella: una magnífica V
de oro incrustada en el suelo, cuyas tres puntas tocaban el círculo
circundante y brillaban sobre una extensión de reluciente mármol negro.
La gala tenía lugar en el salón de baile del club, pero no podíamos
movernos ni un metro sin que alguien nos detuviera para saludar a Dante.
—¿Desde cuándo eres socio? —pregunté después de salir de otra
conversación sobre la bolsa—. Parece que conoces a todo el mundo. O
todo el mundo parece conocerte a .
—Desde los vein ún años. Es la edad mínima para ser miembro. —
Una sonrisa irónica se dibujó en la boca de Dante—. Eso no impidió que mi
abuelo tratara de conseguir una membresía para mí cuando tenía
dieciocho años, pero hay cosas que ni siquiera Enzo Russo podría hacer.
Era solo la segunda vez que mencionaba a su abuelo, la primera fue
después de nuestra sesión de fotos de compromiso.
Enzo Russo, el legendario hombre de negocios y fundador del Grupo
Russo, había muerto el verano de un ataque al corazón. Su muerte había
acaparado los tulares durante más de un mes.
Dante había asumido el cargo de director general años antes de la
muerte de Enzo, pero su abuelo había permanecido como presidente y
presidente de la junta direc va. Ahora, Dante ocupaba los tres puestos.
—¿Le echas de menos? —Pregunté en voz baja.
—Echar de menos no es la palabra adecuada. —Pasamos por el
ves bulo y por un largo pasillo hacia lo que supuse que era el salón de
baile. La voz de Dante carecía de emoción—. Me crió y me enseñó todo lo
que sé sobre los negocios y el mundo. Lo respetaba, pero nunca habíamos
estado cerca. No de la forma en que se supone que los abuelos y los nietos
deben estar cerca.
—¿Y tus padres? —No sabía mucho sobre Giovanni y Janis Russo,
aparte de que Giovanni había pasado a dirigir la empresa.
—Están haciendo lo de siempre —dijo Dante críp camente—. Ya lo
verás.
Cierto. Estábamos pasando Acción de Gracias con ellos en Bali.
Pasamos otro control de seguridad cerca del salón de baile antes de
que las puertas se abrieran y me transportaran instantáneamente a un
mundo de brillante decadencia de los años veinte.
Un bar de es lo Art Decó ocupaba toda la pared oriental; su laca negra
y sus detalles dorados brillaban tanto como las botellas de licor de alta
gama que había detrás. Para los que no querían esperar en la barra, unos
camareros impecablemente ves dos circulaban con gin-tonics, carros de
mar ni y carros de champán rebosantes de burbujas.
La animada música de la banda de jazz bailaba sobre el suave n neo
de las copas y las elegantes risas, y los espacios ín mos se esparcían por la
sala como oasis de ricos terciopelos y asientos de felpa. En un rincón, los
crupieres se encargaban de media docena de mesas de póquer; en otro, se
proyectaba una película muda en un proyector de la vieja escuela.
El salón de baile se elevaba cuatro pisos hacia una cúpula de cristal,
donde una impresionante proyección del cielo nocturno lo pintaba con
constelaciones tan vívidas que casi creía poder ver Orión y Casiopea desde
Manha an.
—¿Está a la altura de tus expecta vas? —La mano de Dante se detuvo
en la parte baja de mi espalda.
Asen con la cabeza, demasiado distraída por la opulencia que me
rodeaba y el toque posesivo de su mano como para pensar en una
respuesta ingeniosa.
Dante y yo pasamos la primera hora mezclándonos con otros
miembros del club. Al contrario que en nuestra fiesta de compromiso,
estábamos perfectamente sincronizados, interviniendo cuando el otro no
respondía y excusándonos cuando la conversación había seguido su curso.
Hacia el final de la hora, Dominic Davenport, a quien recordaba de
nuestra fiesta, lo apartó para hablar de negocios. Aproveché la
oportunidad para hacer una rápida pausa en el baño con Alessandra, la
esposa de Dominic.
—Me encanta tu ves do —dijo mientras nos retocábamos el
maquillaje—. ¿Es Lilah Amiri?
—Sí —dije, impresionada. Lilah era una diseñadora con talento, pero
emergente; no mucha gente reconocía su trabajo a primera vista—. Lo vi
en la Semana de la Moda de Nueva York y pensé que sería perfecto para
esta noche.
—Tenías razón. Dante no puede quitarte los ojos de encima. —
Alessandra sonrió, con un rastro de tristeza cruzando su rostro—. Tienes
mucha suerte de tener una pareja tan atenta.
Con su espeso pelo castaño caramelo y sus ojos azul-gris, era
extraordinariamente bella, pero también parecía profundamente infeliz.
Nuestro intercambio sobre el ves do había sido el más animado que había
visto en toda la noche.
—No todo es sol y rosas. Dante y yo tenemos nuestras diferencias.
Créeme.
—Las diferencias son mejor que nada —murmuró. Salimos del baño,
pero ella se detuvo en la entrada del salón de baile—. Lo siento, me ha
entrado un terrible dolor de cabeza. ¿Puedes decirle a Dominic que me he
ido a casa?
Un ceño fruncido me hizo fruncir la frente. —Por supuesto, pero ¿no
preferirías decírselo tú misma? Estoy segura de que querrá saber si no te
sientes bien.
—No. Una vez que se pone en modo de negocios, es imposible
apartarlo. —Una pequeña y amarga sonrisa apareció en el rostro de
Alessandra—. Lo dejaré con su trabajo. Fue un placer conocerte, Vivian.
—A
también. Espero que te sientas mejor pronto.
Esperé a que desapareciera al doblar la esquina antes de acercarme a
Dominic y Dante.
La mirada de Dominic se dirigió al espacio vacío junto a mí.
—Alessandra me pidió que les dijera que le dolía la cabeza y que tenía
que irse a casa —expliqué.
Una emoción iniden ficable pasó por sus ojos antes de que se
desvaneciera bajo los charcos de un azul inescrutable. —Gracias por
avisarme.
Hice una pausa, esperando una mayor reacción. No hubo ninguna.
Los hombres. La mitad de las veces no tenían ni idea y la otra mitad
eran insensibles.
Dante y Dominic no habían terminado de hablar, así que me excusé de
nuevo y me dirigí al bar. Discu r los al bajos del S&P 500 no era mi idea de
una noche de viernes diver da.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro cuando divisé un destello familiar
de cabello negro violáceo detrás del mostrador.
—¿Qué ene que hacer una chica para conseguir una bebida por
aquí? —bromeé, tomando el taburete más cercano a ella.
Isabella levantó la vista de la bebida que estaba preparando. —Por fin,
el VIP se digna a pasarse por aquí. —Adornó el vaso con un trozo de lima y
lo deslizó hacia mí—. Gin-tonic, justo como te gusta.
—En el momento perfecto. —Tomé un sorbo—. ¿He mencionado lo
increíble que eres?
—Sí, pero no me importa oírlo de nuevo. —Sus ojos brillaron—. Te vi
venir desde una milla de distancia. Supongo que la gente no está
interesada en buscar bebidas cuando se las pueden traer. —El bar estaba
vacío, salvo por una pareja sentada en el extremo, pero los carritos de
alcohol temá cos eran un gran éxito.
—Me pagan el importe íntegro sin importar cuántas bebidas sirva, así
que no me cuesta nada. —Isabella se palmeó el bolsillo—. Sin embargo,
tengo un regalo para . Di la palabra y será tuyo.
Suspiré, sabiendo ya hacia dónde se dirigía la conversación. Una vez
que se aferraba a una idea, era implacable. —Ahorra tu aliento. No voy a
tener sexo con él.
—¿Por qué? Él está caliente, tú estás caliente, el sexo está garan zado
que será caliente —argumentó—. Vamos, Viv. Déjame vivir a través de .
Mi vida es tan aburrida estos días.
A pesar de su personalidad naturalmente coqueta y su propensión a
escribir sobre sexo y asesinatos, Isabella no había salido con nadie en más
de un año. No la culpaba después de lo ocurrido. Si yo fuera ella, también
renunciaría a los chicos en el futuro inmediato.
—Puedes vivir a través de los libros, también. Sigue con ellos porque
el sexo con Dante esta noche... No va a suceder.
No importa lo bien que se vea o cómo mi cuerpo responda a la idea.
Los labios de Isabella se fruncieron en señal de decepción. —Bien,
pero si cambias de opinión, tengo condones con sabor a fresa. Tamaño
Magnum, acanalados para tu...
Una ligera tos la interrumpió.
La sonrisa de Isabella cayó como una cometa de hormigón, y me giré
para ver a Kai observándonos con desconcierto.
—Perdón por interrumpir, pero me gustaría pedir otra bebida. —Dejó
su vaso vacío sobre la barra—. Me temo que no puedo aguantar otra
conversación sobre el úl mo escándalo de la sociedad sin más alcohol.
La ironía tocó su úl ma frase.
—Por supuesto. —Isabella recuperó la compostura con una rapidez
admirable—. ¿Qué puedo servirle?
—Gin-tonic. Con sabor a fresa.
Casi me atraganté con mi bebida mientras la cara de Isabella se volvía
de un tono rojo alarmante. Se quedó mirando a Kai, obviamente tratando
de averiguar si se estaba burlando de ella.
Él le devolvió la mirada, con una cara de educada impasibilidad.
—Un gin-tonic de fresa, enseguida —dijo ella. Ella se ocupó de la
bebida, su vergüenza era un peso tangible en el aire.
—¿Debería preocuparme por que escupa en mi bebida? —Kai se
sentó en el taburete con guo al mío, con aspecto de haber salido del plató
de una reposición de El Gran Gatsby.
Entre él y Dante, estaba convencida de que un atuendo de es lo
veinteañero mul plicaba por diez el atrac vo de un hombre.
—No es tan venga va... la mayor parte del empo. Y si lo hace, la
verás. —Dudé, y luego pregunté—: ¿Qué parte de nuestra conversación
escuchaste?
—No sé de qué estás hablando —dijo suavemente.
El alivio se instaló en mi pecho. No creía que Kai fuera de los que
co llean, pero era bueno tener la confirmación.
—Kai Young, te mereces toda la bondad del mundo.
Se rió. —Lo tendré en cuenta para los días en que me sienta mal. —
Aceptó su bebida de Isabella, que le dedicó una sonrisa apretada antes de
llevarla en doble fila al otro extremo de la barra.
Su mirada diver da se detuvo en ella durante una fracción de empo
antes de volver a centrar su atención en mí.
—¿Cómo es la vida con Dante? ¿Te ha vuelto loca con su insistencia en
separar todas sus velas exactamente 15 cen metros?
—No me hagas empezar. —Las tendencias controladoras de Dante se
extendían más allá de sus peculiaridades alimentarias y se extendían a
todas las áreas de la casa. A veces, era extrañamente encantador. Otras
veces, me daban ganas de clavarle un cuchillo para carne en el muslo—. El
otro día, nuestra ama de llaves Greta movió las velas en la sala de estar...
Kai y yo charlamos durante un rato, nuestra conversación pasó de
Dante a la gala y a nuestros próximos planes de vacaciones, hasta que
recibió un correo electrónico urgente y se excusó para responderlo.
Mientras él tecleaba en su teléfono, yo escudriñaba la habitación, sin
aliento por el alcohol y el zumbido eléctrico en el aire.
Mi distraída mirada se detuvo en un par de fríos ojos oscuros, y la
respiración se detuvo en mis pulmones.
Dante me observaba, su rostro era ilegible, pero el calor parpadeaba
bajo su pétrea mirada. Parecía ignorar por completo a Dominic.
Los segundos se alargaron hasta conver rse en un largo estruendo de
tensión. Pequeñas chispas se encendieron en todo mi cuerpo, y mi corazón
se agitó con un ritmo salvaje que estaba segura de que no podía ser
saludable.
Un músculo hizo ctac en la mandíbula de Dante cuando deslizó su
mirada hacia Kai por un breve segundo antes de traerla de vuelta a mí.
—Disculpas. —La voz tranquila de Kai rompió la tensión y ahuyentó las
chispas—. Las no cias no se de enen ni siquiera por un evento del
Valhalla.
Colocó su teléfono en la encimera junto a su vaso.
Dominic dijo algo que hizo girar la cabeza de Dante, y aparté los ojos
de él con considerable esfuerzo.
—No te preocupes. —Reuní una sonrisa por encima de los frené cos
la dos de mi corazón. Me sen a como si hubiera corrido una maratón
mientras estaba sentada durante el úl mo minuto—. El mundo sigue
girando, espero.
—Depende de a quién le preguntes...
Me propuse no volver a mirar a Dante mientras escuchaba a Kai hablar
de las úl mas no cias de úl ma hora.
Si quería hablar conmigo, sabía dónde estaba.
Pero por mucho que lo intentara, no podía deshacerme de la calidez
de la atención de Dante ni enjaular las mariposas que había liberado.
13
DANTE
—Los mercados de acciones asiá cos han subido, y los futuros del
Dow están al alza, pero el ape to por el riesgo...
Dejé de lado a Dominic.
Era un experto en mercados que había conver do su incipiente
empresa en una potencia de Wall Street en menos de dos décadas. Le
respetaba y escuchaba todo lo que tenía que decir sobre acciones, dinero y
finanzas.
Excepto esta noche.
Mi mandíbula se tensó cuando otra carcajada plateada flotó desde la
barra.
Vivian llevaba siete minutos hablando con Kai. No solo hablando:
sonreía y se reía como si él fuera un comediante premiado, cuando yo
sabía a ciencia cierta que no era tan diver do.
La irritación me atravesó el pecho cuando ella se inclinó más hacia él
para mostrarle su teléfono. Él dijo algo y ella volvió a reírse.
Nunca se había reído tanto conmigo, y yo era su maldito prome do.
—Terminemos esto durante el almuerzo. —Corté a Dominic antes de
que pudiera entrar en detalles sobre el impacto del úl mo anuncio de la
Reserva Federal—. Tengo que hablar con Vivian.
Se tomó la interrupción con calma. —Haré que mi asistente prepare
algo.
Ya estaba a medio camino de la habitación antes de que la úl ma
palabra saliera de su boca.
—Siento que haya tardado tanto. —Apoyé mi mano en la espalda
desnuda de Vivian y clavé a Kai una mirada dura—. Gracias por hacerle
compañía a mi prome da mientras hablaba con Dom, pero me temo que
tengo que robártela. —Puse un pequeño énfasis en la palabra prome da
—. Todavía no he tenido la oportunidad de darle un tour adecuado al club.
—Por supuesto. —Kai se puso de pie, la imagen de la cortesía
británica. Un susurro de alegría acechaba en las comisuras de su boca—.
Vivian, fue un placer, como siempre. Dante, nos veremos por ahí, estoy
seguro.
¿Como siempre? ¿Qué quería decir con "como siempre"?
—La próxima vez que quieras marcar tu 'territorio', podrías orinar en
un círculo a mi alrededor —dijo Vivian cuando Kai se fue—. Será más su l.
—No estaba 'marcando mi territorio'. —La idea era absurda. No era un
puto perro—. Te estaba salvando de Kai. Ten cuidado con él. No es tan
caballeroso como parece.
—¿Comparado con go, que te me ste en medio de nuestra
conversación como un toro en una cacharrería?
—La su leza está sobrevalorada.
—¿Para ? Defini vamente. —Vivian se levantó, con su ves do
brillando como estrellas pintadas en sus curvas.
Todo mi cuerpo se tensó.
Ese maldito ves do. La visión de su aparición en el ves bulo, todo
labios rojos, piel suave y encaje desnudo, quedó grabada para siempre en
mi memoria, y la odié por ello.
—Creo que me ofreciste un tour al club. —Levantó una elegante ceja
oscura—. Por eso te deshiciste de Kai, ¿no es así?
Le respondí con una fina sonrisa y le tendí el brazo. Ella lo cogió.
—¿De qué hablaban tú y Kai? —Ignoré a los invitados que intentaban
captar mi atención mientras salíamos por la puerta.
Ya había alcanzado mi cuota de conversación para la noche.
—Andrómeda. La constelación —aclaró Vivian. Señaló la proyección
hiperrealista que salpicaba la cúpula de cristal. Diferentes constelaciones
parpadeaban hacia nosotros, incluida Andrómeda.
La proyección era cien ficamente inexacta, ya que muchas de las
constelaciones representadas no aparecían juntas en el mismo lugar, pero
la fantasía superaba a la realidad en el Valhalla.
—A Kai le gusta la mitología griega, y nuestra discusión sobre el mito
de Andrómeda se convir ó en una sobre astronomía.
—Kai finge que le gusta la mitología griega para ligar con las mujeres
—dije con rigidez. La conduje fuera del salón de baile y hacia la escalera
principal—. No te dejes engañar.
No sabía si era cierto, pero podía serlo. No estaría haciendo mi debida
diligencia si no compar era la posibilidad con Vivian, ¿verdad?
—Es bueno saberlo. —Vivian parecía estar conteniendo una risa—. No
hay mayor excitación para una mujer que la historia de otra mujer
encadenada a una roca como sacrificio.
El eco de su sarcasmo se desvaneció en el silencio mientras subíamos
las escaleras al segundo piso.
Señalé el salón de es lo parisino, la sala de billar y el salón de belleza,
pero mi atención se dividía entre el recorrido y la mujer que estaba a mi
lado.
Había recorrido los pasillos del Valhalla innumerables veces, pero cada
interacción con Vivian era como la primera. Cada día notaba algo nuevo en
ella: la pequeña marca de belleza que tenía sobre el labio superior, la
forma en que deslizaba su colgante por la cadena cuando se sen a
incómoda y la leve inclinación de su sonrisa cuando estaba realmente
diver da.
Era exasperante. No quería fijarme en esas cosas de ella, pero sin
darme cuenta las atesoraba como los dragones atesoran las joyas.
—Nuestra úl ma parada de la noche. —Me detuve frente a un par de
enormes puertas de madera.
Se abrieron sin hacer ruido, pero se oyó la aguda inhalación de Vivian.
Cada capítulo del Club Valhalla poseía un elemento único que lo
diferenciaba. Ciudad del Cabo era conocida por su acuario envolvente,
Tokio por sus vistas de trescientos sesenta grados desde lo alto de uno de
los edificios más altos de la ciudad. Nueva York tenía su helipuerto y su
sistema secreto de túneles subterráneos.
Pero la biblioteca era el corazón y el alma de casi todas las ramas. Era
el lugar donde se negociaban los tratos, se compar an las confidencias y se
forjaban o rompían las alianzas.
Esta noche, por una vez, estaba vacía.
—Vaya. —El reverente susurro de Vivian flotó en el aire tranquilo
cuando entramos.
Cerré las puertas detrás de nosotros, envolviéndonos en un silencio
tranquilo.
Miles de libros se extendían por las tres paredes hacia el techo de la
catedral como un bosque encuadernado en cuero con escaleras rodantes y
barandillas de madera. Cinco vidrieras más grandes de lo normal vigilaban
las dis ntas zonas de asiento y los escritorios iluminados con lámparas
an guas de latón y esmeralda. El propio techo estaba tallado con los
escudos de las familias fundadoras del club, incluidos los caracterís cos
dragones gemelos de los Russo.
—Este lugar es increíble. —Vivian rozó con sus dedos un globo
terráqueo an guo.
Una pequeña sonrisa se dibujó en mi boca.
Vivian creció en un mundo de riqueza y galas lujosas como la de esta
noche. La mayoría de las personas de su posición preferirían comer vidrio
antes que expresar un asombro visible por algo tan común como una
bonita biblioteca, pero ella nunca temía demostrar cuánto disfrutaba de
algo, ya fuera una de las comidas caseras de Greta o un globo terráqueo
del siglo XIX.
Era una de las cosas que más me gustaban de ella, aunque no debería
tener nada favorito de ella.
Seguía siendo la hija del enemigo.
Pero en ese momento, me resultaba di cil que me importara.
—Hay toda una sección de astronomía en el segundo nivel. —Apoyé el
hombro en la pared y me una mano en el bolsillo, observando cómo
examinaba un óleo de Venecia—. Casualmente, está justo al lado de la
sección de mitología.
—Sí —murmuró ella, sonando distraída—. Kai lo mencionó.
La moles a se disparó, repen na e incomprensible, en mi pecho. —
¿Lo hizo? ¿De qué más hablaron?
—Otra vez esto no. —Dejó caer su mano de una estatuilla de bronce
de Atenea y se enfrentó a mí, con la exasperación dibujada en sus rasgos
—. Hemos hablado de cosas normales. El trabajo, el empo, las no cias.
¿Por qué estás tan obsesionado con nuestra conversación?
—No estoy obsesionado —dije—. Simplemente tengo curiosidad por
saber qué dijo que era tan diver do. La úl ma vez que lo comprobé, ni el
trabajo, ni el empo, ni las no cias son especialmente graciosas.
Vivian me examinó por un momento antes de que el suave brillo de la
diversión llenara sus ojos. —Dante Russo, ¿estás... celoso?
Un suave gruñido retumbó en mi pecho. —Eso es lo más ridículo que
he oído nunca.
—Tal vez. —Inclinó la cabeza, con el pelo abanicándose sobre los
hombros en una nube de seda de color negro—. No te culparía si así fuera.
No hay nada entre Kai y yo, pero es bastante guapo. Y ese acento. Hay algo
en el acento británico que me atrae. La culpa es de...
Vivian vaciló cuando me aparté de la pared y caminé hacia ella, con
mis pasos lentos y metódicos.
—Mi obsesión por...
Retrocedió, y el brillo burlón de sus ojos fue sus tuido por un
sen miento de inquietud y expectación a partes iguales.
—Orgullo y prejuicio cuando era más joven —terminó sin aliento.
Su espalda chocó con una de las estanterías.
Me detuve a un pelo de ella, tan cerca que las cuentas de su ves do
rozaron la parte delantera de mi traje.
—¿Me estás provocando, mia cara? —Una arista peligrosa corría bajo
la suave pregunta.
Odiaba el sonido del nombre de Kai en su lengua.
Odiaba la forma en que se reía tan fácilmente en su presencia.
Y odiaba lo mucho que me importaba cualquiera de esas cosas.
La garganta de Vivian se agitó al tragar. —Solo hago una observación.
El silencio de la biblioteca se quebró bajo el peso de la tensión
acumulada. Siseó y chispeó como crepitaciones de electricidad,
recorriendo mi columna vertebral y encendiendo mi sangre.
Le pasé un mechón de pelo por detrás de la oreja, el movimiento fue
suave, casi erno, antes de que mi mano rozara el lado de su cuello y se
enroscara en la espalda.
—No lo olvides. —Apreté mis dedos contra su nuca, obligándola a
mirarme—. Eres mi prome da. No de Kai. No de nadie más. Me importa
una mierda lo guapos que sean o el po de acento que tengan. Eres mía, y
nadie... —Bajé la cabeza, mis labios rozando los suyos con cada palabra—.
Toca lo que es mío.
La respiración de Vivian se hizo más superficial, pero una pizca de
fuego volvió a su voz cuando volvió a hablar. —No soy tuya. Nuestro
compromiso es, como me has dicho muchas veces, solo un negocio. ¿O
eres tú el que se ha olvidado?
—No he olvidado nada. —Pasé mis nudillos por su muslo desnudo,
cen metro a cen metro, hasta llegar al dobladillo de su ves do.
Su cuerpo se tensó, su calor era una tentación salvaje que se hundía
en mis huesos y me impulsaba a cerrar el espacio infinito que quedaba
entre nosotros. Aplastar mi boca contra la suya y embadurnar su perfecto
carmín tan a fondo que nadie dudara ni por un puto segundo de a quién
pertenecía.
—Si quieres que pare, solo enes que decirlo. —Me mi pierna entre
sus rodillas, separándolas.
Vivian abrió la boca y la cerró cuando mi pulgar trazó un pequeño
círculo sobre su suave piel. El rubor de sus mejillas se extendió al cuello y al
pecho.
—Dilo. —Recorrí con mis dedos el interior de su muslo en una
perezosa caricia. Mi polla se tensó contra la cremallera, pidiendo atención,
pero la ignoré—. No puedes, ¿verdad? —Me burlé.
Sus dientes se hundieron en el labio inferior. La lujuria y el desa o
luchaban por el dominio en sus ojos. —Eres un imbécil.
Mis dedos rozaron la seda empapada.
Se agarró a mis hombros y sus uñas se clavaron en mi espalda cuando
aparté su ropa interior y froté mi pulgar sobre su clítoris hinchado.
Su cuerpo se estremeció. Pequeños temblores la recorrieron mientras
sus dientes se clavaban más en su labio.
—Soy un imbécil, y sin embargo estás goteando sobre mi mano. —
Mantuve mi pulgar en su clítoris mientras deslizaba un dedo dentro de ella
—. ¿Qué dice eso de ?
Deslicé un segundo dedo dentro, llenándola. Es rándola. Acariciando
y enroscando hasta llegar a su punto más sensible.
Los temblores dieron paso a un estremecimiento de todo el cuerpo. El
sudor se acumuló en su frente, pero permaneció obs nadamente en
silencio.
—Contéstame. —La orden convir ó mi voz en acero.
Vivian negó con la cabeza.
—Si tú no lo dices, lo haré yo. —Re ré lentamente los dos dedos y los
introduje de nuevo en su interior—. Dice que eres mía. Puoi negarlo
quanto vuoi, ma è la verità.
—Ni siquiera te gusto —jadeó.
—Gustar no ene nada que ver con esto.
Presioné el talón de mi palma contra su clítoris hasta que un gemido
jadeante se liberó. Ella se sacudió contra mi mano, obligándome a penetrar
más profundamente.
—Eso es. —Mi aterciopelado murmullo se deslizó entre nosotros—.
Déjate llevar, cariño. Déjame sen r cómo te corres sobre mi mano.
—Que te jodan.
Dejé escapar una suave carcajada. —Esa es la idea.
Vivian opuso una buena resistencia, pero poco a poco se fue
deshaciendo y se aferró a mis hombros con más fuerza, rebotando
descaradamente contra mi mano mientras yo aumentaba mi ritmo. Sus
pequeños gemidos y sus bragas se mezclaban con los sonidos resbaladizos
de mis dedos follando su coño, y pronto, mis dedos estaban empapados de
sus jugos.
No me toqué la polla, aunque estaba tan jodidamente dura que me
dolía. Estaba demasiado embelesado por la visión de la excitación de
Vivian: mejillas sonrojadas, labios separados, ojos pesados.
Era lo más hermoso que había visto nunca.
Mi ritmo con nuó. Entrando y saliendo, más rápido y más profundo,
hasta que finalmente se separó con un grito agudo.
Mantuve los dedos dentro de ella y volví a presionar el pulgar contra
su clítoris, dejándola soportar las olas de su orgasmo hasta que sus
temblores disminuyeron.
Solo entonces re ré mi mano mientras ella se desplomaba contra la
estantería, con el pecho agitado.
—No te equivoques, mia cara. —Agarré su barbilla y la levanté. Tiré de
su labio inferior hacia abajo con mi pulgar, dejándola saborear su propia
excitación—. Esto es un negocio. Y si hay algo que me tomo en serio, son
mis inversiones.
14
VIVIAN
Soñé con Dante tres noches seguidas.
No recordaba lo que ocurría en los sueños, pero me despertaba cada
mañana con el tacto fantasma de sus manos entre mis muslos y una bola
de necesidad en el estómago.
Las duchas frías solo ayudaban temporalmente, y la ausencia de Dante
mientras estaba en California era a la vez una bendición y una maldición.
Una bendición porque no tenía que enfrentarme a él con los
recuerdos amorfos de los sueños sexuales rondando por mi cabeza.
Una maldición porque, sin nuevas interacciones que me distrajeran,
solo podía pensar en nuestra noche en la biblioteca de Valhalla.
Su agarre en mi cuello. Sus dedos llenándome mientras yo cabalgaba
descaradamente sobre su mano hasta el orgasmo. El deseo en sus ojos
mientras me veía deshacerse en sus brazos, tan caliente y potente que casi
me había llevado a la cima de nuevo.
Un escalofrío que no tenía nada que ver con el clima recorrió mi
cuerpo.
El día había amanecido gris y con llovizna, y aunque normalmente solo
me gustaba la lluvia cuando estaba arropada y calen ta en mi cama, hoy
disfrutaba del frío. Aclaraba mis pensamientos, tanto como podían
aclararse de todos modos.
Miré el reloj mientras pasaba por delante de los charcos que se
acumulaban en la acera, paraguas en mano. Había terminado de almorzar
en un empo récord, ya que quería echar un vistazo a Lohman & Sons
antes de mi próxima reunión a las dos.
Era la mayor filial de joyería del Grupo Russo. Hasta ahora, llevaba
sobre todo joyas de la marca de mi familia, a pesar de mi anillo de
compromiso, pero como me iba a casar con un Russo, tenía sen do añadir
más productos suyos a mi colección.
Lluvia y terapia de compras. Dos cosas que garan zan que me olvidaré
de Dante.
El sonido de mi teléfono me sacó de mis pensamientos antes de que
me llevaran por un camino no deseado.
Una llamada desconocida en mi teléfono del trabajo. Inusual pero no
inaudito.
—Soy Vivian. —Me deslizo con mi voz profesional y me detengo frente
a la entrada de Lohman & Sons. Una elegante mujer mayor pasó con un
caniche blanco inmaculadamente arreglado. Ambas llevaban chaquetas
acolchadas de Chanel a juego.
Solo en el Upper East Side.
—Vivian, querida, ¿cómo estás? —La voz gutural de Buffy rezumaba
por el teléfono—. Soy Buffy Darlington.
El corazón me dio un vuelco. No había hablado con Buffy desde el
cumpleaños de su nieta hace dos semanas. Los pagos estaban resueltos,
los contratos cumplidos. Los Darlington parecían contentos con el evento,
pero entonces, ¿por qué me llamaría Buffy un martes por la tarde al azar?
Ambos éramos ac vos en la escena social de Manha an, pero nos
movíamos en círculos muy diferentes. No nos llamábamos solo para
charlar.
—Estoy bien, gracias. ¿Cómo estás tú?
—De maravilla. Supe que estuviste en la gala del Club Valhalla el fin de
semana. Me molestó bastante perdérmela, pero el pobre Balenciaga tenía
problemas de estómago y tuvimos que llevarlo rápidamente al veterinario.
Balenciaga era uno de los cinco Malteses premiados por Buffy, junto
con Prada, Givenchy, Chanel y Dior. Cada perro solo llevaba ropa del
diseñador correspondiente a su nombre. Hace dos años se publicó un
ar culo sobre ellos en Mode de Vie.
—Lamento escuchar eso —dije amablemente—. Espero que
Balenciaga se encuentre mejor.
—Gracias. Ya está mucho mejor. —Oí el traqueteo de la vajilla en el
fondo antes de que Buffy volviera a hablar—. Aunque puedo hablar de mis
preciosos bebés todo el día, debo admi r que tengo un mo vo oculto para
llamar.
Ya me lo imaginaba. La gente como Buffy no se ponía en contacto
con go de la nada a menos que pudieras hacer algo por ellos.
—Como debes saber, soy la presidenta del comité del Baile del Legado
de este año. Estoy a cargo de la producción general, incluyendo la elección
del anfitrión o la anfitriona y de guiarlos en el proceso de planificación.
Se me aceleró el pulso al mencionar el baile.
—Arabella Creighton era la anfitriona —dijo Buffy—. Pero, por
desgracia, tuvo que renunciar a su puesto debido a circunstancias
imprevistas.
Circunstancias imprevistas era un eufemismo. El marido de Arabella
había sido acusado de malversación y fraude empresarial durante el fin de
semana. Las fotos del FBI sacándolo de su casa de Park Avenue en pijama
habían aparecido en todas las portadas desde el sábado.
Tres días.
Buffy y el comité trabajaron rápido. Lo úl mo que querían era que
cualquier tufillo a escándalo manchara el baile durante su mandato.
—Como puedes imaginar, hemos estado frené cos, teniendo en
cuenta que solo faltan seis meses para el baile. El proceso de planificación
del evento requiere una amplia preparación, y tenemos que empezar de
nuevo desde cero ya que el trabajo de Arabella ya no es sostenible.
Traducción: iban a fingir que Arabella nunca estuvo vinculada al
evento porque les parecía mal.
—Las damas y yo discu mos las posibilidades como nueva anfitriona,
y te presenté como una opción ya que hiciste un trabajo tan maravilloso
con la fiesta de Tippy.
—Gracias. —Mi pulso estaba acelerado ahora.
No quería hacerme ilusiones, pero ser la anfitriona del Baile del
Legado cambiaría las reglas del juego. Era el úl mo sello de aprobación
social.
—Algunos de los otros miembros se resis eron al principio, ya que el
Baile del Legado ha sido tradicionalmente organizado por aquellos que
provienen de... un cierto linaje. —Es decir, dos o más generaciones de
riqueza. Mi sonrisa se atenuó—. Sin embargo, estás comprome da con
Dante Russo. Respetamos mucho a la familia Russo, tanto a los miembros
actuales como a los futuros, y tras muchas deliberaciones, nos gustaría
invitarte formalmente a ser la nueva anfitriona del Baile del Legado.
Una pizca de inquietud me ró del estómago, pero la aparté. Ser el
anfitrión del baile era ser el anfitrión del baile, independientemente de las
razones que hubiera detrás.
—Será un honor y estaré encantada de aceptar. Gracias por pensar en
mí.
—¡Maravilloso! Te enviaré los detalles esta misma tarde. Estoy
deseando volver a trabajar con go, Vivian. Ah, y por favor, saluda a Dante
de mi parte.
Buffy colgó.
Cerré el paraguas y entré en Lohman & Sons, con la piel zumbando de
an cipación. La decoración, el catering, el entretenimiento... había tantas
posibilidades dado el gran presupuesto del baile.
Había planeado atender la llamada de las dos en casa, pero debía
volver a la oficina.
—¿Vivian?
La sorpresa se apoderó de mí al ver los familiares ojos marrones que
me miraban desde detrás del mostrador.
—¿Luca? ¿Qué estás...? —Mi pregunta se interrumpió cuando un
fragmento de una conversación anterior con Dante pasó al primer plano de
mi mente.
¿A qué se dedica ahora?
Vendedor.
Por supuesto. Tenía sen do que Luca trabajara en una de las endas
subsidiarias del Grupo Russo, pero seguía siendo un shock verlo trabajando
en la misma enda en la que me había dejado caer.
—Trabajando duro. —Una pizca de sequedad afloró antes de
suavizarse en una sonrisa genérica de vendedor—. ¿En qué puedo
ayudarte?
Me resultaba extraño que me atendiera mi futuro cuñado, pero no
quería hacerlo raro tratándole de forma diferente.
—Estoy buscando dos piezas nuevas —dije—. Una prenda llama va y
algo versá l que pueda usar todos los días.
Durante los siguientes cuarenta y cinco minutos, Luca me paseó por
las mejores ofertas de la enda. La verdad es que era un vendedor
excelente, conocedor de los productos y persuasivo sin ser insistente.
—Esta es una de nuestras piezas más nuevas. —Sacó de la vitrina una
deslumbrante pulsera de rubíes y diamantes en forma de dragón—. Consta
de cuarenta rubíes redondos y en forma de pera con un peso aproximado
de cuatro coma cinco quilates y treinta diamantes en forma de marqués,
redondos y en forma de pera con un peso aproximado de cuatro quilates.
Forma parte de nuestra colección Exclusive, lo que significa que solo
existen diez. La reina Bridget de Eldorra posee la versión de zafiro.
Se me cortó la respiración. Había crecido rodeada de joyas toda mi
vida, y reconocía una pieza destacada cuando la veía. Los rubíes eran de un
rojo puro y vibrante, sin ma ces anaranjados o púrpuras, y la artesanía
general del brazalete era exquisita.
—Me lo llevo.
La sonrisa de Luca se calentó una fracción de grado. —Excelente.
El coste del brazalete y de los discretos pendientes de esmeralda que
había elegido como pieza de diario ascendía a doscientos mil quinientos
dólares.
Entregué mi Amex negra.
—Deberías venir a cenar pronto —dije mientras Luca procesaba el
pago—. A Dante y a mí nos encantaría verte.
Una larga pausa, seguida de un vago: —Te veré en Acción de Gracias.
La frustración me punzó. No había visto ni hablado con Luca desde la
fiesta de compromiso. No podía evitar la sensación de que le desagradaba
por alguna razón, y su fría respuesta lo confirmaba.
—¿Te he ofendido de alguna manera? —Tenía media hora antes de mi
reunión y no había empo para andarse con rodeos—. Tengo la sensación
de que no te gusto mucho.
Luca deslizó el recibo de compra por el mostrador. Lo firmé y esperé
una respuesta.
Su trabajo no era el mejor lugar para tener esta conversación, pero el
resto de los clientes se había ido y los demás miembros del personal
estaban fuera del alcance del oído. Esta era la mejor oportunidad que tenía
de obtener una respuesta directa. Apostaría mis nuevas joyas a que se
esforzaría por evitarme si no nos viéramos obligados a hablar de tú a tú.
—No me desagradas —dijo finalmente—. Pero soy protector de mi
hermano. Siempre hemos sido los dos, incluso cuando nuestro abuelo
estaba vivo. —La voz de Luca bajó—. Conozco a Dante. Nunca quiso
casarse. ¿Y un día, de repente, anuncia que está comprome do? No es
propio de él.
Una extraña corriente corría bajo sus palabras, como si fueran una
mera tapadera de lo que realmente quería decir.
Pero tenía sen do, aunque me sorprendió la rapidez con la que
respondió. Esperaba que se desviara.
—Y sí, soy consciente de la parte comercial del acuerdo —dijo—. Pero
tu familia saca mucho más provecho del acuerdo que la nuestra, ¿no es
así?
El calor me recorrió la nuca. Todo el mundo sabía que Dante "se
casaba", pero nadie se atrevía a decírmelo a la cara.
Excepto su hermano.
—En endo tus preocupaciones —dije con calma. Si Luca intentaba
sacarme de quicio, no lo conseguiría—. No estoy aquí para interrumpir tu
relación con Dante. Siempre será, ante todo, tu hermano. Pero también
seré tu cuñada pronto, y espero que al menos podamos establecer una
relación civilizada, por nuestro bien y el de Dante. Nos veremos mucho en
las funciones familiares en el futuro, incluido el Día de Acción de Gracias, y
no me gustaría que la animosidad arruinara una buena comida.
Luca me miró fijamente, su sorpresa era tangible. Después de un largo
y prolongado momento, su rostro se suavizó en una pequeña, pero algo
genuina sonrisa.
—Dante tuvo suerte —murmuró—. Podría haber sido mucho peor.
Mis cejas se juntaron ante la extraña respuesta. Antes de que pudiera
interrogarlo, una explosión de ruido atrajo mi atención hacia la entrada.
Se me heló la sangre.
Tres hombres enmascarados estaban junto a la puerta, dos de ellos
con rifles de asalto y uno con un mar llo y una bolsa de lona. Un guardia
de seguridad yacía inconsciente en el suelo junto a ellos; el otro miraba el
cañón de una pistola con las manos en alto.
—¡Todos al puto suelo! —Uno de los hombres agitó su pistola
mientras su cómplice rompía el cristal del expositor más cercano—. ¡Al
suelo!
Luca y los otros dos empleados obedecieron, con los rostros
desprovistos de color.
—Vivian —siseó Luca—. Agáchate.
Yo quería hacerlo. Todos mis ins ntos me pedían a gritos que me
arrastrara a un rincón y me acurrucara hasta que pasara el peligro, pero
mis músculos se negaban a obedecer las órdenes de mi cerebro.
Había vivido en Nueva York durante años, pero nunca había sufrido un
atraco o una agresión. A veces, veía las no cias y me preguntaba cómo
reaccionaría si me viera en una situación así.
Ahora lo sabía.
No muy bien.
Un segundo, estaba firmando recibos y hablando con Luca. Al
siguiente, la visión de los hombres enmascarados había puesto en pausa la
cinta de mi vida, y lo único que podía hacer era observar, entumecida,
cómo el que había gritado las instrucciones me veía todavía de pie.
La ira iluminó sus ojos.
El miedo me recorrió el cuerpo mientras se acercaba a mí, pero mis
pies seguían pegados al suelo. Por mucho que luchara contra la parálisis,
no podía moverme.
Todo parecía surrealista. La enda, los ladrones, yo.
Era como si hubiera flotado fuera de mi cuerpo y estuviera viendo la
escena como un tercero invisible.
El hombre enmascarado se acercó.
Más cerca.
Más cerca.
Más cerca.
Mi pulso alcanzó niveles ensordecedores y ahogó todo excepto el
pesado y ominoso golpe de sus botas.
Debería estar concentrado en cómo escapar de mi situación actual,
pero el empo retrocedía con cada pisada.
Mi primera acampada con mi familia. Mi primera acampada con mi
familia, mi primer paso por el escenario de la graduación en Columbia.
Conocer a Dante.
Acontecimientos de la vida, grandes y pequeños, que me habían
conver do en quien era y donde estaba hoy.
¿Cuántos más de esos me quedaban, si es que había alguno?
La presión exprimió el oxígeno de mis pulmones.
Bájate. Pero no pude.
Thud. Thud. Thud.
Él estaba aquí.
El úl mo ruido hizo que mi lucha o huida se pusiera en marcha.
Mi cuerpo se sacudió, un grito de vida frente a la muerte, pero fue
demasiado tarde.
El frío metal de una pistola me presionó la parte inferior de la barbilla.
—¿No me has oído la primera vez? —El aliento caliente y húmedo del
hombre me abanicó la cara. Se me revolvió el estómago—. He dicho que te
res al puto suelo, zorra.
Sus ojos oscuros brillaban con malicia.
Algunos delincuentes son todo bravuconería. Solo querían arrebatar la
mercancía e irse sin matar a nadie.
¿Pero el hombre que tenía delante? No dudaría en asesinar a alguien
a sangre fría. Parecía que tenía ganas de hacerlo.
El tamborileo de mi corazón alcanzó un tono febril.
Hace menos de una hora, había estado agonizando por Dante y en la
luna por ser el anfitrión del Baile del Legado.
Ahora...
Exis a la posibilidad de que no llegara a la mañana siguiente, y mucho
menos al baile o a mi boda.
15
DANTE & VIVIAN
DANTE
—Más vale que sea importante. —Puse el teléfono en el altavoz y me
encogí de hombros—. Este es el primer maldito descanso que tengo desde
que aterricé.
Mi viaje a San Francisco había sido un torbellino de reuniones,
sesiones fotográficas y trato con gente que tenía la cabeza tan me da en el
culo que necesitaría una operación para ver la luz del día.
Apenas había dormido en las úl mas cuarenta y ocho horas, pero por
fin íbamos a cerrar el trato con Franco Santeri en dos horas.
Hasta entonces, quería ducharme, comer y, si tenía suerte, dormir un
poco durante cinco minutos.
—Así es. Hubo un intento de robo en la enda insignia de Lohman &
Sons en Nueva York. —Giulio, mi jefe de seguridad corpora va en
Norteamérica, fue directo al grano. Era uno de los hombres de Chris an,
pero llevaba tanto empo trabajando para mí que me respondía
directamente a mí en lugar de a Chris an—. Detuvimos a los autores antes
de que escaparan. Actualmente están bajo nuestra custodia.
—¿Hubo algún herido?
—Uno de los guardias de seguridad quedó inconsciente y ene una
contusión. Aparte de eso, no, señor.
—Bien. Encárgate de ello como solemos hacerlo. Que sea limpio.
No había habido un intento de robo en una propiedad del Grupo
Russo en dos años, pero los tontos nacen todos los días.
Me mantuve en el lado correcto de la ley cuando se trataba de las
finanzas y los acuerdos de la sala de juntas. ¿Pero cuando se trataba de
gente que intentaba robarme? No tenía reparos en darles un ejemplo.
Huesos rotos y sangre. Eran un lenguaje universalmente entendido.
—Por supuesto —dijo Giulio—. Pero, ah, eso no es todo.
Comprobé la hora, mi paciencia se estaba agotando después de una
reunión de mierda de tres horas sobre proyecciones que podría haber sido
un correo electrónico. —Ve al grano, Giulio.
Hubo una breve pausa antes de que dijera: —Tu prome da estaba en
la enda en el momento del intento de robo.
Mi mano se detuvo en el cierre de mi reloj. —¿Vivian estaba en la
enda?
—Sí, señor. Estaba comprando y casualmente estaba en el lugar
equivocado en el momento equivocado.
La sangre rugió en mis oídos y una sensación de malestar se formó en
la boca del estómago. —¿Cómo está?
—Está conmocionada. Uno de los atracadores la apuntó con una
pistola cuando tardó en rarse al suelo, pero nuestros hombres
neutralizaron la situación antes de que resultara herida. —Giulio tosió—.
Su hermano también estaba allí. Hoy estaba de turno y fue él quien pidió
refuerzos en secreto.
Todos nuestros empleados en lugares de alto riesgo, como las joyerías,
llevaban relojes personalizados con botones de pánico disimulados. Había
sido idea de Chris an. Los delincuentes esperaban que los botones de
pánico estuvieran debajo de un escritorio o cerca de la caja registradora;
no lo esperaban en un reloj, que era discreto y de más fácil acceso.
Pero ahora no pensaba en la eficacia de nuestro protocolo de
seguridad.
Uno de los atracadores la apuntó con una pistola.
La negrura apagó mi visión. Cuando volvió una fracción de segundo
después, la rabia empapó la habitación de carmesí.
—¿Dónde están ahora? —Mi voz era tensa. Controlada. En total
desacuerdo con las sangrientas imágenes de retribución que se
reproducían en mi mente.
—La Sra. Vivian está en el á co, y el Sr. Luca está en su casa de Villa
Greenwich.
Se me desencajó la mandíbula. Mi hermano era como el teflón cuando
se trataba de situaciones de vida o muerte. Una vez lo asaltaron en Los
Ángeles, se echó una siesta y pasó la misma noche de fiesta con medio
Young Hollywood.
Vivian, en cambio...
La sensación de malestar se extendió, arañando mis entrañas como si
buscara escapar.
—Tendré el informe completo en tu bandeja de entrada en la próxima
hora —dijo Giulio—. ¿Hay algo más que necesites de mí en este momento?
—¿El que retuvo a Vivian a punta de pistola? Déjalo para mí.
Otra pausa. —Por supuesto.
Colgué, mi cansancio y hambre anteriores endureciéndose en una
bola de energía inquieta.
Realmente deseaba que hubiera un ring de boxeo en el hotel. Si no
liberaba la rabia que me ahogaba, iba a implosionar.
Una imagen del rostro de Vivian apareció en mi mente.
Piel pálida. Ojos oscuros abiertos de par en par por el miedo. Sangre
roja brillante manchando su ropa.
Si los refuerzos no hubieran llegado a empo...
Se me revolvieron las tripas en un nudo doloroso.
Ella estaba a salvo. Giulio no men ría sobre eso. Pero hasta que no la
viera yo mismo...
Me paseé por la habitación y me pasé una mano por la cara. Había
pasado el úl mo año armando el negocio de Santeri. No podía arruinarlo.
Además, volaba a casa mañana por la mañana. Medio día no supondría
ninguna diferencia.
Vivian estaba en casa. Ella estaba bien.
Seguí caminando. El reloj marcaba el cuarto de hora.
Maldita sea.
Una retahíla de maldiciones pasó por mis labios mientras agarraba mi
chaqueta con una mano y llamaba a mi asistente con la otra mientras salía
por la puerta.
—Hay una emergencia en Nueva York. Llama al equipo Santeri y haz
que se reúnan conmigo en la sala de conferencias del hotel en treinta
minutos. Dígales que el resto de su estancia corre a cargo del Grupo Russo
y envíe a Franco el reloj de edición limitada de Lohman & Sons como
disculpa. El que no saldrá hasta el año que viene.
El director general de Santeri Wines era un notorio horófilo que
coleccionaba relojes de cuarenta mil dólares como los niños coleccionan
cromos de béisbol.
Helena no perdió el empo. —Considéralo hecho.
Franco tenía un ego más grande que su rancho de Napa Valley. Estaba
enfadado por la citación de úl ma hora, como era de esperar, pero los
regalos de disculpa lo apaciguaron lo suficiente como para que firmara el
acuerdo de adquisición sin muchas quejas.
Santeri Wines, una de las marcas de vino más valiosas del mercado,
era oficialmente una filial del Grupo Russo.
En lugar de celebrarlo, me despedí y corté un camino recto desde la
sala de conferencias hasta el coche que me esperaba fuera.
—¿Adónde, señor? —preguntó el conductor.
—A SFO. —Al aeropuerto de San Francisco. Me había ido sin mi
equipaje, pero Helena se encargaría de eso por mí—. Tengo que volver a
Nueva York inmediatamente.
~
VIVIAN
No podía dejar de temblar.
Salí del cuarto de baño, con la piel helada a pesar del albornoz, el
suelo radiante y el baño caliente en el que me había sumergido durante la
úl ma hora.
Ya era tarde, horas después del intento de robo en Lohman & Sons,
pero todavía estaba atrapada en el suelo de la sala de exposiciones con
una pistola bajo la barbilla y el mal mirándome.
Todo el incidente había durado menos de diez minutos antes de que
llegaran los refuerzos de seguridad y neutralizaran la situación.
Nadie resultó herido, pero no podía dejar de pensar en los "y si".
¿Y si los refuerzos hubieran llegado un minuto demasiado tarde?
¿Y si el atracador hubiera disparado primero y preguntado después?
¿Y si yo hubiera muerto? ¿Qué tendría para demostrarlo, salvo un
armario lleno de ropa bonita y una vida dedicada a hacer "lo correcto"?
Habría muerto sin visitar el desierto de Atacama para observar las
estrellas o sin enamorarme más de una vez.
Cosas que siempre había pensado que tendría empo de hacer
porque solo tenía vein tantos años, maldita sea, y se suponía que a esa
edad era invencible.
El débil portazo de la puerta principal me salvó de mis pensamientos,
pero mi corazón pa nó de inquietud.
¿Quién estaba aquí? Dante no llegaría a casa hasta mañana, y el
personal ya estaba dentro. Incluso si no lo estuvieran, no darían un portazo
así.
Mi inquietud aumentó cuando el sonido de los pasos se hizo más
fuerte y la puerta de mi dormitorio se abrió de golpe.
Cogí un jarrón de la cómoda, dispuesta a lanzárselo al intruso, hasta
que vi el pelo oscuro y la cara dura e implacable.
—¿Dante? —Mi corazón se desaceleró gradualmente mientras dejaba
el jarrón en el suelo—. Se supone que no vas a volver hasta mañana. ¿Qué
estás...?
No tuve la oportunidad de terminar la frase antes de que cruzara la
habitación en dos largas zancadas y me agarrara de los brazos.
—¿Estás herida? —me preguntó. Me examinó de pies a cabeza, con
una expresión tensa.
Qué... el robo. Por supuesto. Era el director general. Alguien debió de
contarle lo que había pasado.
—Estoy bien. Un poco agitada, pero bien. —Forcé una sonrisa—. Se
supone que estarías en California hasta mañana. ¿Qué haces en casa antes
de empo?
—Hubo un intento de robo en una de mis endas insignia, Vivian. —
Un músculo trabajó en su mandíbula—. Por supuesto que volví enseguida.
—Pero el negocio de Santeri…
—Está cerrado. —Su agarre de hierro permaneció en mis brazos,
fuerte pero suave.
—Oh. —No se me ocurrió nada más que decir.
El día había sido surrealista, hecho aún más surrealista por la
repen na aparición de Dante.
Solo entonces me di cuenta de su camisa arrugada y su pelo
despeinado, como si se hubiera pasado los dedos por él.
Por alguna razón, la imagen hizo que se me empañaran los ojos con
lágrimas. Era demasiado humano, demasiado normal para un día como
hoy.
Los dedos de Dante me rodearon con fuerza. —Sé sincera, Vivian —
dijo, las palabras de alguna manera reconfortantes y a la vez autoritarias—.
¿Estás bien?
No estás herida, sino estás bien. Dos preguntas diferentes.
La presión aumentó en mi interior, pero asen con la cabeza.
Sus ojos eran una tormenta oscura, su cara estaba marcada con líneas
de ira y pánico. Ante mi respuesta, el escep cismo se unió a la mezcla,
suave pero visible.
—Te retuvo a punta de pistola —dijo, con la voz más baja. Más grave.
Prome endo retribución.
La presión empujaba mis mpanos, una fuerza invisible que me
arrastraba a las profundidades de un océano turbulento.
Mi sonrisa se tambaleó. —Sí. No el... —Respiré hondo para que mis
pulmones se tensaran. No llores—. No es lo mejor de mi semana, debo
admi r.
El cuerpo de Dante vibraba de tensión. Se alineaba en su mandíbula y
se enroscaba bajo su piel, como una víbora esperando para atacar.
—¿Hizo algo más?
Sacudí la cabeza. El oxígeno se reducía a cada segundo, dificultando
cada palabra, pero seguí adelante. —Los de seguridad llegaron antes de
que nadie resultara herido. Estoy bien. De verdad. —La úl ma palabra
sonó más alta que el resto.
El músculo de su mandíbula volvió a n near. —Estás temblando.
¿Lo estaba? Lo comprobé. Sí, lo estaba.
Pequeños temblores recorrieron mi cuerpo. Mis rodillas temblaban; la
piel de gallina salpicaba mis brazos. Si no fuera por el calor y la fuerza del
abrazo de Dante, podría haberme derrumbado en el suelo.
Observé estas cosas con distanciamiento, como si me estuviera viendo
a mí misma en una película en la que no estaba par cularmente
involucrada.
—Es el frío —dije. No sé quién encendió el aire acondicionado en
noviembre, pero mi habitación era una cámara frigorífica.
Dante me acarició la piel con el pulgar. La preocupación se acumuló en
sus ojos. —La calefacción está encendida, mia cara —dijo suavemente.
La presión se expandió hasta mi garganta.
—Bueno, entonces, debe estar roto. —Divagué, mi ristra de palabras
inú les era el único hilo que me mantenía unida—. Deberías llevarlo a
arreglar. Estoy seguro de que podrías traer a alguien pronto. Eres... —Algo
húmedo resbaló por mis mejillas—. Eres Dante Russo. Puedes... —No
podía respirar bien. El aire. Necesito aire—. Puedes hacer cualquier cosa.
Mi voz se quebró.
Una grieta. Eso fue todo lo que necesité.
El hilo se rompió, y me derrumbé, con sollozos que sacudían mi
cuerpo mientras la emoción y el trauma del día me abrumaban.
El subidón de la no cia del Legacy Ball seguido del terror del robo.
El ruido de las pesadas botas contra el suelo de mármol de aquella
habitación fría y austera.
El metal contra mi piel y la sensación inquebrantable de que, si
muriera hoy, lo haría sin haber vivido nunca. No como Vivian Lau. No como
yo.
Los brazos de Dante me rodearon. No habló, pero su abrazo era tan
fuerte y reconfortante que borró cualquier cohibición que pudiera tener.
Las aguas turbulentas se cerraron sobre mí, ahogando la luz.
Me sacudieron de un lado a otro hasta que mi cuerpo se estremeció
por la fuerza de mis gritos. Me dolía el estómago, me dolían los ojos y tenía
la garganta tan en carne viva que me dolía respirar.
Y, aun así, Dante me abrazó.
Apoyé la cara en su pecho, con los hombros agitados, mientras él me
pasaba una mano por la espalda. Murmuró algo en italiano, pero no pude
descifrar lo que dijo.
Lo único que sabía era que, en las gélidas secuelas del robo, su voz y
su abrazo eran lo único que me daba calor.
16
DANTE
—Tienes sangre en mi camisa, Brax. —Me subí las mangas, ocultando
la mancha de sangre en cues ón—. Ese es el tercer golpe.
Me miró fijamente, con una expresión amo nada bajo la sangre y los
moratones. Estaba atado a una silla, con los brazos y las piernas atados con
una cuerda. Era el único de sus cómplices que seguía consciente.
Los otros dos se desplomaban en sus asientos, con la cabeza ladeada y
la sangre golpeando el suelo en un constante goteo, goteo, goteo. Varios
de sus miembros se doblaban en ángulos an naturales.
—Hablas demasiado. —Brax escupió una bocanada de líquido rojo
oscuro.
Brax Miller. Ex-convicto con una hoja de antecedentes penales
kilométrica, bolas de acero y un cerebro del tamaño de una nuez.
Sonreí y volví a golpearle.
Su cabeza se echó hacia atrás y un gemido de dolor llenó el aire.
Me dolían los nudillos magullados. La sala apodada en broma la Celda
de Retención de mi cuartel general de seguridad privada olía a cobre, a
sudor y al espeso y empalagoso aroma del miedo.
Habían pasado dos días desde el intento de robo en Lohman & Sons,
más empo del que habíamos retenido a alguien. Mis contactos policiales
hacían la vista gorda a mis ac vidades porque les ahorraba empo y mano
de obra, y yo sabía cuándo poner el límite. Nunca había matado a nadie.
Todavía.
Pero ahora mismo estaba jodidamente tentado.
—La primera hora fue por intentar robar una de mis endas. La
segunda... —Extendí la mano. Giulio puso algo frío y pesado en mi palma,
su rostro impasible—. Es por amenazar a mi mujer.
Mi puño se cerró alrededor del arma.
Normalmente dejo que mi equipo se encargue de estas cosas
desagradables. Robo, vandalismo, falta de respeto. Eran inaceptables pero
impersonales. Nada más que delitos que cas gar y ejemplos que dar de la
manera más brutal y, por tanto, eficaz posible. No requerían mi atención
personal.
¿Pero esto? ¿Lo que Brax le hizo a Vivian?
Esto era jodidamente personal.
Un nuevo tsunami de rabia me recorrió cuando me imaginé al pedazo
de mierda que tenía delante apuntándola con una pistola.
Todavía no era mi mujer, pero era mía.
Nadie amenazaba lo que era mío.
—Así que es tu mujer. —Brax tosió, su bravuconería abollada pero
intacta—. En endo por qué estás molesto. Es hermosa, aunque habría sido
mucho más hermosa con la sangre pintando esa bonita piel suya.
Su sonrisa estaba hecha de burla y carmesí, demasiado estúpida para
darse cuenta de su error.
Como dije, un cerebro del tamaño de una nuez.
Me puse los nudillos de latón, me acerqué y ré de su paté ca cabeza
hacia atrás. —Yo no soy el que habla demasiado.
Un segundo después, un aullido de agonía rasgó el aire.
No hizo nada para aliviar la ira dentro de mí, y no me detuve hasta que
los aullidos cesaron por completo.
~
Dejé a mis hombres para que limpiaran el desorden en la celda de
detención.
Estuve a punto de matar a Brax, pero el bastardo vivió, apenas.
Mañana, él y sus cómplices se entregarían a la policía. Era una alterna va
mucho más atrac va que quedarse con mi equipo.
El apartamento olía a sopa y a pollo asado cuando volví a casa. Greta
había estado cuidando a Vivian desde el robo, lo que en su mundo
significaba darle comida suficiente para alimentar a todo el centro de
Manha an durante la hora del almuerzo.
Apenas noté el escozor del agua caliente mientras me duchaba para
quitarme la sangre y el sudor.
Vivian insis ó en que estaba bien, pero poca gente se recupera tan
rápido de que le pongan una pistola en la cabeza. Según Greta, estaba
durmiendo la siesta, y nunca lo hacía tan tarde. O nunca, ahora que lo
pensaba.
Cerré el grifo, con los pensamientos tan nublados como el espejo
empañado.
Había hecho mi parte. Había cas gado a los autores, había atendido
personalmente a Brax y había comprobado cómo estaba Luca durante el
trayecto a casa desde el cuartel general de seguridad. Se había recuperado
tan rápido como esperaba; el hombre navegaba por la vida como un barco
de teflón.
Pero no era él quien tenía una pistola en la cara.
Maldita sea.
Con un gruñido bajo de fas dio, me sequé con la toalla, me cambié de
ropa y me dirigí a la cocina, donde convencí a Greta de que se
desprendiera de un cuenco de su preciada sopa.
—Vas a estropear la cena —me advir ó.
—No es para mí.
Frunció el ceño antes de darse cuenta, y su desaprobación se convir ó
en una sonrisa de placer.
—Ah. En ese caso, ¡toma toda la sopa que necesites! Toma. —Me
acercó un plato de pan con mantequilla—. Toma esto también.
—¿Qué pasó con lo de estropear la cena? —Refunfuñé, pero tomé el
maldito pan.
Llegué a la puerta de Vivian cuando dudé de mi decisión. ¿Debo
despertarla de su siesta? Greta dijo que hoy había trabajado desde casa y
que no había almorzado, pero tal vez necesitaba descansar. O puede que
ya se haya despertado y esté contando sus diamantes o lo que sea que
hagan las herederas de las joyas en su empo libre.
¿Toco o me voy y vuelvo?
No tuve la oportunidad de decidir antes de que Vivian decidiera por
mí.
La puerta se abrió, revelando unos ojos oscuros y somnolientos que se
abrieron de par en par al verme.
Gritó, haciendo que me sobresaltara y casi dejara caer la sopa.
—¡Mierda! —Me agarré a empo, pero unas gotas de líquido caliente
me salpicaron por el lado del cuenco y en el brazo.
