Subido por Josué R Zompaxtle

El Oficio que Habitamos. Martin Angeles

Anuncio
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Ángeles Martín –Editora–
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Crecimiento personal
C O L E C C I Ó N
Directora: Olga Castanyer
Serendipity: “la facultad de hacer –por casualidad–
descubrimientos afortunados e inesperados”
(Oxford Avanced Dictionary).
Esta colección pretende aportar ideas y reflexiones,
materiales y ejercicios que sirvan directamente para
aquellas personas que trabajan en su propio crecimiento
personal o que ayudan a facilitarlo en otros.
Los contenidos serán variados, teniendo como punto
de mira el de la divulgación de claves psicológicas que
estén al servicio de una mayoría lo más amplia posible.
Desde la Psicología, la Corporalidad y la Espiritualidad
encontraremos sugerencias para que este crecimiento
pueda ser integrador de cuerpo, mente y espíritu.
El estilo “serendípico” pretende fomentar la lectura
reposada, la mirada interior, el asombro... y le invitará
también a que transforme en vivencia lo leído, o a
mantener una actitud de apertura hacia lo gratuito y
–en definitiva– a poder vivir desde la acción de gracias la
realidad del día a día.
Puede consultar aquí la colección completa:
El oficio que habitamos. Testimonios y reflexiones de terapeutas
gestálticas, viene a concluir un proyecto cuyo origen data del
año 1997, cuando celebramos las XV Jornadas de la Asociación
Española de Terapia Gestalt. La idea surge de una mesa redonda,
formada por mujeres, en torno a lo que opinábamos acerca del
enfoque gestáltico y a cómo había sido nuestra integración en un
mundo ocupado mayoritariamente por hombres.
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Ángeles Martín (Ed.)
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El oficio que
habitamos
De esa reunión surgió un grupo de trabajo y fue tomando forma
una idea que se ha hecho realidad en este libro: escribir acerca de
nuestra experiencia y camino.
Cada artículo es la expresión de lo que en este momento, o en
algún otro, nos ha preocupado y ocupado a las autoras. Todos ellos
han sido escritos con el deseo de trasmitir algo de lo aprendido
en nuestro recorrido, una parcela de nuestra experiencia en
este enfoque y, por tanto, de nuestra vida: Primero aprendemos,
recibimos, experimentamos, actuamos y, finalmente, transmitimos
todo aquello que a lo largo de los años ha surgido dentro de
nosotras.
ISBN: 978-84-330-2578-4
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Ángeles Martín González, Licenciada en psicología por la Universidad Complutense de Madrid.
Especialista en psicología Clínica. Se forma en
Medicina Psicosomática en el Hospital Clínico de
Madrid (1970-74). Formada en Terapia Gestalt, es
formadora de terapeutas desde 1977, bajo los auspicios de A. Schnake y F. Huneeus. Es miembro
formador, miembro didacta y miembro de honor
de la Asociación Española de Terapia Gestalt.
Testimonios y reflexiones
de terapeutas gestálticas
El oficio que habitamos
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A través de artículos, ponencias y trabajos presentados en Congresos y Jornadas ha contribuido a la
difusión y expansión de la Gestalt, contagiando el
espíritu de este enfoque.
En este colección ha publicado Cuando me encuentro con el capitán grafio (no) me engancho,
Manual práctico de psicoterapia gestalt y Los
sueños en psicoterapia gestalt.
Desclée De Brouwer
www.edesclee.com
Desclée De Brouwer
Desclée De Brouwer
Desclée De Brouwer
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El oficio que habitamos
Testimonios y reflexiones
de terapeutas gestálticas
Ángeles Martín (Ed.)
El oficio que habitamos
Testimonios y reflexiones
de terapeutas gestálticas
Desclée De Brouwer
Ilustraciones de Emilio Blázquez
© Ángeles Martín, Ada Lopez Alonso, Annie Chevreux,
Carmen Gascon Quintana, Cristina Nadal, Graciela Andaluz Faraone,
Macarena Diuana, Monserrat Mendicute Gorosabel,
Patricia Alíu Navarro, Sandra Elisa Isella Perotti, Sara Fernández Wolf, 2012
© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2012
Henao, 6 - 48009 BILBAO
www. e d e s c l e e . c o m
inf o@ed e s c l e e . c o m
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares,
salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Re­pro­gráficos –www.cedro.org–),
si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Impreso en España - Printed in Spain
ISBN: 978-84-330-2578-4
Depósito Legal: BI-1072-2012
Impresión: RGM, S.A. - Urduliz
Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del
Ministerio de Educación, Cultura y Deporte
Todas las que hemos escrito este libro agradecemos de todo corazón las enseñanzas
recibidas de nuestros maestros/as, de nuestros alumnos/as y de nuestros/as pacientes.
A todos ellos, nuestra gratitud.
Las autoras
Índice
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ángeles Martín………
11
1. Aspectos fundamentales de la psicología humanista . . . . . . . . . . .
Ángeles Martín
17
2. Reflexiones profesionales. Relatos de una terapeuta . . . . . . . . . . . .
Monse Mendicute
21
3. Las claves de una gestaltista ocultas en dos cuentos
infantiles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Sara Fernández Wolf
4. Terapia de pareja: comunicación y responsabilidad . . . . . . . . . . . .
Ángeles Martín
5. Fatiga por compasión: una perspectiva del vínculo
terapéutico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Adelaida López Alonso
37
61
85
6. Experiencia de psicoterapia gestalt de una terapeuta
inmigrante con mujeres inmigrantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107
Macarena Diuana
7. La importancia de la actitud en el terapeuta gestalt . . . . . . . . . . . . 127
Patricia Aliu
El oficio que habitamos
8. Psicoterapia en la era de la modernidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147
Carmen Gascón
9. El vacío y el amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
Cristina Nadal Muset
10. La demanda femenina en psicoterapia.
Una mirada gestáltica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 219
Sandra Isella Perotti
11. Apuntes que voy tomando en el camino.
Experiencias de mi vida personal y profesional . . . . . . . . . . . . . . . . 237
Graciela Andaluz
12. Tiempos de cosecha . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253
Annie Chevreux
Currículum vítae de las autoras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 271
10
MAIOR
Introducción
Ángeles Martín
Cuando en 1997 me dieron la oportunidad de tomar parte en una mesa
redonda para conmemorar el XV aniversario de la creación de la AETG (Asociación Española de Terapia Gestalt), que se celebraba en Zaragoza y cuyo título
era «Mujeres y gestalt», recordé otra de cinco años antes, en otras Jornadas de
la AETG, esta vez en Madrid, donde nos reunieron a varias mujeres que estábamos en la gestalt desde hacía muchos años. En esa mesa intervinimos Ada
López, Gloria Penella (muy querida por mí porque durante años perteneció a
nuestro grupo de autogestión supervisado por Adriana Schnake y desgraciadamente ya fallecida), Asunta Hormaechea, Mercedes Velasco, Ángeles Adechederra y yo.
En este primer evento había muchas mujeres jóvenes interesadas en este
movimiento humanista que tan cercano está a lo organísmico, a lo existencial y
a lo fenomenológico del ser humano, lo que le convierte en una de las mejores
herramientas para la comprensión, el desarrollo y crecimiento del ser humano
en todas sus facetas.
Llamaba la atención en aquel momento de inicio de la gestalt que el aforo fuera de 60-70 personas (la sala estaba a rebosar). Y también que solo había
cuatro o cinco hombres, como si ellos no hubieran sido invitados o no fuera de
su interés lo que teníamos que decir nosotras.
Tanto el contenido como el debate fueron intensos, y recuerdo de forma especial que la mayoría de las preguntas o afirmaciones durante una buena parte del
tiempo fueron hechas por esos hombres. A las mujeres les llevó su tiempo interve-
MAIOR
11
El oficio que habitamos
nir y dar su opinión o hacer preguntas. También es de resaltar que algunos de esos
cuatro o cinco hombres parecían estar allí más para competir que para compartir.
En todo caso, la mesa fue todo un éxito, y de aquel primer encuentro surgió
un grupo de autogestión de mujeres (aunque nunca estuvo cerrado a los hombres) para hablar, debatir, estudiar e intentar dar mayor contenido conceptual
a los cursos y también como una forma de compartir lecturas, pensamientos y
enriquecernos entre nosotras. Ese grupo tuvo una duración de algunos años y
después poco a poco se fue disolviendo, pero su recuerdo seguirá vigente.
Desde entonces yo venía fraguando la idea de publicar un libro escrito por
mujeres gestaltistas que tuvimos la suerte de vivir tiempos y años muy importantes y decisivos (entre ellos, mayo del 68). Estas vivencias nos permitieron
promover cambios y estar en lugares donde poder influir con nuestras ideas y
nuestras formas de relacionarnos con el mundo (pacientes, alumnos, compañeros, amigos, parejas ) y sobre todo entre hombres y mujeres, que es el tema del
que va mi artículo y con el que quiero movilizar las conciencias y la camaradería para intentar construir una sociedad mejor.
Volviendo a ese momento y conectándolo con el actual, se me ocurrió rebuscar
en mis archivos y sacar lo que escribí para aquella ocasión, pero no lo encontré.
Sí recuerdo que hablamos de terapia gestalt, sus principios y nuestra andadura
durante todos aquellos años.
Mi encuentro con la gestalt fue fenomenológico. Y si la corriente fenomenológica se caracteriza por un estilo de filosofar a base de describir las vivencias, lo
propio de aquel encuentro y de este, es describir mis vivencias y las de mis colegas.
La gestalt nos ha enseñado que las necesidades no son muchas y los deseos
sí. Demasiado a menudo, estos rebasan a aquellas hasta unos límites que nos
pueden hacer sentir desgraciados si no se satisfacen. Y gran parte de la frustración humana es ocasionada por confundir los deseos con las necesidades.
Los medios de comunicación han contribuido a esta confusión. Y una de las
grandes tareas de los terapeutas es lograr que el paciente distinga ambos, para
poder rebajar su nivel de ansiedad cuando se empeña en realizar deseos, sin
discriminar los sanos y los neuróticos, cuándo son desmedidos, inalcanzables
o inadecuados. Esto no quiere decir que el ser humano tiene que renunciar a
12
MAIOR
Introducción
los deseos, nada más lejos, pues tanto estos como las necesidades son los dos
grandes motores que le impulsan a ponerse en marcha, a buscar nuevos horizontes y nuevas experiencias que lo enriquezcan y lo hagan crecer y traspasar
sus propias fronteras e ir al encuentro de nuevas sendas y nuevos encuentros
consigo mismo/a y con el mundo. Solo dos excepciones a estas disquisiciones
anteriores: el respeto al otro y «mi libertad termina donde empieza la del otro
y viceversa».
Una pregunta que se hace a menudo entre los formadores de este enfoque es: ¿por qué atrae a más mujeres que hombres? La respuesta vuelve a ser
la misma que aparece en mi artículo. El psicoanálisis o el enfoque cognitivoconductual, que son eminentemente intelectuales, argumentales y que tratan
de entender y elaborar el mundo mental del paciente, están más cercanos al
rol masculino; en cambio, la gestalt, que se ocupa más de las emociones, de los
sentimientos, de las sensaciones, de los afectos, etc. y de todo ese mundo está
más relacionada con el mundo de lo femenino.
Es evidente que las mujeres hablan más de sus sentimientos, de lo que les
sucede interiormente, de sus frustraciones afectivas, etc. En cambio los hombres son más proclives a hablar de política, de fútbol, de economía, del trabajo.
Los hombres no suelen hablar con otros hombres de sus sentimientos. Cuando
hablan de las mujeres lo hacen desde el punto de vista del sexo, de que no las
entienden o de temas en los que las descalifican. Los últimos estudios sobre hombres y mujeres en cuanto al sexo, dan como resultado que los hombres piensan
el doble de veces al día en el sexo que las mujeres. Y que las mujeres piensan en
el sexo muy a menudo asociándolo con sentimientos. De momento, así están las
cosas. Lo que sí puedo decir es que a lo largo de mi vida he visto muchos cambios
en muchos hombres. Todavía hay muchas mujeres-madres que se empeñan en
educar y criar hijos varones mimados, apegados a ellas y castrados en el sentido
de muy dependientes e incapaces de vivir solos, necesitando de ser cuidados por
otras mujeres; en el otro extremo están los hombres contradependientes, los aislados y los temerosos.
En este libro hemos tratado de describir algunos aspectos de nuestro quehacer profesional y también hemos hablado un poco de nuestra forma de estar
MAIOR
13
El oficio que habitamos
en la vida, ya que, para casi todas, la vida y la profesión han sido inseparables,
por esa cualidad que tiene la gestalt de ser un estilo de vida acorde con nuestras
necesidades y nuestro estar en el mundo.
En el primer artículo, «Aspectos fundamentales de la psicología humanista», trato de ubicar cómo se inserta la gestalt en la psicología humanista, considerada la tercera corriente, después del conductismo y el psicoanálisis, y destaco aquellos principios fundamentales que comparte con ella.
En «Reflexiones profesionales: relatos de una terapeuta», Monse narra su
desarrollo profesional, marcando sus hitos importantes, de modo autobiográfico, entrecruzando las vicisitudes de la femineidad con los momentos especiales
de su carrera y de su desarrollo profesional. Al final describe un caso clínico de
una paciente en terapia y su encuentro con los logros y el éxito, resaltando cómo
se trabajan en gestalt las distintas caras de los conflictos y cómo repercute en el
psiquismo femenino la experiencia del logro, tanto personal como profesional.
En «Las claves de una gestaltista ocultas en dos cuentos infantiles», Sara
cuenta con precisión su trabajo como terapeuta a través de la influencia que han
ejercido en su práctica dos cuentos infantiles, Peter Pan y Mary Poppins, describiendo los procesos que se desarrollan en sus pacientes niños y en sus familias
de origen: los lugares que se ocupan, las idealizaciones, la fantasía y la integración de la realidad, a través de distintos modos de encontrarse padres e hijos.
En «Terapia de pareja: comunicación y responsabilidad», vuelvo para plantear el tema de la pareja y los caminos que busca abrir en esta área la psicoterapia, y con una detallada exposición de las coordenadas planteadas por lo psicosocial voy dando paso a una descripción fenomenológica sobre los roles masculinos y femeninos y sus repercusiones en la relación, a la luz de los condicionamientos originados por la educación, tanto social como familiar, y su influencia
en el modo de concebirse cada uno junto al otro.
En «Fatiga por compasión: una perspectiva del vínculo», Ada nos presenta
el tema del conocido síndrome del quemado o bournot, que afecta a los trabajadores de la salud o a quienes se dedican a cuidar a otros, la importancia de
considerar la vulnerabilidad de los terapeutas y la necesidad de tratarse para
prevenirlo.
14
MAIOR
Introducción
En «Experiencia de psicoterapia gestalt de una terapeuta inmigrante con
mujeres inmigrantes», Macarena nos habla desde el punto de vista de la terapeuta que además ha vivido la experiencia de emigrar, de las mujeres con las
que ha trabajado en forma grupal o individual y que desde distintas culturas y
orígenes emprenden en algún momento el viaje hacia una tierra que las acoge y
donde desembarcan sus anhelos, esperanzas y sueños, junto al intento de compaginar lo nuevo con las raíces.
En «Lo importante de la actitud en el terapeuta gestalt», luego de describir
las enseñanzas de aquellos maestros que de un modo u otro nos influyeron, a
quienes admiramos o también cuestionamos, Patricia va buscando en ellos y
en su propia experiencia pistas sobre una actitud gestáltica no sólo como herramienta de terapia sino como forma de vida.
En «Psicoterapia en la era de la modernidad», Carmen aborda las distintas
vicisitudes de la época que nos toca vivir, definida como postmodernidad, y su
fenomenología propia; la diversidad, la intolerancia, la necesidad de convivir
en paz, el papel de la ética y el valor de la cultura, y la incertidumbre, son entre
otros algunos de los tópicos sobre los que con elegancia nos invita a reflexionar.
En «El vacío y el amor», Cristina nos habla del vacío y su relación con el
amor y describe con precisión cómo se interrelacionan, en una danza que deja
al descubierto motivaciones y encrucijadas que evidencian el modo en que se
presentan a lo largo de distintos momentos de nuestra experiencia vital.
En «La demanda femenina en psicoterapia: una mirada gestáltica», Sandra
rescata aspectos comunes en la demanda de ayuda de las mujeres que acuden
a psicoterapia, con la finalidad de reflexionar acerca de sus características, sus
formas habituales de presentación y sus posibles transformaciones en el curso
del tratamiento.
En «Apuntes que voy tomando en el camino. Experiencias de mi vida personal y profesional», en el contexto de la crisis actual, Graciela examina su experiencia personal y profesional en este momento, trazando los caminos que la llevaron a su encuentro con la gestalt, la influencia que supuso en su desarrollo y
su trabajo, hasta el momento actual, en que comparte todo lo que ha aprendido
con quienes le rodean, sus alumnos y sus pacientes.
MAIOR
15
El oficio que habitamos
Y para terminar, en «Tiempos de cosecha», a través de una metáfora certera, Annie, cercana a la edad en que la gente se plantea habitualmente jubilarse,
reflexiona sobre el significado que tiene para ella este viejo oficio de terapeuta
y se centra en aquellos aspectos que le impulsan con vitalidad a seguir practicándolo.
Espero que este libro os guste y que sea el germen para que los propios lectores comiencen a pensar que ellos también pueden aportar sus experiencias al
mundo.
Y por último y no por ello menos importante, nuestro agradecimiento a Emilio Blázquez por sus viñetas para hacer más amenos y comprensibles los textos.
Ángeles Martín
Madrid, 12 de enero de 2012
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MAIOR
Aspectos fundamentales
de la psicología humanista
Ángeles Martín
1
En primer lugar tendríamos que distinguir entre psicología humanista y
psicoterapias humanistas.
Se denominan terapias humanistas a todos aquellos enfoques que están de
acuerdo con los principios fundamentales de la psicología humanista.
Psicología humanista
La psicología humanista, también conocida como «la tercera fuerza», nace
en contraposición y como alternativa al conductismo y al psicoanálisis, enfoques a los que considera deshumanizados, reduccionistas, deterministas y
mecanicistas.
Aparece a finales de los años cincuenta y su mayor desarrollo lo alcanza en
los años sesenta del siglo XX.
Surge como reacción al desencanto y a la insatisfacción social tras la
Segunda Guerra Mundial, momento de valores cambiantes y en el que el
mundo aparece como un lugar inseguro e inestable.
También tiene su origen en la filosofía humanista, como el existencialismo y la fenomenología europeos, cuyos representantes, Merleau Ponty,
Binswangger, Heidegger, Kierkegaard, Husserl, serán los precursores de la
psicología humanista en EE.UU. De hecho, autores como Maslow y Rogers
reconocen la influencia que tuvieron sobre ellos estas corrientes filosóficas
europeas.
MAIOR
17
El oficio que habitamos
La psicología humanista presenta una gran variedad de ideas, de acuerdo a sus
principales propulsores: William James, Abraham Maslow, Carl Rogers, Binswan­
gger, Rollo May, Victor Frankl, Eric Fromm, Ronald Laing, David Cooper y otros.
Se considera más un movimiento que una escuela o enfoque terapéutico. Y
lo que más destaca es la actitud y la forma de ver al ser humano, al que concibe
como centro de su conocimiento.
No obstante, casi todos los psicólogos humanistas coinciden en una serie
de principios, tales como:
1. El ser humano es más que la suma de las partes, por tanto, estudiarlo o
tratar de entenderlo de forma fragmentada no nos lleva más que a verlo
fuera de su centro y de su contexto socio-cultural.
2. Derivado de este primer principio está el valor fundamental que se da
a la existencia humana instalada en un contexto social. El ser humano
no vive aislado, sino que su existencia se desarrolla dentro de un espacio
social, con sus normas y sus características peculiares, y todo eso le da
una gran riqueza de conocimientos, experiencias y acciones.
3. El ser humano tiene una intención en sus elecciones, en sus experiencias,
en su creatividad y en su capacidad para comprender los significados. A
partir de la intencionalidad es que el hombre construye su identidad.
4. Es libre para elegir y rechazar a la hora de hacer sus elecciones. Este
postulado le devuelve la libertad que el psicoanálisis y el conductismo,
en gran medida, le habían negado.
Además de estos principios, los integrantes del movimiento humanista tienen en común una serie de características que comparten, como son:
1. Dar una gran importancia a centrarse en la persona, en sus experiencias
y en el significado que les da ella misma, en lugar de que sea el terapeuta
el que las interprete.
2. La presencia del terapeuta en este nuevo modelo es de una gran importancia. Es una relación que tiende a la horizontalidad. Ya no es el terapeuta el que sabe todo y el paciente o cliente quien no sabe nada de lo que le
pasa. Y la relación en sí misma, unida a la aceptación, es sanadora.
18
MAIOR
Aspectos fundamentales de la psicología humanista
3. Valoración de lo subjetivo sobre lo objetivo. El sujeto tiene unas experiencias y unas vivencias que son valoradas en sí mismas.
4. Pone un gran énfasis en resaltar las características específicamente
humanas, como la capacidad de decidir, de crear, de crecer, de auto-realizarse, etc.
5. Importancia del compromiso en las relaciones y sus consecuencias, derivado del existencialismo. Es fundamental tener en cuenta cómo se ve a sí
misma la persona y cómo se experimenta con el resto de las personas y de
los grupos a los que pertenece.
6. El encuentro entre terapeuta y cliente se concibe como libre de prejuicios, como propuso Binswangger, producto de la fenomenología.
La terapia gestalt y la psicología humanista
La terapia gestalt está enmarcada dentro de la psicología humanista, también llamada «tercera fuerza» (las otras dos –como ya dijimos anteriormente–
son el psicoanálisis y el conductismo).
La terapia gestalt comparte con la psicología humanista varios principios,
tales como:
1. El aquí y el ahora de la experiencia. Es vivir el presente lo que nos pone
en la experiencia real y vital a cada ser humano y es en él donde tenemos
las posibilidades de cambiar nuestras conductas.
2. El darse cuenta o awareness. No es el terapeuta el que tiene que interpretar la conducta del cliente, sino el paciente el que se debe dar cuenta de lo
que hace, deja de hacer, siente y experimenta en cada momento. Este es
un trabajo fundamental en la terapia gestalt: el darse cuenta.
3. La responsabilidad, como capacidad de responder a los desafíos de la vida
y hacerse responsable de las consecuencias. Este punto es muy importante, porque pone el poder en el paciente para hacer o no hacer, para elegir o
desechar; le da la libertad de hacer con su vida lo mejor que pueda.
4. La terapia gestalt comparte con la psicología humanista el principio de la
autorrealización que propone Maslow en su pirámide de necesidades. En
MAIOR
19
El oficio que habitamos
este sentido, el ser humano dispone de recursos para alcanzar un desarrollo hasta donde sus posibilidades y entorno le permitan.
5. El pensamiento fenomenológico y existencial, que describí más arriba.
Relacionado con la aceptación de lo que hay y la libertad de elección.
6. La capacidad que tiene todo ser humano de autorregularse y autorrealizarse.
7. El ser humano es más que la suma de sus partes. La fragmentación resta,
en cambio la totalidad es integradora, global y esencialmente enriquecedora.
20
MAIOR
Reflexiones profesionales.
Relatos de una terapeuta
Monse Mendicute
2
Mi aprendizaje y crecimiento profesional como terapeuta han ido a la par
que el desarrollo y completitud de las diferentes personas a las que he acompañado en su proceso de sanar y con las que he realizado este camino. La
mayoría de ellas han sido mujeres, y me siento muy satisfecha al haber contribuido, unas veces como partera, otras como madre sustituta o como hermana
mayor, en sus procesos de transformación hacia la salud y el afloramiento de
sus aspectos femeninos, para ser completados y así disfrutar de ellos de una
manera más sana y fecunda.
Quizás sea mi maternidad sublimada en la profesión la que me produzca
este placer –como una madre que ayuda a sus hijas a sortear los escollos para
vivir de un modo más satisfactorio–, influencia que ha revertido en mi propio
desarrollo personal y profesional.
La femineidad y su disfrute están muy anclados en cada uno de los procesos biológicos corporales que las mujeres atravesamos a lo largo de nuestra
vida, desde la menarquia, la pubertad, el embarazo, la menopausia, cambios
que como tales generan un mayor o menor conflicto, dependiendo de la historia personal de cada mujer y de la relación con su propia madre. El cuerpo
siempre está presente en la vida de las mujeres. Y esta se ve muy determinada
por los cambios que se producen en el organismo.
Es esta proximidad de la mujer a los procesos biológicos y a los cambios
emocionales ligados a ellos, lo que genera que se encuentren muy presentes
también en la construcción del sentimiento del sí mismo, del ser consciente, del
Yo autobiográfico del que habla Antonio Damasio. Este sentimiento proviene de
MAIOR
21
El oficio que habitamos
la integración de múltiples procesos conscientes e inconscientes interactuando,
según este científico, a nivel cerebral, en la corteza prefrontal ventral medial, las
emociones y el proceso intelectual (Antonio Damasio 2010).
La mayor «inteligencia emocional» que se otorga a la mujer se relaciona
quizás con el modo en que ésta integra en la construcción del self (uno mismo)
la sensibilidad y la emoción, que a su vez están íntimamente unidas al cuerpo
y a lo biológico.
También la proximidad de la mujer a sus emociones le hace tomar conciencia del «sufrir» emocional y afectivo, de una mayor sensibilidad a los desajustes
del mundo interno y a los resultantes de las relaciones interpersonales; existe
en la mujer una mayor representación del cuidado al otro y del autocuidado;
en su mundo afectivo y emocional se da una necesidad de mayor bienestar en
lo afectivo, con ella misma y con el mundo que le rodea.
El bienestar o malestar emocional es importante en la vida de las mujeres, y
desde esa necesidad surge la búsqueda de espacios terapéuticos, formativos y
educacionales del propio psiquismo para comprender su afectividad, su emocionalidad, así como el aprendizaje de la modulación de las emociones. «Sentimos»
con mayor o menor intensidad en función de diversos factores genéticos, afectivos y vivenciales. Pero la autorregulación emocional es un proceso importantísimo donde intervienen la sensación, la consciencia, «el darse cuenta» y la autocalmación; del mismo modo que la expresión en función de la estructura de
personalidad individual.
Para las mujeres que percibimos la vida TANTO a través de nuestros aspectos emocionales, la modulación y autorregulación de estos estados es un logro
importante para poder transitar con mayor seguridad y serenidad desde nuestra
subjetividad femenina.
El concepto de lo femenino se desarrolla de forma diferente en cada mujer y
se va adquiriendo a través de diferentes saltos que dependen de las experiencias
concretas de cada una con relación a lo biológico, lo emocional y al modo en que
hayan integrado las vivencias del psiquismo; por otro lado, se encuentra en constante redefinición, dependiendo de los cambios corporales, de sus experiencias en
el amor, la maternidad y el trabajo, así como en su relación con el propio deseo.
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MAIOR
Reflexiones profesionales
Referiré a continuación diferentes «relatos terapéuticos», tanto personales
como profesionales, donde está presente la realización de los aspectos femeninos
y el modo en que estos se van entrelazando con diferentes aspectos de la personalidad, en toda su globalidad.
Un sueño.
La realización profesional, un logro de la femineidad
«Una vez me dijeron que no solo teníamos que seguir nuestros sueños, sino
conservarlos en una parte de nosotros mismos».
Alice Farrolan.
El comienzo de mi profesión fue una carta de la Universidad de Salamanca,
«su solicitud para cursar la carrera de Psicología ha sido aceptada». Hasta ese
momento tenía la certeza natural de que mi vida no iba a transcurrir por los
mismos parámetros femeninos que los referentes de mujeres que conocía, ni
por el de trabajo de secretaria, para el que me habían preparado. Pertenezco a
la generación en que a las mujeres se nos ofrecía ya la posibilidad de poder
desarrollar nuestras partes más activas, hasta entonces propiedad del hombre.
Un cúmulo de circunstancias sociales, familiares, conscientes y también
inconscientes, me llevó a realizarme, como persona y como mujer, a través de
la profesión. No me identificaba con los aspectos de la mujer; profesión: sus
labores. No podía entonces reconocer que muchas mujeres amaban lo que
hacían; la identificación con la posición de la mujer en el esquema de la generación anterior resultaba sumamente ambivalente, como el de tantas mujeres
de mi edad. Las mujeres hablan sobre las restricciones del self y de las dificultades que afrontan cuando deciden diferenciarse del modelo de femineidad de
sus madres.
Para la mujer, vivir sentimientos conscientes de rivalidad y de éxito, en
áreas consideradas no femeninas, reservadas a los hombres, sin modelos femeninos, se experimenta con una serie de consecuencias emocionales asociadas,
autopersecución, culpa, necesidad de aplacamiento y reaseguración; su modelo
no ha sido otra mujer (Dio Bleichmar 2010).
MAIOR
23
El oficio que habitamos
De cualquier forma, aquello fue una gran suerte y me supuso la posibilidad
de prepararme para lo que más tarde sería mi profesión y el epicentro de mi
vida durante muchos años, y sentí una gran alegría y liberación por poder realizar lo que deseaba.
Aún a veces tengo un sueño: no he terminado la carrera, me falta aprobar
esa asignatura maldita, y no puedo licenciarme de psicóloga.
Entonces mi asombro es tanto o mayor que mi angustia. Y el sentimiento
me dice: ya sabías que esto iba a pasar; como si hubiera algo fraudulento en la
realización de mi proyecto profesional. En psicoterapia gestalt decimos que
todo sueño lleva implícito un mensaje o significado existencial, un mensaje
que el soñante debe reconocer para completarse, para concluir una gestalt
inconclusa, y reapropiarse de ello para integrarlo en la personalidad (Ángeles
Martín 2009).
Sin embargo, mi angustia abre un abismo, un pánico olvidado a no poder
superar la prueba y a la confirmación del fracaso; fracaso por otra parte inexistente en lo real.
El disfrute de lo que uno desea resulta a veces difícil. En el microcosmos de
cada uno de nosotros, el deseo se niega, reprime, y muchas veces, incluso cuando tras grandes esfuerzos de trabajo psíquico y emocional conseguimos realizarlo, trae una coletilla incorporada en forma de castigo; en este caso: revivir
una angustia pasada.
Este ejemplo ilustra la potencia que tiene el realizar lo que se desea. En el
sistema psíquico, el placer, el disfrute de un logro, va acompañado muchas
veces de algún tipo de prebenda que hubiera que pagar. Las teorías clásicas del
psicoanálisis remiten de una forma simbólica y metafórica al deseo sexual
infantil, ya que, en el inconsciente, el disfrute del deseo actual está conectado
con aquel deseo prohibido, y la parte normativa del superyó, el tirano, se activa
y «castiga» de alguna manera la satisfacción.
La polaridad deseo-miedo que trabajamos en gestalt pone de manifiesto el
bloqueo del impulso, en cualquiera de las fases del ciclo, y el miedo; a veces
como una excitación ansiógena en el organismo que no se puede calmar y que
conlleva la renuncia del deseo (Perls F.,1942).
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MAIOR
El oficio que habitamos
La piedrecita tirana es la indicadora de una parte interna castradora del
deseo; se fue construyendo a través de las experiencias y vivencias infantiles. Y
como el tiempo en el inconsciente no existe, aparece en muchos momentos de
la vida.
Yo les relataba el sueño angustioso en un momento profesional bueno y de
logros importantes; en terapia, es un aspecto importante, pues la experiencia
clínica confirma que muchas veces aparece cuando los procesos están cosechando logros, bienestar para los pacientes; son pequeños o grandes actings,
autosabotajes, en el progreso hacia la salud y en la vida.
Para ilustrar lo que estamos comentando les haré partícipes de las vivencias de una paciente a quien llevo tratando varios años: es una mujer de cierta
edad que se dedica a la organización de congresos y eventos, y tiene su propia
agencia, lo cual quiere decir que siempre ha trabajado mucho; esta primavera
pasada consiguió llevar a su ciudad un congreso importantísimo con más de
mil participantes; fue una pelea muy dura y un trabajo muy intenso, pero todo
resultó estupendamente, y para ella fue un logro a escala económica y de prestigio en el sector sumamente importante.
Acudió a su sesión de terapia a la semana siguiente: se encontraba muy
quejosa; en su relato manifestaba, de un modo reiterativo, los aspectos que no
habían estado bien, los fallos de la organización, lo que se podía haber realizado pero no se hizo. Al principio atribuí este estado de ánimo a un cansancio
lógico después de un gran esfuerzo; más tarde, a su autoexigencia, que hacía
que le otorgara a lo que no estaba bien más importancia de la debida; sin
embargo, el ánimo seguía teniendo al cabo de varias semanas un tono depresivo; una vez más, los aspectos tiránicos se habían activado y estaban boicoteando el disfrute de G., impidiendo que gozara de algo que suponía un logro muy
importante en su carrera profesional.
G, tenía un padre autoritario, miedoso y riguroso. Esto, unido a otras
circunstancias, había conformado una parte interna crítica muy severa, que
en determinadas situaciones placenteras actuaba como un escotoma terrorista dentro de la personalidad de G, impidiéndole disfrutar de lo que había
deseado.
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MAIOR
Reflexiones profesionales
Existen numerosos estudios en el ámbito de la psicoterapia, y también de la
psicoterapia gestalt, sobre la relación de las diferentes partes de la personalidad
entre sí y cuando diferentes necesidades entran en conflicto y la necesidad de llegar a acuerdos o negociaciones para el equilibrio de la persona (Peñarrubia 2008).
Creo que es muy relevante hacer consciente cómo es la dinámica del propio
deseo, cuáles son las experiencias fantasmáticas infantiles que condicionan la
capacidad del disfrute en la actualidad, y conocer la fuerza e intransigencia del
«tirano interno» para aprender a flexibilizarlo y generar suficiente diálogo con
él para negociar el disfrute y el placer.
En la medida en que somos más conscientes de los sabotajes internos, podemos desarrollar la capacidad de anticipación necesaria que, sin ser una alerta
paranoide, nos capacite para prever el posible «castigo» que determinadas
realizaciones y disfrute de nuestros deseos pueden generarnos, para poder, de
esta manera, negociar cotas de placer y de disfrute mayores en lo cotidiano del
trabajo, la lectura, los paseos, la naturaleza, el estar cerca de las personas queridas, viajar, la vida.
Siguiendo la idea de Norberto Levy, necesitamos construir un espacio interno de asistencia psicológica, que este autor denomina «el asistente interno», un
«yo observante», al que hay que entrenar para que ocupe su lugar en la conciencia, desde donde pueda observar y mediar entre los diferentes aspectos
enfrentados entre sí (Levy 2000).
Para Levy, autoasistirse es desarrollar para consigo mismo una actitud de
cooperación en la resolución de los desacuerdos internos; de esta manera se
alivia el dolor de los aspectos que en nuestro interior son rechazados. Un precursor de funcionamiento emocional sano que muestra una manera más flexible e
inteligente emocionalmente de relacionarnos con nosotros mismos; en el relato
que nos ocupa, entre el placer del éxito y el castigo que nos infringimos por ello.
En el abordaje desde la clínica de los síntomas que surgen con relación al
logro y al éxito, merece la pena detenerse a observar que en numerosas ocasiones no se trata de un síntoma relacionado con un conflicto intrapsíquico o entre
diferentes partes de la personalidad, sino de un déficit de modelos mentales
para representar psicológicamente el logro.
MAIOR
27
El oficio que habitamos
Se puede abordar como un problema sistémico o cultural, tabúes, con relación a explicitar el éxito, personal, de vida de pareja, como una tendencia a
omitirlos; quizás porque en la paciente no ha habido modelos de identificación
o reconocimientos narcisistas para introyectar de una forma estable las representaciones del logro; lo cual lleva a la persona a adoptar posiciones fóbicas,
por miedo al fracaso, o a no gestionarlo adecuadamente.
Se trataría por lo tanto de desarrollar procesos de neogénesis, de creación,
de representarse internamente válida en diferentes aspectos de la personalidad;
en el rol de autoridad, de pareja, profesionalmente, en la gestión económica y
también en el propio cuidado del cuerpo y de la mente.
La identidad está compuesta por el fruto de la mirada que nos dirigimos
como si fuéramos otro; yo soy varios otros a la vez, yo mismo y todos esos otros
que están dentro de mí; el psiquismo contiene las representaciones, o la ausencia de huellas mnémicas, de los otros significativos a quienes la persona se
vinculó, que le sostuvieron, le acariciaron, mimaron, incluso que maltrataron
su cuerpo y por lo tanto su self.
La elección de la profesión
Como casi todo en esta vida, el origen de la elección de la profesión de psicoterapeuta se encuentra en la propia familia; como si una parte del niño o la
niña que somos se hubiera quedado anclada a arreglar, a solucionar, la propia
familia del terapeuta.
Siguiendo los clásicos trabajos de Bion (reverie) y de Winnicot (holding), en
sus conceptos referentes a la función del objeto externo para calmar los terrores
y sufrimientos físicos y psíquicos en los primeros meses de vida, Bleichmar
desarrolla el concepto de regulación psicobiológica, entendiendo esta función
como básica para apaciguar los estados del malestar y angustia infantil y sobre
todo para aprender a calmar esos estados del organismo infantil displacenteros.
Desde los estudios de la neurociencia existen en la actualidad evidencias
que sugieren que las estructuras del cerebro y de los sistemas de regulación
están profundamente influenciadas por la calidad de la relación temprana y
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MAIOR
Reflexiones profesionales
por la presencia de la madre como reguladora de los sistemas fisiológicos básicos. Los sistemas neurales de disminución de la ansiedad, el displacer orgánico
o la angustia, así como la producción de ciertos neurotransmisores, funcionan
pobremente cuando esta función de apaciguamiento no ha podido realizarse de
forma óptima.
Existe en el propio sufrimiento infantil una necesidad de ser calmado, de
que la angustia sea apaciguada. En la función terapéutica asumimos esa necesidad infantil de ser calmado, haciendo de ella nuestro oficio. En el acto de
aliviar el sufrimiento a otras personas se exorcizan los propios demonios; huellas de otro tiempo que se reeditan en cada nueva historia que acompaño en mi
práctica de psicóloga gestalt; aspecto que si bien no se halla presente en la
conciencia diaria, sí en el fondo del que emerge mi deseo profesional.
Curiosa paradoja en la que una necesidad infantil deviene, mediante el acto
creativo que es la terapia, una profesión; motivo de satisfacción en tantas ocasiones.
La autocalmación es por lo tanto un aspecto importante, tanto en el ámbito
profesional como en el personal. Las tensiones internas, consecuencia unas
veces de desregulaciones biológicas, otras de conflictos emocionales, y tantas
más de peleas internas, son aspectos donde la capacidad cognitiva para detener
los impactos que sentimos y que nos desregularizan emocionalmente no llega;
es entonces cuando deberíamos aprender a ejercitar el anclaje corporal a la respiración y al sentir del cuerpo, citando a Julen Ortiz de Murua, calmarnos
desde la profundidad del self corporal, para facilitar de este manera la autorregulación biológica, previa a la emocional y cognitiva. Como bien sabemos en
psicoterapia gestalt, el cuerpo constituye parte del circuito de retroalimentación, que mantiene tanto funcionamientos funcionales como disfuncionales; la
tensión nos mantiene anclados en la ansiedad, una postura debilitada en la
depresión. Desde las corrientes psicocorporales se constata cómo la emoción
modula las sensaciones corporales y, a su vez, cómo el movimiento sensoriomotriz y la elaboración de las sensaciones corporales modulan la autoregulación emocional. Las señales del organismo provenientes de las sensaciones
corporales modelan directamente nuestras emociones, nuestra conciencia de
los cambios en el estado corporal, nos permiten saber cómo nos sentimos.
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29
El oficio que habitamos
El neurólogo Antonio Damasio viene a decir que el cambio en las sensaciones corporales y en el estado corporal es percibido y representado en el cerebro,
desde lo que denomina «señalador somático», y los cambios musculares que
son altamente sensibles a las reacciones emocionales tienden a enviar inputs
directamente al cerebro, y se representan en un área denominada córtex somatosensorial.
La autocalmación desde el self corporal permite desactivar ciertas áreas
cerebrales relacionadas con las emociones negativas y potenciar el funcionamiento del hipocampo para mejorar y favorecer la sensación de bienestar (Ortiz
de Murua, 2011).
el deseo
La seducción y la historia del espejo
El espejo del baño era enorme. Una mujer adulta y una adolescente reflejan
sus imágenes bajo el foco de las luces; mientras S. cepilla su pelo, que se resiste
a adquirir una forma que le complazca, mira de soslayo a la mujer que está a
su lado; su madre, segura de su belleza, se arregla con esmero. La etimología
de la palabra envidia significa «mirar de reojo». S. se siente como el patito feo,
como el cisne negro al lado del blanco.
La autoestima se alimenta de diferentes identificaciones, creencias matrices
inconscientes y permisos conscientes e inconscientes para poder «jugar» la
rivalidad.
El deseo de gustar a otro, de ser atractiva, deseada, es una vivencia que
creamos a lo largo de nuestra vida desde las primeras interacciones infantiles.
La capacidad de seducir, de atraer, al aita (padre), a la ama (madre), a los adultos significativos en la vida del niño se va construyendo poco a poco. Desde la
sonrisa del bebé, que atrae la atención de mamá, que le corresponde con un
gesto que suscita la simpatía, la complicidad, «¡Qué niña más bonita!», «¡Qué
espabilada!», se va creando la base de la propia autoestima, de la confianza en
una misma, de «saber» que se es querible, apreciada, y que tiene cualidades
que atraen, que gustan a los demás.
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MAIOR
Reflexiones profesionales
En el encuentro con el otro sexo, para la mujer resulta de capital importancia sentir que gusta, que es atractiva para los chicos de la adolescencia, primero,
de la juventud, después, y para los hombres a lo largo de toda la vida; con
independencia de la edad en la que se encuentre.
Habrá tenido que ser mirada por un hombre significativo y apoyada por
una madre capaz de manejar la competencia de una hija adolescente en la flor
de la femineidad sin sentirse amenazada, en su lugar, en su femineidad propia;
podemos compartir el espejo. Así la mujer adulta comparte con la torpe adolescente los «trucos» del arreglo personal para resultar más atractiva.
El atractivo físico es importante para la mujer, porque erotiza todo el cuerpo. Y la madre da acceso a la femineidad del cuerpo para seducir sin culpa,
para desear y ser deseada. Un rito de iniciación de entrada de la hija a la edad
de «ser mujer» donde la rivalidad, la competencia que existe entre madre e hija,
se disuelve, se juega de una forma lúdica, para preservar la autoestima de
ambas.
Las mujeres necesitamos ese «permiso» de la madre para competir con ella.
Sea cual sea el área o lugar donde se desarrolle, una mujer profesionalmente
activa puede apoyar a gestionar la rivalidad, la envidia de su hija en ese terreno, y ayudarla a que ella también sea una buena profesional. ¿En qué reside la
feminidad de la madre? En sus gestos, su imagen, los modos de relacionarse
con los hombres y las mujeres. Las identificaciones de la niña con la madre
pertenecen no solo a las resultantes de las vicisitudes edípicas sino también a
su ser en general como mujer.
Una mujer atractiva que se sienta segura en el juego de la seducción podrá
ayudar a desarrollar ese aspecto en su hija adolescente, si esta se siente como
un patito feo al lado de un gran cisne. El ayudar a desarrollar la rivalidad entre
mujeres por el deseo de ser la preferida de un hombre, que la hija elija, y que
pueda hacerse realidad, deviene todo un modelaje de la madre en la función
del desarrollo del deseo de la hija. Reconocer su deseo de ser atractiva como
legítimo, acompañarla en su acomodación dentro de su psiquismo y emocionalidad, procurarle los medios para que lo desarrolle y asegurarla en la elección
o elecciones que realice, desde la confianza básica.
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El oficio que habitamos
Este juego de la complementariedad: yo soy valiosa y tú también, ayuda a
las hijas en su desarrollo madurativo, de proyectos vitales, profesionales, de
pareja, de familia; por el contrario, una falta de apoyo genera una inhibición del
deseo o de algunos deseos en el desarrollo de muchas mujeres. El modo en que
la persona trata sus propios deseos dependerá de la forma en que dichos deseos
fueron tomados en cuenta por sus padres o figuras significativas, y también de
la forma en que ellos a su vez se relacionaron con sus propios deseos.
La falta de valoración en muchas mujeres aparece en forma de inhibición
del deseo; inhibición mantenida por una culpa inconsciente, extremadamente
alta, por rivalizar, por un proyecto, por un hombre, por la maternidad. Resulta
difícil competir con esa madre por la agresividad tan alta que implica en el
empeño y el consiguiente conflicto que internamente se vivencia de angustia y
o culpa (Levinton 1999).
En el otro extremo están las conquistas en las que se rivaliza de manera
agresiva: sin conciencia ni asomo de culpa ni por lo tanto de reparación, «esto
es mío y lo tomo». Desde la posición de poder: la ecuación yo o tú.
Es el ciclo gestáltico de la experiencia, ciclo que representa de manera muy
clara el proceso del deseo desde su origen a su satisfacción: Sensación, Darse
cuenta, Energetización, Acción, Contacto y Retirada.
La fase de la sensación es la señal de la excitación que surge en el organismo; la fase previa a tomar conciencia de lo que sentimos. En esta fase, muchas
veces existe un déficit en la sensación; y entonces estaríamos, siguiendo a
Bleichmar, ante la clínica del déficit, distinta a la del conflicto (Bleichmar 1997).
En esta segunda aparece una inhibición del deseo. El deseo existe, pero está
inhibido, la persona no conecta con la sensación, no lo siente. Falta un apoyo
especular, de los padres, de la madre, para gestionar aspectos del deseo femenino en torno a la seducción; aquí se desvaloriza defensivamente para no sentir
la angustia o la culpa.
En otros casos no hay sensación, es decir, señal del deseo, por un déficit. La
función del desear, de generar deseos, tiene poca intensidad, se presenta muy
baja. La fuerza del desear se construye a partir de las relaciones tempranas y
básicas, hay una vitalidad biológica, pero debe ser apoyada por la relación.
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El oficio que habitamos
Hay personas que han tenido padres con muy poca vitalidad en su propia
fuerza deseante, y en consecuencia no apoyan, no se implican en potenciar
necesidades deseantes de los hijos, creando de esta manera estructuras familiares apagadas, desvitalizadas. De ahí resulta a veces ese sentimiento que los
terapeutas tenemos ante determinados pacientes en que no hay nada que conflictúe, ni cree, y que nos coloca en el lugar de aportar nosotros la función
deseante, para que así, por identificación y apoyo, pueda la persona ir creando
la función de generar deseos.
Por lo tanto, es diferente la falta de sensación por inhibición o por déficit. En
el primer caso, hay que desenterrar el deseo, apoyarlo, valorizarlo, legitimarlo;
en el segundo, como comentaba más arriba, hay que ayudar a construirlo.
Muchas veces las mujeres consultan por que tienen un gran sentimiento de
desvitalización, apagamiento del deseo en general, y como consecuencia también
del sexual. Un sentimiento cercano a lo depresivo, con una baja autoestima, que
no se corresponde con los logros y realizaciones que han conseguido en la realidad de su vida.
En el caso de Isabel, había construido una familia, tenía un buen trabajo pero
no podía disfrutar de ello, la señal de satisfacción estaba en off. Si no hubieran
sido tan evidentes los logros en la vida de esta mujer, hubiera partido de la hipótesis de un déficit importante en las identificaciones con la figura materna.
El deseo, en definitiva, la fuerza vital que cada cual poseemos, se hallaba
como los rescoldos de un fuego casi apagado; la madre de mi paciente había
tenido poca experiencia de disfrute y de satisfacción, mala relación de pareja,
problemas económicos; pero quizás lo más determinante: no podía apoyar los
logros de su hija. Desde sus propias dificultades otorgaba al azar o a la suerte el
mérito de lo que ella había construido; no era algo digno de valor y, como tal,
consecuencia de su inteligencia, trabajo y capacidad de seducción. No legitimaba
su valía; sólo había sido cuestión de suerte.
Para las mujeres, la mayoría de las veces resulta difícil apoderarse de su
valía en situaciones de considerable mejora respecto a sus propias madres. Hay
una desvalorización defensiva, como mencionaba antes, debido a un sentimiento de culpa por disfrutar de mejores cosas en la vida.
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MAIOR
Reflexiones profesionales
Como terapeutas tenemos que reavivar esos rescoldos, insuflar aire y ejercer desde la relación terapéutica un reconocimiento del esfuerzo y de la valía
que quizás muchas mujeres no pudieron obtener de sus madres, activar un
modelaje para que por medio de la identificación puedan completar aspectos
que les ayuden en el desarrollo del propio deseo.
Una de las paradojas más universales que concierne a las madres es la
multiplicidad de significados y valor que tienen para cualquier persona y para
las mujeres especialmente.
Porque está la madre de la dependencia primaria y del apego, a quien se le
atribuyen todos los poderes del mundo, pues de ella, depende la heteroconservación de los hijos; la madre que desde la relación de intimidad transmite los
«enigmáticos» mensajes de la sexualidad y establece las reglas de la vida en
común, la madre admirada/envidiada por su relación privilegiada con el padre,
y valorada positiva o negativamente, dependiendo de cómo haya podido ejercer
sus diferentes funciones y roles con su maternidad (Dio Bleichmar 2010).
Todo esto encierra una enorme complejidad, que será actualizada en la relación terapéutica y en la que como terapeutas habremos de atender para ajustarnos a las necesidades de nuestras pacientes, en la atención a que este solapamiento de representaciones y sentimientos no confunda el momento de diferenciarse de los modelos de femineidad que representa la madre como separación y ruptura de relación; para preservar la relación, es importante que las
mujeres diferencien a su madre como modelo de femineidad de la de figura de
apego y cuidado a quien puedan continuar amando sin perder la relación.
Con cariño, a mi madre.
Bibliografia
Bleichmar, H., Avances en Psicoterapia Psicoanalítica. Paidós. Barcelona, 1997.
Damasio, A., Y el cerebro creó al hombre. Destino. Barcelona, 2010.
(De) Martín, A., Manual Práctico de Psicoterapia Gestalt. Desclée De Brouwer.
Bilbao, 2006.
(De) Martín, A., Los sueños en Psicoterapia Gestalt. Teoría y práctica. Desclée De
Brouwer. Bilbao, 2009.
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El oficio que habitamos
Dio Bleichmar, E., «Otra vuelta más sobre las teorías de género». Aperturas
Psicoanalíticas nº 36 21/12/2010. www.aperturas.org
Leviton, N., «El superyó femenino». Aperturas Psicoanalíticas nº 1, 1999. www.
aperturas.org
Levy, N., El asistente interior. Del Nuevo Extremo. Buenos Aires, 2000.
Ortiz de Murua J., Abordaje de los procesos transformacionales desde una perspectiva
somática, de las neurociencias, y el modelo relacional. Bilbao, 2011.
Peñarrubia, F., Terapia Gestalt. La vía del vacío fértil. Alianza. Madrid, 2008.
Perls, F., Yo, hambre y agresión. Sociedad de Cultura Valle Inclán. Madrid, 2007.
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Las claves de una gestaltista ocultas
en dos cuentos infantiles
Sara Fernández Wolf
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En general, las cosas importantes de la vida son las que descubrimos
sin querer, cuando podemos dejarnos estar… simplemente receptivos a lo
que la experiencia nos va enseñando de nosotros mismos.
Un poco de historia: Mary Poppins y Peter Pan
Este relato requiere una mínima presentación. Soy psicoterapeuta gestáltica
desde hace muchos años, casi treinta, lo cual me parece muchísimo tiempo.
Siempre tuve claro mi deseo de dedicarme a trabajar con niños. Me gustaba y
me intrigaba su mundo, que me parecía tan distinto del de los adultos. Su
mundo interior especialmente: poblado de sentimientos, de historias y fantasías que les resultan tan difíciles de comunicar con su vocabulario infantil. Me
atraía saber cómo pensaban, cómo se figuraban y vivían la realidad, cómo la
iban construyendo, cómo llegaban a ser adultos o no.
En uno de los primeros talleres de mi formación en gestalt tuvimos que
elegir cuál había sido nuestro personaje de cuentos favorito. Recordé a dos:
uno era Mary Poppins y el otro, Peter Pan. No tuve que pensar mucho; vinieron de inmediato a mi memoria, a recordarme lo necesario que me había resultado de pequeña mantener la ilusión de que existieran «personajes así», que
pudieran convertirse en compañeros y defensores del juego y la fantasía.
Después tuvimos que pensar en las conexiones que el cuento tenía con
nuestra vida siguiendo la técnica de identificación con el personaje principal,
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37
El oficio que habitamos
que permite rescatar las proyecciones. Pude darme cuenta que de pequeña me
había identificado con los niños de esos cuentos, aunque no creo que en aquel
momento me quedara tan claro que seguía identificándome con ellos. Pero fue
un comienzo.
Lo que parecía obvio era que la fascinación que había sentido por Poppins
y Peter Pan tenía relación con mi elección profesional.
Mary Poppins tenía poderes mágicos, pero no era un hada clásica al estilo de
las de los cuentos de princesas. Hacía magia con su presencia comprometida y
porque escuchaba y cumplía los sueños de los niños. Ella había sido para mí el
paradigma de cómo dar alivio al sufrimiento infantil, que tiene mucho que ver
con sentirse solo y no saber cómo afrontar esa experiencia ni la de crecer.
Esta elección mostraba cómo me había figurado de pequeña la relación
ideal entre padres e hijos. En el presente se volvía el reflejo de mi propia –y
fantástica– expectativa de intervención como psicoterapeuta: como esa niñera
todopoderosa que llegaba al hogar para acompañar a unos niños resentidos con
sus padres porque no podían compartir con ellos sus vivencias infantiles. Los
padres estaban enredados en sus propios asuntos, aparecían exigentes y rígidos, bien distantes de poder escuchar la demanda de los hijos. Y estos respondían comportándose como patanes con ellos y con cualquier adulto que los
representara.
Peter Pan era un personaje más complejo. Los tres niños se sentían atraídos
por el mundo que les invitaba a conocer Peter, pero no para escaparse del mundo
adulto como hacía él. Ellos representan el deseo de todos los niños de perpetuar
la creencia en la magia, pero también su curiosidad por conocer nuevos horizontes. Como en la antigüedad, en la infancia la magia no está reñida con la curiosidad científica. El cuento termina con el triunfo de la realidad de los vínculos de
amor de los niños con sus padres y de su deseo, también intenso, de seguir creciendo y aprendiendo de su propia experiencia.
El cuento refleja la integración de la fantasía y la realidad que todo niño
tiene que hacer en un momento del crecimiento. Afortunadamente, en la mayoría de los casos el niño puede anclarse en la realidad gracias al amor de los
adultos y al amor que siente hacia sus propias realizaciones en el mundo.
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El oficio que habitamos
En aquel momento estos personajes me hicieron pensar en mi idea del
papel del psicoterapeuta, pero fue bastante más adelante cuando pude darme
cuenta de que, sobre todo Peter Pan, era una versión errónea de la función del
psicoterapeuta infantil y que reflejaba claramente la rivalidad de este con los
padres. Es un personaje que compite con ellos, que no ha querido crecer y que
lucha por permanecer en un mundo que tiene sometido a su control mágico.
Seduce a los niños con sus habilidades, y también puede ponerlos en peligro
para después salvarlos. Es fanfarrón y caprichoso. Sin olvidar que Peter Pan
también es el reflejo de padres que no han deseado hijos bien anclados en la
realidad ni autónomos.
Ambos personajes representaban mis deseos encontrados hacia los padres:
por un lado estaba el deseo de ayudar a restituir el vínculo dañado para luego
desaparecer discretamente en el cielo del olvido, como hacía Poppins. En el
otro extremo estaba el deseo de seducir a los niños para que los que cayeran en
el cielo del olvido fueran sus padres.
El reconocimiento sincero de ambos deseos, su significado profundo y su
repercusión sobre mi intervención ha supuesto un proceso personal que me
parece ineludible para todo psicoterapeuta infantil.
A través de experiencias como estas fui comprendiendo la relación entre
hijos y padres, ya que lo que iba descubriendo en mí misma me acercaba a las
vivencias de los padres con sus hijos. Es decir, que pasé de identificarme exclusivamente con los niños a repartir mi identificación con sus padres. ¡Pasé de ver
las cosas en un plano a verlas en 3D! ¡Nunca mejor dicho !
Al nacer un hijo, sus padres dejan de ser «solamente hijos» y se reencuentran con las figuras introyectadas de sus propios padres. Esto es obvio, se
puede ver cuando escuchamos los mensajes que han quedado grabados y que
se evocan espontáneamente en la crianza: «Mi madre nos decía que había que
lavarse las manos antes de comer », «¡Ya decía mi padre !».
Grosso modo, los padres van a identificarse con los suyos o van a intentar no
hacer nada de lo que hicieron ellos. Pueden «seguir el modelo» o «ir a la contra»
del modelo.
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MAIOR
Las claves de una gestaltista
En el primer caso hablamos de una identificación y en el segundo de una
«identificación por oposición». En ambos vemos la dificultad de separarse saludablemente de los propios padres.
Observando lo que pasa entre los padres y los hijos
Dedicarse a los niños va unido a saber escuchar a sus padres. Sin saberlo,
ellos hablan de sí mismos «a través del hijo».
Y a su vez, los hijos representan y con frecuencia «encarnan», sin querer, sin
haberlo elegido, aspectos deseados y temidos del mundo interior de sus padres.
«Aspectos», es decir: rasgos, actitudes, deseos, temores, conflictos y, sobre todo,
imágenes de los propios padres. Son aspectos que el hijo recibe e incorpora desde
el primer momento de su vida a través del contacto sensorial con la madre y después con el padre, a través de sus miradas, con el alimento, con sus gestos y después con la palabra. Y especialmente a través del psiquismo de los padres, de su
mundo imaginario, que el bebé recibe «a través de las proyecciones que sobre él
hacen la madre y el padre».
La escena de la película de La Bella Durmiente cuando las hadas prodigan sus
deseos sobre la bebé y estos caen en forma de símbolos gráficos sobre la niña dormida, refleja muy bien las proyecciones que el hijo recibe de sus padres. Unas
hadas le prodigan lo que a cada una le hubiera gustado poseer y que considera
valioso para la vida –belleza, sabiduría, una voz dulce…– y otra le hace un regalo
de muerte: que no sobreviva a la juventud, es decir, que solo pueda ser hija y que
no pueda disfrutar nunca de las satisfacciones de ser adulta.
Esta escena representa los sentimientos contradictorios que conviven en los
padres cuando llega un hijo y a lo largo de su crianza. Se sienten felices, fantaseando que va a poder realizar las ilusiones que ellos no han podido concretar
en la vida, y también pueden sentirse deprimidos, justamente porque con sus
posibilidades de realización y con sus acciones el hijo pone de manifiesto el
límite que tienen las propias, y entonces pueden tener la sensación de que quedan «excluidos de la fiesta».
MAIOR
41
El oficio que habitamos
La escena habla asimismo de lo peligroso que es tratar de apartar de la conciencia los sentimientos de duelo que «también» acompañan el nacimiento de
un hijo. Con este acontecimiento se ganan y se pierden cosas: se gana el estatus
de padre y madre y se deja de ser solamente hijo. Ya no sólo se tiene la responsabilidad sobre la propia vida y los propios actos, sino que se asume la responsabilidad sobre otro ser; se abandona el protagonismo directo para jugarlo a
través del hijo, etc.
Son especialmente las madres las que experimentan estos sentimientos aparentemente contradictorios de duelo, y es frecuente que traten de apartarlos de
la conciencia, por la perplejidad que supone reconocer que junto con el goce de
ser madres aparece una especie de desánimo, de tristeza. Parece que existiera
una prohibición tácita que impide que las mujeres integremos y podamos comunicar este extremo de la polaridad. O se hace con mucha angustia y vergüenza,
como algo que no debería sucedernos. En la consulta es frecuente ver el alivio
que sienten las madres cuando pueden comunicar su experiencia íntegra, los
sentimientos de amor y también la extrañeza, el desasosiego, la tristeza.
El cuento también advierte que, justamente por no poder integrar estos afectos que encarna Maléfica, se puede correr un riesgo mucho mayor en la adolescencia no permitiendo que el hijo siga adelante en la vida. Podrá hacerlo sólo si
como hijo puede asumir los sentimientos contradictorios hacia sus padres y también sus diferencias respecto de ellos y del proyecto que tuvieran forjado para él
como hijo. Es decir, de las proyecciones que hubieran hecho sobre él.
Obviamente, esta tarea será más fácil si los padres han estado dispuestos a
renunciar al ideal, que solamente existe en la fantasía, en favor de lo verdadero,
que es diferente de aquel. Es decir, si han podido aceptar que el hijo no se asemeje tanto al «proyecto de hijo» que han imaginado, para poder reconocer y
disfrutar de la relación con un hijo «diferente», en definitiva, «de sí mismos». Y
esta experiencia dependerá, como en una cadena, de la relación que la madre y
el padre hayan tenido a su vez con sus propios padres.
Teniendo en cuenta estas redes de proyecciones e identificaciones podemos hacer un acompañamiento y una escucha diferente de los relatos sobre
la crianza, la educación y la relación con el hijo. Podemos saber, por ejemplo,
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El oficio que habitamos
el niño o la niña que el padre o la madre hubieran querido ser y también con
qué padre o madre imaginarios se están identificando, es decir, qué padre o
madre se están esforzando en ser.
También nos informa sobre la «carga» de proyecciones que el hijo tiene que
sostener, ya que «tiene que identificarse y ajustarse a ellas».
Estas relaciones precoces son objeto de estudio, y su conocimiento nos permite rescatar a padres e hijos de situaciones de confusión que generan sufrimiento a ambas partes y pueden dar lugar a trastornos importantes en el hijo.
Se reconocen cuatro elementos esenciales en esta configuración:
1.
2.
3.
4.
Una proyección de los padres sobre su hijo.
Una identificación complementaria de los padres.
Un fin específico.
Una dinámica relacional actuada.
Las proyecciones más habituales son:
• La proyección en el hijo del niño que se ha sido y la identificación con el
padre o la madre que le hubiera gustado tener. Se ama al hijo en la medida
en que permite jugar el papel de madre o padre ideal.
• La proyección en el hijo del niño que «le hubiera gustado ser» y la identificación con el padre o la madre que le hubiera gustado tener.
Menos frecuentes:
La proyección en el hijo de un padre/madre/hermano fallecidos y la identificación de la madre con uno/a niño/a que vive felizmente unido/a a él.
Son especialmente delicadas las interacciones que hacen las hijas de madres
depresivas, y/o que han estado deprimidas en la época de crianza. Estas madres
tienen peligro de reactivar dinámicas de relación que las apartan excesivamente de las necesidades del hijo, porque pueden identificarse con madres agobiadas, ausentes y/o tristes durante la crianza, y viven (y tratan por tanto) al niño
como agotador, extorsionador, fuente inagotable de exigencias y causa de sufrimiento.
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Las claves de una gestaltista
O pueden identificarse con la madre ideal que les hubiera gustado tener,
desplegando conductas eufóricas, pletóricas de creatividad hacia el hijo, que
«tiene que» responder demostrándole a la madre que disfruta de tener una
supermadre volcada en él. El niño se ve sobreexcitado, y esta dinámica puede
dar lugar a niños irritables, agitados, que no pueden calmarse porque no han
podido aprender cómo hacerlo.
En el segundo caso, la madre, a través de la interacción presente con el hijo,
busca corregir su propia experiencia pasada. Está fijada a «imágenes ideales»
(lo que le hubiera gustado sentir y disfrutar con su madre; las satisfacciones
que le hubiera gustado ser capaz de darle ella a la madre para sustraerla de la
tristeza y atraerla hacia sí, etc.) y busca negar los sentimientos de pérdida, de
abandono y desesperación que vivió.
En cualquier caso, lo más destacable de estas configuraciones es que:
La madre /el padre/ no se están vinculando con el niño que tienen delante,
sino que se establece una relación desde una «imagen de sí mismo a otra imagen de sí mismo».
Es una relación «virtual, narcisista», que sin embargo se juega en la realidad
y «condiciona la interacción». Es decir, que configura el contacto que los padres
tienen con sus hijos, tanto sus actitudes verbales como no verbales, sus expresiones como sus silencios afectivos, etc.
Esta modalidad de relación en la que el hijo se percibe como una extensión
de los padres convive siempre, en mayor o menor grado, con la que permite
percibirlo como un ser diferenciado, original y único.
Teniendo en cuenta la complejidad de los elementos en juego, la presentación de una familia es comparable a un tejido de hebras de varios colores.
Configuran un todo en el que las hebras pueden estar diferenciadas y trazando
un dibujo, ocupando un espacio propio; o bien pueden estar mezcladas unas
con otras haciendo figuras diferentes, o sirviendo de fondo. La función parental
por excelencia debería ser la creación de una figura nueva y bien diferenciada,
pero no siempre ocurre así. A veces las figuras están superpuestas, mal definidos sus límites y podemos decir que «no se sabe quién está ahí».
