Subido por Conchi Sebastián Cebrián

antologia textos

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Antología de textos: La noticia
UN MINERO ENCUENTRA UN LOBO DE HACE 57 000 AÑOS
QUE AÚN CONSERVA EL PELAJE
El cachorro falleció con apenas unas semanas de vida tras derrumbarse la
madriguera donde estaba y quedó enterrado en el permafrost
DAVID RUIZ MARULL / 22-12-2020
En julio de 2016, mientras el agua golpeaba una pared de barro congelado en un pequeño afluente del arroyo Last
Chance, en los campos de oro de Klondike, cerca de Dawson City, Yukon (Canadá), un minero hizo un descubrimiento extraordinario. No era, sin embargo, una pepita gigante de esas que hacían enloquecer a los buscadores
del Salvaje Oeste. Era algo mucho más destacado: un cachorro de lobo (Canis lupus) perfectamente conservado
que había estado enterrado en permafrost1 durante 57 000 años.
La notable condición en la que estaba el animal […] ha permitido a los investigadores de la Des Moines University
obtener información muy específica, como su edad, el estilo de vida y la proximidad que presenta con los lobos
modernos, según revelan en un artículo recién publicado en la revista Current Biology.
«Esta es la momia de lobo más completa que jamás se haya encontrado. […]», explica en un comunicado Julie
Meachen, autora principal del estudio. […]
Una de las preguntas más importantes que los investigadores querían responder fue cómo terminó Zhùr, que era
una hembra, preservada en el permafrost. Según detallan en su análisis, se necesita una combinación única de
circunstancias para que se produzca este hecho. […]
Otro factor importante era cómo murió el cachorro. Los que fallecen lentamente o son cazados por depredadores
tienen menos probabilidades de encontrarse en condiciones perfectas. «Creemos que estaba en su madriguera y
murió instantáneamente por el colapso de la guarida», apunta la especialista.
Además de saber cómo murió, el equipo de especialistas también pudieron analizar su dieta, que estuvo muy
influenciada por lo cerca que vivía del agua. […]
El análisis del genoma de Zhùr confirmó que descendía de antiguos lobos grises procedentes de Rusia, Siberia y
Alaska, que también son los antepasados de los lobos modernos. […]
Los investigadores creen que es posible que se encuentren más momias en el permafrost durante los próximos
años. «Una pequeña ventaja del cambio climático es que aparecerán más a medida que el permafrost se derrita»,
concluye.
www.lavanguardia.com
© grupo edebé
1
permafrost: capa de hielo permanente que cubre el suelo en las regiones polares.
Antología de textos: El texto expositivo
Un invento revolucionario en la Edad Media: las gafas
Antes del siglo xiv, los defectos de visión, fueran congénitos, como la miopía, o ligados a la edad, suponían una
limitación irremediable. Ello afectaba sobre todo a quienes se dedicaban a trabajos de precisión o a actividades intelectuales basadas en la lectura y la escritura. Entre estos últimos estaban los monjes, durante siglos los grandes
conservadores del saber occidental. Por ello, no es extraño que fuera en un convento donde poco antes de 1300
se desarrollase un invento que desde entonces ha cambiado la vida de una parte considerable de la humanidad:
las gafas.
Un científico árabe, Ibn al-Haytham, conocido en Europa como Alhacén, creó en el siglo XI las bases teóricas para
esta invención con su estudio de la córnea humana y de los efectos de los rayos de luz en espejos y lentes. Sus
libros se tradujeron al latín en el siglo xiii y alimentaron un generalizado interés por la óptica y por sus aplicaciones
prácticas. Aparecieron así las «piedras de lectura», lentes planoconvexas (semiesféricas) que se usaban a modo
de lupas y que constituyen el precedente de las gafas.
En 1306, un dominico afirmó en un sermón en Florencia: «No hace aún veinte años que se encontró el arte de
hacer gafas, que hacen ver bien, que es una de las mejores artes y de las más necesarias que el mundo tenga,
y hace tan poco que se encontró. […] Yo vi a aquel que primero la encontró e hizo, y hablé con él». Por tanto, el
invento se sitúa hacia 1286. Otra noticia de la época menciona a un monje de Pisa llamado Alessandro della Spina,
fallecido en 1313, quien «era capaz de rehacer todo lo que veía. Él mismo fabricó las gafas que otro había ideado
antes pero sin querer comunicar su secreto. Alessandro, en cambio, enseñó a todos la manera de hacerlo».
Esas primeras gafas consistían en dos lentes montadas en círculos de madera o de asta, unidas mediante un
remache y que se colocaban sobre la nariz. Las lentes, de tipo biconvexo, solucionaban los defectos en la visión
cercana, como la presbicia. Hay referencias a que se empleó como material cuarzo transparente o bien cristal de
otra piedra preciosa, el berilo,1 aunque las primeras gafas también se han vinculado con la técnica de fabricación
de cristal a base de arena, potasio y carbonato de sodio, desarrollada en Bizancio y adoptada por los venecianos.
Las gafas se generalizaron enseguida entre las personas mayores. Por ejemplo, el poeta Petrarca recordaba cómo
hacia 1350, cumplidos los 60 años, perdió de repente su buena vista y se vio «obligado a recurrir con renuencia2
a la ayuda de las lentes». En el siglo xv apareció un nuevo tipo de gafas, «aptas para la visión lejana, esto es, para
los jóvenes», como decía el duque de Milán en una carta de 1462, en una clara referencia a las lentes cóncavas
que corrigen la miopía.
Este último tipo de gafas no solo eran útiles para tareas puntuales como la lectura y la escritura, sino que podían
llevarse todo el tiempo. Y quizás esto hizo que se prestara más atención al problema de cómo sostener las gafas sobre la nariz sin tener que aguantarlas con la mano, como pasaba al principio. Por ejemplo, se propusieron
gorros con alambres de los que colgaban las gafas, o una banda de cuero que sujetaba las lentes en torno a la
cabeza. Curiosamente, el método de las patillas (primero apretando las sienes y luego sujetas a las orejas) no se
difundió hasta el siglo xviii. Fue entonces cuando las gafas, cómodas de llevar, relativamente baratas (gracias a su
producción industrial) y con lentes cada vez mejor adaptadas a las necesidades de cada cual, se convirtieron para
muchos en un apéndice insustituible para moverse por el mundo.
Alfonso López
1
berilo: mineral muy duro, ligero y traslúcido.
2
renuencia: oposición o resistencia a hacer algo.
© grupo edebé
www.nationalgeographic.es
Antología de textos: El texto expositivo científico
Los agujeros negros
Para entender cómo se podría formar un agujero negro, tenemos que tener ciertos conocimientos acerca del ciclo
vital de las estrellas. Una estrella se forma cuando una gran cantidad de gas, principalmente hidrógeno, comienza
a colapsar sobre sí mismo debido a su atracción gravitatoria. Conforme se contrae, sus átomos comienzan a colisionar entre sí, cada vez con mayor frecuencia y a mayores velocidades: el gas se calienta. Con el tiempo, el gas
estará tan caliente que cuando los átomos de hidrógeno choquen ya no saldrán rebotados, sino que se fundirán
formando helio. El calor desprendido por la reacción, que es como una explosión controlada de una bomba de
hidrógeno, hace que la estrella brille. Este calor adicional también aumenta la presión del gas hasta que esta es
suficiente para equilibrar la atracción gravitatoria, y el gas deja de contraerse. Se parece en cierta medida a un
globo. Existe un equilibrio entre la presión del aire dentro, que trata de hacer que el globo se hinche, y la tensión
de la goma, que trata de disminuir el tamaño del globo. Las estrellas permanecerán estables en esta forma por un
largo período, con el calor de las reacciones nucleares equilibrando la atracción gravitatoria. Finalmente, sin embargo, la estrella consumirá todo su hidrógeno y los otros combustibles nucleares. Cuando una estrella se queda
sin combustible, empieza a enfriarse y, por lo tanto, a contraerse.
