Subido por Maria Paula Salinas Mut

C.W. Farnsworth - Fake Empire

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Sinopsis
Hay ricos.
Luego está la familia Ellsworth. Los Kensington. La realeza americana.
El dinero compra el poder, y el poder siempre tiene un precio. ¿El miedo de los
que ya poseen ambos? Perderlo. ¿La mejor manera de asegurarse de
conservarlo? Las alianzas. Y las élites no se casan con los de abajo, sino con los
de arriba.
C.W. FARNSWORTH
Para Scarlett Ellsworth y Crew Kensington, eso deja una opció n: el uno al otro.
Aceptar esa inevitabilidad es muy diferente a abrazarla. Eso es lo único en lo
que está n de acuerdo.
Se trataba de una unió n para mejor y para los negocios.
En cambio, pone en tela de juicio todo lo que Scarlett y Crew creían saber sobre
sí mismos, sus familias y, sobre todo, el uno al otro.
C.W. FARNSWORTH
Contenido
•
CAPÍTULO 1
•
CAPÍTULO 16
•
CAPÍTULO 2
•
CAPÍTULO 17
•
CAPÍTULO 3
•
CAPÍTULO 18
•
CAPÍTULO 4
•
CAPÍTULO 19
•
CAPÍTULO 5
•
CAPÍTULO 20
•
CAPÍTULO 6
•
CAPÍTULO 21
•
CAPÍTULO 7
•
CAPÍTULO 22
•
CAPÍTULO 8
•
CAPÍTULO 23
•
CAPÍTULO 9
•
CAPÍTULO 24
•
CAPÍTULO 10
•
CAPÍTULO 25
•
CAPÍTULO 11
•
NOTA DE LA AUTORA
•
CAPÍTULO 12
•
AGRADECIMIENTOS
•
CAPÍTULO 13
•
SOBRE LA AUTORA
•
CAPÍTULO 14
•
•
CAPÍTULO 15
TAMBIÉ N
POR
FARNSWORTH
C.W.
Para Elizabeth.
C.W. FARNSWORTH
Todo lo que aprendí sobre ser una mujer fuerte, lo aprendí de ti.
"Los grandes imperios no se mantienen por la timidez".
C.W. FARNSWORTH
TACITUS
Capítulo Uno
Scarlett
La mirada de mi prometido se cruza con la mía en el abarrotado club. Le
sostengo la mirada. No estoy dispuesta a retroceder ante nadie, ni siquiera ante
él.
Especialmente é l.
C.W. FARNSWORTH
Es má s difícil romper un há bito que formarlo.
Los diez metros que nos separan los ocultan, pero sé que los intensos
ojos que se fijan en mí son azules. Se mueven en un tono entre gélido y azul
marino. Invitando, como el agua plana que rodea una isla tropical. Una mirada y
puede imaginar exactamente có mo se sentirá al entrar en esa agua.
La primera vez que vi a Crew Kensington, tuve la tentació n de decirle:
« Tienes los ojos más bonitos que he visto nunca» . Tenía quince añ os. No acabé
diciéndole nada, porque esos ojos son el único atributo suyo que podría
calificarse de atrayente. Porque no eran - no son- su ú nico rasgo atractivo, y eso
me dejaba sin palabras.
Crew no aparta la vista, ni siquiera cuando una rubia pechugona con un
vestido que apenas le llega a medio muslo decide rozarse con él. La pelirroja,
que ya estaba colgada de su brazo izquierdo, lanza una mirada molesta a la
recién llegada. Ninguna de las dos cosas me sorprende. Si buscamos en el
diccionario la palabra jugador, encontraremos má s de dos pá ginas en la que se
ve al multimillonario recostado en la larga barra del bar como si fuera su dueñ o.
Puedo sentir la confianza que irradia desde aquí. La seguridad engreída que
proviene del nombre Kensington y que también contiene algo ú nico de Crew.
Desde que llegó hace unos minutos, ha reducido a todos los hombres
ricos, poderosos y guapos de aquí a una versió n de imitació n. Todos son
asequibles. No tan guapos. Pobres en comparació n.
Todo el mundo aquí ya sabe quién es. Pero incluso si Crew tuviera un
apellido diferente y una cuenta bancaria menos robusta, sigo pensando que me
quedaría mirando.
Llá malo presencia o carisma o buenos genes. He tenido que luchar por
privilegios con los que debería haber nacido. Crew los tiene todos sin intentarlo
y, sin embargo, la gente se empeñ a en que no tenga que trabajar por nada.
Y lo sabe. Lo utiliza.
La rubia se esfuerza por llamar su atenció n, pasando la mano por su brazo,
revolviendo su pelo y batiendo las pestañ as. Crew no aparta la mirada. La
pelirroja sigue su atenció n. Sus bonitas facciones se tuercen de disgusto cuando
me ve.
No me molesta su mirada.
C.W. FARNSWORTH
Me molesta la mirada de Crew.
Esto se ha convertido en una competició n entre nosotros. Un juego. Hemos
bailado alrededor del otro durante añ os. Asistimos a diferentes internados
durante la secundaria. Ambos terminamos en Harvard para la licenciatura. É l
fue a Yale a estudiar empresariales; yo fui a Columbia los mismos dos añ os.
Todo el tiempo, sabíamos que sería inevitable. No hay necesidad de luchar
contra ello, o reconocerlo. Eso cambiará pronto. Esta có moda diná mica se
romperá tan fá cilmente como el fino tallo de vidrio que estoy sosteniendo.
Levanto mi martini para saludarlo en silencio. Inmediatamente, me
replanteo el movimiento. Se siente como derribar la primera ficha de
dominó . Mover el primer peó n. No juego hasta que conozco las reglas. Cuando
se trata de Crew y yo, ni siquiera estoy segura de que haya límites.
Una de las comisuras de su boca se curva antes de que finalmente mire
hacia otro lado, cortando la cuerda invisible que nos une temporalmente. Por
primera vez en lo que parecen horas, exhalo. Luego respiro profundamente el
aire fresco que se arremolina con el aroma de un perfume caro y un licor de alta
gama. Y a continuació n doy un buen sorbo a mi có ctel.
Esos malditos ojos del océ ano. Los siento sobre mí, incluso cuando no está
mirando.
—Mierda, ¿quién es ese?
No pierdo de vista el rizo de piel de lima que se balancea en el borde de mi
bebida. Sobre todo porque sé de quién habla Nadia. Llevamos cuarenta y cinco
minutos sentadas en esta cabina del Proof. En ese tiempo, só lo he visto a una
persona que podría merecer el tono de asombro que está usando. Como soy la
ú nica en la cabina, esto inevitablemente girará en torno a mí.
—¿Quién? —pregunta Sophie, levantando la vista de su teléfono. Puede que
se dedique má s a su trabajo que yo, lo cual ya es decir mucho.
—El tipo caliente del pelo oscuro —responde Nadia—. Junto a la barra con
las dos mujeres colgadas.
Sophie mira y luego se ríe.
—¿En serio? ¿No lo sabes?
Nadia sacude la cabeza.
Los ojos de Sophie se posan en mí.
—Ese es el futuro marido de Scarlett.
Le quito el borde con una uñ a carmesí antes de recostarme en la cabina de
cuero.
C.W. FARNSWORTH
—Todavía no hay nada oficial. —El todavía suena má s siniestro que de
costumbre. Probablemente porque sé que mi padre se reunió con Arthur
Kensington la semana pasada.
Nadia se queda boquiabierta.
—Espera. ¿Quieres decir que te vas a casar de verdad? ¿Con él?
Me encojo de hombros.
—Probablemente.
—¿Acaso lo conoces?
—Conozco lo suficiente.
No me sorprende que Nadia parezca sorprendida por la inesperada
revelació n de que probablemente me casaré con un hombre del que nunca he
hablado. Al igual que no me sorprende que Sophie reconozca a Crew a
primera vista, ya que tiene una obsesió n malsana con la siempre agitada
industria de los chismes de Nueva York. No esperaba que se enterara de
nuestro rumoreado compromiso. Por lo que yo sabía, cualquier cotilleo
publicado se esfumó tras añ os de silencio total por parte de nuestras dos
familias.
Los susurros entre nuestro círculo social son otra cosa, pero Sophie no
estaría al tanto de ellos.
Nadia y Sophie son amigas de la escuela de negocios. Ambas se han criado
en los suburbios ricos de Manhattan, viajando en coches nuevos y sin solicitar
nunca ayudas econó micas. Son el tipo de persona acomodada, donde
preocuparse por pagar el alquiler o poner la comida en la mesa es un concepto
extrañ o.
Crecí tomando un jet privado entre mi internado de seis cifras por semestre
y un á tico multimillonario con vistas a Central Park.
Hay ricos, y luego estoy yo. Crew. Cada uno de nosotros va a heredar
imperios que incluyen sumas de dinero que tienen muchos ceros. Má s de lo que
cualquiera podría gastar en su vida, o en mil de ellas. Si la Comisió n Federal de
Comercio tuviera algo que decir en la institució n conocida como matrimonio, no
habría forma de que esta fusió n saliera adelante. Es una fusió n de activos
similar a la de un Rockefeller con un Vanderbilt.
C.W. FARNSWORTH
Que quiera o no casarme con Crew es casi irrelevante. Lo acepté como algo
inevitable hace mucho tiempo. Tengo una opció n. Es mi elecció n. Casarse por
amor no es una opció n, incluso si hubiera conocido a alguien que me hiciera
pensar así, cosa que no he hecho. Mi mundo lo masticaría y lo escupiría. Por
no hablar de que siempre habría una voz en el fondo de mi cabeza,
preguntá ndose si me quería a mí o al dinero.
Con Crew, no tengo que preocuparme por eso. Es insensible, arrogante y
frío. Creció en este mundo, igual que yo; sabe lo que se espera de él. Es conocido
por los rasgos que acabo de observar: entretener a las mujeres, mantener
siempre el control total y conseguir exactamente lo que quiere.
Mi padre me hizo un favor, arreglando este matrimonio.
No por ello deja de ser un concepto extrañ o y anticuado para la gente que
vive en el mundo normal. Nadia lleva dos añ os saliendo con el mismo chico.
Finn es un neoyorquino nativo, dulce y sin pretensiones, que está en su ú ltimo
añ o de Derecho en la Universidad de Nueva York. Sophie está saliendo con un
cirujano cardiovascular llamado Kyle, que parece una herramienta total. Segú n
ella, su destreza compensa cualquier carencia de su personalidad.
Mi mente divaga en pensamientos estú pidos mientras mantengo la mirada
fija en mi vaso. Como si Crew es bueno en la cama. Parece el tipo de hombre que
espera que le hagan una mamada sin corresponderle y que siempre se viene
primero.
Es probable que lo descubra.
El final de mi bebida se vacía de un trago.
—Ahora vuelvo. —Me pongo de pie y camino en direcció n a los bañ os.
Estoy segura de que Nadia está aprovechando esta oportunidad para
interrogar a Sophie sobre mi pró ximo compromiso. En cuanto me enteré de que
mi padre se había reunido con los Crew, supe que no había ninguna posibilidad
de ocultá rselo a ellas -a nadie- durante mucho má s tiempo. Ninguna de nuestras
familias ha confirmado nunca un compromiso. Hay que alimentar los rumores
para que se propaguen.
Hace añ os que mi padre no aborda el tema conmigo. Supone que, llegado el
momento, haré lo que é l quiera sin rechistar, y por una vez tiene razó n.
C.W. FARNSWORTH
Mientras atravieso el club, puedo sentir las miradas sobre mí. El
minivestido de lentejuelas doradas que llevo no está pensado para mezclarse
con el papel pintado. El trabajo se ha comido la mayor parte de mi tiempo
ú ltimamente. La ú nica razó n por la que salí de la oficina antes de las once de la
noche es que esta noche era el cumpleañ os de Andrea. Ningú n miembro de la
redacció n de mi revista -incluida ella- se irá antes que yo.
Salí a las siete, algo inaudito para mí. Quedé con Nadia y Sophie para
comer sushi en un nuevo local del Village, y acabamos aquí, como sabía que
haríamos. Venir a Proof y codearse con los jó venes, ricos y famosos de Nueva
York es una novedad para mis dos compañ eras. Para mí no lo es tanto, ya que
venía a lugares como éste mucho antes de que se me permitiera hacerlo
legalmente.
El pasillo que lleva a los bañ os está vacío, iluminado por columnas
apagadas cada pocos metros. Mis zapatos de tacó n de aguja suenan con una
melodía rítmica sobre las baldosas pintadas a mano y se adentran en el saló n
que sirve de entrada a los bañ os propiamente dichos. Paso por delante de los
sillones cubiertos de terciopelo, sin apenas mirar el mobiliario, antes de
encerrarme en una de las cabinas situadas como habitaciones privadas. Cada
uno tiene su propio lavabo e inodoro. Una de las paredes está decorada con
marcos llenos de flores secas, mientras que en otra hay una larga estantería con
una serie de costosos sprays, jabones y lociones.
Me estoy lavando las manos cuando escucho el inconfundible golpeteo de
otros tacones que se acercan y el sordo murmullo de voces femeninas. Cierro el
grifo y me seco las manos en una de las mullidas toallas de la cesta que hay
junto al lavabo antes de echarla al cesto. Una de las mujeres se queja de sus
ampollas. La otra habla sin sentido y con rapidez, indicando que ya se ha
excedido. Cuesta una pequeñ a fortuna emborracharse en un lugar como éste,
así que probablemente sea alguien que conozco.
Abro mi bolso y saco un tubo de barra de labios para embadurnar mis
labios con mi tono característico de rojo. Aunque no compartiera nombre con
una tonalidad del color, me gusta pensar que seguiría siendo el tipo de mujer
que se pasea con los labios carmesí.
Hace una declaració n.
—¿Has visto que Crew Kensington está aquí? —pregunta una tercera voz.
Mi mano se queda a medio camino de mi labio inferior.
—Es difícil no verlo. Anna St. Clair estaba allí en segundos. —Esa frase,
sorprendentemente sobria, viene de la mujer que hace unos segundos estaba
soltando sandeces sobre algú n estreno de cine.
—Me sorprende que esté aquí. No ha venido mucho. Kensington
Consolidated acaba de comprar esa nueva empresa de electró nica. ¿No está
tomando el control de su padre, junto con todo lo demá s? Hablando de una
bofetada en la cara para Oliver.
—Pensé que eran só lo chismes. Como el compromiso con Scarlett
Ellsworth.
C.W. FARNSWORTH
—No, escuché que es verdad. Realmente se va a casar con ella.
—Entonces, ¿por qué no lo ha hecho? —pregunta la mujer que antes se
quejaba de sus tacones—. Tal vez Crew está tratando de salir de ella. Ella no es
exactamente su tipo. A él le gustan sus mujeres un poco... má s sueltas. —Se ríe
—. No la princesa de Park Avenue y su perfecto pedestal.
—¿A quién le importa? Seguirá durmiendo por ahí, só lo que con unos
cuantos miles de millones má s en el bolsillo.
—Dios, ¿te imaginas tener tanto dinero? Scarlett es tan afortunada.
—Ella ya es tan rica como é l —señ ala uno de ellos.
Sonrío ante eso. Más rico. Crew tiene que dividir su herencia con su
hermano mayor Oliver.
Soy hija ú nica.
—¿Qué tan codiciosa puede ser? ¿No tiene ya suficiente dinero?
Está n celosas y borrachas. Pero aú n así, quiero darles un sermó n sobre la
hipocresía.
¿Crew no es codicioso? ¿Só lo yo?
—Ni siquiera es tan bonita. Nunca la he visto sonreír o coquetear. En la
fiesta de los Waldorf, se pasó toda la noche hablando de negocios. Margaret dijo
que estaba aburridísima.
—Margaret siempre se aburre mucho. Yo también lo estaría, si estuviera
casada con Richard.
—Só lo digo que probablemente no pueda conseguir que nadie má s se
case con ella. Su padre necesitó colgar miles de millones para engancharla.
Patético.
Tapo el pintalabios y lo vuelvo a dejar en el bolso, lo meto bajo un brazo y
abro la puerta para dirigirme al saló n. Ser objeto de cotilleo no es nada nuevo
para mí. Todo el mundo tiene una obsesió n malsana con la riqueza y el poder, y
con quienes los tienen, aunque se digan a sí mismos que no.
C.W. FARNSWORTH
Una piel gruesa y la mentalidad de fingir hasta conseguirlo son requisitos
para sobrevivir en este mundo, especialmente si tienes aspiraciones má s altas
que gastar un fondo fiduciario, como es mi caso. Nadie quiere hacer negocios
con un cobarde. El movimiento de las mujeres no ha visto mucho movimiento
en las altas esferas de la sociedad. Los negocios son un club de hombres.
La ú nica razó n por la que tengo algú n punto de apoyo es el hecho de que
soy la ú nica heredera del imperio Ellsworth. Las complicaciones durante mi
nacimiento impidieron a mi madre volver a concebir. Incluso un hombre de
corazó n tan frío e indiferente como mi padre no podría soportar solicitar el
divorcio só lo por ese motivo. Sin embargo, es una de las principales razones por
las que ha presionado para que me case con un Kensington. Nunca hubo
ninguna duda, al menos en su mente, que me casaría bien. La élite anticuada no
ve ningú n valor en que sus hijos se casen con alguien con menos dinero que
ellos. Que se casen con alguien con menos dinero. Especialmente cuando se trata
de un hijo que llevará el nombre a la siguiente generació n.
Para mi familia, el equivalente econó mico má s cercano son los Kensington.
Es un acuerdo ventajoso para ambas partes, que es ú nico. Por lo general, una
parte gana má s que la otra. Má s dinero, má s bienes, má s estatus.
Un Crew es mi mejor opció n. Nuestra situació n es diferente porque yo
también soy su mejor opción. Tengo má s poder que la mayoría de las mujeres
que entran en un matrimonio concertado y no tengo intenció n de ceder ni un
á pice de é l.
Entro en el saló n con la cabeza alta. Las tres mujeres sentadas sobre el
terciopelo me resultan familiares, pero ninguno de sus nombres me viene de
inmediato. Los ú nicos eventos sociales a los que asisto son los que me exigen.
La mayoría de la é lite de Manhattan se siente afortunada de ser invitada a la
interminable serie de funciones que sirven de excusa para presumir de cuá nto
dinero se puede gastar en una noche. Yo só lo asisto a las fiestas en las que mi
falta de presencia sería un insulto.
En cuanto aparezco, cesa toda conversació n. Seis ojos se abren de par en
par. Tres pares de labios se fruncen. Un par de comentarios duros se cuelan en
la punta de la lengua, pero me los trago. No puedes esperar que nadie te vea por
encima de ellos si te rebajas a su nivel. Los insultos dicen má s del que los
pronuncia que del que los recibe.
Paso por delante de las tres mujeres sorprendidas y salgo del saló n sin
decir nada ni tropezar. En lugar de volver directamente a mi mesa, me
detengo en la barra, a unos seis metros de donde él está . Una de las camareras
vestidas de negro se apresura a acercarse a mí.
—Gin martini, por favor —pido.
—Enseguida, señ orita... —responde.
Se gira y se pone inmediatamente a preparar mi bebida, lo que indica que
ha trabajado aquí el tiempo suficiente para apreciar que los clientes de Proof
no toleran que se les haga esperar. Veo có mo las luces tenues centellean en la
línea de botellas de colores detrá s de la barra mientras otro camarero mide
suavemente un chorro de vodka y exprime pomelo sobre él.
C.W. FARNSWORTH
—Ellsworth.
Mi estó mago se hunde como si el suelo se hubiera caído debajo de mí en
cuanto escucho la voz profunda y segura. Me concentro en todo lo tangible: la
dura superficie sobre la que descansa mi brazo, el pellizco de mis tacones, el
chapoteo y el olor del alcohol que se vierte. Sin mirar, sé al instante quién está a
mi lado.
—Kensington. —Inclino la cabeza hacia la derecha para poder apreciarlo,
manteniendo mi pose casual.
Antes de esta noche, la ú ltima vez que lo vi fue en la fiesta de los Waldorf,
hace cuatro meses. Crew tiene el mismo aspecto, salvo que lleva un pantaló n
azul marino y una camisa blanca abotonada con las mangas remangadas en
lugar del esmoquin habitual en los eventos de sociedad. Parece que ha venido
directamente de la oficina.
Si hay algo que respeto de Crew Kensington es su ética de trabajo. Para
alguien que lo ha tenido todo en sus manos toda su vida, parece que tira de su
propio peso en Kensington Consolidated. Mientras lleva una sonrisa de
pertenencia, pero aú n así. Su padre, Arthur Kensington, valora el éxito por
encima del nepotismo. No estaría preparando a Crew para ser el futuro director
general si no tuviera lo que hay que tener para prosperar en el puesto.
Miro má s allá de é l, hacia donde estaba parado antes.
—Entonces, ¿quién es la afortunada esta noche? ¿La pelirroja o la rubia?
Sus ojos azules me observan mientras apoya un codo en la madera
barnizada de la barra, imitando mi postura relajada. Crew agita un vaso de
lo que huele a bourbon antes de responder.
—O las dos.
—Triunfador.
La comisura izquierda de su boca se arruga con una pizca de diversió n
cuando el camarero me pone un martini recién hecho delante de mí.
—Gracias —le digo.
Crew mantiene el contacto visual conmigo mientras mete la mano en el
bolsillo. De su mano sale un billete de cien dó lares, que desliza por la
superficie lisa.
C.W. FARNSWORTH
—Quédate con el cambio.
—Gracias, señ or. —El camarero se marcha rá pidamente, sin querer dar a
Crew la oportunidad de cambiar de opinió n. Incluso en un lugar tan exclusivo
como éste, es una propina escandalosa. La gente está encantada de dejar
cualquier cantidad que le cobren por un licor excesivamente caro. Má s del
veinte por ciento obligatorio de propina al personal de servicio suele ser otra
historia.
No digo nada. Si está tratando de impresionarme, el dinero es la forma
equivocada de hacerlo. No sé lo que está tratando de hacer. Se acerca a mí, casi
confirmando el resultado de la conversació n de nuestros padres la semana
pasada.
Crew me observa atentamente mientras levanto el vaso y bebo un sorbo.
Una voz aguda y quejumbrosa interrumpe nuestro silencioso concurso de
miradas.
—Crew, dijiste que volverías enseguida.
Actú a como si no hubiera dicho nada. Le sostengo la mirada unos segundos
má s y luego miro a la mujer que se ha acercado a nosotros. La pelirroja que
antes estaba pendiente de él tiene una cadera levantada y una sonrisa pegada al
rostro. Ninguna de las dos cosas oculta por completo la irritació n que
desprende, probablemente por su decisió n de alejarse de ella y acercarse a mí.
Saboreo otro sorbo de mi martini antes de reconocer su inoportuna
presencia.
—Es de mala educació n interrumpir.
La pelirroja me mira con cara de asco.
—¿Y tú quién eres?
—La prometida de Crew. —Las palabras salen de mi lengua como si las
hubiera dicho antes, aunque no sea así. Siguen sonando extrañ as.
Ese título la hace callar rá pidamente, sobre todo cuando Crew no niega mi
afirmació n. Se limita a seguir mirá ndome, con emociones ilegibles que se
arremolinan en las profundidades cerú leas mientras la ignora.
La pelirroja se va en volandas.
—¿Contenta? —Crew se queja.
—Decepcionada, en realidad. Esperaba que te abofeteara.
Otra esquina de su boca se curva. Empiezo a pensar que es su idea de una
sonrisa.
—Entonces... —Se acerca má s.
Quiero respirar, pero hay un breve momento en el que no puedo.
C.W. FARNSWORTH
—¿Ahora eres mi prometida?
—¿No es así? —Tomo otro sorbo de ginebra. A este ritmo, habré terminado
mi segundo trago antes de volver a la cabina. Tal vez rompa mi límite de dos
tragos como regalo de compromiso para mí mismo.
—El papeleo del prenupcial se está redactando mientras hablamos. —Crew
hace una pausa—. ¿Tu padre no te lo dijo?
—Cuanto menos me diga, má s poder podrá fingir que tiene. —Desvío la
mirada, de vuelta a la larga hilera de botellas detrá s de la barra—. Su secretaria
llamó a mi secretaria para el almuerzo. Supongo que entonces recibiré la feliz
noticia.
—Me alegra saber que tú y Hanson está n má s unidos que nunca.
Me burlo.
—No todos preguntamos a qué altura... cuando papá dice que saltemos.
—¿Siempre has tenido tanta ventaja, o es algo reciente?
—Si alguna vez hubieras hecho algo má s que felicitarme por mi vestido en
la ú ltima dé cada, sabrías la respuesta a eso.
Crew hace un alarde de mirar de arriba abajo el minivestido dorado que
llevo.
—¿Es brillante?
—¿Siempre has sido así de terrible a la hora de hacer cumplidos, o es algo
reciente?
Por primera vez, Crew Kensington sonríe. Se ve muy bien haciendo
pucheros. La diversió n -genuina, no burlona- suaviza los á ngulos má s agudos de
su cara. Si se pusiera una gorra de béisbol al revés y una camiseta, no parecería
un multimillonario despiadado.
Tan rá pido como aparece la sonrisa, se desvanece.
Quiero quedarme aquí y sonsacarle otra, que es lo que me convence para
irme. Va a ser mi marido, y esta es la primera conversació n que mantenemos
que encierra algo má s que una educada charla. La curiosidad es una cosa, el
interés otra.
—Gracias por la bebida —le digo, y me alejo.
Sophie está prá cticamente rebotando en la cabina cuando vuelvo a mi
asiento.
C.W. FARNSWORTH
—¡Ah! ¿Qué ha dicho?
—Compró mi bebida y luego me hizo un cumplido a medias. —Y confirmó
que nuestro compromiso es inminente y pró ximo, pero me lo guardo para mí.
—Parece que le gustas.
—Má s bien está tratando de averiguar lo fá cil que soy.
Nadia se ríe.
—Se va a llevar una sorpresa, entonces.
—Tal vez. —Ahora só lo escucho a medias, ocupada en escudriñ ar las altas
mesas bajo la pared de botellas de champá n. Es má s que un tal vez. Crew y yo
sabemos mucho el uno del otro. Pero no nos conocemos.
Nunca me he preguntado qué piensa de mí, hasta esta noche. Nunca he
considerado que podría sorprenderme, hasta esta noche.
Las dos constataciones son desconcertantes, incó modas. No me gustan las
implicaciones, y necesito una distracció n.
Un grupo de chicos entra. Uno de ellos, un rubio, me mira directamente a
los ojos. Lleva un traje completo que parece hecho a medida -corbata, chaqueta
y todo-, lo que me parece que se esfuerza demasiado. Si tienes dinero, no
hay necesidad de hacer alarde de é l. Especialmente en un lugar como este.
Pero tiene una cara atractiva y un cuerpo decente, que son mis principales
criterios en este momento, así que le sonrío. É l me devuelve la sonrisa. Miro
hacia abajo, bebo un sorbo y vuelvo a mirar hacia arriba. Sigue mirá ndome.
Finjo que me cohíbe su mirada, apartando la vista y moviéndome en mi asiento
como si la atenció n fuera abrumadora y no exactamente lo que esperaba.
Tras pedir una bebida, se dirige hacia nosotros.
—Ya viene —se burla Sophie, al verlo.
Nadia también mira.
Las tres lo vemos acercarse.
—¿Está ocupado este asiento?
C.W. FARNSWORTH
No es la apertura má s original, pero la forma en que se dirige a todos
nosotras mientras habla só lo conmigo indica que no es un novato en esto de
ligar con mujeres. No me interesan sus habilidades de conversació n, aunque
algunas serían un plus.
Sacudo la cabeza como respuesta. Se desliza en el asiento junto a mí,
sentá ndose lo suficientemente cerca como para que el material rígido de sus
pantalones roce mi pierna. Es un movimiento deliberado y practicado, que
probablemente debería provocar algo má s que un ligero roce.
Desgraciadamente, me distrae la sensació n de que me miran, unos ojos que no
pertenecen al tipo que está a mi lado. No sucumbo al fuerte impulso de mirar a
la barra.
El rubio que está a mi lado se presenta como Evan. É l, Sophie y Nadia
charlan mientras yo me esfuerzo por actuar como si estuviera escuchando su
conversació n ociosa, y no cociná ndome a fuego lento bajo las llamas azules. Ya
he hablado antes con otros chicos delante de Crew Kensington. ¿Por qué iba a
ser diferente esta vez?
—¿A qué te dedicas, Scarlett? —Evan finalmente pregunta.
—Dirijo una revista.
—¿De verdad? —Parece intrigado—. ¿Qué tipo de revista?
—De moda.
Sus ojos recorren mi vestido.
—No me sorprende. Está s impresionante.
—Gracias. —Brillante, mi trasero. Si no me horrorizara personalmente la
idea, pediría un vestido de novia de lentejuelas só lo para fastidiar a Crew.
Intento una nueva conversació n—. ¿A qué te dedicas, Evan?
Esa pregunta provoca una mirada extrañ a de Sophie que me hace pensar
que la respuesta podría haber sido cubierta mientras yo estaba escuchando
antes. Evan empieza a hablar de su trabajo como abogado fiscalista. Es algo
totalmente desconocido, así que o bien lo he bloqueado con bastante
rotundidad o Sophie estaba frunciendo el ceñ o por otra cosa. Al principio
intento prestar atenció n. Pero siento que mi atenció n se desvía, incluso antes de
que Crew abandone la barra y se acerque a nuestra cabina, seguido por una
rubia diferente a la de antes. Una vez que lo hace, Evan podría estar cantando
Beyonce y yo no me daría cuenta.
Todo mi cuerpo se tensa. Prepará ndose para qué, no lo sé. Nos hemos
desviado tanto del guió n que no recuerdo cuá les son nuestras líneas.
Crew no deja de caminar hasta que llega al borde de nuestra cabina. Se
agolpa en el espacio como si tuviera todo el derecho a estar aquí. Evan lo
mira a media frase, claramente confundido por lo que está pasando. Hay una
larga pausa en la que todos guardan silencio.
Entonces, Crew extiende una mano.
—Crew Kensington.
C.W. FARNSWORTH
El reconocimiento inunda la cara de Evan, seguido rá pidamente por la
reverencia.
—Yo-oh. Vaya. Es un honor conocerte. Soy Evan-Evan Goldsmith.
Crew me mira mientras Evan balbucea, con una expresió n de diversió n
evidente. Imagino que Evan se hace el faná tico con la esperanza de poder
anunciar a un socio gerente que ha conseguido un negocio de Kensington para
su empresa. Es una pérdida de tiempo: Kensington Consolidated tiene un
equipo jurídico interno. Evan está a mitad de la frase cuando Crew se inclina y
le susurra algo que estoy seguro que me involucra.
Crew se endereza con una sonrisa de satisfacció n que me hace rezar para
que un puñ etazo estropee su perfecta estructura ó sea. Si no es por mí, en
nombre de los hombres de aspecto normal de todo el mundo. Ese tipo de
simetría es un está ndar injusto al que atenerse. Pensé que Evan era atractivo...
hasta que lo vi junto al invitado no invitado de la mesa.
Lo que Crew le dijo a Evan lo deja pá lido.
—Disfruten de su noche, señ oras. —Crew guiña un ojo y se aleja, con la
rubia siguiéndole la pista.
—Fue un placer hablar contigo. —Evan toma su bebida y desaparece.
—Bueno... eso ha sido interesante —reflexiona Sophie.
Nadia parece que acaba de girar en círculos: con los ojos muy abiertos y
desorientada. Exactamente como me vería yo, si no fuera excelente para
controlar mis emociones.
No debería mirar por encima del hombro, pero lo hago. Crew está de pie
junto a las puertas de cristal que dan a la calle. La rubia no está a la vista; o
bien la ha dejado plantada o está esperando fuera. Crew no se mueve ni
reacciona cuando me ve mirá ndolo fijamente. Me sostiene la mirada durante
unos segundos antes de darse la vuelta y desaparecer en la noche. Es
desconcertante, porque es exactamente lo que yo haría.
Somos similares, yo y Crew Kensington.
Vigilados.
Orgullosos.
Obstinados.
Cínicos.
Hemos crecido con los mismos privilegios y expectativas. Sabemos lo que se
espera.
Lo que se necesita para prosperar en este mundo, no só lo para sobrevivir.
C.W. FARNSWORTH
Esa es la razó n por la que acepté casarme con él.
Y la razó n por la que no debería.
Capítulo Dos
C.W. FARNSWORTH
Crew
La gente se dispersa cuando salgo del ascensor el lunes por la mañ ana.
Kensington Consolidated cuenta con una plantilla de má s de quinientos
trabajadores, por no hablar de las numerosas empresas a las que servimos
como entidad matriz. Menos de cincuenta empleados tienen oficinas en la
planta ejecutiva. Hombres y mujeres que me doblan la edad se alejan como
ratones asustados cuando avanzo por el pasillo enmoquetado hacia la sala de
conferencias principal. Una de las ventajas de que tu nombre aparezca en el
lateral del rascacielos es que impone respeto, aunque te lo hayas ganado.
Impone respeto, incluso cuando no te lo has ganado.
Mi padre y mi hermano está n sentados en la mesa centrada cuando entro
en la sala de conferencias. Los tres empezamos cada lunes con una charla. Así
es como le gusta llamarlos a mi padre, al menos. Conferencias sería un
calificativo má s adecuado. Las utiliza como una tá ctica de intimidació n hacia
todos los demá s que tienen una oficina en esta planta. Los obliga a llegar a
tiempo y alimenta la especulació n sobre lo que estamos hablando.
Promociones. Adquisiciones. Despidos.
—Llegas tarde —anuncia mi padre cuando tomo asiento frente a é l. Resisto
el impulso de dirigir su atenció n al reloj situado sobre la pantalla del proyector
que se utiliza para las presentaciones.
Son las ocho y diez de la mañ ana.
En su lugar, digo—: Lo siento. Espero que tengan algunas historias de golf
que intercambiar.
Los ojos de mi padre se entrecierran, tratando de decidir si estoy siendo
simplista o genuino. El hecho de que no lo sepa es un motivo de orgullo.
A é l y a Oliver les encanta llevar a los inversores y a los posibles socios a
diferentes campos de golf, para que puedan hablar de negocios en dieciocho
hoyos. Esas salidas suelen incluir polos y apuestas. Yo prefiero hacer negocios
con un traje rígido dentro de una sala de juntas.
—¿El papeleo está listo? —pregunta, dejando pasar el pinchazo.
—Sí —respondo—. Fui a la oficina de Richard el domingo. —Justo como
quería pasar mi ú nico día libre en dos semanas, firmando un documento de
doscientas pá ginas que establece explícitamente có mo se distribuirá cada
activo en caso de que mi pró xima unió n termine en divorcio.
Mi padre tararea, que es lo má s parecido a un sonido de aprobació n que
consigue.
—Los Ellsworth vendrá n a cenar el viernes por la noche. Asegú rate de
tener un anillo para entonces.
—Quiero el de mamá .
A mi padre ya no le llegan muchas cosas. Una menció n a la mujer que
enterró hace dos dé cadas parece ser lo ú nico que siempre lo hace. El brillo de la
sorpresa en sus ojos desaparece rá pidamente.
C.W. FARNSWORTH
—Está en la caja fuerte.
Asiento con la cabeza.
—¿Podemos pasar de la charla sobre el matrimonio? —pide Oliver. La
forma sarcá stica en que dice matrimonio responde a cualquier pregunta sobre
có mo está manejando la pró xima incorporació n a la familia.
Dos añ os mayor que yo, debería ser é l quien se embarcara en la arcaica
tradició n de un matrimonio concertado. Probablemente con Scarlett Ellsworth,
una perspectiva que no me molestó en absoluto antes de intercambiar má s de
unas docenas de palabras con ella. Su afilada lengua se perdería en mi hermano.
Antes, nuestro compromiso era una hipó tesis. Un resultado probable, pero
lejos de ser seguro. Eso ha cambiado, y el tic en la mandíbula de Oliver dice que
le molesta.
Nuestro padre decidió que yo iba a ser el que se casara con Scarlett hace
añ os, y Oliver y yo aprendimos mucho antes a no cuestionar sus decisiones. Lo
que dice Arthur Kensington, se hace.
El mú sculo sobre el ojo derecho de mi padre se contrae, señ al inequívoca de
que está disgustado.
—Este matrimonio es crucial para el futuro de esta familia, Oliver. Lo sabes.
No importa la edad que tengas, no creo que desaparezca nunca la
perversa satisfacció n de que un hermano sea regañ ado por un desprecio hacia
ti. No lo ha hecho después de veinticinco añ os, al menos.
—Sí, papá —es la apresurada respuesta de Oliver.
Nuestro padre asiente.
—Bien. Ahora, tenemos que repasar el equipo para la transició n de Warner
Communications. Tenía previsto que Crew lo supervisara todo, pero estará
ocupado durante los pró ximos meses, antes y después de la boda.
Mi cerebro se concentra en las frases de unos meses y después de la boda.
—¿Hay una fecha fijada para la boda?
—Todavía no hay nada oficial. Dejaremos que el anuncio del compromiso se
asiente durante unos días antes de anunciarlo. La organizadora de la boda dijo
que podría preparar algo para principios de junio.
C.W. FARNSWORTH
¿Junio?
—¿Junio? —Estamos a mediados de abril. No me opongo a casarme con
Scarlett. Estoy ligeramente intrigado, incluso, después de nuestra conversació n
en Proof el viernes por la noche. Pero seis semanas se sienten cercanas,
claustrofó bicas. Me pregunto si su padre le habrá dicho ya que estamos
oficialmente comprometidos.
—Este acuerdo ha estado en vigor durante casi una década, Crew. Si
tuvieras objeciones, ya ha pasado el momento de plantearlas. El comunicado de
prensa saldrá mañ ana. —Me encanta có mo mi padre hace que empujar a su hijo
de dieciséis añ os a un futuro compromiso suene normal. Ni siquiera recuerdo
en qué consistió nuestra conversació n de entonces. Probablemente un montó n
de asentimientos por mi parte.
—No me opongo, papá . Só lo pregunto.
—Josephine Ellsworth está manejando la logística de la boda. Scarlett es su
ú nica hija. Estoy seguro de que te mantendrá informado, probablemente con
má s de lo que quieres saber. Ahora, ¿qué piensas de asignar a Billingston para
dirigir a Warner? Tuvo la experiencia en Paulson con... —Mi padre sigue
repasando los puntos fuertes y débiles de todos los ejecutivos que no está n
asignados actualmente. Me recuesto en la silla y tomo notas en un bloc de notas
para consultarlas má s tarde.
Ocho y cuarto de la mañ ana, y estoy listo para dar por terminado el día.
***
Entro en mi despacho y me detengo. Doy unos pasos atrá s. Miro la placa
con el nombre.
—Por un segundo, pensé que me había equivocado de despacho. Pero no.
Este es mi despacho.
—Ese chiste se vuelve má s gracioso cada día que lo haces, hombre.
—Fuera.
Asher Cotes no mueve los pies de la esquina de mi escritorio.
—Buenos días a ti también.
—Lo digo en serio, Cotes. No estoy de humor.
—¿Roman llegó treinta segundos tarde a recogerte otra vez? —se burla mi
mejor amigo.
Resoplo mientras me dirijo a mi silla.
—Llegué tarde a una reunió n con toda nuestra divisió n de contabilidad el
viernes por culpa de ese retraso.
C.W. FARNSWORTH
—Lá stima que tu nombre no esté en el membrete. Seguro que te han
echado la bronca.
No lo hicieron, y ambos lo sabemos. El vicepresidente se disculpó ,
pensando que se equivocó de hora. No le digo eso a Asher.
—Así es como mi padre dirige las cosas. Yo no. —Me desabrocho la
chaqueta del traje y tomo asiento detrá s del enorme escritorio de caoba.
Asher se acomoda en uno de los sillones de cuero frente a mí. Los pies
siguen levantados.
—¿Qué te molestó esta mañ ana, entonces?
Tomo un Montclair y lo hago girar alrededor de un dedo, debatiendo qué
decir. A la mierda, ya se enterará .
—Mi compromiso se anuncia mañ ana.
Los ojos de Asher se amplían hasta un tamañ o có mico.
—¿Con Scarlett Ellsworth?
Asiento con la cabeza. Dejo el bolígrafo en el escritorio y lo vuelvo a
tomar.
—Estuvo en Proof el viernes por la noche. —Ese hecho no se incluirá en
el anuncio del compromiso. No sé por qué lo digo.
—Maldició n —es la reacció n inicial de Asher—. Sabía que debería haberme
saltado la cena con mis padres. ¿Có mo se veía?
Como una fantasía.
—Bien.
—Así de bien, ¿eh? —Asher no está siendo sarcá stico. Su tono se ha vuelto
admirativo. Puede que no venga de la clase de dinero que tenemos Scarlett y yo,
pero su familia sigue siendo rica. É l ha asistido a eventos en los que ella ha
estado antes. Ha visto el grueso cabello oscuro y los labios perennemente rojos
y la figura que secuestra los pensamientos racionales.
No quiero estar casado con una mujer que todos los hombres que conozco
desean. Una mujer que me atrae. Es una complicació n que no necesito ni quiero
en una parte de mi vida que siempre he mantenido simple y sencilla.
C.W. FARNSWORTH
Scarlett Ellsworth no es simple. Definitivamente no es fá cil. Es inteligente,
ardiente, decidida y descarada. Y dondequiera que vaya, siempre es la mujer
má s impresionante de la sala.
Es el tipo de mujer por la que los hombres van a la guerra, pero no tuve que
hacer nada para conquistarla. Nuestros padres decidieron nuestros destinos
por nosotros hace casi una dé cada. Podría luchar, pero ¿para qué? Los Ellsworth
y los Kensington son las dos familias má s ricas y prominentes del país. Casarse
con cualquier otra persona que no sea Scarlett sería casarse a la baja.
—He hablado con ella —admito mientras hago girar el bolígrafo alrededor
de mi dedo índice.
He evitado conversar con ella durante añ os. Hemos intercambiado
pequeñ as charlas. Halagos. Cumplidos, como ella señ aló . Nada sustancial. Nada
sobre nosotros. Ambos sabíamos que no cambiaría nada.
Las cejas de Asher se disparan hacia arriba.
—¿De verdad?
—Lo que acabo de decir, ¿no es así?
Pone los ojos en blanco ante mi sarcasmo.
—¿Se acercó a ti?
—Me acerqué a ella. —Me inclino hacia atrá s en mi silla, haciendo crujir el
cuero—. Ella estaba a mi lado —añ ado, como si ese detalle supusiera una
diferencia. No recuerdo la ú ltima vez que me acerqué a una mujer en un bar,
cosa que Asher sabe muy bien. Está a mi lado casi todas las noches.
Asher silba, largo y bajo.
—Debe haber estado muy bien.
Lo hizo.
—Tenía curiosidad. Me voy a casar con ella.
—¿Y?
—Ella es... algo. —No sé de qué otra manera categorizar nuestra
interacció n. No puedo recordar la ú ltima vez que quise seguir hablando con
alguien y se alejó . Ella se alejó de mí. Después de que me acercara a ella. No la
perseguí, al menos no de inmediato, pero quise hacerlo.
—¿En el buen sentido o en el malo?
—Todavía estoy decidiendo. —Mi ordenador emite una alerta. Al cambiar a
mi calendario, me quejo. Tengo todo reservado hasta el almuerzo—. Tengo que
irme. Te veo a la una.
Almorzamos juntos casi todos los días.
—Sí. Claro.
C.W. FARNSWORTH
Agarro la pila de carpetas de mi escritorio y me dirijo a la puerta, só lo
mirando por encima del hombro en el ú ltimo momento.
—Los pies fuera del escritorio, Cotes. Lo digo en serio.
—¿Qué vas a hacer? ¿Despedirme como tu mejor amigo?
—Sí.
—Entonces, ¿con quién te quejarías de los piropos a tu prometida?
No respondo antes de salir de la habitació n. Pero sus palabras se quedan
conmigo mientras me dirijo a mi pró xima reunió n. Scarlett Ellsworth es mi
prometida. En cuestió n de semanas, será mi esposa. No me molesta. Y eso me
molesta.
***
Estoy sentado con Asher y Oliver, hablando del desastre de temporada de
los Yankees y almorzando, cuando aparece mi secretaria Celeste.
—¿Sr. Kensington?
—¿Sí? —Levanto la vista de la piccata de pollo que el personal del catering
ha entregado para la comida de hoy.
—Um, siento molestarte. Sé que dijiste que no te interrumpiera durante el
almuerzo a menos que hubiera una emergencia...
—¿Hay una emergencia?
Celeste duda antes de responder.
—La señ orita Ellsworth está aquí. Solicita hablar con usted
inmediatamente. No me ha dejado ninguna instrucció n sobre có mo manejar...
bueno, si hacerle saber... —Otra pausa—. Es bastante persistente.
Asher y Oliver me miran. Asher parece tan sorprendido como yo. La mirada
de Oliver es perspicaz; está intentando evaluar mi reacció n.
—¿Aquí? —Pregunto—. ¿Scarlett Ellsworth está aquí?
—Sí, señ or.
—Má ndala a mi oficina —le digo—. Estaré allí en breve.
C.W. FARNSWORTH
Celeste asiente antes de desaparecer en el pasillo. Me pongo de pie y me
acomodo la chaqueta del traje, tomá ndome unos segundos má s para enderezar
las solapas y orientarme. ¿Por qué está ella aquí?
—¿Qué está haciendo ella aquí? —pregunta Oliver, expresando mi
confusió n.
—Seguramente está explorando el lugar. —Asher deja caer su tenedor y
lanza al aire la pelota de baloncesto en miniatura que le gusta llevar, y luego la
atrapa—. Está a punto de ganar una participació n sustancial en Kensington
Consolidated.
Oliver se burla de eso.
—¿Por qué iba a importarle? Tiene que centrarse en su mierda de moda.
No digo nada antes de salir de la suite que sirve de sala de descanso de la
planta. La puerta de cristal se cierra silenciosamente tras de mí mientras
recorro el pasillo que lleva a los principales despachos de los ejecutivos, entre
los que se encuentra el mío. Los empleados se apartan de mi camino cuando
paso.
Celeste está de vuelta en su escritorio cuando llego al final del pasillo.
—¿Está dentro? —Pregunto.
Mi secretaria asiente. Quiero tomarme un momento para prepararme para
verla, pero no puedo. Aparte de Celeste, hay al menos una docena de personas
en esta ala del edificio que me miran subrepticiamente. La vacilació n es una
debilidad y me niego a mostrarla. Entro en mi despacho como si fuera el dueñ o,
lo cual es así.
Scarlett está de pie detrá s de mi escritorio, mirando el horizonte. El sol de
la tarde brilla a través de las ventanas del suelo al techo, bañ ando mi oficina -y a
ella- con una luz dorada.
Se gira al escuchar el sonido de la puerta que se cierra detrá s de mí. El
material de seda de su vestido azul marino se agita alrededor de sus muslos
cuando se mueve, paseando al lado de mi escritorio. Su postura segura sugiere
que este es su despacho, no el mío. Nadie se aventura detrá s de la extensió n de
caoba, y mucho menos se apoya en ella, como lo hace ella
despreocupadamente. Quince añ os de amistad y lo ú nico que Asher se ha
atrevido a hacer es apoyar sus zapatos en una esquina.
Se cruza de brazos.
—Te ha llevado bastante tiempo.
—Algunos de nosotros tenemos asuntos importantes que manejar, querida.
—Tu secretaria dijo que estabas en el almuerzo.
C.W. FARNSWORTH
Me rechinan las muelas.
—Fue un almuerzo de trabajo.
—Claro.
Normalmente, daría una zancada detrá s de mi escritorio y me sentaría en la
silla de cuero. Pero si lo hago, no podré mantener el contacto visual con ella. Si
me siento, estaré debajo de ella, mirando hacia arriba. Así que me quedo donde
estoy, cediéndole el control de la habitació n.
Scarlett sonríe, dá ndose cuenta de lo mismo, y luego se endereza. Saca un
grueso paquete de papeles de su bolso y los arroja sobre mi escritorio con un
suave golpe.
—Necesito que los firmes.
Me muevo, caminando hacia mi escritorio como si hubiera sido mi elecció n
quedarme junto a la puerta al principio. Esto parece una partida de ajedrez.
Es ló gico, ya que la reina es la pieza má s poderosa. Tomo la pesada pila y hojeo
las primeras pá ginas. Es nuestro acuerdo prenupcial.
—Ya he firmado esto.
Pasé dos horas firmando.
—Bueno, no lo hice. Había que hacer cambios antes.
¿Cambios? Rodeo el borde de mi escritorio y tomo asiento en la silla. El
cuero cruje cuando me inclino hacia atrá s. Mi ojo izquierdo se estremece al
hojear el extenso documento.
—¿Quieres que haga una comparació n línea por línea, o vas a decirme qué
cambios se hicieron?
—Mi padre se olvidó de distinguir tus posesiones de las mías en las
declaraciones para el documento original. Tienes derecho a una parte del
nombre Ellsworth. No de mi nombre.
Vuelvo a la primera pá gina antes de mirar hacia ella.
—¿Qué significa?
—Quiero mantener la propiedad total de mis empresas. Mis cuentas
personales y mi revista. Mientras estemos casados, y en caso de que nos
divorciemos.
Una mezcla de sorpresa y fastidio se apodera de mí. Esto no lo vi venir.
C.W. FARNSWORTH
—¿De eso se trata? ¿Tu pequeñ a revista? ¿Te preocupa que te diga có mo
vestir a tus modelos de portada o qué tendencias está n de moda?
La expresió n de Scarlett no reacciona a la burla. Ha entrado aquí, ha hecho
demandas a las que no tiene derecho, y todavía tiene el descaro de mirarme
como si yo fuera el que la incomoda. Algo que se parece mucho al respeto
parpadea en el fondo.
—Mi padre no ha tenido ninguna participació n en la revista. No es su
decisió n có mo se maneja. O la tuya. Quiero el control total, o me voy.
Sonrío ante la audaz proclamació n.
—Vas a abandonar un acuerdo de cientos de miles de millones, por una
revista de moda que vale... ¿cuá nto? ¿Cincuenta millones? Como mucho.
—No todos heredamos todo lo que tenemos, Crew.
—Has heredado el dinero que has utilizado para llevar a cabo esta empresa.
Sus ojos brillan.
—No es negociable. No estoy alardeando. Mi padre puede hacer todas los
arreglos que él quiere. No puede obligarme a casarme contigo.
—Serías una tonta si no lo hicieras.
—Estoy trayendo má s a la mesa. Si no aceptas mis condiciones, será s tú
quien quede como un tonto. No te necesito a ti ni a tu dinero, Crew Kensington.
No lo olvides.
Ojeo unas cuantas pá ginas má s para ganar tiempo. No sé qué hacer, y no
recuerdo la ú ltima vez que me pasó . No me importa la revista. Lo que me
importa es darle a Scarlett la impresió n de que tiene el control.
—¿Todo lo que has cambiado son las acciones de la revista? —Pregunto.
—Sí.
—Necesito ver las declaraciones de ganancias antes de estar de acuerdo.
Sus ojos se entrecerraron.
—¿Por qué?
—Tomo decisiones informadas, Scarlett. —Me concentro en sus ojos color
avellana, porque mirar a otra parte no terminará bien. Scarlett me distrae. El
pelo castañ o que no puedo evitar imaginar extendido sobre una almohada. Los
labios carnosos pintados en un tentador tono rojo. La tela azul a medida que
abraza sus curvas. Todas las distracciones.
Suspira y se acerca.
—Muévete.
—¿Perdó n?
C.W. FARNSWORTH
—Si quieres ver las cuentas de resultados, muévete.
En contra de mi buen juicio, lo hago. Me pongo de pie y me alejo del
ordenador que tiene pleno acceso a todo. No me preocupa que husmee en algú n
archivo secreto. Por dos razones, la segunda má s preocupante que la primera.
Una, no creo que lo haga. Lo que sugiere cierto nivel de confianza. Dos, si
quisiera espiar, espero que se le ocurra un método má s creativo para acceder a
mis archivos. La admiració n, tal vez incluso el respeto, es inherente a ese
pensamiento.
Observo có mo se acomoda en mi silla y empieza a teclear.
—¿Has hablado ya con tu padre?
—Me dirigí directamente desde esa reunió n a reunirme con mi abogado. Si
te molesta firmar por segunda vez, tal vez deberías haber confirmado que yo
aprobé el acuerdo primero. Ya que será mi firma sobre la tuya, no la de mi
padre.
No digo nada al respecto. Probablemente tenga razó n, aunque yo tuve tan
poca participació n en la redacció n del documento como ella.
—¿Tu padre mencionó la cena?
—Sí.
—¿Fechas de boda?
—Sí.
Renuncio a la conversació n y tomo asiento en el sofá de cuero. La impresora
se pone en marcha.
Scarlett se levanta y se acerca a él. Las pá ginas aú n está n calientes cuando
las arroja sobre mi regazo.
—Aquí tienes, cariño.
—¿Probando nombres cariñosos?
Ella no responde, só lo toma asiento detrá s de mi escritorio, otra vez. Yo me
quedo en el sofá como un visitante.
Hojeo las pá ginas de nú meros, intentando no parecer impresionado. No sé
casi nada de la industria de la moda, pero sí sé có mo es un margen de beneficios
importante. También sé que Haute estuvo a punto de declararse en quiebra
antes de que Scarlett comprara la revista.
Estoy impresionado.
C.W. FARNSWORTH
Nunca me impresiono.
—No deberías haberme mostrado esto.
—Lo sé.
—Sería un idiota si firmara las acciones.
—Yo también lo sé.
—Pero crees que lo haré.
Es una afirmació n, no una pregunta.
—Sí.
Nos miramos fijamente durante unos segundos embriagadores. Tengo la
tentació n de llamar a lo que creo que es un farol. Ver sus ojos, casi siempre
verdes, brillar y captar la ira que me lanzará . Si fuera otra mujer, y no mi
prometida, lo haría. Por otra parte, no puedo imaginarme a nadie má s haciendo
un truco como este conmigo.
—No voy a firmar hasta que mi equipo legal lo haya mirado —digo.
—¿Pero lo firmará s?
No hay que confundir la esperanza en su voz. Esto le importa; no es só lo
un juego de poder o una prueba. Mi respuesta se extenderá má s allá de esta
conversació n al resto de nuestra relació n.
Quiero gustarle.
La idea es extrañ a. La gente se preocupa por lo que yo pienso de ellos, no al
revés.
—¿Si eso es lo ú nico que has cambiado? Sí.
Scarlett se muerde el labio inferior. Veo có mo sus blancos dientes se
hunden en la piel roja. Mientras nos miramos fijamente, me doy cuenta de
dos cosas. Una, que a pesar de todas sus descaradas declaraciones, no
pensaba que yo estaría de acuerdo. Dos, quiero besarla. Mucho. La misma
conciencia que nos rodeaba en Proof aparece en mi oficina, espesando el aire
hasta que es lo ú nico que puedo respirar.
Llaman a la puerta.
—¿Qué? —Grito. La irritació n por la interrupció n se filtra en mi voz.
Isabel, una de las ejecutivas de la junta, la abre y asoma la cabeza.
C.W. FARNSWORTH
—Crew, yo... —Deja de hablar en cuanto ve a Scarlett—. Oh. No me di
cuenta de que estabas en medio de algo.
—No lo hacemos. —Scarlett se levanta y se echa el bolso al hombro. Esta
vez espero las emociones contrarias que ella provoca en mí. El deseo de que se
quede. Ella cree que toma las decisiones, y lo encuentro tan divertido como
excitante—. Hasta luego, cariño.
Sonrío antes de responder.
—Gracias por pasarte, querida.
Scarlett pone los ojos en blanco antes de dirigirse a la puerta donde Isabel
sigue de pie. Isabel no se mueve, bloqueando la puerta a medio abrir.
Veo có mo se desarrolla la escena y sé inmediatamente por qué mujer
apostaría. Mi vida sería mucho má s fá cil si Scarlett tuviera la personalidad de
socialité sin cará cter que esperaba, pero no puedo aspirar a ninguna decepció n
por haber acabado con una escupidora. Me fascina, y nunca antes había podido
decir eso de una mujer.
Isabel Sterling es un añ o mayor que yo. Se abrió camino en la empresa de
mi familia desde que empezó a trabajar aquí nada má s salir de la universidad
hasta convertirse en una de las dos ú nicas mujeres que forman parte del
consejo de administració n. La he visto enfrentarse a hombres poderosos hasta
que se rinden.
Sin embargo, no creo que Scarlett no vaya a escabullirse por la pequeñ a
abertura como un sucio secreto. Y ella no decepciona.
—Muévete —ordena. Su tono es altivo y su espalda es recta como una regla.
De mala gana, Isabel se hace a un lado. En un acto de desafío, no empuja la
puerta.
Scarlett la empuja ella misma y sale de mi despacho.
Isabel cierra la puerta tras ella con un resoplido.
—¿Esa es Scarlett Ellsworth?
—Sí. —Me levanto del sofá y cojo el montó n de papeles que ha dejado
Scarlett—. ¿Qué necesitabas, Isabel?
—La Corporació n Powers envió nuevas diapositivas antes de su
lanzamiento. Pensé que te gustaría ver los nú meros antes de la reunió n de
Andover.
Parece que no voy a comer el resto de mi almuerzo.
C.W. FARNSWORTH
—Bien. Podemos usar la sala de conferencias principal hasta que comience
la reunió n.
Isabel asiente. La sigo fuera de mi despacho y me detengo junto a la mesa
de Celeste, dejando caer sobre la encimera la pila de papeles que componen mi
acuerdo prenupcial, rodeando su espacio con un ruido sordo.
—Lleva esto al departamento legal —le digo—. Quiero que revisen cada
palabra y me den un memorá ndum con todas las diferencias respecto al
documento original que se redactó . Que marquen también todos los puntos que
debo firmar. No tengo tiempo de revisarlo todo yo mismo. Otra vez. Diles que
dejen todo lo demá s. Quiero que esto esté hecho para el final del día.
—Sí, por supuesto. —Celeste toma los papeles y se apresura hacia los
ascensores.
Me dirijo a zancadas hacia donde me espera Isabel. Mientras caminamos,
me pone al corriente de los cambios que se han hecho en la presentació n de
mañ ana. La sala de conferencias principal está en el centro de la planta
ejecutiva, rodeada de cristales que se esmerilan durante las reuniones
importantes.
—¿Qué quería Scarlett? —Isabel pregunta en cuanto entramos en la
habitació n. Me doy cuenta de que intenta sonar casual, pero la pregunta por sí
sola es una anomalía. Isabel y yo hablamos de negocios, eso es todo. Por eso
trabajamos bien juntos.
Me desabrocho la chaqueta y tomo asiento en la mesa.
—Hay que arreglar algunos papeles.
—Podría haberlo hecho llegar —señ ala Isabel.
—Quería hablar en persona. —Saco las notas de la reunió n.
—¿Te está s replanteando casarte con ella? Parece muy necesitada.
Casi sonrío al escuchar eso, imaginando có mo reaccionaría Scarlett al ser
llamada necesitada. Esta línea de preguntas me está dando la impresió n de que
Asher podría no haber estado del todo equivocado las tres veces que me ha
dicho que Isabel tiene sentimientos no profesionales por mí. Estoy seguro de
que los rumores de nepotismo vuelan cuando no estoy cerca, pero me tomo
muy en serio mi papel aquí. No mezclo los negocios con nada má s. Nunca he
salido con una empleada ni he tonteado en mi oficina.
—¿Viene algú n punto? ¿Sobre mi vida personal? —Las advertencias
salpican esas dos preguntas.
Advertencias a las que Isabel no hace caso.
—Me preocupa el impacto de esta mujer en el futuro de esta empresa.
C.W. FARNSWORTH
Ahora sé que está celosa.
—Su impacto en el futuro de esta empresa será fortalecer el nombre de
Kensington añ adiendo miles de millones a mi patrimonio y dá ndome hijos a los
que dejar todo.
—Pero no quieres casarte con ella, ¿verdad?
No hago cosas que no quiero hacer. Nacer con una riqueza que la mayoría
de la gente no puede comprender tiene sus inconvenientes. Pero la autonomía
nunca ha sido un problema. Especialmente cuando se trata de decisiones
importantes que cambian la vida. Si no quisiera casarme con Scarlett, habría
encontrado una forma de evitarlo hace añ os.
—Es impresionante y tiene un montó n de dinero. Podría ser peor. —No
estoy seguro de por qué sigo con esta conversació n. Supongo que nadie má s
ha llegado temprano a la reunió n. Y me gusta trabajar con Isabel. Estoy ansioso
por librarla de cualquier idea de que haya alguna posibilidad de que ocurra algo
entre nosotros—. Somos colegas, Isabel. Si quisiera tu opinió n sobre mi vida
fuera de esta oficina, te la pediría.
Sus mejillas se vuelven rosas ante el escarmiento.
—Por supuesto. Só lo me preocupaba por ti.
Ambos sabemos que eso no era todo lo que estaba haciendo, pero por fin
está n llegando otras personas a la reunió n, así que vuelvo a centrar mi atenció n
en mis notas. No estoy absorbiendo nada de lo que estoy leyendo. No presto
atenció n a Isabel, sentada frente a mí. Ni a ninguno de los saludos que me
dirigen.
Es impresionante y tiene un montón de dinero.
Así es como describí a Scarlett hace un momento. Ambas cosas son ciertas.
El segundo hecho es la razó n principal por la que me voy a casar con ella. El
primero es un bonito, aunque algo inconveniente, extra. Pero bonita y rica ya no
son los dos primeros adjetivos que usaría para describir a Scarlett Ellsworth.
Después de dos conversaciones, la describiría como ambiciosa.
Sin miedo.
Vivaz.
C.W. FARNSWORTH
Eso es lo que tengo que tener en cuenta.
Capítulo Tres
Scarlett
Sería muy fá cil romper este cristal, decido. Ver có mo se rompen los
fragmentos y el líquido dorado se extiende. Hago rodar el fino tallo de la copa
de champá n entre el dedo índice y el pulgar, intentando decidir si la emoció n
temporal merecerá la pena el inevitable desorden.
C.W. FARNSWORTH
Decido no hacerlo y tomar un sorbo de alcohol espumoso.
Las burbujas queman un rastro por mi esó fago y se cocinan a fuego lento en
mi estó mago vacío. Odio el caviar, y es todo lo que se ha servido hasta ahora
esta noche. Es parte de la postura interminable. Mataría por unas patatas fritas.
Por estar en cualquier otro sitio.
La luz de la luna resplandece en la superficie de la piscina, bañ ando con un
brillo luminoso las piedras perfectamente uniformes y el prístino paisaje que la
rodea.
Aspiro una profunda bocanada de aire mientras sigo mirando la oscura
superficie del agua que tengo delante. El oxígeno circula por mi torrente
sanguíneo. El dió xido de carbono intenta escapar. No lo permito. Incluso una
vez que la incó moda sensació n se vuelve dolorosa. Finalmente, exhalo.
Un dulce alivio fluye a través de mí. Me siento viva. Refrescada. Limpia.
—¿Contemplando un bañ o?
No reacciono al sonido de su voz, aunque la conciencia me recorre la piel. Sí
que me eriza el comentario burló n. Por lo que sé, Crew tiene dos opciones:
imbécil privilegiado o imbécil odioso.
—¿Parezco vestida para nadar? —Tiro del vestido de seda brillante que
llevo para enfatizarlo. Es dorado. Mi madre lo eligió y lo envió a mi á tico para
que lo llevara esta noche. Probablemente para recordar a los Kensington que
soy un trofeo, un premio.
—Podrías bañ arte desnuda.
Resoplo.
—Apuesto a que te gustaría.
—Sí —responde Crew, deteniéndose a mi lado—. De hecho, lo haría. —Su
voz se ha vuelto profunda y ronca, y causa estragos en mi interior.
Crew creció rodeado de la misma belleza que yo. He visto a las mujeres
revolotear hacia él como polillas a la llama durante añ os. Es imposible que no
tenga sexo regularmente. No esperaba que actuara como si yo fuera algo
diferente, como si fuera especial. Probablemente no lo sea, y estoy
malinterpretando su tono porque estoy cansada y hambrienta y soy má s
susceptible a la honestidad fingida que de costumbre. Porque me siento atraída
por él.
—Primero tienes que comprar la vaca, cariño. —Continú o nuestro juego de
apodos con una punta indiferente de mi vaso. No importa lo que diga. Lo que
piense. Lo que sugiera.
C.W. FARNSWORTH
—He firmado, calabaza —responde.
No respondí. Lo hizo, y me hizo desear que nunca hubiera hecho los
cambios en nuestro acuerdo prenupcial en primer lugar. No me preocupaba que
Crew intentara hacerse con el control de Haute. Me preocupa que haya hecho
que las cosas sean desiguales entre nosotros. Se suponía que su negativa me
daría razó n para no confiar en él. En cambio, me siento en deuda. Ningú n regalo
viene sin consecuencias, segú n mi experiencia.
Crew tararea mientras mira hacia afuera.
—Esta noche hace un frío inusual.
—Siéntete libre de llevar tu audició n de meteoró logo a otra parte.
Esta vez, el zumbido suena casi como una risa.
—Me refería a tu personalidad, querida.
Esa ocurrencia no se merece una respuesta. Ya estoy bastante al límite esta
noche. Mi madre y la madrastra de Crew han fabricado esta noche. Ahora que
nuestras familias han anunciado nuestro compromiso, se supone que los
Kensington y los Ellsworth son una gran familia feliz.
Ya conocí al padre y a la madrastra de Crew. A su padre varias veces, a su
madrastra só lo una. Candace Kensington tiene veintisiete añ os, só lo dos má s
que yo. Alegre y rubia, y mucho má s interesada en sus hijastros que en su
marido, segú n mi interpretació n de la diná mica familiar durante la ú ltima hora.
O la falta de ella.
Observo a Crew mientras toma un sorbo de whisky.
—¿Te has acostado con Candace?
No reacciona al tragar, lo que es decepcionante. Esperaba una o dos toses
dramá ticas.
—¿La esposa de mi padre?
—Tu madrastra. Sí.
Crew se ríe. Se pasa una mano por la mandíbula bien afeitada. Me pregunto
qué aspecto tendría con barba incipiente, un poco menos arreglado.
—¿Por qué lo preguntas?
no.
Me encojo de hombros mientras bebo má s champá n, notando la falta de un
—Só lo intento averiguar en qué desorden me estoy casando.
—Es un lío —responde—. No es un desorden.
C.W. FARNSWORTH
—¿Qué significa eso?
—Significa que no es nada que no puedas manejar y nada que puedas
cambiar.
—Qué vago y ligeramente elogioso de tu parte.
Crew sonríe.
—Vamos.
Comienza a caminar por el suelo de má rmol hacia las escaleras curvas
gemelas. Lo sigo, sobre todo porque estoy harta de mirar la piscina y no tengo
prisa por volver a la tediosa charla que tiene lugar en el saló n.
Mis tacones golpean la roca lisa con un ligero golpe que resuena en el
espacio cavernoso con toda la sutileza de un disparo.
La finca de Kensington es impresionante, pero no puedo reunir ninguna
apreciació n genuina. He estado -vivido- en mansiones tan grandes y
ostentosas como ésta. Si miras los objetos brillantes durante mucho tiempo,
pierden su brillo.
He estado aquí un puñ ado de veces en la ú ltima dé cada. Todas las visitas
fueron para fiestas o eventos formales. Nunca cuando la enorme casa estaba
vacía, ni de gente ni de nada, aparte de un amplio surtido de muebles antiguos y
arte de valor incalculable.
El vestíbulo que da a la piscina y al terreno tiene un tamañ o similar al de
un saló n de baile de un hotel, con puertas de cristal que se elevan hasta
alcanzar el techo de tres metros.
A mitad de camino hacia las escaleras que delimitan un extremo del pasillo,
mi estó mago gruñ e con fuerza.
—¿Tienes hambre? —Hay una risa ahogada en su voz.
—Odio el caviar.
—No creo que a nadie le guste realmente el caviar. Simplemente lo tragas.
—Nunca me lo trago porque lo diga un tipo.
Crew se aclara la garganta. Tose. Se ríe.
—Bien.
C.W. FARNSWORTH
Se toma el comentario con calma y me dan ganas de presionarlo má s. Crew
me parecía un tipo impetuoso y mandó n, no un tipo fá cil. Tal vez só lo es así en
el trabajo. En la cama.
Empujo ese ú ltimo pensamiento lejos, muy lejos. Sabía que me atraía Crew.
Es objetivamente hermoso. Pero no sabía que me gustaría Crew. Admirar el culo
de un tipo es diferente a fijarse en có mo actú a. Lo que viste. Lo que dice.
Al ver có mo su espalda vestida de Brioni cambia de rumbo y gira por otro
pasillo revestido de má rmol, me inquieta la distinció n que de repente puedo
encontrar entre atracció n e interés.
Entrar en la cocina gourmet es una distracció n bienvenida. Apenas tengo la
oportunidad de contemplar las lá mparas de cristal, los salpicaderos de má rmol
y los brillantes electrodomésticos antes de que Crew gire a la derecha y abra
una puerta corredera. Enciende una luz y nos encontramos en una... despensa.
—Genial —zumbé—. Me encanta pasar el tiempo entre productos no
perecederos.
—¿Có mo sabe esa cuchara de plata, Ellsworth?
Tengo que morderme el interior de la mejilla para que no sepa que lo
encuentro gracioso. O peor, inteligente.
—Mejor que la tuya, Kensington.
Crew sacude la cabeza mientras abre una pequeñ a caja y me la tiende.
—Toma.
Meto la mano y saco un disco circular má s pequeñ o que mi palma. Lo huelo.
—¿Qué es?
—Galleta cubierta de chocolate. Me las dan cada vez que estoy en el chalet
de los Alpes. —Crew saca otra de la caja y le da un gran mordisco. El mío es má s
vacilante. Mis dientes se hunden lentamente a través de la fina capa de
chocolate negro y en la galleta. Una delicia mantecosa y ligeramente amarga
explota en mi boca.
—Es bueno —decido—. Realmente bueno.
—Sí. Me he dado cuenta de que estabas... tragando.
Le sostengo la mirada, pero quiero apartar la vista. Hay demasiada
intensidad flotando allí para una habitació n tan pequeñ a. Me envuelve y
amenaza con – intenció n - engullirme.
—¿Sueles pasar mucho tiempo en la despensa cuando visitas a tu padre?
—Depende.
—¿De?
C.W. FARNSWORTH
—Cuá nto tiempo estoy atrapado aquí en total.
—¿No hay muchos recuerdos felices? —Mantengo mi tono ligero, pero
realmente estoy preguntando. No he visto a Crew interactuar mucho con su
padre y su hermano. En las fiestas, normalmente está n charlando por separado.
Cada uno socializa a su manera. Esta noche, han interactuado má s como colegas
que como una familia cercana.
—Mucho, en esta despensa.
Arrugo la nariz.
—Qué encantador.
El rizo de la boca de Crew aparece pero rá pidamente se desvanece.
—Me refiero a mi madre. Le encantaba la repostería. —El repentino
estoicismo me desafía a preguntar má s. Me advierte que no lo haga.
—Nunca me respondiste sobre Candace.
Espero que me acuse de estar celosa, pero no lo hace.
—¿Por qué te importa?
Me encojo de hombros.
—Ya sabes có mo es la gente. Si este añ o hay rumores sobre ti y tu
madrastra flotando en la fiesta de los Waldorf, como ocurrió el añ o pasado,
estaría bien saber lo horrorizada que debo actuar como esposa —mastico otra
galleta.
—Probablemente es una mejor pregunta para Oliver.
—¿De verdad? —No oculto mi sorpresa. El mayor de los Kensington parece
má s del tipo que no se sale de la línea.
Crew lo lee en mi cara.
—No lo sé con certeza. Só lo que ha estado aquí mientras papá está fuera de
la ciudad.
—¿Te sorprende?
—Sí y no. —Crew suspira—. Tiene cuidado de no mostrarlo, pero esto... —
Hace un gesto entre él y yo—. Debería ser él. Casarse primero, convertirse en
director general, todo eso.
Mi rostro se mantiene cuidadosamente neutral mientras respondo.
C.W. FARNSWORTH
—¿Crees que hará algo? ¿Sembrar la oposició n en la junta?
—No, no lo creo. Oliver es racional, tal vez demasiado racional. É l ve el
panorama general. No creo que quiera casarse. Ni siquiera estoy seguro de que
quiera heredar el puesto de director general. Es el principio de esto... todo
debería haber sido suyo.
Una culpa desconocida me revuelve el estó mago. A los dieciséis añ os, no
pensé en todo esto. No pensé en las otras personas que se verían afectadas por
mi demanda impulsiva, por mi ejercicio de la poca autoridad que tenía.
Gastando la pequeñ a cantidad de poder que había ganado.
—Lo quieres, ¿no? —Pregunto.
Inclina la cabeza para mirarme mejor. Escuché las habladurías sobre el
cará cter mandó n de Crew. Sus miradas. Su seguridad. La gente no habla mucho
de su inteligencia. La astucia que me mira ahora parece de repente su rasgo má s
dominante. Me ve, ve a través de mí. Má s allá de las protecciones que mantienen
a todos los demá s fuera.
Ciertas decisiones son un lujo que nuestras vidas no se permiten. Me doy
cuenta de que puede pensar que estoy preguntando por una decisió n diferente
a la mía.
—¿Ser director general? —Aclaro.
No tiene elecció n cuando se trata de mí. Ya no. Los anuncios se han hecho.
La planificació n ya está en marcha. Sería un escá ndalo de una magnitud
impactante que cualquiera de los dos se echara atrá s en este matrimonio, un
golpe a la reputació n de nuestras familias. No debería importar -no debería
molestarme- que él ya no tenga otras opciones.
—Lo quiero —confirma.
El ruidoso crujido de otro bocado puntú a la afirmació n.
—Genial. —Mi voz está llena de falsa alegría y verdadero sarcasmo—.
Deberíamos volver. Se preguntará n dó nde estamos.
—Asumirá n que se trata de algo sobre ordeñ ar.
Le lanzo una mirada de disgusto a su encantadora sonrisa.
—En realidad, no podemos volver todavía.
—¿Có mo que no podemos volver todavía?
—Tengo que darte algo.
—Oh. —Me doy cuenta de lo que está hablando, y luego miro los
estantes alineados con latas y cajas de colores—. ¿Aquí?
C.W. FARNSWORTH
—No creo que el cuarteto de cuerda o la torre de champá n encajen.
Maldita sea. Pensaba que minimizar la pompa era una forma de que Crew y
yo estuviéramos de acuerdo. Si tiene planeado algú n elaborado discurso de
proposició n, probablemente me echaré a reír. Hacer parecer que esto es algo
que no es no me interesa, especialmente cuando estamos solos.
La expresió n que llevo hace que se arrugue con lo que parece una diversió n.
—Sí, eso pensé.
—¿Pensaste qué?
—Vamos. —Crew sale de la despensa. Volvemos sobre nuestros pasos hasta
el mismo saló n que da a la piscina y al patio.
Se acerca a la escalera de la izquierda. En silencio, lo sigo. Subo las escaleras
y bajo el pasillo enmoquetado hasta llegar a una gran sala con paredes de
madera oscura y libros antiguos. Hay un olor a humedad en el aire que no es
desagradable. No es acogedora, pero tampoco parece un museo, como lo es el
resto de la mansió n -menos la despensa-.
Trazo los patrones de las vidrieras mientras Crew se acerca a un cuadro de
un frutero en la pared. Lo levanta y deja al descubierto la parte delantera de
una caja fuerte. Continú o examinando la habitació n mientras le echo un vistazo.
Hay un pitido revelador. La puerta de la caja fuerte se abre y se cierra. El
cuadro vuelve a su sitio. Crew camina hacia mí. No hay nada que pueda
describirse como pompa a la vista.
Esto debería ser tan independiente como firmar en una línea de puntos.
Eso es lo que es: una señ al de compromiso basada ú nicamente en los negocios.
No hay nada medianamente romá ntico en este momento -los libros
polvorientos, el aire viciado, la expresió n inexpresiva de Crew-, pero mi pulso se
acelera de todos modos. Siento algo, cuando no debería sentir nada.
Vértigo.
Anticipació n.
Interés.
En cambio, intento fingir que estoy aquí con Oliver Kensington. Si el
hermano mayor de Crew se acercara a mí, no me molestaría. No estaría
midiendo mentalmente los centímetros que nos separan. Los centímetros se
reducen constantemente.
Tal vez haya estropeado mi vida má s que nada, me doy cuenta de repente.
Crew se detiene a menos de un pie de distancia. Nueve pulgadas, estimaría.
C.W. FARNSWORTH
—Aquí.
Miro fijamente la pequeñ a caja negra y cuadrada que acaba de dejar caer
sobre mi palma. Só lo me permito echar un vistazo a su expresió n ilegible antes
de abrirla. Un enorme diamante engastado en un halo de otros má s pequeñ os
centellea ante mí. Grita que es caro sin parecer chilló n. Es atemporal y clá sico.
Algo que habría elegido para mí.
—Es precioso —digo, de verdad.
Crew no hace ningú n intento, así que saco el anillo de la caja y lo
deslizo en mi dedo. El peso se siente pesado, desconocido y permanente. Si me
lo quitara ahora mismo, seguiría sintiendo la sensació n persistente en mi piel,
como una marca.
Scarlett Kensington. Doy vueltas a mi nombre de casada en mi mente,
intentando acostumbrarme a él de la misma manera que tendré que adaptarme
a llevar un brillante recordatorio de Crew en la mano.
Por una vez, no tengo ni idea de qué má s decir. ¿Gracias? Este anillo costó
mucho, sin duda. Pero no lo compró porque quisiera o porque yo lo quisiera. No
doy las gracias ni las disculpas tan libremente como la mayoría de la gente.
—La cena se servirá pronto.
Asiento con la cabeza, asimilando el escozor del despido. No hay razó n para
sentirse despreciada. Se está comportando exactamente como yo esperaba que
lo hiciera: frío y distante. Como yo quería que actuara. Si no hubiera accedido a
cambiar nuestro acuerdo prenupcial para que yo tuviera el control total de mi
revista y no me hubiera dado de comer galletas cubiertas de chocolate, no
estaría luchando contra el extrañ o impulso de preguntarle qué le pasa ahora
mismo.
Desde la perspectiva de Crew, soy un premio.
Propiedad.
Un peó n.
No un socio.
Probablemente ni siquiera una persona. Mi valor para él se reduce a mi
valor neto y a có mo me verá en su brazo y a los hijos que tendremos juntos y
que heredará n el duro trabajo de sus antepasados.
Me he preguntado si alguna vez conoceré a un tipo que me haga desear
má s. Que me haga resentir que los matrimonios que duran son los que se
construyen sobre el entendimiento y los acuerdos y las contingencias. No en el
amor, la lujuria y la pasió n.
C.W. FARNSWORTH
Los matrimonios con un propó sito preservan los imperios.
Los matrimonios alimentados por el deseo está n plagados de celos y
ultimá tums y susurros en la boda de que la novia debe estar embarazada.
Nunca me he preguntado si ese tipo podría ser él. Hasta ahora.
Crew da un paso hacia su izquierda al mismo tiempo que yo me muevo
hacia mi derecha. En lugar de alejarnos, como ambos intentamos, estamos má s
cerca.
Lo suficientemente cerca, podría alcanzarme y tocarme.
Lo suficientemente cerca, lo hace.
De repente, la cavernosa biblioteca no parece tan grande, después de todo.
Estamos ocupando el mínimo porcentaje de espacio que podrían ocupar dos
personas. El espacio entre nosotros se ha reducido aú n má s. Tres pulgadas, tal
vez cuatro.
Veo có mo se levanta la mano de Crew y siento có mo el material rígido de su
traje roza mi brazo desnudo. Su pulgar recorre la longitud de mi mandíbula,
dejando un rastro abrasador en mi piel que persiste como el latido de una
llama. La otra palma de su mano se levanta para presionar mi cintura,
anclá ndome en este lugar junto a la chimenea.
Ahora no hay fuego ardiendo en la rejilla, só lo piedras limpias y grises. Eso
es lo que pensé que sería Crew y yo: una chimenea desnuda. Un lugar en el que
podrían construirse emociones má s suaves y cá lidas que el deber y la
obligació n, pero que no lo serían.
Un potencial vacío.
—Scarlett. —Su voz se desliza sobre mí como miel caliente, seguida de un
susurro de whisky. Nunca nadie había dicho mi nombre así.
Como una oració n y una maldició n.
Un secreto y un pecado.
Una esperanza y un miedo.
Me encuentro con su mirada y descubro que la má scara del estoicismo se
ha caído. Cuando pienso en la pasió n, me imagino colores brillantes y
flagrantes. Naranjas y rojos. Fuego y calor y corazones y sangre.
A partir de este momento, imaginaré el azul claro. El cielo en un día soleado
sin rastro de nubes. El océ ano en un día tranquilo con el má s mínimo indicio de
olas. Así es como aparecen los ojos de Crew. Tan, tan azules. Sin fin. Sin fondo.
Consumidores. Bajo su color tranquilo se esconde el mismo potencial de
calamidad que el cielo y el mar.
C.W. FARNSWORTH
Si se lo permito, hará estragos en mi mundo.
En mi cabeza.
Mi corazó n.
Estoy tentada a ceder. Muy tentada. La anticipació n y la excitació n son
tangibles en el aire. Quiero saber có mo besa. Có mo sabe. Hasta dó nde llegaría
esto: él y yo en una biblioteca con nuestras familias esperando abajo.
Pero me mantengo firme.
—No.
Su mirada parpadea. Las olas chocan. Las nubes se forman. No le gusta que
le digan lo que tiene que hacer.
Muy mal, será mejor que se acostumbre a ello.
—Está s comprada y pagada, nena.
Un imbécil misógino.
—Con un dinero que no te has ganado, igual que no me has ganado a mí. No
actú es como si yo tuviera elecció n en esto y tú no. Puede que estemos juntos en
esto, pero no soy tuya, Crew. Nunca lo seré.
Su mano aprieta justo por encima de mi cadera, los dedos se enroscan
posesivamente y presionan mi piel. Me dan ganas de apartarme... y apretar má s.
—Nos vamos a casar, Scarlett. Es un hecho.
—Ya veremos. —Mi tono es altivo, casi aburrido.
Yo tengo tanto poder como él, quizá má s. El acuerdo prenupcial só lo entrará
en vigor si nos divorciamos. Una vez que estemos casados, nuestros activos
sustanciales se combinará n. Será má s rico que su propio padre. Yo gano mucho
con este acuerdo, pero é l gana má s. Nadie me mirará y pensará en la riqueza
que estoy acumulando. Mirará n el anillo en mi dedo y susurrará n mi nuevo
apellido con envidia, no con respeto. A sus ojos, soy una clá usula en una fusió n.
Un bonus, no un igual. Así funciona nuestro mundo, y nunca cambiaré la
opinió n de nadie.
Excepto la suya.
Tengo poder aquí y me niego a cederlo. Si quiere besarme, quiere sexo
conmigo, quiere lo que sea de mí, tendrá que trabajar para conseguirlo.
Veo có mo se da cuenta. Lucha contra ello. La molestia y luego la aceptació n
se instalan en su rostro. Es demasiado orgulloso para suplicar.
C.W. FARNSWORTH
—Estoy seguro de que no tendrá s problemas para encontrar una
participante dispuesta si está s tan desesperado —me burlo.
El peligro baila en sus ojos azules. Veo có mo se alisa su frente y se tensa su
mandíbula.
—Cuidado, cariño. Eso ha sonado muy parecido a un cumplido.
Aprieto los dientes. Tiene razó n; era uno. Por mucho que me gustaría
afirmar que no tiene ningú n atractivo, lo tiene. Negarlo só lo parecerá peor.
Crew se acerca aú n má s. Tengo que inclinar la cabeza hacia atrá s para
sostener su mirada, lo que sé que es un movimiento intencionado por su parte.
Mi corazó n late con un staccato constante que se siente como una presencia
viva entre nosotros.
Estoy molesta con él. También estoy cautivada. Excitada.
El tira y afloja entre nosotros es electrizante.
Adictivo.
Su mano roza mi clavícula y luego baja a su lado. No me toca en ninguna
parte, pero parece que me toca en todas partes.
—Me deseas, Scarlett. Só lo que no lo admites. Encontraré a alguien
dispuesta. La follaré. ¿Y cuá ndo está s dispuesta? ¿Cuando me desees? ¿Cuando
estés mojada por mí, como lo está s ahora? —La suave e hipnó tica rima de sus
palabras en voz baja enfatiza cada sílaba.