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El oficio que habitamos
Los psicoterapeutas podemos ayudar a definir los límites de estos «dibujos»
y a través de nuestra mirada intentar devolver a cada personaje su propio perfil, separar lo pasado del presente, lo presente de lo ausente, en una labor similar de ayuda a la diferenciación que, en el mejor de los casos, hacen los padres
con el hijo.
Quiero ahora ilustrar con una viñeta clínica estos procesos de identificaciones proyectivas que se dan en los grupos familiares y cómo se puede observar
la repercusión que tienen sobre sus miembros.
Regina: el pánico de la confusión
La primera vez que vino a mi consulta Regina entró cantando ópera. A sus
doce años ya era una diva. Su madre hacía el coro. Escenificaban una discusión
en la que su madre argumentaba algo, mientras ella, para oponerse y no escucharla, cantaba algún aria desconocida.
El padre era la figura ausente con más presencia que he conocido. No era
un espectador, como yo. Se veía que formaba parte de la representación, tal vez
por su sonrisa tranquila. Entre los tres formaban un grupo excéntrico y desplegaban una coreografía impactante.
La presentación de esta familia en mi consulta fue espectacular. Espectacular
en su doble sentido: el de ser algo que tiene caracteres de espectáculo público
y en el de aparatoso, ostentoso. Era un preámbulo de cómo seguirían siendo
muchas de sus llegadas a lo largo de la terapia.
Se deduce fácilmente en qué lugar quedaba situada yo: como una
«espectadora», alguien que mira con atención un es­­pectáculo.
A veces la representación empezaba por teléfono: «La niña no quiere levantarse. ¿Qué hago?». Al rato, una segunda llamada: «Voy hacia allí. ¡Ya verá
usted cómo va!». Tercera llamada: «Estamos llegando. Me parece mejor que la
vea así. ¡Así la podrá conocer mejor!».
Estos montajes dramáticos me dejaban ver la complicidad entre las dos.
Había un deseo compartido entre madre e hija de escandalizar. Tenían sintonía.
Estaban «demasiado unidas».
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Las claves de una gestaltista
—Soy una guarra y me gusta hacer guarrerías –me decía Regina. Y mirando
a su madre–: Al psicólogo hay que ir y mostrarse como uno es, ¿no? ¡No hay
que mentir!
—¿La ve usted? –contestaba la madre, buscando, aparentemente al menos,
mi apoyo.
A veces parecían dos niñas discutiendo.
—¡Tú eres tonta! –le decía Regina a la madre.
—¿Lo ve? ¡Me llama tonta, imbécil, estúpida!
—¡¡¡Y tú a mí bebé de m…!!! ¡Y no me dejas gritarte y me dices que grite
afuera, pero después tampoco me dejas! ¡Y me dices que me vas a matar!
—¡¡Cualquiera que te oiga…!! Verá: yo le digo que la voy a asesinar. Es
verdad, pero antes voy a ir a un juez para que sepa lo que voy a hacer y porqué….
No había ninguna distancia ni diferencias entre la madre y la hija. Se trataban de igual a igual. Sin embargo, la madre, a su manera, buscaba incluirme
desde el primer momento. Se dirigía a mí como si yo fuera a darle respuesta a
todas las situaciones complicadas que tenía planteadas en la familia. Me concedía toda la omnipotencia mágica que ella también quería tener. Como los niños,
que primero tienen que renunciar a creer que ellos pueden hacer todo lo que
está en su fantasía, pero siguen conservando esa ilusión proyectada en sus
padres.
Un día Regina me dio una pista. Fue cuando me dijo, delante de su madre:
—Ella quiere que yo sea «su muñeca» y quiere que sea como ella quiere,
para mostrarme, para que me vean y hablen de mí…
—¡Ah! –le dije–, ¡y es feo eso de que te confundan con una muñeca! Tú eres
una niña que sufre y a la que le pasan muchas cosas. Y a las muñecas no les
pasa nada.
Se hizo un silencio. Regina sonrió a medias. Miró a su madre, que se puso
seria. Era la primera vez que aparecía una «diferencia entre ambas» desde
donde empezar a desenredar la madeja.
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El oficio que habitamos
Seguí hablando:
—Pero me parece que os gusta mucho jugar a las muñecas a las dos. Me
parece que a usted le cuesta mucho mostrarle a Regina que es diferente de ella.
Y muchas veces prefiere mentirle para que no se dé cuenta.
La madre de Regina se había vuelto esta vez espectadora. Me escuchaba. Y
podía salir de la actuación para verse desde fuera.
Ahora tendríamos que averiguar qué estaba proyectando sobre Regina y, en
menor medida, sobre sus hermanos menores.
A lo largo del proceso vimos cómo la madre se identificaba en oposición a
la suya, aferrándose a su hija y sometiéndose a todos sus deseos, al contrario
de lo que su propia madre había hecho con ella. En este «negativo» de su propia
madre también llegaba a apartar a la pareja de su lado, exactamente al contrario
de lo que su madre había hecho con su padre y con varias parejas a las que
había estado unida sentimentalmente.
Proyectaba sobre Regina la imagen de la hija que ella quería haber sido para
su madre: una niña atendida en todas sus demandas, hasta las más disparatadas,
que también fuera fuente de satisfacciones para la madre y que pudiera «ocupar
todos los espacios posibles en la vida de la madre», incluido el del padre. De
hecho, dormían juntas desde hacía años, pero últimamente, me explicaban, el
miedo de Regina se había transformado en pánico. Sufría de terrores nocturnos
muy graves. Este era uno de los motivos de buscar apoyo psicoterapéutico.
La madre, sin darse cuenta, alentaba a la hija a tener actitudes que justificaran que no pudiera dejarla sola y, a la vez, que también terminarían justificando
que «la asesinara».
Regina se había acomodado a esta solicitud de la madre hasta la pubertad,
cuando sus miedos nocturnos y sus dificultades de relación empezaron a ocasionarle demasiado sufrimiento. Retraída socialmente, vergonzosa e inhibida
fuera de casa, era explosiva en la familia y atormentaba a todos con sus insolencias y sus gritos.
En realidad, parecía una marioneta más que una muñeca. Con el empuje
puberal a su favor, la niña empezaba a sentir pánico de no llegar a ser nunca la
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Las claves de una gestaltista
guionista de su propia vida. Para ambas, la satisfacción obtenida en la simbiosis había empezado a ser tan intensa como el sufrimiento.
Sin darse cuenta en absoluto de sus actitudes masoquistas hacia la hija, la
madre había alentado los comportamientos agresivos de Regina. Recordaba
que de pequeña no paraba de moverse y de cantar. Aunque llegaba a ser agotadora, la madre había tratado de seguirla en todos sus reclamos.
Recordaba que una maestra había sabido llevarla muy bien. Con ella Regina
«había estado tranquila». Este dato era muy importante, porque me indicaba
que la niña había podido calmarse en compañía de una figura materna que
había visto en su agitación una señal de angustia, más que una forma de chantaje emocional, una locura o una forma de rebeldía.
Sin embargo, sus actitudes de sometimiento a la niña podían volverse muy
agresivas cuando no lograba que Regina le demostrara satisfacción y concordancia con lo que ella hacía. Es decir, si no le devolvía una imagen de madre que lo
puede todo, que resuelve como por arte de magia todos los conflictos y vence
todos los miedos.
Llevó tiempo hasta que la madre pudo darse cuenta de que, sin querer, ella
inducía las actitudes de la hija. Fue significativo cuando desvelamos que antes
de dormirse, con intención de distraerla, tenían juegos muy estimulantes en la
cama. Exactamente lo contrario a lo que necesita un niño, mucho más un púber,
para poder entrar en la calma inductora a la regresión del sueño. Obviamente,
después Regina era incapaz de dormirse, sentía mucho miedo y «martirizaba a
la madre», que terminaba durmiendo con ella. Al padre se le veía como un ser
extraño por no sumarse a la fiesta ni tampoco acceder a los vaivenes de la hija.
Comportamientos mal interpretados, asociaciones mal hechas, que impiden
comprender adecuadamente las necesidades del hijo.
Por ejemplo, los padres podían observar que la niña estaba siempre cansada, y lo atribuían a la orientación de su habitación, no a la estimulación previa
al sueño, ni a que nadie procuraba que durmiera suficientes horas.
También explicaban que siempre había reaccionado «muy bien» a los cambios, porque no lloraba ni se quejaba, sin asociar que justamente la ausencia de
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El oficio que habitamos
respuesta emocional era lo llamativo. En este sentido, tampoco podían relacionar que la corte de síntomas que Regina había presentado ante cambios significativos en la familia y ante las pérdidas derivadas de esos cambios era el
modo alternativo de expresión que ella había encontrado. Lo había hecho a
través de pesadillas, inhibición marcada, disminución del apetito, aumento de
la distracción, etc. Es decir, de modo no verbal, como suelen expresar frecuentemente los niños su inquietud
Cuando fue comprendiendo que, en gran parte, la angustia de Regina estaba inducida por su propia incapacidad de contenerse ante sus reclamos, la
madre pudo introducir tiempos de espera. La adquisición de tolerancia a la
espera en el niño siempre depende de que la propia madre la tenga lograda y
pueda separarse lapsos cada vez más amplios sin excesiva zozobra. Ella
comenzó a apoyarse en el padre, al que siempre había acusado de indiferente
por no ceder al reclamo de la hija.
Llegó un momento en que la madre pudo diferenciar cuándo se acercaba a
la hija porque ella misma lo necesitaba y cuándo era realmente por necesidad
de su hija. Ambas pudieron sostener mejor la espera y empezaron a sentirse
más seguras de sí mismas en ausencia la una de la otra.
Las nuevas experiencias que empezaron a tener entre ambas fueron clarificando y disolviendo las proyecciones. Pudo reformular sus afirmaciones:
«Si no voy parece que se va a morir» por «Si no voy con ella me parece que
me voy a morir ».
¿Quién cuida a quién? ¿Quién hace de madre y quién de hija cuando se
deslizan estas sombras que distorsionan las vivencias?
El padre de Regina había encontrado en el lugar infantil que la madre le
concedía un modo de ser padre sin entrar en conflicto con sus propios padres.
Ellos siempre lo habían descalificado comparándolo con otro hermano con el
que habían establecido una relación fusional, especialmente la madre. Él había
optado por alejarse muy joven de su familia. En su estilo «desapegado», como
le gustaba definirse, había encontrado el modo de no sufrir por la exclusión, las
desilusiones y las pérdidas. Se decía a sí mismo y expresaba que él no necesitaba tanto como su hermano ser atendido, mirado ni cuidado.
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Las claves de una gestaltista
La observación a distancia que hacía de la pareja simbiótica madre-hija
parecía reflejar la representación interna de su madre fusionada con su hermano, a la que continuaba sometido aún estando alejado, puesto que no se atrevía
a mediar entre ambas ni a reclamar atención ni afecto.
Tampoco podía intervenir como un padre protector, como el que le hubiera
gustado tener. Mantenía así la lealtad a su propio padre, actuando como él y sin
poder separarse de él.
Su desapego era defensivo y actualmente encubría su falta de compromiso
como padre. Sin embargo, esta actitud desapegada y algo distante parecía ser
el modo que había encontrado de poder formular puntual y discretamente
observaciones muy acertadas sobre la relación entre las dos, sin permitir que
Regina desplegara con él los mismos comportamientos que con la madre.
Gracias a que él no hacía un bloque con la madre, como habían hecho sus
padres entre sí, Regina lo diferenciaba muy bien de ella, lo distinguía como
padre.
Él proyectaba en Regina su deseo de haber sido el hijo preferido de la
madre, sin poder imaginar el sufrimiento de la hija por verse abandonada a esa
dualidad. En parte la identificaba con su propio hermano, que era exigente y
lábil, sin darse cuenta –hasta la experiencia psicoterapéutica– que su hermano
no sólo había sido el consentido, sino también el esclavizado, que había terminado padeciendo un trastorno mental similar al que Regina empezaba a desarrollar.
Fue casi al final del proceso cuando los padres terminaron de relacionar sus
propias historias como hijos con sus actitudes como padres.
Había llegado por fin el momento de despedirnos.
La relación del terapeuta con la familia
Este cuadro estaría incompleto si no mencionara los sentimientos polares
que también tenemos como terapeutas en la relación que establecemos con el
niño y con los padres.
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El oficio que habitamos
En nuestra función como psicoterapeutas nos volvemos en parte «los abuelos temporales» de esa familia, y como tales, no estamos libres de que los
padres hagan proyecciones e identificaciones sobre nosotros, que nos hacen
sentir que estamos participando de formas que no siempre coinciden con nuestra intención, con nuestro deseo ni tampoco con «la imagen que tenemos de
nosotros mismos».
Por eso, en el proceso con la familia es muy importante detectar estas proyecciones a través de un trabajo de auto-observación del terapeuta atendiendo
a los siguientes aspectos:
• El lugar en el que nos sitúan los padres (vs. el lugar que «desearíamos»
ocupar y el que «podemos» ocupar).
• Las expresiones no verbales de los sentimientos ambivalentes hacia
nosotros.
• Los sentimientos que nos despiertan los padres en nuestro trato con ellos.
El lugar en el que nos sitúan los padres. El que desearíamos ocupar
Tomar conciencia de estas proyecciones evita, por una parte, que nos identifiquemos con el rol que nos asignan, ya sea el de «hada madrina» o el de juez
implacable.
La otra consecuencia de estas proyecciones es que nos lleven a adoptar una
actitud contraria a la que sentimos que nos están proyectando, volviéndonos,
por ejemplo, excesivamente consentidores o demasiado distantes.
No siempre nos sentimos reconciliados con ciertos afectos o actitudes como
para tolerar esas proyecciones. Hay proyecciones que rompen la imagen que
tenemos de nosotros mismos y/o la que queremos proyectar a los demás.
Cuando estas se producen tendemos a defendernos rápidamente, optando por
demostrar lo contrario.
La gestalt dispone de técnicas muy potentes para aumentar el insight, además de su invitación a aproximarse a los sentimientos que producen incomodi52
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Las claves de una gestaltista
dad, vergüenza, malestar, justamente porque rompen con la imagen que quisiéramos tener o que necesitamos tener de nosotros mismos. Este conocimiento
nos va dando una visión cada vez más «entera», es decir, «integrada» de nosotros mismos.
En nuestra formación y evolución como psicoterapeutas vamos forjando progresivamente nuestro sentimiento de integridad. Se trata de aumentar la conciencia y de tolerar sentimientos que en otro momento hemos tenido que negar o
expulsar. Lo que no se puede tolerar, se proyecta en los demás y nunca se digiere.
Por el contrario, cuanto mejor integrados, mejor podremos contener temporalmente las proyecciones que los padres «necesitan hacer» sobre el hijo y sobre
nosotros –sin quedarnos confundidos en ellas–, que harán que nos vean como
figuras salvadoras o exterminadoras de su imagen como padres.
La gestalt habla de las polaridades que nos acompañan en la vida y que
forman parte del vivir. Y como sucede con los aprendizajes vitales, este no
acaba nunca, se recrea en cada relación y en toda actuación. Sin ese saber, nuestra intervención se vuelve pura repetición en vez de un acto creativo.
Las expresiones no verbales de los sentimientos ambivalentes
En la relación que mantenemos con los padres es necesario prestar mucha
atención a los sentimientos de duda, desconfianza y rivalidad que les despertamos como terapeutas. Frecuentemente no son sentimientos que demuestren
de forma evidente, por lo dolorosos. Más bien «evitan expresarlos», poniendo
por delante la confianza, las expectativas –a veces desproporcionadas– hacia
nosotros y su deseo de colaborar, que también sienten.
Por eso es necesario observar los comportamientos y actitudes que tienen
con respecto al «marco» de la psicoterapia, es decir, «a las condiciones que
garantizan la buena marcha del proceso». A través del modo en que se cumplen
o se descuidan estas condiciones mutuamente convenidas, podemos valorar su
ambivalencia, ya que con sus actuaciones pueden contradecir el deseo explícito
de colaborar, como por ejemplo, llegadas tarde, faltas frecuentes, olvidos del
pago, etc.
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El oficio que habitamos
Sabemos que se cumple la ley que dice que: «cuanto mayor es el monto
de agresividad que tiene que mantenerse fuera de la conciencia, mayor es la
idealización que se manifiesta consciente y explícitamente, en forma de admiración, de halagos». Y de sumisión.
Por el contrario, la prevención, el recelo, que pueden llegar a expresarse
como descalificación, sirven como defensa ante el miedo que despierta una
situación de dependencia «necesaria y temporal» del psicoterapeuta, que se
vive como forzada y absoluta, porque en ese momento no se puede reconocer
que será solo temporal.
• Ser conscientes de la polaridad afectiva de los padres evita que nos hagamos
falsas ilusiones (por lo parciales) sobre la imagen que tienen de nosotros
y de nuestra intervención. Detrás de la idealización siempre está la cara
de la descalificación, el temor a reconocer que lo que no es ideal también
está presente y que casi siempre se espera que resulte frustrante y doloroso.
Tanto si lo que aparece como figura en el vínculo es la idealización, como si
es la descalificación, nuestra tarea es reconocer y rescatar lo que se oculta en el
fondo de lo que ocupa el primer plano y tratar de reconciliarlas.
• Moderar nuestras ilusiones nos ayuda a moderar nuestras exigencias hacia la
familia, para favorecer en cambio el compromiso de trabajo con sus miembros. Nos ayuda a aceptar que el vínculo con ellos debe ser un vínculo
sustentado sobre la base sólida del contacto y que esa experiencia se construye con tiempo y con una masa de sentimientos opuestos, como todo
buen vínculo.
Durante una temporada vamos a ser un referente valioso para los padres. Un
referente nuevo en el que pueden apoyarse, que va ampliando el repertorio de
las figuras internas que hasta el momento presente han sido las únicas disponibles en su psiquismo.
Como me dijo una madre que suele desbordarse cuando está angustiada:
«El otro día, cuando te llamé para contarte lo que había pasado, estaba deses54
MAIOR
Las claves de una gestaltista
perada. Pero cuando escuché el tono de tu voz y la tranquilidad con que me
explicaste que era previsible, aunque nosotros no lo hubiéramos podido ver
hasta ahora, me pude relajar. No sé qué me pasó, pero pude contestarle a mi
hija de otra manera ».
Los sentimientos que despiertan los padres en el terapeuta
La escucha a los sentimientos que nos inspiran los padres, a veces desde el
mismo momento en que solicitan una entrevista, por «el modo» en que la solicitan, nos ayuda a captar y a comprender las proyecciones que hacen sobre
nosotros. No debemos olvidar que estas se traducen en actitudes y comportamientos, que son los que van perfilando el contacto en la relación.
A través de los sentimientos que nos despiertan también po­­dremos comprender por un momento cómo se siente el hijo ante los padres.
Hacer conscientes estas impresiones es un recurso muy valioso para el proceso psicoterapéutico. Gracias a ellas podremos hacer devoluciones que favorecen el insight de los padres sobre los sentimientos que les despierta la relación
con el hijo.
También son una guía durante el proceso psicoterapéutico, para observar si
se van modificando y en qué dirección: permaneciendo inalterados, volviéndose más extremos o moderándose hasta que logran canalizarse en un compromiso personal de trabajo dirigido hacia la mejoría del hijo.
Los cambios sutiles y la sutileza del cambio
Se presentaron unos padres airados, a los que el colegio y otros padres
habían señalado las faltas del hijo, lo cual se volvía equivalente a señalarles a
ellos su propia falta y defecto como padres.
Rodrigo tenía cinco años, y en el colegio observaban que era muy inquieto,
sin ser desafiante ni negativista. Había situaciones en las que podía perder el
control de sus impulsos. Siempre estaban relacionadas con su deseo de llamar
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El oficio que habitamos
la atención porque quería que le incluyeran en algún juego o para entrar en
contacto con alguien. Sin querer, en esos momentos podía hacer daño a otros o
hacerse daño a sí mismo. Esto último es lo que creó la alarma y la preocupación
en el entorno escolar.
Cuando lo conocí, Rodrigo me pareció un niño alegre, simpático y muy comunicativo, aunque hablaba mal, con defectos de pronunciación que continuaban a
pesar de estar en reeducación de lenguaje.
El padre era un hombre que se mostraba airado, molesto. Expresaba su
ambivalencia mucho más a través de su comportamiento que verbalmente.
Llegaba tarde a las entrevistas. Nuestros encuentros le resultaban casi imposibles de compatibilizar con su trabajo. Exponía multitud de quejas sobre maestros y otros padres. Sus quejas también me advertían cómo se sentía ante mí y
lo que esperaba de la relación conmigo.
El contenido de las sesiones se centraba mucho más en las injusticias de las
que se sentía víctima, junto con su hijo, que en alguna preocupación sobre el
sufrimiento del niño.
Ocasionalmente aparecían críticas airadas contra sus comportamientos
que ponían en evidencia su arrogancia: es decir, la distancia emocional que
ponía con respecto al niño desde su posición de supuesta superioridad. Le
planteaba exigencias que no tomaban en cuenta su edad ni circunstancias. Por
ejemplo, le disgustaba que con cinco años no se despertara en silencio los fines
de semana y, junto a su hermano, un año mayor, se preparasen solos el desayuno y esperaran a que los padres se levantaran. O que no se estuviera quieto
haciendo sus fichas hasta terminarlas, ni se dejara duchar sin jugar, comprendiendo que la ducha era una tarea, ni pudiera estarse tranquilo cuando iba al
parque Las críticas no equivalían a preocupación. Eran el reflejo de su justa
indignación.
Las exigencias que me planteaba no reconocían límites: yo tenía que lograr
cambios lo más ajustados a los requerimientos que el medio les hacía por igual
a él y al hijo. Y además, de un modo casi inmediato, para que le resultara soportable mi intervención, ya que estaba convencido de que con más tiempo él y el
hijo hubieran sido capaces de lograrlo.
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MAIOR
Las claves de una gestaltista
Era más frágil que la madre, por lo cual se mostraba más exigente y puntilloso. Su desconfianza hacia mí era un reflejo de la inseguridad que sentía en sí
mismo, confrontado esta vez en la vida a dejar de ser él mismo un niño para
convertirse en un padre. Yo lo veía como un niño caprichoso y enrabietado. En
su presencia me sentía examinada, inquieta y tratando de conformarlo.
La madre no ocultaba su desconfianza hacia mí y el tratamiento. Pudo expresarla desde el primer momento y también su interés en ayudar al hijo. Estaba
preocupada por él y también recelosa de las demandas que otra gente les hacía.
Estaba dispuesta a colaborar trayendo al hijo y acudiendo a las entrevistas.
Pude escuchar sus inquietudes sin sentirme invadida ni agobiada. Al contrario, me despertó simpatía su sinceridad al hacer su descripción del hijo y al
contar su desconcierto ante él. Ella veía un niño cariñoso, noble, que sufría en
el colegio, que quería acercarse a otros niños y no sabía cómo hacerlo. Me habló
de las dificultades que había tenido con la alimentación, con el sueño, con miedos nocturnos Aspectos evolutivos que habían sido complicados para el
pequeño, en los que en cambio el padre no solamente no reparaba, sino que
procuraba evitar que ella los expusiera.
Supo explicarme con sus palabras aspectos significativos del crecimiento de
su hijo y de modo sencillo y austero me ofreció su confianza. Hasta ese momento había guardado sus observaciones para sí y era obvio que la habían inquietado, pero no había recurrido a la negación ni a vaciarlas de sentido para poder
reafirmarse como madre. Había hecho lo que hacen las buenas madres: tolerar
la inquietud y la incertidumbre y buscar conjuntamente con el hijo la solución.
El proceso de Rodrigo se interrumpió porque su madre tuvo una enfermedad que la obligó a guardar reposo mucho tiempo y el padre no se hizo cargo
de encontrar a nadie que lo acercara a mi consulta. Se despidió por teléfono y
Rodrigo no pudo volver para despedirse.
Sin embargo, antes de este final, su madre había compartido conmigo en
sesión una experiencia que la había hecho feliz, según me dijo. Ella la relató
orgullosa de lo que había hecho. Había descubierto otro modo de acercarse a
su hijo que ninguno de los dos había experimentado hasta ese momento.
Habían ido a buscar a su hermano a un cumpleaños. Era algo tarde y Rodrigo
MAIOR
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El oficio que habitamos
estaba muy cansado. Se acercaron a un grupo de padres que estaban reunidos,
mirando jugar a los demás niños. Cuando reconocieron a Rodrigo, empezaron
a hablarle, a hacerle muchas preguntas, a gastarle bromas y él empezó a agobiarse. La madre vio cómo miraba alrededor, buscando el momento para salir
corriendo descontrolado, como en tantas otras ocasiones.
«Antes», me dijo, «lo hubiera obligado a contestar y a comportarse como un
niño educado, pero cuando lo miré me di cuenta de lo agobiado que estaba y
de que en cualquier momento podía explotar y salir corriendo o hacer cualquier cosa. Entonces le dije: –Ven hijo, abrázame. Ya nos vamos cariño, que
entre tanta gente te estás asustando–. Y él pudo esperar sin salir corriendo ni
hacerse daño. No pasó nada».
Aunque sí había pasado. Habían tenido una nueva experiencia que los
había unido en lugar de distanciarlos. La madre se había sentido segura de que
su acercamiento a Rodrigo era lo único que podía tranquilizarlo en ese momento. No tuvo dudas. Cambió la exigencia por la comprensión, y él le había
devuelto con creces su cambio de actitud. Aceptó el abrazo, esperó hasta que
llegara su hermano y se fueron sin incidentes.
La madre y el hijo habían dado los pasos necesarios para que Rodrigo pudiera
confiar en sí mismo a través de la confianza que ella le expresó. Experiencias como
esta, que tomen en cuenta el miedo a la separación, que soporten la espera, son las
que al niño le garantizan la posibilidad de ir separándose progresiva y satisfactoriamente.
Ella había comprendido que era significativo lo que les había sucedido, por
eso lo trajo a la entrevista. Y yo supe también que el trabajo que habíamos
hecho juntas había reencaminado su experiencia con el hijo.
Aquí y ahora
Mis personajes favoritos me han traído hasta aquí, ahora, y no es poca la
guía que me han ofrecido para acercarme a mí misma y a mi quehacer.
Me he despedido de Peter Pan. Se ha disipado la magia de Mary Poppins,
si bien me acuerdo de ella cada vez que me despido de una familia…
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MAIOR
Las claves de una gestaltista
El reconocimiento cabal de ambas partes, su significado y su repercusión
sobre nuestra intervención, especialmente la de Peter Pan, ha supuesto un proceso de trabajo personal que es ineludible para todo psicoterapeuta infantil. Es
un aprendizaje a transmitir a los alumnos en formación, a través de experiencias que favorezcan la toma de conciencia de las motivaciones que sustentan su
tarea, la profundización en sus actitudes hacia los padres y la relación que esta
tarea que han elegido tiene, a su vez, con ellos como hijos.
Personalmente, intento que, como psicoterapeutas, se hagan cargo del riesgo
que entraña su intervención si no han podido hacer conscientes e integrar estos
aspectos de sí mismos. No solamente para los niños y/o sus padres, sino también para ellos mismos.
Bibliografia
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precoces entre padres e hijos y sus trastornos, Manzano, J. y otros, Necodisne.
Manzano, J., Palacio Espasa, F., Zilkha, N., Los escenarios narcisistas de la parentalidad, Altxa.
— «Las interacciones precoces padres-hijos. Una nueva frontera», en Las relaciones precoces entre padres e hijos y sus trastornos, Necodisne.
Martín, A., Vazquez, C., Cuando me encuentro con el Capitán Garfio (no) me engancho, Desclée De Brouwer, Serendipity.
Perls, F., Sueños y Existencia, Cuatro Vientos.
Winnicott, D., Realidad y Juego, Gedisa.
MAIOR
59
Terapia de pareja:
comunicación y responsabilidad
Ángeles Martín
4
«Siempre hay un poco de locura en el amor
aunque siempre hay un poco de razón en la locura»
F. Nietzsche.
El patriarcado
El Diccionario de la Real Academia Española y el Gran Diccionario Enciclo­
pédico Durban definen el patriarcado como «la organización social primitiva
donde la autoridad es ejercida por un varón jefe de cada familia, extendiéndose este poder a los parientes varones, incluso lejanos, de un mismo linaje». Este
sistema de gobierno, que ha venido ejerciéndose desde hace milenios, ha sido
una de las grandes lacras de los últimos siglos. Y esto es así porque este sistema tan dictatorial y autoritario ha impedido un desarrollo más creativo y
parejo en cuanto al desarrollo emocional y mental de hombres y mujeres.
Esta forma de organización social ha contribuido y fomentado unas diferencias entre hombres y mujeres que han impedido que cada uno de los sexos
pudiera compartir características que eran consideradas del sexo opuesto. Este
sistema ha estipulado con rigidez los rasgos que se consideran masculinos
para los hombres y los que se consideran femeninos para las mujeres.
Desgraciadamente, esta forma de asignar roles a hombres y mujeres lo
único que ha dado lugar es a seres, en cierto sentido, lisiados, pues en base a
él un hombre no podía mostrarse, y mucho menos delante de otros hombres,
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El oficio que habitamos
tierno ni acogedor, ni corresponsable de las cosas de la casa y de los niños, etc.
Porque era descalificado inmediatamente y asignado a la categoría de feminoide, que, como todos sabemos, le convertía en algo pequeño y no bien visto, y
encuadrado en la categoría de lo no masculino.
De este modo, características tales como ser un hombre emotivo, tierno, al
que le gustan las cosas de «mujeres», que se interesa y se ocupa de los niños o
de las tareas de la casa, no eran bien vistas entre los otros hombres. De hecho,
todavía hay muchos hombres que no aceptan tanto en hombres como en mujeres que no actúen de acuerdo a su rol constituido a lo largo de milenios. Sin
embargo, a partir de la época industrial, cuando la mujer entra en el mundo del
trabajo, algo imprescindible para que las familias pudieran tener sus necesidades cubiertas, los roles comienzan a moverse y en cierto sentido a transformarse. En este último siglo y medio la sociedad ha cambiado, hasta el punto de
normalizarse el que la mujer pudiera salir de casa a trabajar y así ganarse un
sueldo, al que anteriormente no tenía acceso, o se acercara al mundo intelectual
del que había sido marginada. Hoy sabemos que muchos inventos, trabajos y
descubrimientos hechos por mujeres fueron firmados y atribuidos a sus maridos, padres o hijos.
Aunque esta situación le dio cierta capacidad de decisión a la mujer sobre
su vida (el acceso al trabajo en la época industrial), no supuso un gran cambio
en el nivel de dependencia de los hombres y en cuanto a tener que seguir encargándose de todo lo relativo a la casa, a los niños, a su educación y al cuidado
de toda la familia. Las mujeres se habían convertido en mano de obra en las
fábricas, pero en sus casas seguían manteniendo el rol de cuidadoras de hijos y
marido e incluso de sus padres y suegros. Mientras, los hombres seguían eludiendo cualquier actividad relacionada con la casa y los hijos, sin darse cuenta
de que esto también iba a traer consecuencias nefastas para ellos, como veremos más adelante.
A partir de los años sesenta-setenta, a consecuencia de la revolución de mayo
y la liberación sexual promovida en esos años, y también del acceso al trabajo de
muchas mujeres, algo comenzó a cambiar en las sociedades occidentales.
Algunas mujeres ya estaban trabajando antes de casarse y como consecuencia de
ello podían gozar de una mayor libertad para vivir de una manera más indepen62
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Te r a p i a d e p a re j a
diente de sus padres o maridos. Ya no dependían del marido exclusivamente,
sino que adquirieron un nuevo estatus que les otorgó ciertas libertades que hasta
ese momento nunca habían tenido.
A finales del siglo XX y principios del siglo XXI aparece un fenómeno que
provocaría también grandes cambios en las relaciones de pareja. Los jóvenes
tienen problemas para encontrar un trabajo que les satisfaga y por otro lado las
madres de muchos de ellos siguen cuidándolos como si estos fueran mucho más
pequeños de lo que son, los tratan como si fueran niños, les cocinan, les lavan y
planchan la ropa, les mantienen la habitación limpia, en fin, prolongan durante
demasiados años una relación en que ella les sigue cuidando y tratándolos como
si fueran niños incapaces de valerse por sí mismos e independizarse. De esta
manera, se convierten en jóvenes mimados por sus madres, y ellas hacen de su
cuidado y el de su marido el objetivo de sus vidas. Y, de hecho, estos hijos con
veinticinco, treinta y cuarenta años siguen viviendo con sus padres, y siendo
atendidos y cuidados por sus madres. Mientras, el padre sigue impasible ante
esta situación de infantilización de sus hijos.
Esta forma de vida ha traído grandes problemas, pues estos jóvenes se han
convertido en hombres-niños, que buscaban y buscan en sus parejas mujeresmadres que los sigan mimando y cuidando como lo hacían sus progenitoras.
Estos hombres-niños no han madurado adecuadamente. Siguen creyendo que
sus mujeres tienen que hacerse cargo de ellos como lo hacían sus madres, a lo
que han contribuido estas, con la falsa idea de que sus niños tenían que ser
atendidos por sus esposas como ellas los atendieron mientras vivían en casa.
Cuando la nuera no acepta este rol que la suegra quiere otorgarle, son eviden-
tes las consecuencias: es tachada de mandona, de que quiere dominar al marido
y anularle, de que no lo quiere lo suficiente, etc. Y, al revés, para la esposa, es la
suegra la que quiere seguir mandando sobre el marido, quiere tenerlo pendiente de ella y se interpone en la relación de la pareja creando malestar y disputas.
Esta forma de ver las cosas patriarcalista ha generado grandes dificultades
en el entendimiento de las parejas, pues cada miembro acudía al matrimonio
con sus propias creencias sin tener en cuenta las necesidades del otro.
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63
El oficio que habitamos
Los hombres-niños y las mujeres-madres
A los hombres-niños les cuesta renunciar a los privilegios que les otorgaban
sus madres, que de esa manera lograban mantenerlos más tiempo en casa. A
muchas de ellas el síndrome del nido vacío que padecían a causa de la independencia de sus hijos les ha llevado a sufrir grandes depresiones y a la creencia de
que su vida había terminado, de que ya no servían para nada, como si al acabar
su función de cuidadoras ya no encontraran sentido a nada. Algunas se han salvado a través de los nietos, a los que tienen que cuidar en numerosas ocasiones.
Por otro lado, tener hijos ha dejado de ser el objetivo de muchas parejas jóvenes,
que lo ven como una manera de consumir su juventud cuidar de ellos. Antes prefieren vivir otras experiencias con sus parejas, viajes, salidas solos o con amigos,
etc. Desaparecen las familias de más de dos o tres hijos, pues los padres no tienen
ni tiempo ni dinero para poder sacar adelante a más de uno. Por otro lado, las
madres y los padres, después del trabajo, de donde a menudo llegan agotados,
tienen que ponerse a atender a los hijos, a los que no saben cómo tratar, pues los
modelos que tuvieron ellos –es decir, sus padres– ya no les son válidos. La mayoría de los ellos, cuando los vemos en consulta, nos hablan de un padre ausente o
por el contrario muy autoritario. Porque los modelos para los varones eran: o
padre autoritario o padre ausente que se inhibía ante los hijos.
¿Qué modelos les quedan a los padres varones?: Evidentemente un padre
permisivo, un padre ausente o un padre autoritario. El hombre-niño no ha podido hacer una síntesis satisfactoria para relacionarse con su hijo. Para que esta
relación se dé de una forma medianamente sana es necesario que asuma su paternidad y se introduzca en la díada que forman la madre y el hijo, sobre todo en el
primer año de vida. Que el padre no deje en manos de la madre todas las tareas
referentes a sus hijos, pues, si no, estará cediendo sus derechos y obligaciones a
ella y llegará un momento en que la díada madre-hijo será tan fuerte que cuando
se produzcan discusiones entre la pareja o luchas de poder entre los padres, la
madre utilizará a los hijos, de forma consciente o inconsciente, contra el padre.
Esto de por sí es una consecuencia nefasta, pues la mirada del hijo/a no será
totalmente limpia, sino que estará matizada por la mirada y los deseos insatisfechos de la madre.
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MAIOR
El oficio que habitamos
Más a menudo de lo que nos creemos, son las mujeres las que quieren tener
hijos, mientras que en los hombres no es ni tan grande ni tan imperioso el interés. En estas situaciones lo que ocurre es que, si el marido ama a su esposa,
consentirá en tener hijos, aunque él no tenga gran interés ni se sienta implicado
en esta tarea. Sin embargo, por imperativos sociales y por el amor que tiene a su
mujer, le dará hijos (y digo «le dará hijos» porque estos padres no se sienten
implicados en la tarea de ser padres y ser responsables de ellos). Además, está
bien visto socialmente que las parejas tengan hijos, y eso se convierte en una
introyección, además de en un imperativo biológico en unos casos y un imperativo social en otros.
¿Pero qué ocurre cuando el marido no está comprometido verdaderamente
con la paternidad? Pues sencillamente que su responsabilidad para con los
hijos y su mujer en esta tarea está disminuida y subestimada por ellos y la dejan
en manos de su mujer y/o de los abuelos.
Las primeras diferencias aparecen ya en el embarazo, en el que el padre no
se siente implicado por ser algo que se produce fuera de él y sí dentro de su
mujer. A menudo la falta de deseo de la mujer embarazada hacia él, lo vive
como rechazo, y hay hombres que en las etapas finales del embarazo son infieles con alguna compañera o consumiendo prostitución rápida. No soportan el
distanciamiento de su esposa, que está afectada por una hormona que ejerce
una función protectora para ella y el feto y cuyas consecuencias duran aproximadamente un año.
Cuando nace el bebé, si el papá sigue todavía bastante despistado y, en
lugar de hacer valer sus derechos ante su hijo, deja que la madre se ocupe de
todo lo referente a él, es posible que se sienta excluido, sin llegar a tomar conciencia de que es él el que ha cedido su lugar. En este primer año de vida la
madre constituye con su bebé una diada muy fuerte, y si el marido, por comodidad, por celos o por sentirse excluido de esa diada, se mantiene fuera, esto no
será bueno para ninguno de ellos (ni para la madre, que corre con todo el peso
del cuidado y amamantamiento y de que el bebé esté bien atendido –enfermedades, etc.–, ni para el padre, que no asume su responsabilidad para con su
esposa, ni para el bebé, que necesita la figura masculina para su progresiva
identificación, apoyo y socialización).
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Te r a p i a d e p a re j a
Las consecuencias son francamente desafortunadas, pues la mujer sobrecargada puede culpar a su marido de falta de acompañamiento, apoyo y escucha
en este proceso de crecimiento y desarrollo del bebé.
Por otro lado, el padre puede entrar a competir con el hijo porque la mujer
se ocupa más del bebé que de él (como hacía su propia madre). Todos estos
movimientos que se generan en estos primeros años hay que vigilarlos cuidadosamente para que no interfieran en la relación de pareja más de lo que puedan soportar ambos cónyuges.
El hombre se puede sentir abandonado si no se hace un hueco en esa diada
y puede buscar compensación fuera de la familia, lo que por un lado puede
crearle sentimientos de culpa y por otro hacer que se aleje de la diada madrehijo y que se desentienda aún más de los cuidados y educación de su vástago,
así como del apoyo hacia su pareja, que antes o después le recriminará haberla
abandonado, no tenerla en cuenta, etc.
Como consecuencia de todos estos movimientos que se producen ante la
llegada de un hijo, el hombre-niño se puede sentir rebasado y la mujer-madre
(pues esa es la situación en que la coloca el hombre-niño o en la que a ella le es
más cómodo situarse) verse muy sola en la tarea del cuidado del hijo, sin poder
entender que su pareja se aleje y que ella tenga que hacerse cargo de una tarea
que les corresponde a ambos. Sentir que él no la acompaña en algo tan importante como es la crianza y educación de los hijos de ambos, y no entender el
distanciamiento que se ha producido por parte de él. No toma conciencia de que
su pareja no tenía ningún interés en tener hijos en ese momento de la relación o
en ningún momento, pero que por amor a ella ha aceptado ser padre, pero sin
ninguna convicción interna y sin ningún compromiso profundo consigo mismo
ni con nadie. El darle un hijo a su pareja ha sido un acto de amor hacia ella, pero
nada más. Luego está otro hecho no menos importante, y es que el bebé sea del
sexo que el padre esperaba.
La mujer, desbordada, comienza a pedir y más tarde a exigir más implicación de su pareja. El hombre termina por decir que no la entiende, y se muestra
más frío y distante a medida que ella requiere más. Ella se desgañita demandando apoyo, solidaridad y tiempo de descanso. Él, ante esta andanada de
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El oficio que habitamos
exigencias, que antes nunca le había hecho, suele optar por la retirada e implicarse de una manera más intensa en el trabajo u otras actividades fuera del
hogar. Comienza a llegar más tarde, y si no es así, encuentra la forma de distraerse con el ordenador o con cualquier otra actividad que lo exculpe de sus
obligaciones para con su mujer y su hijo.
Este padre, heredero y discípulo del patriarcado, no entiende qué ha cambiado en tan poco tiempo, porque ahora su mujer parece una harpía exigente y
mandona que ha dejado de ser mujer-madre para él. Por otro lado, ella, frustrada
y cansada del trabajo, la casa y los niños, se vuelve cada vez más exigente y a la
vez menos comunicativa y se muestra todavía más enfadada. Y cada vez se van
distanciando más. Ya no hablan, y cuando lo hacen es para gritarse. La poca o
mucha intimidad que tuvieron en algún momento se ha ido diluyendo en estos
primeros años de procreación.
Por otro lado, el hombre es más visual, lo que le facilita distraerse más a
menudo, y la mujer se fija más en los detalles, lo que le hace pensar que su
pareja está perdiendo el interés en la familia y especialmente en ella.
El patriarcado, por otro lado, tampoco acepta que las mujeres muestren
roles que son considerados masculinos. Esta tradición se va transmitiendo de
padres a hijos, y en la infancia son las madres las encargadas de ella por ese rol
de mujeres-madres.
En la juventud y el resto de la vida es el hombre el que quiere mantener el
estatus patriarcal. De hecho, el hombre espera que «su mujer no cambie», y por
el contrario, la mujer cree que «cuando se casen su marido va a cambiar».
Evidentemente, ambas creencias son eso, creencias, que muy a menudo no
coinciden con la realidad, y esto produce frustración y falta de deseo, con las
consecuencias consiguientes para la relación.
Los hombres-padres y las mujeres-niñas
Al igual que nos hallamos con hombres-niños y mujeres-madres, en el otro
lado nos encontramos con hombres-padres y mujeres-niñas. Las relaciones que
se establecen en estas parejas son muy similares; en ellas las mujeres, incapaces
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Te r a p i a d e p a re j a
de hacerse cargo ni siquiera de sí mismas, buscan un hombre que las cuide, las
proteja y les dé todo aquello que ellas son incapaces de proporcionarse. Son
mujeres muy débiles, muy desvalidas, habitualmente son caracteres de tipo oral
dependiente, que se aferran a un hombre mayor en un intento de sustituir a sus
verdaderos padres por él, que ha de reunir las características que aquellos tenían
o las contrarias.
De este tema volveremos a hablar más adelante, pues este modelo es también nefasto para los hijos, tanto niñas como niños.
Estas madres o esposas suelen padecer enfermedades, a menudo de difícil
diagnóstico, porque lo que predomina es una ansiedad ante los retos de la vida,
para los que no fueron preparadas sino más bien lo contrario, y por esa carencia
son incapaces de hacer frente a sus responsabilidades como madres y esposas y
a sus propias necesidades. De este modo, esperan que sean los hombres-padre
los que estén pendientes y se ocupen de ellas. Suelen ocasionar mucho sufrimiento en la familia, y numerosas disfunciones, y si hay hijos, no serán vistos
por unas madres que están más pendientes de sus propias necesidades que de
las de ellos.
El cerebro femenino y el cerebro masculino
Después de miles de años de evolución y de especificidad de roles que tanto
la biología como el patriarcado se han encargado de mantener y continuar por
razones diferentes, nos encontramos con que los cerebros de hombres y mujeres
solo se diferencian en lo referente a las emociones, y estas diferencias se deben a
las hormonas femeninas, que son sustancias segregadas por diferentes glándulas
o tejidos específicos: hipófisis, suprarrenales, timo, hipotálamo, tiroides, hipófisis, paratiroides, riñón, páncreas, placenta, tubo digestivo, testículos y ovarios.
Las diversas glándulas que configuran el sistema hormonal forman una red
de comunicación complementaria al sistema nervioso. Estas glándulas, en
lugar de utilizar los impulsos nerviosos, segregan las hormonas, mensajeros
químicos que son trasportados por el flujo sanguíneo a otras glándulas y tejidos
del cuerpo.
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69
El oficio que habitamos
El sistema cognitivo es igual en hombres y mujeres, no así las emociones,
que vienen matizadas por las hormonas femeninas (sistema endocrino), lo que
le da a la mujer una capacidad mayor de empatía y emocionalidad.
Esto, como veremos, influye en las relaciones, intercambios, comunicación
y responsabilidad de hombres y mujeres de forma muy significativa.
Orígenes de la terapia de familia
Desde principios del siglo XX y sobre todo a partir de las dos guerras mundiales, las terapias de pareja adquirieron un gran auge. Muchas parejas se vieron
sometidas a experiencias muy traumáticas, cuando regresaban los soldados de
la guerra. Bastantes de ellos tuvieron problemas de integración y adaptación, lo
que provocó innumerables divorcios, como consecuencia de vivencias y experiencias que no pudieron asimilar para poderse volver a integrar socialmente.
Por un lado, habían cambiado las condiciones socio-económicas, y por otro,
la diversidad de vivencias que cada elemento de la pareja habían vivido era
totalmente radical. Estas vivencias tan dispares separaban física y emocionalmente a ambos miembros de la pareja, ocasionando su derrumbe y que acaben
separándose. El estado de estrés con el que regresaban los soldados no podía
ser asimilado por ambas partes de la pareja, lo que hacía inviable una reunificación duradera, dando lugar a que se produjeran muchos más divorcios de los
habituales.
Paradigmas de terapia de pareja
Parejas y familias quedaban rotas, y a partir de ese momento comenzaron a
aparecer varios modelos de terapias:
Hay dos corrientes en la base de este enfoque terapéutico: una relacionada
con el tipo de pensamiento que la sustenta y otra con la práctica.
A la primera pertenecían las terapias de corte psicoanalítico y a la segunda
las cognitivo conductuales.
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Por otro lado, comienzan a aparecer otros modelos, más cercanos a la psicología humanista, como los de la teoría de la comunicación de Palo Alto, liderados por P. Waslawick, que estudiaba los procesos de interacción y el constructivismo.
Paul Waslawick, psicoterapeuta austriaco, emigró a los EEUU a mediados
del siglo XX. Por esos años publicó La teoría del cambio, que influyó definitivamente en las terapias de familia y de pareja.
Más cercanos a las teorías de los sistemas estaban Minuchin y Rogers. Por
otro lado, estaba el enfoque gestáltico representado por Virginia Satir y F. Perls,
que dedican gran parte de su libro Enfoque gestáltico y testimonios de terapia al
trabajo práctico con parejas.
De esta manera, comenzaron a trabajar con familias y parejas desde distintos enfoques: Minuchin y Rogers estaban más orientados al trabajo sistémico.
Virginia Satir y F. Perls tenían una orientación gestáltica y P. Waztlawick, sobre
todo a partir de los trabajos en Palo Alto, desarrolla el enfoque constructivista.
A este enfoque y al sistémico pertenecen grandes terapeutas europeos (psicólogos y psiquiatras), como la italiana Mara Selvini Palazzoli y su equipo, también,
de alguna manera, Laing y Cooper en Reino Unido, y en España, R. Neuberger,
Norma Mollot y Lluis Linares… Estos enfoques se aplicaron a las familias disfuncionales, permitiendo entender y mirar al chivo expiatorio o paciente designado
no como el enfermo en sí mismo, sino como un miembro más de la familia, que
estaba representando las interrelaciones familiares enfermizas y disfuncionales.
El paciente, visto así, era considerado como un síntoma (tal como pueden ser
vistos la fiebre, el dolor o los vómitos con respecto a alguna enfermedad, de tal
manera que ninguno de ellos es considerado como la enfermedad en sí misma,
sino como signos de algo más profundo que abarca a todo el sistema).
La terapia de familia tiene una larga tradición dentro de los enfoques terapéuticos. El problema es que las parejas no acuden a terapia, y cuando acuden
a ella la relación está demasiado deteriorada como para recomponerla: ambas
partes de la pareja se sienten demasiado perjudicados por el otro.
A mi entender la terapia sistémica y la terapia constructivista son los dos
principales enfoques que trabajan con las familias y las parejas disfuncionales.
MAIOR
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El oficio que habitamos
La vergüenza
Voy a introducir en este apartado la vergüenza por ser un sentimiento
demasiado devastador en las relaciones de pareja y vivido demasiado frecuentemente por los hombres cuando se sienten muy heridos y ambos miembros de
la pareja persisten en ese demoledor intercambio y comunicación.
La vergüenza es una emoción que evoca en los seres humanos una falta de
autoestima e, incluso, si vamos más allá, una desvalorización de sí mismo, de
aquello que representa más íntimamente a cada ser humano. Es una emoción
que, cuando surge, lo hace frente a alguien, y significa fundamentalmente que
el otro nos ha pillado en falta, es decir, que otro ser humano ha descubierto en
nosotros algo vergonzoso, algo que nos hace sentir inferiores y devaluados ante
otra mirada que no es la nuestra, pero que es como si lo fuera. A menudo el otro
es inconsciente de lo que está aconteciendo dentro del sujeto. Esta emoción
atenta contra algo tan esencial como es la integridad del ser humano, su autoestima y su propia valoración; atenta contra su self, su «sí mismo».
Este sentimiento está muy desarrollado en algunas personas, y cualquier
atisbo de que pueda emerger puede provocar una sensación bastante aterradora, por las connotaciones tan desoladoras que tiene para el sí mismo. A veces
este sentimiento es tan devastador que provoca fobia social en algunas personas, inhabilitándolas para compartir aspectos y formas de ser y estar en el
mundo, y frecuentemente provocándoles imposibilidad de estar en grupo.
Esta desvalorización o minusvalía con la que va acompañada la vergüenza
puede estar sobrecompensada por un sentimiento de orgullo desmedido o por
un barniz narcisista que la encubre. Mi experiencia me ha mostrado que en los
hombres esta deficiencia o falta de valoración es mucho más difícil de trabajar
y por tanto de ser trasformada, porque no suele haber una insatisfacción manifiesta, sino todo lo contrario. Este tipo de pacientes solo acuden a terapia cuando su relación de pareja entra en crisis, y la dependencia, ligada a su sentimiento de inferioridad, les conecta con la pérdida y el abandono. Generalmente este
sentimiento está compensado u obviado gracias a una serie de mecanismos
que evitan al sujeto ponerse en contacto con esta emoción tan devastadora,
como veremos más adelante.
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Te r a p i a d e p a re j a
No obstante, la tendencia a evitar esta herida narcisista y el sentirse deva­
luado o despreciado lo empuja a la retirada en las relaciones. Esta retirada del
contacto produce mucha frustración a las parejas, que intentan, a menudo, reiniciar el contacto de forma muchas veces contraproducente. Por ejemplo, ante la
actitud evasiva de sus maridos o compañeros reaccionan con más agresividad y
más desprecio, provocando en el otro aquello que más teme: la desvalorización
y la vergüenza. En otros casos, las mujeres tratan de obtener mayor cercanía y
compromiso por parte de sus parejas quedándose embarazadas, en la creencia
de que ese hijo va a salvar la relación o va a hacer que se produzca un acercamiento mayor. Grave error, ya que supone una exigencia de mayor responsabilidad, que hasta ese momento no se había producido por las características de
buen número de hombres; muchos de ellos han aprendido dentro de sus familias
que las madres son las encargadas de cuidarlos hasta que salen del hogar y se
independizan y que después es su mujer la que tiene que cumplir esta función.
Esta creencia, bastante extendida, hace pensar a más de un hombre que son las
mujeres las que se deben encargar del cuidado de los hijos y de ellos, además de
tener que ocuparse de las tareas de la casa, como ocurría en casa de sus propios
padres, donde la madre, sometida al temor de quedarse sola cuando los hijos
abandonaran el hogar, hacía todo lo posible por prolongar su estancia en la casa
paterna, aunque para ello tuviera que sacrificar una parte de su existencia en
seguir en estas tareas cuidadoras y maternales.
Cuando el hombre se ve envuelto en una nueva tanda de ataques, de críticas, de desvalorizaciones y de devaluación del ego hace que este trate de evitar
los sentimientos de vergüenza que podrían emerger haciendo o conduciéndose
con una mayor falta de responsabilidad hacia su pareja y una ruptura más o
menos intensa de la comunicación; la distancia se hace mayor y el tiempo de
permanencia con el otro más escaso, encontrando disculpas para ausentarse,
fundamentalmente a través del trabajo. Esta actitud deja muy frustrada a la
pareja, que puede tornarse más agresiva, exigente y descalificadora, y sentir
una insatisfacción que pondrá en peligro la relación, o, cuanto menos, el contacto y buena parte de la intimidad.
Casi la única posibilidad de que un hombre transija a acudir a terapia arrastrado por la pareja es cuando se está jugando la ruptura de la relación. Si quie-
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El oficio que habitamos
re conservarla, ya sea por su dependencia o por sus sentimientos amorosos,
acudirá a terapia, si no, será una pareja rota, llena de frustraciones, que en todo
caso solo seguirán juntos por otros motivos o intereses, pero no por amor. Y la
experiencia es que cuanto más tiempo pasen juntos en ese proceso de destrucción, falta de respeto y de abusos, incluso insultos, la separación será más traumática, y no digamos cuando hay hijos de por medio, donde cada uno de los
padres trata de utilizarlos como dardos contra el otro.
En algunas mujeres el mecanismo de sobrecompensación aparece en las
personalidades histriónicas y narcisistas, ambas ligadas al complejo de princesitas que buscan ser vistas, valoradas y consideradas por sobre todas las cosas.
Luego están las mujeres con características victimistas, que se implican con
hombres despóticos o maltratadores. Y viceversa: maltratadores que buscan
víctimas para desarrollar sus características de personalidad.
El hombre, cuando siente que puede ser herido en su debilidad o fragilidad,
que él rechaza y teme por haber sentido vergüenza por ello en su infancia, ha
aprendido que el orgullo y la arrogancia lo colocan en la frialdad de un plano
distante y lejano y le evitan sentimientos (muchos de ellos de vergüenza) que
no sabe manejar de otra manera.
En el hombre, este mecanismo de retirada ante el conflicto, por sentirse
incapaz de afrontar las demandas de su pareja, lo llevan a escapar de sentimientos dolorosos y aterradores para su yo, pues ponen en cuestión su valía
como hombre, como pareja, como padre y como compañero.
Ante la dificultad, el hombre acude a dos formas para eludir esta situación
para la que no fue preparado: una, ya descrita, es la huida, y la otra, el alcohol,
las drogas, la prostitución o al maltrato. La primera, como ya dije, deja a la
mujer muy frustrada y con un sentimiento de soledad a veces insostenible. La
segunda, que es el maltrato y la agresión en todas sus expresiones, desde la
física a la psicológica, afecta a toda la familia, no solo a la mujer, sino también
a los niños, ya que la violencia puede ejercerse hacia todos ellos o hacia la esposa solamente, por tanto, afecta a todos, y especialmente a los más pequeños,
que de esta manera irán aprendiendo modelos de conducta que cuando sean
adultos podrán hacer que se transformen, si son hombres, en personas violen74
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El oficio que habitamos
tas y probablemente adictas, y si son mujeres, en víctimas incapaces de hacer
valer sus necesidades y preservar sus espacios y su vida de formas de violencia
como la que vivieron en su infancia.
Este tipo de hombres, incapaces de separarse o de responsabilizarse de lo
que les corresponde en la relación, responden con el alejamiento o el maltrato.
En ambos casos se produce una huida de la intimidad, en la que a menudo no
saben manejarse con soltura y libertad, pues es en ella donde se muestra la ternura, la fragilidad, los sentimientos amorosos y donde se comparten momentos
en los que uno se queda más desprotegido y expuesto a ser herido y menospreciado, ya no solo por el otro, sino por sí mismo, sobre todo si se siente ridículo
cuando muestra ternura, complicidad y valoración del otro. Ante esta situación
temida, escapa del contacto y del apoyo necesario para producir en la pareja (en
este caso en ella) unos mínimos de seguridad y estabilidad.
Evidentemente, los hombres que tienden a la huida, que no se hacen responsables de las parcelas y tareas que les corresponden como padres y esposos, dejan
a sus mujeres frustradas y decepcionadas. Pudiendo acabar estas con depresiones
y ansiedad insostenibles.
Hay otro tipo de hombres que hacen uso de la violencia; son peligrosos para
sus esposas e hijos, adoptan el papel de agresores y perpetúan, como consecuencia, en los más débiles, conductas de víctimas, y en los más fuertes, conductas violentas. Por el sistema patriarcal en el que vivimos, las mujeres se
identificarán más fácilmente con las víctimas y los hombres con el agresor.
Según los estudios que se han realizado, un 91 por ciento de los maltratadores
son hombres y un 9 por ciento mujeres. También se producen comparativamente menos denuncias por maltrato de hombres hacia sus mujeres, por la vergüenza que el reconocimiento de dicho maltrato les produce.
El hombre al que su arrogancia y prepotencia conducen a minusvalorar a
los otros (sean los más próximos o los más alejados), no hace sino poner en
marcha un mecanismo para ocultar sus sentimientos de inferioridad y su falta
de conexión con lo que él considera propio de lo femenino, como son los sentimientos, las emociones, la sensibilidad, la espontaneidad, el hablar acerca de
lo que ocurre dentro de la pareja, etc., es decir, todo aquello que dentro del
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Te r a p i a d e p a re j a
mundo patriarcal fue ahogado y reprimido en el hombre en la infancia por
considerarlo propio del otro sexo y por tanto de poco valor.
Este sistema represivo que se va forjando en la primera infancia (en realidad desde que nacemos –el rosa para las niñas y el azul para los niños, los
niños no lloran, no juegan con muñecas, no se ponen vestidos, tienen que
mostrarse valientes y no deben parecer demasiado «sensibles» ni «excesivamente» femeninos, etc.–. Este sistema va marcando la diferencia de roles
para ambos sexos, y estos modelos siguen funcionando en la TV, la literatura,
el cine y casi en cualquier expresión de la conducta humana a la hora de
tratar a las personas de uno u otro sexo. Todo está impregnado de esta división de roles de una forma rígida, que cercena y reprime todo lo que en el
hombre se considera como poco masculino. Esta represión, en sí misma,
lleva a una desvalorización de esos rasgos en las mujeres, como también de
todo lo relacionado con lo «frágil». Los hombres tienen que desvalorizar la
fragilidad, la ternura y todo lo relacionado con lo femenino si quieren ser
aceptados por los grupos de varones a los que pertenecen a lo largo de su
vida. Parece ser que este es un requisito de aceptación y pertenencia a dichos
grupos. También es cierto que los hombres que se acercan más al mundo
femenino tienden a retirarse de esos otros grupos de hombres que muestran
más agresividad, porque se exponen a padecer su desprecio y porque las
relaciones que se establecen entre esas formas de funcionar son muy superficiales y en ellos nadie puede hablar de su intimidad.
También es ciertos que los hombres más valorados en general en nuestro
mundo actual son aquellos que presentan rasgos masculinos y a la vez son
capaces de colocarse en una posición de igualdad con las mujeres, mostrarse
tiernos, afectuosos, cariñosos, comprometidos con la familia, y que han creado lazos de confianza, respeto e intimidad, fomentando un ambiente familiar
de cooperación, apoyo y ayuda mutuas. Y es este espacio de convivencia el
que consolida los lazos y los intercambios de todos sus miembros. En él hay
ternura, comunicación, las partes se valoran y se escuchan y se crea una intimidad que protege y nutre a todos los miembros. La comunicación y el deseo
de crear algo juntos es primordial para establecer las bases de una sólida convivencia. A estas bases se van añadiendo el compromiso, la cooperación, el
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El oficio que habitamos
respeto, la confianza, el apoyo, la valoración de las partes, el tener en cuenta
las necesidades, los sentimientos, los pensamientos y las creencias del otro, y
una intimidad que estimula y da seguridad, pues se tienen en cuenta y se
respetan las necesidades de los demás.
Todo esto consolida una relación madura y aleja del pensamiento de los
integrantes la idealización y el deseo de ejercer control de una o ambas partes
sobre la otra.
Las diferencias con el otro o la otra que no son injustas para una de las partes
pueden acercar, complementar y enriquecer. Las diferencias que son injustas para
una de las partes y la dejan en un lugar de abuso, separan y acaban por debilitar
los vínculos y alejar emocionalmente e incluso físicamente a la parte perjudicada.
Y aunque en apariencia la persona maltratada se muestre ante su maltratador con
sumisión, en el fondo el/la maltratado/a se aleja emocionalmente y físicamente
(sexo, relaciones afectivas, etc.) del él/ella.
Todo este entramado de relaciones tiene que satisfacer a las dos partes o,
cuanto menos, ser más nutritivo y gratificante que perjudicial y carente de
amor y abusivos.
Mientras socialmente en el mundo del patriarcado se valora en las mujeres
que sean femeninas, sumisas, que no sean conflictivas, que sean buenas amas de
casa, que cuiden bien al marido y a los hijos, sin contrapartida para ellas de
parte de los hombres, en el caso de los hombres lo que se les pide es que sean
buenos proveedores, sin otras responsabilidades para con la familia. Esta desigualdad no es buena ni para los hombres ni para las mujeres. En lo que le atañe
a él porque tiene que evitar y reprimir cualquier muestra de sensibilidad o
expresión que esté devaluada. Por que tiene que ser lo opuesto a ellas si no
quiere ver desvalorizada su masculinidad y puesta en duda su capacidad de
cuidar y defender a su pareja y familia, si no es así será cuestionada su virilidad.
La entrada de la mujer en el mundo laboral y cultural ha propiciado que
este sistema de valores vaya cambiando. Cuando un sistema social sustrae la
cultura y la igualdad entre hombres y mujeres, la desigualdad va a crear represión, diferencias y discriminación de unas, frente a los otros. Estos sistemas
impiden el progreso social y el desarrollo de sus miembros.
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Te r a p i a d e p a re j a
Sin embargo, lo que evidenciamos constantemente en la clínica cotidiana es
que si una mujer no puede satisfacer sus necesidades de apoyo, ternura y contacto y se siente frustrada, es seguro que toda la familia será infeliz. Es necesario que el hombre escuche a la mujer, que dialogue, que comparta, que se ponga
en el lugar de ella y trate de sentirse como ella frente a esa situación. Esta no es
tarea fácil, porque es pedirle que haga aquello para lo que no fue enseñado y sí
reprimido. Y no solamente eso, sino que le supone un trabajo extra de entender,
de comprometerse y de estar presente en las dificultades de su pareja e hijos.
Hace falta un gran esfuerzo, pero si tiene la paciencia de trabajar para que estos
cambios se produzcan en él, también va a obtener a cambio más satisfacciones
de su pareja y de sus hijos.
Este sistema que ha imperado durante siglos y especialmente en las dos
últimas generaciones del siglo XX y principios del XXI ha propiciado lo que
yo llamo el hombre-niño y la mujer-madre.
Los varones han sido protegidos y cuidados excesivamente por unas
madres cuyo objetivo único en la vida era tener una familia y cuidar a sus hijos
y su marido. Como resultado, las madres han sobreprotegido a sus hijos, propiciando que estos permanezcan en la casa paterna hasta los treinta o cuarenta
años e incluso más. Las madres se han hecho y se hacen cargo de estos hijos
como si fueran minusválidos. No se les exige una colaboración en las labores
de la casa, y se les permite todo tipo de conductas, sin ninguna contraprestación para los padres, o en este caso para las madres, que les atienden en todo
como si aún fueran niños, y viven en la casa como si fuera la propia, a donde
pueden llevar a sus novias, amigos, etc. Tienen todo tipo de prebendas y cuidados por parte de la madre fundamentalmente, contando con la pasividad del
padre, y lo único que tienen que hacer es seguir viviendo con ellos hasta que
encuentran a una mujer con la que intentar compartir la vida.
Estos hombres-niños, cuando salen de casa y sus parejas les proponen una
relación de igualdad en todos los ámbitos de lo familiar, se sienten frustrados
por ellas, por que les demandan lo que sus madres nunca les exigieron, ya que
les dieron generosamente todo sin pedir nada a cambio. Estos hombres buscan
mujeres-madres que tengan un comportamiento con ellos similar al de sus propias madres. Es decir, que de la puerta de la casa para adentro no se les exija
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El oficio que habitamos
nada. Quieren seguir siendo ese pequeño príncipe al que mamá mimaba y cuidaba. Esos hombres no saben mantener relaciones de igualdad y acaban escondiéndose tras el trabajo, los ordenadores, drogas o cualquier otra excusa que les
exima de las responsabilidades familiares, más allá del trabajo.
