Título Espera a que el más sabio te juzgue... El tiempo. -Pericles En esta investigación resaltaré detalles del trabajo que José María Arguedas Altamirano nos dejó en su tiempo de vida. En este ensayo usaré de referencia dos de sus obras más famosas “El sexto” y ”Yawar Fiesta”. José María Arguedas nacido en Andahuaylas (Apurímac) el 18 de Enero de 1911 fue el mayor exponente del indigenismo, publicó primero Yawar Fiesta (en 1941) y veinte años después publicó El Sexto (en 1961) Yawar fiesta es una novela que está principalmente ambientada en el pueblo de Puquio (provincia de Lucanas) y trata sobre dos comunidades de indígenas, K’ayau y Pichk’achuri, que normalmente rivalizan pero cada año se amistan para iniciar las preparaciones para el turupukllay (corrida de toros). Los de K’ayau se ofrecen a capturar a Misitu, un famoso toro que vive en la puna y al que todos le tienen miedo. Después de un arduo trabajo los comuneros de K´ayau logran la hazaña y llevan el toro al pueblo. Los problemas aparecen cuando se prohíbe por decreto del gobierno que en la fiesta intervenga el público como toreros espontáneos y el uso de dinamita. “YAWAR FIESTA" UBICACIÓN DE LA OBRA: “Yawar Fiesta” es considerada dentro de las obras representativas del Movimiento Literario Indigenista, que corresponde a la plenitud de la producción literaria del autor, donde utiliza una fusión estilizada de la lengua castellana y quechua para tratar de describir lo más auténtico posible la realidad de los pueblos andinos del Perú, en particular los pueblos de la Sierra Centro y Sur. La obra corresponde a la realidad sucedida durante la primera mitad del siglo XX, época en que el Perú atravesaba por una marcada discriminación racial, época de los terratenientes (patrones) y servidumbres (campesinos). Pero que en todo caso, los económicamente poderosos trataron de imponer sus costumbres sobre los pueblos autóctonos del Perú, en contraparte, los indígenas pugnaban por mantener su propia idiosincrasia. ARGUMENTO DE LA OBRA: Yawar Fiesta es una obra que trata de la descripción adecuada de los pueblos de la Sierra Sur, particularmente de la Provincia de Puquio, del Departamento de Ayacucho. Detalla con gran un lenguaje sencillo y propio los paisajes de los pueblos indios de Pichk’achuri, K’ayau y Chaupi, lugares cercanos de la Capital de Provincia Lucanas; caracteriza con precisión a los habitantes de esos lugares, por ejemplo su vestimenta, su lenguaje, sus hábitos, sus alimentos, sus creencias, sus tradiciones, etc. En el Primer Capítulo, “Pueblo Indio”, describe los singulares paisajes de los pueblos Pichk’achuri, K’ayau y Chaupi, y pueblos que rodean a la Capital Lucanas el clima, su geografía sus accesos y la impresión que causan a los visitantes. Relata también el orgullo de sus habitantes de vivir y/o pertenecer a cada uno de esos pueblos, así mismo relata las llegadas de los mistis de la Costa hacia estas tierras con fines de establecer autoridad principalmente. EN EL SEGUNDO CAPÍTULO: “El Despojo”, describe acerca de la injusticia, abuso y robo que ocasionaban los principales (gente de ciudad) y llegados de la costa a los indios de las zonas de producción agrícola y ganadera de Puquio. Despojaban a los indios de sus terrenos, de sus sembríos, de sus ganados y luego proveían de alimento a la costa, especialmente a Lima. De manera que, a través de gestiones con las corruptas autoridades (subprefecto, juez, teniente gobernador, el cura, los militares, etc.), los principales lograron legalizar su posición sobre las pertenencias de los indios. Los indios ante la impotencia de defenderse masticaban su amargura en las cárceles y lamentaban su desgracia. EN EL TERCER CAPITULO: “Wakawak’ras, trompetas de la tierra” refiere los alborotos y preparativos que inician los indios para las fiestas patrias como venían