Subido por ningwenzhe0307

adriana y margarita

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oÍ ·
#v-E~~~LICA
DE COLO l B' A
lBLIOTECA NACION.AL
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LlJCILA
(~ .UIEHO
MOSC.t\IJA
ADRIANA Y lVIARGARITA
.
TJ•;(; \JC!C: .\ 1.1' A
Tipografía >:ncio n al
"J'ercenl .\.\·.
J ~'.,
"'\'(u 11
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1_.
A mi muy querida tía
Deiía
Rosincla R. de ~on0ada
L.-.
All'J'OR .. ..
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I
DON :FERNANDO ALON>1:ü
Don Feniatido Alonzo era uno de esos
homhres ricos, achacosos, que después de
haher pasado su juventud en placeres de todas clases, llegan á viejos, cansados del
mu11Clo y hastiados de la Yida. Entonces
busca su cansado cerebro nueyas impresiolJes, y en el oscuro horizonte de sn poryenir
distíngue11 un punto luminoso: el matrimomo. Semejantes á las mariposas qne al ver
la luz corren hacia ella, así los hombres de
que Ycngo hablando se lanzan al matrimonio, y una vez casados, abandonan el teatro
sus ¡noenturas, y prefieren la Yicla monótona del campo, muchas veces á despecho
de sus esposas; con una sola diferencia, que
de
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LUCJL ..<\ GAMEitO t\fONCADA
las mariposas hallan la muerte víctimas de
su antojo , y los hombres encuentran e11 su
uue,·a Yida goces que ni aun se habían imagiuado.
El señor Alouzo, perteneciente á esta escuela, como ya lo he dicho, se cas6 l.oda,·ia
joven, á los ct1arenta años de su vida, )~
cuando ra algunos hilos de plata empe7.ahan
á mezclarse en su negro cabello.
Adela Miranda se llamaba la virtuo:>a compañera de don Fernando. Veintiséis año~
contaba cuando se casó. Pertenecía á uua de
las principales familias de Guatemala. Ella
creró ,·er en el señor Alonzo al hombre que
haría su felicidad; y, sin pensarlo mucho,
entreg6 su mano al elegido de su corazün.
Todo el risuefío porvenir que se había Jigurado empezó á oscurecerse, cuando al me~
de casada notó, con angustia, los pre¡xu·ativos que su esposo hacía para trasladarse
definitiYamente á su quinta "La Ilusiótt."
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ADRJANA Y MARGARIT A
Adela, de carácter tímido, nunca osó decirle nada á don Fernand o, y lo siguió re:-;ignada ya á vivir en el campo.
Pero ella, flor uacida para brillar en los
salones, al sentirse bruscam ente trasplan tada á otro lugar, lejos de la sociedad en que
se había criado, se sintió desfalle cer, y poco
á poco, una enferme dad, más bien del alma
que del cuerpo, fué minand o su existenc ia.
y burland o la ciencia de los médicos mu rió á los dos años de casada, dejando
á la pequefía Margar ita de un mlo de
edad.
podré deciros si don Fernand o sm tió á su esposa; pero él no se yoh:ió á casar.
y todada en sus últimos años, al recordar la.
Yo
HO
:->e 'le llenahan de lágrima s los ojos.
Xo quiso el señor Alonzo volverse á ,.¡,·ir
á (iuatem ala, y se limitó á mandar á ~Lu·­
gm·ita á un colegio, de interna, cuando ,·a
ésta contaba ocho años; y él quedóse en
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''La Ilusión,'' donde años atrás, aun hubieran podido yerlo mis lectores.
En la época en que me propongo presentar á don Fernando, vi,·ía éste tranquilamente en su quinta, sin más distracciones
que el oir, después del almuerzo, algunas
pieza,.; ele música ejecutadas por su hija , y
después gustar ele los trozos m:ís escogidos
ele sus libros fayoritos, los que tenía la amahiliclael ele leerle la amiga de !llargarita.
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Ir
Adriana Moreno se llamaba la amiga de
Margarita : hacía cuatro años que YÍYÍa con
~lla en la quinta de don Femando.
I.a infancia y parte de la j nventncl de la
sefiorita Moreno, está resumida en pocas palabras.
Cuando Margarita entró al colegio, notó
<¡ne había una nií1a de la misma edad ele ella. á
quien la Directora quería mucho, y la cual casi siempre estaba triste, y raras ,·eces se reunía con las colegialas. Así pasó el tiempo,
y nn día, cuando ya las nii'ías contaban catorce aí1os, Margarita . atraída por la profunda simpatía que le inspiraba aquella jm·en,
se le acercó y la preguntó con yoz cariñosa:
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Ll:Clt.A G .\MERO ;\lONCADA
10
- ¿Por qué nves tan triste, A<hiana?
Adriana leyantó la cabeza, y dirigiendo á
la señorita Alonzo sus hermosos ojos negros,
contestó con dulzura:
- Vivo triste porque viyo sola.
¿N o tienes amigas?
-
No.
Margarita , cogiéndola una mano con sumo cariño, la dijo:
- ¿Quiéres que yo sea tu amiga?
'?
preguntó Adriana viyamente .
1' u.
Sí, yo.
r,o deseas?
Lo des eo, mi querida Adriana.
Pero yo soy pobre, Margarita .
¿Y qué importa eso, si yo te quiero?
dijo la señorita Alanzo con Yiveza. - ¿Crees
que yoy á fijarm e en que eres pobre? Yo te
amo y deseo que tú seas mi amiga: ¿acep-
tas?
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AORI.o\~A
Y :\lAH.GAltfTA
- ¡Oh, sí! de todo corazón - contestó
Adriana levantándose y abrazando á la bondadosa joven.
- Ven, Adriana, - dijo Margarita - nt mos al otro lado del jardín, mientras dum el
recreo; allí hablaremos sin que nos escuchen
las uiñas, que ya empiezan á llegar.
Vámonos, pues - dijo la joven, asiéndose del brazo de su amiga.
Cuando se hallaron lejos de las demás
niñas, Margarita
rompió el silencio. di-
ciendo:
- Hace mucho tiempo que te quiero,
Adriana; pero tu modo de ser me ha impe -
dido acercarme á tí.
- Yo también,
~argarita,
simpatizaba
contigo, pero ......
¿Pero qué?
- Tú lo has dicho, mi amiga, mi carácter
retraído ........ .
¿V por qué has sido así, Adriana?
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12
UJCTLA GAMhHO :\IONl'AnA
-¿Y por qué?- dijo la sef1orita Moreno
pensativa.
- Sí; ¿por qué?
-Yo tengo mis razones para ello.
¿Cuáles son?
¿Quiéres saberlas?
De seguro: todo lo que se relaciona
contigo me interesa.
Pues escucha: yo soy huérfana: cuando
entré al colegio, algunos meses antes que
tú. noté , algún tiempo después, c¡ue mis
condiscípu las no me querían, á causa, seguramente, del afecto que me profesaba la Directora.
Yo no hacía mucho caso de ésto y
procuraba j tmtarme con ellas, á pesar del
marcado disgusto que mi presencia les ocasionaba.
Pero como yo vida sola, teuía
sed de cariño y no retrocedía , por más que
compre11día que aquello me humillaba .
Una vez me quedé sola en el jardín con una
de las niñas, y la dije con timidez:
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All1UAZ\"I\ \
MARGARITA
---;- 'reresa, ¿quiéres ser m1 amiga? :\iira: yo seré buena contigo y te querré mu -
.
cho.
'
me respondió con acento des" Bah!
preciati,-o. - Tú eres, según Jos profesores,
la niña más adelantada del colegio, y al decir cle.la Directora, la más inteligente; ella.
te adora, y creo que te basta y sobra con el
aprecio de Jos tillOS y el cariño de la otra,
pan que vengas á implorar una amistad que
·'
te r,e bajará, y que, aunque no valga nada,
110
estoy dispuesta á concederte.''
al decir esto, la orgullosa ni fía me dió
las e!'lpaldas y se retiró sin mirarme siquiera. No podré explicarte :o que s~ntí enton~-
deseado YOiver sobre mis p:tsos.
Aquella respuesta me heló el corazón, mientras mi cabeza ardía bajo el peso de la humillación que acababa de s ufrir. Entonces
comprendí que tenía_ Ulla alma altiva, incapaz de ht~illarse ante nadie , y juré no vol -
ces;
~ubiera
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LUCILA t-fAMHRO
·~
:\IO~CAOA
yet nunca á implorar la protección de mis
semejantes. He aquí explicado el por qué
de mi proceder.
Adriana, al acabar de hablar, tenía las
mejillas encendidas, y se pasaba repetidas
yece:-; la mano por la frente, como si quisiera
horrar de ella hasta el último recuerdo de
aquella tarde .
Pobre, amiga m~a, - dijo Margarita;
comprendo que bas debido sufrir mucho.
Sí, runcho; p;ro ya todo pasó - añadió con más calma.
-- Di m~. Adriana -- preguntó Margm·ita,
d~ conversación
¿es cierto que
no p0sees ninguna fortuna?
Tan ci rto, que ahora no hay una niña
en el colegio tan pobr~ como yo.
Tú has dicho "ahora;" luego, antes t~­
nías algo.
- Antes.
r ~ spondió Adriana sin afectar
sati.s facción, - ninguna ele las fortunas de
cambiando
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AIJRI.\SA V MAHG .\HIT .-\
mis condiscípulas hubiera podido compararse con la mía.
-- Y esa fortuna ¿qué se ha hecho?
¿Qué se ha hecho?
Sí ¿qué ha sido de ella?
- La explicación es muy sencilla. Cuando mis padres murieron, dejaron un capital
con:;iderable: yo era única heredera; pero
como estaba muy pequefia, un tío mío fué
nombrado mi tutor, y tomó posesión de mis
bienes. Ese tío, así que estu,·e en edad de
aprender algo, me puso de interna en este
colegio, y le pagaba muy bien á la Directora, Ja cual me tenía con lujo y nada me hacía falta. Así pasó algún tiempo, pero hará un afio que mi tío se fué llevándose mi
fortnna, y nada he vuelto á saber de él. La
Directora, que es tan buena, es la que me
sostiene, y gracias á élla, paso bien; de lo
contrario, quién sabe que hubiera sido de
mí.
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In
Lt.tCJJ •.\
U.\:\IHRO :\TO:o;Co\J>A
- Veo, querida r\driana, que desde p2quefía has sido desgraciada.
-Desde que nací, y quién sabe si toda
mi yicb irá á s=r una cad=na el= desgracias.
- i-Jo lo creas; hay algo que me d1ce que
al fin serás dichosa.
exclamó la sefíori ta
¡Dios lo quiera!
:\loreno con inseguro acento.
Sonó. la campanilla, y las dos niñas Y01viero11 á sus clases.
Pasaron . do.s afios,
Adriana y
~fargarita
durante los cuales
se ditron inequh·ocas
pmebas de cariño.
Cuando ya :\[argarita contaba d iez y se1s
afíos de edad mandó don Fernando á lle,·arla á su ·quinta. La jo,·eu, al saberlo, corrió
á donde Adriana y la dijo:
Adriana, ''engo á
, ¡Qué noticia)
llua muy buena.
Dime cuál es.
clart~
una noticia.
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ADRIA~ t\
Y MAH(; .HUTA
Que mi papá ya manda á llevarme á
su lado.
Aclriana se puso pálida, y de sus hermosos ojos brotaron lágrimas:
::vrargarita,
elijo la sefíorita :viol·eno
con yoz ele reconyenc ión
no creía qne el
separarte ele mí te causara tanta alegria.
¿l\1 separarme ele tí, querida Aclriana?
Sí.
Es que no nos separarem os 11t111ca.
¿Qué dices?
Digo que nadie en el mundo hará que
yo viva si u ti.
N o te comprendo .
Pues comprénd eme: tú te irás conmigo.
- ¿Yo? ...... - murmuró Adriana, sorprendida.
Tú, pues supongo que no me querrás.
negar el sen·icio que te pido de acompafía rme á la e¡ ni nta ele mi padre, en donde creo
que nada te hará falta.
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LVCILA
GA:.\tEl~O
!'riONC,.\D.\
Margarita : yo no sé si deba aceptar tu
g-eneroso ofrecimien to, pues aunque bien
comprendo que tú me lo haces sincerame nt:'~, 110 sé si tu padre ........ .
Mi pJdre - la interrump ió VÍYamente
:\ofargarita - se alegrará mucho ele vivir con
la única amiga de su hija; así es que no tiene,; pretexto para clesairarme .
~'Iargarita, tú eres muy buena; y acep- ,
to con sumo gusto y verdadero agradecimiento la proposició n de vivir contigo que
bondadosa mente me haces.
Déjate de gracias, que yo soy quien
deho dártelas, y yamos á despedirno s de la
directora del colegio.
Las dos jó,·enes se dirigieron á las piezas
que o:::up.1ba la Directora; ésta, al verlas, les
preguntó con dulzura qué se les ofrecía.
Señora - exclamó Adriana - vengo á
pedir á Cd. tm p=rmiso que creo no me negará.
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ADH.lAN:\ Y :\rlAH.GARIT ,\
- ¿Permis o para qué?
Para irme con ~argarita.
- ¡Cómo 1 ¿Qiéres dejar el colegio?
~- Si
Ud. me lo permite , sí.
- Yo nunca te lo estorbar é, hija mía,
y>ues pienso que con Margar ita lo pasarás
mejor que conmigo .
- Oh, sei'iora! - murmur ó Aclriana con
amargu ra
no es por eso que yo quiero irme. Ud. sabe que en ninguna parte estaré
mejor que con Ud., á quien debo tanto! ..... .
.Al dejar á l"cl. es porque Margar ita desea
tenerme de compañ era en su quinta.
~ Aclriana,
~exclamó la Directo raperdóna Íue que te haya ofendido ; pero te
ruego creas que no ha sido esa mi intenció n.
Yo sé qne l'cls. se aman mucho, y aplaudo
ese afecto.
