Subido por Karolina Małodzińska

Zooarqueologia recuperacion muestreo y a

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López Díaz, A.J. & Ramil Rego, E. (Ed.): Arqueoloxía: Ciencia e Restauración.
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Monografías, 4. Museo de Prehistoria e Arqueoloxía de Vilalba, Vilalba (Lugo).
Ano 2010, pp.: 71-82, ISBN 978-84-88385-20-3.
www.museovilalba.org / [email protected].
Zooarqueología: recuperación, muestreo y análisis.
Zooarchaeology: recovery, sampling and analysis
FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, C.
Área de Prehistoria, Univ. de Léon; [email protected]
RESUMEN
El estudio de los restos de fauna de los yacimientos arqueológicos tiene una amplia tradición en la investigación. En consecuencia, la metodología específica está bastante bien establecida, y es necesario aplicarla de forma correcta en los análisis de estos materiales. El noroeste de la
Península Ibérica es una zona donde la conservación de esta materia orgánica es deficiente, por lo
que es necesario desarrollar buenos sistemas de recuperación y análisis cuando se recuperen este
tipo de evidencias.
ABSTRACT
The study of faunal remains has a long tradition in archaeological research. Consequently, the specific methodology is fairly well established, and must be correctly applied in the
analysis of these materials. In the Northwest of the Iberian Peninsula the conservation of this organic material is deficient, so it is necessary to develop correct recovery and analysis methodologies when retrieving such evidences.
1.
Palabras Clave:
Zooarqueología, Metodología, Restos de fauna, Yacimientos arqueológicos
Keywords:
Zooarchaeology, Methodology, Faunal remains, Archaeological sites
INTRODUCCIÓN.
El significativo avance que se ha producido
en estas últimas décadas en el campo de los estudios zooarqueológicos ha deparado que el volumen
de publicaciones referentes a este tema en general
y a los aspectos metodológicos en particular haya
alcanzado unos índices que difícilmente resultan
controlables incluso para los especialistas en este
campo.
La diversidad de aspectos potencialmente
analizables en una muestra faunística y la multiplicidad de enfoques desde los que se puede abordar
cada uno de los mismos se traduce en la continua
aparición de propuestas analíticas acompañadas,
como resulta preceptivo, de las consiguientes réplicas y contrarréplicas en las que se ponen de manifiesto, respectivamente, la problemática y las virtudes de los sistemas a utilizar. En muchas ocasiones, esta multiplicidad de publicaciones no sólo se
ha traducido en una considerable mejora de la metodología analítica, sino que también ha generado
la utilización de una heterogénea nomenclatura que
a veces llega a confundir (Casteel, Grayson, 1977;
Lyman, 1994), e incluso una cierta reacción de recelo ante nuevas propuestas, lo que se refleja en la
continuidad del empleo habitual de los métodos que
ya podemos considerar como más tradicionales en
la bibliografía reciente y la limitación de las últimas
propuestas a la resolución de problemáticas concretas de determinados yacimientos.
En esta dinámica es de agradecer la apari-
© Museo de Prehistoria e Arqueoloxía de Vilalba.
ción más o menos cíclica de una serie de obras en
las que se recogen las líneas metodológicas más
habituales en el análisis de las faunas arqueológicas, y que sirven como unos buenos manuales teóricos sobre los que iniciarse en este tipo de estudios. Entre los mismos podemos citar, siguiendo un
orden cronológico de aparición, los de Chaplin
(1971), Klein y Cruz-Uribe (1984), Hesse y Wapnish
(1985), Stein (1992), Chaix y Méniel (1996, 2005),
Claassen (1998) Reitz y Wing (1999) y O’Connor
(2000)
No pretendemos en este trabajo hacer una
revisión de todo lo publicado relacionado con aspectos metodológicos en el ámbito de la zooarqueología, algo que se nos antoja prácticamente
imposible. Nos limitaremos a indicar algunos aspectos básicos que se han venido aplicando en los
análisis de las faunas arqueológicas y que deben
tenerse en cuenta a la hora de abordar estudios en
este ámbito de la investigación.
2.
EL OBJETO DE ESTUDIO.
Podemos definir la zooarquelogía como el
estudio de los restos faunísticos recuperados en
yacimientos arqueológicos. En función de esta definición, cabe destacar en primer término la relación
que se establece entre el material estudiado y la actividad humana; naturalmente el tipo de relación
que se haya producido puede ser extremadamente
variable, por ejemplo no es la igual la que se dio en-
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López Díaz, A.J. & Ramil Rego, E. (Ed.): Arqueoloxía: Ciencia e Restauración
tre un animal de compañía enterrado en una tumba
realizada ex professo, que la meramente circunstancial –quizás tan solo espacial- que se hubiera
producido entre un pequeño ratón de campo y un
grupo humano, aunque ambos casos aporten información de interés. El definir el grado de relación
existente entre ambos factores es uno de los objetivos perseguidos con estas analíticas.