haciéndolo cada año, pero con la diferencia que este año, los indios han sido despojados de sus pertenencias. Sin embargo, la costumbre no ha sido erradicada. EN EL CUARTO CAPÍTULO: “K’ayau”, describe los preparativos de los indios de esa localidad para las fiestas Patrias del 28 de julio, se comenta en todos los alrededores acerca de la competencia entre los toreros indios de K’ayau y Pichk’achuri, ya que cada año ganaba los indios de Chaupi. Se comenta también acerca de la exposición del Misitu, un toro muy feroz. Ante la expectativa, el Alcalde promete mucha diversión al subprefecto, pero que éste ante los relatos de la costumbre de los años anteriores, se siente intranquilo. En el Quinto Capítulo, “El Circular”, se habla de la llegada de un circular, que era un oficio advirtiendo sobre la prohibición de corridas de todo de la manera tradicional de Puquio, a fin de evitar hechos de muerte y heridos. El Subprefecto, reúne a las autoridades y da a conocer sobre la prohibición y como alternativa aducía la contratación de torero profesional de la ciudad de Lima. Ante la noticia los indios se consternaron y vieron frustrados sus expectativas para el festejo de las Fiestas Patrias de aquel entonces. Las autoridades netos de la localidad que ya vivieron las tradicionales costumbres, también se sintieron inconformes por el mandato. En fin las autoridades sólo pudieron apaciguar a los indios, que tanto sintieron la humillación. EL CAPÍTULO V: “La Autoridad”, describe la actitud déspota y tirana del Subprefecto, quien al ver que de todas formas, la gente creaba expectativa por los festejos de las Fiestas Patrias, tenía en mente incluso en hacer desaparecer al pueblo, trataba a la gente como a salvajes y no humanos. Conversaba con don Pancho, a quien le manifestaba todo su rechazo y odio. CAPITULO VII: denominado “Los Serranos”, describe acerca de los habitantes de Lucanas, y en general de la Provincia de Puquio, describe la migración de muchos lucaninos hacia la capital y el regreso del mismo por Fiestas Patrias, en las calles de aquella localidad, los comuneros daban vivas de su pueblo, de las fiestas, de sus costumbres, etc. El obispo celebraba las ceremonias en quechua. EN EL CAPÍTULO VIII: El Misitu, relata acerca de Misitu que en aquel entonces se había convertido en una leyenda viviente, porque decían que ese toro no tenía padre ni madre sino que había surgido de un remolino de las aguas de Torkok’ocha, el cual era difundido a nivel de esa región (Puquio, Coracora, Querobamba, Pampa Cangallo, Andahuaylas hasta Chalhuanca). Después de varios intentos y decisiones, uno de los Mayordomos, don Julían hizo el pago al Auki (Espíritu de los cerros, semidios), persiguió al toro, sin poder lograrlo en el primer intento. Don Julián terminó por regalarles el Misitu a los K’ayau y K’oñañi. EN EL CAPÍTULO IX: “La Víspera” describe la acción del Subprefecto junto con sus allegados, algunas autoridades de la localidad para hacer cumplir el circular. Pero don Julián desafió la decisión del Subprefecto, de modo que los preparativos para la corrida continuaron. Ya los habitantes de K’ayau y Pichk’achuri alistaban las últimas cosas e incrementaban su rivalidad para el día de la corrida. Los muros se hicieron solo bajo a fin de que todos tengan la oportunidad de observar. EN EL X CAPITULO: “Auki”, relata acerca de la relación y la veneración que tienen los hombres de la localidad de Puquio hacia los espíritus de los cerros, en este caso habla de Auki K’arhuarasu. Las ofrendas que realizan los K’ayau por medio del brujo del pueblo. Después de varios procesos y por mandato del brujo, a quien dice que el Auki, le había dicho en el corazón que llevaran al Misitu a la Plaza de la Corrida para la fiesta, lograron agarrar al Misitu y llevaron hacia el lugar de la fiesta en Puquio. EN EL CAPÍTULO XI: “Yawar Fiesta”, el autor relata acerca del evento que se lleva a cabo en la Plaza K’ayau, donde las autoridades trataron de cambiar la tradición, contratando a un torero de Lima para la fiesta. El día de la corrida, aparecieron una multitud inmensa, de todos los alrededores del Capital de la Provincia de Puquio, para ver el nuevo aunque rechazado evento organizado por los principales y el Subprefecto con rasgos de toreo costeño.Al ingresar el Misitu en la Plaza, ingresó el torero Ibarito, quien ante la música de los indios con el Wakawak’ra y la canción de las mujeres, sintió inseguridad. Los primeros momentos, capeó bien, luego el toro buscó el cuerpo del torero y trató de arrollarlo, pero pudo escapar y esconderse en los escondederos. En vista que el torero no se atrevía retornar a la Plaza, ingresaron los toreros indios, emborrachados Wallpa, Tobías, “Honrao” y K’encho y capearon una y otra vez. El torero principal fue Wallpa, quien luego de una y otra capeada, es arrollado por el toro, que incrustó uno de sus cuernos en la ingle de Wallpa. El Varayo’k, Alcalde de K’ayau, alcanza un cartucho de dinamitas al Raura. Al finalel toro fue mortalmente herido por la dinamita y Wallpa sangraba en borbotones por la pierna que se veía regado por todo el suelo. El alcalde dijo al Subprefecto: Esta es nuestra fiesta y así es… EL SEXTO RESUMEN A medida que nos aproximábamos, el edificio del Sexto, crecía. Íbamos en silencio. Se entonó las primeras notas de la “Marsellesa aprista” y luego la “Internacional”. El Sexto con su tétrico cuerpo, estremeciéndose, cantaba, parecía moverse. El hombre que estaba delante de mí, lloraba, era del Cuzco de la misma lengua que yo. Cantaban toda la noche sin confundirse, ni equivocarse jamás. Me tocó de compañero de celda Alejandro Cámac, un carpintero de las minas de Morococha. Era alto y flaco; de cabellos erizados y gruesos, tenía un ojo sano y el otro nadaba en lágrimas. Al amanecer del día siguiente escuche una armoniosa voz de mujer. Era “Rosita” una marica ladrón. Famoso como Maraví y “Pate ‘cabra”. Un grito prolongado se oyó en el Sexto; la última vocal fue repetida con voz aguda. Es “Puñalada” me dijo Cámac. Está llamando a Osborno. El grito se repitió: ¡Que d´ese Osbornóóó! “Puñalada” era muy alto, en algo influía su estatura, o lo ayudaba, a dar naturalidad a esa manera como premeditada y despectiva de mirar a la gente. ¡Nadie es como él, asesino! Vino desde el fondo del penal un individuo bajo, gordo, achinado. ¡Maraví! El otro amo del Sexto. Alejandro Cámac odiaba a los gringos ¡Balas y billetes es la patria del gringo! Decía. Había hablado mucho y se sentía mal, vino Pedro y nos acompañó hasta la celda donde le hice recostar sobre mi cama. Me di cuenta que Cámac estaba enfermo. Pedro tiene miedo de que te contagie. No estoy para eso todavía, no tengo el bacilo me dijo. La voz de “Rosita”. Cantó de nuevo, caminaba al modo de las mujeres delgadas, movía las caderas y la cintura provocativamente. Dicen que está enamorado del Sargento. El Sargento es un hombrazo y viene por estupro. El japonés observó, que los huecos de los antiguos wáteres estaban desocupados corrió a uno de esos huecos, se puso a defecar, en pocos segundos. Lo vi casi feliz. Después hurgo en los sobacos y empezó a echar piojos al suelo. El japonés del Sexto se sentía triste cuando “Puñalada” a puntapiés, no le permitía defecar. Entonces terminaba por ensuciarse. “Mok´ontullo” renegaba viendo este espectáculo. Era alto de pelo muy castaño casi dorado en la nuca. El vigor de su cuerpo, y sus ojos transmitían esperanza. A la hora que empezaba a arreciar el hedor del excusado, bajaban al patio algunos presos políticos. Los vagos miraban. Yo no bajaba sino con Juan, a quien llamábamos “Mok´ontullo” y con Torralba. Cámac y Torralba eran comunistas y “Mok´ontullo”, era