Subido por ritanoemi2019

Mi destino es tu amor - Vanessa Lorrenz

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Mi destino es tu amor
Vanessa Lorrenz
“Quiérete más, quiérete siempre, quiérete para toda la vida;
que después de tener unas cuantas veces el corazón roto, eres
lo único que tienes: a ti misma para ser feliz”.
Torrancek (tomado de Facebook)
Contenido
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Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Epílogo
Capítulo 1
Siempre había escuchado que un minuto antes de morir las
personas ven toda su vida pasar frente a sus ojos, se suponía
que sería como observar una historieta cómica donde pasarían
imágenes de todas las etapas de lo que había vivido, desde su
nacimiento, hasta el fatídico día en que su historia cambió para
siempre. Pero la realidad era muy distinta.
Una luz destellante la cegaba al final del túnel anunciando
que era la hora de partir a un lugar donde no habría más dolor.
Muchas personas dirían: “¿Cuál dolor?, es imposible que una
chica como ella sufriera por algo en su vida”, y tal vez tenían
razón, siempre había tenido todo lo que el dinero podía
comprar; todo, menos el afecto de sus padres. No es que les
reprochara nada, se esforzaban demasiado para que a ella no le
faltara nada, de hecho, trabajaban tanto para tener una posición
económica estable que nunca estaban en casa. Su padre había
seguido el rumbo de la empresa que había fundado su abuelo,
se dedicaban al trasporte, y aunque a lo mejor pensarán que
era un negocio muy lucrativo, en la actualidad con las nuevas
tecnologías el sector marítimo cada vez se hacía menos
rentable; así como las rutas aéreas y terrestres, ya que estas
requerían que su padre estuviera al cien por cien inmerso en
los negocios.
Así que como toda niña que crece sin atención de sus
padres, se volvió mimada y rebelde. En el instituto era clásico
verla en la zona de detención, pero la gravedad del asunto se
complicó cuando se graduó. Estaba en una etapa en la que no
sabía qué hacer con su vida, tampoco tenía idea de qué
estudiar. Así que se tomó lo que todos llaman “un año
sabático” para pensar las cosas con calma, pero ese año se
había convertido en cuatro años, aunque el que más le dolía
era el último año, porque haciendo un recuento de todos los
daños, a esa época ella la llamaba “el infierno de su vida”.
Y ese infierno comenzó el día que conoció a Chris, la vida
de desenfreno la comenzó a envolver a su lado, salían de fiesta
casi todas las noches y en la mayoría de ellas terminaban en la
cama de algún hotel, o en el departamento de él o de alguno de
sus amigos. Sus padres, desde la distancia, la amenazaban
diciendo que la enviarían a una de sus múltiples propiedades,
incluso la presionaban con enclaustrarla en un internado; pero
ella siempre contestaba de la misma manera, colgando el
teléfono.
Chris era un chico guapo que la había encandilado de tal
manera que no le importaba ninguna consecuencia con tal de
estar a su lado. Al principio había ingerido solo bebidas
alcohólicas, pero después la necesidad de impresionarlo fue
más grande. Él le comentaba que cada que tomaba unas
pastillas de colores se transportaba a un mundo desconocido.
Había tanta información en el instituto sobre drogas, sabía las
consecuencias de involucrarse en ese mundo, pero con tal de
satisfacer al que ella creía que era su novio, se aventuró a
probar esa droga. Y así poco a poco se vio con la imperiosa
necesidad de escapar de su realidad para sumergirse en ese
mundo que solo le provocaba un daño enorme.
Un dolor lacerante en la columna le hizo gritar, abrió los
ojos para ver la misma luz blanca destellante frente a ella
mientras escuchaba varias voces a su alrededor. El dolor se
hacía cada vez más fuerte, parecía que amenazaba con
romperla en dos, tenía la sensación de que miles de agujas la
traspasaban, cada fibra de su ser era consciente del dolor.
Entre la neblina de todo ese sufrimiento vio el rostro de un
hombre que parecía agitado, mientras ponía sus manos sobre
ella, pero a lo mejor era una alucinación producto del dolor
que la tenía prisionera; no tenía ni la menor idea de cuánto
tiempo transcurrió, lo único que sabía era que si en ese
instante alguien la pudiera ayudar, le pediría que la matara
para acabar con ese sufrimiento.
Poco a poco el dolor fue remitiendo y Jessica sintió que la
paz la comenzaba a invadir. Después de ver ese reflejo
resplandeciente, todo se volvió penumbra a su alrededor. Pero
no era de esas tinieblas que te dan miedo, más bien era una
obscuridad sanadora, de las que repara el alma. Suspiró
dejándose llevar, sabía que el fin de su vida acababa de
comenzar.
No supo cuánto tiempo estuvo así sumida en esa neblina
espesa, quería gritar para que alguien la despertara de esa
pesadilla, pero algo en su garganta le molestaba. Sentía que
sus cuerdas vocales eran una lija que se le desgarraban cada
vez que intentaba hablar. En la lejanía escuchaba que alguien
le decía que todo estaría bien, que no tenía que preocuparse
por nada. Estaba segura que era la voz de su madre, pero debía
de estar en un error, porque su madre estaba demasiado
ocupada siguiendo a su padre en el mundo de los negocios,
tratando de ser la esposa perfecta.
Abrió los ojos cuando sintió que de nuevo una luz la
cegaba, trató de mover una mano para protegerse de esta, pero
le fue imposible, sentía todo su cuerpo pesado. Intentó hablar
de nuevo, pero nada, no salía ninguna palabra. Una chica de
unos treinta años con bata blanca la miraba sonriente.
—Perfecto, ya estás de nuevo con nosotros.
Aunque quisiera, no podía responderle. Un sollozo se
escuchó en la habitación, quiso girar el rostro para ver de
quién se trataba, pero el dolor que le recorrió desde la cabeza
hasta la punta de los dedos hizo que casi se desmayara.
—No hagas esfuerzos, Jessica, tienes que permanecer
inmóvil para que tu recuperación sea más rápida. Ahora te
vamos a quitar el respirador, es hora de que tu cuerpo empiece
a trabajar sin ayuda de este aparato.
La chica le sonreía como si no se diera cuenta de que ella
estaba adolorida. Trató de recordar porqué estaba ahí, pero
nada. Cerró los ojos y una lágrima recorrió su mejilla, el dolor
era insoportable, sentía miles de espinas punzándole en las
piernas.
Le sobrevino una arcada cuando sintió como tiraban de ese
tubo que le estaba desgarrando la garganta. En cuanto se lo
quitaron en su totalidad, trató de inhalar aire por la boca, pero
sentía que no podía respirar; eso, unido a que no se podía
mover, la paralizó del miedo.
—Muy bien, Jessica, trata de respirar despacio. Tus vías
respiratorias han estado trabajando con ayuda del respirador
durante algunos días, es normal que sientas que el aire no llega
a tus pulmones.
Infundiéndose un valor que no sentía en absoluto, respiró
de manera pausada. Lloró del alivio cuando sintió que la
opresión en el pecho se desvanecía. Aunque necesitaba tomar
un poco de agua para aliviar su garganta.
El rostro de su madre se posicionó frente a ella. Parecía
que había envejecido diez años, su pulcro cabello que siempre
llevaba peinado de manera elegante, ahora estaba sujeto
únicamente por una liga en una coleta mal hecha. Para su
sorpresa, estaba vestida con ropa deportiva y no tenía ni una
gota de maquillaje.
—Mamá —dijo, aunque le costó una vida poder vocalizar
aquellas simples palabras.
Su madre no respondió, sino que se abalanzó
prácticamente sobre ella para abrazarla. Estaba segura que si la
doctora no hubiera intervenido, su madre hubiera pasado
varias horas en esa posición. Jessica estaba aún en shock por la
actitud de su madre, nunca daba muestras de afecto, ni siquiera
cuando eran días de festividad. Ella siempre era la mujer
perfecta en el momento perfecto.
—No debes preocuparte por nada, hija, ahora solo debes de
concentrarte en tu recuperación —dijo entre sollozos—. Tu
padre se va a poner muy feliz cuando le cuente que has
despertado.
Su padre era un poco más cariñoso con ella, pero también
había veces que mantenía las distancias, ya que para él era más
importante atender sus negocios que pasar una tarde a su lado.
Y eso lo demostraba justo en ese instante, ni siquiera el hecho
de que su hija estuviera en el hospital lo hacía que dejara el
ordenador y el teléfono de su oficina.
—Es hora de descansar, Jessica, tu cuerpo ha sufrido varios
traumas en pocos días, necesitamos que te recuperes lo más
pronto posible. —De repente se sentía agotada, como si
hubiera corrido un maratón interminable. Cerró los ojos
dejando que el sueño la venciera, no sabía por qué, pero
necesitaba volver a estar en paz.
El automóvil de Chris corría a una velocidad exagerada,
esa noche habían discutido porque Jessica lo había
sorprendido besándose con una chica en los baños del antro
donde estaban. Ella le había enfrentado furiosa. Aunque
pareciera mentira, ella amaba a ese hombre, él prácticamente
era su vida. Así que el dolor que sintió en ese momento la
estaba volviendo loca. Se gritaron hasta la despedida; ella
estaba dispuesta a tomar un taxi que la llevara a su casa, pero
Chris insistió en que él la llevaría. Todo con la tonta excusa de
que no quería que nada malo le pasara.
Él también estaba demasiado bebido y habían compartido
una dosis de éxtasis, así que nadie pensó en las consecuencias
de lo que pasaría. Ambos se gritaban en el auto, mientras Chris
pisaba el acelerador. Recordaba cómo ella le había dicho que
lo dejarían, que si algo no le perdonaría sería que la engañara
con otra mujer. Y eso era lo que había sucedido. Ella lloraba
de dolor por su traición mientras él solo estaba furioso
maldiciendo y golpeando el volante.
Todo sucedió en cámara lenta, una curva peligrosa estaba
frente a ellos, ni siquiera se dieron cuenta cuando el auto salió
de la carretera, cayendo en picada a un barranco. Las vueltas
que dio el auto antes de parar sucedieron tan despacio que se
dio cuenta a la perfección del momento en que los cristales se
estrellaron. Ella intentó cubrirse con las manos en un vano
intento por no salir lesionada. Después, lo único que recordaba
era que una obscuridad los envolvió a los dos, hasta ese
preciso momento en que el dolor la estaba matando.
Capítulo 2
Tardó dos meses después de que despertara en el hospital
para que los médicos le dieran el alta. Todos le decían que
había tenido mucha suerte, pero la realidad es que ella no se
sentía afortunada para nada. Después de estar postrada en la
cama por días que se le hacían interminables, los doctores
notaron su mejoría, pero sus piernas seguían sin responder.
Los estudios indicaban que tenía una inflamación en los
discos de la columna, lo que provocaba que tuviera una
parálisis temporal. Nada fue más duro para ella que aceptar
que por un tiempo ni siquiera iba a ser capaz de valerse por sí
misma. Cuando salió del hospital, su carácter se había
amargado y todos la miraban como si fuera una bomba de
tiempo; incluso le había gritado a su madre, reprochándole que
por su culpa estaba en esa situación, por no haber sabido
controlarla. Su madre solo se había ido de la habitación
llorando. Sabía que estaba siendo injusta, pero era ella la que
estaba prostrada sin movimiento.
Su padre, como siempre, al enterarse de la situación se
acercó a platicar con ella, diciéndole que estaba siendo muy
injusta con su madre, quien se había dedicado a atenderla.
Pero que sobre todo le dolía el rechazo que le demostraba.
—El fisioterapeuta me ha dicho que comenzarán desde
mañana con las terapias, ya que no estás por la labor de apoyar
en nada. En cuanto te recuperes, te harás cargo del rancho de
tu abuela. Ya no puedo seguir ayudándote a llevar tus
negocios.
—Yo no quería esa herencia —dijo renuente. ¿Pero es que
nadie comprendía que ella era la que más lastimada estaba?
No tenían compasión de ella.
—Pues para no quererla has acabado con casi todo el
efectivo que te ha dejado en el banco la abuela, y te aseguro
que era una suma bastante considerable —pronunció su padre
con tono de reproche.
—Pero ese dinero era mío, podía gastármelo en lo que me
diera la gana. —Si su padre pensaba que ahora le podía
reprochar algo que le pertenecía, estaba muy equivocado.
—Te equivocas, cielo, ese dinero era el fondo de
mantenimiento del rancho. Así que en cuanto te puedas poner
en pie por sí sola, saldrás directo a comenzar tu nueva vida.
Creo que ya estuvo bien de estarte autocompadeciendo, no
puedes seguir desperdiciando tu vida.
Ni siquiera le contestó nada, estaba segura de que solo lo
hacía para molestar, nadie podía obligarla a irse a un lugar
donde no quería.
Las terapias la dejaban agotada. Primero las realizaban en
su habitación, donde el fisioterapeuta la molía, lloraba en
medio de las sesiones y sus gritos de dolor se debían escuchar
hasta la torre más alta de la ciudad. Decían que había tenido
suerte, porque después del accidente había estado en coma
inducido por más de un mes. Al salir del coma estuvo sedada
por unos días, hasta que la dejaron que ella sola fuera
evolucionando.
Dimitri, que era como se llamaba su torturador personal,
estaba muy contento con su avance, aunque no dejaba de decir
que las niñas ricas de ciudad no aguantaban nada. Cada sesión
empezaba con él lanzándole pullas sobre que tenía por
paciente a una viejita que aguantaba más el dolor que ella Por
supuesto que le decía que esa viejita no había pasado por el
mismo calvario que ella. Y él se burlaba diciendo que no, que
a esa viejita solo la habían asaltado y le habían dado una
golpiza brutal para robarle lo poco que tenía, y que no era una
niña mimada que se había ido de antro para meterse cuanta
sustancia había encontrado en su camino, hasta cometer la
locura de arriesgar su vida por pura inconciencia. En eso no
tenía nada que reprocharle, así que lo único que le decía era
que se estaba convirtiendo en un viejo amargado.
Claro que esas pullas las pagaba caro. A la siguiente sesión
le tomó desprevenida y llevándola hasta la piscina, la arrojó de
manera descuidada. Gritó de la impresión y escupió el agua
que había tragado, ¡¿qué le pasaba a ese maldito chiflado?!,
¡¿dónde se había sacado la licencia?! Trató de salir a flote,
pero las piernas no le respondían. El miedo la invadió cuando
sintió que no avanzaba para llegar a la orilla. De pronto
Dimitri salió a un lado de ella sonriendo como si fuera la
situación más entretenida del mundo.
—Eres un idiota, Dimitri, parece que no sabes cómo tienes
que hacer tu trabajo sin poner en peligro a nadie.
—Nadie está en peligro, porque sabes perfectamente cómo
nadar, o por lo menos flotar. De cualquier forma, yo estaré
aquí para sostenerte. Ahora comencemos con la terapia.
Y esa era la tónica de todos los días.
Un año después estaba recuperada casi por completo.
Sonrió sacando la cabeza del agua para mirar que Dimitri
estaba contándole el tiempo que se había hecho en dar unos
largos. Salió de la alberca con su ayuda, aunque ya casi se
podía valer por sí sola, a veces algunos movimientos no los
controlaba del todo. Pero eran minoría.
—Vamos, preciosa, hoy es la ultima vez que nos vemos —
dijo Dimitri mientras le acercaba una toalla para secarse.
—No puedes hacer eso, necesito más terapias, esta rodilla
no me responde como debería, puedo caerme, puedo
accidentarme. Eso por no hablar de que necesito ese masaje
que me das que me quita todos los nudos de la espalda.
—Tú lo que necesitas es un masajista. Mi contrato ha
terminado. Así que ahora te toca seguir el camino sola.
—Nunca pensé que diría esto, pero te voy a extrañar como
no tienes idea.
—Tu nueva vida te espera, y creo que te olvidarás de mí
pronto. Cuídate, preciosa, no quiero encontrarte de nuevo en
las circunstancias en las que nos conocimos.
—Descuida. ¿Qué te parece si te escapas conmigo y nos
vamos lejos de aquí?
—No lo creo, ayer he firmado un nuevo contrato para
comenzar la rehabilitación de una bailarina famosa, nuestro
primer encuentro fue épico.
—¿Más épico que el nuestro? —Él se soltó a reír a
carcajadas.
—Tú solo eras como un cervatillo que necesitaba amor,
pero ella te puedo asegurar que tiene mala leche. Igual y me
canso de ella y te voy a buscar a ese lugar tan raro donde te
van a enviar.
—Seguiré en la ciudad, querido, convenceré a mi padre.
Se despidieron con un fuerte abrazo. En el año durante el
cual trabajaron, se habían encariñado . Jessica sentía que de
ahora en adelante se tendría que enfrentar sola al destino y eso
la estaba matando de miedo.
Su amiga Harper la había llamado para ir a desayunar y
salir de compras como ya era costumbre. Estaba ansiosa por ir
a ese restaurante de lujo que acababan de abrir. Así que se
puso un vestido de gasa en color rosa y unas manoletinas a
juego; era lo malo de su accidente, no podía usar tacones
porque se resentía su rodilla.
Su amiga estaba sentada en el lujoso restaurante mientras
bebía una copa de jugo.
—Jessy, siéntate, he pedido el desayuno de las dos —dijo
su amiga chispeante, como siempre. Ella era la única que la
había apoyado en su rehabilitación y siempre estuvo cuando
más la necesitaba.
—Necesito que después vayamos a buscar atuendos, esta
noche saldremos de fiesta para celebrar que estoy de vuelta.
—¿Quieres ir al antro que acaban de abrir en la avenida
principal? Dicen que venden unos cocteles mortales.
—Hecho. Solo espero que no pongan el grito en el cielo
mis padres.
—No lo creo, siempre te han permitido dirigir tu vida. A
veces te envidio, mis padres no hacen más que darme lata
diciéndome que termine mis estudios. No entiendo por qué no
comprenden que voy a heredar las empresas de la familia junto
con mi hermano, así que no necesito estudios. Seré rica de
cualquier manera.
Ambas suspiraron sintiéndose incomprendidas, eso era lo
malo de ser hijas de unos millonarios, que a veces se sentían
tan vacías y presionadas. Estaban pagando la cuenta cuando se
acercó el maître muy avergonzado.
—Disculpe, señorita Richardson, pero la tarjeta con la que
intenta pagar ha sido declinada.
Jessica se quedó estupefacta. Eso era imposible, era la
tarjeta donde tenía su herencia.
—Debe de haber un error, pero seguro es por el sistema.
Tome otra, esta seguro que no tendrá problemas —dijo
sacando la billetera y dándole una visa platino que le había
dado su padre.
El pobre hombre se fue de ahí casi temiendo que le echara
la bronca. Estaba terminado su bebida cuando regresó de
nuevo.
—Lo siento, señorita, esta tarjeta ha sido cancelada. Mi
obligación es cortarla, pero usted es cliente frecuente, así que
no lo haré, debe de haber un malentendido. Pero si puede
liquidar la cuenta en efectivo, no hay ningún problema.
Gimió en su interior Pagar en efectivo era casi tan
denigrante como pedir limosna. Sonrió con falsedad buscando
en su billetera, pero no encontró más que unos dólares.
—Descuida, Jessy, esta vez yo invito. —Su amiga sacó su
tarjeta y se la tendió al empleado, quien quizás pensaba que
eran unas estafadoras.
Por suerte con la tarjeta de su amiga no hubo ningún
problema. Tenía que averiguar qué es lo que estaba pasando.
Capítulo 3
La cara de sorpresa que se le había quedado era como para
partirse de la risa. No podía creer que su propia familia le
estaba haciendo eso.
—Debe de ser una broma de mal gusto, padre. —George
Richardson estaba sentado frente a su computador, mientras
revisaba algunos documentos. Suspiró dejando de lado los
documentos y quitándose las gafas para después masajearse en
puente de la nariz, cerrando los ojos como si no supiera qué
hacer con esa situación.
—Vamos a dejar algo claro, hija, ¿qué es lo que según tú es
una broma?
—Todo, padre, ¡no puedes estar hablando en serio! En mi
cuenta no había ni un solo dólar. Nunca creí que pasaría la
vergüenza de tener que dejar que mi amiga pagara por mi
desayuno.
—Debiste desayunar en la casa, junto a tu familia, te
habrías evitado esa deshonrosa humillación.
—¿Por qué cancelaste mis tarjetas de crédito? ¿Qué te he
hecho yo, padre?, no puedes hacerme esto.
—Lo siento, hija, pero a partir de hoy tendrás que ganarte
tu manutención. Todos los gastos de tu recuperación nos han
salido demasiado caros. Así que tendrás que trabajar como
cualquier persona. No creas que esto no me duele a mí
también. Pero ahora necesitamos de tu apoyo —dijo su padre
cansado. Que le reprochara lo de su recuperación era un golpe
bajo.
—¿Y por qué no puedo ser un florero como mi madre, que
solo se dedica a acompañarte a todas las cenas y galas
benéficas o andar detrás de ti, como su fuera un perrito
faldero?
—¡¡Nunca!! Escúchame bien, hija, nunca en tu vida te
atrevas a hablar mal de tu madre, que es la persona más
trabajadora que conozco. Aparte de que tiene un gran corazón.
—Su padre estaba rojo de furia, vale, que tal vez se había
pasado de la raya al mencionar a su madre, pero es que nadie
la comprendía. Ahora resultaba que ella era la mala del cuento,
cuando solo era víctima de las circunstancias. Su padre puso
un sobre el escritorio y la miró de manera acusatoria.
—¿Qué es eso? —dijo mirando el sobre como si de una
víbora se tratara.
—Compruébalo tú misma.
Tomó el sobre entre sus manos y lo abrió para ver unos
boletos de avión con destino a Houston. Si pensaba que su
familia no la podía odiar más, pues estaba muy equivocada.
No podía creerlo, la estaban echando de sus vidas para
enviarla a recluir en un rancho apartado de la mano de Dios.
—¿Es que nunca me van a perdonar el único error que
cometí en la vida?
—No es eso, hija, pero necesito que encauses tu vida. No
quisiera tener que volver a repetir la experiencia de hace un
año.
Salió de la oficina de su padre dando un portazo. Una
lágrima resbaló por su mejilla, sus padres creían que seguía
siendo esa niña tonta a la que podían manipular. Pero estaban
muy equivocados, y ella se los iba a demostrar.
