Ambrosio de Milán EL PARAÍSO CAÍN Y ABEL NOÉ Introducción, traducción y notas de Agustín López Kindler Capítulo 1 Dios plantó luego un jardín en Edén1, al oriente, y allí puso al hombre que había formado2. 1. Al emprender el discurso sobre el Paraíso3, parece embargarnos una turbación no pequeña, dado que queremos indagar y explicar qué es el Paraíso, dónde está y cuál es su naturaleza, sobre todo porque el Apóstol, a pesar de que no sabe si en el cuerpo o fuera de él4, sin embargo afirma que fue raptado hasta el tercer cielo. 1. La misma expresión indica que el jardín no ocupaba todo el Edén, sino una parte limitada del mismo, la oriental. Sobre su situación exacta se han elaborado múltiples teorías. La más común es que se trataba de una región al Sur de Mesopotamia, limitada por el Éufrates, el Tigris y dos canales o afluentes que los unían entre sí. La que adopta Ambrosio identifica el primero -Fizón- con el Ganges y el segundo -Guijón- con el Nilo. 2. Gn 2, 8. 3. Esta palabra, procede del persa pairidaeza, «cerca circular» y, por sinécdoque, «lo que se cerca», es decir «jardín» o «parque». En este sentido aparece varias veces en el AT -Ne 2, 8; Ct 4, 13; Qo 2, 5-pa- radeisos, término utilizado en griego por primera vez en Jenofonte (426-350 a. C.) al describir los jardines persas que él mismo había contemplado durante la guerra del Peloponeso. Tanto la Septuaginta como la Vulgata lo emplean en Gn 2-3 para traducir el hebreo gan, dotándolo así de un valor teológico preciso. 4. 2 Co 12, 2. Sé de un hombre que fue raptado hasta el tercer cielo, sé de este mismo hombre -si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, lo sabe Dios- que fue raptado al Paraíso y oyó palabras inefables, que no es lícito pronunciar a un hombre. De esto me gloriaré, mas de mí mismo no he de gloriarme si no es de mis flaquezas. Pues si quisiera gloriarme, no sería insensato, ya que diría la verdad5 Ahora bien, si el Paraíso es tal que sólo Pablo -o a duras penas alguien semejante a Pablo- ha podido verlo mientras se encontraba todavía en vida -y aun así no está en condiciones de recordar si lo había visto en el cuerpo o fuera del cuerpoy ha oído palabras tales que le fue prohibido divulgar lo que había escuchado, ¿cómo podremos explicar el lugar del Paraíso, nosotros que no hemos sido dignos de contemplarlo y, si lo hubiéramos hecho, se nos habría prohibido darlo a conocer a otros? A la vez, si Pablo tuvo miedo de ensalzarse a sí mismo por lo sublime de las revelaciones que había tenido, ¡cuánto más tenemos que estar atentos nosotros para tratar con absoluta precisión algo cuya sola revelación constituye un riesgo! No debemos, pues, subestimar esta cuestión del Paraíso y, por tanto, dejemos que siga siendo un secreto de Pablo. 5. 2 Co 12, 3-6. La numeración de los Salmos es la de la Vulgata. 2. No obstante, puesto que leemos en el libro del Génesis que Dios plantó el Paraíso a Oriente y que allí puso al hombre formado por Dios, ya estamos en condiciones de indicar quién es el autor del Paraíso. Porque ¿quién pudo crear el Paraíso sino el Dios omnipotente, el que habló y todo fue hecho,6 sin que jamás haya necesitado todo cuanto haya querido crear? Por tanto, implantó el Paraíso Aquel del que dice la Sabiduría: Toda planta que no ha plantado mi Padre será arrancada7. Buena es la planta de los ángeles, buena la de los santos; se dice, en efecto, que los santos, que son figura de los ángeles, se sentarán bajo la higuera y la vid 8 en el tiempo venidero de la paz. 3. Por tanto, el Paraíso está poblado con muchos árboles, pero árboles que dan fruto, árboles llenos de savia y de virtud, de los que se ha dicho: se regocijarán todos los árboles de los bosques 9, árboles siempre en flor por el vigor de sus méritos, como aquel árbol plantado junto al cauce de las aguas, cuyas hojas no caerán porque en él crece exuberante fruto de todo tipo. Este es, por consiguiente, el Paraíso. 