—Dante. Dios. —Vivian presionó una palma sobre su pecho agitado—.
Me has asustado.
—Estaba a punto de llamar a la puerta —men a medias.
Su atención se desvió hacia la comida que tenía en mis manos. Tenía
un aspecto adorablemente arrugado por el sueño, con el pelo revuelto y
una arruga de almohada en la mejilla. Incluso sin maquillaje, su piel era
impecable, y el leve aroma de las manzanas me confundió.
—¿Me has traído comida? —Su rostro se suavizó de una manera que
empeoró la niebla.
—No. Sí —dije, incapaz de decidir si admi r que la había inves gado.
Podría decirle que fue idea de Greta. Llevarle sopa de pollo por mi cuenta
parecía peligrosamente ín mo, como algo que haría un verdadero
prome do.
Vivian me miró con extrañeza.
Por Dios, Russo, contrólate.
Hace una hora, estaba dándole una paliza a un criminal de dos metros.
Ahora, estaba incoherente sobre una maldita sopa y pan.
—Greta dijo que no habías almorzado. Me imaginé que tendrías
hambre. —Busqué la respuesta más vaga posible.
—Gracias. Eso es muy considerado —dijo Vivian, todavía con esa
expresión suave haciendo cosas extrañas en mi mente.
Sus dedos rozaron los míos cuando cogió el cuenco y el plato. Una
pequeña corriente de electricidad chisporroteó sobre mi piel. Mi cuerpo se
tensó con el esfuerzo de contener una reacción sica: una sacudida
sorprendida, un roce más deliberado de nuestras manos.
Vivian hizo una pausa, como si también lo hubiera sen do, antes de
con nuar apresuradamente: —Es el momento perfecto, porque iba a
tomar un aperi vo. Mi llamada con el comité del baile del legado se ha
retrasado y he olvidado almorzar.
Me había dicho antes que era la anfitriona del baile de este año. Era
algo importante, y no pude evitar que un destello de orgullo se encendiera
en mi pecho.
—Eso va bien entonces.
—Tan bien como puede ir cualquier cosa con un manual de trescientas
páginas —bromeó.
Se hizo el silencio.
Debería irme ahora que le había dado su comida y confirmado que
funcionaba bien, pero un extraño rón en el pecho me impidió salir.
Culpé a la maldita neblina de mi mente por lo que dije a con nuación.
—Si quieres compañía, yo también pensaba tomar un tentempié. No tengo
suficiente hambre para una cena completa.
La sorpresa se deslizó por la cara de Vivian, seguida de una pizca de
placer. —Claro. ¿Salón este en cinco?
Asen con la cabeza.
Por suerte, Greta no estaba en la cocina cuando volví. Cogí otro plato
de sopa y me reuní con Vivian en el salón este.
El caldo de pollo era lo suficientemente rico y abundante como para
cons tuir una comida completa por sí solo. Comimos en silencio durante
un rato hasta que Vivian volvió a hablar.
—¿Cómo está Luca? Después de... ya sabes.
—Está bien. Ha pasado por cosas peores. —Aunque debería
comprobarlo de nuevo por si acaso—. Una vez fue asaltado por un mono
en Bali. Casi muere tratando de recuperar su teléfono.
Vivian soltó una carcajada. —¿Perdón?
—Es verdad. —Mi boca se curvó, tanto por el recuerdo de la
indignación de mi hermano por el crimen como por su sonrisa—.
Obviamente, salió bien, pero algunos de esos monos del templo son
despiadados.
—Lo tendré en cuenta para nuestro viaje.
Nos íbamos a Bali en tres semanas para ver a mis padres en Acción de
Gracias. Ya me daba miedo, pero lo dejé de lado por ahora.
—¿Y tú? —Dejé de fingir y fijé mi mirada en Vivian—. ¿Cómo estás?
La diversión de Vivian desapareció ante mi pregunta.
El aire se movió y se condensó, exprimiendo la anterior ligereza.
—Estoy bien —dijo en voz baja—. Tengo algunos problemas para
dormir, de ahí las siestas, pero es más un shock que otra cosa. No me he
hecho daño. Lo superaré.
Tal vez tenía razón. Ahora estaba mucho más calmada que la primera
noche, pero un inquietante hilo de preocupación seguía desenredándose
en mi estómago.
—Si quieres hablar con alguien, la empresa ene gente a tu
disposición —dije bruscamente. Nuestros terapeutas contratados eran
algunos de los mejores profesionales de la ciudad—. Solo
decírmelo.
enes que
—Gracias. —Volvió a sonreír, esta vez con más suavidad—. Por la otra
noche y por esto. —Señaló con la cabeza los cuencos medio vacíos que
había entre nosotros.
—De nada —dije con rigidez, sin saber cómo manejar lo que fuera que
estuviera pasando aquí.
No tenía un marco de referencia para la extraña niebla que me
nublaba el cerebro, ni para la punzada que sen a en el pecho cuando la
miraba.
No era ira, como con Brax.
No era odio, como con Francis.
No era lujuria, ni aversión, ni ninguna de las otras emociones que
habían marcado mis anteriores interacciones con Vivian.
No sabía lo que era, pero me inquietaba muchísimo.
17
DANTE & VIVIAN
DANTE
Vivian acabó hablando con uno de nuestros terapeutas después del
incidente de Lohman & Sons. Nunca habló de sus sesiones, pero cuando
llegamos a Bali, su sueño había mejorado y había vuelto a ser la misma
ingeniosa y sarcás ca de siempre.
Me dije a mí mismo que mi alivio no tenía nada que ver con ella
personalmente y que simplemente me alegraba por que estuviera en el
estado mental adecuado para conocer a mis padres.
—¿Estás segura de que tus padres viven aquí? —Vivian se quedó
mirando la villa que teníamos delante.
Las esculturas talladas a mano salpicaban el césped en un derroche de
colores primarios, y junto a la puerta de entrada n neaba una
sobreabundancia de campanas de viento. Girasoles gigantes brotaban en
las paredes con salpicaduras de pintura amarilla y verde.
Parecía un cruce entre una villa de lujo y una guardería.
—Sí. —El lugar tenía Janis Russo escrito por todas partes. La puerta
principal se abrió de golpe, dejando ver una masa de pelo castaño rizado y
un ca án hasta el suelo—. Prepárate.
—¡Cariño! —gritó mi madre—. ¡Oh, es tan maravilloso verte! Mi niño.
—Se precipitó hacia nosotros y me abrazó en una nube de pachuli—. ¿Has
perdido peso? ¿Estás comiendo lo suficiente? ¿Duermes lo suficiente?
¿Tienes suficiente sexo?
Vivian disimuló su risa con una delicada tos.
Hice una mueca cuando mi madre se apartó y me examinó con ojo
crí co. —Hola, madre.
—Para. Te dije que me llamaras Janis. Siempre eres tan formal. La
culpa es de Enzo —le dijo a Vivian—. Su abuelo era muy estricto con las
reglas. ¿Sabes que una vez echó a alguien de una cena por usar el tenedor
equivocado? Provocó un incidente internacional porque el invitado era el
hijo de un embajador de la ONU. Aunque, para ser justos, es de esperar
que el hijo de un embajador de la ONU sepa qué tenedor se usa para las
ensaladas y cuál para los entrantes. ¿No es así?
Vivian parpadeó, aparentemente aturdida por el torbellino de energía
que tenía ante sí.
—Ahora, déjame echarte un vistazo. —Mi madre me soltó y puso sus
manos sobre los hombros de Vivian—. Oh, eres preciosa. ¿No es hermosa,
Dante? Dime, cariño, ¿qué usas para tu piel? Está tan brillante. ¿Aceite de
argán? ¿Mucina de caracol? La Mer...
Vivian me llamó la atención por encima de la cabeza de mi madre.
Ayúdame, me suplicó su mirada.
Mi boca se levantó en una sonrisa re cente.
A pesar de la efusividad exagerada de mi madre, tenía razón. Vivian
era hermosa. Incluso después de doce horas de vuelo, brillaba de una
manera que no tenía nada que ver con su aspecto sico.
Una extraña sensación me recorrió el pecho.
—Sí —dije—. Lo es.
Los ojos de Vivian se abrieron un poco y mi madre sonrió con más
fuerza.
Nos sostuvimos la mirada durante un momento de suspensión hasta
que la voz de mi padre resonó en el césped.
—¡Dante! —Entró por la puerta principal, delgado y bronceado con
una camisa de lino y pantalones cortos—. Me alegro de verte, hijo. —Me
dio una palmada en la espalda antes de envolver a Vivian en un abrazo de
oso—. ¡Y tú, mi nuera! No puedo creerlo. Dime, ¿te ha llevado Dante a
bucear alguna vez?
—Eh, no...
—¿No? —Su voz retumbó más fuerte—. ¿Por qué diablos no? Le he
dicho que te lleve a bucear desde que te comprome ste. Ya sabes,
concebimos a Luca después de...
Corté antes de que mis padres pudieran avergonzarse a sí mismos, y a
mí, aún más.
—Déjala en paz, padre. Aunque la historia de la concepción de Luca es
fascinante, nos gustaría refrescarnos. Ha sido un largo vuelo.
—Por supuesto. —Mi madre revoloteó a nuestro alrededor como un
colibrí enjoyado—. Vengan, vengan. Tenemos tu habitación lista para .
Luca no llega hasta esta noche, así que enen el segundo piso para ustedes
por ahora.
—Así que esa es tu familia —dijo Vivian mientras seguíamos a mis
padres hacia la villa—. No son... lo que esperaba.
—No dejes que su fachada hippie te engañe —dije—. Mi padre sigue
siendo un Russo, y mi madre solía ser una consultora de ges ón. Pídeles
que renuncien a sus tarjetas de crédito y que lo pasen mal de verdad, y
verás lo melosos que son.
La espaciosa villa de dos plantas estaba repleta de maderas naturales,
ganchillo color crema y arte local brillante que adornaba las paredes. El
pa o trasero contaba con una piscina infinita y un estudio de yoga al aire
libre, y las cuatro habitaciones se dividían mitad y mitad entre la planta
baja, donde se alojaban mis padres, y la planta superior.
—Esta es tu habitación. Mi madre abrió la puerta con una floritura—.
La hemos arreglado solo para .
Vivian abrió la boca en señal de asombro mientras una migraña
florecía en la base de mi cráneo. —Madre.
—¿Qué? —dijo inocentemente—. ¡No todos los días me visitan mi hijo
y mi futura nuera en Acción de Gracias! Me imaginé que querrían un
ambiente más román co para su estancia.
La migraña se extendió por mi cuello y detrás de mis ojos con una
velocidad alarmante.
La idea de mi madre de lo román co era mi idea de una pesadilla.
Los pétalos de rosa roja cubrían el suelo. Un cubo de champán frío
estaba en la mesilla de noche junto a dos copas de cristal, mientras que
una caja de bombones, preserva vos y toallas dobladas en forma de cisne
descansaban en la base de la cama con dosel. Un puto retrato de pareja de
Vivian y yo colgaba de la pared frente a la cama, bajo una pancarta
brillante que decía: ¡Felicidades por su compromiso!
Parecía una maldita suite de luna de miel, salvo que era infinitamente
más horripilante porque mi propia madre la había preparado.
—¿Cómo demonios has conseguido el retrato? —Pregunté.
—U licé una foto de tu fiesta de compromiso como inspiración. —El
orgullo brilló en los ojos de mi madre—. ¿Qué te parece? No es mi mejor
trabajo, pero estoy un poco estancada en la crea vidad.
Iba a asesinar a alguien antes de que terminara el viaje. No había
manera de evitarlo.
Ya fuera mi madre, mi padre o mi hermano, iba a suceder.
—Es precioso —dijo Vivian con una sonrisa amable—. Has captado el
momento perfectamente.
Me pellizqué el puente de la nariz mientras mi madre se sonrojaba. —
Oh, eres muy dulce. Sabía que me gustabas. —Acarició el brazo de Vivian
—. De todos modos, los dejaré para que se instalen. Si necesitan más
condones, avísenme. —Nos guiñó un ojo antes de salir corriendo por la
puerta. Mi padre la siguió, demasiado ocupado con su teléfono como para
prestar atención a lo que sucedía.
Se hizo el silencio, denso y pesado.
La sonrisa de Vivian desapareció cuando mi madre se fue.
Nos quedamos mirando el retrato, luego el uno al otro, luego a la
cama.
De repente me di cuenta de que era la primera vez que compar amos
habitación. Compar r la cama.
Seis días y cinco noches durmiendo a su lado. De verla con esa ropa
ridículamente diminuta que llamaba pijama y de escuchar el agua correr
mientras se bañaba.
Seis días y cinco noches de puta tortura.
Me pasé una mano por la cara.
Iba a ser una semana muy larga.
~
VIVIAN
Los padres de Dante eran todo lo contrario a su hijo, de espíritu libre,
efervescente y sociable, con sonrisas rápidas y un sen do del humor algo
inapropiado.
Después de que Dante y yo nos instaláramos, insis eron en llevarnos a
comer a su restaurante favorito, donde nos acribillaron con más preguntas.
—Quiero saberlo todo. Cómo os conocisteis, cómo se declaró. —Janis
apoyó la barbilla en las manos. A pesar de su ves menta y ac tud
bohemias, poseía el brillo de una mujer de la alta sociedad de Nueva
Inglaterra: pómulos altos, piel perfecta y el po de cabello abundante y
brillante que requería grandes can dades de empo y dinero para su
mantenimiento—. No esca mes en detalles.
—Conozco a su padre —dijo Dante antes de que pudiera responder—.
Nos conocimos en una cena en casa de sus padres en Boston y
congeniamos. Salimos juntos y le propuse matrimonio unos meses
después.
Técnicamente es cierto.
—Ah. —Janis frunció el ceño, pareciendo decepcionada por el
resumen poco román co de Dante sobre nuestro noviazgo, antes de volver
a animarse—. ¿Y la propuesta?
Tuve la tentación de decirle que se había dejado el anillo en mi mesilla
de noche para ver cómo reaccionaba, pero no tuve el valor de romper sus
esperanzas.
Es hora de repasar mis conocimientos de interpretación. No había
interpretado a Eliza Dooli le en la producción de Pigmalión de mi ins tuto
por nada.
—Sucedió en Central Park —dije con suavidad—. Era una mañana
preciosa, y pensé que simplemente íbamos a dar un paseo...
Janis y Gianni escucharon, con expresión embelesada, mientras yo
hilaba una dramá ca historia con flores, lágrimas y cisnes.
Dante parecía menos encantado. Su ceño se fruncía con cada palabra
que salía de mi boca, y cuando llegué a la parte en la que luchaba con el
cisne que había intentado huir con mi flamante anillo de compromiso, me
lanzó una mirada tan oscura que podría haber apagado el sol.
—Lucha de cisnes, ¿eh? —Gianni, como insis a en ser llamado, se rió
—. Dante, non manchi mai di sorprendermi.
—Anche io non finisco mai di sorprendermi —murmuró Dante.
Ahogué una sonrisa.
—¡Qué propuesta tan singular! Ya veo por qué te has tomado la
moles a de recuperar el anillo. Es impresionante. —Janis me levantó la
mano y examinó el diamante obscenamente grande. Era tan pesado que
levantar mi brazo se calificaba de ejercicio—. Dante siempre ha tenido
buen ojo, aunque esperaba...
Dante se tensó.
Janis se aclaró la garganta y soltó mi mano. —De todos modos, como
he dicho, es un anillo precioso.
La curiosidad se encendió en mi pecho cuando ella y Gianni
intercambiaron miradas. ¿Qué había estado a punto de decir?
—Lamentamos no haber podido asis r a la fiesta de compromiso —
añadió Gianni, cortando la repen na tensión—. Nos hubiera encantado
estar allí, pero ese mismo fin de semana había un fes val con un ar sta
local que no había asis do a un evento público en diez años.
—Tiene mucho talento —dijo Janis—. Sencillamente, no podíamos
perder la oportunidad de verle.
Hice una pausa, esperando el remate. Nunca llegó.
El horror me invadió. ¿Por eso se habían perdido la fiesta de
compromiso de su hijo? ¿Para conocer a un ar sta que ni siquiera
conocían?
A mi lado, Dante daba un sorbo a su bebida, con una expresión de
granito. No parecía sorprendido ni perturbado por la revelación.
Una inesperada punzada me golpeó el pecho.
¿Cuántas veces habían optado sus padres por sus deseos egoístas por
encima de él para que se mostrara tan indiferente a que se perdieran su
compromiso? Sabía que no estaban unidos, teniendo en cuenta que Gianni
y Janis lo habían dejado con su abuelo, pero, aun así. Al menos podrían
haber inventado una excusa decente de por qué no estaban allí.
Me llevé a la boca un langos no curado en sal, pero el antes delicioso
marisco me supo de repente a cartón.
Después de la comida, Gianni y Janis nos animaron a "dar un bonito
paseo" por la playa que había detrás del restaurante mientras ellos
terminaban su "meditación post-almuerzo", fuera lo que fuera que eso
significara.
—Tus padres parecen agradables —aventuré mientras caminábamos
por la orilla.
—Como personas, tal vez. ¿Como padres? No tanto.
Lo miré de reojo, sorprendida por su franqueza.
La camisa y los pantalones de lino de Dante le daban un aire más
desenfadado que de costumbre, pero sus rasgos seguían siendo
sorprendentemente audaces, su cuerpo poderoso y su mandíbula dura,
mientras caminaba a mi lado. Parecía invencible, pero eso era lo que
ocurría con los humanos. Nadie era invencible. Todos eran vulnerables a las
mismas heridas e inseguridades que los demás.
Solo que algunos lo ocultaban mejor.
Otra punzada me recorrió el pecho cuando recordé lo arrogantes que
habían sido sus padres al perderse la fiesta de compromiso.
—Tu abuelo los crió a y a Luca, ¿verdad? —Lo sabía, pero no se me
ocurría una forma mejor de facilitar el tema.
Dante respondió con un gesto cortante. —Mis padres se fueron por el
mundo poco después de que naciera Luca. No podían llevar a dos niños en
sus viajes, dado lo mucho que se movían, así que nos dejaron al cuidado de
nuestro abuelo. Dijeron que era lo mejor.
—¿Los visitaban a menudo?
—Una vez al año como mucho. Enviaban postales en Navidad y en
nuestros cumpleaños. —Habló con un tono seco y distante—. Luca
guardaba las suyas en una caja especial. Yo ré las mías.
—Lo siento —dije, con la garganta apretada—. Debes haberlos echado
mucho de menos.
Dante era un niño en ese momento, apenas lo suficientemente mayor
para comprender por qué sus padres estaban allí un día y se iban al
siguiente.
Los míos no eran perfectos, pero no podía imaginarlos dejándome en
casa de un pariente para poder viajar por el mundo.
—No lo hagas. Mis padres tenían razón. Fue lo mejor. —Nos
detuvimos en la orilla de la playa—. No te dejes engañar por su
hospitalidad, Vivian. Se preocupan por mí cada vez que me ven, porque no
me ven a menudo, y eso les hace sen r que cumplen con su trabajo como
padres. Nos llevan a comer, nos compran cosas bonitas y nos preguntan
por nuestras vidas, pero si les pides que se queden en los momentos
di ciles, se van.
—¿Y tu hermano? ¿Cuál es su relación con ellos?
—Luca fue un accidente. Me planearon porque necesitaban un
heredero. Mi abuelo lo exigía. Pero cuando llegó mi hermano... cuidar de
dos niños fue demasiado para mis padres, y se re raron.
—Así que tu abuelo se hizo cargo en su lugar.
—Estaba encantado. —El tono seco de Dante regresó—. Mi padre le
decepcionó en el terreno de los negocios, pero pudo moldearme como su
perfecto sucesor desde muy joven.
Y lo hizo.
Dante era uno de los directores generales más exitosos de la lista
Fortune 500. Había triplicado los beneficios de la empresa desde que tomó
el mando, pero ¿a qué precio?
—Déjame adivinar. ¿Te llevó a jugar a la sala de juntas y te dio
explicaciones de dibujos animados sobre el mercado de valores? —
bromeé, con la esperanza de aliviar la tensión que se reflejaba en sus
hombros.
La parte empá ca de mí quería cambiar a un tema más ligero; la parte
egoísta quería profundizar. Esta era la mayor información que había
obtenido sobre los antecedentes de Dante, y me preocupaba que una
palabra equivocada hiciera que se cerrara de nuevo.
Una leve diversión apareció en sus ojos.
—Casi. Mi abuelo dirigía su casa como dirigía su negocio. Él tenía la
primera, la úl ma y la única palabra sobre cualquier tema. Todo
funcionaba según un estricto conjunto de reglas, desde nuestras horas de
juego hasta los pasa empos que Luca y yo podíamos prac car. Tenía siete
años cuando hice mi primera visita a la fábrica, diez cuando empecé a
aprender sobre contratos y negociaciones.
En otras palabras, había perdido su infancia por las ambiciones de su
abuelo.
Un profundo dolor se desplegó detrás de mis cos llas.
—No lo sientas por mí —dijo Dante, evaluando correctamente mi
expresión—. El Grupo Russo no estaría donde está ahora si no fuera por él
y por lo que me enseñó.
—Hay más cosas en la vida que el dinero y los negocios —dije
suavemente.
—No en nuestro mundo. —Una suave brisa pasó por su lado,
alborotando su cabello—. La gente puede unirse a todas las organizaciones
benéficas que quiera, donar todo el dinero que desee, pero al final del día,
se trata del resultado final. Mira a Tim y Arabella Creighton. Alguna vez
fueron superestrellas en la sociedad de Manha an. Ahora Tim se enfrenta
a un juicio, y nadie tocará a Arabella ni con un palo de tres metros. Todos
sus supuestos amigos la abandonaron.
La boca de Dante se torció. —Si crees que alguna de las personas que
me besan el culo ahora se quedaría si la empresa se cerrara mañana, estás
muy equivocada. Los únicos idiomas que en enden son el dinero, el poder
y la fuerza. Los que lo enen harán cualquier cosa para mantenerlo. Los
que no lo enen harán cualquier cosa para conseguirlo.
—Esa es una forma terrible de ir por la vida —dije, aunque había sido
tes go de esos escenarios en suficientes ocasiones como para saber que
tenía razón.
—Algunas cosas lo hacen mejor.
Mi corazón vaciló y luego volvió a acelerar.
Dante y yo estábamos en un tramo aislado de la playa, lo
suficientemente cerca como para ver el restaurante, pero lo
suficientemente lejos como para que sus sonidos y la mul tud no nos
tocaran.
Una fisura hendió su pétrea máscara, revelando un rastro de
cansancio que me llegó al alma.
El director general Dante era todo ceño fruncido y órdenes duras.
Este Dante era más vulnerable. Más humano. Ya había visto destellos
de él, pero era la primera vez que estaba en su presencia desde hacía
mucho empo.
Me sen como si me hundiera en un baño caliente después de un
largo día bajo la lluvia.
—No era así como había planeado pasar nuestro primer día en Bali —
dijo—. Te prometo que las lecciones de historia familiar no son la norma
aquí.
—No hay nada malo en una lección de historia. Pero... —Cambié a un
tono más juguetón—. Quiero aprender más sobre ese buceo del que
hablaba tu padre. Nunca he estado en Bali. ¿Qué más se puede hacer?
Los hombros de Dante se relajaron. —No saques el tema del buceo
delante de mi padre, o te echará la bronca —dijo mientras iniciábamos el
camino de vuelta al restaurante. Hacía casi una hora que nos habíamos ido;
sus padres debían estar preguntándose qué nos había pasado—. Para ser
justos, la isla es uno de los mejores des nos de buceo del mundo. También
hay algunos templos hermosos y una gran escena ar s ca en Ubud...
Le escuché a medias mientras repasaba las principales ac vidades de
Bali. Estaba demasiado distraída por su voz como para prestar atención a
sus palabras, profundas y aterciopeladas, con un leve acento italiano que
me provocaba cosas indecibles.
Me había burlado de él porque me encantaba el acento británico de
Kai en el Valhalla, pero era el suyo el que no me cansaba.
No solo la voz, sino la inteligencia, la lealtad, la vulnerabilidad y el
humor que se esconden en lo más profundo de su superficie
malhumorada.
En algún momento, Dante Russo pasó de ser la caricatura de un
director general rico y arrogante a un ser humano real. Uno que me
gustaba, en su mayor parte.
Fue horrible.
No importaba lo que pasara en el Valhalla, o cuánto compar era
Dante sobre sí mismo, no podía engañarme pensando que nuestra relación
era algo más de lo que era. Ese era un camino seguro hacia un corazón
roto, y ya tenía suficientes cosas rotas en mi vida.
Dante se acercó a mí para dejar pasar a otra pareja. Nuestros dedos se
rozaron, y mi corazón traidor saltó a la garganta.
Esto es solo un negocio, me recordé a mí misma.
Si lo decía las suficientes veces, quizá me lo creyera.
18
VIVIAN
Durante los tres días siguientes, Dante y sus padres me llevaron a un
viaje relámpago por Bali. Hicimos submarinismo en Nusa Penida,
caminamos por las cascadas de Munduk y visitamos los templos de
Gianyar. Los Russo tenían un chófer y un barco privados, lo que facilitó el
recorrido por la isla.
Cuando llegó la noche de Acción de Gracias, me había bronceado
hasta alcanzar un color dorado y me había olvidado de la pila de trabajo
que me esperaba en Nueva York. Incluso Dante frunció menos el ceño.
Me alegré de haber aceptado su oferta de ver a uno de los terapeutas
de su empresa. Aunque probablemente podría haber superado el robo sin
terapia con el empo, hablar con el Dr. Cho me ayudó a procesarlo de una
manera que no podría haber hecho por mi cuenta.
Nuestras sesiones con nuarían después del Día de Acción de Gracias,
pero por ahora eran suficientes para garan zar que mi viaje no se viera
empañado por noches de insomnio y recuerdos de la presión del metal
contra mi barbilla.
—Luca, deja el teléfono —le advir ó Janis durante la cena—. Es de
mala educación enviar mensajes de texto en la mesa.
—Lo siento. —Siguió enviando mensajes de texto, con su plato de
comida sin tocar.
Luca había llegado el lunes por la noche y pasó la mayor parte del
empo enviando mensajes de texto, durmiendo y descansando en la
piscina. Era como estar de vacaciones con un adolescente, excepto que él
tenía más de treinta años y no era un adolescente.
Janis frunció los labios, Gianni negó con la cabeza y yo me comí las
patatas en silencio mientras la tensión se acumulaba en la mesa.
—Deja el teléfono. —Dante no levantó la vista de su plato, pero todos,
incluidos sus padres, se estremecieron ante el acero cortante de su voz.
Después de un prolongado segundo, Luca se enderezó, dejó el
teléfono a un lado y recogió el cuchillo y el tenedor.
Así, la tensión se disipó y la conversación se reanudó.
—Si alguna vez te cansas del mundo empresarial, deberías conver rte
en canguro —le susurré a Dante mientras Gianni hablaba con nostalgia de
su úl mo viaje a Indonesia hace cinco años—. Creo que lo harías muy bien.
—Ya soy canguro. —Dante deslizó las palabras por la comisura de los
labios—. Treinta y un años sin ningún ascenso. Estoy dispuesto a dimi r.
Hizo una mueca ante una mota de relleno en una de sus judías verdes
y apartó la verdura ofensiva.
Una risa subió a mi garganta. —Quizá deberías hacerlo. Creo que tu
cargo ya es mayor.
—¿De verdad? —Dante me lanzó una mirada escép ca.
—Bueno... —Desvié la mirada hacia Luca, que se me a la comida en la
boca y miraba a hurtadillas su teléfono cuando creía que su hermano no
miraba—. Hasta cierto punto. Pero tú eres su hermano, no su padre. No es
tu trabajo cuidarlo.
Que Dante asumiera el papel de cuidador era una consecuencia
natural del abandono de sus padres, pero era una carga muy pesada para
una sola persona. Especialmente cuando el cuidado era un hombre adulto
que parecía contentarse con dejar que su hermano hiciera todo el trabajo
pesado.
Un pequeño parpadeo pasó por los ojos de Dante. —Siempre ha sido
mi trabajo. Si no lo hago yo, nadie lo hará.
—Entonces nadie lo hace. Se puede apoyar a alguien sin arreglar todo
por él. Tienen que aprender de sus propios errores.
—Pareces muy apasionado con este tema. —Una pizca de diversión
adornó sus palabras.
—No quiero que te quemes. Pero si asumes demasiado, durante
demasiado empo, lo harás. —Mi voz se suavizó—. No es saludable, ni
sica ni mentalmente.
Dante tenía treinta y seis años, un trabajo muy estresante y una
familia muy estresada. Tenía poco o ningún empo de inac vidad. Si seguía
así...
Se me apretó el estómago.
La idea de que le ocurriera algo me preocupaba más de lo debido, y
no solo porque fuera mi prome do.
El parpadeo de sus ojos volvió, más caliente y brillante. Su expresión
se suavizó. —Disfruta de la comida, mia cara. No dejes que las tonterías de
mi familia la arruinen.
Un aleteo aterciopelado rozó mi corazón. —No te preocupes. Puedo
disfrutar de una buena comida en cualquier condición.
No era cierto, pero hizo sonreír a Dante.
Me moví y nuestras piernas se rozaron bajo la mesa. Fue un roce
susurrado, pero mi cuerpo reaccionó como si él hubiera deslizado su mano
por debajo de mi falda y me hubiera acariciado el muslo.
La conversación del resto de la mesa se desvaneció cuando la imagen
mental de su tacto entró en mi torrente sanguíneo en una oleada
embriagadora.
Debía de haber un hilo invisible que conectaba mis fantasías con su
mente, porque el negro se reflejaba en los bordes de sus ojos como si
supiera exactamente lo que estaba imaginando.
Mi pulso se aceleró.
—Entonces... —La voz de Luca rompió el hilo con una eficacia brutal.
Nuestras cabezas se inclinaron hacia él al unísono, y mi pulso se
aceleró por una razón completamente diferente cuando noté el brillo
especula vo en sus ojos.
La mesa era demasiado grande y nuestras voces demasiado bajas para
que nos oyera hablar de él, pero estaba claro que tramaba algo.
—¿Cómo va la planificación de la boda? —preguntó Luca.
—Bien —dijo Dante antes de que pudiera responder. La suavidad
había desaparecido, sus tuida por su habitual tono cortante.
—Me alegro de oírlo. —El Russo más joven tomó un bocado de pavo,
mas có y tragó antes de decir—: Parece que Vivian y tú se llevan muy bien.
La mandíbula de Dante se endureció.
—Por supuesto que se llevan muy bien —dijo Janis—. ¡Están
enamorados! Sinceramente, Luca, qué tontería.
Empujé mi comida alrededor de mi plato, repen namente incómoda.
—Tienes razón. Lo siento —dijo Luca con demasiada inocencia—. Es
que nunca pensé que vería el día en que Dante se enamorara.
—Suficiente. —El tono de Dante era cortante—. Esto no es una mesa
redonda sobre mi vida amorosa.
La sonrisa de Luca se amplió, pero hizo caso a la advertencia de su
hermano y no dijo nada más después de eso.
Después de la cena, Dante, Luca y Gianni limpiaron el comedor y
sacaron la basura mientras Janis y yo lavábamos los platos.
—Me gusta la forma en que Dante está cerca de
menos...
—dijo ella—. Es
—¿Muy tenso? —Normalmente, nunca habría sido tan franca con la
madre del hombre, de entre todas las personas, pero el vino y los días de
sol me habían soltado la lengua.
—Sí. —Janis se rió—. Le gusta que las cosas se hagan de una manera
determinada, y no teme decírtelo si no cumplen sus normas. Cuando era
pequeño, intentamos darle brócoli con un poco de puré de patatas encima.
Tiró el plato al suelo. Un Wedgwood de trescientos dólares. ¿Puedes
creerlo? —Sacudió la cabeza.
No le pregunté por qué había servido la comida de un niño pequeño
en porcelana de Wedgwood. En su lugar, abordé un tema más delicado,
que me había estado preocupando desde mi conversación en la playa con
Dante.
—¿Fue di cil despedirse de él y de Luca?
Sus movimientos se detuvieron durante una fracción de segundo. —
Veo que te ha hablado de nosotros.
Mi bravuconería retrocedió ante la posible confrontación. —No tanto.
A fin de cuentas, Janis era la madre de Dante. No quería enemistarme
con ella.
—Está bien, cariño. Sé que no es mi mayor fan. A decir verdad, no soy
una gran madre, y Gianni no es un gran padre —dijo con naturalidad—. Por
eso dejamos a los niños al cuidado de su abuelo. Él les dio la estabilidad y
la disciplina que nosotros no pudimos.
Hizo una pausa antes de con nuar con una voz más suave: —Lo
intentamos. Gianni y yo dejamos de viajar y nos instalamos en Italia
después de descubrir que estaba embarazada de Dante. Nos quedamos allí
durante seis años, hasta que nació Luca. —Pasó un plato sucio bajo el
agua, con una expresión distante.
—Suena mal, pero esos seis años me hicieron ver que no estaba hecha
para la vida domés ca. Odiaba quedarme en un solo lugar, y no podía
hacer nada bien cuando se trataba de los niños. Gianni pensaba lo mismo,
así que llegamos a un acuerdo con el abuelo de Dante. Se convir ó en su
tutor legal y los trasladó a Nueva York. Gianni y yo vendimos nuestra granja
y... bueno. —Señaló la cocina.
Permanecí en silencio.
No me correspondía juzgar la forma de criar a los demás, pero lo único
que podía pensar era en cómo se habría sen do Dante al ver que sus
padres se desentendían de él porque cuidarlo era demasiado duro.
Pero quizás era lo mejor. Nada bueno venía de obligar a alguien a
hacer algo que no quería hacer.
—Debes pensar que somos terriblemente egoístas —dijo Janis—. Tal
vez lo seamos. Ha habido muchas veces en las que he deseado ser el po
de madre que necesitaban, pero no lo soy. Fingir lo contrario habría
perjudicado a los chicos más que ayudado.
—Tal vez, pero los dos son adultos ahora —dije con cuidado—. Creo
que les gustaría ver a sus padres más a menudo, aunque solo sea para
hitos como los cumpleaños. —Y las fiestas de compromiso.
—Luca, tal vez. Dante... —Chasqueó la lengua—. Tuvimos que torcerle
el brazo para que viniera a Bali. Si no fuera por , nos habría rechazado con
otra excusa de que estaba demasiado ocupado con el trabajo.
No me sorprendió. Dante me dio la impresión de alguien que
guardaba rencor desde hacía décadas.
—Me alegro de que ahora te tenga a . —La sonrisa de Janis volvió, un
poco más melancólica que antes—. Le vendría bien un compañero. Se
ocupa demasiado de los demás y no se ocupa lo suficiente de sí mismo.
Hace tres meses, me habría reído de la idea de que alguien describiera
a Dante como una persona cariñosa. Era malhumorado, de mal genio y
estaba decidido a salirse con la suya. Pero ahora...
Recordé nuestra conversación en la playa, nuestra noche de merienda
en la cocina y los miles de pequeños momentos que revelaban pequeños
destellos del hombre que había debajo de la armadura.
—Seré sincera, al principio era escép ca sobre el compromiso. —Janis
me entregó el plato recién fregado, que limpié y coloqué en la rejilla de
secado—. Conociendo a Dante, no me extrañaría que se casara con alguien
estrictamente por mo vos de negocios.
Un bloque de hormigón se formó en mi pecho.
—Nuestras familias trabajan en campos similares —murmuré—. Así
que hay un elemento de negocios en ello.
—Sí, pero he visto cómo te mira. —Pasó el úl mo plato sucio bajo el
agua—. No se trata de negocios.
Estaba equivocada, pero eso no impidió que mi pulso se acelerara con
la an cipación. —¿Cómo me mira?
Janis sonrió. —Como si nunca quisiera apartar la mirada.
19
DANTE
—Una llamada del día de Acción de Gracias de Dante Russo. —El tono
de Chris an se extendió por el teléfono—. Es un honor.
—Tú eres el primero que me envió un correo electrónico en un día
fes vo federal, Harper.
Me re ré a mi habitación después de limpiar. Mis padres y Luca
estaban abajo, pero no estaba de humor para jugar al UNO nocturno o lo
que fuera que estuvieran haciendo.
Mis padres seguirían siendo inapropiados y mi hermano me
molestaría por Vivian.
Ni un puto gracias.
—Ah, sí. —La voz de Chris an se hizo más sobria, señal de que estaba
entrando en modo de trabajo—. Encontramos otro conjunto de fotos en
una caja de seguridad registrada a un alias. El recuento total es ahora de
cinco.
Francis era un bastardo paranoico.
—¿Crees que hay más? —Miré hacia el cuarto de baño. El sonido del
agua corriente se filtraba bajo la puerta cerrada como un eró co ruido
blanco.
Vivian estaba ahí dentro. Mojada. Desnuda.
El calor y el enfado me invadieron a partes iguales.
Le di la espalda a la puerta y esperé la respuesta de Chris an.
—Siempre puede haber más —dijo—. Ese es el juego al que estamos
jugando hasta que podamos confirmar exactamente cuántos refuerzos
ene Francis.
Básicamente, estaba jugando a la gallina con la vida de mi hermano.
Podría llamar al farol de Francis, pero...
Me froté la mandíbula con una mano agravada.
Era demasiado arriesgado.
—Mi equipo seguirá buscando hasta que nos digas que paremos. —
Chris an hizo una pausa—. Tengo que decir que me sorprende que no te
hayas registrado desde octubre. Creía que el asunto era más urgente para
.
—He estado ocupado.
—Hmm. —El sonido resonó con conocimiento—. ¿O tal vez estás
calentando a tu futura esposa? He oído que desaparecisteis un buen rato
en la gala de Valhalla en Nueva York.
Apreté los dientes. ¿Por qué todo el mundo estaba tan obsesionado
con mis sen mientos hacia ella? —Lo que hacemos en nuestro empo
privado no es de tu incumbencia.
—Teniendo en cuenta que estoy vigilando ac vamente a su padre a
pe ción tuya, en parte es asunto mío. —El hielo n neó en el fondo—. Ten
cuidado, Dante. O enes a Vivian o enes la cabeza de su padre en una
bandeja, en sen do figurado, por supuesto. No puedes tener las dos cosas.
La ducha dejó de funcionar, seguida de un silencio y el chirrido de la
puerta del baño.
—Estoy al tanto. Sigue buscando. —Colgué justo cuando Vivian salía
en una nube de vapor y fragancia dulce.
Cada músculo se tensó.
Obje vamente, no había nada indecente en sus pantalones cortos de
seda y su top. Era el mismo conjunto que había llevado en la cocina
durante nuestra noche de merienda, solo que en negro en lugar de rosa.
Sin embargo, debería estar prohibido. Toda esa piel expuesta no podía
ser buena para ella. No importaba el hecho de que estuviéramos en el Bali
tropical; el atuendo era un caso de hipotermia a punto de ocurrir.
—¿Con quién estabas hablando? —Vivian se soltó el pelo del moño y
pasó los dedos por los mechones oscuros. Se le caían en cascada por la
espalda y me pedían que los rodeara con el puño para ver si eran tan
suaves como parecían.
Los músculos de mi mandíbula se flexionaron. —Socio de negocios.
Me había quedado despierto hasta tarde las úl mas tres noches para
no tener que compar r la habitación con Vivian mientras ambos
estábamos despiertos. Ella siempre estaba dormida cuando yo llegaba, y yo
siempre me había ido cuando ella se despertaba.
Esta noche no teníamos esa opción.
Al parecer, Vivian tampoco estaba de humor para jugar a las cartas con
mi familia, así que estábamos atrapados en la misma habitación. Despierta.
Medio ves dos. Juntos.
A la mierda mi vida.
—¿En Acción de Gracias? —Vivian se puso loción corporal en los
brazos, ajena a mi tortura.
Debería haberme quedado en el maldito salón.
—El dinero no descansa. —Le di la espalda y me pasé la camiseta por
encima de la cabeza. El aire acondicionado estaba a tope, pero yo estaba
ardiendo.
Tiré la camisa sobre el brazo de una silla cercana y volví a encararla
solo para encontrarla mirándome con los ojos muy abiertos.
—¿Qué estás haciendo?
—Preparándome para ir a la cama. —Enarqué una ceja ante su visible
horror—. Duermo con calor, mia cara. No querrás que me ase durante la
noche, ¿verdad?
—No te pongas dramá co —murmuró, dejando su loción en el
tocador—. Eres un hombre adulto. Una noche durmiendo con la ropa
puesta no te matará.
Los ojos de Vivian se posaron en mi torso desnudo antes de apartar
rápidamente la mirada, con las mejillas rojas.
Una sonrisa de complicidad se abrió paso en mi boca, pero se
desvaneció rápidamente cuando apagamos las luces y nos me mos en la
cama, asegurándonos de permanecer lo más separados posible.
No fue suficiente.
La cama California King era lo suficientemente grande como para
albergar una pequeña orgía, pero Vivian seguía estando demasiado cerca.
Demonios, podría estar durmiendo en la bañera con la puerta cerrada y
ella seguiría estando demasiado cerca.
Su olor se coló en mis pulmones, desdibujando los bordes
habitualmente ní dos de mi lógica y mi razonamiento, y su presencia se
clavó en mi costado como una llama abierta. Los murmullos de nuestras
respiraciones se superponían en un ritmo pesado e hipnó co.
Eran las once y media. Podía despertarme razonablemente a las cinco.
Seis horas y media. Podía hacerlo.
Me quedé mirando el techo, con la mandíbula apretada, mientras
Vivian se giraba y daba vueltas en la cama. Cada movimiento del colchón
me recordaba que ella estaba allí.
Medio desnuda, lo suficientemente cerca como para tocarla y oliendo
como un huerto de manzanas después de una tormenta matu na.
Ni siquiera me gustaban las manzanas.
—Basta —le dije—. Ninguno de los dos podrá dormir si insistes en
moverte así toda la noche.
—No puedo evitarlo. Mi cerebro está... —Exhaló un suspiro—. No
puedo dormir.
—Inténtalo. —Cuanto antes se durmiera, antes podría relajarme.
Rela vamente hablando.
—Qué gran consejo —dijo ella—. No puedo creer que no se me haya
ocurrido. Deberías empezar una columna de "Querido Dante" en el
periódico local.
—¿Naciste con una boca inteligente, o tus padres te la compraron
después de su primer millón?
Vivian dejó escapar un suspiro socarrón. —Si mis padres se salieran
con la suya, no diría nada más que sí, por supuesto, y lo en endo.
Una punzada de arrepen miento suavizó mi agravio.
—La mayoría de los padres quieren hijos obedientes. —Excepto los
míos, que no quieren hijos en absoluto.
—Hmm.
Me llamó la atención que Vivian supiera más sobre la dinámica de mi
familia que yo de la suya, lo cual era irónico teniendo en cuenta que ella
era la más abierta en nuestra relación. Rara vez hablaba de mis padres,
tanto porque las fábricas de co lleos se agitaban en exceso como porque
mi relación con ellos no era asunto de nadie, pero había algo en Vivian que
me arrancaba confesiones re centes y secretos largamente enterrados.
—¿Están tus padres molestos porque no celebramos Acción de
Gracias con ellos? —Pregunté.
—No. No nos gustan las fiestas.
Por supuesto. Ya lo sabía.
Más silencio.
La luz de la luna se colaba por las cor nas y salpicaba de plata líquida
nuestras sábanas. El aire acondicionado zumbaba en la esquina, un
silencioso compañero de los truenos que retumbaban en la distancia. La
sensación de una inminente tormenta se colaba por las ventanas y
empapaba el aire.
Era el po de noche que adormece a la gente y la hace dormir
profundamente.
Para mí, tuvo el efecto contrario. La energía zumbaba como un cable
vivo bajo mi piel, agudizando todos mis sen dos y poniéndome al límite.
—¿Cuánto cambió tu familia después de que el negocio de tu padre
despegara?
Habíamos tocado el tema después de nuestra sesión de fotos de
compromiso, pero no había profundizado en él más allá de las expecta vas
de un matrimonio concertado.
Ya que ninguno de los dos podía dormir, podría intentar sacarle algo
de información a Vivian. Además, la conversación me mantenía alejado de
otros pensamientos más impuros.
—Mucho —dijo ella—. Un día, Agnes y yo asis amos a escuelas
públicas y comíamos el almuerzo escolar. Al día siguiente, estábamos en
una lujosa academia privada con chefs gourmet y estudiantes que llegaban
en limusinas con chófer. Todo cambió: nuestra ropa, nuestra casa, nuestros
amigos. Nuestra familia. Al principio, me encantaba porque ¿a qué niño no
le gustaría ves rse y tener juguetes nuevos? Pero...
Respiró profundamente. —Cuanto más crecía, más me daba cuenta de
lo mucho que nos cambiaba el dinero. No solo materialmente, sino
espiritualmente, a falta de una palabra mejor. Éramos dinero nuevo, pero
mis padres estaban desesperados por demostrar que éramos tan buenos
como la élite del dinero an guo de Boston. Hay una diferencia, ya sabes.
Lo sabía. Las jerarquías exis an incluso -especialmente- en el mundo
de los ricos y poderosos.
—El deseo de validación los consumía, especialmente a mi padre —
dijo Vivian—. No puedo señalar el punto de inflexión exacto, pero me
desperté una mañana y el hombre diver do y cariñoso que me había
cargado sobre sus hombros cuando era una niña y me ayudaba a construir
cas llos de arena en la playa había desaparecido. En su lugar había alguien
que haría cualquier cosa para llegar a lo más alto de la escala social.
Si ella lo supiera.
—No me quejo —con nuó—. Sé lo afortunada que soy por haberme
criado con el dinero que teníamos. Pero a veces... —Otro suspiro más
melancólico—. Me pregunto si habríamos sido más felices si Lau Jewels
hubiera seguido siendo una pequeña enda en una calle lateral de Boston.
Dios. Un dolor desconocido se instaló en mi pecho.
Ella y Francis compar an la misma sangre. ¿Cómo podían ser tan
condenadamente diferentes?
—Perdón por divagar. —Sonaba avergonzada—. No era mi intención
hablarte de mi familia.
—No enes que disculparte. —Sus palabras eran tristes, pero su voz
era tan dulce que podría escucharla para siempre—. Esto es mejor que
contar ovejas.
Su risa se adentró en la noche como una suave melodía. —¿Estás
diciendo que te estoy durmiendo?
Nuestras piernas se rozaron y mis músculos se tensaron ante el breve
contacto.
No me había dado cuenta de lo cerca que estábamos.
En contra de mi buen juicio, giré la cabeza para encontrarla haciendo
lo mismo. Nuestras miradas se encontraron y el ritmo de nuestras
respiraciones se convir ó en algo más irregular.
—Con a en mí —dije en voz baja—. De todas las cosas que me haces,
ponerme a dormir no es una de ellas.
La luz de la luna besaba las curvas del rostro de Vivian, acentuando los
huecos de sus pómulos y la sensualidad de sus labios. Sus ojos brillaban
oscuros y luminosos, como piedras preciosas que resplandecen en la
noche.
La sorpresa brilló en sus profundidades ante mis palabras, junto con
una humeante brizna de deseo que hizo que el calor se enroscara en mi
ingle.
No la había tocado desde nuestra cita en la biblioteca del Valhalla,
pero todo lo que deseaba en ese momento era ver esos ojos oscurecidos
por el placer. Sen r la suavidad de su cuerpo apretado contra el mío y oír
sus pequeños gritos cuando alcanzaba el clímax contra mí.
La sangre me la a en los oídos.
La brisa de las rejillas de ven lación se hizo más caliente, el aire más
denso.
La electricidad de la cena regresó y es ró el momento en un largo y
perfecto hilo de tensión.
—Deberíamos ir a dormir —dijo Vivian. Había un ligero temblor en su
voz—. Es tarde.
—De acuerdo.
Durante un momento de suspensión, ninguno de los dos se movió.
Entonces, otro trueno estalló en la distancia, y la tensión estalló con la
fuerza de una cerilla encendida en un barril de gasolina.
Mi boca se estrelló contra la suya, y sus brazos me rodearon el cuello,
atrayéndome contra ella. Un gemido grave vibró contra mi boca cuando me
puse encima de ella y le clavé las caderas entre los muslos.
El deseo se apoderó de mí, eliminando los pensamientos de cualquier
cosa que no fuera Vivian.
Nada de Francis. Nada de Luca. Ningún chantaje. Solo ella.
Acaricié con mi lengua la costura de sus labios, saboreándola,
exigiendo su entrada. Los labios se separaron y el embriagador sabor de
ella cubrió mi lengua.
Le cogí la nuca y le incliné la cabeza para profundizar el beso.
Sus manos se hundieron en mi pelo; mi palma se deslizó por debajo
de su top y sobre su estómago.
Nos besamos como si nos estuviéramos ahogando y la otra persona
fuera nuestra única fuente de oxígeno. Salvaje. Frené co. Desesperado.
Y todavía no era suficiente.
Necesitaba más de ella. Más de ella.
—Dante. —Su suave grito cuando ahuequé su pecho casi me deshizo.
—Sigue gritando mi nombre, cariño. —La besé por el cuello y el
pecho, deseoso de cartografiar cada cen metro de su cuerpo con mi boca.
Cerré la boca en torno a un pezón ves do y en punta y pellizqué el otro
entre el pulgar y el índice, provocando otro gemido de mi nombre.
La aprobación retumbó en mi pecho. —Qué buena chica.
Bajé por su vientre hasta sus muslos, con un recorrido lánguido a
pesar de la necesidad que me invadía.
Olí la excitación de Vivian antes de bajarle los pantaloncitos y la ropa
interior, pero la visión de su coño, tan húmedo y preparado y jodidamente
perfecto, me golpeó como una inyección de heroína pura.
—Por favor. —Jadeó, y su agarre me estranguló el pelo cuando mordí
la suave piel de su muslo.
Mi polla palpitaba con tanta fuerza que me dolía, pero no la toqué,
demasiado concentrado en la reluciente tentación que tenía delante.
—¿Por favor qué?
Solo recibí un gemido como respuesta.
—¿Por favor, cómete este bonito coñito tuyo? —Me burlé, con la voz
suave pero las palabras ásperas—. ¿Follarte con la lengua hasta que me
ruegues que te deje venir? Tienes una boca muy inteligente, mia cara.
Úsala.
—Sí. —La palabra era mitad súplica, mitad demanda—. Necesito tu
boca en mí. Dante, por favor.
Esta vez, el sonido de su voz, gimiendo mi nombre, de esa manera, me
descontroló.
Separé más sus piernas y profundicé como un hombre hambriento.
Me centré en su clítoris hinchado, lamiendo y chupando hasta que sus
gritos de placer fueron in crescendo hasta el borde del dolor.
Vivian se retorcía y se agitaba, rogándome que parara un minuto y que
siguiera al siguiente. Me chorreaba por toda la cara y yo no podía
saciarme.
Era adicto a su sabor, a la forma en que sonaba cuando enterraba mi
lengua dentro de ella y a la forma en que su espalda se arqueaba sobre la
cama cuando finalmente se corría con un estremecimiento de todo el
cuerpo.
Esperé a que sus temblores disminuyeran antes de volver a acercar mi
lengua a su clítoris sensibilizado y darle una lenta y pausada lamida.
—Hai un sapore divino —murmuré.
—No más —suplicó ella—. No puedo... oh, Dios. —Su protesta se
convir ó en otro gemido cuando le me dos dedos hasta el primer nudillo.
Mantuve mi boca en su clítoris y subí lentamente hasta el segundo nudillo
antes de sacar los dedos y volver a introducirlos.
Entraba y salía, cada vez más rápido, mi boca seguía explorando su
clítoris hasta que me empapó la cara y sus agudos gritos volvieron a llenar
la habitación.
Mi polla palpitaba al ritmo de mi pulso mientras me ponía de rodillas.
Vivian me miraba fijamente, con las mejillas sonrojadas y el pecho
agitado por las secuelas de su orgasmo. Una ligera capa de sudor
empañaba su piel, y su rostro estaba tan lleno de confianza y placer
saciado que me hizo retorcer las tripas.
Nunca nadie me había mirado así.
Así, un frío hilo de realidad atravesó mi niebla de lujuria.
De repente me di cuenta de quiénes éramos y de lo que había hecho.
No éramos una pareja de novios normal. Ella era la hija del enemigo y
yo me había visto obligado a comprometerme, aunque ella no lo supiera.
Se suponía que no debía gustarme, y mucho menos desearla.
Vivian me rodeó el cuello con sus brazos y apretó sus caderas contra
las mías, con un mensaje claro.
Fóllame.
Yo quería hacerlo. Mi cuerpo lo pedía a gritos, mi polla lo deseaba.
Sería tan fácil hundirse en su suavidad y dejarse llevar por la noche.
Pero si lo hacía, no habría vuelta atrás. Ni para ella ni para mí.
Mis manos se retorcían en el colchón mientras la indecisión luchaba.
Puedes tener a Vivian o puedes tener la cabeza de su padre en una
bandeja, en sen do figurado, por supuesto. No puedes tener ambos.
El agua helada apagó el calor que me quedaba en las venas.
De todas las voces que quería escuchar en la cama, la de Chris an
estaba entre las cinco úl mas, pero el cabrón tenía razón.
Vivian no tenía una relación perfecta con su familia, pero seguía
preocupándose por ella. Un día, pronto, descubriría la verdad sobre
nuestro compromiso y el engaño de su padre, y quedaría destrozada.
Añadir el sexo a la mezcla solo complicaría más las cosas.
—¿Dante? —La vacilación de mi voz la hizo dudar.
Maldita sea.
Desenganché sus brazos de mi cuello y me enderecé, tratando de
ignorar el dolor y la confusión en su rostro.
—Descansa un poco —dije con brusquedad—. Ha sido un día muy
largo.
No esperé una respuesta antes de levantarme de la cama, dirigirme al
baño y cerrar la puerta. Puse la ducha lo más fría posible, dejando que el
agua helada me hiciera entrar en razón.
El autodesprecio formó un bloque de hormigón en mi pecho.
¿Qué demonios estaba haciendo?
Besar a Vivian. Bajar la guardia. Casi tener sexo con ella en la villa de
mis padres, por el amor de Dios.
Tenía la intención de mantenerme alejado de ella hasta que me
ocupara de su padre y terminara nuestra farsa de compromiso.
Ahora estaba aquí, dándome una ducha fría a medianoche para no
arruinar mis planes más de lo que ya lo había hecho.
Me había pasado la vida perfeccionando mi control. Enzo Russo me
había inculcado su importancia desde que era un niño. Incluso cuando
ocasionalmente perdía los nervios, nunca perdía de vista el obje vo mayor.
Pero tampoco había conocido a nadie como Vivian.
De todas las personas de mi vida, ella era la única que podía hacerme
perder el control.
20
DANTE
El puñetazo de Kai me hizo retroceder la cabeza con tal fuerza que me
temblaron los dientes. El sabor a cobre me llenó la boca, y cuando mi
visión se aclaró por fin, su ceño se enfocó como una fotogra a en una
bandeja de revelado.
—Ha sido una esquiva fácil. ¿Dónde está tu cabeza hoy?
—Fue un golpe. No te pongas arrogante.
—Tres. —Gruñó cuando mi uppercut le alcanzó por debajo de la
barbilla—. Y eso no responde a mi pregunta.
Culpé a las siguientes palabras que salieron de mi boca por el impacto
residual de su golpe.
—Besé a Vivian en Acción de Gracias. —De buena gana. Por mi propia
voluntad.
Habíamos hecho más que eso, pero seguro que no estaba discu endo
nuestra vida sexual con Kai.
El beso de la sesión de fotos de compromiso había sido forzado. Bali
había sido... demonios, no sabía qué había sido Bali aparte de un polvo
mental.
Vivian había estado durmiendo o haciéndose la dormida después de
que yo saliera de la ducha, y habíamos evitado hablar de lo sucedido en la
semana siguiente. Probablemente pensó que la había rechazado por
alguna razón, y yo estaba demasiado desconcertado para corregirla.
Kai me miró con extrañeza. —Besaste a tu prome da. ¿Y qué?
Joder. El beso me había fas diado tanto que había olvidado que él no
sabía que despreciaba a su familia.
Para él, nuestro compromiso era un negocio, pero la mayoría de los
matrimonios concertados seguían implicando in midad sica antes de la
boda. Si no sexo, al menos algo tan simple como un beso.
—Esta vez fue diferente.
No debería haberlo hecho. El beso, abrirme sobre mi familia, todo eso.
Sin embargo, lo hice de todos modos.
De alguna manera, Vivian Lau se había me do en mi piel y no sabía
cómo sacarla sin perder una parte de mí en el proceso.
Los ojos de Kai mostraron un brillo de complicidad. —Mezclando los
negocios con el placer. Ya era hora.
—Mira quién habla. —La idea de diversión de Kai era traducir textos
académicos al la n sin otra razón que la de ser un fanfarrón y estar
aburrido como un demonio.
—¿Qué puedo decir? Prefiero la compañía de las palabras a la de las
personas. Excepto tú, por supuesto.
—Por supuesto. —Estaba tan lleno de tonterías.
Se rió. —Anímate, Russo. Que te guste tu prome da no es lo peor del
mundo.
Tal vez no en su mundo. Pero sí en el mío.
~
Mis esfuerzos por evitar a Vivian se desintegraron cuando volví a casa
y enseguida me encontré con ella en el ves bulo.
—Oh, Dios mío. ¿Qué ha pasado? —Su expresión de horror confirmó
lo que ya sabía: que estaba hecho un desastre.
Y si tenía alguna duda persistente, el espejo que colgaba frente a la
puerta de entrada la hizo añicos.
Mandíbula magullada. Un ojo ennegrecido. Un corte en la frente.
Gracias a Dios que no tenía una reunión de la junta direc va en las
próximas dos semanas.
—Kai. —Me quité el abrigo y lo colgué en el árbol de latón. Mi tono
era indiferente, pero un calor inquietante se desplegó detrás de mis
cos llas ante su preocupación.
Las cejas de Vivian se juntaron. —¿Kai te ha pegado? No parece de ese
po. Suele ser tan tranquilo y... agradable.
Así de fácil, la calidez se convir ó en moles a.
—Ya te dije que no es tan amable como parece —dije con voz cortada
—. Pero para aclarar, a veces nos desahogamos boxeando. Resulta que hoy
ha dado más golpes porque yo estaba... distraído.
Pensando en .
—Boxeas por diversión. —Vivian dejó el jarrón de flores en sus brazos
sobre la mesa auxiliar de mármol—. Eso ene mucho sen do.
—¿Qué significa eso?
—Significa que enes carácter. —Enderezó los tallos, ajena a mi ceño
fruncido—. Estoy segura de que el boxeo ayuda, pero ¿has pensado alguna
vez en clases de control de la ira? —Una nota burlona corrió bajo su voz.
—No necesito clases de control de la ira —gruñí. Primero, ella era la
razón por la que Kai tenía la ventaja en el ring. ¿Ahora me insulta? —.
Tengo el control total de... —Me interrumpí ante su risa. Me di cuenta—.
Te estás burlando de mí.
—Es demasiado fácil. —La sonrisa de Vivian se desvaneció cuando
volvió a enfrentarse a mí. Sus ojos recorrieron mi cara, deteniéndose en el
feo corte sobre mi ojo—. Deberías ponerte hielo en los moratones y
limpiar ese corte, o se te infectará.
—Estaré bien. —No eran mis primeras ni mis peores heridas del ring.
—Hielo y desinfectante —dijo con firmeza—. Ahora.
—¿O qué? —No debería consen rla, pero era tan entrañable cuando
intentaba darme órdenes que no pude resis rme.
Sus ojos se entrecerraron. —O colocaré todos los candelabros de esta
casa a intervalos desiguales y me aseguraré de que tus alimentos toquen
cada comida. Greta me ayudará. Ella me quiere más que tú.
Me retracté de lo que dije sobre que ella era entrañable. Ella era
jodidamente malvada.
—Reúnete conmigo en el baño de invitados. Voy a por el hielo.
No me gustaba que la gente me dijera lo que tenía que hacer, pero un
hilo de admiración re cente se enroscó en mi pecho mientras me dirigía al
baño.
Me apoyé en el mostrador y miré el reloj. Tenía una montaña de
papeleo que revisar, y Dios sabía que debía mantenerme alejada de Vivian
hasta que resolviera mis agravantes sen mientos hacia ella. Sin embargo,
aquí estaba, esperando una maldita bolsa de hielo.
Mis heridas ni siquiera me dolían. Mucho.
La puerta se abrió y Vivian entró con dos pequeñas bolsas de hielo.
—Ya te he dicho que estoy bien —refunfuñé, pero una chispa de
placer se encendió en mi pecho cuando me pasó unos dedos suaves por la
mandíbula.
—Dante, enes la piel morada.
—Negro púrpura. —Una sonrisa se dibujó en mis labios ante su
mirada cortante—. La precisión es importante, mia cara.
—¿Intentas conseguir una lesión igual en el otro lado de la
mandíbula? —preguntó con insistencia, presionando uno de los paquetes
contra mi cara—. Si es así, puedo ayudar con eso.