Mi expresió n permanece indiferente. Por dentro, me aferro a cada palabra
como si fuera un acantilado del que me voy a caer si no.
Crew sacude la cabeza, una sonrisa burlona y dura se extiende por su bello
rostro.
—Nena, tendrá s que rogarme por ello.
—No lo haré. —Mi voz es segura. Mi cuerpo lo es mucho menos.
Crew se ríe, oscura y siniestra y tentadora.
—¿Quieres apostar? —Su aliento patina por mi mejilla.
—Jamás lo haré.
—Para siempre es mucho tiempo, Scarlett. —Suelta su mano de mi cintura
y sale de la biblioteca, como si no hubiera hecho má s que entregarme un anillo.
***
C.W. FARNSWORTH
La cena es decepcionante.
Probablemente lo habría sido a pesar de todo, pero resulta especialmente
anodino tras la escena de la biblioteca. Estoy acostumbrada a que los hombres
se alejen de mí. Soy descarada y obstinada y, en la mente de la mayoría de la
gente, no vale la pena.
Me imaginé que derribar a Crew no sería diferente. Se iría con una socialité
o una modelo, y eso sería todo. No esperaba un ultimátum. Consecuencias. Y no
importaría, si no fuera por el hecho de que tenía razó n. No le debo nada, pero
quiero besarlo.
La posibilidad de que eso no ocurra -no hasta que me haga de rogar, cosa
que no haré- no es agradable.
Estoy sentada justo enfrente de Oliver, que se ha pasado los ú ltimos veinte
minutos pasando un dedo por el borde de su copa de coñ ac, esforzá ndose por
impresionar a mi padre. Ha mencionado su título de abogado no menos de
veinte veces y ha pasado por un rollo de temas obviamente preparados que han
ido desde las relaciones internacionales con China hasta el mercado de valores.
Ya veo por qué Arthur envía a Oliver como un poni de feria que juega al golf
a todos los inversores potenciales. Mi padre está definitivamente intrigado por
su acto de hijo perfecto mientras Oliver pregona los muchos éxitos de
Kensington Consolidated.
Kensington Consolidated nunca ha sido un competidor directo de la
empresa de mi familia, Ellsworth Enterprises, pero los negocios son los
negocios. Y Hanson Ellsworth nunca rechaza una oportunidad para hablar de
negocios. Sin mencionar que mi padre tiene una nueva participació n en los
activos sustanciales de los Kensington: yo.
Me aburro como una ostra, picoteando el filete mignon mientras Oliver y mi
padre mantienen una cortés conversació n. Mi madre y Candace hablan de la
boda, un tema igualmente poco atractivo.
Y mi prometido está coqueteando con una de las camareras. Intervengo en
la discusió n bursá til simplemente para dejar claro que no me molesta Crew ni
siquiera podía esperar hasta el final de la cena para encontrar a alguien
dispuesto.
C.W. FARNSWORTH
Pensé que Crew sería fá cil de ignorar, de controlar. También sabía que
tendríamos una relació n física. Por novedad, al principio. Para los niñ os,
después. Es una perspectiva que se ha vuelto cada vez má s deseable-y
degradante. No le voy a rogar. Me niego a hacerlo. Prefiero golpearme a mí
misma con una jeringa para pavos.
Durante toda la cena, robo miradas a la nueva adició n a mi mano izquierda.
Arthur Kensington dedicó una larga mirada al anillo de diamantes cuando
reaparecí antes. Una mirada llena de tristeza, nostalgia y sentimentalismo.
Crew me dio el anillo de su madre.
No sé por qué no se me ocurrió la posibilidad hasta que vi la expresió n de
Arthur, pero no fue así. Elizabeth Kensington falleció cuando Crew tenía cinco
añ os. Me pregunto qué aspecto tendrían hoy los tres hombres que dejó si no
hubiera muerto tan joven. ¿Sería Arthur tan robó tico? ¿Oliver tan desesperado?
¿Crew tan insensible?
—Me gustaría un poco má s de vino. —Interrumpo el festival de amor al
otro lado de la mesa.
La camarera se sobresalta, recordando por fin que hay otras personas
en la sala.
Toma mi vaso y se va corriendo.
La inquietante mirada de Crew se posa en mí durante los dos minutos que
tarda en rellenarla y volver. No desvío la mirada. Nuestro contacto visual parece
una partida de ajedrez, sin piezas que jugar y sin una victoria evidente.
No sé qué quiere de mí. Me imaginé que el simple hecho de casarme con él
sería el punto de partida y de llegada. Hasta que tengamos hijos, nada má s tiene
que cambiar.
É l trabajará . Yo trabajaré. Nuestras vidas se parecerá n a un diagrama de
Venn, con algú n solapamiento, pero no mucho.
Sin embargo, ese momento en la biblioteca no se sintió como una
separació n ordenada. Se sintió como un infierno furioso que incineraría las
líneas, no só lo las difuminaría. Lo apagué... temporalmente. Las brasas
parpadean hacia mí desde el otro lado de la mesa.
En cuanto el postre ha sido retirado, acabamos en la entrada,
intercambiando despedidas. Mi padre está de mal humor. Como dijo Crew, él y
yo somos un trato hecho. Hanson Ellsworth no pierde el tiempo persiguiendo
eso. Esta noche fue una cortesía, una invitació n que habría sido demasiado
grosera para rechazar.
Me despido con la cabeza de Arthur y Oliver y recibo un abrazo de Candace.
Me pregunto si se da cuenta de que estoy tan tensa que podría partirme en dos.
Cada vez es má s difícil permanecer indiferente ante mis pró ximas nupcias.
Durante añ os, me he dicho que no es má s que un contrato. Un acuerdo de
negocios. Una mezcla de bienes.
C.W. FARNSWORTH
Con Oliver -con cualquier otro- lo sería.
Con Crew, es diferente.
Mi corazó n martillea cuando se acerca a mí. Se detiene cuando su pulgar
atrapa y roza el diamante que descansa en mi mano izquierda.
—Te queda bien, cariño —susurra, antes de que sus labios rocen mi mejilla.
El tono burló n de sus palabras destruye cualquier intenció n genuina.
Hay un enorme retrato familiar colgado en el centro de la escalera de
má rmol, justo encima de la divisió n de los peldañ os. Es de la familia Kensington
original: Arthur, Elizabeth, Oliver y Crew. Mis ojos se posan en la mano
izquierda de Elizabeth, apoyada en el hombro de un Crew mucho má s joven. El
diamante de su mano es una réplica exacta del diamante de la mía.
—Gracias —logro decir.
Los ojos de Crew siguen mi mirada y se dirigen también al retrato, su
mandíbula se tensa al darse cuenta.
¿Se arrepiente de habérmelo dado?
¿Le preocupa que piense que significa algo que no significa?
¿Simplemente le dio pereza ir a comprarme uno nuevo?
En lugar de pedir respuestas a cualquiera de esas preguntas, sigo a mis
padres fuera del vestíbulo de má rmol y al aire fresco de la primavera.
Mi madre me habla mientras caminamos hacia la fuente donde está n
estacionados nuestros coches. Asiento con la cabeza a lo que sea que esté
diciendo. ¿Algo sobre una prueba del vestido? Recibiré un par de docenas de
mensajes recordá ndome lo que sea, sin duda.
Pensé en interesarme má s por mi boda cuando llegara el momento. Salvo
algú n acontecimiento catastró fico, es la ú nica que tendré. Solía pensar que
cualquier apatía hacia el evento se derivaría de la falta de importancia. Que la
indiferencia que sentía hacia el novio se filtraría hacia el exterior y colorearía
todo lo demá s. En cambio, estoy aterrorizada de lo contrario. Nerviosa de que
preocuparse por el vestido blanco que llevo o por el nú mero de pisos de la tarta
o por las flores de mi ramo pueda revelar que me preocupo por él.
C.W. FARNSWORTH
Mis padres se marchan primero, la omnipresente impaciencia de mi padre
es un impulso apresurado. Me quedo en el camino de entrada unos minutos
má s, mirando la fachada de piedra de la mansió n de Kensington. Rígida, dura e
ilegible, igual que sus habitantes. Igual que el mundo en el que crecí, el mundo
en el que estoy atrapada.
Tengo algo que decir aquí, pero no lo suficiente. No lo suficiente como para
evitar que esto ocurra. Estoy esperando la oleada de rebelió n en mi estó mago.
Soy testaruda, y es un rasgo que aliento en lugar de apisonar. Pero la rebelió n
no ahoga el pinchazo de alivio.
No quiero que Crew se case con otra persona.
No quiero casarme con otra persona.
Entonces, nunca sabré cuá l de los dos se romperá primero.
Nos vamos a casar. Es un hecho.
Sus palabras resuenan en mi cabeza, incluso cuando no está a la vista. Con
un suspiro, subo al coche y le digo a mi chó fer que me lleve de vuelta a la
oficina.
Me paso todo el viaje mirando el anillo en mi mano. Repitiendo las palabras
que se dijeron -y las que no se dijeron- después de ponérmelo por primera vez.
Nunca podré olvidar ese momento. No mientras lleve este anillo.
Para siempre es mucho tiempo.
No me digas.
Capítulo Cuatro
Crew
Las cajas de cartó n que se alinean en el vestíbulo desde hace una semana se
amontonan directamente frente al ascensor cuando se abren las puertas de mi
á tico.
C.W. FARNSWORTH
¿Qué demonios?
Empujo dos pilas a un lado, preguntá ndome si los de la mudanza se han
equivocado con las fechas. El personal del edificio me habría avisado si se
hubieran presentado antes. La ú nica forma de subir aquí es a través de la
recepció n o con el có digo que só lo tienen unos pocos.
El misterio se resuelve cuando aparece Asher, con unos pantalones cortos
de baloncesto y una gorra de baloncesto en la que se lee Best Man.
—¿Qué haces aquí? —refunfuñ o, dejando caer mi maletín sobre una caja y
quitá ndome la chaqueta—. ¿Y qué carajo llevas puesto?
Sonríe.
—¡Te dije que te estaba lanzando un ú ltimo hurra! Adió s a la soltería y a
todo ese rollo.
—Y ya te he dicho que seguiremos emborrachá ndonos y ligando después de
casarme, así que no tiene sentido hacer nada.
—Bueno, no escuché. La pizza estará aquí pronto. También lo hará n Oliver y
Jeremy.
Puedo sentir un dolor de cabeza mientras entro en la cocina.
—¿Has invitado a Oliver?
—Sí.
—¿Y ha dicho que sí? —Abro la nevera, debatiendo qué comer. Mientras
delibero, tomo una cerveza.
—Yo no bebería eso —me dice Asher.
Hago una pausa.
—¿Por qué?
—Porque me han informado fehacientemente de que es mala idea hacer la
actividad en la que participaremos esta noche, borrachos.
—¿Qué clase de despedida de soltero se pasa sobrio?
—Salimos y nos emborrachamos todo el tiempo, como dijiste. Me volví
creativo.
Con un suspiro, vuelvo a meter la cerveza en la nevera.
—Me voy a cambiar. No muevas má s cajas.
C.W. FARNSWORTH
mí.
—¡Ponte algo con lo que puedas hacer ejercicio! —Asher llama después de
Refunfuñ o una respuesta mientras camino por el pasillo hacia mi
dormitorio. Esta habitació n también está llena de cajas. Hace menos de un añ o
que vivo aquí, desde que me gradué en la escuela de negocios de Yale y me
mudé definitivamente a la ciudad. Es extrañ o verla tan vacía. La mayoría de mis
pertenencias está n siendo enviadas a casa de Scarlett, ya que ella insistió en
quedarse en su casa después de nuestra boda. Me informaron -a través de su
abogado que le dijo al mío, nuestro principal modo de comunicació n- que podía
quedarme en mi propio á tico después de nuestro matrimonio. No tengo ningú n
deseo ardiente de cohabitar con una mujer. El ú nico impulso que lo supera es el
hecho de que no comparto la aparente voluntad de Scarlett de dejar nuestras
vidas completamente inalteradas una vez que compartamos el mismo apellido.
Hubo un tiempo en que mi yo má s joven temía el matrimonio como una
perspectiva que implicaba una esposa pegajosa y sin libertad. Jodidamente
ridículo, en retrospectiva. Scarlett parece odiar tanto como para hablar
conmigo.
Me quito el traje que he llevado todo el día y me pongo una camiseta de
algodó n y unos joggers. Nueva York ha estado inusualmente fresca para ser
junio. Candace incluso me llamó el lunes para preguntarme si Scarlett estaba
reconsiderando su vestido sin tirantes. Dejé que un largo silencio respondiera
por mí.
En el poco tiempo que he conocido a la segunda esposa de mi padre, he
llegado a la conclusió n de que vive en un mundo de fantasía. Uno en el que mi
padre la ve como una comodidad, no como una conveniencia. Uno donde Oliver
y yo la miramos con lujuria. Uno en el que pienso en el vestido que llevará
Scarlett el día de nuestra boda y en el calor o el frío que tendrá .
Sin embargo, esto ú ltimo no es muy exagerado.
Llegué a buscar fotos de vestidos de novia sin tirantes, só lo para saber qué
esperar. Nunca he visto a Scarlett con un aspecto tan devastador. Tengo una
gran aprensió n por verla el día de nuestra boda que estoy seguro que la
mayoría de los novios no tienen.
Las líneas entre nosotros se han difuminado. Los límites se han agudizado.
Apenas puedo pensar con claridad cuando estoy cerca de ella. Espero que sea
un problema que desaparezca pronto por arte de magia.
Cuando vuelvo a entrar en la cocina, Jeremy y Oliver han llegado. Jeremy
Brennan me conoce desde hace casi tanto tiempo como Asher. No es
neoyorquino de nacimiento; su familia es de Boston. Fuimos al mismo
internado en New Hampshire y luego ambos acabamos en Harvard. Se quedó en
Boston después de que Asher y yo nos fuéramos a Yale, donde se graduó en
Derecho hace un par de semanas.
Jeremy sonríe en cuanto me ve.
C.W. FARNSWORTH
—¡Aquí está el novio!
Pongo los ojos en blanco mientras le doy un abrazo y una palmada en la
espalda.
—¿Ya has pasado el listó n, Brennan?
—Sabía que debería haberme quedado en Boston. —El fuerte acento de su
ciudad natal satura cada palabra, hundiendo las sílabas en el perezoso acento
—. Las cosas que hago por ti, Kensington. Sobre todo porque no recibí ni un
puro de ti por graduarme en la facultad de derecho que vomita presidentes.
Eso sí que me hace sentir mal. Pensaba volver a Harvard para la graduació n
de Jeremy en la facultad de derecho, no só lo enviar un regalo. Antes de que mi
matrimonio fuera inminente.
—Te lo compensaré.
Jeremy sacude la cabeza.
—Má s que nada te estoy jodiendo, tío. Sé que el trabajo eras tú . Todos los de
mi añ o querían el puesto en Kensington Consolidated. Te lo debo.
—Todo lo que hice fue mencionar tu nombre —le digo. Es cierto. Ambos
sabemos que eso es todo lo que se necesita cuando tu apellido está pegado en el
edificio.
—Todo el regalo que necesitas será ver có mo Crew intenta manejar a su
novia en la boda —le dice Asher a Jeremy, abriendo una de las cajas de pizza
que ha aparecido en la encimera de granito de mi isla de cocina—. Jodidamente
divertido —añ ade alrededor de un gran bocado de pepperoni y queso.
Aprieto los dientes y reconsidero la posibilidad de abrir una cerveza; al
diablo con las actividades misteriosas. Asher insiste en acompañ arme a la
catedral de San Patricio para el ú nico evento conjunto relacionado con la boda
del que ni Scarlett ni yo pudimos librarnos: la reunió n con el sacerdote.
Ninguno de los dos tenemos una fiesta de bodas. Fue una petició n de Scarlett, a
la que accedí con gusto. Yo habría querido pedirle a Asher que fuera mi padrino
-lo que supongo que é l captó , dado su sombrero- y me habría visto obligado a
pedírselo a Oliver en su lugar.
C.W. FARNSWORTH
Como la falta de damas de honor y padrinos limita considerablemente el
nú mero de personas que participan en las propias nupcias, la reunió n también
consistió en repasar la logística de la ceremonia. Evidentemente, Hanson
Ellsworth decidió que no necesitaba ninguna orientació n para llevar a Scarlett
al altar, así que acabamos siendo los dos sentados y de pie en total silencio. Me
sorprende que el sacerdote no sugiriera una terapia de pareja.
Asher no fue testigo de la incomodidad dentro de la catedral. Se refiere al
hecho de que Roman, mi chó fer, se detuvo fuera de la catedral al mismo tiempo
que el coche de Scarlett. Lo que significa que tuvo un asiento en primera fila
para el tenso encuentro que marcó la primera vez que nos veíamos desde la
cena en la finca de mi familia hace varias semanas.
Una noche destinada a construir puentes. Entre Scarlett y yo, se quemaron.
—Recuerdas a Scarlett, ¿no? —Asher le pregunta a Jeremy.
Jeremy sonríe.
—Es difícil de olvidar. Tuve una clase con ella el primer añ o. Contabilidad
de gestió n. —Sonríe—. Ella le dio al profesor una carrera por su dinero. La
ú nica razó n por la que entendí el aná lisis del flujo de caja.
—¿Hablaste con ella? —Pregunto, sorprendido. Durante nuestros añ os de
universidad, agradecí que mi camino nunca se cruzara con el de Scarlett. Feliz
de joder con lo que sea y con quien sea, quise no recordar las responsabilidades
que me esperaban tras la graduació n. Nunca consideré que mis amigos podrían
haber hablado con ella. Hicieron algo má s que hablar con ella.
Jeremy se encoge de hombros mientras toma su propio trozo de pizza.
—Un par de veces. Quiero decir, no había un tipo en esa clase que no
estuviera tratando de golpear eso.
Mi mandíbula se aprieta con algo que se parece mucho a los celos.
—Una vez mencioné a Crew, tratando de impresionarla —continú a, y
luego se ríe—. Tuvo el efecto contrario. Me tomó hasta el segundo añ o para
entender por qué. —Me mira—. Todavía no entiendo lo del matrimonio
concertado. Deja eso para la familia real.
—Crew no está tan afectado por ello —responde Asher—. Sin mover un
dedo, se va a casar con la mujer má s sexy que he visto nunca.
Miro hacia Oliver. Ha permanecido casi siempre callado mientras mastica la
pizza. Me sorprende que haya aceptado venir a esto. No me sorprende que esté
leyendo en su teléfono. Algo relacionado con el trabajo, sin duda.
C.W. FARNSWORTH
Terminamos de comer y nos vamos. Asher se mantiene firme en su negativa
a compartir cualquier detalle de los planes de la noche. Cuando las puertas del
ascensor se abren en el vestíbulo de mi edificio, apenas empieza a oscurecer.
Asher y yo seguimos a Jeremy y Oliver -que sigue hablando por teléfono- hacia
las puertas que dan a la calle.
A mitad de camino, veo a una mujer de pie en la recepció n. Está de espaldas
a mí, pero lleva unos vaqueros, una blusa blanca y unos tacones rosas. Sigo con
la mirada el salpicó n de color, recorriendo sus curvas hasta llegar a la elaborada
trenza que lleva en el pelo moreno. Pelo del mismo color que...
—¿Scarlett?
Los hombros de la mujer se levantan y se tensan. Má s abajo, como si soltara
un largo suspiro.
No ha venido a verme, eso es evidente.
—No importa —la escucho decir antes de que se dé la vuelta.
Con lo que supongo que es su idea de atuendo informal, me sigue
sorprendiendo. Nada en ella es lo que yo pensaba que era mi tipo. Ni el
complejo de superioridad ni las réplicas rá pidas. Sus labios rojos está n torcidos
en lo que podría describirse como una mueca mientras me estudia.
—Esperaba no verte.
La franqueza es un rasgo que solía pensar que apreciaba. Asher hace un
trabajo de mierda para amortiguar su risa.
—Eso explica por qué está s en mi edificio —replico.
Scarlett suspira.
—Ya que está s aquí... necesito hablar contigo. —Su mirada a Asher es
puntiaguda—. A solas.
—Puedo captar una indirecta —dice Asher—. Te veo fuera, Crew.
Mis ojos se quedan en Scarlett mientras Asher desaparece para reunirse
con Oliver y Jeremy en la acera. Scarlett extiende el sobre que intentaba
entregar en la recepció n.
—Toma. Guá rdalo en un lugar seguro.
Lo abro y miro dentro. Hay una llave-tarjeta de plá stico, como las de los
hoteles, y un papel con una serie de nú meros escritos.
—¿Me has traído un regalo de boda?
—Necesitará s el có digo para llamar al ascensor y la tarjeta para entrar en el
á tico.
—Si quieres follar antes de casarnos...
Scarlett me corta con una carcajada, como si la idea de que tengamos sexo
fuera ridícula.
—No se trata de eso. No estaré en casa el sá bado por la noche, y ya que
insististe tanto en vivir juntos, yo...
La corté.
C.W. FARNSWORTH
—¿Qué quieres decir con que no estará s allí el sá bado por la noche?
—Voy a volar a París en cuanto termine la recepció n —responde Scarlett—.
Para una cosa de trabajo.
—No, no es así. —La disputa es automá tica. Es nuestra noche de bodas, ¿y
ella planea volar a Francia? Probablemente no debería estar sorprendido, pero
estoy sorprendido.
—Sí, así es. Jacques Deux tiene una lista de espera de añ os. Pedí diez favores
para conseguir esta reunió n con él.
—Es nuestra noche de bodas. La gente hablará .
—No me importa. ¿Normalmente despejas tu agenda para la noche después
del cierre de una fusió n?
Exhalo en lugar de decir algo que lamentaré.
—¿De qué trata tu reunió n?
Por la forma en que Scarlett suspira, como si la pregunta fuera un gran
inconveniente, esperaba que no se la hiciera.
—¿Por qué? —desafía.
No digo nada, só lo miro fijamente.
Vuelve a suspirar.
—Voy a empezar una línea de ropa. Jacques Deux ha trabajado con todos
los diseñ adores importantes de la ú ltima dé cada. Su aportació n, sus ideas,
marcará n una gran diferencia en el éxito de la marca.
—Por eso cambiaste el acuerdo prenupcial —me doy cuenta.
El potencial de ganancias de Haute no es nada comparado con una marca de
ropa. Especialmente una creada por Scarlett, que pronto será Kensington. El
interés del pú blico por nosotros dos se ha disparado desde que se anunció
nuestro compromiso. Somos un cuento de hadas, sin las feas hermanastras ni
los pobres comienzos.
—Si no lo hubiera hecho, esto podría ser una conversació n. Pero lo hice, y tú
firmaste, así que no lo es. Si necesito ir a París para una reunió n, iré a París.
—Só lo me preocupa el momento —le digo en voz baja. No tenía
expectativas para nuestra noche de bodas, pero definitivamente tenía
esperanzas. Fantasías que requerían que ella estuviera en Nueva York, no en la
capital de Francia.
Su ceñ o se arruga durante un minuto antes de suavizarse.
C.W. FARNSWORTH
—No puedo cambiar el horario, Crew.
—Bien. —Ni siquiera sé por qué me molesto en discutir.
—Bien —repite ella. Aparta la mirada de mí, la devuelve y suspira—.
También escribí mi nú mero de mó vil ahí. Por si tienes preguntas sobre el
edificio.
Podría mentir, pero no lo hago.
—Tengo tu nú mero, Scarlett.
Ella levanta una ceja.
—No te lo he dado.
—Lo sé. Lo recibí hace un tiempo. Pensé en acercarme a ti unas cuantas
veces. Pensé que podría... —Sacudo la cabeza—. No lo sé. No importa. Ve donde
quieras, Scarlett.
—Lo haré.
Está consiguiendo lo que quiere, pero sigue sonando enfadada. En lugar de
empujar, asiento con la cabeza hacia la puerta.
—¿Eso es todo?
Su barbilla se levanta.
—Sí, eso es todo. —Gira y se dirige hacia las puertas de cristal que dan a la
calle.
—Genial —murmuro sarcá sticamente mientras la sigo. Por la forma en que
se endurecen sus hombros, me escuchó .
Asher, Jeremy y Oliver está n esperando en la acera.
—¿Te vas tan pronto, Scarlett? —Asher se burla.
—No suelo merodear por los edificios de apartamentos —responde ella—.
¿A dó nde se dirigen ustedes, caballeros?
—La despedida de soltero de Crew —responde Asher. Gira su gorra de
béisbol de padrino para que ella pueda ver la parte delantera—. Sé que ustedes,
tortolitos, decidieron limitar las multitudes al frente, pero no pude resistirme.
—Bonito —comenta Scarlett.
Casi sonrío.
—Deberías venir —sugiere Asher.
Scarlett se aclara la garganta.
—¿Qué?
C.W. FARNSWORTH
—Crew es mucho má s divertido cuando está aquí.
Le lanzo una fuerte mirada a Asher por ese comentario. No se trata de una
mujer de la alta sociedad a la que está engañ ando. En dos días, la mujer que
está a mi lado será mi esposa. Hay una línea, y é l la está cruzando.
—Vamos, Asher.
Se encoge de hombros.
—Claro. Esto será un reto para nosotros de todos modos. Y mucho menos
para una mujer.
Cierro los ojos y llamo mentalmente a Asher por todos los nombres que se
me ocurren. Mi padrino acaba de asegurarse de que mi prometida estará en mi
despedida de soltero.
***
El gimnasio está abarrotado cuando llegamos. Me sorprende; el nú mero de
personas que hay demuestra un mayor interés por la actividad del que
esperaba.
Esto no es exactamente lo que pensé que sería mi despedida de soltero:
escalar acantilados falsos con mi prometida a cuestas.
Scarlett se dirige a la pequeñ a tienda anexa al gimnasio, probablemente
para cambiar los tacones de aguja de 15 centímetros que lleva puestos por unos
zapatos planos. No me dice nada antes de irse, manteniendo intacto el vacío
de silencio que se ha cernido entre nosotros. Se ha prolongado durante todo el
trayecto hasta aquí, interrumpido por charlas educadas, sobre todo entre ella y
Jeremy. Creo que miente al decir que lo recuerda de la clase que supuestamente
compartieron y espero que eso signifique que uno de mis amigos má s cercanos
no sabe má s que yo sobre mi prometida.
—No puedo creerte —le digo a Asher, mientras saca un par de lo que
aparentemente son zapatos de escalada que estoy seguro que compró só lo para
esta ocasió n—. Te dije que no quería hacer nada. ¿Entonces planeas esto y la
invitas?
Asher sonríe mientras se quita las zapatillas y se pone los zapatos que
parecen calcetines de goma.
C.W. FARNSWORTH
—Uno, esto será divertido. Vine con Charles Goldsmith el mes pasado y fue
una explosió n. Dos, eres bienvenido. Tu ruborizada novia apenas te mirará , y es
obvio que te molesta mucho. Te gusta ella.
Me burlo.
—¿Qué tienes, diez añ os? No me gusta; estoy atrapado con ella. Mi padre
me repudiaría permanentemente si este matrimonio no se realiza. O no durara.
No tiene nada que ver con Scarlett. Aunque... —Echo un vistazo al expositor de
zapatillas de escalada que se ve a través de la pared de cristal que separa la
tienda del propio gimnasio, donde Scarlett está hablando con una dependienta
—. No parece que la mataría actuar como si fuera menos inconveniente.
—¿Qué esperabas? Has dicho durante añ os que esto es só lo un negocio.
—Lo es. Y ella lo está haciendo má s difícil de lo necesario al actuar como si
esto fuera personal, no profesional. —Aunque yo lo empecé, supongo. Nunca he
querido besar a nadie má s que en esa biblioteca.
—Tal vez le preocupa que lo sea.
Lo contemplo durante unos segundos. Luego descarto la posibilidad.
—Creo que he renunciado sería un adjetivo mejor. Quiere que vivamos
separados, por el amor de Dios.
—Pero no lo haces. Tuve que apartar veinte cajas para entrar en tu casa.
—No por elecció n. De ella o mía. —Subrayo la ú ltima palabra, porque Asher
parece creer que estoy entusiasmado con esta farsa de matrimonio. La
ú nica parte que me hacía ilusió n parece estar en suspenso permanente.
Después de nuestro encuentro en la biblioteca, tenía mis dudas sobre una noche
de bodas tradicional. Después del viaje sorpresa a París que me acaba de soltar,
no albergo ninguna esperanza.
—Aceptaste mudarte a su casa.
—Era eso o ir a otra ronda con los abogados. Si tanto quiere quedarse en su
á tico, no me importa. Probablemente sea igual de bonito.
—Es más bonito, en realidad. —La voz de Scarlett suena detrá s de mí—.
Hay una entrada privada para el á tico, y tengo mi propio portero. Estuve cinco
minutos esperando para hablar con uno de los tuyos antes de que aparecieras
como una especie de Crew-en-una-caja.
C.W. FARNSWORTH
Me alegro de estar de espaldas a ella. Así es má s fá cil ocultar mi sonrisa
ante su frase inventada. Cuando me doy la vuelta, descubro que Scarlett se ha
puesto el traje má s apropiado para escalar. Lleva el pelo largo recogido en una
coleta, dejando al descubierto la elegante columna de su cuello y el hueco de su
garganta. Los tacones rosas han desaparecido, sustituidos por un estilo similar
al que lleva Asher, y las mangas de su blusa blanca se han remangado.
—¿Cinco minutos enteros? —digo en voz baja—. En qué prometida tan
devota te has convertido, cariñ o.
La nueva devoció n se expresa con un giro de ojos.
—¡Oh, ahí está Dave! —exclama Asher, sonando má s emocionado de lo que
le he oído sonar sobre cualquier cosa que no implique mujeres, alcohol o
coches. Aparentemente, hablaba en serio cuando dijo que había venido aquí
antes.
Dave se acerca a nosotros, igualando el entusiasmo de Asher. Si me cruzara
con Dave en la calle, no me sorprendería en absoluto saber que trabaja como
instructor de escalada. Sus rastas está n recogidas con un pañ uelo pú rpura y
lleva una sonrisa despreocupada que no tendría cabida en una sala de
reuniones.
—¡Hola, amigo! —saluda Dave—. ¿Ya has vuelto?
—Sí. Traje algunos amigos también. Estamos celebrando la boda de este
tipo. —Asher me da una palmada en la espalda, y yo me fuerzo a sonreír,
aunque estoy seguro de que es má s bien una mueca.
—De ninguna manera. —Dave parece que nunca se le ha ocurrido la idea de
celebrar una despedida de soltero aquí, y me gustaría que Asher pudiera decir
lo mismo—. Felicidades, hombre —me dice.
—Gracias, Dave. —No mucha gente me ha felicitado por mi pró xima boda.
Lo han reconocido. Asintieron con conocimiento. Me han dicho que he hecho un
buen trabajo o que lo he hecho bien. Cada uno de ellos ha sabido por qué me voy
a casar con Scarlett. Pero no sé có mo decirle a Dave que soy un multimillonario
que se casa por dinero, así que hago todo lo posible para actuar genuinamente
entusiasmado por la perspectiva. Facilitado y dificultado por la presencia de mi
prometida a pocos metros.
—Iré a buscarles algo de equipo —dice Dave—. ¿Son... cuatro?
—Cinco —corrige Asher, señ alando con la cabeza hacia la recepció n, donde
Oliver está de pie, hablando por teléfono. Ha atendido una llamada nada má s
llegar y no se ha movido desde entonces.
—Muy bien. Normalmente empezamos por parejas. —Dave mira a su
alrededor y luego me mira a mí—. ¿Qué tal si esperas al rezagado? —Sonríe a
Scarlett—. Podemos trabajar juntos.
No espero a ver si es un acuerdo por el que Scarlett protestará .
—No. Ella y yo trabajaremos juntos.
C.W. FARNSWORTH
Dave levanta las manos en un gesto de bondad.
—Lo siento, hombre. Entiendo lo del hermano sobreprotector. Yo soy igual
con mi hermana.
Asher suelta una carcajada. Jeremy empieza a toser. Si miro a Scarlett,
supongo que lleva la misma expresió n de horror que yo.
Dave mira entre Scarlett y yo, sus rastas se agitan con cada movimiento
confuso.
—Oh. ¿No son hermanos?
—No —dije—. Es mi prometida.
—Só lo supuse... —se queda en el camino—. Nunca había escuchado que
una prometida asistiera a una despedida de soltero.
—Nos gusta hacer cosas juntos. —No tengo ni idea de có mo me las arreglo
para decir esa frase con la cara seria. Me impresiona igualmente que nadie se
ría.
Pero Dave asiente, con un aspecto completamente serio.
—Lo entiendo. Mis padres son iguales. Cada uno tiene una actividad para
complacer al otro, ya que odian hacer cosas por separado. Mi madre odia el
fú tbol y no se ha perdido un partido de los Giants en veinte añ os. Mi padre no
podría dibujar una figura de palo, pero va a una clase de pintura al ó leo con ella
cada semana. —Dave hace una pausa y sonríe—. Apuesto a que ustedes será n
igual de felices. ¿De quién es esta actividad? —Sus ojos vuelven a rebotar entre
nosotros.
—Uh... —Me demoro en hablar después de eso. Nunca he sido testigo de ese
tipo de relació n en persona. Sé que mi padre amaba a mi madre. Puede que
haya sido la ú nica persona a la que ha amado. Cuando se trata de mí y de Oliver,
reparte elogios ocasionales, no afecto. Aunque expresara algú n tipo de
sentimiento hacia mi madre, yo era demasiado joven para recordarlo.
—Crew. —Scarlett se aclara la garganta—. Esto fue idea de Crew.
—Excelente elecció n, hombre. —Dave me sonríe antes de que su atenció n
regrese a Scarlett—. ¿Y qué vas a elegir?
—Eh... —se detiene. Por primera vez, veo que Scarlett parece insegura. En
lugar de deleitarme con ello, me apresuro a pensar en alguna afició n al azar que
pueda soltar.
—¿Golf?
C.W. FARNSWORTH
—Puede ser cualquier cosa —insta Dave—. ¿Cualquier cosa que siempre
hayas querido probar?
—¿Lo hacemos o no? —Aparece Oliver, con el teléfono en la mano—. Si no,
vuelvo a la oficina.
—Puedes pensarlo un poco má s —le dice Dave a Scarlett, y luego se vuelve
hacia el resto de nosotros—. Me reuniré con todos ustedes junto a la pared de
allí. —Señ ala vagamente hacia la derecha antes de dirigirse a la izquierda.
Estamos rodeados de nada más que paredes. No só lo las cuatro típicas, sino un
montó n de otras cubiertas con rocas falsas de colores que sirven de asideros
continuos.
—¿Creemos que está cualificado para enseñ ar a la gente a escalar
acantilados? —pregunta Jeremy.
—Dave es genial —responde Asher—. Super chill.
—Eso es exactamente lo que me preocupa —responde Jeremy—. Lo súper
chill no es la primera calificació n que consideraría en un instructor.
Ignoro sus discusiones y le pregunto a Oliver—: ¿De qué iba la llamada?
Mi hermano hace una mueca.
—Powers quiere volver a la mesa sin la divisió n de marketing.
—¿Se está doblando?
Oliver asiente.
—Ha aguantado má s de lo que esperaba.
—Yo también —estoy de acuerdo.
Dave reaparece con cuerdas y arneses para darnos un breve tutorial sobre
lo que debemos hacer para abandonar el suelo. A pesar de los recelos de
Jeremy, Dave parece estar bien informado. Estoy má s preocupado por la mujer
que está a mi lado que por la personalidad relajada de Dave. En todo caso, su
facilidad es una adició n bienvenida al grupo. Scarlett parece estar cada vez má s
tensa.
Una vez terminada la demostració n, nos envían a un rincó n del gimnasio.
Asher comienza inmediatamente a escalar mientras Jeremy lo ve. Oliver está
má s abajo, hablando con Dave. Probablemente tratando de librarse de hacer
esto.
Scarlett se abrocha el arnés y se queda mirando la pared de roca que se
extiende quince metros en el aire. Yo la miro fijamente. Ella mira de repente y
me descubre estudiando su perfil.
—¿Y bien? —Pregunto.
C.W. FARNSWORTH
—¿Y bien qué?
—Bien, ¿vas a subir la maldita cosa o no? —Le digo.
—Dame un minuto —dice ella.
—¿Para qué? La pared está justo delante de ti. Solo tienes que coger un asa y
empezar. Es fá cil.
—¡Nunca dije que fuera difícil!
—¿Entonces por qué no está s subiendo?
—Me estoy... preparando.
Me burlo.
—¿Preparándote para qué?
—Prepará ndome para poner mi vida en tus poco capaces manos. No estoy
precisamente rebosante de confianza en tu capacidad para atraparme.
—Llevas un arnés atado a una cuerda por encima de una alfombra de
espuma. Por supuesto que no voy a atraparte. No seas ridícula.
—Con un encanto así, es sorprendente que alguien te diga que no —
replica. Sus palabras son afiladas y su postura es de confrontació n. Pero hay
algo que subyace bajo el fastidio, evidente en la forma en que no me mira y
juguetea con la correa del arnés.
—Dime qué pasa realmente —exijo.
—Te lo dije, estoy...
—Scarlett.
Sus dientes se hunden en el rojo intenso de su labio inferior. He evitado
mirar su boca. La ú ltima vez que le presté demasiada atenció n, casi la beso.
Estoy a punto de volver a decir su nombre cuando ella responde.
—Me da miedo estar a demasiada altura del suelo.
El significado se asimila lentamente.
—Te dan miedo las alturas —me doy cuenta, y luego me río—. ¿Me está s
tomando el pelo?
—Eso no es lo que he dicho —responde acaloradamente Scarlett—. Yo
só lo...
—Seis por un lado, media docena por otro —respondo—. Dilo como
quieras, eso es lo que querías decir.
C.W. FARNSWORTH
Ella lo considera.
—Bien. Las alturas no son mis favoritas.
Me vuelvo a reír.
—Increíble. ¿De verdad eres tan testaruda? ¿Has venido a un gimnasio de
escalada y te dan miedo las alturas?
—Uno, tú mismo no eres el Sr. Fá cil de Llevar. Dos, no sabía que
íbamos a un gimnasio de escalada. Tu amigo misó gino no lo especificó cuando
me invitó .
—Asher está lejos de ser un misó gino. Ama a las mujeres.
Scarlett pone los ojos en blanco.
—Amar a las mujeres y respetarlas son dos cosas diferentes.
Siento un repentino impulso de defender a Asher, a pesar de que é l es la
razó n por la que estoy aquí discutiendo con ella.
—É l también respeta a las mujeres.
—¿Y tú ?
Me pongo rígido y miro fijamente.
—¿Qué mierda de pregunta es esa? Te vas a casar conmigo, ¿y crees que no
respeto a las mujeres?
—No he dicho que no lo hagas, he preguntado si lo haces.
—Tienes una forma creativa de decir todo, ¿eh?
Su barbilla se levanta mientras me devuelve la mirada.
—¿Quieres saber por qué he venido aquí, Crew? Para probarme a mí
misma. Porque siempre tengo que probarme a mí misma. Cuando apareces en
Kensington Consolidated, la gente no asume que está s allí para quedar con tu
padre para comer. No creen saber má s que tú sobre la empresa que es el legado
de tu familia. No se preguntan con quién te casará s porque suponen que esa
persona tendrá algo que decir en su trabajo algú n día. Puede que nos
parezcamos en algunos aspectos, pero no somos iguales.
Se desprende del cinturó n y se quita el arnés. Me molestó que viniera.
Ahora me irrita que parezca que se va.
—¿Qué está s haciendo?
C.W. FARNSWORTH
—¿Todo bien por aquí? —Aparece Dave, con su rostro tranquilo que só lo
muestra el má s mínimo indicio de preocupació n. En su mundo, las cosas
probablemente van segú n el plan. Probablemente ni siquiera tenga un plan.
—Bien. —Scarlett le dedica una pequeñ a y apretada sonrisa que cualquiera
con ojos podría ver que es falsa—. Desgraciadamente, tengo que irme. —Ella ni
siquiera inventa una excusa—. Gracias por tu ayuda, Dave.
—Scarlett... —Empiezo.
Se aleja sin decir nada, con su cola de caballo morena agitá ndose.
Burlá ndose de mí a cada paso. Scarlett só lo se detiene para volver a ponerse los
tacones. Luego se va, atravesando la calle llena de gente y perdiéndose de vista.
Empiezo a preguntarme si alguna vez la veré partir sin una mezcla de rabia
y arrepentimiento.
Por el bien de mi cordura, espero que así sea.
Capítulo Cinco
Scarlett
C.W. FARNSWORTH
Mi madre se pone a llorar cuando me ve con mi vestido de novia. No estaba
esperando sus lá grimas. Después de casi treinta añ os de matrimonio con el
vacío sin emociones conocido como mi padre, no pensé que hoy habría mucho
sentimentalismo. Só lo el agradecimiento por la planificació n apresurada que se
necesitó para sacar lo que todas las publicaciones de noticias llaman la boda del
siglo.
En las ú ltimas seis semanas, desde que se anunció mi compromiso con
Crew, se han considerado todos los detalles de mi boda. Cada posible problema
se ha tenido en cuenta. Cada minuto se ha tenido en cuenta.
Esto es algo imprevisto. Sophie y Nadia se colaron en la sala del crucero,
donde he pasado la mañ ana prepará ndome para saludar. Sophie fue la que me
rogó que les mostrara mi vestido. Só lo me lo he puesto una vez desde que
aprobé el diseñ o, para la prueba y confirmar que mis medidas no habían
cambiado.
Asumo las tres reacciones -los ojos muy abiertos de Sophie, el jadeo de
Nadia y las lá grimas de mi madre- antes de volver a mirar mi reflejo. Me
encanta este vestido. Lo quiero má s de lo que debería. Me gusta má s que
cualquier otra prenda que haya llevado.
No tiene tirantes. La línea de mi clavícula y la curva de mi hombro quedan
expuestas por encima del intrincado corsé. Atractivo sin ser escandaloso. El
encaje cosido a mano da paso a capas de tul suave como una nube y a una
amplia cola que se extiende varios metros detrá s de mí. Nunca me he sentido
tan guapa como con este vestido. Es un vestido pensado para una novia que está
entusiasmada con su boda. Que no tiene dudas sobre nada, y mucho menos
sobre su elecció n de novio.
Desgraciadamente, por no decir sorprendentemente, cumplo ambos
criterios. En el umbral de la puerta, observo có mo mi madre se frota las mejillas
antes de hablar.
Calculé que tenía otros veinte minutos antes de que volviera de
repasar todos los detalles con la organizadora de la boda... otra vez.
—¡Scarlett! ¿Por qué te has puesto ya el vestido? Todavía tienes que
arreglarte el pelo.
Nadia y Sophie se sobresaltan al escuchar su tono agudo. Sin embargo, la
conozco bien.
Es mucho má s fá cil enmascarar las emociones bajo la dureza que la
felicidad.
—Lo sé. Me volveré a cambiar. —Sonrío a Sophie y Nadia—. Las veo
después, ¿de acuerdo?
Ellas toman la oferta, escabulléndose de nuevo de la habitació n
inmediatamente. Me queda cambiarme y enfrentarme a mi madre. Vuelvo a
colgar mi vestido de novia en su bolsa y me pongo la bata de seda que llevaba
antes, sobre la lencería blanca que mi marido no verá .
C.W. FARNSWORTH
—¿Está s lista? —pregunta mi madre.
Para algo má s que la peluquería, deduzco.
Inhalo y hago la petició n que he debatido desde que me levanté esta
mañ ana. Esperaba que fuera un día normal. Nada de esto se ha sentido así. Ni
ducharme, ni desayunar, ni ir a la catedral donde me convertiré en Scarlett
Kensington.
—¿Está Crew aquí?
Mi madre me estudia, con la curiosidad ardiendo en los iris de color
avellana que he heredado.
—Por supuesto. —Parece ofendida por la mera posibilidad de que no lo
esté. Cualquier tropiezo hoy sería má s que un desprecio hacia mí.
—¿Puedes... buscarlo?
Mi madre suspira.
—Scarlett, si tienes dudas...
—No las tengo. Só lo quiero hablar con é l.
—No creo que...
La corté de nuevo.
—Mamá. Por favor.
Tal vez sea el favor lo que la convence. No estoy segura de la ú ltima vez que
se pronunció esa palabra entre nosotras. De mi boca, al menos.
—De acuerdo. Lo pediré. —Desaparece en la extensió n de la catedral que
está llena de gente que se prepara para la boda o de invitados que llegan muy
temprano para conseguir buenos asientos.
Estoy sola aquí.
La estrella del espectá culo y la paria.
Estoy nerviosa. No pensé que lo estaría, y es la ú ltima señ al de que esto no
es un negocio. Una fusió n como cualquier otra. Quizá lo sea para Arthur
Kensington. Por mi padre. Por el resto de la élite de Manhattan, que lleva añ os
cotilleando la posibilidad de este día. Para Crew. Pero para mí, es diferente.
Decirme a mí mismo que no lo es no cambiará ese hecho.
Esta es mi boda, mi matrimonio.
C.W. FARNSWORTH
Es personal.
Cuando la puerta se abre de nuevo unos minutos después, sé que no es mi
madre.
Me doy cuenta.
Vino.
—No llevas tu vestido.
Me giro para mirarlo.
—Se supone que no debes verme con el vestido hasta que esté en el pasillo.
—No pensé que fueras del tipo supersticioso. O particularmente
sentimental. —Crew dice las palabras con desgana, antes de meterse las manos
en los bolsillos. Parece relajado. Completamente relajado por lo que va a pasar
entre nosotros, y eso afloja un poco el apretado nudo de mi pecho.
—No quiero que nuestro primer beso sea por ahí. —Le suelto la frase, que
en realidad es má s bien una petició n.
Algo en el día de hoy -el vestido, la ensoñ ació n y la fecha en sí- me ha
llevado a darme cuenta de que hoy es mi boda. Con toda probabilidad, nunca
tendré otra. Estaré casada con este hombre por el resto de mi vida. Y nunca lo
he besado.
¿Debería molestarme? Probablemente no.
Pero lo hace.
Algo parecido a la diversió n se instala en su rostro.
—¿Es así?
Es tentador echarse atrá s, pero no lo hago.
—Sí. —Lo estudio, tratando de entender lo que está pensando.
Sentimientos. Me quedo en blanco. Es tan efusivo como una pá gina vacía—.
Hace unas semanas me rogaste que te besara —le recuerdo nuestro momento
en la biblioteca.
Un fantasma de sonrisa se dibuja en su rostro, como si ese recuerdo fuera
afectuoso y no frustrante.
—Me acuerdo.
—¿Y? —Me estoy impacientando. Molesta. ¿Por qué nada entre nosotros
puede ser sencillo?
—¿Y tú ?
C.W. FARNSWORTH
—¿Yo qué? —Me estoy arrepintiendo rá pidamente de toda esta idea. Tiene
razó n; no es propio de mí.
Tal vez este matrimonio no dure, y de todos modos nunca importará .
—Recuerda.
Mi columna vertebral se endereza como si me hubieran inyectado plomo
cuando la implicació n me golpea.
—No puedes hablar en serio.
Crew inclina la cabeza hacia la izquierda, mostrando la afilada línea de su
mandíbula.
Se tensa cuando su expresió n se vuelve atrevida.
—Suplícame y te besaré, Scarlett.
—Eres... —Busco el insulto adecuado y me quedo corta—. No puedo
creerte.
—Te lo advertí, cariñ o.
—Só lo está s enojado porque herí tu orgullo.
Crew no responde, pero un mú sculo hace tictac en su mandíbula.
—La mendicidad no está ocurriendo. No estoy tan desesperada. Nos
vemos en el altar, cariño. —El apodo no encierra ningú n sentimentalismo, só lo
burla.
No se mueve. Hay un largo y pesado silencio. Pesado por las dudas, las
valoraciones y los arrepentimientos.
—Pídemelo.
—¿Pedirte qué?
—Pídeme que te bese, Scarlett. ¿No es eso de lo que ha tratado esta
conversació n?
Sinceramente, he perdido la cuenta. Se ha convertido en un tira y afloja, una
batalla de voluntades. Cada uno de nosotros sintiendo lo que estamos
dispuestos a renunciar. Lo que no estamos dispuestos a ceder.
—Yo no pido cosas. Las tomo.
—Yo también.
Nos miramos fijamente, en un punto muerto. Quiero besarlo. Mucho. Nunca
he deseado tanto borrar la distancia entre mis labios y los de otra persona. É l
quiere besarme. Igual de mal, si su postura tensa es una indicació n.
C.W. FARNSWORTH
El orgullo me mantiene en su sitio. Tampoco se mueve.
—Tengo que terminar de prepararme. —Lo digo en voz baja. Un hecho, no
un pie fuera de la puerta. No me estoy echando atrá s. No le doy una excusa.
Crew suelta un suspiro exasperado, como si se tratara de un gran
inconveniente. Espero que se dé la vuelta y se vaya. En cambio, se acerca a mí
con la convicció n de un rey conquistador, reduciendo los pocos metros que nos
separan con un par de largas zancadas. Me toma la cara y me roza las mejillas
con los dedos, me echa la cabeza hacia atrá s y me obliga a mirarlo.
—Dime —exige.
Lo interrogo con la mirada, tentada de ceder a su contacto. Estoy perdiendo
terreno, y culpo a su proximidad por invadirlo. Es difícil pensar, respirar, cuando
me toca.
—Dime que te bese, Scarlett. —Su pulgar recorre mi labio inferior.
Se me pone la piel de gallina. Los escalofríos recorren mi columna
vertebral.
Se está comprometiendo. Cediendo. Provoca una embriagadora sensació n
de poder. Yo no capitulé, él lo hizo. Con cualquier otra persona, lo percibiría
como una debilidad. Pero esto no me hace pensar menos en Crew, sino que me
hace desearlo má s.
—Bésame.
La "e" sigue flotando en el aire entre nosotros cuando é l accede. Sus labios
chocan contra los míos, exigentes, urgentes y dominantes. Las manos que me
agarran la cara son suaves. Su boca es todo lo contrario. El calor hú medo de su
lengua invade mi boca, forzando un gemido.
Crew Kensington sabe a whisky y menta. Pecado y seducció n. A placer y
poder. Y esto es exactamente por lo que le dije que no en la biblioteca: sabía que
íbamos a ser así de combustibles. Sabía que si le dejaba, me quemaría. Me
consumiría.
Puedo respetarlo.
Puedo explorar mi atracció n por él.
Pero no puedo preocuparme por é l.
El éxito no se construye con buenas intenciones y consideració n hacia los
demá s.
C.W. FARNSWORTH
Sus labios abandonan los míos. Demasiado pronto. Quiero besarlo hasta
que me quede sin oxígeno. Quiero saborear la forma en que me hace olvidar que
esto es falso.
Cuando abro los ojos, me mira fijamente. No tengo ni idea de qué decir, de
có mo reconciliar lo que éramos antes y lo que somos después de ese beso. Una
distinció n que no pensé que tendría que hacer antes de decir sí, quiero. Es
cuando el antes y el después debían empezar. Me doy cuenta, mientras me
hormiguean los labios y me late el pulso, de que podría haber empezado hace
mucho tiempo.
Me aclaro la garganta.
—Deberías irte.
Si le molesta el despido inmediato, no lo demuestra. Crew asiente una vez,
enérgicamente y con aire de negocios. Sus manos se apartan de mi cara, e
inmediatamente echo de menos su calidez. Su presunció n posesiva.
—Nos vemos ahí fuera.
Le veo darse la vuelta y alejarse, luchando conmigo misma. Me ha dado una
pulgada. Puedo hacer lo mismo. El matrimonio es una cuestió n de
compromiso, ¿verdad?
—Crew. —Hace una pausa cuando hablo, pero no se gira. Mis ojos recorren
sus anchos hombros, estirando la chaqueta del esmoquin. A diferencia de mí, é l
ya lleva puesto su traje de boda. Me alegro de que no se gire. Así es má s fá cil
escupir un—: Gracias.
No mira hacia atrá s. La puerta se cierra tras é l unos segundos después,
dejá ndome sola. Rodeada de cajas de zapatos y botes de laca y los productos
pintados en mi cara, esperando que aparezca el peluquero para ponerme el
vestido y caminar hacia el altar.
Capítulo Seis
Crew
C.W. FARNSWORTH
La escucho antes de verla. Los sonidos sutiles me alertan del acercamiento
de Scarlett. Ahí está el deslizamiento del satén y la seda y cualquier otra cosa
con la que se construyan los vestidos de novia a través del suelo de má rmol. Los
susurros de la multitud. El oleaje de la mú sica antes de que alcance el crescendo
que se supone que significa su llegada al altar.
Segú n la ú nica vez que practicamos esto, no debo girar hasta que Scarlett
haya llegado al ú ltimo banco. Estoy feliz de cumplir. No sabría cómo mirar.
Estoico es mi configuració n por defecto. No es así como se supone que debe
lucir un novio, viendo a su novia llegar al altar. Se supone que estamos
vendiendo una historia de amor a todos los que asisten hoy. Las acciones de las
empresas de nuestras familias se han disparado desde que se anunció nuestro
compromiso hace unas semanas. Scarlett y yo somos las caras del futuro.
Cuanto má s fuertes aparezcamos, mejor.
Los tratos se deshacen.
Los socios comerciales se separan.
Los matrimonios está n hechos de una materia má s dura, al menos en
nuestro mundo. El divorcio es raro cuando no se espera la fidelidad y cada parte
terminará má s pobre por ello.
Aparece mi señ al para girar. Miro hacia la izquierda. Sin darme cuenta,
empiezo a contener la respiració n.
No exhalo, ni siquiera cuando mis pulmones empiezan a arder. No me
muevo, aunque se supone que debo dar un paso hacia ella. Só lo miro fijamente.
La primera vez que vi a Scarlett Ellsworth, tenía quince añ os. Y ella
también. Ambos éramos niñ os jugando a ser adultos. Yo llevaba un traje a
medida que me quedaría pequeñ o en un par de semanas. Scarlett llevaba un
vestido hasta el suelo, tacones y maquillaje. Yo estaba borracho con el whisky
del padre de Thomas Archibald. Irrumpir en los estudios y colar licores caros
era un pasatiempo comú n en las fiestas del Upper East Side.
Entonces me pareció hermosa.
Cada vez que la he visto en los diez añ os transcurridos desde entonces, me
ha parecido que estaba impresionante. Scarlett posee un aplomo clá sico e
intemporal que proporciona la misma presencia que la realeza real.
¿Pero hoy? Es devastadoramente, desgarradoramente hermosa. El tipo
intocable de la realeza. Una reina de hielo. Un á ngel de la nieve. Una diosa de la
luna. Camina hacia mí del brazo de su padre, rodeada de una cascada de
organza blanca, con el pelo moreno rizado en un elaborado recogido y los labios
pintados de su característico tono carmesí.
Hanson Ellsworth no la acompañ a hasta mí. Se detiene en el ú ltimo banco y
Scarlett da los ú ltimos pasos hacia mí sola. Cuando llega a mí, demuestro má s
miradas. Má s no moverse. No es costumbre que los novios se detengan antes de
acercarse al sacerdote, y el crujido del pú blico lo acentú a.
C.W. FARNSWORTH
—Hola.
—Hola. —Me aclaro la garganta—. ¿Lista?
—Lista. —No hay ningú n indicio de vacilació n en su rostro.
Me apoyo en su confianza como una muleta.
—Te ves... —Recorro los adjetivos que se quedan cortos. Lo mejor que se
me ocurre es—: Impresionante —pero no dice todo lo que intento.
Scarlett mira hacia otro lado después de que la felicite, en el altar donde
estamos a punto de casarnos.
—Gracias.
Subimos la corta hilera de escalones que conducen al sacerdote que nos
espera, uno al lado del otro. El sacerdote empieza a hablar de la santidad del
matrimonio. No presto mucha atenció n a ninguna de las lecturas que siguen. Me
concentro sobre todo en no mirar a Scarlett. Estamos expuestos aquí arriba, y
ya no me preocupa parecer demasiado indiferente a su presencia. Me preocupa
exactamente lo contrario: revelar demasiado.
Cuando llega el momento de los votos, no tengo má s remedio que mirarla.
Scarlett entrega su ramo y nos quedamos mirando mientras se bendicen los
anillos.
Yo voy primero. Cuando nos reunimos con el padre Callahan, nos
preguntó si escribiríamos nuestros propios votos. Scarlett y yo hablamos por
encima del otro en nuestra prisa por hacerle saber que nos ceñ iríamos a los
tradicionales. No me preocupaba decirlos. Pero, de repente, esas palabras -que
millones de personas han pronunciado millones de veces en millones de bodassuenan demasiado íntimas cuando la miro.
—Yo, Crew Anthony Kensington, te tomo a ti, Scarlett Cordelia Ellsworth,
como mi esposa, para tenerte y mantenerte desde este día, en lo bueno y en lo
malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarte
y cuidarte, hasta que la muerte nos separe. —Deslizo la alianza de diamantes en
su dedo anular—. Te doy este anillo como señ al de mi amor.
C.W. FARNSWORTH
El sacerdote mira a Scarlett expectante. Ella no necesita ninguna
indicació n. Su voz es clara e inquebrantable, resonando en las ventanas de
cristal, el suelo de má rmol y la madera oscura.
—Yo, Scarlett Cordelia Ellsworth, te tomo a ti, Crew Anthony Kensington,
como esposo, para tenerte y mantenerte desde hoy, en lo bueno y en lo malo, en
la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarte y
respetarte, hasta que la muerte nos separe. —Desliza la alianza de platino en mi
tercer dedo. No pesa ni mucho menos, pero es imposible de ignorar. Un
recuerdo de ella que siempre veré, lo quiera o no—. Te doy este anillo como
señ al de mi amor.
Si no la observara tan de cerca, no vería el parpadeo de inquietud que pasa
por su rostro perfectamente pintado. Scarlett sabe lo que ocurre a continuació n,
igual que yo. Me pregunto si está má s o menos preocupada por este beso
después de su petició n anterior.
—Puedes besar a la novia.
Veo a Scarlett reprimir las ganas de poner los ojos en blanco. Es evidente
que no le gusta que el cura me permita besarla. Pero estoy lo suficientemente
cerca como para ver su respiració n entrecortada y sus ojos abiertos. Quiere
besarme, pero no quiere admitirlo.
Doy un paso adelante lentamente. Deliberadamente.
Acciones que normalmente no me pienso dos veces, me las pienso dos
veces. El pequeñ o espacio que nos separa se reduce a la nada, hasta que la tela
rígida de mi esmoquin se aprieta contra el material blanco de su vestido. Esto es
lo má s cerca que hemos estado nunca, salvo ese breve momento anterior.
Entonces estaba molesto. Con ella por pedirlo. Conmigo mismo por
capitular. Las mujeres me persiguen, no al revés. E, iró nicamente, la ú nica mujer
cuya atenció n debería ser un hecho es la ú nica persona cuya falta de atenció n
me molesta. La admiro por tratarme con una insensibilidad que no esperaba,
por no dejarse llevar por la pompa y las circunstancias de lo que, al fin y al
cabo, no es má s que un acuerdo comercial. Sin embargo, me ha puesto en la
extrañ a situació n de tener que perseguir lo que quiero de ella.
Mis expectativas de este matrimonio nunca incluyeron una esposa que no
quisiera tener nada que ver conmigo. Sería conveniente, si no fuera porque
encuentro a Scarlett cautivadora e intrigante. Quiero su atenció n.
No tengo ni idea de cuá ndo volveré a besarla después de esto, así que
pienso saborear cada segundo. La mayor parte del día de hoy -las invitaciones
en papel de oro y los má s de mil asistentes y las flores que cubrían los extremos
de cada banco- parecía innecesaria. Esto parece muy necesario.
C.W. FARNSWORTH
El fino encaje de su velo me hace cosquillas en las palmas de las manos
cuando las alzo. Acuno su rostro como si fuera una burbuja que pudiera
explotar. Como si fuera la posesió n má s preciada que poseo. Su pulso late con
rapidez, justo por debajo de la línea de la mandíbula. Sus ojos se calientan,
delatando que su cuerpo no se ha movido en absoluto. Dudo unos segundos
má s, dejando que la expectació n aumente hasta el punto de ruptura.
Puede que quiera-intente-olvidar este día. Este momento. No podrá hacerlo.
Nuestros labios chocan. Puedo saborear su sorpresa, seguida del alivio de
que la tortura haya terminado. Pero no he terminado. Deslizo mis manos hacia
abajo para que se apoyen en su cintura mientras acaricio con mi lengua la
costura de sus labios. Me trago el leve jadeo que permite la entrada que estoy
buscando. Entonces empieza a devolverme el beso y me olvido de todo lo que
estaba intentando conseguir.
Nuestro beso es fuegos artificiales, calor y pasió n. Combustible. Explosivo.
Eléctrico. Má s que una fusió n fría de activos. Es una lucha por recordar dó nde
estamos. Por qué no es una opció n doblarla sobre la superficie disponible má s
cercana.
El hielo puede ser desmenuzado. ¿Pero el fuego? Só lo los tontos juegan con
el fuego.
El fuego destruye todo a su paso.
Hay una fracció n de segundo, justo después de separarme y terminar el
beso, en la que esto se siente real. Cuando la miro a ella y ella me mira a mí y
eso es todo lo que importa. Permanece entre nosotros... y luego desaparece.
—¡Les presento, por primera vez, al Sr. y la Sra. Crew Kensington!
Inclino la cabeza. Scarlett me hace un guiñ o apenas perceptible. Y nos
giramos, de cara a la multitud que aplaude y vitorea y se pone en pie.
Estamos casados. La mujer que está a mi lado es mi esposa. He tenido casi
una dé cada para acostumbrarme a la idea. No ha sido suficiente, claramente,
porque las palabras suenan extrañ as en mi cabeza. Quizá el matrimonio sea una
de esas cosas para las que no se puede preparar.
Tal vez sea porque me preocupo -por ella, por el significado de los votos que
acabamos de intercambiar- y no pensé que lo haría.
Tomo la mano que cuelga débilmente a su lado y comenzamos a descender.
Pasando por mi padre, Candace y Oliver. Má s allá de los padres de Scarlett. Má s
allá de los políticos y las celebridades y los magnates de los negocios. Gente que
cree que está presenciando un cuento de hadas y gente que sabe que se acaba
de asegurar un monopolio.
C.W. FARNSWORTH
El pasillo es largo. Mantengo una sonrisa pegada en mi rostro durante los
pocos minutos que se tarda en atravesar el á bside de la catedral hasta su ná rtex.
En cuanto pasamos por el ú ltimo banco, dejo caer la expresió n falsa. Hay un
pequeñ o ejército esperá ndonos fuera de las puertas. Dos mujeres apartan a
Scarlett de inmediato, y yo me quedo asintiendo a la planificadora de bodas
mientras habla.
Probablemente sea una representació n exacta de có mo será el resto de
nuestra vida juntos.
***
La recepció n es peor de lo que imaginaba. Normalmente, soy selectivo
sobre con quién me relaciono. Esta noche, no tengo elecció n. Cada persona aquí
quiere un momento conmigo. Una oportunidad para ofrecer felicitaciones y
ganar el favor.
Scarlett también está rodeada. La primera vez que tengo la oportunidad de
hablar con ella es varias horas después de dejar el altar, durante nuestro primer
baile. Ella me mira, pero no lo hace realmente. Sé que es a propó sito. Antes he
vislumbrado un atisbo de vulnerabilidad. Ahora está reforzando sus muros.
Cerrando las escotillas emocionales.
No debería importarme.
No debería dar ganas de empujar.
—Quizá deberíamos haber practicado esto también —sugiero, mientras
ella se mueve rígida y sin ganas entre mis brazos. Por un segundo, vislumbro
una sonrisa—. Creo que deberíamos establecer algunas reglas bá sicas.
—¿Para qué? —pregunta, mirando hacia otro lado. A los admiradores que
nos rodean.
Unas cuantas cá maras parpadean.
—Nosotros.
Scarlett ya no finge prestar atenció n a la multitud. Sus ojos vuelan hacia los
míos.
—¿Quieres discutir esto ahora?
—Todavía te vas esta noche, ¿verdad? Pensé que sería mejor concretar
algunos detalles antes de eso. Ademá s, me has evitado desde que nos
comprometimos.
—Yo también te evitaba antes.
—Bueno, eso se acaba ahora, esposa.
Siento su espalda tensa a través de la fina tela de su vestido de novia.
—¿Y pensaste que nuestro primer baile sería el lugar má s apropiado?
C.W. FARNSWORTH
—Me imaginé que había má s posibilidades de que no te fueras durante la
conversació n, sí.
—No soy una cobarde —afirma Scarlett.
—Nunca te he llamado así.
Su barbilla se eleva hasta una inclinació n desafiante.
—No hay nada que discutir, Crew. Dije que me casaría contigo y lo hice. Esa
es la extensió n de nosotros.
—El comienzo de nosotros.
—La extensió n —reitera.
—¿Supongo que quieres habitaciones separadas?
Me sostiene la mirada.
—Tengo un chef y una criada. Uno de ellos te mostrará tu habitació n
cuando llegues a mi casa esta noche.
—¿Sexo?
—Sé discreto.
—Contigo, Scarlett.
Su garganta se tambalea mientras traga.
—Todavía no lo sé. Tal vez a veces.
¿Tal vez a veces? Sacudo la cabeza.
—No quieres nada de mí. —No es una pregunta.
Ella responde de todos modos.
—No quiero nada de ti.
—De acuerdo.
—Está bien —dice ella—. No necesitamos fingir.
—No estoy fingiendo.
Esas tres palabras permanecen entre nosotros.
C.W. FARNSWORTH
El resto de nuestro baile es silencioso. Cuando termina, ambos pasamos a
nuestras otras obligaciones. Scarlett empieza a bailar con su padre, mientras yo
hago girar a Candace.
Hacía añ os que no deseaba tan visceralmente que mi madre estuviera viva.
¿Pero este día? ¿Este momento? Es uno para el que desearía que ella estuviera
aquí. Por lo poco que recuerdo y he oído sobre Elizabeth Kensington, era dulce
y tranquila. Suavizó las asperezas de mi padre, que se han agudizado con el
tiempo. Hoy habría sido romá ntico, a sus ojos. En lugar del interminable
parloteo de Candace sobre la cena y el pastel y las flores, imagino que me
preguntaría si me siento diferente, como hombre casado. Me daría lecciones
sobre có mo tratar a Scarlett. Tal vez ella habría convencido a mi padre de no
llegar a un acuerdo, para empezar. Nunca lo sabré.
Cuando termina la canció n, le pregunto a Josephine Ellsworth. Capto la
mirada de sorpresa de Scarlett cuando entramos en la pista de baile, como si
nunca se le hubiera ocurrido la idea de que yo bailara con su madre.
—Se ha superado a sí misma, Sra. Ellsworth —la felicito mientras giramos
—. Todo fue perfecto.
A diferencia de su hija, Josephine es modesta y recatada. El color rosa tiñ e
sus mejillas antes de mirar el mar de mesas elaboradamente decoradas que nos
rodea.
—Llá mame Josephine. Y ha sido un placer, de verdad. Me alegro de que lo
hayas apreciado.
Sonrío a medias por el énfasis, sin hacerme ilusiones sobre a quién se
refiere Josephine. También corrijo mi suposició n anterior. Tiene má s fuego del
que deja ver.
—He deducido que Scarlett no es del tipo que acepta decisiones que no ha
tomado.
—Scarlett tampoco hace nada que no quiera.
Siento que mi ceñ o se arruga de confusió n.
Josephine sonríe, y hay un borde casi atrevido en é l.
—No dejes que mi hija te convenza de que no tuvo elecció n en este asunto.
—Por supuesto que tenía una opció n. Sin embargo, Scarlett habría sido
estú pida si no aceptara esto. Y ella no lo es.
—No lo es —coincide Josephine—. Pero es lo suficientemente inteligente
como para conocer sus opciones. No te necesita para nada, Crew.
Ahogo la sonrisa que quiere aparecer en respuesta a su expresió n seria.
Esto se parece mucho a la conversació n que acabo de tener con la propia
Scarlett.
—Puede que no necesite nada de mí, pero está recibiendo mucho.
—Sí, lo hace.
C.W. FARNSWORTH
Espero, pero eso es todo lo que dice hasta que la canció n termina un
minuto después.
—Gracias por el baile, Crew. Scarlett eligió bien. Y ella eligió bien. No
importa có mo actú e. La indiferencia es un medio de supervivencia en este
mundo. Me imagino que lo sabes tan bien como cualquiera.
Con esas palabras de despedida, desaparece entre la multitud. Me dirijo a la
barra, deseando un momento de soledad y un trago fuerte. El día de hoy ha sido
interminable. Cada minuto ha sido meticulosamente planeado desde el
momento en que me desperté.
Pido un whisky al camarero y me apoyo en el mostrador que sirve de barra
improvisada. Permanezco en mi sitio cuando me lo entrega, y doy un sorbo al
líquido á mbar mientras observo mi entorno.
—Todo un acontecimiento, Sr. Kensington.
Miro a mi izquierda y casi me ahogo. El licor se desliza por mi esó fago con
una punzada punzante, en lugar del agradable ardor habitual.
—Sr. Raymond. Me alegro de verlo, señ or.
—Puedes llamarme Royce —responde, adoptando una pose similar a mi
lado mientras pide una bebida. Disimulo mi sorpresa. Royce Raymond es un
magnate de los medios de comunicació n, cuya productora produce
constantemente éxitos de taquilla. No hay actor en Hollywood que no quiera
trabajar con él. Es famoso por su enfoque de las manos en todo. Se dice que ni
siquiera se contrata a un asistente personal en uno de sus plató s sin que él lo
diga. También es conocido por sus tendencias antisociales, que incluyen
rechazar muchas de las codiciadas invitaciones que recibe. Me sorprende que
esté aquí.
—Me alegro de que hayas podido venir. Royce.
El hombre mayor emite un sonido ininteligible.
—¿Vas a estar mucho tiempo en Nueva York? —Lo ú ltimo que supe es que
su residencia principal estaba en Los Á ngeles.
—Suficiente tiempo.
—¿Suficiente para qué?
—¿Vas a sustituir a tu padre pronto?
—Esa es la suposició n general. Tendrías que preguntarle por los detalles.
—Nunca me ha gustado mucho Arthur. Demasiado hambriento de poder
para mi gusto. Aunque... supongo que tú eres el que acaba de casarse con miles
de millones.
C.W. FARNSWORTH
Le sostengo la mirada mientras me estudia con detenimiento.
—El dinero no es la ú nica razó n por la que me casé con Scarlett. —Espero
que las palabras suenen falsas. Que suenen a falta de sinceridad. Pero no es así.
—Una declaració n audaz para un hombre que acaba de heredar un imperio.
—No me confundas con mi padre.
—Si ese fuera el caso, no estaríamos teniendo esta conversació n, Crew.
—¿Qué conversació n sería esa?
Royce sonríe.
—Sabes que no tengo hijos propios.
—Lo hago.
—Estoy... considerando la idea de pasar la antorcha. ¿Te interesaría?
—¿Una sociedad?
Sacude la cabeza.
—La propiedad total. Han pasado cincuenta añ os. Nada dura para siempre.
Cuando encuentre a la persona adecuada, será el momento de seguir adelante.
—¿Supongo que sabes que no tengo experiencia en la industria del cine?
Se ríe.
—Busco a alguien con buen sentido de los negocios y una brú jula moral.
Esto ú ltimo es difícil de encontrar en este mundo.
—¿Gracias?
Otra risa.
—No estoy buscando un testaferro para cobrar un alto porcentaje. Eso lo
puedo encontrar fá cilmente. Nunca he considerado ninguna de las ofertas de tu
padre porque he visto lo que ocurre con las empresas bajo el paraguas de
Kensington Consolidated. Sé có mo funcionan los negocios. Pero no es así como
funciona mi negocio... como funcionará alguna vez.
—Querrías que eligiera —me doy cuenta.
—Arthur tiene... ¿cuá nto? ¿Cincuenta y cuatro? ¿Cincuenta y seis? Yo no
esperaría que entregara el cargo má s importante pronto, sea hijo o no.
—Soy feliz en mi posició n actual.
C.W. FARNSWORTH
—Estoy seguro de que sí. Pero es diferente heredar que ganar. Yo construí
todo lo que tengo, igual que tu bisabuelo.
—Porque tenías que hacerlo, para tener éxito. Kensington Consolidated es
mi legado. Ninguna persona en su sano juicio daría la espalda a un derecho de
nacimiento pró spero para salir adelante por su cuenta.
—No estoy seguro de que tu nueva esposa aprecie esa caracterizació n.
Abro la boca y la cierro.
—Eso es diferente —logro finalmente.
—¿Lo es? —Royce desafía—. Me cuesta creer que no hubiera un lugar en
Ellsworth Enterprises para el ú nico hijo de Hanson.
—Creo que Scarlett tenía intereses divergentes. Ellsworth no tiene ninguna
revista.
—También ofrecen oportunidades limitadas en otros aspectos.
—Quizá s —reconozco.
Royce toma el vaso que le ha entregado el camarero sin que me dé cuenta.
—Piénsalo bien. Y felicidades. Espero grandes cosas de ti y de la nueva Sra.
Kensington.
***
El final de la recepció n pasa má s rá pidamente. Los invitados importantes y
mayores empiezan a marcharse. Yo me quedo bebiendo y hablando con la gente
que considero amigos.
La organizadora de la boda, una mujer menuda llamada Sienna, es la que
me dice que es hora de hacer nuestra gran salida.
—¿Dó nde está Scarlett?
—Cambiá ndose. Se encontrará con usted en el vestíbulo.
Cuando llego al vestíbulo, Scarlett ya está esperando. Lleva otro vestido
blanco. Este tiene tirantes y no tiene cola. El material sedoso se adhiere a sus
curvas, cubriéndola de pies a cabeza en una cascada de color marfil.
Todo lo que consigo es una mirada superficial.
—Bien. Ya está s aquí. Vamos.
C.W. FARNSWORTH
Le agarro la mano antes de que pueda dar un paso. No pregunta qué estoy
haciendo. No se mueve cuando suelto mi mano y recorro con mis dedos su
brazo. Su pelo sigue recogido en un elegante nudo, dejando al descubierto sus
hombros y su cuello. Recorro toda la piel expuesta, saboreando la piel de gallina
que se levanta en su piel.
Me acerco un paso má s, apretando mi cuerpo contra su costado.
Inhala bruscamente. En el amplio espacio vacío, es lo ú nico que puedo
escuchar. La mú sica y el parloteo procedentes del saló n de baile suenan
distantes y apagados.
Ninguno de nosotros dice una palabra. Es una tregua silenciosa.
Mi mano se retira.
Tu movimiento.
Scarlett se gira para que nuestros cuerpos queden al ras. Sus ojos
escudriñ an mi cara. No tengo ni idea de lo que está buscando.
No sé si lo encuentra o no. Pero sí me besa, que es lo que buscaba.
Su sabor golpea mi sistema como una droga. Algo en Scarlett -su picor, su
belleza, el hecho de que sea mi mujer- agudiza las sensaciones. No puedo
recordar la ú ltima vez que besé a otra persona, esperando que no fuera má s
allá . Esa es la única forma en que he besado a Scarlett. Presto atenció n a cosas
que normalmente no haría, sin distraerme por la ropa que vuela o por
encontrar la superficie dura má s cercana.
Huele a lilas y sabe a champá n. Sus cá lidas curvas se aplastan contra mí
mientras profundiza el beso. Deslizo las manos por su espalda y las poso en sus
caderas, tirando de ella para que se acerque má s, aunque no haya lugar para
ello. Ya estamos tan apretados como pueden estarlo dos personas.
Si el dobladillo no estuviera fuera de mi alcance, le levantaría el vestido y
deslizaría una mano entre sus muslos. En lugar de eso, vuelvo hacia el norte, le
toco el pecho izquierdo y compruebo que no lleva sujetador. Gime mi nombre y
el sonido rebota en mi interior.
Se suponía que esto era una burla, un adelanto de lo que se está perdiendo
esta noche por haber elegido cruzar el Atlá ntico en avió n. Se ha convertido en
una tortura. Ella está afectada, pero yo también. Duro y desesperado.
Scarlett se retira primero. Dejo que se aleje, observando có mo se endereza
el vestido y alisa la tela. La deseo mucho. Nunca me había sentido tan afectado
por una mujer. Si no fuera una antigua Ellsworth convertida en Kensington, si
no fuera mi esposa, le diría exactamente cuá nto. Le describiría exactamente lo
que quiero hacerle.
Demonios, estoy tentado de hacerlo de todos modos. Pero entonces ella
sonríe, triunfante, con conocimiento de causa.
C.W. FARNSWORTH
Y me recuerda lo lejos que estoy de mi profundidad con ella.
—¿No quieres nada de mí, Scarlett? —Lo planteo como una pregunta,
pero es una burla.
—Nada —reitera. Su voz es tan decidida como en la pista de baile, pero esta
vez no hay un borde vacío. Hay un tono burló n que llama la atenció n sobre
mi falta de indiferencia, pero también me dice que hay al menos una cosa que
quiere de mí. Antes de que ninguno de los dos pueda decir nada má s, Sienna
aparece y nos lleva hacia la parte delantera del hotel. Habla a mil por hora,
contando detalles que no me importan. Deduzco que lo esencial es el paseo
que vamos a dar hasta la limusina que nos espera.
Una mano má s pequeñ a se desliza entre las mías justo antes de llegar a las
puertas. No tengo ni idea de cuá ndo fue la ú ltima vez que tomé la mano de
alguien. Esto no debería contar. Somos el evento principal de un elaborado
espectá culo, y esto es só lo una pieza de la coreografía. Pero durante unos
segundos, la cá lida presió n de su palma es lo ú nico en lo que puedo
concentrarme.
Las puertas se abren a un deslumbrante despliegue de luz y sonido. Una
alfombra literalmente blanca, no roja, ha sido extendida desde la entrada del
hotel hasta nuestro coche. Pequeñ os á rboles en maceta con luces parpadeantes
separan el camino de los huéspedes que lanzan pétalos de flores.
Me obligo a esbozar una amplia sonrisa. Una mirada a Scarlett muestra
que ella tiene una sonrisa igual de brillante y falsa.
Nuestras familias esperan junto a la limusina. Las cá maras brillan mientras
estrecho la mano de mi padre y abrazo a Candace. Veo có mo Scarlett abraza a su
madre y recibe un beso en la mejilla de su padre. Como un marido
obediente, la ayudo a subir a la parte trasera antes de subir yo al coche.
—¿Vestido nuevo só lo para el viaje en coche? —Pregunto mientras la
limusina comienza a moverse.
—¿Esperabas que volara seis horas con un tren de metro y medio?
—No he pensado en la ropa que llevas, la verdad.
Ella levanta una ceja.
Levanto uno hacia atrá s.
—¿Tienes algo debajo?
Hay un atisbo de diversió n antes de que su expresió n se convierta en
blanco.
C.W. FARNSWORTH
—Algo que verías si nos casá ramos de verdad.
Entiendo lo que quiere decir, que no somos la historia de amor tradicional.
No nos conocimos en Harvard, uniendo a un duro profesor en un grupo de
estudio. No salimos durante añ os. No le propuse matrimonio en una azotea
cubierta de flores y con una botella de prosecco. Pero...
—Estamos casados de verdad, Scarlett.
Ella inclina la cabeza para mirar por la ventana en lugar de responder.
Quince minutos má s tarde, llegamos a la terminal privada del JFK.
—Adió s. —Es todo lo que dice antes de salir.
Observo desde detrá s del cristal tintado có mo habla con el conductor
durante un minuto antes de que un empleado se acerque a recoger sus maletas.
Lleva tres, lo que me hace darme cuenta de que nunca le pregunté cuá nto
tiempo iba a estar fuera.
El conductor vuelve a subir al coche. Scarlett se dirige al interior del
aeropuerto. Y la limusina se adentra en el ajetreado trá fico.
Cuando se detiene por segunda vez, frente a un edificio de Park Avenue, me
siento confuso. Entonces, me doy cuenta de dó nde estoy. Salgo al aire hú medo y
entro en el vestíbulo de Scarlett. Es caro y minimalista. El espacio es
mayoritariamente negro con acentos dorados. Hay un escritorio, detrá s del cual
se encuentra un hombre de pelo canoso. Me hace una respetuosa señ al con la
cabeza cuando paso.
Utilizo la tarjeta de plá stico que me dio Scarlett para llamar al ascensor
y luego tecleo el có digo que he memorizado.
Ella tenía razó n. Su casa es má s bonita que la mía.
Salgo del ascensor. La pared del fondo es en su mayor parte de cristal,
mostrando la terraza que se extiende a lo largo de todo el edificio, con vistas a
Central Park y al embalse.
La planta es mayoritariamente abierta, la espectacular vista no se
interrumpe. Hay una ordenada formació n de sofá s blancos y un reluciente
Steinway negro en una esquina. Me adentro y descubro el comedor formal, la
sala de estar, la biblioteca, el estudio y la cocina.
Después de recorrer la planta baja, subo las escaleras, echando un vistazo a
cada habitació n a medida que avanzo. Hay ocho habitaciones, una de ellas la de
Scarlett. Mis maletas y cajas está n apiladas en la esquina del dormitorio má s
alejado del suyo.
C.W. FARNSWORTH
Me pregunto de quién fue la idea.
La mayoría de mis pertenencias, los adornos y los muebles, se guardaron o
se dejaron en mi antigua casa. La mayor parte de lo que me traje fue ropa. En
lugar de deshacer el equipaje o clasificar cualquier cosa, me recuesto en la
colcha blanca y contemplo el resplandeciente horizonte de Manhattan. Podría
llamar a alguien. A una mujer. A Asher o a Jeremy. Salir a un club o a un bar.
Estoy demasiado cansado. Demasiado agotado. Parece que voy a pasar mi
noche de bodas... solo.
Capítulo Siete
Scarlett
El aire cá lido del verano está teñ ido de un toque de humo cuando salimos
del restaurante. Una ligera brisa me despeina el dobladillo del vestido y me
echa el pelo hacia atrá s.
C.W. FARNSWORTH
Jacques se detiene para besar mis dos mejillas.
—Magnifique, Scarlett —declara. En voz alta, el grupo que salió delante de
nosotros se vuelve para mirar—. Esta línea será magnifique. Un triunfo. —Me
atrae para darme un abrazo—. Si necesitas cualquier cosa, há zmelo saber, ¿oui?
—Oui. —Le devuelvo el cá lido abrazo—. Merci beaucoup.
Jacques se va después de unas cuantas frases en inglés. Mi francés es
suficiente para desenvolverme, pero estoy lejos de dominarlo. Jacques y yo
aprendimos a comunicarnos a través de una red sin sentido de los dos idiomas
mientras colaborá bamos en mi nuevo sello.
Me quedo fuera del bistró donde acabamos de cenar durante unos minutos,
debatiendo si llamar a un coche o caminar las pocas manzanas hasta el hotel
donde me he alojado las ú ltimas dos semanas.
—¿Quieres un cigarrillo? —La pregunta viene de mi izquierda, formulada
con un marcado acento francés. Miro y veo a un hombre de pelo rubio apoyado
en la fachada de ladrillo del edificio. Lleva una chaqueta de cuero y un cigarrillo
encendido. Me acerco a él, eligiendo cuidadosamente mis pasos sobre los
adoquines.
—No soy una gran fumadora. —De hecho, lo aborrezco. Es un há bito
asqueroso y mugriento que asocio con la imprudencia y el desprecio por la
higiene personal.
Enmarcado por el suave resplandor de las luces de la calle y el lejano brillo
de la Torre Eiffel, de repente parece má s sexy que repulsivo. También lo parece
la sonrisa perezosa que me muestra, acompañ ada de una nariz ligeramente
torcida y una mandíbula cubierta por una ligera capa de barba incipiente.
—Estoy trabajando para dejarlo —me dice.
—Parece que va bien. —Miro con atenció n el humo gris que sale de la punta
naranja y se disipa en la noche oscura.
Deja caer el cigarrillo y lo apaga con una pesada bota.
—Soy André.
—Scarlett.
—Un hermoso nombre para una hermosa mujer.
—Merci.
Sus ojos se iluminan.
—Parlez-vous français?
—Je parle un peu français —admito.
C.W. FARNSWORTH
André se ríe.
—Tu pronunciació n es muy buena.
—Gracias —respondo—. Llevo aquí un par de semanas. Ha mejorado.
—¿Te vas a quedar mucho tiempo?
—No. Me voy mañ ana.
—¿Adó nde vas?
—A casa. Nueva York.
—La gran fruta —declara.
Me río.
—Manzana. Sí.
