¿LOCURA O DECISIÓN “RACIONAL” Y ECONÓMICA? Encarnación

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¿LOCURA O DECISIÓN “RACIONAL” Y ECONÓMICA?
Encarnación Contreras Jiménez
Doctoranda en Antropología Social y Cultural. UCM
[email protected]
Resumen:
El presente trabajo analiza las decisiones de compra de los afectados por las hipotecas de origen
inmigrante, que lejos de obedecer a una inercia alejada del “sentido común” se hicieron de forma
meditada y “racional”, si se tienen en cuenta las opciones con las que contaban y sus circunstancias
personales, contextuales y sistémicas.
Por otra parte, desde un punto de vista teórico se trata de verificar, en un nuevo contexto empírico, la
vigencia de los enfoques substantivistas de la Sociología y la Antropología Económica, que tiene su
precursor en Ponlanyi.
Palabras clave: Euribor, desahucio, lanzamiento, hipoteca, préstamo hipotecario.
1.- Introducción
A menudo los discursos que operan sobre los afectados por las hipotecas transmiten la idea de que
éstos actuaron de forma irreflexiva cuando optaron por adquirir la vivienda en propiedad. Se les acusa
de haber vivido “por encima de sus posibilidades”, estableciendo una correlación directa entre sus
“descabelladas” decisiones de inversión y los resultados de éstas, lo que a menudo implica juicios de
valor que se desplazan desde la valoración de las inversiones hacia el enjuiciamiento de los sujetos que
las adoptaron; siendo estos discursos tanto más virulentos cuanto más frágiles son los estratos
socioeconómicos de la población a los que se dirigen, conformándose en los sujetos que son objeto de
estas críticas subjetividades e identidades culpables (Contreras, 2012).
La elección de la vivienda en propiedad, por parte de los sujetos estudiados, lejos de obedecer, en estos
casos, a lógicas “impulsivas” e “insensatas” conllevaron análisis marginalistas, mediante los que se
contrastaron las ventajas e inconvenientes de las opciones disponibles. En esta comunicación, por
tanto, se trata de desentrañar, recordando a Godelier, “lo que de no económico influye en lo
“económico”, así como lo que de económico existe e influye en lo “no económico” (Contreras y
Martínez Veiga, 1999).
La investigación se ha llevado a cabo empleando una metodología cualitativa de corte etnográfico, por
la que se ha tratado de acceder a las cosmovisiones de los actores. Para ello, se ha realizado
observación participante en la Plataforma de Afectados por la Hipoteca de Madrid durante más de un
año, en CONADEE (Coordinadora Nacional de Ecuatorianos en España), en grupos de vivienda de las
Asambleas populares del 15-M de distintos barrios de la capital, así como en la Asamblea de vivienda
y Oficina de vivienda del 15-M de Madrid. Todo ello complementado con 25 entrevistas personales a
los afectados. Otra fuente de información primaria la ha constituido el material publicado en prensa y
los textos literarios referidos a la problemática. Posteriormente se ha seguido un proceso de análisis
basado en la teoría fundamentada (Glaser y Strauss, 1967).
La población en la que se focaliza esta comunicación la constituyen afectados por las hipotecas de
origen inmigrante residentes en la Comunidad de Madrid; su selección no ha obedecido a un criterio
muestral estadístico, sino estructural. Se justifica la pertinencia de un análisis específico de la
población de origen inmigrante en atención a que se han detectado en ella elementos diferenciales
en lo que respecta a las trayectorias habitacionales, al núcleo de motivaciones que propiciaron la
adquisición de la vivienda, así como a los cauces seguidos para su compra y financiación.
2.- Sujetos con biografías habitacionales densas
Los sujetos a los que se refiere esta comunicación podrían definirse como seres circunstanciales, en el
sentido orteguiano. Presentan itinerarios habitacionales complejos, donde no es extraño detectar
situaciones de precariedad, hacinamiento, eventualidad, abusos. Hechos que se explican, en parte, por
el déficit informacional con el que cuentan a la llegada al país de acogida en temas como la oferta de
alojamiento, los cauces para acceder a ella, aparte de las restricciones impuestas por la escasez de
recursos derivadas de la precariedad laboral de los primeros momentos. La trayectoria seguida con la
vivienda, en la mayoría de los casos, responde a una tendencia que comienza por el alquiler de
colchones o sofás en pisos-patera; continúa con el alquiler de habitaciones en viviendas compartidas, y
pasa después por el alquiler de un piso independiente transcurrido un tiempo, cuando se han alcanzado
mejoras laborales y salariales, hecho que suele estar asociado frecuentemente a proyectos como la
reunificación familiar o la constitución de un núcleo familiar propio. El proceso finalizaba, antes de
que apareciera la problemática del desahucio, con la adquisición de una vivienda en propiedad
(Labrador y Merino, 2002; Onrubia, 2010)
Las estrategias de hacinamiento desplegadas por los arrendadores, ya fueran éstos españoles o
foráneos, constituyeron mecanismos por los que se rentabilizaban viviendas precarias, que la población
autóctona difícilmente hubiera arrendado y por las que se obtenía una renta más elevada cobrando el
alquiler por persona que alquilando toda la vivienda a una unidad familiar. (Martínez Veiga, 1999).
Para los arrendatarios, compartir la casa implicaba construir entramados de solidaridad y de
información que suplían a las redes familiares. Estilos habitacionales semejantes se dieron en la
población autóctona en los años 50-60, propiciados por los movimientos internos de población, desde
las zonas rurales a las grandes ciudades.
España contaba tras las destrucciones de la Guerra Civil con un parque de viviendas insuficiente
y de mala calidad, en el que el alquiler era el régimen de tenencia mayoritario, sobre todo en las
ciudades. La escasez de viviendas hizo que proliferaran tanto el chabolismo como el
hacinamiento y los subarriendos, que permitían a varias familias habitar una misma vivienda.