Tú, Margar ita - ai'íadió, dirigiéndos e á ésta
quiere mucho á Adriana ;
nunca oh~icJes que tiene una alma bellísim a
y un corazc;n ele oro. Adriana es una de
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20
las pocas perso nas capac es de sacrif icarse en
aras de la amist ad.
Sefío ra - dijo Adria na, color ada como
una guind a - yo no merez co esas frases ;
\Tel. me hace much ísimo fayor con ellas.
Te conoz co, hija mía, y hago justic ia á.
tus mérit os.
elijo ¡\clria - Adiós , mi queri da sefior a
na, despi diénd ose ele la hnena Direc tora. y
crea T.'cl.
conte niend o apena s su emoc ión
c1ue mm ca oh·icl aré los i na preciahle.s sen·icios que l ' cl. me ha presta do; y que en cualquier a parte en dond e me halle la recor daré con carií'io y agrad ecimi ento, y que mi
mayo r dicha será poder sen·i r á T.' d. eu algo.
bon~rargarita se despi dió tamh ién ele la
dados a Direc tora y le prote stó su etern o
agrac lecim ieuto para cott ella.
Seis horas despu és de esta despe dida estaban las dos jóyen es en la quint a del señor
Alonz o.
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.\DH.I.-\,..\. Y :0.1.\kG.-\lUT.\
~1argarita
2T
corrió á abrazar á su padre.
Después le dijo:
Papá, te traigo otra hija.
¿Otra hija?
Sí. La sefíorita Adriana Morepo es
1111 amiga más querida; más que amiga es
mi hermana; y no dudo que tú te alegrarás
porque de la noche á la mafiana te doy una
i.ija tan encantadora como es ella.
Don Femando tendió una mano á Aclriana, diciéndole:
13iem·enicla, seílorita, á esta su casa: la
amiga ele mi hija no podrá nunca ser indiferente para mí; recibo á Fcl. con verdadero
gusto y le agradezco que sólo por acompail.ar á mi hija se resigne lTcl. á YÍYir en este
desierto. Aqflí, en cambio de distracciones,
tendrá l Tel. nuestro carifío.
Adriana clió las gracias á don Fernando por la buena acogida que le clispensó.
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Lt'CJLA G :\MEH.O MONC :\J)A
-
X o te dije, Adrian a, que mi padre te
dijo la seí1orita Alouzo .
recibirí a bien?
No lo dudaba , Margar ita: tan genero sa hija debe, necesar iament e, tener un pa dre así.
El sefíor Alonzo se inclinó con profuJJclo
agrade cimien to ante Aclrian a.
Margar ita ocupó el resto de la tarde eH
enseña r á Adrian a las piezas que le destina ba en la casa, y el bello jardín ele la quinta.
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III
ADRIANA Y MARGARITA
En la mañana de un bello día del mes ele
junio, y en el salón de la quinta de don Fernando Alouzo, dos jóvenes ele peregrina he
lleza, muellemente reclinadas en nn rico sofá,
se entretenian en oír el dulce y triste canto
de los enjaulados pajaritos, enfermos de nostalgia, y e11 platicar alegremeuL.
Estas dos jóvenes eran Adriana
garita.
r :\lar-
Quién sin conocerlas la.s h uhi ~ ra yisto en
un jardín, en una clara noche de luna, las
habría tomado por la personificación ele una
de esas imágenes ele , -írgenes vaporosas, intangibles, ideales, que la poética fantasía se
fo1ja en esas horas gratas de amoroso ensue-
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ño, tal era la maraYillosa belleza de las dos
jó,·eues!
Aclriana era morena, p::ro de ese bello color moreno limpio y d iáfano; lo sonrosado
de sus mejillas contribuía á darle más brillo
á sus ojos grandes, negros y aterciopelados,
cuya expresión habitual denotaba un carácter alegre; pero un hábil observador hubiera
notado, desde lnego, qne bajo aquel aspecto
nlegre se ocnltaha un corazón impresionable, t111a yoJuntad enérgica y una alma esencialment= melancólica; su cuerpo, aunque
110 alto, era cldgado y esbelto, teniendo cierta gracia sumamente elegante; tenía la boca
fresca, tersa, s0nro.'lacla y un tanlo desy el cab~llo obscuro, undoso y
apenas riz:tdo. En fiu, Adriana er<t inteligente, hu::ua, hennos:t, simpática y agradable.
::\Iargarita era hlauca, pálida, cou cabellos
de un rnbio em·idiahle y ojos azules de ex-
deñosa,
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ADI{l.-.~.\
Y :'\of.\RC.\1<1 f.\
presión dulcísima y soñadora; su nariz era
recta, su boca finísima y su caráct~r. aunque un tanto resen·ado, no por eso dejaba
de ser amable y bondadoso.
Oh, qué dulce es la ,-ida ú los veinte
dijo :\Iargarita después de un
años!......
rato de silencio.
co¡¡ testó APara unos muy dulce:
pero para otros! ........ .
<lria na
Para tí, por ejemplo.
Para mí no tiene ningún atracti \·o.
Me alegro de saberlo, pues eso es decir
<¡ ne yo sor nada para tí,
r
q ne
110
te puedo
hacer agradable la Yicla.
Perdóname, .M argarita; pero s1n p:ldres, sin hermanos, ~- casi sin parientes, ¿cómo qniéres que mi Yicla sea agradahle?
Mi padre y, yo procuramos complacerte, Adriana.
Es cierto eso; y yo Cuera muy feliz si no
echara ele me.110s el calor de mi hogar perdido.
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2Ó
LUClL\ r:A:\IEHO :'\10:"\CAJ)A
-
Ya formarás otro, tal yez más grato que
el perdido
murmuró ::\Iargarita, riéndose.
Adriana se estremeció:
-- Eso nunca será
dijo.
- ¡Quién sabe' ]) ~ poco tiempo á e-;ta
parte nos visitan yario~ jó,·enes que, aun que tú lo niegues, sé que están enamorado,;
de tí.
No lo niego;
p~ro
sólo me ocupo en saber
yo no pienso en ello,;.
d~
mis p::trientes.
¡Tus buenos pari entes?
- ~o
sé si son bu eno3 ó malos; pero de-
seo saber mucho de mi tío Jorge y ele su hijo, mi primo Julio, qu e están en París.
-
¿En París)
sativa.
murmnró :vrargarita, p en -
Ahora qu e me acuerdo, Adriana,
se me había oh·idado cl ':'cirte que mafla11a
llegará á esta quinta mi primo Emilio.
¿Por qué me lo dices hasta ahora?
Porque nosotro:-; lo a cabamos ele sabu.
Emilio escribió una carta , hace como c\o,.;
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ADH.rANA
'"11.
~lAI{(i.\RI1'A
meses, anunciando su venida á Guatemala,
y hasta hoy la recibimos, j untam e nt ~ con el
aviso ele que mailana vendrá á esta hacienda .
- ¿Y dóude ha estado Emilio? - preguntó Aclr1ana.
- En París.
- ¿Estudiando acaso?
- Sí; estudiando.
- ¿V qué estudiaba?
-
Matemáticas.
-
¿Se recibió ya?
-- Viene h echo todo un
ingc ni ~ro .
¿Le conoces tú?
Perfectamente hien.
- ¿Dónde le conociste?
- Aquí: aquel año que \'ille á pasar las
Yacaciones, cuando mi papá 1o mandó á tra r.
¿Antes no le habías \'Ísto?
No; porque cuando él se fué á París,
contaba ocho aiios, y yo apenas tenía dos
meses.
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J.l'C'fT..\ G ,\1\IP.RO
MO~Ct\D.\
¿Él es ocho ai'ios mayor que tú?
Y que tú también, puesto que las dos
cumplimos en este mes veinte años.
preguntó Aclriana con
¿Y es galán'
curiosidad.
Algo.
¿Se parece :i tí?
Un poco; él tiene los ojo. azules, el cahelio caqt'tt'í.o claro y algo rizado; el cuerpo alto y elegant~ y la boca tan fresca,
que cualquiera sei1orita se contentaría cou
ella.
"Cn Adonis, en Jin, - elijo .Aclriana, mirando á :-Iargarita y sonriéndose con una
-;onrisa i nclefi ni ble.
X o tanto; pero casi, cast. ..
Es hijo Emilio de un hermano ele tu
madre, ¿yerdacP
Sí, de su hermano mayor.
.-\driana, cambiando ele cotn·ersación y de
tono. elijo:
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AfH<I.\~¡\
Y :.\1.\H.C:.\t{IT.\
Ya son las diez; es hora de que yaya á
dbtraer á don Fernando, á no ser que Yayas
tú.
- Es mejor qne yayas tú, mi qu ~ rida
Adriana; yo tengo qu e hacer otras cosa~.
- V las dos salieron, dirigiéndose á distintas habitaciones .
Don Fernando Alonzo estaba reco.stado en
nn sillón, cuando entró ,\driana.
El sefíor Alonzo contaba ses=nta y un afíos
de edad: sus cabellos eran blancos; su cuerpo
alto y que en otro tiempo no habría deja do de te ner cierta elegancia; su cad.ctetdulce y bondadoso . Los sesenta y un ailos
ele
clon Pernando se Yeían notablemente
aumentados por sus facciones d emacra das,
:->n cuerpo enclehle y su extremada dehilidacl.
Al yer entrar á Adriana, sn ro ·tro apagado iluminóse con una ligera sonrisa que in dicaha gozo.
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LITIJ~ .\
f'.;\;\IER O MO!'\'C.o \DA
Bu::n os días, don Ferna ndo, ~ dijo Adrian a, besan do en la frente á su prote ctor.
¿Cóm o está Ud,
Perfe ctame nte bien, hija mía, puest o
<Jllc te t::ngo á mi lado.
l-Ie al::gr o de que Ud. esté bueno ; así
me daré el gusto ele leerle algun os capítu los
de su libro más fayor ito.
Está bien: p::ro <tntes, tócam e unas piezas en el piano , p:.tra que 110 me conm ue,·a
tanto tu argenti11a yoz.
¡Cóm'l! .preg untó Adria na.
¿na ha
,-enid o l-Iarg arita?
Vino; p;ro yo le uoté cierta impa dencut, y la elije que se entre gara á sus ocnpacio :Jes, qn:: tú tendr ías la bonda d de ejecutar las pi ~zas que élla iba á tocar en el
pwno .
Ha hecho Ud. muy bien; .-oy á tener la
sati-;Ltcció:J d ~ estud iar un poco en sn prese11cia.
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.\DH.I..\X .\
Y !HAHC .\UlTA
JI
V al decir ésto, se dirigió al piano: sus
manos comenzaron á acariciar las teclas con
a paren te descuido.
Empezó la pieza.
Torrentes de armonías, melodías desconocidas se oyeron, mientras Adriana, con la
mirada distraída, sacudiendo graciosa é indolentemente la cabeza para librarse de los
negros y ondulante cabellos, que, libres ya
del broche que los sujetaba, trataban de jugar sobre la frente de la diosa, parecía más
entregada á sus pensamientos, y no se ocupaba en \'er la pieza de música que tenía ante sus ojos.
Don Fernando se leyantó.
- ¡Bravo! ¡bradsimo 1 ¡brillante! - exclalUÓ, agitando la'l manos y acercándose al
pianG donde se hallaba la sefíorita Moreno.
Adriana sonrió .dulcemente y dejó de tocar, pues ya la pieza llegaba á su fin.
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l.l'l'U.A 10.\:\lEI<O ;\tO:"C.\HA
- ¡Eso es saber ejecutar! Coutinúa, hija
mía, ó, _por mej.or decir, ,·ueh·e á empezar,
\·ueh·e á tocar esa diYina pieza, que, oyéndola, me a el uenuo y no pi en;;o en las miserias el: e;;te mundo.
Adriana yoJyió á colocar sus manos con
dulce abandono sobre el teclado.
Don Fernando cerrcí los ojos y parecía extasiado aspirando todas las armonías que re,·olot::aban en el aire.
Adri:ma c~só ele tocar, y girando sobre su
asiento, pú~ose ele pie delante de Alonzo:
¿Y bieu, don Fernando?
¿Y hi=n, hija mía?
¿Le ha gustado la pieza?
Más que gustado, encantado , extasiado, deslumbra do. Eres una yerclaclera artista.
¿De ,·eras?
elijo Aclriana con
sonrisa.
Ciertí:-:imo.
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malicio.~a
ADRJA.SA '\" MAH.GAlOTA
33
- En fin, don Fen1ando, ya hay uno que
m_ lo diga.
- Y todos los que tengan la dicha de oi.rt ~ . confesarán, conmigo, que eres una artista consumada .
-Así me gustan los hombres como Ud :
~alantes - exclamó Adriaua con sonrisa tan
burlona, que desme .. tía bien claramente el
~ultido de sus palabras.
- Justos, hija mía, apreciadores de lo bello.
- Si Ud. fuese apreciador de lo bello, bien
P' ldría
apr~ciar
la habilidad de Margarita.
- Margarita no toca como tú.
Dice Ud. bien: toca mejor.
- ¿Estás loca, querida mía?
- No, señor; en mi entero juicio. Reflexione Ud. que yo no toco, desde que salí del
colegio, hasta hoy .
- Eso prueba que lo que una vez se aprencl~ bien, nunca se olvida.
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34
- Basta ya de adulaciones don Fernandijo
do; y si Ud. quiere, empezaré á leer
sonrisa.
encantadora
con
Adriana
- Muy bien, hija mía. Está visto que
hoy no piensas dejar que me fastidie.
Adriana empezó á leer.
El timbre · de su yoz era melodioso,· nbraute.
Alouzo, según su costumbre de cuando
quería saborear algo, cerró los ojos.
Cuando los YOlvió á nhrir, era porqu'e la
sefiorita Moreno había concluido su lectura.
- Gracias, mi huenn Aclriana.
Siempre á la disposición de Ud., dijo
la señorita Moreno con su enigmática sonrisa.
- ¿Has YÍsto hoy á '\larg-a rita? tó el seftor Alonzo.
Pregun-
- Sí.
