Muchas veces la religión y el conocimiento no han sido buenos compañeros de camino. En ciertos ambientes, se considera ser religioso como sinónimo de dogmático, incluso ignorante o como estando en un nivel intelectual inferior. Recuerdo un incidente en el tiempo de mis estudios de filosofía. Estábamos en las escaleras de entrada a la gran biblioteca de la universidad. Yo había llevado mi guitarra para cantar algo. Teníamos un compañero de estudios que era comunista, miembro del Partido del Pueblo. Al oírme cantar una canción sobre Dios, me dijo: “¿Cómo puedes cantar cosas de Dios, si tú eres filósofo?” Para mi amigo, como para muchos otros, ser filósofo era sinónimo de ser ateo. Otra anécdota. Hace unos años reemplacé a un colega profesor de filosofía, quien había pedido licencia por enfermedad. Yo acostumbro a hablar de Dios en las clases e incluso llevar mi cruz en el pecho. Un día una jovencita, que me ponía atención como nadie lo hacía, me soltó un comentario que me dejó frío: “Usted me confunde”. “El otro profesor nos decía que Dios no existía, y usted dice que sí”. Ese día comprendí cuanto bien o mal podemos hacer los docentes en el alma de un joven. Entonces, ¿se puede creer en Dios y a la vez hacer ciencia? Pues claro chato, diría Cantinflas (o su clásico “no estoy a favor, ni en contra, sino todo lo contrario”). Fe y Razón, como dice Juan Pablo II, son las dos alas con las que el espíritu humano se eleva en busca de la verdad, que es una e indivisible. Lo único que están en planos distintos: la razón es un conocimiento de orden natural; la fe es sobrenatural. No tienen por qué contradecirse, al contrario deben complementarse. Esto lo entendió muy bien un monje muy sabio del siglo XIII; tal vez uno de los hombres más sabios de la historia de la humanidad: Santo Tomás de Aquino. Él sabía que la razón no es enemiga de la fe; es más el conocimiento natural prepara, sirve de introducción a los temas más elevados. Tomás decía que la gracia presupone la naturaleza. Y a diferencia de San Agustín, quien prefería la iluminación como vía cognoscitiva, Tomás defendía el conocimiento vía experiencia y vía razón. Dejemos que Juan Pablo II, hombre de Dios, hombre de ciencia nos diga algo de esta relación de fe y razón en Santo Tomás: La fe, por tanto, no teme la razón, sino que la busca y confía en ella. Como la gracia supone la naturaleza y la perfecciona, así la fe supone y perfecciona la razón. Esta última, iluminada por la fe, es liberada de la fragilidad y de los límites que derivan de la desobediencia del pecado y encuentra la fuerza necesaria para elevarse al conocimiento del misterio de Dios Uno y Trino. Aun señalando con fuerza el carácter sobrenatural de la fe, el Doctor Angélico no ha olvidado el valor de su carácter racional, sino que ha sabido profundizar y precisar este sentido. En efecto, la fe es de algún modo «ejercicio del pensamiento»; la razón del hombre no queda anulada ni se envilece dando su asentimiento a los contenidos de la fe, que en todo caso se alcanzan mediante una opción libre y consciente. (Fides et Ratio, 43) ¡Qué hermoso! La fe no anula nuestra razón, sino que la eleva. Cuántos hombres y mujeres han visto su intelecto elevado a cimas insospechadas al haber dejado que el Espíritu de Dios se apropiara de su ciencia. Grandes hombres de ciencia han reconocido la obra de Dios sin renunciar a hacer ciencia: Pascal, Mendel, Pasteur (se dice que rezaba el rosario todos los días), Marie y Pedro Curie, Darwin, Einstein, Heisenberg, Scrodinger, Luc Montagner y otros más. ¿Y la Inquisición qué? No se puede tapar el sol con la mano. Claro que ha habido momentos en que la religión se ha quedado rezagada y por temor ha perseguido a la ciencia (seguro estás pensando en Galileo, en Servet y quién sabe cuántos inocentes más). Eso no es culpa de Dios, sino de los hombres que a veces no somos tolerantes. El problema es que a veces la ciencia se siente autónoma y no mira la ley de Dios. Ahí está el asunto de la clonación y de la manipulación genética empezando a crear debates morales. La ciencia no es un fin en sí misma; es un medio y, cómo tal, tiene que hacerse tomando en cuenta la dignidad de cada ser humano. ¿Tú que dices? Quisiera terminar este apartado con las frases de unos famosos científicos que nos pueden ayudar a contemplar, ir más allá de lo aparente: "la religión sin la ciencia estaría ciega, y la ciencia sin la religión estaría coja también" Albert