Cuando la estrella se reduce en tamaño, las partículas materiales están muy cerca unas de otras, y así, de acuerdo
con el principio de exclusión de Pauli, tienen que tener velocidades muy diferentes. Esto hace que se alejen unas
de otras, lo que tiende a expandir a la estrella. […]
La teoría de la relatividad limita la diferencia máxima entre las velocidades de las partículas materiales de la estrella
a la velocidad de la luz. Esto significa que cuando la estrella fuera suficientemente densa, la repulsión debida al
principio de exclusión sería menor que la atracción de la gravedad. Una estrella fría de más de aproximadamente
una vez y media la masa del Sol no sería capaz de soportar su propia gravedad.
Si una estrella posee una masa menor, puede finalmente cesar de contraerse y estabilizarse en un posible estado
final, como una estrella «enana blanca», con un radio de unos pocos miles de kilómetros y una densidad de decenas de toneladas por centímetro cúbico. Una «enana blanca» se sostiene por la repulsión, debida al principio
de exclusión entre los electrones de su materia. Se puede observar un gran número de estas estrellas enanas
blancas […].
Estrellas con masas superiores tienen, por el contrario, un gran problema cuando se les acaba el combustible. En
algunos casos consiguen explotar, o se las arreglan para desprenderse de la suficiente materia como para reducir
su peso por debajo del límite y evitar así un catastrófico colapso gravitatorio […].
El problema de entender qué es lo que sucedería fue resuelto por primera vez por un joven norteamericano,
Robert Oppenheimer, en 1939. El campo gravitatorio de la estrella cambia los caminos de los rayos de luz en el
espacio-tiempo, respecto de cómo hubieran sido si la estrella no hubiera estado presente. Esto puede verse en
la desviación de la luz, proveniente de estrellas distantes, observada durante un eclipse solar. Cuando la estrella
se contrae, el campo gravitatorio en su superficie es más intenso y los conos de luz se inclinan más hacia dentro.
Esto hace más difícil que la luz de la estrella se escape, y la luz se muestra más débil y más roja para un observador lejano. Finalmente, cuando la estrella se ha reducido hasta un cierto radio crítico, el campo gravitatorio en
la superficie llega a ser tan intenso que los conos de luz se inclinan tanto hacia dentro que la luz ya no puede
escapar. De acuerdo con la teoría de la relatividad, nada puede viajar más rápido que la luz. Así, si la luz no puede
escapar, tampoco lo puede hacer ningún otro objeto; todo es arrastrado por el campo gravitatorio. Por lo tanto,
se tiene un conjunto de sucesos, una región del espacio-tiempo, desde donde no se puede escapar y alcanzar a
un observador lejano. Esta región es lo que hoy en día llamamos un agujero negro.
© grupo edebé
Stephen W. Hawking, Historia del tiempo (adaptación).
Antología de textos: El texto argumentativo
La inteligencia y el lenguaje
Parece extraño que la inteligencia humana tenga esa paradójica capacidad de construirse a sí misma. Ninguna
máquina puede hacerlo y los neurólogos encuentran, en el misterioso fondo de nuestra inteligencia, una complejísima maquinaria neuronal. Y, para colmo de males, genéticamente determinada. Admitir la autocreación sería
como afirmar que un automóvil puede mejorar su propio motor.
Siento contradecir algo que parece tan evidente, pero lo cierto es que el ser humano hace cosas muy extrañas.
Parece que puede encaramarse sobre sí mismo. La palabra superarse designa esa posibilidad. «Hay que aprender
a bailar sobre los propios hombros», decía Nietzsche. El colmo de la paradoja es que el hombre consigue una
parcial libertad usando mecanismos deterministas. No somos libres, estamos siempre en proceso de liberación.
Esto sí que es un gran vuelo. Un vuelo de águila y no un tortoleo de gallina. Por ser capaz de tan extraordinaria
hazaña, he comparado muchas veces la inteligencia humana con el barón Münchhausen, el protagonista de una
antigua novela alemana. Un hombre de muchos recursos que, habiéndose caído una vez en un pantano, se sacó
de él a sí mismo y a su caballo tirándose hacia arriba de los pelos.
Aunque lo parezca, no es una broma: la especie humana ha hecho cosas parecidas. Ha inventado herramientas
mentales que acabaron por hacer más poderosos los mecanismos que las habían producido. El ejemplo más claro, y más importante para nuestro tema, es el lenguaje. Nuestra inteligencia es lingüística. Pensamos con palabras,
hacemos planes con palabras, nos comunicamos con ellas. Estamos continuamente hablándonos, haciéndonos
preguntas, criticándonos. La facilidad con que lo hacemos nos impide ver lo incomprensible del fenómeno. El
lenguaje es una creación muy sofisticada y compleja. […].
Se supone que el hombre comenzó a hablar hace ciento veinte mil años. El lenguaje tuvo que inventarlo una
inteligencia muda, es decir, una inteligencia muy distinta de la nuestra. Resulta difícil explicar tal alarde. No basta
con decir que lo hizo tirándose hacia arriba de los pelos, claro. Para salir del atolladero, algunos lingüistas del siglo
pasado afirmaron que Dios tuvo que haberle dado el lenguaje al hombre, todo hecho, con sus pluscuamperfectos
y condicionales. Los seres humanos, dejados a su aire, no hubieran podido hacer algo tan perfecto. En 1866, siete
años después de que Darwin publicara El origen de las especies, la Sociedad Lingüística de París, harta ya de
especulaciones, prohibió que se siguiera discutiendo el tema del origen del lenguaje en la especie.
Si consideramos el lenguaje en su estado actual, su riquísimo vocabulario, la fascinante sutileza de la sintaxis, el
hecho de que podamos producir un número infinito de frases, resulta incomprensible su invención. Pero conviene
contemplarlo en una perspectiva histórica. Durante cien mil años el hombre fue inventando poco a poco signos
—las palabras son signos—, que le capacitaron para inventar nuevos signos. La herramienta inventada sirvió para
perfeccionar la herramienta inventora. Fue una larguísima creación social que ocupó a la humanidad durante decenas de milenios y que ahora cualquier niño puede asimilar y aprovechar en cuatro o cinco años. Cada vez que
decimos una frase resuena en nosotros la sabiduría creadora de millones de humanos.
© grupo edebé
José Antonio Marina, El vuelo de la inteligencia (adaptación).
Antología de textos: Instancia 1
Lucía Granados Romero, nacida en Oviedo, el 12 de octubre de 2005, estudiante de 1.º de Bachillerato en el IES
Leopoldo Alas Clarín, con DNI n.º 34759164S y con domicilio en Avenida Bruselas, 3, 1.º C (Oviedo).
EXPONGO:
1. Que, al realizar la matrícula de 1.º de Bachillerato, opté por el Bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales
y escogí las siguientes asignaturas de modalidad: Latín I, Griego I, Historia del Mundo Contemporáneo y Matemáticas Aplicadas a las Ciencias Sociales I.
2. Que, una vez iniciado el curso, me he dado cuenta de que mis intereses se orientan más hacia el ámbito artístico, concretamente, hacia los estudios de Bellas Artes.
Por todo ello,
SOLICITO:
Que se me permita modificar la matrícula y cambiar de grupo para poder cursar el Bachillerato de Artes, y realizar
así las materias de modalidad siguientes: Dibujo Artístico I, Dibujo Técnico I, Volumen y Cultura Audiovisual.
Oviedo, 23 de octubre de 2021
Fdo.: Lucía Granados Romero
Lucía G.
© grupo edebé
JEFA DE ESTUDIOS DEL IES LEOPOLDO ALAS CLARÍN
Antología de textos: Instancia 2
Roberto Gómez Valiente, nacido en Palencia, el 20 de julio de 2007, estudiante de 3.º de ESO en el IES Santa
María La Real, con DNI n.º 55984003H y con domicilio en calle de las Huertas, 16, 2.º D, Aguilar de Campoo
(Palencia).
EXPONGO:
1. Que soy conocedor de las ayudas que ofrece el Excmo. Ayuntamiento de Aguilar de Campoo, a través de su
Concejalía de Juventud, relativas a la asistencia al Campamento de Verano de 2022.
