Subido por Mr. Gourmet

La-Sombra-del-egombe-egombe

Anuncio
1 – DESDE EL CORAZÓN Y CON EL PENSAMIENTO
A los cinco hombres de mi vida.
A mi madre imaginaria…
A la tribu de Papá Lelo.
A Beatriz: sanadora de cuerpos y almas.
1
2 - PRÓLOGO
No voy a negar que, desde el momento en que emprendí esta particular
aventura, la inseguridad montara su tienda de campaña en mitad de mi proyecto.
Porque, a excepción de las típicas redacciones de colegio o trabajos de instituto o
facultad, una nunca había aireado la pluma al mundo. No sé si esta historia de mi vida y
de mi gente podrá interesar a alguien; no lo sé, pero lo que sí sé es que he tardado en
gestarla unos cuantos años en los que la he dejado y retomado una y mil veces, según el
ánimo. Y es que a veces me parecía que iba a enganchar al lector como una Allende, un
Vargas Llosa, un García Marquez, o un Cela ¡Una que es así de chula! Y otras, que todo
lo que llevaba escrito acabaría salvando, de las corrientes de aire, los cristales de alguna
puerta tuya o mía.
Le tengo cariño a este hijo amamantado con horas de sueño y estado de ánimo
a la alza o a la baja, al igual que una gráfica de bolsa o un proceso febril.
Le tengo cariño a esta historia familiar que nace en 1936, con la guerra Civil
Española y acaba con la independencia de Guinea Española – hoy Guinea Ecuatorial –
en 1968. Treinta y dos años de la vida de una familia normal y corriente, de las de a pie,
que por azares del destino les tocó vivir “una posguerra feliz”.
La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad es lo que encierra este libro;
aunque, como es natural, los nombres de algunos de los personajes han sido cambiados.
La forma de vida, costumbres y supersticiones de aquella tierra bendita son reales. En
cuanto al rigor histórico, he pasado de puntillas por el respeto que me merece, y lo que
he dejado está sacado de las memorias de mi padre “Ojos de Gato”, el artífice real de
este libro que, una vez, a sus ochenta y dos años, volvió a sentarse frente a su vieja y fiel
compañera máquina de escribir para relatar su larga e intensa vida. Fue un hombre que
luchó por unos ideales, convencido de que llevarían a las generaciones futuras a un
mundo mejor, a sabiendas de que el enemigo era su propio hermano: murió
preguntándose si había merecido la pena tanta sangre derramada.
Soy consciente de que en los tiempos que corremos, las vivencias de una niña en
el seno de una familia de derechas no interese a casi nadie, por no decir a nadie. Aún así;
si decides leer este libro te doy las gracias de antemano confiando en que las criticas sean
constructivas. En cualquier caso si La Sombra del egombe-egombe consigue
engancharte, yo “habré tocado un cuerno de la luna”. ¡Seré feliz!
2
Gudea de Lagash
3 - LO QUE ME CONTARON…
De la talega de su memoria, ha sacado el Cuentacuentos una de tantas historias.
La ha salvado del olvido. Viajando por el mundo, de ciudad, en ciudad, de pueblo en
pueblo y de aldea en aldea. Confundido con el humo del hogar; zambullido en el agua
de las fuentes, de los pozos, de los ríos y del mar.
Transportado por la brisa de la noche y embarullado en aromas de jazmines y
azahar; encantado de narrarte lo que otros han vivido. El Cuentacuentos espera, como
siempre, que le quieras escuchar. Ruge el mar, baten las olas. Y en su refugio del
acantilado, allí, en aquel paraje agreste y escarpado, remembra un pasaje muy, muy
lejano, de un buque, de la mar, del océano…de un mortal que, huyendo del pasado, se
afana en desechar de la memoria episodios de guerra y de revancha.
Del mortal: en su talega conserva su pesar, esos recuerdos de lucha; ya sabes, de
los que hieren el alma. Que una noche cruzando ese océano lanzó a sus aguas negras y
profundas, creyendo, el infeliz, el pobre humano, librarse de este modo de cadenas que
oprimían su alma penitente…
Ese ser extraño y solitario, que gusta de narrarte, aquello que recoge por el mundo.
Te ruega que le escuches como siempre. Lo estoy viendo. ¿No lo ves tú? Te está
haciendo señales con la mano.
Te llama por tu nombre. No, no es el viento ni tampoco el murmullo de la mar.
Te estás equivocando, torpe humano, vuelve la vista hacia el acantilado. ¿Lo ves ya? Es
el Cuentacuentos, no le hagas esperar.
Te aguarda en su refugio. Allí, en aquel paraje agreste y escarpado, donde no
suele llevar a los humanos…
¡Corre! ¡Vuela! Te espera el Cuentacuentos…
3
4 - UNA MUJER Y DOS NIÑOS (AÑO 1936)
Sara y Salvador 001. jpg
Salvador le daba los últimos toques a su particular rey Baltasar, pensando en
cómo le iba a plantear a Sara lo que tenía que decirle… No sabía por dónde empezar: si
decirle primero lo bueno (que por fin le habían ascendido a sargento), o comenzar por
el involuntario cambio de destino a Alcalá de la Selva, a donde sus jefes lo enviaban. Hasta
ahí quizá lo aceptara, pero lo que iba a llevar mal de verdad era la decisión de marchase a
4
Guinea Española. Lo único que tenía seguro era que ninguna de estas dos noticias le iban a
gustar. Vale que no tenía la culpa del cambio de destino a la provincia de Teruel, pero en
cuanto a echar la papeleta para irse con la familia a la quinta puñeta, entre salvajes… Para
tranquilizarse un poco, pensó en el ascenso. Lo habían estado esperando como agua de
mayo, aunque por otro lado sabía que esto implicaba dejar Valencia y lo que era peor, tener
que cerrar el piso.
Apartó de su mente el problema y se centró en lo que estaba haciendo. Aunque no
estaba muy convencido de que los niños se lo tragaran, pero quería intentarlo. Le daba
pena que dejaran de creer en el mágico mundo de la Navidad… Desde que comenzaron las
vacaciones, las preguntas sobre “la cigüeña” y los reyes Magos se disparaban. Se daba
cuenta de que sus persistentes razonamientos sobre la existencia de los Magos, tenían el
mismo poder de convicción que la escoba a la que estaba disfrazando:
- Si solo tienen ocho y nueve años -se dijo, dejando a Baltasar encima de la mesa de
la cocina-. Sé que a la nena le queda muy poco para dejar de creer, pero quiero ver una vez
más la ilusión reflejada en sus ojos…
Se acercó al fogón y se sirvió del puchero aún caliente, una buena taza de achicoria y
empezó a beber a sorbos pequeños, intentando encontrar en la insulsa infusión el intenso
sabor amargo del café. Le pareció estar oyendo la voz de Sara en el comedor siguiéndole el
juego, como siempre:
- ¡Qué bueno está el café! ¿Verdad, preciosa?
Y ella diría…
- Uuummm… qué aroma tiene. ¿De dónde es esta vez, de Brasil o de Colombia?
Ponme un poco más -y él le volvería a llenar la taza con “el agua de fregar”. Pero ahora no
estaba, se había llevado a los niños a ver la cabalgata y esto le vino bien para acabar de
organizar lo planeado. Observó los abalorios de colores, que había pegado en la corona de
cartón pintada de purpurina. Eran de una pulsera de cuentas de cristal, que le compró en la
feria hacía ya un porrón de años, y que la niña le rompió de tanto manosearla.
- Bueno, en la oscuridad y a través de los cristales, tal vez pueda salir bien... y menos
mal que hay algo de espacio para esconderme mientras tiro de la cuerda -murmuró.
Le dio un repaso rápido a su particular Baltasar y lo llevo al comedor. Hacía frío
fuera, y los cristales del balcón se veían empañados por el agradable calorcillo que reinaba
en el hogar.
<<Esas son las ventajas de una casa pequeña; con mantener la cocina de leña
encendida y vigilar que no le falte carbón a la estufa... >>.
5
Abrió una de las hojas de la puerta y un aire helado invadió la estancia. La cerró
como pudo, apoyando a Baltasar en la pared, en donde los restos de un geranio quemado
por el helor del invierno permanecían enganchados a la tierra de una pequeña maceta de
Manises.
- ¡Mierda! ¡Qué frío, hace! -protestó dando pequeños saltos por el balcón, mientras
se frotaba con fuerza los brazos. Agarró al rey de pelo mochado colocándole la corona y
arregló la capa con una vieja colcha que Sara ya no utilizaba. De hecho, siempre estaba
diciendo que la iba a tirar, pero nunca lo hacía; tal vez porque era importante para los
niños cuando querían jugar a valientes caballeros y delicadas princesas. La mortecina luz de
una de las farolas de la calle iluminaba débilmente uno de los motivos bordados en la raída
prenda. Los había visto infinidad de veces, pero nunca se había parado a observarlos tan
detenidamente como ahora… Sobre un fondo púrpura, habían bordado con hilos de
colores un paisaje oriental, en donde una monumental pagoda china arropada por
espectaculares montañas cubiertas de nieve daba la bienvenida a una serie de personajes de
diferente condición social. Un guerrero a caballo escoltaba un palanquín, cuyos cortinajes
permanecían cerrados, indicando el alto rango del ocupante. O tal vez en su interior,
viajaba una delicada doncella a la que llevaban a casa de su señor para celebrar sus
esponsales... El palanquín era transportado por cuatro porteadores, por un camino
serpenteante que conducía a un pequeño puente sobre un río, en el que habían bordado un
pescador lanzando el sedal al agua. La colcha tenía otras escenas de la vida cotidiana del
lejano Oriente y mientras las observaba, pensaba en que no eran muy diferentes a las de
hoy. De pronto, escuchó las campanadas del reloj de la iglesia del Rosario:
-¡Las ocho! Ya me puedo dar prisa. Todavía tengo que sujetarte a la baranda,
Baltasar, y comprobar si, al tirar de la cuerda, aún continúas en pie amigo. Aquí te quedas
sin encender las luces, para que no se descubra el pastel...
Sara caminaba con los niños de la mano. Las luces de los puestos ambulantes
colocados a lo largo de la calle del mercado, iluminaban las figuritas de barro que, junto al
musgo y los portales de corcho, esperaban pacientemente a que alguien se fijara en ellas. El
aire estaba impregnado de dulces aromas navideños: el olor de las castañas asadas y el del
azúcar tostado de las garrapiñadas, hicieron que su estómago protestara de hambre.
- ¡Esperad, que vamos a comprar algo!
6
- ¡Yo quiero garrapiñadas! ¡Mamá, mamá! -chillaba Chito, tirando de la manga del
abrigo a su madre.
- ¡Y yo quiero una manzana de caramelo! -decía Sarita, pegando saltos delante de
Sara, hasta el punto de hacerla tropezar contra el puesto de castañas.
- Está bien, está bien ¡pero parad ya de una vez! -dijo alzando la voz.
Buscando unas monedas en el bolso, Sara pensaba en lo difícil que era llegar a fin
de mes con la nómina de Salvador: ochenta y una pesetas, con las que había que comer,
pagar el colegio y las clases de solfeo de Sarita. Así que raro era el mes que conseguía
guardar algo de dinero y menos aún en estas fechas. Mientras compraba las golosinas,
imaginaba las caritas de sus hijos cuando vieran los regalos de reyes: una Mariquita Pérez
para Sarita y un caballo de cartón para Chito que, traducido a sacrificio, venía a decir: dale
la vuelta a los cuellos de las camisas de Salvador, cose un par de cintas a los vestidos y haz
de ganchillo unos puños nuevos para las mangas de las blusas… y para terminar, compra
achicoria en lugar de café. Y eso es lo que habían estado haciendo durante mucho tiempo
para conseguir esos regalos.
A través de la algarabía de la gente, oyó las campanas de la iglesia dando las ocho. Y
aceleró el paso, aunque era difícil atravesar la riada humana que se había adueñado del
pasillo formado por los puestos navideños, a ambos lados de la calle.
– Glu, glu, glu… ¡Gluuu, glu glu gluuu! -ajeno a las miradas golosas de la gente, un
enorme pavo con un gran moco colgando paseaba orgulloso su rollizo cuerpo por el
improvisado corral, que el pavero había organizado junto a un puesto de baratijas. De vez
en cuando soltaba algún picotazo al aire, para dejar claro a los otros machos quién era el
amo del corral y de las pavas...
-“La Virgen se está peinando entre cortina y cortina” -unos niños cantaban sentados en los
desgastados escalones de un viejo edificio, en cuyo interior la débil luz que salía de la
portería, jugaba al escondite con las sombras-. “Sus cabellos son de oro, y el peine de plata fina”…
-gritaban hasta desgañitarse para hacerse oír por encima del ruido de las zambombas,
carracas y panderetas.
Enfiló la calle Del Rosario llevando casi a rastras al pequeño. Hacía frío. Y un
viento helado se había levantado colándose, sin miramiento, por debajo de los abrigos. Sara
soltó un momento la mano de su hijo para sujetarse la bufanda, empeñada en zafarse de su
cuello.
7
A su alrededor, todo el mundo parecía tener prisa. Un hombre con un gran paquete
en los brazos, tropezó con ellos:
- Perdone, es que no la había visto.
- No tiene importancia, ¡feliz Navidad!
- Gracias, igualmente -respondió él.
Pasaron por delante de una tienda de ultramarinos, de la que salían unos chicos con
la alegría pintada en el rostro. Llevaban, como podían, una enorme cesta navideña con la
que habían sido agraciados en un sorteo. Los vio alejarse y a Sara le vino a la cabeza la
Semana Santa al ver cómo bailaban los chavales los tres pisos de la cesta. Entre traspiés y
traspiés, los vio torcer la esquina y la visión del “dulce paso del turrón y el polvorón”,
desapareció de su vista.
Por fin habían llegado a casa. En el balcón, la silueta de Baltasar se recortaba a la
luz de la farola pero no le preocupaba, los niños estaban demasiado cansados para darse
cuenta de nada.
- ¡Hooolaaa, hooolaaa! ¡Ya estamos aquíííí! -dijo, mientras se quitaba el abrigo
procurando no rozar demasiado la prenda, porque tenía en las manos restos de algodón de
caramelo. Lo colgó junto al tricornio y la capa de Salvador, en el perchero de la entrada.
- Niños, tenéis que colocar las patatas y el agua antes de ir a la cama –les recordó,
mientras rozaba la cara de Sarita con sus labios-. Lavaos las manos y a cenar, ¡que hoy
tenéis que acostaros pronto! –exclamó, al tiempo que dirigía a su marido una mirada furtiva
llena de complicidad.
Mientras freía las patatas y recalentaba la sopa del mediodía, veía a Salvador servirse
un vaso de vino con sifón. Y pensó, como siempre, que era un hombre bueno y hogareño,
con un cierto aire de tristeza en la mirada que a ella le encantaba. Pero su mayor encanto
estaba en su sonrisa; una sonrisa pícara y seductora, a la que sabía sacarle partido cuando
era necesario. La utilizaba como chantaje cada vez que quería finalizar una discusión o
decirle algo que él sabía que no le iba a gustar… Y ahora esa sonrisa la llevaba dibujada en
la cara. Volvió a lo que estaba haciendo esperando el momento…
Y Salvador, con la vista fija en el baile de las patatas a golpe de espumadera, le dio
sin preámbulos las noticias a su mujer. Pensaba que era lo mejor; para qué andarse por las
ramas...
- Tú sabías que esto llegaría tarde o temprano, que era prácticamente imposible que
siguiera destinado en Valencia y menos, que me quedara en el cuartel de Arrancapinos. Ven
aquí... –y la tomó por la cintura, apoyando su cabeza en el hombro, acariciándole el pelo
8
con suavidad como a ella le gustaba. Un rizo de su melena castaña le hizo cosquillas en la
nariz, y lo apartó dejando que sus dedos se enredaran en él –. Seremos igual de felices, ya lo
verás. Además, míralo por el lado bueno, me han ascendido y eso significa ¡subida de
sueldo!
Sara se sorbió los mocos, le miró a los ojos y le besó la punta de la nariz diciendo:
- ¡Bueno, al mal tiempo buena cara! ¡Qué se le va a hacer! Lo importante es estar
juntos y sacar a nuestros hijos adelante –y, secándose las lágrimas con el delantal, volvió al
fogón blandiendo la espumadera... Salvador estaba alucinado porque la cosa no había sido
tan terrible y, en cuanto a la petición de destino a la Colonia de Guinea…, lo más probable
era que no lo hubiera captado, tan preocupada como estaba con la perspectiva de dejar el
hogar.
Después de cenar, aprovechando que los niños estaban ocupados en llenar los
cubos de patatas, cebollas y agua con el fin de alimentar a los agotados camellos de los
Reyes, Salvador salió al balcón para empezar la función...
- ¡Ahora niños, hay que apagar la luz y todos a la cama! ¿Habéis dejado la botella de
anís y el turrón para los reyes? -y antes de que sus hijos pudieran preguntar por su padre,
Sara se adelantó-. Papá ha tenido que ir a ver a Ramón, el vecino de la casa de al lado.
Cuando regrese irá a daros un beso -miró hacia el balcón y vio por entre las cortinas a
medio descorrer, la silueta del amigo Baltasar moverse de un lado a otro. Lo cierto era que
en la oscuridad y con la pobre luz que proyectaba la farola, podría salir bien...
- ¿Quién está ahí? Chissst…Niños callad. Pero si no puede ser… Aún es muy
temprano… - Sara hablaba bajito a la vez que intentaba que Chito se despegara de su
cuerpo. El chiquillo había escondido la cabeza en su regazo y no quería mirar; mientras que
la niña los ojos los tenía como platos, y apenas podía reprimir un grito de alegría.
- ¡Es Baltasar! ¡Está, en el balcón! Chissst, que no nos vea, pues no entraría en casa
para descansar… Y los camellos tampoco –dijo la chiquilla preocupada por espantar a los
magos. A Sara le entraron ganas de echarse a reír imaginando la escena: Salvador agachado,
muerto de frío, soltando tacos a diestro y siniestro mientras tiraba de la cuerda para dar
vida a la escoba.
Y en esa noche mágica, los niños se fueron deprisa a la cama con los corazones
saturados de un batiburrillo de miedos e ilusiones, que hicieron que el duende de los sueños
se las viera y se las deseara para sumergirlos como cada noche en ese mundo en donde
todo es posible... Y soñaron. Tuvieron un sueño extraño. Se encontraban flotando en la
nada y de pronto, se vieron inmersos en un tornado que les hacía girar, como noria
9
enloquecida, y ante ellos desfilaban a una velocidad vertiginosa caballitos de cartón,
Mariquitas Pérez y un montón de juguetes que, con la misma facilidad que rozaban sus
dedos, se alejaban de ellos... Tuvieron un sueño inquieto… Arrastrados por el tornado
pasaron por pueblos y ciudades derruidas, sus calles desiertas tenían un aspecto siniestro.
En las afueras, vieron también interminables filas de seres humanos que colapsaban los
caminos, en un intento de escapar. ¿Escapar de qué y hacia dónde?, se preguntaron los
niños. El duende de los sueños apareció y los tomó de la mano: “Huyen de la locura de la
humanidad, de la intolerancia, de la incomprensión. Huyen de los horrores de la guerra... Y
ahora pequeños, despertaréis y no recordaréis nada de lo soñado esta noche. Ha llegado el
alba y comienza un nuevo día, un día muy especial, el día de Reyes. Vividlo intensamente
porque no sabéis cuándo podréis disfrutar de otro. Se avecinan malos tiempos... malos
tiempos...”, dijo fundiéndose en la bruma de la mañana.
El día seis de enero de mil novecientos treinta y seis, en el hogar de la familia
Camaró, reinaba la alegría. Sentados en la
alfombra, junto a la mesa donde habían
colocado el Belén, Sarita y Chito, cargados de impaciencia, desgarraban literalmente el
papel en que habían sido envueltos sus regalos. Sus ojos brillaron de ilusión cuando vieron
a la Mariquita Pérez y al caballo de cartón. Sara y Salvador, apoyados en el marco de la
puerta del comedor, los contemplaban felices. Ninguno de ellos sabía que era la última
Navidad que iban a pasar los cuatro juntos, en mucho tiempo...
Ninguno imaginaba que jamás volverían a su hogar. Que tras sobrevivir a una
guerra cruel, emprenderían una nueva vida muy lejos de allí...
El pabellón era pequeño y destartalado. Hacía frío en él. La estufa de leña que
había en un rincón del diminuto comedor se encontraba cubierta de polvo y el interior de
su panza, saturada de ceniza. Pensó que lo primero que tendría que hacer era limpiarla y
ponerla en marcha, si no querían morir congelados… Se dirigió a la única ventana de la
estancia con intención de abrirla pero no pudo, porque el postigo de la contraventana se
resistía.
– Seguramente la madera se hinchó, con la lluvia de ayer...
Cansada, se sentó en uno de los baúles de ropa que habían llevado con ellos y allí,
en medio del caos de la mudanza y amparada en la penumbra del cuarto, dio rienda suelta a
10
sus emociones y dejó que sus lágrimas brotaran, sin más. Se sentía cansada y añoraba su
hogar. No le gustaba el pueblo y no sabía si llegaría a adaptarse…
– Da lo mismo -dijo levantándose del baúl–. Mientras sigamos unidos lo demás da
igual... -y decidida a ganar la primera batalla, buscó por toda la casa algo con que abrir la
dichosa ventana...
Los rayos de sol entraron como un torrente invadiendo parte de la estancia, y por
un momento se quedó absorta, observando las minúsculas partículas de polvo suspendidas
en el aire. Se apoyó en el alféizar y, cerrando los ojos, dejó que el agradable calorcillo que
despedía el sol de invierno le acariciara la piel, como a una de las lagartijas que corrían por
las paredes del viejo cuartel. El rebuznar de un burro hizo que saliera de su letargo, abrió
los ojos y contempló el panorama en donde un pequeño huerto sembrado de coles; unos
cuantos árboles frutales desprovistos de hojas y una valla de madera, a la que le faltaban
algunos trozos, aparecían en primer plano. Cerca del barrizal que se había formado tras la
lluvia, unas gallinas cloqueaban al acecho de alguna incauta lombriz que se atreviera a salir
de su oscuro y húmedo mundo. Un acto reflejo le obligó a arrugar la nariz: olía a pocilga.
El olor venía de una cochinera, situada detrás de la huerta. Más allá, pasado un campo de
tierra dormida sin sembrar, aparecía una espléndida arboleda cuya frondosidad le hizo
pensar en la tranquila existencia de sus habitantes, en ocasiones rota por el disparo de algún
cazador y en muchas otras, por los tranquilos buscadores de setas...
-Hola, ¿se puede? -la voz le hizo volver la cabeza–. Soy Eloísa, tu vecina, la del
pabellón de al lado. Mi marido es el guardia Pedrosa -una mujer joven le sonreía
tímidamente desde la puerta. Se encontraba en avanzado estado de gestación y parecía
cansada. Pegado a su falda, un niño de corta edad lloraba desconsolado, a la vez que
mordisqueaba un chupete. Su cara era un “collage” de churretes, hecho de lágrimas, mocos
y restos de comida–. Este es Esteban, mi hijo pequeño, tiene año y medio.
Normalmente
no suele ser tan llorón -dijo como si se excusara-. Pero es que se ha puesto malo de la
garganta y me parece que tiene algo de fiebre… -el niño, que no entendía de embarazos y
sin dejar de llorar, hacía esfuerzos por llamar la atención de la madre. Eloísa, agachándose
con torpeza, lo alzó en brazos y poco a poco, su llanto se fue calmando, hasta quedar
reducido a una rabiosa succión del chupete; como si quisiera engullir el berrinche a través
de la tetina.
- Hola, yo me llamo Sara... Espera, que te busco una silla. Perdona el desorden, es
que llegamos ayer por la noche y...- Eloísa no le dejó acabar la frase.
11
-¡Si ya lo sé mujer!, no te disculpes. ¡Si vieras cómo está mi pabellón! Y eso que
llevo cinco años viviendo en él, pero es que con los críos no consigo tener nada en orden.
Porque tengo dos más, bueno y el que viene en camino… –la mujer dejó al pequeño en el
suelo y este empezó a llorar desconsoladamente-. Empiezas por un lado y cuando acabas
por el otro, está todo otra vez igual...
Hablaba, frotándose las manos en un delantal a cuadros blancos y rojos, adornado
de lamparones de aceite, manchas de tomate y otras medallas que Sara no pudo identificar...
Teniendo el parloteo de la mujer y el llanto del niño como música de fondo, se entretuvo
en observarla más detenidamente: su pelo era negro y lo llevaba recogido en una cola, a
excepción de un rizo rebelde, tan perfecto como un muelle de un somier sin usar. El rizo
bailaba con cada movimiento de su cabeza, en una frente en la que unas diminutas
excoriaciones delataban el paso de la viruela por su piel. Y luego estaba ese halo de tristeza
que emanaba de sus preciosos ojos azules, los cuales, no parecían llevarse nada bien con la
sonrisa que dibujan sus labios... La muchacha siguió hablando como una gramola loca,
hasta que escuchó el sonido de las doce campanadas del reloj, que Sara había colocado en
un clavo olvidado, en una de las paredes del comedor. A la primera campanada, el niño
dejó de llorar y la madre enmudeció. Luego los tres se volvieron y se hizo el silencio.
Casi era la hora de comer y Salvador no tardaría en llegar. Miró a su alrededor y le
gustó lo que vio. Durante toda la mañana, exceptuando la corta visita de su vecina, no
había parado de trabajar. Limpió y puso en marcha la estufa del comedor, fregó y barrió las
habitaciones, acabó de colocar los cuatro muebles que decidieron llevar con ellos y ahora se
encontraba sacando ropa de uno de los baúles. Al abrirlo, el perfume de las manzanas que
había colocado entre la ropa se esparció por toda la habitación. Del fondo del baúl, sacó
con cuidado un marco de fotos, con la fotografía del día de su boda. Allí estaba vestida de
negro, de los pies a la cabeza. La dejó encima de la cama pensando que, de no ser por una
fina hilera de flores salpicadas por el cabello, y por el tímido ramo de lirios que llevaba
entre sus manos, se habría dicho que estaba de luto, y en cierto modo era así, porque los
lutos duraban un año. Daba igual que el pariente fuera directo o no, que tuvieras trato con
él o que no lo hubieras visto en la vida. Siempre había que guardar luto. Algo que le parecía
12
injusto, porque el dolor no sabía de colores, ni de aislarse del mundo durante un cierto
periodo de tiempo:
- El luto se lleva en el corazón -murmuró entre dientes con los ojos puestos en su
marido.
La verdad es que su parecido con el rey era asombroso. Hasta podrían haberle
contratado para hacer de doble de Alfonso XIII en alguna obra de teatro... Él sí que estaba
realmente atractivo con su uniforme de carabinero. Y no ella, que parecía un alma en pena.
Desde luego tenía algo muy claro: no estaba dispuesta a que su hija posara el día de su boda
vestida de luto. Eso lo tenía muy claro.
Ya solo le faltaba colocar la sopera de porcelana blanca sobre el aparador, para darle
el toque final al comedor; la sopera que le regaló Salvador cuando se casaron, junto con
media docena de platos. No es que fuera nada del otro mundo, era una sopera pequeña,
para dos, pero le tenía cariño. Formaba parte de esa serie de cosas, realmente entrañables
que, al colocarlas en un lugar determinado, marcaban la diferencia entre una casa y un
hogar... Y sus ojos se volvieron hacia el reloj, que había sobrevivido a tres generaciones de
Camaró, pensando que algún día, pasaría a su hijo Chito:
- Sí señor, calor de hogar.... –murmuró. Abrió la puerta y esta tropezó contra el
perchero-. Tendré que colocarlo en el pasillo -se dijo, quitándolo del lugar donde se
encontraba. Salió al rellano y se asomó por la baranda que daba al patio del cuartel, allí
estaban sus hijos jugando con otros niños de la casa-. ¡Sarita! -la niña volvió la cabeza hacia
arriba y sonrió a la madre–. Subid a casa, papá no tardará en venir a comer…
- ¿Dónde pongo el tricornio? ¡Saaaraaa! ¿Dónde está el perchero…? -tropezó con el
perchero colocado justo al comienzo del pasillo, y a punto estuvo de perder el equilibrio,
pero tuvo suerte porque solo se estrelló el tricornio, que fue a parar a la cocina, justo a los
pies de su mujer que miraba atónita la escena. Lo recogió del suelo, jurando en arameo-.
¿No hay otro sitio mejor para el perchero? La gente normal lo suele colocar en la entrada dijo con sorna.
- ¡Ah! ¿Es eso? Es que no cabe en el lugar donde “la gente normal” lo suele colocar
-respondió con cierto retintín, al tiempo que sacaba de la sartén el último huevo que le
quedaba por freír–. ¡No te acerques tanto!, que te va a salpicar el aceite y luego me las voy a
ver negras para quitar las manchas de la guerrera. Anda, saca el pan del talego.
13
Sara se dirigió a la fresquera y cortó, de las ristras que tenía colgando, dos morcillas
secas de cebolla y dos de carne; luego cogió un pedazo de tocino ahumado y un trozo de
queso y, colocándolo todo en un plato sobre la mesa, salió al pasillo y llamó a los niños:
- ¡A comer! ¡Venid a lavaros las manos y a comer!
El agua del grifo salía helada y los niños se quejaron. Salvador, alargando a Sarita la
pastilla de jabón “Lagarto”, les dijo:
– No protestéis y dad gracias de que salga agua, porque con este frío lo extraño es
que no se hayan roto las tuberías. Además, pensad en todo lo que tenéis y en la de niños
que carecen de todo… o de casi todo.
- ¿Qué quiere decir carecer, Papá? -preguntó Chito, balanceándose peligrosamente
en el taburete al que se había subido para alcanzar el grifo.
- Quiere decir: que falta esto y lo otro… que no tienes. Debes entender que hay
familias que están mucho peor que nosotros. Aquí no nos falta el pan de cada día, como
dice el Padre nuestro, y por eso hay que dar gracias a Dios. Por eso y porque estamos
sanos, y lo que es aún más importante, porque estamos juntos. Y ahora, deja que te suba las
mangas del jersey, para que no te las mojes -y diciendo esto Salvador, le subió hasta los
codos el jersey de lana color chocolate con rayas amarillas, que Sara había hecho para el
pequeño. Bueno para el pequeño y para toda la familia, porque había comprado tal cantidad
de madejas de lana, todas color chocolate, que ahora iban todos iguales. Y es que Sara, a la
hora de “torear el sueldo”, se las pintaba sola; así que ni corta ni perezosa, antes de
Navidad, le compró a muy buen precio a la señora Concha, la dueña de la mercería “El
Primor”, todas las madejas color chocolate que había recibido con diferente tintada. El
resultado de este nuevo “apretarse el cinturón” fue una monotonía de color en todo lo que
se pudiera tricotar: los calcetines, los jerséis y hasta las colchas de las camas, parecían
salidas de un enorme perol de chocolate...
...…Pasaron los días, como siempre pasan, desde que el mundo es mundo, pero a
ella se le antojaban más lentos y monótonos. Sara, sentada en la mecedora junto a la
ventana, aprovechaba la poca luz que aún quedaba del día para dar las últimas puntadas a
un calcetín de su marido. Levantó la vista del zurcido y se frotó los ojos, cerrándolos unos
segundos. Al abrirlos, su mirada se coló por la ventana, perdiéndose en el infinito.
– Ya está bien por hoy, mañana más -dijo, sacando el calcetín del viejo huevo de
madera, a la vez que se chupaba el dedo índice, de la mano izquierda-. Lo tengo acribillado
de tanto coser. ¡Y tú al costurero! -le dijo al huevo. Luego, mecida por el suave balanceo de
la mecedora y el acompasado tictac del viejo reloj, se quedó dormida...
14
Y soñó con su infancia, en la aldea que la vio nacer. Se veía descalza, entre los
bancales de almendros y naranjos. Bajo sus pies, una alfombra de hierba verde salpicada de
amapolas y florecillas silvestres anunciaba la llegada de la primavera. Todo el campo
aparecía lleno de vida y color. Dos mariposas, posadas en una amapola, copulaban mecidas
por un suave soplo de viento, mientras unos abejorros bailaban alrededor de unas flores de
almendro... Sara, la niña, corría por las estrechas calles empedradas hasta llegar a la plaza de
la iglesia de San Bernardo, para luego bajar los desgastados escalones que conducían a la
fuente secular de la plaza, desapareciendo en el interior de la cueva. Allí, sentada en la
piedra pulida por los años, acercaba los labios al chorro de agua que brotaba de las
entrañas de la tierra, y sumergía los polvorientos pies en el agua fresca. Y era entonces, en
la quietud de aquel lugar, cuando daba rienda suelta a su imaginación…
Un débil haz de luz llegaba hasta el agua atrapada en la pequeña cisterna dibujando
siluetas, que a ella le parecían salidas de una de las historias que el tío Bernardo solía contar
en las noches de invierno, al amor de la lumbre. El bueno del tío conseguía captar la
atención de la gente menuda de la casa durante un buen rato, y de esta forma la tía María,
su mujer, fregaba la loza. Después acercaba una silla de anea junto al fuego y sacaba el
costurero, preparado para repasar una buena montaña de ropa: que si un botón aquí, que si
un “siete” allá... y el tío seguía con su relato, en donde brujas, duendes, dragones, doncellas
y caballeros mantenían ensimismados a tres de sus hijos y a su sobrina, que con apenas
ocho años acunaba a Pascualet, el último “ángel con dientes” que le había mandado Dios...
Y de pronto, como ocurre en los sueños, la niña Sara se ve volando por encima de
la aldea. Es de noche y está nevando, pero ella no siente frío. Los gruesos copos de nieve
se amontonan en los tejados, en las ramas de los árboles y en el suelo. Pasa rozando la
chimenea de una casa y nota el calor que despide la piedra, a la vez que la estela de humo
que escupe su boca la envuelve, dejando en ella olor a leña: olor a calor de hogar... Ahora
planea sobre el pequeño cementerio cubierto de nieve; allí, bajo un viejo olivo, dos cruces
indican el rincón donde duermen sus padres. Vuela hasta ellas y las besa. Luego se arrodilla
ante las lápidas y, apartando la nieve, sus dedos pequeños recorren las letras grabadas en la
piedra y lee los nombres que hay debajo de dos fotografías: Francisco y Evarista. La niña se
abraza a ellas con una sonrisa de media luna dibujada en la cara. Y ríe, y su risa es alegre
como el sonido de un cascabel. Y es que desde las fotografías, Francisco y Evarista le
mandan un beso en un soplo que le roza la piel. Después, Sara remonta el vuelo hasta el
castillo que una vez perteneció a un caballero cristiano y, buscando un hueco en una de las
15
almenas se acurruca en ella, contemplando como tantas otras veces la aldea levantada
piedra a piedra por manos moras, hasta quedarse dormida.
….…Uno, dos, tres. Los golpes en la puerta devuelven a Sara al mundo real. Se
levanta de la mecedora soñolienta, intentando retener en la memoria el extraño sueño que
ha tenido, pero solo le quedan retazos. En el umbral se encuentra Eloísa con Esteban en
brazos. Los ojos enrojecidos, la mirada colmada de tristeza y, asomando por el jersey en
uno de los brazos, un feo moratón. Sin hablar, Sara la hace pasar hasta la cocina y prepara
una tila. Mientras, Eloísa separa una silla de la mesa y se acomoda, dejando un espacio para
su vientre de siete meses de gestación. Durante un rato, ninguna de las dos dice nada, solo
se escucha el tintineo de las cucharillas removiendo en las tazas la tila y las palabras a media
lengua del pequeño. A Sara, la visión de ese golpe le recuerda la marca que los ganaderos
graban a fuego en la piel de las reses para indicar su pertenencia. Y piensa que así es como
debe sentirse Eloísa: como un animal, marcada a golpes por su dueño…
- ¿Por qué no lo dejas y te vas al pueblo con los tuyos? Así no puedes seguir… -dice
Sara, rompiendo el silencio.
- No puedo dejarlo… No es tan malo. Solo me pega cuando bebe. El resto del
tiempo me deja tranquila… Además, mi madre dice que tengo que aguantar. Toda mi
familia dice que tengo que aguantar, que sería un escándalo, y luego están los niños…
Demasiadas bocas que alimentar… No puedo.
- ¿Quieres que mi marido hable con él? Podría decirle…
- No, por favor. Eso empeoraría las cosas. Por favor, no le digas nada…
- Como quieras -dijo Sara-. Ahora, bébete la tila, te sentará bien...
……Un día de primavera. A media noche, cuando el viejo reloj del comedor de la
familia Camaró daba las doce campanadas, los problemas de Eloísa tocaban a su fin,
porque su marido, el guardia Pedrosa, había acabado con ellos pegándoles un tiro en la
sien. Luego, él se pegó otro, introduciéndose el cañón de la pistola en la boca… Todo fue
muy rápido: un par de guardias forzando la puerta de los Pedrosa, gritos de alarma, idas y
venidas de los hombres y mujeres que vivían en la casa cuartel. Y sangre, mucha sangre.
16
Los sesos reventados del hombre salpicaban la pared y la cara de Eloísa, que permanecía a
su lado con el rostro increíblemente relajado. Sara, al mirarla, pensó que de no ser por el
pequeño orificio producido por la bala en su sien izquierda, habría dicho que estaba
dormida… con el cuerpo de lado y el brazo izquierdo medio flexionado cerca de la cabeza,
realmente parecía dormida. El pelo desordenado y el rizo que siempre bailaba sobre su
frente, ahora laxo, sin vida, caía sobre la sien perforada. La bata de un desgastado azul
marino, no conseguía tapar el abultado vientre, cubierto por un camisón de franela que en
otro tiempo, debió de ser verde con flores rosas, pero que con el uso y los lavados,
acabaron en una amalgama sin sentido.
Al fondo del pasillo, tres pares de ojos miraban asustados sin comprender:
Magdalena, la hija mayor de seis años, tenía en brazos al pequeño Esteban; mientras
Sebastián, de tres, buscaba protección detrás de su hermana.
Se llevaron a los niños y alguien trajo a la partera, en un intento de salvar al nonato,
pero nada pudo hacerse: siete meses de gestación no fueron suficientes para plantarle cara a
la vida y tampoco ayudó mucho el tiempo que había pasado desde que el corazón de
Eloísa dejó de latir…
Con el triste recuerdo de Eloísa como telón de fondo, pasaron los días. Las
noticias que trasmitía la radio sobre la estabilidad política no eran muy halagüeñas. Las
huelgas y las manifestaciones se sucedían y nadie era capaz de encontrar una solución.
Y llegó el verano… Un verano de sol y moscas, de botijos, de persianas bajadas en
un intento de engañar al calor y de perros dormitando a la sombra de los portales.
Dormían los perros, los gatos y todo aquello que se movía, pero una vez que el sol se
ponía, la vida volvía a bullir en el pueblo. Entonces, la gente sacaba las sillas a la puerta de
las casas y charlaban: las mujeres, con el ganchillo o haciendo encajes de bolillos; los
hombres, con el botijo de agua fresca o con la bota de vino de la tierra. Ellas hablaban de
recetas, de los hijos y de los líos que había en el pueblo. Ellos hablaban de cosechas, del
calor y de cómo estaba el país… De cuando en cuando, uno pasaba el botijo y otro hacía
rodar la bota de vino, mientras la chiquillería corría por las calles empedradas, entre voces,
risas y trozos de pan moreno con longaniza o “chocolate de tierra”… Era un verano como
otro cualquiera, hasta que estalló la guerra, ese dieciocho de julio del treinta y seis. A partir
17
de entonces ya nada fue igual. Luego los acontecimientos se sucedieron muy deprisa. La
orden de que se presentara con los guardias del cuartel en Mora de Rubielos, les cayó como
un jarro de agua fría. En la casa cuartel se quedaron solas las mujeres, los niños y el único
hombre que habían dejado: el señor Paco, un anciano de setenta y cinco años al que, a
pesar de su edad, no le faltaban arrestos. El buen hombre, de vez en cuando blandía
amenazante el garrote con el que se ayudaba a caminar, asegurando que él solo se bastaba
para luchar en caso de que alguien viniera a enturbiar la paz de “nuestra casa cuartel”. La
monotonía de los días dio paso a la preocupación, y esta, al deseo de tener noticias de los
que se fueron.
No es que sintiera dejar el pueblo por el que pasaron sin gloria, y más bien con
pena. Con mucha pena por el recuerdo del triste final de Eloísa, pero sabía que era el
último bastión de tranquilidad en el que habían vivido, y que a partir de ahora la vida no les
sería tan fácil:
- Tenlo todo preparado. Lo imprescindible. Son tiempos difíciles y lo mejor es ir
ligeros de equipaje… Volveremos a por nuestras cosas. Enviaré a alguien para que venga a
recogeros… Ahora dadme un beso –había dicho.
Y aún estaba esperando.
Lo primero que hizo fue descolgar del clavo del comedor el viejo reloj, después le
siguieron la sopera y la foto de la boda. No podía marcharse sin ellos, eran parte de su
vida; el lazo de unión entre los días felices de un pasado no muy lejano y los inciertos que
quedaban por vivir.
La última tarde del mes de septiembre, llamó a la puerta. Un hombre de boina
calada hasta las cejas, cuyo cuerpo desprendía una mezcla de olor a tabaco y vino de
bodega, cojeando levemente de la pierna izquierda. Le dio una estampa de la Virgen del
Pilar en la que por la parte de atrás habían escrito algo. Reconoció la letra de Salvador. En
ella le decía que confiara en la persona que le acababa de entregar la estampa; que había
cambio de planes y que los llevaría a Teruel y no a Mora. Que estuviera tranquila… Tras un
momento de duda lo dejó pasar. Se presentó como Victoriano, transportista de garrafas de
vino del país, y que al enterarse Salvador de que pasaba por el pueblo, le pidió que a la
vuelta los recogiera y los llevara con él… Sin dejar de explicarse, sacó de un librillo de papel
de fumar una fina hoja, en la que depositó un poco de picadura de tabaco, guardado en un
pequeño saco cerrado por un cordel.
18
- Tengo que llevarlos. Se lo prometí a su marido –dijo tirando del cordel con los
dientes para cerrarlo.
No contestó; lo dejó hablar con los ojos puestos en lo que hacía, como si fuera algo
nuevo para ella. Lo vio mojar con saliva los bordes del papel y sacar un mechero de yesca
mientras pasaban mil disparates por su cabeza que desechó, porque no tenía más remedio
que confiar en él.
- Les tengo que llevar a esta dirección, ¿ve usted? -dijo poniendo sobre la mesa un
trozo de papel con algo escrito que ella no se molestó en leer. Sabía que debía tomar una
decisión y la tomó.
Mientras cargaban la parte de atrás del camión, le contaba lo que sabía…
- No hay por qué preocuparse -decía–. Ya verá como esto será cosa de poco
tiempo. Las noticias que corren son sobre la sublevación del ejército en tierra de moros…
sí, allí por África. Dicen que un tal general Franco se ha rebelado contra el gobierno y está
al mando de ese ejército; también hablan del general Mola, que cuentan, se ha levantado
aquí, en tierra cristiana…. -Sara no entendía nada, no sabía si su marido estaba haciendo lo
que le habían ordenado o por el contrario había tomado él la decisión de dirigirse a
Teruel…
Era de noche cuando llegaron. Un viento frío azotaba las calles colándose en la
cabina del camión. Instintivamente, Sara remetió la manta entre los cuerpos de sus hijos
que, ajenos al frío y al incómodo traqueteo, hacía rato que dormían el sueño de los justos.
Atravesaron varias calles hasta llegar a una estrecha y mal iluminada: “la Calle de la
tristeza”, leyó pensativa… La única luz provenía de un viejo farol enganchado a la pared,
que iluminaba a un rosal trepador plantado en un barril de madera, cerca de la puerta de
entrada de un viejo caserón. El rosal subía por la pared entrelazando sus peladas ramas,
hasta llegar a un balcón, en donde zigzagueaba por entre los barrotes de forja. A Sara, la
visión del rosal le reconfortó el alma, pues a pesar de haber pasado por sus hojas el otoño
seguía erguido, preparado para pasar el crudo invierno que llamaba a la puerta. Con sus
ganas de vivir, era como si le estuviera diciendo: <<“Si yo puedo, tú también. ¡Lucha Sara,
sé fuerte!”...>>.
La dueña de la casa se llamaba doña Angustias. Era doña Angustias una mujer de
mediana edad; entrada en carnes y con un trasero tan grande que, al caminar, sus nalgas se
movían como dos flanes “El Mandarín”. Sus pesadas piernas enfundadas en un par de
medias, rematadas por unos calcetines de lana negros, guardaban unos pies tan pequeños,
19
como los pies vendados de las geishas… La mujer caminaba a pasitos cortos,
bamboleándose como un pesado león de mar.
Una vez trasmitido el santo y seña, la improvisada procesión formada por doña
Angustias, Sara, los niños y Victoriano, recorrieron el largo pasillo cargados con los bultos
que habían traído en el camión. Dos cestos de mimbre con alimentos, dos barreños llenos
de cachivaches de cocina, un par de maletas, un baúl y tres colchones de borra que
arrastró pesadamente el bueno del transportista hasta que la dueña, parándose en seco, se
plantó ante una puerta que abrió al tiempo que decía:
- Este es el cuarto con derecho a cosina y a retrete que ha alquilao su marío –y
continuó diciendo-: Esta e una casa mu respetable y aunque no e el caso, porque utede sois
una familia… -dijo, con expresión interrogante, al tiempo que miraba a Victoriano–. Habei
de sabé que no se admiten visitas femeninas en los cuartos de los hombres, ni tampoco en el
de las mujere. Y ahora les dejo que tengo a la Antonia en la cosina, limpiando lenteja y si no la
echo un ojo, seguro que me sisa un puñao pa dársela
algún desarraigao desos que vienen
pidiendo… ¡Ay Dió mío, cuánto tenemo que aguantá las personas jonradas!
La habitación no era muy grande; con un rápido repaso a la estancia, Sara hizo el
inventario: una cama de dos cuerpos, un camastro de cuerpo y medio, un armario, dos sillas
de anea, un sillón que cojeaba, una mesa camilla con un brasero apagado y un fregadero en
la pared, además de un perchero clavado detrás de la puerta… Con desaliento, se dejó caer
en el sillón, que mostró su disgusto a ser ocupado, inclinándose hacia un lado. Estaba
cansada, deprimida; solo habían pasado unos días desde que Salvador se marchó, pero a
ella le parecía un siglo… Tenía ganas de llorar pero, como siempre, no quería hacerlo
delante de los niños, sabía que si daba rienda suelta a sus emociones no podría parar y eso
no podía permitírselo…
-Mamá… ¡Tengo sueño! –lloriqueaba el pequeño, apoyando la cabeza en el regazo
de su madre.
-¡Y yo también! –exclamó la niña.
-Venga, venga, dejad un momento tranquila a vuestra madre –dijo Victoriano con
vehemencia-. A ver Sara, me gustaría servirle de ayuda, dígame qué puedo hacer.
Sara, que jugaba con los rizos de su hijo, levantó la cabeza y sus ojos se cruzaron
con los del hombre y en ese momento supo que podía confiar en él.
-Estoy muy preocupada, Victoriano, no sé nada de mi marido, ni siquiera le ha
dejado un recado a la casera para mí… Eso no es normal… Igual le ha pasado algo…
20
Está bien, voy a ir al cuartel. No sé lo que tardaré, pues ya sabe que ahora anda la
cosa un poco revuelta, pero no se preocupe, volveré con noticias.
Antes de marcharse, Victoriano colocó los colchones: uno en cada cama y el
tercero, en el suelo. Sara les puso unas sábanas que sacó de un baúl, cubriéndolas luego con
un par de gruesas mantas e hizo que los niños se lavaran las manos y la cara en el fregadero.
El agua estaba fría y los pequeños protestaron pero de nada les sirvió. Haciendo caso
omiso a sus lloriqueos, llenó una palangana de agua en la que humedeció una toalla con la
que les limpió los pies. A continuación, sacó de una de las maletas un par de mudas de ropa
interior y dos pijamas que olían a manzanas. Al final, se durmieron entre sábanas limpias,
con olor a manzana, y la voz de su madre que rezaba por ellos: “Ángel de la guarda… Dulce
compañía, no me desampares… Ni de noche, ni de día, no me dejes solo… Que me perdería”... Sara
desgranaba las palabras lentamente…
Entre sollozos ahogados, las lágrimas le nublaron la vista resbalando por sus
mejillas, hasta llegar a la comisura de los labios: sabían a sal, sabían amargo… Sus lágrimas
sabían a angustia, tristeza, desaliento… a soledad y a abandono… Quería volar, desaparecer
del mundo, perderse en el infinito o en cualquier recóndito lugar de la tierra, donde nadie
la pudiera encontrar. Sara miró a sus hijos. El pequeño dormía plácidamente, rendido por
la fatiga y ajeno a todo; Sarita, en cambio, tenía un sueño inquieto. De vez en cuando, los
músculos de las extremidades de la niña saltaban con brusquedad.
-Parece una marioneta, movida por los fantasmas de la noche… -pensó con
tristeza, agachándose para arropar a su hija, que dormía en el colchón colocado en el suelo.
Luego se dejo caer en el sillón de tres patas, haciendo caso omiso del incómodo balanceo.
Y así se quedó sentada en la oscuridad, esperando que apareciera Salvador; rezándole a la
Virgen del Pilar, para que lo protegiera bajo su manto.
En algún lugar de la casa, alguien movía el dial de una radio intentando captar con
nitidez el boletín de información… Las palabras, las frases entrecortadas, atravesaban las
paredes martilleando sus oídos. Se escuchaban noticias sobre cómo los nacionales
avanzaban en su lucha por reprimir al ejército republicano… O cómo hoy, uno de octubre
de mil novecientos treinta y seis, el general Francisco Franco Bahamonde había sido
proclamado en Burgos Jefe del Gobierno del Estado español y Generalísimo de los
Ejércitos de tierra, mar y aire… De pronto, los partes de guerra quedaron ahogados por la
voz de “la Piqué”, que cantaba una canción cuya letra hablaba de la historia de una mujer,
21
que iba buscando por las tabernas del puerto a su amor: un marinero, sin nombre y con el
pecho tatuado con un nombre de mujer…
-“Él llegó en un barco, de nombre extranjero”… -con voz apagada, Sara iba tarareando la
canción-. “Mira mi pecho tatuado, con este nombre de mujer”…
Las lágrimas volvieron a sus ojos; las mejillas le ardían de lo que había llorado. Se
levantó y buscó un espejo en la bolsa que contenía las cosas de aseo. No quería despertar a
los niños, así que optó por no encender la luz. Rebuscó a ciegas, en uno de los cestos, hasta
dar con un mazo de velas y una caja de fósforos. La débil luz que desprendía la llama, le
bastó para ver en su rostro la piel enrojecida, allí por donde habían resbalado las lágrimas.
Se acercó a la ventana y miró hacia la calle, que aparecía sumida en la oscuridad.
<<La habitación debe dar a la parte de atrás de la casa…>>.
El maullido de un gato en celo la sobresaltó. No sabía explicarlo, pero el lamento
lastimero de los gatos llamando a las hembras le ponía nerviosa.
Cada vez que lo
escuchaba, se le erizaba el vello de los brazos…
“No se preocupe, volveré con noticias… volveré con noticias… noticias…”. Estas
palabras resonaban en su cerebro un día y otro, desde aquella noche en que Victoriano
prometió volver para contarle algo de su marido… Pero aún no había dado señales de vida;
empezaba a pensar que se había olvidado de ellos o quizás estaba en apuros… De pronto,
escuchó algo. Ahogó la respiración y ladeó la cabeza. Había sido su imaginación o ¿alguien
había dado con los nudillos en la puerta?
-Sara, Sara –reconoció la voz de Victoriano, que la llamaba a media voz. Giró la
llave en la cerradura y la puerta se abrió, emitiendo un ruido ronco. Todo estaba en
penumbras. La escasa luz que llegaba del fondo del pasillo, hacía adivinar la silueta del
hombre, apoyado en el quicio de la puerta.
-Pase, no se quede ahí –dijo a la vez que la cerraba-. Gracias a Dios que ha venido.
Empezaba a pensar que algo le había ocurrido… ¿sabe algo de mi marido?
-Está aquí, en Teruel, en el hospital de campaña. Pero no se asuste, que no es grave:
una bala del lado republicano le atravesó el hombro… Ha tenido suerte, un poco más abajo
y no lo cuenta –mientras hablaba, el hombre descargó de su espalda un saco que dejó al
22
lado del fregadero-. Le he traído un poco de carbón para el brasero; esta habitación está
helada –dijo, agachándose al lado de la mesa camilla.
Sara le veía maniobrar, pero en realidad no prestaba atención a lo que hacía… Se
sentó en una silla, sentía que la cabeza se le iba y comenzó a sollozar… Victoriano, que
ahora había sacado el brasero para meterle unos trozos de carbón, le explicó cómo
Salvador, incumpliendo la orden que le dieron, se pasó al bando contrario.
-¿Cuándo podré verlo? – lo que menos le importaba en ese momento era en qué
lado estaba; solo quería saber si se encontraba bien.
-Mañana. Yo mismo la acompañaré –dijo, acabando de colocar los últimos trozos
de periódico entre las astillas de madera repartidas entre el carbón
-Gracias… Victoriano, ¿por qué hace esto?
-Salvador y yo somos amigos desde hace tiempo... – ahora enciende una cerilla y
prende el centro del brasero-. Cuando el desastre en Marruecos… me salvó la vida… Sara le observa. Sus ojos permanecen fijos en los carbones que poco a poco se van
tornando de un color rojo grana –. Y eso no lo olvidaré mientras viva…
-Sé escuchar, pero si prefieres no contármelo lo entenderé…
Se daba cuenta de que de pronto se trataban como si se conocieran de toda la vida.
Victoriano siguió hablando…
-Yo no quería ir… pero tuve tan mala suerte que me tocó la bola negra en el sorteo
y me mandaron al matadero, a mí y a muchos otros, sin importarles lo más mínimo nuestra
opinión. Nos arrancaron de la tierra que nos vio nacer y de nuestras familias… Hombres
de Castilla, de Extremadura, de Andalucía… Todos nos vimos inmersos en una lucha
absurda por un imperio de fantasía… España se hundía en la pobreza, pero eso no
importaba, por encima estaban los intereses políticos y económicos de algunos… Los
disturbios se sucedían en los puertos porque aquello estaba abocado al desastre.
-No sigas si no quieres. Entiendo que te resulte difícil revivir todo aquello; de
verdad, no es necesario que sigas. Me basta con lo que me has contado para entender por
qué estás a nuestro lado… -De pronto se encontró hablándole de tú, aunque no pareció
darse cuenta porque era como si estuviera en otro mundo.
-Nos dispersaron por todo el territorio ocupado. Algunas posiciones tenían cerca
de mil hombres, pero la mayoría estaba formada por pequeñas guarniciones, “los blocaos”,
le llamaban… El diecisiete de julio, las arkas…
-¿Qué son las arkas?
23
-Son partidas de guerreros pertenecientes a diferentes cábilas; tribus, para que lo
entiendas. Como te decía, las arkas de Ammart, Beni, Ketama y otros muchas, atacaron por
sorpresa a todas nuestras posiciones…
-Continua…-le dijo.
El hombre que tenía delante no era el mismo que había conocido unos días atrás.
Un hombre de mirada noble, rudas maneras y parco en palabras, que ahora se expresaba
de otra manera. Y ella le dejó contar todo aquello que necesitaba contar
-Luego cayó Igueriben –dijo, bajando la voz–. Había quedado cercado… se había
mandado una columna de tres mil hombres para la liberación del destacamento y nada
pudo hacerse. Los que tuvieron más suerte perdieron la vida en la batalla… el resto fue
sitiado con el fin de conseguir su rendición… Sufrieron la terrible tortura de la sed, hasta el
punto de que se bebieron el jugo de las latas de conserva; después, la tinta de los
escribientes… y al final la orina endulzada con azúcar… -Victoriano se acercó al fregadero
y, abriendo el grifo, dejó que corriera el agua. Estaba helada, pero él mantuvo la mano bajo
el chorro un buen rato sin importarle los pinchazos que recorrían las yemas de sus dedo.
Ahora, el sonido del agua al caer era lo único que rompía el silencio en la
habitación. Sara dirigió la mirada hacia donde dormían sus hijos, ajenos a los problemas del
mundo, y deseó que no despertaran hasta que la guerra hubiera acabado: “Al despertar
creerían que habían tenido un mal sueño y nada más…”.
Cerró el grifo y fue a sentarse junto a la mesa camilla, reanudando su relato.
-Tras la tortura de la sed, casi toda la guarnición, que estaba formada por
ochocientos hombres, fue pasada a cuchillo… Solo sobrevivieron veinticinco a la
matanza… Cuando llegaron a Annual, dieciséis de esos hombres habían llegado al límite de
sus fuerzas y murieron también…
-¿Tú eras uno de ellos?
-No, Salvador y yo nos encontrábamos en Annual; los vimos llegar exhaustos,
cadavéricos, exhalando el olor de la muerte que llevaban pegado en la piel… Luego nos
ordenaron iniciar la retirada con disciplina, sin olvidar lo que éramos, decían: “soldados de
España”. Pero los hombres, presos de pánico, salieron en desbandada y nosotros con ellos,
era un caos total; la disciplina militar había dado paso al “sálvese quien pueda”. Corríamos
por el desfiladero de Izumar, sin darnos cuenta de que nos metíamos en la boca del lobo…
Los moros desde arriba disparaban dando en el blanco con toda facilidad… Los caídos se
amontonaban impidiendo el paso a los que aún conservábamos la vida… De pronto, me vi
envuelto en la maraña humana que taponaba casi en su totalidad la salida del desfiladero. El
24
dolor era insoportable. Bajo el peso de las botas sentía mis huesos crujir y los músculos
desgarrándose… El polvo y la sangre taponaban mi garganta, y mis pulmones luchaban al
límite por una pizca de aire. Al final las fuerzas me faltaron y me abandoné a mi suerte.
Cuando desperté, me encontraba en Melilla, con el cuerpo hecho mixtos, y sin saber cómo
había llegado hasta allí. Indagué sin éxito a todo el que pasaba por mi lado, hasta que un día
alguien me describió a la persona que me había salvado la vida y el mensaje que había
dejado para mí: Si vive, dile estas palabras “cabeza de jabalí”, sabrá quién soy….
-¿…?
-Era el mote que le pusimos a un compañero, por la gran cantidad de pelo que
cubría su cuerpo, y los ojos pequeños y huidizos que se perdían a ambos lados de su
enorme nariz. En resumidas cuentas, que estoy en este mundo por Salvador, y eso no lo
olvidaré mientras viva. Además, usted y los niños me necesitan… ¡No se hable más! -dijo
con una sonrisa dibujada en la cara–. Y ahora, ¿tiene algo para avivar el fuego?
Sara rebuscó en uno de los barreños y le tendió un abanico de esparto.
-¿A qué hora parará a recogernos? –se dio cuenta que había vuelto a hablarle de
usted.
-A las nueve estaré aquí –dijo abanicando el carbón. Una pequeña llama azulada,
casi imperceptible, le indicó que el brasero estaba en marcha. Volvió a darle unos cuantos
golpes de abanico, cuidando que no se escaparan demasiadas chispas del brasero, y lo
colocó debajo de la mesa camilla.
-No he querido ponerle mucho carbón; solo lo justo para que desaparezca este
helor…
Sara le cortó.
-No se preocupe, sé manejar perfectamente un brasero…
-Bueno y ahora me tengo que marchar. Mañana pasaré a recogerles a las nueve.
-Victoriano, estoy pensando que… ¿por qué no dejamos los formalismos a un lado
y nos hablamos como amigos?, ¿qué te parece? –dijo, mientras le estrechaba la mano.
Y él sonrió diciendo: -Hasta mañana Sara, que descanséis.
Los flecos de la manta le rozaron la nariz, provocándole un cosquilleo que le hizo
estornudar. Abrió los ojos y lo primero que vio, fue un pedazo de cielo gris colándose
por la ventana. Con la mirada clavada en una pequeña nube algodonada, murmuró
25
“Salvador…”, al tiempo que se tumbaba boca abajo. Sus manos peinaron el aire
buscando el despertador:
-¡Las ocho menos cinco! ¡Este trasto no ha sonado a las siete…! ¡Niños! - gritó
mientras se ponía de pie de un brinco –, ¡levantaos!, que tenemos que ir a ver a papá, que
está en el hospital…- dijo, a la vez que ponía agua a hervir para preparar una infusión de
manzanilla; eso y un poco de pan con aceite era todo lo que podía darles a sus hijos para
desayunar. No podía esperar al lechero, hacía tiempo que había dejado de esperarle…
Victoriano paró el camión frente a un edificio de paredes sucias y desconchadas. Se
trataba de una vieja fábrica de… Sara no prestaba atención a las explicaciones de su
amigo. Tenía bastante con lo que veía: el paisaje era desolador; por todas partes
aparecían vehículos militares y ambulancias, aparcados en lo que en otro tiempo debió
ser un jardín. La escalinata que conducía a la puerta principal se hallaba atestada de gente
que iba y venía: militares, monjas, enfermeras, heridos y camilleros corrían de un lado a
otro.
– Igual que las hormigas cuando advierten el peligro en el hormiguero… -se dijo.
Tras besar a los niños, se adentró en el reguero de gente preguntando a unos y a
otros por Salvador, pero nadie sabía nada. Caminaba por los largos pasillos, aterida de frío
y mareada por el olor a desinfectante. Torció una esquina y apareció ante una habitación
llena de cajas de embalaje y material sanitario. Se apoyó en una de ellas sintiendo que una
extraña sensación le invadía… ¡El silencio, era el silencio! No se escuchaban lamentos, ni
gritos, ni órdenes. No había gente, solo el silencio y ella…
-¿Se encuentra mejor? – la voz le llegaba lejana. Era una voz cálida, relajante… Sara
abrió los ojos y vio una silueta a contra luz, recortada por un halo.
-Como el que lleva la Virgen…- dijo, con una voz a penas inaudible.
- ¿Cómo dice? Soy la hermana Ángela – dijo la monja, tomándole una mano entre
las suyas –. Vine a buscar unos inyectables cuando la vi tirada en el suelo…- y continuó -:
ha sufrido un desvanecimiento…
- Creí que había muerto y que estaba en el cielo… Creí que la voz que escuchaba
era la de la Virgen…- dijo Sara, intentando incorporarse.
26
- ¡Pero niña, qué cosas se te ocurren! – la hermana Ángela la miraba divertida–. ¡Te
aseguro que me queda mucho camino por recorrer para ganarme un escaloncito en el cielo!
Así que, querida niña, ni te digo lo que sería para parecerme a la Virgen… Anda, levanta y
cuéntame qué te trae por aquí – dijo, a la vez que se atusaba la toca con las manos. Sara la
observaba, mientras pensaba en lo incómodo que debía ser ese hábito, sobre todo en el
verano. Y luego estaba la toca; tan almidonada, sujeta alrededor del cuello y cubriéndole la
cabeza para acabar en esos incómodos picos que le recordaban a las velas izadas de un
velero.
- Busco a mi marido…- empezó diciendo. Y sin saber cómo, le contó íntegro el
capítulo de su vida, desde cuando destinaron a Salvador fuera de Valencia, hasta el
momento en que se desmayó.
- Por lo que me dices, no está herido de gravedad. Ven conmigo,
Atravesaron un par de pasillos que a Sara se le hicieron interminables; torcieron a la
izquierda y luego a la derecha, para acabar ante una puerta de doble hoja.
-Espera aquí un momento - dijo la hermana Ángela, dejándola acompañada por el
ruido de los goznes de la puerta.
No supo el tiempo que pasó, pero le parecieron horas…
¿Lo ha encontrado? –dijo angustiada
-Tu marido está aquí y quítate esa cara de preocupación, que no es grave. Entra y
pregunta por la hermana Dominica, ella te indicará dónde encontrarle.
- Gracias – dijo abrazándola.
- ¡Te vas a poner perdida; voy llena de sangre y polvo!
- Da igual - y la abrazó otra vez.
Con el corazón en un puño, Sara se plantó delante de la puerta. Se oían voces,
risas, y pensó que era estupendo que aún quedara gente con ganas de reír. Y ella, sin
conocerlos, les estaba agradecida porque por unos instantes había olvidado dónde estaba…
<< ¡Ja!, tenía gracia; ya no necesitaba a la hermana Dominica, para encontrar a su
marido…>>
A la altura de la cuarta cama, estaba Salvador, con el brazo en cabestrillo, charlando
animadamente con una pizpireta enfermera ocupada en hacerle la cama.
<<Debía de ser muy gracioso lo que le contaba a la “enfermerita,” porque esta no paraba
de reír…>>
-¡Salvador! A medida que se acercaba, aumentaba su confusión; no sabía si reír o
llorar. No sabía si comérselo a besos o darle un bofetón…
27
<<Da igual en cuanto me mire lo sabré…>>
- ¡Cariño!… ¡Cariño mío! – y, rodeando su cintura con el brazo derecho, la
estrechó contra su pecho y la besó.
- Estaba tan preocupada… Presentía que algo te había pasado… - Sara no quería
llorar; no quería que “la enfermerita” la viera llorar…
- Estoy bien, estoy bien, solo es una herida superficial… ¿y los niños?
- Están fuera. Victoriano se quedó con ellos…
- Entonces están en buenas manos. Por cierto cariño, te voy a presentar a Isabel, es
la hermana pequeña de Victoriano… -Sara quería que se la tragara la tierra, pues sabía que
la muchacha había notado su contrariedad al verla parloteando con su marido.
- Hola, ya veo que mi hermano no te ha hablado de mí.
<<Físicamente no se parece en nada a Victoriano, sin embargo, tiene la misma mirada
noble… ¡Dios, qué vergüenza!>>.
En medio de los pensamientos de Sara flotaba la voz de Isabel:
- Bueno, y ahora os dejo, que tengo que seguir con mi trabajo. Y ya sabes Sara,
cuando me necesites no dudes en buscarme. Toma, esta es mi dirección – dijo, escribiendo
algo en un trozo de hoja de inventario que arrancó de una libreta. Y la vieron alejarse por el
pasillo de la sala, parándose, en una cama sí y en otra también.
<<Pero qué ridícula me siento… Creerá que soy una histérica; una inmadura… >>.
- Venga cariño, que no es para tanto - parecía como si Salvador le leyera el
pensamiento –. La culpa ha sido mía por no hablarte nunca de Victoriano… Bueno, pero
dejemos ya esta tontería. Háblame de ti y de los niños. ¿Cómo estáis? Sé que no es
agradable vivir en una habitación de realquilados y que no es nada fácil la vida ahí fuera,
pero no podemos echar marcha atrás… Créeme si te digo que ocupáis todo mi corazón y
que os llevo siempre en el pensamiento… Tened paciencia, esto acabará pronto, ya verás, y
entonces… - Sara no le dejó terminar. Sentándose en la cama dio unas palmadas sobre las
sabanas.
- ¡Chiiiiisss! Calla y ven a sentarte aquí conmigo. No te preocupes, estamos bien. Tú
no te preocupes por nada, solo quiero que te cures enseguida. Esto acabará antes de que
llegue la primavera… Ya lo verás…
Se hablaban sin mirarse a los ojos: él mantenía la vista en una loseta del suelo, que
sabía que estaba suelta y ella, en la escarapela prendida en el capote de su marido, que
alguien había colgado en un gancho de la pared. Levantándose de la cama se acercó al
28
capote y observó con atención el emblema: se trataba de una calavera sobre las iniciales G y
C entrelazadas sobre fondo negro.
- …….
- Es un distintivo, para identificarnos más fácilmente…
- ¿… ?
- Como bien sabes, desobedecí la orden de dirigirme a Mora de Rubielos… Creí, y
estoy convencido de ello, que mi sitio estaba en este lado y te aseguro que no estoy
arrepentido. No sé si al final de la contienda seremos los vencedores o los vencidos; pero sí
sé que lo que estoy haciendo es lo correcto… - decía, mientras pasaba los dedos por la
escarapela. La Monarquía, la República…, todo ha sido un fracaso. Luchamos y caímos
como moscas en Marruecos; derramamos nuestra sangre inútilmente, solo para satisfacer
los delirios de gloria de algunos señoritingos. La gente se moría de hambre, pero eso no
importaba, había que jugar a la guerra al precio que fuera… Y luego la República, con su
interminable lista de gobiernos: ahora uno, luego otro, y otro, y otro… ¡para nada! - Sara
escuchaba en silencio… -. ¡Más hambre, más gente desesperada, más sin Dios…! Me siento
estafado por ambos lados; mi fidelidad tanto a la Monarquía como a la República se la han
pasado por el forro, así que creo que me he ganado el derecho a elegir libremente la causa
por la que voy luchar…- se volvió hacia Sara y le cogió una mano, poniéndosela en su
corazón –. Confía en mí, solo quiero que nuestros hijos vivan en paz y tengan un plato
caliente cada día. Quiero que crezcan creyendo que existe Dios, a pesar de todas las
maldades que rodea al hombre… maldades de las que solamente nosotros somos culpables,
pero es más cómodo acallar nuestras conciencias diciendo que es problema de Dios, que
para eso es todo poderoso…
- Espero que estés en lo cierto y no tengamos que arrepentirnos cuando todo haya
acabado… de todas formas, sabes que siempre estaré a tu lado pase lo que pase… pero aún
no me has dicho lo que significa la escarapela… - dijo con el capote en la mano.
- Pertenezco a un grupo especial de la Guardia Civil. Somos una unidad de choque
de primera línea, que está al mando del capitán Oliete Navarro. Cuando llegamos a Teruel
nos enteramos de que estaban pidiendo voluntarios para sustituir a los compañeros que por
una u otra circunstancia, no reunían el perfil adecuado para permanecer en primera línea:
unos porque eran mayores, otros por estar casados o enfermos... La gran mayoría de mis
compañeros son jóvenes y solteros; el primer requisito lo cumplo, pero ya sé que el
segundo no, pues os tengo a vosotros… Ese emblema nos identifica más fácilmente. La
29
llevamos cosida a los uniformes y a cualquier prenda de abrigo que nos pongamos… El
llevarla nos levanta la moral y nos hace recordar por qué luchamos… ¿Estás enfadada?
-…
- Sé qué crees que no me importáis, puesto que me presenté voluntario estando
casado, pero eso no es cierto… os quiero mucho; sois toda mi vida… Yo… - Sara soltó el
capote y se acercó a la cama. Rodeándole el cuello con los brazos, atrajo su cabeza contra
su pecho y le besó en la frente una y otra vez…
La recuperación de Salvador fue más rápida de lo que Sara hubiese querido. Un día,
él volvió al frente y ella se quedó sola, con los niños en aquella odiosa habitación de
realquilada con derecho a cocina y retrete. Victoriano venía de vez en cuando con las
manos llenas de subsistencias y algún que otro capricho difícil de conseguir en esos días:
mantequilla, café, azúcar… y entre las golosinas, aparecía algún frasco de colonia y pastillas
de jabón de olor…
-No sé cómo voy a pagarte esto… - le decía, con la mirada agradecida.
-No tienes por qué - le contestaba con la entrega incondicional de un perro fiel
reflejada en sus ojos -. Si esto me lo he encontrado por ahí, con una nota que ponía: “de
los Reyes Magos para Sara y los niños” -. Bueno…te cobraré una sonrisa, de esas de las
tuyas.
Y ella le sonrió, dejando a un lado la tristeza. Cuando se marchó su particular ángel
de la guarda, decidió hacer inventario de los víveres que le quedaban.
<< ¿Por cuánto tiempo?>>
Un, dos, tres… Tres latas de sardinas; un kilo de lentejas, contando las piedras y los
gusanos; un kilo de arroz; una hogaza y dos chuscos de pan moreno; un litro de aceite;
ocho patatas florecidas; cuatro chorizos y un pedazo de tocino curado; medio kilo de malta;
el azúcar, el café y la mantequilla que acababa de traer Victoriano; manzanilla, la que queda
en la lata… - iba enumerando en voz alta los alimentos que Salvador le había enviado con
su amigo, antes de volver al frente. No era mucho lo que tenía, pero era consciente de que
en la casa otros estaban pasándolo peor, como Doña Remedios. Y volvió a revivir el
azoramiento de la pobre mujer, cuando entró en la cocina y la pilló comiendo de las
lentejas que había puesto al fuego…
30
<< ¡Si estaban crudas, Dios mío!>>
-Es que me parecía que olían a quemado… Creí que se habían quemado y por eso las
estaba probando…
Veía la cara de la mujer con los ojos fijos en los desportillados azulejos del fregadero
y la fricción de esas manos de rancio abolengo; pálidas, huesudas..., con las venas
transparentes como alas de mariposas. Sentía cómo le invadía la vergüenza porque había
descubierto su secreto: hacía mucho tiempo que pasaba hambre. Un hambre atroz, que le
hacía cocer cuando nadie la veía, las mondas de patatas que los otros realquilados
desechaban… Ahora entendía la desaparición de los posos de malta del colador, que una
noche dejó olvidado en la cocina: se levantó de la cama para recuperar el chisme y fue
cuando la vio allí, de pie delante del fregadero. La luz de la luna entraba por la ventana y
dibujaba su exigua silueta en la oscuridad de la cocina; parecía un alma en pena con el
cabello desordenado sobre los hombros y el camisón flotando a su alrededor…
Cada día se hacía más difícil vivir en la ciudad. El fuego de la artillería, el rugir de los
motores de los aviones a su paso por el cielo de Teruel, y las sirenas alertando a la
población de un nuevo bombardeo, se había convertido en algo cotidiano para sus
habitantes. La ciudad parecía un fantasma, mostrando el sudario de casas derruidas. Solo el
frío viento, con sus ráfagas cortantes como cuchillas, y su agorero ulular como compañero,
se atrevía a pasear por callejones, calles y plazas… De vez en cuando se veía a alguien que
caminaba por la calle con el cuerpo perdido en el abrigo y la falta de puchero caliente
reflejado en la cara.
Con el paso acelerado, Sara, con los niños de la mano, atravesaba la plaza “Del
Torico” en dirección a la calle de la Tristeza. Así la había bautizado la noche en que
llegaron, donde no sabía el ambiente que se iba a encontrar, pues había notado que
últimamente la dueña le miraba mal… y no era por dinero, porque desde el primer día no
había dejado de pagar el alquiler ni un solo mes, así que intuía que era algo más serio...
<<Tiene que ver con Salvador, seguro…>>.
Las sirenas empezaron a sonar advirtiendo de la visita de los aviones cargados con
sus regalos de cortesía: unas hermosas bombas que dejarían caer desde el cielo, confiando
31
en que nadie se quedara sin catarlas… Agarrando con fuerza las muñecas de sus hijos, echó
a correr limitada por las cortas piernas de los niños. Ahora los aviones estaban por encima
de sus cabezas, y aún les quedaba por recorrer la mitad del camino hasta llegar a los
soportales del otro lado. Se encontraban junto al monumento que daba nombre a la plaza:
una columna que soportaba, en su capitel, a un pequeño toro. Luego todo pasó muy
rápido: el llanto de los niños… el latido de su corazón desbocado por el miedo en los
oídos… el atronador ruido de las bombas al estallar… La metralla silbaba sin parar y no fue
capaz de seguir adelante. Con un brusco empujón los hizo caer al suelo, echándose encima
a modo de escudo; era lo único que podía hacer por ellos…Los cañones tronaban y los
edificios aparecían envueltos en llamas. Escuchó un proyectil que venía enfilado hacia ella
así que cerró los ojos y preparó su alma para el encuentro final apretando su cuerpo
contra sus hijos hasta casi asfixiarlos, en un desesperado intento de protección, aunque
sabía si eso sería suficiente cuando la metralla impactara en el blanco. Un segundo, dos,
tres…Sara levantó la cabeza, el proyectil milagrosamente solo había rozado la columna, y
pegó un tirón de los chiquillos, corriendo los últimos metros que le quedaban para alcanzar
los soportales. Una vez allí, se pararon para tomar aliento. Los niños, entre llantos, le
suplicaban que parara de correr y ella los abrazaba diciéndoles que era imposible si no
querían morir… Entonces Sarita, tomando de la mano a su hermano, dijo:
-Vamos mamá, tenemos que llegar hasta un refugio… -y Sara, asomándose al
balcón de sus ojos de niña, llegó a tiempo para ver cómo su alma de nena se escondía en lo
más profundo de su ser, empujada por una prematura madurez de mujer.
Con la esperanza de no escuchar más que el silencio, apenas respiraban… el peligro
había pasado hasta la próxima incursión.
Con manos temblorosas y ese nudo en la garganta que desde hacía tiempo no le
abandonaba, limpió como pudo la sangre de las magulladas rodillas de su hijo con el borde
del pañuelo mojado en saliva.
La plaza comenzó a revivir lentamente. La gente que había estado resguardada en
los refugios, salía a la calle para volver a sus casas. Alguien le preguntó si estaban bien y si
podía hacer algo por ellos… Ella negó con la cabeza y le dedicó una triste sonrisa. Ese
alguien dijo:
- Aunque triste, es una sonrisa… - y tras acariciar la mejilla de la niña, le dijo adiós.
<<Victoriano me dijo lo mismo… Tendría que haberme quedado en casa de Isabel
y no haberme aventurado con los nenes por la calle… o mejor aún, si hubiera tenido en
quién confiar en esa maldita casa de realquilada, los niños no habrían pasado por esto…
32
pero necesitaba ese jarabe para la tos de Chito… ¡el jarabe!>>. Rebuscó en el fondo del
bolsillo del abrigo, temiendo que se hubiera roto, pero allí estaba la botella. <<El bolsillo
es de paño grueso y ha debido de amortiguar el golpe…>>
Por más que golpeaba la puerta, nadie acudía a su llamada…
- ¡Déjenme entrar, por favor!... - gritaba desesperada.