(Naredo y Montiel, 2011).
Las reivindicaciones de mejora en las condiciones habitacionales serían la razón de ser de un intenso
asociacionismo vecinal en la periferia madrileña en los años 70 y 80 (Pérez y Sánchez, 2008). La
literatura, espejo en muchas ocasiones de realidades sociales, nos ejemplifica estos estilos
habitacionales, y así Álvaro de Laiglesia en su novela Solo se mueren los tontos, publicada en 1955,
nos habla con ironía del fenómeno de “las camas calientes” (de Laiglesia, 1975).
Para el segmento de población estudiado, la decisión de compra estuvo condicionada no solo por
factores económicos sino también sociales y culturales, evidenciando lo que dijera Polanyi acerca de
que “la economía humana está sumergida por regla general en las relaciones sociales de los hombres”
(Polanyi, 2007). Llegados a este punto, nos preguntamos si las necesidades que se buscaba satisfacer
mediante un alojamiento independiente no se podrían haber satisfecho a través del régimen de alquiler.
Cabría responder afirmativamente, pero es una realidad que, entre todas las alternativas que se le
ofertaban a los sujetos estudiados, la propiedad fue considerada como la más óptima y deseable en
atención a lo factores que se expondrán a continuación.
Para analizar las decisiones de compra se hace necesario contextualizarlas temporalmente,
refiriéndolas al momento en el que fueron adoptadas, porque lo que tiempo atrás fue una decisión
aceptable en atención a factores socio-económico-laborales, al modelo inmobiliario imperante y a lo
impredecible de la evolución futura de los escenarios económico-laboral, hoy probablemente no lo es.
Además, el bien vivienda ha sufrido una resignificación por el que ha pasado a ser en nuestros días un
bien lastre. En una “modernidad líquida”, como adjetivaría Bauman, (Bauman, 2002) la vivienda en
propiedad es claramente desadaptativa para muchos colectivos. El mismo cambio semántico ha sufrido
el ahorro, la contrapartida de la inversión. Hace unos años mantener líquido el ahorro conllevaba un
elevado coste de oportunidad, siendo impensable que se hubiera mantenido depositado en un banco
mientras se vivía de alquiler. En la actualidad, ha cambiado la consideración del ahorro líquido, siendo
éste generador de seguridad por su cualidad de asidero, de soporte, en los precarios contextos socioeconómicos actuales.
De este modo, a la dicotomía vivienda en propiedad/vivienda en alquiler se le pueden asociar
oposiciones del tipo: anclaje/movilidad, irreversible/reversible, fijo/circulante. Cuando el segmento de
población estudiado (así como otros colectivos) optaron por adquirir la vivienda, no sólo pensaban en
asegurar la necesidad básica de alojamiento sino que, además, estaban accediendo a un espectro
amplio de utilidades colaterales que fueron condicionantes activos a la hora de decantar la decisión
hacia la compra.
3.- El espectro amplio de utilidades percibidas en la vivienda en propiedad
Según se extrae de las entrevistas realizadas para satisfacer sus necesidades habitacionales, la
población de origen inmigrante afectada por la hipoteca disponía de una opcionalidad restringida a la
vez que condicionada. Restringida por reducirse a la dicotomía alquilar o comprar; y condicionada por
enfrentarse la opción del alquiler con fuertes barreras de entrada, que se materializaban, según los
informantes, con el requerimiento de avales y varios meses de fianza que les eran exigidos por
adelantado. Todo ello unido a que, la antigua ley de arrendamientos urbanos no favorecía (como
ocurre igualmente con la actual) la permanencia del arrendatario en la vivienda. Por contra, la
legislación fiscal, que por entonces estaba vigente, incentivaba la compra contemplando deducciones
en el IRPF. Con estas políticas fiscales y legales, ya sean propiciadoras o disuasorias, se privilegiaron
claramente unas opciones frente a otras, encauzando las decisiones de los actores. Estas condiciones
fueron determinantes en la toma de decisiones no sólo del segmento poblacional estudiado sino
también de la población autóctona.
Las alternativas sobre las que ejercer la elección pasaban por alquilar (ya fuera para vivir con la familia
nuclear y/o extensa o para compartir la vivienda con personas ajenas a este núcleo familiar) o por
adquirir la vivienda, con posibilidad o no de compartirla, siendo esta última opción (la de compartir la
vivienda en propiedad) un mecanismo implementado en coyunturas de dificultad económica, en las
que se recurría a alquilar habitaciones. Los sujetos estudiados, ante la disyuntiva comprar o alquilar,
valoraron las utilidades de cada estrategia habitacional; entendiendo las utilidades en términos de
satisfacciones ofrecidas. Estas utilidades afloran en el discurso de los informantes en forma de
conglomerado de factores, que se analizarán a continuación.
Comenta una informante:
Yo quiero traer a mi hija. Yo puedo alquilar un piso, voy a alquilar un piso, pero un piso por ese
entonces estaba en 900 (euros), de dos habitaciones claro, y si era de tres habitaciones, era 1200.
