Subido por CESAR ALFONSO CABALLERO PEÑA

Enchiridion

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ENCHIRIDION
Clericorum Regularium
(Theatinorum)
Edita: Curia General de los Clérigos Regulares (Teatinos)
Piazza Vidoni, 6
00186 ROMA, Italia
Revisión de la edición:
P. Valentín Arteaga Sánchez-Guijaldo, C.R.
Realiza: Ediciones Soubriet
Doña Crisanta, 39 - 13700 Tomelloso (Ciudad Real)
[email protected]
I.S.B.N.: 978-84-95410-95-5
Depósito Legal: CR 403 / 2014
Impreso en España
Al P.D. Eugenio Julio Gómez González, C.R.,
Prepósito General de la Orden desde 1985 a 1991.
In memoriam.
“Unidos en Cristo como en una familia peculiar,
nuestra vida fraterna en común ha de estar de tal manera
impregnada de caridad que, habitando unius moris en
una casa, nos hagamos imitadores de aquellos de quienes
se lee tenían un solo corazón y un alma sola (Hechos 4,
32) y de nuestros fundadores que determinaron llevar esta
vida apostólica”.
Constituciones, núm. 7
Una profunda historia
para ser en todo tiempo renovada
TIENE el lector entre sus manos un libro muy sugerente y
propiciador, un hermoso y entrañable libro de familia que alberga
dentro de sus páginas una voluntad irrenunciable de reemparentar, de
incentivar, o sea, deseos de regreso al territorio de la propia pertenencia.
Un libro, todo libro, como es sabido, tiene en sus entresijos mucho de
indicador y andariego, estimula y guía al lector, le va abriendo
horizontes y llega incluso a regalarle el santo viático que requiere toda
forma de peregrinación. Además, todo libro tiene a la vez un aliento
cobijante y hasta amparador también. Es posible encontrar gracias a su
lectura posada y sosiego. Debido a la providencia de un libro no corre
uno el peligro del extravío en la desidentificación, valga por caso. Todo
libro al cabo y al fin es, se dijese, una guía de caminantes: nos muestra
no sólo adónde nos dirigimos, sino de la parentela de la que
procedemos. Esto es. Todo libro es un llar: el presente indicativo, como
en la noche de Pascua, enciende su pequeño cirio en el temblor de la
llama del pasado perfecto y se ilumina al completo en la hoguera por
todo lo alto del futuro que viene.
Sugiere el poeta Thomas S. Eliot más o menos que todo tiempo
futuro es tiempo pasado, el cual ilumina y fortalece el presente. Todo
tiempo en efecto es como un hondo manantial cuyas aguas fecundan las
tierras en las que habitamos o somos, o alientan en el costado del ánima.
Acontece cristianamente en los territorios de los carismas que le regala
a la Santa Iglesia el Espíritu. En la rica variedad de los campos de la
Iglesia el Espíritu, generoso, distribuye sus gracias y carismas para que
la fuerza de su vendaval no amaine ante cualquier tentación del juego al
escondite. Las diferentes maneras de vida consagrada son un
imponderable regalo del Señor a su Pueblo. Sin la vida consagrada el
cristianismo sería menos hermoso y atractivo. Lo cristiano fundamental
lleva dentro de sí un fermento permanente de reforma. El caso de
Cayetano de Thiene, para más señas. Con sus Clérigos Regulares,
aquellos sacerdotes suscitados en la Iglesia del siglo XVI con continua
voluntad de reformarse y reformar. Si no estamos atentos los muros de la
casa tienden a quebrantarse. Hay que remediar el tiempo presente
conjurando el tiempo pasado.
Escribía el teatino Antonio Oliver: el nuestro es un carisma
concedido a la Iglesia en el siglo XVI. Si atendemos a su origen y nos
acercamos a quienes un 14 de septiembre de 1524 lo profesaron en San
Pedro de Roma, difícilmente podremos comprender el caudaloso
potencial de historia que allí se almacenaba, como tampoco nos será
posible entender qué abanicos de caminos, de aventuras y gestos tienen
allí su fuente y origen. “Ser teatino no es, pues, un pasado; es un futuro.
Un futuro que se alimenta y se construye sobre la riqueza de un pasado
bendecido largamente por el cielo. La Providencia, indefectiblemente,
acudía cada día a la mesa de los teatinos, y ellos, incansablemente,
recrearon, cada mañana, la novedad del carisma”.
¿Qué viene a decirnos en resumidas cuentas este libro? Que los
teatinos –los Clérigos Regulares fundados por Cayetano de Thiene y
Juan Pedro Carafa–, que continuamos todavía aunque muy
modestamente presentes en la Iglesia, a Dios gracias, estamos llamados
a reescribir para hoy la rica historia que recibimos del pasado. Con
renovado vigor. Con refortalecido entusiasmo. Con múltiple y decidida
esperanza. “Lo teatino –insiste Oliver– vive en nosotros; somos sus
herederos”.
El extraordinario historiador y pensador de nuestra Orden que fue el
venerable maestro P. Francisco Andreu nos dejó dicho: “Los teatinos
estamos aquí, no para custodiar un museo de nombre y de memorias
antiguas que se nos legó por herencia, sino para determinar la
perennidad del espíritu carismático y la vida de un hombre que, nacido
cinco siglos atrás, tiene, hoy como ayer, valor de guía pedagógico para
el logro de la plenitud de nuestra vida en Cristo”.
En conclusión, lector amigo, en sus manos tiene el Enchiridion
Clericorum Regularium que la Curia General de la Orden dedica “in
memoriam” al muy estimado P.D. Eugenio Julio Gómez, C.R., quien
fuera Prepósito General desde 1985 a 1991, al cual se debe haber
compilado este florilegio de textos esenciales. Estamos, como se verá,
ante un libro de ida y vuelta, o de peregrinación a los orígenes y de
voluntad de estreno de los nuevos tiempos que nos llegan con tanta
celeridad. En el año dedicado a la vida consagrada los teatinos nos
disponemos a aproximarnos con esperanza a la hoguera crepitante del
carisma de aquellos que, al decir de uno de los fundadores, Juan Pedro
Carafa, “episcopus theatinus”, luego Papa con el nombre de Paulo IV,
no querían “ser sino clérigos viviendo según los sagrados cánones in
communi et de communi et sub tribus votis, porque entendemos que
éste es el mejor modo y el más convincente para conservar y mantener
la vida común clerical”.
Reciban todos y cada uno de los componentes de la gran Familia
Teatina, religiosas, clérigos y laicos, esta tan cordial entrega.
Principalmente los más jóvenes. Encontrarán en las páginas que siguen
lo que constituye en cierta manera la “fe de vida” de la Orden.
En Sant’Andrea della Valle, Roma.
12 de abril de 2014, aniversario
de la Canonización de San Cayetano
en el año del Señor de 1671
Valentín Arteaga, C.R.
Prepósito General
1. Breve de Su Santidad El Papa Clemente VII,
‘Exponi nobis’
(24 de junio de 1524)
AL VENERABLE hermano Juan Pedro, obispo teatino; al amado hijo
Cayetano, presbítero vicentino, y a sus colegas y sucesores.
Venerable hermano y amados hijos, salud y apostólica bendición.
Nos hicisteis saber, poco ha, que vosotros, con algunos compañeros,
guiados por divina inspiración, y como es dado suponer, deseando
seguir a Dios con más quietud y uniros a Él más estrechamente, habéis
determinado emitir los tres votos sustanciales de pobreza, castidad y
obediencia, hacer juntos vida clerical en el común hábito del clero, vivir
en común y del común, y dedicaros humilde y devotamente al servicio
de Dios, mediante su santa gracia, bajo la inmediata sujeción y
protección especial nuestra y de la Sede Apostólica.
A este fin nos habéis rogado que, aprobando vuestros deseos con
plenitud de nuestra autoridad y de esta Sede Apostólica, tomásemos a
vuestro favor, y al de vuestros sucesores, las providencias conducentes
a la realización de vuestro propósito.
Nos, que aprobamos de buen grado los píos y honestos deseos de
todos los fieles cristianos, no podemos por menos de alabar de corazón
vuestro proyecto y, accediendo a vuestras súplicas, benignamente os
autorizamos para que, cuando bien os pareciere:
1°. Podáis emitir los tres votos sustanciales de la vida religiosa, de
obediencia, castidad y obediencia, y solemnemente profesarlos en
manos de cualquier presbítero secular o regular de cualquiera Orden;
2° habitar juntos en los lugares religiosos o seculares que os convenga,
u os permitan sus propietarios, viviendo en común y del común, en
hábitos de simples clérigos, y con el nombre y la denominación de
CLÉRIGOS REGULARES, bajo la inmediata sujeción y la especial
protección nuestra y de esta Sede Apostólica;
3° elegir anualmente entre vosotros un Superior, que debe llamarse
PREPÓSITO, confirmable por un trienio y no más;
4° recibir a otros clérigos seculares constituidos en cualquier
dignidad, y a los laicos que, llamados por Dios, quieran abrazar este
sistema de vida, y, previo un año de probación, admitirlos a la emisión
de los mismos votos en manos del Superior y al propio tenor de vida;
5° componer y publicar cualesquiera estatutos, ordenaciones y
constituciones acerca de lo concerniente a esta forma de vida y a la
recta organización de la vida clerical, y, una vez compuestas y
publicadas, corregirlas y reformarlas en cualquier tiempo, o cambiarlas
total o parcialmente, o hacer otras nuevas y ajustaros a ellas;
6° con toda especialidad en lo que se refiere a la celebración y
recitación de la misa y de los demás oficios divinos, con tal que sean
lícitas, honestas, razonables y conformes a las buenas costumbres y a
los sagrados cánones.
Las cuales, una vez compuestas, publicadas, reformadas,
establecidas, cambiadas y ordenadas, y presentadas a Nos o a nuestros
sucesores, deben quedar aprobadas y confirmadas por autoridad
apostólica, y como tales considerarse.
Además, con plena deliberación, y usando de la plenitud de nuestra
autoridad apostólica, concedemos a perpetuidad, tanto a vosotros como
a vuestros sucesores que podáis usar, serviros y disfrutar, así vosotros
como vuestras personas y lugares, de todos y cada uno de los
privilegios, exenciones, inmunidades, indulgencias, facultades,
libertades, autorizaciones, privilegios, indultos, favores, concesiones y
gracias espirituales y temporales que gozan y poseen, y que en lo futuro
gozarán y poseerán los Canónigos Regulares de la Congregación
Lateranense, con sus personas y lugares, cuyo tenor, en virtud de las
presentes, mandamos se considere como suficientemente expreso y
transcrito palabra por palabra, de forma que las letras apostólicas sobre
aquellos privilegios, exenciones, inmunidades, concesiones y gracias a
los mismos concedidas, o que se concedan en adelante, puedan y deban
entenderse, cambiando solamente los nombres, apellidos, lugares y
fechas, como si todas y cada una de dichas gracias, no sólo en sus
cláusulas generales, sino a tenor de todas y cada una de sus palabras,
hubiesen sido otorgadas a vosotros expresa y especialmente aquel
mismo día y en virtud de estas letras.
Para todo lo cual os concedemos libre y plena autoridad,
dispensándoos de cualquiera impedimentos o dificultades, sin que obste
el nombre, la dignidad y el oficio episcopal que Nos, mediante otras
letras, reservamos al sobredicho Juan Pedro, ni las constituciones y
ordenaciones apostólicas, generales y especiales, aún reforzadas por
juramento o por cualquiera otra garantía, aunque precisara
especificarlas en cada uno de sus términos, las cuales damos por
especificadas, y a los efectos de las presentes especial y expresamente
derogamos, sin que obsten cualesquiera otras cosas en contrario.
Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, día
24 de junio de 1524, primero de nuestro Pontificado.