- ¡Que se marche, que e uté familia de picoletos*, y yo no quiero líos, que los “rojo”
etán mu cerca! ¡Fuera! – gritaba la señora Angustias, desde una ventana.
- ¡Por favor, no tengo adónde ir…! Déjeme al menos hasta mañana; hágalo por los
niños…
La ventana se cerró y Sara, con el alma en vilo, esperó la reacción de la mujer, que
no tardó mucho en abrir la puerta…
- Lo hago por los niños y porque nunca ha sido morosa en er pago del alquilé, pero
mañana por la mañana los quiero fuera, que ya le he dicho que no quiero complicasiones –
dijo, con el ceño fruncido.
- Gracias… Vamos niños, entrad.
Picoletos*: forma coloquial de llamar a los hombres de La Guardia Civil
En el brasero solo quedaban rescoldos, que se apresuró a remover para reavivar las
brasas. Luego, dejando a Sarita al cuidado del niño y tras advertirles lo peligroso que era
tocar el brasero, salió con una enorme olla de agua fría en dirección a la cocina. Tenía que
calentar el agua si querían lavarse un poco. Más tarde, cuando sus hijos estuvieran metidos
en la cama, podría empezar a pensar en el siguiente paso.
Acompañada de sus pensamientos y la gran olla, Sara llegó a la cocina y descargó en
un fogón el recipiente. Atareada como estaba en encender el fuego, no se percató de que
no estaba sola. En el ángulo más oscuro de la cocina, amparado por las sombras, alguien
seguía sus movimientos:
- Deja que te ayude… - Sara dio un respingo, la voz le había dado un susto de
muerte. Del ángulo oscuro salió un hombre de unos treinta y pocos años. Era alto, moreno
33
y de facciones agradables. Le quitó las astillas que llevaba en la mano y continuó con el
ritual para calentar la olla.
- Esta noche empaquetarás lo que te sea más necesario y mañana a primera hora
vendrá Victoriano a recogeros. Os llevará a la estación y os meterá en un tren militar que os
conducirá hasta un lugar seguro.
- ¿Quién eres? - dijo con desconfianza -, ¿y por qué me quieres ayudar? - ahora el
hombre, que había sacado un cigarrillo de uno de los bolsillos de su pantalón de pana, la
miraba fijamente a los ojos –. Nos hemos visto alguna vez por los pasillos, pero nunca
cruzamos una palabra… ¿y de pronto te preocupas por nosotros?
Está bien, me llamo Martín y soy guardia civil y, al igual que tu marido, pertenezco
a la orden de “La Calavera”. Voy de paisano y estoy en esta casa por mandato de mis
superiores. Mi relación con Victoriano y con Salvador es de amistad y de trabajo. Los rojos
están a las puertas de Teruel y no podemos perder más tiempo.
- ¿Por qué tengo que creerte?
- Porque no tienes más remedio y por esto – dijo, al tiempo que se levantaba la ropa
de cintura para arriba. En mitad del pecho tenía tatuado el emblema de la Guardia de la
Calavera.
- ¿Nos volveremos a ver?
- Solo Dios lo sabe – contestó, mientras le estrechaba la mano –. Si salimos de esta,
tendrás que invitarme a un arroz al horno, que me ha dicho Salvador que te sale para
chuparse los dedos. Adiós Sara, cuídate…
- Suerte amigo… y que la Virgen del Pilar te acompañe.
Había dormido poco, un par de horas tal vez. Tras acostar a los niños y organizar
lo más imprescindible para el viaje (entre lo imprescindible estaba la sopera, el viejo reloj de
pared y la foto de su boda), fue a visitar a Doña Remedios, a la que pidió que custodiara
los pocos enseres que le quedaban y le hiciera el favor de consumir los víveres que no
podía llevar consigo. Favor que la mujer agradeció enormemente a juzgar por el brillo de
sus ojillos.
Sin mirar atrás, Sara y sus hijos dejaron el cuarto con derecho a cocina y a retrete,
alejándose en el camión de Victoriano de la calle de la Tristeza sin experimentar en su
interior ni un ápice de ese sentimiento por dicha calle.
34
El camión, conducido por Victoriano, llegó a la estación en donde un tren militar
estaba a punto de partir.
- Vuestro destino es Calatayud. Allí estaréis bien. No digo seguros porque hoy en
día no se está seguro en ninguna parte… - dijo Victoriano, a la vez que abrazaba a los niños
–. Portaos bien, obedeced a vuestra madre…
- Gracias, buen amigo. Nunca me cansaré de agradecerte todo lo que has hecho por
nosotros. Cuídate… y espero que nos veamos pronto - al abrazarse, sintió la fuerza de sus
brazos envolviéndola y fue tal la sensación de seguridad, que deseó quedarse así hasta el
final de la guerra. Besándole en las mejillas, musitó -: hasta la vista, ángel de la guarda…
A golpe de silbato, el tren partió vomitando hollín mientras se alejaba del andén.
Los vagones iban cargados de soldados que, entre bromas y chanzas, intentaban pasar el
tiempo como mejor podían. Sara y los niños, acomodados en los duros asientos de madera,
observaban en silencio la vida que bullía a su alrededor. Un joven acompañado de una
baraja española jugaba al solitario, mientras silbaba una musiquilla… al momento otro
comenzó a tararear la misma sonatina y en un momento todo el vagón comenzó a cantar:
“Españolita no te enamores, ten fe y confía en estos buenos españoles. Los italianos, se marcharán y de
recuerdo algún bebé te dejarán…”. En ese momento los aplausos y silbidos fueron atronadores,
para luego seguir con la canción: “Guadalajara no es Abisinia, allí los rojos tiran con bombas de
piña, los italianos, se marcharán y de recuerdo algún bebé te dejarán” …
Los niños miraban divertidos toda la escena, mientras escuchaban con atención la
letra de la canción. De pronto, Chito preguntó a voz en grito:
- ¡Mamá, mamá! ¿Qué quiere decir que les dejarán un bebé? ¿Es que se lo han
pedido a los Reyes Magos como regalo? – un muchacho, viendo el apuro que estaba
pasando Sara ante lo incómodo de la pregunta, le dijo:
- ¡Eso es, chaval! Has entendido perfectamente la letra de la canción. Como sus
amigos italianos se marchan de España, le escriben la carta a los reyes pidiéndole un
“muñeco pepón” para su amiguita. Y ahora toma, ¿quieres un poco? - el muchacho, para
distraer la atención del niño, le ofrecía un pedazo de chocolate en barra que sacó de su
macuto. Chito, mirándolo con ojos golosos, alargó la mano a la vez que tarareaba la
cancioncilla:
- “Y de recuerdo algún bebé te dejarán”…
35
Y hasta el final de la guerra, fue todo un peregrinar. Un par de veces en tren, otras
en carro, las más en el coche de San Fernando, ya se sabe que un ratito a pie y otras
andando…: Calatayud, Villarquemado, Villafranca del Campo, Paniza… En todos paraban
un tiempo, según los avatares de la guerra. Siempre con miedo en el corazón… aunque a
veces, ese miedo quedaba ahogado por la espera del anuncio del fin de la guerra. Mientras
tanto, en el ir y venir de sus vidas, llegaban hasta ella las terribles noticias de la contienda:
Belchite, Teruel, Brunete, Jarama, Ebro… Batallas, todas ellas mostrando la cara más
terrible de la pelea. El crudo invierno del 37, con la toma de la ciudad de Teruel… El
general Rojo, moviendo ficha: “jaque al rey”… 40.000 hombres, carros, blindados…
rompen el cerco de los nacionales.
Franco, respondiendo; dejando a un lado los planes de ataque para Madrid…
Entrando al trapo del General Rojo, para acabar en una lucha encarnizada en medio de un
clima siberiano. Se combate casa por
casa; con bombas de mano y fuego de
ametralladoras. Se combate con las bayonetas en ristre, buscando carne en donde
clavarlas… aunque no se sepa bien quién es quién. Al llegar la noche, de uno y otro lado,
los emboscados se mezclan con la población civil…horror… horror…horror…
Se acercaba la primavera y, con ella, el anuncio del final de la guerra… el final de la
guerra… Sara suelta la prenda enjabonada y se alza en pie, dejando que se la lleve el río. El
corazón galopa con fuerza en su pecho. No puede creer lo que oye: “¡La guerra ha
terminado! ¡Ha terminado la guerra!...” Unos chiquillos corren por el pueblo anunciando la
buena nueva. Pero Sara no acaba de creérselo; los escucha con recelo: <<Son unos
chiquillos. Hasta que no llegue un adulto y te lo confirme…>>.
- ¡Mamáaa, mamáaa! ¡Veeen, que la gente está en la calle gritando que la guerra ha
terminado! - Sarita corría seguida de Chito, arañándose las piernas con las zarzas del
camino –. Mamá, mamá, que vamos a ver pronto a papá… - dijo abrazándose a su madre.
- Mamá, mamá -decía Chito, metiendo la cabeza entre las dos hasta hacerse un
hueco, como el huevo de un pingüino -, ¿y podremos beber leche?
- Sí hijo, sí; podremos beber leche…
36
…………
- ¿Qué llevas en la maleta que abulta tanto, amor?
- Algo de ropa, muy poca. Y un pedazo de nuestra vida…- dice
abriendo la
maleta.
- ¿… ?
Sara saca con mimo tres bultos a los que libera de la ropa protectora. Salvador mira
con incredulidad los objetos esparcidos por encima de la cama: El reloj de cuco de la
familia Camaró, la sopera para dos que le regaló cuando se casaron y el portarretratos con
la fotografía del día de su boda: <<Realmente es un pedazo de nuestra vida…>>. Sus ojos
pasaron de esos pedazos de su vida a su mujer, de su mujer a sus hijos… Y pensó que era
un hombre afortunado, el más afortunado de la tierra: <<Te doy gracias señor por
habernos dejado con vida… Por permitirnos estar juntos de nuevo. Gracias señor>>.
- ¿Estás bien?
- Sara, eres increíble… Todavía no entiendo cómo has podido ir de un lado a otro
durante tres años, con dos niños y una maleta que abulta tanto… En medio de una
guerra…
- ¡Chiiiiisssss! Mil guerras que hubiera. Mil veces cargaría con ella…
La calle del Rosario no parecía su calle. Casas derruidas, escombros y más
escombros y de entre los escombros, alguna pared permanecía milagrosamente en pie,
mostrando los impactos de bala en su inanimada piel… Pero allí estaba ella, orgullosa de
haber aguantado erguida. A ella le pareció que le decía:
- Sara, las dos hemos hecho caso a los consejos del rosal de la calle de la Tristeza.
¿Lo recuerdas? ¡Lucha Sara, sé fuerte! ¡Si yo puedo, tú también! Las dos hemos podido
Sara, las dos…
- Qué nos vamos… ¿A dónde? ¿Qué echaste la papeleta a Guinea Española? ¡Pero
cuándo!
37
- Te lo dije antes de comenzar la guerra…
- ¡No, no me lo dijiste! Estoy segura de que lo recordaría…- dijo mirando cómo los
dedos de Salvador jugaban con la medalla de “Sufrimientos por la Patria”, con la que había
sido condecorado al acabar la guerra.
- ¿… ?
-
Da igual amor. Mientras estemos los cuatro juntos…- y Sara, a golpe de
espumadera, siguió friendo las patatas…
38
5 – UN HOMBRE JOVEN EN EL PLUS ULTRA (AÑO 1944)
Apoyado sobre la barandilla de estribor del barco, un hombre joven tenía
clavada la mirada en las oscuras y profundas aguas del Atlántico. Sus ojos verdes, de
expresión felina, hacían pensar en un gato dormitando frente al fuego, en las largas
noches de invierno. Era alto y delgado, de rostro anguloso y frente despejada, sobre la
que caía rebelde un mechón de pelo lacio. El calor pegajoso empapaba su sahariana
hasta casi formar con ella una segunda piel y, a pesar de llevar pantalones cortos, el
sudor le bajaba por las piernas en hilillos, mojando sus calcetines de reglamento.
Levantó la cabeza y mirando al firmamento buscó la Cruz del Sur.
- ¡Qué calor hace, no sopla un gramo de viento! –exclamó.
Agachándose recogió de la tumbona el salacot y, fijando la vista en el paquete
de Lucky, dijo pensativo: <<Algún día, viejo amigo, tendremos que separarnos antes de
que acabes conmigo>>. Y dicho esto, encendió un nuevo cigarrillo y al hacerlo, sus ojos
brillaron en la noche. Comenzó a caminar por el largo pasillo de cubierta sin prisa. Le
echó un vistazo al reloj y vio que solo eran las diez y media. <<Demasiado pronto para
acostarse>>, comentó en voz alta. Volvió a apoyarse en la baranda, le gustaba oír el
batir de las olas contra el casco del barco y aspirar el fuerte olor a salitre que despedía el
mar. Se dio cuenta de que no estaba solo; en un par de tumbonas, había una pareja con
aspecto de recién casados. Ella era rubia y muy joven; tenía cogida una de las manos del
hombre y se la besaba mientras que él, jugando con su pelo, le hablaba al oído. Cuando
“Ojos de Gato” pasó por su lado, la muchacha bajó los ojos con timidez. Un poco más
allá, un camarero estaba sentado en un peldaño de la escalerilla, que conducía al puente
de mando. Cantaba por bulerías mientras otro daba palmas y seguía el ritmo con los
pies. Los botones dorados de sus chaquetillas blancas brillaban a la luz de la luna. Los
saludó con la mano y siguió caminando. Hacia él venían tres hombres charlando
animadamente:
- ¡Que te digo que no! Que la producción de café y cacao ha sido muy buena
este año. En las plantaciones esta campaña se ha trabajado duro, cuando lleguemos a la
isla tú mismo lo comprobarás...
No pudo escuchar más pues sus voces se perdieron en la noche.
39
Conforme se dirigía hacia el camarote iba pensando en el calor sofocante que
haría en su interior; en ese desagradable olor a pintura recalentada y en la obstinación
del maldito ojo de buey para no abrirse. La idea de aquel amasijo de hierros y muelles, al
que tan eufemísticamente llamaban litera, tampoco le seducía. Al llegar a la escotilla que
conducía a los camarotes giró sobre sus talones en dirección a proa. Tenía la esperanza
de no encontrarla muy concurrida, sabía que esa noche se organizaba una timba de
póquer y los pasajeros, en su mayoría finqueros y funcionarios, no iban a desperdiciar la
ocasión. Por unas horas, se olvidarían de que llevaban casi un mes de viaje; del hollín
que vomitaba el viejo cascarón impregnándolo todo e introduciéndose por cada poro de
la piel, y de la quinina, maldito veneno que había que tomar si no querías contraer el
paludismo, aunque fuera a expensas de tu hígado.
El alboroto que salía del bar de abordo le devolvió a la realidad. Asomó la
cabeza por la puerta y arrugó la nariz. El fuerte olor a sudor mezclado con el alcohol y el
humo del tabaco le revolvían el estómago...
- ¡Escalera de color! Lo siento señores, pero esta es mi noche, presiento que les
voy a desplumar. ¡Venid con papá pequeños! –y, besando los billetes, se los guardó en el
bolsillo. El hombre que hablaba así tenía unos ojos tan redondos y saltones que daba la
impresión de que se iban a salir de las órbitas de un momento a otro para caer en algún
vaso de güisqui con hielo, de los que había sobre la mesa. De su enorme bocaza colgaba
un cigarrillo que se había apagado hacía rato. El sudor le corría por la cara y por debajo
de las axilas, dibujando en su camisa grandes manchas en forma de media luna. Sus
manos, fuertes y rudas, hablaban de toda una vida en las plantaciones.
El jugador que tenía en frente era delgado y con una expresión en el rostro que
delataba un perpetuo dolor de estómago, seguramente una úlcera…
- No creas que te vas a ir esta noche de aquí como si nada. ¿Te crees que soy
gilipollas, Martínez? -y diciendo esto, pegó un fuerte golpe en la mesa haciendo saltar el
hielo de su vaso.
- ¡Iros al carajo!, con vosotros no se puede jugar, siempre estáis igual. ¡Me voy a
dormir! -gritó un hombre pequeño y delgado, de piel bronceada.
- Venga Cebana, no te cabrees. ¡Si sabes que no llega la sangre al río!...
Las palabras del cuarto jugador ya no tenían interés para él, pues vio a dos
compañeros que también iban destinados a la colonia de Guinea Ecuatorial. El más alto
era Julio Herrera. Un asturiano de carácter afable, que llamaba la atención por tener una
gran verruga en la cara. El otro, que haciendo grandes aspavientos le gritaba para que se
40
acercara, era Ramón Llaurador; un hombre simpático y muy bromista. Los tres habían
congeniado desde que subieron a bordo del Plus Ultra en Bilbao. Algunos como él eran
novatos, pero la mayoría ya eran “viejos coloniales”.
“Ojos de Gato” se abrió paso a codazos hasta llegar al otro extremo del salón.
<< ¡Madre mía, cómo está esto! Hace un calor insoportable…>>. Y mientras hablaba
con un gesto maquinal, se llevaba la mano a la frente para apartar el mechón que le caía.
<<Hace unas dos horas que hemos pasado las islas de Cabo Verde; si todo va bien, en
cuatro o cinco días llegaremos a Fernando Póo>>.
Llaurador lo miró con expresión divertida.
- ¡Venga Ángel, coño!, ¡anímate hombre! Nos esperan las negritas, el güisqui, las
juergas.... ¡camarero! Ponle una copa al nene a ver si le cambia la cara.
Le miró de frente y sin saber por qué se sintió incómodo. Con el tiempo
formaría parte de un capitulo amargo de su vida.
- No, déjalo. Me voy a dormir -y diciendo esto se dirigió hacia la puerta. Al salir,
notó que se había levantado brisa. Respiró profundamente y echó a andar hacia la proa
del barco. En alguna parte alguien hacía sonar una armónica: no me quieras tanto… no me
hagas sufrir… no vale la pena que por mi cariño te pongas así… <<Es la letra de una copla que
se puso de moda al acabar la guerra en los años treinta>>, pensó y, encendiendo un
cigarrillo, se apoyó en la baranda.
Los recuerdos se agolpaban en su mente .Tenía poco más de treinta años y ya
había vivido tantas cosas... Atrás había dejado a los suyos y a la tierra que le vio nacer.
Con él llevaba un bagaje de recuerdos y vivencias que, estaba seguro, le acompañarían
toda una vida. Recordaba a su padre delgado, pequeño, con aquel pesado capote sobre
los hombros, mientras se encasquetaba el tricornio. Luego, descolgando el mosquetón
de un gancho, que había detrás de la puerta de la cocina, salía al frío de la noche, al
encuentro de su compañero, para hacer la guardia por esos caminos de Dios. Lo veía
en su pequeño taller de ebanistería que tenía detrás de la casa, haciendo algún mueble
que otro para algún vecino del pueblo…<<Pero casi siempre eran chapucillas, ¿verdad
padre?...>>.
En el recuerdo…
……. - Ángel, vente conmigo que me tienes que ayudar…
41
- ¿A dónde vamos, padre?
- A la ermita de Idoya. Tengo que hacer unos bancos de madera…
-¿Para quién, padre?
- Para la virgen de Idoya
-¿Y cuándo vamos a ir a pescar? ¿Y cuándo me arreglarás la cometa? ¿Y cuándo...? parloteaba el pequeño sin parar…
<<Siempre se repetía el mismo diálogo, pero a ninguno de los dos nos importaba... Caminaba
orgulloso junto a ti, convencido de que cuando fuera mayor, sería como tú. Claro que a la edad de cinco
años yo no podía saber que se entablaría un pulso entre tu oposición y mi obstinación; hasta el punto de
que, cuando cumplí los dieciséis falsifiqué tu firma para hacer el servicio militar en el Regimiento de
Infantería América. Más tarde ingresé como conductor en la Guardia Civil y hasta ahora padre… Sé
que nunca estuviste de acuerdo con mi decisión porque querías algo mejor para mí... Lo siento, padre,
pero nací para esto…>>.
“Ojos de Gato” sacó de uno de los bolsillos de la sahariana el paquete de
Lucky. Comprobando que solo quedaba un cigarrillo, frunció el ceño con expresión de
disgusto. <<Soy como el borracho que, apurando la botella, intenta auto convencerse
de que “esta será la última”>> pensó. Y, encendiéndolo, aspiró profundamente,
sintiendo cómo el humo pasaba por su garganta hasta llegar a los pulmones. Echó la
cabeza hacia atrás y, frunciendo los labios, exhaló el humo en perfectos círculos
concéntricos. Por un momento se quedó ensimismado viendo cómo se difuminaban
hasta desaparecer por completo...
En el recuerdo…
……… – Ángel, corre, ¡avisa a tus hermanos! Padre ya llegó y la cena está en la mesa — le parecía
estar oyendo la voz de su madre mientras se movía de aquí para allá por la cocina, con una vitalidad
que contrastaba con su aspecto frágil y enfermizo. Recordaba hasta qué punto llegaba la ingenua
ignorancia de su madre cuando una vez, limpiando borrajas se cortó y, mirando la sangre que brotaba
de su dedo preguntó: “¿Ángel, tú crees que la sangre es el alma?
42
<< ¿Te acuerdas madre cuando me llevaste al médico porque tenía unas muelas careadas? El
médico te dijo muy serio que era por no cepillarme a diario los dientes. Cuando regresamos a casa me fui
directo al armario ropero y, sacando el cepillo de la ropa, lo observé con asombro sin comprender ¡cómo
iba a meterme semejante armatoste en la boca!…>>.
“¡Caín! ¡Eres de la piel del diablo! ¡Apaga esa vela que se gasta y a dormir!”. Entonces,
colocaba el cabo de la vela y el libro en el suelo y, tumbándose boca abajo, dejaba salir la cabeza y los
brazos de la manta y leía a Salgari, a Verne... Le traía entrañables recuerdos el libro de Corazón,
quizás porque fue lo primero que leyó cuando apenas tenía seis años. Eran libros prestados casi siempre
por Don Julio, el maestro de la escuela. Otras veces se los prestaba Javier, el niño rico del pueblo, a
cambio de uno de sus tirachinas o de una de sus “infalibles» trampas para pájaros.
La primera bicicleta que llegó al pueblo era de Javier. Me quedé mirándola embobado, era
igualita que la de la revista que me enseñó Lucrecio, un buhonero rechoncho de cara colorada y cuello de
toro, que venía a lsaba una vez al mes cuando el tiempo lo permitía. “¡Ya está aquí Lucrecio el
buhonero! ¡Venid y comprad lo que llevo en el carro! ¡Venid y escuchad las noticias que traigo!”.
Repetía esta coletilla mientras las venas del cuello se le hinchaban peligrosamente cada vez que hacía
soplar su cornetín. “¡Vamos Dorotea, preciosa, que ya queda menos!”. Y Dorotea, con cada paso que
daba, resoplaba de tal manera que si hubiera tenido alma seguramente se le habría escapado por los
ollares.
“¡Sarteeenes, cazueeelas, peroles, cucharones! ¡Jaaarras, botiiijos, jofainas!”, gritaba mientras se
dirigía a la plaza del pueblo. Y para las mozas: “¡cintas para el pelo!, puntillas para las enaguas, agua
de rosaaas!”. Era tal su charlatanería, que al momento tenía a su alrededor a toda la aldea, hasta Don
Cipriano, el cura, y Don Julio, el maestro, se acercaban a ojear el montón de periódicos y revistas
atrasadas que traía.
“¡Ángel, que padre nos ha dado tres ochavas, perras chicas, para que nos compremos lo que
queramos!”. Era la voz de mi hermano Andrés. Traía sonrisa de sandía, las mejillas coloradas como
tomates y las rodillas llenas de rasguños de tanto trepar a los árboles para robar nidos.
“Que dice Faustino que compremos caramelos; pero que vayas tú a pedírselos al Lucrecio
porque tú eres el más pequeño y le haces más gracia”. De pronto se acordó de sus tiempos de monaguillo
y sonrió. Le venía al paladar el sabor del vinillo de consagrar y el tintineo de las perras gordas que de
vez en cuando hurtaba del cepillo del bueno de San José: “!Cord!”, gritaba en vasco Don Cipriano,
mientras me propinaba un fuerte tirón de orejas. “Y ahora rasparás los restos de cera de los candeleros
de San José sin dejar ni una mota. ¡Y ya sabes!, después continuarás con San Tiburcio, San Antonio,
43
Santiago Apóstol y la Pilarica, y así hasta que consigas suficiente cera para hacerle un par de velas a
San José. Ya que le quitas las perricas al menos le harás un regalico...”.
…...De nuevo, el sonido de la armónica le devolvió a la realidad: no me quieras tanto… no
me hagas sufrir… Una pareja pasó por su lado en dirección a los botes salvavidas. La
muchacha era espigada y con una melena castaña peinada a lo “Hilda”. Sus miradas se
cruzaron y, por un momento, le pareció estar viendo a alguien que creía haber
enterrado en lo más profundo de su corazón... El chico la besaba en el cuello y ella reía
mientras hacía el ademán de huir, pero solo era una fase del juego del amor. En cuanto
subieran al bote, protegidos por la lona que lo cubría, darían rienda suelta a todo el
deseo que llevaban dentro... Ojos de Gato, buscó a Venus y, aunque el cielo estaba
cuajado de estrellas, la encontró en seguida. Pensó que si María Teresa se encontraba en
alguna parte, sin duda sería allí...
Dicen que el corazón no duele, pero a él le dolía... Lo sentía golpeando su
pecho, mientras un torrente de sentimientos encontrados pugnaban por salir, sin
importarles lo más mínimo la opinión de su dueño. Una mañana de julio, dos de las tres
damas de los cuatro jinetes del Apocalipsis se presentaron en su vida dejándole un
tiempo para amar. Más tarde… un día de otoño, decidieron regalarle un tiempo para
morir y algún que otro sentimiento de vacío y soledad, para que ocuparan en lo más
profundo de su alma el hueco que dejaría la ausencia de María Teresa...
44
En el recuerdo…
Con Arrieta, Ojos de Gato a la derecha de la foto 006.jpg
……Recordaba cómo empezó todo, aquel diecisiete de julio de mil novecientos treinta y seis...
Un día, tras diez meses de destino en Tenerife, le tocó coger su macuto y dirigirse a Estella, un
precioso pueblecito navarro. Allí, no tardó mucho en encontrar buenos amigos y veía pasar los días sin
sobresaltos hasta aquella mañana, en que se encontraba en el puesto de guardia cuando sonó el
teléfono...
- ¡Compañía de la Guardia Civil de Estella! Aquí Madrid. ¡Avisen al capitán Corchera, es
muy urgente!
Sin darme tiempo a contestar, el capitán me arrancó de las manos el auricular y haciéndome
una señal, me indicó que saliera de la oficina; pero antes, pude oír cómo repetía por tres veces el nombre
de “Sofía”. Sin duda, era una contraseña... Tenía la sensación de que algo grave iba a ocurrir... De
pronto, caí en la cuenta de que nada sabíamos de él. Apareció una mañana en la Compañía tras el cese
fulminante de nuestro capitán Juan Payo. Era un hombre solitario y reservado; no vestía nunca de
uniforme y tenía una forma muy peculiar de llevar la pistola, enrollada en una boina, cosa que
acentuaba su rareza. Y luego estaba lo del camastro que se hizo instalar en la oficina, en lugar de usar
el pabellón
… Ahora comprendía su extraña forma de actuar...
45
- ¡Fuentes! ¿Es que no me oye? -su voz me devolvió a la realidad-. ¡Comunique
inmediatamente al sargento que forme a toda la fuerza con todo su armamento y municiones, y que no se
olvide de la ametralladora Okys! ¡Luego vaya inmediatamente a las cocheras y traiga el autocar!
Mientras toda la Compañía se reunía en el patio del cuartel, yo me dirigí a los garajes para
cumplimentar la orden del capitán. Como estaban situados a cierta distancia y había llovido, me puse el
capote, cogí mi bicicleta y me encaminé hacia allí. Me temía lo peor, pues en los últimos tiempos la
inestabilidad política era cada vez mayor. El triunfo de los republicanos y la abdicación del rey Alfonso
XIII no consiguieron crear el clima de seguridad y prosperidad que la gente necesitaba, por lo que las
revueltas en las calles eran cada vez más frecuentes. Luego, un día, asesinaron a Calvo Sotelo y eso fue
la gota que colmó el vaso. Se había llegado a un punto en el que el tópico de las “dos Españas” había
pasado a ser una realidad. Por un lado estaban los republicanos que ostentaban el poder por decisión
popular y en el otro bando los contrarios a esta forma de gobierno, al que reprochaban su debilidad e
incapacidad para llevar las riendas del país. No me equivoqué al pensar que el fantasma de la
desolación acechaba como un ladrón dispuesto a llevarse nuestras vidas. Durante tres años, seríamos
protagonistas de una danza macabra titulada: La Guerra Civil.
Tan ensimismado estaba en estas cavilaciones que no me había dado cuenta de un coche que
venía hacia mí. Intenté esquivarlo pero no pude y, sin saber cómo, me vi volando por los aires,
aterrizando en un charco. El coche frenó en seco y la puerta del conductor se abrió. De él salieron el par
de piernas más perfectos que había visto en mi vida; tras ellas, suponía que el resto del cuerpo, ya que no
lo podía ver por estar envuelto en una capa que le caía desde los hombros hasta casi los tobillos.
- ¿Se ha vuelto loco o es que está dormido? -dijo la dueña de las piernas. Tenía su cara tan
cerca de la mía que pude contarle las pecas de la nariz. Llevaba el pelo recogido y olía a manzana verde.
Sus labios se fruncían en una expresión de disgusto, mientras sus ojos me miraban con una mezcla de
preocupación y fastidio-. ¿Está usted bien…? Vamos… ¿le duele algo?
Me hablaba, y yo notaba cómo se me ponían las orejas coloradas. Me sentía ridículo tirado en
la carretera, en medio de un charco y lleno de barro. Al intentar levantarme me pisé el capote y caí de
nuevo salpicándole la ropa. ¿Que si me dolía algo? Estaba herido en mi orgullo, tenia veinticuatro años
y me sentía como un crío de ocho recibiendo una reprimenda de la maestra. Me levanté lo más
dignamente que pude y farfullé una disculpa, a la vez que intentaba enderezar el volante de la bicicleta
mientras ella, frotaba las manchas con un pañuelo y parloteaba sin parar. Yo estaba tan aturdido que
no entendía lo que me decía, solo tenía prisa por cumplir la orden del capitán.
- ¡Mire cómo me ha puesto el uniforme! ¡Está hecho un asco! ¿Cree que puedo llegar así al
hospital? -entonces me di cuenta de que era enfermera. Hasta entonces no me había percatado de su
uniforme blanco ni de la cruz roja que llevaba en una manga.
46
- Lo siento, ahora no tengo tiempo para discusiones… -y empecé a pedalear con todas las
fuerzas que me permitía mi magullado cuerpo. Me dolía todo; una punzada en el codo me hizo frenar en
seco, pero me puse en marcha otra vez, no podía perder más tiempo, seguramente ya estarían todos
formados en el patio del cuartel y yo ni siquiera había llegado a mi destino. Había salido el sol y
empezaba a sudar; tenía la boca seca y sentía el peso del capote sobre los hombros. << ¡Una última
curva más y ya has llegado chaval!>>, pensé, pedaleando sin parar. Al llegar, me sentí aliviado, pero
poco duró esa sensación al comprobar que el guardia encargado del garaje no estaba. << ¿Dónde se
habrá metido este cabrito…? Han pasado ya veinte minutos desde que salí del cuartel y el capitán tiene
que estar hecho un chino. ¡Menuda bronca me va a caer…! >>. Me dirigí a la parte de atrás del
edificio donde se amontonaba la chatarra y, agarrando un tubo de hierro, me planté ante la puerta
forzándola. Puse el autocar en marcha y me dirigí lo más rápidamente que pude al cuartel. Al llegar,
me encontré con toda la fuerza formada y al capitán visiblemente irritado. Me miraba fijamente
mientras daba la orden de subir al autocar.
- ¡Suba inmediatamente al autocar y arranque de una vez! ¡Luego le pediré explicaciones! -y
diciendo esto se sentó en el asiento de al lado del conductor.
Cuando subí, mis compañeros me miraban desconcertados, ellos tampoco sabían lo que estaba
pasando.
- ¡Tome la carretera de Logroño y acelere, que ya hemos perdido demasiado tiempo!
Y conduje observando el paisaje que se presentaba ante mí. Me recordaba a las colchas hechas
con restos de lanas de colores, que tejía la “aitona” (abuela). Los tonos verdes y dorados de los campos
sembrados parecían que se entretejían con los pardos y rojizos de la tierra en barbecho. Aquí y allá
pastaban las ovejas y un pastor dormitaba, confiando en que su perro las cuidara por él, como hacía
Tambor con las de padre... Nuestro viejo y fiel Tambor, que en las noches de invierno dormía a la
puerta de casa y por las mañanas aparecía bajo una enorme capa de nieve... “¡Tambor, Tambor!
¡Vamos, Tambor! ¡Sal de ahí, perezoso!” y metiendo la mano enguantada en la nieve tiraba de él hasta
hacerlo levantar; entonces, él se desperezaba y se sacudía la nieve con tal fuerza que más de una vez
acababa empapado y no sabía qué era peor: si decírselo a madre (en cuyo caso sabía que iría seco a la
escuela pero con el culo caliente) o callarme y volver de la escuela con fiebre y dolor de garganta. Opté
muchas veces por lo segundo...
Sigo echando a volar mi imaginación y ante mí aparece una entrañable estampa familiar...
Literalmente embutidos en ropa, nuestro padre nos ata a los más pequeños a las jalmas de dos
borriquillos: uno blanco y otro negro. Y así emprendemos, entre las intensas nevadas de diciembre y
enero, el camino hasta el pueblecito de Uztarroz, en donde vivía el abuelo “Catirón”, que por cierto
47
tenía fama de ser el hombre más grande y más fuerte de todo el valle del Roncal. Agradeciéndole a mi
madre que no me hubiera envuelto los ojos en lana, junto con el resto del cuerpo, puedo ver desde la
perspectiva de un niño de cuatro años lo que a mí me parece un mundo mágico: bajo los gruesos copos de
nieve, el borriquillo negro sobre el que voy atado, pasa en poco tiempo a ser totalmente blanco... De
pronto, cansado del viaje y un poco adormilado, me veo volando por los aires. Unas manos enormes,
como las de un gigante, me agarran por debajo de los brazos, levantándome en volandas y yo me muero
de miedo. Me quedo mirando el extraño atuendo que cubre su cabeza — sombrero negro y una especie
de toca morada — y mis ojos se clavan en un bulto del tamaño de un huevo que asoma por debajo de la
toca; con el tiempo sabría que era un quiste, pero en estos momentos yo solo veo un huevo del que no
puedo apartar la vista, mientras me pregunto cómo he ido a parar a manos de ese gigante... Seguramente
me quedé dormido y me caí del borrico, y padre no se dio cuenta… y ahora me meterá en una olla y me
comerá; claro, que primero tendrá que quitarme toda la ropa que llevo puesta... igual me da tiempo a
escaparme mientras enciende el fuego… claro, que en las historias que nos cuenta mi hermana Isidra, si
los gigantes tienen mucha hambre no tiene inconveniente en comerse a los niños crudos... Y en medio de
mis cavilaciones, veo con horror cómo acerca su enorme bocaza a mi cara y yo, desesperado, me pongo a
gritar:
- ¡No me comas, no me comas! -mientras pataleo e intento zafarme inútilmente. Sin
comprender, oigo las risas de todos y veo a mi madre que se acerca sonriendo. Su voz me tranquiliza...
- Ángel, no llores, es tu abuelo Catirón. ¡Él solo quería darte un beso! ¡Te quedaste dormido y
seguro que has vuelto a soñar con ogros y gigantes! ¡Isidra!, ¿no te he dicho mil veces que no le cuentes a
los pequeños historias de ogros? Y ahora dale un beso al abuelo -y diciendo esto, me devuelve a los
brazos de mi abuelo Catirón, que me mira con expresión divertida, mientras intenta secar mis lágrimas
con uno de sus gruesos dedos.
- Así está bien, no llores más -y dejándome en el suelo, saca de la faja morada que llevaba
alrededor de la cintura, si es que a ese contorno se le podía llamar cintura, dos “ochavas” (perras
gordas), las cuales deposita en una de mis manos y, guiñándome un ojo, se aleja de mí para abrazar al
resto de la familia. Y yo le sigo con la mirada. No comprendo por qué viste de esa forma tan extraña:
sombrero y blusón negros; calzón corto y faja y toca en la cabeza, moradas.
Conforme pasaron los años, el traje de roncalés que vestía mi abuelo, llegaría a ser algo
entrañable para mí...
Mis pensamientos se desvanecieron al vislumbrar a lo lejos, a un grupo de labradores
invadiendo la carretera. Pero conforme nos acercábamos, bajo los disfraces reconocí a militantes del
48
Círculo Carlista, entre ellos a varios amigos míos. Miré de reojo al capitán pero este no pareció
percatarse de nada, parecía ausente. << ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaban haciéndose pasar por
campesinos? >>. De pronto me sentí muy cansado. ¡Qué día llevaba! Me dolía todo el cuerpo y encima
presentía que la bronca del capitán no iba a quedar ahí.
- Por su negligencia vamos a fracasar en un servicio de vital importancia! ¿Qué hace toda esa
gente ahí? ¡Joder! ¿Quiere tocar el claxon para que se aparten de una vez? -su voz me cogió por
sorpresa… Obedecí y comencé a pitar. Los hombres empezaron a dispersarse hacia los márgenes de la
carretera. Uno de ellos se me quedó mirando, llevaba la chaqueta de pana abierta dejando entrever la
empuñadura de una pistola; otro hombre se le acercó y le tiró de la manga: -Vamos, no perdamos
tiempo-dijo-; era Luis, uno de mis mejores amigos...
Acabábamos de pasar el pueblo de Ayeguí cuando me ordenó que desviara el autobús hacia la
izquierda en donde un indicador señalaba “Monasterio de lrache”. Nos habíamos salido de la carretera
principal y ahora íbamos por un camino angosto y lleno de baches por lo que había que ir más despacio,
con el consiguiente nerviosismo del capitán.
- Solo faltaba que nos encontráramos con otro vehículo de frente -murmuró mientras encendía
un cigarrillo-. ¿Es que este trasto no puede ir más deprisa? ¡Cualquiera diría que va usted
contemplando el paisaje!
Y era cierto. La belleza del paisaje casi me hacía olvidar la tensión que estábamos viviendo. El
camino serpenteaba alegremente arropado por un bosque de castaños tan frondoso, que las ramas de uno
y otro lado se entrelazaba. El suelo se encontraba alfombrado por una tupida capa de hierba, salpicada
de flores silvestres, cuyos colores (el rojo de las amapolas, el azul y el blanco de los lirios y el amarillo de
las margaritas) hacían pensar en la paleta de un pintor. El cielo era azul y el Sol lucía con toda su
fuerza. Pensé que era un día para pasarlo en el campo con tu familia o con la mujer de tu vida. Era un
día para reír y jugar al fútbol con los amigos; para tumbarte en la hierba con alguien a quien amas y
susurrarle al oído lo bien que te sientes a su lado y cuánto la deseas. Era un día para sentirse en paz
con uno mismo y con el mundo. Era un día para cualquier cosa menos para ir en un autocar un puñado
de hombres armados, Dios sabe a dónde y a qué… Y a pesar de todo hacía un día precioso; un día de
campo, de vacas, mariposas, moscas y abejas; un día de ovejas…
49
-¡Hombre, por fin te encuentro! Bajé al camarote pero no estabas. Dile a tu
amigo Llaurador qué es lo que te pasa. ¿Alguna nenita que has dejado en España? ¿O te
persigue la secreta por desertor? Ya sé, has robado un banco y traes el botín
contigo…vamos a tomarnos una copa. Además hay unas chicas abordo que no están
nada mal y tienen pinta de querer pasarlo bien. Ven y compruébalo tú - Por un
momento no reconocí a Llaurador. No sabía muy bien de lo que me estaba hablando...
- Pero mira que eres pesado. ¡No me pasa nada! Estoy haciendo inventario de lo
que ha sido mi vida, para ponerle punto y final. Presiento que a partir de ahora, lo que
me tenga reservado el destino no me dejará indiferente... -no le dejó continuar. Con
expresión burlona le guiñó un ojo y, dándole una palmada en el hombro. dijo:
- ¡No! ¡Eso sí que no! Cuando te pones filosófico no hay quien te aguante. Así
que cuando te canses de elucubrar ¡me avisas, macho! -y se alejó silbando una melodía
que conocía, pero que no lograba recordar... ¿Cómo era...? Tarara rarará rara rará... ¡Ah,
sí!: “espérame en el cielo, por favor, si es que te vas primero”...
Se había levantado un fuerte viento y ahora el barco daba bandazos de un lado a
otro. De repente, como si del morro de una ballena se tratara, la proa pareció hundirse
en el océano para luego remontar con fuerza, escupiendo una ola gigantesca que casi le
arrastra con ella, pero “Ojos de Gato” se aferró con fuerza a la soga que sujetaba una
lona, que cubría unas cajas de considerable tamaño. Empezó a caminar con pasos
inseguros agarrándose al pasamano interior, mientras pensaba que la madera embreada
del suelo de cubierta resbalaba peligrosamente. Estaba empapado y solo quería llegar al
camarote entre el calor, los bandazos del barco y la incomodidad de la litera… le daba
igual. Quería darse una ducha y tumbarse, aunque seguramente no podría conciliar el
sueño. No le apetecía el bullicio del bar ni que Llaurador le diera la paliza con que había
“cazado” dos buenas piezas para esta noche y tal vez para el resto del viaje.
Desde donde estaba aún le quedaba bastante distancia hasta llegar a la escalerilla
que le conduciría a los camarotes de segunda clase, así que se metió por la primera
escotilla que vio. Sabía que estaba en la planta donde se encontraban los camarotes de
50
primera, ocupada por los dueños de las grandes plantaciones, gerentes y algún que otro
funcionario del Estado y allí era donde se encontraba situada la zona de esparcimiento.
Se sacudió el agua de los zapatos, pensando en que tenía que evitar pasar por el bar; no
tenía ganas de ver a nadie.
<<No son ni las doce>>, se dijo. Volvió a sacudirse los zapatos y se quedó
mirando la gran mancha que había dibujado el agua bajo sus pies. Conforme caminaba
por el pasillo hacia popa, se fijó en que no había sido el único que había mojado la larga
alfombra roja que cubría el suelo; <<mal de muchos, consuelo de tontos>>, pensó,
mientras el barco daba una sacudida de babor a estribor, haciendo crujir la madera que
forraba las paredes. Por un momento tuvo que aferrarse al pasamano y abrir las dos
piernas plantando firmemente los pies en el suelo para no perder el equilibrio. Pero solo
fueron unos segundos; en seguida su instinto de supervivencia hizo que aprendiera a
caminar adelantándose a los vaivenes de proa a popa y a los bandazos de estribor a
babor. <<Es como si estuviera dando clases de baile… Y uno y dos,” pálante” y atrás, y
tres y cuatro, izquierda, derecha...>>. Y diciendo esto se alejó por el pasillo. Un poco
más adelante y a la izquierda, se encontraban las escaleras que bajaban al lujoso comedor
del barco y también a los camarotes de segunda clase. Se asomó a las enormes y pesadas
puertas de madera que aún estaban abiertas, y se quedó mirando el interior. La gran
araña de cristal que colgaba del techo permanecía encendida. Los camareros preparaban
las mesas para el desayuno. Entraban y salían con rapidez, trayendo con ellos, en
practicado equilibrio, un montón de platos, tazas, vasos y cubiertos que luego
depositaban en los blancos manteles que cubrían las mesas. Enfiló el pasillo de la
derecha donde quedaba su camarote: el “24 b”...
En el recuerdo…
...…-¡Pare el coche! -la orden del capitán me hizo volver a la realidad... Nos encontrábamos a
unos setenta metros de un edificio de piedra cuya sobriedad contrastaba con la alegría del paisaje. A un
lado del camino que llevaba al monasterio había una huerta bien cuidada, a pesar de la evidente lucha
que debían mantener el monje o monjes que la mimaban; ya que los espantapájaros que salpicaban el
51
lugar, paradójicamente atraían a los pájaros y no solo no se atemorizaban de estos pobres “convidados
de paja”, sino que unos competían por ocupar un espacio sobre sus inertes brazos mientras que otros
aterrizaban en sus sombreros, dispuestos a lanzarse en picado en cuanto localizaran el fruto apetecido.
El gorjeo de estas aves llenaban el aire y se entremezclaba con el mugir de tres vacas que pacían
tranquilamente al otro lado del camino y que, seguramente, hubieran alcanzado el estado de nirvana, si
no fuera porque de vez en cuando tenían que espantar con el rabo alguna que otra mosca “cojonera”
-¡Bajen la ametralladora y emplácenla frente al portón! -siguió diciendo-, ¡y rodeen el edificio!
¡Bajo ningún concepto deberá salir ni entrar nadie de él! ¡Y en caso de resistencia hagan uso de las
armas! ¡Usted! ¡Fuentes!, coloque el autocar de forma que impida el paso a cualquier vehículo y no se
mueva de él!
Le vi bajar del autocar y dirigirse con paso firme hacia la puerta principal. Una vez allí golpeó
con fuerza la aldaba. El portón se abrió y apareció un monje con el que mantuvo una breve conversación
tras la cual se despidieron y, dando la orden de retirada, se dirigió al autocar visiblemente irritado.
Regresamos al cuartel en el más absoluto silencio. La incertidumbre se había adueñado de todos...
Nada más llegar del Monasterio de lrache, nuestro superior mantuvo varias conferencias con
Madrid y Pamplona y luego salió precipitadamente del cuartel sin decir palabra. Sobre las cuatro de la
tarde sonó el teléfono, llamaban del batallón de Arapiles, preguntando por el capitán Corchera. Les dije
que no se encontraba en el cuartel y entonces me dieron la orden de localizarlo y comunicarle que se
presentara urgentemente en la Comandancia Militar. Cuando colgué el auricular informé de ello al
sargento.
- Fuentes, vaya al bar “El Che” a ver si se encuentra allí el capitán -este, solía ir allí todas las
tardes. Era un bar frecuentado por los afiliados a la CNT y a la FAI, en el que me había tomado
algún que otro café con Enrique y José, dos hermanos que trabajaban de mecánicos en un taller del
pueblo. Los tres vivíamos en la misma pensión y compartíamos la mesa en el comedor.
Al llegar a la plaza lo vi de lejos. Estaba sentado en la terraza en compañía de otros individuos
vestidos de paisano. Me vio y vino a mi encuentro.
- ¿Ocurre algo? -preguntó.
- Me han dado orden de comunicarle que debe presentarse de inmediato en la Comandancia
Militar - Contrario a lo que esperaba, parecía tranquilo y su mirada reflejaba serenidad. Se quedó un
momento pensativo y dijo que lo acompañara al batallón y que si había forma de llegar sin llamar
mucho la atención. Este estaba situado en lo alto de la ciudad. Le contesté que se podía llegar también
por el extrarradio de la población
- Pues en marcha.
Durante todo el trayecto no me dirigió la palabra pero ya en las inmediaciones se paró y me dijo:
52
- Baje deprisa al cuartel y dígale al sargento que, si dentro de media hora no tiene noticias
mías, que le comunique al jefe de la Comandancia de Pamplona, comandante Medel, que me hallo
detenido.
Y así lo hice. Al llegar y ver la cara de mis compañeros supe que ya sabían lo ocurrido.
Habían llamado al sargento desde el batallón, comunicando que el general Mola se había unido a la
sublevación del Norte de África; que ellos estaban con él, y que esperaban que nosotros hiciéramos lo
mismo. Y que al capitán lo tenían retenido por sospechar que estaba al lado del general Batet y, por lo
tanto, fiel a la República. Pasado un rato, se presentaron en el cuartel dos tenientes del batallón, con
una sección de soldados provisto de su armamento, ratificando todo lo expuesto por el sargento e
instándonos a apoyar la causa y todos aceptamos por unanimidad; aunque, yo no tenía muy claro si la
decisión que había tomado era la correcta.
Al acabar mi guardia salí con la intención de acercarme hasta el Círculo Carlista para ver si
encontraba a mis amigos, quizá ellos tuvieran algo más de información sobre lo que estaba sucediendo.
El día dio paso a la noche y las farolas comenzaron a encenderse en el pueblo. Estella era un hervidero
de gente. Todo el mundo se había echado a la calle con su particular versión de lo ocurrido. Ya, cerca de
la sede, me llamó la atención la cantidad de militantes carlistas que se habían congregado en la zona,
junto a las camisas azules de los falangistas y las boinas rojas de los requetés dando un toque de color a
la Plaza Mayor, como si fuera un día de fiesta. De pronto, se me acerca un muchacho con la cara llena
de granos, delatores de su juventud. Es alto y flaco y un poco caído de hombros. La prominente nuez,
que se adivina a través de la piel de su garganta, y la nariz aguileña, dueña y señora de su cara, le dan
un aire de “gallo peleón”. Mostrándome el emblema falangista, un yugo y cinco flechas bordadas en rojo,
me dice con orgullo que se lo había bordado su novia y que lucharía al lado del general Mola hasta que
su sangre se confundiera con el dibujo rojo de su camisa. Y dicho esto, se marchó sin más, ajustándose el
correaje del uniforme. Conforme se alejaba pude ver como un grupo de compañeros, tan jóvenes como él,
le saludaban dando grandes muestras de efusión y lanzando al aire gritos de “¡Arriba España! y ¡abajo
la República!”. Yo suponía que el principal motivo de esa euforia colectiva se debía a que al unirse al
ejército sublevado, pasaban de ser organizaciones paramilitares en la clandestinidad a formar parte
activa de dicho ejército en la lucha contra la República. Alguien me dio un empujón.
- ¡Chaval, que vamos a ganar! ¡Viva España! ¡Abajo la República! -eran mis amigos Luis y
Juan, que vestían el uniforme de Requeté y yo, que quería noticias frescas, empecé a bombardearles con
preguntas.
- ¡Para!, para el carro y te contaremos todo lo que sabemos -dijo Luis -¿Recuerdas cuando esta
mañana un grupo de campesinos entorpecía el paso de vuestro autocar en la carretera de Logroño? En el
Círculo Carlista nos habíamos enterado de la entrevista que iban a tener los generales Mola y Batet en
53
el monasterio de lrache. Nosotros estábamos allí para dar protección a Mola. Parece ser que Batet
decidió quemar el último cartucho. Intentaba convencerle para que frenara el alzamiento y se uniera a la
República... -Luis seguía hablando pero él ya no escuchaba. Su cerebro estaba haciendo un repaso de
todo lo vivido ese largo día. << ¿Así que la orden que le habían dado al capitán Corchera era eliminar
a Mola?>>. Ahora comprendía su extraña forma de actuar. Le habían encargado una misión
transcendental para el curso de nuestras vidas. Y esa carga, debía de pesar mucho para un hombre solo:
asesinar a sangre fría y ser consciente de que pasaría a formar parte de la historia; para unos como héroe
y para otros como verdugo. Definitivamente era una carga muy pesada para un hombre solo...
...Al llegar a este punto, “Ojos de Gato” esbozó una sonrisa, al tiempo que se sentaba
en su litera balanceando las piernas de un lado a otro. Se daba cuenta de que había sido
juguete del azar. Su involuntario retraso, había hecho fracasar lo planeado por el alto
mando, fiel al régimen establecido. Él, un motorista de la Guardia Civil que apenas
contaba veinticuatro años y que vivía en un pequeño y tranquilo pueblo del Norte, con
una vida sencilla y entre gente sencilla…¡qué cosa tenía el destino! Sin quererlo, había
sido uno de los protagonistas en uno de los momentos claves del comienzo de la Guerra
Civil y sin embargo, su historia pasaría a formar parte de aquella larga lista de
“casualidades cruciales”, condenadas al anonimato hasta el final de los tiempos...
Los ronquidos del ocupante de la litera de abajo le hacía imposible conciliar el
sueño, cosa que no parecía afectar al resto de sus compañeros de camarote, que dormían
plácidamente acunados por el alcohol acumulado en la barra del bar. De un salto se
plantó en el suelo. La luz de la luna se filtraba con timidez a través del ojo de buey; eso
le bastó para encontrar su ropa. Se vistió y, con los zapatos en la mano, salió al pasillo
decidido a pasar la noche en una hamaca. En cubierta notó con alivio que la fuerza del
viento había amainado. Vio a una pareja debajo de una escalera de subida al puente de
mando. Ella estaba apoyada contra la pared comiéndoselo a besos, mientras él, tenía
metida una mano por debajo de su falda... ninguno de los dos pareció percatarse de su
presencia. Aceleró el paso hasta alejarse de ellos, pero ahora no iba solo; le acompañaba
los acompasados jadeos de los cuerpos que había dejado atrás. Se tumbó en una hamaca
y, sin quererlo, el recuerdo de María Teresa ocupó su pensamiento. Un deseo urgente de
54
tenerla invadió todo su cuerpo, acelerándole el corazón, hasta sentir los latidos
golpeándole las sienes... Cerró los ojos y, ante él, apareció aquella pequeña habitación de
una pensión cualquiera, de un pequeño pueblo perdido en mitad de la guerra. Los
escasos muebles que la vestían fueron testigos mudos de su pasión... Le parecía estar
oyendo la risa ahogada de María Teresa con cada chirrido de los oxidados muelles de la
cama de hierro. Levantó una mano y su dedo índice dibujó unas ondas en el aire
imaginando su espalda. La recorrió una y otra vez desde la nuca hasta la cintura y en su
boca, creyó notar el sabor de la saliva mezclada con el sudor de sus cuerpos. Sintió que
el vello se le ponía de punta. Abrió los ojos y buscó el paquete de Lucky.
- ¡Maldita sea! ¡Me fumé el último hace unas horas! - El rojo de una pequeña
brasa en las sombras hizo que se percatara de que no estaba solo; cerca de él, un hombre
ocupaba otra hamaca. “Ojos de Gato” le pidió un cigarrillo y el hombre se lo dio sin
decir palabra. Le dio las gracias y volvió a su sitio. - Como yo, tampoco tiene ganas de
hablar -murmuró...
El pensar en ella le hacía daño, así que apartó ese capítulo de su vida, intentando
enterrarlo en lo más profundo de su cerebro, en ese rincón donde dicen, se almacenan
los recuerdos... Quiso relajar la mente; “ponerla en blanco”, pero eso era superior a él.
Su cerebro bullía como una cafetera agolpándose todo su pasado, llevándole de nuevo a
la noche del diecisiete de julio; la noche en que, sin saberlo, celebraron esa cena de
despedida, creyendo que volverían al final de la guerra, a recuperar esos ratos, alegres y
distendidos. << ¡Qué lejos estábamos de saber entonces, que nada iba a ser como
esperábamos…!>>.
En el recuerdo…
…….- La verdad Ángel, es que cuando te vi en el autocar, me pregunté en qué lado estarías en el caso
de que hubiéramos tenido que actuar a favor de Mola...
Las palabras de mi amigo hicieron que dejara las divagaciones, sobre cómo hubiera tratado la
historia al capitán Corchera, si hubiese tenido que interpretar el difícil papel que el destino le había
asignado. No podía creer lo que estaba oyendo.
- ¿Qué me estás diciendo con esto? ¿Que habrías disparado sobre mí, Luis?
- No lo sé... lo cierto, es que no lo sé... ¡Pero ahora eso ya no tiene importancia, porque estás en
55
este bando!
- Para mí, sí tiene importancia -dije secamente-. ¿No te parece preocupante no saber cuál
habría sido tu decisión? Sabéis tan bien como yo que esto no va a ser tan fácil. Que no va a ser arrestar
a cuatro generales y a un puñado de oficiales y ¡se acabó! ¿Qué pasará cuando tengamos que luchar unos
contra otros? Padres, hijos, hermanos, amigos… Todos a ambos lados de las trincheras matándonos
como perros... Los lazos de sangre, el valor de la amistad... ¡todo en lo que creo se irá al garete!
- ¡Venga Ángel, déjalo ya! ¡Que estamos en el mismo barco! -intervino Juan. Estaba nervioso.
El tono de su voz y la forma en que hacía girar el anillo hablaban por él-. Te digo, que si llegara el caso
-continuó- nuestras pistolas tendrían el punto de mira desviado. ¿Verdad Luis? ¡Ya está bien! ¡Vamos
a tomarnos unos vinos a “La Taberna del Peine” y dejemos ya esta discusión!
Luis iba a responder, cuando una mano le quitó de un golpe la boina roja de la cabeza y esto
hizo que se volviera con furia. Era Fernando Ruiz Alda, otro de mis mejores amigos, que como tantos
otros vestía la camisa azul de falangista.
-Toma anda, que aún no ha empezado el jaleo y ya la has perdido. ¿Pasa algo? -y, sin darnos
tiempo a responder, sacó del bolsillo un duro de plata diciendo-: ¿A que no sabéis quién me lo ha dado?
Esta tarde bajaba de la ermita de la Virgen del Puy, había ido a dar una vuelta, cuando al pasar cerca
de una de las ventanas de la sala de armas del batallón oí que me chistaban. Levanté la cabeza y me
encontré con el capitán Corchera que, mientras me pedía que bajara al cuartel y le diera aviso al
sargento de que estaba detenido, alargaba el brazo entre los barrotes entregándome este duro de plata.
¡Mira que no ha tenido mala suerte con el mensajero! -Y a continuación comentó-: Esta moneda la
guardaré toda la vida. Presiento que me traerá suerte… -y, lanzándola al aire dos veces se la guardó en
el bolsillo. En esos momentos quién me iba a decir que no era suerte lo que precisamente le depararía el
destino a Fernando ya que, poco tiempo después de empezar la guerra, cayó en combate como teniente de
la legión... - Bueno, ¿y de qué estabais hablando? - preguntó, mirándonos de hito en hito.
Tras unos segundos de embarazoso silencio, Juan retomó la conversación; pero esta vez,
desviándola hacia los hechos ocurridos a lo largo del día. Sabíamos que en un principio la guarnición de
Pamplona aún no se había sublevado, pero sí lo hicieron las compañías de Tudela y Tafalla que se
habían concentrado en esta capital. Cosa que nosotros, en ese momento ya no podíamos hacer, puesto
que estábamos a las órdenes del batallón de Arapiles, que al parecer no había secundado el alzamiento.
Hablaba de cómo Mola intentó convencer a Medel para que con sus fuerzas se uniera al movimiento,y
de la negativa de este que mandó formar las fuerzas en el patio de la Comandancia, comunicándoles que
la Guardia Civil defendería el Gobierno de la Nación y que, terminada su locución, dio un “¡viva la
República!”, a lo que los guardias contestaron con un “¡viva España!”. Y que, al ver que ya no podía
contar con sus guardias, cruzó el patio hacia la calle para subir al coche que tenía estacionado junto a la
56
puerta, y de cómo el guardia de puertas lo interceptó, sacando entonces el comandante la pistola;
rematándolo de dos tiros. Y de cómo entonces, Timoteo Ríos, un compañero mío al que llamábamos
“Minuto” por ser muy bajito, se encontraba en ese momento en todo el meollo y, sin pensarlo dos veces,
disparó al comandante Medel que cayó junto a su coche…
Juan contaba y contaba; aunque, de la mayoría de los hechos ya habíamos sido informados en
el cuartel, incluso lo de mi compañero, Minuto, lo sabía puesto que él mismo me lo explicó. Pero yo le
dejaba hablar sin prestarle demasiada atención, ya que no podía dejar de pensar en la conversación
anterior. Me sentía traicionado por el que, hasta ahora, creía mi amigo. Me había dejado claro que,
llegado el caso, no habría dudado en quitarme de en medio. Debía de tener cara de “malas pulgas”,
porque Juan interrumpió lo que estaba contando y exclamó: “¡Y ya está bien de cháchara! ¡Vamos a
La Taberna del Peine o nos dejarán sin vino!”.
Fuera, el barullo era tremendo. En su interior, olía a vino peleón y a Pacharán, a chistorra y
pan de hogaza recién horneado, todo ello envuelto por un penetrante aroma a setas. Inspiré
profundamente y la boca se me hizo agua, mientras mi estómago soltaba un gruñido recordándome que
en todo el día solo le había metido un triste bocadillo. El local estaba “hasta la bandera” pero no nos
importaba, decididos como estábamos a conseguir nuestro objetivo: un rincón en algún lugar de la
taberna. Fernando encabezó la expedición y nosotros le seguimos por el estrecho espacio que dejaban las
mesas, atestadas de parroquianos. Sorteando con pericia la tripa del tabernero y sus fuentes de
chistorras, llegamos a una mesa situada al lado de la cocina, de la que cuatro falangistas levantaban el
vuelo. Reconocí a uno de ellos, era el muchacho de los granos en la cara y su aire de “gallo peleón” que,
como la vez anterior, iba ajustándose el correaje mientras hablaba a voz en grito, para hacerse oír en
medio de aquella algarabía.
- ¡Tabernero! -dijo Fernando, agarrándole del brazo, y poniendo en peligro todo lo que llevaba
en las bandejas- ¡Tabernero, venga unos chatos! ¡Y tráenos de todo!
- De momento van unos chatos... ¡Marichu, trae unos chatos a esta mesa! -gritó mirando hacia
la barra. Al poco rato, apareció una muchacha, con la cara llena de pecas, y una mirada profunda y
aterciopelada que a mí me recordaba a la de un cervatillo asustado. Sin decir palabra, nos dejó el vino
en la mesa y, sonriendo con timidez, se marchó. Pensé que ni los modales ni su carácter encajaban en el
ambiente, era como “una margarita, en un campo de coles”.
- ¡Vamos a brindar, por nosotros! ¡Porque cuando acabe todo, volvamos a reunirnos en este
mismo lugar! -mientras Fernando hacía una exaltación de la amistad, chocamos los vasos y brindamos
porque se cumplieran los deseos del bueno de mi amigo. Al rato llegó el tabernero con un par de fuentes
repletas “de todo”, como había pedido Fernando. Y comimos, bebimos y disfrutamos de aquellos
57
momentos, conscientes de que quizá no volvieran a repetirse. Alguien empezó a cantar: “Los estudiantes
navarros, chimpón, jodete patrón, saca pan y vino chorizo y jamón y un porrón”… Y al momento, todos
le seguimos. “Cuando van a la posada ,lo primero queee preguntan, chimpón, jodete patrón, saca pan y
vino, chorizo y jamón, y un porrón, donde duerme la criaaadaaa, y si no tienen criada”... No sabía si
era por las circunstancias, pero esa jota estudiantil que tan buenos ratos nos había hecho pasar a todos
esa noche, tenía un significado especial: con ella nos despedíamos de los «días de vino y rosas”, hasta
Dios sabía cuándo. Chimpón jodete, patrón, saca pan y vino chorizo y jamón y un porrón, donde, coño
duerme el ama”…
- ¡Amigos! ¡Todos en pie! -voceó alguien en el local-. Todos a una, hagamos el brindis del
“Curdin Club” -Y todo el local alzó sus copas recitando el brindis.
- Hermanos –dijo el que lo inició-, pensad y considerad quién os viene a visitar. El que por
tierra y por mar, venció con valor humano.
- ¿Creéis que este que tengo en la mano es el verdadero y real cuerpo de la uva?
- ¡Sí, lo creemos! -dijimos todos
- ¿Creéis que vino a este con tanto primor y ardor, que a un hombre sin saber hablar lo hizo
predicador?
- ¡Sí, lo creemos! -con el semblante encendido y el corazón rebosando camaradería, seguimos la
ceremonia.
- ¿Creéis vosotros que un sastre, un zapatero y un oficial de barbero, son tres personas
distintas, cada cual más embustero?
- ¡Sí, lo creemos!
- Pues ya que tanto creéis, decid conmigo:
Señor Don Tinto, yo no soy digno de que entre en mi cuerpo tan solo vino.
Por vuestra divina palabra, que sea puro y no tenga agua.
¡Ven aquí sangre de viejo!
Que sabes que no me espanto aunque vengan cien pellejos.
Para ganar la gloria: con vino y con memoria.
Para ganar el cielo: en casa del tabernero.
“Peromnia seculan seculorum” amén.
Que todos beban y yo también.
Desde que acabó la guerra, lo vivido en esa noche de verano le venía al
pensamiento con mayor frecuencia de lo que hubiera querido. Incluso, a veces, soñaba
con ello. Se veía a sí mismo con el vaso alzado, y destilando euforia como el resto de
58
los parroquianos, a sabiendas de que cuando entraran en combate muchos de ellos no
volverían a recitar el “Curdin Club”. De hecho, hasta ese momento en que se encontraba
tumbado en una hamaca del barco que le llevaba hacia una nueva vida, no había pisado
la vieja Taberna del Peine, ni desgranado la oración del borracho. Lo único cierto era
que después de esa noche, la gente que pisaba ese local se quedó atrás, en el camino de
su vida, como se quedaron Luis, Juan y Fernando, que cayeron en la contienda antes de
acabar el año. El recuerdo de los tres le acompañaría siempre y solo esperaba, que allí
donde estuvieran, alzaran sus vasos por los buenos momentos vividos acompañados de
la sonatina del “brindis del borracho”.
- ¡¿Donde te metiste anoche?! -exclamó, Llaurador, pegándole unas palmaditas en
la espalda que casi le hacen derramar el café del desayuno.
- Me acosté temprano... –se excusó, sin demasiadas ganas de dar explicaciones.
- ¡Te estuve buscando con dos “pibitas” la mar de amables y tú sin aparecer!
¡Acabamos en el camarote! ¡Joder, macho lo que te perdiste!
- ¿Y Herrera? –preguntó.
- Le debo un favor: llegó, vio y se marchó. No tengo ni idea de dónde ha pasado
la noche... ¡Mira!, hablando del ruin de Roma… -Julio llegó a la mesa y se sentó sin decir
palabra. Las profundas ojeras que surcaban sus ojos, delataban una noche de insomnio.
Mientras el camarero le preguntaba si quería té o café, cogió una tostada y, con gesto
maquinal, comenzó a untarla de mantequilla. “Ojos de Gato” observaba a Ramón. Este
seguía contando con pelos y señales su noche de gloria. Al contrario que las suyas, su
cara no reflejaba ni rastro de fatiga. Oyéndole hablar, te dabas cuenta de que el éxito con
las mujeres no radicaba en su atractivo físico, sino en su aire desenvuelto y en esa
seguridad en sí mismo que hacía que fuera el centro de atención para todo el mundo...
- ¡Escucha, Ramón! -dijo Julio, blandiendo peligrosamente el cuchillo pringado
de mantequilla frente a la nariz de “Ojos de Gato”- ¡Estoy harto de salir del camarote,
cada vez que quieres echar un polvo! ¡Yo necesito dormir! ¡Así que, durante estos tres
días que quedan de viaje, dedícate a la pesca de la ballena o pídele al capitán que te
preste el suyo, con botella de champán incluida! ¡Porque yo no pienso dormir más
dentro de un bote salvavidas! -y dicho esto, cogió un par de galletas de un plato y las
mojó en el café.
59
En el recuerdo…
…“¡Galletas, galletitas, galletonas! ¡Galletas, galletitas, galletonas!”… Palabras mágicas que había
olvidado y que ahora repiquetean en mi cerebro. A mi memoria viene un recuerdo de, aunque parezca
increíble, cuando tenía uno o dos años, no más. Me veo entrando en brazos de mi madre en una casa.
Una mujer que se parece a ella me coge en brazos y, mientras me besa, me habla con voz suave, en un
intento de calmar mi angustia de niño ante un lugar extraño. Pero no lo consigue; la miro y rompo a
llorar desconsolado. Vuelvo a estar en los brazos de mi madre, ahora con la cabeza apoyada en su
hombro. Un mechón de pelo rubio como el oro me hace cosquillas en la nariz, haciéndome estornudar.
Entramos en una habitación donde hace calor y un agradable olor a pan invade toda la estancia.
En el centro, bajo una gran campana ennegrecida por el hollín, un alegre fuego chisporrotea mientras
que, encima del trébede, una humeante olla deja escapar un agradable olorcillo, a la vez que la tapadera
baila, impulsada por el burbujeo del guiso. A mí se me hace la boca agua y alargo los brazos hacia la
olla. La mujer que se parece a mi madre me sonríe y me da un trozo de pan de hogaza, recién
horneado...
Estoy en otra habitación, esta no es tan alegre. No hay teas iluminándola porque no hay
tederos en las paredes para sujetarlas, solo un candil con una vela encendida, cuya mortecina luz
proyecta nuestras sombras por el cuarto, bailando a nuestro alrededor como fantasmas a medida que
nosotros nos movemos. En el centro, hay una enorme cama de hierro y, al lado de la cabecera, una
mesilla y una silla de anea vacía que mi madre ocupa, conmigo en brazos. Yo tengo miedo, mucho miedo
y escondo la cara en su pecho buscando protección...
- Francisca, ¿cómo está el chico? ¿Aún tiene “picos negros” en la cara (pústulas) y las manchas
de la piel? ¿Le has puesto vendas empapadas en agua fría y vinagre, como te dije para bajarle la fiebre?
-la mujer asiente con la cabeza, mientras acerca la vela a la almohada y dice:
- Florencia, los paños no le han bajado la fiebre; tampoco se han ido las manchas y “los picos”.
Mi madre se levanta de la silla y me deja encima de la cama; yo no quiero, quiero que vuelva a cogerme,
pero ella me acaricia la cabeza a la vez que se lleva el índice a los labios instándome a que guarde
silencio-. Chiiiisss, estate calladito Ángel, que tu primo Tiburcio está enfermo, chiiiisss .- Ahora pone
su mano en la almohada y yo gateo por la cama, hasta llegar a la altura de la cintura de mi primo. Las
palabras de mi madre han borrado el miedo, para dar paso a la curiosidad. No sabía quién era
Tiburcio, pero quería ver “los picos negros...”. Me acerco más, su camisa de dormir entreabierta, a la
altura del pecho, muestra una piel perlada de sudor y salpicada por manchas negras. Miro su cara y veo
60
“los picos” de los que hablaba mi madre. Su respiración es entrecortada y su cuerpo despide calor...Ángel, sal de ahí que estás molestando a tu primo -dice, bajito, a la vez que me da una galleta de un
plato que había encima de la mesilla de noche. Le pego un mordisco y oigo que el enfermo murmura algo
inteligible para mí, a la vez que levanta un brazo moviéndolo como si espantara moscas. Tiene los ojos
entreabiertos y fijos en mi galleta. A pesar de mi corta edad, me doy cuenta de que quiere quitármela y
me aparto de él, volviendo a los pies de la cama. El murmullo inteligible va subiendo de tono hasta
convertirse en un grito. En su delirio repite una y otra vez la misma cantinela: “galletas, galletitas,
galletonas”, “galletas, galletitas, galletonas”, “galletas, galletitas, galletonas”... Oigo cómo mi madre le
dice a la mujer que se parece a ella, que traiga más trapos con agua fría y vinagre, mientras le hace la
señal de la cruz tres veces en la frente, a la vez que recita una oración a San Judas, patrón de las causas
perdidas. Luego lo besa y, tomándome en brazos, se vuelve a sentar en la silla. No se oye nada, solo la
entrecortada respiración del enfermo. Yo me quedo mirando la sombra en la pared que proyecta mi
madre, conmigo en brazos, y le pregunto que cuándo nos vamos. Ella me da otra galleta y me dice que
mire a la pared donde se dibujan nuestras sombras. De pronto, comienzan a desfilar una serie de
siluetas que reconozco enseguida: un perro, un gato, un conejo... Yo palmoteo alegremente, olvidando por
el momento mi miedo, y mi madre sigue haciendo sombras chinescas, mientras mi primo Tiburcio sigue
delirando: “galletas, galletitas, galletonas”, “galletas, galletitas, galletonas”...
- Aquí están los paños -dice la mujer entrando en el cuarto, con una palangana con tanto
vinagre, que al acercarse me hace arrugar la nariz. Mi madre coge uno, lo estruja y lo coloca en la frente
del enfermo-. El paño pierde el frío enseguida -comenta.
Salimos de la habitación y yo me siento feliz. Palmoteo y la galleta se me cae, pero no me
importa, rodeo el cuello de mi madre con los dos brazos y la beso; la beso, llenándole la cara de babas y
migas de galleta y ella me sonríe… y yo, soy feliz.
Llegamos a la estancia de las teas encendidas y allí hablan del enfermo; de que la nieve ha
cortado todos los caminos y eso impide ir a buscar al médico; de que sería mejor ir a por Josefa, la
curandera que vive cerca de la ermita de la Virgen de ldoya...
- Eusebio -dice la mujer que se parece a mi madre, dirigiéndose a un hombre moreno y de
barba oscura que permanecía sentado al amor de la lumbre. Eusebio levanta la cabeza. Su cara refleja
preocupación -. ¿Quién va a ir a por la curandera? Iré yo.
- Florencia… tu sobrino mayor, Teodosio, te acompañará de vuelta a casa. No puedes ir sola,
ya ha anochecido -el hombre de la barba oscura se levanta y cruza la habitación, hasta una puerta que
había enfrente del cuarto del “niño de los picos”.
- ¡Teodooosio! ¡Deja lo que estás haciendo y ven enseguida!
- ¿Que quieres, padre? -apareció un muchacho, con el pelo lleno de aserrín y oliendo a madera y
61
barniz.
- Engancha a Anselmo al carro, que vas a llevar a tu tía y al niño de vuelta al pueblo. Yo iré
a por la curandera.
- Espera Florencia, que te traigo una toquilla para que arropes al niño.
- Ya lo envolví en su manta; no te preocupes mujer.
- No, espera; si es un momento… así irá más calentito -y diciendo esto, cogió una toquilla de
lana negra de una mecedora que había cerca de la lumbre y me arropó con ella. Y me besaron y se
abrazaron, y mi madre le hizo prometer que en cuanto pudiera le diera noticias del estado de mi
primo...- ¡Adiós, adiós!, ¡abriga al niño, no vaya a coger frío! ¡Y tú, cuídate! Y así, emprendimos el
camino de regreso en un carro tirado por un viejo caballo, tan famélico que a través del pellejo se podían
contar cada una de las costillas de su esqueleto. Tenía el animal el acierto de pillar todos los baches que
encontrábamos por el camino, a pesar de los esfuerzos que el bueno de Teodosio hacía por evitarlos.
- Lo siento tía Florencia, pero Anselmo es viejo y testarudo. Cuando se pone terco, no hay
forma de hacerle ir por donde uno quiere y... -mi madre le interrumpe, diciéndole que no se apure, que
todo está bien, que lo que importa es llegar a casa... Y yo me duermo a pesar del traqueteo del carro, a
pesar de la testarudez de Anselmo. Me duermo y sueño con galletas, con niños llenos de “picos negros”
que me persiguen por un cuarto, en cuyas paredes bailan sombras chinescas, repitiendo una y otra vez la
misma sonatina: “galletas, galletitas, galletonas”, “galletas, galletitas, galletonas”... Y yo me subo en el
carro de Teodosio, y Anselmo, corre sin coger un bache y me lleva por un camino de galletas, con árboles
de galleta. Galletas de chocolate, de vainilla, de coco...
Pasaron los años y llegó la edad para comprender que “las fiebres altas” y “los picos negros” de
mi primo Tiburcio que, por cierto pudo contarlo, no eran otra cosa que los clarísimos síntomas del tifus,
al que estuvimos todos expuestos al contagio -por la ignorancia de los míos - sobre todo yo, un niño
pequeño que estuvo toda una tarde de invierno jugando con la muerte y a la que le robó unas galletas...
Está claro que, una vez más, “Dios protegió la ingenua inocencia de mi madre”……….
…- ¡Ángel! ¿Estás bien? -“Ojos de Gato” levantó la mirada del plato de galletas y vio
un par de ojos pequeños y vivarachos que le observaban a través de unas gafas de
concha gruesa. Era Valentín Ortega, otro compañero cuyo destino en ese momento no
recordaba. De rostro amable, su sonrisa se veía coronada por un finísimo bigote a lo
Carl Gable.
62
- Sí, ¿qué me decías? Es que no estaba escuchando, perdona...- hacía rato que
había perdido el hilo de la discusión. La verdad, es que le importaba un comino los
estúpidos problemas de sus compañeros e intuía que Valentín, poco dado a las disputas,
estaba pensando lo mismo.
- Decía que si quieres, jugamos una partida de ajedrez, mientras estos siguen
discutiendo sobre sus problemas de ubicación nocturna.
- ¡Ramón, ya está bien! ¡Por mí como si quieres montarte la juerga en el
mismísimo puente de mando! ¡Pero el camarote, lo que queda de viaje, es para dormir!
- Pero tío, si es que no las has visto ¡Están buenísimas! ¡Sobre todo la pelirroja,
que tiene unas tetas con dos pezones, que parecen los pitones de un toro de Miura! ¡Y la
morena! No veas que piernas; largas, larguísimas, y...
- Ángel, ¿nos vamos? -dijo Valentín, apagando la colilla del Camel en el ya
desbordado cenicero que había encima de la mesa del desayuno-. Espera un momentoy, levantándose de la silla, se colocó entre los dos, en un intento de arreglar la situación-.
Se me ha ocurrido algo: Julio, ¿por qué no te vienes a mi camarote, hay una litera vacía y
estoy seguro de que a mi compañero de turno no le va a importar?
- ¿Por qué me tengo que cambiar yo? ¡Que no hombre, que no! ¡Lo que tiene
que hacer!...- empezó a decir Julio, cada vez más nervioso, pero Llaurador le
interrumpió, sin darle tiempo a terminar la frase.