—¿Quieres una noche final memorable? —La insinuació n es obvia. En la
forma en que su cuerpo se inclina hacia el mío. La sonrisa que baila en sus
labios.
Dudo. Cuando me acerqué a él, esto es exactamente a lo que pensé que me
llevaría. Ambos lo sabemos. Ahora está sobre la mesa, y estoy indecisa. Los
anillos que adornan mi mano izquierda parecen de repente má s pesados. No
esperaba que estar casada fuera diferente. Firmé un contrato que casualmente
incluía una ceremonia religiosa.
Mi lealtad a Crew puede tener condiciones. He estado fuera durante dos
semanas. Probablemente ha tenido una puerta giratoria de mujeres que pasan
por mi á tico. Al crecer, vi a mi madre enviar a mi padre en viajes de negocios
con un “viaja seguro”, sabiendo muy bien que no viajaría solo.
Me prometí a mí misma que sería diferente, que no sería la tonta que cayó
en el cuento de hadas.
Pero de todos modos me alejo de André.
—Todo lo que buscaba era un cigarrillo.
La mano de André se cuela en su chaqueta y sale con un paquete de ellos.
Me da uno.
—¿Una fumadora, después de todo?
Me encojo de hombros.
—Todos hacemos cosas que sabemos que son malas para nosotros,
¿verdad?
C.W. FARNSWORTH
Saca un mechero y enciende una llama. Extiendo el extremo del cigarrillo,
dejando que el fuego lama el papel hasta que se encienda.
—¿Tu marido?
Sigo su mirada hacia el enorme diamante que descansa en mi dedo anular.
Podría habérmelo quitado en cuanto mi avió n salió de la pista en Nueva York.
En cambio, he llevado los símbolos de mi matrimonio todos los días que he
estado aquí. Me he adaptado al peso y a los brillos. Si alguna vez me los quito,
me sentiré extrañ a. Mi mano se sentirá desnuda.
—No.
—Perdó n. Supuse que...
—Mal —termino, dando una ú nica calada al cigarrillo antes de dejarlo caer
y apagarlo. La calle está llena de ellos—. Debería irme.
André no dice nada mientras me alejo, con la gabardina ondeando
alrededor de mis pantorrillas. Estoy molesta conmigo misma. Una aventura con
un francés suena perfecto. Hace semanas que no tengo sexo. Puedo rastrearlo
hasta una noche, incluso. Después de que Crew ahuyentara a Evan, no volví a
lanzar mi red metafó rica. Rechacé a los dos hombres que se me acercaron má s
tarde esa noche. Sabía que tendría el mismo problema con ellos que con André.
Fingía que era Crew quien me besaba. Me tocaba. Me niego a hacer eso.
Sería una concesió n de la peor clase. Prefiero ser célibe que dejar que un
hombre me folle mientras pretendo que es otro.
Dejaría ganar a Crew de la peor manera.
Só lo tiene tanta influencia sobre mí como yo le permita tener.
La calle está repleta de charlas y risas. No me detengo en ninguno de los
bares bulliciosos por los que paso, que está n todos llenos de tipos como André
con acentos excitantes y sugerencias suaves. El ú nico lugar en el que me
detengo es una tienda de vinos en la misma manzana de mi hotel. Compro una
botella de Burdeos y la llevo como un recién nacido al vestíbulo y subo las
escaleras hasta la tercera planta.
C.W. FARNSWORTH
Mi habitació n es espaciosa y, sin embargo, salgo al diminuto balcó n que
sobresale del lado del hotel y que da al Sena. Apenas cabe la ú nica silla que hay
aquí. Me quito los tacones, me despojo del abrigo y utilizo el sacacorchos de la
habitació n para abrir la botella. Apoyo los dedos de los pies en la barandilla de
hierro forjado y contemplo las luces de la ciudad, dando de vez en cuando
sorbos al vino agrio.
Podría estar en la cama de André ahora mismo, con dulces susurros al oído
en francés y cá lidas manos recorriendo mi piel. En lugar de eso, estoy tomando
el equivalente en botella de mi tercera copa de vino. Me sentiré como una
mierda por la mañ ana.
Mi vuelo sale mañ ana temprano, así que estaré de vuelta en Manhattan al
mediodía. Es probable que tenga que enfrentarme a él antes del brunch con
Sophie y Nadia a la mañ ana siguiente.
Ha habido un silencio total de Crew desde que me fui después de la boda.
No preguntando si he aterrizado bien. No preguntando cuá ndo voy a volver a
casa. Nada en absoluto.
Exactamente lo que quería, lo que creía que quería.
En cambio, pienso en él diciendo no estoy fingiendo. Recuerdo la sensació n
de sus labios contra los míos. Me reprendo por hacer ambas cosas.
Crew es un acantilado. Peligroso. Desafiante. Un paso en falso podría ser
catastró fico.
Eres más fuerte que esto, Scarlett.
Pero no lo soy. No cuando estoy sola y sin posibilidad de enfrentarme a las
consecuencias. Eso se confirma cuando saco mi teléfono del bolsillo y me
conecto a la aplicació n de seguridad de mi á tico. Es poco má s de la una de la
madrugada. Crew suele llegar a casa a las siete de la tarde, má s temprano de lo
que yo solía regresar. Me pregunto si su horario cambiará cuando vuelva a
Nueva York. Si evitará estar en nuestra casa compartida, de la misma manera
que yo.
Recorro las cá maras hasta que lo encuentro. Está en la cocina, hablando con
Phillipe. Hay sonido, pero no lo pongo. Bebo vino de la botella y observo a mi
marido (aú n no puede pensarlo, y mucho menos decirlo) hablar con Phillipe
mientras come un plato de pasta. Se ha quitado la chaqueta del traje, pero sigue
con la corbata puesta, que cuelga ligeramente torcida mientras da vueltas a la
pasta en el tenedor y sonríe.
Está en casa y solo.
Me duermo viéndolo.
***
C.W. FARNSWORTH
He echado de menos Manhattan.
No me di cuenta de cuá nto hasta que pisé la pista del ala privada del JFK. La
vista del horizonte es un alivio inesperado, como curar una herida que
acabas de darte cuenta de que te han infligido. Mis pulmones se llenan con el
olor del tubo de escape y del cemento hú medo. La conmoció n me despierta má s
que el espresso que me tomé en el avió n.
Un coche me espera. Me subo y le digo al conductor que me lleve a mi
oficina. Leah, mi asistente, y Andrea, la jefa de mi secció n editorial, saben la
verdadera razó n por la que he pasado las dos ú ltimas semanas en París. El resto
de los empleados de Haute saben que fue un viaje de trabajo, pero no como
parte de un nuevo emprendimiento.
Voy a tener que delegar la mayor parte de mis responsabilidades en Haute o
en Rouge -como hedecidido llamar mi línea de ropa-, pero aú n no he decidido
có mo manejar ninguna de las dos. La gestió n de ambas cosas podría ser posible
una vez que tenga un equipo de diseñ o má s amplio para la marca de ropa. Me
gusta pasar el menor tiempo posible en mi á tico. Compaginar dos funciones
exigentes es una forma de conseguirlo.
Mi llegada a la oficina causa un gran revuelo. Paso por delante de los
cubículos y bajo a mi despacho de la esquina, medio escuchando a Leah
mientras trota a mi lado, soltando todo lo que se supone que tengo que hacer
hoy.
Me siento como una mierda. En el avió n me cambié el vestido de verano
arrugado por el vestido ajustado que llevo ahora. La tela rígida me constriñ e.
Me duele la cabeza y me pesan las extremidades. Tres horas de sueñ o y la
mayor parte de una botella de vino no me han servido para tener éxito hoy.
Culpa de Crew.
Se suponía que dos semanas lejos de é l debían tranquilizarme. Recordarme
lo poco que ha cambiado mi vida y que mis prioridades no han cambiado.
Scarlett Kensington puede ser la misma persona que fue Scarlett Ellsworth.
Tres mil seiscientas veinticinco millas sonaban a mucho. Sonaba a mucha
distancia.
No lo eran.
Pensé en él. Mientras asistía a las sesiones de fotos. Cuando elegía las telas.
Mientras Jacques me mostraba bocetos. Anoche, cuando me fui a casa sola.
C.W. FARNSWORTH
Leah sigue hablando. En lugar de admitir que no he prestado mucha
atenció n, le digo que tengo que hacer una llamada telefó nica. Sale corriendo de
mi oficina, cerrando la puerta tras de sí y me deja en silencio. Me hundo en la
silla del escritorio y me inclino hacia delante para masajearme las sienes. Por
primera vez desde que me hice cargo de Haute, no quiero estar aquí.
Quiero ir a casa. No por obligació n de esposa o porque eche de menos
dormir en mi propia cama. Quiero superar el hecho de verlo. La anticipació n es
peor que cualquier cosa que pueda decir o hacer. Hace un par de meses,
esperaba que actuara con total indiferencia ante mi partida y mi regreso.
Ahora no sé qué esperar. Es molesto y me pone de los nervios.
Sacudo un Tylenol del recipiente que guardo en el cajó n superior de mi
escritorio y me lo trago. Aunque me fuera a casa ahora mismo, Crew no estaría
allí. Ha estado regresando al á tico de forma fiable a las siete, aunque eso podría
cambiar, ahora que he vuelto. Sé que Leah le dio a su secretaria mi itinerario de
viaje. Si hubiera querido, podría haberlo sabido en el momento en que las
ruedas de mi avió n tocaran la pista. Pero eso sugeriría un nivel de interés en mi
paradero que no creo que tenga. Su comportamiento antes y durante nuestra
boda fue probablemente una novedad.
Crew puede tener experiencia con mujeres. No tiene experiencia con una
esposa.
Ese título tiene peso, incluso en un acuerdo como el nuestro. Y sé que estoy
complicando las cosas al retener el sexo. Si ya me hubiera acostado con él, eso
habría sido todo. Al esperar, le estoy dando significado. Importancia. Tal vez
incluso un sentido. Mi intenció n al esperar era lograr lo contrario.
Si me hubiera quedado para nuestra noche de bodas, habría tenido el
sonido de su promesa de honrarme, cuidarme y amarme dando vueltas en mi
cabeza mientras estaba dentro de mí. Necesitaba tiempo para establecer la
distancia emocional antes de permitir que la distancia física desapareciera.
Al menos, eso es lo que me dije en su momento. Ya no estoy segura de que
vaya a cambiar nada.
Contemplo el horizonte de Nueva York hasta que mi cabeza deja de latir.
Entonces me pongo de pie y me dirijo a una serie interminable de reuniones.
Todo lo que tengo que aprobar -que es todo- se ha acumulado durante mi
ausencia. Formato de fotos y modelos y fotó grafos y productos y muestras y
artículos.
Cuando termino con la ú ltima tanda de aprobaciones, le pido a Leah que me
pida el almuerzo en la cafetería de la calle y me dirijo a mi oficina. Una figura
conocida me espera en el sofá de la zona de asientos, justo al otro lado de la
puerta.
Suspiro, mi dolor de cabeza vuelve con fuerza.
C.W. FARNSWORTH
—Hola, mamá —saludo cuando llego a ella.
—Scarlett. —Sus iris verde-marró n recorren mi aspecto con una mirada
perspicaz.
Me vestí en un avió n, pero no encuentra nada que criticar.
—¿Qué está s haciendo aquí?
Só lo me ha visitado en Haute una vez. Mi padre se enfadó un poco después
de que comprara la revista sin su permiso -por no hablar del dinero- y mi
madre es experta en la autopreservació n. No la culpo por ceder ante mi padre;
Hanson Ellsworth es un oponente formidable. Me prometí a mí misma hace
mucho tiempo que nunca cedería ante mi futuro marido de la forma en que mi
madre siempre ha consentido cuando se trata de mi padre.
—Quería ver có mo te trata la vida de casada.
—Está bien. —Una pregunta que sería má s fá cil de responder si hubiera
visto o hablado con Crew desde nuestra boda.
—Hmmm. —Algo en la voz de mi madre me hace pensar que ya lo sabe.
No le conté a ella ni a mi padre lo de mi viaje a París, pero no me extrañ aría
que lo desenterrara. En lo que respecta a mi padre, ahora soy problema y
responsabilidad de Crew. Pero mi madre es la líder del circuito de chismes de
Nueva York. Nada ocurre en esta isla sin que ella se entere.
Rompo el silencio punzante.
—¿Había algo má s, mamá ? Tengo mucho trabajo que hacer.
—No, nada má s. Vamos a comer la semana que viene. Haré que tu
secretaria prepare algo.
—Bien. —Estoy de acuerdo, sabiendo que discutir será inú til.
Mi madre hace una pausa.
—Has elegido bien, Scarlett.
Suspiré.
—¿Elegir bien qué?
—Crew.
El sonido de su nombre me golpea inesperadamente. Me digo que es
porque no esperaba que esa fuera su respuesta.
C.W. FARNSWORTH
—Ambas sabemos que no fue una elecció n, mamá .
—Ambas sabemos que nunca has hecho nada que no quisieras, Scarlett. —
Levanta las dos cejas perfectamente cuidadas, como si me desafiara a no estar
de acuerdo con ella. Me digo que no lo hago porque no importa lo que ella
piense.
—Tengo mucho trabajo que hacer...
—Está bien, está bien, me pondré en marcha. Es tu oportunidad, Scarlett.
Me digo a mí misma que no responda. Por tercera vez, mi cerebro no me
escucha.
—¿Mi oportunidad para qué? Ya tengo todo lo que necesito.
—Tu oportunidad de ser feliz, cariñ o.
Me burlo de eso y luego miro el escritorio de Leah. Se esfuerza por actuar
como si no estuviera escuchando esta conversació n.
—¿Crew Kensington? Es... es un medio para un fin. Nada má s. Tratar esto
como la relació n de negocios que es me hará feliz.
Mi madre frunce los labios, pero no discute. Estoy acostumbrada a sus
pequeñ as muestras de preocupació n maternal entre críticas e instrucciones
estrictas.
—Estará s en los Hamptons para el fin de semana del cuatro, ¿verdad?
Mierda. ¿Có mo es que ya es el pró ximo fin de semana? Mis padres organizan
todos los añ os una gran fiesta en su casa de los Hamptons para el 4 de julio. Lo
he estado temiendo má s de lo normal desde que supe que ya estaría casada con
Crew a principios de julio. Se espera que actuemos como la pareja unida y
enamorada que no somos durante un par de días.
—Sí. Estaré allí.
—¿Y Crew?
Miro hacia otro lado.
—Supongo que sí. —Eso suena mejor que si le pediré a mi secretaria que le
pregunte a su secretaria.
El pequeñ o movimiento de su cabeza deja claro que esa no es la respuesta
que mi madre buscaba, pero no hace má s comentarios antes de darse la vuelta y
marcharse.
C.W. FARNSWORTH
En lugar de dirigirme a mi despacho una vez que ella desaparece, me dirijo
a la cocina a la vuelta de la esquina. Saco un agua con gas de la nevera y la llevo
a mi despacho, presionando la fría botella de cristal contra mi frente en cuanto
me pierdo de vista del resto de la planta. Tomo asiento en mi escritorio y me
doy la vuelta para contemplar el horizonte. Mi visió n se nubla al desaparecer mi
enfoque, convirtiendo los á ngulos nítidos en un revoltijo.
Casa se siente diferente ahora.
***
Tres horas después, salgo de mi despacho. Leah levanta la vista en cuanto
se abre la puerta, preparada para una petició n o una pregunta.
En lugar de eso, le digo—: Me voy por el día.
Si trata de disimular su sorpresa, no lo consigue. Su café casi se vuelca y las
notas adhesivas vuelan mientras se esfuerza por comprender mi afirmació n.
—Tú está s… digo, tú eres… esto es… —Leah mira el reloj de su ordenador,
como si no supiera que aú n no son las cinco de la tarde.
—Tengo algunos asuntos personales que atender. He estado fuera durante
un tiempo.
—Claro, por supuesto.
A pesar de que me siento peor en lugar de mejor, consigo sonreír.
—Tengo una vida fuera de esta oficina, Leah.
Eso hace que se asuste má s.
—Por supuesto que sí. No quise decir... Por favor, no me despidas.
Me río, y luego hago una mueca de dolor cuando mi cabeza palpita con
especial intensidad.
—Volveré mañ ana a primera hora.
Leah asiente.
—Antes de que te vayas...
Hago una pausa.
—¿Sí?
—Su, eh, la secretaria de su marido llamó antes. Mientras usted estaba en la
reunió n con Lilyanne Morris.
—¿Y?
—Llamó por la gala de Rutherford para el hospital infantil del viernes. El Sr.
Kensington solicita que asistas con é l.
C.W. FARNSWORTH
—Bien.
Leah parece aliviada por mi respuesta.
—Se acuerdo. Se lo haré saber a Celeste.
—No es necesario. Yo me encargo. —Tendré que hablar con Crew en algú n
momento. También podría incluir una conversació n sobre có mo vamos a
manejar nuestro calendario social conjunto.
Es evidente que Leah quiere preguntarme qué quiero decir con eso, pero no
lo hace. Quiero que mis empleados se sientan có modos acercá ndose a mí, pero
no invito ni consiento que se especule sobre mi vida personal. Esta política ha
sido má s difícil de aplicar ú ltimamente, por razones obvias. Dejo que las
noticias informen a mis empleados de mi precipitado compromiso y
matrimonio.
Decirle a alguien algo invita a opinar sobre ello.
Me despido de Leah y me dirijo a los ascensores, enviando un mensaje de
texto a mi chó fer para informarle de que me voy. Veinte minutos má s tarde,
salgo del coche y entro en mi edificio para tomar otro ascensor hasta el ú ltimo
piso.
Cuando se abren las puertas, el cansancio me golpea tan rá pido que me
siento mareada. Este á tico siempre ha sido un espacio seguro para mí, un lugar
donde puedo ser Scarlett. Ni preparada, ni profesional, ni nada de lo que se
espera de mí. Me molesta que Crew me quite ese santuario.
Alrededor de él, siento la compulsió n de ser perfecta, má s de lo que
nunca he sentido con nadie má s. Me importa lo que él piense de mí. No puedo
decir eso de nadie má s, ni siquiera de mis padres. Es un problema, uno en el que
no tengo energía para pensar ahora mismo. Especialmente porque no parece
estar aquí. No hay nada que indique que haya estado alguna vez.
C.W. FARNSWORTH
No sé por qué esperaba que mi casa tuviera un aspecto diferente, pero así
fue. Pensaba que habría alguna prueba evidente de que un hombre vive aquí
ahora. Tal vez calzoncillos en el suelo o una corbata colgada en el sofá o una tira
de condones en la mesa de centro. No hay nada. Ni siquiera una mancha de agua
en la mesa de café de teca que elegí. El orden es lo ú nico que percibo antes de
tirarme de lleno en el sofá blanco. Es incó modo tener la cara aplastada contra
los cojines. El equipo de construcció n que me martillea el crá neo tampoco es
tan relajante. Estoy demasiado incó moda para quedarme dormida y demasiado
có moda para subir las escaleras.
Sin embargo, debo quedarme dormida, porque cuando mis ojos parpadean
y se abren, ya no estoy sola. Al principio, pienso que la figura sombría debe ser
Phillipe o Martha. Luego, me doy cuenta de que es demasiado ancha y alta para
ser mi chef o mi criada. Reconozco la forma en que mi corazó n traidor comienza
a latir má s rá pido sin ninguna buena razó n. Me acuesto, sin esfuerzo a la vista.
—¿Un viaje duro? —Pregunta Crew. El timbre bajo y á spero de su voz me
inunda, eliminando temporalmente el dolor de cabeza. La adrenalina borra el
cansancio. Había olvidado lo estú pidamente simétrica que es su cara.
Gimoteo en respuesta. Me sigue doliendo la cabeza. Tengo la garganta seca
y los mú sculos agarrotados.
—Me siento como una mierda.
—Lo supuse. —Hay una nota seca en su voz que me hace pensar que debo
parecer tan terrible como me siento. No debería importarme. Me importa. Crew
Kensington es la ú ltima persona ante la que quiero mostrar cualquier tipo de
debilidad.
Se acerca a mí con vacilació n, como si fuera un animal rabioso susceptible
de atacar. Si pudiera mover la cabeza, lo haría. Me levantaría y me iría lejos, muy
lejos. A algú n lugar donde no pueda olerlo, sentirlo y verlo. Cierro los ojos,
como si apagar ese sentido fuera a ayudar.
—Só lo necesito un minuto antes de subir. Ve... a hacer lo que sea. Tó mate
algo en la biblioteca como siempre.
—¿Có mo sabes cuá l es mi costumbre?
Mierda. Mierda. Mierda. Mantengo los ojos cerrados y espero que mi cara no
diga que he ojeado las imá genes de seguridad en lugar de ver Netflix mientras
estaba en París.
—Só lo eres predecible, supongo.
Crew tararea. Es un sonido exasperante que no da ninguna indicació n de si
me cree o no. Me planteo abrir los ojos y decido que prefiero no saber lo que
está pensando. Una cá lida palma me presiona la frente. Me sobresalto. El
contacto físico es inesperado. También lo es la forma en que su mano me aparta
el pelo de la cara. Se me eriza la piel, reaccionando a su contacto incluso
después de que desaparezca.
—¿Cuá nto tiempo llevas así?
C.W. FARNSWORTH
—No lo sé. Estoy con resaca o cansada o con jetlag o las tres cosas. El sofá
estaba má s cerca que mi cama. No he salido de la oficina antes de las cinco...
nunca.
La ú ltima frase no es necesaria. Siento una extrañ a compulsió n por
justificar el hecho de que estoy tumbada en los cojines como una estrella de
mar mientras aú n hay luz. Para demostrar que no me siento a cobrar un sueldo.
Una vez má s, no debería importarme. Pero me importa. Me importa que mi
rímel esté manchado y mi pelo enmarañ ado, y que mi ética de trabajo parezca
cuestionable.
Crew no responde. Entonces, de repente, no estoy tumbada en horizontal
en el sofá . No tengo peso, al menos eso es lo que siento al principio. Unos
segundos después, me balanceo. Me concentro en la só lida presió n de su pecho
y sus brazos. Mi cabeza no aprecia el movimiento. El resto de mi cuerpo abraza
la sensació n de que Crew me lleva. Pero protesto de todos modos.
—¿Qué demonios está s haciendo?
—¿Qué tan fuera de juego está s? Pensé que era obvio.
Ya no estoy fuera de juego. Ojalá lo estuviera. Todas las sensaciones que
estoy experimentando en este momento son de las que estoy plenamente
presente. Peor aú n, podré recordar esto má s tarde. La forma en que huele bien
y se siente aú n mejor. La presió n de una banda metá lica contra la piel de mi
muslo que simboliza que me pertenece de una manera que mucha gente
consideraría permanente.
Me aclaro la garganta.
—Es un poco dulce de tu parte, pero estoy bien. —Pongo toda la convicció n
que puedo en la ú ltima palabra.
—Creo que ese sofá no estaría de acuerdo.
Crew empieza a subir las escaleras. Dejo de discutir. Si va a ser terco al
respecto, es mejor que finja que no es gran cosa. Como si dejara que los
hombres me llevaran al estilo nupcial todo el tiempo.
Gira a la derecha en cuanto llegamos a la parte superior de los escalones y
se dirige directamente a mi dormitorio.
—¿Has explorado? —La pregunta sale seca. Hay siete dormitorios de
invitados, menos el que ha reclamado como propio. Esto no fue só lo una
suposició n afortunada.
—Lo que es tuyo es mío, cariñ o.
C.W. FARNSWORTH
—No me llames así —murmuro. El calor de su cuerpo se filtra en el
mío y me da sueñ o. Má s sueñ o. Hace semanas que no duermo bien. Antes de
irme a París, estaba acribillada por los nervios de la boda. En París, trabajé
hasta tarde y me despertó temprano el mercado bajo mi balcó n. Tengo el tipo
de cansancio que desdibuja la realidad. No me extrañ aría despertarme en el
sofá dentro de una hora para saber que esto ha sido un sueñ o.
En lugar de dejarme en la cama, Crew me lleva al cuarto de bañ o adjunto y
me deposita sobre el má rmol que rodea la bañ era.
—¿Qué está s haciendo? —Pregunto.
No responde. Ya sea con una explicació n o diciéndome que estoy
preguntando otra vez lo obvio. Es obvio cuando abre el grifo y echa un surtido
de sales y jabones de los recipientes de cristal colocados en el alféizar de la
ventana. El agua empieza a desprender vapor, que se arremolina con el aroma
de la rosa y el eucalipto, y las burbujas no dejan de crecer.
Una vez que la bañ era está llena, Crew cierra el agua y me pone de pie. Me
preocupa que pueda quedarme dormida a mitad del bañ o. Me preocupa mucho
má s que este dulce gesto me haga decir o hacer algo muy estú pido.
Los ojos de Crew mantienen los míos como rehenes mientras se acerca a
mi espalda y tira de la cremallera de mi vestido. Siento que la espalda se abre y
se desliza hacia abajo. Tira de la tela por encima de mis hombros. Con un
silencioso silbido, la seda cae al suelo y me deja en sujetador y ropa interior. No
deja de mirarme. El azul me quema, me arraiga en su sitio.
Su tacto es clínico y distante. Ninguna de sus manos se detiene mientras me
desabrocha el sujetador y me baja el tanga. En segundos, estoy desnuda ante é l.
—¿Necesitas que te traiga algo? —Mantiene el contacto visual, sin bajar la
mirada.
—Yo... —Me aclaro la garganta y sacudo la cabeza—. Estoy bien.
La excitació n es un mejor estimulante que la cafeína. Ya no me preocupa
quedarme dormida y ahogarme accidentalmente. Estoy de pie frente a él,
totalmente desnuda, mientras él está completamente vestido. Después de que
me preparara un baño. Y Crew actú a como si todo esto fuera algo normal.
—Estaré tomando una copa en la biblioteca si me necesitas. —No falta la
burla en su tono. Espero que sea porque lo llamé predecible y no porque
sospeche que pasé noches en París espiá ndolo.
—De acuerdo. —Las palabras salen volando rá pidamente.
Necesita salir de aquí. Antes de que descubra lo serio que era lo de la
mendicidad. Antes de que le suplique.
C.W. FARNSWORTH
Crew desaparece, cerrando la puerta del bañ o tras é l. Me meto en la bañ era
y dejo que el agua caliente envuelva mi cuerpo centímetro a centímetro hasta
que me acostumbro a la temperatura. Se siente como el cielo. El vapor me
despeja la cabeza y el calor ahuyenta el largo día de viaje seguido de trabajo.
Me siento en la bañ era hasta que el agua empieza a enfriarse. Una vez que
está tibia, salgo y me pongo una bata de seda, sin molestarme en secarme el
pelo o cepillarlo. Cuando vuelvo a mi habitació n, hay un vaso de agua en la mesa
junto a la cama. Junto con un frasco de Tylenol. Me detengo en el lugar durante
unos segundos, con emociones inesperadas que amenazan con abrumarme.
Tras tomar dos pastillas, me deslizo entre las frescas sá banas y me duermo
inmediatamente.
Capítulo Ocho
Crew
C.W. FARNSWORTH
Sus ojos se abren de par en par al verme. Apenas, pero la observo lo
suficiente como para ver el sutil cambio en su rostro. Aparte de sus ojos, la
expresió n de Scarlett sigue siendo sanguínea. Dos mujeres la siguen. Una está
escribiendo frenéticamente en su teléfono, probablemente tomando notas. La
otra está equilibrando una alta pila de carpetas.
Los pasos de Scarlett no vacilan mientras avanza hacia mí. A medida que se
acercan, puedo escuchar lo que dice.
—Hopkins debería estar reservado para el jueves. Dile que quiero dos
localizaciones, preferiblemente tres. Ya me he ocupado de las modelos y todas
las muestras de Chanel deberían llegar el lunes. Dile a Jeanette Richardson que
necesito su reportaje sobre la fundació n de la vida salvaje la semana que viene
o la dejaré para el añ o que viene. Lo mismo con el artículo sobre los viajes.
Necesito las versiones finales para el miércoles.
Se detiene a mi lado.
—Crew.
—Scarlett.
—¿Listo?
—¿No me vas a presentar?
Scarlett me lanza una mirada molesta antes de volverse hacia las dos
mujeres.
—Crew, esta es Leah, mi principal asistente.
Una mujer menuda, con una melena rubia y gafas negras, me dedica una
pequeñ a sonrisa.
—Y Andrea, mi jefa de contenidos editoriales.
—Encantado de conocerlas a las dos. —Sonrío.
Andrea me mira sin impresionarse, mientras que Leah mira hacia otro lado.
Está claro que trabajar con Scarlett se les ha pegado.
—Estaré en la oficina mañ ana, si necesitas localizarme —dice Scarlett. Su
tono es enérgico. Las dos mujeres está n pendientes de cada palabra—. ¿Trajiste
los bocetos de Lorenzo? —le pregunta a Andrea.
Sin palabras, Andrea le entrega una de las carpetas.
Scarlett la abre y hojea algunas pá ginas.
C.W. FARNSWORTH
—Perfecto. Buenas noches.
—Buenas noches —corean ambas, ignorá ndome. Cualquiera que sea la
impresió n que Scarlett les haya dado de mí, no ha sido elogiosa. Y son leales a
ella, el tipo de lealtad que no puede comprarse, só lo ganarse. Eso hace que la
admire má s, y para empezar no me faltaba admiració n. Ella compró esta revista
que se tambaleaba y la convirtió en una empresa pró spera. Estoy impresionado.
Orgulloso, a pesar de que no tengo ningú n mérito que reclamar. Mi ú nica
contribució n es que Scarlett parece estar dispuesta a pasar el menor tiempo
posible en mi compañ ía. Si realmente pasa la mayor parte del tiempo que no
está en el á tico trabajando, está registrando semanas de noventa horas.
Me muevo, enderezá ndome desde el lado de la limusina en el que me he
apoyado, y abro la puerta. Andrea y Leah desaparecen de nuevo en el interior
del edificio que alberga las oficinas de Haute, dejá ndonos en la bulliciosa calle.
—Qué caballero.
—Pensarías de otra manera si confiaras en estar a solas conmigo.
Los ojos de Scarlett brillan mientras se desliza en el asiento de cuero,
acomodando la organza azul para que cubra el destello de la pantorrilla que
acabo de captar. El vestido que lleva es de hombros caídos con un escote
corazó n que se hunde entre las curvas de sus pechos. Estar de pie mientras ella
está sentada ofrece una vista infernal.
—No tiene nada que ver con la confianza.
Tarareo antes de cerrar la puerta del coche y rodear la parte trasera para
subir al otro lado. En cuanto se cierra mi puerta, la limusina se adentra en el
trá fico.
—¿Buen día?
Ya ha empezado a hojear las pá ginas de una de las carpetas que le dejó
Andrea.
—Sí. Bien.
Obstinado-estú pido, la presiono.
—¿Qué has hecho?
—Má s que traer el café de papá .
Scarlett está intentando cabrearme. Desde la noche en que regresó de París
-cuando la llevé en brazos y demostré un increíble autocontrol al no ver su
cuerpo desnudo- ha estado irritable y combativa cada vez que ha podido. Tengo
la sensació n de que si hubiese llegado a casa y la encontrara en tacones y de
pie, y no acurrucada en el sofá , la animosidad se reduciría un poco.
Definitivamente no es indiferente hacia mí. Sin embargo, no estoy seguro de que
esto sea una mejora.
Hace dos noches me levanté por un vaso de agua a las tres de la madrugada.
Scarlett estaba de pie en la cocina con su atuendo habitual de vestido y tacones,
preparando una taza de té. No la había visto en vaqueros desde mi despedida de
soltero, y mucho menos en chá ndal o pijama.
C.W. FARNSWORTH
Ya ha vuelto a sus carpetas, pero me siento obligado a responder.
—Soy el vicepresidente de...
—No me importa, Crew. Haz lo que quieras en el trabajo. Haz lo que quieras
cuando no estés en el trabajo. Pero no me digas cuá ndo puedo o no puedo
trabajar.
—No te dije que no pudieras trabajar. Te pregunté por el trabajo, Scarlett.
—Dejé que algo de ira se filtrara en mi voz. Que yo sea amable la ha asustado.
Puedo ser corto en su lugar—. Pero vamos a sentarnos en un puto silencio
incó modo, como todos los días desde que volviste.
—Genial. Vamos. —Pasa una pá gina con tanta agresividad que la esquina se
rompe.
Resoplo y miro hacia afuera.
La gala de esta noche se celebra en la terraza del Carnegie Hall. Nuestra
llegada atrae má s atenció n de la que esperaba. Es nuestra primera salida oficial
como pareja, y mucho má s como casados. Ni los padres de Scarlett ni los míos
asisten esta noche, lo que nos convierte en los ú nicos representantes de las dos
familias má s ricas de Nueva York. La atenció n es algo a lo que estoy
acostumbrado. Pero el escrutinio se siente diferente con Scarlett a mi lado.
Lucho contra los impulsos contrarios de protegerla y apartarme.
Scarlett toma la decisió n por mí. En cuanto entramos, toma una copa de
champá n de un camarero que pasa y se dirige a un gran grupo de mujeres que
ríen. La aceptan en el círculo con facilidad, y algunas me miran a mí.
No debería sorprenderme. Así es como hemos actuado en todos los
eventos a los que hemos asistido en el pasado. Dudo que Scarlett considere
amiga a alguna de las mujeres con las que está charlando, pero no lo sabrías por
la forma en que se ríe y asiente a algo que dice una de ellas.
C.W. FARNSWORTH
Pido un bourbon y empiezo a hacer la ronda, empezando por los
Rutherford, que son los anfitriones esta noche. Donald Rutherford es el
presidente de la junta directiva del Hospital General de Nueva York. Su mujer,
Jennifer, es una heredera que colabora con media docena de organizaciones
benéficas de la ciudad. Les felicito por la velada y le entrego a Jennifer un
cheque para la recaudació n de fondos antes de seguir adelante y dejarme
arrastrar por una conversació n sobre los pró ximos eventos en los Hamptons.
Mis veranos los paso en Manhattan. Si necesito una escapada, viajo al norte
del estado o a Europa. Nuestra casa de los Hamptons es la ú nica de las muchas
propiedades de mi familia que contiene claros recuerdos de mi madre. Paso allí
el menor tiempo posible. Estar allí con Candace y el estado actual de mi relació n
con mi padre y mi hermano sería como derramar agua sobre la escritura.
Quiero conservar mis recuerdos, no arruinarlos. Cuando Daniel Waldorf
menciona la fiesta del 4 de julio de Ellsworth el pró ximo fin de semana, me doy
cuenta de que tal vez no tenga muchas opciones. Scarlett no me lo ha planteado,
pero hay no hay manera de que sus padres no esperen que ella -no esperen que
nosotros- asistamos.
Daniel me está describiendo su nuevo velero cuando Hannah Garner se
acerca a nosotros.
—Encantado de verte, Crew.
Daniel sonríe y se va, dejá ndome a solas con Hannah.
No le dedica una mirada a Daniel, que me evalú a con sus ojos azules.
Hannah es probablemente lo má s cerca que he estado de entablar una relació n
comprometida. Su familia es rica y está bien conectada: su padre fundó una
agencia deportiva que representa a toda una serie de atletas que se convertirá n
en futuros miembros del Saló n de la Fama. También es dueñ o de los Titanes de
Los Á ngeles. El otoñ o pasado, Hannah y yo fuimos juntos a un partido. Ella me
dio una garganta profunda durante el descanso. Así es como ha sido siempre
nuestra implicació n, que se ha ido sucediendo cuando era conveniente y que ha
sido inexistente cuando no lo era.
—Hola, Crew. —Su pelo largo y rubio está rizado esta noche. Un trozo se
hunde entre el valle de sus pechos, atrayendo mi atenció n hacia su escote. Ella
sonríe, siguiendo mi mirada.
—Hannah —respondo—. No sabía que estabas en la ciudad.
—Convencí a papá para que me deje manejar algunos negocios. Hay un tipo
de los Mets que quiere fichar. —Hace una pausa—. Habría llamado... pero te
casaste.
No hay que confundir la mordacidad de la palabra, pero no le debo una
explicació n.
—¿Estuviste en la boda? —Supongo que los Garner fueron invitados.
Toda su expresió n se tensa.
—No he podido venir.
—Es una pena.
—Nunca dijiste una palabra.
Bebo un poco de bourbon.
C.W. FARNSWORTH
—¿Habría importado, Hannah?
—¿Scarlett Ellsworth? ¿De verdad, Crew?
—Kensington —corrijo. Hannah frunce el ceñ o—. Se llama Scarlett
Kensington ahora.
Ante eso, se burla.
—Cambiar su apellido no cambia el hecho de que es arrogante y con
derechos, con la capacidad emocional de un iceberg. Podrías haberlo hecho
mejor.
La rabia me toma desprevenido. Aparte de nuestras escapadas sexuales,
considero a Hannah una amiga. He montado aquí junto a la evidencia de que
Scarlett es fría y cerrada. Pero con iceberg o sin é l, sigue siendo mi mujer.
Aprieto el vaso, dejando que la ira se infiltre en mi voz.
—Vuelve a insultar a mi mujer y esta será nuestra ú ltima conversació n,
Hannah.
—Vamos, Crew. Nadie espera que le seas leal. Te casaste con ella por su
dinero.
Los invitados empiezan a entrar en la sala de banquetes donde se servirá la
cena.
—Pruébame —le digo, y luego empiezo a alejarme.
Su mano agarra la mía antes de que dé má s de un par de pasos.
—Estoy aquí hasta el miércoles. Me quedo en mi suite habitual en el Carlyle.
Le quito la mano de encima y sigo caminando.
Scarlett ya está sentada en la mesa que nos han asignado cuando entro en la
gran sala. No digo nada mientras tomo la silla junto a ella. La charla educada
resuena a nuestro alrededor.
Su dedo roza el borde de una copa de champá n, llenando parte del silencio
con un sutil zumbido. Suspira y se bebe el contenido de un ú ltimo trago.
—¿Sedienta?
—Aburrida.
—La velada me está pareciendo muy entretenida —respondo, só lo para
molestarla.
C.W. FARNSWORTH
—Seguro que sí —murmura ella, desviando la mirada hacia el escenario.
Debe haber notado que estaba hablando con Hannah. Con cualquier otra
mujer, pensaría que está celosa. Como es Scarlett, supongo que le molesta que
me divierta.
Jennifer Rutherford -la anfitriona de esta noche- aparece en el escenario.
Todos los que siguen de pie se apresuran a sentarse mientras la multitud se
calma. Me desconecto cuando empieza a hablar, dando las gracias a todos por
haber venido esta noche y compartiendo los planes para las renovaciones para
las que está n recaudando fondos esta noche. No es hasta que escucho
mencionar mi nombre que vuelvo a centrarme en la conversació n.
—...y a Crew Kensington, cuyas generosas contribuciones han hecho que ya
hayamos alcanzado el objetivo de esta noche.
¿Contribuciones? Miro a Scarlett mientras suena un fuerte aplauso a nuestro
alrededor.
—¿Hiciste un cheque? —Pregunto, en voz lo suficientemente baja como
para que nadie má s en nuestra mesa pueda escuchar.
—Es una recaudación de fondos —me susurra con el tono de eres un idiota
con el que me estoy familiarizando—. Por supuesto que doné.
—Podrías habérmelo dicho. Parece extrañ o que hagamos dos donaciones
por separado.
—No me apetecía dar un codazo a la rubia.
Quiero burlarme de eso, pero en lugar de eso mantengo una sonrisa pegada
en mi cara. La sonrisa se mantiene durante el resto del discurso de Jennifer y
durante la cena. Me siento junto a Howard Burton, un gestor de fondos de
cobertura unos añ os má s joven que mi padre. É l parlotea sobre las tendencias
del mercado mientras yo me meto en la boca un risotto de limó n y pato asado.
Una vez terminada la cena, los asientos se reorganizan. Howard y su esposa
se dirigen a la subasta silenciosa que se ha instalado en la sala contigua. Scarlett
habla con Katherine Billings, que se sienta a su lado. Estoy a punto de ir por
otra copa cuando Asher ocupa el asiento vacío de Howard.
Levanto las dos cejas.
—Creía que no ibas a venir esta noche.
Se encorva en su asiento.
—Eh, he cambiado de opinió n.
C.W. FARNSWORTH
—¿Tu padre?
—Sí. —Asher pone los ojos en blanco. A su padre le encanta que lo inviten a
eventos como éste, pero rara vez tiene la voluntad de asistir a ellos. Es la
misma razó n por la que Asher acabó trabajando en Kensington Consolidated:
su padre hundió una empresa pró spera por pura negligencia. Y siempre espera
que Asher dé un paso adelante y le salve el culo.
—Deja que se encargue de sus propios líos, hombre.
—Sí. Tal vez —responde Asher. Ambos sabemos que no lo hará —. Hannah
está aquí.
Me pongo rígido ante el intento de cambiar de tema y medir mi reacció n.
—Sí, lo sé.
—¿Está enojada?
Me encojo de hombros.
—No está emocionada. —Miro a Scarlett para confirmar que sigue
hablando con Katherine. No lo está . Katherine se ha ido, y Scarlett está
desplazá ndose por su teléfono. Su expresió n es inexpresiva, sin darme ninguna
indicació n de si está escuchando o absorbiendo nuestra conversació n.
Asher hace un molesto zumbido como respuesta.
Scarlett se levanta.
—Disculpa.
La veo alejarse y luego vuelvo a mirar a Asher.
—Muchas gracias por eso.
Parece confundido.
—¿Desde cuá ndo te importa lo que piensa una mujer?
—Desde que me casé con una —respondo—. Estoy atrapado con ella por
má s de una noche.
—Dijiste que apenas la veías. Que llevan vidas separadas.
—Ambas cosas son ciertas.
—¿Y? Deja de esforzarte. La invité al gimnasio de escalada y se fue a los
quince minutos. No parece que le importe Hannah o no.
—No lo hace. —Pero eso es todo lo que digo. No explico que
inexplicablemente quiero que le importe. Esos celos -una emoció n que siempre
he aborrecido en las mujeres- me emocionarían viniendo de Scarlett.
—¿Entonces cuá l es el problema?
—Só lo... no menciones a otras mujeres cerca de ella, ¿de acuerdo?
C.W. FARNSWORTH
Me estudia durante un minuto antes de aceptar.
—Bien.
Siento que sus ojos no se apartan de mí mientras miro a mi alrededor. Un
cuarteto de cuerda se ha instalado en un rincó n y ha empezado a tocar,
proporcionando una banda sonora silenciosa a la velada. Algunas parejas se
acercan a la pista de baile y empiezan a bailar.
—¿Có mo es el sexo?
No digo nada.
Asher se burla.
—Vamos, Kensington. No eres del tipo tímido.
—Es diferente, y lo sabes.
—¿Diferente porque no lo sabes? —se burla.
Froto mi dedo contra el borde de mi vaso.
Asher se ríe.
—Joder. No lo sabes.
—No ha surgido —murmuro.
—¿Có mo demonios no sale el tema de tener sexo con tu mujer?
Me pongo de pie.
—Voy por otra copa.
Pero en lugar de dirigirme a la barra, acabo acercá ndome a Scarlett.
Interrumpo al grupo con el que está hablando con una sonrisa cortés.
—¿Te gustaría bailar, cara de muñeca?
—Claro, cariño.
En cuanto nos alejamos, murmura:
—¿Cara de muñ eca? Esa es la peor de todas.
—Qué curioso. Creo que azúcar podría ser mi nuevo favorito.
Scarlett aparta la mirada, pero no antes de que capte el fantasma de una
sonrisa. Me he dado cuenta de que nunca intenta ocultar ninguna emoció n
negativa. Cuando está enfadada o molesta, todo está a la vista. Es en los pocos
momentos agradables que hemos compartido donde ella educa sus reacciones.
C.W. FARNSWORTH
En cuanto llegamos a la pista de baile, compruebo la teoría. Hay una docena
de parejas bailando, la mayoría de mediana edad o mayores. Todas bailan el vals
con una distancia respetable entre ellas.
Hago girar a Scarlett para que nuestros pechos se toquen. Su expresió n no
cambia cuando empezamos a bailar, ni cuando aprieto mi mano y su cintura. Mi
pulgar deja la palma de su mano y desciende hasta su muñ eca. Las ú nicas
joyas que lleva esta noche es un par de pendientes de diamantes y los anillos
que le regalé, dejando al descubierto la suave piel de debajo de su palma.
Asiento el pulgar sobre su punto de pulso, sintiendo có mo palpita a gran
velocidad.
Sonrío, sintiendo que su corazó n se acelera. Puede que no quiera desearme,
pero lo hace. Conozco bien esa sensació n.
No se aparta, pero tampoco se acerca a mi mirada. Esto es lo má s cerca que
hemos estado desde que la llevé arriba después de descubrirla en el sofá .
Scarlett no es la ú nica que se muestra indiferente. Quiero arrastrar sus labios a
los míos. Quiero que esté desnuda y que me permita mirar. Quiero hablar con
ella sin tener que extraer ninguna sílaba que no sea cortante.
En su lugar, la hago girar por la pista de baile. El silencio suele ser neutral.
Entre nosotros, brilla. Tiene forma y sustancia. El silencio tiene el peso de todas
las cosas que no decimos y todas las emociones que no expresamos.
La canció n termina y pasa a una nueva. Después de unos minutos, traga y
me mira.
—Mañ ana tengo que madrugar.
Después de nuestra conversació n anterior en el coche, sé que sugerirle
que se tome el sá bado libre es una mala idea.
—Yo también. —No lo hago.
—Quiero tomar el coche de vuelta, Crew.
—Bien. —Dejo de bailar—. Vamos.
La sorpresa aparece en su rostro.
—¿Vas a venir a casa esta noche?
—¿Te he dicho lo contrario?
El color rosa calienta sus mejillas.
—Supuse que habías hecho planes.
—Ya sabes lo que dicen de la gente que hace suposiciones.
—No, no lo sé —desafía ella—. ¿Qué dicen?
C.W. FARNSWORTH
—¿Quieres que te llame imbécil?
—Me han llamado cosas peores —responde, y empieza a caminar hacia la
salida.
La alcanzo en el guardarropa.
—Me estoy cansando de esto, Scarlett. ¿Es necesario que cada
conversació n que tenemos se convierta en combativa? ¿Quieres irte?
Vayá monos. No voy a pelear contigo.
—Está s haciendo una escena.
La agarro del brazo para que se quede en su sitio.
—¿Te molesta que vuelva a casa? No pensé que te importara de ninguna
manera.
—No me importa.
—Entonces, ¿por qué está s siendo tan difícil? —Siseo.
—¿Difícil? —repite ella—. No soy yo quien...
—¿Está n en la fila del valet?
Joder. Conozco esa voz. Me giro para ver a Hannah dirigiendo una dulce
sonrisa hacia mí. No hay autenticidad en la expresió n.
—Oh. Crew. —Deja escapar una pequeñ a risa falsa—. No me di cuenta de
que eras tú .
Levanto una ceja, llamá ndola en silencio por esa tontería.
—No estamos en la cola del valet. Nuestro conductor está en camino.
—Oh. Muy bien, entonces.
Sin embargo, no se mueve. Aprieto los labios, molesto.
—Hannah, esta es mi esposa, Scarlett. Scarlett, ella es Hannah Garner. —Es
la primera vez que presento a Scarlett como mi esposa. Es extrañ o decirlo, e
igualmente extrañ o darme cuenta de que me gusta có mo suena.
—Nos hemos visto antes —dice Hannah—. Es un placer volver a verte,
Scarlett.
Scarlett la mira fijamente.
—¿Dó nde?
—¿Perdó n?
—Dijiste que nos habíamos visto antes. ¿Dó nde?
C.W. FARNSWORTH
Hannah parece nerviosa, pero se recupera rá pidamente.
—Oh. Um, ¿debe haber sido en algú n evento aquí? A Crew le encanta visitar
Los Á ngeles, pero no parece su tipo de lugar.
—Nueva York tampoco es para todos —responde Scarlett.
—Prefiero visitarla en verano. Odio el frío.
—Ya veo por qué. —Los ojos de Scarlett revolotean sobre el dobladillo
corto y el escote bajo del vestido de Hannah.
Hannah se pone rígida.
—Para ser una ciudad tan ajetreada, también puede resultar solitaria. —Me
mira deliberadamente.
Estoy indeciso entre hacer algo o no decir nada. Es obvio lo que hace
Hannah y por qué. Está celosa y le duele que me haya casado con otra persona,
a pesar de que hace meses que no estamos en el mismo estado y nunca fuimos
pareja. Lo que no entiendo es lo que hace Scarlett, por qué se compromete en
lugar de ignorar. En todo momento ha dejado claro que no ve nuestro
matrimonio má s que como una relació n de negocios, si es que lo es. Me
atrevería a decir que trata a sus socios comerciales con má s calidez de la que
me ha mostrado a mí. Y sin embargo, ella está peleando con Hannah en lugar de
alejarse. No es posesiva en sí, pero tampoco muestra una indiferencia total.
—Si está s tan desesperada por algo de compañ ía, tal vez deberías volver a
entrar y encontrar algo —sugiere Scarlett—. Ya que nosotros nos vamos.
Sofoco una sonrisa, sin perder de vista la forma en que enfatiza el nosotros.
Hannah tampoco se lo pierde. Mira a Scarlett, sin molestarse en disimular
su desagrado.
—No sabía que fueras capaz de preocuparte por algo má s que los negocios,
Scarlett.
—No sabía que supieras nada de mí —responde Scarlett—. Sobre todo
porque pareces mucho má s interesada en mi marido.
Hannah sonríe. Pequeñ a, pero llamativa y falsa. Me mira a mí.
—Espero verte por aquí, Crew. —Su sonrisa se vuelve genuina por primera
vez antes de que pase junto a nosotros y se dirija de nuevo al interior.
Sigo estudiando a Scarlett.
—¿Qué? —dice ella. Creo que su tono era má s cá lido hacia Hannah.
Sonrío.
C.W. FARNSWORTH
—Nada.
Scarlett sacude la cabeza antes de dirigirse a nuestro coche. Roman se
detuvo en algú n momento del encuentro con Hannah. Se baja para abrir la
puerta, pero le hago un gesto para que se vaya y le abro yo la puerta a Scarlett.
Ella refunfuñ a un gracias antes de subir al asiento trasero. Yo me deslizo por el
lado opuesto y golpeo la mampara de privacidad para avisar a Roman de que
estamos listos para partir.
Ni siquiera hemos llegado al final de la manzana cuando ella habla.
—Tienes un gusto horrible para las mujeres.
Miro por encima.
—¿Qué dice eso de ti?
Ella me ignora.
—No la quiero en mi á tico.
Me retraigo de las ganas de corregirla. En su lugar, le digo la verdad.
—No será un problema.
—Tengo almuerzos de trabajo en el Carlyle.
Tardo un minuto en darme cuenta de lo que está diciendo. Otro para
preguntarme có mo demonios sabe Scarlett que es ahí donde se aloja Hannah
cuando está en la ciudad.
—No me refería a eso. Ella y yo hemos terminado.
—¿Ella lo sabe?
—Sí —respondo. Entonces, por alguna estú pida razó n, que se parece
mucho a la lealtad que ella no parece querer, me explayo—. Le dije que si te
insultaba, no volvería a hablar con ella.
Scarlett se burla.
—No me hagas ningú n favor.
Exhalo con fuerza.
—¿Ahora te molesta que no me la folle?
—¡No! Yo só lo...
—¿Estás durmiendo con otras personas? —Finalmente expreso la pregunta
que me ha estado molestando durante semanas.
—No estoy segura —responde ella.
C.W. FARNSWORTH
Me rechinan los dientes.
—¿No está s segura de qué?
—No estoy segura de que lo llame dormir.
Joder. Lo hace.
—¿Quién es él?
—No lo conoces.
Sí, claro.
—Conozco a mucha gente.
—Su nombre es Kyle. Es cirujano.
¿Ese es su tipo? ¿Un nerd de la ciencia con complejo de superioridad? Me
molesta má s de lo que espero. Má s de lo que debería. Si é l no es parte de
nuestro mundo, tal vez ella realmente tiene sentimientos reales por el tipo.
—Suena como una herramienta.
—¿Celoso? —se burla.
—Eso requeriría que me importara lo que haces.
—Exactamente.
Me esfuerzo por soltar una carcajada. Suena vacía a mis oídos, pero dudo
que ella pueda notar la diferencia.
—Eso no es algo de lo que tengas que preocuparte.
—Genial.
—Genial —me hago eco.
Se ha vuelto predecible: el ciclo de nuestras conversaciones. Las bromas, las
burlas y el silencio. La forma en que uno de nosotros es un poco má s abierto
que el otro. Nunca estamos sincronizados, nunca estamos dispuestos a dar sin
querer recibir.
C.W. FARNSWORTH
Saco mi teléfono y empiezo a ordenar los correos electró nicos que podrían
esperar hasta el lunes. Al menos mi padre se alegrará de mi iniciativa. É l y
Oliver se han quedado tirados en Miami debido a una tormenta tropical.
Viajaron al sur para jugar al golf y para reunirse con un promotor comercial
sobre las oficinas para una nueva adquisició n. En su prolongada ausencia, todo
pasa por mí. Anoche llegué a casa a las tres de la madrugada, o esta mañ ana,
técnicamente.
—Hoy he finalizado la marca de mi nueva línea de ropa. —El sonido de la
voz de Scarlett es tan inesperado que me sobresalta. Me imaginé que estaba
trabajando en su lado del coche—. Se llama Rouge. Para eso son estos dibujos.
Estoy eligiendo un equipo de diseñ o. También aprobé las pruebas del nú mero
de agosto de Haute y elegí los artículos del de septiembre. Eso fue después de
entrevistar a cinco secretarias, porque Leah ya tiene las manos llenas llevando
mi agenda en Haute y necesito má s ayuda.
Se forman las preguntas. No sé nada de lo que hace a diario. Por eso
pregunté antes. Pero eso fue antes de que supiera que ella ve este matrimonio
como una farsa. Antes de que supiera que se había tirado a otro tipo con mi
anillo en el dedo.
La rabia y los celos se acumulan en mi estó mago como si fueran alquitrá n y
tó xicos.
—Me importa un carajo lo que hagas, Scarlett. ¿Recuerdas? —Arrastro las
palabras como si tuviera algo mejor que hacer que molestarme en decirlas, y
luego continú o desplazá ndome por los cientos de correos electró nicos que se
han acumulado.
Se estremece. Capto el sutil retroceso con el rabillo del ojo antes de que se
aparte de mí para mirar las luces de la ciudad. Las emociones problemá ticas se
endurecen y se hunden en mí como un ancla.
¿Por qué me importa?
¿Por qué a ella no ?
El resto del viaje es silencioso.
Capítulo Nueve
Scarlett
Es difícil decir qué es má s opresivo: el calor de julio o las cinco mujeres que
me miran con la intensidad de un pelotó n de fusilamiento.
—¿Tú y Crew está n intentando tener hijos?
Me muerdo las réplicas sarcá sticas que me vienen a la mente en respuesta a
la pregunta de Eileen Waldorf.
C.W. FARNSWORTH
Todavía soy virgen.
Mi marido está demasiado ocupado con sus amantes.
Tal vez en una o dos décadas.
Cualquiera de esos comentarios se extendería por el patio de la casa de
mis padres en los Hamptons como un incendio. Puede que me haya abierto
camino hacia la relevancia y el respeto en algunas partes del mundo de los
negocios, pero ha sido en detrimento de mi posició n entre la mayoría de las
mujeres de la sociedad neoyorquina. Mis intentos de salir del molde del
matrimonio y los hijos no me han hecho ningú n amigo.
Eileen es só lo un añ o mayor que yo. Antes de casarse con Daniel Waldorf el
verano pasado, trabajaba en una agencia de relaciones pú blicas. Tuvo su primer
hijo hace unos meses. No es raro que las mujeres trabajen hasta que se casan. Se
supone que, ahora que soy la señ ora Kensington, tengo que unirme a las juntas
directivas de las organizaciones benéficas y elegir los colores de la guardería.
En lugar de responder a la pregunta de Eileen con una réplica afilada, me
río y me revuelvo el pelo. Que odie el juego no significa que no pueda jugarlo.
—No, todavía no. Estamos disfrutando de este tiempo juntos, los dos solos.
Ya que nos casamos hace un mes. Me guardo esta ú ltima parte para mí. Sé lo
que se espera -y lo que se considera una conversació n apropiada- en este tipo
de eventos. Por eso evito todos los que puedo. Pero no pude evitar la fiesta del 4
de julio. He asistido todos los añ os desde que tengo uso de razó n.
Eileen asiente y sonríe, aceptando mi respuesta de mierda sin pestañ ear.
Tengo la sensació n de que la repetiré mucho. Disfrutar es una exageració n, pero
no es una mentira que me gustaría esperar para tener hijos. No es que no los
quiera; los quiero. Pero los niñ os borrará n la distancia entre Crew y yo. Las
cosas entre nosotros son incó modas y no sé có mo cambiar eso. Debería ser lo
que quiero. Es exactamente lo que quería.
No me di cuenta de que estaba haciendo un esfuerzo hasta que se detuvo.
C.W. FARNSWORTH
—Disculpen, señ oras. —Su voz hace que me ponga rígida. Me pone la piel
de gallina, a pesar de que las temperaturas hoy rondan los ochenta—. ¿Les
importaría mucho si les robo a mi ruborizada novia por un momento? —Crew
me rodea la cintura con un brazo, actuando como un marido cariñ oso de forma
tan convincente que hasta me lo creo por un segundo. Estoy segura de que
puede sentir lo tensa que estoy.
Las señ oras que antes me interrogaban arrullan todas variaciones de lo
dulce y la felicidad de los recién casados. Un par de ellas se acercan a la edad de
mi madre. Y sin embargo, todas miran a Crew con la misma mirada apreciativa
que él parece arrancar de todas las mujeres que lo ven. Añ ado su molesto
atractivo a la larga lista de cosas que me molestan actualmente.
En cuanto desaparecemos de la vista de las mujeres entrometidas, suelta
el brazo. No le doy las gracias por apartarme, no le digo nada. Es extrañ o e
incó modo tenerlo aquí. Tener que actuar como una pareja feliz cuando somos lo
má s lejano a una.
Apenas hemos intercambiado veinte palabras desde el viaje en coche a casa
desde la gala de Rutherford. Estoy enfadada, con él y conmigo misma. Está
actuando como el imbécil frío y distante con el que esperaba encontrarme
casada.
Y me molesta.
Echo de menos los destellos que tengo del tipo que no creo que mucha
gente vea. Odio que actú e como si hubiera prometido fidelidad, como si yo y
otros hombres fuéramos algo má s que un golpe a su orgullo masculino. Quiero
decirle que es una doble vara ridícula, que nadie aquí se sorprendería al saber
que me ha engañ ado pero se escandalizaría si repitiera lo que le dije en la
limusina.
Lo que le mentí en la limusina.
Y esa es la principal razó n por la que no he hecho ningú n intento de reparar
el dañ o que me infligió el viaje a casa: la expresió n indiferente que llevaba Crew.
Pensé que mis mentiras al menos abollarían su ego. Mentí, y no quiero volver a
mentir. Estaba herida y enfadada, así que me inventé una Hannah propia.
Esperaba que hubiera distancia. Pero no esta pesada y opresiva, en la que
parece que a los dos nos importa que apenas nos hablemos.
—¿Necesitas algo? —Tomo un sorbo de mi vaso, tratando de ignorar el
punto de mi espalda que todavía hormiguea donde me tocó hace un minuto.
Estudia mis movimientos.
—¿Está s bebiendo?
Levanto las dos cejas y luego miro deliberadamente el vaso que sostengo.
—¿Esperas que pase por esto sobria?
—En absoluto. Cuanto má s te emborraches, menos gente me preguntará si
está s embarazada. Ambos sabemos cuá les son las posibilidades de eso. Con mi
hijo, al menos.
Me enfurezco cuando Andrew Spencer dobla la esquina y se acerca a donde
estamos parados, borrando cualquier oportunidad de réplica.
C.W. FARNSWORTH
—¿Eso fue todo, cariñ o?
—Por ahora, cariñ o. —Crew también ha visto a Andrew. Su tono se ha
vuelto cordial—. Estoy seguro de que encontraré otra excusa para robarte má s
tarde.
—No puedo esperar —digo.
—¡Crew! ¡Pensé que eras tú ! —Andrew se detiene justo delante de
nosotros, bloqueando mi ruta de escape inmediata—. ¿Có mo has estado?
—Bien —responde Crew con suavidad—. ¿Tú ? ¿Có mo está Olivia?
—Bien, bien. —La voz y la expresió n de Andrew son joviales mientras me
mira—. Scarlett. Me alegro de verte.
Sonrío, pero é l ya se ha vuelto hacia Crew. Me termino el champá n
mientras ellos hablan.
—No te he visto desde la boda —dice Andrew, frunciendo el ceñ o—. ¿Có mo
va todo en la empresa?
—Lo de siempre.
—Debe estar má s agitado que de costumbre. No has salido en un
mes. Todo el mundo ha estado preguntando por ti.
Los ojos de Crew se dirigen a mí y se alejan, tan rá pido que casi me lo
pierdo.
Encuentro un nuevo interés en la conversació n.
—Sí. He estado ocupado.
No sabía que Crew y Andrew fueran tan amigos. Sinceramente, nunca he
prestado atenció n a nadie con quien socialice en los eventos a los que hemos
coincidido asistiendo a lo largo de los añ os. Hablo con todo el mundo por
obligació n, incluso con los que está n cerca de mí en edad. Las chicas con las que
asistí al internado siempre cotillean y los chicos deslizan algú n que otro
comentario sugerente entre tanto alarde de sus inversiones.
—Ocupado. Bien. —La mirada de Andrew vuelve a dirigirse a mí. Está
sonriendo, sin dejar duda de có mo se tomó la respuesta de Crew.
—Debería haber sabido que al ver a Crew es por lo que querías venir. —
Olivia Spencer se acerca a donde estamos los tres.
C.W. FARNSWORTH
Tenía toda la intenció n de presentar una excusa apresurada y dejar que
Crew y Andrew hablaran de lo que quisieran. Pero algo -tal vez la forma en que
Olivia mira a Crew- me mantiene en su sitio.
Al menos Olivia está siendo algo sutil en su apreciació n, a diferencia de
Hannah Garner. Pero todavía puedo ver el interés en la forma en que sus ojos
se ensanchan y sus labios se vuelven tímidos. Antes de casarnos, hice un
esfuerzo deliberado por no prestar atenció n a los cotilleos sobre Crew cuando
había otras mujeres implicadas. Empiezo a reconocer que puede haber sido un
error. Esas mujeres creen saberlo todo sobre mí, mientras que yo no tengo ni
idea de la historia que comparten con Crew.
—Te has quejado de que Crew no ha salido —añ ade Olivia, cuando ninguno
de nosotros dice nada. No se me escapa la mirada que me lanza al hacerlo. Es
obvio que me echa la culpa de que Crew no haya frecuentado los clubes
nocturnos de Nueva York, y estoy tentada de decirle que en realidad he hecho
todo lo posible para que pase el menor tiempo posible conmigo.
La parte mezquina de mí que se aferra a la noció n de que Crew Kensington
es un medio para un fin, no alguien que significará algo, está tentada a alejarse.
En cambio, decido dejar de actuar. Sobre todo porque Crew pensará que es una
actuació n.
Me acerco a Crew. Lleva una camisa blanca abotonada con las mangas
remangadas. Su brazo desnudo está presionado contra el mío, enviando
pequeñ as ondas de choque a través de la superficie de mi piel. La sensació n
electrizante es casi suficiente para hacerme olvidar el propó sito de esto.
Tomo el vaso de la mano de Crew y doy un sorbo, casi escurriendo los
restos del alcohol ahumado. Bourbon. Mis labios pintados dejan algunos
residuos rojos y lo vuelvo a poner en su mano. No es el má s sutil de los gestos,
como tampoco lo es la elecció n de usar mi mano izquierda. Los diamantes
brillan a la luz del sol.
—Me sorprende que sigas yendo a los clubes nocturnos, Olivia. ¿No crees
que deberíamos dejar eso para los adolescentes?
Siento los ojos de Crew sobre mí.
—Oh, lo hago. Aparte de la ocasional noche de chicas. Estoy segura de que
puedes apreciar eso, Scarlett. Eres tan... independiente. —La voz de Olivia
contiene tanto azú car como la mía mientras se aleja medio paso de Crew.
—Sí, lo soy.
—Bueno, es encantador verte. Este se ha convertido en el ú nico evento en el
que sé que te veré.
—El trabajo ha estado ocupado.
C.W. FARNSWORTH
Los labios de Olivia se fruncen ante la menció n de Haute.
—Has hecho milagros con esa pequeñ a revista. Apenas había oído hablar
de ella, y de repente veo que la gente la menciona en todas partes.
—Prefiero pensar que se trata de una inversió n sabia y un marketing eficaz
que de algo milagroso —respondo—. ¿Y tu padre no hizo una oferta por mi
pequeña revista?
Sé que lo hizo. Superé la oferta de Joseph Adams por diez millones y ya la he
recuperado diez veces.
—Creo que lo consideró —responde Olivia—. Decidió que la imprenta es
un mercado en extinció n.
—Es una pena. Nuestras cuentas de resultados cuentan una historia
diferente —respondo, saboreando la forma en que sus labios se tensan.
—Justo lo que necesitas. Má s dinero —replica Olivia, disolviendo un poco
su dulzura.
—Pienso exactamente lo mismo —respondo.
Se hace un silencio incó modo.
—Dejaré que se pongan al día —añ ado. Pero antes de alejarme, giro la
cabeza y susurro al oído de Crew—. No me voy a emborrachar esta noche.
Después de todo, compartimos la cama.
No espero su reacció n a la insinuació n. Sonrío a los Spencer y me dirijo a la
piscina.
***
Cuando llegamos a la arena, me quito los tacones. El tacto de los granos
á speros entre los dedos de los pies aligera las ansiedades que he arrastrado
toda la noche. Rachel y Penélope, dos mujeres con las que fui al internado, se
ríen y tropiezan mientras nos acercamos a la hoguera encendida en la playa.
Una botella de Dom Perignon cuelga entre los dedos de Rachel mientras habla a
un milló n de kiló metros por hora, a veces casi cayendo de bruces.
La hoguera es una tradició n anual del 4 de julio en la que nunca he
participado, algo que Penélope me ha señ alado tres veces en los diez minutos
que he tardado en recorrer el paseo marítimo desde la casa de mis padres hasta
aquí en la oscuridad. Es exactamente lo que me imaginaba. Una cosa es una
charla forzada con mis compañ eros de sociedad. El desenfreno de los borrachos
es otra. He visto demasiadas sonrisas falsas seguidas de piropos de espaldas.
C.W. FARNSWORTH
Como Ellsworth, siempre se me ha exigido má s. Lo sé. Así como todos los
demá s. La gente en los pedestales parece perfecta. Hasta que caen.
Pero ya no soy una Ellsworth. Soy una Kensington. Intocable. No só lo Crew
es rico y está conectado, a la gente le gusta.
Llegamos al grupo que se ha reunido alrededor de las llamas parpadeantes.
Echo un vistazo a las caras conocidas, haciendo un rá pido inventario de todos
los presentes, bá sicamente todos los que estuvieron en la fiesta de mis
padres menores de treinta añ os. Capto la mirada de Crew al otro lado del
fuego. Está de pie con un grupo de chicos, con un aspecto má s relajado del que
nunca le he visto. No hay corbata ni traje a la vista. Só lo un pantaló n de bañ o
azul marino y una camisa blanca casi desabrochada. Tiene el pelo revuelto. Por
el viento... o por otra cosa. ¿Habrá hecho eso? ¿En la fiesta de mis padres
conmigo presente? No lo sé. No lo he visto desde nuestra interacció n con los
Spencer. Si hubiera querido, podría haberse escabullido fá cilmente por un
tiempo.
Rachel descorcha el champá n con un chillido, atrayendo mi atenció n de
nuevo hacia ella y Penélope. Los chorros de espuma blanca golpean la arena
mientras dirige el chorro de líquido dorado hacia las copas de cristal que
Penélope lleva consigo. Tomo la que me ofrecen con un gesto de
agradecimiento. Las burbujas me hacen cosquillas en la garganta mientras me
bebo la mitad de un trago.
Aquí abajo, en la oscuridad, me siento diferente. No me siento exhibida. La
compulsió n por parecer perfecta y saber exactamente qué decir ha
desaparecido. Un calor familiar recorre mis venas mientras escurro mi vaso,
aligerando y aflojando mis movimientos.
Me siento lo suficientemente có moda como para participar en los
comentarios de Rachel y Penélope. Pronto hacen apuestas sobre quién es má s
probable que se bañ e desnudo. Me río mientras cuentan ané cdotas de añ os
anteriores y deciden quién tiene má s probabilidades de repetir.
—¿Y Crew? —Pregunto, cuando es el ú nico tipo que no han mencionado.
Rachel y Penélope intercambian una mirada.
—Crew nunca viene a los Hamptons en verano —me dice Rachel.
—Oh.
—La gente ha apostado hoy, ya sabes. —Se ríe ante mi expresió n de
sorpresa—. No te preocupes, yo aposté que estaría aquí. Só lo los idiotas no lo
hicieron. Son los mismos que te llaman perra engreída, deberían saberlo.
C.W. FARNSWORTH
Penélope sisea.
—¡Rachel!
No reacciono. Sé que la gente me ve así. Sin embargo, es diferente oírlo
decir en términos tan rotundos.
Rachel se encoge de hombros.
—¿Qué? Es difícil no odiar a alguien que consigue todo lo que quiere.
Se me suben las paredes.
—Voy a buscar un bañ o.
La casa má s cercana es la de los Kingsley -técnicamente estamos en su
tramo de playa privada-, pero en realidad no tengo intenció n de ir al bañ o. Me
quedaré el tiempo suficiente para que quede claro que nadie me ha perseguido
y luego volveré a casa de mis padres.
Mi plan siempre fue ir a la cama temprano esta noche. Por primera vez,
compartiré la cama con mi marido. Lo ideal es que me duerma rá pido cuando él
se vaya a la cama.
Me detengo junto al fuego. Ahora que el sol se ha ido, el calor de las llamas
contrarresta la fresca brisa marina.
—¿Tienes frío, eh?
No me giro enseguida. Parece necesario un segundo. Cuando vuelvo a mirar,
está má s cerca de lo que esperaba.
—¿Seguro que nunca quisiste ser meteoró logo? Parece que tienes una
extrañ a fascinació n por el tiempo.
—Estoy seguro.
—¿Nadie má s encuentra tu fascinació n extrañ a?
Crew se ríe un poco, pero rá pidamente se convierte en un suspiro.
—No sé qué má s decirte, Scarlett.
Desvío la mirada, como hago siempre que gravitamos sobre algo
significativo.
—No hace falta que te fijes en mí. Ve a divertirte.
Está tan cerca que puedo sentir su suspiro. Su pecho se expande y su
aliento se entremezcla con mi pelo al exhalar. Espero que se retire, que su
cuerpo se aleje. En cambio, me pone las manos en la cintura y me hace girar. Tan
rá pido que no tengo tiempo de reaccionar ni de protestar.
C.W. FARNSWORTH
Ahora estamos aú n má s cerca. Meros centímetros separan nuestros rostros
mientras sus manos aflojan su agarre en mis caderas.
—No hago cosas que no quiero hacer, Scarlett. Si no quiero ver có mo
está s, no lo haré. Si no quiero pasar tiempo contigo, no lo haré.
—De acuerdo. —Digo las palabras en voz baja. Demasiado fuerte, y podría
destrozar este momento como las palabras lo han hecho antes.
—De acuerdo. —Su eco es igual de silencioso.
El primer fuego artificial me sobresalta. Explota en un espectacular
despliegue de sonido y color, iluminando la orilla y el mar y todo el entorno
antes oculto por la noche. La leñ a encendida y la luz de la luna eran dé biles en
comparació n. Los lejanos acordes de la mú sica de la casa y el rítmico batir de
las olas en la arena parecen apagados. Otra explosió n ilumina el cielo, lanzando
arcos rosados que se desvanecen y vuelven a bajar. Le sigue otra, y otra, y otra.
Se oyen risas y gritos cerca, pero no les presto atenció n. Me consume la visió n
del deslumbrante espectá culo que sigue sustituyendo al humo persistente. Me
doy la vuelta para estar de cara a los fuegos artificiales, pero no me separo de su
abrazo. Me inclino hacia él, literalmente, apoyando mi espalda en su frente. Los
brazos de Crew siguen rodeando mi cintura. Cá lidos, seguros y fuertes.
Este momento es má gico, y sé que no son los fuegos artificiales que estoy
viendo ni el champá n que fluye por mi sangre.
Me resigné a casarme con Crew. Era la mejor de las opciones decentes.
No se suponía que fuera así. Se supone que nuestra relació n se basa en
entendimientos mutuos y documentos legales herméticos. No en la confianza y
la lujuria y todas las otras cosas que me aprietan el pecho ahora mismo.
Sentimientos excitantes y aterradores. No puedo dejarlo, nunca podré alejarme.
Cuando se canse de ser el marido cariñ oso y la vida doméstica, seré yo la que se
quede esperando en casa.
Eso só lo dolerá si lo permito.
Me digo a mí misma que no lo haré, incluso mientras relajo mi cuerpo
contra el suyo e ignoro las miradas envidiosas que me dirigen. Puede que Crew
se haya casado conmigo por mi dinero y mi nombre, pero eligió casarse
conmigo. No hace cosas que no quiere, como acaba de decir.
—¿A quién crees que se le ocurrió esto?
Inclino la cabeza hacia atrá s para poder ver su perfil.
—¿Qué se les ocurrió qué?
C.W. FARNSWORTH
—Los fuegos artificiales del día 4. ¿Qué hay de una guerra sangrienta que
dice que iluminemos el cielo?
—Son de celebració n —respondo—. Mi madre quería fuegos artificiales
para nuestra recepció n.
—¿De verdad? —Su mano se desliza por la curva de mi cadera. Es un
movimiento inocente, un cambio de posició n. Sin embargo, me pone la piel de
gallina. Hace meses que no tengo sexo. Culpo a eso por la conciencia que se
acumula en mi estó mago.
Compartiremos una habitació n esta noche. Una cama. Hasta ahora, no creía
que hubiera una posibilidad de que pasara algo. Mi comentario anterior fue una
burla, un recordatorio de que no lo hemos hecho antes. Ahora, me consume la
posibilidad de que algo pueda pasar. Que podría quererlo.
—De verdad —confirmo.
—¿Por qué no tuvimos fuegos artificiales en nuestra recepció n entonces?
—Le dije que no.
—No estabas celebrando. —No es una pregunta, sino una afirmació n.
—Son malos para el medio ambiente.
Se ríe contra mi pelo y siento las vibraciones por todas partes.
—También lo es volar en privado.
—Nadie es perfecto.
Sigue riéndose. Tengo una extrañ a sensació n pegajosa en el pecho, como si
algo se estuviera derritiendo dentro de mí.
Rá fagas rá pidas de color salpican los cielos, señ alando el comienzo del final.
Ambos guardamos silencio hasta el final, permaneciendo inmó viles mientras
los ú ltimos destellos se desvanecen.
Cuando la exhibició n termina, la magia desaparece con ella. Me siento
incó moda, de pie aquí con él abrazá ndome, no me siento có moda como hace
unos momentos. Me aclaro la garganta.
—Debería volver a subir.
Crew no se mueve ni reacciona durante unos segundos. Cuando sus manos
bajan, experimento decepció n, no alivio.
—Te acompañ aré.
Espera un no tienes que hacer eso. Lo muerdo y me giro para estar frente a
C.W. FARNSWORTH
él.
—De acuerdo.
No hay triunfo en su cara, só lo emoció n.
—Déjame traer mis zapatos del mirador.
—Te cambiaste —afirmo. Como un idiota que suelta lo obvio.
—Sí. Algunos de los chicos querían nadar antes.
—¿Só lo los chicos? —La aclaració n sale antes de que pueda detenerla.
—Só lo los chicos —confirma.
Consigo asentir con un pequeñ o movimiento de cabeza. Esta vez, hay alivio.
—Vuelvo enseguida.
Lo observo girar y alejarse, admirando có mo se mueven sus hombros a
medida que avanza. La forma en que su bañ ador le abraza los muslos y el
trasero.
Es una noche. La gente tiene aventuras de una noche todo el tiempo. Yo he
tenido relaciones de una noche. No tiene que significar nada. Tengo otro
viaje a París la pró xima semana. Eso forzará algo de distancia entre nosotros.
Puedo hacerlo. Puedo no preocuparme.
La conmoció n me distrae de la charla interna de á nimo. Entrecierro los ojos
en direcció n a la glorieta de los Kingsley, intentando distinguir a las dos figuras
que está n cerca de ella. Uno de ellos lanza un puñ etazo y la figura que lo recibe
cae como una piedra en paracaídas. Reacciono sin pensarlo, corriendo en esa
direcció n junto con todos los que está n cerca. La clase alta prefiere las
puñ aladas por la espalda a las peleas.
Si tiene un problema con a alguien, se lo dices a la cara en un tono dulce. No
lo reordenas.
Y lo ú ltimo que espero cuando llego al grupo que se ha formado en torno a
la pelea es que Crew sea el ú nico que esté de pie, con los nudillos rojos y una
expresió n asesina. Me precipito hacia delante, con el camino libre de obstá culos,
en cuanto todos se dan cuenta de quién soy. La gente se apresura a apartarse de
mi camino.
—¿Qué demonios está s haciendo? —Grito una vez que llego a él, mirando
entre la cara furiosa de Crew y Camden Crane, que está sentado en la arena
luciendo un labio partido.
La sangre gotea de la boca de Camden mientras comienza a reírse.
C.W. FARNSWORTH
—Te lo habría dicho a la cara, Kensington. Debe tener un...
Crew se lanza hacia delante y lo golpea de nuevo. Camden tendrá mañ ana
un ojo morado a juego con su boca hinchada. Tomo la estú pida decisió n de no
alejarme e ignorar lo que está sucediendo. Cualquier otro lo haría. En lugar de
eso, empujo el pecho de Crew, sintiendo la adrenalina y la animosidad que
irradia de él. Respira con dificultad.
—Crew. ¿Qué está pasando? ¿Qué está s haciendo?
No responde a ninguna de las dos preguntas. Só lo sigue mirando al tipo en
el suelo. Miro a los espectadores reunidos, tratando de interpretar la situació n.
Obviamente Camden dijo algo que hizo enojar a Crew. Lo suficiente como para
convencer a Crew de que le desfigure la cara.
Penélope y Rachel se tapan la boca con las manos, con cara de asombro.
Pero son los hombres en los que me detengo. Todos parecen acobardados y
nerviosos. Incluso Andrew Spencer, que creía que consideraba a Crew un amigo.
Ninguno hace contacto visual conmigo.
Camden se ríe de nuevo. Se limpia el labio inferior, manchando de sangre su
barbilla.
—No pensé que fueras de los que se ensucian las manos.
—Creía que eras de los que sabían cuá ndo cerrar la boca —arremete Crew.
—Só lo tuve las pelotas de decir lo que todos los demá s aquí estaban
pensando.
—¿Es cierto? —La mirada de Crew se eleva, recorriendo a los espectadores
reunidos. Las cabezas tiemblan por todas partes. Una sonrisa cruel tuerce los
labios de Crew mientras vuelve a mirar a Camden—. Inténtalo de nuevo, Crane.
Por favor. Me encantaría hacerte completamente irrelevante, no só lo en su
mayor parte, como eres ahora.
C.W. FARNSWORTH
Una vez que ese disparo de despedida ha hecho mella, Crew se gira y da una
zancada en direcció n al camino que lleva de vuelta a casa de mis padres.
Tras un minuto de duda, lo sigo.
Mi mente da vueltas en círculos. Segú n los susurros y las miradas de reojo,
he tenido alguna participació n involuntaria en lo que acaba de ocurrir. No
puedo recordar la ú ltima vez que hablé con Camden Crane. No tengo ni idea de
lo que podría haber dicho para provocar a Crew. No tenía ni idea de que Crew
pudiera enfurecerse por algo sobre mí. É l me estaba protegiendo,
defendiéndome. Y no tengo ni idea de có mo procesar eso. El camino de vuelta
es tenue. Mis ojos se han adaptado a los brillantes fuegos artificiales y al
resplandor de la hoguera. La débil luz de la luna apenas es suficiente para
distinguir mi camino a lo largo del paseo marítimo que serpentea entre los
tallos de hierba de la playa. El aire salado me pasa por la cara mechones de
pelo. Respiro profundamente, tratando de centrarme.
Pensé que las cosas entre Crew y yo se arreglarían de forma natural. Que
encontraríamos alguna rutina que nos permitiera aprovechar los beneficios
de este acuerdo sin comprometer nuestros objetivos individuales. Pero cada
vez má s, parece que las cosas entre nosotros se está n decidiendo
permanentemente. La desconexió n entre nosotros parece que se está
endureciendo y encalleciendo. Las decisiones que tomamos los dos parecen ser
importantes, como si fueran a definir el resto de nuestra relació n durante todo
el tiempo que dure.
Cuando llego al borde del patio, dudo. Debería colarme dentro y volver a la
fiesta. Hacer de anfitriona perfecta y dar a Crew la oportunidad de refrescarse.
Entro, pero en lugar de seguir el sonido de las conversaciones y las risas, me
deslizo por la escalera trasera que lleva al segundo piso.
La puerta de mi habitació n habitual está entreabierta, aunque estoy segura
de que la cerré antes de bajar las escaleras. La abro y veo que la habitació n está
vacía y a oscuras. Pero la luz del bañ o está encendida. Cierro la puerta tras de
mí y dejo caer los tacones, anunciando mi llegada.
En silencio, atravieso la alfombra de yute hasta la puerta que lleva al bañ o.
Crew está de pie junto al fregadero, lavá ndose las manos. El agua corre de
color rosa.
Me apoyo en la puerta, debatiendo qué decir.
Me decido—: ¿Está s bien?
—Bien. —Su tono es tan corto como su respuesta.
Me quedo en mi sitio mientras cierra el grifo y se seca las manos,
evitando el corte en un nudillo.
—Deberías poner un poco de peró xido de hidró geno en eso.
No responde. Me alejo del marco de la puerta y me acerco a él. Todavía
irradia tensió n cuando le rozo el brazo para poder inclinarme y sacar el frasco
marró n del armario. También tomo unos cuantos algodones.
C.W. FARNSWORTH
—Siéntate. —Asiento con la cabeza hacia el borde de la bañ era mientras
empapo el algodó n con el líquido. El fuerte olor químico me quema la nariz.
Crew vacila antes de obedecer. Lo observo con el rabillo del ojo mientras se
posa en el má rmol. El cuarto de bañ o es grande -tan grande como el de mi
á tico-, pero parece diminuto con su presencia. Estudio los vellos dorados de sus
brazos bronceados. La forma en que su camisa se tensa sobre los hombros. Los
ojos azules que ven má s de lo que quiero mostrar.
Satisfecha de que el algodó n esté empapado, cruzo hasta é l y me agacho
para poder frotar la bola en la hendidura entre sus nudillos. Durante unos
segundos, el ú nico sonido es el de nuestras respiraciones.
Crew habla primero.
—Sabes, te he imaginado en esta posició n antes. Aunque nunca
haciendo esto.
Me encuentro con su mirada durante un minuto. Tengo algunas réplicas en
la punta de la lengua. Algunas má s sucias de las que probablemente cree que
soy capaz. Pero no quiero que nuestra primera vez sea así. Así que hago una
pregunta que estoy segura de que apagará cualquier otra insinuació n.
—¿Por qué no te gustan los Hamptons?
—Me gustan mucho. —Su respuesta es indiferente. Sin embargo, hay una
emoció n subyacente, subrayada por la forma en que su mandíbula se tensa y
sus ojos se oscurecen. Tan cerca, no puedo dejar de registrar los sutiles cambios.
—Entonces, ¿por qué no vienes aquí en verano?
—¿Quién te ha dicho eso?
Sigo con los toques.
—Rachel Archibald. Menos mal que tuvimos un compromiso corto. Si la
cantidad de comentarios de que no eres lo suficientemente buena para él que he
oído hoy son la cantidad después de la boda, quién sabe có mo habría sido antes.
—¿Quién ha dicho que no eres lo suficientemente buena para mí? —En
lugar de regodearse, su expresió n es má s bien de desprecio.
—Sé lo que la gente piensa de mí. Consigo todo lo que quiero sin trabajar
por ello, aparentemente.
—Trabajas cien horas a la semana, Scarlett. Que jodan a quien diga eso.