2. Que reúno los requisitos necesarios para asistir al Campamento de Verano que organiza el Ayuntamiento de
esta ciudad.
3. Que debido a los problemas derivados de la situación familiar (mi padre está desempleado y mi madre se
encuentra de baja a causa de una enfermedad), no disponemos del dinero que cuestan la estancia y la manutención del Campamento de Verano.
Por todo ello,
SOLICITO:
Que se me conceda una de las plazas gratuitas que el Ayuntamiento de Aguilar de Campoo dispone para las
familias desfavorecidas o en precaria situación económica.
Aguilar de Campoo, 13 de mayo de 2022
Fdo.: Roberto Gómez Valiente
Roberto G.
© grupo edebé
SRA. ALCALDESA DEL EXCMO. AYUNTAMIENTO DE AGUILAR DE CAMPOO (PALENCIA)
Antología de textos: Carta de presentación
Marcos Pérez Lafuente
C/ Pardo, 25
08017, Córdoba
661 203 719
[email protected]
8 de junio de 2021
A la atención del responsable de Recursos Humanos:
El motivo de esta carta es hacerle llegar mi candidatura y el correspondiente currículum para cubrir la vacante de
auxiliar de enfermería.
Considero que no solo tengo las capacidades y competencias requeridas que se solicitan, sino la experiencia y
el conocimiento necesarios para desarrollar correctamente las funciones propias del puesto.
Por último, me gustaría subrayar que soy una persona flexible, comprometida, trabajadora y puntual, y además
tengo la capacidad de adaptarme enseguida a los cambios.
Espero que consideren mi candidatura y poder tener pronto la oportunidad de conocernos en una entrevista
personal.
Un cordial saludo,
© grupo edebé
Marcos Pérez
Antología de textos: Reclamación
SERVICIO DE ATENCIÓN AL CLIENTE
Empresa MicroBarna.com
DATOS DEL RECLAMANTE
NOMBRE Y APELLIDOS: Hugo Beltrán Montoya
DNI: 90845313T
MicroBarna.com
DOMICILIO: c/ Mallorca, 218 3.º 3.ª
POBLACIÓN: Barcelona
CÓDIGO POSTAL: 08037
TELÉFONO: 223 984 598
MOTIVO DE LA RECLAMACIÓN
Compré a través de la página web www.microbarna.com un ordenador portátil nuevo, pero he recibido otro totalmente diferente que, además, parece usado. He llamado varias veces al teléfono que se facilita en la página web
y he enviado varios correos electrónicos a la empresa, pero no consigo contactar con el servicio de atención al
cliente para intentar solucionar el problema.
DOCUMENTACIÓN QUE SE ACOMPAÑA
Factura de la compra del ordenador.
Correo electrónico que recibí por parte de la empresa MicroBarna.com al realizar la compra a través de su página
web.
Fotografías del ordenador portátil que compré (que aparecen en la página web www.microbarna.com) y fotografías
del ordenador que recibí.
El reclamante desea que las comunicaciones se realicen a través de (señale la opción que proceda):
X → Correo electrónico
X → Teléfono
 Correo ordinario
En Barcelona, a 7 de abril de 2021
Firma:
Hugo Beltrán
© grupo edebé
Número de reclamación: 000884370
Antología de textos: Recurso
Excelentísimo señor alcalde de Salamanca:
Los abajo firmantes, vecinos y vecinas del barrio de La Guindalera (Salamanca), nos manifestamos contrarios a
la existencia de locales nocturnos en la plaza San Bartolomé.
ALEGACIONES
PRIMERA. El ruido provocado por el excesivo volumen de la música de los locales colindantes supera los límites
de decibelios permitidos por la ley y ocasiona a los vecinos y vecinas trastornos físicos y, también, psicológicos
(sensación de inquietud, inseguridad, disminución de concentración y efectividad en las tareas cotidianas, trastornos mentales…).
SEGUNDA. La apertura de los locales nocturnos hasta altas horas de la madrugada impide el descanso de los
vecinos y vecinas, no solo por el ruido procedente del interior de los locales, sino también por las voces y gritos
de las personas que entran y salen, y por el alboroto que generan los cláxones de los coches que llegan a la zona.
TERCERA. Algunos de los clientes de los locales, mostrando una conducta reprochable e incívica, consumen
alcohol en la calle provocando una enorme cantidad de desechos intolerables: botellas de cristal, vasos de plástico, restos de bebida y otros residuos desagradables que no solo resultan molestos y antihigiénicos, sino que,
además, modifican seriamente la buena imagen de las calles de nuestro barrio.
SOLICITAMOS
Que tenga presente la voluntad de los vecinos y vecinas del barrio a vivir tranquilos y que frene estos desórdenes
contrarios a nuestro derecho fundamental a una convivencia cívica.
En Salamanca, a 26 de marzo de 2020
© grupo edebé
ASOCIACIÓN DE VECINOS DEL BARRIO DE LA GUINDALERA (SALAMANCA)
Antología de textos: géneros periodísticos
La columna de opinión
Cigüeñas
El mundo ha cambiado tanto que ya nada es como era, ni el clima, ni las costumbres de las cigüeñas, ni
las supersticiones
Si rebobinara el tiempo y regresara a los años de mi adolescencia, ayer habrían vuelto las cigüeñas a sus nidos, el sol
derretiría la nieve acumulada en las calles durante todo el invierno y mi madre me habría llevado a Sabero a pedirle a
San Blas, el santo protector de la garganta, que cuidara de la mía, trayendo de regreso de su ermita agua bendita y
caramelos también bendecidos con ella para chuparlos cuando tuviera anginas o faringitis. Pero el tiempo ha pasado
con velocidad de vértigo y ni las cigüeñas han vuelto, porque nunca se fueron, pues el clima se ha suavizado mucho
últimamente, ni el sol derrite la nieve, pues ya no nieva apenas, ni mi madre me llevaría a Sabero, pues ya no vive y yo
lo hago muy lejos de aquella ermita a la que peregrinábamos toda la gente del valle minero para pedirle a San Blas que
protegiera nuestras gargantas.
En apenas medio siglo, el mundo, no solo España, ha cambiado tanto que ya nada es como era, ni el clima, ni las
costumbres de las cigüeñas, ni las supersticiones. En solo 50 años, que son los que uno recuerda, la humanidad y el
mundo han cambiado tanto que cuesta reconocerlos a poco que uno los rememore en los años sesenta o setenta del
pasado siglo y los compare con los de hoy. Y, sin embargo, el tiempo y el calendario siguen siendo los de siempre, lo
cual produce un desfase entre nuestra realidad y ellos. Pasan los meses, las estaciones, se suceden uno tras otro los
días y las fechas señaladas, cada uno con su recuerdo o su celebración adherida a él, pero ya apenas se corresponden con una meteorología modificada cada vez más por un cambio climático que ya ningún científico niega y por unas
circunstancias culturales que evolucionan de día en día también a lomos de los avances tecnológicos, del desarrollo
vertiginoso de la medicina y de otros conocimientos humanísticos y de la propia inercia del tiempo. La religión, las
costumbres, los hitos del calendario que nos señalan el paso de este por nuestras existencias no son así, pues, más
que anticuados recuerdos, cigüeñas imaginarias que ya no vuelan, como las verdaderas, salvo en nuestra imaginación.
Y, sin embargo, el tiempo sigue pasando, sucediéndose a sí mismo día tras día y mes tras mes, matándonos poco a
poco sin que lo percibamos, salvo de la ligera forma en la que la describió el poeta: «Y como nubes pasarán los días».
Lo único que no cambia (que no cambiará nunca) es ese augurio de las cigüeñas que cada febrero vuelve, crepuscular
y latino a un tiempo.