Para muchos hombres, la demanda de la mujer de tener hijos y crear una
familia se convierte en una pesada carga en la que no están dispuestos a embarcarse. Cuando ven peligrar la relación con su pareja por alguna de estas causas
anteriormente descritas, hay muchos hombres que por amor o por miedo a perderla, aceptan tener hijos, pero después no saben o no quieren hacerse responsables de ellos y el trabajo acaba revirtiendo nuevamente en las mujeres, pues los
hijos son como si fueran solo de ellas. Y esto es así porque su idea desde el principio no fue tanto la de tener hijos como la de que sus parejas o esposas los tuvieran ya que los deseaban, además de una familia. Es por esto que muchos padres
no acaban de hacerse responsables de sus hijos en las diferentes facetas y etapas
de su vida para colaborar en las diferentes tareas respecto a ellos: cuidarlos,
entretenerlos, enseñarlos, sostenerlos, apoyarlos, interesarse por su bienestar, no
solo físico sino también psicológico, poner normas de convivencia, es decir, mostrarles al igual que sus madres lo que está bien y lo que está mal. Pero, desgraciadamente, ¿cuántos padres aparecen en las reuniones de los colegios? ¿Cuántos
llevan a sus hijos al médico cuando se enferman? ¿Cuántos están presentes en la
educación de sus hijos?... Este es un tema que la pareja tiene que negociar y aceptar las consecuencias de su implicación o falta de ella.
Casi todas estas demandas han sido atendidas por las madres, pero siempre
a un precio muy elevado para ellas, pues han tenido que renunciar a su desarrollo cultural, profesional y personal.
Cuando el hombre escucha las demandas de su mujer y es capaz de negociar con ella los espacios a compartir y deja de huir y se responsabiliza de lo
que le corresponde, el diálogo y la comunicación entrarán a ocupar un lugar
importante en la pareja. Si el hombre se comporta de forma evasiva, se convierte en un irresponsable, infantil e inmaduro padre y marido. Si se muestra violento para acallar las quejas de su mujer y mantenerla aterrada con sus acciones, tendrá una esposa infeliz e incapaz de hacerle feliz a él. En ninguno de los
dos casos está libre de desdicha la situación.
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El trabajo terapéutico
La principal tarea como terapeutas de pareja es establecer el diálogo entre
ambos miembros de la misma, que las parcelas de poder y de intimidad sean
compartidas y que ambos puedan entender que un vínculo se hace entre dos y
que por tanto cada uno de ellos tendrá que renunciar a algo para obtener algo
que les satisfaga más que aquello a lo que renuncian.
Si ambos se empeñan en conservar sus prerrogativas sin ceder nada a favor
de su pareja, lo que serviría para mejorar la calidad de vida de ambos, la relación no funcionará, en el sentido de que no será satisfactoria. Serán familias
disfuncionales si siguen juntos o acabarán separándose.
Evidentemente, tendrán que enumerar las necesidades insatisfechas propias y trabajar ambos en mejorar su cumplimiento en beneficio del vínculo y la
relación y para hacerla más placentera y sólida para ambos.
El contacto y la comunicación en estas parejas es indispensable. Y es imprescindible
desterrar el gran heredero del patriarcado que es el machismo y que tantos males acarrea
a nuestra sociedad.
El trabajo terapéutico tiene que incidir en este sentido para ampliar y mejorar la relación. Y como queda explicitado anteriormente, los roles de la pareja
tienen que ser trabajados ampliamente, descontaminándolos de introyectos
negativos, porque de otra manera será imposible acercarse y crear confianza y
seguridad él en ella y ella en él, que al final es uno de los objetivos primordiales
que unen a los seres humanos. La seguridad y el amor son necesarios para estar
juntos. Aunque hay personas que se empeñan en encontrar seguridad, apoyo y
valoración en parejas incapaces de ofrecer este reconocimiento y compromiso,
lo que amenaza su estabilidad y la estabilidad del vínculo. A menudo, uno/a va
buscando en el otro o la otra aquello que sus padres no pudieron o supieron
darle y se empeña en que él/ella supla esas carencias que lo llevaron a esta relación, sin darse cuenta de que ha vuelto a buscar en el otro o la otra una figura
que se asemeja a la figura parental que le dejó en ese estado de frustración, falta
de apoyo e inseguridad. Su empeño es fútil y carente de sentido, pues es volver
al mismo desierto, sin encontrar lo que no encontró en su viaje anterior. Y no
hay nada más frustrante como querer sacar agua de donde no la hay.
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El oficio que habitamos
Yo les explico a mis alumnos que nadie puede darnos aquello que no tiene.
Yo no puedo enseñar chino si nadie me lo ha enseñado, ni puedo ser cariñoso
si nunca tuve expresiones de cariño de mi entorno.
Ese empeño ciego y carente de sentido nos envuelve en una nebulosa y nos
empuja a exigir a la pareja que sea como no es, que sienta lo que no siente y que
actúe como no quiere. Es decir, pretendemos que el otro no sea él mismo, que
se amolde a nuestras necesidades y deseos y que su personalidad deje de ser la
que es y se convierta en otra.
Esta es la gran ceguera de la humanidad, que el otro no sea quien es para
que calce acorde con nuestras expectativas y necesidades, y evidentemente,
estamos abocados al fracaso.
Cuando la comunicación y la negociación ocupan el espacio del control y de
las ilusiones vanas, podemos encontrar espacios de encuentro que respeten al
otro, y lograr modos de satisfacer las necesidades de ambos dentro del marco de
la pareja, o en algunos casos fuera de esta, con el acuerdo de ambos. Cuando
estas necesidades se prolongan en el tiempo quedan espacios vacíos que con
frecuencia pueden ser llenados por un tercero que viene a satisfacer esas carencias. El otro, o tercero/a, va a ocupar ese espacio que la pareja no llena, no le da
o no le proporciona. Ese es el momento de las infidelidades, de los alejamientos,
del desamor y de la posible ruptura, el momento en que hay espacio para que
entre el tercero.
El trabajo del terapeuta será implicar a la pareja en el proceso de cambio,
en crear espacios de comunicación e intercambio, en poder expresar sus necesidades y debilidades y aceptar que no siempre el otro/a va a ser y responder
como él o ella lo necesitan. Que para mantener la relación y los sentimientos
amorosos hay que renunciar a los privilegios que van en contra del otro/a y
que la colaboración y el mutuo apoyo fortalecen los vínculos y los objetivos
comunes.
Hacernos responsables de nuestros sentimientos, necesidades y deseos es
primordial. Y primordial es también convertirse en nuestros propios padre y
madre para cuidar a nuestro niño interno y no esperar que sea el otro el responsable de nuestra felicidad, pues ese deseo es infantil y nos infantiliza.
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Te r a p i a d e p a re j a
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Fatiga por compasión.
Una perspectiva
del vínculo terapéutico
Adelaida López Alonso
5
Empezaremos por definir qué se entiende por «fatiga por compasión»,
«trauma vicario» o «síndrome de burnout». Son todos ellos términos que describen las consecuencias psicológicas y emocionales que padece cualquier
profesional que se vea sometido laboralmente a una situación de estrés permanente durante un largo periodo de tiempo.
En todas las actividades laborales se dan situaciones de tensión, y desde
ese punto de vista cualquier trabajador puede padecer burnout, pero los
estudios realizados muestran que este síndrome se produce mayoritariamente en las profesiones que implican una relación constante y directa con
otras personas: docentes, médicos, psicólogos, trabajadores sociales, educadores de calle, y con tareas que implican apoyo, ayuda, atención o servicio a
otros.
El síndrome de burnout, que literalmente quiere decir «estar quemado»,
implica un profundo agotamiento tanto físico como mental y emocional, una
actitud fría y despersonalizada con los demás, y una baja autoestima con pensamientos constantes de no ser suficientemente competente para la tarea que
se está realizando («no valgo para este trabajo», «no lo hago bien»).
El primero que habla de burnout es Freudenberger (1974), al observar que
trabajadores voluntarios en una clínica de toxicómanos de Nueva York que
habían empezado su colaboración llenos de entusiasmo y dedicación, al año
de estar trabajando allí mostraban una actitud muy diferente: la mayoría se
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El oficio que habitamos
sentían agotados, con pérdida de energía, eran más insensibles al entorno, estaban desmotivados y, además, presentaban síntomas ansiosos y depresivos.
Un poco más tarde, Maslach y Jackson (1982) definen el burnout como:
• un síndrome de estrés crónico caracterizado por agotamiento emocional, que se
refiere a la disminución y pérdida de recursos emocionales, llegando a
veces a no poder atender a demandas de ayuda de las personas más cercanas, dándose la paradoja de poder auxiliar a otros a superar situaciones más o menos traumáticas, y quedar fatigados, agostados y escasos
de recursos, como bien señalan ambos autores, para atender al entorno
personal más inmediato.
• despersonalización, consistente en el desarrollo de actitudes negativas, de
insensibilidad y de cinismo hacia los receptores de los servicios prestados, con el recurso defensivo de «olvidar» que atendemos a un sector
de la población con importantes dificultades personales, carentes en un
momento determinado de los recursos necesarios para manejar por sí mismos sus vidas, y expresando la frustración que generan las situaciones de
impotencia, a través de comentarios insensibles hacia ellos, como si fueran responsables de lo que les ocurre o lo estuvieran haciendo «adrede».
• realización personal reducida (con tendencia a evaluar el trabajo propio de
forma negativa, con vivencias de insuficiencia profesional y baja autoestima) propia de aquellas profesiones de servicio que se distinguen por una atención intensa y prolongada con personas que están en una situación de necesidad
y dependencia.
Un poco más tarde, Mc Caan y Pearlman (1990) introducen el concepto de
«trauma vicario o trauma secundario» para hablar de cómo el psicoterapeuta
puede experimentar en sí mismo aspectos del trauma del paciente, y en 1995,
Figley habla de «fatiga por compasión» para aludir al agotamiento que puede
producirse por estar expuesto durante un tiempo considerable al sufrimiento y
situaciones traumáticas de otras personas.
Nos encontramos pues con toda una serie de nociones cercanas al síndrome del agotamiento profesional del que cuida de otros, que tratan de definir
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Fatiga por compasión
las consecuencias personales de la continua exposición a situaciones de mayor
o menor calado traumático de personas ajenas a nosotros. Stamm (1997), que
revisó las aportaciones existentes respecto al impacto que tiene estar expuesto
al material traumático del paciente, encontró que en el campo de la psicoterapia no hay ningún término uniformemente utilizado por todos los autores,
siendo los más frecuentes: fatiga por compasión, contratransferencia, esfuerzo
traumático o trauma vicario.
Tanto si estamos hablando de «estar quemado» o de sufrir en uno mismo el
trauma del otro, o de quedar agotado por ósmosis con las situaciones de sufrimiento, lo estamos haciendo de las condiciones necesarias para generar estrés
en el trabajador, con consecuencias negativas para la salud en todos los niveles.
Filgueira Bouza (2008) enumera síntomas de fatiga por compasión que en­­
globan trastornos emocionales tales como: impotencia, ansiedad, culpa, tristeza
y depresión; cognitivos como: baja concentración, apatía, rigidez; somáticos:
aumento del ritmo cardiaco, sudoración, dolores y malestar digestivos, jaquecas,
alteraciones del sueño y del sistema inmunológico, y fatiga, que se traducen en
conductas malhumoradas, mayor irritabilidad, negativismo y un rendimiento
laboral con baja motivación, desapego y absentismo.
En este artículo vamos a utilizar el término fatiga por compasión (también
denominada estrés traumático secundario), porque nos vamos a centrar en uno
de los colectivos que tienen un estrecho contacto de forma continua con personas traumatizadas, que es el formado por los profesionales de la salud que se
dedican a la psicoterapia en cualquiera de sus modalidades.
Comenzaré por distinguir entre compasión y empatía (otro término afín
al tema en cuestión). En el Diccionario de la Lengua Española la compasión es
definida como un «sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia
quienes sufren penalidades y desgracias», es decir, es un sentimiento de simpatía y dolor por otra persona a la que vemos sumida en un intenso sufrimiento, y que suele ir acompañado de un deseo de aliviar al otro. La empatía
es definida a su vez como «participación afectiva, por lo común emotiva, de
un sujeto en una realidad ajena». Representa pues una actitud que permite
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El oficio que habitamos
percibir, captar lo que una persona está experimentando emocionalmente tal
y como lo vive. Es la capacidad de ponerse en la piel del otro y poderle comprender internamente, aunque no haya comunicado explícitamente sus sentimientos. Aunque hay similitudes, la diferencia entre ambos conceptos consiste en que la compasión es inseparable de un sentimiento de piedad, y este
sentimiento puede dificultar las funciones reflexivas y de entendimiento del
otro, al quedar inundados por una sensación de tristeza. Esta característica
viene señalada ya de antiguo: los estoicos, por ejemplo, que se interesaron
por el sentimiento de compasión, piedad o conmiseración, no lo estimaban
especialmente, porque era considerado una debilidad, pensaban que hacer el
bien a los semejantes debía ser un deber y no el resultado de la compasión.
Montaigne, abundando en este mismo sentido, afirmaba: «La piedad para los
estoicos es pasión viciosa, porque implica que el que la experimenta se ablanda y compadece al otro». En la empatía puede darse ese sentimiento de pena
o no, dependiendo del tipo de emoción que se esté experimentando en un
momento dado, incluso puede generar alguna conducta evitativa si inconscientemente percibimos peligro o sentimos desconfianza. Entre ambos conceptos, se considera más positivo el de empatía para la tarea psicoterapéutica,
porque implica comprender la experiencia del otro desde su perspectiva, y
cuando se logra entender qué es lo que siente el paciente y se puede verbalizar y hacerlo consciente, se produce una cierta mejoría.
Ambos están relacionados, porque para percibir el dolor ajeno o cualquier
otra emoción, hasta para sentir compasión, el terapeuta tiene que poder ser
empático. Pero lo que es importante es ser conscientes de que se trata de la
experiencia de otro, como veremos más adelante; perder esta conciencia, vivir
el sentimiento de otro como propio sin darnos cuenta, generará en nosotros un
determinado impacto tanto emocional como somático, propiciando el agotamiento emocional.
Esta capacidad de empatía para comprender y ayudar a los pacientes es
uno de los factores esenciales para que una psicoterapia sea eficaz (Figley,
1995), junto con el vínculo, la alianza terapéutica entre cliente y clínico (para
utilizar la terminología actual).
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El oficio que habitamos
¿Qué ocurre en la relación terapéutica?
La comprensión del tipo de vínculo que implica la relación entre terapeuta
y paciente ha ido experimentando variaciones según se han ido desarrollando
y modificando las circunstancias históricas, psicológicas y sociales. Ha habido
toda una evolución desde las primeras aportaciones freudianas hasta cómo se
entiende hoy dicha relación.
Revisemos brevemente la historia: Freud, a finales del siglo XIX y principios
del XX, se dio cuenta escuchando a sus pacientes de que estos proyectaban en
él emociones, sentimientos, afectos e intenciones que le eran totalmente ajenos,
y denominó a todo ello «transferencia».
La transferencia representa el conjunto de reacciones inconscientes que el
paciente desarrolla hacia el terapeuta, que actúa a modo de una «pantalla blanca» sobre la que el cliente proyecta sus afectos y que le permite no llevar a solas
toda la carga afectiva, porque una parte de ella está colocada en el analista. El
trabajo del clínico consiste en contener toda esa carga, hasta que el cliente
pueda recoger sus proyecciones, asimilarlas e incorporarlas como otros tantos
aspectos de su sí mismo.
En ese primer momento, Freud pensaba que el terapeuta debe esforzarse
por convertirse en un espejo lo más aséptico posible. No tiene que verse alterado por las emociones de sus pacientes, porque eso turbaría su capacidad analítica. Debe tratar de convertirse en una figura reflectante en la que el paciente
pueda depositar todos sus estados anímicos. En aquellos casos en los que no lo
consiga, debe continuar con su propio análisis hasta que sea capaz de controlar
su respuesta emocional.
Poco después Freud comprendió que este ideal es prácticamente imposible
de alcanzar, porque el terapeuta reacciona también inconscientemente a las
proyecciones del paciente sobre él, y en 1910 acuñó el término «contratransferencia» para referirse al conjunto de reacciones inconscientes que pueden desarrollarse en el analista provocadas o inducidas por la actitud y/o actividades
transferenciales del paciente.
Este fue el primer paso hacia el reconocimiento de que el paciente influye
también en el terapeuta.
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Fatiga por compasión
Jung, en su obra La psicología de la transferencia (1940), sugirió que así como
cuando dos cuerpos químicos se combinan ambos quedan modificados, igualmente sucede entre paciente y analista. Dado que los contenidos inconscientes
son proyectados sobre personas o situaciones exteriores, el médico recibe toda
esta transferencia del paciente, quedando con una cierta perturbación que
puede llegar a influir en su salud, así como su presencia influye, a su vez, en su
cliente. Jung afirmaba que esta relación se funda en un estado inconsciente
común.
Estableció como un hecho la existencia de una mutua influencia entre
paciente/terapeuta o paciente/médico: «se produce un influjo del médico en el
paciente, así como cierta alteración en la salud del primero en contacto con la
enfermedad. Ambos quedan modificados por el encuentro», y cita también un
caso de paranoia inducida en un médico y señala que «esto es hasta cierto
punto habitual, ya que ciertos trastornos psíquicos son extremadamente contagiosos cuando el médico tiene disposición latente a ellos».
En esta obra, Jung está ya hablando en realidad de trauma vicario, y de la
variable personal del terapeuta reflejada en la disposición latente inconsciente
(que no manifiesta) ante el estímulo que representa el paciente.
A mediados del siglo pasado (1950) surgen otras contribuciones en las que
se reconoce la influencia e interdependencia mutua entre paciente y terapeuta
o, para decirlo de otro modo, entre transferencia y contratransferencia, y se
afirma que la neutralidad absoluta por parte del terapeuta es imposible. Paula
Heimann (1950), entre otros autores, llega a usar el término contratransferencia
para referirse a todos los sentimientos que el analista experimenta hacia el
paciente, incluyendo, por lo tanto, los que son conscientes y los que no.
Se produce todo un movimiento en el que se va abandonando definitivamente el ideal de profesional aséptico y se va insistiendo en prestar especial
atención a la contratransferencia, que comienza a adquirir un papel relevante
en la relación terapéutica. A la vez que se insiste en la importancia de capacitar
al profesional para que pueda sostener las emociones que son movilizadas en
él en su contacto con el paciente, se señala la contratransferencia como una guía
precisa para comprender lo que está ocurriendo en el aquí y ahora de la interacción.
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El oficio que habitamos
Se piensa ya que transferencia y contratransferencia implican una carga en
el aquí y ahora de cosas pasadas (son dos pasados: el del paciente y el del terapeuta que se comunican a nivel inconsciente). En otras palabras, se puede activar en el psicoterapeuta una determinada respuesta emocional a nivel inconsciente que le haga reaccionar en el aquí y ahora de determinada manera. Así, si
me encuentro con otro que por alguna característica particular me recuerda a
alguien de mi pasado por quien siento afecto, es probable que parte de esa
emoción esté presente en el ahora y esto se traduzca en mi comportamiento sin
tener plena conciencia de ello, y así para toda la restante gama de emociones, e
igual le puede ocurrir al paciente.
Con las aportaciones de la teoría de sistemas, el psicoanálisis relacional, las
psicoterapias humanistas, entre ellas gestalt y psicodrama, que introducen la
importancia del presente, del aquí y ahora y del encuentro, e insisten en que la
relación que se establece en psicoterapia entre dos personas, terapeuta y
paciente, es un vínculo que se va creando poco a poco por la mutua influencia
de uno en otro, y no sólo a niveles inconscientes, sino también a partir de lo que
sucede en el presente, se avanza otro paso que permite afirmar que transferencia
y contratransferencia son co-creadas por ambos.
Esta visión se ha visto reforzada por los avances realizados en neurociencia
(Iacoboni, 2007), en especial las aportaciones sobre las «neuronas espejo», de
estas dos últimas décadas, que sugieren la existencia de una red invisible que
permite establecer una conexión entre dos mentes y nos propicia poder captar
lo que el otro está sintiendo e, inclusive, inferir lo que va a hacer.
Inicialmente se descubrió en macacos que, cuando un animal observa la
acción de otro, muestra activación en el mismo grupo de neuronas que están a
su vez activas en el que está ejecutando la tarea, es decir, se activa la misma red
cuando el mono se mueve que cuando ve a otro mono haciendo lo mismo.
Estudios posteriores en humanos corroboran la presencia también de este tipo
de neuronas, que podrían intervenir cuando estamos comprendiendo la conducta de otras personas y que podrían facilitar la detección de las emociones,
el movimiento y hasta la intención de la persona con la que estamos hablando.
En este sentido, contribuyen a explicar la empatía, entre otros fenómenos. Por
ejemplo, si es cierto que en nuestro cerebro se activa el mismo grupo de neuro92
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El oficio que habitamos
nas que las activadas en el cerebro de nuestro interlocutor, entonces es relativamente fácil que una persona pueda adoptar los sentimientos de otra. Nos volvemos espejos de los demás mediante ese estado especular, y a la vez podemos
acceder a los otros e inclusive a aquello que les indujo a actuar.
Ello abre la posibilidad de que paciente y terapeuta estén en comunicación
inconsciente, recogiendo y respondiendo a señales más o menos explícitas, el
uno del otro, y que estas percepciones activen patrones neuronales compartidos por ambos, en una dinámica circular, recíproca, mutuamente influyente
entre presente y pasado y pasado y presente de los dos participantes.
El paciente puede experimentar frente al psicoterapeuta determinadas
emociones y sentimientos que, en parte, tienen que ver seguramente con su
pasado, y que también son indudablemente resultado de sus percepciones
actuales de las reacciones del terapeuta, y a su vez el terapeuta experimenta en
él los efectos de la interacción con el paciente producto del aquí y ahora, a la
vez que también se activan en él aquellos aspectos que tengan algún tipo de
relación con su pasado. (Puede que el paciente me recuerde inconscientemente
a una persona por la que siento gran cariño, con lo que parte de ese afecto estará presente en el encuentro, y lo mismo puede sucederle al paciente conmigo,
y todo ello producirse para cualquier gama de emociones).
La complejidad e interferencias que pueden darse en este encuentro entre
dos subjetividades pueden llegar a provocar conflictos de todo tipo si el profesional no consigue mantener una conciencia alerta que le permita diferenciar lo
que está ocurriendo en el aquí y ahora de la interacción respecto a qué es lo que
le pertenece al paciente y qué es lo que le es propio. Al clínico le corresponde
darse cuenta de qué contenidos tienen que ver con lo que le ocurre al paciente
y cuáles son el resultado de su propia historia personal. Y esta tarea puede
verse dificultada por aspectos tales como que puede que lo percibido por el
terapeuta sea correcto, pero que sean contenidos que provoquen en él una reacción neurótica que influya en su respuesta (es decir, que su contratransferencia
negativa interfiera en su objetividad terapéutica), y esta, a su vez, en el paciente, que puede captar al mismo tiempo el estado psicológico del terapeuta y
quedar influido por ello, es decir, en su transferencia.
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Fatiga por compasión
El terapeuta puede también sentirse «invadido» por una emoción que siente que no es propia, como si fuera ajena, y que corresponde a un sentimiento
que el paciente está bloqueando o proyectando, o también puede encontrarse
resonando con su paciente experimentando un cierto contagio emocional. En el
primer caso, la vivencia es de cierta extrañeza por parte del terapeuta, porque
parece estar experimentando una emoción que no demuestra el paciente o que
parece ajena a él. Durante años los psicoanalistas han estado manejando el concepto de identificación proyectiva (Melanie Klein, 1950) para explicar este fenómeno mediante el cual el paciente escinde una parte suya y la proyecta en el
analista, que a su vez reconoce en sí mismo algo extraño que utiliza para devolver en forma de interpretación de lo que le está pasando al paciente. En este
segundo caso, estamos hablando de «sentir con».
Al clínico le corresponde darse cuenta de qué parte le pertenece al paciente y
cuál a él mismo de todo lo que está sintiendo, qué contenidos tienen que ver con
lo que le ocurre al paciente y cuáles son el resultado de su propia historia personal. Para distinguir lo que es mío de lo que es del otro tendremos que echar mano
de la conciencia y de una atención centrada en el aquí y ahora capaz de introspección, y a la vez, de registrar lo que proviene de la interacción con el otro.
Esta es la tarea que le corresponde al profesional, al que se le reconoce un
mayor entrenamiento en auto-análisis, atención a uno mismo, conciencia de los
procesos internos y capacidad para tener un conocimiento más amplio de su «sí
mismo» global. El haber realizado una psicoterapia previa, experimentado en
uno mismo el proceso terapéutico, conocer la propia historia vital, saber de los
condicionamientos adquiridos, estar al tanto de la «grabación» personal y de los
puntos ciegos, todo ello es lo que permite distinguir entre lo propio y lo ajeno. El
objetivo del terapeuta es ayudar al cliente a comprender sus estados internos y
las motivaciones inconscientes, y ofrecer un modelo de funcionamiento de una
conciencia dual, capaz de estar al tanto de lo que está ocurriendo en el exterior y,
al mismo tiempo, del eco que todo ello despierta en su interior.
Esta tarea de darse cuenta, a veces se ve interrumpida porque el terapeuta
puede no ser consciente de los fenómenos que se están dando y no puede
entonces gestionarlos adecuadamente. (Esto suele ocurrir con mucha frecuencia frente a pacientes víctimas de situaciones traumatizantes).
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El oficio que habitamos
O puede que el terapeuta no sea consciente de que está empatizando con
su paciente, es decir, no pueda distinguir sus propios sentimientos de los de él
y esté confluyendo con las emociones de su paciente tomándolas como propias, con lo que se produce un fenómeno de identificación masiva. En estos
casos (así como se le reconoce a la empatía un factor decisivo en todas las relaciones interpersonales, porque, como ya hemos indicado anteriormente, nos
permite ponernos en la piel del otro), en su vertiente negativa, es decir, cuando
esta empatía es inconsciente, se convierte en el modo que tenemos para quedar
«infectados» por las emociones del otro.
Cuando esto ocurre, estamos inundados por la emoción que el otro genera
en mí, «perdemos los papeles», no podemos pensar con claridad, nos identificamos totalmente. Es probable que el paciente en este caso se sienta muy acompañado, pero en general prefiere sentirse contenido, entendido, y que desde
fuera pueda recibir una respuesta sintonizada con su sentir. Cuando una madre
escucha llorar a su bebé y se pone a llorar ella también, es por contagio emocional. En cambio, si escucha el llanto, sintoniza con él y comprende empáticamente lo que el bebé necesita en ese momento, estará en condiciones de ayudarle. (Cada vez que somos capaces de comprender empáticamente lo que le
pasa al otro, podemos generar respuestas que son complementarias con su
necesidad y que, por tanto, le ayudan a modular y regular su conducta).
El efecto camaleónico: el contagio emocional.
Hemos visto que los estudios sobre las neuronas espejo parecen sugerir que
cuando una persona observa la expresión facial o emocional de otra recrea como
estados internos propios los procesos corporales y emocionales de ella. Este fenómeno puede producirse de modo no consciente, y ahí es cuando se convierte en
problema, cuando el terapeuta, que está habitualmente en contacto con personas
sufrientes, absorbe el malestar sin ser totalmente consciente del proceso.
Tenemos una tendencia natural a imitar las expresiones faciales y las posturas del otro, y escuchar al paciente genera una determinada respuesta sensorial
en nosotros, que puede ser de gran intensidad, seamos conscientes de ella o no.
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MAIOR
Fatiga por compasión
A través del espejo unidireccional se puede observar cómo a veces el clínico está
adoptando hasta la misma posición corporal y gestual del otro sin percatarse.
Además, somos vulnerables a sentirnos inundados por los estados de nuestros clientes, y también podemos corporalmente sentir el malestar del otro; esto
es a lo que Rothschild (2009) denomina: «empatía somática». Cuando hablamos
de empatía somática, estamos en realidad hablando también de emoción que
engloba todos los aspectos corporales, las sensaciones físicas, los cambios musculares. Recordemos que sentimiento es la etiqueta que la mente pone a todas
esas sensaciones, es decir, el sentimiento es el nombre que le ponemos a una
experiencia emocional. Damasio (1995), al hablar de emoción incluye todos los
aspectos corporales, y reserva el término sentimiento para identificar el nombre
que le da el córtex a una experiencia de emoción, es decir, que con cada sentimiento podemos reconocer reacciones corporales (sabemos, por ejemplo, que
cuando experimentamos miedo o ira aumenta nuestro ritmo cardiaco). En la
empatía están íntimamente implicados los procesos corporales, de tal manera
que si adopto la posición corporal de otro, puedo llegar a sentir la emoción que
tiene en ese momento. Adoptar expresiones y posturas asociadas a las emociones puede provocar las mismas sensaciones internas: la posición corporal me
informa del estado emocional de otro.
Lo más importante de todo esto es ser conscientes de ello. Recordemos que
el contagio emocional es un indicador de burnout; las personas que se contagian más fácilmente con los sentimientos de los demás son las más vulnerables
al síndrome y a sus consecuencias. La empatía somática solo se vuelve una
amenaza cuando el terapeuta no es consciente de ella y entonces no puede distinguir los estados del cliente de los propios.
Además de la empatía emocional y corporal, también podemos sentirnos
inundados por sentimientos del otro «imaginando» la historia que nos cuenta
el paciente, es decir, no solo comprendiendo lo que nos dice sino generando en
paralelo escenarios, co-creando nuestras propias imágenes, es decir, montando
nuestra propia película interna con el material que nos está proporcionando.
Puede que en este caso no seamos conscientes del proceso que se está activando
en nosotros internamente, pero no por ello va a dejar de tener un correlato corporal y emocional.
MAIOR
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El oficio que habitamos
No se ha insistido bastante en cómo todos los procesos mencionados pueden estar ocurriendo en un momento dado sin que nos percatemos de ello. Se
habla poco de las dificultades y traumas del terapeuta, y este silencio parece
obedecer a un ideal de terapeuta a salvo de todo mal, omnipotente, en perfecto estado de salud tanto mental como física (hablamos poco de las enfermedades físicas, mucho menos de las psíquicas, como si en el hecho de enfermar
hubiera una falla), y sin embargo somos muy vulnerables, sobre todo cuando
no somos conscientes del estado de nuestro cuerpo y de nuestra mente. A
veces no nos atendemos suficientemente a nosotros mismos, nos centramos
excesivamente en la angustia de las personas con las que trabajamos, llegando
a ignorar por completo cómo estamos, qué es lo que está pasando en nuestro
propio sistema. Lo puedo comprobar preguntándome: ¿cómo está este paciente y cómo estoy yo? Si contesto ampliamente a la primera pregunta y titubeo
o necesito más tiempo para responder a la segunda, conviene plantearse hasta
qué punto me he olvidado de mí.
En su libro Ayuda para el profesional de la ayuda, Rotschild (2009) insiste en la
importancia de la conciencia corporal, a la que considera fundamental, porque
si el terapeuta reconoce las sensaciones que le indican que está aumentando la
hiperactividad en su organismo, está en mejores condiciones para defenderse
en ese juego proyectivo de espejos múltiples. Podemos proponernos realizar un
awareness, es decir, chequear corporalmente cómo estamos, identificar si existen
tensiones, o atender al ritmo respiratorio en uno o varios momentos de la
sesión de terapia.
Ahondando en la psicofisiología de la fatiga por compasión y del trauma
vicario, esta autora nos recuerda que cuando estamos estresados o nerviosos no
podemos pensar con claridad, que es justamente lo que sucede cuando se da
trauma vicario. El acto de pensar y hablar con claridad no se puede realizar
durante el trauma, como tampoco en el trastorno por estrés post-traumático.
En los psicoterapeutas también se da cuando los niveles de estrés son altos,
o hay un aumento elevado de angustia frente al sufrimiento del paciente. De esta
manera, al quedar incapacitado para pensar y a veces hasta para hablar, es de
poca ayuda para el paciente (puede que esté experimentando en esos momentos
algo similar al «terror mudo» del trastorno por estrés post traumático).
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MAIOR
Fatiga por compasión
Esta experiencia también la encontramos en los grupos psicoterapéuticos,
cuando, a través del trabajo de uno de sus miembros, queda expuesta una
situación traumática de su pasado en el espacio grupal común, enmudeciendo
todos los participantes, generándose un silencio general que nadie parece
estar en condiciones de romper. A veces es necesario cambiar de posición corporal, salir de la sala, hacer una pausa, para poder volver a retomar el estado
habitual.
No solo puede suceder cuando se da trauma vicario, también si algo del
ahora evoca una situación del pasado que ha tenido una coloración traumática: la emoción antigua se hace presente ejerciendo toda su presión. (En tareas
de supervisión, realizando un role-playing de una situación terapéutica que le
había dejado inquieto, un terapeuta quedó bloqueado, sin palabras, habiendo
perdido su habitual capacidad creativa de intervención frente a un paciente
que le estaba sometiendo a una crítica destructiva de su tarea profesional y
que le traía al presente otras situaciones de su pasado con un padre igualmente destructivo).
Fuera del ámbito terapéutico podemos encontrar respuestas similares en
nuestras relaciones cotidianas, cuando experimentamos bloqueos o queda el pensamiento «suspendido» para aparecer de nuevo una vez estamos fuera de la
situación de supuesto peligro.
Todos estos procesos que podemos experimentar en un momento determinado nos impiden el awareness (el darse cuenta), tanto de lo externo, como de
lo interno, es decir, influyen en el desarrollo de un yo que observa, de un testigo interior, capaz de darse cuenta tanto de lo que pertenece al campo que le
rodea como de lo que corresponde a su mundo interno.
Pensemos, por ejemplo, en un padre o madre que está demasiado en contacto con su mundo interno y se encuentra dominado por el miedo. Esta emoción le hace perder de vista que el exterior está tranquilo, que no hay peligro.
Como no puede procesar adecuadamente lo externo, solo proyectará permanentemente su propio mundo interno sobre el exterior transmitiendo mensajes
tipo: «Ten cuidado, no salgas, no viajes, no corras que te puedes caer, es peligroso, cuidado…».
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El oficio que habitamos
Y lo contrario, conceder mayor importancia a lo externo desatendiendo lo
interno significa para el terapeuta perder conciencia de su self interno, con lo
que se ve dificultado el darse cuenta del malestar somático que se puede llegar
a experimentar en un momento dado: mareo, angustia, malestar intestinal. Esto
no permite acceder a recursos de auto-regulación que tenemos disponibles. Si
no somos conscientes del malestar, evidentemente no haremos nada para
modificarlo, padeciéndolo pasivamente. En cualquier caso, tanto si estamos
invadidos por nuestro mundo interno como si lo estamos por lo que ocurre en
el campo en el que estamos inmersos, este desfase dentro/fuera siempre interfiere y dificulta la conciencia dual.
Es absolutamente necesario pues desarrollar el darse cuenta, entrenar esa
parte que observa, que puede tomar conciencia de lo que está ocurriendo en el
aquí y ahora de la sesión terapéutica, tanto del contexto externo, como del propio sistema interno.
Esta conciencia dual es la que hace posible la claridad de pensamiento. Y se
ve muy disminuida si experimentamos tensión, estrés, o sufrimos fatiga por
compasión.
¿Somos todos igualmente vulnerables a la fatiga por
compasión?
Algunos estudios intentan delimitar cuáles son los factores que determinan
la proclividad a padecer fatiga por compasión, y aunque no hay resultados
uniformes, entre los que se reconocen como influyentes destacan: la personalidad del terapeuta, las características del paciente, los factores sociales y también, los laborales.
Respecto al terapeuta, he aquí una cita textual de Jung (1949):
«El médico sabe, o al menos debería saberlo, que no ha escogido su profesión
por casualidad, y el psicoterapeuta sobre todo debe tener presente que los contagios psíquicos, aun cuando se le antojen inocuos, constituyen en el fondo
los fenómenos fatalmente concomitantes de su labor y corresponden, por lo
mismo, a una disposición instintiva de su vida».
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Fatiga por compasión
Las raíces de la elección, efectivamente, suelen estar en la dinámica familiar
infantil, a veces, en un «hacerse cargo de» (es frecuente que los terapeutas
de­sempeñen en su familia de origen una función de sostén, llevando sobre sí
cargas de los demás). Suelen ser personas que, si no dan prioridad a las nece­
sidades de los otros sobre las propias, al menos, tienden a hacerlo. En otras
ocasiones la motivación inconsciente tiene que ver con la secreta aspiración a
conseguir resolver los propios problemas personales, o con familias de origen
disfuncionales. En realidad, se habla poco de la salud mental del psicoterapeuta y, sin embargo, si no se ha experimentado en carne propia el sufrimiento
mental es poco frecuente que se tenga sensibilidad hacia este campo.
Si además hay una idealización importante de la relación de ayuda, es probable que se involucren demasiado con los demás olvidándose de las necesidades propias, y se encuentren trabajando más de lo necesario. El número excesivo de horas dedicado al trabajo sí muestra una relación positiva con el agotamiento emocional. Este tiempo dedicado a lo profesional depende también del
entorno familiar y social del psicoterapeuta. Si sus recursos sociales y afectivos
son escasos, puede tener tendencia a aislarse y compensar las carencias afectivas con una dedicación excesiva a la tarea. Una tarea en la que, además, se da
un intercambio emocional de mayor o menor intensidad, en la que se genera
intimidad, por lo que puede suponer un sustitutivo de carencias afectivas de
todo tipo. Gozar de una vida familiar rica, estar en contacto con los demás y
tener una buena red social permite al terapeuta reciclarse y renovar energías y
no dedicarle al trabajo más tiempo del conveniente y necesario.
Otra circunstancia a tener en cuenta es cuando el clínico está atravesando por
una etapa de crisis en su vida personal, por ejemplo, la muerte de un ser querido,
alguna enfermedad de importancia o una ruptura sentimental. Son todas ellas
situaciones en las que el terapeuta necesita de toda su energía para poder hacer
frente a lo que le embarga, y en las que es difícil soportar y contener la carga
emocional de otros, aumentando entonces la fatiga por compasión.
Cuentan también positivamente para preservar la salud del terapeuta la
psicoterapia personal realizada (incluso algunos autores recomiendan volver
de cuando en cuando a terapia como forma de contrarrestar el burnout) y, por
supuesto, supervisar, que es lo que le permite al clínico sentirse a su vez conte-
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101
El oficio que habitamos
nido y tener un espacio donde poder pensar, reflexionar y poner en común las
preocupaciones que genera la práctica de la psicoterapia. Aquellos trabajadores
con escasa psicoterapia a sus espaldas y que no supervisan regularmente o lo
hacen de tanto en tanto, también son más susceptibles al contagio emocional
con sus pacientes. Psicoterapia y supervisión son dos de las mayores herramientas para preservar al terapeuta de los efectos de la fatiga por compasión.
Y a todo esto hay que sumarle las características de personalidad del psicoterapeuta, caracteres con mayor tendencia a la confluencia, orales, y que se
identifican con facilidad con el otro, serán, en principio, más sensibles al trauma vicario.
Con respecto al paciente, son numerosas las situaciones que posibilitan la
fatiga por compasión, entre otras, Guy (1995) señala que una de las características que genera mayor estrés en el cuidador es cuando el paciente presenta una
ideación suicida o ha tenido alguna tentativa. Este tipo de pacientes necesita de
un manejo específico que puede sobrepasar ampliamente los límites del terapeuta, sobre todo si trabaja solo, la situación le angustia y no puede recurrir a
una labor de equipo que le permita sentirse sostenido en su tarea profesional.
O pacientes con mucha hostilidad y agresividad expresadas directamente
con ataques verbales, o con conductas agresivas de difícil manejo. Indirectamente,
esta carga negativa puede expresarse de diversos modos: rechazando cualquier
sugerencia, faltando a las sesiones sin avisar previamente, pagando de modo
irregular u «olvidando» que tiene que hacerlo, alargando la sesión innecesariamente, o también abandonando el tratamiento súbitamente, sin mayor explicación, que suele ser una situación que genera malestar en el profesional por
asociarse a sentimientos de fracaso, traición o desagradecimiento, y que a veces
son acompañados de un descenso de la autoestima. O lo contrario, pacientes
con un reclamo continuo al terapeuta, que exigen que se les preste una atención
continuada. Es evidente que todo ello dependerá del factor personal del terapeuta, de su capacidad para establecer límites con claridad y de su preparación.
En cuanto al factor laboral, existen diferencias importantes según el terapeuta esté trabajando en el ámbito privado o en el público: hospitales, casas de
acogida, centros de asistencia a mujeres y niños maltratados, obras sociales, etc.
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Fatiga por compasión
En este segundo caso, el terapeuta puede verse desbordado por una carga excesiva de trabajo y de responsabilidades que le es impuesta por la institución para
la que trabaja.
Se da la paradoja de que centros asistenciales que tienen como objeto cuidar
la salud mental de determinada población descuida en primer lugar la salud de
sus profesionales, que tienen que completar largas jornadas laborales con exceso de horas sometidos a las situaciones traumáticas de los usuarios, y sin facilitar ninguna de las condiciones que permitirían al trabajador reciclarse y
ampliar sus recursos de ayuda a otros.
En el ámbito privado, la inseguridad con respecto al rol de psicoterapeuta,
es decir, no tener claro cuáles son sus obligaciones y sus responsabilidades,
cuáles son sus derechos, las dudas con respecto a la tarea: ¿lo estaré haciendo
bien?, ¿qué es lo que el paciente espera de mí?, dudas respecto a la propia competencia, o no poder evaluar correctamente si la psicoterapia es eficaz o no,
angustias económicas ante la enfermedad…
Los factores sociales suelen tener que ver con las proyecciones y expectativas del profesional de ayuda, con sus ideales respecto a ser psicoterapeuta y
con lo que se encuentra en la realidad. A veces el terapeuta novel puede que
idealice en exceso la función (espera «curar»), o puede que tenga ideales mesiánicos de ayuda a todo el mundo, y cuando esto no se consigue, siente una gran
carga de frustración y de desilusión.
Puede también que espere un reconocimiento social que no se produce y
vea que su tarea de psicoterapeuta no solo no es valorada socialmente sino que
en determinados ámbitos es descalificada y considerada como labor propia de
charlatanes que abusan del sufrimiento de otras personas. Dependerán en gran
medida del narcisismo del profesional las consecuencias de no sentirse valorado socialmente.
Estos factores pueden influir en la mayor vulnerabilidad a la fatiga por
compasión del profesional de ayuda; cuando esto ocurre y el terapeuta está ya
emocionalmente desgastado, no puede distinguir sus propios sentimientos de
los de su paciente, y se siente impotente frente a ellos, dificultándose el manejo
de la contratransferencia.
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El oficio que habitamos
Esto depende también de si estamos ante una situación que es puntual o,
por el contrario, se convierte en habitual, y también del grado de burnout,
desde el más leve, en el que los síntomas son de malestar, insatisfacción con la
tarea y agotamiento, al intermedio, en el que ya estas manifestaciones se vuelven constantes apareciendo el estrés y los síntomas físicos, y que conduce al
grado más grave, que implica, a menudo, una baja laboral porque el trabajador
se siente totalmente agotado, sus relaciones interpersonales están alteradas y
priman los sentimientos de fatiga y depresivos.
En conclusión, parece evidente que podemos estar padeciendo fatiga por
compasión y no ser conscientes de ello, o irse incrementando la vulnerabilidad
al sufrimiento de otros tras varios años de contacto continuo. Captamos, percibimos, sentimos lo que le está sucediendo al otro, lo que genera una reacción
en nosotros que, a su vez, percibe el paciente, quien vuelve a responder en un
juego de influencia mutua que se establece en el aquí y ahora del encuentro
terapéutico. Estar tan en contacto con el sufrimiento y de un modo tan continuo, necesariamente ejerce una influencia negativa en nuestro estado de ánimo,
que puede traducirse en una necesidad de aislamiento y de silencio para volver
a recuperar energías perdidas
Para preservar nuestra salud tenemos la herramienta de la conciencia, de la
atención, de una atención centrada y entrenada en el darse cuenta corporal, mental y emocional, que nos permita identificar señales en nuestro organismo que
puedan alertarnos de un malestar incipiente o de un aumento de la tensión, y
ayudar a plantearnos qué es lo qué está sucediendo aquí y ahora, qué parte nos
pertenece y cuál es producto del campo en el que nos encontramos.
Podemos, además, retomar terapia cuando nos sintamos especialmente fatigados y ampliar la supervisión cuando estemos sobrecargados. Necesitamos ser
conscientes de la necesidad de dedicar tiempo al ocio y a actividades de otro tipo:
deportivas, sociales, culturales. Valorar lo afectivo en nuestras vidas y dedicarle
y darle el lugar prioritario, porque es donde podemos recuperarnos y reciclarnos.
Y establecer encuentros entre profesionales en los que poder discutir e intercambiar anécdotas, experiencias, dudas, temores y dificultades, y donde poder
exteriorizar nuestras angustias: esta es una de las mejores terapias que podemos
emprender, siempre y cuando nuestro narcisismo y omnipotencia nos lo permita.
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Fatiga por compasión
Bibliografía
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Rotshchild, B., Ayuda para el profesional de ayuda. Editorial Desclée De Brouwer,
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MAIOR
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Experiencia de psicoterapia gestalt
de una terapeuta inmigrante con
mujeres inmigrantes
Macarena Diuana
6
La inmigración
En las primeras páginas de su libro, La Ignorancia, Milan Kundera intenta
describir, en los diferentes matices semánticos de cada lengua, un sentimiento
sufrido por la persona que inmigra, el sentimiento de nostalgia de la tierra que
se deja:
«En griego, “regreso” se dice nostos. Algos significa “sufrimiento”. La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar.
La mayoría de los europeos puede emplear para esta noción fundamental una
palabra de origen griego (nostalgia) y, además, otras palabras con raíces en la
lengua nacional: en español decimos “añoranza”; en portugués, saudade. En
cada lengua estas palabras poseen un matiz semántico distinto. Con frecuencia tan solo significan la tristeza causada por la imposibilidad de regresar a la
propia tierra. Morriña del terruño. Morriña del hogar. En inglés sería homesickness, o en alemán Heimweh, o en holandés heimwee. Pero es una reducción espacial de esta gran noción. En islandés, una de las lenguas europeas
más antiguas, se distinguen claramente dos términos: söknudur: nostalgia
en su sentido general; y heimfra: morriña del terruño. Los checos, al lado de
la palabra “nostalgia” tomada del griego tienen para la misma función su
propio sustantivo: stesk, y su propio verbo; una de las frases de amor checas
más conmovedoras es styska se mi po tobe: “te añoro; ya no puedo soportar el
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El oficio que habitamos
dolor de tu ausencia”. En español, “añoranza” proviene del verbo “añorar”,
que proviene a su vez del catalán enyorar, derivado del verbo latino ignorare
(ignorar, no saber de algo). A la luz de esta etimología, la nostalgia se nos
revela como el dolor de la ignorancia. “Estás lejos, y no sé qué es de ti. Mi país
queda lejos, y no sé qué ocurre en él”. Hay lenguas que tienen alguna dificultad con la añoranza: los franceses sólo pueden expresarla mediante la palabra
de origen griego (nostalgia) y no tienen verbo: pueden decir: “je m’ennuie de
toi” (equivalente a “te echo de menos” o “en falta”), pero esta expresión es
endeble, fría, en todo caso demasiado leve para un sentimiento tan grave. Los
alemanes emplean pocas veces la palabra “nostalgia” en su forma griega y
prefieren decir Sehnsucht: deseo de lo que está ausente; pero Sehnsucht puede
aludir tanto a lo que fue como a lo que nunca ha sido (una nueva aventura), por lo que no implica necesariamente la idea de un nostos; para incluir
en la Sehnsucht la obsesión del regreso, habría que añadir un complemento:
Sehnsucht nach der Vergangenheit, nach der verlorenen Kindheit, o nach der
resten Liebe (deseo del pasado, de la infancia perdida o del primer amor)».
Homero, en La Odisea, nos ilustra la nostalgia de Ulises por Itaca, la patria
perdida, y el retorno a ella: «Más con todo yo quiero, y es ansia de todos mis
días, el llegar a mi casa y gozar de la luz del regreso».
Es la misma nostalgia que los dos personajes principales de esta obra de
Kundera, los checos Irena y Josef, sienten por el país que tuvieron que abandonar. Creo que es esa nostalgia que he ido observando en algunas mujeres inmigrantes con las cuales he trabajado, como también la que yo he sentido en mi
propia calidad de extranjera.
¿Por qué ese deseo tan grande de regresar? Es como si no se pudiera hacer
el duelo. Como si uno se resistiera a aceptar la pérdida de lo que se deja atrás,
la pérdida de la presencia de lo que es nuestro (los seres que amamos, nuestras
comidas, costumbres, entorno, etc.), la pérdida de las experiencias vividas y de
lo que no viviremos. Todo aquello que no viví por no estar ahí. Hay un miedo
de que el tiempo nos borre de nuestro lugar, que los otros nos olviden, que perdamos nuestras raíces, nuestras referencias, miedo de sentirnos confundidos, de
no saber a qué pertenecemos, de perder nuestra identidad. Miedo también del
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El oficio que habitamos
reencuentro de nuestro pasado, con lo que quizás fue también la verdadera
razón de nuestro éxodo, aquello que nos llevó a partir. «Tengo miedo del
encuentro con el pasado que viene a enfrentarse con mi vida. Tengo miedo de
las noches que pobladas de recuerdos encadenen mi soñar», cantaba Gardel en
el tango Volver. Kundera nos cuenta cómo los protagonistas retornan a un país
que ya no los recuerda. Ellos, para sus amigos y familiares, han dejado de existir.
El temido enfrentamiento con el pasado no ocurre, porque el pasado tampoco
existe: «Durante su ausencia, una escoba invisible había barrido el paisaje de su
juventud, borrando todo lo que le era familiar», piensa Josef. No queda nada: ni
emoción ni indiferencia ni alegría. Josef descubre que sufre de una «insuficiencia
de añoranza», de lo que también llama «una deformación masoquista de la
memoria»: no recuerda sino situaciones que le disgustan de sí mismo. No siente
placer alguno en mirar atrás y lo hace lo menos posible.
Pero también está la necesidad de mirar atrás, de buscar en el baúl de los
recuerdos, como una forma de buscar el tesoro de nuestra identidad, de hacernos enteros, de reconstruirnos. Selma Ciornai, terapeuta gestalt brasilera, en un
intercambio de mails a propósito de este artículo, compartía su propia experiencia y opinión. Me decía que:
«las “saudades”, la nostalgia, apunta también al sentimiento de no enraizamiento en el lugar actual. Como si el cuerpo emocional todavía estuviera
allá, mientras el físico ya está aquí. Hay una dificultad de estar entero aquí.
A veces en el aquí, en el lugar donde ahora estamos, no tenemos con quién
recordar a las personas con las cuales vivimos y que formaron parte de nuestra vida, como si no hubiera testigos, no hubiera con quién compartir esas
memorias que hicieron parte de nosotros… por lo tanto, parte de quien yo fui/
soy se siente eternamente extranjera donde estoy ».
En mi caso, veo lo importante que es para mí cuando alguien me viene a
visitar y compartimos momentos de nuestra historia. Recordamos juntos esas
experiencias. Me he dado cuenta que necesito recordarlas con otro para mantenerlas en mi memoria, de lo contrario, muchas de ellas se esfuman, se olvidan,
lo que a veces me ha generado cierta angustia. Como si algo se borrara dentro
de mí y necesitara rescatarlo. También he constatado lo importante que es para
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Experiencia de psicoterapia gestalt
mis hijos, que escuchan atentos y entusiasmados las historias que ese otro que
nos visita «nos trae de regalo en su maleta».
¿Podía ser este miedo de mirar atrás semejante quizás al miedo que la persona siente al hacerse una psicoterapia? El miedo de indagar, de encontrarnos
con nuestros fantasmas, nuestro dolor, nuestra sombra. El miedo de mirar para
adentro, de mirar nuestra historia. ¿Será que, a veces, volver a nuestras raíces
nos confronta también con aquello que nos empujó realmente a salir, a la verdadera razón escondida en nuestro inconsciente, disfrazada y justificada por otras
razones? En muchos de los casos que he trabajado, podría decir que sí, que hay
ese miedo. Los motivos por los cuales una persona se va son variados, muchos
de ellos no tienen que ver con razones psicológicas, sino más bien sociales, como
en el caso de los refugiados políticos, pero también frecuentemente ambos se
entrelazan entre sí, siendo difícil de distinguir una sola causa y efecto.
Podríamos llamarle también a este éxodo, en términos gestálticos, una especie de autorregulación organísmica? La persona sale buscando en otros medios
aquello que no encuentra en el propio. Casi toda la historia de la humanidad es
una historia de las migraciones. Suponiendo que el Homo erectus haya aparecido
en África, el resto de la población mundial es descendiente de emigrantes.
Muchas de las razones de la emigración en la antigüedad fueron medioambientales, políticas y religiosas. Ejemplo de la primera es la antigua ciudad de Petra.
Esta tuvo una importancia considerable en la Edad Antigua (siglos VII a. de C. a
siglo VIII d. de C.), pero sus aguas se fueron agotando y sufrió varios terremotos.
A esto se suma la decadencia de la ruta comercial en la que Petra constituía una
escala obligatoria. Sus habitantes abandonaron la ciudad, llevados por sus necesidades, y Petra se convirtió en una ciudad fantasma.
Como dije anteriormente, las razones por las cuales se migra son variadas.
Pueden ser motivos políticos, económicos o individuales, como la búsqueda de
algo nuevo o el escape de algo de nuestra existencia. En el caso de muchas
mujeres con las cuales he trabajado, algunas de ellas inmigraron por causa de
los maridos, sea por trabajo o por ser ellos de la tierra a la cual marcharon.
Otras buscaban la realización profesional, con espíritu de aventura, con ganas
de experimentar nuevas cosas, de buscar lo que su tierra no les otorgaba. En
muchas mujeres, las razones profesionales se mezclan con las afectivas, en el
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El oficio que habitamos
deseo de buscar también nuevas relaciones de amistad y amorosas. En todas
estas situaciones, podemos encontrar como factor común la espera de algo
mejor o el deseo de encontrar en otro lugar el desarrollo de nuestro yo ideal. El
Antiguo Testamento, al hablarnos de la huída de Egipto del pueblo judío, dirigido por Moisés, nos muestra la búsqueda de la tierra prometida.
A pesar de la esperanza que la migración encierra, esta es traumática,
implicando así un dualismo muchas veces confuso y ambivalente de la persona (Moro, 1996). Hay un deseo de partir y un miedo de dejar lo propio. Una
necesidad de cambio y a la vez miedo a este. Esta ambivalencia puede ser más
fuerte cuando en los casos pre y post migración se dan experiencias traumáticas importantes. Es el caso de mujeres refugiadas con las cuales trabajé, quienes antes de migrar se vieron sometidas a situaciones de tortura y violencia en
sus países. Ellas migran para salvar sus vidas. Muchas vivían en su país, antes
del conflicto, integradas en su sociedad, hasta con cierto poder de acción y
producción sobre ella. Al llegar al país de acogida, se ven sometidas a fuertes
situaciones de rechazo y exclusión, no pudiendo hacer gran cosa en el medio
que los rodea. Una mujer refugiada de Zaire, con la que trabajé en Bélgica en
1992, decía:
«No creo que tenga porvenir aquí. No creo que pueda trabajar en mi profesión, que encuentre algo [tenía estudios de gestión]. Quizás sólo podría hacer
los trabajos que llamamos “terre a terre” [se refiere al trabajo con la tierra,
del campesino]. No creo que nosotros tengamos oportunidad, por lo tanto me
sentiré siempre frustrada. Es difícil la integración, aunque uno encuentre
gente simpática. Nos sentiremos siempre extranjeros. Uno no se siente jamás
cómodo. Esta etapa la veo como transitoria. Me iré a Zaire apenas se vaya
Mobutu».
He observado en algunas mujeres que dejaron sus trabajos y profesiones
para seguir a sus parejas fuertes sentimientos de frustración al no encontrar, en
el nuevo país, lugar en el campo laboral u otra realización personal, como tampoco contar con la presencia cercana de sus familias y amigos. Fueron creando
a causa de esto resentimientos hacia sus cónyuges. Sienten que los maridos
están en deuda con ellas, una deuda impagable por todo lo que dejaron a cam112
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Experiencia de psicoterapia gestalt
bio de ese amor, por lo que se han perdido de vivir en su país: el crecimiento
de los niños de la familia y amigos, algún festejo, el día a día con los suyos, la
muerte de un ser querido, experiencias fuertes que unen en lo emocional a todo
un pueblo (por ejemplo, vi esto en muchos compatriotas que estaban fuera
cuando ocurrió el terremoto del 2010 en Chile. Surge un sentimiento de sentirse excluido de esas vivencias, un «tú no estuviste aquí, no sabes lo que pasamos»), entre muchas otras cosas. Esta deuda es cobrada consciente e inconscientemente siempre, ante el surgimiento de algún conflicto cotidiano o de
cualquier negativa del marido ante una demanda. Es como un «No tienes
derecho a negarme nada». Esto tiene un gran peso para la pareja, y se manifiesta en los maridos tanto con sentimientos de culpa como de cansancio ante la
situación. A veces, sólo con ayudar a la persona a tomar consciencia de esto
puede llevar a un gran cambio. La mujer puede empáticamente entender lo que
el marido vive también, la gran carga que lleva sobre él y la responsabilidad
que le atribuye, y que aunque él haga lo que haga, nunca será suficiente. Cargar
con una deuda de estas es una carga pesada, una deuda impagable. Por eso, es
importante que sea la mujer misma quien tome su decisión de partir, asuma su
opción, para así no poder responsabilizar al otro o culpabilizarlo.
Algunas de estas mujeres que inmigraron por acompañar a sus maridos
vivieron, después de hacerlo, un proceso de divorcio muy doloroso, gatillando
sentimientos de abandono y angustia muy primarios al sentirse solas en un
país que no les pertenecía. Hay una pérdida de sentido de estar aquí, al ver
desplomado el proyecto que le daba una razón a la inmigración, y se sienten
perdidas, sin rumbo. Reconozco que contratransferencialmente estas situaciones me generaban angustia, tocándome mis propios miedos de desprotección
y soledad en estas nuevas tierras. En un trabajo más profundo, he visto en
algunas mujeres que la razón de inmigrar no era únicamente por amor, ni por
la profesión, o dinero, sino por algo más esencial que tiene que ver con la propia existencia del ser, con la reconstrucción de un self herido, de un proyecto de
vida, existencial. Al conectar con esto, la persona pudo dar un sentido a su
partida, reconocerlo y desarrollar sus recursos para seguir construyéndolo.
Natan (1986, en Moro 1996) habla de la migración como una acción psíquica en la medida que la ruptura del contexto externo que ella implica conlleva a
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El oficio que habitamos
una ruptura del cuadro interno cultural interiorizado por la persona, dándose
una homología entre la estructuración cultural y la estructuración psíquica.
Hay una pérdida del cuadro cultural interno del individuo, con la cual se decodifica la realidad externa.
En mi experiencia profesional, estas mujeres emigrantes se han visto confrontadas a dos mundos, al interno y al externo, dos mundos que no «encajan»
entre sí. Se encuentran ante una nueva realidad que ya no se puede explicar con
sus referentes internos culturales. Dependiendo de sus mecanismos de adaptación y de sus recursos, como también de las facilidades que hayan encontrado
en el ambiente, algunas han podido conciliar ambos mundos dándole una
nueva forma a su existencia, facilitándose así tanto el cambio de la persona
como del ambiente.
En este sentido, a mi parecer, a pesar de los aspectos dolorosos de la migración debido a las pérdidas y situaciones de estrés que la persona confronta,
entre otras cosas, esta puede ser muy creativa y enriquecedora para el individuo, como también para el ambiente que recibe al inmigrante, transformándose en un acto de ajuste de ambos ante el encuentro cultural. La migración es una
oportunidad de expansión, de intercambio y crecimiento para ambas partes,
para los que llegan y para los que los reciben.
Magdalena Ramos (2007), psicóloga argentina emigrada a Brasil, titulaba
la autobiografía de su exilio: Soy de aquí y soy de allá. Para mí este «y» tiene una
gran importancia. Nos muestra la integración de las vivencias, de la identidad,
de las culturas, de las polaridades, de pasar de extranjeras a nativas, de esa
persona que soy y que ya no soy a la vez. En mi caso, esa chilena y no chilena
que soy ahora, la integración de ese pasado que se deja y la vivencia de este
ahora.
En la situación de la migración, la relación del individuo con el ambiente se
hace fundamental. Como mencioné anteriormente, hay un cambio en cuanto a
la realidad externa e interna. El emigrante muda el ambiente que lo rodea, no
solo físico, sino también psicosocial. Ya no es más el hábitat al cual se adaptó y
con el que se relacionó hasta el momento de la emigración. En muchos casos,
ya no es la misma lengua, la misma cultura, los mismos códigos sociales, clima,
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MAIOR
El oficio que habitamos
espacio físico, las mismas redes sociales, etc. Todo ha cambiado, lo que genera
mucha ansiedad. En relación a este punto, Selma Ciornai también me comentaba: «El soporte familiar ya no está, el soporte de los amigos, del entorno que
antes le era conocido ya no está. Surge un sentimiento profundo de soledad».
El equilibrio homeostático se altera. La persona debe volver a conocer y relacionarse en un nuevo ambiente. Es un proceso de ajuste creativo que demanda un
mecanismo de intercambio constante con él. Este proceso puede ser muy enriquecedor cuando el ciclo de contacto no sé ve afectado de forma crónica, cuando el interés por lo nuevo no es solapado por el miedo, cuando las funciones
del ego no se pierden y la persona va logrando ir satisfaciendo las gestalten que
surgen engatilladas por las necesidades del momento. Es un proceso autorregulador en el que el organismo busca restablecer su equilibrio con el ambiente,
que le es totalmente nuevo y diferente.
En mi trabajo con mujeres, he observado en muchas de ellas el deseo de criar
a sus hijos en su propia tierra de origen. De entregarles su cultura, su lengua.
Muchas se encuentran con sus redes sociales bastante afectadas, sintiendo fuertemente la añoranza de estar junto a los suyos para contar con su apoyo para la
crianza, así como en lo cotidiano (compras, idas al médico, trabajo, trámites,
etc.), y también en los momentos difíciles. Muchas de estas mujeres inmigrantes
vienen de países con redes sociales primarias (familia, amigos) muy fuertes, que
son una importante fuente de apoyo y contención. Esta necesidad de redes lleva
a estas mujeres a crear vínculos de amistad muy intensos, muchas veces con
personas también extranjeras, que están en su misma situación, encontrando en
estas relaciones una especie de sustituto de la familia de origen. Muchas me
hablaban de sus amigas como si fueran hermanas, una tía y hasta una madre.
Algunas se vieron confrontadas a nuevas pérdidas cuando estas amigas se fueron a otro país.
Me acuerdo de una paciente a la que la ruptura con una amiga le generó
gran ansiedad y sentimientos depresivos, que fueron mal comprendidos por
los que la rodeaban. Había mucha energía en esa relación, como si se hubiera
creado una especie de estructura sostenedora, una red de apoyo, que al mismo
tiempo ayudaba también a dar sentido a la presencia de la persona en ese país.
Los amigos, como decía una paciente, ayudan a sembrar las raíces en esta tierra
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Experiencia de psicoterapia gestalt
y a darle sentido al estar aquí. Por otro lado, es interesante observar el efecto
que internet ha tenido en todo esto. Los mails, facebook, messenger, skype y otras
redes sociales han facilitado el contacto con las personas de la tierra de origen
y otros lugares, creando por este medio virtual la sensación de estar más cerca
de los suyos y sintiendo más apoyo y compañía. Permite que las personas participen más de lo cotidiano, propiciando el «como si estuviera ahí ». El riesgo
de todo esto puede ser quedarse pegado a las relaciones virtuales y no dar
espacio a las nuevas relaciones en el nuevo país. Trabajé en eso con una paciente inglesa, que, a pesar de su deseo de relacionarse con otros, tenía grandes
dificultades de contacto. Tenía mucho miedo de ser herida debido a su historia,
y se pasaba el tiempo en el ordenador, «hablando» con amigos virtuales, y no
lo invertía en nuevas relaciones de «carne y hueso», como yo las llamo. Después
de un tiempo de terapia, en la que trabajamos temas centrales como el vínculo,
contacto y confianza, la paciente se motivó a aprender el portugués y comenzó
a relacionarse con gente del país.
Muchas veces, las personas que inmigran, para adaptarse al nuevo medio,
adquieren modos de conducta que les faciliten la integración, aunque no estén
de acuerdo con ellos, operando aquí mecanismos de confluencia, introyección
y retroflexión de inadecuada adaptación. Tratan de adaptarse a los códigos
sociales del país de acogida, a sus reglas y costumbres, en la búsqueda de ser
aceptados. Como una mujer me decía: «Dejé de ser yo misma».