aprista. “Puñalada” subió al segundo piso y fue directamente a la celda del Sargento. Sacó del bolsillo una chaveta. Después se fue. El Sargento se echó a correr pero le cerraron el paso. ¡Negro e´mierda! ¡Regresa! No esta usté armado. Le dijo un hombre alto y fornido al quien llamaban el piurano. El hombre achinado llevó a “Clavel” a la celda de Maraví, éste le dio un sopapo, un pequeño cerco de sangre había quedado en el cemento. Tres vagos lo lamieron. Sentía nauseas. Cámac renegaba, aquí en el Sexto, la mugre está afuera, es por la pestilencia y por el hambre. El hombre sufre, pero lucha, va hacia adelante decía. Pedro entró a la celda de Cámac, dijo que lo de “Clavel” era un negocio. Luego hablaron del apra. El oportunismo al menudeo y en lo grande es la línea fiel del apra. Engaña a unos y otros, recibe el halago de los poderosos por lo bajo. Cuando iba a hablar yo entró a la celda “Mok´ontullo” discrepó con Pedro. He venido por Cámac y Gabriel dijo. Luego salió. Pedro y yo lo seguimos. No se detuvo en el corredor “Mok´ontullo se dirigió a su celda, sin despedirse. Pedro tenía cuarentinueve meses en prisión. Había luchado veinte años dirigiendo obreros; era un tejedor calificado que leía mucho. Me explicó que con “Mok´ontullo” una conversación sobre política no puede durar sino lo que has visto; si dura un poquito más vienen las patadas. En cuanto a Luis no es posible hacerle entender que el apra se identifica con el imperialismo. Luis se fue a su celda y cantaron la marsellesa aprista. Pedro también se fue a su celda y me dejó cerca del primer puente. El “Pianista” cantó de nuevo frente a la celda del “Clavel”, el hombre achinado le dio un puntapié y lo lanzó de espaldas a un costado de la celda. Fui a mi celda y saqué un chocolate y una chompa vieja, y fuimos donde el “Pianista” y le cambiamos de ropa. “Rosita” le dio una taza de cocóa caliente, también le pusimos un pantalón. “Rosita” se comprometió que nadie lo tocaría, le agradecimos. Se acercaron a nosotros los presos estábamos casi rodeados de apristas. Podía estallar en cualquier momento la lucha; Cámac los apaciguo. Hablé de “Mok´ontullo”, es un luchador inocente, revolucionario de nacimiento. Yo no puedo odiar a hombre como Juan (Mok´ontullo). Juan es un engañado no un traidor, y no lo puedo odiar. Después de la conversación Cámac comenzó a hacer la guitarra, guardaba en su cajón, un martillo, una sierra pequeña, un cepillo y berbiquí con varias mechas. La voz de “Rosita” nos interrumpió. A medida que Cámac iba analizando el canto. La voz delgada, clara y sentimental del invertido penetraba en la materia integra del Sexto. En las celdas del primer piso cantaban. ¡Silencio desgraciados! Era la voz de “Pacasmayo” un preso sin partido. Un diputado lo hizo entrar en el Sexto, porque una mujer a la que ambos cortejaban prefirió a “Pacasmayo”. Le decíamos “Pacasmayo” porque era oriundo de ese puerto; era un gran jugador de casino. Por fin los cantos languidecieron, se apagaron poco a poco. Al día siguiente sacaron al “Pianista” completamente desnudo y muerto. “Rosita” vino hacia las gradas contorneándose, caminando a paso rápido. El piurano que se había quedado como paralizado, se echó a correr hacia la celda del Sargento. Y se lanzó sobre él, herido trató de levantarse con la boca rota y sangrando. Ha dormido con el maricón aquí en nuestra vecindad dijo. Encontré a “Rosita” que me esperaba en el descansillo, llevaba sobre el brazo, el pantalón, la chompa y la camiseta de punto con que habíamos vestido al músico. Joven, me dijo, aquí tiene la ropa solo cuando murió se lo quitaron. En vida fue respetado. Todos me culparon por la muerte del “pianista”, me insultaron, no contesté a ninguno. Te fregaste. Tienes una muerte encima me dijo Prieto cuando llegué al tercer piso del penal. La intervención tuya y la de