Claro que decirlo era más fácil que hacerlo. Porque ahora
estaba ahí parada en la salida de un aeropuerto donde el calor
era sofocante; sus rizos pelirrojos estaban comenzando a
humedecerse, eso sin contar que su blusa de seda estaba
sudada y se le pegaba al cuerpo. Había salido tan rápido de su
casa y tan furiosa que no se dio cuenta de que ni siquiera se
tomó la molestia de preguntar si alguien la recibiría en el
aeropuerto.
—¡Maldición! ,y no he traído ni un dólar.
Esperaba que el rancho no estuviera demasiado lejos, se
acercó al mostrador y preguntó a la señorita si había algún
lugar donde le rentaran un auto. La señorita le respondió que
sí, pero tenía que realizar el pago con tarjeta de crédito o
efectivo, pero como ella no tenía nada de eso, la señorita la
miró como si fuera un bicho raro.
—Lamento decirle que entonces no nos es posible rentarle
un auto, ya que necesitamos un importe antes de entregarlo.
Sobre todo que cubra los días que lo tendrá en renta en su
totalidad.
—Pero es que no traigo dinero en este momento —dijo
casi llorando, era una imprudente al salir de esa manera—.
Pero voy al rancho Richardson, le puedo pagar el viaje en
cuanto lleguemos. De hecho, estoy segura que les daremos una
gratificación.
—¿El rancho Richardson? ¿El mismo que le debe dinero a
medio mundo? ¿Ese al que han abandonado todos sus
empleados porque sus empleadores no les pagaban?
¡No podía tener tan mala suerte! Sonrió falsamente a la
chica del mostrador para no dejarle ver su vergüenza.
—Eso no puede ser, estoy segura de que se está
equivocando de rancho, porque hasta donde sé, el rancho
Richardson es muy productivo.
—Pues es el único rancho con ese nombre que conozco.
Pero si usted lo dice, le creeré. Ahora, si me disculpa, tengo
más personas que atender.
Jessica miró por detrás de ella para ver que no se
encontraba nadie formado, así que supo que esa mujer le
estaba dando aire. Jadeó por el insulto y muy digna se puso sus
gafas de sol de diseñador para después salir caminando como
una reina, ignorando el comentario de la chica que la estaba
atendiendo que decía a sus espaldas que ahí no hacían obras de
beneficencia. Por suerte ese día se había puesto unas zapatillas
deportivas que eran muy cómodas, si tenía que arrastrar sus
maletas hasta el bendito rancho, lo haría encantada.
Gimió cuando vio que tenía cuatro maletas por cargar. Pero
eso no la desanimaba, ella podía, era una Richardson,
seguramente el rancho no estaba tan lejos, así que, tomando
toda la fuerza posible, jaló en cada mano dos maletas y las
arrastró hasta la orilla de la carretera. No podía estar muy
lejos, o eso creía, porque por más que avanzaba, no veía para
cuándo se acababa el camino. Tenía que darse prisa porque la
noche estaba al hacer. Su móvil con el GPS le indicaba que
faltaban unos kilómetros, la distancia en el móvil se veía tan
pequeña. Pero los pies estaban comenzando a dolerle, eso sin
mencionar la rodilla que le estaba comenzando a punzar.
Se detuvo un instante, tenía que descansar, desde que había
salido de su casa no había comido ni bebido nada, por
momentos sentía que las fuerzas le estaban comenzando a
abandonar. Varias camionetas se habían detenido para
ayudarla, pero todas le daban desconfianza. Comenzó a
caminar de nuevo, no llevaba ni diez pasos dados, cuando
sintió que algo atravesaba la plantilla de sus deportivas.
Un ardor le recorrió la planta del pie y supo que se había
lastimado.
—¡¡Maldición!! —alzó el pie para ver el pedazo de cristal
que se le había incrustado.
Dejó sus maletas a un lado y se sentó en una de ellas, con
mucho cuidado se quitó las deportivas y casi se marea cuando
se quitó el vidrio. Ni cuenta se dio que una camioneta se
detenía a su lado. Alzó la vista cuando un par de vaqueros y
unas botas se pusieron frente a ella.
—¿Necesitas ayuda? —El sonido de esa voz la estremeció
de tal manera que giró la vista para encontrarse con el hombre
más guapo que ella hubiera visto, y realmente había visto a
muchos hombres. Pero ninguno como ese.
—Es solo un vidrio enterrado. —Se quedó mirándolo
como una tonta, hasta que él sonrió con suficiencia. Tenía el
cabello castaño y los ojos azules, en su barbilla cuadrada
comenzaba a notarse el principio de la barba por no afeitarse;
era para morirse. Gimió porque ella estaba hecha una facha.
Sus rizos hace rato que se le habían escapado de su coleta y su
maquillaje ya ni existía por el sudor. Debería demandar a la
industria de los cosméticos.
—Déjame ayudarte. —Parecía una situación donde él era
un príncipe que llegaba a rescatarla. Con cuidado revisó la
herida, para después ir hasta su camioneta y traer su botiquín
de emergencia. Casi suspiró de alivio cuando se puso de nuevo
sus deportivas—. ¿Te falta mucho por caminar? —escuchó
que le preguntaba.
—Solo hasta el rancho Richardson, ¿me falta mucho aún
para llegar?, desconozco dónde se encuentra. —El hombre del
que desconocía su nombre sonrió, cortándole el aliento.
—Solo ciento veinte kilómetros. Y de ahí tendrías que
caminar los dos kilómetros de la entrada hasta la casa. Pero
dime qué se la he perdido a una preciosidad como tú, en un
rancho tan alejado.
¡¿Le estaba coqueteando?! No, de seguro era producto de
su imaginación.
—Soy la dueña del rancho, soy Jessica Richardson —dijo
extendiendo la mano.
El hombre apretó los labios en una fina línea y endureció
su gesto. No podía creer que minutos antes estuviera tan
amable con ella y ahora solo la veía como si fuera una víbora
de cascabel. Ignorandosu mano, el hombre caminó hasta su
camioneta, dejándola ahí a su suerte.
Capítulo 4
Jessica, al ver que se iba, se asustó por quedarse de nuevo
sola frente a esa carretera. Estaba segura de que el desplante
que le había hecho era porque no la conocía. Se apresuró a
levantarse y se acercó a la camioneta.
—Disculpe —gritó en cuanto vio que él había arrancado la
camioneta—. Disculpe, necesito saber si no le queda cerca el
rancho Richardson. Si fuera así, ¿sería tan amable de
acercarme?
Trataba de ser lo más educada posible para que ese hombre
no tuviera ni una queja, esperaba que la ayudara. La tenía un
poco descolocada, al principio se había sentido muy bien
cuando la ayudó, pero de un momento a otro parecía que le
había sido la culpable de todos los males que aquejaban al
universo.
—Suba. —fue la única escueta contestación que le dio el
hombre. Bufó, porque ahora estaba en camino a subirse en un
auto con un hombre mal humorado y del cual no sabía nada; si
era un violador o un asesino en serie, ella se había puesto
prácticamente en charola de plata. Pero debía pensar y ser
optimista, no le pasaría nada.
Como pudo, porque ese insufrible hombre no la ayudó,
subió las maletas a la camioneta, para después casi correr a
subirse al asiento del copiloto. Sonrió cuando se sentó, era un
alivio no tener que caminar. Miró al hombre que llevaba al
lado y suspiró, era demasiado masculino, tenía exceso de
testosterona. O a lo mejor era que ella tenía meses en
abstinencia.
—Hace un buen día, ¿verdad? —dijo sonriendo, tratando
de que llenar el vacío. Aparte, había leído en alguna revista de
cotilleo que si lograbas ser simpática con tus captores, ellos
por lo menos se pensaban antes de matarte, y no es que ese
hombre tuviera pinta de matón, pero pues uno nunca sabe.
El hombre solo gruñó en respuesta. A Jessica casi se le sale
un jadeo involuntario ante tanta grosería. Ella, que estaba
acostumbrada a codearse en las altas esferas de la sociedad,
ahora estaba sentada junto a un hombre mal educado y mal
geniudo, guapo a morir, eso nadie lo negaba, pero era un
auténtico capullo.
—¿Y vive muy lejos del rancho? —Ella no era una chica
que se diera por vencida muy pronto, así que ahí estaba de
nuevo, con su sonrisa cantarina, tratando de que aquel hombre
le dedicara una mirada o una respuesta; no podía creer que
fuera bipolar.
—Mira, princesita de ciudad, te recomiendo que te
mantengas callada todo el camino si no quieres tener
problemas. —Vale, ya le había dirigido varias palabras y una
mirada asesina que le pondría a temblar al más pinto, pero a
ella no. Estaba claro que no la conocía.
Como tampoco quería que la bajara de la camioneta por
molestarle, se mantuvo en silencio por un buen rato. El paisaje
era desolador, solo se veían extensiones de tierra alrededor, y
al frente el asfalto de la carretera estaba a punto de caer la
noche; solo a una persona inmadura como ella se le ocurría
salir corriendo de su casa. Tal vez lo que decían de ella era
cierto y era una niña mimada que necesitaba un golpe de
realidad.
En la lejanía se veían unas columnas de material y
conforme se fueron acercando vio el madero que ponía
“Rancho Richardson”, el cual estaba a punto caer, ya que la
madera estaba literalmente podrida. ¡Dios mío!, ¿desde cuándo
no le daban mantenimiento?
La camioneta entró sobre la terracería que daba a la entrada
principal; bueno, por lo menos se había ahorrado un buen de
camino. Jessica pensó que la dejaría en la entrada, pero cuando
comenzó a avanzar en dirección a la casa, sonrió de gusto
porque no quería dejarla que caminara. Eso o que era
demasiado educado o buena gente.
La casa por así decirlo era una construcción de piedra y
madera, que estaba en las mismas condiciones que el letrero de
la entrada. Su cara de asombro no pasó desapercibida por el
hombre que la acompañaba. Estaba segura de que incluso
disfrutaba del momento.
—¿No es de su agrado el castillo, princesa?
—¡Deja de llamarme así!, me llamo Jessica. Es que eres
corto de entendederas.
—Pues este corto de entendederas te ha salvado de
caminar. Esos zapatos finolis no están hechos para andar en el
campo.
Como no quería discutir, volvió la vista de nuevo al que
sería su hogar de ahora en adelante. Suspiró esperando que por
lo menos tuviera una cama decente donde pasar la noche,
porque, de otra manera, le tocaría dormir a ras de suelo. Lo
bueno es que ella no era una mujer que le diera miedo lo
desconocido, y como buena aventurera sonrió porque ahora
sería más independiente. Y les cerraría la boca a todos los que
hablaban mal de ella.
Se giró porque no le quedaba más remedio si quería
agradecer a su caballero andante por haberla rescatado de ese
se camino que tenía que recorrer. En cuanto sus miradas se
cruzaron, fue como si una descarga eléctrica le hubiera
traspasado, pero estaba segura de que solo había sido producto
de su imaginación.
—Gracias —dijo extendiendo la mano. Pero como no
podía ser de otra forma, el hombre la dejó con la mano estirada
—. Bueno, ¿y tu nombre cuál es?
—Mark Dallas, soy tu vecino.
Vaya con su vecino, pero bueno, hasta el nombre tenía
bonito y masculino. No, ese hombre de verdad que era digno
de ver.
—¿Te piensas quedar todo el día mirándome?, cuando
quieras te regalo una foto.
Se puso como un tomate por el descaro de ese hombre,
pero es que era como para suspirar solo con verlo. Al ver que
ella no hacia intento por bajarse de la camioneta, Mark se bajó.
Después de gruñir, dejándola ahí sentada, el sonido del portazo
la hizo salir de esa neblina en la que se había metido solo con
contemplarlo. ¿Es que acaso el accidente le había afectado sus
facultades mentales?, porque justo en ese momento ese
hombre debía pensar que era una lunática que no había visto
un hombre en su vida. Bajó de la camioneta cuando escuchó
un golpe seco. Pensando que algo le había pasado al amable de
su vecino, corrió hasta la parte de atrás de la camioneta para
encontrar sus maletas de marca tiradas en medio del polvo.
—¡Estás loco! Son de diseñador. No puedes tirarlas en
cualquier lugar. —En respuesta, el hombre tiró la última de sus
maletas, que fue a chocar con las otras, abriéndose en el
camino. Su maquillaje de última generación y su ropa interior
quedaron tendidos sobre el polvo del camino.
Cuando vio que ese hombre se acercaba y tomaba entre sus
manos unas braguitas de encaje negro, se sonrojó con fuerza.
—Lindas —dijo Mark, mirándolas para después tirarlas de
nuevo con sus demás pertenencias. ¿Lindas? ¿En serio? Nada
de sexi o atrevidas. Bueno, pero qué podía esperar de un
hombre que seguramente en su vida había visto buena
lencería.
Se acercó furiosa a levantar su ropa, por mucho que tuviera
la mejor educación que el dinero pudiera pagar, era inevitable
no enojarse. Ese hombre era un pelmazo de cuidado.
—Pues si te gustan, cuando quieras te las puedo prestar —
dijo con ironía. Para decir que sus bragas eran lindas, es
porque tal vez a ese hombre le gustaban los de su mismo sexo
—, a lo mejor a tu novio le gustan.
Por respuesta, Mark únicamente volvió a gruñir y salió de
ahí para subirse a su camioneta y arrancar como si lo viniera
persiguiendo el diablo.
Bueno, pues manos a la obra, necesitaba entrar en la casa.
¡Dios! Esperaba que estuviera alguien dentro, porque de otra
manera tendría que romper un cristal; bueno, que para lo
derruida que estaba la casa, con que quitara algún tablón
estaría perfecto.
El camino estaba oscuro, pues ahora sí el anochecer le
había caído encima. El sonido como de algo que se arrastraba
para internarse en la hierba la hizo casi gritar.
—Contrólate, Jessica, aquí no debe de haber víboras.
Recogió todo en tiempo récord y caminó los pocos metros
que la separaban de la casa, antes de que algún animal la
atacara. Si la casa tenía mal aspecto por fuera, por dentro no
era distinto. Tocó la puerta en una vana ilusión de que alguien
estuviera en la casa, pero no, los muebles estaban todos
tapados con unas sabanas blancas. La casa parecía que estaba
abandonada desde hace mucho tiempo. Pero eso no podía ser,
la abuela había fallecido cinco años atrás. Su padre no pudo
ser tan inconsciente en dejar que esas tierras se perdieran.
Gimió recordando que su padre le había echado en cara
que se había gastado el dinero que era para el rancho.
¡Fantástico! Ahora no solo encontraba un rancho en ruinas,
sino que aparte estaba sin un céntimo. Pegó más el rostro al
empeñoso vidrio, pensando en la manera en la que podría
abrir. Trató de abrir la puerta, pero esta no se abrió. Caminó
alrededor de la casa, a lo mejor tenía una puerta trasera que
estuviera abierta, pero tenía tanta mala suerte que incluso
estaba sellada con tablones.
Pensándolo bien, no era tanta su mala suerte si lograba
quitar esos tablones, el problema era con qué quitarlos, porque
en definitiva con las manos no lo haría. Se miró su manicura
perfecta que se había hecho en esa semana.
No, ni loca agarraba esas maderas para tirarlas. Buscó a los
alrededores pero, como estaba oscuro, le costó encontrar algo.
Casi grita de la emoción al encontrar un fierro con el que
podía hacer palanca y tratar de quitar los tablones. Bueno,
alguien tenía que hacer la tarea difícil, así que lo mejor era
ponerse manos a la obra. Cogió el fierro y lo encajó justo
donde se veía que había martillado para colocar el clavo que la
sostenía.
Esa madera seguro que la había asegurado alguien con
superpoderes, porque por más que tiraba y tiraba para hacer
palanca, el mendigo tablón no se movía ni un centímetro.
Estaba sudando como nunca y eso que tenía un entrenador
personal aparte de las agotadoras sesiones de Dimitri; mataría
a esos dos buenos para nada, siempre le decían que estaba en
excelente condición física y no era capaz de quitar una madera
sin sudar como si hubiera subido una montaña. Tan
concentrada estaba tratando de quitar la madera que no se
percató de que alguien se acercaba.
—Aléjese de esa puerta si no quiere que le meta un
plomazo.
¡Madre mía! Ahora sí que estaba en problemas.
Capítulo 5
¡Dios de la vida!, ¿ahora cómo salía de ese embrollo?
Siempre había sido una chica son suerte, así que no debía de
preocuparse por nada. Tiró el fierro al suelo y levantó las
manos como si estuviera en un asalto, y tal vez de eso se
trataba.
—¿Que no escuchó que le dije que se alejara de la puerta?
—Vale, pues es que ese hombre no la dejaba pensar. ¿Cómo
demonios querían que procesara esa información si lo primero
que hizo fue amenazarla con meterle un plomazo?
—Soy inocente —fue lo único coherente que alcanzó a
decir.
—Eso lo decidiría el síndico, por ahora comienza a
caminar hasta la comisaria, y te aseguro que son muchos
kilómetros.
—¡No! No he cometido ningún delito, esta es mi casa. Soy
Jessica Richardson, la dueña del rancho.
—¿Jessica Richardson?, ¿la dueña del rancho? —dijo el
hombre, confundido—. Pues entonces con más razón jálese
para la comisaria, me debe cinco años de sueldo.
No podía estar pasándole eso. Era en serio que sus padres
habían dejado en completo abandono aquella propiedad.
—Espere, ¿podemos llegar a un acuerdo?, yo no tenía la
menor idea de que tenía que manejar estas tierras. Cuando mi
abuela murió, me enteré por el testamento de que había
heredado algo, pero no tenía la noción de que era algo tan
grande.
—Pues haberte informado antes, niña, este rancho se está
cayendo a pedazos.
Como escuchó que su voz ya estaba más moderada, agarró
valor para darse la vuelta. Sonrió de manera encantadora,
porque eso nunca fallaba; su padre decía que ella tenía el sol
en una sonrisa, solo esperaba deslumbrar a ese hombre. Casi
se suelta a reír al ver quién era el que le estaba apuntando con
un rifle. Un hombre de unos sesenta años, bajito y con una
enorme barriga estaba frente a ella, tenía el cabello canoso o
eso era lo que le dejaba ver el sobrero que llevaba. Estaba
segura de que si salía corriendo en ese instante, no la
alcanzaría.
—Y bien, déjeme presentarme como es debido. Soy Jessica
Richardson, un placer conocerlo. —Se acercó a el con una
sonrisa en los labios, el hombre parpadeo deslumbrado.
—Eres la misma imagen de tu abuela Clarabella —dijo el
quitándose el sobrero y extendiendo su mano—. Soy Robert,
el capataz del rancho, o bueno, de lo que queda del racho.
—¿Conociste a mi abuela? —dijo ilusionada, ella no había
convivido con ella ya que su abuela se negaba a ir a la ciudad
donde el aire estaba contaminado. Y su padre nunca tuvo
tiempo de regresar al pueblo donde nació, siempre entregado a
sus negocios, así que desde el momento en el que salió de ese
lugar, jamás regresó, solo para el funeral de su abuela.
—Era la mujer más bella de la comarca, aún recuerdo
como todos nos peleábamos por una cita con ella. Sí, señor,
una mujer de los pies a la cabeza. Es una lástima que el
destino se la llevara muy temprano. Este rancho era su vida
entera.
Jessica sintió un pinchazo de culpabilidad, si tan solo se
hubiera centrado más en los asuntos importantes y no en
seguir esa vida loca y malas compañías, pero el hubiera no
existe. Ya de nada le servía lamentarse.
—Bien, Robert, ¿crees que alguien tenga las llaves de la
casa? Necesito un lugar donde dormir. —el solo pensamiento
de dormir afuera de la casa a la intemperie le daba escalofríos.
—Prudencia, mi mujer, debe de tener una copia, ella es la
que se encarga de venir a limpiar una vez al mes el polvo que
se acumula.
Se preguntaba cómo esas personas no habían salido
corriendo para trabajar en otro lugar si es que no les pagaban
desde hace años.
—¿Por qué no se fueron también ustedes? —dijo sin poder
contenerse.
—Este rancho también fue nuestra vida, aquí nacimos, aquí
hemos pasados los mejores momentos de nuestras vidas. Y
mientras haya vida, estaremos aquí al pie del cañón tal y como
le hubiera gustado a la patrona.
Sonrió pensando en su abuela, estaba segura de que era la
mejor del condado. Suspiró pensando en que tenía mucho
trabajo por hacer aún. Ese rancho necesitaba mucho, mucho
amor.
Robert fue hasta su casa y volvió acompañado de una
mujer de unos cuarenta años, que estaba en muy buena
condición para su edad, aparte de que era muy guapa; se
sorprendió cuando él le dijo que era su esposa. Eran una pareja
muy dispareja, pero se dijo que el amor era de esa manera, a
veces unía a las personas opuestas. Prudencia le dijo
escandalizada que no podía quedarse en ese lugar, porque
estaba muy sucio, pero Jessica se negó en redondo a aceptar
quedarse en la casa de ellos; tenía que empezar desde ese
mismo instante en esa casa.
En cuanto abrieron se quedó de piedra, adentro de la casa
había muebles muy valiosos que se estaban deteriorando. Era
increíble lo que en cinco años el tiempo y abandono podían
hacer. Uno a uno fueron quitando las sábanas de los muebles,
y comenzaron a pasar un trapo por ellos para quitar el polvo
que tenían acumulado.
Prudencia y ella fueron a la habitación que estaba en el
segundo piso, mientras Robert iba a buscar lo necesario para
cambiar los fusibles, ya que no contaban con luz en la planta
de arriba. Por lo menos la cama estaba decente. El estómago le
comenzó a rugir, algo totalmente impropio, pero en todo el día
no había tenido oportunidad de comer.
—Vamos a la casa para que puedas cenar, así traeremos
sabanas limpias. —Vio que Prudencia se acercaba a una puerta
y la abría para salir después de la misma forma—. Como lo
supuse, no tienes agua, pero supongo que solo estarán tapadas
las tuberías.