GIACOMO SADOLETO
2. Breve confirmatorio de los Clérigos Regulares, de
Su Santidad El Papa Clemente VII, ‘Dudum pro parte
vestra’
(7 de marzo de 1533)
AL VENERABLE
Juan Pedro, obispo teatino, y a los amados hijos
Cayetano, presbítero vicentino, y a sus compañeros y sucesores,
Clérigos Regulares.
Venerable hermano y amados hijos, salud y apostólica bendición.
I
Habiéndonos expuesto tiempo atrás que vosotros, con algunos
compañeros, movidos por divina inspiración, deseosos de servir a Dios
con mayor quietud de espíritu y uniros a Él más íntimamente, habíais
determinado emitir los tres votos sustanciales de la vida religiosa, de
pobreza, castidad y obediencia, y vivir comunitariamente en traje de
simples clérigos ocupados con el favor divino en los ministerios propios
de la vida sacerdotal, bajo la humilde e inmediata sujeción a Nos y a
esta Sede Apostólica, Nos, accediendo a vuestras súplicas, os
concedimos entonces, que cuando os pareciere bien, pudierais emitir
públicamente los tres votos, sustanciales a la vida religiosa, de pobreza,
castidad y obediencia, y profesar solemnemente en manos de cualquier
presbítero secular o regular y vivir en comunidad, en traje de simples
clérigos, con el nombre y la denominación de CLÉRIGOS
REGULARES, in communi et de communi, en lugares religiosos o
seculares a vuestra libre elección, con autorización de sus dueños, bajo
la inmediata dependencia y especial protección Nuestra y de esta Sede
Apostólica. Así mismo os concedimos que pudieseis elegir anualmente
a uno de vosotros que fuese vuestro superior con el nombre de
Prepósito, con facultad de reelegirlo por un trienio, y no más.
Item, que pudieseis recibir a otros, tanto laicos como clérigos, aún
constituidos en dignidad, los cuales, movidos por Dios, sintiesen deseos
de llevar el mismo género de vida, y, previo un año de probación,
recibirlos a la profesión en manos del superior o Prepósito,
admitiéndolos a formar parte de vuestra comunidad.
Item, componer cualquier clase de estatutos, ordenaciones y
constituciones sobre todas y cada una de las cosas concerniente a
vuestro sistema de vida, y cuanto fuese conveniente a clérigos devotos y
honestos.
En cuanto a la celebración de la misa y al rezo de las horas
canónicas, os concedimos facultad para componer y publicar lo que
mejor os pareciese, para corregir y reformar en el transcurso del tiempo,
total o parcialmente, lo que hubieseis compuesto y publicado, y
volverlo a componer y ordenar según creyeseis conveniente, siempre
que su contenido fuese lícito, honesto, razonable y conforme a las
buenas costumbres y a los sagrados cánones, y ajustaros a ello. Todo lo
cual, una vez compuesto, reformado, estatuido o cambiado y ordenado
por vosotros, y presentado a Nos o a nuestros sucesores, se tuviese por
aprobado y confirmado por autoridad apostólica.
Item, que todos y cada uno de los privilegios, exenciones,
inmunidades, indulgencias, facultades, libertades, autorizaciones,
indultos, favores, concesiones y gracias espirituales y espirituales de
que gozaban y actualmente gozan, o gozarán en lo futuro, los
Canónigos Regulares de la Congregación Lateranense, sus personas y
lugares podáis vosotros usarlos, gozar y disfrutar de los mismos en
vuestras personas y lugares de forma que las letras apostólicas que
tratan de los referidos privilegios, exenciones, inmunidades,
concesiones y gracias a ellos concedidos o que en adelante se concedan,
puedan y deban considerarse como expedidas en favor vuestro,
cambiando solamente los nombres, apellidos, denominaciones y fechas
ad libitum vestrum, como si todas y cada de dichas concesiones, no
solamente en sus cláusulas generales, sino a tenor de todas y cada una
de sus palabras, hubiesen sido concedidas expresa y especialmente a
vosotros.
II
Más tarde, habiéndonos expuesto que era vuestro deseo, después de
emitidos los votos, llevar vida clerical y dedicaros a la predicación, a la
audición de confesiones, y al estudio de la Sagrada Teología y Derecho
Canónico para provecho de vuestras almas y de los fieles cristianos,
Nos, accediendo a vuestras súplicas, concedimos benignamente a
vuestros prepósitos pro tempore la facultad de dispensar del rezo del
Oficio Divino a vosotros y a vuestros clérigos y socios ocupados en
tales ministerios, en el estudio de las Letras Sagradas, o impedidos por
enfermedad o por servicio de los enfermos, en el sentido de que los así
ocupados o impedidos, rezando cierto número de salmos señalados por
los superiores, no inferior a siete o a seis espaciados, siete veces la
oración dominical y dos el símbolo de los apóstoles, y los gravemente
enfermos una vez al día la oración dominical y siete avemarías, se
considere que satisfacen el rezo de las siete horas canónicas y todo el
Oficio Diurno; y así mismo, que puedan autorizar a vuestros clérigos y
socios para anticipar o posponer, juntar o dividir, en conjunto o en
particular las horas canónicas, así como abreviar u omitir las lecciones.
Item, para dispensar de los ayunos de precepto y cuadragesimales, y
conceder que pueda hacerse la comida vespertina, llamada colación,
lícitamente y sin pecado.
Finalmente, y en virtud de nuevas letras, os concedimos que, tanto
vosotros recíprocamente, como otros sacerdotes seculares o regulares,
por vosotros elegidos, con licencia de vuestros superiores o de esta Sede
Apostólica, podáis, y puedan también ellos, en vuestras mutuas
confesiones usar la fórmula siguiente:
Misereatur, etc. ... Indulgentiam, etc. ...
Dominus noster, Jesus Christus te absolvat, et ego auctoritate ipsius
et beatorum apostolorum Petri et Pauli mihi concessa absolvo te ab
omni vinculo excomunicationis marioris vel minoris, suspensionis et
interdicti, et dispenso te ab omni irregularitate quam quomodocumque
incurristi et restituo te sanctis sacramentis Eclesiae, unionisque et
participationi fidelium, in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.
Amen.
Por segunda vez, y con la misma autoridad, mediante otras letras
expedidas en forma de Breve, ampliamos y extendimos la anterior
concesión en el sentido de que dicha fórmula pudiese usarse no sólo en
las confesiones de sacerdotes, sino en las de los clérigos y laicos de
vuestra congregación pro tempore existentibus que se confiesen con
vosotros, lo cual concedimos a perpetuidad, en virtud de nuestra
autoridad apostólica, según que más extensamente consta en las letras
referidas.
III
Ahora, según nos han expuesto en vuestro nombre, para asegurar la
estabilidad de cuanto aquí se ha hecho, es vuestro deseo que Nos
procedamos a su confirmación, y que ciertas modificaciones que juzgáis
conveniente introducir, sean por nos sancionadas. Y a este fin se nos ha
rogado de vuestra parte que benignamente nos dignemos proveer a cada
uno de los indicados extremos. Nos, que atendemos a las súplicas de
todos los fieles cristianos, y con especialidad de los que sirven a Dios
en pobreza, castidad y obediencia, accediendo a vuestra instancias,
renovamos por las presentes en favor de vuestro Instituto, ya
ampliamente aprobado y recomendado en el Señor, todas las anteriores
concesiones, y con arreglo a los píos deseos que nos habéis hecho
exponer, a perpetuidad establecemos:
1°. Que debáis siempre vivir bajo la humilde sujeción y especial
protección del Romano Pontífice y de esta Sede Apostólica,
absolutamente libres y exentos de todo otro superior, y sujetos
exclusivamente al Romano Pontífice y a vuestro superior
canónicamente elegido.
2°. Que cualquiera que abrace vuestro Instituto, y sea admitido a la
profesión en el modo y forma antes dichos, se considere que satisface el
voto de Religión.
3°. Que vuestros superiores pro tempore, acabando el trienio para el
cual hayan sido confirmados, puedan ser elegidos para otro lugar, y
confirmados en el cargo durante el trienio inmediato.
4°. Que podáis usar vestidos con mangas cortadas sobre el manteo, y
que tanto en lo que mira al hábito, como lo que concierne a las
ceremonias de los oficios eclesiásticos, y en todo cuanto se refiere al
traje y a la comida, os atengáis a los laudables usos y costumbres de los
clérigos ejemplares y virtuosos de la ciudad o lugar donde ahora os
encontráis u os establezcáis en adelante.
5°. Que podáis elegir de entre vosotros a uno, que, con la
denominación de Arcipreste esté al cuidado de los intereses espirituales
de la Comunidad; a otro que con el nombre de Arcediano, se ocupe de
las cosas temporales; y un tercero que se llame Plébano y ejerza la cura
de almas a vosotros encomendada.
6°. Que en la bendición de la mesa cumpláis con rezar simplemente
el salmo Laudate Dominum omnes gentes, y no vengáis obligados a
recitar otro alguno.
7°. Que en vuestros Capítulos sólo tengan voz aquellos a quienes
capitularmente les haya sido concedida, y que los demás no intervengan
ni tengan voz en los mismos.
8°. Ordenamos, así mismo y establecemos, para siempre, que podáis
usar y disfrutar de todos y cada uno de los privilegios, indulgencias,
prerrogativas, exenciones, inmunidades, gracias e indultos cualesquiera
que sean, y de cuantos se hayan concedidos y en adelante se concedan,
temporales y espirituales, en especial, en general y comunicativamente
por cualquiera Romanos Pontífices predecesores y sucesores nuestros, y
por tales considerados por la sede Apostólica, a los monjes
Cluniacenses y Cistercienses, y a los frailes de las Ordenes mendicantes
y no mendicantes, y de todos los privilegios de que ellos pueden o
podrán usar y disfrutar, así en vida como en el artículo de la muerte,
referentes a la relajación de penitencias y cualquiera otros, ordenando,
por las presentes, que en el futuro y para siempre gocéis, podáis y
debáis disfrutar de todos aquellos privilegios y ser participantes de los
mismos como si se estableciesen aquí palabra por palabra.
Extendiendo y ampliando a favor vuestro los referidos privilegios,
indulgencias, prerrogativas, exenciones, inmunidades, gracias e indultos
concedidos, según se ha dicho a los monjes y frailes mencionados, así
en lo temporal como en lo espiritual, en especial, en general y
comunicativamente, y declarando y estableciendo que hayan lugar y
surtan pleno efecto entre vosotros.
No obstante las constituciones y ordenaciones, tanto apostólicas
como vuestras y de las referidas Órdenes, aún avaladas por juramento,
confirmación apostólica o de cualquiera otra manera, ni los estatutos,
costumbres, ni otras cualesquiera cosas en contrario.
Disponemos además que las copias de las presentes, suscritas por
mano de público notario y refrendadas con el sello de una persona
constituida en dignidad eclesiástica, tengan el mismo valor en todas
partes, así en juicio como fuera de él, y hagan la misma fe que las letras
originales.
Dado en nuestra ciudad de Bolonia, bajo el anillo del pescador, día 7
de marzo de 1533, décimo de nuestro pontificado.
BLOSIO
3. Carta de D. Bonifacio de‘Colli a Mons. D. Juan
Mateo Giberti, Obispo de Verona
(Sin fecha, primer decenio de la fundación de la Orden)
NUESTRO sistema de vida se funda en los sagrados cánones, y en las
obligaciones derivadas de la profesión de los tres votos de pobreza,
obediencia y castidad. Nuestro hábito y nuestras costumbres son las
propias de los demás clérigos.