Juan, para auxiliar al “Pianista” fue un acto imprudente y temerario. Cuídate Gabriel. No procedas solo bajo el impulso de los sentimientos, aunque sean buenas. Tú ves lo que ha pasado con ese vago; has contribuido sin duda a su muerte. ¿Qué debo hacer? Templar los nervios, no dar satisfacción ninguna ni pedir explicaciones. Preparamos el desayuno en la celda de Torralba. Había un turno para hacerlo. El “Ángel del Sexto”, traía el desayuno oficial al tercer piso. Le llamábamos así porque dentro del saco traía a los presos cartas y regalos de los parientes, de las enamoradas o de los amigos y los periódicos. Era un hombre joven, alto, pálido e ingenuo oriundo de Cajamarca. Traía también malas noticias. La infidelidad de amantes y esposas. Estábamos tomando desayuno cuando vino Luis y me llevó a la celda de “Mok´ontullo” me echaron la culpa de todo lo que había pasado con el “Pianista”. Al oír esto Mok´ontullo pidió su expulsión del apra. “Pacasmayo” sabía hacer piezas de ajedrez con migas del pan. Era fuerte cuellicorto y de brazos algo largos, la nariz aguileña, los ojos alegres, le daban un aire de hombre simpático. El contagioso buen humor de “Pacasmayo”, fue apagándose cuando la venillas de su cara saltaron de repente y la piel de su cuello y su cara enrojeció. El doctor que venía al Sexto lo revisó: “No necesita hospital”, dijo. Es de la sangre, ya pasará tranquilícese. Estoy sentenciado, les había dicho “Pacasmayo” a sus dos compañeros de celda. Vino de nuevo el doctor “Pacasmayo” le dio diez libras para que lo atendiera, pero no quiso, y le dijo que esperara su turno. El rostro de “Pacasmayo” parecía ahora hinchado. Entretanto el “Puñalada” había prostituido al “Clavel”, todos los vagos observaban el burdel del Sexto. Maraví felicitó a “Puñalada” y los dos abrazándose se fueron hasta el fondo del penal. Cámac y yo conversamos: “Queremos la técnica, el desarrollo de la ciencia, el dominio del universo, pero al servicio del ser humano, no para enfrentarnos mortalmente a unos contra otros”. En ese momento entraron a nuestra celda, Luis y Pedro juntos. Vamos a pedir una entrevista con el comisario para protestar por el espectáculo que hemos visto y pedir la expulsión del Sexto del “Puñalada” y Maraví. Ninguno tiene sentencia. Y luego entregaron el documento. Dice que mañana los recibirá en cualquier hora respondió el cabo. A las once de la mañana del día siguiente “Puñalada” llamó a los que habíamos firmado la petición al comisario. ¿Qué quieren? Sírvase usted leer el documento dijo Pedro. ¡Ah! Exclamó el comisario. Nos miró uno a uno. ¡Lucen bien! ¡Se ve que están atendidos como reyes! ¿Qué creen ustedes que es la prisión? ¿Un lugar de recreo? Aquí han venido ustedes a padecer a estar jodidos ¿Qué “Puñalada” hace esto lo otro, que Maraví se emborracha, y los dos abusan de los vagos? A ustedes ¿Qué les importa? A ustedes nos les joden directamente. Después de un intercambio de palabras, hizo traer cinco guardias, que nos agarraron mientras el comisario nos pateaba y nos escupía. Volvimos a nuestras celdas. Cámac había concluido en cortar casi todas las piezas de la guitarra. ¿Cómo les ha ido en la entrevista con el comisario? Me preguntó. Mal. Es una bestia. Trabajaba sentado. Estoy cansado, dijo, cansado de otro modo. Me viene del hueso este cansancio. El “Clavel” cantó. Eran huaynos que mezclaba con la letra de tangos y rumbas. Sacó la cabeza por la celda y viendo a Cámac le dijo: ¡Tuerto pobrecito! Vámonos le dije, tuve que ayudarlo a caminar, se doblaba. Le ausculte el pecho. El corazón tenía ruido atropellado. Le tome el pulso y corría desigual. Descansa hermano Cámac. De su ojo enfermo se derramaba el líquido denso. Limpié con mi pañuelo ese llanto que empezaba a rodar sobre sus mejillas. Agárrame hermano me dijo. Ahogándose. Me senté, puse su cabeza sobre mis