Pasaba, por decirlo, de los 1000 euros. Eso, ya no podía yo. “¡Qué tontería! -digo yo- “Mira, yo
ya tengo trabajo acá, (…) si yo ya me quiero quedar en España, yo ya tengo la tarjeta (de
residencia). Solo me falta mi hija”. Yo estoy separada… más que todo soy madre soltera. (…) Y
si se quiere traer a los hijos, se necesita un piso en alquiler o propio, (…) y está en 900. No, eso
es meter en un pozo sin fondo mensual, pues, para eso voy a comprar. Las letras salen igual
como pagar el alquiler y luego va a ser mío. (L., mujer, 42 años, origen ecuatoriano. Entrevista
personal)
Las decisiones de comprar o de alquilar eran puestas en relación con potenciales escenarios futuros en
los que los sujetos entrevistados consideraban tanto la permanencia en el territorio español como el
retorno a los países de origen. Así, quedarse implicaba comúnmente decantarse por la propiedad. El
Diccionario de la Real Academia Española define “decidir” en una de sus acepciones como “cortar la
dificultad”. El colectivo estudiado descubrió la vivienda en propiedad como una vía apropiada para
“cortar” con las dificultades e incertidumbres habitacionales. La adquisición de la misma suponía,
según los informantes, una “ilusión”; la ilusión, esa “energía anhelante” que se instituye en motor de la
economía capitalista (Berardi, 2003), y que se derivaba de las expectativas proyectadas en el bien
vivienda adquirido y en la estrenada identidad de propietario. La compra implicaba permanencia y
conllevaba acondicionar la vivienda al gusto de los adquirentes, convirtiendo el espacio habitado en
escaparate ampliado de los sujetos que lo habitaban (Ibañez, 1997). A medida que el lugar se
vivenciaba se impregnaba emocionalmente, al ir el sujeto urdiendo una raigambre afectiva con el
lugar. No en vano cuando comienzan los problemas con la vivienda, que culminan con su pérdida, los
afectados inician un proceso de desafección, con respecto a la misma que se manifiesta a través del
lenguaje, con expresiones como “no son más que ladrillos”, “son solo paredes”. Es importante prestar
atención a elementos del discurso como éstos “por su capacidad pragmática, su capacidad de producir
efectos prácticos” (Jociles, 2005), en este caso, por propiciar (a la vez que ponen de manifiesto) un
distanciamiento emocional con el objeto, al restar importancia a lo que hasta el momento representaba
el hogar, que albergaba la vida doméstica, “único refugio de la libertad” (Bourdieu, 2006). Dice un
informante:
Te da ilusión, ¿no? Bueno, voy a tener algo para mí, ¿no? O sea, te da ilusión, pero… han jugado
con nuestra ilusión porque después detrás de eso no se sabía lo que había, no se sabía lo que
había. Uno firmó así a lo tonto, digamos, a lo tonto, nada más con la ilusión y las ganas de tener
y eso fue. (E., hombre, 48 años, origen ecuatoriano. Entrevista personal)
Con la adquisición de la vivienda, aparte de autonomía, se obtenía seguridad, entendida ésta en
términos de certidumbre, por disponer de un espacio habitacional para sí y para los suyos. Mediante la
compra se creía conjurar los avatares asociados al alojamiento. Esta necesidad de seguridad, buscada
en la propiedad, debe valorarse desde la consideración del hogar como núcleo de servicios (Martínez
Veiga, 1999) y teniendo presente la condición de los sujetos estudiados, como portadores de una
biografía habitacional densa, y sin olvidar la existencia de un contexto general (el de la España de los
años 2002 a 2007) en el que la vivienda sufría continuos incrementos de precio (Naredo y Montiel,
2011), de modo que, según se desprende de las entrevistas, la población objeto de estudio entendía
que, de continuar en España, corría el riesgo de quedar marginada, no sólo del acceso a la propiedad
sino también del mercado del alquiler. Cabría también preguntarse si, para estas personas, a las que sus
experiencias cotidianas no dejaban de recordarles su condición de foráneas, de seres de otro mundo
(Delgado, 2008), la vivienda en propiedad no suponía también un mecanismo de arraigo físico y
emocional.
Durante el periodo de la burbuja inmobiliaria, los tipos de interés remuneratorios del ahorro fueron
muy bajos, circunstancia que no hacía atractivo el ahorro y, sin embargo, esos mismos tipos de interés
incentivaban el endeudamiento. La adquisición de vivienda hacía que el sujeto considerara que el gasto
en alquiler mensual, que se arrojaba a “un pozo sin fondo”, pasara a convertirse en ahorro
inmovilizado. La compra, por tanto, se mostraba como una buena estrategia no sólo para el caso de
permanencia en el país de acogida, sino también para el caso de un posible retorno en el futuro al país
de origen, puesto que permitía la recuperación revalorizada del ahorro inmovilizado. Por aquel
entonces no existían barreras de salida del mercado de la propiedad y era posible, en relativamente
poco tiempo, convertir en dinero liquido la inversión, porque “todo se vendía y al alza”, como dicen
algunos de los informantes. El aprovisionamiento de vivienda en propiedad se presentaba, por tanto,
como la opción con menor coste de oportunidad.
Algunos paisanos que tenían más tiempo que yo (en España) ya habían comprado su vivienda.
(…) me decían: “¡R., pero que es mejor comprarte una vivienda antes que alquilarla!, porque
mira ese piso, yo lo compré en diez millones de pesetas y ahora cuesta treinta!” Hubo muchos
paisanos que se ganaron setenta u ochenta mil euros en menos de diez años, porque vendían la
vivienda y luego regresaban allí (al país de origen) con esa plata. Pero, bueno, yo no le veía tanto
el carácter comercial, yo lo que quería era el tema de poder hacer la reagrupación familiar”. (R.,
hombre, 50 años, origen Sto Domingo. Entrevista personal)
Vemos que en los discursos de los sujetos estudiados se hibridan continuamente motivaciones
económicas, sociales, emocionales y culturales, de forma que la toma de decisión no obedecía
exclusivamente a cálculos propios de homo economicus.
“El hombre no actúa para salvaguardar sus intereses individuales en la posesión de bienes
materiales, sino para salvaguardar su posición social, sus derechos sociales, sus activos sociales.
El hombre valúa los bienes materiales sólo en la medida en que sirvan a este fin”. (Polanyi,
2007)
En ocasiones, el empuje para la adquisición lo constituía la necesidad de disponer de una vivienda para
cumplir con los requerimientos administrativos que posibilitaran la reunificación familiar, como lo
expresa R. en el anterior verbatim. Pero, además de las utilidades expuestas de la vivienda
independiente y en propiedad (económicas, de cumplimentación de requerimientos administrativos
para optar a la reunificación familiar, de autonomía, y como vía para eludir las duras exigencias de los
arrendadores) se derivaban utilidades simbólicas, relacionadas con la imagen desplegada para los
otros.