Para la salud del organismo, es importante lo que el ambiente otorga, pero
muchas veces este no proporciona lo que el individuo necesita. El funcionamiento sano, es decir, la realización de todo el potencial del organismo, dependerá también del apoyo ambiental. Sin él, el organismo no podrá mantenerse a
sí mismo. En el caso de la emigración, la escasez de apoyo del medio «genera y
crea el sentimiento de exclusión». El ambiente no proporciona los elementos
básicos para que la persona sea capaz de generar su propio auto apoyo. En este
sentido, en una intervención, se podrían fomentar más los encuentros y contactos entre ambas partes, de manera de generar nuevas experiencias que lleven al
cambio. En mi experiencia, incluí a veces el trabajo con grupos terapéuticas
multiculturales, además de la terapia individual, dando riqueza y eficacia no
solo al trabajo de cada persona sino también al trabajo grupal.
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117
El oficio que habitamos
Por otra parte, creo importante no trabajar solo con el individuo en el aspecto terapéutico, sino también en el más social, en proyectos de sensibilización
hacia el inmigrante, de manera de poder propiciar la movilidad de los recursos
ambientales que ayuden a la autogestión del individuo que inmigra. En este
sentido, es bueno que el terapeuta se permita salir un poco del consultorio e
intervenir en el medio de la persona, sea directa o indirectamente. Una cosa
interesante que hicimos junto a otras mujeres, fuera del contexto profesional,
fue crear un grupo de literatura formado por portuguesas y extranjeras. Se
sugería leer libros de diferentes escritores nacionales e internacionales, algunos
oriundos de los países de las integrantes del grupo, para de esa manera dar a
conocer, a través de la literatura, el país de cada una. Este grupo no fue solo una
fuente de diversión y placer, sino, a la vez, de intercambio entre sus miembros,
lo que ayudó a crear fuertes lazos.
Gestalt en el trabajo con mujeres inmigrantes
Al trabajar con mujeres en terapia gestalt, he orientado mi labor no sólo a
otorgar un espacio de apoyo, acogida y pertenencia, sino también a aumentar
y fortalecer los recursos de la paciente, que se sienta responsable de su existencia y por lo tanto de su propia autogestión. He trabajado, a través de la
relación terapéutica, el aprendizaje de la generación de vínculos con las personas de culturas diferentes, la creación en colaboración de los otros de nuevas situaciones, nuevos aprendizajes, que permitan la readaptación del self
como también su expansión en formas nuevas. La paciente puede, en su
nuevo contacto con el ambiente, transformarse en alguien que aporte cosas a
esa nueva sociedad, recuperando su poder de acción sobre el ambiente y su
propia existencia. Trato de ayudar a que estas mujeres recuperen su «yo aventurero», aquel que las llevó a salir, a buscar nuevas posibilidades. Refuerzo
que experimenten nuevos caminos, dejando fluir su creatividad en la búsqueda de alternativas.
Como describe Jungiana Clarissa Pinkola Estés (2000) en su libro Mujeres
que corren con los lobos, refiriéndose al arquetipo de la mujer salvaje, intento que
descubran en sí mismas este arquetipo. La mujer salvaje es un arquetipo feme118
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Experiencia de psicoterapia gestalt
nino que engloba varios impulsos o instintos vitales de la mujer: de conservación y autodefensa, el de creación tanto en sus manifestaciones artísticas o
intelectuales, el maternal y el impulso de nutrición física y espiritual.
Para que las pacientes logren descubrir todas sus potencialidades frente a
su nueva situación de vida, es importante observar los mecanismos o las modalidades de contacto con el medio que están en juego, para así trabajar sobre las
formas en que la persona interrumpe el ciclo de contacto y, por lo tanto, la
satisfacción de sus necesidades.
Podemos ver diferentes adaptaciones en las funciones de contacto en cada
cultura. Cómo las personas se miran, evitan, tocan, hablan o desarrollan otras
conductas sociales está altamente influidas por su cultura y sus introyectos. Así
también los mecanismos de interrupción del ciclo de contacto pueden reforzarse
por estos aspectos culturales. Culturas que dependen de doctrinas rígidas, como
algunos sistemas fundamentalistas, demandan una confluencia a través de la
introyección (Lichtenberg en Levine Bar-Yoseph, 2005). También estos sistemas
fomentan la proyección al crear un verdadero maniqueísmo donde todo lo que
está afuera es negativo.
Estos mecanismos pueden verse reforzados también con la experiencia de
inmigración. Cuando la persona no puede satisfacer sus necesidades, surgen
estrategias de defensa que interrumpen el proceso de completar la gestalt. La
persona deja de funcionar sanamente, desarrollando una serie de mecanismos
que la llevan a la patología y no le permiten la adaptación al nuevo país.
Como se dijo anteriormente, el no cumplimiento de las necesidades se puede
deber tanto a la persona como al ambiente que la rodea. Muchas veces el país de
acogida rechaza al emigrante, no le permite que se integre y aumenta sus barreras haciendo sus fronteras sociales impenetrables. Eso puede dar lugar a un
mecanismo retroflexivo de defensa, en la medida en que la persona, al sentirse
excluida, se ve a sí misma como alguien que no vale, que no merece estar entre
los que la rechazan, y ocasionar la automarginación. Estos sentimientos de
rechazo pueden tener eco en antiguos sentimientos similares, más primarios,
que todavía no fueron elaborados. La persona siente vergüenza de sí misma, de
cómo es, de su raza, sus costumbres, como si algo en ella no fuera apropiado, no
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El oficio que habitamos
mereciera tener un lugar. La vergüenza es la introyección de la mirada peyorativa del otro. Vergüenza de ser diferente, con una diferencia no aceptada. La rabia
la dirige a sí misma, y no al otro que la margina. Muchas veces la persona introyecta cosas de la otra cultura, desvalorizando y rechazando la propia, como una
forma de identificarse con los otros y no sufrir la exclusión. La persona pierde
algo de ella en este rechazo a sí misma, a lo suyo, a sus orígenes.
Por otra parte, pueden surgir mecanismos proyectivos en el sentido de que
la persona, al sentirse excluida, se automargina discriminando al otro, proyectando en el otro los aspectos rechazados. Es el emigrante que rechaza a los
otros, que se margina de ellos, porque piensa que no le vale la pena ni debe
mezclarse con ellos. Aumenta su egotismo y se hacen rígidas las fronteras de
contacto a través de la alienación. Tanto un lado como el otro, es decir la sociedad y el emigrante, proyectan en el que es diferente los aspectos negativos y
negados de sí mismo. Por ejemplo, en mi experiencia en Bélgica vi cómo los
emigrantes islámicos veían a la cultura belga y occidental, en general, como
poseedoras de todo lo que su cultura rechaza, y no querían que sus hijos se
mezclasen en ellas. Sentían no necesitar del otro, y creaban guetos o grupos
culturales totalmente impermeables en sus límites. En mi experiencia en
Portugal he visto cómo muchas de las pacientes, especialmente de países nórdicos, rechazaban de los portugueses todo lo que ellas no se permitían, como:
la impuntualidad, desorganización, expresiones afectivas impulsivas, entre
otros. La sociedad a la cual se emigra también puede rechazar a veces las nuevas y desconocidas costumbres del otro, sintiéndolas como amenazas. El otro,
con su cultura, puede representar para el país de acogida todos los aspectos
negados de sí mismo. Representa lo no aceptado y, por lo tanto, lo rechazará.
El emigrante muchas veces es todo aquello que yo no quiero ser. También
puede suceder lo contrario, tanto en el emigrante como en el que acoge, un
proceso en el que se entra en la idealización de que el otro tiene todo lo que yo
quisiera. Se proyectan en el otro aspectos positivos e idealizados de sí mismo.
Aumenta la fantasía de aquello que me gustaría y debería tener, rechazando
aquello que yo soy.
La confluencia con la propia cultura no nos permite la separación, la individuación ni el crecimiento. Muchas veces está relacionada con la confluencia
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Experiencia de psicoterapia gestalt
con la propia familia, con las dificultades de separación de esta, aunque la
persona haya recorrido kilómetros de distancia. Esta confluencia aparece también en la relación terapéutica, siendo fundamental el trabajo de verbalización
de esta para mostrar a la paciente cómo no le permite hacer su propio camino.
Si la terapeuta es extranjera, como en mi caso, el riesgo de confluir con la
paciente es grande, en la medida que hace resonancia en nuestra propia historia. Y en este caso es importante la supervisión, además de la propia terapia.
Además, esa resonancia puede ser un rico material para la terapia, si sabemos
cómo usarlo adecuadamente.
Muchas de estas «modalidades de contacto» pueden ser también positivas
en la medida que pueden ayudar a la adaptación. En la introyección, el hecho
de introducir ideas nuevas, opuestas a los nuestras, desarrolla nueva formas
de comportamiento que ayudan a confrontar la vida y sus cambios en forma
más creativa, más enriquecida por la experiencia de diferentes culturas. Con
una paciente holandesa veíamos que ahora en su casa cuenta con la música de
un país y del otro, y que puede cocinar tanto el bacalao como un buen plato
holandés.
En términos de la proyección, al trabajar en la terapia con esta modalidad
de contacto podemos ayudar a la persona a recuperar aspectos de sí misma
negados, a veces debido a la propia cultura, proyectados en el otro. Estar fuera
del país «puede permitirle» practicar nuevas conductas y conocer aspectos de
sí misma que no son tan comunes o aceptados en su propia cultura, sin sentir
sobre sí el peso del creer lo que los otros esperan de ella. Fue el caso de una
paciente inglesa que nunca saludaba a otros con besos, cosa que al principio
rechazaba. Cuando se lo empezó a permitir, comenzó a soltarse más en la expresión afectiva corporal y a disfrutar de ella sin tantas restricciones. Otra paciente, esta alemana, que criticaba la imagen de madre-gallina de las portuguesas,
especialmente a su suegra, en un diálogo de silla descubrió cuánto tenía ella de
controladora en la relación con los otros. Una paciente holandesa, acostumbrada a la organización, se permitió aquí ser más desorganizada e impuntual, lo
que le ha traído consecuencias positivas en algunos aspectos, por ejemplo, para
relajarse más y evitar el estrés.
MAIOR
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El oficio que habitamos
La confluencia puede permitir sentir al otro, adherirse a la otra cultura, ver
los aspectos comunes que tenemos como seres humanos. Recuerdo una vez en
Bélgica, en el trabajo con mujeres de Zaire que iban vestidas con sus ropas coloridas típicas, comíamos sus comidas y nos enfrentábamos a las diferencias, y en
un momento nos sentimos confluir. Nos sentíamos todas mujeres iguales en
nuestra condición humana. Eso nos ayudó a empatizar, a sentir como el otro y
a unirnos en nuestra tarea. La confluencia me permite tomar algo de la identidad del otro, ponerme su camiseta, sentir como él, conocerlo y adaptarme
mejor a su país.
En cuanto a la estructuración de la identidad, la carencia de lazos entre las
dos culturas lleva al dolor y a la aparición de síntomas (Moro, M.R., 2001). En
cierta forma esto es ocasionado por la vivencia de las culturas en forma polarizada, experimentándolas de manera dicotómica, en lucha constante entre ellas.
La persona no logra desarrollar estrategias identitarias que le permitan adaptarse a esa situación y a los cambios derivados de ella. Por estrategia identitaria
se entiende
«los procedimientos puestos en marcha (de manera inconsciente o consciente),
uno o más actos (individuales o colectivos), para alcanzar una o más finalidades (definidas explícitamente o ubicadas a nivel inconsciente). Procedimiento
elaborado en función de la situación de interacción, es decir, en función de
diferentes determinaciones (socio-históricas, culturales, psicológicas) de esta
situación» (Camilleri y otros, 1990, p. 24).
La persona se ve arrastrada a la exigencia de encontrar una coherencia
interna entre las diferentes identidades, secundarias y primarias, y su medio
externo. El individuo alcanza el equilibrio cuando, entre otras condiciones, los
valores con los que se identifica y que dan sentido a su vida son compatibles
con los del medio en que se encuentra (Kastesztein en Camalleri y otros, 1990).
Desde el enfoque gestáltico, el equilibrio se lograría cuando la persona integrara las diferentes partes de sí misma, en vez de alienarlas y rechazarlas, permitiendo el intercambio entre ellas. Este es el caso de una adolescente que presentaba un cuadro psicosomático. Su madre era de origen inglés y su padre portu122
MAIOR
Experiencia de psicoterapia gestalt
gués. Ella, desde que había llegado a Portugal (siete años antes de la consulta),
comenzó a presentar gripes crónicas, con pérdida de voz y tos constante. Su
cuerpo se encorvaba, y caminaba arrastrando los pies y con la cabeza ladeada.
Hablaba muy bajito, casi de manera imperceptible y con monosílabos. Prefería
hacerlo conmigo en inglés y no en portugués. Los padres tenían conflicto de
pareja, y ambos se criticaban aspectos culturales el uno al otro. Sentían algunas
cosas de la cultura del otro como aspectos negativos y los rechazaban. Por ejemplo, el padre criticaba la «frialdad» e «insensibilidad» de la madre. La paciente
tendía a identificarse más con su parte inglesa que con la portuguesa. Un día me
dijo que mis hijos eran mixed, al igual que ella. Le pregunté qué significaba para
ella ser mixed. Me respondió: «Confusión, angustia». La paciente sentía su identidad dividida, como algo confuso que le generaba sufrimiento. El campo de esta
paciente no era un todo en el cual las partes están en relación y correspondencia
inmediata y continua. La dicotomía es una división por la cual el campo no se
considera como un todo diferenciado en partes entrelazadas. Las partes se ven
como antagónicas, como fuerzas competitivas no relacionadas. Esta dicotomía
afecta el proceso de autorregulación del organismo (Latner, 1994).
En cuanto al trabajo en terapia gestalt con mujeres emigrantes, varias cosas
de este modelo han enriquecido esta labor. Por una parte, al trabajar con las
polaridades, permite que la persona integre aspectos rechazados de sí misma
proyectados en el otro, lo que podría facilitar la apertura al intercambio con la
cultura ajena. Los límites del ego se harían más permeables, menos rígidos, lo
que facilitaría el contacto e intercambio.
Además, la terapia gestalt da mucha importancia a aspectos no verbales
organísmicos, algunos de los cuales pueden estar menos influenciados por la
cultura y corresponder a respuestas fisiológicas del organismo asociadas a emociones. El terapeuta debe prestar especial atención a respuestas no verbales no
fisiológicas, cuidando de que la interpretación que les da no sea sólo a partir de
sus referentes culturales. Me acuerdo de un grupo de ocho personas en el que
participé en Inglaterra; nadie miraba a los ojos al otro cuando se les pedía que
contactaran. Mi primera interpretación fue: «Esto es indiferencia», después
pensé: «Timidez». Ni una ni la otra, simplemente, no miraban a los ojos. No llegué a saber por qué.
MAIOR
123
El oficio que habitamos
La terapia gestalt se centra también en la relación entre el terapeuta y el
paciente, en lo que sucede en el campo fenomenológico de la relación más que
en el contenido. En este sentido, en lo no verbal puede haber un lenguaje que
sobrepasa las barreras culturales e idiomáticas, lo que nos permite comunicarnos con el otro a otros niveles. Muchas veces, al centrarnos en el lenguaje, no
vemos otras cosas, no utilizamos otros sentidos, y se dan malos entendidos por
tomar la palabra del otro como obvia. Y otras, el hecho de que el terapeuta no
entienda bien una palabra en otro idioma hace que le pida al paciente que se
explique mejor, lo que le da la oportunidad de reparar en que no era eso lo que
quería decir y le permite un mejor awareness de lo que le sucede, y de esta manera conseguir identificar y ponerle un nombre más acertado a la emoción vivida.
Se va creando también un lenguaje propio entre el paciente y el terapeuta que
hace de esa relación algo único, nuevo y creativo.
Otro aspecto importante, y que se relaciona con el anterior, es que la gestalt
no es interpretativa ni analítica, sino que trabaja con la descripción de la experiencia del otro tal cual se presente en el aquí y ahora. Es una exploración fenomenológica, en la que es la persona la que se descubre a sí misma y lo que le
pasa, y en ese sentido puede usar elementos de su propia cultura para ello y no
elementos de la cultura del terapeuta. La terapia gestalt permite respetar y
validar las vivencias e interpretaciones de cada individuo, en la medida que se
centra en el individuo mismo y en su experiencia.
Por otro lado, la relación terapéutica se produce de tú a tú, lo que permite
el respeto mutuo de ambos dentro de una relación de horizontalidad. Para
Wheeler (en Levine Bar-Yoseph, 2005) todo contacto es un contacto cultural, al
ser la cultura parte de la naturaleza humana y ser la adaptación básica de nuestra especie. El encuentro entre paciente y terapeuta es en sí un intercambio
intercultural. La cultura de ambos nunca puede estar «fuera de la mesa» en ese
encuentro, si no, sería una figura sin fondo.
Por último, la terapia gestalt trabaja mucho con grupos, lo que es eficaz,
como referí un poco más arriba, en el caso de los extranjeros, quienes se
encuentran en situación de escasez de sus redes sociales, especialmente las
primarias. El grupo permite el contacto con otros, evitando así el aislamiento
124
MAIOR
Experiencia de psicoterapia gestalt
en el que a veces se encuentra el emigrante. El grupo permite también la participación de otros terapeutas y técnicos, así como de otras personas presentes.
Al igual que en la etnopsiquiatría, este aspecto grupal de las sesiones puede ser
una importante herramienta terapéutica: se valorizan aspectos sistémicos de la
problemática, es decir, la intervención no incluye solo al individuo, sino también al ambiente. Por otro lado, el grupo permite, si es multicultural y multidisciplinario, superar los sesgos existentes entre terapeuta y paciente.
Aún falta mucho por investigar sobre la transculturalidad. En gestalt hay
poco escrito sobre ella, pero es interesante ver como ciertos principios de la
gestalt pueden ser aplicados a esta situación, como también a otras, en la
medida que, al centrarse en lo organísmico, nos abre las posibilidades de
comprensión e intervención en diferentes situaciones humanas. Sus postulados sobre la relación del individuo con el ambiente, su concepción holística
del ser humano, su visión fenomenológica en un campo de acción, su énfasis
en la experiencia y la validación de esta en el aquí y ahora, la conceptualización del ciclo gestáltico y los mecanismos de interrupción de este, y la noción
de polaridades, nos entrega «herramientas valiosas» para trabajar fuera de
los límites culturales.
Y para terminar, me gustaría citar una canción escrita por un chileno en el
exilio, Julio Neuhauser, conocida por la interpretación de Mercedes Sosa,
«Cambia, todo cambia». Muchas de las mujeres que viven fuera o lo han hecho
me dijeron sentirse muy reflejadas en ella, como yo misma:
Pero no cambia mi amor
Por más lejos que me encuentre
Ni el recuerdo ni el dolor
De mi pueblo y de mi gente
Lo que cambió ayer
Tendrá que cambiar mañana
Así como cambio yo
En esta tierra lejana
Cambia, todo cambia
MAIOR
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El oficio que habitamos
Bibliografía
Camilleri, C., Kastersztein, J. Lipiansky, E.M., Malewska-Peyre, H., TaboadaLeonetti, I., y Vasquez, A. (Eds). Stratégies Identataires, Presses Universitaires
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Lichtenberg, P., «Culture» en The Bridge Across Cultures, Talia Levine BarYoseph (Ed), Gestalt Institute Press, New Orleans, 2005.
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Ramos, M., Sou daqui e sou de lá: Autobiografia do exilio, Agora, São Paulo, 2007.
Wheeler, G., «Culture, Self and Field» en The Bridge Across Cultures, Talia Levine
Bar-Yoseph (Ed), Gestalt Institute Press, New Orleans, 2005.
126
MAIOR
La importancia de la actitud
en el terapeuta gestalt
Patricia Aliu
7
Vengo de Argentina, un país formado por inmigrantes, a España, otro país
que conoce las dos caras del fenómeno.
En todo caso, un emigrante tiene que contar con cinco características para
que su decisión tenga éxito: desapego, confianza en sí mismo, coraje para
adentrarse en lo desconocido, respeto por aquello hacia donde se orienta y
vocación para el encuentro. Estas mismas características son las que considero
imprescindibles para ser un buen terapeuta. Y a mi entender, ser un buen
terapeuta gestalt supone también, y fundamentalmente, una actitud particular
en el vínculo con el Otro que incluye dichas características y las amalgamas
con autenticidad existencial.
Tuve que aprender varias lecciones como persona para luego confir-
mar que ese mismo aprendizaje me estaba formando también como gestaltista.
Aprendí
… a no esperar que otro elija por mí: elegir responsablemente y hacerme
cargo de las consecuencias.
… a frenar mis prejuicios (no necesariamente por una postura fenomeno-
lógica sino auténticamente narcisista) para no quedar como tonta hablando
mal sobre lo que desconozco.
MAIOR
127
El oficio que habitamos
… que para ser un/a buen/a terapeuta no alcanzan las titulaciones acadé-
micas.
… que dos terapeutas experimentados, abiertos de mente y espíritu, que
pertenecen a escuelas distintas, pueden tener más acuerdos que muchos pertenecientes a la misma línea.
… que el trabajo terapéutico es eso, un trabajo, y por ese trabajo cobramos
dinero; no somos iluminados que salvamos a nadie, sino trabajadores de la
salud.
… que el Otro no necesariamente va a cumplir mis expectativas, y yo tengo
que hacer algo por mí.
… que «ser» y «estar» son palabras muy usadas, pero conceptos difícilmen-
te entendidos.
Desde mi llegada a la gestalt hace ya treinta años, he pasado por todos los
estadios, y es imposible enumerar cada lección que recibí como discípula, como
docente, como psicoterapeuta, como colega, como compañera, como amiga,
como integrante, como persona...
Ser terapeuta gestáltico no es algo que enseñe ninguna escuela o centro con
un programa determinado.
Tampoco es sumar horas de terapia. Ni siquiera acumular talleres de creci-
miento personal. Es más. Es mucho más.
Estudiar, formarse, trabajarse a sí mismo todo el tiempo...
El proceso de transformarse en terapeuta gestalt es, ante todo, propiciar
que seamos modelados por nosotros mismos y por los otros, con una actitud
gestáltica.
La actitud no es una prótesis que me pongo al entrar a la consulta o al entrar
al aula. La actitud es algo que me conforma, y la llevo y la tengo esté donde esté
y haga lo que haga.
128
MAIOR
La importancia de la actitud
La conformación de la actitud gestáltica
Abordar el concepto de actitud gestáltica implica por lo menos dos ítems
nodales:
1. La actitud gestáltica en la vida: el ser en el mundo del terapeuta gestalt.
2. La actitud gestáltica en la práctica psicoterapéutica.
Y además incluyo un tercer ítem que tiene que ver con los aportes de
aquellos que me precedieron en este camino. Y como los caminos son
propios, a todos los que yo cito aquí los considero «desmalezadores»
personales. El tercer ítem sería, entonces:
3. Guías para orientarse hacia una actitud gestáltica.
La actitud gestáltica en la vida: el ser en el mundo del
terapeuta gestalt
Cuando llegó a mí el libro de Claudio Naranjo La vieja y novísima Gestalt, lo
primero que me impactó fue el subtítulo: «Actitud y práctica de un experiencialismo ateórico». Encontré en él expresada, con una claridad meridiana y una
síntesis perfecta, la definición más acertada de lo que, para mí, es la gestalt.
Tomaré el concepto de actitud, no como sinónimo de característica o cualidad, sino más bien como idea totalizadora y central en la práctica del enfoque
gestáltico. Y desde esa perspectiva y como decía antes, la «actitud» no es una
prótesis que me pongo cuando trabajo como terapeuta y me saco al salir de la
consulta. En realidad forma parte de mí como persona.
Es entonces cuando el enfoque gestáltico deja de ser solo una técnica o una
teoría: cobra sentido decir que la gestalt conforma un estilo de vida, y después,
recién después, una línea de trabajo terapéutico.
Con esta mirada, la gestalt como terapia no se sustenta en una teoría ni en
un grupo de técnicas, sino en un modo de ser en el mundo del terapeuta, en
una actitud.
MAIOR
129
El oficio que habitamos
Al respecto, escribe Alejandro Napolitano en un artículo para la Gestalt
Review:
«... Lo que sostiene la terapia gestáltica, nos dice Naranjo, no es una teoría, ni
mucho menos una filosofía, es una actitud.
Una actitud es una particular manera de estar en el mundo, y contiene
alguna forma de intuición originaria, axiomática, que conforma el contexto en
el cual es posible el desarrollo de una teoría...
... Las ideas y las teorías, útiles, prácticas, muy necesarias, vienen después: son las flores, nunca las raíces. Justamente de raíces se trata, o mejor
aún, de la relación particular entre las raíces y las flores, ya que el fundamento verdadero es aquello que estando en el origen como raíz (actitud) se consagra en el presente como flor (la práctica, y solo después, la teoría)...».
Cierto es que nació como línea de abordaje terapéutico, pero Fritz Perls,
quien la creó, tenía incorporada «la actitud».
Aún Laura Perls, con su modalidad menos trasgresora y más académica,
escribía:
«...No creo que ninguna teoría (incluyendo la gestalt) sea una Sagrada Escritura sino que son más bien hipótesis de trabajo, un sistema de modelos conceptuales que son un instrumento útil para la descripción, comunicación y
comprensión de nuestro enfoque particular. En la práctica particular prefiero
hablar de estilo, una manera unificada de expresión y comunicación, no una
serie de técnicas ya prescritas y determinadas. Los experimentos no son constelaciones fijas de pasos técnicos, sino que se inventan ad hoc para facilitar
el contacto con lo que es. Fritz Perls –que tenía una formación teatral previa
a su entrenamiento psiquiátrico–, usaría un abordaje más psicodramatista.
Otros terapeutas gestálticos pueden trabajar con arte, música, poesía... y lo
que sea que tengan asimilado e integrado. De manera que no se trata de hacer
terapia gestalt y awarness corporal o terapia gestalt y arte o terapia gestalt y
algo más. La terapia gestalt constituye una expansión e innovación continuas
en la situación terapéutica, con el medio más idóneo que tengan disponible
terapeuta y paciente. Es lamentable que lo que se ha divulgado y practi130
MAIOR
La importancia de la actitud
cado como terapia gestatl es solamente el método usado por mi marido en workshops y films (laboratorio) de divulgación durante los últimos
tres o cuatro años de su vida.
La dramatización de sueños, la identificación con... y el actuar cada parte
de ellos, constituyen un método de demostración sumamente efectivo, y Fritz
lo usó con habilidad y sensibilidad nutrido por sus setenta años de experiencia. La limitación de este método como si fuera “la” técnica terapéutica, sin
tomar en cuenta las necesidades y limitaciones específicas de cada situación,
constituye una acción superficial, simplista, mecánica, manipuladora e inauténtica: un terapeuta gestalt no usa técnicas: se compromete en la situación terapéutica con toda su “experiencia de vida” y todas las aptitudes profesionales que haya logrado integrar.
Hay tantos estilos como terapeutas y pacientes, los cuales se van descubriendo a través de una relación terapéutica y juntos inventan esa relación».
La actitud gestáltica en la práctica psicoterapéutica
Al leer la traducción del artículo de Laura Perls (fue presentado en un congreso de Psiquiatría en el año 1974) se me abrió el panorama de tal manera que
sentí vértigo: solo podía usarme a mí misma. Lo demás era accesorio, secundario,
y usarlo sin más podía ser sinónimo de caer en la mediocridad como terapeuta.
Contar solo con uno conlleva necesariamente a tener confianza en sí mismo.
De otra manera es imposible. (He aquí la primera de las cinco características que
nombraba como importantes para ser un terapeuta: confianza en sí mismo).
Allá y entonces, recuerdo, contemplaba maravillada cómo los terapeutas
más entrenados iban «modelando» los trabajos sobre la marcha, sin contar con
ningún guión previamente armado y dependiendo de su creatividad del
momento. Parecía magia, pero no lo era. Era actitud (cómo lo hago), formación
teórica (para qué lo hago) y técnica (qué hago), todo, con el propio estilo personal.
¿Cómo aprender esa magia...? ¿Cómo enseñarla...?
Se puede leer y estudiar, hasta inclusive aprender sobre teoría y técnica
mediante un libro. Pero ¿cómo enseñar actitud?
MAIOR
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El oficio que habitamos
La actitud no es algo que se enseñe en un libro. La actitud solo se transmite relacionalmente, tanto en el marco terapéutico como en el plano formativo
para futuros terapeutas. Por eso la formación en gestalt es vivencial. Para
«mostrar» actitud. «... Quien sea capaz de trasmitirla deviene maestro, de recibirla,
discípulo » (C. Naranjo).
¿Donde quedan entonces la teoría y las técnicas...?
En cuanto a la teoría, algunos prefieren pensarla como el «esqueleto» que
sustenta a la escuela que hace referencia, cualesquiera sea esta. Yo considero
más bien que las líneas de abordaje terapéutico se basan en algunos conceptos
básicos y es al escribir acerca de ellos cuando se va armando la teoría. Se la va
confeccionando como si fuera la vestimenta que será usada para ser presentada
formalmente en sociedad. En otras palabras, es la ropa que se le pone para
mostrarla al mundo.
Los detractores de la gestalt aducen su poco sustrato teórico.
Los que estamos en esta línea sabemos que no falta la fundamentación teórica. Puede faltar más sistematización y/o tal vez más bibliografía.
En todo caso, en gestalt como en el zen, sabemos que explicando corremos
el riesgo de bastardear el concepto, y por eso privilegiamos el vivenciar antes
que el contar.
Para decirlo con acuerdo a la metáfora: la gestalt tiene un hermoso cuerpo
y mucha ropa le restaría belleza. Y además, a veces, lo muestra sin pudor...
En cuanto a las técnicas, a mí me gusta pensarlas como la ocasión para expresar las actitudes.
Sin embargo, en el mundo de la psicoterapia las técnicas gestálticas (y es de
lamentar) se han convertido en el distintivo con el cual los legos en el tema más
rápidamente identifican al terapeuta gestalt.
Lo peor de esta situación es que, por utilizar determinadas técnicas, algunos
se llaman a sí mismos gestálticos sin serlo.
Y lo mejor: algunos, siendo de otras líneas y utilizando otras técnicas, tienen
una actitud claramente gestáltica y la difunden.
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MAIOR
El oficio que habitamos
Cualquiera que lea lo que he escrito podría pensar que reniego o, por lo
menos, descalifico a la teoría y a la técnica. Nada más erróneo.
Considero absolutamente necesario, casi imprescindible, conocerlas, manejarlas, dominarlas para luego trascenderlas.
Un buen artista, en su proceso de serlo, ha desentrañado las reglas, las ha
conquistado y luego las ha roto...
Y un terapeuta es un artista.
Algunos artistas, plásticos por ejemplo, son muy buenos: conocen la teoría
del color, equilibran bien la obra, en fin, tienen oficio...
Pero otros rompen con la línea tradicional, desafían lo establecido y se
arriesgan a la verdadera creación.
Decía Perls: «... Amigo: no temas equivocarte. Tuviste el valor de dar algo
de ti, tal vez de una manera novedosamente creativa...». (He aquí la segunda
característica de un buen terapeuta: arriesgarse a lo desconocido, a lo nuevo.)
Cuando se juntan capacidad de riesgo y talento surge la creación. Y entonces los buenos artistas se transforman en geniales.
De la misma manera, un terapeuta. Y de igual modo, también, corremos el
riesgo de convertirnos en Pigmalión: quedar embelesados por nuestra obra.
Atención: enamorarnos de nuestra tarea, sí. Quedarnos pegados a la obra, no.
Primero, porque no nos pertenece: el resultado de un buen trabajo terapéutico es producto de la relación, del vínculo con el otro. Hemos sido sus facilitadores, no sus hacedores. Y segundo, porque forma parte de un buen trabajo, la
retirada. (He aquí la tercera característica de un buen terapeuta: el desapego.)
Creatividad es un concepto que todo el tiempo aparece en el quehacer del
ámbito gestáltico. ¡Y vaya si tiene sentido que así sea!
Si mi principal instrumento soy yo misma, si no puedo tener como referente una lista de «pasos a seguir» más o menos definida, como en una reestructuración cognitiva, si solo cuento con lo que soy, aquí y ahora, en mi encuentro
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MAIOR
La importancia de la actitud
con el otro, ¿qué otra cosa puede ser más adecuada y operativa que mi capacidad de crear y recrear?
Algunos consideran que ser creativo es un don. Yo creo que, si bien mucha
gente parece traerlo de cuna pues ha sido suficiente y sistemáticamente estimulado, no es algo a lo que no pueda propender aquel que no tuvo la suerte de
recibirlo desde pequeño.
Tal vez nunca llegue a ser tan habilidoso como el que se entrenó desde el
comienzo de su vida, pero sí puede desarrollar su ser creativo hasta donde alcance.
Sobre todo si pretende ser un terapeuta dentro de la gestalt.
Al comienzo hablaba de cinco características que considero conforman a un
terapeuta. La cuarta es «respeto hacia donde me oriento» (en el caso del trabajo
terapéutico es hacia el otro), y la quinta «vocación para el encuentro» (que también es con el otro en el ámbito de la terapia). Para ilustrar estos últimos conceptos me ha parecido buena idea transcribir algunos párrafos de aquellos que
considero mis personales guías-desmalezadores en este proceso y que destilan,
permítase la metáfora, actitud gestáltica.
Guías para orientarse hacia una actitud gestáltica
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Carlos Castaneda: El Hombre de Conocimiento
Jorge Bucay: Cartas desde Sudamérica
Sheldon Coop: Las cartas del Tarot
Guillermo Borja: Lecciones de Locura
Joseph Zinker: El Artista de la Gestalt
Claudio Naranjo: Un teórico ateórico
Carlos Castaneda: El Hombre de Conocimiento
Castaneda, como buen antropólogo, pretendía conocer la cultura yaqui, para
lo cual busca entablar contacto con don Juan, el brujo. Le pide que lo instruya en
el uso del peyote, planta de la que este era gran conocedor. Sin embargo, don Juan
no lo iniciará rápidamente:
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El oficio que habitamos
«–¿Me va Ud. a enseñar, don Juan?
—¿Por qué quieres emprender un aprendizaje así?
—¿No es buena razón querer aprender nada más?
—¡No! Debes buscar en tu corazón por qué alguien como tú quiere comenzar
tamaña tarea de aprendizaje.
—¿Por qué aprendió Ud., don Juan? Quizás los dos tenemos las mismas razones.
—Lo dudo. Yo soy indio...
—Mis intenciones no son malas...
—Lo sé
—¿Entonces, me enseñará?
—No
—¿Porque no soy indio...?
—No. Porque no conoces las razones de tu corazón. Lo importante es que sepas
exactamente por qué quieres comprometerte».
Después de la primera experiencia con el peyote, Castaneda escribe:
«Expuse a don Juan mi sentir con respecto a la experiencia. Desde el punto de
vista de mi propuesto trabajo, había sido desastrosa.
Dije que no me apetecía otro “encuentro”. El peyote me había producido una
extraña clase de incomodidad física. Era un miedo o una desdicha indefinidos.
Y tal estado no me parecía noble en absoluto.
Don Juan rio y dijo:
—Estás empezando a entender.
—Este tipo de aprendizaje no es para mí, don Juan
—El problema es que exageras los malos aspectos.
—En lo que a mí toca, no hay buenos aspectos. Todo lo que sé es que me da miedo.
—No hay nada malo en tener miedo. Cuando uno teme, ve las cosas de una
manera distinta. No estás acostumbrado a esta clase de vida y por eso las señales se te escapan. Así y todo eres una persona seria, pero tu seriedad está ligada
a lo que haces, no a lo que pasa fuera de ti. Te ocupas demasiado de ti mismo.
Ese es el problema. Y eso produce tremenda fatiga.
—¿Pero qué otra cosa puede uno hacer, don Juan?
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La importancia de la actitud
—Busca y ve las maravillas que te rodean. Te cansarás de mirarte a ti y el cansancio te hará sordo y ciego a todo lo demás. Cuando un hombre se propone
aprender –dijo–, debería trabajar arduamente y los límites de su aprendizaje
están determinados por su propia naturaleza.
Dijo, además, que los temores son naturales; todos los sentimos y no podemos
evitarlo. Pero, por otra parte, pese a lo atemorizante que pueda ser aprender, es
más terrible pensar en un hombre sin conocimiento.
En nuestras conversaciones, don Juan a menudo usaba la frase “hombre de conocimiento”, pero nunca explicaba qué quería decir.
Inquirí al respecto.
—Un hombre de conocimiento es alguien que ha seguido de verdad las penurias
de aprender –dijo–. Un hombre que, sin apuro, sin vacilación, ha ido lo más
lejos que puede en desenredar los secretos del poder y del conocimiento.
—¿Cualquiera puede ser un hombre de conocimiento?
—No, no cualquiera.
—Entonces, ¿qué debe hacer un hombre para volverse hombre de conocimiento?
—Vencer a sus cuatro enemigos naturales.
—¿Qué clase de enemigos son?
—El miedo, la iluminación, el poder y la vejez».
Jorge Bucay: Cartas desde Sudamérica
Cada vez que leo escritos como los de Castaneda confirmo la mágica sincronicidad que se da entre personas de distintas latitudes, diferentes culturas y sin
embargo con tanta concordancia en sus conceptos.
Por ejemplo con Jorge en su «Cartas para Claudia»:
«Carta N° 3: “¿Qué es comunicación?”
Comunicación es entrar en contacto con otro. Otro que obviamente por ser
otro es diferente.
Dicho de otra manera, es imprescindible que seas diferente para que podamos encontrarnos y comunicarnos. Son nuestras diferencias las que nos permiten contactar y no nuestras semejanzas. Imaginemos que tú y yo somos idénticos. Imaginemos que no hay ninguna diferencia.
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El oficio que habitamos
Si así fuera... ¿qué puedo decirte que no sepas de antes? ¿Qué podrías aportarme que yo no haya visto? ¿Qué crecimiento podrías generar en mí? Esto me
conecta con el tema de los límites.
Te pregunto: ese límite, ¿nos une o nos separa? Plantéalo de otra manera: las
fronteras, ¿nos unen o nos separan de los países vecinos?
Y surge claramente la paradójica respuesta: los límites nos unen y nos
separan.
Ahora recuerdo mi sorpresa cuando descubrí una misma palabra en castellano, la palabra “cerca”, que definía “proximidad” y también un elemento de
“separación”.
Pues bien, cuando soy capaz de poner límites claros en mi relación con el
otro, cuando mi intención no es mimetizarme contigo, sino acercarme desde
nuestras diferencias; cuando no tengo intención de invadirte, y mucho menos de
permitir que me invadas; cuando sé hasta dónde… entonces, y recién entonces
creo estar en condiciones de comunicarme contigo».
Sheldon Coop: Las cartas del Tarot
Cuando este libro llegó a mí no imaginé que se convertiría en uno de mis
elegidos. Era «El Colgado» de Sheldon Coop.
Sheldon era un psicoanalista junguiano que escribía este libro mientras
transitaba hacia su cercana muerte, padeciendo un tumor cerebral.
Una vez más la verdad, esta vez no desde la celebración del encuentro sino
desde la irremediabilidad de la muerte. Una verdad más ácida y, en todo caso,
un manifiesto para todos los hombres, particularmente para los terapeutas,
pues considero que es un testimonio que alcanza nuestra parte más humana: la
de lo celestial y la de lo demoníaco que hay en todos nosotros En fin, la dualidad que nos conforma.
Y lo que hace es, recuperando los mitos y los arquetipos junguianos, proponernos el gran trabajo de aceptación de lo que somos: con sus claroscuros, con
las luces y las sombras de quienes somos. Fundamentalmente, de nuestros
aspectos oscuros. Es fácil aceptar nuestros mejores aspectos...
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MAIOR
La importancia de la actitud
Pero ¿qué hacemos los terapeutas con nuestras partes más negras?
La posición que adoptemos al respecto tiñe necesariamente nuestra actitud
frente al otro, y por eso forma parte de este trabajo.
A continuación, una selección de párrafos que, ojalá, sean adecuados para
transmitir algo de lo que me transmitieron a mí cuando los leí:
«Qué clase de mundo es este? Poca cosa. Una vida extravagante, llena de padecimientos, vacía de sentido. Con todo, es el único mundo que existe. Solo podemos elegir entre la vida y la muerte. Si elijo la vida, debo vivirla tal como es.
Lamentarse de ella forma parte del vivir.
Pero no podemos esperar que mejore por efectos de esos lamentos. Este,
entonces, ha de ser el mensaje que me diga a mí mismo: solo puedo llegar a ser
quien soy.
Me angustia más mi propia situación que la suerte de la humanidad.
Puedo identificarme mejor con ese Hombre Justo que se dirigió a Sodoma con
la esperanza de salvar a sus habitantes del pecado y el castigo. Les hablaba a los
gritos, predicando en las calles, urgiéndolos a cambiar de rumbo. Nadie escuchaba, nadie respondía y sin embargo él seguía. Hasta que un día un niño lo detuvo
y le preguntó por qué seguía gritando. Y el Hombre Justo le respondió:
—Cuando llegué aquí por primera vez proclamé mi mensaje con la esperanza de cambiar a estos hombres. Ahora sé que no puedo hacerlo. Si continúo
gritando es con la esperanza de que ellos no me cambien a mí. Y eso es también
lo que pasa conmigo: ejerzo la psicoterapia no para rescatar a los otros de su
locura sino para preservar lo que queda de mi propia cordura».
«El concepto junguiano de los arquetipos ofrece un puente entre los temas del
mundo por un lado y las fantasías de los hombres por otro. Para evitar las distorsiones y restricciones propias de la cultura, se intentó representar los arquetipos de la transformación psíquica bajo formas de imágenes visuales no verbalizadas (…). Eso es el Tarot.
Por lo que a mí se refiere, no acepto el pretendido poder adivinatorio del Tarot.
No obstante, puede servir como fuente de sabiduría en tanto implica inmersión
en las preocupaciones eternas del hombre en una atmósfera onírica... [en la que el
sujeto o paciente] ...no tiene donde apoyarse más que en su propio juicio».
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139
El oficio que habitamos
De esta manera, Coop nos introduce en su pensamiento utilizando las car-
tas del Tarot. Así nos revela su postura frente a la muerte:
«Carta N° 5. “La Muerte”: De todas las fuerzas de la oscuridad, sin duda la
muerte es la más tenebrosa. La imagen con la cual el Tarot representa a este
arquetipo es un misterioso caballero de armadura negra y rostro de calavera. Si
aparece en posición correcta, esta carta promete destrucción seguida por trans-
formación y renovación. Si sale invertida, pronostica solo una inmutable parálisis.
... Pero enfrentar mi muerte es muy distinto que presenciar la de otros. En
momentos de dolor y pánico ofrece al menos la promesa de comodidad y alivio.
También paso semanas enteras llorando como si me apenase la pérdida de
alguien muy querido. Aunque no lo sé con seguridad, sé con seguridad que la
muerte será el fin de todo lo que soy...
La muerte de Bontche el Silencioso es tan conmovedoramente simple como lo
fue su vida, pero aún la muerte irritada de un hombre que ha vivido en la ira le
conviene a ese hombre en su propia particularidad. Hegel, el hosco, murió como
había vivido, desafiante (...). Yo no soy tan adusto como Hegel ni tan despojado
como Bontche: estoy profundamente hundido en relaciones de intensa intimidad,
soy cantor de canciones, un relator de cuentos, y siempre listo para combatir, más
interesado en la lucha que en sus resultados. Como Cyrano ante la muerte, la
enfrentaré a mi modo:
¿Que es lo que dices? ¿No hay esperanzas?
¡Me alegro! ¡Un hombre no solo lucha para vencer!
Sabía que me derribarías al fin...
¡No! ¡Sigo luchando! ¡Sigo luchando!...
(Cyrano de Bergerac)
No dudo que las Fuerzas Oscuras me derrotarán. Sólo quiero perder a mi
modo, seguir siendo yo mismo más allá de las esperanzas, sin preocuparme
por el resultado, sólo porque es la última oportunidad de llegar a ser el que
soy».
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MAIOR
La importancia de la actitud
Guillermo Borja: Lecciones de Locura
De muchas maneras, el estilo de Coop me recuerda el de Guillermo Borja.
A ninguno conocí personalmente. A los dos me acerqué a partir de la lectura.
Sin embargo, creo que comparten esa modalidad desafiante e irreverente que
lo mismo puede causar enfado que fascinación.
«Los terapeutas necesitan ser primero pacientes. Deben, en el sentido ético
del deber, saber lo que les va a ocurrir a los pacientes, de otra forma ninguno
confiará en ellos.
El camino de la psicoterapia profunda es haber reconocido el otro camino...
pero esto no se dice, se reconoce, se pone de manifiesto con una actitud que el
paciente percibe, no a través del razonar sino de otros niveles energéticos (…). El
medidor de un tratamiento es la capacidad que ha adquirido un terapeuta en su
trabajo de introspección y en su transparencia como persona...».
«La lucha del terapeuta es enseñarle [al paciente] que las cosa suceden y que tener
actitud ante la vida es trascender el sufrimiento, trascender la enfermedad, que
esto no se va a acabar hasta el día de morir. En lugar de resolver, se trata de forti-
ficar la actitud frente a la vida: hay cosas que no podemos cambiar, pero podemos
cambiar la actitud frente a ellas. Esto es aceptación y solo con aceptación se terminan los porqués. Ahí es donde está el camino del terapeuta. Su verdadero trabajo
no es alcanzar una meta sino estar en camino, no importa dónde se esté sino cómo
se está. El “como” es lo que se le enseña al paciente».
«La salud es un estilo de vida, no cinco años de psicoterapia. El verdadero terapeuta
invita, con su actitud, al paciente a renacer (…). El terapeuta es como un viejo que
ya recorrió el camino y esa es una actitud que no se puede transmitir en palabras. La
presencia misma son las arrugas que tiene, las heridas cuyas cicatrices son visibles
para el paciente (…). Está bien dominar una técnica, está bien haber realizado un
aprendizaje intelectual y formativo, pero un buen terapeuta debe soltar los instrumentos, debe arriesgarse a soltar la técnica y apoyarse en sí mismo. La técnica no
cura. Lo que cura es la persona».
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El oficio que habitamos
Lo que sana es el vínculo, digo yo. Creo que allí reside lo curativo. Y el vínculo es siempre con un otro. Entre los dos creamos, pero es mi tarea invitarlo a
ese prodigio de la co-creatividad.
Creo con el otro de ambas maneras. No olvidemos que «crear» y «creer» comparten la misma forma verbal en tiempo presente: yo creo.
Zinker. El Artista de la Gestalt
Estar con Zinker, leerlo, contactarme con él es siempre vivificante...
Cuando la cotidianeidad y la monotonía de la consulta me invaden; cuando, en realidad, yo me pongo aburrida y monótona, entonces «converso» con
este hombre a través de sus escritos y me conecto con mis aspectos más creativos, más alegres, más vivos, y agradezco haber descubierto este recurso, tan
simple, tan efectivo y tan valioso.
«Si Fritz viviera se sentiría desilusionado de ver a una multitud de terapeutas
recitando como loros...
Para que la terapia gestáltica sobreviva, debe representar esta especie de
proceso de crecimiento integrativo y de generosidad creativa: debe seguir combinando los descubrimientos sobre nuestra musculatura, nuestros orígenes
arquetípicos y nuestro grito primario en concepciones nuevas. Si nosotros,
los maestros de la artesanía, olvidamos este principio básico de la experimentación creativa, del desarrollo de nuevos conceptos a partir de nuestro propio
sentimiento de osadía, de no avergonzarnos de ser intrépidos, la terapia gestáltica morirá junto al resto de las modas terapéuticas contemporáneas».
Claudio Naranjo: Un teórico ateórico
Los alquimistas eran esos porfiados idealistas, mezcla de magos con sabios,
que dedicaban su vida a descubrir cómo transformar cualquier metal en oro.
Para eso contaban con su crisol, en donde colocarían el metal no precioso
para que, en contacto con la piedra filosofal, se transformara.
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MAIOR
La importancia de la actitud
Del mismo modo, muchos buscamos las trasmutaciones personales.
De la misma manera, muchos somos alquimistas de nuestras vidas.
¿Cuál es nuestro crisol y cuál nuestra piedra filosofal?
No hay respuesta uniforme. Más bien, no hay respuesta.
Es cuestión de Ser y punto.
Sin embargo, existen algunos lúcidos que, además de Ser ellos, nos dan
claves a nosotros.
Una de esas personas es Claudio Naranjo.
Así, Naranjo propone como «teoría ateórica» sus afirmaciones acerca de la
primacía de la actitud sobre la técnica y el desarrollo de la tríada sobre la cual
se sustenta dicha actitud básica del Ser en el mundo gestáltico.
Sin embargo, y como neto experiencialista que es, nos propone que construyamos una teoría, no sobre la gestalt sino sobre algo que la contiene y que la
excede: una teoría sobre la iluminación y el oscurecimiento (polos en los que
podemos adscribir desde los conceptos de salud y enfermedad hasta los aportes de la espiritualidad oriental).
Todos los que estamos en esta labor sabemos, por verlo diariamente en la
consulta y, sin duda, por haberlo transitado personalmente, lo fácil que es
enunciar «quiero cambiar» (eso, en el mejor de los casos: lo más frecuente es
esperar el cambio, pero del otro).
«Sin embargo, cuando llega el asunto del cambio interior, la dificultad aumenta, pues ¿quién desea cambiar? y ¿quién es realmente capaz de “trabajar”?...».
Si la psicopatología es el surgimiento de las defensas del paciente que funcionan «resistencialmente», entonces la tarea del terapeuta es que el paciente
pueda trabajar con ellas, a pesar de él mismo.
«El profesional con habilidad en psicoterapia es, por sobre todo, aquel que
puede producir acción real... es capaz de detectar la actitud exacta, reforzarla,
exigirla, enseñarla, pues la conoce en sí mismo».
La gestalt es, sin duda, la única escuela de psicoterapia que ha constituido
su sistema teórico más sobre el entendimiento intuitivo que sobre la teoría propiamente dicha.
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El oficio que habitamos
Este planteamiento significa que en gestalt «nunca se reemplazó un fundamento directo de la práctica y la experiencia por otro basado en suposiciones teóricas».
«Las ideas son parte del sistema... más aún, la naturaleza de estas ideas [es]...
una explicación de actitudes en lugar de constructos teóricos. Son ideas arraigadas en la experiencia más que en la actividad especulativa, y no prestan
apoyo a la actividad terapéutica sino que constituyen, como esta, una vía
alternativa de expresión».
Perls pensaba que ser psicoterapeuta era ser uno mismo y viceversa.
Confiaba en que el hecho de «ser» era contagioso per se y que el aprendizaje
intrínseco de la psicoterapia era suficiente. Para él, «ser» significaba estar aquí
y ahora, estar conciente y ser responsable. Y esta es la tríada básica de la «actitud gestáltica» que implica valentía tanto del terapeuta como del paciente para
aceptar que lo que es, es.
Hasta aquí he intentado exponer la importancia de la actitud en la formación y ejercicio del terapeuta gestáltico. Señalar, una vez más
«que las técnicas, para que no sean esqueletos vacíos, deben estar enraizadas
en la actitud y que esta no es meramente un asunto ideológico sino que, a su
vez, está enraizada en la experiencia».
En cuanto a lo personal, significa estar atenta todo el tiempo. Reconozco la
seducción que en mí ejerce «caer en la trampa del cambio».
Según pasan los años, como en la canción, me voy aceptando y, naturalmente, voy aceptando al otro. Es directamente proporcional: cuanto más me acepto,
más acepto al otro. Cuanto menos intento forzar cambios en mi, menos intento
cambiar al otro.
Pero, como dice Naranjo, confiar en que la rectitud de nuestra propia naturaleza nos llevará a buen puerto no significa no trabajar, no sufrir. Y esto nos
toca a todos.
Confrontar y apoyar.
Podar y abonar
No más. No menos.
Aún sigo en la tarea...
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MAIOR
La importancia de la actitud
Bibliografía
Borja, G., La Locura Lo Cura, un manifiesto psicoterapéutico, Editorial Cuatro
Vientos, Santiago de chile, 1997.
Bucay, J., Cartas para Claudia. Ediciones Tarso S.A., 1986.
— De la autoestima al egoísmo, Editorial Nuevo Extremo, 1999.
Castaneda, C., Las enseñanzas de don Juan, Fondo de Cultura Económica, México,
1986.
Coop, S., El Colgado Editorial Alfa Argentina, 1976.
Napolitano, A., «The attitude and practice of Gestalt Therapy: Una introducción al
pensamiento viviente de Claudio Naranjo», artículo para la Gestalt Review.
Naranjo, C., La vieja y novísima gestalt, Editorial Cuatro Vientos, Santiago de
chile, 1990.
Osho, Zarathustra, un dios que puede bailar, Ediciones Luz de Luna, 1998.
Peñarrubia, P., Prólogo para La vieja y novísima Gestalt, Editorial Cuatro Vientos,
Santiago de Chile,1989.
Perls, F., Enfoque Gestáltico, Editorial Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1975.
Perls, L., «Algunos aspectos de la Terapia Gestáltica» Trabajo presentado en la
Asociación Ortopsiquiátrica (1974).
Van Dusen, W., La profundidad natural en el hombre, Editorial Cuatro Vientos,
Santiago de Chile, 1977.
Zinker, J., El proceso creativo en Terapia Gestáltica, Editorial Paidós, Barcelona,
1979.
MAIOR
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Psicoterapia en la era
de la modernidad
Carmen Gascón
8
«El hombre ocasionalmente se tropieza
con la verdad, pero en la mayoría de las
ocasiones se levanta y sigue su camino»
Winston Churchill (Marina 2010)
La era del individualismo en la paradoja de la
globalización
¿Por qué nos dañamos? ¿Por qué nos dañamos en lo individual y nos
dañamos en lo social? ¿Somos tan ciegos como para no aprender de nuestros
errores? o ¿es que hay algo que nos obstaculiza que aprendamos de ellos?
¿Algo en lo individual? ¿Algo en lo social? ¿O algo tan entremezclado entre
ellos como una banda de Moebius? ¿Esta era es diferente a las anteriores? ¿En
qué? ¿Qué hemos hecho mal como individuos y como colectivo? Estas y otras
preguntas argumentan el sentido de esta reflexión.
Para iniciarla quiero remitirme a las palabras que nos ha legado Zygmunt
Bauman, profesor emérito de Sociología de la Universidad de Leeds (Reino
Unido), en su discurso de agradecimiento al premio Príncipe de Asturias de
2010, porque hacen historia o la usan para pensar nuestra era; Bauman nos
presenta una España a través de los ojos de Cervantes, y la trae hasta nuestros
días:
MAIOR
147
El oficio que habitamos
«Cervantes fue el primero en conseguir lo que todos los que trabajamos en las
humanidades intentamos con desigual acierto y dentro de nuestras limitadas posibilidades. Tal como lo expresó otro novelista, Milan Kundera, Cervantes envió a
Don Quijote a hacer pedazos los velos hechos con remiendos de mitos, máscaras,
estereotipos, prejuicios e interpretaciones previas; velos que ocultan el mundo que
habitamos y que intentamos comprender... Hacer pedazos el velo, comprender la
vida… ¿Qué significa esto? Nosotros, humanos, preferiríamos habitar un mundo
ordenado, limpio y transparente, donde el bien y el mal, la belleza y la fealdad, la
verdad y la mentira estén nítidamente separados entre sí y donde jamás se entremezclen, para poder estar seguros de cómo son las cosas, hacia dónde ir y cómo
proceder. Soñamos con un mundo donde las valoraciones puedan hacerse y las
decisiones puedan tomarse sin la ardua tarea de intentar comprender. De este sueño nuestro nacen las ideologías, esos densos velos que hacen que miremos sin llegar a ver. Es a esta inclinación incapacitadora nuestra a la que Étienne de la Boétie
denominó “servidumbre voluntaria”. Y fue el camino de salida que nos aleja de esa
servidumbre el que Cervantes abrió para que pudiésemos seguirlo, presentando el
mundo en toda su desnuda, incómoda, pero liberadora realidad: la realidad de una
multitud de significados y una irremediable escasez de verdades absolutas. Es en
dicho mundo, en un mundo donde la única certeza es la certeza de la incertidumbre, en el que estamos destinados a intentar, una y otra vez y siempre de forma
inconclusa, comprendernos a nosotros mismos y comprender a los demás, destinados a comunicar y, de ese modo, a vivir el uno con y para el otro».
Quizás haya resultado un poco larga, sin embargo no tiene desperdicio,
nos brinda un buen marco desde el que pensar nuestro tiempo, nuestros
enredos y nuestro lugar como profesionales.
Maalouf, experto en definir la integración de las polaridades «individualsocial» y de pertenencia «de aquí-de allí», estudioso del complejo momento que
viven nuestras culturas, y aceptando que a veces nos pueda parecer un poco
apocalíptico, deja buena evidencia, de la complejidad que tenemos los humanos para unirnos en nuestras diferencias, desde la globalización, la inmigración, la identidad del emigrante, los temas más candentes en su vida. Leemos
sobre el tema de la diversidad:
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MAIOR
Psicoterapia en la era de la modernidad
«De esta diversidad del mundo, de esta extraordinaria diversidad que es
hoy en día característica de todas las sociedades humanas, todos cantamos a
veces las alabanzas; pero también nos hace padecer a todos a veces. Porque es
manantial de riqueza para nuestros países, pero lo es también de tensiones».
(Maalouf 2010)
Pensemos en la psicoterapia gestalt y el mundo actual, figura-fondo, para
leer a Maalouf:
«La diversidad en sí misma no es ni una bendición ni una maldición. Es sencillamente una realidad, algo de lo que se puede dejar constancia. El mundo es un
mosaico de incontables matices, y nuestros países, nuestras provincias, nuestras
ciudades irán siendo cada vez más a imagen y semejanza del mundo. Lo que
importa no es saber si podremos vivir juntos pese a las diferencias de color, de
lengua o de creencias; lo que importa es saber “cómo” vivir juntos, “cómo” convertir nuestra diversidad en provecho y no en calamidad».
«Vivir juntos no es algo que les salga de dentro a los hombres; la reacción
espontánea suele ser la de rechazar al otro (…). Para superar ese rechazo
es precisa una labor prolongada de educación cívica. Hay que repetirles
incansablemente a estos y a aquellos que la identidad de un país no es
una página en blanco en la que se pueda escribir lo que sea, ni una página ya escrita e impresa. Es una página que estamos escribiendo; existe un
patrimonio común –instituciones, valores, tradiciones, una forma de
vivir– que todos y cada uno profesamos; pero también debemos todos sentirnos libres de aportarle nuestra contribución a tenor de nuestros propios talentos y de nuestras propias sensibilidades. Asentar este mensaje en las mentes
es, hoy, tarea prioritaria de quienes pertenecen al ámbito de la cultura; La
cultura no es un lujo que podamos permitirnos solo en las épocas faustas.
Su misión es formular las preguntas esenciales. ¿Quiénes somos? ¿Dónde
vamos? ¿Qué pretendemos construir? ¿Qué sociedad? ¿Qué civilización?
¿Y basadas en qué valores? ¿Cómo usar los recursos gigantescos que nos
brinda la ciencia? ¿Cómo convertirlos en herramientas de libertad y no
de servidumbre?» (Maalouf 2010). (www.fpa.es)
MAIOR
149
El oficio que habitamos
Hemos introducido nuestras preguntas, hemos planteado la opinión de dos
expertos sociales recientemente galardonados en nuestro país, y seguimos,
retomando las preguntas de Maalouf que nos permiten empezar a pensar en la
ética, de la que luego intentaremos hablar un poco más, dado que nosotros
(profesionales de la psicoterapia), tenemos una responsabilidad ahí.
«Este papel de la cultura es aún más crucial en épocas descarriadas. Y la
nuestra es una época descarriada. Si nos descuidamos, este siglo recién empezado será un siglo de retroceso ético; lo digo con pena, pero no lo digo
a la ligera. Será un siglo de progresos científicos y tecnológicos, no
cabe duda. Pero será también un siglo de retroceso ético. Se recrudecen
las afirmaciones identitarias, violentas en muchísimas ocasiones y, en
otras muchas, retrógradas; se debilita la solidaridad entre naciones y
dentro de las naciones; pierde fuelle el sueño europeo; se erosionan los
valores democráticos; se recurre con excesiva frecuencia a las operaciones militares y a los estados de excepción... Abundan los síntomas»
(Maalouf 2010).
De nuevo me surge la misma pregunta: ¿Qué tenemos o podemos decir ahí,
desde nuestro lugar como profesionales de la psicoterapia y de una línea en concreto, adscrita a un paradigma, el humanismo, como es la psicología de la gestalt.
Y ya para terminar con esta referencia, afirma Maalouf (2010):
«Ante este retroceso incipiente, no tenemos derecho a resignarnos ni a
cederle el paso a la desesperación. Hoy en día lo que honra a la literatura y lo que nos honra a todos es el intento de entender las complejidades
de nuestra época y de imaginar soluciones para que sea posible seguir
viviendo en nuestro mundo. No tenemos un planeta de recambio, solo
tenemos esta veterana Tierra, y es deber nuestro protegerla y hacerla
armoniosa y humana».
Hasta aquí, retazos del discurso de Bauman o de Maalouf, un poco para
situar en palabras ilustres una lectura del mundo en el que como seres humanos
y también como profesionales de la psicoterapia nos movemos. Aún hay otra
referencia más en la que quiero también apoyarme de cara a esta reflexión: el
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MAIOR
Psicoterapia en la era de la modernidad
video El Siglo del Yo 3: Hay un policía en nuestras cabezas que debe ser destruido, un
video que podéis encontrar en youtube, es una reflexión crítica sobre el uso y
abuso del saber de la psicología y de la psicoterapia por las estructuras de poder
y el resultado que queda de ello. No me voy a detener en las explicaciones, pero
sí remarcar algunas de las que sufrimos hoy en día, «consumismo exacerbado,
insatisfacción, falta de interés, egos... un yo aislado, vulnerable y sobre todo
codicioso, que necesita ser el centro de atención». Las escenas que presenta el
video, sitúan el desarrollo personal como una salida al malestar de una época
no tan lejana, salida que a la larga o a la corta se convierte en una engañifa del
poder... Presenta a la psiquiatría, y luego a la psicología, actuando como régimen de lo verdadero, generando esquemas que definen lo que debemos hacer
para ser libres y para lograr nuestra autorrealización, y al poder usando esos
discursos. Resulta chocante ver en el video los movimientos humanistas, a Perls,
Rogers, Lowen hablando de sus descubrimientos terapéuticos y a la vez a los
políticos usando estos saberes para conseguir hipnotizar a la población para
conseguir electores y con ello poder... La pescadilla que se muerde la cola. El
discurso «No te conformes con menos de lo que puedes ser», es decir, «sé tú
mismo», nos viene dado hoy en día, desde la publicidad, millones de libros y
revistas de autoayuda, y observamos cómo ese «discurso» está ya incorporado
en las personas, influyendo en sus ideales y por ende en su insatisfacción; pero
además del control del poder... ¿sabemos lo que eso quiere decir?
«Lo mío es lo mejor», ya no sirve. Maalouf nos lo señala muy bien: la mente
patriarcal está caída.
«... Hoy, cuando el pesimismo y el cinismo ante la posibilidad de una
mejora en nuestra situación colectiva alimentan el desánimo y a una
pasividad impotente, creo oportuno reiterar mi propuesta de que solo
estamos intentando remediar los síntomas de nuestro mal, aún sin atender a su naturaleza fundamental, y que tal como ocurrió en la historia
de la medicina cuando se descubrieron los microorganismos causantes
de las enfermedades infecciosas, nos cabe albergar la esperanza de que
una acción orientada según un correcto diagnóstico de nuestros macroproblemas nos permita una feliz resolución de la crisis generalizada de
nuestro tiempo» (Naranjo 2010).
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151
El oficio que habitamos
Esta reflexión de Claudio Naranjo nos lleva a pensar en Maquiavelo: «No
hay una ciencia universal que guíe... lo único que realmente existe es ese escenario en el que cada actor despliega sus propias estrategias buscando satisfacer sus intereses personales» (Cleg, 1989 pp. 29-34, citado en Uoc), y en esperar
que esto no sea más que un mapa, aunque, en mi opinión, el escenario es un
círculo cerrado que rebosa malestar, confusión y pérdida, por lo tanto, la idea
que creemos que nos va a hacer libres es la del encuentro con nuestro auténtico yo, lo que nos lleva a un modelo de «bienestar» impuesto por el propio
poder.
Las personas estamos necesitadas de amor, pero ¿de qué amor hablamos?,
y, además, esta necesidad, ¿se colma con amor? ¿Con el amor ideal? ¿Con ese
que anhelamos que nos complete? Sabemos por experiencia que, todo lo que
completa, satisface por poco tiempo. De un cierto amor hablaremos más tarde,
presentándolo como una salida.