brazos. Abrió la boca. Su cuerpo empezó a temblar. Iba enfriándose. No pudo hablar más. Su delgado cuerpo se quebró; su hermosísimo ojo sano fue apagándose por una onda azulada que brotó desde el fondo; le quito la luz. Algo de la piedad que brilló en los ojos despavoridos del prisionero había en la muerte de Cámac. Le cerré los ojos al minero. Deposité su cuerpo en la cama. Le crucé los brazos; levanté un poco su cabeza sobre la almohada. Fui a dar la noticia. ¿Qué pasa? Me dijo Torralba, tienes otra cara. Señores le dije: Cámac ha muerto. Me abrí campo y salí. Escuchamos los pasos de los comunistas, nadie lloraba. Luis el líder aprista ingresó a la celda. Sin mirar el cadáver. Mi pésame por la pérdida de ese luchador obrero que fue Cámac. Un sargento, subió al tercer piso ¿Hay un muerto aquí? Vendrá una ambulancia a recoger el cadáver. Ya saben nada de bullanga. Todo en orden. Pedro dijo: mi tarima cabe en el primer piso allí depositaremos el cadáver. Lo envolvieron en una sábana y marcharon, cargándolo con cuidado. Los comunistas estaban formado en el corredor, de dos en el fondo. Los apristas ocupaban todo el corredor de enfrente. Llevaron el cadáver despacio: Pedro dio la primera voz del himno. “Arriba los pobres del mundo…” Cuando cesó el canto el gran penal estaba en silencio. “Camaradas y amigos”. La voz de Pedro suave no brillante, se alzó en el penal. Se presentó en ese instante doce guardias al mando de un teniente disparó varios tiros al aire. Ninguno de los presos políticos se movió. Los vagos huyeron. Puede usted desahogarse teniente. No nos moveremos. Estamos en el Sexto. Los cuatro hombres que hacían guardia junto a la tarima, alzaron el cadáver que fue despedido entre vivas. Luego dos guardias cargaron a Cámac, en dirección a las oficinas. Ese mismo día sacaron arrastrando el cuerpo de japonés. Había muerto. Los dos cuerpos fueron arrojados en un camión. El médico dijo que a Cámac le había dado un ataque al corazón. En una de las celdas habló con Ferrés, que estaba muy pálido. Era ancho y ventrudo. El médico dijo que por la tarde vendrían por él, es grave, aunque puede sanar. Tiene agua en el vientre. Por la tarde como había prometido el médico la ambulancia vino por él. Ferrés era un comerciante, mestizo, ingenuo, y al mismo tiempo muy práctico. Cuando llegó a la reja Ferrés volvió la cara hacia nosotros. Estaba descontento. Desde la muerte de Cámac y la triunfal ceremonia con que le despedimos, los apristas se aislaron más. El tercer piso quedó perturbado algo silencioso. Un golpe de la gran reja me devolvió al Sexto. Vi, espantado, que el cabo entregaba a “Puñalada” un muchacho como de catorce años. ¡Cabo! Le dije. Ese muchacho que ha entregado usted a “Puñalada” es un niño. Lo van a matar. ¡Lo hago responsable! Bajé al segundo piso, corrí a la celda del piurano. Entre sin llamar. ¿Me ayudarías a salvar a un niño? Le dije. ¿Aun niño? Le conté entonces lo que acababa de ocurrir en el Sexto. Caminábamos por el corredor del tercer piso. Torralba se detuvo. Algo sucede con el “Clavel” dijo. ¡Mira! Cinco hombres habían formado fila en su celda ¡Ya no! Dijo el “Clavel” levantó la cortina sin decir una sola palabra, no prendió la luz. L a fila de hombres se dispersó. Cerca del amanecer oí el llanto del muchacho. Lo sacaron de la celda hacia la puerta de la cárcel. El chico iba llorando. Me acerqué, le hablé en quechua, y lo llevé a mi celda. ¡No sé lo que me han hecho! No puedo caminar me dijo. El piurano vino y le prometió al niño matar al “Puñalada”. Poco después se escuchó un grito. ¡Qu´es d´ese Libio Tasaico! Gritó “Puñalada” pronunciando las palabras claramente. Lo acompañamos. El cabo nos dijo: Ya va a salir. La patrona del chico ha venido diciendo que ha aparecido el anillo. Entonces planeamos matar al “Puñalada” por todas las atrocidades que