Cuando yo vine, nos alquilaron (…) me acuerdo que dormía en el suelo o en un sillón y así; o en
una habitación con varias personas o en el salón, donde podías (…). Y así vive la de abajo, la de
acá (señala la vivienda contigua), que alquilan habitaciones. Gente entra, gente sale. (…) Yo
tengo el respeto. Dicen: “¡Eres la única que vive como nosotros, porque todos viven como
ratas!”. Así, así lo dicen. [Entrevistadora: ¿Eso quién lo dice?] ¡Las mismas vecinas! ¡Las
españolas!: “Viven como ratas, porque viven gente ahí, amontonados como…, y eres la única
que vives sola” (vive con la familia nuclear). Es que yo he querido. Por eso he querido una casa
para vivir tranquilamente como yo he vivido, como mi marido también ha estado acostumbrado.
Que tuve que padecer, sufrir al comienzo (...) Sí, sí, todos pasamos por eso, pero unos decidimos
continuar, otros decidimos vivir de mejor forma. (O., mujer, 44 años, origen ecuatoriano
Entrevista personal)
En las palabras anteriores detectamos cómo se ha interiorizado el modelo de la integración propio de la
población autóctona. Según este modelo, unos se instituyen en observados y otros en observadoresevaluadores cuando se trata de medir “el grado de integración”, quedando patente una relación
asimétrica de poder que es expresión de una violencia simbólica ejercida sobre los observados. Desde
esta perspectiva, la integración puede ser observada y evaluada en términos de desviaciones con
respecto a los patrones hegemónicos de la población autóctona. Cuando este mecanismo es
internalizado por el sujeto, el “yo para los otros” que prima es el que se adscribe a los valores
culturales societarios del país de acogida. Según este modelo el esfuerzo de la integración siempre
deberá hacerlo “el otro”, el inmigrante (Sayad, 2011). El inmigrante comprende que aprehender el
habitus del país de acogida implica una recompensa en forma de capital simbólico, consistente en
recibir “el respeto”, la inclusión, el “tú eres como nosotros”, con los correspondientes efectos sobre el
honor. Todas las desviaciones con respecto al estereotipo del “nosotros” son observadas y medidas a
través de marcadores como “gente que entra y gente sale”, “vivir amontonados”, etc., que alejan de la
posibilidad de “parecerse” a los autóctonos, y por un efecto metonímico conllevan valoraciones que
acaban cuestionando al individuo (Martínez Veiga, 1999; Appadurai en Carman, 2006). Así, a través
del lenguaje se crean fronteras que se traducen en categorías que, a su vez, conllevan valoraciones del
tipo: inmigrantes-hacinamiento-amontonados-animales-ratas, que se van incorporando al lenguaje y
que dan entidad a la diferencia, construyen la alteridad. Se puede detectar, en las entrevistas, que el
sujeto-diana de estas violencias acaba interiorizándolas, las reproduce y, situándose del lado del
“nosotros”, las despliega sobre la alteridad construida. Mediante esta estrategia se adscribe al grupo
desde el que se generan esas categorías escapando de la comunidad de los “personajes conceptuales”,
como los denomina Delgado citando a Deleuze y Guatari (Delgado, 2008). En la última cita
etnográfica, se aprecia que la informante justifica “la desviación” que supusieron sus prácticas de
alojamiento de los primeros tiempos alegando dificultades económicas, con lo que trata de poner de
manifiesto que sus formas de hacer a este respecto, derivadas de su grupo social de procedencia,
coinciden con las hegemónicas en el país de acogida. De ahí su conclusión “por eso he querido una
casa para vivir tranquilamente como yo he vivido (en el país de origen), como mi marido también ha
estado acostumbrado”. De hecho, lo que intenta la informante no es sólo homologar su habitus con
respecto al alojamiento sino que está defendiendo su similitud con la población de acogida, que está
siendo cuestionada en diversos campos por la población autóctona, intentando con ello validar su
inclusión en el “nosotros”.
Por otro lado, tampoco se puede olvidar que la vivienda en propiedad es un signo de éxito, de estatus
social, por aquello que decía Marshall de “cuanto más se considera la riqueza como prueba
concluyente del mérito, más se tiende a juzgar la pobreza como prueba de fracaso (Marshall; 1998). La
propiedad de la vivienda era (/es) considerada, cultural y socialmente, un logro, una señal inequívoca
de éxito. Idea que no deja de ser cuestionable puesto que cuando la vivienda es adquirida con la
financiación de un préstamo hipotecario, la propiedad es una ficción legal dado que la titularidad,
después de la firma notarial, se constituye sobre la deuda, conllevando esta operación la cesión “al
propietario” del usufructo de la vivienda, que perdura mientras se abonen las cuotas hipotecarias. La
propiedad de la vivienda es fácil de perder, cosa que no ocurre con la titularidad de la deuda: “El
asesinato prescribe a los 20 años y, sin embargo, puedes irte a la tumba con una deuda” (Gómez
Salcedo, citado por García, 2012).
Volvamos a la consideración de la propiedad como señal de estatus. No podemos olvidar a este
respecto que la emigración del colectivo aquí estudiado obedeció a razones económicas, por lo que la
propiedad incrementa aun más el prestigio derivado de la consecución de un logro. El adquirir una
vivienda en propiedad (a los precios que tuvieron durante el periodo de la especulación inmobiliaria de
los años 2002 a 2007) se instituía ante los demás en una prueba de que se había superado un reto,
consistente en haber solventado las dificultades habitacionales asociadas al colectivo estudiado. De
este modo, la adquisición de una vivienda, al igual –como señala Martucelli- ocurría con el
éxito/fracaso en la escuela y la consecución de un trabajo, que actuaban como un mecanismo de
selección, como una de las pruebas societales que había que atravesar, con las consiguientes
repercusiones que ello tenía para la subjetividad y la identidad del sujeto (Martucelli, 2007).