Por lo que respecta a la pobreza, nadie posee cosa propia, sino que
todos viven en común y del común. No se permite mendigar, porque lo
prohíben los cánones. Los nuestros viven de las limosnas
espontáneamente ofrecidas por la caridad de los fieles. Asimismo,
donde sea posible, de las décimas y de las primicias, sirviendo
gratuitamente al altar y al evangelio. Ni los cánones, ni nuestra
profesión nos prohíben la posesión de rentas fijas: pero, por muchas
razones, y amaestrados por la experiencia, no nos preocupamos de
tenerlas.
La castidad nos obliga, no sólo a la integridad del cuerpo, sino
también a la de los sentidos, a la guarda de la lengua, y, en cuanto sea
posible, a la pureza de los pensamientos y a la sobriedad en la comida.
Huimos el trato con mujeres, aún de las más santas y honestas, porque
así lo mandan los cánones. Si a ello fuerza la ineludible necesidad o la
caridad lo demanda, el prelado resuelva, y obedezcan los súbditos.
La obediencia se debe, en primer lugar, al prelado y a los sacerdotes,
al primero, como a vicario de Dios, y a los segundos, como a sus
ministros. Después, a los otros hermanos, que mutuamente se obedecen
y se sirven por caridad. Pero, hágase todo con orden, como prescribe el
apóstol. Nadie usurpe, de consiguiente, la autoridad del prelado ni el
oficio de los demás, ni se arrogue el derecho de mandar. No pierda de
vista el superior que no existe entre nosotros precepto alguno que
obligue bajo pecado, de no concurrir mandamiento de Dios o de la
Iglesia, u otra obligación derivada de los tres votos.
El prelado es elegido anualmente, pudiendo ser reelegido hasta un
trienio, cuando así lo determinan los que tienen voz en capítulo. La
elección, o reelección, debe hacerse, con arreglo a las prescripciones
canónicas, por la totalidad del capítulo o por la mayor parte de sus
componentes, habiéndose convocado de antemano, y aguardando
prudencialmente la llegada de los ausentes.
Ningún candidato a la Orden es admitido al noviciado ni a la
profesión, sin antes someterlo a larga prueba, ejercitándolo y
experimentándolo durante un tiempo, no inferior a dos o tres años. Para
la admisión es indispensable el consentimiento de todo el capítulo. El
novicio, desde el primer día, es confiado a un religioso que le instruye,
con la ayuda de Dios, y le informa sobre la nueva vida.
El oficio divino, tanto nocturno como diurno, suele decirse con
asiduidad en el coro únicamente por los clérigos y presbíteros, según el
rito romano: observando así mismo las costumbres de la Iglesia o
Diócesis donde moramos, en todo lo que no se opongan a la Iglesia
católica.
Los sacramentos se administran gratis, y solamente por aquellos a
quienes designa el prelado, y a las personas que él señala. Se pone en su
administración toda diligencia y la mayor pureza de intención,
atendiéndose con fidelidad a los términos de los privilegios y
exenciones de la Sede Apostólica, sin abusar de la inmunidad que nos
ha sido concedida, y salvando siempre la reverencia al prelado y juez
Ordinario.
El modo de celebrar las misas y decir el oficio divino, la manera de
leer, de pronunciar y cantar en el coro y en la Iglesia, según las rúbricas
auténticas y antiguas del misal y del breviario romanos, se os
describirán en particular, con algunas otras reglas, por demás breves y
fáciles, lo mismo que lo que debéis retener o, en su caso, omitir en los
oficios de los santos.
No se nos manda ni prohíbe ninguna forma de vestido, ni
determinado color, siempre que no desdigan de los clérigos honestos, ni
se opongan a los sagrados cánones, ni sean contrarios al uso del clero de
nuestra ciudad y diócesis.
Ningún presbítero o clérigo sale jamás solo de casa, sino con un
compañero, después de haber orado ante el altar, y previa bendición del
prelado. Lo propio se hace al regreso. A los legos, y a quienes tienen a
su cuidado la administración de la casa, aunque sean clérigos, les está
permitido alguna vez salir solos, hecha oración y recibida la bendición,
como se ha dicho.
Dos veces al día, dada la señal, acudimos a la oración, que hacemos
cada uno en su puesto, o en la propia celda, orando en silencio y
quietud. Por la mañana, después del oficio matutino, y por la tarde, al
anochecer, o al mediodía si es verano.
Se guardan con la mayor diligencia los ayunos de la Iglesia. A estos
añadimos, por costumbre, el de los viernes de todo el año, y los del
Adviento del Señor, aunque sin obligación, sino libre y
espontáneamente. En la mesa común nunca falta la lectura sagrada, que
se hace de la Escritura o de las obras de los santos Doctores. Se escucha
por todos en gran silencio, y nadie puede comentarla como no sea el
prelado.
No consentimos que costumbre alguna, o modo de vivir, o rito, tanto
en lo que se refiere al culto divino, o tiene lugar, del modo que sea, en
la iglesia, como en lo tocante a la vida común y acostumbramos hacer
dentro o fuera de casa, tenga fuerza de precepto, ni nos obligue en
conciencia: a no concurrir un precepto de Dios, o una constitución de la
Iglesia, o alguna obligación derivada de los tres votos.
Prolijo sería por demás, especificar en detalle los particulares de
nuestra vida. Por ello, quien desee saberlos haga lo que dice el Señor, y
óigale cuando le invita diciendo: ven y ve. Conocerá, entre otras cosas,
nuestro modo de particular de recibir a los huéspedes cómo son
probados y ejercitados los novicios, y cómo legítimamente se les admite
a la profesión; de qué manera se confía a los profesos, sean legos,
clérigos o sacerdotes, algún ministerio u oficio para ayudar, por amor de
Cristo, a la común utilidad y a la necesidad de cada uno.
Conocerá igualmente con qué devoción y fidelidad debe proceder
cada uno en su ministerio u oficio, venciéndose siempre a sí mismo para
ser útil a los otros y acomodarse a su querer, cual conviene a los siervos
de Dios, no sólo en aquellas cosas que se practican en común, en el coro
o en la Iglesia, sino en lo que se refiere en particular al cargo de cada
uno, como el de sacristán, bibliotecario, ropero, portero, hortelano,
cocinero, y a todos los demás oficios, aún los más viles y bajos; como
también se dará cuenta de lo que se debe observar con relación a los
estudios.
Entenderá, sobre todo, lo que es más importante, y, por descontado,
lo más útil, esto es, la fuerza de los votos, y el fin que se han propuesto
los votantes, por el cual nos hemos reunido en nombre de Nuestro Señor
Jesucristo –la CARIDAD–. Aprenderá por diaria experiencia la palabra
del Señor, y su eficacia cuando dice: El que quiere venir en pos de Mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame, entrando por la puerta
angosta, y echando por el camino del llanto y de la penitencia, hasta
conseguir la meta de la más perfecta CARIDAD. Porque toda renuncia
es inútil, en quienes dejaron el siglo, si no tratan con el máximo empeño
de dominar la concupiscencia y de conseguir la CARIDAD. La cual
CARIDAD, sólo se guarda, al decir de San Agustín, cuando a ella
sirven las obras, las palabras, el semblante. CUANDO A LA
CARIDAD SE AJUSTAN, añadimos nosotros, LOS VOTOS, LA
PROFESIÓN, LA RELIGIÓN ENTERA. Faltar a la CARIDAD es tan
grave, entre nosotros, como levantarse contra Dios, pues sabemos que
de tal modo fue ella recomendada por Jesucristo a los apóstoles que
DONDE FALTA LA CARIDAD, FALTA TODO, Y, POSEYENDO
LA CARIDAD, SE POSEEN TODAS LAS COSAS.
4. Carta del P. D. Juan Pedro Carafa, ‘Episcopus
theatinus’, a Mons. D. Juan Mateo Giberti, Obispo de
Verona
(1 de diciembre de 1532)
(Fragmento)
...
DESDE
hace cuatro años nos requieren desde Nápoles ilustres
personalidades para que aceptemos el lugar que han edificado para
nosotros. Vino desde allí a visitarnos y a echarse en nuestros brazos un
clérigo que en él moraba –Severo Tizzone– y desde que está con
nosotros no ha cesado de rogarnos, antes con mayor insistencia siguen
lloviendo las demandas de personas particulares y de los señores
Electos en nombre de la Ciudad, como Su Señoría apreciará por la carta
que le acompaño, copia de la que en tal sentido la Ciudad nos ha
enviado.
Todo ello causa en nosotros profunda perplejidad, ya que nos parece
incorrecto no atender a la devoción y a la estima que nos demuestra una
ciudad tan ilustre, y sobre todo ante la duda de que ello implique
resistencia a la voluntad del Señor, de la cual puede ser no pequeño
indicio tan continuada actitud de quienes así nos desean. Por otra parte
somos pocos en número y menos aún en calidad, y nos damos perfecta
cuenta de la dificultad de la empresa y de la imposibilidad de responder
a la expectación que allí reina y al ventajoso concepto que de nosotros
han formado. EL TENER QUE DIVIDIRNOS NOS CAUSA
PROFUNDA EXTORSIÓN, Y NO NOS HACEMOS A LA IDEA DE
TENER QUE VIVIR SEPARADOS Y A DISTANCIA TAN
ENORME. NOS APENA SOLO PENSARLO. Se nos pide que vayan
dos para examinar el lugar y ver si nos conviene aceptarlo. Pero es claro
que en esta hipótesis no bastarían dos ni cuatro para vivir como buenos
clérigos.
Por estas y otras razones, viendo el asunto tan difícil y no sabiendo
qué decidir, hemos optado por lo que estamos ciertos ser la voluntad de
Dios, y es pedir a su Santidad, por medio de V. S., se digne hacernos
merced del oráculo de su santa boca, y de pronunciar siquiera una
sílaba: sí o no, ve o queda. Y en esto sí que hemos de rogarle, con la
más viva insistencia que V.S. nada diga en pro ni en contra del
proyecto, sino que se limite a exponerlo y dejar que Cristo, libremente,
por medio de su Vicario, manifieste su voluntad.
Nos sería de gran consuelo que Su Santidad, en breves líneas nos
indicase su querer. Pero si ello no es posible, dígnese V.S. avisárnoslo
particularmente, a la brevedad posible. Voy a explicarme mejor: si el
Papa dice que no, basta con que V.S. nos lo indique por carta. Porque
en tal caso ya cuidaremos de excusarnos con aquellos señores, sin
mencionar para nada al Papa ni a Vuestra Señoría, pretextando la
gravedad de la empresa y nuestra incapacidad en la mejor forma que se
pueda. Pero si dice que sí, entonces, Monseñor, nos sería muy necesario
un Breve del Sumo Pontífice, y ello por muchos conceptos, no sólo por
nosotros, sino para los que después han de venir, tanto más si su
contenido respirase benevolencia paternal y pontificia, que nos
recordase el estilo de sus santos predecesores ...
1 de diciembre de 1532
Tuus in Christo servus obsequens
Juan Pedro Episcopus Theatinus
5. Carta del P. D. Cayetano de Thiene al noble veronés
Francisco Capello
(Referida a la admisión del poeta Marco Antonio Flaminio)
(17 de febrero de 1533)
CHARISSIME in Chisto frater: Días pasados nos llegaron tres cartas
vuestras. La presente es contestación a la que se refería a la demanda de
Micer Marco Antonio, nuestro amigo.
Hemos tomado en consideración y nos hemos ocupado juntos de lo
que solicita nuestro amigo. Hemos presentado, pro modulo nostro, este
su deseo al Señor, y después, reunidos de nuevo, nos ha parecido
entender lo que conviene a nuestro Instituto, y a cuantos, lo mismo que
nosotros, han puesto la mano en el arado, según la expresión
evangélica.