- ¿Qué te ha dicho?
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AORIA:"\'A \' :\1.\JHL\IUT.\
.)$
- Nada de importancia.
- Sin embargo .....
Sin embargo, ¿qué? le int=rrumpió la
sefíorita Moreno.
-- Es extra fío que no te haya anunciado ....
La venida de Emilio ¿no es cierto?
· Precisamente.
Yo creía que eso no era d ~ importancta.
- Pues sí lo es.
Escúchame: Emilio \'Íe-
ne á casarse .
¿A casarse?
Sí.
¿Con quién?
- Con Margarita.
;Con Margarita?
exclamó
Adriamt
asombrada.
Con ella misma.
- Pero mi amiga no me ha dicho nunca
nada.
- Ya lo creo.
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LUCtLA GAMKMO
MO~CADA
- ¿Va lo creo?- repitió Adriana maquinalmente.
- Pues sí lo creo; porque ni ella misma lo
sabe.
- ¿No lo sabe?
- No.
- ¿Y quién se lo dirá?
-- Yo.
- ¿Cuándo?
- ),iañana:
- ¿Y por qné no hoy?
Porque ho me conviene.
- Sin embargo, es mejor que lo sepa antes que él llegue.
'l'odo lo contrario, hija mia.
Pero ...
- ¿Pero qué?
- ¿Por qué ese misterio?
- Si no hay ningún misterio en esto.
M añana lo sabrá todo.
- Luego, yo no le digo nada.
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ADlUA:NA Y
~rARGARITA
- No, hija mía.
Adriana, dando por terminada esta con versación, se acercó al señor Alouzo é imprimió sus sonrosados y frescos labio!'! en la
frente marchita del anciano.
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\
IV
EJ\llT.IO MIRANDA
Emilio Miranda llegó á las diez de la ma11ana á la quinta. Alonzo y Margarita salieron á recibirlo. N o se había equivocado
la seliorita Alonzo al decir que el Licencittdo Miranda era galán. Su aire era simpático, su trato fino, y su educación exquisita.
Por poco llegas sin sospecharlo siquiera
110sotros,- dijo Alanzo dejándose caer en un
sillón, y señalando un asiento á Emilio, que
hizo lo mismo.
- ¿Y por qué?
carta?
La recibimos.
- ¿Entonces?
¿Acaso no recibieron mi
©Biblioteca Nacional de Colombia
40
LUCJLA GAMERO MONCADA
- Es que hasta ayer llegó á nuestras
manos.
- Se quedó rezagada, no hay duda.
- t.Has visto á tu padre? - preguntó dou
Fernando.
- Lo ví de paso en Guatemala.
- ¿Está bueno?
- No del todo bien. -- Me encargó saludara á Uds. en su nombre.
- ¿Por qué 110 vino contigo?
- N o le fué posible venir á darse el gusto de
saludar á Uds. Además, está tan débil y enfermo, que creo le será de mucho trabajo monti.r .
- ¡Pobre amigo! -- exclamó Alonzo.
No hay duda, los viejos vamos buscando
descanso ...... allá lejos, muy lejos.
- Ud. está fuerte todavía.
- ¿Fuerte? ¿Qué estas dic1endo?
- La verdad, tío.
- ¿La verdad? - N o ves q ne ap:=nas pnedo sostenerme en pie?
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ADRlANA V 'MARG:\lUTA
- J>ronto restablecerá Ud. --· dijo Emilio,
notando que, en realidad, estaba bastante
débil don Fernando.
Avisaron que el almuerzo estaba s~rvido.
Los tres se dirigieron al comedor.
Al llegar, notó Alanzo que Aclriana no
estaba allí.
- ¿Y Adriana? - preguntó, dirigiéndose
á su hija.
- Está allá ade11tro.
·- ¿No viene á comer?
- No; me dijo que estaba algo indispuesta.
- ¿Qué tiene?
- Supongo que será la cabeza lo que tiene mal.
- ¿Y es cierto eso?
- Indudablemente. De otro modo no se
hubiera excusado, estoy segura.
- ¿Y quién es Adriana? - preguntó Emilio, que hasta entonces había escuchado silencioso el diálogo.
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- Adriana, - contestó Alouzo, - es una
morena encantadora .
- ¿Amiga de Margarita?
- Hija mía.
¿Hija de Ud? Yo nunca había oído
decir que Ud. tm·iera otra hija.
Margarita sonreía viendo el asombro de
su primo.
- Pu~s la tengo. Adriana, aunque no la
unen con nosotros los vínculos de la sangre,
es para mí una hija cariñosa: es un ángel!
Emili) se detuvo á p~nsar quién sería
aquella .\driana de h cual su tío le hablaba
con tanto int=rés; y luego, dirigiéndose á
don :remando, le dijo:
Desearía conocer á ese ángel, tío, para
,-er si 11 ~ga á igualar á éste qne tengo aqní
á mi lado.
Y al decir esto, miraba á su prima.
Margarita se hizo la desentendid a; y el
sefior A lonzo, sin contestarle, le preguntó:
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AORfA:\"A Y :\1.-\RC.ARJTA
- ¿Qué hacías en París?
Mucho, tío; estudiar y divertirme.
- Luego, uo teuias deseos de venirte.
Quería ver á Uds.
¿Te aburrías allá?
- ¡Oh, nunca! París es la ciudad por excelencia! ¡Es el paraíso el~ los jó\·enes.
El almuerzo había t~rminado.
Emilio salió á pasears~ al jardín, qu_ hacía afios no veía.
non Fernando lhimó á su hija á la p1eza
de él, y sentándola á su lado. la dijo:
~ Tenemos
que hablar.
Margarita se sorprendió; nunca su padre ' le había hablado con aquella formalidad.
•· ¿Qué te parece Emilio? - la preguntó
sin esperar su contestación.
· ¿Respecto de qué?, ¿de' figura?
- Sí; qué idea te has formado de él, tanto física, como moralmente?
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44
LUC1L .~
GAM.ERO MONCAD A
- Pues bien: lo físico me parece galán, y
por lo demás me lo figuro bueno.
- ¿Lo quieres?
- Sí; lo quiero como primo.
·- ¿Nada más?
- Como herma no.
- ¿Nada más? - voh·ió á pregun tar Alonzo.
- ¿V de qué modo quiere s que lo quiera ,
-- diio la joven pensan do que adond e iría á
parar su padre con tantas pregun tas.
- Es que ...... - empez ó á decir do u Fernando .
- ¿Qué, padre mío?
- Que Emilio quiere casars e contig o.
- ¿Conmigo? - pregun tó la joven.
- Sí, contig o. ¡Qué dices tú de so?
- ¡Yo! Nada.
- ¡Cómo, nada! Por fuerza hay que contestarl e.
-- Luego ¿me ha pedido?
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ADRJANA V
~1AROARfTA
45
-
Sí; ¿qué le contesto?
Lo que tú quieras.
Eso es como no decir nada.
Sin embargo, es decir mucho.
¿Mucho?
Sí, porque te dejo á tí disponer de mi
mano.
-- Pero tú comprenderás, hija mía, que
no quiero contrariar tu gusto.
- r.-o comprendo, y por eso te digo que
obres como te parezca mejor, seguro de que,
cualquiera que sea tu resolución, la recibiré
con agrado.
Luego ¿aceptas?
Antes de contestar 1 permíteme hacerte
unas preguntas.
- - Hazlas con entera confianza.
- Bien; pero tú me contestarás francamente.
- Por supuesto, bija mía.
-¿Deseas que se efectúe ese matrimonio?
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- Lo deseo.
-- ¿Crees que seré feliz con Emilio?
- Lo creo.
- ¿Te parece mi primo un joven honrado
en toda la extensión ele la palabra?
- Me parece; y puedo, sin temor de equiyocarme, asegurarlo.
Entonces, contéstale que acepto.
- Bien, hija mía, así moriré tranquilo, dejando asegurado tu porYcnir. Pero dime,
al aceptarlo ¿es solamente por obedecerme?
No,
-
cont:stó
~largarita
ruhorizán-
dose.
Entonces ¿amas á tu primo?
¿A qué preguntármelo? ¿Lo dudas a¡;:aso?
- Ahora, después de habérmelo dicho,
no lo dudo.
- ¿Tienes otra cosa c¡ne preguntarme?
- No.
Entonce~
voy á Yer cómo sigue Adriana.
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47
- Ancla, y no olvides decirme cómo está.
- Volveré á satisfacer tu deseo dentro de
poco tiempo.
Dió un beso á su pach·e y se retiró.
Don Fernando había mentido al decir á
su hija que Emilio había pedido su mano;
pero por razones q ne luego comprenderán
mis lectores, verán que no obró mal al hacerlo así.
Pocos momentos de!-ipnés de babers ~ retiraio Margarita, llegó Emilio á donde estaba
Alonzo.
- ¿Cómo ::;igue Ud., tío? - pregun'_ó.
-N o del todo mal.
- ¿Está Ud. en dispJsicióu ele que hablemos?
Tan estoy, qtt- no me había ¡·Joúdo
esperá1:clote.
- ¿No está Margarita aquí cerca)
- No; se fué á las habitaciones de Aclriana.
- Tanto mejor; así no nos oirá,
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Ll_Tl.'fl.A
Clt\M~KO
MONCA DA
- Pued es estar segur o de ello.
- Ud. comp rende perfe ctame nte mi viaje
á esta hacie nda.
- Creo adivi narlo .
- Veng o á cump lir la volun tad de mis
padre s.
-- ¿De tus padre s?
- Y la mía tambi én, - se apres uró á de-
cir.
- Y quisie ra saber - conti nuó, - si Ud.
está dispu esto á acced er en nuest ro enlac e.
- Con gusto , hijo mío; tú sabes que al
nacer Marg arita, convi nimos , tus padre s y
nosot ros, en que cuand o tú y ella estuv ieran
grand es se casar ían; pero con la única condición cli que Ud-;. habí.an de quere rse; de
lo contr ario, no.
- Lo sé muy bien; y por lo que hace á
mí, no hay ningú n incon venie nte.
- ¿Ama s á Marg arita?
- La amo; pero no sé si ::llam e amar á.
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AURJA:\'A Y :-.rARGAlRTA
49
Ella te ama; hace p:>co la elije que tú
habías pedido su mano.
- ¿V qué contestó?
Que aceptaba.
Pues entonces, tío, creo que d-=ntro de
un mes podrá efectuarse nuestro matrimonio.
- Así creo yo,
contestó Alonzo, cerrando los ojos.
Emilio comprendió que quería descansar,
y saludándolo , salió el:! la pieza.
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V
J;;N EL JARDÍ="
Al s~parars~ Margarita de don Fernando,
fné á buscar á Adriana y no la encontró.
En vez de averiguar en dónde estaba, dispuso irse á sus habitaciones á meditar sobre los
sucesos que habían ocurrido du-rante el día,
<¡ue ya tocaba á su fin.
Embebida en sus
m editaciones la sorprendió la noche y no
Y:>lvió á ver á su amiga.
Margarita no p:nsaba comunicarle á
Adriana sus proyectos, hasta que ya fuera
-del todo imposible ocultárselos. ¿Por qué
ese silencio con su mejor amiga? ¿Sería obra
<le su genio? No; pero Margarita comprendía qu.e si confiaba á :A.driana su amor á
Emilio, estaba expuesta á sufrir las bromas
'
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T.l."CH... A GA!\fEHO
:\fO~C.-\0,-'\
propias del carácter de su amiga y á ,·er la.
sonrisa picante en los labios de la malicios a
joven. Además , ella no creía muy seguro
su enlace cou Emilio, puesto que no conocía ,
hasta entonce s, la manera con que había sído proyecta do, y su primo tampoco la había
hablado nada acerca del particul ar.
Levantó se muy tempran o, al siguieut e
día, y como no halló á su amiga en las pie.zas que ésta ocupaba , dirigiós e a 1 jardí u,
donde la joven iba todas las mañana s.
Allí recostad a en un banco rústico, con , el
aire más negligeu te del mundo y la elegancia más refinada , estaba Adriana , eutreten ida, al parecer, en deshoja r una rosa y llevarse , coH marcada distracc ión, las blancas.
hojas á sus sonrosa dos labios, las cuales instantáne amente caían en desorde n sobre la
falda del vestido d~ la joven, de donde las
arrojaba el aire á los pies ele la seducto ra
beldad.
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AOR1.-\N'A \" l\1.-\R G A¡¿ITt\
53
El ligero roce de un vestido la hizo vol-·
ver la cabeza y descubrir á Margarita á po
cos pasos de ella.
¡U11a corona y eres reina!, -exclamó
la señorita Alonzo, extasiada, contemplando
la bellézarrde su amiga.
¡Reina!
contestó Aclriana, avanzan1
do, con ext¡uisito desdén, SU labio inferior.
- No lo deseo.
-- ¿N o lo deseas?
preguntó Margarita
admirada, sentándose al lado de su amiga
y recostando su cabeza en el hombro de
ésta.
>Jo lo deseo,
volvió á
cl~cir
Aclriana.
- ¿Y por qué?
¿Por qué? - exclamó la joven, jugando con las hebras ele oro de la cabeza de
::\1argarita.
Porque, mi buena amiga, yo
no consentiría jamás en que me mostraran
una humildad fingida y un respeto estucliado.
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LUC.ILA GAi\lF.RO l\10:"\CAHA
- En una palabra, quieres que te esti men por tu persona únicamente.
Has acertado: quiero que me respeten por
lo que valgo, y no por un pueo;¡to que el dia
menos pensado se puede perder.
- Pero los reyes no pierden su puesto tan
fácilmente.
- Es cierto; pero cuando lo pierden, le~
sucede como á los presidentes, que p<;rdido
el puesto ¡adiós consideraciones!
-Sin embargo .... . .
-Sin embargo - me dirás - hay ¡nrsonas que siempre tienen su reputación buena;
eso es cierto, pero es raro: pues, rcgnlarmente, al abandonar su empleo, han pue:,to
en duda, por lo menos, la dignidad con que
subieron á él. ¿Lo duelas?