4.- Las políticas financieras inclusivas: ¡préstamos para todos!
Dice un informante:
Y como ellos (refiriéndose al personal bancario) nos dicen, nadie nos ha puesto una pistola en la
cabeza (para la compra de vivienda y la petición de un préstamo). Es verdad, pero ¿por qué
nosotros nos hemos dejado llevar? (P., hombre, 43 años, origen ecuatoriano. Entrevista
personal).
Desde principios de los años 80 los tipos de interés descendieron en España. Con ello disminuyó la
retribución al ahorro, a la vez que se hacía más atractivo el endeudamiento. La demanda del bien
vivienda durante el periodo de especulación inmobiliaria mostró un comportamiento inusual: la
demanda no decrecía a medida que se incrementaban los precios sino que, muy al contrario,
aumentaba. Pero ¿cómo se explica este fenómeno? Montiel lo argumenta aduciendo que el bien
vivienda no se comporta en el mercado como un bien de consumo sino como un bien patrimonial, que
se adquiría o se atesoraba por su capacidad de revalorización, efecto que se veía potenciado por el
poco atractivo que tenían las inversiones alternativas, debido a los bajos tipos de interés. De esta forma
los ahorradores que contaban con dinero disponible utilizaron la vivienda como inversión alternativa
(Naredo y Montiel, 2011). En el caso del colectivo que no poseía vivienda en propiedad (y no me
refiero sólo al de origen inmigrante), la razón principal de la adquisición de la misma no obedecía
tanto al deseo de montarse al tren de las revalorizaciones, como al temor de quedarse fuera de los
mercados de la propiedad y del alquiler, dejando desatendida la necesidad básica de un alojamiento
imposibilitando de esta forma la colateralidad derivada de ello (autonomía, formación de un núcleo
familiar propio, etc).
Lo que actuó como catalizador para la escalada de la demanda de vivienda en propiedad (aparte del
dinero negro que, en el etapa de la conversión de la peseta al euro, se canalizó hacia el sector de la
construcción, y del incremento del número de inmigrantes, esto es, de potenciales demandantes tanto
de vivienda en alquiler como en propiedad -Onrubia, 2010; Naredo y Moltiel, 2011- fueron las
políticas financieras inclusivas y proactivas que implementaron las entidades crediticias quienes para
obtener mayor rentabilidad trataron de concertar el máximo de operaciones, lo que supuso asumir
mayores riesgos al relajarse las condiciones de la concesión de los préstamos. ”Era más fácil que te
dieran un préstamo que comprar un bonobús”, comentaba una informante. Pero ¿cómo se llegó a esto?
En una Europa en la que desde el 1 de julio de 1990 circulaban libremente los capitales, las entidades
financieras dispusieron de abundante liquidez a unos tipos de interés bajos (Onrubia, 2010; Naredo y
Montiel, 2011; Colau y Alemany, 2012), y se pusieron en marcha políticas comerciales competitivas
en aras a aumentar la cuota de mercado de potenciales compradores de vivienda en propiedad que
requerían de financiación. En este contexto, las entidades financieras y las inmobiliarias descubrieron a
la población inmigrante como nicho de mercado para la vivienda en propiedad, constituyéndose, en
muchos casos, una concomitancia entre ambas de cara a concertar contratos de compraventa e
hipotecarios.
Estas prácticas se explican bajo el prisma de unas lógicas neoliberales cuyos preceptos calaron en las
tecnoestructuras bancarias, por utilizar una expresión de Galbraith (Galbraith, 1967), y según las
cuales las retribuciones (bonus) de los directivos estaban en correlación con los beneficios alcanzados
por la entidad. Esto propició que descendieran por la jerarquía del organigrama de las entidades unas
políticas de gestión que primaban los beneficios a corto plazo, cuya consecución pasaba por
multiplicar la concertación de operaciones, así como la venta de productos financieros colaterales
(tarjetas, seguros de vida, de hogar...). Se implementaron políticas retributivas para el personal
bancario poniéndolas en correlación con una escala de objetivos: “Las razones que pueden transformar
la proclividad en excesiva proclividad son las percepciones del riesgo y los incentivos de los agentes
oferentes del riesgo (…). Se establecen incentivos perversos a los gestores bancarios” (Ibáñez et al,
2009).
Desde las entidades crediticias se hicieron clasificaciones de riesgos y se otorgaron préstamos
atendiendo a una clasificación de clientes en aceptables o no aceptables, realizada en función del
riesgo que implicaban sus operaciones: “El aumento de la morosidad durante la recesión reflejará la
materialización de los riesgos asumidos en la fase de bonanza económica previa”, afirman a este
respecto Ibáñez et al., (2009). Se subvirtió, por tanto, la ética y el rigor en los negocios en aras a la
ambición de las tecnoestructuras; lo que se unió al temor de los empleados a perder sus puestos de
trabajo (o a empeorar sus condiciones si no alcanzaban los objetivos que les eran marcados por la
organización). Todo ello comportó actuaciones, en algunos casos, imprudentes y, en otros, delictivas,
que se llevaron por delante la confianza de los clientes en las instituciones financieras y en sus
fiscalizadores. No resulta extraño, de este modo, que uno de los aspectos en los que más incide y
trabaja el marketing de las entidades bancarias actualmente sea en la recuperación de la confianza
perdida. Situación que se manifiesta en las campañas de marketing emprendidas por diversas entidades
financieras como Banco Santander o Bankia
5.- Las inmobiliarias como oferentes de un servicio integral
Las inmobiliarias descubrieron a la población de origen inmigrante como nicho de mercado. Les
ofertaban un servicio integral que incluía la búsqueda de la vivienda y la concertación de la
financiación, siendo estas operaciones origen de no pocos abusos que, en muchos casos, han actuado
como elemento coadyugante para el fracaso de algunas de las operaciones emprendidas, debido a los
gastos y cláusulas abusivas incorporadas al préstamo hipotecario; y que unido a factores como la
escalada del Euribor de los años 2007 y 2008, al que estaban referenciadas la mayoría de las hipotecas
y al empeoramiento de las condiciones económico-laborales como consecuencia de la crisis, explican,
en parte, lo ocurrido con las operaciones hipotecarias concertadas por el colectivo estudiado. Cabe
hacer dos observaciones a este respecto: primera, la mayoría de la población migrante institucionalizó
la compra de vivienda con la mediación de inmobiliarias, debido a que si trataban de concertar
directamente los préstamos con las entidades financieras, éstos se las denegaban:
Hice una especie de investigación antes. Vi casas, vi pisos, vi chalets antes de ir a la
inmobiliaria; y fui a la inmobiliaria porque pensaba que así se tenían que hacer las cosas.
