Una exposición de pinturas carnavalescas en Periférica Blvd. A Ana María Suaznábar y Carolina Uría Paz A veces un homenaje suena a “nos acordamos de ese del que nunca nos acordamos”, pero en el caso de Adolfo Cárdenas el caso es el opuesto y esta reseña, más que reseñar un libro bien conocido por todos (Periférica Blvd.), es una reseña del trabajo constante que sobre esa obra se hace en la Carrera de Literatura. Pues no nos importa tanto la historia paródica de dos policías buscando al asesino de un grafitero, llamado en las calles “El rey”, sino que nos importa más el trabajo que sobre esta novela se hace (por lo menos en todos los años que escuché) en la materia de Ana María Suaznábar, quien con amor nos acerca a los estudiantes a las complejidades de la enunciación y de la carnavalización a partir de esta novela. El trabajo, en el que baso la siguiente reseña, era el siguiente: a cada grupo le tocaba un capítulo (a mí, el capítulo sexto, “Sueño con serpientes”) y cada grupo debía analizar cómo estaba funcionando ese capítulo a nivel de enunciación (uso de deícticos, subjetivemas, intertextos…), haciendo un análisis de todos los casos encontrados como importantes. Esta novela es especialmente propicia a dicho análisis porque su trabajo de la voz de los narradores es realmente provocadora por usar grafías que buscan imitar la fonética de nuestra comunicación cotidiana: baste decir que en este capítulo de no más de 10 páginas se encontraron 58 intertextos, seleccionando solo los más evidentes. Sintetizo los resultados de hace más de cinco años a continuación. El capítulo inicia con el teniente Oquendo, narrador y voz central aquí, uno de los dos policías principales de la novela, durmiendo en un prostíbulo, envuelto en los brazos de Deborah, una prostituta que había conocido poco antes. Todo el capítulo narrará los sueños del policía, en los que viajará por un campo verde florido, una fosa común, un río, una procesión hasta un paisaje paradisiaco, luego a su propio sepelio… Tras varios ires y venires, todavía en sueños, Oquendo se encuentra con un “pepsicólogo” de su academia, quien analiza los cuadros de una exposición de arte boliviano, para que luego le informen que ganó una beca para ir a estudiar “técnicas de presión psicológica” en España. El capítulo llega a su punto más alto con Oquendo, tras ser violado por otro policía en el Museo del Prado. El capítulo finaliza con el regreso de Oquendo, vía Yucatán, donde verá también la obra de Botero y de José Guadalupe Posada, el conocido artista mexicano pintor de calaquitas, hasta despertar de nuevo en el “catrecito” de Deborah. El trabajo intertextual se centrará en este fragmento por ser altamente provocador. Es provocador no solo por el conocimiento de las artes bolivianas que Cárdenas demuestra; como si al fondo sonaran los Cuadros de una exposición de Mussorgsky, Cárdenas despliega un baile entre “Oh, las señoritas de Aviñon” y un listado infinito de colores y lecturas psicoanalíticas: vemos a “ese Cecilio”, a ese “Maestro de Calamarca”, a “Gil y mamá”, a “Tromaes Dabor”, a la “Tía Núñez” (doble referencia, por un lado a un personaje paceño de finales de los años 80-90 y a Marina Núñez del Prado), a Pérez de Holguín y por su puesto a los artistas de su época: “Maese Morales” (en referencia a Diego Morales, el grabador) y el “Maestro Ruiz” (Ruby Ruiz). El juego se complejiza en el Museo del Prado, donde la referencia a los artistas o a las pinturas ya no será tan directa. Pasaremos a ver “unos fusilamientos que mi guía me aclara que se celebran todos los diciembres” a ver luego a “alguien que pinta algo rodeado de enanas”, para remitirnos al Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros y a Las Meninas correspondientemente. Como ya se irá intuyendo, el sentido de este despliegue no es solo demostrar un gran conocimiento (o poner a los amigos Ruiz y Morales al mismo nivel de los grandes maestros de nuestro canon). Tampoco es solo pintar el estatus socio-económico del teniente Oquendo, quizás uno de los únicos burgueses de esta novela en las que todos los estratos de La Paz son incluidos. Su sentido es, como siempre nos repetía Suaznábar, carnavalizar todas las referencias: desplegar una profunda y humana risa sobre todo eso que hoy tenemos guardado en museos, sobre todo eso que parece serio y profundo, volverlo alcanzable… Baste con ello recordar los otros capítulos de la novela y ver cómo lo que se demuestra con cierta facilidad en el sexto capítulo se amplía a todos ellos. Para muestra que sirva un botón: recuérdese el capítulo anterior, “Drag Queen”, donde se cuenta la noche de coronación de una Drag, Charlotte I, en el local “Free-Bolas”. Este capítulo, además, muestra que la carnavalización no es solo cuestión de risas, sino de política. No es casual que el epígrafe de dicho capítulo sea una frase de Pedro Lemebel: “Yo no pongo la otra mejilla, pongo el culo, compañero, y esa es mi venganza”. Cuestión política pues de entrada, apenas los policías interrumpen el espacio, la subjetividad de ese hombre macho se pone sobre la escena: espantados por ese “grupo de comensales que jugaban al trencito”, sobre el que pronto se vierten miles de adjetivos calificativos: “bacanal de sodomitas”, “orgia de travestis”, “on presterío de k’eusas”. Espacio político, en fin, pues será aquí donde poco después Barbie, otra Drag cuyo nombre real es Barbosa (que también es un guiño al famoso nazi que llegó a Bolivia) conquista al susodicho Oquendo. Este es un espacio donde la carnavalización toma su lugar más radical, como nos decía la docente, todas las jerarquías se invierten: no solo nos reímos del macho, sino que lo vemos, por un momento dejar de ser tal: como también vemos a Barbie ser Barbosa o no ser ninguno de los dos. ¡Tal el largo poder de Cárdenas, poder que nos seguirá acompañando en la Carrera!