- De ninguna manera. ::\{e has cotwencid~'·
- Es cuanto deseaba.
- Mas, hablando de otras cosas, me he
olvidado preguntarte cómo estás.
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ADRfA:'f:\ V MAROAJHTA
- Perfectamente bíen.
Ayer tarde te anduve buscando y no te
encontré.
- Me vine. aquí.
¿Y te mejoró el paseo?
- No; pero me divertí.
- (fe divertiste?
- Sí.
- ¿Y con qué?
Con lo que menos piansas.
- ¿Con lo que menos pienso?
Cabalmente.
- No adivino ...... ¿qué será?
Pues si no adivinas, yo no tengo intención ele decírtelo.
¿Y por qué no?
Porque ele nada L~ servirá; y :;ólo te lo
diré si me lo exiges.
No te lo exijo, p~ro te lo ruego!
¿Eres curiosa?
Algo ..... .
©Biblioteca Nacional de Colombia
· ¿Conque deseas saber cuál fué la causa
de mi di\'ersión?
Sí, lo deseo.
De yeras? - preguntó Adriana con una
~onrisa etúgmática.
De yeras. ¿Cuántas veces quieres que
te diga que sí?
Pues Lien; pero antes, ¿no te enfadarás?
No
con testó 2\1 argari ta con im pa-
ciencia.
¿Me lo prometes?
1'e lo aseguro.
Entonces, escucha.
V al decir e..;to, miraba á Margarita con
la cara más burlona del mundo.
(Por qué me miras así? joyeu.
preguntó la
¡Silencio! Es el prólogo.
- ¿Se trata acaso de mí?
K o, ele una joven.
©Biblioteca Nacional de Colombia
¿De qué joYen?
Ya la yerás.
Prese11támela pronto.
Figúrate que ayer, como no hallaba en
(1ue pasar el tiempo, se me ocurrió recorrer minuciosamente todo el jardín.
Y bien, ¿qué tiene eso ele nueyo?
· ?11ucho; detú,-eme un momento, y, sm
saber cómo, mis ojos distinguieron un papel.
¿Un papel?
- Sí, un
pas.
Ese
pap~l.
pap~l
Pero uo
m~
int:rrum-
estaba escrito, y arriba á
guisa ele título, decía, e11 letras más grandes: "Hnsueilos."
¿" Hnsueños"?
· dijo l'vlargarita estu-
pefacta.
"\sí como lo digo. Pues bien, la que
escribió el papel, decía que estando una tar.de á .Ja orilla de un arroyo, contemplando la
uatnraleza, se le habían venido á la mente
unas ideas tan extrañas, y al mismo tiempo
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Ll'CfLA CAMERO
MO~CAJ)A
tan gratas, que no pudo resistir á la tentación de contárselas á su amiga y hacerla
partícipe de sus dulces impresio11es ...... Pero
su amiga permanecía inseusible, su amiga ...
Adriana. ¡ Qtté extraí1o, Margarita, la amiga de esa joyen se llamaba Adriana! Adriana, como yo.
Margarita tio dijo nada.
Adriana continuó:
de
Al coucluir, dice la jove11, que d~spués
su mente mil p_nsumiento:>, vino
r~volver
á sacar en limpio que lo único agradable,
útil y prov~hoso que hay en el mundo es ...
- No continúes - dijo Margarita, tapándola la boca con su suave y blanca mano.
- Déjame acabar, pero ¿qué es eso) ¿Te
pones seria?
Margarita no contestó.
- ¿Y qué es, Margarita., - contiuuó Adria-·
na, - ¿te disgustan las ideas de esa jo,·en?
Nuevo silencio por parte de ~argarita.
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ADRI.-,:'N A Y MA:RG :\lUTA
S9
- ¿N o me ofrecistes que no te ibas á disgustar? - dijo la señorita Moreno.
- N o estoy disgustada, - contestó con
sequedad la señorita Alonzo.
- El acento con que pronuncias tus palabras, es más elocuente, para mí, que ellas
mismas.
- Fíjate solamente en la::; palabras.
- Tú te emp~ñast~ en qu:= te contara ..... .
Es verdad; pero cr~ía s~rí::t alguna cosa
divertida, que no veoenloqu~ m~ ha; dicbo.
Pues á mí sí me divertió.
- No lo creo.
-- ¿Y por qué no lo crees?
No sé, pero no lo creo.
- Pues pasé un rato muy entretenida.
Sólo que pensando en reirte de mí.
- De tí; ¿estás loca?
- -Supongo que no.
- Y por qué crees qu~ me iba á reir de
tí; ¿acaso tú has escrito el pap=l?
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LCCILA (J..\:\IElU J MONC.'\D A
Marg arita se mordi ó los labios.
- Y supon iendo que lo hubie ra escrito ,
¿qué?
- Que enton ces tendrí as que decirm e una
cosa.
¿Cuál?
- ¿Que cuánd o me has cmn-iclaclo á tu
paseo, y me has hecho partíc ipe de tus pensamie ntos?
-- Adria na: si no lluiere s que me enoje
''erdad eramc :1te, hable mos de otra cosa.
Bi~n; p:.-:·o antes, conté stame la últim a
pregu nu. que voy á hacert e.
Hazla .
Dime: ¿es el primi to Emili o la realid ad
de tus ensuefíos?
- ¿Por qué me pregu ntas eso? - dijo
Marg arita con marca do asomb ro.
Por saberl o .
Pues no, no es él.
- ¿X o es él?
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/\IHUANA Y
M :\.R<~ARTT.r\
61
No.
Entonces ¿quién?
Nadie.
Adriana sonrió silenciosamente.
:VIargarita miró fijamente á su amiga.
V eran las azuladas nubes, queriendo empafia_r el brillo del Sol.
¿Por qué te sonríes así?
Adriana abrió perezosamente sus aterciopeládos ojos y s.:1.cuclió su cabeza, cuyos ne-
gros rizos fueron á mezclarse con los rubios
de Margarita:
Me sonreía viendo tu franqueza.
- ¿Qué franqueza?
La que acabas de emplear conmigo.
-Es la verdad, Adriana.
Te creo. Ya no estás enojada ¿yerdad?
Nunca lo he estado.
- Sin embargo, te pusiste seria.
- De l9 contrario, no !!U hieras acabado
hoy de reirte ele mí.
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Ó2
Ll'Cfi. A (;.t\MF:RO MdsCADA
- Tú sabes que son bromas.
- Lo sé, pero no me gustan.
- No te Yoh·eré nunca á decir nada.
- Siempre que haya de qué, me dirás.
-- ¿Por qué lo dices?
- ·Porque sé que es obra de tu carácter, y
ese nadie es capaz de cambiártelo.
Adriana ~acó un papel de la bolsa y se lo
dió á Margarita, diciéndole:
- Toma, mi querida amiga, tus "Ensueños;" guárdalos, y piensa que es mejor qu.e
hayan c-aído en mis manos y no en las de
otro.
Dices bien.
N o hagas caso de m1s cosas, y dime
que á pesar de todo me quieres.
- A pesar de tus bromas, te quiero.
¿De veras, Margarita?
De yeras, Adriana; cuenta con mi cari¡1o siempre.
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.o\Dllf.\.:o\.\ Y .MARGARITA
~ Gracias, Margarita; y tú cree en la sincera y desinteresad a amistad de tu amiga
Adriana.
- Oh, eso nunca lo dudaré!
Adriana se levantó.
- - Nos vamos, Margarita, - dijo.
Bueno; ven te presento á Emilio.
- Todada 110.
- ¿Hasta cuáttdo?
- Hasta mañana.
- ¿Y por qué hasta mañana?
Es mejor.
- No veo en qué.
- Pues yo sí veo.
- ¿Qué ves?
- Que hoy va á estar ocupado.
- Ocupado ¿en qué?
- En cualquiera cosa.
- ¿En qué cosa?
- Hablando contigo, por ejemplo.
- Conmigo, ¿hablando qué?
©Biblioteca Nacional de Colombia
- Hacien do proy::ctos p:ua el porven ir,
tal vez.
¿Quién L ha dicho eso?
Nadie, es que yo me lo figuro,
Tú siempr e vas más allá ......
- Al contrar io, me quedo atrás.
¿Cómo?
Qn~ á \"<!Ces cuando ya está arregla da
una co,;a, yo estoy p~n:-;anclo eu los proyect os.
Marg<trita miró asu,;tad a á su amiga.
Ésta la abrazó y ambas desapa reciero n bajo
lo.~
árboles del jardín.
©Biblioteca Nacional de Colombia
VI
Quince días habían transcurriclod::spués de
lós strcesos que he venido narrando.
Adriana bahía sido presentada á Emilio.
El joven quedó admirado de la intel-igencia y belleza ele la jo,·en ::\Ioreno.
Agradábale
te
el~
má.~
la con..-ersación chispean-
Adriana que la dulce ele l\Iargarita.
Par::cíanle más brillantes los negros y expresivos ojos de la señorita l\Ioreno, que los
tranquilos y azul~s ele su prima.
Dos días después ele hahérsela presentado,
estaba perdidament~ enamorado de ella, y le
pesaba haber ha">laclo tan pronto con su tío
y dádole seguridad de ca.<lrse con su hija; y
más aún, haber dicho á ~Iargarita, muy for-
©Biblioteca Nacional de Colombia
Lt'ClLi\ GAMERO :!\fO:"lCA.D .-"'
malme nte, que dentro de un mes se casaría
con ella.
Este p~nsamiento lo aterrab a y hacía que
se mostra ra indifer ente con Adrian a! Pero
un día, olvidá ndolo todo, le confesó su amor
á la joven Moren o.
Adrian a recibió sus palabr as con aparen te dignid ad, y aunqu e no contes tó nada c.'letermin ado, tampo co pareci eron disgus tarle
las frases del joven.
Y era que Adrian a uo tenia á mal que la
amara Emilio , pues ella tambié n corres pondía al afecto del joyen; pero su delicad eza le
imped ía confes ar sus simpa tías al hombr e á
quien :>U protec tor destin aba su hija, por
má!'l que Adrian a no supier a con que título.
J\dem ás, Adrian a, aunqu e sospec hando que
su amiga pudier a amar á Emilio , no estaba
segura de ello, pues la joven Alonzo siempr e
-contestaba á sus pregun tas cou negati -vas.
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ADRJANA V MARGARITA
6¡
Emilio, por su parte, ya estaba resuelto á
romp::r un matrimon io que 110 deseaba: tal
era el amor que sentía por la hermosa morena.
Así las cosas, dirijámo nos al jardín.
La tarde estaba hermosís ima.
Allí, sentad:1s como d= costumbr e, estaban
las dos jóvenes con las manos afectuosa mente e11lazadas.
Sabes, Adrian a,- dijo Margarit a estrechand o con dulce aband0110 la mano de
,<;u amiga, - sabes que Emilio S€ va.
¿S= va?
pr.:guntó con extrañez a la seíloríta Moreuo.
Sí.
¿A
dónd~?
.-\. Guatema la.
,A qué?
No lo sé.
¿Y vuelYe?
Tampoco lo sé.
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68
LtT.lL.\
G A}IEI{O !\IO::'IiCA DA
- Es extraf ío que no lo sepas.
- Sin embar go, es yerda d .
- ¿No sabes á qué ;-a Emili o á Guate mala? -pregu ntÓ Aclria na miran do fijame nte
á Marg arita.
- La verda d: no sé.
Marg arita, al decir esto, mentí a.
Marga rita, tú m e estás engaí lando .
¡Yo!
Sí, tú
¿Pero cómo?
-Mu y fácilm ente.
Te asegn ro ..... .
No asegu res nada.
¿Pero por qué?
Porqu e yo te leo en los ojos que es
menti ra lo que me estás dicien do.
¡Ment ira! La palah ra es fea.
- · Sin embar go, es la Yerda dera.
¿Dices que mient o?
- Pruéb ame lo contra rio.
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Al)}UANA Y MA 1HiA 1UTA
¿Cómo?
Hablánd ome yerdad .
Es la que hablo siempre.
¿Sí? ...... Pues estaba engañad a.
A Margarit a le disgustó el acento coi1 que
Adriana pronunci ó sus últimas palabras, y
la dijo:
Adriana, haz la prueba.
Corrieute , la haré
Pero ya; no quiero que dueles ele mí.
Bien: ¿amas á tu primo?
¡Qué pregunta , Adriana! ! - dijo sin baIlar que contestar .
Adriaua, fijando sus penetran tes ojos en
los ele ::Vfargarita, yoJdó á decir:
¿.-\.mas á Emilio?
· ¡Qué ocurrenc ia!
Eso es no decir nada.
- ¿V qué quiéres que conteste?
¿Qué? Si lo amas ó no.
Pues bien, no lo amo.
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J... U CILA GAMERO MO:SCADA
70
- ¿No?
- No.
- Te creía más franca.
- Contesto lo que siento, Adriana,
Margarita con fingido aplomo.
Esta vez Adriana no dudó.
- ¿Y Emilio te ama?
dijo
- No lo sé.
- ¡Cómo! ¿No lo sabes?
No.
- ¿Nunca te ha dicho nada de amor?
-
Nunca.
-
¿Ni tu padre?
-
Tampoco.
- Margarita , no eres mi amiga.
- ¿Por qué, Adriana?
- Porque no tienes confianza en mí.
- La tengo absoluta.
- ¿Cómo no me contestas lo que te pre gunto, tal y como es?
- Te conte!"to la yerdad.
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il
ADRIAN.o\ V MARGARITA
- Mira, yo sería más franca.
- ¿Tú?
- Sí, yo.
- ¿Tienes algo que decirme?
- Sí tengo.
- ¿Concern iente á quién?
- A Emilio.
Margarit a se puso pensath·a .
Adriana continuó :
Margarit a, eres mi amiga ¿y¿rdacl?
- ¿Y lo has dudado alguna vez, querida
Adriana?
- Nunca.
·- ¿Entonce s?
- Quería estar más segura
eso,
-
el~
tu amistad.