Pensaba que seguramente los bancos no están para investigar tu situación financiera y concederte
el préstamo, y pensé: “Todo se tiene que hacer a través de inmobiliaria”, y como toda la gente
que yo conocía lo había hecho así (…), entonces yo pensé: “Todos compran a través de
inmobiliaria, (luego) así es como se tienen que hacer las cosas”. De los afectados de la financiera
con que yo estoy todo se arregló a través de inmobiliaria (…). El sistema está hecho para que
cada uno se lleve una parte del dinero. Yo lo asumí. (R.U., mujer, 46 años, origen ecuatoriano.
Entrevista personal)
Con frecuencia se produce una disonancia importante entre los importes consignados en las escrituras
de compraventa de la vivienda y las cantidades que aparecen en los contratos de préstamo hipotecario.
En ocasiones las entidades financieras, para obviar los límites crediticios del 80% del valor de tasación
de la vivienda, les concertaban -paralelamente al crédito hipotecario- préstamos personales que cubría
la diferencia. La anterior informante creía que “el sistema está hecho para que cada uno se lleve una
parte del dinero”; con ello manifiesta que ha naturalizado la estafa de la que era objeto. Esta parte del
dinero a la que alude la informante alcanzaban cifras de 40, 50 o 60 mil euros, es decir, trascendían los
gastos vinculados a la operación: impuesto sobre transmisiones patrimoniales, gastos notariales… en
suma comisiones “legítimas” de los intermediarios, instituyéndose, por tanto, en un beneficio
extraordinario y usurero para estos últimos, es decir, para las inmobiliarias y los bancos. Cabría
preguntarse a este respecto: ¿por qué los bancos denegaban a esta población inmigrante que quería
adquirir vivienda en propiedad una financiación que luego, a través de la intermediación de las
inmobiliarias, les era otorgada? Debido a que estas inmobiliarias se encargaban de urdir todo un
entramado de ingeniera avalística, por el que se conformaba una red de avales cruzados. Con esta
operación se atravesaban los, por otro lado “relajados”, controles de los departamentos de riesgos de
los intermediarios financieros, ávidos de concertar operaciones. Se crearon, por tanto, redes de avales
cruzados propiciadas por las inmobiliarias, por las que los postulantes a propietarios, (desconocidos
entre sí o, en algunos casos familiares), y obedeciendo a lógicas de reciprocidad (Mauss, 1964), se
avalaban mutuamente .
Esta persona (el de la inmobiliaria) se hizo muy amigo de mi y quería que yo le llevara clientes,
es más quería proponer que yo le llevara a mis hermanos para que compren, que seamos una
cadena. [Entrevistadora: ¡Ah si! ¿le propuso que hiciera de intermediario?]. Si, si pero (…) por
falta de tiempo yo no… nunca me interesó. Lo último que me planteo si es que yo servía de
aval… porque era un buen aval… después de que yo ya compré la vivienda… me daba 3.000
euros para sacar otra hipoteca (para otro cliente). Llego hasta el colmo de que me vino con unos
documentos (…) y me dijo:” ¡ L. firma”!, [Entrevistadora: ¿qué documentos eran esos?]. Eran
para una compra…. de otra persona y yo le servía de aval… y le dije:”¡ no, yo por ti …“!… muy
convencido, muy entregado a la amistad de este director (dice el nombre y los apellidos y el
nombre de la inmobiliaria). Después de eso que ya le firmé, que le ayudé (sin recibir
contraprestación). [Entrevistadora: pero ¿en cuántas hipotecas firmó Ud?]. En dos servía yo de
aval a personas extrañas, que nunca les conocí, pero decía que eran buenos latinoamericanos.
Uno colombiano y ella ecuatoriana. En el momento que llegaron las cartas de impago a mi
domicilio, yo les trate de ubicar. Me fui a la dirección… me sorprendió la señora… una paisana
que ahí recién tuve la suerte de conocerla. Me dijo de todo menos bonito…. Me dijo que ella
había pagado a un aval. Y le digo:” ¡que raro porque yo nunca le conocí, al contrario yo le hice
un favor!”. Yo le hice el favor pero claro yo no le conocía, yo al que le hice el favor fue al de la
inmobiliaria que era el interesado en vender esa vivienda. (L., hombre, 45 años, origen
ecuatoriano. Entrevista personal)
Esta forma de operar ha atado la suerte de los propietarios, propiciando la caída en cadena cuando
alguna pieza de ese entramado en red ha tenido problemas. Esta forma de actuar está sustentada en la
asimetría existente entre las partes contractuales que se fundamenta en muchos casos en la diferente
información manejada por cada una de las partes, además de apoyarse en desencuentros culturales. De
todo ello han derivado operaciones por las que, con frecuencia, los que se creían garantes de las
mismas acababan apareciendo en las escrituras de propiedad como copropietarios, situaciones que
serían hilarantes de no ser porque sus consecuencias son dramáticas. Dice Onrubia:
La copropiedad supone un reparto de la barrera financiera inicial para acceder a la propiedad
(Borjas, 2002b). Además, la estrechez de la oferta en el mercado de arrendamientos español ha
contribuido, sin duda, a potenciar el atractivo de la figura de la copropiedad (Cortés, 2004)”
(Onrubia, 2010)
Los problemas con las hipotecas están destapando con mucha frecuencia copropiedades forzadas por
las inmobiliarias y concertadas ad hoc, y que se establecieron, en ocasiones, con familiares y, en otras
muchas, con desconocidos, con la intencionalidad no de compartir la propiedad, sino de salvar los
obstáculos de la concesión de financiación, y que cuando han surgido las dificultades de pago en
alguno de ellos desencadenan responsabilidades económicas solidarias.