Fig.: 1. Restos de macrofauna de un yacimiento arqueológico.
El segundo aspecto a considerar es el referido a “restos faunísticos”. Suelen ser las estructuras
duras (hueso, diente, asta, concha) las que presentan un mejor grado de conservación, pero de forma
excepcional (en condiciones medioambientales
adecuadas) también pueden haber sobrevivido restos más blandos, como los constituidos por queratina (pelo, cuerna,...) o incluso otros tejidos (piel) y
evidencias (como los coprolitos o las cáscaras de
huevo) que también son objeto de análisis. No obstante, son los primeros citados los que reciben la
mayor parte de nuestra atención, al constituirse
como los más habituales en el registro arqueológico.
Por lo general, los vertebrados terrestres
responden de la mayor parte de los restos de fauna
localizados en un yacimiento arqueológico. No obstante, esta norma se altera en el caso de asentamientos costeros en los que se documente la presencia de concheros, cuya constitución se encuentra dominada de forma mayoritaria por la presencia
de restos de moluscos marinos.
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3.
LA RECUPERACIÓN Y MUESTREO DE
RESTOS FAUNÍSTICOS.
Habitualmente, las muestras de fauna que
hemos tenido que estudiar responden a unos criterios de recuperación muy dispares. Tan solo en casos específicos podemos decir que se ha seguido
una metodología minuciosa, encaminada a la minimización de las posibles pérdidas o sesgos que
pueden suceder durante el proceso de excavación
o en tratamientos posteriores del material. Las metodologías de carácter más minucioso suelen estar
relacionadas con las intervenciones en yacimientos
de cronologías más antiguas, en las que se llega a
procesar todo el sedimento removido, procediendo
a su posterior cribado con tamices cuya malla inferior no excedía Ø 1 mm.
Un proceso de muestreo y cribado también
muy meticuloso es el que utilizamos en el análisis
de concheros (Bejega et alii, 2010), con el fin de reconocer el proceso de formación y la composición
del depósito.
Sin embargo, la mayor parte de los sistemas
empleados en muchas intervenciones, y no solo en
las de gestión, aunque en éstas el problema parezca incrementarse, se han venido limitando en los últimos años a una simple recuperación visual de los
materiales faunísticos, igual procedimiento al seguido para la recuperación de los restantes objetos
de la cultura material. En el caso de los restos de
fauna, sin embargo, el problema se enfatiza, al no
ser un material tradicionalmente valorado por el escaso número de análisis que hasta fechas recientes
se realizaban sobre el mismo. Por otra parte, en la
mayoría de las intervenciones los restos óseos representaban un volumen reducido de evidencias
que, en ocasiones, y como ya señalamos en el capítulo precedente, presentaban un estado de conservación bastante deficiente, problema que a menudo se resolvía procediendo a la deposición de los
mismos en la escombrera de la excavación, junto al
sedimento y otros materiales sin interés.
El desconocimiento de la información potencial de los restos faunísticos, la ausencia de una
metodología de excavación coherente y la falta de
criterio ante un “problema” generado en un momento determinado ha llevado incluso, como caso que
debe considerarse al menos de sorprendente, a la
recuperación estrictamente visual de los restos
óseos al tiempo que se desechaba en la escombrera la malacofauna. Los resultados que puede deparar el estudio de esta muestra nunca reflejarán fielmente la composición original del depósito y, por
consiguiente, en ningún caso se podrán reconstruir
los sistemas alimenticios del grupo humano correspondiente.
En otras intervenciones, la recuperación de
estas evidencias se ha realizado siguiendo los
mismos principios que para los restantes objetos,
ya sea estrictamente visual o empleando algún tipo
de tamiz en el mejor de los supuestos. La diferencia, por el contrario, se presentaba en el momento
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de su almacenaje, no resultando extraño el documentar que estas piezas se mezclan en el mismo
contenedor (fuera bolsa, caja o cualquier otro tipo
de recipiente) con aquéllas de menor interés para la
investigación, habitualmente fragmentos informes
de metal o pedazos de tégula, por ejemplo, para los
que no se presuponía un rápido estudio.
̇
̇
to sean mamíferos como aves, anfibios, etc.).
Suprarrepresentación, en consecuencia, de los
animales de mayores dimensiones (grandes
bóvidos y équidos, por ejemplo).
En todas las especies, representatividad diferencial de los elementos anatómicos que beneficia a los elementos de mayor tamaño, los más
completos y/o los más llamativos, aspectos que
si ponemos en relación con la resistencia frente
a los procesos postdeposicionales se identifican claramente con los dientes.
Fig.: 2. Cribado de muestra de un conchero.