Gimió, con las ganas que tenía de darse una ducha fría y
refrescante, el calor la estaba sofocando. No era por nada, pero
amaba el clima fresco que tenía la ciudad. Ahora debía de
buscar una manera de conseguir dinero, sin que tuviera que
rogarle a su padre que le diera, no, antes de eso vendía su
cuerpo. Bueno, tampoco era para tanto, pero su padre lo único
que haría sería reprocharle que por su mala cabeza había
desfalcado todo el dinero del rancho. A lo mejor su amiga
podría prestarle algo de dinero. Pero tampoco quería deberle
favores a nadie. Ese era su reto personal para callar a sus
padres. Eso de que era una niñata había quedado atrás.
Sonrió por la amabilidad de Prudencia.
—Bueno, te acepto la idea.
Salieron de la casa y caminaron por un camino de gravilla,
no tuvieron que recorrer muchos metros cuando se
encontraron con lo que eran las caballerizas, desconocía si
existía un animal ahí, pero lo dudaba, ya que ninguno
aguantaría a estar cinco años sin comer. Siguieron el camino y
después de lo que le pareció una eternidad, llegaron a una
hilera de casitas de madera que seguro en el pasado habían
cumplido la función de casas para los vaqueros que atendían el
rancho. Al principio de todas ellas estaba una cada mucho más
grande, supuso que esa era la casa de Robert, porque era la
única que estaba iluminada. Aceptó la cena que le dieron pero,
aunque ellos hacían todo lo posible para que no sintiera
incómoda, no lo lograron del todo. La razón era que estaba
demasiado cansada, tanto que lo único que quería era dormir y
no despertar hasta el día siguiente.
Por suerte ellos lo comprendieron y la ayudaron a
instalarse en su nuevo hogar. Suspiró de gusto al posar la
cabeza sobre la almohada, no es que fuera la mejor, como la
que tenía en su casa que era de ajuste ortopédico para alinear
las vértebras, pero estaba cómoda.
Esa noche volvió soñar con el día del accidente, la
sensación de caer al vacío, mientras veía los cristales del coche
estallar, fue un verdadero milagro que saliera viva de ese lugar.
Aún recordaba las fotos de los periódicos. La imagen era
desoladora, por no hablar de las fotografías filtradas del
hospital, donde estaba en coma. Eso era lo malo de la prensa
amarillista que se valían de todo con tal de ganar lectores, y le
había tocado la mala suerte a ella.
Sudorosa se levantó a abrir la ventana de habitación, el
calor la estaba sofocando. En cuanto el fresco de la noche rosó
su cuerpo cubierto solo por un sencillo camisón de seda,
suspiró de alivio. Se asomó la mitad del cuerpo por la ventana,
la luna estaba majestuosa brillando por completo. Cerró los
ojos disfrutando del fresco, en cuanto los abrió, se dio cuenta
de que en el camino de gravilla había un hombre subido en un
caballo, solo estaba iluminado su perfil por el reflejo de la
luna, pero sabía exactamente quién era y se le cortó el aliento.
Mark estaba imponente, pero, aunque se le hacía el hombre
más atractivo del contorno, en ese momento también se le
figuraba un lunático. Cerró la ventana y le puso el pestillo para
mayor seguridad. Robert vivía bastante lejos, así que, aunque
gritara, no la escucharían si algo pasaba. Así que era mejor ser
precavida.
Trató de dormirse, pero por más vueltas que le diera a la
cama, no lo lograba. Cuando por fin le venció el sueño, los
rayos del sol al amanecer la volvieron a despertar.
Capítulo 6
Se puso unos vaqueros desgatados, eran de la última
colección de un diseñador famoso y le encantaban. Aún no
sabía por dónde empezaría, pero algo tenía que hacer. Por
suerte había llevado algunas blusas delgadas de tirantes finos
que la hacían estar fresca y se pondría sus deportivas del día
anterior. Se recogió el cabello en una coleta alta y al mirarse
en el espejo su reflejo le devolvía el de una cría.
Salió de la casa en busca de Robert, él había quedado muy
formal de enseñarle las actividades que se realizaban a diario.
El sonido de unas gallinas en el granero le hizo sonreír, si
fuera una niña estaría emocionada de recoger los huevos que
ponían a diario. Cuando estuvo a la altura de las caballerizas,
escuchó el relinchido de un caballo. Con curiosidad se acercó,
esperaba que no fuera un potro salvaje. Abrió la enorme puerta
y fue como amor a primera vista, al fondo del pasillo un
hermoso potro estaba amarrado, era color café claro, con sus
hermosos ojos negros. Relinchó como reconociendo su
presencia.
—Hola, bonito —dijo acercándose para acariciarlo—, eres
muy hermoso. —Estiró su mano para acariciar su morro, solo
esperaba no llevarse una buena mordida. Lejos de lo que
pensaba, el potro la aceptó de buena mano. Hasta logró
acariciarlo.
Después de estar un rato con el potro, salió en busca de
Robert. Lo encontró en su casa, esperándola.
—Niña, dijimos que al amanecer te veíamos aquí —dijo él
poniéndose su sombrero.
—¡Pero si acaba de amanecer! —protestó, porque ahora le
dijera que era una floja.
—Hace tres horas más o menos. Ya he llevado el ganado al
norte para que pasten en aquella zona, hemos lavado a los
cerdos y recogido el granero.
—¿Tenemos ganado? No tenía ni idea de lo que se
producía.
—Es uno de los negocios que pudimos salvar, pero no nos
está yendo bien, apenas si hemos sacado para pagar los gastos
de la casa. El negocio que más dejaba era la cría de caballos,
pero no tenemos ejemplares para reproducir a las yeguas.
—Lo solucionaremos.
—Niña, hemos perdido varios contratos, todos nuestros
clientes se han ido con Mark, solo nos quedan los que son
leales a tu abuela, pero no tardarán en darnos la espalda
también. A lo mejor lo más beneficioso es que vendas el
rancho. Mark está muy interesado en comprar, necesita más
tierras para ampliar su ganado.
Ni loca le vendería la herencia de su abuela a ese hombre.
Así que era el niño rico de la comarca… Pues ya había llegado
ella para poner en marcha ese rancho.
—Lo solucionaremos. De verdad, Robert, buscaremos
ejemplares para levantar el ganado.
—¿Y con qué dinero, niña?, ¿acaso tienes un millón de
dólares para invertir?
—Mi abuela no tenía un millón de dólares en la cuenta del
banco. Podemos hipotecar una parte del rancho.
Robert se rascó la cabeza mientras hacía una mueca.
—Niña, eso no lo podemos hacer porque la mitad del
rancho ya está hipotecada. Tu abuela se arriesgó en un negocio
que no salió como esperaba, pero que no le afectaba porque el
rancho seguía dando grandes beneficios, después vino el
infarto que se la llevó. Hemos pagado puntal al banco porque
tu padre se encarga de darnos el dinero. Pero nada más.
Bueno, no todo era tan malo. Esperaba que su padre le
siguiera enviando el dinero de la hipoteca, porque si no
tendrían grandes problemas.
—Vamos, niña, es momento de que conozcas todo lo que
has heredado.
Se sorprendió cuando la llevó a las caballerizas y le ensilló
el potro que momentos antes había acariciado. Según palabras
de Robert, ese potro pertenecía a Mark, pero estaba lastimado
de una pata y ya no era un buen ejemplar para su rancho, así
que lo iba a sacrificar. Ellos se enteraron y decidieron
comprárselo a muy bajo costo, y con tanta suerte que el
caballo había sanado bastante bien. Estaban esperando que
creciera un poco más para acercarlo a una yegua.
—Vamos, niña, tus tierras te esperan.
Recorrieron a trote la mayor parte de la extensión y Jessica
no daba crédito a todo lo que veía. Robert había tratado de
salvar el rancho, incluso había duplicado el ganado, pero no
tanto como se esperaba para hacer frente a todos los gastos que
la casa conlleva.
El sol estaba en su mayor apogeo, estaban recorriendo el
lindero con el rancho vecino cuando vieron que pasaba Mark
con todos sus vaqueros arreando el ganado, cerca de
doscientas cabezas estaban caminando todas para la misma
dirección, era impresionante verlo trabajar. Subido en su pura
sangre estaba imponente, sus vaqueros eran muy hábiles. Ella
solo había montado en el hípico de la ciudad y eso fue
obligada por sus padres. De solo ver ese hombre se le subía la
temperatura, no es que fuera una descarada, pero algo en
cuerpo reaccionaba a su sola presencia. Se tuvo que recordar
que a lo mejor era un chiflado lunático, porque nadie entraba
en propiedad ajena en la noche. Bueno, solo los ladrones.
Cuando se perdieron en el horizonte, Robert le miraba
sonriendo.
—¿Qué? —preguntó ella de manera agresiva, pero es que
la estaba mirando como si estuviera loca.
—Nada, niña, es solo que se te ha quedado una cara. Ese
Mark es un pillo.
—Es un loco de cuidado. Eso es lo que es. Ahora no
perdamos tiempo, ¿por dónde vamos a comenzar?
Estuvieron todo el día de arriba para abajo para componer
cercados, dieron de comer a los cerdos y trasladaron las
cabezas de ganado para el sur. Jessica le daba vueltas en la
cabeza para pensar de dónde sacaría dinero para reformar el
rancho. No quería tener que doblar su orgullo y pedirle dinero
a su padre.
Cuando cayó el atardecer ella ya estaba exhausta. Ni
siquiera le dio tiempo de parar a comer, pero de tan ocupada
que estaba que ni se sorprendió que no le diera hambre.
Prudencia los estaba esperando con un estafado y ella
gimió de gusto en ese momento, se comería una ternera
completa. Disfrutó de la comida y ahora sí que estuvo cómoda
entre ellos, la comida era deliciosa, tanto que muy incómoda
se guardó la vergüenza para pedir doble porción.
Después de ayudar a lavar los platos, se fue a su casa,
buscó ropa limpia y salió con dirección a una laguna que vio
que estaba cerca de la casa, era un lugar muy cerrado para
poder bañarse a gusto; ese día no le importaría estar a la
intemperie con tal de sentirse limpia.
El sentir el agua en el cuerpo fue un alivio y se lavó su
cabello con suficiente shampoo. Se alegraba de haber traído
cuatro maletas, porque así pudo cargar con sus enseres
personales. Miró a todos lados para ver si alguien no estaba
cerca, pero no se escuchaba que alguien anduviera
merodeando por el lugar, así que se quitó la ropa interior y se
sumergió en la laguna. Estuvo nadando unos minutos, la
sensación de frescura era maravillosa. El reflejo de la luna
iluminaba su silueta, la verdad es que nadar al aire libre en la
frescura del campo era mil veces mejor que nadar dentro de
una piscina llena de cloro.
Suspiró mirando la luna, la imagen de ella proyectada en el
agua parecía tan real que sentía que, si extendía la mano,
lograría tocarla. El sonido de una rama quebrarse hizo que
girara la vista a todos lados para ver quién se acercaba. Como
no vio a nadie, salió rápido del agua y se vistió con la ropa que
ya tenía preparada. No conocía a nadie en esos lugares y lo
que menos quería era que la fueran a atacar.
Caminó con paso decidido y cuando llegó a su casa se
encerró en su habitación, ahora sí que se iba quedar muerta del
cansancio. Nunca había trabajado y empezar a ser una mujer
independiente le iba a traer muchos dolores, estaba segura de
que al día siguiente le dolería todo el cuerpo.
Se acercó a la ventana y en la lejanía del camino vio un
caballo que corría a todo galope, algo le dijo que el que
cabalgaba ese caballo era su vecino, pero debía de estar muy
equivocada.
A la mañana siguiente se levantó, pero le costó un triunfo
llegar al baño, tenía las piernas adoloridas; eso de andar en
caballo de un lado para otro no era algo a lo que ella estuviera
acostumbrada. Los brazos le dolían seguramente de cargar los
sacos de alimento de los cerdos. Y eso que ella había realizado
el trabajo más sencillo, todo lo difícil lo había hecho Robert.
También tenían a un chico que se llamaba Fred que los
ayudaba a medio tiempo, y eso ya era una ayuda enorme.
Después de vestirse, bajó a la cocina, necesitaba comprar
provisiones. Prudencia le había llevado algunas cosas que
pudiera necesitar, pero necesitaba llenar la nevera; si pensaba
vivir ahí por mucho tiempo tenía que tener lo necesario.
Entrecerró los ojos porque no tenía dinero, ¿cómo demonios
conseguiría comprar si no tenía ni un dólar? Le preguntaría a
Robert cuándo es que empezarían a tener ganancias, porque de
otra forma no veía cómo conseguir dinero. Estaba pensando en
cómo solucionar ese problema, cuando recordó que en su
billetera andaba siempre trayendo una tarjeta de ahorros en la
cual sus padres la obligaban a depositar toda su mesada.
Debería de tener algunos dólares, sí, estaba segura de que
nunca había dispuesto de ese dinero, primero porque cuando
era pequeña nunca tuvo necesidad de comprarse algo, pues
bastaba con pedir lo que deseara que una empleada o el chofer
se lo traían. Después, cuando fue creciendo, su padre le dio las
tarjetas de crédito y nunca necesitó ese dinero.
Subió corriendo a la habitación y buscó entre sus múltiples
tarjetas canceladas. Casi chilla de la emoción cuando encontró
la tarjeta, esperaba que le alcanzara para comprar víveres.
Ahora solo necesitaba encontrar un banco para saber cuánto
dinero tenía.
Capítulo 7
—Debe de ser una broma, Robert —dijo Jessica
asombrada.
—No es ninguna broma, niña, el banco más cercano está
en la terminal del pueblo.
—¿Y cómo hacen para ir al pueblo, o para hacer los pagos,
o hacer transferencias bancarias?
—Vamos una vez a la semana al pueblo, y ahí
aprovechamos para hacer todos los pendientes que
necesitáramos.
Bufó de manera poco femenina. No podía creer que
existieran lugares tan apartados de la civilización, de las
maravillas de las tecnologías, de los Starbucks, ¿es que acaso
no disfrutaban yendo de compras en los centros comerciales?,
ella se podía pasar horas y horas recorriendo locales de
diseñadores. La emoción de las ventas nocturnas, o la locura
de cuando un diseñador sacaba a la venta su nueva colección.
¡Dios! ¿En qué lugar se había metido?
—¿Hay algún carro que pueda tomar para ir al pueblo?
Robert la miró mientras se rascaba la cabeza.
—Niña, es que…—Robert parecía incómodo, como si no
supiera cómo decir las cosas—. Pues resulta que en el rancho
no queda ni una camioneta, tu padre las vendió todas. Cuando
queremos ir al pueblo, o bien vamos a caballo, o Mark nos
lleva una vez por semana.
La mención de su vecino provocó que le recorriera un
escalofrío. Recordó la vez que lo había visto sobre el camino
mirando en dirección a su casa, y como la noche anterior le
alcanzó a ver cuando galopaba en dirección a su rancho.
—¿Y ese día cuándo es? —Ya en ese instante no le
importaba tener que pedir favores al hombre que la había
tratado tan mal el primer día.
—Niña, pues hace dos días, pero como nosotros no
teníamos ningún pendiente, pues no fuimos.
Derrotada se dio la vuelta dándole las gracias a Robert.
Comenzó a repartir el pienso para los caballos, estaba
comenzando a odiar a ese lugar.
—Niña, si quieres acércate al rancho de Mark y pídele que
te lleve al pueblo, o dile que te preste su camioneta.
Jessica sonrió por la idea, lo malo es que no había
empezado con el pie derecho con su vecino, a ver si no la
miraba de nuevo como si fuera un insecto.
Escucharon que se acercaba un caballo y Robert salió a ver
de quien se trataba. Al parecer el hombre que llegaba a su casa
era uno de sus mayores compradores. Robert se lo presentó
como John Donald y después se fueron al despacho de su casa
para platicar. Ella los siguió para enterarse de cómo se
manejaban esas ventas, no tenía la menor idea de cómo
manejar el rancho, así que necesitaba aprender rápido.
—Y bien, John, ¿qué te trae por aquí?, pensé que nos
reuniríamos dentro de un mes para firmar el nuevo contrato.
—De eso vengo a hablar, este será mi último contrato con
ustedes.
—No nos puedes hacer eso, John, eres nuestro principal
comprador.
—Lo sé, pero Mark Dallas nos ha dado un precio que no
podemos rechazar, sabes que el precio de la carne está a la
baja. Ya tenemos varios contratos con Dallas, así que por ese
motivo nos ha hecho una oferta que es demasiado buena para
dejarla pasar. De verdad lo siento.
Robert estaba furioso, tanto que por un momento pensó
que se tiraría a golpes sobre el hombre. Necesitaba actuar, no
quería que el hombre más fiel a la memoria de su abuela
tuviera que rogar por nada.
—Está bien, señor Donald, vamos a lamentar perder un
cliente tan valioso como usted, pero está usted en su derecho
de comprar a quien usted más le convenga. Si quiere después
regresar a negociar nosotros, estaremos encantados de
recibirlo —dijo hirviendo de furia, ahí el único que tenía la
culpa era el idiota de su vecino. Mira que robarles a sus únicos
clientes y con todo el descaro del mundo. No si cuando lo
tuviera enfrente las orejas le iban a quedar ardiendo.
Robert estaba que trinaba del coraje, tanto que pensó que le
daría un ataque del disgusto. Cuando John se fue, se sentó en
el lugar que había quedado vacío. Miró fijamente a Robert.
—Debes calmarte, Robert, enojarnos no nos beneficia en
nada.
—¿Es que tú no estás enojada? ¡Nos ha quitado un contrato
muy bueno! Sin él estamos perdidos. Cuando tengamos que
hacer frente a las deudas estaremos perdidos.
—No te preocupes, que el único que no juega limpio en
este asunto es nuestro vecino. Así que si a alguien hay que
reclamarle algo, es a él.
Jessica no sabía nada de negocios, pero lo que sí sabía era
cuando alguien era una persona embustera, y Mark Dallas era
un ser miserable y rastrero, uno no puede ir por la vida
quitándole los clientes a las demás personas, pero ese hombre
no sabía con quién se estaba metiendo.
Fue a las caballerizas, se subió a su caballo para salir a
galope, tenía que pedirle a ese hombre que le diera las
explicaciones de por qué les jugaba sucio. Algo totalmente
incomprensible, pues se suponía que era un buen vecino, los
llevaba al pueblo una vez por semana, y por lo que escuchaba
hablar de él no era una mala persona.
Se quedó impresionada al ver la enorme edificación que
era la casa del rancho Dallas. La parte de abajo era de piedra, y
sobre ella comenzaba a levantarse en madera tan blanca que
incluso parecía de fantasía. En el porche había un columpio de
madera, y unas plantas adornaban el jardín. Esa casa era el
sueño de cualquiera.
Jessica subió los escalones que daban a la puerta principal,
esperaba encontrar a ese hombre en la casa. Pero para su mala
suerte, después de tocar, fue recibida por una mujer de unos
cincuenta años que la miraba de manera recelosa.
—Buenas…—la mujer no la dejó continuar su saludo.
—¿Qué quiere en estas tierras?, si viene de buscona con el
niño Mark, es mejor que vuelva por donde vino. No va a
conseguir nada. ¡Aléjese de él!
¡Vaya con esa mujer! Para más sorpresa de Jessica, cuando
estaba a punto de protestar, la dulce mujer le cerró la puerta en
las narices. ¿Qué no tendrían educación en ese pueblo?
—¿Se le perdió algo, señorita? —escuchó que le hablaban,
se giró para ver a uno de los vaqueros de Mark, o eso pensaba.
—Buscó a tu patrón, ¿dónde puedo encontrarlo?
—¿Y para qué lo quiere? —dijo receloso, ¿es que en esas
tierras todos eran así de ariscos? A lo mejor era que estaba
impregnando en el aire.
—Son asuntos personales —dijo ella enfadándose,
cuidaban a su patrón más que si estuvieran protegiendo al
Santo Grial—. ¿Me vas a decir dónde lo encuentro?
El hombre se rascó la cabeza mirándola pensativo. Tal
parecía que la consideraban una delincuente peligrosa o una
asesina serial.
—El patrón ahorita se encuentra en los barracones, es la
hora de la comida—dijo como si eso explicara todo. Jessica
levantó una ceja interrogante, era obvio que ella no sabía
donde estaban los barrancones—, debe de seguir cabalgando al
norte, no están lejos.
Repitió esas palabras en su mente con voz aniñada. Así que
el niño bonito estaba comiendo, ¡pues que se jodiera!, se subió
a su caballo y comenzó a buscar dónde estaba el maldito norte,
estaba claro que era una inútil para todo, y eso que había sido
niña exploradora, tal vez si hubiera puesto más atención a la
clase en lugar de poner atención a cada mosca que pasaba, tal
vez, solo tal vez, encontraría el norte del camino y ya por ahí
el norte de su vida.
Giró la vista para ver si el vaquero aún estaba en la entrada,
cuando lo vio que estaba mirándola, le preguntó que si iba en
dirección correcta y este alzó los pulgares en señal de victoria.
Así que, sintiéndose más confiada, cabalgó en esa dirección.
Como bien le había dicho, no le fue difícil encontrar los
barracones. En cuanto el grupo de hombres la vio, se quedaron
mirándola como si se tratara de una aparición. Mark estaba de
espaldas, tenía las manos en las caderas, Jessica pudo ver que
el pantalón que llevaba le quedaba de miedo, pero no debía
perderse en esos pensamientos tan pecaminosos. Vale, que ella
no era ninguna mojigata, y al fin de cuentas el que tenía la
culpa de esos pensamientos tan impuros era Mark, con ese
pantalón ajustado. Se mordió el labio inferior, estaba como
para que la encerraran en el psiquiatra. Ella iba con toda la
intensión de reclamarle y dejarle las orejas como conejo por
haberle robado el cliente, y fue mirarlo y distraerse con su
trasero.
Mark se giró para ver quién llamaba la atención de sus
hombres, seguramente porque en cuanto vio que miraban
fijamente no le quedó más remedio que darle la cara al muy
rufián. Jessica se bajó del caballo, pero estaba tan concentrada
en fulminarlo con la mirada que no se dio cuenta de que su
zapatilla deportiva se atoraba en el estribo de la silla de
montar, haciéndola caer de bruces a los pies de Mark.
—¡¡Diablos!! —En ese instante lo único que quería era que
se la tragara la tierra y la escupiera en una isla desierta.