No dudes ele mí, que m.: ofendes con
y cuéntam e lo que tienes que decirme.
¿N o le dirás á nadie lo que t~ diga?
A nadie.
Pues bien: sábelo de una vez. Emilio
me ama.
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LrCfL :\
72
G.\:'\fERO
~rO:-.;"C..\1>.\
Un rayo que hubie ra caído á los pies de
Marg arita no le hubie ra hecho tanto efecto
como esta confes ión; pero contu yo su cólera :
pregu ntó .
- ¿Emil io te ama?
- Sí, -· dijo Adria na bajan do la cabez a.
rregn ntó Marg arita con som¿V tú?
brío ac<!nto.
Adria na leyan tó la cabez a y YÍÓ á 1\larg arita que estaba pálida , desco mpues ta.
¿Qué tienes ? - dijo asusta da, tratan do
de asir las mano s de su amiga .
~Ia~-garita las retiró.
- No del ieras haber me dicho
e~o,
ex-
clamó .
¿Por qué?
pregu ntó Adria na, asus-
tada.
¿Por qt.é?
Sí, ¿por qué?
- Porqu e yo lo amo, - elijo Marga rita, no conse ntiré que ame á otra mujeL
-
¡Tú!
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AOH.JANA \"
l\1;\k(~AIUI'A
Sí, yo.
¿No me acabas ele decir lo contrario ?
- - No sé; pero te repilo qu-:: amo á Emilio
como él me ama. ~las aúu, nuestro matrimonio está proy..octado delid~ que estábamo s
pequefíos . Emilio, al Yenir, me ha dicho
que está dispuesto á cumplir lo que nuestros
padres proyecta ron, y ha dado su p:llabra de
honor de casarse conmigo .
::\Iargarit a hablaba con suma exaltació n.
Aclriana, aterrada, buscaba cómo hacer
creer á Margarit a que era mentira todo lo
que le había dicho.
Hizo un gran esfuerzo, y dijo, procuran do
dar á sus palabras un acento alegre: .
Margarit a, lo que te he dicho es nada
más que una broma, para hacer que me dijeras la verdad.
~ada tan natural como esta disculpa para
com·ence r á la jo,•en, dado el carácter de
Adriana.
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74
LUCrLA GAMERO :OTONCADA
Pero Margarita sólo dijo:
- Me quieres desorientar, ¿no es así?
- Margarita, creeme, es una broma.
- No te creo. ¿Quién me había de decir,
cuatro años antes, al traerte del colegio, que
con esto me ibas á pagar?
Adriana se puso roja de vergüenza, de
indignación, estaba herida en su amor propio. Lo último que acababa de oir de
los labios de Margarita la dejó anonadaJamás pensó que su amiga la fuera
á echar en cara, algnna vez, aquel servi-
da.
cio.
- Tú comprendes, - ailaclió Margarita,
que después d~ lo
sin mirar á Adriana,
puedes seguir en
no
nosotras,
pasado entre
la quinta.
Adriana se puso en pie ele un salto.
Lo sé, - elijo, irguiéndos2 con esa maje¡;tuosa altivez y suma elegancia qu':! eran
suyas propias.
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·"IHU.'\:S.\ V
?.L\IH~.\ltrTA
7S
Luego, más calmada, y enjugándose la•
lágrimas que corrían por sus mejillas, continuó con dignidad:
- Me iré, Margarita, pero hasta que le
deje fe liz.
Su resolución estaba tomada.
Margarita arrepintióse de lo que había dicho; y las lágrimas de Adriana la com·cucieron de que había sido una brom::t de su
amiga lo que acaba de p::tsar.
Adriana hizo ademán de retirarse.
Mar-
garita la detuvo arrojándose en sus brazos
y diciéndola:
- ¡Adriana! ¡Adriana! N o hagas caso
de mis palabras, de mis locuras. ¡ Perdóname!
Adriana r1uiso desasirs·.:. d2 lo;; brazo..:; de
Margarita y salir del jardín: su aire era el
de una reina, su altivez la de una diosa.
Sus ojos, aunque llenos de lágrimas, no por
eso dejaban de tener su brillo natural, ese
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Ll'CJL:\. (;A;\IEUO :;\10.:"\C,\HA
¡()
brillo cpe, despertando simpatías, infundía
respeto.
Adriaua, al quererse retirar sin eSet\char
las palabras de ::\Iargarita, obedecía t'micameute i la voz de su orgullo ofendido, no
porque su corazón estaba ele parte ele su
amiga, ::í quien adoraba.
Adriana, por el amor d·e Dios, perdóname! ...... No sé lo que he hecho ...... ¡estaha lo::a 1 Tú sabe> cuánto te he queri lo,
cnánto
t~
quiero.
:Vhrgarita, yo sufriré de tí todo, porque
bien sé que te deh:::> mucho, pero que me
humill::s, que me d~sprecies ¡jamás!. .....
se dejó caer á los pies de su
amiga, llorando y exclamando :
¡0\! Adriana! ¡Adriana! ..... .
Adriaua no fué dueña de su sangre fría, y
esta vez habló el corazón y no la cabeza.
LeYantó á Margarita, la atrajo hacia sí y
~Iargarita
abrazá1:dola y besándola, dijo:
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Al)tU.\~A
\" )t.\R(:ARITA
77
- 'l'e p~rdouo.
I ..as dos amigas estm·i~rou largo rato abrazadas, sin proferir palabrJ..
- Adriana, - dijo l\Iargarila , - he sido
una loca al hablar así. Escúcham e: si Enülio t-= ama y tú lo amas, cásens~; yo no
me opongo; al contrario, haré Jo qn~ pueda
por verte feliz. Tú sab~s que te amo como
á una hermana y que tu cariño es lo que
más me interesa; p::!rdido eso, Jh> quiero
nada.
Margarita ,
contestó Adriana,
- ad- ·
miro tu sacrificio, p~ro no lo acepto: tú sabes que Emilio no me ama, ni yo lo amo.
Al decirte aquello fné para saber la verdad:
tuvist ~ tú la culpa, ¿por qué no me hablaste
francamen te?
- Porque yo quería. cuando ya estm·iera
todo arreglado, correr á decírtelo si,! qc1e tú
me lo preguntara s.
¿Sólo por eso?
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LUCILA c;.\::\fEHO MON' CAOA
7'
Sólo.
¿Nada más?
Sí, sí; hay algo más que te lo diré, así
como d e ahora en adelante no te ocultaré
nada.
- ¿V qué es eso más?
Pensaba que t~ ibas á reir de mí.
¡Oh, qué mal m e conoces! Yo, que me
río de las cosas p:!qu~fbs, tomo lo grande por
su lado más s_rio.
- Ad:·iana, no ,-olvamos á recordar esta
tarde.
Tú la olvid3.rás; para mí su recuerdo
será
imp~rec.:clero,
pues m~ reco::-dará tu des-
precio y la última y.;z que visité estejardín.
¿Qué dices?
Que hoy no puedo irm e, pero que mañana será otro día.
- ¡ Adriana, pie11sas irte?
-Tú me lo has dicho; y aun sin . d~cír melo, me hubiera marchado.
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ADRIANA
y
MAR (;ARITA
i9
- Adriana, tú 110 me quieres.
-- Porque te quiero es que me voy; no
quiero estorbar tu felicidad.
- Oh! ¿qué estás diciendo? ¿Estorbar mi
felicidad? ...... Adriana, si tú te vas, hoy mismo despido á Emilio y no lo vuelvo á ver
1Jtmca.
- ¿Y por qué?
- Porque quiero vivir contigo.
- ¿Y qué quieres que baga?
- Que no te vayas, que sigas siendo m1
hermana.
- Bien , quiero que seas feliz; y ojalá pudi era pagarte con algo los beneficios que me
has hecho!
- Yo sólo te he dado disgustos. Adriana, que no sepa nada mi papá de todo lo que
ha pasado.
- No lo sabrá.
- ¿No te irás, dímelo?
- No, ahora no.
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Ro
LtlCILA G \:HER<'
~IO:'\C:.\OA
¿Y después ?
Ambas jóvenes se retiraro n, dejando soloel jardín.
Adriana llevaba la íirme resoluci ón ele
abandon ar "La Ilusión, '' pero hasta que
Margar ita estll\·ier a casada.
Margari ta p.::1saba, por su parte, que el
tiempo y sus prneba.s eL~ cariño harían que
Adriana olvidara la violenta escena que
acababa de p.tsar: p=ro se equivoc aba . :\clriana la querría siempre , la trataría como
ant~s, la perdona ría su mal procede r, pero
olvidarl o ¡nunca!
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VII
ABNHGACIÓJ'\
Cuando Adria.1a tomaba una resolució!l
era difícil, por no d~cir imposible, hacerla
cambi::tr d~ parec~r. Pe11saba mucho antes
ele d'.!terminar una cosa, pero una vez determinada, se sostenía en ella.
Después ele su conversación con :Margarita sólo pensó en hablar con Emilio
para asegurar el porvenir de su amiga,
pues prese1~tía que si ella no tomaba parte activa en dicho matrimonio, no se haría.
Dirigióse á la sala, en donde pensó podría
estar Emilio.
En efecto, allí lo encontró.
Margarita estaba con Alonzo.
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LUCJL:\
G A~t E RO
lfONCADA
El Licenc iado Mirand a, al ver entrar á la
jO\·eu, se dirigió hacia ella, sin saber lo que
hacía.
¡Caball ero! ... ... - exclam ó Adrian a.
- Señori ta ...... - cont.=stó el joven.
- Deseo hablar con Ud.
- Estoy á sus órdene s, - elijo Emilio indi llánclose.
- ¿Es cierto que se va Ud. mañan a?
- Sí, señorit a .
- ¿Podría , sin ser indiscr eta, hacer unas
pregun tas á Ud?
De ningun a manera es Ud. indiscr eta,
seí'íorita; y tendré verdad ero gusto en complacer á Ud.
- Gracias .
¿Para dónde se va Ud. ma-
fíana?
- Para Guatem ala.
- ¿A asuntos de su matrim onio?
- N o, sefiorita-.
- ¡ Cómo! ¿No se casa Ud. con Margar ita?
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ADRIANA V MARGAlUTA
- Ud. debe comprender que no, cuando
sabe que sólo á Ud. amo.
Adriana movió la cabeza y dijo:
- Pero yo no correspondo á su amor.
- Perdón, señorita, yo me había atrevido
á esperar.
- Esp~rar ¿qué?
Que Ud. me amara.
- ¿Y podría saber con qué derecho, caballero?
- Yo creía que el silencio de Ud. me daha
es~ d~recho.
Mi siltncio sólo debía probar á Ud. que
m ~~ era Ud. absolutament;;! indiferenL.
Señorita, yo lo tomaba de otro modo.
- Pues estaba Ud. equivo:::ado.
- Además ..... .
- Además ¿qué?
- Sus miradas, su acento ..... .
- Mis miradas, mi acento, ¿qué, caballero? - le interrumpió ella bruscamente .
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Lt"CH.A G..\:\IE.RO _!!.IONCA DA
- Me hacían esperar ..... .
- Caballero, Ud. toma las cosas como le
parecen, y no como son.
- ¡Señorita!
- ¿Qué, caballero? · exclamó Adriana,
clavando sus bellos y altaneros ojos en el
semblante confuso de Emilio.
- Perdóneme; pero Ud. habla lo que no
siente.
Adriana lo miró con suma altiyez.
- ¡Jamás me he tomado el trabajo de
mentir, y menos aún, cuando nada me obliexclamó Adriana con majesga á ello!
tuosa arrogancia.
-Señorita, yo no creo nada el= lo que
acaba de decir.
- ¿Bntónces?
- Estaba equivocado.
- Ud., al conducirse así conmigo, no se
ha portado como caballero estando, como
está, comprometido á casarse con \1argarita.
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- ¿Quién se lo ha dicho á Pd.?
Mi amiga.
- ¿Margarita?
Sí; ya Ye l d. que lo sé todo, todo ..
V recalcó estas últimas palabras.
Señorita, al ofrecerle casarme con Ud.,
es porque podía cumplir mi p:J.labra.
Adriana se rió de un modo particular:
Desearía saber, caballero, si se puede
casar Ud. cou dos mujeres al mismo tiempo.
Ud. se hnrla de mí,
s ~fíorita,
·
contes-
¡Oh, uo!
Lo que
tó é 1 con tristeza.
¿Burlarme de Ud.?
Ud. ha hecho no merece burla sino desprecio.
Señorita,
elijo Emilio
quiero jus-
tificarme ante l d.
¿De qné modo?
Rompiendo inmediatamente el matrimonio proyectado con mi prima.
¡Valiente proceder digno de un caballero!
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86
l .. UCrLA GA.MERO MO:-.lC.r\I>A
-¿Y qué quiere Ud. que haga?
- ¡Yo! Nada.
Reinó un momento de silencio.
Emilio lo interrumpió, diciendo:
- Adriana, si Ud. no se casa conmigo,
tampoco me casaré con Margarita.
La joven se encogió de hombros, y cambiando de tono, dijo:
-Caballero, después de hacer las preguntas que he hecho á Ud., venía á que me
prometiera una cosa.
- ¿Qué cosa?
- Contésteme antes si está Ud. dispuesto
á concederme lo que le pida.
- Sefiorita, sea lo que fuere loque lld.
exige de mí, está concedido.
Reflexione Ud. antes de comprometerse.
- He reflexionado ya.
-¿Y hará Ud. lo que yo le diga?
-- Lo haré.
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ADRIANA Y :\fARCiAR1T A
- ¿Me lo promete Ud.?
- Se Jo prometo .
- Adriana miró á Emilio CCfllO si quisiera leer en el fondo de su pensam iento:
-¿Me lo jura Ud.? - dijo.
- Señorita , se lo juro y le doy mi palabra
de honor de que haré lo que Ud. m~ diga.
- Pues bien; yo quiero que Ud. se case
con Margari ta.
- Me pide Ud. un imposib le.