No digo lo que pienso: probablemente ya lo has hecho. Estoy harta de las
burlas.
Utiliza su mano no herida para inclinar mi barbilla hacia arriba.
—Lo digo en serio. Eres Scarlett Ellsworth. No te importa lo que piensen
los demá s.
C.W. FARNSWORTH
—Soy buena actuando como si no lo hiciera. —Má s honesta de lo que
pretendía.
—No tienes que actuar cerca de mí.
Al principio no respondo. Levanto su mano derecha para poder
inspeccionar el corte de su mano má s de cerca. Sus nudillos está n rosados e
hinchados, pero al menos ya no sangra.
—Kensington.
—¿Eh?
Suelto su mano y tiro las bolas de algodó n al cubo de la basura antes de
levantarme.
—Me has llamado Scarlett Ellsworth. Es Scarlett Kensington. —Su sonrisa
me hace desear haberme quedado sentada—. Voy a volver a bajar las escaleras.
É l asiente; yo huyo. Me vuelvo a poner los tacones y salgo al pasillo.
Necesito espacio. Tiempo. Distancia.
Crew es confuso. Todo en él es confuso. Lo que dice. Lo que hace. Lo que no
dice. Lo que no hace. Y la forma en que me siento a su alrededor es la má s
confusa de todas.
Al entrar en este matrimonio, tenía un objetivo: hacer que Crew me viera
como un igual. Conservé todo el poder que tenía cuando acepté casarme con él.
No consideré ninguna de las otras formas en que podría querer que Crew me
viera. Me preocupa -y me aterroriza- cuá les podrían ser las repercusiones de
admitir que quiero que las cosas entre nosotros sean reales. Pero seguir por el
camino que llevamos no es sostenible.
En lugar de bajar las escaleras, me dirijo a una de las otras habitaciones de
huéspedes del pasillo. Me apetece estar sola. Hay un silló n en la esquina en el
que me acuesto. Pierdo la noció n del tiempo mientras me tumbo allí y repaso el
día de hoy en mi cabeza.
Una vez que los sonidos del piso de abajo son cada vez má s silenciosos,
me pongo de pie y vuelvo a bajar a mi habitació n. El dormitorio está a oscuras y
la luz del bañ o está encendida, igual que antes. Pero hay un gran bulto en el lado
izquierdo de la cama.
C.W. FARNSWORTH
Me meto de puntillas en el bañ o para cepillarme los dientes y lavarme la
cara.
Cuando vuelvo a entrar en el dormitorio, Crew está dormido. O está
haciendo un trabajo convincente de fingir que lo está . Tampoco lleva camisa.
Hasta esta noche, rara vez había visto a mi marido con algo que no fuera un
traje. Me apoyo en el marco de la puerta y lo miro. Su piel es dorada. No estoy
segura de cuá ndo tiene la oportunidad de absorber la vitamina D. Parece que
trabaja casi tanto como yo. Su bronceado destaca sobre las sá banas blancas que
cubren su abdomen, impresionantemente definido incluso cuando está
relajado. Debe hacer ejercicio. Cuá ndo, no tengo ni idea. Esa constatació n me
molesta. He pasado las dos ú ltimas semanas viviendo con é l, y me he enterado
de má s cosas cuando espiaba las imá genes de seguridad desde el otro lado del
Atlá ntico.
Conocer a Crew me aterra. Lo poco que ya sé me intriga. Se suponía que las
razones de este matrimonio eran la parte real. El dinero, las oportunidades, el
imperio que formarían nuestros recursos combinados. Se suponía que él y yo
éramos falsos.
En cambio, el imperio parece falso.
Apoyarse en Crew antes se sentía muy real.
¿Qué pasó con ella? ¿Aquella chica a la que no le importaba? Hubo un
tiempo muy reciente en el que no dudaba de nada. Cuando no tuve la tentació n
de dejar el trabajo antes de tiempo. Cuando no me distraía. Cuando los ojos
azules no perseguían mis pensamientos.
Un pequeñ o rincó n de mi corazó n susurra la respuesta. Se casó con Crew
Kensington.
Apago la luz del bañ o y me pongo de puntillas por el suelo hasta llegar a mi
maleta. Tardo unos minutos en ordenar mis pertenencias en la oscuridad, pero
finalmente encuentro un sedoso camisó n.
Deslizarse bajo las sá banas calientes resulta extrañ o. La cama suele estar
fría cuando me meto en ella. Me acurruco lo má s cerca posible del borde del
colchó n sin caerme. Aunque no puedo verlo ni sentirlo, puedo sentirlo. Oler su
champú . Escuchar su respiració n.
Una vez que he aceptado que no me voy a dormir pronto, me deslizo fuera
de la cama y me dirijo a la puerta. El pasillo está vacío y silencioso. Bajo las
escaleras y atravieso la fría baldosa de la entrada que conduce al saló n. Las
puertas francesas se alinean en la pared del fondo con vistas a la piscina. Me
detengo junto a la librería para tomar el gastado ejemplar de Lo que el viento se
llevó y luego tecleo el có digo de seguridad en el teclado situado junto a la
nevera. Parpadea en verde, indicando que la alarma ha sido desactivada.
C.W. FARNSWORTH
No hay rastro de la fiesta que tuvo lugar antes. Todas las superficies brillan,
impecables. Tomo una copa de vino, una botella sin abrir y un abridor, y me
dirijo al exterior. La luna proyecta un resplandor luminoso que lo cubre todo.
Me acomodo en una de las sillas que bordean la piscina. El corcho salta a la
primera. Me sirvo un vaso generoso y me acomodo contra los cojines, dando
algú n que otro sorbo mientras miro el tramo de playa privada que separa el
patio del océ ano.
Entonces tomo el libro y empiezo a leer.
Capítulo Diez
Crew
C.W. FARNSWORTH
Cuando me despierto, soy el ú nico en la cama. Estiro una mano, sintiendo la
tela fría donde debería estar Scarlett. Mis nudillos doloridos protestan por el
movimiento. Hago una mueca, tanto por el dolor como por los recuerdos de
có mo acabé con la mano hinchada. Un vistazo al reloj de la mesilla de noche
me dice que son má s de las tres de la madrugada.
Me pongo de espaldas, intentando volver a dormirme. Finalmente, me
rindo. Salgo de la cama y me pongo unos pantalones cortos de deporte. No me
molesto en ponerme una camiseta y salgo al pasillo. La habitació n de Josephine
y Hanson está en el ala opuesta de la casa. A no ser que tengan la costumbre de
pasearse en mitad de la noche, cosa que dudo mucho, no tengo que
preocuparme por encontrarme con mis suegros.
No tardo en encontrar a Scarlett. Las luces de la cocina está n encendidas y
la puerta que da al patio y a la piscina está entreabierta. En cuanto salgo, la veo
tumbada en una de las sillas, con una copa de vino en una mano y hojeando un
libro de bolsillo con la otra.
—¿No has podido dormir? —le pregunto mientras tomo asiento en el
extremo de la tumbona en la que está acostada.
Ella aparta su libro y toma un sorbo de vino antes de responder.
—Es que roncas.
—No, no lo hago.
Scarlett suspira.
—No, no lo haces. Pero estabas allí.
Sé lo que quiere decir. Todavía no hemos dormido juntos, en el sentido
literal o sexual. La proximidad forzada de este viaje no es inoportuna, pero es
definitivamente extrañ a. Nunca sé có mo actuar con ella. Cada vez que creo que
hemos hecho algú n progreso, retrocedemos. Ni siquiera puede dormir a mi
lado.
Apoyo los codos en las rodillas y miro fijamente la superficie plana de la
piscina. Los filtros forman pequeñ as ondulaciones que refractan la luz de la
luna.
—¿Así es como va a ser, Scarlett?
—¿Así es como va a ser qué?
—Nosotros. ¿Es esto lo que quieres?
—Nunca hemos sido sobre lo que quiero.
Me río.
—Mentira.
Sus ojos brillan.
C.W. FARNSWORTH
—¿Perdó n?
—Ya me has oído. Si no quisieras esto, no estaríamos casados. —La miro
fijamente, desafiá ndola a que lo niegue.
Ella mira hacia otro lado.
—Esperaba que esto fuera diferente.
—¿Diferente có mo?
—No lo sé. Simplemente... diferente.
Suspiro. Nada es simple o sencillo con esta mujer.
—Me gustaría saber có mo es follar con mi mujer, Scarlett.
No se inmuta ante la cruda afirmació n. No reacciona en absoluto.
—Puedes conseguir eso en otra parte.
—¿Lo haces? ¿Todavía? —Agrego esa ú ltima palabra só lo para ser un
imbécil. Para ver su expresió n de enfado.
Ella es má s comunicativa cuando está enojada.
—No es asunto tuyo.
Me río.
—¿Pero era asunto mío después de la gala Rutherford?
Se queda en silencio.
—¿Qué hay de los niñ os?
—¿Te refieres a los herederos? —Se burla—. No estoy preparada. Entre
Haute y la nueva línea de ropa, apenas me acuerdo de comer. No puedo manejar
un bebé ahora mismo.
—De acuerdo.
Me mira, claramente sospechosa por mi falta de argumentos.
—¿Quieres que me mude? —Le pregunto.
—¿Qué? —Scarlett parece genuinamente sorprendida por la pregunta—.
¿Después de que insistieras en mudarte con tus dos armarios llenos de trajes y
llenar la nevera de leche de vaca?
C.W. FARNSWORTH
Parece má s disgustada por el segundo hecho que por el primero, y casi
sonrío. Phillipe ya me ha informado de que Scarlett prefiere la leche no lá ctea a
la de verdad y no le ha gustado que no aparezca en la nevera.
—Me mudé porque estamos casados, Scarlett. Si quieres fingir que no lo
estamos, está bien.
Ella se sienta.
—Sé que estamos casados. Y estoy cumpliendo mi parte del trato. No sé qué
má s quieres de mí.
—Nada que estés dispuesta a dar, claramente.
—Sexo. Sí. —Ella resopla—. Eres un todo un tipo.
—Sí. Quiero tener sexo contigo. También quiero saber por qué me pediste
que te besara antes de nuestra boda. Por qué peleas conmigo en todo. No sé
nada de ti, Scarlett.
—Sabes todo lo que importa.
—O todo lo que no importa —contesto.
Suspira. Mira hacia otro lado. Juguetea con las pá ginas de su libro.
—¿Te llamaron así por el deporte?
Parpadeo. ¿Qué? Scarlett me mira fijamente. Levanto una ceja.
—¿Eso es lo que quieres saber de mí?
Scarlett toma otro sorbo de su copa de vino.
—Responde a la pregunta.
—No, es un nombre de familia. —Me muevo para estar de cara a ella, no a
la piscina—. ¿Te llamaron así por el color?
La diversió n es breve, pero aparece.
—Mi madre era una faná tica de Margaret Mitchell. —Le da la vuelta al libro
que está a mi lado, revelando la cubierta descolorida de Lo que el viento se llevó.
—¿Así que te llamaron así por una provocadora irremediablemente
enamorada de un tipo que se casó con su prima?
Ella estrecha los ojos, pero no antes de que vea que está sorprendida de que
haya leído el libro.
—Scarlett es fuerte. Es una superviviente. Se salva a sí misma una y otra
vez, nunca acepta la derrota ni confía en un salvador.
—Te queda bien.
C.W. FARNSWORTH
Sus uñ as de punta rosada golpean el borde del cristal que sostiene. Se
chupa el labio inferior y yo me imagino haciendo lo mismo.
—No quiero que te vayas. —El color sube a sus mejillas, pero me sostiene la
mirada.
—Scarlett...
—Lo intentaré, ¿de acuerdo? Lo intentaré.
—No fue un ultimá tum —digo suavemente.
—Bien.
Abandona su sitio en la silla, se arrastra hasta mi regazo y me deja helado.
Se posa directamente en mi entrepierna. Así de fá cil, estoy incó modamente
empalmado.
—Gracias.
—¿Por qué? —Me atraganté.
Ella mira mis nudillos rojos e hinchados.
—Por eso.
—He querido golpear a Camden durante añ os. El tipo es un imbécil —
miento. Camden Crane es un imbécil. Pero nunca me había planteado pegarle
hasta que lo escuché especular sobre có mo es Scarlett en la cama.
Por su expresió n, sé que sabe la verdad, pero no la discute.
—La gente hablará .
—Déjalos.
—¿No estará molesto tu padre? Hace negocios con Sebastian Crane.
¿Molesto? Más bien furioso.
—Al contrario de lo que algunos piensan, no tomo mis decisiones
basá ndome en mi padre.
En lugar de responder, me besa. Sabe a vino agrio. Agrio y dulce.
Intoxicante.
La ú ltima vez que nuestros labios se tocaron, está bamos en un vestíbulo
con cientos de personas al otro lado de la pared. Yo llevaba un esmoquin y ella
un vestido blanco. Ahora es la mitad de la noche. No hay nadie má s alrededor.
Ella se recuesta en mi regazo, con un camisó n de seda que apenas le cubre el
culo.
El calor surge en mis venas. Las chispas entre nosotros se encienden, arden
con intenció n.
C.W. FARNSWORTH
Con el deseo y la necesidad y otras emociones que consumen el
pensamiento racional.
No suelo prestar mucha atenció n a los besos. Es una cortesía, una parada en
el camino hacia el destino final. Salpicado entre los toques desesperados y el
desgarro de la ropa. Pero con Scarlett, lo saboreo. Tal vez porque ha pasado un
mes desde que sus labios estuvieron en los míos. Besarla se siente como un
regalo, un privilegio.
Como en todo lo demá s, me desafía. Sus dientes me rozan el labio inferior y
no puedo contener el gemido que se me escapa. Siento su sonrisa, aunque su
cara está demasiado cerca para verla.
Estoy a punto de correrme solo: su sabor, sus manos en mi cabello, la
fricció n entre nuestros cuerpos. Cuando su mano derecha se desprende de mi
cabello y se desliza hasta la cintura, maldigo mi falta de planificació n. Estos
pantalones cortos no tienen bolsillos. Le agarro la muñ eca antes de que baje lo
suficiente como para que no pueda pensar con claridad. La sangre ya corre
hacia el sur. Es imposible que no se dé cuenta de lo duro que estoy.
—No tengo nada. —Espero a ver qué dice.
Algo pasa por su cara. Parece un arrepentimiento, mezclado con algo de
incertidumbre.
Luego se encoge de hombros y se aleja.
—De acuerdo.
¿De acuerdo?
Estoy molesto. Molesto porque me bese así y luego lo apague igual de
rá pido. La sangre me corre por las venas tan rá pido como me late el corazó n, y
ella está recostada en la silla, con el mismo aspecto que tenía cuando llegué
aquí: completamente indiferente.
Este tira y afloja se ha convertido en un patró n predecible entre nosotros.
Pero esta vez, empujo má s fuerte.
Me arrastro sobre ella, frotando mi erecció n contra el interior de su muslo.
Su respiració n se acelera, como si estuviera luchando por tomar suficiente
oxígeno. Scarlett puede controlar sus palabras. Su cuerpo es otra historia.
C.W. FARNSWORTH
La beso, duro y profundo. Ella me devuelve el beso. Siento que lucha contra
el impulso de arquearse contra mí. Dejo de besarla y me alejo para poder
estudiar su rostro durante un minuto. Tiene las mejillas sonrojadas y su pelo
oscuro se extiende en una marañ a salvaje.
Ver a Scarlett con su vestido de novia fue un shock. Esto se siente como otra
experiencia nueva, como si la viera por primera vez. Ella consume cada
pensamiento sin siquiera intentarlo.
Su piel es tan suave como la seda que apenas lleva puesta. La transició n
entre ambas es sutil. Su suave jadeo cuando deslizo mi mano hacia arriba y bajo
el dobladillo de su corto camisó n es el ú nico sonido que percibo. No le quito los
ojos de encima mientras recorro el encaje hú medo entre sus muslos,
observando có mo se cierran sus ojos y se separan sus labios.
—Mírame, Scarlett —le ordeno. Como si ella pretendiera que fuera otro
tipo el que la tocara.
Se resiste un minuto, manteniendo los ojos obstinadamente cerrados. No
esperaba menos. Pero entonces me mira. La electricidad crepita entre nosotros,
tan consumidora como cualquier otra cosa que haya sentido.
Scarlett se muerde el labio inferior. Sigue luchando por no reaccionar, por
no hacer ruido.
—Muéstrame tus tetas.
Sus ojos se abren de par en par. No só lo de sorpresa, sino de excitació n. Le
gusta que la manden en la cama.
Lentamente, Scarlett levanta la mano y tira de los finos tirantes que sujetan
su camisó n. La tela se desliza hacia abajo, revelando cada vez má s su pá lida piel.
Mi polla se estremece al ver sus pechos. Las duras puntas de sus pezones se
agitan bajo mi mirada. El vestido le rodea la cintura y só lo le cubre una pequeñ a
franja del vientre. El resto de su cuerpo está desnudo, expuesto ante mí.
He fantaseado con ver a Scarlett desnuda un nú mero vergonzoso de veces.
A diferencia de la mayoría de las cosas, la realidad supera mi imaginació n. Su
cuerpo es perfecto. Pero es el hecho de que sea su cuerpo -que pertenezca a la
mujer que se resiste a todo pero me deja verla así- lo que me hace sentir como
si nunca hubiera visto a una mujer desnuda.
No me muevo. Miro, empapá ndome de sus curvas femeninas y su piel
cremosa. Otra mujer podría rehuir la apreciació n. Se cubriría o miraría hacia
otro lado. Scarlett no hace nada de eso. Me sostiene la mirada con una pizca de
desafío en sus ojos, mirá ndome como si yo fuera el vulnerable.
Tal vez ella tenga razó n.
Tal vez yo la tenga.
Ella es perfecta. Y en una forma permanente, ella es mía.
C.W. FARNSWORTH
—Abre las piernas para mí, nena.
Esta vez no hay vacilació n. No es un nombre cariñ oso en un tono molesto.
La emoció n que predomina en su rostro es la impaciencia, mientras separa sus
muslos al má ximo para abrirse a mí.
Me deslizo hacia abajo y le quito las bragas para que no estorben. Su
respiració n se vuelve rá pida y agitada. Bajo la cabeza y la lamo con un largo y
minucioso arrastre.
Sus caderas suben y giran, sus piernas se abren má s. Intentando llevarme a
donde ella quiere. Persiguiendo el placer y ofreciendo la tentació n. Me gusta así.
Debajo de mí. Centrada en mí. A pesar de su postura sobre la propiedad y los
premios, no creo que Scarlett se dé cuenta del poder que tiene. Sobre todos.
Sobre mí.
Ella heredó . Pero también construyó . Conquistó . Se expandió . Como una
emperatriz, no una reina. Eso es raro en nuestro mundo, donde la gente
esconde la infelicidad bajo coches que no conduce y casas en las que no vive y
vacaciones que no disfruta.
Ella es una fuerza, mi esposa, y ahora mismo se está retorciendo.
Suplicando en silencio por mis dedos y mi lengua porque es demasiado
orgullosa para decir una palabra.
La acaricio lenta y seductoramente, evitando el punto que sé que la excitará .
El duro borde de la silla se me clava en la rodilla y mi dolorida polla se presiona
contra el cojín, desesperada por recibir atenció n. Las luces de la piscina
proyectan sombras sobre el patio, y el constante deslizamiento del filtro de agua
es el ú nico sonido, aparte de la rá pida respiració n de Scarlett. Su piel sabe a sal
y a pecado cuando la acerco al borde y luego me retiro.
Cuando -y apuesto a que es un cuándo, no un si, basá ndome en lo mojada
que está - volvamos a estar en una posició n como ésta, pagaré por esta lenta
tortura. Estoy seguro de ello. Pero ahora mismo, ella no tiene otra opció n que
recostarse y aguantar. Supongo que la mayoría de los chicos con los que ha
estado han sido demasiado cachondos y desesperados para darle placer así.
Para arrastrar la anticipació n a cada dulce segundo.
Intenta un nuevo método la siguiente vez que miro hacia arriba, trazando
sus dedos entre el valle de sus pechos y luego ahuecando su teta izquierda. Sus
labios se inclinan hacia arriba, traviesos y tentadores.
C.W. FARNSWORTH
Estamos jugando con fuego. Está pidiendo que la quemen.
Introduzco un dedo en su interior, luego dos. Un jadeo sale de sus labios,
que tienen un color rosado natural en lugar de su rojo característico. Se aprieta
alrededor de mis dedos, apretá ndolos con fuerza. Los retuerzo y ella explota,
convulsionando y gimiendo. Jadea y es primitivo.
Me sostiene la mirada mientras se corre, y es lo má s caliente que he visto
nunca. Sus muslos tiemblan con las réplicas mientras levanto la cabeza para
encontrar su mirada. Parpadea, soñ olienta y satisfecha.
Nos miramos fijamente con la banda sonora de las olas golpeando la arena,
reconciliando lo que acaba de ocurrir con lo que éramos antes. Espero que se
despida. Que se ajuste el pijama, recoja su libro y actú e como si nada hubiera
pasado. En lugar de eso, se sienta y me toma los calzoncillos.
Le agarro la muñ eca y la sostengo.
—Estoy bien. —Mi polla quiere conocer su boca. Con muchas, muchas
ganas. Pero si dejo que me la chupe, esto se sentirá como una transacció n.
Incluso una puntuació n. Quiero que las cosas entre nosotros se sientan
inconclusas. Quiero que se pregunte có mo soy, completamente desnudo.
Cuando me corra.
Scarlett se ríe, soltá ndose de mi agarre para rozar deliberadamente su
mano en mi entrepierna.
—Está s bromeando.
—No suena tan bien, ¿verdad? —Le sostengo la mirada, sin dejar ninguna
duda sobre a qué me refiero.
Sus labios se tensan.
—Muy maduro, Sport.
Me inclino hacia delante para darle un ú ltimo y contundente beso en la
boca. Me devuelve el beso y me muerde el labio inferior. Me río y me alejo,
pasando la lengua por el labio para comprobar si hay sangre y saboreando un
tono metá lico y agudo. Alargo la mano y le devuelvo el camisó n a su sitio,
cubriendo su cuerpo desnudo de la luna y las estrellas.
—Buenas noches. Red.
Luego me pongo de pie y vuelvo a entrar, dejá ndola revolverse.
C.W. FARNSWORTH
***
Cuando me despierto, el sol entra por las ventanas y Scarlett está a mi lado
en la cama. Dormida profundamente y acurrucada de lado con una mano
metida bajo la mejilla. Su pelo oscuro es un revoltijo de pelos en la almohada.
Tiene los labios entreabiertos y un tirante del camisó n se le ha caído del
hombro.
Me la imagino retorciéndose debajo de mí anoche.
Estoy dolorosamente tentado de bajar esa otra correa y retomar las cosas
justo donde las dejamos anoche.
A Scarlett le gustan los desafíos. Puede que me haya deseado anoche, pero
estoy seguro de que cualquier intimidad habría durado tanto como el sexo.
Quiero que esté desesperada por mí. Quiero que admita que hay algo má s que
atracció n entre nosotros.
Todavía no estamos ahí. Antes de anoche, no estaba seguro de si alguna vez
lo estaríamos.
Me deslizo fuera de la cama, tratando de ser lo má s silencioso posible.
Anoche no la escuché llegar a la cama, así que debió de ser tarde. Después de
nuestro encuentro, me quedé despierto un rato, demasiado excitado para
dormirme. Probablemente debería haberme masturbado, pero no estaba
seguro de cuá nto tiempo tendría antes de que ella me siguiera hasta aquí.
Scarlett sigue durmiendo cuando termino de usar el bañ o y vestirme. Bajo
las escaleras solo. Su padre está sentado en el comedor formal. La mesa está
cubierta con un surtido de todos los alimentos imaginables para el desayuno.
Hanson Ellsworth cierra el New York Times con una arruga cuando me ve.
—Buenos días, Crew.
—Hanson.
—¿Dormiste bien?
Obligo a todos los pensamientos del tiempo que no pasé durmiendo de mi
cabeza.
—Sí, señ or.
—Bien. —Con eso, estoy casi despedido. Hanson vuelve a su papel mientras
yo lleno un plato con fruta fresca, panqueques y tocino.
Josephine Ellsworth entra en el comedor unos minutos má s tarde,
balanceando una taza de té y la mitad de un pomelo. Se anima visiblemente
cuando me ve.
—¡Crew! Buenos días.
C.W. FARNSWORTH
—Buenos días, Josephine.
Mientras desayuno, la madre de Scarlett se lanza a recapitular la fiesta de
ayer, algo que requiere poca participació n por mi parte. Asiento con la cabeza y
gruñ o entre bocado y bocado mientras ella habla del catering y las flores.
Hanson ignora por completo a su esposa mientras ella habla. Me doy cuenta
de que esta es la relació n romá ntica de la que Scarlett fue testigo. Unas cuantas
piezas má s empiezan a tener sentido.
Ella aparece como si estuviera robando segundos, vestida de forma má s
informal que nunca, con unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta de
tirantes. Lleva el pelo recogido en una coleta que se balancea al caminar.
—Buenos días.
—Buenos días, querida. —Josephine está hablando con su hija, pero sus
ojos está n puestos en mí. Sin duda, está aprovechando la oportunidad para
observar có mo nos relacionamos.
Hanson se limita a gruñ ir una respuesta, sin molestarse en levantar la vista
de su papel.
En esta mesa podrían sentarse có modamente un par de docenas de
personas, pero Scarlett ocupa el asiento justo a mi lado. Su pelo me roza el
brazo mientras se inclina y se sirve un vaso de zumo de naranja.
—Me alegro de que hayas dormido, cariñ o. Has estado trabajando
demasiado —dice Josephine.
—Mm-hmm —murmura Scarlett, tomando un croissant y unas fresas.
—Estaba pensando que podríamos hacer algunas compras en la ciudad
hoy. Y Marcy Whitman dijo que su hija está de vuelta en la ciudad. Quiere ir a
comer. ¿Có mo se llama su hija? No pude recordar anoche.
Scarlett pone los ojos en blanco.
—Lucy. —Se mete una fresa en la boca.
—Sí. Lucy. Nos iremos justo después de que te cambies.
Hay un suspiro silencioso a mi lado.
—Bien.
—Estaba pensando que tú y Crew podrían venir el pró ximo fin de semana
también. El club de campo tiene un...
—Estaré en París el pró ximo fin de semana, mamá . Tengo que aprobar
los diseñ os finales de Rouge.
Para mí es una novedad el viaje a París y que Scarlett les haya contado a
sus padres su nueva aventura empresarial, pero no digo nada.
Por primera vez desde que Scarlett bajó , Hanson habla.
C.W. FARNSWORTH
—¿Está s segura de que es una buena idea, Scarlett?
Su mano se aprieta alrededor de su tenedor.
—Sí.
—Puede que la revista vaya bien por el momento, pero eso no es razó n
para adelantarse. Especialmente ahora que está s casada.
—No veo qué tiene que ver mi matrimonio con esto. —La voz de Scarlett es
gélida.
—Eres demasiado inteligente para hacerte la tonta, cariñ o. —El tono de
Hanson es condescendiente—. Ya sabes cuá les son las expectativas.
Scarlett apuñ ala otra fresa.
—Gracias por el consejo no solicitado, papá .
—Si no me escuchas a mí, espero que escuches a tu marido. Este acuerdo ha
costado añ os. No lo destruyas para jugar a los disfraces. —Hanson me mira—.
Seguro que está s de acuerdo en que esto es ridículo.
—Si pensara que es ridículo, no iría a París la semana que viene para
ayudar como pueda. —Sin pensarlo en absoluto, esa es la respuesta que sale
volando de mi boca.
Hanson es un hombre de negocios demasiado prá ctico como para mostrar
sorpresa. Pero es obvio que está sorprendido por la forma en que no dice nada
de inmediato. Lo que pensaba decir, claramente ya no es vá lido.
—¡Qué emocionante! —Josephine salta a la conversació n—. Espero que
tengan tiempo para hacer algo de turismo. Nunca fueron de luna de miel.
—Me encanta hacer turismo. —no lo hago; no recuerdo la ú ltima vez que
realmente hice turismo en un viaje. Mis viajes internacionales para Kensington
Consolidated suelen consistir en tiempo de calidad en un hotel y en una sala de
juntas. Pero vale la pena decirlo para ver la expresió n de duda en la cara de
Scarlett. Resisto el impulso de reírme.
Josephine no para de hablar de sus lugares favoritos de París mientras
Scarlett y yo comemos. Hanson sigue concentrado en su perió dico. Scarlett
acaba excusá ndose para subir a cambiarse. Le doy unos minutos de ventaja y la
sigo.
Cuando entro en la habitació n, Scarlett ya se ha vestido con un vestido rosa.
Levanta la vista mientras se calza un par de tacones.
—Oye.
C.W. FARNSWORTH
—Oye —repito.
—Voy a dejar el coche aquí si quieres salir. Las llaves está n en el tocador.
Me meto las manos en los bolsillos y veo có mo se endereza y alisa el
vestido.
—De acuerdo. Podría ir a ver a Andrew un rato.
—De acuerdo —repite. Hay algo de curiosidad en su cara -estoy seguro de
que quiere preguntar sobre lo que pasó con Camden otra vez-, pero lo ú nico que
hace es tomar su teléfono.
—¿Quieres ir a casa cuando vuelvas?
Nuestro plan original era pasar otra noche, pero me alegro de volver antes.
El alivio se refleja en su rostro.
—Sí.
Asiento con la cabeza.
—De acuerdo.
Echa un vistazo a la habitació n, comprobando que lo tiene todo. Luego
se dirige hacia la puerta donde estoy. En lugar de pasar, se detiene. Su boca se
abre. Se cierra.
Scarlett sacude la cabeza.
—A la mierda.
Me besa. Estoy demasiado sorprendido para reaccionar al principio.
Cuando empiezo a responder, ella ya se retira.
Una pequeñ a sonrisa y se va.
Capítulo Once
Scarlett
C.W. FARNSWORTH
Como decía Audrey, París siempre es una buena idea. Y desde que me
convertí en redactora jefa de Haute, los viajes a la capital de Francia se han
convertido en algo habitual.
Esta visita en particular es una que he estado temiendo y anticipando. Estoy
aquí para aprobar los diseñ os finales y las telas para Rouge. Una vez que todo
esté listo, haré pú blico el anuncio. Es una perspectiva desalentadora. Me
preocupa fracasar. La moda es una industria difícil de abrir, no importa cuá nto
dinero tengas. No se puede comprar el éxito. Y si fracaso, fracasaré como
Scarlett Kensington.
Ahora mismo, estoy má s centrada en mi acompañ ante para este viaje que
en cualquier otra cosa. No esperaba que Crew me apoyara con mi padre en los
Hamptons. Esperaba que se quedara en Nueva York. Aparentemente, lo dijo en
serio cuando dijo que vendría conmigo.
Las cosas han sido tenues entre nosotros desde el día 4. No incó modas,
como lo eran antes de irnos a los Hamptons. Me ha llevado unos días procesar
todo lo que ha pasado en este corto espacio de tiempo. Esos mismos días los
pasé registrando largas horas finalizando el nú mero de septiembre de Haute y
preparando este viaje. Ademá s, me estaba esperando en el aeropuerto cuando
llegué a mi vuelo, ya que Leah comparte todos los detalles de mi viaje con su
secretaria. Tomé la madura decisió n de fingir que dormía durante las seis horas
de vuelo.
Crew no ha dicho mucho desde que llegamos. Hasta ahora, nos hemos
registrado en el hotel, nos hemos reunido con dos de mis proveedores de telas y
ahora estamos en el Abierto de Francia. Jacqueline Perout es una amiga de
Harvard y heredera de los principales grandes almacenes de Europa.
Asegurar su interés en el rouge será primordial para su éxito, así que rechazar
una invitació n para ver un partido matutino desde su palco no era realmente
una opció n.
—¡Scarlett Ellsworth! Qué alegría verte! —Richard Cavendish ha venido a
ponerse a mi lado en la suite ejecutiva desde la que estoy viendo el partido.
Richard es el vicepresidente de una importante publicació n francesa.
Nuestros caminos se cruzan inevitablemente en muchos de los eventos sociales
a los que asisto aquí. Creo que es la ú nica persona que se considera encantador.
Tomo un sorbo de mimosa antes de responder. Al igual que con la mayoría
de los hombres de mi círculo social, es menos doloroso conversar con Richard
ligeramente zumbado.
—Yo también me alegro de verte, Richard.
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—¿Aquí por negocios?
—Siempre —respondo con frialdad, observando có mo su mirada recorre el
vestido blanco que llevo. Es modesto, con mangas caídas hasta las pantorrillas,
pero los ojos de Richard se calientan cuando llegan a mis característicos labios
rojos. Su labio inferior se curva mientras su mirada se desplaza hacia la mano
izquierda que sostiene la copa. Y el gran diamante que descansa en mi dedo
anular.
—Así que los rumores son ciertos. Te has casado.
—¿Rumores? ¿No confías en los cientos de perió dicos que informaron
sobre ello?
Los ojos de Richard se llenan de fastidio.
—Tengo cosas má s importantes que hacer con mi tiempo que recorrer las
pá ginas de sociedad.
La fusió n de las familias Ellsworth y Kensington la hizo entrar en muchos
papeles europeos respetables, como bien sabe Richard. Kensington
Consolidated y Ellsworth Enterprises tienen participaciones internacionales.
Podría haber ignorado los deseos de mi padre y casarme con Richard. No
habría contribuido tanto a mi patrimonio y lo encuentro fastidioso y aburrido,
pero habría sido mejor para mi cordura que Crew Kensington.
Porque si Richard Cavendish hubiera pasado la ú ltima media hora
hablando con una guapa tenista rubia, me sentiría aliviada de no tener que
entablar un molesto intercambio de palabras con él. El hecho de que Crew haya
decidido hacerlo me ha dejado marinada en una mezcla de rabia y celos.
Por eso no hay que casarse por amor.
No es que ame a Crew. Só lo lo encuentro medianamente entretenido y
molesto. Y después de que me hiciera correrme en segundos, puede que tenga
fuertes sentimientos hacia su lengua.
—Tu marido parece estar disfrutando del partido —comenta Richard,
siguiendo mi mirada.
No respondo. Me doy la vuelta para ver có mo la bola verde se estrella sobre
la red, y desearía tener también algo que golpear en este momento.
—¿Está Kensington aquí también por negocios? —pincha Richard.
Una mano posesiva se desliza hasta la parte baja de mi espalda. Incluso
antes de que me llegue el aroma de su costosa colonia, sé que es Crew. Un
rastro de calor persiste tras la presió n de su palma, y reprimo un escalofrío
tomando otro sorbo. A este ritmo, pronto necesitaré un recambio. Lo que
probablemente sea una mala idea, ya que, como se acaba de establecer, estoy
aquí por negocios.
No por placer.
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—No. Todo un placer, Cavendish. —La profunda voz de Crew retumba
desde detrá s de mí—. En algú n momento, deberías sentarte y disfrutar del
botín, ¿no está s de acuerdo?
—No podría estar má s de acuerdo —responde Richard. Sé que su tono
agradable significa que piensa lo contrario—. Pero me parece descorazonador
que estés dispuesto a sentarte tan pronto. No querrá s que nadie piense que só lo
has conseguido el trabajo gracias a tu padre. ¿Piensas vivir de tu mujer?
Siento que la mano de Crew se flexiona contra mi columna vertebral, pero
su voz es suave como la mantequilla cuando responde.
—Debo haberme perdido que te convirtieras en un multimillonario hecho a
sí mismo, Cavendish. Debe ser porque los perió dicos que tienes no hablan de ti
en absoluto.
La cara de Richard se vuelve de un feo tono pá lido.
—Scarlett, encantado de verte, como siempre. Mis condolencias por la
elecció n del novio.
Se aleja en direcció n al bar privado. Vuelvo a mirar el partido de tenis. La
mano de Crew sigue en mi espalda, atravesando el fino material.
—Interesante elecció n de conversador.
—Podría decir lo mismo de ti —respondo con altivez.
Puedo oír una sonrisa en la voz de Crew.
—Ella se acercó a mí.
Por alguna estú pida razó n, me siento obligada a responder.
—También lo hizo él.
—Lo sé. Lo he visto.
—¿Estabas mirando?
—Siempre, Red.
No puede verme la cara, así que no me molesto en ocultar mi sonrisa.
***
Cuando termina el partido de tenis, le prometo a Jacqueline que quedaré
con ella para desayunar mañ ana por la mañ ana. Se ha pasado la mayor parte
del partido coqueteando con Henriq Popov, que es el favorito para ganar el
Abierto de Francia, en lugar de hablar de negocios.
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—¿Adó nde vamos ahora? —pregunta Crew al salir del palco privado.
—Um... —La verdad es que no tengo nada definitivo planeado hasta la cena
con Jacques esta noche. Admitir eso se siente como una debilidad, tan estú pido
como suena. Confío en parecer ocupada con Crew. El trabajo siempre es una
excusa, algo que sé que é l respetará —. No tengo nada planeado hasta la cena —
admito.
—¿Cena con quién?
—Con Jacques. É l es...
—El tipo sú per demandado por el que te saltaste nuestra noche de bodas.
Sí, lo recuerdo. —Suena celoso.
—Puedes venir, si quieres.
—No quiero estorbar.
Sonrío.
—Si alguien va a estar en el camino, soy yo.
Su ceñ o se arruga con confusió n, interrumpiendo su expresió n de
aburrimiento anterior.
—Jacques es gay, Crew. Si vienes a cenar, te garantizo que coqueteará
contigo.
La orientació n sexual de Jacques es una aclaració n inú til, que só lo hago
porque sigo sintiéndome culpable por haberle mentido sobre mi pretendido
amante. Su ú nica respuesta es caminar hacia la salida. Me apresuro a seguirlo
unos segundos después.
Crew se abre paso entre la multitud sin ni siquiera empujar. Incluso entre la
gente que no tiene ni idea de quién es, no es el tipo de persona a la que se pasa
por encima.
Se detiene cuando llegamos a la acera y se inclina para hablar con el
conductor de uno de los muchos taxis que hay en la calle. Al cabo de un minuto,
se levanta y me hace señ as para que me acerque.
—¿Qué está s haciendo? —Pregunto, sacando mi teléfono—. Puedo llamar...
—Entra.
—Tengo un coche aquí.
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—Sé que lo tienes. Hemos venido en él. Sube, Scarlett.
Una parte de mí quiere discutir porque sí. No me gusta ceder ante nadie en
nada. Pero una parte má s grande de mí quiere escuchar: anhela el dominio que
Crew ejerce con tanta facilidad.
En silencio, escucho. No camina hacia el otro lado de la cabina. Me doy
cuenta de que está esperando a que me deslice. Hay algo normal en ello, tan
diferente de los viajes en limusina que hemos compartido en el pasado. Me
deslizo, sintiendo que la tela de mi vestido se amontona alrededor de mis
muslos mientras me deslizo por el cuero. Crew presta má s atenció n a mis
piernas desnudas que al partido de tenis.
—¿A dó nde vamos? —Pregunto mientras el coche se pone en marcha.
—Ya lo verá s —es todo lo que dice.
Me concentro en el paisaje que pasa. Pasamos por el Louvre y el Arco del
Triunfo.
Cuando el coche se detiene, lo hace junto a un hito aú n má s emblemá tico.
Miro a Crew.
—¿En serio?
—Sí. Podemos enviarle una foto a tu madre para demostrar que fuimos a
hacer turismo.
Ante eso, sonrío. De mala gana. Crew paga al conductor y nos unimos a la
larga cola de gente que camina hacia la Torre Eiffel.
—¿Has subido antes? —pregunta Crew mientras caminamos.
—No —admito.
—Yo tampoco.
Crew nos guía hasta la ú nica ventanilla de venta de entradas sin una larga
cola. Miro fijamente la torre de celosía de hierro forjado mientras él compra
nuestras entradas. Minutos después, nos acercamos al inicio de la escalinata.
Crew estudia el mapa que ha tomado de la taquilla. Es irritantemente adorable.
De repente, deja de caminar.
—Mierda.
Yo también me detengo.
—¿Qué? —Miro a mi alrededor, intentando averiguar qué pasa.
Cuando vuelvo a mirar a Crew, me está mirando con ojos muy abiertos y
preocupados.
—Tienes miedo a las alturas.
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Le devuelvo la mirada, sorprendida de que se acuerde. Luego sonrío.
—No pasa nada. Mientras no nos lancemos en paracaídas cuando
lleguemos a la cima, estaré bien.
—¿Está s segura? —Todavía parece preocupado—. Podemos ir a hacer otra
cosa.
Va a ser un verdadero desafío volver a ver a Crew tan frío e insensible.
—Estoy segura. Es má s bien una cuestió n de control. Tengo má s fe en que la
Torre Eiffel se mantenga erguida que en que esa cuerda del gimnasio de rocas
me mantenga en el aire. —No comparto la otra diferencia entre aquella salida y
la de hoy: el estado de mi relació n con Crew.
Crew comienza a caminar de nuevo.
—Bien. ¿Escaleras o ascensor?
Hoy he llevado zapatos planos. Incluso si no lo hubiera hecho, respondería
—: Escaleras.
É l sonríe.
—Esa es mi chica.
Sé que no lo dice literalmente -al menos, no creo que lo haga-, pero las
palabras siguen provocando una tonta emoció n en mí. Las mariposas se
agolpan en mi estó mago como si el chico má s popular de la escuela me acabara
de dar su chaqueta de letterman para que me la ponga.
A medida que subimos, má s y má s de París se extiende bajo nosotros. Veo el
Parque de Belleville y el Campo de Marte. Llegamos a la primera plataforma de
observació n y empezamos a subir la segunda serie de escaleras.
—¿Haces ejercicio? —Pregunto, a mitad de camino del tercer vuelo.
Crew se ríe.
—Tus frases para ligar necesitan trabajo.
Pongo los ojos en blanco porque me falta el aire para burlarme.
—Hablo en serio.
—Sí, lo hago. Tienes un gimnasio privado, ya sabes.
—Lo sé. Só lo que no lo uso.
—Sí, me di cuenta cuando limpié un centímetro de polvo de la cinta de
correr.
Sonrío.
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—Mentira. Martha nunca dejaría que eso sucediera.
—Bien. Era má s bien un cuarto de pulgada.
—¿Cuá ndo te ejercitas?
Me dirige una mirada.
—Después de que te vayas. Hago ejercicio, me ducho, desayuno y luego voy
a la oficina.
—¿Por qué después de que me vaya?
Sus ojos siguen mirá ndome. Los míos se quedan mirando al frente.
—Intentas evitarme. No te lo voy a poner má s difícil.
—Me iba a trabajar a las siete antes de casarnos.
Bailo alrededor de lo que realmente está diciendo, y no presiona el punto.
Llegamos al siguiente aterrizaje. Crew se detiene. Yo también me detengo,
observando có mo se agarra a la barandilla con una mano y se agarra el tobillo
con la otra. Se equilibra sobre una pierna y dobla la otra hacia atrá s.
—¿Qué pasa?
—Tengo una vieja lesió n en la rodilla. Só lo necesito estirar un minuto.
—¿Una lesió n en la rodilla de qué?
—Jugué al fú tbol en el instituto.
Resoplo.
—Por supuesto que sí. El deporte patró n de los deportistas idiotas de todo
el mundo.
—Eso es muy crítico.
—Soy terriblemente crítica.
—Sí. —Sonríe—. Me he dado cuenta.
No me gusta la forma familiar en que me mira. Y me gusta demasiado.
—Entonces, ¿qué pasó ?
—¿Eh?
—Tu rodilla. ¿Qué le pasó ?
—Oh. Chris Jenkins me golpeó con un tackle ilegal el añ o junior. Me torcí un
tendó n, y todavía me duele a veces. —Sacude la cabeza con una sonrisa—.
Imbé cil.
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—¿Hay imá genes de la película en la que te golpean en el culo?
—No.
—Creo que está s mintiendo.
—Creo que nunca lo sabrá s.
—Deberías haber practicado un deporte sin contacto en el instituto.
¿Como... tripulación1, tal vez?
Se ríe. Y no es una risa que haya escuchado de él antes. Es un cá lido y
á spero, sonido masculino que se siente como estar frente a un fuego bebiendo
chocolate caliente. Una quemadura reconfortante.
—¿Está s muy orgullosa de ti mismo por haber inventado eso, Red?
Sonrío.
—Un poco.
Subimos los ú ltimos tramos en silencio. Si la rodilla de Crew le sigue
molestando, no dice nada al respecto. Me sigue el ritmo con facilidad cuando
llegamos a la plataforma de observació n superior y vislumbramos París frente a
nosotros.
—Vaya. —Estoy acostumbrada a cerrar mis emociones y reacciones.
Siempre estoy preparada con una respuesta correcta o una réplica rá pida,
nunca me toman desprevenida o confundida. Nunca aprecio dó nde estoy o lo
que estoy haciendo. Es agotador, y una guardia que só lo suelo bajar cuando
estoy sola.
1
Crew: tripulació n
Nunca esperé ser yo misma alrededor de Crew Kensington. He visto a
mucha gente navegar por matrimonios concertados con una mínima
interacció n. Esperaba que nosotros no fuéramos diferentes. Es desconcertante,
darse cuenta de que podríamos serlo. Que me gusta. Podría haber elegido
casarme con él incluso si su valor neto fuera la mitad de lo que es, o inexistente.
Un par de chicas que parecen estar en la universidad le piden a Crew que
les haga una foto. Me apoyo en la barandilla y observo su interacció n.
Dondequiera que vayamos, Crew parece llamar la atenció n de las mujeres. Las
mujeres de Proof, Hannah Garner, Olivia Spencer, la tenista rubia.
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No es que no vea el atractivo de Crew, lo veo. Es que estoy indecisa. Hacer
una reclamació n, admitir mi atracció n, conlleva riesgos. Una vez que pongo
mis cartas metafó ricas, eso es todo. Tendré piel en el juego. Y se pondrá en
evidencia cuando Crew haga trampa.
A pesar de toda la atenció n que recibe, nunca lo he visto coquetear con una
mujer. A lo sumo, parece permitir que las mujeres coqueteen con él.
Incluso ahora, con dos chicas guapas de veintipocos añ os babeando por él,
parece desinteresado. Sonríe, pero no llega a sus ojos. No las mira como me
miraba a mí. Me gustaría poder culpar del sentimiento de felicidad al hecho de
que estoy en la cima de la Torre Eiffel en un perfecto día de verano.
Creo que tiene má s que ver con él.
En lugar de seguir espiando, miro hacia la ciudad. Hay una ligera brisa que
contrarresta parte del calor del verano y me aparta el pelo de la cara.
—¡Scarlett!
Miro y veo a Crew haciéndome señ as para que me acerque. Me acerco a
donde está él con las dos mujeres. Ninguna de ellas parece emocionada por mi
aparició n.
—Ellas son Natasha y Blair —presenta—. También son de Nueva York.
—Impresionante. —Se podía oír la falsedad en mi voz desde el espacio
exterior.
No tengo que ver la sonrisa de Crew; puedo oírla en su voz.
—Natasha va a Parsons. —Mira a la má s clara de las dos rubias—. Scarlett
es la editora jefe de Haute. —Hay una inconfundible nota de orgullo en su voz
que causa estragos en mi sistema nervioso.
—¡Oh, Dios mío! ¿De verdad? —De repente, Natasha y Blair me miran con
asombro, no con molestia—. Me encanta Haute. Leo todos los nú meros de
principio a fin. Los artículos, la fotografía, el diseño... Todas mis amigas está n
obsesionadas con ella.
Cada mes, me dan la cifra de la tirada de Haute. Juzgo el éxito de la revista
en funció n del dinero que gana y de las modelos o actrices que quieren aparecer
en la portada. Pero nunca he visto la adoració n de un héroe en la cara de
alguien cuando se da cuenta de que he aprobado todas las pá ginas.
—¿Puedes firmar esto? —Natasha saca de su bolso un ejemplar gastado del
nú mero de julio y me lo tiende, junto con un bolígrafo.
—Eh, claro. —Tomo el bolígrafo y garabateo mi firma justo debajo de la
letra en negrita que dice Haute.
Natasha toma la revista como si fuera un tesoro inestimable.
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—¿Le importaría a una de ustedes hacernos una foto? —pregunta Crew,
extendiendo su teléfono.
Me sorprende, pero trato de no mostrarlo. Aparte de nuestras fotos de
boda, no tenemos ninguna juntos. No pensé que él quisiera ninguna.
Blair toma el teléfono de Crew mientras tira de mí hacia la barandilla. Me
tropiezo con nada y me golpeo contra su pecho.
—Si querías estar así de cerca, solo tenías que pedírmelo —susurra
mientras me atrae hacia é l. Sonrío cuando sus brazos me rodean la cintura y me
aprietan contra él.
—Lo tengo —anuncia Blair.
Sin mirar, sé qué momento ha capturado.
Crew le da las gracias y nos despedimos antes de bajar a la plataforma de
observació n. Hago unas cuantas fotos de las vistas mientras Crew juguetea con
algo en su teléfono.
—¿No tienes un Instagram?
—¿Qué?
—Hay una Scarlett Ellsworth, pero dudo mucho que haya publicado esto. —
Me muestra la pantalla de su teléfono. Es una foto mía caminando por la calle
hablando por teléfono.
—¿Qué demonios? —Agarro su teléfono y lo miro. La foto tiene cuarenta y
tres mil likes.
Crew toma su teléfono de nuevo.
—Entonces, ¿no?
—Técnicamente, dirijo la cuenta de Haute, pero tengo a alguien que publica
contenidos por mí.
Sonríe mientras teclea.
—Por supuesto que sí. No voy a etiquetar una revista de moda.
—¿Etiquetar en qué?
—Voy a publicar la foto de nosotros.
No sé qué responder a eso. ¿Por qué? es la ú nica respuesta que se me
ocurre. Entonces se me ocurre una peor.
—¿Hannah Garner te sigue?
—No lo sé; nunca lo he comprobado. ¿Por qué?
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Cuando me animo a mirarle, sus ojos bailan con una alegría que ni siquiera
intenta ocultar.
—Ya sabes por qué —murmuro.
Sonríe.
—¿Quieres que lo compruebe? ¿La bloquee?
—No. —Empiezo a caminar hacia la salida.
Tardamos la mitad de tiempo en bajar las escaleras que en subirlas. Cuando
volvemos a pisar tierra firme, Crew se va al bañ o. En cuanto se pierde de vista,
abro la aplicació n de Instagram en mi teléfono y busco su nombre. A pesar de
que solo ha publicado un puñ ado de fotos, tiene millones de seguidores. Las
fotos son en su mayoría de paisajes: Copenhague, Londres y Nueva York. En un
par de ellas aparecen los dos chicos de su despedida de soltero, Asher y Jeremy.
Una fue tomada en Boston; reconozco el bar de la universidad.
Y luego está la foto de nosotros que acaba de publicar. Me muerdo el labio
inferior cuando veo lo que ha escrito como pie de foto. Explorando París con la
mujer más bella del mundo. Ella eclipsa todas las vistas.
Me desplazo por algunos de los comentarios. Un buen nú mero de ellos son
insinuantes y tienen que ver con Crew. Esos no me sorprenden. Los que sí me
sorprenden son los que dicen pareja preciosa, parecen tan felices y objetivos
matrimoniales. Vuelvo a pulsar sobre la foto, tratando de escudriñ ar la imagen
como lo haría un total desconocido.
Parecemos felices. Ambos sonreímos. Sé que la mía no ha sido forzada, y la
de Crew tampoco lo parece. Sus brazos me rodean por la mitad y su barbilla se
apoya en la parte superior de mi cabeza. La vegetació n floreciente y los
monumentos de piedra son evidentes en el fondo detrá s de nosotros. Busco a
sus seguidores y me entero de que Hannah es una de ellos. Una pequeñ a parte
de mí se alegra.
—¿Lista para ir?
El sonido de su voz me sobresalta.
—Sí. —Vuelvo a meter el teléfono en el bolso.
—¿Está s libre hasta la cena? —Confirma Crew mientras cruzamos el césped
y nos dirigimos a la calle.
—Ajá .
—¿Te mueres de ganas de volver al hotel a trabajar?
Por una vez, no lo hago. Trato de no leer en la realizació n.
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—No si me haces una oferta mejor.
Crew me lanza una mirada de sorpresa que no estoy segura de que sea del
todo exagerada.
—¿Algo puede triunfar sobre el trabajo para ti?
—Cá llate. —Le empujo el hombro—. No soy tan mala.
—Eres peor. Pero lo respeto. Cualquiera que diga que te lo han dado todo...
se equivoca, Scarlett.
—Me lo entregaron. —Le señ alo.
Se detiene y me tira hacia el lado de la pasarela con tanta rapidez que
vuelvo a chocar contra su pecho.
Retrocedo como si me hubiera escaldado.
Crew sonríe, pero desaparece rá pidamente.
—Para que quede claro, hay veces que no estoy de acuerdo con mi padre.
Discuto con él. No lo escucho. Esos momentos no salen en la prensa. No se
exponen en pú blico. Entiendo por qué piensas que soy Arthur Junior. Pero no lo
soy, Scarlett. Cuando ascienda a director general, haré cambios en la empresa.
Podría haberme casado con Hannah, o con alguna otra mujer. Podría haberme
casado con cualquiera. Me casé contigo, Scarlett. Eso significa algo, aunque
quieras fingir que no es así.
—De acuerdo. —Honestamente, ya no veo a Crew como una extensió n
de su padre.
Só lo desearía hacerlo. Haría muchas cosas má s fá ciles.
Crew suspira como si mi respuesta fuera una decepció n.
—De acuerdo.
Me aclaro la garganta.
—Uh, ¿puedes enviarme la foto?
—¿Qué?
—La foto de nosotros. ¿Puedes enviá rmela?
La sorpresa aparece en su rostro.
—Sí. Claro.
C.W. FARNSWORTH
Empezamos a caminar de nuevo. Mi teléfono vibra con un mensaje cuando
llegamos a la acera. Crew se dirige a la fila de taxis mientras yo espero.
Compruebo mi teléfono y veo que ha llegado una foto suya. Es el primer
mensaje que me envía.
Le envío un mensaje de texto con la foto a mi madre. Es la primera foto de
nuestra cadena de mensajes, la mayoría de los cuales me envió relacionados
con la boda y a los que nunca respondí.
Guardo mi teléfono y me acerco a donde está Crew.
—Necesita saber a dó nde vamos —dice, señ alando con la cabeza al
conductor.
—¿Versailles? —Sugiero. He estado antes, pero han pasado añ os.
La sonrisa de Crew es cegadora.
—Eso se parece mucho a hacer turismo.
—He oído que te encanta hacer turismo.
Sonríe.
—¿Es una oferta mejor?
Asiento con la cabeza.
—Vamos.
***
Jacques ya está sentado en la mesa cuando entramos en el restaurante.
Nuestra visita a Versalles nos llevó casi toda la tarde. Tenía la intenció n de
volver al hotel y cambiarme antes de la cena, pero no había tiempo.
No es que importe. Jacques está mucho má s centrado en Crew que en lo que
llevo puesto.
Recibo un saludo superficial antes de que empiece a bombardear a Crew
con preguntas. Te lo dije, artitculo a Crew cuando me mira. Su sonrisa de
respuesta hace que mis entrañ as se sientan como un champá n agitado.
El día de hoy ha sido maravilloso y terrible. He pensado en empezar mi
propia línea de moda desde la universidad. Este viaje es la culminació n de añ os
de planificació n. Haute sirvió de trampolín no planificado para hacer
conexiones en la industria de la moda que hicieron que Rouge fuera má s
alcanzable.
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Una línea de ropa puede ser una actividad que la mayoría de la gente
desprecia. No es tan refinada como las finanzas o cualquier negocio de Wall
Street. A mi padre le parece ciertamente superficial y tonto.
Pero eso es lo bonito de los sueñ os: son tuyos. De nadie má s. No necesitas
permiso ni justificació n para perseguirlos. Puedes darles relevancia,
importancia y significado por ti mismo.
Por desgracia para mi corazó n, Crew no parece compartir la opinió n de mi
padre. Entre los paseos por los jardines y los pasillos del palacio, me hizo
preguntas sobre Rouge y escuchó las respuestas.
O bien está extremadamente dedicado a llevarme a la cama, o bien se
preocupa realmente de có mo gasto mi tiempo, mi energía y mi dinero.
Me paso la mayor parte de la cena estudiá ndolo. Es la primera vez que veo a
Crew en lo que no es su elemento. No está aquí para buscar un acuerdo para
Kensington Consolidated. Dudo que sepa mucho, si es que sabe algo, sobre la
industria de la moda. Jacques no es alguien con quien tendría conocidos
comunes.
Y sin embargo, está prosperando. Encantador. Esto estaba destinado a ser
una cena de negocios. Todas las comidas que compartí con Jacques durante mi
ú ltimo viaje aquí se dedicaron a una lluvia de ideas o a hojear bocetos. Esta
noche, no hay señ ales de la energía maníaca que usualmente zumba alrededor…
como un enjambre de abejas, lanzando ideas a la velocidad de la luz. Jacques
está relajado y se ríe. También lo está Crew. Yo soy la intrusa, cada vez má s
molesta, mientras charlan como viejos amigos en lugar de extrañ os.
Este es mi viaje. Mi esfuerzo. Mi dominio. Nuestras vidas debían
permanecer separadas.
De repente, está n tan enredados que no puedo mirar má s allá de é l.
Me excuso y me dirijo al bañ o cuando terminamos de comer, sin estar
segura de que se den cuenta de mi desaparició n. Después de ir al bañ o, me
quedo en el fregadero, limpiá ndome la cara con una toalla de papel y
comprobando si tengo comida en los dientes.
Cuando abro la puerta del bañ o, Crew está apoyado en la pared opuesta con
los brazos cruzados.
C.W. FARNSWORTH
—Sé que tu francés no es muy bueno, pero no eres ciego. La figura de palo
que lleva un vestido significa que este es el bañ o de mujeres. El de hombres
debe estar ahí abajo. —Muevo la cabeza hacia la izquierda, donde se extiende el
pasillo. En una escala del uno a perra, estoy en un once.
Al principio no dice nada, que es la peor respuesta posible. Crew se ha
convertido en la ú nica persona en la que puedo confiar para desafiarme. Anhelo
eso de él, má s que la seguridad financiera o la fidelidad. Quiero que me vea
como una igual y como una compañ era, porque así es como yo lo veo. Los
mú sculos de su mandíbula se mueven mientras la aprieta visiblemente,
conteniendo lo que iba a responder. Espero, y lo suelta.
—¿Qué carajo, Scarlett?
La pregunta se me escupe bá sicamente. Quiero sonreír, pero no lo hago.
—¿Qué carajo, Qué, Crew?
—No puedo ganar contigo. No importa lo que haga. He venido aquí para
apoyarte. Y miro el tenis durante horas y trato de conocerte y de entablar una
pequeñ a charla con tu... ¡ni siquiera sé lo que hace Jacques por ti y tú actú as
como si te estorbara!
Es demasiado bueno. En todo esto. Sé có mo jugar el juego de los secretos y
las mentiras y el engañ o. De la traició n y de barrer los errores bajo la alfombra.
Sé có mo manejar al Crew con el que hablé en Proof, que me miraba con total
indiferencia. El tipo que me saludaba con un insulso y perfunctorio Te ves bien y
luego me ignoraba durante el resto de la noche. No estoy preparada para
manejar al Crew que vino a apoyarme. Que me hace sentir especial, como lo
hace con todos los demá s. É l es el sol y yo soy Ícaro, después de haber
aprendido la lecció n.
—¡No te pedí que hicieras nada de eso! —Me quejo—. No te pedí que
vinieras. No quería que vengas.
Mueve la cabeza. Se ríe. Se burla.
—Si esta eres tú intentándolo, no puedo imaginar có mo actuará s cuando
estés a punto de pedir el divorcio.
No reacciono a ellas, pero siento que las palabras me golpean como una
bofetada física. Lo dije en serio cuando le dije que lo intentaría. Está manchando
ese momento, ese recuerdo, arrastrá ndolo por esta fea discusió n. Me he pasado
toda la tarde intentándolo. Si no lo hubiera hecho, habría estado encerrada
en el hotel trabajando.
Ignorarnos el uno al otro, excepto para intercambiar insultos, no era
sostenible.
C.W. FARNSWORTH
Tampoco es la pareja feliz que pretendíamos ser hoy. Siempre tendré un pie
fuera de la puerta, siempre estaré esperando que se convierta en una versió n de
mi padre, centrado en nada má s que en conservar las llaves del reino.
Crew me dijo que podría haberse casado antes con otra persona. Ambos
sabemos por qué no lo hizo. Si mi apellido no fuera antes Ellsworth, lo habría
hecho. Tiene cualidades que no se pueden comprar, como el carisma y el
encanto. Má s que una cara bonita y una cuenta bancaria en ceros.
A la gente le gusta de verdad. Me complacen porque saben que puedo ser
una amiga poderoso y una enemiga despiadada. Porque he encontrado que el
miedo es mucho má s efectivo que el amor.
No se habría casado conmigo si no fuera por un acuerdo. Pero yo me habría
casado con é l.
Al darme cuenta de ello, ya no puedo mirarlo. En su lugar, estudio las
baldosas de estuco del suelo.
—No voy a pedir el divorcio.
Tal vez la frase má s honesta que le he dicho. No seré la razó n por la que este
matrimonio termine. Que fracase, tal vez. Pero no la que marque la línea de
puntos para firmar.
No porque mi padre se pondría furioso si destruyera el futuro que él
organizó . No porque perdería todo lo que gané.
No porque mis otras perspectivas sean desastrosas. Porque soy egoísta.
Lo quiero y no quiero que nadie má s lo tenga.
Crew se aparta de la pared y se cierne sobre mí. Por un segundo salvaje y
emocionante, creo que está a punto de besarme. Me obliga a admitir que lo
quiero aquí. En lugar de eso, se gira a su derecha, hacia la salida.
—¿Te vas?
Una ceja se arquea exasperantemente mientras mira hacia atrá s.
—Usando el bañ o. ¿Está permitido, cariño?
La palabra má s dura de la frase es la má s dulce. Las bofetadas de cariño.
Nuestro juego de apodos era entretenido. Pero después de escucharlo llamarme
Red con sentimiento, con auténtico afecto, cariño solo suena a insulto. Suspiro,
la lucha se me escapa al registrar su tono amargo. Ese es uno de nuestros
muchos problemas: uno de los dos suele tener ganas de pelear.
—Puedes irte, si quieres.
No me refiero só lo al restaurante, y sé que él se da cuenta cuando la
determinació n aparece en su rostro.
—No soy una persona que se rinde. Para bien o para mal, Red.
—Pensé que el ú nico voto que querías hacer era el de la riqueza.
C.W. FARNSWORTH
Sus labios se mueven, su mal humor se desvanece temporalmente como el
sol que se asoma detrá s de las nubes.
—Todavía llevas tu pegatina.
—¿Eh?
Crew se adelanta y me arranca la pegatina verde de admisió n de Versalles
del vestido.
Se la quito de las manos antes de que la arrugue.
Me mira metiéndola en mi bolso con una expresió n ilegible.
—Está bien que te importe, sabes.
—Lo sé.
—¿Lo haces? —contesta Crew.
Entonces me deja aquí de pie, boquiabierto tras él como un pez de colores.
***
No sabrías que es verano basá ndote en la frialdad de este coche. El resto de
la cena con Jacques transcurrió sin problemas. Crew se mantuvo en silencio
mientras Jacques y yo repasá bamos todo lo que hay que hacer esta semana.
Esperaba que Jacques no se diera cuenta de la tensió n que se había creado
entre Crew y yo durante la cena. Pero me susurró al oído Amore is not easy, ma
cherie mientras nos despedíamos, haciéndome pensar que habría que estar
ciego y sordo para no darse cuenta de que no nos está bamos comportando
como recién casados. Jacques se rió del ceñ o fruncido con el que respondí a su
consejo.
Después de la cena, el conductor nos dejó en el hotel. Atravieso a
zancadas el vestíbulo de má rmol, sin molestarme en esperar a Crew. Necesito
espacio. Por desgracia, sus largas piernas lo llevan al ascensor unos segundos
después de mí. Las puertas doradas se cierran lentamente, sellá ndonos dentro,
y empezamos a subir.
Espero que hable, pero se queda callado, apoyado en la brillante pared
metá lica y actuando como si yo no estuviera a medio metro.
Llegamos al ú ltimo piso de las suites un par de minutos después.
C.W. FARNSWORTH
—¿Tienes la llave de mi habitació n? —Pregunto cuando se abren las
puertas, molesta por tener que romper el silencio primero. É l fue quien nos
registró . A menos que quiera dormir en el pasillo o cachearlo como un policía,
no tengo otra opció n.
Sin palabras, Crew saca un rectá ngulo de plá stico de su bolsillo y me lo
entrega. Le doy las gracias con la cabeza y me dirijo al nú mero que aparece en
el plá stico. Aprieto la llave contra el sensor. La llave parpadea en verde y me
permite entrar. Cierro la pesada puerta tras de mí y me apoyo en ella un
momento. Menudo día. Algunas partes -la mayoría- fueron buenas, lo cual es
agridulce. Me acordaré de su postura cabreada en el coche hace un momento
cuando recuerde subir a la Torre Eiffel codo con codo. La culpa es mía.
Me dirijo al interior de la lujosa suite y me quito los tacones de aguja con un
pesado suspiro que no libera ninguna tensió n. Mis maletas se han amontonado
en el saló n, junto a equipajes desconocidos que no deberían estar aquí. Me doy
la vuelta al mismo tiempo que la puerta vuelve a sonar. Crew entra en la
habitació n.
—¿Qué haces aquí? Pensé que tenías tu propia habitació n.
—No había ninguna disponible —dice Crew con despreocupació n,
quitá ndose la chaqueta del traje y tirá ndola por el respaldo del sofá dorado.
—Está s mintiendo —le informo, cruzando los brazos.
—¿Lo estoy? —Me dedica una sonrisa exasperante.
—No vas a dormir aquí.
—¿Por qué no? ¿Te preocupa no poder controlarte, Red?
Me muerdo el interior de la mejilla con tanta fuerza que me sabe a
sangre.
—Me he controlado durante el mes que llevamos casados. Así que no, no lo
hago.
Espero que saque a relucir lo fuerte que gemí junto a la piscina de mis
padres. La ú nica razó n por la que no tuvimos sexo esa noche fue porque él no
tenía un condó n y cree que me acuesto con un cirujano. Frotarme contra é l no
era precisamente el piná culo del autocontrol.
Pero en lugar de un recordatorio, todo lo que dice es—: Genial. Entonces no
veo cuá l es el problema.
—Está s durmiendo en el sofá .
Joder. Yo no negocio. Nunca.
La sonrisa triunfante de Crew es enloquecedora. Se desprende de la camisa
y empieza a desabrocharla. Mira el elegante sofá de estilo victoriano que parece
tan suave como una tabla de madera.
C.W. FARNSWORTH
—La cama parece má s có moda.
—Seguro que sí. Si quieres una cama... —Otra sugerencia de que se busque
su propia habitació n se me escapa cuando se deshace de sus pantalones caqui y
se dirige a la cama con nada má s que un par de calzoncillos negros. Se me seca
la boca cuando se sube al lado de la cama en el que suelo dormir.
La piel dorada que ondea sobre los mú sculos definidos asalta mi visió n y
secuestra mis pensamientos. La ú ltima vez que estuvo sin camiseta, fue él quien
hizo la mayor parte de la exploració n. Yo lo miro y él parece indiferente, se mete
en la cama y se pone boca abajo. Se coloca una almohada bajo la cabeza, cierra
los ojos y ya está.
Sin tocar. Sin burlas. Sin hablar.
Nos sentimos como una pareja casada desde hace cincuenta añ os. No un
matrimonio cariñ oso que aprecia cada momento que comparte. Una resignada
en la que el tiempo juntos es una tarea y al menos una persona siempre tiene un
lugar en el que preferiría estar.
Estoy completamente fuera de onda, pero si protesto má s, será
esencialmente admitir que no puedo manejar su proximidad. Que me afecta
estar cerca de él mientras está inconsciente. Lo estoy, pero prefiero dormir en el
suelo que darle esa informació n. Que darle a Crew la satisfacció n de sacarme de
mi cama, de ganar.
Me dirijo a mis maletas para tomar el neceser y el pijama. Me aseguro de
cerrar la puerta del bañ o tras de mí, consciente de que estoy actuando como
una niñ a petulante. Má s que estar molesta con Crew, estoy enfadada conmigo
misma. Si realmente quisiera, podría hacer que se fuera. Elijo permitirlo
porque una parte de mí lo desea. Puedo sentir las grietas que aparecen en
mis paredes. Y lo sé.
¿Peor? É l también lo hace.
Pero no lo admito, ni a él ni a mí.
Me lavo la cara y me pongo crema hidratante. Después de hacer el resto de
mi rutina vespertina, me quito el vestido que he llevado todo el día y me pongo
un conjunto para dormir.
C.W. FARNSWORTH
Luego vuelvo a la sala de estar, arrojando mi vestido blanco sobre el mismo
sofá donde Crew abandonó su chaqueta. Sigo hasta el dormitorio. La lá mpara
sigue encendida, pero Crew parece profundamente dormido, con la espalda
subiendo y bajando constantemente con cada respiració n. Me asomo a la
puerta, aprovechando la rara oportunidad de estudiarlo, igual que hice la ú ltima
vez que compartimos cama. Algo que pensé que sería poco frecuente.
Me dirijo al lado izquierdo de la cama y me deslizo entre las sá banas de
seda. Es una cama king size, pero se siente diminuta. Crew y yo no estamos
cerca de tocarnos, pero puedo sentir el calor que irradia su lado de la cama.
Oigo su rítmica respiració n. En lugar de contar ovejas, pienso en tener sexo con
él.
Tardo mucho en dormirme.
Capítulo Doce
Crew
A Scarlett no le gusta que le sorprendan. Lo sabía antes de poner en marcha
este plan, y mis oídos siguen sonando con sus preguntas cuando aterrizamos en
Italia. Su tono se vuelve má s y má s molesto con cada respuesta vaga.
¿A dónde vamos?
—Ya lo verá s.
C.W. FARNSWORTH
¿Cuánto tiempo nos quedaremos?
—No estoy seguro.
Mi favorito personal, al que no me molesto en responder—: ¿Habrá WiFi?
Sé que se siente mal por lo que pasó en París ese primer día. Diciéndome
que no me quería allí, haciendo pucheros mientras Jacques me coqueteaba. Es
demasiado testaruda y orgullosa para disculparse, pero aceptó prolongar
nuestro viaje má s allá de los pocos días que se suponía que iba a durar. Le mentí
y le dije que tenía que asistir a una reunió n en nombre de Kensington
Consolidated, y que tenía má s sentido para mí cruzar la frontera franco-italiana
que poner a otra persona en un avió n de Nueva York a Florencia. Tras cuatro
días de evasió n y silencio, creo que se sorprendió de que se lo pidiera.
Tal vez sea hipó crita de mi parte, esperar honestidad de ella mientras yo
invento encuentros. Pero la diferencia es que yo miento para mantenerla cerca.
Scarlett miente para alejarme. Y, llá mame loco, pero sigo intentá ndolo una y
otra vez.
Soy tan terco como ella. Que mi mujer me ignore no es só lo un motivo de
orgullo. Scarlett me fascina. Su belleza es cautivadora, pero ella es cautivadora.
Quiero algo má s que una relació n superficial con ella. Má s que una relació n
física, aunque mi cuerpo no esté del todo de acuerdo.
Quiero saber por qué es una multimillonaria que trabaja horas como si le
costara pagar el alquiler. Quiero saber si la relació n con sus padres fue alguna
vez diferente de lo que es ahora, si la infelicidad de ellos se contagió a ella y
ahora a nosotros. Quiero saber por qué aceptó casarse conmigo cuando parece
estar decidida a ignorar los deseos de su padre y es hostil al compromiso.
Después de que me pregunte por el WiFi, dejo de responder a sus
preguntas, lo que só lo la molesta má s. Sigue refunfuñ ando mientras me sigue
fuera del avió n y hacia el coche que le espera.
El aire de la tarde es má s cá lido y seco que cuando salimos de Francia.
Unas gotas de luz dorada se filtran desde el cielo azul, bañ ando el asfalto y los
edificios distantes que conforman el aeropuerto con un sutil resplandor.
Intercambio saludos con el conductor antes de meterme en el coche con
aire acondicionado. Termina de cargar nuestro equipaje en el maletero y nos
alejamos del aeropuerto para entrar en una carretera muy transitada.
—¿Hablas italiano? —Scarlett parece sorprendida.
—Algo. —Le pregunto dó nde está la estació n de tren má s cercana.
C.W. FARNSWORTH
Parece impresionada y me dice que no habla nada de italiano.
Veo a nuestro conductor sonreír por el espejo retrovisor mientras el trá fico
se reduce y recorremos la carretera que une la ciudad portuaria de Salerno y
Sorrento, en la cima del acantilado, antes de entrar en Amalfi. El coche
serpentea entre vistas panorá micas de viñ edos en terrazas y limoneros en los
acantilados.
La villa es una de las pocas propiedades internacionales de mi familia en las
que me molesto en quedarme. Cuando llegamos al frente, recuerdo por
qué. Solía ser una antigua fá brica de cuerdas que producía redes de pesca. Sin
duda, los trabajadores disfrutaban de la misma vista de las olas de color
aguamarina salpicadas de barcos con una costa enmarcada por las coloridas
casas escalonadas en los acantilados, que parecen tan precarias como bloques
de Jenga. Añ os de renovaciones y propietarios adinerados han hecho que la casa
sea irreconocible desde sus humildes comienzos. El revestimiento de mayó lica
se diseñ ó a medida só lo para esta propiedad.
Scarlett camina por los suelos de terracota hacia la terraza. No dice nada, lo
cual es una novedad. He traído a otras mujeres aquí antes, y todas han pasado
un mínimo de veinte minutos admirando cada detalle. Ninguna de ellas creció
con el nivel de lujo al que Scarlett está acostumbrada. Todas sabían que su
tiempo aquí sería limitado y singular.
Técnicamente, Scarlett tiene derecho a esta propiedad. Nuestro férreo
acuerdo prenupcial distribuye nuestros importantes bienes en caso de divorcio.
Mientras estemos casados, todos los bienes pertenecen al otro, a excepció n de
la revista que ella me pidió que firmara. Poseer algo a menudo hace que pierda
su brillo. La naturaleza humana es codiciar lo que no podemos o no tenemos.
Apreciar lo que poseemos es mucho má s raro.
Veo a nuestro chó fer apilar las maletas en la entrada y me vuelvo hacia
Scarlett. Se enrosca sus largos mechones morenos en un moñ o y mira a su
alrededor como si hubiera entrado en un museo y estuviera observando sus
artefactos. Apreciativa, pero con distancia.
—Volveré a las seis.
Se gira, prestá ndome atenció n por primera vez desde que llegamos.
—¿A dó nde vas?
Una pregunta que no le hice ni una sola vez en los ú ltimos cuatro días, la
mayoría de los cuales los pasé en una habitació n de hotel en París, trabajando a
distancia para no interrumpir sus asuntos.
—Fuera.
C.W. FARNSWORTH
—¿He venido hasta aquí y ahora te vas?
—¿Te suena?
Sus ojos brillan y su boca se cae. Me voy antes de que responda. Un golpe
bajo. Una confesió n de que su ausencia y distanciamiento de los ú ltimos días
me molestan. Una molestia, porque quiero pasar tiempo con ella, y en lugar de
ser un hombre y admitirlo ante ella, he mentido. Y ahora tengo que actuar como
si no lo fuera.
Le digo al conductor que me deje en un pequeñ o café de la ciudad.
Una alegre charla llena la calle en una mezcla de idiomas. Pido un capuchino a
la camarera y tomo asiento en una de las diminutas mesas -Europa es lo
contrario de Texas, parece- y miro los edificios de estuco y los coches caros y el
océ ano que brilla bajo el sol.
Mi teléfono empieza a sonar. Me debato en contestar, pero es Asher. No he
hablado con é l desde que me fui a París.
—Hola.
—¿Por qué no respondes a mis mensajes?
—¿Por qué actú as como un ex pegajoso?
Se ríe.
—Joder, hombre. Te echo de menos. ¿Vienes esta noche?
Parpadeo y me doy cuenta. Se suponía que debía estar de vuelta en Nueva
York hace horas.
—No. Estoy en la villa.
—¿La villa? ¿Lo sabe tu padre?
La mayoría de las veces, me gusta que la oficina de mi mejor amigo esté
justo al final del pasillo de la mía. Esta no es una de esas veces.
—No es mi director. Si quiero ir a Italia, me iré a Italia, carajo.
—Só lo estaba preguntando, hombre. Estaba cabreado porque te fuiste a
París sin avisar, y la adquisició n de Lancaster se supone que se cierra el viernes.
Se supone que mañ ana tenemos que revisar los informes finales. Todo el
equipo.
—Revisaré los informes y enviaré mis comentarios.
Hay un tiempo de silencio.
—Fue tan malo, ¿eh?
C.W. FARNSWORTH
—¿Qué?
—Viajar con Scarlett. Sabía que sería un desastre. Ni siquiera podrían
volver juntos.
La insinuació n molesta. Por quién sabe qué razó n, siento la necesidad de
defenderla.
—No fue un desastre. Ella está aquí conmigo.
—¿Ella está? —Asher parece sorprendido.
—Nunca nos fuimos de luna de miel. Es só lo por un par de días má s.
—¿Así que finalmente está s consiguiendo algo? Debe ser bueno si te
arriesgas a la ira de Arthur.
Me rechinan las muelas. No estoy seguro de cuá ndo, pero mi matrimonio
con Scarlett se convirtió en algo que no quiero discutir con nadie. Má s que de
ella, soy protector de nosotros. He evitado las relaciones comprometidas como
la peste. Incluso si hubiera desarrollado sentimientos por Hannah Garner o
cualquiera de las otras mujeres con las que he estado, me habría casado con
Scarlett. En ese momento, no podía imaginarme poner a otra persona a verme
casado con otra persona. Ahora, no puedo imaginar poner a Scarlett en la
situació n de ver a una mujer salir de mi dormitorio. Engañ ando, porque eso es
lo que se sentiría.
Los momentos entre nosotros que parecían importantes han sido fugaces.
El beso antes de nuestra boda. Llevá ndola arriba cuando la encontré en el sofá .
Bailando en la gala de Rutherford. El 4 de julio. Subir a la Torre Eiffel y explorar
Versalles.
Son como nosotros. Desordenados y abrasadores, confusos, emocionantes y
absorbentes.
Só lo llevamos poco má s de un mes casados. Y sin embargo, no puedo
imaginar mi vida sin ella. Sería como vivir con una mala visió n durante añ os,
ponerse unas gafas y luego perderlas para siempre. Vivir con una claridad
nítida y luego volver a una visió n borrosa, sabiendo lo que te está s perdiendo.
Scarlett me hace ver las cosas de otra manera. Con claridad. No puedo
explicá rselo a nadie, y no quiero hacerlo. Soy diferente cuando estoy cerca de
ella, y me gustaría pensar que ella también es diferente cuando está cerca de mí.
Está claro que Asher no sabe qué hacer con mi prolongado silencio. No soy
del tipo pasivo agresivo. Digo lo que quiero decir. Le dije que mi matrimonio con
Scarlett no cambiaría nada, y lo creí. É l lo creyó .
Me equivoqué.
C.W. FARNSWORTH
—¿Llamaste para hablar de algo má s que de mi vida sexual? —Pregunto.
—Escuché que golpeaste a Camden Crane el día 4. Sebastian se presentó en
la oficina esta semana. ¿Tienes ganas de hablar de eso?
—No.
Asher suspira.
—Has ido a los Hamptons, hombre.
—Son mis suegros. Habría sido una grosería saltá rmelo.
—Ella no vale la pena, Crew.
Aprieto mi taza.
—Sé que eres un tipo decente, y ella también. Ella te está usando. Jugando
contigo. Todo el mundo dice que es una reina de hielo. Incluso si el sexo es
bueno, corta tus pérdidas. Só lo...
—Para. De. Hablar.
—Crew...
—No es una reina del hielo. Deberías confiar en mí en eso, no en los tipos
amargados a los que nunca les dio la hora.
—Si tú lo dices. —La voz de Asher es escéptica.
—Si no me crees, pregú ntale a Camden Crane qué estaba diciendo justo
antes de que le diera un puñ etazo —sugiero—. Si quieres hablar de cualquier
cosa relacionada con el trabajo, envíame un correo electró nico. Te contestaré
cuando me haya descongelado. —Luego cuelgo.
***
No puedo apartar la mirada de ella. Las velas bailan entre nosotros,
proyectando un suave resplandor sobre Scarlett. Sobre sus pó mulos afilados y
sus largas pestañ as. Sus labios rojos y su vestido azul.
Estaba tranquila cuando volví del café. Agradable cuando le propuse salir a
cenar. Estamos en mi restaurante favorito. La barandilla a mi izquierda está
construida en el propio acantilado. Una mirada hacia el lado, y todo lo que
puede ver es el mar agitado. Estamos suspendidos en tierra firme.
—¿Así que todo está listo? ¿Con Rouge? —Pregunto.
—Sí. La pá gina web se pondrá en marcha mañ ana en cuanto se anuncie.
—¿Está s emocionada?
C.W. FARNSWORTH
Espero una réplica simplista, no—: Aterrada.
Por un segundo, creo que me está tomando el pelo. Pero el pequeñ o
encogimiento de hombros antes de dar un bocado a los bucatini es genuino en
su vulnerabilidad.
Me inclino hacia delante.
—No te lo tomes a mal...
Me interrumpe.
—Terrible manera de empezar una frase.
Sonrío.
—¿Por qué lo haces? Sé que Haute ha sido lucrativo, pero no necesitas el
dinero. Ya te ocupabas de los trabajos de tres personas, y luego fuiste y añ adiste
má s trabajo para ti. Al principio, pensé que era yo-nosotros. Estabas evitando
estar en casa. Pero en la cena con Jacques... has estado planeando esto durante
añ os. ¿Por qué, Scarlett? Entiendo que te pruebes a ti misma, de verdad. Pero
presionarte así parece... no sé. ¿Excesivo?
Scarlett mira hacia el agua. La puesta de sol se extiende por el cielo detrá s
de ella. Salpicaduras de mandarina y melocotó n mezcladas con luz dorada. Su
perfil es tan impresionante como el resto de ella.
Suspirando, me inclino hacia atrá s.
—No importa. Yo…
—Siento que tengo que ganá rmelo. —Se vuelve hacia mí, sus ojos avellana
parecen má s verdes que marrones esta noche—. Toda mi vida me han dado
todo. Sí, he trabajado para conseguir las cosas, pero las habría conseguido, a
pesar de todo. Harvard no iba a rechazar a una Ellsworth. Aplicar era
prá cticamente una formalidad. Vi que Haute estaba en venta, y yo... no sé. Sabía
C.W. FARNSWORTH
que podía darle la vuelta. Incluso ahora que le va bien, no me he permitido
confiar del todo. Cuanto má s trabajo, má s siento que me merezco el éxito. Pero
lo asumí. Las piezas estaban todas en su sitio; só lo utilicé el dinero y conexiones
para hacerlas brillar de nuevo. Con Rouge... es mío. Todo mío. Quiero que la
ropa que diseñ o haga que las mujeres se sientan poderosas. Quiero que se
hagan en ciudades donde la gente necesita trabajo, en un edificio donde la gente
esté emocionada y orgullosa de trabajar allí. Quiero sentir que he hecho algo
importante, y que lo he hecho yo misma. Cuando dono a organizaciones
benéficas, eso es todo lo que puedo hacer. Firmar el cheque. No voy a curar a los
niñ os ni a volar el avió n con suministros de emergencia. Pero sé de ropa. Puedo
diseñ ar el traje que alguien lleva cuando consigue el trabajo de sus sueñ os. O en
la primera cita con la persona con la que se va a casar. O... —Deja de hablar y
mira hacia otro lado, con las mejillas sonrojadas—. Es una tontería, lo sé.
—No lo es. —Eso es todo lo que digo hasta que ella encuentra mi mirada—.
No es una tontería, Red. —Levanto mi vaso y lo inclino hacia ella—. Por Rouge.
—Por Rouge —repite ella, golpeando la suya contra la mía.
Mantenemos el contacto visual mientras ambos bebemos, y la sensació n es
má s íntima de lo que recuerdo que ha sido el sexo.
—Royce Raymond quiere que me haga cargo de su productora. —Una sutil
elevació n de sus cejas es el ú nico indicio de que me ha escuchado—. Me hizo la
oferta en nuestra boda. Dijo que debía forjar mi propio legado. No creo que la
acepte. Pero... es una opció n.