Capítulo 8
Escuchó las risas de algunos de los peones, y lo peor del
caso es que nadie se acercó a ayudarla.
—¡Vaya, vaya! Miren qué tenemos aquí, una princesita a
mis pies. —«¡Dios, elimínalo, digo ilumínalo!», dijo en su
mente Jessica. Las risas se intensificaron, y ella alzó la mirada
para ver unas botas llenas de lodo, siguió subiendo por unos
vaqueros desgastados, para después admirar la camisa a
cuadros azul que llevaba aquel día su némesis personal. El
muy capullo estaba para comérselo con todo y patatas.
Antes de que siguiera haciendo más el ridículo, se levantó
de un salto, nunca había sentido tanta vergüenza, a excepción
de aquella vez donde la dependienta de una tienda le dijo que
no era talla cuatro sino talla seis; esa estúpida no sabía lo que
decía, al igual que ella, que parecía que se había quedado
muda viendo a su enemigo a la cara.
—¿Y bien?, ¿has venido admirarme?
—¡Idiota! He venido a que me expliques por qué demonios
te estás robando mis compradores. —dijo acercándose a él e
intimidándolo mientras le señalaba con un dedo. ¡Puf!, sentir
su torso duro y sudoroso, aunque fuera con el dedo, la hizo
sonrojar.
—¿Estás loca? —dijo él, al verla tan acelerada—, yo no te
he robado ningún cliente.
—¿No? ¿Acaso crees que soy estúpida?
—Yo no lo dije —se atrevió a contestarle el muy patán,
alzando las manos para mostrar que no era culpable.
—Me robaste el contrato con John Donald, ¿o acaso estaba
mintiendo y no le has ofrecido un precio más barato por las
reses?
—Eso no es algo de lo que me tenga que justificar, cada
quien es libre de hacer negocios con quien más le convenga.
—No a costa de robarte a los clientes, creí que jugabas
limpio, Dallas —dijo retándole con la mirada. Si pensaba que
podía burlarse de ella y robarle sus contratos sin que ella
hiciera nada, estaba muy equivocado—. Así que prepárate
para la guerra, porque esto no se va a quedar así.
—Mira, princesita, ¿por qué no me vendes tus tierras y con
el dinero que te lleves, te vas de compras a todos los centros
comerciales? Pasaste años ignorando a tu abuela, no puedo
creer que de la nada ahora te importe ese rancho. Piénsalo, es
un negocio muy bueno.
—Mis tierras no están en venta. Y tú no eres nadie para
criticar mi vida. Lo que hiciera en el pasado no es asunto tuyo.
Estaban tan cerca el uno del otro que ni siquiera fue
consiente del momento en el que sus respiraciones se
entrelazaron, sentir su aliento tan cerca la estaba mareando, el
olor de su loción era embriagadora. Alzó la mirada y por un
instante vio en sus ojos deseo, daría lo que fuera porque en ese
instante la besara. Mark supo interpretar su mirada porque
sonrió de manera socarrona. Sí, lo sabía, estaba
completamente loca de remate, tenía horas que conocía a ese
hombre y ponía en juego su salud mental.
Él acercó más su rosto, hasta que solo los separaba unos
centímetros. Si ella acortaba la distancia, podría saborear esos
labios que la estaban llevando a la locura.
—Estás deseando que te bese, ¿verdad?, eres una chica
muy mala. —¡Se estaba burlando de ella! Encima que casi se
le ponía en charola de plata, ahora se burlaba de ella—.
Disculpa si no te concedo tu deseo, pero me gusta llevar a mí
la iniciativa.
¡Era un cretino en toda la extensión de la palabra! Quería
darle un par de bofetadas.
—¡Ni muerta! Antes preferiría besar a un cerdo. —Se dio
la vuelta para irse lo más digna posible, pero con ese hombre
nunca sabría lo que le deparaba.
Sintió que alguien le jalaba del brazo, y antes de darse
cuenta, ese hombre la estaba besando; bueno, eso era un decir,
porque literalmente la estaba devorando. Sí, lo sabía, era algo
totalmente impropio, pero es que ese hombre le hacía perder el
norte.
Era una chica de ciudad y sofisticada, un beso con un
hombre que casi no conocía no significaba nada. Los labios de
él eran suaves y cálidos, el sabor a mentolado casi la hace
suspirar. ¡Dios!, era la experiencia más excitante que había
tenido. Cerró los ojos disfrutando del encuentro, entre la
neblina en la que estaba envuelta un pensamiento atravesó con
fuerza en su mente, se suponía que tenía que reclamarle, tenía
que hacerle pagar por haberle robado un cliente importante. Y
ahí estaba ella a la primera de cambios besándose con ese
hombre que la volvía loca con tan solo una mirada.
Se separó de él empujándolo por los hombros, ¡es que
estaba loca de remate! Lo miró indignada y le dio una
bofetada, más que nada para no quedar como una mujer fácil.
Se llevó la mano a los labios, aún estaban sensibles. Mark la
miraba como si quisiera desaparecerla de la faz de la tierra.
—¡¿Estás loca, mujer?! —dijo él. Vale, a lo mejor se había
pasado un poco de fuerza, su mejilla tenía su mano
literalmente marcada en color rojo. ¡Puf!, le habían dicho que
no medía su fuerza, sobretodo Dimitri, que cada que le dolía la
terapia le daba un golpe en el hombre y siempre se quejaba de
que algún día le dislocaría el hombro.
—No debiste besarme sin mi permiso, eres un
aprovechado. Se supone que te venía a reclamar que jugaras
sucio, pero veo que eres un pervertido que te aprovechas de
mujeres indefensas.
—Ya, claro, la marca de tu mano me dice qué tan indefensa
eres. Pensaba que eras una princesa de ciudad, pero veo que
eres más arisca que cualquiera de las mujeres del pueblo.
—Pues está claro que esa arisca te gusta mucho, pero
escúchame bien, en tu vida me vuelvas a besar. ¡Nunca!
Se subió a su caballo tratando de que el muy traicionero
tampoco la tirara, estaba harta de que se burlaran de ella.
El camino hasta su casa se le hizo eterno, pero es que
estaba tan alterada por el beso de ese hombre que olvidó la
dirección que tenía que recorrer, así que estuvo dando vueltas
a lo bruto. Robert la estaba esperando en la entrada,
seguramente estaba a punto de salir a buscarla.
—Niña, me tenías con el pendiente, creí que te habías
perdido. Espero que le hayas dejado bien claras las cosas a ese
hombre, no porque sea buena persona con nosotros nos debe
de robar los clientes.
Jessica se sonrojó. Así como dejarle bien claras las cosas a
ese hombre, pues no. Se le subieron los colores solo de
recordar lo sucedido.
—Niña, ¿estás bien? Pareces acalorada.
Si se quería morir de la vergüenza ese era el momento
exacto. Necesitaba una ducha bien fría, eso de estar en
abstinencia por un año lo único que provocaba era que
cometiera locuras.
—Sí, claro, Robert, no debes de preocuparte, le he dado su
merecido a ese hombre —dijo bajándose del caballo y dejando
que Robert lo llevara para que descansara.
Entró en su habitación, pero recordó que no tenía agua, por
lo menos hasta que no pudiera ir al pueblo y sacar dinero para
comprar lo necesario. No podría bañarse ahí. Bueno, tenía la
opción de jalar agua en un balde para bañarse, pero era mucho
mejor la experiencia de la laguna. Así que, resignada, salió
para ir al bebedero de las caballerizas, ahí tenían una palanca
con la que sacaban agua de un poso, logró sacar un poco para
refrescarse. Suspiró de alivio cuando el agua hizo contacto con
su piel. Después de refrescarse, se fue a buscar a Robert para
ponerse a trabajar.
Aún le dolían las piernas de montar, esperaba que se le
pasara pronto, porque de otra manera comenzaría a caminar
con las piernas abiertas. Estuvo todo el día de arriba para
abajo, comenzaba a darse cuenta de que en el rancho había
tantas cosas que hacer, siempre surgía un problema, y los
animales deben estar atendidos a todas horas.
Cuando la noche cayó estaba exhausta, lo único que quería
era dormir por veinte horas seguidas. Salió con sus cosas de
baño directo para la laguna, necesitaba estar limpia para poder
dormir. Se había dado cuenta de que Prudencia había estado
limpiando su casa mientras ella estaba trabajando, o besando
al odioso de su vecino, así que ella también tenía que estar
limpia.
Cuando el agua acarició su cuerpo suspiró de gusto. Estuvo
nadando un rato, era una sensación embriagadora. La luna
estaba resplandeciente a pesar de estar solamente una parte de
ella. El sonido de alguien caminando en esa dirección la puso
alerta, se acercó a la orilla a buscar su ropa, pero sus
pertenencias habían desaparecido. ¡Dios! Se habían llevado su
ropa. No podía haberla puesto en otro lugar, pues estaba
segura de haberla dejado en la orilla sobre una roca.
—¿Buscabas algo? —La voz de su némesis personal la
sobresaltó. Gritó de vergüenza al acordarse que estaba
desnuda. Ese hombre no tenía ni una pisca de respeto por la
intimidad de nadie.
—¡No me mires! —gritó haciendo un burdo intento por
cubrirse.
Mark se estaba divirtiendo sentado en una piedra.
—Pero si no se ve casi nada. —Asombrada vio que se
empezaba a levantar y se quitaba la camisa para tirarla a un
lado.
—¿Qué demonios haces, Mark? —se alteró de ver cómo se
desvestía frente a ella sin ningún pudor. Su garganta se secó de
solo ver el torso desnudo de ese hombre. ¡Dios! Y ella que
estaba a dieta.
—Se me ha antojado tomar un baño, princesa.
Capítulo 9
La mandíbula de Jessica cayó hasta el suelo, ¡no podía
creer el descaro que tenía ese hombre! ¿Ahora cómo salía de
embrollo?, no tenía su ropa y ese hombre se estaba
desnudando para meterse a bañar en la misma laguna que ella.
¡Dios!, moriría de combustión espontánea. Se quedó
literalmente embobada al mirar su musculoso cuerpo. No era
justo que existiera alguien así.
Mark se sumergió para nadar al igual que ella. Jessica lo
único que podía hacer era observar cada movimiento. El
reflejo de la luna sobre su cuerpo la estaba haciendo temblar.
Su corazón latía desbocado, una voz de alarma le decía que se
fuera de ese lugar, que ese hombre era peligroso para ella, y no
peligroso en el aspecto de que le fuera hacer daño, más bien
porque se daba cuenta de que le gustaba demasiado. Nunca en
su vida había sentido una atracción por un hombre, ni siquiera
por Chris.
Recordar a ese hombre que en el pasado significó tanto
para ella, la hizo darse cuenta de que estaba a punto de
cometer una tontería, estaba claro que los hombres no eran de
fiar. Mark se lo confirmó al robarle aquel cliente tan
importante; si era tan amigo de Robert, no entendía por qué lo
había hecho. Eso sin contar que le había dicho que le vendiera
sus tierras y se fuera de compras, como si ella fuera una
cabeza hueca que no pensaba más allá de los aparadores.
Apartó la vista de ese hombre que la tenía hipnotizada, si la
alteraba demasiado es que no podía ser bueno para ella. Algo
tiró de ella, provocando que cayera de nuevo al agua. Los
brazos de Mark la envolvían de manera en que no podía
liberarse de su agarre por más que lo trataba.
—Estate quieta, princesa, solo quiero que nademos un
poco y charlemos para conocernos.
—Jessica, me llamo Jessica, ¿es que no te lo puedes
aprender? ¿Ahora quieres platicar y que seamos amigos,
después de jugarme chueco?
Mark hizo una mueca de disgusto cuando ella le pegó con
el codo en una de sus costillas, haciéndole daño. Pero con todo
el dolor que le pudo causar, aun así no la soltó.
—No te jugué chueco, para empezar, no habías llegado
aquí cuando le propuse ese negocio a Donald. Los negocios
nada tienen que ver con el placer.
Sí, así como lo oyen, este hombre insufrible le acababa de
decir que los negocios nada tenían que ver con el placer. ¿Cuál
placer? Si únicamente se habían dado un beso de piquito. Vale,
no fue de piquito, pero eso no importaba, este hombre se creía
que todo el monte era orégano. Pues estaba muy equivocado.
Tal vez sí que era orégano, porque en cuanto ese hombre le
puso un dedo encima, sintió que se derretía. ¡Dios! ¿Qué le
estaba pasando?, ¿será que después del accidente se había
convertido en una especie de mujerzuela? Pero bueno, que un
hombre te guste no quiere decir que seas una chica mala, y es
que el hombre que tenía delante de ella, y que para más inri
estaba desnudo, era un espectáculo difícil de olvidar.
Sentir su piel junto a la suya era algo para lo que no estaba
preparada. La sensación fue tan estremecedora que comenzó a
entrar el pánico, más cuando vio que él bajaba sus labios y
comenzaba a acariciar los suyos, sintiendo su aliento. Estaba
loca, sus padres tenían razón, era la persona más irresponsable
del mundo, pero ahora no había poder humano que la separara
de ese hombre en ese instante, ya después tendría toda la vida
para arrepentirse; pero como bien decían, era mejor
arrepentirse por hacer algo, que quedarse con el
arrepentimiento de no intentarlo.
Como si su cuerpo tuviera vida propia, comenzó a
participar de manera voluntaria, y sus manos acariciaron el
cuerpo de Mark. Ni siquiera dijeron alguna palabra, estaba
loca, de verdad que estaba totalmente loca. Pero no quería
pensar en ello. Ella no era una mujer que se avergonzara de
tener una vida sexual activa, pero esa vez tenía reservas de lo
que estaba haciendo.
Sus manos vagaron por sus cuerpos, lo único que se
escuchaba era el sonido del agua al compás de sus caricias. La
luna, que ahora estaba iluminando resplandeciente, era el
único reflejo de luz. Jessica cerró los ojos cuando sintió que
Mark la acariciaba íntimamente, arqueó el cuello para darle
mejor acceso, era la experiencia más embriagadora. Suspiró
cuando él entró en ella cautivándola por completo. El placer
que sentía la estaba volviendo loca. Mark se movía de manera
acompasada, y sus respiraciones eran agitadas. En ese instante
juraría que no era ella, no quería que aquello que estaba
viviendo se terminara. Mark no la defraudó, su encuentro pasó
de movimientos acompasados, a dar lugar en embestidas
frenéticas. Ambos necesitaban más, sin que pronunciaran nada
se transportaron a un lugar inimaginable de placer.
Jessica se apoyó en su pecho, necesitaba recuperar el
aliento, de pronto era como si una neblina de felicidad se
hubiera apoderado de ella. Mark daba pequeños besos por su
rostro, haciéndola sonreír.
—Pensaba que te habías desmayado —dijo sonriendo al
ver que ella abría los ojos.
—Casi. —Ahora venía el momento incómodo de los
arrepentimientos. Trataba de no decirse en su mente que era
una furcia, pero su quisquillosa conciencia le decía que nadie
en sus cinco sentidos se entregaba a un hombre que acababa de
conocer.
Acalló esos pensamientos, era una mujer adulta, sensata y
responsable, así que no había arrepentimientos, ambos habían
disfrutado. Solo se trataba de un intercambio de placer. Así
que, tratando de sonar como una mujer sofisticada, sonrió
separándose de él.
—Es hora de regresar a casa.
—¿Y luego qué? —escuchó que pronunciaba él.
Comenzaron a nadar a la orilla de la laguna, y en ese instante
se acordó que no estaba su ropa. Maldijo a su suerte, pero es
que a qué lunático se le había ocurrido esconder o robarse su
ropa—, ¿entonces?
Entre los nervios de lo que acaba de hacer y que le habían
robado la ropa, no estaba concentrada en lo que le estaba
preguntando.
—¿Entonces qué, Mark? No entiendo tu pregunta. Mi ropa
ha desaparecido y no puedo regresar desnuda a la casa.
—Nadie te va a ver, si te preocupa eso te puedo dejar mi
camisa, eso es lo de menos. Pero lo que necesito que me
aclares es qué va a pasar después de esto.
—¿Después de qué, Mark?, ha sido lo que ha sido y no
tiene más importancia. ¿Acaso no tienes sexo ocasional con
las mujeres del pueblo?
Salió de la laguna maldiciendo de nuevo, ni la toalla le
habían dejado, pero ¿es que los valores se estaban perdiendo?
¡Dios!, ¿cómo iba a regresar a su casa? Frente a ella apareció
la camisa de Mark y de mala gana la aceptó, esperaba que
nadie la viera por el camino, si no ya podía correr a esconderse
de las habladurías.
—¿Entonces esto es algo de ocasión? —Mark lo preguntó
de tal manera que parecía enfadado. Algo totalmente ilógico.
—Mark, te acabo de conocer hace cinco minutos. Es lo que
hay, ¿acaso pensabas que íbamos a casarnos y a tener una
linda casita solo porque hemos tenido sexo?
—Solo espero que no te entregues a cualquiera que acabes
de conocer. —Esas palabras la hicieron enfurecer, ¿quién se
creía ese pelmazo de hombre para decirle eso?
—No me ofendas, Mark, estamos en pleno siglo veintiuno,
la liberación femenina se inventó hace mucho tiempo, y la
decisión de tener una vida sexual activa es solo mía. Y si me
acuesto con alguien cinco minutos después de conocerlo, ese
es mi problema. Así que deja de ser anticuado.
Mark solo soltó un gruñido. Vale, pero es que Jessica
pensaba que en todos lados era igual. Querer jugar a las casitas
con ella era una locura cuando no se conocían de nada. Para
ella cuando salía de marcha en la ciudad y quemaban todos los
antros disponibles, siempre terminaba con algún hombre.
Incluso cuando estaba con Chris, era una de las tantas locuras
de las que a lo mejor en un futuro se arrepentiría. Pero con
Mark era la misma situación, ambos se gustaban, la química
estaba ahí entre los dos.
Se abrochó la camisa de Mark aspirando su aroma, era
embriagante como poco. La sensación de la tela sobre su piel
provocó que la recorriera un estremecimiento que la dejó
descolocada. Por suerte sus botas estaban a un lado de la roca
donde había dejado su ropa. Después de ponérselas estaba
dispuesta a marcharse, cuando los brazos de Mark la
detuvieron, la estrechó entre ellos, besándola con pasión.
Jessica no tuvo más remedio que sonrojarse de gusto. Ese
hombre besaba que daba miedo. Si no tenía cuidado, se
volvería adicta al sabor de sus labios. Cerró los ojos tratando
de disfrutar del momento. Ese sería de ahora en adelante su
lema: vivir el presente. «Carpe diem, Jessica», pensó mientras
se dejaba envolver en el magnífico aroma que tenía ese
hombre; la manera en la que la estaba sosteniendo, como si no
quisiera dejarla escapar. Tan perdida estaba, que no se dio
cuanta del momento exacto en el que se separó de ella, solo
cuando sintió el frío rozar su piel fue consciente de que el
momento mágico había terminado.
—Escúchame bien, princesita, las cosas por acá son
diferentes. Si alguien se atreve a tocarte, no le quedará lugar
para esconderse.
—Ahora escúchame tú, soy dueña de mi propia vida, y no
voy a dejar que un hombre me venga a decir lo que tengo que
hacer —dijo furiosa.
—No me retes, nena.
Jessica se fue del lugar, dejándolo ahí parado mientras la
observaba. Sintió que el mundo temblaba a sus pies en ese
instante, era como si se sintiera flotar sobre el pasto. Sonrió
como una tonta, mordiéndose el labio; ese hombre
definitivamente sabía lo que hacía.
—¡Niña!, ¿dónde andabas? —la voz de Robert llegó a ella
clara y fuerte. ¡Maldición! ¡Maldición! Y doble maldición,
adiós a su esperanza de pasar desapercibida por nadie.
En el patio que rodeaba la casa estaba Robert, Prudencia y
una señora que la miraba como si acabara de cometer el peor
pecado del mundo, una chica rubia la miraba desde al lado de
la mujer. Sonrió como una tonta, mientras caminaba con paso
acelerado, por suerte nadie hizo mención de su atuendo, lo que
fue un verdadero alivio.
—Robert, puedes hacer pasar a nuestras invitadas a la sala,
en un segundo estaré con ellas.
Subió las escaleras de rápido, lo que menos necesitaba en
ese instante eran visitas.
Capítulo 10
Bien, nada estaba saliendo como ella quería. Para empezar,
lo único que quería era acostarse en su cama y no despertar
hasta el día siguiente, pero no, tenían que llegar esas pesadas
que se suponía eran sus vecinas. Obviamente a ella le
importaba un reverendo pepinillo que ellas quieran ir a
presentarse, pero esas mujeres no pillaban las indirectas.
Prudencia y Robert la miraban con recelo, y las mujeres la
miraban desmenuzando cada uno de sus movimientos. Se
notaba que eran un par de lagartonas. Resultaba que eran
madre e hija. La mujer que la miraba como si fuera una
teniente, se llamaba Carlota y era la dueña del rancho “Los
Ciprés”; la pequeña tarántula era su hija, Rachel. Se notaba la
mala vibra entre ambas. Al parecer, ellas, junto con el rancho
de Mark, eran los ganaderos más importantes de la región, y la
mujer de manera velada le dijo que esperaba que su hija se
uniera a Mark para unir los ranchos.
Ese comentario le cayó como una patada en el estómago,
pero no quiso analizar lo que sintió. Sonrió de manera
hipócrita, tal como lo estaban haciendo esas mujeres, porque
estaba segura de que las intensiones de esas dos no eran las
que aparentaban.
Suspiró de alivio cuando se marcharon. Bueno, si creía que
después de despedir a esas dos mujeres podría descansar,
estaba claro que se equivocaba.
—Y bien, niña, ¿dónde estabas?, nos tenías preocupados.
Y ahora cómo demonios salía de esa situación.
—Estaba tomando un baño en la laguna —dijo inocente,
total que no había cometido ningún delito.
—¿Y esa ducha incluía al vecino del rancho Dallas?,
porque esa camisa es de él. —Vale, la habían cachado con las
manos en la masa. Pero bueno, tampoco era como si ella le
hubiera robado la ropa a ese hombre, ¿verdad? Así que decidió
que sería sincera con el asunto.