Julio Llamazares, www.elpais.com (4 de febrero de 2016)
Noticia
12 años de Facebook
Corría el año 2004 cuando Mark Zuckerberg dejaba salir a la luz el proyecto de su vida: Facebook, una página web
para que los estudiantes de la Universidad de Harvard pudiesen conocerse y entablar relaciones con más facilidad. El proyecto thefacebook, que así fue como se llamaba en un principio, no tardó en llegar a otras universidades e
incluso a otros países. Su popularidad creció como la espuma y acabó convirtiéndose en la red social por excelencia
en prácticamente todo el mundo.
A lo largo de los años, Facebook ha sufrido numerosas modificaciones, tanto desde el punto de vista gráfico como de
contenido y relaciones. Lo que no ha cambiado ha sido su popularidad, que se mantiene después de 12 años. Actualmente, la red social creada por Zuckerberg tiene más de 1,5 billones de usuarios activos y 934 millones de ellos
entran a diario.
Por otra parte, el creador de Facebook anunció en la pasada edición del Mobile World Congress de Barcelona la creación de un nuevo proyecto de alcance mundial llamado Internet.org, con el objetivo de hacer llegar conexión a
Internet a cualquier rincón de la Tierra. Un proyecto de este calado limitaría el acceso a unas páginas determinadas y lo
permitiría a otras, como precisamente Facebook.
Así, con motivo del aniversario de esta popular red social, un grupo de expertos de Universidad Oberta de Cataluña
(UOC) analiza la red social y las dudas éticas que planteará el futuro de Facebook con internet.org.
© grupo edebé
www.elmundo.es (3 de febrero de 2016)
Antología de textos: géneros periodísticos
El editorial
Fibra óptica
Barcelona puede ser, antes del próximo verano, la primera ciudad española que disponga de conexión a Internet mediante una red de fibra óptica instalada por todo su territorio municipal. Así se desprende del anuncio efectuado anteayer
desde la dirección en Cataluña de Telefónica. La compañía de comunicaciones comenzó a instalar esta red en el 2011
y ahora se propone acelerar los trabajos de implantación de una tecnología que está justamente considerada la más
eficiente, segura y rápida para las redes informáticas.
Los cientos de miles de hogares, oficinas y comercios barceloneses que hoy en día dependen y utilizan Internet mediante conexiones con las redes convencionales, junto a la extensión de la telefonía móvil, que utiliza habitualmente la
tecnología sin cableado (wi-fi), hacen necesaria la alternativa de fibra óptica, que ya ofrecen diversas compañías, pero
que está lejos de extenderse por toda la ciudad con capacidad efectiva para entrar en todos los edificios y llegar físicamente hasta el usuario final. Barcelona, que aspira a convertirse en la capital mundial del móvil gracias a albergar el
Mobile World Congress, merece y necesita la más completa red de fibra óptica, operativa y a precios accesibles.
www.lavanguardia.com (8 de febrero de 2012)
Cartas al director
Basura para la subsistencia
Sr. Director:
Ver a alguien rebuscando en contenedores es un hecho que a diario se repite en nuestras ciudades. Lo que supermercados y panaderías desechan sirve para la subsistencia de muchos cuando no pueden hacerlo de otra manera. A diario
se producen en España 2200 toneladas de pan aproximadamente, de las cuales un 30 %, o sea, 660 toneladas, van a
la basura.
Es vergonzoso. Más bien podemos calificarlo de insulto a los que pasan hambre y agravio para los que un poco de
pan es un lujo. Ellos no pueden esperar que los grandes proyectos para paliar el hambre den los resultados previstos.
Nuestras conciencias nos acusan de no hacer ese poco en nuestro entorno próximo.
Lourdes Camps Carmona. Barcelona.
www.elmundo.es (16 de febrero de 2010)
Cartas al director
¿Quién pone la lavadora?
Les escribo porque me sorprende leer al final del reportaje Domadores de bacterias la siguiente frase: «Deberíamos dejar
que los niños se ensuciaran un poquito y no sobreprotegerlos… por mucho que nos enseñaran nuestras madres que
los microbios son siempre el enemigo». ¡¡¡Pero bueno!!! ¿Es que no hay padres que se encargan de educar a sus hijos,
de limpiar las manchas y poner lavadoras? Otra vez con el rol del género. Qué desilusión ese final. Esto de la igualdad de
género no es de un día, sino de todos y de todos los días.
© grupo edebé
Marga López Tremps, Puerto de Sagunto (Valencia).
El País Semanal (18 de marzo de 2012)
© grupo edebé
Antología de textos: el texto publicitario
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Antología de textos: el texto propagandístico
Antología de textos: el teatro neoclásico
ACTO II. Escena VI
DON PEDRO, DON ANTONIO
Don Antonio.— ¡Calle! ¿Ya está usted por acá? Pues y la comedia, ¿en qué estado queda?
Don Pedro.— Hombre, no me hable usted de comedia (Siéntase.), que no he tenido rato peor muchos meses ha.
Don Antonio.— Pues ¿qué ha sido ello? (Sentándose junto a Don Pedro.)
Don Pedro.— ¿Qué ha de ser? Que he tenido que sufrir (gracias a la recomendación de usted) casi todo el primer
acto, y por añadidura una tonadilla1 insípida y desvergonzada, como es costumbre. Hallé la ocasión de escapar y
aproveché.
Don Antonio.— ¿Y qué tenemos en cuanto al mérito de la pieza?
Don Pedro.— Que cosa peor no se ha visto en el teatro desde que las musas de guardilla2 le abastecen… Si
tengo hecho propósito firme de no ir jamás a ver esas tonterías. A mí no me divierten; al contrario, me llenan de,
de… No, señor, menos me enfada cualquiera de nuestras comedias antiguas, por malas que sean. Están desarregladas, tienen disparates; pero aquellos disparates y aquel desarreglo son hijos del ingenio, y no de la estupidez.
Tienen defectos enormes, es verdad; pero entre esos defectos se hallan cosas que, por vida mía, tal vez suspenden y conmueven al espectador en términos de hacerle olvidar o disculpar cuantos desaciertos han precedido.
Ahora, compare usted nuestros autores adocenados del día con los antiguos, y dígame si no valen más Calderón,
Solís, Rojas, Moreto, cuando deliran, que estotros3 cuando quieren hablar en razón.
Don Antonio.— La cosa es tan clara, señor don Pedro, que no hay nada que oponer a ella; pero, dígame usted,
el pueblo, el pobre pueblo, ¿sufre con paciencia ese espantable comedión?
Don Pedro.— No tanto como el autor quisiera porque algunas veces se ha levantado en el patio una mareta4
sorda que traía visos de tempestad. En fin, se acabó el acto muy oportunamente; pero no me atreveré a pronosticar el éxito de la tal pieza, porque aunque el público está ya muy acostumbrado a oír desatinos, tan garrafales
como los de hoy jamás se oyeron.
Don Antonio.— ¿Qué dice usted?
Don Pedro.— Es increíble. Allí no hay más que un hacinamiento confuso de especies, una acción informe, lances
inverosímiles, episodios inconexos, caracteres mal expresados o mal escogidos; en vez de artificio, embrollo; en
vez de situaciones cómicas, mamarrachadas de linterna mágica. No hay conocimiento de historia ni de costumbres; no hay objeto moral; no hay lenguaje, ni estilo, ni versificación, ni gusto, ni sentido común. En suma, es tan
mala y peor que las otras con que nos regalan todos los días.
Don Antonio.— Y no hay que esperar nada mejor. Mientras el teatro siga en el abandono en que hoy está, en vez
de ser el espejo de la virtud y el templo del buen gusto, será la escuela del error y el almacén de las extravagancias.
Don Pedro.— Pero ¿no es fatalidad que después de tanto como se ha escrito por los hombres más doctos de
la nación sobre la necesidad de su reforma, se han de ver todavía en nuestra escena espectáculos tan infelices?
¿Qué pensarán de nuestra cultura los extranjeros que vean la comedia de esta tarde? ¿Qué dirán cuando lean las
que se imprimen continuamente?
Don Antonio.— Digan lo que quieran, amigo don Pedro, ni usted ni yo podemos remediarlo. ¿Y qué haremos?