- Está bien, tú ganas, no más juergas místicas en el camarote en lo que resta de
viaje, pero macho, cálmate que te va a dar un telele...
- Bueno, ¡pues entonces, todo arreglado! -exclamó Valentín-. Ángel, ¿jugamos la
partida?
Desde el rincón donde estaban sentados, se divisaba casi toda la sala de
esparcimiento que empezaba a llenarse de pasajeros, a pesar de ser una hora temprana.
Como ellos, buscaban alguna forma de distracción, que les hiciera el día más corto. En
una mesa, cerca de una de las puertas de entrada, dos parejas de mediana edad charlaban
animadamente. Las señoras iban profusamente enjoyadas. Lucían en sus cabezas sendas
pamelas en tonos azules, a juego con sus vestidos estampados de vuelo amplio y a media
pierna. Las dos calzaban zapatos de tacón fino. Y él se preguntaba: “¿Cómo podían
guardar el equilibrio con los vaivenes del barco?”. Parecían personas totalmente
despreocupadas…: “Igual que cigarras en una continua fiesta”… Seguramente sus
maridos eran gerentes de alguna finca de café o alguna empresa maderera de la colonia.
Un poco más cerca, ocupando un sofá de dos plazas, un hombre mayor removía
63
distraídamente una taza de café mientras hojeaba un libro, cuyo título no alcanzaba a
leer desde donde estaba. Vestía de los pies a la cabeza de blanco, a excepción de un
cinturón oscuro y un bastón negro, probablemente de ébano, con empuñadura de plata.
Tenía una melena gris que, partida en dos, le caía libremente sobre los hombros. Como
si de un caballo alazán se tratara, unos impertinentes cabalgaban con destreza sobre el
prominente puente de la nariz. Dejó el libro y sacó del bolsillo de su chaleco un grueso
reloj de oro, que al abrir la tapa dejó escapar las primeras notas de “Para Elisa”. Miró
hacia una de las puertas de entrada y volvió a echar otro vistazo al reloj. Era evidente
que estaba esperando a alguien que se retrasaba...
No muy lejos en el sofá más grande, un sofá de piel marrón, una joven madre
mecía un cochecito de bebé, intentando calmar a su retoño que lloraba desesperado.
Mientras, un niño de corta edad le tiraba de la blusa intentando captar su atención, sin
apenas conseguirlo, porque estaba escuchando con mucho interés algo que le contaba
otra mujer, más o menos de la misma edad. Esta última, llevaba en el hombro izquierdo
un diminuto mono tití atado a una cadena que ella sujetaba. El animal, al que había
vestido con un ridículo traje azul, llevaba en la cabeza un pequeño capirote, de cuyo
extremo colgaba un cascabel que sonaba con cada movimiento del primate. Horacio,
que así lo llamaba su dueña, miraba con ojos asustados a otro niño más mayorcito, de
unos seis o siete años, que intentaba tirarle del rabo sin conseguirlo, porque el pobre
Horacio, que ya debía ser perro viejo en salvaguardar su apéndice de niños como ese,
había introducido el rabo dentro del escote de su ama, que seguía hablando cada vez
más alterada...
-Y entonces, al día siguiente, me la encontré en el economato, y le dije: Cuca,
mona, no creas que porque tu marido sea capitán y el mío teniente, te voy a rendir
pleitesía... ¡Ay!, ¡Horacio, estate quieto! -gritaba, mientras intentaba hacer bajar al animal
de su cabeza. Pero, Horacio estaba tan asustado que había buscado refugio entre el pelo
de su ama. La escena era realmente cómica. Las dos mujeres intentaban mantener su
cotilleo, en medio del pequeño cataclismo que tenían a su alrededor...
- Piezas ¿blancas o negras? Como esas dos vas a encontrar muchas en Guinea.
Una, la de los niños, es la mujer del teniente Castaño, y la otra, la mujer de Pepe Lugo,
un capataz de la finca de café Pradesa -Valentín me miraba con sorna, mientras me
adentraba en la vida social de la Colonia, a la que había llegado un año antes que yo-.
64
Aquel señor –continuó- vestido de blanco que lleva el bastón, es el doctor Garriga, un
médico del hospital de Bata. Durante la guerra estuvo de aquí para allá, en diferentes
hospitales de campaña. Salvó muchas vidas, pero no pudo salvar la de su familia, el
destino se cebó con él. Su mujer y sus dos hijas fueron violadas y asesinadas casi al final
de la guerra. Nunca encontraron a los autores de tal barbarie... Tras la Guerra Civil vino
a la colonia y aquí continúa. Siempre va rodeado de “monguitos”. Más de una vez lo
verás con su Jeep cargado de pequeños, a los que les dedica casi todo su tiempo.
- ¿Monguitos? -Valentín me miró con expresión divertida.
- Quiere decir: niños. Hay palabras del dialecto Fang* tan familiares para los
que ya llevamos una larga temporada aquí, que las mezclamos con nuestro idioma con
toda naturalidad. Por ejemplo, para referirnos a los nativos decimos: “morenos” -Mi
cara debía ser de total perplejidad, porque me dijo- No me mires así, a ellos no les gusta
que le llamen negros. Cuando queremos decir mujer empleamos la palabra mininga;
mininga ntang quiere decir mujer blanca; mininga nfang mujer negra; ir de miningueo es
ir de putas. ¡Te aseguro que esa expresión la vas a oír mucho, allá a donde vamos!...
Fang*: Etnia originaria del área continental de Guinea Ecuatorial. Se encuentra también en
Gabón y Camerún. En la actualidad constituye el grupo más numeroso en G. Ecuatorial.
La lengua fang, proviene de la familia bantú.
……“Ojos de Gato” se tumbó en la litera con el propósito de dormir unas horas.
<<Las cuatro de la tarde... Si pudiera conciliar el sueño el día se me haría más corto>>,
se dijo. Pero le resultaba imposible así que, doblando la almohada, recostó la cabeza
contra la pared y encendió un Luky, aspirando el humo con fruición. Se quedó mirando
a Cebana, que descansaba en la litera de abajo. Su respiración acompasada denotaba un
sueño tranquilo y sintió envidia de su compañero. ¡Ojalá él pudiera dormir así! Desde
que había emprendido el viaje, no conseguía pegar ojo. Se decía que era el calor y la
incomodidad del camarote, pero sabía muy bien que la realidad era otra: desde que
salieron de Bilbao sentía una sensación extraña, como si una parte de su ser se hubiera
quedado flotando en el aire y un maléfico Diablo Cojuelo lo hubiera tomado de la mano
y, en contra de su voluntad, lo paseara por todos los lugares que le habían dejado huella.
65
Pensaba en lo irónico de la situación: salió huyendo de sus recuerdos y cuanto más se
alejaba, más vivos estaban. La triste historia del doctor Garriga le trajo a la memoria
aquellos largos días en que hizo suyas las horas de angustia de otro hombre, desesperado
por encontrar a su familia; en un día de otoño, al comienzo de la Guerra Civil......
En el recuerdo…
- Ángel, coge un coche que nos vamos a Fuenterrabía. He perdido el contacto con mi mujer y
estoy preocupado… ¡Vámonos! -dijo el capitán Palló.
Salimos del cuartel y nos subimos al primer coche oficial que vimos sin conductor, sin pararnos
a pensar en las consecuencias que eso podría tener, en medio de un día gris y lluvioso. Inmersos en
nuestros pensamientos, emprendimos el viaje. El silencio hubiera sido total, de no ser por el acompasado
vaivén del limpiaparabrisas al barrer las gotas que se estrellaban contra el cristal. Y así viajamos varios
kilómetros. En ese tiempo, no sé lo que pasaría por su mente, pero a la mía vino el abrazo que me dio,
el día en que regresó al cuartel tras el arresto del capitán Corchera. Un abrazo fuerte, lleno de calor; un
abrazo de padre, porque eso era lo que había sido para mí, desde el primer momento en que llegué a
Estella... El tronar de la artillería me situó de nuevo en la oscura realidad; conforme nos acercábamos
al puente de Endarzala, sobre el río Bidasoa, pudimos ver la columna de Beorlegui, que se encontraba
detenida porque la artillería de la guardia de asalto, junto con los carabineros desde el monte San
Marcial, había volado el puente. Los soldados de la columna trabajaban sin descanso para intentar
poner en funcionamiento dicho puente, mientras las balas silbaban sobre nuestras cabezas y los
cañonazos acortaban distancia. La carretera trascurría a lo largo del río, teniendo a nuestra derecha
Francia y, a nuestra izquierda, el monte San Marcial, desde donde el ejército republicano defendía con
arrojo su emplazamiento, que era el fuerte San Marcos, muy cerca de lrún. El oficial que mandaba la
columna, capitán Barroso, nos preguntó que a dónde nos dirigíamos, y mi capitán le explicó todo lo
referente a su familia…
- Su familia tendrá que esperar, no sé cuándo podremos salir de esta encerrona; no sé si se han
dado cuenta de que somos blanco fácil para el enemigo... - de pronto se calló, miró al cielo buscando algo.
Y entonces los oímos ¡Eran aviones! ¡Aviones bimotores franceses!- ¡Todos fuera de los vehículos!
¡Dispersaos! ¡No os quedéis en la carretera! -gritaba el capitán, yendo de un lado a otro. Corrimos a
protegernos entre los árboles, mientras que la artillería del enemigo seguía tronando. El capitán Palló fue
el primero en darse cuenta de que los aviones solo nos observaban, era una escuadrilla de reconocimiento
66
que vigilaban la línea fronteriza francesa- ¡Si los gabachos hubieran querido acabar con nosotros, hace
rato que lo habrían hecho! -dijo a gritos, intentando hacerse oír por encima del estruendo. Tres días
estuvimos en ese infierno agazapados entre los árboles y avanzando poco a poco por la ladera del monte,
en el intento de hacernos con ese reducto. Los hombres caían como moscas en ambos bandos. El aire
estaba impregnado de olor a pólvora, a sangre y al hedor de intestinos reventados por la metralla. Los
lamentos de los heridos horadaban mis tímpanos hasta clavarse en mi cerebro, pero lo peor de todo eran
sus ojos. Esos ojos, cuya mirada de angustia reflejaban un infinito miedo a la muerte, te pedían ayuda y
tú, apartando la vista, les mentías diciéndoles que todo iba a ir bien, mientras en tu interior maldecías
tu impotencia ante el sufrimiento de toda esa gente... Recuerdo un muchacho que me pedía un pitillo;
extendía su brazo en un intento de coger el cigarrillo, le faltaba la mano hasta la muñeca, pero él no se
había dado cuenta; ni si quiera parecía sentir dolor- Acércate más, que no lo alcanzo -decía, mientras
los jirones de carne que le colgaban del brazo bailaban con cada movimiento que hacía-. Espera, que te
lo pongo en la boca -contesté, mientras encendía uno nuevo con la colilla ensalivada que llevaba entre los
labios-. Oye amigo… -y pasaba el muñón por mi guerrera, tiñéndola de rojo-…soy pintor; bueno, en
realidad pinto paredes, pero me gusta la pintura... -la fina y pesada lluvia que caía sobre nosotros,
había apagado el pitillo. Quiso seguir hablando, pero un golpe de tos le hizo vomitar sangre, así que se
lo quité-. Déjame tu dirección, porque... -le costaba respirar y fruncía los labios intentando atrapar
pequeñas bocanadas de aire, igual que un pez fuera del agua, pegando los últimos coletazos en un vano
intento de zafarse del anzuelo que le había tendido la muerte- …cuando todo esto acabe, te pintaré...
Me duele la pierna derecha... Tengo frío... ¡Ayúdame!... -pensé que todo había acabado, pero siguió
hablando-. ¡Ah!... levantadme -miré hacia donde debería estar su pierna y no la encontré, la metralla la
había arrancado casi de cuajo. En mitad del muslo, infinidad de trozos de esquirlas óseas aparecían
incrustadas en los sanguinolentos trozos de carne... Ante aquella visión, un sudor frío invadió todo mi
cuerpo, No pude evitar las arcadas y vomité, vomité, y vomité toda la bilis que mi vesícula pudo generar.
Me encontraba tan mareado que pensé que me iba a desmayar junto aquel pobre infeliz, pero no fue así;
intentando ignorar a mí estomago, volví a mirar... La tierra en donde debería haber descansado la
extremidad, aparecía empapada de sangre, dándole un aspecto como de tierra mojada, tierra recién
regada; regada con la sangre de ese muchacho que tenía entre mis brazos, de él y de muchos como él.
Mientras lo volvía a depositar en el barro pensaba: <<Tu sangre será tu sudario, amigo mío. Espero
que tengas claro por qué o por quién has muerto. Y que, estés donde estés, puedas seguir pintando,
aunque solo sean paredes… amén>>, dije a modo de oración... Los gritos de los soldados llamando a
los sanitarios acabaron con mi monólogo. Me arrastré sobre el fango buscando protección topando con
algo blando y viscoso, e instintivamente giré sobre mi espalda, apartándolo de mi camino; no tenía
ningún interés por saber de qué se trataba, mi único pensamiento era encontrar algún lugar donde
67
parapetarme. El resplandor producido por la artillería iluminó la zona y pude ver, no muy lejos de
donde estaba, uno de tantos socavones producidos por los obuses al impactar contra el suelo. Me dejé caer
por él, yendo a dar con mis huesos en un improvisado colchón de cuerpos sin vida de los que intentaba
librarme sin conseguirlo, porque en aquel agujero, la lluvia había formado un charco de lodo, del que se
hacía difícil salir... <<Parece que estoy en una atracción de feria>>, y a continuación me encontré
soltando una sonora carcajada, <<me estoy volviendo loco, si no salgo pronto de aquí no me hago
responsable de mi cordura...>>. No reconocía mi voz, me sonaba extraña, como si perteneciera a otra
persona; tal vez a algún despojo humano, como el que tenía bajo mi cuerpo. Volví a ponerme en pie
intentando no perder por enésima vez el equilibrio. A cada paso que daba sentía que se me erizaba el
vello... La risa histérica dejó paso a las lágrimas; lágrimas que brotaban a borbotones, sin poder
evitarlo… A pesar de las gruesas botas, notaba la carne y los huesos de esos pobres seres bajo mis pies...
Cuando por fin logré salir, eché a corre sin mirar atrás. No hacía nada por protegerme, sabía que en
esos momentos era carne de cañón para el enemigo, pero no me importaba, solo quería huir de aquel
infierno. En mi carrera por el campo de batalla, escuchaba las voces de hombres que pedían ayuda: unos
para ser salvados y otros para que acabaras rápido con su sufrimiento... “Compañero, haz algo por mí:
pégame el tiro de gracia y terminemos de una vez... Yo lo haría por ti...”, ¡Camillero! ¡Aquí, sanitario!.
Me había unido a las voces que reclamaban con desesperación una tabla de salvación para esos pobres
seres... No podía hacer otra cosa. Eso y pedirle a Dios que acabara rápido con el sufrimiento de cada
uno de ellos.
Al cabo de tres días de horror, el monte San Marcial fue tomado por nuestras fuerzas y así nos
pusimos en marcha de nuevo hacia lrún. Abatidos, sucios y cansados, hasta que unos compañeros que
iban delante comenzaron a cantar una marcha alemana… “Yo tenía un camarada, entre todos el
mejor”... En poco tiempo, nuestras gargantas fueron solo una… “Siempre juntos caminábamos, siempre
juntos avanzábamos”... Lo hacíamos con fuerza; confiando en que nuestras voces llegaran al cielo a
modo de oración. Estaba convencido de que en los corazones de casi todos había un rincón para los
caídos de ambos bandos, porque muchos de nosotros teníamos en el lado contrario familia y amigos,
combatiendo por sus principios. Al redoble del tambor, al redoble del tambor... gloria, gloria, gloria,
victoria”… ¿Por sus principios… por los nuestros? ¿Por nuestra sangre… por la de ellos? Seguramente
al Cielo no le importaba de qué lado era la sangre derramada, ni de quién era la razón y de quién la
sinrazón. Seguramente, el Cielo pasaba de todo eso y solo le preocupaban los inocentes, que se habían
visto envueltos en esa locura. Al menos yo, si fuera Cielo, es por lo que me preocuparía…
Muy cerca de Irún se hallaba Fuenterrabía. Allí se encontraba la casa de la familia del
capitán Palló y allí esperaba encontrar a los suyos. Por fin llegamos al pueblo, un pueblo de casas
cerradas y calles vacías que atravesamos hasta la playa, en donde encontramos a un viejo pescador,
68
remendando una red. Nos contó cómo la gente había huido a Francia. Nos dijo que conocía a la
familia, pero que no sabía nada de ellos.
- Todos se han marchado, solo quedo yo... -murmuró con voz cansada y, dándonos un fuerte
apretón de manos, volvió a lo que estaba haciendo. Nos pusimos en marcha, esta vez hacia la salida del
pueblo, en donde se encontraba la casa de la familia del capitán. A unos cincuenta metros de distancia,
me mandó desviar el coche fuera del camino, yendo a parar detrás de unos arbustos.
- Desde la casa, esta zona no es visible -comentó, mientras sacaba su pistola de la cartuchera,
comprobando el cargador- La construyó mi bisabuelo. Hasta ahora, cuatro generaciones de Pallós la han
habitado y espero que siga así durante mucho tiempo -dijo, con la mirada perdida en la casa, que en otro
tiempo debió estar llena de vida, pero que a mí me trasmitía una tremenda sensación de tristeza y
soledad… Los gruesos muros de piedra aparecían cubiertos de hiedra y ahí, donde esta no había llegado,
la pátina del tiempo se había adueñado sirviéndose de un fino manto de musgo, dotando a la piedra de
una tonalidad más oscura. El gran portón de madera recia que presidía la fachada principal aparecía
cerrado a cal y canto, en contraste con las ventanas, que presentaban los cristales desnudos con las
contraventanas abiertas de par en par, lo que hacía que la casa diera la sensación de ser frágil y muy
vulnerable ante los saqueadores que tanto abundaban desde que empezó la guerra. Un vetusto roble de
ramas desnudas nos dio la bienvenida a la entrada de un jardín en donde, clavado en el suelo, un
indicador de madera tenía grabado a fuego: “Rodalía”. El capitán me explicó que era el nombre con el
que su bisabuelo había bautizado la casa.
Caminamos, teniendo bajo nuestros pies una tupida alfombra de hojas, que indicaba el sueño
en que estaban sumidas las plantas, esperando la llegada de la primavera. Había dejado de llover y el
Sol pugnaba por salir de entre las nubes, proyectándose, de vez en cuando, en las hojas caídas. Era
entonces cuando el paisaje quedaba envuelto en una cálida luz, dándole al lugar un mágico toque; como
de cuento de hadas. De pronto, creías percibir en el crujir de una rama o en el vuelo de un hoja, la
silueta de alguno de los habitantes del jardín: gnomos corriendo a refugiarse debajo del viejo roble;
duendes a lomos de caballitos del diablo o hadas que, al agitar la varita, lo ponían todo perdido de un
polvo dorado...
En el exterior no había un alma, y todo parecía estar en su sitio. Trepamos por un árbol hasta
el balcón, con la intención de romper un cristal, pero ya se nos habían adelantado. Aquello era un caos:
muebles destrozados y objetos personales por el suelo como si Atila hubiera pasado por allí.
En la biblioteca, nos recibió un agonizante Chester, con los muelles asomando de entre los tajos
propinados en su piel... Las oquedades de la librería, en otro momento vivas, parecían nichos vacíos en
espera de ser ocupados por los restos de las vidas, que llenaban los libros esparcidos por el suelo de la
estancia...
69
- Es de mi niña Bea -dijo, mientras se agachaba a recoger una pequeña muñeca de trapo, sucia
y pelona, a la que habían mordisqueado la nariz, hasta dejarla sin ella. Se la quedó mirando un
momento, guardándola luego en el interior de la guerrera. Conforme avanzábamos, oímos unas voces que
llegaban del final del pasillo-. Viene de la cocina -comentó...
- ¡Hijos de puta! ¡¿Qué habéis hecho con mi familia?! El cañón de la pistola del capitán se
hundía peligrosamente en la mejilla de uno de los individuos que allí se encontraban. A la vez que los
desarmaba, yo apuntaba a los otros dos, ordenándoles que levantaran las manos en alto. Nuestra
irrupción en la cocina les había cogido por sorpresa y estaban muy asustados. Por nuestra parte, no
podíamos dar crédito a lo que estábamos viendo: eran tres muchachos, muy jóvenes, vestidos de
falangistas, apenas tendrían veinte años. Uno de ellos me resultaba vagamente familiar... Tenía la cara
llena de granos... ¡Claro, era el muchacho que el día del alzamiento se acercó para enseñarme la camisa
azul bordada por su novia! El que siempre se iba ajustando el correaje, con aire de “gallo peleón”...
Tras jurar una y mil veces que no sabían nada de la familia del capitán, este, cada vez más
encolerizado, les dijo:
- ¡¿No os habéis enterado de que estamos en estado de guerra?! ¡Y que el pillaje se castiga con
la pena de muerte! -durante un rato estuvo interrogándoles, en un vano intento de que le contaran qué
había sido de los suyos. Repetían siempre la misma historia, reconociendo que ellos eran los causantes
del destrozo, pero que cuando entraron en la casa no había nadie...
Subimos al coche, con los tres muchachos sentados detrás, y el capitán a mi lado apuntándoles con su
pistola, mientras me decía que había que regresar a lrún para denunciar lo ocurrido en la Comandancia
Militar. Nadie habló durante el viaje. Por el retrovisor, alcanzaba a ver al muchacho de los granos que,
con la mirada baja, permanecía, al igual que los otros, en silencio... Quizá su pensamiento estuviera en
la muchacha, que le bordó la camisa o tal vez en su familia, ¿quién sabe? Lo más probable era que el
miedo a lo que se le avecinaba, tuviera bloqueada su mente...
- Ángel, no les quites el ojo de encima -dijo el capitán al llegar a la Comandancia. Cuando nos
quedamos solos, uno de los chicos me entregó una libreta. Me dijo que desde que se alistó había escrito en
ella, día tras día, sus vivencias; que, por favor, se la llevase a sus padres, que vivían en Sangüesa; los
tres eran de allí- mientras los escuchaba, yo sentía una infinita pena por ellos y por mí. En mi interior,
se libraba una dura batalla entre mi fidelidad a todo lo que juré obedecer y mis sentimientos, que me
gritaban que los dejara marchar... Me quedé sin comprobar cuál habría sido mi resolución ante esa
tesitura, porque apareció el capitán. Al parecer, al final de la avenida de Irún, se encontraba un
destacamento de soldados que serían los que se encargarían de fusilarlos. Intercedí por ellos varias veces,
apelando a su compasión; pero me mandó callar. Entonces, la providencia vino en nuestra ayuda. Por la
avenida, la gente corría. Venían de la parte francesa, por el puente internacional, hacia España. De
70
nuevo empezó a llover, esta vez con fuerza, acompañada de ráfagas de viento. La gente se arrebujaba en
sus prendas de abrigo, en un intento de guarecerse del agua que caía; las varillas de los paraguas se
doblaban, ante la fuerza del viento, dejándolos inservibles: periódicos, maletas, bolsos, plásticos... todo
era válido para protegerse. Por casualidad, observé a dos mujeres con dos niños de la mano, que
cruzaban la calzada. El corazón me dio un vuelco: era María Teresa y la familia del capitán. Él no se
percató de su presencia, tal vez por las gafas de sol que llevaba, a pesar de la lluvia que caía. Paré el
coche, cerca de donde estaban y le dije: “Ahí tiene a su familia”. Miró incrédulo hacia donde le
indicaba y la tensión acumulada, durante el tiempo que duró la búsqueda, hizo aflorar las lágrimas a
sus ojos. Se abrazaron y besaron, mientras los tres infelices y yo, contemplábamos la escena. Hablaban,
mirando hacia nosotros; suponía que él les estaba contando lo sucedido... Fue entonces cuando María
Teresa me vio y echó a andar hacia el coche: vislumbré su sonrisa y el brillo de sus ojos y pensé, que
aunque el mundo se parara y el cielo se hundiera en ese preciso instante, seguiría allí sentado esperando
a que llegara hasta mí. Todo lo demás ya no importaba. Antes de que pudiéramos cruzar palabra, el
capitán se acercó diciendo:
- Dad gracias a Dios, porque he encontrado a los míos y por la intercesión de mi mujer para
que os deje en libertad; sé que debería seguir hasta el final, pues habéis incurrido en una falta muy
grave, aún así os dejo marchar. Habéis manchado todo lo que representa el uniforme que lleváis, ¡iros
antes de que me arrepienta! -salieron del coche y, sin volver la vista atrás, se alejaron de nosotros. Nunca
más me los crucé en el camino...
- ¿Qué haces aquí?, ¿no estabas en Estella? -no contestó a mis preguntas, solo me besó, me
besó y me besó, y yo pensé que no tenía prisa por saber las respuestas; solo quería abrazarla.
- ¿Alguien me puede explicar algo? -preguntó el capitán, mirándonos perplejo- ¿De qué conoces
a mi cuñada?
Le contamos nuestro encuentro, aquella mañana de julio, y nuestros proyectos para cuando
acabara la guerra... Allí, en mitad de la calle, lloviendo a mares y con el torrente de gente que corría
tropezando con nosotros intentando regresar a sus casas, parecíamos cuatro lunáticos; cuatro lunáticos
maravillosos, que durante unos momentos hablaban del amor, de proyectos e ilusiones, sin importarles el
resto del mundo…
Regresamos a Estella con un final feliz. Los terribles días que vivimos desde que salimos del
pueblo, me parecían lejanos; una pesadilla de la que había despertado. Pero, algo me decía en mi interior
que volvería a vivir antes de acabar la contienda, otro capítulo amargo, que cambiaría mi vida...
71
………- Bésame. ¿Me quieres? ¿Cuánto me quieres? -sin darme tiempo a contestar, me tapaba la
boca con sus besos; esos besos calientes y húmedos, como solo ella sabía dar... Hicimos el amor una y
otra vez, queriendo recuperar el tiempo perdido; como si fuera la última vez; como si al llegar la
mañana, nuestra historia desaparecería de la faz de la tierra. Era una sensación que me ahogaba...¿En qué piensas? -dijo saltando de la cama. La luz de la luna que entraba por la ventana bañaba su
cuerpo, dándole un toque de porcelana a su piel. Encendió dos cigarrillos y me puso uno en los labios,
mientras me apartaba el pelo de la frente. Siguió hablando sin darme tiempo a responder...- Cuando
acabe la guerra, quiero dejar mi trabajo en el hospital; casarme contigo y tener muchos, muchos niños, en
una casa con jardín, en donde el amarillo de los rosales trepadores se mezclará con el azul de las
Jacarandas… y el aroma del incienso y el jazmín lo impregnará todo... -mientras hablaba, le besé los
ojos y a mis labios vino el sabor salado de las lágrimas; comprendí que estaba llorando... Porque como
yo, tenía el presentimiento de que ese sueño no se haría realidad... Y así fue. Volvimos a vernos dos
veces más. El tiempo que pasamos juntos, fueron momentos sin sueños, sin planes para el futuro, solo
nosotros en esa cama de muelles oxidados; en una pensión cualquiera de un pequeño pueblo perdido de
Dios...
Los “Ratas rusos” subían a gran altura, para luego caer en picado, como una bandada de
águilas reales al visualizar su presa. Eran implacables; muy buenos en este tipo de ataques. Con los
motores parados, caían en silencio sobre el objetivo, en un vuelo bajo, jugando con el elemento sorpresa y
lo machacaban…
Una noche, al final de la primavera, el hospital de campaña en donde ella se encontraba, fue el
blanco elegido por estos aviones. Las águilas reales se dieron como siempre un buen festín, pero esta vez
el menú era algo especial: en un abrir y cerrar de ojos, me arrancaron el corazón y se lo comieron… así,
sin más… Así, sin más, salió de mi vida María Teresa, dejándome solo con su recuerdo y el alma llena
de ella...
La guerra continuó y las batallas se sucedieron una tras otra: El frente de Toledo, Teruel… la
batalla del Ebro... Y así llegó el final de tres horribles años, en los que todos, absolutamente todos,
tuvimos algo que perder... Tampoco nos fue mejor al finalizar la guerra, porque entonces llegó la etapa
de odios y revanchismos; de purgaciones con paredones incluidos, en los que a mí me tocaba muy de cerca.
Más de una vez fui el conductor del autobús que llevaba ese cargamento de pobres infelices a la muerte,
sin poder hacer nada por evitarlo.... Pasó el tiempo y, unos años después, el azar me informó de unas
plazas de instructores de la Guardia Colonial en Guinea Española. Pedí destino, con la esperanza de
que se cumpliera lo que tantas veces había oído: que el tiempo y la distancia cicatrizaban todas las
heridas. Me preocupaba pensar si no sería yo la excepción que confirmara la regla...
72
…… - ¿Qué pasa, Ángel?, ¿has podido dormir? -Cebana le miraba con ojos de sueño.
Tenía la camiseta mojada de sudor y su pelo negro estaba empapado. Desperezándose,
se rascó la barriga con un gesto maquinal...- ¿Dónde está la botella de agua? -“Ojos de
Gato”, con una seña de cabeza, le indicó que al lado de sus botas-. ¡Qué asco, está
caliente como una meada! -comentó en un español, casi perfecto de no ser por un leve
acento que delataba su origen oriental. “Ojos de Gato” se rio, le caía bien Cebana, un
sirio que se había embarcado en la aventura de buscar una nueva vida, muy lejos de su
país: paria en su tierra por sus ideas contra el régimen de turno, esperaba encontrar un
lugar en donde poder vivir en paz.
- Bueno Ángel, subamos al bar y brindemos por la nueva vida que comienza
para nosotros. Dentro de muy poco llegaremos a “la tierra prometida”. Brindemos por
ella...
6 - LA TIERRA PROMETIDA
73
Junto a Valentín Ortega llegando a Fernando Póo 003.jpg
Al amanecer, la isla de King Kong, como la había bautizado “Ojos de Gato”, se
mostraba en todo su esplendor. El Plus Ultra acortaba distancia a medida que un nuevo día
se desperezaba con la salida del sol. El Océano, que durante el tiempo que duró el trayecto
había sido testigo mudo de sus confidencias, reflejaba en sus aguas las diferentes
tonalidades del cielo al amanecer…
- Al igual que un viejo vendedor del zoco extiende sus alfombras de colores, para
deleite de quien sepa admirar su belleza…-murmura.
En la cubierta de estribor, los pasajeros se agolpaban nerviosos a la vez que
maravillados por lo imponente del paisaje. Allí estaba ella, exuberante, provocativa;
ofreciendo sus encantos al viajero como una joven ramera ofrece su mercancía de carne
turgente y huecos mojados al primer catador que llame a su puerta… con su hierático
“Pico de Santa Isabel”, de unos tres mil metros de altura, emergiendo del corazón y en su
falda, tres nombres bellos de mujer terminaban de adornarla. La ciudad Santa Isabel,
chiquita y coquetona, con su bahía custodiada por dos hermosos promontorios: Punta
74
Cristina y Punta Fernanda, ofreciendo abrigo a los barcos que en su bahía quisieran
descansar. Toda esa tierra bendita y maravillosa, daba la bienvenida al puñado de almas que
observaban aleladas ese mundo nuevo y extraño que se abría ante ellas…
<<Parece que está viva… No sé si es cosa de Dios o del diablo, pero tiene algo que
engancha>>, piensa recorriéndola con la mirada, de norte a sur y de este a oeste…
- Y allí está la catedral, con sus dos torres de estilo gótico pegada al Palacio
Episcopal -dice un hombre entrado en carnes y de pequeña estatura que lucía unos bigotes
a lo Hercules Poirot-. Y ese edificio es el Gobierno General, que a pesar de su sobriedad es
de una belleza increíble -la gente movía la cabeza al unísono cada vez que el improvisado
guía señalaba con el índice algún punto de la isla…-. La explanada grande que se ve
salpicada de esbeltas palmeras… Sí, esa que está delante de los edificios, es la Plaza de
España; realmente preciosa… los bancos de piedra han sido decorados con azulejos de
Talavera…
El paisaje era bello. La vegetación campaba a sus anchas por todo el territorio
tiñendo la isla de color. Toda la gama de verdes imaginables aparecían reflejados ante
nuestros ojos…
- Qué verde es… llena de cocoteros y palmeras… Esta isla es divina -el comentario
venía de una señora maquillada igual que las estrellas del celuloide americano-. ¿Y eso? -dijo
señalando el terreno que se adentraba en el mar como si indicara algún punto en el
horizonte…
-… Punta Fernanda –contestó a la vez que taladraba con la mirada a la mujer del
“celuloide americano”-. Observen la parte superior de ese brazo de tierra… -todo el
mundo se volvió hacia donde el cicerone indicaba–. Un rincón precioso, cuya paz y
sosiego invitan a pasear o simplemente, sentarse en uno de los bancos que hay a lo largo
del camino con la vista perdida en el paisaje; sin más. Tal vez sea uno de los sitios
preferidos de los enamorados… ¡Si sus bancos hablaran! –dijo riendo-.
“Ojos de Gato”, con la mano puesta a modo de visera dirigió la vista hacia la parte
alta que hacía referencia el hombre. De punta a punta, bordeando el acantilado sobre el
mar, el citado paseo se veía jalonado de palmeras con sus penachos verdes brillando al sol.
Tan erguidos y alineados que parecían centinelas vigilando su bastión, en medio de una
variopinta vegetación de formas suaves. En su base, las olas recalaban en pequeñas calas
de arena negra. Al abrigo del “Dedo de Dios”, como había bautizado a Punta Fernanda, un
buque de guerra permanecía fondeado, al amparo del “apéndice Divino”…
75
El muelle era un hervidero de gente. Blancos y negros pululaban por él, como
miembros de una colonia de insectos, afanados cada uno en la labor que la naturaleza le
tenía asignada… Un gran número de nativos cumplían su trabajo, apilando sacos de cacao
y café, a la espera de subirlos al barco. Otros, en formación y luciendo el uniforme de la
Guardia Colonial, entonaban el himno nacional. “Ojos de Gato”, siempre que lo
escuchaba, se preguntaba cuánta gente sabía que esa música era una marcha de
Granaderos…<<De todos modos, a quién le importa…>>.
- ¡Hola! ¿Qué tal el viaje? - Se giró para ver al dueño de la voz. Un hombre de unos
treinta y tantos años, vestido con el uniforme de instructor de la Guardia Colonial, le tendía
la mano, al tiempo que el bigotillo de su labio superior se desparramaba en una ancha
sonrisa-. Me llamo Zarzosa. Y estos son Jiménez y Lesaga.
- ¡Bienvenidos a la Guinea*! -dijeron, entre saludos y fuertes palmoteos en la
espalda.
Entre bromas y risas se despidieron de la gente que iba y venía por cubierta,
prometiendo que la próxima vez que se vieran se tomarían una copa juntos… Y así,
Llaurador, Herrera y él, siguieron a la expedición de instructores encabezada por Zarzosa,
atravesando el muelle hasta llegar a la cuesta de la Marina, más conocida por “la cuesta de
las fiebres”, con el sol brillando en lo más alto y el calor achicharrando sus pobres
cerebros. Conforme avanzaban, notaba la camisa pegada a la piel y cómo le corrían las
gotas de sudor por la rabadilla. Se sacó el salacot y pasó una mano por el pelo mojado.
<<Entre el calor del salacot y la humedad, en menos de un año me quedo calvo>>,
murmuró.
- Ánimo, en poco tiempo os acostumbraréis a este clima. Dentro de nada, no
notaréis ni el calor pegajoso, ni las niguas*, ni el jenjen*… -dijo riendo Zarzosa, mientras
observaba las caras de los novatos. Ninguno de los tres quiso saber que eran las niguas ni el
jenjen.
Al final de la cuesta se encontraron con la Plaza de España, con su blanca
balaustrada dominando la bahía y en ella, la catedral y el Gobierno General al que tenían
orden de dirigirse para presentarse al primer jefe de la Guardia Colonial, el comandante
Bosch de la Barrera. Para “Ojos de Gato” iba a ser la segunda vez que se le cruzara en su
camino, pues ya lo había tenido como alférez en su regimiento…
La semana que pasó en la isla, no fue suficiente para saborear el encanto de sus
gentes y la belleza de sus paisajes. Se había enamorado de la pequeña ciudad de calles rectas
y cuidadas, salpicadas de casas de un bello estilo colonial con galerías cubiertas y jardines
76
entorno a cada una de ellas. Era consciente de que tendría que transcurrir un tiempo hasta
llegar a la asimilación total de todo cuanto quedaba grabado en su retina, como las
diferentes etnias que habitaban el barrio conocido como Campo Yaundé: Hausas,
Calabares, Ibos, Pamues, Corisqueños, Annobonenses… Y otras muchas cuyos nombres
escapaban a su memoria. Pero de lo que sí se había percatado, era de que esas dos razas:
una blanca y la otra negra, intentaban convivir en un pequeño territorio de África. La
primera con el corazón lleno de esperanza de un mundo mejor que el que hasta ahora había
tenido. La segunda, con la esperanza de que esos hombres blancos venidos de lejos no
acabaran con las costumbres y tradiciones de sus ancestros.
Uno de los rincones que más le impactó, fue el mercado. Tan lleno de vida; con sus
gentes vestidas de mil colores y hablando mil galimatías que él sabía que nunca llegaría a
entender… Deambulando entre el gentío, su compañero Zarzosa, le hablaba de las
diferentes etnias que llenaban el lugar. Hombres y mujeres vendiendo, comprando o
valiéndose del trueque para conseguir lo que necesitaban. Por todas partes pululaban
pequeños puestos con sus mercaderías expuestas al comprador: pulseras de pelo de
elefante, con un diminuto elefante de marfil como colgante; pulseras de piel de cebú,
decoradas con cuentas de vivos colores o bordadas con hilo; telas de colores a las que
llamaban “popós” y con las que cubrían su cuerpo las mujeres, a modo de clothes. Aquí y
allá. Salpicando el mercado, como hermosas flores de primavera, unas mujeres grandes y
gordas conocidas, según me dijeron, como “las mamás”, tal vez porque sus figuras
evocaban a las amas de cría, lucían los clothes y adornaban sus cabezas con grandes
pedazos de tela, con la gracia y el estilo de la más noble dama veneciana. Permanecían
sentadas en el suelo de tierra, al lado de unos toscos cuencos de madera rebosantes de
humeantes y aromáticos cacahuetes tostados, que hacían la boca agua. Las mamás
esperaban al comprador, en actitud perezosa, espantando las desagradables moscas que se
posaban en su brillante y grasienta piel, a golpe de un curioso matamoscas confeccionado
con pelos de elefante: ¡plas!, ¡plas!, ¡plas,plas!, restallaba el latiguillo aplastando los insectos
contra la carne… ¡plas!, ¡plas!, restallaba, una y otra vez…
Una mujer que vendía fruta succionaba caña de azúcar al tiempo que amamantaba a
su retoño: un rollizo niño del color de la canela que, agarrado al pezón de su madre,
pataleaba alegremente al sol de la mañana.
…Mangos, piñas, plátanos… uuummm.
El estómago de Ángel ruge sin
miramientos… Papayas, aguacates… Frutas que jamás había probado, exceptuando los
plátanos…
77
- La misma cara puse yo cuando las vi por primera vez. Son sabores diferentes pero
te van a encantar, ya lo verás.
- Pues, ¡empecemos ahora mismo con las lecciones! -y señaló una fruta grande,
verde y roja, de aroma intenso.
- Eso son mangos. Su color por dentro es amarillo y su carne es… como te diría
yo… entre melosa y fibrosa… –Zarzosa tomó uno y le dio una moneda a la mujer, que les
dedicó una sonrisa de dientes blanquísimos y caña de azúcar incluida.
Un líquido viscoso resbalaba por su mano, mientras pelaba la fruta con una
pequeña navaja, recuerdo de su infancia. Hincó los dientes en la carne y al saborearla…
llegó a la conclusión de que comerse un mango, era uno de los mayores placeres de la
vida…
La Guinea*: forma coloquial de referirse a los Territorios Españoles de Guinea
Nigua*: parásito que puede anidar bajo la piel de hombres y animales vertebrados. Su
picadura es indolora, pero una vez dentro forma una rojez de picazón intensa.
Gen-gen*: insecto más pequeño que el mosquito y de picadura más irritante
En el recuerdo…
……..- ¡Baja ahora mismo del castaño! ¡Eres de la piel del diablo! Ya está bien de libros…
- ¡Madre, madre! ¡Mira qué fruta, parece rica! Aquí dice piña y aquí, papaya… ¿Aguacate?
uuummm… tienen que estar ricas.
- Ya veo… Anda, coge el cubo de la comida de los cerdos y vete a echarles de comer… ¿Y quién
dices que te ha dejado ese libro? –me dices, madre, mirando de reojo los dibujos de una de las páginas…
- El señor cura, madre… es un libro de ciencias naturales…
- ¿?
- Habla de árboles, de flores y plantas…
- Y de huertas… ¿también habla de huertas?
- Me parece que no… pero…
78
- Anda espabila, que después de los cerdos me tienes que ayudar a recoger los tomates, que se los
están comiendo los pájaros…
- Ya voy, madre… -y abrazo tu cuerpo delgado y pequeño. Y te miro a los ojos; esos ojos verdes,
tan claros, como los tiernos brotes de primavera de tu pequeño jardín… Un mechón rubio asoma descarado
por debajo del pañuelo que te recoge el pelo y mis dedos intentan con torpeza volverlo a su lugar…
- Anda, anda, no seas zalamero que no te vas a librar de la faena -y me coges de la muñeca, con
mano firme, y siento la aspereza de la palma, reseca y agrietada, que habla de niños… de caricias… de
noches en vela… de mortajas… de pan hecho en casa… de coladas en el río… de huertas… y de días, de
meses, de años… De toda una vida cuidando el hogar…….
………Se pararon ante un extraño puesto, en el que una diminuta anciana de pelo
ensortijado y blanco como la nieve, permanecía sentada bajo una improvisada sombrilla
hecha con una piel del color del barro, semejante al de la rara pipa que sostenía entre sus
sarmentosos dedos. La mujer, que tenía los ojos cerrados y que parecía estar a muchos
kilómetros de allí, daba largas chupadas a la cachimba, dejando escapar pequeñas nubes de
un humo espeso y de aroma dulzón, que Ángel identificó como alguna hierba de la familia
de los opiáceos… Era tal su delgadez que, a través del andrajo que cubría su reseco cuerpo,
se le podían contar las costillas pegadas al pergamino de su piel. Se acercó un poco más
para observar la pipa y su sombra quedó proyectada en el cuerpo de la mujer…
- Yo de ti no me acercaría tanto -le dijo Zarzosa, tirándole del brazo - fue entonces
cuando sus párpados se entreabrieron y le hicieron sentirse incómodo… Notaba que detrás
de esa piel, un par de ojos vigilaban sus movimientos… Ella le tendió la pipa como
invitándole a fumar. Él negó con la cabeza, pero sus manos no le obedecieron. Así que se
volvió con ella hacia la luz. La pipa era de arcilla blanca, salpicada de impurezas que le
conferían un aspecto rugoso. La observó con más detenimiento y se dio cuenta de que, lo
que él creía impurezas, eran diminutas partículas de oro brillando al sol. Habían modelado
una cabeza negroide en la que llamaba poderosamente la atención los dientes. Unos dientes
enormes de forma triangular, muy afilados, que sobresalían del mentón y que a él le
recordaban a los de los cocodrilos… Inquieto, paseó la vista por el tenderete del que
79
colgaban extrañas máscaras y largas matas de cabello humano que se mecían con la brisa
que, de vez en cuando, llegaba hasta ellos. Apiladas sobre el improvisado mostrador, una
buena cantidad de serpientes inertes mostraban las fauces abiertas en actitud desafiante…
junto a ellas, murciélagos de afilados colmillos y ojillos brillantes parecían vigilarte desde “el
más allá”… huesos, polvos, líquidos de colores… manos de simios cercenadas a la altura
de las muñecas… unos cuencos de madera con pequeños sacos de piel, que le recordaban a
escrotos, y un sinfín de objetos que no pudo identificar…
- Nos hemos parado ante el puesto de una curandera… bueno, una bruja… diría
yo… No es que yo crea en estas cosas, pero les tengo respeto… ¡Esto es África, amigo! Y
aquí todo es posible…
- Mboeti*… Mboeti… –balbuceaba la mujer, a la vez que le arrancaba de las
manos la pipa.
- ¿?
- Nada importante. Solo está nombrando a una secta de caníbales: la secta del
Mboeti –mientras se alejaban del puesto, Zarzosa, con
expresión socarrona, hacía
esfuerzos para no reírse de la cara de sorpresa de su compañero–. No te preocupes, Ángel
–continuó-, primero tienes que engordar un poco. Después ya veremos…
- ¡Mira que eres cabrón! Me has estado tomando el pelo y yo he entrado al trapo.
- Lo cierto es que algo he oído, pero creo que son leyendas… Igual que nuestros
cuentos de brujas…-le dijo guiñando un ojo - Y ahora vamos a tomarnos unas cervezas,
aún tenemos tiempo; vuestro barco zarpa a las ocho…
Salieron del mercado y enfilaron una calle tras otra hasta desembocar en la plaza de
España y allí, en el Chiringuito, entre botella y botella de cerveza, hablaron de los días de
guerra librados y de la dura posguerra que se estaba sufriendo en España, porque la vida en
esa tierra tan nueva para él nada tenía que ver con la cruda realidad… y de su tierra, de la
familia, de mujeres... Y entre Cruz Blanca* y Cruz Blanca, llegaron al barco.
- ¡Hasta la vista, amigo!
- Hasta la vista, compañero… y, por cierto, que no son leyendas…
- ¿?
- Lo referente a la secta del Mboeti. Que digo que no son cuentos chinos; ya lo irás
descubriendo…
Durmió poco, y mal. Las travesías de barco y él, no se llevaban bien. Así que, al filo
del amanecer se vio en cubierta, apoyado en la barandilla, con su paquete de Lucky. Pero
80
esta vez no miraba a las estrellas, ni pensaba en María Teresa, ni en todo lo que había
vivido… El espectáculo que tenía ante sus ojos dejaba en segundo plano todo lo demás.
En medio de un cielo vestido de añiles, púrpuras y bermellones, un sol enorme asomaba
por el horizonte mostrándose en todo su esplendor. <<De un naranja tan vivo como el
color de la yema de un huevo, de cualquiera de las gallinas que tenía mi madre en el
corral…>>.
Una bandada de pájaros pasaron en formación como aviones de combate por
encima de su cabeza, mientras que una atrevida gaviota se posaba a pocos metros de él
extendiendo sus alas, a la vez que descargaba el peso de su cuerpo, ahora en una pata, ahora
en la otra. Durante un rato estuvieron observándose, el uno al otro, hasta que el pájaro
remontó el vuelo.
-Seguramente buscas algo más interesante de escudriñar, que mí aburrida persona…
-y su vista le siguió, hasta que desapareció entre los púrpuras, añiles y bermellones, que
poco a poco se difuminaban con la luz de la mañana, dejando paso a un cielo limpio; sin
rastro de nubes……
Mboeti*: secta de caníbales.
Cruz Blanca*: marca de cerveza.
En el recuerdo…
….…..- ¡Madre, las nubes están de vacaciones! Mira el cielo, madre… ¡Las nubes están de vacaciones!
Las han guardado los angelitos en el armario ropero de San Pedro, hasta que llegue el otoño.
- Calla, no digas tonterías… Si aún estamos en invierno.
- Bueno, vale, pero se las han llevado para que se vayan acostumbrando a las vacaciones dentro del
ropero de San Pedro. Sobre todo las más viejas, que son las más cascarrabias…
- ¿?
- Esas que son tan oscuras, que parecen manchas de carbón en el cielo…
- ¡Vale ya! Ponte la pelliza y sal fuera a buscar a Tambor. A saber debajo de qué montón de
nieve estará durmiendo este perezoso. Tiene que ir con las ovejas. Y tú con él… Tienes ya nueve años y aún
sigues con la cabeza llena de pájaros… la culpa es de esos libros que lees, que te tienen atontado…
81
- Madre que ha dicho el señor maestro que mañana tenemos que llevar leña para la estufa de la
escuela…
- Y entonces… ¿a qué esperas? Corre a decirle a tu hermano León que corte un poco……
Foto cedida Desembarco 004.jpg
……. Apuntando al cielo, la proa de un barco emergía del agua como un pedazo de hielo
en un vaso de güisqui con sifón…
- Es el Fernando Póo, su hermano gemelo era el Ciudad de Sevilla. Al comienzo
de la Guerra Civil transportaba soldados republicanos a Bata, pero nunca pudo llegar a su
destino, fue cañoneado por el Ciudad de Mahón.
A su lado, un hombre de la tripulación con los ojos entornados señalaba en la
dirección del buque medio sepultado en el océano. “Ojos de Gato” le observó: tenía la piel
de la cara curtida por el sol y surcada por mil arrugas en las que se podía leer los avatares de
una dura vida en el mar. Sus manos hablaban de tempestades, bonanzas y calma chicha…
de baldeos de cubierta… de sogas engrasadas y cigarros apurados hasta el límite. La larga
uña del meñique, contaba los rasgueos de guitarra en las noches estrelladas, mientras que
los tendones de su garganta, tensados como cuerdas de violín, llevaban escrito las veces
que, con voz quebrada, habían dejado escapar el lamento de un cante jondo…
- ¿Hace un cigarro? -dijo tendiéndole un paquete de “Ideales”.
- Gracias, hace un cigarro.
82
Fumaron en silencio, escupiendo de cuando en cuando alguna hebra de tabaco
pegada a la lengua. Unos negros, remando en unas barcas parecidas a las piraguas de los
indios, se habían acercado hasta el barco. Uno de ellos, con voz grave, entonaba una
canción que el resto de los remeros, al unísono, repetía “in crecendo”.
- Vienen a vender su artesanía y los frutos que da esta tierra… Nunca he entendido
cómo no se les vuelca el cayuco, con toda esa carga…
- ¿?
- Un cayuco no es otra cosa que el tronco de un árbol al que llaman calabó*. Lo
vacían, hasta dejar hueco suficiente para ellos y algo de mercancía. Es una madera muy
blanda, con lo cual flota muy bien, pero tiene como desventaja que se pudre con rapidez…
-dijo el marinero, lanzando la colilla al agua. Un ruido de cadenas acompañó las últimas
palabras del hombre–. Hemos fondeado. El barco no puede avanzar más por falta de
calado; ahora vendrá una gabarra para llevarlos a tierra… Bueno a tierra… -comentó, con
sonrisa burlona.
- No comprendo… ¿qué quiere decir?
- Ya lo verá –y, tras hacer un gesto con la mano en señal de saludo, se alejó silbando
“La bien pagá”.
En poco tiempo, media docena de embarcaciones habían llegado hasta ellos. Sus
ocupantes, que se habían puesto en pie, ofrecían fruta fresca que llevaban en cestos. Un
chavalín sujetaba con una cuerda a un diminuto mono, que Ángel reconoció en seguida.
Era un congénere de Horacio, el asustado tití, vestido de azul, que viajaba en el barco. El
mono, ajeno al trasiego que había a su alrededor, se afanaba en despiojarse. Con las dos
manos escarbaba cada centímetro de la piel, revolviendo el pelo que la cubría hasta
encontrar al incómodo inquilino y, en un santiamén se lo llevaba a la boca. Con un
chasquido de dientes <chaaacccssss>, pasaba a mejor vida… Y así, una y otra vez, hasta
que el muchacho lo agarró por el rabo, dejándolo cabeza abajo, posición que salvó la vida
de los “diminutos ocupas” que aún quedaban en el pellejo del animal.
Madera de palisandro, palo rosa, ébano, marfil, collares, pulseras, telas, extraños
artilugios que alguien señaló como instrumentos musicales; hermosas y enormes tortugas
de carey, panza arriba, luchando por volver a su posición habitual moviendo inútilmente las
aletas; pequeños animales parecidos a los lagartos a los que, un hombre identificó como
camaleones; simpáticos loros de plumaje gris y rojo que, posados en el hombro de sus
dueños, observaban con atención todo lo que ocurría a su alrededor y aves enjauladas en
cestas de caña. La punta del enorme pico de un tucán asomaba a través del agujero de una
83
cesta; el plumífero picoteaba la caña, una y otra vez: “Ahora pico aquí… luego allá… ahora
saco una pata… no, así no, que no quepo, la vuelvo a meter… lo intento con la otra…”.
¡Y se acabó! No hubo tiempo para más; a golpe de remo, los cayucos se alejaron, para dar
paso a la barcaza que debía llevarlos a tierra….
- ¡Cuidado! ¡Sujétese fuerte! Pero no cierre los ojos, por el amor de Dios, que va a
ser peor –gritaba un hombre de la tripulación a una mujer que permanecía inmóvil en
mitad de la escalera de gato. Paralizada a medio camino, sus manos como garras de pájaro
se asían con fuerza a uno de los peldaños; el marido que iba delante, agarrando uno de sus
tobillos, intentaba que colocara el pie en el tramo siguiente, mientras que desde arriba, el
tripulante hacía esfuerzos por soltarle las manos. La gente de la gabarra la animaban a
seguir; en cubierta, el resto del pasaje, miraban con recelo la escena. Tras un laborioso
trabajo de mentalización, digno del mejor psicólogo del mundo, la señora en cuestión llegó
al último tramo de la escalera en donde la esperaban un buen puñado de manos que, en el
afán de socorrerla, hicieron balancear peligrosamente la gabarra.
Poco a poco fue bajando el personal. Los niños en brazos de los marineros; los
demás, en brazos del “Ángel de la guarda”.
No faltaban muchos metros para alcanzar tierra, cuando la barcaza se paró ante los
ojos de los pasajeros. Una playa inmensa de dorada
arena, bordeada de palmeras,
cocoteros y egombe-egombes*, custodiaban como el mejor de los ejércitos a una pequeña
ciudad formada, en su mayoría, por casas de madera de una sola planta.
- ¡Fin del trayecto! -dijo un tripulante, guiñando un ojo a un viejo colonial que
sonreía, ante el desconcierto de la gente-. Por ahí llega el nuevo medio de transporte -y
señaló un grupo de negros que, metidos en el agua hasta más arriba de la cintura,
avanzaban hacia nosotros. Los hombres hundían sus brazos, rompiendo el mar a brazadas,
y así una y otra vez. <<Arrastrando con ellos pequeños cachos de mar…>>, pensó Ángel.
A medida que se acercaban, la expectación era grande, y la cara divertida de algún que otro
pasajero, aún mayor…
- ¡Arriba!
–el viejo colonial fue el primero en utilizar tan original medio de
transporte; con los zapatos en una mano y las perneras de los pantalones enrolladas hasta
las rodillas, se montó a horcajadas sobre los hombros de uno de los imponentes negros,
que emprendió el camino de regreso, del mismo modo como había llegado: brazada va…
brazada viene… <Y ahora me paro un momento para que recuperes el equilibrio, me has
soltado la propina y no debo dejarte caer…>.
84
- ¡Esto va para los nuevos! -decía a voz en grito el jinete-. ¡Les recomiendo que les
den algo de dinero a sus porteadores si no quieren pegarse un buen chapuzón… suelen ser
muy torpes con los que no han soltado la propina, ¡ja, ja, ja!
Uno a uno los viajeros fueron transportados de esa guisa hasta la orilla: los
“antiguos”, tan frescos charlando de sus cosas como si nada; los “nuevos”, con el cuerpo
agarrotado y una expresión bobina en el rostro… Poco a poco, los hombres a caballo y las
mujeres y los niños en las sillas, fueron dejando la gabarra. Los negros iban y venían, de la
orilla a la barcaza, de la barcaza a la orilla, hasta dejar en la arena a los pasajeros y sus
pertenencias. <<Un “trabajo de negros”…>>, pensó con ironía “Ojos de Gato” cuando
todo acabó.
- Un “trabajo de chinos” -corearon Herrera y Llaurador…
Dos hombres vestidos con el uniforme de la Guardia Colonial llegaron hasta ellos.
Cuando vieron en las hombreras de la guerrera de uno de ellos las tres estrellas de seis
puntas, se cuadraron ante él.
- ¡A sus órdenes mi capitán! -dijeron los tres como una sola voz.
- Bienvenidos a Bata, saludó estrechándoles la mano. Soy el capitán Calonge…
- Bienvenidos, compañeros -dijo el hombre que le acompañaba, apretando con fuerza
la mano de “Ojos de Gato”-. Soy el instructor Arrieta…
Los cinco hombres subieron a un Land Rover, se alejaron del ajetreo de la playa y
atravesaron la ciudad, hasta llegar al campamento situado sobre una meseta, una pequeña
elevación de terreno en el centro de la ciudad. Al pasar por el cuerpo de guardia, un nativo
vestido con un uniforme de color garbanzo, similar al de los Regulares de Marruecos, con
un tarbus* rojo en la cabeza, pantalón corto y los pies descalzos, les saludó en “posición
de firmes”. En el interior del recinto, una gran explanada albergaba las diferentes
infraestructuras que componían el campamento: nada más entrar, a la izquierda, se
encontraba la vivienda del Capitán Administrador, el único edificio de cemento de todo el
campamento. El resto: las oficinas, los talleres, las viviendas de los instructores, los
barracones de los guardias... e incluso, la cárcel pública, situada dentro del recinto, habían
sido construidas en madera, bambú y nipa.
Egombe-egombe*: nombre que le dan los nativos a un árbol muy frondoso, y de grandes
raíces que abunda por ese territorio. Bajo sus grandes ramas se blancos y negros se
protegían del calor.
85
Calabó*: árbol cuya madera de poco peso y blanda es idónea para tallar y hacer cayucos.
Tarbus*: prenda de cabeza; especie de gorro, confeccionado en fieltro rojo, con forma de
medio cono.
Arrieta paró el Land Rover ante las oficinas y el capitán se bajó, no sin antes
desearles una feliz campaña en la Guinea Qué lejos estaba “Ojos de Gato” de saber, que la
campaña de año y medio se convertiría en toda una vida; que allí se casaría y que allí
nacerían sus hijas y tres de sus nietos; que allí viviría los años más felices de su dilatada
vida…
- Ya sabes Ángel, que si no hay nueva orden, estarás aquí hasta que regrese Trapero
de sus vacaciones… Así que amigo, prepárate para ser dueño y señor de los talleres
durante seis meses –dijo Arrieta aparcando el vehículo, bajo la sombra de un vetusto árbol.
Asintió con la cabeza, con la vista fija en lo que por un tiempo iba a ser su hogar:
flanqueando la zona en donde habitaban los instructores, el soberbio ramaje de los
egombe-egombes proyectaba su sombra sobre los porches y tejados de las viviendas,
amortiguando el calor. Y entonces fue cuando la vio: un par de casas más allá, una joven
pareja bailaba al son de una pegadiza canción salida de un gramófono, que el muchacho
cantaba a voz en cuello. Rodeaba la cintura de la chica atrayéndola hacia él, parodiando una
escena a lo “Ginger Rogers y Fred Astaire”. La exclamación de uno de sus compañeros
hizo que apartara la vista de la pareja.
- ¡Leche! Qué picotazo me ha metido un jodido bicho –Llaurador, pegando un salto
hacia un lado, se había llevado una mano a la pantorrilla y se frotaba la piel casi con rabia;
había pisado un hormiguero en donde diminutas hormigas negras salieron despavoridas
intentando salvar sus escuálidos pellejos. Los insectos corrían buscando protección entre
las poderosas raíces del árbol en donde habían fabricado su mundo.
- Las hormigas rojas son mucho más grandes, pero estas son muy jodidas, su
picotazo es tan doloroso como el de una avispa… -dijo Arrieta, como si estuviera
impartiendo una clase de ciencias naturales a los alumnos de un colegio, a la vez que
empujaba la puerta de la vivienda.
86
- Pues si esto lo hace una hormiga, qué no hará una serpiente… - comentó Herrera,
sorteando el destruido hormiguero.
- No quieras saberlo –dijo, entrando en la casa que se iba llenando de luz, conforme
abría unas particulares contraventanas que apuntaban al cielo con ayuda de un listón de
madera apoyado en el alféizar.
Antes de entrar, “Ojos de Gato” echó un último vistazo a la muchacha pizpireta
que hacía las veces de “Ginger”. La visión de la muchacha bailando con el chico le fastidió
y eso aún le hacía sentir peor por no entender el porqué de ese sentimiento.
- Son los hijos de Camaró…- dijo Arrieta parándose en la puerta.
- La chica parece una escopetilla; debe ser un puro nervio. No está mal la
muchacha… -Llaurador hizo el comentario guiñando un ojo con picardía.
- Son una familia estupenda. Él es un buen compañero. Está bastante delicado de
salud, pero aún sigue dando guerra y Sara, la mujer, es un encanto. Mi mujer Pili la quiere
mucho, aunque ya comprobaréis que eso no tiene mérito, pues a Sara es fácil quererla. Si
tuviera que definir a esa familia, diría que, por encima de todo, son hospitalarios. El chico
se llama Pepito, pero en casa le llaman “Chito”. La joven, Sarita, y efectivamente es una
guapa y simpática chavala de diecisiete años, en la que ya ha puesto más de uno los ojos…
-comentó entrando en el comedor. Amparado por las ramas del egombe- egombe, “Ojos
de Gato” echó un último vistazo a la muchacha.
El interior era acogedor. Decorada con muebles de estilo colonial, resultaba
agradable y cómoda: en el salón-comedor, un enorme aparador apoyado en la pared del
fondo parecía custodiar el resto de los muebles. <<La porcelana con la que te han
decorado, macho, es de la mejor calidad…>>, dijo con sorna “Ojos de Gato”, al aparador
atestado de latas de conserva y botellas medio vacías de alcohol.
- ¿De quién es todo esto? -preguntó desenroscando el pegajoso tapón de una
botella de Calisay, cuyo aroma empalagoso y dulzón le recordó al jarabe para la tos.
- De todos y de nadie. Son restos que otros compañeros han ido dejando… por
cierto, que no sé si te he dicho ya que compartirás la vivienda con Barri, soltero como tú,
aunque no por mucho tiempo porque ya “está en capilla”. Tengo entendido que pronto le
pondrá la soga al cuello una bonita vallisoletana que aún se encuentra en España. Es un
hombre agradable, ya lo verás.
Sobre una mesa de madera oscura, había dos lámparas de petróleo muy trajinadas
y, agrupadas en torno a ella, seis sillas con respaldo y asiento de rejilla, cuyo diminuto
87
trenzado recordaba a las celdas de un panal de abejas. Una estantería de esquinas romas,
situada en el otro extremo de la habitación esperaba, seguramente impaciente, a que alguien
se acordara de llenar sus oquedades, si no de libros, al menos de viejos periódicos y caducas
revistas…
En los dormitorios, según explicó Arrieta, enganchada del techo, la tela de
mosquitero cubría las camas con el fin de proteger al sufrido humano de las picaduras de
los mosquitos. En el suelo, de tierra prensada, cuatro redondas y grandes latas de conserva
con petróleo en su interior, calzaban las patas para evitar que los variados “bichitos” que
frecuentaban el lugar (alacranes, arañas peludas “la viuda negra”, alguna que otra serpiente
despistada, ratas, ratones, insectos varios y otros “animalitos de Dios”), visitaran al
durmiente.
El viejo colonial, por el rabillo del ojo miraba los alucinados rostros de los tres
novatos. Le encantaba jugar con los nuevos; la sensación de placer morboso que
experimentaba cada vez que llegaba a sus manos una remesas de jóvenes exploradores, era
una de sus distracciones favoritas; la otra, beberse un salto* al atardecer, a la sombra del
egombe-egombe que custodiaba la puerta de su casa o la de cualquiera de sus compañeros:
“Uuummm…. Un vaso de soda con coñac…”, pensó, sintiendo cómo la boca se le llenaba
de saliva.
- Y este es el retrete –dijo señalando una pequeña caseta de madera, a la que habían
colocado junto a la puerta un viejo bidón de gasolina lleno de agua y un cubo lleno de
óxido–. ¡No hay nada como un buen agujero para vaciar el vientre!, ¡ja, ja, ja! -seis pares de
ojos se clavaron en el hoyo, del que salía un fuerte olor a mierda, y sobre el que
revoloteaban un buen puñado de moscas de todos los tamaños y colores. A un lado,
enganchados de un clavo, trozos de papel de periódico, preparados para ser usado en
cualquier momento–. Esto es como en el ejército pero más íntimo, ¡ja, ja, ja! - rio-. Se
excava la letrina y, cuando se llena se tapona con tierra, hacemos otra nueva y trasladamos
hasta ella la caseta.
-Y eso de ahí supongo que será la ducha -preguntó “Ojos de Gato”, señalando una
rudimentaria mampara construida con chapas de bidones y trozos de madera.
Salto*: mezcla de coñac y agua de sifón. Los viejos coloniales lo llamaban “el güisqui de
los pobres”.
88
- Aquí todo se arregla con bidones y madera…- dijo Herrera, señalando un
pequeño bidón sujeto a una cuerda que colgaba de una joven ceiba–. Esperemos que el
agua salga fría…
Detrás de la casa, a una distancia de unos seis metros, un pasillo techado y sin
paredes llevaba a la cocina; estaba claro que para prevenir males mayores en caso de
incendio. Con la espalda apoyada en la pared, la cabeza colgando hacia delante y los pies
descalzos, tres hombres dormitaban ajenos a nuestra llegada.
- ¡Despertad, cuadrilla de vagos, si no queréis que os meta tres patadas en el culo! –
gritó Arrieta, golpeando el aire con su bota. La escena era realmente llamativa; con el
desconcierto reflejado en la cara, se cuadraban como podían ante el instructor.
- Bueno, vamos a ver; Evaristo es el cocinero -y Evaristo, un hombretón con cara
de niño les dedica una enorme sonrisa bobalicona, decorada con dos grandes palas tan
separadas entre sí, que dejaba entrever el rojo de la lengua…-. Norberto, el boy *, su
función es cuidar de la casa y serviros la comida –por el contrario Norberto, un hombre
pequeño y delgado, les saluda con una sonrisa apretada, “de limón”–. Y este otro -dijo
apoyando su mano en el hombro del individuo-, se llama Nicolás y es quien lavará vuestra
ropa. El hombre se cuadró a golpe de mano alzada y pies descalzos, con el rostro
impasible y la mirada al frente.
- Más que un lavandero parece uno de los hombres de La Guardia Mora de Franco,
¡hay que joderse! –murmura Herrera…
Tras enseñarles todas las dependencias, Arrieta los llevó al único hotel que había en
la ciudad: el Hotel Guría. Allí, con un salto en la mano, hablaron de las costumbres y
modos de vivir de la gente de esa tierra; de las mil y una sensaciones que habían
experimentado y las que les quedaban aún por sentir; de los amaneceres y atardeceres de
ese pedazo de cielo bajo el que ahora pasaban sus vidas… Y siguieron hablando de vida…
de lo llena de vida que estaba la selva; esa selva que rodeaba la ciudad, y que aguardaba
pacientemente a que pusieran un pie en ella.
- ¡Puafff! ¡Esto está asqueroso! coñac con agua de sifón y sin hielo… pero cómo os
podéis tomar esto. “Ojos de Gato” deja el vaso en la barra y pide una cerveza…
- Oye, que le sirvas al señor una cerveza bien fría… -dice Arrieta al hombre del
otro lado de la barra.
- ¡Marchando una bien fresquita!
89
- ¿Os estáis quedando conmigo? Si está igual de caliente o peor: sabe a meada.
- Si es que aquí no hay hielo –le dice el de la barra a la vez que le acerca el salto-,
verás cómo con el tiempo sentirás hasta el frío del hielo en los dientes…
Con hielo o sin él, entrechocaron botellas y vasos en un enésimo deseo de destino
feliz. En principio, “Ojos de Gato” había llegado a final de trayecto; debía cubrir las
vacaciones de un compañero y él se quedaría hasta su vuelta. Herrera iría destinado a Río
Benito y Llaurador a Cogo.
Boy*: criado
Una vez al mes llegaba el barco de la Península cargado de conservas, jamones,
azúcar, ajos, aceite de oliva, leche condensada y un sinfín de exquisiteces más que añadir, a
una mesa ya de por sí cargada de buenos alimentos. Pero lo que realmente esperaban con
ilusión, era el correo que les traía noticias de la familia…:
<Querido hijo: no sabes cómo te echamos de menos…>.
<Madre está bien y padre también, aunque aún convaleciente de esas fiebres que pasó…>.
<Querido hermano: tengo que comunicarte la triste noticia del fallecimiento de padre…>.
<Sabrás que tu primo Luis se casó hace ahora dos meses con la Rosa, la hija del tío Remigio el
zapatero, todo tuvo que hacerse aprisa, pues ya empezaba a notársele la preñez…>.
<Querido hijo: hay mucha morriña en la casa desde que te fuiste… El dinero que nos mandaste nos vino
bien para arreglar el granero y comprar algunas cosillas que nos iban haciendo falta…>
Noticias, buenas y malas, pero en definitiva, noticias…
90
En poco tiempo, “Ojos de Gato” se acostumbró a esa nueva vida tan distinta de la
que había tenido hasta entonces; el calor no le molestaba tanto y, durante la noche, se
sentía relativamente protegido por la mosquitera que cubría la cama. Aprendió a vivir con
la sensación de tener la piel de sapo, de tan pegajosa como la notaba; a palmearse la carne
lacerada por los insectos; a sentarse ante un bello filtro Sinaí*, con una buena colección de
botellas vacías de ginebra Gordons y comenzar la tarea de llenarlas de agua filtrada.
En los suburbios de la ciudad conoció la bulla de los bataclanes, a los que llamaban
“baleles”, en donde todas las noches y hasta altas horas de la madrugada hombres blancos,
en su mayoría, buscaban la compañía femenina, siempre de color, para dar rienda suelta a
su lujuria… Bañados en alcohol y al son de la música, que salía de un viejo gramófono, o al
ritmo monótono y machacante de los instrumentos del país tocados por los indígenas… y
entre saltos sin hielo y por el módico precio de unas Mirindas*, aprendió que los antros
no eran antros, sino baleles y que, del mundo donde venía, la inmoralidad había que pagarla
y era cosa de dos, mientras que en el que ahora vivía no había límite de participantes y solo
se necesitaban unos cuantos refrescos para jugar con la amoralidad de esas mujeres: las
miningas… “El mal del ébano”, se decía de todo aquel que se encoñaba hasta tal punto de
alguna, que acababa metiéndola en casa.
< ¡Ya verás macho! Con un par de Orange Crush haces lo que te dé la gana…>.
< ¡Si es que no tienen moral!>.
< Si es que son como perras salidas…>.
< ¡Si es que tienen “veinte papas” y “veinte mamas”!>.
< Buen intento, para acallar la conciencia…>, piensa más de uno, volviendo el alma del
revés como se vuelve el bolsillo de un viejo pantalón para mostrar el vacío en su interior…
< Mininga nfang… ir de minimgueo…>
A todo se acostumbró, menos a las bebidas sin hielo…
Sinaí*: hace referencia a los filtros de Manises que allí se usaban para filtrar el agua. De
cerámica brillante y decorados con alegres motivos, los Sinaí formaban parte obligada de
los enseres de la casa.
Mirindas*: refresco de naranja
91
“Ojos de Gato” dejó la maquinilla de afeitar al lado de la brocha y miró por la
ventana. Los presos de la cárcel despejaban el patio del campamento cortando la hierba con
grandes machetes, entonando una canción que, aunque ininteligible para él, trasmitía una
tristeza desoladora. El guardia que los vigilaba comenzaba la estrofa y a continuación hacía
restallar un látigo que llevaba en la mano, sobre el trasero de algún infeliz; entonces los
hombres continuaban con la canción hasta que de nuevo le tocaba el turno al guardia,
repitiéndose la misma degradante escena… Con la toalla en la mano, salió de la casa y se
plantó detrás del guardia dándole un fuerte puntapié en el trasero; los hombres
enmudecieron y se alzaron con una extraña expresión en la mirada… volviéndose, el
guardia le espetó:
- Tú, Masa*, ¿por qué haces eso?… Nuestro trabajo de morenos es así como lo llevamos bien…
la cosa está bien así: si tú quieres que moreno chapear el bicoro*, tú dejar “danzar” al melongo*,
mientras ellos cantar la canción del trabajo… -hablaba y hablaba, abriendo la descomunal boca
enseñando unas sanas encías de color marrón claro, decoradas con unos dientes tan
grandes como las teclas de un piano, ahora era “Ojos de Gato” el desconcertado, sin saber
qué decir…
Masa*: señor
Bicoro*: yerba alta que prolifera en el trópico invadiéndolo todo
Melongo*: especie de caña, de una liana flexible. Principal materia prima para la
fabricación de muebles y objetos domésticos.
In situ…
……………….. Sin saber qué decir me he quedado…; sin saber cómo seguir con
las memorias de mi padre: “Ojos de Gato”… Desde las seis de la tarde una nueva
vida pugna por salir de esa cómoda burbuja protectora que durante nueve meses ha
sido su palacio de cristal: el vientre de su madre “Dulcinea”. Me encuentro a
seiscientos kilómetros del hogar, pero mi mente y mi espíritu le acompañan. Toma
mi mano Nubecita, soy Nina; dame la mano Papalelo, ayúdame a sacar a esta
nueva personita de su nido porque llegó la hora de enfrentarse a la vida. Espera un
92
momento… ¿dónde está el Ángel que le han asignado?… no podemos traerla al
mundo sin su ángel de la Guarda; encuéntralo Papalelo…
Son las 19: 24 y nadie ha llamado, así que llamaré yo…
En la habitación solo estaba el pedacito de pan que es mi hijo Chicho:
- ¿Novedades? - le pregunto.
- ¡Y yo qué sé, mamá! Aquí no hay nadie… ¡es que tiene cojones! Al final me he
quedado yo solo… Creo que Doyo está en “monitores”…
- Pues vete, porque supongo que tienes que recoger a la pequeña Andrea de
“Taikondo”.
- ¡Pero si me habías dicho que dejara a Andrea con Campanilla en la farmacia y me
viniera con mi hermano! –el tono de voz era de un incómodo disgusto, que yo ya
conocía bien: cuando se le sacaba de su cuadriculado mundo, ya “no daba pie con
bola”…-, además, no puedo irme porque alguien tiene que cuidar los trastos que
han traído.
- ¿Qué se han llevado, el baúl de “La Piqué”? -digo con guasa.
- No, hay una maleta pequeña… -le oigo bostezar y le digo bromeando que se
acueste en la cama. De pronto me acuerdo de la cuna…
- Y si no te metes en la cuna; porque está la cuna, ¿no?
- ¿?
- ¿Hay cuna o no hay cuna? -le digo incómoda por su despiste
- ¡Ah, coño, sí, aquí está… es una especie de cuenco de cristal…
Sonrío, por la salida que ha tenido, muy típica de él por cierto, y no puedo dejar de
pensar en lo afortunada que soy con todo lo que la vida me ha dado; en todo lo que
Dios me ha regalado, sin merecerlo: mis padres, mi marido, mis hijos, mis nietas…
¡mi familia! Supongo, querido Dios, que algo me pedirás a cambio; espero que me
lo indique clarito, clarito, porque ya sabes lo ingenua y despistada que soy, y me
temo que a estas alturas de mi vida ya es tarde para cambiar…
- ¿Me estás escuchando?
- Sí, sí… bueno Chicho, un beso, llamaré más tarde; por cierto, Ángel sabe
algo?
- Sí, sí, Doyo le llamó; hoy cena con María Eugenia y Rafa…
- Pater y yo le llamamos al medio día y le pregunté por el regalo que le habían
llevado... no sabe lo que es, pero cuando vea, huela y cate ese chorizo y ese
93
salchichón “tipical hispanis”, se le van a saltar las lágrimas de gusto y regusto -digo
riendo a carcajada limpia.
Las 20.21
Vuelvo a llamar…
- Chicho… -escucho la voz de Campanilla.
- Que no te preocupes, que va para un buen rato, dicen que para las diez o
las once… Doyo está cenando en la cafetería, del hospital… - la interrumpo.
- Campanilla, ¿esta noche te quedas tú con Lidia? -confío oírla decir que sí,
pero me explica que Doyo no quiere, esto ya me lo temía, pienso en que él no debe
pegarse esa paliza por su salud, pero le comprendo…-. ¿Qué vais a hacer ahora?
- Cenar con Andrea -dice con voz alegre y me viene a la cabeza la
Campanilla de Peter Pan…
21:05
Llamo de nuevo, pienso que para qué molestarme con Doyo, si no lo va a coger,
pero lo intento de nuevo; no estaba equivocada: “mutis por el foro”… Lo
intentaremos con Chicho y Champí…
- ¿Sabéis algo?
- Nada, pero no te preocupes… es que no dilata… -me quedo pensando… no
se me había pasado por la cabeza la posibilidad de una cesárea; aunque sé que no
tiene mayor importancia, no me gusta la idea…
- Estate tranquila; te llamaremos…
21.30
Vamos en el coche camino de la “jaima” y suena el teléfono…
- Holaaaaa…
- ¡Hola Doyo!, ¿ya ha nacido?
- A las nueve y dos minutos de la noche. Ha pesado tres kilos doscientos
ochenta gramos y se parece mucho a mí, bueno a Andrea. Lidia está muy bien; tan
fresca… -mientras le escuchaba hablar, mi alma se agitaba como una coctelera: la
94
felicidad y la tristeza afloraban a mis ojos aumentando el brillo de las luces
navideñas que alumbraban las calles de Ceuta; recordaba cuánto le habría gustado
conocer a Papalelo, a esta nueva personita que Dios le había regalado para
aumentar su tribu: “igual que la tribu de Abraham”, habría dicho él…
- Enhorabuena cariño; estamos muy contentos, ya sabes que Papalelo ha
estado con ella y que le han asignado un pedazo de Ángel de la Guarda…
- ………Un beso.
