El inicio de una epopeya (Revista Dr. Plinio, nº 170, pp. 6-8) Tras la muerte de Jesús, los Apóstoles pasaron unos días desorientados. Sin embargo, permanecieron en el Cenáculo a los pies de Nuestra Señora, y de esta manera fueron recobrando las gracias que incluso las almas más infieles pueden recobrar al estar junto a Nuestra Señora. Cuando Nuestro Señor se les apareció tras la Resurrección se produjo una especie de proceso de conversión, a lo largo del cual el Redentor fue apareciéndoles varias veces, haciendo evidente su triunfo y patentando su carácter divino. El ápice glorioso y definitivo de este período de la Ascensión – durante el cual fueron como rompiendo la costra formada en el alma de los Apóstoles y discípulos – fue el día de Pentecostés, donde se encontraban reunidos en el cenáculo, en recogimiento y oración muy elevada. Nuestra Señora presidía la reunión. Junto a Ella estaba San Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, así como los demás Apóstoles, quienes son por excelencia la sal de la tierra y la luz del mundo. El Espíritu Santo desciende bajo la forma de llamas El Espíritu Santo actuaba cada vez más sobre ellos, profundamente, y la oración se hacía cada vez más elevada. En determinado momento se produce un enorme estruendo y el Paráclito entra en aquella sala bajo la forma de llamas. Una gran llama se posa sobre María Santísima, y después se dividió en varias sobre los Apóstoles. Salen del Cenáculo y comienzan a predicar, produciendo un verdadero acontecimiento en la ciudad. Se encuentran tan entusiasmados con el fuego del Espíritu Santo, tan alegres y con tanta fuerza, que muchos piensan que están ebrios. Es lo que en lenguaje litúrgico,se llama “la casta embriaguez del Espíritu Santo”. Un entusiasmo que no nace de la intemperancia, sino de una plenitud de templanza. Eso hace que el alma, enteramente señora de sí y dominada por Dios, profiere palabras tan sublimes y diga cosas tan extraordinarias y con tanto fuego que muchas de esas cosas no son captadas de forma adecuada por los demás. Pero arrebatan a todo el mundo. Comienza entonces, la expansión de la Iglesia con una plenitud del Espíritu Santo que nunca la abandonará. La plenitud del Espíritu Santo penetra en la Iglesia Católica Desde aquel momento, en donde se encuentren verdaderos católicos, estará presente el Divino Espíritu Santo. Su presencia se hace sentir por la infalibilidad de la doctrina, por la continuidad de la santidad, por el vigor apostólico y por un cierto ambiente indefinible, que es la alegría del alma del católico que sabe que la Iglesia Católica es la única verdadera. Eternamente la Iglesia verdadera, independientemente de las pruebas o de las apologéticas. Cuántas veces, entrando en alguna iglesia, tenemos, de repente, una sensación sobrenatural de recogimiento, que nos lleva a decir: “¡Esta es la verdadera Iglesia! Lo que no es esto, es error, mentira e impostura. ¡Yo me quiero dar por entero a ella!” Esa sensación es una centella del fuego de Pentecostés, signo de la presencia definida y definitiva del Espíritu Santo entre los verdaderos fieles. En Pentecostés comienza una epopeya… A lo largo de su vida, Nuestro Señor fundó la Iglesia. Pero cuando murió, ella aún parecía un edificio inacabado. Muriendo en la Cruz, Jesús regó a la Iglesia con su Divina Sangre. Hasta entonces, ella era como una planta que apenas comenzaba a germinar, a desarrollarse, pero que no aún no había dado ni frutos ni flores. Con la venida del Espíritu Santo, los frutos y las flores aparecen, y la Iglesia comienza a mostrarse con su fuerza y su belleza definitivas. A partir de ese momento, con alguno de los Apóstoles que se dispersan, se inicia la gran epopeya de la Iglesia Católica. Algunos permanecen en Oriente Medio, otros van predicando en otras regiones