cometía. Entretanto “Pacasmayo” me pidió venir a i celda, yo acepté. Si “Pacasmayo” puedes venir. Nos toleraremos los dos le dije. ¡No te molestaré Gabriel! Exclamó “Pacasmayo”. Yo moriré antes. Sobre el cemento del piso y de los muros de la celda restregué la punta de mi cuchillo de mesa. Cambiando de postura, para convertir la hoja roma en cuchillo de pelea. Bajé donde el piurano. Se agachó levantó el colchón de su cama y sacó de allí un largo cuchillo en punta, con mango corto de madera. El cuchillo era ancho y pesaba. Me dijo que yo no estaba preparado para matar al “Puñalada” por ello me solicitó mi cuchillo. Todos empezaron a bailar porque el negro zapateador quijada de burro en mano empezó a danzar rascando la quijada con otro hueso. Un grito resonó de repente entre los muros. Era el “Clavel”. “Puñalada” vino pronto con su azote. Dispersó a latigazos a los vagos. Salí afuera. Estaba casi a oscuras, pero a vi a un “Pacasmayo” de pie sobre las barandas de hierro. Se lanzó contra la celda del “Clavel”. Escuché el choque del cuerpo, contra la reja de la celda. Ya casi era de noche, la niebla oscura y baja cubría el cielo. ¡Es “Pacasmayo”, señores! Dije a voces. Yo lo he visto lanzarse desde las barandas. Corrí a la escalera. No había llegado aún al extremo cuando un alarido de “Puñalada” repercutió en todo el Sexto. Mi ‘han destripao. Mi ‘ahogo. ¡La p… que me parió! Venía andando, un chorro de sangre brotaba de su cuello, pero él se agarraba el vientre. ¡Nadie se mueva! Ordenó el guardia. Viene el teniente y los investigadores, dijeron desde la puerta. Los vagos se habían quedado inmóviles como se les ordenó. ¡Si no dicen quien fue, lo cagamos a todos! Gritó el sargento. Aquí hay uno exclamó el oficial. Tiene la chaveta en la mano. Era el negro que exhibía su miembro. Tiró la chaveta, lejos, en dirección a la reja grande. Dos guardias le sujetaron de los brazos, por detrás. Entretanto “Pacasmayo”, estaba doblado en el umbral de la celda del “Clavel”. Un charco de sangre le rodeaba la cabeza. ¿Porque y como ha muerto este hombre? Parece que por celos, no soportaba que “Puñalada” vendiera al “Clavel”. El señor Estremadoyro (“Pacasmayo) estaba nervioso. No pertenecía a ningún partido, y la injusticia de su prisión lo había desequilibrado, de esta manera les mencioné a los guardias. Luego sacaron al “Clavel” y se lo llevaron. Nuevamente nos interrogaron y nos devolvieron a nuestras celdas. Nos íbamos aproximando a la gran reja. El Sexto era una sombra compacta que crecía a medida que nos acercábamos, como en la noche de mi llegada a prisión. Habíamos caminado unos pasos en el patio, cuando los centenares de presos empezaron a cantar sus himnos políticos. Don Policarpo (el piurano) se cuadró. Un soplón entró corriendo ¿Por qué están parados ahí carajo? ¡Ustedes saben quién soy! Tenía una pistola en la mano. Ya nos vamos señor volví a decir al soplón apodado el “Pato”. Este se volvió hacia mí. ¡Es con la otra…! No pudo terminar la frase. El piurano sacó el cuchillo y antes de que el soplón tuviera tiempo de apretar el gatillo del revólver le cayó un machetazo en el cuello. El soplón se tambaleó. El piurano quedó detenido por el cabo, entregando el cuchillo. Gabrielito, adiós me dijo. Entonces grité ¡Señores compañeros! El piurano acaba de degollar al “Pato” ¡Viva el piurano! Nadie contesto. Pero Luis gritó. ¡Compañeros, nos dicen que el piurano ha degollado al más feroz chacal del gobierno! ¡Viva el piurano! ¡Vivaaa! Le contestaron centenares de hombres. Empezó a llover. Encendí mi vela. Poco antes del amanecer oí la voz de la “Rosita” que cantaba. Un gritó triste y repetido me hizo saltar de la cama ¡Qu´es d´ese Osborno óóóó! Era el negro joven guardián del “Clavel”. A cada año ese gritó se iría identificando más y más con el Sexto. Si no lo mataban antes o mataban al “Sexto”.