Si, como nos señala Bauman, lo más cierto es la incertidumbre, ¿cómo transmitir un amor (saber) que ayude a amarse en la carencia, en lo no ideal del otro
y de uno mismo? Estamos ya pensando en el narcisismo. ¿Cómo realizar un
trabajo personal o terapéutico que apunte a la aceptación de ese no ser? Y que
ese no ser, no sea pensado ni vivido como la castración en sí mismo, sino como
lo que nos hace ser más humanos, más reales; saber del no saber, saber de la
incertidumbre, de las no verdades absolutas, de los límites del hacer y que eso
no lleve a la melancolía a ese frágil yo. Cioran en Ese maldito yo, en 1987, o
Fernando Colina en Dioses, locos, deseos y costumbres, en 2009, nos pueden dar
bellas y claras claves para no dejarnos caer en esa melancolía del frágil yo,
aceptando ciertos duelos, que, paradójicamente, pueden estimularnos en las
nuevas creaciones, quizás como a los artistas, que no usando la palabra consiguen transitar tan bien esos complejos recodos... Esa es la tarea en mi opinión
de la psicoterapia y de nuestra gestalt.
La atención debe estar puesta, a mi entender, en no vincularnos, sin darnos
cuenta, o por miedo o inseguridad, a la patología social, a cubrir los rellenos, a
alimentar derechos que, si no enferman más, sí que sabemos que solo gratifican
al ego; no ayudan a despertar, y por lo tanto, a evolucionar. ¿Todos los caminos
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MAIOR
Psicoterapia en la era de la modernidad
llevan a Roma? Quizás esto se podía decir en la época que Roma era el imperio
y las calzadas eran calzadas romanas, o en épocas sucesivas donde las verdades
eran absolutas... pero ahora no podemos sostener eso. ¿Roma nos envuelve?
¿Roma nos engaña? ¿Nos hace guiños fáciles? ¿Es a Roma a donde queremos
ir? O quizás: ¿es en Roma donde nos venden lo que queremos oír?
El principal papel de la psicoterapia hoy reside en comunicar al ser humano
consigo mismo, con su sí mismo más profundo, y el principal riesgo es el egotismo, «yo – yo – yo – a mí», «alimentar el falso yo, el narcisismo infantil». Yo
voy a llamar falso yo a la construcción neurótica, al personaje construido como
defensa desde la pasión dominante. Creer que conocerse es solo saber de él... y
conformarse, no profundizar más, no bajar a ese no ser que nos habita y frente
al cual construimos o fijamos el carácter, es, en mi opinión, formar parte de
todas esas culturas tan actuales hoy en día, manuales de autoayuda, de autoconocimiento, de respuestas que se venden por doquier en quioscos y librerías no
especializadas, hasta en las estaciones de autobuses. ¿Quiere encontrarse a sí
mismo? ¿Cómo superar la timidez? ¿Quiere descubrir el gran secreto que le hará rico?
¿Nos conformamos con eso? ¿Qué pensaría Perls si hoy levantara la cabeza?
¿De qué lado estamos? Al servicio de la sociedad actual, aturdida, ciega con
el más, más y más; más bienestar, más inmediatez, más felicidad o pensamos
que podemos de verdad aportar algo que permita a las personas que nos visitan liberarse de sus esclavitudes y sentirse más libres, más capaces de aprender
a luchar por lo que desean, no sólo a sacarse de encima los molestos prejuicios
que no les dejan gozar más o las morales estrictas que les penalizan.
¿En qué campos operamos? ¿Hasta dónde podemos llegar? Eso dependerá
de adónde hayamos sido capaces de llegar nosotros. ¿Qué hacemos? ¿Para
quién trabajamos? ¿Para quién hacia dentro? ¿Y para quién hacia afuera? Son
preguntas que dejo abiertas. A veces me da la sensación de que solo podemos
poner «Tiritas para el malestar». Difícil afrenta; no tiene resultados inmediatos,
requiere disciplina, atención, constante encuentro con la frustración, con la
ignorancia, con «el fracaso», constante recuerdo de la dificultad de la conexión,
de la tendencia a la satisfacción inmediata, el éxito rápido, la mentira, la adormidera.
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El oficio que habitamos
Los valores imperantes, «la belleza», «la no moral», «el insaciable: “yo – yo
– yo”, “a mí”, “no es justo”», ideales... un poco todo..., menos la aceptación de
la insuficiencia que finalmente somos.
Hecho este que nos lleva a que la depresión sea una de las mayores causas
de bajas laborales en nuestro país. ¿Está aumentando o acaso la gente está más
sensibilizada porque se ha convertido en un tema de interés general?, se pregunta Yapko (2010), autor de La depresión es contagiosa. Nosotros no pensamos
como Yapko que es contagiosa, pero sí que todos estamos contagiados de algo,
que nos va involucrando en una insatisfacción y un desinterés, un no querer
saber, en un deseo de un mundo omnipotente que va a resolver todo, a mí que
soy tan hijo de este tiempo que no quiero saber de frustraciones ni límites a mi
omnipotencia...
Lo que pasa es que estamos en un momento social complejo que está generando mucha preocupación y miedo; por ello las personas sufren y aparecen
muchos afectos depresivos… y no me refiero a la tan manida crisis, sino a toda
la patología social que se ha ido generando en los últimos años en relación a
«qué es importante y qué no» para ser felices…
Si analizamos la depresión en el tiempo, vemos que diferentes corrientes de
pensamiento se han esforzado por argumentar razones para sus posiciones,
han intentado dar sus respuestas a las cuestiones clínicas, pero conviene revisar
un poco la historia, antes de que el poder tomara el mando de la salud, es decir,
que fuera un biopoder, con poder sobre la vida, como diría Foucault, en
Tecnologías del yo (1990).
Vamos a pensar en «ese afecto depresivo» que nos afecta a diario y que
cualquiera medianamente sano ha sentido a lo largo de su vida algunas veces,
como ese tedium vitae que nos embarga al levantarnos, al salir de la placidez
de la cama y saber que uno tiene por delante un largo día que inventar o quizás apareciendo en etapas concretas de la vida, como la infancia o la adolescencia, o después de una separación por divorcio o muerte, o, sin más, ese algo
que nos embarga como una espesa niebla que se asienta en nuestra alma y la
llena de telarañas, quizás porque las cosas que antes a uno le sentaban bien ya
no le sientan, ya no obtiene en ellas ninguna gratificación o por lo menos no
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MAIOR
Psicoterapia en la era de la modernidad
la gratificación anterior. ¿Qué me pasa? Los clínicos se afanan ahora en poner
nombre a todo; síndrome postvacacional se llama ahora a la pereza que a
todos nos acontece cuando tenemos que volver a situarnos ante los horarios o
las demandas de los otros; ahora lo anhelado son las vacaciones y el coñazo es
el trabajo. No me extraña que con un planteamiento así nos deprimamos.
¿Dónde está el deseo? ¿Por qué trabajamos en cosas que no deseamos? ¿Qué
nos ha vendido la sociedad? ¿Qué le hemos comprado? Para responder a algunas de estas preguntas vamos a hacer una revisión de la depresión a través de
los dolores del alma de la filosofía y también una revisión de cómo hemos
llegado hasta aquí, me serviré para ello de seminarios dictados por los doctores Álvarez y Colina, para explicar los síntomas que nos acechan, y también
de algunas ideas tomadas del Dr. Claudio Naranjo. No cabe duda de que ellos
no nos van a dar recetas, no nos van a completar en nuestro afán de conseguir
respuestas o salidas; los dolores del alma no tienen nada que ver con la lógica
racional, y, si no, decirle a un paciente deprimido que lo que tiene que hacer
es ponerse guapo y salir a la calle ¿Tenéis la experiencia de haber hecho esto
alguna vez? Si seguimos pensando en ese saldo de la cultura, «la depresión»,
del lado de los afectos, la mayoría de los autores coinciden en definir las características, tristeza, inhibición psicomotora y dolor moral. ¿A qué nos referimos
con dolor moral? Casi siempre al autorreproche y la minusvalía. Estos aspectos tienen también varias lecturas y se han valorado de diferente manera a lo
largo de nuestra historia; de hecho, la historia nos muestra épocas en que estos
rasgos eran propios de personas que ejecutaban diferentes profesiones...
¿habéis imaginado un poeta que no sea melancólico? ¿Podéis imaginar el
romanticismo sin melancolía?
La forma más grave de la depresión, «la melancolía», está relacionada con
la falta radical de deseo, en su modo más extremo, pero tenemos también el
drama humano por excelencia, el de la pérdida, por eso decía antes que algo de
esa melancolía, de esos conflictos con el deseo y las pérdidas, se asienta en el
corazón de todos los humanos.
De esta parte del dolor se han ocupado los filósofos de la antigüedad, y
también los artistas, los pintores, los escritores, los poetas… Antes se pensaba
de otro modo; Dios estaba en el cielo, y como dice Dante en La Divina Comedia,
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El oficio que habitamos
el cielo era perfecto, Aristotélico, redondo, y Dios lo presidía todo Cuando
quitamos a Dios de ahí, la tierra no es nada más que una partícula que gira
alrededor del sol, pero no es la protagonista; a partir de ahí todo se piensa ya
de otra manera, la cultura se transforma y con ella los deseos de los hombres y
la conciencia de la pérdida.
Bartra, una persona de la cultura, define la melancolía como «esa fascinante
constelación de antiguos problemas y angustias que a lo largo de los siglos la
historia occidental ha guardado en su memoria» (Bartra 2004).
Y si pensamos en el mito de la religión sobre Adán y Eva, y cómo vivían en
su paraíso, donde nada les faltaba y tampoco nada necesitaban, pero había un
límite, que no debían comer de la fruta del árbol de la vida y si lo hacían serían
expulsados y conocerían la falta, el dolor, la vergüenza de necesitar y el deseo,
en realidad fue «el deseo de saber» lo que les movió… el árbol era el árbol del
conocimiento, el saber sobre lo que está bien y lo que está mal, …y fueron
expulsados del paraíso, y según la religión cristiana, todos los hombres nacemos con esa falta… y esta es una forma de explicar que la vida tiene una razón
y la muerte también, que estamos aquí para algo, que tiene sentido, y entonces
volvemos a la concepción redonda de la vida… por simplificar… pero el hombre nace demasiado vulnerable, demasiado incapaz de valerse por sí mismo
durante mucho tiempo, no somos como esos cervatillos que vemos nacer y a
los dos segundos, después de ser chupados por la madre, se levantan sobre sus
frágiles patas y enseguida dan unos pasos ellos solos; nosotros necesitamos
todo un año o más para lograr esa pequeña autonomía, y va a ser esta dependencia la que nos hará conscientes de que hemos perdido ese paraíso donde
todo nos era dado… Bueno, esto tampoco es del todo así; hoy sabemos que
muchas de las heridas del alma nos son traspasadas por nuestra madre ya
desde el útero… le llamamos en clínica depresión endógena... y se lo atribuimos a factores químicos… Hoy la neurociencia quiere explicarlo todo desde la
química, la fisiología, los genes, pero afortunadamente ellos también dicen que
no todo se puede explicar desde ahí; que no se pueden explicar los síntomas o
los dolores del alma solo desde ahí, que los genes solo marcan tendencias, inclinaciones, podríamos llamarlo; entiendo que, desde la oscuridad que nos habita,
queremos encontrar las fórmulas que nos calmen el vacío y el sinsentido exis156
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Psicoterapia en la era de la modernidad
tencial. Para reconducir estas ideas, diremos que todos tenemos un duelo sin
hacer, el de la aceptación de la vida limitada, carente, no absoluta, y sin respuestas para todas las preguntas; y con ese vacío del que luego hablaremos un
poco más a través de las palabras de Claudio Naranjo, y del que Woody Allen
nos deja buena cuenta en su película Medianoche en París.
La melancolía y el dolor moral, que vemos bien, como ya hemos señalado,
en esa crítica feroz que se dirige el melancólico, esa crítica, superyoica, si usamos términos psicoanalíticos, o del perro de arriba si usamos términos gestálticos, que le lleva a una certeza de su indignidad, y aquí certeza aparece como
palabra clave, dado que los humanos en general no la tenemos, nuestro narcisismo nos protege de caer ahí del todo; aunque nos dirijamos las mayores críticas, algo en nuestro interior sabe que no somos solo eso… pero esto falla en la
psicosis, y por eso hablo de certeza de ser indigno e insisto en esto dado que no
se trata de invalidar la gravedad de este estado; la melancolía no es estar
melancólico, la melancolía puede llevar al suicidio o a las alucinaciones y a no
poder hacerse cargo de la vida de uno; nosotros aquí la abordamos como algo
que nos permite pensar el dolor del ser humano y el dolor en la actualidad en
relación a la cultura y al momento social, casi podríamos pensar que «la depresión es la enfermedad de la modernidad», dado que es esta modernidad, donde se
ha caído Dios y se nos ha educado para creer que podemos tener lo que deseamos, la que nos ha metido en esta oscuridad actual.
Pensemos en la incapacidad actual para soportar la frustración; esta viene
de la lucha entre el deseo y el límite: no todo, no me lo pueden dar todo, no puedo
tenerlo todo, no soy todo para el otro; esto es, el bebé está casi obligado a tener que hacer
un duelo, duelo que, si se hace, nos aleja de caer en la melancolía; no es un duelo
fácil, la mayoría lo arrastramos en nuestra vida sin resolver, como esa pepita
que nos tragamos y que no se disuelve, la pepita de oro, que bien trabajada nos
da la vida y negada nos lleva como almas en pena; eso que les quedaba muy
claro a los filósofos de la antigüedad y que la religión y los valores cernían tan
bien, eso que la cultura ha querido olvidar dado lo desagradable que es, eso es
el germen.
Freud explicaba que hay en la melancolía una agresión que parece autoagresión, pero que es agresión a esa sombra del objeto perdido; esto es un poco
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El oficio que habitamos
complicado de explicar, pero viene a señalar algo de la paradoja de ese duelo;
no queremos hacerlo y lo hacemos sin hacer, lo que nos produce en cierto modo
una satisfacción que nos engancha, como las drogas o el tabaco… hay una cierta atracción fatal, o una total atracción fatal, gozamos haciéndonos sufrir aquí
entrarían las pasiones, a cada cual la suya.
Si volvemos al mito de nuestros «primeros padres», aparece la culpa, el
deseo, la acción, comer la manzana del saber, y ser expulsados y la culpa, esto
es, ya había una introyección de la moral del padre lo que está bien, lo que está
mal, y por ahí, la culpa, la culpa que siempre nos va a hablar de un deseo oculto, olvidado, no consciente; y de nuevo, para explicar esto, tendríamos que
hablar de la moral, y de cómo esa moral que ha ido cambiando según las
épocas es también una moral existencial, sobre la vida y las pasiones que nos
habitan como humanos incompletos, animalitos irracionales en nuestros primeros tiempos.
Freud nos habla también de un deseo irreductible. Rams cita a Bleichmar,
que señala algo así como que la depresión es más cosas que lo que parece. Está
una interpretación mía a su frase «En todas estas condiciones se siente como
inalcanzable algo deseado, anhelado. Un deseo al que se está fijado es vivido
como irrealizable» (Bleichmar, citado en Rams 2005). Hablábamos antes de la
pepita tragada, ahora podemos añadir que uno está apegado a una imagen de
sí mismo, del mundo y de cómo deberían ser las cosas, a un objeto del que no
se puede despegar, pero cuyo deseo tampoco puede consumar, y como no lo
puede consumar, tampoco lo puede soltar. Recordemos el ciclo de la necesidad
en el que se apoya la gestalt. Hasta que no hay contacto verdadero con la cosa,
no se suelta. Pero recordemos también que ciertos contactos no se pueden
tener; por ejemplo, no se puede volver a ser uno con la madre, ese paraíso se
pierde con la primera separación, el nacimiento, y luego lo buscamos siempre
como si nos hubiera dejado un recuerdo al que nos es imposible renunciar, un
anhelo de ese paraíso perdido.
A propósito de consumar, nos señala Rams, (2004): «Para que la persona se
deprima, tiene que haberse tragado que sólo es “yo” cuando tiene lo que
podríamos llamar mamá-mundo-identidad, esto es, uno cree que sólo es “yomismo” cuando corresponde a la imagen que otro muy importante “mamá”
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Psicoterapia en la era de la modernidad
tuvo y tiene de él»; esta cuestión tan bien ejemplarizada es, si descorremos el
velo, el problema de la humanidad hoy en día; se dice que somos hedonistas,
narcisistas y que todo el día estamos pensando en paliar lo más pronto posible
nuestros malestares y volver a esa bella indiferencia o anestesia que nos caracteriza.
A veces nos sentimos mal porque no tenemos la llave, y la buscamos como
el borracho en el lugar donde hay luz, no en el lugar donde la perdimos; todos
queremos cambiar, pero de una manera muy narcisista, sin que se nos toque
nada de lo más íntimo, que, por cierto, sabemos de ello pero no lo conocemos;
en fin, queremos cambiar, pero que el terapeuta nos anime, nos apoye, nos ame,
pero no queremos que nos diga que somos prepotentes o mandones, o que
rivalizamos todo el rato, o que negamos deseos nuestros y los transformamos
en temores al otro. Todos tenemos heridas narcisistas. Un poco de narcisismo
nos es necesario, pero, como en todo, si sobra, nos enferma; algo de narcisismo
nos es necesario para sentirnos con fuerzas para movernos en este mundo oscuro. Oscuro es una palabra con la que el doctor Naranjo nombra el mundo actual
(Naranjo 2010).
Hemos venido viendo el deseo relacionado con la falta, y la nostalgia, esa
nostalgia del paraíso perdido, que en realidad nunca tuvimos, pero que creíamos tener. ¿Es eso lo irreductible de lo que nos hablan Freud y Beichmar?
Dejamos esa pregunta abierta, también como un tema a reconstruir. Pero ahora
lo vamos a pensar como «eso» que nos va a permitir hablar de las razones que
nos llevan a construir ideales que serán luego los que nos capturarán y nos
recordarán que no llegamos, dando paso abierto a las recriminaciones, a las
autoacusaciones; y sin embargo estos ideales nos han permitido salir de la vulnerabilidad primaria, dado que si mamá es ideal, cuando yo sea mayor también
lo seré, o a introyectar modelos como «cuando tenga tal cosa ya no me sentiré
más vulnerable». Conviene testar en nosotros los ideales, los introyectos, los
modelos con los que nos cotejamos para autoacusarnos, recriminarnos y enredarnos en ese baile que en apariencia es una cosa, pero que en el fondo es otra,
y que en suma nos habla sobre la dificultad de la renuncia a ese «ser como
Dios», «estar por encima del bien y del mal» como forma de protección contra
el sufrimiento y la vulnerabilidad.
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El oficio que habitamos
Recapitulemos y recojamos al menos los afectos que están implicados en
la depresión: pérdida, duelo, melancolía, tristeza, dolor. No somos ordenadores, nuestra mente lógica nos sirve solo para interpretar las cosas, y no hace
nunca una interpretación objetiva, algo se le escapa, algo que, cuando nos
encontramos en situaciones de duelo, nos hace caer, digamos, en una bolsita
donde tenemos guardados todos los duelos de la vida, y esta bolsita tiene
también el gran recuerdo del primero de ellos y casi nunca bien resuelto, y
con el producto de esa no resolución, o esa resolución parcial, hemos construido el carácter.
¿Y cómo pensar la agresividad? Podemos saber que, según nuestra moral,
la que nos va a ser inculcada por esa madre, la agresividad es mala, somos
malos por sentirla; y de esa manera se nos anula una defensa natural de vida
y se nos niega la posibilidad de ordenarla de una manera más adecuada, pero
sin la tragedia de la carga moral; por eso hablamos de autorreproches. Esta
agresividad del bebé, «mamá es mala», choca con la mamá ideal o moralista,
y el bebé para mantener la estabilidad se ve obligado a cambiar el mamá es
mala por el «yo soy malo»; claro que habría que aclarar que si Narciso no
soporta ninguna recriminación, puede que llamemos «mamá mala» a alguien
que nos esté en realidad poniendo los límites a nuestra arrogancia, porque
somos vulnerables, pero pronto nos creemos omnipotentes. Se suele decir
que la agresividad reprimida conduce a la depresión, entonces cabe hablar de
responsabilidad de producirse a uno mismo tal depresión. Como veis, hay
que hilar muy fino en la clínica para ir separando este enjambre de telas de
araña mezcladas.
Nos deprimimos para no asumir responsabilidades frente a los cambios
que nos trae la vida, al principio, porque somos seres dependientes, después,
porque no queremos renunciar al placer o al goce que nos da la seguridad de
lo conocido. No queremos quedarnos desnudos, volver a sentir esa desidentificación que nos hace sentirnos tan fracturados «nunca»... y buscamos otras
formas de satisfacción que, por cierto, y volviendo al principio, es lo que el
poder actual quiere que hagamos, el video señalado antes da buena prueba
de ello.
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Psicoterapia en la era de la modernidad
¿Qué papel juega en todo esto el narcisismo? Nos lo planteamos como esa
frontera que no nos permite aceptarnos, como diría Nietzsche, humanos, demasiado humanos.
En la mitología griega, Narciso (en griego Na/rkissov) era un joven cono-
cido por su gran belleza. Acerca de su mito perduran varias versiones, entre
las que se cuenta la de Ovidio, que fue el primero en combinar las historias
de Eco y Narciso y relacionarlas con la anterior historia del vidente-ciego
Tiresias.
Según la historia que cuenta este último, doncellas y muchachos se enamo-
raban de Narciso a causa de su hermosura, pero él rechazaba sus insinuaciones.
Entre las jóvenes heridas por su amor estaba la ninfa Eco. Esta había disgustado
a Hera, y por ello esta la había condenado a repetir las últimas palabras de
aquello que se le dijera. A causa de este castigo, no pudo hablar a Narciso de su
amor. Un día, cuando él estaba caminando por el bosque, se separó de sus compañeros. Al oír ruidos, preguntó: «¿Hay alguien aquí?». Eco, contenta, respondió: «Aquí, aquí». Narciso no podía verla, oculta como estaba entre los árboles,
y gritó: «¡Ven!». Después de responder: «Ven, ven», Eco salió de entre los árboles con los brazos abiertos. Narciso cruelmente se negó a aceptar su amor, por
lo que la ninfa, desolada, se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que
solo quedó su voz. Para castigar a Narciso, Némesis, la diosa de la venganza,
hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente. En una
contemplación absorta, incapaz de apartarse de su imagen, acabó arrojándose
a las aguas. En el sitio donde su cuerpo había caído, creció una hermosa flor,
que hizo honor al nombre y la memoria de Narciso.
En su uso coloquial, designa un enamoramiento de sí mismo o vanidad
basado en la imagen propia o ego.
Fue Freud quien desarrolló este concepto diferenciando narcisismo prima-
rio y narcisismo secundario o patológico, en el que la vida se convierte en ese
yo-mime-conmigo; el mime todo junto da lugar al verbo mimar. ¿Pero qué
mima el narcisista?, recogemos de Rams (2001): su imagen ideal, que nadie le
confronte con lo que le falta, con que no hace todo bien…
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El oficio que habitamos
Y dice:
«El narcisista es alguien que se tragó sin saberlo el gran deseo de una
madre que no supo soltar al bebé que engendró para que viviera libremente en el mundo, que lo parió con la etiqueta eterna de vendido, de
vendido a que me llene o me sirva a mí. El narcisista engulló el proyecto parental que cubriera los anhelos no satisfechos de ellos o que repi-
tiera el mismo juego grandilocuente, no fuera que al quebrarlo lo pusie-
ra en cuestión. Nacido para compensar, para repetir, no para ser persona, mas una función» (Rams 2001, p. 60).
El narcisista se identifica con ese proyecto, lo toma como propio y consti-
tuye su identidad en torno a él, vive apegado a una imagen de sí mismo que
no puede soltar, porque cree que soltándola se suelta a sí mismo. Y según
Yontef (1995), en «proceso y diálogo en psicoterapia gestáltica», ese absoluto
es una característica que está debajo de todos los dolores, bueno, Yontef lo
sitúa en el neurótico, pero yo creo que todos somos neuróticos.
Pero volvamos a Narciso y a una equivocación que nos enreda. Se dice que
Narciso se enamora de sí mismo, pero no, él no se enamora de sí mismo, se
enamora de una imagen que ve reflejada. Estamos en el estadio del espejo de
Lacan, su sí mismo especular. Dado que a lo mejor Narciso sufría de amor y la
imagen que le es devuelta está intacta, afuera no se nota el dolor, solo se ve la
belleza.
No querer saber es el deporte nacional, negar y proyectar, los mecanismos
más al uso. ¿Quién soy? ¿Qué es ser? ¿Soy lo que soy o soy lo que construí para
salir del atolladero del sinsentido existencial? O mejor lo que construí en el
encuentro con ese sinsentido y para que ese torbellino emocional no me aho-
gara –¡lo ahogo para que no me ahogue!–, o me diluyo, me presento más vul-
nerable y asustado y de esa forma puedo parecer transparente a los ojos del
otro. Solo son algunas de las múltiples y particulares formas que hemos elegi-
do cada cual, pero ¿por qué no nos enseñan a aceptar la falta existencial y a
vivir desde ahí?
162
MAIOR
Psicoterapia en la era de la modernidad
Pensemos en el niño, que para poder separarse de su madre tiene que
poder simbolizar. ¿Qué es simbolizar? Poner dentro de sí ideas tranquilizadoras sustitutas de la presencia de la madre, que permiten al niño no entrar en
ese marasmo, depende de lo que haga, y quedará más o menos preparado para
seguir evolucionando. Esperemos que pueda hacer como hacen los poetas o
los artistas, atravesar un lugar que no tiene palabras y crear algo bello que
causa efecto en los otros, por desconocido y por no tener las palabras para
definirlo... Es por no tener palabras que nos afanamos una y otra vez en intentar encontrarlas, construyendo así las identificaciones, los ideales, todo el
entramado neurótico del que venimos hablando en nuestra reflexión, coberturas, vestidos, máscaras con las que vivimos. Será tarea del terapeuta sostener
el espejo vacío, no imponer ninguna de esas imágenes al paciente, a fin de que
pueda quitarse el máximo número posible de ellas y logre «elegir» conscientemente una que sí pueda sostener.
«Así el sujeto posee ciertas certezas sobre sí mismo: ser el preferido de
su padre, ser un esposo ejemplar, saber escuchar a sus hijos, ser un
seductor, etc. En el relato que puede hacer de ello como una verdad
incuestionable puede suceder que algo de aquello sea puesto en duda,
y lo que aparecía como certeza sea posiblemente el ocultamiento de
aquello que en realidad prefiere no ver o saber (que el afecto recibido es
inferior al que ofrece, que haber tenido un hijo no ha sido una decisión
de él o su pareja, que la renuncia a su trabajo no le ha afectado nada,
etc.)» (Pablo Rivarola en Uoc 2010).
El psicoanálisis nos da estructura para pensar, pensar no del orden de repetir la cantinela superyoica, que eso no es pensar, pensar es construir a partir del
vacío propio, esto es, la creación nueva viene después de un proceso de digestión, no fácil a veces, pero que vemos reflejado en los autores en los que venimos apoyándonos; Maalouf, por ejemplo, y su alegato por la integración, nos
permite pensar en la gestalt en la sociedad actual y el riesgo que corre de servir
al amo, la inmediatez, el todo yo, el ideal de completud narcisista, y no profundizar y alimentar así el hacer, el sentir, el vivir de esta cultura llena de vacío que
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163
El oficio que habitamos
intenta llenar compulsivamente con sus adicciones. Terapias que lo curan todo,
mezclas sin estructuras, como si, ante la falta de saber, corriéramos, huyéramos
más bien, hasta encontrar un nuevo espejismo que luego no nos molestamos en
integrar, sino en repetir, y por lo tanto, al que vaciamos del saber que allí podía
haber; no construimos nuevo saber; encontramos falta de rigor, que después
nos desprestigia en los ámbitos universitarios.
Cuando hablamos de sufrimiento relacionado con la historia de la persona,
caben más preguntas dependiendo de si pensamos el sufrimiento como algo de
la naturaleza humana, si creemos que la cultura influye y hasta dónde ó si vivi-
mos el sufrimiento como una desgracia del destino. Sabemos que algo del
deseo de la pasión que nos arrastra está conectado con el síntoma que padece-
mos. En la antigüedad se hablaba de la curación del alma o del espíritu. Platón,
las grandes escuelas del período helenístico griego, las escuelas de filosofía, los
estoicos, los epicúreos y los escépticos eran, como dice Foucault, «dispensarios
para tratar los problemas del alma». O sea veinticuatro siglos antes, desde los
filósofos del periodo helenístico casi hasta E. Kant, ya trataban de dar cuenta
de lo que pasaba y remediarlo.
Los estoicos organizaban toda una forma de vivir, y lo más importante de
todas estas escuelas antiguas era la ética, que estaba íntimamente conectada
con el pathos, y lo que proponían eran normas para poder vivir y ser más felices
o no ser tan infelices. Los que querían ser filósofos eran los que sufrían, y esto
creo que es parecido a lo que pasa ahora.
Los estoicos proponían la moderación extrema de la pasión. La pasión era
como una especie de diablo con cuernos al que había que domesticar y empequeñecer al máximo. Los epicúreos ponían más el énfasis en el placer, aunque
eso no significa que se pasaran el día en la grande bouffe. Aristóteles proponía el
principio de moderación, al que definía en Las tres Éticas, más o menos, como
el pensamiento antiguo. Los epicúreos buscaban una forma, a través del placer,
de dominar las grandes angustias del hombre, por lo menos las que acechaban
a Epicuro, siempre preocupado por la muerte y por cómo el hombre podía
combatirla.
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MAIOR
Psicoterapia en la era de la modernidad
Los escépticos eran más racionalistas, pero podemos pensar que todos trataban dolencias del alma.
Foucault (1990) se dedicó a partir de un momento de su vida a estudiar la
ética en las tradiciones antiguas; sus últimos seminarios tratan de eso, de cómo
hacían los hombres en la antigüedad para restañar las heridas del alma. La hermenéutica del sujeto, de reciente publicación en español (Akal) es un repaso a
estas cuestiones. En él dice bien claro que las antiguas escuelas de pensamiento
eran dispensarios, iatro, y los filósofos, los aprendices, iban allí a sanarse de las
heridas del alma. Y la manera de sanar era, sobre todo en la corriente estoica, a
través de la vida del maestro. No parece muy diferente a un proceso terapéutico de los que hacemos ahora. Los epicúreos incluso vivían juntos en el jardín,
y Séneca define esta relación, que hoy diríamos de transferencia, de la siguiente manera: «Quien clama auxilio en el mar para que lo saquen, siempre puede
encontrar la mano del maestro junto a él». Como podemos ver, no hemos
inventado nada. La palabra como bálsamo que puede ayudar, convencer, poner
en el camino recto, de una manera u otra. La filosofía, tan ligada a la ética, nos
muestra ya el tratamiento del alma. Podemos pensar que hay algo universal y
algo particular en las dolencias o en las patologías, algo de ese dolor existencial
humano o, mejor dicho, del que es consciente el humano, solo por el hecho de
serlo (universal), y esa herida se va a entroncar y enredar con la historia particular de cada cual y las responsabilidades individuales de las elecciones o
interpretaciones que hace cada uno. Pasiones, humores, ya desde la antigüedad
vemos también que unos van a dar más importancia a un aspecto, cuerpo, biología (humores - Hipócrates) o alma (pasiones). Todo este pequeño recorrido se
lo debo al Dr. Álvarez, que lo presentó de una manera más amplia en un seminario sobre psicopatología en el que tuve el honor de poder contar con él para
la formación de alumnos de la gestalt.
Pero sigamos, estamos situando todo esto para hablar de la «ética del bien
hacer», que para mí supone aceptar no saber, no saber más que un poco del
propio viaje de uno; no saber más que un poco de cualquier saber en el que
seamos expertos; es por eso que resulta necesario buscar, no quedarnos en la
falsa creencia de que tenemos el saber, ética en suma que nos lleva a «aceptar-
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165
El oficio que habitamos
nos en la ignorancia y por tanto nos acerca a la curiosidad»; cuando reconocemos la ignorancia dejamos paso a la curiosidad, como el niño. Entendernos
como parte de una historia, en la que los hombres se han hecho las mismas
preguntas y nos han dejado sus formas de hacer, permite salir del protagonismo del yo o del ego, estudiar a los filósofos y a los místicos, y sentirnos menos
solos en esa ignorancia, aportando una cierta serenidad, humildad, y aprender
lo pequeños que somos, pero también a valorar esa curiosidad, o esa poca cosa
que en suma uno es, y ahí, en esa función, nace la ética a mi entender, y si no
nace, al menos debería nacer, por que lo contrario nos llevaría al cinismo, o de
nuevo a la prepotencia, y de poco habría servido el viaje. Estamos un poco
hablando del «Conócete a ti mismo» socrático.
«Es obvio que el trabajo de psicoterapia exige un alto grado de responsabilidad y compromiso. Uno no se prepara en cinco años, uno no se
prepara con un doctorado, porque así solo ha adquirido conocimientos
académicos, los cuales no son la curación. La verdadera preparación es
el camino, y el camino es la vida misma. No se puede estudiar para
persona. No se estudia para dejar de tener conflictos y sufrimientos.
Hay que hacer un gran trabajo en lo personal. Pues lo central de un
terapeuta es que tenga presencia y que sea congruente, que no resulte
un fraude...» (Borja 1995).
Ningún saber ciñe por completo la ignorancia existencial, ignorancia contemplada como ese algo que siempre se nos escapa, misterio lo llama la religión, y alude a la fe. La «cosa» le llama el psicoanálisis, y alude al límite del
saber y la vulnerabilidad existencial, lo que se resiste a ser nombrado o ese algo
que nos empuja muy a nuestro pesar.
No hay nada irrefutable; el hombre seguirá haciéndose preguntas, mientras
que salga el sol. No creer en nada es complicado. Todas las religiones primitivas
quieren trascender la muerte, saber sobre lo que no se puede saber, tranquilizar
el alma del ser humano, la inquietud que genera la conciencia del no saber.
Pensar en la ética y situarnos en la actualidad, crisis, angustia, inseguridad,
supone revisar la labor para el psicoterapeuta en este milenio.
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Psicoterapia en la era de la modernidad
«Nuestro mundo está confuso y necesita parar el ritmo acelerado que
lleva, que no le permite discurrir ni reflexionar, ni tampoco tiene tiempo
para realizarlo, agobiado por la prisa de la vida y las horas y días gastados en reuniones que no paran (…) y sin el pensamiento propio, no
seremos más que robots» (Miret Magdalena 2007).
Y continúa este autor parafraseando a Ortega y Gasset: estamos dirigidos
por la «sugestión social». No pensamos sino en seguir las directrices de la
radio, la televisión e internet.
¿Qué papel le toca a la psicoterapia o al psicoterapeuta? Miret Magdalena
(2007), al igual que los antiguos griegos, cree que es a través de las personas que
se puede trascender el ser humano a sí mismo, en su propia mediocridad, es
por eso que nos remite a filósofos, místicos, hombres de Dios (franciscanos) en
la vuelta a los valores, para a su manera presentarnos un modelo de viaje que
consiga dignificar al ser humano, más allá de los falsos idealismos, y aquí en
estos idealismos cuestiona la religión, pero no la ética. «No se trata de hablar
por hablar», como estilan los políticos al uso, sino de hacer lo que se puede sin
perder pie, yendo siempre hacia delante. Para recorrer mil millas hay que dar
el primer paso, o, parafraseando a Shakespeare: «En el cielo y en la tierra hay
algo más de lo que sueña tu corta filosofía», p. 47.
A veces me parece que podemos llegar a ser, o somos ya, como los anuncios
de televisión: «Atrévete a ser feliz», «Toma Ron XX y verás qué trascendencia»,
o compre la lavadora XXX... y como eso no funciona, sino que uno está más
perdido todavía «Atrévase a ser feliz y haga terapia».
Tenemos además la responsabilidad de formar profesionales que se desenvuelvan en el ámbito de la salud mental con una actitud responsable. Y que
entiendan además la salud mental como un campo interdisciplinario donde
convergen distintos marcos teóricos y distintas prácticas, lo que en cierto modo
implica entender al ser humano como un ser en situación intrapsíquica e interaccional. ¿Cómo pensar estas formaciones a la luz de lo expuesto? Entiendo
que la formación de psicoterapeutas en problemáticas de complejidad creciente
desafía nuestros esfuerzos en varios niveles: epistemológico, teórico, docente y
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167
El oficio que habitamos
de investigación en cada una de las intervenciones terapéuticas, donde se juegan vidas, proyectos y rumbos de individuos y grupos.
Los problemas sociales introducen nuevos impactos para la salud mental,
creando nuevas situaciones críticas y traumáticas que obligan a nuevas investigaciones sobre condiciones referentes a los trastornos y a las tareas capaces de
promoverla.
Se trata de comprender el entramado de factores sociales, económicos, jurídicos,
políticos y culturales que impregnan a la persona desde su nacimiento y que le dan,
cómo no, su particularidad. Consideramos que la formación de psicoterapeutas debe
abrirse también a esos desafíos.
¿Habrá salidas?
Naranjo (2010), en La mente patriarcal, reafirma muchas cosas de las ya
dichas, quizás explicadas desde un discurso particular y también más cercano al humanismo, es por ello que, pese a poder resultar repetitivas, no dejan
de ser un apoyo más a nuestras tesis. Voy a rescatar del doctor Naranjo algunas de sus ideas que me permitan conformar este recorrido individuo-sociedad. Intercalaré sus reflexiones con las de los autores recogidos hasta ahora y
trataré de clarificar bien sus citas, tarea a veces compleja, dado el cariz de
reflexión que tiene este trabajo, y desde aquí le pido disculpas a quien no
quede bien citado.
«... hoy, cuando el pesimismo y el cinismo ante la posibilidad de una
mejora en nuestra situación colectiva alimentan el desánimo y a una
pasividad impotente, creo oportuno reiterar mi propuesta de que solo
estamos intentando remediar los síntomas de nuestro mal, aún sin atender a su naturaleza fundamental, y que tal como ocurrió en la historia
de la medicina cuando se descubrieron los microorganismos causantes
de las enfermedades infecciosas, nos cabe albergar la esperanza de que
una acción orientada según un correcto diagnóstico de nuestros macroproblemas nos permita una feliz resolución de la crisis generalizada de
nuestro tiempo» (Naranjo 2010).
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Psicoterapia en la era de la modernidad
Para Naranjo, la estructura de las llamadas grandes civilizaciones es
patriarcal, y si hemos de sobrevivir a esta crisis generalizada, habremos de
poner en tela de juicio el concepto mismo de civilización (op. cit. p.15).
Y en la p. 17:
«El mundo sufre, y es mucho lo que sufre últimamente, por mucho que
en su enajenación lo niegue, o lo oculte tras las promesas de la tecnología
y el alcohol ( ) a pesar de su creciente riqueza, el mundo sufre de hambre;
y a pesar de los avances científicos sigue sufriendo mortalidad infantil y
muertes violentas. Es grande también el sufrimiento emocional, según lo
muestran las estadísticas respecto a enfermedades mentales, suicidios,
homicidios, abusos de drogas y otros índices (…) aunque no esté de
moda decir que el mundo pertenece al diablo, parece que, hoy más que
nunca, está a merced de esas motivaciones neuróticas, tales como la arrogancia, la ira, la codicia, que los antiguos llamaban pecados».
Volvemos a las ideas iniciales de los filósofos que traíamos a esta reflexión,
a través de las palabras de los doctores Álvarez y Colina, para refrescarlas de
nuevo, como esas carencias espirituales de las que nos habla Naranjo:
«También sufre espiritualmente, culturas enteras son destruidas, desaparece la belleza natural que rodeaba a nuestros antepasados y se
empobrece la calidad de vida. Ya ni siquiera entra el concepto de vida
espiritual en el lenguaje de la legislación o en la vida académica, y así
como la ceguera no puede ser sino ciega, o lo que no puede ver, la
ignorancia hace que no suframos concientemente por nuestra pérdida
de sabiduría, y en la oscuridad de nuestro tiempo, ya se ha reflejado a
la categoría de las supersticiones del pasado la búsqueda de la luz»
(op. cit. p. 203).
Podríamos de nuevo retomar el video del que hablábamos en puntos anteriores, a veces las imágenes valen más que mil palabras, video ilustrativo de las
maniobras del poder, que hacen que giremos sin saber en círculos, como las
ratitas en las ruedas de sus jaulas, sin parar de moverse, pero encerradas.
MAIOR
169
El oficio que habitamos
Si pensamos en nuestras profesiones de servicios, donde la psicología clínica, la psiquiatría, el colegio de psicólogos, el DSM y el Cie se han arrogado
autoridad de legislar acerca de las necesidades de su público en forma que va
más allá del simple consejo profesional, entremezclo mis palabras con las de
Claudio.
El patriarcado moderno se nos aparece como un sistema opresivo sin opresores y como autoritarismo sin las poderosas autoridades del pasado, seguimos
con Naranjo, al igual que en algunas películas de ciencia-ficción los humanos
han sido sometidos al poder de un superordenador, y parece que incluso los
potentados de la tierra desconocen el poder suficiente para detener una gran
máquina que hemos creado colectivamente a través de leyes, estatutos y contratos y que se comporta como una mente independiente de la nuestra.
Ocurre en lo social, lo mismo que en lo individual, que el individuo no
solo se atrinchera en su irresponsabilidad, sino que la elige, hasta llegar a no
conocer su poder dado por la naturaleza sobre su vida, y llega también a
enajenarse de su potencial libertad (volvemos a pensar en las clases médicas)
(Foucault 1990). Esto es fácil para todos verlo en relación a la medicina y a la
posición pasiva que adoptamos ante la enfermedad y nuestro médico; le
depositamos nuestros síntomas y él decide lo que necesitamos, pero no nos
pregunta cómo nos sentimos, qué pensamos nosotros sobre nuestra enfermedad, qué modelo de vida llevamos, si nos está pasando algo en ese momento
concreto…
Y en la p. 185, define Naranjo lo que para él es la psicoterapia:
«Lo que llamamos psicoterapia es una combinación de por lo menos dos
cosas: el autoconocimiento y la liberación de los deseos y sobre todo de
la instintividad animal (coincide con la del niño interior). El psicólogo
ayuda a la gente a que se dé cuenta de lo que quiere y no ha sabido
poner en palabras».
De la ignorancia con la que vivimos, incluso los que creemos que estamos
un poco evolucionados, nos da cuenta Borja (1995), conocido por muchos como
Memo:
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El oficio que habitamos
«Quiero señalar el gran desconocimiento que los terapeutas se tienen
como personas. Es ahí, en ese olvidado campo de desarrollo, donde
formarán su visión de la salud y su comprensión de la enfermedad.
Todos los descubrimientos de Freud se debieron a que él se reconoció
enfermo y su mérito no fue otro que reconocerse, el autoobservarse» (p.
16).
Estas perlas que nos regala Borja parafrasean las que también nos transmite
Naranjo, les damos las gracias por ello a ambos.
«Ayudar a las personas a darse cuenta de que lo que quieren, además va
aparejado a darse cuenta de las prohibiciones implícitas respecto a lo
que no se debe desear y la consecuente culpa. La mayor parte de la
gente ni siquiera sabe hasta qué punto se siente culpable de desear ciertas cosas y hasta que punto carece de la libertad de gozarlas».
«Tan apegados estamos al placer y tanto queremos evitar el dolor que
tales fuerzas de aversión y atracción nos distraen de nosotros mismos.
El dolor, sin embargo, no solo puede aplastarnos, adormeciéndonos,
sino que también puede elevarnos, volviéndose un factor despertador
dependiendo de nuestra actitud».
«Cuando sufrimos, nos desconectamos de nuestro ser esencial, ya es
una gran tentación la de hacer toda clase de cosas para evitarlo. (…)
vengarnos, querer consolarnos maniobrando como aprendimos en la
infancia, y aunque vivimos bajo la ilusión de que somos personas cariñosas, es un hecho que hemos nacido en la escasez de amor y es excepcional encontrar a alguien que no haya sufrido de tal escasez durante la
infancia, ya que se transmite a través de generación».
He ido recogiendo de este autor lo que he pensado que nos permitía argumentar nuestro punto de partida en torno a la patología social, a la relación
entre el aumento de la depresión en nuestro días y esta patología, las ideas en
torno a que seguirá creciendo de nuestros estadísticos y técnicos de salud mental, y las reflexiones filosóficas en torno al dolor del alma, del que no nos pode172
MAIOR
Psicoterapia en la era de la modernidad
mos sustraer los humanos, y su compleja configuración en este caótico mundo
actual, para poder pensar en la psicoterapia y el psicoterapeuta en esta era en
la que vivimos, y los riesgos de quedarse atrapados como profesionales al servicio de ese enredo social.
«Presiento que los terapeutas huelen que hacer una psicoterapia profunda pondrá en evidencia, ante sí y sus pacientes, su problemática
irresuelta. Ante tal amenaza, optan por mantenerse en las orillas de la
enfermedad. Único territorio conocido por ellos por el miedo a naufragar y quedar etiquetados con sus mismas etiquetas. Que el portador
de la salud sea el más enfermo, ¡duro golpe para el narcisismo! No es
nada sano necesitar de los necesitados, y peor aún, no reconocerlo»
(Borja p. 16).
O dicho de otra manera:
«Nuestro problema no es solo haber aprendido a manipular y falsearnos para llenar nuestra sed, sino el de habernos dedicado a la búsqueda
del amor con tanto afán que llega a absorber las energías que podríamos poner en la expresión de nuestro potencial amoroso» (Naranjo
2010, p. 193).
Si resumimos el decir de Naranjo, nacer es dejar de vivir en un espacio protegido, salir al frío, al vacío, a la dependencia absoluta y durante largo tiempo
de otros, fuera de la ilusión de la buena madre, fuera de los «cuidados prodigados por la ciencia» (quirófano, ginecólogo, matrona), donde el bebé siente
cosas, y entre ellas miedo. No he estudiado estas etapas ahora y no quiero
detenerme en ellas, solo hablo de huellas y encuentros con el miedo (hay teorías
que lo han trabajado). Sigamos con el bebé y su crecimiento e imaginemos que
no le pasa nada «difícil», pero bueno, a medida que avanza en su desarrollo,
toma conciencia de que su pequeño paraíso soñado, «la madre», no es solo suyo,
también está el padre, los hermanos y los otros deseos propios de ella misma
que a él le alejan, y viene la conciencia del «no soy todo para ella», y entonces
siente miedo de nuevo, «si no soy todo para ella, la puedo perder».
MAIOR
173
El oficio que habitamos
El miedo y la rabia han hecho su aparición, las pulsiones primarias nombradas por algunas teorías psicodinámicas están ahí, nosotros las vamos a llamar
enredos existenciales.
Más adelante, en su evolución el niño se encuentra con el miedo a la muerte, del que también ya hemos hablado. Creo que podemos rescatar el miedo
como emoción universal que nos «retrae a no ser todo para la madre», no ser
todo para la vida, pues vamos a morir. Entonces cabe plantearse cómo afrontaremos «la finitud humana», ¿cómo plantar cara a ese destino? Algunas corrientes de pensamiento dicen que ante ese hecho los humanos nos inscribimos en
las pasiones. Me refiero a la corriente del eneagrama, de la filosofía de Oscar
Ichazo (corriente espiritual), desde hace años conocida en España, que introdujo el Dr. Claudio Naranjo. La religión también vino a cubrir ese cierto sin sentido existencial, porque no cabe duda de que estos miedos «arrinconan la existencia» e impiden el desarrollo de la persona.
Algunos filósofos hablan de cultivar la «virtud de la serenidad» como
forma de victoria sobre los miedos, aunque no deja de ser una victoria relativa
y siempre frágil. La sabiduría se define como «ese estado en el que la lucha
contra la angustia permite a los humanos ser más libres y abiertos a los demás,
más capaces de pensar por sí mismos y, hete aquí, amar». Lo introduzco por
primera vez porque me parece una palabra delicada, muy manida, muy idealizada. Para salir de esos ideales, voy a ir a un autor que es, en cierto modo, un
antídoto del ideal, Nietzsche, que sostiene que «El objetivo último de la vida
humana es lo que él denominará amor fati; el amor de su amante, el amor de
que es, el amor que nos es destinado».
«Siempre podemos hacer algo con lo que la vida ha hecho con nosotros»,
decía Sartre. Entonces, ¿qué es lo que nos va a permitir liberarnos de lo que
Espinoza denominaba las pasiones tristes, el miedo, el odio, la culpabilidad…
que se arraigan en esas ilusiones rotas del pasado o sus proyecciones al futuro?
(Ferry 2008).
Aquí Nietzsche y Perls, padre de la gestalt, al igual que las filosofías budistas,
coinciden con lo que Ferry recata: el presente, el instante, el kairos de los griegos.
Entre los obstáculos, el vacío. ¿Que tratamiento le damos en nuestra vida?
¿Y en psicoterapia?
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Psicoterapia en la era de la modernidad
Tenemos que volver un poco a la filosofía. Para los griegos, la existencia se
va a atrapar en un dilema casi irresoluble –o encierra todo (como Urano con su
hija) para evitar que cambien las cosas y corran el riesgo de degradarse, lo que
da inmovilidad total y tedio vital, o aceptamos el tiempo y los peligros: «Nada
es para siempre», «Todo tiene limitaciones».
Hacer el duelo del paraíso perdido que no hicimos en la infancia, retornar a
casa, en el sentido de Ulises, y elaborar la nostalgia de lo que perdimos, de los
ideales, de todo ese «mejor antes» o renacer un poco como Sísifo, en el Sísifo que
recrea Camus, «lo absurdo de la existencia humana». Pero recapitulemos un
poco; el psicoanálisis llama compulsión a la repetición, a esas repeticiones en las
que constantemente nos encontramos, y el protoanálisis, fijación a la pasión que
impera. Estamos, como Sísifo con la piedra, un día y otro, quizás no hemos
pensado que «es la posición subjetiva frente a la tarea» la única que podemos
cambiar, y ese cambio puede cambiarnos; hablamos de un cambio que supone
la aceptación, no otra cosa, quizás «esa aceptación en el amor –amor en la aceptación del no hay todo– no hay para siempre –no hay completad».
Intentamos llenar el vacío elaborando una pseudoidentidad, a través de la
identificación con la imagen especular en la que nos vemos reflejados (la
madre) y construimos nuestra coraza, nuestro carácter, nos desconectamos
para protegernos «hacemos y somos como sentimos que se nos pide» por
miedo a perder el amor y que esa pérdida desvele nuestra vulnerabilidad;
miedo a perder el amor (amor que nos tenía ciegos), a la soledad y a la muerte.
Así que en suma, sabemos de algo (vivencia infantil de todo este enredo),
pero no sabemos que lo sabemos (aquí entra la psiquiatría para ayudar), pero
sabiendo que lo sabemos, y no sabiendo que lo sabemos, tememos ser descubiertos (en esta falsedad).
Las personas sienten que aman cuando «están por alguien»; llaman amor a
su dependencia y también a su posesividad, y creen que no hay hecho más fácil
que amar, y que solo se trata de buscar el objeto adecuado, y que si fracasan es
por mala suerte; pero el amor, su expresión y realización, es uno de los temas
más difíciles.
Miedo y amor bailan como una banda de Moebius, o mejor el miedo y las
tiranías a las que nos somete nuestro pequeño gran yo son el obstáculo (miedo,
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El oficio que habitamos
heridas, sacrificios, más miedo ). En lo profundo de nosotros, existen intensos
miedos y los terrores de la vida nos persiguen y nos dejan huellas; como antídoto, vamos en busca de la belleza.
¿Cómo podemos entonces desprendernos de las apariencias y las falsas
identidades para así rescatarnos de la degradación de la conciencia?
«Es un hecho que la conciencia del núcleo vacío del ser es un logro poco
común, y cuando las personas se miran adentro y tienen suficiente conciencia para encontrar nada, sienten vértigo y quieren aferrarse a algo
tangible. De ahí la necesidad de ser alguien para escapar así de la amenaza de descubrir que no se es nadie».
En esta cita de Naranjo (2010) podemos ver bien las aportaciones de los
autores que hemos venido refiriendo, Narciso y su mirada, y su quedarse fijado
en la imagen, que no es él, es su imagen, como dice Magritte en su cuadro La
pipa, que se completa con el rótulo en francés, «Ce-ci n’ést pas une pipe». Claro
que el miedo hace que, a mayor amenaza más apego, y que resulte más tranquilizador identificarse, aunque podríamos pensar esta identificación solo
como cuando usamos un abrigo en invierno; luego podemos no sentirnos pegados a él y volver a dejarlo en el armario; entiendo que esto sería lo que los
psicoanalistas lacanianos llaman diferenciar el ser del semblante, aunque es
sólo una sensación que habría que estudiar más en profundidad.
«En vista de que los humanos somos caídos y falibles, sujetos a la neurosis universal de nuestra especie, no es raro que la resistencia al cambio
esté (...) dado que perpetúa así el ego humano, adheridos a las respuestas absolutas que formamos en la infancia, y que hemos tomado como
nuestro verdadero ser» (op. cit. p. 204).
Una salida que venimos señalando todo el rato sería soportar la descompletud, esto es un poco dar un paso atrás, desidentificarnos, quitarnos el abrigo, o
las medallas, y no aspirar tanto a construir una identidad como a desmontarla,
en palabras de Naranjo, pero también del psicoanálisis lacaniano, no tender
tanto a completar como a descompletar.
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MAIOR
El oficio que habitamos
A veces tanto jaleo interno, tantas bonitas palabras, un viaje tan largo nos
resulta difícil de llevar a cabo; nos tomamos el mito de Sísifo desde el súper-yo,
por eso venimos diciendo que nos deprimimos, sin embargo el mito de Sísifo
puede ser también tomado con humor; uno realiza cada día esa tarea y, bueno,
¿¿quién ha dicho que debería ser de otro modo???, es lo que hay, cada día un
día por delante por inventar, una tarea que llevar a cabo, pero no desde el
súper-yo, que hace que nos deprimamos inmediatamente. Hemos venido señalando salidas, formas diferentes de vivir lo mismo, pero más sanas...
Ha sido una larga reflexión, que espero no os haya aburrido. Considero que
nos falta un espacio donde la gestalt se ponga a pensar en su lugar en la sociedad actual y dote a esa forma de estar en el mundo de una argumentación que
nos permita presentarnos en cualquier aforo con la dignidad que nos merecemos, en honor a Perls y a los diferentes maestros que hemos ido teniendo.
Y para concluir, entiendo la gestalt como una actitud, un estar lo más en
contacto con uno mismo posible, para movernos desde ahí en el acompañamiento de los pacientes; y desde ahí, nunca creyendo que lo mío es lo mejor,
que ya lo sé todo; es por eso que he intentado construir un mapa abierto, apoyado en diferentes versiones que nos permiten construir un fondo, en cierto
modo universal, para poder tenerlo como referencia; creo que el hacer debe
tener siempre un apoyo en una estructura, para el (la) profesional que acompaña, un mapa al que ir de vez en cuando para poder cotejar el camino recorrido.
Como decía David Boadella en unos cursos que nos dio en Barcelona hace ya
casi treinta años, el mapa no lo mira uno mientras conduce, pero de vez en
cuando se para y lo revisa. Así, fondo y figura se convierten en necesarios para
pensar el cuadro, para mirarlo, para dejarnos enseñar por él, no uno mejor que
otro, simplemente necesarios. No tenerlo en cuenta es un riesgo muy de nuestra cultura, magia, curaciones milagrosas, quiero lo bueno pero no lo malo, etc.
Todo esto son síntomas ya revisados pero no cerrados, los dejamos abiertos
para futuras reflexiones, pero cerniendo ya la idea de que el cambio personal
es un asunto de conocimiento, de motivación, ya que solo las personas que se
sientan realmente motivadas harán el esfuerzo necesario para hacer aflorar lo
que permanece oculto e inexplorado en su interior, y de ética, que no de moral
represiva.
178
MAIOR
Psicoterapia en la era de la modernidad
Valga como resumen de esta reflexión las sabias palabras con que nos regaló Guillermo Borja:
«Si decido ser terapeuta, aunque tenga la intención de ser el portador de
la salud, más bien porto ya la estafeta de la enfermedad. Solamente la
enfermedad puede llevar a curar, lo demás son disculpas o intelectualizaciones. Uno solo puede ayudar cuando se reconoce enfermo».
Dista mucho de la omnipotencia de creer que ya lo sé todo, que puedo
curar, este delicado tema que nos ha estado alumbrando en esta reflexión.
Agradezco a los autores citados las magníficas reflexiones, a través de las
cuales he podido encontrar palabras para presentar esta aportación, y les pido
disculpas si no he sido muy estricta en las citas bibliográficas.
Bibliografía:
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depresión, Trota, Valladolid, 1999, p. 28.
— Acerca del alma, Biblioteca clásica Gredos, 1978.
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Bartra, R., Culturas líquidas en la tierra baldía, Buenos Aires y Madrid Katz Barpal
Editores (en coedición con el Centro de Cultura Contemporánea de
Barcelona) 2008.
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MAIOR
179
El oficio que habitamos
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Lacan, J., Seminario 2. El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica,
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— Escritos 1- 2. Función y campo de la palabra en psicoanálisis. El estadio del espejo
como formador de la función yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica, Siglo XXI editores, México,1995.
Maalouf, A., El desajuste del mundo. Identidades asesinas, Alianza editorial,
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Yapko, M. D., La depresión es contagiosa, Urano, Barcelona, 2010.
180
MAIOR
El vacío y el amor
Cristina Nadal Muset
9
He elaborado este capítulo en base al material que usé para dar dos charlas. La primera de ellas, en las jornadas de la Asociación Española de Terapia
Gestalt del 2000 en Bilbao, donde Carmen Gascón me propuso participar en
una mesa sobre «Vacío, Gestalt y Psicoanálisis». Ya entonces le dije que soy
especialista en hacer mil cosas para no entrar en contacto con el vacío; me
alegro de que no cejara. Aunque sigo aferrada a un ritmo de vida lleno, he
ido dando un poco de espacio al vacío y aprendiendo a querer y atreviéndome a disfrutar del amor. En la otra charla dada en Aula Gestalt en el 2008, me
interesó poner en relación el vacío y el amor bajo el prisma de que la apertura al vacío interno y al espacio entre nosotros/as facilita la maduración y la
profundización en el amor. Así me sigue pareciendo. En este capítulo, después de hablar sucintamente del horror vacui en la cultura occidental, reviso
el «vacío fértil» desde el enfoque gestáltico e investigo sobre el «punto cero»
de Friedlander. Cuento algo sobre el vacío en psicoanálisis y, tras describir el
amor en algunas de sus características y como una necesidad humana básica,
me entretengo un poco más en ver obturadores del vacío que a mi modo de
entender dificultan nuestra capacidad de amar, y también, por supuesto, de
vivir con mayor holgura.
Agradezco la propuesta de Ángeles para crear este libro y su insistencia
en que participara en él.
MAIOR
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El oficio que habitamos
1. VACÍO
Treinta radios convergen en el centro de una rueda,
pero es su vacío
lo que hace útil al carro.
Se moldea la arcilla para hacer la vasija,
pero de su vacío
depende el uso de la vasija.
Se abren las puertas y ventanas
en los muros de una casa,
y es el vacío
lo que permite habitarla.
En el ser centramos nuestro interés,
pero del no ser depende la utilidad.1
1.1. Horror vacui occidental
Podemos entender el vacío como ausencia de materia, de sonido, de formas,
y sus metáforas pueden ser el silencio, la desnudez, la simplicidad, la nada o el
fondo sin atributos porque contiene la potencialidad de lo que se manifiesta.2
No es esa nuestra cultura; tal como dice Albert Ribas (1997), estamos inmersos en la cultura de la saturación. Saturación de la información, de acontecimientos, de propuestas, de ambición. Inmersos en el ideal del más, más y más.
Es el paradigma de la completud, que facilita la inconsistencia, el carácter efímero de los objetos, de las relaciones, de los puestos de trabajo.
Un poco de historia
A excepción de la filosofía atomista (Demócrito, Epicuro y Lucrecio), que
reconocía el espacio vacío entre los átomos –que son la sustancia indivisible– la
aversión al vacío ha dominado durante al menos unos dos mil años en
Occidente.
1. Laozi (Lao Tse) capítulo 11 del Dao De Jung, siglo IV a.C. Sacado del catálogo «La utilidad del vacío»,
Museu de les Arts Decoratives.
2. Albert Ribas: Web www.editorialsunya.com/mundo.html
182
MAIOR
El vacío y el amor
El paradigma del vacío lo encontramos en Oriente (budismo, budismo
zen, taoísmo) que ha visto en el vacío el fondo último de todo lo manifestado
y lo contempla como su origen y como la naturaleza última. Este es el paradigma de la sutilidad, de la blandura. El cero numérico, que nos llegó a
través de los árabes, fue inventado en la India, en Occidente era imposible
su invención.
En Occidente ha prevalecido el modelo de la rigidez y de la plenitud.
Aristóteles (siglo IV a C.) sistematizó en su Física la imposibilidad del vacío.
Entonces pensaban que la naturaleza no podía consentirlo, era un concepto
inconsistente. Se daba valor a lo que no tiene fisuras. Incluso se decía que era
un menoscabo a Dios dar valor de realidad al vacío.
En el siglo XVII, con Torricelli y Pascal (barómetro), Guericke (bomba de
aire o de vacío) y Newton, entre otros, la ciencia aceptó finalmente el vacío.
Gracias a Newton se aceptó la presencia del vacío entre los cuerpos celestes
como el elemento mayoritario en el cosmos. Sin embargo, los filósofos más
influyentes en la Edad Moderna, desde Descartes a Kant, lo negaban.
Del horror vacui físico se pasó al horror vacui metafísico, es decir, al horror
vacui interno. Tanto en Descartes, que nos muestra el sujeto racional, como en
Hume, que habla del práctico, el sujeto es un sujeto lleno.
«El ideal geométrico y racional de Descartes viene perfectamente
explicado por esta imagen del diamante. El Yo, su núcleo, es este diamante. Y evidentemente es un núcleo perfectamente lleno, sin fisuras.
Esta es la plenitud del sujeto racional de Descartes. Hume, aún siendo
opuesto a Descartes, puesto que da valor al flujo de la mente, no a lo
estático, tampoco da espacio al vacío, ni entre las percepciones e ideas,
puesto que según él lo que no tiene contenido no pertenece a la mente»
(Ribas 1997).
Dada nuestra concepción del hombre como lleno, dada esta prevalencia
metafísica del horror vacui, el vacío se experimenta en sus connotaciones negativas como el aburrimiento y el tedio o la melancolía y, en general, el vacío es
vivido como malestar depresivo. De esta forma, no podemos enriquecernos de
MAIOR
183
El oficio que habitamos
la idea de vacío como potencialidad, libertad, silencio, ni de lo que aporta de
sutil, receptivo y maleable, incluso tampoco podemos disfrutar de la inocencia.
Algunas excepciones al rechazo del vacío son la poesía, los místicos, los
mangos ergonómicos y aspectos del modernismo.
Los místicos, desde el siglo V hasta el XIII (San Juan de la Cruz), hablan de
la vacuidad al
«referirse al proceso de aquietamiento, depuración, vaciamiento y silencio del alma, pasos obligados para la fusión mística con Dios. ( ) Sin
embargo la condena del llamado “quietismo” y de su figura más representativa, Miguel de Molinos, a finales del siglo XVII, supone un agotamiento de
esta vía» (Ribas 1997).
En otro orden, los mangos ergonómicos, asideros de puertas y de diferentes
útiles surgidos en 1940-41 en EEUU3, dan valor al hueco que se acopla a las
dimensiones corporales humanas.
Arquitectónicamente el modernismo da importancia al espacio hueco. Por
ejemplo, Gaudí usaba hombres para hacer las esculturas de la Sagrada Familia.
Usaba este antiguo proceder, con el que los artistas de la representación y
expresión estaban enfrentados, también en el banco de Park Güell hizo sentarse
a un albañil para recrear su forma y ser así ergonómico. El moldeado en el vacío
le permitía estudiar las formas y dinámicas de lo que construía.
1.2. El vacío en gestalt
1. Del «vacío estéril» al «vacío férti»l. Una relectura de la gestalt
Inicio este punto con un párrafo de Paco Peñarrubia que condensa, de forma
muy lúcida y clara, diferentes conceptos gestálticos relacionados con el vacío.
«Enfocar la nada no es tarea fácil, porque procedemos de una carencia
amorosa, un agujero que hemos llenado con conductas compensato3. Catálogo «La utilidad del vacío» Museu de les Arts Decoratives.
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MAIOR
El vacío y el amor
rias, ideas fijas sobre el mundo, un bagaje emocional para sobrevivir,
un determinado autoconcepto... La gestalt invita a dejar caer todo este
andamiaje, recuperar un punto cero (formulación de Friendlander) de
indiferenciación creativa, a partir del cual el organismo actuará guiado
por sabia orientación. A partir de ahí el desierto florece, como bien
afirmaba Fritz; así es que este vacío es fértil si se confía en él, es por
tanto el punto de partida, incluso la condición de la autorregulación»
(Peñarrubia 1998, pp. 23-24).
Lo único que yo añado a ello es que este vacío no es solo carencial sino que
también es constitucional, tal como expongo cuando hablo desde el psicoanálisis.