- Adiós “Chico Guapo”, un beso y otro para Lidia y mis niñas –a mi lado
Manolo, dice levantando la voz:
- Un beso “cabroncete”, que solo sabes hacer niñas; un beso Doyo, estamos
muy orgullosos y muy contentos porque todo haya ido bien…
En Ceuta
1/12/2006
… Sin saber qué decir…
- ¿Qué pasa Ángel? Arrieta miraba la escena un tanto extraña: el grupo de hombres
parados con la vista fija en su compañero, parecían figuras de plomo, con las piernas
levemente separadas, los brazos acompañando el tronco delgado y fibroso y en las manos
un enorme machete de afilada hoja…
-¡Masa no dejar trabajar! Él no entender nuestro trabajo… -Arrieta le interrumpe soltando
una carcajada.
- Es la mentalidad de esta gente y no se puede cambiar -dice mientras le hace un
gesto con la mano al guardia-. Si lo intentas, no funcionará... con el tiempo lo verás tan
normal… eso y muchas cosas más…
A las cinco de la tarde, el trabajo en el campamento llegaba a su fin como todos los
días. Y como cada día, cansado y lleno de grasa, enfilaba la cuesta que llevaba hasta las
viviendas, con el solo deseo de darse una buena ducha; eso y ver, aunque fuera de lejos, a la
chiquilla de Camaró. Pasándose los dedos por el mechón que le caía sobre la frente sin
importarle la grasa que dejaba en él, ladeó la cabeza de un lado a otro como si con ese
movimiento pudiera poner en orden ese cerebro suyo, que tan malas pasadas le estaba
95
jugando últimamente. Remontó el último tramo de la pendiente, con los ojos puestos en la
casa de su compañero. La muchacha, sentada en uno de los bancos adosados a una de las
paredes de madera de la casa, jugaba con su pequeño perro de aguas. Sin salacot, la preciosa
mata de pelo castaño le caía en desorden por la cara.
- ¡Te va a entrar una insolación! –le gritó, aunque sabía que no era del todo cierto
porque las ramas del egombe-egombe hacían las veces de un inmenso parasol protegiendo
su cabeza. Al llegar junto a ella se sentó en el banco de al lado. El olor a aceite de motor
que lleva consigo se extiende con la brisa y eso le incomoda. Se quita el sucio salacot y se da
cuenta de las uñas negras de grasa, lo que hace que una sensación de ridícula incomodidad
le invada hasta sonrojarle. En el regazo de la muchacha, un par de sobres escritos a pluma
con trazos seguros aguijonean su curiosidad, pero la vista de las cartas dura apenas unos
segundos, el tiempo justo de desaparecer en uno de los bolsillos de la falda.
- ¡Hola, simpática amiguita! -ella le dedica una pícara sonrisa y a él, esa tarde, le
parece ver en los ojos color avellana de la muchacha un brillo especial…
- Hola compañero de mi padre –le contesta con guasa-. ¿Y la novela que me ibas a
prestar? –le dejaba alguna novela de vez en cuando, pero solo leía las de amor, aunque a él
no se lo decía, claro. Pensaba que era un hombre extraño, con esa pasión por los libros y
esa mirada tan… ¿soñadora? Era mayor pero le gustaba estar en su compañía porque le
contaba un montón de cosas siempre nuevas para ella y cuando le preguntaba que de
dónde sacaba todo eso, invariablemente contestaba que de los libros: “nunca te
defraudarán, ni te llevarán la contraria; ni siquiera se quejarán cuando los maltrates
doblando las esquinas de sus hojas a modo de señal…”. Eso le había dicho más de una vez,
y ella sabía que era una forma sutil de decirle: “No tratas bien los libros que te presto y eso
no me gusta nada”.
- Dentro de unos días me marcho a Evinayong, eso queda cerca de tu pueblo –le
dice riendo. Sabe que Akurenam fue el primer destino de Camaró al llegar a Guinea–. Si
quieres, te puedo enviar novelas cada vez que baje alguien al campamento y de paso te
escribo refiriéndote algo de mi vida social en esa gran ciudad…
- Echaré de menos todas esas cosas que me cuentas…
- Espero que al “cuenta cuentos” también… bueno… él ya se conformaría con que
le echaras de menos la mitad de la mitad de lo que debes de echar en falta al escribano que
te envía las cartas… -le dijo con ironía.
- ¿Por qué crees que es un chico? –le dice extrañada.
96
- Por el trazo de la letra –le responde.
Ella lo mira asombrada y él se hace la ilusión de que lo mira enamorada…
El mapa del camino no podía ser peor; el viejo Chevrolet, contra todo pronóstico,
avanzaba montaña arriba traqueteando al compás del ronco sonido del motor. Ángel
botaba con cada bache y, a duras penas podía mantener su cuerpo pegado al asiento de
cuero, a la vez que sus manos, aferrándose fuertemente al volante, intentaban seguir el
perfil de la carretera. Mientras “toreaba” el difícil
trayecto, pensaba en el tiempo
transcurrido en Bata. Habían pasado meses, pero a él le parecieron solo unos días. Ahora
se dirigía a Evinayong, su nuevo destino, en donde se encontraba la 2ª compañía de La
Guardia Colonial…
- ¡“Mecaguenlá”! -exclamó dando un volantazo hacia la izquierda. Tras el
complicado paso por un puente de madera, el socavón apareció al otro lado de la curva,
engulléndose la parte trasera del Chevrolet. De nada le había servido su pericia ni la
improvisada maniobra que hizo que Alejandro, el conductor camerunés que le
acompañaba, se golpeara la cabeza contra el techo del camión; instintivamente miró por el
retrovisor buscando a Pablo. Por un momento se temió lo peor, pero vio con alivio la
cabeza del motoboy*. Apagó el motor y salió de la cabina, soltando por la boca “sapos y
culebras”-. ¡Me cago en los que clavaron a Cristo! ¡Pero qué demonios…! –A su lado,
Alejandro se rascaba la cabeza, seguramente buscando la ciencia infusa que le diera la
solución o pensado que ante la situación lo mejor era echarse a dormir hasta que apareciera
otro camión…- ¡Qué pachorra tiene esta gente, Dios mío! -dijo con desaliento, mientras se
quedaba frente al morro del Chevrolet–, habrá que echar mano del wilche* -y, agarrando
el cable de acero, se lo largó al motoboy.
- Pablo, empieza a desenrollar el cable y sujétalo a esa Ceiba…
Se quitó el salacot y pasó el brazo por su frente secándose el sudor. Pronto el sol
estaría en lo más alto y apretaría con toda su fuerza. Disgustado, intentó calcular lo que les
quedaba de camino hasta llegar a su destino, Evinayong. Habían pasado Monte Bata… eso
estaba a quince kilómetros más o menos de la ciudad y ahora se encontraban en la
carretera que llegaba hasta Sevilla de Niefang… Observó el lugar: allí estaban rodeados de
árboles que parecían rozar el cielo, arropados por un enmarañado monte bajo sembrado de
pequeños arbustos, helechos y otras plantas que no era capaz de reconocer. << ¡Dios,
debías tener un día bueno cuando hiciste este rincón!>>.
97
- Masa, ¿y ahora qué?
- Espera un momento -dijo desplegando el mapa que le había proporcionado
Arrieta. Con el dedo trazó el trayecto que habían recorrido, murmurando entre dientes lo
que le faltaba de camino-. A ver… Monterraíces, Machinda, Sevilla de Niefang… de aquí
salen las carreteras para Evinayong y llega hasta Acurenam, limitando con el Gabón…
- Masa… -le interrumpe Pablo.
- ¡Calla un momento que estoy pensando! Y apártate de ahí si no quieres que te
aplastemos como a una cucaracha.
- Sí, Masa –dijo pegando un brinco. Y “Ojos de Gato” siguió con la vista fija en el
mapa.
- Gabón; Evinayón limita con el Gabón… a ver por este lado -y su dedo recorrió
el camino desde Niefang hasta la frontera con el Camerún, pasando primero por
Micomeseng y Ebebiyin. Dobló el mapa y le gritó al conductor:
- ¡Alejandro, mete la primera y acelera! –las ruedas traseras patinaron en el barro
una y otra vez-… ¡Para, para un poco, que así lo único que vamos a conseguir es ahogar el
motor! –dijo “Ojos de Gato”, apoyando un brazo en el capó a la vez que se mesaba el pelo.
- Espera Masa –el motoboy sacó un machete de la parte de atrás del camión y cortó unas
ramas-. Esto debajo de las ruedas; así sale -dijo colocando las ramas delante de cada rueda.
- ¡Dale! ¡Coño, daleee! -las ruedas patinaron de nuevo- ¡Déjame a mí! – Y,
acordándose por segunda vez el elemento que clavó a Cristo, consiguió que el viejo
camión saliera de la trampa continuando el viaje, seguidos de la espesa nube de polvo rojo
que les había acompañado desde el principio del trayecto.
Atravesaron Niefang como una exhalación, porque no quería perder más tiempo
del que ya había perdido. A la salida del pueblo, un gigante de la naturaleza los estaba
esperando: el Río Benito, que con sus aguas caudalosas y rápidas se hacía especialmente
peligroso en esa zona. Un puente de más de doscientos metros lo atravesaba, sabía eso
porque le habían hablado de él más de una vez. “Ojos de Gato” paró el motor y se bajó del
camión, quería ver más detenidamente la difícil obra de ingeniería que tenía que cruzar. Se
acercó hasta uno de los pilares al que habían adosado una placa de bronce en recuerdo del
hombre que había doblegado al río. La escueta leyenda decía: “Capitán Rancaño”. Volvió a
mirar la estructura que tenía ante él y le pareció imposible que se hubieran podido levantar
aquellos pilares de asentamiento sobre el que se apoyaba todo el entramado del puente y,
sin embargo, ahí estaba impasible ante el paso de los años, luciendo la bella y dura madera
98
de palo rosa de la que estaba hecho, custodiando la vida que día a día recorría su tablazón
burlando al río.
Pasaron el puente de Rancaño y atravesaron los montes de Chocolate y Alén. De
cuando en cuando, salpicando el paisaje rebelde y salvaje enredado en lianas, se suavizaba
con pequeños poblados de bambú y nipa, circundados por minúsculas fincas de café y
cacao, que ayudaban a sobrevivir a la gente del lugar; habitantes que miraban con ojos
curiosos el paso del camión. Y de pronto, la visión de un amplio valle hizo frenar a “Ojos
de Gato”, había llegado a su destino. Desde donde estaban, localizó el campamento,
situado sobre una altiplanicie dominando el valle y en la falda de la ladera, la zona comercial
de las factorías que llegaba hasta él. Ángel arrancó el motor y continuó la marcha. Pasó de
largo un cartel en el que decía: Evinayong, y atravesó el pueblo
en dirección al
campamento. Al acercarse, observó que la fachada principal en donde se encontraba el
cuerpo de guardia, la habían construido a modo de fortaleza, con muralla y torreones,
dando la sensación de estar ante la entrada de un viejo castillo; pero nada más lejos de la
realidad: habían conseguido ese efecto forrando con bambú grandes tablazones de madera.
<< Hay que joderse como da el pego, ¿a quién se le habrá ocurrido esto…?>>. Y alzó la
mirada hasta llegar a los ocho metros de altura que media la engañosa muralla: si hubiera
tenido firma, habría leído, “Barri”. Paseó la vista por el entorno y divisó en los laterales del
campamento las viviendas del capitán e instructores, realizadas todas con el mismo material
que “la muralla”. En el centro de la explanada, la bandera marcaba territorio español y a sus
pies, blanqueada por el sol, una enorme calavera de elefante apuntaba al cielo sus
poderosos colmillos de marfil… A unos doscientos cincuenta metros, en un nivel inferior,
pudo distinguir lo que parecía el acuartelamiento de la fuerza indígena, la cárcel, los garajes
y otras dependencias más reducidas que supuso eran las oficinas. Al otro lado, una gran
techumbre de nipa descansaba sobre grandes pilares de madera; la construcción carecía de
paredes y él no tenía ni idea de cuál era su utilidad. Fuera, a un lado de la singular
construcción, un grueso poste aparecía clavado en el suelo… Pisó el embrague, metió la
primera y arrancó el motor en dirección a las oficinas. No quedaba mucho para ponerse el
sol. Se cruzó con la Guardia de Honor que subía la cuesta para arriar la bandera y, al pasar
a su lado, una nube de polvo los envolvió alejándolos de su vista, mientras que una
bandada de patos se cruzaba delante del camión, graznando y bamboleando la cabeza de
delante a atrás, y el trasero de aquí para allá. “Ojos de Gato” frenó como pudo para evitar
“el homicidio involuntario” y lo consiguió, aunque pensó que por la mirada que le había
99
echado el pato que parecía llevar la voz cantante, su acto de buena voluntad no había sido
bien interpretado.
- Alejandro, lleva el camión a las cocheras a ver dónde lo puedes dejar -dijo
poniendo un pie en tierra.
Un hombre pequeño, de piel quemada por el sol, salió a su paso tendiéndole la
mano. En su cara, la boca abierta dejaba entrever con orgullo un buen par de colmillos de
oro, signo inequívoco de la desahogada economía que disfrutaba.
- Hola… ¿Ángel Fuentes? Soy el instructor Manuel Barreal, y te doy la bienvenida
en nombre del capitán Ronzálvez y de los otros compañeros, Juan Rodríguez y Jorge
Azpuro -dijo pegándole un fuerte apretón– y, por supuesto, en el mío propio. Contigo
formamos toda la plantilla blanca del campamento de Evinayong. Bienvenido. Sígueme,
que el capitán te espera.
Motoboy*: ayudante. Muchacho que acompaña en los viajes al conductor.
wilche*:pequeño motor situado en el morro de camiones, guaguas, y vehículos todo
terreno, que movía una bobina, con un cable incorporado, el cual se sujetaba a un árbol de
grandes dimensiones, o a otro vehículo cuando se quedaban atascados en los caminos.
…… Uno, dos, tres, cuatro… seis meses, habían pasado seis meses de estación seca. Seis
meses desde que vio por primera vez el valle. Se tapó con la manta volviendo la cara hacía
la pared, pensó en la diferencia de temperatura en relación a Bata, <<una gozada…>>. Y
era cierto: durante el día calor, mucho calor, pero al ponerse el sol, el suplicio de los
mosquitos desaparecía y el cuerpo necesitaba cubrirse. Hacía frío, <<una gozada…>>.
A través de la tela de la mosquitera la lámpara de bosque proyectaba en la pared de
bambú una mezcla de luces y sombras, modelando siluetas que a él le parecían de mujer, de
regazos de madre, de ovejas y de cachorro de perro… A veces, un soplo de brisa se colaba
por algún resquicio de la ventana mal encajada y la llama de la lámpara danzaba con fuerza,
dibujando siniestras sombras que amenazaban con despertar los demonios de la guerra,
100
desterrados desde hacía tanto tiempo a la tierra del olvido. No podía ser… Aguzó el oído y
escuchó el ronroneo producido por los motores de cientos de aviones y, a continuación, el
estallido de las bombas resonando en su cabeza. No sabía muy bien lo que ocurría, solo
que se estaba mojando, y de un salto salió de la cama con la vista en el techo:
- ¡Mierda! –soltó al darle una gruesa gota de agua en la nariz. De pronto sintió
como si el tejado de la casa se levantara: “¡Blummm!”. Luego, con un sonido hueco,
pareció volver pesadamente a su posición original. Entonces lo comprendió: era la tarjeta
de visita de un tornado tropical.
“Ojos de Gato” abrió la ventana como pudo y contempló estupefacto el
espectáculo: el viento arreciaba con fuerza, zarandeando y resquebrajando los árboles que
encontraba en su camino. <<Y esto es solo el principio…>>, pensó.
Pronto, el rugido del viento y el retumbar de la lluvia estrellándose en el suelo se
fundieron en un sonido ensordecedor. La visibilidad era nula porque una pesada cortina de
agua barría el campamento. Tras varios intentos por salir de la vivienda, sintió que le faltaba
el oxígeno. Exhausto, se dejó caer en un sillón y esperó. Esperó sin más compañía que su
sombra bailando a su alrededor. Sin más distracción que sus manos, la lámpara y la pared…
sombras chinescas………….
En el recuerdo…
…….. Fuera de la casa el viento atravesaba una y mil veces el valle, colándose entre los árboles. Jugando al
“pilla-pilla” por las callejuelas vacías de almas. Barriendo la plaza. Azotando los muros de piedra.
Deslizándose por los tejados de pizarra como un niño baranda abajo, abajo, abajo…
Dentro de la casa la oscuridad se rompía a la luz de las velas. En la enorme cocina, la luz de las
velas se quedaba pequeña a la luz de la lumbre.
- ¡Andrés, Andrés! –Gritaba el niño saltando como un corderillo alrededor de su hermano–.
Cuéntame el cuento de las siete cabritas y el lobo.
- Pero si ya te lo he contado veinte veces… -dijo el muchacho mirando al pequeño.
- ¡Una vez más, solo una vez más! Y haz que salgan los dibujos en la pared. ¡Haz que salgan,
haz que salgan!
101
- Está bien, pero solo una vez más, que siempre estás igual -y el niño miraba embobado al rincón
de la pared en donde el hermano, como por arte de birlibirloque, hacía aparecer al lobo y luego a una cabra
y luego a otra, y otra y otra…
- Y entonces le dijeron las cabritas: “Asoma la patita por debajo de la puerta para saber si eres
nuestra mamá”… -los ojos como platos; las uñas atrapadas en los dientes. El chiquillo escuchaba con ojos
de ensueño–… “porque nuestra mamá tiene las patitas muy blancas”… -el cuerpo hacia delante; la cabeza
recostada en la mesa con los brazos por almohada. Y Ángel dormía y soñaba con lobos, con cabras; con la
harina que cubre a la bestia la pata de blanco. Con huevos que afinan la voz. Con hilo, agujas, tijeras.
Con piedras del río que llenan la panza del lobo... Con colorín colorado, este cuento se ha acabado… ¡Con
un final feliz!...............
…….Dentro: sombras chinescas que nacían de sus manos a la luz de la lámpara. Fuera: el
azote del viento arrancando a la casa lamentos y quejas. Al cabo de una hora, el capricho
del viento cambió. Se cansó de jugar. Se alejó del lugar.
Todo había acabado. <<Después de la tempestad viene la calma…>>. Y de la
calma guardó en su memoria el olor que flotaba en el aire: cubiertos por el perfume de la
hierba mojada, vaharadas de vapor emanaban del suelo bañándolo todo con aroma a tierra
empapada y a ozono saturado en el ambiente. De nuevo, habían llegado las lluvias. Durante
seis meses el aire estaría impregnado de aroma a tierra, a ozono, a hierba mojada; habían
llegado las lluvias…
La caravana humana se hacía interminable. Guiados por los sanitarios los pobres
infelices llegaban al campamento: llagados, llenos de pústulas, mutilados y con la carne
desgarrada. Los que no podían caminar, eran transportados como trofeos de caza, atados
de pies y manos a una gruesa caña de bambú.
- Leprosos… te acostumbrarás -Barreal pegó la espalda a la pared y hundió las
manos en los bolsillos buscando el Cámel. Por un hueco del paquete asomaba un cigarro
solitario que extrajo casi con devoción; lo partió por la mitad y le largó un trozo a “Ojos de
Gato”.
102
- Gracias -dijo con la vista puesta en el desagradable desfile, guiado por sanitarios
indígenas, que avanzaba despacio en dirección al “Tribunal de la Raza”. Recordó la
curiosidad que despertó en él la solitaria estructura a su llegada al campamento y cómo
luego la había visto imbuirse de vida, con el gentío que llenaba el lugar cuando los jefes de
cada tribu, en su derecho de juzgar a su pueblo, requerían ayuda al capitán para solucionar
sus litigios. Litigios motivados, por lo general, por la fuga de sus mujeres, malos tratos o
pactos no cumplidos sobre dotes. Hombres, mujeres y niños copaban la zona con la
esperanza de vender sus productos a la multitud que, durante los tres días de juicio, se
agolpaba en torno al edificio esperando justicia. Tres días con sus noches de alcohol y la
música machacante de los baleles. Tres días en el que el melongo restallaba sin descanso,
bailado por un indígena que sabía hacer bien su trabajo: uno… dos…. tres…. cuatro…
cinco… hasta cien veces, en la espalda del desdichado o la desdichada de turno que, unida
por una gruesa argolla, abrazaba involuntariamente al solitario poste del Tribunal de la
Raza, mientras que como música de fondo y para amenizar el circo, los lamentos del
castigado se perdían en el baturrillo de voces inconexas que peinaban el aire…
- Ya te acostumbrarás, será una rutina más –le repitió. Pero las palabras de su
compañero no le hacían sentirse mejor,
porque sabía que no sería así; no podría
acostumbrarse a ver pasar ante sus ojos a esos cuerpos medio desnudos con la carne
desgarrada, mutilados y llenos de llagas. Muchos de ellos atados de pies y manos, colgados
de gruesas cañas de bambú, como trofeos de caza trasportados por otros enfermos. No;
realmente no podría acostumbrarse… Se había acostumbrado, eso sí, a disfrutar de los
paseos los días de luna llena; a admirar el paisaje bañado de luz; a un cielo sembrado de
estrellas. A eso sí se había acostumbrado. Pero a ver a esa gente hacinada en un extremo
del recinto, día tras día, a la espera de reanudar el camino… y tener que pasar cerca de ellos
hasta que alguien decidiera levantar el aciago campamento y a leer en sus ojos la súplica
envolviendo la esperanza, como un papel
a un caramelo. A eso sabía que NO SE
ACOSTUMBRARÍA.
- Te acostumbrarás… te lo digo yo –Barreal parecía leerle el pensamiento–. Todo
eso que sientes en tu interior pasará. El día que consigas cruzar tu mirada con la de estos
pobres desdichados, dejando a un lado esa mezcla de horror y repulsión que ahora te
invade, ese día estarás vacunado.
- ¿Cuál es su destino final? –“Ojos de Gato” siguió con la mirada a una mujer
aparentemente sana que transportaba a la espalda, envuelto en una tela, a un niño de corta
edad.
103
- Algunos están limpios, pero son incapaces de abandonar a los seres que quieren,
como esa madre que estás viendo –dijo señalando a la mujer con el pequeño-. ¿Su destino
final? Aún les queda por recorrer cien kilómetros hasta llegar a Mikomeseng, el pueblo
lazareto en donde los misioneros harán lo que buenamente puedan por ellos… Entremos
en la oficina, amigo -dijo palmeándole el brazo-, que estoy oyendo la cháchara en pamue*
que se traen esos dos y eso significa dos cosas: que no están haciendo nada y que lo que se
tienen que decir no les interesa que lo entendamos. “Ojos de gato” le siguió al interior.
Tatararata, tararararataaaaaaaaa, tatararata, tararatataaaa…. La escabechina del toque
de diana se esparramaba por todo el campamento, desde el Cuerpo de Guardia hasta los
oídos de “Ojos de Gato”, que intentaba distraer su atención canturreando la letrilla
cuartelera:
- Quinto levanta, tira de la manta. Quinto levanta tira del mantón…. ¡Su puta madre! Me he
cortado -dijo soltando la navaja–. Si es que no se puede desafinar más; me crispan los
nervios -dijo presionando un algodón empapado de alcohol en el mentón.
- Masa, ¿sirvo desayuno? –Agustín, el boy, asomaba la cabeza por la puerta
entreabierta del baño. Ángel lo miró a través del espejo y la cabeza del muchacho
desapareció detrás de la puerta, con la misma rapidez con que una tortuga esconde la suya
en el caparazón cuando intuye peligro.
- ¡Te he dicho mil veces que llames antes de entrar! No sé cómo te lo voy a tener
que meter en tu cabezota –con una mano en el algodón y la otra en la puerta observaba al
joven guardia que, con la vista en el suelo y los brazos cruzados detrás de la espalda,
aguantaba el chaparrón. Causaba un efecto extraño: con el limpio delantal blanco que le
llegaba casi a los tobillos, coronado por unos pies descalzos y embarrados–. Ya voy, ya.
Pero haz el favor de llamar, cada vez que veas una puerta cerrada.
- Sí, Masa…
Desayunó de mesa y mantel, como era costumbre en el Trópico. Un desayuno
fuerte a base de huevos con jamón, papaya con limón y café, solo café, la leche de bote que
allí se usaba no le gustaba: aún conservaba en su paladar el sabor inconfundible de la leche
de vaca de su tierra; aquellas vacas rubias, que en verano dormían la siesta tiradas en los
caminos, ajenas al caos que producían a la gente del lugar………….
*Pamue: dialecto del “país”
104
En el recuerdo…
………La madre entraba en la casa con el cubo de leche recién ordeñada. En la mesa: el mantel a
cuadros, el pan y los cuencos vacíos. En derredor, como caballeros de Arturo en la mesa redonda, los niños
esperaban sentados el momento en que la dulce, espesa y caliente leche llenara sus cuencos. Nadie se movía,
todos seguían el proceso, el ritual, con atención: primero vertía la leche en una olla, que colocaba en el fuego
del hogar; después la removía unas cuantas veces murmurando una oración, para luego dejar que hirviera,
eso sí, sin derramar una gota, pues eso atraería la mala suerte y los animales morirían: la vaca no daría
leche, las gallinas no pondrían huevos, los cerdos enfermarían…: <No. Decididamente no se podía
derramar ni una gota; ni una sola gota>, y siguió con la oración con la vista puesta en la leche y los niños
con la vista puesta en la madre.
Leche caliente y dulce, cubierta por una espesa capa de nata; leche de vaca rubia, de los frescos y
verdes prados del valle del Roncal, en donde un puente romano cruza el río de agua de cristal, tan fría y
limpia que las truchas que lo habitan creen que es el Paraíso: el Paraíso de las truchas.
Leche caliente y dulce…
Eran las cinco de la tarde cuando salió del taller en dirección a la vivienda, con el
pensamiento puesto en Sarita; ni un solo día había dejado de pensar en ella. Enviarle
aquella carta con la novela había sido una tontería. Vale que fué todo una broma inocente;
que hasta la fecha fue a lo loco… Y luego estaba su familia; no sabía cómo reaccionaría
Camaró si llegara a enterarse… El caso era que la guagua del bueno de Fresneda le venía al
pelo. Además, creía que al hombre le resultaba divertido el papel de “correveidile”. Bueno,
ya la cosa no tenía remedio, así que decidió no pensar más en el tema. La mujer de su
compañero Juan, le había invitado a cenar para celebrar la vuelta del permiso que habían
disfrutado en España, pero estaba cansado y solo apostaba por ducharse y pasar un rato en
el bar de turno con un salto en la mano, echando una partida al dominó o a las cartas o
charlar con cualquiera.
105
18-01-1944
Srta. SARITA CÁMARO
BATA
Simpática Sarita:
Hoy, día
del Pilar, recibo tu grata carta fechada en esa el 3 de marzo,
quedándome asombradísimo de la rapidez con que funciona el nuevo servicio de
correos en esa selva tropical.
Por su contenido, veo te encuentras triste y aburrida por estar en el bosque y
que la compañía de los elefantes, gorilas, loros, titís y demás componentes de la
aristocracia de ese país, no son suficientes para llenar el vacío que mi ausencia te
ocasiona. ¡No te apures preciosidad! Yo te prometo que tan pronto como tengamos
sacadas las patatas en esta y se me haya curado el sarampión, me faltará tiempo para
volar a tu lado para decirte lo mucho que te quiero y poder repetir aquellos paseos que
en góndola y a la luz de la luna, solíamos hacer, hace cuarenta años, por las riberas de
nuestro lago. ¿Te acuerdas el día en que por coger una rana te caíste en el agua y te
diste un soberano remojón? Yo, desde luego, no lo olvido, ya que fue para mí motivo
de gran regocijo, que luego resultó en un fuerte catarro por haber tenido la mala
ocurrencia de prestarte mi chaqueta en un momento de galantería. ¡Qué tiempos más
felices! Me pides te cuente algo de esta bella capital, ¿qué quieres que te diga? Nada de
particular ocurre en ella. Únicamente puedo hacerte saber que las obras del puerto van
bastante torcidas, para satisfacción de los vecinos, que han bajado quince céntimos el
kilo de cebollas, que ayer toreó en esta Manolete y, que las chicas de esta isla, me
siguen pareciendo tan estúpidas. ¿Y tú? ¿Cómo sigues en tus prácticas culinarias? Ya
sabes que espero resultes un portento en dicho cometido y que lo mismo las
“crocretas” que la salsa verde de pescado, me gustan con un poco de picante. De tu
especialidad en la preparación de pimientos rellenos, ya tienen conocimiento todos mis
amigos, los cuales están esperando como “Agua de Mayo” el que tú y yo nos echemos
la cuerda al cuello y formemos nuestro hogar para darse un atracón a nuestra costa.
106
¡Bueno encanto! Ya son las once de la noche y me voy notando que mi ojo izquierdo le
va dando ganas de dormir. En vista de ello y como quiera, que por ser el más
pequeñito que tengo y por esta circunstancia le tengo un poco mimado, no quiero
desairarle y con un afectuoso ambolo* y haciéndote saber “cómo te estim, con to la
foro de meu corp”.*
Carlos Vélez
ambolo*: saludo que quiere decir adiós
“cómo te estim, con to la foro de meu corp”*: aquí intentaba decirle en catalán cuanto
la quería:”Como te quiero, con toda la fuerza de mi corazón”, pero ni las palabras, ni la
frase son correctas.
Metió la cabeza debajo de la ducha y dejó que el agua resbalara por la nuca; no salía
muy fría pero agradecía sentirla correr por su piel. Cogió el jabón y se frotó con fuerza de la
cabeza a los pies. <<Tengo polvo hasta en el alma>>. Ahora el agua le caía por el pecho.
Levantó la cabeza y fue cuando la vio: una enorme, negra y peluda araña permanecía quieta
en una esquina del techo enganchada a su tela. “Ojos de Gato”, de un salto, salió de la
ducha y sin perder al bicho de vista, se lio la toalla atándosela a la cintura:
- ¡Agustín! -tuvo que llamar varias veces hasta que el boy apareció.
- ¿Masa? -el muchacho miraba en la dirección que señalaba el dedo del señor.
- ¿No te he dicho mil veces que rocíes las habitaciones varias veces al día con el
insecticida? -inspeccionaba los rincones del cuarto de baño, mientras lo increpaba.
- Masa, yo echar flit* -dijo, a la vez que lanzaba el trapo del polvo al rincón donde se
encontraba la araña; ajena, seguramente al revuelo que estaba organizando. El trapo cayó y
con él la araña que salió “por patas” a esconderse detrás del lavabo.
- ¡Pues echa más, que maldita las ganas que tengo que me pique una de estas y me
mande al otro barrio! -gritó.
- Masa, estas no matan, solo hinchan piel; pica mucho, duele, pero “no veneno”.
107
- ¡Que corras, te he dicho! ¡Trae ya mismo el insecticida! -y salió disparado hacia la
cocina, para volver al momento con un artilugio entre las manos la mar de extraño: una
especie de pulverizador hecho con dos latas de conserva y una varilla de metal que se
desplazaba por el interior del aparato haciendo salir el líquido: <<A saber a quién se le
ocurrió la idea del aparato>>, pero lo cierto era que funcionaba. Agustín, en cuclillas al
lado del lavabo, gaseaba sin piedad el rincón donde se encontraba la araña. Al instante:
“Ojos de Gato” tosía; Agustín se frotaba los ojos y el arácnido sucumbía.
Llegó malhumorado al bar. El local estaba lleno de gente que tras una larga jornada
de trabajo buscaban, como él, la compañía de “europeos” para charlar de cosas que los
negros no entenderían…Él mismo se expresaba así, aún a sabiendas de que esa palabra
encerraba todo un símbolo; como una seña de identidad. Una forma suave de clasismo
racista, de diferenciar a una raza de la otra; cosa que no dejaba de tener su ironía, ya que
metidos en ese saco, portugueses, españoles, alemanes, ingleses, sirios, libaneses e hindúes,
hacían vida social bajo una única bandera: la de la palabra “europeos”. De seguro, si
hubieran aparecido en ese preciso instante indios Navajos o esquimales, también se les
habría dado la bienvenida a la vida social de los “europeos”.
En las mesas, el personal jugaba al póquer y al dominó. Con un ruido sonoro, vio a
Barreal guiñarle un ojo a Azpuro y colocar la ficha que le quedaba:
- Blanca doble ¡y cierro! ¡Hemos ganado de nuevo, compañero! -exclamó apurando
la copa de Tres Cepas.
Flit* : DDT (insecticida)
Se sentó en un rincón, cerca de la barra, y pidió al camarero un salto. Por un hueco
que dejaban las botellas apiladas, delante de la luna de cristal, visualizaba parte del garito:
<<La misma escena que cuando venía en el Plus Ultra. La misma gente; los mismos
hábitos…>>. Retazos de conversaciones, palabras sueltas, risas, carcajadas, maldiciones,
juramentos de unos y de otros…
- Esos hijos de puta siguen dando guerra…
Alzó la vista hacia el hombre que había hecho el comentario. Era alto, de nariz
grande y carnosa, y con unos ojillos tan pequeños y vivarachos que a él le recordó a una
rata de campo. El pelo oscuro y rizado lo llevaba apelmazado y brillante a causa de la
108
generosa porción de brillantina con que lo había untado. De la camisa de manga corta de
algodón, sacó un puro al que le dio un rápido mordisco a la punta, escupiéndola con
naturalidad, pero hasta ahí llego el proceso pues curiosamente lo volvió a guardar el
bolsillo.
- ¡Salgado! –Dijo un hombre desde un rincón-. Déjate de palabrerías y ven a jugar
una partida de mus.
- Ya voy, ya voy, ¡coño! Que no le dejáis a uno ni expresarse… -sacó de nuevo el
puro y esta vez lo encendió, mientras los comentarios del personal se fundían en uno…:
- Nos lo están poniendo difícil, pero al final ganaremos la partida…
- Me han dicho que tienen prioridad para las vacantes que van saliendo de Guinea
los compañeros que se han distinguido en la persecución de esos bandoleros…
- ¡Maquis de mierda!...
- La guerra que asola a Europa….
- Hitler avanza…. Las tropas de los aliados…
- A causa de la II Guerra Mundial, la producción de caucho…
La producción de caucho… Lo cierto es que la necesidad agudiza el ingenio. “Ojos
de Gato” lo había comprobado. No había Ebeas, pero sí unas lianas muy particulares que
se encontraban en el interior de la selva, de las que también se extraía caucho; de inferior
calidad, pero caucho al fin y al cabo. Los indígenas extraían el jugo de las lianas y, tras
fermentarlo, quedaba una pasta con la que formaban unos paquetes de unos cincuenta
kilos, que traían al campamento para venderlo en los días del Tribunal de la Raza. Luego
había que llevarlos a Bata y dejarlos en la aduana del puerto….
- Ponme otro. Pero ahora con hielo -el camarero le miró y le dijo rascándose la
oreja:
- Masa, tú siempre gastar broma… ¡hielo, hielo! Uuummm… ¿qué es eso? Tú traer hielo para
que pueda ver…
- ¡Oh sí!, seguro. Cuando regrese a España te traeré un par, de recuerdo –dijo, a la
vez que pasaba la mano por la frente para apartar el mechón de pelo lacio que se
empeñaba en ocupar ese espacio de su piel-. Anda trae, que te firmo el vale -ya se había
acostumbrado a esa forma de pagar: vale va, vale viene… vale en las factorías, vale en los
bares, vale para todo. Desde luego, en España* eso era impensable…
Acabó la segunda copa y salió por donde había venido, saludando a su paso a unos
y a otros:
109
- ¿Ya te vas? Siéntate un rato y charlamos…
Al final sorteó todo el local y salió a la calle y, encendiendo un Lucky, echó a andar
hacia el campamento, sin prisa. Había dejado de llover y ahora la noche era una noche de
luna clara; tan clara que parecía que había llegado el amanecer. Su luz lo bañaba todo
causando la sensación de que el paisaje había sido envuelto en papel de seda, tan suaves se
dibujaban las líneas de las cosas, los perfiles de los árboles, los ángulos de las paredes de
cada edificios... <<Envuelto en papel de seda…>>. Caminó por las calles sin más
compañía que el maullar lastimero de algún que otro gato callejero, al cruzarse en su
camino. En el aire, aquel olor a tierra mojada que tanto le agradaba.
En España*: Una frase un tanto absurda puesto que aquello era español, pero era
costumbre expresarse así, tal vez por la lejanía.
La misión de los Padres Claretianos estaba de fiesta. Era domingo y la gente acudía
al toque de campana como las moscas acuden a la miel. Los nativos vestían sus mejores
galas, prendas de vivos colores que armonizaban con el verde del paisaje, recordando a las
flores que salpican un jardín: ellas con los hijos alrededor, como gallina clueca. Ellos con
aire digno, sabiendo que era el día de Dios Nuestro Señor. No importaba que la noche
anterior hubieran participado en una ceremonia para expulsar a los malos espíritus del
cuerpo de una joven o que uno mismo hubiera hecho la pócima para acabar con un
enemigo… No importaba: este día era el día del Señor y había que visitarle y pasar en su
momento a que “te dieran de comer” algo a lo que llamaban Hostia y que decían los
buenos misioneros que en ella estaba Dios:
- Padre… ¿tan pequeño?...
- Sí hijo, en este trozo tan pequeño se encuentra Dios…
- Yo pasar dos veces para comer…
- ¡No se te ocurra hacer eso! ¡Solo una vez!, ¿me oyes? ¡Solo una vez!
- Sí padre…
Y la santa paciencia del misionero rivalizaba con la santa paciencia del santo Job,
cuando veía impotente cómo tras comulgar ese pequeño pedazo de Dios se incorporaban
a la fila para volver a por otro pedazo de Dios…
- Créeme si te digo que Él no les pasará factura por esto, porque no lo hacen con
maldad; no conocen la moral -“Ojos de Gato” escuchaba al padre Fuentes ante un vaso de
110
limonada, mientras limpiaba su rifle-. Cuando comprendan –continuó- lo que es la moral,
entonces Dios les pedirá cuentas.
- Ardua labor, padre Fuentes.
- Ardua labor, amigo Ángel… y llámame Ramón, que si no me parece que aún
estoy en la mili –le dice con ese humor tan de él.
- ¿Se viene de caza padre Ramón
- Ya cazo, ya… Cazo almas para Dios Nuestro Señor…
- Mañana salimos para Bata, ¿necesita que le traiga algo?
- Sí hijo, sí, bicarbonato para limpiarme los dientes.
- ¿Solo eso?
- ………..
- Hasta el domingo entonces –y le besó la mano.
- Hasta el domingo, si Dios quiere. Buen viaje y que San Cristóbal os acompañe en
el camino.
- Y si lleva ruedas de repuesto, mejor –dijo sonriendo.
Aunque el parque móvil era antediluviano, no había más remedio que bajar a Bata cada
quince días. La entrega en el muelle de los paquetes de caucho era primordial; así también
el aprovisionarnos de combustible y el correo, amén de otros muchos artículos que
variaban según la necesidad. Así que, antes de partir, “Ojos de Gato” con la gorra bajo el
brazo y un cigarrillo entre los labios, inspeccionaba los dos camiones con los que
emprenderían el viaje:
- Herramientas, repuestos… -murmuraba a la vez que, instintivamente, guiñaba un
ojo, al humo que se escapaba del pitillo–… los fardos de caucho…
Aún no había despuntado el alba cuando emprendieron la marcha. “Ojos de Gato”
y Barreal al volante y con ellos, en la cabina, los motoboy. Detrás, en la caja de cada
camión, tres guardias acompañados de sus mosquetones cerraban la expedición.
- ¿Listo?
- Listo, compañero –Barreal puso el motor en marcha y se tocó la gorra de plato a
modo de saludo–. Veamos cómo se portan estos jabatos.
111
Salieron a la carretera en una noche sin luna, un par de horas antes del alba. La
negrura de la noche quedaba rasgada por la luz que proyectaban los faros; una luz difusa
que se desparramaba en el camino iluminando, con cada bache y en cada curva, pedazos
de selva difuminada por la cortina de agua propia de la estación de las lluvias que estaban
viviendo. El bicoro denso y salvaje a veces parecía engullir la carretera…
Los camiones carecían de silencioso, por lo que las montañas les devolvían con su
eco, el petardeo de los motores. Subían las cuestas como un viejo cascado subiría una
escalera, batallando con el potopoto* y sin resuello, sin más deseo que pararse en el
camino y al final de cada cuesta, un puente de madera peligrosamente embarrado era el
premio.
- ¡Me cago en la puta! ¡Ya se ha reventado una rueda! -el volante vibraba con fuerza
dirigiendo el camión hacia la derecha, pero su pericia como conductor lo mantuvo en el
camino.
El reventón era de consideración. Un enorme corte atravesaba cámara y cubierta
dejando al descubierto la llanta. Con expresión resignada se sentó al lado de la rueda y
miró a Barreal, este descargaba su mal humor arreándole dos patadas a la rueda.
- ¡Hay que joderse! Y sin repuestos que estamos… siempre igual; es que tiene
cojones la cosa… Dame un pitillo, Ángel -dijo sentándose a su lado-. ¿Vosotros, queréis
bajaros del camión de una puta vez? -se dirigía a los guardias que se apresuraron a bajar,
antes de que el instructor le propinara a alguno una buena patada en el culo.
- Déjalo ya, Barreal, que así no vamos a ninguna parte. Pablo tráete los bártulos y
acabemos de una vez.
- Sí, Masa…
Como siempre, el proceso fue laborioso y deprimente, pues sabían que la chapuza
no aguantaría mucho trayecto. Había que desmontar la rueda, lijar la parte afectada, coser
con aguja e hilo, aplicarle la consabida disolución para así poder pegar el parche,
confeccionado con un trozo de cámara… ¡Y a correr! Un par de kilómetros, tal vez… la
cara de Sarita le vino al pensamiento… <<Simpática amiguita…espérame que ya
llego…>>.
Potopoto*: barro en pamue
112
Durante casi un año habían estado bromeando entre carta y carta. En la última que
le envió
con Fresneda, le hablaba de los
estudios imaginarios, de veterinario, de
anatomías de monos y demás. Todo un teatro para decirle entre bromas y veras, lo mucho
que la quería… Sabía que para ella era un simple juego, pero no para él. Un juego que
había ideado con el único fin de que no le olvidara. ¡Y ella encelada de las primas*! las
dos chicas más ventiladas de Evinayong. ¡Pero cuánto la quería! Bajo el empalagoso
seudónimo de unos personajes cualquiera de novela barata, vivirían su historia hasta donde
llegara, en el anonimato: “Carlos Vélez” y “Maruja Casas”. No pudo menos que sonreír al
recordar el tipo de lectura que a ella le gustaba: esas historias melodramáticas, empalagosas
y almibaradas, de amores imposibles que a él tanto le aburrían… Luego estaba lo de
impedir o, cuanto menos, hacérselo un poco más difícil al chismoso de turno, en el caso
en que cayera en sus manos alguna carta… Por su cabeza pasó lo mal que lo pasó, en la
famosa cena, en casa del capitán Ronzálvez… Su mujer no paró de hacerle preguntas
sobre su relación con Sarita… Así que, después de eso, pensó que lo mejor era escribirse
en clave. Confiaba en que lo cogiera al vuelo…
- ¿Algo gracioso que me haya perdido? –Barreal lo miraba divertido.
- Nada amigo, nada. Solo pensaba en qué tal me habría ido la vida como
veterinario… ¡Alejandrooo!
- ¡Masa, yo hacer caca! –grita, asomando la cabeza por detrás de un hermoso okume*.
Iba a responder cuando un insecto palo se posó en su sahariana, importándole un comino
el humano que la ocupaba. Con un golpe de dedos se lo sacudió de encima, continuando
con la interesante conversación, sobre las necesidades perentorias de los seres vivientes.
- ¡Pues acaba rápido o te quedas aquí hasta que volvamos! –la amenaza fue mano
santa. Sujetándose el pantalón con las dos manos, en cuatro saltos se plantó en la cabina.
Barreal, desde su camión, daba la señal de marcha.
Las primas*: apodo que da “Ojos de Gato” a dos muchachas de Evinayong, por las que
“la Escopetilla” siente unos celos exagerados.
Okume*: árbol africano de grandes dimensiones muy apreciado para trabajos de
carpintería.
113
…… Y llueve. <<Simpática amiguita, pero espérame que ya voy… Cariñín, espérame que
ya voy… espérame que ya voy…>>. Su mente repetía una y otra vez esas frases
ensartadas en su corazón como cuentas de rosario… <<Espérame que ya voy… que ya
voy… simpática amiguita… Y sigue lloviendo…>>.
Santa Isabel, 2 de enero de 1945.
Srta. Sarita Camaró, cajera de la factoría Martínez de Bata.
¡Inolvidable Sarita!:
Recibí tu extensa carta con fecha 27 del presente, la que leí con suma
complacencia, al igual que todas las que de ti me llegan, ya que todas son simpáticas y
divertidas.
Dices que sientes infinito nuestra separación, lo que te agradezco y, como
compensación, debo decirte que a mí me ocurre ídem de ídem, mas por ahora no nos
queda más remedio que resignarnos y esperar que mi carrera de veterinario esté
terminada para que ella se encargue de solucionar nuestro porvenir. Con miras a él me
desvivo constantemente y paso noche y día divagando sobre mis científicos estudios,
debiendo comunicarte para tu satisfacción, que he llegado a comprender perfectamente
la anatomía de toda clase de animales, a excepción de la del pollino y la pulga. Con
ello te darás idea del esfuerzo tan grande que he debido de realizar, mas lo he hecho
por ti y no me pesa.
Mi vida por esa transcurre con toda normalidad: me levanto por la mañana,
como durante el día y por la noche me acuesto. Niguas y filarias por ahora no me
faltan, gracias a Dios, lo que unido a un poco de paludismo y a la carencia absoluta de
dinero junto con tu recuerdo, hacen que me sienta feliz.
114
¡Bueno cariño! Por hoy no seré más extenso, a causa del mucho trabajo que
tengo. A mi lado se encuentra la cabeza de un minino que debo estudiar
concienzudamente, ya que ante el señor profesor me toca a mí demostrar las causas por
las que mueve “el rabo y la quinta vértebra occipital” cuando se le ocurre decir
“miau”.
Esperando la tuya con la impaciencia de siempre y deseando que lo del dolor de
muelas se haya quedado en “dolor de dientes”, queda estudiando la osamenta de un
chimpancé.
Tu adorado,
Carlos Vélez
…… Kilómetros y kilómetros por esos caminos de Dios. “Ojos de Gato” viajaba hasta los
poblados más recónditos de la demarcación, para practicar diligencias sobre muertes,
heridos y otros problemas que afectaban a los nativos. En todos era bienvenido; casi una
celebración…
El jefe del poblado salió a recibirle, con un ceremonioso saludo, una sonrisa infantil
en los labios y un huevo de gallina entre las manos.
- Para ti, Masa…
<<Estará podrido como siempre…>>. Y con ese pensamiento, en su cara se dibujó una
sonrisa torpe e infantil, reflejo de la del hombre que tenía delante.
Y como siempre, lo llevaron hasta el centro de reunión: “la casa de la palabra”. Un
cobertizo de bambú y nipa, en el centro del poblado, en donde los hombres se reunían a
fumar y a “hacer historia”, como ellos decían. <<Algo así como la taberna de mi
pueblo>>, se repetía cada vez que visitaba una de ellas.
Lo sentaron al lado del jefe. Los hombres fumando, “haciendo historias”. Sin otra
cosa que hacer que esperar la llegada de sus mujeres. Hablaban como cotorras en pamue, la
lengua que el primer día que puso el pie en Santa Isabel atravesó sus tímpanos, lenticulares
y estribos, hasta llegar al cerebro, impermeable y mudo ante tal jerga indescifrable…
Soltaban constantes exclamaciones y reían con ganas, pegándose pequeños golpes en las
piernas y los brazos, para espantar a las moscas: unos con las manos y otros con esos
matamoscas hechos con pelo de elefante, que tanta curiosidad despertó en él aquel lejano
día en que deambuló por primera vez por un mercado de la isla.
Y como siempre…
115
- Tú comer, Masa… -un olor nauseabundo devolvió a la realidad a “Ojos de Gato”.
Una rolliza mujer, de piel como el betún, le tendía algo envuelto en una hoja de platanera.
Dándole las gracias lo abrió. El olor a yuca fermentada era insoportable. Un olor agrio,
como a vómito. No sabía qué hacer; el jefe y la mujer le miraban expectantes invitándole a
comer con la mirada. Y como siempre… pellizcó una esquina de la pasta blanca y se la
introdujo en la boca. Las arcadas fueron inmediatas, agarró la cantimplora y bebió un largo
trago de agua. Cuando acabó, otra mujer le ofrecía de un cuenco un buñuelo saturado de
aceite de palma tan espeso y rojo que parecía jarabe.
- Son mis mujeres. Ellas cocinar para ti –dijo el hombre, con sonrisa amable. Yo tener
cuatro ¿Tú querer una?
- ¡No! ¡Ya tengo una! –le dice riendo, mientras espera resignado las viandas de las
otras dos: el mono estaba un poco duro y con la tortuga se habían pasado al freírla…
Se alejó del poblado, dejando atrás las pequeñas fincas de cacao y café, de
cacahuete, de yuca y de calabaza. Se alejó del poblado, de sus gentes, llevándose con él un
estómago revuelto y un huevo de gallina, seguramente podrido.
…… ¿Has recibido mis cartas, amor? No sé nada de ti… La guagua llegó, como cada día,
llena de gente, de fardos mojados, de animales, de seres humanos… Llena de todo, menos
de ti; ni una sola letra… ¿Te llegaron las cartas amor?
Bata, 31 –0 1 - 1945
S3mp1t3c1 – S1r3t1:
116
T4d1v31 – n4 – m2 – h1s – d3ch4 – s3 – m3 – s2nc3ll1 – cl1v2 – l1 – ll2g1st2 –
1 – 2nt2nd2r - M2 – g5st1r31 – m5ch4 – l1 – c4mpr2nd32s2s – p52s 1s3 – n4s v2r31m4s - l3br2s - d2 - c4t3ll1s.
1l - f3n1l - d2 - l1 - pr2s2nt2 – t2 – p4ng4 – l1 - f4rm1 – d2 – d2sc3f1rl1 c4m4 – v2r1s -2s – d2 – s4m1 – f1c3l3d1d – 2sp2r4 – q52 – 2n – l1 – pr4x3m1 – m2 –
d3g1s – 1lg4 – p4r – 2st2 – s4st2m1 - 1s3 - m2 - d2m4str1r1s – l4 – 3nt2l3g2nt2 –
q52 – 2r2s.
T2n – 2n – c52nt1 – q52 – 2n – 2st1 – m1q53n1 – 2l – 5n4 – 2s – l1 - 2l2
“Simpática Sarita:
Todavía no me has dicho si mi sencilla carta la llegaste a entender. Me gustaría
mucho la comprendieses, pues así nos veremos libres de cotillas.
Al final de la presente te pongo la forma de descifrarla. Como verás es de suma
facilidad. Espero que en la próxima me digas algo por este sistema, así me
demostrarás lo inteligente que eres.”
Ten en cuenta que en esta máquina el uno es la ele*
Clave: “tan solamente se emplean cifradas las vocales” van en la forma que a
continuación se indican.
A…….L
(Parece ser que en la máquina que “Ojos de Gato” usaba, no existía el 1).
E…….2
I……...3
O……..4
U……..5
117
Ejemplo para escribir:
“Somos más malos con los buenos que con los malos, porque tememos más a los malos
que a los buenos”.
Cifrado:
“ S4m4s – m1s – m1l4s – c4n – l4s – b52n4s – q52 – c4n – l4s – m1l4s – p4rq52 –
t2m2m4s – m1s – 1 – l4s – m1l4s– q52 – 1 – l4s – b52n4s – “
Carlos Vélez
P.D.: Una vez aprendas la clave rompe las cartas…
……….
Bata, 11- 02-1945
Srta. Maruja Casas:
R2c4rd1d1 – y – s3mp1tic1 – am3gu3ta -:
R2c3b3 -
t5 – gr1t1 – c1rt1 – v32nd4 – c4n – m5ch4 – 1gr1d4 – l4 –
3nt2l3g2nt2 – q52 – 2r2s – p52s – p1r1 – l1 – pr3m2r1 – l2cc34n – h1s – s1b3d4 –
2scr3b3r - c4n – s5m1 – p2rf2cc34n – c4n – l1 – cl1v2 – q52 – t2 – 3nd3q52. – B52n4
– 1h4r1 – l4 – q52 – h1c2 – f1lt1 – 1s – q52 – s2p1s – g51rd1r – 2l - s2cr2t4 – d2l –
m3sm4 – 1f1n – d2 – q52 – n1d32 – s2 – 2nt2r2 – d2 – c51nt4 – n4s4tr4s – p4d1m4s –
d2c3r . – Cr24 – 1s3 – l4 – h1r1s – p52s – 2n – m2d34 – d2 – l4 – n2rv34s3ll1 – q52 –
2r2s – s32mpr2 – t2 – c4ns3d2r2 – c4m4 – 5n1 – ch3c1 – f4rm1l3t1…………………
118
………………………………………………………………………………………………………
………
M2 – pr2g5nt1s – 2n – l1 - t5y1 – s5br2 –2l – c5rs4 – d2 – m3s – c1rr2r1s ………………………………………………………………………………………………………
……………………………………………………………………………………………………….
T4d1s – 2ll1s – m2 – 3mp4rt1n – m53 – p4c4 – y1 – q52 – t1n – s4l1m2nt2 – 2r2s – t5
– q512n – m2 – 3nt2r2s1 – p2r4 – 2r2s – t1n – m1l3s3m1 – q52 – n4 – m2 - q532r2s –
h1c2r – c1s4 – 3 – q52 – 1d2m1s – t2 – d2j1s – p3r4p21r – p4r – l4s – ch3c4s – d2 –
2s1
-
………………………………………………………………………………………………………
……………………
2st1 – m3sm1 – m1ñ1n1 – s1l2 – l1 – g51g51 – p1r1 – 2s1 – 3 – p4r – t1nt4 – n4 – m2
– d1 – t32mp4 – p1r1 – s2r – t1n – 2xt2ns4 – c4mo –h5b32r1 –d2s21d4 ………....................................................
……………………
R2c4rd1nd4t2 -: d2 – q532n – t2 – q5i2r2 – 3 – n4 – t2 – 4lv3d1 - ……………….
Carlos Vélez
Recordada y simpática amiguita:
Recibí tu grata carta, viendo con mucha alegría lo inteligente que eres. Pues
para la primera lección, has sabido escribir con suma perfección con la clave que te
indiqué. Bueno, ahora lo que hace falta es que sepas guardar el secreto del mismo, a
fin de que nadie se entere de cuanto nosotros podamos decir. Creo así lo harás, pues
en medio de lo nerviosilla que eres siempre te consideré como una chica formalita.
Me preguntas en la tuya, sobre el curso de “mis carreras” a lo cual te quiero hacer
saber que todas ellas me importan muy poco, ya que tan solamente eres tú quien me
interesa, pero eres tan malísima que no me quieres hacer caso, y que además te dejas
piropear por los chicos de esa hasta sacarte de quicio, pues ya sabes que estoy
enterado de hasta cuando rompiste el sonajero del chico de la señora Rosa. Además,
119
sabes, te he invitado un millón de veces al paseo y has sido tan poco complaciente que
nunca quisiste acceder.
Siento mucho el otro día no haber comido en tu casa, máxime que tu padre me invitó
varias veces pero se empeñó Trapero y tuve que claudicar. Además, seguramente me
iba a azorar mucho al estar tan cerca de ti junto con tu familia. De haber estado con
Rodríguez ya sería otra cosa, pues así quedaba más disimulado.
Si encuentras algo pesado el escribirme de esta forma lo haces normalmente ya que
tus cartas nadie las ve y además el venir de Bata con nombre supuesto es dificilísimo
que se puedan suponer nada.
Esta misma mañana sale la guagua para esa, y por lo tanto no me da tiempo para
ser tan extenso como hubiera deseado, por lo tanto daré fin a la presente recordándote
quién te quiere y no te olvida.
Carlos Vélez
P.D.: Una vez leas la carta rómpela.
……….
17 – 2 – 1945
Srta. Maruja Casas <Río Benito>
Distinguida, bella, adorable y simpática Maruja:
En contestación a tu grata carta del catorce, te escribo la presente con la cual
me es de suma satisfacción adjuntar cuatro pares de calcetines para que los zurzas.
¿Qué tal has pasado los carnavales? Sí, sí; ya me he enterado, ya… Debes
saber que tengo conocimiento de lo ocurrido y que, por lo tanto, sé que te aprovechas
muy bien de mi ausencia para “venderme la cebada”. ¡Qué ingrata! Como te digo, lo
sé todo. Sé que coqueteas con cuantos muchachos frecuentan ese balneario y que la
120
noche del baile que dio el embajador de Caputala, tuviste la osadía de asistir al mismo
luciendo el vestido verde que te regalé para tu primera comunión y las botas de
montar de tu Cuñado el picador. Además he sabido que hasta altas horas de la
madrugada continuaste en la reunión y que no fueron menos de treinta y seis los
cócteles de aguarrás y petróleo que en la misma consumiste. ¿Te parece esto correcto
para una muchacha que está muy cerca de contraer matrimonio? Y sobre todo,
teniendo un novio que vale un Potosí… ¡no tienes perdón de Dios! tu caso solo podrá
ser corregido con un melongo.
Con tu modo de proceder me has hecho coger un berrinche de padre y muy
señor mío, tanto es así que me he pasado toda la noche soñando terribles pesadillas,
¡figúrate! Soñé que me había tocado la lotería, el gordo desde luego, que me gasté
cincuenta mil pesetas en cohetes y que después me compré un bonito automóvil con
intención de dar la vuelta a España pero no fue así; se ve que para no perder tiempo la
di de campana y, como consecuencia de lo acaecido, quedé muerto en el acto. Con ello
aumenté mi disgusto, pues nunca me había ocurrido tal cosa y no podía hacerme una
idea de lo aburridísimo que es, estar sin poder hablar y sobre todo, siempre en la
misma postura. Además, en mi sueño notaba como una frialdad en mi mano derecha
que por mi situación pensé que sería el frío de la muerte, pero luego no fue así, pues al
despertar y comprobar con gran alborozo que todo había sido una pesadilla, pude
observar que el “frío” de mi mano se debía al hecho de haberla tenido metida durante
toda la noche en el perico*, que a mi boy se le olvidó meter en la mesilla de noche del
dormitorio.
Bueno y ahora dejo todo esto a un lado para ventilarlo en mejor ocasión y
ahora pasaré a satisfacer tu curiosidad en lo que respecta a tus primas. Desde luego,
las dos están veraneando “en esta playa”. Tanto la una como la otra… no están mal…
¡Me refiero a la salud! Casi no las he tratado pues ellas son de la alta aristocracia y
por lo tanto, es lógico que guardemos las distancias. Sin embargo, creo que son un
poco coquetas, un poco presumidas, un kilómetro más de orgullosas e igual cantidad
de sosas. ¿También quieres saber si han proyectado en esta “el despertar de un
ladrillo”? Pues sí, la he visto en El Monumental, y por cierto que me ha gustado
muchísimo. Durante las dos horas que tardó en proyectarse estuve emocionadísimo, si
no más que tú, casi, ya que me pasé todo el tiempo llorando con mi ojo derecho y creo
que tú lo harías con los dos.
121
Nada más por ahora, no te olvides de que estoy disgustadísimo contigo y como
prueba de ello, te diré que no te quiero; que eres muy fea; que no sabes freír un huevo
y que gastas los zapatos del número cuarenta y seis.
Carlos Vélez
D2sd2 – l52g4 – q52 - 2r2s – 5n1 – ch3q53ll1 – m3 – s3mp1t3c1 –
Perico*: orinal
……….
Bata, 8 – 03 – 1945
Maruja Casas
Apreciada y simpática amiguita:
Q53z1 – t2 – 2xtr1ñ2 – n4 – r2c3b3r – c1rt1 – m31 – 2n – 2l – c4rr24 – p1s1d4. –
C4nst2 – q53 – m3 – 3nt2nc34n – 2r1 – h1b2rt2 – 2scr3t4 – 2n – 2l – m3sm4,- m1s –
p4r - l4 – q52 – 1c4nt3n41c34n – t2 – 2xp4ng4, - v2r1s – n4 – h1 – p4d3d4 – s2r. –
C4m4 – s1b2s – s1l3 – d2 – 2s1 – c4n – 2l – m2d3c4 – d2 – 2st1 – 3 – s5 – f1m3l31 -2n
N32f1n, - s2 - 2ntr2t5v32r4n – m1s – d2 – l1 – c52nt1 – 3 – s1l3m4s – d2 – 1ll3 – 1 –
l1s – s32t2 – d2 – l1 – t1rd2, - p4r – 2st1 – r1z4n – h3c3m4s – 2l – v31j2 – d2 – n4ch2.
– L52g4, - 2n – m4nt2 – Al2n1 – t5v3m4s – 5n1 – 1v2r31 – q52 – n4s – r2t1rd4 – 2l –
v31j3 – h1st1 – 2l – p5nt4 – d2 – ll2g1r – 1 – 2st1, - 1 – l1s – c51tr4 – d2 – l1 –
m1ñ1n1 - ……………………………...
………………………………………………………………………………………………………
……………………………………………………………………………………………….Ay3r –
ll2g4 – R4dr3g52z – c4n – s5 – s2ñ4r1 – 3 - p4r – t1l –m4t3v4 – f53m4s – 3nv3t1d4s –
1 – c2n1r – 1 – c1s1 – d2l – c1p3t1n. - 1st5v32r4n - m43 - 1m1bl2s – 3 – d5r1nt2 – l1
– c2n1 – l1 – s2ñ4r1 – d2l – c1p3t1n – m2 – pr2g5nt4 – p4r – t3, - 3 – m2 – d3j4 – s3 –
h1b31 – 2nt2r1d4 – h1c31 – m5ch4 – t32mp4 – d2 – n52str1 – b52n1 – 1m3st1d. – M2
122
–
pr2g5nt4
-
s3
–
2r1m4s
–
n4v34s
-
2n
–
s2r34
-
……………………………………….................
………………………………………………………………………………
N4 – m2 – p52d4 – h1c2r – 3d21 – d2 – c4m4 – s2 – h1br1 – 2nt2r1d4 …………………………………………………………………
………………………………………………………………………………
¡B52n4 f32r2c3ll1! Q52 – s21s – 2n – l1 – t5y1 – m1s – 2xt2ns1, – y1 – q52 – 1 – t3 –
t2 – s4br1 – t32mp4 – p1r1 – 2ll4, - 3 – q52 – n4 – c1st3g52s – t1nt4 – 1l – R4d4lf4 –
1q52l, - d2 – bl1nc4, - q52 – 2st1b1 –c4n – v4s4tr1s – d4nd2 – 2l – ch3r3ng53t4.
S1b2s – t2 – 1pr2c31 – m5ch4 – 3 – q52 –n4 – t2 – 4lv3d1
Carlos Vélez
Apreciada y simpática amiguita:
“Quizá te extrañe no recibir carta mía en el correo pasado. Conste que mi
intención era haberte escrito en el mismo, más por lo que a continuación te expongo:
verás, no ha podido ser. Como sabes, salí de esa con el médico de esta y su familia. En
Niefang se entretuvieron más de la cuenta y salimos de allí a las siete de la tarde, por
esta razón hicimos el viaje de noche, luego en monte Alena tuvimos una avería que nos
retardó el viaje, hasta el punto de llegar a esta a las cuatro de la mañana. O sea
momentos antes de salir la guagua para esa.
Aquí me encontré con la carta tuya que no había recibido en el otro correo.
Pregunté quién la había traído y me dijeron que Fresneda.
Ayer llegó Rodríguez con su señora y, por tal motivo, fuimos invitados a cenar a
casa del capitán. Estuvieron muy amables y durante la cena, la señora del capitán me
preguntó por ti, y me dijo se había enterado hacía mucho tiempo de nuestra buena
amistad. Me preguntó si éramos novios en serio………………………………..
…………………………………………..
No me puedo hacer idea de cómo se habrá enterado………………..
………………………………………………………………………………………………………
……
123
¡Bueno fierecilla! Que seas en la tuya más extensa, ya que a ti te sobra tiempo
para ello y que no castigues tanto al “Rodolfo” aquel de blanco que estaba con
vosotros donde el chiringuito.
Sabes te aprecia mucho y que no te olvida.
Carlos Vélez
P.D.: Va tan mal que quizás no la entiendas, pero como tienes tiempo sobrado te haces
cuenta de que estás descifrando un crucigrama.”
7 - ¡Y TÚ SERÁS LA MADRE DE TODOS MIS CORDEROS!
Pensaba en ella, no podía evitarlo. El pedazo de ébano que tenía en las manos
tomaba forma con cada golpe de lima, de segueta, de punzón, de martillo y cincel. En el
tosco pedazo de corazón del árbol se dibujaba un rostro de mujer. El punzón marcaba las
pupilas, mientras la fina lima resaltaba los pómulos, perfilaba los labios, dibujaba su cuello.
Sus manos pasaban la lija por la talla suavemente, poco a poco; casi con reverencia, como
si temiera hacer daño a esa piel de madera… Repasó la pieza de arriba a abajo y de abajo a
arriba, la giró varias veces hasta convencerse de que no tenía ningún fallo. Sacó del bolsillo
124
el pañuelo y lo mojó con saliva para quitarle los restos de polvillo del ébano que quedaba
entre los ojos, los labios, las orejas… <<Es perfecta. Solo me queda una cosa por
hacer…>>. En la pequeña peana que sujetaba el busto, dibujó unas formas geométricas e
hizo un vaciado de unos dos milímetros en los que incrustó unas diminutas piezas de
marfil: había quedado ideal y es que, el contraste del blanco roto con el negro brillante del
ébano, causaba un efecto único. Satisfecho, colocó la pieza en el banco de carpintero y la
contempló de nuevo. <<Solo mides treinta centímetros, pero qué bella eres…>>. La
mujer de cara angulosa y pómulos marcados iba peinada
con una
melena por los
hombros, metidas las puntas hacia dentro; el flequillo a media frente, formando un bucle,
como mandaban los cánones de belleza de las estrellas de la pantalla. Los ojos más bien
achinados, eran fiel reflejo de los de la muchacha. A su memoria vino el recuerdo de la
primera vez que la vio. Le sucedió algo extraño, porque inexplicablemente, sintió una cierta
incomodidad al verla bailar con un muchacho tan joven como ella. Durante un buen rato
no dejó de observar a aquel torbellino de diecisiete o dieciocho años llenos de vida al que la
música le causaba el mismo efecto que un Martini en una coctelera... Llevaba la voz
cantante en el baile y, aunque delgaducha, se la intuía un fuerte carácter y una buena dosis
de ordeno y mando; todo un “cóctel molotov” si hubiera llevado unos galones. Sonrió
pensando en “la Escopetilla”; menuda fierecilla estaba hecha…
Metió la mano en el bolsillo de la camisa y sacó la cartera: era el único vínculo de
unión que le quedaba con el pasado tras el incendio apenas recién llegado a Evinayong.
Recordó ese impulso irrefrenable que le llevó a entrar por la ventana de su habitación,
ayudado por un ncuara*, sin importarle el humo, ni las llamas que devoraba la casa en un
pispas, como un glotón devorando una torre de barquillos. Quería salvar lo que más le
importaba: su pistola y la cartera, con la última foto que se hicieron juntos al comienzo de
la guerra. La que hizo Luis, aquel amigo carlista que una vez dudó de si apretar el gatillo
contra él, según soplaran los vientos…
La tomó, un día del mes de julio, sentado en un café de Estella con María Teresa en
sus brazos. Acercó más la foto a la luz blanquecina del petromax y vio, una vez más, la
felicidad reflejada en sus caras: María Teresa lamía un helado de vainilla y él inmortalizaba
junto a ella el momento, dándole un bocado en el moflete. Ni las fotos de familia, ni las
condecoraciones, ni el resto de sus pertenencias se cruzaron por su cabeza en aquel
momento.
Encendió un “Lucky” y se lo llevó a los labios, mientras sus ojos pasaban de la foto
a la talla un par de veces. Luego prendió una cerilla y redujo esa parte de su vida a cenizas.
125
Se le pasó por la cabeza contarle la pequeña ceremonia de liberación que había llevado a
cabo, pero sopesó las consecuencias y decidió que lo más prudente, conociendo su carácter,
era no darle mayor importancia, porque aquella historia la hundió en las aguas del Atlántico
una noche de aquel viaje a bordo del Plus Ultra hacia la tierra prometida. No tenía claro de
por qué había conservado ese hilo conductor de su pasado, pero tampoco iba a darle más
vueltas al asunto…
La suave brisa nocturna arrastraba el perfume de las flores que crecían pegadas al
grueso muro del campamento de Bata. El aroma de las rosas se mezclaba con el olor
dulzón del jazmín, dejando en el aire una fragancia que invitaba a estar, sin más, sentado
bajo el egombe-egombe: “el árbol que da sombra”, como le llamaban los negros. La brisa,
consciente del deseo que despertaba en los seres vivos, de cuando en cuando cimbreaba las
puntas de las ramas de los cocoteros y las hojas más jóvenes de alguna platanera que crecía
despistada por el campamento. Y por ser brisa deseada, acariciaba a buganvillas y
hortensias; a las ceibas y palmeras, y al bicoro del camino que bordeaba la selva
engullendo, sin piedad, los senderos que conducían a los pueblos y poblados. Todos
sucumbían, todos, menos el recio y longevo árbol bajo el que bullía la vida noche tras
noche con las charlas, las veras y las bromas de los instructores y sus familias. Él lo tenía
muy claro: su misión era dar sombra y cobijar. Bajo sus ramas, a todo aquel que quisiera
una tregua con el sol; y en la noche, ser convidado de piedra, escuchando las vivencias,
sentimientos de amistad, odio, rencor, pactos, negocios, planes de noches de miningueo y
alcohol; historias de amor y desamor… Él, lo tenía muy claro…
Ncuara*: machete.
Con el servicio, la familia Camaró 002.jpg
126
..……. El día se iba y la luna hacía intentos por colarse entre las ramas del egombe-egombe
que custodiaba la casa de la familia Camaró. En su puerta, cada noche, cuando el tiempo lo
permitía, los instructores casados y solteros hacían corrillo para charlar. Como siempre, las
conversaciones derivaban sobre las vivencias del día o de tal o cual jefe; de la Guardia Civil,
de los maquis o de la Guerra Europea… El anfitrión, un hombre jovial, era un puro nervio
que derrochaba energía a pesar de la importante úlcera que le acompañaba desde hacía
largos años… “su úlcera de caballo”, como él la llamaba. Su extrema delgadez y su corta
estatura le daban un aspecto endeble y achacoso, que nada tenía que ver con la realidad: los
guardias de los campamentos por donde había pasado, sabían bien de su dureza: “Masa
gasolina”…
- Gracias Sara… -Salvador tomó de un trago el vaso de agua con bicarbonato, que
su mujer le ofrecía con la preocupación reflejada en el ceño fruncido–. Es que cuando le da
por morder, la muy cabrona… -dijo esbozando una torpe sonrisa y presionando el
estómago con la punta de su bastón de melongo-. Si es que no se puede estar a dieta de
latas de “cabeza de jabalí”… y mira que en el tiempo en que estuve en Annual se lo repetía
una y mil veces al marmitón, pero ni caso… -bromeó con la mirada perdida en algún punto
de una de las raíces del árbol que como una boa, parecía reptar por el suelo.
- ¿Queréis probar el arroz con leche que ha hecho el cocinero esta mañana? –dice
Sara, haciendo un gesto con la mano al boy que permanecía de pie al lado de la puerta de
entrada.
- ¡No! Que me estoy poniendo como un barril –la dueña de la frase era Inés, la
mujer de Ángel Trapero, un ser afable y cariñoso, que tenía un corazón que no le cabía en
el pecho y una barriga que causaba el efecto de estar de cinco meses de embarazo. Sara,
plantada ante ella, no pudo evitar una sonrisa al mirar a su marido, pues sabía lo que estaba
pensando… << Si viviera en una granja, esas ubres serían la envidia de las vacas y el loco
amor del semental…>>. Aún así mandó al boy sacar varios platos y cubiertos de postre,
mientras ella se perdía en el interior de la casa. No tardó mucho en aparecer con una
enorme fuente de arroz con leche cubierto de aromática canela en polvo que hizo que la
voluntad de Inés se evaporara en el aire…
- ¿Y tú Pili?
La mujer hinchó los carrillos y se pasó una mano por la tripa para indicar lo gorda
que se estaba poniendo con el embarazo.
127
- Anda, no seas tonta y come un poco, que si no el niño te saldrá con una mancha
de antojo, vete tú a saber dónde… -le dice, siendo generosa con su ración, mientras
buscaba la aprobación de Arrieta, que ante el nuevo papel que se le venía encima había
veces que no daba pie con bola.
- Bueno… está bien… todo sea por lo del antojo –y los ojos le brillan como dos
yemas de San Leandro con cobertura de azúcar.
- ¿Aún no se os ha ido la “trouppe”? -dijo Barri hundiendo la cuchara en el dulce.
- Pregúntaselo a él, que es el que los tiene de invitados… -Barreal escarbaba como
una gallina en un corral el postre con la cuchara… <Del dichoso arroz con leche, lo único
que vale la pena es la corteza de limón>.
- No me hables, no me hables, que estoy hasta los mismísimos huevos de los
cineastas. Y todo porque ese tío debe pensar que va a salir en la pantalla. Hace veinte días
me dice: “Fuentes, han llegado a Bata unos operadores de cine a filmar un reportaje sobre
la Guinea Continental, y les he invitado a visitar Evinayong; no se quedarán más de una
semana, así que he pensado que como usted vive solo, lo mejor es que los alojemos en su
casa…”
- ¡Será hijo puta! –Llaurador miró a su amigo. Merecía la pena hacer tantas horas de
Cogo a Bata para disfrutar de esas tertulias nocturnas, en el porche del viejo Camaró.
- No le veo la gracia tío; y no te pierdas lo mejor, que me dice el capitán Rozalvez:
“No escatime en gastos, que coman y beban lo que quieran y usted luego me pasa la factura
y se le pagará”. Bueno, pues no han estado una semana sino diez días, y ni una peseta, no
he visto ni una peseta…
- Ni los verás; dalo por perdido macho –Arrieta hablaba con la boca llena de arroz–
. Menudo es el elemento ese…
- Te cuento; ahora verás la cara dura de la mujer. ¿Te acuerdas del par de jabatos
que nos diste? –“Ojos de Gato” miraba a Salvador, acordándose de la conversación que
mantuvo en la cena de bienvenida que dio la mujer del capitán a Rozálvez y señora, y no
pudo evitar sentirse mal al cruzar la mirada con él. Era un buen compañero y sabía que no
estaba jugando limpio; si supiera que se carteaba con su hija… es solo un juego inocente;
los sentimientos hacia “la Escopetilla” eran cada vez más fuertes… Pero entonces, ¿por
qué no los mostraba abiertamente…?
- ¿Estás bien? –Era Trapero el que preguntaba–, macho que te has quedado
transpuesto…
128
- Lo siento, es que me ha venido a la cabeza algo… Bueno, a lo que íbamos. La
señora del jefe se enteró, y no tuvimos más remedio que regalarle uno. A los dos días
aparece muerto el suyo y, ni corta ni perezosa, llega a la oficina y me dice: “Cuánto lo
siento, fui a ver a los cerditos y el preso* me dijo que se había muerto vuestro animal…”.
- Los animales tenían distinto pelaje… –dice Salvador mirando a Arrieta–, era bien
fácil diferenciarlos…
- ¡Ja, ja, ja! Pues se ve que a ella le parecían iguales –soltó Arrieta con una fuerte
carcajada, a la vez que alzaba la mano a modo de saludo, al hombre de anchas espaldas y
pelo oscuro que se acercaba hasta ellos.
- A la buena nos dé Dios –contesta barriendo con una rápida mirada a los allí
reunidos. ¿Queda algo para mí?
- Cómo no, Portolés –y con un gesto de cabeza de Sara, el boy le ofrece plato y
cubierto…
- Yo, no es que haya visto mucho al capitán Rozalves, alguna vez que ha venido a
la oficina preguntando por el capitán Calonge, y la verdad es que parece bastante pedante y
poco abierto… -Salvador hablaba mientras hundía una vez más el bastón de melongo en su
estómago–. Bueno… ¿y cuándo subes a mi querido Akurenam, Portolés?…
A Salvador le gustaba ese distrito. Le tenía cariño por ser el primer destino en su
querida Guinea.
- Esto está buenísimo, Sara… Pues aún me quedan un par de días de trajinar por
“la capital” –dice con los carrillos inflados por el arroz con leche.
- Y referente a los cursos, eso sí que lo tenemos parado –Salvador juega con su
bastón en equilibrio, mientras piensa en los pros y los contras del tan pregonado curso,
pues sabe bien que si el ascenso supone un aumento de sueldo, también es muy probable
que el destino no sea la Guinea y eso lo llevaba mal…
“Ojos de Gato” había perdido todo el interés por la conversación. Que su jefe era
un cabrón, un pedante y un: “soy el amo y vosotros unos piojos”; pues sí. Que llegaría el
día de su jubilación y que aún estaría esperando cobrar lo que le habían chupado los
“titiriteros”; pues también. Que estaba harto de esperar esos cursos que no acababan de
salir; pues más de lo mismo. Pero ahora, lo que acaparaba realmente su atención, era la
preciosa hija de su compañero Salvador. La situación era bastante violenta, pues le costaba
un esfuerzo disimular sus sentimientos delante de todos; estaba convencido de que el
azoramiento que le invadía cada vez que se encontraba en su presencia lo llevaba escrito en
la cara.