Reír o rabiar; no hay otra alternativa… Pues yo más quiero reír que impacientarme.
Don Pedro.— Yo no, porque no tengo serenidad para eso. Los progresos de la literatura, señor don Antonio,
interesan mucho al poder, a la gloria y a la conservación de los imperios; el teatro influye inmediatamente en la
cultura nacional; el nuestro está perdido, y yo soy muy español.
Don Antonio.— Con todo, cuando se ve que… Pero ¿qué novedad es esta?
Leandro Fernández de Moratín, La comedia nueva.
tonadilla: canción alegre y ligera, especialmente si es de carácter folclórico.
2
guardilla: buhardilla.
3
estotros: estos otros.
4
mareta: rumor que provoca una muchedumbre cuando empieza a agitarse, o bien a sosegarse después de una
agitación violenta.
© grupo edebé
1
Antología de textos: el teatro y la lírica romántica
El teatro romántico
Jornada quinta - Escena X
Los mismos y Doña Leonor, vestida con un saco y esparcidos los cabellos, pálida y desfigurada, aparece a la puerta de
la gruta, y se oyen repicar a lo lejos las campanas del convento.
Doña Leonor.— Huid, temerario; temed la ira del cielo.
Don Álvaro.—(Retrocediendo horrorizado por la montaña abajo.) ¡Una mujer!... ¡Cielos!... ¡Qué acento! ¡Es un espectro!... ¡Imagen adorada!... ¡Leonor! ¡Leonor!
Don Alfonso.— (Como queriéndose incorporar.) ¡Leonor! ¿Qué escucho? ¡Mi hermana!...
Doña Leonor.—(Corriendo detrás de don Álvaro.) ¡Dios mío! ¿Es don Álvaro?... Conozco su voz... Él es... ¡Don Álvaro!
Don Alfonso.— ¡Oh, furia!... Ella es... ¡Estaba aquí con su seductor!... ¡Hipócritas!... ¡¡Leonor!!
Doña Leonor.— ¡Cielos!, ¡otra voz conocida!... Mas, ¿qué veo? (Se precipita hacia donde ve a don Alfonso.)
Don Alfonso.— ¡Ves al último de tu infeliz familia!
Doña Leonor.— (Precipitándose en los brazos de su hermano.) ¡Hermano mío!... ¡Alfonso!
Don Alfonso.—(Hace un esfuerzo, saca un puñal y hiere de muerte a Leonor.) Toma, causa de tantos desastres, recibe
el premio de tu deshonra... Muero vengado. (Muere.)
Don Álvaro.—¡Desdichado!... ¿Qué hiciste?... ¡Leonor!... ¿Eras tú?... ¿Tan cerca de mí estabas?... ¡Ay! (Se inclina hacia
el cadáver de ella.) Aún respira..., aún palpita aquel corazón todo mío... Ángel de mi vida..., vive, vive; yo
te adoro... ¡Te hallé, por fin..., sí, te hallé... muerta! (Queda inmóvil.)
Duque de Rivas, Don Álvaro o la fuerza del sino. Alianza Editorial.
La lírica romántica
Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.
Yo quisiera escribirle, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarle, y apenas, ¡oh, hermosa!,
si teniendo en mis manos las tuyas
pudiera, al oído, cantártelo a solas.
© grupo edebé
Gustavo Adolfo Bécquer, «Rima I», en Rimas. edebé.
Un manso río, una vereda estrecha,
un campo solitario y un pinar,
y el viejo puente rústico y sencillo
completando tan grata soledad.
¿Qué es soledad? Para llenar el mundo
basta a veces un solo pensamiento.
Por eso hoy, hartos de belleza, encuentras
el puente, el río y el pinar desiertos.
No son nube ni flor los que enamoran;
eres tú, corazón, triste o dichoso,
ya del dolor y del placer el árbitro,
quien seca el mar y hace habitar el polo.
Rosalía de Castro, «Canto VII»,
En las orillas del Sar. Akal.
Antología de textos: La novela naturalista
Las nubes, amontonadas y de un gris amoratado, como de tinta desleída, fueron juntándose, juntándose, sin
duda a cónclave, en las alturas del cielo, deliberando si se desharían o no se desharían en chubasco. Resueltas
finalmente a lo primero, empezaron por soltar goterones anchos, gruesos, legítima lluvia de estío, que doblaba
las puntas de las yerbas y resonaba estrepitosamente en los zarzales; luego se apresuraron a porfía, multiplicaron
sus esfuerzos, se derritieron en rápidos y oblicuos hilos de agua, empapando la tierra, inundando los matorrales,
sumergiendo la vegetación menuda, colándose como podían al través de la copa de los árboles para escurrir
después tronco abajo, a manera de raudales de lágrimas por un semblante rugoso y moreno.
Bajo un árbol se refugió la pareja. Era el árbol protector magnífico castaño, de majestuosa y vasta copa, abierta
con pompa casi arquitectural sobre el ancha y firme columna del tronco, que parecía lanzarse arrogantemente
hacia las desatadas nubes: árbol patriarcal, de esos que ven con indiferencia desdeñosa sucederse generaciones
de chinches, pulgones, hormigas y larvas, y les dan cuna y sepulcro en los senos de su rajada corteza.
Al pronto fue útil el asilo: un verde paraguas de ramaje cobijaba los arrimados cuerpos de la pareja, guareciéndolos
del agua terca y furiosa; y se reían de verla caer a distancia y de oír cómo fustigaba la cima del castaño, pero sin
tocarles. Poco duró la inmunidad, y en breve comenzó la lluvia a correr por entre las ramas, filtrándose hasta el
centro de la copa y buscando después su natural nivel. A un mismo tiempo sintió la niña un chorro en la nuca, y el
mancebo1 llevó la mano a la cabeza, porque la ducha le regaba el pelo ensortijado y brillante. Ambos soltaron la
carcajada, pues estaban en la edad en que se ríen lo mismo las contrariedades que las venturas2.
—Se acabó… —pronunció ella cuando todavía la risa le retozaba en los labios—. Nos vamos a poner como una
sopa. Caladitos.
—El que se mete debajo de hoja, dos veces se moja —respondió él sentenciosamente—. Larguémonos de aquí
ahora mismo. Sé sitios mejores.
—Y mientras llegamos, el agua nos entra por el pescuezo3, y nos sale por los pies.
—Anda, tontiña. Remanga la falda y tapémonos la cabeza. Así, mujer, así. Verás qué cerquita está un escondrijo
precioso.
Alzó ella el vestido de lana a cuadros, cubriendo también a su compañero y realizando el simpático y tierno grupo
de Pablo y Virginia, que parece anticipado y atrevido símbolo del amor satisfecho. Cada cual asió una orilla del traje, y al afrontar la lluvia, por instinto juntaron y cerraron bajo la barbilla la hendidura de la improvisada tienda, y sus
rostros quedaron pegados el uno al otro, mejilla contra mejilla, confundiéndose el calor de su aliento y la cadencia
de su respiración. Caminaban medio a ciegas, él encorvado, por ser más alto, rodeando con el brazo el talle de
ella, y comunicando el impulso directivo, si bien el andar de los dos llevaba el mismo compás.
1
mancebo: muchacho o persona joven.
2
ventura: suerte favorable.
3
pescuezo: en el cuerpo de una persona o en un animal, parte que va desde la nuca hasta el tronco.
© grupo edebé
Emilia Pardo Bazán, La madre naturaleza (Alianza Editorial)
Antología de textos: la novela realista
El sol avanzaba hacia el zenit, y el enemigo estaba ya encima.
«¿Les parece a ustedes que ésta es hora de empezar un combate? ¡Las doce del día!» exclamaba con ira el marinero aunque no se atrevía a hacer demasiado pública su demostración, ni estas conferencias pasaban de un
pequeño círculo, dentro del cual yo, llevado de mi sempiterna insaciable curiosidad, me había injerido.
No sé por qué me pareció advertir en todos los semblantes cierta expresión de disgusto. Los oficiales en el alcázar
de popa y los marineros y contramaestres en el de proa, observaban los navíos sotaventados y fuera de línea,
entre los cuales había cuatro pertenecientes al centro.