A continuación sigo enfocando la vacuidad necesaria para que el proceso de
formación y destrucción de figuras sea fluido, y expongo aspectos de la concepción de la persona que tenemos desde la gestalt y muestro características del
proceso terapéutico gestáltico. Luego, en el siguiente apartado, me adentraré
en el «pensamiento diferencial» o «punto 0» de Friedlaender al que Fried Perls
(creador de la gestalt junto con su esposa Laura Perls) admiró y del cual aprendió, en primer lugar, dicho nivel de conciencia. Este orden que desarrollo refleja mi recorrido en la comprensión de la gestal. Quiero hacer hincapié en que la
revisión del «punto 0» que realizo más adelante aporta mayor profundidad al
apartado siguiente, con el cual inicio el desarrollo de la cuestión.
1. 2. 1. La vacuidad necesaria para que el proceso de formación y destrucción de figuras
sea fluida
La orientación gestáltica es organísmica. El funcionamiento básico del ser
humano comparte con el resto de seres vivos la necesidad de mantener una
homeostasis interna para sobrevivir y desarrollarnos en un entorno siempre
cambiante, aunque con nuestra estructura caracterial reproduzcamos una y
otra vez el mismo escenario. Esta repetición es más recalcitrante cuanto más
alto sea nuestro grado de neuroticismo. Sea como sea, estamos en contacto
constante con el entorno y mantenemos nuestro equilibrio buscando aquello
que nos falta y deshaciéndonos de lo que nos sobra.
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185
El oficio que habitamos
El déficit (y lo que nos perturba) lo percibimos a través de señales sensoriales, que globalizadas configuran la necesidad. Aquí hacemos uso de la ley
figura-fondo de la psicología gestalt, la cual afirma que percibimos de forma
activa, organizando los elementos presentes en el campo. Destacamos uno o
varios de ellos, como figura, en relación con los demás que pasan a formar
parte del fondo y que la contextualizan. Para cada quien será diferente la figura en un lugar común, según sus necesidades, intereses y asuntos por resolver
y según los mecanismos defensivos que use. Tal como ejemplifica Fritz Perls4,
en un cóctel una persona alcohólica buscará la barra de bebidas, mientras que
para otra, podemos añadir, con ganas de ligar, la figura será el grupo de personas objeto de su deseo.
En el funcionamiento saludable, gracias al proceso denominado por Perls
de «autorregulación organísmica», la necesidad predominante en cada momento y situación se presenta en nuestra conciencia como una figura destacada en
relación a los otros elementos presentes. De este modo, el individuo sano puede
hacerse cargo de aquello que necesita y orientarse hacia su satisfacción, sosteniendo la posibilidad de que no pueda ser cubierta de forma inmediata y asumiendo la frustración total o parcial que pueda encontrar.
De niños elaboramos estrategias defensivas para paliar el dolor, el miedo y
la frustración de situaciones conflictivas que no pudimos resolver ni asimilar.
Sabemos que, además de las vivencias de desamor, muchas de estas frustraciones tienen que ver con la propia maduración, con ir deshaciendo la omnipotencia infantil. Estas situaciones no asimiladas ni resueltas siguen pujando para ser
atendidas y forman constelaciones fijas en nuestro fondo perceptivo. Ellas,
junto con las estrategias defensivas que constituyen la base de nuestro carácter,
distorsionan nuestra percepción del entorno y de nosotros mismos. Es a través
de nuestra estructura de carácter rígida, sostenida por mecanismos defensivos
automáticos, que impedimos que del fondo perceptivo pueda emerger cualquier figura (imagen, idea, sensación o emoción) que nos acerque a lo que
queremos evitar. De mayores seguimos defendiéndonos de vivencias que nos
resultan difíciles de asumir (odio, entrega, dolor, vergüenza, vacío) y seguimos
4. Perls, Friz (1976), El enfoque gestáltico y testimonios de terapia. Ed. Cuatro Vientos.
186
MAIOR
El vacío y el amor
alejándonos de aspectos de nosotros mismos que no calzan con nuestra autoimagen. De este modo, no accedemos al vacío, a la no-forma necesaria para
percibir lo cambiante; ni podemos actuar de forma creativa, acorde con nosotros mismos y con la situación.
Para facilitar el acceso a una mayor disponibilidad del fondo para la creación de nuevas figuras, dentro del enfoque gestáltico, propondremos el seguimiento consciente de la experiencia –de aquello que el paciente siente, piensa y
hace–, así como de la interrupción de dicho curso. Le pedimos que nos diga de
qué se da cuenta momento a momento y le ayudamos a incorporar niveles no
presentes en su percepción. Es decir, si la persona detecta lo que percibe en la
sala, le preguntamos qué le pasa con eso que ve u oye, qué piensa sobre eso y
qué le pasa con eso que piensa y qué nota cuando lo dice, etc. Facilitamos que
él o la paciente pueda ir de un nivel a otro (corporal-sensorial, emocional, mental) para que este continuum atencional sea fructífero y le lleve a nuevos parajes
significativos para hacerse cargo de su propia experiencia. A la vez, le ayudamos a identificar las interrupciones que hace a dicho continuo atencional que
darán cuenta de su sistema defensivo y permitirán que trabaje con él.
Proponemos reexperimentar, ahora, con implicación corporal y emocional,
aquellos sucesos no encarados ni resueltos y que están distorsionando el funcionamiento actual. Aparecerán en sesión, muchas veces, a través de ponerle
atención a la relación que el paciente establece con el terapeuta. Tanto en el
seguimiento de la experiencia en curso, como al revivir los sucesos pasados con
implicación emocional y corporal, también aparecerán aspectos personales que
él o la paciente no asume como propios y con los que puede estar peleado/a.
El encuentro experiencial con estos aspectos tiene la finalidad de que el/la
paciente pueda reintegrarlos y así pueda disponer de ellos. De este modo, estos
contenidos ya pueden formar parte de su fondo perceptivo enriqueciendo y
diversificando las posibles figuras.
La creación de una figura consistente que emerja de la orientación interna
(y no solo externa) requiere tiempo e integración y dejarse no saber para que
emerja aquella decisión o respuesta orgánica, que será más idónea y acorde con
uno mismo y menos orientada desde el deber ser. Y también requiere autosus-
MAIOR
187
El oficio que habitamos
tento, o apoyo terapéutico, para fiarse de lo que uno experimenta y de la propia
capacidad de respuesta. Si la persona tiene muchas situaciones no resueltas, se
reconoce poco a sí misma y usa de forma frecuente e intensa varios mecanismos
defensivos, no puede percibir de forma suficientemente amplia tanto el entorno
como a sí misma y no puede abrirse a la experiencia en curso, ni dar espacio al
vacío necesario para interactuar de forma creativa y satisfactoria.
El encuentro con uno mismo al que lleva toda terapia profunda supone un
cuestionamiento y un vaciado de la que Perls llama «zona intermedia» (llena
de juicios, prejuicios, ideales, pensamientos obsesivos y defensivos…), que
sitúa entre la «zona interna» (sí mismo) y la «zona externa» (mundo circundante), distorsionando la percepción de ambas.
El contacto, para que sea transformador, precisa de la posibilidad de sostener el vacío que supone el encuentro con eso externo diferente de lo que nosotros podemos desear y predecir. El contacto con otro no es con ese otro si no le
damos la posibilidad de que sea diferente de lo que nosotros deseamos o pensamos que tiene que ser.
Como veremos a continuación, según Friedlaender, el creador de la «indiferencia creativa» o «punto 0», el vacío previo a las manifestaciones concretas
siempre polares no es igual al fondo, el vacío es la base de la polaridad figurafondo. Es decir, necesitamos vaciar esta zona intermedia y encararnos con
nuestros propios asuntos para poder disponer de mayor fondo perceptivo y
estar más abiertos tanto a la realidad como a nosotros/as mismos/as para tener
una vida más satisfactoria y con menos sufrimiento añadido; sin embargo, la
calma interna y la libertad sólo vamos encontrándola en la medida en que nos
podemos acercar al vacío interno.
1. 2. 2. La «indiferencia creativa» o «punto 0» de Salomo Friedlaender. Polaridades.
En nuestra práctica, dedicamos bastante tiempo a la exploración e integración de polaridades. En nuestro autoconcepto nos identificamos con aspectos
determinados en detrimento de sus opuestos («soy fuerte y no débil, y además
los débiles me sacan de mis casillas», «soy democrático y no autoritario», «soy
trabajadora y no vaga»...). El objetivo de la autointegración pasará muchas
188
MAIOR
El vacío y el amor
veces en sesión por la propuesta de dramatizar el encuentro entre el aspecto
aceptado y su polaridad rechazada. Este encuentro, en general, se inicia desde
la pelea, llegando después a la posibilidad de escucharse entre sí. Proponemos
este tipo de trabajo no solo para resolver situaciones de pelea interna sino para
que el/la paciente se acerque al «punto 0» desde el que pueda responder en
ambas direcciones. Es decir, no solo tiene el objetivo de ampliar la conciencia y
la posibilidad de respuesta, sino, sobre todo, el de ir abriendo este centro
común a todas las características, que solo podemos percibir como opuestas
unas de las otras.
Frietz Perls, en Dentro y fuera del tarro de la basura (p. 67), nos dice: «Mi primer encuentro filosófico con la nada fue el número 0. Lo encontré gracias a
Sigmund Friedlander bajo el nombre de “indiferencia creativa”». Llamarle
Sigmund, en lugar de Salomo fue un lapsus significativo.5
Salomo Friedlaender (1871-1946) fue un filósofo alemán coetáneo a Perls, y
mayor que él, al que este reconoció como maestro, junto con un escultor zen
que trabajaba en Esalen y una gata blanca a los cuales también consideró sus
maestros. En relación a él dice: «Por su personalidad era el primer hombre ante
el que me sentía inferior y ante quien me inclinaba con admiración. No quedaba prácticamente espacio para mi arrogancia crónica» (Perls 1981, p. 79).6
En Yo, Hambre y Agresión (1947), libro germen del enfoque gestáltico, Perls
hace una revisión del psicoanálisis en tres puntos, y el primero, incluso antes
de hablar de la psicología de gestalt, se refiere al pensamiento diferencial basado en la indiferencia creativa de Friedlaender, el cual le sirve para atender la
forma como nos relacionamos con el mundo. La forma en que cada sujeto se
relaciona con el mundo es justamente lo que enfoca la terapia gestalt para facilitar los procesos de autoconocimiento y de cambio. Del pensamiento diferencial dice:
5. El nombre de Friedlaender es Salomo. Las asociaciones las ha de hacer el propio sujeto que hace el acto
fallido, sin embargo, hay algunas que son sugerentes para el observador. Aquí podemos asociar este
lapsus a que Sigmund era el nombre de Freud. Perls fue psicoanalista antes de crear la gestalt-terapia
y, aunque se afirmó diferenciándose del mismo, el psicoanálisis fue una muy buena base para sus
desarrollos posteriores.
6. Sacado de Pequeña Antología de Salomo Friedlaender,. Mandala Ediciones. Colección Gestalt. 2007
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189
El oficio que habitamos
«Todo evento se relaciona con un punto cero a partir del cual se realiza
una diferenciación en opuestos. Estos opuestos manifiestan, en su con-
cepto específico, una gran afinidad entre sí. Al permanecer atentos al
centro, podemos adquirir una capacidad creativa para ver ambas partes
de un suceso y complementar una mitad incompleta. Al evitar una
visión unilateral logramos una comprensión mucho más profunda de la
estructura y función del organismo» (1947, p. 17).
Se trata de aproximarnos a este «centro», tal como traducía Perls el «punto
0», donde aún no se ha creado la necesidad, el deseo propio o la decisión, para
que podamos realmente elegir y no solo actuar según el funcionamiento automático repetitivo.
Profundicemos en este «centro», repasando cómo Friedlaender se acercó
experiencialmente a este núcleo de indiferencia creativa. Frambach7 nos cuenta
que, siendo Friedlaender muy inhibido socialmente, abstraído profundamente
en su interioridad y enormemente fantasioso, también era muy pasional y
sexual. Schopenhauer tuvo una influencia decisiva en él; se sentía tremendamente en conflicto entre su impulso filosófico ascético y su impulso sexual y
libertino. Basándose en la teoría de la polaridad del color de Schopenhauer y
en su continuación a través de Goethe, Friedlaender dice: «Sentí que esta fór-
mula contenía, misteriosamente, el sentido de la vida».8 Se propuso explorar la
vía ascética, y sigue diciendo:
«olvidé comer y beber casi por completo y experimenté éxtasis fantásti-
cos. Estos arrobamientos contenían visiones de una vida polar, en la que
mi yo oscilante se balanceaba, siempre lúcidamente, entre los polos
vitales, entre el sí y el no de la voluntad. Formulé una filosofía que denominé “Acerca de la indiferencia vital universal”».9
7. Ludwig Frambach es el autor de Salomo Friedlaender/Mynona (1871-1946) Recuperación de una fuente
prácticamente olvidad de la Terapia Gestalt. Comprendida en Pequeña Antología de Salomo Friedlaender.
Mandala, Madrid, 2007.
8. Ibíd. p. 19.
9. Ibíd. p. 19.
190
MAIOR
El vacío y el amor
Es realmente muy liberador cuando en las situaciones cotidianas y ante
decisiones importantes sabemos que aunque cada opción tendrá consecuencias
diferentes, las dos son posibles y es tan buena la una como la otra. Esa perspectiva se abre gracias al contacto con el «punto 0».
Friedlaender afirma que «La polaridad representa el hilo de Ariadna en el laberinto del mundo»10. Y entiende el «centro o punto cero» como el origen, y por lo
tanto el generador, de todo lo manifestado.
Ese lugar, divino e indivisible, lo encontramos en el individuo, en el sí
mismo indiferenciado. Es la causa de todas las creaciones que como tales percibimos polarmente. Como objetos que son, se ordenan de forma polar.
Entiende al ser humano como los aspectos manifiestos, y por lo tanto polar, en
que devenimos. Lo humano lo considera como lo que se manifiesta al igual que
los objetos perceptibles por nuestros sentidos. Lo asemeja a los objetos situados
en el exterior de la circunferencia cuyo núcleo es el yo. Entiende el yo como el
centro indiferenciado y el creador de las diferencias radiales. La conciencia la
entiende como el diámetro.
La concepción que Friedlaender da en su libro para hablar de la persona
queda plasmada, al menos en parte, por la imagen que Zinker (1979) usa para
ilustrar las polaridades colocando las características personales en los extremos
exteriores de los radios de una circunferencia. A esta le falta resaltar ese centro
indiferenciado, vacío, en el que aquel identifica al yo.
Nos reconfortará saber que
«“El sí mismo creador carece de forma” (Ibíd. 458), no podemos percibirlo con nuestro intelecto diferenciador. Aquello que constituye a la
persona verdadera, al auténtico in-dividuo realmente no dividido, al
centro esencial creativo del sí mismo, supera los principios de nuestra
comprensión individual».11
Ello invita a la exploración vivencial del mismo.
10. Ibíd. p. 26.
11. Ibíd. p. 29.
MAIOR
191
El oficio que habitamos
En el prólogo a esta compilación a la que me vengo refiriendo, Claudio
Naranjo, impulsor activo de la recuperación del conocimiento de Friedlaender,
nos dice:
«A este estado más profundo de la mente, indiferenciado y a la vez neutro, llamó Friedlaender a veces el yo, a veces el in-dividuo, a veces “indiferencia creativa”. Y todo lo que escribió no fue sino interminables
variaciones en torno a este poco conocido factor salvífico, en la profundidad de nuestra mente».12
En Aforismos (capítulo del libro Indiferencia Creativa traducido por Javier
Escobedo a petición de Claudio Naranjo), vemos estas variaciones que pueden
aportarnos granitos de mayor comprensión, algunas de ellas son:
«Desde antiguo, en la polarización se ha prestado más atención a los polos
que a su indiferencia. Pero es en esta, precisamente, donde se esconde el verdadero secreto, la voluntad creativa, lo que polariza en sí mismo que no es absolutamente nada desde lo objetivo. Pero, sin ello, no existiría mundo alguno».13
Lo cual redunda en lo que hemos ido viendo.
Otra variación familiar a los/as gestaltistas es
«Los intentos de huir de la identidad propia y de su polarización son,
sin duda y esencialmente, inútiles; no producen más que patología en
vez de verdadero sujeto y de su objetivación adecuada».14
Ahí podemos reconocer la base dionisíaca de identificación con todo lo que
somos que propone la Gestalt como vía de sanación.
Siguiendo con el mismo enfoque, enfatiza el «punto 0» como bisagra: «El
infierno no es más que la deformidad del cielo y solo la indiferencia personal
constituye la bisagra correcta».15
12.
13.
14.
15.
192
Ibíd. p. 10.
Ibíd. p. 71.
Ibíd. p. 72.
Ibíd. p. 82.
MAIOR
El vacío y el amor
Me parece fundamental remarcar que, aunque el recorrido personal es individual, el nivel más íntimo es común: «El corazón, convenientemente integrado,
convenientemente liberado de todas las diferencias, es el corazón del mundo».16
Culmino las citas de los aforismos con este brindis afirmativo: «La indiferencia propia representa la noche de bodas del mundo».17
Para Friedlaender, los orientales se pierden en este centro indiferenciado
mientras que los occidentales nos perdemos en la acción con los objetos diferenciados. «No es suficiente solo ser; hay que devenir (polarmente) también».18
«El budismo, del que conoce poco, está objetivamente acertado para él
puesto que “es mucho más indiferencia que negación” (Ibíd. 59) y
entiende el samsara, el mundo fenomenológico transitorio, como la diferenciación polar del nirvana indiferenciado (Ibíd. 59) ( ) la contribución
filosófica de Friedlaender guarda una amplia coincidencia a nivel
estructural con los caminos espirituales místicos como el zen o la contemplación cristiana, en los que también se habla, por ejemplo, de una
“sancta indifferentia” (Ignacio de Loyola)».19
Podemos considerar a Friedlaender un místico en el sentido amplio.
Según Claudio Naranjo (1979), podemos atribuir esencialmente a Friedlaender
el «centrarse en el presente» tan característico de la terapia gestalt. El aquí y
ahora como el integrador del pasado y del presente.
En cuanto al proceso perceptivo bajo la ley de figura-fondo, concepto polar
extraído de la psicología gestalt alemana de principio del siglo XX de la que
hemos hablado antes, su indiferencia o centro no es el fondo, es la base. El
fondo «es difuso, mientras que la base es indiferente».20 La base es el «vacío
fértil». Ludwig Frambach considera que lo que a Fritz Perls le fascinó del concepto figura-fondo era su analogía estructural con el punto de partida polar del
pensamiento diferencial de Friedlaender.
16.
17.
18.
19.
20.
Ibíd. p. 26.
Ibíd. p. 86.
Ibíd. p. 30.
Ibíd. p. 32.
Ibíd. p. 41.
MAIOR
193
El oficio que habitamos
También Friedlaender dice en alguna parte que solo desde el centro del sí
mismo indiferenciado podemos actuar espontáneamente, sin control, y entregarnos al afuera sin perdernos. Así es que solo desde el «punto 0» podemos
dejar que el control lo tenga la situación. Esta idea profunda, Perls la expone en
diversos lugares, entre ellos en la 1ª conferencia de «Esto es Gestalt» (última
página) y también en la «Charla I» de Sueños y existencia (p. 31).
Se trata de dar espacio al vacío necesario para poderse permitir abandonar
el control, para que sea la situación la que determine la acción. Es decir, el vacío
necesario para poder pasar de una respuesta a otra en función de la situación,
para encontrarnos con lo diferente. El vacío necesario para poder descubrir e
implicarnos más con lo que ocurre y nos ocurre y menos con el programa automatizado, para ver, oír y amar más al otro y no tanto solo a la imagen que
tenemos de él/ella. Entiendo, acercándome al psicoanálisis, que es imposible
conocer al otro; siempre lo percibimos desde la imagen. Así mismo, es imposible conocer la realidad, solo podemos hacerlo desde nuestros sistemas sensoriales limitados y nuestra mente estrecha. Lo que sí podemos es abrir el espacio,
el hueco, el vacío necesario para que la realidad sea como es más allá de nuestro
entendimiento de ella, en nuestra constante relación con la misma.
1.2.3. El paso del vacío estéril al vacío fértil
El vacío en la visión dinámica de la neurosis, a modo de estratos, según
Perls.
Desde una perspectiva de la enfermedad psíquica como oscurecimiento
de la conciencia, tal como explicita Claudio Naranjo21, Perls diferenciaba
cinco estratos, a modo de capas, del funcionamiento neurótico. Como dice
Paco Peñarrubia (1998): «Atravesar cada capa supone una disolución progresiva de la neurosis, desde sus aspectos más periféricos hasta los más nucleares» (p. 121).
En la 1ª capa, la de los «Clichés y estereotipos», el contacto con el otro y con
uno mismo es totalmente superficial. Un ejemplo de ello es preguntar «¿cómo
21. Claudio Naranjo, La única búsqueda.
194
MAIOR
El vacío y el amor
estás?» formando parte del saludo formal que facilita y espera un «bien» vacío
de contenido como respuesta.
En la 2ª capa encontramos las formas automáticas y rígidas de comportamientos evitativos y manipulativos más estructuradas. Son «los roles», como el
«el jeta», «la madre de Calcuta», «el poderoso», muchos de ellos estudiados por
Eric Berne en su libro Los juegos en los que participamos.
En la medida en que avanza el proceso terapéutico y que el/la paciente va
desmontando y deshaciendo estos comportamientos manipulativos, va quedándose sin los apoyos que aquellos roles suponían. Aparece la 3ª capa, llamada
«impase», donde lo anterior ya no sirve y aún no dispone de la posibilidad de
identificar su respuesta genuina. Es una etapa donde nos encontramos con el
vacío estéril, y aparece confusión, ansiedad, angustia, malestar y ganas de huir.
Perls, en su autobiografía, nos ofrece un ejemplo de ello
«Durante mi análisis con Clara Happel fue que sentí una de las pocas
vivencias verdaderas que obtuve del psicoanálisis. Gran parte de mi
apoyo direccional provenía de mi perro de arriba. Al derrumbarse éste,
anduve durante muchas noches vagando por las calles de Frankfurt, sin
rumbo y sin saber qué hacer. Había allí un hoyo en lugar de una dirección autónoma o una dirección externa que me fuera aceptable. No
confiaba en ella y tampoco confiaba en mí mismo» (1975, p. 251).
Aquí, la tarea fundamental va a ser facilitar que el/la paciente pueda mantenerse en contacto con ese atasco y con esa confusión ayudándole con nuestra
presencia y nuestras intervenciones a encarar la angustia que ahí aparece.
La 4ª capa es la de «la muerte o la implosión»; en ella nada surge, no hay
polaridades, no hay figuras; es un vacío terrible. Supone un encuentro, en palabras de Peñarrubia, «con lo muerto dentro de nosotros, con los cadáveres que
vamos dejando en el camino de la adaptación neurótica» (1998, p. 121). Es el
dejarse morir y reconocer la propia muerte.
«La importancia de esta experiencia de la nada deriva de la observación
de que ella constituye un puente entre la evitación y el contacto, o, como
MAIOR
195
El oficio que habitamos
lo expresara Perls, entre las capas fóbicas y las explosivas de la personalidad. Perls le asignaba tanta importancia a esta fase del proceso terapéutico que incluso definió la terapia gestáltica en los términos: “La
terapia gestáltica es la transformación del vacío estéril al vacío fértil”»
(Naranjo 1990, p. 61).
Tal como describe jugosamente Claudio Naranjo:
«Hablar de la experiencia de la “nada” es, en cierto sentido, una contradicción de términos, porque una experiencia siempre involucra “alguna
cosa”. La “nada” constituye un limbo donde se han abandonado los
juegos de superficie de la personalidad y el autopercatarse aún no ha
tomado su lugar. Hay una cualidad ilusoria en esta “nada” (...). La nada,
el vacío, la falta de significación, la trivialidad, son todas experiencias en
que no hemos abandonado totalmente las expectativas o los estándares,
mediante los cuales medimos la realidad. No surgen de un puro darse
cuenta sino de comparaciones» (Ibíd. p. 60-61).
Entrar en este vacío terrible, darle espacio, tiempo y conciencia, es lo que
posibilita su trasformación en vacío fértil, a partir del cual el sí mismo toma
espacio de forma libre y espontánea. Así pasamos a la 5ª capa, llamada «explosión o capa de la vida», donde aparece la emoción genuina interrumpida y
negada, y que ahora será vivida y tendrá libre expresión. Cada acceso a esta
etapa contribuye a incrementar la intensidad y plenitud vital de la persona.
Paradójicamente, creamos el vacío estéril en la medida en que nos apartamos del vacío necesario para poder disfrutar de la vida. Al igual que la salida
de la confusión es permitirla, dejarla estar y atravesarla, la transformación del
vacío estéril en el vacío fértil pasa por no evitarlo y por entregarse experiencialmente a él con conciencia.
El vacío da vértigo y asusta. No es fácil quedarse quieto en el sinsentido al
que llega el depresivo, que niega la rabia y no puede atravesar la tristeza, o
sostener la ansiedad reconociendo como tales las fantasías justificatorias del
miedo. Para poder dar espacio al vacío necesitamos un mínimo de tranquilidad
y confianza interna y en la vida; la una no existe sin la otra. Necesitamos poder196
MAIOR
El vacío y el amor
nos dejar estar en lo que experimentamos y en donde estamos. Requiere trabajo personal y muchas veces mucho trabajo terapéutico.
1.2.4. La frustración-confrontación
Perls, haciendo referencia a la dinámica de la formación de la gestal, dice
que «la tensión que surge de la necesidad de completar la gestal se llama frustración. El completar la gestalt se llama satisfacción» (1947, p. 80).
Perls entendía el crecimiento como el paso del apoyo ambiental al autoapoyo. Ese es el recorrido natural del bebé al adulto. Con la manipulación,
intentamos obtener de afuera aquello que podríamos conseguir por nosotros
mismos si nos permitiéramos notar lo que en realidad nos falta, en lugar de
solo orientarnos para no notar la frustración. Es a través de la frustración de
no mantenerse de pie que el niño va ensayando nuevas formas de equilibrio
corporal hasta que consigue desplazarse apoyándose solo en sus pies. Si no le
permitiéramos caerse, le dificultaríamos aprender a andar por sí solo.
En gestalt, además de empatizar con el paciente, función básica y necesaria para que una terapia funcione, trabajamos simultaneando el apoyo y la
frustración. Por un lado, damos espacio y apoyamos la expresión genuina del
paciente, mientras que, por otro, frustramos las actitudes manipulativas del
mismo. Como ya hemos mencionado, el comportamiento neurótico es sustentado por un importante uso, más o menos masivo, de conductas evitativas del
contacto consigo y con la realidad circundante. Estas mismas actitudes son las
que siguen manteniendo la desconexión y alimentando el funcionamiento
manipulativo. Va a ser el juego a dos manos (apoyo-confrontación) del terapeuta el que le va a permitir al paciente ir encarando los asuntos que le son
propios e irse ocupando de sí.
Según Claudio Naranjo:
«La confrontación es una maniobra psicológica más completa y más rica
que la simple frustración por el hecho de que refleja la percepción que
el terapeuta tiene de lo que le está pasando al otro».
Por ejemplo, dice que el acto de Perls de taparse los oídos cuando Claudio
le contaba unos hechos a modo de justificación no era una simple frustración,
MAIOR
197
El oficio que habitamos
con ello le estaba devolviendo el juego que él hacía para no entrar en el contacto de un modo más directo y vivo.22
En relación a la confrontación, Perls afirmaba:
«Y el prerrequisito para una satisfacción plena es el sentido de identificación del paciente con todas las acciones en que participa, incluyendo
sus autointerrupciones. Una situación puede concluirse –lo que es igual
a decir que se logra satisfacción–, únicamente si el paciente está comprometido enteramente en ella. Dado que sus evitaciones neuróticas son un
modo de evitar el compromiso total de las situaciones, deben frustrarse»
(1976, p. 109).
Para él era fácil, digamos que natural, no dejar pasar ni una manipulación
sin ser confrontada, no solo en sesión sino en cualquier lugar. Esa forma de
manejarse con la confrontación yo la recibí de forma directa de Gillermo Borja
(Memo). Con él aprendí que la verdad cura, dado que es asimilable, y la mentira neurotiza y psicotiza.
La confrontación tiene como objetivo dejar al paciente frente el vacío que
ella supone al devolverle las demandas encubiertas y las manipulaciones. La
frustración que conlleva será fructífera en la medida que coloca al paciente en
el lugar de hacerse cargo de sí (por ejemplo, explorar el acto de pedir lo que
desea arriesgándose a recibir un no como respuesta) y en la medida en que lo
acompañemos a poner consciencia en aquello que experimenta a partir de la
misma. Este tipo de intervención será oportuna si parte, precisamente, de una
posición neutra e indiferenciada del terapeuta.
1.2.5. El vacío del terapeuta
En cuanto al terapeuta, y sin descartar en absoluto su necesidad de saber y
hacer uso de la teoría, de los datos biográficos del paciente y de las hipótesis
diagnósticas, necesita hacer vacíos para ver al paciente con mirada limpia. Para
facilitar el encuentro con él, más allá de hipótesis y de objetivos.
22. Claudio Naranjo. Artículo titulado «Confrontación en Gestalt Viva». Boletín nº 19 de la AETG. 1999,
pp. 8 y 9.
198
MAIOR
El oficio que habitamos
Quiero remarcar ahora el «factor salvífico, en la profundidad de nuestra
mente»23 que Claudio expresa en el siguiente párrafo, en este caso referido al
terapeuta:
«Perls mostraba un grado asombroso de indiferencia creativa como terapeuta por su capacidad de quedarse en el punto 0 sin verse atrapado en
el juego de sus pacientes. Pienso en el punto 0 como un refugio del terapeuta gestáltico en medio de una participación intensa; no solo como una
fuente de fortaleza, sino como su último apoyo» (1990, p. 202).
Antes decía que no nos es fácil quedarnos en el vacío, por lo tanto, como
terapeutas tampoco lo es. Y menos en el inicio de nuestra profesión, cuando el
o la terapeuta está más en contacto con la angustia del no saber. Con los años,
vemos que la apertura al no saber es imprescindible para que la verdad pueda
asomar.
1. 3. El vacío como constitucional en psicoanálisis
Los humanos nos reconocemos a nosotros mismos a través de la imagen
que el espejo nos devuelve cuando somos bebés. Construimos nuestro yo gracias a esta imagen que nos facilita reconocernos como enteros/as, como una
unidad. Los ciegos también se reconocen a partir de reconocer al otro como
entero. La vivencia interna del bebé es fragmentada. Se vive en relación a lo que
va experimentando, que es parcial, y además escinde las vivencias placenteras
de las frustrantes.
Esa identificación con una imagen está totalmente relacionada con la creación de la imagen ideal. El yo ideal, germen inicial del super-yo, es alimentado
por la vivencia del bebé de ser un todo junto con su mamá. Es la etapa del «o
todo o nada» psicotizante (Bleichmar 1988). Para que ese yo ideal, sin fisura ni
reconocimiento de los límites que conforman la realidad, se transforme en el
ideal del yo, en ideal como referencia a donde dirigirme, reconociendo los límites, hace falta que el padre o quien ejecute la función paterna venga a facilitar
que el bebé se separe de la madre. La función paterna que separa al bebé de la
23. Claudio Naranjo: Prólogo a Pequeña Antología de Salomo Friedlaender. Mandala, Madrid, 2007.
200
MAIOR
El vacío y el amor
fusión materna es necesaria para facilitar que el bebé se desarrolle más allá de
la psicosis confusional y adquiera el lenguaje simbólico.24
En un primer momento, el padre o aquello que la madre desea entra a ser
un rival del bebé. Se abre la etapa propiamente narcisista de «o él o yo», donde
el padre es un ser aún total, que puede ser vivido como monstruoso. Cuando
el padre también se puede mostrar con fisuras, no omnipotente y con huecos,
aparece la posibilidad del pensamiento discriminatorio «esto no, esto sí» y se
abre la posibilidad de que, además de yo, también puede existir el otro.
Es decir, el reconocimiento de la existencia de los demás, de los demás en
minúscula, solo es posible si se abren grietas en el yo ideal, si puede ir abriéndose espacio al vacío interno, al reconocimiento de la separatividad, de la vulnerabilidad, en definitiva, al reconocimiento de la castración. Solo podemos
reconocer a los demás si podemos asumir que no somos todo, ni nadie lo es.
Estas grietas son necesarias para abrir el vacío interno. La cura psicoanalítica
impulsa al individuo a un cambio subjetivo; dicho cambio supone y requiere el
resquebrajamiento del narcisismo. El vacío es necesario para la transformación;
es solo desde ahí desde donde propongo que podemos verdaderamente amar.
Amar es dar lo que no se tiene a aquel que no es. Es la definición más sugerente que he conocido hasta ahora sobre qué es amar. Es la que más me acerca
a la estima no pretenciosa ni exigente y a la vez comprometida.
2. AMOR
Podemos entender el sentimiento del amor como derivado del impulso de
conservación y del impulso erótico. El que pulsa por la supervivencia y por la
unión. El amor es el sentimiento unitivo por excelencia.
Amar conlleva una actitud tierna y cuidadosa hacia el otro/a y hacia uno/a
mismo/a, que supone una cualidad dulce, y requiere aprecio, que es una valoración cognitiva positiva no solo de lo que coincide con mis valores sino de lo que
no coincide o que incluso choca con ellos. Esta característica es muy difícil de
24. Aprendido en los seminarios que Javier Arenas, psicoanalista alicantino, nos impartió en Barcelona.
MAIOR
201
El oficio que habitamos
desarrollar, sobre todo con los seres más cercanos; es una actitud que requiere
una apertura que el contacto con el vacío hará más posible. Verónica, una amiga
que vino a la charla que di sobre este tema, al finalizar me decía que el amor es
vivir con la imperfección. Podríamos decir que amar es amar la imperfección.
Amar supone curiosidad por el ser humano. Y requiere desarrollar la capacidad de escuchar. Presupone también calma para darle espacio al otro, para
que se despliegue, para que sea aquello que es más allá de lo que yo pretendo
que sea. Requiere concentración y atención.
Cuidar y respetar implica conocer al otro. Como dice Erich From:
«Amar es la forma de adentrarse a la esencia de lo humano, más allá del
pensamiento». Y «Conocer el secreto del hombre es una motivación
humana profunda que incluso motiva los actos de crueldad y destructividad» (1959, p. 47).
Amar requiere la capacidad de empatizar con el otro. Para ello se ha de ser
permeable a las emociones, las mías y las de los demás.
Fromm, en el maravilloso libro El arte de amar, al que cito frecuentemente en
este apartado, afirma que el amor es un arte y como tal requiere disciplina,
concentración y paciencia y preocupación suprema por el dominio del arte.
Dice que amar es una capacidad activa que
«presupone el logro de una orientación predominantemente productiva,
en la que la persona ha superado la dependencia, la omnipotencia narcisista, el deseo de explotar a los demás, o de acumular, y ha adquirido fe
en sus propios poderes humanos y coraje para confiar en su capacidad
para alcanzar el logro de sus fines. En la misma medida en que carece de
tales cualidades, tiene miedo a darse, y, por tanto, de amar» (Ibíd. p. 42).
Se refiere al contacto maduro que supone amar, al que me refiero yo en este
capítulo. Sobre ese tipo de amor también dice de forma brillante:
«La capacidad de amar exige un estado de intensidad, de estar despierto, de acrecentada vitalidad, que solo puede ser el resultado de una
orientación productiva y activa en muchas otras esferas de la vida».
202
MAIOR
El vacío y el amor
En general, cuando un/a paciente se percata de su incapacidad de amar,
es reflejo de una mayor profundidad en su proceso terapéutico. Está en mejor
disposición para verse a sí mismo/a. Desengañémonos, amar es complejo y
arriesgado.
El amor como experiencia, gozosa o dolorosa, alegre o triste, siempre de
algo que sale de adentro hacia fuera, supone una vulnerabilización al dolor. Si
el otro me agrede, me rechaza o enferma, claro, va a dolerme más si le quiero
que si no le quiero. Sin embargo, muchas veces nos sentimos dolidos más en el
amor propio que en el corazón.
Ampliando la perspectiva, me pareció interesante lo que Simone Weil25
aporta al concebir el amor a los muertos como el amor puro, puesto que no
pueden ser diferentes a como fueron. Ella relaciona el amor con la atención
pura y el reconocimiento de la existencia del otro.
Amar verdaderamente requiere poder decir NO tantas veces como así lo
sienta cada uno/a y también poder sentir la rabia que a cada quien le despierta
sea lo que sea. Ello es necesario para que el amor no sea tibio ni superficialmente asegurador; amar requiere compromiso con uno/a y con los/as demás.
También vemos que amar es una de las mejores fuentes de alegría, no solo
por el encuentro con lo amado, sino también por la apertura que amar supone.
2. 1. El amor como necesidad
Somos mamíferos con un lenguaje simbólico muy desarrollado. Al igual
que tenemos las capacidades de inventar, de crear y también de mentir –que
son las que nos diferencian como humanos–, como mamíferos tenemos en
nuestras células la capacidad de amar. Cuando nacemos somos totalmente
dependientes y, además, como humanos, nuestra conducta no está determinada instintivamente. En la infancia y desde el inicio de nuestra vida aprendemos
de nuestros progenitores desde nuestro más alto nivel de dependencia.
Por lo tanto, como mamíferos que somos necesitamos el contacto. Son conocidos los experimentos en que monos bebés que recibían la leche con biberón
25. Simone Weil: La gravedad y la Gracia. Traducido por Carlos Ortega. Ed. Trotta. 4ª edic. Madrid.
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203
El oficio que habitamos
en un artefacto (sustituto materno) rodeado de pelo, semejante al pelo materno,
se desarrollaban mejor que los que la recibían en uno de alambre.
En el desarrollo del bebé, la función materna es la que nutre corporal y
emocionalmente, sentando así las bases para que pueda desarrollarse saludablemente. Es la que aporta el contacto amoroso necesario para podernos cuidar,
gracias a que nos facilita poder identificar nuestras necesidades. Específicamente,
aporta la capacidad de confiar en nosotros y en el mundo para podernos desenvolver en él (Juan José Albert 2009).
Nacemos tanto con impulso tierno como con impulso agresivo para sobrevivir y también para satisfacernos. Los dos son necesarios para amar. Tal como
ya hemos dicho, en el inicio, el bebé escinde las vivencias placenteras de las
frustrantes proyectando estas últimas en el «pecho malo» que vive como amenazante. Tal como dije en otro lugar:
«Bión describe la buena madre como aquella que es capaz de tolerar las
proyecciones que el bebé le hace de sus partes angustiantes y de sus
pulsiones agresivas, y de devolvérselas de forma que él las pueda ir
integrando. Es necesario que la madre, o quien ejerza esta función, sepa
relacionarse con él de forma empática. Que pueda facilitarle la simbiosis
nutritiva para ambos, a la vez que pueda verlo como un ser diferente,
no solo como una prolongación de sí misma, y que por lo tanto puede
también frustrarla a ella. El bebé, el/la niño/a, necesita ser querido/a y
reconocido por ser quien es, con sus capacidades y sus carencias, y no
por lo que a sus padres les gustaría que fuera para alimentar su propio
narcisismo».26
El amor paterno es el que pone límites y condiciones, él facilita la separación y, por lo tanto, la diferenciación del niño/a de la madre. Así, queda disponible el desarrollo de la energía de acción necesaria para ocuparse de sí y para
orientarse según sus necesidades y deseos –que incluye el uso de los impulsos
agresivos– (Juan José Albert 2009). El amor paterno es el que facilita la entrada
26. Cristina Nadal. Artículo «Narcisismo necesario-Narcisisimo patológico» publicado en el Boletín de la
Asociación de Terapia Gestalt, nº 24, 2004.
204
MAIOR
El vacío y el amor
en la ley, poder pasar por el aro, poder ceder parte del goce fusional con la
madre para entrar en el mundo simbólico, que posibilita las interacciones y los
intercambios necesarios para ocuparse de uno y de lo que le pertenece.
Entendamos que necesitamos desarrollar tanto la pulsión tierna como la
agresiva. Necesitamos tanto poder unirnos como poder separarnos, necesitamos tanto tomar como rechazar, tanto decir sí como decir no, y entendamos que
la violencia está alimentada por la dificultad de usar la pulsión agresiva de
forma operativa.
Freud le contestó a Einstein que posiblemente la forma de reducir las guerras era aumentar las pulsiones tiernas, las pulsiones eróticas, el amor, para
contrarrestar las pulsiones destructivas y poder así abrirnos a las negociaciones
y no a las guerras.27
Por supuesto que esto es así, y desde la gestalt también pensamos que para
reducir las guerras y los conflictos debemos reconocer nuestros impulsos destructivos, nuestra competitividad y nuestras rivalidades, y vivirlos como tales,
asumiendo nuestra necesidad y nuestros deseos. En los grupos de terapia facilitamos su emergencia y su expresión, para que el/la paciente pueda apropiarse de la experiencia y de la fuerza que supone y para que pueda elaborar los
conflictos internos y las actitudes que alimentan ver al otro como enemigo y le
anclan a ello. Para ampliar este punto de la riqueza que conlleva el reconocimiento de los conflictos reales, parafraseamos de vuelta a Fromm:
«Los conflictos reales entre dos personas, los que no sirven para ocultar
o proyectar, sino que se experimentan en un nivel profundo de la realidad interior a la que pertenecen, no son destructivos. Contribuyen a
aclarar, producen una catarsis de la que ambas personas emergen con
más conocimiento y mayor fuerza» (1959, p. 129).
Son los que, tal como ya mencionamos, ayudan a madurar los vínculos y a
profundizar en las relaciones amorosas.
27. Albert Einstein y Sigmund Freíd: ¿Por qué la guerra? Introducción de Eligio Resta. Ed. Minúscula, Barcelona, 2001.
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205
El oficio que habitamos
Dado que somos seres gregarios, es decir, que necesitamos relacionarnos
con los/las de nuestra especie para sobrevivir y desarrollarnos, necesitamos
sentirnos pertenecientes a ella. En la antigüedad, uno de los castigos era la
expulsión de la comunidad; ello no solo era peligroso por estar solo ante las
situaciones amenazantes, sino que también afectaba a la integridad psíquica.
Ser excluido incrementa el sentimiento de inadecuación, de culpa y de vergüenza. En el trabajo terapéutico grupal ello es foco de atención por parte del
coordinador. Muchos de los autores sobre dinámica grupal hablan de la pertenencia. Schutz (1978), en concreto, la distingue como una etapa necesaria, al
igual que la etapa del control, donde el/la participante necesita confirmar la
influencia que tiene en los/as demás. Ambas son etapas previas a la posibilidad
de la última etapa que describe, donde ya se pueden establecer relaciones íntimas. Estas etapas se van sucediendo de forma rotativa a lo largo de la vida del
grupo; es necesario irlas atravesando para que el grupo pueda madurar y para
proporcionar el terreno para que cada miembro pueda crecer y sanar.
2.2. Diferentes tipos de amor
Existen diferentes tipos de amor y diferentes maneras de catalogarlos.
Claudio Naranjo los diferencia en relación a la evolución ontológica cerebral
e invita a que desarrollemos el o los menos desarrollados para seguir evolucionando como persona de una forma más profunda y equilibrada. Distingue:
el amor erótico (reptiliano) sexual, fraternal; el amor materno (mamífero) de
cuidado, protector; y el amor paterno (cortical) admirativo.
Fromm dice que «El amor sólo comienza a desarrollarse cuando amamos
a quienes no necesitamos para nuestros fines personales». Ahí sitúa el amor
fraternal.
El enamoramiento, que no es propiamente el amor, aunque sí moviliza la
entrega pasional, supone y busca una reedición de la sensación de plenitud.
Es un momento de apertura, de tocar el cielo alegóricamente, de sentirse
maravilloso/a y estar con otro/a que también lo es. Se reproduce la unión ideal
primigenia donde nos sentimos completados/as y completos/as. Desde la
206
MAIOR
El vacío y el amor
perspectiva del narcisismo, la maduración implica la posibilidad de ir resquebrajando la imagen ideal a través de los diversos enamoramientos. Podemos
ver su progresión sin que tenga por qué verse reducida la pasión.
Los humanos pertenecemos a los mamíferos que conservan la pareja más
allá de la crianza. Como compartir es la mejor forma de conocer al otro y a
uno/a mismo/a, para el ser humano en general, la pareja es una excelente
escuela de aprendizaje. Sin embargo, tal como dice Fromm, ello requiere un
acto voluntario de permanecer ahí, junto al otro. «En el acto de amar, de entregarse, en el acto de penetrar en la otra persona, me encuentro a mí mismo, me
descubro, nos descubro a ambos, descubro al hombre» (1959, p. 48). Aún así,
ciertamente, también cambiando de escuela podemos aprender, siempre que
permanezcamos un tiempo suficiente en cada una de ellas y podamos atravesar
alguna de las situaciones frente a las que hacemos saltar nuestros resortes evitativos o que nos empantanan en el sufrimiento neurótico.
El amor admirativo, que, tal como hemos nombrado, Claudio Naranjo relaciona con el amor paterno, posibilita abrirse a algo más grande que yo y que el
otro, posibilita la apertura al amor universal. En este punto vuelvo a citar a
From por parecerme muy clarificador:
«La persona verdaderamente religiosa, que capta la esencia de la vida
monoteísta, reza por nada, no espera nada de Dios; no ama a Dios como
un niño a su padre o a su madre; ha adquirido la humildad necesaria
para percibir sus limitaciones, hasta el punto de saber que no sabe nada
acerca de Dios».
Ello es una concepción no-teológica brillantemente descrita. La religión
budista y taoísta son no-teístas:
«En el sistema no-teísta no existe un reino espiritual fuera del hombre o
trascendente a él. El reino del amor, la razón y la justicia existe como una
realidad únicamente porque el hombre lo ha podido desenvolver en sí
mismo a través del proceso de su evolución y solo en esta medida. En
tal concepción la vida no tiene otro sentido que el que el hombre le da».
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207
El oficio que habitamos
Esta última afirmación, para mí liberadora y que impulsa a que cada uno/a
busque y le dé a la vida su propio sentido, se la oí por primera vez a un psicoanalista.28 Ante esa visión, Fromm afirma: «El hombre está completamente solo,
salvo en la medida en que ayuda al otro» (1959, pp. 78 y 79).
Introduzco aquí, aunque luego redundaremos en ello, lo que ya sabemos
pero que es oportuno recordar: es necesario amarse a uno para poder amar al
otro y viceversa, de hecho es imposible lo uno sin lo otro.
«No puede el sujeto conocerse y reconocerse verdaderamente a sí
mismo, si no es a través del conocimiento y reconocimiento del otro»
(José Luis Trechera 1996, p. 37).
3. VACÍOS Y AMORES
Lo hallado en los primeros enlaces de google buscando amor y vacío giraba
alrededor del vacío que deja la falta de amor. El vacío como el no amor, la
ausencia de amor. Aparecen los escritos en los blocs de los/as dejados/as por
otro/a. Es la primera relación entre «vacío» y «amor», de la cual pueden emerger dos versiones: la que resulta del proceso de entrar en el duelo, que posibilita la apertura a la rabia y al dolor de la pérdida y que llevará a profundizar en
la capacidad amorosa y a poder volver a amar pasado ese período; y la melancolía, que es el apego patológico al ser querido que se ha ido, que obtura la
posibilidad de seguir amando, de la cual volveremos a hablar.
Hagamos explícito que la capacidad de amar requiere también capacidad
de recibir. Y que ello no depende del objeto externo, sino de mi capacidad de
apertura, de entrega, de dar y de darme también a mí. Lo que pretendo desarrollar en este capítulo es que precisamente para amar necesito poder entrar en
contacto con mi vacío interno y con el espacio (vacío) externo, justamente para
establecer relación con lo diferente y separado de mí. Diferenciemos entre este
vacío posibilitador y los vacíos estériles.
28. Alejandro Gómez-Franco, mi psicoanalista, en unas clases dadas en la, desgraciadamente desaparecida, Escola de Expresió i psicomotricitat Carme Aymerich, de Barcelona.
208
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El vacío y el amor
3.1. Vacíos estériles
Dentro de los vacíos estériles encontramos muy a menudo en nuestras consultas el vacío como taponamiento del dolor. Tal como señalaba Lowen, se trata
del vacío resultante de aislar experiencias dolorosas, como situaciones y vivencias, traumas y pérdidas, congelándolas. Es una forma de desvitalizarse.
Didier Anzieu dice que, si no ha habido suficiente contacto del bebé con la
madre, este se desarrolla con falta de cohesión y sensación, pudiendo aparecer
mecanismos arcaicos, como la escisión y la identificación proyectiva, generando la experiencia de vacío o de falta de coseidad.
En ambos casos nos hallamos ante una persona básicamente carente, alejada del contacto justamente para no sentir la carencia, o instalada en ella pidiendo a gritos (o en silencio sufriente) ser querida. Sin embargo, la propia posición
defensiva de la carencia o la exhibición de la misma impiden que la persona
pueda recibir lo que sí se le da.
Así mismo, la depresión obtura el vacío rellenándolo de autojuicios negativos; en general, es alimentada por rabia retroflectada, vuelta contra sí. No tienen
fuerzas ni se autorizan a responder con agresividad cuando la sienten, si la sienten. Así incrementan el peso enorme con el que viven. Otro factor importante de
la depresión es el otro polo del narcisismo, es decir, la pretensión frustrada de ser
«la hostia». Tampoco ellos y ellas resquebrajan suficientemente su ideal, aunque
sea justificándolo, «como que soy tan poca cosa, por ello he de exigirme tanto».
La melancolía podríamos entenderla como un acto de amor. El amante, la
madre amadora u otro/a no puede soltar al ser que se ha muerto o al amor que
se ha ido. No es amor, ni es amor a uno mismo. Es no querer soltar la parte de
mí que se identifica con el/la muerto/a o el/la que se ha ido. Justamente es un
taponamiento del vacío que deja la marcha de un ser querido y que al abrirlo
facilitaría la apertura al amor.
3.2. El narcisismo como obturador del vacío
El psicoanálisis considera el narcisismo como constitucional de la psique.
Narciso se enamora de su propia imagen, no de sí mismo. Si fuera así, enamo-
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209
El oficio que habitamos
rado verdaderamente de sí mismo, y tal como hemos visto con Friedlaender,
sería enamorado del SER o, mejor dicho, del NO-SER, de la nadeidad generadora de la coseidad, de la nadeidad que nos hace posibles.
Tal como hemos atisbado, el narcisista se queda anclado en la etapa de la
omnipotencia infantil, en la que el niño cree que es causante de lo que sucede
alrededor y solo está interesado por lo que le pasa a sí mismo. Es cuando en
párvulos cursan P2. Es una etapa necesaria para diferenciarse afirmándose a su
manera. Sin embargo, si no puede madurar para pasar de la etapa del «o yo o
tú» propia de la etapa omnipotente (en la que estamos enclavados nuestra
sociedad actual competitiva) a la inclusión del tercero, no puede hacer el traba-
jo de ir pasando del pensamiento totalizante del «o todo o nada» al pensamiento discriminatorio de «esto sí, esto no».
El o la narcisista (que en mayor o menor grado lo somos todos/as) no
puede permeabilizarse; ha de seguir alimentando la autoimagen inflada de sí
mismo/a sobre la que se sustenta, para huir de la vivencia de desintegración
que para él o ella supone resquebrajar esta imagen. Como vive en un globo
hinchado, claro, la mínima grieta lo desinfla y lo lleva a los infiernos. Así que
el/la narcisista, al igual que Narciso, se defiende de entrar en relación. Para él
vincularse con otro que no controla, que no es una cosa, es aterrador, y encuentra la forma de no caer ahí. A lo sumo, puede vincularse con animales, que no
le van a cuestionar.
El narcisismo lo podemos entender como el taponamiento del vacío por
excelencia. Pero lo real es que no ha tenido ocasión de acercarse a él, que se
defendió rotundamente de él. Resquebrajar la autoimagen inflada exige renunciar a sentirse el único o la única, superior al resto, a tener garantizada la mira-
da deseante y aprobadora del otro. Es una renuncia necesaria para acercarse a
la libertad de ser lo que uno es y para tener la opción de dar los pasos necesarios para conseguir lo que uno precisa y desea sin que ello tenga que ser «la
hostia», y, por lo tanto, para que pueda obtener satisfacciones parciales, concretas y limitadas. Sin esta renuncia, sin este quiebre del narcisismo, es imposible
la calma y poder valorar y disfrutar lo que hay; y es imposible poder amar.
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MAIOR
El vacío y el amor
3.3. Otros obturadores del vacío
Según Fromm, en el mito de Adán y Eva, más allá de la mojigatería victoriana, vemos la vergüenza no tanto por estar desnudos sino por la conciencia
de la diferencia y de la separabilidad que les aporta el conocimiento al que han
accedido. «La conciencia de la separación humana –sin la reunión por el amor–
es la fuente de la vergüenza. Es, al mismo tiempo, la fuente de la culpa y de la
angustia» (1959, pp. 23-24). Según él, las respuestas que la humanidad ha ido
dando a esta situación conforman la historia de la filosofía y de las religiones.
Algunos pueblos primitivos conseguían mantener a raya la angustia de la separabilidad y la culpa mediante la realización de rituales orgiásticos. A falta de
estos, actualmente son sustituidos por las drogas.
Fromm ve el conformismo como una forma de mitigar la conciencia de la
separabilidad no eficaz, puesto que no proporciona ninguna vivencia intensa,
sin embargo, el alcoholismo, las drogas, el sexo compulsivo y seguramente
también la compulsión a la perfección corporal aportan dicha intensidad. A la
adicción al trabajo también la ve como mitigadora de dicha ansiedad. Para él,
la actividad creadora aporta unión con los materiales y la obra, sin embargo:
«La unidad alcanzada por medio del trabajo productivo no es interpersonal; la que se logra con la función orgiástica es transitoria; la proporcionada por la conformidad es solo pseudo-unidad. Por lo tanto, constituyen meras respuestas parciales al problema de la existencia. La solución plena está en el logro de la unión interpersonal, la fusión con otra
persona, en el amor.
Ese deseo de fusión interpersonal es el impulso más poderoso que
existe en el hombre. Constituye su pasión más fundamental, la fuerza que
sostiene a la raza humana, al clan, a la familia y a la sociedad» (Ibíd. p. 33).
El amor y la relación interpersonal es, según él, la única salida a la angustia
existencial. Aquí añado que justamente el reconocimiento y la permanencia en
el vacío que existe debajo de esta angustia es lo que posibilita pasar del amor
dependiente y persecutorio al amor maduro que reconoce al otro como diferente y que le aprecia también en lo que no le gusta.
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211
El oficio que habitamos
El amor requiere empatía. La empatía es vibrar en la misma frecuencia
emocional que el otro. Es la capacidad de ponerme en la piel del otro. Sin
embargo, cuando me confundo con el otro para ahorrarme el trabajo de sustentarme a mí mismo/a, uso de forma masiva el mecanismo de defensa de la
confluencia. No me diferencio para no tener conflictos. Entro en relaciones
dependientes, tapono así el vacío necesario para relacionarme autónomamente y para amar al otro.
Se puede entender que todas las pasiones son una forma de obturar el
vacío. La ambición, el miedo al miedo, la lujuria, la envidia, el perfeccionis-
mo... son modos de taponar el vacío que nos permitiría entrar en contacto
con aspectos más profundos de nosotros/as mismos/as (Claudio Naranjo
1994).
La caridad como una forma de ponerse por encima del otro también tapo-
na; en la medida en que doy algo para cubrir la necesidad de otro/a, me alejo
de mi propia fragilidad, vulnerabilidad y carencia, dejo de ser permeable.
El resentimiento obtura la polaridad agresión-amor. Y, claro, es una forma
de obturarse a uno mismo. Implica una posición fija. En sesión identificamos
el resentimiento cuando, en el trabajo con la silla vacía, el o la paciente no se
aviene a expresar la rabia, ello les desobturaría y les haría permeables al dolor
o la decepción, en definitiva, al vacío. Para profundizar en el amor necesitamos desobturar el hueco entre el amor y la agresión.
No contar con el vacío lleva a la destrucción interior y genera malestar;
conlleva el uso de los demás para taponar la vivencia de vacío, así como a
conductas adictivas y compulsivas acordes con el ritmo de vida actual, donde
hemos cambiado valores como la renuncia, el respeto, la honestidad, la
paciencia, promulgados antaño, por la ambición, la moda, las adicciones y el
ocio excitante que nos sirva para desconectar del estrés provocado por la
orientación del tener que seguir y seguir consiguiendo, de forma trepidante,
un bienestar individual y como mucho para los nuestros y que no da espacio
al vacío que facilita profundizar en el amor y acercarnos al sosiego y a la tranquilidad interior.
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MAIOR
El vacío y el amor
3.4. El mayor amor requiere el mayor vacío.
Interactuar mitiga la angustia ante el vacío, pero no elimina este; de hecho,
como estamos viendo, el vacío es necesario, precisamente, para interactuar y
podernos disfrutar y amar.
Un sujeto no puede sentir amor si no se ha agrietado suficientemente su
yo-ideal. Si no se ha dejado resquebrajar por la realidad. Esa grieta que desmiente que seamos enteros, de una pieza e invulnerables y que no podamos ser
tocados por las bajezas humanas. La apertura de nuestras grietas, que nos
ponen en contacto con nuestras miserias, abre la puerta a la tolerancia y a la
capacidad de asumir las frustraciones que inevitablemente se dan entre nosotros; ambas son necesarias para poder abrir el amor.
Como ya he venido diciendo, el amor requiere el reconocimiento respetuoso del hecho de que el otro está separado de mí, como todos los demás seres, y
que es diferente a como yo deseo y espero.
«El amor maduro significa unión a condición de preservar la propia
integridad, la propia individualidad. El amor es un poder activo en el
hombre; un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de
sus semejantes y lo une a los demás» (Fromm 1959, p. 37).
Repito: dar espacio entre yo y el otro también requiere, y por lo tanto supone, dar espacio al vacío interno y soltar al otro y a mí mismo, para que emerja
lo que necesito y deseo, más allá de mi conciencia acomodada.
Tal como también hemos dicho, notarse uno/a a sí mismo/a aporta la posibilidad de notar al otro. Amarme abre las puertas a poder amar al otro y viceversa. Considerarnos, tenernos en cuenta, escucharnos en nuestro sentir y
también admitir y dar espacio a nuestros fallos y faltas, así como tratarnos bien
y aprender a relacionarnos nutritivamente con nosotros mismos, es necesario
para poder amar, para poder hacer lo mismo con el otro, ese que no es como yo
espero que sea, ni tiene por qué serlo.
Podemos decir, tanto desde la teoría psicoanalítica como desde la gestalt,
que amarse a uno/a mismo/a, al igual que al otro/a, supone entrar en el hueco
MAIOR
213
El oficio que habitamos
interno (que no es fijo), en el vacío interno que permite poder sentir-nos en lo
íntimo más allá de lo automático programado.
En realidad, la posibilidad de amar y amarnos, inseparable lo uno de lo
otro, requiere acercarnos a no ser. Acercarnos a este espacio que solo se abre si
puedo sentir el dolor de lo que me duele, la rabia, la tristeza y la fragilidad, al
igual que la alegría, la fuerza y la motivación que tengo.
Podemos ver que amar es un atrevimiento. La apertura necesaria para atrevernos a amar, en muchas ocasiones, se abre a través de grandes pérdidas. El
dolor parte el corazón y abre, resquebraja las defensas. ¿Se abre algo de la experiencia mística? Al menos se puede tocar la comprensión de que no somos nada
(en el sentido menos narcisista del término) y nos brinda la ocasión de recibir
y dar amor de un modo que no ocurre en otras ocasiones.
Creo que el amor y el dolor emocional parten del mismo espacio. Segura­
mente del corazón. Es por ello que el uno da paso al otro y ambos acompañan al
núcleo de la experiencia humana.
A la vez, tal como hemos visto, amar supone en cierta medida contacto con lo
divino. Es gracias a Albert Rams, mi marido, que me he acercado un poco a Rumi.
Rumi, Yalaluddín (1207-1273), inspirador de la orden sufí de los derviches
giróvagos, es una de las figuras más relevantes e influyentes de la espiritualidad universal. Representa la religión del Amor y la entrega pasional al maestro
como medio para la entrega a Dios.
«Rumi amortiguó con la música y la danza el dolor de la separación de un
Dios al que siente como el Amado (…) insta a sus discípulos a vivir como
extranjeros, en un exilio permanente, consciente de que solo el extranjero
es capaz de disfrutar de cada hallazgo, por mínimo que sea, como de un
tesoro (…). Al girar y girar, el derviche se vacía para dar paso a lo divino
(…). La plenitud del derviche reside, justamente, en su vacuidad».29
Suya es la frase: «No ser nada es la condición requerida para ser».30
29. Halil Bárcena, «Atreverse a amar», artículo puiblicado en su web.
30. Rumi: Un Verso del Diván, una recopilación poética dedicada a su maestro Shams de Tabriz.
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MAIOR
El oficio que habitamos
En el siguiente poema de Rumi, podemos recordar algo de lo que vimos con
Feedlaender:
¿Qué puedo hacer?, ¡Oh musulmanes!, pues no me reconozco a mí mismo.
No soy cristiano, ni judío, ni parsi, ni musulmán.
No soy del este ni del oeste, ni de la tierra, ni del mar (…).
Mi lugar es el no lugar, mi señal, la no señal.
No tengo cuerpo ni alma, pues pertenezco al alma del Amado.
He desechado la dualidad, he visto que los dos mundos son uno.
Uno busco, uno conozco, uno veo, uno llamo.
Estoy embriagado con la copa del amor, los dos mundos han desaparecido de mi vida.
No me resta sino danzar y celebrar.31
3.5. El amor como terapeuta
Para terminar, añadiré una parte de un escrito32 que redacté después de una
charla que di hace cinco años con ocasión de la celebración de mis veinticinco
años como terapeuta y a raíz de una pregunta hecha por Ramón33.
«Mi objetivo como terapeuta es que el o la paciente se las entienda consigo mismo/a y con su mundo, tomando lo suyo en sus manos. Desvelar
el odio y el dolor son dos buenas vías para ello, acompañar al vacío es
aún vía más regia. Para ello, como terapeuta necesito, no sé si querer al
paciente, pero sí emocionarme con él, sentirlo íntimamente. No creo que
se trate de intentar querer al/la paciente para que se quiera sino de atrevernos a sentir ternura, tristeza o dolor cuando se abre, para que sea él
quien se pueda acoger tiernamente cuando ello sea posible.
Como terapeuta, no me tomo el trabajo de querer a mis pacientes. Lo
cierto, tal como sí dije cuando una alumna me “contradecía” diciendo
que ella sí había visto amorosidad en mi forma de intervenir, es que me
gusta el ser humano (aunque seamos muy estúpidos), que me sigue
31. Ibíd.
32. Escrito en el programa de Aula Gestalt (2007-2008).
33. Ramón Balleste, ex alumno, ex paciente y amigo desde hace años.
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MAIOR
El vacío y el amor
despertando mucha curiosidad y que me apasiona acompañarle a acercarse a sí mismo. También es cierto, y no dije, que sí me tomo el trabajo
de tener la paciencia para entrar en contacto con zonas íntimas suyas y
que es entonces cuando el curso del proceso terapéutico adquiere mayor
profundidad. Digo paciencia, espera. Tiene más que ver con darle espacio que con darle estima. Aunque podríamos entender que precisamente darle espacio al otro, sin pretender nada, es quererlo».
Ciertamente, dar espacio al otro mientras me lo doy también a mí es la base
para quererlo queriéndome. Dar espacio al vacío de cada uno y al que nos circunda, facilita la emergencia del amor si, tal como hemos repetido, la relación
se puede ir actualizando y se mantiene viva, dejando espacio al conflicto además de disfrutar del otro, otra u otros/as y del acto de amar con él/ella, que es
el mayor gozo.
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El oficio que habitamos
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MAIOR
La demanda femenina en psicoterapia.
Una mirada gestáltica
Sandra Isella Perotti
10
Para Nelly
Escribo como terapeuta, tratando de rescatar aspectos comunes en la
demanda de ayuda de las mujeres que acuden a psicoterapia, con la finalidad
de reflexionar acerca de sus características, sus formas habituales de presentación y sus posibles transformaciones en el curso del tratamiento.
Al hacerlo, no puedo sustraerme de mi propia condición femenina que me
acerca personalmente a lo que percibo en mis pacientes y a lo que he vivido y
vivo en mi propio proceso terapéutico. Por esto y aunque para facilitar la lectura hable de mis pacientes mujeres, existen múltiples puntos de encuentro
con ellas en distintos momentos de nuestra historia vital, así como de nuestras
búsquedas y desvelos, siendo muchas de ellas la fuente de inspiración de este
escrito.
MAIOR
219
El oficio que habitamos
¿Por qué acuden las mujeres habitualmente a psicoterapia?