129
Sentada en uno de los escalones de la entrada, acariciaba el pelo blanco del pequeño
minino que le regaló en el viaje anterior. Había cumplido su promesa y en cuanto parió
“Feliciana”, la gata que tenía en la casa, eligió para ella el más bonito. La chiquilla tenía
puesto un vestido estampado, de alegres colores a media pierna, y un collar de cuentas rojas
que manoseaba de cuando en cuando, llevándoselo a los labios o jugueteando con él entre
los dedos; esto hacía que las pulseras de sus brazos chocaran emitiendo un son metálico,
que a él le recordaba el ruido que producían las anillas de metal al correr las cortinas de
cualquiera de las ventanas de la casa que le vio nacer. Sujetando el pelo, una cinta amarilla
de raso. Y en su cara, los ojos color avellana se achinaban de forma graciosa cada vez que
sonreía. El apodo que su hermano Chito le había puesto: “la china”, no podía ser más
acertado. Y luego estaba el simpático hoyuelo que se dibujaba con cada sonrisa, en la
mejilla izquierda. <<La puñetera es bonita; bonita de verdad…>>, pensó “Ojos de Gato”,
mirándola embobado. Se dio cuenta de que estaba con la mirada fija en las piernas de la
chica, porque esta las había cambiado de posición a la vez que estiraba el vestido hasta lo
imposible. Calzaba unas sandalias blancas en las que unos dedos con las uñas esmaltadas en
rojo tamborileaban sin parar. Una polilla caprichosa abandonó la hipnótica luz del
petromax, para posarse en la cinta amarilla de su cabeza; luego llegó otra y otra… Sarita, de
un brinco se puso en pie, sacudiéndose el pelo. La cinta cayó al suelo y “Ojos de Gato” la
recogió guardándosela en el bolsillo…
- ¿Se porta bien el minino, “Maruja Casas”? -le habló, bajando la voz al decir el
apodo de su juego.
- Sí. No hay que darle la “chupeta” por la noche… -le dijo achinando los ojos al
tiempo que en sus labios dibujaban una sonrisa.
- Pues si a “Feliciana” no le importuna, te traeré otro de la camada en cuanto
pueda, así no echarás en falta al perrito que se te murió…
- Ángel -la joven voz que le nombraba vino a interrumpir la conversación-, ¿cuándo
me vas a llevar de caza?
- En cuanto cumplas algún año más y el jefe nos dé permiso… -miró al chico alto y
flaco que tenía al lado. Era un guapo muchacho de pelo rizado, al que nadie podía negarle
su parentesco con Sara; tenía unos ojos negros y profundos con una chispa de malicia y
una gracia especial para elevar la ceja izquierda, que le daba un aire seductor y de
rompecorazones.
- ¡Chito, tienes solo dieciséis años! –exclamó Sara, terciando en la conversación. No
le gustaba esa perra que había cogido, con eso de ir de caza, y no estaba dispuesta a
130
consentirlo. Desde que vinieron de Akurenam, estaba con la misma matraca día sí, día
también. Con mirada estudiada, Sara le observó de arriba abajo: <<El niño del caballito de
cartón, el que escondía la cabeza en su regazo cuando el rey Baltasar subía por el balcón; el
chiquillo que tiraba de la manga de su abrigo pidiéndole que le comprara garrapiñadas en
los puestos navideños. Ese niño; dónde estaba ese niño….>>. Se sacudió del pensamiento
los recuerdos porque las lágrimas galopaban como caballos desbocados hacia sus ojos, y
volvió la vista hacía Sarita. Su pequeña… la niña que un día de guerra, en mitad de una
plaza de Teruel, vio flaquear el valor en los ojos de su madre y tomó el testigo dominando
al pánico y al horror, en el momento en el que el obús se quedó incrustado sin explosionar,
a medio metro por encima de sus cabezas en aquella columna del Torico…
En qué instante de la vida se quedaron dormidos para siempre, aparcando sus
juegos de niños. En qué lugar de los tantos por los que habían pasado, dejaron el mágico
mundo de la fantasía…
- ¡Pero mamá que ya no soy un niño!
- Deja ya de preocuparte Sara, los hijos crecen y vuelan; el hogar de la niñez se
pierde en la neblina de los años, pero los recuerdos de la infancia… las caras de aquellos
que tanto te quisieron y tú tanto quisiste, se quedan lacrados en el corazón. Así que deja ya
de preocuparte, porque Chito ha crecido y tú no puedes hacer nada por retenerlo. Solo te
basta saber que te quiere, y siempre te querrá, aunque haya dejado de ser un niño… observaba el rostro de la mujer de su compañero. ¿Qué debía tener?… ¿Cuarenta y cinco?,
¿cuarenta y siete años? Su pelo castaño, recogido en la nuca, estaba surcado de finas hebras
de plata. El rostro limpio de afeites dejaba ver unas facciones agradables. No era una mujer
guapa, pero posar los ojos en los suyos era como llegar al final de una larga escalera de
caracol y sentarse en el último escalón: le echas un pulso al corazón y le das cuartelillo a los
pulmones. Desde el azul intenso de sus ojos, Sara irradiaba paz…
El preso*: En los campamentos los oficiales y suboficiales escogían los presos de más
confianza para cuidar sus huertas y corrales.
En el recuerdo…
131
………Por muy enojada que pudiera parecer… “¡Sois de la piel del diablo! ¡Faustino!, ¡Ángel!...”,
Florencia irradiaba paz.
Se limpió con el ancho delantal las manos llenas de harina. Un indisciplinado mechón de pelo,
lacio y rubio, le caía sobre la frente y en sus ojos azules, asomaba una chispa de fastidio. Suspiró y pasó la
mano embadurnada por la frente hasta apartar el molesto mechón.
- Venid aquí… -los chiquillos que miraban a la madre con cara de no haber roto un plato, se
acercaban a ella, pasito a pasito-. ¡No me hagáis perder la paciencia! –y se sentó en un extremo de uno de
los bancos que rodeaba la enorme mesa de la cocina–. Vamos a ver, ¿quién quiere ser el primero? -dijo con
un movimiento de zapatilla en mano. Su pie descalzo mostraba una media negra con mil batallas de
remiendos. Ángel, el pequeño de los dos hermanos, se tumbó en el regazo de su madre con el trasero en
pompa y la resignación pintada en la cara: <<Si no empiezo yo, no acabaremos nunca>>, parecía decir el
chiquillo con su decisión: a sus seis años mostraba una madurez impropia de su edad. Florencia le bajó el
pantalón y empezó la cuenta atrás…
- ¡Una!, ¡dos! y ¡tres! –tres sonoros zapatillazos señalaron la tierna carne del pequeño que no soltó
ni una lágrima, ni si quiera un “¡ayyyy!”, solo la fina línea que dibujaban sus labios indicaban que lo que
tenía herido era su orgullo-. ¡Ahora tú! –dijo la madre tirando del pequeño Faustino. Las lágrimas
resbalaban por la cara sucia del niño que, con mirada de súplica, hacía esfuerzos por no llegar hasta su
madre. Esta, sujetándole con firmeza le sacudió, al igual que al hermano tres buenos zapatillazos-. ¡Y
ahora id a traer algo de leña! -dijo con toda la cara de enfado que pudo ponerle a los chiquillos. La realidad
es que quería a su familia… Se acercó a una de las ventanas y apartó el visillo de encaje, que con tanto
amor había bordado tiempo antes de la boda. Era un día hermoso. El sol lo anegaba todo: los preciosos
rosales, trepando por la pared, los tomates, las lechugas, las borrajas… los árboles frutales, la hierba y
hasta los bancos de madera que corrían pegados al muro tenían una luz inusual… Suspiró, desde lo más
profundo de su ser, dejando escapar parte del cansancio acumulado-. Allí van los dos bichejos -dijo mirando
cómo los pequeños correteaban al otro lado de la verja del huerto detrás de un viejo ganso, al que le hacían
la vida imposible. Sabía que el animal, al que habían hecho alguna que otra trastada, tenía una
comprensible fijación por los niños, a los que mantenía a raya a base de pico en ristre. Su cara reflejaba una
sonrisa benévola cuando dejó caer el visillo. Se acercó a la tina y se lavó las manos volviendo a la masa, a la
que dio forma de hogaza: una, dos, tres… así hasta seis piezas, que luego introdujo en la enorme boca del
horno. Después se arrimó al fuego del hogar y echó un vistazo a la gran olla de leche que estaba a punto de
hervir: leche espesa, caliente y dulce; leche de vaca rubia del valle del Roncal………
132
………- ¿Quieres más arroz con leche? -con la fuente entre las manos, Sara se volvió hacia
donde “Ojos de Gato” miraba y percibió que tenía la vista fija en su hija. La miraba con
expresión ausente y ella se preguntaba que a cuántos miles de kilómetros estaría la mente, y
tal vez el corazón, del fuerte y bien formado cuerpo que tenía delante… Le tocó levemente
en el hombro y tuvo la sensación de que volvía de algún lugar lejano.
- Leche de vaca rubia del valle del Roncal… -dijo sonriendo-. No, gracias Sara. Es
tarde, nos quedan cuatro horas para descansar, después hay que salir para Evinayong, ya
sabes… Los viajes se hacen menos pesados durante la noche, aunque los problemas en la
carretera sean los mismos de día que de noche… -dijo poniendo una mano sobre el
hombro de Chito. El muchacho, andaba encandilado con la verborrea de Llaurador, que
estaba contando su historieta preferida: algo sobre un gorila hembra, herido en una cacería
allá por la zona de Monte Nsork lindando con Camerún. Como le echaba emoción, humor
y picardía al asunto, el personal no parecía aburrirse con el machacón relato-. Buenas
noches; me voy a dormir que hay que madrugar -dijo con la vista puesta en Barreal- y tú
deberías hacer lo mismo, que después no ves los agujeros en el camino, macho –los dedos
de la mano se perdían en el bolsillo del pantalón, buscando la cinta amarilla <<Aquí
está>> y por un segundo pensó en devolvérsela; ya lo haría en otro momento… <<Pero,
¿qué estás pensando?, es una niña y tú demasiado mayor para ella… Vas a tener que cortar
el tonteo de las cartas. Le llevas catorce años. Si supiera que para ti no es un juego, ¿cuál
crees que sería su reacción?. Se echaría a reír, eso seguro, y luego se lo contaría a su madre,
a las amigas y se enteraría toda Bata…>>, y a eso no estaba dispuesto- ¡Hasta mañana! dijo buscando la figura de la muchacha en los escalones vacíos de la casa. Y se alejó
extraviándose en el negror de la noche.
Evinayong, 12 – 3 - 1945
Srta. Maruja Casas, Bata
133
Apreciada y simpática amiguita:
Como ves, me estoy volviendo un chico muy formal y desde luego muy
interesado en todo cuanto se refiere a tu persona. Digo esto por el hecho de que hoy
que sale nuevamente para esa nuestro camión, aprovecho esta circunstancia para
escribirte estas líneas, que servirán para demostrarte lo mucho que me acuerdo de ti.
La carta te las mando con el chófer junto a dos novelas que servirán de pretexto para
entregártelas personalmente en la factoría.
Recibí tu carta ayer, y por ella veo que eres igual de constante que yo con la
correspondencia. Yo no creía, desde luego, que me ibas a contestar tan rápidamente; y
por lo tanto, al recibirla me llevé una buena sorpresa. Con ella llegó también la poesía
que sinceramente me ha gustado: “Solo pienso en ti”. <<Y eso, por mi parte, es
cierto>>.
De nuevo me encuentro en esta, dedicado a mis múltiples trabajos. Ahora, como
mi compañero se encuentra enfermo, hay más trabajo, pero todo lo sabré llevar con
paciencia. También han llegado a esta “los del cine”, y cómo no, a mí es a quien le ha
tocado la lotería, pues se han alojado en mi casa y, por lo tanto, el pienso corre de mi
cuenta.
Voy a ser muy breve por esta vez, debido a que dentro de un momento sale el
camión para esa y por lo tanto no me da tiempo para más, aparte de que tengo mucho
que hacer. Sé que debía haberte escrito en clave, pero tardo un poco más, así que
rompe la presente y sin problemas.
A “tus primas” de aquí las vi ayer por la tarde. Subieron hasta el campamento,
seguramente para echar el ojo a los nuevos huéspedes.
Como te digo no tengo tiempo para más y por lo tanto me despido hasta la
próxima.
Sabes te aprecia mucho y no te olvida.
Carlos Vélez
134
15n – c51nd4 – t2 – d3g4 – q52 – t2 – 1pr2c34 – m5ch4 – b32n - s1b2s – q52 – l1 –
v2rd1d – 2s – q52 – t2 – q532r4 – m5ch4. – 1d34s - m1n4j4 - d2 n2rv34z - ¡v1y1 p3r4p4 ! ¿n4 – t2 – p1r2c2 ? -
……….
23 – 3 – 1945
Srta. Maruja Casas, Bata
Apreciada y simpática Maruja:
Ayer sábado recibí por mediación del correo de Niefang tu carta escrita el
dieciséis. Ha tardado desde luego más de la cuenta, pero esta vez queda justificado el
retraso porque no vino el día veinte la guagua, al parecer por falta de gasolina. Por el
contenido de la tuya veo estás atareadísima con el trabajo en la factoría. No te quepa
duda de que yo te creo y sé los muchísimos rompimientos de cabeza que te
proporcionan las innumerables novelas que tienes que meterte en la mollera, durante
tus horas de caja. Con seguridad que para tu edad no podrían haberte colocado mejor.
Tienes tiempo de sobra para, como te digo, meterte en la mollera toda la colección de
“Rosa y Pueyo”, para luego meterte en el papel de cada una de las heroínas de dichas
“novelas rosas”.
Antes de que se me olvide, quiero decirte cuánto lamento la muerte de tu
querido perrito al que recuerdo, lo criaste a biberón; también recuerdo que más de una
noche me despertó con sus antipáticos gruñidos. Me pides que te busque uno o bien un
gatito. En cuanto al primero te diré que por aquí hay más de uno, pero que no son en
ningún modo recomendables. En cambio, en lo tocante a mininos ya es otra cosa,
porque me es grato poner en tu conocimiento que el poblado y yo esperamos que en
poco tiempo nuestra gata Feliciana haga aumentar la población en seis o siete
135
ejemplares de su raza. Viniendo las cosas bien, que así creemos, ten por seguro que el
más guapo de todos ellos será para ti. Te lo mandaré ya criado a fin de por las noches
no tengas que interrumpir tu sueño para darle la chupeta y te pongas con ello en
peligro de coger un resfriado, pues ya sabes que lo sentiría mucho.
Dices que de aquí te han encargado rollos para máquina, para nosotros. De eso
no hagas caso pues supongo que habrán sido “las primas”. Tanto es así que suelo
hablar poco con ellas. Seguramente que eso es un pretexto y serán para el tontainas de
“su amigo”. Tú si encuentras, guárdame alguno para mí, pues como sabes Barreal
tiene una máquina y quiero sacar algunas fotos del campamento y de otros sitios
bonitos de esta demarcación. Esta mañana nos hemos hecho tres: Barreal, Paquita y yo
con un moreno a mi lado, pues bien sabes que me falta la señora y por tal motivo, debo
tener un moreno de sustituto. Ahora, cuando bajen a primeros de mes, se pasarán por
la factoría para que les digas a dónde tienen que llevar el carrete a revelar.
Me preguntas que si me aburro. Qué quieres que te diga… aunque vivo, solo he
visto aumentada “la familia” con un lorito precioso que me han traído y un cara azul
que, junto al titi que tengo, el boy y el cocinero, ya somos una familia respetable. Por
otra parte ahora, todas las tardes me voy de caza, aún cuando lo cierto es que no
“cazo” más que rasguños y más rasguños.
Nuevamente me haces alusión a los papeles de mi habitación. ¿Qué es lo que te
has figurado que tengo? Pues nada de particular, solo las cosas indispensables para mi
uso. No sé quién te habrá contado la tontería de que tengo cartas de otras chicas de la
Península: no hay nada de verdad en eso.
No sé cuándo bajaré por ahí, pues se da el caso de que no tenemos ni una gota
de gasolina, de forma que hasta tanto no nos llegue no sé cuándo nos veremos. La
guagua tampoco subirá el treinta en tanto no llegue la bencina, así que no sé cómo te
voy a mandar esta carta… Probablemente lo haré con Rodríguez, que bajará con
cualquier coche que vaya para haberes. No te importe que lo haga por mediación de él
pues como sabes, es el que suele andar con la correspondencia, y no le dará mayor
importancia por enviártela junto con una novela.
¿Qué tal por la nueva casa? Ya sé que es estupenda. Yo la había visto casi
terminada. Ahora una vez amueblada y decorada a tu gusto, seguro que es una
preciosidad.
Si es que no he bajado para antes de que puedas contestarme, ya me dirás cómo
sigue Arrieta con el paludismo. Si continúa en el hospital o bien ya salió; lo mismo te
136
digo con lo que respecta a Chito. En cuanto a ti, espero que lo de la filaria en el brazo
sea una broma…
Yo por esta sigo bien; quizá un poco más salvaje cada día, pero desde luego
contento de estar por aquí. Por lo único que siento no estar en Bata es porque no puedo
hacerte rabiar. Ya me dirás cuántas cosas has roto.
Y ya voy acabando, pues como quiera que en esta no sucede nada de particular,
tampoco puedo extenderme en mis noticias a no ser que te cuente que “el capi” se fue
al bosque, creo que a medir montes; no sabemos cuándo volverá, así que estamos solos.
Sabes lo mucho que te aprecio.
Carlos Vélez.
P.D.: Te mando “La vida es sueño” para que la leas y medites un rato.
LA VIDA ES SUEÑO
…………………………….
…………………….
…………….
Sueña el rico en sus riquezas
que más cuidado le ofrecen.
Sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza.
Sueña el que a crecer empieza.
Sueña el que afana y pretende.
Sueña el que agravia y ofende.
Y en el mundo en conclusión
137
todos sueñan lo que son
aunque ninguno lo entiende…
………………………….
….…….………
…………..
Calderón de la Barca.
Estaba dando el último repaso a una pequeña capilla de ébano, en la que había
tallado una virgen de marfil. La cháchara de los tres guardias que trabajaban en el taller era
interminable, pero a él le gustaba escucharles hablar pamue. Sabía que lo hacían así cuando
no querían que él se enterara de la conversación, pero no le importaba, pues tenía su gracia
adivinar por la expresión de sus caras y la complicidad de las miradas por dónde iba el
tema…
- Elías dejaos ya de hacer historia* y acaba de cepillar esa madera, que el ataúd
tiene que estar listo para mañana -pensó con sorna que seguía la tradición familiar: su
padre los hacía para los lugareños y ahora también le rondaban a él, puesto que, por la
necesidad, todos los ataúdes de los blancos se hacían en las carpinterías de los
campamentos. Vio el cepillo de carpintero perderse entre las manazas de Elías, bailando de
un lado a otro con movimientos lentos y pesados, y no podía ser de otra forma, porque
Elías era un hombre con una cachaza tan desmesurada como su persona, que cargaba con
casi dos metros de estatura y un montón de kilos de peso. Cuando estaba de buenas,
mirarle a los ojos era como estar viendo a una oveja pastando feliz en un valle, pero si algo
le preocupaba, entonces la “oveja feliz” se esfumaba detrás de una expresión estúpida,
dando paso a: “soy una pobre oveja fuera del redil”… A “Ojos de Gato” le ganaba su
aspecto cachazudo porque le recordaba a su hermano Andrés y así esgrimía, benevolente,
mil excusas ante su holgazanería en el taller.
- ¡Abó, abó!* -las palabras mágicas causaron el efecto deseado porque se incorporó
del banco, en donde seguramente había permanecido recostado buena parte de la mañana:
lo sabía porque le había pillado más de una vez roncando como una marmota. Los tres
hombres comenzaron a cortar, cepillar y lijar la madera: el hacer historia quedaría para otro
momento en que no hubiera ningún Masa por allí…
138
Eran más de las tres, extendió un paño grueso sobre la mesa de carpintero y colocó
en él la pequeña capilla de ébano. Paseaba los dedos por toda la talla como un ciego:
tanteando con empeño cada ángulo, cada hueco, cada trazo curvo o recto… Las uñas
negras, los dedos desollados, las manos arañadas, todo valía la pena…
- Masa, ¿ comer? -decían los ojos de Elías, con la enorme cabeza ladeada hacía un
lado y el pesado cuerpo de pie ante el Masa. Enredaba torpemente entre las manos el
tarbús de fieltro rojo, como un patoso muchacho enamorado de alguna remota aldea
ecuatoriana, lo haría con su jipijapa. No pudo por menos que sonreír ante la estampa que le
había venido a la cabeza y caviló sobre los tejemanejes del cerebro que te llevan a donde
quieren y cuando quieren… Los dos tenían algo en común: el amor. Uno enamorado del
amor… El otro, algo más prosaico: enamorado del condumio…
- A comer, Elías; anda, iros a comer… -los vio alejarse a paso rápido rajando sin
parar; haciendo historia ahora que no estaba el Masa, caminaban como chiquillos
despreocupados sin más problema que calmar sus estómagos. Envolvió la pieza en el paño
y salió al exterior en donde unas pesadas nubes oscuras planeaban en el cielo. Uno de los
calcetines se empeñaba en deslizarse de la pantorrilla a cada paso, así que lo dejó sin más
porque solo quería llegar a casa y beberse todo el Sinaí, comer lo que el cocinero le hubiera
guisado y dormir algo, si es que podía…
Hacer historia*: conversación interminable.
¡Abó, abó!*: ¡rápido, rápido!
En la mesa, un blanco mantel le esperaba con un menaje impecable. Los destellos
de los cubiertos de alpaca; la luz de un rayo de sol posado en el cristal de la copa; las
señales de las dobleces de la tela… hablaban de las horas de trabajo del bueno de Agustín.
Un agradable olor a guiso bailaba por la casa. Era el inconfundible aroma del pollo al
contrychop*, que Elisendo, el cocinero, hacía como nadie: <<uuummm… con esa salsa
espesa de cacahuetes…>>, pensó mientras metía y sacaba la cabeza de la tina de agua,
oscilándola como un pato en un estanque: <<uuummm… pollo al contrychop…>>.
Durmió una buena siesta porque el tiempo había cambiado. En una pared de la
sobria habitación en penumbra, las lejas de la contraventana quedaban dibujadas, dando la
sensación de una estancia menos vacía. Tras un rato corto de abstracción en el negativo de
139
la pared, sacó una mano de la mosquitera y tanteó la pequeña mesa que tenía al lado,
buscando la cinta amarilla. La cogió y la oprimió contra su pecho: <<Tengo que hablarle.
Pero en qué estás pensando… eres un viejo para ella…>>. Se sentó en la cama con la vista
fija en una salamandra que corría a esconderse en alguno de los pliegues del mosquitero.
<<Tengo que verla… necesito verla…>>. Hablaba en voz alta, mientras sus pies
buscaban los zapatos; los movía con cautela, porque ya se había encontrado más de un
“inquilino no deseado” en ellos… el último visitante fue un magnifico ejemplar de alacrán
que a punto estuvo de causarle un disgusto. Se acercó a la ventana y la abrió de par en par.
El mundo que le rodeaba parecía dormitar bajo un cielo dormido de sol; hasta la bandera
que, a falta de un soplo de aire y ensopada de agua, caía desmayada a lo largo del mástil que
la sostenía, y a sus pies, la magnífica calavera de elefante seguía enfilando los colmillos a
ese cielo cargado, ajena a todo lo que no fuera su reducido mundo de cielo y bandera. Una
mariposa de gran tamaño pasó por delante de la ventana y fue a posarse, amparada entre las
hojas, en una de las flores de un hibisco de un color rojo intenso, que crecía feliz entre el
contrití*. Era una visión inusual para esa época del año. Bajo la lluvia, desplegó las alas
aterciopeladas de bellos tonos marrones salpicados de blanco, esperando ilusamente que se
le secaran para seguir el camino, pero fue en vano porque en pocos segundos el peso del
agua la había arrastrado al barro. Guardó la cinta en uno de los bolsillos de la sahariana y,
apartándose de la ventana, salió al exterior…
Contrychop*: plato típico africano. Guiso de pollo cuya salsa está hecha con cacahuete.
Contrití*: planta aromática y medicinal, de hojas finas, alargadas y cortantes. Con las hojas
se hace una infusión cuyo sabor recuerda al de la hierba luisa.
Junto a unos papayos, los cazadores esperaban a que el capitán saliera a supervisar
la mercancía. Esta vez la caza no había sido tan buena. Solo seis pares de colmillos
permanecían alineados en la tierra, esperando el beneplácito
del jefe blanco… Los
hombres, vestidos de harapos con los mosquetones colgados del hombro, a los que días
antes les había entregado por orden del capitán un buen montón de cartuchos, llevaban las
bandoleras, prácticamente vacías. “Ojos de Gato” pensaba que era una putada el estar a
140
cargo del depósito de armamento de la compañía. No le hacía ni mijita de gracia tener que
ver con ese lío; con estos seis pares llevaban ya cuarenta pares de colmillos. ¡Ya estaba bien!
En la carpintería no habían parado de hacer las cajas en donde viajarían hasta la Península.
Eran unos buenos embalajes de madera que protegerían perfectamente el marfil. Ya había
tenido bastante con el episodio de los cineastas para que ahora se viera metido en este jaleo.
Y es que no las tenía todas consigo, pues no le extrañaría que le llamaran de la Jefatura de la
Guardia Colonial para preguntarle…
- A ver Fuentes… -la canija figura del capitán Ronzalvez, apareció en lo alto de la
escalera del porche. Sus ojos hinchados, traslucían que había sido despertado de un pesado
sueño…<<No comprendo cómo puede dormir tan tranquilo con todo esto… Si soy yo,
que los colmillos no son míos, y estoy agobiado… tiene cojones la cosa>>. El capitán
caminaba entre los trofeos y los hombres, deteniéndose unas veces en el marfil, y otras en
alguno de los cazadores-… Que entreguen mosquetones y bandoleras. Cuando regrese del
permiso, se los devuelve para continuar la caza. ¿Cómo van las cajas de embalaje?
- Bien… con estos seis colmillos quedan diez por hacer… -hablaba sin mirarle; con
la vista puesta en el marfil, porque pensaba que si cruzaban la mirada, el otro leería la
verdad de lo que se había planeado con la venia del capitán Calonge…
- Pues que se den prisa en la carpintería porque en una semana salen para la
Península…
- ¡A sus órdenes, mi capitán -saludó al hombre pedante que subía los escalones del
porche sin tan siquiera mirarle.
Las armas y lo que quedaba de las municiones estaban en el depósito, los colmillos
en sus cajas, cargados en el viejo Chevrolet rumbo a la Península. “Ojos de Gato” enfiló la
carretera que le llevaría a Bata; debería esperar en el campamento con la carga, hasta que
llegara el barco. Con él iban Alejandro, el conductor, y Pablo el motoboy, al que veía por el
espejo retrovisor dormir plácidamente a pesar del traqueteo del camión. En el bolsillo
izquierdo, junto al corazón, como un amuleto de buena suerte, la cinta amarilla de “la
Escopetilla”… <<Esta vez tendré que decirle algo…>>. Con cada guagua que subía y
bajaba de Evinayong a Bata y de Bata a Evinayong, habían seguido con la tontería de las
cartas, amparados por la divertida complicidad de Fresneda… Luego estaba lo del trabajo
de cajera en la factoría Martínez… no le hacía gracia, pues sabía muy bien la de moscones
que revoloteaban en torno a ella, y ese cantamañanas “el señorito de Federico” que no
dejaba de enviarle cartas desde Valencia…
141
Subía la cuesta con el Chevrolet, resollando como un viejo agónico y entonces fue
cuando la vio, invadiendo la carretera junto a su amiga Elena y otra bonita muchacha. “la
Escopetilla “hablaba y reía, abriendo y cerrando las manos, llenas de pulseras, como
abanicos de colores. Pegó una palmada en el centro del volante y la bocina se dejó oír con
toda su fuerza, haciendo que las chicas saltaran a la cuneta comida de bicoro. Todas, menos
ella que, con un cierto aire retador, se quedó plantada a un par de metros del morro del
camión. Le dio dos buenos pisotones al freno y estiró el de mano, con toda la fuerza que
pudo reunir.
- ¿Estás mal de la cabeza o qué? –dijo asomando medio cuerpo por la ventanilla. El
susto que se había llevado fue mayúsculo…- ¡Casi te mato, niña! –por toda contestación,
ella esbozó una sonrisa burlona…
- ¡La madre que la parió! –exclamó, poniendo en marcha el motor. << ¡Será niña
malcriada! Pero cómo he podido yo enamorarme de esa criaja; debo estar chiflado…>>.
Alejándose, vio por el espejo la fina figura de “la Escopetilla”, que seguía parada en mitad
de la calle. Sacó la cinta del bolsillo y la tiró por la ventanilla, perdiéndose en el camino…
- Masa… -Alejandro observaba a “Ojos de Gato” sin comprender: <<a los blancos
no hay quién los entienda>>, parecía decir con la mirada–. Masa… -se rascaba el cogote
con una mano, cosa que solía hacer cuando esforzaba el cerebro, más de lo corriente…
- ¡Masa, Masa, Masa! –“Ojos de Gato” no lo escuchaba; con voz queda canturreaba
una melodía de moda…: “mujer… si puedes tú con Dios hablar… pregúntale si yo alguna vez te he
dejado de adorar…”.
- ¡Dime de una vez qué pasa! –una rueda pilló de canto un pedrusco haciéndolo
saltar por los aires-.
-Si tú querer tener a esa mujer, tú hablar con la mami, no con papá… Si no estar conforme, tu llevártela a
tu casa; yo ayudar…
- ¡Qué cosas tienes Alejandro!, no es tan fácil como tú lo ves… ¿Por qué crees que
yo quiero a esa mujer? -tanto se le notaba…
- Masa, cuando tú estar cerca de la mujer, hueles igual que mono buscando hembra. Pero es mejor
que cojas a otra no tan joven, las jóvenes dan muchos problemas. Ellas quieren saber todo lo que tú haces;
les gusta mandar… Tú…
- Anda cállate de una vez –dijo acercando la nariz al hombro, olfateando la tela de
la sahariana como un sabueso- ¡Que huelo como un mono detrás de una hembra! Y de
esto… ni una palabra a nadie, ¿me oyes? ¡A NA DIE! -le espetó, destripando las sílabas, al
142
tiempo que descargaba su mal humor en el cambio de marchas, cuyo engranaje protestó
profiriendo un desagradable ruido metálico.
- Sí Masa: a na - dieeé – repitió.
Él mismo llevó el camión hasta una de las cocheras. Quería asegurarse de que todo
estaba en orden. Comprobó por enésima vez si las cuerdas de la lona que tapaba la
mercancía estaban sujetas, y luego se dirigió al despacho del Capitán Calonge.
- ¿Da usted su permiso…? -dijo, pegando dos golpes en la puerta que permanecía
entreabierta, dejando ver al grupo de hombres allí reunidos.
- ¡Pase! Entonces queda todo claro. Mañana por la noche se hará lo acordado; pero
sean discretos, por favor, que esto no es una decisión oficial; somos los únicos
responsables de lo planeado… -hablaba palmeándose una mano con un pequeño bastón de
mando hecho de melongo y piel-. Esto pasa de castaño a oscuro y hay que darle un
escarmiento; en Bata no se habla de otra cosa… Fuentes, ¿cuántos colmillos se supone que
se lleva el capitán Ronzalvez? –la mirada noble del oficial se cruzó con la de “Ojos de
Gato”.
- Son cuarenta pares, mi capitán…
- Pues nada; ya está todo hablado. Mañana por la noche van al camión, sacan el
marfil y llenan las cajas con piedras y, cuando lo descubra, no tendrá más remedio que
callar. Sabe muy bien que lo que está haciendo es una indecencia y que le puede costar un
disgusto gordo, pero se ve que puede más la codicia que la sensatez…
En el exterior, una lluvia fina caía del cielo. Eran las tres y media cuando salieron
del despacho. <<Con la boca seca y el estómago vacío>>, era el pensamiento que rondaba
por la cabeza de “Ojos de Gato”, que en ese momento daba cualquier cosa por darle un
bocado a algo comestible y un buen trago a todo lo bebible…<<A todo menos a una
cerveza caliente… “A todo se acostumbró, menos a las bebidas sin hielo”…>>, resonaba en su
cabeza lo que pensó la primera vez que le sirvieron una copa en esas latitudes.
- Quédate a comer con nosotros, Sara estará encantada –la flaca figura de Salvador,
se veía todavía más enjuta bajo el uniforme calado y el salacot rezumando agua. Con
semblante cansado se sacó el salacot y se pasó la mano, a modo de toalla, por el poco pelo
que le quedaba. Con el movimiento del brazo, la serpiente que llevaba tatuada en el
antebrazo pareció cobrar vida.
- Gracias, pero no quiero molestar…
143
- Sabes que no es molestia. Sara y los chicos te han tomado cariño… ¡Vamos, que
no puedes negarte a los “huevos con bechamel” de Sara! –dijo riendo.
Para cuando cruzaron la explanada, ya habían acordado la hora en que se
encontrarían en los garajes: el filo de la media noche, sería un buen momento para acabar
con todo ese lío.
- ¡Saraaaa, te traigo un invitado! –Voceaba Salvador, al tiempo que colgaba el
salacot mojado en el perchero–. Aquí; cuélgalo aquí… -le indicaba con gesto impaciente.
Obedeció como un autómata, porque todos los sentidos los tenía puestos en ella… todo le
olía a ella… Sabía que de un momento a otro la vería aparecer y se sentía de nuevo como
un colegial… Nunca imaginó que volvería a experimentar la sensación, de aquella mañana
de julio del treinta y seis… La mañana del principio de la guerra… la mañana en la que el
destino quiso que un coche y una bicicleta chocaran en el camino… La mañana de las
largas piernas; del pelo con olor a manzana… de pecas en la nariz…: la mañana del
comienzo de algo que nunca debió ocurrir…
- ¡Hola Papá! –Desde el sillón estilo colonial, sin levantar la cabeza de la novela que
tenía sobre su regazo, saludaba a su padre– Mamá está en la cocina… -dijo alzando la vista
y clavándola en la de “Ojos de Gato”…
- Hola cariño; Ángel, ve a secarte un poco…
- No te preocupes, esto se seca rápido; vete tú –dijo “acercándose al querer”-. Hola,
recordada y simpática amiguita… ¿interesante? –le bastó solo una mirada a la carátula, para
ver que era la última novela que le había enviado con Fresneda.
- Bastante más que esos versos tan estirados que venían con ella. Se los tendrías que
haber mandado a mi padre, son demasiado sesudos -dijo riendo. Hablaba de La vida es
sueño, de Calderón de la Barca.
- Oye, que tan mayor no soy… por cierto… y de las poesías que te ha hecho el
amigo Verdejo… -su mirada no podía ser más pícara.
- ¡Madre mía!, me sale cada novio… –los ojos de “la Escopetilla” miran al cielo con
resignación pensando en el instructor: si no era de la misma quinta de su padre, le faltaba
poco. Recordó su afición por la poesía y los versos que escribía para Chito y ella cuando
eran niños, en Akurenam…
- Apareció un día por el campamento y me las dio para ti… y esta otra es una
canción que me gusta mucho; no sé si la has escuchado. Se titula Perfidia -y le tarareó las
primera estrofa sin dejar de mirar los bellos ojos color avellana…-. Por cierto, que la
semana pasada estuve en Niefang y me crucé con tu amiga Agustina, que según me dijo
144
había estado aquí un par de días de compras, y ya iba camino de Evinayong… -la
muchacha, dejando la novela a un lado de un salto, se le acercó. Las pupilas le brillaban en
los ojos achinados y en las mejillas, un tinte arrebolado coloreaba su piel. De pronto se
sintió incómodo. Sus dedos apartaron el indomable mechón de pelo lacio que resbalaba
por su frente. Se sentía como una mosca pegada a la lengua de una rana: impotente ante lo
que se le venía encima…
- Pues… en cuanto a lo primero… un poco cursi, ¿no te parece?... Tienes ojos de
gato –le dijo fijando la vista en el verde de sus ojos–. Y en cuanto a Agustina, sabes muy
bien que no es santa de mi devoción… Verdes con un halo marrón como los gatos… Y
sobre la canción, pues sí la he oído y la verdad es que me gusta… -dijo sentándose de
nuevo en el sillón.
- Eso me lo han dicho alguna que otra vez… Y tú de china… -le dijo volviendo a
pasar la mano por el mechón. Las ganas irrefrenables de besarla, forcejeaban con la
cordura y el respeto que le merecía el hogar de su compañero. Las voces que se acercaban
por el pasillo borraron como por ensalmo la embarazosa situación. La voz de Chito,
rompió el hechizo.
- ¡Hola Ángel! ¿Va todo bien? –Preguntó bailando la mirada de uno a otro- ¿Qué te
pasa, “China”? Estás como un tomate –dijo guiñando un ojo a “Ojos de Gato” con malicia,
a la vez que se dejaba caer en un sillón.
- Todo de primera. Estaba hablando con tu hermana sobre novelas atrasadas…
Bueno, y creo que hoy me voy a poner las botas de huevos con bechamel –. Se sentó en el
incómodo sofá colonial. No entendía por qué se empeñaban en amueblar las casas “al
estilo colonial”: las rejillas, los respaldos… eran de lo más molesto. Cruzó las piernas y
encendió un cigarrillo, resignado a escuchar “al palizas” de Chito. <<Cualquier día tendré
que llevármelo de caza aún a expensas de la reacción de Sara…>>,viendo como se alejaba
por el pasillo la silueta de “la Escopetilla”.
- Mi capitán, no se ha podido llevar a cabo lo planeado. El capitán Rozalvez, dejó
apostados dos motoboys en los camiones…
- Olvídenlo. Ya le llegará su “San Martín”...
145
………¿Te han llegado mis cartas, amor?…. Han llegado las lluvias; ha empezado a
llover…
PERFIDIA
Nadie comprende lo que sufro yo
tanto, pues ya no puedo sollozar;
solo temblando de ansiedad estoy,
todos me dejan y se van.
Mujer, si puedes tú con Dios hablar,
pregúntale si yo alguna vez
te he dejado de adorar.
Y el mar, espejo de mi corazón
las veces que me ha visto llorar
la perfidia de tu amor…….
PARA TU DICHA
A la señorita Sarita Camaró
146
dechado de juvenil simpatía,
con paternal afecto.
El autor
En banales ilusiones
no cifres nunca tu amor;
extrema las precauciones
para tu dicha y honor.
Ten en cuenta que una flor
aunque frondosa se agita,
al beso del sol marchita
cae del tallo desprendida
y es parangón a la vida
de toda mujer, Sarita.
Rodrigo G. Verdejo
Río Benito 5 – 4 - 45
……….
GUINEA TIERRA CANÍBAL; ES ASÍ COMO TE QUIERO
Los conquistadores, los aventureros,
los explotadores, traficantes, misioneros.
147
Como ellos, yo veo en las sombras fantasmas
que llevan impresos los aires simiescos
de seres primarios que andan aún prendidos
de las fuertes garras de antropopiteco.
Estampa ancestral de la selva pagana.
Dándose al conjuro de sus feticheros
-
Aé…aé… son gritos de triste cadencia.
Tam…tam…tam… son sones de tumbas… reflejos
en la noche blanca sobre negras tierras,
del alma africana a lomos del eco…
son cuerpos bruñidos como estatuas de ébano,
los que se retuercen bailando ante el fuego
por los ritos brujos de ritmos bestiales
terror secular espasmos de miedo…
por eso los negros lloran cuando parecen riendo.
¿No os resultan sus canciones un infinito lamento?
Por eso la selva virgen, paraíso bajo el velo
de fantásticos colores, más que cielo… es un infierno.
¡Guinea tierra caníbal… es así como te siento!
Rodrigo G. Verdejo
13 – 4 - 45
……….
14 – 4 – 1945
148
1PR2C31D1 – 3 – S3MP1T3C1 – 1M3G53T1: - t5v2 – 1 – m3 – ll2g1d1 – l1 – gr1t1 –
s4rpr2s1 – d2 – 2nc4ntr1rm2 – c4n – t5 – c1rt1: d3g4 – s4rpr2s1 – 3 – 1l . h1bl1r –
1s3 – m32nt4 – y1 – q52 – 2n – r21l3d1d – l1 – 2sp2r1b1. –
………………………………………………………………………………………………………
……………………………………
C5mpl32ndo – c4n – t5s – d2s24s – t2 – m1nd4 – l1 – p42s31 …………………………………………………………………………………………
Evinayong, 14 – 4 – 1945
Apreciada y simpática amiguita:
Tuve a mi llegada a esta la grata sorpresa. Digo sorpresa y, al hablar así
miento, ya que en realidad la esperaba.
Hoy sábado día catorce, te escribo a fin de que salga esta el lunes en el correo,
ya que mañana domingo me voy con el capitán a Niefang, y no quiero que se retrase
nuestra correspondencia.
Cumpliendo con tus deseos te mando la poesía, ahora bien quiero en
compensación me mandes aquella que tu linda personita elija como la que más le
gusta.
También por complacerte te escribo en clave. Al pedírmelo tú que lo haga así
me he podido figurar que hay alguien que se interesa por curiosear tus cartas. ¿Es
acaso tu hermano? Y si es así, ¿qué piensa de ello? ¿Te ha dicho algo sobre el
particular? No me extrañaría nada que me contestases que por este motivo te había
regañado, pues he observado que, con respecto a mí, ha cambiado mucho en poco
tiempo… O tal vez todo sean figuraciones mías… En fin, tú me dirás lo que hay.
Me hablas en tu carta de lo que me dijiste en esa; es decir, de que vienen por
aquí tus amigas y crees que con tal motivo voy a pasarlo muy divertido. Yo, como
sabes, solo las conozco de vista y me son completamente indiferentes. Por lo que
respecta a tus “primas” de esta: nada de nada. Casi no las veo, pues ahora creo que
149
solo sale la pequeña, pues parece ser que por su comportamiento, un tanto ligero, la
mayor algo más sensata, se enfadó con ella.
Me pides te mande novelas; gustosamente trataré de complacerte, y en la
primera oportunidad que se me presente te las enviaré. No te garantizo, desde luego,
que vayan a gustarte. Me hizo gracia me pidieras: “Siete mujeres y un beso”. ¿Por
quién me has tomado? ¿Acaso crees que soy un jefe de tribu con cuarenta mujeres? No
puedo complacerte y conste que lo siento con toda mi alma; ahora bien, por lo que
respecta al beso no te preocupes, porque eso ya me es más fácil y mucho más
agradable para mí.
Según me dijo tu padre, parece ser que dentro de seis meses marcharéis para
Valencia con permiso, aunque no lo tenía claro aún, pues quizá reenganchaba
campaña. Créeme que si os vais, por mi parte lo voy a sentir muchísimo, pues tengo a
tu familia en gran estima, y por lo que a ti respecta bien sabes que es algo más que
todo eso. Cuando tú no estés en Bata y baje yo por allí, lo haré sin duda alguna sin
ilusión, pues sabré que no voy a verte y, por lo tanto, no podré hacerte rabiar un rato
como acostumbraba. Estarás en tu tierra y ya no te acordarás de Guinea para nada
hasta que no vuelvas por aquí. A mí me gustaría que no fuese así, y te acordases
alguna que otra vez de ponerme cuatro letras contándome algo de tu vida. Es muy
probable que vaya yo a “España” antes de que regreses. Seguramente iré a ver a mi
hermano que está en Almería. Me gustaría poder saludarte a mi paso por Valencia, si
esto no te incomoda.
Bueno y dejando todo esto a un lado, te diré que aquí sigo como siempre, con
mucho trabajo y pasando los días, con el aburrimiento que da la rutina diaria.
¿Qué tal las verbenas?
Ya me contarás cómo lo has pasado. Si bailaste
mucho, si fuiste la presidenta de la corrida, y de más por menores de las fiestas.*
Por hoy nada más. Esperando tu contestación doy fin a la presente, no sin antes
decirte, como siempre, que no te olvido.
Carlos Vélez
.
... si fuiste la presidenta de la corrida, y de más por menores de las fiestas.*: tanto en
Bata como en Santa Isabel se hacían corridas de toros, durante las fiestas patronales
……….
150
26 – 4 – 45
Apreciada y simpática amiguita:
Ayer día veinticinco recibí tu carta del dieciocho, la que como todas las tuyas leí
con sumo interés y gusto. Con ella vino también la poesía dedicada a tu linda
personilla. Esta la conservaré junto con la foto para en su día publicarlas en el A.B.C.
de Madrid.
Cuando estuve la última vez en esa me enteré por Trapero de los comentarios
que algunas comadres van diciendo por ahí con respecto a mí. No sé qué interés
pueden tener en meterse en lo que no les importa, pero sí puedo decir que es mentira
todo cuanto dijeron. Dicen que tengo novia y que la conocen, que alguien de aquí se
acuerda de haberme visto en Barcelona <antes de embarcar para Guinea>, pasear
por las Ramblas muy acaramelado junto a una chica. Quiero dejar de una vez por
todas las cosas claras, así que te diré que desde hace mucho, mucho tiempo, no tengo
novia. Que me hayan visto pasear por las ramblas con alguna chica… pues eso podría
ser cierto, ya que amigas tengo muchas. Tengo en Barcelona, Gerona, San Sebastián,
Pamplona, etc. etc. Y eso no creo que tenga nada de particular. Te cuento todo esto a
fin de que te des cuenta de lo chafarderas que son algunas personas en este mundo: te
juro que no soy tan canalla y que, de haber tenido novia, no estaría como estoy
ilusionado contigo ni te haría perder el tiempo. Lo mejor es no hacer caso ni de la una
ni de la otra.
Dejando esto a un lado, debo decirte que hasta este apartado rincón me llegan
noticias tuyas. Ayer me dijo cierta persona que te había visto el día anterior. Que ibas
muy guapilla, muy “amarillita” y arreglada con el peinado que tan poco te favorece…
¡Nada, que eres peor que los aragoneses! Pues sabes que te he dicho un millón de
veces que no te favorece nada ese peinado, más por lo que veo, es muy probable que
haya alguien que no piense como yo.
Aún cuando creo bajaré para haberes, te escribo esta que espero, la recibirás
antes de que yo llegue por allí y de esta forma evitaré que me evitaré que soy un
perezoso.
En compensación al chiste que me mandas te envío este. El tuyo veo, lo dedicas
a mi persona. Yo más complaciente lo hago en alusión a los dos, ¿qué te parece?
151
Cuando baje te llevaré las novelas “para que sigas ilustrándote” o… llenándote
la cabeza de pájaros; lo dejo a tu elección.
De esta no hay noticias de particular a no ser que te diga que “tu prima” la
pequeña se encuentra enferma.
Sin otra cosa y en espera de poder hacerte rabiar dentro de unos días, queda
este que te aprecia más de lo que tú te imaginas y más de lo que tú te mereces.
Carlos Vélez.
……….
Hoy 23 – 5 – 45
Maruja Casas
Río Benito
Simpática e inolvidable Maruja:
Esta mañana me ha entregado el señor Fresneda tu encargo. Dentro del mismo,
ya me suponía, vendría alguna carta tuya y con agrado vi, no me equivocaba. Desde
luego lo mismo pensé la vez anterior pero entonces me llevé un chasco ya que tan
solamente escribías dos o tres líneas, cosa que me extrañó muchísimo. Luego, al bajar
yo a esa y saber por ti que mi carta anterior no había llegado a tu poder, comprendí
que tu modo de proceder era en represalias por no recibir las mías, cosa que más
152
tarde pudiste ver, no era por mi culpa. Yo, de buena gana te hubiese dado un par de
“azotes” a fin de que no dudases en tal sentido de mí.
Como ves, yo también te escribo con la mayor rapidez. Tanto es así que eran
sobre las diez de la mañana de hoy cuando estaba trabajando en el garaje y me fue
entregada tu carta. Ahora son las cuatro de la tarde y, pese a lo muy cansado que me
encuentro y la necesidad que tengo de sueño, dedico un rato a escribirte a fin de que
salga esta en la guagua que bajará hoy y llegues a convencerte de que para mí
supones más de lo que te piensas.
El gato te lo mandaré tan pronto baje nuestro camión a esa. Y con esta misma
carta te mando una novela cualquiera, que servirá de pretexto para la misma.
Asimismo, también va tu reloj. Como sabes, lo bajé a esa y fue desde luego, con la
intención de dártelo. Recuerdo te lo enseñé en “Abascal”, más sin duda alguna, por la
sorpresa que me llevé al encontrarte allí, y sobre todo, al ver lo guapísima que
estabas, debí de azorarme más de la cuenta y me olvidé de devolvértelo. ¡Bueno!
Conste que el reloj te lo mando sin ninguna condición. Te quedas con el mío, pero
quiero que sea para ti, ¿me entiendes? Pues bien, no es que sea una alhaja, pero va
muy bien. En caso de que ahora no vaya así, lo guardas y en “España” que te lo
limpien, que sin duda es la falta que tiene. Te recomiendo no lo des a arreglar aquí en
Guinea pues con seguridad, te lo estropearían.
El viaje para esta fue bastante pesado. Los “excelentísimos” señores que me
acompañaban se entretuvieron más de la cuenta en Niefang, y sobre las diez de la
noche salimos para aquí. En el camino me preguntaron por ti, que cuándo era la boda,
etc. Y yo, con mucha diplomacia les dije que por esta vez no te había visto. A esto me
contestaron: “¿Iba usted a caso con los ojos vendados?”. Dicen saben, nos paseamos
por Bata los dos solos, con lo que me quedé tan sorprendido que sin dudarlo, no me
extrañaría que saliésemos en el próximo Ébano*.
Ahora me doy cuenta de lo torcida que va la carta. Es un defecto del aparato de
sujeción del papel en la máquina, pero no obstante, creo ha de ser igual. No te escribo
en clave porque ello, como sabes, cuesta bastante más y en ese caso tampoco podría
ser tan extenso. Tú lees la carta y la rompes al terminar de hacerlo.
La poesía me ha gustado muchísimo. Eres una chica de gustos muy delicados,
cosa que no dudaba de ti. Yo la guardaré como oro en paño por ser tuya, lo cual hago
igualmente con las anteriores.
153
Dices sabes, me intereso por conocer a la hija de Cabezas. Bien sabes que ello
no es verdad. Tanto es así que de no nombrármela ni me pasaba por la imaginación
que pudiera existir en este mundo. Sabes positivamente que a mí, nada ni nadie me
puede interesar fuera de Maruja, a quien tú bien conoces y sabes que la quiero mucho
más de lo que en realidad se merece, y de la que yo sé también que, al conocer lo
bonita que es, coquetea más de la cuenta con los “peras” de Bata a los que, por tal
motivo, he declarado la guerra.
Como quiera que el servicio de correos no habrá más que dos veces al mes, tú
me escribes en cualquier oportunidad que tengas que yo haré lo mismo. Además
echando las cartas en correos suelen subirlas las parejas de servicio, no obstante
haciéndolo por mediación de un particular nos irá mejor.
De tus primas nada puedo decirte, como no sea que ahora han cogido la moda
de adornarse la cabeza con flores descomunales.
Cuando tengas la prueba del cliché me la mandas, pues espero verme en la
misma con cara de bobo.
Ébano: Nombre del árbol que tomó un periódico fundado en Santa Isabel en 1939.
Formaba parte de “la prensa del Movimiento”, dirigido por La Falange.
Nada más por esta vez. Q52 - n4 - s3g1s - t1n – c4q5t1, - q52 – c4nt2st2s – pr4nt4 –
3 q52 - -n4 – t2 – 4lv3d2s – d2 – l4 – m5ch4 – q52 – t2 – q532r4. -
Carlos
T2 – m1nd4 – 5n – s4br2 – d2ntr4 – d2l – 4tr4 – p4r – s3 – 1c1s4. – v1 – c4n – l1 –
d3r2cc34n – c4ns2b3d1. -
154
Los viajes a Bata se sucedían con menos frecuencia de lo que “Ojos de Gato”
hubiese deseado. Pero ahora se encontraba otra vez al volante del viejo Chevrolet, con
una nueva partida de caucho, con Pablo dormitando en la caja ajeno al traqueteo, y
Alejandro amenizando el recorrido con sus monsergas: “Tú llevar, sin que se enteren… tú
hablar con la mami… tú mejor coger no tan joven; estas solo traer problemas…”. Y la lluvia
cayendo…
- ¿Te quieres callar de una vez? -le increpa, metiendo la primera al comienzo de la
subida a Monte Chocolate-. ¡Haz el favor de no martillearme con tanta monserga, que ya
estoy suficientemente agobiado con el estado de la carretera –y era cierto, la estación de
lluvias había comenzado y rodar por esos caminos era una auténtica hazaña.
- Está bien, Masa… lo que tú digas… -y la carretera anegada e intransitable…
Subía la cuesta en dirección a la casa de Salvador. Le había invitado a cenar como
tantas otras veces y, como siempre, no supo decir que no. No sabía cómo abordarla y es
que lo achacaba todo a la gran diferencia de edad. Temía que se burlara de él; ya en un
momento se lo había dejado lo suficientemente claro para no insistir; aún no comprendía
cómo había sido capaz de gastarle aquella broma…: “¡Y tú serás la madre de todos mis
corderos!”, le dijo. Y luego estaba lo del abrazo… ni por un momento tuvo intención de
tocarla, y no por falta de ganas, sino porque estaban allí sus compañeros… Se llevó los
dedos a la mejilla izquierda y los pasó por el pequeño rasguño que le quedaba, fruto de la
lógica reacción de “la Escopetilla” ante tal situación. Aún le parece estar viendo el abanico
de las mil mariposas de colores volando por los aires con la precisión del mismísimo
Guillermo Tell. <<Justo castigo a mi osadía>>, pensó. Y para más inri, en la carta del día
cuatro él había dejado al descubierto, sin ningún pudor, sus sentimientos y ella los había
rechazado a vuelta de guagua, mediante otra carta, tan fría como los pedazos de hielo que
tanto echaba a faltar en las bebidas sin hielo. Tal vez si cambiaba de táctica y la abordaba
en solitario…: fue más fácil enseñar a Capitán que recitara la tabla del cinco, sin dejar de
comer cacahuetes…
155
Cuando entró en el campamento, al final de la cuesta divisó a Barreal, a Ortega y a
Camaró.
- ¿Qué? ¿Arreglando el mundo…?
- Pensaba que habías cambiado de opinión. Ya estaba Sara empezando a
impacientarse… -dijo Salvador, pasándole un brazo por los hombros…
04-06-1945
S3mp1t3c1 – 1m3g53t1 : - d2sp52s – d2 – l1s – m5ch1s – c1rt1s – q52 – n4s –
ll2vaq1m4s – m5t51m2nt2 – 2scr3b32ndo – 3 – n4 – h1b3nd4 – t2n3do – 4tr1 –
f3n1l3d1d – q52 – br4m1s – y 4tr1s – c4s1s – s3n – 3mp4t1nc31, - q532r4 - h4y –
h1c2rl4 – s2r31m2nt2, 3 – 2sp2r4 – t5 – c4nt2st1c34n – 2n – 2l - m3sm4 – s2nt3d4. –
¿1 – q52 – s2 – d2b2 – n52str1 – c4nt3n51 – c4rr2sp4nd2nc31? - ¿Q52 – 3nt2r2s –
p4d2m4s – t2n2r – 1mb4s – 2n c4nt3n51rl1 – 2n – l1 – f4rm1 – q52 – l4 – h1c2m4s? –
P4r – l4 – q52 – 1 – m3 – 1f2ct1 – t2 – l4 – d3r2 – s3nc2r1m2nt2 – 3 – s3n – n3ng5n1
– cl1s2 – d2 – r4d24s. – y4 – t2 – q532r4 – s1r3t1, - t2 – q532r4 – m5ch4 – m1s – d2 –
l4 – q52 – t5 – t2 - p52d1s – f3g5r1r. – Q53z1 – t2 – q532r4 – d2sd2 – l4s – pr3m2ros
– d31s – 2n – q52 – t2 – c4n4c3 – m5ch1s – v2c2s – t2 – l4 – h2 – d3ch4 – 2n – l1s –
t2rt5l31s – q52 – j5nt4 – c4n – l4s – d2m1s – f4rm1b1m4s – 2n 2s1. – D2sd2l52g4 –
q52 – p4r – s2r – 1nt2 – 4tr1s- p2rs4n1s – s32mpr2 - d3 – 1 – l1 – c4nv2rs1c34n –
c1r1ct2r – d2 –br4m1, - m1s – n4 – cr24 – 2q53v4c1rm2 – s3 – c4ns3d2r1b1 – q52 –
t5 – 2n – 2l . f4nd4 – s1b31s – 2r1 – b32n – c32rt4 – l4 – q52 – t2 – d2c31. – P52s –
b32n, - 1h4r1 – c4m4 – t2 – l4 – d3g4 – 1l – pr3nc3p34 – t2 – l4 – d2cl1r4 – c4n –
t4d1 – fr1nq52z1, - t2 – q532r4 – 1 – t3, – a – t3 - s4l1 – p52s – 15n – c51nd4 – s2, t2 – f3g5r1st2 – s32mpr2 – q52 – y4 – 2n – 1sp1ñ1 – t2n31 – nn4v3a, - d2 – 2ll4 – n4
– h13 – n1d1 – c32rt4. - Te d3j2 – 2n – 5n1 – d2 – l1s – m31s, - q52 – s3 – q52
c4n4c31 – 3 – m2 – 2scr3b31 – c4n – 5n1s – c51nt1s – m5ch1ch1s – 1 – b1s2 – d2 –
1m3st1d – d2 – 1m3g4s. – Q53z1 – p4r – 2ll1s – s3nt32r1 – 1lg5n – 1f2ct4, - p2r4 – l4
– q52 – h1c31 – t3 – s32nt4 – 2s – m5y – d3st3nt4. – 1 t3 – t2 – q532r4 – c4m4 – n4 –
q53s2 – n5nc1 – 1 – n1d32 – 2s – m3 – c1r3ñ4 – m5ch4 – m1s – d3st3nt4 – 3 – m3s –
3l5s34n2s – s2 – l3m3t1n – 1 – n4 – s2p1r1rm2 – n5nc1 – d2 – t3. – 1h4r1 – y1 – l4 –
156
s1b2s, - s3n – pr21nb5l4s – 3 – s3n – v1c3l1c34n2s, t2 – l4 – h2 – d3ch4 – t4d4. –
2sper4 – m2 – c4rr2sp4nd1s – c4n – l1 – m3sm1 – fr1nq52z1. – P32ns1l4 – b32n – 3
pr4c2d2 – 2n – l1 – f4rm1 – q52 – t2 – d3ct2 – t5 – c4r1z4n.
S1b2s - t2 - q53r4 – 3 – q52 – 2sp2r4 – l1 – t5y1 – c4n – 3mp1c32nc31.
Carlos Vélez
Simpática amiguita:
Después de las muchas cartas que nos llevamos mutuamente escribiendo, y no
habiendo tenido otra finalidad que bromas, y otras cosas sin importancia, quiero hoy
hacerlo seriamente y espero tu contestación en el mismo sentido que se debe nuestra
continua correspondencia. ¿Qué interés podemos tener ambos en continuarla en la
forma que lo hacemos? Por lo que a mí afecta, te lo diré sinceramente y sin ninguna
clase de rodeos. Yo te quiero Sarita, te quiero mucho más de lo que te puedas
figurar. Quizá te quiero desde los primeros días en que te conocí. Muchas veces te lo
he dicho en las tertulias, que junto con los demás formábamos en esa. Desde luego
que, por ser ante otras personas, siempre di a la conversación carácter de broma, mas
no creo equivocarme si consideraba que tú, en el fondo, sabías era bien cierto lo que te
decía. Pues bien, ahora como te lo digo al principio, te lo declaro con toda franqueza,
te quiero a ti, a ti sola, pues aún cuando sé, te figuraste siempre que yo en España
tenía novia, de ello no hay nada cierto. Te dije en una de las mías que sí que conocía y
me escribía con unas cuantas muchachas a base de amistad de amigos. Quizá por ellas
sintiera algún afecto, pero lo que hacia ti siento es muy distinto. A ti te quiero como no
quise nunca a nadie, es mi cariño honesto y bello, y mis ilusiones se limitan a no
sepárame nunca de ti. Ahora ya lo sabes sin preámbulos y sin vacilaciones, te lo he
dicho todo. Espero me correspondas con la misma franqueza. Piénsalo bien y procede
en la forma que te dicte tu corazón.
Sabes te quiero y que espero la tuya con impaciencia.
Carlos Vélez
157
……….
06/ 06/ 45
1pr2c31d1 – S1r3t1: t5 – c1rt1 – l1 – r2c3b3 – 1 – n4ch2 – 3 – d2b4 – c4nf2s1r – q52
– s5 – c4nt2n3d4 – m2 – h1 – d2sc4nc2rt1d4 – m5ch3s3m4. – P4r – n3ng5n –
c4nc2pt4 – p2ns2 – p4dr31s – d1r – 1 – l1 – m31 – 5n1 – c4nt2st1c34n – t1n- fr31 – 3
– r2s2rv1d1. – L1 – h2 – l23d4 – v23nt2 – v2c2s, - 3 – 2n – t4d1s – 2ll1s – h2 – s1c1d4
– l1 – m3sm1 – c4ncl5s34n………………………………........
………………………………………………………………………………………………………
……………………….
06 / 06 / 45
Apreciada Sarita:
Tu carta la recibí anoche y debo de confesar que su contenido me ha
decepcionado muchísimo. Por ningún concepto pensé pudieras dar a la mía una
contestación tan fría y reservada. La he leído varias veces y en todas ellas he sacado
la misma conclusión: que te ha molestado el texto de mi anterior. El concepto que de
la tuya me formo me lo prueba, alegando mil inconvenientes. Dudas de mí. Te
preocupa mucho lo que la gente de Bata pueda decir y sobre todo, temes a que se
pueda enterar tu padre. Yo entiendo que cuando se quiere de verdad, no se ven estos
fútiles obstáculos, y se le da a aquel afecto el valor que en realidad tiene. Por lo que
respecta a ti, veo te es completamente indiferente la veracidad de mi declaración, ya
que sin ninguna vacilación me dices que una y otra cosa te da igual, y que con
cualquier resultado te quedarás “tranquilamente”: prueba evidente de que nada te
importa. No te censuro por ello, puesto que reconozco mi propia culpa al dar otra
158
interpretación a la amistad de amigos que me brindaste. No quiero por lo tanto pases
preocupaciones por ello. Vive tranquila y, si lo ocurrido no supone para ti
inconveniente alguno, continuaremos como hasta ahora. Quiero, sin embargo, hacer
constar en mi propia defensa, que al tomar la determinación que sabes, obré guiado
por los más nobles y sinceros sentimientos. Todas cuantas advertencias me haces están
de más, y sobre todo me ofende dudes así de mí. Puesto que estaba en la creencia de
que me tienes en mejor concepto. Al leer la tuya, he comprendido enseguida que no me
quieres y que nunca podrás hacerlo en la forma que yo quisiera. Sé muy bien que en el
corazón no se manda, y por lo tanto sabré tener resignación. Nos conocemos poco a
fondo y por lo tanto tú desconfías de mí, y me he equivocado. Reconozco que además
nos separa un gran obstáculo: la edad. Tú apenas sí, has dejado de ser una niña, y yo
en cambio casi podría ser tu papá. Te irás tú pronto a España; lo más probable sea
que allí en tu tierra te relaciones con chicos de tu edad y que acabes enamorándote de
verdad de alguno de ellos. Todo esto lo he recapacitado después de leer la tuya, y he
sacado en consecuencia, que es mejor prever que lamentar.
Para terminar la presente, quiero sepas, Sarita, mis deseos de que tengas mucha
suerte y que en el camino de tu vida, llegues a encontrar la felicidad que te mereces.
De hoy en adelante serás para mí como una hermana más, y bajo dicho concepto me
tendrás siempre a tu disposición.
Si todavía la conservas, rompe mi carta anterior juntamente con esta, olvidemos
lo ocurrido y continuemos con nuestra franca amistad, si es que ello no te desagrada.
Muy afectuosamente, te saluda
Carlos Vélez
P.D.: Espero me digas qué hay de las fotos.
159
Ojos de Gato y la Escopetilla 007.jpg
……… Una luna grande y redonda aparecía clavada en el cielo. De las mil y una estrellas
suspendidas en el firmamento, la Cruz del Sur, de enigmática belleza, eclipsaba al resto. A
“Ojos de Gato” le gustaba pensar que era la firma del Creador. Buscó en el paisaje a “la
Escopetilla” y la divisó sentada en el pequeño arriate que bordeaba las dos alturas de la
explanada del campamento. La muchacha miraba a la luna y él la miraba a ella; parecía un
personajillo de cuento de hadas: los brazos recogiendo las piernas en un abrazo, la cabeza
ladeada apoyada en las rodillas, y esa mirada perdida en la cara bella de la luna. Sarita
volvió la cabeza hacia él, y leyó en sus ojos que no habría más abanicos volando ni más
palabras desabridas. En sus ojos solo percibió amor… mucho amor. Él la besó en los
labios amparados por la hierba luisa, y ella le acarició la pequeña señal del abanico, que
había dejado impresa en su mejilla.
– “Y tú serás la madre de todos mis corderos” –le susurró besándola otra vez.
- Y yo seré la madre de todos tus corderos -le contestó ella bajito…
¿Te han llegado mis cartas, amor?… Ahora estoy a caballo entre Niefang y
Evinayong. Faltan instructores, unos por enfermedad, otros porque están en España de
vacaciones. Da igual donde esté; yo te escribo amor… ¿Te llegaron mis cartas?
160
………-Ángel, me hace muy feliz que vengas a pedirme la mano de mi hija -Salvador
dibujaba en la tierra una palmera con el bastón de melongo-. Sara, que es bruja, me dijo
hace tiempo que acabaríais en boda y no se equivocó. Solo te pido una cosa y es que tengas
en cuenta el honor de la familia Camaró, y que es la hija de un compañero; viejo, pero soy
tu compañero –dijo mirando de frente a “Ojos de Gato”.
- No tienes que preocuparte por eso. Nunca haría nada que pudiera dañaros, y
menos a “la Escopetilla” -dijo sonriendo, con la mano abierta dispuesto a darle un buen
apretón al viejo Camaró.
- Gracias Ángel y bienvenido a la familia.
10/06/1945
Apr2c31d1—S1r3t1: h43 – d31 – d2 – l1 – f2ch1 – r2c1b4 – c4n – 1l2j1ndr4 t5 - t5 c1rt1 – 3 – c4n – 2ll1 – l1 – f4t4 – t4d4 – l4 – c51l – t2 – 1gr1d2zc4 – m5ch4 – C4m4 –
v2r1s – h1 - t1rd1d4 – 2n ll2g1r – 1 – m3 – p4d2r – m1s – d2 – l1 – c52nt1 – 3 – 2ll4 n4—s2 — d2b2 — l4tr1— c4s1 — q52 — 2l — h1b2r — 2stld4 —1l2j1ndr4 – h1st1 –
h43 – 2n - M4nt2 — 1l2n — c4n — l1s — r52dls — 2str4p21dls — 4s21:— l1—
2nf2rm2d1d — d2 —2st2 — Clmplm2nt4.—
1y2r—,c4n—2l—s4f2r—d2l—S5bg4b32 – t2 – m1nd2 – 5n1 – n4v2l1 – 2n – l1 – q52
- 1dj5ntlbl — 5n1—clrt1—c4m4—c4nt2stlc34n — 1— t5 — 1nt2r34r. – Cr24 - t2— l1
– h1br1 – 2ntr2g1d4 – 3 – p4r – l4 – t1nt4 – n4 – q532r4 – h1c2rt2 – 4tr1 –m2nc34n –
s4br2 – 2l — plrt3c5ilr—q52—l1—d2—pr2g5rrtlrt2—plrl — q52 — c4n — t4dl —
s3nc2r3d1d - m2 — d3gls - sl —c4mpr2nd3 — b32n — t5s - s2nt3m32nt4s — 3— d3 —
p4r — 14 —tlnt4 — 1 — l1 — t5yl — l1 — 3nt2rpr2t1c34n — q52 – 1 – m3 – j53c34 –
q53s3st2 – d1rm2 - 1 - 2nt2nd2r.
Y4—n4—s2--c5lnd4—p4dr2—bljlr—p4r—2s1—,p52s—c4m4—slb2s—p4r— f1lt1 —
d2—r52d1s—2st1m4s—c4n - t4d4s—l4s—c4ch2s- p1r1d4s—T1nt4—2s—1s3— q52—
t1mb32n—R4dr3g52z—s2—q52d4 – 2n – l1 – c1rr2t2r1 – 3 – t5v4 – q52 – v2n3r –c4n
– s5 – s2ñ4r1 - 2n – 4tr4 – 4ch2.- 1 – m3 – m2 – g5st1r3a – d2sd2l52go – b1j1r —
161
p1r1— q52—1s3—t5v32s2m4s—l1—4p4rt5n3d1d—d2—h1bl1rn4s—p2rs4n1lm2nt2—
15nq52 – 2st4 – t1mb32n – l4—c4ns3d2r4 - 5n – p4c4 – d3f3c3l – 1 – n4 – s2r – q52 –
s2 – d32r1 – l1 - c43nc3d2nc3i—d2—i1 —4trl—v2z—.
Q53z1- b1j2 — c51nd4—v2ng1—21—D4rm3n2—3—s3— 1s3—n4—f52s2—y1—
m3r1r1s- d2 – q52 – 2n – l1 – f1ct4r31 – n4s – r2s2rv2n – 1lg5n1s – l1t1s – d2 –
p1rch2s
d2
–
f52g4
.—.D2--t4das—f4rm1s—c4m4—t2—d3g4—m2—g5st1r31—
m5ch4—b1j1r.
2l – 4tr4 – d31 – r2c3b3 – c1rt1 –d2 – L1br1d4r. M2 – 1l2gr4 – m5ch4 – s1b2r – d2 –
2l. - M2 – c52nt1 – 1lg4 – d2 – s5 – v3d1 – p4r – 1sp1ñ1—,t1mb32n – m2 – h1bl1 – d2
– t3 - “q52—t2—2nc4ntr4—m5y—g51p1—3—m5y—m4d2rn3z1d1”, - c4s1 – q42 –
c4m4 – c4mpr2nd2r1s, - y4 – n4 – 3gn4r1b1.
Cr24—q52—2st1—t2—l1—m1nd1r2 – p4r – l1 – g51g51 – d3g4 – q51 – cr24 –
p4rq52—h4y— 2s – 2l – d31 – d2 – s5 – v31j2 – 1 - 2st1— m1s — c4m4—q532r1—
q52—p4r—1q53- t4d1s—l1s—c4sls—1nd1n—m1l—,n4—2s—d2—t2n2r – m5ch1 –
c4nf31nz1.
N4_cr24_t2ng1_nld1 – m1s – p1r1 – d2c3rt2, - 1s3 – q52 – c4n – 2l – 3nt2r2s - d2—
s32mpr2 - q52d4—2sp2rlnd4—l1—t5y1.—1lf2ct54slrn2nt2—t2—s1l5d1.
Carlos Vélez
10/ 06/ 1945
Apreciada Sarita:
Hoy día de la fecha, recibo con Alejandro tu carta y con ella la foto, todo lo cual
te agradezco mucho. Como verás, ha tardado en llegar a mi poder más de la cuenta y
ello no se debe a otra cosa que el haber estado Alejandro hasta hoy en Monte Alén con
las ruedas estropeadas, o sea: la enfermedad de este campamento.
162
Ayer con el “sofer” del subgobierno te mandé una novela en la que adjuntaba
una carta como contestación a tu anterior. Creo te la habrá entregado y por lo tanto no
quiero hacerte otra mención sobre el particular que la de preguntarte, para que con
toda sinceridad me digas, si comprendes bien tus sentimientos y di, por lo tanto a la
tuya, la interpretación que a mi juicio quisiste darme a entender. Yo no sé cuándo
podré bajar por esa, pues como sabes, por falta de ruedas estamos con todos los coches
parados. Tanto es así que también Rodríguez se quedó en la carretera y tuvo que venir
con su señora en otro coche. A mí me gustaría desde luego bajar para que así
tuviéramos la oportunidad de hablarnos personalmente, aunque esto también lo
considero un poco difícil, a no ser que se diera la coincidencia de la otra vez. Quizá
baje cuando venga el Dómine, y si así no fuese, ya mirarás “de que” en la factoría nos
reserven algunas latas de Pinchos de Fuego*. De todas formas, como te digo, me
gustaría mucho bajar. El otro día recibí carta de Llaurador, me alegró mucho saber de
él. Me cuenta algo de su vida por España, también me habla de ti, “que te encontró
muy guapa y muy modernizada”, cosa que como comprenderás yo no ignoraba. Creo
que esta te la mandaré por la guagua, digo que creo, porque hoy es el día de su viaje a
esta, mas como quiera que por aquí todas las cosas andan mal, no es de tener mucha
confianza. No creo tenga nada más para decirte, así que con el interés de siempre,
quedo esperando la tuya. Afectuosamente te saluda.
Carlos Vélez
Pinchos de Fuego*: marca de parches para ruedas.
……….
Anexo 10/ 06 /45
163
S3mp1t3c1 – S1r3t1 -: 11—c1rt1—2scr3t —1l—r?v2rs4—t2 -
l1 1c1b1b1 - d2 -
2scr3b3r—c51nd4 – ll1g4 – Fr2sn2d1 – 1 – 2st1 – 3 – m2 – 2ntr2g4 – l1 – t5y1 – y1 –
m2 – f3g5r2 —2ns2g53d1 s2r31 – c4m4 – c4nt2st1c34n – 1 – m3 – 1nt2r34r, - m1s –
n4 – cr23 – p4r - n3ng5n—c4nc2pt4—f52s2—s5 - —c4nt2n3d4—t1n – gr1t4 – 3 –
f1v4r1bl2 – p1r1 - m2.— Q52 – m2 - h1s—112n1d4—d2— 1l2gr31 – c4n – t5 –
s3nc2r1 – d2cl1r1c34n, - n4 – h13 – n3 – q52 – d2c3rl4, —p52s—2st4—y1 – n4 – l4 –
2sp2r1b1. – C4n – l1 – m3sm1 – fr1nq52z1 – d2b3st2 – h1b2rm2—h1bl1d4—2n—l1—
4tr1—3—1s3—m2—h1br31s – 2v3t1d4 – d2 – ll2v1rm2 - 5n1 - gr1n—d2s315s34n—.
2st43—c4nt2nt3s3m4—3—s414—d2s24— q52—t5-.-car3ñ4—s21—c4m4—21--m34—
3—q52—s4br2—t4d4 t2ng1s -—pl2n1—c4nf31nz1 - 2n - m3—
P1r1—c4mpl1c2rt2—3—n4—d1r—l5g1r—1—14s—c4m2ntlr34s—q52—tlnt4—
t2m2s— ll2vlr2m4s—n52str1s—r211c34n2s —2n—11—m3sm1—r2s2rv1—c4nqu2 –
ll2v1m4s - h1st1 – 1h4r1 – n52str1 – 1m3st1d. – C4m4 – q532r1 – q52 – 2n – 2sp1ñ1
– h2m4s – d2 – co3nc3d3r—v1r34s—m2s2s—2n — 2l—p2rm3s4—,y4—3r2--1—v2rt2
– 3 – h1bl1r2 - c4n—t5s— p1dr2s—3—pr4y2ct 1 r2m4s—n52str1 —b4d1 – p1r1 152g4—1l
—v2n3r-
n52v1m2nt2—1—2st1—t2—q52d2s—t5—c4nm3g4—2n—
2v3n1y4ng, - d4nd2 – t1nt1s—v2c2s— 2n—br4m1—t2—3nv3t2 - 1 – s5b3r. –D2 –
t4d4 – 2st4 – m2 – d3r1s – t5 – p1r2c2r – 2n – l1 – pr4x3m1.
M2—1v3s1n – 2n – 2st2 – m4m2nt4 – q52 – m2 – ll1m1 – 2l – c1p3t1n – p1r1 – q52 –
v21 – 2l -
m4t4r—d2—l1—l5z—q52—1l—par2c2r—n4—v1—b32n.—P4r—2114—
d4y—p4r—t2rm3n1 d1— l1—pr2s2nt2—h1c32nd4t2 – s1b2r – 5n1 – v2z – m1s – l4 –
f2l3z – q52 – c4n – t5 – c1rt1 - m2—h1s—h2ch4—3—14—m5ch4—q52—t2—q532r2.
Carlos Vélez
P.D.: Por favor, no pierdas el cliché de las fotos.
Simpática Sarita:
La carta escrita al revés te la acababa de escribir cuando llegó Fresneda a esta
y me entregó la tuya, ya me figuré enseguida, sería en contestación a mi anterior, mas
no creí por ningún concepto, fuese su contenido tan grato y favorable para mí. Que me
164
has llenado de alegría con tu sincera declaración, no hay ni que decirlo, pues esto yo
no lo esperaba. Con la misma franqueza debiste haberme hablado en la otra y así me
hubieras evitado de llevarme una gran desilusión. Estoy contentísimo y solo deseo que
tu cariño sea como el mío, y que sobre todo tengas plena confianza en mí. Para
complacerte y no dar lugar a los comentarios que tanto temes, llevaremos nuestra
relación en la misma reserva en que, hasta ahora llevamos nuestra amistad. Como
quiera que en España hayamos de coincidir varios meses en el permiso, yo iré a verte y
hablaré con tus padres y proyectaremos nuestra boda para luego al venir nuevamente a
esta te quedes tú conmigo en Evinayong, donde tantas veces en broma te invité a subir.