Se me había olvidado mencionar una operación preliminar del combate, en la cual tomé parte. Hecho por la mañana el zafarrancho, preparado ya todo lo concerniente al servicio de piezas y lo relativo a maniobras, oí que dijeron:
«La arena, extender la arena».
Marcial me tiró de la oreja, y llevándome a una escotilla, me hizo colocar en línea con algunos marinerillos de leva,
grumetes y gente de poco más o menos. Desde la escotilla hasta el fondo de la bodega se habían colocado,
escalonados en los entrepuentes, algunos marineros, y de este modo iban sacando los sacos de arena. Uno se lo
daba al que tenía al lado, éste al siguiente, y de este modo se sacaba rápidamente y sin trabajo cuanto se quisiera.
Pasando de mano en mano, subieron de la bodega multitud de sacos, y mi sorpresa fue grande cuando vi que
los vaciaban sobre la cubierta, sobre el alcázar y castillos, extendiendo la arena hasta cubrir toda la superficie de
los tablones. Lo mismo hicieron en los entrepuentes. Por satisfacer mi curiosidad, pregunté al grumete que tenía
al lado.
«Es para la sangre —me contestó con indiferencia.
—¡Para la sangre!» repetí yo sin poder reprimir un estremecimiento de terror.
Miré la arena; miré a los marineros, que con gran algazara se ocupaban en aquella faena, y por un instante me
sentí cobarde. Sin embargo, la imaginación, que entonces predominaba en mí, alejó de mi espíritu todo temor, y
no pensé más que en triunfos y agradables sorpresas.
El servicio de los cañones estaba listo, y advertí también que las municiones pasaban de los pañoles al entrepuente por medio de una cadena humana semejante a la que había sacado la arena del fondo del buque.
Los ingleses avanzaban para atacarnos en dos grupos. Uno se dirigía hacia nosotros, y traía en su cabeza, o en
el vértice de la cuña, un gran navío con insignia de almirante. Después supe que era el Victory y que lo mandaba
Nelson. El otro traía a su frente el Royal Sovereign, mandado por Collingwood.
Todos estos hombres, así como las particularidades estratégicas del combate, han sido estudiados por mí más
tarde.
© grupo edebé
Trafalgar, Benito Pérez Galdós. Cátedra
Adaptación curricular (Profundización)
Más allá del modernismo: Juan Ramón Jiménez
1.
La poesía de Juan Ramón Jiménez evoluciona desde el modernismo hasta un estilo personal, en el que el
poeta busca la perfección formal y la belleza. Lee estas estrofas de dos de sus poemas y responde a las
preguntas.
B
A
La esperanza no existe, los recuerdos son viejos,
el corazón parece que late en el olvido,
las almas que nos quieren están todas muy lejos,
el amor inmortal no ha venido..., o se ha ido...
Juan Ramón Jiménez. Antología poética.
Biblioteca Edaf.
2.
Sabía a mujer dorada,
era lánguida, eran sueños
celestes sus sueños, eran
líriados sus pensamientos; [...]
Hablaba siempre en azul,
era dulcísima... pero
yo nunca pude saber
si eran rubios sus cabellos.
Juan Ramón Jiménez. Jardines lejanos. Visor Libros.
eñala cuál es el tema del fragmento A. Localiza las palabras o expresiones que lo ejemplifiquen.
S
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3. Indica si el concepto de la vida en ese fragmento es optimista o pesimista. Razona tu respuesta.
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4.
¿Cuál de las dos estrofas te parece más modernista? ¿Por qué?
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5.
Localiza en el fragmento B dos ejemplos de sinestesia.
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© grupo edebé
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Antología de textos: poemas de Rubén Darío
Canción de otoño en primavera
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…
Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.
Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera oscura
hecha de noche y de dolor.
Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé…
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…
Rubén Darío, Cantos de vida y esperanza (1905)
Lo fatal
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta en sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...
© grupo edebé
Rubén Darío, Cantos de vida y esperanza (1905)
Antología de textos: poemas de Juan Ramón Jiménez
Viene una música lánguida,
no sé de dónde, en el aire.
Da la una. Me he asomado
para ver qué tiene el parque.
La luna, la dulce luna,
tiñe de blanco los árboles,
y, entre las ramas, la fuente
alza su hilo de diamante.
En silencio, las estrellas
tiemblan; lejos, el paisaje
mueve luces melancólicas,
ladridos y largos ayes.
Otro reló da la una.
Desvela mirar el parque
lleno de almas, a la música
triste que viene en el aire.
¡Intelijencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
…Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas…
¡Intelijencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!
Juan Ramón Jiménez, Eternidades (1911).
(1918). Cátedra
Juan Ramón Jiménez, Arias tristes (1902-1903).
Cátedra
Viene una esencia triste de jazmines con luna
y el llanto de una música romántica y lejana…
de las estrellas baja, dolientemente, una
brisa con los colores nuevos de la mañana…
Espectral, amarillo, doloroso y fragante,
por la niebla de la avenida voy perdido,
mustio de la armonía, roto de lo distante,
muerto entre rosales pálidos del olvido…
Y aún la luna platea las frondas de tibieza
cuando ya el día rosa viene por los jardines,
anegando en sus lumbres esta vaga tristeza
con música, con llanto, con brisa y con jazmines…
Juan Ramón Jiménez, La soledad sonora (1911).
Cátedra
Quiero quedarme aquí, no quiero irme
a ningún otro sitio.
Todos los paraísos
(que me dijeron) en que tú habitabas,
se me han desvanecido en mis ensueños
porque me comprendí mejor este en que vivo,
ya centro abierto en flor de lo supremo.
Verdor de primavera de mi atmósfera,
¿qué luz podrá sacar de otro verdor
una armonía de totalidad más limpia,
una gloria más grande y fiel de fuera y dentro?
Esta fue y es y será siempre
la verdad:
tú oído, visto, comprendido en este paraíso mío,
tú de verdad venido a mí
en lo desnudo de este hermoso fondo.
© grupo edebé
Juan Ramón Jiménez, Dios deseado y deseante
(1948-1949). Cátedra
Antología de textos: poemas de Pedro Salinas
Cerrado te quedaste, libro mío.
Tú, que con la palabra bien medida
me abriste tantas veces la escondida
vereda que pedía mi albedrío,
esta noche de julio eres un frío
mazo de papel blanco. Tu fingida
1
brío: energía, fuerza con la que algo
crece o se desarrolla.
2
venero: corriente de agua que brota
del suelo de forma natural.
lumbre de buen amor está encendida
dentro de mí con no fingido brío1.
Pero no has muerto, no, buen compañero
que para vida superior te acreces:
el oro que guardaba tu venero2
hoy está libre en mí, no en ti cautivo,
y lo que me fingiste tantas veces
aquí en mi corazón lo siento vivo.
Pedro Salinas, Presagios (1924)
Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto,
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más. El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada
ya, para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.
Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no…
—¿Adónde se me ha escapado?—.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.
© grupo edebé
Pedro Salinas, La voz a ti debida (1941-1944)
Antología de textos: poemas de Luis Cernuda
Quisiera estar solo en el sur
Quizá mis lentos ojos no verán más el sur
de ligeros paisajes dormidos en el aire,
con cuerpos a la sombra de ramas como flores
o huyendo en un galope de caballos furiosos.
El sur es un desierto que llora mientras canta,
y esa voz no se extingue como pájaro muerto;
hacia el mar encamina sus deseos amargos
abriendo un eco débil que vive lentamente.
En el sur tan distante quiero estar confundido.
La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;
su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.
Su oscuridad, su luz son bellezas iguales.
Luis Cernuda, Un río, un amor (1929). Cátedra
A un poeta futuro
[…]
Ahora, cuando me catalogan ya los hombres
Bajo sus clasificaciones y sus fechas,
Disgusto a unos por frío y a los otros por raro,
Y en mi temblor humano hallan reminiscencias
Muertas. Nunca han de comprender que si mi lengua
El mundo cantó un día, fue amor quien la inspiraba.