Vengo porque…
tengo crisis de ansiedad desde que me casé
me acabo de separar…
me aterroriza que a mi hija le pase algo…
no puedo independizarme de mi madre...
mi familia no acepta a mi pareja…
estoy sufriendo acoso laboral por otra compañera...
mi pareja consume cocaína y me lo ocultó hasta ahora
tengo una nueva pareja y siento miedo de perderle…
quiero separarme de mi pareja y no puedo…
mi único hijo se ha independizado
he descubierto que mi hija sale con otra chica…
no puedo estar sola….
me he jubilado y no quiero dejar de trabajar…
mi marido quiere tener sexo y yo no...
mi hijo ha intentado suicidarse…
mi padre ha fallecido y no sé qué hacer con mi madre
me muero de celos por mi novia…
Frases similares a estas sintetizan algunos de los principales motivos de
consulta explícitos en las primeras sesiones de psicoterapia.
¿Cómo llegan a este lugar algunas mujeres?
Las condiciones y calidad de vida de una mujer, su modo de estar en el
mundo y el «cómo le va en la vida» generalmente se evalúa en relación a si
tiene o no una pareja, si tiene o no hijos, a cuáles son sus actividades cotidianas
y cuál es su situación laboral y económica, dejando a un lado cuáles son sus
intereses, cuáles sus metas, sus sueños y sus deseos de superación y desarrollo.
En la familia, fundamentalmente son las mujeres las encargadas de decodificar y mediatizar la comunicación entre los distintos integrantes, llevando la
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MAIOR
La demanda femenina en psicoterapia
voz cantante, suavizando, ocultando, desafiando, pero sobre todo conservando
y conteniendo; esto es lo único que parece definir a lo femenino más allá de los
estereotipos de los roles de género.
El organizar la vida familiar en los requerimientos cotidianos, el ser hijas
perfectas, madres solícitas y esposas amantes en lo privado, y el ganar lugares
en la esfera pública y/o profesional, sumerge a veces a las mujeres en una
empresa imposible, de materializar todos y cada uno de los roles que se le
imponen desde lo sociocultural y familiar, llevándolas a hacer múltiples movimientos de cintura a fin de ajustarse a un modelo inalcanzable, que deja como
alternativa muchas veces la culpa y la depresión, como expresión sintomática
de un malestar propio de su género que, según los estudios más recientes, se
expresa en proporción de dos a uno en relación a los hombres (Burin, 1987).
Por otro lado, la «maternalización» de muchos de los roles que desempeñan
las mujeres como cuidadoras de otros y la propia cultura en la que se encuentran inmersas, las predispone a estar más atentas a las emociones y sentimientos ajenos, especialmente cuando estos tienen un toque de dolor, sufrimiento,
frustración, angustia e insatisfacción.
Esto las deja en algún momento de su vida sin un sentido propio hacia
donde dirigir sus esfuerzos, lo cual genera un sentimiento acerca de haber sido
educadas para que su vida sea satisfactoria en la medida en que se encuentre
ligada a otros.
El monólogo interior que se escucha al comenzar a hablar en las sesiones es
del orden de «le digo, me dice, le hago, no me hace, no me deja, nunca me habla
de, cree que no me doy cuenta, sabe que no me gusta, no quiere verme así, no
soporto lo que hace».
La demanda al iniciar el tratamiento: la problemática de
un ser en relación
Las mujeres llegan habitualmente a terapia con un motivo de consulta o
varios bastante delimitados, generalmente de larga evolución, que hace tiempo
producen ansiedad, angustia o depresión, por situaciones que pensaban que
MAIOR
221
El oficio que habitamos
podían superar por sí mismas con el transcurso del tiempo, gracias a su fuerza
de voluntad y a su empeño personal (Rodríguez Nora, 2004).
Son lugares comunes para muchas mujeres:
• introyectar y realizar obedientemente todo aquello que se les impone desde fuera y convertirlo en propio.
• proyectar y afirmar que por culpa de los otros no pueden ser ni hacer lo
que realmente quisieran.
• vivir en forma paralela o doble y a veces ocultar sus verdaderos deseos,
en vidas escindidas entre lo público y lo privado, o lo familiar y lo laboral.
• el habitar la polaridad de una gran dificultad para reconocer las propias
necesidades hasta el polo opuesto de sentirlas con gran intensidad y de
modo central en la relación con los demás.
• retroflectar, en forma de un aguante infinito de diversas circunstancias
que no dejan de hacerles daño, sin ver otra salida que aguantar el tirón de
situaciones que se vuelven crónicas.
• confluir con los hombres o con lo que nuestra cultura exige al rol femenino, sin poder sustraerse a menudo de ambos;
Manifestando así múltiples bloqueos a nivel del ciclo de la experiencia:
«Cuando la formación y destrucción de una gestalt se bloquea o rigidiza,
cuando las necesidades no son reconocidas o expresadas, se alteran la
armonía flexible y el flujo del campo organismo/ambiente. Necesidades
no satisfechas forman gestalten incompletas que claman atención y por
tanto interfieren en nuevas gestalten» (Yontef 1995).
A veces, estas dinámicas de funcionamiento se tambalean por alguna dificultad de las relaciones: con los hijos/as, con la pareja o ex pareja, con miembros de la familia de origen y/o en el entorno laboral; o bien con las vicisitudes propias de la vida: separarse, comprometerse, ser madre o abuela, desvelar un secreto, un nuevo trabajo y otros cambios de estatus marital, social o
laboral. Es frecuente que aparezca entonces un cierto desconcierto al «no
poder» con algo:
222
MAIOR
La demanda femenina en psicoterapia
No pensé que me afectaría tanto .
Lo veía venir pero ahora que ha pasado no puedo con ello...
Yo siempre salí adelante, me caí y me levanté sola, pero ahora esto
me supera...
Siempre tuve claro lo que quería, ahora me siento perdida..
Siempre salí adelante con las dificultades, pero ahora no depende de
mí
Nunca pensé que me encontraría así
Esto me ha quebrado…
Ya no soy la misma a partir de entonces…
No soporto lo que me pasa…
Se trasluce a través de estas frases un pasado en el que «se podía con todo»
lo que echaran por delante. Mujeres luchadoras, trabajadoras, de éxito, eficientes, que pueden con todo y más, que se llevan el mundo por delante, que acarrean hijos, maridos, padres, hermanos, amigos y compañeros de trabajo, las
mujeres hormiguitas, las magas, las guerreras, las reinas, las brujas, en sus más
diversas versiones.
Podemos decir entonces que la primera demanda de consulta que aparece habitualmente, gira en torno al “ser en relación” de cada mujer, y lo que
se requiere del espacio terapéutico es recuperar la homeostasis, volver al
antiguo poderío, generalmente de bases endebles, recuperar el control perdido y dejar de sentir la angustia. Esto conlleva además cierta urgencia en
ese cometido, dando la impresión de que mientras no se solucione esto
inmediato que le trae, no surgirá ninguna otra necesidad emocional, intelectual o física.
Ser para los otros o contra los otros
Aquello que habitualmente precipita la búsqueda de ayuda terapéutica, es
decir lo que más produce malestar en las mujeres, es algo que «no funciona
como debiera» en su forma de ser o estar con otros, es decir un malestar de su ser
en relación.
MAIOR
223
El oficio que habitamos
Lo que me gustaría analizar a continuación son dos formas de las muchas que
adopta la demanda femenina al inicio de tratamiento y que a la vez representan
dos formas de ser y estar en el mundo. Me refiero al ser para los otros y al ser
contra los otros. Me detendré en estas dos maneras, entendiendo que existen
muchas otras variantes de demanda que no analizaré aquí y que estas modalidades que describo también pueden presentarse en forma combinada en la misma
mujer, aunque en diversos grados y/o en distintos momentos biográficos.
La forma más frecuente de la demanda femenina al inicio de la terapia se
manifiesta a través de un malestar que tiene que ver con algo de su forma de ser y/o
estar para los otros.
Chodorow (1984) llevó a cabo una serie de estudios abocados a demostrar la
influencia cultural sobre ambos sexos, en los cuales encontró que la orientación
social de los hombres es profesional, mientras que la de las mujeres es personal.
En la competencia hacia el éxito, los varones confirman el sentido de su subjetividad si se demuestra que, comparados con otros, ellos ocupan una posición superior. En cambio las mujeres, confirman su sentido de subjetividad si se demuestra
que pueden mantener relaciones armónicas con el resto de las personas.
«Las mujeres, a la luz de la educación y la cultura, dedican su vida a un
concepto de lo que imaginan deben ser (reflejo de lo cotidiano), dejando
a un lado el ser ellas mismas, utilizando su energía en representar un
papel, proyectando imágenes que complazcan a otros» (Kristeva, 1987).
La vida para ella será satisfactoria en la medida en que se encuentre ligada
a otros. Habitualmente dedican su vida a un concepto de lo que imaginan
deben ser, dejando a un lado ser ellas mismas, adoptando patrones que solo
favorecen a otros.
Para muchas, el amor, la vida en pareja, la crianza de los hijos, representan
una aspiración importante en su vida que, cuando en el transcurso del tiempo
no logra consolidarse, también se torna en un motivo de consulta habitual en
psicoterapia, por lo que vivir sin una relación amorosa o llegar a cierta edad sin
haber ejercido la maternidad hace que la vida en sí misma carezca de algunos
de los sentidos más importantes.
224
MAIOR
La demanda femenina en psicoterapia
Las mujeres que acuden con este tipo de demanda, habitualmente basan
sus metas y su vida misma en la relación con otros, no son ellas por ellas
mismas, sino por el rol que desempeñan o que creen deben desempeñar en
las relaciones interpersonales; de ahí que no se puedan plantear objetivos
claros y precisos en torno a su propia existencia. No se debe dejar de lado el
hecho de que la mujer ha sido educada para servir a otros postergando sus
ganas, sus objetivos, sus expectativas y su crecimiento personal. El ser mujer
conlleva cierto sacrificio del ser una misma en pro de ser para otros, todavía
hoy y aún luego del apogeo de la «liberación femenina» en un gran número
de mujeres.
Si bien se va avanzando muchísimo en conquistas de tipo socioculturales,
voto femenino, matrimonio homosexual, legalización del aborto, en algunas
sociedades más que en otras se sabe de lo dañino de la doble jornada laboral
(pública y privada), los techos de cristal y la inequidad aún existente entre
ambos sexos en cuanto a remuneraciones económicas y posibilidades reales de
acceso a puestos de poder.
Emilce Bleichmar, en su libro El feminismo espontáneo de la histeria, se pregunta acerca de qué sucede con el desarrollo narcisístico en la mujer en un mundo
en el cual su posición está tan devaluada.
Muchas recibieron mensajes que, de alguna manera, originaron que pensaran en sí mismas como de poca valía personal, débiles, dependientes o
inútiles. Las presiones han hecho que las mujeres se conformen, que sean lo
que otras personas quieren o lo que han aprendido que deben ser (Mercado
Maya, 2008).
Lo que se llama desde algunas vertientes psicoanalíticas «el desistir femenino», que consistiría en un realizarse por procuración, a través de las realizaciones, los éxitos o el valor de otra persona, principalmente un hombre,
«descansa sobre una identificación narcisista al objeto. Ella sacrificaría
sus ambiciones, sean las que fueren, a ser la mujer de. Es una posición
de riesgo subjetivo, esto se ve claramente el día en que el hombre en
cuestión falta y sobreviene el desmoronamiento» (Aksenchuck 2010).
MAIOR
225
El oficio que habitamos
Esta complacencia en la relación hacia los otros, que casi nunca se percibe
como bien correspondida, siempre está provista de un cierto desequilibrio,
nunca es bastante o siempre es escasa:
«Mujeres y hombres no hacen el mismo uso de sus sacrificios condicionales. Mientras los hombres callan prudentemente, las mujeres
hacen mucho ruido respecto del precio que pagan para obtener las
satisfacciones que obtienen. Hablan menos de las satisfacciones que
del precio que pagan y frecuentemente claman que se pagó demasiado
caro. Por efecto del discurso, para la mujer la queja no entra en conflicto con la identificación sexual, o mejor, con los ideales del sexo.
Mientras que para un hombre la queja resuena siempre con un matiz
de impotencia, es decir en ella se cuestiona su posición de hombre y
eso tiene que ver con la transmisión materna, en general, de enseñar a
su hijo a no gemir. No es para nada casual que en la civilización sean
las mujeres quienes han tenido el rol de lloronas en las grandes desgracias» (Aksenchuck 2010).
Estas mujeres en la clínica se quejan sobre todo del silencio que guardan los
hombres, de su no decir cómo y cuánto la desean y la quieren, entre otros
requerimientos de tiempo y espacio psicológico dedicados a ellas, que lo dan
todo por su partenaire y su familia.
Esta «complacencia quejumbrosa» deja paso a los sentimientos de desolación y de vacío ante la propia existencia, donde los otros, padres, hijos, esposos
y espíritu santo, ocupaban lugares que otorgaban significado y seguridad a la
existencia de cada mujer… pero cuando estos se alejan, se despiden, se ausentan, ya no cuentan, pierden importancia o cambian de actitud, aparece la depresión en la mujer, surgiendo los interrogantes de ¿quién soy?, o ¿para quién soy
ahora que esto me sucede en la vida?
Cuando se tiene un papel, una imagen de lo que se debe ser, de lo que se debe
decir, de cómo se debe actuar, y se presenta una pérdida, el dolor que se genera
ante ella es profundo y paralizante, dejando a las personas que pasan por esta
situación en un tiempo sin tiempo, reescenificando a cada momento su pasado y
excluyendo del presente toda posibilidad de cambio (Mercado Maya, 2008).
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El oficio que habitamos
Las propias necesidades son desplazadas por las de los demás; son notables
aquellos velos que impiden responder con claridad a las preguntas sobre qué
es lo que queremos las mujeres para nosotras mismas y para nuestra propia
vida, teniendo muchas veces la sensación de vivir vidas ajenas, o postergando
aquello que realmente nos gustaría a espacios futuros, a veces lejanos o condicionados a circunstancias que pueden darse o no.
Por otro lado, esto también es una vía regia por donde se escurre la propia
responsabilidad de los propios malestares, que derivan también hacia los
demás: si lo que hago habitualmente es ser como los demás quieren que sea y
todo lo que hago es por bien de los demás, de los otros será entonces la responsabilidad de mi propio malestar y de las consecuencias de mis acciones: «Lo
hice por él, yo no habría actuado así si no me lo hubiera pedido, nunca me dijo
nada… siempre toma las decisiones... no sabía qué hacer y me dejé llevar, no sé
qué más quieren de mí ».
Karen Horney llamaba ya la atención sobre distintas formas de necesidades dentro de las neurosis, que se presentan en la infancia como estrategias
con fines adaptativos, pero que en la vida adulta pueden convertirse en
cadenas invisibles que impiden el propio desarrollo. En este caso del que
hablamos coincidiríamos con lo que ella distinguió como «necesidades de
complianza o cumplimiento», que incluye la necesidad de afecto, aprobación y de pareja. Otro gran grupo son las «necesidades de alejamiento», que
incluye restringir la vida a límites muy estrechos, de autosuficiencia e independencia y de perfección e inexpugnabilidad, que habrían fracasado como
mecanismo de defensa al ser sobrepasadas por alguna situación que les
impulsa a buscar ayuda. Estas dos modalidades pueden volverse mal adaptativas luego de ser una forma a veces de supervivencia a determinados
modelos familiares.
Horney distingue un tercer grupo que denomina «necesidades de agresión», y que incluyen la necesidad de poder, de explotar y de sacar partido a
los demás, de reconocimiento o prestigio social y de admiración y logro personal, a veces a cualquier precio. Y aunque no distingue para esto el género de
los sujetos, me sirve para introducir la segunda forma de demanda de las
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MAIOR
La demanda femenina en psicoterapia
mujeres en psicoterapia que quiero analizar aquí y en la cual la problemática se
define como del ser en contra de los otros.
Aparecen entonces aquellas mujeres que fundamentalmente le hacen a los
demás la vida imposible, se quejan de todo en una llamada de atención permanente y constante sobre sí mismas, nunca encuentran un punto final y actúan
sin ninguna consideración ni compasión por el otro. Son lo que llamaría «los
barriles sin fondo», cuya vida interior parece ser en los casos más graves un
enorme agujero negro que absorbe todo lo que puede de su entorno relacional
y, aún así, siempre se encuentra insatisfecha, y que pareciera no poder registrar
en su experiencia nada de lo recibido; el saldo de su cuenta en el intercambio
con los otros siempre está en rojo.
Son mujeres que frecuentemente se colocan en contra, no solamente de los
hombres, sino también de otras mujeres. Algunas defienden tercamente sus
roles tradicionales, otras se consumen en el disgusto, descontentas con su suerte. Amantes despechadas, buscadoras de fama, sexo, dinero o prestigio, vuelven la espalda a los problemas femeninos, identificándose más bien con motivaciones masculinas en cuanto a su afán de tener más que de ser.
Un factor común a todas estas problemáticas relacionales femeninas es que
al acudir a terapia la mayoría se siente perpleja y confundida, sin poder definirse a sí misma con claridad, en lucha constante por entender su propia singularidad, sus propios potenciales, sus propias reacciones y sus propios destinos.
El fondo de estas dificultades es similar en todas y cada una de las dos
maneras de ser –para otros o contra otros– con sus peculiaridades: la dificultad para definirse a sí mismas y para consolidar una identidad saludable que
no les incline o bien a centrarse excesivamente en los otros para cuidarlos o
bien a esperar que colmen infinitamente sus necesidades y se ocupen de su
cuidado, queriendo convertirse así en el ombligo del universo de los que las
rodean.
Unas solo dan y renuncian, otras sólo reciben y exigen, son dos de los extremos que se dan en estas formas de expresar la problemática femenina al inicio
del tratamiento psicológico.
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229
El oficio que habitamos
El proceso terapéutico: en busca de las posibilidades de
ser una misma en relación con otros
Es importante, a medida que avanza el proceso terapéutico, descentrar
entonces esta demanda de consulta inicial, motivada por esa identidad que se
describe como el ser para o contra los otros, abriendo nuevas interrogantes que
permitan expresar otros aspectos de la subjetividad femenina.
Es entonces cuando se comienza a escuchar de las mujeres «Aquí estoy… esto
es lo que pienso… esto es lo que quiero… aquello es algo que me gustaría y
nunca me he permitido… así es como yo lo hago… así quiero mi vida en adelante» y otras afirmaciones vitales para la existencia que le permiten comenzar a
construir o recuperar la separación y la distancia propicia entre el yo y los otros.
A lo largo del curso de la terapia va surgiendo como figura en este fondo
relacional otra demanda femenina que se diferencia sustancialmente de la inicial, ante el descubrimiento de una realidad subjetiva diferente que pone en
marcha un deseo auténtico de descubrir cómo es cada una y comenzar o continuar afianzándose en la propia autonomía.
Es aquí donde puede producirse un giro interesante desde los motivos de
consulta iniciales hacia una demanda que surge de forma más nuclear: pasar del
ser para los otros/contra los otros a ser por sí misma, comenzando a estar dispuesta
a afrontar todas las consecuencias que esto conlleva, haciéndose responsable de
sus propias elecciones, afrontando las distintas vicisitudes de la vida con
mayor conciencia, buscando diversificar aquello que da sentido a la vida para
sostener la propia existencia desde sí misma, en una relación más saludable y
equilibrada con los otros.
Muchas veces se dan entonces distintos procesos de darse cuenta de otras
cosas que hacen que se avance en el proceso terapéutico:
Vine por mi pareja, pero hay algo más en mí que quiero atender
Soy yo la que tiene que cambiar…
Yo tengo mucho que ver en cómo se han ido dando las cosas
Es hora de que me ocupe de cuidarme a mí misma…
Necesito saber qué es lo que quiero...
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MAIOR
El oficio que habitamos
Estoy harta de ser así
Quiero decir basta…
Necesito encontrar mi propio bienestar…
Quiero encontrar otra forma de resolver lo que me pasa…
Y que requieren un reencuadre del propósito de la terapia a partir de este
descubrimiento que posibilita un nuevo punto de vista sobre aquello que generaba malestar, sin depender para su alivio o solución de los cambios o voluntades de los demás.
El camino hacia la autonomía
Si el proceso terapéutico se mantiene lo suficiente en el tiempo, comienzan
a producirse cambios interesantes en los modos de autopercibirse. Estos pueden darse durante el tratamiento al preguntar-poner en duda-abrir interrogantes en cuanto a la posición subjetiva1 en la que se encuentra cada mujer,
mediante la curiosidad-interés-asombro del terapeuta que comienzan a abrir
las distintas posibilidades de elección dentro del campo del propio ser.
A medida que se va tomando más conciencia acerca de esta posición, se
puede comenzar a pensar en cambiarla o integrarla, en forma gradual, con
aquellas modificaciones que cada mujer va escogiendo para sí misma y para su
propia vida. Muchas se encuentran por primera vez en esta tesitura, que las
sorprende y las asusta, pero ante la cual suelen avanzar con resolución, en uno
de los momentos que suele ser clave para definir el avance o el estancamiento
del tratamiento.
El espacio terapéutico se convierte en un espacio privilegiado para abrir la
interrogación sobre aquellos aspectos que son fuentes de infelicidad, al ocupar
lugares o ejercer roles sin ser conscientes de ellos. Aparece en el horizonte la
1. Tanto el psicoanálisis como los estudios de género son dos disciplinas que interrogan fuertemente
sobre la formación de la subjetividad. Diversos autores, desde la perspectiva psicoanalítica, han destacado la importancia de los vínculos tempranos adecuados para la constitución del psiquismo. Winicott, Kohut, Green, entre otros, muestran desde diferentes perspectivas cómo la inadecuación de los
vínculos tempranos genera fallas importantes en la constitución subjetiva.
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MAIOR
La demanda femenina en psicoterapia
posibilidad de aliviar la carga de una imposición considerada hasta ese
momento legítima por estos roles inconscientes.
Se abre la oportunidad de buscar nuevos referentes en la vivencia subjetiva
de la feminidad, siempre y cuando el descubrimiento de nuevos proyectos personales y una estructura psíquica determinada posibilite esta salida.
Mediante la aceptación y el aprendizaje, las mujeres comienzan a fortalecerse desde una base propia, al comenzar a trabajar las polaridades presentes, que
al integrarse disminuyen la angustia y comienzan a desarrollar una autopercepción de estar asentándose sobre un terreno más firme en la construcción de
su identidad, desde los deseos personales que van descubriendo.
Desde allí, los embates de la existencia comienzan a sobrellevarse con más
aplomo, aprendiendo a repartir las cargas, a poner límites, reconociendo hasta
dónde se puede o no con algo, aceptando que no se puede con todo, descubriendo motivaciones hasta entonces desconocidas o encubiertas, y con todo
ello, paulatinamente, resignificando la historia personal.
Para algunas, el proceso se transforma en entender cómo han llegado a
donde están, descubriendo los esfuerzos desmedidos que han realizado por
mantener aquello que necesita caerse para dar lugar a algo nuevo. Para otras,
se trata de recuperar una figura extraviada, permitiendo que las piezas desperdigadas comiencen a reunirse y a repararse mutuamente.
En todo este proceso, resulta fundamental que las mujeres puedan relacionarse de un modo creativo con la soledad, primero procurando contar con
espacios solitarios sin que esto genere sentimientos de culpa por dedicar un
tiempo para ser simplemente, sin más. La soledad, entendida como el tiempo,
el espacio y el estado donde no hay otros que actúan como intermediarios con
ellas mismas, donde no hay ninguna expectativa ajena que satisfacer y que se
vuelve necesaria para ejercer sus derechos autónomos como persona.
Para enfrentar el miedo a la soledad es necesario reparar ese sentimiento de
desolación tan común en las mujeres, y transformar poco a poco la soledad en
un estado de bienestar necesario en algunos momentos de la vida de las personas. ¿Qué es la terapia si no un espacio para estar «solas» de las relaciones
habituales y recuperar un poco de la propia intimidad?
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El oficio que habitamos
Para construir la autonomía necesitamos de esa soledad que se transfigure
en vacío fértil y requerimos eliminar en la práctica concreta, los múltiples mecanismos que tenemos las mujeres para no estar solas. Demanda mucha disciplina no salir corriendo a ver a la amiga en el momento que nos quedamos sin
nadie en casa. Necesitamos entrar en contacto real, material, simbólico, visual,
auditivo o de cualquier otro tipo, porque hemos aprendido que vivir la alegría
es contársela a alguien, antes que gozarla. Para las mujeres, el placer existe sólo
cuando es compartido, porque el yo es reacio a legitimar la experiencia si esta
no es compartida (Lagarde 2000).
Uno de los procesos más interesantes del pensamiento es poder realizar
conexiones; conectar lo fragmentario, lo distante y lo olvidado, realizar distinciones entre la fantasía y la realidad, y esto solo es posible en soledad. La
modernidad funda la duda en el ser humano. Cuando pensamos frente a los
otros, el pensamiento está comprometido con la defensa de nuestras ideas,
cuando lo hacemos en soledad, podemos dudar.
Para fortalecer la autonomía se necesita desarrollar el pensamiento crítico,
abierto, flexible, en movimiento, que no aspira a construir verdades, sino a
contribuir cada uno con su propia e irrepetible realidad. No hay autonomía sin
revolucionar la manera de pensar y el contenido de las creencias, sin un espacio
de desarrollo de la reflexión, de la afectividad y de la sexualidad propia.
En la subjetividad de las mujeres, muchas veces la omnipotencia, la impotencia y el miedo actúan como diques que impiden desarrollarse en forma más
autónoma.
Posiblemente poco del medio o en los otros ha cambiado a esta altura del
proceso terapéutico, aún hay estímulos y situaciones temidas y angustiosas, aún
existe la incertidumbre, la ambigüedad, las pérdidas, la frustración, aunque las
respuestas ante las distintas circunstancias pueden diferenciarse a través de una
mayor aceptación de aquello que no se puede cambiar, de avanzar con decisión
en aquellos aprendizajes nuevos que sí se pueden realizar y en nuevas habilidades de respuesta ante las situaciones que se repiten reclamando atención.
La vida por sí misma carece de sentido, este más bien versa en el significado
concreto de la existencia de cada individuo en un momento dado. Creo que
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MAIOR
La demanda femenina en psicoterapia
toda persona tiene su propia misión a cumplir y cada uno un cometido concreto para llevar a cabo. Por tanto, no puede ser remplazado en esa función ni su
vida puede repetirse; su tarea es única, así como su oportunidad para instrumentarla. Lo que un ser humano llegue a ser –dentro de los límites de sus
facultades y de su entorno–, lo tiene que hacer por sí mismo (Frankl 1991).
Para concluir, se puede decir que el propósito o sentido de la propia existencia no radica en las funciones que, de acuerdo con otros, podemos desempeñar, sino en el reconocimiento de nuestra propia valía personal, que hace suponer que las experiencias, aun las más dolorosas, deben favorecer la búsqueda
de un sentido nuevo hacia la propia vida. En esto nos asiste la psicoterapia a
las mujeres, que hemos optado por esta herramienta, tan útil como cualquier
otra, para vivir una vida más consciente de nuestro ser con sus posibilidades y
limitaciones.
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Frankl, V., La presencia ignorada de Dios. Psicoterapia y religión, Herder, Barcelona,
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Lagarde, M., «La soledad y la desolación», en Claves feministas para el poderío
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MAIOR
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El oficio que habitamos
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Yontef, G., Proceso y diálogo en psicoterapia Gestalt, Editorial Cuatro Vientos,
Santiago de Chile, 1995.
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MAIOR
Apuntes que voy tomando
en el camino. Experiencias de
mi vida personal y profesional
Graciela Andaluz
11
Comienzo desde ahora. Estamos viviendo en una época especial, convulsa
tanto en lo social como en lo individual. Es evidente la aceleración del tiempo
externo e interno y cómo nos afecta a todos.
Percibo los grandes cambios que estamos viviendo, la palabra «crisis» está
casi todo el tiempo presente en los medios y en las conversaciones, extensiva
a muchos lugares del globo, por distintos o similares motivos. También en los
pacientes y en los alumnos.
Aunque escuché la misma palabra crisis repetidas veces antes, en mi infancia y juventud en Argentina, en aquella época y lugar se refería más a lo económico, y ahora me parece un planteamiento de cambio de mayor profundidad, que atañe a los valores y el modelo de sociedad que tenemos y que queremos, y se ha hecho extensivo a casi todos los países y nos conmueve cada
vez más.
Es un momento social de ruptura con las formas tradicionales, marcadas
por el individualismo y la tecnología sin alma –separada de lo humano– con
predominio del hemisferio cerebral izquierdo. Y hay un movimiento importante de gente buscando y ensayando nuevos modelos de organización con
una mirada más global de nuestra humanidad y usando más el hemisferio
cerebral derecho.
Sabemos que desde el hemisferio izquierdo nos vemos separados y solos
ante la humanidad y la naturaleza, de lo que proviene ese afán de conquista
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El oficio que habitamos
transformado en depredación del ambiente natural para tener mayor poder y
beneficio económico y, en cambio, desde el derecho nos sentimos unidos en red
y sentimos el anhelo de compartir la humanidad y la naturaleza; el sol y el aire
son para todos, y podemos sentir la tierra como un organismo a cuidar y disfrutar de habitarla más que de poseerla y explotarla.
Claro que mientras está ocurriendo el cambio, este movimiento, es muy
difícil para todos, ya que vemos cómo se nos escapan del control las cosas y las
personas, trabajos, proyectos, grupos, etc. y muchas veces no les encontramos
sentido a esas pérdidas y a esos cambios y sentimos el dolor sin poder comprender el significado más profundo de lo que ocurre.
Ese anhelo humano de un mundo más habitable, sostenible, que sea un
buen lugar para todos y donde podamos encontrar y expresar amor en vez de
competencia feroz, creo que lo percibimos lejos todavía, y a mí me gustaría que
pudiéramos visualizarlo detrás del movimiento de la crisis y sentir más la confianza que la amenaza en esta oportunidad que tenemos como humanidad.
La construcción de este mundo nuevo no puede estar solo en manos de los
políticos y de las organizaciones internacionales –tal como lo están mostrando
los movimientos ciudadanos–, y tampoco el capital ni las multinacionales lo
van a propiciar, ya que significaría demasiada pérdida de beneficios para ellos.
Se requiere la participación creativa de todos para este cambio social y para
que el movimiento se desarrolle en una dirección realmente efectiva para la
humanización y el bien vivir, tanto externo como interno. Necesitamos que
cada uno intervenga en lo social y también que se ocupe de integrar sus aspectos internos rechazados, ya que sabemos que la guerra interna se proyecta al
mundo y afecta a las decisiones sociales que se toman.
Sería interesante que en este compartir la responsabilidad social no caigamos en el hábito mecánico de dejar todo en manos de los otros y quejarnos.
Propongo que en vez de protestas hagamos propuestas, nos enfoquemos
más en crear lo nuevo que en destruir lo viejo que ya no sirve; prender la luz
en vez de luchar contra la oscuridad.
Estas consideraciones acerca del momento actual también las veo reflejadas
en el ámbito terapéutico.
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Apuntes que voy tomando en el camino
Actualmente utilizo en mi trabajo terapéutico, ya sea individual o grupal, la
psicoterapia gestalt, el movimiento armónico y trabajo psico-corporal del sistema Río Abierto y las órdenes del amor y constelaciones familiares.
Me consultan, cada vez más, individualmente, pacientes con ansiedad en
distintos grados y modalidades de expresión, conectados con un imaginario de
futuro amenazante que les dispara síntomas muy invalidantes.
Son profesionales de ámbitos poco «amigos» de la psicoterapia y el crecimiento personal, y que solo piden ayuda por esa ansiedad que se les hace crónica, ya que los síntomas ceden transitoriamente con los tratamientos con psicofármacos y se vuelven a repetir una y otra vez a lo largo del tiempo.
Les resulta muy difícil conectarse con lo que sienten, porque el síntoma es
fuerte y lo dificulta. En vez de usar ansiolíticos, intento, en lo posible, trabajar
con la ansiedad.
Utilizo, generalmente, al inicio de la sesión, para que puedan estar en presente y en contacto, el abordaje psicocorporal guiado: moverse descargando y
desbloqueando las tensiones –con o sin música–, emitir sonidos, gritar, cantar,
golpear un colchón y tener la conciencia enfocada a la respiración.
Todo esto lo propongo, guiado y muy concreto, porque he visto que los síntomas de ansiedad les impiden el contacto con cualquier otra cosa o propuesta
de trabajo terapéutico en ese momento y que, luego de descargar algo de la
tensión, les resulta más fácil conectarse y recién pueden empezar a hacerlo conmigo y ver qué les está pasando en sus vidas que les lleva a generar tanta ansiedad.
Incluso pueden cerrar los ojos, darse cuenta y ya experimentar un registro
corporal de sus emociones, conectar con sus necesidades reales, y trabajar sueños, polaridades, expresar plásticamente, etc. En pocas sesiones captan que lo
fundamental no es el síntoma y quitarlo, sino tomarlo como un mensaje, como
una llamada a ocuparse de sí mismos y tomarse en serio. Desde ahí podemos
trabajar con toda la persona y bajar mucho su resistencia a aceptar la psicoterapia y ayudarle a encontrar sentido a su vida.
Respecto a mi «experiencia personal» de crisis, desde que recuerdo he sentido el anhelo de la pertenencia a un mundo mejor, con un buen lugar para
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El oficio que habitamos
todos, lo que hoy llamamos un mundo sostenible y habitable.
Me remonto a la década de los setenta, cuando pensaba que era imprescindible la participación de todos en lo que llamábamos política de base y creía,
inocentemente al principio, que todo era cuestión de cambios externos, políticos y económicos, y que era fácil si participábamos para conseguirlo. Aunque
inicié mi terapia personal a los diecisiete años, no pensaba entonces que los
cambios internos influyeran tanto en la construcción de ese mundo mejor. Tenía
separado lo mío y lo del mundo.
Lo miro ahora y me da la impresión de que algunos nos comportábamos un
poco como niños, confiados, jugando con lobos disfrazados de corderos, creyendo que estábamos en el mismo equipo sin conocer las verdaderas intenciones de los lobos ni valorar, en su justa medida, la fragilidad de la democracia
en sus manos.
Ellos cancelaron de repente las reglas del juego democrático, y todo cambió
para todos, se acabó el juego y empezó la barbarie.
Esta fue la experiencia de crisis más grande de mi vida y también de la que
aprendí tanto y aún sigo aprendiendo. Fui secuestrada y dejé mi querido país
para llegar a España en diciembre de 1976, con la vida que me dejaron salvar y
con la «muerte» de todo lo mío construido durante veintiocho años, que tuve
que dejar sin ni siquiera tiempo para despedirme.
Así fue mi cambio; volver a empezar de cero.
No tenía dinero, necesitaba permisos de residencia y de trabajo, no pude
traer mi título de médica conmigo, y después, cuando lo tuve, tardó más de un
año la convalidación para poder colegiarme.
Familia, pareja, amigos, compañeros de los grupos de terapia y de formación, pacientes, colaboradores de otros trabajos que hacía en ese momento y
«las callecitas de Buenos Aires con ese qué sé yo» del tango de Piazzola; todo
quedó allá, y yo no podía volver sin riesgo de no contarla.
¿Qué me permitió afrontar esta situación y reconstruir algo válido para mí?
Una sabiduría interior, durante el secuestro, me ayudó a situarme en
presente y a no dejarme abatir por las amenazas del futuro inmediato de
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El oficio que habitamos
muerte, mantenerme en estado lúcido y poder afrontar la situación sin
derrumbarme. Sería muy largo para este escrito entrar en detalles. Me dejaron salir con vida y abandonar el país.
Podría llamarlo milagro, misterio o incluso –aunque suene raro– regalo, ya
que en ese momento ellos disponían de nuestras vidas.
Esta experiencia tan intensa de estar en presente y haber podido tomar mi
poder personal y usarlo a mi favor me dio una medida de hasta dónde pude
llegar manteniéndome en presente y conectada con el Todo, y me ha servido en
otros momento difíciles que me tocó vivir, otras crisis que tuve que afrontar en
mi camino.
Esta situación fue de mucho aprendizaje. Desde la distancia que da el tiempo, puedo percibir cómo, desde la gran dificultad, desplegué la creatividad y
me abrí a personas que encontré, que me ayudaron mucho, y también empecé
a confiar, a buscar y encontrar un camino nuevo para mí.
La creatividad, crear algo de la nada, inventar, eso fue lo que más me
ayudó. Y desde entonces, mucho más que antes de esa experiencia, tuve la
certeza de que una terapia es para la vida, y de que necesitamos estar preparados para lo insólito, lo nuevo, lo que no estaba previsto. Responder con
habilidad, confiar en nuestras posibilidades de encontrar, de buscar, de caerse y levantarse…
Cuando ya tuve mis alumnos aquí, fui incluyendo en la formación tareas de
crear, organizar, participar de distintas actividades no regladas, para que se
entrenaran en usar su creatividad y adquirieran confianza en sus capacidades
de afrontar lo nuevo, con el propósito de que a su vez ellos también lo enseñen
a otros, sus pacientes, alumnos, etc.
Y esto es el trabajo con la gestalt, fenomenológico, un arte, crear algo desde
la nada, sin programa, y permitir que el paciente se escuche a sí mismo sin
juicio, que se abra a su darse cuenta, a su sabiduría interna, que confíe en su
autorregulación organísmica.
Respecto a la experiencia de confiar en la capacidad del organismo de buscar su equilibrio, aún en situaciones adversas, tuve un aprendizaje muy valioso
cuando me inicié como médica en 1971.
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Apuntes que voy tomando en el camino
Hice parte de la residencia de Pediatría en un hospital pequeño de la provincia de Buenos Aires (Vicente López), en el que también había estudiado los
tres últimos años de la carrera que se cursaban en hospital. Tanto con mis compañeros de estudios como con muchos de los residentes de los distintos servicios del hospital compartía las inquietudes por una medicina más preventiva y
por las mejoras hospitalarias y sociales.
En el servicio de Pediatría, los residentes, además de atender a los niños con
patologías, de las que gran parte eran sociales por desnutrición y falta de higiene
ya que muchos de ellos provenían de las «villas miserias» de la zona, también nos
relacionábamos con el Consultorio del Niño Sano del Hospital de Niños de la
Capital Federal. Con ellos aprendíamos a valorar los parámetros afectivos y psico-emocionales del niño y su entorno en relación a su salud. Se hacía una medicina preventiva, de salud más que de enfermedad. El aspecto psicológico-afectivo
era tomado en cuenta con el mismo valor que los demás parámetros médicos.
Se confiaba en la autorregulación y autocuración de los niños y de cómo
expresaban lo que sucedía en su entorno familiar con sus síntomas. Aprendíamos
al ver los resultados de estas intervenciones integrales en las mejorías y en las
curaciones de los niños.
Esto ocurría en una pequeña parte de la población del país, no era generalizado, y a mí me tocó la suerte de conocerlo y aprender esta medicina que
integraba en vez de cortar los síntomas con fármacos como única posibilidad.
Creo que estas experiencias tempranas que viví como médica me ayudaron
a considerar la unidad psicofísica en el ser humano y luego a aplicarla a los
pacientes en la medicina y en la psicoterapia.
Muchos años después, en España y ya dedicada más enteramente a la psicoterapia, comencé a trabajar con el enfoque holístico que nos enseñó Nana
Schnake, con quien tuve la suerte de poder compartir personalmente sus conocimientos y a la que me unen cariño, amistad y agradecimiento. Al realizar los
diálogos con el cuerpo, el trabajo gestáltico con los órganos, síntomas y enfermedades, encuentro el modo de seguir integrando la unidad psicocorporal y de
ayudar al paciente a no cosificar su cuerpo considerándolo algo ajeno al que le
duele o le molesta alguna de sus partes.
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El oficio que habitamos
Sabemos que el organismo empieza con una sola célula –óvulo fecundado–,
que lleva en sí, en su ADN, toda la información necesaria para el desarrollo de un
cuerpo perfecto. Cada una de las células de nuestro cuerpo tiene la misma información que esa primera llevaba en su núcleo, en sus cromosomas, en su ADN.
O sea que cada movimiento para buscar el lugar y la forma que le corresponde a cada segmento del cuerpo se hizo a partir de esa primera célula, y eso
ocurrió antes de que tuviéramos cerebro y pudiéramos pensar o decidir nada.
¿Cómo vamos a considerar que podemos decidir lo que nos conviene o lo
que es bueno o malo para nuestro organismo solo con las ideas sin darle lugar
al sentir y darnos cuenta de esa sabiduría organísmica natural?
Es una prepotencia de la medicina, de los médicos y de los propios pacientes que «entregan» su cuerpo a los médicos sin apenas saber qué les pasa realmente, y también es un negocio para las multinacionales farmacéuticas mantener ese estado de dependencia y entrega ciega de los enfermos, ya que aumentan enormemente sus ganancias día a día.
También, en relación a integrar el cuerpo en la experiencia de vivir cada
instante y en la terapia, fue muy trascendental para mí conocer el trabajo psicocorporal del sistema Río Abierto.
Empezando la década de los noventa, y a través de María Adela Palcos y de
Graciela Figueroa, inicialmente en el Congreso del Hombre que organizó la
AETG en Toledo, con Javier Escobedo como presidente, tuve la oportunidad de
escuchar las bases del trabajo en una mesa redonda y en la voz de María Adela
y luego participar en talleres que realizaron cada una de ellas.
Comencé a trabajar con este enfoque, participando de innumerables actividades dirigidas a mi salud, la mayoría realizadas por Graciela Figueroa.
La posibilidad de desbloquear mis trabas musculares, las rigideces que mi
cuerpo guardaba y todo el dolor que había apretado y anestesiado de aquellos
episodios de 1976 me supuso un antes y un después.
Como lo encontré valioso para mi salud, me di cuenta de que también
podría ser un camino útil y más corto para que los pacientes se pudieran liberar
de sus sufrimientos crónicos.
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Apuntes que voy tomando en el camino
Graciela empezó a venir a trabajar cada año en Canarias desde 1992, y así
nos ayudó a aprender esta técnica y a incluirla en la terapia y en la formación
de gestalt de la Escuela Canaria. Estoy muy agradecida por la ayuda que recibí
de Graciela Figueroa y del cariño y confianza compartidos en todos estos años.
Más tarde, participé de la creación, junto con otros profesionales y amigos
muy queridos de distintas ciudades de España y bajo la dirección de Graciela
Figueroa, del equipo docente de Espacio Movimiento-Río Abierto España para
impartir la formación en este trabajo, en la actualidad en plena expansión por
el mundo y en unión con Río Abierto Internacional, dirigido por María Adela
Palcos, con quien también me une una linda amistad y cariño.
Volviendo a los orígenes. ¿Cómo me encontré con la
gestalt?
Conocí la gestalt en Buenos Aires, en la década de los setenta, de la mano
de Marta Atienza, con quien hice psicoterapia y formación, y leí a Fritz en
fotocopias porque todavía no contábamos con Sueños y existencia, el libro que
tradujo y editó Pancho Huneeus que tanto me gustó. Marta me ayudó a formarme, a pesar de que no tenía suficiente dinero, lo que le agradecí mucho
en aquel momento, y después, cuando, ya en España, tanto me sirvió lo
aprendido.
Para mí fue un encuentro estelar, una terapia que incluía todo y que se relacionaba con la naturaleza del ser humano, con su vivir, con su descubrir. Los
primeros trabajos me impresionaron y me asustaron, porque me despertaban
un sentirme a mí misma tan intenso como no había vivenciado en ninguna de
las experiencias terapéuticas que había realizado hasta entonces.
Me pareció muy interesante lo de la relación terapeuta-paciente equivalente
y directa, lo del darse cuenta como eje central de todo el proceso terapéutico, el
hecho de ser fenomenológica, que no dividía a la persona en mente y cuerpo,
como era habitual en esa época, sino que los integraba en una unidad y que
daba la posibilidad de procesos breves, en grupos, más baratos y accesibles a
más personas.
MAIOR
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El oficio que habitamos
Buenos Aires, entonces, estaba inmerso en el mundo del psicoanálisis, que
llevaba muchos años como principal escuela de psicoterapia, ya que el conductismo se enseñaba en las facultades pero no era muy valorado entre los amantes
de la psicoterapia.
A pesar de que no era accesible –sobre todo por lo costoso económicamente
y en tiempo– a toda la población como proceso terapéutico, sí había ayudado
socialmente a ampliar la mirada y a considerar la importancia del mundo interno en otros campos como la medicina, la educación, e incluso se divulgaba en
revistas, periódicos, televisión, etc., que estaban al alcance de la mayoría.
También estaba Argentina, como dije en párrafos anteriores, en un proceso
político de muchos cambios, con movilizaciones populares que buscaban que
las mejoras fueran para la mayoría y no solo para unos pocos. Lo mismo se
esperaba de las nuevas terapias.
La gestalt llegaba –en ese contexto– como algo nuevo que movía «la quietud» que algunos relacionaban con el psicoanálisis y respondía a esa demanda
social de ser una terapia más breve y en grupo, lo cual facilitaba el acceso a la
población con menos recursos.
Apuntes sobre mi estilo actual de intervención con la
psicoterapia gestalt
Trabajo a favor de la resistencia, y eso trato de transmitir a mis alumnos/as,
porque creo que es tomar un atajo para los procesos terapéuticos, como en un
río ir a favor de la corriente. Esto no significa aceptar las manipulaciones del
paciente sin más, sino encontrar el modo de usar la resistencia como motor
para el trabajo terapéutico.
Creo que, si bien es cierto, como decía Fritz Perls, que la persona viene a tratar
de «acomodar» mejor su neurosis contando con la complicidad del terapeuta,
también trae una parte de sí mismo/a que sí quiere darse cuenta y transformarse
en alguien más verdadero/a y conectado/a con su centro y con los/as otros/as.
Por eso, con los pacientes, me es más fácil y rápido aliarme con la parte que
sí quiere; y prefiero que veamos juntos sus posibilidades y que busquen ellos/as
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MAIOR
Apuntes que voy tomando en el camino
las alternativas creativas para utilizarlas con habilidad y responder a los retos de
sus vidas, atendiendo a lo que sienten y a los mensajes del cuerpo para elegir.
He supervisado a terapeutas jóvenes, de distintas escuelas, y me da la
impresión de que, a veces, luchan contra la resistencia del paciente por su propia necesidad de sentirse en un buen lugar como terapeutas y lo provocan
desde la relación transferencial.
Les cuesta darse cuenta de cuándo esta lucha puede devenir en un escape
y/o una «distracción» de lo propio del paciente con su mundo interno para
enfocarse en la pelea con el terapeuta, y de esa forma se atasca y se ralentiza el
tratamiento.
Utilizo las escenas con participación de otras personas del grupo, tanto para
las polaridades internas como externas, con relaciones interpersonales. No las
uso cuando se trata de identificaciones con elementos inanimados en sueños,
viajes imaginarios, etc. y con ojos cerrados.
En vez de la silla vacía, los compañeros del grupo toman los lugares del
«otro», y con eso busco aumentar la intensidad del intercambio y que le ayude
al protagonista a meterse más profundamente en lo que trabaja. Los compañeros actúan a veces solo como presencia física y otras con palabras, pero siempre
cuidando de que no proyecten masivamente lo propio.
El protagonista muestra, primeramente, los distintos roles para que algún
compañero lo imite, y luego comenzamos la escena desde esa imitación.
Cuando va avanzando el trabajo, a veces, el compañero se deja resonar y
puede expresar algo de lo que siente ante lo que está recibiendo del protagonista, lo que, generalmente, es útil para el que trabaja esta respuesta como una
posibilidad.
En ocasiones le pido a ese compañero que ayuda que salga y continúo con
la silla vacía, sobre todo si veo que no está siendo útil la intervención de la otra
persona.
Las escenas didácticas para polaridades que uso más frecuentemente son las
del yo intelectual/ yo sensible; lo nombro de esta forma aunque no deja de ser
similar al perro de arriba y perro de abajo, pero me parece que lo comprenden
mejor.
MAIOR
247
El oficio que habitamos
Veo en la lucha entre estas dos partes algo central para la aceptación del sí
mismo, sobre todo en adicciones. He visto muchas adicciones afectivas, trastornos de la alimentación (bulimias), historias de abuso sexual o emocional graves, maltrato físico, etc. en las que han servido estas escenas para una transformación que no conseguíamos con la silla vacía y otros modos más clásicos de
trabajar las polaridades. Se intenta establecer comunicación entre el yo intelectual (adulto) y el yo sensible (niño), para lo cual invito al paciente a escenificar,
con otro del grupo, situaciones de dificultad de padre o madre con su hijito/a,
como, por ejemplo, que no quiere ir al cole por miedo, no quiere vacunarse,
llora porque se cayó y se hizo daño, o tiene una diabetes y no quiere comer lo
que le indican, etc., y comprobamos cómo se comportan los adultos, espontáneamente, con el niño.
Vemos, muchas veces, la dificultad de consolarlo, contenerlo y acompañarlo, y el intento de que cambie su actitud a partir de explicaciones racionales –
inadecuadas para la edad del niño–, y también, la poca paciencia ante la dificultad, que es mayor en ese tipo de pacientes. Lo que sí se ve muy frecuentemente también es que quieren tratar bien a ese hijito/a; la dificultad está en
encontrar la forma adecuada de hacerlo.
Luego representamos escenas con sus propios personajes internos, con miedos, enfados, dolores, etc., y en ellas, por lo general, no muestran la intención
de ayudarse y tratarse bien como con el niño.
Con esto me propongo que puedan ir encontrando, dentro de sí, un «aspecto consuelo» o aspecto cuidador, terapeuta interno o madre o padre, de cualquier modo que lo llamemos. Lo llamo aspecto consuelo para que incorporen
la función al nombre y les sea más fácil recordar el sentido de tener una parte
de sí que les cuide bien y les contenga en las situaciones difíciles. Ya sabemos
que, luego, esto interno lo podrán proyectar afuera para encontrar relaciones
interpersonales y situaciones que les hagan bien.
En los casos de bulimias o adicciones afectivas o, incluso, en situaciones de
maltrato, he visto resultados interesantes con estas escenas, ya que la parte
adicta es terriblemente despreciada por la persona y tiene un poder enorme
dentro de la totalidad de ella. En la silla vacía cuesta mucho profundizar. Con
248
MAIOR
El oficio que habitamos
la escena del niño lo ven más claro, y puedo entrar yo misma u otro/a
compañero/a para acentuar a la parte adicta como placer y como propensión
al quiero, quiero, quiero, de modo que se vea claramente el poder que ha tomado y que no bastan las buenas intenciones racionales de cambio, y desde ahí he
encontrado mejores resultados.
También en la adicción a la rabia, a «fabricar» rabia, más frecuente en
algunos eneatipos, y que es difícil de soltar, uso las escenas didácticas para
que se vea lo que es el movimiento propio o el intento de mover al otro con
la consiguiente impotencia y rabia. Sobre todo en parejas o relaciones significativas, en las que uno se siente víctima del otro y rabioso/a consigo por
mantener la situación. En estos casos ha sido útil que contacten con su propia
potencia, asuman su poder personal, que se centren y desde ahí miren toda
la situación, que se dejen sentir el dolor por lo que es y por lo que no es o no
hay e intenten encontrar algo nutritivo para que puedan decidir y dejar de
intentar mover la pared…
Una pregunta para la tortura interior. ¿Por qué me tiene que pasar esto
a mí?
¿Y por qué no a mí? Son los misterios de la vida…
Con las parejas o en las relaciones interpersonales cuando hay conflictos, en
vez de separarse y cambiar de pareja o de amigos, familia, trabajo, terapeutas,
etc., hay que afrontar la crisis, revisar lo que pasa y buscar la libertad interior y
la libertad y comunicación directa en la relación para poder acompañarse en el
crecimiento. Crecer con las crisis y encontrar modos creativos de resolver los
conflictos. Por supuesto que si las diferencias son importantes y/o los sujetos
no quieren estar juntos, se pueden separar y cada uno buscar su camino en
libertad.
Cuando hago terapia de parejas, le doy importancia al anhelo de cada uno,
y a que se lo muestren. Hacemos las escenas de lo cotidiano y vamos revisando
en ellas cómo ocurrieron y cómo desearía cada uno que el otro se hubiera comportado, cuál sería su ideal para cada escena; que se lo muestren, que lo representen y que así el otro lo vea y lo sienta. Entonces cada uno de ellos puede
percibir más de los deseos del otro que si solamente se lo dicen con el discurso
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MAIOR
Apuntes que voy tomando en el camino
habitual. En las parejas también veo bastantes relaciones de lucha de poder y
que les cuesta incluir lo diferente de cada uno. La pregunta es: ¿queremos una
pareja que sea igual a nosotros o podemos aceptar y disfrutar, incluso, de las
diferencias?
Mi encuentro con las constelaciones familiares
En el año 2000 me tocó vivir una enfermedad familiar muy grave, y eso me
llevó a iniciar una nueva búsqueda de alternativas y posibilidades para encontrar mejoría, ya que con lo que había no alcanzaba.
Así encontré a Bert Hellinger, en Vitoria, en un taller organizado por Luis
Fernando Cámara, y pude trabajar lo mío con ese nuevo enfoque. Lo que había
leído y recibido de información por otros compañeros me había interesado,
aunque con muchas dudas.
La experiencia personal con las constelaciones familiares fue conmovedora
para mí y me llevó a seguir profundizando en ese camino, por lo que comencé
a estudiarlo y a invitar consteladores a la escuela, al principio para que los
interesados pudieran conocer, experimentar y trabajar lo personal con ese enfoque y más tarde para que nos pudiéramos formar y poderlo usar en nuestro
trabajo. La formación la dirige Carlos Bernués, con quien me une, además, una
gran amistad.
Lo que me tocó vivir me marcó el camino, y la terapeuta que soy hoy es el
resultado de lo vivido y de lo aprendido.
Las experiencias personales, sobre todo las difíciles, me han influido en mi
modelo de relación con los pacientes, en el cómo de mis intervenciones, y me
ayudaron a buscar nuevas alternativas, nuevos caminos para mi trabajo.
Por otro lado, lo vivido como terapeuta ha enriquecido mi vida muchísimo.
La creación de la Escuela Canaria de Psicoterapia Gestalt y Desarrollo Armónico
tuvo el propósito de conseguir un lugar de pertenencia y crecimiento, y me ha
dado muchas satisfacciones. He dado y recibido mucho. Especialmente importante ha sido la ayuda y la compañía de Clara Luz González como socia de la
escuela, con quien me une también una gran amistad.
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El oficio que habitamos
Pertenecer a este «mundillo» de los que caminamos hacia nuestro Ser –ya
seamos pacientes, alumnos, terapeutas o formadores– y trabajamos con ese
propósito me ha regalado relaciones afectivas, amistades, intercambios de
experiencias, de ideas –incluyendo peleas y desacuerdos– que son mi mayor
riqueza y me ayudan a avivar el fuego de estar viva cuando decaigo y la llama
se debilita.
A todos los que me han acompañado estos años: GRACIAS.
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Tiempos de cosecha
Annie F. Chevreux
12
Ahora que me acerco a la edad en que la mayoría de la gente plantea jubilarse, quiero reflexionar sobre lo que significa para mí el oficio de terapeuta y
centrarme en los aspectos específicos que me impulsan a seguir practicándolo.
Al titular mi escrito «Tiempos de cosecha», me inspiro en la conferencia de
Zalman Schachter1, «Los tiempos de la cosecha», que tuvo lugar en el I
Simposium Interdisciplinar sobre el Hombre (Toledo 1991) y que reunió a
diversas y relevantes personalidades del ámbito humanista y espiritual. En su
peculiar visión integradora del ser humano, Schachter resaltaba la etapa final
de vida de la persona consciente como la de su máxima lucidez para acompañar a otros a hacer las paces con la propia mortalidad.
Recuerdo que me impresionó la falta de solemnidad, la naturalidad y el
humor en el tono de este rabino jasídico para abordar un tema de tanta trascendencia. Aunque me falta mucho para llegar a esa rotunda afirmación de
sabiduría plenamente vivida, aquellas palabras me sonaron como una anticipación esperanzadora de algo que aun no me preocupaba y que, desde luego,
más adelante me iba a concernir.
En estos tiempos de cosecha que atravieso ahora: época de consolidación y
mayor entendimiento del oficio, en esta especie de «flor de la edad» profesional en que me siento inmersa, en un permanente proceso de aprender, necesito más que nunca oír, leer y conocer testimonios de los viejos maestros del
1. Schachter, Z. (1924) fue profesor de Psicología de la Religión (Universidad de Boston). Uno de los
fundadores del Jewish Renewal Movement. Integrador de la corriente jasídica y de la tradición sufí.
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El oficio que habitamos
oficio, de los pensadores y escritores que transitan o han transitado por el
proceso de crear, trabajar y vivir. Me ayudan a volver a la fuente, a la esencia
del oficio, cuando la pereza, el cansancio y el desgaste tienden a veces a banalizarlo y me dificultan mirar más allá de lo anecdótico del día a día.
Tal como el artista aprende a superar la técnica para expresarse a través de
su arte, «todo terapeuta experto dispone de un amplio bagaje técnico y a la vez
trabaja creativamente guiado por su intuición» (Peñarrubia 2008). Ambos
aspectos no pueden estar separados en la práctica del oficio. Sin embargo, no
es el aspecto técnico el que impulsa a seguir trabajando después de muchos
años. Con la experiencia, una deja de preocuparse por la técnica porque la ha
integrado. Si el oficio fuera pura técnica, bastaría saberlo hacer y no costaría
retirarse ni dejar de ejercerlo. Creo que es la inspiración artística, el sentido
artístico y espiritual del oficio, lo que hace que no se quiera perder la conexión
con aquello que ocurre en el encuentro con el otro. Este encuentro es, según
Peñarrubia, «una obra de arte por realizar, tan llena de riesgos, temores y posibilidades como un lienzo en blanco». (Peñarrubia Ibíd.)
Creo que es precisamente eso, la posibilidad de ampliar la conciencia y
enriquecer la existencia, lo que impide dejar de ser terapeuta, al contrario de un
funcionario que sí podría dejar de serlo. Ni el pintor ni el escritor dejan de serlo
por mucho que estén en el dique seco y sin inspiración. Al atravesar este aparente infierno, tienen conciencia de su impasse. Por esa «vía del vacío fértil»
transita también el terapeuta gestáltico, haciendo de la inseguridad, de la pérdida de fe, de la sequía y del desánimo una herramienta de trabajo que, por
contagio, ayuda a otros a atravesar las etapas implosivas del proceso terapéutico como naturales, necesarias e inevitables del vivir y del crecer.
Vivir y crecer entraña hacerse consciente de la muerte en el sentido literal
de que la muerte física algún día llegará, por mucho o poco que se la tema.
Gracias a mi oficio he aprendido el sentido profundo de la expansión y de la
contracción que es metáfora de la vida y de la muerte y del ciclo incesante de
renacimiento y disolución.
Está claro que esto no me va a librar de envejecer, de cansarme más, de
perder facultades, pero mi oficio me ha enseñado a mirar la vida en perspecti254
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Tiempos de cosecha
va, de forma que todo aquello considerado como hándicap desde el punto de
vista convencional pueda ser transformado en recurso personal.
Ser terapeuta es mi manera de ganarme el pan, pero, además, me proporciona el privilegio de poder elegir cómo y hasta cuándo quiero trabajar, mientras que a la mayoría de la gente se la jubila por ley. Aunque para muchos la
norma impuesta desde fuera calma la angustia de tener que elegir por sí mismos, me parece desolador que la jubilación signifique dejar de depender (horarios, jefes…), con la consiguiente euforia por recuperar el tiempo perdido, «la
verdadera vida». O que para otros sea deprimirse, sentirse relegados y angustiarse por no encontrar cómo ocupar el tiempo que les queda por vivir. Entre
ambos extremos («Por fin voy a vivir» – «¿Ahora qué voy a hacer?») subyace
una visión sesgada de la vida, como si discurriera fuera de uno. Me siento privilegiada por no haber tenido que separar artificiosamente mi vida del trabajo.
Y comparto la opinión de Maslow, de que: «El destino más hermoso y el regalo
más extraordinario del que puede gozar el ser humano es el de cobrar por dedicarse a hacer lo que más le gusta» (Maslow 1983).
Por todo lo que voy diciendo, tengo curiosidad por esa etapa de mi vida
profesional, porque en la convencionalmente llamada «crisis de media edad»
hay una oportunidad para seguir explorando y experimentando las palabras de
Perls: «Aprender es descubrir que algo es posible» (Perls 1976) en cualquier
momento de la vida. Parafraseando a E. Jabès, no me puedo negar a mí misma
tal como soy, no puedo salir de mí para ver qué dice el mundo que tengo que
hacer, suponiendo que al mundo le interese lo que haga o no. Lo cierto es que
tendré que jubilarme yo a mí misma. Y al decir esto recuerdo la pregunta que
mi maestro Claudio Naranjo nos hizo hace tiempo a un grupo de profesionales:
—¿Por qué queréis ser terapeutas?
—Para aprender a envejecer –contesté ingenua y espontáneamente sin tener
mucha conciencia de lo que decía. Al ver el efecto de mi respuesta en su cara,
intuí que aquello cobraría plenamente sentido algún día para mí. Mientras va
pasando el tiempo, siento que todo aquello que aprendí desde que empecé mi
propio proceso de crecimiento (en especial que la terapia gestalt, además de un
enfoque terapéutico, es una filosofía de vida) se ha encarnado dentro de mí a
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255
El oficio que habitamos
través de desarrollarme como terapeuta. No podría concebir ahora otra manera
de vivir ni de trabajar que no fuera esta de «entregarse a lo apolíneo y a lo dionisiaco, al espíritu de ayunar y de festejar de la terapia gestalt» (Naranjo), es
decir: aprender a envejecer y a estar solo (lo apolíneo), y cultivar el espíritu del
eterno principiante siendo veterana en el oficio (lo dionisiaco).
Aprender a envejecer
La instantánea que me vino a la mente cuando le contesté a Claudio era la
de una viejecita riéndose, sentada a una mesa camilla, fuerte, etérea, alegre. Esa
fue la foto que tuve de mí como terapeuta en aquel momento. Aún no me reconozco en ella, pero quiero enfocar aquí lo que ha ido pasado entre esas dos
imágenes: la joven de aquel entonces, recién estrenada en el oficio, y la viejecita
proyectada en el futuro.
En mi vida personal, entre ambas imágenes, aparece un proceso de deshacer clichés y estereotipos, y los más pesados y condenatorios son los que giran
alrededor de la vejez por venir. Sin embargo, en el trabajo es donde aprendí
realmente a envejecer, porque es algo que va haciéndose mientras se desarrollan niveles más profundos de conciencia; todo comienza la primera vez que
una se sienta enfrente del otro, sea un paciente o un grupo, y empieza a practicar el sentirse responsable de sí misma, independientemente de la edad cronológica y de los conocimientos adquiridos hasta entonces.
Aprender a envejecer-responsabilizarse es hacer las paces con la propia
mortalidad y darse cuenta de que no se es Dios. Porque al empezar a trabajar,
por mucho que una se sienta humilde y generosa, hay demasiado empeño
puesto en curar al otro. Ese impulso mesiánico de querer salvar al otro, que
tiene tanto de egoísta como de santo, es el motor del deseo de ser terapeuta, y
se le puede considerar como el origen de la vocación. Sin embargo, creo que la
auténtica vocación se consolida en la medida en que se aprende a rendirse a la
evidencia de que no todo depende de una.
Sentí algo parecido al empezar a trabajar. Que lo que había sido saludable
para mí en mi proceso, no tenía por qué ser saludable para el otro: por ejemplo,
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el descubrimiento de que la verdadera vida transcurría fuera de lo estrecho y
de lo convencional. Sin embargo, hay personas que no quieren desarrollarse
fuera de las convenciones sociales. Por otra parte, no todo el mundo quiere
dejar de atormentarse, porque sufrir, por paradójico que parezca, es una manera de sentirse pleno en la vida. La mayoría de las veces, la gente no quiere ser
salvada, y por muy dependiente que pueda llegar a mostrarse, los intentos de
querer ayudar son recibidos como excesos de prepotencia del terapeuta.
Aprender a envejecer es darse cuenta de que no siempre se da el encuentro,
o que no se da como una quisiera que se diera; que no siempre se puede o se
sabe ayudar. Cuesta reconocerlo, hacen falta muchos años de práctica para
confesárselo sin vergüenza, sin verlo como un fracaso, sino como una realidad
de la que responsabilizarse:
«Conforme pasa el tiempo, la madurez del terapeuta se refleja en actitudes de humildad (aceptando los límites, lo que no sabemos), de participación selectiva (aprender a hacer lo justo, ni más ni menos), de encuentro
(presencia yo-tú ) y finalmente de aceptar la culpa retrospectivamente
(desde el presente se ve más claramente lo que uno hizo mal en el pasado,
cuando se tenía menos experiencia)» (Bugental en Peñarrubia 1983).
Por mucho que se haya aprendido que ser terapeuta es hacerse cargo de los
límites y recursos personales, el sentido profundo de todo esto se descubre cuando una ya no se distrae tanto en convencerse a sí y al otro de la propia valía.
Cuando dejé de evaluar los procesos que acompañaba en términos de éxito
o de fracaso, gané mayor presencia en el encuentro: estar presente, quitarse de
en medio, en el sentido de no intentar nada más allá de estar en contacto con
una misma y a plena disposición de la otra persona. Dejar de evaluar es promover, estimular verdaderos encuentros y dejar fluir la auténtica comunicación: el otro escucha porque yo me estoy escuchando, soy útil al otro porque me
soy útil a mí misma.