de la Tierra. Unos fracasan, otros tienen éxito. Los que tienen éxito fundan la Cristiandad, que se eleva por encima de todas las naciones de la Tierra y la domina. La obra de Nuestro Señor Jesucristo adquirió en Pentecostés su plenitud, pues hasta entonces los Apóstoles no veían, no entendían, no actuaban bien. Con Pentecostés, en un instante, todo cambió. Esta gracia vino por medio de Nuestra Señora. El fuego se posó sobre su cabeza para después dispersarse sobre los demás a fin de que se entendiese que la Virgen María es la Mediadora de todas las gracias. Todo nos viene por su intermedio. Deseo de un nuevo Pentecostés Pentecostés, solo hubo uno, y no existirá otro hasta el fin del mundo. Pero podría haber hechos análogos a Pentecostés. Es decir, aquellos que se juntan a Nuestra Señora para rezar, en determinado momento pueden ser visitados por una gracia súbita, extraordinaria. E incluso los más opacos, los más tibios y los más perdidos pueden, de repente, ser tomados por la embriaguez del Divino Espíritu Santo. Nosotros estamos en una época en la que progresa cada vez más el espíritu de las tinieblas, avanza y parece dominarlo todo. ¿No sería lógico, simétrico, razonable y proporcional que, en el momento en el que el Espíritu Santo parece completamente expulsado de la Tierra, Él volviese de repente? ¿Y que volviese con un gran estruendo, comenzando a modificar todas las cosas? Sería una cosa concebible. ¿Quién sabe si el Grand Retour1 que nosotros esperamos tendrá esa forma? ¿Quién sabe si un acontecimiento, un hecho, una gracia, nos cambiará a todos en un instante y, por fin, seremos aquello que debemos ser? A los pies de Nuestra Señora se recibe el Espíritu Santo Es bueno tener en mente la noción de que, a los pies de Nuestra Señora se recibe el Divino Espíritu Santo; y quien obtiene el Divino Espíritu Santo posee la fuente de todas las gracias, por lo que se convierte por completo. Por lo tanto, pidiendo, en unión con María, obtendremos repentinamente la gracia que tanto penamos para conseguir, pero que, por nuestra maldad, no correspondemos suficientemente y permanecemos en nuestra ceguera. Exactamente como los Apóstoles, que lucharon un tanto para obtener esta gracias, pero que correspondieron de modo incompleto y quedaron en el estado que conocemos. Debemos presentar a Nuestro Señor Jesucristo, por medio de Nuestra Señora, esta oración: “Enviad a este mundo revolucionario, corrupto, desviado, ciego, embobado, al Divino Espíritu Santo, y todas las cosas serán recreadas, todo florecerá. Y vos, Dios mío, renovaréis la faz de la Tierra”. Pidamos a Nuestra Señora que obtenga para nosotros el Espíritu Santo, para que obtengamos una vida nueva. Es lo que, con confianza, con espíritu fiel, debemos pedir el día de Pentecostés. Tengo la certeza de que esa oración será atendida. Porque si es verdad que quien golpea se le 1 “Gran regreso”. A principios de la década de 1940 se produjo en Francia un extraordinario incremento del espíritu religioso por ocasión de las peregrinaciones de cuatro imágenes de Nuestra Señora de Boulogne. Ese movimiento espiritual se denominó “grand retour”, indicando el inmenso retorno de aquel país a su antiguo y auténtico fervor, en ese momento amortecido. Al tomar conocimiento de estos hechos, Dr. Plinio comenzó a emplear la expresión “grand retour” en el sentido no solo de “gran regreso”, sino de la venida de un torrente avasallador de gracias que, por medio de la Santísima Virgen, Dios concederá al mundo para la implantación del Reino de María. abre, y quien pide recibe, esto es sobre todo aplicable a la oración en la que pedimos el Divino Espíritu Santo. Y que, por encima de todo, Nuestra Señora quiere concedernos el buen espíritu, del cual el Espíritu Santo es la fuente. Todas las demás gracias son colaterales.