Yo no podré decirte cuánto llevo luchando
Para que mi palabra no se muera
Silenciosa conmigo, y vaya como un eco
A ti, como tormenta que ha pasado
Y un son vago recuerda por el aire tranquilo.
Tú no conocerás cómo domo mi miedo
Para hacer de mi voz mi valentía,
Dando al olvido inútiles desastres
Que pululan en torno y pisotean
Nuestra vida con estúpido gozo,
La vida que serás y que yo casi he sido.
Porque presiento en este alejamiento humano
Cuán míos habrán de ser los hombres venideros,
Cómo esta soledad será poblada un día,
Aunque sin mí, de camaradas puros a tu imagen.
Si renuncio a la vida esa para hallarla luego
Conforme a mi deseo, en tu memoria. […]
© grupo edebé
Luis Cernuda, Como quien espera el alba (1941-1944). Cátedra
Antología de textos: poemas de Gabriel Celaya
En el fondo de la noche tiemblan las aguas de plata.
La luna es un grito muerto en los ojos delirantes.
Con su nimbo de silencio
pasan los noctámbulos de cabeza de cristal,
pasan como quien suspira,
pasan entre los hielos transparentes y verdes.
Es el momento de las rosas encarnadas y los puñales de acero
sobre los cuerpos blanquísimos del frío.
En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio;
los hombres gritan tan alto que solo se oye la luna.
Es el momento en que los niños se desmayan sobre los pianos,
el momento de las estatuas en el fondo transparente de las aguas,
el momento en que por fin todo parece posible.
En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio.
Decidme lo que habéis visto los que estabais con la cabeza vuelta.
La quietud de esta hora es un silencio que escucha,
el silencio es el sigilo de la muerte que se acerca.
Decidme lo que habéis visto.
En el fondo de la noche
hay un escalofrío de cuerpos ateridos.
Gabriel Celaya, Marea de silencio (1935)
Campesinos, obreros, trabajadores broncos,
mujeres soterradas, varones cara al viento,
en vosotros, arcaicos, descubro mi firmeza.
Quiero cantar el noble silencio golpeado,
quiero ser un badajo de campana en la ausencia
y un dolor martillado que se clava en el centro.
¡Estatuas, dignidades, resistencias sagradas,
hombres libres que dais el quién vive al destino
y atravesáis indemnes la miseria de un mundo
de abogados, tenderos y pobres nuevos ricos
que se arreglan las uñas y sonríen con baba!
Vosotros, roca virgen y términos humanos,
sin esperanza, firmes, materiales, augustos,
seguros como el suelo que piso sin pensarlo,
proclamáis, ejemplares un más acá orgulloso.
Vosotros, dioses nuevos, terratenientes santos,
aquilatáis la hombría, valoráis lo que vale,
y edificáis mi mundo con humus cotidiano.
© grupo edebé
Gabriel Celaya, Lo demás es silencio.
Antología de textos: poemas de Jaime Gil de Biedma
Por lo visto es posible declararse hombre.
Por lo visto es posible decir no.
De una vez y en la calle, de una vez, por todos
y por todas las veces en que no pudimos.
Importa por lo visto el hecho de estar vivo.
Importa por lo visto que hasta la injusta fuerza
necesite, suponga nuestras vidas, esos actos mínimos
a diario cumplidos en la calle por todos.
Y será preciso no olvidar la lección:
saber, a cada instante, que en el gesto que hacemos
hay un arma escondida, saber que estamos vivos
aún. Y que la vida
todavía es posible, por lo visto.
Jaime Gil de Biedma, Compañeros de viaje (1959)
No volveré a ser joven
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
—como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
—envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
Jaime Gil de Biedma, Poemas póstumos (1968)
Pasada ya la cumbre de la vida,
justo al otro lado, yo contemplo
un paisaje no exento de belleza
en los días de sol, pero en invierno inhóspito.
Aquí sería dulce levantar la casa
que en otros climas no necesité,
aprendiendo a ser casto y a estar solo.
Un orden de vivir, es la sabiduría.
Y qué estremecimiento,
purificado, me recorrería
mientras que atiendo al mundo
de otro modo mejor, menos intenso,
y medito a las horas tranquilas de la noche,
cuando el tiempo convida a los estudios nobles,
el severo discurso de las ideologías
—o la advertencia de las constelaciones
en la bóveda azul… […]
© grupo edebé
Jaime Gil de Biedma, Poemas póstumos (1968)
Antología de textos: El camino, de Miguel Delibes
Cuando saltaron la tapia del Indiano, Daniel, el Mochuelo, tenía el corazón en la garganta. En verdad, no sentía
apetito de manzanas ni de ninguna otra cosa que no fuera tomar el pulso a una cosa prohibida. Roque, el Moñigo,
fue el primero en dejarse caer al otro lado de la tapia. Lo hizo blandamente, con una armonía y una elegancia casi
felinas, como si sus rodillas y sus ingles estuvieran montadas sobre muelles. Después les hizo señas con la mano,
desde detrás de un árbol, para que se apresurasen. Pero lo único que se apresuraba de Daniel, el Mochuelo, era el
corazón, que bailaba como un loco desatado. Notaba los miembros envarados y una oscura aprensión mermaba
su natural osadía. Germán, el Tiñoso, saltó el segundo, y Daniel, el Mochuelo, el último.
En cierto modo, la conciencia del Mochuelo estaba tranquila. Por la mañana había preguntado a don José, el cura,
que era un gran santo:
—Señor cura, ¿es pecado robar manzanas a un rico?
Don José había meditado un momento antes de clavar sus ojillos, como puntas de alfileres, en él:
—Según, hijo. Si el robado es muy rico, muy rico y el ladrón está en caso de extrema necesidad y coge una manzanita para no morir de hambre, Dios es comprensivo y misericordioso y sabrá disculparle.
Daniel, el Mochuelo, quedó apaciguado interiormente. Gerardo, el Indiano, era muy rico, muy rico, y, en cuanto
a él, ¿no podría sobrevenirle una desgracia como a Pepe, el Cabezón, que se había vuelto raquítico por falta de
vitaminas y Don Ricardo, el médico, le dijo que comiera muchas manzanas si quería curarse? ¿Quién le aseguraba
que si no comía las manzanas del Indiano no le acaecería una desgracia semejante a la que aquejaba a Pepe, el
Cabezón?
Al pensar en esto, Daniel, el Mochuelo, se sentía más aliviado. También le tranquilizaba no poco saber que Gerardo, el Indiano, y la yanqui estaban en Méjico, la Mica con «los Ecos del Indiano» en la ciudad, y Pascualón, el del
molino, que cuidaba de la finca, en la tasca del Chano disputando una partida de mus. No había, por tanto, nada
que temer. Y, sin embargo, ¿por qué su corazón latía de este modo desordenado, y se le abría un vacío acuciante
en el estómago, y se le doblaban las piernas por las rodillas? Tampoco había perros. El Indiano detestaba este
medio de defensa. Tampoco, seguramente, timbres de alarma, ni resortes sorprendentes, ni trampas disimuladas
en el suelo. ¿Por qué temer, pues?
Avanzaban cautelosamente, moviéndose entre las sombras del jardín, bajo un cielo alto, tachonado de estrellas
diminutas. […].
Ya estaban bajo el manzano elegido. Crecía unos pies por detrás del edificio. Roque, el Moñigo, dijo:
—Quedaos aquí; yo sacudiré el árbol.
Y se subió a él sin demora. Las palpitaciones del corazón del Mochuelo se aceleraron cuando el Moñigo comenzó
a zarandear las ramas con toda su fuerza y los frutos maduros golpeaban la hierba con un repiqueteo ininterrumpido de granizada. Él y Germán, el Tiñoso, no daban abasto para recoger los frutos desprendidos. Daniel, el
Mochuelo, al agacharse, abría la boca, pues a ratos le parecía que le faltaba el aire y se ahogaba. Súbitamente, el
Moñigo dejó de zarandear el árbol.