De todo esto me dirás tu parecer en la próxima. Me avisan en este momento que me
llama el capitán para que vea el motor de la luz, que al parecer no va bien. Por eso doy
por terminada la presente, haciéndote saber una vez más, lo feliz que con tu carta me
has hecho y lo mucho que te quiere.
Carlos Vélez
Para “Ojos de Gato”, los días pasaban lentos en Evinayong. No veía el día del mes
en que tenían que bajar a Bata, para ver a la que sería “la madre de todos sus corderos”, y
hoy era el día. Sonreía cada vez que se acordaba de la escena del abanico… Era una niña
mimada, mandona y muy coqueta, pero estaba enamorado hasta los huesos y eso dejaba a
un lado todo lo demás…A la altura de la misión de Machinda, vio a un muchacho negro
con un cesto de melongo a sus pies, lleno de grafis*, recién cogidos del Ekuko*, así que
paró el camión y llamó al chico; las piezas eran de buen tamaño y pensó en llevárselas a
Sara. El cocinero los cocería en un periquete y ellos los disfrutarían en un santiamén…
uuummm… la boca se le hacía agua de limón al pensar en el sabor de la carne suave y
jugosa de esos bichos, que ahora llevaba en el suelo de la carlinga. Pagó al muchacho y
arrancó el motor.
- Tararáraaa… rara rará rara… “Cara al sol con la camisa nueva que tú bordaste rojo
ayer”… -se acordó del cambio de la letrilla que un compañero de lucha había hecho al
himno y empezó a tararearla bajito–. “…..que insultas mi bandera”… …tará, tararararará… -
165
canturreaba con malicia…- “Hallaré la muerte si me llega, y no te vuelvo a ver”… -ahora silbaba
la melodía mientras jugaba con la palanca de cambios–. “Para que en España no quede un…”...
-su mano se cerraba con fuerza sobre la empuñadura redonda y negra como una bola de
billar. Sorteaba los baches y empujaba con el pensamiento al viejo Chevrolet, cada vez que
le parecía que se quedaba en el camino. El pensamiento… el pensamiento se le fue tras los
recuerdos………
Grafís*: cangrejo negro, de río, de carne suave y excelente sabor.
Ekuko* : nombre de un río. Desemboca en el estuario de Bata.
En el recuerdo…
………Del frente de Toledo al frente de Teruel. Le ordenaron incorporarse a la C. T. V. <Comando de
Tropas Voluntarias> de los italianos, que tras la aplastante derrota de Guadalajara los habían
concentrado con el fin de prepararlos para la gran ofensiva que, desde la línea del frente en La Muela de
Teruel, se iba a llevar hasta Levante. Las instrucciones eran precisas: por cada tres soldados italianos, uno
español.
- Flechas Azules, Flechas Verdes y Flechas Negras… -dijo en voz alta, recordando el nombre de
cada agrupación de los italianos… “No podían permitirse otro fracaso como el de Guadalajara”, decían los
altos mandos. Para entonces, él ya manejaba una tanqueta a la que había bautizado con el nombre de
“Rita”; le gustaba ese nombre.
Cuando se dio la voz de avance, siguieron la carretera nacional hasta cruzar las líneas enemigas.
“Ojos de Gato” sabía que de cerca les seguía la 1ª Bandera de Falange de Navarra y un Tercio de
Requetés y eso, lejos de tranquilizarle, le preocupaba, porque Fausto iba en esa 1ª bandera… aún así,
luchó junto a sus compañeros, con el arrojo que le caracterizaba, dejando a un lado el lazo de sangre que
tenía tan cerca. Plantaron la bandera en Manzanares y la dejaron también, tras una larga resistencia, en
Rubielos, para situarla después en Sarrión y Puebla de Valverde. Continuaron su camino hasta Barracas
en donde, a pesar de no encontrar muchos obstáculos, pararon el avance dejando como línea de frente el
puerto de Rabudo.
166
<<Las órdenes, son órdenes…>>. Allí de pie, con la cantimplora en la mano, examina el
terreno. Se encontraban parados en el pueblo en mitad de un gran descampado, en donde dos montes: peña
Juliana y peña Salada, custodiaban la zona derecha. Era en esa parte donde la resistencia, aunque floja,
presentaba batalla. Dirigió la vista hacia la carretera nacional que llevaba a Zaragoza, pensando que era
la única vía de comunicación que tenían con la retaguardia… Pegó un par de tragos de la cantimplora y se
pasó el dorso de la mano por la boca, notando una mezcla salada de sudor con tierra del camino; sabores
que le eran tan familiares desde hacía tiempo, que ya no le causaban la más mínima repugnancia. Se
recostó en una de las ruedas de “Rita”, reflexionando sobre el torbellino de su vida: en dos años había
experimentado todos los sentimientos que pueda sentir el alma humana. Recordó a María Teresa, a la que
no había apartado ni un momento de su corazón; tan en el fondo tenía su recuerdo que le costó una lágrima
y un nudo en la garganta el revivir aquella “cama de muelles oxidados de aquella habitación de un pueblo
cualquiera”… Un par de botas gastadas, como todas las que por allí había, vinieron a interponerse en el
punto de la tierra donde tenía la vista clavada.
- ¿Por qué no seguimos…? -le pregunta un flecha azul, entre una mezcla de italiano y español.
“Ojos de Gato” le contesta que no tiene ni idea de cuáles son los motivos del parón del avance en
ese pueblo. El flecha le escucha atentamente, como si de sus palabras dependiera el resultado de la guerra.
Le observa: es un muchacho joven como él, metido en un uniforme impropio para la contienda. Al menos
para la que en España se libraba. <<Demasiado finolis los jefes, con tanta pluma...>. Con sus ojos de
niño perdido en mitad de una calle le dice que se llama Andrea y que era de La Toscana, en donde su
familia se dedicaba a la tierra de toda la vida.
- No sé muy bien qué hacemos aquí, cuando nos habían informado de que no era este nuestro
destino…
- De todos modos, yo no quería ir a la guerra… a ninguna guerra –dijo sentándose a su lado con
la espalda apoyada en “Rita”.
- ¿Fumas? Pues fúmate un cigarro –le dice ofreciéndole uno de los cuatro que le quedaban- y no le
des más vueltas porque va a ser peor. Anda, siéntate a mi lado y contempla el paisaje, que no sé, pero me
da en la nariz que nos vamos a pasar aquí una temporadita… -le dice con guasa paseando la vista por los
útiles de guerra que dominaban el páramo…
Les sorprendió el invierno, y este no tuvo piedad con las cuarenta mil almas que en el páramo se
encontraban. Ni con los heridos, que diariamente se bajaban de los dos montes; ni siquiera se apiadaba con
los muertos que enterraban bajo el frío despiadado y el azote del viento en la piel… Los italianos… los
italianos eran los peor parados. Equipados con uniformes propios de un clima cálido, se morían literalmente
de frío, mientras en la noche mantenían en marcha sus tanques y camiones para que no quedasen
inutilizados por congelación. ¡Qué guasa tenía la cosa!
167
Los hombres corrían de un sitio a otro, preparándose para lo peor, porque el batallón de San
Quintín no pudo frenar al enemigo y Manzanera fue tomada: los colores de la bandera republicana
ondearon de nuevo en ese bastión…
- ¡Han roto el frente en Manzanera! ¡El batallón de San Quintín no ha resistido! Fue la última
vez que escuchó la voz del muchacho de la Toscana: una bala le acertó entre los ojos de niño perdido…
Pasaron tres días cercados por el enemigo, hasta que aparecieron las Pavas * con sus bombas,
rompiendo el cerco y salvándoles la piel. Tiempo después, corría el mes de diciembre de mil novecientos
treinta y ocho, tras seis largos meses concentrados en ese pueblo y una vez estabilizados el frente, recibieron
la orden de incorporarse a la 5ª división de Navarra, y dirigirse a Fraga en donde se estaba preparando la
ofensiva de Cataluña. Con la victoria de la batalla del Ebro, el final de la guerra se veía muy cercano.
Estaban en víspera de la Navidad y hacía un frío terrible. El límite de la línea de frente lo marcaba el río
Segre en donde se habían concentrado un gran número de tropas……
Las pavas*: sobrenombre con el que eran conocidos los trimotores, Junkers ju 52 de la
Legión Cóndor.
……….Pegó un volantazo para evitar atropellar a un antílope que cruzaba la carretera. El
animal, al verlos, comenzó una extraña danza yendo de un lado a otro, desorientado
seguramente por el miedo. En el asiento del ayudante, Alejandro y el cesto de grafis
saltaron por los aires; en la caja, Pablo se agarraba con brazos fuertes a lo que podía y como
podía, mientras él sorteaba la maleza con la suerte de su parte y haciendo gala de esa pericia
como conductor que le caracterizaba. Hasta que al fin logró sacar al viejo Chevrolet y a sus
ocupantes de un accidente más que cantado. Dio un vistazo al río y se alejó de Machinda
con los grafis y sus recuerdos tan vivos como estos……..
En el recuerdo…
………Del frente de Teruel a la ofensiva para la ocupación de Cataluña…… Habían pasado dos días
de durísimo combate y en ese tiempo la artillería no cesó de bombardear las posiciones republicanas situadas
al otro lado del río. Hasta él, llegó la voz de que más de doscientos cañones disparaban sin parar; no sabía
168
si era cierto o solo un rumor para levantar la moral de los soldados, pero eso no le importaba mucho, porque
estaba concentrado en seguir vivo y en localizar la Bandera de su hermano.
- ¿Sabes dónde se encuentra emplazada la 1ª Bandera de Falange de Navarra? -preguntaba a
unos y a otros-. Estoy buscando al sargento Faustino Fuentes Garde… es mi hermano… ¡Oye, chaval! –
Ahora, sus pesquisas giraban en torno a una sección de camiones blindados, pues sabía que Andrés
conducía uno de ellos. Nadie supo darle noticias; tampoco las fotografías que guardaba en uno de los
bolsillos dieron su fruto… Regresaba a su batallón, frotándose las manos enrojecidas y cortadas por el frío;
el escozor de los sabañones era insoportable. Levantando todo lo que pudo el cuello del gastado abrigo de
paño, y hundiendo en él la cabeza hasta donde pudo, se encaminó al lugar que le correspondía, con el
pensamiento más negro y triste que le vino a la mente: tal vez hubieran caído en combate… tal vez estén
prisioneros… Cuando de pronto, de pie, apoyado en una tanqueta Fiat italiana, un sargento le abordó con
sonrisa socarrona y una mirada burlona. El hombre llevaba un capote manda y una bota de vino cruzada
al pecho; empuñaba el mosquetón con una mano, mientras que con la otra sujetaba la boina negra a la vez
que se rascaba la cabeza rapada, sin duda para mantener a raya los piojos.
- ¡Hola Caín! -la sonrisa irónica de Faustino era inconfundible; a pesar de la rala barba rubia y
de la mugre que maquillaba su cara, el color de agua marina de los ojos hablaba de su dueño.
- ¡Hola hermano! –dijo “Ojos de Gato”, ofreciéndole la apurada colilla. Él la aceptó con una
mano enfundada en un mitón de lana en el que ya no quedaba ningún orificio por dónde meter los dedos:
todo él era un gran agujero-. ¿Está llena? –dice mirando la bota de vino.
- Procuro tenerla contenta, comenta acariciando el pellejo; a mí me gustan rellenitas –bromea
mientras le larga la bota–. Dale un buen trago, que de seguro te dará más calor que ese viejo abrigo de
“panza burra” que llevas, como diría nuestra madre -“Ojos de Gato” le da un largo trago a la bota de
vino y luego deja vagar la vista a su alrededor… la verdad es que si no llega a ser por el comentario de su
hermano, ni se habría dado cuenta de la ropa que llevaban los hombres que allí se concentraban; solo se
había percatado de cómo iban los italianos: <<demasiados finolis, los jefes con tanta pluma…>>, eran
verdaderos percheros humanos. La guerra duraba demasiado y los hombres se apañaban como podían; se
protegían del frío con cualquier cosa, todo valía. Luego, tras esas capas de tela colocadas como capas de
cebolla, venían los uniformes… La guerra ya duraba demasiado tiempo… demasiado… por eso prefería
ser un poco escéptico en cuanto a eso de que se estaban dando los últimos coletazos…
- ¿Sabes algo de Andrés? Yo de León sí tengo noticias… -observa los ojos de su hermano y ve
cómo el color de aguamarina se torna más oscuro–. Tal vez cruzó la frontera… supongo que estará en
Francia; padre se ha debido sentir muy mal…
- En Isaba, ningún carabinero secundó el alzamiento, así que eso no es ninguna novedad; ya lo
sabes… -la nuez de la flaca garganta de Faustino baila arriba y abajo mientras el vino de la manoseada
169
bota corre en su interior–. De todos modos esa es ya una vieja noticia… han pasado prácticamente tres
años, y al menos yo no he vuelto a saber nada de su vida… -dice limpiándose la mugre de las uñas con un
palillo de dientes que saca de uno de los bolsillos de la guerrera-. De Andrés sí tengo que decirte que resultó
herido cuando su blindado fue atacado en Tolosa; el bicho cayó por un barranco. De todos modos me alegro,
pues la guerra no está hecha para él… bueno, ni para él ni para nadie; lo que quiero decir es que la guerra
le acojonaba, aunque supongo que como a todo el mundo, pero unos lo llevamos como podemos y otros ni eso,
y Andrés era de estos últimos… aún sigue hospitalizado; mejor así -la voz de Faustino pareció quebrarse
con las últimas palabras.
- Deja de preocuparte tanto por los demás y mira un poco por ti hermano…
- ¡Mierda de guerra! Desde que empezó todo este lío, cada vez que disparaba el mosquetón, creía
que me había cargado a León; hasta que me enteré de que estaba en tierra de “franchutes” –hablaba con la
vista puesta en el río–. Tengo que volver a mi Bandera, pero antes toma, pégale otro trago a ver si engañas
un poco al frío, que a falta de un buen tazón de leche de vaca de nuestro pueblo, lo mejor es el vino de mi
bota –dijo alargándole el pellejo……
………- Masa, tú beber leche de coco -Pablo le ofrecía un coco desprovisto de la capa fibrosa y
verde que lo envolvía y al que había capado uno de los extremos, a golpe de machete.
Había parado el camión en mitad del camino, sin preocuparse en aparcarlo a un lado; se
estaba meando, si aparecía alguien ya lo movería.
Bebió con avidez la leche fresca del coco y el sabor agridulce invadió, como todas
las frutas de esa bendita tierra, su paladar.
<<…Leche caliente y dulce, cubierta por una espesa capa de nata; leche de vaca
rubia, de los frescos y verdes prados del valle del Roncal. Leche caliente y dulce…>>, su
cerebro desgranaba las palabras con cada trago; la imagen en derredor de la mesa de la
casa familiar cobraba forma cada vez con más fuerza; el rostro de Faustino con sus ojos de
aguamarina, parecían mirarle desde el impresionante Okume, plantado casi al final de la
carretera; allí donde el camino se perdía tras una curva cerrada. <<El afán de protección
era más fuerte que él…>>, pensó “Ojos de Gato” y es que a pesar de esa imagen de
hombre duro, a pesar de la fama ganada a pulso en su batallón, de hombre valiente y
bravío, a pesar de eso, había sido de algún modo “el padrecito”. Era el segundo de los
cinco hermanos; bueno, si pasaba por alto que León era solo hermano por parte de
170
padre… entonces era el mayor… Hizo un gesto con la mano, como queriendo sacudirse el
incómodo pensamiento. El que León fuera hermanastro no era culpa suya, ni de ellos, ni
de nadie. Padre se quedó viudo con un niño muy pequeño y buscó una madre para él… y
luego fueron llegando ellos: Faustino, Hisidra, Andrés y él, el benjamín…
Desde el Okume, parecía decirle…:
- ¿En qué piensas?
- En sandeces, hermano… en sandeces… Quédate a dormir, te dejo mi petate.
- ¡Nooooooooooooo! No quiero llenártelo de piojos -creyó oírle decir riendo–. Adiós hermano. Si
quieres verme, mi Bandera está acampada cerca de Caudiel; ándate con cuidado si te acercas porque ya
sabes que es tierra de nadie y puedes encontrártelos de todos los colores. Y su cara desapareció del
corpulento árbol de caoba africana; allí, en donde la curva parecía acabar con el camino
……. Era el día de Navidad y apenas hacía dos días que habían cruzado el río sobre el puente tendido
por los pontoneros. Carros de combate, tanques, tanquetas, cañones, contingente humano… todos habían
pasado al otro lado……..
Y él pasó la curva no sin antes dejar el recuerdo de su hermano, aparcado en el okume
Con la blusa blanca y la falda azul, “la Escopetilla” parecía una colegiala. Había
estado discutiendo toda la mañana con Sara por la forma de vestir: “que si a Ángel le
gustaba que fuera así… que si recógete el pelo en una cola… que si patatín, que si
patatán”… <<Bueno, cuando el camión desaparezca por el Cuerpo de Guardia, me quito
esta ñoñería>>, piensa con resignación, mientras acaricia la coronilla de un pequeño tití
escuálido y despeluchado, que la miraba con ternura desde unos enormes y redondos ojos
color caramelo; cuyo mecánico movimiento recordaba el abrir y cerrar de ojos de una
muñeca. El mono se lo había regalado Ángel. A la madre la mataron unos cazadores para
comer la apreciada carne del animal y ahora le tocaba cuidarlo a ella:
- Como no hay tiendas donde comprarte un regalo, te traigo el tití… -y ella pensó
que maldita la gracia que la hacía cuidar de ese pequeñajo, que lo único que sabía hacer era
despiojarse y mirarla con ojos de borrego tierno… El pobre mono, que aún no tenía
nombre, de un salto se acomodó en su regazo, como si supiera lo que estaba pensando y
quisiera congraciarse con su ama. Lo miró con resignación y luego alzó la vista hacia el
Cuerpo de Guardia, por donde en ese momento entraba el Chevrolet en dirección a los
171
garajes. Al pasar cerca del “árbol que da sombra”, escuchó el sonido de la bocina por tres
veces, era la contraseña para hacerle saber que la veía. “Ojos de Gato” había sacado el
brazo por la ventanilla y pudo alcanzar a ver los dedos de su mano agitándose en el aire.
Ella le devolvió el saludo con una sonrisa y el tití bajo el brazo.
- Niña, ven a desayunar, que ya está todo en la mesa
- Ya voy mamá, espera que ate al mono a la hierba luisa… estate quieto enano, que
ya me tienes muy harta…
La besó en la mejilla; era un beso casto, porque no estaban solos. La encontró
preciosa; como siempre, aunque hoy estaba más bonita que nunca, con esa falda azul y la
blusa blanca… Y luego estaba el pelo, ese sedoso pelo castaño recogido en una cola…
realmente preciosa.
- Mira lo que te traigo -le dijo, entregándole un cesto de bambú, en el que una
pequeña cría de chimpancé hembra se agitaba inquieta buscando seguramente la leche de la
madre-. Mataron a la madre –dijo cogiendo al animal. “la Escopetilla “sonrió, no podía
menos, pues lo que él no sabía era que los bichos no eran santo de su devoción.
- Busquemos un nombre para ella -le dijo quitándosela de las manos–. Ya sé, la
llamaremos Carola, es un bonito nombre.
- Como tú digas, “Escopetilla”, pero dame un beso… ella se lo dio en la punta de la
nariz.
Los días pasaban deprisa, con sus viajes de ida y venida; con el “ya estoy aquí,
amor” a golpe de claxon del viejo camión cuando cruzaba la explanada en dirección a los
garajes; pasaban deprisa, disfrutando con los amigos durante un rato en el bar del Hotel
Guria; paseando por la arena de las bellísimas playas, jalonadas de palmeras, cocoteros y
magníficos egombe-egombes, con los salacots en sus cabezas y los pies descalzos. Sin
importarles las niguas, ni los cangrejos rojos de poderosas pinzas, que al atardecer salían de
sus madrigueras por los agujeros que horadaban la playa, encaminándose a la orilla con esa
forma extraña de caminar que tiene los cangrejos: para atrás, para un lado, para el otro,
moviendo las patas por la arena, con la soltura de los dedos de un pianista sobre el teclado
y bailando los ojos como diminutos periscopios oteando la superficie. El tiempo pasaba
deprisa viendo el ir y venir de los pescadores en sus pequeños cayucos, que manejaban con
destreza aún con la marejada. El tiempo ya no contaba cuando tomaban el rumbo hacia el
río Ekuko y caminaban bajo la frondosidad de los árboles que bordeaban el camino en
donde palomas verdes y blancas se asentaban en las ramas o emprendían el vuelo tras el
nido, el sustento y el arrullo del celo. Y cuando el sol empezaba a ocultarse comenzaba la
172
cuenta atrás, queriendo ganar al tiempo: había que llegar al campamento antes del
anochecer…
Los cuatro metros de cadena que aprisionaba el cuello de Carola marcaban su
pequeño territorio, excepto cuando su ama se compadecía y la soltaba para que
experimentara lo más parecido a lo que debía ser la libertad. Aunque como el animal no
había conocido más mundo que el que rodeaba la valla del campamento, ni más madre que
Sara, ni más teta que la de la tetina de goma con la que la criaron, la pequeña hembra de
chimpancé era feliz destrozando la ropa del tendedero de la sufrida María Luisa, la mujer de
Valentín Ortega, a la que le encantaba comer croquetas y pintar gatos en las paredes del
hogar, o rompiendo los huevos de las gallinas ponedoras de cualquier corral que se
atravesara en su camino. Tal vez por criarse entre humanos o por ese instinto maternal
propio de las hembras, se agenció en una de sus correrías a un cachorro de gato, del que no
se separaba jamás, ni para dormir, ni para comer; ni siquiera cuando, liberada de la cadena,
iba en pos de nuevas fechorías: como la de colarse, como un ladrón furtivo, por la ventana
de alguna de las viviendas del campamento haciendo añicos todo aquello que se interponía
en su camino y testando a su placer el alimento que esperaba en la cocina o en la mesa de
cualquier hogar, para ser degustado por sus habitantes. El pequeño, lejos de parecer
asustado y nervioso, se le veía feliz y tranquilo; solía llevarlo bajo el brazo, como quien lleva
el periódico, e incluso lo arropaba bajo una de las axilas cuando tenía que comer, y había
veces que lo llevaba de un lado a otro entre los dientes, como cualquier felino llevaría a su
cría. Era tal la dependencia psicológica que tenía por el animalito, que cuando este tenía que
alimentarse, lo sujetaba por la parte de atrás del cuello hasta que acababa, para volverlo
después bajo su brazo. Y así, felices y carentes de monotonía pasaban los días para Carola;
en cambio, para Sara, era un puro sinvivir, entre queja y queja; disculpa y disculpa.
- ¡Estoy más que harta! -se lamentaba, mirando por la ventana el paseo inquieto de
Carola que soltaba su chillido más lastimero intentando tocar la fibra sensible de la dueña
de la casa. La mirada tierna era factor importante para alcanzar el objetivo, pero esta vez el
bicho presentía que no le valdría de nada la puesta en escena.
- Cuando regrese el barco, la facturaré para algún zoo de la Península; no sería la
primera vez que les envío bichos.
Salvador se rascaba la cabeza con aire pensativo con la vista puesta en el animal,
que iba y venía con el vestido rojo de grandes flores de hibisco blancas y amarillas, que un
173
día le robó a la buena de María Luisa y que ahora lucía con estilo; le había tomado cariño a
Carola, pero comprendía que la chimpancé no podía tener en jaque a todo el campamento
con sus desatinos; había que deshacerse de ella en cuanto regresara el barco… Carola pegó
un salto desde el pequeño muro de piedra en donde se encontraba y se agarró a la cubierta
que, colgando de una soga en el patio trasero, hacía las veces de columpio. Balanceándose,
llegó hasta la ventana con el gato bajo un brazo y, apoyándose en el alféizar, soltó la goma y
pasó el brazo libre por el cuello de Sara, a la que como siempre cogió desprevenida. Sin
darle tiempo a reaccionar le acercó el morro a la cara estampándole un beso a su manera,
dejando una impronta de babas en la mejilla, para después mirarla fijamente a los ojos con
ese halo de inteligencia casi humana que a ella le ponía tan nerviosa…
- ¡Que me dejes en paz Carola! Ves lo que te digo… -comenta, mientras lucha por
zafarse de la descarada que, ante el intento de quitársela de encima, aún se apretuja más
contra su cuerpo, emitiendo aquellos chillidos agudos de desesperación, que tan incómoda
ponían a la pobre Sara. Salvador golpea sin mucha energía a Carola con el bastón de
melongo y esta se separa de un salto de su dueña volviendo a la cubierta del patio, en
donde empezó a columpiarse frenéticamente con el despeluchado gato, compañero de
todas sus fatigas, en una mano ajeno este a cuanto pasaba a su alrededor.
- No te preocupes cariño, lo solucionaré; solo hay que esperar al próximo barco… le dijo besándola en la frente-. Al próximo barco…
- Noooo, por favor… -Sara se desesperaba con la pequeña cría de gorila que
dormitaba en el nkué*, renegrida y de facciones horrorosas, o eso al menos le parecía a
ella.
- Señora, si no quiere al pequeño Okiri*, yo cocinarla para mí; ser muy sabrosa… -a
Heliodoro, el preso que cuidaba la huerta, le sobrevenía un exceso de salivación al pensar
en el sabor del animal, cocinado con unas cuantas hierbas que huelen bien y acompañado
con un buen pedazo de yuca fermentada, envuelta en la consabida hoja de platanera.
- ¡No seas salvaje, Heliodoro! –no pudo por menos de sonreír al decirlo, porque
sonaba irónica la frasecita…: si no eran salvajes, ¿qué eran?, porque tenían veinte papás y
veinte mamás; porque le daba lo mismo ir vestidos que desnudos; porque se bebían la
colonia y se comían la pasta de dientes; porque adoraban a unos dioses tan salvajes como
ellos, dejándose llevar por un siniestro ser, como era el brujo de la tribu; porque si su secta
se lo ordenaba, no dudaban en arrancar el corazón de alguien y comérselo junto a un
determinado grupo de nativos...: la secta del Mboeti… Había oído hablar de ella; contaban
historias tan terribles que solo de pensarlo el vello de los brazos se le erizaba… Miró a la
174
cría de gorila y luego al preso, y decidió sacarla adelante a base de biberón–. Anda, vete y te
la llevas al corral que ahora voy yo, y busca alguna tetina, que alguna tiene que haber por
allí, de esas que a veces empleamos para alimentar a las cabras huérfanas… -El hombre se
alejó con la cría y Sara, con resignación, se sentó en el banco de piedra que sobresalía de
una de las paredes de la fachada principal de la casa. Ahora no solo tenía a Carola, sino que
también se había cargado con el muerto del pequeño gorila, del que intuía no se iba a
separar fácilmente: <<No sé qué le doy a estos malditos bichos… si a mí no me gustan; no
me hacen gracia ni algo tan común como los perros, cómo voy a tragarme esto… Y es que,
menuda manía de regalarle bichos… vale que en estas tierras no hay nada con que
obsequiar a la novia, pero podía esperar a un permiso para comprarle algo menos sucio y
peligroso en España… bueno, la Península, si me oye Salvador me mata, pues no sé la de
veces que me ha dicho que esto es España…>>.
Nkué*: Cesto más o menos profundo, hecho con melongo y hojas de palmera.
Okiri*: gorila, en pámue.
Había pasado el tiempo, y las travesuras de Carola, por llamarlas de algún modo,
eran cada vez mayores. Mientras que el pequeño Okiri, que ya no era tan pequeño, era cada
vez más gorila. Dejando ver, en el rostro salvaje y fiero, unos afilados colmillos, promesa
inequívoca de lo que llegaría a ser temido el animal si llegaba a vivir lo suficiente.
Curiosamente, el papel que sin proponérselo Sara asumía en la vida del animal, era el de
madre, pues no había más que ver, tras fijar la vista con dureza en el resto de humanos, con
que ternura la miraba; y era tal su celo por ella, que cuando estaba a su lado no consentía
que nadie se acercara, enseñando con agresividad, los colmillos. Por su parte, Sara lejos de
sentirse alagada y protegida por el gorila, procuraba alejarse del simio el mayor tiempo
posible. Y como todo llega en esta vida, al fin llegó el día en que el enésimo barco regresó
cargando en sus bodegas, además del caucho, la madera y los sacos de cacao y café, a una
viajera muy particular: Carola ponía rumbo a una nueva vida en un zoo de España.
- ¿Qué ocurre? - dejando la taza de café con leche en la mesa, Salvador mira hacia
la entrada del comedor Un guardia había irrumpido en él acompañado de otro hombre, que
dijo ser un estibador del muelle.
175
- Masa –dijo el guardia–, el chimpancé solo gritar y saltar como loco; no saben qué le pasa, y
dicir que así no llevar porque pone nervisosos a los animales y eso no bueno… -antes de que pudiera
decir nada, Sara corrió al patio en dirección al columpio de Carola, de donde salían unos
lastimeros maullidos y, metiendo la mano por un raja de la cubierta, sacó al flaco minino
para después entregárselo al estibador.
- Dile al capitán que al animal le falta el gato, por eso está tan inquieto; bueno, en
realidad los dos lo están pasando mal, solo hay que ver cómo maúlla este infeliz… -el
hombre la miraba sorprendido, a la vez que ponía los brazos para recibir al minino; luego,
dando media vuelta salió de la casa acompañado del guardia.
- Mejor será que me acerque para explicar lo que hay, porque me temo que este no
ha comprendido nada –dijo bebiéndose el café en dos tragos.
Cogió el salacot del perchero y salió al sol de la mañana: había que poner en marcha
la “operación Carola”.
Cuando llegó a la playa vio cómo la última gabarra volvía del barco llevando a la
pobre Carola en su jaula. Se balanceaba inquieta, mientras su vestido rojo de hibiscos
blancos y amarillos bailaba al viento, por entre los barrotes
-. ¡Vamos, daos prisa y remad hacia la gabarra, tienen que dar media vuelta y
regresar al barco! -el guardia que iba con él cogió uno de los remos y lo hundió con fuerza
en el agua al ritmo acompasado del dueño del cayuco; en una mano de Salvador, el gato
maullaba sin parar al escuchar los chillidos de Carola, que rasgaban el aire con más fuerza
conforme se acercaban las embarcaciones. A unos pocos metros de distancia, la gabarra se
paró, arrimándose a ella el cayuco. Carola chillaba y se columpiaba con furia, agarrándose a
los barrotes de la jaula: con la boca abierta mostrando la poderosa dentadura, en actitud
agresiva.
- Dale el gato al chimpancé –el negro obedeció y le pasó el minino a Carola, que al
instante dejó de alborotar para verificar el estado de su cachorro, y tras comprobar que
todo iba bien le propinó unos cuantos lengüetazos, para luego acomodarlo bajo uno de los
brazos. Al instante cesaron los maullidos y la mona se calmó mirando de hito en hito a los
hombres de la gabarra-. Dadle un plátano y su felicidad será completa –dijo señalando una
preciosa piña de plátanos maduros que llevaban en la embarcación–. Adiós Carola; pórtate
bien en tu nueva vida –murmuró, echando el último vistazo al animal que se alejaba,
mecida por el oleaje, con su vestido rojo de hibiscos blancos y amarillos.
- ¡Nos vamos! –y al “nos vamos” le acompañó el sonido del bastón de bambú
restallando contra la madera del cayuco y el chapoteo del agua al hundirse los remos en el
176
mar; en ese mar frío, profundo y oscuro del Golfo de Biafra. Los guardias remaban
acercándose a la orilla; allá, a lo lejos, la barcaza era solo una mancha difuminada mecida
por las olas: tal vez la descarada de Carola se hubiera quedado dormida soñando con un
cielo llenito de gallineros, con huevos y más huevos, esperando
ser destrozados sin
miramientos, mientras las insulsas gallinas corretean de un lado a otro despavoridas…
desesperadas…: <miau miau… maúlla el infeliz felino… ¡Cocococoooo¡…O tal vez en sus
sueños no hubieran más que filas, y filas de tendederos con vestidos rojos de hibiscos
blancos y amarillos…Tal vez ese fuera el cielo de Carola…>.
…….. - Barri, ¿quieres ser nuestro padrino de boda?
- ¡No me digas que por fin te casas con “la Escopetilla”! ¡Enhorabuena compañero;
te llevas a la chica más guapa de todo Guinea! –le dice dejando el papel de calco con el que
iba a sacar una copia del atestado que acababa de redactar: era otro caso de canibalismos
llevado a cabo por la escurridiza secta del Mboeti; algo que se daba con frecuencia en los
poblados más recónditos de la selva-. ¡Ven a mis brazos! -le dice, fundiéndolo en un
abrazo tan fuerte que “Ojos de Gato” cree que va a acabar con su espalda.
- La más guapa y también la más sargenta –comenta guiñándole un ojo- Pero todo
se lo perdono porque estoy hasta “las trancas” por ella.
- Bueno, ¿y cuándo es la boda?…
- Para el año que viene. Si estoy en el curso nos casaremos por poderes, pero si
llaman a Salvador también a la academia, entonces la boda será en España. De todos
modos ir, tengo que ir por mi familia, pero si no fuera por ellos te aseguro que no me llama
la atención el volver allí.
No podía dejar pasar esos seis meses de permiso porque en la última carta que
había recibido de su hermana Isidra, le decía que el padre estaba bien de salud, pero que la
madre andaba bastante delicada; esto le tenía muy preocupado, pues no le daban ninguna
explicación de cuál era realmente su dolencia, así que no podía perder la oportunidad de
verla–. La última noticia es que tengo a mi madre un poco pachucha…
- Seré tu padrino Ángel; estaré encantado de serlo –y las manos de los dos hombres
se unieron en un fuerte apretón–, espero que para entonces mi vallisoletana esté entre
nosotros… Yo también estoy hasta las trancas por ella… ¡mujeres! ¿Cómo dice el dicho? –
sus ojos se fijan en una lagartija que corretea por la pared ajena a todo, y cuya piel es de una
transparencia tal que a él le recuerda a un ser a medio gestar-. ¡Ah, sí!: “no podemos vivir
con ellas, pero sin ellas tampoco”…
177
- Al final, ¿qué ha revelado la autopsia? –dice enfilando con la vista los papeles
apilados al lado de una más que trajinada Olivetti, cuyas teclas perezosas, quedaban
atascadas presionando la gastada cinta del carrete cada vez que los dedos las hacían bailar.
Barri, se sienta ante la máquina y lee el atestado…
- A ver… en este caso el Juzgado de Bata ha mandado la exhumación del cadáver…
En el día de hoy… tatatá, tatatá, tatatá… uuummm… los restos de lo que parece ser el
cadáver de un niño de unos cuatro años… -tras las gafas, los ojos de Barri se deslizan con
rapidez por el papel, leyendo y releyendo a viva voz, aquello que a su parecer es de mayor
relevancia-… Al cuerpo le faltan gran parte de las vísceras: el corazón… uuummm… el
hígado… el pulmón izquierdo… y el cerebro; se han comido el cerebro del pobre infeliz
amén de los testículos. ¡Salvajes, no se puede ser más salvaje!
- ¿Fue envenenado?
- No. El niño murió el día anterior a la ceremonia de un golpe en la cabeza; no se
han encontrado restos de veneno, así que eso descartado; desde que lo enterraron hasta que
lo metieron en la olla, no debió pasar mucho tiempo… era el hijo pequeño del jefe del
poblado; de un poblado perdido en lo más profundo de la selva… en el interior de la sierra
de Bisum… No me preguntes el nombre porque no lo recuerdo; aquí en el atestado tiene
que estar…
- Déjalo; no tengo interés por saber el nombre del poblado, pero sí por acabar con
esa panda de locos cabrones, adoradores del mal…
- Eso lo tenemos difícil… lo sabes muy bien: sería más fácil que llovieran ranas,
antes que acabar con la secta…
- Los dos que han cogido, ¿han dicho algo?
- Poca cosa… ya sabes que tienen tal pánico al brujo, que prefieren morir antes que
hablar demasiado… Solo han dicho lo que ya sabemos… que uno de ellos ya tenía el Ebú*
dentro desde hacía un año y que debía realizar este ritual para su confirmación, si no quería
ser terriblemente torturado por el rey de las tinieblas…
- Esta gente está llena de supersticiones tremendamente peligrosas…
Ebú*: dios del mal
17 – 6 – 45
178
M3 - s3p1t3q43s3m1 – 3 – q52r3d1 - S1r3t1: B1rr21l – m2 – d3j4 – 1 - n4ch2 - q52
– m1ñ1n1 – l5n2s – p2ns1b1 – b1j1r – 1 – B1t1 – 3 – 2st1 – 4p4rt5n3d1d – l1 – q52r31
– 1pr4b2ch1r…
Mi simpatiquísima y querida Sarita:
Barreal me dijo anoche que mañana lunes pensaba bajar a Bata y esta
oportunidad la quería aprovechar para escribirte estas líneas y así veas lo mucho que
de ti me acuerdo.
Es muy probable que dentro de tres o cuatro días baje yo por allí, puesto que el
capitán Biñas se encuentra en esta y ha de marcharse en El Dómine. Creo que este
barco ya se encuentra en Bata y como te digo, bajaré si Dios quiere. Desde luego me
gustaría mucho que tuviésemos la oportunidad de poder hablar un rato los dos solos
aunque no sé cómo nos vamos a apañar. En el campamento bien sabes que ello no es
posible, pues siempre tenemos compañía. He pensado que la mejor forma es fingir una
coincidencia, como hicimos la otra vez. Tú cuando acabes en la factoría podrías pasar
frente al Chiringuito y seguir hacia Abascal*, así yo haría para encontrarme contigo y
pasearíamos un poco como la vez anterior. Todo esto depende de la hora que llegue, si
no pudiera ser lo dejaríamos para el día siguiente. Si pudieses escribirme antes de que
yo baje a esa, lo haces y me das tu parecer. Creo recibirías mi carta anterior por
mediación de Fresneda al que le recomendé que no se la olvidase en algún lugar de la
guagua.
Yo por esta continúo bien, < bien fastidiado desde luego> pues me toca
trabajar más que un negro, tanto es así que desde la seis de la mañana hasta las cuatro
o las cinco de la tarde, son mis horas de faena, de forma que después de tantas horas
ya no me queda humor ni ganas para nada. Menos mal que al capitán le queda muy
poco para marcharse porque si no fuera así, le diría como dicen los morenos:
“ambolo”.
De esta no tengo nada de particular que contarte; pues aquí, como ya te he
dicho en otras ocasiones, todos los días son iguales. Por esto no puedo ser tan extenso
como quisiera, así pues terminaré está haciéndote saber lo que de sobra sabes: que te
179
quiero mucho, que no te olvido ni un solo momento y que tengo muchas ganas de verte
para hacerte “rabiar” un rato.
Ángel
Abascal*: Una de las muchas factorías, que formaban parte de la vida comercial de
Guinea.
Y1 – m2 – d3r1 – s3 – c4n4c2s – 2st2 – t1ng4. – T2 – l4 – m1nd4 – p4rq52 – s2 – q52 –
t2 – g4st1n – m5ch4, - p2r4 – s3 – n4 – c4n4c2s – l1 - m5s3c1 – n4 – s1br1s – l4 –
b4n3t4 – q52 – 2s.
ESTA NOCHE <tango>
Esta noche,
mejor dicho, cuando llegue media noche.
Mis amigos,
yo festejo la tristeza de mi alma.
Brindaremos.
Por la dueña de los ojos más hermosos.
Por mi vida, por mis sueños
porque quiero ahogar los sueños
de mi vida sin amor.
Yo no quiero recordarla.
Para qué voy a adorarla
si ya todo lo he perdido
Esto digo muchas veces
pero en cambio ella aparece,
ante mí como un castigo.
180
Y me mira desde el fondo de una sombra
y me vence porque el alma me la nombra.
Como quieren mis amigos
que la arranque de mi vida, si no la puedo olvidar…..
8 - LA SECTA DEL MBOETI
Tras la misa dominical en la misión de los Padres Claretianos, la charla a la puerta
de la pequeña iglesia y luego un paseo por la calle principal hasta la hora del salto en el bar.
Era otro domingo más; bueno, este bastante más alegre que los anteriores pues el pequeño
del matrimonio Barri estaba fuera de peligro. El chiquillo consiguió salir del paludismo
cerebral que lo había tenido entre la vida y la muerte. Tras su ingreso en el hospital de Bata,
en nuestros corazones no anidaba ni un ápice de esperanza por la vida del pobre niño,
pero Dios todo lo puede y quiso que ese pequeño siguiera su camino…
Sentado en el porche de la vivienda de su compañero Juan, veía difuminarse los
aros de humo mientras sorbía el café que el boy le había servido. Se pasó la lengua por los
dientes y en el paladar un regusto de arroz con pollo y vino del Penedés le llevó al sabroso
181
almuerzo que el cocinero había preparado en ese día de domingo. Frente a él, Amalia, la
anfitriona, le daba las últimas puntadas a punto de cruz a una de las servilletas del “tú y yo”
que estaba bordando. La vio rebuscar en el maltrecho costurero y se dijo, contemplando
las serpenteantes volutas de humo del cigarrillo que ascendían al cielo como lo haría las de
un palo de incienso en un quemador, que en cuanto dispusiera de tiempo le haría uno de
ébano y marfil; o tal vez de palo rosa y palisandro, pues era lo menos que podía hacer,
agradecido por todas las atenciones que con él había tenido a raíz de quedarse sin casa. Y es
que: “El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. Era una buena
máxima pero no aplicable a él, sino a su destino que ya le había jugado dos veces, en muy
poco tiempo, la misma faena: una lámpara de bosque en el dormitorio, demasiado cerca de
la cama… una corriente de aire que mueve la mosquitera de un lado a otro hasta
engancharse a la lámpara… y todo lo demás… al menos era la explicación más lógica. Algo
habitual en esas casas de madera y nipa con tanta lámpara de petróleo; así que las llamas
acabaron, una vez más, con su hogar y sus pertenencias que no eran muchas. Lo que
lamentaba de verdad eran las fotos de “la Escopetilla” y sus cartas; eso sí que lo sentía de
verdad… El resto lo había dado todo por perdido hasta hacía un par de días, cuando
acompañando al gobernador a la mina de oro para que le hicieran la conocida
demostración del proceso de extracción, el capitán ayudante le comunicó que le pagarían
los daños causados por el incendio…
Solo quedaba por terminar el tejado de nipa de la vivienda que iba a ocupar cuando,
desde el Gobierno General, dieron la orden del inicio de las obras. Tenían que sustituir en
todos los campamentos las precarias edificaciones por otras de mampostería en un tiempo
récord, y él no tenía ni idea de cómo se iban a apañar sin personal especializado y lo que era
peor… sin material. La cuenta atrás había empezado y “Ojos de Gato” iba de cabeza
intentando buscar soluciones porque en la zona no había piedra, así que no quedaba más
remedio que aguzar el ingenio, y lo aguzó: un folleto de cómo construir un horno para
cocer ladrillos e ilusión y ganas por el proyecto, era todo lo que tenían para hacer realidad
el reto. El horno les costó un huevo montarlo: <<Mucha leña, mucha mano de obra, pero
no conseguimos un solo ladrillo en condiciones…>>.
Al final, triunfó la perseverancia y el trabajo bien hecho: los ladrillos salían como
churros de la manga de un churrero.
- Hacemos ladrillos como el que hace churros -Barreal apuraba los restos de la
media papaya que el boy le había servido. Le gustaba con mucho limón y sin azúcar. Se
llevó la última cucharada a la boca y, al masticar, notó el sabor amargo de una pepita
182
disfrazada entre el dulzor de la pulpa. La apartó con la lengua y la escupió en la mano–.
Pero Ángel, me parece que hasta aquí hemos llegado. No hay gasolina, no hay nada que
hacer. De nada nos sirve la maravillosa sierra de cinta, porque hasta hoy que yo sepa no
funcionan con gasógeno, ¿cierto?
- Hemos conseguido hacer un horno para cocer ladrillos, ¿cómo no vamos a ser
capaces de hacer funcionar una vieja sierra de cinta en esta carpintería? –dijo dándole un
trozo de su plátano al Capitán, el loro de Azpuro, que se había instalado en la casa a pesar
de su oposición. Este, que caminaba de un lado a otro por el borde de la ventana ajeno a
los problemas de los hombres, alargó el cuello y con los ojos puestos en el trozo de fruta
compacta y dulce, lo agarra con el pico para luego ir a posarse en la ventana más alejada de
donde se encontraba la mesa. “Ojos de Gato” lo siguió con el ceño fruncido: <<A veces
creo que este maldito loro me torea… No sé ni cómo lo aguanto, si al fin y al cabo no es
mío …>>-. ¿Cuándo se va a llevar Azpuro el loro? Estoy harto de sus cagarrutas, que lo
ponen todo perdido y de ese aire arrogante con que me mira…
- ¿Y eso a qué viene ahora? –lo mira extrañado-. Si Capitán lleva aquí desde que se
fue a España…
- Espera… Ya está. ¡Gasógeno! ¡Eso es, compañero, eso es! Déjame hablar y no
me interrumpas. Tenemos un montón de madera para quemar, ¿me sigues? -Barreal le
seguía con la vista fija en el loro, que permanecía con la cabeza levemente ladeada,
apoyado muy tieso en el borde del respaldo de la silla de su compañero, como si fuera a
tomar parte de la conversación en cualquier momento. De tanto en tanto se frotaba el pico
en la madera y hacía intentos por mordisquearle la oreja, a lo que Ángel le respondía con
un manoteo-. Instalamos a la sierra unas calderas que recojan el gasógeno que emana de
la combustión de la madera y esto pondrá en marcha el motor.
- Vale, ¿y el problema de la cepilladora cómo lo resolvemos? No tenemos sierra
circular, no tenemos taladro…
- Ya pensaré algo. ¡Joder con el loro! –“Capitán” voló al otro lado del comedor
poniendo tierra de por medio entre él y su incómodo anfitrión, no sin antes robar un trozo
de piña del plato de este-. Si conseguimos hacer funcionar el viejo eje de la cepilladora
que choricé en Bata, en el Servicio Agronómico, también tendremos las otras dos
herramientas, ¡hombre de poca fe! –dijo riendo, a la vez que se levantaba de la mesa
observando al nimal, afanado ahora en picotearse el plumaje del cuello–. Como lo consiga,
me debes unos saltos, macho.
- Eso está hecho, pero si no, tú me deberás a mí una cena en el Guria.
183
Y el dicho de: “Si quieres, puedes”, se hizo verdad una vez más…
Dándole vueltas a la cabeza, tantas como las vueltas que podía dar las ruedas del
viejo Chevrolet, “Ojos de Gato” llegó a la conclusión de que se podía utilizar las
revoluciones de una de las ruedas traseras para poner en funcionamiento la máquina. Para
ello, acercaron la parte de atrás del camión a la cepilladora y, quitando la cubierta de una
de las ruedas, acoplaron la correa transmisora desde esa rueda hasta el viejo eje.
- ¡Funciona! ¡Funciona! -chillaba Barreal.
- ¡Masa, tú saber mucho! Masa, tú saber mucho… –decía Alejandro, dando palmas como
un niño
- Masa, tú sabes mucho… –y los ojos de Pablo se abrían como los de Capitán cuando
trincó el pedazo de plátano.
Hicieron ladrillos, puertas, ventanas y muebles como churros. Realizaron todas las
obras que les habían encomendado y mucho más. Construyeron la casa del Administrador
Territorial: una preciosa mansión; sin duda, la mejor que existía en la Colonia fuera de
Bata. Dejaron en cada ladrillo, en cada ventana y de más, la firma invisible de quien tiene
espíritu de superación; de quien no se amilana ante “el más difícil todavía”. “Ojos de
Gato”, Barreal, Alejandro, Pablo y el resto de los hombres que tomaron parte activa en la
aventura de cómo cambiar todo un campamento de madera y nipa por otro de ladrillo,
seguramente llevarían toda una vida entre sus recuerdos, lo vivido………..
……..– Enhorabuena Instructor Fuentes, ha hecho un buen trabajo; muy bueno, sí
señor… -le estrechaba la mano a la vez que se tocaba la gorra con el saludo militar.
- Gracias, mi Comandante –y “Ojos de Gato” se cuadraba ante Bosch de la
Barrera.
……...- Me debes los saltos, ¿recuerdas?
- Sí compañero, te debo los saltos…
184
……… “Ojos de Gato”, en posición de firme escuchaba, con la vista puesta en el oficial
lo que este le iba diciendo…
- Nos ha llegado información de otro caso de canibalismo, parece ser que la secta
del Mboeti ha vuelto a actuar, esta vez por la demarcación de Akurenan, así que irá allí con
el doctor y con los guardias que considere necesario; ya sabe lo que hay que hacer -se
volvió hacia él, mirándolo con esa mirada fría, tan fría, como la de una mamba negra en el
momento de hipnotizar a su presa.
- A sus órdenes mi capitán, si no manda nada más…
<<No le daré la satisfacción de que vea lo jodido que estoy…>>, pensó.
Desde hacía un tiempo, nada iba como debía o eso le parecía a él. Tenía que saltar
de Evinayong al campamento de Niefang, en donde su compañero Contreras se
encontraba solo, para cubrir vacaciones y bajas por enfermedad. En realidad a más de uno
le salpicaba esta situación, como al capitán Ronzalvez, pero eso a él le importaba un
huevo, pues tras dar órdenes y más órdenes, se había marchado a Niefang a cubrir el
mando hasta que llegara otro jefe destinado: <<Lo cierto es que debe estar jodido, pues
tiene que retrasar su permiso>> , pensó con malicia,<<pero yo también lo estoy…>>.
Tenía que comer ese caramelito, que le partía en dos los planes de pasar unos días
en Bata con “la Escopetilla”, que encima cuando se lo dijera no se lo iba a creer y le
montaría la escena de: <seguro que tiene que ver con “las primas”>. ¡Dios! pero por qué se
le había metido en esa cabeza tan dura que él era un castigador con las cuatro blancas
solteras que había por esas tierras… Sus labios dibujaron una sonrisa al recordar lo
inaguantable que estaba últimamente una de ellas, con el trajín que se traía con el bueno del
doctor Jiranzo. ¡Agustina y Anselmo! <<Como son las mujeres, hay que aguantar sus celos,
pero tú no tienes derecho a exponer los tuyos… ¡ni se te ocurra! Ella se fotografía con el
cantamañanas del ingenierito y no pierde comba tonteando a la puerta del Guría…>>. Su
mirada se cruzó con la del capitán. <<Deja lo que estás rumiando y atento a lo que te está
diciendo la mamba…>>.
- No, nada más. Y a ver si esta vez la operación tiene éxito y consigue apresar algún
pájaro; que no da una… Ya no le pido al león, pero sí alguno de sus cachorros… tragándose el tono de burla, “Ojos de Gato” salió del despacho.
185
Con un cabreo impresionante apareció en la oficina, en donde Barreal golpeaba las
teclas de la máquina de escribir, mientras silbaba un pasodoble. En la mesa de al lado, un
guardia que apenas sabía las cuatro reglas, hacía las veces de escribiente; sumergido entre
plumillas, tinta y secante, iba llenando con letra temblorosa la hoja en blanco que tenía
delante; de cuando en cuando, un goterón de tinta decoraba el papel.
- No me lo digas… ¿Mboeti? -las pobladas cejas de su compañero asomaban por
encima de las gafas, sin dejar de mirar las teclas de la máquina. Te ha dicho que te
encargues del caso Mboeti… ¡Será cabrón!, cuando perfectamente podría ocuparme yo; la
tiene tomada contigo, macho.
- No pasa nada. Como dice el proverbio árabe: “Me sentaré a la puerta de mi casa para
ver pasar el cadáver de mi vecino”, o algo así… Me voy a organizar la excursión de esta noche,
compañero, que presiento será divertida. Para empezar tengo que localizar al doctor, que
espero no se haya ido de caza…
Paró el Land Rover frente a la casa de su buen amigo, el doctor Jiranzo,un hombre
joven al que la gente tachaba de algo chiflado por sus excentricidades. Tenía dos pasiones
en la vida, al menos conocidas: una era la caza, por la que podía perderse durante días en lo
más profundo de la selva, durmiendo y comiendo lo que le ofrecían en cada poblado; y la
otra su perra Tierra, una hembra cuyo árbol genealógico se perdía en “mil días con sus
noches de amor perrunos”. Tocó varias veces con fuerza la bocina y esperó a que se
abriera la puerta.
- ¡Pasa, que tengo que enseñarte algo! –la figura de Anselmo se fundía entre una
camiseta calada y un pantalón corto dos tallas mayor de las que necesitaba. Con los pies
descalzos y la abundante cabellera sin peinar, parecía un pillastre de arrabal–. Pasa, pasa sonreía con sonrisa de iluminado; como si estuviera flotando en el aire; lo que indicaba a
“Ojos De Gato” que algo le estaba haciendo feliz y pensó, con ironía, que él también era
feliz; que era su día de suerte… <<¡Ja!>>, se rio para su adentro, ya que el joven doctor
aún no se había embarcado en una de sus famosas correrías por la selva: cuando así
sucedía, ya se sabía que estaba desaparecido en combate.
- Entra –le dijo con sonrisa alegre-. Te voy a enseñar algo maravilloso –y le
condujo hasta su habitación, en donde Tierra estaba tumbada en mitad de la cama
amamantando a media docena de cachorrillos. ¿No es realmente maravilloso?
- Sí… Una maravilla… -dijo clavando la vista en un viejo colchón tirado en el piso.
Desde luego que sabía de las rarezas de Anselmo pero esto era el colmo. De todos modos,
186
no iba a gastar saliva hablándole de los peligros que entrañaba dormir en el suelo, porque lo
sabía muy bien, así que pasó a lo que realmente le había llevado allí……
….¿Te han llegado mis cartas, amor? Te las envié con la guagua, con Elías el
“sofer”, con Juan Contreras, con Portafas el socio de Fresneda… ¿Te han llegado las
cartas? En ellas te contaba los escarceos amorosos de una de “las primas” con el bueno del
doctor; preguntaba por esa barca que el viejo Camaró está haciendo y a la que pondrá tu
nombre; te hablaba de Martín, el nuevo compañero que ha venido destinado al
campamento. El hombre parece no gozar de mucha salud… ya veremos lo que aguanta
bajo este sol abrasador… y de la triste noticia del paludismo cerebral que atenaza la vida
del pequeño de Barri, ¡pobre niño chico! ¿Te han llegado mis cartas?
……….
Hoy, 30 – junio – 1945
3n4lv3d1bl2 . 3 – q52r3d1 – s1r3t1:
- 1y3r – p4r – l1 – t1rd2 - t2 – 1b31 – 1scr3t4 – 5n1 – c1rt1, c51nd4 – ll2g4 – 1l –
c1mp1m2nt4 – B1rr21l – 3 – m2 – 2ntr2g4 – l1 – t5y1 – c4n l1 – f4t4 - …..
Inolvidable y querida Sarita:
Ayer por la tarde te había escrito una carta, cuando llegó al campamento
Barreal y me entregó la tuya con la foto. Que me llevé una alegría, huelga decirlo.
Cuando miro la foto, me parece un poco menos lejana la distancia que hay entre los
dos. Cuando te miro y te veo tan inmóvil, me hace gracia pensar en lo difícil que habrá
sido para ti el estar tan quietecita mientras te la sacaban. Viéndote, nadie podría
pensar lo nerviosilla que eres. Me pides te envíe la que te dije que tenía guardada para
ti, pero ahora no puede ser por tenerla dentro del baúl que ya está en el garaje, para
187
mandarlo a Niefang. Pues como te dije en mi anterior, voy a tener que estar un tiempo,
no sé cuánto, dando saltos de Evinayong a Niefang, cubriendo vacaciones y alguna otra
cosa que pueda surgir. De todas formas, quiero advertirte que no vale nada. No sabes
cómo he sentido la pérdida de mi álbum en el que tenía tantas fotos tuyas… y las
cartas; tus cartas… Lo siento tanto “Escopetilla”…
El capitán ya bajó a Niefang ayer por la mañana con Juan Rodríguez. Su
familia se ha quedado en esta y Amalia también. Creo que bajarán pronto. Barreal
bajará mañana a Bata con el caucho y, como estamos todos ocupados, Alejandro lleva
uno de los camiones. Esta carta junto con la otra te la entregará él. Yo por mi parte
tengo que quedarme a fin de terminar un sin número de cosas que me ha encargado.
Aparte del traslado de todo el material del garaje, me “recomendó” terminar los
detalles que quedaran sueltos. Hacer las almenas y techarlas con chapas de zinc. Luego
desmontar el motor de la luz y todas las instalaciones, además de otras muchas cosas
que quiere haga con toda rapidez para seguidamente trasladarme a Niefang. Quiere
que me encuentre allí mañana por la noche, así que puedes hacerte una idea de cómo
ando, máxime teniendo a mis compañeros desperdigados, pero te prometo que en
cuanto se despeje un poco el trabajo iré a verte.
Me hago cargo de cuanto me dices sobre los comentarios que sobre nosotros
hacen por allí. A mí me es completamente indiferente, pues nada me importa de lo que
digan y, por otro lado, tengo la seguridad de que ya se cansarán de hablar.
Bueno Sarita, como casi no tengo tiempo para terminar mis cosas por esta, y no
teniendo nada más que contarte, doy por acabada la presente, recordándote lo mucho
que te quiero y esperando poder pasar muy pronto, aunque sea, unas horas juntos.
A partir de ahora, cuando me escribas, le das la carta a alguien que vaya para
Niefang o bien la mandas por correo. Lo mismo haré yo y, como es natural, ahora
podremos hacerlo con mucha más frecuencia por estar más cerca. Por lo pronto
contéstame por medio de Barreal. Ambolo.
Te quiere y no te olvida
Ángel
……….
188
Niefang,
21 – 7 – 1945
M3 – q152r3d3s3m1 – 2 – 3nolv3d1bl2 – S1r3t1:
- 1y2r – p4r – l1 – t1rd2 – b1j2 – d2 – 2v3n1y4ng – c4n – 2l – c1p3t1n – 2 – 1 – m3 –
ll2g1d1 – 1 – 2st1 – m2 – 2nc4ntr2 – c4n – t5 – c1rt1……
Mi queridísima e inolvidable Sarita:
Ayer por la tarde bajé de Evinayong con el capitán y a mi llegada a esta me
encontré con tu carta, la que desde luego ya me figuraba se encontraría. Yo no pude
escribirte en el correo de ayer por el hecho de que salía la guagua cuando nosotros
llegábamos. Pero como ves, te escribo unas líneas para que, a la primera oportunidad
que se presente, puedan llegar hasta a ti.
Creo que subiré nuevamente a Evinayong pasado mañana, pues el gobernador
viene el día veinticinco y para esa fecha hay que tenerlo todo preparado. Supongo que
allí pasará solo un par de días, de forma que antes del día treinta estamos otra vez
aquí; así podré bajar a Bata para verte. Seguramente lo haga con el camión del
caucho.
De Evinayong
te puedo decir que como consecuencia de la llegada del
gobernador las señoras “no se entienden”: la de Rodríguez se ha metido en la cama, la
del teniente dice que tiene la barriga muy gorda y la del capitán tiene pocas ganas de
“saber”. Con ello te quiero decir que el jaleo de las comidas de los días que esté todo
el séquito por allí no sé cómo lo van a solucionar. Comprendo que Amalia haya
cortado por lo sano en vista de lo que se le venía encima; pues ya sabes que al final,
con estas cosas, quienes se ven libres de estos líos son “las damas de la alta sociedad”.
En fin, tengo que confesarte que a mí, cuando he visto la situación, me ha venido a la
cabeza una riña entre comadres.
Según me contó Salgado, la verbena de la otra noche en Bata estuvo muy
animada. Ese día estuve pensando en lo bien que lo hubiéramos pasado los dos juntos;
189
habríamos bailado y nos habríamos divertido mucho. No obstante, como no estuviste
allí, poco me importó la fiesta.
Dices que en todo momento te acuerdas de mí y que tienes muchísimas ganas de
volver a verme. A mí me sucede lo mismo. Estoy muy ilusionado con el día del bautizo
de la nena de Trapero, pues así estaríamos los dos juntos en la fiesta y, como es
natural, también daríamos un paseo por la playa, en donde estaríamos los dos solos y
así podría decirte lo mucho que te quiero mientras te doy un millón de besos…
¡Oye! ¿Ya te vas enterando de cómo se guisan las patatas y como se zurcen los
calcetines? Digo esto porque como recordarás te hice esta advertencia cuando estuve
la última vez contigo. Quiero que cuando seas mi mujercita vea en ti las habilidades
propias de la mujer casada <Inciso de la que escribe: esa batalla la tenía perdida de
antemano>, pues debes de pensar que no siempre vamos a vivir en Guinea y que, por lo
tanto, cuando estemos en España no podrás contar con boys y cocineros.
Creo que esta vez, cuando baje, lo haré sin tanta prisa como en la anterior y
como ya no trabajas tendremos mucho tiempo para estar juntos. Con ello podremos
hablar de todo y formar nuestros proyectos para el porvenir. Estoy convencido de que
hemos de ser muy felices. Como me gustaría que ahora estuvieses a mi lado, pues así
las horas serían menos horas…. Menos lentas…. Aún así me consuelo pensando en que
llegará el día en que no nos separemos jamás.
Como te digo al principio, pasado mañana espero subir a Evinayong, de todas
formas tú escríbeme a esta pero procura pegar bien la carta para evitar que algún
curioso se entere de su contenido.
Con esto doy fin a la presente y ahora miraré si sube alguien que te la pueda
entregar.
Adiós cariñín, que lo pases muy bien. Recibe un millón de besos de mi parte.
Que sepas que te quiero muchísimo y que no te olvido, es lo único que me queda por
decirte, por ahora…
Ángel
190
……….
23 – 7 – 1945
S3mp1t3c1 – 3 – q52r3d3s3m1 – S1r3t1:
- 2st1 – 2s – l1 – f2ch1 – 2n – q52, – p2s2 – 1l – 3nt2r2s – q52 – h2 – p52st4 –
p1r1 – r2m3t3rt2 – l1 – c1rt1, - q52 – c4m4 – v2s – t2 – t2n31 – 2scr3t1 – d2sd2 – 2l –
4tr4 – d31 – n4 – h2 – p4d3d4 – t4d1v31 – h1c2rl4 – p4r – n4 – h1b2r – v3st4 –
n3ng5n1 – p2rs4n1 – c4n4c3d1 – q52 – s5b32r1 – 1 – 2s1 – p1r1 – ll2v1rt2l1…..
Simpática y queridísima Sarita:
Esta es la fecha en que, pese al interés que he puesto para remitirte la carta, que
como ves te tenía escrita desde el otro día, no he podido todavía hacerlo por no haber
visto a ninguna persona conocida que subiera a esa para llevártela. No sé si hoy tendré
más suerte pero por si así no fuese, como mañana por la mañana subo nuevamente a
Evinayong, dejaré esta para que te la suban en el correo. Aunque no te mereces que te
vuelva a escribir ya que tú en la guagua del sábado no lo hiciste, y eso igual me hace
pensar que no te acuerdas tanto de mí como dices. Sin embargo, para que veas que yo
te quiero algo más que tú a mí, te escribo sin condiciones.
Hoy acabaré de organizar las cosas para trasladarlas mañana. Me espera
mucho trabajo, bueno, como siempre. Menos mal que ya tengo montada toda la
instalación de la luz.
Nada más tengo para decirte por ahora, solo lo que tú ya sabes; y es que te
quiero y no te olvido.
Ángel.
……….
Niefang, 24 – 7 – 1945
191
M3 q5r3d3s3m1 - 2 – 3n4lv3d1bl2 - S1r3t1:
1y2r – p4 – l1 – t1rd2 – m2 – d32r4n – l1 – c1rt1 – q52 – c4n – 2l – c1p3t1n –
Vazq52z – m2 – r2m3t31s - …..
Mi queridísima e inolvidable Sarita :
Ayer por la tarde me dieron la carta que con el capitán Vázquez me remitías.
Creo que más o menos a la misma hora recibirías otra mía que con Fresneda te mandé.
En ella te decía que hoy subiría a Evinayong y estoy a punto de hacerlo.
Me ha llamado Barri a la oficina para decirme que ha recibido carta de
Trapero invitándonos al bautizo. A mí me escribe también un poco diciéndome que
aunque tenga que decirle al capitán que me voy a sacar una muela, que baje. Leyendo
la carta se encontraba con nosotros Ricardo, el de Abascal y haciendo proyectos para
el viaje hemos quedado en que Barri y su señora bajaran con César, el padrino, y
Ricardo y yo lo haremos en el camión. Referente a la madrina todo el mundo está de
acuerdo en que vas a ser la más guapa, ¡vaya descubrimiento!
Creo que en Evinayong no estaremos más que dos o tres días.
Nada más tengo para decirte, y por otra parte tengo prisa, pues como te he
dicho salgo ahora para arriba.
Con muchos besos y queriéndote mucho, me despido hasta pronto.
Ángel
……….
Niefang, 27 – 7 – 1945
Q52r3d3s3m1 – S1r3t1:
- 1n4ch2 – m2 – 2ntr2g1r4n – t5 – c1rt1…
Queridísima Sarita:
192
Anoche me entregaron tu carta y, como siempre, quiero escribirte algo, para
que veas lo mucho que te quiero y lo bien que me porto.
Creo estarás enterada de que lo de la llegada del gobernador se quedó en
“agua de borrajas” y que por tal motivo tuvimos que dejar suspendidos todos los
trabajos y preparativos para el festejo. De esto me he alegrado mucho pues maldita la
gana que tenía de subir a Evinayong en esos días, pues me habría sido bastante difícil,
por no decir imposible, estar en Bata para el bautizo, lo que como comprenderás me
habría disgustado muchísimo.
Me preguntas en tu carta que si en este barco he recibido muchas cartas <ya me
figuro la intención de tu pregunta>. Por lo pronto te diré que a mi poder no ha llegado
ninguna, quizá por el hecho de que, casi todo el correo, dicen, se lo han quedado los
ingleses*. De todas formas, en caso de que llegue, no tendría nada de particular de que
recibiera carta de alguna chica que otra: esto bien sabes que te lo he dicho en más de
una ocasión y que con la que más me escribía era con la de Barcelona <la de la foto
que tú rompiste>. También sabes de sobra que desde que voy en serio contigo no he
vuelto a escribir a ninguna, pues bien sabes que no quiero a nadie más que a ti. Todas
las cartas que reciba te las enseñaré y es de suponer que en ellas me digan, o mejor
dicho, se quejen de no recibir ninguna mía.
El día uno bajaremos muy temprano para estar allí a la hora del bautizo.
Bueno cariñín, no sé qué te voy a contar más pues ya quedan pocos días para
vernos,
y siempre será mejor conversar personalmente ya que así tendré la
probabilidad de darte muchos, muchos besos, mientras te digo lo mucho que te quiero.
Ángel
Casi todo el correo dicen que se lo han quedado los ingleses…*: durante la II Guerra
Mundial, el control británico en el estrecho de Gibraltar estaba dirigido a los buques
neutrales que llevasen mercancías de origen alemán. Para eso estaban los “navicerts”, que
eran unos
permisos de navegación expedidos por las autoridades aliadas para llevar el
control de dichos barcos. En el caso de los españoles, los navicerts eran necesarios hasta
para navegar entre puertos del territorio. Los impedimentos que ponían los ingleses a los
193
barcos españoles no se limitaban solo a las mercancías, sino que se extendía al control de
pasajeros, registro de la correspondencia e incluso, la revisión de las valijas diplomáticas.
……….
Niefang, 4 – 8 - 1945
Querida Sarita:
Como ves, aun cuando salí de esa un poco malo y este malestar todavía le tengo,
quiero aprovechar la guagua de hoy para escribirte estas líneas que desde luego te las
mando por correo conforme lo que acordamos. Como te digo, todavía no me encuentro
muy bien y, pensando sobre ello, creo que es debido al mucho sol que en tu compañía
tomé por Bata, si bien a ti nada te afectó, y por consiguiente veo, eres más fuerte que
yo. Acompaño una carta para San Jaime, pues resulta que mi lata de aceite y la de
Contreras, se le olvidó ponerla en el cajón del suministro. Si no quieres llegarte tú por
su factoría, puedes “mandársela al boy” <mandársela con el boy>. También te mando
el tiket y el recibo <vale> de la quinina, para esto no hace falta que te molestes ni
molestes a nadie. Se lo das al boy en un rato que no tenga nada que hacer, y que lo
lleve al hospital donde se lo entregarán, al igual que han hecho para Barri. No hace
falta que lo guardes tú allí hasta que yo baje, pues por ahora ya tengo para unos
cuantos días. En la próxima te escribiré más. Ahora no lo hago porque aquí en la
oficina hay mucha gente, y además tienen trabajo, y por otro lado no sé tampoco qué te
podía decir. Ya me dirás cómo van los “radio escuchas” por ese campamento y qué
cara gastan unos y otros.
Sin más, en espera de la tuya y prometiéndote escribirte más en otra, queda este
que sabes que te quiere.
Ángel
……….
Niefang, 10 – 8 - 1945
194
Querida Sarita:
Esta mañana me entregaron tu carta por la que me entero sigues tan
trabajadora… como yo.
Quieres te diga si me encuentro ya bien del resfriado y, para complacerte, te
diré que sí, que todo fue cuestión de dos días. Con lo que una vez más se cumple aquel
de: “hierba mala no peligra” <verás me hago bien el género>*.
Te quejas por lo breve que en mi anterior he sido, más bien sabes que no tenía
tiempo para más, por lo menos para poder habértela remitido con la “pikú”. Por otro
lado, bien puedes comprender que de esta gran ciudad tampoco se pueden dar muchas
noticias. Todo es siempre igual y, de no ocurrirnos nada a nosotros, lo demás no creo
te pueda interesar.
Quieres que cuando baje el camión lo haga yo también, esto no hace falta que
me lo digas, puesto que tanto interés que puedas tener en ello lo tengo yo también. De
momento no sé cuándo bajaremos, más ten la seguridad de que lo haré tan pronto se
me presente la oportunidad.
También por esta nos vamos enterando de las noticias poco agradables, que por
medio de la radio se van recibiendo. Por lo que veo a Camaró, y a otros que no son
precisamente Camaró, se les quitará en parte el sueño. Por mi parte no soy tan
pesimista, y además entiendo que sea lo que sea, no debemos preocuparnos puesto que
todo eso perderemos, o sea que nada solucionaríamos con ello.
Si es que viene “El Dómine” antes de que yo baje, no te olvides de comprarme
AJOS, cosa que creo ya te encargué la otra vez.
También espero que lo de la quinina no lo hayas echado en el olvido, y digo esto
porque ya me queda poca. Si no la has podido sacar no te preocupes, pues tengo
atepé*. Guarda, no obstante, los cupones de mi libreta que te mandé para los próximos
meses.
Me dice Contreras que le digas a tu padre que guarde los cerdos y cuide la
huerta, puesto que ha de ser lo único que va a valer. Esto lo dice él, mas sin embargo
cada día fisgonea más todas las cosas, a fin de ver a quién puede robar una peseta. Con
este, aún cuando nos pasamos la vida como el perro y el gato, me llevo muy bien.
195
Dices que “el domingo me divierta”, ¿por qué me dices eso? Casi me parece
ver la intención de ello. Más bien sabes que no te tienes que preocuparte por nada,
puesto que soy más formal que todo eso.
Vila bajó ayer por allí, me preguntó si estaba todavía “la Maruja”, se ve que se
le ha olvidado pronto lo de las bofetadas. Ya me dirás si ha estado en el campamento,
que no creo.
Esta te la mandaré por correo mañana y, en caso de que baje algún conocido, se
la daré en mano a fin de que llegue antes a tu poder.
Nada más. Que duermas mucho, trabajes poco y que engordes un poquitín. Es lo
que te desea este que sabes te quiere mucho.
Ángel
P.D.: Se me olvidaba decirte, que en el banco <sillón> en que estuve sentado en tu
casa cuando fui a despedirme con Barri, dejé olvidadas unas sierras pequeñitas. Quizá
por lo pequeñas no os hayáis dado cuenta de ellas y se las hayan llevado con la escoba
los boys. En caso de que las tengas, las guardas pues me hacen falta, ya que las quería
para el ébano.
A noche dijo la señora del doctor que ibas a subir a pasar unos días. También la de
Barri dice que subas para estar en su casa. Si te dejan podrías subir una vez que se
haya marchado el gobernador. Tú verás y me dirás lo que decides. Todo depende,
desde luego, de lo que en tu casa quieran.
Ambolo.
Atepé*: quinina
verás me hago bien el género*: Esta frase parece fuera de contexto, aunque tal vez para
ellos tuviera algún significado.
……….
14 – 8 – 1945
196
Querida Sarita:
Nada más que dos líneas para decirte que te escribí el sábado y que hasta la
fecha no he recibido contestación, cosa que esperaba en la guagua de hoy.
Aprovecho que el coche del subgobierno ha llegado hasta aquí, para enviarte
con el chofer esta carta.
No sé si podré hacerlo, pero tengo la intención de bajar a esa el próximo
domingo. En caso de que hubiese algún impedimento te avisaría con antelación.
Mañana iré a Evinayong para bajar en el mismo día, pues tengo que recoger
algunas cosas del garaje que quedaron allí.
Me figuro que estaréis enterados de que el capitán se marcha por fin para
España en el Dómine. No sé quién vendrá, ni si dejarán la compañía en Niefang o
pasará nuevamente a Evinayong. Yo no quisiera por ningún concepto volver allá, pues
estoy más lejos de ti….
Ya lo dejo, pues como te he dicho quiero que el chófer te lleve esta carta y, como
no puedo precisar el tiempo que aquí va a estar, prefiero acabar ahora y entregársela.
Saludos a todos y tú ya sabes que te quiero mucho y no te olvido.
Ángel
……….
Niefang, 16 - 08 - 1945
Q52r3d1 - S1r3t1:
Por el doctor de esta recibí tu carta de anteayer a la noche, y el mismo día te
había mandado yo otra por el “sofer” del Subgobierno. Hoy vuelvo nuevamente a
hacerlo, aprovechando que baja la “Piku” <Pickup> a esa y con Elías <el sofer>, te
mando la presente a la que tú podrás contestar si tienes tiempo, con el mismo. Ayer por
la tarde bajé de Evinayong a donde había subido por la mañana, conforme a lo que te
decía en mi anterior. Allí no pude verme con nadie puesto que estaban todos en misa.
197
Tan solamente estaba la mujer de Rodríguez, la que se portó muy amablemente y nos
dio de almorzar. Nada me habló referente a ti, cosa que me extrañó mucho
conociéndola como la conozco. Tienen pensado bajar a mediados del mes que viene a
esa, a fin de comprar cosas y pasar unos días por allí. A tu amiga Agustina la vi al
pasar y me dijo adiós muy cariñosa, lo que también me extrañó. Según me dijo la de
Rodríguez, ahora no hay quien le aguante pues el doctor la suele subir y bajar por las
noches a casa con la “piku” del campamento, por lo que sin dudarlo se dará más porte
que una emperatriz.
Anoche llegó a esta Martín, el instructor nuevo. Me dijo que había estado
hablando contigo. Como cenó con nosotros, entre él y Contreras me dieron la gran
tabarra con respecto a nuestras relaciones. Me echaron cincuenta veces en cara lo que
te he dicho yo a ti muchas veces. Que puedo ser tu padre y que es un absurdo el que me
hayan dejado en tu casa hablar contigo. Yo me defendía como podía, pero en parte sé
que tienen razón, mas te quiero demasiado para hacerles mucho caso.
El capitán baja hoy para esa y no sé cuándo subirá. Creo que yo podré bajar
también, a fin de poder pasar unos días en tu compañía, pues también me parece que
hace un sinfín de tiempo que no te veo. Como habrás visto, esta carta te la empezaba a
escribir con clave, mas ahora que me doy cuenta que te la llevaba Elías en mano, he
dejado de hacerlo. Si tú escribes, se la das a él y le dices que la meta en el bolsillo, digo
esto para evitar que la meta en la “pikú” y pudiera haber algún curioso que la mirase.
Sobre los trabajos que me dices hago de ébano, nada hay por el momento. Estos días he
tenido bastantes cosas que hacer, no obstante, puedo decirte que tengo casi terminado
un portarretratos para la foto tuya que tienes en esa, a fin de que le quites el marco que
tiene, ya que aquel es de pared y no para repisas. No sé si te gustará, lo hago también
de ébano.
¡Bueno cariñín! Veo no te han gustado los tangos que te mandé y menos todavía
la firma de los mismos. Cuando me dices que te los mandaba repetidos, he mirado en
los papeles míos y he visto que efectivamente era así. Además el que dejé de mandarte
también lleva la firma que tanto te gusta. Con esta la adjunto una vez borrada aquella.
Espero te veré pronto y que con ello hablaremos personalmente de muchas
cosas.
Sabes te quiero muchísimo y que no te olvido un momento.
Ángel
198
……….