—No es muy depor vo por tu parte amenazar con daños corporales
mientras me remiendas. Algunos incluso dirían que es hipócrita.
—No me gustan los deportes, y soy una excelente mul tarea.
—Sin embargo, Asher Donovan y Rafael Pessoa, dos estrellas del
deporte, están en tu lista de maridos soñados.
Solía ser un fan de ambos. Ya no.
—En primer lugar, enes que dejar de lado esa lista. En segundo lugar,
mantén esto sobre tu ojo. —Vivian empujó la segunda bolsa de hielo en mi
mano mientras humedecía una toallita—. No desvíes la atención de la
cues ón principal aquí, que es tu absoluta nega va a pedir ayuda.
—Puedo soportar unas cuantas heridas. He pasado por cosas peores.
—Aun así, no me resis cuando me pasó el paño por la herida.
—¿Quiero preguntar a qué te refieres con peor?
—Me rompí la nariz la primera vez cuando tenía catorce años. Un
gilipollas estaba in midando a Luca, así que le golpeé. Él me devolvió el
golpe. Se puso tan feo que tuve que ir a urgencias.
Vivian hizo una mueca de dolor. —¿Qué edad tenía el otro chico?
—Dieciséis. —Fletcher Alco había sido una pieza de trabajo.
—¿Un chico de dieciséis años se me a con uno de nueve?
—Los cobardes siempre se meten con la gente que no puede
defenderse.
—Tristemente cierto. —Sacó una venda del bo quín—. Dijiste que era
la primera vez que te rompías la nariz. ¿Qué pasó la segunda vez?
Mi boca se curvó en una sonrisa. —Me emborraché en la universidad
y me caí en la acera.
La risa de Vivian me inundó como una brisa fresca en un caluroso día
de verano. —No te imagino como el pico estudiante universitario
borracho.
—Hice todo lo posible por borrar cualquier prueba incriminatoria,
pero los recuerdos están ahí.
—Estoy seguro de que lo hiciste. —Colocó la rita sobre el corte y dio
un paso atrás con expresión de sa sfacción—. Ya está. Mucho mejor.
—Te olvidas de una cosa. —Me golpeé la mandíbula.
No sabía por qué estaba alargando esto cuando no quería estar aquí
en primer lugar, pero no podía recordar la úl ma vez que alguien se
preocupó por mí. Se sen a... agradable. Inquietantemente.
Vivian arrugó el ceño. —¿Qué?
—Mi beso.
El color rosa se deslizó por sus mejillas. —Ahora eres tú la que se
burla de mí.
—Nunca me burlaría de un asunto tan serio —dije solemnemente—.
Un beso por cada una de mis heridas. Eso es todo. ¿Le negarías a un
moribundo su úl mo deseo?
Su mirada chispeante contenía un toque de exasperación. —No seas
dramá co. Fuiste tú quien dijo que estabas, entre comillas, bien. Pero ya
que insistes en ser un bebé al respecto... —Se acercó de nuevo. El pulso
me la a en la garganta cuando me rozó la frente con los labios y luego la
mandíbula—. ¿Mejor?
—Mucho.
—Eres incorregible. —La risa burbujeó bajo su voz.
—No es lo peor que me han llamado.
—Me lo creo.
Giró la cabeza un poco y nuestras miradas se cruzaron.
El cuarto de baño olía a limpiador de limón y a pomada, dos de los
olores más desagradables conocidos por la humanidad. Eso no impidió que
el calor chispeara en mi sangre ni que el recuerdo de su sabor inundara mi
mente.
—Sobre Bali. —Su aliento rozó mi piel, cálido y tenta vo.
Mi ingle se tensó. —¿Sí?
—Hiciste bien en parar las cosas cuando lo hiciste. Lo que hicimos fue
un error.
Algo que se parecía sospechosamente a la decepción me recorrió el
pecho.
—Sé que vamos a casarnos, así que tendremos que... eventualmente.
—Vivian se saltó los detalles—. Pero es demasiado pronto. Tomé
demasiado vino en Acción de Gracias y me dejé llevar por el momento. Fue
un... —Vaciló cuando mis manos se posaron en sus caderas—. Un error.
¿Verdad?
Su piel marcó mi palma a través de la capa de cachemira.
Una dura sonrisa se dibujó en mi boca. —Sí.
Mi toque se mantuvo durante un
dirigirme a la salida.
empo antes de apartarla y
Debería haberme detenido en Bali, y lo que pasó antes de que me
detuviera fue un error.
Ambos teníamos razón.
Pero eso no significaba que tuviera que gustarme.
21
VIVIAN
Después de Acción de Gracias, el año pasó en un abrir y cerrar de ojos.
Me gustaría decir que mi primera temporada de vacaciones como mujer
comprome da fue especial o memorable, pero fue más estresante que
otra cosa.
Las semanas entre el Black Friday y la Nochevieja estuvieron repletas
de trabajo, obligaciones sociales y un sin n de preguntas sobre mi próxima
boda. Dante y yo nos quedamos a dormir en casa de mis padres por
Navidad, y fue tan incómodo como me temía.
—Si mamá se preocupa más por él, la gente pensará que es ella quien
se va a casar con él —susurró mi hermana Agnes mientras nuestra madre
le daba otra copa a Dante.
Solo la llamábamos mamá entre nosotras y nunca a la cara.
—Imagina a papá negociando ese acuerdo —le susurré yo.
Nos echamos a reír.
Estábamos en el salón después de la cena de Nochebuena: mi madre y
Dante junto a la chimenea; mi hermana y yo en el sofá, y mi padre y
Gunnar, el marido de Agnes, en el otro sofá junto a la barra.
No veía mucho a Agnes ahora que vivía en Eldorra, pero siempre que
estábamos juntas volvíamos a ser adolescentes.
—Chicas, ¿quieren compar r qué es lo que os hace tanta gracia? —
preguntó nuestro padre, levantando la vista de su conversación con
Gunnar.
Alto, rubio y de ojos azules, Gunnar era el polo opuesto de mi
hermana en cuanto a aspecto, pero compar an un sen do del humor
similar y una ac tud despreocupada. Observó, con expresión diver da,
cómo mi hermana y yo nos poníamos sobrias.
—Nada es gracioso —dijimos al unísono.
Mi padre sacudió la cabeza con expresión exasperada. —Vivian, vuelve
a ponerte la chaqueta —dijo—. Hace mucho frío. Te vas a poner mala.
—No hace tanto frío —protesté—. La chimenea está encendida.
Pero me puse la chaqueta de todos modos.
Además del matrimonio, mis padres no dejaban de regañarme para
que me pusiera suficientes capas y bebiera suficiente sopa. Era uno de los
pocos ves gios de nuestra época anterior a la riqueza.
Cuando miré a Dante, me encontré con que nos observaba con los
ojos entrecerrados. Levanté una ceja y él sacudió un poco la cabeza.
No tenía ni idea de lo que eso significaba, pero mi curiosidad por su
reacción se desvaneció en el torbellino de la mañana de Navidad —en la
que Gunnar anunció que había comprado a Agnes otro poni para su casa
de campo— y el baile del legado y la planificación de la boda que
dominaron las semanas posteriores a Año Nuevo.
Antes de que me diera cuenta, estábamos a mediados de enero y mi
ansiedad había alcanzado su punto máximo.
Faltaban cuatro meses para el baile.
Faltan siete meses para la boda.
Que Dios me ayude.
—Necesitas un re ro de spa —dijo Isabella—. Nada restaura el cuerpo
como un fin de semana en el desierto lleno de masajes de tejido profundo
y yoga.
—Odias el yoga, y una vez dejaste un re ro antes de empo porque
era demasiado 'aburrido y woo woo'.
—Para mí. No para . —Isabella estaba tumbada boca abajo en el sofá
de mi despacho, con los pies en alto mientras garabateaba en su cuaderno.
De vez en cuando, es decir, cada dos minutos, se detenía para dar un sorbo
a su refresco o mordisquear un trozo de chocolate negro. Era la hora de
comer, pero dijo que no tenía mucha hambre y que no había podido pedir
comida para llevar—. Deberías llevar a Dante con go. Será una escapada
en pareja.
Levanté la vista de la tabla de asientos del Legacy Ball. —¿No se
supone que deberías estar escribiendo el próximo gran thriller en lugar de
dar consejos no solicitados sobre mi vida amorosa?
A veces, Isabella u lizaba mi despacho como oficina porque el silencio
en su apartamento era "demasiado ruidoso", lo cual me parecía bien
siempre que no me distrajera mientras yo trabajaba.
—Me estoy inspirando en la vida real. Quizá pueda escribir sobre un
matrimonio concertado que sale terriblemente mal. La esposa asesina a su
marido después de tener una aventura perver da con su sexy portero... o
no —añadió apresuradamente cuando la fulminé con la mirada—. Pero
enes que admi r que el sexo y el asesinato van de la mano.
—Solo para . —Moví las notas adhesivas con los nombres de Dominic
y Alessandra Davenport a la mesa con Kai. Mucho mejor. La úl ma
configuración tenía a Dominic sentado junto a su mayor rival—. ¿Debo
preocuparme por tus ex?
—Solo por los que me hicieron enojar.
—Esos son todos.
—¿Lo son? —Isabella era la imagen de la inocencia—. Uy.
Una sonrisa se dibujó en mis labios. Su historial de citas era una
cadena de banderas rojas que abarcaba a pilotos de carreras, fotógrafos,
modelos y, en un lapsus realmente espectacular, un aspirante a poeta con
un tatuaje de Shakespeare y una afición a soltar frases de Romeo y Julieta
durante el sexo.
El año pasado había sido su mayor descanso de los hombres desde
que la conocí. Se lo merecía.
Tratar con hombres era agotador.
Un ejemplo: mi relación con Dante. Tratar de averiguar dónde
estábamos era como tratar de encontrar mi pie en una losa de tableros de
par culas en medio del océano.
Isabella y yo volvimos a quedarnos en silencio, pero mi mente seguía
desviándose hacia cierto italiano de pelo oscuro.
Nos habíamos besado y Dante me había provocado no uno, sino dos
orgasmos alucinantes, para apagarse inmediatamente después.
No hay nada mejor que la humillación de pedirle sexo para que me
deje rada. Al menos había conseguido —espero— que toda la noche
fuera un error.
Un golpe interrumpió mi agitación interior.
—Entra.
Shannon entró sosteniendo un extravagante ramo de rosas rojas.
Debía de haber por lo menos dos docenas de ellas colocadas en un
delgado jarrón de cristal, y su aroma cubrió instantáneamente la
habitación con una dulzura empalagosa.
Isabella se incorporó, con los ojos brillantes como una reportera de la
página seis que hubiera descubierto un jugoso secreto de sociedad.
—Esto acaba de llegar para —dijo Shannon con una sonrisa de
complicidad—. ¿Dónde quieres que los ponga?
Mi corazón dio un salto en la garganta. —Mi escritorio está bien.
Gracias.
—Dios mío. —Isabella se dirigió a mi escritorio en cuanto se cerró la
puerta—. Estas rosas deben haber costado cientos de dólares. ¿Cuál es el
mo vo?
—No tengo ni idea —admi . La sorpresa y el placer se disputaban el
dominio en mi pecho.
Dante nunca me había enviado flores. Desde Bali, nuestra relación se
había suavizado hasta conver rse en una convivencia civilizada y un
ocasional tentempié nocturno compar do, pero seguíamos sin ser una
pareja "normal" ni mucho menos.
No podía imaginar por qué me enviaba rosas ahora. No era un día
fes vo, ni un aniversario, ni el cumpleaños de nadie.
—Solo porque las flores. Las mejores. —Isabella rozó con sus dedos un
pétalo aterciopelado—. ¿Quién sabía que Dante Russo era tan román co?
El placer superó la sorpresa.
Busqué entre las extravagantes flores hasta que encontré una
pequeña tarjeta con mi nombre escrito en el frente. Le di la vuelta y mi
estómago cayó en picado.
—No es de Dante.
—Entonces de quién es... oh. —Los ojos de Isabella se abrieron de par
en par cuando le mostré la nota.
Vivian,
Feliz año nuevo atrasado. Pensé en a medianoche, pero no tuve el
valor de enviarte esto hasta ahora. Espero que te vaya bien.
Con cariño, Heath.
P.D. Estoy aquí si alguna vez cambias de opinión.
Un cóctel de desilusión, malestar y confusión se me ha preparado en
el estómago. Salvo un mensaje de Feliz Navidad, no había hablado con
Heath desde el mercadillo. El hecho de que me enviara flores tenía aún
menos sen do que el hecho de que las enviara Dante.
—Con cariño, Heath. —Isabella arrugó la nariz—. Primero aparece en
Nueva York y casualmente se encuentra con go, y ahora esto. El hombre
necesita seguir adelante. Han roto hace años, y tú...
—¿Quién es Heath? —La voz de terciopelo negro arrancó mi mirada
hacia la entrada.
Traje grisáceo. Hombros anchos. Expresión tan oscura como su voz.
Mi pulso se aceleró.
Dante estaba de pie en la puerta, con una bolsa de papel marrón en la
mano, sus ojos brillando como fragmentos de vidrio volcánico contra las
suaves rosas.
Su cuerpo se mantenía peligrosamente quieto, como la calma que
precede a la tormenta.
—Um... —Deslicé una mirada de pánico hacia Isabella, que saltó del
escritorio y recogió su bolsa del suelo.
—Bueno, esto ha sido diver do, pero tengo que irme —dijo con una
voz demasiado brillante—. Monty se pone de mal humor si no le doy de
comer a empo.
Traidora, gritó mi mirada.
Lo siento, dijo ella. Buena suerte.
No volvería a dejarla trabajar en mi oficina.
Pasó junto a Dante con una torpe palmadita en el brazo y vi, con el
estómago revuelto, cómo se acercaba a mí y dejaba la bolsa de papel junto
al ramo.
Volteó la nota y la leyó sin decir palabra, su mandíbula marcando el
ritmo con cada segundo que pasaba.
—Es un regalo de Año Nuevo —dije cuando el silencio se volvió
demasiado opresivo para soportarlo—. Como las copas de champán que
nos compró mi madre.
Tic. Tic. Tic.
No había engañado a Dante ni había buscado a propósito a Heath. No
tenía nada por lo que sen rme culpable.
Aun así, mis nervios se agitaron como campanas de viento en un
tornado.
—Estas no son copas de champán, mia cara. —Dante dejó caer la nota
como se hace con un cadáver enfermo—. Tampoco son de tu madre, lo que
me lleva a mi pregunta. ¿Quién es Heath?
Inhalé una suave bocanada de coraje. —Mi ex novio.
Los ojos de Dante brillaron. —Tu ex novio.
—Sí. —No quería men r, y Dante probablemente podría averiguar
quién era Heath con el chasquido de un dedo, de todos modos.
—¿Por qué tu ex novio te envía rosas y notas de amor? —El tono
aterciopelado no cambió, pero la corriente subterránea de peligro onduló
más cerca de la superficie.
—No es una nota de amor.
—A mí me lo parece. —Si Dante apretara más los dientes, se
conver rían en polvo—. ¿Qué quiere decir con cambiar de opinión?
—Le hablé de nuestro compromiso hace unos meses. —Si estaba
diciendo la verdad, también podría decir toda la verdad—. Se presentó en
Nueva York y dio a entender que estaría abierto a darle otra oportunidad a
nuestra relación. Yo me negué. Se fue. Fin.
Los ojos de Dante estaban casi negros ahora. —Obviamente no es el
final, dado el hermoso ramo que te envió.
—Son solo flores. —Entendía por qué estaba molesto, pero lo estaba
convir endo en algo más grande de lo que era—. Son inofensivas.
—Un cabrón te envía flores, ¿y quieres decirme que son inofensivas?
—Volvió a coger la tarjeta—. Pensé en a medianoche. Espero que estés
bien. Con cariño, Heath. —El sarcasmo pesaba en el recitado—. No hace
falta ser un genio para saber qué estaba haciendo mientras pensaba en a
medianoche.
La frustración se impuso a mi sen miento de culpa. —No puedo
controlar lo que hacen o dicen los demás. Le dije que no estaba interesada
en volver a estar juntos, y se lo volveré a decir si insiste. ¿Qué quieres que
haga? ¿Pedir una orden de alejamiento contra él?
—Esa es una excelente idea.
—Esa es una idea ridícula.
—¿Aún le quieres?
La pregunta surgió de un modo tan inesperado que solo pude mirarlo
con desprecio hasta que se me ocurrió la única palabra que pude
encontrar. —¿Qué?
—¿Todavía lo amas? —El
venganza.
c-tac de la mandíbula regresó con
—Rompimos hace años.
—Eso no responde a mi pregunta.
Me moví bajo la pesada mirada de Dante.
¿Aún amaba a Heath? Me preocupaba por él y echaba de menos la
fácil relación que teníamos. Nuestra ruptura me había destrozado.
Pero ya no era la misma persona que había sido cuando éramos
novios, y el empo había conver do mi angus a en un eco lejano de lo que
había sido.
Cuando pensaba en Heath, pensaba en la comodidad de ser amada.
No pensaba necesariamente en él.
Pero si no tuviera que casarme con Dante y pudiera volver con Heath
sin enemistarme con mis padres, ¿lo haría?
Mi cabeza la a con indecisión.
—No importa —dije finalmente—. Estoy comprome da con go y no
voy a volver con Heath.
Mi respuesta solo avivó el fuego en los ojos de Dante. —No voy a
tener a mi prome da suspirando por otro hombre antes, durante o
después de la boda.
—¿Y eso qué importa? —Mi frustración burbujeó en un torrente de
palabras—. Tendrás tu acceso al mercado y tu acuerdo comercial de
cualquier manera. Deja de fingir que esto es un compromiso normal. No lo
es. Puede que nos hayamos besado y... y hayamos in mado, pero no
somos una pareja de enamorados. Me lo has dicho una y otra vez. Me
enes a mí. Pero no puedes dictar cómo me siento o en quién pienso. Eso
no forma parte del acuerdo.
El silencio reinó después de mis balbuceos, tan espeso que lo saboreé
en el fondo de mi garganta.
Dante y yo nos miramos fijamente, el aire crepitando como un cable
eléctrico deshilachado entre nosotros.
Un movimiento en falso y me quemará viva.
Me preparé para una explosión o un grito o algún po de amenaza
velada.
En cambio, tras unos segundos que parecieron horas, se dio la vuelta y
salió sin decir nada.
La puerta se cerró tras él y yo me desplomé contra mi escritorio,
repen namente agotada. Apreté los talones de mis manos contra mis ojos,
con la garganta apretada.
Cada vez que avanzábamos, retrocedíamos dos pasos.
En un momento pensé que Dante podría estar desarrollando
sen mientos por mí. Al siguiente, me dejaba fuera como un hijastro no
deseado en el frío.
El cavernícola de los viejos anuncios de Geico se comunicaba mejor
que él.
¿Qué había estado haciendo aquí de todos modos? La oficina de
Dante estaba a unas manzanas de la mía, pero nunca me había visitado en
el trabajo.
Mis ojos se fijaron en la bolsa de papel que había dejado.
Tras un momento de duda, la abrí y mi estómago se hundió de la
forma más extraña.
En el fondo de la bolsa, entre cubiertos envueltos en papel y una gran
can dad de salsas, había dos cajas de comida para llevar de mi restaurante
de sushi favorito.
22
VIVIAN
—Presta atención, mice a, o te cortarás el dedo. —Greta cacareó en
señal de desaprobación—. Nadie quiere partes humanas en su cena.
—Lo siento —murmuré. Intenté frenar mis pensamientos errantes y
volver a centrarme en la tarea que tenía entre manos.
Si mi madre pudiera verme ahora, picando ajos con un viejo jersey de
cachemira y unos vaqueros, le daría un infarto. Los Lau no se "afanaban"
en la cocina ni se ponían la ropa de la úl ma temporada, pero yo
disfrutaba de la comodidad sin sen do de cocinar.
Había invitado a Isabella y a Sloane a cenar, y habíamos decidido que
una noche de cocina de chicas sería más diver da que una sentada formal.
Teníamos razón.
La cocina olía como la parte trasera de un restaurante toscano rús co.
La salsa de tomate burbujeaba en los fogones, los cuencos con hierbas y
condimentos se alineaban en las encimeras, y la chispeante acidez de los
limones frescos añadía un toque extra a los deliciosos aromas.
En el otro extremo de la cocina, Isabella recortaba las judías verdes
mientras Sloane nos preparaba sus caracterís cos mar nis. Greta, que se
negaba a dejarnos sin supervisión, revoloteaba por la habitación,
comprobando una docena de cosas diferentes y regañándonos cuando no
preparábamos la comida correctamente.
Se sen a acogedor y normal, como un verdadero hogar.
Entonces, ¿por qué me sen a tan desubicada?
Tal vez porque tú y Dante siguen sin estar juntos, se burló una voz en
mi cabeza.
Habíamos asis do a los eventos sociales obligatorios, celebrado el día
de San Valen n en Per Se y asis do a una representación del Año Nuevo
Lunar en el Lincoln Center, pero nuestra relación en casa había sido fría y
distante desde la visita de Dante a la oficina.
No debería sorprenderme. Dante se re raba cada vez que las cosas no
salían como él quería, y yo estaba demasiado molesta por su reacción
exagerada ante las flores como para buscarlo.
Así que aquí estábamos, de nuevo en un punto muerto.
Corté el ajo con más fuerza de la necesaria.
—Toma. —Sloane apareció a mi lado y deslizó un mar ni de manzana
sobre la barra—. Para cuando termines con los cuchillos. Parece que lo
necesitas.
Reuní una pequeña sonrisa. —Gracias.
El pelo pla no de Sloane estaba enroscado en su caracterís co moño,
pero se había quitado la chaqueta y se había quitado el teléfono de la
mano. En su mundo, bien podría estar bailando descalza en un bar de Ibiza.
—¿Dónde está tu apuesto futuro marido? —preguntó Isabella—.
¿Todavía enfadado por las flores?
Estaba decidida a demostrar que Dante y yo íbamos a ser una
verdadera pareja de enamorados antes de la boda y lo mencionaba cada
vez que podía. Sospeché que tenía una apuesta con Sloane para ver quién
tenía razón, ya que la opinión de Sloane sobre el amor se situaba entre su
aprecio por las ratas del metro de Nueva York y la gente que llevaba
sandalias con calce nes.
—No está enfadado—dije, muy consciente de la presencia de Greta
con ojos de águila—. Está ocupado.
Había estado ocupado durante tres semanas. Si había una cosa en la
que Dante destacaba, era en evitar conversaciones di ciles.
—Está enfadado —dijeron al unísono Isabella, Greta y Sloane.
—Con en en mí. Crié a Dante desde que estaba en pañales. —Greta
comprobó la salsa—. Nunca conocerás a un hombre más testarudo y duro.
No lo creo.
—Pero... —Revolvió la olla con una cuchara de madera—. También
ene un gran corazón, aunque no lo demuestre. No es... bueno con las
palabras. Su abuelo, que en paz descanse, era un buen hombre de
negocios, pero no un buen comunicador. Les transmi ó esos rasgos a los
chicos.
Se me hizo un nudo en la garganta. Esa era exactamente la razón por
la que aún no había renunciado a Dante. Era un pésimo comunicador, y su
ac tud caliente y fría me hacía querer arrancarme los pelos, pero debajo
de todo eso, había alguien que valía la pena esperar.
—¿Estás hablando bien de él porque te ha instalado una televisión en
la cocina? —pregunté con ligereza.
Los ojos de Greta brillaron. —Cuando alguien te ofrece un soborno, es
de mala educación no aceptarlo.
Las risas flotaron en la cocina, pero murieron rápidamente cuando
Dante y Kai aparecieron en la puerta.
Me enderecé, el pulso me la a en la garganta. Isabella dejó de
recortar sus judías verdes mientras Sloane daba un sorbo a su bebida, con
su fría mirada observando a los recién llegados como si fueran ellos los que
entraban en su casa.
—Dante, no sabía que estarías en casa para la cena. —Greta se limpió
las manos en un paño de cocina—. La comida está casi lista. Voy a añadir
dos platos más a la mesa.
—No es necesario. Solo pasamos a recoger unos documentos. Esta
noche cenaremos en el Valhalla. —La atención de Dante no se apartó de
Greta—. También voy a volar a D.C. por negocios mañana. Estaré fuera una
semana.
—Ya veo. —Greta me miró.
Volví a centrarme en mi ajo.
El anuncio de Dante era claramente para mi beneficio, pero si no era
lo suficientemente maduro como para dirigirse a mí directamente como un
adulto, no le daría la sa sfacción de mi reconocimiento.
Junto a él, la mirada de Kai pasó por encima de mí y de Sloane hasta
llegar a Isabella, que estaba sentada en el taburete más cercano a la
entrada. Su falda de cuero, sus pendientes y sus botas de tacón de aguja
eran el polo opuesto de su traje, sus gafas y su pañuelo de seda me do en
el bolsillo del pecho.
Arqueó una ceja ante su escru nio antes de arrancar un tomate cherry
del cuenco que tenía al lado y metérselo en la boca. No apartó la mirada de
él, haciendo que el movimiento, por lo demás inocente, fuera casi sexual.
Kai observó su espectáculo con la expresión aburrida de alguien que
espera en la cola de la oficina de correos.
A su lado, Dante permanecía en la puerta, silencioso e inmóvil.
El reloj avanzaba hacia la media hora. Las salsas burbujeaban y
siseaban en la estufa, y mi cuchillo picaba a un ritmo constante contra la
tabla de cortar.
La tensión era casi tan densa como el fetuccini caracterís co de Greta.
Greta se aclaró la garganta. —Bueno, que tengas un buen vuelo a D.C.
Trae un recuerdo o dos, ¿eh? Estoy segura de que la gente de la casa lo
apreciará.
Deslizó otra mirada en mi dirección.
Muy bien, Greta.
—Lo tendré en cuenta —dijo Dante con rigidez—. Disfruta de la cena.
Se fue sin dedicarme una mirada.
—Señoras. —Kai bajó la cabeza antes de seguirle.
Su salida cortó la tensión que nos mantenía como rehenes.
Dejé caer mi cuchillo, y Greta murmuró algo en voz baja mientras
sacaba la carne del horno.
—Necesito agua. —Isabella se bajó del taburete y se dirigió a la
nevera, con las mejillas sonrosadas.
Me quedé mirando la tabla de cortar, tratando de ordenar mi
desorden de emociones.
Ya debería haberme acostumbrado a los viajes de negocios de Dante,
pero la no cia de su próximo viaje me dolió más de lo debido. Aunque no
habláramos, su presencia era un cálido consuelo en el apartamento.
Siempre hacía un poco más de frío cuando no estaba en casa.
23
DANTE & VIVIAN
DANTE
No necesitaba visitar D.C.
Podría haber llevado a cabo mis asuntos allí de forma virtual, pero
agradecí el descanso del tenso ambiente en casa. También aproveché para
ver cómo estaba Chris an, a quien había encargado un nuevo proyecto
además de la situación de Francis.
Estaba tumbado en el sofá frente a mí, con los ojos fríos. Estábamos
en la biblioteca de su á co en el centro de la ciudad y habíamos pasado la
úl ma hora hablando de Valhalla, de negocios y de seguridad. Pero a juzgar
por su expresión, seguía enfadado por lo que había pasado antes en el
ves bulo.
Me limité a besar la mano de uno de sus vecinos, uno por el que
parecía tener un interés especial.
No todos los días veía a Chris an Harper agonizar por una mujer, y
que me aspen si lo dejaba pasar sin joderle.
Lo superaría. Ni siquiera estaban saliendo.
—Heath Arne . Director general de una empresa de almacenamiento
en la nube que saldrá a bolsa a finales de este año —dijo ahora. Levantó
una ceja—. ¿Desde cuándo te interesa el almacenamiento en la nube?
La mención del nombre de Heath borró mi diversión ante la respuesta
de Chris an a un simple besamanos.
Pensé en
a medianoche. Con cariño, Heath.
Algo oscuro y no deseado serpenteó por mi pecho.
—No te hagas el tonto. —Tiré el resto de mi bebida y dejé el vaso de
cristal en una mesa auxiliar cercana—. ¿Has encontrado algo bueno?
Le había pedido a Chris an que inves gara los antecedentes de Heath.
No le costó nada averiguar el nombre completo de Heath, así como todo lo
relacionado con su trabajo, su familia y sus aficiones.
Una educación estándar de clase media americana. Estudió en
Columbia, donde Heath conoció a Vivian. Una carrera ascendente como
desarrollador de so ware antes de fundar un startup que en ese momento
iba viento en popa.
Pero eso era lo más brillante, el nivel superior. Yo quería los bajos
fondos.
Chris an sonrió. Pocas cosas le animaban más que sacar los
esqueletos del armario de alguien. —Existe la posibilidad de que haya
estado involucrado en ac vidades cues onables que condujeron al
crecimiento de su empresa. No criminales, pero sí cues onables. Lo
suficiente como para impactar severamente en el rendimiento de su OPI.
—Bien. Ocúpate de ello antes de que salgan a bolsa.
Alcancé el agua junto a mi whisky vacío, pero no hizo nada para
calmar el ardor en mi sangre.
—Por supuesto. —Chris an me observó, con un brillo diver do en sus
ojos ambarinos—. No has respondido a mi pregunta anterior. ¿Por qué te
preocupa tanto ese Heath? No puede ser porque es el ex novio de Vivian.
El hombre del que estaba locamente enamorada hasta que sus padres la
obligaron a romper con él porque no procedía del nivel de dinero de los
Russo. —Chris an agitó su bebida en el vaso—. He oído que le envió rosas
después de Año Nuevo. Bonitas.
El ardor se intensificó.
—Él sabe que Vivian es mi prome da, y le envió flores de todos
modos. Es una falta de respeto.
No le había contado a Chris an lo del Club Valhalla, ni lo de Bali, ni
ninguno de los cambios en mi relación con Vivian. Darle esa información
sería como entregarle dinamita a un niño pequeño con ganas de destruir.
Por desgracia, el cabrón tenía un radar inquietantemente preciso
cuando se trataba de las debilidades de los demás.
No es que Vivian fuera mi debilidad.
—Hmm. —Una sonrisa de complicidad apareció en la boca de
Chris an—. Esa es una razón. Otra razón, que me inclino más a creer, es
que estás empezando a desarrollar sen mientos por tu encantadora futura
esposa.
—Deja el whisky, Harper. Está nublando tu juicio —dije fríamente—.
Vivian es más tolerable de lo que había previsto en un principio, pero nada
ha cambiado. No tengo intención de casarme con ella ni de atarme a los
Lau.
Por alguna razón, el sen miento sabía menos dulce que hace seis
meses. La amargura adornaba las palabras como si hubieran sido
manchadas por el engaño, aunque lo que había dicho era en serio.
Vivian me atraía. Había aceptado eso de mí mismo. Incluso me
gustaba, pero no lo suficiente como para aceptar el chantaje de su padre.
No importaba, de todos modos. Una vez que demoliera el imperio de
su padre, ella no querría tener nada que ver conmigo. Era demasiado leal a
su familia. Tal era el costo de los negocios.
Me picaba la nuca.
Me subí las mangas, deseando que no hiciera tanto calor aquí.
Chris an debía de tener la calefacción a tope.
—Si tú lo dices —dijo—. No te preocupes, estamos cerca. Pronto te
librarás de toda su familia y podrás volver a tener tu casa para .
Un extraño dolor se apoderó de mi pecho.
—Estoy deseando que llegue —dije secamente. Me serví otra copa de
Glenlivet, pero una llamada entrante me interrumpió antes de que pudiera
dar un sorbo.
Edward.
Nunca llamaba a menos que hubiera una emergencia. ¿Le había
pasado algo a Vivian?
El hielo me recorrió las venas.
Me excusé rápidamente y salí al pasillo.
—¿Qué pasa? —Pregunté una vez que Chris an estuvo fuera del
alcance del oído—. ¿Está Vivian bien?
—La señorita Vivian está bien —me aseguró Edward—. Sin embargo,
ha habido un… —Dejó escapar una pequeña tos—. Asunto que pensé que
debería conocer. Tiene una visita.
Esperé impaciente a que terminara. Vivian recibía visitas todo el
empo. Ninguna de ellas jus ficaba una llamada telefónica, a menos que...
—Por lo que he deducido, es un an guo novio. Creo que se llama
Heath.
Tardé un rato en asimilar las implicaciones. Una vez que lo hicieron, la
furia se deslizó bajo mi piel como un veneno lento y rastrero.
¿Qué coño hacía Heath en mi casa? Se suponía que estaba en la
maldita California.
Iba a asesinar a Chris an. Debía saber que Heath estaba en Nueva
York y no había dicho nada al respecto.
—Normalmente, no le molestaría con un asunto así, pero insis ó
bastante en ver a la señora Vivian. Ella accedió a dejarlo entrar, pero... —
Otra tos delicada—. Dada su inesperada llegada, quería alertarle.
La sangre retumbó en mis oídos, distorsionando la voz de Edward.
Yo estaba en D.C.
Vivian estaba en Nueva York con su ex.
Me decidí en dos segundos.
—Vigílalos y no dejes que se vaya hasta que yo esté en casa —ordené
—. Vuelvo en avión esta noche.
Era un vuelo comercial de ochenta minutos entre las ciudades. Mi
avión podía hacerlo en cincuenta.
—Sí, señor.
Colgué y volví a entrar en la biblioteca. Una parte de mí quería
estrangular a Chris an por ocultarme información a propósito, pero tenía
un asunto más urgente.
—Tengo que volver a Nueva York. —Cogí mi chaqueta del respaldo del
sofá—. Hay un... asunto personal del que tengo que ocuparme.
Chris an levantó la vista de su teléfono y se lo me ó en el bolsillo. —
Lamento escuchar eso —dijo suavemente—. Te acompaño a la salida.
Unas punzadas de ira y algo más vibraron bajo mi piel en nuestro
camino hacia el ves bulo.
Miedo.
¿De qué coño tenía miedo? Heath quería una segunda oportunidad
con Vivian; no la las maría sicamente. Confiaba en que Edward manejaría
la situación; una llamada suya y mi equipo de seguridad domés ca haría
que Heath deseara no haber pisado nunca el este de las Rocosas.
Pero, ¿y si Vivian quería verlo? Nuestra relación no había sido la más
cálida desde nuestra discusión en la oficina. Ella podría haber llamado a
Heath mientras yo estaba fuera. Heath podría estar convenciéndola para
que le diera otra oportunidad en este momento.
No debería importar, considerando que nuestra relación estaba
condenada desde el principio.
Pero por alguna razón desconocida, lo hizo.
Chris an y yo llegamos a la puerta principal.
—Este asunto personal... —dijo mientras yo salía al pasillo—. No será
que el ex novio de Vivian se presenta en tu casa, ¿verdad?
La sorpresa detuvo mis pasos, seguida de una fría ráfaga de furia. Me
giré y mi mirada se clavó en Chris an. —¿Qué coño has hecho, Harper?
—Me limité a facilitar un reencuentro entre tu prome da y un viejo
amigo —dijo despreocupadamente—. Ya que disfrutaste tanto bromeando
conmigo, pensé en devolverte el favor. Ah, ¿y Dante? —Su sonrisa carecía
de cualquier a sbo de humor—. Vuelve a tocar a Stella y ya no tendrás
prome da.
La puerta se cerró de golpe en mi cara.
El rojo salpicó mi visión hasta cubrir las paredes y el suelo de carmesí.
Ese imbécil.
En circunstancias normales, no dejaría pasar su amenaza, pero no
tenía empo para sus gilipolleces.
Ya me encargaría de Chris an más tarde.
Tardé diez minutos en llegar a mi avión, cincuenta en aterrizar en
Nueva York y otros treinta en llegar a mi apartamento.
Tiempo de sobra para que mi furia llegara a un punto de ebullición.
Debería haber manejado la situación de Heath yo mismo en lugar de
delegar en Chris an. Era bueno en su trabajo, pero u lizaba como arma
toda la información que tenía a su disposición.
Además, estaba el maldito Heath. No había recibido ninguna
información urgente de Edward, pero la idea de que estuviera tan cerca de
Vivian durante casi dos horas me ponía los dientes largos.
Cuando llegué a mi apartamento, Edward me recibió en la puerta, con
el rostro cuidadosamente inexpresivo. —Buenas noches, señor.
—¿Dónde están?
No pestañeó ante mi cortante respuesta. —En el salón.
Me fui antes de que la úl ma palabra saliera completamente de su
boca.
¿Qué podrían haber estado haciendo Heath y Vivian todo este
empo? ¿De qué hablaban? ¿Habían estado en contacto desde que él le
envió aquellas rosas?
Me detuve en la puerta del salón. Mis ojos encontraron
inmediatamente a Vivian, que estaba apoyada contra la pared junto a la
chimenea. Heath se alzaba sobre ella y su cuerpo la ocultaba parcialmente.
El fuego se encendió en mis entrañas.
Caminé hacia ellos, con mis pasos silenciosos sobre la gruesa
alfombra, con los músculos enroscados en cada zancada.
—Ya te he dicho que no te he mandado ningún mensaje. —La suave
exasperación de Vivian llegó a mis oídos cuando me acerqué. Ninguna de
las dos se dio cuenta de mi llegada—. No sé qué ha pasado, pero el
mensaje no es mío.
—No enes que men rme. —La voz de Heath me punzó la piel como
pequeñas y molestas avispas. Quería meter la mano en su garganta y
arrancarle la lengua—. No quieres casarte con Dante. Ambos lo sabemos.
Solo estás con él por tus padres. Mira, solo... solo espera hasta mi OPI, ¿de
acuerdo? Aplaza la boda.
—No puedo hacer eso. —La exasperación se convir ó en cansancio—.
Me preocupo por , Heath. Siempre lo haré. Fuiste mi primer amor. Pero
no... no puedo hacerle eso a Dante o a mi familia.
—¿Era? —La voz de aguja se tensó.
—Heath...
—Todavía te quiero. Ya lo sabes. Siempre te he querido. Si no fuera
por tus padres... —Su cabeza bajó—. Maldita sea, Viv. Se suponía que
íbamos a ser nosotros.
—Lo sé. —El grosor de su voz hizo que se me retorcieran las tripas—.
Pero no es así.
—¿Lo amas?
Mis tripas se retorcieron aún más ante la larga pausa de Vivian.
—No lo haces —dijo Heath—. Si lo hicieras, no dudarías.
—No es tan sencillo.
Ya había escuchado suficiente.
—La próxima vez que intentes robarle la prome da a un hombre —
dije, mi voz mortalmente calmada a pesar de la rabia que me atravesaba—.
No seas tan estúpido como para hacerlo en su casa.
Heath se dio la vuelta.
La sorpresa se reflejó en sus ojos, pero no tuvo oportunidad de
reaccionar antes de que yo echara el brazo hacia atrás y le diera un
puñetazo en la cara.
~
VIVIAN
Un crujido nauseabundo rasgó el aire, seguido de un aullido de dolor.
La sangre brotó de la nariz de Heath, y el olor a cobre empapó mi entorno,
filtrándose bajo mi piel y dejándome inmóvil.
Solo pude observar, horrorizada, cómo Dante levantaba a un Heath
balbuceante por el cuello y lo inmovilizaba contra la pared.
La ira dibujó líneas duras en el rostro de Dante, endureciendo su
mandíbula y convir endo sus pómulos en barras de tensión contra la luz
del fuego. Sus ojos estaban llenos de una furia que ardía lentamente, del
po que se acercaba sigilosamente y te aniquilaba antes de que supieras
que había llegado.
Siempre había sido in midante, pero en ese momento parecía más
grande que la vida, como si el mismísimo diablo hubiera salido del infierno
para exigir su venganza.
—Me importa un carajo cuánto empo se conocen Vivian y tú o
cuánto empo hace que salían juntos. —El suave gruñido de Dante hizo
que el hielo pa nara por mi columna vertebral—. No la tocas. No hablas
con ella. Ni siquiera piensas en ella. Si lo haces, te romperé cada puto
hueso de tu cuerpo hasta que tu propia madre no te reconozca.
¿En endes?
Gotas de carmesí goteaban de la barbilla de Heath por su camisa.
—Estás loco —escupió. A pesar de su bravuconería, sus pupilas eran
del tamaño de una moneda. El miedo se filtró de él, casi tan potente como
el olor de la sangre—. Te demandaré por agresión.
La sonrisa de Dante era aterradora en su calma. —Puedes intentarlo.
Apretó la camisa de Heath, con los nudillos ya magullados por la
fuerza del puñetazo.
El aire se agudizó con una violencia fresca e inminente, lo suficiente
como para sacarme finalmente de mi estupor congelado.
—Para. —Encontré mi voz justo cuando Dante re ró su brazo para dar
otro puñetazo—. Suéltalo.
No se movió.
—Ahora.
Pasó un fuerte la do antes de que soltara a Heath, que se desplomó
en el suelo, tosiendo y agarrándose la nariz. A juzgar por el chasquido de
antes, tenía que estar rota, pero me resultaba di cil despertar la
compasión después de lidiar con él durante las úl mas dos horas.
—Esto no es un pa o de colegio —dije—. Los dos son adultos. Actúen
como tal.
Mi día ya había sido una mierda. Primero, alguien derramó café sobre
mi flamante ves do blanco de Teoría durante mi recorrido matu no para
tomar café con leche. Luego, me enteré de que una tubería se había roto
en el lugar original del Legacy Ball. El lugar se había inundado y tardaría
meses en ser reparado, lo que significaba que tenía tres meses para
encontrar y trasladar todos los prepara vos de la gala a un nuevo lugar que
1) estuviera disponible con tan poco empo de antelación 2) se ajustara a
mi presupuesto, y 3) tuviera el espacio y la grandeza necesarios para
acoger a quinientos
extremadamente crí cos.
invitados
extremadamente
exigentes
y
Llegué a casa con la esperanza de relajarme, solo para que Heath
apareciera en la puerta divagando sobre un texto que supuestamente le
había enviado, diciéndole que quería reconciliarme.
Ahora, mi prome do y mi ex-novio se estaban lanzando al cuello, y
había sangre goteando por todas partes.
No hace falta decir que mis reservas de simpa a estaban bajo
mínimos.
—Heath, deberías ir a que te miren la nariz. —Cada segundo que él y
Dante permanecían en la misma habitación era otra oportunidad para más
problemas.
Iría con él al hospital, pero teniendo en cuenta el estado de ánimo
actual de Dante, ofrecerme a ir con él le haría más daño que ayuda.
Heath me miró, con los ojos torturados. —Viv...
Un estruendo de advertencia emanó del pecho de Dante.
—Vete —dije—. Por favor.
Abrió la boca como si fuera a decir algo más, pero la mirada de muerte
de Dante hizo que se levantara y saliera de la habitación sin decir nada
más.
Esperé a oír el portazo de la puerta principal antes de arremeter
contra el otro hombre exasperante y con migraña de mi vida.
—¿Qué te pasa? ¡No puedes ir por ahí pegando a la gente!
Probablemente le hayas roto la nariz.
—Puedo hacer lo que quiera —dijo Dante, la imagen de la falta de
remordimiento—. Se lo merecía.
Un dolor de cabeza se acumuló detrás de mis sienes.
—No, no puedes. No cia de úl ma hora, tener dinero no te absuelve
de las consecuencias. Hay una... una forma correcta de hacer las cosas que
no incluye la violencia. Tienes suerte si no te demanda por agresión.
—¿Tengo suerte? —Dante gruñó—. Tiene suerte de que no le haya
roto algo más que la nariz por entrar en mi casa e intentar arruinar nuestro
compromiso.
—No estoy diciendo que tenga razón. Estoy diciendo que había una
mejor manera de manejar la situación que abrirse a una acusación de
agresión.
Dante tenía suficientes abogados y dinero para librarse de esa
acusación como si nada, pero ese no era el punto. Era el principio del
asunto.
—Te estaba tocando. —Los ojos de Dante se oscurecieron hasta la
medianoche—. ¿Querías que te tocara?
Por el amor de Dios.
—No puedes hacer eso —dije con los dientes apretados—. No puedes
irrumpir y actuar como un prome do celoso cuando has estado
ignorándome durante semanas. Intenté hablar con go sobre Heath
después de las flores. Te negaste y huiste a D.C.
Sus labios se adelgazaron. —No te he ignorado y no me he ido a
Washington.
—Me diste la espalda, evitaste el contacto visual y verbal, y te
comunicaste en gruñidos cavernícolas o a través de un tercero como
mucho. Esa es la definición de libro de texto de ignorar.
Dante me miró fijamente, con la cara de granito.
La frustración burbujeó en mi pecho y subió por mi garganta.
—Te abres, luego te cierras. Me besas y luego te vas. Llevamos meses
haciendo este baile de idas y venidas, y estoy harta. —Levanté la barbilla,
con el corazón temblando bajo un ataque de nervios—. Solo quiero saber,
de una vez por todas. ¿Sigue siendo solo un negocio, o es algo más?
Un músculo se flexionó en la mandíbula de Dante. —No importa. Nos
vamos a casar de cualquier manera.
—Sí importa. No voy a jugar más a este juego con go. —Mi
frustración se transformó en ira, convir endo mis palabras en cuchillas—.
Si esto es un negocio, lo trataremos como tal. Produciremos un heredero,
sonreiremos para las cámaras en público y viviremos nuestras vidas por
separado en privado. Eso es todo.
No era la vida que yo hubiera elegido, pero estaba demasiado me da
en esto como para echarme atrás. Al menos entonces, sabría a qué
atenerme y ajustaría mis expecta vas en consecuencia.
Ya no tendría que sobreanalizar cada migaja de in midad, buscando
algo que no exis a. Ya no me aferraría a la esperanza de que Dante
cambiara y yo fuera una de las afortunadas cuyo matrimonio concertado se
convir era en amor.
—¿Vivir nuestras vidas por separado en privado? —La voz de Dante
bajó a un decibelio peligroso—. ¿Qué coño significa eso?
—Significa exactamente lo que parece. Hacemos lo que queremos,
discretamente, y no cues onamos al otro sobre ello mientras no afecte a
nuestra... imagen pública.
Mis palabras vacilaron ante la tormenta que se acumulaba en sus ojos.
—¿Estás hablando de una aventura, Vivian?
La piel de gallina brotó alarmada sobre mi pecho y mis hombros.
—No, y no se trata de eso. Responde a mi pregunta. ¿Se trata de un
negocio, o es algo más?
Permaneció en silencio.
—Heath se equivocó por lo que intentó hacer, pero tú estás molesto
porque... ¿por qué? ¿Te sientes amenazado? ¿Territorial? —Mis uñas se
clavaron en mis palmas—. No soy un juguete, Dante. No puedes rarme a
un lado y recogerme solo cuando alguien más me quiera.
—No creo que seas un juguete —me dijo.
—Entonces, ¿por qué te importa? ¿Por qué le diste un puñetazo a
Heath cuando fuiste tú quien me dijo que dejara nuestros sen mientos
fuera de esto?
Más silencio. Las cuerdas de su cuello se tensaban visiblemente contra
su piel.
La tensión era tan densa que podía saborearla en mi garganta, pero
seguí adelante, sin estar dispuesta a dejar que se librara tan fácilmente.
—Solo estamos juntos por un trato que hiciste con mi padre. ¿Qué te
importa si mi ex vuelve a aparecer en mi vida? Sabes que la boda seguiría
adelante de cualquier manera —dije—. ¿Tienes miedo de que rompa el
compromiso? ¿Huir con Heath y dejarte con cara de tonto delante de tus
amigos? ¿Por qué te importa?
—¡No lo sé! —La fuerza de su respuesta me dejó en silencio.
La máscara de granito de Dante se resquebrajó, revelando el tormento
que había debajo.
—No sé por qué me importa. Solo sé que me importa, y lo odio. —El
odio a sí mismo cubrió su voz.
—Odio la idea de que toques a otra persona, o de que otra persona te
toque a . Odio que otras personas puedan hacerte reír de una manera
que yo no puedo. Odio cómo me siento cerca de , como si fueras la única
persona que puede hacerme perder el control cuando yo. no. pierdo. el.
control.
Cada palabra, cada paso lo acercaba hasta que mi espalda se apretó
contra la pared y el calor de su cuerpo envolvió el mío.
—Pero lo hago. —Su voz bajó, volviéndose áspera—. Con go.
La sangre me retumbó en los oídos, amor guando sus palabras hasta
que me vi sumergida y ahogada en un mar de emociones.
La conmoción, la esperanza, el miedo, la euforia, la incer dumbre... se
mezclaron hasta que fueron indis nguibles unas de otras.
—No lo sé no es suficiente —susurré.
En otro empo, lo habría sido. Pero hacía
pasado ese marcador.
empo que habíamos
La mandíbula de Dante se tensó. Así de cerca, podía ver los toques de
oro en sus ojos, como motas de luz en un mar de oscuridad.
—Heath dijo que aún te ama. Lo suficiente como para ir en contra de
tus padres, y de mí, para estar con go. Pero rompieron hace dos años y no
hizo nada al respecto hasta que se enteró de que estabas prome da. —La
oscuridad le quitó el protagonismo a la luz—. ¿Quieres saber la verdad,
Vivian? Si yo te amara tanto como él dice amarte, nada me habría
impedido quedarme con go.
No me di cuenta hasta ese momento de lo fácil que era que una
simple frase disolviera los hilos que mantenían unido mi mundo.
Si yo te amara tanto como él dice amarte, nada me habría impedido
quedarme con go.
—Si —respiré, con la garganta insoportablemente apretada—.
Hipoté camente.
El oro desapareció por completo, dejando charcos de medianoche a su
paso.
Una sonrisa sardónica. —Sí, mia cara. —La calidez rozó mis labios—.
Hipoté camente.
Los la dos de mi corazón se ralen zaron.
El empo se suspendió durante un breve y agonizante momento, lo
suficiente para que nuestras respiraciones se entremezclaran.
Entonces un gemido rompió el hechizo, seguido de una maldición en
voz baja.
Fue la única advertencia que recibí antes de que Dante me atrajera
hacia él y estrellara su boca contra la mía.
24
VIVIAN
Debería apartarlo.
Aún no habíamos resuelto el meollo de nuestros problemas, y un beso
—o más— solo complicaría más las cosas.
Debería apartarlo.
Pero no lo hice.
En lugar de eso, enhebré mis dedos en su pelo y sucumbí al hábil
asalto a mis sen dos.
El firme agarre en mi nuca. La presión experta de sus labios. La forma
en que el cuerpo de Dante se amoldaba al mío, todo músculo duro y calor.
Su boca se movía sobre la mía, caliente y exigente. El placer empañó
mis sen dos cuando el rico y atrevido sabor de él invadió mi boca.
Nuestro beso en Bali había sido apasionado pero impulsivo. ¿Esto?
Esto era duro. Primordial. Adic vo.
Mis preocupaciones de ese mismo día se desvanecieron, e
ins n vamente curvé mi cuerpo hacia el suyo, buscando más contacto,
más calor, más.
Había besado a muchos hombres a lo largo de los años, pero ninguno
me había besado así.
Como si fuera un conquistador empeñado en romper mis defensas.
Como si estuvieran atrapados en el desierto y yo fuera su úl ma
esperanza de salvación.
Un suave jadeo se escapó cuando Dante enganchó mis piernas
alrededor de su cintura y me sacó de la habitación sin romper nuestro
beso.
A sbos borrosos de cuadros con marcos dorados y apliques dorados
pasaron por mi visión periférica mientras nos guiaba por el laberinto de
pasillos.
Cuando llegamos a su habitación, cerró la puerta de una patada y me
dejó en el suelo, con su respiración tan agitada como la mía.
En cualquier otra circunstancia, habría saboreado mi primera vez en
su santuario privado, pero solo percibí una leve impresión de roble caro y
carbón antes de que su boca volviera a estar sobre la mía.
Le quité la chaqueta de los hombros mientras él me bajaba la
cremallera del ves do. Nuestros movimientos eran frené cos, casi
desesperados, mientras nos quitábamos la ropa.
Su camisa. Mi sujetador. Sus pantalones.
Se cayeron a rones, dejando solo el calor y la piel desnuda.
Nos separamos para que Dante pudiera ponerse un condón, y se me
secó la boca al ver lo que tenía delante. Lo había visto sin camiseta en Bali,
pero esto era diferente. Su cuerpo estaba esculpido con tal perfección que
casi esperaba encontrar la firma de Miguel Ángel al acecho en uno de sus
cincelados abdominales.
Hombros anchos. Pecho musculoso. Piel bronceada y una tenue capa
de pelo negro que se estrechaba hasta...
Oh, Dios.
Su polla sobresalía, enorme y dura, y la mera idea de que estuviera
dentro de mí hizo que dos frisones de aprensión y an cipación recorrieran
mi estómago.
No había forma de que cupiera. Era imposible.
Cuando por fin volví a mirar a los suyos, sus ojos ya estaban centrados
en mí, oscuros y ardientes de calor.
Una llama fundida me recorrió la columna vertebral cuando me hizo
girar para que su erección se clavara en mi espalda.
Un espejo de cuerpo entero colgaba de la pared frente a nosotros,
reflejando mis ojos brillantes y mis mejillas sonrojadas mientras Dante me
palmeaba los pechos, los apretaba suavemente y hacía rodar mis pezones
entre sus dedos hasta que se ponían rígidos.
La lujuria, la expectación y una pizca de vergüenza se agolparon en mi
estómago. Verle explorar mi cuerpo, su tacto casi arrogante en su perezosa
seguridad, era de algún modo más ín mo que el sexo real.
—No deberías haber dejado que te tocara, mia cara. —La suave voz
de Dante hizo que mi piel se estremeciera un segundo antes de que
pellizcara los sensibles picos, con fuerza.
Me sacudí ins n vamente ante la sacudida de dolor y placer.
—Yo no... —Mi respuesta se convir ó en un suspiro cuando me me ó
una mano entre las piernas.
—¿Quieres saber por qué? —con nuó, como si yo no hubiera
intentado responder.
Mis dientes se clavaron en el labio inferior. Sacudí la cabeza y mis
caderas se agitaron cuando él presionó su pulgar contra mi clítoris.
—Porque eres mía. —Sus dientes marcaron mi cuello—. Llevas mi
anillo. Te has corrido en mi cara y en mi mano. Vives en mi cabeza todo el
puto empo, aunque no quiera... —Su palma se deslizó hasta mi cadera,
donde sus dedos cavaron surcos en mi piel—. Y Dios, quiero cas garte por
volverme tan malditamente loco. Cada. Jodido. Día.
No tuve la oportunidad de registrar completamente su úl ma frase
antes de que se abalanzara sobre mí y me arrancara un grito de la
garganta.
Estaba tan mojada que se deslizó dentro de mí sin oponer mucha
resistencia, pero la sensación fue tan repen na e intensa que me apreté
sin pensarlo.
Exhaló un suspiro, pero no se movió hasta que mi cuerpo se aclimató a
su tamaño y mis gemidos de incomodidad desaparecieron. Solo entonces
se re ró y volvió a introducirse.
Lentamente al principio, luego más rápido y más profundo hasta que
estableció un ritmo que hizo que mis rodillas se doblaran.
Todos los pensamientos desaparecieron de mi mente mientras me
penetraba tan profundamente que llegaba a puntos que no sabía que
exis an.
Mis ojos se cerraron, pero volvieron a abrirse cuando una mano se
cerró alrededor de mi cuello.
—Abre los ojos —gruñó Dante—. Mírate en el espejo cuando te esté
follando.
Lo hice. La visión que me recibió fue casi suficiente para hacerme caer
en el abismo. Mis pechos rebotaban con cada embes da, y mis ojos
estaban vidriosos de lujuria y lágrimas no derramadas mientras él me
arrancaba cada gramo de placer. Un flujo interminable de gemidos y
quejidos brotó de mi boca entreabierta.
No parecía la chica buena y respetable que me habían criado.
Parecía deseosa y necesitada, y más allá de la comprensión.
Mi mirada se fijó en la de Dante en el espejo.
—¿Te gusta esto? —se burló—. ¿Verme destrozar tu coño mientras te
deshaces en mi polla?
Mis pulmones no recibían suficiente oxígeno para responder con algo
más que un ruido estrangulado.
La follada era demasiado intensa, y lo único que quería era que
siguiera. Que me empujara más y más hasta que me estrellara contra el
precipicio que se avecinaba.
—Soy el único que puede verte así. —Su voz se volvió áspera—. Tú —
embes da—. Eres —embes da—. Mi —embes da—. Esposa.
La fuerza de su follada aumentaba con cada palabra hasta que la
úl ma embes da me lanzó hacia delante. Si no fuera por su agarre, me
habría derrumbado en el suelo.
—Todavía no soy... tu esposa —logré decir por encima del estruendo
de mi corazón.
El agarre de Dante me rodeó la garganta. —Tal vez no —dijo en tono
sombrío—. Pero eres mía. Me preguntaste si todavía era solo un negocio...
—Sacó su polla lentamente, dejándome sen r cada cen metro de ella,
antes de volver a meterla de golpe. Las sensaciones eléctricas se
dispararon a través de mí, convir endo mi cuerpo en un cable vivo—. ¿Esto
se siente como un negocio?
No, no lo es.
Se sen a como una esperanza.
Se sen a como el deseo.
Se sen a como la ruina y la salvación, todo en uno.
El ritmo de Dante disminuyó, pero el poder de cada empuje siguió
siendo vicioso. Sin embargo, sus siguientes palabras contenían una sombra
de vulnerabilidad que me dejó sin aliento.
—No sabes lo que me haces. —La crudeza de su voz coincidía con el
deseo de sus ojos, oscuros e insondables y tan viscerales que lo sen en
mis huesos.
Fueron esa mirada y esas palabras, pronunciadas con esa voz, las que
finalmente me llevaron al límite.
Me corrí con un grito agudo y mi cuerpo se estremeció alrededor del
suyo. Él no tardó en hacerlo, con su polla palpitando dentro de mí hasta
que los dos quedamos exhaustos y jadeantes.
Nos aferramos el uno al otro, y nuestras respiraciones se fueron
apagando al unísono a medida que íbamos bajando.
—Míranos, mia cara. —La suave orden de Dante rozó mi piel.
Lo hice.
Nuestros reflejos nos devolvieron la mirada, aturdidos y resbaladizos
por el sudor. Sus brazos me rodearon por detrás y su mejilla se apretó
contra la mía cuando nuestras miradas se conectaron en el espejo.
Algo que era a la vez dolor y plenitud ró de mi corazón.
Lo que habíamos tenido no era sexo suave y emocional, al menos no
en la superficie. Pero debajo de las manos ásperas y las palabras sucias,
había estallado una tormenta de emociones que había trastornado toda
nuestra relación.
Seis meses de frustración contenida, lujuria, ira y todo lo demás, todo
desatado en una noche.
No sabría las consecuencias hasta la mañana siguiente.
Pero sabía que no había vuelta atrás a la forma en que las cosas solían
ser.
25
VIVIAN
La luz de la madrugada proyectaba suaves sombras en el suelo. La
quietud pesaba en el aire, y cada movimiento sonaba demasiado fuerte
mientras me levantaba del colchón.
Eran las siete y cinco, lo más temprano que me había despertado en
un fin de semana desde mi vuelo al amanecer a Eldorra para la boda de
Agnes años atrás, pero necesitaba irme antes de que Dante se despertara.
Mis pies rozaron la alfombra.
—¿Adónde vas? —El rugido somnoliento de la voz de Dante me tocó
la espalda.
Me quedé helada, los dedos de los pies se enroscaron en la felpa de
triple capa mientras mi corazón se ponía al galope.
Mantén la calma. Mantén la calma.
Aunque su voz despertara un sin n de recuerdos de po sexual.
Mírate en el espejo cuando te esté follando.
¿Te gusta esto? ¿Verme destrozar tu coño mientras te deshaces sobre
mi polla?
El calor me recorrió las mejillas, pero intenté mantener una expresión
neutral cuando me giré.
Dante estaba sentado contra el cabecero de la cama, con las sábanas
de seda arrugadas alrededor de la cintura. Una suave extensión de piel
olivácea se extendía sobre los desnudos y esculpidos planos de sus
hombros y se estrechaba hasta la delgada cintura. Su corte en V se
perfilaba bajo las sábanas como una invitación a con nuar donde lo
dejamos la noche anterior.
Levanto la mirada para encontrar sus ojos esperando los míos. Una
sonrisa de complicidad se dibujó en sus labios mientras se inclinaba hacia
atrás, rezumando arrogancia casual y pura sa sfacción masculina.
Bastardo engreído.
Sin embargo, eso no impidió que las mariposas se me agolparan en el
estómago.
—Me voy a trabajar —dije sin aliento, recordando su pregunta—. La
crisis del balón del legado. Es urgente.
—Es sábado.
—Las crisis no funcionan con el horario de la semana laboral. —Tiré
discretamente del dobladillo de mi top.
Llevaba una de las viejas camisetas de la universidad de Dante, y caía
en algún lugar entre el escándalo y la mitad del muslo.
Sus ojos bajaron y se oscurecieron.
El calor se extendió desde mi cara hasta algún lugar al sur de mi
estómago.
—Quizá no, pero no es por eso por lo que te escapas de mi cama a las
siete de la mañana, mia cara. —Parte del sueño se evaporó de su voz,
dejando atrás el raso y el humo.