No vamos a explicitar ahora la correcta metodología de recuperación de restos faunísticos,
aspecto éste que en último caso siempre va a estar
en relación con el tipo de depósito excavado. De
todos modos, sí conviene recordar que hay numerosos trabajos que, más allá de dar una serie de recomendaciones básicas para la recuperación y registro de estos materiales (por ejemplo, Hesse,
Wapnish, 1985), se ocupan de los efectos de distorsión que puede originar una recuperación de tipo
parcial (entre otros, Casteel, 1972; Clason, Prummel, 1977; Payne, 1972, 1975), llegando en ocasiones a resultados como los presentados por Morales
Muñiz y Moreno Nuño (1992) en los que el 100% de
la muestra resulta identificable.
El primer factor de sesgo introducido va a ser
la recuperación exclusivamente de visu realizada
en muchas de las intervenciones arqueológicas,
preferentemente en las de urgencia, donde la limitación temporal va a imponerse a otras premisas de
la investigación arqueológica, y ni tan siquiera los
efectos originados se van a tratar de paliar mediante el desarrollo de metodologías alternativas, como
podría ser la toma regular de muestras susceptibles
de ser procesadas en el laboratorio. En todo caso,
este sistema de recuperación incide de modo negativo sobre los huesos de menores dimensiones,
como ha sido subrayado en otros trabajos (Morales,
Moreno, 1992), y explicaría distintos aspectos,
cuando menos llamativos, constatados en las
muestras resultantes:
̇
Ausencia de las especies de menor talla, hecho
que afecta principalmente a la microfauna (tan-
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Figura 3: Proceso de lavado de macrofauna.
El segundo tipo de sesgo introducido, reflejando todavía una mayor subjetividad, es la selección en función del supuesto grado de identificabilidad de los restos, desechando las piezas fragmentadas o aquéllas a las que se les atribuye una potencialidad informativa nula. Este sistema de selección ha sido utilizado en buen número de intervenciones, como se nos ha puesto de manifiesto por
algunos directores, sin ser conscientes de las consecuencias que conlleva:
̇
̇
Eliminación de huesos grandes que se presentan muy fragmentados por las actividades de
carnicería desarrolladas para beneficiarse de la
carne que llevan asociada (principalmente vértebras y cinturas).
Recuperación de las piezas menores que presentan una morfología fácilmente reconocible y
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que suelen conservarse completas (mayoritariamente dientes).
4.
LA IDENTIFICACIÓN DE LOS RESTOS.
No cabe duda que la identificación es el primer paso en todo estudio zooarqueológico, entendiendo que ésta es la correcta asignación de un resto a una serie de categorías: taxonómica, anatómica, cronológica, sexual, etc. (Morales Muñiz,
1988). El reconocimiento de la necesidad de esta
tarea a la hora de abordar estudios de índole económica basados en la información que aportan las
muestras faunísticas ha llevado a denominar esta
parte del proceso como Análisis esencial (Bernaldo
de Quirós, 1980), concediéndole un grado de importancia máximo ya que es la base sobre la que se
sustenta la estructura de todo el estudio posterior.
Es obvio que el volumen de bibliografía que,
por tanto, está directamente relacionada con estos
aspectos es enorme, por lo que nos vamos a limitar
de modo casi exclusivo, y como ya señalamos desde un principio, a señalar las principales “herramientas” que podemos tener presentes a la hora de
enfrentarnos con los diferentes aspectos mencionados, siendo conscientes de que vamos a obviar
un amplio conjunto de referencias de indudable interés. En todo caso, los trabajos que citaremos en
las siguientes páginas recogen la bibliografía básica
sobre los temas considerados, y como principal
fuente de información general sobre estos aspectos
podemos destacar las obras de Chaix y Méniel
(1996; 2005), Claaseen (1998), Reitz y Wing (1999)
o bien O’Connor (2000).
4.1.
estas publicaciones, y además de manuales básicos como los de Schmid (1972) o Hillson (1992),
podemos citar la de Barone (1976), centrada en el
estudio de los mamíferos domésticos europeos, o
los grandes tomos de láminas de Pales y Lambert
(1971) y Pales y García (1981). Ocupándose de
cohortes más específicas, se cuenta con el atlas
dedicado a la osteología de neonatales y juveniles
domésticos de Amorosi (1989), o los de Prummel
(1987a, 1987b, 1988) acerca de los esqueletos de
fetos de vacunos, equinos, ovejas y cerdos.
La determinación taxonómica.
La asignación específica es uno de los principales aspectos a considerar, debido a las interpretaciones erróneas a que puede inducir una determinación incorrecta (Morales Muñiz, 1988). En principio se considera básico, opinión que compartimos
plenamente, el empleo de una colección comparativa, ya que es la única forma de subsanar en gran
medida la enorme variabilidad que presentan por
una parte los restos que se recuperan en una excavación arqueológica, normalmente fracturados, y
por otra la propia variabilidad morfológica que pueden presentar los ejemplares de una misma especie.
Conforme a lo aconsejado por diferentes autores (Chaix, Méniel, 1996, 2005), la misma debería
contar, para la mayoría de las especies de macromamíferos, con al menos dos ejemplares, uno adulto y otro juvenil; si bien, a ser posible, también es
conveniente contar con dos adultos (macho y hembra) y un neonato.