Un segundo aspecto destacable es que la venta de vivienda a población de origen inmigrante se
constituyó en un nicho de mercado muy lucrativo tanto para las inmobiliarias como para las entidades
financieras. Se utilizó este segmento de la población para dar salida, a través del “filtrado hacia abajo”
(Smith, 1964), a un parque de viviendas obsoleto y difícilmente endosable a la población autóctona y
menos a los precios a los que se hizo.
¿Por qué adquirían unas viviendas que, como se reconoce en el anterior verbatim, no resultaban nada
atractivas? Las relaciones de los sujetos que confluían en el campo inmobiliario eran desiguales,
debido a que se sustentaban en una doble relación de poder asimétrica, originada, primero, por la
posición de dependencia que se establecía entre quienes deseaban comprar una vivienda frente a los
que tenían poder para suministrarla y concertarles la financiación. En segundo lugar, la del empleado
(autóctono) de la inmobiliaria, de un lado, y la del postulante a comprador de origen inmigrante; de
otro. Y no hay que olvidar, de cara a analizar esta relación, que la estructura de posiciones “está en el
origen, entre otras cosas, de la visión que los ocupantes de cada posición puedan tener de los ocupantes
de las otras posiciones” (Bourdieu, 2006). El habitus de los mediadores de las inmobiliarias, esa
“estructura estructurada (...) que organiza la percepción del mundo social” (Bourdieu, 2006) hacía que
enclasaran a la población de origen inmigrante, tal como se verá con posterioridad en la etnografría
recreada. Es más, aparte de condicionar la percepción de estos mediadores, ese habitus fue el punto de
arranque no sólo de unas lógicas de minusvaloración de esa población, sino también de que le
atribuyeran un ethos de clase, en función de la que asignaban una tipología de vivienda que en
atención a la condición social asignada, debía ser “suficiente” para satisfacer sus necesidades
habitacionales. La referida minusvaloración, que se manifiesta en diversas prácticas de los empleados
de las inmobiliarias e intermediarios, no deja de ser detectada por los sujetos a los que enjuicia,
quienes a menudo la incorporan en sus propios discursos, tal como se puede ver en la siguiente cita:
Ellos (los empleados del banco) me ofrecieron hacer una renegociación. De 25 me subían a 40
años y me bajaban 200 euros, con lo cual…. Vamos yo vengo de un país que…aquí lo llaman
tercermundista, pero tan tonto no soy ¿no?” (E., hombre, 48 Entrevista personal)
El discurso del anterior informante tiene un enorme interés en su dimensión expresiva, al ser producto
de “una subjetividad con una sociogénesis determinada” (Jociles, 2005). El inmigrante, como
“personaje conceptual”, es construido sobre la base de representaciones que se nutren de elementos
como la jerarquía económica en la que se sitúa al país de origen del inmigrante - sobre todo cuando
con él unen unas determinadas relaciones históricas (Delgado, 2009; Sayad, 2011)- el nivel socioeconómico de cada sujeto, las razones que propiciaron su emigración, etc. Todo ello alimentaba el
trasfondo clasificador de los autóctonos, que actuaban de mediadores en la venta de las viviendas,
quienes –como se ha indicado- ofrecían a la población de origen inmigrante inmuebles de difícil venta
por su baja calidad. Ello lo legitimaban frente a esta población arguyendo limitaciones crediticias que
les impedían optar a inmuebles mejores.
Había pisos que me indicaban y era de llorar: casas viejas que se caían, que no valían ni las
puertas, podridas, sucias (…). Ellos (los de la inmobiliaria) me llevaban en el coche, me
recogían… ¡No sabe lo que han sabido los de las inmobiliarias meter!: “¡Como a ésta la estamos
engañando!” (recrea el tono del mediador de la inmobiliaria). Siempre indicaban lo malo, lo
fatal… lo que ellos no pueden vender. Indican eso a la gente por ver si alguna gente cae en eso y
lo coge. Y a mucha gente les decían: “¡Mira, tanto te da el banco, y tú no llegas a más. Y esto es
lo que puedes comprar!” (L., mujer, 44 años, origen ecuatoriano. Entrevista personal)
Estas prácticas discriminatorias favorecían un negocio muy lucrativo: el de dar salida-como se ha
dicho- a unas viviendas que resultaba difícil vender a la población autóctona y que alcanzaban unos
precios abusivos, de modo que incentivaron la burbuja inmobiliaria puesto que los autóctonos que
vendían su vivienda se constituían en demandantes de vivienda nueva.
Yo creo que vi más o menos, ¡qué sé yo!, como unos quince pisos. Sí y, entonces, le dije (al de la
inmobiliaria): “Mire, yo creo que ya estoy viendo demasiado, yo creo que ya no…”. Entonces,
en eso dije: “Mire, ya no, ya no quiero ver, porque hay gente que coge pisos más bonitos…”.
Porque ninguno había con ascensor. Incluso si decía con ascensor, valían éstos mucho más así.
(Recrea la voz del de la inmobiliaria:) “Vale 300.000 euros”, me decían. Había uno que incluso
tenía jardinero y que tenía que pagar 150 euros de comunidad, no sé qué, que había un piso que
estaba muy bien, todo eso, pero como eran más bonitos y más elegantes, tenía que pagar mucho
más. Entonces, decía (el de la inmobiliaria) que yo no llego al préstamo que me dan entonces.