—¿No? —Mi voz chirrió como la bisagra de una puerta que necesita
aceite.
—No. —Su mirada volvió a encontrarse con la mía. El desa o brillaba
en sus profundidades.
¿Quién es el que huye ahora?
Las palabras no pronunciadas se hundieron en mis huesos.
—Querías hablar —dijo—. Hablemos.
Me tragué los nervios alojados en mi garganta. De acuerdo entonces.
Me había imaginado que nuestra conversación se desarrollaría de
forma diferente. Estaría encendida y llena de indignación —y ves da con
mi mejor traje, por supuesto—, no sentada en el borde de su cama,
oliendo a él y llevando su camiseta mientras el recuerdo de su tacto se
imprimía en mi piel.
Pero él tenía razón. Teníamos que hablar, y no tenía sen do retrasar lo
inevitable.
Primero abordé el elefante en la habitación.
—Heath vino anoche porque dijo que le envié un mensaje de texto
diciendo que quería que volviéramos a estar juntos.
Una sombra cruzó la cara de Dante al mencionar a Heath, pero no
interrumpió.
—No lo hice. Bueno... 1Modifiqué mi declaración—. Me mostró su
teléfono, y hay un texto que parece ser de mi parte, pero nunca lo envié.
Tal vez fue una broma o un hackeo. No lo sé, pero no importa. Mi
respuesta a su... propuesta no ha cambiado desde la úl ma vez que
hablamos. Se negó a aceptarla, y estuvimos horas y horas hablando hasta
que apareciste tú.
Debería haber echado a Heath mucho antes de que Dante llegara a
casa. Sin embargo, nunca había superado el sen miento de culpa por
cómo lo trataron mis padres cuando se enteraron de nuestra relación.
Vivian es una Lau. Está des nada a casarse con alguien grande, no con
un supuesto empresario con una compañía de la que nadie ha oído hablar.
No eres lo suficientemente bueno para ella, y nunca lo serás.
Dos años después, el recuerdo de las duras palabras de mi padre
todavía me hace estremecer.
—¿Has dicho que no porque ya no sientes nada por él, o porque te
sientes obligada a mantener nuestro acuerdo? —El rostro de Dante era
ilegible.
—¿Acaso importa? Nos vamos a casar de cualquier manera. —Le
devolví las palabras de la noche anterior.
Su boca se tensó. —No te lo preguntaría si no importara.
—Sin embargo, no has respondido a mi pregunta sobre si esto sigue
siendo un negocio.
Dante había admi do indirectamente que no lo era anoche, pero
tomaba con pinzas cualquier cosa que alguien dijera durante el sexo.
Sus labios se separaron en un soplo sardónico. —¿Cuántas veces me
vas a hacer decirlo?
—Solo una —dije en voz baja.
Me miró con ojos oscuros y encapuchados.
El reloj avanzaba con una precisión ensordecedora, y mi suave
camiseta de algodón se sen a de repente demasiado pesada.
—El negocio sería quedarme en California y celebrar un acuerdo en el
que había trabajado un año en lugar de volver corriendo a verte —dijo
finalmente, con la voz baja y cargada de grava—. El negocio sería
completar mi viaje a D.C. en lugar de despertar a mi piloto para un vuelo
de úl ma hora a casa. En todos mis años como director general, solo he
acortado un viaje de trabajo en dos ocasiones, Vivian, y ambas fueron por
. —Un giro irónico de sus labios—. Así que no, ya no son solo putos
negocios.
Las mariposas volvieron a alzar el vuelo, volando tan alto que las
puntas aterciopeladas de sus alas rozaron mi corazón.
Intenté encontrar una respuesta adecuada antes de elegir la única
palabra que se me ocurrió.
—Oh.
La ironía de la diversión apareció en su mirada. —Sí, oh —dijo
secamente—. Tu turno, mia cara. ¿Por qué le dijiste que no a Heath?
Su tono era perezoso, pero no había nada de perezoso en la forma en
que me observaba, como un depredador encerrado en su presa, sus
músculos enroscados con tensión.
—Porque ya no tengo sen mientos román cos por él —dije, con voz
suave—. Y porque podría tenerlos por otra persona.
Ahora que el shock emocional de la noche anterior se había disipado,
me di cuenta de que mi conversación con Heath me había proporcionado
una claridad muy necesaria.
Hubo un empo en que lo amaba, y me sen a culpable por la forma
en que las cosas habían terminado entre nosotros. Pero habían pasado dos
años. No era la misma persona que había sido cuando salimos, y no había
sen do nada más que sorpresa, tristeza y un poco de fas dio cuando
hablábamos.
Durante todo este empo, pensé que había echado de menos a
Heath, pero echaba de menos la idea de él. Echaba de menos tener una
pareja. Echaba de menos ser amada y estar enamorada.
Por desgracia, ya no podía encontrar esas cosas con él.
La luz del sol de la mañana se filtraba a través de las cor nas y doraba
el rostro de Dante, proyectando suaves sombras bajo su frente y sus
pómulos. Estaba tan quieto que parecía una escultura dorada en reposo,
pero el aire echaba chispas como una brasa seca.
—No son solo negocios para . —Me obligué a contener la oleada de
nervios en mi estómago—. Y no es solo un deber para mí.
El aire se volvió denso, pesado de significado. Un débil claxon de
coche sonó docenas de pisos más abajo, pero no apartamos la vista.
—Bien. —El sonido áspero me rozó la piel con una in midad
sorprendente.
El pulso me retumbó en los oídos.
Me pasé una mano húmeda por el muslo, sin saber qué hacer o decir
a con nuación.
¿Nos besamos? ¿Con nuamos la conversación? ¿Seguimos caminos
separados?
Me quedé con la opción más segura.
—Bueno, me alegro de que hayamos tenido esa charla. Realmente
tengo una crisis de trabajo, así que volveré a mi habitación…
—Esta es tu habitación.
Le dirigí a Dante una mirada dudosa. Quizá la falta de cafeína había
afectado a su memoria.
—Odio decirte esto, pero aquí no es, de hecho, donde he estado
durmiendo los úl mos cinco meses —dije pacientemente—. Mi habitación
está en el otro extremo del pasillo. Hiciste un gran espectáculo para
dis nguirla cuando me mudé. ¿Recuerdas?
—Sí, pero creo que está claro que los límites que establecimos aquel
día ya no son aplicables. —Dante hizo una muesca en una ceja oscura—.
¿No estás de acuerdo?
Mi pulso se aceleró. —¿Qué sugieres?
—Que establezcamos nuevos límites. No más dormitorios separados,
no más salidas a escondidas por la mañana... —Su expresión se
ensombreció—. Y no más contacto con Heath.
Normalmente, me habría molestado el intento de Dante de controlar
con quién podía hablar, pero después de la debacle de anoche, entendí de
dónde venía. Si tuviera una ex que se empeñara en separarnos, tampoco
querría que hablara con ella.
—Qué pena —dije—. Había planeado invitarlo a cenar.
Dante no parecía diver do.
—Era una broma.
Nada.
Suspiré. —En ese sen do, si estamos estableciendo nuevos límites,
tengo algunos propios. Uno... —Los marqué con los dedos—. Se acabó lo
de fruncir el ceño como expresión por defecto. Tu cara está cerca de
congelarse de esa manera, y prefiero no despertarme con el Grinch por el
resto de mi vida.
—Soy mucho más guapo que el Grinch —refunfuñó—. Y si la gente
dejara de molestarme, no frunciría tanto el ceño.
—Los demás no son el problema. ¿Recuerdas cuando pasamos por un
parque de perros en Navidad y vimos esos adorables huskies? Los miraste
con tanta fuerza que empezaron a aullar.
—No los estaba mirando —dijo impaciente—. Estaba mirando sus
trajes. ¿Quién viste a sus perros como renos? Es ridículo.
—Era Navidad. Al menos no iban ves dos de elfos.
El ceño de Dante se frunció. Trabajaremos en eso más tarde.
—De todos modos. —Seguí adelante antes de que nos desviáramos
demasiado hacia una discusión sobre la moda canina—. Volvamos a los
límites. Nada de desaparecer durante semanas con menos de cuarenta y
ocho horas de antelación a menos que sea una verdadera emergencia. No
más cerrarse cuando estás molesto y las cosas no van a tu manera. Y... —
Mis dientes raron de mi labio inferior—. Deberíamos comprometernos a
tener al menos una cita cada semana.
La mayoría de la gente salía antes de su compromiso, pero nosotros lo
hacíamos todo al revés.
Tarde era mejor que nunca, supuse.
—Si quieres pasar más empo conmigo, mia cara, solo enes que
decirlo. —El acento de Dante volvió a ser una cadencia aterciopelada.
Mis mejillas se calentaron. —No se trata de eso. —No todo el asunto,
al menos—. Nos vamos a casar en unos meses, y no hemos tenido ni una
sola cita de verdad.
—Hemos tenido citas. Fuimos a la gala del Valhalla.
—Eso fue una obligación social.
—Fuimos a Bali.
—Eso fue una obligación familiar.
Se quedó en silencio.
—Esas son mis condiciones. ¿Aceptas?
Su respuesta llegó menos de dos segundos después. —Sí.
—Genial. —Oculté mi sorpresa ante su pronta aceptación—. Bueno...
—Dios, esto era incómodo. ¿Por qué la paz era mucho más di cil que la
guerra?— . Podemos resolver la logís ca del dormitorio más tarde. Por
ahora, necesito arreglar mi problema de trabajo antes de que me pongan
en la lista negra.
Tratar de encontrar un lugar de úl ma hora en Manha an era como
tratar de encontrar un pendiente en el fondo del río Hudson. Imposible.
Pero si quería salvar el Legacy Ball y mi carrera, tenía que encontrar la
manera de hacer posible lo imposible, rápidamente.
—¿Es algo que requiere que estés en la oficina?
—No... —Dije con cautela—. La verdad es que no.
Necesitaba sobre todo pensar en alterna vas para poder llamarles el
lunes.
—Perfecto. Arréglalo durante el desayuno. —Una sonrisa se dibujó en
la boca de Dante—. Vamos a tener nuestra primera cita.
26
DANTE
Siempre había controlado mis reacciones, al menos públicamente. Mi
abuelo me había quitado cualquier muestra de emoción impulsiva desde
que era un niño.
En palabras de Enzo Russo, la emoción era debilidad, y no había lugar
para la debilidad en el despiadado mundo empresarial.
Pero Vivian. Joder.
Ayer hubo un momento en el que pensé que podría perderla. La
perspec va había desencadenado un nivel de miedo que no había
experimentado desde que tenía cinco años, cuando vi a mis padres
alejarse, pensando que nunca los volvería a ver. Que se desvanecerían en
el éter, dejándome con mi aterrador abuelo de rostro severo y una
mansión demasiado grande para llenarla.
Había tenido razón.
Al final también perdería a Vivian, de alguna manera, pero ya me
encargaría de ese día cuando llegara.
Una extraña opresión se apoderó de mi pecho.
No sabía cómo se desarrollarían las cosas después de que la verdad
saliera a la luz, pero después de la úl ma noche —después de saborear lo
dulce que era y sen r lo perfectamente que encajábamos— sabía que no
estaba preparado para dejarla marchar todavía.
—¿Es esto lo que creo que es? —La voz de Vivian me sacó de mis
pensamientos.
Se quedó mirando el cartel de la cafetería retro que había sobre
nuestras cabezas, con una expresión de intriga y desconcierto a partes
iguales.
—Moondust Diner. —Me sacudí mi inusual melancolía y abrí la puerta
—. Bienvenida al hogar de los mejores ba dos de Nueva York, y el lugar
favorito de mi yo de doce años en la ciudad.
Hacía años que no visitaba la cafetería, pero en cuanto entré en el
desgastado interior, me sen transportada a mis días de preadolescente.
Las baldosas de linóleo agrietadas, los asientos de cuero naranja, la vieja
gramola de la esquina... era como si el lugar se hubiera conservado en una
cápsula del empo.
Una punzada de nostalgia me golpeó cuando la anfitriona nos guió
hasta una cabina vacía.
—El mejor es un tulo elevado —se burló Vivian—. Estás poniendo
mis expecta vas por las nubes.
—Se cumplirán. —A no ser que el restaurante cambiara su receta, lo
cual no tenía por qué hacer—. Con a en mí.
—Admito que esto no es lo que esperaba de nuestra primera cita. —
Los labios de Vivian se curvaron en una pequeña sonrisa—. Es casual. De
bajo perfil. Estoy gratamente sorprendida.
—Hmm. —Hojeé el menú más por costumbre que por otra cosa. Ya
sabía lo que iba a pedir—. ¿No debería mencionar el tour privado en
helicóptero que reservé para más tarde, entonces?
Su risa se desvaneció cuando levanté una ceja.
—Dante. No lo hiciste.
—Estás comprome da con un Russo. Así es como hacemos las cosas.
El restaurante es... —Hice una pausa, buscando el sen miento adecuado
—. Un paseo por el carril de la memoria. Eso es todo.
Se suponía que hoy iba a jugar al tenis con Dominic, pero cuando
Vivian intentó marcharse esa mañana, lo único que quería era que se
quedara. Una cita en la cafetería fue lo primero que se me ocurrió.
La idea del helicóptero vino después, y solo hizo falta una llamada
para organizarlo.
—Me gusta. Es encantador. —Vivian me dedicó una sonrisa traviesa—.
Por favor, dime que aprovechaste la rocola cuando eras más joven. Mataría
por una foto tuya de doce años bebiendo un ba do y bailando.
—Lo siento, cariño, pero eso no va a suceder. No soy un po de rocola.
Ni siquiera cuando era prepúber.
—No me sorprende, pero podrías haber dejado soñar a una chica un
poco más —dijo con un suspiro.
Llegó nuestro servidor. Me quedé con mi fiel ba do blanco y negro
mientras Vivian dudaba entre el de fresa y el de mantequilla de cacahuete
y chocolate.
Me senté, extrañamente encantado por el pequeño surco en su frente
mientras estudiaba el menú.
Ayer había estado en Washington, reunido con Chris an y discu endo
cómo acabar con Francis Lau. Ahora estaba aquí, llevando a su hija a comer
tor tas y ba dos como si fuéramos adolescentes de los suburbios en su
primera cita.
La vida tenía un jodido sen do del humor.
Vivian finalmente se decidió por el de fresa, y esperé a que nuestro
camarero se fuera antes de volver a hablar.
—¿Cuál es la crisis de trabajo que mencionaste antes?
Esta vez, el suspiro de Vivian fue más pesado. —El lugar de
celebración original del Baile del Legado se ha inundado. —Me hizo un
rápido resumen de lo sucedido, con los hombros cada vez más tensos
cuanto más hablaba.
Era una situación de mierda. Los lugares de ese tamaño y calibre se
reservaban con meses, sino años, de antelación. Encontrar uno a estas
alturas era como tratar de encontrar un lago en el desierto.
—¿Probaste en los museos? —pregunté. Lugares como el Met y el
Whitney organizaban regularmente galas y bailes benéficos.
—Sí. Sus calendarios están llenos.
—Podría hacer una llamada. Liberar un lugar.
—No. —Vivian negó con la cabeza—. No quiero poner a nadie más en
la misma situación en la que estoy yo haciendo que el museo les cancele la
cita.
Típico de Vivian. No sabía si estar impresionado o exasperado.
—¿La Biblioteca Pública de Nueva York? —Sugerí.
—También está reservada.
Al parecer, todos los hoteles sospechosos habituales también estaban
fuera.
Me pasé un pulgar por el labio inferior, pensando. —Podrías
organizarlo en el Valhalla.
Vivian enarcó las cejas. —No permiten eventos externos.
—No, pero el Baile del Legado es extremadamente pres gioso. La
mayoría de los miembros, si no todos, estarán allí. Lo considerarían si se lo
pidiera.
El comité de ges ón haría un maldito berrinche al respecto, pero
podría convencerlos.
Tal vez.
—No puedo pedirte que hagas eso —dijo ella con recelo. No era
miembro del club, pero vivía en nuestro mundo. Sabía que el pago por
cosas como éstas se hacía en forma de favores, no de dinero.
Y a veces, los favores cuestan más que cualquier cosa que el dinero
pueda comprar.
—No es gran cosa. —Podía manejar el comité de dirección y cualquier
cosa que me lanzaran.
—Es un gran problema.
—Vivian —dije—. Yo me encargaré.
El comité requería un voto unánime para aprobar todas las decisiones.
Yo era un sí. Kai probablemente diría que sí. Eso dejaba a seis personas más
para convencer.
Tenía mucho trabajo por delante, pero siempre había apreciado un
buen reto.
Vivian se rascó los dientes en el labio inferior. —Bien, pero de todos
modos estoy buscando alterna vas. El Valhalla será el úl mo recurso.
—No dejes que nadie más del club te oiga decir eso, o realmente
estarás en la lista negra. Ni siquiera yo podré salvarte de noventa y nueve
egos heridos.
—Tomo nota. —Su risa se instaló en algún lugar profundo de mi pecho
antes de desvanecerse—. Gracias —dijo, su rostro se suavizó—. Por
ofrecerte a ayudar.
Me aclaré la garganta, con un rostro extrañamente cálido. —De nada.
El camarero volvió con nuestros pedidos y observé, con los músculos
tensos, cómo Vivian tomaba su primer sorbo.
—Vaya. —La sorpresa apareció en sus ojos—. Tenías razón. Esto es
increíble.
Me relajé. —Siempre tengo razón.
Mi sacudida coincidió con sus sen mientos. Me preocupaba que no
estuviera a la altura de mis recuerdos de la infancia, pero era tan bueno
como lo recordaba.
Nuestra conversación pronto pasó del trabajo y la comida a una
mezcla ecléc ca de temas —música, películas, viajes— antes de que se
redujera a un cómodo silencio.
Resultaba di cil creer que Vivian y yo nos hubiéramos enfrentado tan
a menudo. Si dejaba de lado mi intensa aversión por su familia, estar con
ella era como respirar.
Fácil. Sin esfuerzo. Esencial.
—Sabes que para mí no se trata del dinero —dijo Vivian cuando
terminamos nuestras bebidas y nos preparamos para irnos.
Levanté una ceja interroga va.
—Se trata de esto. Nuestro compromiso. —Señaló entre nosotros—.
Sé lo que debes pensar de mi familia, y no te equivocas del todo. El dinero
y el estatus significan mucho para ellos. Que yo me case con un Russo es...
bueno, es el máximo logro, a sus ojos. Pero yo no soy mi familia.
Ella hizo girar su anillo alrededor de su dedo. —No me malinterpretes.
Me gusta la ropa bonita y las vacaciones lujosas tanto como a cualquier
otra persona, pero casarme con un mul millonario nunca fue mi obje vo
final en la vida. Me gustas por , no por tu dinero. Aunque a veces me
cabrees —añadió con ironía.
El calor en mis venas murió rápidamente al mencionar a su familia,
pero se reavivó con su admisión.
Me gustas por , no por tu dinero.
Un puño me apretó el pecho.
—Lo sé —dije en voz baja.
Esa era la parte más increíble. Realmente le creí.
Antes había sido una Lau.
Ahora era Vivian. Separada, dis nta y capaz de hacerme cues onar
todo lo que creía que quería.
La auto-preservación me dijo que la mantuviera a distancia. Nos
dirigíamos a una colisión inevitable, y nuestros nuevos límites no
significarían nada una vez que la verdad sobre su padre saliera a la luz.
Pero había probado la distancia, y todo lo que había hecho era
hacerme desearla más. Sus risas, sus sonrisas, el brillo en sus ojos cuando
se burlaba de mí y el fuego en sus respuestas cuando la hacía enojar. Lo
deseaba todo, incluso cuando sabía que no debía hacerlo.
Mi cabeza y mi corazón libraban una guerra civil entre sí y, por primera
vez en mi vida, mi corazón ganaba.
~
Durante la semana siguiente, Vivian y yo nos acomodamos a nuestra
nueva dinámica. Ella se instaló en mi habitación, yo me quedé en casa para
cenar todas las noches, y probamos las aguas como lo harían los nadadores
después de una tormenta, con esperanza y precaución a partes iguales.
La transición no fue tan di cil como esperaba. Hacía años que no tenía
empo ni ganas de tener citas propiamente dichas, pero estar con Vivian
era tan fácil y natural como volver a casa después de un largo viaje.
Solo me quedaba una parada en boxes que debía hacer.
Me apoyé en el coche y vi a Heath salir de su casa de alquiler en el
Upper West Side con una bolsa de viaje colgada del hombro y una gasa
blanca cubriendo su nariz. Tenía peor aspecto, pero si por mí fuera, habría
sufrido algo más que una simple rotura de nariz.
No quieres casarte con Dante. Ambos lo sabemos. Solo estás con él por
tus padres.
La furia bullía en mis venas. No me moví, pero Heath debió sen r el
calor de mi mirada.
Levantó la vista y su paso se rompió al verme.
Sonreí más allá de la rabia que me sacudía el pecho, aunque fue más
una muestra de dientes que una verdadera sonrisa. Si pensaba demasiado
en lo que había dicho o en cómo había acorralado a Vivian, arruinaría una
tarde de viernes perfectamente agradable con un asesinato.
—¿Cómo está la nariz? Sanando, espero. —Mi saludo bien podría ser
un cuchillo desenvainado, frío y lo suficientemente afilado como para
cortar.
Heath me miró fijamente, pero tuvo el buen sen do de mantenerse a
varios metros de distancia. Según mi equipo, estaba en la ciudad por
reuniones de negocios y tenía previsto volar de vuelta a California esa
noche.
—Todavía puedo demandar por tu agresión 1dijo, su lenguaje corporal
no era ni de lejos tan valiente como sus palabras.
Sus nudillos estaban blancos alrededor de la correa de su bolsa de
lona, y sus pies se movían con nuamente como si se estuviera preparando
para huir.
—Sí, puedes. —Me bajé del coche. Rara vez conducía yo mismo en la
ciudad, ya que aparcar era una mierda, pero quería que el encuentro de
hoy quedara entre el imbécil que tenía delante y yo—. Pero no lo harás.
Heath se puso rígido cuando me dirigí hacia él, con un paso lento y
pausado. Me detuve lo suficientemente cerca como para ver las pupilas del
tamaño de un cuarto que oscurecían sus ojos.
—¿Quieres saber por qué? —pregunté en voz baja.
Su garganta trabajó con un trago.
—Porque eres un hombre inteligente, Heath. Lo que hiciste en mi
á co fue una tontería, pero tuviste el suficiente cerebro como para escalar
tu empresa hasta donde está hoy. No querrías que le pasara nada antes de
la gran salida a bolsa, ¿verdad?
Los nudillos de Heath se tensaron aún más. —¿Me estás
amenazando?
—No. Te estoy aconsejando. —Le puse una mano engañosamente
amistosa en el hombro—. Amenazarte sería adver rte que te mantengas
jodidamente alejado de Vivian si valoras tu vida. —Mi voz siguió siendo
suave. Peligrosa—. Te lo dije la semana pasada y te lo vuelvo a decir. Es mi
prome da. Si vuelves a poner un pie cerca de ella, si tan solo respiras en su
dirección...
El dolor le atravesó la cara cuando le apreté el hombro.
—Te quemaré a , a tu casa y a toda tu puta empresa hasta los
cimientos. ¿En endes?
A pesar del frío invernal, se le formaron gotas de sudor a lo largo del
cabello. La calle estaba en silencio, y yo prác camente podía oír el miedo y
el resen miento que se apoderaba de su respiración entrecortada.
—Sí —gritó.
—Bien. —Le solté y di un paso atrás—. Ves, eso es lo que diría si te
estuviera amenazando. Pero no llegaremos a ese punto, ¿verdad? Porque
te quedarás en California, tendrás tu bonita salida a bolsa y perderás el
número de Vivian como haría un hombre inteligente.
Su mandíbula se tensó.
—Ahora… —Consulté mi reloj—. Me quedaría a charlar más empo,
pero tengo una cita con mi prome da. Cenar y navegar al atardecer. Su
favorito.
Me marché, dejando a un furioso y mudo Heath en la acera.
Esperé a llegar a la Quinta Avenida antes de llamar a Chris an. Él era
el mierdecilla responsable del lío de Heath, y ya era hora de que lo
limpiara.
Espera hasta mi salida a bolsa, ¿vale? Aplaza la boda.
Mi ira a fuego lento llegó a un punto de ebullición. Me había
contenido antes por el bien de Vivian, ya que no quería arruinar nuestra
nueva relación hospitalizando a su ex, pero si dejaba que Heath se
marchara con nada más que una nariz rota, yo no era el puto Dante Russo.
—La OPI de la que hablábamos —dije cuando Chris an descolgó. No
me molesté en saludarlo—. Deshazte de ella.
27
VIVIAN
Salir con Dante fue como redescubrir una parte de mí que había
enterrado cuando me di cuenta de que mi futuro no era mío. La parte que
soñaba con el amor y las rosas, que no temía abrirse a alguien por si me
enamoraba de él y resultaba ser una "pareja inadecuada".
Incluso cuando había salido con Heath, del que no había tenido
no cias desde el incidente del apartamento, había arrastrado una
sensación de fatalidad inminente. Sabía que mis padres no lo aprobarían, y
el conocimiento nos había seguido como una tercera rueda invisible.
Pero con Dante, podía disfrutar de su compañía sin preocupaciones.
No solo era un par do aprobado por la familia, sino que era realmente,
bueno, agradable una vez que miraba más allá del ceño fruncido y la
arrogancia.
—Dame una pista. Te prometo que no se lo diré a nadie. —Le puse mis
mejores ojos de cachorro.
Después de un mes, por fin me había acostumbrado a nuestra nueva
dinámica de relación. Las mañanas perezosas, las noches explosivas y
todos los momentos tranquilos y maravillosamente mundanos entre
medias. Incluso convencí a Dante para que asis era a la degustación de la
tarta de boda —llevaríamos al pastelero a Italia para la boda—, aunque su
opinión había sido cues onable en el mejor de los casos. Le habían
gustado todas las tartas, incluso la "experimental" de merengue de coco,
que no tenía por qué tocar las papilas gusta vas de nadie.
Por primera vez, entendía lo que era formar parte de una pareja de
novios de verdad, y era extraño, hermoso y aterrador, todo en uno.
La boca de Dante se curvó en una sonrisa. Estábamos haciendo
progresos en el frente de menos fruncimientos y más sonrisas. No mucho,
pero sí algo.
En este punto, tomé lo que pude conseguir.
—Sería un argumento convincente si la sorpresa no fuera para , mia
cara —dijo.
—Más razón para que me lo digas. Es mi sorpresa. ¿No puedo opinar
sobre cuándo y cómo se revela?
—No.
Solté un suspiro de sufrimiento. —Es usted un hueso duro de roer,
señor Russo.
La risa retumbó en su pecho. —Me lo agradecerás una vez que
lleguemos allí. Esta es una sorpresa que hay que mostrar, no contar.
Estábamos en la limusina de camino a una misteriosa cita que había
planeado para nosotros. A juzgar por la ruta que estábamos tomando, nos
encontrábamos en el alto Manha an. También me había dicho que llevara
algo bonito pero cómodo, así que no podía ser un lugar demasiado
elegante.
¿Era una exposición en un museo privado? ¿Una cena en ese nuevo
restaurante clandes no del que todo el mundo hablaba maravillas?
—Si me lo dices ahora, dejaré de poner esas flores que tanto odias en
los baños de los invitados —le dije.
—No.
—Dejaré de acaparar las mantas.
—No.
—Veré un par do de fútbol con go. Incluso fingiré que me gusta.
—Tentador —dijo secamente—. Pero no.
Entrecerré los ojos.
A estas alturas no se trataba de la sorpresa. Solo quería ver si podía
hacer que Dante se quebrara. Tenía una fuerza de voluntad exasperante.
Miré el tabique cerrado e insonorizado que nos separaba del asiento
del conductor. Thomas, nuestro chófer, estaba concentrado en la carretera.
El tráfico avanzaba a paso de tortuga; a este ritmo, llegaríamos a nuestro
des no en algún momento del año 2050.
—¿Hay alguna forma de convencerte de que cambies de opinión? —
Me acerqué más y me mordí una sonrisa cuando los ojos de Dante bajaron.
Mi nuevo ves do de Lilah Amiri tenía un largo modesto, pero su cuello
en V dejaba al descubierto una generosa can dad de escote.
—Lo dudo. —Una pizca de desconfianza apareció en su voz cuando le
puse una mano en el pecho y le di un suave beso en la comisura de los
labios.
—¿Estás seguro? —Mi mano bajó por su estómago hacia la ingle.
Sus músculos se tensaron bajo mi contacto y su garganta se flexionó
cuando rocé su erección.
Los nervios y la an cipación revolotearon en mi estómago.
Habíamos tenido sexo casi a diario durante el úl mo mes, pero nunca
lo había iniciado en semipúblico. Era algo que hacía Isabella o incluso
Sloane, si estaba de humor. Yo era mucho más reservada, pero la
posibilidad de que Thomas se mirara en el espejo y nos viera me producía
una extraña e inesperada emoción en el estómago.
Además, realmente quería saber cuál era la sorpresa.
—Vivian... —La voz de Dante estaba cargada de advertencia.
La ignoré.
—Creo que te equivocas. 1Le besé la mandíbula y el cuello mientras le
bajaba la cremallera—. Creo que... —El suave roce del metal cayó entre
mis piernas y palpitó—. Hay una manera de persuadirte.
Me re ré y me deslicé fuera del banco sobre mis rodillas. Una cálida
pesadez se instaló en mi estómago cuando liberé su erección. Era enorme
y dura y ya goteaba pre-cum, y un gemido áspero llenó el asiento trasero
cuando pasé la lengua alrededor de la cabeza.
Agarré la base de su polla con las dos manos y deslicé lentamente su
longitud por mi garganta hasta que llegué al punto en que se me aguaron
los ojos.
No era la primera vez que le hacía una mamada a Dante, pero nunca
me había acostumbrado del todo a lo grande que era. Lo grueso y largo
que era.
Lo había llevado tan lejos como pude, y todavía había unos buenos
cinco cen metros entre mi boca y la parte superior de mis puños apilados.
Gemí, saboreando su dulzura salada antes de pasar la lengua por su
cabeza. Al principio con suavidad, luego con más confianza, a medida que
iba cogiendo el ritmo, lamiendo, chupando y moviéndome hasta quedar
empapada.
No debería estar ya tan excitada. Mis pezones no deberían estar tan
duros, mi piel tan sensible. Cada ligero roce con su pantalón no debería
provocar una nueva sacudida de electricidad.
Pero lo estaba, y lo hacían, y me ahogaba en tantas sensaciones que
no podía recordar dónde estábamos o cómo habíamos llegado hasta aquí.
Solo sabía que no quería irme.
Las manos de Dante se hundieron en mi pelo cuando el coche pasó
por un badén, forzándolo sin querer a meterse más en mi garganta.
Balbuceé, mis ahogos y gorjeos llenaron el coche mientras luchaba por
acomodar los cen metros extra, pero no me re ré.
—Joder, cariño. —Su gemido se enroscó en mi estómago—. Eso se
siente tan bien.
Levanté la vista, con los ojos empañados por las lágrimas de haberle
penetrado tan profundamente, pero el orgullo se apoderó de mí cuando vi
que el placer le marcaba unas líneas sensuales en la cara.
Tenía los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia atrás para exponer
la fuerte y bronceada columna de su garganta. Su pecho subía y bajaba con
una respiración superficial, y sus músculos se flexionaban cada vez que
pasaba mi lengua por la parte inferior de su polla. Sus dedos me
estrangulaban el pelo hasta el punto de que el dolor y el placer se
confundían.
Había algo tan embriagador en tener a alguien como Dante a mi
merced. Podía llevarlo al límite o mantenerlo allí para siempre. Su placer
estaba totalmente en mis manos, y el conocimiento palpitaba entre mis
muslos con gran insistencia.
Aumenté el ritmo, con las manos trabajando al unísono con la boca, y
justo cuando creía que se iba a correr, me agarró el pelo con una mano y
me echó la cabeza hacia atrás.
Mi ruido de protesta murió cuando me levantó sobre su regazo y
aplastó su boca contra la mía. Su excitación me presionó contra mi cuerpo,
separado solo por una fina capa de seda, e ins n vamente me apreté
contra él, desesperada por conseguir más fricción.
Otro duro gemido vibró a lo largo de mi columna vertebral.
—Vas a ser mi muerte. —La barba de Dante rozó mi piel mientras su
boca recorría una línea de fuego por mi cuello.
Cerró los dientes alrededor del rante de mi ves do y ró suavemente
de él hacia abajo mientras levantaba mis caderas para poder apartar mi
tanga empapado.
No tuve empo de hacer más que jadear antes de que estuviera
dentro de mí, llenándome hasta la empuñadura con un solo empujón.
Solo tuve unos segundos para adaptarme antes de que me agarrara
por las caderas y me volviera a clavar la polla, con fuerza, mientras subía
dentro de mí. Una y otra vez, más fuerte y más rápido, hasta que los dedos
de mis pies se curvaron y la presión que se acumulaba en mi interior se
acercó al punto de ruptura.
Me aferré a él, con la cabeza echada hacia atrás, mi cuerpo no era más
que una masa de sensaciones mientras seguía su ritmo. Reboté hacia
arriba y hacia abajo, apretando mi clítoris contra él en cada bajada.
—Así —gruñó Dante. Me rozó el pezón con los dientes y su aliento me
puso la piel de gallina—. Monta mi polla como una buena chica.
Un gemido vergonzosamente fuerte me subió por la garganta cuando
cerró la boca alrededor del pico de guijarros y chupó. La humedad bajó a
borbotones por mis muslos, sobre su pierna y en el asiento.
—Estás haciendo un desastre, cariño. —Volvió su atención a mi otro
pezón y ró de él con los dientes—. ¿Debo hacer que lo limpies? ¿Hacerte
lamer tu propio semen del asiento mientras te follo por detrás?
Era sucio y depravado, pero sus palabras provocaron algo en lo más
profundo de mi ser.
Mi orgasmo me golpeó un segundo después con súbita ferocidad,
haciendo que mi espalda se arqueara y mi boca se abriera en un grito
silencioso.
Todavía estaba temblando por las réplicas cuando sen la risa de
Dante contra mi piel. —Y yo que pensaba que eras tan educada y correcta
cuando te conocí.
Estaba demasiado aturdida para responder correctamente o para
darme cuenta de que me había cambiado de posición.
Un minuto, estaba en su regazo. Al siguiente, estaba a cuatro patas,
con las manos y las rodillas presionando la áspera alfombra negra que
cubría el suelo.
No estaba segura de cómo Dante se las había arreglado para que yo
estuviera de cara a nuestro asiento y él detrás de mí, pero no me
importaba especialmente.
Un escalofrío de placer recorrió mi columna vertebral ante sus
siguientes palabras.
—Abre las piernas para mí. Eso es. —La aprobación de Dante retumbó
en mí cuando obedecí—. Déjame ver lo mojado que está ese bonito coñito.
Acababa de salir de la euforia de mi liberación, pero la an cipación
aumentó de nuevo cuando la punta de su polla rozó mi entrada.
Cuando no hizo ningún otro movimiento, me empujé contra él y gemí
de necesidad.
—Limpia primero tu desastre, Vivian —dijo con calma.
Abrí la boca con la intención de protestar. En lugar de ello, mi lengua
tocó midamente el asiento de cuero por su propia voluntad. El sabor de
mi excitación inundó mis papilas gusta vas.
Debería haberme disgustado, pero mi núcleo palpitaba de necesidad.
Mi clítoris estaba tan hinchado y sensible que sen a que la más mínima
brisa podría volver a excitarme.
—Buena chica.
Los elogios de Dante me inundaron como un afrodisíaco cálido antes
de que me agarrara del pelo y volviera a penetrarme.
Mi mente se quedó en blanco. Empecé a sudar y mis dedos se
clavaron en el banco mientras él me penetraba. Cada vez que recuperaba
el aliento, otro empujón me dejaba sin aliento. La sensación me tensaba la
piel y me mareaba hasta que el mundo se disolvió en una sinfonía de
chillidos, gemidos y golpes de carne contra carne.
Minutos. Horas. Días.
El empo se volvió cada vez más inconexo hasta que Dante me rodeó
y me pellizcó el clítoris.
El repen no pico de placer me devolvió al presente e hizo que mi
espalda se arquease por la intensidad.
Solo la mitad de mi grito resultante salió antes de que una mano me
tapara la boca.
—Shh —murmuró Dante—. No quieres que la gente oiga lo mucho
que te gusta que te follen así, ¿verdad? A cuatro patas en el asiento trasero
de un coche, cogiendo cada cen metro de mi polla como si estuvieras
hecha para ello. —Me dio otra larga y perezosa caricia al clítoris con su otra
mano—. No es muy propio de una heredera de la sociedad.
La suavidad de su voz, en contraste con la suciedad de sus palabras y
el brutal golpe de su polla dentro de mí, me llevó al límite.
Mi segundo orgasmo de la noche se aba ó sobre mí, tan poderoso y
absorbente que ahogó cualquier otro sonido, incluido mi grito de
liberación.
Solo había silencio y el placer caliente y eléctrico que iluminaba mi
cuerpo mientras me desgarraba tan profundamente que no sabía cómo iba
a volver a recomponerse.
Las estrellas estallaron detrás de mis ojos. Oí vagamente el gemido de
Dante mientras se corría, pero estaba demasiado excitada para
concentrarme en otra cosa.
Justo cuando creía que todo había terminado, otra ola me arrastró,
una y otra vez, hasta que me conver en un desastre inerte y tembloroso
sostenido únicamente por el brazo de Dante bajo mi cintura y el peso de su
cuerpo sobre el mío.
Me apartó el pelo de la cara y me besó el hombro mientras iba
bajando poco a poco de la cima.
Me desplomé hacia delante, intentando recuperar el aliento mientras
Dante me limpiaba con un pañuelo y me bajaba el ves do.
No habló, pero la ternura de sus acciones decía más que las palabras.
Cuando mi respiración se estabilizó, me levantó de nuevo en el asiento
y me entregó el bolso.
—Ya hemos llegado. —Su voz se suavizó hasta conver rse en su
habitual terciopelo, aunque con un leve filo.
—¿Qué? —Intenté entender sus palabras a través de mi niebla postclímax.
Una sonrisa se dibujó en su boca. No sé cuándo, pero de alguna
manera ya se había arreglado la ropa. Salvo por su pelo despeinado y el
color de sus pómulos, parecía haber pasado la úl ma media hora
charlando sobre el empo en lugar de follar conmigo hasta el olvido.
—Estamos aquí —repi ó. Me pasó un suave pulgar por el labio
inferior—. Puede que quieras arreglar tu lápiz de labios, mia cara. Con lo
guapa que estás recién follada, no me gustaría arruinar nuestra velada
teniendo que matar a todos los demás hombres que te vean así.
Mis mejillas se sonrojaron, doblemente cuando me vi reflejada en la
ventanilla del coche y vi el dis n vo edificio blanco del exterior.
Estábamos en el Valhalla, lo que significaba que habíamos pasado por
la seguridad mientras...
El calor me recorrió desde la cara hasta el cuello y el pecho.
Tenía el pelo revuelto, el rímel y el pintalabios manchados y pequeñas
marcas rojas de los dientes y la barba de Dante salpicaban mi piel.
Cualquiera que me mirara sabría exactamente lo que había hecho.
Pero a pesar de mi vergüenza, no podía lamentar lo ocurrido.
Había sido el mejor sexo de mi vida. Sin duda alguna.
—No te preocupes. —Dante evaluó con precisión mi preocupación—.
Las ventanas están ntadas, y Thomas está en la lista de invitados
autorizados. No podrían vernos desde el frente.
Thomas. Oh, Dios. ¿Y si hubiera mirado por el espejo retrovisor? ¿Y...?
—La mampara también está ntada —añadió Dante.
—Claro. —Evité su mirada mientras me arreglaba lo mejor que podía.
Por suerte, siempre llevaba un mini kit de maquillaje conmigo, pero no
había mucho que pudiera hacer con las marcas de mi piel, así que me
conformé con pedirle prestada la chaqueta a Dante.
Mi corazón se aceleró cuando Thomas nos abrió la puerta. Nos dio las
buenas noches, con un rostro estudiadamente inexpresivo.
La piel se me erizó de nuevo.
Puede que no nos haya visto ni oído, pero sin duda sabía lo que
habíamos estado haciendo.
—No digas nada —le adver mientras Dante y yo nos dirigíamos a la
entrada del Valhalla.
—No lo haré. —La risa acechaba bajo su voz—. Pero si te hace sen r
mejor, no es la primera vez que Thomas ve... acción en su asiento trasero.
Le eché una mirada de reojo. —Acostumbras a tener sexo en la
limusina, ¿verdad?
La diversión le hizo ver las comisuras de la boca. —Solía trabajar para
William Haverton. El hombre ene más de sesenta años, pero ene una
cartera gorda y la libido de un chico de fraternidad universitario. Haz las
cuentas. —Pasamos por el ves bulo del club—. Te aseguro que no tengo el
hábito del sexo en limusina.
—Oh. —Me aclaré la garganta—. Ya veo.
Su sonrisa floreció por completo, oscura y perversa. —¿Celos?
—En absoluto.
Mantuve la cabeza alta e ignoré su risa cómplice.
Como las dos plantas superiores de Valhalla habían estado cerradas
durante la gala de otoño, Dante me dio un rápido recorrido por los lugares
que nos habíamos perdido durante mi úl ma visita, incluyendo el spa, una
bolera cubierta y una sala de juegos recrea vos llena de raros juegos de
época.
Lo habría disfrutado más si no hubiera estado tan impaciente por
saber cuál era la gran cita misteriosa.
—¿Sigues enfadada por no haberme sacado la sorpresa en el coche?
—preguntó Dante cuando nos detuvimos frente a unas puertas dobles en
el cuarto piso.
—No. —Sí.
—Al menos los dos tuvimos orgasmos —dijo—. Fue una situación en
la que todos salimos ganando.
La risa arrugó los bordes de sus ojos cuando le di un manotazo en el
brazo, con la cara caliente, pero su sonrisa infan l era tan entrañable que
no pude contener mi enfado.
—Como he dicho, es algo que es mejor ver que contar. —Inclinó la
cabeza hacia la habitación cerrada—. Este es el espacio polivalente del
club. Los socios pueden reservarlo y conver rlo en lo que quieran. Ha sido
una sala de conciertos privada, una exposición de muñecas de porcelana
an guas...
Mis cejas se alzaron.
—Uno de los socios es coleccionista. No preguntes. —Abrió las
puertas—. Con suerte, esto compensa la espera.
Oh, Dios mío.
Aspiré con fuerza.
Cuando había dicho espacio mul usos, me había imaginado pizarras
blancas y alfombra gris industrial. En teoría, sabía que el Valhalla no
albergaría algo tan genérico, pero nada podría haberme preparado para la
visión que tenía ante mí.
Había conver do la sala en un planetario.
No, no un planetario. Una galaxia virtual.
Las estrellas brillantes salpicaban las altas paredes y el techo y se
arremolinaban bajo nuestros pies. El "cielo" estaba salpicado de
constelaciones, entre ellas Andrómeda, Perseo y una dis n va forma de
reloj de arena que me hizo respirar con dificultad.
Orión. Mi favorita.
—No se pueden ver las estrellas en Nueva York —dijo Dante—. Así
que te he traído las estrellas.
Una bola de emoción se formó en mi garganta. —¿Cómo has...?
Siguió mi mirada hacia Orión. Brillaba al frente y en el centro,
resplandeciendo más que el resto.
—Tuve una llamada con tu hermana. Me dijo que era tu favorito. —
Me guió hacia la habitación—. Aparentemente, no te callabas sobre Orión
cuando eras más joven. Sus palabras.
Agnes diría eso.
El rostro de Dante se suavizó con un inusual toque de incer dumbre.
—¿Te gusta?
Uní mis dedos con los suyos, mi pecho indescrip blemente apretado.
—Es perfecto.
Habíamos tenido más de media docena de citas en el úl mo mes.
Habían sido desde lujosas, como la excursión en helicóptero después de
nuestros ba dos y una escapada de una noche a las Bermudas, hasta
casuales, como un paseo por el mercado de Chelsea y un espectáculo en el
Comedy Cellar.
Pero ninguna me había impactado tanto como la de esta noche.
El hecho de que Dante se hubiera tomado la moles a de organizar
esto y de consultar a mi hermana cuando podría haberme llevado
fácilmente al planetario en su lugar... tocó una parte de mí a la que no
había pensado que nadie pudiera llegar.
Sus hombros se relajaron y me apretó la mano en respuesta silenciosa
mientras caminábamos hacia el centro de la habitación, donde nos
esperaba una pila de mantas, cojines y una cena.
Me hundí en un cojín azul pálido mientras Dante cogía una dis n va
botella de vino. Era...
—Domaine de la Romanée Con —confirmó. Dante descorchó el
famoso nto y lo sirvió en dos copas—. Cortesía del sumiller del club.
Conocido por su alta calidad y su limitada producción, el Domaine de
la Romanée Con , o RDC, era uno de los vinos más caros del mundo. Una
botella media costaba más de vein séis mil dólares.
—Sacando la ar llería pesada —me burlé—. Dante Russo, ¿intentas
impresionarme?
—Depende. —Me entregó un vaso y observó cómo tomaba un
pequeño sorbo—. ¿Funciona?
Los ricos sabores de bayas, violetas y cassis irrumpieron en mi lengua,
mezclados con una fina mineralidad y una compleja terrosidad.
Con textura. Potente. Elegante.
No es de extrañar que la gente estuviera dispuesta a pagar mucho
dinero por una botella. Era el mejor vino que había probado nunca.
—Sí —dije, ya embriagada por un sorbo y una noche que apenas había
comenzado—. Bastante bien.
—Entonces sí, lo estoy. —Sus ojos bailaron con diversión mientras
volvía a por más—. Te estás poniendo roja, mia cara.
Yo era extremadamente sensible al vino nto, por lo que
normalmente me limitaba a los blancos y rosados. Incluso esos hacían que
mi cara se pusiera roja después de una o dos copas, pero el RDC era
demasiado exquisito para desperdiciarlo.
—No es culpa mía —dije, avergonzada—. Son los taninos.
—Es adorable. —Pasó un pulgar por mi mejilla sonrojada.
El calor se me acentuó en el estómago.
El malhumorado y melancólico Dante había crecido en mí los úl mos
meses. ¿Pero el dulce y juguetón Dante? Era la criptonita de mi corazón.
Después de la cena, nos tapé con una manta y apoyé la cabeza en el
hombro de Dante, medio adormilada y medio zumbada por el subidón de
la cita. Me rodeó la cintura con un brazo, cuyo peso era fuerte y
reconfortante para mí.
Las estrellas centelleaban sobre nosotros como un despliegue de
diamantes sobre el terciopelo de medianoche. Eran proyecciones, pero
parecían tan reales que casi creía que estábamos en algún lugar de la
naturaleza, observando el cielo y escuchando el silencio.
—Cuando era pequeña, nuestros padres nos llevaban de acampada.
—No sabía de dónde venían las palabras, pero me parecían adecuadas
para el momento—. Mi padre conducía, mi madre empacaba demasiados
bocadillos y mi hermana y yo tratábamos de divisar todas las matrículas de
los estados en la carretera que pudiéramos.
»Odiaba los bichos y no era una persona muy aficionada a las
ac vidades al aire libre, pero me encantaban esos viajes porque los
hacíamos en familia. Desde entonces, hemos pasado a veranos en St.
Tropez y a Navidades en St. Barth, pero echaba de menos la sencillez de
nuestras primeras vacaciones familiares.
—Por la noche, cuando se suponía que debíamos estar durmiendo,
Agnes y yo nos escabullíamos de nuestra enda y contábamos las estrellas
—con nué—. Fingíamos que eran personas que vivían en un reino celes al
y nos inventábamos historias de fondo para todas ellas.
—¿Alguna interesante?
Sonreí. —Toneladas. Uno conspiraba para derrocar al gobernante del
reino. Otra tenía una aventura con el guardia de mayor confianza de su
horrible marido. Las estrellas fugaces eran personas que habían sido
exiliadas y arrojadas a la erra.
La risa de Dante vibró en mi cuerpo. —Suena como una telenovela.
—Éramos niñas. Teníamos una imaginación ac va, ¿vale? —Le di un
golpe en la pierna con la mía—. No me digas que nunca inventaron
historias sobre las cosas que os rodeaban.
—Siento decepcionarte, pero mi imaginación no es tan buena como la
suya. —Frotó un pulgar distraído sobre mi cadera—. Mi familia nunca fue
de camping. Mi abuelo era estrictamente un po de resort o finca privada.
No quería que Luca y yo perdiéramos el contacto con nuestra cultura, así
que nos enviaba a Italia con Greta cada verano. Teníamos casas por todo el
país. Roma, Toscana, Milán... visitábamos un lugar diferente cada año.
—¿Cuál es tu lugar favorito en Italia?
—Villa Serafina. —La finca de su familia en el Lago Como—. El lago, los
jardines... a los doce años me parecía mágico.
—Donde se celebrará la boda —murmuré—. No puedo esperar a
verlo.
Teníamos previsto alojarnos allí durante el mes previo a la ceremonia.
Solo había visto fotos, pero incluso a través de una pantalla, era
impresionante.
—Sí. —Una nota extraña entró en la voz de Dante—. Donde se
celebrará la boda.
—Será perfecta. Mi madre no lo querría de otra manera —dije
secamente. Me había vuelto loca con interminables llamadas sobre las
flores, la vajilla y otros mil detalles que no debería controlar, pero no
esperaba menos. Era su úl ma oportunidad de ir a por todas en una gran
boda—. Al menos mi padre no me acosa también sobre los patrones de la
vajilla. Consiguió la fecha que quería. Eso es lo único que le importa.
—El 8 de agosto. Déjame adivinar. Es la fecha en que ganó su primer
millón.
Me reí. —Casi, pero no del todo. El ocho es su número favorito.
El pulgar de Dante se detuvo antes de volver a acariciar mi piel. —¿El
número ocho? ¿De verdad?
—Sí. —Bostezo. Nada me daba más sueño que el vino y el sexo, y esta
noche había tenido lo mejor de ambos—. Es un número de la suerte en la
cultura china porque está asociado a la riqueza. Cuando mis padres
buscaban casa, buscaban específicamente lugares con el ocho en la
dirección. Mi padre es muy supers cioso con esas cosas.
—Nunca lo hubiera imaginado. —El tono de Dante se enfrió como
siempre lo hacía cuando hablábamos de mi padre.
Levanté la cabeza. Una expresión de distracción cruzó su rostro, pero
desapareció al verme mirar.
—No te gusta mucho mi familia. —Lo había percibido en nuestra cena
de presentación, pero desde entonces se había hecho cada vez más
evidente.
Cada vez que mencionaba a mis padres, la cara de Dante se apagaba y
podía sen r que se retraía mentalmente.
Cuando visitamos Boston por Navidad, pasó la mayor parte del empo
comunicándose con miradas y respuestas de una sola palabra. Habían sido
los cuatro días más incómodos de mi vida.
—No me gusta mucha gente —dijo evasivamente—. Pero si somos
sinceros, Francis y yo nunca seremos mejores amigos. Tenemos
diferentes... visiones de la vida.
Antes de que pudiera responder, me cogió la cara y rozó mis labios con
los suyos.
—No hablemos más de la familia —dijo—. Tenemos la habitación para
nosotros solos por esta noche, y se me ocurren algunas otras cosas que
preferiría estar haciendo...
Cualquier resistencia que tuviera se derri ó cuando profundizó el
beso. Mis labios se separaron y mi suspiro lo invitó a entrar. Deslizó su
lengua contra la mía, con sabor a vino, calor y pecado.
Dante tenía razón. Era una noche hermosa, y no había razón para
empañarla hablando de la familia.
Una persistente sensación de inquietud me recorrió la nuca, pero la
aparté.
¿Y qué si Dante y mi padre no coincidían en todo? Era de esperar
cierto antagonismo entre los padres y sus yernos. No era como si fueran a
pegarse en la próxima reunión de vacaciones.
Además, mis padres vivían en otra ciudad. De todos modos, no los
veríamos mucho.
No tenía por qué preocuparme.
28
DANTE
Vivian y yo tuvimos una semana más de felicidad antes de que sus
padres llegaran a la ciudad como un tornado. Repen nos, inesperados y
dejando un camino de destrucción a su paso.
Un minuto, estaba planeando una cita con Vivian en la sinfonía. Al
siguiente, estaba sentada frente a Francis y Cecelia Lau en Le Charles,
luchando por no borrar la sonrisa de sa sfacción de la cara de Francis.
Nuestra conversación sobre él en el Valhalla lo había convocado como
un demonio salido del infierno.
—Me alegro de que hayamos podido hacer que esto funcione. —
Desplegó su servilleta y la colocó sobre su regazo—. Espero que no
interrumpamos demasiado sus planes.
—En absoluto. —Vivian colocó su mano sobre la mía por debajo de la
mesa y desenroscó suavemente mi puño—. Estamos encantados de verte.
Permanecí en silencio.
Sus padres habían llegado, sin avisar, esa mañana y habían pedido
cenar con nosotros en algún momento de su estancia. Teniendo en cuenta
que solo estaban aquí por dos noches, y que tenían entradas para un
espectáculo de Broadway con amigos mañana, esta noche era la única
opción.
—No te hemos visto desde Navidad, así que pensamos en venir a
vernos. Ver cómo va la planificación de la boda. —Cecelia jugó con sus
perlas—. Nunca respondiste a mi pregunta del otro día sobre las flores.
¿Seguimos adelante con los lirios?
Vivian se removió en su asiento. En lugar de su habitual ves do,
tacones y lápiz de labios rojo, llevaba un traje de tweed similar al de
nuestro primer encuentro. Su collar era idén co al de su madre, y la
chispeante vivacidad que yo había llegado a apreciar se había apagado en
una dolorosa gen leza.
No era ella; era una versión clónica de Stepford que solo aparecía
cuando Francis y Cecelia estaban en la habitación, y la odiaba.
—Sí —dijo—. Los lirios están bien.
—Excelente. —Cecelia sonrió—. Ahora, sobre el pastel...
Por suerte, nuestro camarero apareció en ese momento y la
interrumpió antes de que se lanzara a una perorata sobre el glaseado o
sobre lo que fuera que quisiera hablar.
—Tomaremos el caviar Golden Imperial y el tartar de atún sobre foie
gras para empezar, y las chuletas de cordero como plato principal —dijo
Francis, pidiendo para él y para su mujer. Le entregó el menú al camarero
sin mirarlo.
—Yo quiero los tallarines, por favor —dijo Vivian.
Francis frunció las cejas. —Este no es un restaurante italiano, Vivian.
Son conocidos por su cordero. ¿Por qué no pides eso en su lugar?
Porque no le gusta el cordero, cabrón.
Mis dientes traseros se apretaron. Incluso si Francis no me estuviera
chantajeando, lo despreciaría.
¿Cómo pudo pasar vein ocho años sin saber la aversión de su hija a
esa carne en par cular? O tal vez simplemente no le importaba.
—La lista de espera para una reserva en Le Charles es de cuatro meses
—dijo Francis—. Incluso el gobernador ene problemas para conseguir una
mesa cuando está en la ciudad. Es ridículo desperdiciar una comida aquí en
algo que no sea lo mejor.
—Yo... —Vivian vaciló—. Tienes razón. ¿Puedo cambiar mi pedido por
el de cordero, por favor? —Le dedicó al camarero una sonrisa de disculpa
—. Gracias.
—Por supuesto. —La expresión de cortesía del camarero no vaciló. Por
la reacción que mostró, bien podríamos estar hablando del empo—. ¿Y
para usted, señor Russo?
Cerré mi menú con precisión deliberada y mantuve la mirada en el
padre de Vivian mientras pedía. —Quiero los tagliatelle.
Los labios de Francis se afinaron.
Si estuviéramos en casa, lo habría llamado directamente, pero
estábamos sentados en medio del restaurante. No le daría la sa sfacción
de hacer una escena.
—¿Cómo está tu hermano? —preguntó Francis—. He oído que ahora
trabaja en ventas en Lohman & Sons. Parece... que está por debajo de su
nivel salarial.
—Lo está haciendo bien —dije con frialdad—. La contribución es la
contribución, ya sea en un papel al por menor o corpora vo.
—Hmm. —Se llevó el vino a los labios—. Tendremos que acordar que
no estamos de acuerdo.
No me engañó el aparentemente inocuo cambio de tema. Francis
estaba tratando de recordarme lo que estaba en juego.
Dijo que estaba en la ciudad para un espectáculo, pero la repen na
visita era un juego de poder diseñado para desequilibrarme.
Solo faltaban unos meses para la boda. Él era muchas cosas, pero no
era estúpido. Debía saber que yo estaba trabajando entre bas dores para
destruir las pruebas del chantaje.
Había estado callado demasiado
nervioso, por una buena razón.
empo, y se estaba poniendo
Mi cita en el Valhalla con Vivian había desencadenado una epifanía.
Ella dijo que era supers cioso con las fechas y los números, y las
indagaciones que había hecho Chris an en la úl ma semana respaldaban
su afirmación.
La dirección de su casa, la de su negocio, su matrícula... todo giraba en
torno al número ocho. Apostaría la vida de mi hermano a que tenía ocho
copias de las fotos del chantaje.
Chris an ya estaba rastreando los tres conjuntos restantes. Una vez
que los encuentre, se acabó el juego para el maldito Francis Lau.
Por primera vez esa noche, sonreí.
El resto de la cena transcurrió sin incidentes. Vivian y su madre
llevaron la conversación, aunque me costó toda mi fuerza de voluntad no
perder la cabeza cuando Cecelia la reprendió por llevar el tono de
maquillaje "equivocado" o cuando su padre anuló su elección de postre al
insis r en que probara la tarta de chocolate del restaurante en lugar del
pastel de queso.
No sabía qué era peor: la ac tud prepotente de sus padres o la
disposición de Vivian a aceptarla. Ella nunca habría dejado que le hablara
como lo hacían ellos.
—Lo que quieras decir, dilo —dijo cuando volvimos a casa. Se quitó los
pendientes y los dejó caer en el plato de oro de la cómoda—. Has estado
echando humo en silencio durante todo el viaje en coche hasta casa.
Me quité la chaqueta y la arrojé sobre el respaldo de una silla. —No
he echado humo. Simplemente me preguntaba cómo habías superado tu
desprecio de toda la vida por el cordero en las úl mas vein cuatro horas.
Vivian suspiró. —Es una comida. No es gran cosa.
—No se trata de la comida, Vivian. —La agravación se cocinó a fuego
lento en mis venas—. Se trata de la forma en que tus padres te tratan
como si fueras una niña. Se trata de cómo te conviertes en un recorte de
cartón de misma cada vez que estás cerca de ellos. —Señalé su ropa—.
Esta no eres tú. Odias el cordero. No eres una persona de tweed y perlas.
No te pillarían muerta con ese traje en un día normal.
—Bueno, no es un día normal. —Una pizca de irritación se deslizó en
su voz. No era el único que estaba nervioso esta noche—. ¿Crees que me
gusta que mis padres aparezcan en el úl mo minuto? ¿O que me gusta que
me cri quen por todo lo que digo y llevo? Tal vez no es lo que elegiría
ves r si no estuvieran aquí, y tal vez no habría pedido el cordero si mi
padre no hubiera insis do, pero a veces hay que hacer concesiones para
mantener la paz. Están aquí por dos días. No es un gran problema.
—Son dos días esta vez, pero ¿y en el futuro? —pregunté, con la voz
dura—. Cada día de fiesta, cada visita, durante el resto de tu vida. Dime
que no es agotador fingir ser alguien que no eres con las dos personas que
deberían aceptarte como eres.
Vivian se tensó. —La gente hace eso todos los días. Van al trabajo y
muestran una parte de sí mismos. Salen con los amigos y muestran otra
cara. Es normal.
—Sí, excepto que no son tus colegas ni tus malditos amigos. Son tu
familia, ¡y te tratan como una mierda! —Mi frustración se convir ó en un
grito.
—¡Son mis padres! —La voz de Vivian se elevó hasta igualar la mía—.
No son perfectos, pero enen mis mejores intereses en el corazón. Se han
sacrificado mucho para darnos a mí y a mi hermana el po de vida que
ellos nunca tuvieron al crecer. Incluso antes de que fuéramos ricos, se
dejaron la piel para que pudiéramos permi rnos la misma ropa y las
mismas excursiones que nuestros compañeros de clase, para que no nos
quedáramos fuera. Así que, si tengo que renunciar a algunas cosas
temporalmente para hacerlos felices, lo haré.
—Temporalmente, ¿eh? ¿Es por eso que tu padre básicamente vendió
a ambas a cambio de subir un peldaño en la escala social?
La cara de Vivian palideció y el arrepen miento me golpeó con fuerza
y rapidez.
Joder.
—Viv...
—No. —Levantó una mano—. Eso era exactamente lo que querías
decir, así que no te retractes.
Mi mandíbula se tensó. —No te veo como una moneda de cambio,
pero ¿puedes decirme sinceramente que tus padres sienten lo mismo? No
intento hacerte sen r mal, amore mio, pero no enes por qué aguantar sus
mierdas. Eres una adulta. Eres hermosa, exitosa, inteligente y tres veces
más que cualquiera de ellos. Tienes tu propio dinero y carrera. No los
necesitas.