A la hora de realizar algunas determinaciones también puede disponerse, aunque no resulten
tan efectivos, un amplio número de atlas y publicaciones concretas que se han centrado en la determinación específica entre distintas especies. Entre
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Fig.: 4. Análisis de restos óseos.
Otras publicaciones, también tenidas muy en
cuenta por las claves de diagnóstico específico que
aportan, son las referidas al estudio de determinadas especies y los criterios para diferenciarlas de
morfotipos semejantes. Destacan especialmente los
estudios que tratan de establecer diferencias osteológicas entre ovejas y cabras, resultando básicos
los trabajos de Boessneck (1980; Boessneck et alii,
1964), a los que más recientemente se han venido
a sumar las aportaciones de Payne (1985) y Prümmel y Frisch (1986) sobre estas mismas especies.
En este mismo sentido podemos citar las referencias que se ocupan de señalar los criterios para diferenciar los restos óseos de suidos domésticos y
silvestres (Kratochvil, 1973; Payne, Bull, 1988), o
incluso entre los bovinos domésticos y los ciervos
(Prummel, 1988b). En el marco del Pleistoceno, por
ejemplo, podemos señalar las diferencias osteológicas que entre bisontes (Bison priscus) y uros (Bos
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Figura 5: Hueso con marcas de carnívoros.
primigenius) han señalado, entre otros, Stampfli
(1963) o Slott-Moller (1990).
Las guías de moluscos son también abundantes, ya sea a nivel global (Linder, 1977; Sabelli,
1982; etc.) o más específicas para nuestras costas
inmediatas (Ramonell, 1996; Rolán, Otero, 1996;
Mexía, 2000; etc.).
En relación con el estudio de los restos avianos, el número de publicaciones es menor, pero se
incrementa continuamente con trabajos específicos.
Entre los atlas de carácter más genérico que se han
centrado en la distinción entre los elementos óseos
de aves, el de mayor uso es el de Cohen y Serjeantson (1986).
4.2.
La estimación de la edad.
Como ha sido señalado por distintos autores,
la determinación de la edad de cada individuo resulta esencial para abordar el estudio de la gestión de
los recursos faunísticos por parte de las sociedades
pasadas (por ejemplo, Chaix, Méniel, 1996, 2005).
En consecuencia, el interés por reconocer las edades de los animales en el momento de su muerte
ha supuesto una importante línea de trabajo que,
con mayor o menor precisión, ha permitido reconocer una serie de categorías o grupos de edad sobre
los que en principio resulta factible desarrollar los
postulados teóricos consiguientes.
En el caso de los mamíferos, los aspectos en
que nos tenemos que basar para el cálculo de edad
de los ejemplares representados son las secuencias de erupción (láctea o decidua y definitiva) y
desgaste de las piezas dentales y el estado de las
fusiones epifisarias de los distintos elementos
óseos del esqueleto. Entre las obras en las que se
recogen un amplio número de referencias de edad
en relación con los criterios señalados destacan las
de K.H. Habermehl, dedicadas tanto a especies
domésticas (Habermehl, 1975) como a silvestres
(Habermehl, 1985). Otros trabajos en los que pueden encontrarse referencias, si bien centradas bá-
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sicamente en animales domésticos, son las de Silver (1980) o Altuna (1980), sin olvidar el conocido
método de Grant (1982) para los animales domésticos, basado en la cuantificación del desgaste del
esmalte de la superficie oclusiva de las piezas dentales.
Enfocados hacia el estudio de especies determinadas, tanto domésticas como silvestres, se
cuenta con otros trabajos que también nos han servido para establecer las edades de muerte de algunos ejemplares documentados en nuestros análisis.
En los cápridos, los datos aportados por Noddle
(1974). Para el caso de los suidos hay que hacer
mención de las propuestas de Bull y Payne (1982)
así como para el ciervo del Holoceno resulta de especial interés el estudio de Mariezkurrena (1983).
Para la determinación de las edades de gatos domésticos en relación con el estadio de fusión de los
diferentes elementos del esqueleto postcraneal
contamos con la información aportada por Smith
(1969), y los datos de Berman (1974) para las
erupciones dentales de esta misma especie. El cálculo de edad de los pequeños lagomorfos (principalmente el conejo) se presenta de difícil resolución, limitándose a reconocer habitualmente la presencia de ejemplares que no habían alcanzado la
edad adulta (Myers, Gilbert,1968).
Para la valoración global de las referencias
de edad se cuenta con una serie de cohortes o grupos de edad (por ejemplo, Morales Muñiz et alii,
1994; Morales Muñiz, Liesau, 1995). Como se indica en los citados trabajos, la asignación a estas categorías puede neutralizar parcialmente los errores
que son inherentes al propio cálculo de edad.
4.3.
La estimación del sexo.