Hoy, 17 – 8 – 1945
M3 – qu2r3d3s3m1 – 2 – 3n4lv3d1bl2 – S1r3t1:
- s4n – 1h4r1, - pr2c3s1m2nt2, – l1s – c3nc4 – d2 – l1 – t1rd2 – l4 – q32 –
q532r2 – d2c3r – q52 – h1c2 – d32z – h4r1s – q52 – n4 – t2 – v24…. –
Mi queridísima e inolvidable Sarita:
Son ahora, precisamente, las cinco de la tarde, lo que quiere decir que hace
veinticuatro horas que no te veo. Por ello y con la sola idea de tenerte contenta con mi
comportamiento, y para demostrarte una vez más lo muchísimo que te quiero y que no
te olvido ni un solo momento, te escribo hoy mismo pues de no hacerlo así, no sé los
días que tardaría para encontrar otra ocasión. Digo esto porque mañana subiré a
Evinayong con el capitán y una vez allí no sé lo que decidirá. Por lo tanto, como
mañana irá para esa la guagua, aprovecho esta oportunidad.
Recordarás te dije, antes de venirme, que un día de estos bajaré a recoger la
gasolina. Esto es una suposición mía, ya que nada me han dicho sobre el particular,
pero me baso en que ya nos queda muy poca y, por otro lado Alejandro, el chófer del
camión, está enfermo y de todos los morenos que aquí tengo es el único que lo sabe
manejar. Lo que me hace pensar que tendré que llevarlo yo, por lo que estoy encantado
aún cuando el viaje sea tan penoso. pues ya sabes cuánto me gusta estar a tu lado y
estoy convencido de que en cuanto pueda llamarte mi mujercita seré completamente
feliz. Ya sé que me dijiste que este domingo irías al baile, pero es que no acaba de
gustarme que lo hagas sin mí… bueno, pórtate bien y procura que no se te acerquen los
chichiribailes.
Me acaban de decir que mañana sube a esta Álvarez para reponer las cabras en
el mercado, con él te enviaré la carta.
Bueno preciosidad, no quiero escribirte más, pues no sé lo que te diría. Me
parece que para ser por carta ya es bastante, el resto lo dejaré para cuando estemos
199
juntos. Te tengo que contar lo de la otra noche con “la Maruja”; aquello que nos contó
Herrera a Barri y a mí, pero lo haré cuando nos veamos, re vas a reír mucho…
Guárdame la novela que te he dejado esta mañana pues la tengo a medio leer.
Recibe muchos besos y todo el cariño de que soy capaz. Firmaría “Federico”,
pero como no quiero que te enfades lo haré con el del “Calos Vélez” . Guarda bien las
cartas o rómpelas, pues como comprenderás la clave no es nada difícil, y no quisiera
que en un descuido desaparecieran. Te quiero.
Ángel
……….
Evinayong, 18 - 8 - 1945
Querida Sarita:
Como ves no bajo esta vez con el camion y, siendo Juanito el que lo hace, te
envio con el estas lineas para que sepas que aun vivo y que, por consiguiente, no te
olvido ni un solo momento.
No te escribo conforme tu deseas, o sea a mano, y al hacerlo asi es debido a que
con lo de establecerme en la nueva casa que acaban de hacerme me esta originando un
trabajo grandisimo. Ayer fue la primera noche que dormi en ella y hoy, cuando
empiezan a guisarme en mi cocina.
Barri no subio conmigo por el hecho de que su pequeño estaba enfermo, al
parecer, de un ataque de paludismo cerebral. Por ello tampoco Rodriguez y su señora
bajaron. Yo he estado estos dias viviendo con ellos y en honor a la verdad debo de
decir que se han portado estupendamente bien.
Yo creo que bajare para haberes, si es que no hay nada que me lo impida, y
despues ya pedire permiso para estar en esa, en la fiesta del Pilar, o sea para el doce
del proximo.
200
La guagua hace el servicio a esta cada cinco dias, asi que por lo menos, aun
cuando por correo tenga que ser, nos podemos comunicar con bastante frecuencia.
Creo que cuando suba el camion de esa, marchare con Rodriguez a Akurenan,
a hacer un viaje de caucho y al mismo tiempo para ver como sigue “la Trini con su
pijama”.
Cuando me contestes, dime como sigue Martin, si salio ya del hospital o que es
lo que hace. Si esta en el campamento le das mis recuerdos. Tambien me diras como va
la barca de Camaro y para cuando piensa la podremos probar.
Todavia no he empezado con el bar tuyo. En Niefang, Abascal mando me
serrasen un poco de madera de palisandro a fin de que aun cuando el trabajo no tenga
merito, sea por lo menos de madera que merezca la pena.
De tus primas de esta te dire que siguen tan… tan… como siempre. La que tu
sabes se peina ahora con dos trenzas hacia adelante pues, al parecer, ahora su locura
es el sentirse infantil. Por lo demas aqui nada de particular ocurre, todo esta igual que
antes menos mi casa, que como te enterarias por la prensa, se quemo.
Ya me contaras la vida que haces, asi como tambien los piropos que por Bata te
echan. Tambien me hablaras de los amores de “Elena y Don Torcuato”.
Como ves te escribo poco, y creo que es porque como todavia no me “he
sentado fuerte en esta”, me encuentro para todo desorientado.
Contestame con el mismo. Recuerdos a tu casa y ya sabes, te quiere.
Angel
P.D.: La carta esta escrita bien mal y por otro lado, la maquina no tiene acentos. Como
veras no echo yo la culpa al pulso, que es lo que sueles decir.
Por lo que respecta a la falta de acentos, cabe que no los echases en falta.
……….
22 – 8 – 1945
Querida Sarita:
201
Te escribo estas líneas en contestación a la buena nueva que nos has dado a
todos los del campamento. La noticia ha corrido como la pólvora y de alguna u otra
manera se está celebrando la vuelta del pequeño a este mundo. Una vez más se
confirma que los designios de Dios son inescrutables, y que el paludismo cerebral que
se había adueñado de él ha quedado en un mal sueño.
Con un abrazo para Barri y un beso para Rosita y el pequeño, me despido no sin
antes decirte lo mucho que te quiero.
Ángel
……….
24- 8 - 1945
Querida Sarita:
Acabo de llegar de Evinayong y, como quiera este moreno para esa, te escribo
estas líneas para que sepas no te olvido. Te advierto que me ha sido imposible el
haberte escrito antes, pues con lo del gobernador no nos ha dado tiempo para nada.
Creo estarás enterada de que la Compañía vuelve nuevamente a Evinayong. Yo
creo que subiré con Barri pues este ha sido destinado nuevamente allí. De todas
formas no sé a punto fijo cuándo marcharé.
Con el correo de hoy te escribiré más extensamente y te contaré muchas cosas,
ahora no lo hago porque este camión va a salir de un momento a otro. Creo que no
tardaré mucho en bajar por allí, ya que con lo de la marcha del capitán tendré que
hacer algunos viajes.
Si puedes me contestas con este mismo moreno.
Te quiere,
Ángel
202
¿Cuántas cartas has recibido? Yo he tenido siete. Cuatro de quien tú sabes, ya te las
llevaré.
……….
Niefang, 24 - 8 - 1945
3n4lv3d1bl2 – 3 – q52r3d1 – S1r3t1:
- c4m4 – t2 – d3g4 – 2n – l1 – n4t1 – q42 – h1c2 – 5n4s – m4m2nt4s – t2 –
m1nd2 – c4n – 2l – m4r2n4,- t2 – v52lv4 – 1 – 2scr3b3r – c4n – m1s – c1lm1,- p52s –
1nt2s – n4 – l4 – h3c2 – p4r – f1lt1 – d2 – t32mp4 – p1r1 – 2ll4.- P52s – b32n –
c1r3ñ3n.- N4 – s2 – s3 – s1br1s – q52 – 2st4s – d31s – q52 – h2 - 2st1d4 – p4r –
2v3n1y4ng, - m2 – h1 – s3d4 – 3mp4s3bl2 – m1nd1rt2 – n3ng5n1 – c1rt1,- h1 – s3d4 –
d2sd2 – l52g4 – p4r – 2l – m5ch4 – tr1b1j4,- q52 – c4m4 – c4mpr2nd2r1s,- h2 –
t2n3d4. – Y4 – s5b3 – 2l – m3sm4 – d31 – q52 – 2st5v2 – 2n – 2s1. – S1l3 – d2 - 1q53
– p4r – l1 – n4ch2 – 3 – n1d1 – m1s – ll2g1r – t5v2 – q52 – 2st1r – h1c32nd4 – 5n –
s3n – n5m2r4 – d2 – c4s1s – q52 – m2 – t2n31n – pr2p1r1d4s. – S2 – h3c32r4n –
b52n1s – f32st1s – c4n – l1 – ll2g1d1 – d2l – g4b2rn1d4r, - 3 – t5s – 1m3g1s – d2 –
1ll3 – 2st5v32r4n – 1ll3 – 2n - ¿? – d2 – c4q52t2o - p2r4 – t1n – t4nt1s – c4m4 –
s32mpr2. - 1 – m3, - n4 – s2 – p4rq52, – m2 – h1bl1n – c4n – m1s – s3mp1t31 – q52 –
1nt2s – p2r4 – y4, - 1l – 3g51l – q52 – s32mpr3, - n3 – l2s – h1g4 – c1s4. – 1l – d31 –
s3g532nt2 – f53m4s – 1 – l1 – m3n1 – d2 – 4r4 – c4n – 2l – g4b2rn1d4r, - 3 – d2m1s –
p2rs4n1l – q42 – l2 – 1c4mp1ñ1b1. Pr2s2nc32 – c4n – t1l – m4t3v4 – 5n1 – pr52b1 –
d2 – l1 – b5sc1 – d2l – 4r4, - 3 – t2 – p1rt3c3p4 – q52 – 1 – p1rt2 – d2 – l4 – q52 –
p52d1 – s5p4n2r – 2l – v1l4r – d2l – m3sm4, - l4 – d2m1s – n4 – t32n2 – n1d1 – d2 –
p1rt3c5l1r, - y1 – q52 – t4d4 – s2 – r2d5c2 – 1 – l1v1r – l1 – 1r2n1. – M1s – d2 – l4 –
q52 – t2 – d3g4 – 1nt2r34rm2nt2, - m2 – 3nt2r2s1 – l4 – q52 – d3j4 – 2l – c1p3t1n, - 3
– 2ll4 – 2s – l4 – q52 – s3g52: - d3j4 – q52 – c4m2nt1nd4 – l4 – d2l – 3nc2nd34, - l2 –
h1b31 – d3ch4 – q52 – m2 – p1g1r31 – l4s – p2rj53c34s – 3 – q52 – p1r1 – 2ll4 – l2 –
m1nd1s2 – 5n1 – 3nst1nc31 – 1 – s1nt1 – Is1b2l, - q52 – 2l – y1 – s1c1r31 – 2l - d3n2r4
– d2 – 1lg5n – l1d4. – C4m4 – c51nd4 – s2 – h3z4 – l1 – 3nf4rm1c34n – f52r4n –
203
v1l4r1d1s – l1s – c4s1s – q52 – s2 – m2 – q52m1r4n – 2n – d4s – m3l – s23sc32nt1s –
p2s2t1s, - 3 – y1 – l4 – t2n31 – t4d4 – c4m4 – p2rd3d4, - c4mpr2nd2r1s, - m2 – 1gr1d4
– l1 – n4t3c31. – T1mb32n – m2 – d3j4 – r4dr3g52z – q52 – l2 – h1b31 – d3ch4 – 2l –
c1p3t1n – 1y5d1nt2, - q52 – 1 – pr3m2r4s – d2 – 1ñ4 – n4s – s5b2n – 2l – s52ld4 – 2n
c32nt4 – v23nt3c3nc4 – p2s2t1s – m2ns51l2s, - 3 – q52 – l4 – d2l – c15ch4 – 3 – 2l c1f2 – t1mb32n – c4rr2sp4nd2, - 2n s5 – p1rt2 – pr4p4rc34n1l, - 1 – l4s – 3nstr5ct4r2s.
– T1mb32n – t2 – d2c31 – q52 – l1 – c4mp1ñ31 – r2gr2s1 – n52v1m2nt2 – 1 –
2v3n1y4ng - 3 – q52 – p4r – l4 – t1nt4, - t2ndr2 – q52 – v4lv3r – n52v1m2nt2 1ll3. –
Cr22m2 – q52 – 2st4 – n4 – m3 – h1c2 – n3ng5n1 – gr1c3a – d1d4 – 2l – c1s4 – d2 –
q52 – n32f1ng – m2 – g5st1 – m5ch3s3m4 – m1s, – 3 – 1d2m1s – m2 – 2nc52ntr4 –
m5ch4 - m1s – c2rc1 – d2 – t3. B1rr3 – t1mb32n – s5b3r1 – p52s – y1 – s2 – l4 – h1n –
d3ch4. – S3n – 2mb1rg4, - t4d4 – d2p2nd2 – d2 – l4 – q52 – r2s52lv1 – 2l – pr3m2r –
j2f2. – C1s4 – d2 – q52 – 1cc2d1 – b1j1r – 1 – 2st1 – 5n4 – d2 – l4s n52v4s. – Y4, –
c4m4 – t2 – d2c31, - n4 – s2 – q52 – pl1n – t2ndr2 – p52s – s3 – b32n – 2l – c1p3t1n –
d3c2 – q52 – t2ng4 – q52 – s5b3r – p1r1 – q52 – f5nc34n2 – l1 – s32rr1. – N4 – t2ng4
– n3ng5n1 – g1n1 – d2 – tr1b1j1r – 1ll3. – R2c4rd1r1s, - t2 – d3j2, - q52 – 2st1nd4 –
c4nt3g4 – y1 – m2 – g5st1 – 2v3n1y4ng, - p2r4 – q52 – p1r1 – 2st1r – s4lt2r4 – 2s –
1b5rr3d3s3m4.
T2 – h2 – d3ch4 – t1mb32n – q52 – r2c3b3 – v1r31s – c1rt1s – 2n – 2st2 – c4rr24 –
d2 – t4d1 – m3 – f1m3l31, - q52 – 2st1 – b32n – l4 – q52 – m2 – tr1nq53l3z1 – m5ch4, p52s – 2st1b1 - pr24c5p1d4 – p4r – l1 – f1lt1 – d2 – n4t3c31s. – C4n r2sp2ct4 – 1 – l1s
– q52 – d2 – b1rc2l4n1 – h2 – r2c3b3d4, - t2 – d3r2 – q52 – c51tr4, - l1s – q52 – t2 –
2ns2ñar2 – c51nd4 – b1j2 – p1r1 – q52 – t5 – l1s – l21s, - 3 – v21s – q52 – p4r – m3 –
p1rt2 – n4 – h13 – y1 – n1d1 – p4r – 1ll3. – Cr2o – q52 – m3st2r – F2d2r3c4 –
t1mb32n – t2 – h1 – 2scr3t4 – 3 – c4m4 – 2s – n1t5r1l, - m2 – h1br1s – d2 – 2ns2ñ1r l1s - c1rt1s. – 2st1 – t2 – l1 – m1nd4 – p4r – c4rr24, - 1 – n4 – s2r – q52 – d2 – 1h4r1
– 1 – m1ñ1n1 – t2ng1 – m2j4r – m2d34 – d2 – m1nd1rt2l1. – Y1 – m2 – d3r1s – s3 –
b13l1s – m5ch4, - 3 – 2n – c1s4 – d2 – s2r – 1s3 – t2 – m1nd1r2 – p1r1 – s52l1s – d2 –
z1p1t4s, - 5n – tr4z4 – d2 – n25m1t3c4 – 1 – f3n – d2 – q52 – 2st4s – t2 – 1g51nt2n –
m5ch4 – m1s.Cr24, - n4 – 4bst1nt2, - q52 . n4 . t2 . h1r1n – f1lt1. – 2sp2r4 – t2 – v2r2 –
pr4nt4, - p52s – l4 – m1s – pr4b1bl2 – s2r1 – q52 – 2l – c1p3t1n – t2ng1 – q52 – b1j1r
– v1r31s – v2c2s – 1nt2s – d2 – m1rchar – p1r1 – 2sp1ñ1. –
204
S1b2s – m5ch1s – g1n1s – d2 – v4lv2r – 1 – v2rt2, - 3 – c51nd4 – b1j2 – m2 –
g4st1r31 – f52s2 – s3n – pr3s1s – y1 – q52 – h1st1 – 1h4r1 – s32mpr2 – h1n – s3d4 –
v31j2s – pr2c3p3t1d4s.
C4n – m4ch4s – b2s4s, - s3n - 4lv3d1rt2 – 5n – s4l4 – m4m2nt4, - 3 – q52r32nd4t2 –
m5ch3s3m4, - d43 – f3n – 1 – l1 – pr2s2nt2.
Ángel
Recuerdos en tu casa.
Espero no te habrás olvidado de avisar a San Jaume para que nos guarden los AJOS.
Niefang, 24 – 8 – 1945
Inolvidable y querida Sarita:
Como te digo en la nota que hace unos momentos te mandé con el moreno, te
vuelvo a escribir con más calma, pues antes no lo hice por falta de tiempo para ello.
Pues bien cariñín, no sé si sabrás que estos días que he estado por Evinayong me ha
sido imposible mandarte ninguna carta, ha sido desde luego por el mucho trabajo que,
como comprenderás, he tenido. Yo subí el mismo día que estuve en esa. Salí de aquí por
la noche y nada más llegar, tuve que estar haciendo un sin número de cosas que me
tenían preparadas. Se hicieron buenas fiestas con la llegada del gobernador y tus
amigas de allí estuvieron en .....*de coqueteo, pero tan tontas como siempre. A mí, no
sé por qué, me hablan con “más” simpatía que antes, pero yo, al igual que siempre, ni
les hago caso. Al día siguiente fuimos a la mina de oro con el gobernador y demás
personal que le acompañaba. Presencié con tal motivo una prueba de la busca del oro
y te participo que, aparte de lo que pueda suponer el valor del mismo, lo demás no tiene
nada de particular, ya que todo se reduce a lavar las arenas. Más de lo que te digo
anteriormente, me interesa lo que me dijo el capitán y ello es lo que sigue: dijo que,
comentando sobre lo del incendio, le había dicho que me pagaría los perjuicios y que
para ello le mandase una instancia a Santa Isabel, que él ya sacaría el dinero de algún
205
lado. Como cuando se hizo la información fueron valoradas las cosas que se me
quemaron en dos mil seiscientas pesetas, y ya lo tenía todo como perdido,
comprenderás me agradó la noticia. También me dijo Rodríguez, que le había dicho el
capitán ayudante, que a primeros de año nos suben el sueldo en ciento veinticinco
pesetas mensuales, y que lo del caucho y el café también corresponde en su parte
proporcional a los instructores.
También te decía que la compañía regresa nuevamente a Evinayong y que, por
lo tanto, tendré que volver nuevamente allí. Me creerás si te digo que esto no me hace
ninguna gracia, dado el caso de que Niefang me gusta muchísimo más y además me
encuentro también mucho más cerca de ti. Barri también subirá pues ya se lo han
dicho. Sin embargo todo depende de lo que resuelva el primer jefe, caso de que acceda
bajar a esta, uno de los nuevos. Yo, como te decía, no sé qué plan tendré, pues si bien el
capitán dice que tengo que subir para que funcione la sierra. No tengo ninguna gana de
trabajar allí. Recordarás te dije, que estando contigo ya me gusta Evinayong pero que
para estar soltero es aburridísimo.
Te he dicho también que recibí varias cartas en este correo de toda mi familia.
Sé que están bien, lo que me tranquiliza mucho pues estaba preocupado por la falta de
noticias. Con respecto a las que de Barcelona he recibido, te diré que cuatro, las que
te enseñaré cuando baje para que te las leas y veas que, por mi parte, no hay ya nada
por allí. Creo que “Mister Federico” también te ha escrito y, como es natural,
me habrás de enseñar las tuyas. Esta te la mando por correo, a no ser que de ahora a
mañana tenga mejor medio de mandártela.
Ya me dirás si bailas mucho y en caso de ser así, te mandaré para suelas de
zapatos un trozo de neumáticos a fin de que estos te aguanten mucho más. Creo, no
obstante, que no te harán falta.
Espero te veré pronto, pues lo más probable sea que el capitán tenga que bajar
varias veces antes de marchar para España.
Sabes tengo muchas ganas de volver a verte y cuando baje me gustaría fuese sin
prisas, ya que hasta ahora siempre han sido viajes precipitados.
Con muchos besos, sin olvidarte un solo momento y queriéndote muchísimo, doy
fin a la presente.
Ángel
Recuerdos en tu casa.
Espero no te habrás olvidado de avisar a San Jaume para que nos guarden los AJOS.
206
y tus amigas de allí estuvieron en …..*: hace alusión a otras chicas: a las que bautizaron
con el apodo de “las primas”, y por las que “la Escopetilla” sentía unos celos
desmesurados. La palabra que viene a continuación es ilegible.
……….
Niefang, 27 - 8 - 1945
Querida Sarita:
Recibí tus dos cartas y supongo que la que yo te mandé después de la que te
llevó el guardia llegaría a tus manos. Esta se la di a un paisano mío de esta , quien me
dijo se la había dado a Herrero en el Subgobierno, y que él le dijo, te la mandaba
enseguida.
Con lo que me decías en la tuya me hiciste ponerme en gran revuelo, ya que por
la forma en que te expresabas creía me embarcaba en el Dómine. Tanto es así, que
hasta marché a la factoría de Abascal a fin de comprarme tela caqui para hacerme una
sahariana y un pantalón, para no tener que desembarcar de blanco. Además se lo dije
al capitán y todos estábamos en que nos marchábamos hasta que poco después se
presentó Portoles, el cual aclaró las cosas diciendo que tan solo se sabe que en
Septiembre empiezan los cursos y que a este vamos solo los del año 42. Sin embargo
esto nada dice, ya que como no nos han avisado todavía, es de esperar que a estos ya
no podamos asistir.
Esta tarde me voy a Akurenam para subir a Portoles y pasado mañana bajaré
nuevamente; creo que seguidamente iremos para Bata y que, con lo de la marcha del
capitán y lo de los haberes, estaremos allí algunos días.
Nada me dices de lo de las fotos… ¿las han sacado o es que estamos tan mal
que no merece la pena hablar de ellas? Yo ya te tengo hecho el portarretratos y te lo
llevaré cuando baje.
Como voy a salir a hora no te escribo más. Esta la mando con la guagua, así
que creo tardará en llegar más de lo que deseo.
207
Espero nos veremos pronto. Te quiere.
Ángel
Dómine*: buque correo que junto al Plus Ultra, Río Francolí, Isla de Tenerife o Poeta
Arolas transportaban pasajeros, mercancías y algo que quizá era lo más valorado por los
europeos de la colonia: el correo que llegaba de “España”.
……….
Niefang, 30 – 8 - 1945
3n4lv3d1bl2 – 3 – q52r3d1 - S1r3t1:
h1c2 – c4m4 – m2d31 – h4r1 – q52 – h2 - ll2g1d4 – 1 – 2st1 – d2 – m3 – v31j2 –
1 – 2v3n1y4ng, - 2l – c51l – f52 – t1mb32n – 1 – 1k5r2n1m – 3 – 1 – l1 – m3n1 – d2l –
d3ch4s4 – 4r4. – C4m4 – q532r1 – q52 – h1 – b1j1d4 – c4nm3g4 – 5n – s2ñ4r – q52 –
2s – 1lb1ñ3l – 3 – q51 – 4s – c4n4c3 – m5ch4, - l2 d43 – l1 –pr2s2nt2 – j5nt1m2nt2 –
c4n – c3nc52nt1 – h52v4s q52 – p2ns1b1 – b1j1r – y4 - p2r1 – q52 – c4m4 – q532r1, 2s – pr4b1bl2, - t1rd2 – 1lg5n – d31 – 2n – h1c2rl4, - t2m4 – s2 – p52d1n – p2rd2r – 3
– p4r – l4 – t1nt4 – 2s – m2j4r – q52 – l4s – 1pr4b2ch23s – 1nt2s.
H2 – ll2g1d4 – 3 – 2st1 – 3 – c4m4 – C4ntr2r1s – s2 – 2nc52ntr1 – f52r1 - <cr4 –
q52 – 2n – 5n –m2rc1d4>, - n4 – s2 – s3 – t2ndr2 – 1lg5n1 – c1rt1 – t5y1 – 1s3 – q52 –
d2 – h1b2rl1, - n4 – p52d4 – c4nt2st1rl1 – p4r – n4 – h1b2rl1 – r2c3b3d4 – tod1v31. –
Y1 – m2 – h2 – 2nt2r1d4 – d2 – l1 – h1z1ñ1 – d2 – m3 – p13s1n4, - 2l - t2n32nt2 – d2
- C4g4. – V2r1s – p4r – l4 – s5c2d3d4 – c4m4 – l1s – g1st1n – l4s – d2 – m3 – t32rr1.
H43 – b1j1 – p1r1 – 2s1 – 2l – t2n32nt2 – d2 – 2vin1y4ng - 3 – cr24 – q52 – n4s4tr4s
– b1j1r2m4s – 2l – d4m3ng4. – C4n 5n1s – c4s1s – 3 – 4tr1s – cr24 – p4dr2m4s –
p1s1r – 4n – p1r – d2 – d31s – j5nt4s. – 1d2m1s - t2ng4 – q52 – c4mpr1r – m5ch1s –
c4s1s – p1r1 – m3 – n52v1 – c1s1 – d2 - 2v3n1y4ng, 1s3 – q52 – t5 – m2 –
208
1c4mp1ñ1r1s – 3 – m2 – d3r1s – l4 – q52 – m2 – h1c2 – f1lt1. – d3g4 – 2st4 – p4rq52 –
2l – t2n32nt2 – m2 – h1 – d3ch4 – c4mpr2 – t4d4 – l4 – q52 – n2c2s3t2.
M2 – h1n – d1d4 – 5n1 – f4t4 – q52 – m2 – h3c2 – c4n – l1 « J51n3t1, - d2 –
C4ntr2r1s. » T2 – l1 – ll2v1r2 – c51nd4 – b1j2.
N1d1 – m1s. 1sp1r4 – v2rt2 – pr4nt4 – 3 – p4r – 2ll4 – n4 – s43 – m1s – 2xt2ns4.
T2 – q532r2.
Ángel
Inolvidable y querida Sarita:
Hace como media hora que he llegado a esta de mi viaje a Evinayong, el cual
fue también a Akurenam y a la mina del dichoso oro. Como quiera que ha bajado
conmigo un señor que es albañil y que os conoce mucho, le doy la presente juntamente
con cincuenta huevos que pensaba bajar yo, pero que como quiera es probable tarde
algún día en hacerlo, temo se puedan perder y por lo tanto es mejor que los
aprovechéis antes.
He llegado a esta y como Contreras se encuentra fuera, creo que en un
mercado, no sé si tendré alguna carta tuya, así que de haberla no puedo contestarla por
no haberla recibido todavía.
Ya me he enterado de la hazaña de mi paisano, el teniente de Cogo, verás por lo
sucedido cómo las gastan los de mi tierra.
Hoy baja para esa el teniente de Evinayong y creo que nosotros bajaremos el
domingo. Con unas cosas y otras, creo podremos pasar un par de días juntos. Además
tengo que comprar muchas cosas para mi nueva casa de Evinayong, así que tú me
acompañarás y me dirás lo que me hace falta. Digo esto porque el teniente me ha dicho
compre todo lo que necesite.
Me han dado una foto que me hice con “la juanita de Contreras”. Te la llevaré
cuando baje. Nada más. Espero verte pronto y por ello no soy más extenso. Te quiere.
Ángel
209
……Brujería…: Se pararon ante un extraño puesto…
Una diminuta anciana de pelo ensortijado…
La pipa era de arcilla blanca salpicada de…
Con minúsculas partículas de oro…
Habían modelado una cabeza negroide en la
que los dientes …
Como siempre que emprendía esta diligencia, revivió aquel episodio extraño en el
puesto de la anciana, en el mercado de Santa Isabel…
Ya era de noche cuando salieron de Evinayong. “Ojos de Gato” conducía el
primero de los Land Rover mientras que a su lado, Anselmo, se fumaba un Camel sin
filtro al tiempo que sujetaba
sobre las rodillas el maletín con los trastos de “rajar
fiambres”, como llamaba su amigo a los útiles de diseccionar. A los pies, en una caja de
coñac “Tres Cepas”, varios tarros de cristal envueltos en trapos para evitar que se
rompieran con el traqueteo. Agradecía al cielo la cháchara de su amigo, que a falta de
radio, hacía más ameno el viaje teniendo mil historias que contar de sus idas y venidas por
esos mundos de Dios, y aunque la que tocaba ahora la tenía archisabida y archivivida, era
bienvenida porque hacía el camino más soportable; menos tedioso. Con el tema Mboeti,
podía tirarse horas narrando cómo obraban para captar más ingenuos:
“Por decisión del brujo, el incauto elegido era invitado a una cena en la que le daban a
comer carne humana sin que él lo supiera, para ello habían asesinado, generalmente, por
envenenamiento a algún habitante de un poblado de los alrededores, por lo general niños
muy pequeños… La superstición hacía que se sintiera atrapado por el ebú; su destino era
irremediable: en el plazo de un año tenía que matar e invitar a los componentes de la
secta”…
Y bla, bla, bla, bla, para seguidamente exponer con todo lujo de detalles la exhumación
del cadáver. Del olor que expelía al desenterrarlo bajo el sol abrasador; de cómo casi al
momento, una nube de pegajosas moscas cubrían los restos haciendo difícil la labor de
extraer la parte de las vísceras que necesitaba… ¡Todo un lujo de detalles!, que no tenía
reparo en describir en mitad de una comida, mientras cortaba un buen pedazo de carne de
210
jabalí o de cebú y llevándoselo a la boca (cosa que hacía que más de una vez alguien se
levantara corriendo de la mesa en dirección retrete). ¡Cosas del buen doctor!
Con la cabeza echada hacia atrás Alejandro ,el conductor, dormitaba como un
bebé en su cuna. Indiferente al cortejo de murciélagos que, aprovechando el ruido de los
motores para guiarse, acompañaba a la expedición emitiendo un sonido metálico
martilleante y machacón al que a “Ojos de Gato” no había logrado acostumbrarse,
percibiendo como siempre esa extraña sensación que le hacía sentir tan incómodo. Y así,
con tan singular escolta, fueron pidiéndole a todos los santos que no pinchara, gastando
frenos y ruedas en la carretera. Cruzaron uno de tantos brazos del todo poderoso Río
Muni, al que habían despojado de su gracia para dar nombre a toda la provincia: provincia
de Río Muni; atravesaron el río despacio, como queriendo no despertar a los desgastados
troncos que lo formaban, no fueran a gastarles una mala pasada. Pasaron el pueblo
dormido de Akurenam, cubierto de luz de luna, y dejaron a un lado pequeños poblados
circundados de campos chiquitos, como de juguete, de maíz y cacahuete; de yuca y ñame;
de plataneras preñadas de piñas, que allá donde los rayos de luna las bañaban parecían
tremendas esmeraldas colgando de los árboles. Y luego olvidaron la carretera, porque
sencillamente ya no había más; la olvidaron para adentrarse por caminos hacia el interior
de la selva, creyendo “Ojos de Gato” que cuanto más se adentraran, menos desconocida
les sería; pero se equivocaba, porque nuevos sonidos venían a sumarse a los ya conocidos:
ella no dormía; decían que dormía, que despertaba al alba cada día, pero no era cierto.
<<Y para muestra un botón>>, pensó escuchando el son de unos tambores… <<y para
muestra un botón>>, pensó, creyendo oír los cánticos que el aire traía desde el punto a
donde se dirigían. Allí en lo más profundo, palpitaba el corazón del bosque virgen
esparciendo sus latidos al ritmo de los tambores y rumor de voces graves y acompasadas;
justo allí, en donde la administración tenía mayor dificultad para aplicar la ley y en donde
el camino se hacía imposible, porque el bicoro así lo quería. Saltando de los Land Rovers,
los guardias abren paso chapeando la zona a golpe de ncuara, y otra vez los motores en
marcha y la luz de los faros señalando “la ilusión” de un camino, pero solo es ilusión
porque al poco tiempo vuelve a perderse en la maraña de hierba que todo lo invade y,
antes de volver a los machetes como “Penélopes” que tejen y destejen la exuberante
vegetación que al momento tupe y destupe la senda, decide “Ojos de Gato” conocer la
opinión del detenido.
- Dile que cuánto falta –ordena al guardia que custodia al hombre de rostro lúgubre
y mirada hostil.
211
El guardia obedece, aunque de mala gana; no le mira a los ojos cuando le habla,
pues teme quedar marcado por el mal de ojo: eso es seguro. El hombre que permanece
sentado atado de pies y manos, le dice algo en pamue, que el otro se apresura a traducir.
- Dice mejor seguir a pie…
- ¡Pues sigamos a pie! Amordázale para que no pueda alertar a su camada y desátale
solo los pies –dijo tirando con brusquedad del detenido, que a la luz de la luna mostraba
sus dientes limados y afilados como los de un tiburón.
Atrás las formas de los vehículos se recortan en la noche bella; delante, una
procesión de catorce hombres, en pos del “hombre de rostro lúgubre y mirada hostil”, se
encaminan hacia el retumbar de los tambores y las voces graves, bajo la expectante mirada
de la sierra de Bisum; allí en donde el bosque cubre con su manto más espeso la tierra
madre, y en donde el sol y la luna no osan entrar porque es lugar tenebroso y sombrío…
Anselmo avanza cargado con su pesado maletín de piel negra, (del Juzgado de Bata
han ordenado la exhumación inmediata) cuarteada de tanto uso; de tantos “ires y venires”;
de tanto ir de un lado a otro unas veces, las muchas, llevando esperanza, curando
enfermos, y otras, las menos, pero también bastantes, realizando autopsias. A su lado
Alejandro y Pablo, el motoboy, con los tarros de cristal en un viejo saco. Delante los
guardias abren paso, machete en mano y mosquetón al hombro. Por toda protección
llevan las pantorrillas revestidas con tiras de franela a modo de polainas y los pies
desnudos, con la planta como de piel de tortuga que les permite de alguna manera salvar
las dificultades de la orografía. Transitaban penosamente por aquellas veredas plenas de
obstáculos para entorpecer el paso del tangani*, cuando “el negro de rostro lúgubre y
mirada hostil” se niega a seguir caminando; entonces, un fuerte tirón de la cuerda le hace
caer al suelo y “Ojos de Gato”, que apenas consigue dominar su furia, intenta ponerlo en
pie, pero su mano es incapaz de aferrar el vigoroso brazo del hombre y necesita de los
guardias para enderezarlo. La luz de la luna se clava en su rostro surcado de extrañas
excoriaciones que le dan un aire fiero, casi diabólico, pero entonces se percata de que algo
no cuadra en ese rostro… y ese algo son sus ojos que dejan al descubierto el pánico que
tiene a seguir avanzando. Comprende que prefiere morir allí mismo antes que delatar al
clan porque está convencido de que si traiciona al ebú correrá la misma suerte, pero su
final será mil veces peor, sufriendo las más horribles torturas, agonizando una y otra vez
de mil maneras, entre ellas quizá la más cruel: devorado vivo, percibiendo la sensación
tremenda, extraña y acongojante de sentir el frío del barro de los cuencos que contienen
pedazos de su carne; del dolor de esos dientes afilados desgarrando tendones y sorbiendo
212
el tuétano de sus huesos, tal y como él había hecho con los infelices que sucumbían
envenenados, cada vez que el clan “acogía” a un nuevo miembro. Está claro: el negro sin
alma prefiere morir a manos del tangani, antes que seguir avanzando. Tan cerca están, que
el resonar de tambores y tumbas se mezcla con el inconfundible sonido de los
rudimentarios xilófonos que tantas veces había escuchado en las celebraciones de la vida y
de la muerte. Acostumbran a hacerlos sonar en los entierros y también en los baleles;
acostumbran también a llenar el aire con sus notas en ceremonias tan macabras como la
que estaban a punto de presenciar…: Si algo claro tenía de esa tierra insólita, maravillosa,
misteriosa y tremendamente supersticiosa, era que la música lo circundaba todo.
La luna plena y redonda hacía esfuerzos por colarse entre las copas de los árboles
que ahora se entrecruzan formando una sólida techumbre, pero apenas logra bañar con su
luz alguna rama o darle una pincelada a un trozo de liana. Ahora hacen un alto en el
camino para encender las antorchas con resina del “árbol que sangra”, que son muchos,
porque se han adentrado en las entrañas de la imbatible, de la que nadie ha podido
doblegar: la selva ecuatorial. Con la luz de las antorchas, las sombras parecen fieras, y las
fieras se confunden con las sombras: eso es seguro. No lo hablan entre ellos, pero todos
creen ver brillar entre sombras y oscuridad los ojos del leopardo, que al acecho espera el
momento de saltar sobre ellos. <<Está calculando quien tiene más carne>>, piensa
“Ojos de Gato”, clavando “una banderilla de humor” al miedo que casi atenaza su mente.
- Masa, él morir… -es uno de los guardias que custodia al “hombre sin alma”; se le
ve nervioso y deseando alejarse lo más posible del cuerpo-. El ebú… Masa; el ebú busca
ahora otro cuerpo para vivir… -“Ojos de Gato” es consciente de que tiene que dominar la
situación o todo acabaría siendo un desastre, así que hace una señal a Anselmo, que se
acerca hasta donde se encuentra el infeliz y, echando un vistazo al desgraciado, dice que no
hay nada que hacer.
- Se le ha parado el corazón… -y él cree que de miedo, de un miedo cerval y
totalmente racional, dada las circunstancias, porque han llegado al final del camino.
Un penetrante olor a lumbre explica el resplandor que ilumina el limitado poblado
que se perfila a unos cien metros delante de ellos. Tras dejar el cadáver oculto entre la
maleza, a sabiendas de que tal vez sea la cena de alguno de los felinos que habitan la zona,
continúan la marcha, ahora con más sigilo, pues se encuentran al final de una de las dos
filas
de chozas de bambú que configuran el poblado, justo detrás de una muda
espectadora de la perversa ceremonia: <<La bendita casa de la palabra>>, piensa “Ojos de
Gato”, comprobando que pueden ver lo que está ocurriendo, sin ser vistos… <<bendita
213
seas casa de la palabra>>, murmura agradecido, en tanto su mirada se cruza con la del
doctor que aprieta con fuerza contra el pecho el viejo maletín. Luego se vuelve a observar
a cada uno de los hombres que le acompañan, que con los ojos fijos en lo que está
ocurriendo, sabe que a pesar de su naturaleza apática y de lo lentos de entendederas que
pueden llegar a ser, no le dejarán en la estacada porque la obediencia a sus superiores
había quedado más que reconocida en muchas ocasiones.
Una gran pirámide de leños… El humo de las llamas que alimentan los troncos se
escapa hacia el infinito, por un espacio sin copas de árboles por donde asoma la luna
llena; es un círculo perfecto, allá en lo alto, en donde despunta un pedazo de cielo.
<<Probablemente es el puesto de guardia de algún ángel de Dios>>, prefiere creer que es
obra del creador, a admitir que es la puerta de la caja de Pandora, el arca de los mil
demonios, el juguete de Lucifer…………
Tangani* : hombre blanco
In situ….
214
Demonio.pdf
215
………… –Laarbi ¡Eres la pera! ¿Por qué te da por pintar diablos? –le digo con un
ojo en el folio que me había plantado delante de la pantalla del ordenador portátil y
el otro en el teclado. Si no fuera porque tengo al “artista” de pie junto a mí, hubiera
dicho que el dibujo a lápiz de trazos infantiles que tenía delante, era obra de un
adolescente. Levanto la cabeza y, como siempre, los ojos se me van a esa piel
cetrina de la cara en donde la viruela ha dejado su firma, pero es una firma que
casi pasa inadvertida por la sonrisa de dientes blanquísimos que la adorna.
- Tú que ves; anda explícame qué es lo que ves… -dice mirándome con sus
ojos oscuros, desde unos párpados tan entornados que hacen difícil eso de:
“asómate al balcón de sus ojos y leerás su alma”. Contemplo el dibujo, que por
cierto me parece sumamente desagradable, e intento descifrar lo que pasaba por su
cabeza cuando lo dibujaba: en un gigantesco árbol aparece una manzana y de pie,
en la tierra, un demonio al que una serpiente le está lamiendo la garra.
- Uuummm…. - la mente en blanco. <<Exprímete el cerebro, a ver si eres
capaz de interpretar esta joya>>, me digo-. Pues no sé… el árbol… la manzana…
¡el árbol de la ciencia del bien y del mal! ¡El Paraíso Terrenal! Y le suelto todo el
rollo de Adán, Eva, la manzana y el diablo… << ¡“Bordao”,
me ha salido
“bordao”!>> y los ojos se me van a la escena del “reptil, babeando garra”; me
quedo sin saber qué decir, seguramente con una cara de idiota del diez… y
pasando de mi curiosidad por la escena del “reptil babeando garra”, empieza a
narrarme el capítulo del Paraíso Terrenal “en versión Islam”. Y me cuenta que
Dios llamó a los ángeles para enseñarles su mayor y mejor obra, realizada con
humilde barro terrenal: la creación del hombre, instándoles a postrarse ante Adán y
Eva, a lo que Luzbel, el más bello de los espíritus celestiales creados por Él, se
negó, diciendo que eran simple barro, y ellos en cambio, espíritus divinos…
- Vale…vale… esa versión no la había escuchado nunca… -comentó
haciendo esfuerzos por seguir con la novela y mantener el hilo de la “conversación
trascendental, de andar en zapatillas” que nos traíamos. Y yo tecleo algo sin
sentido; un frase sin pies ni cabeza… ¡cabeza! ¡Mi cabeza! Los latidos de las venas
que surcan mis sienes me indican que voy a tener un dolor de coco impresionante
porque mi pobre cerebro no es capaz de escribir una frase coherente y disertar
sobre teología casera.
216
- Ya… -digo estrujándome las sienes, que a estas alturas ya parecían
caballos desbocados-. Pero y lo de la serpiente… ¿la mascota, tal vez? –le digo
con cara de guasa.
- No, la serpiente no está lamiendo la mano del demonio, es este el que
“agradecido”, está acariciando a la serpiente
- ¿? ¿? ¿? ¿? ¿? –cara de idiota total; eso es seguro. <<Yo diría que el bichejo
está lamiendo la garra, pero en fin…>>-. Bueno… ¿y cómo es eso? - le digo
distraída, volviendo a la pantalla.
- Está agradecido porque la serpiente le va aprestar su cuerpo para engañar
a Adán y a Eva… -y, aprovechando mi silencio, pasa a contarme que en el Islam
existe la creencia de que hay animales buenos y malos, según hayan sido fieles a
Suleimán, rey de los Junun; porque Suleimán mandaba a las bestias por el mundo
para que observaran lo que los hombres hacían, y que luego se lo contaran para
actuar en consecuencia… (Y yo intentando darle al teclado)-. Pero hubo animales
como el búho o la serpiente, que no le decían la verdad, así que pasaron a formar
parte de los animales del diablo...
- ………………….
- Y ¿por qué tenéis un montón de vírgenes y decís que todas son la madre
del profeta…? - por un momento perdí el rumbo de la conversación, pero solo por
un momento, porque comprendí lo que quería decir.
- No, no, solo hay una Madre de Dios hecho hombre – cara de escepticismo
total–, la Virgen María, lo que ocurre… -y entonces le explico lo de las
advocaciones, leyendas, creencias y fervores marianos varios, aún a sabiendas de
que ni lo comprende ni quiere comprenderlo; pero no importa, esta charla nuestra
tan peculiar se ha convertido en una costumbre: él viene, pregunta, escucho,
contesto lo mejor que sé y puedo, él rebate a su manera, yo a la mía y así va
pasando el tiempo… y yo sin darle a la tecla. Hasta a mi amigo Merlín, el pequeño
hombrecito vestido de mago con varita incluida que asoma a la derecha de la
pantalla, se le ha encendido la bombilla de “idea” en la cabeza, como diciendo:
- ¿Es que te has dormido?
– No. El que se ha dormido eres tú – contesto en voz alta, sin preocuparme
de lo que pueda pensar Laarbi, ante esa frase aparentemente descolocada, porque
ni siquiera se ha percatado de que estoy mirando a Merlín…
- Bueno, ¿y qué dices a eso?…
217
- ¿? ¿? ¿? ¿? - repaso los colores del uniforme que lleva: me recuerda a un
hombre anuncio, con tanta etiqueta anunciadora de la empresa de seguridad para
la que trabaja –. Pues… no sé… - intento ganar tiempo para saber de qué puñetas
me estaba hablando, y de repente lo recuerdo. Era sobre la virginidad de
“Mariam”, y lo referente a la importancia de la figura de Jesucristo como profeta,
en el Islam…
-
Es el único que
Dios subió
al Paraíso en cuerpo y alma… -dice,
poniendo tal énfasis en la frase que me viene al cerebro, a mi pobre cerebro
estresado, el bombardeo de la campaña electoral que estábamos sufriendo–. Tenía
poder para resucitar a los muertos y devolver la vista a los ciegos…
- Entonces – le interrumpo–, no creéis en su crucifixión, ni en su muerte y
resurrección, pero sí creéis en la virginidad de su madre, Mariam, y en que
resucitaba muertos y sanaba enfermos… ¡Pues no entiendo, cómo creyendo en
todas esas cosas, lo tengáis como un simple profeta!
- No, no, como un simple profeta no. ¡Isa* es muy importante en el Islam! me dice empezando a impacientarse, ante, a su modo de ver, mi obstinación.
- Vale, vale… -a estas alturas mi amigo Merlín ya ha soltado varios
ronquidos, recordándome que no he escrito una sola letra desde hacía más o
menos, media hora, y mi cabeza me dice: que si “hubiera tenido cabeza”, hace rato
que me habría tomado un par de Gelocatiles–. ¿No tendrás un Gelocatil? -se
queda en silencio mirándome como si fuera una lunática; como diciendo… ¿te
estás quedando conmigo? Así que busco en “mi saco” y encuentro uno con las
letras de la plata del envoltorio desgastadas, de tanto ir de aquí para allá; ni
siquiera sé la caducidad…-. Sigue… sigue -le digo haciendo gala de esa cortesía
que dicen, me caracteriza, mientras me trago la pastilla con un buche de agua de
mi sempiterno botellín. Y tras no sé cuántas exposiciones más sobre el mismo
punto, sin posibilidad de acuerdo alguno, vuelve a la carga con el tema demonios,
diablos, yunun* (hombres que ya estaban aquí antes de que estuviera el hombre) o
algo así, y yo aquí ya… ¿? ¿? ¿? ¿?
- ¡Laarbi, por favor, no me dibujes más demonios! –le digo devolviéndole el
folio con la maravilla de las maravillas.
- Nunca nos pondremos de acuerdo, ¿verdad? –me dice con una sonrisa y
algo de tristeza en sus palabras, que a mí me parece percibir.
218
- Creo que nunca, Laarbi, pero eso no importa, tú y yo seguiremos teniendo
estas charlas, como siempre, bajo la benévola mirada de tu Dios: Alah el Todo
Poderoso, el Compasivo… y la de mi Dios: Señor, de luz y bondad. Es más, estoy
pensando en recoger en un libro todas estas conversaciones que nos traemos los
dos, hasta creo que ya sé cómo lo voy a titular: “Conversaciones entre una cristiana
y un musulmán, en clave de humor” ¿Qué te parece?
- Qué cosas tienes… si quieres te enseño otro dibujo… -y yo que veo
asomar en otro folio el cuerpo de un esperpéntico animalejo, exclamo con ojos de
súplica:
- ¡por favor, no me enseñes más diablos!.....................................................
Isa*: Jesucristo
yunun*: Extraños seres con apariencia humana, que ya existían antes de que el hombre
fuese creado por Dios…
En Ceuta 14/03/08
………El juguete de Lucifer; un lugar de recreo para el ángel caído…
Alrededor de la pira seis hombres medio desnudos danzan al son de tambores,
tumbas* y xilófonos, al tiempo que un coro de voces formado por niños y adultos se
eleva “in crecendo”, por encima de la música. Los danzantes marcan el ritmo golpeando
el suelo con unas tobilleras que emiten un sonido como el de los sonajeros de los infantes,
mientras se mueven en círculo alrededor de la hoguera. A sus pies hay depositados seis
cuencos con algo que “Ojos de Gato” no quiere imaginar. Giran y giran en una danza
frenética, inclinándose cada cierto tiempo sobre las escudillas a tomar pedazos de ese “algo
que no quiere imaginar”. De repente todo queda en silencio; el crepitar de la madera
219
mordida por las llamas es todo lo que se oye y piensa si será suficiente para apagar los
latidos de su corazón: toc, toc, toc, toc, toc…<< ¡Calla! Calla…>>, le ordena, cerrando
los ojos y tapándose las orejas con la palma de las manos. Las manos… siente como una
mano le aferra el brazo y de inmediato abre los ojos: es Anselmo que le observa con
preocupación: <<No pasa nada, amigo>>, le dice con un guiño, a la vez que se retira el
rebelde mechón de pelo que le baila sobre la frente. Ese gesto tan mecánico y familiar
tranquiliza al joven doctor, a pesar de ese silencio lóbrego y aplastante que ahoga el
ambiente. Vuelve la cabeza hacia los guardias, que permanecen estáticos, igual que estatuas
de piedra: el resplandor del fuego les pinta la piel del rostro de una tonalidad como de
bronce viejo. Los ojos de estos hombres miran en la misma dirección que el resto de las
almas perdidas que allí se encuentran. Contemplan a un hombre obeso, que hasta entonces
ha permanecido sentado en un gran sillón de madera y melongo, decorado con plumas de
aves de vivos colores. Es fácil de adivinar que se trata del maestro de ceremonias del ritual;
el servidor más fiel del ebú. El hombre, un saco de manteca, que luce una cota
confeccionada con huesos. “Cúbitos y radios…”, murmura Anselmo entre dientes,
recordando una exhumación en la que el cadáver llevaba una cota semejante… El gran
servidor fiel avanza con paso lento y pesado hasta un
tosco altar, en donde
una
inquietante talla sedente de madera negra, coronada por una tiara profusamente adornada
de huesos a modo de cabellos, abre sus fauces de dientes agrandes y afilados, como los de
un tiburón, mientras parece observar (o eso le parece a él), cuanto está ocurriendo en torno
a ella, a través de unos ojos pintados de amarillo. Él sabe por lógica natural que no es
posible que tengan vida; que lo que tiene delante es un pedazo de madera y, sin embargo,
le resulta sumamente desagradable posar la vista en ellos… Del regazo del dios del mal, el
acolito mayor; el nigromante leal que no abandona a su señor, toma un pedazo de carne:
un corazón que eleva sobre su cabeza apenas unos segundos para luego destrozarlo de una
dentellada, y es en ese momento cuando los tambores comienzan a sonar. Primero unos
golpes cortos y espaciados, seguidos de un redoble a lo que el resto de los instrumentos se
suman, junto a la salmodia de “la gente sin alma”, que hasta entonces, en el tiempo que
duró el ritual del nigromante, había permanecido en un silencio mortal. Los danzantes
retoman su baile, haciendo sonar sus tobilleras que emiten un sonido hueco y fino…:
“sssaaacá, sssaaacá, sssaaacá… sssc,sssc,sssc, ocasionado por los huesecillos de las ajorcas …
Los tambores redoblando a una velocidad endiablada; los acólitos sumidos en un lamento
que helaba la sangre en las venas; los danzantes girando y girando a tal celeridad que se
hace imposible seguirlos con la vista: de las gargantas brotaba un torrente de palabras
220
babélicas, al tiempo que sobre sus cabezas hacían rotar leños de la hoguera... Y así hasta
que la luna desaparece del espacio sin copas de árboles para dar paso a una tenue claridad,
que les devuelve al mundo real. De la enorme pira solo quedan los rescoldos, que exhalan
un repulsivo olor a humo que lo empapa todo; de los seres extraños, lúgubres y oscuros,
solo quedan sus cuerpos inertes, abandonados por la iboga* ; y del bacanal algún que
otro resto de carne que alguna vez fue persona invadido por una legión de insectos,
corriendo por el festín: la horrible talla del dios del mal observa todo desde su altar…
Sujetas las manos por finas tiras de melongo, la gente sin alma caminaba
trabajosamente a través de la madre selva. Entorno a los cuellos, una única soga a modo
de collar los unía formando una cadena humana con apenas medio metro de espacio entre
alma y alma. El nigromante gordo y seboso trastabillaba hasta llegar a caer en más de una
ocasión. Entre las gruesas tetas le corrían regueros de sudor arrastrando la mezcla de polvo
y tizne que llevaba pegada a la carne. Todos caminaban por la madre selva; todos, excepto
la media docena de infelices niños. Pequeños de entre seis a diez años, a los que los
desatinos de los adultos habían dejado en sus jóvenes almas marcas imborrables de por
vida… y “Ojos de Gato” piensa que lo más probable sea que ni el tiempo, ni la espinosa
labor de los Padres Misioneros podrán zurcir las heridas de esas almas; ni tan siquiera segar
el desasosiego que acampara en sus jóvenes cerebros al caer la noche. Todos caminaban
por la madre selva… todos menos la media docena de infelices niños, que viajaban en uno
de los vehículos.
Volvieron del revés el camino, dejando atrás la sierra de Bisum, distanciándose cada vez
más de la madre selva. Marchaban con los despojos del “negro sin alma” que las alimañas
habían dejado, envueltos en una lona y sujetos al techo de uno de los coches. En el de
“Ojos de Gato”, los tarros de cristal viajaban en la caja de “coñac Tres Cepas”, con parte
de las vísceras del desdichado que había servido de festín. Los frascos habían sido
convenientemente protegidos con los trapos, en un intento de evitar el repugnante desastre
que podía organizarse con la rotura de alguno. Lo que no habían podido aislar era el
nauseabundo y fétido olor que la exhumación del putrefacto cadáver había impregnado en
sus ropas, y el rastro que iban dejando con los restos del “negro sin alma” envuelto en la
lona. Miró de reojo a Anselmo que, con su pitillo entre los labios y el maletín sobre las
rodillas, trataba de asegurar la caja con los pies. A su lado, Alejandro dormía el sueño de
los justos.
221
La vuelta se hizo más larga y pesada, en parte por la fatiga de tantas horas sin
sueño, pero también por la necesidad tremenda que tenían sus espíritus por alejarse de
aquella puerta del infierno:
<< No quiera Dios que se abriera para llevarse el de alguno…>>.
Tras salvar las dificultades, que fueron muchas, al final recorrieron los kilómetros
que les separaba de Akurenam; al que ahora no bañaba la luna sino el sol que saturaba con
su luz a la gente despierta que, al verlos desfilar en tan insólita y lúgubre procesión, se
apresuraban a alejarse del lugar. A su paso puertas y ventanas se cerraban: ni los gatos, ni
tan siquiera los perros amigos de la carroña y hedores repugnantes se quedaban un
momento, a su paso. Y así, atravesaron el pequeño pueblo y llegaron al campamento en
donde una pick-up esperaba para cargar a los desdichados:
<<Ha sido una pérdida de tiempo, por mí no hubiera parado hasta llegar al destino… más
de uno se habría quedado en el camino… más de uno…>>, piensa “Ojos de Gato” que
más de una vez estuvo tentado de cumplir ese deseo.
<< He cazado al león y a todos los cachorros…>>. En sus ojos de mirada felina se
percibe un centelleo casi salvaje, que alimenta su ego al haber alcanzado el objetivo; en su
alma la agridulce sensación de la victoria le atenaza la garganta…: Ángel, para el mundo
real y “Ojos de Gato”, para esta torpe aprendiz de narradora, es un ser bueno de noble
corazón que no se siente cómodo ante el sufrimiento de los seres que va encontrando en el
camino. Y por eso, a pesar de las atrocidades de esa “gente sin alma”, se le hace un nudo
en la garganta mientras los ve subir a la pick-up y se siente mal consigo mismo por los
funestos pensamientos que pasaron por su mente: el deseo de abandonarlos a su suerte,
maniatados y sujetos unos a otros en mitad de la selva……………..
Tumba*:tronco grueso, de árbol, ahuecado en su interior, que se hacía sonar mediante un
par de baquetas muy rudimentarias. De sonido grave, se usaba como instrumento musical
y como vía de comunicación. El mensaje iba pasando de tumba en tumba, situadas por los
diferentes poblados hasta llegar al interesado.
Iboga*: planta alucinógena.
222
Evinayong, 9 – 9 – 1945
3n4lv3d1bl2 – 3 – q52r3d1 – S1r3t1:
- c4m4 – v2s – t2 – 2scr3b4 – d2sd2 – 2v3n1y4ng – q52 – 2s – 2n - d4nd2 – m2
– 2nc52ntr4 – d2sd2 – 1nt2 1y2r, - 4s21 – d2sd2 – 2l ´d31 – q52 – s1l3 – d2 – 2s1…..
Inolvidable y querida Sarita:
Como ves te escribo desde Evinayong, que es en donde me encuentro desde
anteayer, o sea desde el día que salí de esa. Son ahora las siete de la mañana y dentro
de una hora marcharé para Akurenam con el teniente, a fin de recoger el caucho y
para un nuevo juicio del Tribunal de la Raza. Creo estaré allí dos o tres días y después
bajaré para esa a fin de depositar el caucho en la aduana, por lo tanto puedes
esperarme sobre el día trece, pero debo decirte que solo pasaré allí una noche, porque
al día siguiente debo regresar a Niefang para recoger a Barri y subirlo a este
campamento. Esta te la mandaré desde Akurenam, o sea desde “tu pueblo”, ya que
mañana subirá la guagua y bien con Fresneda o con alguno que baje lo haré.
Como aún no he acabado los preparativos del viaje tengo algo de prisa, así que ya
voy a dejar de escribirte, no sin antes decirte que no te olvido ni un solo momento y que
te quiero muchísimo. Hasta pronto.
Ángel
S1l5d4s – 1 – t5 – f1m3l31 -
……….
223
Evinayong, 26 - 9 - 1945
Querida Sarita:
Aprovecho la oportunidad de enviarte esta con el chófer del capitán Calonge,
quien con su señora se encuentra en esta desde ayer. Como dicen bajarán mañana por
la mañana, esta se la daré, como te digo, al chófer para que te la entregue en esa.
Creo que por mediación de Fresneda recibirías mi anterior con la foto en la
que, como habrás visto, estoy hecho un “pamue”. Tengo alguna mejor que me sacaron
después y que te llevaré cuando baje. Hablando sobre esto y en contra de cuanto te
dije en mi anterior, iré a esa con Barri el día primero, o sea el lunes. Como quiera que
saldremos después de comer, llegaremos aproximadamente a las seis de la tarde. Te
digo eso para que esperes allí en el campamento, pues de no estar tú lo más probable
es que me diese una vuelta por el Chiringuito o por el Guria y me entretuviese más de
la cuenta, con lo que tú a no dudarlo, te enfadarías.
En el caso de que Martín se encuentre ya fuera del hospital, le dices cuándo
bajo.
Hoy he empezado a hacerte el bar. No lo terminaré tan rápido como deseaba
pues todavía en Abascal no me han aserrado el ébano que llevé por estar rota la
máquina; sin embargo, ya voy haciendo algo de él. Desde luego el mes que viene lo
tendrás y espero te ha de gustar.
Nada más, como nos veremos el lunes dejo para entonces las cosas que ahora
pudiera decirte.
Te quiere.
Ángel
224
El tornado ha pasado arrastrando con él casas, tejados y sembrados… el tornado ha
pasado…
¿Te han llegado mis cartas amor? Voy dando tumbos de un campamento a otro.
Te eché de menos el día del Pilar… sentí tu falta… tuve ganas de ti. Te eché de menos
amor… noté tu ausencia… ¿Te llegaron mis cartas? En ellas te contaba un montón de
cosas pero nada te dije de “esta buena noticia”, porque no había nada confirmado:
¡Por fin el capitán Ronzalvez se marchó de permiso! Y al mando de la Compañía se
quedó el teniente de Niefang. Quiere que me marche allí… Tal vez lo haga… estaré
más cerca de ti. ¿Te han llegado las cartas amor? Se acabaron las cajas para colmillos
y las municiones para sus cazadores ¿Te llegaron mis cartas amor?...
……….
5 – 10 - 1945
Querida Sarita:
Como ves te escribo aprovechando que baja el camión a esa, tal y como lo
habíamos acordado. Con el mismo te mando unos aguacates que desde luego son
peores de lo que me creía.
El viaje para esta lo hicimos muy bien. Paramos un rato en Niefang donde
comimos en casa de Rodríguez. Todavía no nos habían serrado el ébano en Abascal,
con lo cual lo del bar se retrasará un poco. Veremos a ver si ahora en este viaje nos lo
suben.
No se te olvide mandarme la tela que compré y, sobre todo, se la das a
Alejandro bien envuelta en papeles o lo que sea, ya que este la meterá debajo del
asiento y cabe la llene de grasa o aceites, pues ya sabes lo marranísimos que son. Así
225
mismo, dile a tu padre recoja o mande recoger, en el juzgado, el cheque que hablamos,
o mejor dicho el que ha de suplantar al que Barri perdió.
Yo por esta bien. Sigo trabajando en todas las cosas que por aquí tenemos a
medio hilván y también hago alguna cosa en tu mueble, si bien poco me queda hasta no
tener el ébano que te digo anteriormente.
Contéstame con Alejandro y dime si ya se te quitó la fiebre.
C4m4 - r2c4rd1r1s – t2 – d3g2 – q52 – l1 – c2n1 – q52 – 1 – B1rr3 – 3 – 1 – m3 – n4s
– h1b31 – d1d4 – 1rr32t1 – 2r1 – d2 – l1 – d2 – l1s – gr1nd2s – r2c2pc34n2s. – B1rr3
– m2 – s1c4 – l1 c4nv2rs1c34n – 1l . s5b3r – 3 – m2 –d3j4 – q52 – 2l – s5b34 –
1v2rg4nz1d4. t1nt4 – 2s – 1s3 – q52 – p32ns1 – q52 - n4 - v4Lv2r1 – 1 - c4m2r- mjs2n- s5 – c1s1 – p52s – n4 – q532r2 – s2 – g1st2 - 2N-5N-PIR-D2-h52V4s-FR3T4s p1r1
– 4bs2q531rl4. –d2sd2 - L52G4- T32N2 r1z4n – t4d1 - v2z- Q52- $2g5n – 2l – l2 – h1
– 4bs2q531d4 – m5ch1s – v2c2s – 2n – s5 – c1s1, - 3 – s32mpr2 – s2 – 2sm2r4 – p1r1
– q52 – s1l32r1 – c4nt2nt4-.2N-R2S5m3d1s – c52nt1s -Q52—F52-5N1-R3d3c5L2z.
Ya me dirás si has vuelto a salir con Elena y su tormento y qué es lo que han
dicho de mí con respecto a lo de la otra noche. No dudo de que me haya juzgado como
a un fresco, en lo que quizá no se equivoquen. Nada más te diré por ahora, de forma
que no te olvides de los encargos que te hago, sobre todo lo de la tela para que yo me
haga un uniforme ñanga ñanga* en esta capital de Evinayong.
Recuerdos en tu casa y tú ya sabes que te quiero, y que “hago muy buena
cabesa”* por cumplir con tus deseos. Como verás, por complacerte te escribo a mano.
Ángel
Ñanga ñanga*: en el dialecto fang: elegante, bonito
“Que hago muy buena cabesa”: expresión del negro guineano para dar a entender que es
una persona seria y sensata.
……….
226
En Evinayong, 11 -10 - 1945
Querida Sarita:
Como te prometí, te escribo aprovechando ha subido a esta de la guagua, si
bien en verdad, no te lo mereces ya que tú no lo has hecho después de haberte escrito
yo otra desde Niefang, la que creo te la habría entregado Contreras. Como verás me
encuentro ya nuevamente en Evinayong y por lo tanto he reanudado mi vida anterior
en esta hermosa capital. Tengo desde luego ahora más trabajo y por consiguiente estoy
con ello más entretenido. Con respecto a la mesa que te prometí, por este mes no lo
esperes pues todavía en Niefang me tienen sin cortar el ébano en Abascal. Si para
primeros, cuando baje con el camión, no lo tienen, lo llevaré a Bata a fin de que me lo
sierre Garabito.
En el caso de que a Contreras se le hubiese olvidado llevarte la carta que desde
Niefang te escribí (que no es nada difícil), quiero hacerte saber que el motivo de
escribirte aquella no es otro que el de pedirte que guardes bien la pistola que te
entregué y que yo me olvidé de recoger cuando vine. Quiero decirte que no enredes ni
dejes que Pepito lo haga, pues tiene munición y podría ocurrir algo desagradable.
No te olvides de pasarte por Almacenes Madrid y recoger lo que te dije. Tú
firma un vale y yo cuando vaya lo abonaré. Te repito, no seas tonta y que lo hagas.
Creo que el camión bajará para el día veinticuatro con caucho, pero como
también baja el teniente para pasarse dos o tres días en Niefang, yo no lo haré, no me
gusta quedarme por allí. Ya me dirás cómo andas con tus paludismos. Creo que ahora
que no estoy ya estarás completamente curada pues andarás menos y llevarás, por lo
tanto, una vida más sosegada.
Nada más tengo para decirte, que contestes pronto y que me cuentes cuanto
haces por allí.
Saludos a todos los del campamento y en particular a tu familia.
Te quiere,
Ángel
……….
227
Evinayong, 13 – 10 - 1945
Querida Sarita:
Te escribo esta misma mañana
para aprovechar baja a esa la guagua y
cumplir así con tus deseos. Mi idea era el haberte visto con motivo del viaje que un día
de estos hará a esa nuestro camión, pero como tú has querido que lo haga así, he
cambiado de opinión. ¡Que buen chico que soy! ¿No?
En esta bastante bien. De momento nada pensábamos haber hecho, mas resultó
que el teniente el día anterior nos habló del caso y por lo tanto improvisamos algo
para la misma. Por la mañana estuvimos todos en la misión donde el padre Ramón nos
hizo pasar un rato tan agradable o más que si hubiese sido una función de teatro.
Luego, al mediodía tuvimos comida en casa del teniente a la que asistieron los curas, el
médico, los del servicio agronómico y nosotros. Por la tarde, previamente invitados, se
reunieron en casa, también del teniente, todo el personal blanco de esta gran ciudad.
Se dio un pequeño refrigerio, y con Barri, el doctor y otros, estuvo la cosa
animadísima. Tus “primas” desde luego no faltaron. Eso fue todo lo que hubo y
después a dormir todos con los ojos cerrados. Creo que allí la cosa sería rumbosa
aunque por lo que vi en el campamento pocas ganas había de preparar nada.
Veo que se acerca la fecha “fatídica” señalada por tu padre en el calendario,
o sea, “el día dieciséis”*. Yo no comprendía cómo había señalado tal fecha, mas luego
cuando me dijiste que aquel era el día de tu santo, no me olvido de ello y por lo tanto
con la presente te adelanto mi mejor felicitación. También tengo en cuenta te debo el
regalo con motivo de tu día, el que te compraré en Bata cuando baje.
Ahora cuando baje nuevamente el camión, te mandaré algo de verdura, algo así
como la vez anterior ya que más no podré hacerlo, máxime teniendo en cuenta que en
la única huerta donde la hay es en la del teniente que es de donde la cogemos todos.
Me entero por la tuya de lo que pasó con los célebres encues y así mismo vi que de lo
poco que por mi parte os enviaba tuvisteis que hacer partes.
Cuando baje yo a primeros de mes, creo estará ya la barca de Camaró en
disposición de ser probada y desde luego lo haremos si es que no se vuelve atrás.
Por lo que respecta al mueble, también te lo llevaré en aquel viaje pues creo
estará terminado para entonces; sin embargo, creo deber anticiparte que no te hagas
muchas ilusiones con él, ya que no te va a gustar tanto como te lo parece. Cada vez lo
228
encuentro más feo pero creo que para salir del paso irá bien. Tampoco me olvidaré de
los encargos de la pintura y de la pantalla. Todo irá conmigo ese día.
Ya me dirás qué tal andas con las fiebres y todas cuantas cosas pasen por allí.
Se me acabó el carbón y por lo tanto doy fin a la presente. Recuerdos a tu
familia y sabes te quiere y no te olvida.
Ángel
P.D.: Le dices a Arrieta que cuando Llaurador pregunte por el diccionario, que lo
tiene en casa de Herrero, o sea en la librería de este.
Veo que se acerca la fecha “fatídica” señalada por tu padre en el calendario, o sea,
“el día dieciséis”*: En ninguna de sus cartas explica lo que quiere decir con: “la fecha
fatídica”. En cuanto al “día dieciséis”:la onomástica de “la Escopetilla” se celebra el 19 de
enero y no el dieciséis de octubre. Está claro que fue un lapsus del “viejo Camaró”.
……….
17 – 10 - 1945
Querida Sarita:
Como baja el camión a esa, aprovecho para mandarte unas coles y unos
aguacates y al mismo tiempo para dirigirte estas líneas y por ellas sepas, que hasta la
fecha todavía me encuentro en este mundo. Por mediación de Portafas, te remití una
carta el día que bajó la guagua. La tenía escrita para mandarla por correo, pero él me
dijo que tenía precisión de marchar al campamento y pensé que de esta forma la
recibirías antes.
Ya me he enterado de que hubo muy buenas verbenas en Bata y que lo que
respecta a la Guardia Colonial, quedasteis a la altura del betún. Yo, desde luego, me
hago cargo de que era imposible el hacer ninguna fiesta, toda vez “q52 - c4n - l1 Ch3c1 – n4 – p52d2 – h1c2rs2 – n1d1 – p4r – l4 – m2n4s – 2n – s5 – c1s1”. Esto me lo
dijo el día que estuve en esa y, como es natural, se trataba solamente de evitar
complicaciones para ellos, por lo tanto me alegro de que ninguno os decidieseis a
229
hacerlo, ya que vi además que ganas no le faltaban, pero como es natural “2n – c1s1 –
d2 – 4tr4s”.
Yo bajaré para haberes como de costumbre y quiero, como te dije en mi
anterior, llevarte el mueble.
Me he enterado de que ya llegó el barco con el correo. Como es natural, para
esta fecha estarás enterada de las cartas que he tenido. Tú en cambio, me parece, eres
un poco más reservada y te callas lo que te conviene.
Nada más. Recuerdos en tu casa y hasta la próxima.
Te quiere.
Ángel
……….
23 – 10 – 1945
Querida Sarita:
Recibí tu carta con Alejandro y en ella nada me dices de si llegó a tu poder la
que por mediación de Portafás te remití. Supongo que te llegaría.
Te quejas de que este mes, aún a pesar de que el camión bajó dos veces, yo no
lo he hecho. Ya te dije cuando subí que probablemente hasta fin de mes no volvería a
ir. Y por otra parte he tenido mucho trabajo, aunque tú no te lo creas.
Con Barri volveré a bajar el próximo mes y supongo que, como de costumbre,
será el día uno. Pretendo salir a las cuatro o las cinco de la mañana, aprovechando
que la temperatura es más suave para que las ruedas no nos den la lata. Por lo tanto
estaremos en esa a las ocho o las nueve de la mañana, si no hay problemas. Es una
suerte que la salida sea desde Niefang. La verdad es que se nota la diferencia de horas
entre salir desde aquí o Evinayong, aunque ya sabes que aunque tuviera que hacerlo de
la mismísima China, rodaría hasta ti.
El teniente me dio recuerdos para Camaró, se ve un hombre correcto y buena
persona, no como el otro pájaro que se fue.
230
En el correo he recibido varias carta; de mi familia tres en las que me dicen
que están muy bien, esto me ha tranquilizado, ya que por lo que afecta a mi madre
estaba un poco preocupado. También he recibido otra de “la amiga” de Barcelona.
Esta te la llevaré cuando vaya a fin de que pase la censura. Ya verás que se queja,
como siempre, de no saber nada de mí.
El mueble ya lo tengo acabado, por lo tanto te lo bajaré, pero no quites el que
tienes colocado allí porque quizá esté mejor que el que te he hecho.
Como te veré pronto no soy más extenso; ya sabes que me gusta hablar las
cosas teniéndote a mi lado.
Nada me dices de la barca. ¿Está ya terminada? Si así fuera quizá la probemos
este mes aunque quizá no pueda ser, porque supongo que la pintura que tu padre me
encargó es para la barca.
Sin otra cosa y con recuerdos para tu familia doy fin a la presente.
Ángel
P.D.: Tengo un gatito pequeñito todo blanco. Antes de marcharme a la Península te lo
llevaré
……….
Niefang, 9 - 11 - 1945
Querida Sarita:
Me encuentro todavía en Niefang y, como quiera que mañana bajará para esa
Contreras, te mando por mediación del mismo estas líneas para decirte que se me
olvidó la pistola en esa. Tú guárdala hasta que yo baje y que no enrede con ella nadie,
231
pues sabes, tiene munición dentro. Creo que sobre el 24 bajará el camión con caucho,
pero no sé si podré yo hacerlo pues ahora tendré bastante trabajo por arriba.
Esta mañana subimos para Evinayong, pues no lo habíamos hecho todavía a
causa de la entrega que el teniente ha tenido que hacer al nuevo.
No sé si me escribirás con la guagua del 10, pero si así no lo haces te espero
para la próxima.
Nada más. Recuerdos a todos y tú ya sabes, te quiere y no te olvida.
Ángel
……….
20 – 11 - 1945
Querida Sarita:
Recibí tu carta del día 16 y con la misma guagua no pude contestar por
habérmela entregado aquella después de la salida del coche. De todas formas tú no
esperarías carta con la misma pues según tú, dudabas hasta si ese día habría servicio
de correos para esta.
Por lo que me dices, Contreras no te llevó la carta que desde Niefang te escribí
por lo cual, cuando lo vea, le voy a poner más verde que un pepino.
Eres una roñosa y además no lo ocultas. Digo esto porque según tú, si no te
vuelvo a escribir otra vez desde esta, no lo hubieras hecho tú tampoco en todo el mes
por no haber tenido noticias mías. Eres una egoísta pues ya son dos las veces que esto
sucede y siempre has de ser tú la que no has de dar el brazo a torcer. Sabes que yo te
he escrito siempre con la misma frecuencia y no sé por qué has de pensar que pueda
cambiar en mi modo de proceder. Quiero tengas más confianza en mí y “que nunca
eches como olvido, por mi parte”, al no recibir las cartas con la normalidad
acostumbrada. Ya me suponía que, una vez saliera yo de esas, tendrías que guardar
cama, cosa que ya debías de haber hecho estando yo allí. No sé qué quieres decir con
232
eso de que tú solamente sabes la causa de que te hubiese dado tanta fiebre; lo cual, si
no es por no tomarte la quinina que te corresponde, lo achacas a algún disgustillo que
indebidamente hayas tenido. ¿Me equivoco?
Creo que, aún cuando te decía en mi anterior que no bajaría hasta fin de mes,
creo tendré que hacerlo sobre el veinticuatro o veinticinco. Digo esto porque hay que
hacer dos viajes con caucho y en uno de ellos bajará Azpuro. A su regreso bajaré yo
con otro viaje y con el teniente. Este se quedará en Niefang para el tribunal y yo
continuaré hasta esa. Como quiera que me lleve a Alejandro, este regresará para
Niefang una vez descargado el caucho y yo me quedaré un par de días para subir luego
a recoger al teniente y regresar nuevamente a esta. Como ves son ya tres veces las que
este mes bajo para esa, por lo que me figuro no estarás descontenta. Te participo que
casi se me hace violento el estar tan continuamente allí, pues no cabe duda de que doy
el verdadero tostón y además, por otra parte, creo que es verdad aquello de que “si
quieres que te quiera tu tía, vete al año un día”. ¡Bueno, esto no es en serio pero te lo
digo!
No sé qué te diría en mi anterior para que digas fue tan excesivamente corta.
Bien sabes que en esta no hay nada de particular para decirte y por lo que respecta a
mi persona, bien sabes que siempre me encuentro bien. Hoy tengo un rato desocupado
y quiero escribirte una carta un poco más extensa que las ordinarias, a fin de ver si
también en esto puedo complacerte.
Dices que temes haya salido en este barco una carta mía para Barcelona
dirigida a la persona que tú sabes. No sé por qué me dices tal cosa, ni menos los
motivos en que te fundas para suponértelo. Si tanto te lo temías podías muy bien haber
encargado a Arrieta que la recogiese. Tú le dabas la dirección y, por otro lado. ya
sabes que yo te autorizo a ello. Como te digo anteriormente, quiero tengas plena
confianza en mí. Debes de tener en cuenta que contigo no puedo comportarme como
con las demás y que lo nuestro es demasiado serio para que yo procediese así. Por lo
tanto espero estés siempre tranquila por lo que respecta a estas cuestiones.
Todavía no me han subido el ébano de Niefang y por lo tanto nada te puedo
hacer. Si cuando baje ahora no está aserrado lo bajaré a Bata. ¿Y la barca? ¿La
habéis probado? Espero que este mes nos demos un paseo en ella y que, como es
natural en las veces sucesivas que yo baje, podremos repetirlos.
233
Según dicen ahora la guagua subirá los días 30, 10, y 20 más el día 15 y dentro
de poco cada cinco días. Mi deseo desde luego no es otro, pues también a mí se me
hace muy largo el estar tantos días sin tus noticias.
Por esta “bella capital” nada de particular ocurre. Todo está en el mismo sitio
y todos los “animales”, gracias a Dios, disfrutan de muy buena salud. Yo entre
algunos trabajos que tengo por el garaje y otros que hay que hacer por el campamento
me paso los días sin pena ni gloria. Por la noche ceno y antes de que vosotros lo hayáis
hecho en esa, ya estoy en la cama. Como verás procedo como un buen chico, me
equivoco, como un buen viejo. Creo, no recibiré ya carta tuya y por lo tanto no te
pregunto nada de por allí, pues tendremos tiempo de hablar personalmente sobre todo.
Únicamente te diré que para cumplir tus deseos firmaré hoy la carta a mano.
Te quiere y no te olvida
Ángel
En este momento me entregan tu carta del 18, por ella veo lo has pasado muy bien.