- Le pido solamen te que cumpla Ud. su
palabra dada.
Emilio se quedó todo turbado .
Adriana continu ó:
-Marg arita ama á Ud.; Ud. lo sabe perfectame nte, y con nadie mejor que con ella
podrá Ud. ser feliz.
- Yo había soílado otro pon• en ir.
- Se engaña: Ud. hahía soí'iado casarse
con Margar ita . Además , Ud. se lo ha prometido á ella y á su padre y ha jurado que
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J.l.l:JI.A
C~.\"\IERO
:O.fO~C."'-n t\
hará lo que yo le digo, y yo no quiero creer-
lo un hombre sin honor.
Sei!orita, me casaré con mi prima.
Y ya ,·~rá t' d. cómo \'U á ser feliz
COn
ella.
Des~aría
pr.:!guntar á Pcl. una cosa, se-
norita.
Diga l"d.
¿Seguirá l"d. YiYienclo con nosotros,
(Ls1més que nos casemos?
l'd. comprende qu no.
¿Xo? ¿Y por qué?
Porque no! En cuanto l'ds. se cas..;n
me iré ele esta quinta.
¿A dónde?
.\ Guatemala, á cl<md~ la Diredora del
cokgio "I,a Igualdad."
¿Xo tiene l"d. pari~nLs, s<:ílorita?
Sólo uu tío.
¿Cómo s~ llama?
] orge ~r oreno.
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.\lllti..\NA \'
~~1..\tHL\I{t!A
..,
- ¿Jorge :\-1 oren o) Lo couozco.
- ¿Ud.?
- Sí.
- ¿Dónd ~ lo COlJO:.'ió?
- En París.
- Tal ,-¿z no s=rá él.
- Quiéu sabe!
un hijo.
Es muy rico y sólo tiene
- ¿Un hijo'
-- Sí.
-
¿Cómo se llama
es~
hijo?
Julio.
¿Julio? Es él, no hay eluda.
Julio estaba estudiando en el mismo colegio que yo, y se recibió de Médico hace
poco.
Es un jov-=n muy inteligente .
Y mi tío ¿qué hace? piensa yenirse á
Guatemala ?
- - Me dijo que vendría pronto á yer una
sobrina y á entregarle la herencia de sus padres, que él tiene.
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l.UCIL.'\ GAJ\IERO MQNCAIJ.\
- Esa sobrina soy yo.
- Me alegro de que yuelva Ud. á v.=r á
su tío y primo.
- Gracias, caballero.
Adriana hizo ademán de marcharse .
- Señorita, - dijo ~Iiranda, - me casaré
con Margarita , puesto q~ Ud. lo quiere.
Me voy mañana para Guatemala y vendré
dentro de ocho días.
Gracias por su coudescencleucia, cabaelijo Aclriana, y salió de la sala.
llero,
Emilio, al yerla alejarse, dijo:
- He ahí una jo,·e11 que tie11e más cabeza
que corazón, y más agradecim iento que
amor.
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VIII
PREPARATIVOS
Emilio volvió de su viaje, ocho días después, como se lo había dicho á Adriana.
Don Fernando y Margarita, ayudados de
la señorita Moreno, hacían los preparati\·os
del viaje á Guatemala, donde se debía celebrar el matrimonio; pero pasn.do éste, regresarían con los convidados á "La Ilusión,"
en donde habría un suntuo. o baile.
M~rgarita
estaba contenta.
Emilio, en apariencia, satisfecho.
Adriana, sin dejar ele traslucir nada, se
conocía que gozaba con la próxima felicidad
de su amiga.
Don Fernando, cuatro día!? antes dd daje
á Guatemala, mandó llamar á Adriana.
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LT.CILA
92
G.:\~tEH.O
llONCAUA
La jo\·en acudió inmediatamente.
Alonzo la sentó á su lado, y la dijo:
Hija mía, necesito hablar contigo.
Estoy á su disposición, señor.
¿Está arreglado todo para irnos el lunes?
Tcclo.
ELYestido de ::\fargarita ¿ya está hecho?
Cuál?
- El de novia.
Sí,
s~ñ'Jr;
ló el traje
~o
Cd. sabe que Emilio le rega-
compl~to.
me
r~fiero
á ese.
¿A cuál, pues?
Al que yo le mandé hacer
También está listo.
¿Y el tuyo?
E~tá ya, señor.
¿Los hizo la misma modista?
}Jo, sei1or .
¿Y por qué?
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AOlHA:'-L'\ V :.\1:\RG:\lRTA
- Porque yo hice el mío.
-- Mal hecho. Yo t:- dije que lo mandaras á hacer.
Es verdad, pero yo lo arreglé aquí.
Mi deseo es que tú seas la madrina.
- Margarita me ha dicho lo misn:o.
¿V quiéres ser?
¡Oh, sí! con mucho gusto. ·
Y el padril10 ¿sabes tú quién es?
Sí; me lo dijo Emilio.
¿Quién es?
Julio Moreno.
¿Julio Moreno>
Sí, mi primo.
Es verdad: ya no me acordaba (¡uien
era Julio.
Y á propósito, ¿t.= l1a escrito tu tío?
- Sí, me escribió
¿Qué te dice?
·- Que desea que \'ay:l yo á ,·ivir con
él.
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LL'CfLA GA!\1ERO !MONCADA
--- ¿V tú qué piensas?
- No he pensado nada todavía.
Es tu tutor ¿verdad?
- Sí. seí'ior.
- ¿Y tu herencia?
:vie la piensa entregar en cuanto cum-
pla veintiún años.
- El afió que Yiene, entonces.
- Dice Ud. bi~11.
- ¿Dónde ha estado Jorge?
En París.
Y vino á Guatemala ¿cuándo?
Hace hoy o::ho días.
- Sigamos hablando del matrimonio de
mi hija.
- Corri:!nt~. señor.
-- ¿Has dispuesto que todo esté arreglado para nuestra yuelta?
- Todo está dispuesto.
- ¿N o hará taita nada?
- No; yo se lo aseguro á Ud.
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ADRL\ X .\ Y .:\{AR G ARJTA
- Gracias, hija mía, gracias por tu actividad.
Adriana, comprendiendo que ya la conversación había concluido, besó á su protector y salió.
Poco tiempo d-=spués de haberse separado
de don Fernando, le entregaron una carta:
era de su tío.
En ella le decía que estaba todo arreglado
para esperarla con la familia Alonzo.
Que
no había alquilado casa porque la de él era
suficiente.
Adriana había hecho convenir á don Fernando y á Margarita en que irían á casa ele
su tío.
Todo estaba listo para el viaje .
El tiempo pasó r~damente .
Llegóse el lunes. Todos pusi€!!ronse er1.
marcha para Guatemala; Emilio iba con
ellos. Por la tarde llegaron. El matrimo11i.o debía celebrarse el viernes próximo.
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IX
EL DÍA DE J.A BODA
La noche de r2 de agosto ele r88o, estaba
el salón ele la casa ele don Jorge Moreno, espléndido.
Todos los couyidados estaban ya reunidos.
Adriana iba y wnía haciendo los honores
del baile.
Inútil me parece decir que esta-
ba hermosísima: vestida ele raso blanco, propio p:ua hacer
r~saltar
más su deslumbrante
belleza.
Todos los circunstantes estaban ,·ereladeramente admirados de la gracia, educación
y hermosura ele la sei'íorita :YioreiJO, y muy
esp~cialmente Julio.
De pronto todas las p~rsonas dirigi eron la
vista á un solo lugar.
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LPCU •.-\
<~A~tERO
!\IONCADA
:\largarit a, apoyada en el brazo ele su padre, acababa ele entrar al salón.
Estaba bellísima , si bien su belleza no era
ta11 radiante como la ele Aclriana.
Saludaro n á la multitud y clirigiéro nse con
paso le;lto á donde la señorita :.1oreno.
Después de haber ejecutado la primera
pieza de música se celebraro n los desposorios.
La concurre ncia, momento s ante gra"e,
entregós e muy luego á una alegría franca y
decente.
Adriana se acercó á felicitar á su amiga.
Después le elijo:
Uargarit a, yo quisiera quedarm e aquí.
¿Qué dices, Adriana?
Que deseo no ir con Uds. á la quinta.
Pero no puede ser, amiga mía.
- No puede ser, ¿por qué?
Porque yo no Io consentir ía.
- ¡qada más que por eso?
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ADRIANA V
~1.\H.G.\IUTA
99
Y porque es ele muy mal tono que no
yayas, siendo tú la madrina.
Por eso uo, porque podría fingir que
estalla enferma.
::\larg-arita fijó sus azules ojos en los negros
de su amiga y la dijo con YOZ ele reconyención:
¿Es decir, Adriana. c¡ne ahora que me
,·es feliz quieres empat1ar mi felicidad)
¿Cómo pm.clcs p::n~arlo,
::\o ES que lo pi(:n~·o.
¿Entone( s?
l\fargarit~?
Es que ],) ,·eo.
¿Que lo
,·~s?
No
t~
co:uprenclo.
¡N o m e l:ahías el:: comprend;:r 1
res que s..:a completam::nte
f~liz,
Quie-
cuando voy
ü estar s.:paracla el:: mi única hermana.
Bien, Margarita, me iré con Fds.; pero r..:gresaré muy pronto con Julio.
1\Iargarita iba á contestar, cuando ,·arias
personas t.¡ue se acercaron, interrumpieron
la conversación.
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lOO
T...UCU..-\ C.-\\tEHO !\10:\C.-\DJ\
Empezaba á amanecer.
Poco después se dirigieron los novios con
parte de los convidado á la iglesia.
Al salir ele la iglesia, todo:-; :-;e despidieron
para irse á "La I1 usión. "
Así pasó esta noche, dejando grato recuerdo en el alma ele los que asistieron al
baile y particularment e en la ele Margarita
y Emilio.
El sábado los jóvenes esposos y la mayor
parte de los convidados, llegaban á la quinta.
Allí hnbo un baile tan brillante como el
de Guatemala.
Pero todo pasa.
El segundo baile pasó,
y todos los invitados regresaron á Guatemala, quedándose únicamente Adriana y Julio.
Después todo volyió á q neclar en su orden
natural.
¡Oh goces del mundo, cnán pronto pasáis!
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X
I, ,\
DESPE DIDA
Dos días despu és de estar en la quinta ,
dispu so Adria na retira rse ele ella é irse á viYÍr á casa de su tío.
I u útiles fueron todos los esfuer zos que hizo :'1-iargarita para detene rla; cuand o Adria na tomab a una resolu ción, era irrevo cablt
Much o sentía la sefior ita Moren o separa rse de su única amiga y de Alouz o, pero veía
que era su deber hacerl o.
1>on Ferna ndo no sabía nada de la ida de
Adria na, hasta que ésta, acomp añada de
Marg arita, se presen tó en su habita ción.
Las dos jóven es iban con el sembl ante
triste y lloros o.
Alonz o se asustó cuand o las Yió:
©Biblioteca Nacional de Colombia
102
- ¿Qué es lo que tienen, hijas mías?
dijo.
- Nada, papi, -- contestó Margarita.
- ¿Y entonces?
- Es que Adriana nos deja.
- ¿Adriana nos deja?
-Sí .
- - ¿Qué estás diciendo?
- La verdad, papá.
- ¿Es cierto, Adriana? preguntó Alonzo.
contestó la jo- Cierto, dou Fernando,
ven con inseguro acento.
- ¿Nos dejas, hija mía?
-- Sí, se11or.
- ¿Y podría saber la causa de tu viaje
- ¿La causa?
Sí, hija mía. ¿Te disgusta, acaso , yivir en la quinta?
- Oh! no, señor.
- Entonces ¿por qué te yas?
-- Porque deseo Yi\·ir con mi tío.
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ADRTA.NA Y
~f..\RGARJTA
-- Yo pensab a, Adrian a, que los cuatro
afios que has perman ecido con nosotro s me
daban el derecho de pamart e mi hija.
-- Don Fernan do, yo estoy orgullo sa y
agrade cida de la manera con que Ud. me
ha tratado ; y auuq u e me he hecho la ilusión
de creerm e su hija, no me creo capaz ele merecer ese título.
I,uego, ¿me crees tu padre?
- Alguna s veces he abrigad o esa dulce
creencta.
- ¿Y he sido bueno para contigo ?
-- Don Fernan do, Ud. ha sido para mí el
mis cariños o ele los padres.
- ¿Y qué es mejor para tí, ,;,·ir con un
padre ó con un tío?
- Debe ser mejor con un padre. p~ro ......
¿Pero qué?
- Mi tío vive solo y me llama á su lado.
- ¿Y yo no estoy solo?
-Ud. está con su!; hijos.
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lO~
'l'ú eres mi hija.
- Sei1or, es indispensable mi viaje.
- Adriana, yo tenía la consoladora creencia ele que nunca te separadas de mí.
Yo también gozaba creyendo lo mismo;
1nas ..... .
Pero de rep~nte te aburriste de nosotros.
¡Oh, eso nunca!
Yo no hallo otro motivo.
Lo hay; pero l"d. no quiere reconocerlo.
Hija mía, uo nos dejes solos.
Ud. queda con sus hijos, do11 Ferna11-
do.
¿Y porque quedo con ellos no me yas á
hacer falta tú?
V o no digo tanto ..... .
Papá, no la dejes ir
exclamó Margarita abrazando el talle ele Adriana.
\<Iargarita, amiga mía, suéltame.
Oh, no te irás, no te irás!
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.-\DlU.\NA Y l\1AI<.Gt\.RI1'A
dijo Adriana con YOZ
- Don Fernando ,
esfuerzo por apagran
un
dulce y haciendo
recer serena, - no sé cómo deba dar á Ud.
las gracias por lo bueno que para conmigo
ha sido Ud.; no hay palabras humanas que
puedan expresar mi agradecim iento.
V al decir esto, le tendió una mano á su
protector , mano que él tomó en las suyas.