El reconocimiento de sexos es otro aspecto
que se presenta como básico a la hora de poder
hablar de la gestión de recursos faunísticos, especialmente en lo que a la ganadería doméstica se refiere. La determinación sexual, sin embargo, se
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presenta como un aspecto difícil de realizar, excepción hecha de una serie de criterios bien conocidos,
tanto morfológicos como biométricos. Además de
las obras generales en las que se recogen de forma
colectiva y resumida estos criterios (por ejemplo,
Schmid, 1972; Chaix, Méniel, 1996, 2005), hay una
serie de publicaciones en las que se tratan especies concretas o criterios específicos.
Entre los criterios morfológicos más conocidos podemos señalar las diferencias presentes en
los caninos de los suidos, o la existencia de estas
mismas piezas en los équidos machos. Para la
morfología de las pelvis de rumiantes también se
han señalado variaciones, si bien se trata de un
hueso frágil que normalmente lo hemos encontrado
muy fragmentado en las muestras analizadas, apenas conservándose completas más que ocasionalmente las zonas que presentan los centros de diagnóstico sexual.
Las clavijas óseas de los vacunos y ovicaprinos han sido también objeto de estudio pormenorizado, señalándose variaciones morfológicas acusadas entre los caprinos, e incluso reflejándose los
efectos de la castración en el caso de los ovinos
(Hatting, 1975; Albarella, 1995).
Para el vacuno, también es posible realizar
determinaciones de tipo sexual, además de la ya
señalada en la pelvis, localizada en el pubis, con
otras partes del esqueleto. Los núcleos óseos de
cuerna permiten, en cierta medida, reconocer diferencias entre machos, hembras y castrados, utilizando como criterios de diagnóstico no sólo la morfología general de estas piezas sino también índices biométricos obtenidos a partir de los diámetros
y de la longitud de la circunferencia de la base de
las clavijas (Armitage, Clutton-Brock, 1976; Armitage, 1982).
Otros criterios osteométricos relacionados
con los bovinos domésticos se basan en las variaciones de talla y gracilidad asociadas al dimorfismo
sexual. Este aspecto se ha analizado de manera
preferencial en los metapodios, debido a las mejores posibilidades de conservación completa de estos elementos esqueletales frente a la que suelen
presentar otros huesos largos, y parecen ponerse
especialmente de manifiesto en los metacarpos.
Las conclusiones obtenidas subrayan que la longitud máxima y la anchura mínima de la diáfisis permiten tanto la discriminación entre sexos como el
reconocimiento de castraciones (entre otros,
Howard, 1963; Thomas, 1988).
Entre las especies silvestres debemos destacar el trabajo de Mariezkurrena y Altuna (1983)
acerca de las diferencias biométricas presenten en
los elementos esqueletales de los ciervos cantábricos actuales en relación con su sexo, y la aplicación de los resultados a las piezas recuperadas en
los yacimientos arqueológicos de la misma zona
geográfica.
Las determinaciones de tipo sexual en otras
especies resultan mucho más limitadas y han sido
menos analizadas, exceptuando la presencia en los
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tarsometatarsos de gallo de un espolón que permite
una fácil y rápida discriminación, e incluso apreciar
en el desarrollo anómalo del apéndice la existencia
de castraciones (por ejemplo, West, 1982, 1985).
5.
BIOMETRÍA.
Para la toma de valores biométricos en los
restos de vertebrados (macromamíferos y aves) se
acepta de forma global la propuesta metodológica
de A. von den Driesch (1976). A la misma se han
ido añadiendo algunas variables, como las sugeridas por J. Altuna (1980) para determinados elementos esqueletales, básicamente en la toma de
valores de los terceros molares superiores (M3) de
bóvidos y en referencia al espesor distal de los metapodios de ungulados en general.
Las abreviaturas utilizadas en castellano
pueden tomar como referencia básica la propuesta
de F.J. de Miguel Agueda y A. Morales Muñiz
(1984) para el esqueleto postcraneal.
En el caso de los moluscos, los valores biométricos siguen también criterios establecidos por
diferentes autores (Claaseen, 1998), que consideran la obtención de tres dimensiones básicas: altura
máxima, anchura máxima y longitud máxima.
Los valores se suelen obtener mediante el
empleo de calibres digitales, con un error estimado
de 0.1 mm, exceptuando las medidas que superan
los 150 mm cuyo error se estima en 0,5 mm.
6.
LA CUANTIFICACIÓN: ÍNDICES.
Se han sugerido en la bibliografía numerosos
índices y criterios de cuantificación para las muestras de fauna, pero en las publicaciones destacan
por su frecuencia tres en concreto: Número de Restos (NR), Número Mínimo de Individuos (NMI) y Peso de los restos (P). El uso de cualquiera de los
mismos no supone más que un método de aportar
información sobre el conjunto analizado, y en ningún caso se persigue la reconstrucción de la composición original de la muestra depositada.