Desarrollar esta confianza natural contagiosa requiere años de práctica y atravesar muchas inseguridades. Cuando una siente que puede ayudar desde esta
vivencia tan llena y gozosa, que ha tardado en poder afinar, cuesta dejar de tra-
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El oficio que habitamos
bajar, cuesta renunciar a este disfrute que, aunque no siempre, se da, y que compensa por las veces en que una se siente poco inspirada o con temor a entregarse.
Con las personas que acompañé, aprendí a envejecer, es decir, a limar y
potenciar por igual aspectos de mi carácter que dificultaban el contacto, como
la impaciencia, la impulsividad, la terquedad y a desarrollar otros que descubrí trabajando, como la compasión y el amor. Aprendí a soltar y a contener.
Conforme me fui sintiendo útil, empecé a recibir el reconocimiento, que el otro
solo te concede cuando dejas de jugar al poder y estás sobre tus propios pies.
Así, poco a poco, se va plasmando la propia voz, la manera natural de estar,
de ser una misma, depurada de modelos aprendidos: la alquimia que se produce entre lo que se ha aprendido y lo que se es en el presente. Sentir cada vez
más ser la misma persona cuando se trabaja y cuando no. En el trabajo y en la
vida el proceso es el mismo. Una vive y trabaja a la vez, o trabaja y vive a la
vez, porque no hay otro presente que el que hay ahora. Cuando se da esta cualidad de sentirse viva, entra mucha alegría, agradecimiento y desconcierto,
porque ya no se sabe si es la experiencia de vida la que te hace mejor terapeuta
o el trabajo de terapeuta mejor disfrutadora de la vida.
El desarrollo de la voz interior optimiza la calidad de la escucha. Es «el arte de
pararse, el silencio receptivo… retirarse o escuchar en el interior de uno mismo y
de las cosas» (Durckheim 1989). Es la escucha meditativa, el punto 0 (el punto de
no diferenciación entre opuestos) de la terapia gestalt que permite «librarse de los
contactos superficiales… guardar distancias» (Ibíd.), estando más cerca y presente
que nunca en el encuentro, y poner el oído hacia dentro, hacia el maestro interior.
La voz interna va saliendo sin que intervenga la voluntad. A menudo se la
escucha como si no fuera propia. Sorprende, anima, da confianza. La reconozco
como mía y verdadera en el encuentro con el otro, porque la escucha se afina
cuando no hace falta esforzarse tanto por ser una buena escuchadora. Se trata
de sustituir la preocupación por el resultado, el control del éxito o fracaso por
la espontaneidad: una espontaneidad que no es exhibicionista sino natural y
deliberada (Naranjo). Para mí fue descubrir lo que ocurre cuando dejo de
preocuparme de si he sido auténtica o no: no juzgarme, sino aprender a soltar
para no ahogarme ni dejarme ahogar, contener para no ahogar al otro, observar
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El oficio que habitamos
y escuchar. Cuesta llegar a ese equilibrio en la relación yo-tú, que no siempre
se da, pero, por lo menos, se van conociendo los ingredientes para que se dé.
Aprender a envejecer en el oficio es permitirse ser cada vez más una misma,
y significa aprender a estar sola. No en el sentido de falta de compañía, porque el
acto terapéutico ocurre en el encuentro, sino en el sentido de libertad interior
estando con el otro, paciente o grupo.
Parece que la soledad y el sentimiento de aislamiento son frecuentes y casi
una inclinación natural en la vocación de ayuda. Según Guy, la mayoría de las
biografías de los terapeutas tienen un cierto «sello» solitario, por haber desarrollado tempranamente el papel de confidente y observador en el entorno social
y familiar.
Todo esto suele traducirse más adelante en una necesidad de aislarse de la
familia y de los amigos: sin embargo, «En el fondo, el terapeuta se ha sentido
solo antes de serlo, un ser “algo diferente” que ha hecho de sus límites y preferencias su propia profesión» (Guy 1995).
La inclinación a la introspección y a la soledad se transforma en herramienta
de trabajo. Al limpiarse de modelos ajenos, van cayendo los introyectos, aquellos pilares de la neurosis ajena internalizados que ya no sirven tanto al estar
sobre los propios pies. Paradójicamente, este autoapoyo es la antesala de dejarse
caer y entregarse. Participar con menos intensidad, pero no con menos interés,
en la relación con el otro, desde el lugar interior, la verdadera soledad interior
personal e intransferible. Despojarse de cargas y frenos hace sentir como un
árbol podado frente al otro. Al dejar caer lo que sobra, se experimenta esa peculiar desnudez que se siente como propia y propicia que emerja la del otro. No es
la soledad de retirarse, sino la que se transparenta en el verdadero encuentro.
Da vértigo percatarse hasta sus últimas consecuencias de que una solo
puede contar consigo misma. Puede parecer prepotente, pero es enormemente
humilde y real a la vez, porque una sabe que sabe poco y se sabe frágil con
semejante fuerza. Creo que es en este estado de soledad interior, buscada o
encontrada, donde se siente el verdadero autoapoyo, el significado profundo
de lo enunciado por Perls: estar en cueros sobre los propios pies.
Cuando digo que van cayendo los introyectos, no digo que he dejado de
sentir miedo o culpa por errar a veces, por no sentirme del todo útil, por pensar
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que no me he esforzado lo suficiente en la tarea, por no estar del todo en la
concentración y la atención que requiere. Digo que ya no me sirven en el presente el miedo y la culpa, más allá de compadecerme de mí misma. No me sirve
retroceder a la vieja creencia de que, por confesar fallos y pedir perdón, me voy
a salvar. Siento que ni la culpa ni el miedo me consuelan ni me protegen cuando trabajo. Creo que ha pasado el tiempo de las muletas y me toca andar firme
y torcida. Como dice E. Jabès: «En el límite de la noche ya no le puedes preguntar a tu sombra de dónde vienes ni quién eres» (Jabès 2002); personalmente, me
siento lejos de compartir, por edad y sabiduría, esta vivencia de esplendoroso
desapego, sin embargo, me anima a enseñar la cara y a despreocuparme.
Entonces, ¿por qué el miedo? Porque en este proceso de aprender a andar
sola se transita a partes iguales por la esperanza y por el desaliento. Es la consecuencia de no estar ya en primera línea ni del interés ni del deseo del otro, y
se siente pánico y liberación a la vez. Una quisiera, por muy neurótico que sea,
recurrir al pensamiento convencional, el que recomienda temer algo y no ser
prepotente. Esa libertad la avisaba Claudio Naranjo al afirmar que «en este
camino de conocerse, uno se encuentra cada vez más solo». En aquel entonces,
estas palabras me sonaban más a condena que a libertad. En el presente, sé que
es tan deleitoso como inevitable. A veces una quisiera volver a esconder la
cabeza debajo del ala, volver a ese estado narcisista, al seno materno. Por
mucho que quisiera, en momentos de inseguridad, agarrarme a una promesa
de salvación, sé que es imposible. Porque hace tiempo que soy huérfana, que
he hecho las paces con mis padres. Y cuando trabajo, es como si pudiera verme
desde fuera, velando por mí, disciplinándome y nutriéndome de lo que se da.
Pienso que cualquier terapeuta maduro puede compartir esta vivencia de
maternarse y paternarse a la vez, de ser uno su propio hijo. Es rico experimentar todo eso, porque me permite trabajar sin red, contundente y flexible al
mismo tiempo, y enfocar la existencia y el trabajo desde otro punto de vista
antes desconocido. Tiene que ver con cambios en la noción del tiempo, que
percibo más circular que lineal. Ser joven, madura o vieja dentro de la trayectoria vital y profesional ya no significa lo mismo. Son ideas fijas que se transforman en proceso: el de integrar a la terapeuta veterana y a la eterna principiante.
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El oficio que habitamos
Veterana y eterna principiante
El equilibrio entre ambas actitudes hacia donde se inclina el terapeuta experimentado parece formar parte también de la búsqueda del artista maduro; así
habla el músico Daniel Barenboim:
«El trabajo de estudio no termina nunca, hay cosas que las toco desde
hace sesenta años y las conozco de memoria. Pero, nunca viajo sin la
partitura, porque, al leerla, siempre descubro algo nuevo. Pero cuando
te sientas a tocar tiene que ser como si estuvieras inventando en ese
momento. El que no tiene esta capacidad y revela en su manera de interpretar cómo estudió la obra, aburre. Y quien no tiene el trabajo previo,
aunque parezca que improvisa, pierde la conexión» (Barenboim en
Verdú 2011).
Como terapeuta gestáltica, para mí «leer la partitura» es revisitar a Perls,
repasar los conceptos de la terapia gestalt antes de un grupo de formación,
volver a leer los libros clásicos de nuestra disciplina. Por mucho que me los
conozca de memoria, no es nunca repetitiva la lectura. Pensar en un posible
esquema sirve para refrescar y también actualizar el modo de transmitir la
enseñanza, aunque solo sirva para eso, para ponerse al día y luego soltarse en
el Aquí y Ahora de la situación grupal hay que prepararse para llegar con la
mente en blanco.
En el presente, cada vez siento más que trabajar es cultivar el espíritu del
eterno principiante que preconiza el zen (Naranjo) y nutrirme de la experiencia
que dan los años de práctica del oficio. Puede ser que parezca contradictorio
intentar aunar estos dos aspectos, sin embargo, creo que no lo es, porque la
veteranía de la que hablo aquí no es la de dar consejos a los demás (dice el
refrán: «El que da consejos, no llega a “viejo”»), sino la que se relaciona con el
peso de la experiencia. Pero la experiencia no es un peso, sino algo que me
facilita el trabajo: fiarme del impulso, no perderme tanto en los detalles, ir más
rápidamente al grano, agudizar la percepción de lo que surge en el Aquí y
Ahora del encuentro, etc. Son los años de experiencia los que me permiten ser
más ágil, darme cuenta de cómo me desanimo frente a las respuestas repetiti262
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El oficio que habitamos
vas de los pacientes (resistencias, excesos de ego…), y poder restablecer la
corriente con ellos. Consiste en estar viva, es decir, enteramente presente. Por
ser veterana, no puedo tampoco engañarme a mí misma y convencerme de que
acompaño al paciente cuando sutilmente intento controlar la situación a mi
favor o imponer mis propios criterios. En esta actitud de veracidad hacia mí
misma y de naturalidad en reconocer los abusos hacia el paciente, se transparenta la frescura de la eterna principiante con la experiencia de la veterana: es
un mismo afán por explorar y experimentar.
Desde luego, disciplinarme en enfocar lo previsible como si lo viera por
primera vez me parece el mejor antídoto para que el encuentro terapéutico se
asemeje a lo que realmente es: emprender un viaje, en el cual no se trata tanto
de descubrir algo nuevo, sino de mirar con los ojos limpios. Esta actitud de
dejarse sorprender y mantener la mirada fresca sobre lo que ocurre es propia
del zen, de la terapia gestalt y del arte. Y me parece que cualquier terapeuta o
artista maduro puede corroborar, respecto al proceso de trabajar y de crear, que:
«Es siempre la misma playa, pero son otros pies… no hay más que estar
dispuesto y prestar atención si se dispone de un poco de paciencia, se
puede ver algo que antes no se había visto » (Gombrowicz en Loriga 2009).
Aunque parezca paradójico, mantener la mirada limpia es aceptarse también a veces cansada, aburrida e intolerante. En el momento actual yo estoy
más en la contención y el vacío, y por eso frente a un paciente que se distrae y
se desresponsabiliza de sí mismo, me impaciento. Claro que podría acompañarle desde la experiencia, pero prefiero dedicarme a otras cosas que me dan
más satisfacción: al sentirse una más mortal, cuesta tolerar a los que se creen
inmortales y con derecho a perder el tiempo y a hacer el tonto.
Es verdad que a veces cuesta compartir las vivencias de las personas más
jóvenes. Si considero mi trayectoria profesional cronológicamente, sé que al
principio he sido hermana mayor, luego madre y ahora abuela de la gente que
acompaño. Sin embargo, el desconcierto que me produce no sentirme del todo
coetánea del otro, me permite ponerme al día con mi experiencia vital y personal. Por ejemplo, recuerdo que cuando era joven no siempre compartía las afi264
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c o s e c h a
ciones de los demás. Ni eran tan fluidas ni tan armoniosas las relaciones.
Darme cuenta de esto me permite no idealizar el pasado, como suele hacer todo
el mundo respecto al tema de la edad.
Es obvio que cada generación busca la manera de existir sin apoyarse en las
muletas heredadas de los mayores. A nivel individual, la gente quiere crecer y
encontrar el modo genuino de vivir la propia vida. En esta búsqueda hay dos
interferencias: acomodarse y/o rebelarse respecto a los valores externos. Como
formas de ceguera, me parece que no son propias de épocas concretas (como la
juventud ), sino que abarcan la vida entera. Si en el presente me acomodo a los
dictados sociales, entonces se me acerca el momento de retirarme. Si me rebelo
en contra de ellos, me engaño a mí misma respecto a la fuerza, el entusiasmo y
la determinación para empujar y activar procesos terapéuticos. Si me centro en
mí y en lo que he aprendido a través de mi proceso como persona y terapeuta,
dejo de distraerme con los valores externos, veo lo que puedo hacer y cómo
enfocar el trabajo de aquí en adelante.
Hoy en día tengo puesta toda la energía y el interés en formar y supervisar,
porque me permite ampliar la visión del trabajo y reflexionar sobre el oficio. Es
gratificante acompañar a los alumnos, trabajar con ellos, ver cómo crecen, florecen, se estancan y vuelven a brotar. En esta tarea siento como si cuidara de un
invernadero.
Creo que hay algo profundamente espiritual en enseñar y supervisar: sentido de filiación, de pasar el testigo a los que, a su vez, van a ayudar a otros a
romper las cadenas de la enfermedad, no a ser más felices quizá, pero sí a ser
más conscientes de estar vivos.
Personalmente, me parece esencial recordar que, independientemente del
motivo por el cual una persona emprende un proceso terapéutico, ir a terapia
significa sobre todo aprender a vivir. Y creo que a veces los terapeutas tendemos a quedarnos excesivamente pegados a los aspectos neuróticos del paciente
y a todo lo que en consecuencia tiene que trabajar, limpiar, curar, estrechando
la mirada en lugar de ampliar el campo de visión a la universalidad de los
males del alma, que todos compartimos de una manera u otra. Maslow fue el
primero en considerar la psicología de la salud:
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El oficio que habitamos
«La ciencia de la psicología ha prosperado mucho más del lado negativo que del lado positivo y nos ha revelado muchas más cosas sobre
los problemas, enfermedades y pecados del ser humano que sobre sus
potencialidades, virtudes, aspiraciones y alturas psicológicas. Es como
si la psicología se hubiese limitado voluntariamente a la mitad, más
oscura y mediocre por cierto, de su legítima jurisdicción» (Maslow
1991).
Actualmente, lo que me interesa investigar y profundizar en pequeños
ciclos de postgrado (con alumnos que ya cuentan con trabajo personal y didáctico) es ese aspecto del trabajo: educar y afinar la sensibilidad artística para
ampliar la percepción del mundo.
Aunar el arte con el proceso interior como búsqueda psico-espiritual me
parece esencial para recobrar o desarrollar la capacidad de contemplar y apreciar el entorno más próximo y hacer de la propia vida una obra de arte. Porque
creo que en cualquier momento cotidiano, por muy anodino que parezca,
puede surgir la conexión con el alma, que estoy convencida que necesitamos
cuidar porque es donde anida la poesía de cada uno: la manera propia de experimentar la profunda alegría de sentirnos vivos: alegría entendida como contentamiento, no «como conformidad alborozada con lo que ocurre, sino con el
hecho de vivir» (Sabater en Vila-Matas 2010).
La mayor parte de mi trabajo se desarrolla actualmente dentro del encuadre
grupal, porque el grupo es el lugar privilegiado para innovar y ponerme a
prueba. Como veterana, puedo anticipar los estados de ánimo por donde voy
a transitar: intranquilidad e inseguridad frente a lo desconocido.
A menudo coincide con trabajar fuera de casa, fuera de las referencias habituales (con la desazón que eso produce), pero también con el apoyo del conocimiento y de la experiencia. Me gusta dejarme sorprender, sentirme insegura
y confiada a la vez, no renunciar a la excitación que Perls llamaba «pánico de
escena».
Creo que ese pánico de escena, lo sentimos los terapeutas gestálticos, por
muchas horas de práctica que tengamos, casi siempre que nos ponemos delante de un grupo. Con el tiempo puede disminuir o aumentar, sin embargo, algo
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cambia en la manera de experimentarlo. Al principio yo lo vivía como miedo a
no enterarme de lo que pasaba y que el grupo se me fuera de las manos. En la
actualidad, tengo mayor conciencia de que ese temor es un cosquilleo que me
recuerda que estoy viva y presente como lo está el grupo al que acompaño, con
su apertura y sus atascos, y que desde luego no existe otra situación mejor o
peor que la que nos toca atravesar. Me parece que es precisamente en la capacidad de poder sostener esta mezcla de aprensión, serenidad e impulso para
soltarse, donde se aprecia el proceso de maduración de un terapeuta. Como es
algo que se va haciendo con el trabajo y el tiempo, cuesta dejar de trabajar,
porque es exactamente ahí donde ocurre. El espacio grupal es el laboratorio
común. También para el terapeuta es el lugar de ensayo donde transformar esa
manera de estar en algo cada vez más natural. Al permitírmela y afinarla, facilito que el grupo se contagie de esa actitud.
Porque sentirse sólida y frágil a la vez, es decir, abierta, alerta y no defendida, es, a mi parecer, la manera irremediablemente saludable de estar en la vida
y en el mundo.
Creo que el máximo exponente de esta cualidad de ser y de estar lo ilustra
el ejemplo de Perls ante la explosión de ira de una participante de un taller en
Esalen:
«Se me vino encima con una silla en la mano, dispuesta a aplastarme. Le
dije tranquilamente: “Sigue no más, yo ya he vivido mi vida”. Y con eso
ella despertó de su trance» (Perls en Peñarrubia 2008 p. 207).
La respuesta de Perls va más allá del compromiso con la experiencia en
curso. Implica, además, el desapego, el jugarse la vida porque se está de verdad
con el paciente, que, a su vez, al ver que la cosa va en serio, deja de manipular.
En esta manera de ponerse en el trabajo es como si Perls encarnara el pensamiento de Nietzsche respecto a la vida y la muerte: «Muérete cuando sea el
momento»; vivir a medias es la peor afrenta que se le puede hacer a la vida;
pensamiento que, como sabemos, fue decisivo en el despertar intelectual y
espiritual de toda la generación de Perls, y que está implícito en la filosofía de
la terapia gestalt.
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El oficio que habitamos
Que la noción de vida y de muerte sean los dos extremos de la misma
polaridad parece a primera vista obvio y sencillo, como casi todos los conceptos de la terapia gestalt. Sin embargo, he necesitado muchos años para descubrir que todo aquello que era fácil de entender y de sentir emocional y sensorialmente era, sin embargo, complejo de integrar, aunque significara encontrar lo que estaba buscando, respecto a cómo vivir mi vida y actuar en el
mundo.
Creo que ese modo peculiar de encarar la vida y la muerte está presente en
todas sus variantes en la infinita sucesión de polaridades que somos. Toma
cuerpo en el gesto de Perls de abrir y cerrar el puño para definir lo que es una
mano, y se expande en la experiencia vital a través de acatar el destino (lo apolíneo) y gozar de lo posible (lo dionisíaco).
Respecto a la visión existencial de la terapia gestalt como equilibrio entre
ambos aspectos, quiero referirme aquí a dos personajes literarios que tengo
presentes últimamente. Son dos figuras de abuelas. Una es la lapona que se
retira a morir al bosque porque ya no puede curtir las pieles. La otra, retratada
por Bertrand Russell en sus Memorias, calla a los que se quejan del mal tiempo
afirmando que es preferible que haga mal tiempo a que no haga ninguno, y que
es mejor esperar algo a no esperar nada.
Suele decirse que: «sólo en la vejez se tiene la visión completa de la vida».
Aunque me falta mucho para comprobarlo, esta perspectiva de totalidad es la
quintaesencia del enfoque existencial en términos de polaridades. Por el
momento, quiero seguir trabajando en lugar de esperar sentada a que llegue la
muerte, porque sostengo que «la espera hay que entenderla como afirmación
del presente, sin nostalgia del pasado ni temor del futuro» (Vila-Matas 2010).
Para eso necesito no perder la conexión con el oficio, practicarlo y no descuidar
la disciplina, la gimnasia espiritual que supone actualizarme frente a la persona
a quien acompaño. Quiero seguir cambiando el «Yo soy» fijado y regresivo del
autoconcepto, por el «Yo estoy» puntual, sin hacer de la veteranía un cargo
vitalicio. No adormecerme, explorar, experimentar
Además de todo lo anterior, hay otra razón de peso para no retirarme
del oficio, que me cuesta reconocer. El sentimiento altruista de enseñar a
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otros a encontrar el propio camino va unido a la satisfacción de sentirse
reconocida. Sé que hay cosas que digo en el presente que antes no se me
escuchaban, probablemente porque ahora las digo con mayor propiedad.
De todas formas, es un gran alivio perderle la vergüenza al sentido real de
la verdadera entrega (tan generosa como egocéntrica) y poder reivindicar el
narcisismo (tan inevitable como denostado). Dice Yalom de uno de sus personajes:
«Le encantaba ser terapeuta, le encantaba conectarse con otras personas
y ayudarles a conseguir que algo cobrara vida dentro de ellas. A lo
mejor su trabajo era su manera de sublimar la conexión perdida con su
esposa; a lo mejor necesitaba el aplauso, la afirmación y la gratitud de
aquellos a quienes ayudaba. A pesar de que sórdidas motivaciones operaban en él, daba gracias a su trabajo» (Yalom 2008).
No puedo perder la conexión con mi trabajo porque, parafraseando a
Miriam Polster cuando afirma que la terapia es demasiado valiosa para dejarla
a los enfermos, creo que el oficio de terapeuta es demasiado valioso como para
dejar de practicarlo cuando una se hace mayor. En vez de llevar inexorablemente a la jubilación, lleva a la celebración. Celebrar el Jubileo, el Jobhei de los
antiguos hebreos, que José Antonio Marina describe como: «la gran fiesta
mosaíca celebrada cada cincuenta años, en la que se perdonan las penas y las
deudas» (Marina 1999). Celebración, perdón, liberación es el sentido que quiero seguir dándole a mi trabajo y a mi vida: la entrega a todo lo que trae de
bueno, malo, fascinante, doloroso o tedioso.
Cada vez siento más que vivir es un misterio, que la persona a la que
acompaño en su proceso es un misterio. Y no puedo dejar de ser terapeuta
quizá por eso, para hacer de la ignorancia y del vacío el lugar de exploración
del misterio:
«Quien ve de lejos, ve claro. Y nebulosamente quien toma parte. Esta
doble verdad fundamental es una sola, y solo en apariencia dos contrarias. Tal es lo insondable, el fundamento insondable, la puerta del último misterio» (Naranjo 2007).
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El oficio que habitamos
Bibliografía
Barenboim, D., entrev. por Daniel Verdú, El País, 23-2-2011.
Bugental, I. F. T., cit. por Peñarrrubia F., op. cit., p. 242.
Durckheim, K.G., Meditar, Mensajero, Bilbao, 1989, pp. 236 y 237.
Gombrowicz,W., cit.por Ray Loriga, El País, 30-8-2009.
Guy J.D., La Vida Personal del Psicoterapeuta, Paidós, Barcelona, 1995, p. 49.
Jabès, E., Un extranjero con, bajo el brazo, un libro de pequeño formato, Galaxia
Gütenberg, Barcelona, 2002, p. 151.
Marina, J,A., Diccionario de los sentimientos, Compactos Anagrama, Barcelona,
1999, p. 297.
Maslow, A., La Personalidad Creadora, Kairós, Barcelona, 1983, p. 294.
— Motivación y Personalidad. Díaz de Santos, Madrid, 1991, p. 239.
Naranjo, C., primer poema del Tao Té Ching, reconocido por el autor como la
esencia de la gestalt y citado en Por una Gestalt viva. La Llave, Vitoria, 2007,
p. 372.
Peñarrubia, F., Terapia Gestalt, la vía del vacío fértil, Alianza Editorial, Madrid,
2008, p. 287.
— op. cit., p. 293.
Perls, F., El Enfoque Guestáltico-Testimonios de Terapia, Cuatro Vientos, Santiago
de Chile, 1976, pp. 124-125.
Savater, F., cit por E. Vila-Matas en Perder Teorías, Seix Barral, Barcelona, 2010,
p. 11.
Vila-Matas, E., en op. cit., p. 11.
Yalom, I,D., Mirar al sol, Emecé, Buenos Aires, 2008, p. 138.
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Currículum vítae de las autoras
ADA LOPEZ ALONSO
Psicóloga, Especialista en Psicología Clínica, psicoterapeuta
con formación en Psicodrama, Gestalt y Psicoanálisis. Miembro Titular, Didacta y Supervisor de la Asociación Española de Terapia Gestalt. Trabaja en Psicoterapia Individual y
de grupo. Desde 1985 viene colaborando en programas de
formación en Terapia Gestalt y Psicoterapia Integrativa en
diversos institutos y Escuelas así como en tareas de supervisión de terapeutas. Actualmente es directora de formación en
Gestalt del Centro “Ananda Psicoterapia”.
ÁNGELES MARTÍN
Psicóloga clínica. Formada en Gestalt, psicoanálisis, técnicas
psico-corporales y psicodramáticas. Entre 1970 y 1974 trabaja en el Hospital Clínico de Madrid en el departamento de
Medicina Psicosomática. Ex-presidenta y miembro titular y
didacta de la AETG. A finales de 1975 introduce la Gestalt en
España, creando en 1976 el Instituto de Psicoterapia Gestalt.
Ha publicado Cuando me encuentro con el Capitán Garfio (no)
me engancho, Manual práctico de psicoterapia Gestalt y Los sueños en terapia Gestalt en la Ed. Desclée De Brouwer. Así como
Curso superior I de formación en terapia gestalt Publicado por la
Escuela del IPG.
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El oficio que habitamos
ANNIE CHEVREUX
Nació en París donde se doctoró en Hispánicas en la Universidad de Nanterre. Desde hace tres décadas vive en España. Se formó en Gestalt por la AETG, de la que es miembro
titular. Cofundadora y profesora de la Escuela Madrileña
de Terapia Gestalt, además de psicoterapeuta en CIPARH
(Madrid) y didacta invitada en diversos institutos gestálticos. Discípula y colaboradora de Claudio Naranjo. Desde los
ochenta ha integrado la espiritualidad y la psicoterapia centrada en el carácter (Psicología de los Eneatipos). Autora de
El Berlín de Perls: El espíritu vanguardista en el arte y la terapia
gestalt. Edit. Mandala. 2007.
CARMEN GASCON QUINTANA
Licenciada en Psicología Clínica. Psicoterapeuta. Presidenta
y miembro titular y didacta de la AETG. Psicoterapeuta de
la FEAP. Directora de Síntesis, Escuela de Psicoterapia Integrativa. Formada en Psicología Humanista y en diferentes
corrientes de la misma: A.T., biosíntesis, movimiento armónico. Formada en Psicología Integrativa con el Dr. Claudio
Naranjo. Formación en psicoanálisis. Socia de la escuela
lacaniana de psicoanálisis. Co-fundadora de la Escuela Vasca de gestalt y ex-didacta en ella. Formadora en diferentes
escuelas españolas de Gestalt. Ha publicado diferentes artículos, ponencias y talleres en congresos y Jornadas.
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MAIOR
Currículum vítae de las autoras
CRISTINA NADAL
Psicóloga Especialista en psicología clínica. Psicoterapeuta
desde 1981. Diplomada por el Instituto de Potencial Humano
de Londres. Miembro didacta y supervisor de la AETG. Desde el año 1988 mi trayectoria personal y profesional queda
impregnada por el trabajo realizado primero con Guillermo
Borja y después con Claudio Naranjo, director del programa
SAT, colaborando en algunas ocasiones en sus programas
SAT. Paralelamente me he ido interesando el psicoanálisis,
sobre todo por algunos de sus estudios en clínica. Co-directora de la Escuela del Taller de Gestalt de Barcelona y directora de Aula Gestalt.
GRACIELA ANDALUZ FARAONE
Licenciada en medicina por la Universidad de Buenos Aires.
Psicoterapeuta gestáltica y miembro titular y didacta de la
AETG. Terapeuta psico-corporal por Río Abierto. Formada en Constelaciones familiares en el Centro Bert Hellinger
de Uruguay. Miembro psicoterapeuta de la FEAP. Fundadora y directora de la Escuela canaria de Psicoterapia Gestalt. Imparte formación en Gestalt y Movimiento Armónico en diversas Escuelas (Florencia, Buenos Aires, Madrid,
Roma…). Ha publicado artículos en la revista de la AETG.
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El oficio que habitamos
MACARENA DIUANA
Psicóloga clínica licenciada por la Universidad Católica
de Chile, y Master por la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. Terapeuta gestáltica. Es co-fundadora y actual
directora de la Sociedad Luso-Española de Psicoterapia
Gestalt (SLEPG), en Lisboa, donde ejerce también como formadora y psicoterapeuta. Colabora con el Instituto de Psicoterapia Gestalt de Madrid (IPG) y con el Instituto Gestalt
de Florencia (IGF). Ha publicado diversos artículos sobre
inmigración.
MONSERRAT MENDICUTE GOROSABEL
Psicóloga clínica y Psicoterapeuta de la FEAP. Formada en
Bioenergética, Dinámica Grupal, Gestalt, Psicoterapia Integrativa y Psicoanálisis Relacional. Fundadora y directora de
la Escuela Vasca de Terapia Gestalt en Donostia (San Sebastián). Miembro Supervisor de la Asociación Española de
Terapia Gestalt. Integra en su práctica clínica las diferentes
disciplinas dirigidas a la integración cuerpo, mente y emoción.
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Currículum vítae de las autoras
PATRICIA ALÍU NAVARRO
Psicóloga. Psicoterapeuta Gestalt. Miembro titular de la
AETG y de la AGBA. Co-fundadora, coordinadora docente
y supervisora de la escuela “Gestalt Mediterráneo”. Ha realizado varios psot-grados: Psicopatología Clínica en la Universidad de Barcelona. Especialización en Terapia Gestalt en
la Universidad de Buenos Aires. Especialista en terapia Gestalt por la Asociación Gestáltica de Buenos Aires. Especialista en Terapia Racional Emotiva Conductual por el Albert
Ellis Institute de Nueva York. Ha publicado diversos artículos para la revista de la AETG.
SANDRA ELISA ISELLA PEROTTI
Psicóloga. Especialista en Psicoterapia Gestalt y Psicoanálisis.
Miembro de la Asociación Española de Terapia Gestalt. Trabaja como investigadora en el Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (CIBERSAM) en el Hospital Universitario Ramón y Cajal y como psicoterapeuta en el
Instituto de Psicoterapia Gestalt de Madrid. Ex-docente de la
Universidad Católica de Santiago de Chile. Ha participado en
diversos estudios y publicaciones en el Ramón y Cajal.
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El oficio que habitamos
SARA FERNÁNDEZ WOLF
Nació en Montevideo, Uruguay, donde estudió Filosofía y
Letras. Se trasladó a España en 1977. Se licenció en Psicología en la Universidad Complutense de Madrid, especializándose en Psicología Pedagógica y Clínica. Se formó en Gestalt
en los años 80, a la vez que en Psicoterapia Infantil y de Adolescentes, tratando de integrar la filosofía y las técnicas de
la terapia Gestalt a la psicoterapia con niños y sus familias.
Es miembro didacta de la AETG y colaboradora habitual en
programas de formación en Terapia Gestalt. Actualmente
trabaja en consulta privada en Bilbao, donde también imparte la formación post-grado en Psicoterapia Gestalt aplicada a la
Infancia y la Adolescencia. Ha publicado diversos artículos en
la revista de la AETG.
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Los sueños en
Psicoterapia Gestalt
Ángeles Martín
ISBN: 978-84-330-2362-9
Los interrogantes básicos de la vida han sido siempre cuál es el sentido
último de todo: Quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos.
Los sueños nos ayudan a ver en cada árbol un bosque, colaboran a hacer
más transparente nuestro mundo interno, dibujan las estrategias de nuestra
vida y son colaboradores terapéuticos de primer orden. Y, respecto de la
terapia gestalt, son senderos de claridad y veracidad intelectuales.
Este libro nace de la experiencia clínica de Ángeles Martín. Ella se arroja al
psiquismo lúcido de sus pacientes y alumnos para ayudarnos a pensar por
nosotros mismos, a adquirir la mínima soberanía que nos hace singulares, a
sentirnos miembros de una sociedad sin detrimento del desarrollo personal,
a vincularnos con nuestro interior más conflictivo, para tratar de saber de
nuestras trampas, de nuestros mecanismos inconscientes, de nuestros
interrogantes últimos, ese conocimiento que es la vertebración misma de
nuestra salud psíquica.
Los ejemplos clínicos del trabajo con sus pacientes y alumnos a través de
los sueños son de una riqueza singular y muestran la esencia misma de su
labor terapéutica.
Manual práctico de
Psicoterapia Gestalt
8ª edición
Ángeles Martín
ISBN: 978-84-330-2102-1
Desde la psicología, y más específicamente desde la Gestalt, tratamos de que
las personas aprendan a conocer su comportamiento, que amplíen sus recursos
creativos y conozcan modos nuevos de funcionar, no sólo a través de técnicas y
ejercicios, sino también del desarrollo de ca­pa­ci­da­des nuevas, pro­mo­viendo ex­pe­
riencias y facilitando el intercambio con el mundo.
El terapeuta es un elemento más en este proceso, y su función primordial es acom­
pañar a la persona en su camino de au­to­co­nocimiento y maduración. Promueve
la ad­qui­sición de nuevas habilidades que le permitan alcanzar un mayor grado de
autonomía y autoestima, otros modos de en­focar la existencia y la po­si­bi­li­dad de
res­pon­sabilizarse de lo que hace o dejar de hacer, fomentando su capacidad de ad­
quirir mayor libertad a la hora de estar e intervenir en su en­torno.
El Manual práctico de psi­co­te­rapia Gestalt expone de forma sen­cilla y amena los
conceptos básicos de la Terapia Gestalt, no sólo a los terapeutas gestálticos sino a
cualquier persona que se aproxi­me a ella. Su lectura aporta una visión pa­no­rá­mica
de este abordaje terapéutico y nos introduce en los distintos conceptos del mis­mo:
el darse cuenta, las po­la­ri­dades, el contacto, la neurosis, los sueños... describiendo
los me­canismos neuróticos y cómo interfieren en la conducta.
Al ser un enfoque emi­nen­te­men­te organísmico, es decir, basado en el equilibrio del
or­ga­nismo en sus di­fe­ren­tes ver­tientes (emocional, intelectual, de acción y espiritual,
en su sentido más trascendente), abar­ca todos los ámbitos del ser humano.
Manual de terapia gestáltica
aplicada a los adolescentes
3ª edición
Loretta Cornejo
ISBN: 978-84-330-2199-1
Después de los libros Manual de terapia infantil Gestáltica y Cartas a Pedro:
Guía para un terapeuta que empieza, Loretta Cornejo nos presenta su última
y esperada obra, Manual de terapia Gestáltica aplicada a los adolescentes.
La autora intenta de nuevo llenar un vacío que es notorio en las terapias
humanistas: el trabajo especializado con los jóvenes de hoy y con sus
padres. Así como los niños no pueden recibir técnicas de tratamiento
importadas de los adultos, también los adolescentes tienen características
específicas que les hacen merecedores de un lugar propio, tanto en la
formación de terapeutas especializados como dentro de la teoría de las
terapias humanistas.
Este libro, al igual que los anteriores, tiene como objetivo brindar una serie
de herramientas a los profesionales que trabajan con jóvenes, ya sean
psicólogos, médicos, profesores, educadores y, por qué no, a los padres que
intentan estar día a día en mejor relación con sus hijos.
Como es habitual en la autora y en su equipo, UmayQuipa, con su amor
al paciente y a su entorno, Manual de terapia Gestáltica aplicada a los
adolescentes transmite esa especie de pequeña locura y cordura que debe
tener todo terapeuta de jóvenes y, al mismo tiempo, el respeto por la labor de
los padres, tan fundamental en la terapia de sus hijos.
Cuando me encuentro con el
Capitán Garfio...
(No) me engancho
Ángeles Martín
Carmen Vázquez
ISBN: 978-84-330-1960-8
La Psicoterapia gestáltica es algo más que un conjunto de técnicas
psicológicas para sentirse bien, es una forma de vivir basada en el presente,
en el “aquí y ahora”.
Con demasiada frecuencia damos más importancia al razonamiento que
a los sentimientos, cuando son estos últimos los que, básicamente, guían
nuestras acciones y nuestras decisiones.
“Cuando me encuentro con el Capitán Garfio... (no) me engancho” es un libro
que habla de sentimientos; de cómo reconectarnos con nuestras propias
vivencias para sentirnos más auténticos, de cómo decir “adiós” a aquellas
sensaciones de nuestra experiencia pasada que dificultan nuestro presente,
de cómo retomar nuestra espontaneidad de niños para incorporarla a nuestra
estresante vida cotidiana. Es un libro para vivir, no para leer; un libro para
“sentarse a sentirse”. Aborda al ser humano desde varias perspectivas: a
través de fantasías dirigidas, reviviendo nuestros viejos cuentos infantiles,
recordándonos qué significa decir “adiós”, hablándonos de nuestros
sueños...
“Cuando me encuentro con el Capitán Garfio...” es un libro útil para
estudiantes de Psicología, para futuros psicoterapeutas gestálticos que ya
saben que “ellos son su mejor instrumento de trabajo” y para todas aquellas
personas que tienen el bello deseo de crecer día a día.
Manual de terapia infantil
gestáltica
7ª edición
Loretta Cornejo
ISBN: 978-84-330-1177-0
La Psicoterapia Humanística ha ido adquiriendo cada día un mayor renombre
por su acercamiento al paciente como persona, más que solamente como
enfermo. Pero existe un gran vacío en la formación de esta línea terapéutica:
la aplicación al tratamiento de niños. En este libro se muestran tanto los
planteamientos teóricos en los que basa la autora la terapia infantil gestáltica
como su aplicación en las sesiones, con ejemplos y ejercicios útiles para
dar al psicoterapeuta infantil humanista un manual que le sirva de guía y
reflexión en su trabajo profesional.
Toda la amplia experiencia gestáltica de la autora en su trabajo con niños
queda expuesta didácticamente para ser aprovechada ahora por otros
terapeutas, padres y formadores de ámbito infantil.
Directora: Olga Castanyer
1. Relatos para el crecimiento personal. Carlos Alemany (ed.). (6ª ed.)
2. La asertividad: expresión de una sana autoestima. Olga Castanyer. (34ª ed.)
3. Comprendiendo cómo somos. Dimensiones de la personalidad. A. Gimeno-Bayón. (5ª ed.)
4. Aprendiendo a vivir. Manual contra el aburrimiento y la prisa. Esperanza Borús. (5ª ed.)
5. ¿Qué es el narcisismo? José Luis Trechera. (2ª ed.)
6. Manual práctico de P.N.L. Programación neurolingüística. Ramiro J. Álvarez. (5ª ed.)
7. El cuerpo vivenciado y analizado. Carlos Alemany y Víctor García (eds.)
8. Manual de Terapia Infantil Gestáltica. Loretta Zaira Cornejo Parolini. (5ª ed.)
9. Viajes hacia uno mismo. Diario de un psicoterapeuta en la postmodernidad. Fernando Jiménez
Hernández-Pinzón. (2ª ed.)
10. Cuerpo y Psicoanálisis. Por un psicoanálisis más activo. Jean Sarkissoff. (2ª ed.)
11. Dinámica de grupos. Cincuenta años después. Luis López-Yarto Elizalde. (7ª ed.)
12. El eneagrama de nuestras relaciones. Maria-Anne Gallen - Hans Neidhardt. (5ª ed.)
13. ¿Por qué me culpabilizo tanto? Un análisis psicológico de los sentimientos de culpa. Luis Zabalegui.
(3ª ed.)
14. La relación de ayuda: De Rogers a Carkhuff. Bruno Giordani. (3ª ed.)
15. La fantasía como terapia de la personalidad. F. Jiménez Hernández-Pinzón. (2ª ed.)
16. La homosexualidad: un debate abierto. Javier Gafo (ed.). (4ª ed.)
17. Diario de un asombro. Antonio García Rubio. (3ª ed.)
18. Descubre tu perfil de personalidad en el eneagrama. Don Richard Riso. (6ª ed.)
19. El manantial escondido. La dimensión espiritual de la terapia. Thomas Hart.
20. Treinta palabras para la madurez. José Antonio García-Monge. (12ª ed.)
21. Terapia Zen. David Brazier. (2ª ed.)
22. Sencillamente cuerdo. La espiritualidad de la salud mental. Gerald May.
23. Aprender de Oriente: Lo cotidiano, lo lento y lo callado. Juan Masiá Clavel.
24. Pensamientos del caminante. M. Scott Peck.
25. Cuando el problema es la solución. Aproximación al enfoque estratégico. Ramiro J. Álvarez. (2ª ed.)
26. Cómo llegar a ser un adulto. Manual sobre la integración psicológica y espiritual. David Richo. (3ª ed.)
27. El acompañante desconocido. De cómo lo masculino y lo femenino que hay en cada uno de nosotros
afecta a nuestras relaciones. John A. Sanford.
28. Vivir la propia muerte. Stanley Keleman.
29. El ciclo de la vida: Una visión sistémica de la familia. Ascensión Belart - María Ferrer. (3ª ed.)
30. Yo, limitado. Pistas para descubrir y comprender nuestras minusvalías. Miguel Ángel Conesa Ferrer.
31. Lograr buenas notas con apenas ansiedad. Guía básica para sobrevivir a los exámenes. Kevin
Flanagan.
32. Alí Babá y los cuarenta ladrones. Cómo volverse verdaderamente rico. Verena Kast.
33. Cuando el amor se encuentra con el miedo. David Richo. (3ª ed.)
34. Anhelos del corazón. Integración psicológica y espiritualidad. Wilkie Au - Noreen Cannon. (2ª ed.)
35. Vivir y morir conscientemente. Iosu Cabodevilla. (4ª ed.)
36. Para comprender la adicción al juego. María Prieto Ursúa.
37. Psicoterapia psicodramática individual. Teodoro Herranz Castillo.
38. El comer emocional. Edward Abramson. (2ª ed.)
39. Crecer en intimidad. Guía para mejorar las relaciones interpersonales. John Amodeo - Kris
Wentworth. (2ª ed.)
40. Diario de una maestra y de sus cuarenta alumnos. Isabel Agüera Espejo-Saavedra.
41. Valórate por la felicidad que alcances. Xavier Moreno Lara.
42. Pensándolo bien... Guía práctica para asomarse a la realidad. Ramiro J. Álvarez.
43. Límites, fronteras y relaciones. Cómo conocerse, protegerse y disfrutar de uno mismo. Charles L.
Whitfield.
44. Humanizar el encuentro con el sufrimiento. José Carlos Bermejo.
45. Para que la vida te sorprenda. Matilde de Torres. (2ª ed.)
46. El Buda que siente y padece. Psicología budista sobre el carácter, la adversidad y la pasión. David
Brazier.
47. Hijos que no se van. La dificultad de abandonar el hogar. Jorge Barraca.
48. Palabras para una vida con sentido. Mª. Ángeles Noblejas. (2ª ed.)
49. Cómo llevarnos bien con nuestros deseos. Philip Sheldrake.
50. Cómo no hacer el tonto por la vida. Puesta a punto práctica del altruismo. Luis Cencillo. (2ª ed.)
51. Emociones: Una guía interna. Cuáles sigo y cuáles no. Leslie S. Greenberg. (3ª ed.)
52. Éxito y fracaso. Cómo vivirlos con acierto. Amado Ramírez Villafáñez.
53. Desarrollo de la armonía interior. La construcción de una personalidad positiva. Juan Antonio Bernad.
54. Introducción al Role-Playing pedagógico. Pablo Población Knappe y Elisa López Barberá. (2ª ed.)
55. Cartas a Pedro. Guía para un psicoterapeuta que empieza. Loretta Cornejo. (3ª ed.)
56. El guión de vida. José Luis Martorell. (2ª ed.)
57. Somos lo mejor que tenemos. Isabel Agüera Espejo-Saavedra.
58. El niño que seguía la barca. Intervenciones sistémicas sobre los juegos familiares. Giuliana Prata;
Maria Vignato y Susana Bullrich.
59. Amor y traición. John Amodeo.
60. El amor. Una visión somática. Stanley Keleman. (2ª ed.)
61. A la búsqueda de nuestro genio interior: Cómo cultivarlo y a dónde nos guía. Kevin Flanagan. (2ª ed.)
62. A corazón abierto. Confesiones de un psicoterapeuta. F. Jiménez Hernández-Pinzón.
63. En vísperas de morir. Psicología, espiritualidad y crecimiento personal.
Iosu Cabodevilla Eraso.
64. ¿Por qué no logro ser asertivo? Olga Castanyer y Estela Ortega. (7ª ed.)
65. El diario íntimo: buceando hacia el yo profundo. José-Vicente Bonet, S.J. (2ª ed.)
66. Caminos sapienciales de Oriente. Juan Masiá.
67. Superar la ansiedad y el miedo. Un programa paso a paso. Pedro Moreno. (9ª ed.)
68. El matrimonio como desafío. Destrezas para vivirlo en plenitud. Kathleen R. Fischer y Thomas N.
Hart.
69. La posada de los peregrinos. Una aproximación al Arte de Vivir. Esperanza Borús.
70. Realizarse mediante la magia de las coincidencias. Práctica de la sincronicidad mediante los cuentos.
Jean-Pascal Debailleul y Catherine Fourgeau.
71. Psicoanálisis para educar mejor. Fernando Jiménez Hernández-Pinzón.
72. Desde mi ventana. Pensamientos de autoliberación. Pedro Miguel Lamet.
73. En busca de la sonrisa perdida. La psicoterapia y la revelación del ser. Jean Sarkissoff.
74. La pareja y la comunicación. La importancia del diálogo para la plenitud y la
longevidad de la pareja. Casos y reflexiones. Patrice Cudicio y Catherine Cudicio.
75. Ante la enfermedad de Alzheimer. Pistas para cuidadores y familiares. Marga Nieto Carrero. (2ª ed.)
76. Me comunico... Luego existo. Una historia de encuentros y desencuentros. Jesús de la Gándara Martín.
77. La nueva sofrología. Guía práctica para todos. Claude Imbert.
78. Cuando el silencio habla. Matilde de Torres Villagrá. (2ª ed.)
79. Atajos de sabiduría. Carlos Díaz.
80. ¿Qué nos humaniza? ¿Qué nos deshumaniza? Ensayo de una ética desde la psicología. Ramón Rosal
Cortés.
81. Más allá del individualismo. Rafael Redondo.
82. La terapia centrada en la persona hoy. Nuevos avances en la teoría y en la práctica. Dave Mearns y
Brian Thorne.
83. La técnica de los movimientos oculares. La promesa potencial de un nuevo avance psicoterapéutico.
Fred Friedberg. Introducción a la edición española por Ramiro J. Álvarez
84. No seas tu peor enemigo... ¡...Cuando puedes ser tu mejor amigo! Ann-M. McMahon.
85. La memoria corporal. Bases teóricas de la diafreoterapia. Luz Casasnovas Susanna. (2ª ed.)
86. Atrapando la felicidad con redes pequeñas. Ignacio Berciano Pérez. Con la colaboración de Itziar
Barrenengoa. (2ª ed.)
87. C.G. Jung. Vida, obra y psicoterapia. M. Pilar Quiroga Méndez.
88. Crecer en grupo. Una aproximación desde el enfoque centrado en la persona. Tomeu Barceló. (2ª ed.)
89. Automanejo emocional. Pautas para la intervención cognitiva con grupos. Alejandro Bello Gómez,
Antonio Crego Díaz.
90. La magia de la metáfora. 77 relatos breves para educadores, formadores y pensadores. Nick Owen.
91. Cómo volverse enfermo mental. José Luís Pio Abreu.
92. Psicoterapia y espiritualidad. La integración de la dimensión espiritual en la práctica terapéutica.
Agneta Schreurs.
93. Fluir en la adversidad. Amado Ramírez Villafáñez.
94. La psicología del soltero: Entre el mito y la realidad. Juan Antonio Bernad.
95. Un corazón auténtico. Un camino de ocho tramos hacia un amor en la madurez. John Amodeo. (2ª
ed.)
96. Luz, más luz. Lecciones de filosofía vital de un psiquiatra. Benito Peral. (2ª ed.)
97. Tratado de la insoportabilidad, la envidia y otras “virtudes” humanas. Luis Raimundo Guerra. (2ª ed.)
98. Crecimiento personal: Aportaciones de Oriente y Occidente. Mónica Rodríguez-Zafra (Ed.).
99. El futuro se decide antes de nacer. La terapia de la vida intrauterina. Claude Imbert. (2ª ed.)
100. Cuando lo perfecto no es suficiente. Estrategias para hacer frente al perfeccionismo. Martin M.
Antony - Richard P. Swinson. (2ª ed.)
101. Los personajes en tu interior. Amigándote con tus emociones más profundas. Joy Cloug.
102. La conquista del propio respeto. Manual de responsabilidad personal. Thom Rutledge.
103. El pico del Quetzal. Sencillas conversaciones para restablecer la esperanza en el futuro. Margaret J.
Wheatley.
104. Dominar las crisis de ansiedad. Una guía para pacientes. Pedro Moreno, Julio C. Martín. (10ª ed.)
105. El tiempo regalado. La madurez como desafío. Irene Estrada Ena.
106. Enseñar a convivir no es tan difícil. Para quienes no saben qué hacer con sus hijos, o con sus
alumnos. Manuel Segura Morales. (14ª ed.)
107. Encrucijada emocional. Miedo (ansiedad), tristeza (depresión), rabia (violencia), alegría (euforia).
Karmelo Bizkarra. (4ª ed.)
108. Vencer la depresión. Técnicas psicológicas que te ayudarán. Marisa Bosqued.
109. Cuando me encuentro con el capitán Garfio... (no) me engancho. La práctica en psicoterapia gestalt.
Ángeles Martín y Carmen Vázquez.
110. La mente o la vida. Una aproximación a la Terapia de Aceptación y Compromiso. Jorge Barraca (2ª ed.)
111. ¡Deja de controlarme! Qué hacer cuando la persona a la que queremos ejerce un dominio excesivo
sobre nosotros. Richard J. Stenack.
112. Responde a tu llamada. Una guía para la realización de nuestro objetivo vital más profundo. John P.
Schuster.
113. Terapia meditativa. Un proceso de curación desde nuestro interior. Michael L. Emmons, Ph.D. y Janet
Emmons, M.S.
114. El espíritu de organizarse. Destrezas para encontrar el significado a sus tareas. Pamela Kristan.
115. Adelgazar: el esfuerzo posible. Un sistema gradual para superar la obesidad. A. Cózar.
116. Crecer en la crisis. Cómo recuperar el equilibrio perdido. Alejandro Rocamora. (3ª ed.)
117. Rabia sana. Cómo ayudar a niños y adolescentes a manejar su rabia. Bernard Golden, (2ª ed.)
118. Manipuladores cotidianos. Manual de supervivencia. Juan Carlos Vicente Casado.
119. Manejar y superar el estrés. Cómo alcanzar una vida más equilibrada. Ann Williamson.
120. La integración de la terapia experiencial y la terapia breve. Un manual para terapeutas y consejeros.
Bala Jaison.
121. Este no es un libro de autoayuda. Tratado de la suerte, el amor y la felicidad. Luis Raimundo Guerra.
122. Psiquiatría para el no iniciado. Rafa Euba. (2ª ed.)
123. El poder curativo del ayuno. Recuperando un camino olvidado hacia la salud. Karmelo Bizkarra. (3ª ed.)
124. Vivir lo que somos. Cuatro actitudes y un camino. Enrique Martínez Lozano. (4ª ed.)
125. La espiritualidad en el final de la vida. Una inmersión en las fronteras de la ciencia.
Iosu Cabodevilla Eraso. (2ª ed.)
126. Regreso a la conciencia. Amado Ramírez.
127. Las constelaciones familiares. En resonancia con la vida. Peter Bourquin. (9ª ed.)
128. El libro del éxito para vagos. Descubra lo que realmente quiere y cómo conseguirlo sin estrés.
Thomas Hohensee.
129. Yo no valgo menos. Sugerencias cognitivo- humanistas para afrontar la culpa y la vergüenza.
Olga Castanyer. (3ª ed.)
130. Manual de Terapia Gestáltica aplicada a los adolescentes. Loretta Cornejo. (3ª ed.)
131. ¿Para qué sirve el cerebro? Manual para principiantes. Javier Tirapu. (2ª ed.)
132. Esos seres inquietos. Claves para combatir la ansiedad y las obsesiones. Amado Ramírez Villafáñez.
133. Dominar las obsesiones. Una guía para pacientes. Pedro Moreno, Julio C. Martín,
Juan García y Rosa Viñas. (3ª ed.)
134. Cuidados musicales para cuidadores. Musicoterapia Autorrealizadora para el estrés
asistencial. Conxa Trallero Flix y Jordi Oller Vallejo
135. Entre personas. Una mirada cuántica a nuestras relaciones humanas. Tomeu Barceló
136. Superar las heridas. Alternativas sanas a lo que los demás nos hacen o dejan de hacer. Windy
Dryden
137. Manual de formación en trance profundo. Habilidades de hipnotización. Igor Ledochowski
138. Todo lo que aprendí de la paranoia. Camille
139. Migraña. Una pesadilla cerebral. Arturo Goicoechea
140. Aprendiendo a morir. Ignacio Berciano Pérez
141. La estrategia del oso polar. Cómo llevar adelante tu vida pese a las adversidades. Hubert Moritz
142. Mi salud mental: Un camino práctico. Emilio Garrido Landívar
143. Camino de liberación en los cuentos. En compañía de los animales. Ana María Schlüter Rodés
144. ¡Estoy furioso! Aproveche la energía positiva de su ira. Anita Timpe
145. Herramientas de Coaching personal. Francisco Yuste. (2ª ed.)
146. Este libro es cosa de hombres. Una guía psicológica para el hombre de hoy. Rafa Euba
147. Afronta tu depresión con psicoterapia interpersonal. Guía de autoayuda. Juan García Sánchez y Pepa
Palazón Rodríguez
148. El consejero pastoral. Manual de “relación de ayuda” para sacerdotes y agentes de pastoral. Enrique
Montalt Alcayde
149. Tristeza, miedo, cólera. Actuar sobre nuestras emociones. Dra. Stéphanie Hahusseau
150. Vida emocionalmente inteligente. Estrategias para incrementar el coeficiente emocional . Geetu
Bharwaney
151. Cicatrices del corazón. Tras una pérdida significativa. Rosa Mª Martínez González
152. Ojos que sí ven. “Soy bipolar” (Diez entrevistas). Ana González Isasi - Aníbal C. Malvar
153. Reconcíliate con tu infancia. Cómo curar antiguas heridas. Ulrike Dahm
154. Los trastornos de la alimentación. Guía práctica para cuidar de un ser querido. Janet Treasure Gráinne Smith - Anna Crane
155. Bullying entre adultos. Agresores y víctimas. Peter Randall
156. Cómo ganarse a las personas. El arte de hacer contactos. Bernd Görner
157. Vencer a los enemigos del sueño. Guía práctica para conseguir dormir como siempre habíamos
soñado. Charles Morin
158. Ganar perdiendo. Los procesos de duelo y las experiencias de pérdida: Muerte - Divorcio - Migración.
Migdyrai Martín Reyes
159. El arte de la terapia. Reflexiones sobre la sanación para terapeutas principiantes y veteranos. Peter
Bourquin
160. El viaje al ahora. Una guía sencilla para llevar la atención plena a nuestro día a día. Jorge Barraca
161. Cómo envejecer con dignidad y aprovechamiento. Ignacio Berciano
162. Cuando un ser querido es bipolar. Ayuda y apoyo para usted y su pareja. Cynthia G. Last
163. Todo lo que sucede importa. Cómo orientar en el laberinto de los sentimientos. Fernando Alberca de
Castro. (2ª ed.)
164. De cuentos y aliados. El cuento terapéutico. Mariana Fiksler
165. Soluciones para una vida sexual sana. Maneras sencillas de abordar y resolver
los problemas sexuales cotidianos. Dra. Janet Hall
166. Encontrar las mejores soluciones mediante Focusing. A la escucha de lo sentido en el cuerpo. Bernadette
Lamboy
Serie MAIOR
1. Anatomía Emocional. La estructura de la experiencia somática Stanley Keleman. (9ª ed.)
2. La experiencia somática. Formación de un yo personal. Stanley Keleman. (2ª ed.)
3. Psicoanálisis y análisis corporal de la relación. André Lapierre.
4. Psicodrama. Teoría y práctica. José Agustín Ramírez. (3ª ed.)
5. 14 Aprendizajes vitales. Carlos Alemany (ed.). (13ª ed.)
6. Psique y Soma. Terapia bioenergética. José Agustín Ramírez.
7. Crecer bebiendo del propio pozo. Taller de crecimiento personal. Carlos Rafael Cabarrús, S.J. (12ª
ed.)
8. Las voces del cuerpo. Respiración, sonido y movimiento en el proceso terapéutico. Carolyn J.
Braddock.
9. Para ser uno mismo. De la opacidad a la transparencia. Juan Masiá Clavel
10. Vivencias desde el Enneagrama. Maite Melendo. (3ª ed.)
11. Codependencia. La dependencia controladora. La dependencia sumisa. Dorothy May.
12. Cuaderno de Bitácora, para acompañar caminantes. Guía psico-histórico-espiritual. Carlos Rafael
Cabarrús. (5ª ed.)
13. Del ¡viva los novios! al ¡ya no te aguanto! Para el comienzo de una relación en
pareja y una convivencia más inteligente. Eusebio López. (2ª ed.)
14. La vida maestra. El cotidiano como proceso de realización personal. José María Toro.
15. Los registros del deseo. Del afecto, el amor y otras pasiones. Carlos Domínguez Morano. (2ª ed.)
16. Psicoterapia integradora humanista. Manual para el tratamiento de 33 problemas
psicosensoriales, cognitivos y emocionales. Ana Gimeno-Bayón y Ramón Rosal.
17. Deja que tu cuerpo interprete tus sueños. Eugene T. Gendlin. (2ª ed.)
18. Cómo afrontar los desafíos de la vida. Chris L. Kleinke.
19. El valor terapéutico del humor. Ángel Rz. Idígoras (Ed.). (3ª ed.)
20. Aumenta tu creatividad mental en ocho días. Ron Dalrymple, Ph.D., F.R.C.
21. El hombre, la razón y el instinto. José Mª Porta Tovar.
22. Guía práctica del trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Pistas para su liberación. Bruce M. Hyman y
Cherry Pedrick.
23. La comunidad terapéutica y las adicciones Teoría, Modelo y Método. George De Leon.
24. El humor y el bienestar en las intervenciones clínicas. Waleed A. Salameh y William F. Fry.
25. El manejo de la agresividad. Manual de tratamiento completo para profesionales. Howard Kassinove y
Raymond Chip Tafrate.
26. Agujeros negros de la mente. Claves de salud psíquica. José L. Trechera.
27. Cuerpo, cultura y educación. Jordi Planella Ribera.
28. Reír y aprender. 95 técnicas para emplear el humor en la formación. Doni Tamblyn.
29. Manual práctico de psicoterapia gestalt. Ángeles Martín. (8ª ed.)
30. Más magia de la metáfora. Relatos de sabiduría para aquellas personas que tengan a su cargo la
tarea de Liderar, Influenciar y Motivar. Nick Owen
31. Pensar bien - Sentirse bien. Manual práctico de terapia cognitivo-conductual para niños y
adolescentes. Paul Stallard.
32. Ansiedad y sobreactivación. Guía práctica de entrenamiento en control respiratorio. Pablo Rodríguez
Correa.
33. Amor y violencia. La dimensión afectiva del maltrato. Pepa Horno Goicoechea. (2ª ed.)
34. El pretendido Síndrome de Alienación Parental. Un instrumento que perpetúa el maltrato y la violencia.
Sonia Vaccaro - Consuelo Barea Payueta.
35. La víctima no es culpable. Las estrategias de la violencia. Olga Castanyer (Coord.); Pepa Horno,
Antonio Escudero e Inés Monjas.
36. El tratamiento de los problemas de drogas. Una guía para el terapeuta. Miguel del Nogal. (2ª ed.)
37. Los sueños en psicoterapia gestalt. Teoría y práctica. Ángeles Martín.
38. Medicina y terapia de la risa. Manual. Ramón Mora Ripoll.
39. La dependencia del alcohol. Un camino de crecimiento. Thomas Wallenhorst.
40. El arte de saber alimentarte. Desde la ciencia de la nutrición al arte de la alimentación. Karmelo
Bizkarra.
41. Vivir con plena atención. De la aceptación a la presencia. Vicente Simón.
42. Empatía terapéutica. La compasión del sanador herido. José Carlos Bermejo.
43. Más allá de la Empatía Terapéutica. Una Terapia de Contacto-en-la-Relación. Richard G. Erskine Janet P. Moursund - Rebecca L. Trautmann.
44. El oficio que habitamos. Testimonios y reflexiones de terapeutas gestálticas. Ángeles Martín (Ed.)
,
44
I
O
R
M
A
I
O
Crecimiento personal
C O L E C C I Ó N
Directora: Olga Castanyer
Serendipity: “la facultad de hacer –por casualidad–
descubrimientos afortunados e inesperados”
(Oxford Avanced Dictionary).
Esta colección pretende aportar ideas y reflexiones,
materiales y ejercicios que sirvan directamente para
aquellas personas que trabajan en su propio crecimiento
personal o que ayudan a facilitarlo en otros.
Los contenidos serán variados, teniendo como punto
de mira el de la divulgación de claves psicológicas que
estén al servicio de una mayoría lo más amplia posible.
Desde la Psicología, la Corporalidad y la Espiritualidad
encontraremos sugerencias para que este crecimiento
pueda ser integrador de cuerpo, mente y espíritu.
El estilo “serendípico” pretende fomentar la lectura
reposada, la mirada interior, el asombro... y le invitará
también a que transforme en vivencia lo leído, o a
mantener una actitud de apertura hacia lo gratuito y
–en definitiva– a poder vivir desde la acción de gracias la
realidad del día a día.
Puede consultar aquí la colección completa:
El oficio que habitamos. Testimonios y reflexiones de terapeutas
gestálticas, viene a concluir un proyecto cuyo origen data del
año 1997, cuando celebramos las XV Jornadas de la Asociación
Española de Terapia Gestalt. La idea surge de una mesa redonda,
formada por mujeres, en torno a lo que opinábamos acerca del
enfoque gestáltico y a cómo había sido nuestra integración en un
mundo ocupado mayoritariamente por hombres.
R
Ángeles Martín (Ed.)
A
El oficio que
habitamos
De esa reunión surgió un grupo de trabajo y fue tomando forma
una idea que se ha hecho realidad en este libro: escribir acerca de
nuestra experiencia y camino.
Cada artículo es la expresión de lo que en este momento, o en
algún otro, nos ha preocupado y ocupado a las autoras. Todos ellos
han sido escritos con el deseo de trasmitir algo de lo aprendido
en nuestro recorrido, una parcela de nuestra experiencia en
este enfoque y, por tanto, de nuestra vida: Primero aprendemos,
recibimos, experimentamos, actuamos y, finalmente, transmitimos
todo aquello que a lo largo de los años ha surgido dentro de
nosotras.
ISBN: 978-84-330-2578-4
,!7II4D3-acfhie!
Ángeles Martín González, Licenciada en psicología por la Universidad Complutense de Madrid.
Especialista en psicología Clínica. Se forma en
Medicina Psicosomática en el Hospital Clínico de
Madrid (1970-74). Formada en Terapia Gestalt, es
formadora de terapeutas desde 1977, bajo los auspicios de A. Schnake y F. Huneeus. Es miembro
formador, miembro didacta y miembro de honor
de la Asociación Española de Terapia Gestalt.
Testimonios y reflexiones
de terapeutas gestálticas
El oficio que habitamos
M
Ángeles Martín –Editora–
A través de artículos, ponencias y trabajos presentados en Congresos y Jornadas ha contribuido a la
difusión y expansión de la Gestalt, contagiando el
espíritu de este enfoque.
En este colección ha publicado Cuando me encuentro con el capitán grafio (no) me engancho,
Manual práctico de psicoterapia gestalt y Los
sueños en psicoterapia gestalt.
Desclée De Brouwer
www.edesclee.com
Desclée De Brouwer
Desclée De Brouwer
Desclée De Brouwer
desclée
M
A
I
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