Scarlett vacía su vaso y lo vuelve a llenar.
—¿Una opció n en Los Á ngeles?
—No lo consideraría si estuviera en Los Á ngeles.
—¿Por qué no? Hace calor. Soleado. Podrías hacer surf.
Sonrío.
—No sé hacer surf.
—Podrías aprender.
De alguna manera, Scarlett siempre se las arregla para decir lo que menos
espero.
—¿Quieres mudarte a Los Á ngeles?
Se burla.
—Por supuesto que no. Nueva York es mi hogar. Nunca me mudaría a
California.
—Como dije, no lo consideraría si tuviera que mudarme a Los Á ngeles.
Esa confesió n se queda entre nosotros durante un minuto.
—No sabes nada de la industria del cine.
—¿Có mo lo sabes? —contesto.
—Lees o ves el béisbol cuando tienes tiempo libre.
Tiene razó n; ni siquiera se me ocurre el nombre de la ú ltima película que vi.
Me sorprende que se haya dado cuenta.
—Yo dije lo mismo —admito—. Dijo que tiene gente que lo hace. Me quiere
por mi sentido de los negocios. —Dejo de lado la parte de mi brú jula moral.
Scarlett asiente, como si esa respuesta tuviera sentido.
C.W. FARNSWORTH
—¿No hay ninguna grieta sobre có mo no tengo ninguna? —Me burlo.
—He visto los informes del departamento. Sé que los tienes.
—¿Por qué estabas mirando los informes? —¿Cómo? Esos no son de
dominio pú blico.
—Tenía curiosidad. Y soy una Kensington.
—¿Qué significa eso?
—Te preguntará s có mo conseguí el acceso. —Toma un bocado de su pasta.
Mastica—. Así es có mo.
—Oh —es mi brillante respuesta.
Ella no ha mostrado ningú n interés en Kensington Consolidated, pero tiene
razó n. A partir de nuestro matrimonio, ella ganó una parte sustancial de la
compañ ía. Má s que suficiente para tener acceso a los informes de la compañ ía, o
cualquier otra cosa que ella pueda solicitar.
—No creo que debas tomarlo —continú a.
—¿Tomar qué?
Pone los ojos en blanco.
—La oferta de Royce.
—¿De verdad? Pensé que querrías que lo hiciera.
Sus ojos se estrechan.
—¿Por qué?
—Por todo lo que me acabas de decir. Acerca de ganarte tus propios logros.
No siendo la perra de mi padre.
—Nunca quise decir nada de esa mierda, Crew.
—Sí, lo hiciste.
—No, no lo hice. Quería hacerte dañ o y no sabía de qué otra manera
hacerlo. Kensington Consolidated es tu derecho de nacimiento. El legado de tu
familia. Te lo mereces. Cualquier otro lo destruiría.
Yo lo procesé.
—¿Y las Empresas Ellsworth? Podría decir lo mismo de ti. Eres la ú nica
heredera.
Se encoge de hombros.
—Lo resolveremos cuando llegue ese momento, supongo.
—Nosotros, ¿eh?
C.W. FARNSWORTH
El rosa mancha sus mejillas.
—Si hay un nosotros, entonces.
—Hoy no tenía una reunió n. —Suelto la confesió n sin ningú n preludio, sin
má s explicaciones.
Me estudia.
—¿A dó nde fuiste antes?
—He leído en un café durante tres horas.
—¿Por qué?
Sé que no pregunta por qué leo.
—Quería traerte aquí. No pensé que vendrías de otra manera.
—Ahora soy una Kensington.
Parpadeo ante otro giro rá pido de la conversació n.
—Sí, lo sé. Estuve en la boda, ¿recuerdas?
No sonríe ante el chiste deficiente.
—Si Rouge fracasa -si yo fracaso- tu apellido se asociará a eso. Por eso me
enfadé tanto en París. No quiero que te sientas decepcionado conmigo.
Estoy tan aturdido que no puedo hablar. Parece que estoy escuchando estas
palabras a través de un tú nel de viento. De lejos y a gritos.
—Scar... —intento aclarar mi garganta. Una vez. Dos veces—. Scarlett,
¿có mo podrías...? Nunca podría estar decepcionado contigo, ¿de acuerdo? Lo
juro. Podrías asesinar a alguien, y yo enterraría el cuerpo, sin hacer preguntas.
Si Rouge no lo hace bien, estaré jodidamente orgulloso de ti por intentarlo.
Pasan unos segundos en los que ella no dice nada y yo me convenzo de que
no debería haber dicho nada. Suman cincuenta, y paso la mayor parte de ellos
rebobinando nuestra conversació n, detectando todas las formas en que podría
haber evitado esto.
—Te he espiado.
—¿Qué?
Sonríe a medias y bebe má s vino.
C.W. FARNSWORTH
—Si estamos compartiendo secretos... Cuando estaba en París, te espiaba
todas las noches. A través de las cá maras de seguridad. Con la diferencia
horaria, volvía a mi hotel cuando tú llegabas del trabajo. Te espiaba. Todas las
noches.
—¿Por qué lo hiciste?
—Tenía curiosidad, supongo. Qué harías. Có mo actuarías. Có mo eras
realmente.
—¿Y qué has aprendido?
—No mucho. Eres bastante aburrido.
Sonrío.
—No es lo suficientemente aburrido como para no espiar, aparentemente.
Hacer que Scarlett se sonroje podría ser mi nuevo pasatiempo favorito.
Cada vez, se siente como un regalo. Un logro.
—Lo que sea.
Mi sonrisa se amplía.
Ella se ríe y mira hacia otro lado.
—¿Está s lista para irnos?
—Sí.
Llamo a un camarero y pago la cuenta, echando miradas a Scarlett todo el
tiempo.
Para cuando salimos del restaurante, la oscuridad es total. No me di cuenta
de cuá nto tiempo había pasado. Cuando estoy con ella, no me concentro en
nada má s. Un descubrimiento desconcertante para alguien acostumbrado a
tener el control.
La hora má s tardía no ha mermado la actividad. Las calles está n tan
concurridas como antes. Caminamos uno al lado del otro, má s cerca de lo
que se debe. Miro a todos los tipos que la miran de reojo.
Scarlett se tropieza con absolutamente nada, y yo estiro la mano para
agarrarla del brazo. Ella se ríe.
—Pensé que no nos tocá bamos.
—Está s borracha —me doy cuenta.
Me pone una mano en la cara, manteniendo el pulgar y el dedo índice
fuertemente apretados justo delante de mi cara.
—Só lo esto.
Los separo unos centímetros.
C.W. FARNSWORTH
—Creo que quieres decir esto.
Nunca había visto a Scarlett borracha. Por lo general, es la imagen del
aplomo y la ironía, sin importar cuá ntas copas de champá n se haya tomado. Es
extrañ amente entrañ able el brillo de sus ojos y las arrugas de su nariz. Parece
má s joven.
—Nop. —Ella abre la P y cierra la brecha. Entre sus dedos y entre nosotros
—. Quise decir esto.
Antes de que pueda responder, me besa. Se tambalea sobre sus talones, se
apoya en mí y se descentra mientras me rodea el cuello con los brazos y me
chupa la lengua en una calle concurrida.
La mayoría de nuestros besos han sido apresurados. Este no es una
excepció n. Me besa como si hubiera un temporizador. Como si el mundo se
acabara y fuéramos las ú nicas dos personas que aú n existen.
Se retira después de un par de minutos de indecencia pú blica. Antes de
que yo tenga la fuerza de voluntad para, a pesar de que só lo he bebido una copa
en la cena, no por má s vasos de vino que haya necesitado para poner esta
sonrisa descuidada en su cara.
A mitad de camino hacia el muelle donde dejamos la lancha que
condujimos desde la villa, Scarlett se detiene y se quita los zapatos. Y luego
empieza a saltar hacia la arena. Su pelo moreno ondea al viento y su vestido
azul vuela alrededor de sus muslos.
Por primera vez desde que conocí a Scarlett, creo que se ve despreocupada.
Feliz. El vino probablemente merezca má s crédito que yo, pero todavía reclamo
algo. Especialmente cuando llegamos a la playa de arena y ella extiende la mano
y enreda sus dedos con los míos.
—Ojalá hubiera fuegos artificiales.
—Tal vez la pró xima vez.
—¿Volverías aquí?
—Si quieres.
Se pone de pie y me mira fijamente mientras la brisa agita su cabello en un
desorden salvaje.
—Me da miedo.
Siento que mi ceñ o se frunce.
—¿Qué te da miedo?
C.W. FARNSWORTH
—Cuá nto quiero volver. Cuá nto te quiero... a ti.
Inmediatamente se arrepiente de la confesió n. Lo leo en la tensió n de sus
hombros.
En la forma en que se aleja de mí y mira al océ ano.
—Scarlett. —Me acerco.
—¿Qué?
mí.
Sigue sin mirarme, así que le agarro la barbilla y le vuelvo la cara hacia
—Te quiero. Siempre te querré.
Su cara se retuerce de incredulidad.
—No lo sabes. Esto va a...
No aflojo mi agarre.
—Lo sé. Eres mi esposa. Me refiero a esos votos. Eres la ú nica mujer a la que
me he acercado en un bar. No le habría dado a nadie má s el anillo de mi madre.
Arriesgué un enorme contrato de negocios porque un imbécil borracho
describió có mo follarías. Tú eres diferente, Scarlett. Tú me importas, Red. Te
elegiría a ti antes que a cualquiera. En cualquier momento. En cualquier lugar.
No lo dudes. Jamás.
—No quiero que te importe. —La afirmació n suena con una sinceridad de
la que sus palabras suelen carecer.
—Lo sé. —Mi respuesta es instantá nea. Pero las palabras está n llenas de
tanto calor y anhelo, que espero que dejen marcas de fuego en mis labios. No
estoy seguro de cuá ndo nos convertimos en esto. Cuándo empezó a importar
tanto.
—Pero tú ya lo sabes.
—Eso también lo sé.
Me empuja.
—Entonces ten una conversació n contigo mismo. —Su tono ha vuelto a ser
el mandó n que suele utilizar conmigo.
Me río y la atraigo hacia mí.
—¿Ya te has hartado de la playa?
Suspira y se deja caer contra mí.
—Sí, estoy cansada.
La tomo en brazos y la llevo por el muelle al estilo de una novia.
C.W. FARNSWORTH
—¿Qué está s haciendo? —murmura.
—Llevá ndote.
—No te detengas —ordena ella, con la voz adormecida.
—No lo haré.
—No te rindas conmigo.
—No lo haré —repito.
Scarlett permanece en silencio durante el resto del trayecto hasta el muelle.
Se acurruca en el asiento del barco en cuanto la acuesto. El viaje de vuelta a la
villa dura diez minutos. Ato la embarcació n y la subo de nuevo. Sus brazos se
enroscan en mi cuello y ella acurruca su cabeza bajo la mía. La necesidad
debería ser una sensació n de constricció n. En cambio, la saboreo. Ralentizo mis
pasos al subir las escaleras de piedra y cruzar el patio trasero, retrasando el
inevitable destino.
La mayoría de las luces de la villa está n encendidas, brillando en la
oscuridad como un faro. Scarlett parpadea mientras nos acercamos. Una vez
que estamos en la puerta principal, la dejo en el suelo. Y ella comienza a
desvestirse. Sus zapatos salen volando primero. Luego se retuerce y tira de la
cremallera del vestido. Se cae, ante su terquedad. De repente, hay un montó n de
piel a la vista.
Me paso una mano por la cara mientras ella se pasea por el saló n sin má s
ropa que un par de encajes rosas a juego.
Que. Me Jodan. Por supuesto, esta es la noche en que ella decide darme un
maldito espectá culo de lencería.
Y entonces eso también desaparece.
Las palabras se me atascan en la garganta mientras ella camina hacia mí,
totalmente desnuda.
—¿Por qué sigues usando ropa?
—Porque no estoy borracho.
—No estoy borracha.
—De acuerdo —acepto. Discutir con una persona borracha suele ser un
ejercicio infructuoso. Discutir con una Scarlett borracha sería como golpear mi
cabeza contra una pared de ladrillos: inú til y doloroso.
—Quiero que me folles.
C.W. FARNSWORTH
Dios mío. No estaba de ninguna manera preparado para una proposició n. Sí,
definitivamente pensé en que esto pasaría esta noche, pero no así. No cuando
no tengo ni idea de lo que realmente está pensando. Sintiendo.
—No así.
La molestia aparece en su rostro, seguida por el dolor. Se siente como un
cuchillo oxidado. Pase lo que pase, nunca estamos en la misma pá gina al mismo
tiempo.
—¿Es porque tengo que rogarlo?
Si lo hace, realmente lo perderé.
—Joder. No.
Una vez má s, he dicho exactamente lo incorrecto.
—Supongo que no descubrirá s lo que es follar con tu mujer.
Me lanza mis propias palabras y luego entra en el dormitorio principal,
cerrando la puerta tras de sí.
Me paso los dedos por el pelo, intentando borrar el recuerdo de lo que
acaba de ocurrir.
Dos pasos adelante, tres pasos atrá s.
La habitació n de invitados junto a la principal es una vista extrañ a. Hace
añ os que no pongo un pie aquí. Cuando mi padre organiza unas vacaciones
familiares, siempre son en los Alpes por Navidad o en alguna isla tropical.
Siempre que he pasado por aquí, me he quedado en la principal. No hay
manera de que ponga un pie allí esta noche.
Me desnudo hasta los calzoncillos y me planto en la cama.
***
Me despierto con la garganta seca cuando todavía está oscuro. Me revuelvo
en las sá banas durante unos minutos, tratando de encontrar un lugar có modo
que me arrastre de nuevo al sueñ o. Finalmente, me rindo. Me levanto y salgo
del dormitorio, dirigiéndome a la oscura y silenciosa cocina.
Tardo tres intentos en encontrar el armario con los vasos. Lleno uno con
agua fría del grifo, escurro la mayor parte, lo vuelvo a llenar y me doy la vuelta
para irme.
Scarlett está apoyada en la puerta, mirá ndome fijamente. Mi ritmo cardíaco
se acelera, se ralentiza y vuelve a acelerarse.
C.W. FARNSWORTH
—¿Quieres agua? —Ella se burla y se da la vuelta.
Cruzo la cocina en unas pocas zancadas y la agarro del brazo.
—Scarlett. Mira, yo...
Se arremolina contra mí.
—¿Qué? ¿Qué quieres de mí, Crew? Porque pensé que era sexo. Pero te lo
ofrecí en una puta bandeja de platino y decidiste dormir en el pasillo.
—No estabas pensando con claridad.
—No me digas. No puedo pensar con claridad cerca de ti.
—Eso es lo má s dulce que me has dicho nunca, cariñ o.
—No te acostumbres.
—Me gustaría.
Eso parece atravesar cualquier armadura que lleve debajo de su endeble
camisó n. Estos retazos de tela corta será n mi muerte, lo juro.
—¿Esto terminará cuando tengamos sexo?
—¿Qué?
—Olvídalo.
—Só lo di lo que quieres decir, Red. No soy un maldito lector de mentes.
Se muerde el labio inferior.
—Quiero acostarme contigo. No quiero que cambie las cosas.
—¿Cambiarlos de qué? ¿De no hablar en Nueva York?
—De... —Ella sacude la cabeza—. No importa.
Doy el primer paso. Borro el espacio que nos separa y aprieto la palma
de la mano contra su cintura, guiá ndola contra mí.
Ella hace el segundo. Sus manos recorren mis brazos y hombros antes de
deslizarse por mi pelo.
—Adviérteme, ¿de acuerdo? —susurra—. Adviérteme que va a terminar.
Estaré bien, siempre y cuando tenga una advertencia.
—¿De qué demonios está s hablando?
C.W. FARNSWORTH
Scarlett no responde. Me besa. Caliente, profundo y excitante. El tipo de
beso que puede ser el evento principal. Podría besarla durante horas.
Memorizar exactamente có mo se siente, có mo sabe, los pequeñ os sonidos que
hace, y aú n así no sería suficiente.
Pero me doy cuenta de que esto no será lo principal cuando su mano se
desliza hacia el sur. Antes de que pueda pensar, y mucho menos reaccionar, me
está metiendo el puñ o en la polla. Y he terminado. No seré yo quien detenga
esto. Los frenos no funcionan. La quiero. La he deseado durante tanto tiempo
que es difícil recordar un momento en el que no lo hiciera.
Me quita rá pidamente los bó xers y yo le quito la seda que apenas la
cubre. No pienso con claridad, pero soy lo suficientemente consciente como
para darme cuenta de que esto no tiene por qué ocurrir en la cocina. La
arrastro contra mi cuerpo y sus piernas me rodean la cintura. Maniobrar por
la casa oscura mientras la llevo en brazos no es fá cil, pero lo consigo.
La tumbo en la cama, en medio de unas sá banas enredadas que sugieren
dar vueltas en la cama.
—¿No has podido dormir?
—Deja de hablar. —Su mano me agarra del pelo y me lleva de nuevo a sus
labios.
Quiero saborear esto: su tacto, su sabor, la visió n de su extensió n debajo de
mí. Pero está oscuro aquí, lo que significa que no puedo ver mucho má s que su
forma. No he tenido sexo en meses, lo que no ayuda.
Scarlett no está precisamente frenando las cosas. Se retuerce debajo de mí
hasta que la punta de mi polla se desliza a través de su calor hú medo. Sus
caderas se levantan, burlá ndose de mí. Presioná ndonos má s juntos. Las uñ as se
clavan en mi espalda. Mi nombre rompe el silencio en un gemido desgarrado.
Empiezo a hundirme dentro de ella y me doy cuenta de que se siente
diferente. Me alejo, intentando recordar dó nde he dejado mi equipaje.
—No te detengas. —Su voz es diferente a la que he oído nunca.
Desesperada. El equivalente vocal a interponerse en el camino de alguien.
—Necesito… un condó n.
—No, no lo necesitas.
No es la respuesta que esperaba. No hemos hablado de anticonceptivos ni
de hijos, aparte de que ella dice que no está preparada para tenerlos. Sin
mencionar que está el cirujano con el que supuestamente se está acostando.
Estoy limpio, pero ella no lo sabe. Todas las cosas que tendremos que discutir
eventualmente, pero no ahora.
C.W. FARNSWORTH
Su respuesta es imprudente e irresponsable, ninguno de los cuales son
adjetivos que normalmente usaría para describir a Scarlett.
Mi asombro debe reflejarse en mi cara. Bruscamente, suelta sus manos de
mi espalda, tumbá ndose sobre la sá bana blanca como si estuviera a punto de
hacer un á ngel de nieve. Abierta, pero no vulnerable.
—Olvídalo. Busca uno.
Se queda en silencio mientras me pongo de pie y localizo mi maleta. Puedo
sentir la molestia que se irradia por toda la habitació n. Siento que se me ha
escapado algo y no estoy seguro de qué. Es muy probable que no necesite el
paquete de papel de aluminio con el que vuelvo a la cama.
—No tenemos que hacer esto esta noche.
En respuesta, me quita el condó n, lo abre y lo hace rodar por mi polla.
Luego se sienta a horcajadas en mi regazo y se hunde. Su fuerte exhalació n es
medio gemido, medio quejido, mientras la lleno. Recito mentalmente todos los
resultados del ú ltimo informe trimestral para no correrme inmediatamente
como un adolescente cachondo. Está mojada, caliente y es Scarlett.
Dejé que ella controlara el ritmo. Dejé que me tomara en profundidad,
rá pido y frenéticamente. Que me use como un juguete para excitarse. Una parte
de mí se alegra de que me desee tanto como yo a ella. Una parte de mí está
desprevenida. No renuncio al control, durante el sexo, cuando se trata de
cualquier cosa.
Excepto cuando se trata de ella, aparentemente.
Cuando a Scarlett no le importa, se apaga. Sus movimientos desesperados
no son indiferencia. Ella quiere esto, y me está mostrando cuá nto. Recorro el
largo de su garganta con mi lengua, saboreando el toque de sal en su piel de
nuestro viaje a través de las olas. Huele a limó n y a algo floral, casi dulce.
Cuando le meto la lengua entre los pechos, jadea y mueve las caderas.
Gruñ o.
—Está s cerca, Red. Puedo sentir có mo te aprietas a mi alrededor. —Los
sonidos hú medos y codiciosos llenan la habitació n mientras ella se empala en
mí una y otra vez, persiguiendo su liberació n.
—Crew. —Dice mi nombre como una maldició n.
—¿Te vas a correr en mi polla, Red?
C.W. FARNSWORTH
Nuestros labios se encuentran en un beso sucio y desordenado. Y entonces
se convulsiona a mi alrededor, emitiendo sonidos que casi me empujan al límite
tras ella.
Le doy la vuelta para que quede debajo de mí y levanto una de sus piernas
mientras vuelvo a hundirme en su interior. Mis labios encuentran su oreja. No
miro su cara, só lo uso su cuerpo de la misma manera que ella acaba de usar el
mío.
—Te has corrido rá pido, Scarlett. ¿Tus juguetes no hacen el trabajo? —Me
jala la boca hacia la suya y me muerde el labio inferior con tanta fuerza que me
sabe a sangre.
Scarlett no puede ser poseída o domesticada o controlada. Es parte de su
atractivo. La belleza salvaje y cruda es la má s devastadora. Es una tormenta, del
tipo cataclísmico que no puedes dejar de respetar incluso cuando lloras su
agitació n.
—¿Có mo es follar con tu mujer, Crew?
La adrenalina inunda mi sistema. Estoy en lo alto de la sensació n, de la
emoció n, de ella. Le froto el clítoris hinchado mientras sigo follá ndola con
rá pidos y brutales empujones.
—¿Siempre te mojas así, o es por mí?
Scarlett se resiste, pero oigo el gemido que se cuela entre sus labios. La piel
de gallina se le eriza, a pesar de que el aire acondicionado no está encendido.
Tomo y tomo y tomo, acelerando el ritmo de mis empujes con cada golpe. Y ella
abre las piernas al má ximo, dejá ndome entrar má s profundamente. Suplicando
sin palabras.
La golpeo como si estuviera ganando nuestra batalla de voluntades, como si
la estuviera reclamando como un premio. Scarlett me clava las garras en la
espalda y responde a mis empujones, estimulá ndome. Puede mentirme todo
lo que quiera, pero su cuerpo no puede participar en el mismo engañ o. Dejando
de lado el desorden de otras emociones entre nosotros, las cosas que no hemos
dicho, nuestra química es del tipo combustible. Crepita en el aire como una
tormenta de verano.
Lleva mi anillo, pero nunca se ha sentido mía. Esta es la ú nica forma en que
puedo reclamarla, follá ndola tan fuerte y tan a fondo como sea posible. El
cabecero de la cama golpea con cadencia contra la pared. El sudor se acumula
entre nuestros cuerpos.
Ralentizo mis movimientos, no estoy preparado para que esto termine
todavía.
Scarlett jura. Mañ ana tendré marcas en la espalda.
C.W. FARNSWORTH
—Por favor, Crew. Por favor.
Me suplica antes de empezar a convulsionar de nuevo, y no tengo ninguna
posibilidad de hacer que esto dure má s. Los ruegos de su garganta me excitan.
Un tsunami de placer me golpea, recorriendo mi cuerpo en una poderosa ola. El
calor estalla en un fuego blanco que me atraviesa y borra todo lo demá s.
Pensamientos, miedos, preocupaciones... Todo desaparece.
Só lo estamos la mujer y yo haciendo que me corra má s fuerte que nunca.
Las secuelas del sexo suelen ser predecibles. Estoy acostumbrado a la
pegajosidad y a las preguntas.
Con Scarlett, he aprendido a esperar lo inesperado.
Así que cuando saco y tiro el condó n y lo primero que dice es—: Eres bueno
en la cama —me río.
—No pareces sorprendida.
—No lo estoy.
Cerca de un cumplido.
—Puedo ir...
Se desplaza para apoyar la cabeza en la almohada. Una leve brisa cambia el
aire mientras arrastra las sá banas sobre su cuerpo desnudo.
—Si quieres.
No es lo que quiero, y sé que la elecció n de las palabras fue deliberada. Así
que me acuesto a su lado.
Miro fijamente al techo, intentando conciliar có mo es posible que algo
supere todas las expectativas y a la vez se quede corto.
En la oscuridad, no se puede medir el paso del tiempo. Segundos, minutos,
tal vez horas después, la respiració n de Scarlett no se ha estabilizado.
—¿Quieres hablar de ello?
Su pierna se sacude, golpeando la mía.
—Pensé que estabas dormido.
—Nop. —Le saco la P, só lo para extender la ú nica palabra que tengo para
ofrecer.
—Fue... diferente a lo que esperaba.
Estoy tenso. Debato la respuesta. Rechino mis muelas.
—¿Tu cirujano te hace venir tres veces? —Sueno celoso, como si me
importara, y odio hacerlo. Debería estar aliviado de que no sea pegajosa. Que
nunca tenga que sentirme culpable por aceptar las ofertas de otras mujeres. En
lugar de eso, me estoy marinando en una asquerosa mezcla de rabia y fastidio.
C.W. FARNSWORTH
—No me refiero a eso.
—¿Qué quieres decir?
Está en silencio. Durante tanto tiempo, me pregunto si ha conseguido
dormirse.
—No me odies —susurra Scarlett.
—No lo hago.
Suspira, y es el sonido má s triste que he escuchado.
—Lo hará s. —Entonces se da la vuelta, así que todo lo que puedo ver es su
espalda.
Capítulo Trece
Scarlett
No soy esa chica.
C.W. FARNSWORTH
No me mareo ni me pongo nerviosa ni me cambio de vestido tres veces.
Desprecio a las mujeres que está n dispuestas a cambiar todo y cualquier cosa
de sí mismas por un hombre. Si no es algo que está s dispuesta a hacer por ti
misma, ¿por qué ibas a hacerlo por otra persona?
Má s que patética, me siento má s ligera y suelta que nunca. Efervescente,
como una botella de champá n que se ha agitado pero aú n no se ha descorchado.
Los sentimientos -sentimientos excitados- afloran a la superficie. Siempre he
tenido la oportunidad al alcance de la mano y, sin embargo, esto es lo que hace
que mis entrañ as se vuelvan locas: pasar tiempo con el tipo con el que me casé
por un montó n de ló gicas razones y otras aú n má s iló gicas.
Aliso el dobladillo con volantes del vestido rosa que llevo. Es un conjunto
que nunca me pondría en Nueva York: grita que es femenino, inocente e
ingenuo. Hoy he renunciado a mis labios rojos, me he dejado el pelo suelto con
ondas y llevo sandalias. Por una vez, parezco de mi edad. Tal vez má s joven. He
bajado la guardia y mi aspecto lo refleja.
Cuando salgo al dormitorio, me asusto por una fracció n de segundo. Tal vez
Crew quiera a la mujer con tacones altos y paredes má s altas. Tal vez
cualquier aliciente es que he sido difícil de conseguir. Le dije que no, y fue una
novedad. Anoche, actué como si su polla fuera la ú nica del mundo. Y
definitivamente hice evidente que no soy indiferente hacia é l. Bá sicamente
admití que lo acosaba.
Una brisa entra por las puertas abiertas de la terraza, rozando el suave
algodó n contra mi piel. Cada vez que veo una habitació n de esta casa, me
enamoro un poco má s de la villa. Si fuera posible dirigir Haute desde aquí,
nunca me iría. Siempre que Crew se quedara también.
Está de pie junto a la puerta principal, escribiendo algo en su teléfono. Las
cosas se sienten diferentes entre nosotros. Ni mejor ni peor, só lo diferentes. Lo
que compartimos, lo que no compartimos-solía estar claramente definido.
Ahora es un borró n.
Cuando Crew me sonríe, la botella se agita un poco má s.
—¿Lista?
—Sí.
Lo sigo fuera. No fingimos que lo de anoche no ocurrió -las confesiones, el
sexo, el despertar juntos en la cama-, pero tampoco hemos hablado de ello. No
estaba tan borracha anoche. Recuerdo cada segundo. Mi comportamiento se
debió principalmente a que bajé la guardia y actué como quise sin preocuparme
por las consecuencias. No parecen tan evidentes a la luz del día.
C.W. FARNSWORTH
Podríamos haber volado de vuelta hoy. En cambio, Crew me preguntó si
quería ir a un partido de fú tbol durante el desayuno. A pesar de mi escaso
interés por sentarme bajo el sol ardiente a ver a un grupo de tíos correr de un
lado a otro y escuchar a los espectadores fingir que podrían jugar mejor, acepté.
Porque él lo sugirió .
Conduciendo entre dramá ticos acantilados y deslumbrantes vistas del
océ ano, no parece una gran dificultad. Crew sacó del garaje un Maserati gris
descapotable, que es en el que vamos ahora.
Intento y no consigo recordar otra vez que hayamos estado solos en un
coche. Todo lo que parecería comú n con cualquier otra persona se siente
significativo con él. No especulo sobre por qué puede ser. Puede que estemos en
un lugar decente ahora mismo, pero no me hago ilusiones de que vaya a durar.
Feliz por ahora es má s de lo que esperaba. Los felices para siempre no son
realistas.
Espío a Crew con la pretensió n de estudiar el paisaje, bajo la sombra de mi
sombrero de sol y la cobertura de unas gafas de sol de Gucci. Mis ú ltimos viajes
a Italia han sido todos por trabajo, sobre todo a Milá n. Había olvidado có mo la
escarpada costa puede dejarnos sin aliento, con un agua azul asombrosamente
clara y vibrante. El color de los ojos de Crew es tan bonito que crees que es
falso.
Crew parece relajado y alerta mientras conducimos. Va vestido de forma
informal, con una camiseta blanca de algodó n y unos pantalones cortos azul
marino. Unas gafas de sol cubren sus ojos. Este tipo es irreconocible respecto al
Crew Kensington que se acercó a mí en Proof. Bronceado, relajado, tal vez
incluso feliz.
Los flashes de la noche anterior se repiten en mi memoria mientras sigo su
perfil, deteniéndome en el movimiento de los tendones de sus brazos cuando
gira el volante para girar a la derecha. Puedo enumerar con cero dedos el
nú mero de tipos cuyos antebrazos he contemplado anteriormente. Por alguna
razó n, no puedo apartar la vista de los de Crew.
Parece contentarse con estar sentado en silencio, sin hacer ningú n intento
de conversació n. El viento cá lido pasa a toda velocidad, llevando de vez en
cuando los hilos de la conversació n o las notas de la mú sica cuando pasan otros
coches. Mi pelo vuela alrededor de mi cara. Sigo dá ndole vueltas y recogiéndolo
detrá s de la espalda y, al cabo de unos minutos, la brisa vuelve a liberarlo.
C.W. FARNSWORTH
Lanzo un suspiro exasperado y la comisura de la boca de Crew se tuerce.
Mi bolso es un desastre, como siempre que viajo. Rebusco entre el brillo de
labios, los euros, el chocolate del hotel y mi pasaporte -que probablemente
debería guardar en otro sitio- antes de encontrar una goma de pelo.
Mi pelo se enrolla en un nudo desordenado, quedando finalmente en su
sitio. La sensació n es muy diferente a la del interior climatizado de un coche
urbano. Las vacaciones suelen ser visitas a museos y catas de vino. Itinerarios
establecidos y llamadas de trabajo. Viajar en un descapotable en un día de
verano es algo que fá cilmente podría haber experimentado antes. Pero algo en
mí susurra que no se sentiría así con cualquiera.
No puedo ignorar a Crew. No puedo fingir que só lo es el tipo que me lleva
de un lado a otro. En lugar de luchar contra é l, acepto el vértigo que provoca su
presencia. Reclino mi asiento, apoyo mis pies descalzos en el salpicadero y
saco la mano por la ventanilla para que pueda surfear el viento. El dobladillo
de mi vestido se desliza por mis muslos mientras me inclino hacia atrá s.
Observo la mirada de Crew antes de que él se ponga a tocar el volante con los
nudillos blancos. Giro la cabeza hacia un lado, sin hacer ningú n intento de fingir
que no lo estoy mirando.
—¿Ves algo que te gusta?
Me mira antes de dar otra vuelta. El sol lo ilumina de espaldas, extendiendo
rayos de tonos dorados.
—Mucho.
Su sonrisa es infantil. No es calculadora ni depredadora, y me doy cuenta de
que no soy la ú nica que puede estar harta de la perfecció n y las pretensiones.
Le devuelvo la sonrisa y algo cambia. Hay un momento tangible en el que él
no es un Kensington y yo no soy un Ellsworth. Donde só lo somos Crew y
Scarlett.
Y entonces suena su teléfono. Está conectado con el Bluetooth del coche, así
que el sonido resuena en los altavoces. Isabel parpadea en la pantalla.
Crew responde.
—Hola. —Su tono es plano, ligeramente molesto, y eso me consuela.
—¡Crew! Hola. —El suyo es alegre y animado.
Pongo los ojos en blanco antes de girar la cabeza para mirar por la ventana
en lugar de a él.
—¿Qué es?
—No quiero molestarte, es que... ¿está s en un tú nel de viento?
—Conduciendo —responde Crew.
—Oh. Uh, bueno, ¿Asher mencionó que está s extendiendo tu viaje?
—Sí.
C.W. FARNSWORTH
—Tenemos la reunió n sobre la adquisició n de Lancaster esta tarde.
—Te he enviado mi opinió n sobre los informes esta mañ ana. Cualquier cosa
inadecuada, má rcala y me encargaré de ella cuando vuelva a la oficina.
—Vi tu correo electró nico. Yo só lo...
—¿Só lo qué, Isabel? —Crew parece impaciente.
—Has supervisado esto de principio a fin. Só lo me sorprende que no estés
aquí y que en cambio estés... bueno, nadie está seguro de lo que está s haciendo.
¿Está todo bien?
—Sí.
—Bien... —Arrastra la palabra todo lo que puede durar—. Tenemos una
reunió n de la junta directiva el martes. ¿Volverá s para entonces?
—Sí —repite Crew.
—Tu padre no está contento.
—Así que... ¿los negocios como siempre?
Isabel se ríe.
—Má s o menos. Te enviaré el acta de la reunió n al final del día.
—Estaré desconectado hasta mañ ana. No hay prisa.
Hay un silencio, cargado de incredulidad.
—De acuerdo.
—Adió s, Isabel. —Crew termina la llamada.
—Holgazá n —murmuro.
Se ríe, pero ninguno de los dos dice nada má s durante el resto del viaje al
estadio.
Sabía que el fú tbol -o el fú tbol, como lo llaman los europeos, lo cual tiene un
sentido ló gico, al igual que el sistema métrico- era un deporte popular en Italia.
Las enormes multitudes que aparecen antes de que se vea la imponente
estructura siguen siendo inesperadas. Largas filas de aficionados con camisetas
y amplias sonrisas llenan ambos lados de la acera.
Crew parece no preocuparse por el ajetreo. Entra en un terreno rodeado
por una valla de eslabones tras un rá pido intercambio de italiano con el
hombre que vigila la puerta. Desde allí, nos conducen a través de una entrada
privada hasta el corazó n del estadio.
Le pregunto—: ¿De qué parte del equipo eres dueñ o?
C.W. FARNSWORTH
Me sonríe.
—Veinte por ciento.
—No estaba en las revelaciones.
Crew parpadea, rebosante de falsa inocencia.
—¿No fue así?
Pongo los ojos en blanco.
—Utilicé mi fondo fiduciario. Técnicamente, eso no estaba cubierto en las
consideraciones mutuas.
—Buscaste en todas las lagunas, ¿eh?
—No fui yo quien hizo reescribir el acuerdo prenupcial.
—¿Habrías firmado si te hubiera hablado de Rouge? —Estaba en las etapas
preliminares cuando llevé el papeleo a Crew. Nada que tuviera que revelar legalmente hablando- pero algo que debería haber hecho.
—Si me lo hubieras dicho, lo sabrías.
—No sabía lo que harías entonces.
—¿Y lo sabes ahora?
Su pregunta parece mucho má s que la ú nica decisió n. Como si
estuviera preguntando si lo conozco.
—No lo sé. —No es una mentira, pero no puedo evitar sentir que la
respuesta honesta es sí. La mirada de Crew se detiene en mi expresió n durante
unos segundos, pero no dice nada.
Nuestros asientos está n justo en el borde del campo. Contemplo la
extensió n de hierba verde mientras Crew habla en italiano con el hombre que
nos ha traído. Mi francés puede ser dudoso, pero mis conocimientos de la
lengua materna no van má s allá de Ciao.
Aunque el partido aú n no ha empezado, el campo está lleno de actividad.
Los jugadores de ambos extremos está n haciendo ejercicios y estiramientos.
Otros trotan en su sitio o hablan con los entrenadores.
Crew toma el asiento a mi lado.
—¿Sabes mucho de fú tbol?
—¿Qué hay que saber? Tratas de patear el baló n a la red.
C.W. FARNSWORTH
Se ríe suavemente mientras se echa hacia atrá s. Su brazo desnudo roza el
mío, y le arde. El sol no tiene nada en la superficie de la piel de Crew.
—Creo que has perdido tu vocació n de entrenador.
Me burlo.
—¿Vienes mucho por aquí?
—¿Venir a dó nde?
—La villa. Este estadio.
Sus piernas se abren, apiñ ando la barrera de plá stico que nos separa del
césped.
—Unas cuantas veces al añ o. En la universidad... los chicos siempre querían
salir de fiesta. Londres, Copenhague, ya sabes. Y mi padre só lo quiere ir a los
Alpes o a un buen campo de golf.
—Esto es mejor.
—Y yo que pensaba que no está bamos de acuerdo en todo.
No es exactamente una salida suave, pero de todos modos suelto la
pregunta.
—¿Esperas que se repita lo de anoche?
—¿Qué parte? ¿Cuando admitiste que me acosabas, los saltos, o cuando te
llevé por tres tramos de escaleras de piedra?
No estoy precisamente fresca, sentado al sol. Pero mis mejillas aú n
consiguen recalentarse má s.
—Olvídalo.
—Lo espero.
En contra de mi buen juicio, encuentro su mirada. Y como ya no conduce, la
sostiene sin preocuparse por chocar.
—Realmente lo espero. Todo, má s el sexo.
Finjo que eso no merece una respuesta, y elijo concentrarme en las
figuras del campo en lugar de en la que está a mi lado. Funciona durante un
tiempo, hasta que empieza el partido de verdad.
Crew cree que su comentario es valioso o está tratando de provocar una
respuesta de mi parte, porque vomita un sinfín de datos sobre diferentes
jugadores que no me importan.
Alterno entre una sonrisa y un suspiro. Los partidos de fú tbol
profesional duran má s de lo que pensaba.
C.W. FARNSWORTH
Lo má s emocionante es cuando el baló n blanco y negro rebota en un poste a
falta de diez minutos. Pero no me aburro del todo.
Hace calor y hay mucho ruido. Pasamos el Open de Francia a la sombra,
bebiendo champá n. Sin embargo, prefiero estar aquí que allí.
Pasan casi tres horas antes de que termine el partido. Sin goles, ninguno de
los dos equipos marca un solo gol. Crew continú a su aná lisis, hasta que el
mismo hombre reaparece y le pregunta algo en italiano.
Se dirige a mí.
—El dueñ o del equipo quiere hablar. ¿Te importa esperar?
Hace días -quizá s incluso horas- habría dado un sincero sí porque quedarme
aquí sentada durante má s tiempo es una de las ú ltimas cosas que me apetece
hacer. Sin embargo, la simpatía hacia Crew no equivale a un trasplante de
personalidad, así que tampoco digo que no.
—Iré contigo.
Algo en la expresió n de Crew sugiere que mi término medio no es lo que é l
considera un compromiso, pero no discute, só lo asiente.
Dejamos nuestros asientos, siguiendo al misterioso italiano que debe
trabajar para el equipo. A mitad de camino, Crew me agarra de la mano y me
acerca para que sea su cuerpo el que se abra paso entre la multitud. Una vez
má s, reprimo las ganas de luchar contra él. Siento que le he demostrado a Crew
que puedo manejarme. É l sabe que soy totalmente capaz de abrirme paso entre
los alborotados fans. Si quiere hacerlo por mí, bien. Lo que má s me preocupa
es lo mucho que me gusta la sensació n de que é l cuide de mí de alguna
manera. He luchado mucho para establecer mi independencia. Depender de los
demá s suele ser un motivo de decepció n. Me digo a mí misma que esto no es
una pendiente resbaladiza, que dejar que Crew me guíe por el estadio no es una
indicació n de que estoy derribando los límites que he construido
cuidadosamente.
Me miento a mí misma.
La multitud disminuye a medida que nos adentramos en el estadio. La
mayoría de la gente sale, no entra. Pasamos a una secció n privada que requiere
que nuestro silencioso guía muestre su placa. El pasillo está vacío y silencioso,
los ú nicos sonidos amortiguados por las paredes de hormigó n.
Crew me agarra de la mano y yo tampoco la suelto. Entramos en un
ascensor y luego salimos a otro pasillo, éste enmoquetado y lujoso. En las
paredes hay fotos de tamañ o natural de los jugadores.
C.W. FARNSWORTH
—Antonio, ¿puedes darnos un minuto?
El hombre que nos acompañ a -Antonio- asiente con la cabeza y sigue
caminando por el pasillo durante unas decenas de metros antes de detenerse.
Miro entre é l y Crew.
—¿Qué es?
—Necesito que esperes aquí. —Abre la puerta a nuestra izquierda,
revelando una suite vacía con vistas al campo.
Mis ojos se estrechan.
—¿Por qué?
Suspira.
—El dueñ o del equipo... bueno, es un idiota. Su padre dirigía las cosas
cuando me involucré, y ha sido una transició n difícil. Esperaba evitarlo. Alguien
debe haberle dicho que estaba aquí.
—Puedo manejar pollas.
La sonrisa de Crew es breve.
—No puedo. Se te insinuará , o peor, y le pegaré. —Su voz es de una sombría
honestidad—. Acababa de tener acceso a mi fondo fiduciario cuando invertí en
este equipo. Fue un capricho estú pido, y tengo suerte de que haya dado
resultado. Mi participació n es mínima. Si se convierte en un lío, será un
verdadero dolor de cabeza.
—Podrías, ya sabes, no golpear al tipo —sugiero.
—No voy a quedarme de brazos cruzados y dejar que alguien te insulte.
—Suena má s como si me estuviera felicitando.
Exhala.
—¿Por favor?
Eso es lo que me pone. El por favor. Tengo curiosidad por conocer a este
tipo. Pero mi inclinació n cuando Crew me pide algo se ha convertido en
escuchar, no discutir. Así que estoy de acuerdo.
—De acuerdo.
Sucede rá pidamente. Hay menos de un pie de espacio entre nosotros, así
que Crew só lo tiene que dar un paso adelante antes de que sus labios se
estrellen contra los míos. No es nada parecido a un beso de despedida
obligatorio. Su lengua se burla de la mía. Sus dientes tiran de mi labio inferior.
Sus manos tiran de mis caderas contra las suyas.
C.W. FARNSWORTH
El suspiro cuando retrocede está cargado de arrepentimiento y molestia,
ninguno de los cuales parece estar dirigido a mí.
—Será rá pido, ¿de acuerdo?
Se aleja a grandes zancadas hacia un Antonio que le espera antes de que
pueda responder. Entro en la suite, sintiéndome un poco aturdido. No parece
que nadie haya visto el partido desde aquí hoy, todo está impecable.
Me dirijo al extremo de la suite, mirando hacia el campo. Es una vista muy
diferente a la que se tiene desde el borde del césped. Todo el campo se extiende
en un rectá ngulo simétrico, la hierba verde separada por líneas blancas muy
marcadas.
Curiosea por la suite. Bebo un poco de agua. Contesto algunos correos del
trabajo. Sophie me envió un mensaje de texto esta mañ ana, preguntando si
podíamos quedar. Aparte de un breve almuerzo hace semanas, no la he visto ni
a ella ni a Nadia desde mi boda. Les respondo sugiriendo que vengan a mi casa
para una noche de chicas la semana que viene. Mi madre responde a la foto que
le envié de Crew y yo en París con una invitació n para que vayamos a cenar
pronto. No sé si resentirme o agradecer el esfuerzo. Todo lo que tiene que ver
con mis padres suele venir con condiciones. Antes de que Crew y yo nos
casá ramos, las peticiones para verme solían estar relacionadas con eventos en
los que pensaban que mi ausencia sería ofensiva.
Finalmente, Crew regresa. Solo, Antonio ha desaparecido.
—Lo siento. He tardado má s de lo que pensaba.
Me pongo de pie y me acerco a él.
—Está bien. Significa que tu inversió n va bien, ¿no?
Su sonrisa tiene efectos secundarios nucleares.
—Claro.
Mis planes para una salida rá pida se reorganizan rá pidamente. No tengo ni
idea de por qué me fijo en los detalles que veo. Crew tiene una sola peca debajo
de su ojo izquierdo. Un círculo marró n oscuro que es ligeramente má s fino en la
parte superior que en la inferior. No es perfectamente redondo.
—¿Está s lista para ir?
Mi respuesta nos sorprende a ambos.
—No. —Esta salida era toda de él. Para planificar, para controlar, para
terminar. De repente, no quiero que lo haga.
Para crédito de Crew, reacciona rá pido.
C.W. FARNSWORTH
—¿Descubriste un profundo amor por el fú tbol europeo?
—No exactamente. —Me aprieto contra él, obligá ndolo a retroceder. Lo
guío de vuelta a uno de los sofá s y se tumba.
Los ojos de Crew son charcos fundidos de azul cuando se da cuenta de hacia
dó nde va esto. Es bueno -fantá stico- para mi ego.
Me pongo a horcajadas sobre é l y descubro que ya se le está poniendo dura.
Me siento embriagada de poder mientras me froto contra é l. Sisea y me agarra
las caderas.
—¿Posició n favorita?
—¿Hemos estado aquí antes? —Me burlo.
—Scarlett.
Siempre me ha gustado mi nombre, la forma en que suenan las sílabas.
Cada vez que Crew lo dice así -como si decirlo fuera un regalo precioso- me
enamoro má s de é l. Y quizá no só lo de las ocho letras.
—No cerré la puerta —murmura.
—No creo que esto lleve mucho tiempo. —Me pongo de pie. Me quito las
sandalias y me bajo el tanga.
Crew se echa hacia atrá s en el sofá de cuero, con la nuez de Adá n
moviéndose y los ojos entrecerrados por la lujuria, mientras vuelvo a mi sitio en
su regazo y le bajo la cremallera de los pantalones. Emite un gruñ ido bajo
cuando lo agarro, su garganta trabaja mientras lucha contra el impulso de
empujar en mi mano.
Sus manos suben por mis muslos.
—No tocar —susurro—. A menos que me lo ruegues.
Uno de sus famosos rizos de la boca hace su aparició n mientras sus manos
se alejan. Hubo un tiempo en el que no creía que Crew Kensington fuera capaz
de echarse atrá s en nada. Su reputació n es implacable. A la gente le gusta, pero
también le respeta. Es un digno oponente y un poderoso aliado. Pero para mí, él
se doblega.
Aprieta la mandíbula mientras se pone má s duro. Sigo acariciá ndolo,
provocá ndolo con ligeras caídas de mis caderas que casi le permiten deslizarse
dentro. Su respiració n es cada vez má s rá pida. Los dos estamos completamente
vestidos, la falda de mi vestido rosa extendida sobre su regazo, cubriendo todo
lo que estamos haciendo. De alguna manera, eso hace que sea mucho má s
caliente. Crew parece dolido mientras estudia mis tetas, a escasos centímetros
de su cara.
C.W. FARNSWORTH
—No tocar —repito, antes de dejar que se deslice dentro de mí. Só lo la
punta, y luego elevo mis caderas fuera del alcance.
É l gime y yo sonrío.
—Me dijiste que te follara desnudo anoche. ¿Por qué?
Crew preguntando por el sexo justo antes de tenerlo se siente
extrañ amente íntimo. Nunca he discutido el acto con otros chicos con los que
me he acostado. Simplemente sucedió .
—Fue nuestra primera vez.
No responde con un "duh". Pero su—: Lo sé —no es mucho mejor.
Crew no me toca. Sigo marcando el ritmo. Pero de repente, ya no siento que
tenga el control.
—Me imaginé que no lo hacías... normalmente. Y estoy limpia y con
anticonceptivos. —Es joven, atractivo y heredero de un imperio
multimillonario. Si no lo está envolviendo, es un idiota. Y no creo que lo sea.
Hablar en círculos no es mi modo habitual de comunicació n, pero creo que
Crew sabe lo que digo. Quería que nuestra primera vez fuera algo especial, algo
diferente. El mero hecho de que fuera é l no debía ser suficiente, aunque lo
pareciera.
No voy a aludir a esto, pero también quiero que confíe en mí. Estú pido,
considerando que le he dado varias razones para no hacerlo. Considerando que
he mentido. Me preocupa que confesar ahora pueda destruir cualquier
confianza que hayamos construido.
Crew me sostiene la mirada mientras mete la mano en el bolsillo y saca su
cartera de cuero.
Una tonta decepció n me invade, pero mantengo una expresió n neutra.
—Debemos tener cuidado. —Lo dice mientras se pone el condó n. Me
concentro en lo que está haciendo para no tener que mirarle a los ojos.
—Deberíamos —acepto. En lugar de decirle que no me he acostado con
nadie má s en meses. En lugar de preguntarle si se acuesta con alguien má s.
Le doy un par de vueltas má s con las caderas y vuelvo a dejar caer la pelvis.
Estoy chorreando, y él se desliza sin resistencia. Incluso má s profundo que la
ú ltima vez.
Crew está jurando, con las manos cerradas en puñ os mientras se contiene
visiblemente.
C.W. FARNSWORTH
—Por favor, Scarlett. Joder, joder. Muévete, Red. Por favor.
Cumplo, y mi liberació n empieza a crecer instantá neamente. Estoy cerca,
muy cerca, y siento que los dragados de mi fuerza de voluntad se rompen. Ya no
me importa tener el control. Su insistencia en usar un condó n. El hecho de que
este viaje sea un respiro de la realidad a la que pronto tendremos que
enfrentarnos.
—Tó came, Crew, por favor.
Le ruego, y no se burla de mí por ello. De repente está en todas partes. Sus
labios me acarician el cuello. Una mano me masajea el pecho y la otra se cuela
entre mis muslos para tocar el punto empapado por el que se desliza dentro de
mí.
Detono en segundos. Un placer caliente y cegador bañ a cada centímetro de
mí, iluminando cada célula y propagando el calor. Crew se encarga de
empalarme una y otra vez. Prolonga mi liberació n y se sacude dentro de mí
mientras encuentra la suya.
Me derrumbo contra él, respirando con dificultad. Mis miembros se
sienten sueltos y lá nguidos, agotados.
Sus manos suben y bajan por mis pantorrillas.
—Y dicen que la realidad no está a la altura de la fantasía —me susurra
Crew.
Sonrío contra su piel caliente.
Capítulo Catorce
C.W. FARNSWORTH
Crew
Cuando entro en la sala de conferencias para la charla semanal de las ocho
de la mañ ana del lunes por la mañ ana, mi padre y mi hermano está n
inusualmente silenciosos. Yo estoy inusualmente alegre.
Scarlett y yo
regresamos de Italia el sá bado. Las cosas entre nosotros está n bien,
sorprendentemente bien. Ella entró en el gimnasio de casa cuando yo estaba
haciendo ejercicio esta mañ ana y acabamos teniendo sexo sobre una esterilla
de yoga. Pero nuestra relació n no se ha quedado só lo en lo físico.
Acordamos que ambos estaríamos en casa a las ocho de la tarde y cenaríamos
juntos. Se siente como el comienzo de una nueva normalidad, una que deseo
sorprendentemente.
Tomo asiento en la mesa prevista para treinta.
—Buenos días.
Oliver parece incó modo, mientras que mi padre parece sombrío. Algo va
mal. Por una vez, desearía que otra persona estuviera a cargo para manejar
cualquier problema que haya surgido. Los ú ltimos vestigios de la paz que sentí
con Scarlett la semana pasada se escapan.
—¿Qué pasa?
La aprensió n crece cuando ninguno de los dos responde.
—¿Es un problema real o uno de ustedes perdió con un cliente potencial en
el curso?
Mi padre habla primero.
—He estado hablando con Nathaniel Stewart sobre algunas inversiones.
Miro de mi padre a Oliver, buscando alguna pista de por qué eso es un
problema.
—De acuerdo.
Nathaniel Stewart iba un par de añ os por delante de mí en Harvard. Se ha
forjado una só lida reputació n en Wall Street por sus inteligentes inversiones en
empresas prometedoras. No es el tipo de negocio con el que mi padre suele
molestarse, pero no podría importarme menos. No es algo que deba llegar al
nivel de estas reuniones. Debe haber algo má s en la historia.
—¿Có mo van las cosas con Scarlett? —pregunta mi padre bruscamente.
Me tenso, dá ndome cuenta de que la falta de transició n significa que esto
debe tener algo que ver con ella.
—Bien.
—¿De verdad?
—Sí. De verdad —respondo—. No creo que mi matrimonio sea de tu
incumbencia.
—Por supuesto que sí. Ella un propó sito. —Mi padre lanza un sobre de
manila sobre la madera brillante que nos separa—. Te está engañ ando, Crew.
C.W. FARNSWORTH
El shock me congela durante unos segundos.
—¿Qué?
—Mi mejor investigador privado tomó estas hace dos semanas. Se
encontraron fuera de The Chatwell y estuvieron dentro durante má s de una
hora. Tenía una habitació n reservada. No era la primera vez. Todos los registros
está n ahí. Se han estado reuniendo regularmente durante el ú ltimo añ o.
No digo ni una palabra mientras abro el sobre y dejo que se derramen las
brillantes fotografías. Son malas. La mano de Nathaniel apoyada en la espalda
de Scarlett. Sus labios en la mejilla de ella. Una los muestra de pie en el
vestíbulo mientras él le susurra al oído. No puedo ver la expresió n de ella en
ninguna de ellas, pero Nathaniel parece engreído.
Hace dos semanas. Estas fueron tomadas antes de Italia, antes de que
durmiéramos juntos. No parece un gran consuelo. Ya está bamos casados. El
cirujano fue bastante malo, pero al menos no tuve que ver la evidencia de ello.
Nathaniel Stewart rara vez aparece en las fiestas, pero asiste a algunos eventos.
Tendré que ver su cara de suficiencia en persona en algú n momento y no
plantar mi puñ o en ella.
—¿Espías a todos tus socios comerciales?
Mi padre se echa hacia atrá s en su silla, estudiá ndome detenidamente.
—Sí. No voy a meterme en una cama llena de gente. Un hombre a punto de
ser desangrado por una esposa vengativa no me sirve de mucho. No todas las
mujeres son tan comprensivas como Candace. —La forma arrogante en que
habla de su segunda esposa apartando la vista de sus asuntos me molestaría si
pudiera apartar la vista de las fotografías.
Los recojo y los vuelvo a meter en el sobre para no tener que seguir
mirá ndolos.
—Scarlett puede hacer lo que quiera. Yo lo hago. —Las palabras tienen un
sabor amargo en mi lengua.
—No, no puede, Crew. Es una Kensington, parte del futuro de esta familia.
Abrir sus piernas para potenciales socios de negocios no es una opció n.
Mantenla a raya.
Trabajo mi mandíbula.
—Lo manejaré, ¿de acuerdo?
C.W. FARNSWORTH
—¿Manejar có mo?
—Todavía no lo sé. Dame má s de cinco minutos para pensarlo. —Puede que
no esté de acuerdo con muchas de las cosas que dice y hace mi padre, pero es
mi padre, mi jefe y posiblemente el hombre má s poderoso del país. El tono
cortante con el que suelto esas dos frases no es el que he utilizado nunca con él.
No me llama la atenció n, ni siquiera cuando los ojos de Oliver se abren de
par en par.
—Hablé con Sebastian Crane la semana pasada. Le hablé para que no se
llevara su negocio a otro sitio, después de que agredieras a su hijo.
—Camden se lo buscó .
Mi padre sacude la cabeza.
—Este hechizo de estupidez termina ahora, Crew. Puede que sea hermosa,
pero só lo es un trozo de coñ o. Contró late, antes de que avergü ences a esta
familia.
Nunca he querido golpear má s a mi padre.
—He dicho que me encargaré de ello.
Sus ojos marrones me inmovilizan. Nunca he estado má s agradecido de
haber heredado los azules de mi madre. Me parezco má s a ella que a Oliver, y
siempre me he preguntado si por eso mi padre me amontona con más. Má s
responsabilidad, má s elogios, má s decepció n. Todo depende del día. Lo que le
parezca suficiente.
—Bien.
Oliver ha sido demasiado cobarde para intervenir en nuestra conversació n
antes, pero me hace un favor y saca a relucir algú n problema de producció n con
una empresa extranjera. Hago como que escucho, tomando notas en un bloc de
notas y echando miradas al sobre de manila que nos devuelve a Scarlett y a mí
al punto de partida: extrañ os.
***
Mi estado de á nimo no ha mejorado cuando entro en mi despacho. Saludo
con la cabeza a todos los que me saludan, sin molestarme en decir hola.
C.W. FARNSWORTH
Asher está en su lugar habitual: los pies apoyados en la esquina de mi
escritorio. Sonríe cuando me ve, esperando que haga algú n comentario. Estoy
demasiado enfadado para que me importe dó nde pone los zapatos. Mi piel
zumba con la energía inquieta que hierve a fuego lento en mi sangre.
La ú ltima vez que me sentí tan desquiciado, golpeé a Camden Crane. Antes
del 4 de julio, había estado en una pelea. Fue en un bar de Boston. Un tipo chocó
conmigo y estaba lo suficientemente borracho como para pensar que lo había
empujado. Lanzó el primer puñ etazo, y lo derribé de un golpe que consideraría
en defensa propia. No soy un tipo irracional. Tengo temperamento, pero lo
mantengo muy controlado. O al menos lo hacía, antes de casarme con Scarlett.
—Buenos días a ti también, sol —dice Asher. Cuando no respondo, añ ade—:
Creía que la gente debía volver de las vacaciones relajada. Parece que acabas de
asistir a tu propio funeral. Quiero decir... —Levanta los pies y levanta las cejas
—. Ni siquiera has dicho nada.
Sol. Resoplo. Debería haberme visto antes de las ocho de la mañ ana. Ahora,
alejo mi silla del escritorio con tanta fuerza que casi se cae.
—Estoy bien.
Las cejas de Asher está n cerca de la línea del cabello.
—Joder. ¿Qué demonios ha pasado? Nunca te he visto tan cabreado.
—Só lo una mierda con mi padre —respondo a medias—. Olvídalo"
—¿Mierda sobre qué?
Sacudo la cabeza.
—Así que... ¿có mo fue tu viaje?
—Genial.
—¿De verdad? —Formula la pregunta con un tono incrédulo.
—Sí. —Me conecto a mi ordenador y empiezo a ordenar la pila de papeles
que Celeste dejó en mi escritorio.
—¿Qué pasa con las cosas con Scarlett?
Me obligo a seguir ordenando los papeles.
—Bien.
El segundo—: ¿En serio? —suena aú n má s dudoso que el primero. Llaman a
la puerta de mi despacho.
—Entra —digo.
Se abre y aparece Isabel. No me sorprende verla; medio esperaba que
estuviera esperando en mi despacho junto a Asher.
—Hola, Crew.
—Buenos días, Isabel.
C.W. FARNSWORTH
—Bienvenido de nuevo. ¿Tuviste un buen viaje?
—Estuvo bien.
—¿Pensé que era genial? —interviene Asher.
Le lanzo una mirada fulminante y é l, sabiamente, cierra la boca.
—Si tienes algo de tiempo esta mañ ana, he pensado en ponerte al día sobre
dó nde está el proyecto.
—Estoy libre hasta las diez. Toma asiento. —Le hago un gesto con la cabeza
hacia la silla abierta al lado de Asher.
—Supongo que esa es mi señ al. —Asher se levanta y se abotona la chaqueta
del traje—. Me alegro de tenerte de vuelta, amigo.
Gruñ o una respuesta mientras toma una nueva hoja de papel para tomar
notas.
***
El cuatro cambia a un cinco. Las ocho menos cuarto, en lugar de las 7:44.
Me he pasado todo el día debatiendo si cumplir la promesa que le hice a Scarlett
esta mañ ana: que estaría en casa a las ocho. Era fá cil, sobre todo porque ella
suele trabajar má s tarde que yo. Estaba feliz de hacerlo; quería hacerlo. Pero
una gran y mezquina parte de mí quiere ahora demostrarle que yo también
puedo ser indiferente.
Puedo poner otras cosas en primer lugar.
Excepto que no puedo, aparentemente, porque me pongo de pie, tomo mi
maletín y me dirijo a los ascensores. Todo el día he luchado contra el impulso de
enfrentarme a ella. De presentarme en las oficinas de Haute y exigir respuestas.
Pero no lo hice. Y ahora que se acerca la oportunidad de obtener respuestas
sobre las fotos de mi maletín, no sé si realmente las quiero.
El trayecto hasta el á tico dura trece minutos. Salgo del ascensor a las 7:58.
Hay un gran revuelo en la cocina, así que me dirijo allí primero. Phillipe está de
pie frente a la estufa, manejando tres sartenes a la vez.
—Buenas noches, Sr. Kensington.
—Buenas noches, Phillipe. ¿Está Scarlett en casa?
—Creo que no.
C.W. FARNSWORTH
Miro el reloj. 7:59.
—Bien. Esperaré hasta que llegue a casa para comer.
—Me aseguraré de que todo esté listo.
—Gracias.
Me dirijo al piso de arriba. He dormido en la habitació n de Scarlett las dos
noches desde que hemos vuelto, así que voy allí primero. Mi ú nico desvío es a la
biblioteca para servirme una bebida.
Hay un silló n en la esquina de su dormitorio. Dejo mi maletín junto al
armario, me quito la chaqueta del traje, me aflojo la corbata y tomo asiento. La
mayor parte de la pared del fondo es de cristal. El horizonte de Manhattan
parpadea en la distancia, los contornos de los edificios iluminados como
á rboles de Navidad.
Me siento y hago girar el whisky y guiso mientras los minutos pasan.
Scarlett aparece en la puerta a las 8:47. Cuando me ve, sonríe. Saboreo la
vista durante un segundo.
—Llegas tarde.
Se quita los tacones y deja caer el teléfono sobre la có moda. Suspira.
—Lo sé.
Veo có mo el whisky pinta el interior del vaso antes de gotear.
—Acordamos ocho, Scarlett.
—Lo sé —repite ella—. Lo siento, ¿de acuerdo? He estado fuera una semana
y se me han acumulado muchas cosas. Tenía que hacerlo esta noche.
Aprendo que es posible admirar y despreciar a alguien a la vez.
—Sú bete a la cama.
Me estudia, empezando a asimilar que algo ha cambiado.
—No acepto ó rdenes.
Mi control está peligrosamente cerca de romperse. Quiero ver có mo se
rompe el cristal contra la pared. Quiero gritarle, preguntarle có mo se las arregla
para seguir haciendo esto. Seguir dá ndome vueltas una y otra vez. Pensé que
Italia era un punto de inflexió n.
Me bebo el resto del vaso, saboreando mientras se abre camino en mi
garganta. Me pongo de pie.
C.W. FARNSWORTH
—Sube a la cama, Scarlett.
Sin dejar de mirarme, se lleva la mano a la espalda del vestido. Escucho el
deslizamiento de la cremallera al separarse los dientes. La tela se acumula a sus
pies, dejá ndola en un conjunto de lencería negra a juego. Mi polla se estremece.
Mi control se rompe. Avanzo hacia ella como un depredador a la caza de
una presa. Ataco sus labios, la beso con una presió n punzante y muchos
pellizcos. Ella gime mientras sus uñ as presionan mi nuca, mordiéndome el labio
y chupá ndolo entre sus dientes. La arrastro, levantándola contra mí, me acerco a
la cama y la dejo caer sin contemplaciones sobre el colchó n.
Me tiro de la corbata por encima de la cabeza y me desabrocho los
pantalones.
—Manos y rodillas.
Scarlett vacila. Sabe que algo va mal. Pero no pregunta, só lo se pone en la
posició n que le pedí. Le bajo la ropa interior de encaje y saco mi polla.
Estoy dolorosamente duro, como siempre parezco estar cerca de ella.
Odio lo mucho que la deseo. Aprieto la mandíbula mientras me pongo un
condó n. La protecció n ya era un tema tenso entre nosotros antes de ver esas
fotos esta mañ ana.
Me abalanzo sobre ella sin previo aviso, tocando fondo al primer empujó n.
Me agarro a sus caderas mientras la machaco una y otra vez, intentando fingir
que es otra persona. Só lo un cuerpo caliente que utilizo para excitarme.
No la toco en ningú n otro sitio que no sea su cintura. Mis empujones son
egoístas, primarios y desesperados. En este momento, estoy persiguiendo la
oportunidad de olvidar. No se me escapa la ironía del hecho de que estoy
usando a Scarlett para tratar de olvidar a Scarlett. Podía haber salido a un bar o
a un club y haber encontrado una mujer al azar -o dos- para distraerme de mi
matrimonio ruinoso durante la noche. En lugar de eso, volví a casa y la esperé.
Scarlett gime mientras sus mú sculos internos se tensan a mi alrededor. Está
a punto de correrse. Y no puedo olvidar que es a ella a quien me estoy follando.
Su olor es familiar. También lo son los pequeñ os gemidos codiciosos que está
haciendo.
La molestia acelera mis movimientos. Pensé que esto me haría sentir mejor,
tratá ndola como la propiedad en la que se ha convertido. Pero esto, follar como
si fuera una mujer a la que he conocido por primera vez esta noche, no es
impersonal. El sonido de mi nombre saliendo de su boca mientras se aprieta a
mi alrededor es lo que me lleva al límite justo después de ella. Todavía tiene
espasmos cuando salgo de ella y me dirijo al bañ o para deshacerme del condó n.
Scarlett está tumbada en la cama cuando vuelvo a entrar en el dormitorio.
La ignoro mientras me abrocho los pantalones y recojo la corbata del suelo.
C.W. FARNSWORTH
Se sienta, desnuda aparte del sujetador.
—¿Qué carjo, Crew?
—¿Qué carajo qué , Scarlett? —Mi respuesta es cá ustica, y la veo
estremecerse ante mi tono. No creía que fuera posible sentirme peor ahora
mismo, pero ese sutil movimiento lo ha conseguido. Necesito salir de aquí.
—Si esto era una mierda de juego de rol, ya puedes dejar de actuar.
Me reí con una risa oscura.
—¿Quieres que finja que eso fue normal?
—Haz lo que quieras —replico—. Siempre lo haces de todos modos.
Se levanta y se acerca a mí. A pesar de que me he corrido hace unos
minutos, mi cuerpo reacciona. Mi polla no se ha enterado de que es una
mentirosa y una infiel.
—Dime qué pasa.
—Nada. —Me doy la vuelta.
—¿A dó nde vas?
—Fuera.
—¿Dó nde? —insiste ella.
—No es asunto tuyo.
—Claro. Só lo soy tu esposa. —Eso es probablemente lo peor que podría
decir en este momento.
Me río, y su sonido muerto me asusta un poco.
—Es jodidamente conveniente, cuando eres mi esposa y cuando no lo eres.
Cuando somos un acuerdo y cuando esto es un matrimonio.
—Te dije que lo intentaría, Crew. Lo estoy intentando.
Sacudo la cabeza y me dirijo a la puerta.
—Dijiste que siempre me querrías —me dice. Sigo, odiando có mo saca eso
a relucir ahora. Marcando ese recuerdo perfecto con la ira y el dolor que se
arremolinan entre nosotros—. En Italia, todo lo que dijiste...
—Sí te quiero, Scarlett. Ese es el maldito problema.
—Supongo que tenía razó n sobre que me odiabas. Pensé que tardaría un
poco má s. —Las palabras son duras, pero no se me escapa la tristeza que hay
detrá s. Me llega a lo má s hondo.
C.W. FARNSWORTH
—Los dos sabemos que eres una triunfadora.
Salgo de su habitació n sin decir nada má s.
***
—Tienes un aspecto terrible —me dice Asher cuando entro en la sala de
conferencias para la reunió n mensual de la junta directiva a la mañ ana
siguiente—. ¿Má s problemas en el paraíso?
—No quiero hablar de ello —digo. Ayer só lo salí de mi oficina para asistir a
reuniones, llegando incluso a saltarme nuestro almuerzo habitual.
Sabiamente, Asher no presiona. Mi estado de á nimo oscuro de ayer sigue
rondando, alimentado por la copiosa cantidad de whisky que bebí anoche y
el poco sueñ o que tuve en mi á tico. Me acostumbré a dormir al lado de Scarlett.
Mi viejo colchó n se sentía frío y vacío.
Oliver me estudia detenidamente cuando entra en la habitació n y toma
asiento frente a mí. Mantengo el rostro impasible. É l y mi padre querrá n una
actualizació n. Resultados de un enfrentamiento que no estoy dispuesto a
tener. Al menos el cirujano lo fue antes de que empezá ramos a sentirnos como
una verdadera pareja. ¿Saber que estuvo con otro justo antes de que nos
fuéramos a Europa? Eso será mucho peor que simplemente quedarse con la
posibilidad.
—¿Has visto el correo electró nico sobre la fiesta de la empresa? —Me
pregunta Asher.
—Sí. —El recordatorio no mejora mi estado de á nimo. Un evento anual que
esperaba con ansias: nuestra primera salida como pareja real. Hasta ayer por
la mañ ana, cuando el tiempo pasado con Scarlett se convirtió en una lenta y
dolorosa tortura. Como futuro director general e hijo del actual, no hay manera
de que me libre de ir.
—¿Viste el partido de los Giants anoche?
—En realidad no, yo… —Mi voz se apaga cuando una cara familiar entra en
la sala de conferencias—. ¿Qué está s haciendo aquí? —Le pregunto a Scarlett,
mucho má s fuerte de lo que pretendía.
Su rostro es una má scara indiferente. Exactamente como solía mirarme.
—Estoy aquí para la reunió n de la junta. Lo mismo que tú , me imagino.
C.W. FARNSWORTH
—¿Por qué has venido a la reunió n de la junta directiva? —Le indico que se
siente en la silla que está a mi lado.
—Porque soy miembro de la junta. —El ligero aroma floral de su perfume
me rodea.
—No es así. —La disputa es automá tica.
—Sí, así es. Los estatutos de la empresa establecen el nú mero de acciones
que debo tener, y lo tengo. Gracias a nuestro matrimonio.
Me pellizco el puente de la nariz y suelto una larga exhalació n, ignorando
las miradas confusas de todos menos de Asher.
Esto es una venganza por lo de anoche. Yo dirigí el espectá culo, así que
ahora ella está tomando medidas para demostrar que no tengo el control.
Nuestra relació n es una partida de ajedrez interminable.
Scarlett abre una carpeta, firma unos papeles con una floritura y los deja a
un lado antes de mirarme, con el desafío bailando en sus ojos. Siento que me
duele la cabeza. Estoy enfadado.
—Anoche, parecías pensar que debía actuar má s como una esposa —me
dice—. Estoy aquí para apoyarte, Sport.
—Esto no es lo que quería decir, y lo sabes.
—Tal vez deberías haber aclarado, entonces. No haber salido.
—¿Quieres que aparezca en una de tus reuniones de la revista? —Exijo.
Scarlett sonríe.
—No puedes. Porque soy dueñ a de todas las acciones de mi empresa,
¿recuerdas?
Siempre dos movimientos por delante. Me inclino hacia delante, intentando
no distraerme por su olor. Có mo no puedo evitar reaccionar ante su
proximidad.
—Scarlett...
Su teléfono suena. Lo contesta, como si no estuviera tratando de hablar con
ella.
Como si no estuviéramos en una sala de juntas esperando una reunió n
importante a la que no debería asistir.
—¿Hola? —Una pausa—. No, eso no va a funcionar. No me importa. Es
inaceptable.
Quien sea que esté hablando responde.
C.W. FARNSWORTH
—Pá samelo. Yo me encargo.
Se levanta y sale de la habitació n con el teléfono pegado a la oreja. Todo el
mundo la ve salir.
Si estuviera solo, me golpearía la cabeza contra la mesa ahora mismo.
Asher se inclina má s cerca.
—Amigo.
—Ahora no. —Aprieto los dientes mientras abro una de las carpetas que se
han distribuido por la mesa, fingiendo mirar los grá ficos y los informes de
gastos.
El carrito del café se acerca, repartiendo bebidas. Asher pide un espresso y
luego me toca a mí.
—Café solo, por favor. Negro. —La mujer de mediana edad que atiende la
pequeñ a cafetería de esta planta cumple y coloca una taza humeante de líquido
marró n oscuro frente a mí.
—¿Dejo algo por aquí? —Señ ala con la cabeza la bolsa de Scarlett a mi lado.
Estoy tan tentado a decir que no. Pero me he metido en este lío por
cabrearla. Suspiro.
—¿Tienes leche no lá ctea? ¿De soja o algo así?
Asher se ríe, y yo le dirijo una mirada que promete una muerte lenta y
dolorosa si emite otro sonido.
—Sí. Tengo soja.
—Tomará un capuchino de soja.
Isabel entra en la sala de conferencias mientras el camarero prepara la
bebida de Scarlett. La expresió n de su cara sugiere que ya sabe quién es la
dueñ a de las cosas que está n tiradas a mi lado. Scarlett no debe haber ido muy
lejos para terminar su conversació n telefó nica. Só lo hay un pasillo que conduce
aquí abajo.
Scarlett reaparece un par de minutos después, captando de nuevo la
atenció n de la sala.
—¿É l lloró ? —murmuro sarcá sticamente mientras ella se sienta a mi lado.
—No. Pero sí descontó su tela a la mitad del costo cuando yo estaba
dispuesta a pagar el doble.
—Qué emocionante —zumbé.
C.W. FARNSWORTH
—¿Qué es esto? —Ella mira el capuchino.
—Lo que tú crees que es.
—¿Me has traído un café?
—Hay un carro —respondo, insoportablemente consciente de que todo el
mundo en un radio de diez asientos está escuchando esta conversació n.
—No puedo beber esto.
Suspiro.
—Es soja, ¿de acuerdo?
Sus ojos se clavan en mí mientras sigo fingiendo que miro los papeles. En
realidad, los nú meros se confunden.
—Crees que los sustitutos lá cteos son ridículos.
—Lo son. Es que no me apetecía escucharte quejarte de que no puedes
tomar lá cteos, a pesar de que no eres intolerante a la lactosa.
—¿La forma en que tuve que escucharte quejarte por el cartó n perdido del
dos por ciento? —Cierro la carpeta.
—No está perdido si lo has tirado.
—Lo reubiqué.
—En la basura.
—Ni siquiera te llevas café al trabajo por las mañ anas. Yo sí.
—Hay má s leche de avena en nuestra nevera que la que podrían beber diez
personas en un mes. Pero mi única caja de cartó n...
—Había tres —interviene Scarlett.
Asher se ríe. Intenta ocultarlo con una tos, pero es demasiado tarde.
Scarlett pasa por delante de mí.
—Hola, Asher.
—Scarlett. Un placer, como siempre. No he disfrutado tanto de una reunió n
de la junta directiva... nunca.
—No será una ocurrencia regular. Ya tengo mucho trabajo. Pero soy una
triunfadora, así que...
Aprieto los dientes mientras ella lanza esa pequeñ a indirecta.
—He visto el anuncio sobre Rouge. Felicidades.
—Gracias, Asher. —Scarlett suena genuina.
C.W. FARNSWORTH
—¿Y ya se ha agotado? Sin presió n, ¿eh?
La miro, ignorando por completo a Asher.
—¿Se agotó ?
—Sí.
No me mira, desliza una carpeta en su bolso.
—No me lo has dicho.
Las palabras salen antes de que las piense, no son má s que un reflejo. Sé
que son un error, incluso antes de que se burle.
—Iba a decírtelo anoche. En parte por eso llegué tarde. Al parecer, tenías
otros planes para la noche.
Antes de que pueda decidir có mo responder o lidiar con la culpa, aparece
mi padre. La sala se queda en silencio cuando toma asiento en la cabecera de la
mesa. No hay mesas redondas en Kensington Consolidated. El orden jerá rquico
podría estar pintado en las paredes. Incluso entre la junta directiva, la jerarquía
está clara.
Sus ojos se detienen en Scarlett, pero no reacciona a su presencia. Sabía que
no lo haría.
Sin embargo, me enteraré de esto en nuestra pró xima charla.
Arthur Kensington no se toma la molestia de hacer bromas. Se mete de
lleno en el orden del día, tomando nota de las actualizaciones de los diferentes
departamentos sobre los proyectos en curso y las diferentes adquisiciones. Los
proyectores muestran una serie de grá ficos y tablas que revelan los beneficios y
los má rgenes.
Scarlett parece absorta en el material. Me pregunto si es así como actuó en
Harvard. Estoy dando un sorbo a mi café cuando ella habla.
—¿Dó nde está n las previsiones de ingresos de noviembre?
Un silencio total sigue a la pregunta de Scarlett. La oficina está
enmoquetada, pero si a alguien se le cayera un bolígrafo, se podría escuchar
có mo cae. No se interrumpe a Arthur Kensington. No mientras dirige una
reunió n. No cuando se está quejando del tiempo. Algunos de los ejecutivos
sentados a la mesa nunca han dicho una sola palabra durante una reunió n de la
junta, está n tan petrificados por mi padre.
Scarlett no es estú pida; está haciendo una declaració n.
C.W. FARNSWORTH
Mi padre le sostiene la mirada mientras los demá s contenemos la
respiració n. Tengo el extrañ o impulso de hacer un ruido y romper el silencio. De
proteger a Scarlett del pesado peso de la desaprobació n de Arthur Kensington.
Ridículo a muchos niveles, y el menor de ellos es que Scarlett no necesita
mi protecció n, no me necesita para nada. Ella lo ha dejado claro.
La oleada de orgullo también es inesperada. No hay mucha gente que tenga
la confianza de cuestionar a mi padre sobre cualquier cosa, y mucho menos
sobre negocios.
El silencio sigue extendiéndose. Si tuviera que adivinar, diría que mi padre
se está preguntando si lidiar con la audacia de Scarlett vale los miles de
millones que ganamos. Debería intentar estar casado con ella. No me arrepiento
de haber aceptado -no la odio, como insinuó anoche-, pero definitivamente
subestimé el desafío que supondría.
—¿Isabel?
Me pregunto si Scarlett sabía que Isabel es la responsable de calcular las
proyecciones de nuestros nuevos proyectos. Seguro que sabía que mi padre
aprueba el paquete antes de la reunió n. Paso a la secció n que contiene las
proyecciones. Septiembre, octubre, diciembre. No hay noviembre.
Mi padre cometió un error, y Scarlett lo descubrió .
—¿Sí, Sr. Kensington? —Para crédito de Isabel, su voz no vacila al ser
llamada.
—¿Su departamento excluyó noviembre de las proyecciones?
—Parece que sí. Mis disculpas. Corregiré la secció n y recircularé una copia a
la junta.
Mi padre asiente.
—Hazlo. —Mira a Scarlett—. Me alegra ver que sus talentos se extienden
má s allá del diseñ o de ropa y las redes, Sra. Kensington.
Los mú sculos de mi mandíbula protestan de lo fuerte que la aprieto. Sé
exactamente a qué se refería con lo de las redes, y la menció n a la moda no era
un cumplido.
—Incluso un director general puede cometer errores, Arthur.
La gente no interrumpe a mi padre y tampoco le llama por su nombre.
Scarlett logró romper ambas reglas en un lapso de dos minutos.
Mi padre inclina la cabeza. La subestimó .
C.W. FARNSWORTH
Yo lo sabía antes; él lo sabe ahora.
El resto de la reunió n transcurre sin incidentes. Me meto en una
conversació n con el jefe de nuestro departamento financiero nada má s
terminar. Observo có mo Scarlett habla con Asher durante un minuto, luego se
da la vuelta y sale de la sala de conferencias sin dedicarme una mirada. Una
parte estú pida de mí quiere perseguirla. Pero la dejo ir.
Cuando salgo de la sala de conferencias, Oliver me está esperando.
—¿Qué carajo estaba haciendo ella aquí, Crew? —Susurra la pregunta con
rabia—. Papá está cabreado. ¿Y si está filtrando informació n a Nathaniel
Stewart?
Rechino los dientes ante la insinuació n y el nombre.
—Es mi mujer. Tiene derecho a un puesto en el consejo; posee las acciones
necesarias.
—Te está dejando en ridículo.
—No te metas en mi matrimonio, Oliver. Lo estoy manejando.
Hace un guiño, y es muy irritante.
—Es interesante que lo llames matrimonio ahora, no un acuerdo de
negocios.
—Los acuerdos comerciales son los que manejo en la oficina. No cuando
voy a casa y duermo a su lado.
—¿Duermen en la misma cama?
—No es tu maldito asunto. —Me giro y me alejo, dirigiéndome a mi
despacho. Necesito un minuto para enfurecerme en silencio. Pero cuando entro
en mi despacho, no está vacío. Scarlett está apoyada en el frente de mi
escritorio.
—¿Qué haces aquí? —empujo la puerta de golpe.
—Ciérrala.
Al principio no me muevo. Mis emociones está n a flor de piel. Me preocupo
demasiado.
Scarlett es la mujer má s fuerte que conozco, y debilita mi determinació n
siempre que está involucrada. En contra de mi buen juicio, cierro la cerradura.
—No deberías estar aquí.
—Mi apellido está en el lateral del edificio.
—Mi apellido. —No puedo resistir el golpe.
C.W. FARNSWORTH
Chasquea la lengua.
—¿Somos un acuerdo o un matrimonio, Crew? —Me devuelve las palabras,
haciendo que me ponga tenso. Má s aú n cuando se acerca a mí—. ¿Lo que es má s
conveniente ahora mismo?
Le sostengo la mirada y hacemos una guerra con los ojos. Sé que me
romperé primero cuando se arrodilla y me baja la cremallera de los pantalones.
Toda la sangre de mi cuerpo corre hacia el sur.
En realidad no va a... Lo hace. Lo hace.
Estamos en mi oficina. Scarlet está arrodillada frente a mí. Debería
sentirme en completo control. En cambio, nunca me he sentido má s impotente,
má s asombrado. Entró en este edificio como si fuera la dueñ a, y ahora me está
chupando la polla como si fuera la dueñ a también.
Lo es.
No he besado a otra mujer desde que nos casamos. No por lealtad ni por
obligació n ni por amor, sino porque sé que se quedarían cortas. Que me
imaginaría una melena morena con puñ os y los labios rojos que actualmente
envuelven mi polla.
Nunca he tonteado en mi oficina. Mantengo separados el trabajo y el placer,
por una buena razó n. Quiero que la gente piense que me he ganado el
puesto de director general, no que me lo han dado. Pero ahora no estoy en
condiciones de pensar con claridad. Para considerar las consecuencias.
Scarlett se retira para lamer y hacer girar la sensible punta de mi pene, su
mano rozando mi longitud antes de guiarme de nuevo hacia el hú medo calor de
su boca hasta que llego al fondo de su garganta. Renuncio a hacerme el
indiferente ante la cá lida succió n, actuando como si no estuviera ya
vergonzosamente a punto de explotar.
Me alegro de que tenga el pelo recogido. Me permite una visió n sin
obstá culos mientras me concentro en el hipnotizante movimiento de su boca.
Una de sus manos sigue rodeando la base de mi polla, mientras la otra baja para
acariciar mis huevos. Gimo al sentir el familiar cosquilleo que se forma en la
base de mi columna vertebral. Me voy a correr pronto. Muy pronto,
vergonzosamente.
Mis caderas empiezan a balancearse, introduciendo instintivamente mi
polla má s y má s profundamente en su boca a medida que me acerco má s y má s.
Su nombre sale de mi boca con un gruñ ido ronco.
C.W. FARNSWORTH
—Me voy a correr. —Sigue chupando y bombeando, haciendo girar su
lengua alrededor de la hendidura de la punta. Mi respiració n se vuelve agitada y
mi corazó n late mientras el calor se extiende por mi columna vertebral—.
Scarlett.
Le di dos avisos, que son dos má s de los que le daría a cualquier otra
persona. Me corro con un gemido, llenando su boca. Su garganta se tambalea
mientras traga todo lo que le doy. Me apoyo en la puerta, dejando que soporte la
mayor parte de mi peso mientras el placer se disipa lentamente.
Mis mú sculos se sienten sueltos.
Mi mente: volada.