Algunos autores, como por ejemplo Gautier
(1984), subrayan que el conjunto zooarqueológico
no es generalmente más que una muestra cuantitativamente muy limitada de la tanatocenosis de la
que procede, por lo que parece imposible e incluso
hasta un ejercicio ilógico el plantearse su reconstrucción. De todos modos, resulta obvio que es necesario contar con algún tipo de indicación acerca
de la abundancia relativa de cada especie en las
colecciones objeto de análisis, lo que resultará un
marco especialmente útil a la hora de establecer
comparaciones entre diferentes muestras (Klein,
Cruz-Uribe, 1984).
En cualquier caso, las posibilidades de cuantificación son muy numerosas (Lyman, 2008).
6.1.
Número de Restos (NR).
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Es el índice más fácilmente obtenible al reflejar exclusivamente el número de restos que pueden
ser asignados a una especie en una muestra dada
(Klein, Cruz-Uribe, 1984). Los problemas que plantea la utilización de este índice han sido ampliamente tratados en la bibliografía (por ejemplo, Poplin, 1976; Klein, Cruz-Uribe, 1984; Castaños, 1984;
Lyman, 2008) y pueden resumirse en los siguientes
aspectos que tendremos que tener en cuenta para
valorar correctamente los resultados obtenidos:
̇
Entre los vertebrados, los esqueletos de determinadas especies tienen más elementos que
los de otras, lo que se traduce en una exageración de la abundancia de las primeras frente a
las segundas.
También existen diferencias en el grado de
conservación de las diferentes partes de un esqueleto, tanto de un mismo ejemplar como entre distintos ejemplares en relación con la edad
de los mismos, resultando favorecidos los adultos frente a los inmaduros.
Se enfatiza la importancia de las especies en
las que se produce un aprovechamiento integral frente a aquéllas que se procesan previamente descartándose diferentes partes, especialmente relevante para sociedades cazadoras
que realizan un transporte selectivo de las piezas obtenidas, fundamentalmente en las de
mayores tallas.
Se trata de un índice muy sensible al grado de
fragmentación, proceso que normalmente en
absoluto afecta a los restos de todas las especies por igual.
̇
̇
̇
Al calcular el número de restos no deberíamos tener en cuenta las roturas, ya sean recientes
o antiguas, considerando los diferentes fragmentos
como una única pieza a contabilizar. Del mismo
modo debemos tratar a las huesos que presentaban epífisis sin fusionar, conservándose tanto éstas
como las diáfisis, de modo conjunto como un único
resto (Chaix, Méniel, 1996, 2005), si bien teniendo
en cuenta este hecho para los cálculos de edad.
6.2.
Número Mínimo de Individuos (NMI).
El cálculo de este índice y su representatividad ha sido objeto de numerosas publicaciones, si
bien todavía no se ha planteado ningún otro tipo de
método de cuantificación que mejore las posibilidades ofrecidas por el NMI. Siguiendo a Klein y CruzUribe (1984), podemos definir el NMI como el número de ejemplares de una especie necesario para
responder de todos los restos identificados. Como
en el caso anterior, hay que tener presentes los
problemas que plantea su utilización, ya analizados
por diversos autores y tratados de paliar en la medida de lo posible mejorando los sistemas de cálculo del referido índice (por ejemplo, Poplin, 1976;
Klein & Cruz-Uribe, 1984; Castaños, 1984; Lyman,
2008):
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̇
̇
̇
̇
6.3.
Alta probabilidad de error en su cálculo.
Diferentes posibilidades de calcularlo y de considerar los fragmentos, lo que en ocasiones impide la comparación entre muestras estudiadas
por distintos analistas.
Los valores numéricos que proporciona son a
menudo tan pequeños que no resultan utilizables estadísticamente.
Posible sobrevaloración de la importancia de
aquellas especies con una representación muy
limitada en las muestras.
El Peso de los restos (P)
La estimación de la biomasa ha sido otro de
los aspectos de los que se han ocupado diversos
investigadores, aunque posiblemente el más utilizado actualmente sea el conocido como weigemethode o método del peso de los restos (Kubasiewicz,
1956). En principio se planteó aplicar a los resultados obtenidos para cada especie un factor que se
consideraba que reflejaba la ratio existente entre el
peso del hueso y el de la carne en vida del animal,
asumiendo por tanto que esta ratio era igual para
todos los ejemplares de una misma especie. Esta
premisa fue puesta en duda por distintos autores,
demostrando Casteel (1978) su inadecuación en el
caso de los suidos, lo que posiblemente se pueda
hacer extensible a otras muchas especies. Klein y
Cruz-Uribe (1984), por otra parte, también rechazan
este índice como forma de medida de la abundancia de especies.
La fórmula más utilizada es la que considera
exclusivamente los valores primarios (peso expresado siempre en gramos), sin aplicar ningún factor
al peso obtenido de los restos de cada taxón. La información obtenida se analiza desde una perspectiva interpretativa, considerando que las frecuencias
resultantes pueden reflejar al menos de modo
aproximado la importancia relativa que cada especie ha podido tener en la constitución de todo el
conjunto de la dieta cárnica, aceptando, por consiguiente, que existe una relación entre el peso del
hueso y la biomasa que se encontraría asociada,
aun cuando ésta no sea estable. En ningún caso,
por tanto, se persigue calcular los valores reales de
carne que cada especie habría suministrado.