—No se trata de necesitarlos. Se trata de la familia. —La frustración
marcó líneas en el rostro de Vivian—. Hacemos las cosas de forma
diferente, ¿vale? El respeto a nuestros mayores es importante. No
contestamos solo porque no nos gusta lo que dicen.
—Sí, bueno, a veces los mayores están llenos de mierda, y hay que
llamarles la atención. —Estaba exagerando, pero odiaba que Vivian se
convir era en una cáscara de sí misma con sus padres. Era como ver una
hermosa y vibrante rosa marchitarse ante mis ojos.
—Sí puedes —replicó ella—. Has crecido como heredera del imperio
Russo. Sí, sé que no todo era diversión y juegos, pero seguías siendo el
centro de atención de tu abuelo. Tenía que ser perfecta solo para conseguir
una pizca de afecto. Mis notas, mi imagen, todo.
—¡Ese es mi puto punto! ¡No deberías tener que ser perfecta para
conseguir el afecto de tus padres!
—¡Ese es mi punto! ¡Lo hago!
Nos miramos fijamente, con los pechos agitados, nuestros cuerpos
cerca, pero nuestras mentes a años luz.
Vivian rompió primero el contacto visual. —Ha sido una larga noche y
estoy cansada —dijo—. Pero me gustaría que al menos intentaras ver de
dónde vengo. Tu visión del mundo no es universal. Quiero un compañero,
Dante, no alguien que me reprenda porque no está de acuerdo con la
forma en que manejo mi relación con mi propia familia.
El remordimiento atenuó el borde de mi ira. —Cariño...
—Me voy a bañar y a trabajar después. No me esperes despierto.
La puerta del baño se cerró con un clic tras ella.
Esa noche, por primera vez desde que empezamos a salir, nos fuimos a
la cama sin darnos un beso de buenas noches.
29
VIVIAN
—¡Felicidades! Han tenido su primera pelea como pareja real.
Brindemos por ello. —Isabella levantó su mimosa en el aire, su sonrisa
totalmente sincera.
Mis vasos y los de Sloane permanecieron en la mesa.
—No es algo para celebrar, Isa —dije con ironía.
—Por supuesto que lo es. Tú querías la experiencia completa de la
pareja. Eso incluye las peleas, especialmente por la familia. —Terminó su
bebida, sin inmutarse por nuestra falta de voluntad de par cipar en su
brindis—. Sinceramente, las parejas que no se pelean me asustan. Son
como un plato roto a punto de romperse. Lo próximo que sabrás es que
serán los protagonistas de una serie documental de Ne lix tulada Love
and Murder: La pareja de al lado.
No pude evitar reírme. —Escuchas demasiados crímenes reales.
Isabella, Sloane y yo estábamos comiendo un brunch en un nuevo
lugar de moda en el Bowery. Habían pasado dos días desde mi pelea con
Dante, y todavía estaba furiosa por ello.
No porque él estuviera equivocado, sino porque tenía razón.
Nada escuece más que el sabor acre de la verdad.
—Es una inves gación —dijo Isabella—. Por lo tanto, es un trabajo. No
puedes culparme por trabajar horas extras, ¿verdad? Mira a Sloane. Ella
está en su teléfono a pesar de que los mejores huevos benedic nos del
mundo están sentados sin tocar delante de ella.
—No está sin tocar. Me comí dos bocados. —Sloane terminó lo que
estaba escribiendo y levantó la vista—. Trata de disfrutar de tu comida
cuando uno de tus clientes publica una diatriba en las redes sociales sobre
su muy famosa ex esposa y procede a entrar en discusiones en línea con...
—Volvió a comprobar su teléfono—. Usuario59806 sobre quién debería
conducir su coche por un acan lado primero.
—Suena insulso para Internet —dijo Isabella—. Estoy bromeando.
Más o menos. Mira, no hay mucho que puedas hacer al respecto ahora,
excepto quitarle a tu cliente el acceso a las redes sociales, lo que supongo
que ya has hecho. La gente se comportará de forma estúpida todo el día,
todos los días. Disfruta de tu comida, y lidia con ellos más tarde. Dos horas
de desintoxicación digital no te matarán. —Ella empujó el plato de Sloane
más cerca de ella—. Además, necesitas energía para toda la respiración de
fuego que harás más tarde.
Sloane frunció los labios. —Supongo que enes razón.
—Siempre tengo razón. Ahora... —Isabella volvió a centrar su atención
en mí—. Esta pelea. Creo que deberías dejarla pasar un día más antes de
tener sexo caliente de reconciliación. Tres días es el empo adecuado para
que toda esa tensión se acumule y...
—Isa.
—¡Lo siento! No tengo una vida sexual en este momento, ¿de
acuerdo? Estoy viviendo a través de . —Ella suspiró—. Y la discusión no es
algo que rompa el trato, ¿verdad? Es un poco...
Sí.
El silencio cubrió la mesa.
Me quedé mirando mi plato a medio comer, con la piel helada a pesar
del calor de dos mimosas.
—No me malinterpretes. Sé cómo te sientes. —La voz de Isabella se
suavizó—. Pero creo que es una de esas diferencias culturales que tardarán
en suavizarse. Dante se preocupa por , o no se habría enfadado tanto.
Solo que... no es bueno para expresar sus pensamientos con tacto.
—Lo sé. —Mi suspiro llevaba días de agonía—. Es solo que es di cil
recordar eso cuando estoy en el momento y él está siendo tan... tan terco.
En el mundo de Dante, su palabra era ley. Siempre tenía razón, y la
gente se inclinaba para acomodarse o apaciguarlo.
Pero esa era la cues ón. Ya no era solo su mundo; era el nuestro, al
menos en lo que respecta a nuestra vida familiar. Con o sin matrimonio
concertado, yo había firmado para tener un marido, no un jefe.
Solo que no estaba segura de que él lo supiera.
—Es Dante Russo —dijo Sloane, como si eso lo explicara todo—. La
inflexibilidad es su segundo nombre. Personalmente, creo que deberías
hacerle sudar. Dejarle fuera hasta que entre en razón.
—Genial. Así que vamos a esperar hasta el cambio de siglo —dijo
Isabella—. Viv, ¿qué quieres hacer?
—Yo…
—Vivian. Qué agradable sorpresa. —Una voz suave y cremosa
interrumpió nuestra conversación.
Me enderecé cuando una elegante mujer mayor con un elegante bob
plateado y la piel de alguien treinta años menor que ella se detuvo junto a
nuestra mesa.
—Buffy, me alegro de verte —dije, ocultando mi sorpresa. Ella y sus
amigas rara vez salían de su burbuja—. ¿Cómo estás?
Ignoré deliberadamente el silencioso chisporroteo de Isabella cuando
mencioné el nombre de Buffy.
—Estoy bien, querida. Gracias por preguntar. —La gran dama de
sesenta y cinco años parecía inmaculada, como siempre, con una blusa de
seda color crema, pantalones grises a medida y pendientes de perlas
Mikimoto—. Normalmente no vengo hasta el Bowery... —Su tono
insinuaba que el viaje de vein cinco minutos en coche desde su casa era
tan arduo como el trayecto desde la Quinta Avenida hasta Brooklyn—. Pero
he oído que el brunch aquí es divino.
—Los mejores huevos benedic nos de langosta de la ciudad. —Señalé
una silla vacía—. ¿Te gustaría unirte a nosotros?
Ninguna de las dos quería que se quedara, pero era lo más educado.
—Oh, qué oferta tan dulce, pero no, gracias —dijo Buffy en el
momento oportuno—. Bunny y yo reservamos la mesa de la esquina. Me
está mirando mientras hablamos; simplemente odia sentarse sola en
público... —Lanzó una mirada de reproche hacia donde se sentaba una
mujer rubia muy bien cuidada con su caniche de juguete igualmente bien
cuidado asomando por la parte superior de su bolso Hermès. Los perros no
estaban permi dos en el restaurante, pero la gente como Buffy y sus
amigos se regían por otras reglas—. Sin embargo, quería pasarme por aquí
y felicitarte en persona por haber conseguido que el Valhalla sea la sede
del Baile del Legado. Ha generado un gran revuelo.
—Gracias —murmuré.
Había tratado de encontrar otras alterna vas, pero ninguna de ellas
había funcionado, así que había aceptado a regañadientes la sugerencia
del Club Valhalla de Dante. Había insis do en la elaboración de la
propuesta, que él presentó al comité de ges ón, ya que no permi an la
presencia de personas que no fueran miembros en la reunión.
El proceso de aprobación duró casi un mes, pero recibí la confirmación
final hace dos semanas.
Aunque una parte de mí estaba encantada de conseguir un lugar tan
exclusivo, otra parte se preocupaba por lo que le costaría a Dante. No
monetariamente, sino en términos de influencia y reciprocidad.
—Seguro que Dante habló bien de . —Buffy sonrió—. Vale la pena
casarse con un Russo, ¿verdad?
Mi propia sonrisa se tensó. La indirecta era su l, pero estaba ahí.
—Ya que estamos hablando del baile, tengo una sugerencia sobre el
entretenimiento —dijo—. Es una pena que Corelli haya perdido la voz y ya
no pueda actuar.
El famoso cantante de ópera estuvo en pausa mientras se recuperaba
su voz.
El problema no era tan grave como la inundación del recinto, pero era
un problema más del montón que se acumulaba cada día.
La Ley de Murphy de la planificación de eventos: algo siempre sale
mal, y cuanto más importante es el evento, más sale mal.
—No te preocupes. Ya he confirmado una alterna va —dije—. Hay
una maravillosa cantante de jazz que ha accedido a actuar por la mitad de
su tarifa habitual teniendo en cuenta el público que asis rá.
—Qué bonito —dijo Buffy—. Sin embargo, estaba pensando que
deberíamos contratar a Veronica Foster en su lugar.
—Veronica Foster... ¿la heredera del azúcar?
—Se ha pasado a la escena musical —dijo Buffy con suavidad—. Estoy
segura de que apreciaría la oportunidad de actuar en el baile. Al igual que
yo.
Su afirmación pun llosa me hizo caer en la confusión.
De repente recordé la otra razón por la que el nombre de Verónica me
resultaba familiar. Era la ahijada de Buffy.
—Estaré encantada de reunirme con ella y revisar su cinta si la ene.
—Mantuve mi tono mesurado a pesar de los nudos que me retorcían el
estómago—. Sin embargo, no puedo garan zar un lugar en la alineación.
Como sabes, la agenda es apretada, y ya he aceptado contratar a la
cantante de jazz.
Los ojos de Buffy se enfriaron hasta conver rse en hielo azul. —Estoy
segura de que ella entendería si tuvieras que cancelar —dijo, con su
sonrisa intacta pero más afilada. Más mor fera—. Este es un evento
importante, Vivian. Hay mucho en juego.
Incluyendo tu reputación y tu lugar en la sociedad.
La amenaza tácita pendía sobre la mesa como una guillo na.
Frente a mí, Isabella y Sloane observaban la escena con los ojos muy
abiertos y una furia glacial, respec vamente. Me di cuenta de que Sloane
se estaba guardando algunos epítetos, pero, por suerte, no intervino.
No le hacía falta.
Entre la visita de mis padres, mi discusión con Dante y los dolores de
cabeza que había encontrado con la pelota, había llegado al final de mi
cuerda.
—Sí, lo hay —dije en respuesta a Buffy. Bajo mi tono, por lo demás
educado, se escondía una capa de escarcha—. Por eso cada detalle debe
ser impecable, incluidos los ar stas. Como presidenta del comité del Baile
del Legado, estoy segura de que en endes que cualquier cosa que no sea
la perfección en el escenario no sería ideal. Tengo plena confianza en el
compromiso de Verónica con su oficio, por lo que una audición no debería
ser un problema. ¿No estás de acuerdo?
Los sonidos del restaurante se convir eron en un ruido blanco
mientras los la dos de mi corazón retumbaban en mis oídos.
Estaba corriendo un gran riesgo, insultando a Buffy delante de otras
personas, pero estaba harta de que la gente intentara manipularme para
que hiciera lo que ellos querían.
Podía ponerme en la lista negra después del baile, pero hasta
entonces, era mi nombre en las invitaciones y mi reputación profesional la
que estaba en juego. Que me condenen si dejo que alguien destruya lo que
he trabajado durante años en nombre de un nepo smo mal disimulado.
Buffy me miró fijamente.
En realidad, el silencio duró menos de un minuto, pero cada segundo
se alargó como un eón hasta que su sorpresa inicial se fundió en algo más
inescrutable.
—Sí —dijo finalmente—. Supongo que enes razón. —Su voz era tan
fría como sus ojos, pero si no la conociera, diría que contenía el más
mínimo indicio de respeto—. Disfruta del resto de la comida.
Se dio la vuelta para marcharse, pero antes de hacerlo, me echó una
úl ma mirada. —¿Y Vivian? Espero que éste sea el mejor Baile del Legado
en la historia del evento.
Buffy se marchó en una nube de Chanel nº 5 y de gélida regalidad.
Su salida me sacó el aire reprimido de los pulmones. Me desplomé, sin
poder mantenerme en pie por la indignación y la necesidad de demostrar
que no podía pisotearme.
—Regañando a Buffy Darlington. —Los ojos verdes de Sloane brillaron
con una rara admiración—. Impresionante.
—No la regañé —refuté—. Presenté un punto de vista alterna vo.
—La regañaste —dijo Isabella—. Hubo un momento en que pensé que
le daría un infarto y se derrumbaría sobre tus huevos. Buffy y Benedict, el
nuevo combo de brunch.
Nos miramos por un momento, aturdidos por la cursilería de su chiste,
antes de romper a reír.
Tal vez fuera el alcohol, o tal vez estuviéramos delirando por el exceso
de trabajo y la falta de sueño, pero una vez que empezamos, no pudimos
parar. A mí se me llenaron los ojos de lágrimas y los hombros de Isabella se
agitaron tanto que la mesa tembló. Incluso Sloane se reía.
—Hablando de nombres B —dijo Isabella después de que nuestra
alegría se redujera a un nivel manejable—. ¿He oído mal, o ha dicho que
estaba aquí con su amiga Bunny?
—Bunny Van Houten —confirmé con una sonrisa—. Esposa del
magnate naviero holandés Dirk Van Houten.
El horror borró lo que quedaba de diversión en la cara de Isabella.
—¿A quién se le ocurren estos nombres? —preguntó—. ¿Existe la
regla de que cuanto más rico eres, más feo ene que ser tu nombre?
—No son tan malos.
—¡Buffy y Bunny, Viv! Buffy y Bunny! —Isabella sacudió la cabeza—.
Cuando tenga el poder, prohibiré todos los nombres que empiecen por las
letras B y U. Dios no quiera que añadan una Bubby a su grupo.
No pude evitarlo. Volví a estallar en carcajadas, a las que se unieron
poco después Isabella y Sloane.
Dios, necesitaba esto. Comida, bebidas y una mañana diver da y tonta
con mis amigas, a pesar del incidente de Buffy. A veces, eran las cosas
sencillas de la vida las que nos hacían seguir adelante.
Nos quedamos una hora más antes de irnos. Insis en pagar la
comida, ya que se habían pasado la mayor parte del empo escuchando
mis problemas, y acababa de pagar la cuenta cuando sonó mi teléfono.
El corazón me dio un vuelco cuando leí el nuevo mensaje, pero
mantuve una expresión neutra mientras salíamos del restaurante.
—Hay una nueva comedia román ca que se estrena la semana que
viene —dijo Sloane—. Vamos a verla.
Isabella la miró con desconfianza. —¿Vas a ver realmente la película
esta vez, o te vas a quejar durante toda la película?
Sloane se puso las gafas de sol. —No me quejo. Hago una crí ca en
empo real de la aplicación de la película en el mundo real.
—Es una comedia román ca —dije—. No se supone que sean
realistas.
A algunas personas les gustaba relajarse leyendo o recibiendo un
masaje. A Sloane le gustaba ver comedias román cas y escribir trabajos de
disertación detallando cada cosa que no le gustaba de la película.
Y, sin embargo, seguía viéndolas.
—Acordaremos no estar de acuerdo —dijo—. El próximo jueves
después del trabajo. ¿Te parece bien?
Habíamos sobrevivido a años de evisceración de comedias román cas.
Sobreviviríamos otra noche.
Después de confirmar la fecha de la película y de separarnos, subí por
la calle 4 hacia el parque de Washington Square.
Mi pulso se aceleró con cada paso hasta que se intensificó al ver una
figura alta y oscura que me resultaba familiar junto al arco.
El parque estaba repleto de músicos callejeros, fotógrafos y
estudiantes con sudaderas de la Universidad de Nueva York, pero Dante
destacaba como una barra de audacia sobre un fondo descolorido. Incluso
con una simple camiseta blanca y unos vaqueros, su presencia era lo
suficientemente poderosa como para atraer las miradas no tan su les de
los transeúntes.
Nuestras miradas se cruzaron al otro lado de la calle. La electricidad
me recorrió la espina dorsal y tardé un empo más en empezar a caminar
después de que pasara el úl mo coche.
Me detuve a medio metro de él. Los sonidos de la música, las risas y
los bocinazos de los coches desaparecieron, como si exis era dentro de un
campo de fuerza que impedía cualquier intrusión exterior.
—Hola —dije, extrañamente sin aliento.
—Hola. —Se me ó las manos en los bolsillos, un gesto
entrañablemente aniñado en comparación con sus rasgos robustos y su
estructura ancha y musculosa—. ¿Qué tal el almuerzo?
—Bien. —Me aparté un mechón de pelo detrás de la oreja—. ¿Qué
tal... tu día? —No tenía ni idea de lo que había estado haciendo esa
mañana.
—Le gané a Dominic en tenis. Estaba enfadado. —Una sonrisa torcida
se formó en los labios de Dante—. Buen día.
Una risa burbujeó en mi garganta.
Solo habían pasado dos días, pero lo echaba de menos. Su humor
seco, sus sonrisas, incluso su ceño fruncido.
Era la única persona que podía hacer que extrañara cada parte
individual de él tanto como su totalidad: lo bueno, lo malo y lo mundano.
Sus ojos y su boca se volvieron sobrios. —Quería disculparme —dijo
—. Por la noche del viernes. Tenías razón. Debería haberme esforzado más
por entender de dónde venías en lugar de... emboscarte cuando fuimos a
casa.
Su voz tenía la rigidez de alguien que se disculpa por primera vez, pero
la sinceridad subyacente derri ó cualquier rencor que pudiera tener.
—Tú también tenías razón —confesé—. No me gusta admi rlo en voz
alta, pero soy diferente con mis padres. Ojalá no lo fuera, pero... —Exhalé
un suspiro—. Hay algunas cosas que quizá sean demasiado tarde para
cambiar.
Tenía vein ocho años. Mis padres tenían más de cincuenta años o
principios de los sesenta. ¿En qué momento nuestros hábitos y dinámicas
estaban tan arraigados que tratar de cambiarlos sería como intentar doblar
un pilar de hormigón?
—Nunca es demasiado tarde para cambiar. —Los ojos de Dante se
suavizaron aún más—. Eres jodidamente perfecta tal y como eres, Vivian.
Si tus padres no pueden verlo, ellos se lo pierden.
Sus palabras se aferraron a mi corazón y lo apretaron.
Para mi horror, un pinchazo familiar surgió detrás de mis ojos, y tuve
que parpadear antes de volver a hablar.
—Quizá me ponga un traje de seda en lugar de tweed en nuestra
próxima cena —bromeé a medias—. Para darle un poco de sabor a las
cosas.
—La seda te sienta mejor, de todos modos. La próxima vez que nos
visiten por sorpresa, también podemos decirles que hemos contraído un
terrible bicho estomacal muy contagioso y encerrarnos en nuestro
apartamento hasta que se vayan.
—Hmm, me gusta. —Incliné la cabeza—. Pero, ¿qué haríamos
encerrados todo el día en el apartamento?
Se deslizó una sonrisa malvada. —Se me ocurren algunas cosas.
El calor bañó mi piel y luché contra una sonrisa floreciente. —Estoy
segura de que sí. Entonces… —dije, cambiando de tema—. ¿Tienes algún
plan para el resto del día?
—Sí. —Deslizó su mano hacia la mía, la acción fue tan casual y natural
como respirar—. Lo voy a pasar con go.
Mi sonrisa se liberó, al igual que las mariposas en mi estómago.
Así de fácil, volvimos a estar bien.
No fue una reconciliación larga, pero no tenía por qué serlo. Seguir
adelante no siempre implicaba grandes gestos o pesadas conversaciones. A
veces, los momentos más significa vos son los pequeños: una mirada
suave aquí, una disculpa simple pero sincera allá.
—Perfecto —dije. Mantuve mi mano en la suya mientras nos
alejábamos del parque—. Porque hay una nueva exposición en el Whitney
que me muero por ver...
30
VIVIAN
—Lo siento, ¿quieres que vayamos a dónde? —Levanté la vista de mi
sushi y clavé a Dante una mirada incrédula.
—A París. —Se inclinó hacia atrás, la imagen de la despreocupación.
Se quitó la chaqueta, se aflojó la corbata y se mostró imperturbable, como
si no acabara de sugerirme que lo dejara todo para viajar a Europa.
Era miércoles, cinco días después de nuestra breve pelea y tres días
después de nuestra reconciliación.
Estábamos almorzando en mi oficina y manteniendo una conversación
perfectamente agradable cuando soltó la bomba de París de la nada.
—Me he enterado hoy de que tengo que reunirme allí con algunos de
los directores generales de nuestras filiales antes del Fes val de Cannes —
dijo—. Se suponía que mi vicepresidente iba a hacerlo, pero su mujer se
puso de parto antes de empo. Me voy el sábado y me quedo allí una
semana.
Normalmente, habría aprovechado la oportunidad de acompañarle.
París era una de mis ciudades favoritas y hacía empo que debía haberla
visitado de nuevo, pero no podía dejarlo todo para retozar por Francia
cuando faltaban solo unas semanas para el Baile del Legado.
—No puedo —dije de mala gana—. Tengo que estar aquí para la
preparación del baile.
Dante levantó las cejas. —Creía que todo estaba más o menos
preparado.
Técnicamente, tenía razón. El lugar de celebración estaba asegurado,
el servicio de catering estaba en marcha, y la distribución de los asientos y
el entretenimiento estaban terminados -Verónica Foster resultó ser
sorprendentemente talentosa, y la había incluido en una breve actuación
al final de la noche-, pero con mi suerte, algo saldría mal en el momento en
que pisara suelo francés.
—Sí, pero, aun así. Este es el mayor evento de mi carrera. No puedo
salir volando en el úl mo momento. Mi equipo me necesita.
—Tu equipo parece lo suficientemente competente como para
mantener el fuerte durante cinco días. —Dante dio un golpecito a la pila de
papeles que había sobre mi mesa—. Todavía tendrás más de una semana
cuando volvamos para ul mar todo, y no necesitas estar sicamente en
Nueva York para hacer tu trabajo mientras tanto. Yo también estaré
ocupado por las mañanas, así que trabajaremos durante el día y
exploraremos París por la noche. Todos salimos ganando.
—¿Y la diferencia horaria? —argumenté—. Mi equipo seguirá
trabajando cuando sea de noche en París.
—Entonces programa tus reuniones para las primeras horas de la
tarde. Aquí será por la mañana —dijo Dante, prác co como siempre—. Es
París en primavera, mia cara. Hermosas flores, croissants frescos, paseos
por el Sena...
—No sé... —Vacilé, dividida entre la imagen que me pintó y mi
paranoia de que algo saliera mal.
—Ya he reservado una suite en el Ritz. —Dante hizo una pausa antes
de soltar la segunda bomba del día—. Y puedes elegir un ves do de la sala
de exposiciones de Yves Dubois para el baile.
Mi aliento se detuvo en mis pulmones. —Eso es hacer trampa.
Yves Dubois era uno de los mejores modistos del mundo. Solo
producía ocho ves dos al año, cada uno de ellos único y exquisitamente
hecho a mano. También era notoriamente exigente en cuanto a quién
podía llevar una de sus creaciones; se rumorea que una vez rechazó a una
estrella de cine mundialmente famosa que había querido llevar su diseño a
los Oscar.
—Es un incen vo. —Dante sonrió—. Si realmente no puedes o no
quieres venir, no enes que hacerlo. Pero has estado trabajando muy duro
estos úl mos meses. Te mereces un pequeño descanso.
—Bonita forma de darle la vuelta. ¿Seguro que no es porque enes
ansiedad por separación? —Me burlé.
—No solía hacerlo. —Sus ojos sostenían los míos como una llama
solitaria que parpadea en una fría noche de invierno—. Pero empiezo a
pensar que sí.
El calor me llenó el estómago y subió a la superficie de mi piel.
No debería, pero tal vez estaba cansada de vivir mi vida en función de
los "debería".
Tomé mi decisión final en una fracción de segundo.
—Entonces creo que me voy a París.
~
Durante los dos días siguientes, preparé a mi equipo todo lo que pude.
Les di seis números diferentes para que me localizaran y repasé el
protocolo de emergencia tantas veces que pensé que Shannon me subiría
al avión ella misma antes de estrangularme.
Aun así, seguí sin endo aprensión por el viaje hasta que estuve en el
coche de camino a nuestro hotel, viendo la ciudad pasar a toda velocidad
por la ventana.
Al igual que Nueva York, París era un po de ciudad que se ama o se
odia. A mí me gustaban las dos cosas. La comida, la moda, la cultura... no
había nada igual, y una vez que estaba en París, era fácil perderse en su
magia.
Nuestros primeros tres días consis eron en instalarnos y, en mi caso,
en adaptarme a mi nuevo horario de trabajo. Pasé las tranquilas horas de
la mañana realizando tareas administra vas y tuve reuniones por la tarde,
cuando mi equipo y los proveedores de Nueva York estaban conectados.
Pensaba que me distraería con el atrac vo de la ciudad al otro lado de mi
ventana, pero fui sorprendentemente produc vo.
Dicho esto, no pude resis rme a un rápido viaje de compras a la Rue
Saint-Honoré y, por supuesto, a una visita al showroom de Yves Dubois,
donde pasé dos horas eligiendo y probando un ves do para el Legacy Ball.
—Ese no. —Yves frunció los labios cuando pasé mis dedos por una
impresionante pieza de color rosa y cuentas de plata—. El rosa es
demasiado suave para , querida. Necesitas algo más audaz, más atrevido.
Algo que sea llama vo. —Inclinó la cabeza, con los ojos entrecerrados,
antes de chasquear los dedos—. Frederic, tráeme el ves do Phoenix.
Su ayudante salió corriendo de la habitación y volvió minutos después
con la pieza en cues ón.
Respiré de forma audible.
—Mi úl ma creación —dijo Yves con una floritura—. Ochocientas
horas para coser a mano, ráfagas de hilo de oro bordadas sobre toda la
superficie del ves do. Mi mejor trabajo hasta la fecha, en mi humilde
opinión.
Nada en Yves era humilde, pero tenía razón. Era su mejor trabajo
hasta la fecha.
No podía apartar los ojos de él.
—Normalmente, son ciento cincuenta mil dólares —dijo—. ¿Pero para
que usted, la futura Sra. Russo, lo lleve en el Baile del Legado? Ciento
treinta mil. Incluso.
Era una obviedad. —Lo aceptaré.
Esa noche, Dante volvió a una suite de hotel llena de bolsas de la
compra en el suelo, las mesas y la mitad de la cama.
Yves me enviaría el ves do directamente a Nueva York, así que no
tenía que preocuparme por estropearlo en el vuelo de vuelta, pero quizá
me había pasado un poco con las compras.
—¿Debería haber reservado una habitación separada para tus
compras? —Dante miró la pila de cajas de sombreros Dior sobre la cama.
—Deberías haberlo hecho, pero es demasiado tarde para eso. —
Guardé mi nuevo collar de diamantes Bulgari en la caja fuerte del hotel
antes de sacar algo de una de las bolsas más pequeñas—. También te he
comprado algo.
Le entregué la pequeña caja negra y esperé, con el corazón palpitante,
mientras la abría.
Sus cejas se alzaron cuando abrió la tapa.
—Son gemelos de helado —le dije alegremente—. Conozco a un
joyero de la Rue de la Paix que hace piezas personalizadas. El ónix es la
salsa de soja. El rubí es la cereza, aunque no se come con cereza, pero creo
que el rojo une el diseño.
Era un regalo medio en broma, medio sincero. Dante tenía docenas de
gemelos de lujo, pero quería regalarle algo más personal.
—¿Te gustan? —Le pregunté.
—Me encantan. —Se quitó sus gemelos actuales y los sus tuyó por
los nuevos—. Gracias, mia cara.
El calor de su voz me acarició la piel antes de que me cogiera la cara
con una mano y me besara.
Esa noche no llegamos a cenar.
Sin embargo, las demás noches las dedicamos a cualquier ac vidad
que se nos antojara. Paseamos por los encantadores rincones llenos de
libros de Shakespeare and Company, exploramos el Louvre a deshoras y
fingimos ver películas francesas independientes en blanco y negro en un
cine de arte y ensayo mientras nos besamos en secreto en la parte de atrás
como adolescentes.
Había visitado París muchas veces, pero explorarlo con Dante era
como verlo por primera vez. Los olores que salían de las panaderías, la
textura de los adoquines bajo mis pies, el arco iris de flores que florecía por
toda la ciudad... todo era más brillante, más vivo, como si alguien hubiera
espolvoreado polvo de hadas sobre la ciudad.
La úl ma noche, Dante me llevó a una cena privada en la Torre Eiffel.
El monumento tenía tres restaurantes; el nuestro estaba en la segunda
planta y ofrecía unas vistas espectaculares del horizonte. Había reservado
todo el espacio, así que solo estábamos nosotros, el menú de siete platos y
la ciudad a nuestros pies en toda su brillante gloria nocturna.
—Bien, ¿cuál es la comida que no soportas y que todo el mundo
adora? —Me tragué una fina rodaja de lubina antes de añadir—: Yo iré
primero. Las aceitunas. Las odio. Son una plaga para la humanidad.
—Quiero decir que me sorprende, pero eres la misma persona que
come pepinillos con patatas fritas y pudín, así que... —Dante se llevó el
vino a los labios—. Ya se ha dicho bastante.
Entrecerré los ojos. —No soy el que limpió nuestro suministro de
pepinillos hace dos semanas porque no podía dejar de robar mi merienda.
—No seas dramá ca. Greta compró más pepinillos al día siguiente. —
Se rió al ver mi ceño fruncido—. Para responder a tu pregunta, no soporto
las palomitas. La textura es rara, y huele fatal incluso cuando no están
quemadas.
—¿En serio? Entonces, ¿qué comes durante el cine?
—Nada. Las películas son para verlas, no para comer.
Le miré fijamente. —A veces, estoy convencida de que eres un
extraterrestre y no un ser humano de verdad.
Otra carcajada me invadió. —Todos tenemos nuestras manías, mia
cara. Al menos yo no canto Mariah Carey en la ducha.
Mis mejillas se calentaron. —Lo hice una vez. Escuché la canción en un
anuncio y se me quedó grabada en la cabeza, ¿vale?
—No estoy diciendo que sea una rareza mala. —La esquina de su boca
se inclinó hacia arriba—. Fue bonito, aunque desafinaras.
—No desafiné —murmuré, pero mi indignación duró solo unos
segundos ante su sonrisa.
—¿Cómo va la preparación para Cannes? —pregunté cuando nuestro
camarero cambió nuestros platos vacíos por el tercer plato—. ¿Lo han
hecho todo a empo?
—Sí, por suerte. Si tuviera que estar en otra reunión discu endo qué
champán deberíamos servir en la fiesta posterior, me habrían detenido por
asesinato —refunfuñó.
—Estoy seguro de que habrías encontrado una forma de evitarlo. Eres
un Russo —bromeé.
—Sí, pero el papeleo habría sido un dolor de cabeza.
—Te encanta el papeleo. Es lo que haces todo el día.
—Voy a fingir que no acabas de insultarme horriblemente en medio
de lo que se supone que es una román ca úl ma noche en París. —Sonaba
herido, pero la picardía brillaba en sus ojos.
Me reí antes de preguntar: —¿Alguna vez piensas en lo que habrías
sido si no hubieras nacido Russo?
Su vida había estado marcada desde el primer día. ¿Pero dónde
estaría si hubiera podido elegir su propio camino?
—Una o dos veces. —Dante se encogió de hombros, aparentemente
despreocupado—. Nunca sé la respuesta. El trabajo me ocupa la mayor
parte del empo, y aunque disfruto de mis aficiones -boxeo, tenis, viajes-,
no me habría entretenido en ellas como carreras.
Fruncí el ceño, extrañamente entristecida por su respuesta.
—Soy un hombre de negocios, Vivian —dijo—. Para eso nací. Disfruto
con mi trabajo, aunque ciertos aspectos no siempre sean diver dos. No
creas que estoy rando la pasión de mi vida por la borda para trabajar en
una oficina de esquina porque me siento obligado.
Supongo que tenía razón. Dante, audaz, encantador cuando quería,
pero agresivo cuando se le provocaba, había nacido para gobernar la sala
de juntas. No podía imaginarlo en otro papel que no fuera el de director
general.
—¿Y tú? —preguntó—. Si no fuera la planificación de eventos, ¿qué
estarías haciendo?
—Quiero decir que sería astrónoma, pero, sinceramente, se me dan
fatal las matemá cas y las ciencias —admi —. No sé. Supongo que soy
como tú. Soy feliz haciendo lo que hago. La planificación de eventos puede
ser estresante, pero es diver da, crea va... y no hay nada más sa sfactorio
que tomar una idea y darle vida.
Una sonrisa rozó sus labios. —Así que ambos somos felices donde
estamos. —El peso aterciopelado de sus palabras hizo que mi corazón diera
un vuelco.
—Sí —dije—. Supongo que lo somos.
El aire se volvió espeso y húmedo de significado. Dudé, y luego añadí
suavemente: —Me alegro de haber venido a París.
Los ojos de Dante eran una cerilla encendida contra mi piel, brillantes
y lo suficientemente calientes como para quemar. —Yo también.
Nos miramos fijamente, olvidando nuestra comida. El peso de una
docena de palabras no pronunciadas se interpuso entre nosotros y
amenazó con derramarse en el silencio.
Antes de que lo hicieran, un mbre fuerte separó nuestras miradas y
las dirigió hacia su teléfono.
Soltó una maldición en italiano. —Lo siento. Tengo que contestar —
dijo—. Una emergencia de trabajo.
—No pasa nada —le tranquilicé—. Haz lo que tengas que hacer.
Echó su silla hacia atrás y respondió a la llamada en su camino hacia la
salida.
Terminé mi plato, pero estaba tan distraída que apenas probé las
cigalas.
Me alegro de haber venido a París.
Yo también.
Incluso en ausencia de Dante, mi pulso se aceleró como si estuviera
compi endo por el oro olímpico de atle smo.
Como dije, había estado en París muchas veces.
Pero esta era la primera vez que me enamoraba de verdad en la
Ciudad del Amor.
31
DANTE
—Los encontramos todos.
Me tranquilicé. —¿Estás seguro?
Casi había dejado que la llamada de Chris an saltara al buzón de voz.
Quería disfrutar de mi úl ma noche en París con Vivian, pero mi curiosidad
se había apoderado de mí. No llamaría a menos que tuviera una
actualización importante.
Tenía razón.
—Sí. Tenemos ojos en los ocho lugares —dijo Chris an—. Solo enes
que decir la palabra, y estarás libre de los Lau para siempre.
Mi mano se cerró con fuerza alrededor de mi teléfono. Esperé a que el
alivio se apoderara de mí. La alegría, el triunfo, la jodida reivindicación
ahora que podía acabar con Francis como había soñado durante meses.
No llegó nada.
En lugar de eso, mi estómago se hundió como si las palabras de
Chris an le hubieran quitado todo el aire.
Miré a Vivian a través de la puerta. Me quedé fuera de la entrada del
restaurante, lo suficientemente lejos como para que ella no pudiera oír lo
que yo decía, pero lo suficientemente cerca como para ver su sonrisa suave
y sa sfecha mientras miraba la ciudad.
Un ardor irradió en mi pecho. Parecía tan jodidamente feliz. Incluso
con el viaje de úl ma hora y el próximo Baile del Legado, había cobrado
vida en París de una forma que me hacía desear quedarme aquí con ella
para siempre.
Sin chantaje, sin Francis, sin la mierda de la sociedad. Solo nosotros.
Porque este era, muy probablemente, nuestro úl mo viaje juntos.
—¿Dante? —Chris an preguntó.
Aparté mis ojos de Vivian. —Te he oído. —El inicio de una migraña se
arrastró detrás de mis sienes—. ¿Y la parte de los negocios?
—También está listo para funcionar.
—Bien. —El sen miento pasó por mi garganta apretada—. ¿Y nuestro
otro proyecto? ¿Con la empresa?
Me estaba estancando. Tendría que haberle dado el visto bueno a
Chris an en cuanto confirmara que habíamos encontrado todas las copias
de seguridad de Francis, pero algo impedía que las palabras llegaran a mi
lengua.
—La empresa de Heath ha tenido algunos problemas. —La
sa sfacción llenó el tono de Chris an—. El so ware ha estado plagado de
problemas úl mamente. Los empleados están nerviosos. Los inversores
están asustados. La salida a bolsa parece muerta en el agua. Es muy
lamentable.
—Muy.
Reconocí la hipocresía, teniendo en cuenta que lo que Chris an y yo
habíamos planeado lo alejaría para siempre, pero me importaba un carajo.
Nunca había sido lógico cuando se trataba de ella. Ella era mi única chispa
de egoísmo en toda una vida de razón.
—Honestamente, fue tan fácil que casi fue aburrido. —Chris an
bostezó—. Ahora que eso está fuera del camino, ¿qué quieres que haga
sobre Francis?
No respondí. No sabía cómo hacerlo.
Oí la pesadez de su pausa a través de la línea. —Permíteme recordarte
que esto es para lo que has estado trabajando durante ocho meses —dijo
—. El hombre te chantajeó y amenazó la vida de tu hermano.
—Soy muy consciente —espeté.
Me pasé una mano por el pelo, intentando pensar a través de la
presión que apretaba mi cráneo.
La hipoté ca secuencia de los acontecimientos que siguieron a mi
aprobación se reprodujo ante los ojos de mi mente como una película en
avance rápido.
Chris an destruye las pruebas y torpedea a Lau Jewels. Vivian se
entera de la no cia de que el sustento de su familia arde en llamas. Le digo
la verdad sobre el chantaje. Ella se va...
La presión se ex ende a mi pecho.
Joder. Si me diera un ataque al corazón en medio de la Torre Eiffel
mientras estaba en una llamada con Chris an, nunca oiría el final.
—Tu decisión, Russo. —Su voz se volvió impaciente—. ¿Cuál es
nuestro próximo movimiento?
No lo dijo, pero oí la advertencia en su voz. Sabía exactamente por qué
estaba dudando, y estaba menos que impresionado.
Cerré los ojos. La migraña me golpeaba con creciente ferocidad.
No soy mi familia.
El hombre te chantajeó y amenazó la vida de tu hermano.
Di la palabra y te librarás de los Lau para siempre.
Tuve que deshacerme del chantaje. Sin importar mis sen mientos por
Vivian, era la vida de mi hermano la que estaba en juego, y no podía
arriesgarme a que esas fotos se filtraran. Romano lo despellejaría vivo si
descubría que Luca había tocado a alguna mujer de su familia, y mucho
menos a su querida sobrina.
Si destruía el chantaje, no había nada que me impidiera vengarme de
Francis. Podía dejar el pasado en el olvido, pero él no se lo merecía.
—La próxima vez que veas a tu hermano, deberías decirle que tenga
más cuidado. —Francis tenía la sonrisa de una serpiente que acaba de
encontrarse con una presa atrapada—. No me gustaría que estas fotos
llegaran a manos de Romano.
No toqué la carpeta en mi escritorio. Ya había visto suficiente. No
necesitaba revisar cada maldita foto.
—De todos modos, estoy seguro de que estás ocupado, así que no te
quitaré más empo. —Francis se puso de pie y alisó una mano sobre su
corbata—. Piensa en lo que he dicho. Un matrimonio con mi hija sería
bastante beneficioso, especialmente para la... longevidad de tu familia. —
Su sonrisa se amplió, mostrando unos incisivos afilados—. ¿No estás de
acuerdo?
El recuerdo desenterró todas las emociones de aquel encuentro y las
ver ó en la boca del estómago.
La conmoción. La incredulidad. La jodida rabia contra mi hermano y
contra el cabrón que había tenido los cojones de presentarse sin invitación
en mi despacho y chantajearme.
No, Francis Lau no merecía ninguna piedad por mi parte.
Me volví de espaldas al comedor. La fría finalidad se instaló en mi
pecho mientras tomaba mi decisión.
—Deshazte de ellos.
~
Después de colgar, volví a la cena y me esforcé por actuar con
normalidad. Vivian no dijo nada en el restaurante, pero cuando volvimos al
hotel, me miró preocupada.
—¿Va todo bien? —me preguntó—. Has estado muy callado desde la
llamada.
—Todo está bien. —Me encogí de hombros y evité su mirada—. Solo
me molesta que haya interrumpido nuestra cena.
—Aun así, fue una buena cena. —Ella suspiró y se sentó en la cama
con una sonrisa soñadora—. Soñaré con ese postre el resto de mi vida.
—¿El postre y no yo? Me siento ofendido.
Vivian puso los ojos en blanco. —No todo gira en torno a , Dante.
—Debería. —Sonreí al ver cómo se le encogía la nariz mientras se me
retorcía el corazón.
En apariencia, nuestras bromas eran tan diver das como siempre.
Pero debajo de la ligereza sonaba un reloj, que solo yo podía oír en la
cuenta atrás de nuestros momentos juntos.
Debería decirle la verdad. Si no ahora, cuando aterrizáramos en Nueva
York. Se enteraría tarde o temprano, y quería que lo supiera por mí.
Pero la idea de contarle lo del chantaje y destrozar las úl mas
nociones idealistas que tenía de su padre, de confesar lo que había
autorizado a Chris an a hacer... me desgarraba como un cuchillo en el
pecho.
Eran nuestros úl mos momentos juntos, y fui lo suficientemente
egoísta como para acapararlos para mí.
Vivian soltó una carcajada cuando la empujé sobre su espalda y la
monté a horcajadas, con movimientos lo bastante suaves como para que
cayera con un suave golpe en lugar de algo más brusco.
Me miró fijamente, y su anterior moles a fingida se convir ó en una
sonrisa que me hizo doler el corazón.
—Úl ma noche en Francia. —Bajé la cabeza para que mis labios
rozaran los suyos con cada palabra—. Me pregunto cómo deberíamos
pasarla...
—Bueno, originalmente había planeado tomar un largo baño, leer, tal
vez ponerme esa máscara facial que dijiste que me hace parecer Jason de
Viernes 13... —Vivian reflexionó, con los ojos brillando con la risa y el calor
acumulado—. Pero quizás tú tengas una idea mejor.
—Puede que sí. —Le di un suave beso en la boca mientras le bajaba
lentamente la cremallera del ves do. El sedoso material se aflojó y la
levanté suavemente para poder quitarle el resto de la ropa.
Normalmente, habría sido demasiado impaciente para ir tan despacio,
pero esta noche dejé que mi tacto se detuviera en cada curva y cada
hueco. Recorrí su cuerpo con la boca y las manos, acariciando sus pechos a
través del sujetador y quitándole la ropa interior con los dientes,
cen metro a cen metro, hasta que gimió de frustración.
—Dante, por favor —respiró, con la piel enrojecida de placer a pesar
de que apenas la había tocado.
Mi gemido vibró contra su piel. Quería alargar la noche todo lo
posible, pero no podía negarle nada. No cuando me miraba con esos ojos y
me suplicaba con esa voz.
Tiré su ropa interior a un lado y contemplé el perfecto espectáculo
que tenía ante mí. —Joder, nena, estás tan mojada para mí.
Volvió a gemir cuando rocé suavemente mis dientes sobre su clítoris.
Una, dos veces, dejando que se calentara a la sensación antes de que
atrajera el sensible capullo a mi boca y chupara.
Los crecientes gritos de Vivian fueron música para mis oídos mientras
la llevaba a su primer orgasmo de la noche. Podría escucharla
eternamente: los suaves gemidos, los pequeños jadeos y gemidos y la
forma en que me llamaba cuando se corría en mi lengua. Era la sinfonía
más dulce y sucia que jamás había escuchado.
Todavía estaba bajando de su subidón cuando me deslicé dentro de
ella.
Otro gemido subió por mi garganta al ver lo apretada y húmeda que
estaba. Su cuerpo se ajustaba al mío de la misma manera que el océano
abraza la orilla: naturalmente, sin esfuerzo, perfectamente.
Me quedé quieto, besando su cuello y capturando su boca en un beso
antes de empezar a moverme.
Los suspiros de placer de Vivian vibraron en mi cuerpo mientras me
deslizaba dentro y fuera de ella con un ritmo lento y sensual.
Me costó toda mi fuerza de voluntad mantener un ritmo pausado
cuando ella se sen a tan jodidamente perfecta, pero quería saborear cada
segundo.
Sin embargo, al final perdí el control y aceleré el ritmo. Reprimí una
maldición cuando ella se arqueó dentro de mí, llevándome aún más
adentro.
—Más rápido —suplicó, con la voz ronca por el deseo—. Por favor.
Apreté los dientes, con los músculos tensos por el esfuerzo de
contener mi liberación. El sudor me recorría la frente.
—Se sapessi il potere che hai su di me —dije, con la voz entrecortada.
Me detuve un segundo antes de agarrar sus caderas y darle lo que
pedía, follando dentro de ella con más fuerza y rapidez hasta que sus uñas
se clavaron en mi espalda.
Vivian tenía los ojos entrecerrados, las mejillas sonrojadas por el
placer y los labios entreabiertos mientras emi a un gemido tras otro.
Era tan hermosa que casi no podía creer que fuera real.
Mi mirada se detuvo en su rostro, tratando de grabar cada detalle en
la memoria antes de volver a besarla. Me tragué su grito de liberación
mientras se aferraba a mí.
Aguanté un minuto más antes de que mi control se rompiera por fin y
mi propio orgasmo me inundara en un torrente caliente y cegador.
—Bueno —respiró Vivian después de que me pusiera de lado junto a
ella—. Eso fue defini vamente más diver do que un baño.
Me reí mientras la culpa volvía a entrar en mi conciencia y me hacía
un agujero en el pecho. —Mi ego te agradece la confirmación.
—Dile que de nada. —Bostezó y se acurrucó más cerca de mí,
colocando un brazo y una pierna sobre mi cuerpo—. Esta fue la úl ma
noche perfecta —murmuró—. Deberíamos... —Otro bostezo—. Venir a
París más a menudo. La próxima vez... —Un tercer bostezo—. Vamos al...
Su voz somnolienta se apagó en el silencio. Apoyé mis labios en la
parte superior de su cabeza mientras su respiración se ralen zaba a un
ritmo profundo y uniforme.
Intenté dormir, pero el fuerte dolor de mi pecho me dejó inquieto.
En lugar de eso, miré al techo, contando sus respiraciones,
preguntándome cuántas nos quedaban antes de que todo se desmoronara.
A Chris an le bastaría un día para destruir las pruebas. Uno o dos para
que Francis se diera cuenta de lo sucedido, dependiendo de lo cerca que
vigilara los si os de respaldo. Y un par más para que se notaran los efectos
del derribo del negocio.
Siendo realistas, podría decirle a Vivian la verdad cuando
aterrizáramos en Nueva York. Prefería que se lo dijera yo y no su padre,
que sin duda trataría de tergiversar las cosas para quedar como la víc ma.
Pero... joder. No podía soltarle una bomba así como así. Al mismo
empo, no podía fingir que todo estaba bien y dejarla entrar aún más de lo
que ya lo había hecho. No cuando nuestra ruptura era inevitable.
Otras personas pasaron años tratando de acercarse a mí. Vivian ni
siquiera tuvo que intentarlo. Cada minuto que pasábamos juntos era un
nuevo golpe a mis defensas, lo supiera ella o no.
Si dejaba que su padre se librara, tal vez podría salvar lo que teníamos.
Aunque descubriera que era una mierda, era demasiado leal a su familia
como para perdonarme por destruirla. Y si, por algún milagro, le parecía
bien que acabara con su padre, ¿podría nuestra relación sobrevivir a las
consecuencias? No iba a sentarme frente a los Lau en Acción de Gracias
todos los años para ser amable, y dudo que me reciban bien, de todos
modos.
No podía retenerla, y no podía dejarla ir.
Todavía no.
Cerré los ojos, tratando de encontrar la mejor manera de salir de este
lío.
La lógica me decía que ya había robado mis momentos con ella esta
noche y que necesitaba distanciarme antes de caer más profundo. La
emoción me dijo que mandara a la mierda a la lógica y le dijera que se
me era la razón por el culo.
Mi cabeza o mi corazón. Una de ellas ganaría.
Solo que no sabía cuál.
32
VIVIAN
Me fui de París con una sensación de felicidad.
Comida deliciosa. Hermosa ropa. Sexo increíble. Había trabajado
durante el empo que estuve allí, pero me habían parecido más vacaciones
que algunas de mis vacaciones reales.
Además, la planificación del Baile del Legado por fin iba viento en
popa, los prepara vos de la boda iban por buen camino y mi relación con
Dante era la mejor de todas.
La vida era buena.
—Fue horrible —dijo Sloane cuando salimos del cine—. ¿Qué pasó
con la escena del avión? Y la confesión de amor. Vomitaría si alguien me
comparara con el planeta Venus, sobre todo después de conocerme solo
tres semanas. ¿Cómo es posible que alguien se enamore en tres semanas?
Isabella y yo intercambiamos miradas diver das. Habíamos tenido que
posponer nuestra noche de cine debido a mi viaje a París, pero finalmente
habíamos visto la comedia román ca por la que Sloane nos había estado
acosando.
Como era de esperar, la odiaba.
—El empo funciona de manera diferente en la ficción —dije—. Sabes
que puedes dejar de ver estas películas en cualquier momento, ¿verdad?
—Las odio, Vivian. Es terapéu co.
—Mmhmm.
Volví a captar la mirada de Isabella, y ambas nos dimos la vuelta para
que Sloane no pudiera ver nuestras sonrisas.
—De todos modos, tengo que ir a casa y alimentar a El Pez antes de
que se me muera. —Sloane sonaba como si la tarea fuera equivalente a
fregar los túneles del metro con un cepillo de dientes—. Ya tengo suficiente
en mi plato sin tener que lidiar con un animal muerto.
Se había quedado con el pez de colores que dejó el anterior inquilino
de su apartamento, pero se negaba a ponerle un nombre propio ya que su
presencia en su vida era "temporal".
Había pasado más de un año.
Sin embargo, Isabella y yo sabíamos que no debíamos mencionarlo,
así que simplemente le dimos las buenas noches y nos separamos.
Pasé por el restaurante tailandés favorito de Dante de camino a casa.
Greta estaba de vacaciones en Italia, así que nos quedamos solos, en
cuanto a la comida, durante las siguientes semanas.
—¿Ya está Dante en casa? —Le pregunté a Edward cuando volví al
á co.
—Sí, señora. Está en su despacho.
—Genial. Gracias. —Había intentado que Edward me llamara por mi
nombre de pila cuando me mudé, pero me rendí después de dos meses.
Llamé a la puerta del despacho de Dante y esperé su "Pase" antes de
entrar.
Estaba sentado detrás de su escritorio, con el ceño fruncido mientras
miraba algo en su monitor. Debía de estar recién llegado a casa, ya que aún
llevaba su traje de oficina.
—Hola. —Puse la comida en la mesa y le di un beso en la mejilla—. Es
después de las horas de trabajo. Se supone que enes que relajarte.
—En Asia no es después de las horas de trabajo. —Se apartó del
escritorio y se frotó la sien. Miró la bolsa de comida para llevar en el
escritorio—. ¿Qué es esto?
—La cena. —Cogí los recipientes de plás co, las servilletas y los
utensilios—. De ese si o tailandés que tanto te gusta en la 78 Este. No
estaba seguro de lo que te apetecía, así que traje bocadillos de curry,
salteado de albahaca y... —Abrí el úl mo recipiente con una floritura—. Su
ensalada de pato.
A Dante le encantaba esa ensalada de pato. Una vez, retrasó una
llamada con el editor jefe de Mode de Vie para poder comerla mientras
estaba caliente.
La miró fijamente, con una expresión inescrutable.
—Gracias, pero no tengo hambre. —Se volvió hacia su ordenador—.
Tengo que terminar esto en la próxima hora. ¿Puedes cerrar la puerta al
salir?
Mi sonrisa se desvaneció ante su tono brusco.
Había estado actuando un poco distante desde que volvimos a Nueva
York hace dos días, pero esta noche era la primera vez que se mostraba tan
descaradamente despec vo.
—De acuerdo. —Intenté mantener mi voz animada—. Pero todavía
enes que comer. Dejaré esto aquí por si te da hambre más tarde. —Hice
una pausa y añadí—: ¿Cómo va el trabajo? En general, quiero decir.
Estaba muy estresado con varios problemas de la cadena de
suministro y el próximo Fes val de Cine de Cannes, del que el Grupo Russo
era patrocinador. No podía culparle por estar un poco malhumorado.
—Bien. —No apartó la vista de su pantalla.
La tensión se reflejaba en sus hombros rígidos y ensombrecía sus
rasgos. Parecía una persona completamente diferente al Dante burlón y
juguetón de París.
—Si algo va mal, puedes hablar conmigo de ello —dije en voz baja—.
Lo sabes, ¿verdad?
La garganta de Dante trabajó con un duro trago.
Cuando el silencio se prolongó sin ninguna señal de ruptura, recogí mi
porción de la cena y la comí sola en el comedor.
La comida olía deliciosa, pero cuando la tragué, sabía a cartón.
~
La melancolía de Dante no mejoró durante la semana siguiente.
Tal vez era el trabajo. Tal vez fue otra cosa. Sea lo que sea, lo
transformó de nuevo en la versión fría y cerrada de sí mismo que me hacía
querer arrancarme el pelo.
El cambio en su ac tud antes y después de París fue tan brusco que
me pareció que habíamos tropezado con un portal del empo y nos
habíamos quedado varados en los primeros días de nuestro compromiso.
No me visitaba a la hora de comer, siempre estaba "ocupado" durante
la cena y no venía a la cama hasta mucho después de que yo estuviera
dormida. Cuando me despertaba, ya se había ido. Hablábamos casi menos
que teníamos sexo, que era nunca.
Intenté ser comprensiva porque todo el mundo ene sus periodos
oscuros, pero cuando llegó el jueves siguiente, mi paciencia había llegado a
la zona roja.
La gota que colmó el vaso llegó esa noche, cuando volví a casa del
trabajo y encontré a Dante en la cocina con Greta. Acababa de volver de
visitar a su familia en Nápoles, o Napoli, como ella lo llamaba en italiano.
Sin embargo, ya estaba trabajando duro de nuevo: la isla de mármol y las
encimeras gemían bajo el peso de varias hierbas, salsas, pescados y carnes.
El olor me atrajo desde el ves bulo, pero cuando entré en la
habitación, tanto ella como Dante se callaron.
—Buenas noches, señorita Lau —dijo Greta. Cuando estábamos solas,
me llamaba Vivian, pero con otras personas, siempre era la señorita Lau.
—Buenas noches. —Miré la preparación del banquete—. ¿Estamos
celebrando una fiesta que no conozco? Esto parece mucha comida para
dos personas.
—Lo es —dijo tras una breve pausa. Frunció el ceño y lanzó una
mirada a un Dante con cara de piedra antes de ocuparse de la comida.
Mi corazón se aceleró. —¿Vamos a celebrar una fiesta?
—Por supuesto que no —dijo Dante cuando Greta permaneció en
silencio. No me dio la oportunidad de relajarme antes de añadir—:
Chris an y su novia vienen a cenar esta noche. Están en la ciudad por unos
días.
—¿Esta noche? —Miré el reloj—. ¡La cena es en menos de tres horas!
—Por eso he venido antes a casa.
Respira. No grites. No le res el bol de tomates a la cabeza.
—¿Ibas a decirme que esperábamos invitados, o se suponía que esto
era una sorpresa? —Mis dedos estrangulan la correa de mi bolso—. ¿O es
que no estoy invitada a la comida en absoluto?
Greta picó más rápido, con los ojos fijos en el ajo.
—No seas ridícula —dijo Dante.
¿Ridícula? ¿Ridícula?
Mi paciencia se par ó por la mitad.
Me había esforzado por ser comprensiva, pero estaba harta de que
me tratara como a una extraña con la que se veía obligada a compar r la
casa. Después de la magia de París y de los progresos que habíamos hecho
en los úl mos meses, nuestra relación había retrocedido repen namente
hasta donde había estado el verano del año pasado.
Entonces, había sido comprensible.
¿Ahora, después de todo lo que habíamos compar do? Era
inaceptable.
—¿Qué parte es ridícula? —Exigí—. ¿La parte en la que le pido a mi
prome do la cortesía de informarme cuando tenemos invitados en casa?
¿O la parte en la que nos hemos distanciado tanto en el espacio de una
semana que no me sorprendería que me excluyera? Me gustaría saberlo,
¡porque no soy yo la que está siendo irracional aquí!
El cuchillo de Greta quedó suspendido sobre la tabla de cortar
mientras me miraba con los ojos muy abiertos.
Era la primera vez que levantaba la voz delante de ella desde que me
mudé y solo la cuarta vez que lo hacía. La primera había sido cuando mi
hermana "tomó prestado" y perdió uno de mis libros favoritos firmados en
el ins tuto. La segunda había sido cuando mis padres me obligaron a
romper con Heath, y la tercera había sido la noche en que Dante encontró
a Heath en el apartamento.
La piel de Dante se tensó sobre sus pómulos.
La tensión era tan sofocante que cobró vida propia, arrastrándose
hacia mis pulmones y hundiéndose en mi piel. La habitación con aire
acondicionado ardía como si estuviéramos en medio del desierto en pleno
mediodía.
—Acabo de recordar que espero una entrega de comes bles pronto —
dijo Greta—. Déjame comprobar dónde están.
Dejó caer su cuchillo y salió corriendo más rápido que un olímpico
compi endo por el oro.
Normalmente, me habría avergonzado de hacer una escena, pero
estaba demasiado excitada para que me importara.
—Es una cena —gruñó Dante—. Chris an no me dijo que estaría en la
ciudad hasta ayer. Estás haciendo un gran problema de nada.
—¡Entonces podrías haberme dicho que vendría ayer! —Mi voz se alzó
de nuevo antes de forzar más oxígeno por la nariz—. No se trata de la cena,
Dante. Es sobre tu nega va a comunicarte como una persona normal. Creía
que habíamos superado esto. —La emoción me obstruyó la garganta—.
Prome mos que no haríamos esto. Actuar como extraños. Cerrarnos cada
vez que las cosas se pusieran di ciles. Se supone que somos compañeros.
Dante se pasó una mano por la cara. Cuando la apartó, vislumbré el
conflicto en sus ojos: el remordimiento y la culpa en guerra con la
frustración y algo más que me heló el aliento en los pulmones.
—Hay cosas que es mejor no saber, mia cara. —El cariño que había
despreciado al principio y que había llegado a amar apenas rozó mi piel
antes de disolverse. Suave y a la vez áspero, como el movimiento de las
olas en una furiosa tormenta.
Las notas nostálgicas perduraron durante un empo más antes de que
su rostro se apagara de nuevo.
—Te veré en la cena.
Se marchó, dejándome con un pozo en el estómago y la sensación
inquebrantable
de
que
nuestra
relación
había
cambiado
fundamentalmente.
33
VIVIAN
Dante y yo apenas intercambiamos una palabra durante la cena. Sin
embargo, empujé su pescado dentro de sus verduras cuando no estaba
mirando y me deleité con su mirada de absoluto horror cuando vio que su
comida se había tocado.
Aparte de ese mezquino acto de retribución por su comportamiento,
centré mi atención en Chris an y su novia Stella. Chris an era
perfectamente encantador, como siempre, pero algo en él me inquietaba.
Me recordaba a un lobo ves do con piel de cordero.
Stella, en cambio, era cálida y amable, aunque un poco mida.
Pasamos la mayor parte de la cena hablando de viajes, astrología y de su
nueva embajada en la marca de moda Delamonte, que casualmente era
una marca del Grupo Russo.
En cuanto a los invitados de úl ma hora, podría haber sido mucho
peor.
Después del postre, llevé a Stella a visitar el á co mientras Dante y
Chris an hablaban de negocios. Fue más que nada una excusa para
recuperar el aliento después de horas de tensión subyacente entre Dante y
yo, pero realmente disfruté de la compañía de Stella.
—No preguntes —dije cuando ella inclinó la cabeza hacia uno de los
cuadros de la galería. La horrible pieza destacaba como un pulgar dolorido
entre todos los Picassos y Rembrandts—. No sé por qué Dante compró eso.
Suele tener un gusto más exigente.