Scarlett se sienta sobre sus talones y se limpia los labios con el dorso de
una mano. Luego se levanta y se acerca al bolso que dejó en mi escritorio. Saca
un tubo de pintalabios y, joder, se da una nueva capa de rojo en sus labios
carnosos.
Me aclaro la garganta.
—Scarlett...
—Tengo que irme. —Mira su reloj—. Tengo una reunió n en diez
minutos. Esto ha tardado má s de lo que esperaba.
—¿La reunió n o la mamada?
Sonríe. Luego pasa de largo, dejá ndome con la cremallera de los pantalones
abierta y preguntá ndome, una vez má s, qué demonios ha pasado.
***
Estoy sentado en mi escritorio debatiendo si debo ir a casa todavía cuando
Oliver abre mi puerta.
—¿Has oído hablar de llamar a la puerta? —Me desgañ ito.
—Se está reuniendo con él.
—¿Quién se reú ne con quién?
—Scarlett. El investigador privado que contrató papá acaba de informar
que está en un hotel con Nathaniel Stewart.
Me muerdo el interior de la mejilla. ¿De eso se trataba lo de antes? ¿Culpa?
—¿Ahora mismo?
—Eso es lo que acabo de decir. Ven, vámonos.
—¿Ir a dó nde?
—Al hotel, Crew.
C.W. FARNSWORTH
—Te dije que me encargaría de ello.
—Sí, bueno, que lo manejes parece mucho que no hagas nada. Yo me voy.
Puedes quedarte si quieres.
Eso me pone en movimiento. Que Oliver aparezca solo no terminará bien.
El viaje comienza en silencio, pero no dura mucho.
—¿Es así contigo? ¿Esa mierda en la reunió n de antes? Papá realmente leyó
los dos correos electró nicos de la compañ ía que 'él' envió antes, ya sabes. —
Oliver se ríe.
—Es complicado.
—Suena como un montó n de trabajo.
—Supongo que no veo el atractivo de estar con un felpudo, como tú y papá .
—¿Qué se supone que significa eso?
—¿No te está s acostando con Candace?
El Porsche de Oliver se desvía hacia la derecha y luego vuelve a enderezarse
mientras corrige la direcció n.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Acabas de hacerlo. —Me río—. Vaya. ¿En serio?
Sus manos parecen blancas gracias a la presió n que ejerce sobre el volante.
—¿Lo sabe papá ?
—Teniendo en cuenta que no te ha pegado, lo dudo.
Oliver se burla.
—No se preocupa por ella.
—No lo hace —estoy de acuerdo—. Pero seguro que le importa que su hijo
se acueste con su mujer. Si eso se supiera... sería una pesadilla de relaciones
pú blicas para la empresa.
—No va a saberse.
No estoy tan seguro, pero no lo digo.
—¿Có mo empezó ?
Suspira.
—Fui allí hace unos meses, cuando papá estaba en Chicago. Pensé que
Candace había ido con él. No lo hizo. Ella estaba allí, me pidió que me quedara a
tomar una copa. Las cosas evolucionaron a partir de ahí.
C.W. FARNSWORTH
Sacudo la cabeza.
—Jesú s. ¿Sigue en pie?
—Pasó unas cuantas veces má s. Fue un poco caliente, ¿sabes? Ella es...
Interrumpo.
—No quiero ningú n detalle. No puedo imaginarlos juntos, y no quiero
hacerlo.
Oliver guarda silencio durante unos minutos.
—Puedo imaginaros juntos. Tú y Scarlett. No así, só lo en general. Y
puedes negarlo todo lo que quieras, pero es obvio que te preocupas por ella.
—No lo sé. —Mi respuesta suena vacía, incluso para mis propios oídos.
Tararea.
—Escuché que estaba en tu oficina después de la reunió n de la junta.
Entrecierro los ojos hacia él mientras otro par de faros iluminan el coche.
—¿Dó nde escuchaste eso? —Su despacho está en el extremo opuesto de la
planta.
—De al menos diez personas. Escuché a algunas de las secretarias hablar
de ello también.
Me burlo.
Oliver se detiene frente al hotel y estaciona el coche.
Nos sentamos y miramos el edificio.
—¿Y bien? —Pregunto.
—¿Y bien qué?
—Esto fue idea tuya. ¿Qué es lo siguiente, Sherlock Holmes?
—Tal vez deberíamos entrar. O tú deberías.
—¿Por qué?
Se encoge de hombros.
—No lo sé. Tal vez si la atrapas, se sienta culpable y te cuente lo que
realmente pasa.
—Esa es la idea má s estú pida que has tenido.
—Mi mujer no es la que me engañ a.
C.W. FARNSWORTH
—No, tú eres el Nathaniel de tu escenario y yo soy papá . —Apoyo la cabeza
en el cristal y cierro los ojos—. Joder.
—Ahí está .
Levanto la cabeza y abro los ojos, totalmente preparado para ver a Scarlett
besando a otro hombre. En cambio, sale del hotel sola, con el mismo vestido que
llevaba esta mañ ana. Lleva el pelo recogido en el mismo giro elegante que tuve
cuidado de no arruinar mientras me la chupaba. No parece que se haya
revolcado en las sá banas del hotel ni que haya tenido una aventura apasionada,
pero las apariencias engañ an.
En lugar de dirigirse directamente al coche que le espera en la acera, vacila.
La veo hacer al conductor un gesto de espere un minuto y luego retroceder hacia
el hotel. No vuelve a entrar. En cambio, se apoya en el exterior de ladrillo del
edificio con la cabeza inclinada hacia arriba.
Después de un par de minutos, saca su teléfono del bolsillo. Lo mira
fijamente durante unos minutos má s y luego empieza a pulsar la pantalla.
Finalmente, se lo lleva a la oreja.
Oliver jura.
—Maldita sea. Le dije a papá que debería hacer que el investigador
privado interviniera su teléfono. Probablemente esté llamando a Jonathan.
Ahora no... —Deja de hablar cuando mi teléfono se ilumina en el portavasos. El
nombre de Scarlett y la foto de nosotros en la cima de la Torre Eiffel iluminan la
pantalla—. ¿Te está llamando?
Estoy tan sorprendido como é l.
—¡Contesta!
En silencio, tomo el teléfono y pulso el botó n verde. Respiro profundamente
cuando la llamada se conecta.
—¿Crew?
Me quito de encima la rabia, los celos y la agitació n y trato de parecer
normal.
—Hola.
Se aclara la garganta.
—Hola.
La observo atentamente. Su cabeza sigue inclinada hacia atrá s. Se muerde el
labio inferior furiosamente.
—¿Necesitas algo? —Le pregunto.
C.W. FARNSWORTH
Un tiempo de silencio.
—Yo, estoy a punto de salir de la oficina —dice. Miente, má s bien.
—No llegaré a casa hasta dentro de un rato. —Miro el tablero del coche. Son
casi las ocho.
No me llama la atenció n por romper nuestra promesa.
—Oh. De acuerdo. Voy a recoger comida china de camino a casa. ¿Quieres
que te traiga algo?
Su expresió n se tuerce en cuanto ha formulado la pregunta. Es extrañ o, ver
sus reacciones a lo que está diciendo. Parece normal. Parece dolida e insegura.
No culpable. ¿Qué significa eso?
—Claro. Gracias.
—¿Quieres algo en concreto?
—Sabes lo que me gusta. —No quiero que las palabras suenen sugerentes,
pero definitivamente hay alguna insinuació n.
—¿Lo hago? —Má s que confiada, suena insegura.
—Intentaré salir de aquí pronto, ¿de acuerdo? Podemos... hablar.
—De acuerdo, adió s. —Cuelga pero no se mueve. Su postura no cambia
hasta que se golpea una mejilla. Está llorando. Me doy cuenta como un rayo y
me aplasta como un peso de dos toneladas.
—Vamos —le digo a Oliver.
—¿Qué ha dicho?
—Nada relevante.
—¿Vas a...?
—Oliver. Lo juro por Dios. Por ú ltima puta vez. Esto no es nada. De. Tu.
Incumbencia. Venir aquí fue un error.
El resto del viaje de vuelta a la oficina es silencioso. No me molesto en
volver a subir. Le doy las buenas noches a Oliver y me dirijo directamente al
garaje y al coche que me espera.
Scarlett se me adelanta. Cuando entro en el á tico, está sentada con las
piernas cruzadas en uno de los sofá s que dan a la terraza, hurgando en una caja
de comida para llevar. Su expresió n es inexpresiva cuando levanta la vista, y lo
odio. Quiero la sonrisa que me regaló anoche.
—Está s en casa.
C.W. FARNSWORTH
Me quito la chaqueta del traje y la tiro en el sofá .
—Sí.
—¿Tienes hambre? Tu comida es…
—¿Conoces a Nathaniel Stewart?
Observo su reacció n con atenció n. Tose. Traga. Toma un sorbo de agua del
vaso que hay sobre la mesa de café. Incriminatorio.
—Sí.
—¿Cuá ndo fue la ú ltima vez que lo viste?
—Esta noche temprano. —Me sostiene la mirada. Al menos está siendo
sincera. Aunque es lo suficientemente inteligente como para saber que no
abordaría este tema a menos que supiera algo.
—¿Te está s acostando con é l?
—No. —Su respuesta es rá pida.
—No me mientas, Scarlett —advierto—. Si te lo está s tirando, dime la puta
verdad.
—Esa es la verdad. —Mete los palillos en su comida y se levanta, cruzando
los brazos—. Lo juro.
—Si no te acuestas con é l, ¿por qué te encuentras con él en un hotel?
Repetidas veces.
Sus ojos se estrechan.
—¿Me está s haciendo seguir?
—Mi padre lo hace. Y no tú . Stewart. Está interesado en una oportunidad de
negocio y quería asegurarse de que el tipo estaba limpio.
—¿Cuá ndo te has enterado de esto?
—Ayer por la mañ ana —admito—. Tiene fotos.
—¿De mí follando con Nathaniel?
Hago una mueca.
—Por supuesto que no.
—Por eso tú ... anoche. Le creíste. Pensaste que te estaba engañ ando. —El
enfado lo puedo soportar. El dolor en su voz es peor.
—Se veía mal, Scarlett. Y no es que no lo hayas hecho.
C.W. FARNSWORTH
Rompe el contacto visual por primera vez.
—Eso fue antes, Crew.
—Lo sé.
—Y estoy harta de que me lo echen en cara. Como si no hubieras estado con
nadie desde que nos casamos.
—En realidad, no lo he hecho.
Ella parece sorprendida.
—¿No lo has hecho?
—No. —Me remango y me dirijo al sofá , sacando de la bolsa los envases de
comida para llevar que supongo que son para mí y tomando un par de palillos.
Siento el pecho má s ligero por primera vez en treinta y seis horas. Y me muero
de hambre por ello.
—¿Por qué?
Me encojo de hombros y empiezo a comer.
—No estaba interesado.
Esa admisió n es recibida con un largo silencio mientras se hunde de nuevo
en el sofá y recoge su comida.
—Me dio dinero —dice finalmente Scarlett. Cuando miro, está jugando con
sus palillos de nuevo—. Para Haute.
—¿Por qué demonios necesitas dinero? —Pregunto. Incluso antes de
casarse conmigo, Scarlett iba a convertirse en la mujer má s rica del país.
—Voy a heredar mucho. Mis padres pagaron todo: coches, á ticos,
matrículas, tarjetas de crédito. Pero no tengo acceso directo a nada. O no lo
tenía, hasta que me casé.
—¿Qué?
—Soy hija ú nica. Si no me casara y tuviera hijos, no habría un heredero
Ellsworth. —Ella frunce los labios—. Mi padre no quería correr ningú n riesgo,
aparentemente. Puso algunas condiciones estrictas a mi fondo fiduciario. Estoy
segura de que el hecho de que Haute fuera rentable le dio un buen susto.
—Entonces no tendrías que casarte —me doy cuenta.
Ella asiente.
C.W. FARNSWORTH
—No me oponía a esto. —Hace un gesto entre nosotros—. Só lo quería
hacerlo en mis propios términos, supongo. Y si hubiera esperado hasta que nos
casá ramos, entonces Haute ya se habría vendido. No tenía muchas opciones.
—Te habría dado el dinero.
—Como dije, no tenía muchas opciones.
Sonrío a medias ante eso.
—¿Todavía está involucrado?
—No. Le pagué tan pronto como nos casamos. En su totalidad.
—¿Te acostaste con él? En aquel entonces.
—No. No mezclo negocios y sexo.
—Así que lo intentó .
—Sí —admite ella.
—¿Y esta noche?
—Quiere que hagamos otra inversió n juntos. —Se echa hacia atrá s y mete
las piernas debajo de ella—. Acepté la reunió n como una cortesía, pero le dije
que no. Que tengo las manos llenas con Haute y ahora con Rouge. Y. —Se
aclara la garganta—. Mencioné que estoy felizmente casada.
Como el infierno que este tipo se involucraría con Kensington Consolidated.
—¿Se te insinuó de nuevo?
—Sí. —Ella ve mi expresió n, y la suya se vuelve divertida—. Lo manejé,
Crew.
Suspiro.
—Lo siento. Anoche...estaba cabreado.
—Sí. Me lo imaginé.
—Pensé que finalmente está bamos en un buen lugar. Y entonces vi esas
fotos y... si era verdad, no estaba seguro de querer saberlo. Por eso no te dije
nada hasta ahora.
—Debería habértelo dicho. Posiblemente cuando insinuaste que no obtuve
Haute.
Hago una mueca.
—A veces soy un idiota.
—¿A veces?
C.W. FARNSWORTH
Dejo la comida en la mesa de café y me acerco a ella. Le inclino la cabeza y
le paso el pulgar por el labio inferior.
—Scarlett. —Su nombre es mi palabra favorita en el idioma inglés. Me
encanta pronunciarla. Acariciar las sílabas.
Estoy a punto de besarla cuando me pregunta—: ¿Dó nde estuviste anoche?
—En mi antigua casa. Solo.
Me sostiene la mirada.
—De acuerdo.
—¿Te molestaría? ¿Si no lo hubiera hecho?
—Sí.
Sonrío.
—Bien.
Por primera vez, todos nuestros pasos se sienten hacia adelante.
Capítulo Quince
Scarlett
—Buenos días. —Sonrío a Leah y Andrea mientras salgo del ascensor.
C.W. FARNSWORTH
—Buenos días —tartamudea Leah, y luego mira a Andrea—. ¿No has
recibido mi mensaje?
—¿Sobre el retraso de la entrega? —Miro mi teléfono para responder a un
mensaje de mi madre. Sigue molestá ndome con la cena—. Ya lo he visto. He
pedido que lo envíen todo directamente al parque. Todavía deberíamos estar a
tiempo.
—Bien. Genial. —Cuando levanto la vista, Andrea y Leah intercambian
miradas de sorpresa.
Disimulo una sonrisa. Probablemente ambas se preguntan por qué
estoy de tan buen humor.
—Só lo tengo que recoger algunas cosas de mi despacho y luego me voy
para allá . Todo lo demá s va segú n lo previsto, ¿no?
Andrea asiente.
—Las veré a las dos a la una.
Me dirijo a mi despacho. Las muestras que debía revisar anoche está n
colgadas en un estante portá til. Salir a las ocho cada noche ha reducido mi
productividad. Estoy má s contenta de lo que nunca imaginé estar.
No me di cuenta de lo desequilibrada que estaba mi vida hasta que Crew
enderezó la balanza. Mi deseo de que Haute -y ahora Rouge- tuviera éxito se
extendió a todo lo demá s. Dedicar cada pensamiento y cada decisió n a ese
objetivo es la razó n por la que la sesió n de fotos de hoy en Central Park contará
con los diseñ adores má s atractivos, los fotó grafos con má s talento y las modelos
má s codiciadas. Es un punto de orgullo, la cú spide de mi identidad, aparte de
ser la esposa de Crew Kensington. Pero no es un título del que sienta la
necesidad de separarme tanto como antes. Crew es alguien a quien estoy
orgullosa de estar unida.
Mientras hojeo cada muestra, escribo mis comentarios y los envío al equipo
de diseñ o. Leo las propuestas de artículos para el pró ximo nú mero. Las fotos
para la portada se marcan en funció n de las preferencias. Y luego me voy a la
sesió n fotográ fica.
Central Park está má s lleno de lo que esperaba. Rara vez estoy en la ciudad
durante el día, al menos en un día laborable. Los corredores y las familias llenan
los sinuosos senderos que atravieso en mi camino hacia el carrusel, donde
tendrá lugar la sesió n fotográ fica.
Cuando llego, los preparativos acaban de empezar. La zona está siendo
acordonada mientras se colocan estratégicamente los accesorios y las cá maras.
Confirmo que no hay problemas y me siento en un banco cercano.
C.W. FARNSWORTH
Ya se han acumulado algunos correos electró nicos. Los contesto todos y
luego dejo que mi dedo pase por encima del nombre de Crew. Probablemente
esté ocupado.
Las cosas está n bien entre nosotros ahora mismo -realmente bien- y tengo
miedo de confiar en ello. El hecho de que las cosas se sientan estables no
significa que vayan a seguir así. He visto lo rá pido que puede cambiar su
favor durante la debacle con Nathaniel.
La atracció n sexual no es un enigma para mí. Es todo lo demá s: la forma en
que ambos estamos en casa a las ocho, el hecho de que durmamos en la misma
cama, la leche en la nevera. Simbolizan cosas que pensé que nunca seríamos.
Lo he aceptado, incluso lo he abrazado. Pero eso es diferente a depender de
ello. De perpetuarlo. Si desaparece, será mucho má s difícil volver a lo que
nuestra relació n solía ser.
Apago mi teléfono y me concentro en mi entorno. El equipo de iluminació n
todavía se está preparando junto al carrusel, así que me dedico a observar a la
gente. Pocas personas se molestan en mirar la escena que tiene lugar fuera del
camino. La mayoría son corredores o caminantes. Madres agotadas o niñ eras
que prometen helados a niñ os gritones. Una mujer pasa junto a mí con seis
perros tirando de ella. Se detiene en el banco contiguo al mío y procede a
atarlos al reposabrazos de metal uno por uno. Consigue atar a cinco. El sexto es
un cachorro de orejas caídas, patas grandes y pelaje dorado. No puede dejar de
enredarse con la correa.
La mujer deja escapar un resoplido exasperado.
—¡Goldie! No te muevas.
—Puedo sostenerlo por ti. —Las palabras salen sin ninguna decisió n
consciente por mi parte. Soy una neoyorquina típica. Con la excepció n de mis
periodos en el internado, he vivido en el Upper East Side toda mi vida. No me
detengo a hablar con desconocidos, sino que paso por delante de ellos como si
persiguiera el oro en una competició n de marcha rá pida.
Una sonrisa de agradecimiento borra cualquier posibilidad de retirar las
palabras.
—¿De verdad? Eso sería estupendo. Gracias. —La mujer, que parece tener
unos veinte añ os, se acerca un par de pasos y me entrega la correa verde. El
cachorro dirige inmediatamente su atenció n hacia mí, alternando entre
lamerme la pierna y olfatear mis zapatos.
La mujer se rehace su descuidada coleta y se agacha para atar su zapatilla.
C.W. FARNSWORTH
—Me preocupaba que me detuvieran. —Se anuda los cordones desviados
y luego comprueba el otro zapato—. Se supone que só lo debo caminar de tres
en tres, pero la otra voluntaria se reportó enferma esta mañ ana... así que aquí
estoy.
—¿No eres una paseadora de perros?
—No. Bueno. —Se levanta y sonríe—. Supongo que má s o menos lo soy. Soy
voluntaria en el rescate de Loving Paws. Pasear perros es como menos del cinco
por ciento del trabajo. Es sobre todo alimentar y cepillar y recoger las cacas y,
bueno, ya te haces una idea.
Miro al perro que ha dejado de lamer y se ha acomodado a mis pies. Su
pequeñ a cola se mueve mientras apoya la cabeza en una pequeñ a pata.
—¿Todos estos son rescatados?
—Sí. Nuestro casero tiene una estricta política de no mascotas, y mis
compañ eros de piso me matarían si nos echasen de nuestra caja de zapatos. —
Pone los ojos en blanco—. Así que soy voluntaria y paso tiempo con animales
que podrían necesitar algo de cariñ o. La mayor parte es genial. Algunas veces
es una mierda. —Estudia al perro atado a la correa que sostengo—. Este tipo se
dirige a un refugio de animales por la mañ ana.
—¿Qué? ¿Por qué?
—El espacio. Só lo hay mucho dinero y muchas má s bocas hambrientas que
alimentar, ¿sabes?
—¿Lo matarán? —Miro la cara que parece sonreír. La lengua se mueve.
Mueve la cola.
—Goldie tendrá unas semanas allí. Pero si nadie lo adopta... entonces sí.
—Eso es muy triste. Parece tan feliz.
La cara de la mujer cae.
—Lo sé. Al menos no sabrá que viene. No hay mucho de qué preocuparse
cuando se es un perro.
—Sí. Supongo que sí.
Nunca he tenido una mascota en mi vida. Cuando era má s joven, pedí un
gatito. Un animal que arañ a los muebles y usa el bañ o dentro de casa era la peor
pesadilla de mi madre -o eso decía ella. Me imagino que pedir un perro habría
sido mucho peor.
—Gracias por sujetarlo. —La mujer sonríe y me devuelve la correa de
Goldie—. Que tengas un buen día.
—Tú también.
C.W. FARNSWORTH
La veo alejarse, empujada por los perros que se esfuerzan y ladran. Luego
sacudo la cabeza y vuelvo a mirar mi teléfono.
Pero la cara peluda me acompañ a durante toda la sesió n. Mientras miro las
fotos y selecciono los accesorios. Consultando a los fotó grafos y decidiendo los
á ngulos. Para cuando la sesió n termina, son casi las cinco de la tarde.
Por alguna razó n, busco en Google Loving Paws Animal Rescue mientras me
dirijo a mi coche que me espera. Está cerca, a só lo unas manzanas de distancia.
Me imaginé que debía ser así, ya que la mujer estaba caminando. Llevar seis
perros en un viaje de varios kiló metros no parece realista.
Me subo a la parte trasera del coche de la ciudad.
—¿De vuelta a casa? —me pregunta mi conductor de hoy, Eric.
Durante unos segundos, delibero. Salir del trabajo a una hora razonable es
una cosa y otra cosa es un animal vivo, que respira. Pero algo me impulsa a
responder con la direcció n del refugio de animales. El trá fico es intenso. Tardo
quince minutos en hacer el corto trayecto. El exterior del edificio es anodino. Si
no fuera por el pequeñ o cartel blanco, no sabría que estoy en el lugar correcto.
Un timbre suena sobre la puerta cuando entro, pasando por las cinco sillas
plegables y un expositor de folletos sobre la rabia y la esterilizació n. La mujer
que está detrá s del mostrador no es la que conocí esta mañ ana.
Levanta la vista, arrugando el ceñ o.
—¿Puedo ayudarle?
Me acerco a zancadas al mostrador y me aclaro la garganta.
—Estoy aquí para adoptar un perro. ¿Goldie?
—Cerramos en diez minutos.
—Lo enviará n a un refugio de animales mañ ana. Pagaré un extra. Lo que
sea necesario.
La mujer me estudia mientras se recoge el pelo castañ o en una coleta y se lo
ata. Lleva una camiseta en la que se lee I Brake For Squirrels. Lo tomo como una
señ al prometedora de que no está a favor del concepto de los refugios para
animales. Un portapapeles marró n es sacado de entre los papeles que hay en el
escritorio.
—Rellena esto.
Exhalo, aliviada.
—De acuerdo.
C.W. FARNSWORTH
El formulario es bá sico. Relleno todos los apartados, dejando en blanco el
de las antiguas mascotas. Le devuelvo el portapapeles y veo có mo la mujer lo
revisa.
—Hay que pagar doscientos dó lares por la adopció n —me informa.
—¿Aceptan donaciones?
—Sí.
Saco mi chequera del bolso y hago un cheque antes de entregá rselo. Las
cejas de la mujer vuelan hacia arriba cuando lee la cantidad.
—Perro suertudo. —Sus mejillas se sonrojan, lo que me hace pensar que no
quería decir eso en voz alta.
—¿Puedo llevarlo esta noche?
—Sí. Déjame traerlo.
Desaparece en la parte de atrá s y me deja solo en el pequeñ o vestíbulo. Me
asusto un poco, mirando todos los folletos. No sé absolutamente nada
sobre perros. Se escuchan ladridos detrá s de la puerta. La mujer vuelve a
aparecer con Goldie en brazos. Lo deja en el suelo y é l se acerca a mí moviendo
la cola.
Lo tomo en brazos y dejo que me lama la cara. Parece que eso es aceptable,
porque la expresió n de la mujer se suaviza cuando me entrega una carpeta.
—Aquí está n todos los papeles. Su historial médico. El calendario de
vacunació n. Consejos de entrenamiento. Sugerencias del veterinario. Cualquier
pregunta, só lo llame aquí. Ya ha cenado. Las cantidades y horarios de
alimentació n también está n ahí.
Le quito la carpeta.
—Muy bien. Gracias.
—Felicidades. Es un encanto. Estaba temiendo la recogida de mañ ana. —
Miro al cachorro acurrucado en mis brazos.
—Gracias.
—He leído Haute.
Cuando levanto la vista, sonríe tímidamente.
—Antes y después de comprarlo. Es realmente impresionante lo que has
hecho con ella.
Sonrío.
C.W. FARNSWORTH
—Gracias. Eso significa mucho.
Entonces me doy la vuelta y vuelvo a salir. Eric sale a abrir la puerta. Sus
ojos se abren de par en par al ver al perro, pero no hace ningú n comentario.
Só lo pregunta dó nde está la pró xima parada.
Goldie explora a fondo el asiento trasero mientras volvemos al á tico. Miro la
carpeta y me siento abrumada por la cantidad de informació n. Ni siquiera
sé si a Crew le gustan los perros. Podría ser alérgico, por lo que sé.
Cuando se abren las puertas del ascensor al á tico, escucho su voz desde la
cocina. Dejo a Goldie en la mullida alfombra del saló n y avanzo por el pasillo.
Crew está de pie junto a la encimera de la cocina, estudiando unos papeles
y hablando por teléfono. Sus ojos se iluminan cuando me ve. Le sonrío antes de
acercarme a la nevera y servirme un vaso de agua. Pensá ndolo bien, lleno
también un cuenco de cristal con agua.
—Sí —dice Crew—. Envía los informes de gastos cuando puedas, y luego les
echaré un vistazo. —Hay una pausa—. Muy bien. Adió s.
Suspira y entonces oigo que se mueve. Deja caer su barbilla sobre mi
hombro y me besa el cuello.
—Hola.
—Hola. —Vergonzosamente, mi voz sale entrecortada y aguda.
—¿Có mo fue el rodaje?
—Bien. —Su pregunta me distrae de la sensació n de sus labios contra mi
piel. Me alejo—. Tengo algo que mostrarte.
—Oh, ¿en serio? —Levanta una ceja.
—Sí. Sígueme. —Empiezo a ir hacia la sala de estar, y entonces me acuerdo
del agua. Vuelvo a girar para tomar el cuenco. Crew lo mira pero no dice nada
mientras caminamos por el pasillo.
Entramos en la sala de estar. La sala de estar vacía.
—Mierda. ¿A dó nde fue?
—¿Dó nde ha ido quién?
—Yo... —Dejo el cuenco de agua y lo miro—. ¿Hoy tengo una especie de día
del perro?
Crew parece sorprendido.
C.W. FARNSWORTH
—¿Qué?
—Estaba en el rodaje -en el parque- y había una mujer con todos esos
perros. Y había uno. Es sú per dulce y muy tranquilo, y lo iban a matar, Crew.
Así que fui allí después del rodaje y lo adopté. —Hago una pausa, evaluando su
expresió n—. ¿Está s enojado?
—Yo, ah, ¿dó nde está?
Nada está fuera de lugar, y ningú n perro está a la vista desde mi posició n en
la sala de estar.
—No sé. Lo dejé en la alfombra.
—¿Y pensaste que se quedaría en un solo lugar? No es un peluche, Scarlett.
Es de verdad.
—Ya lo sé —digo—. Te está s volviendo muy crítico con un perro que ni
siquiera conoces.
Sonríe.
—De acuerdo. Yo miraré arriba. Tú mira abajo.
Suspiro.
—Bien. Es pequeñ o. Como una bola de pelusa dorada.
—Sé có mo es un perro.
Poner los ojos en blanco es muy tentador, pero me abstengo.
—Y su nombre es Goldie.
—¿Goldie?
—¿Qué le pasa a Goldie?
—Vamos a cambiarle el nombre —dice Crew.
—Vamos a encontrarlo primero, ¿de acuerdo?
Crew no responde antes de dirigirse a las escaleras. Sonrío cuando lo
escucho llamar a Goldie arriba.
Miro debajo del sofá y detrá s del silló n de la esquina del saló n. En la cocina
no hay ningú n escondite. A continuació n, me dirijo al estudio y me arrastro con
las manos y las rodillas para buscar debajo de todos los muebles. Me dirijo
hacia el comedor cuando escucho—: ¡Lo he encontrado!
Cuando llego a la parte superior de la escalera, Crew está sentado en el
corredor que atraviesa la longitud del pasillo. Goldie está entre sus piernas.
Sus patitas pedalean en el aire mientras Crew se rasca la barriga.
Una vez que estoy a un par de metros, me pongo de rodillas.
C.W. FARNSWORTH
—Es guapo —comenta Crew.
—Lo sé.
—¿Querías un perro?
—Un gato, cuando era má s joven. Mi madre dijo que no. No conozco a nadie
con un perro. Nada de perros. —Arrugo la nariz—. Fue una estupidez.
Impulsivo. No estaba pensando realmente.
Y es culpa de Crew. Ú ltimamente, he cambiado. Salgo del trabajo a una hora
razonable. Me preocupo menos. Sonrío má s. Tomar la decisió n espontá nea de
adoptar un cachorro. Son cambios saludables. Cambios que no habría hecho por
mi cuenta. Reconciliar lo que eres con lo que eras es incó modo. Especialmente
cuando no está s seguro de que sea un cambio permanente.
—Siempre he querido un perro —me dice.
—¿Sí? —La sorpresa satura la pregunta.
Crew rasca la barbilla de Goldie. El cachorro se estira.
—Sí.
—Me dieron todo un paquete de cosas. Necesita comida, entrenamiento y
vacunas.
—De acuerdo. Vamos.
—¿Ir a dó nde?
—A una tienda de mascotas, Red. Para conseguir toda la mierda que
necesita.
—¿Có mo qué?
—¿Como una cama y una jaula y juguetes y un collar y una correa y
comida?
Sí. Definitivamente no pensé en nada de esto.
—Oh.
—Nosotros no tenemos nada de eso, ¿verdad?
Agradezco el nosotros.
—No.
Crew se levanta y me tiende una mano para que me levante.
—Vamos de compras entonces.
—Antes estabas intentando trabajar. Puedo simplemente...
C.W. FARNSWORTH
Se inclina y levanta al perro.
—¿Vienes?
Sin esperar respuesta, se dirige a las escaleras, llevando a Goldie.
***
Una hora má s tarde, estamos uno al lado del otro, mirando la pared
cubierta de juguetes para perros.
—Vaya.
—¿Deberíamos conseguirle uno de cada? —Crew bromea. Hay delfines,
condimentos y emojis. Dinosaurios y botellas de cerveza.
Nuestro perro será mimado. No hay otra conclusió n ló gica, mirando el carro
desbordado. Tardamos quince minutos en decidirnos por la marca adecuada de
croquetas para cachorros. Pasamos otros diez minutos en el pasillo de las
golosinas. Elegir una jaula fue rá pido porque compramos la má s grande. Lo
mismo ocurrió con la cama, porque só lo había una que se ajustaba al cajó n má s
grande. Y ahora estamos atrapados en el pasillo de los juguetes con demasiadas
opciones.
—¿Quién compraría a su perro un emoji de berenjena?
Crew sonríe. Toma el peluche pú rpura y lo echa en el carrito. Me río.
—No vamos a llevar eso.
—Se lo daré cuando llegue a casa del trabajo.
Me resisto, pero sonrío cuando suena el teléfono de Crew. Lo saca de su
bolsillo.
—Asher. —No contesta.
—¿Trabajo?
—No. Probablemente quiera ir a un bar.
—Puedes... si quieres. No es que necesites mi permiso. —Con una sola
frase, esparzo las inseguridades que he tratado de enterrar. En los dos meses
desde que nos casamos, Crew no ha ido a un club. Trabaja y pasa tiempo
conmigo. Estoy esperando que no sea suficiente.
—No quiero. —toma un oso y una cuerda naranja—. ¿Bien?
C.W. FARNSWORTH
—Claro.
Pasamos al siguiente pasillo. Crew busca entre los arneses mientras yo elijo
un collar azul y una correa a juego. En la cola de la caja, su teléfono vuelve a
sonar. Esta vez, contesta.
—Hola.
Acaricio a Goldie y finjo que no estoy escuchando.
—No, no puedo. —Una pausa—. Asher... somos demasiado viejos para esta
mierda. —Me mira—. De acuerdo. Bien. Estaré allí en veinte minutos. —Crew
cuelga el teléfono y suspira—. Asher necesita que lo lleven. Fue a cenar con sus
padres. Su padre, bueno, hace que el mío parezca un oso de peluche a veces.
Miro al perro que apoya su barbilla en mi hombro.
—Teddy.
—¿Eh?
Asiento con la cabeza hacia el perro.
—Dijiste que querías cambiarle el nombre. ¿Qué te parece Teddy?
—Me gusta.
—Bien.
—Puedo dejarlos antes de traer a Asher.
—No me importa.
—¿Está s seguro?
—Sí.
Hacemos el check out y cargamos todo en el coche. Me lleva casi todo el
trayecto averiguar có mo ponerle a Teddy su nuevo arnés. Engancho el
mosquetó n a mi cinturó n de seguridad justo cuando Crew se detiene frente a
Pastiche.
—Este lugar es bonito —comento.
—¿Has estado aquí antes?
—Una vez. Con unos amigos.
Asher aparece.
—Ignora cualquier cosa que diga sobre nosotros —aconseja Crew.
Levanto las dos cejas, pero no creo que pueda ver en la oscuridad del coche.
Asher sigue mi camino, desviá ndose hacia el asiento trasero en el ú ltimo
momento, cuando me ve sentada delante.
—¿No puedes ir a ningú n sitio sin tu mujer estos días, Kensington?
C.W. FARNSWORTH
—Sí, de nada.
Asher se ríe mientras se extiende en el asiento trasero. Una bolsa se arruga.
—¿Qué demonios? —Una luz brilla—. ¿Por qué tu asiento trasero está lleno
de... peluches y huesos?
—Tenemos un perro —responde Crew, girando suavemente hacia el trá fico.
—¿Un perro?
—Sí.
—¿Por qué? —Asher pregunta.
—A Scarlett le gustan las caras bonitas.
Pongo los ojos en blanco.
—Lo que sea, señ or Siempre Quise Un Perro, Compremos Toda La Tienda
De Mascotas.
Crew se ríe.
Conducimos unas cuantas manzanas má s antes de que Teddy se despierte y
empiece a lloriquear.
—¿Qué hago? —Le pregunto a Crew, mientras sus gritos se hacen má s
fuertes.
—¿Qué te dijo el refugio?
—Bá sicamente nada. Todavía no he leído todo el paquete y me lo he dejado
en casa. Ya ha comido.
—Probablemente necesita un trozo de hierba —sugiere Asher en tono
aburrido.
Miro a Crew.
—Estaciona.
—¿Aquí?
—¿Quieres que vaya sobre mí?
Asher se ríe mientras Crew murmura en voz baja.
Se detiene frente a un á rbol rodeado de mantillo.
—Esto es lo mejor que puedo hacer. —Me afano en desabrochar todas las
correas del arnés del coche que acabo de colocar.
C.W. FARNSWORTH
—¿No puede orinar en eso?
—Está unido al cinturó n de seguridad, Sport.
Asher vuelve a reírse.
—Entiendo por qué la prensa está obsesionada con ustedes dos. Son un
auténtico revuelo.
Tanto Crew como yo lo ignoramos mientras luchamos con el arnés.
—Este tiene las mejores críticas —murmura Crew.
—¿Buscaste las críticas?
A juzgar por la iluminació n de las farolas, parece afrentado.
—Por supuesto que sí. —Crew sigue jugueteando con el arnés, acariciando
a Teddy mientras lo hace. Renuncio a ayudar y lo veo luchar por liberar a
nuestro perro.
Creo que lo amo. Es una realizació n aterradora.
—¡Ahí!
—Te das cuenta de que vamos a tener que volver a ponérselo, ¿verdad? No
lo celebres todavía.
Crew pone los ojos en blanco antes de salir del coche con Teddy. Deja al
perro en el mantillo e inmediatamente se pone en cuclillas.
—No vi venir esto cuando fuimos a ese gimnasio de escalada. —El sonido
de la voz de Asher me sobresalta.
—¿Qué quieres decir?
—Me imaginé que ustedes dos terminarían divorciados o sin hablar. A Crew
le gusta que las cosas se hagan a su manera. Tuve la sensació n de que tú eras
igual. Bá sicamente, una receta para el desastre.
—Só lo han pasado un par de meses. Quién sabe có mo acabaremos.
—Cualquiera con ojos podría hacer una buena suposició n —responde
Asher.
Crew vuelve a subir al coche antes de que tenga la oportunidad de
responder. Me entrega a Teddy, que se retuerce y me lame la cara.
—Ya lo hizo.
—Lo he visto. —Le doy un roce a su suave cabeza—. ¿Quién es el mejor
chico?
C.W. FARNSWORTH
—Nunca me dices eso, Red.
—Está s domesticado.
Asher hace un sonido de ná useas.
Crew se inclina para ayudarme a volver a colocar el arnés.
—Y te gusta cuando soy malo —me susurra al oído.
—Si has terminado con las muestras de afecto, ¿podemos irnos? —La
tripulació n suspira.
—¿Tu casa?
—No, déjame en Proof. Necesito un trago.
—Podrías haber llamado a un puto Uber, hombre. No soy un servicio de
coches.
—Cierto. Estabas muy ocupado siendo un padre de perros. Pensé que si te
llamaba, podríamos ir a tomar algo. No me dijiste que ibas a traer a la esposa, y
ni siquiera sabía que tenías un cachorro.
Crew suspira, pero creo que oye lo mismo que yo. Asher quería hablar con
él, no só lo un paseo. Pensaba que su relació n era má s de colegas de trabajo que
de otra cosa, pero parece que son auténticos amigos.
—Bien, te dejaré en Proof. Será mejor que no llegues tarde a la reunió n de
Danbury por la mañ ana.
—No se preocupe, jefe. Estaré en su oficina bien temprano, con los pies
sobre el escritorio.
—¿Pies en el escritorio? —Pregunto.
—Crew odia que la gente toque su escritorio —me dice Asher.
—Oh. —Miro a Crew. Parece divertido, no molesto. He tocado su escritorio.
Me he apoyado en él. Me senté en él.
Unos minutos después, Crew se detiene frente a Proof. Miro la fila de gente
que está fuera, ataviada con vestidos cortos y atuendos caros. No hace mucho
tiempo, esa podría haber sido yo. Con la excepció n de esperar en la cola.
Siempre estaba en la lista.
—Gracias, hombre —dice Asher—. Uno de estos días, realmente lo
mandaré a la mierda. —Se aclara la garganta—. En serio, te lo debo. Adió s,
Scarlett.
—Adió s, Asher.
C.W. FARNSWORTH
Asher sale del coche y desaparece dentro.
—Deberías ir con é l —le digo a Crew.
Parece sorprendido.
—¿Por qué?
—Obviamente quería hablar contigo, y por eso llamó . Sobre quien está
tratando de mandar a la mierda. Ustedes son amigos, ¿verdad?
—Depende del día. —Crew sonríe, diciéndome que está bromeando—. Sí,
somos amigos. Nos conocemos desde hace tiempo. Su familia es casi tan
desordenada como la mía.
—Entonces, vete. En serio. Puedo manejar todo esto. —Hago un gesto con
la mano hacia todos los suministros para perros que acabamos de comprar.
—Perdiste el perro la ú ltima vez.
—Ahora tiene una correa. Ademá s, parece cansado. —Miro a Teddy, que se
lame metó dicamente la pata.
—Asher es un niñ o grande. Tiene otros amigos a los que puede llamar.
—Te llamó a ti —señ alo.
Crew lo considera. Sonríe un poco.
—No puedo creer que me estés animando a ir a un club con Asher, de todas
las personas. La mitad de las estupideces que he hecho fueron idea suya.
—Confío en ti —susurro. Me parece que es lo que hay que decir y ademá s
resulta que es verdad.
Capta la atenció n de Crew.
—¿Sí?
—Sí.
Me mira y yo le devuelvo la mirada. Y algo muy tangible y muy real pasa
entre nosotros antes de que Crew se desabroche el cinturó n de seguridad.
—Má ndame un mensaje cuando estés en casa.
Asiento con la cabeza. Se inclina hacia delante y me besa antes de abrir la
puerta y salir del coche. Veo có mo sus zancadas seguras se comen la distancia
entre el bordillo y la entrada de Proof, y só lo se detiene para decir algo al
portero antes de desaparecer dentro.
C.W. FARNSWORTH
Me subo al asiento del conductor y conduzco a casa.
Capítulo Dieciséis
Crew
C.W. FARNSWORTH
Cuando se abren las puertas del ascensor, se escuchan fuertes risas
femeninas. No es Scarlett, un sonido que memoricé sin querer, a pesar de que
só lo lo he escuchado unas pocas veces. Este es má s agudo.
Paso las mesas de la entrada y entro en el saló n, siguiendo el sonido.
Scarlett está sentada en el sofá seccional, pinchando un recipiente de comida
china con un tenedor. Al escuchar mis pasos, levanta la vista. Sus ojos se abren
de par en par por la sorpresa: no me esperaba en casa tan temprano.
—¡Crew!
—Red. —Miro a las otras dos mujeres en el sofá . Una tiene el pelo rubio, la
otra, castañ o claro. Las reconozco, sorprendentemente. Estaban con Scarlett
aquella noche en Proof, cuando ella asustó a esa mujer y yo respondí de la
misma manera. Si cualquier otra persona hubiera hecho eso, me habría
cabreado. Con Scarlett, lo encontré divertido. La primera de muchas
excepciones en lo que a ella se refiere.
Me adelanto y les ofrezco a las dos mujeres mi sonrisa má s encantadora.
—No sabía que invitabas a compañ ía.
—Pensé que tenías una reunió n esta noche.
—Los planes cambiaron. —Má s bien he retrasado la reunió n a mañ ana por
la mañ ana para poder llegar antes a casa y follar a Scarlett hasta dejarla sin
sentido. Tomo asiento junto a ella en el sofá y centro mi atenció n en las otras
dos mujeres—. Encantado de conocerlas a las dos. Soy Crew. —Supongo que
estuvieron en nuestra boda, pero no recuerdo haber visto a ninguna de ellas.
La rubia me regala una sonrisa descarada que inmediatamente me dice
por qué ella y Scarlett son amigas.
—Es un placer conocerte. Soy Sophie, y ella es Nadia. —Saluda con la
cabeza a la mujer que está a su derecha—. Scarlett ha sido tacañ a con los
detalles sobre su caliente marido.
Miro a Scarlett a tiempo de ver có mo pone los ojos en blanco y luego da un
buen sorbo de vino.
—Marido caliente, ¿eh? ¿Está n ustedes casadas?
—Nadia está prá cticamente comprometida. Ella y Finn han estado juntos
desde siempre. Y estoy viendo a dó nde van las cosas.
—¿Viendo a dó nde van las cosas? ¡Dijiste que ibas a romper con Kyle hace
semanas! —Dice Nadia.
El nombre de Kyle y la forma en que Scarlett se tensa a mi lado me hacen
cosquillas en el fondo de mi cerebro.
—¿Cuá nto tiempo llevan saliendo Kyle y tú ?
C.W. FARNSWORTH
—Unos cuatro meses —responde Sophie—. Pero parece que es menos. Es
cirujano, así que apenas lo veo.
—Un cirujano, ¿eh? —Miro a Scarlett, que está estudiando atentamente su
cena. Cuando tu mujer te dice que se acuesta con otro, los detalles tienden a
grabarse. Nuestra conversació n en el coche después de la gala de Rutherford
está grabada a fuego en mi cerebro. Ella me dijo que su nombre es Kyle, y es un
cirujano. Es demasiada coincidencia, ¿verdad? A menos que se haya tirado al
novio de su amiga a sus espaldas, me ha mentido. Deliberadamente.
Convincentemente—. Parece un buen partido. ¿Has conocido a este Kyle,
Scarlett?
—No. —Se mete en la boca un bocado de pollo agridulce.
—¡Deberíamos tener una cita triple! —exclama Sophie, haciendo que
parezca la idea má s revolucionaria que jamá s haya existido—. Nunca hemos
tenido relaciones todas al mismo tiempo.
—Claro, suena divertido —estoy de acuerdo. Dudo que sea divertido, pero
caer en gracia a las amigas de Scarlett no puede hacer dañ o.
Sophie sonríe.
—Perfecto. Le preguntaré a Kyle sobre las fechas.
—No puedo esperar a conocerlo.
Si cabe, la sonrisa de Sophie se ilumina. Definitivamente, estoy en su lado
bueno. Nadia es má s difícil de leer, pero parece bastante agradable. Los dedos
de Scarlett está n bá sicamente estrangulando el tenedor.
—Vamos a empezar una película —sugiere Scarlett.
—Primero voy al bañ o —dice Nadia antes de levantarse del sofá .
Sophie también se levanta.
—Iré contigo. La ú ltima vez que estuvimos aquí, me perdí totalmente.
Nadia y Sophie desaparecen. Ni Scarlett ni yo nos movemos. No hablo
primero. Espero a ver qué dice. Finalmente, suspira.
—He mentido, ¿de acuerdo? Tampoco he estado con nadie má s desde que
nos casamos.
Pensé que había hecho las paces con el conocimiento que tenía. La euforia
de lo que dice -el alivio- ante la confesió n de que no es inesperada.
—¿Por qué me has mentido?
—Ya sabes por qué. Estaba enfadada contigo esa noche. No se suponía que
fuera... esto. Asumí que estabas durmiendo por ahí, y por eso te dije que lo
hacía. No pensé que me creerías si no te daba un nombre, así que le robé a
Sophie la conexió n. —Otra larga exhalació n—. Olvídalo.
C.W. FARNSWORTH
No hay ninguna posibilidad de que lo haga.
—¿Alguna vez ibas a decírmelo?
—Casi lo hice. En Italia, después de que... —Mira hacia la puerta por la que
desaparecieron sus amigos, como si le preocupara que nos escucharan—. No
estaba segura de có mo reaccionarías. Si todavía... —La veo jugar con un hilo
suelto en el dobladillo de su camiseta.
—¿Si todavía qué? —Le doy un codazo en tono suave.
—Si todavía te interesa.
Parpadeo un par de veces al asimilar esas palabras.
—¿Interesarme? —Resoné. ¿De qué carajo está hablando?
—No te hagas el tonto, Crew. Estamos casados. Soy bá sicamente una cosa
segura. Los chicos quieren lo que no pueden tener, no lo que tienen.
Me río.
—¿Hablas en serio? —Por la forma en que brillan sus ojos, lo hace—. ¿Crees
que pienso que eres algo seguro? —Decir esas palabras me hace reír de nuevo.
Nunca me he esforzado má s por una pizca de atenció n de una mujer que con
Scarlett. Cada vez que me toca, me siento el hombre má s afortunado del mundo.
Le agarro la barbilla con la mano y le inclino la cara hacia arriba, para que no
tenga má s remedio que mirarme—. Nunca he querido a nadie como te quiero a
ti, Scarlett. Pensar que estabas con otros chicos no te hizo má s deseable ni
mantuvo mi atenció n. Me hizo querer golpear a cada uno de ellos en la cara.
—¡Hemos conseguido atravesar el laberinto! —anuncia Sophie, entrando
en la habitació n.
Scarlett se aleja y se enfrenta a su amiga, pegando una amplia y falsa
sonrisa en su rostro.
—Genial. ¿Dó nde está Nadia?
—Aquí. —Nadia entra en la habitació n y se acomoda en su lugar original en
el sofá —. ¿Qué estamos viendo?
Estudio a Scarlett mientras Sophie y Nadia debaten opciones en Netflix.
—Podemos hablar má s tarde —le digo en voz baja—. ¿Le han dado de
comer a Teddy?
Ella asiente sin mirarme.
—Sí. Y caminó . Tu cena está en la cocina, si tienes hambre.
C.W. FARNSWORTH
—Gracias. —Me inclino y beso su hombro—. Estaré arriba.
—No tienes que hacerlo. —Esta vez, ella me mira cuando yo miro—.
Puedes quedarte aquí abajo. Comer con nosotras, si quieres.
No pregunto si está segura. Scarlett no hace ofertas que no quiere.
—De acuerdo.
Nadia y Sophie me miran cuando me levanto.
—Só lo voy a cenar y a cambiarme —les digo—. ¿Necesitan algo, señ oras?
Ambas sacuden la cabeza, riéndose.
Cuando entro en la cocina, hay tres contenedores de papel en la encimera.
Abro uno y encuentro carne de mongol dentro. El siguiente tiene pollo kung
pao. He comido chino con Scarlett una vez, y ella recordó todo lo que me
gustaba. Eso hace que algo se retuerza en mi interior. Algo que es má s que
atracció n, má s que lealtad. Mis modelos a seguir, en cuanto a relaciones
romá nticas, han sido todos de mierda. Hombres que saben que pueden salirse
con la suya y mujeres que se lo permiten.
Scarlett y yo somos diferentes. Quiero que seamos diferentes. Por primera
vez, siento una verdadera confianza en que es algo que ella podría querer
también.
***
Nada ha cambiado cuando vuelvo a entrar en la sala de estar en pantalones
de deporte, con la cena en la mano. Teddy me pisa los talones. Me encanta el
perrito, que no deja de crecer cada día. En los papeles del rescate só lo se
adivinaba su herencia. Definitivamente tiene mucho de golden retriever. Má s
allá de eso, es un misterio.
Scarlett sonríe al verlo. Teddy olfatea a su alrededor y luego se dirige a
Sophie y Nadia en el otro sofá . Las dos se deshacen en elogios hacia él. Sophie
incluso se baja al suelo para acariciarlo.
Tomo asiento junto a Scarlett y me pongo a cenar.
—Blandengue —acusa, mirando a Teddy, que se regodea en la atenció n de
sus amigos—. Se supone que tiene una rutina con su caja.
—Lo dices tú —respondo—. En la guardería del perro dicen que lo
recogiste tres horas antes. —Se encoge de hombros, pero me doy cuenta—.
Estaba de camino a casa.
C.W. FARNSWORTH
—Admítelo, lo echaste de menos.
—Tú también viniste a casa temprano.
—No para ver a Teddy.
—¿Qué estamos viendo? —pregunta Nadia, interrumpiendo nuestra
conversació n paralela.
Scarlett se inclina hacia delante para tomar el mando a distancia de la mesa
de café. Su camiseta de tirantes se levanta, dejando al descubierto una franja
de piel. Así de fá cil, me imagino desprendiendo el fino material de su cuerpo.
Cambiarme podría haber sido un error.
Las chicas se instalan en una comedia. A los pocos minutos, sé que no le voy
a prestar mucha atenció n. Termino la cena y me extiendo en el sofá . Tras
dudar, Scarlett se tumba a mi lado. Su culo se frota directamente sobre mi
entrepierna, y yo gimo en su oído.
—A menos que estés dispuesta a terminarlo, no lo empieces, Scarlett.
—¿Quién ha dicho que no estoy dispuesta a terminarlo? —susurra ella.
Deslizo unos dedos bajo el dobladillo de su camiseta de tirantes, trazando
círculos en su suave piel. Nadia, o quizá Sophie, se ríe de algo que ocurre en la
pantalla. No miro para comprobarlo.
—No quiero compartirte. Soy el ú nico que te folla, Red.
Su respiració n se entrecorta. Lo escucho y lo siento. El rá pido ascenso de su
caja torá cica.
—Dilo.
Gira la cabeza, de modo que la tiene metida debajo de mi barbilla.
—Eres el ú nico que me folla —susurra.
Le acaricio la parte inferior del pecho y vuelvo a deslizar la mano hacia
abajo para posarla en su estó mago.
—Mira la película.
Ella resopla, molesta. Yo sonrío, deslizando mi mano para enroscarla
alrededor de su cadera y mirando fijamente la pantalla sin registrar un solo
píxel.
***
C.W. FARNSWORTH
Lo siguiente que sé es que Scarlett me sacude para despertarme. Parpadeo,
me restriego las manos por la cara y bostezo.
—Mierda. ¿Me he quedado dormido?
Ella asiente.
—En algú n lugar entre el tiroteo y una escena de sexo, así que debes haber
estado agotado.
—¿Pensé que la película era sobre un viaje de soltera?
—La cosa se intensificó , supongo. No estaba prestando mucha atenció n.
—¿No? —Pregunto, la imagen de la inocencia.
Scarlett pone los ojos en blanco.
—Puse a Teddy en su jaula. Sophie y Nadia se fueron. Me voy a la cama. —
Pero no se mueve.
Yo sí.
La acerco, cambiando nuestras posiciones para que quede enjaulada
debajo de mí. La electricidad crepita entre nosotros. Ella no se resiste. Se
separa y se estira, levantando los brazos y sacando el pelo de su moñ o. Sus
rodillas se separan, de modo que mi polla, cada vez má s dura, queda presionada
directamente contra su suave centro. Muevo las caderas y ella gime.
—¿Quieres mi polla, Red?
En respuesta, ella vuelve a gemir. Má s fuerte. Me siento, me quito la
camiseta y me bajo los pantalones de chá ndal para que mi polla sobresalga.
Scarlett se muerde el labio inferior, concentrada en mi creciente erecció n. No
lleva sujetador. Puedo ver las duras puntas de sus pezones mientras su cuerpo
responde.
Los leggings que lleva son muy ajustados. Me cuesta tres tirones bajá rselos
y quitá rselos. A continuació n le quito la ropa interior empapada. Me acerco, a
punto de empujar dentro, cuando me doy cuenta—: Los condones está n arriba.
Este ha sido siempre un tema tenso entre nosotros. Ahora que no só lo
tenemos relaciones sexuales, sino que las tenemos con la mayor frecuencia
posible, se ha convertido en un tema cada vez má s pertinente. Es una prueba
continua de confianza en el otro. Decir que confías en alguien es una cosa.
Respaldarlo con acciones es otra. Sobre todo cuando la transmisió n de una
enfermedad o un embarazo son consecuencias potenciales.
—Confío en ti. —Ella repite lo mismo que me dijo hace cuatro noches, fuera
de Proof.
C.W. FARNSWORTH
Y provoca el mismo oleaje de una sensació n que se parece mucho al amor.
La beso mientras baja y rodea mi polla. Nunca había tenido sexo sin usar un
condó n. No hay nada que se pueda quitar. Gimo ante la sensació n de su calor
apretado y hú medo contrayéndose a mi alrededor sin ninguna barrera.
—Mierda.
—¿Se siente diferente?
—Sí —respiro, acelerando el ritmo una vez que ambos nos hemos adaptado
—. Se siente bien. Te sientes tan jodidamente bien.
—Se siente diferente contigo —murmura Scarlett. Sé que no se refiere a la
falta de lá tex entre nosotros.
Enrolla sus largas piernas alrededor de mi cintura, abriéndose aú n má s a
mí. Ambos gemimos mientras me deslizo má s profundamente, llegando a un
nuevo punto. Mi respiració n se acelera cuando empiezo a sentir el familiar
cosquilleo en mis pelotas. Y entonces me corro, má s fuerte y má s largo que
nunca. Unas manchas blancas salpican mi visió n, dando un nuevo significado al
placer cegador.
Lentamente, la realidad vuelve a la sala de estar. Pero no me alejo de ella. La
mano de Scarlett se enrosca en mi pelo, recorriendo las cortas hebras una y otra
vez. Presiono mis labios contra la curva de su cuello, justo donde se une a su
hombro. Inhalo su aroma y respiro contra su piel.
Esto también es nuevo para mí. La intimidad después del acto físico del
sexo. No era un idiota al respecto, pero definitivamente nunca me quedé para
acurrucarme con alguien má s después.
—A Sophie y Nadia les gustas —me dice.
—¿No me juzgaron por quedarme dormido como un viejo?
Siento su risa reverberar contra mi mejilla.
—No. Ambas trabajan mucho también. Ademá s, no pareces un viejo, así
que eso ayuda.
—¿Es eso un cumplido, Red? —Me burlo, inclinando mi cabeza hacia atrá s
para poder ver su cara.
—Como si no supieras que pienso que está s caliente.
—Me gusta cuando lo dices.
—Bien. Está s caliente, ¿de acuerdo?
Sonrío.
—De acuerdo.
C.W. FARNSWORTH
—Sophie quiere salir con Oliver. Está planeando romper con Kyle.
—Sería mejor que se quedara con el cirujano.
Scarlett levanta una ceja.
—¿Por qué?
—¿Recuerdas cuando preguntaste por mí y Candace?
—Sí.
—¿Recuerdas lo que dije?
—Mierda. ¿En serio?
—Síp. —Hago estallar la —P "Mi padre se va a enterar -si no lo sabe ya- y yo
me quedaré en medio.
—Vaya. —Ella vacila—. ¿Puedo preguntarte algo? No tiene nada que ver
con el drama de Oliver acostá ndose con tu madrastra. Es que he querido
hacerlo.
—Sí, claro.
—La otra noche, Asher mencionó tu escritorio. Có mo no te gusta que otras
personas lo toquen. ¿Por qué?
—Tal vez no me gusta que la gente toque mis cosas —me burlo.
—¿Es por eso?
Exhalo.
—No. Era el escritorio de mi madre. Ella también venía de dinero. Su familia
tenía un negocio de envíos. Lo heredó y se encargó de gran parte del trabajo;
tenía su propia oficina en la casa y todo eso. Mi padre vendió la empresa
después de su muerte. En ese momento, pensé que estaba siendo insensible.
Ahora... —La miro—. Ahora, creo que los recordatorios podrían haber dolido
demasiado.
Hay un largo tramo de silencio entre nosotros.
—¿Venderías Haute?
Hablando de una pregunta cargada. Y es tan Scarlett. Poniendo a prueba
mis sentimientos por ella hablando de negocios.
—No —respondo—. No lo haría.
C.W. FARNSWORTH
Me sostiene la mirada, pero puedo sentir las ganas que tiene de apartar la
vista. Me doy cuenta de lo que cree que estoy diciendo.
—Me aseguraría de que prosperara porque creo que eso es lo que querrías.
Mi padre es un cobarde cuando se trata de sus sentimientos. No intentaría
olvidar. Lucharía como un demonio para recordar.
Nunca he visto llorar a Scarlett. Ahora no lo hace, pero hay un brillo que
cubre sus ojos de color avellana que sugiere que podría estar a punto de
hacerlo. Su mano sigue en mi pelo y la utiliza para acercarme, hasta que
nuestros labios está n a un paso de distancia.
—Yo tampoco vendería —susurra, antes de besarme.
Capítulo Diecisiete
Scarlett
—¿Scarlett? ¿Scarlett?
Parpadeo y miro a Leah, que me mira con extrañ eza.
—¿Sí?
C.W. FARNSWORTH
—Só lo preguntaba si tienes algú n comentario sobre el tema de octubre
antes de que terminemos la reunió n.
Miro las pá ginas de notas que tengo delante. Me froto la frente en un
intento de aliviar el dolor de cabeza que se me está formando.
—No. Todo esto está muy bien. Buen trabajo, todos.
Sigue el silencio. Un silencio con un matiz de sorpresa. Siempre tengo notas.
Sugerencias. Aportaciones. Estoy demasiado distraída para hacer alguna ahora
mismo.
Me pongo de pie, necesitando salir de esta habitació n. Estoy agotada.
Quiero acurrucarme en el sofá en chá ndal con una botella de vino y Crew.
Excepto que el vino podría no ser una opció n. Me di cuenta de que mi
periodo se retrasó -dos semanas de retraso- hace cuatro días. He estado tan
ocupada que no me he dado cuenta de lo rá pido que pasa el tiempo.
Estoy embarazada.
Creo.
He vomitado todas las mañ anas durante los ú ltimos días. He estado
emocional. Cansada. Y me he retrasado, cosa que nunca me había pasado. Pero
no sé si estoy embarazada con certeza porque tengo miedo de averiguarlo.
Nunca pensé que me llamaría cobarde, pero eso es exactamente lo que soy
ahora. Me aterra saberlo con seguridad. Me aterroriza decírselo a Crew. Si
estoy tan avanzada, me embarazó en Italia, posiblemente la primera vez que
nos acostamos.
Seguramente estará orgulloso. Nuestras familias estará n encantadas. Y yo...
alucinando.
C.W. FARNSWORTH
Ademá s, siento que voy a enfermar. Otra vez. Ú ltimamente, mis náuseas
matutinas se parecen mucho a las ná useas de todo el día. Hablando de
publicidad falsa. No sé nada acerca de los bebés o el embarazo. Pensé que
tendría tiempo. Quería tiempo. Los nadadores de Crew claramente tenían otras
ideas. Estadísticamente hablando, hemos tenido mucho sexo para que el
embarazo sea una posibilidad. Sexo protegido. Si realmente estoy de seis
semanas, concebimos cuando él aú n usaba condones. ¿Noventa y nueve por
ciento de efectividad? Supongo que somos parte del uno por ciento en má s de
un sentido.
No estoy en contra de tener hijos. Sabía que lo haríamos, en algú n
momento. Crew quiere tener hijos, aunque sé que parte de ese impulso está
alimentado por su padre. Só lo que se siente rá pido. Pronto. No éramos una
pareja antes de casarnos. Tardamos un mes en tener sexo. Por fin hemos
encontrado un equilibrio que esto sacudirá . Compartir la responsabilidad de un
perro fue un ajuste. Tener un hijo es un gran cambio para cualquier pareja.
Para nosotros, vendrá con toda una serie de complicaciones que me alegré de
aplazar durante un tiempo.
Cojeo por el pasillo con los tacones, deseando poder quitá rmelos y tirarlos
a la pared. Estoy privada de sueñ o. Y posiblemente hormonal. Tan pronto como
tenemos sexo, Crew está fuera como una luz. He estado despierta las ú ltimas
noches, preocupá ndome por todas las formas en que esto cambiará nuestras
vidas.
Mi oficina es un santuario. Cuando compré esta revista, me pasé horas
decidiendo có mo se decoraría cada centímetro. Aquí celebro todas mis
reuniones. Los colores son llamativos, pero no chillones. Los cuadros abstractos
se alinean en la pared sobre el sofá de cuero blanco. En la pared de enfrente hay
nú meros enmarcados de Haute, sobre una mesa que siempre tiene un arreglo
de flores frescas. Hoy son peonías. El aroma floral suele hacerme feliz. Ahora
mismo, me dan ganas de vomitar.
Tomo asiento en mi escritorio y respondo rá pidamente a los correos
electró nicos que me han llegado durante la reunió n de la que acabo de salir.
Tengo mil cosas que hacer: aprobaciones de sesiones fotográ ficas,
comunicaciones con los anunciantes y acuerdos con diferentes proveedores.
Hace unos meses, pediría comida para llevar y me acomodaría para pasar unas
horas má s aquí.
Todo lo que quiero hacer ahora es ir a casa.
Mis ojos se posan en la fotografía enmarcada a la derecha de mi ordenador.
La coloqué allí como un accesorio, un testimonio de la mentalidad de que las
mujeres pueden tenerlo todo: una vida hogareñ a feliz y una carrera exitosa. Yo ya
tenía la carrera de éxito, y siempre he sabido que tengo la capacidad de realizar
cualquier proyecto que me proponga. Durante los ú ltimos nueve añ os, también
he sabido que probablemente me casaría con Crew Kensington. Só lo que no
sabía có mo sería estar casada con él. Confuso, emocionante y divertido. Se ha
convertido en alguien en quien confío y a quien estoy deseando ver.
¿Cómo diablos sucedió eso?
C.W. FARNSWORTH
Pensé que no tendría ningú n interés en hacer que este matrimonio
funcionara como algo má s que un documento de doscientas pá ginas en el que
se explicaban las consecuencias si no funcionaba. Confié en eso. Confiaba en
ello. La forma en que nos hemos convertido en algo tan diferente es a la vez
tranquilizadora y preocupante.
La fotografía en blanco y negro de nosotros el día de nuestra boda que está
sobre mi escritorio ya no parece de atrezzo. Parece real. Incluso puedo
identificar el momento en que fue tomada, cuando Crew me dijo que
deberíamos haber practicado el baile antes de casarnos de la misma manera
que nos besamos antes de pronunciar nuestros votos. Estoy sonriendo, y él
también.
Intento imaginarme a un niñ o con los ojos azules de Crew y mi pelo oscuro.
No puedo. Nunca he tenido un bebé en brazos; ni siquiera recuerdo la ú ltima
vez que vi uno en persona.
En lugar de parar en una farmacia y dejar de lado las dudas, me voy
directamente a casa. Cobarde. Busco el consuelo que só lo Crew puede
proporcionar. Suele incluir acurrucarse en el sofá y luego el sexo.
Mi cuerpo se ha acostumbrado al horario, a anhelarlo. Ansiarlo.
Las puertas del ascensor se abren, dejando ver a Crew apoyado en la pared
junto al Monet.
—¡Por fin! Estaba a punto de llamarte.
Lo miro: el pelo peinado, el esmoquin y la expresió n ansiosa de
pongámonos en marcha.
É l hace lo mismo conmigo.
—Lo has olvidado. —Las palabras son planas. Molesta. Cualquier
esperanza de convencerlo para que se quede en casa, se acurruque en el sofá y
admita que podría estar embarazada, huye como las hojas en un día ventoso de
otoñ o.
—No —miento—. Mi reunió n se alargó . Volví a casa tan pronto como pude.
—La ú ltima parte, al menos, es cierta. Me apresuré a llegar a casa porque
quería verlo—. Voy a cambiarme.
No puedo creer que lo haya olvidado. Esta noche es la fiesta de la compañ ía
Kensington Consolidated. Sé que es una gran cosa para Crew, llena de redes
importantes para cimentar su estatus como futuro CEO.
Crew me agarra la mano cuando intento pasar por delante de él. Su
expresió n de fastidio vacila, apareciendo algo má s suave.
—¿Está s bien?
C.W. FARNSWORTH
Pego una sonrisa en mi cara.
—Por supuesto. Só lo dame unos minutos, ¿de acuerdo? —No puedo
decírselo. No ahora, justo antes de que tengamos que ir a hablar con gente
importante toda la noche. Una parte de mí se siente aliviada, incluso. No hay
má s remedio que no pronunciar las palabras.
No es hasta que estoy dentro de mi armario que dejo caer la sonrisa. Leí en
alguna parte, una vez, que sonreír engañ a a tu cerebro. El mero movimiento
hace que se liberen sustancias químicas de la felicidad, tanto si la sonrisa es
falsa como si es real. Como no puedo beber -posiblemente durante nueve
meses, pero al menos hasta que me haga una prueba de embarazo-, me vendría
muy bien cualquier droga que mi cuerpo pueda producir de forma natural. Y
esta noche forzaré muchas sonrisas.
Cambio la falda lá piz y la blusa que he llevado todo el día por un vestido de
seda hasta el suelo. El tejido esmeralda susurra contra mi piel mientras me
dirijo al bañ o para arreglarme el pelo y el maquillaje. Una vez que estoy
satisfecha con ambos, tomo un bolso de mano a juego y un par de tacones de
aguja de tiras. Se me encogen los pies al pensarlo, pero la tela se arrastrará por
el suelo si no llevo tacones.
Crew está en el mismo lugar en el que lo dejé, revisando los correos
electró nicos en su teléfono.
—Lista —le digo.
—Está s preciosa —me dice, antes de que entremos en el ascensor.
Me muerdo la lengua hasta que el dolor se vuelve agudo, luchando contra el
impulso de decirle lo que me ha preocupado todo el día.
—Gracias.
—¿El trabajo fue bien?
—Sí. —Dudo—. Puede que tenga que ir a París la semana que viene para
algunas reuniones.
Crew no levanta la vista de su teléfono.
—Sí. Claro.
—De acuerdo. —Vuelvo a apoyar la cabeza en los duros paneles del
ascensor y sigo a Crew hasta el garaje subterrá neo cuando llegamos a la ú ltima
planta.
Roman está esperando al lado del coche. Me hace una respetuosa
inclinació n de cabeza.
—Sra. Kensington.
C.W. FARNSWORTH
Le sonrío antes de subir al todoterreno.
El viaje a la Met es silencioso. Sé que Crew está nervioso por esta noche.
Ú ltimamente ha estado gestionando una gran adquisició n, y estoy segura de
que se está preparando para las preguntas de los inversores. Yo estoy
preocupada por la posibilidad de que una pequeñ a persona crezca dentro de
mí.
Basta con caminar desde el coche y subir las escaleras para que mis pies
empiecen a gritar. El clima controlado y los suelos lisos del vestíbulo del museo
son un ligero alivio. Nos acompañ an inmediatamente al Gran Saló n. La charla
cortés resuena en el alto techo y las paredes de piedra. Apenas tengo tiempo de
contemplar las velas y los arreglos florales que decoran el espacio antes de
que la gente empiece a acercarse a nosotros. Nos rodean.
Crew es el chico de oro de Kensington Consolidated, de todo Manhattan. El
heredero del trono. El emperador en espera.
Nunca he tenido la impresió n de que Arthur Kensington sea muy querido.
Tiene experiencia en los negocios, pero no es accesible. Es el tipo al que invitas
porque tienes que hacerlo, no porque quieres.
Oliver es má s bien un enigma. Lo veo de pie en una esquina, hablando con
otros dos hombres vestidos de esmoquin. Parece el lacayo de su padre,
dispuesto a hacer lo que sea para impresionar y mantener su posició n. Pero no
creo que sea de los que se tiran a la mujer de su padre a sus espaldas.
Independientemente de sus intenciones, no tiene el carisma sin esfuerzo que
posee Crew. La capacidad de hacerte sentir especial só lo por mantener su
atenció n. Lo noté cuando tenía dieciséis añ os y le dije a mi padre que el ú nico
Kensington con el que me casaría era Crew, y lo veo ahora cuando habla con los
Spencer.
Parece que todos y cada uno de los má s de mil asistentes han hablado con
Crew cuando llegamos a nuestra mesa, en el centro de la sala. Arthur y Candace
ya está n sentados, pero no hay rastro de Oliver.
Arthur se levanta para besar mi mejilla, haciendo de suegro perfecto.
—Scarlett. Impresionante, como siempre.
—Gracias. —Sonrío a Candace, que parece completamente a gusto al lado
de su marido. Tal vez la subestimé a ella y a Oliver. Desde luego, no parece el
tipo de persona que abandona su matrimonio. Engañ ar puede ser socialmente
aceptable para los hombres, pero ella se convertiría en una paria si se supiera
que lo ha hecho.
C.W. FARNSWORTH
—¿Hablaste con Justin Marks? —Arthur desplaza su atenció n hacia Crew,
que está retirando mi silla.
Le lanzo una pequeñ a sonrisa mientras me hundo, quitá ndome
inmediatamente los tacones bajo la cubierta del mantel.
—Sí. —Crew hace una señ a a un camarero y pide un whisky. Me mira a mí
—. ¿Quieres champá n?
Por alguna razó n, no se me ocurrió la posibilidad de que esto ocurriera.
—No, gracias. Me duele la cabeza.
Su frente se arruga.
—¿Ah, sí? No has dicho nada.
—Estoy bien. Só lo he tenido un largo día. El alcohol probablemente me hará
dormir.
La línea entre sus ojos no se suaviza. Me conoce lo suficiente como para
notar la nota falsa en mi voz. Pero antes de que pueda hacer má s preguntas,
Arthur interrumpe, obviamente no comparte la misma preocupació n por mi
bienestar que su hijo. Me imagino que se sentiría diferente si supiera que mi
dolor de cabeza es el futuro de su imperio cuidadosamente construido.
Me desentiendo mientras Crew y Arthur hablan de negocios. Oliver aparece
mientras se sirve la cena, ocupando uno de los dos asientos vacíos. Ignora a
Candace y se une a la discusió n sobre algú n inversor. Observo a la gente y
picoteo mi comida. Tengo hambre, pero no de nada en mi plato. El filete está tan
poco hecho que parece crudo, y las patatas saben demasiado ricas.
—¿No tienes hambre? —me pregunta Crew cuando su padre se distrae con
un miembro del personal del museo que le pregunta sobre algo de logística.
—En realidad no.
—¿Quieres irte? Puedo ver si...
Por alguna razó n, la oferta hace que se me acumulen las lá grimas en los
ojos. Alguna razó n que probablemente tenga que ver con las hormonas. Sé que
Crew lo ve cuando sus ojos se ensanchan.
—No. Deberíamos quedarnos. Só lo... voy a usar el bañ o. Vuelvo en un rato.
—De acuerdo. —La voz de Crew es dubitativa, pero su padre vuelve a
preguntarle algo. Está distraído.
C.W. FARNSWORTH
Me vuelvo a poner los tacones y me dirijo a la salida, siguiendo las señ ales
que indican el bañ o de mujeres. Los lavabos está n vacíos. Voy directamente a
uno de los lavabos y me apoyo en la pared de azulejos, disfrutando de la
sensació n de la piedra fría contra mi piel. Las respiraciones profundas me
ayudan a combatir las ná useas.
Toda la noche, he jugado el papel de caramelo del brazo de Crew. Nadie aquí
está interesado en mis opiniones sobre Kensington Consolidated. No le debo
nada a ninguno de ellos. Pero quiero apoyar a Crew, de la misma manera que él
lo hizo cuando me apoyó con mi padre o cuando pregunta sobre mis reuniones
y escucha mis respuestas. Por é l, puedo sufrir una noche de conversació n
sofocante y comida excesivamente cara.
Hago pis y salgo para lavarme las manos. Me estoy enjabonando cuando se
abre la puerta del bañ o y entra Hannah Garner. Lleva una bata azul noche que
contrasta con su bronceado y su cascada de rizos rubios. Nunca presioné a
Crew para que diera detalles sobre su pasado. Sinceramente, no los quiero. Pero
me pone en desventaja, una que Hannah pretende utilizar, si la mirada lasciva
de su rostro es un indicio.
—Scarlett. Qué sorpresa.
—¿Qué es lo sorprendente? —Me enjuago y cierro el grifo—. ¿El hecho de
que me lave las manos, o que esté aquí apoyando a mi marido?
Se ríe, y es malicioso. Rechinante.
—¿Tu marido? É l no te pertenece. Lo obligaron a casarse contigo. Es obvio
que ni siquiera le gustas.
—No sabes nada de mi matrimonio.
—Sé má s de lo que crees. Sé que Crew no ha ido directamente a casa desde
el trabajo. —Se acerca un paso má s. Su tacó n golpea el suelo como un disparo
de advertencia—. ¿Quieres saber có mo lo sé?
—Ha terminado contigo. —Repito lo que me dijo.
Hannah hace una mueca y sacude la cabeza.
—¿Es eso lo que te dices a ti misma? Es Crew Kensington. Eres una aburrida
tan obsesionada con el trabajo que tu padre tuvo que venderte al mejor postor.
Lo ú nico que te sirve es tu dinero. Finge que eres yo para excitarse durante el
sexo.
La palma de mi mano se estremece, tentada de abofetearla. Pero no le daré
esa satisfacció n. Una reacció n es exactamente lo que quiere.
—Siempre tan estoica, Scarlett. Actuando como si no te importara nada ni
nadie. Pero te vi con Crew antes. Te preocupas por él. ¿Crees que te es fiel?
Nunca pensé que la princesa de Park Avenue fuera tan ingenua.
—Suenas terriblemente celosa, Hannah. ¿Me casé con el tipo que quieres?
Sus ojos se estrechan.
C.W. FARNSWORTH
—Hace dos semanas, me folló en el bañ o de Proof. Dijo que nunca se había
corrido má s fuerte. No lo quiero. Lo tengo.
Por primera vez, siento un pequeñ o parpadeo de incertidumbre, y me odio
por ello. Crew estaba en Proof hace dos semanas, cuando le dije que saliera con
Asher. ¿Se habría tirado a Hannah en su lugar? Fue antes de que supiera que no
le había sido totalmente fiel. No hay nada má s que triunfo en la cara de
Hannah, confianza sin rastro de engañ o. Pero no confío en ella. Tiene todas las
razones para mentir. Para sembrar la duda en mi cabeza.
No hay nada que odie má s que me tomen por tonta. Toda mi vida, la gente
me ha visto como una princesa mimada. Nunca han considerado lo difícil que
puede hacer tu vida la riqueza excesiva. Todo se vuelve falso. Las galanterías, los
tó picos. Los recordatorios puntuales y las presunciones. Lo solitario que puede
ser siempre dudar de las intenciones de los demá s.
Tengo suerte en muchos aspectos, pero mi vida está muy lejos de ser
perfecta. Confío en Crew. Creo que está siendo fiel.
Y si no lo es, si me equivoco, me destrozará .
Miro a Hannah directamente a los ojos.
—No te creo.
Salgo del bañ o sin decir nada má s. La mú sica apagada y las voces que
vienen del pasillo suenan con fuerza después del silencioso enfrentamiento en
el bañ o.
Cuando vuelvo a entrar en la fiesta, mi mirada se dirige directamente a
Crew. Está de pie cerca de nuestra mesa vacía, con un aspecto
pecaminosamente sexy en su esmoquin mientras aprieta un vaso de líquido
á mbar y habla con una gran multitud de hombres.
Suspiro y me dirijo a la barra libre. Joseph Huntington, un buen amigo de mi
padre, está de pie junto a ella, observando có mo el camarero prepara un
martini. Sonríe cuando me ve.
—¡Scarlett! ¿Có mo está s, querida?
—Estoy bien, Sr. Huntington. ¿Có mo está usted?
—Bien, bien.
—Menuda familia en la que te has casado, ¿eh? —Hace un gesto con la
mano hacia la opulencia que nos rodea—. Hanson nunca ha hecho este tipo de
cosas.
Me encojo de hombros.
—A mi padre no le gusta la pompa.
C.W. FARNSWORTH
—No lo habría sabido, viendo la boda que pagó .
Sonrío.
—Culpa a mi madre por eso.
—Tal vez agite las cosas cuando Hanson se retire. —Joseph me mira con
atenció n. He ignorado la mayor parte de las especulaciones sobre el futuro de
Ellsworth Enterprises, a pesar de que cada vez son má s fuertes. Mi padre se
acerca a la edad de jubilació n. No acepté un trabajo en la empresa, como todo el
mundo esperaba. Me casé con Crew, que tiene un imperio propio que dirigir.
—Tal vez.
Joseph sonríe ante mi vaga respuesta y recoge su bebida.
—Que tengas una buena noche.
—Tú también.
Me dirijo al camarero una vez que desaparece.
—Hola. ¿Puede prepararme algo sin alcohol, por favor?
El camarero sonríe. Es guapo, casi de mi edad. De complexió n larguirucha y
pelo desgreñ ado.
—El primer pedido que recibo de esos esta noche.
—Apuesto a que sí. Los hombres de negocios adoran su licor de lujo.
—No es broma. Si empeñ ara una de estas botellas, podría pagar el alquiler
durante meses. —Se echa atrá s rá pidamente—. No lo voy a hacer, obviamente.
Só lo es una broma de mal gusto.
Me río.
—No te preocupes. Y dudo que nadie se dé cuenta.
—¿Te gusta el jengibre?
—Sí.
Asiente con la cabeza y empieza a servir.
—¿Hace mucho que eres camarero?
—Un par de añ os. Voy a hacer un má ster en la Universidad de Nueva York.
Es buen dinero y funciona con mi horario de clases.
—¿En qué vas a hacer el má ster?
Parece avergonzado.
—Antropología. Puedes reírte. Estaré comiendo Ramen toda mi vida.
C.W. FARNSWORTH
—Bien por ti —digo, y lo digo en serio—. El dinero está sobrevalorado.
—Es fá cil decirlo cuando lo tienes.
—Tienes razó n —estoy de acuerdo—. Pero apuesto a que la mayoría de
estas personas no son muy felices con sus vidas.
—¿Lo está s?
Suspiré.
—Es una pregunta complicada.
—Lo es. —Me estudia durante un minuto y me tiende la mano—. Soy
Charlie.
Estrecho la mano que me ofrece.
—Scarlett.
—¿Trabajas para Kensington Consolidated?
—No exactamente. Estoy casada con un Kensington.
—Me pareció reconocerte —responde Charlie—. Tuviste esa gran y
elegante boda este verano, ¿no es así?
—Sí.
—A mi hermana pequeñ a le encanta tu revista.
Sonrío.
—¿De verdad?
—Ajá . La ú ltima vez que fui a casa, mi cama estaba cubierta de viejos temas
de Haute.
—¿En serio?
—Lo juro.
—Vaya. Eso es un halago.
Charlie desliza un vaso con un tinte rosado delante de mí.
—Una especie de Shirley Temple, pero le he añ adido unos ingredientes
especiales. Sin alcohol.
—Gracias. —Tomo un sorbo. Sabe a jengibre, pomelo y romero—. Está muy
bueno.
C.W. FARNSWORTH
—Bien.
Sigo charlando con Charlie. De vez en cuando, alguien se acerca a rellenar y
él tiene que trabajar. A menudo acabo conversando con quien sea, escuchando
una y otra vez el fantá stico trabajo que está haciendo Crew y lo ilusionado que
está con el futuro.
Para cuando aparece el propio Crew, ya voy por mi tercer có ctel,
persiguiendo el hielo en círculos con una pajita mientras Charlie le prepara a
alguien un gin-tonic.
—Hola. —Se detiene a mi lado, lo suficientemente cerca como para sentir el
calor que irradia su cuerpo.
—Oye. —El hielo tintinea contra mi vaso mientras lo persigo una y otra vez.
Hannah
La molesta inclinació n rebota en mi cabeza.
No lo quiero. Lo tengo.
Crew me mira por encima. Lo sé, porque puedo sentir cada punto que su
mirada roza.
—¿Está s borracha?
Me río.
—Nop. —Hago saltar la P para enfatizar—. Ojalá .
Su ceñ o se frunce mientras intenta descifrar mis palabras.
—¿Está s lista para irte?
—¿Lo está s?
—No estaría preguntando si no fuera así.
Resoplo.
—Sí. Só lo hacemos lo que tú quieres. Ya que só lo soy la esposa de Crew
Kensington. Nada má s. Nada significativo.
El dolor, y luego la rabia, cruzan su cara.
—Pensé que habíamos superado esta mierda.
—Sí, yo también. Luego pasé toda la noche siendo tratada como un
accesorio, mientras tú no estabas en ningú n lado.
Charlie termina de preparar la bebida. Ahora hace como si no oyera
nuestra conversació n, aunque estoy seguro de que cada palabra es audible.
—Sabías lo que era esta noche —responde Crew—. Có mo es este mundo.
—Quiero que seamos diferentes.
C.W. FARNSWORTH
—Somos diferentes.
—Ahora mismo no lo parece. —Me apago el resto de mi bebida y me
despido de Charlie con la mano—. Gracias por hacerme compañ ía.
Sonríe y asiente con la cabeza. Le meto un par de cientos en el tarro de las
propinas.
Crew sigue mi atenció n y un mú sculo salta en su mandíbula. Me tambaleo
al dar un paso, apartando el codo cuando trata de estabilizarme.
—Estoy bien.
—Está s borracha.
Me río.
—No, no lo estoy. Estoy jodidamente sobria, gracias a ti.
La confusió n estropea sus apuestos rasgos.
—¿Qué? No te he dicho que no bebas"
Empiezo a caminar hacia la salida, dejá ndole que me siga. El staccato de mis
tacones golpea el má rmol como una marcha furiosa. Estoy enfadada. Con Crew,
conmigo mismo. Enfadada porque podría arruinarlo todo. Enfadada porque me
importa si lo arruino todo.
Me está siguiendo. Puedo sentirlo, y también estoy enojada por eso.
Apenas noto la sensació n de su mano agarrando mi codo antes de que me
arrastre a una de las galerías vacías que bordean el pasillo que lleva al
vestíbulo. En un movimiento suave, me pongo contra la pared.
—Scarlett. ¿Qué pasa?
Esto está oscuro. Só lo se cuela la mínima luz del pasillo.
—Nada.
—No me mientas.
Lo beso. Gime cuando le meto el labio inferior entre los dientes. De repente,
estoy desesperada. Le arranco la chaqueta de su esmoquin y luego tanteo sus
pantalones.