Es indispensable habitar unius moris in domo y seguir la vida común
en aquello que no perjudica la salud del cuerpo o del alma. Es propio de
los siervos de Dios, que juntos en la misma grey soportan el yugo de
Cristo bajo el cuidado del mismo pastor, huir la singularidad y toda
enojosa diferencia.
Los que viven en comunidad no han sido llamados todos a la misma
hora del día, sino conforme a la elección del buen Padre de familia, el
cual no se ha desdeñado de decir a más de uno tal vez a la hora
undécima: “quid hic statis tota die ociosi?”. De aquí que en una misma
compañía se hallen personas de diversa edad, de diversa salud, de
diversa complexión y de virtud también diversa. Por ello hace falta
seguir la norma que el Espíritu Santo inspiró a NUESTROS SANTOS
PADRES –los apóstoles– de los cuales está escrito: “distribuebatur
unicuique prout cuique opus erat”. Norma que San Agustín hace suya y
comenta con estas palabras: “non aequaliter omnibus, quia non
aequaliter valetis omnes”.
Viniendo en particular al caso de Micer Marco Antonio, si nuestro
amigo espera que en esta pobre compañía ha de hallar comodidad para
desentenderse del mundo y adelantar en los caminos de Dios, será vana
su esperanza si no se funda en la convicción de que nos guía y gobierna
la sola bondad divina, por los ejemplos y la doctrina de los aludidos
SANTOS PADRES, y por SU regla antes mencionada, no inventada por
nosotros ni fundada en el parecer o la voluntad de los hombres.
Si él está persuadido de que la bondad del Señor, como nos ha
congregado, así nos mantiene y gobierna, debe admitir igualmente que,
si abriga el deseo de morar entre nosotros perpetua o temporalmente,
para servir a la Majestad de Dios y proveer a su salvación, la misma
divina Bondad no ha de negarnos inteligencia para conocer su
necesidad, ni caridad para soportar su debilidad de cuerpo y alma, ni los
necesarios recursos para darle de comer en la medida que le convenga.
Por consiguiente, si nuestro Micer Marco Antonio abriga la voluntad
de abrazar nuestro Instituto, hace falta se persuada de que, el tiempo
que Dios sea servido tenerlo en nuestra Compañía, debe libre y
absolutamente echarse a los pies de Cristo y confiarse en nuestro
cuidado, renunciando a su libertad, a todo arbitrio de sí mismo y a la
facultad de disponer, como propietario, de cosa alguna pro tempore,
como hemos renunciado a estas cosas los que vivimos congregados bajo
el yugo de Jesucristo.
Si ello le parece duro, es manifiesto que no cree que Dios está entre
nosotros, ni que es El quien nos gobierna; y si esto no cree nuestro
amigo, no tiene por qué desear vivir en nuestra Compañía, ya que, si se
nos quita la protección y el consuelo de la divina Bondad y la esperanza
de servir a su Majestad Divina, a favor de su santa gracia, todo lo que
queda es repulsivo y verdaderamente odioso, en el lenguaje del mundo.
Pero, si no alcanzándole las fuerzas para abrazar la cruz desnuda,
piensa habitar temporalmente con estos siervos del Señor, dispóngase a
hacer el sacrificio en las condiciones antedichas, y ordene desde ahora
sus cosas a fin de que, cuando viniere, se halle totalmente libre de los
asuntos del siglo. Tenga confianza en Dios, y advierta que, por nuestra
parte, si no aceptamos sus bienes, ni aún por vía de limosna, menos
estamos dispuestos a cargar con las molestias que habría de acarrearnos
el cuidar de su administración, para que no nos sirvan estas cosas de
ocasión de distraernos con menoscabo de la paz.
Así que, en conclusión, si él, a pesar de todo, persiste en querer
venir, no ha de pensar en otra cosa que en tener mortificados el propio
juicio y voluntad, de forma que entre él y nosotros no exista más
diferencia, sino que nosotros perpetuamente vivimos clavados en la
cruz, y él es libre de marcharse cuando a él le plazca o a nosotros.
Tocante a lo de enseñar, contestamos lo siguiente: si hacemos
caudal de sus letras, nos lo hace querer más la caridad de Jesucristo; y la
esperanza que tenemos de que ha de humillarse a aprender EL
ALFABETO DE CRISTO nos mueve mucho más a desearlo que
cualquier otra ventaja que de él, o de su saber, o de cualquiera otro bien
del mundo pudiera reportar nuestro Instituto. Exponedle, pues, la regla
y dejad hacer a Cristo.
Claro que habría que dar aviso a nuestro Reverendísimo Padre el
Obispo de Verona. No sería ello preciso si nuestro Micer Marco
Antonio se sintiese con valor para darse absolutamente al servicio de
Jesucristo. Se comprende que, en tal caso, nadie se lo podría impedir, y
no hay que pensar que dicho Reverendísimo Padre quisiera hacer lo que
no debe ni puede. Pero siendo tan imperfecto el deseo de nuestro amigo,
y su vocación tan dudosa y tan expuesta a la inconstancia, no nos parece
prudente dar un paso en este asunto sin la licencia y bendición de dicho
Reverendísimo Padre.
Vuestro hermano en Cristo,
el Prepósito y vuestros hermanos los Clérigos Regulares.
Bene vale in Chisto, Venetús, 17 de febrero de 1533.
6. Carta del P. D. Juan Pedro Carafa a Mons. D. Juan
Mateo Giberti, Obispo de Verona
(1 de enero de 1533)
REVERENDISSIME in Christo Pater: La humanísima carta de V.S. del
19 del pasado ha colmado nuestros corazones de la más dulce alegría.
Por ella V.S. no sólo nos libra del temor de haber sido excesivamente
inoportunos, sino que es tanta su grandeza de alma, y tan entrañable el
amor que profesa a nuestra Compañía que, después de leer su carta, nos
quedamos con la impresión de haber pedido poco.
Para responder en particular a lo que V.S. nos escribe, todos le
agradecemos con el alma sentida humildad que quiera otorgarnos por
bula las gracias que demandamos. Y aplaudiendo su propósito con todo
nuestro corazón, rogamos fervorosamente a Dios que se digne disponer
el ánimo de Nuestro Señor y el de sus ministros de forma que V.S.
pueda lograr su expedición conforme a los votos de todos y según las
necesidades de esta pobre Compañía. De acuerdo con sus indicaciones,
y con vistas a la redacción del preámbulo del documento, le incluimos
una copia del breve de fundación.
Se nos alcanza la importancia de la expedición de dicha bula en
favor de esta Compañía, ya que no se ofrece cada día la ocasión de
conseguirla en tan ventajosas condiciones. Sabemos bien que plugo a
Dios congregar esta Compañía y darle vida en su santa Iglesia por
manos de su Santidad, y que a la divina clemencia se debe la
conservación de la vida del Sumo Pontífice, pese a los múltiples afanes
de este pontificado, y el mantenimiento de esta Compañía, cuyo
incremento es debido a su soberana bendición.
Por todas estas razones parece que Su Santidad podría moverse a
bendecir esta humilde planta, obras de sus manos. Y viendo que, por la
gracia de Dios, no sólo está aún verde, pero no estéril totalmente, sería
razón que la cultivase y la regase con alguna gracia para que rindiese
mayor fruto.
Mas, como quiera que estas razones, por las muchas ocupaciones
que pesan sobre el Vicario de Cristo, puede que no contaran gran cosa,
de no disponer de un medio idóneo que las hiciera valer, en esto estriba,
a mi parecer, la más clara manifestación del favor divino hacia nosotros,
en que se haya dignado, en su bondad, conservarnos a V.S. para que,
como nos alcanzó del mismo Pontífice la primera gracia de la
fundación, nos conceda ahora igualmente la estabilización de la misma
con la aprobación definitiva y las demás gracias oportunas, en razón de
que nosotros y los que después vendrán podamos en paz y quietud
consagrarnos al servicio de Dios y rogarle por la salud así temporal
como eterna de nuestros fundadores y amigos.
Lo primero, pues, que se desea es la aprobación definitiva de este
Instituto clerical, destacando que no se trata de fundar nueva Religión –
monástica o mendicante–, como en verdad no queremos ni podemos. Y
aunque pudiésemos no quisiéramos, pues lo que pretendemos es esto:
no ser otra cosa que clérigos que llevan vida clerical “in communi et de
communi” según los sagrados cánones.
En segundo lugar desearíamos que la aprobación de que se trata se
concediese en condiciones que nosotros y nuestros sucesores no sólo
tengamos conciencia de la aprobación pontificia, sino que podamos
exhibirla contra la insolencia de algunos frailes que andan propalando
por ahí que no hay más religiones aprobadas que las que profesan una
de las cuatro reglas. Lo cual no puede ser más falso, ya que están ahí los
cartujos, para no citar otro ejemplo, que viven fuera de aquellas reglas
y, con todo, están aprobados per apostolicam sedem. Ello serviría
además para salir al paso al escrúpulo sobre si el que está obligado ex
voto ad ingressum religionis saltem in genere cumple con venir aquí, lo
cual quedaría en claro siendo religión aprobada. Convendría, pues,
declararlo en la bula, para evitar tales escrúpulos, ya que siendo cosa
por demás aprobada el estado clerical, y teniendo, con la aprobación de
los tres votos, todo lo esencial de cualquier religión, no entiendo a qué
Instituto se pueda mejor que a este otorgar la aprobación y los
privilegios que se piden. No hablo de las personas; me refiero sólo a la
obra, que es verdaderamente bella y cristiana, siendo yo por cierto
indignísimo de contarme entre sus miembros. Por esto rogamos a V.S.
se ponga a este punto especial atención.
Como quiera que ya se piensa en fundar en otros lugares, por haber
aumentado la obra en número de religiosos, deseamos salir al paso a
determinados escrúpulos a que podrían dar lugar algunos puntos del
primer Breve y alguna expresión de los cánones, por ejemplo en lo que
se refiere al Prepósito de la Congregación eligendo pro singulis annis y
confirmable sólo per triennium. Teniendo en cuenta la escasez que hay
de personal apto, sería bien que el Prepósito pudiera ser reelegido si
expediret ad aliud triennium para distinto lugar, de forma que la
expresión “no confirmable ultra triennium” se entienda in eoden loco.
Por lo mismo que pueden darse personas escrupulosas que “nimis
iudaice inhaerent litterae”, y molestan con cien minucias de poco o
ningún momento, exempli gratia con el canon de vita et honestate
clericorum, de vestimentis, clausis desuper, etc.., y yo veo a sacerdotes
muy dignos, en esta tierra y en otras, que usan vestidos con mangas y
cuello, con sus capuchas a la espalda, todo conveniente y discreto, lo
cual me parece vestidos de clérigos fervorosos y honestos, más tal vez
que aquel otro de mangas enormes y manteo extravagante, desearíamos
que la bula contuviese una declaración como esta: tam circa vestimenta
quam circa alias ceremonias, vel in officiis ecclesiasticis, vel in reliquo
vitae cultu sevando, possemus convenire cum moribus et laudabilibus
consuetudinibus bonorum clericorum eius civitatis vel patriae in qua
nos versari pro tempore contigerit sin añadir dummodo cacris
canonibus non sint contraria porque en seguida me salían con el clausa
desuper, etc. ... y me encuentro más perplejo y desorientado que antes.