Entonces, ¿qué pasó? Que tuve que elegir el piso en Vallecas. Tiene unos 60 metros. A lo mejor,
si llega, tiene dos habitaciones. El salón es grande, tiene el baño y la cocina, no tiene ascensor, es
un tercero. Es viejo (…). A mí me dijo que vale 280.000 euros” (L., mujer, 42 años, origen
ecuatoriano. Entrevista personal)
Las inmobiliarias, aparte de disponer de los contactos en las entidades financieras, utilizaban como
anzuelo anticipos dinerarios que les eran pedidos a los clientes antes de comenzar a enseñar pisos y
que no eran devueltos de no concertarse la operación de compraventa; hecho que se ha desvelado en la
etnografía.
6. / ¡Han vivido por encima de sus posibilidades! versus ¡Vinimos a por lana y nos vamos
esquilados!
Empecemos este apartado con una cita etnográfica:
Éste es un tema con el que nos están bombardeando continuamente: que la culpa es nuestra, que
hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. ¡Mentira!, que no tenemos la culpa, que la
burbuja no la hemos hecho nosotros. (…) A nosotros nos han dado la hipoteca y nos han
engañado (…) y Ud. no ha firmado por encima de sus posibilidades, ¡no, señor!, porque Ud.
estaba trabajando, porque tampoco vamos a tener la culpa de los cinco millones y pico de
parados. (Grabación en grupo abierto. P. asesorando a una afectada de origen peruano (PAH de
Toledo)
La influencia de las ideologías neoliberales ha forjado un imaginario colectivo por el que se considera
a los individuos responsables absolutos de sus decisiones, en este caso la compra de vivienda, y de sus
consecuencias y, por tanto, culpables de la situación en que ahora se encuentran, obviando los
contextos culturales, sociales y personales que han operado sobre ellos, así como la responsabilidad
que otros actores e instituciones han tenido, ya sea por la implementación de políticas que han
privilegiado unas alternativas habitacionales frente a otras y han dado lugar a un modelo inmobiliario
que ha propiciado la mercantilización de una necesidad básica, ya sea por la praxis de los
intermediarios financieros y sus colaboradores. Otro aspecto que no debe pasar desapercibido es que a
través de la culpabilización de la víctima, haciéndola responsable de haber vivido por encima de sus
posibilidades -tal como refiere la informante del anterior verbatim-, se están conformando
subjetividades e identidades culpables en los afectados.
En esta acusación, la de haber vivido por encima de las posibilidades, también parecen aflorar
conexiones culturales que remiten a un substrato moral católico por el que todo mal que se cierne
sobre el sujeto (en este caso el desahucio) sería consecuencia de un “exceso”, de un “pecado”. Un
aspecto que quizá se relaciona también con ello es el mayor apoyo y legitimidad social con la que
cuenta el afectado que es desahuciado de una vivienda poseída en propiedad frente a aquel otro que lo
es de una vivienda que tiene en régimen de alquiler, aunque esté al corriente de los pagos. La
justificación a este hecho parece apuntar, entre otras cosas, a que la propiedad entronca con valores, si
no católicos, en particular, sí cristianos, en general, como el ahorro y el esfuerzo entendidos como
sacrificio, que se asocian más a la propiedad que al alquiler. Estos valores cuentan con una alta
consideración social y cultural, circunstancia que deja en desventaja el derecho a una vivienda digna
del arrendatario frente al que se le reconoce al propietario.
Los sujetos que integran el colectivo estudiado fueron clientes de unas viviendas hipervaloradas, que
consumieron durante años una parte importante de los ingresos de las familias. Después de la pérdida
de la propiedad, en el mejor de los casos, han accedido a un alquiler social concedido por las entidades
financieras que se han adjudicado las viviendas. Este mecanismo, el del alquiler social, no deja de ser
una vía indirecta por las que las entidades financieras rentabilizan unos activos bancarios, que en la
actual coyuntura económica no son enajenables a particulares, ni rentabilizables mediante el alquiler
libre en el mercado, puesto que requerirían inversiones importantes para hacerlos atractivos. Un
informante al que se le ha concedido el alquiler social de la vivienda que antes había sido de su
propiedad comentaba lo siguiente:
Yo tengo que dar 350 euros mensual, 350 de garantía, 350, más IVA del trámite de la escritura o
sea del contrato y… unos timbres o sea que más o menos me llega (a) mil quinientos o por ahí
(…). Yo tengo dinero, pero no tengo todo; entonces yo estoy tratando de hacer una colecta en
Madrid o algún evento para recaudar dinero (…) no me queda otra, ¿no? Tampoco voy a dejar a
mi familia sin un techo ¿no? Los mismos causante que nos han echado a la calle ahora se están
forrando con el dolor de las personas que estamos casi al borde de la calle, o sea, esto… no sé
cómo hacer la valoración: que sí, una mierda total, todo sigue igual y peor todavía porque antes
por lo menos había trabajo; ahora no hay ni eso (E. 48 años, origen ecuatoriano Entrevista
personal)
7.-Conclusiones
Los resultados de la investigación apuntan a que la decisión por la adquisición de la vivienda en
propiedad puede entenderse como una estrategia desplegada por los sujetos mediante la que se
pretendía minorar la incertidumbre y dificultades a la hora de satisfacer las necesidades habitacionales.
Pero no hay que olvidar que, a través de la propiedad, se mantenía e incrementaba el ahorro, aspecto
relevante sobre todo cuando se contemplaba la posibilidad del retorno a los países de origen.
Igualmente, mediante la adopción de patrones habitacionales propios de la población de acogida,
según el punto de vista de los actores sociales, se atendían necesidades simbólicas vinculadas a la
imagen que se desplegaba “para los otros”.
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