—Debe valer mucho dinero —dijo Stella mientras volvíamos al
comedor.
—Aparentemente. El precio no siempre es indica vo de la calidad —
dije secamente.
Nuestros pasos resonaron en el suelo de mármol, pero mis pasos se
ralen zaron cuando oí el familiar estruendo de la voz de Dante
atravesando la puerta de su despacho. No me había dado cuenta de que se
habían movido del comedor.
—...no puedo retener a Magda para siempre —dijo—. Deberías
alegrarte de que no la haya rado a la basura después de la maniobra que
hiciste con Vivian y Heath.
Se me secó la garganta ante la inesperada mención de mis nombres y
los de Heath.
¿Qué maniobra? Salvo una incómoda llamada telefónica en la que
había comprobado su nariz —menos magullada que su ego— y le había
dicho que no debíamos seguir en contacto, no había hablado con Heath
desde que se presentó en el apartamento.
Tampoco podía imaginar por qué Chris an se interesaría por ninguno
de los dos. ¿Cómo conocía a Heath? Era importante en el mundo
ciberné co, y Heath era dueño de una empresa de tecnología, pero esa
conexión parecía tenue en el mejor de los casos.
—Es un maldito cuadro, no un animal salvaje —dijo Chris an—. En
cuanto a Vivian, han pasado meses y ha funcionado bien. Déjalo estar. Si
todavía estás cabreado, no deberías haberme invitado a cenar.
—Alégrate de que las cosas hayan funcionado bien con Vivian. —El
tono de Dante podría haber helado el interior de un volcán. Tragué,
tratando de humedecer el repen no desierto en mi garganta. No funcionó
—. Si...
No pude contener la tos por más empo. El sonido se desbordó de mí
y cortó su frase.
Dos segundos más tarde, la puerta se abrió de golpe, revelando dos
rostros sorprendidos y no demasiado sa sfechos.
Un leve toque de rojo coloreó los pómulos de Dante cuando me vio.
—Veo que has terminado la visita antes de empo.
—Lo siento. —Stella habló, con cara de vergüenza—. Íbamos de
camino al comedor y escuchamos... —Se interrumpió, obviamente no
quería admi r que habíamos estado escuchando a escondidas, aunque era
claramente lo que estábamos haciendo.
Debería intervenir y salvarla, pero lo único que pude hacer fue esbozar
una sonrisa forzada mientras Chris an y Stella nos daban las gracias por la
cena y se excusaban rápidamente.
—¿De qué ha hablado sobre Heath? —Encontré mi voz en el silencio
que siguió a su par da.
—Nada de lo que tengas que preocuparte. —La voz cortada de Dante
no coincidía con el color rojo oscuro de sus mejillas—. Estaba siendo un
imbécil, como siempre.
—Teniendo en cuenta que me mencionó a mí y a mi ex novio por su
nombre, creo que sí debo preocuparme. —Me crucé de brazos—. No voy a
dejar de preguntar, así que más vale que me lo digas ahora.
Más silencio.
—Chris an fue quien envió el mensaje a Heath —dijo finalmente—. El
que supuestamente era de .
Mi estómago se hundió, y una gélida sorpresa se apresuró a llenar el
vacío. —¿Por qué iba a hacer eso?
—Ya te lo he dicho. Porque es un gilipollas. —Una pequeña pausa, y
luego un re cente—: Puede que yo lo haya provocado, pero él se deja
provocar fácilmente.
—Por eso estuviste en casa antes —me di cuenta.
En todos mis años como director general, solo he acortado un viaje de
trabajo dos veces, Vivian, y ambos casos fueron por .
Había pasado por alto los detalles de lo que dijo en ese momento
porque estaba demasiado distraída con todo lo demás que estaba
sucediendo, pero sus palabras de repente tuvieron sen do.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —Me arrepen de haber comido
tanto en la cena. Estaba empezando a sen r náuseas—. Incluso cuando
dije que no sabía cómo había recibido el texto, no dijiste nada.
—Era irrelevante.
—¡Eso no lo tenías que decidir tú! —Respiré profundamente en mis
pulmones—. No sé lo que le hiciste a Chris an, pero no me gusta que me
u licen como peón en cualquier juego que están jugando.
Ya me sen a lo suficientemente peón con mis padres. No quería ni
necesitaba sen rme así también con Dante.
—No es un juego —gritó Dante—. Chris an se enfadó e hizo una
estupidez. ¿Qué habría conseguido con decírtelo? Solo te habrías enfadado
por algo que ya ha pasado.
—El hecho de que no sepas cuál es el problema, es el problema. —Me
giré, demasiado cansada para seguir discu endo—. Búscame cuando estés
listo para hablar como un adulto.
Las relaciones eran un toma y dame, y ahora mismo, estaba cansada
de dar.
~
A la mañana siguiente, me levanté temprano para despejar la cabeza
en Central Park. Tras cuarenta y cinco minutos de vagabundeo sin rumbo,
los rescoldos de la indignación de la noche anterior aún parpadeaban en
mi estómago, así que hice lo que siempre hacía cuando necesitaba
desahogarme: Llamé a mi hermana.
Ella también había crecido con nuestros padres y había pasado por
todo el proceso del matrimonio concertado. Si alguien me entendía, era
ella.
—¿Alguna vez quisiste asesinar a Gunnar? —El número de veces que
había considerado el asesinato desde que me comprome con Dante era
alarmante. Tal vez fuera una peculiaridad de estar casada o casi casada.
Agnes se rió. —En múl ples ocasiones, normalmente cuando se niega
a recoger los calce nes o a pedir indicaciones cuando ya llegamos tarde.
Pero no tengo estómago para la sangre, así que está a salvo. Por ahora.
Solté una carcajada. —Si mis problemas fueran tan simples como los
calce nes en el suelo.
—Uh oh. ¿Dante y tú se han peleado?
—Sí y no. —Resumí brevemente lo sucedido, empezando por su
extraño cambio de ac tud después de París y terminando con la revelación
sobre el texto de anoche.
No me había dado cuenta del empo que habíamos pasado sin hablar
hasta ahora. Agnes y yo solíamos llamarnos cada semana, pero ahora era
más di cil con nuestros horarios y ella viviendo en Europa.
—Vaya —dijo Agnes cuando terminé—. Has tenido unas semanas...
interesantes.
—Dímelo a mí. —Pasé la punta de mi Chloé de cuero por una grieta en
el suelo. Mi madre me gritaría por haberme rayado el zapato, pero no
estaba aquí, así que no me importaba lo que dijera.
—Siento que estamos retrocediendo —dije—. Lo estábamos haciendo
tan bien. Él se abría, se comunicaba... y ahora volvemos al punto de
par da. Está callado y retraído, y yo me siento frustrada. No puedo hacer
esto por el resto de mi vida, Aggie. Yo... oh Dios mío. Seremos la pareja del
documental de Ne lix —me di cuenta, horrorizada—. Amor y Asesinato: La
pareja de al lado.
—¿Qué?
—No importa.
—Bien, esto es lo que pienso. No has vuelto al punto de par da —dijo
—. ¿Recuerdas cuando te comprome ste por primera vez? No podrían
soportarse el uno al otro. Han recorrido un largo camino desde entonces,
aunque úl mamente hayan dado algunos pasos atrás.
Suspiré. —Odio que siempre tengas razón.
—Por eso soy la hermana mayor —bromeó—. Mira, Gunnar y yo
tampoco éramos grandes fans el uno del otro cuando nos conocimos.
Hubo un momento durante el compromiso en el que estuve a punto de
cancelar todo el asunto.
Mi pie dejó de moverse. —¿De verdad? Pero están tan enamorados.
—Lo estamos ahora, pero no fue un amor que nos golpeó a primera
vista. O a la segunda, o a la tercera. Tuvimos que trabajar para ello —dijo
Agnes—. Dos días antes de que visitáramos a mamá y a papá para el Año
Nuevo Lunar. ¿Recuerdas cuando mamá se asustó porque las bolas de
arroz pegajoso no eran lo suficientemente pegajosas? Estaba dispuesta a
rar mi anillo por la ladera de la montaña y empujar a Gunnar tras él. Pero
sobrevivimos, al igual que nuestra relación.
Un perro ladró de fondo, y Agnes esperó a que se callara antes de
con nuar: —Nadie es perfecto. A veces, nuestras parejas hacen cosas que
nos vuelven locos. Sé que tengo hábitos que Gunnar no soporta. Pero la
diferencia entre las parejas que lo consiguen y las que no estriba, en
primer lugar, en entender cuáles son los problemas que rompen la relación
y, en segundo lugar, en estar dispuestos a aguantar los problemas que no
rompen la relación.
—Deberías ser un consejero de relaciones —dije—. Tu talento se
desperdicia en la comercialización de joyas.
Se rió. —Lo tendré en cuenta. Pero no se lo digas a papá, o te obligará
a asumir el papel de jefa de marke ng.
Arrugué la nariz ante la perspec va.
—¿De verdad habrías cancelado la boda? —Agnes siempre había sido
la "mejor" hija de las dos. Más complaciente, menos sarcás ca. No podía
resis r una su l indirecta de vez en cuando, pero ella era
indefec blemente gen l en casa—. Mamá y papá habrían...
—Probablemente me habrían repudiado —terminó—. Lo sé. Pero por
mucho que quisiera hacerles felices, no podía atarme a alguien que no me
gustaba para el resto de mi vida. De eso me he dado cuenta ahora que soy
mayor, Vivi. No puedes vivir tu vida tratando de complacer a los demás.
Puedes ser cortés y respetuosa, y puedes comprometerte, pero a la hora
de la verdad... Es tu vida. No la desperdicies.
La emoción se me enredó en la garganta.
No estaba triste ni disgustada, pero las palabras de Agnes me
golpearon en algún lugar que hizo que las lágrimas me punzaran en el
fondo de los ojos.
—Pero todo te salió bien —dije.
Mi hermana y su marido Gunnar eran la personificación de la felicidad
matrimonial rús ca. Cuando él no estaba en Athenberg para asis r a los
procedimientos parlamentarios, pasaban el empo comprando en el
mercado local y cocinando juntos. Su casa de campo en Eldorra parecía
sacada de un cuento de hadas, con dos caballos, tres perros y, al azar, una
oveja.
Nuestra madre se negaba a quedarse allí cada vez que nos visitaba
porque odiaba que los animales se desprendieran por todas partes. Creo
que eso solo animó a Agnes a tener más mascotas.
—Sí, soy muy afortunada. —La voz de Agnes se suavizó—. Como dije,
nos costó empo y esfuerzo, pero lo resolvimos. Creo que tú y Dante
también pueden. Puede que ya no esté arraigada en los círculos de la
sociedad de la Costa Este, pero conozco bien su reputación. No se habría
abierto de la forma en que lo hizo si no tuviera sen mientos profundos por
. La pregunta es: ¿ enes tú los mismos sen mientos hacia él?
Miré al otro lado del lago, a los edificios que brillaban en la distancia.
Estaba en el extremo del puente Gapstow, uno de mis lugares favoritos de
Central Park. La mul tud empezaba a llegar, pero era lo suficientemente
temprano como para poder oír el canto de los pájaros de fondo.
Dante estaba allí. Comiendo, duchándose y haciendo cosas normales y
corrientes que no deberían tener el impacto que tenían en mí. Pero por
muy enfadada que estuviera con él, y por muy retraído que estuviera, el
mero hecho de saber que exis a me hacía sen r un poco menos sola.
—Sí —dije en voz baja—. Lo sé.
—Me lo imaginaba. —Oí la sonrisa en la voz de Agnes—. ¿Todavía
necesitas desahogarte o te sientes mejor?
—Por ahora estoy bien. Gracias por mantenerme fuera de la cárcel —
dije riendo.
—¿Para qué están las hermanas mayores? —Oí el ladrido del perro de
nuevo, seguido del bajo murmullo de la voz de Gunnar—. Tengo que irme.
Esta noche volamos a Athenberg para el baile de primavera de la reina
Bridget, y no he terminado de hacer la maleta. Pero llámame si me
necesitas, ¿vale? Y cuando puedas, ve a ver cómo está papá.
Las campanas de alarma sonaron en mi cabeza. —¿Por qué? ¿qué
pasa? ¿Está enfermo? —Parecía estar bien cuando hablamos hace dos
semanas, antes de que me fuera a París.
—No, nada de eso —me aseguró Agnes—. Solo sonaba apagado
cuando lo llamé hace unos días. Probablemente le estoy dando
demasiadas vueltas, pero vivo tan lejos... me haría sen r mejor si lo
controlas.
—Lo haré. Disfruta del baile.
Me quedé en el parque durante otra hora después de colgar. En cierto
modo, la charla con mi hermana me proporcionó la claridad que tanto
necesitaba respecto a mi relación con Dante. Desahogarme me hizo sen r
mejor, y aunque la ac tud de Dante había sido muy molesta, no era algo
que rompiera el trato. Todavía.
Pero, ¿cuáles eran mis verdaderos problemas? El engaño y la violencia
eran innegociables. ¿Pero qué hay de la men ra? ¿Los valores diferentes?
¿La falta de confianza y comunicación? ¿Dónde trazaba la línea entre lo
que podía ceder, como una pequeña men ra blanca sobre algo pequeño, y
lo que no podía?
Ojalá hubiera una guía defini va para este po de cosas. Pagaría un
buen dinero por ella.
Me habría quedado más empo en el parque, pero el cielo, antes azul,
se oscureció de repente. El viento se levantó y las nubes de tormenta se
reunieron en lo alto, amenazando lluvia.
Me uní rápidamente al resto de la gente que se dirigía a la salida, pero
solo llegué a una cuarta parte del camino antes de que la lluvia cayera a
borbotones, fuerte y repen na, como si el cielo estuviera arrojando cubos
de agua por el lado de un balcón.
Los relámpagos atravesaron el
ensordecedor estruendo de los truenos.
cielo,
acompañados
por
el
Se me escapó una maldición cuando pisé un charco y casi resbalé. El
agua me pegó la ropa a la piel y traté de no pensar en lo transparente que
debía ser mi camisa blanca en ese momento.
Hacía minutos que era un día tan bonito, pero así es la imprevisibilidad
de la primavera neoyorquina.
En un segundo, el cielo era azul y había sol. Al siguiente, había una
tormenta como si el mundo se acabara.
34
VIVIAN & DANTE
VIVIAN
El lunes, cogí comida para llevar del Moondust Diner y la llevé a la
oficina de Dante para comer. Una hamburguesa y su ba do blanco y negro
favorito para él; un sándwich de pollo y un ba do de fresa para mí.
Era un recuerdo de nuestra primera cita y una rama de olivo por mi
parte. Dante era el que tenía que extender la rama, pero si yo me cerraba
siempre que él se cerraba, nunca llegaríamos a ninguna parte. No quería
que fuéramos una de esas parejas que se guisaban en un silencio pasivoagresivo.
Además, tenía que haber una buena razón por la que Dante estaba
actuando de forma tan extraña, y estaba decidida a averiguar cuál era.
—Buenas tardes, Sra. Lau. —Stacey, la recepcionista de la planta
ejecu va del Grupo Russo, me saludó con una brillante sonrisa.
—Hola, Stacey. He traído algo de comida para Dante. —Levanté las
bolsas de papel—. ¿Está en su despacho?
Era la primera vez que me presentaba sin avisar en su lugar de trabajo.
Podría haber almorzado ya, pero conociéndolo, no lo había hecho. Si no
comíamos juntos, era probable que se saltara la comida de la tarde.
—Sí, pero está en una reunión —dijo tras un breve momento de duda
—. No estoy segura de cuándo saldrá.
—No hay problema. Puedo esperarle en la sala de invitados.
Podía responder fácilmente a los correos electrónicos y consultar a los
proveedores de la boda en mi teléfono mientras esperaba. El Baile del
Legado era mi máxima prioridad por ahora, pero una vez que terminara,
tenía que redoblar los prepara vos de la boda.
—¿Estás segura? —Stacey sonaba dudosa.
Cuando le aseguré que me parecía bien esperar, cedió.
La planta se había vaciado para el almuerzo, y mis zapa llas caían
suavemente sobre el mármol blanco mientras me dirigía a la oficina.
La sede central del Grupo Russo era un estudio de la modernidad
mezclada con la elegancia del Viejo Mundo. La laca negra y el cristal
reflejaban detalles dorados y cuadros con marcos dorados; exuberantes
flores florecían junto a esculturas de gres pintadas en dis ntos tonos
neutros.
El salón de invitados se encontraba en el extremo de la planta, pero
solo llegué a la mitad cuando oí una voz familiar, una que no pertenecía a
Dante.
Mi paso se interrumpió a unos metros del despacho de Dante. Los
cristales ntados me impedían ver el interior, pero la tensa conversación
que había dentro se filtraba a través de la puerta.
—No enes ni idea de lo que has hecho. —El áspero mbre de mi
padre pa nó por mi columna vertebral, dejando estelas de hielo a su paso.
Si el resto del piso no hubiera estado tan silencioso, no habría podido
oírle. Tal y como estaba, sus palabras se oían débilmente, pero con
claridad.
Mi corazón se aceleró. Había planeado ir a verle más tarde, como
había sugerido Agnes, pero nunca habría imaginado que estaría aquí.
Ahora mismo, en el despacho de Dante, sin ni siquiera un aviso o una
advertencia.
Mi padre rara vez visitaba Nueva York durante la semana de trabajo, y
nunca se dejaba caer por aquí sin avisarme antes o justo después de
aterrizar.
Entonces, ¿qué hacía aquí un lunes por la tarde al azar?
—Sé exactamente lo que he hecho —dijo Dante. Bajo. Oscuro. Mortal
—. La úl ma vez que apareciste sin invitación, tenías la ventaja. Usaste a
mi hermano para llegar a mí. Simplemente he igualado la balanza.
Su hermano. Luca.
Mi estómago se hundió. ¿Qué había hecho mi padre?
—No, no lo has hecho. No los has encontrado a todos. —A pesar de la
seguridad con la que hablaba, la voz de mi padre bajó hacia el final. Era un
c nervioso que había adquirido cuando era adolescente.
—Si no lo hubiera hecho, no estarías aquí —dijo Dante, sonando a la
vez diver do e indiferente—. Habrías corrido a Romano con uno de tus
refuerzos. Sin embargo, te tomaste el empo de tu ocupado día de trabajo
para volar a Nueva York y verme. Eso ya no grita superioridad, Francis.
Grita: paté co. —Un pequeño crujido—. Te sugiero que vuelvas a Boston y
te ocupes de tu empresa en lugar de avergonzarte más. He oído que le
vendría bien algo de ayuda.
Siguió un largo silencio, puntuado por los rápidos la dos de mi
corazón.
—Tú eres el responsable de los informes falsos. —La comprensión, la
furia y una pizca de pánico rodaron por debajo de la acusación de mi
padre, amenazando con romperla por las costuras.
—No sé de qué estás hablando. —El tono de Dante mantuvo su
indiferencia—. Pero parece grave. Razón de más para que te vayas y te
pongas al día antes de que la prensa se entere. Ya sabes lo... viciosos que
pueden ser una vez que huelen la sangre.
—¡Que se joda la prensa! —La voz de mi padre se convir ó en un grito
—. ¿Qué coño le has hecho a mi empresa, Russo?
—Nada que no mereciera. Hipoté camente hablando, claro.
Las bolsas de papel se arrugaron en mi puño. La sangre rugía en mis
oídos, haciendo que su conversación fuera mucho más di cil de escuchar,
pero me obligué a esforzarme y a escuchar.
Tenía que saber de qué estaban hablando.
Tenía que confirmar el horrible presen miento que tenía en el
estómago... aunque me destruyera.
—Vivian nunca te perdonará esto. —El gruñido de mi padre era el de
un gre herido. Nunca lo había oído tan enfadado, ni siquiera cuando
Agnes y yo rompimos su jarrón Ming favorito mientras jugábamos al
escondite de pequeños.
Una breve y cargada pausa.
—Estás asumiendo que me importa lo que ella piensa. —La voz de
Dante era tan fría que me heló la sangre—. ¿Puedo recordarte que fui
forzado a este compromiso? Nunca la elegí voluntariamente como mi
prome da. Me chantajeaste, Francis, y ahora, tu ventaja se ha ido. Así que
no vengas a mi maldita oficina y trates de usar a tu hija para salvarte. No
funcionará.
—Si no te importa, ¿por qué no has roto el compromiso todavía? —se
burló mi padre—. Como has dicho, te han obligado a ello. Lo primero que
deberías haber hecho después de deshacerte de las fotos era deshacerte
de ella.
Un doloroso crujido en mi pecho ahogó la respuesta de Dante. Una
quemadura se encendió en algún lugar al norte de mi corazón y se
extendió detrás de mis ojos, tan intensa que temí que no dejara nada más
que cenizas.
Me obligaron a este compromiso...
Nunca la elegí voluntariamente...
Me chantajearon para que lo hiciera...
Las palabras resonaban en mi cabeza como una pesadilla atascada en
un bucle roto.
De repente, todo tenía sen do.
Por qué Dante aceptó casarse conmigo cuando no necesitaba los
negocios, el dinero o las conexiones de mi padre.
Por qué había sido tan frío conmigo al principio de nuestro
compromiso.
Por qué le había caído mal a Luca, y por qué mi intuición siempre
había cues onado el razonamiento que daba Dante para el compromiso.
Había pasado por alto la endeblez de la excusa del acceso al mercado
porque había sido la única plausible en ese momento, pero ahora...
La tor lla que desayuné se me subió a la garganta. La piel se me puso
caliente, luego fría, mientras un ejército de arañas invisibles se arrastraba
por mis brazos y mi pecho.
Debería irme antes de que me pillaran espiando, pero no podía
respirar. No podía pensar. No podía hacer nada más que quedarme allí
mientras mi mundo se desmoronaba a mi alrededor.
Nunca la elegí voluntariamente.
Me chantajearon para que lo hiciera.
La quemadura se licuó y nubló mi visión. La cita de astronomía, el viaje
a París y todos los pequeños momentos intermedios.
¿Había estado fingiendo todo este empo? Tratando de sacar el
máximo provecho de una mala situación en lugar de…
Una carcajada en el pasillo me sacó de mi espiral de pensamientos.
Levanté la cabeza a empo para ver a dos hombres trajeados que se
acercaban a mí, llenos del po de fanfarronería que solo se posee si se está
en la dirección de una empresa mul millonaria.
Su llegada rompió el hechizo de inmovilidad que me tenía
secuestrado.
El de la derecha fue el primero en darse cuenta de mi presencia, pero
cuando su rostro se iluminó al reconocerme, ya me había apresurado a
pasar junto a él, con la cabeza agachada y la mirada fija en el suelo.
Llega a la salida. Llega a la salida y baja las escaleras. Eso es todo lo
que enes que hacer.
Cinco pasos más.
Cuatro.
Tres.
Dos.
Uno.
Irrumpí en el ves bulo como un nadador jadeando.
Empujé la comida hacia una Stacey que parecía alarmada y murmuré
algo sobre una emergencia laboral antes de pulsar el botón del ascensor.
Por suerte, llegó en segundos.
Entré, la cabina cayó en picado hacia el suelo y, por fin, dejé caer mis
lágrimas.
~
DANTE
—Si no te importa, ¿por qué no has roto el compromiso todavía? —
Los ojos de Francis brillaron con desa o—. Como has dicho, te han
obligado a ello. Lo primero que deberías haber hecho después de
deshacerte de las fotos era deshacerte de ella.
El rojo apareció en mi visión. Dijo deshacerse de ella tan fácilmente,
como si estuviera hablando de un mueble en lugar de su hija.
Cómo un pedazo de mierda como Francis compar a genes con Vivian,
nunca lo entendería.
Ahora también tenía un aspecto de mierda. Tez cetrina. Ojeras. Surcos
de agotamiento en su cara. La intromisión de Chris an en los asuntos
internos de su empresa le había pasado factura.
Habría disfrutado más de su sufrimiento si la mención de Vivian no
hubiera sido una puñalada en el pecho.
Aislarse de ella durante una semana había sido suficientemente
doloroso. Oír su nombre en boca de su sucio padre, saber lo que
significaba para nuestra relación...
Apreté la mandíbula y me obligué a mantener una expresión neutral.
—Nuestra conversación ha terminado. —Esquivé la pregunta de
Francis y comprobé deliberadamente mi reloj—. Ya has desperdiciado mi
hora de comer. Vete o haré que los de seguridad te acompañen a la salida.
—Esos informes son una mierda. —Los nudillos de Francis estallaron
por la fuerza de su agarre en los reposabrazos—. He trabajado durante
décadas para construir mi empresa. Tú aún eras un feto cuando fundé Lau
Jewels, y no dejaré que un niño nepo sta alimentado con cuchara de plata
como tú lo arruine.
—Estabas demasiado contento de que ese niño nepo sta y
alimentado con cuchara de plata se casara con tu hija —dije sedosamente
—. Hasta el punto de que lo jodiste y lo chantajeaste. No me gusta que me
amenacen, Francis. Y siempre lo devuelvo al triple. Ahora... —Golpeé el
teléfono de mi escritorio—. ¿Tengo que llamar a mis guardias, o eres capaz
de salir caminando?
Francis temblaba de indignación, pero no era tan estúpido como para
ponerme a prueba. Había irrumpido hace media hora, lleno de fuego y
bravuconería. Ahora, parecía tan paté co e impotente como lo era en
realidad.
Empujó su silla hacia atrás y se fue sin decir nada más.
La puerta se cerró de golpe tras él, haciendo sonar los cuadros de la
pared.
Ese cabrón. Tuvo suerte de que ninguno se cayera.
Apenas tuve la oportunidad de disfrutar del silencio antes de que
sonara un golpe.
Por el amor de Dios, ¿qué tenía que hacer un po para tener un poco
de tranquilidad y empo de trabajo?
—Pase.
La puerta se abrió, revelando una Stacey de aspecto nervioso. —
Siento interrumpir, Sr. Russo —dijo—. Pero su prome da ha dejado el
almuerzo para usted. Quería llevárselo mientras estaba caliente.
La temperatura bajó instantáneamente diez grados.
Un zumbido de inquietud me invadió y serpenteó por mis venas. —
¿Mi prome da? ¿Cuándo estuvo aquí?
—¿Tal vez hace diez minutos? Dijo que iba a esperarte en la sala de
invitados, pero se fue a toda prisa y dejó esto en mi mesa. —Stacey levantó
dos bolsas de comida para llevar en el aire. Llevaban el dis n vo negro y
plateado del Moondust Diner.
El zumbido se convir ó en un millar de agujas heladas que me
atravesaron la piel. Vivian no se habría ido sin saludar a menos que...
Joder. ¡Joder, joder, joder!
Me levanté tan bruscamente que me golpeé la rodilla contra la parte
inferior de mi escritorio. Ni siquiera registré mi dolor a través del torrente
de sangre en mis oídos.
—¿Dónde estás...? —Stacey vaciló cuando arranqué mi chaqueta del
respaldo de la silla de mi escritorio y pasé junto a ella hacia el ves bulo.
—Dile a Helena que cancele el resto de mis reuniones en persona de
hoy cuando regrese. —Me obligué a pronunciar las palabras con la
garganta apretada—. Voy a trabajar desde casa el resto del día.
Ya estaba a medio camino de la salida cuando ella respondió.
—¿Qué pasa con tu comida? —llamó tras de mí. Stacey sonaba con
pánico, como si mi falta de comida fuera mo vo de despido.
—Quédate con ella. —Me importaba una mierda si se la comía, si se la
daba de comer a las palomas o si la u lizaba para hacer una performance
en medio de la maldita Quinta Avenida.
Diez interminables minutos después —ese maldito ascensor se movía
a la velocidad de un caracol con morfina— salí del edificio, con la piel
húmeda y los la dos del corazón acelerados por un pánico repen no e
indescrip ble.
No sabía cómo, pero sabía con certeza que Vivian estaba en su casa y
no en su oficina.
Mi apartamento estaba a solo cinco manzanas. Caminar era más
rápido que coger el coche, aunque no necesariamente más seguro. Estaba
tan distraída por el miedo que me invadía el estómago que casi fui
atropellada dos veces, una por un mensajero en bicicleta malhablado y
otra por un taxi que tomó una curva demasiado rápido.
Cuando entré en el fresco ves bulo con aire acondicionado de mi
á co, la boca me sabía a monedas y una fina capa de sudor me empapaba
la piel.
No debería estar tan alterada por el hecho de que Vivian pudiera
haberme oído hablar con su padre. Todo lo que había dicho era la verdad, y
ella se enteraría tarde o temprano. Diablos, me había estado preparando
para este momento desde París.
Pero había una diferencia entre la teoría y la realidad. Y la realidad fue
que, cuando me detuve en la puerta de nuestra habitación y vi su maleta
abierta sobre nuestra cama, me sen como si me hubieran dado un
puñetazo en las tripas y me hubieran arrastrado sobre las brasas, todo en
el espacio de dos minutos.
Vivian salió del armario con el brazo lleno de ropa. Sus pasos se
detuvieron al verme, y un silencio doloroso y sin aliento se extendió entre
nosotros antes de que volviera a moverse.
Dejó la ropa sobre la cama mientras yo la miraba, con el corazón
la endo tan fuerte como para que se me magullara.
—¿Ibas a irte sin decírmelo? —La aspereza bordeó mi pregunta.
—Te estoy haciendo un favor. —Vivian no me miró, pero sus manos
temblaban mientras doblaba y empaquetaba su ropa—. Te estoy
ahorrando una dura conversación. Te he oído, Dante. No me quieres aquí.
Nunca me quisiste aquí. Así que me voy.
Ahí estaba. No hay peros que valgan. Se había enterado de la verdad, y
ésta era su manera de afrontarla.
Mis manos se retorcieron.
Ella tenía razón. Me estaba haciendo un favor. Si se iba, sin hacer
preguntas, cortaría el úl mo vínculo que tenía con los Lau sin apenas
esfuerzo por mi parte. Podría limpiar mis manos de su familia y seguir
adelante.
Y sin embargo...
—¿Eso es todo? Después de ocho meses, tras descubrir lo que hizo tu
padre... —Y lo que hice...—. ¿Eso es todo lo que enes que decir?
Vivian finalmente levantó la vista. Sus ojos estaban enrojecidos, pero
el fuego brillaba en sus profundidades marrones.
—¿Qué quieres que te diga? —exigió—. ¿Quieres que te pregunte qué
tenía mi padre sobre ? ¿Que te pregunte si los úl mos dos meses
significaron algo, o si solo estabas tratando de sacar el máximo provecho
de una situación de mierda hasta que pudieras deshacerte de mí? ¿Quieres
que te diga lo devastador que es descubrir que mi padre es... es...? —Su
voz se quebró. Se dio la vuelta, pero no antes de que vislumbrara la lágrima
que recorría su mejilla.
Mi pecho se aplastó como el hielo bajo un camión a toda velocidad.
—¿Sabes lo que se siente al saber que tu prome do solo estaba
con go porque le obligaron a ello? ¿Pensar que nos estábamos acercando
cuando me odiabas en secreto? No es que te culpe. —Dejó escapar una
risa amarga—. Si yo estuviera en tu lugar, también me odiaría.
Me costó un gran esfuerzo tragar más allá del nudo en la garganta.
—No te odio —dije, con la voz baja.
Nunca te he odiado.
No importaba lo que hiciera Vivian, o con quién estuviera relacionada,
nunca podría odiarla. Era la única cosa que odiaba de mí misma.
—Tu padre tenía... fotos incriminatorias de mi hermano. —No sabía
por qué estaba explicando. Ella había dejado claro que no le importaba,
pero seguí hablando de todos modos, las palabras se caían más rápido
cuanto más embalaba—. Habría muerto si cayeran en las manos
equivocadas.
Le hablé de las copias de seguridad, del ul mátum de su padre y de su
insistencia en que la mantuviera al margen del chantaje. Le hablé de la
llamada a París e incluso de cómo descubrí que había ocho copias de las
pruebas.
Cuando terminé, su piel estaba dos tonos más pálida que cuando
empecé. —¿Y la empresa de mi padre?
Un largo silencio invadió el espacio.
Esa era la parte que había omi do. Una parte importante, pero que
hizo que mi corazón se pellizcara cuando finalmente lo dije,
—Hice lo que tenía que hacer. Nadie amenaza a un Russo.
Mi mirada se fijó en Vivian mientras procesaba mi respuesta. El aire
crepitaba con mil pequeñas avispas que picaban en mi piel.
¿Cómo reaccionaría ella a mi confesión velada? ¿Con ira?
¿Conmoción? ¿Decepción?
Independientemente de sus sen mientos hacia su padre en este
momento, no podía imaginar que le pareciera bien que yo me me era en
la empresa de su familia.
Pero, para mi sorpresa, Vivian no mostró ninguna emoción visible más
allá de una expresión de tensión en sus facciones.
—Siento lo que hizo mi padre —dijo—. ¿Pero por qué me lo dices
ahora? Te parecía bien mantenerme en la oscuridad hasta ahora.
Mis manos volvieron a agitarse. —Quería aclarar las cosas —dije con
rigidez—. Antes... —Te fuiste—. Nos separamos.
Si no te importa, ¿por qué no has roto aún el compromiso?
La pregunta de Francis me atormentaba. Podría habérselo dicho en
cualquier momento de la úl ma semana, pero lo había dejado pasar. Me
excusé. Me dije a mí mismo que la estaba preparando para nuestra ruptura
al alejarme cuando, en realidad, simplemente no había estado listo para
dejarla ir.
Pero el empo se acabó. Elegí la venganza en lugar de Vivian, y estas
fueron las consecuencias.
No más dilaciones.
—Siento que te hayas visto atrapada en medio de esto. Nunca tuviste
la culpa. Pero tenía que proteger a mi familia, y esto es... —Las palabras se
alojaron como un cuchillo en mi garganta antes de forzarlas a salir—. Esto
es solo un negocio.
Volvió el sabor de los centavos, pero mantuve mi expresión distante
incluso cuando todos los ins ntos me gritaban que cruzara la habitación, la
abrazara, la besara y no la dejara ir nunca.
Había dejado que la emoción gobernara durante demasiado empo.
Era hora de que la lógica volviera a gobernar.
Aunque me perdonara por lo que le hice a su familia, no podíamos
avanzar si su padre y yo nos odiábamos a muerte. Y si me quedaba con
ella, su padre seguiría ganando. Sabría que Vivian era una debilidad que yo
no podía permi rme, y la u lizaría para explotar la situación como pudiera.
Por el bien de ambos, era mejor que nos separáramos.
Por mucho que nos doliera.
Vivian me miró fijamente. Una galería de emociones pasó por sus ojos
antes de que se cerrara una persiana.
—Bien —dijo en voz baja. Cerró la maleta y la sacó de la cama. Se
detuvo frente a mí, se quitó el anillo de compromiso del dedo y me lo puso
en la mano—. Solo negocios.
Pasó junto a mí, dejando atrás el débil aroma de las manzanas y un
horrible dolor en el pecho.
Cerré el puño alrededor del anillo. Estaba frío y sin vida contra mi
palma.
Mi garganta trabajó con un duro trago.
Vivian no había empacado todas sus cosas. La mayor parte de su ropa
seguía colgada en el armario. Sus frascos de perfume estaban sobre la
cómoda, con un jarrón de sus flores favoritas al lado.
Sin embargo, la habitación nunca se había sen do más vacía.
35
VIVIAN & DANTE
VIVIAN
En lugar de buscar a mi padre o registrarme en un hotel después de
salir de la casa de Dante, deambulé por Central Park con mi maleta como
una turista recién salida del tren en Penn Sta on.
Esperaba que el aire primaveral me despejara la cabeza, pero lo único
que hizo fue recordarme mi sesión de fotos de compromiso con Dante.
El puente Bow. Bethesda Terrace. Incluso el banco donde
desayunamos después de la sesión.
Hice lo que tenía que hacer. Nadie amenaza a un Russo.
Tenía que proteger a mi familia... esto es solo un negocio.
Esperé a que la emoción —cualquier emoción— se apoderara de mí,
pero aparte de un breve pellizco cuando pasé por uno de nuestros lugares
de la sesión de fotos, solo me sen entumecida. Ni siquiera podía invocar
la ira o la preocupación por la posible implosión de la empresa de mi
padre.
Habían pasado demasiadas cosas y mi cerebro se negaba a funcionar
correctamente.
Era una actriz que vivía la vida de otra persona, sin que me afectara el
caos que me rodeaba.
Al menos por ahora.
Paseé por el parque hasta que se puso el sol. Incluso en mi estado
zombi, sabía que no debía quedarme sola en el parque al anochecer.
Subí al taxi más cercano, abrí la boca para decirle al conductor que me
llevara al Carlyle, y terminé dándole la dirección de Sloane en su lugar.
La idea de pasar la noche en una habitación de hotel impersonal
acabó por provocar un destello de pánico.
Llegué al apartamento de Sloane veinte minutos después. Ella
contestó tras el segundo toque de mbre, echó un vistazo a mi equipaje y a
mi dedo sin anillo, y me hizo pasar al interior sin mediar palabra.
Me hundí en el sofá mientras ella desaparecía en la cocina.
Ahora que ya no estaba sola, la sensación volvió a aparecer.
El dolor en los brazos por arrastrar la maleta todo el día. Las ampollas
en los pies por caminar con mis caros, pero poco prác cos zapatos. El vacío
insoportable en el pecho donde antes la a mi corazón, sano y entero.
Ahora, el órgano se tambaleaba como un coche con sus úl mos gases,
luchando por volver a un lugar al que nunca había pertenecido.
Parpadeé para alejar la presión que se acumulaba detrás de mis ojos
cuando Sloane regresó con una taza y un paquete de mis galletas de
mantequilla de limón favoritas en la mano.
Nos sentamos en silencio durante un segundo antes de que ella
hablara. —¿Tengo que afilar mis cuchillos y preparar planes de
con ngencia para una acusación de homicidio?
Me reí débilmente. —No. Nada tan drás co.
—Yo juzgaré eso. —Su mirada se estrechó—. ¿Qué pasó?
—Yo... Dante y yo rompimos. —Otro pedazo de mi adormecimiento
anterior se as lló en un doloroso la do.
—Me di cuenta de ello. —La respuesta de Sloane fue directa, no
sarcás ca—. ¿Qué hizo el maldito?
—No fue su culpa. No del todo. —Me las arreglé para resumir los
acontecimientos del día sin descomponerse, pero mi voz se quebró hacia el
final.
Lamento que te hayas visto atrapada en medio de esto... Tenía que
proteger a mi familia... Esto es solo un negocio.
Otra as lla, ésta fue lo suficientemente grande como para dejarme sin
aliento. La presión detrás de mis ojos se amplificó.
Para crédito de Sloane, no cayó en el drama smo por las impactantes
revelaciones. No era su es lo, y era una de las razones por las que había
acudido a ella en lugar de a Isabella. Por mucho que quisiera a Isa, ella
querría saber todos los detalles y repe r la situación hasta la saciedad. No
tenía la energía ni el ancho de banda emocional para eso en este
momento.
—De acuerdo, el compromiso está oficialmente cancelado, lo que
significa que necesitamos un plan —dijo Sloane con crudeza—.
Llamaremos a los proveedores de la boda por la mañana y la
cancelaremos. Puede que sea demasiado tarde para un reembolso
completo, pero estoy segura de que puedo convencer a la mayoría, si no a
todos, de que hagan reembolsos parciales. En realidad... —Frunció los
labios—. Tacha eso. Primero tenemos que redactar el anuncio de la
ruptura. No queremos que ninguno de los vendedores se filtre a la prensa.
Los periódicos de la sociedad estarán en todo esto, y...
—Sloane. —Mis manos estrangularon mi taza. Cada palabra que salía
de su boca aumentaba mi ansiedad—. ¿Podemos discu r esto más tarde?
Agradezco la ayuda, pero no puedo... no puedo pensar en todo eso ahora
mismo.
La enormidad de las próximas semanas me abrumaba. Tenía que
trasladar el resto de mis pertenencias fuera de la casa de Dante,
enfrentarme a mi padre, resolver mi relación con él, cancelar la boda y
lidiar con las consecuencias públicas de mi compromiso roto. Por si fuera
poco, el Baile del Legado se celebraba en menos de una semana, y
estábamos entrando en otra temporada de gran ac vidad de eventos.
Un sudor frío se apoderó de mi frente, y arrastré a la fuerza el aire por
la nariz para frenar los frené cos la dos de mi corazón.
El rostro de Sloane se suavizó.
—Claro. Por supuesto. —Se aclaró la garganta—. ¿Quieres que llame a
Isa? Ella es mucho mejor en... esto —señaló vagamente a nuestro
alrededor—… que yo.
—Más tarde. Solo quiero ducharme y dormir, si no te importa. —Me
quedé mirando mi té, sin éndome estúpida y avergonzada y mil cosas más
—. Siento haberme presentado así sin avisar. Es que... no quería estar sola
esta noche.
—Vivian. —Sloane puso su mano sobre la mía, su voz firme—. No
necesitas disculparte. Quédate todo el empo que quieras. Mi habitación
de invitados no estaba siendo muy u lizada, de todos modos. Tú, Isabella,
y el chico de mantenimiento son las únicas personas que permito en mi
apartamento.
—No sabía que tuvieras ese po de relación con tu chico de
mantenimiento —bromeé a medias—. Escandaloso.
No sonrió, pero la preocupación delineó su frente. —Descansa un
poco. Lo resolveremos todo por la mañana.
Mi intento de sonrisa se derrumbó. —Gracias —susurré.
Sloane no era de las que abrazan, pero el apretón de su mano
transmi ó el mismo sen miento.
Más tarde, esa noche, me acosté en la cama, sin poder dormir a pesar
de mi agotamiento.
Hoy había perdido a mi padre y a mi prome do de una forma u otra.
Dos de las personas más importantes de mi vida, irreconocibles o
desaparecidas.
Mi padre min ó, manipuló y me u lizó mientras que Dante...
Nunca la elegí voluntariamente.
Esto es solo un negocio.
La presión detrás de mis ojos finalmente explotó. Los trozos de
entumecimiento que quedaban se desintegraron, sus tuidos por un dolor
tan agudo e intenso que me habría doblado si hubiera estado de pie.
En lugar de eso, me acurruqué en posición fetal y me rendí a los
sollozos que sacudían mi cuerpo.
Me invadieron, uno tras otro, hasta que la garganta se puso en carne
viva y la humedad me escaldó las mejillas.
Pero por mucho que llorara o me estremeciera, no podía emi r ningún
sonido.
Mis sollozos permanecieron en silencio, sen dos, pero no escuchados.
~
DANTE
Me tomé los tres días siguientes sin trabajar.
Lo intenté. Realmente lo hice, pero no pude concentrarme. Durante
cada llamada, escuchaba la voz de Vivian. En cada reunión, veía su cara.
En ese momento, yo era un lastre para la empresa, así que le dije a
Helena que cancelara mis reuniones de la semana y me tomé el empo
necesario para aclarar mis ideas.
Eso significaba abrir una botella de whisky cada noche, re rarme a la
sala de estar e ignorar las preguntas de Greta hasta que se marchara
furiosa entre maldiciones.
Esta noche no fue una excepción.
Incliné la cabeza y la botella hacia atrás.
El licor me quemaba la garganta y me llenaba el estómago, pero el
doloroso vacío permanecía.
Simplemente no estaba acostumbrado a la ausencia de Vivian después
de haber vivido con ella durante tanto empo. Pasaría, al igual que mi
apego emocional a ella.
La gente se separa y sigue adelante todos los días. No era nada
jodidamente especial.
Volví a echar otro trago. La chimenea no estaba encendida por la
primavera, pero un vago recuerdo de sus llamas y de la forma en que su luz
bailaba sobre los rasgos de Vivian llenó mi mente.
¿Tienes miedo de que rompa el compromiso? ¿Que me vaya con Heath
y te deje en ridículo delante de tus amigos? ¿Por qué te importa?
Son gemelos de helado. Conozco un joyero en la Rue de la Paix que
hace piezas personalizadas...
No es solo un negocio para . Y no es solo un deber para mí.
Me alegro de haber venido a París.
El dolor azotó mi pecho, una quemadura punzante.
—Tal vez puedas hacerle entrar en razón. —El gruñido de Greta llegó a
la habitación desde el pasillo—. Ha estado sentado y bebiendo estos
úl mos días, como solía hacer su malvado o abuelo Agos no. No me
gusta hablar de la muerte, pero gracias al cielo no está aquí con nosotros.
—Lo intentaré. —La voz de Luca me hizo reflexionar antes de
encogerse de hombros y volver a llevarse la botella a los labios.
Probablemente necesitaba un adelanto de su asignación. Rara vez me
visitaba a menos que quisiera algo.
No le miré cuando entró y tomó asiento frente a mí. Me observó un
momento antes de hablar.
—¿Qué demonios ha pasado?
—Nada. —La cabeza me dio vueltas y parpadeé para alejar la
confusión antes de corregirme—. Vivian y yo hemos roto.
Las palabras tenían un sabor amargo. Quizá debería cambiar el whisky
por algo más dulce, como el ron.
—¿Qué? —El rostro pálido de Luca apareció en mi línea de visión
cuando finalmente me giré. El pequeño movimiento requirió tanto
esfuerzo como nadar en la melaza.
Dios, ¿siempre me había pesado tanto la cabeza?
Es tu ego. Añade al menos tres kilos. La hipoté ca burla de Vivian sonó
en mis oídos.
Un tornillo de banco se apretó alrededor de mi corazón. Ya era
bastante malo que cada una de sus palabras y sonrisas estuvieran grabadas
en mi memoria. ¿Ahora escuchaba cosas que ella no decía?
—¿Por qué? —Luca exigió—. ¿Qué pasa con Francis y las fotos?
Sí. Todavía no le había dicho que había destruido las fotos, en parte
porque había estado distraído, y en parte porque lo mantenían a raya.
Joder, se merecía sudar un poco más después del puto lío en el que me
me ó.
—Me ocupé de ellos —dije secamente—. Por eso Francis me visitó a
principios de esta semana. Vivian lo sabe. Rompimos. El fin.
—Cristo, Dante, ¿no podías haberme dicho esto antes? ¿Por qué tuve
que recibir una llamada de Greta preocupada por cómo los alienígenas se
apoderaron de tu cuerpo?
—No lo sé, Luca. Quizá porque estaba ocupado salvándote el culo —le
dije.
Me miró fijamente durante un segundo antes de desplomarse en su
silla. —Mierda. Bueno, esto es bueno, ¿no? El chantaje ha desaparecido.
Francis se ha ido. Vivian se ha ido. Esto es lo que querías.
Otro largo rón. —Sí.
—No pareces muy feliz —observó.
La ira se liberó de su correa. —¿Qué quieres que haga, que haga un
desfile? Por el amor de Dios, acabo de salvarte la vida, ¡y todo lo que
puedes hacer es comentar si parezco feliz!
Luca no se inmutó. —Eres mi hermano —dijo con calma—. Tu felicidad
es importante para mí.
Así de fácil, mi ira se esfumó tan rápido como llegó. —Si eso fuera
cierto, no nos habrías me do en este lío en primer lugar.
Hizo una mueca. —Sí, bueno, he hecho mi parte justa de... cosas
cues onables, como debes saber.
Resoplé en señal de acuerdo.
—Pero hiciste bien en obligarme a conseguir un trabajo. En realidad,
me gusta trabajar en Lohman & Sons, y la estructura me ha venido bien. Es
agradable no despertarse con resaca todos los días. —Una sonrisa se
dibujó en la boca de Luca—. Admito que estaba muy resen do cuando lo
planteaste por primera vez. Todo el asunto del chantaje no parecía real en
ese momento, y odiaba cómo me cas gabas como si fuera tu hijo en lugar
de tu hermano. El trabajo, la ruptura con María. Fui... egoísta.
Bajé la botella y entrecerré los ojos. —Yo no soy el que ene el cuerpo
tomado por los extraterrestres. ¿Quién eres tú y qué demonios le has
hecho a mi hermano?
Luca se rió. —Como he dicho, la estructura me ha venido bien.
También lo ha sido no salir tanto con mi an guo grupo. En realidad... —Se
aclaró la garganta—. He conocido a una chica. Leaf. Ella realmente ha
puesto las cosas en perspec va para mí.
—¿Estás saliendo con alguien llamado Leaf? —Pregunté, incrédulo.
—Sus padres eran hippies —dijo a modo de explicación—. Es
instructora de yoga en Brooklyn. Muy flexible. De todos modos, esa no es
la cues ón. La cues ón es que he estado haciendo mucho trabajo interior
con ella.
Apuesto a que sí. Debería haberlo sabido. Todos los grandes cambios
en la vida de Luca giraban en torno a las mujeres, la bebida o las fiestas.
—Ella me está ayudando a sanar mi niño interior —con nuó—. Eso
incluye arreglar nuestra relación de hermanos.
Dios. Suponía que un instructor de yoga de Brooklyn llamado Leaf era
mejor que una princesa de la mafia. Mayor posibilidad de conver r a mi
hermano en vegano, menor posibilidad de que lo maten.
—¿Qué pasa con María? Pensé que estabas enamorado.
—No he hablado con ella desde que hablamos en tu oficina. —Luca
tosió—. Estuve hablando con Leaf sobre ello. Creo que confundí la
emoción de lo prohibido con el amor, ¿sabes? Los dos se confunden
fácilmente.
Ni que lo digas.
—Pero basta de hablar de mi vida amorosa. Estábamos hablando de la
tuya. Con Vivian.
Me volví a tensar. —Seguro que no estábamos.
—Deberías estar celebrando después de deshacerte de los Laus —dijo,
ignorándome—. Pero estás aquí bebiendo solo como el o abuelo Agos no
después de perder en el póker. Los dos sabemos por qué.
—Porque estoy tratando de olvidar que tengo un hermano
jodidamente molesto con un gusto terrible para las mujeres.
—No. Porque en realidad te gusta Vivian —dijo con toda intención—.
Puede que incluso la ames.
La bola de demolición de su especulación rebotó en mi pecho y me
hizo perder los la dos del corazón. —Eso es ridículo.
—¿Lo es? Sé sincero. —Luca se inclinó hacia delante y me miró
fijamente. No era una expresión que estuviera acostumbrada a ver en él.
Era inquietante—. Dejando de lado toda la mierda con Francis, ¿quieres
estar con ella?
Me ré de la corbata, solo para darme cuenta de que no llevaba
ninguna. Entonces, ¿por qué demonios sen a la garganta tan apretada? —
No es tan sencillo.
—¿Por qué diablos no?
—Porque no lo es —espeté—. ¿Qué crees que pasará? ¿Tendremos
felices comidas familiares en Acción de Gracias después de que destruya la
empresa de su padre? ¿Casarnos delante de todos nuestros amigos como
si la forma en que nos juntamos no fuera completamente jodida? Si me
caso con ella, Francis gana. Seguirá teniendo una Russo como yerno. La
gente se preguntará por qué carajo no lo estoy salvando cuando su
empresa arda en llamas. Será un maldito desastre.
—Claro —dijo Luca, aparentemente no impresionado por mi
explicación—. Pero eso no responde a mi pregunta. ¿Quieres estar con
ella?
Olvida la ira de Romano. Estaba a segundos de ceder a la mía y
estrangularlo con mis propias manos.
Si no fuera por él, Francis no me habría chantajeado. Si no me hubiera
chantajeado, no me habría comprome do con Vivian. Si no me hubiera
comprome do con Vivian, no habría caído...
La realidad me golpeó en el pecho, tan fuerte y repen namente que
juré haber oído un crujido.
Corazón magullado, cos llas fracturadas, aliento robado, todo en el
espacio de un minuto. Era como si mi cuerpo me cas gara por no haber
reconocido la verdad antes, cuando era tan evidente.
La forma en que me quedaba en la cama más empo cada mañana
solo para ver su primera sonrisa del día.
La forma en que nuestras citas para comer para llevar se convir eron
en mi parte favorita de la semana laboral.
La forma en que me abrí a ella sobre mi familia, mi vida, yo mismo...
Y la forma en que verla alejarse el lunes me había costado un pedazo
irreparable de mi alma.
El aliento abandonó mis pulmones.
De alguna manera, en algún lugar del camino, me había enamorado
de Vivian Lau.
No por gusto o lujuria. El amor, en toda su aterradora, impredecible e
indeseada gloria.
Luca me observó al darse cuenta, con una expresión diver da y
preocupada a partes iguales. —Eso es lo que pensaba.
Joder. Joder, joder, joder, joder.
Me pasé una mano por la cara, inquieto e intranquilo.
¿Qué demonios se suponía que debía hacer ahora? Nunca había
estado enamorado. Nunca había planeado estar enamorada. Y ahora,
había ido y me había enamorado de la única mujer que no debía como un
maldito idiota.
—¿Cuándo diablos te conver ste en el hermano mayor? —El tema era
más seguro que el no resuelto que colgaba en el aire.
—Créeme, no lo soy, y no quiero serlo. Demasiada responsabilidad.
Pero esa es la cues ón. —El rostro de Luca se puso sobrio—. Has
sacrificado mucho por mí, Dante. No siempre lo reconozco ni lo agradezco
abiertamente, pero yo... —Tragó con fuerza—. Lo sé. Todas las veces que
apareciste por mí cuando otros no pudieron o no quisieron. Aceptando
casarte con Vivian, y luego renunciando a ella. A eso me refería cuando dije
que teníamos que arreglar nuestra relación. Siempre has sido una figura
paterna porque yo necesitaba una figura paterna. Pero ahora... me gustaría
que intentáramos ser hermanos.
Esta vez, el pellizco en mi pecho no tenía nada que ver con Vivian. —
¿Qué quieres decir?
—Significa que intentaré no meter la pata y que me saques de apuros.
—Me dedicó una sonrisa ladeada—. Y te llamo la atención por tus
gilipolleces cuando lo necesito, como ahora. Amas a Vivian. Lo vi incluso en
Bali. ¿Pero la dejaste ir por qué? ¿Tu orgullo y tu venganza? Esas cosas solo
te llevarán hasta cierto punto.
—¿Te dijo eso Leaf?
—No. —Otra sonrisa—. Leí un ar culo sobre los siete pecados en la
sala de espera de mi den sta.
Dejé escapar una burla, pero sus palabras se repi eron en bucle en mi
cabeza.
¿La dejaste ir por qué? ¿Por tu orgullo y tu venganza? Esas cosas solo
te llevarán hasta cierto punto.
—Debería haberte puesto a trabajar antes. Me habría ahorrado un
montón de dinero y dolores de cabeza. —Volví a restregarme la cara,
tratando de encontrarle sen do a esta montaña rusa del día—. ¿Por qué te
interesa tanto mi relación con Vivian?
La sonrisa de Luca desapareció.
—Porque me has protegido toda mi vida —dijo en voz baja—. Y es
hora de que te devuelva el favor.
Culpé del ardor de mi corazón al alcohol. —Para eso está mi equipo de
seguridad.
—No de otras personas. De mismo. —Luca señaló con la cabeza la
botella medio vacía que aún tenía en la mano—. No dejes que tu búsqueda
de la ira arruine lo mejor que te ha pasado. Sí, resolver las cosas con Vivian
será di cil, pero siempre has sido un luchador. Así que lucha, joder.
36
VIVIAN
El miércoles después de mudarme de la casa de Dante, tomé un vuelo
a Boston. Según mi madre, a la que había llamado con el pretexto de
hablar de los prepara vos de la boda, mi padre ya estaba en casa.
Me pasé el viaje en avión ensayando lo que iba a decir. Pero cuando
me senté frente a él en su despacho, escuchando el ctac del reloj y la
cadencia superficial de mi respiración, me di cuenta de que ningún ensayo
podría haberme preparado para enfrentarme a mi padre.
El silencio se extendió entre nosotros durante otro minuto antes de
que él se inclinara hacia atrás y levantara una ceja tupida de punta gris. —
¿Cuál es la emergencia, Vivian? Supongo que enes algo importante de lo
que te gustaría hablar si te presentas así sin avisar.
Era él quien tenía que disculparse, pero su voz severa me hizo sen r
una espiral de vergüenza. Era la misma voz que u lizaba cada vez que
recibía algo menos que una puntuación perfecta en el examen. Intenté que
no me afectara, pero era di cil superar décadas de condicionamiento.
—Sí, lo sé. —Levanté la barbilla y enderecé los hombros, tratando de
convocar el fuego de hace dos días. Lo único que conseguí fueron unas
cuantas bocanadas de humo.
Era mucho más fácil despotricar de mi padre en mi cabeza que en la
vida real.
En parte, la razón era lo exhausto que parecía. Las pesadas bolsas
colgaban bajo sus ojos, mientras que las líneas de preocupación formaban
profundos riscos y grietas en su rostro.
Habían empezado a aparecer no cias sobre problemas en Lau Jewels.
Todavía no había nada importante, solo algunos rumores aquí y allá, pero
eran una señal de la tormenta que se avecinaba. La oficina bullía de
energía nerviosa y el valor de las acciones había bajado.
Una punzada de culpabilidad desmedida me atravesó las entrañas.
Mi padre era el responsable de este desastre. No debería sen rme
culpable por llamarle la atención, por muy cansado o estresado que
estuviera.
—¿Y bien? —dijo impaciente—. Ya retrasé una reunión por esto. No
voy a posponerla de nuevo. Si no enes nada que decir ahora, lo
discu remos durante la cena.
—¿Chantajeaste a Dante para que se casara conmigo? —Solté la
pregunta antes de perder los nervios.
Mi corazón se golpeó contra mi caja torácica mientras la expresión de
mi padre se endurecía en un molde ilegible.
El reloj con nuó su ensordecedora marcha hacia la media hora.
—Te he oído por casualidad. En el despacho de Dante. —Aferré el
bolso en mi regazo para apoyarme. Hoy no llevaba tweed ni prendas
neutras. En su lugar, había optado por una funda de seda hecha a medida y
una capa extra de lápiz de labios rojo para dar confianza. Debería haberme
puesto dos capas más.
—Si lo has oído, ¿por qué me haces perder el empo preguntando? —
El tono de mi padre era tan indescifrable como su rostro.
Un rescoldo de ira se encendió.
—¡Porque quiero que lo confirmes! El chantaje es ilegal, padre, por no
mencionar que es moralmente incorrecto. ¿Cómo pudiste hacer eso? —
Forcé el aire a través de mi pecho apretado—. ¿Soy tan indeseable que
tuviste que obligar a alguien a casarse conmigo?
—No te pongas dramá ca —espetó—. No fue nadie. Fue Dante Russo.
¿Sabes las puertas que abriría casarse con un Russo? Incluso con nuestra
riqueza y el matrimonio de tu hermana, algunas personas nos miran con
desprecio. Nos invitan a sus fiestas y aceptan nuestro dinero para recaudar
fondos, pero susurran a nuestras espaldas, Vivian. Creen que no somos lo
suficientemente buenos. El matrimonio con Dante habría acallado esos
susurros inmediatamente.
—¿Chantajearon a alguien por unos susurros? —pregunté incrédula.
Mi padre siempre había sido consciente de su apariencia y reputación.
Incluso antes de que fuéramos ricos, es raba nuestro presupuesto e
insis a en pagar la mesa durante las reuniones con sus amigos para no
quedar mal.
Pero nunca hubiera imaginado que su necesidad de validación social
fuera tan profunda.
—Se presentó la oportunidad y la aproveché —dijo con frialdad—. Su
hermano era tonto e imprudente. ¿Qué posibilidades había de que lo
pillara con la sobrina de Gabriele Romano durante una visita a Nueva York?
—Un encogimiento de hombros impenitente—. El des no lo puso en mi
camino y lo aproveché por nuestra familia. No me disculparé por ello.
—Podrías haber elegido a cualquier otro. —Era di cil de escuchar por
encima del zumbido en mis oídos, pero seguí adelante—. Alguien que
hubiera aceptado de buen grado un matrimonio concertado.
—Alguien que hubiera aceptado de buen grado no habría sido lo
suficientemente bueno.
—¿Te escuchas a mismo? —Las brasas se avivaron hasta conver rse
en llamas. Mi furia volvió a rugir, tan caliente y brillante que desdibujó el
rostro de mi padre—. Son vidas de personas, no juguetes que puedes
doblar y manipular. ¿Y si las fotos se filtran y matan al hermano de Dante?
¿Y si te matan por guardar las pruebas? ¿Cómo puedes ser tan...? —Cruel.
Insensible. Moralmente corrupto—. ¿Corto de miras? No es...
—¡No me levantes la voz! —Mi padre golpeó las manos sobre el
escritorio con tanta fuerza que los objetos que había sobre él sonaron—.
Soy tu padre. No me hables así.
Mi corazón amenazaba con estallar en mi pecho. —El padre que
conocí nunca habría hecho esto.
El silencio era tan agudo que se podía oír el aleteo de una polilla.
Mi padre se enderezó y volvió a inclinarse hacia atrás. Su mirada se
clavó en mí.
—Solo enes el lujo de preocuparte por la moral gracias a mí. Hago lo
que tengo que hacer para asegurarme de que nuestra familia esté
protegida y sea lo mejor posible. Tú y tu hermana crecieron protegidas,
Vivian. No enes idea de lo que me costó llegar a donde estoy hoy porque
te protegí de la fea verdad. La can dad de gente que se rió en mi cara y me
apuñaló por la espalda... te haría enfermar. Crees que el mundo es de color
rosa cuando es gris en el mejor de los casos.