Einstein "Para el científico que ha vivido en la creencia en el ilimitado poder de la razón, la historia de la ciencia concluye como una pesadilla. Ha escalado la montaña de la ignorancia, y está a punto de conquistar el pico más alto. Y cuando está trepando el último peñasco, salen a darle la bienvenida un montón de teólogos que habían estado sentados allí arriba durante bastantes siglos." Robert Jastrow, director del "Goddard Institute of Space Studies", de la NASA. ¿De dónde venimos? ¿Cuál es el origen del universo? ¿Cuándo empezó a existir este mundo? ¿Si Dios creó todo, quién creó a Dios? No es raro que te hayas hecho esas preguntas. Mucha otra gente ya lo ha hecho, desde tiempos inmemoriales. Los griegos empezaron con las respuestas míticas del matrimonio de Zeus con una tal Tetis. Captura la narración que hizo un poeta mítico llamado Hesíodo: En un principio solo existió el caos. En el vacío exterior apareció Erebus (Erebo), el ignoto lugar donde Muerte y Noche habitan. Todo allí era hueco, silencio, infinito, oscuro. Entonces nació el amor (Eros),hijo de Erebus y Noche, con él llegó el comienzo del orden. Las respuestas mitológicas satisfacen hasta cierto punto, pero llega un día en que no te comes el cuento (seguro te paso con Santa Claus o con los dientes y el ratón). En la Biblia también hay respuestas míticas cuya finalidad no es decirnos cómo se hizo el universo, sino llevarnos a creer que venimos de Dios. La Biblia no puede darte respuestas científicas, pues no es un libro de ciencias, pero sí te da respuestas religiosas, pues es un libro de fe. Esas respuestas satisfacían técnicamente a los hombres y mujeres de esa época. Luego de la irrupción de la modernidad (siglo XVI), y de la emancipación de las ciencias de la filosofía y la teología, empezaron a ser cuestionadas las respuestas que sobre el origen del cosmos daba La Biblia. Algunos lo hacían de buena fe; otros, para rebatir la autoridad e la Iglesia. En fin se hacía imperante la búsqueda de explicaciones más racionales sobre el origen del universo. Con la teoría de la evolución, la brecha entre fe y ciencia se fue haciendo más grande, ya lo hemos dicho antes. Los hombres de ciencia quieren explicar el origen del universo. Los metafísicos aclarar por qué existe algo, en lugar de la nada. Y se han remontado hasta los orígenes del universo. Por cierto sólo hay un universo (la misma palabra quiere decir todo lo que existe; dentro de él hay millones de galaxias y billones de estrellas, pero sólo hay un universo). Una de las explicaciones más coherentes parece ser la del Big Bang o Gran Explosión, propuesta por algunos científicos en el siglo XX, entre ellos Edwin Hubble. Estos hombres de ciencia afirman que el universo existente tuvo un inicio, a partir de la gran explosión de una densa concentración de materia, que pudo ocurrir hace aproximadamente 15 000 millones de años. Lo más impactante es que hay restos de esa primitiva hecatombe. Con aquello de que la ciencia es el único conocimiento válido, y de que el método científico es la vía “non plus ultra” (anhelo de los positivistas y neopositivistas), algunos científicos se dieron a la tarea de encontrar vestigios de esa explosión. ¿Cuál fue la sorpresa? Resulta que un par de científicos encontraron una especie de onda de radio, así como la emisora que escuchas con tus amigos, pero no con música, sino con una especie de ruido cósmico, con una basura interestelar, como una interferencia, pero de ondas de radio. Sabes, descubrieron que “la radiación de fondo”, -así la llamaron- es el eco de aquella primigenia explosión y que se extiende en todo el universo al que el hombre tiene acceso. Te explico más. Tu habrás visto la explosión de un cohete; acá en Panamá, le llamamos bombitas, fuegos artificiales, fuegos pirotécnicos, etc. Bueno cuando hay una explosión, hay una liberación de energía, de ruido, acompañada a veces, de mucha destrucción (los terroristas son especialistas en esto). Pues bien la onda expansiva, el ruido del Big Bang se puede sentir en todo el universo. Hoy día siguen estudiándose los orígenes del universo; algunos apoyan la teoría del Big Bang, otros la han descartado. Últimamente una sonda enviada por la NASA en 1989, a la que denominaron COBE (Cosmic Background Explorer, el Explorador del Fondo Cósmico) encontró la radiación y ciertos otros detalles que apoyan la idea de que hubo, en el principio, una gran explosión. Antes de ella no sabemos nada, pues no hay datos. Pero lo interesante es preguntarse ¿De dónde salió el material que explotó? ¿Cómo se inició la explosión? ¿Requiere esa explosión de una causa primera? Terminaría con el hermoso pasaje de El Génesis. El escritor bíblico no tenía telescopios, ni sondas, ni satélites, pero tenía un corazón abierto al asombro e intuyó que antes de la Creación no había nada, sólo Dios: En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche». Y atardeció y amaneció: día primero.