Una historia de una dupla mitológica que, en favor de la amistad, decide cambiar su destino. Cada uno es dueño de sus actos y los finales felices llegan cuando se hacen responsables de lo que son y de lo quieren ser. Por estos días andamos disfrutando Minotauro en zapatillas, una breve novela de Ezequiel Dellutri. La cosa empieza bien porque su protagonista, el minotauro en cuestión, se llama Cristóbal Asterión, y es un tremendo adolescente mitad humano y mitad toro, que sufre porque lo separaron de su gran amigo, Tadeo Teseo. Cosas de los mitos, las encarnaciones, el destino. Y de cierto Gregorio Dédalo, que asegura que, si Cristóbal y Tadeo siguen juntos, nada bueno va a suceder. La excusa argumental apenas importa: en la Argentina, por alguna extraña razón, se encarnaron varios seres y héroes mitológicos. De momento son chicos, y el susodicho Dédalo se ocupa de cuidarlos mientras crecen en un hogar. Lo que importa, al menos en la magia de nuestro ritual de lecturas nocturnas, es que Cristóbal es buenazo, impulsivo y tan incorrecto que el candidato a adolescente que sigue con atención el relato estalla de risas y de algo así como una prematura empatía. Y yo, cómo decirlo, la paso bien. Tadeo Teseo es skater. Porque es delgado, ágil, y nació para desplazarse por los sinuosos senderos de cualquier laberinto. Tomasino Heracles, otro de los internados en el hogar, es fortachón y algo soberbio. Lucio Fauno es pequeño, insistente, terriblemente ansioso. Y Ulises Odiseo, el astuto, es, desde luego, hacker. Volvemos al libro y a las cuitas de Cristóbal, enamoradísimo de una chica ruda y valiente. Asistimos a lo que me parece lo mejor de la novela: la pequeña rebelión de Cristóbal y Tadeo; su decisión de encontrar el modo de que el destino se tuerza, y poder ser ellos mismos, y no aquello que el mito impone que sean. Minotauro en zapatillas es una historia de adolescentes, y donde su autor habla de destino mítico. Me parece excelente que, más allá de las risas por las ocurrencias de Cristóbal y Tadeo -o los mensajes disparatados que envían por WhatsApp, o su indudable capacidad para desafiar las buenas maneras- se cuela la idea, sutil y pregnante, de que nadie nació para cumplir ningún guion ya escrito. Y que existe el deseo, la posibilidad de elegir y el ejercicio, difícil y liberador, de tomar decisiones. "Somos eso que hacemos con lo que otros hicieron de nosotros”.