Otro aspecto deducible a partir de este índice se relaciona con el grado de fragmentación de la
muestra (Chaix, Méniel, 1996, 2005), tomando como referencia los valores de peso medio de los restos. Incluso también resulta de interés la comparación de estos valores entre el conjunto de identificables y el de no identificables, debido a la información que puede aportar respecto nuevamente de la
fragmentación de las piezas óseas, de modo principal en relación con el último grupo.
En el caso de los moluscos, la adecuación
de este método como sistema de cuantificación se
ha convertido en un tema de discusión entre escuelas (Mason et alii, 1998, 2000; Glasow, 2000;
Claassen, 2000).
2010
ISBN 978-84-88385-20-3
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López Díaz, A.J. & Ramil Rego, E. (Ed.): Arqueoloxía: Ciencia e Restauración
3.
7.
LOS ANÁLISIS TAFONÓMICOS.
Se recogen bajo este epígrafe todos los aspectos que han intervenido en los sistemas de formación y alteración relacionados con una muestra
ósea concreta, tratando de interpretar en último
término el registro que ha llegado hasta nosotros.
Así, los diferentes métodos de excavación y recuperación de los restos faunísticos son aspectos que
indudablemente han influido, en algunos casos muy
significativamente, en la representatividad de una
muestra en relación con la originalmente depositada.
En el sentido original del término, conforme
fue definido por Efremov (1940), la Tafonomía se
ocupa del análisis e interpretación de los procesos
naturales (biológicos o geológicos) que actúan sobre un organismo tras su muerte, sin considerar en
ningún momento la intervención humana intencional. Desde la óptica arqueológica, por el contrario,
van a ser los patrones culturales los que se intentan
individualizar y estudiar mediante los análisis tafonómicos (Blasco Sancho, 1992).
Los análisis tafonómicos van a presentar, en
consecuencia, una amplia variabilidad de enfoques,
en relación tanto con los responsables de las acciones que van a influir en el grado de conservación
de una muestra como con los patrones de actuación de éstos, pudiendo identificarse en ambos casos bien con agentes o procesos tanto antrópicos
como naturales, sean estos últimos biológicos o no
(Blasco Sancho, 1992; Yravedra, 2006).
Los diferentes efectos que se identifiquen en
los restos de fauna que conforman cada muestra
ayudarán a interpretar mejor las causas de deposición y los procesos que han intervenido en la formación de los registros que hemos analizado. En
primer término, intentaremos reconocer los diferentes Grupos Tafonómicos que conforman una muestra, entendiendo como tales los conjuntos de restos
de animales que presentan una misma historia tafonómica desde el momento de su muerte hasta su
recuperación, en el sentido planteado por Gautier
(1987). El establecimiento de los grupos tafonómicos se ha realizado atendiendo a diferentes premisas, entre las que podemos citar el estado de conservación, la distribución anatómica de las diferentes partes del esqueleto de cada especie, los contextos estratigráficos, etc.
Siguiendo a Gautier (1987), los principales
grupos que pueden reconocerse, si bien cabe la
posibilidad de generar otros distintos que se consideren necesarios, serían:
1.
2.
Restos de consumo, abarcando desde los primeros procesos de despiece y descarne hasta
los desechos propios de las actividades alimenticias.
Evidencias de manufacturas, incluyendo tanto
las piezas relacionadas con las actividades de
fabricación como los útiles resultantes.
Monografías, 4
Museo de Prehistoria e Arqueoloxía de Vilalba
4.
5.
6.
Restos de esqueletos, más o menos completos, en los que no se aprecia ningún tipo de
aprovechamiento o de los que como mucho
pudo haberse recuperado la piel.
Intrusivos contemporáneos, sin que exista una
intervención humana intencional en su aporte al
yacimiento. Pueden o bien haber sido transportados por otros agentes naturales o bien se trata de animales que murieron en el propio yacimiento.
Restos heredados: materiales procedentes de
niveles infrayacentes del propio yacimiento debido a actividades humanas, o traídos desde
otros depósitos por transportes fluviales u otros
procesos geológicos.
Intrusiones posteriores, incluyendo los restos
que se introducen en el depósito mucho tiempo
después de la formación del mismo, debido
principalmente a los mamíferos fosores y a las
actividades humanas.
Otros aspectos que deben tenerse en cuenta
son los directamente relacionados con la actividad
humana, reflejados de forma directa en las marcas
de carnicería, conforme han sido definidas y estudiadas por numerosos autores, entre los que cabe
citar a Binford (1981) o Pérez Ripoll (1992). También Blasco Sancho (1992) e Iravedra (2006) han
llevado a cabo una minuciosa revisión bibliográfica
de este tema.