(Génesis 1, 1-5) Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia (2 Macabeos 2, 22-23 .28) Con esto de los extraterrestres y el estudio del Cosmos, se plantea el asunto de la vida en otros planetas o galaxias. Incluso hoy se habla de empezar a buscar sitios donde continuar viviendo, pues el agua va a acabarse, o los poderosos la controlarán. Pero no es de guerra de lo que quiero hablarte, sino de orden. En el tema anterior, terminábamos sugiriendo la necesidad de una causa del universo. Esta es una de las vías de demostración de la existencia de Dios que usa Santo Tomás de Aquino, quien afirma que para llegar a Dios se puede partir del cosmos; ya San Pablo lo había dicho en una de sus cartas: “Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables...” (Romanos 1, 20) Santo Tomás de Aquino enumera cinco vías cosmológicas, es decir, que parten de la naturaleza y nos pueden llevar a reconocer la existencia de Dios o que pueden convertirse, en “invitaciones razonadas a la fe” en palabras del cardenal Walter Kasper. Estas vías parten del mundo real y captan en él la necesidad de una causa primera; reclaman la presencia de un motor que mueva sin ser movido; sugieren la primacía de un ser necesario frente a todo lo demás que es contingente. Te pongo un ejemplo. En tu casa debe haber algún aparato eléctrico (Tv., radio, vhs, dvd, juego de vídeo, etc.) ¿Gracias a qué funcionan ellos? A la electricidad me dirás. Bien y esa energía de dónde proviene. De una planta. ¿Y la planta cómo la produce? Por la caída del agua en una presa, que transforma la energía mecánica en eléctrica gracias a un dínamo. ¿Y el agua de dónde proviene? De la lluvia ¿Y la lluvia? Del proceso de evaporación que depende del sol ¿Y el sol? Del universo ¿Y el universo? Pues yo no sé. Santo Tomás nos diría que llamamos “no sé” a nuestra obstinación de no reconocer a Dios. Después de estudiar la cadena de causas tiene que haber una causa primera que sea sostén de todo el sistema, que sea necesaria y no pueda no existir. Un teólogo muy respetado lo explica con un ejemplo que me da mucha gracia. Supongamos que tú eres alpinista y te aprestas a organizar una expedición a una cima jamás conquistada. Llamas a la televisión y a todo el que pueda destacar tu hazaña. Cuando llegas a la cima, descubres una placa de plomo en el suelo del monte. Los periodistas te preguntan “¿Qué tienes que decir?” Eso apareció ahí por azar. ¡Sí cómo no! Alguna causa anterior a ti la puso. No hay de otra. Igualmente vemos que hay un orden. Si tú llegas en la tarde a tu cuarto y descubres que todo está ordenado (tú habías dejado el cuarto peor que un nido de gallina), se te ocurriría decir que fue una casualidad que estuviera todo muy bien dispuesto. Alguien ha ordenado este hermoso universo, alguien lo ha causado. Y más aún, los estudios de algunos científicos afirman que pareciese que el cosmos hubiera sido preparado para que en nuestro hermoso planeta apareciese vida humana: agua, distancia exacta al sol, animales, vegetales. Da la impresión de que el universo fue hecho para nosotros: eso es el principio antrópico. Algunos buscan agua en otros mundos, pero no la han encontrado. El problema no es que la encuentren, lo hermoso es poder maravillarse de la obra de Dios y por eso darle gloria. Termino citando dos salmos que te pueden llevar a elevar tu corazón hacia el Creador: Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas, que fijaste tú, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cuides? Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; le hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies: (Salmo 8, 4-7) Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento; el día al día comunica el mensaje, y la noche a la noche trasmite la noticia. No es un mensaje, no hay palabras, ni su voz se puede oír; mas por toda la tierra se adivinan los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo. (Salmo 19, 2-5)