Similiter in nominibus diversorum officiorum, que pueda usarse la
terminología consagrada por la costumbre, et in hoc etiam sequi
consuetidunem patriae et qualitatem ecclesiarum vel locorum ... Mas,
para conservar la uniformidad en la Compañía ... y evitar que, con el
tiempo, por la diversidad de lugares ... viniese aquella a faltar, sería bien
que, no sólo en los lugares distintos, sino in eodem loco pro numero
personarum et necessitatis vel utilitatis exigentia vel decentia, sub
PRAEPOSITO possemus constituere ARCHIPRESBYTERUM, qui sub
eodem Praeposito in spiritualibus curam generet animarum et
divinorum officiorum; et simiter in administranda cura temporalium
aliquem ex fratribus nostris ARCHIDIACONUM nuncupatum ut in
omnibus
NOSTRUM
CLERICALE
INSTITUTUM
ET
CONSUETUDINEM sequeremur. No porque, en nuestra humildad, se
nos dé a nosotros nada de nombres altisonantes ni de bagatelas de esta
clase, sino para evitar que, al mejor día, a cualquier cerebro heteróclito
le dé por decir Padre Coloso o Padre Cicator, u otras lindezas por el
estilo, antes se atengan siempre a lo que está en uso entre sacerdotes, a
lo que se acostumbra en la Iglesia, y está de acuerdo con los sagrados
cánones.
Y porque la experiencia enseña que no todos los que son aptos para
servir al Señor bajo el yugo de la santa obediencia lo son igualmente
para gobernar a los demás, en virtud de las facultades recibidas de la
Santa Sede, hemos acordado y establecido que, de los hermanos que
ahora somos, y de los que serán pro tempore en esta Compañía, sólo
tengan voz en el Capítulo los que sean ad hoc capitulariter et
specialiter elegidos y llamados. Coeteri vero quamtumlibet sint professi
vel in sacris, etiam in sacerdotio constituti, non intelligantur habere
vocem in Capitulo nisi ad id per Capitulum specialiter assumantur. Lo
cual se hace porque entre las personas que se ven venir con gran fervor
a raíz de su conversión ... puede haberlas, aún in sacris, dotadas de
profunda humildad y de gran espíritu y provecho en los caminos de
Dios, y sin embargo no se les aprecia la prudencia, la experiencia y el
talento que para gobernar hacen falta ... cosa por demás necesaria para
mantener la paz entre una y otra parte, esto es, entre los que gobiernan y
los que son gobernados ...
Mucho más puede ayudarnos la diligencia y el amor que V.S. nos
profesa, lo mismo que su autoridad ante el que ha de otorgar estas
gracias y el que ha de redactarlas y expedirlas. Por lo cual, sin añadir
más, le recomendamos humildemente tanto las cosas aquí dichas como
las que llevamos escritas en nuestra carta anterior, nuestras vidas y
nuestras almas, y, en fin, toda la esperanza de esta Compañía de
humildes y devotos hijos vuestros, en la seguridad de que V.S., con la
generosidad que nos muestra, no se conformará con las indicaciones
que, en nuestra sencillez, le hemos hecho, sino que, en su alto saber y
en la forma que estimará conveniente, hará cuanto juzgue oportuno a la
definitiva constitución de un Instituto de las condiciones del nuestro.
En los párrafos subsiguientes se pide que sea encomendado el
contenido de un “brevito sobre la bendición de la mesa” en el sentido de
abreviarla, porque “mientras dura ésta –se dice– se podría recitar la
Prima de los domingos ...” y se cumpla con sólo rezar el salmo Laudate
Dominum omnes gentes. Termina solicitando diversas gracias
personales, como dispensa de ayunar y de rezar el Oficio divino a causa
de su enfermedad, y autorización para servirse de la potestad episcopal
en favor de sus hermanos.
Cierra la extensa epístola esta curiosa alusión al futuro cardenal
inglés Reginaldo Pole: Agradezco a V.S. los buenos informes que
particularmente me proporciona relativos a la persona de este aristócrata
inglés. Lo tendré en cuenta para mi gobierno. Con ellos tengo bastante.
Con los hombres, en general, no puede andarse más allá de lo que ellos
se dejan. Y en cuanto a éste, todo juicio es prematuro, ya que él es
precisamente de los que no se dejan comprender. Me parece dominado
de la pasión por las letras, de las buenas letras, se entiende, et addo
etiam de las letras sagradas. A lo que se ve, es de bellas y modestas
costumbres. Muestra gran inclinación a nosotros y está deseoso de
establecer su casa junto a la nuestra para tener más oportunidad de
tratarnos. Cristo haga, en su clemencia, que este trato sea más útil de lo
que puede dar de sí nuestra pequeñez. Ayer le vi y le saludé con todo
afecto de parte de V.S. con la sinceridad que me impone el amor que V.S.
le profesa. Él me ha encargado le retransmita sus saludos respetuosos.
Venecia, 1 enero 1533.
Tuus in Christo servus obsequens,
IO. PETRUS, EPISCOPUS THEATINUS
7. Carta del P. D. Juan Pedro Carafa a Juan Bernardino
Fuscano sobre la fundación en Nápoles
(29 de marzo de 1533)
(Fragmento)
... SU SANTIDAD nos ha dejado libertad, dejando el asunto a mi
arbitrio, para determinar lo que convenga ahora o más adelante. Yo soy
el que no quiero que vayan; yo soy en eso el malhecho: in me convertite
ferrum. Y no quiero porque no puedo; y no puedo porque no debo; y no
debo porque el Señor me ha confiado el cuidado de estas almas, para
que en su nombre las congregue, mas no para que las disperse; para que
las edifique, no para que las destruya, para que las encamine, no para
que me las quite de delante y las eche lejos de mí a donde, ni en cien
años, sepamos el uno del otro ...
Hijo mío muy querido: entiendo que no sin motivo debo oponerme a
que mis pollitos se me quiten con tan pocas plumas; debo impedir que a
mis tiernas plantas se las toque antes de arraigar, que sol non urat eas
per diem neque luna per noctem. Ello se entiende por ahora: preparado
para lo que más adelante se sirva disponer Su Majestad, y pronto de
todo corazón a sujetarme al menor indicio de su voluntad santísima ...
El conde de Oppido podrá decir en verdad: Nuptiae quidem paratae
sunt sed qui invitati fuerant non fuerunt digni. La misma excusa
presentaréis al maestro Jerónimo Seripando ...
Venecia, 29 marzo 1533
Vuestro Juan Pedro
8. Carta del P. D. Juan Pedro Carafa a Mons. D. Juan
Mateo Giberti, Obispo de Verona
(31 de marzo de 1533)
REVERENDISSIME Pater: Con la carta de V.S. fechada el 15 desde
Verona ha llegado a mis manos el Breve de confirmación de la
Compañía ... Y conscientes del profundo amor y de la exquisita
diligencia con que V.S. se ha interesado por nuestras cosas, como si este
solo negocio le hubiese llevado a la Corte, todos nos consideramos
vinculados por un lazo indisoluble de afecto y de gratitud al servicio de
V.S. Si me dejase ahora llevar ex abundantia cordis diría aquí muchas
cosas que ofenderían ciertamente la modestia de V.S., ya que su
profunda humildad y la generosidad de su alma le hacen tan inclinado a
favorecer a sus amigos como refractario a escuchar que se lo agradecen
y aplauden.
Harto sé que en todas las cartas, que de nuestras cosas nos ha
escrito, ha puesto especial cuidado en destacar la benevolencia y la
actuación de otras personas, como si en ello V.S. no hubiese tenido
parte alguna. De tal manera lo atribuye todo a la benignidad de Nuestro
Señor –el Papa– y tan reiteradamente nos ha ponderado el interés por
todo lo nuestro de Micer Blosio y Micer Barengo, sin escatimar su parte
a Lamberti, que, no sólo por la gratitud a ellos debida, mas para dar
gusto a V.S. voy a dejarlo de lado, para agradecérselo a las personas a
quienes V.S., modestamente, lo atribuye.
Sólo que, ni aún esto pienso me será posible sin la ayuda de V.S.
Por lo cual, en nombre propio y en el de todos mis hermanos,
humildemente le suplico que, sabiendo cuán poco valemos, no sólo para
pagar, pero ni aún para agradecer lo que por nosotros se ha hecho,
además de la molestia tan benignamente afrontada para satisfacer
nuestros deseos, se digne ahora complacernos expresando a todos ellos
nuestra gratitud más sentida. Si alguien se ha maravillado de que V.S.
haya puesto tanto amor en cosa tan despreciable como nosotros, por lo
menos no le eche en cara el que se haya interesado, y haya procurado y
conseguido que otros se interesen por gentes desagradecidas.
Algo sospechaba, a decir verdad, de la intervención de Micer
Blosio. De los otros nada sabía hasta que llegó a mis manos la
comunicación de V.S.. Pero en cuanto a Micer Blosio, apenas vi los
primeros breves, entendí que otra mano amiga andaba oculta en el
asunto, y procuré curiosamente y con grande afecto investigar lo que
con redoblados avisos me reveló después V.S. con profundo contento
de mi alma, viendo cómo Micer Blosio no se desdeña de mirar y
favorecer nuestra pequeñez por amor de Jesucristo. Ya que nosotros
nada valemos, esperamos y deseamos que sea el mismo Jesucristo quien
se digne retribuírselo con multiplicadas mercedes. Y si Dios, en su
misericordia, da algún valor a nuestras preces, queda él desde hoy más
incluido en el número de nuestros amigos, como su benignidad tiene
merecido y el amplísimo testimonio de V.S. bien lo confirma y acredita.
Yo y todos mis buenos hermanos, congregados en el nombre de
Cristo, les recordamos muchas veces, y hemos pedido las oraciones de
otras almas piadosas consagradas al servicio de Dios, y con toda
especialidad se lo hemos escrito a Nápoles, suplicando a nuestra
venerada hermana y madre Sor María, que ella, con todas sus hijas
espirituales y consiervas del mismo Señor, quieran recordar en sus
oraciones además de V.S., a Micer Blosio y Micer Barengo.
Con todos mis hermanos, humildemente me encomiendo a las
bendiciones de V.S. quae semper feliz in Domino valeat.
Venetiis, ultimo martii, 1533
D. E. Rdmae. D.
Filius obsequentiss.
IO. PETRUS E. THEATINUS
9. Carta del P. D. Juan Pedro Carafa a Mons. D. Juan
Mateo Giberti, Obispo de Verona, desde Venecia, a la
comunidad de Nápoles
(18 de enero de 1534)
CARÍSIMOS hermanos: Gratia et pax a Deo et Domino nostro JesuChristo cum omnibus qui diligunt adventum eius. Una tras otra han
llegado a nuestras manos vuestras apreciadas del 14 y del 22 de
noviembre. No achaquéis a negligencia ni a mera casualidad el no haber
recibido más pronto contestación de nuestra parte. Motivo hemos tenido
para ello. Estando tan diseminada nuestra pequeña familia, se impone la
reflexión y más que nada la oración y el examen diligente antes de
emprender cosa alguna.
Ni siquiera nos es dado encabezar la presente con el clásico si
valetis nos valemus. Pues tenemos que anunciaros la santísima y
religiosa muerte, en el ósculo del Señor, de nuestro querido hermano
Bartolomé. Bien es verdad que le consideramos mucho más feliz que
nosotros, en el seno de Dios, y que se nos adelantó a prepararnos el
camino. Pero nos dejó de sí una increíble añoranza y un ejemplo
inolvidable de santa edificación.
Su vida fue, en efecto, irreprensible a nuestros ojos, y si llevó
durante ella constante y de buena gana el yugo de nuestro Señor, en
muerte superó el alto concepto que de su virtud teníamos formado.
Murió de enfermedad no larga, aunque penosa. El catarro, que, como
sabéis, le aquejaba hacía tiempo, se agudizó últimamente hasta que
acabó con su vida.
Después de un intolerable dolor de muelas, y de la extracción de un
molar, la dolencia se fue agravando, y una ardiente calentura, inicio de
próxima muerte, nos hizo perder toda esperanza de su salud temporal.