Los patrones de actuación humana pueden
también ser reconocidos a partir del estudio de la
frecuencia de las diferentes partes esqueléticas reconocidas en un yacimiento, en relación con el
transporte o acarreo diferencial también denominado “efecto schlepp” (Perkins, Daly, 1968), que no
responde más que a un simple principio económico
de conseguir la mayor cantidad de beneficio con el
mínimo costo en aspectos tan diversos como el trabajo, riesgo, tiempo invertido, etc. (Blasco Sancho,
1992). Del mismo modo, en las acumulaciones producidas por otros agentes biológicos, principalmente carnívoros y algunos grandes roedores entre los
macromamíferos, será posible observar patrones
más o menos definidos, que en principio servirán
para discernir el agente acumulador de las muestras estudiadas (por ejemplo, y entre muchos otros,
Brain, 1981; Binford, 1981; Stiner, 1991, 1994).
En todo caso, estos análisis se centran preferentemente en los estudios de depósitos de época pleistocena, principalmente los correspondientes
a yacimientos del Paleolítico inferior y medio, cuando el agente que contribuye a la formación de la
muestra faunística, sea de tipo natural o bien cultural, resulta en muchas ocasiones difícil de precisar,
o incluso podemos asistir al resultado de una mezcla de la actividad desarrollada por diferentes agentes. La realización en este caso de diferentes estudios de tipo tafonómico se presenta como ineludible, incluyendo aquellos aspectos ya señalados
como otros que en suma van a contribuir al reconocimiento de la fuente originadora del depósito: fre-
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Férnandez Rodríguez, C. - Zooarqueología: recuperación, muestreo y análisis.
cuencia de taxones y de partes esqueléticas, perfiles de mortalidad, marcas de corte y/o de carroñeo,
patrones de rotura de los huesos, etc. (Blasco Sancho, 1992). El resultado de este tipo de análisis tafonómicos ha posibilitado la correcta interpretación
de numerosos yacimientos, reconociendo los agentes que han tomado parte en las acumulaciones
óseas (véase, por ejemplo, para la Península Ibérica, Pérez Ripoll, 1992; Díez Fernández-Lomana,
1993; Blasco Sancho, 1995; Fernández Rodríguez,
2010).
Siempre que sea preciso, se debe hacer referencia a la actividad de cualquier agente, distinto
del humano, que haya participado en la formación
de un depósito concreto o haya modificado su configuración original. De manera preferente nos centraremos en la actividad de los carnívoros, básicamente cánidos en las fases postpaleolíticas, analizando las huellas de su actividad alimenticia (por
ejemplo, Binford, 1981; Pérez Ripoll, 1992), pero
sin descuidar otros procesos también postdeposicionales pero no relacionados con agentes biológicos, como los debidos a los atmosféricos (entre
otros, Behrensmeyer, 1978; Hill, 1980; Johnson,
1983), a la acción de las raíces de las plantas (Binford, 1981) o los desplazamientos y/o transportes
de restos por causa de procesos geológicos (puede
verse una revisión detallada de todos estos temas
en Blasco Sancho, 1992; Yravedra, 2006).
7.
CONCLUSIONES
Los análisis zooarqueológicos aportan una
información básica para conocer tanto los procesos
de formación de un yacimiento como los modos de
vida de las sociedades humanas del pasado, además de contribuir en mayor o menor medida a otros
aspectos de la investigación, como puede ser la re-
8.
construcción del medio ambiente, la etología de especies animales ya extintas, etc.
El avance en los métodos analíticos de este
tipo de materiales (por ejemplo, los estudios isotópicos), y los resultados que se pueden obtener a
partir de los mismos, ofrece unas perspectivas para
la investigación tanto inmediata como futura que
supera las posibilidades que hoy en día se prevén
para otros tipos de evidencias arqueológicas.
Sin embargo, este hecho colisiona directamente con la escasa importancia que tradicionalmente se le otorga a los restos de fauna en muchas
intervenciones arqueológicas, llegando al extremo
de desecharse su recuperación. Peor todavía resulta la negativa a su depósito por parte de alguna de
las instituciones que deben cumplir con este cometido.
Resulta por otra parte obvio que cualquier
análisis de restos faunísticos debe tener en cuenta
los principios metodológicos establecidos, pero que
el primer episodio de este proceso debe darse en el
propio yacimiento, planificando unos sistemas de
recuperación y muestreo adecuados para cada caso concreto, y cuyos resultados sean representativos del depósito excavado. En caso contrario, los
resultados que se obtengan tras el posterior análisis, generarán en muchas ocasiones hipótesis interpretativas basadas en datos totalmente falseados.
Los restos de fauna son también materiales
derivados de una actividad humana, y como tales
deben ser considerados en los procedimientos de
excavación. Su tratamiento inadecuado supone una
pérdida irrecuperable de una parte del registro de
nuestro pasado, al igual que sucede con cualquier
otra evidencia de carácter arqueológico registrada
de forma inadecuada o simplemente no recuperada.
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