Amiga mía, - dijo la se11ori.ta Moreno,
dirigiénd ose á Margarit a y estrechán dola en
Mi agradeci miento
¡adiós!
sus brazo<;:
para tí será inmenso y mi canno imp~rece­
dero. Te debo mucho, te debo la única felicidad que en mi Yida he gozado ...... No llores, Margarit a, voh·erem os á estar juiltas ....
Y ella se echó á llorar sin poderse contem:r.
A dria na, esto es horroroso ! ...... Te
me: dejas sola. ¿Qué ,·oy á hacer? Yo
estaba acostumb rada á YÍvir contigo,
contigo; tú eras mi única hermana , mi
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as,
que
sólo
úni-
y
LUCJLA G:\;\II:,;H.O
lOÓ
~IO~t:ADA
ca amiga; y teyas, y no piensas que memoriré de dolor, de tristeza, al yerme separada
de tí. ¡Oh, Adriana, tú no me quieres!
Adiós, Margarita, adiós. Nos voh·eremos á ver allá en Guatemala, cuando tú
vayas. N o me oh·ides, quiéreme mucho corno yo te quiero, y ...... ¡Adiós ..... .
Y las dos amigas, después de abrazarse y
lnsarse como dos hermaJms, se dirigieron al
corredor.
Julio e.->taba esperando á Adriana, co11 las
h~stias
preparadas.
Al yer, al través del yelo que los cubría,
los semblantes descompuestos de las do,.; jó''enes, comprendió cuánto se amaban.
Prima mía, ¿estás lista?
preguntó.
Sí. Julio.
E11tonces ..... .
¿Va le dijiste adiós á don Fernando? le preguntó la joven ~roreno.
Sí, antes que tú.
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. \DRI.\~A
V
:'-L\lt.f~ARIT.\
107
-- Pues vámonos.
- Adiós, señora, -- dijoJulio, despidiénd ose de Margarita , -me tiene Ud. á sus órdenes.
-- Adiós, Doctor, - contestó la joven, con
yoz apenas perceptible .
Adriana tendió su temblorosa mano á Emilio.
- Señorita, ,·oy con Uds., - dijo Miranda, tomando la mano ele la joven.
Dispénsem e, Emilio; yo agrad~zco á
Ud. su buen des:=o de acompafía rnos uu rato, p:!rO es mejor que Ud. se qued~ acompañando á dou Fernando y á Margarita .
Emilio no insistió.
Hasta la Yista, amigo mío, - dijo el
Doctor Moreno apretando la mano del I,icenciado Miranda.
- Hasta la Yisla, querido Doctor.
Julio, loco ele cont:!nto, corrió á montar á
su prima, y los dos lomaron el camino de
Guatemala .
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H~
LUCJLA GAMERO 1\fO~C.'\DA
La quinta quedó tristísima; parecía que
Adriana era el alma de la casa.
Julio, en el camino, entabló la siguiente
conversación con Adriana.
dijo ·- que \erda- Ahora veo, prima,
deratnent~ quieres á Margarila.
- Oh, y mucho!
V yo que pensaba qne las mujeres entre sí no se profesabau carifio sincero.
Lo creo: esa es la creencia general ele
Uds. lo:> hombres; por sus amistades juzgan
las nuestras.
Cáspita, Adriana, eres injusta; p~ro yo
te aseguro qu~ de hoy en adelante creeré en
la sinceridad ele los afectos del sexo bello, ó
por lo menos, en la tuya, que bien las has
probado.
Gracias, prímo.
¡Gracias! ¿de qué?
De las buenas palabra-; que me prodigas.
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1'0<)
.\URL\!SfA V :\tAUGAR.lTA
Es que si yo dijera todas las que mereces, no acabaría en este año.
- Estás muy parlero y galante.
-- ¿Cómo no estarlo si tengo la inmensa
dicha ele hallarme al lado cie mi encantadora
-
prima?
- ¿Es acaso una dicha? - exclamó Adriana, distraída.
- Oh, y ele las más grandes!
que te miro hallo ..... .
Cada vez
- ¿Qué hallas?
-- Que eres linda como una estrella.
dijo Adriana con acento
¿Y?.......
hurlón.
-- V brillante como el sol.
- Muy bien dicho.
Adelante.
- Capaz de enloquecer ......
¿A un cerebro menos flojo que el tu yo?
- Pardiez.
- ¿Ya no hay más?
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1 fO
J.l"(..'ILA GAl\!EllO !\10,:\C,,UA
Cómo no había de haber, cuando por
tí olvido hasta á los ángeles, primita.
- ¿A Jos állgeles de París'
No, burlona, á los ángeles del cielo.
-- ¿Has estado enamora do alguna vez de
ellos? - preguntó Adrim1a, riéndose.
Caramba , tirana mb, que lo acosas á
una ele tal manera que no hay más remedio
que rendirse ante tu ingenio.
Te repito que estás muy galante.
M u y conteuto y nacLt más. Te fijasen el modo con
añadió de repent :,
te,
que te miraba Emilio.
exclamó Adriana, sintie11clo
¿Emilio)
'Jue se ponía colorada .
Sí.
No me fijé.
- Oh! Debías haberlo hecho.
¿Y por qué?
- Porque te miraba con una insistenc ia,
<¡ne si Margarit a fuera celosa .......
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AfHU.-\~A
Y 1\tAH.G.-\RITA
111
- ¿Y bien?
- Tendría motiYo para estarlo.
- Jesús! - dijo la sefíorita :Moreno, arrugando su linda frente.
No te enfades, prima mía; yo lo digo
él, porque tú eres pura como un rapor
sólo
yo ele luz; y, además, noté que al decirle
adiós ni siquiera te dignaste mirarlo, sino
que tus ojos se fijaron en esta camelia que
tengo en el pecho. ¿En qué pensabas entonces, Aclriana?
¡Yo! No sé; quizá en que esa camelia
es ele las más bellas que he Yisto .
- ¿Quiéres aceptarla? - clij o Julio ofreciénclosola.
- N o, gracias; guárdala y no pienses
que ha sido una indirecta para que me 1~
eles.
Si la desprecias, la arrojo al suelo.
Será una lástima, porque, yerdacleramente, es hermosa.
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112
LUCTLA G ..\.:\IERO
;\'IO~C.\UA
Pues tómala, tómala, - dijo, y la dejó
caer en las engnan tadas manos de su prima.
Ésta la cogió, colocán dosela sobre el corazón. precisam ente en el mismo lugar dm1de
la había tenido Julio.
Oh, que bien está ahí esa ftor, - exclamó
el Doctor Moreno , - pan~ce que d;o mi corazón ha pasado al tuyo; ¿pretend erá unirlos,
hermosa prima?
elijo Aclriana , contemp lando
Cállate,
la li11da flor.
Si en este moment o te Yiera, se volYedijo Ju1io como complet ando un
ría loco,
p=nsam iento.
¿Te Yiera, quién? - pregunt ó la sefi.orita M o reno sorpren dida.
Pues quién había de ser: :\1anuel .
¿Qué Manuel?
Aquel á quien tan bonitam ente desahuciaste , y que, á p::sar ele tus desvíos, sigue rindiénd ote adoració n.
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ADRL\~A
Y ::\1..\.RC.-\lU.'I'.\
11 3
- Dios mío, no me hables de él.
- ¿Por qué? ¿Sientes acaso haberlo despedido?
- ¿Yo? - exclamó Aclriana, haciendo con
los labios ese gesto desdeñoso que era propio de ellos, al mismo tiempo que su semblante tomaba esa expresión despreciativ a
que siempre aparecía en él cuando la d ecían
que algún hombre podía impresionar la.
¿Lo desprecit).s?
dijo el Doctor ::\Iore-
110.
¿Despreciarl o?
Te engafias; es muy
apreciable, y si todavía n1e ama, lo compadezco únicamente.
- ¿Por qué?
- Por la sencilla razón ele que mtnca lo
amaré .
- ¿Y á Héctor, prirua?
- ¿A Héctor, qué?
- ¿Lo amas?
-No, niño.
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LUCILA GA:VIF.H.O MONCADA
ll.j
¿V á Enrique?
- Tampoco.
y á ..... .
á Pedro, ni á Antonio, ni á Miguel,
Ni
11i á Luis, ni á Carlos; á nadie, en fin, -- dijo Adriana con suma impacienc ia.
- ¿Conque es decir que tienes el corazón
tan duro como un diamante?
Tal vez.
¿Nunca has amado, prima mía?
¿Pero e11 un interrogato rio éste?
V con trazas de ser muy largo.
Pues uo quiero contestarte .
Harás mal.
- Nada tiene.
Luego, moviendo la cabeza, añadió:
En cuanto á lo de Emilio es, y así debes creerlo, nada más que una suposición
tuya.
Los ojos de un enamorado nos~ engañan jamás, - dijo Julio resueltame nte.
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AORlANA Y
MAR(~ARITA
Adriana, fingiendo no haber oído á su primo, agitó en el aire su látigo, y acariciando
con él los hijares de su cabalgadura, partió
al galope con la elegancia y desenvoltura de
la hondureí'l.a. Y ya que digo hondureña,
com·iene que dé aquí una explicación que
había ele haber dado antes, pero que se me
pasó inadvertidamente.
Aclriana Moreno era hondurefía de nacimiento; sus padres eran hondurefíos también;
pero que por capricho.~ el~ la suerte tuvieron
que abandonar á su patria y trasladarse á la
\·ecina República de Guatemala, llevando á
sn hija, laque contaba entonces cuatro años.
Poco tiempo después de haber llegado á
Guatemala los padres de Aclriana, murieron,
y la joven qu~ó confiada, como ya lo saben
111is lectores, á su único tío, el padre ele Julio, que hacía pocos afíos había dejado á
Honduras, para ir en busca de fortuna á
la tnisma República.
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u6
LUCU.A GAMERO
~rO~CADA
De manera que Adriana, aunque criada
en Guatemala, era de origen hondureño; los
tibios y perfumados aires de Honduras mecieron su cuna; los dulces trinos ele los pajarillos hondureños arrullaron su sueño; el
azulado cielo ele Honduras, su espléndida y
rica naturaleza recrearon sus ojos; y, por
último, sus modales, su elegancia exquisita,
y esa gracia, y esa distinción que emanaban,
por decirlo así, ele toda su p~rsona, no podía »er menos que la ele una honclurefla llena ele cultura, cuya educación ha sido desarrollada al aire libre ele Guatemala.
Aclriana quería á su patria adoptiva, p~rq
nunca con aquella iiincericlad, con aq uel!a
efusión con que amaba á su ,-ercladera patria, y cuyo recuerdo, como eco tristísimo de
pasadas dichas, venía á turbar con mucha
frecuencia la tranquilidad ele su Yida.
Cuántas veces dirigiendo sus ojos hacia
nuestra bella patria, y como interpretando y
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1\DH.I:\NA Y MAH.(;-A1UTA
IT7
expresando así los sentimientos de la que escribe estas líneas, solía exclamar:
- ¡Ah, mi hermosa, mi adorada Honduras, si todos te amaran cual te amo yo!
~las, dándoos estas explicaciones, carísimos lectores, el tiempo se ha pasado, y hemos perdido ele vista á nuestros dos viajeros; pero uo, miradlos, miracllos bien, y ved
que ya están en las puertas de Guatemala.
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XI
EN EL HOGA R
Marg arita y Emili o sigui eron '\""Íviendo en
la quint a. Marg arita, aunq ue triste , el cariño de su esposo la conso laba ele la separ ación de su amig a.
El señor Alo11zo desde que se marc hó A clriana, se fué ponie ndo más triste, más débil y á veces ni las medic inas querí a tomar .
Las atenc iones de sus hijos no eran suficiente s á borra r la hond a melau colía del anciano .
Emili o llamó al Docto r 2\1ore n':l para que
asisti era á don Ferna ndo.
Julio exam inó á Alonz o y no halló en él
ningu na enfer meda d decla rada , scílo una
gran debili dad.
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I.UCILA GA:'\fERO :_\fQ);CADA
120
Amigo mío, - le dijo á Miranda, es una lámpara que se apaga
Fernando
don
por falta ele gas: se muere, porque le falta
vida.
No obstante esto, recetó varios remedios,
de esos qne sirven, más que para alivio del
enfermo, para consuelo ele los dolientes.
1rn día fné Margarita á ver cómo seguía
su padre, y lo halló peor que los otros días.
Papá, - le preguntó, ¿cómo te sientes?
.:\Ial, hija mía.
¿Quiéres que te dé el remedio?
El anciano sacudió la cabeza.
No,
dijo.
Pero es necesario.
¿Necesario?
Sí, padre mío.
~ecesario ¿para qué?
Para conservarte la vida.
Pobre hija mía, -- dijo, poniendo su
descarnada mano sobre el hombro de la jo-
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t\JJH lANA Y Mr\RGARTTA
1:2 1
veu, - no sabes que las medicinas son 1mpotentes para la yejez.
- Ellas te curarán.
-- No te hagas ilusiones; mi fin está ya
muy ptóx1mo.
:\1argarita sintió oprimírsele dolorosamente el corazón.
- Toma el remedio, papá.
-- Te digo que no, -- exclamó el anciano
con resolución.
-- Dios mío! - elijo la joven.
Guarda ese remedio porque no lo volveré á tomar.
Tómalo, padre mío, que si no te alivia
del todo, siquiera te mejorará.
- ¿Y qué importa morir uno ó dos días
antes? De todos modos he ele morir; pero
muero tranquilo. ¿Acaso no he cumplido
con mis deberes? Dos hijas tengo, la una
Yerdaclera, la otra aclopti,·a: por la primera
que eres tú, no tengo que temer, dejo asegu-
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LUCIL:\ (;Al\fEH.O ;\10NC'AD/\
rado tu porvenir y te veo dichosa. Eres
dichosa ¿verdad?
- Viéndote sufrir ¿cómo he de serlo?
·- Te hablo prescindiendo de mí .
- Yo no puedo prescindir de mi padre.
- ¿No? pues yo te voy á probar que aun
prescidiendo ele mí serás dichosa. Suponte
que hoy muero ......