Pero el soldado de Cristo, contento con volver a la patria, no cesaba de
alabar a Dios por medio de salmos, himnos y oraciones, sin conceder
tregua a sus labios hasta el momento de la muerte. Respondía a las
oraciones que rezábamos junto a su lecho, y atendía a nuestra lección de
los sagrados evangelios. ¿Cómo ponderar la paciencia, el tesón, la
sabiduría, la devoción de este varón santo, en medio de tantos tormentos
y entre los dolores de la agonía?
¡Ah, cómo nos saltan las lágrimas al escribirlo, y nos impide la
emoción decir de él cuanto quisiéramos! ¿Qué más deseáis saber? En la
sacratísima noche de Navidad bajó por su pie a la iglesia y recibió el
Santo Viático, para llegar con fuerza a la montaña del Señor. Abrazando
al Divino Niño con los brazos de la fe, exclamó con Simeón: Nunc
dimittis servum tuum Domine, secundum vebum tuum in pace ... Y en
verdad factus est in pace locus eius, ya que consummatus in brevi
explevit tempora multa.
Restituyóse a la cama, al peso de la enfermedad. Tres noches
consecutivas velamos junto a su lecho, sin que la grave dolencia
eclipsase su mente ni un solo instante. Por fin, el domingo, día de los
Santos Inocentes, después de vísperas, le ungimos para el postrer
combate. Y el atleta de Cristo, recibiendo con gran devoción y alegría
este sacramento, prenda de la próxima victoria, cerca de las diez de la
misma noche, voló triunfante a los coros de los santos ángeles, de los
patriarcas y apóstoles.
Al amanecer expusimos en la iglesia su cadáver, vestido con los
sagrados paramentos, y juntos ofrecimos por él la Hostia de salvación.
Sin poderlo remediar, afloraban a nuestros labios las palabras del
profeta Amós: Festivitates nostrae conversae sunt in luctum et cantica
nostra in planctum.
Rezadas vísperas de difuntos, dimos vela a su cadáver, y por la
mañana del día siguiente tuvo lugar el entierro. Ofrecida la santa misa,
y practicadas las ceremonias que son de rigor en tales casos, dimos
sepultura a su cadáver, volviendo lo que era polvo a la tierra de donde
saliera, y el espíritu a Dios que le creó. Vosotros también, amadísimos
hermanos, celebrad frecuentes sufragios, llenad de ofrendas el altar,
esparcid sobre la tumba del hermano las flores olorosas de vuestras
oraciones fervientes. Nunca muera entre nosotros la memoria del que
vive en Cristo.
Y ahora, enjugadas, si es posible, nuestras lágrimas, trataré de
contestar a vuestras cartas. Pero no exijáis orden a un viejo, afligido por
la tristeza y abatido por el llanto. Escribiré, por el momento, lo que me
venga a la mente, y después, si el Señor me da vida, supliré lo que ahora
calle.
Me referís muchas cosas concernientes a la iglesia, y a la
disposición y cualidades de este nuevo lugar. Pláceme sobremanera
cuanto me comunicáis en las vuestras de la libertad y el decoro de esa
iglesia, de que no hay en ella superstición ni servidumbre de seglares, y
que os es dado disfrutar de la amable quietud, hija de la soledad; de que
vivís en el silencio, lejos de los rumores del mundo y de la conversación
de los hombres, de que sois visitados de pocos, aún de devotos amigos,
y de que, por fortuna, os veis libres tanto de críticos profanos como de
charlatanes curiosos. Me alegra el que podáis sustraeros a los peligrosos
halagos de mujerucas hipócritas. Todo ello, os lo repito, nos colma de
satisfacción. Ojalá que Jesucristo nos una a Él de tal manera que nos
haga vivir de su amor, DE FORMA QUE EL MUNDO NO SE
ENTERE NI SIQUIERA DE QUE EXISTIMOS.
Pasemos a hablar de la casa. Estamos del todo conformes en que se
debe pedir todo cuanto es necesario. No basta poseer un techo donde
guardarse de la intemperie. Es preciso que cada religioso pueda
disponer de una celda donde recogerse como en un puerto, y que todas
y cada una de las dependencias destinadas a los ejercicios comunes
posean la capacidad y la amplitud convenientes.
En cuanto a la iglesia añadiré que hay que evitar, a todo trance, que
el público se comporte en ella como si fuese un mercado. Según nos ha
informado nuestro Severo (Tizzone), no será difícil conseguirlo.
Si el mundo es siempre un destierro, más lo es esta ciudad para
vosotros. Tomad, pues, todas las cosas como si fueseis en ella
peregrinos y extranjeros, portándoos, con el favor de Dios, como si en
cualquier momento debierais abandonarla. No habéis penetrado en sus
puertas, ni sabemos lo que el Señor querrá mañana de nosotros.
No decimos esto, ni mucho menos, para que no tratéis de procuraros
un lugar en el interior de la ciudad, que no dudo que habéis de encontrar
si el Señor os quiere en ella, tanto por la bondad de este Señor como por
favor de la ciudad misma.
Tocante a los varios sitios que, según manifestáis, os ofrecen,
dudamos, a decir verdad, si aceptarlos o no. En uno parece difícil que
vuestra vida se adapte a las condiciones de una antigua casa de familia
noble, y en otro lo es más arrebatar una iglesia a las “harpías”, y no
profanarnos con su contacto.
Por otra parte, aunque el templo nos gusta, tanto por vuestra
devoción al Santo Apóstol cuyo nombre lleva, como por su venerable
antigüedad, su situación en lugar tan céntrico y la circunstancia de
encontrarse rodeada y como ahogada por altos edificios seculares, con
mengua de la necesaria holgura para cómodamente habitarla, nos hacen
creer conveniente esperar que el Señor hable, y presionarlo entre tanto
con incesantes oraciones, con entera sumisión a su divina voluntad. Si
se insiste en ofrecérosla, o se os hacen nuevas propuestas, tenednos al
corriente de todo.
En cuanto a estos dos nobles clérigos que desean formar parte de
vuestra comunidad, es nuestro parecer que ni nosotros ni vosotros
podemos prudentemente satisfacer a sus deseos. Muchos motivos, todos
ellos de peso, nos mueven, por el momento a no franquearles la entrada.
Con todo, para que puedan acogerse al puerto de una Congregación
menos estrecha que la nuestra, y les sea dado substraerse a las
peligrosas situaciones en que viven actualmente, parece oportuno
hacerles ver que jóvenes delicados y nobles no pueden vivir en nuestra
pobreza, y que, dada la escasez de personal, su ingreso daría ocasión a
infinitas incomodidades para ellos y para nosotros. Tened por cierto que
cooperáis más eficazmente a su bien si no les ocultáis la verdad y les
despedís amistosamente.
Compartimos vuestro criterio de que es digno de compasión el caso
de ese matrimonio de que nos habláis en la vuestra. Pero lleváis razón al
decir que todo debe temerse de la liviandad femenina. Yo no sé si vale
la pena el ocuparse de ello, ya que huelgan los argumentos donde no
reina más que el odio. En fin, que de este asunto hemos dicho lo
suficiente.
En cambio, sí que es muy justo ocuparnos de la venerable sierva de
Cristo y madre nuestra (Sor María Carafa) y honrarla con todo afecto en
el Señor. En primer lugar, gracias a Vos, carísimo hermano, por el
sincero cariño que profesáis a nuestra hermana, manifestado en vuestras
cartas. En ellas palpita el interés, la diligencia y el amor que os inspira
el bien de su alma. Todo lo cual sabíamos muy bien por lo que más de
una vez nos habéis dicho de palabra. Por lo que atañe al monasterio (De
la Sapiencia) os aseguro que las circunstancias no han favorecido
nuestra gestión. Con todo, veremos de hacer cuanto se pueda, pese a la
ausencia del Papa.
Por otra parte, nuestro amigo el obispo de Verona (Juan Mateo
Giberti), que ha leído vuestras cartas y las que os hemos remitido sobre
este particular, nos ha confesado francamente que, estando él ausente –
de Roma–, apenas se le hace caso aún en sus propias demandas.
Para cuando el Pontífice regrese a Roma, había pensado intentar
algo. ¿Era mejor que vos, amadísimo hermano, os trasladaseis a la
Ciudad Eterna, o bastaba una simple carta? Yo prefería lo primero,
como podéis suponer, y no eran pocas las razones que me inclinaban a
ello. Escribí con tal motivo al obispo de Verona, para que os mandase a
Nápoles una buena recomendación para sus amigos de Roma, a fin de
que os procurasen una audiencia de Su Santidad. Con todo, mejor
pensado, me pareció demorarlo para tiempo no muy lejano, y sin duda
más oportuno ...
Una cosa he de pediros con el mayor encarecimiento, amadísimo
hermano mío. Trabajad con todas las fuerzas para librar a aquel
monasterio de la servidumbre de seglares. Purificad sus relaciones, y
alejad a aquella mujer (Dª. Beatriz Carafa) verdadero azote del mismo.
Ojalá se arrepienta antes de que experimente para su daño la ira de
Dios, que provoca con su conducta.
A nuestra susodicha amada madre y fiel sierva de Jesucristo,
consoladla en el Señor. Decidle que si algo desea se lo pida a Dios, más
que a nosotros. Nosotros iremos, si a Dios place, y haremos cuanto
podamos para calmar su deseo y el vuestro, hermano carísimo. Por lo
demás, os aseguro, que nada que esté en nuestra mano se dejará de
intentar, contando con la ayuda de Dios y permitiéndolo nuestras
ocupaciones, que son tantas que apenas si nos dan tiempo para
escribiros estas líneas.
Agradezcamos al Señor, que nuestro querido hermano Pedro
(Foscarini), presbítero , que recibimos hace tiempo, podamos ahora
admitirlo en nombre propio y de toda la compañía a la profesión
religiosa que, como decís en la vuestra, desea con tanto fervor. Adjunto
os remitimos el ceremonial que debe observarse por ahora, hasta que
Dios plazca inspirarnos otro más conveniente.
De ese joven que, de acuerdo con su esposa, quiere abandonar el
siglo en compañía de su hijo, no sé qué decir, sino que multi prophetae
et reges voluerunt videre quae vos, fratres mei, videtis, et non viderunt,
et audire quae intima cordis aure vos auditis, et non audierunt. No es el
hombre quien se escoge su camino, Dios es quien guía sus pasos. No
todo el que lo desea lo obtiene, sino aquel a quien Dios lo concede en su
infinita misericordia.
A nuestro carísimo en Cristo, el conde de Oppido, le abrazamos con
todo el ardor de nuestra alma. Con lo que hace por nosotros, sin
merecimiento de nuestra parte, se hace acreedor a la divina recompensa.
Non sua, sed ipsum quaerimus; por ello nos colma de gozo lo que
vosotros nos escribís sobre su fe y devoción. Aprobamos su intención
de otorgar testamento y disponer de sus cosas ahora que vive y puede.
Así en la hora suprema, cuando hay que cuidar sólo del alma, no tendrá
que distraerse con la inútil solicitud de las cosas materiales. ¿Quién
conviene que le herede? No tengo por cosa fácil encontrar quien le
aconseje con desinterés y prudencia ... Ante todo hay que observar
estrictamente la justicia, y no defraudar el derecho de nadie. Si a
alguien hemos dañado, de una u otra manera, hay que resarcir con
creces el daño ocasionado, a ejemplo del publicano, que devolvió el
cuatro por uno. En lo que de él depende, piénselo delante de Dios y
haga lo que le parezca. Sea su ojo simple y recto. No pregone, a son de
trompeta, sus liberalidades, ni se deje impresionar por el decir de los
hombres. No conozca su izquierda lo que hace su derecha, que Dios sólo
premia las cosas que se hacen sin ruido y por su amor. De lo que se hace
por vanagloria, no es remunerador, sino vengador.