4. Y el lugar en el que fue situado se llama «delicia»10 *. Por eso dice el santo David: Les darás de beber en el torrente de tus delicias11. Y también has leído que sale del Edén un río que riega el Paraíso12. Así pues, estos árboles que han sido plantados en el Paraíso son regados como por un río abundante que surge del torrente del espíritu. De él también dice (David) en otro lugar: La corriente del río alegra la ciudad de Dios13. Se trata de aquella ciudad que está arriba, es la libre Jerusalén 14, en la que han germinado los diversos méritos de los santos. 6. Sal 32, 9. / 7. Mt 15, 13. / 8. Cf. Mi 4, 4; Filón, Legum allegoriae (Legum), I, 14. / 9. Sal 95, 12. / 10. Cf. Filón, Legum, I, 14; Id., De posteritate Caini, 10; Id., Quaestiones, in Genesim (Quaes- tiones), I, 7. /11. Sal 35, 9. /12. Gn 2, 10. /13. Sal 45, 5. / 14. Cf. Ga 4, 26. 5. Así pues, en este Paraíso puso Dios al hombre que había formado. Comprende bien que no puso allí al hombre hecho según la imagen de Dios, sino a aquél según el cuerpo15, ya que el hombre incorpóreo no ocupa lugar. Por tanto, lo puso en el Paraíso como al sol en el cielo, a la espera del reino de los cielos, del mismo modo que la criatura espera la manifestación de los hijos de Dios16. 6. Por consiguiente, si el Paraíso es el lugar en el que habían tenido su origen los retoños de las plantas, el Paraíso es como el alma que multiplica la semilla recibida17, el alma en la que se planta cada una de las virtudes, el alma en la que estaba asimismo el árbol de la vida18, o sea la Sabiduría, como dijo Salomón: que la Sabiduría no ha nacido de la tierra, sino del Padre, porque ésta no es otra cosa que el esplendor de la luz eterna y emanación de la gloria del Omnipotente19. 15. Es decir, a todo el hombre, compuesto de alma y cuerpo. Cf. Filón, Legum, I, 12.16; Id., Quaes- tiones, I, 8. 16. Cf. Rm 8, 19. 17. Cf. Filón, De opificio mun- di, 54; Id., Legum, I, 15. 18. De este árbol, situado en la mitad del Paraíso y cuyo fruto hace al hombre inmortal, no se habla en este contexto. Sí del segundo, que constituye el centro de todo el tratado. Cf. Filón, Legum, I, 18; Id., Quaestiones, I, 6.11. 19. Sb 7, 21-26. Capítulo 2 7. En el Paraíso estaba ciertamente el árbol de la ciencia del bien y del mal. Por eso encuentras escrito que Dios hizo brotar en él árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar y el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal 20. Más adelante veremos si también este árbol hermoso a la vista y sabroso al paladar era como todos los demás. En efecto, discutiremos esto más oportunamente cuando encontremos el pasaje en el que el hombre fue engañado al probarlo21. Mientras tanto, no tenemos nada que objetar en este punto, aunque no podamos comprenderlo con la razón. Pues en esta creación del mundo no debemos condenar con un juicio temerario el hecho de que algo nos parezca difícil de entender e incomprensible a nuestra inteligencia: por ejemplo, la creación de serpientes y otros animales venenosos, dado que nosotros los hombres no podemos todavía entender ni saber por qué razón han sido hechas cada una de las cosas21 22. Por tanto, también de modo análogo, no critiquemos en las Escrituras divinas con ligereza aquello que no podemos comprender. En efecto, hay muchas cosas que no pueden ser abarcadas por nuestra mente, sino que deben ser valoradas en relación con la profundidad del designio y la palabra de Dios. 20. Gn 2, 9. 21. Cf. capítulo 12. 22. En el Hexameron, tras haber explicado el equilibrio que reina entre las diversas especies animales, dentro de la armonía de la creación (VI, 4, 22), expone Ambrosio por extenso este argumento sobre la utilidad de cada una de ellas, con aplicaciones para la conducta del hombre (VI, 6, 38). 