—Proteger a nuestra familia no significa destruir la de los demás. No
caemos tan bajo, padre. No es lo que somos.
La más breve sombra de remordimiento pasó por sus ojos antes de
desaparecer. —Soy el jefe de la familia —dijo, con un tono defini vo—.
Somos quienes yo digo que somos.
Las palabras tocaron mi piel, frías e insensibles. Un escalofrío recorrió
mi columna vertebral.
—¿Y mi relación con Dante? —El cierre de mi bolso se clavó en mi
palma—. ¿No pensaste en cómo me afectarían tus acciones? Hay una
diferencia entre un matrimonio concertado y uno forzado. Habría tenido
que pasar mi vida con alguien que se resiente de mí simplemente porque
quieres su nombre en nuestro árbol genealógico.
—No te hagas el már r —dijo mi padre—. Es impropio. Tu hermana
nunca se quejó de estar casada con Gunnar, y tuvo que mudarse a otro
país.
—Ella no se queja porque realmente se aman.
Con nuó como si no hubiera hablado. —Hay cosas peores que ser la
esposa de un mul millonario. Eres joven y encantadora. Con el empo
habrías desgastado a Dante. De hecho, ya parecía estar bastante prendado
de durante las vacaciones.
—Bueno, te equivocas —dije rotundamente—. Se acabó, padre. Me
mudé de la casa de Dante. No nos vamos a casar. Y... —Miré por la ventana
hacia el piso de la oficina principal—. La empresa no va bien.
Porque provocaste a alguien que no debías.
Las palabras se quedaron sin decir entre nosotros.
La mandíbula de mi padre se tensó. Odiaba que le recordaran que las
cosas no eran perfectas bajo su supervisión.
—La empresa estará bien. Solo estamos experimentando un
contra empo.
—Parece más que un contra empo.
Me miró fijamente, y su ira se transformó en algo más calculador. —
Quizá tengas razón —dijo—. Podría ser más que un bache, en cuyo caso
nos vendría bien la ayuda de Dante. Ahora está enfadado, pero ene una
debilidad por . Convéncelo de que... ayude.
El frío se me me ó en los huesos. —Te lo dije, rompimos. Nos odia. No
ene debilidad por mí ni por nadie de la familia.
—Eso no es cierto. Vi la forma en que te miraba cuando tu madre y yo
te visitamos. Aunque rompierais, estoy segura de que podrías hacerle
entrar en razón si te esforzaras lo suficiente.
El frío se extendió hasta la boca del estómago.
Me quedé mirando a mi padre, observando su pelo perfectamente
engominado, su traje caro y su llama vo reloj. Era como enfrentarse a un
actor que fingía ser Francis Lau en lugar del propio hombre.
¿Cómo había pasado de ser el padre ligeramente cursi pero
bienintencionado de mi infancia a la persona que tenía delante?
Frío. Enrevesado. Obsesionado con el dinero y el estatus y decidido a
ganar -y mantener- ambos a cualquier precio.
Tenía el mismo aspecto, pero apenas lo reconocí.
—No lo haré. —Mi voz vaciló, pero mis palabras fueron firmes—. Este
es tu lío, padre. No puedo ayudarte.
Odiaba que mi madre y mi hermana se vieran afectadas en caso de
que Lau Jewels zozobrara, pero no podía seguir jugando al peón y a la
posesión para mi padre. Además, cada una tenía sus propios ahorros;
estarían bien, financieramente hablando.
Había puesto la otra mejilla durante demasiado empo. Había estado
demasiado dispuesta a aceptar todo lo que mis padres me decían que
hiciera porque era más fácil que hacer tambalear el barco y
decepcionarlos. A pesar de todos sus defectos, quería a mi padre y a mi
familia. No quería hacerles daño.
Pero no me había dado cuenta hasta ahora de que no hablar cuando
se pasaban de la raya nos perjudicaría más a la larga que cualquier otra
cosa.
La incredulidad llenó los surcos de la cara de mi padre.
—¿Eliges a tu ex-prome do antes que a tu familia? ¿Así es como te
hemos educado? —preguntó—. ¿Para ser tan irrespetuosa y
desobediente? —Escupió la palabra como una maldición
—¿Desobediente? —La indignación me recorrió como un vendaval
repen no, barriendo cualquier resto de culpa—. ¡He hecho todo lo que me
has pedido! Fui a la universidad 'correcta', rompí con Heath y desempeñé
el papel de hija perfecta de la sociedad. Incluso acepté casarme con un
hombre que apenas conocía porque te haría feliz. Pero ya no vivo mi vida
por . —La emoción espesó mi voz—. Es mi vida, padre. No la tuya. Y del
mismo modo que tú ya no puedes tomar decisiones por mí... yo no puedo
poner excusas por . Ya no.
Esta vez, el silencio era tan pesado que me presionaba como una
manta de plomo.
—Por supuesto, eres libre de tomar tus propias decisiones —dijo
finalmente mi padre, con una voz aterradoramente tranquila—. Pero
quiero que sepas esto, Vivian. Si sales hoy de este despacho sin enmendar
tu insolencia, ya no eres mi hija. O una Lau.
Su ul mátum se abalanzó sobre mí con la fuerza de un tren
desbocado, ensartando mi pecho con una bayoneta y llenando mis oídos
con el rugido de la sangre.
La temperatura descendió a un nivel bajo cero mientras nos
mirábamos fijamente, su fría furia librando una batalla silenciosa con mi
dolorosa determinación.
Ahí estaba.
El monstruo invisible que había temido desde la infancia, tendido
como un espantoso cadáver de la relación que solíamos tener.
Podía cubrirlo con una manta y mirar hacia otro lado, o podía
mantenerme firme y enfrentarlo de frente.
Me levanté, con la sangre electrizada por el miedo y la adrenalina,
cuando la compostura de mi padre se desvaneció una mínima fracción.
Esperaba que me echara atrás.
Lo siento. La disculpa casi se me cae de la lengua por la fuerza de la
costumbre antes de recordar que no tenía nada de lo que disculparme.
Quería quedarme un minuto más, para memorizar su rostro y llorar
algo que había muerto hace mucho empo.
En lugar de eso, me di la vuelta y salí.
No llores. No llores. No llores.
Mi padre me había repudiado.
Mi padre me había repudiado, y yo no había intentado detenerlo
porque el precio era demasiado alto.
Las lágrimas se agolparon en mi garganta, pero me obligué a
contenerlas incluso cuando una aplastante sensación de soledad me
invadió.
En el espacio de una semana, había perdido a mi familia y a Dante.
Lo único que me quedaba era yo misma.
Y por ahora, eso tendría que ser suficiente.
37
VIVIAN
La proximidad del Baile del Legado con el caos que estaba desatando
mi vida resultó ser una bendición disfrazada. En los dos días que
transcurrieron entre la confrontación con mi padre y la gala, me dediqué a
trabajar con tal fervor que incluso Sloane, la consumada adicta al trabajo,
se mostró alarmada.
Llamadas para despertarme a las cinco de la mañana. Cena en la
oficina. Me pasé el almuerzo revisando cada detalle y asegurándome de
que tenía un plan de con ngencia tras otro para todo, desde un apagón en
toda la ciudad hasta una pelea entre los invitados.
Cuando llegó el momento del baile, estaba delirando por la falta de
sueño.
No me importaba. Estar ocupada era bueno. Estar ocupada significaba
menos empo de agonía por el caos de mi vida personal.
Sin embargo, a pesar de toda mi planificación, había una cosa para la
que no me había preparado: el efecto que tendría en mí entrar en el Club
Valhalla.
La opresión se apoderó de mi pecho mientras sonreía y conversaba
con los invitados. Esta noche, yo era la anfitriona, lo que significaba que no
había que ir de un lado a otro para comprobar la comida o la música. Ese
era el trabajo de mi equipo.
Mi trabajo consis a en mezclarme, tener buen aspecto, posar para las
fotos... y no pasar cada segundo buscando inconscientemente a Dante.
Solo había visitado el Valhalla dos veces, ambas con él. Todavía no lo
había visto. Puede que no aparezca en absoluto. Pero su presencia —
oscura, magné ca y omnipresente— impregnaba la sala.
Su risa en las esquinas. Su olor en el aire. Su toque en mi piel. Besos
calientes y momentos robados y recuerdos tan vívidos que estaban
pintados por todas las paredes.
Dante era el Valhalla, al menos para mí. Y estar aquí esta noche, sin él,
era como un barco abandonando el puerto sin ancla.
—Vivian. —La voz de Buffy me sacó del borde de una crisis nerviosa
que no podía permi rme. Había llorado más esta úl ma semana que en
toda mi vida y, francamente, estaba harta—. Qué ves do tan
impresionante.
Se acercó a mí, tan elegante como siempre, con un ves do de brocado
verde que rendía homenaje al tema del jardín secreto del baile. Unos
magníficos diamantes le cubrían el cuello y le caían por las muñecas.
Parpadeé y reprimí un pinchazo de desconfianza, y sonreí. —Gracias.
Tu traje también es precioso.
Buffy me miró con discernimiento el ves do.
La pieza de Yves Dubois había atraído muchas miradas esta noche, y
con razón. Caía en cascada hasta el suelo en un exquisito barrido de seda
roja y plumas bañadas en oro, tan apretadas que parecían un montón de
hojas caídas y doradas. Hilos de oro brillantes formaban un intrincado
patrón de fénix sobre la seda, tan su l que era casi invisible a menos que el
bordado diera la luz en un ángulo determinado.
Era ropa, arte y armadura, todo en uno. Una prenda lo
suficientemente atrevida como para declarar su poder, pero tan
deslumbrante que poca gente miraba más allá para ver la tristeza que
había debajo.
—Alta costura de Yves Dubois —dijo Buffy—. Dante es un novio
generoso.
Su mirada se dirigió a mi dedo anular vacío.
Un hormigueo de inquietud se cristalizó bajo mi piel. Dante y yo aún
no habíamos anunciado nuestra ruptura, pero mi falta de anillo de
compromiso había llamado la atención de todo el mundo esta noche.
Ya circulaban rumores, no solo sobre nuestro estado sen mental, sino
sobre la caída en bolsa de Lau Jewels. La cobertura nega va de la prensa se
había disparado en las úl mas cuarenta y ocho horas. Aunque todo el
mundo había sido perfectamente amable conmigo hasta ahora —seguía
siendo la anfitriona, independientemente de mis problemas familiares—,
sus murmullos no habían pasado desapercibidos.
—Me he comprado el ves do yo misma —dije en respuesta a la
observación de Buffy. —Sonreí ante su parpadeo de sorpresa—. Soy una
Lau. —Aunque mi padre me repudiara—. Puedo permi rme mi propia
ropa.
No era mul millonario, pero entre mi fondo fiduciario, las inversiones
y los ingresos por la organización de eventos, me mantenía bien de dinero.
Buffy se recuperó rápidamente. —Por supuesto —dijo—. Qué...
moderna eres. Hablando de Dante, ¿se unirá a nosotros esta noche? Es su
gran noche. Me sorprende que no esté ya aquí.
Mi sonrisa se tensó. Era demasiado refinada para preguntar
directamente por el anillo, pero estaba claro que estaba pescando.
—Tuvo una emergencia en el trabajo. —Esperaba que no pudiera oír
los la dos de mi corazón por encima de la música que sonaba en los
altavoces—. Lo logrará si termina la llamada a empo.
—Desde luego, eso espero. No sería un autén co Baile del Legado sin
la presencia de un Russo, ¿verdad?
Forcé una risa junto a la suya.
Por suerte, Buffy no tardó en excusarse y yo pude volver a respirar.
Circulé por la sala, más consciente que nunca de las su les
insinuaciones y miradas de los invitados a mi mano. Los ignoré lo mejor
que pude. Ya me preocuparía de los co lleos mañana.
Esta noche era mi gran noche, y me negaba a dejar que nadie la
arruinara.
Aparte de la llama va ausencia de Dante, el salón de baile estaba
repleto de la alta sociedad de Manha an. Dominic y Adriana Davenport
cortejaban a un grupo de tanes de Wall Street; un grupo de las "It Girls"
de la temporada coqueteaba con vástagos de fondos fiduciarios de pelo
flexible cerca de la barra.
La propia sala era una obra maestra. Tres docenas de árboles
importados de Europa rodeaban el espacio, entrelazados con hilos de luz
etéreos que brillaban como joyas sobre el frondoso telón de fondo. Flores
y arbustos colgantes, valorados en 70.000 dólares, adornaban las mesas,
en las que unas e quetas vintage con el nombre de cada invitado,
caligrafiadas a mano, delimitaban su ubicación.
Todo era perfecto: la tarta de cuatro pisos con textura de crema de
mantequilla, adornos florales y un ojo de la cerradura comes ble de pan
de oro de vein cuatro quilates; las torres de rosas y fresas rosas; los arcos
de madera con musgo y las bombillas Edison de gran tamaño que
adornaban la barra.
Y, sin embargo, las miradas y los susurros con nuaban.
Inspiré profundamente en mis pulmones.
No pasa nada. Nadie va a montar una escena en medio del Baile del
Legado.
Saqué una copa de champán de una bandeja en un intento de ahogar
la midez que me pinchaba la piel.
—¿La anfitriona bebiendo sola en su gran noche? Eso no puede ser.
Sonreí ante la voz familiar antes de girarme. —Necesitaba un descanso
de... —Hice un gesto alrededor de la habitación—. Ya sabes.
—Oh, lo sé —dijo Kai con sequedad, tan guapo como siempre con un
esmoquin a medida y sus caracterís cas gafas—. ¿Me permites este baile?
Me tendió la mano. La tomé y dejé que me guiara a la pista de baile.
Decenas de pares de ojos se concentraron en nosotros como misiles
guiados por láser en busca de sus obje vos.
—¿Soy solo yo? —dijo—. ¿O tú también te sientes como si estuvieras
en una pecera gigante?
—Una bonita y cara —acepté.
La diversión tocó sus labios antes de fundirse en preocupación. —
¿Cómo estás, Vivian?
Supuse que se refería a mi ruptura con Dante. Eran amigos, pero
¿cuánto sabía él de lo sucedido?
Elegí una respuesta segura y neutral. —He estado mejor.
—No he visto a Dante en el ring esta semana. No es habitual en él.
Suele ir directamente a la violencia cuando está molesto.
La broma no logró arrancarme una sonrisa. Estaba demasiado
pendiente de la mención de Dante. —Tal vez no esté molesto.
No nos habíamos hablado desde que me mudé. Debería estar molesto
con él. La mayor parte de la culpa era de mi padre, pero Dante tampoco
era completamente inocente.
Aun así, era di cil convocar algo que no fuera tristeza cuando pensaba
en él. Hubo un empo en que realmente pensé...
—Tal vez. —Kai miró por encima de mi hombro. Su mirada se volvió
especula va—. Sabes, no quería decir nada mientras estabas
comprome da, pero eres una de las mujeres más hermosas que conozco.
Parpadeé, sorprendida por el repen no cambio de tono y de tema. —
Gracias.
—Puede que sea demasiado pronto, pero como ya no estás con
Dante... —La mano de Kai se deslizó por mi espalda y se posó sobre la
curva de mi culo. Lo suficientemente bajo como para ser sugerente pero lo
suficientemente alto como para bordear la línea de lo inapropiado. Me
puse rígida—. Quizá podamos salir algún día.
La sorpresa y la alarma burbujeaban en mi pecho. ¿Estaba borracho?
No parecía el Kai que yo conocía.
—Um... —Dejé escapar una risa incómoda e intenté zafarme de su
agarre, pero era di cil con mi ves do—. Tienes razón. Es demasiado
pronto. Y, aunque me gustas mucho como amigo... —Enfa cé la úl ma
palabra—. No estoy segura de querer salir con alguien ahora.
No estaba escuchando. Estaba demasiado ocupado mirando por
encima de mi cabeza con una sonrisa malvada.
—Aquí viene —murmuró.
Antes de que pudiera preguntar de quién estaba hablando, una mano
cálida y familiar se posó en mi hombro.
—Quita las manos de mi prome da. —Oscura y turbulenta, la orden
estaba repleta de tanto peligro bien atado que estaba a una chispa de la
combus ón.
—Disculpa. —Kai me soltó, con una expresión extrañamente
autocomplaciente—. No me di cuenta...
—Me importa una mierda lo que hiciste o no te diste cuenta. —La
letal afirmación me heló la columna vertebral—. Vuelve a tocar a Vivian y
te mataré.
Simple. Brutal. Honesto.
Los ojos de Kai parpadearon junto con un fantasma de sonrisa. —
Tomo nota. —Inclinó la cabeza hacia nosotros—. Disfruten.
Le vi alejarse, demasiado aturdida para hablar.
Solo cuando Dante me hizo girar y me cogió de la mano, encontré mi
voz.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Mis pies le siguieron por ins nto, pero
el resto de mi cuerpo sin ó un cosquilleo de alarma.
Su presencia era demasiado poderosa, su olor lo consumía todo. Me
invadía los pulmones, llenándolos de erra limpia y ricas especias.
Cuando estaba cerca de él, era fácil perderme a mí misma, sin
importar lo alterada o desconsolada que estuviera.
Mi capacidad de respirar cesó cuando sus ojos se conectaron con los
míos.
Pelo oscuro. Pómulos esculpidos. Labios firmes y sensuales.
Había pasado menos de una semana desde la úl ma vez que nos
vimos, y sin embargo era más hermoso de lo que recordaba.
—Fui invitado. Por , creo. —La fría brutalidad desapareció, sus tuida
por una cálida diversión. Era como si la par da de Kai hubiera ac vado un
interruptor.
Creí detectar también una pizca de nerviosismo, pero debí escuchar
mal. Dante nunca estaba nervioso.
—Ya sabes lo que quiero decir. ¿Qué haces aquí, bailando conmigo?
Su palma prác camente quemaba la mía. Quería apartarme
desesperadamente, pero no podía con todo el mundo mirando. Parecía
que todos los ojos estaban puestos en nosotros.
—Porque eres mi prome da y esta es tu gran noche. Has trabajado
durante meses en el Baile del Legado, Vivian. ¿Creías que me lo iba a
perder?
Las palabras fueron agujas para mi corazón, inyectándole un torrente
de electricidad y adrenalina antes de obligarlo a calmarse.
Si la semana pasada me había enseñado algo, era que todo subidón
venía acompañado de un desplome devastador.
—Ya no soy tu prome da.
Dante se quedó callado.
A primera vista, tenía todo el aspecto del enigmá co director general
de una noche en la ciudad. Su esmoquin hecho a medida se amoldaba a su
cuerpo, resaltando sus anchos hombros y sus elegantes y poderosos
músculos. Las luces suaves hacían resaltar sus rasgos audaces, y su barbilla
mantenía su habitual inclinación orgullosa y arrogante.
Pero una mirada más atenta revelaba las tenues manchas púrpuras
bajo sus ojos. Líneas de tensión rodeaban su boca, y su agarre era firme,
casi desesperado, cuando respondió.
—Tuvimos una pelea —dijo, con la voz baja—. No hemos roto
oficialmente.
La incredulidad despertó de su letargo, uniéndose a sus primos el
shock y la frustración.
—Sí, lo hicimos. Te devolví mi anillo. Tú lo aceptaste. Me mudé. —Más
o menos. Necesitaba recoger el resto de mis pertenencias una vez que
tuviera la oportunidad de respirar—. En mi mundo, eso significa que
rompimos. Y eso sin tocar todas las... las complicaciones entre tú y mi
padre.
La diferencia entre este Dante y el que me había visto alejarse cuatro
días atrás era tan marcada que estaba convencida de que un impostor
alienígena había secuestrado su cuerpo.
—Sí, bueno, de eso quería hablarte. —Un trago se abrió paso en su
garganta. Todos los restos de su máscara juguetona desaparecieron,
revelando unos nervios que nunca creí que poseyera—. La he cagado,
Vivian. Dije muchas cosas que no debería haber dicho, y estoy tratando de
arreglarlo.
Las palabras vibraron en el aire y, de alguna manera, llegaron a mi
pecho antes que a mis oídos.
Para cuando mi cerebro las procesó, mi corazón ya estaba retorcido y
destrozado.
No podía hacer esto. No ahora, no aquí, cuando acababa de empezar
a funcionar correctamente después de los estragos de principios de
semana.
—No importa. —Hice que las palabras pasaran por mi lengua—. Como
dijiste, solo eran negocios.
La angus a oscureció los bordes de los ojos de Dante. —Mia cara...
Se me hizo un nudo en la garganta.
El resto de la bola se desprendió, desintegrándose como trozos de
papel arrugados arrojados al fuego de la presencia de Dante.
Mia cara.
Él era la única persona que podía pronunciar esa frase de forma tan
suave y dolorosa, como si fuera un hermoso sus tuto de otro conjunto de
palabras que teníamos demasiado miedo de decir.
Parpadeé para alejar la emoción de mis ojos. —Me fui hace cuatro
días, Dante. Entonces te alegraste de dejarme marchar. ¿Esperas que me
crea que has hecho un cambio en tan poco empo?
—No. No espero que creas nada de lo que digo, pero espero que lo
hagas —dijo en voz baja—. Siento que hayas descubierto la verdad de la
forma en que lo hiciste. Debería habértelo dicho antes, pero la verdad es
que... —Su garganta se flexionó con otro duro trago—. No estaba
preparado para dejarte ir. Me eché atrás después de lo de París y me dije
que te estaba facilitando la verdad, cuando en realidad quería lo mejor de
los dos mundos. Mantenerte y engañarme pensando que no lo haría.
»Odiaba a tu padre, Vivian. Todavía lo odio. Y odiaba la idea de que
ganara de cualquier manera, incluyendo... —El agarre de Dante se apretó
alrededor del mío—. Incluyendo si me quedaba con go como quería. No
fue mi mejor razonamiento ni mi momento de mayor orgullo, pero es la
verdad. Sí, me obligaron a comprometerme, pero todo lo que pasó
después... Nuestras citas, nuestras conversaciones, nuestro viaje a París...
nadie me obligó a hacer esas cosas. Fueron reales. Y fui tan estúpido como
para pensar que podría superarlas o a cuando...
Su voz bajó, volviéndose cruda. —Has estado fuera menos de una
semana y ya siento que he pasado una eternidad en el infierno.
El aliento huyó de mis pulmones. El oxígeno se solidificó en algo dulce
y meloso que goteó en mi estómago, llenándolo de calor.
Un sollozo ahogado entró en la mezcla antes de que me lo tragara.
No había nadie cerca de nosotros. Todo el mundo daba esquinazo a
Dante, y la mayoría de los invitados habían vuelto a sus conversaciones en
lugar de mirarnos.
Sin embargo, no podía permi rme ninguna ruptura de la compostura.
Bastaría una grieta para que me hiciera añicos por completo.
—Pero nada ha cambiado —dije, con la voz gruesa—. Sigues odiando
a mi padre, y él sigue ganando si nos casamos.
No mencioné todavía el repudio ni los problemas con la empresa. Esas
eran otras latas de gusanos.
—Te equivocas —dijo Dante—. Algo ha cambiado. Pensé que podía
vivir sin . Que mi venganza significaba más que mis sen mientos por .
Me bastaron unos pocos días -bueno, unas pocas horas- para darme
cuenta de que no puedo, y no es así. No quería distraerte mientras te
preparabas para el baile, por eso no te he buscado antes. Pero... —Su
garganta trabajó con otro trago—. Te quiero, Vivian. Más de lo que podría
odiar a tu padre. Y más de lo que jamás creí ser capaz.
Mi corazón se disparó; mi estómago se precipitó en una salvaje caída
libre. La contradicción desafiaba las leyes de la sica, pero nada en nuestra
relación se había ajustado a las reglas.
Te amo, Vivian.
Las palabras resonaron en mi cabeza y se derramaron en mi pecho,
donde se encontraron con sus contrapartes por primera vez.
Yo también te amo. Incluso después de lo que hiciste. Aunque no deba.
Te amo más de lo que podría odiarte.
La única diferencia era que aún no me atrevía a expresarlo.
—Tú y yo —dijo Dante. Sus ojos se fijaron en los míos—. Esta vez de
verdad. Podemos hacer que funcione. Eso es... si quieres.
Si puedes perdonarme.
El significado real rebosaba entre nosotros.
¿Podríamos realmente dejar atrás lo que pasó tan fácil y rápidamente?
Parecía sincero, pero...
Nunca la elegí voluntariamente.
Hice lo que tenía que hacer.
Esto es solo un negocio.
Volví a caer en picado.
Amaba a Dante. Lo sabía desde París, y no tenía sen do fingir que mis
sen mientos habían cambiado mágicamente de la noche a la mañana a
pesar de lo ocurrido.
Me encantaba la forma en que sus sonrisas se asomaban entre sus
ceños fruncidos.
Me encantaba cómo me besaba el hombro cada mañana al
despertarme.
Echaba de menos su humor y su inteligencia, su fuerza y su
vulnerabilidad, su consideración y su ambición.
Pero el hecho de que lo amara no significaba que confiara en él o en
mí misma.
Podemos hacer que funcione. Eso es... si quieres.
La montaña rusa emocional de la semana me había pasado factura y
no tenía ni idea de lo que quería. Ni siquiera había resuelto lo que sen a
por los problemas de la empresa de mi padre. Obviamente, Dante tenía
algo que ver. Pero, ¿qué tan molesta estaba cuando una pequeña y secreta
parte de mí culpaba a las Joyas Lau por lo que mi familia había llegado a
ser?
—Sal conmigo —dijo cuando no le contesté—. Haremos lo que
quieras. Incluso comer palomitas.
No sonreí ante su broma. Otro parpadeo de nervios afloró en sus ojos.
—Ya hemos tenido citas antes.
—Eso fue antes. Esto es ahora. —Su rostro se suavizó—. Solo una cita.
Por favor.
Mi corazón se desgarró, pero negué con la cabeza. —No creo que sea
una buena idea.
La frustración y una pizca de pánico tensaron sus rasgos. —¿Por qué
no?
1Hay mil razones diferentes. Odias a mi familia. Nunca quisiste casarte
y nunca me quisiste a mí. Te obligaron a ello, y si volvemos a estar juntos,
mi padre sigue ganando. Y... —La sequedad cubrió mi garganta—. No
estamos bien juntos, Dante. Nuestra relación era tan caliente y fría, pero la
hicimos funcionar porque teníamos que hacerla funcionar. Ahora que no...
—Busqué la forma correcta de expresar mis pensamientos—. Las cosas han
sido di ciles desde el primer día. Quizá sea una señal.
La úl ma parte salió en silencio, como un alfiler cayendo en el océano.
Nuestra relación había estado manchada desde el principio. Aunque lo
amara, no podía ver cómo podríamos superar los errores de nuestro
pasado.
Mi corazón se retorció de nuevo, esta vez con un dolor tan agudo que
no estaba segura de cómo sobreviviría.
Pero lo haría. Tenía que hacerlo.
—Son seis razones —dijo Dante—. Puedo trabajar con seis. Incluso
puedo trabajar con mil.
Me dolía el pecho. —Dante...
—No crees que seamos una buena idea, pero te demostraré que lo
somos. —La determinación delineaba su mandíbula, pero su voz y sus
labios eran suaves al rozar mi frente—. Dame empo, mia cara. Es todo lo
que necesito, además de .
38
VIVIAN & DANTE
VIVIAN
—Hola, Vivian. ¿Lo de siempre?
—Sí, por favor. Que sean cuatro —dije mientras el camarero me
llamaba. Frecuentaba la cafetería cerca de mi oficina tan a menudo que
habían memorizado mi pedido—. Gracias, Jen.
—De nada. —Sonrió—. Hasta mañana.
Pagué y me dirigí a la zona de recogida, mirando solo a medias por
dónde iba. Estaba demasiado distraída por la avalancha de nuevos
mensajes que se desplazaban por mi pantalla.
Mi teléfono había estado a rebosar durante todo el fin de semana.
Amigos, conocidos, periodistas de sociedad, todo el mundo quería
felicitarme o hablar conmigo tras el rotundo éxito del Legacy Ball.
Mode de Vie lo había considerado "uno de los bailes más exquisitos de
la historia de la ins tución" en su resumen de es lo del domingo, lo que
significaba que esa mañana me había despertado con aún más mensajes
en mi bandeja de entrada.
Solo era lunes y ya tenía vein dós consultas de nuevos clientes, cinco
solicitudes de entrevistas e innumerables invitaciones a bailes,
proyecciones y fiestas privadas.
Los rumores sobre los problemas de Lau Jewels seguían circulando,
pero no eran suficientes para anular el pres gio de ser anfitriona del
Legacy Ball.
Era emocionante y agotador a partes iguales.
Abrí un nuevo correo electrónico de un posible cliente justo cuando
me topé con otro cliente. El café salpicó el lado de su taza abierta y sus
zapatos.
El horror se apoderó de mí. —¡Lo siento mucho! —Levanté la vista,
con el correo electrónico olvidado—. No quería... —Mi disculpa murió
rápidamente cuando mis ojos se posaron en una cabeza familiar de pelo
oscuro y piel bronceada.
Mis labios seguían separados, pero mis palabras habían huido a
alguna isla lejana para unas vacaciones no planificadas.
—No pasa nada —dijo Dante con facilidad—. Todos hemos pasado por
eso. Ha sido culpa mía por dejar la taza abierta cuando hay tanta gente.
Observé, atónita, cómo cogía una tapa del mostrador y la colocaba
sobre su café.
Era pleno día de trabajo, pero en lugar de un traje, llevaba pantalones
de ves r negros y una camisa blanca abotonada con las mangas
remangadas. No llevaba corbata.
—¿Qué haces aquí? —Encontré mi voz entre los rápidos la dos de mi
corazón y la sequedad de mi garganta.
Era la segunda vez que le hacía la pregunta en el doble de días.
Su oficina estaba a unas pocas manzanas de distancia, pero había al
menos media docena de cafeterías de aquí a la suya.
Un pequeño y juguetón arqueo de cejas. —Tomando café, como tú.
Me puso una mano en el brazo y me movió suavemente hacia un lado
antes de que una acuciante rubia de vein tantos años pasara por delante
de nosotros con una bandeja llena de café.
Si no me hubiera movido, estaría tomando un americano y una
infusión fría con mi Diane von Furstenberg.
La mano de Dante se detuvo un instante en mi brazo antes de re rarla
y extenderla. —Soy Dante, por cierto.
La huella de su tacto se grabó en mi piel.
Me quedé mirando su mano extendida, preguntándome si se había
golpeado la cabeza y había desarrollado un caso repen no de amnesia
durante el fin de semana.
No sabía qué otra cosa podía hacer, así que le tendí la mano con un
cauto —Soy Vivian.
—Encantado de conocerte, Vivian. —Su palma era cálida y áspera.
El estómago se me revolvió ante los nebulosos recuerdos de esa
aspereza mapeando mi cuerpo antes de apartarlos.
Pertenecían al pasado, no aquí, en mi cafetería favorita, donde estaba
teniendo la conversación más extraña del mundo con mi —¿víc ma
amnesia?— ex prome do.
—Entonces, ¿vienes aquí a menudo? —me preguntó
despreocupadamente.
La cursilería de la frase para ligar me sacó de mi asombro. —¿En serio?
—dije, con un tono dudoso.
Sus ojos se arrugaron en las esquinas. Odié lo entrañable que era. —Es
una pregunta sincera.
—Sí, lo sé. Sabes que sí. —Aparté la mano y miré el mostrador. El
camarero aún no había llamado a mi pedido—. ¿Qué estás haciendo,
Dante? Y no me refiero al café.
Se le escapó el buen humor. —Dijiste que nuestra relación tuvo un
comienzo di cil, y tenías razón —dijo en voz baja—. Así que aquí estoy,
tratando de empezar de nuevo. Sin negocios, sin tonterías. Solo nosotros,
reuniéndonos normalmente como lo harían dos personas que se acaban de
conocer.
La admisión llegó a mi pecho y apretó.
Ojalá.
El ritmo tenso pasó, y la sonrisa de Dante volvió, lenta y devastadora.
Me arrepen de todas las veces que le dije que frunciera menos el ceño.
Un Dante con el ceño fruncido era mucho más fácil de resis r que uno
sonriente.
—No quiero parecer demasiado atrevido, ya que nos acabamos de
conocer —dijo—. Pero, ¿te gustaría salir algún día?
Aplasté un florecimiento re cente de diversión ante la absurda
situación y negué con la cabeza. —Lo siento. No estoy interesada en salir
ahora mismo.
—Entonces no será una cita —dijo sin perder el ritmo—. Será una
cena entre dos personas que se están conociendo mejor.
Mi mirada se estrechó. Me devolvió la mirada, con una expresión
inocente, pero con los ojos llenos de picardía.
El camarero finalmente dijo mi nombre.
Rompí el contacto visual y recogí mi café. —Ha sido un placer
conocerte, Dante —le dije con tono de broma—. Pero tengo que volver al
trabajo.
Me siguió hasta la puerta y la mantuvo abierta. —Si no es una cita,
entonces tu número. Te prometo que no te llamaré de broma ni te enviaré
fotos inapropiadas. —Una inclinación malvada de sus labios—. A menos
que las quieras, por supuesto.
Reprimí otra sonrisa y en su lugar arqueé una ceja escép ca. —
¿Siempre eres tan persistente con las mujeres que conoces en una
cafetería?
—Solo con las que no puedo dejar de pensar —dijo, con los ojos fijos
en los míos.
El aire se volvió húmedo. Pasó una brisa que no alivió la repen na
pesadez de mi ves do ni el calor que se desenvolvía en mi estómago.
Estábamos enredados en una red tan complicada, pero por un
momento me dejé llevar por la fantasía de que éramos una pareja normal.
Un primer encuentro normal, unas citas normales, una relación
normal. Solo una mujer deseando a un hombre que la quisiera.
—Si te doy mi número, ¿dejarás de seguirme?
Una leve curva en su boca. —Los dos nos íbamos, así que no sé si eso
cuenta como seguir, pero sí.
Le di mi número. Él ya lo tenía, por supuesto, pero lo tecleó en su
teléfono como si no lo tuviera.
—Dante. —Lo detuve cuando estaba a mitad de camino en la acera.
Me miró de nuevo.
—¿Cómo sabías que estaría aquí a esta hora?
—No lo sabía. Pero sé que es tu cafetería favorita y que siempre
vienes aquí a la hora de comer. —Sus palabras de despedida llegaron hasta
mí con la brisa.
—Fue un placer conocerte, Vivian.
~
DANTE
Un mbre. Dos. Tres.
Me paseé por mi habitación, con el estómago revuelto por los nervios
mientras esperaba que contestara.
Eran las diez y media, lo que significaba que se estaba preparando
para ir a la cama. Normalmente se tomaba una hora para relajarse con una
ducha o un baño, dependiendo de lo estresada que estuviera; una ru na
de cuidado de la piel desconcertantemente intrincada de diez pasos, y algo
de lectura, si no estaba demasiado cansada.
Había programado mi llamada para alcanzarla después de que saliera
de la ducha.
Cuatro mbres. Cinco.
Suponiendo, por supuesto, que ella respondiera a mi llamada.
Mis nervios se tensaron más.
Vivian me dio su número esa tarde, lo que significaba que quería que
la llamara, ¿no? Si no lo hubiera hecho, simplemente se habría ido. Una
parte de mí esperaba que lo hiciera.
Me había quedado en esa maldita cafetería durante casi dos horas por
la posibilidad de verla. Iba allí todos los días, pero su horario variaba
dependiendo de su carga de trabajo.
No era el mejor plan del mundo, pero había funcionado, aunque
significara saltarme una reunión para comer.
Seis anillos. Siete…
—¿Hola? —Su voz fluyó por la línea. Clara y dulce, como la primera
bocanada de aire después de salir de un lago helado.
El aliento liberado de mis pulmones. —Hola. Soy Dante.
—Dante... —musitó, como si intentara recordar quién era yo.
Al menos me seguía el juego. Progreso.
—Nos conocimos en la cafetería esta tarde —le recordé con un toque
de diversión
—Ah, claro. Se supone que hay que esperar tres días —dijo Vivian—.
Llamar a una mujer el mismo día que consigues su número podría
considerarse desesperado.
Me detuve frente a la ventana y me quedé mirando la oscura
extensión de Central Park. La imagen se mezclaba con la habitación que se
reflejaba detrás de mí: los frascos de perfume medio vacíos que cubrían el
tocador, la cama perfectamente hecha en la que aún perduraba su aroma,
el sillón en el que le gustaba acurrucarse y leer por la noche.
Todavía no había recogido el resto de sus pertenencias, y no sabía si
eso era una bendición o una maldición.
Una bendición, porque me daba la esperanza de que volviera.
Una maldición, porque dondequiera que mirara, allí estaba ella. Una
presencia hermosa e inquietante que sen a, pero no podía tocar.
Un dolor familiar se abrió paso en mi pecho.
—No podría, mia cara —dije, con la voz baja. Mi reflejo me devolvió la
mirada, tenso por el cansancio y el autodesprecio. No había dormido bien
en una semana, y mi aspecto se resen a por ello—. Estoy desesperado.
Siguió un silencio tan profundo que se tragó todo excepto los
dolorosos golpes de mi corazón.
Admi r debilidad, y mucho menos desesperación, era algo inaudito
para un Russo. Diablos, ni siquiera admi a cuando estaba resfriado. Pero
negar mis sen mientos me había llevado a mi actual infierno, y no iba a
cometer el mismo error dos veces.
No cuando se trataba de Vivian.
Mi mano estranguló el teléfono mientras esperaba su respuesta. No
llegó ninguna.
Se quedó callada durante tanto empo que volví a comprobar si había
colgado. No lo había hecho.
—Nunca he... —Me aclaré la garganta, deseando ser más elocuente a
la hora de expresar mis emociones. Era una de las pocas habilidades que
mi abuelo no me había inculcado desde que era joven—. Nunca he tenido
que... perseguir a alguien antes, así que quizás no lo estoy haciendo bien.
Pero quería escuchar tu voz. —Sin palabras bonitas, todo lo que tenía era
la verdad.
Más silencio.
El dolor sangraba de mi pecho a mi voz. —El apartamento no es lo
mismo sin , mia cara.
A pesar del bullicio del personal y de las entregas, del olor de la cocina
de Greta y de los millones de dólares en arte y muebles, se había
conver do en una cáscara de sí mismo en su ausencia.
Un cielo sin estrellas, un hogar sin corazón.
—No —susurró Vivian.
El aire cambió, nuestra anterior alegría se desvaneció bajo el peso de
nuestra emoción.
—Es la verdad —dije—. Tu ropa está aquí. Tus recuerdos están aquí.
Pero tú no estás aquí, y yo... —Respiré con dificultad y me pasé la mano
por el pelo—. Joder, Vivian, no creía que fuera capaz de echar tanto de
menos a alguien. Pero lo es, y lo hago.
Tenía todo el dinero del mundo, pero no podía comprar lo único que
quería.
Ella, de nuevo a mi lado.
Era lo que quería desde que llegué a casa y la encontré haciendo las
maletas. Demonios, era lo que había querido desde que volvimos de París
y me alejé como un idiota, pero mi cabeza había estado tan me da en el
culo sobre Francis y la venganza que no podía ver nada más que mi propia
mierda.
Tuvo que ser mi hermano, de entre toda la gente, quien me hiciera ver
la luz.
Quería a Vivian. Me había enamorado de ella, poco a poco, desde que
se coló en mi exposición y me miró fijamente con desa o en los ojos.
—Di algo, cariño —le dije en voz baja cuando volvió a quedarse
callada.
—Dices que me echas de menos ahora, pero el sen miento pasará.
Eres Dante Russo. Puedes tener a cualquiera. —Una vacilación onduló bajo
su voz—. No me necesitas.
La pequeña grieta en la palabra yo me golpeó como un puñetazo en
las tripas.
Nunca quisiste casarte, y nunca me quisiste a mí.
Una de sus seis razones, y de la que yo tenía una buena parte de
culpa. Pero no fui el único. Sus padres contribuyeron a hacerla sen r que
era prescindible más allá de lo que pudiera hacer por ellos, y nunca se los
perdonaría.
Era hipócrita, pero no me importaba.
—No quiero a nadie más —dije ferozmente—. Te quiero a . Tu
ingenio e inteligencia, tu amabilidad y encanto. La forma en que tus ojos se
arrugan cuando ríes y cómo tu sonrisa hace que el mundo se incline un
poco. Incluso quiero las asquerosas combinaciones de comida que juntas y
que, de alguna manera, haces que sepa bien.
Una risa a medias, un sollozo a medias se desbordó en la línea.
—Pero eso es lo que pasa con go, Vivian. —Mi voz se suavizó en algo
más crudo—. Tomas las cosas más ordinarias o inesperadas y las haces
extraordinarias. Ves el lado bueno de cada situación y lo bueno de cada
persona, aunque no se lo merezca. Y soy lo suficientemente egoísta como
para esperar que veas lo mucho que no solo te quiero, sino que te
necesito. Hoy, mañana y todos los días que vengan después.
Otro sollozo, este más silencioso, pero no menos fuerte.
Joder, ojalá pudiera verla. Abrazarla. Consolarla. Y mirarla a los ojos
para que supiera que hablaba en serio cada maldita palabra que decía.
—Sé que he tardado en llegar, cariño, y no soy el mejor expresando
mis emociones, pero... —Una respiración entrecortada—. Dame la
oportunidad de demostrártelo. Ten una cita conmigo. Solo una.
El primer silencio había sido largo. Este fue tortuoso.
Mi corazón se aceleró, lo suficientemente rápido y fuerte como para
magullar, y luego se detuvo por completo cuando Vivian finalmente
respondió. Suave y vacilante, pero llena de emoción.
—De acuerdo. Solo una.
39
DANTE
—¡Mice a, me alegro de verte! —Greta pasó junto a mí y abrazó a
Vivian. Solo usaba el cariñoso apela vo para sus nietos, pero
aparentemente, lo había extendido a Vivian—. La casa no es lo mismo sin
.
Fruncí el ceño ante su tono de insistencia. Me había tratado con
frialdad toda la semana. Estaba segura de que había quemado mis chuletas
de cerdo a propósito la otra noche. Me obligué a comer dos bocados antes
de rendirme y pedir comida para llevar. No era solo ella; incluso Edward me
había echado miradas de desaprobación cuando creía que no estaba
mirando.
Mi personal no sabía lo que había pasado con Vivian. Solo sabían que
se había ido, y me culpaban por ello.
Diablos, yo también me culpaba a mí mismo, y por eso intentaba
enmendar mi error.
Había pasado los úl mos dos días desde mi llamada con Vivian
planeando la cita, y mis nervios eran un desastre humillante. No había
estado tan nervioso desde que era un estudiante de primer año de
ins tuto que pedía salir a la chica más popular del colegio.
Me me las manos en los bolsillos mientras Vivian devolvía el abrazo a
Greta. Una irracional nube de humo verde me recorrió.
El infierno debía ser gélido si estaba celoso de mi maldita ama de
llaves de setenta y cuatro años.
—Yo también me alegro de verte —dijo Vivian, con voz cálida—.
Espero que no estés trabajando mucho.
—No, solo me aseguro de que mi jefe —Greta levantó la voz a pesar
de que yo estaba a menos de un metro y medio— no lo estropee más de lo
que lo ha hecho. Es un trabajo a empo completo, Mice a. No es para los
débiles de corazón.
Maldita Greta. Todos los días me preguntaba por qué no la había
despedido todavía.
Se produjo un silencio incómodo.
Vivian miró en mi dirección y rápidamente apartó la mirada. Mis
nervios, ya de por sí crudos, se hicieron pedazos.
—Bueno —dijo Greta, obviamente dándose cuenta de que había
hecho las cosas más incómodas de lo previsto—. Dejaré que hagan lo
planeado. Yo estaré en la cocina.
Le dio una palmadita a Vivian y me miró fijamente al pasar.
No la cagues, decían sus ojos.
Mi ceño se frunció. Como si necesitara que me lo dijera.
—¿Debo tener cuidado con el hecho de que la cita sea en tu casa? —
preguntó Vivian.
Le había dicho que se vis era cómodamente, pero incluso con un
simple ves do de algodón y sandalias, era tan jodidamente hermosa que
me dejaba sin aliento.
Nuestra casa. —No, a menos que tengas miedo de la comida y de
pasar un buen rato.
—Tienes una alta opinión de tus habilidades para planear citas.
—Nunca te has quejado.
Ella puso los ojos en blanco, pero mi boca se curvó ante su débil
sonrisa. Era un progreso, por pequeño que fuera.
—Entonces. —Me aclaré la garganta mientras caminábamos hacia el
estudio, donde había preparado todo—. El baile del legado fue un éxito.
Toda la ciudad está hablando de ello.
—Lo que más les interesa es la aparición de Veronica Foster —dijo ella
—. ¿Quién iba a imaginar que tenía tan buena voz?
La mayoría de los miembros de la sociedad que se adentran en las
artes "triunfan" por nepo smo, no por talento. Verónica era una
sorprendente excepción.
—Lo hiciste —dije—. Le diste un puesto después de ver su cinta.
Seguro que Buffy está contenta.
—Sí. Mi reputación vive para ver otro día.
Otro silencio incómodo se interpuso entre nosotros.
Las acciones de Lau Jewels se habían desplomado a niveles mínimos
tras un diluvio de mala prensa. Vivian aún no estaba demasiado afectada
—me había asegurado de ello—, pero no era inmune a los susurros y las
especulaciones.
Cosas que yo había fomentado.
El sen miento de culpabilidad me atravesó las entrañas.
El viernes por la noche, en el baile, había jugado un Ave María. Una
parte de mí esperaba que me diera una bofetada y se marchara, pero otra
parte, inusualmente idealista, esperaba que me escuchara.
Y lo hizo.
No sabía qué había hecho para merecerlo, pero lo estaba aceptando.
Llegamos a la guarida. Dudé un instante antes de abrir las puertas.
Pon las cosas en su si o, Russo. Tenía más de treinta años. Era
demasiado viejo para actuar como un maldito adolescente en su primera
cita.
Pero eso era exactamente lo que era, menos la parte de adolescente.
Nuestra primera cita real.
Sin men ras, sin secretos, sin engaños.
Solo nosotros.
Una oleada de ansiedad me recorrió cuando Vivian observó la
habitación con los ojos muy abiertos.
Había estado pensando en la cita durante horas antes de decidir algo
sencillo pero personal. Hoy no se trataba de la ostentación y el glamour. Se
trataba de pasar empo juntos y arreglar nuestra relación.
A ella le gustaban los romances y la astronomía, así que había puesto
en el televisor de pantalla plana una fantasía román ca sobre una estrella
caída que en realidad era una mujer —o algo así—. Nunca había oído
hablar de la película, pero según la nieta de Greta —sí, había recurrido a
pedir ayuda a una estudiante de secundaria— era "súper bonita".
Más de dos docenas de envases de comida para llevar estaban encima
de la mesa de centro, junto a Pringles, pepinillos y pudín. Había comprado
una máquina de palomitas an gua y la había instalado ayer a toda prisa
para disfrutar de la experiencia cinematográfica. El tentempié era
asqueroso, pero a Vivian y a casi todo el mundo les gustaba por algún
mo vo olvidado por Dios.
—Dijiste que no habías encontrado un nuevo si o de dumplings
favorito después de que la enda de Boston cerrara, así que pensé en
ayudarte —dije cuando sus ojos se detuvieron en las cajas de comida para
llevar—. Muestras de treinta y cuatro de los mejores lugares de dumplings
de los cinco distritos, según la determinación del propio Sebas an Laurent.
El director general del Grupo de Restaurantes Laurent era un reputado
gastrónomo. Si él decía que algo era bueno, era bueno.
—¿Seguro que no es una estratagema para a borrarme de tanta
comida que no podré salir? —bromeó Vivian. Sus hombros se relajaron por
primera vez desde que llegó.
Sonreí. —No puedo confirmarlo ni negarlo, pero si quieres quedarte,
no te lo impediré.
Todavía no había movido el resto de sus pertenencias. Sabía que se
debía a que había estado ocupada con el Baile del Legado, pero lo tomé
como una señal de que ya estaban en el lugar al que pertenecían —y ella
—. Conmigo.
Las mejillas de Vivian se sonrosaron, pero no respondió.
—¿Cómo sabías que ésta era una de mis películas favoritas de la
infancia?
Sacó una bola de masa de uno de los contenedores y le dio un
delicado mordisco. No estaba seguro de que pudiera comer las treinta y
cuatro en un día, pero siempre podríamos probar las que se había perdido
más tarde.
—No lo hice —admi —. Estaba buscando una película sobre estrellas
que no fuera un documental o de ciencia ficción. La nieta de Greta me
ayudó.
Debería comprarle a la chica un regalo de agradecimiento. Tal vez un
coche, o unas vacaciones de su elección.
—¿Aceptar consejos de una adolescente? Muy poco Dante Russo.
—Sí, bueno, ser Dante Russo no ha sido la mejor decisión
úl mamente.
Nuestras miradas se tocaron. Su sonrisa se desvaneció, dejando atrás
una suave cautela.
—Luca vino el lunes por la noche —dije—. Le conté lo que pasó. Por
primera vez, me dio un consejo en lugar de aceptarlo. Y fue un buen
consejo.
—¿Qué dijo?
—Que tenía que luchar por . Y tenía razón.
La respiración de Vivian se hizo más superficial. Algo explotó en la
pantalla, pero no apartamos la vista.
Mi corazón golpeó contra mi caja torácica. El aire se espesó y echó
chispas como una brasa rociada con gasolina, y justo cuando el silencio se
extendía hasta su punto de ruptura, ella volvió a hablar.
—Me enfrenté a mi padre el miércoles —dijo en voz baja,
sorprendiéndome—. Volé a Boston y me presenté en su oficina. No le dije
que iba a ir. Podría haber perdido los nervios si lo hubiera hecho.
Esperé a que con nuara. Cuando no lo hizo, le di un suave empujón.
—¿Qué pasó?
Jugó con su comida. —Resumiendo, tuvimos una gran pelea por lo que
hizo. Me pidió que te pidiera... ayuda con los problemas de la empresa. Le
dije que no. Y me repudió.
Las palabras eran claras, pero su voz era lo suficientemente triste
como para hacer que me doliera el corazón.
Mierda.
—Lo siento, cariño. —Detestaba a Francis con el fuego de mil soles,
pero era su familia. Ella lo amaba, y la ruptura debe haberla devastado.
—No pasa nada. Es decir, no lo está, pero lo está. —Vivian negó con la
cabeza—. Fue mi elección. Podía haber aceptado lo que él quería, pero no
estaba bien. Seguía siendo un peón para él, y me negué a que me u lizara
para manipularte.
Hubiera funcionado.
Francis Lau había deducido mi debilidad. No había nada que no le
diera a Vivian si me lo pedía.
—Es la empresa de tu familia —dije, observándola con atención.
Sinceramente, me sorprendió que no estuviera más molesta por lo que
hice. Había pulsado el botón a sabiendas de que perjudicaría a su familia y,
por extensión, a ella. Y no tenía más excusa que mi orgullo y mi sed de
venganza—. ¿Qué quieres que pase?
—No quiero que se estrelle, obviamente. Si pudiera ayudar de alguna
otra manera, lo haría. Pero... —Exhaló un suspiro—. Esto va a sonar mal,
pero mi padre nunca se ha enfrentado a muchas consecuencias por sus
acciones. Es el jefe en la oficina y en casa. Hace lo que quiere y los demás
enen que aceptarlo. Esta es la primera vez que ene que lidiar con las
repercusiones. Y lo que pasa con él es que solo en ende de fuerza y poder.
La su leza no funciona con él, no cuando se trata de cosas como esta.
—No estoy de acuerdo con lo que hiciste, pero lo en endo. Así que,
aunque debería odiarte... —Su voz bajó hasta ser apenas audible—. No lo
hago.
Mis nudillos se volvieron blancos de tanto agarrar mi rodilla. —
¿Incluso si la empresa quiebra?
Un ceño fruncido se dibujó en sus labios. —¿Crees que lo hará?
—Es muy posible. —No aparté los ojos de ella—. Dime la verdad,
Vivian. ¿Quieres que intervenga y acabe con esto?
Todavía no habíamos llegado a un punto crí co. Lo que se había hecho
a Lau Jewels era reversible, pero el reloj de la operación estaba en marcha.
Pronto estaría fuera de mis manos.
—Lo haré —dije—. Sin manipulación por parte de tu padre. Sin
preguntas. Solo di la palabra.
Quise decir lo que dije la otra noche. La amaba más de lo que jamás
odié a Francis, y si estar con ella significaba tener que salvarlo, lo haría sin
dudarlo.
Los ojos de Vivian brillaron en la luz que salía del televisor. —¿Por qué
hacer eso cuando te tomaste todas estas moles as para cas garlo?
—Porque ya no me importa el cas go ni la venganza. Me importas tú.
El brillo se intensificó. Un pequeño temblor la recorrió cuando le pasé
el pulgar por la mejilla, la comida y la película olvidadas.
No tenía ningún marco de referencia para el indescrip ble dolor en la
boca del estómago. Era interminable y hambriento, saciado únicamente
por la suavidad de su piel bajo la mía.
Vivian no me devolvió el toque. Pero tampoco se apartó.
—¿Qué estamos haciendo, Dante? —susurró.
Mi pulgar viajó hacia el sur y rozó la curva de su labio inferior. —
Estamos resolviendo las cosas como lo haría cualquier pareja.
—La mayoría de las parejas no son tan disfuncionales como nosotros.
—No hay nada malo en un poco de disfunción. Man ene las cosas
interesantes. —Sonreí ante su suave resoplido antes de volver a ponerme
serio—. Vuelve a casa, mia cara. Puedes tener tu an gua habitación si no
te sientes cómoda durmiendo en la nuestra todavía. —Tragué saliva—.
Greta te echa de menos. Edward te echa de menos. Yo te echo de menos.
Mucho, maldita sea.
Vivian respiró entrecortadamente. —¿De verdad crees que es tan
sencillo? ¿Me vuelvo a mudar y todo se arregla?
—No. —Estábamos me dos en un lío tremendo, y yo no era tan
ingenuo—. Pero es un primer paso. —Re ré mi mano y rocé mis labios
sobre los suyos, lo suficientemente ligero como para robarle una pizca de
sabor—. Tú y yo, cariño. Ese es el des no. Y estoy dispuesto a dar todos los
pasos que sean necesarios para llegar allí.
40
VIVIAN
No me mudé de nuevo con Dante.
Una parte de mí quería hacerlo, pero no estaba preparada para
lanzarme de nuevo con los dos pies tan pronto.
Sin embargo, acepté otra cita con él.
Tres días después de nuestra noche de cine, llegamos a un tranquilo
rincón del Jardín Botánico de Brooklyn. Era una tarde preciosa, de cielo
despejado y sol dorado, y el montaje del picnic parecía sacado de un
cuento de hadas.
Una mesa baja de madera se extendía sobre una gruesa manta de
color marfil, rodeada de enormes cojines, farolillos de oro y cristal y una
enorme cesta de mimbre. La mesa estaba preparada con platos de
porcelana y un fes n de alimentos, incluyendo bague es, embu dos y
postres.
—Dante —respiré, asombrada por lo intrincado del montaje—.
¿Qué...?
—He recordado lo mucho que te gustan los picnics. —Su palma se
deslizó desde mi cadera hasta la parte baja de mi espalda. El fuego me
lamió la piel, ahuyentando la piel de gallina por el espectáculo que
teníamos delante.
—Por favor, no me digas que has cerrado el jardín para esto.
La mayoría de los visitantes hacían un picnic en uno de los céspedes,
pero nosotros estábamos en medio de un verdadero jardín.
—Por supuesto que no —dijo Dante—. Solo he reservado una parte.
Su diversión tras mi gemido fue un vaso de agua fresca en un día
caluroso, y el ambiente era lo suficientemente cómodo como para
hundirse en él mientras nos acomodábamos alrededor de la mesa.
Era fácil y sin esfuerzo, muy lejos del aire conmovedor pero cargado
de la otra noche. Aquí, casi podía olvidar los problemas que nos esperaban
fuera de los exuberantes confines del jardín.
—Esta podría ser la cita más larga que he tenido —dije—. Había
empezado con una exposición especial en el Museo Whitney, seguido de
mimosas en un exclusivo brunch y ahora esto.
A primera vista, parecía una cita lujosa, pero sospechaba que Dante
tenía un mo vo oculto. Los rumores sobre nuestra relación y la empresa
de mi padre iban en aumento. Al invitarme a salir tan públicamente, estaba
haciendo una declaración: nuestra relación era sólida como una roca —
aunque no lo fuera—, y no se toleraría ninguna calumnia sobre mí
personalmente. Mi vínculo con él era la mejor forma de protección contra
los chismes de la sociedad.
Nadie quería enfadar a Dante.
—Podemos alargarlo. —Su sonrisa se abrió paso en mi pecho. Si
estaba molesto porque había rechazado su propuesta de volver a vivir con
él, no lo demostró. No había sacado el tema desde su decepción inicial—.
¿Un viaje de una noche al norte del estado de Nueva York? Tengo una
cabaña en los Adirondacks.
—No insistas. Voy a descontar las horas extra de nuestra próxima cita.
—Así que va a haber una próxima cita.
—Tal vez. Depende de si me sigues molestando o no.
Su risa profunda y estruendosa me hace sen r un hormigueo en la
columna vertebral.
—No vengo a Brooklyn a menudo, pero he estado visitando más desde
que la novia de mi hermano vive aquí. —Una mueca tocó su boca—.
Adivina cómo se llama.
—No tengo ni idea.
—Leaf —dijo con rotundidad—. Se llama Leaf Greene.
Casi me atraganté con el agua. —Sus padres enen un sen do del
humor único.
¿Leaf Greene? Sus años de escuela media deben haber sido horribles.
—Ha estado ayudando a Luca a hacer "trabajo interior", sea lo que sea
que eso signifique. Pero no está consumiendo cocaína ni bebiendo hasta
quedar inconsciente en un club nocturno, así que es un progreso. —El tono
de Dante era seco.
—¿Cómo están las cosas entre tú y Luca? —Había mencionado que
estaban hablando más, pero no sabía en qué punto estaban las cosas entre
ellos.
Dante sirvió un vaso de té helado de menta y lo deslizó por la mesa
hacia mí. —Diferente. No está mal, pero es diferente. Ha madurado en el
úl mo año y ya no me preocupa tanto que me llamen para sacarlo de la
cárcel en mitad de la noche. Acordamos comer juntos dos veces al mes. —
Otra mueca—. La úl ma fue en casa de Leaf, y cocinó un puto pollo con
tofu.
Se le escapó una carcajada. —El tofu puede ser bueno si se prepara
bien.
—El tofu como tofu, no como pollo. El pollo debe ser pollo —gruñó
Dante—. Y por si te lo preguntas, no, no lo preparó bien. Sabía a cartón
mas cable.
No pude evitar reírme de nuevo.
El público creía que seguíamos siendo novios, pero eran los momentos
privados como éste los que había echado de menos: las pequeñas bromas
y los detalles personales, las conversaciones sobre temas mundanos que,
en su conjunto, significaban tanto como las charlas más significa vas.
El amor no siempre se centraba en los grandes momentos. Más a
menudo, se escondía en los pequeños momentos que conectaban los más
importantes.
Esta cita se sin ó como uno de ellos. Un peldaño en nuestro camino
hacia una posible reconciliación.
No estaba preparada para volver a confiar plenamente en Dante, pero
algún día podría hacerlo.
—Para alguien que no ha tenido una relación seria en años, eres
bastante bueno organizando estas citas —dije cuando terminamos de
comer. Caminamos por el jardín para es rar las piernas y empaparnos del
entorno antes de salir.
A nuestro alrededor, las flores de primavera florecían: lilas, peonías y
azaleas; cornejos, geranios silvestres y campanillas. El aire estaba lleno de
los dulces aromas de la naturaleza, pero apenas me di cuenta. Estaba
demasiado distraída por el aroma de Dante y el calor que emanaba de su
cuerpo.
Tocaba mi costado, cálido y pesado a pesar de que caminábamos a
una distancia respetable el uno del otro.
—Es fácil cuando conoces a la otra persona. —Su respuesta fue tan
casual como ín ma.
Mi corazón vaciló por un instante. —¿Y crees que me conoces?
—Me gusta pensar que sí.
Nos detuvimos a la sombra de un árbol cercano, con su tronco contra
mi espalda y sus ramas arqueadas en un dosel de hojas.
La luz del sol se filtraba a través del follaje, convir endo los ojos de
Dante en el color de un ámbar rico y fundido. La sombra de las cinco de la
tarde marcaba su fuerte mandíbula y sus mejillas, y todo mi cuerpo se
estremeció cuando recordé el rasguño de esa barba en el interior de mis
muslos.
El aire chispeó, una cerilla encendida en un charco de gasolina.
Todo el calor acumulado que habíamos reprimido durante el almuerzo
salió a la superficie en una ola descarada. Mi piel estaba de repente
demasiado caliente, mi ropa demasiado pesada. Un vínculo eléctrico
serpenteó a nuestro alrededor, lento y sinuoso.