De esas dos pías mujeres (María Longo y la duquesa de Térmoli)
sentimos lo propio que vos, amado hermano, esto es, que es preciso que
del ministerio de aquellos pobres enfermos suban a cosas más perfectas,
y se afanen por acoger a Jesucristo al que quisieron recibir en la persona
de los pobres. Oigan su voz cuando fustiga la humana soberbia y la
excesiva agitación: “vulpes foveas habent et volucres coeli nidos, filius
autem hominis non, habet ubi caput suum reclinet”. ¿Es posible que el
Señor Jesús quiera reclinar la cabeza donde se albergan vagabundos,
holgazanes, desertores de la religión y criminales apóstatas? Son
muchas las almas redimidas con la sangre de Jesucristo y mucho más
enfermas que los cuerpos, que se confían al cuidado de hombres que no
tienen fe en la existencia del alma, pues, si creyeran en ella, no
reservarían el pecado de tan gran prevaricación para el día del último
juicio, cuando el mal no tendrá remedio. Si alguno fraternalmente se
esfuerza por conmoverlos con semejante perspectiva, intentan esos
impuros, esos míseros embaucadores, justificar su conducta con
especiosas razones, como si no hubiesen aprendido más que para ello
las sutilezas de la dialéctica. Esos son los que, después de sacudir el
yugo de Cristo, viven sólo para el dinero y lo buscan a toda costa,
sirviéndose de los males ajenos, tratando de satisfacer a su único dios,
que es el vientre. Esos quienes asaltan las casas y se llevan a esas
mujerzuelas cargadas de inmundos pecados. Esos quienes viven a
expensas de los pobres y de las viudas. A sus doctrinas y ejemplos debe
hoy día la Iglesia todo ese cúmulo de males de que se encuentra
afligida; a esos y a los que en ella viven con depravadas costumbres, a
los dogmas perversos de otros, a esas nuevas herejías, hijas de otras más
viejas. ¿Podéis creer que en un lugar donde tanta maldad se acoge,
quiera albergarse Jesucristo? ¿Son compatibles por ventura la iniquidad
y la justicia? ¿Es posible que se junten las tinieblas y la luz?
Repetídselo, amadísimo hermano, a esas devotas hermanas: ¿Por qué
buscáis entre los muertos al que es la misma vida? Sinite mortuos
sepelire mortuos suos, mientras no hagan más caso de los sapientísimos
consejos de nuestro Salvador Jesucristo, se atengan a sus salubérrimos
avisos, sigan sus sagradas huellas y traten de imitar sus ejemplos.
Pero estamos rebasando, sin querer, los límites propios de una carta,
deteniéndonos más de lo justo en los anteriores extremos.
A Juan Bernardino, nuestro amadísimo hijo en Cristo, le amamos de
corazón, y su colaboración a vuestra obra no puede sernos más grata,
aunque sus méritos no son de ahora; conocemos hace tiempo y
estimamos en cuanto vale el favor que nos dispensa.
Sabed que, por la gracia de Cristo, todos nosotros vivimos en santa
paz y quietud, unidos estrechamente por los vínculos de la caridad, y
que os amamos de veras a todos, y a Vos en especial, carísimo
hermano.
A nuestro hermano Gregorio le conferimos el diaconado, con la
intención de promoverle, si es voluntad de Dios, al sacerdocio en fecha
próxima.
Acabamos de recibir a un joven de Bérgamo, de unos treinta años,
llamado Simón. Antes de admitirlo le hemos probado largo tiempo para
ver a dónde llegaba su perseverancia y su paciencia. Mientras tanto, con
el fin de cerciorarnos sobre sus antecedentes, acerca de su vida y
costumbres, sirviéndonos de buenos amigos, le hemos encomendado a
nuestros hijos en Cristo, colocando al postulante en el Hospital de San
Juan y San Pablo. Se ha portado allí con tanta fidelidad y diligencia, que
los que han vivido con él no se cansan de alabarlo. Como desease
vehementemente ser recibido entre nosotros y lo pidiese con insistencia,
por fin se le ha admitido sólo en categoría de huésped, y no hemos
pasado más adelante, a pesar de que él pide asiduamente el hábito, y
nosotros le creemos digno. Pero aún así no le estimamos dañosa esa
dilación, ya que se ejercita de buena gana en los quehaceres cotidianos,
y hace lo que se le manda como cualquiera de nosotros. No es indolente
ni atontado. En fin, que no carece de ingenio, siquiera tenga pocas
letras.
A nuestro Teodoro, parece le habrá aprovechado la ausencia de unos
meses, pues han tomado mejor rumbo los asuntos que lleva entre
manos. Más práctico hubiera sido desentendernos de todo, pero ello no
era viable sin menoscabo de sus bienes, siquiera no sean cuantiosos. No
ceséis de rogar por él, que bien merece nuestro amor, y es esta la mejor
ayuda, con que podéis favorecer al que es tan digno de ella.
¿Qué os diré de estos hermanos y en particular del Prepósito?
No puede decirse lo mucho que me consuela el Señor por medio de
este su siervo y de toda esta comunidad. Les hubierais visto a todos, en
la muerte de nuestro hermano, preocuparse, afanarse y discurrir a porfía
para prodigarle sus obsequios, como si la salud de cada uno corriera
serio peligro con la de aquel moribundo. Y después de muerto, les
hubierais visto inconsolables, hinchados los ojos por el llanto. En una
palabra, lo digo como lo siento, han traspasado mi alma con la espada
hiriente de la más dulce caridad.
¿Qué decir de la asiduidad con que atienden a las cosas divinas y a
las múltiples actividades de la vida religiosa? No echaríais de menos,
creedlo, en una comunidad tan exigua, nada de cuanto se hacía cuando
esta era mayor. Todos llevan valientemente el peso del trabajo del día y
de las fatigas de la noche, no obstante las contadas veces que me es
dado ayudarles, ya que se me escapan, con la edad, las fuerzas del
cuerpo y del alma.
El asunto de Loreto se ha enfriado totalmente, y no hay para qué
hablar más de él. He pasado la noche sin pegar los ojos para poder
escribiros. Dios os proteja, hermano mío, y a toda esa comunidad: No
cejéis en vuestras oraciones por estos hermanos de Venecia. Saludad de
parte de todos a nuestra querida madre y hermana, Sor María, a las
demás religiosas –del monasterio de la Sapiencia– y a cuantos son, en
Jesucristo, nuestros estimados amigos. Os saludan nuestro Prepósito,
con todos nuestros hermanos y todos los amigos de Venecia.
Y si hemos sido prolijos, apenas hemos comenzado lo que nos
propusimos relatar. El Señor haga que podamos escribiros más
largamente otro día, y que podáis leerlo vosotros. Adiós.
Venecia, 18 de enero de 1534.
Frater vester,
EPISCOPUS THEATINUS
10. Carta del P. D. Juan Pedro Carafa a Mª Ayerbo,
Duquesa de Térmoli
(13 de mayo de 1534)
(Fragmento)
...
LA
recibida de V. S. por el portador de la presente
(Bernardino Fuscano) de tal modo me ha hecho ver la imagen de sus
virtudes y de la gracia de Dios en su alma, que hubiese querido tener
alas para cumplir sin dilación el deseo de V. S., convencido de que sus
palabras son expresión manifiesta de la voluntad de Dios. Pero, no
pudiendo sustraerme a las obligaciones que aquí me retienen, me ha
sido preciso diferir hasta el próximo septiembre el resolver en definitiva
si o no debo ir a esa, confiando que Nuestro Señor, aplacado por
vuestras oraciones y por las de otras personas santas que aquí y en otros
lugares ruegan para el mismo fin, sin atender a mis pecados, se dignará
escuchar las súplicas de tantas almas buenas y me dará a conocer su
voluntad en este asunto, otorgándome su santa gracia para cumplirla
fielmente. No ceséis en vuestras oraciones ... El Señor nos favorecerá
con darnos lo que pedimos u otra cosa mejor, según le plazca.
Sé bien que no me es posible agradecer, como es debido, la benigna
hospitalidad otorgada por su señoría a esos pobres de Cristo, confío que
en el tremendo juicio oiréis de labios de Aquel que fue por nuestro amor
tan inicuamente juzgado: Lo que hicieseis por uno de estos pobres, a mí
lo hicisteis, y seréis por él retribuida como no es dable comprender en
esta vida miserable ...
Por esto no puedo negarme al ruego de vuestra señoría de admitirla
a participar de nuestra ruindad y bajeza, recibiéndola por hermana y
madre nuestra, y al igual que le he escrito a nuestra señora Longo,
consideramos desde hoy más a vuestra señoría en el número de nuestros
amigos siervos y siervas de Dios, esperando que Él mismo se haya
dignado escribir su nombre en el libro de la vida.
CARTA
Venecia, 13 de mayo de 1534
Obedientísimo hermano el obispo de Chieti
11. Carta del P. D. Bernardino Scotti al Capítulo
General
(Venecia, 12 de septiembre de 1539)
AMADÍSIMOS en Cristo, Padres: salud.
Yo, indigno hijo vuestro, lo primero pido perdón por mis pecados y
por la negligencia con que he procedido –no puedo por menos de
confesarlo– en el gobierno y dirección de esta Casa y familia de Cristo
durante el presente trienio. De grado resigno en vuestras manos y en
presencia de todos vosotros, congregados ahora en Roma en el nombre
de Jesucristo, la administración de mi oficio y cuanto al mismo se
refiere.
Encarecidamente os suplico que antes de la elección de prepósitos, o
mientras ella dure, os dignéis considerar y examinar benignamente las
siguientes indicaciones, que estimo indispensables para el
mantenimiento de la fraterna convivencia y la pureza de nuestra
profesión.
De parte de algunos prelados que mucho nos aman en Cristo, y que,
por larga experiencia, entienden de nuestras cosas tanto como de las
suyas, he sido reiteradamente avisado que son cuatro los escollos que
con cuidadosa diligencia debemos siempre evitar: la relajación de la
disciplina, la multitud de profesos, la familiaridad con las mujeres y la
posesión segura de riquezas.
Lo primero que hay que evitar con todo el esmero posible es la
relajación de las costumbres. Guardémonos de no darle entrada con
nuestra culpable negligencia, y atajémosla varonilmente desde sus
primeros síntomas, donde quiera se manifieste. Es este un temible mal
que a la manera de cáncer se propaga insensiblemente, y si por
negligencia del prelado no se combate en sus comienzos, acaba por
ocasionar la ruina de la observancia con grave injuria de Cristo.
En efecto, muchos de los que menosprecian sus preceptos y tienen
en poco sus consejos, lo hacen por ver la tibieza de los que profesan
perfección, de los mismos cuyo ejemplo les atrajo a la vida del claustro.
Al ver la relajación de los que juzgaban perfectos, acaban por creer
imposible la profesión de unos consejos que los que tenían por santos
no alcanzan a observar. ¡Qué pena da contemplar que los que habían
comenzado a vivir según el espíritu, acaban por entregarse a las
exigencias de la carne! Pero el mal no acaba ahí. Con la relajación de
los individuos quiebra y se arruina el edificio de toda la Congregación,
desaparece la concordia y se destruye la unión y la paz entre los
hermanos. Tal vemos y lamentamos que ocurra en el día de hoy en
algunas religiones. La relajación, y no otra causa, ha introducido en
ellas la desunión y la discordia, ya que, si es querida de uno, no
satisface a los demás, dando lugar a divisiones y a la pérdida de la
unidad.
Los que andan a caza de dispensas en la disciplina regular, primero
se dañan a sí y, en segundo lugar, a los otros. De aquí nacen los partidos
y se organizan las banderías, que, en una Religión, constituyen la más
terrible de todas las calamidades. Ellas dan lugar a los odios, a las
detracciones, y a los ocultos manejos para que las mitigaciones que
algunos siguen prevalezcan en la Comunidad y sea adoptadas por otros.