—Scarlett. Scarlett. —Vuelve a decir mi nombre, pero estoy concentrada
en una cosa.
Necesito una distracció n. Intimidad. Con él.
—Te necesito.
C.W. FARNSWORTH
Otro gemido mientras le saco la polla. No puedo ver nada. Pero puedo
sentir có mo la suave piel se endurece en mi mano mientras la agarro con la
palma.
Me besa como quiero que me folle. Há bil, hambriento y rudo. Yo he
empezado, pero la boca de Crew deja claro que no voy a controlarlo. Sus labios
son feroces y dominantes mientras una palma se desliza por debajo de mi
vestido y sube por mi muslo. Me arqueo contra é l cuando sus dedos descubren
lo mojada que estoy, apenas consciente de la dura presió n de la pared contra mi
columna.
El sedoso material de mi vestido se enrosca alrededor de mi cintura y mi
tanga se hace a un lado, y entonces é l está dentro de mí. Siseo ante la intrusió n
que sacia una necesidad y alimenta otra.
—No llevo nada —susurra mientras empieza a moverse—. Voy a hacer un
desastre.
—Lo sé. —Enrollo una pierna alrededor de su cintura, abriéndome má s
—. Está bien. Quiero que lo hagas.
Sus labios vuelven a estar sobre los míos, duros y exigentes. Só lo soy
consciente de Crew y de có mo me hace sentir. No importa cuá ntas veces lo
hagamos -y ya son muchas-, siempre se siente así. Como la primera vez, y la
mejor.
Está marcando un ritmo brutal. Nada de esto es lá nguido. Es crudo y
primario, duro y profundo.
Cierro los ojos porque apenas puedo ver nada. Eso aumenta las
sensaciones. El sonido de su respiració n agitada. El olor de su colonia. La
sensació n de que entra y sale de mí.
Sus labios golosos se tragan mis gemidos.
A lo lejos, soy consciente de las voces y el alboroto que me recuerdan
dó nde estamos. Qué escandaloso sería esto. Qué pocas de las personas que
pululan por el pasillo han tenido probablemente sexo en un espacio
semipú blico porque estaban totalmente consumidos por la otra mitad de su
matrimonio.
Estoy muy cerca. Cada empujó n me acerca má s al límite. Siento có mo
aumenta la presió n, el calor que se forma y mis mú sculos se tensan.
La boca de Crew se desplaza hasta mi cuello, mordisqueando y chupando
la sensible piel.
C.W. FARNSWORTH
—Siempre está s tan mojada para mí, Red —murmura—. Tan sensible. Tan
ansiosa. ¿Está s lista para correrte para mí, nena?
Todo arde. Utilizo su corbata para acercarme má s a él, forzando una mayor
fricció n entre nuestros cuerpos, mientras me froto contra é l, persiguiendo
mi liberació n. El placer crece y se expande, ahuyentando todo lo demá s. Estoy
tan cerca del precipicio que haría cualquier cosa para llegar a ese punto.
—Sí.
Un empujó n má s y me rompo. Me rompo en un milló n de pedazos que
actú an como el má s dulce olvido. Todavía estoy experimentando el subidó n
orgá smico cuando siento que la liberació n de Crew me llena.
Se retira unos segundos después, dejando un calor pegajoso que se filtra
por el interior de mi muslo. Los dos respiramos con dificultad. Se mete la polla
medio dura en el esmoquin de Armani. Me enderezo. La falda de seda de mi
vestido cae al suelo, cubriendo mis piernas y la humedad entre ellas.
El ú nico sonido en la gran galería es nuestra respiració n.
—Deberíamos irnos —dice finalmente Crew—. La gente vino a cenar, no a
un espectá culo.
No sonrío ante el chiste tan poco convincente. De todos modos, él no
puede verme la cara. Salgo de la galería y vuelvo al pasillo, en direcció n al
vestíbulo. Por un pequeñ o milagro, no nos encontramos con nadie. Crew tiene
el pelo revuelto y la camisa arrugada. Estoy segura de que a cualquiera le
resultaría obvio lo que acaba de ocurrir entre nosotros.
El aire caliente que espera fuera me golpea en la cara como si fuera una
sauna, filtrando el frío y seco aire acondicionado y saturando en cambio mi
vestido y mi pelo de humedad.
Roman no está esperando fuera. El coche que se detiene fuera, frente a las
fuentes, es el Lamborghini negro de Crew.
—¿Dó nde está Roman? —Pregunto mientras subimos al coche. Contaba con
su presencia en el camino a casa.
—Le di el resto de la noche libre —responde Crew.
—Oh. —Es todo lo que se me ocurre. Me quedo mirando las luces de la
ciudad, hasta que llegamos a una gasolinera.
Un rá pido vistazo al indicador me dice que hay má s de medio depó sito. No
necesitá bamos parar. Pero no digo nada mientras Crew se baja. Y él tampoco.
No hay una sonrisa de complicidad. No hay palabras de broma. Sale y cierra la
puerta con un ruido ominoso.
C.W. FARNSWORTH
Las lá grimas me queman los ojos mientras el arrepentimiento hierve en mi
estó mago. Soy má s valiente que esto. Más fuerte que esto. Mi estado de á nimo,
mis emociones, solían ser mías. Es preocupante lo dependiente que me he
vuelto de có mo actú a Crew para informar de mis propios sentimientos.
Salgo del coche, sin importarme que el dobladillo de seda de mi vestido se
arrastre por el suelo sucio.
—Voy por agua.
La ú nica respuesta de Crew es un movimiento de cabeza. El agudo olor a
gasolina se arremolina en el aire hú medo mientras cruzo el estacionamiento y
me dirijo a la tienda. Una canció n pop suena en los altavoces.
—Buenas noches. —La mujer que está detrá s del mostrador me dedica una
sonrisa cansada y superficial.
Asiento con la cabeza mientras paso por la caja registradora y me dirijo a
las neveras del fondo. Tomo una botella de Fiji y giro para ver... pruebas de
embarazo. Un estante entero de ellos. Diferentes marcas y colores que
prometen resultados rá pidos. Dudo. Se me ocurren excusas. Escudriñ o los
estantes, sorprendida por la cantidad de opciones diferentes que prometen
precisió n y resultados rá pidos.
¿Cuál es la diferencia? Es sólo un palo en el que se orina, ¿no?
Con un fuerte suspiro, tomo tres cajas al azar y me dirijo a la caja
registradora, dejando el agua y las pruebas sobre el mostrador de plá stico
rayado. La cajera me mira la mano izquierda entre el cobro de la primera y la
segunda caja. Pongo los ojos en blanco cuando no mira.
El matrimonio no te hace digna de ser madre.
Pago todo y tomo la bolsa de plá stico, dirigiéndome de nuevo al aire
hú medo de la noche. Crew ha terminado de repostar, pero sigue de pie fuera
del coche. Sus manos está n en sus bolsillos del esmoquin y sus ojos está n en el
cielo. Reduzco la velocidad de mis pasos al acercarme, bebiendo su imagen.
Al verlo, acepto que una parte de mí quiere desear que esté embarazada.
Desea que la prueba sea positiva y que Crew y yo tengamos el tipo de
matrimonio en el que yo le daría un body que dijera algo nauseabundamente
adorable, como Amo a mi padre. En el que sabría que quiere un hijo porque es
un trozo de mí y de él, no un heredero al que pasarle un imperio de fortuna y
responsabilidades.
—¿Conseguisteis comida? —Crew baja su mirada del cielo y me mira a mí.
O má s concretamente, a la bolsa que llevo.
—No. —Llego a la puerta del pasajero y subo dentro.
C.W. FARNSWORTH
—Maldita sea. —Crew se acomoda a mi lado y cierra la puerta—. Me
muero de hambre. La comida siempre es una mierda en esas cosas.
Prueba a estar embarazada, pienso. No digo nada.
—¿Qué has conseguido?
—Agua. —Me agacho y saco la botella de plá stico de la bolsa. Las cajas de
pruebas de embarazo se mueven audiblemente en un raspado de papel rígido.
Crew levanta las cejas pero no comenta nada.
Bebo un largo sorbo mientras avanzamos a toda velocidad por la calle. El
agua fría golpea mi estó mago vacío, provocando un fuerte gorgoteo. Sufro unos
segundos incó modos mientras el agua se calienta en mi vientre antes de dar
unos cuantos sorbos má s, má s pequeñ os. Conducimos en silencio durante
otros diez minutos hasta que Crew se detiene inesperadamente.
—¿Qué está s haciendo?
—Te lo dije, tengo hambre. Parece que tú también. —É l enciende las luces
—. Este lugar tiene el mejor pollo frito de la ciudad.
—Hay comida en casa.
—No hay nada preparado. No voy a sacar a Phillipe de la cama a estas horas
para que me prepare algo.
—Es su trabajo.
—¿Cuá l es el verdadero problema? ¿No puedes pasar diez minutos má s en
el coche conmigo?
No respondo, só lo miro por la ventana.
Suspira, pesado y agotado.
—¿Quieres un poco de pollo?
—Sí. Y un batido de chocolate. —Esto suena como el tipo de lugar que
tendría batidos.
Me mira.
—No creo que tengan una versió n sin lá cteos.
Casi sonrío.
—Lo sé.
Deja las llaves en el portavasos.
C.W. FARNSWORTH
—De acuerdo. Vuelvo enseguida.
Miro los coches que pasan mientras su puerta se abre y se cierra. El
plá stico se arruga cuando mi pie roza la bolsa en el espacio para los pies,
burlá ndose de mí. Estoy noventa y ocho por ciento segura de que estoy
embarazada. Ahora que tengo las pruebas, me parece una tontería decir algo
hasta estar segura. En el dos por ciento de posibilidades de que no lo esté,
complicará las cosas entre nosotros innecesariamente. Complicaría las cosas
má s que el lío que mi comportamiento confuso ya ha causado.
El regreso de Crew viene acompañ ado del apetitoso aroma del pollo frito.
Me entrega un recipiente y pone una taza para llevar en el portavasos.
—Lo pedí con mantequilla de arce. Espero que esté ... —Se detiene
cuando se da cuenta de que ya lo estoy devorando—. ...bien.
No sé si es porque me muero de hambre o porque probablemente estoy
embarazada o porque se me antoja comida reconfortante, pero el pollo frito
sabe como lo mejor que he comido nunca. La cobertura es salada y crujiente, y
la mantequilla de arce es dulce y ahumada. Inhalo tres trozos sin respirar y
luego lo bebo con un sorbo de cielo achocolatado.
—¿Bien?
Gimoteo y é l sonríe.
El camino de vuelta al á tico es silencioso. Crew estaciona en el garaje y
caminamos hacia el ascensor codo con codo. Parece que han pasado días desde
que nos fuimos, no horas.
Una vez dentro del ascensor, me adelanto para pasar la tarjeta del á tico.
Cuando miro a Crew, está mirando hacia abajo. Sigo su mirada. El fino plá stico
blanco que llevo en la mano no oculta las letras moradas que dicen Prueba de
Embarazo.
—¿Está s embarazada? —La voz de Crew es tranquila. Calma. Imposible de
leer. No esperaba excitació n, pero sí alguna emoció n. En lugar de eso, la
pregunta suena como si fuera pronunciada por un robot. Suave e insensible.
—No lo sé —respondo. Compenso su falta de emoció n con algo de
sarcasmo—. Para eso es la prueba.
—¿Crees que está s embarazada?
—Bueno, no me los traje por diversión —digo con brusquedad. Sus dedos se
tensan alrededor de las llaves del coche que sostiene. Suavizo mi tono, tratando
de actuar como si la apatía y las preguntas racionales fueran la respuesta que
esperaba—. Se me retrasó la regla y sigo vomitando el desayuno. Así que sí,
creo que estoy embarazada.
Suelta una larga exhalació n.
C.W. FARNSWORTH
—Vaya.
Esa palabra permanece en el aire entre nosotros durante el resto del viaje.
Las puertas se abren, dejando ver la familiar entrada. No he dado má s que unos
pasos dentro antes de que diga mi nombre. A continuació n, una cá lida palma de
la mano me rodea el antebrazo y me empuja hacia él. Todo lo que puedo ver
es azul, su mirada es así de intensa.
—Scarlett.
—¿Qué?
Cierra los ojos y luego los abre, probablemente rezando para tener
paciencia. Sé que estoy siendo corta y poco razonable, pero él no puede ser el
que se asuste por esto. Yo soy la que le va a cambiar el cuerpo.
—No puedes decirme que podrías estar embarazada y marcharte. Así no
funciona este matrimonio.
—¿Có mo funciona entonces, Crew? Si estoy embarazada, ¿qué quieres
que haga? ¿Quieres que envuelva un palo en el que he orinado como si fuera un
regalo de Navidad? ¿Esperar a ver si te das cuenta dentro de unos meses? Esta
noche me he portado bien con todas tus admiradoras con las te has acostado y
seguramente pronto te daré un heredero. ¿Qué má s quieres de mí?
La línea de su mandíbula se tensa.
—Quiero que te hagas la prueba, Scarlett. Y luego muéstrame lo que dice,
para que no me pase toda la noche preguntando.
Tengo ganas de pelear, pero é l está siendo irritantemente fá cil de repente.
—Bien. —Doy vueltas y me dirijo hacia nuestro dormitorio, las afiladas
esquinas de las cajas se balancean contra mis piernas a cada paso.
El mango de plá stico se clava en mi palma. Pensé que sería un alivio que
Crew lo supiera. Pensé que me ahorraría el dilema de darle una respuesta
definitiva si lo sabía y preguntaba. No consideré que significaría que él estaría
aquí cuando lo supiera. Que no habría oportunidad de asimilar la noticia yo
mismo antes de ver su reacció n.
El ruido de sus pasos se mantiene como una estela constante detrá s de mí
mientras llego a las escaleras y subo al segundo piso. La puerta del dormitorio
está ligeramente entreabierta. La empujo hasta abrirla y dejo caer la bolsa de
plá stico al suelo antes de quitarme los tacones junto a la tumbona y estirar los
dedos de los pies.
C.W. FARNSWORTH
La mejor sensación de la historia.
Mis pies se hunden en la suave alfombra mientras encuentro la cremallera
de mi vestido y la bajo. La seda se acumula alrededor de mis tobillos.
Las pisadas de Crew se han detenido. Puedo sentir sus ojos sobre mí,
barriendo mi piel desnuda con una conciencia silenciosa.
Me acerco, descalza, en sujetador y tanga. Tomo una prueba del suelo antes
de dirigirme al bañ o. Cuando me giro para cerrar la puerta, é l está de pie en el
umbral.
—No.
Parece divertido.
—Te he visto desnuda antes, sabes.
—No estoy desnuda.
Los ojos azules bajan hasta el sujetador de encaje transparente y vuelven a
subir.
—Claro.
Actú o como si no hubiera dicho nada.
—Voy a orinar sola.
—¿Cuá nto tiempo tarda?
—¿Tienes que ir a algú n sitio?
Suelta un suspiro.
—Só lo lo pregunto, Scarlett.
Rompo la caja, tomo el palo y le doy la caja vacía.
—Lee las instrucciones, entonces. —Le cierro la puerta y me dirijo al
lavabo. Respiro larga y profundamente mientras miro mi reflejo en el espejo
durante un minuto.
A pesar de la cara llena de maquillaje, incluyendo mis labios rojos, parezco
joven. Nerviosa. Se siente como un gran momento. Si estuviera má s cerca de mi
madre, la llamaría. Pero ella se lo dirá a mi padre, que llamará a su
abogado y empezará a redactar de nuevo todos los documentos que se acaban
de ultimar tras la boda. Nadia y Sophie se asustarían, y cualquiera de mis otros
amigos probablemente llamaría a la prensa.
C.W. FARNSWORTH
Me lavo la cara y me cepillo los dientes. Me entretengo. No sé cuá l quiero
que sea el resultado. En los ú ltimos días, he empezado a aceptar que debo estar
embarazada. Si no lo estoy, no me sentiré decepcionada, exactamente, sino con
alguna otra emoció n adyacente.
Esto es pronto.
Demasiado pronto.
Llevamos menos de tres meses casados. Las cosas entre Crew y yo son
nuevas y volá tiles. Se supone que debutaré con mi línea de ropa en la
primavera. Si estoy embarazada ahora, estaré muy embarazada entonces.
—Este dice dos minutos —dice Crew a través de la puerta—. Pero los otros
dos dicen cinco. ¿Significa eso que son má s precisos? ¿Por qué has comprado
tres? ¿Se supone que tienes que comprar tres? ¿Tomaste ese?
No respondo a ninguna de sus preguntas, pero sí que orino en el primer
palo. Una vez que lo he hecho, no sé qué hacer con él. ¿Simplemente sostenerlo,
supongo? ¿Agitarlo como una bola má gica? He orinado en él, así que no lo
dejo en la encimera que rodea el lavabo.
—¿Scarlett?
Cada vez me molesta menos que Crew esté aquí. En realidad se siente bien,
no es que se lo vaya a decir. Abro la puerta y le tiendo la prueba.
—Toma. Sostén este mientras tomo los otros dos.
—¿Qué? —Tantea con las cajas—. ¿Por qué?
—Porque no quería dejar pis en la encimera. —Le lanzo una mirada de duh.
—¿Qué dice? —É l entorna los ojos hacia el palo.
—Nada todavía.
Le quito las otras dos pruebas. Orino en los dos a la vez, lo que podría
afectar a los resultados. A estas alturas, ya no me importa. Só lo quiero una
respuesta algo definitiva antes de irme a la cama.
Cuando vuelvo a abrir la puerta, Crew está mirando el test en su mano
como si fuera a desaparecer si aparta la vista.
—Es, um, positivo. —Se aclara la garganta—. Embarazada. —Es la primera
vez que lo escucho parecer inseguro sobre algo, y es mientras mira una
respuesta en blanco y negro.
C.W. FARNSWORTH
Tras una rá pida mirada hacia abajo para determinar si los dos que tengo en
la mano muestran resultados -no lo hacen-, vuelvo a mirar hacia arriba. Me mira
ahora y no tengo ni idea de qué decir o hacer. Creo que esperaba que mi
reacció n le indicara algo, porque sigue igual de inexpresivo e inmó vil.
—¿Crees que esto es normal? ¿Otras parejas se quedan aquí sosteniendo
esto?
É l sonríe, y yo le devuelvo la sonrisa.
—¿A quién le importa lo que hagan los demá s?
Exhalo.
—Sí. Tienes razó n. Tú ... quieres esto, ¿verdad?
—¿Un niñ o? —aclara.
Asiento con la cabeza.
—Sí. ¿Lo haces?
Las pruebas que tengo en la mano dan positivo. Las giro para que pueda
verlas.
—Tres de tres. Creo que hemos superado la conversació n de querer niñ os.
—No tenemos por qué no tenerla.
—¿Estamos casados y quieres un hijo y me dices que te parece bien no
quedarte con este bebé?
—Estoy diciendo que es tu cuerpo y si esa es una conversació n que quieres
tener, deberíamos tenerla.
Estoy sorprendida, y sé que se me nota en la cara. No somos un par de
estudiantes de secundaria. Los hijos, los herederos, son uno de los principales
objetivos de este matrimonio.
—Vaya. Eso es sorprendentemente progresista de tu parte. Suzanne
Lamonte me preguntó si estaba considerando tomarme un tiempo libre en el
trabajo para tratar de quedar embarazada antes.
—Puede que se sienta tonta por eso.
Capto la advertencia.
—Me lo quedo, Crew. Nunca hubo una pregunta. Sí, me hubiera gustado
que ocurriera má s tarde, tal vez cuando lo intentá ramos de verdad, pero no fue
así. No me siento preparada, pero probablemente nunca lo estaré. Así que...
Levanto un hombro y lo dejo caer.
C.W. FARNSWORTH
—Así que vamos a tener un bebé.
Tengo en la punta de la lengua un comentario sobre su falta de papel en
todo el proceso de crecimiento y nacimiento de un ser humano. Su contribució n
fue rá pida y agradable. Yo voy a tener un bebé, no é l. Pero me lo muerdo,
teniendo en cuenta que está llevando todo esto mucho mejor de lo que
esperaba.
—Sip. Quiero decir, iré al médico y lo confirmaré, pero todos estos tenían
una superprecisión en el frente, por lo que ir por otro lado parece poco
probable, creo... Realmente no lo sé.
—¿Me lo vas a decir? ¿Cuá ndo es la cita?
—Oh —respondo, lanzada—. Uh, no tienes que…
—Quiero ir.
—De acuerdo. —Mi voz es apenas un susurro.
—De acuerdo —repite él.
Entonces, inesperadamente, me besa. Es urgente y ansioso. No hay
delicadeza y sí mucha emoció n. El material rígido de su esmoquin roza mi piel
desnuda, haciendo que salgan gemidos de mi boca. Entonces algo cambia. Se
ralentiza. Se suaviza. Las caricias se prolongan y se arrastran. Se hunden en mi
piel y me abrasan.
—Debería ir a dejar salir a Teddy —murmura Crew, apartá ndose.
—¿Vas a volver?
—Sí. Voy a volver.
—De acuerdo. —Me alejo y vuelvo a entrar en el bañ o sin mirarlo. Sus
pasos se desvanecen mientras camina por el pasillo hacia la habitació n de
invitados que se ha convertido en el dominio de Teddy.
Me despojo del encaje que llevo puesto y me meto en la ducha. El agua
caliente me golpea mientras me lavo la piel y me lavo el pelo. Apoyo una mano
en mi vientre plano mientras la espuma se desliza por él.
Estoy embarazada.
Sospechar es diferente a saber. Estoy asustada y emocionada y un milló n de
otras emociones que no puedo nombrar.
Me alivia que Crew lo sepa. No me di cuenta de lo mucho que me pesaba
decírselo hasta que se levantó . No tenía ninguna duda de que él querría este
bebé. Los herederos -para la empresa de su familia, para la de la mía- siempre
fueron un objetivo apremiante de este matrimonio. Toda la incertidumbre
proviene de có mo nos afectará esto.
C.W. FARNSWORTH
Crew y Scarlett.
Salgo de la ducha y me seco con una toalla. Me cepillo el pelo y me pongo
crema hidratante en la piel. Estoy demasiado cansada para hacer nada má s.
Cuelgo la toalla, me pongo uno de los camisones de seda con los que suelo
dormir y me meto en la cama.
Cuando se abre la puerta, todavía estoy despierta. Me quedo acurrucada de
lado mientras veo la silueta de Crew quitarse el esmoquin. Cierro los ojos
cuando se acerca a la cama. Pero sé el segundo exacto en que se desliza entre las
sá banas. Su calor irradia. El colchó n se hunde.
No me muevo y é l no me alcanza.
Solemos tener sexo antes de acostarnos. Técnicamente ya lo hemos hecho.
Ahora mismo, me apetece má s su cercanía que su polla.
Antes de que pueda pensarlo, me doy la vuelta. Sus ojos sostienen los míos
mientras nuestros cuerpos se rozan. Una cá lida palma encuentra la parte baja
de mi espalda y me acerca. Me acurruco contra él, metiendo la cabeza bajo su
barbilla y enredando nuestras piernas.
—¿Está s bien?
—Estaba nerviosa por decírtelo —admito—. Se siente grande.
—Es grande.
Dudo antes de seguir hablando.
—Mis padres no eligieron no tener má s hijos. Cuando nací... no conozco los
detalles, pero mi madre no pudo tener má s. ¿Y si eso nos pasa a nosotros?
—Entonces tendremos un hijo.
Lo hace parecer sencillo.
—Mi padre todavía está resentido por ello. Por no darle un hijo.
—¿Crees que me importa eso?
—Mis padres eligieron casarse. No fue un acuerdo. La forma en que pasaron
de eso a lo que son ahora... no es lo que quiero, Crew. Sé que fue algo má s que
no poder tener má s hijos. Pero eso fue parte de ello, y estoy asustada. Me gusta
lo que somos ahora. No quiero que cambie.
—Si lo hace, cambiará para mejor. Lo prometo.
—No puedes prometer eso.
—Acabo de hacerlo.
Cierro los ojos, pero no consigo dormirme.
—¿Qué má s te molesta?
C.W. FARNSWORTH
De nuevo, dudo.
—He hablado con Hannah Garner esta noche.
—¿Oh? —Hay mucho que se esconde debajo de esa sílaba. No estoy segura
de si es con respecto a ella, o porque lo saco a colació n. O porque sabe que
debemos haber hablado de é l. Pero no hay pá nico ni culpa.
—Ella me dijo algunas cosas. Algunas mentiras, creo.
—¿Có mo qué?
—Como que tuviste sexo con ella hace dos semanas, en el bañ o de Proof.
—Ella estaba allí la noche que tomé una copa con Asher.
—De acuerdo.
—No hablé con ella. Y definitivamente no tuve sexo con ella.
—De acuerdo —repito.
—¿Me crees?
—Sí. Le dije que no le creía y me fui. Confío en ti. Confío en ti. Só lo... no me
dejes en ridículo, ¿de acuerdo?
Crew aprieta su agarre, así que no hay espacio entre nuestros cuerpos.
—Espero que nuestro hijo sea como tú —susurra.
—Espero que tenga tus ojos —murmuro.
—Nosotros resolveremos todo —promete.
Nosotros. Nunca he formado parte de un nosotros. Se acaba de convertir en
mi nueva palabra favorita del idioma inglés. Estoy enamorada de su sonido.
C.W. FARNSWORTH
Y del hombre que lo dice.
Capítulo Dieciocho
Crew
La puerta de la conferencia se abre en medio de la reunió n. Para mi
sorpresa, la cabeza de mi secretaria es la que asoma.
—Sr. Ellsworth...
Levanto una mano.
C.W. FARNSWORTH
—Ahora no, Celeste. Te dije que nada de molestias.
—Pero...
—Toma un mensaje.
—Yo realmente...
Levanto la vista de la presentació n por primera vez, completamente
molesto.
—Má s vale que haya una quiebra financiera o una muerte familiar.
—Bueno, no. Pero su esposa...
Me pongo de pie, casi tirando la silla.
—¿Qué pasa con Scarlett?
—Está aquí. Se desmayó en el pasillo...
Salgo por la puerta antes de que termine la frase.
—¿Dó nde está ? —Ladro, dando zancadas por el pasillo tan rá pido que
Celeste casi se tropieza tratando de seguir su ritmo.
—En su oficina.
El frío puñ o del miedo alrededor de mi corazó n se afloja un poco cuando
entro en mi despacho y veo que Scarlett está sentada en mi sofá de cuero, con
aspecto completamente alerta y consciente.
Cierro la puerta detrá s de mí.
Me mira y suspira.
—Le dije a Celeste que no te molestara.
—¿Qué ha pasado? —Pregunto mientras me arrodillo a su lado.
—Estoy bien —dice Scarlett. Sostiene una botella de agua y juega con la
etiqueta de papel. Tira del borde hasta que se rompe.
—Eso no ha respondido a mi pregunta.
Otro suspiro.
—Me he mareado un poco en el pasillo. Sentí ná useas esta mañ ana. No he
desayunado.
—Scarlett.
—Lo sé, lo sé. Pero estoy bien. —Ella toma un trago de agua—. Só lo
necesitaba un minuto.
C.W. FARNSWORTH
Me pongo de pie y me dirijo a mi escritorio para marcar el nú mero de
Celeste. Ella contesta al primer timbre.
—Oficina de Crew Kensington.
—Necesito que le digas a Isabel que me perderé el resto de la presentació n.
Haz que extienda mis disculpas a Patrick. Y retrasa mis reuniones para el resto
del día.
—Sí, señ or.
—¿Y, Celeste?
—¿Si?
—Gracias. Siento haber sido corto antes.
—No hay problema. De nada, Sr. Kensington. —Cuelgo.
—Estoy bien, Sport. —Scarlett se levanta del sofá —. Está s exagerando.
Vuelve al trabajo. —Toma su bolsa—. Voy a buscar algo para comer, ¿de
acuerdo?
—Claro que sí. —Después de apagar mi ordenador, me acerco a ella—. Te
voy a llevar a casa.
—Voy a volver a mi oficina. Tengo trabajo que hacer. —Se dirige hacia la
puerta.
La ignoro y la sigo.
—Crew. Lo digo en serio.
—Yo también.
—¡No me voy a casa!
—Sí, lo haces. Hay terquedad, y luego hay imprudencia. Está s embarazada,
Red. No puedes seguir actuando como si no lo estuvieras. Necesitas comida y
descanso.
Sus ojos brillan.
—Hay un molesto, y luego hay un imbécil prepotente. ¿Quieres saber cuá l
eres tú ?
Sale de mi despacho sin decirme la respuesta, pero apuesto a que podría
adivinarla.
La sigo por el pasillo. Má s bien una persecució n, en realidad. Scarlett es
mucho má s rá pida con los tacones de lo que esperaba.
C.W. FARNSWORTH
Llega al ascensor y pulsa el botó n, luego me mira con un suspiro.
—Son só lo un par de reuniones. Y no sé tú , pero a mí no me resulta tan
agotador estar sentada en reuniones.
—Tampoco está descansando.
Mira a su alrededor y baja la voz.
—El médico dijo que estaba bien para seguir trabajando.
—Apuesto a que no mencionaste que las jornadas de catorce horas y el
olvidarse de comer eran parte de lo que consideras trabajo durante tu ú ltima
revisió n. —Fui a la primera cita de Scarlett con ella -cuando el médico confirmó
oficialmente que está embarazada- pero estaba en Londres la semana pasada y
me perdí la segunda.
—No vi ninguna razó n para hacerlo.
Me paso una mano por el pelo con frustració n.
—¿Qué tal porque tu marido y padre de tu hijo te lo dijo?
—¿Te irías a casa en mitad del día? —me pregunta.
—Esa es una hipó tesis ridícula.
—¿Porque ambos sabemos que no lo harías?
—¡No, porque tú eres la que está embarazada!
—Una vez que seamos dos entidades separadas, siéntete libre de
coparticipar a su gusto.
Me acerco má s, inclinando su cabeza hacia arriba para que tenga que
encontrar mi mirada.
—No puedo cambiar el funcionamiento de la biología, cariñ o.
Ella suspira.
—Comeré, lo prometo. Y si empiezo a no sentirme bien, intentaré dejar la
revista antes, ¿de acuerdo? Tengo que aprobar las pruebas para el pró ximo
nú mero.
—Scarlett...
—Sé que está s preocupado. Sin embargo, ahora me siento completamente
bien. Hay muchas cosas que tengo que hacer mientras pueda.
—Tienes que contratar a má s gente —le digo.
Scarlett parece manejar la cantidad de responsabilidad que normalmente
se dividiría entre cuatro personas. Es una perfeccionista y una faná tica del
control.
C.W. FARNSWORTH
—Lo sé.
Algo se me ocurre de repente.
—¿Qué está s haciendo aquí? —Estaba tan distraído asegurá ndome de que
estaba bien que no pensé en preguntar antes. Hoy no hay reunió n de la junta
directiva, y es la ú nica vez que ha aparecido en Kensington Consolidated, aparte
de entregarme el acuerdo prenupcial editado.
Se muerde el labio inferior.
—Iba a ver si estabas libre para comer. Debería haber llamado...
El ascensor suena cuando se abre la puerta.
—Bien. Vamos a comer. —Le hago un gesto con la cabeza para que entre
y la sigo.
—Estabas en medio de una reunió n. Ve...
Apreté el botó n del vestíbulo.
—¿Qué te apetece? —Scarlett me lanza una mirada exasperada.
—Crew.
—Scarlett. —Digo su voz en el mismo tono.
Ella suspira, y yo sé que he ganado esta ronda.
Capítulo Diecinueve
Scarlett
Crew me observa devorando la hamburguesa con queso con una amplia
sonrisa en su rostro.
—¿Tienes hambre?
Mojo una patata frita en ketchup.
C.W. FARNSWORTH
—Tu hijo es un carnívoro furioso. Todo lo que quiero es comida frita,
preferiblemente con carne. —Doy otro gran bocado. Trago y mastico.
—Tomaste tus vitaminas esta mañ ana, ¿verdad?
Le saco la lengua.
—Parece que vas a ser un padre helicó ptero.
—En la guardería de perros de Teddy me dicen la frecuencia con la que
llamas para ver có mo está , Red.
—Lo que sea, Sport —es la mejor réplica que se me ocurre.
Me llevo una mano al estó mago, lo que se ha convertido en una acció n
inconsciente ú ltimamente. Tengo que obligarme a no hacerlo en el trabajo, ya
que Crew es la ú nica persona que sabe que estoy embarazada. Pero se me
empieza a notar, así que habrá que anunciarlo pronto.
—Un bebé parece mucha responsabilidad —le digo—. Antes de Teddy,
nunca había mantenido vivo un cactus.
Se ríe, y se ha convertido en la risa con la que comparo todas las demá s
risas. La mezcla justa de ruido y estruendo.
—¿Es por eso que lo tienes? ¿Una especie de ensayo de paternidad?
—No. Pensé que esto estaba lejos. —Juego con una patata frita—. Só lo...
quería algo que se sintiera como nuestro.
—¿No es ese el objetivo del matrimonio? Todo lo que es mío es tuyo?
—¿El dinero? ¿Los coches? ¿Los aviones? ¿Propiedades? —Sacudo la cabeza
—. Me refería a algo que no tuviera ya.
La expresió n de Crew es seria. Me estudia como si fuera un acertijo a
descifrar. Un rompecabezas para armar. Una pregunta sin respuesta.
—¿Qué má s hay en esa lista? —pregunta—. ¿Ademá s de un perro?
Me muevo incó moda bajo el peso de esa pregunta.
—No lo sé. Este bebé. —Toma un sorbo de agua, estudiá ndome todo el
tiempo. Intento reprimir la pregunta, pero se me escapa igualmente—. ¿Por
qué?
Su respuesta llega al instante.
C.W. FARNSWORTH
—Quiero darte todo lo que quieras.
Esa mirada azul debería venir con una etiqueta de advertencia. Se clava en
cada centímetro de mí, dejando una marca. Esperaba que estos sentimientos
por él llegaran a límites. En cambio, parecen extenderse como un incendio
forestal que no puede ser contenido.
La camarera escoge este momento para reaparecer, alborotando nuestros
platos vacíos y divagando sobre el postre mientras revisa a Crew. É l no la mira.
Soy yo quien rompe el contacto visual para estudiar la calle.
Lo que quiero es... a é l. Esta vida que estamos construyendo juntos con un
perro y un bebé y bromas internas. Lo quiero tanto que me asusta.
Prefiero no conseguir nada que conseguirlo todo... y luego perderlo.
***
No es hasta que Crew sale del coche después de mí cuando me doy cuenta
de que no piensa volver a la oficina. Me ha convencido para que admita que
podría hacer todo lo que necesitaba hacer hoy desde el á tico en lugar de mi
oficina, así que hemos venido directamente aquí después de terminar el
almuerzo.
—Puedes volver al trabajo —le digo mientras entro en el ascensor.
—Estoy bien aquí —responde, siguiéndome.
Su atenció n me inquieta. Llegará un día en el que ni siquiera pueda
contactar con é l y recordaré esto, que lo ha dejado todo por mí, y será mucho
má s doloroso.
—Pensé que eras el pez gordo de Kensington Consolidated. En la fiesta de la
empresa, todos me dijeron que eras el futuro de la compañ ía. ¿No te echará n de
menos?
—Scarlett —dice, con má s paciencia de la que espero— me imagino que si
te dijera có mo hacer tu trabajo, se vería tan bien como un ataque nuclear.
¿Todavía odias la doble moral?
No tengo nada que decir a eso, lo que me cabrea. Tiene razó n: que me diga
có mo hacer cualquier cosa, y mucho menos gestionar Haute, no sería bueno.
¿Cuándo se volvió tan bueno para discutir conmigo?
Las puertas del ascensor se abren.
C.W. FARNSWORTH
—Voy a tomar un bañ o.
Sin decir nada má s, subo las escaleras y me dirijo al cuarto de bañ o, que
presenta claros signos de su presencia. Nunca lo discutimos, pero ahora
compartimos el mismo espacio. Dormimos en la misma cama. Sus trajes
cuelgan en mi armario. Hay un segundo cepillo de dientes junto al lavabo.
Tapo el desagü e y abro el grifo de agua caliente, me subo al borde de la
bañ era y miro por la ventana mientras se llena lentamente.
Tengo má s bañ os de burbujas de los que realmente necesita una mujer,
pero no me molesto en mirar las etiquetas. Exprimo un poco de cada botella en
el agua que se arremolina con el vapor. Una decisió n de la que me arrepiento
cuando de repente se forma una gruesa capa de burbujas. Me despojo de la ropa
y me sumerjo entre la fragante espuma en el agua ardiente, utilizando el dedo
gordo del pie para cerrar el grifo.
A pesar de mi resistencia anterior, esto definitivamente es mejor que
caminar por mi oficina en tacones altos.
Me relajo en la bañ era hasta que las burbujas desaparecen y el agua se
enfría. La bañ era se vacía mientras me envuelvo en un mullido albornoz y voy
arrastrando los pies hasta el dormitorio. Y me detengo.
Crew está tumbado en la cama escribiendo en su portá til. Se ha quitado el
traje que llevaba antes y se ha puesto unos pantalones de chá ndal grises y una
camiseta blanca.
El Crew Corporativo es muy sexy. El Crew Casual me da mariposas.
—Hola —me saluda, levantando la vista cuando me acerco a él. Su mirada
se detiene en el hecho de que no anudé la bata. Cuelga abierta, mostrá ndole casi
todo.
Me subo encima del edredó n en mi lado de la cama.
—Se me empieza a notar.
—Me he dado cuenta.
Estoy segura de que está mirando mis tetas, no mi bulto.
—Deberíamos decidir, ya sabes, có mo se lo diremos a la gente. —Apoyo
una mano en el pequeñ o bulto entre mis caderas. No tendremos elecció n
durante mucho tiempo, ahora que estoy de casi cinco meses.
—¿Có mo quién?
—Nuestros padres, para empezar.
C.W. FARNSWORTH
—Siempre vamos a los Alpes en Navidad. Podemos decírselo a mi familia
entonces, si quieres. Y podemos pasar el Añ o Nuevo con tus padres.
—¿Será n los Alpes como el Día de Acció n de Gracias? —Un asunto
enorme y formal, en otras palabras. Si no fuera por la comida que se sirvió , no
habría tenido ni idea de que se trataba de una cena como ninguna otra.
—No. Mi padre no invita a otras personas cuando estamos allí.
—¿Por qué?
Crew se encoge de hombros.
—Ni idea. Simplemente no lo hace.
—¿Así que seremos yo, tú , tu padre, Candace y Oliver?
—Bueno, supongo que llevaremos a Teddy.
Pongo los ojos en blanco.
—No me refería a eso.
—Lo sé. Y para responder a tu pregunta, sí, probablemente será incó modo.
—De acuerdo.
—¿Te parece bien ir?
Asiento con la cabeza.
—Sí.
—De acuerdo. Se lo haré saber a mi padre. —Crew actú a con indiferencia,
pero puedo decir que esto significa algo para él. Se preocupa por su padre y su
hermano, a pesar de su disfuncionalidad. Mira su portá til—. Tengo una reunió n.
Voy a ir abajo.
—No tienes que hacerlo. Puedes quedarte.
Su ceñ o se arruga.
—Tendré que hablar por partes. No quiero molestarte.
—No soy un niñ o dormido. Y me imaginé que tendrías que hablar, ya que
eres el Sr. CEO del futuro. —No es una invitació n directa, pero está muy cerca de
serlo. Quiero que se quede. Y así lo digo—. Quiero que te quedes.
—De acuerdo —responde Crew, con voz suave—. Me quedaré.
Asiento con la cabeza y cierro los ojos. Tengo que revisar pruebas, pero só lo
me llevará n unas horas. Siento los pá rpados pesados, y me siento cá lida y
có moda. Llena.
El teléfono de Crew emite un pitido mientras teclea un có digo de
conferencia y espera la aprobació n.
C.W. FARNSWORTH
—Crew Kensington, ¿hay alguien má s en la línea? —pregunta, una vez que
la llamada se conecta.
—Estamos todos aquí, señ or —responde una voz masculina.
—Genial. Adelante, empiecen.
La misma voz masculina empieza a hablar de entregas y decisiones de
personal. Poco a poco, me muevo en el edredó n hasta que estoy lo
suficientemente cerca como para sentir el calor del cuerpo de Crew. Me hace
una pregunta que estoy demasiado adormilada para comprender, y al mismo
tiempo me tira contra é l para que esté acurrucada a su lado.
Me duermo con el sonido de su voz hablando a través de contratos mientras
juega con mi pelo.
Capítulo Veinte
Crew
Mi pequeñ a familia disfuncional ya está sentada cuando subimos al avió n
con destino a los Alpes. Mi padre levanta las cejas al ver el montó n de equipaje y
el perro que llevamos, pero no hace ningú n comentario.
Candace chilla.
C.W. FARNSWORTH
—¡Qué cachorro tan bonito! ¿Acabas de comprarlo?
—No, lo tenemos desde hace un par de meses —respondo. No tengo una
relació n con Candace -con ninguno de mis familiares directos- como para
anunciar la llegada de un compañ ero canino.
Mi madrastra está demasiado ocupada acariciando a Teddy para responder.
El personal se mueve con eficacia por el avió n, guardando nuestras maletas y
prepará ndose para el despegue.
Tomo asiento frente a mi padre.
—Hola, papá .
—Má s vale que ese animal no tenga un accidente aquí —comenta, dando
un sorbo a un líquido á mbar, aunque ni siquiera es mediodía.
Teddy tiende a sobreexcitarse fá cilmente, pero no lo menciono.
Scarlett sigue de pie junto a la puerta, hablando con una de las azafatas.
Asiente con la cabeza y se dirige hacia mí, ocupando el asiento contiguo al mío.
—Feliz Navidad, Arthur.
Mi padre gruñ e.
A pesar del calor que hace en el avió n, Scarlett se deja el abrigo de plumas
puesto. Está visiblemente embarazada, con un ligero bulto que me parece lo
má s sexy del mundo. Hay algo primario y dolorosamente excitante en el hecho
de que esté embarazada de mi hijo.
—¿No hay Oliver?
—Se está retrasando —dice Candace, sentá ndose al otro lado del pasillo—.
Debería llegar pronto.
Asiento con la cabeza, sin confiar en mí mismo para hablar. Ahora que sé lo
de ella y Oliver... no puedo dejar de saberlo.
Mi hermano aparece unos minutos después del incó modo silencio. Sus
maletas está n guardadas con el resto de las nuestras mientras nos saluda a
todos y entabla una pequeñ a charla con mi padre.
Un par de minutos después, estamos en el aire. A Teddy parece no
importarle la altitud, durmiendo la siesta a los pies de Scarlett. Está mirando
algo en su teléfono. Supongo que está relacionado con el trabajo, pero cuando
echo un vistazo a la pantalla, descubro que está mirando cunas.
C.W. FARNSWORTH
Sonrío antes de empezar a hojear los documentos en mi tableta que he
descargado para revisarlos.
Llevamos unas horas de vuelo cuando aparece la azafata para servir la
comida. Distribuye cada comida y luego viene con las bebidas. El coñ ac de mi
padre se rellena. Luego le llega el turno a Candace.
Rechaza el alcohol que le ofrecen con un—: No puedo beber eso. Estoy
embarazada.
El silencio total llena la cabina. Incluso mi padre levanta la vista del
perió dico que estaba leyendo.
—¿Qué has dicho?
—Estoy embarazada, Arthur. ¿No es emocionante?
Candace parece burbujeante y feliz. Mi padre parece sorprendido. Scarlett
me mira, con los ojos muy abiertos. Es el mismo anuncio que pensá bamos hacer
en este viaje. Anuncio robado. Pero me doy cuenta de por qué parece tan
sorprendida cuando mira a Oliver. Su tez se ha vuelto gris.
Y de repente, me doy cuenta de que... no estoy segura de que el bebé sea de
mi padre.
***
En cuanto tengo ocasió n, acorralo a Oliver. Acabamos en la sala de estar
del chalet, justo entre el á rbol de Navidad, elaboradamente decorado, y una
impresionante vista de las montañ as nevadas.
—Dime que no hay posibilidad de que sea tuyo.
Mira hacia otro lado.
—Hablaré con ella.
Lo juro.
—Oliver, lo juro por Dios, si tú ...
—Sé que la he jodido, Crew. No necesito que el hijo perfecto me lo
restriegue.
—Si perfecto es no follarse a nuestra madrastra, entonces es un listó n muy
bajo —digo—. Tienes que ocuparte de esto. Inmediatamente. Si papá
sospecha... Si Candace habla... Esto podría ser un desastre total. Y es lo ú ltimo
que necesito ahora mismo. Ya tengo suficiente, con...
—¿Con qué?
Miro a mi alrededor para asegurarme de que seguimos solos.
C.W. FARNSWORTH
—Scarlett está embarazada.
—Guau. —Oliver parpadea—. Está s seguro... —Mi mirada lo interrumpe. Se
aclara la garganta—. Sí. Felicidades.
—Gracias. Pero entre eso y la adquisició n de Sullivan que se supone que se
hará justo antes, este lío es lo ú ltimo de lo que necesito preocuparme.
—La adquisició n de Sullivan se llevará a cabo en abril.
—Lo sé.
Oliver cuenta hacia atrá s, llegando a la misma conclusió n que yo cuando el
médico de Scarlett compartió la fecha de concepció n durante nuestra primera
visita: la dejé embarazada una de nuestras primeras veces.
—Maldita sea. Impresionante trabajo, hermanito.
Pongo los ojos en blanco.
—Guá rdatelo para ti. Todavía no se lo he dicho a papá .
—Estará jodidamente encantado. Má s futuros directores generales.
—Lo sé. —Y por eso no se lo he dicho, porque una parte de mí quiere que le
haga ilusió n ser abuelo, nada má s. Sé que por eso Scarlett tampoco se lo ha
dicho a sus padres—. Trata con Candace, ¿de acuerdo?
Oliver asiente.
—Sí, sí. Lo haré.
Todos los demá s está n ya en la mesa del comedor formal cuando Oliver y yo
entramos en la habitació n. Tomo asiento junto a Scarlett, le agarro el muslo y le
doy un rá pido apretó n. Sus ojos está n llenos de preguntas que no puede hacer y
que yo no puedo responder.
Aquí no.
Los camareros traen el primer plato.
Mi padre parece estar de buen humor, lo que me sorprende. Nunca he
tenido la impresió n de que quisiera tener má s hijos. É l y Candace só lo llevan un
añ o casados, y me sorprendió que eligiera casarse de nuevo. No pensé que la
noticia que espera Candace sería bienvenida. Y complica mucho la posibilidad
de que no sea su hijo.
C.W. FARNSWORTH
La cena se llena de cumplidos forzados y discusiones sobre el itinerario de
la semana siguiente.
—¿Sabes esquiar? —le pregunto a Scarlett, mientras mi padre presiona a
Oliver sobre algo relacionado con el golf. Nunca me he esforzado mucho por
entender este deporte.
—Como un pingü ino —responde ella.
—Entonces, ¿te paseas?
Pone los ojos en blanco mientras toma un bocado de ensalada.
—Navego por la nieve con éxito, ¿de acuerdo? Sí, sé esquiar.
—¿Y bien? —La desafío.
—Vayamos a un diamante negro mañ ana, y lo descubrirá s.
—Trato —respondo, aunque no hay ninguna posibilidad de que permita a
mi mujer embarazada esquiar. Sé que esa es una batalla que tendremos má s
adelante -y en otra parte-, considerando que Oliver es el ú nico que lo sabe y ella
no sabe que é l lo sabe.
A la cena le sigue la Torta di Pane, un budín de pan con limó n que es casi
tan bueno como las galletas cubiertas de chocolate que me dan aquí, y luego
todos se dispersan. Candace dice que tiene jet lag y se va a acostar. Oliver
desaparece, con suerte para hablar con Candace. Scarlett va a dejar salir a
Teddy. Mi padre atiende una llamada telefó nica.
Deambulo por la primera planta hasta acabar en el estudio. No he estado en
el chalet desde el invierno pasado. Es la propiedad favorita de mi padre, así que
tiendo a evitarla. Las vacaciones suelen ser la ú nica época del añ o en que lo
visito.
Las estanterías y los muebles de cuero tienen el mismo aspecto. Me sirvo
una copa del carrito del bar de la esquina y tomo asiento en uno de los sillones,
mirando por las puertas de cristal que conducen al patio trasero. Está nevando.
Las luces exteriores iluminan cada uno de los copos que caen del cielo.
Scarlett aparece, vestida de plumó n y caminando a través de los 30
centímetros de nieve que ya se han acumulado en el suelo debido a la tormenta
anterior a nuestra llegada. Teddy salta detrá s de ella, ladrando alegremente.
Sonrío cuando Scarlett lanza una pelota de tenis de color naranja y Teddy salta
a través de la nieve tras ella.
La puerta del estudio se abre y mi padre entra. Se detiene al verme,
obviamente esperando encontrar el espacio vacío.
—Puedo irme —ofrezco. Conociéndolo, tiene trabajo que hacer.
C.W. FARNSWORTH
Me sorprende diciendo
—Está bien —dice, tomando asiento en el otro silló n—. Ya te has sentido
como en casa —añ ade, señ alando con la cabeza la bebida que tengo en la mano
y sonando má s como siempre.
Veo que Scarlett vuelve a lanzar la pelota de tenis para Teddy.
Sigue mi mirada, contemplando por primera vez el patio nevado.
—Parece que las cosas van bien entre ustedes.
—Lo están. —Hago una pausa—. Está embarazada.
La sonrisa de mi padre es amplia y completa y má s genuina de lo que he
visto en mucho tiempo.
—Bueno, ¿qué te parece? Buen trabajo, hijo. Enhorabuena.
Me muevo incó modo. Nunca pensé que tendría que decir esta parte a mi
padre como adulto.
—Felicidades a ti también. Candace parece emocionada.
Mi padre permanece en silencio durante unos minutos, añ adiendo capas de
incomodidad a lo que ya existía. Finalmente, habla.
—Me hice una vasectomía poco después de la muerte de tu madre.
—Oh. —En lugar de abordar las implicaciones de lo que realmente está
diciendo - porque joder -pregunto—. ¿No querías má s hijos?
—Só lo con ella.
En los veinticinco añ os que le conozco, es la frase má s sentimental que le he
oído pronunciar a mi padre.
—Probablemente mamá lo encontraría romá ntico.
Todo lo que rodea a este momento es extrañ o: la pequeñ a pero genuina
sonrisa en la cara de mi padre, hablando de mi madre como si fuera algo má s
que un fantasma que dejamos de reconocer en cuanto terminó su funeral, có mo
ha llegado a través de la revelació n de la esposa de su corriente.
—No. —Hace girar el whisky en el vaso, un movimiento que reconozco. Un
movimiento que copio—. Estaría decepcionada. Tan, tan decepcionada conmigo.
Perderla fue lo peor que he experimentado. Rehuyo de todo lo que me recuerda
a ella.
Asiento con la cabeza. Todo el mundo, quiere decir.
—Ella te perdonaría, papá .
Tararea un sonido con un sutil matiz de agradecimiento.
C.W. FARNSWORTH
Miro afuera y veo que Scarlett y Teddy han desaparecido.
—Debería ir arriba. Scarlett tiene el sueñ o ligero. No quiero despertarla.
Mi padre asiente con la cabeza mientras yo apago mi bebida y me pongo
de pie.
Estoy a medio camino de la puerta cuando habla.
—Crew.
Me giro.
—¿Sí?
Está mirando afuera a la nieve, no a mí.
—No le menciones nada de esto a Oliver. Candace no es de las que rechazan
la atenció n. Todavía hay una posibilidad de que no sea el padre.
Estoy seguro de que parezco un pez de colores. Tengo la boca abierta,
pero no sale ningú n sonido.
Se ríe. Oscuro y siniestro.
—No estaba seguro de que lo supieras. Ahora lo sé.
No digo lo que estoy pensando. Que no creía que lo supiera. Quiero
preguntarle si piensa decirle algo a Oliver -o a Candace-, pero como que no
quiero saberlo. Sobre todo, quiero fingir que esta conversació n nunca ha
ocurrido.
—Lo sospechaba.
Sigue mirando el patio.
—Probablemente deberías pedir una prueba de paternidad tú mismo. No se
puede ser demasiado cuidadoso.
Cualquier simpatía o comprensió n se escurre como un líquido por un
desagü e abierto. Si quería alguna de las dos cosas, no debería haberla metido en
esto.
—Tienes razó n, papá . Mamá estaría decepcionada contigo.
Ni siquiera se inmuta.
—Tenemos que hablar má s mañ ana, Crew.
C.W. FARNSWORTH
—Bien. —Salgo del estudio y cierro la puerta tras de mí.
Cuando entro en la habitació n que comparto con Scarlett, ella es un bulto
bajo las sá banas. Teddy está acurrucado en su jaula en la esquina. Se levanta
cuando cierro la puerta tras de mí. Me arrodillo junto a su jaula para rascarle las
orejas a través de los barrotes. Scarlett sigue en la misma posició n cuando me
levanto. Me dirijo al bañ o para prepararme para la cama antes de deslizarme
bajo las sá banas a su lado.
Me tumbo y miro el techo que no puedo ver en la oscuridad, tratando de
determinar exactamente cuá ndo mi familia se volvió tan jodida. Quien dijo que
el dinero no puede comprar la felicidad estaba claramente en algo. La mayoría
de los ricos que conozco son perpetuamente infelices. La riqueza proporciona
seguridad. Demasiado dinero te hace sentir intocable. Y eso puede volverse
fá cilmente peligroso. Mayores subidas y menores bajadas.
—¿Qué hora es? —La voz aturdida de Scarlett viene de mi izquierda.
—Las once y algo.
Ella gime.
—Me acosté hace media hora.
—Lo siento. Intenté no hacer ruido.
—No eres tú . Nunca duermo bien la primera noche en un lugar nuevo.
Nos acostamos en silencio, uno al lado del otro. Esta es mi parte favorita de
cada día: dormirme a su lado.
—Loco por Candace, ¿eh?
No puedo amortiguar el bufido que se me escapó . No tienes ni idea.
—¿Qué? —exige ella.
—Mi padre no es el padre. Pero... Oliver podría serlo.
Silencio. Me pregunto si habrá conseguido volver a dormirse en los treinta
segundos que he tardado en responder a su pregunta. Entonces, lo escucho. Al
principio de forma apagada, hasta que se hace inconfundible.
Risas. Se está riendo. Má s fuerte y menos reservada de lo que la he
escuchado. Y tal vez la gente tenga razó n en que es contagiosa, porque yo
también empiezo a reírme.
Hace unos minutos, cuando me metí en la cama, estaba tenso, inseguro y
triste. Cínico por lo poco que el privilegio parece real. Son ceros en una cuenta
bancaria, nada tangible. Elogiar a la gente que no soportas. Fingir que eres feliz
cuando no lo eres.
C.W. FARNSWORTH
Nada de la risa con Scarlett se siente falso. Ni el sonido de nuestra diversió n
ni la forma en que de repente me siento suelto y ligero.
Mi padre se casó con Candace. Oliver se acostó con Candace. Candace tomó
decisiones moralmente grises. El ú nico que compadezco es el niñ o inocente que
se verá afectado por esas decisiones.
—¿Recuerdas cuando me dijiste que tu familia no era desordenada?
Sonrío en la oscuridad.
—No vi venir esto. ¿Có mo sabes que tu padre no es el padre?
—Segú n él, se hizo una vasectomía. Hace añ os, después de la muerte de mi
madre.
—¿Le crees?
—No veo por qué iba a mentir.
—¿Y nunca le dijo a Candace?
—No parece que sea así. No pregunté. Creo que asumió que só lo se
convertiría en un problema...
—Si ella hizo trampa —termina Scarlett.
—Correcto.
—¿Y có mo sabes que Oliver podría ser el padre?
Suspiro al recordarlo.
—Me dijo que había una posibilidad. Hablé con él antes de la cena. Está
asustado por el anuncio de Candace... por decir algo.
Scarlett se burla.
—Sí, supongo que lo estaría.
—Le dije a mi padre que estabas embarazada —solté —. Antes de hablar de
todo lo demá s. —Parece una distinció n importante, dado lo que implica todo lo
demá s.
—¿Te dijo que te hicieras una prueba de paternidad? —No es lo que espero
que sea su respuesta, y la sorpresa me hace callar, dá ndole la respuesta correcta
—. Vaya.
C.W. FARNSWORTH
Doy tumbos entre mis pensamientos, tratando de averiguar có mo
responder. He tenido cuidado en lo que respecta a Scarlett y los sentimientos.
No de acumularlos, porque he acumulado muchos. Sino de expresarlos.
Pienso en ella constantemente: cuando como, cuando estoy en el trabajo,
cuando me masturbo. No presto atenció n a otras mujeres. Mi estado de á nimo
gira en torno al de ella. Sé en qué consiste todo eso. Pero te amo y prueba de
paternidad no son dos frases que deban estar en la misma conversació n.
—No necesito una prueba de paternidad.
—¿Quieres una? —contesta ella.
—No. No —repito. Me acerco a ella y la atraigo hacia mí, de modo que su
espalda queda frente a la mía. Apoyo la palma de la mano en su vientre,
acunando la ligera hinchazó n—. Confío en ti, Red. —Es la declaració n má s
fuerte que puedo hacer. La lista de personas en las que confío, de forma
inequívoca, es corta. Empieza y termina con ella—. Con todo. Sobre todo.
Durante un momento agonizante, se queda callada y quieta. Luego se
aparta. Me pongo de espaldas, aceptando la distancia que claramente quiere.
Pero las sá banas siguen moviéndose. Siento que se mueven y se aflojan
mientras miro hacia el lado de la cama de ella, intentando averiguar qué está
haciendo.
Obtengo mi respuesta cuando su cuerpo se aprieta contra el mío. Su
piel irradia calor mientras se retuerce para estar má s sobre mí que sobre el
colchó n. Mi brazo la rodea involuntariamente y me doy cuenta de que ahora
está desnuda.
Me mete la mano en los calzoncillos y me saca la polla. Gimoteo.
—Scarlett...
—Ahora no puedo dormirme sin esto —me informa—. Sin ti. Es
jodidamente molesto.
Mis labios se convierten en una sonrisa que dudo que ella pueda ver.
—Es algo jodido.
Entonces me trago sus gemidos con la boca y abro sus piernas con mis
caderas y empujo dentro de ella con un gemido. Los dos nos corremos en
cuestió n de minutos, utilizá ndonos mutuamente de una forma desconocida
pero familiar. No hay palabras sucias ni posiciones atrevidas. Es dulce sin nada
má s. Tierno sin toques prolongados. Rá pido, sin prisas.
Scarlett se queda enredada en mi lado de la cama después de que ambos
nos hayamos corrido. Paso mis dedos por los largos y sedosos mechones de su
pelo, acompasando mi respiració n a la suya. Es profunda y uniforme. Creo que
se ha vuelto a dormir, hasta que habla.
C.W. FARNSWORTH
—Yo también confío en ti.
Sigo peinando su cabello, sintiendo esas cinco palabras expandirse en mi
pecho. Sé que lo hace. Ya me lo ha dicho antes. Y lo que es má s importante, me
lo ha demostrado: cuando confió en mí sobre Hannah. Pero nunca me cansaré
de escucharlo.
Mis miembros se vuelven pesados mientras me relajo en el colchó n. Estoy
a punto de dormirme, tal vez ya dormido, cuando el agudo chirrido de una
alarma me pone en alerta.
Scarlett se tensa.
—¿Qué es eso?
—Creo que es la alarma de incendios. —Me levanto de la cama, tratando
de mantener la calma cuando soy todo menos eso. Hay chimeneas en todas las
habitaciones del chalet. Una chispa perdida puede prender rá pidamente. Me
vienen a la cabeza visiones de paredes chamuscadas y llamas furiosas. Alejo
los peores escenarios mientras salgo de la cama y me visto con un par de
joggers y una sudadera.
Scarlett está sentada en la cama, todavía desnuda. Lanzo un par de
pantalones de deporte sobre la cama.
—Pó ntelos. —Tarda un minuto, pero lo hace. Recojo su camisó n de seda del
suelo y se lo pongo por la cabeza. Su abrigo de plumas está colgado sobre una
silla. La ayudo a ponérselo en lugar de confiar en que lo haga ella misma.
—Probablemente sea una falsa alarma —me dice.
—¿Crees que es un riesgo que correría contigo?
No responde, só lo se pone las botas de nieve que le he puesto. Agarro la
correa y el collar de Teddy y abro su jaula. Sale a toda prisa, emocionado por
este acontecimiento. Debe de ser bonito ser un perro: maravillosamente ajeno a
lo que pueda salir mal. Eternamente optimista.
Acompañ o a Scarlett hacia la puerta. Cuando la abro, casi espero que haya
humo y llamas. El pasillo parece vacío e intacto. Pero el olor a humo flota en el
aire. Mi agarre de la mano de Scarlett y la correa de Teddy permanecen firmes
mientras caminamos por el pasillo y las escaleras. El humo es má s espeso abajo.
De hecho, puedo ver có mo se arremolina en el aire, en lugar de só lo olerlo.
La puerta principal está abierta de par en par. Llevo a mi pequeñ a
familia fuera.
Oliver, mi padre y Candace está n acurrucados en el porche.
—¿Qué está pasando? —ladro bá sicamente, mirando el exterior del chalet.
Parece intacto, la fachada de piedra y las altísimas ventanas no muestran signos
de fuego o dañ os carbonizados.
C.W. FARNSWORTH
—Candace estaba tratando de hacer galletas. —La voz de mi padre es seca.
No está impresionado.
—Oh.
—Lo siento mucho —dice Candace—. No sé qué ha pasado. —Mira
nuestros trajes desparejados—. ¿Ya estaban todos en la cama?
Asiento con la cabeza.
Scarlett se duerme contra mí para cuando se apaga la alarma y se ventila la
casa. Sube las escaleras a trompicones, resistiendo mis intentos de llevarla en
brazos. Testaruda, como siempre.
Llegamos a nuestra habitació n y ella se quita la ropa, dejá ndola como un
rastro por la alfombra. Pongo a Teddy en su jaula y me desvisto de nuevo,
deslizá ndome en la cama junto a ella.
—No es exactamente un viaje sin incidentes, ¿eh? —Scarlett se burla,
mientras se da la vuelta y apoya su cabeza en mi pecho.
Me río.
—No exactamente.
Estoy casi dormido cuando escucho un zumbido. Scarlett se mueve. Agarro
rá pidamente mi teléfono, con la intenció n de silenciarlo. Pero la pantalla está en
negro.
Má s zumbidos. Scarlett se echa hacia atrá s en su lado de la cama y toma su
teléfono.
Aparecen unas líneas gemelas entre sus ojos mientras entorna la pantalla.
—Es mi madre. —Ella responde—. ¿Mamá ?
Incluso antes de que vuelva a hablar, sé que algo va mal. Sus hombros se
tensan y sus labios se juntan.
—Bien. Estaré allí tan pronto como pueda. —Termina la llamada. Deja caer
su teléfono en la cama.
Mira fijamente al frente.
—Mi padre tuvo un ataque al corazó n. Está en el quiró fano.
Tiro las sá banas hacia atrá s.
C.W. FARNSWORTH
—Vamos.
Capítulo Veintiuno
Scarlett
C.W. FARNSWORTH
Son menos de veinticuatro horas después de salir y días antes de que se
supone que esté de vuelta, termino en Nueva York. Estoy privada de sueñ o y
estresada, hasta el punto de que la acuarela que estoy mirando se ha convertido
en un borró n de pastel sin sentido. Me pregunto quién decora las salas de
espera de los hospitales. ¿Quién elige las obras de arte que vas a mirar y el color
de las sillas en las que te vas a sentar durante las peores horas de tu vida?
El viaje de vuelta a Nueva York fue un borró n. Lo vi desarrollarse como una
película, no como una participante. Y pude hacerlo porque Crew se encargó de
todo. Nuestro equipaje, su familia, el alquiler del vuelo de vuelta, el coche que
nos esperaba en el aeropuerto para llevarnos al General de Nueva York en un
tiempo ré cord. Me enteré de que mi padre estaba siendo operado mientras yo
estaba a miles de kiló metros de distancia. Ahora estoy en el mismo edificio y é l
sigue abierto en una mesa de operaciones. Estoy agotada, pero esta silla de
plá stico es demasiado incó moda para dormirme. Mi madre está sentada a mi
lado, pá lida y silenciosa. La ú nica reacció n que he obtenido de ella desde que
llegué fue cuando vio que Crew volvió conmigo. Se sorprendió . El
matrimonio de mis padres no aparece en los mejores momentos. Ver que el
mío lo hace en el peor de ellos fue claramente un shock.
Ni siquiera se me ocurrió luchar contra Crew para que volviera conmigo,
pero su expresió n de asombro me hizo pensar que debería haberlo hecho. Me
hizo darme cuenta de lo mucho que confío en él ahora. Si no hubiera estado a
mi lado cuando mi madre llamó , él habría sido la primera persona a la que le
hubiera contado lo del infarto de mi padre.
Mi relació n con mi padre es complicada. Siempre lo ha sido. É l quería un
hijo, no una hija. Un hijo obediente, no la rebelde en la que me convertí. Lo
quiero, pero sobre todo es un afecto obligatorio. Le guardo rencor por có mo
trata a mi madre, por có mo me trata a mí. Por avergonzarse de mi ambició n en
lugar de alentarla. Si me hubiera negado a casarme con un Kensington, no estoy
segura de que siguiéramos teniendo algú n tipo de relació n.
Podría morir. No soy médico, pero el hecho de que la cirugía esté tardando
tanto no parece una buena señ al. Y si muere, nunca conocerá a mi hijo. Mis
motivaciones para no decirle a mis padres sobre el embarazo son
principalmente mezquinas. Quería que mi padre viera a este bebé como un
nieto, no como un heredero. Le habría encantado saber que su linaje continú a.
Ahora puede que nunca lo sepa.
Mi madre no deja de mirar el reloj. Es molesto ese pequeñ o movimiento
que me llama la atenció n cada vez que lo hace. Pero no le pido que deje de
hacerlo; no tengo una forma mejor de distraerla. La ú nica forma que se me
ocurre es soltar una noticia que no debería darse en una sala de espera sombría
e impersonal mientras espera a saber si es viuda.
C.W. FARNSWORTH
Ojalá Crew siguiera aquí. Fue a llevar a Teddy y nuestro equipaje de vuelta
al á tico.
Un hombre que lleva un conjunto de bata aparece en la puerta abierta y se
dirige hacia nosotros. Los dos nos ponemos de pie en tá ndem mientras se
acerca.
—¿Sra. Ellsworth?
—Sí —responde mi madre. Su voz es tensa, tirante.
El cirujano me mira.
—¿Es usted un pariente?
—Soy su hija.
Asiente con la cabeza.
—Bueno, me complace informar de que Hanson ha superado la operació n.
Tiene un largo camino de recuperació n por delante, pero no hay razó n para
pensar que no lo hará por completo. Tuvo suerte de que la ambulancia llegara
tan rá pido y pudiéramos meterlo en el quiró fano inmediatamente. Lo está n
trasladando a recuperació n ahora mismo. Haré que una enfermera le avise
cuando pueda verlo. ¿De acuerdo?
El suspiro de alivio de mi madre es audible.
—Muchas gracias, doctor.
El hombre sonríe antes de irse. Mi madre se hunde en su asiento. Por
teléfono, y también cuando llegué, se mostró cautelosa en cuanto a los detalles
de lo que había sucedido exactamente. Los comentarios del cirujano -sobre
detalles que mi madre no conocía- aclaran un poco las cosas. Ella no estaba allí
cuando él tuvo el infarto.
—Estaba con otra mujer, ¿no? ¿Ella es la que se aseguró de que la
ambulancia llegara tan rápido?
Mi madre me sostiene la mirada. No mira hacia otro lado ni juega con nada
ni pone excusas.
—Sí.
Suspiro. Sacudo la cabeza.
—¿Por qué te quedas con é l, mamá ? ¿Por qué lo aguantas?
—Así son las cosas, Scarlett. Ya lo sabes.
—Pero no es como tienen que ser. Papá no vale la pena. Deja que se vaya.
—¿Y hacer qué?
Conseguir una vida suena demasiado duro.
C.W. FARNSWORTH
—No sé... ¿Ser feliz? —escucho a una Scarlett má s joven en la sugerencia.
Una menos hastiada. Una que creía en los finales felices.
Se ríe.
—Oh, cariñ o. Esta vida es lo que me hace feliz. Ser Josephine Ellsworth es
quien quiero ser. Tu padre está lejos de ser perfecto, pero es un buen hombre.
Sabía exactamente lo que seríamos cuando lo conocí por primera vez. Todo lo
que nunca seríamos. Hice las paces con ello antes de casarnos.
—¿Qué quieres decir?
—Queríamos las mismas cosas. É l necesitaba una esposa. Yo quería un
marido. Nuestros padres se pusieron de acuerdo, y eso fue todo.
—Soy consciente de có mo funciona un matrimonio concertado —digo, con
tono seco. Ella solía decirme que su matrimonio no había sido concertado, que
estaban enamorados, y que era una mentira má s. Parte de la fachada de la
familia perfecta para probar cuando convenía. Fingí que no me importaba—.
Estoy en uno, ¿recuerdas?
Mi madre sonríe. Es la misma que siempre me dedica cuando cree que
estoy haciendo el ridículo.
—No, no lo haces.
Le dirijo una mirada cargada de incredulidad.
—Tú planeaste la boda.
—Sí, lo vi. Lo vi entonces y lo veo ahora. Ese chico está enamorado de ti,
Scarlett.
Estoy tan sorprendida por sus palabras que apenas puedo parpadear. Sé
que a Crew le importa. Las cosas entre nosotros han evolucionado hasta
convertirse en una amistad y una comodidad que nunca imaginé que pudiera
contener nuestro matrimonio. ¿Pero el amor? Mi madre está en shock. Su
marido tuvo un ataque al corazó n y fue encontrado con su amante. Pero aú n
así...
—Está s alucinando.
—No, cariñ o. Tú lo está s. —Mi madre ha perfeccionado el arte de vomitar
condescendencia en un tono dulce. Pone una capa en cada sílaba—. ¿Por qué
crees que ha venido hasta aquí?
Trago saliva y admito—: Estoy embarazada.
La cara de mi madre se ilumina.
—¿De verdad?
C.W. FARNSWORTH
Asiento con la cabeza.
—Es... confuso lo que hay entre nosotros. Estoy hormonal, y es que... es un
buen tipo.
No es toda la verdad. Las líneas se desdibujaron entre Crew y yo mucho
antes de que aparecieran dos de ellas en la prueba de embarazo. Pero es la
historia a la que me atengo cuando se trata de mi madre. Me gustaría que
tuviéramos una relació n en la que pudiera confesar todo lo que ha pasado entre
nosotros. La forma en que Crew me hace sentir.
Pero no lo hacemos, y nunca me ha molestado má s que ahora. Siempre he
estado orgullosa de mi independencia. No soy la niñ a rica mimada que tiene
todos sus caprichos atendidos. Mi aspecto por defecto es apacible y preparada.
Pero ahora mismo, quiero derrumbarme.
Crew entra en la sala de espera y mi corazó n da un pequeñ o y tonto salto.
—¿Alguna novedad? —pregunta, tomando asiento a mi lado.
—Ha salido del quiró fano. Debería recuperarse completamente. —
Comparto la actualizació n como si fuera un informe del tiempo. Pero no me
siento obligada a jugar a la hija cariñ osa delante de Crew. Sé que no me juzgará .
—Bien.
Mi madre se inclina hacia delante.
—Felicidades, Crew. Scarlett compartió la feliz noticia del bebé.
No parece sorprendido de que se lo haya dicho a mi madre.
—Gracias. Estamos emocionados. —Su mano me aprieta el muslo.
Mi madre me mira de forma mordaz. La ignoro; no está en posició n de dar
consejos sobre relaciones.
—Deberías ir a dormir, cariñ o —me dice—. Pareces agotada.
—No he dormido en... —Intento contar las horas—. Un rato.
—Ve. Tu padre estará fuera por un tiempo. Te enviaré cualquier
actualizació n.
—De acuerdo. —No hace falta mucho para que esté de acuerdo. Estar
sentada sobre un plá stico duro mientras mi madre justifica su decisió n de
quedarse con mi padre, motivada por el dinero, no ha sido una maravilla.
En silencio, Crew se levanta y me ofrece su mano.
La tomo.
C.W. FARNSWORTH
—Adió s, mamá .
Se siente mal, dejarla sentada allí sola. No me imagino a mi padre haciendo
una vigilia si los papeles estuvieran invertidos. Nunca antes había intentado
analizar la relació n de mis padres tan de cerca. Simplemente lo tomé al pie de la
letra. Sé por qué estoy mirando má s de cerca ahora, tengo algo con lo que
comparar. Quiero todo lo que ellos no son.
Crew no dice nada mientras salimos del hospital y subimos al coche que
nos espera. Está oscuro. No sé qué hora es. Qué día es, incluso.
Me quedo mirando por la ventana, sin ver nada. Incluso cuando entramos
en el garaje, mis ojos no enfocan. Mis miembros no se mueven.
La puerta de mi lado del coche se abre. Crew se inclina, me desabrocha el
cinturó n de seguridad y me levanta en sus brazos.
Aprieto mi cara contra su cá lido cuello, inhalando el familiar aroma de su
colonia.
—Hueles bien.
—Me he duchado.
Sus pasos son seguros y só lidos mientras se dirige a los ascensores. No abro
los ojos.
—Estaba con su amante cuando ocurrió . Mi madre no. A ella no le importa.
Ella dice que nunca le importó . Espero que sea verdad, o si no estoy jodida. —
Aprieto má s los ojos—. Ni siquiera puedo recordar la ú ltima vez que estuve tan
cansada —murmuro—. Y siempre estoy cansada. Crew, de alguna manera, se
las arregla para sostenerme y también para mostrar la tarjeta para que el
ascensor se mueva—. Eres tan fuerte. —Suspiro—. Siento que todo se
desmorona. Como si yo lo hiciera.
Su agarre sobre mí se hace má s fuerte.
—Nada se está desmoronando, Red. Todo está bien. Tu padre estará bien.
—Lo sé. Estoy aliviada. ¿Sabes por qué? Porque lo primero que pensé
cuando me enteré de que había tenido un ataque al corazó n fue que si moría,
tendría que hacerme cargo de Empresas Ellsworth. O venderla. O... ni siquiera
sé qué habría hecho. ¿Qué tan triste es eso?
—Es comprensible. Tu relació n con él es complicada.
—Todas mis relaciones son complicadas.
Las puertas se abren con un tintineo. Abro los ojos y me encuentro con la
familiar entrada del á tico que he empezado a considerar nuestro, no mío. Crew
no me deja en el suelo y yo no se lo pido. Se dirige a las escaleras.
—¿Has hablado con tu padre? —Le pregunto.
C.W. FARNSWORTH
Crew sacude la cabeza.
—Estoy seguro de que pronto llamará por algo relacionado con el trabajo.
Hasta entonces, no me voy a meter en el drama de Candace.
Parpadeo.
—Vaya. Lo había olvidado por completo.
—Has tenido mucho que hacer.
—Deberías hablar con ellos, Crew.
Solía pensar que Arthur y Oliver eran má s cercanos que Arthur y Crew. Que
Oliver estaba resentido con Crew por usurparlo y eclipsarlo. Pero me di cuenta
de que Crew es el pegamento que mantiene unida a su familia en el vuelo a los
Alpes. Arthur y Oliver confían en él para manejar cualquier cosa que necesite
ser manejada. No me gusta que me haya convertido en otra carga que Crew
tiene que llevar, literalmente, en este momento. Me apoyo en él, lo necesito,
confío en é l, y él nunca ha necesitado mi apoyo de la misma manera.
—Deberías dormir. —Me acuesta sobre la suave tela de mi edredó n—. Estar
despierta toda la noche no puede ser bueno para el bebé.
No puedo distinguir su preocupació n por mí de su preocupació n por el
bebé. Una vez me llevó a la cama antes de estar embarazada. ¿Me habría llevado
esta noche si no lo estuviera?
—Intenté dormir en el avió n —murmuro.
—Lo sé, cariñ o. —El tono suave de su voz calma temporalmente mis
preocupaciones.
—Mi padre está bien. Puedes volver al chalet. Pasar la Navidad con tu
padre y tu hermano. Tu familia.
No dice nada durante un largo minuto. No quiero que se vaya, y me
preocupa que se lo haya tomado a mal. Me gustaría que hubiera má s luz aquí.
La luz del pasillo no ilumina toda su cara; la mayor parte está en sombra. No
puedo ver su expresió n, pero siento que algo late en el aire entre nosotros.
Antes de que pueda decidir qué es, habla.
C.W. FARNSWORTH
—Mi familia está aquí.
Cuatro palabras que deciden má s entre nosotros que el documento de
doscientas pá ginas que debía regir este acuerdo. Si nuestra historia tuviera un
comienzo diferente, respondería a esa frase con tres. Admitiría que se ha
convertido en todo mi mundo. Lo primero en lo que pienso cuando me
despierto y lo ú ltimo antes de dormirme. La primera persona a la que llamaría
con buenas o malas noticias. Mi familia.
Las promesas bonitas pueden ser engañ osas. Todo lo que escucho en las
palabras de Crew son verdades. No feas, sino reales.
Antes de que a mi cansado cerebro se le ocurra una respuesta, se levanta y
se aleja.
—Duerme un poco, Red.
La puerta de la habitació n se cierra y me quedo sola en la oscuridad. Me doy
cuenta de que tal vez no hace falta haber experimentado algo para saber que lo
está s experimentando por primera vez. Mi experiencia emocional con los
hombres es ridículamente limitada, es decir, inexistente. Estaba tan ocupada
enseñ á ndome a mí misma a no ser herida, que nunca dejé que nadie se
acercara.
Crew Kensington no só lo tiene la capacidad de hacerme dañ o.
Tiene el poder de destruirme, si alguna vez decide usarlo.
Capítulo Veintidós
Crew
Estoy corriendo en la cinta cuando Asher llama. Me debato en
contestar. He dormido mal en la habitació n de invitados que solía habitar.
Scarlett sigue durmiendo. No quise molestarla anoche.
Cuando llama por segunda vez, contesto. Antes de que pueda decir una
palabra, pregunta.
C.W. FARNSWORTH
—¿Qué coñ o está pasando? ¿Es cierto?
Vacilo.
—¿Qué es verdad?
—¿Se está investigando a
informació n privilegiada?
Kensington Consolidate
por
uso
de
El shock congela mis miembros. Casi me caigo de bruces.
—¿Qué? ¿Dó nde has oído eso?
Asher jura.
—¿Dó nde no lo hice? Está por todas partes, Crew. Los perió dicos, la
televisió n, en línea. Historia principal. Primera pá gina. Tuve que ir a la entrada
trasera de la oficina para evitar a los cincuenta periodistas de fuera.
Tenemos que hablar más mañana, Crew.
La comprensió n me golpea como un saco de ladrillos cuando recuerdo las
palabras de despedida de mi padre la ú ltima vez que hablamos. No hablaba de
Scarlett ni de Candace. El miedo me recorre la espina dorsal.
Apago la cinta de correr y me derrumbo en el suelo, respirando con
dificultad. Una semana llena de problemas. Mi hermano podría dejar
embarazada a nuestra madrastra, el ataque al corazó n de Hanson Ellsworth y
ahora esto.
—No lo sé —admito.
—¿No está s con tu padre?
—No. El padre de Scarlett tuvo un ataque al corazó n ayer. Estamos de
vuelta en Nueva York.
Asher inhala.
—Mierda. ¿Hanson va a salir adelante?
—Debería estar bien.
Hay un tiempo de silencio.
—Este es un incendio de cinco alarmas, Crew. La gente está en pá nico. Los
teléfonos no paran de sonar. Las existencias está n por las nubes.
Me froto la cara.
—¿Quién dio la noticia primero?
C.W. FARNSWORTH
—No lo sé. ¿Por qué?
—Necesito que lo averigü es.
—Crew, estamos má s allá del punto de contenció n. Esta mierda está en
todas partes. Desacreditar una fuente no va a...
—Cierto o no, alguien filtró esto —interrumpo—. Quiero saber quién.
Asher suspira.
—De acuerdo. Investigaré un poco.
Cuelgo y llamo a mi padre. Buzó n de voz. Llamo a Oliver. Lo mismo. Mi
sensació n de presentimiento crece. Ellos lo sabían. Los dos.
Mi siguiente llamada es a Brent Parsons, el jefe del equipo jurídico de
Kensington Consolidated. Por suerte para él -suponiendo que quiera mantener
su trabajo- contesta al primer timbrazo.
—Parsons.
—Es Crew. ¿Has visto las noticias?
—Lo estoy leyendo ahora.
—¿Qué es lo que tienes?
—Definitivamente hubo una investigació n. Demasiados detalles para ser
totalmente inventados. Pero si los federales tuvieran algo só lido, nos
habríamos enterado de esto de manera muy diferente. Quien filtró esto
probablemente nos hizo un favor.
—¿Un favor? Las acciones han caído diez puntos en una hora, Brent.
—Esto salió antes de lo que querían. Podemos devolver el golpe mientras
no tengan nada. Difamació n. Solicitudes de documentos. Ya estoy coordinando
con relaciones pú blicas para hacer una declaració n. Asumiendo que no hay una
pistola humeante, estaremos bien. —Duda—. ¿A menos que haya algo que
necesites decirme?
—Si lo hay, no lo conozco.
Brent suspira.
—Probablemente sea lo mejor. Te mantendré al tanto de todo. ¿Quieres que
copie a Arthur también?
—No. Todo pasa por mí.
—Lo tienes.
C.W. FARNSWORTH
Cuelgo y salgo al pasillo para ducharme. La puerta de nuestro dormitorio
sigue cerrada, así que me dirijo al bañ o de la habitació n de invitados. El agua
caliente elimina el sudor, pero no las preocupaciones.
Debería haber aceptado la oferta de Royce Raymond. Si lo hubiera hecho, no
estaría en medio de esta tormenta de mierda, solo. Con una esposa embarazada.
Un hijo en camino que se supone que heredará este legado en llamas.
Cuando entro en la cocina, Phillipe está de pie junto a los fogones,
cocinando.
—Feliz Navidad, Sr. Kensington —saluda.
Y... por supuesto que es la maldita Navidad. Es la temporada de espionaje
corporativo.
—Feliz Navidad, Phillipe —respondo. Me froto la frente, sintiendo las pocas
horas de sueñ o con el que estoy corriendo—. No era necesario que vinieras hoy.
Ni siquiera me di cuenta...
Sonríe.
—No es ninguna molestia. ¿Lo de siempre esta mañ ana?
—Sí, por favor.
Tomo asiento en la mesa y ojeo las noticias mientras Phillipe prepara mi
tortilla. Asher no exageraba. Está en todas partes. Veo algunos artículos y capto
lo esencial de la historia. No hay detalles concretos, y eso me tranquiliza.
Después de desayunar, acabo en el sofá del saló n, trabajando en mi portá til.
Tengo que ir a la oficina, pero no quiero que Scarlett se despierte sola.
Son má s de las once cuando baja las escaleras con el pelo mojado y un
pijama de seda.
—Hola. —Se detiene a unos metros, pasá ndose una mano por el pelo de
forma cohibida.
—Hola. —Cierro mi portá til y me inclino hacia delante—. Es, eh, Navidad.
Sus ojos se abren de par en par.
—Mierda, ¿en serio?
—De verdad.
—Vaya. Yo... puedo vestirme. Creo que debería pasar por el hospital, pero
podemos ir a hacer algo después, si quieres.
C.W. FARNSWORTH
Sí quiero. Mucho. No quiero nada má s que beber chocolate caliente e ir a
patinar y ver decoraciones elaboradas y cualquier otra mierda turística que la
gente hace aquí durante las fiestas y que normalmente despreciaría. Siempre y
cuando lo haga con ella. Pero no puedo. Y tengo que decirle por qué.
—No puedo. Tengo que ir a la oficina.
—¿En Navidad? Se suponía que tenías toda esta semana libre.
—Eso fue antes.
—¿Antes de qué?
Asiento con la cabeza hacia el televisor apagado. La pancarta que aparece
en la parte inferior dice las palabras que yo no puedo entender.
Kensington Consolidated Investigado por tráfico de Información Privilegiada,
dice.
—Joder —respira Scarlett.
—Sí.
—¿Es... cierto?
—No tengo ni idea. Pero tengo que manejarlo, de cualquier manera.
—¿Puede esto acabar con la empresa?