- Yo no puedo suponerme eso, - le interrumpió Margarita con tristeza.
-- Suponte que hoy muero, - afíadió Alonzo; - me llorarías mafíana, y tal yez otros
días; pero poco á poco, los quehaceres de la
casa y otras muchas ocupaciones distraerían
tu pensamiento, haciéndote oh,idar al pobre
vleJo. Después, el tiempo, las ocasiones de
diyertirte, todo contrilmirá á hacerte dichosa, sin que por eso, ele cuando en cuando, al
acostarte, reces tul ' 'padre nuestro'' por el
alma del que te dió el ser. Esa es la yicla,
hija mía, esa es la vida!
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ADRlA:"i -<\ Y MARGA RITA
- N o digas eso, papá.
- Pero si es lo cierto . En cuant a á m1
otra hija, Adria na, creo que szrá feliz con
su tío. ¿Crees tú lo mismo?
- Sí; pasa muy bien con él.
- ¿Sabe de mi enferm edad?
-- Sí sabe.
- Desea ría verla antes de morir . ¿No
te ha dicho si viene?
- N o, porqu e tiene á su tío enFermo.
- Marg arita mentí a á su padre .
- Marg arita, - dijo don Ferna ndo, con
quiere siemp re á
yoz suave y pausa da,
Adria na, trátal a con el mism o cariño de
antes y como á herma na, salúd ala de mi
parte y dile qÍ1e siento much o no verla
ahora , y que despu és ...... despu és ..... .
La debili dad del anc1ano era extrem ada.
- Padre mío, toma el remed io, - exclamó Marg arita lloran do.
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Alonzo volvió á sacudir su descarnada
"Cabeza, y dijo, como delirando:
-Ay, hija mía, ¡qué feo es morir! Cómo
tengo la cabeza vacía ...... Qué debilidad siento;
..... mismiembrosse ponen rígidos; ..... mis manos frías, muy frías .... No, no llames, no me dejes solo. ¡Qué desvanecimiento ...... Hija mía,
pónme la mano aquí, sobre el corazón que
quiere estallar ..... Qué horribles, qué horribles
son estos momentos entre el ser y 110 ser. Adiós, bijas .... mías ..... Dios mío! ..... Dios mío! ....
Llevóse las manos al pecho, y empezóle
la agm1ía de b muerte.
Margarita, loca de dolor, corrió á llamar
á Emilio. Cuando voh'Íó con él no encontraron más que un cadá,·er.
Pasaron meses ......... Margarita, yestida ele
1uto, estaba sentada en el corredor ele la
(¡uinta de stt padre.
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AI)HI:\S.-\ V !\IARG.'\THT A
125
Emilio, á pocos pasos de ella, estaba también, sentado con una niftita en las piernas
y entreten ido jugando con los negros rizos de
su hija.
- Mira, Margari ta, - decía, -- q.né hermosa es nuestra pequeñ a Adriana , nuestra
hija.
Se parece ¡co:a extraña ! á su madrina ,
tu amiga: tiene, como ella, el cabello y los
ojos negros; la boquita sonrosa da, y en los
labios ese desdén picaresc o propio de los de
Adriana .
contesta ba l\1argar ita; - Es cierto,
¡ojalá fuera tan buena como ella!
Esta escena se repitió con alguna frecuen cia entre los habitan tes de la quinta que,
aunque echando de menos al bueno de don
Fernand o, no por eso dejan ele ser felices.
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XII
¿QUÉ 11 UÉ DE ADRIA NA?
Adrían a, al saber la muert e de don Fernando , lo sintió mucho y le guardó luto como si hubier a sido su .-erdad ero padre .
Con mucha frecue ncia escribí a á Marga rita, y se notaba , en el estilo de sus cartas
última s, que su tristez a iba pasand o.
Poco tiempo despué s de estar en Guate mala llamó á la Direct ora del colegio y la
rogó oband onara la direcc ión del estable cimiento y se fuera á YiYir con ella, donde nada le faltarí a. La buena Direct ora, que deseaba descan sar, aceptó sin mucha dificultad este ofrecim iento.
J u lío estaba perdid ament e enamo rado de
~u prima y sólo deseab a casarse con ella.
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El amor que Adriana había creído sentir por
Emilio, habíase desyanecido en su mente, y
no le quedaba de él, ni el recuerdo. Seguramente fué un momentáneo de,·aneo, que nunca llegó á convertirse en amor yerdadero.
A medida que la imagen de Emilío iba
borrándose de su mente, la de Julio crecía
con suma rapidez. La gracia rlel joven, su
hermosura é inteligencia hicieron que Adriana lo amara con un amor que en nada igualaba al débil afecto que había sentido por
Emilio, y que, en realidad, no fué más que
una ilusión ele su acal011.clo cerebro.
Tanta indiferencia mostró por Miranda,
que el mismo Emilio, que en un tiempo
creyó ser amado, convencióse muy luego de
que la joven no había tenido por él más que
simpatía.
Un día, estando Adriaua sola en el salón
de la casa de su tío, entró Julio y fué á. sentarse en un sofá al lado de ella.
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AT)RlAl\' .<\
'\' MA1H!.\~tTA
- Vive Dios, prima mía, que siempre estás deslumbradora -- la dijo
\,' h't siempre galante.
- Desearía una cosa, Adriana.
¿Cuál?
Que habláramos formalmente.
Está bien,
contestó Adriana.
Te11go muchas cosas que decirte.
- Haré paciencia para escucharte.
- Abandona tus hromas, y óyeme.
¡Dios mío!
¿Qué tendrás que decir-
me?
Algo de que depende nuestra mutua
felicidad.
-- ¡Jesús! me asustas; será mejor que te
calles para qne no turbes mi calma.
No puedo callanne.
- -Pues habla pronto, - exclamó, al tiempo mismo que sus ojos se fijaban en los del
Doctor, como si quisiera imponerle »ilencio.
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Lrr~rf . i\ (~ ¡\1\fE: RO
!\rONCAn .-\
'-- No me mires así, - dijo Julio.
- ¿Cómo? - pregllntó la joven, atenuando
ó, por decirlo así, anegando la expresión de
sus soberanos ojos.
- Como me mirabas hace un momento,
contestó Moreno con acento ele profunda
tristeza.
Aclríana sintió penetrar aquel triste acento
hasta el fondo ele su corazón; é inclinóse hacia Julio como para decirle algo, pero se
detuvo.
Y estaba mitad tímida, mitad resuelta.
En ese instante hasta sus bromas había oh·idado.
Julio la contempla ba en silencio, y aun se
atrevió á- tomar en las suyas la perfumada
mano de la s::: í'iorita Moreno, mano que la
joven ni pensó en retirar.
En aquel momento los dos jóvenes mostraban un cuadro digno del pincel de un
buen artista.
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AnRTANA Y MARGARITA
V era que Julio estaba realmente hermoso: .
tenía en ei semblante ese algo de tristeza, de
súplica, que tan fácilmente impresiona á las
mujeres. Por lo demá5, su alta estatura; lo
esbelto y bien proporcionado de sus formas;
el color ligeramente trigueño de su cutis; sus
ojos grandes, negros y con expresión de profunda melancolía; sn castaño y un tanto rizado cabello; su negro y poblado bigote; }o
elegante de sus maneras, y esa simpatía que
inspiraba á todos los que le trataban, no era
nada desfavorable á los ojos de una sefíorita.
V permanecía allí, cerca de su amada, que
en aquel momento parecía ser la realización
de tm dulce sueño de amor: bella hasta el
idealismo, casta y pura como la sonrisa de
m1 ángel; y Julio la miraba. y oprimía más
y más la mano de su prima, basta que ésta ,
como saliendo del arrollamiento en que estaba : -· yol\·iendo ú la realidad , la retiró hrns camente.
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I~U CTLA GA'f~RO
1.) 2
MONC:ADA
Julio la miró asombrado:
- ¿Qué es esto? - se dijo.
Pues uo, no era nada; capricho de mujer
que quiere.
Alguna justicia deben tener los hombres
al decir que el corazón de la mujer es nna
cosa inexplicable. La mujer quiere, pero al
mismo tiempo que daría sn v-ida por el hombre que ama, tiene uo sé qué placer secreto
en hacerlo padecer, siempre que en ello halla
una nueva prueba de amor. Cuando están
eu sociedad - bien que esté allí sn amado,
y salvando las excepciones que son varias- ·
es muy frecuente que al que les es indiferente, le dirijan una sonrisa, también indiferente, pero que á los ojos del enamorado tiene
mucha significación; y cuando después su
pretendíe11te les hace algún cargo , ellas con testan em·oh•iéndolos 1.011 sn mimd!l d e
fuego :
- Eres un niño,
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:\ORlANA \'
l-1.-\R(~ARIT .\
133
Y le brindan su sonrisa más seductora.
La. mujer, pues, juega con el hombre -~ y
permítase la frase tan vulgar - como el gato
con el ratón; ya lo cogen, ya lo suelta.n, y
por último, si el ratón no anda listo concluyen por .. . ... ... por atraparlo ele veras; pero lo
cierto de todo es que esa mitad del género
humano á quien llaman sexo bello, ese pedacito ele hombre, que ya tiene el alie~lto de
un gigante, ya la timidez ele un niño, muy
severa, y á veces muy condescendi ente;
grande y candideces de éhiquito, capaz ele todo lo bueno, y quizás de todo
lo malo; esa mitad, digo, es la única que
puede hacer que el hombre conozca la felici-
con cosas
el~
dad verdadera.
Pero yolvamos :í. uuestra hi.;toria.
Jnlio , como ya lo dij e . se quedó asombrado d e l r pc-ntillo camhio de la jo\'en, é in clinánd o:-.:: hacia ella , la dijo:
Adriana, óyeme.
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Lt:ClLA
l ,l·1
G A~I E RO
:\I()NC .-\DA
Habla, pues, - elijo la señorita Moreno,
sacudiendo con bien estudiada indiferencia
la cabeza.
- Pero deja ese aire que tienes.
- ¿Qué aire tengo?
- Majestuoso.
- ¿Es decir que si fuera reina me temerías?
'
- No, puesto que lo eres y no te temo.
¿Yo?
Sí, tú.
¡Yo! ¿reina?
Sí; la reina de mi corazón.
Aclriana posó sus ojos en los de su primo,
y había en ellos un no sé qué, que atraía, y
una mezcla de duda, de gozo, y eu el fondo
de todo eso estaba el amor.
repitió con m1 acento difícil de
¡Yo!
definir.
Si, tú, á quien adoro.
Y había Ytlello á acercarse á la jo\'Cll y
su rostro casi la acari iaba.
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Te amo, Aclriana, -- murmuró con el
acento ele la pasión más· Yehemente.
Parecía que la jm·en no le escuchaba; su
mirada semejaba dormir; estaba encarnada
como una fresa, y su seno se mecía como se
mecen las olas en una tarde de yerm10; y
doblaba la cabeza como para escuchar la suplicante voz ele Julio que la murmuraba al
oído:
¿Me amas, Adriana?
Y seguía callando hasta que el joven agitándole las manos, la decía:
Mas, ¿qué tienes? Cont.éstame:
¿Me
amas?
Húmedos, llenos ele amor, los ojos de la
sefíorita Moreuo se fijaron en los de Julio,
prometiéndole uu mundo de felicidad. ,
- ¿Pero consientes en ser mi esposa? ¿Me
amas?
Al tiempo mismo que los labios de la sefíorita Moreno se abrían pnra dejar que salie-
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J.t ·crl.A <i Ai\fH1.tO MONe.\nA
ra esta frase tan ansiada y que más bien parecía ser un suspiro:
- Sí.
~
Oh! qué feliz me haces, mi adorada, mi
prometida, dijo Julio, abriendo los brazos
para estrecharla en ellos: pero no a11dtt\"O
listo, porque la joven, comprendiendo su intendón, se escapó ligera como una gacela asustada, y. parándose en la puerta. le
dijo:
- 'I'ocla,·ía no, señor mío.
Doce días después ele la conyersación que
acabo de referir, celebróse el matrimonio ele
Adriana con Julio, en el cual fueron padrinos Margarita y Emilio.
Así que se retiraron los conyiclados, acercóse Julio á su esposa, y mientras la oprimía sobre su corazón, la preguntaba:
-¿Y ahora, Adriana, ahora?
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ADRrA~A
Y M.\R\..\lHTA
1.)7
Y la jO\'en apoyando lánguidam::nte su
encantadora y maliciosa cabeza en el pecho
ele su esposo, le contestaba:
~Ahora ...... ahora tal vez .... ..
Unos pincelazos más y concluiré.
Emilio ha sabido convertir en amor el carifío que tenía á su esposa.
La mayor parte del tiempo viven en Guatemala, y raras veces van á "La Ilusión," á
donde nunca han querido acompaílarlos Adriana y Julio, busrando, para ello, uua
buena disculpa.
Aclriana, cuando más f~liz es, se acuerda
de la tarde más memorable de su vida; y sin
embargo, quiere siempre igual á Margarita.
Termino, pues, mis queridas, bellas y simpáticas lectoras, las morenas, de mirada ardiente, ele ojos enloquecedores, de abundantes y obscuros cabellos, de alma grande y
noble, deseándoos un marido tan galán y
excelente como Julio Moreno.
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Lt:C!LA GA:MERC 1\.!C:KCAr:A
Y á yosotras también, las rubiecitas, las
tímidas, no os olvido, y quiera Dios concederos un esposo tal como Emilio Miranda
para que se recree mira1:clo vuestras azules
pupilas de ángel.
l\Ias los lectores dirán:
¿Y á nosotros?
A yosotros? ¡Bah! Vosotros tenéis
el mundo donde escoger, y culpa yuestra será si no sabéis encontrar una Adriana, ó
una Margarita; p::ro yo os digo: tened mucho cuidado, escoged bien; ved que el matrimonio es cosa seria; y que yo, en los diez
y ocho a11os que tengo de Yida, no he conociclo más que un matrimonio completamente feliz: el de Adriana y Julio.
FIK
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