—Ah, eso, es que me robaron mi ropa y él me la prestó
como un favor. Ya sabes, de buenos vecinos —dijo
encogiéndose de hombros sin darle importancia—, no hay
nada de malo en eso.
Robert alzó una ceja interrogante, pero ni loca le decía a su
capataz que había tenido un encuentro del tercer tipo sexual
con su vecino. Se moriría de la pena. Su capataz se fue a su
casa, mientras mascullaba que las mujeres de ciudad no tenían
decencia. Puf, pues ni modo, eso era ella y no pensaba cambiar
por mucho que la criticaran.
En cuanto su cabeza tocó la almohada, cayó rendida entre
los brazos de Morfeo. ¡Dios! La vida en el campo era agotante,
y no agotante como cuando tenía que pelearse por algún
diseño exclusivo, o agotante como cuando había ido de viaje a
París y recorrió las mejores tiendas, no, trabajar en ese lugar
era de verdad una tortura.
El canto del gallo la sobresaltó, para verlo parado en su
ventana. La noche anterior de tan cansada que estaba, no se
dio ni cuenta de que la había dejado abierta. Debería tener más
cuidado, no fuera a ser que se le metiera el lunático que le
había robado su ropa. El aroma de Mark llegó hasta ella, y
sonrió como una tonta al ver que había dormido con su
camisa. Se estiró para relajar sus músculos, el cuerpo le dolía
todo, ya no sabía si era por el exceso de trabajo o por su
encuentro en la laguna.
Salió a desayunar con Prudencia, y después se fue con
Robert a recorrer los campos. Lo que más trabajo le daba era
el tener que atender a los pocos animales que tenía. Lo peor
aún tenía que hacerlo, que era revisar la contabilidad. Estaba
segura de estaban en focos rojos. Estaba tan sumida en sus
pensamientos que no se percató de que Robert le hablaba.
—¿Qué me decías, Robert? Disculpa, pero estaba distraída.
—Estás en las nubes, niña, lo que hace el amor. Te decía
que por qué no aprovechas que Mark está en el linde y le dices
si te puede llevar a la ciudad.
Giró la vista a donde estaba Mark, para quedarse de piedra
al ver que “Miss tarántula” estaba con él, sonriendo como una
hiena. Apretó las riendas de su caballo, ese infame, se veía a
leguas de distancia que era un canalla, pero no pensaba que al
día siguiente de su encuentro él ya estaría de risitas con otra
mujer.
Las risas de la mujer la estaban poniendo de malas, sonreía
descarada mientras le ofrecía lo que parecía un panecillo.
Claro, la muy zorra estaba de lo más amable y linda con él.
Bueno, pues que fueran muy felices y comieran perdices toda
su ranchera vida. A ella nada le afectaba verlo con otra mujer.
—Mejor que no, Robert, no vaya a ser que le espante a la
señorita con la que está y se ve que están muy ocupados.
Robert la miró un instante y después soltó una carcajada
que alertó a su vecino y compañía. Mark, al verla, dejó
prácticamente con la palabra en la boca a Rachel, algo que
alegró en demasía a Jessica. Aunque se hizo la digna en cuanto
él llegó a su lado.
—Mark, qué sorpresa verte —dijo Robert saludando
efusivamente a su vecino. Vale, se suponía que eran muy
amigos.
—Robert, pensé que en este momento estarías
esperándome con la escopeta lista. —El timbre de voz de él la
hizo estremecer, recordaba los pequeños sonidos que emitían
en la laguna y todos los colores se le subían al rostro.
—Nos jugaste chueco, Dallas, espero que repares tu falla.
—Esto no es algo de lo que me enorgullezca, pero Donald
es amigo de toda la vida y está pasando por una mala racha. Te
lo digo a ti porque eres de confianza, necesitaba un crédito
para poder sacar adelante su negocio, ya sabes, la crisis que
estamos pasando todos.
—¿Ya viste, niña?, te dije que Mark era trigo limpio. —
Puf, sí, claro, tan limpio que a la mañana siguiente ya estaba
ahí zorreando con otra—. Niña, ¿qué te sucede?, estás
colorada. ¿No tendrás fiebre?
¡Madre mía! Mataba a ese hombre, no podía dejarla más en
evidencia.
—No, Robert, debe de ser la insolación. Hola, Mark.
—Hola, nena. —¿Nena? ¿En serio? Y lo decía de manera
socarrona, como si compartieran un secreto inconfesable.
Rachel estaba observando todo desde la lejanía, y si las
miradas fulminaran, ellos serían cenizas desde que Mark se
acercó a ella.
—Jessica, para ti soy Jessica.
—Mark, la niña quería ver si la podías llevar al pueblo,
necesita ir al banco.
Su vecino y némesis personal la miró arqueando una de sus
cejas, odiaba tener que pedirle favores.
—No te preocupes, Robert, estoy segura de que nuestro
vecino tiene mucho que hacer en su rancho, aparte de atender
a la señorita Rachel. Puedo ir a caballo al pueblo. No me
supondrá ningún problema.
—Te recojo en una hora, el banco cierra a las tres de la
tarde —diciendo eso se marchó al lado de Rachel. Ese hombre
la exasperaba, pero ¡Dios!, cómo le alteraba la sangre también
y eso no era bueno para ella, estaba tratando de concentrarse
en su nueva vida, sin locuras, sin hombres que la hicieran
perder la cabeza. Estaba ahí con el único propósito de encausar
su vida y el rancho que tanto había significado para su abuela.
Se despidió de Robert y se regresó a su casa, necesitaba
cambiarse la ropa, era increíble como con un poco de actividad
sudara tanto. Mataría a su entrenador personal.
No podía negar que ver a Mark con aquella mujer le sentó
un poco mal, pero es que no se imaginaba encontrarse con esa
escena. Sin saber porqué, en lugar de ponerse vaqueros se
puso un vestido floreado de tirantes delgados. Ya que iría en la
camioneta, se puso unas sandalias plateadas, que eran muy
cómodas y quedarían elegantes, quería dar la mejor impresión.
Se peinó sus rizos pelirrojos recuerdo de la abuela y se
maquilló ligeramente. Al verse en el espejo le gustó el
resultado. Se veía guapa y sofisticada.
Esperó impaciente a que le recogiera, y se puso unas
gotitas de su perfume de lavanda. El sonido de las llantas
rechinando al frenar frente a su casa le alteró la respiración,
revisó su reloj y se dio cuenta de que era puntual. Suspiró
pensando que ese hombre cada vez le gustaba más.
Salió corriendo de la casa y esperó paciente al lado de la
puerta, esperando a que su vecino se la abriera. Cuando vio
que no hacía por bajarse le tocó en el cristal, pues el hombre
estaba muy entretenido atendiendo una llamada.
Mark la miró y le hizo señas para que subiera, Jessica soltó
un gruñido poco impropio de una dama y se subió a la
camioneta. Bueno, al final roma no se había construido en un
día.
Capítulo 11
En cuanto subió a la camioneta, Mark cortó la llamada. De
manera ilógica, Jessica estaba nerviosa. Claro que todos esos
nervios se fueron a pique cuando su vecino la tomó por la
nuca, atrayéndola a él. El beso que le dio la hizo suspirar.
Dios, esos labios sí que sabían lo que hacían.
En cuanto él la dejó en el asiento del copiloto, se dio
cuenta de que le tenía que decir que ella no era una mujer a la
que pudiera andar besando cuando a él se le antojara.
—¿Qué sucede, nena?
—Jessica, me llamo Jessica, y no soy tu nena. Te voy a
pedir que no me beses cada que se te antoje. Para eso tienes a
tu amiguita Rachel, que seguro está deseosa de que la beses a
todas horas.
—¿Y tú no? —dijo arrancando la camioneta para tomar el
camino que los llevaría fuera del rancho.
—No, ¿por qué crees que te estoy pidiendo que no me
vuelvas a besar?
Mark frenó la camioneta en una cuneta del camino y la
volvió a tomar para acercarla a su cuerpo.
—Ya te voy a demostrar yo lo mucho que deseas que te
bese. Tu escena de celos de esta mañana me lo ha dejado claro.
Su rostro estaba muy cerca del de ella, podía sentir su
aliento y era la sensación más emocionante de la vida. Los
labios de él rozando los suyos, le provocaron un
estremecimiento que le recorrió la espalda. Un segundo antes
ella le estaba discutiendo para que no la besara, y al segundo
después estaban besándose como si el mundo se fuera acabar
en un instante. Cuando se separaron tenían las respiraciones
agitadas y un brillo especial en los ojos.
—No estaba celosa —dijo cuando la neblina de placer se
había evaporado—. Te conozco de hace cinco minutos, no
puedo estar celosa de alguien de quien no sé nada.
—Bueno, pues ya me conoces un minuto más, así que
vamos al pueblo, te invitaré de comer.
Ella quería protestar, pero le fue difícil, era mejor quedarse
callada. Ese hombre pensaba que todo lo podía solucionar con
dejarla media atontada a base de besos. Y en ese aspecto no
estaba protegida para un hombre tan arrollador.
Llegaron al pueblo y no se sorprendió de lo que encontró.
Los locales estaban todos en una hilera a cada lado de la calle,
había farmacia, modista, un pequeño super de compras que no
era nada comparado con cualquier tienda de autoservicio de la
ciudad. Una tienda de pienso, donde al parecer podías
encontrar también la ferretería. Al final de la calle se
encontraba el pequeño hospital y en contra esquina estaba un
bar. Al centro estaba la iglesia y junto a ella un parque. La
verdad es que el pueblo tenía su encanto y era muy pintoresco.
Había bastante actividad. Mark aparcó la ranchera junto a la
iglesia. En la acera de enfrente se encontraba el banco, que no
era más que una edificación de un piso que parecía más una
casa que otra cosa.
—Gracias —dijo, pues lo que quería era salir de esa
camioneta lo más rápido posible, pero su educación le impedía
ser desagradecida.
—Te espero aquí, nena —dijo él como si nada, mientras
cruzaba los brazos detrás de la cabeza y se recostaba en el
asiento.
Jessica giró la vista a todos lados y se dio cuenta de que las
pocas o muchas personas que andaban deambulado por el
pueblo, los estaban mirando con interés.
—No tienes nada que hacer. A lo mejor puedes ir a comer
algo. Puedes pasar a confesar tus pecados con el padre de la
iglesia, no sé, pero es que todos nos miran con interés y siento
que el hecho de que nos vean juntos puede prestarse a
habladurías.
Su némesis personal sonrió de medio lado, de esa manera
que le ponía los nervios de punta; era una mezcla de entre
sonrisa irónica y esa sonrisa que te derrite por completo.
—Te dije que te invitaba a comer, nena, así que aquí te voy
a esperar. La gente te mira no porque vengas conmigo, sino
porque eres nueva por estos lugares. Con el tiempo se
acostumbrarán.
Jessica esperaba que eso fuera verdad y que pronto dejaran
de verla como su fuera un mono de circo. Entró en el banco y
buscó un cajero automático, necesitaba saber cuánto dinero
tenía en la cuenta del banco. Como no se veía ninguno fue a la
caja, donde le dijeron que en ese banco no contaban con
cajero, que el único lugar con ellos era el aeropuerto de San
Antonio. Por suerte la cajera le dijo cuánto dinero tenía, y para
ser los ahorros de una niña, era mucho dinero. Suponía que sus
padres habían guardado dinero en esa cuenta, porque de otra
manera no se imaginaba de dónde salió esa cantidad.
Se sentía mucho más relajada porque ahora tenía dinero
para solucionar algunos problemas del rancho. No es que fuera
millonaria, pero por lo menos ahora tenía un pequeño capital.
Estaba a punto de dar un paso fuera del banco, cuando alguien
la detuvo gritándole. Se giró para ver quién la llamaba con
tanta premura, y se dio cuenta de que era un hombre de unos
cincuenta años, vestido de traje color gris.
—Señorita Richardson, necesitamos que liquide a la mayor
brevedad el adeudo que tiene con nosotros —dijo el hombre
casi colérico, como si el dinero se lo debiera a él en lugar de al
banco.
—Creo que no es el lugar, ni el momento. Si me explica de
manera educada cuál es el monto del adeudo, con gusto le
damos solución —dijo apretando los dientes, mientras trataba
de contener la furia que estaba por bullir.
—Nosotros hemos tratado de localizarla en varias
ocasiones, de hecho, en el transcurso de este año hemos
enviado notificaciones hasta su domicilio en la ciudad. Así que
ahora no me venga con que quiere que se le trate de manera
cordial.
—¿Sucede algo, Jessica? —la voz de Mark la sobresaltó.
No se había sentido más humillada en toda su vida como en
ese momento.
—No sucede nada, Mark, después pasaré a resolver este
asunto con el señor, primero debo de revisar la contabilidad.
Ahora, si es están amable —dijo mirando al hombre, aunque
lo que quería era fulminarlo de un plomazo—, ¿puede decirme
de qué es el adeudo para que pueda revisar mi contabilidad?
Porque no esperará que le pague un dinero solo porque usted
lo dice.
—El adeudo es por un seguro que su abuela compró, pero
que jamás pagó al banco.
Jessica se dio la vuelta y salió del banco, casi suspiró de
alivio al saber que solo era un seguro, por un momento pensó
que sería algún préstamo que su abuela no había pagado.
Ahora la única esperanza que le quedaba era que los intereses
no fueran muchos.
Se acercó a la camioneta sin esperar siquiera a ver si Mark
la seguía. Estaba que se la llevaban los demonios. Hizo unas
respiraciones leves, tal como le había dicho el terapeuta que
hiciera para controlar su carácter impulsivo.
Cuando Mark llegó a la camioneta, su carácter aún no
mejoraba nada, era como si mientras más pasaban los
segundos, más se enfadaba. Mark la tomó de la mano y la guio
hasta el final de la calle, ella quería protestar, pero si hablaba
en ese momento estaba segura de que se desquitaría el mal
sabor de boca con la persona equivocada.
—Nena, deja de darle vueltas al asunto en tu cabecita,
después buscaremos la solución.
Entraron en el bar y el silencio se hizo latente en todo el
local, sobretodo porque iban tomados de la mano como si
fueran una pareja, cuando en realidad ni se conocían. Mark,
sin darle importancia, la llevó hasta una mesa que estaba en el
fondo, y como si fuera un perfecto caballero, le ayudó a sacar
la silla para sentarse. Jessica se sonrojó de gusto por las
atenciones que él le prestaba. Una chica morena se acercó con
un mandil y bloc de notas, Jessica ilusamente buscaba la carta
sobre la mesa.
—¿Qué les voy a poner, chicos? —dijo la chica, parecía
simpática.
—Una hamburguesa doble y una cerveza para mí —dijo
Mark—. Tú pide lo que quieras, nena.
Vale, ese hombre seguía necio con querer llamarla nena. Le
fulminó con la mirada y él alzó una ceja como retándola a que
lo negara en frente de la camarera, que obviamente los miraba
divertida. Jessica sonrió inocente, pues si él quería jugar ese
juego, los dos lo jugarían.
—¿Me puedes dar una ensalada con pollo y una soda de
dieta? —La camarera la miró como si viniera de otro planeta,
mientras guardaba el bloc de notas.
—Te traeré una hamburguesa sencilla y una soda normal
—dijo mientras se alejaba diciendo que algunas mujeres están
locas.
Gimió interiormente porque ella debía de llevar una dieta
estricta si no quería tener unos kilos de más. Le dio un vistazo
al local y todos los miraban como si fueran unos bichos raros.
Lo más probable es que les echaría la bronca por mirarla de
esa manera, pero la verdad es que en ese momento lo que más
le preocupaba era lo que iba a hacer con el rancho, ella no
sabía nada de esas tierras. Ahora que lo pensaba con más
detenimiento, se daba cuenta de que no estaba preparada para
dirigir un rancho.
Capítulo 12
Mark tomó su mano para acariciársela por encima de la
mesa.
—Si necesitas dinero, yo puedo prestártelo, nena.
Lo que menos necesitaba era eso, se sentiría como una
mujer que vende el cuerpo para obtener lo que quiere, y ella
definitivamente no era así.
—No necesito dinero, Mark. Bueno, sí necesito, pero por
el momento no puedo asumir un préstamo de nadie.
—No me lo tienes que devolver luego, te puedo esperar a
que empieces a tener ganancias.
—A este paso, eso solo será un sueño. Cada minuto que
paso en este pueblo surge un problema nuevo. Y eso que
Robert hace el trabajo pesado.
—Pues si necesitas ayuda, no dudes en pedirle.
—Ya, claro, robándome a los clientes —dijo tomando una
pajita y comenzado a doblarla.
Mark suspiró, mientras se pasaba las manos por su cabello.
—Entiéndelo, él es un buen amigo y solo lo ayudé en un
momento de crisis. De cualquier manera, si no le ofrecía ese
negocio, él tendría que romper el contrato con ustedes y estaría
en quiebra con su rancho.
Jessica lo entendía, él solo estaba ayudando a un buen
amigo y lo admiraba por eso, no todas las personas eran
capaces de ayudar.
—Lo entiendo, pero no por eso voy a decir que me encanta
la idea.
—No —dijo él acercándose ella y acariciando su mejilla
con su mano—, pero por lo menos sabrás que no lo hice para
molestarte.
El movimiento de su mano le quemaba la piel, algo,
ilógico. Por momentos se asustaba, sabía que lo que sentían el
uno al otro era una atracción. Pero en el fondo ella sabía que lo
que le asustaba era entregar de nuevo su corazón y salir
dañada.
Con Chris era un amor inmaduro, y tal parecía que el amor
solo era por parte de ella, así lo demostró cuando la dejó
postrada en una cama de hospital. Pero lo que su corazón y su
cuerpo sentían por Mark era algo que aún no comprendía y
que tampoco quería analizar.
Por suerte la chica llegó con su comida, distrayéndolos a
los dos. La hamburguesa se veía grasienta, ¡adiós a su cuerpo
de modelo súper top! Con todo el dolor de su corazón, le dio
una mordida a la hamburguesa y tuvo que admitir que estaba
buenísima. La chica llegó para ponerle una cerveza fría a
Mark. Parecía nerviosa, estaba claro que estaba coladita por él
—¿Mark? —dijo la chica tímidamente, acomodándose un
mechón de pelo que se le había escapado de su coleta detrás de
la oreja—. Me preguntaba si ya tienes pareja para el baile de
fin de mes.
Mark se atragantó con la cerveza y por suerte no la llegó a
escupir, porque de otra manera la hubiera bañado a ella en ese
líquido. Se aclaró la garganta para hablar, pero parecía que no
sabía qué decir.
—Stacey, voy a ir al baile con Jessica. —Ahora la que se
atragantó fue Jessica, apenas le estaba dando una mordida a su
hamburguesa cuando Mark soltó aquella barbaridad. Muy
caballeroso, después de meterla en aquel lío, le dio un golpe en
la espalda que casi le pega los pulmones al pecho.
—Ah, está bien. —La cara de decepción de la chica era un
poema, la verdad es que hasta sintió pena por ella. Cuando se
alejó de la mesa, Jessica le dio un golpe en el brazo a Mark.
—Pobre chica, deberías aceptar ir con ella al baile, porque
yo no voy a ir contigo. Tengo mucho trabajo. No tengo tiempo
para esas cosas absurdas.
—Es un simple baile, no creo que por asistir tu rancho se
arruine más de lo que ya está. —Ese comentario la hizo perder
la sonrisa, necesitaba encontrar la solución a ese problema—.
Ya te lo dije nena, si necesitas dinero, yo puedo hacerte un
préstamo.
—No te entiendo, Mark, hace cinco minutos me decías que
te vendiera las tierras y me fuera de compras a malgastar mi
dinero, y ahora hasta me quieres hacer un préstamo.
Mark la miró de tal manera que se le cortó el aliento, como
si ella fuera la persona más importante para él, pero eso no
podía ser, se conocían de nada, así que nadie se vuelve
prioridad de la noche a la mañana en la vida de otra persona.
—Mis prioridades han cambiado, nena.
—Deja de llamarme nena, la gente va a pensar que estamos
liados. Ya es suficiente con que nos presentáramos juntos.
—¿Y qué tiene eso de malo?, soy un partido insuperable.
«Y modesto», pensó dándole una mordida a su
hamburguesa.
—Ya, sí lo creo, de hecho, Stacey opina que tienes razón.
—El problema aquí es que Stacey no me gusta lo más
mínimo, ni tengo ningún interés en ella.
¿Y eso qué demonios quería decir?, ¿que en ella sí que
tenía interés o que simplemente ella sí le gustaba? De manera
absurda un calorcillo le comenzó a recorrer.
—Me encanta cuando te sonrojas —dijo el bebiendo de su
cerveza.
—No te ilusiones —le dijo, lo que menos quería es que ese
hombre se inventara una historia.
—Ya veremos, nena, ya veremos.
Esas palabras casi le sonaron a amenaza. Después de
comer y de discutir porque ella quería pagar su comida y Mark
no la dejó, se fueron al rancho. Jessica ya había dejado
demasiado tiempo solo el rancho como para seguir tonteando.
Tenía que ponerse cuanto antes con la contabilidad. Lo
primero en lo que se centraría era en ver las deudas que su
abuela había adquirido y verificar si estaban saldadas.
Hicieron el camino en silencio, por suerte se les hizo más
corto. Mark detuvo la ranchera frente a su casa. Esperaba
poder escaparse de él, pero no fue tan rápida, ya que la tomó
de la cintura atrayéndola. El muy canalla incluso se reía de sus
burdos intentos de escape.
—¿Quieres estarte quieta?
—No, lo que quiero es salir de esta camioneta y tú no me
dejas.
La colocó frente a él y ahí estaba de nuevo esa mirada que
la volvía loca, era como si realmente la necesitara. Sin
quererlo y sin proponérselo, acercó su rostro al de él para
acariciar sus labios, la conexión que tenían en ese instante
parecía que tenía la fuerza de dos imanes que se atraen y no
pueden separarse. Gimió cuando Mark tomó el control del
beso, devorándola por completo. En su mente no tenía otro
pensamiento que el de disfrutar de esa caricia que era suave
por instantes y se tornaba cadente a pasos agigantados.
Cuando se separaron, tenían las respiraciones aceleradas.
—Me muero por hacerte el amor, nena, pero no en el
coche.