—Por ejemplo... —¿Siempre había sido mi voz tan aguda y jadeante?
—Por ejemplo, sé que todavía enes miedo —dijo Dante en voz baja
—. Sé que no estás preparada para volver a confiar plenamente en mí,
pero quieres hacerlo. Si no, no estarías aquí.
Su observación atravesó mi máscara como si estuviera hecha de nada
más que alientos y susurros.
Otro la do vacilante. —Eso es una suposición.
—Tal vez. —Un paso lo acercó. Mi pulso se aceleró—. Entonces dime.
¿Qué quieres?
—Yo... —Las yemas de sus dedos rozaron mi muñeca y mi pulso se
aceleró.
—Sea lo que sea, te lo daré. —Dante enhebró sus dedos con los míos,
con la mirada fija. Caliente.
Las palabras se me escapaban, perdidas en la niebla que nublaba mi
cerebro.
Nos miramos fijamente, con el aire cargado de cosas que queríamos,
pero no podíamos decir.
El ámbar se convir ó en medianoche. El cuerpo de Dante era un
estudio de tensión, con la mandíbula dura y los hombros tan tensos que
sus músculos casi vibraban.
Sus siguientes palabras fueron bajas y ásperas. —Dime qué quieres,
Vivian. ¿Me quieres de rodillas?
Oh, Dios.
El oxígeno desapareció cuando bajó lentamente al suelo, con un
movimiento orgulloso y servil a la vez.
Su aliento se abanicó sobre mi piel. —¿Quieres esto? —Sus dedos
pasaron de mi mano al dorso de mi pierna, dejando fuego a su paso.
Mis pensamientos se confundieron, pero tuve el sen do común de
saber que no se trataba de sexo. Se trataba de vulnerabilidad. Expiación. La
absolución.
Era un momento crucial disfrazado de intrascendente y condensado
en una palabra.
—Sí. —Fue a la vez una orden y una capitulación, un gemido y un
suspiro.
La respiración de Dante se liberó.
Si estuviera con cualquier otra persona, me preocuparía que alguien
pasara y nos viera. Pero la presencia de Dante era como un escudo invisible
que me protegía del resto del mundo.
Si él no quería que nadie nos viera, no lo harían.
Sus palmas ardían al separar mis muslos.
Apenas me había tocado y ya estaba ardiendo.
Incliné la cabeza hacia atrás, ahogada en la excitación, en el calor y la
lujuria y la reverencia de su tacto mientras me besaba por el muslo. Su
barba rasposa rozaba mi piel y enviaba pequeñas descargas de placer por
mi espina dorsal.
—Lo siento. —El doloroso susurro me invadió, se coló en mis venas y
se instaló en mis huesos. Otro escalofrío me recorrió—. Siento haberte
hecho daño... —Un suave beso en el delicado pliegue entre mi muslo y el
insistente calor—. Por alejarte... —Deslizó mi ropa interior a un lado y tocó
suavemente con su lengua mi clítoris—. Por hacerte sen r indeseada
cuando eres la única persona a la que he amado.
Sus crudas palabras se mezclaron con mi grito cuando atrajo mi clítoris
a su boca y chupó. Mi cuerpo se arqueó para alejarse del árbol. Mis manos
se hundieron en su pelo y solo pude aguantar mientras me adoraba con
sus labios, sus manos y su lengua.
Áspero y suave a la vez. Firme pero suplicante. Carnal pero erno.
Cada movimiento me producía una nueva sacudida de sensaciones puras.
La presión crecía simultáneamente en mi pecho y en la base de mi
columna vertebral. Me quedé sin aliento, volando con nada más que
emoción y adrenalina.
Se re ró y rozó con sus dientes mi sensible clítoris. Introdujo dos
dedos en mi interior, empujando y enroscando mientras yo me retorcía con
abandono.
Dante conocía mi cuerpo. Sabía exactamente qué botones apretar y
qué puntos tocar, y lo tocaba como un instrumento afinado. Un maestro
dirigiendo una orquesta de suspiros y gemidos.
Presionó su pulgar contra mi clítoris al mismo empo que golpeaba mi
punto G.
La presión explotó.
Mi orgasmo me sacudió, y mis gritos aún resonaban en el aire cuando
Dante se puso en pie, con el pecho agitado.
Apoyó sus manos a ambos lados de mi cabeza y besó con ternura las
lágrimas que resbalaban por mis mejillas.
No me había dado cuenta de que había estado llorando.
Se detuvo cuando llegó a mis labios.
El silencio se hizo más denso entre nosotros mientras su boca se
mantenía a un pelo de la mía, esperando. Esperando. Buscando permiso.
Estuve a punto de ceder. Estuve a punto de inclinar la barbilla hacia
arriba y cerrar la respiración entre nosotros mientras mi cuerpo zumbaba
por las réplicas de mi clímax.
En cambio, giré la cabeza. Solo una fracción, pero lo suficiente para
que Dante diera un paso atrás con una respiración entrecortada.
Dimos un gran paso adelante, pero yo no estaba preparada para otro.
Estaba demasiado agotada sica y emocionalmente.
—Lo siento —susurré.
—No enes que disculparte, mia cara. —Sus dedos volvieron a
entrelazarse con los míos, fuertes y tranquilizadores. Sus ojos eran suaves
—. Los pasos que sean necesarios, ¿recuerdas? Llegaremos.
41
VIVIAN
Dante y yo no volvimos a hablar de nuestra cita en el jardín, pero
estuvo rondando en mi mente durante días.
No por el sexo, sino por la vulnerabilidad. La paciencia. La visión de
cómo nuestra relación sería diferente esta vez.
Por primera vez, creí realmente que la reconciliación era posible.
Tal vez no ahora, pero un día. Como dijo Dante, lo lograríamos.
Estábamos saliendo de la cena en la cima del Empire State Building en
nuestra tercera cita cuando mi teléfono sonó.
Hice una pausa para contarle la oferta de Buffy Darlington de
planificar su sesenta y cinco cumpleaños. Se estaba convir endo en una
clienta fiel, lo que era a la vez una bendición y una maldición. Sus
expecta vas eran más altas que el edificio en el que nos encontrábamos.
Consulté mi teléfono y mi pulso se aceleró cuando vi el nombre de la
persona que llamaba. —Lo siento, tengo que contestar. Es mi hermana.
Era plena noche en Eldorra, y no había hablado con Agnes desde que
le conté mi enfrentamiento con nuestro padre. ¿Le pasó algo a ella o a
Gunnar?
—Por supuesto. —Dante se me ó las manos en los bolsillos y señaló
con la cabeza el otro extremo de la plataforma de observación—. Tómate
tu empo. Estaré allí.
Era di cil conciliar a este Dante con el director general grosero y
arrogante que había conocido el verano pasado, pero no éramos las
mismas personas que hace nueve meses.
El an guo no habría sido tan paciente o comprensivo. El viejo yo no
habría resis do tanto empo su ofensiva de encanto. Y el viejo nosotros no
estaría aquí, tratando de reconstruir desde los escombros de nuestra
relación cuando sería mucho más fácil abandonar el proyecto y seguir
adelante.
—Gracias —dije, con el corazón extrañamente cálido.
Esperé a que estuviera fuera del alcance del oído antes de retomar.
—Tienes que salvarme —dijo Agnes sin preámbulos—. Mamá me está
poniendo contra las cuerdas.
El alivio aflojó el nudo de ansiedad en mi pecho. —Son las cuatro de la
mañana, tu hora. ¿Realmente llamaste para quejarte de mamá?
—No podía dormir, y sí, lo hice. Intentó redecorar nuestra casa, Vivi.
Dos veces. Y ella ha estado aquí por menos de una semana.
Según Agnes, mi madre había tenido una gran pelea con mi padre
cuando se enteró de que me había repudiado. Ella se estaba quedando en
la casa de mi hermana en Eldorra, que era como yo sabía que las cosas
estaban mal. Odiaba la colección de animales de Agnes porque se
desprendían mucho.
—¿Qué quieres que haga? Estoy en Nueva York. —Miré a Dante, su
alta figura destacaba entre las luces de la ciudad—. De todos modos, no
deberías hablar conmigo. Papá se enfadará.
—Por favor. Estoy enfadada con él, y esta pelea es entre ustedes dos,
no entre nosotras. —Ella dudó, y luego añadió—: Esa es otra razón por la
que llamé. Él está aquí. En Eldorra.
Mi estómago cayó en picado.
—Está tratando de hacer las paces con Madre y dice que necesita un
empo fuera de la oficina mientras la junta 'discute cómo seguir adelante'.
Traducción: estaban pensando en despedirlo.
El valor de las acciones de Lau Jewels se había estabilizado desde el
domingo, pero era más bajo de lo que debería haber sido. La cobertura
nega va de la prensa había hecho mella en la empresa.
—Deberías visitarles —dijo Agnes.
No pude contener una burla. —Vamos, Aggie.
—Hablo en serio. Necesitamos estar juntos como una familia ahora
más que nunca. No pelear. Lo que hizo fue horrible, pero sigue siendo
nuestro padre, Vivi.
—¿En qué momento eso no es suficiente?
Si estaba confundida sobre mis sen mientos hacia Dante, estaba
doblemente confundida sobre mis sen mientos hacia mi padre. ¿Quería
reconciliarme con él o nuestra relación era irreparable?
Agnes guardó silencio. —Solo dale una oportunidad —dijo finalmente
—. Por favor. Por mí, por mamá y por . Habladlo ahora que todo el mundo
ha tenido la oportunidad de calmarse. Aunque no se reconcilien, tendrán
un cierre. Además, te echo de menos. No te he visto desde el otoño
pasado.
—Esto es manipulación emocional.
—Aprendí de la mejor.
—Madre —dijimos al unísono. Cuando se trata de viajes de
culpabilidad, Cecelia Lau era una viajera frecuente de estatus diamante.
—¿Cuándo se va? —Me quedé mirando la ciudad de abajo. Si pudiera
quedarme aquí para siempre, alejada de las preocupaciones e
incer dumbres que plagan la vida en erra.
—El lunes. Sé que es poco empo, pero si puedes venir, me encantaría
verte. —La voz de Agnes se suavizó—. Realmente te echo de menos.
Mis dientes rasparon mi labio inferior. Podía respirar ahora que el
Baile del Legado había terminado, y no había visitado Eldorra en más de un
año. ¿Pero estaba preparada para volver a ver a mi padre tan pronto?
La indecisión me retorcía las entrañas.
—Yo también te echo de menos —dije finalmente—. Veré qué puedo
hacer. Saluda a mamá de mi parte y duerme un poco. Te llamaré mañana.
Colgué y me reuní con Dante junto al borde de la cubierta. —Lo
siento. Cosas de familia. —Suspiré y me apreté más la chaqueta. El viento
había amainado, pero seguía haciendo frío—. Mis padres están en Eldorra
y Agnes quiere que los visite. Hablar de las cosas con ellos.
Dante era una persona extraña para mí para discu r esto, teniendo en
cuenta su historia con mi padre, pero no sabía con quién más hablar. Era el
único, aparte de mi padre y de mí, que conocía bien la situación. Ni
siquiera Agnes y mi madre sabían el papel que él había desempeñado en
los problemas de Lau Jewels, aunque estaban al tanto de todo lo demás.
Su expresión era de estudiada neutralidad. —¿Quieres ir?
—Tal vez. —Otro suspiro—. Sí quiero ver a mi hermana, y necesito
hablar con mi madre en persona. Pero no sé si estoy preparada para
enfrentarme a mi padre sola de nuevo. Sin embargo, se va el lunes, así que
tengo que tomar una decisión. Rápido.
—Deberías ir.
Mi cabeza se levantó con sorpresa.
—Si no lo haces, siempre te preguntarás qué hubiera pasado si. —La
luna proyectaba el rostro de Dante con luces y sombras: líneas afiladas y
rasgos audaces, pero con una suavidad en los ojos que me dejó perpleja—.
¿Quiero que estés cerca de tu padre? No. No creo que merezca tener nada
que ver con go. Pero tengo la sensación de que necesitas un cierre más
amplio que el que obtuviste en Boston. Así que, por esa razón, deberías ir.
Ver a tu hermana. Encontrar algo de claridad.
—Bien. —Solté un largo y controlado aliento—. Supongo que debería
buscar vuelos pronto. —Era jueves por la noche. Siendo realistas, no
volaría hasta el sábado, lo que me dejaba un día y pico en Eldorra.
—Podrías. —Dante hizo una pausa—. O podrías tomar mi jet.
Mis ojos se abrieron de par en par.
—Dijiste que quizá no estuvieras preparada para enfrentarte a tu
padre sola de nuevo. Si quieres, puedo ir con go. —Su voz se suavizó—.
Dadas mis... complicaciones con tu familia, en endo que no lo hagas, pero
la oferta está sobre la mesa. Puedes tomar mi avión de cualquier manera.
Es más fácil que encontrar un vuelo a estas alturas.
Mi corazón revoloteó sin mi permiso. —Si vas, significa que tendrás
que alojarte en la misma casa que mi padre. —No había hoteles ni posadas
cerca de la finca de mi hermana. Estaba demasiado lejos.
Una sombra cruzó el rostro de Dante. —Lo sé.
—¿Te parece bien?
—Sobreviviré. No se trata de mí, mia cara.
El calor se enroscó en mi estómago. —¿Y el trabajo?
Me dedicó una sonrisa torcida. —Creo que puedo convencer al jefe de
que me dé un día libre.
El calor se extendió por mis venas.
Hacer un viaje de larga distancia con Dante era una mala idea... pero ir
a ver a mi padre sin respaldo era peor.
—¿Podemos irnos mañana?
42
VIVIAN & DANTE
VIVIAN
Mi hermana y mi cuñado vivían en Helleje, un idílico condado de
hermosos pueblos, casas señoriales centenarias y lugares de interés
patrimonial conservados por el Estado, situado a tres horas al norte de la
capital de Eldorra, Athenberg.
Dante y yo aterrizamos en el pequeño aeropuerto de Helleje el viernes
por la tarde. Tardamos otros cuarenta minutos en coche en llegar a la finca
de treinta acres de Agnes y Gunnar.
—¡Vivian! —Mi hermana abrió la puerta, la imagen de la elegancia
rural con su blusa blanca suelta y sus botas de montar—. Me alegro mucho
de verte. A también, Dante —dijo amablemente.
Supuse que mi padre tampoco le había contado lo que hizo Dante. Si
no, no habría estado tan tranquila.
No me sorprendió. Mi padre nunca admi ría de buen grado que
alguien se aprovechó de él.
Dante y yo dejamos nuestro equipaje en nuestras habitaciones de
arriba antes de reunirnos con Agnes en el salón. Gunnar estaba reunido en
el Parlamento, así que realmente era un fin de semana familiar en Lau.
Me detuve cuando vi a mi madre sentada en el sofá junto a mi
hermana. A primera vista, parecía tan arreglada como siempre, pero un
examen más detallado reveló las líneas de tensión que rodeaban su boca y
las tenues manchas de color púrpura bajo sus ojos.
Una punzada me golpeó el pecho.
Sus ojos se iluminaron y se levantó a medias al ver mi entrada antes
de volver a sentarse. Fue un movimiento inusualmente incómodo para
Cecelia Lau, que hizo que se me apretara el corazón.
La mirada de Agnes se paseó entre nosotros.
—Dante, ¿por qué no te enseño la casa? —dijo—. La distribución
puede ser confusa…
Me miró. Le hice un pequeño gesto con la cabeza.
—Me encantaría un tour —dijo.
Mi madre se levantó del todo cuando salieron de la habitación. —
Vivian. Me alegro de verte.
—A
también, madre.
Y entonces me vi envuelta en sus brazos, mis ojos picando cuando
respiré el familiar aroma de su perfume.
No éramos muy dados al afecto sico en nuestra casa. La úl ma vez
que nos habíamos abrazado había sido cuando yo tenía nueve años, pero
esto se sen a como un abrazo muy necesario para ambos.
—No estaba segura de que fueras a aparecer —dijo cuando me soltó.
Nos sentamos en el sofá—. ¿Has perdido peso? Pareces más delgado.
Tienes que comer más.
O comía demasiado o muy poco. No había un punto intermedio.
—No he tenido mucho ape to —dije—. El estrés. Las cosas han sido...
caó cas.
—Sí. —Respiró profundamente y se pasó una mano por las perlas—.
Qué lío tan grande es esto. Nunca he estado tan enfadada con tu padre.
Imagínate, hacerle eso a Dante Russo, de entre toda la gente...
La corté con la pregunta que me atormentaba desde que escuché la
conversación de Dante con mi padre. —¿Sabías lo del chantaje?
Su boca se abrió. —Por supuesto que no. —Parecía consternada—.
¿Cómo puedes pensar eso? El chantaje está por debajo de nosotros,
Vivian.
—Siempre has estado de acuerdo con lo que hace papá. Solo asumí...
—No siempre. —El rostro de mi madre se ensombreció—. No estoy de
acuerdo con que intente repudiarte. Eres nuestra hija. Él no puede decidir
si te puedo ver o no o echarte de la familia él solo. Se lo dije así.
Un ovillo de emoción se me enredó en la garganta ante el inesperado
acontecimiento. Mi madre nunca había dado la cara por mí.
—¿Está aquí?
—Está arriba, enfurruñado. —Un ceño fruncido le hizo fruncir la frente
—. Hablando de eso, deberías ir a tu habitación y cambiarte antes de la
cena. ¿Una camiseta y unos pantalones de yoga? ¿En público? Espero que
nadie importante te haya visto en el aeropuerto.
Así de fácil, la calidez de sus palabras anteriores desapareció. —
Siempre haces eso.
—¿Hacer qué? —Parecía desconcertada.
—Cri car todo lo que hago o llevo puesto.
—No estaba cri cando, Vivian, simplemente haciendo una sugerencia.
¿Crees que es apropiado llevar pantalones de yoga para cenar?
Era sorprendente la rapidez con la que pasaba de la indignación y la
preocupación a la crí ca.
Mi padre era el responsable de la mayoría de los problemas de mi
familia, pero un po diferente de frustración se había cocinado a fuego
lento hacia mi madre durante años.
—Incluso si no llevaba pantalones de yoga, cri caba mi pelo, mi piel o
mi maquillaje. O la forma en que me siento o como. Me hace sen r como...
—Tragué saliva—. Me hace sen r que nunca soy lo suficientemente buena.
Como si siempre estuvieras decepcionado de mí.
Si estábamos discu endo nuestros problemas, también podría
exponerlo todo. El asunto del chantaje fue la gota que colmó el vaso, pero
los problemas en la casa de los Lau se habían estado gestando durante
años, si no décadas.
—No seas ridícula —dijo mi madre—. Digo esas cosas porque me
importa. Si fueras un extraño en la calle, no me molestaría en ayudarte a
mejorar. Eres mi hija, Vivian. Quiero que seas lo mejor que puedas.
—Tal vez —dije, con la garganta apretada—. Pero no lo siento así. Se
siente como si estuvieras atrapada conmigo como tu hija y te estuvieras
conformando.
Mi madre me miró fijamente, con una genuina sorpresa brillando en
sus ojos.
Sabía que su intención era buena. No era deliberadamente
malintencionada, pero los pequeños cortes y las púas se acumulaban con
el empo.
—¿Quieres saber por qué soy tan dura con go? —dijo finalmente—.
Es porque somos Lau, no Logan ni Lauder. —Hizo hincapié en esos nombres
—. No somos la única familia de dinero nuevo en Boston, pero somos los
más despreciados por los snobs de sangre azul. ¿Por qué crees que es eso?
Era una pregunta retórica. Ambas sabíamos por qué.
El dinero compraba muchas cosas, pero no podía comprar los
prejuicios inherentes.
—Tenemos que trabajar el doble para conseguir una pizca del mismo
respeto que nuestros compañeros. Nos cri can por cada paso en falso y
nos examinan por cada defecto cuando otros se salen con la suya. Tenemos
que ser perfectas. —Mi madre suspiró. Con su piel impecable y su
inmaculado aseo personal, solía pasar por alguien de treinta y tantos o
cuarenta y pocos años, pero hoy parecía tener toda su edad.
—Eres una buena hija, y siento si alguna vez te he hecho sen r que no
lo eres. Te he cri cado para protegerte, pero... —Se aclaró la garganta—.
Quizás ese no sea siempre el enfoque correcto.
Conseguí reír a través de las lágrimas que se agolpaban en mi
garganta. —Tal vez no.
—No puedo cambiar del todo. Soy vieja, Vivian, no importa lo bien
que se vea mi piel. —Ella esbozó una pequeña sonrisa ante mi segunda
carcajada—. Ciertas cosas se han conver do en un hábito. Pero puedo
intentar suavizar mis... observaciones.
Era lo mejor que podía pedir. Si hubiera ofrecido algo más, habría sido
poco realista en el mejor de los casos e inautén co en el peor. La gente no
podía cambiar del todo, pero el esfuerzo importaba.
—Gracias —dije en voz baja—. Por escucharme y por enfrentarte a
papá.
—De nada.
Se hizo un silencio incómodo. Las conversaciones sinceras no eran
comunes en la casa de los Lau, y ninguno de los dos sabía a dónde ir a
par r de aquí.
—Bueno. —Mi madre se levantó primero y alisó una mano sobre su
elegante ves do de seda—. Tengo que comprobar la sopa para la cena. No
me o del chef de Agnes. Le ponen demasiada sal a todo.
—Me ducharé y me cambiaré. —Hice una pausa—. ¿Padre... estará en
la cena?
El viaje sería un desperdicio si se encerraba en su habitación y me
evitaba todo el empo.
—Estará allí —dijo mi madre—. Me aseguraré de ello.
~
Dos horas más tarde, mi padre y yo nos sentamos uno frente al otro
en la mesa del comedor, él junto a mi madre, yo entre Agnes y Dante.
La tensión sofocaba el aire mientras comíamos en silencio.
No nos había mirado ni a mí ni a Dante ni una sola vez desde que
entró. Estaba furioso con nosotros. Se notaba en su mandíbula y en la
oscuridad de su ceño. Pero lo que tuviera que decir, no lo hizo en la mesa
con mi madre y mi hermana presentes.
Dante comía lánguidamente, sin que pareciera afectarle la rabia
silenciosa de mi padre, mientras mi pobre hermana intentaba entablar
conversación.
—Tendrías que haber visto la cara del ministro del Interior cuando el
gato real corrió por el escenario —dijo, relatando una anécdota del Baile
de Primavera de palacio—. No sé cómo entró en la sala. La reina Brigdet se
portó bien, pero pensé que a su secretaria de comunicación le daría un
ataque.
Nadie respondió.
Meadows, el felino real de Eldorra, era adorable, pero a ninguno de
nosotros le importaban especialmente sus aventuras diarias.
Alguien tosió. Los cubiertos n nearon con fuerza contra la vajilla. En
el fondo de la casa, uno de los perros ladró.
Corté el pollo con tanta fuerza que el cuchillo raspó el plato con un
suave chirrido.
Mi madre me miró. Normalmente, me habría regañado por ello, pero
esta noche no dijo ni una palabra.
Más silencio.
Finalmente, no pude aguantar más.
—Éramos mejores como familia antes de ser ricos.
Tres tenedores se congelaron en el aire. Dante fue el único que
con nuó comiendo, aunque sus ojos eran agudos y oscuros al observar las
reacciones de los demás.
—Teníamos cenas familiares todas las noches. Nos íbamos de camping
y no nos importaba si nuestra ropa era de úl ma temporada o qué po de
coche conducíamos. Y nunca habríamos obligado a alguien a hacer algo
que no quisiera. —La insinuación pesaba sobre la mesa congelada—.
Éramos más felices, y éramos mejores personas.
Mantuve la mirada en mi padre.
Estaba siendo más conflic va de lo que había planeado, pero había
que decirlo. Estaba cansada de contener lo que pensaba simplemente
porque era impropio o inapropiado. Éramos una familia. Se suponía que
debíamos decirnos la verdad, sin importar lo di cil que fuera oírla.
—¿Lo hacíamos? —Mi padre parecía impasible—. No te oí quejarte
cuando pagué toda tu matrícula universitaria para que pudieras graduarte
sin deudas. No te preocupaste por ser más feliz o mejor persona cuando
financié tus compras y tu año en el extranjero.
Sus palabras estaban impregnadas de crueldad.
El mango metálico de mi tenedor se clavó en mi palma. —No digo que
no me haya beneficiado del dinero. Pero beneficiarse e incluso disfrutar de
algo no significa que no pueda cri carlo. Has cambiado, papá. —U licé
deliberadamente mi an gua dirección para él. Sonaba lejano y extraño,
como el eco de una canción olvidada—. Te has alejado tanto de...
—¡Basta! —Los cubiertos y la vajilla traquetearon en un inquietante
déjà vu del despacho de mi padre.
A mi lado, Dante dejó por fin el tenedor, con los músculos tensos y
enroscados como una pantera lista para saltar.
—No me voy a sentar aquí para que me insultes delante de mi propia
familia. —Mi padre me fulminó con la mirada—. Ya es bastante malo que le
hayas elegido a él —no miró a Dante, pero todo el mundo sabía a qué él se
refería— por encima de nosotros. Te criamos, te alimentamos y nos
aseguramos de que no te faltara nada, y nos lo agradeces marchándote
cuando la familia más te necesita. No puedes sentarte aquí y darme
lecciones. Soy tu padre.
Esa fue siempre su excusa. Soy tu padre. Como si eso lo absolviera de
cualquier maldad y le diera derecho a manipularme como una pieza de
ajedrez en un juego que nunca consen .
La boca me sabía a cobre. —No, no lo eres. Me has repudiado,
¿recuerdas?
El silencio fue lo suficientemente fuerte como para que me pitaran los
oídos.
Los labios de mi madre se separaron en una inhalación silenciosa; los
ojos de mi hermana se volvieron del tamaño de media moneda.
Dante no se movió ni un cen metro, pero su cálido consuelo me tocó
el costado.
—No me trataste como una hija —dije—. Me trataste como un peón.
Tu disposición a repudiarme en el momento en que me negué a cumplir
tus órdenes es una prueba de ello. Siempre te agradeceré las
oportunidades que me diste al crecer, pero el pasado no excusa el
presente. Y la verdad es que el presente no es alguien a quien estaría
orgulloso de llamar padre.
Fijé mi mirada en mi padre, cuyo rostro se había vuelto de un precioso
tono carmesí.
—¿Lamentas en absoluto lo que hiciste? —pregunté en voz baja—.
¿Sabiendo cómo afectaría a la gente que te rodea? —¿Cómo nos afectaría?
Deseé, recé por una sola chispa de remordimiento. Algo que me dijera
que mi viejo padre seguía enterrado en alguna parte.
Si lo estaba, no lo vi. Los ojos de mi padre seguían siendo pétreos e
inflexibles. —Hice lo que tenía que hacer por mi familia.
A diferencia de .
Las palabras no pronunciadas rebotaron en mí, incapaces de encontrar
su lugar.
No me molesté en responder. Ya había oído todo lo que necesitaba oír.
~
DANTE
Encontré a Francis en el salón después de la cena, mirando la
chimenea. Era primavera, pero las noches en Helleje eran lo
suficientemente frías como para jus ficar una calefacción extra.
—No se siente bien, ¿verdad?
Se sobresaltó al oír mi voz. Un ceño fruncido se dibujó entre sus cejas
cuando levantó la vista y me vio entrar. —¿De qué estás hablando?
—Vivian. —Me detuve frente a él, con el whisky medio vacío en la
mano, impidiéndole ver el fuego—. Perderla.
Mi sombra se derramó sobre el sofá, asomando lo suficientemente
grande y oscura como para tragárselo entero.
Francis me miró fijamente.
Parecía más pequeño sin la fanfarronería que lo respaldaba. También
más viejo, con las líneas de expresión que le cruzaban la cara y las bolsas
bajo los ojos.
Hace un mes, lo había odiado con una pasión ardiente, tanto que el
mero hecho de pensar en él me nublaba la vista. Ahora, al mirarlo, solo
sen a desprecio y sí, un poco de odio restante también. Pero en su mayor
parte, mi ira se había enfriado, pasando de ser lava fundida a ser una roca
dura e insensible.
Estaba listo para dejar atrás a Francis Lau y seguir adelante... después
de que tuviéramos una pequeña charla.
—Ya entrará en razón. —Se hundió más en el sofá—. Ella nunca le dará
la espalda a la familia.
—Esa es la cues ón —dije—. Ya no eres su familia.
Había necesitado toda mi fuerza de voluntad para contener mi lengua
en la cena. Este era el viaje de Vivian y su momento de enfrentarse a su
familia; no necesitaba mi ayuda. Pero ahora que la cena había terminado y
estábamos solos su padre y yo, no tenía que contenerme.
—Usas a tu familia como excusa —dije—. Dices que quieres lo mejor
para ellos, pero hiciste lo que hiciste por . Querías el estatus y la
influencia. Empeñaste a tus hijas con hombres que apenas conocían por tu
propio ego. Si realmente te importara tu familia, habrías puesto su
felicidad por encima de tus deseos egoístas. No lo hiciste.
Las cosas habían funcionado bien con las parejas concertadas de las
hijas de Lau —aunque un signo de interrogación seguía pesando sobre mi
relación con Vivian—, pero Francis no tenía forma de saber cómo
acabarían cuando hizo los tratos.
El carmesí oscureció su piel. —No sabes nada de nosotros ni de lo que
he tenido que hacer para llegar a donde estoy.
—No, no lo sé, porque no me importa —dije fríamente—. Me
importas una mierda, Francis, pero quiero a Vivian, así que seré breve y
sencilla por su bien.
Abrió la boca, pero con nué antes de que pudiera hablar.
—Dices que se alejó de su familia cuando ella es la única razón por la
que estás sentado aquí ahora mismo. Si no fueras su padre y a ella no le
siguieras importando a pesar de la mierda que le hiciste pasar, estarías
enterrado bajo los putos escombros de tu empresa. Pero no soy tan bueno
como Vivian.
La suave amenaza de mis palabras se enroscó en el aire y se posó en la
superficie de mi whisky.
—Si quiere reconciliarse con go en el futuro, eso es cosa suya. Pero si
vuelves a hablarle como lo has hecho esta noche en la mesa, si la hieres de
alguna manera, si le haces derramar una sola lágrima o le provocas un solo
puto segundo de tristeza, te lo quitaré todo. Tu negocio, tu casa, tu
reputación. Te pondré en una lista negra tan completa que ni siquiera
podrás pasar por el portero de tu bar local de mierda.
Mi mirada se clavó en la de Francis mientras su rostro perdía el color.
—¿Lo en endes?
Mi ira se había enfriado, pero seguía ahí, a una palabra equivocada de
volver a estallar. Estaba dispuesta a poner a Francis en el espejo retrovisor,
donde debía estar, pero si molestaba a Vivian...
El calor me abrasaba las tripas, más que el fuego a mi espalda.
Francis se agarró la rodilla. Vibró con resen miento, pero sin Vivian
como amor guador o palanca sobre mí, no había una maldita cosa que
pudiera hacer.
—Sí —dijo finalmente.
—Bien. —Mi sonrisa carecía de calidez—. Recuerda, esta vez, te
mostré misericordia por ella. La próxima vez, no seré tan indulgente.
Terminé mi bebida de un rón y le puse el vaso vacío en la mano como
si fuera uno de los camareros a los que se mofaba antes de marcharse.
Hace seis meses, habría quemado la puta habitación con Francis
dentro. Pero esta noche, no me interesaba un enfrentamiento o una
discusión.
Mi odio hacia él casi me había costado la persona que amaba, y me
negaba a perder un solo segundo más con él. No cuando había otra
persona con la que prefería pasar mi empo.
43
VIVIAN
Llamaron a la puerta mientras me preparaba para ir a la cama.
Sabía quién era antes de abrir la puerta, pero eso no impidió que mi
estómago diera un extraño vuelco cuando vi a Dante de pie en el pasillo.
Llevaba el mismo jersey de cachemira y los mismos vaqueros que en la
cena.
No sabía a dónde había ido después de la comida, pero ahora estaba
aquí, y al verlo se me retorció el pecho de una emoción inesperada.
No me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba verle, solo a él,
hasta ahora. Era la única persona que podía tranquilizarme después de un
día tan agitado.
Nos miramos fijamente, el silencio rebosaba de palabras no
pronunciadas, hasta que abrí la puerta más ampliamente en señal de
invitación.
El pequeño movimiento rompió el hechizo y ambos nos relajamos
visiblemente cuando él entró y yo tomé asiento en la cama.
—Lo has hecho bien ahí atrás. —Dante se apoyó en la pared, con una
mano me da en el bolsillo mientras sus ojos encontraban los míos—.
Haciendo frente a tu padre.
—Gracias. —Sonreí con pesar mientras me sentaba en la cama frente
a él—. Pero me gustaría que la conversación hubiera ido mejor.
—Fue como se suponía que debía ser. —En los ojos de Dante brillaron
fragmentos plateados de luz de luna—. Ahora sabes el po de hombre que
es. Está demasiado lejos, mia cara. No lo digo solo porque tenga prejuicios
contra él. Si pudiera elegir, preferiría que arreglaras tu relación con él y
fueras feliz, pero ¿quién es él ahora? —Su voz se suavizó—. No se merece
tu empo ni tu energía.
Un dolor se instaló en mi garganta. —Lo sé.
No tenía el cierre que quería, pero sí el que necesitaba.
—Me impresiona que te hayas contenido en la cena —añadí, tratando
de aligerar el ambiente—. Me había preparado para los insultos verbales.
Tal vez algunas amenazas y puñetazos para mantener las cosas
interesantes.
Dante no había dicho ni una palabra durante el enfrentamiento.
Nunca lo había visto tan callado durante tanto empo, pero lo agradecí.
Tenía que librar mis propias batallas en lugar de confiar en que otros las
libraran por mí.
—He estado prac cando mi contención. —La más leve de sus sonrisas
—. Como he dicho, este viaje no se trata de mí.
La conciencia se estremeció cuando nuestras miradas se sostuvieron.
Mi habitación era lo suficientemente grande como para acomodar a
cuatro, pero la presencia de Dante llenaba cada rincón, haciendo que los
bordes de mi mente se volvieran nebulosos y el hueco en mi pecho un
poco menos vacío.
—Gracias por venir conmigo. —Intenté ignorar la forma en que su
mirada me bañaba de calidez—. Sé lo ocupado que estás, y no puede ser
diver do estar bajo el mismo techo que alguien a quien odias.
—No lo sé. Fue bastante diver do verle casi reventar un vaso
sanguíneo en la mesa.
Una risa involuntaria salió de mis labios. —Eres horrible.
—Solo con los que se lo merecen. —Otra sonrisa se dibujó en sus
labios—. Es agradable oírte reír de nuevo, mia cara.
Mi sonrisa se desvaneció ante el suave y pesado significado escondido
entre sus palabras.
Se hizo otro silencio entre nosotros, denso y cargado de tensión. Las
luciérnagas encendidas bailaban sobre mi piel, dejando estelas de
electricidad a su paso. El ves do me resultaba pesado y me moví en la
cama, tratando de aliviar el nuevo dolor de estómago.
Los ojos de Dante se oscurecieron en las esquinas. Su mandíbula se
tensó por un momento antes de apartarse de la pared.
—Es tarde. —Su voz se volvió áspera—. Deberíamos descansar los
dos.
Llegó hasta la mitad de la puerta antes de que lo detuviera. —Espera.
Se detuvo, con los hombros rígidos. No se volvió para mirarme.
El aire se tensó alrededor de mi pecho mientras pensaba en mi
siguiente movimiento.
Había hecho las paces con mi madre, más o menos. Había encontrado
un cierre con mi padre. La única relación que me quedaba por desenredar
era la de Dante.
Había cambiado y reorganizado en múl ples formas en el úl mo año.
Habíamos pasado de extraños a compañeros de piso, a adversarios, a
amigos, a amantes, a ex... la lista seguía. En algún momento, tendría que
terminar, y era yo quien tenía que decidir dónde estaba el límite.
Me puse de pie, con el pulso acelerado a cada paso, mientras me
deslizaba entre Dante y la puerta.
Me miraba fijamente, con una expresión indiferente, pero con unos
ojos lo suficientemente ardientes como para hacer arder cada cen metro
de mí.
¿Cuál era mi problema?
¿Mantener en secreto la manipulación de mi padre? ¿Alejarme?
¿Intentar destruir la empresa de mi familia? Todas las cosas merecen mi
ira, pero también todas las cosas respaldadas por una razón.
Nos llevó empo y esfuerzo, pero lo resolvimos. Creo que tú y Dante
también pueden.
—No tenías que estar aquí. —Su empo era lo más valioso que poseía.
Esos ojos negros como el carbón ardían más. —No.
Mi pulso se convir ó en un rugido. —Esta tarde, varios periódicos
importantes se retractaron de sus historias sobre el fraude en Lau Jewels.
—Había recibido las alertas antes de la cena—. Interesante coincidencia.
—Interesante, o coincidencia.
—Tal vez. Pero ya no creo en las coincidencias. —Las palabras
quedaron a la deriva entre nosotros en el aire y la esperanza—. ¿Por qué lo
hiciste?
La indiferencia se fundió en algo más suave. —Porque siguen siendo
tu familia, mia cara. Porque si pudiera retroceder en el empo y evitar que
tu padre me chantajee, no lo haría. De lo contrario... —Su voz bajó, solo
una pequeña fracción—. No te habría conocido.
Las palabras palpitaron en mis oídos y zumbaron en mi sangre. La
emoción impedía que las palabras salieran de mi garganta, así que hice lo
único que podía.
Me puse de pun llas y apreté suavemente mis labios contra los suyos.
Una respiración pasó entre nosotros. Un la do inmóvil se extendió.
Y entonces su palma estaba en mi mejilla, y su boca se movía sobre la
mía. Suave y desesperadamente, como si quisiera tomarse su empo para
reencontrarse con mi sabor, pero temiera que yo desapareciera en
cualquier momento.
Me invadieron unos rizos de deseo mientras deslizaba mi lengua
contra la suya y saboreaba el sabor de nuestro beso. Atrevido y rico, como
el hambre aderezado con el anhelo y endulzado con el perdón.
Jadeé en su boca, lamiendo y explorando, mientras nos acercábamos a
la cama. Dante solía tener el control, pero esta vez me dejó tomar la
inicia va. Me observó, con los ojos muy abiertos y el pecho agitado,
mientras nos quitaba la ropa.
Nuestras manos vagaban, nuestros corazones la an al unísono y
nuestros besos crecían en intensidad hasta que el calor se hizo
insoportable.
Me hundí en él, aceptándolo lentamente, cen metro a cen metro,
hasta que se enterró completamente dentro de mí.
Gemimos al unísono. Las manos de Dante me agarraban por las
caderas mientras yo me mecía contra él. El sudor empañaba mi piel, los
suaves gemidos llenaban el aire y una deliciosa presión crecía en mi
interior, subiendo más y más hasta que mi mente se volvió confusa por la
lujuria.
Sus músculos se tensaron visiblemente por el esfuerzo de contenerse,
pero él no intentó tomar el control mientras yo nos montaba en un
orgasmo simultáneo que nos hacía doblar los dedos de los pies.
Era la primera vez que nos corríamos juntos.
La abrumadora in midad del momento desencadenó un segundo
clímax, más pequeño, y las réplicas todavía me sacudían cuando Dante me
bajó para darme un beso.
—Se te ve bien controlada, mia cara. —Su rumor aterciopelado
acarició mi piel con la misma seguridad que su mano en mi cuello.
—Yo también lo creo. —Rocé mis labios contra los suyos antes de
ponerme seria—. No estoy preparada para volver a vivir con go todavía.
Todavía necesito empo para respirar. Pero... al final lo conseguiremos.
—Tómate todo el empo que necesites. Yo estaré aquí. —Dante frotó
su pulgar sobre mi nuca—. Per te aspe erei per sempre, amore mio.
—Spero non ci vorrà così tanto. —Sonreí ante su sorpresa—. Hablo
seis idiomas, Dante. El italiano es uno de ellos.
Su sorpresa se disolvió en una carcajada. —Estás llena de sorpresas. —
Me besó de nuevo, y su rostro se suavizó—. Ti amo. —Te amo.
Tal vez fue el cierre de mi familia. Tal vez fue la emoción de finalmente
tomar el control de mi vida.
Fuera lo que fuera, había derribado los muros de mi pecho, y mi
respuesta finalmente se abrió paso en un susurro.
—Yo también te amo.
44
DANTE
—Ese es Escorpio. —Vivian señaló un punto en el cielo—. ¿Lo ves?
Seguí su mirada hacia la constelación. Se parecía a cualquier otro
grupo de estrellas.
—Mmmhmm. Se ve muy bien.
Giró la cabeza y entrecerró los ojos. —¿Realmente lo ves, o estás
min endo?
—Veo estrellas. Muchas.
Vivian resopló medio gemido, medio risa. —No enes remedio.
—Ya te he dicho que no soy ni seré nunca un experto en astronomía.
Solo estoy aquí por la vista y la compañía. —Le besé la parte superior de la
cabeza.
Estábamos tumbados sobre un montón de mantas y cojines en el
exterior de nuestro camping en el desierto de Atacama, uno de los mejores
des nos del mundo para observar las estrellas. Después de toda la mierda
que había pasado el mes pasado, este era el lugar perfecto para
restablecerse antes de nuestra boda, que habíamos pospuesto a
sep embre debido a que las renovaciones tardaron más de lo esperado.
Habíamos pasado los úl mos cuatro días caminando por volcanes,
disfrutando de aguas termales y explorando dunas. Mi asistente estuvo a
punto de desfallecer de asombro cuando le dije que me tomaría diez días
libres del trabajo, pero había preparado el i nerario perfecto para mis
primeras vacaciones reales desde que me conver en director general.
Incluso me había dejado el teléfono del trabajo en casa. Mi equipo
tenía el número del complejo en caso de emergencia, pero sabían que no
debían molestarme a menos que el edificio estuviera literalmente en
llamas.
—Es cierto. Supongo que puedes limitarte a ponerte guapa. —Vivian
me dio una palmadita en el brazo—. Todos tenemos nuestros talentos...
Se interrumpió en un chillido cuando la hice rodar y la inmovilicé
debajo de mí.
—Cuida tu boca —gruñí, dándole un pellizco juguetón—. O te
cas garé aquí mismo, donde cualquiera pueda ver.
Las estrellas se reflejaron en sus ojos y brillaron con picardía. —¿Es
una advertencia o una promesa?
Mi gemido viajó entre nosotros, oscuro y lleno de calor. —Eres una
jodida provocadora.
—Tú eres la que empezó. —Vivian me rodeó el cuello con sus brazos y
me besó—. No empieces algo que no puedas terminar, Russo.
—¿Cuándo lo he hecho? —Pasé mis labios por la delicada línea de su
mandíbula—. Pero antes de escandalizar a los demás invitados con un
espectáculo de clasificación X… —Su risa vibró por mi columna vertebral—.
Tengo una confesión.
Mi corazón se aceleró.
Había pasado un mes preparándome para este momento, pero me
sen a como si estuviera al borde de un precipicio sin paracaídas.
Vivian inclinó la cabeza. —¿Confesión en el sen do de que te has
olvidado de reservar nuestros paseos a caballo mañana, o confesión en el
sen do de que has asesinado a alguien y necesitas mi ayuda para enterrar
el cuerpo?
—¿Por qué siempre recurres a lo morboso?
—Porque soy amiga de Isabella, y tú das miedo.
—Pensé que habías dicho que mi talento era ser guapo —me burlé.
—Guapo y aterrador. —Una sonrisa pícara curvó su boca—. No son
mutuamente excluyentes.
—Es bueno saberlo, pero no, no he asesinado a nadie —dije
secamente. Me aparté de ella y me senté con la espalda recta.
La noche del desierto era fresca y crujiente, pero el calor se pegaba a
mi piel como un traje ajustado.
—Gracias a Dios. No se me dan bien las palas. —Vivian se sentó
también y me miró con curiosidad—. Entonces, esta confesión. ¿Es buena
o mala? ¿Necesito prepararme mentalmente?
—Es buena. Espero. —Me aclaré la garganta, mi corazón ahora
aceleraba a toda velocidad—. ¿Recuerdas mi viaje a Malasia de hace unas
semanas?
—¿El de las setenta y dos horas? Sí. —Sacudió la cabeza—. No puedo
creer que hayas volado hasta allí solo para quedarte un día. Debió ser una
reunión importante.
—Lo fue. Fui a ver a mi madre.
Mis padres se habían mudado de Bali y ahora estaban en Langkawi.
La confusión le hizo fruncir el ceño. —¿Por qué?
Ella sabía que mi madre y yo no teníamos el po de relación en la que
yo dejaría todo para verla.
Mis padres seguían exasperándome, pero había hecho las paces con
sus defectos. Eran lo que eran, y comparados con gente como Francis Lau,
eran unos putos santos.
—Necesitaba conseguir algo. —Me atreví a sacar una pequeña caja de
mi bolsillo.
Vivian la miró fijamente, con una expresión de asombro. —Dante...
—Cuando te propuse matrimonio por primera vez, apenas fue una
propuesta —dije. La sangre me retumbó en los oídos—. Nuestro
compromiso fue una fusión, el anillo una firma. Yo elegí eso... —Señalé con
la cabeza el diamante que llevaba en el dedo—. Concretamente porque era
frío e impersonal. Pero ahora que estamos haciendo esto de verdad... —
Abrí la caja, revelando una deslumbrante piedra roja engastada en oro.
Una de las menos de tres docenas que existen—. Quería darte algo más
significa vo.
Vivian soltó una aguda y audible exhalación. La emoción dibujó un
cuadro vívido en sus rasgos, pintándolo con mil ma ces de sorpresa,
deleite y todo lo demás.
—Los diamantes rojos son los más raros que existen. Solo se han
extraído unos treinta. Mi abuelo compró uno de los primeros diamantes
rojos en los años 50 y le pidió matrimonio a mi abuela con él. Ella se lo
pasó a mi padre, que se lo dio a mi madre... —Me tragué el nudo en la
garganta—. Que me lo dio a mí.
El anillo brillaba como una estrella caída sobre el negro de
medianoche.
Mi madre rara vez lo llevaba. Tenía demasiado miedo de perderlo
durante sus viajes, pero lo había guardado para el día en que yo lo
necesitara. Era una de las pocas cosas sen mentales que había hecho
desde que nací.
—Una reliquia familiar —murmuró Vivian, con la voz gruesa.
—Sí. Una que me recuerda mucho a . Hermoso, raro y di cil de
encontrar... pero que valió cada minuto que tardó en llegar. —Mi rostro se
suavizó—. Pasé treinta y siete años pensando que mi pareja perfecta no
exis a. Me demostraste que estaba equivocado en menos de uno. Y
aunque no lo hicimos bien la primera vez, espero que me des la
oportunidad de probarme una segunda vez. —Mi pulso se aceleró por los
nervios mientras la pregunta más importante de mi vida salía de mi boca
—. Vivian Lau, ¿quieres casarte conmigo?
Sus ojos rebosaban de lágrimas no derramadas. Una sola gota se
escapó y corrió por su mejilla mientras asen a.
—Sí. Sí, por supuesto que me casaré con go.
La tensión se disolvió en risas, sollozos y un alivio frío y doloroso. Le
quité el viejo anillo del dedo y lo sus tuí por el nuevo antes de besarla.
Con fiereza, con pasión y con todo el corazón.
A veces, necesitábamos palabras para comunicarnos.
Otras veces, no necesitábamos palabras en absoluto.
EPÍLOGO
DANTE & VIVIAN
DANTE
El día de nuestra boda amaneció claro y soleado sobre las aguas del
lago de Como.
Doscientos cincuenta invitados vinieron de todo el mundo para asis r
a las celebraciones en Villa Serafina, donde las reformas habían terminado
justo a empo para que un ejército de personal de la boda se abalanzara
sobre ella y la transformara en un paraíso de luces, flores y plantas
colgantes.
La ceremonia se celebró en el exterior, en la terraza más alta de la
villa, con vistas al lago. El sol pegaba fuerte y caliente mientras yo estaba
bajo la glorieta, esperando que Vivian apareciera.
—No puedo creer que te vayas a casar. —El susurro se deslizó desde la
comisura de la boca de Luca—. No creí que fuera a ocurrir de verdad. Sé
que te dije que lucharas por ella, pero estaba seguro de que te daría una
patada...
—Cállate —dije a través de mi sonrisa. Las cámaras estaban mirando,
y yo quería que las fotos de hoy fueran perfectas—. Los comentarios no
solicitados no son el trabajo del padrino.
Pasé los ojos por encima de la mul tud, inquieto. Casi todos los
invitados habían confirmado su asistencia. Vi a Dominic y Alessandra entre
los Laurent y los Singh, y a la novia de Chris an, Stella, sentada junto a la
reina Bridget y el príncipe Rhys de Eldorra. Sorprendentemente, mis padres
también habían acudido, y se habían despojado de su habitual ropa de
playa para ponerse el traje de boda apropiado.
Mi mirada pasó por encima de los Lau. Francis estaba aquí como
acompañante de Cecelia, pero había sido despojado de todas las funciones
de padre de la novia. Cecelia la llevaría al altar en su lugar. Era un
humillante desaire público para alguien tan obsesionado con su
reputación, pero debió pensar que no asis r era peor que asis r como
invitado de un invitado.
Se sentó junto a su yerno, adusto pero silencioso. Vivian había
agonizado durante semanas sobre la conveniencia de invitarlo antes de
llegar al compromiso actual. Le preocupaba que yo me enfadara, pero
había dejado a Francis tan en segundo plano que era una mancha en el
espejo retrovisor.
Mientras Vivian estuviera contenta, yo también lo estaría.
—Debería serlo. No estarías aquí sin mí —dijo Luca, atrayendo de
nuevo mi atención hacia él. Apestaba a autosa sfacción—. ¿Quién te sacó
la cabeza del culo cuando estabas ocupado revolcándote?
—Estoy a punto de meterte el pie en el culo si no te callas.
Quienquiera que haya inventado a los hermanos menores merecía un
lugar especial en el infierno.
—Cállense los dos —dijo Chris an desde el otro lado de Luca—. Cristo,
los hermanos son molestos. Menos mal que no tengo ninguno.
Jodidos hombres.
Kai era el único padrino con el sen do común de mantener la boca
cerrada.
Él había fijado su mirada a través del arco, donde Agnes, Sloane, e
Isabella estaban de pie en ves dos de dama de honor de color rosa rubor.
Isabella enarcó una ceja hacia él; su mirada se entrecerró un poco
antes de que los ricos y majestuosos tonos de la marcha nupcial llenaran el
aire y él dirigiera sus ojos hacia el pasillo.
Los invitados se levantaron al unísono. Todos los pensamientos sobre
hermanos molestos y padrinos igualmente molestos cesaron cuando Vivian
apareció al final del pasillo. Diablos, todos los pensamientos cesaron, y
punto.
Lo único que exis a era ella.
Se me cortó la respiración cuando caminó por el pasillo con su madre,
con un rostro resplandeciente y una sonrisa suave al encontrarse con mis
ojos.
Vivian me habló una vez de un proverbio chino que decía que un hilo
invisible conectaba a los que estaban des nados a encontrarse,
independientemente del empo, el lugar y las circunstancias.
Ahora sen a el rón fantasma de ese hilo, que se extendía entre
nosotros y vibraba con la promesa de algo que solo el des no podía
ofrecer.
Solía pensar que no estaríamos juntos si su padre no nos hubiera
obligado a estarlo. Me equivocaba.
Una parte de mí siempre encontraría el camino hacia ella. Ella era mi
estrella del norte, la joya más brillante de mi cielo.
Una niebla sospechosa me nubló la vista cuando Vivian llegó a mí. La
devolví con un parpadeo. Si no lo hacía, Luca, Chris an o Kai no me dirían
nada al respecto.
Su madre me la entregó. Cecelia se había enfadado cuando Vivian se
negó a dejarla entrar en los prepara vos de la boda. Ahora, parecía
sospechosamente con los ojos empañados.
Parece que, después de todo, poseía otras emociones además de la
desaprobación.
—Se ve bien, señor Russo —murmuró Vivian. Su mano era pequeña y
suave en la mía.
—Podría decir lo mismo de usted, señora Russo. —Llevaba un ves do
hecho a medida y el mejor peinado y maquillaje que el dinero podía
comprar, pero incluso en un saco de arpillera, sería la mujer más hermosa
que jamás hubiera visto.
—Todavía no soy la señora Russo. Todavía estoy a empo de vivir mi
fantasía de novia a la fuga —bromeó.
Una sonrisa malvada se dibujó en mis labios. —Me encanta una buena
persecución.
Las mejillas de Vivian se sonrosaron ante el doble sen do.
El sacerdote se aclaró la garganta, interrumpiendo nuestra
conversación en voz baja. Intercambiamos una úl ma sonrisa secreta antes
de dedicar toda nuestra atención a la ceremonia.
Los comentarios del sacerdote, los votos, el intercambio de anillos. El
la do de mi corazón amor guó el sonido y el movimiento hasta que
llegamos al final de la ceremonia.
—Los declaro marido y mujer. Pueden...
Me abracé a Vivian y la besé antes de que el sacerdote terminara su
frase.
La mul tud estalló en vítores y silbidos. Apenas los oí. Estaba
demasiado ocupado con mi esposa.
Esposa. La palabra me produjo un estremecimiento eléctrico.
—Impaciente como siempre —bromeó Vivian cuando nos separamos.
Su rostro estaba sonrojado por el placer y la risa—. Tendremos que
trabajar en eso. La paciencia es una virtud.
—Nunca he pretendido ser virtuoso, cariño. Pecar es más diver da. —
Otra sonrisa perversa—. Como descubrirás esta noche.
El rosa floreció de nuevo en su cara y en su pecho.
Mi sonrisa se amplió.
Nunca me cansaría de hacerla sonreír y sonrojarse.
Era mi esposa, mi compañera, mi estrella guía.
Y no me gustaría que fuera de otra manera.
~
VIVIAN
—Mi bebé está casada. Crecen tan rápido. —Isabella dejó escapar un
dramá co resoplido—. Todavía recuerdo cuando eras una inocente de
vein dós años, navegando por la jungla de Nueva...
—Deja de ser dramá ca. Vivian es un año mayor que tú. —Sloane
tomó un delicado sorbo de champán—. Varios años, si hablamos de
madurez.
Me tragué una risa ante el jadeo ofendido de Isabella.
El día se había conver do en noche mientras los festejos de la boda
con nuaban. La recepción tuvo lugar en el enorme pa o amurallado de la
villa, bajo un dosel de flores y luces centelleantes.
Los invitados seguían con ganas después de horas de bebidas y bailes,
pero yo necesitaba un respiro. Ser la novia en un banquete de bodas era
un trabajo a empo completo. Todos querían hablar.
—Calumnias de madurez aparte —dijo Isabella mirando fijamente a
Sloane—. Me alegro de que tú y Dante lo hayáis hecho funcionar. Ahora
puedo tachar de mi lista de deseos ser dama de honor en Italia.
—Me alegro de poder hacer tus sueños realidad —dije secamente.
—A mí también. Lo único que queda es encontrar un italiano caliente
de una noche para... —La frase de Isabella se interrumpió al oír una ligera
tos detrás de mí.
Me giré y reprimí otra carcajada al ver a Kai. Tenía el peor, o el mejor,
momento cuando se trataba de mis conversaciones con Isabella,
dependiendo de cómo se mirase.
—Siento interrumpir otra... fascinante conversación. —Su boca se
torció—. Pero Dante se está poniendo inquieto sin su novia. Vivian, es
posible que desees comprobar con él. Ha tenido que contar la historia de
cómo le propuso matrimonio diez veces, y creo que está listo para
engalanar a alguien.
Miré hacia donde estaba Dante con un pequeño grupo de invitados,
con aspecto aburrido e irritado. Me llamó la atención y me dijo que le
ayudara.
Mordí una sonrisa. —Vuelvo enseguida —dije—. Tengo que salvar a mi
marido.
Sloane me hizo un gesto para que me fuera. —Estaremos bien.
Disfruta de tu noche de bodas.
—¡Felicidades de nuevo! —Isabella chirrió, evitando estudiadamente
la mirada de Kai.
Los dejé con su conversación y me dirigí hacia el pa o. Solo llegué a la
mitad antes de que mi madre me detuviera.
—¡Vivian! ¿Has visto a tu hermana? —se preocupó—. Fue al baño
hace una hora, pero aún no ha vuelto.
—No. Tal vez esté ahí con Gunnar —bromeé.
—Vivian. De verdad. —Sus manos volaron a su collar—. Esa no es una
broma para hacer en público.
—Estoy segura de que está bien, madre. Es una fiesta. Así que fiesta.
—Le di una copa de champán de una bandeja cercana—. Louis Roederer.
Tu favorito.
Nuestra relación había mejorado desde nuestra charla en Eldorra. No
era perfecta; como ella dijo, no podía cambiar del todo. Su microges ón
me había puesto contra las cuerdas en las semanas previas a la boda, pero
lo estaba intentando. Ni siquiera había discu do cuando le pedí al
maquillador que me pintara los labios de rojo en lugar de neutros, aunque
mi madre consideraba que los labios y las uñas rojas eran "impropios" de
una heredera de la sociedad.
Mi padre, en cambio, estaba tan distante como siempre. Se había
marchado inmediatamente después de la ceremonia; según Agnes, no
soportaba todos los murmullos sobre por qué no era él quien me
entregaba.
Nadie fuera de nuestro círculo conocía el mo vo de nuestro
distanciamiento, y nunca lo harían. Algunas cosas estaban des nadas a ser
privadas.
Había hecho las paces con nuestra tensa relación y apenas le di
importancia mientras mi madre aceptaba el soborno del champán.
—Bien —dijo—. Tengo que hablar con Buffy Darlington de todos
modos. Pero si encuentras a tu hermana, dile que tengo su teléfono.
Sinceramente, no sé qué está haciendo...
Me separé de mi madre y llegué hasta Dante justo a empo.
—Entonces, cuéntame cómo te propusiste —dijo el pobre invitado,
aparentemente ajeno al ojo crispado del novio—. Quiero escuchar todos
los detalles.
—Muchas disculpas por interrumpir. —Puse mi mano en el pecho de
Dante antes de que pudiera responder—. ¿Pero puedo robarlo? Los
deberes de la boda.
—Oh, por supuesto —dijo la mujer, nerviosa—. Felicidades de nuevo.
Estás preciosa.
Sonreí y dirigí a Dante hacia un rincón tranquilo del pa o. —Gracias.
Disfruta del resto de la noche.
—Gracias, joder—dijo Dante cuando la mujer salió de su alcance. Los
gemelos de helado que le compré en París brillaron mientras se pasaba
una mano por la cara, y la visión me hizo vergonzosamente feliz—. Ahora
sé por qué la gente se fuga. La charla en estas cosas es insufrible.
—Sí, pero estoy segura de que puedes encontrar una cosa que te
guste. —Le rodeé el cuello con mis brazos.
La tensión se disipó de sus hombros y su ceño se aflojó en una leve
sonrisa. —Tal vez una. —Su mano se posó en mi cintura. El calor me
atravesó el ves do y llegó a la boca del estómago—. Los canapés de
langosta están muy buenos.
—¿Y?
—Y... —Fingió pensarlo—. Las flores son impresionantes. Aunque por
ciento veinte mil dólares, más vale que lo sean.
—¿Y la gente? —Levanté la barbilla—. ¿Alguien tolerable?
—Hmm. Hay una mujer a la que he estado echando el ojo toda la
noche... —Dante bajó la cabeza para que sus labios rozaran los míos—. Es
hermosa, encantadora, ene la mejor sonrisa que he visto... pero creo que
está casada.
—Qué... desafortunado. —Se me cortó la respiración cuando su palma
se deslizó por mi cintura, encendiendo pequeños fuegos por el camino.
—Muy. —Otro roce de sus labios—. He oído que su marido es
bastante protector con ella. Si me ve hablando con ella, podría hacer algo
precipitado.
—¿Cómo? —Mi mente se volvió confusa cuando su mano llegó a la
curva de mi hombro y a mi nuca.
—Como besarla de verdad delante de doscientas cincuenta personas,
sin importar el decoro.
Dante me besó como es debido, y la fiesta, la música, los invitados...
desaparecieron, borrados por el calor de su contacto.
Se filtró en mi pecho y en mis venas, llenándome de calor de adentro
hacia afuera.
Del po que solo existe cuando se llega al final de un largo viaje... y se
encuentra el hogar.
BOOKS BY ANA HUANG
¡Gracias por leer King of Wrath! Si has disfrutado de este libro, te
agradecería que dejaras una reseña en la(s) plataforma(s) de tu elección.
Las reseñas son como consejos para el autor, ¡y cada una ayuda!
Con mucho cariño,
Ana
KING OF PRIDE
Ella es su opuesto en todos los sen dos... y la mayor tentación que ha
conocido.
Order King of Pride now for Kai and Isabella’s story.
AGRADECIMIENTOS
A mis lectores: ¡Gracias por acompañarme en este nuevo viaje! Escribir
puede ser una profesión solitaria, pero sus mensajes, comentarios y el
amor y apoyo en general son la mejor compañía que puedo pedir como
autora.
xo, Ana
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