—No lo sé. —Apoyo los codos en las rodillas y me restriego las manos por
la cara—. El equipo legal está trabajando en ello. Mi padre y Oliver no atienden
mis llamadas.
—¿Qué significa eso?
—Significa que sabían de esto y me mantuvieron al margen.
—Tal vez estaban tratando de protegerte —sugiere Scarlett en voz baja.
—Al diablo con eso. Esta es la empresa de mi familia. Mi legado. Se supone
que debo ser el pró ximo CEO.
—No sabías nada de esto. No hiciste nada malo. Si tienes que hacerlo,
puedes empezar de nuevo. Empieza tu propia compañ ía.
—Si esto llega tan lejos, el nombre de Kensington no valdrá mucho.
—El dinero habla.
—La mayor parte del mío está atado a este barco que se hunde.
—Tengo dinero, Sport.
—Y tú te casaste conmigo por el mío. —Me pongo de pie y tomo mi portá til
—. Así que será mejor que vaya a rescatar este barco, ¿eh?
—Crew...
—Siento no poder ir al hospital contigo. Voy a conducir yo mismo a la
oficina. Si quieres que Roman te lleve, llá malo.
C.W. FARNSWORTH
—De acuerdo —dice ella.
—De acuerdo —repito.
Me acerco y la beso. Es breve y dulce.
Me agarra por el interior del codo, manteniéndome en el sitio durante un
minuto.
—Feliz Navidad, Red.
—Feliz Navidad, Sport.
***
Las reuniones duran horas. Estoy agotado e irritado cuando vuelvo a mi
oficina.
Asher está esperando. Sus pies no está n sobre mi escritorio. Si alguna vez le
hubiera dicho por qué este trozo de madera tiene un valor sentimental, sé que
nunca los habría puesto en primer lugar. Probablemente por eso nunca lo hice.
No hay mucha gente que me desafíe.
—Nathaniel Stewart.
—¿Qué pasa con é l? —Pregunto.
—Querías el nombre. Fue la filtració n.
Me hundo en mi silla.
—¿Qué tan confiable es tu fuente?
—Kiera Ellis. Su padre es...
—Sé quién es su padre. —El mayor magnate de los medios de
comunicació n del país.
—Hay má s por venir, aparentemente. Nathaniel dice que tiene algunos de
nuestros documentos internos. Los que son condenatorios. —Asher levanta una
ceja—. ¿Existen esos?
—Ni idea.
Asher sacude la cabeza.
C.W. FARNSWORTH
—Admito que el tipo hizo algunas buenas inversiones. Pero es un
alimentador de fondo en el mejor de los casos. Venir tras Kensington
Consolidated no tiene sentido.
Sé exactamente por qué lo hace, pero me lo guardo para mí. Un buen
liderazgo es saber cuá ndo compartir y cuá ndo callar.
—Yo me encargaré de é l.
Asher sacude la cabeza.
—¿Planeando una venganza en Navidad? Esa es la Crew Kensington que
conozco. Por un momento, pensé que te habías ablandado.
—Scarlett está embarazada.
Asher silba y se reclina en su silla.
—¿Ya?
—Só lo hace falta una vez.
—Claro. Estoy seguro de que has tenido sexo con tu sexy esposa só lo una
vez. —Hace una pausa—. ¿Está s enloqueciendo?
—No. —No corrijo su suposició n de que esto es algo reciente.
—¿Está s experimentando alguna emoció n? —Su tono es exasperado.
—Algunas.
—Como...
—No puedo imaginar mi vida sin ella.
—Me refería al engendro que engendraste, Crew.
—Sé lo que quieres decir. Pero el bebé no está aquí. Es del tamañ o de un
melocotó n o algo así. Ella sí.
—Entonces vete a casa y quédate con ella.
Quiero hacerlo. Pero sé lo que tendré que preguntar cuando lo haga. Y no es
una conversació n que me apetezca.
***
Cuando llego a casa, Scarlett está acurrucada en el sofá con Teddy,
comiendo palomitas. Me quito la chaqueta del traje y me aflojo la corbata
cuando entro en el saló n, deseando estar en pantalones de deporte como ella.
—Hola. —Su voz es suave. Vacilante. Insegura.
—Hola. —Tomo asiento cerca de sus pies. Teddy se arrastra para lamer mi
mano.
C.W. FARNSWORTH
—¿Có mo te fue?
—Demasiado pronto para decirlo. Tengo que esperar algunas cosas.
Asiente con la cabeza.
—¿Có mo está tu padre?
—Estaba durmiendo. Los médicos han dicho que es normal. No parece
haber ninguna complicació n hasta ahora.
—Eso es bueno.
—Sí.
Inhalo. Exhalo. Mordisqueo el interior de mi mejilla.
—Descubrí quién filtró la investigació n a la prensa.
—¿De verdad?
—Fue Nathaniel Stewart.
Observo atentamente su reacció n. Veo que sus ojos se abren de par en par.
Sus labios se separan.
—¿En serio?
—Confío en mi fuente.
—¿Por qué haría eso?
Le sostengo la mirada.
—Creo que sabes por qué.
Sus ojos color avellana se amplían.
—Te lo dije. No pasó nada entre nosotros.
fin.
—Lo sé. Le creo. É l y mi padre estaban trabajando en un acuerdo. Yo le puse
—¿Por mí?
—Por ti —confirmo.
—¿Por qué?
—Porque eres mía.
Se burla.
—Muy maduro, Crew.
C.W. FARNSWORTH
—También era un trato arriesgado. Pero no me habría molestado si fuera
con cualquier otro.
—¿Tiene sentido esta conversació n? —Su tono se ha vuelto agudo. Gélido.
Me quejo, en silencio.
—Nathaniel afirma que tiene documentos.
Documentos como... los que solicitaste.
Documentos internos.
Aspira un fuerte suspiro.
—¿Me está s tomando el pelo?
—No te estoy acusando de nada. Confío en ti, Scarlett. Só lo necesito saber...
¿le has contado algo sobre la empresa? ¿Hay algo que pueda usar o torcer o
engañ ar...
Se pone de pie, derribando la mitad de las almohadas del sofá .
—No puedo creerte. ¿En serio me está s preguntando esto?
Yo también me pongo de pie.
—Estoy en la oscuridad aquí, Scarlett. Este... tornado acaba de caer justo
encima de la empresa que soy el primero en heredar. La gente confía en mí. Para
liderar, para mantener sus trabajos, para salvar esta compañ ía. Si hay algo que
sabes, yo só lo...
Mi voz se entrecorta cuando me doy cuenta de un hecho espeluznante.
Está llorando. Un líquido claro recorre sus mejillas en forma de estelas
brillantes.
—Yo soy la razó n por la que eres el primero de la fila.
Doy un paso adelante.
—Red...
Da un paso atrá s y se frota las mejillas con rabia.
—Jó dete. ¿Por qué no me obligas a llevar un micró fono si crees que voy por
ahí soltando secretos de la empresa a cualquier tipo que me sonría?
Me froto la mandíbula, tratando de entender dó nde se desvió tanto esta
conversació n. No quería sacar el tema de Nathaniel. Sabía que sería un tema
delicado. Pero no tenía ni idea de que se convertiría en esto.
—No es eso lo que estoy diciendo. Confío en ti. Yo só lo...
C.W. FARNSWORTH
—No es justo, Crew. Está s dudando de mí, y yo nunca he dudado de ti. No
puedo creer que... —Ella sacude la cabeza—. Todo lo que Nathaniel sabe sobre
Kensington Consolidated, no lo aprendió de mí. ¿Contento?
Estoy lo má s alejado de la felicidad que una persona puede tener en este
momento.
—No.
—Sí. Yo tampoco. Feliz puta Navidad.
La miro subir las escaleras.
Feliz puta Navidad, en efecto.
***
Acabo volviendo a la oficina. En caso de duda, trabaja, como reza el lema de
la familia Kensington. Estoy acostumbrado a pasar noches y largas horas entre
estas cuatro paredes.
Envidio a los empleados que sienten que se han ganado su puesto aquí. Yo
todavía no lo siento. Quizá nunca lo haga. Algunas dudas son saludables. No
creo que sentir que nunca trabajas lo suficiente lo sea.
Excepto que hoy, quizá s por primera vez, lo he visto.
Respeto.
Hoy ha sido el día má s tumultuoso que ha vivido Kensington Consolidated
desde que mi bisabuelo tomó un pequeñ o préstamo y lo convirtió en un
imperio. Sin embargo, nadie preguntó dó nde estaba mi padre. Dó nde estaba
Oliver. Hicieron exactamente lo que pedí sin preguntar. Me escucharon sin
cuestionar ni susurrar a mis espaldas. Y la ú nica persona a la que intento
impresionar sin cesar -mi padre- ni siquiera estaba aquí para verlo.
Y esta misma tormenta de mierda hizo un lío entre yo y la ú nica persona
cuyos sentimientos me importan.
Pasé un par de horas revisando correos electró nicos e informes. Hoy me he
dedicado a controlar los dañ os. Todo lo demá s se ha dejado en segundo plano,
pero aú n hay que solucionarlo.
Cuando termino, me sirvo un generoso chorro de bourbon y me tumbo en el
sofá de cuero de la esquina de mi despacho, debatiendo si debo ir a casa o
simplemente dormir aquí. Bebo un sorbo y miro al techo.
La llamada a la puerta me sobresalta. Estaba seguro de que era el ú nico que
estaba aquí a estas horas. No me sorprende del todo ver que es Isabel quien
abre la puerta. Ha estado aquí todo el día, a mi lado, haciendo todo lo que podía
para ayudar.
C.W. FARNSWORTH
—Hola.
—Hola —respondo—. No me di cuenta de que todavía había alguien aquí.
—Lo mismo. Vi la luz encendida bajo la puerta cuando volvía del bañ o.
Me siento y me paso una mano por el pelo.
—¿Qué haces todavía aquí?
Se acerca y toma asiento en el sofá a mi lado.
—Trabajando.
—En... —Miro el reloj—. ¿A las diez y media? ¿En Navidad?
Isabel se encoge de hombros.
—No soy una gran persona de vacaciones.
Eso no me sorprende en absoluto. Aunque se me ocurre que apenas sé nada
de Isabel fuera de sus aspiraciones profesionales.
—Yo tampoco.
—¿Por eso está s aquí?
Suspiro. Bajo má s bourbon.
—No. He jodido las cosas con Scarlett.
—¿Oh?
—Tuvimos una pelea. Fue mi culpa. Yo só lo... no esperaba que fuera así,
¿sabes? No se suponía que fuera tan real. —Me apago el resto de mi vaso antes
de ponerme en pie y caminar hacia el carrito del bar, rellenando mi vaso antes
de hundirme junto a ella, encorvá ndome contra el sofá —. Menudo día, ¿eh?
Isabel se inclina hacia atrá s, reflejando mi postura.
—Sí. —Hace una pausa—. El voto de la junta será uná nime, ya sabes.
—¿Votar sobre qué?
—Hacerte director general.
—Tengo el apellido correcto.
C.W. FARNSWORTH
—Tienes mucho má s que eso, Crew. —Su mano izquierda se dirige a mi
rodilla. Antes de que tenga tiempo de procesar el toque, se desliza por mi muslo
con un claro destino en mente.
Estoy congelado. Conmocionado. Por alguna razó n, este no era un resultado
que imaginé cuando entró en esta oficina. Y sería fá cil dejar que esto se
desarrollara. Sin emociones y vacío, exactamente lo que solía esperar del sexo.
Scarlett nunca tendría que saberlo. Tal vez ni siquiera le importaría después de
nuestra discusió n anterior.
Pero yo lo sabría. Me importaría. Mi cerebro está procesando lo que mi
cuerpo ya sabe: só lo quiero a Scarlett. Mi pene ni siquiera está reaccionando. Y
no he bebido tanto.
Me levanto bruscamente, dejando a Isabel en el sofá con una expresió n
herida.
—Vete.
—Crew….
—He dicho que te vayas, Isabel. Soy tu jefe. Si quieres mantener tu trabajo,
no volverá s a tocarme de forma inapropiada.
Se levanta, con un poco de desafío mezclado con el dolor.
—No le diré a nadie lo nuestro. Puedes confiar en mí.
—No hay un nosotros, y no confío en ti, Isabel. Estoy casado.
Isabel se burla.
—No felizmente.
—Yo. No. Te. Quiero. No me pongas a prueba, Isabel. No te gustará n las
consecuencias.
La realidad y la terquedad luchan por el espacio en su expresió n.
—He estado enamorada de ti desde que empecé aquí, sabes. Debería haber
hecho un movimiento antes. Al parecer, yo era la ú nica persona en esta ciudad
que no sabía que estabas comprometido con Scarlett Ellsworth. Lo que me pasa
por evitar los chismes, ¿eh? Pero entonces todo el mundo dijo que era fría y
distante y que só lo estaba en ello por el dinero. Así que pensé que todavía tenía
una oportunidad.
Suspiro, repentinamente agotado.
—Estoy felizmente casado, Isabel.
Me dedica una pequeñ a y triste sonrisa.
—Sí, me di cuenta cuando saltaste como si hubiera prendido fuego al sofá .
—No sabía que te sentías así. Si quieres transferirte a otro equipo, puedo...
—No. No, no será un problema. Lo prometo.
La estudio durante un minuto, sopesando su sinceridad.
—No doy segundas oportunidades.
C.W. FARNSWORTH
Ella traga y asiente con un movimiento de cabeza.
—Lo sé.
—Bien.
La miro salir y me agacho detrá s de mi escritorio. Si Asher se entera de lo
que acaba de pasar, no me enteraré de nada durante un tiempo. É l fue quien
insistió en que Isabel sentía algo por mí. Después de sus preguntas sobre
Scarlett, pensé que lo habíamos superado. Pensé que ella sabía que nunca
sucedería. Aunque Isabel hubiera expresado su interés antes. Mantenía el sexo
sin complicaciones, y acostarse con un miembro de la junta no era eso. Y ahora...
nunca le prometí explícitamente fidelidad a Scarlett. Pero hasta que se me
presentó la oportunidad de engañ arla -literalmente- no se me ocurrió hacerlo.
Mi teléfono vibra con un mensaje de mi hermano.
Oliver: Sé que has visto las noticias. Estamos de vuelta en NY. Nos vemos en
la oficina a las 8.
Me tambaleo al ponerme en pie, ya sea por el whisky o por el cansancio que
me está afectando. Pero mis pasos son firmes cuando salgo y me dirijo a los
ascensores. No hay rastro de Isabel, ni de nadie má s.
Sé que conducir es una mala idea, así que pido un taxi cuando llego a la
calle y le doy al conductor la direcció n de la finca de mi familia en las afueras de
la ciudad. El viaje dura veinte minutos. Empiezo a sentir el zumbido del alcohol
a los diez minutos. Pero no me disuade.
Tras pagar al conductor y marcar el có digo, atravieso la puerta principal.
Automá ticamente, mis pies se desvían hacia la derecha, hacia el estudio de mi
padre. Ya hay una luz encendida, pero estoy má s concentrada en desplomarme
en el sofá que en mirar a mi alrededor.
—Espero que no hayas venido en coche —comenta mi padre, levantá ndose
de detrá s de su escritorio de caoba y acercá ndose a la chimenea. Se sirve un
vaso de whisky y se sienta en una de las sillas que flanquean la fachada de
piedra.
—¿Es cierto? —Le pregunto al techo.
Mi padre suspira. El hielo tintinea mientras agita su vaso.
—No es tan grave como dice la prensa. Pero sí, se han hecho algunas
preguntas. Se estaba manejando.
C.W. FARNSWORTH
—Maldita sea, papá . ¿Por qué no me lo dijiste?
—Así que podrías decir exactamente lo que has estado diciendo a todo el
mundo todo el día: que no tenías ni idea.
—Deberías habérmelo dicho. Se supone que soy el futuro director general.
—No hay nada de futuro en ello. Voy a dimitir. Será oficial al final de la
semana.
—¿Me está s tomando el pelo? ¿Me está s entregando las llaves del castillo...
mientras está siendo atacado?
—No seas tan dramá tico. La empresa estará bien.
—¿Y si no lo está ? —Me despido—. ¿Qué carajo pasa entonces
—No pueden tocar nuestra fortuna personal, Crew.
Exhalo y me siento, aliviada de que las paredes se queden donde deben.
—¿Lo has hecho tú ?
—No. —La respuesta de mi padre es rá pida y segura—. Pero... sucedió .
—¿Qué quieres decir con que sucedió?
—Beckett Stanley estaba filtrando informació n. Descubrí lo que estaba
haciendo y me encargué de ello.
—No diciendo a las autoridades, deduzco.
—Ya sabes los problemas que habría causado. Me deshice de él y nombré a
Isabel en el consejo en su lugar.
Me burlo.
—Problemas. ¿Algo así como los problemas que estamos tratando ahora?
—No hay pruebas. No podrá n hacer nada.
Me aprieto las palmas de las manos en los ojos y gimo.
—Jesú s, papá .
Mi padre me estudia como si fuera un experimento científico.
—¿Cuá l es el verdadero problema?
—Tiene que haber otro tema que no sea ser investigado y tener las acciones
en caída libre y...
—Crew.
—Se casó conmigo por mi dinero —dije—. Se casó con el futuro director
general de una empresa de mil millones de dó lares. No... esto. Ella tendrá
preguntas. Incluso podría afectar a Haute y a Rouge.
Mi padre parpadea, pareciendo realmente desprevenido.
C.W. FARNSWORTH
—¿Esto es por Scarlett?
—¿Tengo otra esposa? —chasqueo la lengua. Me miro las manos,
cerrá ndolas en puñ os—. La amo, papá . La amo mucho, joder. Estoy cabreado
contigo y me preocupa la empresa, pero me aterra que esto cambie todo entre
nosotros.
La ú nica respuesta de mi padre a esta declaració n cargada de whisky es un
leve levantamiento de cejas. Normalmente, preferiría masticar cuchillas de
afeitar que discutir esto con mi padre.
—Tienes má s que ofrecerle que dinero, Crew.
Una de las cosas má s bonitas que me ha dicho mi padre. Pero...
—Se casó conmigo por mi dinero —repito.
—Es la ú nica heredera de miles de millones y está ganando decenas de
millones con esa revista y la línea de ropa. ¿Realmente crees que se casó contigo
por dinero? No necesitaba casarse, y no necesitaba el dinero. Scarlett te eligió .
Ella eligió casarse contigo.
—Su padre se lo dijo —murmuro.
—¿Porque son tan cercanos? ¿Porque es fá cilmente manipulable?
Me burlo.
Mi padre sabe emplear el sarcasmo. ¿Quién lo sabía?
—¿Te habrá s preguntado por qué el compromiso era entre tú y ella, y no
entre Oliver y ella?
—Oliver tenía que viajar y gestionar las participaciones internacionales,
mientras que yo haría de Nueva York mi base y reforzaría la marca de la
empresa familiar. —Repito la frase que nos dijo a los dos durante añ os.
—Decidí eso má s tarde. Cuando Hanson y yo hablamos por primera vez de
un posible arreglo, el acuerdo fue que Oliver y Scarlett se casarían. É l es el
mayor y puede heredar tanto como tú . Era la opció n ló gica, a primera vista.
Levanto la vista.
—¿Qué?
C.W. FARNSWORTH
Mi padre se acaricia la barbilla, mirando al fuego, no a mí.
—Hanson volvió a verme un añ o después, cuando tú tenías dieciséis añ os y
Oliver era casi un adulto. Dijo que cumpliría el acuerdo, pero só lo si cambiaba a
ti y a Scarlett. Fue inflexible al respecto. Algo, alguien, lo hizo cambiar de
opinió n. La ú nica razó n por la que me imaginé que cambió los términos fue...
que se lo dijo a ella.
Yo soy la razón por la que eres el primero de la fila.
Pensé que se refería a nuestro matrimonio cuando dijo eso.
—No asumas que no te eligió a ti, Crew.
Con esas palabras de despedida, mi padre me deja en su oscuro estudio con
la cabeza dando vueltas por mucho má s que el alcohol.
Capítulo Veintitrés
Scarlett
C.W. FARNSWORTH
Me despierto sola. El lado de la cama de Crew está vacío y frío. Si llegó a
casa anoche, no durmió a mi lado. Di vueltas en la cama la mayor parte de la
noche, así que estoy segura de que lo habría escuchado entrar. La comprensió n
de que no lo hizo, se arrastra… lentamente, con muchas otras dudas que intento
apartar.
Me ducho, me seco el pelo y me aplico una ligera capa de maquillaje. Lo
suficiente para cubrir las ojeras y, por supuesto, un poco de carmín rojo.
La armadura se siente especialmente importante hoy. Me pongo unas
mallas negras y un vestido de jersey gris. Es un vestido con los hombros al aire
y suelto, pero sin ser holgado, lo que camufla mi pequeñ a barriga. A estas
alturas, mi embarazo es un secreto a voces. Dudo que alguien con quien trabajo
se haya dado cuenta de que he dejado de beber café, de que ando con una
barrita de cereales y de que de vez en cuando voy corriendo al bañ o en
momentos inoportunos. A pesar de lo tensa que es nuestra relació n, me resulta
extrañ o decirle a mis empleados que estoy embarazada antes que a mi propio
padre. Ayer estaba durmiendo cuando lo visité, lo que fue un verdadero alivio.
Mi padre y yo no tenemos mucho que decirnos en las mejores circunstancias.
Antes de bajar las escaleras, me asomo a la habitació n de invitados en la
que dormía Crew cuando se mudó por primera vez. Está vacía, la cama bien
hecha y sin arrugas.
Estoy sorprendida por lo duro que es el pá nico. Pensaba que estaría bien si
las cosas entre Crew y yo se torcían. Hay un dicho que dice que nunca sabrá s
cuá nto quieres algo hasta que no lo tengas. No es así como me siento. Ya sabía lo
mucho que lo quería. No sabía que el dolor de la posibilidad de perderlo se
sentiría tan visceral, que no estaría preparada para desmoronarme.
Así que hago lo que siempre hago. Dejo a un lado las molestas emociones y
me pongo a trabajar.
***
La oficina no está tan ocupada como un jueves normal, pero está lejos de
estar vacía. El trabajo de preparació n del nú mero de febrero está en pleno
apogeo, lo que se ha convertido en mi foco profesional ahora que Rouge se ha
lanzado oficialmente. La aprobació n del trabajo de base -desde la marca hasta
la contratació n- me ha dado cierta flexibilidad en cuanto al tiempo que dedico
a compaginar mis dos esfuerzos. También lo ha hecho la realidad de que tendré
que tomarme un tiempo libre dentro de unos meses.
Leah se acerca en cuanto me ve salir del ascensor.
—¡Buenos días!
—Buenos días. —Mi saludo es decididamente menos alegre que el de Leah.
—Siento mucho lo de tu padre.
C.W. FARNSWORTH
Suspiré.
—Gracias. Estará bien, creemos.
—Oh, bien. ¿Có mo fue tu Navidad?
—Podría haber sido mejor —admito—. ¿La tuya?
—Fue agradable. Mis padres está n de visita.
—Deberías irte, entonces. Te dije que te tomaras el día libre.
—Pero está s aquí.
—Puedo arreglá rmelas. Só lo hazme saber... —Miro hacia arriba y veo que
Leah ya no me presta atenció n. Está concentrada detrá s de mí, en algo.
Alguien.
Miro por encima de un hombro. Efectivamente, Crew sale del ascensor del
que salí hace unos minutos y se dirige directamente hacia mí.
La mayor parte del tiempo, la disposició n abierta de Haute es conveniente.
Puedo evaluar rá pidamente quién está en su mesa. Los distintos departamentos
pueden colaborar.
Ahora mismo, es jodidamente incómodo. Hoy hay má s gente de la que creía
que estaba en la oficina asomando la cabeza desde los cubículos y desde detrá s
de los tabiques, esforzá ndose por ver mejor. Cuando he sido objeto de cotilleo
en la oficina antes, no ha sido de primera mano.
Hasta ahora.
Esto es entretenimiento en horario de má xima audiencia.
—¿Qué está s haciendo aquí? —Me desgañ ito.
Se ve bien. Siempre tiene buen aspecto. Recién duchado y bien afeitado, y
con un traje planchado y limpio, hecho a su medida.
—Necesito hablar contigo.
—¿Ahora? —El desafío condescendiente en mi voz sería suficiente para que
la mayoría de la gente se encogiera. Crew no es una de esas personas.
—Ahora. —Su tono es uno que no he escuchado dirigido a mí en un tiempo.
Severo. Frío.
—Estoy ocupada.
—No voy a ninguna parte.
—Tienes mucho valor al presentarte aquí.
C.W. FARNSWORTH
Crew hace un ademá n de mirar alrededor de la oficina.
—¿Tal vez haya una reunió n a la que pueda colarme mientras estoy aquí?
¿Interrumpir durante la misma?
Lo miro fijamente. É l me devuelve la mirada. Me calzo las botas de tacó n y
me dirijo a mi despacho, sin esperar a ver si me sigue. Pero lo hace. Siento su
presencia en cuanto entra en mi despacho, llenando el reducido espacio.
Mientras é l cierra la puerta, me quito el abrigo de lana y lo tiro en una silla.
—Habla.
No me extrañ a que sus ojos recorran mi cuerpo. No hemos tenido sexo
desde que salimos de Suiza, el mayor tiempo que ha pasado. Si anoche se ahogó
las pelotas en otra mujer, no parece que fuera muy satisfactorio.
Su mirada se detiene en la fotografía enmarcada de nosotros en mi
escritorio antes de hablar.
—Está s enojada.
Resoplo.
—Estoy cabreada y no tengo tiempo para esto. Tengo mucho trabajo que
hacer hoy.
—Corta el rollo, Scarlett. Se suponía que tenías toda esta semana libre.
—Eso fue antes de que me convirtiera en el ú nico sostén de la familia. —Es
un golpe bajo, por el que casi me siento mal.
Crew ni siquiera se inmuta.
—Por favor, Scarlett. Só lo necesito…
—Bonito traje —lo interrumpo—. ¿Te has colado después de que me fuera?
—No. Guardé algunas cosas en mi antigua casa. Está má s cerca de mi
oficina.
—¿Plan de contingencia?
Me estudia.
—¿Esta es tu manera de preguntar dó nde dormí anoche?
Sí.
—No.
Me conoce demasiado bien.
—Estaba en casa de mi padre. En el sofá de su estudio, si quieres detalles.
C.W. FARNSWORTH
—No he preguntado.
Crew se agarra al respaldo de una de las sillas que está n frente a mi
escritorio.
—Este lío con los federales... hay algunas cosas ahí, Scarlett. Dijo que no se
pegará , pero no puedo prometer nada.
—¿Promesas sobre qué? —Pregunto.
—Puede que no quieras que tu apellido sea Kensington. Podría afectar a
Haute y a Rouge. Financieramente, o al menos, te hará n preguntas. Podría no ser
el director general de una empresa exitosa. O una respetada. Ahora mismo,
estamos sangrando dinero. Eso no es para lo que has firmado. —Veo que sus
labios se tensan. Los mú sculos de su mandíbula se flexionan y se mueven—.
Entonces, supongo que estoy preguntando… ¿Quieres el divorcio?
Inhalo bruscamente.
—No puedo tener esta conversació n ahora mismo, Crew. Estoy en el
trabajo. No puedes simplemente...
Se adelanta, má s rá pido y má s cerca de lo que espero.
—Lo sé. Pero por favor, Scarlett. Só lo responde a la pregunta. No puedo...
Tengo que reunirme con mi padre. Los abogados. La junta. Y puedo manejarlo.
Lo manejaré.
—De acuerdo. ¿Qué tiene que ver eso conmigo?
—Lucharé má s si tengo algo por lo que luchar. —Hace una pausa—. De lo
contrario, consideraría la posibilidad de alejarme. Aceptaría la oferta de Royce
Raymond, si no fuera en Los Á ngeles.
Inclino la cabeza para ver mejor su cara.
—Me dijiste que el trabajo estaba aquí.
—Mentí. Quería tu opinió n sincera, y sabía que California inclinaría la
balanza. Aunque ahora no es una opció n, obviamente, con el bebé.
—El bebé —repito—. Entonces, ¿qué? ¿Vale la pena luchar por mí hasta que
deje de ser una incubadora humana? ¿Es eso lo que está s diciendo?
—¡Dios, no! No tergiverses lo que estoy diciendo. Esto es exactamente lo
que hiciste anoche.
—Anoche. Sí. Cuando me acusaste de descargar documentos de la
compañ ía con el ú nico propó sito de hablar de ellos...
C.W. FARNSWORTH
—¡No te he acusado de nada! —Crew grita—. Yo pregunté, Scarlett.
Averigü é quién era el filtrador. Tú lo conoces; yo no. Somos un equipo. Estaba
tratando de...
—Si somos un equipo, entonces tal vez deberías haber confiado en mí. Tal
vez deberías haberme creído.
—¿Cuá ndo no he confiado en ti? ¿Cuá ndo no te he creído? —Crew replica.
Mi teléfono suena, estridente y fuerte. Dudo, pero descuelgo el auricular.
Só lo algunas personas tienen el nú mero directo en lugar de pasar por Leah, lo
que sugiere que es importante.
—Scarlett Kensington.
—Hola, Scarlett. Soy Jeff. Estoy mirando las pruebas para el pró ximo
nú mero, y creo que... —No lo escucho. Crew se inclina hacia delante y garabatea
algo en una nota adhesiva rosa.
Inclina la foto de nosotros para que esté directamente frente a mí y sale de
mi oficina. Jeff, el diseñ ador grá fico jefe de Haute, sigue hablando. Sobre la
colocació n de la imagen y el posicionamiento y los preajustes.
Recojo la nota y leo lo que ha escrito. Si decides presentar la demanda, haz
que tu abogado se lo diga al mío. Estaré trabajando hasta tarde.
Mi mirada se mueve entre la foto y la puerta cerrada.
Joder. La he jodido.
—Jeff, voy a tener que volver a llamarte. —Sin esperar respuesta, cuelgo y
corro hacia la puerta de mi despacho. Busco en la planta, pero no hay rastro de
Crew. Ni en la cocina, ni merodeando por los ascensores.
—¡Leah! —Me apresuro hacia mi asistente, que está de pie junto a la sala de
conferencias principal, hablando con Andrea—. ¿Viste a Crew salir de mi
oficina?
—Um, sí. Hace unos minutos.
—¿A dó nde fue?
Se mueve incó moda.
—Um, é l se fue.
C.W. FARNSWORTH
Juro. En voz alta. Luego sigo caminando hasta llegar a los ascensores.
Golpeo el botó n de bajada un par de veces, esperando que las puertas se abran
por arte de magia. No hay suerte. Queda el hueco de la escalera. Atravieso la
puerta de un empujó n, contento de que no haya saltado alguna alarma. Evacuar
todo el edificio no está en la lista de tareas de hoy.
El largo descenso lo paso deliberando sobre hasta dó nde debo llevar esta
persecució n. Si no está en el vestíbulo -cosa que dudo, a tenor de los pasos que
me quedan por dar, ¿voy a Kensington Consolidated? ¿Irrumpir y hacer
exactamente lo que acabo de reprenderlo? Supongo que estará en casa esta
noche. Pero entonces pienso en el texto de su nota. Trabajaré hasta tarde. No
estaré en casa hasta tarde. No te veré más tarde.
¿Fue una frase deliberada?
Finalmente, llego a la planta baja y atravieso la puerta metá lica. Tardo un
minuto en escudriñ ar el vestíbulo. Para mi sorpresa, todavía está aquí.
Entregando una placa a un guardia de la recepció n.
Y me encuentro con un nuevo dilema: ¿qué digo? Esto era lo má s alejado de
un plan pensado. Antes de que pueda dudar, me descubre. Incluso desde aquí,
puedo ver su ceñ o fruncido.
Me acerco, tratando de controlar mi respiració n.
—¿Có mo has llegado hasta aquí tan rá pido?
—Bajé corriendo las escaleras. —Correr suena má s impresionante que
jadear y resbalar.
—¿Corriste? ¿Por qué demonios has hecho eso? Está s embarazada.
Le clavo una mirada plana.
—¿De verdad? No tenía ni idea —digo con sarcasmo—. Las mujeres han
corrido maratones estando embarazadas, Crew.
Mueve la cabeza.
—¿Y bien? ¿Qué haces aquí abajo? Creía que estabas muy ocupada.
—Te fuiste.
—Lo que querías, ¿verdad?
—No. Quiero decir, sí, quería que te fueras. Estoy molesta y ansiosa y trato
de mantener mi vida personal totalmente separada del trabajo, que es
bá sicamente lo contrario de gritarse en mi oficina. Pero la respuesta a tu
pregunta... es no. No quiero el divorcio. —Le sostengo la mirada—. En lo mejor
y en lo peor, ¿verdad?
El alivio inunda su expresió n, alisando las arrugas de su frente.
—Má s rico o má s pobre parece má s adecuado para la situació n actual. Las
acciones han bajado má s esta mañ ana.
Subo y bajo un hombro.
—Prometí ambas cosas.
—No te obligaré a ello. No voy a pelear contigo por ello.
C.W. FARNSWORTH
—No quiero el divorcio —repito.
Sus ojos se cierran durante un minuto antes de reducir el pequeñ o espacio
que nos separa. Me coge la mandíbula y siento una embriagadora dosis de déjà
vu. Es como nuestro primer beso.
La anticipació n. La incertidumbre. La posibilidad. Agarro la tela rígida de su
camisa y lo acerco.
Crew me cepilla el pelo hacia atrá s. Me pasa el pulgar por la mandíbula.
—Este lío no tiene que ver con el dinero, ni con la empresa, ni con el
escá ndalo, ni con mi padre. Se trata de ti. Se trata de ser el tipo que es lo
suficientemente bueno para estar a tu lado. ¿Te preocupa que no te vea como
un igual, como un compañ ero? Me preocupa exactamente lo mismo. La
misma. Cosa.
Es muy vulnerable decir te amo a alguien a quien eliges amar. El amor hacia
mis padres era obligatorio, derivado del hecho bioló gico de que sin ellos yo no
existiría y de las oportunidades que su trabajo permitió . El amor hacia el bebé
que llevo es instintivo. Es mi hijo, un pedacito de mí, mi responsabilidad de
protegerlo y adorarlo.
Nada de eso se aplica a Crew.
Lo amo porque quiero. Porque me desafía y confía en mí. Me apoya y
suaviza. Sé que en el momento en que entra en la habitació n y en el segundo en
que se va.
Suspira cuando no digo nada.
—Sé que fui yo quien irrumpió aquí y exigió hablar contigo, pero ahora
tengo que irme de verdad. Si fuera só lo mi padre, le haría esperar, pero es toda
la junta y la mayor parte del departamento jurídico. Llegaré a casa tan pronto
como pueda esta noche. ¿De acuerdo?
Sigo sosteniendo su camisa. Permanece en silencio. Su frente se arruga.
—Red...
—Te amo. —Las palabras salen de mi boca y quedan colgadas entre
nosotros. Y... Bueno, ahí está . Lo he dicho.
Incó moda e insegura, miro fijamente a Crew, esperando que reaccione. Que
diga algo. Que se mueva. Está aturdido; eso es evidente. Tiene los ojos muy
abiertos. Los labios entreabiertos, como si estuviera a punto de decir algo que
ya no tiene sentido.
Se aclara la garganta.
C.W. FARNSWORTH
—No tienes que decirlo de vuelta. No fue, no lo hice, yo...
Sus dedos inclinan mi barbilla hacia arriba, obligá ndome a mirarlo. Me besa
de nuevo, con firmeza, calidez e inflexibilidad. Permanece en mis labios con una
marca invisible. Propiedad de Crew Kensington.
—Te amo, Scarlett. Tanto, joder.
—¿Sí? —Para mi vergü enza, mi voz vacila. Realmente no estaba segura de
que lo hiciera. Es parte de por qué no lo había dicho hasta ahora. No porque no
quisiera mostrar mis cartas, sino porque no quería que é l sintiera que tenía que
hacerlo.
Su pulgar roza mi mejilla, acariciando mi cara como si fuera algo precioso.
—Sí —responde suavemente—. Lo hago.
Crew me mira como si fuera todo lo que quiere. Me permito confiar en él.
Apreciarlo.
Creerle.
—Está bien. —Sale como un susurro.
—Te veré esta noche. —Me coloca un mechó n de pelo detrá s de la oreja, tan
poco dispuesto a irse como yo a dejarlo marchar.
A regañ adientes, asiento con la cabeza.
Sonríe. Mueve un poco la cabeza. Exhala.
—Está bien. —Luego suelta la mano y se aleja hacia las puertas de cristal
que separan el vestíbulo de la calle. Veo a Roman de pie fuera, esperando junto
al coche. Crew se detiene para decir algo a su conductor antes de subir al
asiento trasero y perderse de vista.
Me vuelvo hacia el ascensor con una sonrisa en la cara. Esta vez, llega
rá pidamente. En un par de minutos estoy de vuelta en las oficinas de Haute, con
muchas miradas curiosas dirigidas hacia mí. Que yo corra hacia las escaleras no
es algo normal.
Cuando entro en mi despacho, tardo unos instantes en mirar
estú pidamente mi monitor antes de recordar que tengo trabajo que hacer.
Empiezo a revolver los papeles de mi escritorio, tratando de decidir a qué darle
prioridad. Tengo que llamar a Jeff. Una nota adhesiva rosa cae al suelo. Me
agacho para recogerla y me quedo paralizada.
Es la nota que escribió Crew.
Pero el lado que estoy mirando es el reverso pegajoso.
El lado en el que pensé que nadie había escrito.
C.W. FARNSWORTH
Crew lo hizo.
Y por cierto, te amo.
Eso es lo que escribió .
Lo miro fijamente durante un minuto, con el corazó n palpitando. Luego
tomo el teléfono y le mando un mensaje.
Scarlett: ¿Quién escribe en el reverso de una nota adhesiva?
Crew responde al instante. Debe estar todavía en el coche.
Crew: Siento que esa es una pregunta retórica.
Crew: No te sientas mal, yo lo dije primero.
Scarlett: Tú lo escribiste. No es lo mismo.
Scarlett: Acabo de verlo.
Crew: Me di cuenta de que la mitad de nuestra conversación, Red.
Scarlett: ¡¿Ibas a soltar la bomba A y marcharte?!
Crew: ¿Tirar la bomba-A? Qué romántica.
Scarlett: Déjame recordarte que la frase empezaba con "y por cierto".
Difícilmente material de Hallmark.
Crew: Trabajaré en ello.
Crew: Estoy en la oficina.
Crew: Te amo.
Sonrío como si pudiera verme.
Scarlett: Yo también te amo.
Tomo la nota adhesiva rosa y la pego a mi monitor, con el reverso hacia mí.
C.W. FARNSWORTH
Y entonces tomo el teléfono y llamo a Jeff.
Capítulo Veinticuatro
Crew
—Deberíamos centrarnos en un informe sobre opciones de compra de
acciones —sugiere Isabel.
—Bien —acepto—. Si hablas de eso, puedo revisar el aná lisis de las
proyecciones. —Miro a Asher, que está sentado a mi lado—. ¿Está s bien?
—Creo que ya conozco la canció n y el baile.
C.W. FARNSWORTH
—¿Isabel y yo no?
Asher suspira.
—Estoy bien.
—Bien.
Mi teléfono zumba con un mensaje de Oliver, comprobando que la cena con
nuestro padre será este fin de semana. No le culpo por asegurarse de que estaré
allí. Mi padre le dijo a Candace que el bebé no podía ser suyo después de que
Scarlett y yo dejá ramos el chalet para ver a su padre. Candace admitió haber
mentido sobre su embarazo, alegando que mi padre no le prestaba suficiente
atenció n. Ahora está n en pleno proceso de divorcio. No le he dicho a Oliver que
nuestro padre sabe sobre é l y Candace, y mi padre tampoco, al parecer. No es de
extrañ ar. A menos que sea un secreto sucio que pueda usar, mi padre está feliz
de barrer cualquier cosa desagradable bajo la alfombra. Especialmente las que
no pueden ser compradas.
Le respondo a Oliver, prometiendo que estaré allí, y luego paso a mi
hilo con Scarlett. Lo ú ltimo que me ha enviado es el enlace de la cuna que
quiere.
Apenas hemos empezado a montar la guardería. Ella ha estado ocupada
prepará ndose para la licencia de maternidad, mientras que yo he estado
complaciendo a los inversores y socios de Kensington Consolidated, tratando de
hacer el control de dañ os. Como dijo Asher, ha sido un proceso agotador y
frustrante. Como CEO, no tengo otra opció n. Y ahora que Scarlett está de má s
de ocho meses, también necesito encontrar tiempo para montar una cuna.
Asher mira la pantalla del teléfono. Se ríe, cuando ve lo que estoy mirando.
—Maldita sea. Nunca pensé que vería el día, Kensington.
Una secretaria aparece para acompañ arnos a la sala de conferencias antes
de que tenga la oportunidad de responder. La reunió n dura una hora. Va bien, lo
cual es un alivio. Las reputaciones no se restauran de la noche a la mañ ana, só lo
se destruyen. Si Nathaniel Stewart tenía documentos de Kensington
Consolidated, nunca los hizo pú blicos. Lenta pero seguramente, los susurros se
está n extinguiendo.
Todos estamos muy animados cuando pasamos por la zona de recepció n y
nos dirigimos a los ascensores. Isabel está charlando, discutiendo sobre las
mejoras y los productos para llevar. Desde nuestro encuentro nocturno en
Navidad, se esfuerza por ser demasiado profesional. Y excesivamente eficiente.
C.W. FARNSWORTH
Llega el ascensor. Un hombre de mediana edad sale y los tres entramos.
—¿Eh, Crew? —Asher interrumpe el aná lisis de Isabel sobre las soluciones
bursá tiles.
—¿Qué? —Miro a Asher, que no hace ningú n intento de pensar y analizar.
Está entrecerrando los ojos en la pantalla de su teléfono.
—¿Has comprobado tu teléfono?
—No, ¿por qué?
—¿Tengo un montó n de llamadas perdidas de Celeste? ¿Por qué iba a
llamarme...?
Ya no escucho, sino que me desplazo por los cientos de notificaciones
perdidas que tengo.
—Joder.
Golpeo el botó n del vestíbulo con el codo mientras toco el nombre de
Scarlett, como si eso fuera a acelerar nuestro descenso. Suena y suena, y
finalmente salta el buzó n de voz. Vuelvo a jurar, y luego pienso. Una rá pida
bú squeda en Google me lleva al nú mero de Haute. Suena tres veces antes de
que una mujer responda.
—Revista Haute, habla Alexandra. ¿En qué puedo ayudarle?
—Necesito hablar con Scarlett Kensington.
—¿Está esperando tu llamada?
—Só lo transfiéreme —grité.
—Voy a ver si su asistente está disponible. —Una alegre mú sica de piano
resuena en la línea mientras miro los nú meros. Nuestra reunió n era en el piso
noventa y siete. Apenas estamos llegando al ochenta.
—Oficina de Scarlett Kensington. ¿En qué puedo ayudarle?
—Necesito hablar con ella.
—¿Puedo tomar un mensaje?
—Soy su marido —le digo—. Así que no, necesito hablar con ella ahora.
El tono agradable desaparece. No recuerdo el nombre de la secretaria de
Scarlett, pero resulta que está enfadada conmigo.
C.W. FARNSWORTH
—¿Por qué demonios no has contestado antes? —Grita la pregunta, y me
choca temporalmente. La gente no me habla así—. Yo... Dios mío. Lo siento
mucho, señ or. Yo, en serio. No creo que pueda despedirme, pero lo hará si...
—Dó nde. Está . Scarlett?
—General de Nueva York. Rompió aguas hace cuarenta y cinco minutos.
Intenté ir a la ambulancia con ella, pero no me dejó . Só lo quería que te llamara.
Me pellizco el puente de la nariz. Sesenta y tres.
—Me dirijo directamente hacia allí. —Cuelgo el teléfono, maldiciendo en
silencio que el ascensor se mueva má s rá pido.
—¿Va a tener el bebé?
Miro a Asher con cara de circunstancias.
—No, su secretaria só lo quería invitarte a salir.
—Ya hemos pasado el punto de las bromas. Entendido.
Me golpeo la cabeza contra la pared.
—Se suponía que íbamos a tener otro mes. Tengo que ir directamente
allí. No tengo tiempo de llevaros a la oficina.
—Amigo. Está s a punto de ser padre. Voy contigo.
Asiento con la cabeza, sin molestarme en responder. En primer lugar,
porque no me importa lo que haga Asher, siempre que no me retrase. Dos,
porque ya estoy bastante asustada sin dejar que su respuesta se asimile del
todo.
Las puertas del ascensor se abren. Bá sicamente, corro hacia el todoterreno
negro estacionado en la acera. Roman está apoyado en el lateral del coche,
leyendo un perió dico. Sus ojos se abren de par en par cuando corro hacia él.
Supongo que Asher e Isabel está n detrá s de mí, pero no me molesto en
comprobar que me siguen.
—Sr. Kensington, está todo...
—Llaves —exijo. Roman es un excelente conductor en lo que se refiere a la
vestimenta y la discreció n. Pero nunca lo he visto ni siquiera pasar en amarillo.
Sabiamente, hace caso, me las entrega y se sube al asiento del copiloto. Doy la
vuelta a la parte delantera del coche y subo al lado del conductor. Las puertas se
abren y se cierran de golpe en la parte trasera, y me alejo del bordillo como si
estuviéramos huyendo de la escena de un crimen.
—¿En qué hospital está ? —pregunta Asher.
—New York General. —Me desvío, esquivando por poco a un repartidor en
bicicleta.
C.W. FARNSWORTH
—Si vamos al lado oeste, deberías tomar la 7ª. Hay un accidente en la 8ª.
—¿Cuá ntas cuadras?
—Cinco, no siete. Espera, no, en realidad cuatro.
Llegamos a un semá foro en rojo y freno de golpe. Los coches ya empiezan a
cruzar desde la otra direcció n, así que no puedo correrlo.
Miro por el espejo retrovisor.
—¿Sabes o no sabes có mo llegar?
—El trá fico siempre es una mierda, tío. Ya lo sabes. Se mantiene... —Se
queda en blanco—. Oh, Espera. Despejaron la octava. Deberías ir en esa
direcció n ahora.
Resoplo y golpeo la pantalla negra del tablero.
—¿Funciona esta cosa?
—Sí, señ or. Puedo conectarlo. —Roman se inclina y empieza a juguetear
con los controles del salpicadero. Unos segundos después, aparece un mapa en
la pantalla.
El semá foro se pone en verde y avanzo a toda velocidad, siguiendo las
indicaciones que salen de los altavoces. Llegamos a otro semá foro en amarillo,
así que piso el acelerador y cambio de carril.
—Maldita sea —comenta Asher mientras corto un Mercedes, provocando
una serie de bocinazos—. Deberíamos haber ido a Mó naco a correr como
hablamos en la universidad. Sabes conducir en serio, hombre.
Mi teléfono empieza a sonar, y en la pantalla aparece una llamada entrante.
Estoy a punto de rechazarla cuando veo que es Scarlett la que llama.
—¿Hola? —Mi saludo es tentativo.
Sé que debe estar enojada.
—No parece que te estés muriendo en una zanja.
En el asiento trasero, Asher resopla. Si pudiera echarle la bronca mientras
conduce, lo haría.
—Scarlett, te juro que estoy...
—Una hora, Crew. ¡He estado aquí casi una hora! ¿Dó nde carajo está s?
—Estaré allí en cinco minutos. —Corté un taxi—. Diez, como mucho.
C.W. FARNSWORTH
—¿Dó nde has estado? ¿Por qué no respondías?
Suspiré.
—Tenía una reunió n. Mi teléfono estaba en silencio y no lo estaba
revisando.
—Me lo prometiste. —Toda la rabia de su voz se ha desvanecido. La
incertidumbre que queda atrá s me hace apretar má s el acelerador—. Me
prometiste que no tendría que hacer esto sola.
Llegamos a otro semá foro en rojo, y apenas contengo otra palabrota
mientras golpeo con urgencia el volante, instando a que cambie de nuevo a
verde.
—No lo hará s, cariñ o. Ya casi he llegado.
—Tengo miedo, Crew. —Dice las palabras en voz baja, pero tienen el efecto
de un grito por có mo me golpean—. Duele mucho, joder, y no pudieron
encontrar un latido al principio y me estoy asustando.
Un apretado puñ o de miedo me aprieta el pecho. Lucho contra el pá nico
antes de que pueda ahogarme. Necesita seguridad, no má s ansiedad.
—Red, estaré allí. Te lo juro. Pero incluso si estuviera en una zanja en algú n
lugar, puedes hacerlo. Só lo respira. De esto se trataron todas esas clases,
¿verdad?
—No estabas prestando atenció n durante Lamaze.
Scarlett vuelve a sonar como siempre, y yo casi me desmayo de alivio.
Definitivamente no debería estar conduciendo. Pero puedo ver el hospital má s
adelante, a só lo una manzana de distancia.
—Sí, lo estaba —respondo—. Só lo tienes que concentrarte en una cosa y
luego hacer las respiraciones muy rá pidas.
—Ajá . ¿Y luego qué?
Miro a Roman en busca de ayuda. Se encoge de hombros.
—Creía que tenías hijos —siseo.
Otro encogimiento de hombros.
—¿Exhalas? —Sugiero.
Scarlett se ríe. Es una carcajada má s forzada y á spera que su risa habitual,
pero me libera un poco de la opresió n en el pecho.
C.W. FARNSWORTH
—Está s tan lleno de mierda. Sabía que no estabas prestando atenció n.
Detengo el todoterreno con un chirrido de neumá ticos bajo el muelle de las
ambulancias. Dejo el coche en marcha y las llaves en el contacto, tomo el
teléfono y corro hacia las puertas automá ticas del concurrido hospital. Hay
batas blancas y camillas por todas partes. Un niñ o llora en algú n lugar cercano.
El sistema de megafonía emite un chasquido que indica a algú n cirujano que se
presente en el quiró fano 1. Me aprieto el teléfono contra la oreja.
—¿En qué planta está s?
—Cinco.
Me apresuro a subir al ascensor y luego cambio de rumbo cuando veo una
señ al que indica el hueco de la escalera. Hay mucha energía nerviosa que
necesito quemar. Subo los peldañ os de dos en dos y abro de un tiró n la puerta
con un enorme cinco pintado. El pasillo tiene el mismo aspecto que el vestíbulo
de la planta baja, todo azulejos blancos y luces fluorescentes.
Hay un escritorio a la derecha.
—Scarlett Kensington —jadeo—. ¿En qué habitació n está Scarlett
Kensington?
La enfermera me estudia, severa y evaluadora.
—¿Es usted un pariente?
—Soy su marido. El padre. ¿Dó nde está ella?
Toca algunas teclas del ordenador. Los segundos parecen minutos.
—Habitació n 526.
Empiezo por la derecha, só lo para descubrir que los nú meros bajan, no
suben. Corro hacia la izquierda hasta llegar al 526 y me meto dentro.
Scarlett está sentada en la cama, escuchando a un hombre vestido con bata
blanca que debe ser un médico. Cuando me ve, su expresió n se derrumba. Me
apresuro a ir a su lado, cogiendo su mano y besando su cabeza.
—Tú debes ser Crew. Soy el Dr. Summers.
—¿Pasa algo?
El Dr. Summers parece sombrío.
—Le estaba diciendo a su esposa que no podemos esperar má s. Me temo
que el bebé no está bien colocado para un parto natural. Tendremos que hacer
una cesá rea de emergencia antes de que el bebé sufra.
—¿Sufra? —Hago eco. La mano de Scarlett se estrecha alrededor de la mía.
C.W. FARNSWORTH
—Haremos todo lo posible para evitar que eso ocurra. Por eso tenemos
que actuar con rapidez.
Por primera vez desde que la conozco, Scarlett parece joven y asustada.
Frá gil.
—¿Puede mi marido quedarse conmigo? —pregunta con una voz metá lica.
El Dr. Summers sonríe amablemente, pero su tono es firme.
—Lo siento mucho, pero no. No permitimos a los familiares en la sala de
operaciones durante una cirugía de emergencia. Cirugía de emergencia. Esas
tres palabras impregnan la niebla en la mente. El pá nico agudo se abre paso
mientras el miedo se enrosca en mi estó mago—. Una enfermera vendrá en
breve para llevarla abajo.
Estoy congelado. La respiració n de Scarlett es rá pida y entrecortada.
—¿Lo sabías? ¿Cuando hablamos por teléfono?
—Me dijeron que podría haber complicaciones cuando llegué. Sabía que
llegarías en cuanto pudieras. —Me dedica una sonrisa iró nica que se queda
corta—. Siento haberme asustado por teléfono.
—Debería haber tenido el timbre puesto. ¿Qué complicaciones?
—Lo que dijo el Dr. Summers. El bebé no está bien colocado. Pero como ya
he roto aguas, no pueden esperar má s para ver si se recoloca.
Inhalo, dividido entre acribillarla con má s preguntas y evitar que se asuste.
Una mujer con bata rosa entra en la habitació n. La enfermera sonríe a
Scarlett.
—¿Lista para ser madre? —Su alegría no suena fingida, pero no se registra
como real. No es así como se suponía que iba a suceder. No se siente como un
momento feliz y alegre.
Scarlett devuelve la sonrisa pero no responde.
La enfermera asiente de forma comprensiva.
—¿Lista?
—Lista —responde Scarlett. Su mano aprieta la mía.
Me inclino y beso su frente, dejando que mis labios se detengan.
—Te amo.
Scarlett me agarra con fuerza.
C.W. FARNSWORTH
—Yo también te amo.
Luego la suelta. La enfermera se aleja de la cama.
—En cuanto haya una actualizació n, alguien te lo hará saber —me dice al
salir.
De repente, estoy de pie en una habitació n de hospital vacía, sola. Mi cuerpo
se siente pesado, mis miembros desconectados. La respiració n se hace difícil.
Necesito salir de esta pequeñ a habitació n. Saldría si no tuviera miedo de
perderme una actualizació n.
Vuelvo a la sala de espera aturdido. Asher se levanta cuando
aparezco.
Sinceramente, había olvidado que estaba aquí.
—Isabel volvió a la oficina. ¿Qué pasa? —Pregunta Asher—. Eso pareció
algo rá pido.
En cualquier otra circunstancia, el hecho de que pretenda saber algo sobre
el parto, concretamente sobre el tiempo que lleva, sería divertido. Estoy
demasiado ansioso para hacer algo má s que el ritmo en este momento. De un
lado a otro. Esta sala de espera tiene el mismo aspecto que la del ala cardíaca.
Mientras esperaba a saber si Hanson había sobrevivido, no experimenté
ninguna inquietud. Su muerte no me haría perder el sueñ o.
La de Scarlett me destrozaría. Só lo el pensamiento hipotético hace que se
me apriete la garganta y me piquen los ojos. Siento como si las hormigas se
arrastraran por mi piel. Como si la ropa me diera demasiado calor y me
apretara demasiado. Intento respirar profundamente, aspirar el aire teñ ido de
antiséptico.
—Crew, me está s asustando. ¿Qué está pasando?
Dentro. Fuera. Dentro. Sigo caminando.
—Está en cirugía.
—¿Cirugía? —Los ojos de Asher se abren de par en par—. ¿Es eso... normal?
—No, no es normal —le digo.
C.W. FARNSWORTH
—¿Quieres que... llame a alguien?
—A cualquiera. —La respuesta honesta es que no lo sé. Scarlett y yo
nunca discutimos a quién invitaríamos al hospital o cuá ndo lo haríamos.
Me imaginé que estaría con ella, que tomaríamos estas decisiones juntos,
después de tener un bebé sano. Sigo dando vueltas. No sé a qué hora entró en
el quiró fano. Cuá nto dura una cesá rea. Estoy totalmente desprevenido, y lo
ú nico que me impide perder totalmente la cabeza es la esperanza de que en
cualquier momento alguien venga a decirme que los dos está n bien.
Camino en círculos hasta que empiezo a sentirme mareado. Entonces me
siento. Rebota mi rodilla. Hago girar mi alianza en círculos. Aprieto las palmas
de las manos contra los ojos e intento fingir que estoy en otro sitio.
Vagamente, soy consciente de la actividad a mi alrededor. Al llamar a
cualquiera, Asher aparentemente se refería a todos. A mi padre. Oliver.
Josephine y Hanson, que está totalmente recuperado de su susto de salud. La
familia de Scarlett se apiñ a con la mía, susurrando. Probablemente sobre mí.
Sabiamente, ninguno de ellos se acerca a mí.
Pasa una eternidad antes de que aparezca el Dr. Summers. Me pongo de pie
en cuanto lo veo.
—Su esposa pregunta por usted, Crew.
El alivio me golpea tan fuerte que siento que mis rodillas está n a punto de
doblarse.
—¿Está bien? —Mi voz se quiebra entre la b y el ien.
El Dr. Summers sonríe y asiente.
—Ella está bien. Y tiene una niñ a sana.
Una niña. Tengo una hija. El pensamiento se siente extrañ o, incluso después
de meses de saber que esto iba a suceder.
—¿Puedo verlas? —Mi voz suena como si mi garganta estuviera llena de
piedras.
Asiente con la cabeza.
—Por supuesto. Sígueme.
El Dr. Summers me lleva a una habitació n diferente a la anterior. Scarlett
está tumbada, con un bulto de manta apoyado en el pecho.
—Te doy un minuto —dice, y luego desaparece.
Scarlett levanta la vista en cuanto entro en la habitació n. Su sonrisa es
amplia y brillante.
—Ella tiene tus ojos.
Llego a la cama y veo por primera vez la cara de mi hija. Es perfecta. Y
Scarlett tiene razó n. Sus ojos son del mismo tono de azul que los míos. El color
que heredé de mi madre.
C.W. FARNSWORTH
—La primera vez que te vi, pensé que tenías los ojos má s bonitos que había
visto nunca —me dice.
Giro la cabeza para poder apretar mi cara contra su pelo, sintiendo que mis
ojos arden por primera vez en mi vida adulta.
—Estaba tan asustado. Tan jodidamente aterrorizado, Red.
—Estoy bien —me asegura—. Estamos bien.
Vuelvo a mirar al pequeñ o humano que creamos juntos.
—Vaya.
—Lo sé. —Scarlett se hace eco de mi tono de asombro—. ¿Quieres tenerla?
Trago saliva.
—Sí, quiero.
El bebé falso de la clase de parto no se parecía en nada al real. Scarlett me
pasa a nuestra hija, y es pequeñ a y perfecta y real.
—Deberíamos haber decidido los nombres antes.
Sonrío con ironía.
—Y ordenado la cuna, probablemente.
Los ojos de Scarlett se abren de par en par.
—Joder.
—Me encargaré de ello —le aseguro a Scarlett—. Tendrá una cama. —Miro
a mi hija—. Tendrá s una cama.
—Vaya —comenta Scarlett, mirá ndonos fijamente—. Eres un total DILF.
Quiero decir, me imaginaba que lo serías. Pero es diferente que sea mi hija
también, ¿sabes?
Resoplo una carcajada, y se siente bien. Expulso los ú ltimos remolinos de
ansiedad.
—¿Qué pasa con Elizabeth? —pregunta Scarlett.
Estudio el pequeñ o e inocente rostro. Aparece el mismo tiró n de mi boda,
preguntá ndome qué tendría que decir mi madre en un día como hoy. Ella habría
sabido qué decirme cuando Scarlett estaba en el quiró fano. Me aclaro la
garganta.
—No sientas que tenemos que...
—No lo hago.
—¿No se ofenderá tu madre?
Scarlett se burla, pero luego se tranquiliza.
C.W. FARNSWORTH
—Quiero decir... podría ser su segundo nombre, supongo.
—Elizabeth Josephine Kensington —digo en voz baja.
—Sí.
—Me gusta.
—A mi también —afirma Scarlett.
—Ella está aquí —le digo—. Tu madre. Tu padre también.
—¿De verdad?
—Asher los llamó junto con mi padre y Oliver. Yo estaba... bueno, no estaba
de humor para hablar con nadie. Y no habíamos hablado sobre a quién
llamaríamos y cuá ndo.
Scarlett asiente.
—Puedes ver si quieren venir a conocer a Elizabeth.
—¿Está s segura?
—Estoy segura.
—De acuerdo. —Me resisto a dejar a Elizabeth. Me resisto a dejar esta
habitació n. Pero se la devuelvo a Scarlett y vuelvo sobre mis pasos a la sala de
espera. Todos siguen allí. No estaba seguro de que estuvieran.
Me aclaro la garganta.
—¿Papá ? ¿Hanson? ¿Josephine? ¿Quieren conocer a su nieta?
Los tres parecen aturdidos. Tal vez se les está ocurriendo que son abuelos.
Tal vez no esperaban esta oferta.
Para mi sorpresa, Hanson se levanta primero. Le sigue Josephine. Mi padre
es el ú ltimo en levantarse, pero lo hace. Miro a Oliver. Adelante, dice. Mi padre y
yo seguimos a los padres de Scarlett por el pasillo.
—La llamamos Elizabeth —le digo en voz baja, mientras caminamos por el
pasillo. Mi padre suele ser imprevisible. No quiero que su respuesta a la
revelació n -positiva o negativa- tiñ a el primer encuentro—. 231 —les digo a
Josephine y Hanson cuando nos acercamos a la habitació n de Scarlett.
—Entren. —Escucho exclamar a Josephine.
Mi padre y yo nos quedamos fuera.
Me aprieta el hombro.
—Estoy orgulloso de ti, Crew. Tu madre también lo estaría.
C.W. FARNSWORTH
Luego se dirige al interior.
Me quedo de pie en el pasillo, llorando por segunda vez hoy.
Capítulo Veinticinco
Scarlett
C.W. FARNSWORTH
Crew está actuando de forma extrañ a. Llegó a casa distraído, pero a
tiempo, perdiéndose la visita de Sophie y Nadia por só lo unos minutos. Acarició
a Teddy y besó a Elizabeth antes de que ella se vaya a la cama, pero fue en piloto
automá tico. Las mismas acciones que hace cada noche cuando vuelve del
trabajo.
Lo veo comprobar su teléfono en el reflejo del espejo. Echo un vistazo a la
ventana.
Dejo el tubo de lá piz de labios.
—Sabes... no tenemos que hacer esto esta noche.
Eso le saca de su ensueñ o. Crew me miro, sorprendida. Y confundido.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Ha sido un día largo. Y tú pareces... no sé, fuera de sí. Podemos
reprogramar.
Sus cejas se levantan y un toque de diversió n llega a sus labios.
—¿Cambiar la fecha? Es nuestro aniversario.
—Lo sé, pero es só lo una fecha. Nuestro historial de fiestas o celebraciones
anuales o lo que sea no es muy bueno. ¿Y no deberíamos celebrar nuestro
matrimonio todos los días, no só lo el día que nos casamos?
Una sonrisa de oreja a oreja es su respuesta a ese comentario.
—¿Quién sabía que eras tan romá ntica, Red?
Pongo los ojos en blanco.
—Cá llate. Lo digo en serio.
—Yo también. Así que termina de prepararte para que podamos ir a cenar.
—¿Tienes hambre?
—Sí. —Desliza su teléfono, estudiá ndome con la expresió n de un pecador,
no de un santo—. Para el postre. Estaré abajo.
Hemos tonteado como adolescentes cachondos desde que nació Elizabeth,
pero no ha habido sexo. Y si alguien me hubiera dicho en mi boda, hace un añ o,
que iba a dejar a mi hija recién nacida en casa para ir a una cena de aniversario
con Crew Kensington con la plena seguridad de que teníamos una relació n
monó gama, me habría reído en su cara.
C.W. FARNSWORTH
Sin embargo, aquí estamos.
Me echo perfume, tomo un par de Louboutins del armario y bajo las
escaleras. Mi madre se ha puesto có moda en el sofá . Su entusiasmo por ser
abuela es casi tan sorprendente como el estado de mi relació n con Crew. Me
crié principalmente con niñ eras. Pero mi madre adora a Elizabeth cada vez que
puede. Incluso mi padre me ha sorprendido en alguna ocasió n, pidiendo tenerla
en brazos u ofreciendo una sonrisa genuina cuando la ve. Esta noche no está
aquí, y no pregunto por qué. La relació n de mis padres no es algo que deba
controlar o juzgar. Y lo que es má s importante, no tiene ninguna relació n con mi
matrimonio.
Crew está apoyado en la pared junto al ascensor, con la mirada perdida. Se
endereza cuando me ve llegar y su mirada azul se oscurece de lujuria.
Le sonrío antes de saludar a mi madre.
—Hola, mamá .
Sonríe mientras me mira.
—Está s preciosa, Scarlett.
—Gracias. ¿Necesitas algo antes de que nos vayamos?
—No, no. —Ella agita una mano hacia la entrada—. Que tengan una buena
noche. Si Elizabeth se despierta, estaré aquí.
—De acuerdo. —Dudo unos segundos, aunque ella ya se ha vuelto hacia el
libro abierto en su regazo. Entonces, me acerco a Crew.
—¿Lista? —pregunta.
—Lista —confirmo mientras entramos en el ascensor.
—¿Qué tal el trabajo? —pregunta.
—Bien. El nú mero de julio está listo, y la línea de verano está agotada.
Me sonríe con orgullo.
—Felicidades, Red.
—Gracias. ¿Qué tal el día? —Kensington Consolidated ha superado
oficialmente la tormenta. La investigació n terminó sin cargos. Las acciones han
subido. Ser el CEO de una compañ ía no es el típico trabajo de nueve a cinco.
Parece que llevamos dé cadas casados. Crew está hablando de algú n trato
que Oliver quiere hacer mientras caminamos desde el ascensor hasta la bahía
del garaje del á tico donde se guardan nuestros coches. Subimos al Lamborghini
de Crew.
Impulsivamente, me inclino hacia é l y le bajo la cremallera de los
pantalones. Deja de hablar inmediatamente y se concentra en mi mano, que
está tocando su polla. El gruñ ido de los dientes metá licos al separarse es el
ú nico sonido en el coche.
C.W. FARNSWORTH
—¿Te han enseñ ado sus productos? —Pregunto, trazando el contorno de su
erecció n con mis dedos.
La respiració n de Crew es rá pida y agitada.
—Ni siquiera recuerdo de qué está bamos hablando, para ser sincero.
Me río un poco antes de sacarle la polla y bajar la cabeza, pasando la lengua
por la corona.
—Scarlett. —Mi nombre sale en un gemido confuso, lleno de arena, grava y
deseo.
Las luces del garaje se activan con el movimiento. Se apagan, dejando el
coche casi en la oscuridad, no en las sombras. La falta de luz me parece tabú y
eró tica. El calor se acumula en mi estó mago y se humedece entre mis piernas,
haciéndome sentir necesitada y desesperada. Aprieto los muslos.
Lo chupo má s profundamente, ahuecando las mejillas y rozando la parte
inferior con los dientes, como sé que le gusta. Me recompensa con un gruñ ido
ronco. Una mano se desliza por mi pelo y tira de él.
—Dios, eres la cosa má s sexy que he visto nunca, Red —ronca—. Me la
chupas tan bien, nena.
Gimo a su alrededor, sabiendo que las vibraciones bajará n por su pene. Sus
caderas se sacuden, indicá ndome que está cerca. Una respiració n agitada llena
el coche antes de que gima y me llene la boca. Trago y me inclino hacia atrá s,
dejando ir su polla medio dura tras una ú ltima y hú meda succió n.
La cabeza de Crew está inclinada hacia atrá s. La gira para mirarme, con los
ojos entornados y nublados por el placer. Una sonrisa perezosa y satisfecha en
sus labios. Su polla sigue fuera. Todavía dura. La fantasía de toda mujer.
—Ven aquí —dice.
Echo un vistazo al garaje oscuro y vacío, y luego me arrastro por la palanca
de cambios y me acomodo en su regazo. Su polla se posa sobre el encaje
empapado de mi ropa interior mientras mi vestido se abre en abanico alrededor
de nuestros regazos. Gimo al contacto.
La mano de Crew se desliza por mi muslo y entre mis piernas. Gruñ e
cuando siente lo mojada que estoy, el estruendo es profundo y posesivo y va
seguido de mi nombre.
Acaba de correrse, pero estoy tan excitada que creo que podría respirar
sobre mí y explotaría. Su mano se desplaza hacia su polla, empujando la larga
longitud y frotá ndose contra mi centro.
—¿Quieres esto, Scarlett?
C.W. FARNSWORTH
—Sí. —Con las dos letras, lleno todo lo que puedo, y extiendo la palabra
hasta convertirla en un gemido mientras él empieza a empujar dentro de mí.
—Esto está bien, ¿verdad? ¿Está s bien?
Olvida la respiració n. La leve presió n y la preocupació n en su voz hacen que
cierre los puñ os para luchar contra mi orgasmo.
—Estoy bien —jadeo—. Totalmente recuperada. Só lo fó llame. Por favor.
Lo hace, moviendo mi tanga a un lado y llená ndome del delicioso
deslizamiento que he echado de menos. Su boca encuentra el punto entre mi
cuello y mi hombro, y me da besos cá lidos y hú medos, susurrando palabras
sucias contra mi piel. Me balanceo y me retuerzo contra él, respondiendo a cada
empuje hasta que caigo en la cima del placer. Olas de calor se extienden en
espiral y me dejan saciada y agotada. Siento que Crew se estremece cuando se
corre dentro de mí.
No me muevo de su regazo, queriendo permanecer en este momento un
poco má s.
Conectado, sintiendo la subida y bajada rítmica de su pecho al respirar.
—No está mal para un viejo matrimonio, ¿eh?
Mis labios se estiran en una sonrisa mientras me inclino hacia atrá s y
acaricio sus abdominales.
—Me alegro de que no te hayas dejado llevar.
Su sonrisa es amplia y genuina cuando me deslizo fuera de él y vuelvo a mi
lado del coche. Los dos nos arreglamos la ropa antes de que Crew arranque el
coche y salga del garaje. Conduce con una mano y mantiene la otra enredada
con la mía.
Reconozco el restaurante en el que se detiene, aunque nunca he comido
aquí.
Es conocido por ser un lugar de moda y de alto nivel.
Crew entrega las llaves al aparcacoches y nos dirigimos al interior. Hay otra
pareja esperando en el puesto de la azafata detrá s de la cual nos detenemos.
—¿Has estado aquí antes? —Pregunto.
Mueve la cabeza.
—Tienen la mejor vista.
—¿La mejor vista de qué?
—Ya verá s —es su críptica respuesta.
C.W. FARNSWORTH
Miro a mi alrededor, observando las paredes de ladrillo, los detalles negros
y las sillas de metal.
Y la mujer rubia caminando hacia nosotros.
—¡Qué sorpresa! —La voz de Hannah es alegre, llena de falsa confianza.
Crew no dice nada.
—¿Lo es? —Pregunto, manteniendo mi voz corta y seca.
—¿Có mo está s? Escuché que has tenido un bebé. —Hannah me mira el
estó mago, como si buscara pruebas.
Antes de que tenga que responder, otra mujer se acerca a nosotros.
—Han, la mesa está lista.
—Oh, de acuerdo —responde Hannah—. Ahora mismo voy, Savannah.
Savannah se ha centrado en Crew. Sus ojos se abren de par en par y
luego se deslizan hacia mí.
—Oh, Dios mío. Me encanta tu vestido.
—Gracias. —La miro de arriba a abajo y escondo una sonrisa—. A mí
también me gusta el tuyo.
—Gracias. —Savannah mira el busto de cuentas—. Es de la línea de verano
de Rouge. Me encantan sus cosas.
La boca de Hannah se tuerce como si estuviera chupando una rodaja de
limó n. Savannah es claramente ajena, pero es obvio que Hannah sabe quién es
la dueñ a del rouge.
—¿Es uno de los tuyos? —pregunta Crew, sonando sorprendido. Nada
de lo que trabaja tiene una salida tangible con la que puedas toparte en la
calle. He visto a extrañ os leyendo mi revista y llevando mi ropa antes, pero
sigue siendo extrañ o.
—¡Mierda! —Savannah exclama de repente—. Eres Scarlett Kensington,
¿verdad?
—Sí —respondo—. Y este es mi marido, Crew. Estamos celebrando nuestro
aniversario de boda.
—Aww. Eso es tan romá ntico —dice Savannah.
—Crew es súper romá ntico —alabo—. Y muy solidario. En el viaje hasta
aquí, me dijo las cosas má s dulces. —No miro, pero estoy segura de que está
reprimiendo algo de diversió n.
C.W. FARNSWORTH
—Hiciste que fuera duro no hacerlo. —El humor baila en esas
profundidades azules, obviamente orgulloso de la insinuació n.
Hannah parece molesta e incó moda. Savannah nos mira como si fuéramos
objetivos de pareja hechos realidad.
Un camarero se acerca.
—¿Sr. y Sra. Kensington? Su mesa privada está lista, si quieren seguirme a la
terraza.
Le doy a Hannah y a Savannah un pequeñ o saludo.
—Disfruten de la noche, señ oras.
—¿Así que soy súper romántico? —Crew se burla mientras seguimos al
maître por el restaurante.
—Tienes tus momentos —respondo—. Y era presumir de ello o
intercambiar insultos con tu celosa ex.
—Hannah no es mi ex nada.
—Lo que sea.
—Es bonito cuando está s celosa, Red. —Crew se inclina, sus labios rozan la
concha de mi oreja—. Especialmente cuando está s llena de mi semen.
Reprimo un escalofrío que no tiene nada que ver con el hecho de que el aire
acondicionado esté a tope aquí. El maître vestido de esmoquin sigue
caminando hacia el ascensor, completamente ajeno al hecho de que la boca de
mi marido es exactamente lo contrario de todo lo que hay aquí: sucia.
Las puertas plateadas del ascensor se abren para mostrar la azotea. La
piedra gris cubre el suelo. Á rboles y flores artísticamente colocados
interrumpen las mesas espaciadas. Unas luces parpadeantes iluminan el
espacio. Somos los ú nicos aquí arriba. La tripulació n debe haber alquilado toda
la terraza.
—Guau —respiro.
—Un servidor subirá en breve para tomar sus pedidos. Disfruten de la
velada. —El hombre vuelve a entrar en el ascensor, dejá ndonos a Crew y a mí
solos aquí arriba. Se acerca al borde de la azotea, con vistas a toda la ciudad. Le
sigo.
—¿Te gusta?
—Me encanta. —Lo miro de reojo—. Desde que me acusaste de estar
celosa, siempre me he preguntado: ¿qué le dijiste a ese tipo de Proof? La noche
que vino a la cabina, justo antes de que nos comprometiéramos.
C.W. FARNSWORTH
—Técnicamente, nos comprometimos cuando teníamos dieciséis añ os.
Pongo los ojos en blanco.
—Ya sabes lo que quiero decir.
—Le dije que eras mía —responde Crew.
—¿Eso es todo lo que le dijiste a él?
—¿Él? Ni siquiera recuerdas el nombre del tipo, ¿verdad?
—Deja de cambiar de tema.
—¿Y tú ?
Pienso en aquella noche. Intento recordar al tipo que se acercó a mi cabina
y habló con Sophie y Nadia. Pero lo ú nico que recuerdo de esa noche es a Crew.
Su aspecto. Lo que dijo.
—No —admito—. No lo recuerdo.
Sonríe, complacido.
—Podría haber amenazado a Evan con un poco de dañ o corporal si se ponía
manos a la obra contigo esa noche.
La posesividad en su voz provoca una mezcla contraria de satisfacció n y
molestia.
—Yo no era tuya. Ni siquiera está bamos casados entonces.
Crew se encoge de hombros.
—Se sentía como si lo fueras.
Recuerdo lo contenta que estaba cuando despidió a esa pelirroja. No
debería haberme importado con quién se acostó en aquel entonces. Pero lo
hice.
—¿Ves? Sabía que eras romá ntico.
—Dijiste que no eras.
Levanto una ceja.
—¿Qué?
—Dijiste “No era tuya”. ¿Significa eso que ahora lo eres?
C.W. FARNSWORTH
—Sí —le digo—. Lo soy.
En el ú ltimo añ o, he aprendido mucho. Una de las cosas que he descubierto
sobre Crew es que su seguridad significa que rara vez no tiene algo que decir.
Este es uno de esos raros momentos. Cuando me regala una sonrisa
sentimental que me dice que es tan mío como yo soy suya.
—¿Pensabas que estaríamos aquí el día que nos casá ramos? Así, quiero
decir. —Hago un gesto entre nosotros, como si el amor fuera una conexió n
tangible que se puede ver entre dos personas—. ¿Alguna vez te has
preguntado có mo sería si te hubieras casado con otra persona?
—¿Lo hiciste?
—Yo te pregunté primero.
Me ignora.
—¿Sabes una cosa sobre nosotros que siempre fue confusa? ¿Por qué yo?
Hasta que mi padre me dijo que sería director general, tenía algo de sentido.
Pero una vez que lo hizo, siempre me pregunté...
Sus reflexiones son demasiado puntuales, demasiado precisas.
—Tu padre te lo dijo.
—El mencionó que tú ... me pediste.
Sonrío iró nicamente.
—Hanson Ellsworth no concede peticiones.
—Entonces...
—Entonces, fue má s bien una amenaza. Le dije que me casaría contigo... o
con nadie.
—¿Por qué?
Me encojo de hombros.
—En parte fue por rebeldía. Por aquel entonces, todo el mundo daba por
hecho que Oliver acabaría en la cima. Pedirle a Arthur que cambiara las
condiciones después de haberlas establecido sería embarazoso para mi padre.
—¿Y la otra parte?
—Te quería a ti. —Me muerdo el labio inferior—. Te deseaba —repito. Las
secuelas de esa confesió n me dejan avergonzada—. Vamos. —Intento tirar de
Crew hacia la mesa—. Deberíamos mirar el menú .
No se mueve.
—Todavía no. Espera.
Miro alrededor de la azotea.
C.W. FARNSWORTH
—Espera a qué...
Unos fuertes destellos de color iluminan el cielo y me cortan el paso. Me
quedo mirando el espectacular espectá culo.
—Estamos celebrando —me dice Crew. Me doy cuenta de que, en todo caso,
estaba subestimando su lado blando antes.
El dinero puede comprar mucho. Importancia. Los reconocimientos.
Relevancia. Vacaciones lujosas y cenas caras y un despliegue deslumbrante
destinado a dos personas en una ciudad de millones.
El amor es inmune a la moneda. El dinero no es la razó n por la que hay una
suave media sonrisa en la cara de Crew. Por qué hay mariposas en mi estó mago
y una certeza total en mi cabeza de que vamos a durar.
Uno al lado del otro, vemos có mo los fuegos artificiales explotan sobre el
horizonte de Manhattan, iluminando la ciudad que llamamos hogar. Y no hay
nada falso en todo ello.
Fin
Nota de la autora
Muchas gracias por tomarse el tiempo de leer Fake Empire. Espero que
hayan disfrutado de la historia de Scarlett y Crew. Tanto si es el primer libro
mío que lees como si es el duodé cimo, estoy muy agradecida de que lo hayas
elegido.
Todo lo mejor,
C.W. FARNSWORTH
C.W. Farnsworth
Agradecimientos
C.W. FARNSWORTH
En pocas palabras, me lo pasé en grande escribiendo este libro. Es el
primero que escribo desde hace tiempo que fluye de principio a fin. Me
entusiasmaba abrir mi portá til para escribir cada noche, para perderme en el
brillo, el glamour y la decadencia de la historia de Crew y Scarlett. Espero que
se hayan divertido tanto leyendo este libro como yo escribiéndolo. Y para
rematar un libro con el que ya estaba sú per emocionada, tuve un equipo de
mujeres increíbles, con las que he tenido la suerte de trabajar antes, para
ayudarme a pulir este libro hasta convertirlo en su mejor versió n posible.
Mel, tus notas sobre este libro me han hecho sonreír. Este libro es má s
oscuro, má s picante y diferente que todo lo que he publicado, y escuchar
comentarios positivos de alguien que está familiarizado con mi escritura fue
muy agradable. Gracias por tus minuciosos y detallados comentarios.
Kim, otro increíble trabajo de portada. Este fue sin duda el diseñ o con el
que má s luché conceptualmente, y siempre me asombra có mo creas una magia
absoluta a partir de mis vagos pensamientos y una amplia variedad de fotos. No
puedo esperar a compartir la portada que creaste para el libro trece.
Tiffany, has sido incluida en los agradecimientos de casi todos mis libros, y
todavía no siento que haya logrado expresar completamente lo agradecida que
estoy contigo. Nunca dejas de impresionarme con tu atenció n al detalle y tu
perspicacia. Pasar un manuscrito para que lo editen es una mezcla de alivio y
dudas. Al enviarte este libro, estaba segura de que estaba en las mejores manos.
Gracias por otro trabajo increíble.
Escribir este libro se convirtió en un reto personal para mí. Me hizo salir de
mi zona de confort de varias maneras diferentes, y estoy muy orgullosa de ver el
producto terminado y muy agradecida a todos los que en mi vida me permiten
el tiempo y el espacio para escribir estas historias en las que no puedo dejar de
pensar.
Por ú ltimo, gracias a todo el equipo de Grey's Promotions por asegurarse de
que Scarlett y Crew lleguen al mayor nú mero de personas posible.
Acerca de la Autora
C.W. Farnsworth es la autora de numerosas novelas romá nticas para
adultos y jó venes con deportes, protagonistas femeninas fuertes y finales
felices.
C.W. FARNSWORTH
Charlotte vive en Rhode Island y cuando no está escribiendo pasa su tiempo
libre leyendo, en la playa o acurrucada con su Shepard australiano.
También por C. W. Farnsworth
Famous Last Words
C.W. FARNSWORTH
Harlow Hayes y Conor Hart van a la misma universidad, pero está n seguros
de que eso es todo lo que tienen en comú n. La futura bió loga marina y el
aspirante a jugador profesional de hockey no tienen ningú n interés en mirar
má s allá de su antipatía mutua... hasta que una petició n imprevista los obliga a
darse cuenta de que podrían gustarse má s de lo que se supone que se odian.
First flight, Final fall
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tiene intenció n de centrarse en otra cosa que no sea el fú tbol, hasta que un
campamento de verano en Alemania le presenta al autoproclamado kaiser del
país, Adler Beck. Só lo una tonta se enamoraría de una superestrella conocida
por romper corazones junto a los récords. Y nadie ha acusado nunca a Saylor de
ser una tonta.
Kiss now, Lie later
Enamorarse del mejor amigo de tu hermano es complicado. Enamorarse del
peor enemigo de tu hermano puede ser catastró fico. Eso es lo que descubre
Maeve Stevens cuando conoce a Weston Cole, el quarterback del pueblo rival. Es
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desgracia para Maeve, cuanto má s tiempo pasa con Wes, menos lo hace.
The hard way home
Un proyecto escolar y unas lecciones de bateo obligan a Lennon Matthews a
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estrella Caleb Winters desde su llegada a Landry, Kentucky en su primer añ o.
The easy way out
C.W. FARNSWORTH
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Four months, three words
Un choque fortuito en la pasarela de un campus universitario hace que las
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estudiante encubierta tomen caminos muy diferentes a los que ambos
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Come break my heart again
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decidir si perseguir la vida perfecta que se le ha presentado o arriesgarlo todo
por el ú nico chico que ha amado.
Winning. Mr. Wrong
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regañ adientes (y en estado de embriaguez) participar en el reality show de
citas al que la ha nominado su mejor amiga. Salir con un desconocido en
televisió n no puede ser peor que insultar al chico de oro de la NFL, Ryan
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Un secreto familiar hizo que Emma Willis huyera de un pueblo costero de
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para recordar todo lo que dejó atrá s.
C.W. FARNSWORTH
A quién dejó atrás.
Like I never said
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Harmon patas arriba. No porque preste accidentalmente un bolígrafo de
quinientos dó lares a un desconocido o porque se entere de que el matrimonio
de sus padres se está acabando. Porque conoce a Elliot Reid, el chico de oro del
hockey canadiense. Se convierten en mejores amigos. Se cuentan todo, bueno,
casi todo. Cuando tu mejor amigo te deja claro que la amistad es todo lo que te
ofrece, nunca puedes decir que quieres má s. No, a menos que quieras perderlo.
Fly Bye
Evie Collins regresa a su ciudad natal de Charleston, Carolina del Sur, decidida a
completar su residencia y con la intenció n de ignorar a Grayson Phillips, su
amor de la infancia y el mejor amigo de su hermano mayor. Pero cuando saltan
chispas por ambas partes, cada vez es má s difícil mantener las distancias... a
pesar de que Gray só lo está en casa durante unas semanas, de permiso en las
Fuerzas Aéreas. Para él, ella no es má s que algo de paso, ¿verdad?
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