Jessica se sonrojó, pero a la vez se sintió deseada de alguna
manera y esa sensación calentaba su alma. No dijo sí o no,
únicamente salió de la camioneta para entrar en su casa como
si fuera flotando entre nubes, sonriendo como una tonta. Los
labios aún le latían, al igual que otras partes de su cuerpo
también ardían, pero decidió ignorarlas.
Entró sonriendo como una boba, para encontrarse a Robert
mirándola de manera acusatoria.
—Bien, niña, si ya has terminado de jugar a los novios con
ese muchacho, te sugiero que vayamos a reparar el cercado.
Hace rato unas reses se salieron y necesito ir a buscarlas, así
que tú ocúpate de esa cerca.
Jessica sonrió ilusionada como nunca lo había estado,
estaba trabajando en su rancho y tenía dinero para invertir un
poco. Ahora que había comenzado, nada la iba a detener, y eso
aplicaba también para su vida amorosa.
—¡Estoy feliz, Robert! —dijo danzando alrededor de él
como si fuera una niña pequeña.
—Ese Mark debe besar de miedo.
—No seas tonto, te tengo una sorpresa, ¡tenemos dinero!
—Como no sean tres millones, no sé cómo lograrás sacar
adelante este rancho, niña.
—Pues no es tanto, pero nos alcanzará para sacar los
apuros que más urjan. Ahora me voy a ver esa cerca.
Encárgate de contratar un ayudante a tiempo completo.
—Por cierto, niña, ya tienes agua en la casa, ya no es
necesario que salgas a bañarte a la laguna.
—Excelente —dijo sonriendo, pero algo en su interior le
decía que eso de dejar de ir a la laguna no lo haría. O por lo
menos no por el momento.
Reparar el cercado fue más fácil, porque uno de los peones
del rancho de Mark estaba trabajando cerca y se ofreció a
ayudarle. Después fue a vigilar las reses y a dar de comer a los
cerdos. Llegó a su casa ya entrada la tarde, pero no quería
encerrarse a leer toda la documentación que tenían del rancho.
Así que tomó ropa limpia y una toalla para ir a la laguna.
Llegó cuando ya estaba oscureciendo, sentía el cuerpo
pegajoso de tanto sudar trabajando, al final del día ni
necesitaría dieta con todo el desgaste físico que realizaba.
La luna de nuevo estaba resplandeciente, era algo que no
sabría describir, como si estar en ese lugar le hiciera recobrar
fuerzas. Se lavó con su jabón de lavanda, y nadó un rato para
aclararse el jabón. El sonido de unos pasos acercándose le hizo
sonreír, estaba segura de quién se trababa. Miró a donde
provenía el sonido para ver que Mark se acerba mientras se
quitaba la camisa, dejando su torso desnudo. Su cuerpo ardía
de anticipación, cuando llegó a su lado, pudo comprobar en su
mirada todo lo que le prometía. Por un momento sintió pánico
de cometer los mismos errores del pasado, pero algo dentro de
ella le decía que tenía que comenzar a vivir de verdad. Que
estaba vez el destino estaba a su favor.
Capítulo 13
Sus cuerpos estaban entrelazados, el agua los envolvía
como una suave manta, sus manos se acariciaban demostrando
lo mucho que se deseaban. La oscuridad de la noche los
cobijaba, y Jessica suspiró cuando sintió que él entraba en ella,
complementándola. Era consciente de que si no tenía cuidado,
terminaría perdidamente enamorada de ese hombre. La manera
en que la miraba mientras le hacía el amor la estremecía de los
pies a la cabeza. La manera en que su cuerpo respondía a sus
caricias, a sus besos, debería de ponerla alerta. Pero estaba
dispuesta a quemarse en el infierno antes de renunciar a lo que
ese hombre le hacía sentir.
Después de hacer el amor de manera apasionada dentro de
la laguna, Mark la tomó en brazos y la llevó hasta donde
estaba su ropa. Tendió la toalla y la recostó sobre ella, no se
dio cuenta de que él había dejado su caballo a un costado de la
laguna, y ahí llevaba una cesta, de donde sacó una manta; ese
hombre pensaba en todo, porque incluso llevaba unos
bocadillos.
—Esta sí que es una sorpresa, parece que eres un hombre
decidido.
—Más bien hombre esperanzado —dijo él recostándose
junto a ella y atrayéndola para recostarla sobre él. En esa
posición pudo ver su mirada, y el miedo la comenzó a invadir.
—No digas esas cosas, Mark —dijo entre aterrada y
emocionada. Parecía que hablaba muy en serio, ella no estaba
acostumbrada a tener seriedad en su vida, ni mucho menos a
asumir compromisos. Sus padres eran el ejemplo vivo de que
el amor no existía, la gente solo se unía en matrimonio por
conveniencia, y la única vez que había sentido que amaba a
alguien terminó en la cama de un hospital.
—Solo disfrutemos del momento, nena. No debes de
pensar en nada más que en el presente. —dio Mark sonriendo
y dando pequeños mordiscos a sus labios. Él decía que debían
de vivir el presente, pero Jessica tenía la impresión de que
Mark sí que pensaba en el futuro. No quiso pensar en nada
más, dejaría que el tiempo le diera sentido a su destino.
La luz del amanecer estaba despuntando, abrió los ojos
para ver que era casi de día. El único sonido que llegaba hasta
ellos era el de los pájaros y los gallos cantando. Se sentía tan
bien cobijada entre los brazos de Mark, que le daba una pena
enorme tener que moverse, pero si no lo hacía, los encontraría
alguien al pasar.
Se levantó un poco, tapándose con la manta que llevó
Mark. Una caricia en la espalda le hizo sonreír. Necesitaba
salir huyendo a su casa, porque donde Mark empezara de
nuevo, no la dejaría levantarse de ahí.
—Necesito ir al baño —dijo sonrojada. Después de haber
compartido toda la noche con ese hombre, era ilógico que
ahora tuviera pena, pero así se sentía.
—Cinco minutos más, por favor, estos días andaré muy
ocupado. —Jessica quería no claudicar a las palabras de él,
pero es que ese hombre la miraba de tal forma.
—Debo irme, Mark —dijo ella, pero a sus palabras la
desmentía el hecho de que volvió a recostarse entre sus brazos.
—Acompáñeme al baile, nena. —Jessica sonrió, estaba
claro que no se daría por vencido.
—¿Como una cita o como un señuelo para que Stacey te
deje de molestar? —dijo por fastidiarlo.
—Como una cita en toda regla, nena, con todo y sus
consecuencias —dijo él acariciando sus mejillas sonrojadas.
Sintió cómo entraba en ella, provocando miles de
estremecimientos en su ser. Los movimientos de él eran tan
lentos que sentía que estaba rozando la locura mientras trataba
de contenerse para no gritar.
Cuando llegó a su casa, ya estaba entrada la mañana,
Robert ya la estaba esperando para desayunar. Subió a su
habitación con las mejillas aún sonrojadas. Las cosas que
debían pensar de ella. Se duchó en tiempo récord para
comenzar con sus tareas.
Después de pasar horas y horas revisando facturas y
documentos a los que ella no le entendía nada, se dijo que
tenía que contratar a un buen contador o administrador. Igual
debía de llamar a Dereck, el hermano de su amiga Harper, él
tenía máster en administración, a lo mejor la ayudaba. Aunque
dudó por un momento, porque el hermano de su amiga acaba
de entrar a trabajar a la empresa de sus padres para comenzar a
dirigirla. Esperaba que no estuviera muy ocupado.
Subió a su habitación para rebuscar en sus maletas, para
buscar su móvil. Desde que había salido de su casa lo había
mantenido apagado, algo muy inmaduro, pensaba que cortar
contacto con sus padres era lo mejor para que se dieran cuenta
que si ella se alejaba de ellos, entonces sufrirían.
Lo encendió y vio que tenía varias llamadas perdidas y
mensajes. Abrió los de sus padres para enviarles uno donde les
decía que estaba bien y que estaba en el rancho. También le
envió uno a su amiga para comentarle su situación. Suspiró
pensando en si estaba actuando de la mejor manera.
Esos días los pasó de manera frenética entre poner en
orden el despacho de su abuela y ayudar con el ganado;
terminaba rendida. Mark la visitaba en la noche y después de
hacer el amor, la acariciaba con ternura. Habían pasado tres
semanas desde que había llegado y cada día le costaba menos
trabajar de sol a sol. Le había enviado toda la información al
hermano de su amiga para que se pusiera en contacto con los
bancos para sondear las deudas adquiridas y comenzar a pagar.
También Robert estaba en tratos con unos ganaderos que le
venderían un caballo pura sangre que les serviría para la cría
de caballos, aunque se tenía que medir, porque no tenía ni idea
de hasta dónde le alcanzarían sus ahorros. Robert estaba muy
emocionado y le había ofrecido prestarle el dinero de sus
ahorros para liquidar las deudas, pero ella se había negado, no
quería que ellos perdieran todo lo que poseían si sus negocios
no salían bien.
El baile se acercaba y estaba nerviosa. Aunque compartía
sus noches con Mark, asistir con él al baile era como decir a
los cuatro vientos que estaban saliendo; aunque si lo analizaba
no tenía nada de malo, ambos eran solteros, ambos tenían
pasiones a fines, y no le estaban haciendo daños a nadie.
Bueno, tal vez a Rachel, cada vez que se encontraban en el
pueblo la miraba como si la quisiera matar. Pero ella no tenía
la culpa de nada.
Por suerte había llevado un vestido de gasa azul que le
quedaría perfecto para esa ocasión, y se pondría unas sandalias
plateadas.
Dereck le había llamado por la mañana para decirle que la
siguiente semana iba a llegar al pueblo para hacer todos los
trámites de la negociación de la deuda, así que al parecer todo
estaba marchando sobre ruedas.
El día del baile fue ajetreado, porque un día antes tuvieron
que hacer un viaje al condado vecino para ir a negociar lo del
caballo. Mark la llevó y también les prestó todo lo esencial
para trasladar al caballo a su rancho, la asesoró en todo
momento y le volvió a ofrecer prestarle dinero para que
comprara más ejemplares. Pero ella lo rechazó, no quería
mezclar los negocios con los afectos personales.
Se vistió y maquilló como para cuando asistía a las galas
de beneficencia de la ciudad, a lo mejor era exagerado su
vestuario, pero su madre siempre le dijo que era mejor estar
demasiado arreglada que ir en fachas. Los nervios la matarían,
Mark quedó de pasar por ella antes de las siete de la noche, y
aún faltaba media hora. Se puso su perfume favorito.
El sonido de la camioneta de Mark al aparcar frente a su
casa provocó que le latiera el corazón a un ritmo acelerado.
Recordó los paseos por la tarde que habían compartido, él le
ayudaba dándole consejos de cómo dirigir su rancho. Lo
miraba de una manera especial, Mark no era como los
hombres de los que se había enamorado en la ciudad, sobre
todo no era como Chris. Estaba en un punto donde veía la
clara diferencia entre una relación tóxica que solo la había
orillado casi a la muerte y lo que sentía con Mark que era algo
diferente, él era un hombre en toda la extensión de la palabra,
lo admiraba porque tenía un corazón enorme y siempre estaba
dispuesto a tender una mano. Era sincero, centrado, y estaba
enfocado a llevar su rancho con mano de hierro. Todo en él le
encantaba, el hombre ambicioso que deseaba comerse al
mundo, al igual que el hombre tierno y apasionado que la
llevaba al borde del abismo.
Ese cosquilleo de anticipación que siempre la atacaba
cuando estaba en su presencia, la manera en la que su mirada
brillaba cuando lo observaba, todo le decía que por muy
ilógico que parezca y contra todo pronóstico, se había
enamorado como una tonta de ese hombre.
Cuando lo vio caminar con dirección a su casa, sus
pensamientos se confirmaron, era el hombre que se estaba
metiendo en su corazón. Vestido con un traje hecho a la
medida color azul, estaba para comérselo. ¡Dios!, no podía
creer que él decidiera pasar la velada con ella. No había
intentado averiguar nada sobre su vida amorosa pasada , pero
suponía que tendría a las chicas más bonitas de la comarca
detrás de él.
—Estás preciosa, nena —le dijo nada más llegar a donde
ella estaba esperándolo—. ¿Estás lista para nuestra primera
cita?
—Lista —dijo sonriendo—, con todo y lo que eso implica.
Mark sonrió como si le hubiera regalado la luna, a partir de
ese día serían oficialmente una pareja. Subieron a su
camioneta y llegaron al lugar del evento que no era otro más
que el salón de eventos del pueblo. Jessica estaba emocionada,
era como un sueño. En ese instante, viendo de reojo a Mark, se
dio cuenta de que no podía ser más feliz en su vida.
El lugar estaba lleno, en cuanto llegaron, Mark fue a
saludar a sus trabajadores, iban tomados de la mano y la iba
presentando a todos como si fuera su novia. Robert y
Prudencia estaban bailando y la miraban animados. Sin
embargo toda la gente del pueblo estaba en ese lugar, incluida
Rachel, que los estaba mirando como si hubieran cometido el
peor error del mundo.
—Estás para comerte, nena —dijo Mark, mientras la
arrastraba a la pista de baile. Miles de emociones se agolparon
en su estómago, era su primer baile juntos, como pareja.
Jessica sonrió y lo miró de tal manera que a Mark se le
cortó el aliento, lo quería más que a nada en el mundo. La
pista de baile se iluminó con pequeñas farolas que habían
colgado en las paredes, las parejas bailaban unas baladas
lentas, que les permitían disfrutar del momento. Jessica se
sintió flotar de alegría.
Capítulo 14
El ambiente estaba animado, y Mark bailó con ella varias
piezas. Sus empleados la invitaron también a bailar, y aunque
era algo patosa en ese sentido, se divirtió mucho a haciendo el
ridículo. Quería tomar un refresco, buscó a Mark con la
mirada y se dio cuenta de que estaba bailando con una señora
que le habían presentado como la profesora del pueblo, así que
fue al aseo de damas y luego consiguió una bebida. Tardó un
rato porque cada que saludaba a una persona, esta la felicitaba
por su relación con Mark. Jessica solo se ponía colorada, tenía
la impresión de que veían su relación como algo muy formal,
como si estuvieran comprometidos.
Caminó por los laterales de la pista y buscó a Mark, porque
ahora ya no lo veía bailando. No lo encontró por ningún lado y
supuso que había ido a lo mejor a buscar algo a su camioneta.
Salió para que le diera un poco el aire, vio la espalda de Mark
detrás de una columna y hablaba con alguien, parecía furioso.
Pensando que a lo mejor estaba en un problema, caminó a
donde estaba, se estaba acercando y se escuchaba la voz de
una mujer que discutía entre susurros.
—Me lo prometiste, Mark. —Esa voz era conocida. Era la
voz de Rachel que se escuchaba enfadada.
—Te estoy diciendo que estás sacando esto de contexto.
—No puedo creer que cayeras tan bajo. Solo tenías que
ahuyentarla para que te vendiera el rancho, el plan no era que
la enamoraras, Mark. Sabes que el agua que proviene del
manantial que está en sus tierras la necesitamos para el riego
de las nuestras.
—Rachel, este no es el lugar para hablar de esto. —La voz
de Mark era tan suave que se le pusieron los nervios de punta.
—¿No es el lugar? ¡Si nunca estás disponible!, cuando no
te la pasas follando a esa zorra, estás trabajando y nunca me
quieres recibir. Recuerda que teníamos un trato. Mi madre ya
está preparando la boda.
—Rachel. —No se quedó a escuchar más de lo que estaban
hablando, había tenido una ración de realidad. No podía creer
que hubiera caído en una trampa tan absurda, lo único que ese
hombre quería era que le vendieran sus tierras, pero era obvio
que sabía mover muy bien sus cartas. Al principio se dio
cuenta de que no le caía bien, y en un abrir y cerrar de ojos, el
hombre ya era muy amable y la quería. Lo había visto en su
mirada, no comprendía cómo la gente te podía mirar a los ojos
y mentirte de manera tan descarada. Ahora se daba cuenta de
que cada caricia era solo una muestra de hipocresía. A las
personas las movía el dinero y Mark no era diferente.
Salió del salón de baile y comenzó a caminar, no quería
permanecer ni un segundo más es ese lugar. Cuando Chris la
dejó abandonada en la cama de un hospital con su vida
pendiendo de un hilo, sufrió pensando que todo para ella había
terminado. Pero el dolor que sentía en ese instante la estaba
matando, quería gritar de coraje, quería ir y quemar todo el
maldito rancho. Estaba claro que no se podía confiar de ningún
hombre, que todos en algún momento eran unos rastreros que
solo le hacían daño.
Queriendo mitigar su dolor, dejó escapar las lágrimas que
estaba conteniendo; Mark acababa de matar todas sus ilusiones
y toda su vida. Caminó y caminó por un largo rato sin ver
siquiera a qué dirección se dirigía. A su alrededor solo se veía
extensiones de tierra y campo, ni siquiera sintió miedo, pues
estaba tan destrozada que no le importaba nada. Sollozó
pensando en lo que había perdido, ese mundo de fantasía
donde se había metido y que ahora se acababa de destruir.
Vio que alguien se acercaba cabalgando, pero no le dio
importancia, hasta que se dio cuenta de que era Robert el que
se acercaba.
Tan sumida estaba en su tristeza que si el rancho se
estuviera incendiando en ese momento, poco le importaba, de
hecho, se le pasó por la cabeza incendiar todo.
—Niña, ¿qué ha sucedido? —Jessica lo miró y pudo ver
que estaba preocupado.
—Nada, Robert, solo quiero llegar a casa.
—En el pueblo se ha armado un alboroto por tu
desaparición, me han llamado por el radio para que fuera a
buscar por los alrededores.
—Estoy bien, solo llévame a casa.
Robert, al ver su estado, ni siquiera le preguntó nada más,
la subió a su caballo y recorrieron el camino que le faltaba
para llegar a su casa. En cuanto entró en su habitación verificó
que todas las entradas de la casa estuvieran bien cerradas, no
quería ver a nadie, esa noche lo único que quería era
arrastrarse en su miseria. Su teléfono no dejaba de sonar y lo
tomó para ver quién era, se dio cuenta de que era Mark el que
la estaba llamando, porque en la pantalla estaba la foto de ellos
dos sobre su caballo; se las había tomado un peón, ambos se
miraban de frente mientras sonreían con el atardecer caía sobre
la tierra. Colgó la llamada, lo que menos quería era tener
contacto con el culpable de su desdicha. Nunca pensó que el
sufrir una decepción amorosa le traería tanto dolor. Era como
si su corazón estuviera latiendo de manera tan dolorosa que
mil veces prefería morir que seguir soportando ese dolor.
Escuchó que una camioneta derrapaba en la entrada de su
casa y se temió lo peor. Esperaba que Mark no se presentara
esa noche, pero al parecer ese hombre era un idiota.
—Jessy, abre la puerta —escuchó que gritaba desde el piso
de abajo. No entendía cómo tenía el descaro de presentarse en
su casa. Todo por culpa de la maldita agua del manantial, del
cual no sabía ni que existía; pues si tanto ambicionaban esas
aguas, ahora se iban a enterar quién era ella. Escuchó que
seguía gritando, pero ella no iba a salir, la voz de Robert
diciéndole que se fuera llegó hasta ella, no quería verlo, no
quería seguir sufriendo por un amor que solo estaba basado en
la mentira.
De pronto ya no se escuchaban ruidos, pero tampoco se
escuchaba que la camioneta se hubiera ido, así que supuso que
Mark seguía en algún lado de su propiedad. Escuchó pasos
subiendo las escaleras de las habitaciones y se sorprendió
cuando la puerta se abrió, y vio que Mark estaba parado,
mirándola como si quisiera matarla.
—Nena, me has dado un susto de muerte, pensé que te
había pasado algo. —“¡Hipócrita!”, pensó mientras veía que se
estaba acercando a su cama.
—Y eso hubiera echado abajo tus planes, Mark —dijo
irónica—, porque si querías la maldita agua del manantial,
solo tenías que pedirla como cualquier persona y no tenías que
follarme, como dice tu amiguita que haces. Pensé que había
conocido a hombres despreciables, pero en definitiva el
destino me trajo aquí porque me faltaba conocerte a ti, que
eres un ruin y rastrero. Eres el peor hombre que he tenido la
desgracia de conocer. Y espero no volver a verte, Mark. Del
asunto del agua ya puedes irte olvidando. Y descuida, ya no
tienes que fingir que te importo, ve y cásate con Rachel,
seguro que ella sí estará encantada de casarse con un ser
despreciable.
—Nena, no es lo que piensas, déjame explicarte.
—Te creía más inteligente, Mark, esa frase ya está muy
trillada. No necesito que me expliques nada, la conversación
que estabas teniendo con Rachel me dio un amplio panorama
de tus planes.
—Necesito que me escuches, Jessica, nada es como dijo
ella.
—No quiero saber nada de ti, Mark —lo dijo con tanto
odio y dolor reflejado en su mirada que Mark dio un paso atrás
como si lo hubieran golpeado.
—¿Esa es tu última palabra, nena?, ¿no me dejarás
explicarte nada?
—No lo entiendes, Mark, en este momento no me importa
nada lo que tengas que decirme, lo único que quiero es que
desaparezcas de mi vida. No me importa nada más.
—De acuerdo, tú lo has decidido así.
El sonido del portazo de la puerta principal la sobresaltó.
Ahí terminaba todo, no quería saber nada de ese maldito
hombre nunca más. Quería olvidar las últimas semanas que
habían compartido, quería olvidarlo todo.
Se levantó de la cama y se dio una ducha, quería borrar
todos los recuerdos que estaban impregnados en su piel. Por
más que frotó su piel, los recuerdos compartidos no se iban.
Bajo el agua de la regadera se permitió llorar de tristeza y de
dolor, se permitió sentirse la mujer más desdichada del mundo.
Pero ese estado de ánimo solo sería momentáneo, ella era una
mujer fuerte y si había sobrevivido a un accidente que por
poco le cuesta la vida; un corazón roto no la iba a detener.