8. Así pues, sin prejuzgar aún una futura toma de posición, supongamos que a ti te desagrada este árbol de la ciencia del bien y del mal porque, tras haber degustado su fruto, los hombres comprendieron que estaban desnudos23. Sin embargo, te diré que también este árbol germinó en el Paraíso a fin de que se consumara la obra divina, y por eso fue permitido por Dios a fin de que podamos conocer la supremacía del bien. En efecto, ¿cómo aprenderíamos a distinguir entre el bien y el mal si no existiera la ciencia del bien y del mal? Porque si no existiera la ciencia del bien -y no podría existir esa ciencia, si al mismo tiempo no existiera el bien-, no tendríamos la posibilidad de juzgar que era un mal lo que realmente lo era. Del mismo modo, no sabríamos que era un bien lo que era un bien si no existiera la ciencia del mal. Toma el ejemplo de la misma condición del cuerpo humano. Ciertamente hay también en él el amargor de la bilis, que resulta útil para la salud del hombre si consideras ésta en su conjunto. Por tanto, incluso lo que consideramos perjudicial, muchas veces no lo es en todos los aspectos, sino que resulta útil para la totalidad. Porque, así como la bilis está en una parte del cuerpo y redunda en bien de todo él, así Dios, sabiendo que aprovecharía a todos, concedió la ciencia del bien y del mal a una parte, a fin de que fuera útil al conjunto. 23. Cf. Gn 3, 7. 9. Por eso encuentras en el Paraíso a la serpiente, no engendrada ciertamente sin la voluntad de Dios. Porque en la figura de la serpiente está el diablo. En efecto, que en el Paraíso estaba el diablo lo enseña también el profeta Ezequiel, quien dice a propósito del rey de Tiro: Has sido puesto en las delicias del Paraíso 24. En verdad, nosotros entendemos al príncipe de Tiro como figura del diablo 25. ¿Acaso por eso acusaremos a Dios también de que -a excepción de aquellos a los que El mismo se ha dignado revelarlono somos capaces de comprender los tesoros de su ciencia sublime, que permanecen escondidos y ocultos en Cristo? Y sin embargo, para que sepamos que incluso la malicia del diablo es una ayuda para la salvación de los hombres, reveló no que el diablo quiera ayudarnos, sino que el Señor convierte en saludable para nosotros su malicia, aun sin él quererlo. En definitiva, fue la malicia del demonio la que hizo que la virtud y la paciencia del santo varón Job resultaran más resplandecientes 26. La malicia de aquél puso a prueba el sentido de la justicia de éste, de modo que combatiera y venciera y a la victoria siguiera la corona, ya que no es coronado sino aquel que haya combatido legítimamente 27. Tampoco la pureza de José habría llegado jamás a nuestro conocimiento si la mujer de su señor, estimulada por los ardientes dardos del diablo, no hubiera tentado su corazón y finalmente no hubiera solicitado su muerte, a fin de que resplandeciera aún más la limpieza de un hombre dispuesto a despreciar la muerte por su castidad28. 24. Ez 28, 13. 25. En estas dos últimas frases identifica Ambrosio al diablo como la serpiente y como el príncipe de Tiro. La primera simbología es bíblica -Gn 3- y tradicional en toda la Patrística; la segunda podría contener alguna alusión a acontecimientos eclesiásticos ocurridos en esa ciudad, como el famoso sínodo de 335, que destituyó a Atanasio de su sede episcopal de Alejandría. 26. Cf. Jb 1-2. 27. 2 Tin 2, 5. LOS PATRIARCAS Y LA RESIDENCIA EN EGIPTO El final del tercer milenio a. C. señala el comienzo de la era de los patriarcas bíblicos: Abraham, Isaac, Jacob y José. Génesis 12 – 50 cuenta la emigración de Abram desde Ur de los caldeos hasta Canaán, y los sucesos que tuvieron lugar en las vidas de los patriarcas. Concluye con la migración de Jacob y su familia a Egipto. LOS PATRIARCAS Y LA RESIDENCIA EN EGIPTO Los indicadores cronológicos en Génesis y Éxodo indican que Abram nació a finales del tercer milenio a. C. (también son posibles otros sistemas cronológicos). Aquella fue una época de relativa paz y prosperidad en el sur de Mesopotamia, durante la cual su ciudad natal de Ur controló a la mayoría de otras ciudades-estado de la región. Fue en Ur donde Abram, que rondaba los setenta años, comenzó su peregrinaje de fe terrenal (Gn. 11:31; Hch. 7:4). Su primera parada fue Harán, una importante ciudad caravanera, un viaje que requería menos de treinta días. Abram se quedó en Harán al menos un año, porque su padre, Taré, falleció allí. Las raíces de Abraham en el área de Harán/Aram indujeron a los israelitas a referirse a su ancestro como “un arameo errante” (Dt. 26:5, NVI).