Si con ello demuestran ingenio, acusan absoluta carencia de espíritu
interior. Para que no parezca que lo mueve el horror a la disciplina, o se
les tenga por transgresores de la regla que profesaron, apelan al falso
expediente de no sé qué conveniencia con el grado y la jerarquía de éste
o el de más allá. ¿Se trata de observancias externas que ocasionan
molestias? Se hacen apologías de la mortificación interior. Motejan de
singulares a los que viven humildemente, y cuando se trata del vestido,
la comida, vigilias, ayunos y pobreza, exaltan la necesidad de proceder
con discreción. Todo por no confesar lo que es cierto e indubitable y en
pocas palabras se dice: que carecen de voluntad y les sobra amor al
regalo.
Pienso que conviene exhortar a tales religiosos a prescindir de estos
ardides, y a no dejarse engañar ni acobardar tan fácilmente. Antes bien,
aspicientes in auctorem fidei et consummatorem Iesum, sperent in eum
cui se probarunt y eligieron seguir bajo el yugo de la cruz.
Bien está que, por falta de fuerzas, no siga el religioso a quienes
gozan de salud, ni guarde las prácticas comunes. Pero de tal manera se
procure las obligadas dispensas, que se mantenga intacta la observancia
en quienes no necesitan de idéntica mitigación. Congratúlese el que no
puede observar las prácticas del Instituto de que haya quienes
sobrelleven el peso de la disciplina y no se dé a murmurar (cosa que
Dios no permita). Así se evita el inducir a los religiosos sencillos a tener
en poca estima la observancia regular.
La facilidad excesiva en franquear a los seglares las puertas de la
Religión sin someter al candidato a las pruebas convenientes; el engaño
de los prelados que se preocuparon más por el número que de la calidad
de los sujetos, ha introducido la relajación en algunas Congregaciones,
hacía poco reformadas.
Las vemos crecidas en número, en exterioridades y riquezas, pero en
realidad han disminuido y empeorado en la observancia, porque han
perdido la sencillez y el rigor de los tiempos primeros a causa de los
inconvenientes que comporta la muchedumbre. Claro que el camino
angosto por fuerza tiene que ensancharse para que pueda andar por él
tanta multitud de personas.
Guardémonos con sumo cuidado de todo afán desmedido y de miras
puramente humanas en negocio que sólo afecta a la religión y al
espíritu. ¡Cuántas veces nos engañamos, estimando que nuestros deseos
tienen por objeto exclusivo la salvación de las almas y la gloria de
Jesucristo, cuando es cosa manifiesta que lo único que se pretende es
satisfacer la vanidad!
Cuántos peligros y molestias derivan, a los que sirven a Cristo, de la
familiaridad con las mujeres, díganlo, ¡ay!, quienes lo saben por
dolorosa experiencia. Nosotros, hermanos carísimos, esforcémonos por
vivir de suerte que no lo experimentemos jamás. Para ello esquivemos
siempre a toda clase de mujeres, religiosas y seglares. Y si no es posible
sustraernos a oír sus confesiones y dejar a sus pastores el gobernarlas y
enseñarlas, alejémonos de ellas cuanto nos sea posible, si deseamos
conservar puro el corazón y servir a Dios con libertad, si queremos
aprovechar el tiempo y edificar a nuestros prójimos, y en particular a las
propias mujeres cuyo trato hemos de huir. Tanto más que aquí en
Venecia, como bien lo recordáis, todos, de común acuerdo, lo hemos
creído por demás útil y sobremanera honesto, y como tal lo hemos
escogido y guardado hasta el día de hoy de manera inviolable.
Contentémonos con orar y pedir sin interrupción por el devoto sexo
femenino. Amémoslas a todas como hermanas, respetémoslas como a
madres, pero esquivemos su trato. De esta fuga se seguirá, primero,
nuestra libertad en el divino servicio, segundo, la edificación del
prójimo, y por último, la gloria de Dios.
Finalmente, no poseamos bienes terrenos, para no perder el
privilegio y el tesoro de la pobreza. Privilegio cuya grandeza y ventajas
de ordinario se desconocen por los hombres de este siglo; para nosotros,
en cambio, que la hemos gustado tantos años, es preciosa la pobreza
profesada por amor de Dios. Aún los hombres avaros no pueden por
menos de reconocer que hoy NO EXISTE PARA LOS CLÉRIGOS
MÁS CAMINO QUE LA POBREZA PARA DEFENDER SU
DIGNIDAD Y PARA MANTENER LA LIBERTAD DE LAS
IGLESIAS A ELLOS CONFIADAS, y que el único modo de disfrutar
de paz y tranquilidad estriba en la pobreza voluntaria y evangélica. La
libertad de espíritu se consigue únicamente por medio de la pobreza.
Por la renuncia de todas las cosas se siente libre el corazón del afecto de
los lugares y del lazo de las posesiones. Escuchamos a diario las quejas
de los clérigos ricos, y oímos cómo nos hablan de las espinas de sus
riquezas, esto es, que el mundo no ceja en sus exigencias importunas
para que le devuelvan lo que es suyo: cada día hay que dar al Cesar lo
que al César es debido.
Esquivemos, pues, las rentas, las posesiones, las heredades.
Contentémonos con lo necesario; no deseemos nada más. Huyamos de
las mujeres, no sólo para ser castos, sino para gozar de libertad y
edificar con el ejemplo. No aspiremos a ser muchos, no sea que
aumentando el número disminuya la calidad, es decir, que la multitud
nos traiga la relajación, la cual, como hemos dicho, arruina la unidad.
Sea vuestro consuelo Aquél que dice: Nolite timere pusillus grex quia
complacuit Patri vestro dare vobis regnum. Temamos a Isaías que
asegura: Multiplicasti gentem et non manificasti laetitiam. Porque es
cierto que donde es grande el número se destruye muy fácilmente el
vigor de la disciplina, y luego para restaurarla, los que parecen mejores
se lamentan, cuando no luchan.
Otra cosa quiero añadir: guardémonos, por encima de todo, de la
familiaridad con los seglares. Hemos visto peligrar el conjunto de la
disciplina y perturbado el orden doméstico en la familia de Cristo por el
trato con los seglares que en años anteriores han alternado con nosotros
con excesiva intimidad. Dicho se está que la vida, en semejante
condiciones, se nos hacía intolerable. Pero al fin visitavit nos Oriens ex
alto et consolatus est pauperes nos Dominus, adiutor in
opportunitatibus in tribulatione, al ser aquellos despedidos.
Las cosas que he consignado son pocas, a decir verdad, por la
importancia de la materia, y más concisas e incompletas de lo que
hubiera deseado la totalidad de mis hermanos; aunque, dada mi
indignidad y la cortedad de mis alcances, puede que haya dicho más de
lo que era conveniente. Nadie más incapaz que yo para poner en
práctica lo que he escrito; y de cuantos predican estas cosas y desean
verlas cumplidas, ninguno me supera a mí en flojedad de cuerpo y alma.
Si me atreví a indicároslas, no pensé en ningún momento que
tuvieseis necesidad de ser enseñados por mí. Padres y Maestros míos,
amadísimos y honorabilísimos en Cristo. Un sólo motivo me ha guiado:
que, escuchando el deseo de éstos nuestros hermanos y el consejo de
quienes son nuestros amigos en Cristo, y conocida la necesidad de la
religiosa familia a vuestro gobierno confiada, y en beneficio de la cual
os encontráis reunidos, las hagáis a todas objeto de vuestro examen
diligente, y con mayor interés expongáis en nombre de todos al
Reverendísimo Señor Cardenal la necesidad de vuestro regreso, deseado
por todos nosotros sobre cuanto puede decirse.
Os saludan todos nuestros hermanos, huéspedes, legos, clérigos y
sacerdotes, así como nuestros amigos, tan unidos a nosotros y a
vosotros en la fe y amor de Cristo. Don Bonifacio (De Colle) y Don
Miguel
(Mezzalorsa),
presbíteros,
expresarán a Vuestras Caridades algunos
puntos que llevan anotados y requieren
particularmente
vuestro
parecer
y
aprobación.
Deseamos a todos vosotros, Padres
venerados y amadísimos, las mayores
prosperidades en las entrañas de Cristo.
BERNARDINO, Presbítero Reg.
Venecia,12 de septiembre de 1539
12. La Cruz como símbolo y emblema
“NO HAY días más solemnes y significativos como el del nacimiento
de nuestra Compañía. La decisión de fundarla se tomó en la fiesta de la
Invención de la Cruz, y su dichosa realización se hizo coincidir con el
día de su gloriosa Exaltación. La cruz acunó en su regazo a nuestra
compañía a penas nacida. Y era justo que naciera en tan gloriosa fecha
una Compañía que profesaba una pobreza tan absoluta como la de
Cristo en la cruz, que predicaba la mortificación de la cruz, y que
parecía volver a descubrir y a exaltar la cruz, a reinstaurar la austera
forma de vida apostólica en una nueva familia clerical.
Por eso, esas dos celebraciones de la cruz fueron siempre objeto de
especial veneración entre nosotros, que nunca hemos querido
condecorarnos con otro blasón o insignia que la cruz. Este es el
distintivo de nuestra religión; esta es la enseña de nuestras Casas y de
nuestros templos, de nuestro ajuar sagrado y doméstico, de modo que a
los Clérigos Regulares se nos puede llamar, con toda razón, Religiosos
de la cruz, como dice Tertuliano que se llamaba a los antiguos
cristianos.
De todo ello puede cada uno de nosotros colegir qué sacrificios de
cuerpo y de alma y a qué adversas condiciones de vida debe estar
dispuesto en una Orden que con la cruz lo ha recibido.
Las madres de Esparta solían parir y educar a sus hijos en los
escudos, para mostrar que debían adiestrarse, no en el ocio, y en los
pasatiempos, sino en las dificultades y en los insomnios, en los calores
y en los azares de la vida, pues con ellos es como se ganan las batallas.
Y dado que nuestra Orden tuvo por cuna la cruz, al renacer en ella
nosotros por la profesión solemne no se nos depara ciertamente cuna
más delicada, ni se nos enseña que vamos a sestear a la sombra.
Estamos llamados a lo más arduo, a lo más enconado de la lucha, al
ejercicio de aquellas virtudes heroicas de las que la cruz es emblema.
Ella nos estimula al sacrificio y a la reforma de las costumbres, y, al
mismo tiempo, nos da ánimos para avanzar por el difícil sendero de las
virtudes religiosas.
¿Quién podrá ver ante sí la cruz, en la que el Salvador, ultrajado con
dicterios y llagado con incontables heridas, padeció el género de muerte
más afrentoso, sin inflamarse y animarse con su ejemplo a la paciencia,
a los oprobios, a la muerte misma?
Intolerable sería y bochornoso por demás buscar, como soldado
delicado, las comodidades, los pasatiempos y los halagos del mundo,
cuando se milita, con Cristo por jefe, bajo el flamante guión de esta
austera milicia.
En resumen: el hecho de que nuestra Compañía fuera fundada en el
mismo día en que se celebran las glorias y los triunfos de la Cruz, debe
ser para nosotros un título de gloria y un vivo estímulo a la disciplina”.
(J. Silos, Historiarum Clericorum Regularium a
Congregatione condita pars prior, I, 42. Roma, 1650)
EL PRESENTE LIBRO,
ENCHIRIDION CLERICORUM REGULARIUM,
SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EN LOS TALLERES
DE EDICIONES SOUBRIET EL DÍA
23 DE ABRIL DE 2014, ANIVERSARIO
DEL TRÁNSITO AL CIELO DEL RVDMO.
P.D. EUGENIO JULIO GÓMEZ GONZÁLEZ, C.R.
(PEÑACABALLERA, 1934 - BÉJAR, 1999).
LAUS DEO
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