No durmió nada esa noche, y al día siguiente su estado de
ánimo no mejoraba. Pero se obligó a levantarse de la cama y a
ocuparse de las actividades del rancho. Robert la miraba como
si fuera una bomba de relojería, pero para su alivio no dijo
nada, lo que realmente agradeció. Estaba revisando los
linderos del norte cuando vio pasar a Mark en su caballo, se
detuvo un instante, Jessica pensó que se acercaría, pero estaba
equivocada, solo la miró un segundo y después se marchó tal
como había llegado.
Los días siguiente Jessica vivía en una neblina de tristeza y
soledad. A pesar de estar acompañada siempre de Prudencia o
Robert, se sentía sola y vacía, era como si una parte de ella le
hubiera sido arrancada. Lo único que le animó fue ver llegar a
Dereck. Gritó en cuanto vio cómo el auto que había rentado en
el pueblo se estacionaba en el porche frente a su casa.
Salió corriendo y se lanzó a los brazos de él.
—Vaya, qué recibimiento más cálido —dijo el hermano de
su amiga. Estaba guapísimo, vestido con unos pantalones de
vestir y una camisa blanca remangada hasta los codos.
Siempre había considerado al hermano de su amiga como un
hombre atractivo, pero entre ellos lo único que los unía era una
bonita amistad.
—No sabes cómo me alegro de verte, cariñito —dijo
burlándose de él. Cuando estaban en el instituto, cuando a su
amiga le caía mal una novia, ella llegaba siempre en medio de
las citas y le plantaba un beso diciéndole “cariñito”.
Las mujeres se quedaban pasmadas y ella aprovechaba
para armar un numerito en toda regla. Obviamente si no salían
despavoridas después de eso, es que de verdad estaban
interesadas en ese chico.
—Oh, caramelito, ¿cómo es que has llegado a este lugar?
Me costó un horror encontrar el camino, y eso que me perdí
varias veces.
—No es tan malo, Dereck, se acostumbra uno a todo.
—Bueno, pues ya he llegado yo para solucionar todos tus
males. Ahora enséñame este maravilloso rancho. El aire de
aquí es más puro que en la ciudad, ¡Dios!, cómo extraño el
aire contaminado, y eso que llevo aquí unas horas.
—Vamos, cariñito, después de que te enseñe mi propiedad,
desearás no volver a la ciudad.
Capítulo 15
Robert le ayudó a darle el recorrido a su amigo, y después
les invitó a comer a su casa. La verdad es que Prudencia debía
de estar agotada de tanto ayudarla, pero le dijo que lo hacía
encantada.
Fueron al pueblo para ir al banco. Su amigo estuvo un rato
hablando con el gerente, al cabo de una hora, salió sonriendo
de la oficina de ese hombre.
—¿Y bien? —dijo ella en cuanto lo vio salir triunfante.
—Eres libre, tus deudas ya se saldaron.
—¿En verdad? —dijo sonriendo como una niña a la que
acaban de decirle que tendrá su muñeca favorita.
—En verdad, caramelito. Ahora vamos a desayunar algo,
estoy muerto de hambre, te invito a desayunar y así platicamos
de tu rancho, es momento de que lo pongamos en marcha.
Entraron en el bar del final de la calle, y tal parecía que
estaba viviendo un instante que ella ya había vivido: todos se
quedaron en silencio, mirando cómo ella se acercaba a una
mesa, tomada de la mano de Dereck. En ese instante esas
personas pensarían que ella era una mujer fácil, pero poco le
importaba. Pidieron una hamburguesa y cervezas. Stacey la
miraba como si fuera una lagartona. Pero ahora había algo
bueno, esa mujer tenía el camino libre, bueno, claro, después
de Rachel, que ya tenía hasta la boda preparada.
Dereck le decía caramelito y todos la miraban como si les
hubiera defraudado, pero no entendía qué les pasaba a esas
personas. Era ella a la que habían defraudado, era ella a la que
habían tratado de engatusar para conseguir una maldita agua.
Después de comer bajo la atenta mirada de todos, Dereck la
miraba divertido, era obvio que se lo estaba pasando
estupendo.
—Y bien, caramelito, ¿vas a contarme cuál es ese secreto
del que no me has hablado? Está claro que hay una historia
detrás de cómo nos miran todos estos parroquianos.
—No ha sucedido nada. De verdad, no hay nada que
contar.
El bar volvió a quedarse en silencio, y Jessica se temió lo
peor. Parecía que la suerte no le sonreía, porque a la última
persona que quería ver era la misma que estaba parada en la
entrada principal del bar. Gimió porque ahora no tenía
escapatoria, todos los presentes estaban mirando de un lado a
otro como si temieran un enfrentamiento.
—Supongo que ese hombre que está mirándome como si
quisiera desaparecerme de un plomazo no tiene nada que ver.
—Solo ignóralo, Dereck. Es un capullo sin sentimientos
que no merece que lo miremos.
—Lo siento, caramelito, pero es hora de que cobre
venganza por todas las veces que ustedes me arruinaron las
citas.
—¿Qué? —preguntó sorprendida. Ni tiempo le dio para
para reaccionar, los labios de Dereck estaban sobre los de ella,
él la besaba de manera insistente, pero ella no respondía presa
de la sorpresa. No es que no lo hubiera besado antes, pero en
ese instante sentía que estaba cometiendo un pecado mortal.
Cuando el juego no era en ella, la situación le parecía
divertida, ahora comprendía cómo debía de sentirse Derek.
El sonido de algo que se estrellaba contra la pared los
sobresaltó, y se dieron cuenta de que Mark había estrellado
una silla para después salir furioso.
—Ahora sí te pasaste los tres pueblos, Dereck. ¡¿Qué
demonios pensabas?!, ¡¿estás loco?!
—¿Acaso no era divertido? Y por suerte me he salvado de
la golpiza.
Que Mark se hubiera ido demostraba lo poco que le
importaba, su corazón se retorció de dolor de solo pensarlo.
—No te iba a golpear porque entre nosotros no hay nada. Y
de corazón me disculpo por esas bromas pesadas, pero debes
saber que tenías un pésimo gusto.
—Ya, claro, veo en tu mirada que estás enamorada hasta
los huesos. Ese idiota algo te hizo, porque tus ojos han perdido
la alegría que los caracteriza.
—No es cierto.
—Puedes negarlo al mundo entero, pero no a mí. Te
conozco lo suficiente como para saber que estás coladita por
ese hombre y que hay algo que los tiene separados. Pero
respeto tu decisión, ahora vamos hablar de negocios.
—¿Negocios?, ¿no tienes suficiente trabajo con los de tu
padre?
—Tu misma lo has dicho, son de mi padre. Estoy
intentando hacer mis propios negocios, y tu rancho en
definitiva necesita un socio.
Jessica sonrió, Dereck era el típico hombre que le
encantaba rescatar a las damiselas en peligro. Y al verla en esa
situación no la iba a dejar así. Estuvieron hablando por largo
rato y quedaron que empezarían a trabajar en sociedad. Él
inyectaría el dinero que necesitaban y Jessica sería la
encargada de dirigir el rancho.
Dereck dejó todo previsto para que fueran a ver a un
proveedor muy bueno de caballos, y después de hacer un
balance general de todo lo que tenían que implementar, se
regresó a la ciudad, dejándola de nuevo sola.
Desde el momento en el que se enteró de la traición de
Mark, dejó de ir a bañarse a la laguna. Preguntó a Robert qué
sucedía con el asunto del agua del manantial, y este le dijo que
los ranchos vecinos tenían un permiso de su abuela para llevar
el agua de su rancho que provenía de un manantial. Su abuela
al parecer se había negado a cobrar un solo peso por ese
servicio, y por eso es que ahora Mark le había jugado esa
trampa de enamorarla para obtener ese beneficio. Recordado
eso y que entre él y la tarántula de Rachel habían urdido ese
plan tan estúpido, se dijo que se cobraría su venganza.
—Da la orden de que corten el suministro del agua —le
dijo a Robert. Aunque algo dentro de ella le dijo que no debía
hacerlo, su orgullo y su coraje la hicieron decidirse.
—Pero, niña, Mark es un buen hombre. No entiendo qué es
lo que sucedió, pero en verdad es buena gente, siempre está
dispuesto ayudar. A tu abuela no le gustaría para nada esto.
—Mi abuela está muerta —dijo entre dientes, igual que
ella, pero la diferencia es que ella estaba muerta
emocionalmente— y ahora yo dirijo ese rancho, si quiero
cortar el suministro, lo corto y se acabó el asunto.
—¿Qué demonios sucedió? Hace unos días estabas tan
contenta con todo esto y hoy parece que quieres matar a todos.
—Nada, Robert, solo haz lo que te he dicho.
A partir de ahí, se dijo que nunca más se dejaría engañar
por nadie. Poco a poco se fue sumergiendo en una rutina que
la dejaba exhausta, ayudaba en todo lo que podía, y siempre
estaba de arriba para abajo.
Las semanas fueron transcurriendo y sin darse cuenta había
pasado un mes más. Los nuevos ejemplares de caballos que
habían pedido llegaron en esa semana, estaba claro que Derek
pensaba en todo, porque incluso se llevó una sorpresa cuando
le llevaron una camioneta que les sería de gran ayuda. Ella se
asustó porque estaba segura de que no saldría barata, así que le
llamó, pero este solo le dijo que él era el socio capitalista y no
tenía que renegar, al parecer ella solo se tenía que dedicar a
dirigir el rancho.
Las cosas estaban marchando bastante bien, no sabía cómo,
pero Robert estaba atrayendo también nuevos compradores, y
para estar dos meses en ese lugar la verdad es que no estaba
nada mal.
La que se empezó a encontrar mal de salud fue ella.
Suspiró porque el primer mes la verdad es que con tanto
ajetreo se dio cuenta una semana después de que no le había
llegado el periodo, y ella era muy regular, pero lo ignoró,
pensando que era el estrés. Ahora, cuando ya era otro mes de
retraso, estaba segura que no era nada relacionado con la vida
ajetreada, sobretodo tomando en cuenta de que no había
tomado ninguna precaución al momento de tener relaciones
con Mark. Gimió interiormente porque ese patán ni siquiera en
eso había pensado. Pero bueno, al mal paso darle prisa, y
entonces lo mejor era que fuera a la consulta del pueblo para
que la revisaran.
A veces se preguntaba si todas las mujeres se volvían locas
por el amor de un hombre, y ese pensamiento la dejaba
desconcertada, porque ella no podía estar enamorada de Mark,
solo habían compartido noches de intimidad. Era una relación
sin ningún sustento que no llegaría a ningún lado. En cuanto
Mark consiguiera su objetivo, estaba segura que le daría una
patada. Así que por mucho fue mejor enterarse de la verdad
antes de que el dolor fuera insoportable.
Llegó al pueblo muy entrada la mañana, sabía que Mark no
iba hasta allá hasta más tarde, a lo mejor era un acto cobarde,
pero lo evitaba lo más que podía. La consulta era atendida por
una chica muy joven que sonreía amablemente. Le contó los
motivos por los que estaba ahí, y esta le dijo que le haría una
prueba rápida, pero que necesitaba también realizarle unos
análisis. Le tomó la muestra y le dijo que estarían en una
semana, porque al parecer el laboratorio estaba en el hospital
del condado vecino. Jessica se mordió el labio al ver el
positivo en la prueba rápida, ya no tenía ninguna duda.
Los pensamientos se empezaron a agolpar en su mente.
¿Qué haría? No estaba preparada para ser madre. Su vida era
un desastre, el rancho apenas estaba comenzando a despegar, y
para su mala suerte, el padre del niño solo la había utilizado.
La doctora le dio unos folletos de prevención durante el
embarazo y unas vitaminas. También le pidió un informe de su
accidente para ver qué consecuencias podía tener. Estaba tan
distraída que no se dio cuenta de que alguien venía, hasta que
chocó contra un muro. Más bien eso pensó, porque en realidad
Mark la miraba preocupado. Jessica se dio la vuelta y comenzó
a caminar.
—Jessica, debemos hablar.
Ese hombre era tonto, o en definitiva no captaba las
indirectas. La detuvo del brazo y sintió cómo su solo roce la
quemaba. Trató de zafarse furiosa, no quería tener ningún
contacto con él.
—Eres tonto, Mark, ¿no entiendes que no quiero tener
ningún contacto contigo?
Sorprendiéndola, la estrechó entre sus brazos, aspirando el
aroma de su pelo. Jessica sintió que un escalofrío la recorría.
—No me importa para nada el agua, de verdad. Rachel ha
sacado de contexto todo. Sabía que te estaba haciendo daño.
—Eso ya no importa, Mark, ahora solo quiero que te alejes
de mí.
Mark, impotente, la soltó de manera delicada para que ella
se fuera, no quería estar un segundo más en ese lugar porque
terminaría lanzándose a los brazos de ese hombre. Caminó a la
acera de enfrente y se subió a su camioneta, Mark le impidió
que cerrara la puerta, metiendo el brazo.
—¿Quieres dejarlo de una buena vez, Mark?, sigue con tu
vida, cásate con Rachel y ten muchos hijos que te hagan la
vida imposible para que dejes de joderme.
Sorprendiéndola la tomó por la nuca para besarla a la
fuerza, tal parecía que quería devorarla. Jessica trató de
resistirse, pero le fue imposible, lo anhelaba tanto. Se dejó
llevar por las sensaciones que le producía ese beso, pero
cuando Mark se apartó de ella, sintió un coraje inmenso por
ser tan débil.
—No lo hagas, nena —dijo él con voz suplicante.
—Ahora ya no hay vuelta atrás, Mark. Aléjate de mi vida.
Capítulo 16
Esas palabras fueron las más difíciles de su vida, sobre
todo al ver la decepción en la mirada de Mark.
De camino al rancho, se dio cuenta que por la terrecería
iban avanzando unas pipas de agua, seguramente para
abastecer a los ranchos vecinos. Se sintió mal por haberle
negado el agua, pero ellos la dañaron primero y eso era algo
que no superaría jamás.
Las semanas pasaron de manera apresurada y sin darse
cuenta estaba en el cuarto mes de embarazo. Sus ayudantes no
la dejaban hacer prácticamente nada, y ahora se le comenzaba
a notar su embarazo. Con sus padres no había tenido
comunicación y su única compañía ahora era la de Robert y
Prudencia, que eran unos santos. La mimaban demasiado. A
Mark lo evitaba todo lo que podía, y desde la última vez que lo
vio en el pueblo no lo había visto, cosa que agradecía, porque
no tenía energías para tener que dar explicaciones de nada.
Esa noche en especial no podía dormir. Era como si
estuviera demasiado cansada y tenía una sed enorme, bajó a la
cocina a tomar un vaso de agua, después de beber con ansias,
se quedó mirando por la ventana al patio trasero. Se dio cuenta
de que algo no estaba bien, porque la vista se le empezó a
nublar y sentía que su estómago se encogía, y sentía que
respiración se aceleraba. Tenía que salir de ahí, tenía que
buscar ayuda porque algo le estaba sucediendo y no lo
comprendía. Llegó corriendo a la casa de Robert y este al ver
su aspecto corrió a llevarla al hospital.
Jessica no comprendía nada, pero estaba segura de que
moriría. Comenzó a sentir que cada vez le faltaba más la
respiración, y una cortina negra caía sobre ella. No se dio
cuenta de cómo Robert aceleraba gritando que resistiera,
porque a partir de ese instante todo era obscuridad en ella. Su
último pensamiento fue que no vería nacer a su hijo.
En la neblina de la obscuridad la imagen de Mark se posó
ante ella, con la misma mirada de decepción, y Jessica sintió
que su corazón se desgarraba, pero es que era algo
completamente ilógico, ella apenas lo había conocido, habían
vivido tan pocas experiencias que era imposible que estuviera
enamorada de un hombre así.
La imagen de él sonriéndole mientras la sacaba de la
laguna, le provocó una descarga eléctrica tan potente que
incluso su cuerpo se estremeció. Escuchaba voces en la lejanía
que la llamaban, pero no podía concentrarse. Quería escapar
de esa irrealidad en la que estaba sumida, pero no podía.
La espesa neblina comenzó a invadir todo el espacio, hasta
que ella misma se perdió. La luz que entraba por una ventana
la hizo abrir los ojos que le pesaban, tenía la garganta seca, y
le costaba respirar con normalidad. Cerró los ojos para tratar
de acostumbrarse a la luz. Un hombre de unos cuarenta años
se posó frente a ella, tenía un bata de hospital, así que supuso
que era un médico.
—Ya estás de regreso, nos has dado algo de trabajo —
Jessica trató de sonreír, pero no podía—, ahora te voy a
revisar, necesito comprobar que todo esté bien.
—¿Qué me sucedió? —dijo con voz rasposa,
—Has estado muy delicada, al aparecer sufriste un
envenenamiento. Fue una suerte que salieras con vida. Los
minutos de traslado fueron de vital importancia.
Le costaba procesar la información, no podía haberse
envenenado.
—¿Y mi bebé? —dijo preocupada. Al ver que el doctor
apretaba los labios en una fina línea, supo que le daría la peor
noticia de su vida.
—Tratamos de salvarlos a los dos, pero el bebé no lo
resistió, lo siento.
El grito desgarrador se debió de escuchar en todo el
edificio, no podía creer que la vida la estuviera castigando de
esa manera. Se llevó las manos a su vientre, que es ese instante
era plano. Lloró sin consuelo alguno, en ese instante en lo
único que pensaba era que quería morir. Levantó las sábanas
queriendo levantarse, quería huir de ahí, quería escapar de esa
pesadilla. La vida no podía ser tan injusta, ella nunca le había
hecho daño a nadie como para pagarlo de esa manera.
El médico la detuvo antes de que se levantara y la retuvo
de los brazos, luchó con todas sus fuerzas, de verdad que lo
intentó, pero nada era suficiente. Vio como una enfermera
inyectaba algo en el suero, la última imagen que vio fue a sus
padres entrando en la habitación, antes de volver a sumergirse
en un sueño profundo del cual no quería despertar.
Tal vez no había visto su vida pasar frente a sus ojos por un
minuto, tal vez la luz destellante al final del túnel no la había
llamado, pero de que estaba muerta, lo estaba. Cuando
despertó en esa cama de hospital, rodeada de sus padres, su
amiga Harper y Dereck, supo que no estaba preparada para el
dolor tan inmenso que la invadió. Nada te prepara para que la
vida te robe las ilusiones. Jessica miraba al vacío como
queriendo escapar de la realidad. Sus padres le decían que lo
tenía que superar, su amiga y Dereck le daban ánimos, pero
nada la sacaba de ese estado de irrealidad. No comprendía que
un día antes estaba muy tranquila en su casa, pensado que la
vida le comenzaba a sonreír, y después todo a su alrededor se
desmoronaba.
Ni siquiera le había dicho a Mark que estaba embarazada.
Y eso era algo que nunca se perdonaría.
—Debes regresar a la ciudad, Jessica —dijo Dereck
sentado en la silla junto a su cama—. No puedo dejarte aquí si
corres peligro.
Hasta ese instante ella no había dicho ninguna palabra, ni
siquiera le contestaba a los doctores, nada le importaba más
que morirse.
—Me quiero morir —dijo volviendo a llorar desgarrada.
Dereck la acunó entre sus brazos como si fuera una niña,
mientras le susurraba que todo estaría bien, que ya nadie podía
hacerle daño. Y era verdad, porque el dolor que sentía en ese
instante nadie más se lo podía causar. Tan grave estuvo que ni
siquiera se pudo despedir de su hijo, y sus padres se había
tenido que hacer cargo de todo, mientras ella se debatía entre
la vida y la muerte.
—Necesitamos que te recuperes, Jessica, aún no
encontramos a la persona que envenenó el agua del depósito
de tu casa, eso sin contar que han envenado el bebedero de los
animales y han muerto algunas reses. Pero eso no me importa,
lo que más me importa en este momento es lo que te sucedió a
ti. No podemos dejarte sola en este lugar.
A Jessica ya nada le importaba, de hecho, si la mataban en
ese instante incluso le harían un favor. Sollozando cerró los
ojos, cuando la puerta se abrió de golpe. Mark estaba parado,
mirándola como si estuviera observando un fantasma. Dereck
se alejó de ella, para apartar a Mark de la puerta a empujones.
—Aléjate de ella por tu bien. ¿No crees que ya le han
destrozado suficiente la vida?, estuvo a punto de morir.
Prepárate, porque vamos a encontrar a los responsables, y si
tuviste algo que ver, te juro que pondré cada recurso del que
dispongo para hacer que te refundan en la cárcel.
Mark parecía que no escuchaba las advertencias de Dereck,
porque lo único que hacía era mirarla.
—Jessica, tenemos que hablar.
Escucharlo lo único que provocó fue que ella se pusiera a
llorar incontrolable. Los médicos que llegaban en ese instante
le dieron un sedante para que descansara. Pero nada en el
mundo hacía que se fuera el dolor que tenía en el pecho.
Abrió la puerta del rancho acompañada de su amiga
Harper, Dereck y sus padres. El mundo se le cayó encima al
volver a la realidad. Harper la acompañó hasta su habitación,
solo quería dormir. Y si desaparecía de la faz de la tierra sería
mejor.
—Sé que no hay palabras para esta situación —escuchó
que le decía su amiga—, pero tienes que reponerte de este
golpe, necesito ver a la mujer fuerte que logró salir de una
cama de hospital, tienes que luchar con la misma entrega.
Nadie, absolutamente nadie, te va a comprender de alguna
manera porque el dolor que sientes ahora nadie lo ha sentido.
Pero lo único que te pido es que no te dejes vencer.
Jessica no dijo nada, sabía que la intensión de su amiga era
la más noble, pero como ella misma lo estaba diciendo, nadie
comprendería su dolor. Suspiró cerrando los ojos, intentando
no volver a llorar. Harper salió de la habitación sin decir nada.
Y casi lo agradecía.
Su madre la despertó horas más tarde para que tomara el
medicamento y comiera algo. No quería cenar, así que solo
tomó las pastillas y se volvió a acostar, tenía derecho a sentirse
destrozada, y si quería estar toda una vida acostada, lo haría.
Ahora no tenía ningún motivo.
Pasó sumergida en ese estado de irrealidad dos semanas.
Aunque su familia la trataba de ayudar, no podían, le habían
dicho que buscarían ayuda para ella. Y pensaba que tal vez era
la mejor opción, hasta que un día esa tristeza se volvió furia y
coraje. ¿Quién la odiaba tanto como para hacerle eso?