—Mirad; está ahí el coche —murmuró, desde lo alto, con una extraña opacidad en la voz.
Daniel y el Tiñoso miraron hacia la casa en tinieblas. La aleta del coche negro del Indiano, que metía menos ruido
aún que el primero que trajo al valle, rebrillaba tras la esquina de la vivienda. A Germán, el Tiñoso, le temblaron los
labios al exigir:
—Baja aprisa; debe de estar ella.
Daniel, el Mochuelo, y Germán, el Tiñoso, se movían doblados por los riñones, para soportar mejor las ingentes
brazadas de manzanas. El Mochuelo sintió un miedo inmenso de que alguien pudiera sorprenderle así. Apoyó con
vehemencia al Tiñoso:
—Vamos, baja, Moñigo. Ya tenemos suficientes manzanas.
El temor les hacía perder la serenidad. La voz de Daniel, el Mochuelo, sonaba agitada, en un tono superior al
simple murmullo. Roque, el Moñigo, quebró una rama con el peso del cuerpo al tratar de descender precipitadamente. El chasquido restalló como un disparo en aquella atmósfera queda de roces y susurros.
© grupo edebé
Miguel Delibes, El camino. Ed. Destino
Antología de textos: la narrativa actual
Aquella mañana algo alteró la rutina. En vez de pasar como siempre ante la taberna para seguir calle arriba, permitiéndome la acostumbrada y fugaz visión de su rubia pasajera, el carruaje se detuvo antes de llegar a mi altura, a
una veintena de pasos de la taberna del Turco. Un trozo de duela se había adherido con el lodo a una de las ruedas, girando con ella hasta bloquear el eje; y el cochero no tuvo más remedio que detener las mulas y echar pie a
tierra, o al barro para ser exactos, a fin de eliminar el obstáculo. Ocurrió que un grupo de mozalbetes habituales de
la calle se acercó a hacer burla del cochero, y este, malhumorado, echó mano al látigo para ahuyentarlos. Nunca
lo hiciera. Los pilluelos de Madrid, en aquella época, eran zumbones y reñidores como moscas borriqueras —que
a ser en Madrid nacido supiera reñir mejor, decía una vieja jácara—, y además no todos los días se brindaba como
diversión una carroza para ejercitar la puntería. Así que armados con pellas de barro, empezaron a hacer gala de
un tino en el manejo de sus proyectiles que ya hubieran querido para sí los más hábiles arcabuceros de nuevos
tercios.
Me levanté, alarmado. La suerte del cochero me importaba un bledo, pero aquel carruaje transportaba algo que, a
tales alturas de mi joven vida, era la más preciosa carga que podía imaginar. Además, yo era hijo de Lope de Balboa, muerto gloriosamente en las guerras del rey de nuestro señor. Así que no tenía elección. Resuelto a batirme
en el acto por quien, aún desde lejos y con el máximo respeto, consideraba mi dama, cerré contra los pequeños
malandrines, y en dos puñadas y cuatro puntapiés disolví la fuerza enemiga, que se esfumó en rápida retirada
dejándome dueño del campo.
El impulso de la carga —con mi secreto anhelo, todo hay que decirlo—, me había llevado junto al carruaje. El
cochero no era hombre agradecido; así que tras mirarme con hosquedad, reanudó su trabajo. Estaba a punto de
retirarme cuando los ojos azules aparecieron en la ventanilla. La visión me clavó en el suelo, y sentí que el rubor
subía a mi cara con la fuerza de un pistoletazo.
Arturo Pérez-Reverte, El capitán Alatriste. Círculo de Lectores.
Julio se fue al final de aquel mismo verano, sin recoger casi sus cosas, como si temiera que yo pudiera adelantarme. Ni siquiera me lo dijo hasta el último momento, la víspera de la partida, cuando ya estaban cargando los
muebles en el carro. Recuerdo que esa noche, había una extraña calma por las calles. Sabina y yo cenamos en
silencio, sin mirarnos, y luego yo marché a esconderme en el molino. Fue una noche triste, la más triste quizá de
cuantas he vivido. Durante varias horas, permanecí sentado en un rincón, envuelto en la penumbra, sin conseguir
dormirme ni olvidar la última mirada de Julio al despedirse. A través de la ventana, podía ver el portalón hundido
y devorado por el musgo del molino y los reflejos temblorosos de los chopos sobre el río: inmóviles, solemnes,
como columnas amarillas bajo la luz mortal y helada de la luna. Todo estaba en silencio, envuelto en una paz tan
densa e indestructible que acentuaba más la desazón que yo sentía. A lo lejos, sobre la línea de los montes, los
tejados de Ainielle flotaban en la noche como la sombra de los chopos sobre el agua. Pero, de pronto, hacia las
dos o las tres de la mañana, un viento suave se abrió paso por el río y la ventana y el tejado del molino se llenaron
de repente de una lluvia compacta y amarilla. Eran las hojas muertas de los chopos, que caían, la lenta y mansa
lluvia del otoño que de nuevo regresaba a las montañas para cubrir los campos de oro viejo y los caminos y los
pueblos de una dulce y brutal melancolía.
© grupo edebé
Julio Llamazares, La lluvia amarilla. Seix Barral.
Antología de textos: el teatro contemporáneo
Doña Dolores. —Menos mal que han traído algo de alimento.
Don Luis. —A propósito de alimento, ¿planteamos eso que me has dicho?
Doña Dolores. —Me da vergüenza, Luis.
Don Luis. —Pues no te ha dado decírmelo a mí.
Doña Dolores. —(A Manolita y a Luis.) Veréis, hijos, ahora que no está Julio... Y perdóname, Manolita... No sé si
habréis notado que hoy casi no había lentejas.
Luis. —A mí sí me ha parecido que había pocas, pero no me ha chocado: cada vez hay menos.
Don Luis. —Pero hace meses que la ración que dan con la cartilla es casi la misma. Y tu madre pone en la cacerola la misma cantidad. Y, como tú acabas de decir, en la sopera cada vez hay menos.
Luis. —¡Ah!
Manolita. —¿Y qué quieres decir, mamá? ¿Qué quieres decir con eso de que no está Julio?
Doña Dolores. —Que como su madre entra y sale constantemente en casa, yo no sé si la pobre mujer, que está,
como todos, muerta de hambre, de vez en cuando mete la cuchara en la cacerola.
Manolita. —Mamá...
Doña Dolores. —Hija, el hambre... Pero, en fin, yo lo único que quería era preguntaros. Preguntaros a todos,
porque la verdad es que las lentejas desaparecen.
Don Luis. —Decid de verdad lo que creáis sin miedo alguno, porque a mí no me importa nada soltarle a la pelma
cuatro frescas.
Manolita. —Pero, papá, tendríamos que estar seguros.
Don Luis. —Yo creo que seguros estamos. Porque la única que entra aquí es ella. Y ya está bien que la sentemos
a la mesa todos los días... [...]
Luis. —Mamá, yo, uno o dos días, al volver del trabajo, he ido a la cocina... Tenía tanta hambre que, en lo que tú
ponías la mesa, me he comido una cucharada de lentejas... Pero una cucharada pequeña...
Don Luis. —¡Ah!, ¿eras tú? [...]. (A doña Dolores.) Y tú, al probar las lentejas, cuando las estás haciendo, ¿no te
tomas otra cucharada?
Doña Dolores. —¿Eso qué tiene que ver? Tú mismo lo has dicho: tengo que probarlas... Y lo hago con una cucharadita de las de café.
(Manolita ha empezado a llorar.)
Doña Dolores. —¿Qué te pasa, Manolita?
Manolita. —(Entre sollozos.) Soy yo, soy yo. No le echéis la culpa a ese infeliz. Soy yo... Todos los días, antes de
ir a comer... voy a la cocina y me como una o dos cucharadas... Solo una o dos..., pero nunca creí
que se notase.
© grupo edebé
Fernando Fernán Gómez, Las bicicletas son para el verano. Editorial Espasa.
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