Las lluvias habían comenzado a caer, hasta el clima estaba
de acuerdo con ella en su estado de ánimo. Se asomó por la
ventana y vio que la lluvia comenzaba a caer con fuerza,
seguramente les esperaría una tormenta, los rayos caían muy
cerca, haciendo resplandecer todo a su paso. Por un solo
instante pensó en lo bonito que sería que la lluvia se llevara
ese dolor, quería ser como esas nubes tormentosas, que cuando
se desahogaban, se veían blancas.
Sin pensarlo salió de su habitación, era entrada la
madrugada y nadie estaba afuera de sus habitaciones, caminó
como si estuviera hipnotizada, y cuando las gotas de lluvia
tocaron su cuerpo, fue como si un bálsamo cayera sobre ella.
Siguió caminando hasta la laguna, mientras las gotas de lluvia
se confundían con sus lágrimas. El aire hacía que las ramas de
los árboles se mecieran con fuerza. El agua de la laguna
ondeaba con fuerza.
Solo necesitaba dar un paso más entrando al agua y dejarse
llevar, un solo paso y el dolor acabaría, un solo paso para
liberarse de esa opresión en el pecho que no la dejaba vivir.
Unos brazos la rodearon antes de que diera ese paso, ni
siquiera se volvió para ver de quién se trataba porque lo sabía,
su aroma era inconfundible.
Mark estaba detrás de ella abrazándola con fuerza mientras
le susurraba que todo estaría bien, pero en realidad nada estaba
bien. Toda su vida se había ido con la muerte de su hijo. Lloró
entre sus brazos, por segundos se sintió segura entre ellos, una
especie de calma la envolvía, pero el dolor no se iba.
—No llores más, nena, todo va a estar bien.
—Nada está bien, Mark, nada. Mi hijo era lo único bueno
que he tenido en la vida y me lo han arrebatado —dijo
llorando desgarrada.
No se dijeron nada más, sabía que él estaba consciente de
que era el padre de su hijo. Pero conocía la noticia a partir de
que ella estaba en el hospital, así que supuso que no le dolía
tanto como a ella. El tiempo pasó entre sus brazos, hasta que el
agotamiento la venció.
La siguiente vez que se despertó estaba en su cama, parecía
que el día había amanecido soleado. No tenía la menor idea de
cómo llegó hasta ahí, pero suponía que Mark la había llevado.
Una parte de su alma estaba en paz, habían llorado lo
necesario para despedir de una manera espiritual a su hijo,
porque la persona que les había arrebatado todo incluso les
había arrebatado hasta esa despedida.
Capítulo 17
Cuatro meses después
Después de ese día algo cambió en ella. Sus peones decían
que se había vuelto fría y a lo mejor una mujer cruel, no
quedaba nada de la mujer que llegó meses atrás. Le habían
robado sus sueños. Derek estaba furioso porque aún no tenían
al responsable del envenenamiento que sufrió. Y ella solo
esperaba que apareciera para poder matar con sus propias
manos al culpable de toda su desgracia.
Estaba recorriendo los lindes donde pastaban sus reses para
vigilarlas. Le gustaba cabalgar a solas, porque eso le daba
tiempo a pensar. Pero también le daba tiempo para recordar. Y
los recuerdos últimamente le dolían más de lo que le gustaría.
Bajó de su caballo y se sentó en el cercado que había alzado
Robert junto con los peones para las nuevas reses. El rancho
funcionaba con éxito y en nada de tiempo volvería a ser lo que
había sido cuando su abuela estaba a cargo de él. Tan distraída
estaba que no se dio cuenta de que alguien se acercaba de
manera sigilosa.
Giró la vista para ver a Mark, que se paraba junto donde
ella estaba sentada. Jessica se impulsó para irse, pero él fue
más rápido y la agarró por el brazo, atrayéndola más cerca de
lo que a ella le gustaría.
—Jessy, déjame explicarte. Nada es lo que parece.
—¿Qué es eso, Mark? —dijo de manera fría, le miró con
todo el odio reflejado en sus ojos—. Estoy segura que a ti te
vino de perlas lo que me sucedió, querías las tierras, Mark, ¿o
la ambición tener el agua fue tan grande que incluso eran
capaces de matarme?
—No te pases, nena, sabes que no soy capaz de hacer algo
así. — La miró de una manera tan intensa que a Jessica le dio
un vuelco el corazón, y se odió a sí misma por ser tan estúpida.
Sus ojos tal vez expresaron el dolor que le provocaba su
cercanía, porque Mark la miró pálido—. No lo hagas, nena,
¿no ves que te necesito en mi vida?
La besó de tal manera que parecía que quería fundirse en
ella. Jessica suspiró de ansiedad, había anhelado tanto besarlo,
sentir su piel, tanto que su cuerpo lloraba de desesperación.
Entre sueños lo llamaba y no había noche que no anhelara
pasarla entre la seguridad de sus brazos. Pero aun con toda esa
desesperación que sentía por estar junto a él, no podía olvidar
la manera en la había terminado su insipiente historia. Así que
reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, lo apartó de ella
propinándole una bofetada que incluso ella se sorprendió;
nunca había sido una persona violenta, pero estaba claro que
Mark sacaba lo peor de ella.
Subió en su caballo y cabalgó lo más rápido posible,
necesitaba alejarse de él, necesitaba no dejarse envolver en sus
redes. No quería saber nada de él.
***
Las luces de la patrulla la estaban comenzando a poner
nerviosa. Miró de nuevo al sheriff.
—Entonces, señorita, dígame, ¿está segura de que no sabe
dónde se encuentra Mark Dallas?, un peón los vio discutiendo
en los lindes de sus tierras.
—No discutíamos, me marché del lugar dejándolo solo.
—Pues el testigo asegura que usted agredió al señor Dallas.
¿Qué tiene que decir a eso?
Ese hombre era idiota, ¿cómo comprendía que ella le iba
hacer daño a él?
—Esta bien, discutimos, pero después de ahí me fui y no
supe nada más de él. ¿Ya buscaron en los alrededores?
—Desde ayer noche, y no hemos dado con ninguna huella
que nos diga en dónde puede estar. Es como si se lo hubiera
tragado la tierra.
—¿Cree que le pudo haber pasado algo?, si puedo ayudar a
buscarlo, no dude en que los apoyaré.
—Es mejor que se mantenga alejada de este caso, señorita.
Cuando el señor ese de ciudad que vivía con usted levantó una
denuncia por envenenamiento a su persona, el principal
sospechoso al que inculpó fue al señor Dallas, y aunque aún
no se ha dado carpetazo final a ese asunto, no puedo dejar que
participe en la búsqueda del señor.
En cuanto el sheriff se fue, un nerviosismo se apoderó de
ella. Estaba segura que lo había dejado sano y salvo en el
cercado, ¿y esa patraña de que habían discutido?, ¡Dios! No
podía estar pasando realmente eso. Sintió que su corazón latía
desbocado, pensando en las miles de situaciones que le
pudieran pasar. Era un hombre fuerte, pero no por eso quería
decir que era invencible.
Sin saber por qué necesitaba ayudar a buscarlo, aunque
fuera por su propia cuenta. Se vistió y se puso unas botas, pero
antes le llamó a Dereck, él le ayudaría a buscar algún
investigador, o a alguien que los ayudara a encontrar el
paradero de Mark.
Caminó por el sendero que llevaba a la laguna, a lo mejor
ahí estaba Mark, de verdad que en su mente rogaba porque
estuviera ahí. No lograría soportar otra pérdida en su vida. Por
mucho que se esforzara por odiarlo, sabía que nunca lo
lograría.
—¡Mark! —gritó con todas sus fuerzas, pero no obtuvo
respuesta—. ¿Dónde estás, Mark?, responde, por favor.
Un golpe en la cabeza le hizo perder el paso. La última
imagen que vio fue el agua cristalina de la lagua mientras caía
en ella.
El frío estaba comenzando a calarle los huesos, tenía la
ropa mojada y la cabeza le martillaba, estaba aturdida, no
entendía si se había resbalado o le habían golpeado. Claro que
al ver que estaba atada de pies y manos no le quedó la menor
duda de que alguien la había golpeado.
Mantuvo los ojos cerrados, trató de sentir dónde estaba y al
parecer estaba sobre paja. El olor a caballos llegaba hasta ella,
así que supuso que estaba en algún depósito de comida. Estaba
muy oscuro y no lograba identificar algo con claridad. Maldijo
a su suerte, no podía ser que de nuevo le intentaran hacer
daño. El sonido de unas botas acercándose la estremeció, no
sabía qué le iban a hacer, o cuál era el propósito de su
cautiverio.
La puerta se abrió y entraron dos personas.
—¡Demonios, Rachel!, ¿no nos habremos pasado con estos
dos? —escuchó que decía la maldita de la madre de Rachel.
—Para nada, madre, pero mi cariñito es hora de que se
despierte. El sedante que le disparamos no tarda tanto efecto.
—Pero no sabíamos la dosis exacta. Igual y ya estiró la
pata.
—No lo creo, madre —escuchó pasos que rodeaban algo y
después nada—, aún respira, madre. Así que mi cariñito debe
de estar fingiendo.
Un golpe seco la hizo cerrar los ojos con demasiada fuerza.
Esas estúpidas le habían pegado a Mark.
—Ahora sí, cariñito. —El tono de voz de Rachel ponía los
pelos de punta, se escuchaba como una auténtica maniática—.
¿Quieres ver a quién invitamos a la fiesta? Aquí está tu zorrita.
Jessica trató de contener la respiración, pero esa mujer le
propinó una bofetada que la dejó sin aliento.
—Mira, madre, qué par de mentirosos, son tal para cual. Es
una lástima que tengan que morir.
Esas mujeres estaban dementes, el pánico la comenzó a
invadir. Rachel la tomó del cabello haciéndole daño,
moviéndola de tal forma que quedó sentada. Mark seguía
tirado en el suelo, mientras forcejeaba para tratar de desatarse,
Carlota se acercó a él y le dio una patada en el estómago.
Jessica trató de soltarse, donde pudiera agarrar a esa mujer, la
destrozaría a golpes.
—Espera, mamá, vamos pensar las cosas con calma. De
por sí el sheriff trae la mosca tras la oreja desde que
envenenamos el agua de esta mosquita muerta —Rachel
sonrió de manera diabólica—, así que a lo mejor no tardarán
en descubrirnos. Pero tal vez corramos con suerte y salgamos
victoriosas. Pero antes tengo que vengarme de esta mujer y de
mi cariñito.
Definitivamente esas mujeres estaban locas, pero lo que le
preocupaba es que al parecer ya no le tenían miedo a nada. Era
como si les diera todo igual. Vio el pánico reflejado en su
mirada porque se acercó de manera amenazadora.
—¿Tienes miedo?, pues no sabes lo que te espera, voy a
disfrutar tanto viendo tu sufrimiento. Y tú vas a disfrutar
viendo cómo entierro poco a poco mi cuchillo en la garganta
de tu amorcito. ¿Pensaron que me podían engañar, verdad?
¿Creyeron que podían tener un lio sin que yo me enterara?,
pues sépanlo, los he visto en sus encuentros clandestinos. Por
eso solucioné lo del bastardo ese que ibas a tener. Un poco de
veneno en tu depósito de agua y listo, fue una lástima que no
te murieras en el camino al hospital.
Una lagrima cayó por su mejilla, no podía creer que en una
persona existiera tanta maldad. Esa mujer había sido la
causante de todas sus desgracias. Tenían que buscar la manera
de salir vivos de ahí, se negaba a terminar sus días en las
manos de una loca maniática.
—Vámonos, madre, dejemos a este par de tortolos solos
para que se despidan.
Casi fue un alivio verlas salir de ese lugar. Jesica estaba
sentada, pero tenía las manos y lo pies atados. Mark se
removía inquieto tratando de romper las cuerdas que lo ataban,
pero era imposible.
Lo miró y se dio cuenta de que él la miraba preocupado,
como si temiera que no salieran de ese lugar. Como pudo llegó
hasta donde estaba Mark para ponerse de espaldas, esperaba
que pudiera desatarle las manos, pero para su mala suerte la
posición en la que le se encontraba le impedía hacerlo. Vio
cómo Mark trataba de levantarse, pero parecía que algo se lo
impedía. Después de varios intentos se logró sentar,
escucharon pasos afuera rondando donde ellos estaban, y se
quedaron muy quietos sin hacer ningún ruido.
No tenían mucho tiempo que perder, así que se
acomodaron de manera en que los dos estuvieran de espaldas.
Las cuerdas de sus manos estaban demasiado apretadas, pero
trataron con todas sus fuerzas, Jessica fue la primera en estar
liberada de las manos. En cuanto se sintió libre no perdió
tiempo, se desató los pies y se quitó la mordaza que tenía en la
boca. Liberó las manos de Mark, ayudándole a quistarse la
mordaza mientras él se quitaba la cuerda que estaba en sus
pies, Jessica iba a hablar, pero él puso su mano sobre sus
labios para evitarlo. No dijeron ni una palabra, únicamente se
comunicaban con la mirada. Mark buscó algo que los ayudara,
pero no encontró nada. Necesitaban algo con qué atacar a la
persona que los estaba vigilando.
—Nena —dijo Mark llamando su atención, en voz tan baja
que parecía un susurro—, no hay nada con qué atacar al que
nos está vigilando. Necesito que en cuanto se abra la puerta, tú
salgas corriendo la más rápido que puedas.
No le dio tiempo de reaccionar, porque Mark golpeó la
puerta con el hombro para derribarla. El hombre que estaba
vigilando del otro lado abrió la puerta apuntándolos con una
pistola. Mark no se lo pensó, se lanzó sobre el hombre antes de
que pudiera reaccionar. Solo al escuchar una detonación salió
corriendo, necesitaba pedir ayuda. Ni siquiera se dio cuenta de
que estaba llorando presa del pánico. Odiaba tener que ir a
buscar ayuda sin saber si Mark estaba herido. El camino se le
antojaba eterno, no sabía dónde había dejado los zapatos y las
piedras le estaban lastimando.
Fue un alivio ver la casa de Mark. En cuanto un peón la
vio, se acercó a socorrerla, la llevaron a la casa de Mark para
que el ama de llaves la atendiera mientras los empleados de él
salían en su búsqueda. Se sintió impotente porque en su
nerviosismo no se percató del camino que tomaban. Le dieron
un calmante, pero ella no quería tomar nada. Quería salir a
ayudar para encontrar a Mark, pero no se lo permitieron.
Las horas pasaron de manera tan lenta que la espera la
estaba matando. No quería regresar a su rancho sin tener la
seguridad de que Mark estaba a salvo. Le dijeron que se
recostara en una habitación, tanto estrés no era bueno para
ella. Aunque no quería, accedió porque los nervios la estaban
superando y necesitaba estar a solas.
Ni se dio cuenta de que la habitación que le daban era la de
Mark. Se recostó en la cama y su aroma invadió todo el
espacio. Lloró sin consuelo, los nervios se estaban apoderando
de ella, pero se obligó a tratar de mantener la calma.
No supo cuánto tiempo estuvo abrazando la almohada,
cuando la puerta se abrió y vio que era Mark, se lanzó a sus
brazos. La seguridad de tenerlo frente a ella y saber que estaba
bien, la hizo casi desvanecerse.
Capítulo 18
Nunca en su vida había pasado tanto miedo como en esas
horas, tal vez por eso no quiso pensar en nada más que en el
momento. Sin decir una palabra se fundieron un beso, se
acariciaron como queriendo fundirse el uno con el otro. Pensar
que momentos antes por poco lo perdía por culpa de esa mujer
que estaba loca.
Necesitaba sentir de nuevo esa calidez que la envolvía cada
vez que estaba entre sus brazos, las caricias y las muestras de
afecto los sorprendieron hasta el amanecer. Hicieron el amor
de tal manera que nos les quedaba duda de que se amaban.
La luz del alba se despuntaba despertándolos, Jessica no
quería que ese momento terminara, quería seguir así para
siempre. Pero tenían que separarse. Aún había heridas en el
alma que no sanaban. Se levantó tratando de hacer el menor
ruido posible.
Tal parece que Mark sí se había dado cuenta de que ella se
iba porque la retuvo, atrayéndola de nuevo a sus brazos.
Jessica suspiró, necesitaba un espacio para pensar las cosas
con calma.
—No te vayas. —La súplica en la voz de Mark hizo que
cerrara los ojos. Sabía y era consciente de que tenía que
alejarse por su bien mental. Ya no quería volver a sufrir.
—No estaría bien que me quedara.
Se levantó sintiendo que dejaba el alma en esa habitación.
—Sabes, Jessica, cuando te vi la primera vez no podía
creer la suerte que tenía. Una chica linda a la orilla de la
carretera no es algo que se vea todos los días —dijo cortándole
el aliento al escucharlo—. A veces escuchas que el amor te
puede pegar de golpe, y ese día a mí me dio un buen mazazo.
No sabía cómo actuar, estabas ahí tan sonriente, tan llena de
alegría, pero tu ropa y todo tu ser decía que este no era tu
ambiente. Fue una sorpresa descubrir cómo tu cuerpo
respondía a mis caricias. Lo sentí, ¿sabes?, sentí que éramos el
uno para el otro. No importa si apenas hemos pasado unos
minutos juntos —Mark se arrodilló en la cama para estar más
cerca de ella—, para mí, cada segundo que pasé a tu lado fue
una oportunidad para amarte. Es una pena que no te lo
demostrara de tal manera que no tuvieras la menor duda.
—Mark —dijo sin darse cuenta de que estaba llorando.
—No llores, nena. Esto te lo digo para que entiendas que te
amo sobre todo. Sé que estás herida y que hay momentos que
te duelen en el alma, pero quiero que tengas bien claro que yo
voy a estar esperando por ti. También sufrí cuando pasó lo del
bebé, sabía que estabas embarazada porque en este pueblo no
hay secretos. Si no me acerqué fue porque no quería que te
sintieras incómoda por mi presencia, y la pérdida de nuestro
hijo me dolió tanto como a ti. No tuve, ni tengo nada con
Rachel, ya quedó demostrado que estaban locas. Ahora solo te
voy a pedir que, si sales por esa puerta en este instante, tienes
que tratar de darme una oportunidad cuando estés lista, yo
estaré esperando por ti. Eres mi destino, preciosa.
Jessica no pudo contener el llanto, Mark estaba diciéndole
que la amaba, pero ella no podía responder de la misma
manera, y no es que no lo amara, de hecho, lo amaba más que
a su propia vida. Se acercó a la puerta, mientras veía la mirada
decepcionada de Mark. Salió de la habitación y se recargó de
la pared. ¿Qué estaba haciendo? Respiró de manera agitada, el
pánico la comenzó a invadir, todo mundo le decía que tenía
que aprender a vivir con el dolor de la pérdida de su hijo, le
decían que la vida tenía que seguir. Y ahora se le presentaba la
oportunidad de estar junto al hombre que más amaba en la
vida.
El destino la había llevado hasta él. Para ella, ahora la vida
en la ciudad era impensable si no era al lado de Mark. Una
sonrisa tonta asomó en sus labios, Mark le acababa de decir
que la amaba y que la esperaría hasta que estuviera lista. Sin
pensárselo dos veces, volvía abrir la puerta de la habitación,
donde Mark seguía acostado en la cama, tapándose el rostro
con el brazo.
En cuanto se percató de su presencia, sonrió cortándole el
aliento, tenía los ojos brillantes como si estuviera conteniendo
el llanto. Jessica se lanzó a sus brazos para besarlo de tal
manera que no le quedara ninguna duda de que lo amaba,
porque él era su destino: su destino era el amor.
—Tenía tanto miedo de perderte para siempre —dijo él
después de besarla como si fuera la ultima vez que se besaban.
—Hemos perdido tanto tiempo, pero esta vez lo haremos
bien, esta vez nada me podrá separar de ti. Porque mi destino
es tu amor.
Epílogo
Jessica casi tiene un infarto cuando vio a su pequeño hijo
de cinco años entrar en la casa cubierto de barro.
—¡Lo hice, mamá! —gritó su hijo entusiasmado.
—¿Qué hiciste, cielo?, ¿dónde están Robert y tu padre?
—He atrapado un cerdo, y papá está lavándose en el
granero, dice que lo vas a matar.
¡Lo mataba! Claro que lo mataría. Se acarició su abultado
vientre, su hija le dio una patada fuerte.
—Ya vamos, cielo. Eres muy oportuna, mira que querer
nacer cuando tu padre se ha puesto a jugar en el chiquero de
los puercos.
Su marido entró sonriendo, quitándose la camisa. El olor a
puercos le llegó hasta donde estaba.
—Te lo advierto, Mark, como no subas en este instante a
bañarte, me voy al hospital sola.
—¿Al hospital? —dijo su marido sin entender lo que
quería decir.
—Eres un tonto, claro que al hospital, ¡estoy de parto! Más
te vale que muevas ese trasero y te apures.
Su marido salió corriendo, mientras ella se doblaba por una
contracción. Sería mejor que sacara la camioneta del garaje
porque su marido luego se ponía muy nervioso. Tomó la bolsa
donde tenía preparado todo para el nacimiento de su hija, y
caminando como un pato fue a sacar la camioneta.
—Mamá, ¿te quedas con el niño?, me voy al hospital.
—Sí, hija. —Su madre había ido para ayudarla con el niño
ahora que se acercaba el parto y ella estaba muy contenta
porque de esa manera habían limado asperezas.
Tres horas después, Natalie Dallas nacía pegando de gritos.
—Lo has hecho muy bien, preciosa —dijo su marido
mientras cargaba a su hija entre sus brazos. Estaba tan
contento que todo lo que le había dolido el parto valía la pena
solo por ver esa felicidad en él.
—El próximo lo tendrás tú. —Su marido se acercó a ella,
preocupado.
—¿Te encuentras bien, cielo?, dime que no te arrepientes
de compartir la vida conmigo.
—Nunca, mi amor, mi destino es tu amor, y lo será por
siempre.
Su marido le dio un beso que la dejó embobada. No podía
creer que lo amara tanto, o más que el día en que se dieron el
“Sí, acepto” frente al padre del pueblo. Él era su vida y su
destino por la eternidad.
Fin
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