¿Qué tal la comida del “Guria”? Qué raro que sobre ello no me digas nada en tu
carta…
Dice el teniente que el camión bajará el día 24, más de momento no sé si yo iré, pues
parece que Azpuro tiene interés por bajar esta vez.
Ambolo
<Secreto>: acaba de mandar aviso Portolés, que han robado el oro de la mina ¿Quién
habrá sido?... Yo creo que los ladrones.
……….
Hoy, 23 - 11 - 1945
234
Querida Sarita:
Como quiera que mañana baja el camión a esa y yo no lo hago, quiero enviarte
estas líneas para que sepas que si yo me quedo esta vez, es precisamente porque baja
Azpuro, y porque además dentro de unos días lo haré yo con Barri, así que no te
enfades.
Creo que mi carta anterior que mandé por la guagua ya la recibirías, y por
consiguiente hoy poca cosa puedo decirte.
Verás cómo por fin te has salido con la tuya sobre lo de escribirte a mano, mas
ten por entendido que siempre que lo haga así seré mucho más breve que haciéndolo a
máquina.
Anoche, la “señora Tomé” me dijo cómo te había conocido, que la acompañaste
por las factorías y que le fuiste muy simpática. En cambio tu “Prima”, que también
estaba, no me dijo de ti ni una sola palabra: se ve que en Evinayong le entra la
“tontez”, inmediatamente que llega.
No sé si antes del día de haberes tendrá que bajar el camión, pues tenemos tres
viajes de caucho; de ser así bajaré en el próximo yo. Espero no estés nuevamente con
fiebre como en la vez pasada.
Esta carta te la mando con Alejandro, así como también unas coles que, como
veréis, ya son malísimas, pero que como no las hay mejores yo no puedo hacer otra
cosa. También van unos aguacates.
Nada más se me ocurre. Tú contéstame con Alejandro y cuéntame cómo seguís
por esa.
Con saludos a tu familia y esperando verte pronto queda este que sabes te
quiere.
Ángel
P.D. Me acaba de decir el teniente que yo tendré que bajar el día 24 con más caucho.
Esperaré por la tarde.
……….
235
13 - 12 - 1945
Querida Sarita:
Recibí tu enfurruñada carta a la que hasta hoy día no he tenido oportunidad de
contestar.
Con este correo pensé volverías a escribirme, mas me llevé una decepción al
examinarlo y ver que no era así. Sin duda alguna que estarías estos días de atrás muy
atareada y no habrás tenido tiempo de hacerlo por lo menos para mí, pues para otras
personas no pareces tienes tanta pereza. Ten por entendido, y no te enfades si te pago
con la misma moneda. De ahora en adelante solo escribiré cuando reciba carta tuya, o
sea, igual que lo que haces tú.
Por la tuya veo te encuentras enfadadísima conmigo por lo que respecta a las
próximas Navidades. Creo por mi parte que no tienes motivos para ponerte así, ya que
la culpa no será mía si no bajo. Yo miraré todas las combinaciones que se me puedan
presentar, mas debes de tener presente que bajando como bajaré con Barri el día 20,
no voy a pedir al teniente permiso hasta el 30. De todas formas, aun cuando sé no lo
has de creer, quiero sepas, tengo tanto interés como tú en pasar esos días en vuestra
compañía y, por consiguiente, miraré de conseguirlo.
Ah, otra cosa. Esta es una noticia que creo te habrá de gustar. El teniente de
Niefang se ha hecho cargo del mando de la Compañía y me preguntó ayer que si
quería bajar allí; a mí desde luego no es que me seduzca vivir en Niefang, pero
tratándose de que de dicha forma me será mucho más fácil el ir a verte, le contesté que
sí. En consecuencia, hemos acordado que a primeros del próximo mes iré a vivir allí.
Por aquí continuamos los mismos “perros” de siempre sin alteraciones dignas de
mención en nuestras vidas. Se me olvidaba decirte que ayer, en casa de Juan, me
enseñó tu “prima” la foto que junto con el ingeniero os sacasteis en esa. ¿Por qué no
me la enseñaste tú? Conste que estás la mejor de los tres y que cuando baje me dirás
el porqué de habértelo callado. También estoy enterado de lo de la puerta del bar, cosa
que tú te propusiste ignorase yo. No sé por qué temías lo supiese pues ello nada tiene
de particular.
236
El ébano todavía no me lo han subido de Niefang, pero creo ya está aserrado,
de forma que cuando baje a primeros de mes, te haré la mesita prometida.
Nada más se me ocurre por el momento y como quiera que dentro de pocos días
bajaré, me despido por hoy.
Saludos en tu casa. Te quiere.
Ángel
¿El peine? Gracias, ya te lo prestaré cuando baje.
……….
15 - 12 - 1945
Querida Sarita:
Recibo esta noche tu carta y como quiera que mañana salga pronto la guagua
para esa, quiero contestarte hoy mismo a fin de complacerte en tu deseo.
Empezaré, en primer lugar, por decirte que puedes contar conmigo para las
próximas fiestas de Navidad, pues definitivamente he resuelto bajar para haberes y
quedarme allí. Esto contando que el teniente de Niefang que hoy manda la compañía
no ponga impedimentos. Creo que será el día 21 cuando bajemos y por lo tanto tú me
esperas en la tarde de ese día. Mi idea era el haberme trasladado a Niefang,
combinando con el viaje de haberes, mas como quiera que haya que hacer un par de
viajes a Akurenam, me han dicho que será a primeros del próximo mes. Quizá en esto
cambien de parecer por el hecho de que ayer nuevamente subió el teniente de Nsort y
parece ser que se hace cargo de todo esto, por esta razón el de aquí marcha hoy a Bata
y tengo entendido que será para resolver su traslado a Akurenam. Quizá con estos
cambios pueda bajar antes a Niefang, de todas formas, como te digo anteriormente,
bajaré para estar unos días contigo y con respecto al regreso, ya veremos.
237
Nada me dices en la tuya de si se proyecta algo extraordinario para las fiestas
en Bata, por eso deduzco de que nada de nuevo habrá y que tendremos que
conformarnos con el bautizo de tu barca, que creo esta vez será.
De lo de la invitación de Elena para el bautizo, acepto, si es que coincide en los
días en que esté allí. Ya me contaréis detenidamente, cuando baje, la comedia que hizo
Juanito por el fracaso de sus amores.
Tú ya no me contestes a esta puesto que yo bajaré como te digo el 21, por lo
tanto, lo que tuvieses de nuevo para decirme, ya me lo dirás de palabra.
Nada de particular me queda para decirte únicamente, creo deber
recomendarte, cuides muy bien “tus 39 y medio” puesto que si no, vas a salir como la
máquina del tren.
Recuerdos a tu familia y tú ya sabes te quiere
Ángel
P.D.: Te hice un cenicero y unas figuras de ébano, que por cierto han salido bastante
mal, pero menos… mal que te las he hecho.
……….
29 - 12 - 1945
Querida Sarita:
Anoche, con el gerente de “Gaula”, recibí una nota de tu padre y conforme con
cuanto en ella me decía, cenó y durmió en mi casa. Esta mañana salió para
Micomeseng, que él llevará y entregará a Pepito para ti. Desde luego se trata de un
buen muchacho, y creo habrá quedado satisfecho de la hospitalidad.
Nada de particular tengo para decirte. El viaje a esta lo hicimos bien, en el
campamento reina una completa tranquilidad y “Barriguita” (Barri) y yo estamos en
completa armonía.
Al venirme a esta se me olvidó mandarte de “Casa Herrero”, el cabezal y la
manta de planchar, creo las recogeréis.
238
El camión subió nuevamente a Akurenam a por más caucho. Yo subiré a
Evinayóng a 1º de mes con el teniente de esta, pues ya el de allí pasó definitivamente a
Akurenam y ahora tengo que bajar el motor de la luz a esta.
Por aquí bien, hasta la fecha no hemos acordado nada para Nochevieja y lo
más probable es que la pase con Contreras.
Escríbeme pronto y dime cuantas noticias de interés sepas.
Saludos en tu casa. Te quiere.
Ángel
……….
30 - 12 - 1945
Querida Sarita:
Nada más que unas líneas para que no me esperes hoy, pues aún me quedan
algunas cosas que hacer por aquí. Entre otras, que termine el lavandero de lavarme la
ropa. Por lo tanto será mañana por la mañana cuando baje.
Esta te la mando con mi boy a quien le darás la escopeta que tiene Pepito en su
cuarto, o sea la mía. Te extrañará te la pida, mas no dejes de hacerlo porque la he
cambiado por algo que creo, te ha de gustar.
Como te digo anteriormente mañana sábado me esperas antes de comer.
Nada más tengo para decirte como no sea, lo de recordarte lo mucho que te
quiero.
Ángel
Hoy, 5 – 1 - 1946
Querida Sarita:
239
Te escribo estas líneas aprovechando baja Mariano, el conductor, para esa. Yo,
si no hay inconvenientes que me lo impida, esta tarde bajaré en algún camión que pase
para poder estar todo el día de mañana contigo.
Cuando subió el camión, me extrañó muchísimo no me mandases ninguna
carta. Tanto es así, que para vengarme no te he querido escribir. Sin embargo, vi
estaba equivocado pues esta mañana revisé el correo y me encontré con tus dos cartas,
por lo tanto, la culpa ha sido de Contreras que dice no lo miró tampoco y por lo tanto
nada sabía.
Nada más tengo para decirte, solo que me esperes esta tarde.
Te quiere.
Ángel
……….
.
Evinayong, 16 - 1 - 1946
Querida Sarita:
Te escribo desde Evinayong, en donde me encuentro desde ayer que subí con el
comandante y el teniente. Ya te había escrito desde Niefang, pero todavía no había
mandado la carta por estar esperando una oportunidad para ello.
Creo que bajaremos hoy para Niefang pues el “vik Masa” (big Masa), ha
subido esta mañana para Akurenam y regresará al mediodía.
Poco o nada tengo para notificarte, esto se encuentra igual que cuando yo lo
dejé, con la única variación de que se encuentran en este Campamento los topógrafos.
No sé cuándo bajaré por esa, pero ten entendido que a la primera oportunidad
lo haré. Probablemente será después del “Dómine”* cuando lo haga, ya que según
dicen, sale este lunes.
El comandante ha estado muy simpático y me dijo que saldríamos para España
en el mes de marzo. Estuvo hablando de las fiestas de este año de San Fermín de
240
Pamplona y me dijo de qué pueblo de Navarra era su mujer. Yo ya conozco el pueblo
que tiene treinta casas.
Barri y su señora bajarán el sábado por la mañana para esa.
Nada más tengo que decirte. Saludos a tu familia. Te quiere.
Ángel
……….
Niefang, 14 – 2 - 1946
Querida Sarita:
Ya queda menos para emprender el viaje y, sinceramente no me apetece
alejarme de ti, ni de esta tierra bendita a la que un día llegué con mi salacot y un
paquete de Lucky. Simpática amiguita, espero sabrás perdonarme por solo ponerte
cuatro letras, pero es que hoy no estoy de humor para escribir………
In situ…
Hoy no estoy de humor para escribir… ¡Hoy no! Son las 19: 19 de la tarde
del día 29 del mes de agosto y Ángel está volando hacia Taiwán, vía Londres.
Pasará esta noche en los dominios de la “Reina Madre” y mañana, no tengo aún
claro a qué hora de la idem, volará definitivamente hacia el país amarillo. Contra
viento y marea lo que tenía que suceder sucedió y abandonó el nido al igual que
sus hermanos. Lo llevamos mal, para qué nos vamos a engañar, no sé si yo peor
que su padre o viceversa o los dos por igual… ¡Qué más da! Solo sé que la garganta
241
me molesta como si tuviera anginas y es de la de veces que en ella se me ha puesto
un nudo con tal de aguantar el llanto…
Tardaste un poco más que tus hermanos, bueno bastante más que Doyo,
que tan rápido salió del cuco, dispuesto a comerse ese pastel con tropezones
llamado mundo… Y algo menos que Chicho, que tal vez por eso de “soñador” no
tenía demasiada prisa por sacar las patitas de la canasta. Lo hizo despacio, sin
sobresaltos; tal como es él…
Aquí estoy sentada en la sala de juntas del Helipuerto esperando oír el
pitido del … ¡Sonando, está sonando!
- ¡Hola Ángel! – escucho su voz y ruego porque no se me haga el maldito
nudo en la garganta porque entonces no me saldrá ni una palabra…
- ¡Eeeehhhh…! - típico toque. Es algo así como: “¡Qué pasa! ¡soo!” Cuando
quiere cortar un estado de ánimo bastante deteriorado–. Sí, nos vamos a ver
pronto…
- Habla Ángel…
- ¡Hablo! – dice él.
Desde hace algún tiempo este intercambio de palabras se había convertido
en un pequeño ritual: me siento como una ardilla recogiendo nueces para un largo
invierno en su tronco pero, en vez de nueces, yo almaceno la voz de mi hijo, para
un largo, larguísimo invierno; porque solo Dios en su infinita sabiduría sabe
cuándo regresará al hogar, o a sus alrededores, lo que traducido significa:
Europa….
- Ya estoy a punto de embarcar; os llamaré desde Bangkok… - el reloj marca
las 21:30… Sigue hablando pero no escucho sus palabras, solo almaceno su voz; el
timbre de su voz…
- Cuídate… Un abrazo de oso.
10:18 del día 30, sábado por la mañana. Estamos en la cama y el deseado
pitido del móvil, vuelve a sonar. Esta vez es un mensaje…
- Buenas! Estoy en Bangkok. Os aviso cuando llegue a Taipéi.
- 1bsto!
- .........
242
……...- Vuelve pronto amor…
- Dame la cinta amarilla…
- No, que una vez la tiraste por la ventanilla de la pick-up… ¿Te acordarás de mí?
- Eso fue hace mucho tiempo, y ocurrió con una niña mimada e insolente…
¿Cómo voy a olvidarte “Escopetilla”?…
- No me llames así, que ya sabes que así me llama mi hermano para hacerme
rabiar…
- Chito te llama “la China”, eso es cosa de Llaurador –dijo riendo–, aunque te
llama así mucha gente, porque no nos engañemos… ¡Mira que te gusta mandar!... Sin
comentarios.
- ¿Seguro que cumplirás tu palabra y nos casaremos por poderes?
- Seguro… -le dice besando la punta de su nariz.
- Mira que España está llenita de chicas guapas… - los dedos de “la Escopetilla” le
apartan el mechón de pelo lacio que cae rebelde sobre su frente.
- Me arrancaré los ojos si tú me lo pides… -sus ojos de gato brillan a la luz del
petromáx, en donde dos polillas se afanan en atravesar el cristal atraídas por los cantos de
sirena de la nívea luz.
- Mira que allí es primavera… que estará todo llenito de flores… que en el aire solo
habrá aromas de azahar y jazmín…
- Para mí, el aire solo traerá aromas de mango y piña, que es el que desprende tu
pelo… -con los dedos, le aparta el pelo de la cara detrás de las orejas.
- No estarás para mi cumpleaños…
- El veintinueve de septiembre señora de Fuentes, si Dios lo quiere, estaré junto a
ti, porque ya serás la señora de Fuentes. Soplaremos las velas que el cocinero habrá puesto
encima de un tupinamba*, o sin cocinero, porque estaremos en España: yo en el curso y
tú haciendo un bizcocho en el que pondrás las velas de tu cumpleaños… En cualquier
caso, si D. Q. estaremos juntos para soplarlas, pero no me pidas que me quede
“Escopetilla”… sabes que tengo que ir a ver a mis padres, que ya son muy mayores… que
mi madre está pachucha… no me pidas esto amor…
243
- Señora de Fuentes… y estarás para mi cumpleaños… -dijo en voz baja, a la vez
que en su pícara cara, una sonrisa grande y bella iluminaba el momento. – Suena bien, pero
hay un problema…
- ¿Cuál?
-¡Que no tengo ni idea de cómo se hace un bizcocho!
………- Salvador, me voy a llevar a Okiri a España, lo dejaré en casa de mi hermana en
Sangüesa hasta que encuentre un zoo o algún lugar en donde sepan cuidarlo. Es una casa
grande con mucho espacio y terreno; ya he hablado con la familia y están ilusionados con
la idea.
- No sé… para empezar esta el frío y luego que no es un animal doméstico, igual
hay problemas…
- Solo será por poco tiempo y además yo estaré pendiente. Sara respirará tranquila -dice riendo- pues sé lo mal que lo pasa, primero Carola y después Okiri. Y yo me siento
culpable…
Tupinamba*: postre hecho con natillas y merengue caramelizado
………- No me olvides amor… -la mano de Ángel levanta la barbilla de Sarita; quiere ver
el rostro de la mujer que ama, antes de partir para Europa, y lo quiere ver iluminado por
esa sonrisa espléndida; por ese brillo en la mirada que tanto le enamora; por ese hoyuelo
que asoma en su mejilla cada vez que sonríe… quiere llevarse grabado en su cerebro la luz
que brota de su interior con la misma fuerza de un chorro de agua de manantial…-. No me
olvides amor
244
Atrás quedó el campamento y en él su razón de vivir. Cuando salió, el sol aún no
despuntaba en el horizonte; por las calles, en la oscuridad, se veía alguna que otra lámpara
de bosque iluminando el camino. “Ojos de Gato” sabía bien que la finalidad real de esas
luces no era otra cosa que anunciar: “Masa, soy un “moreno” que está circulando en este
momento por aquí…”. Dio un giro a la derecha y el camión trastabilló sin miramientos
enfilando la carretera. A su lado, Alejandro dormitaba como siempre y en la caja, Pablo
posiblemente estuviera haciendo lo mismo entre cajas de aceite, ajos y un buen lote de
afeites. Seguramente este sería su último viaje de caucho en muchos meses porque en unos
días, él subiría a la gabarra de la playa para luego trepar por la escala del barco que le
llevaría a ese otro mundo tan distinto del que ahora conocía y al que había aprendido a
amar con todo su corazón.
Una mañana de abril, embarcó en el Isla de Tenerife, un viejo barco a carbón
fondeado a cierta distancia de la costa que partía rumbo a Bilbao. Dejando en la playa,
bajo un sol de justicia, a “la Escopetilla” junto a su padre y el bueno de Barreal. Adiós,
amor… adiós…
245
9 - HOTEL MONTILLA
Ojos de Gato con La Guardia Colonial.jpg
Arriba en el puente, alguien había apuntado en una hoja del cuaderno de bitácora la
derrota a seguir y en el timón, las cabillas estaban listas para ser gobernadas por las manos
del timonel…
El veinticuatro de marzo del cuarenta y seis, sobre las nueve de la noche, el viejo
barco partió, a son de mar, desde el puerto de Santa Isabel con las entrañas colmadas de
cacao, de madera, de café… y el pellejo revestido de sal marinera y hollín.
Sentado en una bita herrumbrosa y desnuda de cabos de la cubierta de popa, “Ojos
de Gato”, con la mirada perdida en la estela que el barco iba dejando en el agua, esperaba
impaciente a que el comedor se quedara en silencio para escribir la primera carta en la
distancia a “la Escopetilla”. Si cerraba los ojos podía verla en la arena de la playa de Bata,
sujetándose el salacot con una mano y con la otra diciéndole adiós; mientras el viento
revoloteaba entre los frunces de su falda azul y los huecos de la blusa blanca de popelín.
De uno de los bolsillos de la camisa sacó el paquete de Lucky y, aunque la noche era
estrellada, no buscó la Cruz del Sur, ni disintió sobre la nicotina, porque sencillamente le
246
gustaba fumar y no estaba por la labor de dejarlo; ni tan siquiera buscó el salacot, entre
otras razones porque estaba deseando perderlo de vista durante una buena temporada.
Miró la hora y la imaginó sentada bajo el egombe-egombe, junto a los suyos, charlando con
los amigos, de esto y de lo otro, y deseó que en algún momento de la conversación
mencionara su nombre. Confiaba en que la carta con las fotos que le mandó hacía tres días
desde la isla le hubiera llegado sin contratiempos. En ella no le contaba lo ocurrido con el
pobre “Okiri”, que enfermó de disentería y, con los consabidos problemas de sanidad, no
tuvo más remedio que desembarcarlo y vendérselo al caprichoso finquero que lo quería.
Tal vez, con un poco de suerte, el pequeño gorila lo lograra… Lanzó la colilla al agua y
levantándose de la bita, se dirigió hacia el comedor, en donde como esperaba no había ni
un alma. El calor era sofocante, así que tendría que dormir de nuevo en cubierta, porque
hacerlo en el camarote sería imposible. Pensó con resignación que así estaría hasta llegar a
Canarias…
………El barco se movía de lo lindo y, prácticamente todo el pasaje y parte de la
tripulación se había mareado. Sentado en un rincón del casi desierto comedor observaba el
cielo que, cada vez más encapotado, presagiaba tormenta. Apartó la vista del oscilante
horizonte que divisaba, justo en el momento en que un fuerte bandazo seguido de una
guiñada hizo que el grueso borde de madera que rodeaba la mesa, a duras penas frenara el
plato vacío de sopa que tenía delante. Acertó a levantarse, cuando un nuevo bandazo
acompañado de un estruendo de platos rotos le devolvió a la silla. El camarero, aferrado al
enorme trinchete del comedor, le indicaba con un gesto que permaneciera en el sitio. No
había nadie más. Solo quedaban ellos dos. En el exterior, a modo de tarjeta de visita,
gruesas gotas de lluvia caían sobre el barco y las encrespadas olas del mar, acompañados de
una aparatosa tormenta eléctrica, anunciando temporal. En poco tiempo un gran aguacero
caía del cielo, y una fuerte levantina arbolaba la mar haciendo que el viejo barco preparado
para la batalla, hincara el tajamar hendiendo el agua con todo el ímpetu de que era capaz.
Con cada golpe de mar los imbornales practicados en los trancaniles del barco no daban
abasto para desaguar la embarcación. En su interior, “Ojos de Gato” y el camarero
sostenían su lucha particular aferrándose a mesas, pilares, aparadores y a todo aquello que
permanecía fijado al suelo, consiguiendo llegar hasta la puerta en medio de un montón de
afilados trozos de vajilla y cubiertos esparcidos como un campo de minas. Agarrados a los
pasamanos del pasillo emprendieron el difícil camino hacia los camarotes.
247
Al temporal le acompañó el frío. Los monos y loros que con ellos llevaban para
regalar a familiares y amigos, sucumbieron ante el difícil trayecto; así que no hubo más
remedio que lanzarlos uno a uno por la borda, para placer de los tiburones que durante días
sobrenadaban tras la popa del barco en espera de que el marmitón vertiera los restos de
comida al mar. Desde que se alejaron de Las Canarias, la temperatura había bajado lo
suficiente como para sentir ese cambio en la piel y “Ojos de Gato”, como muchos de los
pasajeros, tuvo que comprar en Tenerife algo de ropa de invierno. Entre el temporal y el
frío, y lo que era peor, la distancia que le separaba cada vez más de “la Escopetilla”, la
travesía se le estaba haciendo larga y pesada; casi sin sentido. Acabó por preguntarse que
qué coño hacía él en ese barco ahora que le habían comunicado en Canarias la suspensión
de los cursos de la academia. Lo único que le retenía en la Península era su familia… Tanto
tiempo sin verlos; sin abrazar a sus padres; tanto tiempo… mejor hubiera sido quedarse
junto al diablillo de Sarita.
El “mar enfadado”, hizo mella en el estado de ánimo del pasaje, que colapsó la
enfermería y ocupó los camarotes dejando desiertas las cubiertas y puntos de reunión. Se
sentía como un fantasma vagando de un lado a otro, con un refriado de campeonato,y ese
“mar enfadado”.
En la madrugada del once divisaron la costa de Cádiz. Y ya cerca de la bocana, el
barco ralentizó la marcha y la lancha del práctico se arrimó a estribor en donde la escala
esperaba la subida del práctico para guiarlo hasta su punto de amarre. Para “Ojos de Gato”,
el atraque en esa ciudad: “la tacita de plata”, como la llamaban los gaditanos, era el final del
trayecto. No continuaría hasta Bilbao porque sentía una necesidad terrible de moverse por
tierra firme. Desde donde estaba, veía las farolas del puerto reflejar su luz en el agua de la
bahía y en el cielo estrellado, la misma luna de madrugada que empapaba las playas y las
tierras del interior de la Guinea. Su Guinea, tan lejana ahora en la distancia y tan cerca en el
corazón y el pensamiento… Allí en donde se encontraba, escuchó el traqueteo de la
cadena del ancla que se agolpaba en sus oídos como el sonido de las cuentas desgranadas
de un colosal rosario. Más que el frío notaba la humedad. <<Esto no me arreglará el
resfriado…>>, pensó. Pero eso no le impidió quedarse a observar el trasiego del muelle
con el ir y venir de los hombres, encapillando las gazas de las estachas en los bolardos o la
instalación de la escalerilla que al final le llevaría a tierra. Con el cuerpo aterido se coló por
la primera escotilla que encontró a su paso. Le había prometido a “la Escopetilla” que la
escribiría en cuanto llegara a puerto, pero no lo haría porque quería dormir un poco y a
primera hora, en cuanto abrieran los comercios, tendría que comprar alguna que otra
248
prenda más de abrigo, para después irse cuanto antes a la estación y subir al primer tren que
lo llevara a Madrid. Así que la carta tendría que esperar…
……….A bordo del Isla de Tenerife, a 25 – 3 – 1946
Queridísima Sarita:
Ayer domingo, a las nueve de la noche, salimos de Santa Isabel en donde yo me
encontraba aburridísimo…
Esta noche, una vez que hemos terminado de cenar y cuando ya el comedor ha
quedado despejado, quiero dedicar un rato a escribirte toda vez que así me hago la
ilusión de que me encuentro más cerca de ti. Son ahora mismo las ocho de la noche,
¿qué haces tú ahora? Casi me lo figuro: estarás sentada en la puerta de tu casa junto
con tu familia y en conversación con el matrimonio Trapero, ¿me equivoco? Creo que
no. Luego iréis a cenar; tu padre tomará un cuarto de kilo de bicarbonato, Pepito os
dará unos suculentos entremeses de yuca y de camiones* y seguidamente a refrescar en
la puerta.
Creo que ya se encontrarán en tu poder las fotos que, juntamente con mi carta,
en certificado, te mandé desde Santa Isabel.
Ahora te hablaré algo con respecto a mis impresiones en este primer día de
viaje. Como compañía, en mi clase, va gente poco alegre y por consiguiente poco
propensa a diversiones. Van dos expulsados, entre ellos, Selegrín*; tres matrimonios
de la isla con varios chiquillos; Nuria, la hermana de Sánchez el yuquero; Rodríguez y
su señora y luego ocho o diez empleados de finca.
Como primera noche he tenido que dormir en cubierta, pues en el camarote es
de todo punto imposible. No te puedes hacer una idea del calor que en los mismos hace.
Con ello ya sé positivamente que hasta llegar a Canarias no podré dormir abajo.
Se me olvidaba decirte que “la Trini” y “el Trino”, arreglaron el pasaje para El
Dómine. También nos acompaña en este Rivera el de Annobón*
Como noticia interesante te diré que “Okiri” se quedó en Santa Isabel… ¿Qué
cómo fue ello? ¡Pues verás! El día antes de embarcar fui a verlo y lo encontré casi
249
hecho un esqueleto. Me dijo “la niñera” que tampoco aquel día había tomado el
biberón y que además tenía disentería, todo lo cual lo observé yo mismo, en
consecuencia que me decidí a no continuar el viaje con él pues comprendí que era
imposible llegase bien. Además en el barco me dijeron que tenía que llevarlo a sanidad
a fin de que le analizasen la sangre y me extendiesen un certificado. Por todo ello lo
saqué del barco e hice algunas gestiones a fin de ver si podía sacar algo por él y en
último caso regalarlo. Como verás la suerte me acompañó y conseguí de un “chalao”
1000 ptas., que creo era un precio bueno para las condiciones en que se encontraba.
En resumidas cuentas: que el bueno de “Okiri” lo tienes en Santa Isabel en la factoría
de “Casa Juana” y que, para compensarte el disgusto, te compraré y mandaré desde
Canarias un buen reloj, que ya sé lo estabas deseando. ¿No es así?
El Barco dicen, llegará a Bilbao sobre el 25 del próximo mes de abril. Tanto
retraso se ha de obedecer a coincidir en Coruña con Semana Santa, o sea que perderá
días. Como quiera que a Cádiz llegue el 8, yo desembarcaré sin equipaje y me iré a
casa en tren, única manera de disponer de más días antes de ir a la academia. Luego
iré a Bilbao a recoger mis cosas cuando el barco llegue. Esta carta te la mandaré desde
Santa Cruz de Tenerife, donde también te pondré un radio comunicándote mi llegada;
así mismo, de allí te mandaré el reloj del que anteriormente te hablaba. ¡Bueno!, por
hoy dejo de escribirte, de forma que esta la continuaré otro día y la terminaré
definitivamente en Canarias, así que “ambolito” y hasta otro rato…………
………Es hoy martes, día 2 de abril, de modo que esta carta que empecé a mi salida de
Santa Isabel la continúo después de ocho de navegación. ¿Qué es lo que te puedo decir
hoy? ¡Pues verás! En primer lugar que nos faltan tres días para llegar a Canarias y
que el clima ha cambiado del todo. Ya desaparecieron los salacots, todo el mundo
duerme en sus respectivos camarotes y también todos hemos dejado de marchar en
mangas de camisa. Con ello quiero decir que ya notamos bien el frío. En la enfermería,
tengo entendido que ya no hay sitio para nadie más. El que peor va es Selegrín, pues
dicen que va muy grave. Por mi parte he cogido desde hace tres días un soberano
constipado, con el cual espero terminar el viaje. Los monos y loros que llevan muchos
de los pasajeros están todos pelados y desplumados, por lo que creo que no pocos
llegarán a su destino.
250
Las tardes en el barco se hacen aburridísimas con todo el sentido de la palabra.
La comida la sirven, como en todos, a las doce y hasta las ocho no se hace de noche.
Me aburro en el camarote, y si he de estar aquí en el comedor es por la cuadrilla de
gaznápiros que en él van.
En Santa Cruz de Tenerife me presentaré en el Tercio a fin de ver si me
extienden el certificado de soltería, pues tengo entendido que son ahora los coroneles
del Tercio quienes lo hacen. Siendo así, lo demás lo conseguiré en España y te lo
mandaré todo. Muchas veces pienso lo molesto del viaje que habrá de ser para ti al
venir para España. Cuando todo esté ya arreglado o mejor dicho cuando ya estemos
casados, tienes que mirar de embarcar en un barco en el que vaya alguna señora o
algún matrimonio de confianza, pues aún cuando yo saldré a Cádiz a recibirte no
quiero emprendas el viaje completamente sola. Yo con miras a todo esto me
incorporaré a la academia nada más llegar a fin de estar completamente libre cuando
vengas. En el caso de que tu padre no tuviese más remedio que asistir al curso y
coincidiese por el mes de agosto y septiembre. De todo lo que haya ya te escribiré más
extensamente desde España.
Espero vendrá alguna carta en el Dómine, yo desde España te prometo
escribirte lo más frecuentemente que pueda, para así tenerte contenta y tranquila, pues
te conozco y sé que siempre piensas lo peor.
Dejo de escribirte desde el barco y será, como anteriormente te digo, en Santa
Cruz cuando termine la presente.
S1b2s t2 q532r4 r2c3b2 m5ch4s b2s4s
S1b2s – t2 – q532r4 – r2c3b2 – m5ch4s – b2s4s…
Sabes te quiero. Recibe muchos besos………
De yuca y de camiones*: en los años cuarenta, a causa de la escasez de alimentos que
asolaba España, se comerció con la yuca. Con este tubérculo, muy parecido a la patata, se
elaboraban harinas, y almidones. Su transporte se hacía en camiones desde los pueblos del
interior como Mikomeseng, Evbinayong, o Sevilla de Niefang, hasta el puerto de Bata en
donde era cargada en barcos para la Península. Fue tal la demanda que muchos colonos se
vieron enriquecidos de la noche a la mañana. Llegó a llamarse: el “oro blanco” de Guinea.
Van dos expulsados, entre ellos, Selegrín*: En tiempos de la Colonia, el gobernador
tenía la potestad de expulsar a cualquiera persona “non grata”. Una vez firmada la orden de
251
exclusión, el plazo de salida de la Colonia era de cuarenta y ocho horas. Las causas eran
varias: por conducta inmoral, miningueros empedernidos, relaciones íntimas entre blancos
y negras <entre blancas y negros era impensable>, malos tratos a braceros, y toda
manifestación pública que desprestigiara a España.
Annobón <año nuevo en portugués>: Isla situada en la costa africana del océano
Atlántico, cercano al ecuador, en el Golfo de Guinea. Descubierta en 1405 por el portugués
Diogo Cao. En 1778, pasó a manos de la corona española por un intercambio entre España
y Portugal en el que España cedía territorios sudamericanos a cambio de: Annobón, Isla de
Fernando Póo <la actual Bioko>, Nigeria, Camerún, Guinea Ecuatorial y Gabón. Durante
la Época portuguesa y más tarde en la española, servía como almacén de negros para los
veleros que se dirigían hacia Brasil y Río de la Plata.
In situ…
…………Las 7.30 de la tarde. Estaba descifrando una de las cartas de amor de
“Ojos de Gato”, en “La Tierra Prometida”, cuando sonó el teléfono…:
- Besos; todo va a ir bien… -en la voz de Dulcinea un deje de cansancio y en
mi interior, un cóctel de emociones se agitaban en el músculo mas vapuleado de mi
cuerpo, por eso de tenerlo siempre a rebosar de pasiones, agobios y otras
zarandajas que tanto me gusta coleccionar. <<Todo va a ir bien… todo va
bien…>>, pienso, mientras escucho a la madre de mis nietas. Me dice algo de sus
padres; de las niñas que están con Heidi, la canguro… Que si Campanilla y Chicho
se quedarán luego con ellas… que si van en el coche ella y Doyo, camino del
hospital San Carlos, en Murcia… ¡Hasta Murcia! ¿Pero es que nadie más va con
ellos? Intento aparentar calma mas no lo consigo-… Tengo contracciones cada
cinco minutos… Ya os llamaremos… Adiós, adiós… otro beso
.
Conversación acabada. Cuelgo y a los cinco minutos no puedo aguantar más
y llamo, esta vez a Ángel, y tanteo el terreno, pues según cómo coge las cosas que le
digo, reacciona de la manera más inesperada. Le cuento y me dice…:
252
- Me los he cruzado hace un momento, pero no sabía lo que ocurría… ¿Qué
hago? -pregunta inesperada, pues no creo recordar que alguna vez me haya pedido
parecer; bueno sí, pero siempre esperando que esté de acuerdo con su decisión…
cogiendo al toro por los cuernos, aprovecho su desconcierto para llevarlo hasta las
tablas de lo que en ese momento barruntaba…
- Pues… quizá debería haber alguien con Doyo… está solo…. ¡Pobre! –
mano santa.
- ¡Voy para allá! Pero… ¿Y dónde está eso? Bueno, ya lo encontraré. Un beso
“mater”, y dale otro a “pater”.
Conversación acabada. Me hago el propósito de esperar un tiempo antes de
darle al móvil, y para eso intento concentrarme en lo que estaba haciendo: fracaso
total.
Son
las
8:00;
ahora
marco
el
de
Chicho:
rrriiiiinnnnggggg…
rrriiiiiiiiinnnnnngggggg…
- Estamos con Andrea y Sandra <nubecita>. No… no nos han traído a las
niñas; somos nosotros los que hemos venido a casa de Doyo y Lidia ¡uuufffff! ¡Qué
diálogo de besugos! – empieza a impacientarse; ya sabéis, es el que tiene todo
cuadriculado, el que se agobia ante un cambio de planes… aquel que no sabía si en
la habitación del hospital había cuna o no había cuna… ¡el del baúl de la Piqué! Sí,
ese… ese… ya veo, ya, que os vais acordando de los personajes de: “Venida al
mundo de Nubecita”.
- ¿Y “Champi” <Campanilla> qué hace? Es que le quiero preguntar algo…
Y Chicho, que me conoce, no me deja terminar.
- Que no, que está por ahí haciendo cosas, ¡si sabe lo mismo que yo!
- Vale, vale; adiós. Un beso.
8: 15. Marco el número de Doyo y es Dulcinea con su voz cansada…
- Estamos en un atasco… es que es la hora punta de la entrada en Murcia…
-¡Lo que faltaba! ¡Madre mía! Y solos que van. Me entra un dolor de cabeza
tremendo. Me llevo las manos a las sienes y siento latir las venas; las noto
hinchadas, como siempre que me duele la cabeza: <<herencia de “Ojos de
Gato”>>, pienso.
- Vale, vale; llamaré más tarde. Un beso. Adiós.
8:20. <A eso le llamo yo: “más tarde”>. No me da tiempo a hablar: Dulcinea otra
vez. Voz entrecortada.
253
- Linda… que vamos a monitores… Doyo te llamará en cuanto pueda…
Monólogo terminado.
8:30. Ahora llamo a Ángel, que no sé por dónde anda, pienso que quizá haya
aparecido por las inmediaciones de Bilbao o tal vez Guadalajara. ¡Vaya usted a
saber! Y en medio de mi ahogo, escucho la voz de Manolo desde el despacho que
me dice…:
- No te desesperes, que no pasa nada… que todo va bien… -y conforme
desmenuzo cada palabra, me voy rebotando más… ¡Hombres! ¡Pero qué cuajo
tienen!
- Sííííííí… -es Ángel- que estoy aquí con Doyo…
- ¡Menos mal! Ponme con él. Hola cariño…
- Que pasa… -la voz de mi hijo querido; de ese hijo al que siento tan cerca y
tan lejos… de ese hijo tan amado, al que sé que a veces le parezco una extraña…
Al otro lado del móvil: mi “chico guapo”; mi pequeño Doyo…<abiá, abiá, cozone,
cozone, cozone…> creo escuchar su balbuceo de bebé; me parece verlo sentado en
su parque, con los deditos de las manos aferrados a los agujeros de la malla… <Se
ha quedado dormido; se ha quedado dormido sentado… él es capaz de eso y más>.
Y lo veo con su mechón de pelo rubio cayéndole sobre la frente, la naricilla sucia,
los mofletes adornados con pequeñas migas de pan con saliva y en torno a él, un
montón de juguetes: entre ellos su oso “Mimosín”, el primer muñeco que su padre
le compró nada más nacer. Aún lo conservo; está en nuestra habitación, junto con
el “Pelusín” de Ángel … Y ahora que mi cerebro anda por estos vericuetos del
alma, pienso que debería colocar junto a ellos el “pollo” de goma de Chicho que,
no sé por qué, aún conservo en su habitación…
- Hola “chico guapo”. Todo va a ir muy bien, ya lo verás…
- Si ya lo sé. ¡Que no pasa nada! -¡Este es mi Doyo! Siempre con su
caparazón puesto, como una “tortuga ninja”; este es mi chico.
- Vale cariño; llamaré más tarde. Un beso. Os quiero -y apago el móvil, con
el mismo sentimiento de desconsuelo y la misma sensación de soledad que me
invade cada vez que cruzo unas palabras con él.
9:00. Llamo a Ángel…
- No sé dónde está Doyo. Yo estoy en la habitación, que me ha costado
encontrarla “un huevo”, porque Doyo me ha mandado a buscar la bolsa de la ropa
del bebé y ahora no sé qué hacer con ella…
254
- Pues qué vas a hacer criatura, ¡dársela a tu hermano!
- Es que no sé dónde está… Espera… -le escucho decir algo; está hablando
con alguien…
- Ya se la he dado a una enfermera. ¡No sabía qué hacer con la bolsa!
- ¿Pero Doyo dónde está?
- No lo sé. Desapareció por una puerta porque le llamaron, luego salió un
momento y me dijo lo de la bolsa… ¿Y ahora qué hago?
- ¡Torpes! pero mira que sois torpes los hombres. ¡Pues qué vas a hacer!: ir –
a- la- ha- bi-ta- ción -digo, remarcando las sílabas como si estuviera hablando con
alguien corto de entendederas-. ¿O es que crees que después de parir a la cría se
van a ir de marcha?
- No, si lo estaba pensando…
- ¡Ale! pues les esperas allí, que seguro que aparecen. Un beso. Si hay
novedades llámanos. ¿Habéis cenado?
- Sí, y Doyo me ha dicho muy sutilmente que yo era el padrino de Leyre noto en su voz una nota de alegría: está contento.
- Bueno cariño, llamadme en cuanto esté en el mundo la pequeña Leyre.
- Hasta luego “mater”. Adiós.
Leyre. Es un nombre bonito, me gusta. Me da igual que lo hayan sacado del
monasterio de San Salvador de Leire o de Nuestra Señora de Leyre. En cualquier
caso el nombre me resulta precioso. En todo momento y aunque no lo haya
mencionado, mi pensamiento está puesto en Papalelo <”Ojos de Gato”> y el ángel
de la guarda de Leyre; mi corazón confía en el bueno de Dios para que toque su
alma con la fe y haga de ella un ser humano; una buena persona. ¡Que sea persona
Buen Dios!, que sea persona…
¿Le has dado la mano, Papalelo? Sé que estás ahí, junto a Dulcinea. Sé que
Leyre te siente y eso la hace feliz. Ahora que estás con ellas, sé que todo irá bien…
Sigo enfrascada en mis particulares “conversaciones divinas” y suena el móvil…: la
voz de Dulcinea al otro lado:
- Linda… ¡Que ya está en este mundo Leyre! Ha llegado a las diez y cuarto
de la noche… -no puedo evitar la carne de gallina en mi piel, ni que mi corazón se
desborde de alegría, ni que mi alma dé gracias al bueno de Dios, ni siquiera puedo
evitar que con el pensamiento “le haga un cuco” a Papalelo. Ella sigue hablando–:
Doyo ha cortado el cordón… Ha pesado tres doscientos...
255
- ¿A quién crees que se parece? –la interrumpo. Me dice que a Sandra, pero
más pequeña todavía… y yo me echo a reír, pensando que alguna tenía que salir
“pequeña” como Nina-. ¿Y tú cómo estás? –le digo sabiendo ya la respuesta…
- Cansada y temblando, de pronto me ha entrado frío…
- Ya hablaremos mañana. Un beso gordo. Estamos muy contentos. Os
queremos.
Al rato suena el móvil, puedo jurar que esta vez no he sido yo la que lo ha
puesto en funcionamiento: ha sido Ángel, que me pone con Doyo:
- ¡Eeeehhhh! Ya está aquí la enana –escucho su voz y siento que está feliz.
- Enhorabuena Doyo. Ya hemos aumentado la tribu de Papalelo… solo
sabes hacer niñas como él –le digo riendo. Estamos felices, muy felices…
- Hasta mañana “mater”. Un beso para “pater”…
- Espera que te quiere decir algo… -le doy el móvil a Manolo y, mientras
habla con él, le observo un brillo inusual en esos ojos cansados de tanto ordenador,
que indican lo feliz y orgulloso que está de cada uno de sus hijos… y le miro y
pienso como hubiera sido la vida sin él… y como no me gusta la idea, la sacudo
con presteza de mi cabeza, colocando en su lugar otra que me gusta más… pensar
en lo bueno que me había dado la vida: mi familia.
En Ceuta, 19 / 05 / 07
RADIOGRAMA
256
Recibido de Bolondo
8/ 4/ 46 a las 18. 20.
LC/ SARITA CAMARÓ CAMPAMENTO GUARDIA COLONIAL
BATA
Número 29 Tenerife 16 7/4 13.-
Llegué bien hoy correo mando reloj te quiere Ángel.
Hoy, 9 - 4 - 1946
Esta madrugada hemos salido de Las Palmas rumbo a Cádiz donde creo
habremos de llegar pasado mañana por la tarde. Desde Tenerife te envié un radio
notificándote nuestra llegada haciéndote saber, al mismo tiempo, te había comprado un
reloj que creo te habrá de gustar, el Topolino cromado. Y sé, aún cuando no me lo
dijiste, tenías muchas ganas de él. Te lo mandaré desde Cádiz y en el barco que
recibas la presente carta habrás también de recibir el reloj.
El asunto del certificado mío lo gestioné en Tenerife, mas ahora resulta que la
instancia en que lo solicité tiene que ser cursada al coronel de allí por conducto del
primer jefe de la Guardia Colonial, que es precisamente quien tiene que firmar y hacer
el informe con respecto a tu conducta en esa. Yo a fin de gestionar y resolver todos
estos inconvenientes con la máxima brevedad, desde Cádiz escribiré a Zarzosa y le
257
mandaré la instancia a fin de que en el primer barco que salga de allí la manden a
Canarias. Allí también he quedado de acuerdo con un cabo de la oficina para que la
active lo antes posible y me la mande a Navarra, de donde te la remitiré yo juntamente
con un poder eclesiástico que me tienen que expedir en el Obispado de Pamplona. Una
vez todos estos papeles en tu poder, quedará a tu elección la fecha de la boda así es que
lo mismo me da que sea en junio que en julio; ¿estás conforme? Creo que sí.
Sé que no me vas a creer si te digo he perdido toda la ilusión que con relación
al permiso llevaba. Cuanto más me alejo de ti, más te echo en falta y todo me es
completamente indiferente. Tanto en Tenerife como en Las Palmas he procurado
pasarlo lo mejor posible, mas mi pensamiento volaba hacia ti y pensaba lo muy
diferente que juntos, los dos, lo habríamos pasado en este viaje. Por mi parte espero
que todo llegue y se arregle a medida de nuestros deseos y que dentro de tres o cuatro
meses más podamos reunirnos.
En Cádiz pasaré un par de días a fin de hacer lo que te digo y comprarme
alguna ropa, pues ya se nota mucho el frío; luego continuaré el viaje a Pamplona y
poco después a Bilbao, a fin de recoger el equipaje para marchar seguidamente a
Barcelona, Sabadell.
Creo que Arrieta embarcaría en El Dómine. Con respecto a mi curso te diré
que, según nos han dicho en Canarias, los han suspendido o por lo menos aplazado.
Esto se lo dices a tu padre y si algo nuevo llegase a saber, te lo comunicaría a fin de
que estuvieses al tanto de ello. También me dicen, que ya los cabos no van a la
academia pues ahora lo hacen solamente los guardias aprobados; creo, no obstante,
que ello no sea así.
El día 11 llegaremos a Cádiz. Como verás ha sido un viaje pesadísimo por lo
que ha tardado el barco. La causa principal ha sido un temporal muy grande que nos
acompañó durante varios días antes de llegar a Canarias.
¡Bueno cariñín!, “ambolito”, y hasta Cádiz en donde daré fin a la presente. Son
las once y diez de la noche.
Día 12 - 4 - 1946
258
Aún cuando anteriormente te decía que te escribiría desde Cádiz, lo hago hoy a
mi paso por Madrid ya que allí no tuve tiempo por salir el tren pronto. Además, al poco
de salir me encontré con el capitán Calonge, al cual lo vi muy contento. Me preguntó
por todos vosotros y me dijo que cuándo nos casábamos, recomendándome mucho no te
hiciese una mala jugada, de ello bien sabes que no hay cuidado. Dice que ya tiene
ganas de volver, pues se encuentra sin cuartos. Desde luego te participo que la vida
está muchísimo peor de lo que allí nos imaginamos.
Esta tarde salgo para Bilbao. Nada más. Te escribiré desde allí.
Te quiere mucho,
Ángel
………. La Roncalesa. Así se llamaba el viejo autobús que lo dejó en la plaza del pueblo
junto con unas cuantas personas más, de semblante triste y mirada perdida. Dos mujeres
enlutadas, con sendos pañuelos negros en la cabeza, esperaban a que el conductor bajara de
la baca los bultos que con ellas llevaban. Junto a ellas, un hombre con la piel quemada del
duro trabajo de sol a sol tenía puesto un ojo en la baca y otro en la billetera que, sujeta por
un trozo de elástico para bragas y pijamas, abultaba más de lo acostumbrado para los
tiempos que corrían: lo más probable fuera, que el grosor de su cartera se debiera a la venta
de alguna vaca o a un pedazo de tierra de sus antepasados. Un cura joven de sotana
polvorienta, que llevaba en la mano un maletín negro, se alejó del autobús acompañado de
un viento helado que se colaba por debajo de la prenda. Tras decir, inútilmente, adiós al
pequeño grupo ocupado en recuperar sus pertenencias, dirigió sus pies hacia la iglesia en
donde a esas horas el cura párroco estaría atareado en la prosaica labor de saborear la taza
de chocolate con picatostes de cada tarde. Después de observar a toda esa gente “Ojos de
Gato”, al tiempo que esperaba a que le alcanzarán la maleta,
paseó la vista por el
empedrado de la plaza y las casas de piedras frías y recias, en donde la hiedra se
desparramaba a sus anchas y los balcones mostraban su desnudez de geranios y petunias
hasta la llegada de esa primavera que tanto se hacía esperar. Había decidido no avisar a
nadie del día de su llegada porque quería darles una sorpresa; sobre todo a su madre, a la
259
que recordaba el día en que partió para irse a la mili, tras falsificar la firma de su padre. La
recordaba en el hogar de Isaba, apoyada en la pared, al lado de la puerta junto a padre, con
aquella cofia tapando su precioso pelo rubio sin apenas canas, y los brazos cayendo
lánguidos a lo largo del cuerpo… La visión se desvaneció al notar que alguien le tocaba en
el hombro y se volvió para ver al hombre de la billetera que le indicaba con un gesto de
cabeza que agarrara su maleta. Luego, con la gabardina comprada en Cádiz, abotonada
hasta donde alcanzaban los botones y el cinturón bien sujeto buscando algo de calor, echó
a andar hacia la otra punta del pueblo en dirección a la casa de su hermana Isidra. Tropezó
varias veces con el empedrado del camino y se cruzó con un hombre que tiraba de una
hermosa vaca rubia de testa blanca y hocico húmedo y sonrosado. Un sonido gutural salió
de la garganta del hombre y “Ojos de Gato” entendió que era un saludo, así que le
correspondió con un “hasta luego”. Torció por una calle angosta en donde la colada, que
colgaba de las ventanas vecinas, se embarullaban con el viento y vio a unas niñas de largas
trenzas sentadas en el frío escalón de un zaguán jugando a los cromos, envueltas en el
aroma a col hervida que salía del interior de la casa. Al final, dejó atrás alguna que otra
calleja más, dejando a su paso perros, gatos y personas que le miraban desconfiados los
unos, curiosos los otros.
La casa era como todas las de la zona: grande y de piedra, con el tejado a dos aguas
para la nieve del invierno. A un lado de la puerta, un saliente también de piedra hacía las
veces de banco. Y a lo largo de la fachada principal, un pequeño parterre prometía flores de
colores en su momento; el momento de la primavera que ese año parecía no querer llegar
nunca. Dio dos golpes a la aldaba y la espera le pareció un tiempo largo; y en esa espera
creyó oír la voz de su madre…
La puerta se abrió y en el umbral su hermana lo miraba sorprendida. Parada allí,
atusándose el pelo y el delantal sin dar un paso para abrazarle, “Ojos de Gato” comprendió
que algo pasaba. Reconoció la voz de su padre que, aunque cascada y vieja, seguía siendo la
suya. Vio a dos pequeños jugando en sendos balancines de madera y supo enseguida que
eran sus sobrinos: Fermín y Javier Ignacio. Entrevió a un hombre en la penumbra, su
cuñado Juan, que le alargó la mano dándole un fuerte apretón. No echó en falta a su
sobrina Angelines pues sabía que estaba en el convento, pero sí a su madre………
En el recuerdo…
260
………- Ángel, ¿tú crees que la sangre es el alma?
- ¡Caín! Que eres de la piel del diablo. Apaga esa vela que se gasta ¡y a dormir!
- Galletas, galletinas, galletonas…
- Ángel no llores, que es tu abuelo Catirón…
…….Madre… madre… hoy déjame llorar. Hace un año que te fuiste. Hoy déjame llorar…
In situ…
……… Hola amigo… No tenía muy claro los detalles del quirófano y es que no me
interesaban. Pero sí distinguí entre las batas verdes, que como laboriosas abejas
iban de un lado a otro, la mirada afable de Javier, el otorrino en el que confío, y el
que iba a sacar de mi nariz por enésima vez a “Polipator” (así es como bautizaron
mis hijos al incómodo pólipo que se había afincado de okupa en mi trasteada
nariz). Me tomó la mano mientras de sus labios salían palabras que ya no recuerdo;
seguramente por la anestesia que empezaba a hacer efecto, digo yo…
………………Despierta; venga, despierta…
Una voz lejana, caras difusas; borrosas luces en el techo que me esforzaba
por ver con nitidez, aunque mis párpados no me obedecían. De pronto, como si en
alguna parte de mi cabeza hubiesen abierto un grifo, mi garganta se dispuso a
recibir esa riada de sabor salado y regusto como a metálico: sabor a sangre que no
dejaba de brotar de algún punto entre la nariz y el paladar. <<Pon en marcha el
instinto de supervivencia de un estupendo boy Scout>>, de alguna manera me dije
261
a mi misma. No perdí el control; ni siquiera me rendí a la tentación del desmayo,
que me presentaba a la muerte como a la más dulce compañera de viaje. No me
rendí. Durante no sé cuánto tiempo, estuve luchando por expulsar la sangre que
corría hacia mi garganta, por la nariz y la boca.
- No puedo… me ahogo…
Me incorporan. Javier a mi lado, con una mano entre las suyas. Movimientos
rápidos; tampón grueso y largo.
- ¿Ya está?
Asiento con la mirada………
……………………De nuevo el grifo. Sacan el tampón. Javier ya no está. Las cosas
se precipitaron sin saber cómo. Las abejitas verdes juegan al corro en derredor.
Todas hembras, creo, se afanaban en pasarme de cama en cama, conforme pintaba
las sábanas de rojo sangre, sangre y más sangre… Alguien dijo de llamar a la
doctora Toro, la otorrino de guardia, y yo dije:
- Mi marido… mi marido… lo está viendo todo. Cerradle las puertas; lo está
pasando mal… -allí estaba Manolo con su cazadora azul y las manos en los bolsillos
mirando hacia mí, inmóvil como una estatua de sal-. Mi marido… mi marido…
- ¡Que le den por saco a tu marido! ¡Que te centres en ti!
Esa expresión tan fresca, cotidiana y natural. Causó en mí un efecto bálsamo y
me entraron ganas de reír… si mi aspecto ya de por si debía ser bastante horrendo,
me figuro que esto último le daba un toque muy especial. <<Desbancaría al
mismísimo Jack Nicholson en El Resplandor de Stephen King… ¡Pero qué
desaprovechada estoy!>>.
Mis manos aferradas a las batas de una mujer pequeña pero matona, la
doctora Toro, y a una de las abejitas. Un dolor indescriptible mientras la buena de
la doctora introducía en mis fosas nasales cuerpos extraños: eran como globos de
goma que hincharían en el interior de mi nariz una vez estuvieran perfectamente
instalados…
- ¡Ya verás cómo a partir de ahora se acaba la hemorragia¡
¡Si no hubiera
sido tan blanda contigo! ¡Tanto beso, tanto mimo, tanta manita…! -<< ¡ja, ja,
262
ja!>>, a mi cerebro le ha hecho gracia la salida de la pequeña otorrino-, ¡bajón de
azúcar!…………
………. La sala grande, fría y aséptica. Una laboriosa abejita me traía diligente la
cuña para el pipí, demasiadas botellas de suero, antibióticas, calmantes y demás
exquisiteces. Un simpático muchacho con unas gafas fashion de pasta blanca,
apuntaba no sé qué cosas, después de observar, no sé qué otras. Y otra abeja
hembra, muy segura de sí misma, llevaba la batuta de la U.P.R.A con toda
diligencia.
Mascarilla de oxígeno en la cara, talla única, como los uniformes de los
mehanis* de Marruecos, incrustándose por los bordes en mis ojos. La banda del
aparatejo automático de la tensión reventándome con la presión, cada no sé cuánto
tiempo, el brazo derecho. Vestidita con un traje imaginario de Faralaes: parchecitos
redonditos, lunarcitos pegaditos a mi tórax y unos cuantos cables tipo N.A.S.A.
completaban mi decoración. Y de esa guisa, recibía la visita, de uno en uno: de mi
madre “la Escopetilla”, de dos de mis hijos de mi corazón y de mi compañero del
alma… compañero. Todos disfrazados de abejitas laboriosas.
- Te quiero Chicho…
- Y yo…
- Te quiero Doyo…
- Yo también mater…
- Hola mamalela -“Escopetilla”-, guapa…
- Hola -con lágrimas en los ojos. Es que es de lágrima fácil.
- Hola cariño… -el chico de la cazadora azul y las manos en los bolsillos.
- ¡Eh! No me dejes…
Y siento que me falta uno. Ángel, que ajeno a lo que estábamos viviendo,
seguiría en ese mundo extraño y nuevo para él currando entre ordenadores allá por
Taiwán: mi corazón vuela hacia él…
Y siento que me faltan cinco. Mis niñas y mis pequeñas, que se han quedado
en Murcia: mi corazón vuela hasta ellas…
Y percibo que alguien está a mi lado; que no se ha separado ni un momento:
Papalelo guapo, “Ojos de Gato”.
263
………Ya en la planta, juegan al “parchís” conmigo, ocupo tres habitaciones: con
acompañante, sin acompañante, con acompañante… Con la primera no tuve
ocasión de charlar, entre otras cosas porque la pobre no estaba para muchos trotes.
De ella solo recuerdo las uñas de los pies con restos de esmalte rojo, de cuando la
época de los Hititas. En cambio de la última: su incansable verborrea tocada por
alguna que otra coplilla de la posguerra; su mesilla de noche que parecía un
supermercado; las visitas, que resultaron ser sus hermanas, y sobre todo el amor
ciego, por eso de la película Los Girasoles Ciegos, y el odio a todo lo que huela a
“derecha”; a todo lo concerniente al bando sublevado en el 36: Franco malvado,
Guardia Civil asesina, curas, monjas, el clero en pleno hasta llegar al mismísimo
Papa del Vaticano. No dejaba títere con cabeza, eso sí, salpimentándolo todo con
las famosas coplillas. Pero lo que más cundió fueron las clases de Teología: que si
existe Dios, que si no existe… que si lo encuentro me voy a pelear con él…
<<Hazlo; a él le gusta que le digamos lo que pensamos con toda sinceridad. De
todos modos, digas lo que digas, él te ganará la partida, siempre lo hace…>>,
pienso…
- Porque manda mucho mal al mundo.
- No es culpable -le digo en voz alta-; es cosa nuestra. ¿Pero tú crees en él? y ella a vueltas con el clero-. ¡Olvídate del clero! ¿Crees en él o no?
- Es que yo soy atea… ¡pero cómo me cruce con él menuda bronca le voy a
echar!
Vano intento de enfrascarme en el libro en el que, por casualidades de la
vida, un recordatorio de Franco hace las veces de señalador. No tengo por qué dar
explicaciones a nadie, pero diré que lo conservo porque mi padre lo usaba como
ídem.
……
Un rato corto de silencio. Se había dormido. De pronto la coplilla, señal
inequívoca de que la cháchara empezaba otra vez.
- Mi padre era oficial de 1ª albañil. Anarquista hasta la médula y lo recuerdo
con un libro en la mano. Odiaba todo lo que oliera a clero, a Dios y a Guardia
Civil, y a mi madre le hizo prometer que cuando muriera no pasaría por las manos
de ningún cura. Pasó siete años en las cárceles de Franco, ¡menos mal! Pues no
264
hacía más que hacerle hijos a mi pobre madre; cuando lo arrestaron ya éramos
nueve, se podía haber cortado el pito en la cárcel -dice riendo.
- ¡Madre mía! pobre madre… ¿y cómo era ella? -le digo mientras le ofrezco
las cuatro mandarinas que Mamalela me había dejado en la mesilla-. ¿Y cómo era
ella? –le digo movida por la curiosidad.
- Pues muy creyente y siempre embarazada, con un niño en brazos y un
pequeño de la mano. En eso de la religión no se entendían. ¡Si hasta a la hora de
comer, cuando mi madre bendecía la mesa, mi padre, que siempre estaba con un
libro en la mano, se levantaba y comía aparte… Pero se querían mucho- <<Hay
amores que matan>>, piensouuummm…. qué buenas están estas mandarinas.
- Me alegro. Disfrútalas. Bueno, ¿y qué más…? -le digo picada por la
curiosidad.
- Pues fíjate cómo era mi padre, que cuando nació Concha, la mayor, su
hermana se la llevó al cura y la bautizó; cuando se enteró dejó de hablarla y así
hasta el día en que se murió. Y a partir de entonces, en cuanto nacíamos, él mismo
nos inscribía en el juzgado sin pasar por la iglesia. Mira, ahora verás. Bueno la
primera Concha, que esa ya no tenía remedio, pero después la cosa fue así:
Concha, Libertad, Dalia, Hortensia (esa soy yo), Germinal, Floreal (estos eran
gemelos y murieron), Bienvenida, Violeta, Vida… ¡Y lo que te digo! Menos mal
que se pasó siete años en las cárceles porque si no mi madre…
Mientras soltaba la retahíla, le daba vueltas a los nombres de Germinal y
Floreal hasta que caí en la cuenta de que eran los nombres de un par de meses del
Calendario Republicano Francés aprobado por la Convención Francesa, si la
memoria no me engañaba, en la última década del XVIII . La revolucionaria idea
creo que fue de un tal d´ Eglantiné, y duró más o menos un año. Era algo como…:
Vendimiario, Brumario, Ventoso, los ya dichos Germinal y Floreal… Nivoso… o
algo así…
- Valía mucho mi padre; valía mucho….
Había perdido por completo el hilo de su historia, tan enfrascada como
estaba en recordar algo de los dichosos nombres, pero no importó porque me di
cuenta de que se había atascado en la misma historia como un disco rayado. Siguió
relatando y relatando las atrocidades de la guerra, todas cometidas por la derecha,
clero y Guardia Civil desde su particular visión y lógica de ese triste episodio de
265
nuestra historia. Salpicado todo, además de la Internacional que con ella tarareé,
con alguna que otra cancioncilla que tan en boga estaban en uno y otro bando.
Recuerdo una que con la clásica música de “Ay Carmela” decía más o menos así:
En el río del Jarama ya no me puedo bañar.
En el río del Jarama ya no me puedo bañar.
Por estar teñido de rojo con la sangre del fascismo criminal….
………- Adiós, adiós, Hortensia –le digo cuando se acerca a mi cama para darme
un beso de despedida (ella salió unas horas antes que yo).
- ¿Puedo? Haciendo el ademán de la señal de la cruz en su frente. Me mira
agradecida.
- ¡Claro que puedes! -me dice tomando una de mis manos entre las suyas. Yo
se la hago y le digo:
-Y ya sabes, cuando te tropieces con Dios, atácale de duro, que a él le gusta
la sinceridad. Pero eso sí, deja que te hable, tienes que escucharle; porque si no, eso
será un monólogo y seguiremos igual. No olvides que Él te busca aunque tú no
quieras buscarlo y Él te habla aunque tú no quieras escucharlo. Oye, y en lo
referente al pajarito que se te murió y cantaba tan bien, hazte con otro para que te
haga compañía, pues ya sabes que ahora tienes que salir poco de casa. Cuídate
mucho Hortensia y vigila ese corazón tan grande que no te cabe en el tórax y es el
culpable de que te encuentres aquí -me dedica una sonrisa y se aleja de mi vida
embutida en un vestido negro y blanco y un montón de bolsas de supermercado
llenas de víveres, que lleva diligentemente una nieta.
Me habría gustado decirte en el último momento, que durante veinticuatro
horas de tu vida, en circunstancias de riesgo para tu corazón, habías compartido
habitación de hospital con una persona cuya familia fue casi en su totalidad de
derechas. Y digo “casi” porque también mi padre tuvo un hermano en el bando
republicano que luchó por lo que creía, que fue derrotado y encarcelado, que sufrió
en el campo de concentración de Franco y todo lo demás; pero que después, se
casó emigrando a Canadá, en donde montó una panadería y formó una preciosa
familia. Nunca olvidó sus raíces. Llevó en su corazón a esta tierra maravillosa, a su
familia y amigos, sus costumbres y sus gentes en general, y conforme sus hijos
crecían, los traía de cuando en cuando para que no olvidaran de dónde eran
realmente. Pudo volver y no quiso, pero no porque odiara, ni por temor a
266
represalias, simplemente porque ya había formado su nido en otro árbol. Me habría
gustado decirte lo importante que es para mí la Guardia Civil, cómo la llevo en el
corazón, porque “de casta le viene al galgo”, desde mi tatarabuelo este cuerpo
forma parte de mi gente, gente de honor, que han cumplido y cumplen con su
trabajo, cometiendo fallos como todo ser humano, eso seguro, “y el que esté libre
de pecado que tire la primera piedra”. Habría querido decirte con qué fuerza cree
mi corazón en Dios; cómo respeto al clero, con sus triunfos y fracasos, que para eso
son hombres, y qué pena siento cuando nadie ve en ninguno de ellos un triunfo,
solo fracasos… alguno habrá, ¿no crees? Te hubiera contado que a mi abuelo
Camaró lo condecoraron, entre otras cosas, con la medalla de sufrimientos por la
Patria; que a mi padre, “Ojos de Gato”, le condecoraron con la medalla de
Caballero de la Orden de África, por su labor en un pedacito de ese maravilloso
continente. Que miembros más jóvenes de mi familia han formado parte, de una
manera muy sobresaliente, de la lucha antiterrorista que nos azota, y que tantas
lágrimas han hecho derramar a tanta gente de bien… Te habría contado tantas
cosas si ese corazón tan grande que Dios te ha dado, y que no te cabe en el pecho,
lo hubiera sentido rebosando amor y no rencor… Pero no lo hice, preferí quedarme
con tu sonrisa y con tu mirada de buena persona a pesar de los pesares. ¡Ironías de
la vida! Nunca leerás esto, aunque te dije que lo sacaría a la luz. Entre otras cosas,
porque para cuando yo acabe este libro ya no estarás en este mundo, no creo que
con tu problema te quede mucho de vida o tal vez me muera yo antes, eso también
pudiera ser. En cualquier caso: no lo leerás nunca.
Querida compañera ignorante de mi vida: hice de buena samaritana
escuchando de los labios de una extraña desatinos e improperios de todo en lo que
creo, mientras le daba las primeras mandarinas de temporada que mi madre había
mandado para mí. No me pesa. A lo largo de mi vida he aprendido que es bueno
saber escuchar cuando alguien tiene la necesidad de abrir su corazón y espero, de
alguna manera, haberlo drenado para que pueda recibir la paz interior que sé que
tanto anhelas.
Cuídate mucho Hortensia y que encuentres a Dios.
Sucedió en El H. Clínico de Valencia 23/ 10/ 2008
En Ceuta 1/ 11/ 2008
267
Mehanis*: policía en daríya <dialecto que se habla en Ceuta y Marruecos>
Al día siguiente……..
Sangre y más sangre… Las cinco, las seis de la tarde de ese tedioso domingo
que no acababa de pasar… Sangre y más sangre… toallas empapadas; llamada a la
puerta de la vecina (la dulce y encantadora Isabel). Una ambulancia que no acaba
de llegar… la sala de espera de urgencias con su médico de guardia: un médico
latino de muy buenas palabras pero que, no tenía ni idea de la magnitud del
problema… y al final el otorrino de guardia, Enrique Roviralta, un hombre joven de
mirada inteligente y cara de póquer.
- Hay que hacerle un taponamiento anterior y posterior -…cara de póquer.
Y nosotros con cara de pez bobo, Manolo más que yo, pues me acordaba de
los malditos “globos” que me introdujo la doctora Toro en el Clínico.
Quirófano de urgencias, a mi juicio tercermundista. Enrique preparaba unas
tiras de vendas empapándolas en un líquido y luego dejándolas parsimoniosamente
una al lado de las otras. A mí me recordaba a un cocinero italiano elaborando pasta
fresca.
¡Dolor! ¡Indescriptible dolor! Hilos, vendas por el interior de las fosas
nasales, y “con puño de hierro” <no se me olvidará nunca esa frase que soltó
Enrique> introdujo su mano con un algodón entre sus dedos instalándolo, tras
patalear al más puro estilo de “la niña del exorcista” en el maltrecho paladar…
Creí morir; sentía cómo las fuerzas me abandonaban: tras el subidón de
adrenalina, la tensión se arrastraba por los suelos: <<Papalelo ayúdame, que estoy
muy cansada… San Judas no me abandones que quiero vivir… necesito vivir…>>.
Días de hospital, fiebre, goteros y más goteros. Visitas de personas a las que
les tengo un cariño: enfermeras, auxiliares, limpiadoras… todas ellas agradables,
encantadoras; y entre pinchazo y pinchazo y entre tensión y tensión: “gracias” y
268
alguna que otra palabra optimista salía, no de mis labios porque me hacía daño
hablar, pero sí de mis manos que, ayudadas por un boli, dejaban escrito en una
libreta aquello que quería que supieran…
En la destartalada habitación del hospital tres camas, de las cuales dos
estaban ocupadas: una por mí y la otra por una enjuta mujer marroquí, cuyo
problema era el riñón. El mundo de esa infeliz giraba en torno a la diálisis. De ella
llamaba la atención la lucha que libraba con la muerte por defender su vida y la
inexplicable energía que emanaba de su interior. Le gustaban las chirimoyas y los
caquis más que nada en el mundo, decía ella, y sus cinco hijos hacían que no le
faltaran, aunque luego apenas las probaba… La cuidaban con amor. Tres de ellos
no residían en Ceuta. El muchacho, no recuerdo ahora su nombre, que por cierto
era una persona encantadora, me contó que trabajaba en Castellón y que vivía en
pareja con una vasca desde hacía siete años. “Si te casas la cagaste”, decía riendo.
Otra de las hijas, esta más tímida, residía en Oropesa del Mar, y otros dos
hermanos en Ceuta. Pero quien realmente me llamaba la atención era la hija que
había venido de Bélgica. Una mujer bella, de rostro impasible, quizás hasta un
poco altanero, a la que nunca la vi esbozar una sonrisa, no digo con los suyos sino
hacia los vecinos de su madre que éramos nosotros:
- Es que no entiende español.
- Vale… pero digo yo que una sonrisa amable…
- Mi hija ser enfermera de un sitio de viejos… -deduzco que quiere decir:
residencia de ancianos.
- Adiós; que Dios te guarde -le digo ya vestida esperando que alguien me
quitara el maldito catéter de la mano…
Sucedió en el Hospital de la Cruz Roja de Ceuta
En Ceuta a 14/ 11/ 2008
269
Sangüesa, 18 – 4 – 1946
Querida Sarita:
Anoche llegué junto a los míos llevándome la sorpresa más desagradable que te
puedas imaginar. Te darás una idea de ello cuando sepas que entre ellos no encontré a
mi madre. Yo nada sabía de lo ocurrido y llegué con la ilusión de abrazar a mi pobre
viejecita, la que supe, hacía ya un año había dejado de existir. No te puedes hacer una
idea del disgusto tan horrible que me he llevado. Mis hermanos en consideración a
encontrarme por esas tierras acordaron no decirme nada, y a mi llegada a Bilbao ni mi
cuñada ni mi hermano tampoco tuvieron valor para notificármelo, de forma que ha
tenido que ser en el mismo momento en que esperaba verla cuando me he tenido que
enterar de que estaba muerta. Soy hombre y comprendo debo tener resignación, mas te
participo es ello algo tan doloroso que se precisa pasar por dicho trance, para darse
cuenta lo que supone la pérdida de una madre.
Mis hermanos y mis sobrinos muy bien. Mi padre bastante decaído, en parte por
la edad y en parte por nuestra desgracia.
Hoy no te escribo más pues no tengo ganas de nada. Mañana volveré a hacerlo.
Te quiere,
Ángel
……….
19 – 4 – 1946
Querida Sarita:
Como verás soy constante en escribirte y hoy bastante más tranquilo por lo
ocurrido, quiero dedicar un rato a ti, para que veas te quiero muchísimo y que no te
olvido ni un solo momento. Sin duda alguna que será en el mismo barco en el que te
270
lleguen las cartas que hasta ahora te llevo escribiendo y aparte te mando también el
reloj que te decía.
Te contaré algo de los míos. En esta tanto mi hermana como mi cuñado bien, los
sobrinos muy salados y por lo que afecta a Angelines, hoy hemos ido a verla. Yo creía
que iba ya de monja, pero me equivoqué, puesto que es todavía una colegiala y todos
los domingos la dejan pasarlos con sus padres. Está muy bien y muy guapilla, y lo que
es mejor todavía: encantada de una vocación hacia los hábitos.
Ya saben en mi casa lo de nuestra boda, y como me conocen en nada se oponen,
toda vez que tienen la certeza de que para decidirme yo, serás tú todo lo buena que
ellos para mí desean.
Yo mañana regresaré a Bilbao a fin de estar cuando llegue el barco y recoger
mi equipaje. Después regresaré a esta y seguidamente a Sabadell. Creo, no obstante,
que no llegaré a hacer los cursos pues como te digo en otras los han suspendido para
los sargentos y cabos; sin embargo creo, debo de presentarme para justificarme por lo
menos en la fecha señalada.
Por estas tierras todavía hace mucho frío, por lo menos para mí, y por lo que
afecta a la cuestión alimentos, si bien está bastante mal, no está como en otras partes.
Esta mañana ha venido a visitarnos un amigo de mi familia que viene de Barcelona y
dice que allí es algo de espanto como está la vida. Las patatas a 12 pts. el kilo, el aceite
a 45 y 50, etc. En fin, que hoy es para la mayoría de la gente un problema indescifrable
esto de la vida. Por todo ello pienso en lo bien que estamos allí en Guinea aún cuando
tenga los inconvenientes que sabemos. Comprenderás por lo que te digo que ya se me
han quitado las ganas de quedarme por aquí.
¡Bueno Sarita! Mañana aún cuando es día de Pascua, te volveré a escribir pues
aún cuando creas lo contrario, no tengo humor para salir a ningún lado.
Hasta mañana, te quiere y no te olvida ni un solo momento tu
Ángel
Te mando una foto de mi sobrino Fermín. Es también mi ahijado, o sea que soy su
padrino.
271
……….
Sangüesa, 21 – 4 – 1946
Querida Sarita:
Hoy día de la fecha recibo ocho cartas tuyas, con las que me he llevado la
consiguiente alegría. Por ello veo que ya El Dómine se encuentra en España y que por
lo tanto Arrieta estará para esta fecha en Zaragoza. Yo esta tarde salgo para Bilbao,
desde allí te volveré a escribir. A mi regreso, antes de ir a la academia, iré al Obispado
de Pamplona a fin de que me extiendan el poder eclesiástico el cual, juntamente con la
partida de nacimiento, te mandaré a esa. El certificado de soltería lo he solicitado del
coronel de Canarias, pero la instancia tiene que ir a Santa Isabel, al primer jefe, que es
quien tiene que informar y cursarla. Creo, no obstante, que sin ella se podrá verificar
la boda. Tú con los papeles que te mandé lo intentas sin decir nada del certificado del
Cuerpo, pues como quiera que las cosas nuestras allí en Guinea se llevan con menos
rigor que aquí, creo no haya obstáculos para ello.
Te dije en mis anteriores que no sé si voy a hacer el curso o no, puesto que al
parecer se han suspendido las Academias. Mi gusto sería hacerlo. Por lo pronto, a fin
del presente me presentaré y con lo que haya te pondré un radio el cual recibirás,
como es natural, antes de que esta llegue.
Hoy mandaré a revelar los clichés y te mandaré copias de las que no tengas.
También ampliaré la foto de la playa.
No puedes darte una idea de lo mucho que me acuerdo de ti… y aunque te
extrañe, de Guinea. Me he llevado una gran decepción con lo del permiso. Créeme si te
digo que antes de llegar a mi casa, y por lo tanto antes de conocer la desgracia de mi
madre <q.e.d.>, ya me había desilusionado; encuentro todo cambiado, no se nota más
que tristeza y lamentaciones por todos los lados y, conociendo como ha cambiado la
vida, no es de extrañar que sea así.
Son ahora mismo las once y media de la mañana, te estoy escribiendo con un
poco de prisa, pues me están esperando mis sobrinos para ir a misa de doce. Hoy, como
es día de Pascua, está también Angelines con nosotros.
272
No sé qué más decirte. Que saludos a toda tu familia, al matrimonio Trapero,
Ortega, Elena y al “CARIÑÍN”. Y tú recibe todo el cariño de tu
Ángel
Dile a Trapero, que me dijo el comandante, que podían hacer el cambio de los
camiones con Evinayong tal y como lo habían acordado con el capitán.
……….
Sopelana, 24 de abril de 1945
Querida Sarita:
Como verás, te escribo nuevamente desde Bilbao a donde he regresado, a fin de
recoger el equipaje que como te decía en mi anterior, me lo traía “El Isla”. Todavía
este no ha llegado a Bilbao y según me informan en la Compañía Trasmediterránea,
llegará esta noche o mañana de madrugada. Una vez que lo tenga en mi poder saldré
nuevamente para Navarra, a fin de dejarlo en casa y seguir nuevamente para
Barcelona para incorporarme a la academia. Por todos los informes que me han dado,
la academia se ha suspendido para cabos y sargentos, así que no sé qué decidirán de lo
nuestro. Creo te dije que con lo que haya te pondré un telegrama.
No te puedes imaginar el frío que hace por todas estas tierras. Según la prensa
de hoy ha nevado en varias regiones de España. Al parecer se debe todo ello, a una ola
de frío que viene de la parte de Rusia, de la zona de Siberia. Es algo anormal, que por
cierto a mí en nada me beneficia pues cogí un soberano catarro, que no veo la hora de
quitármelo de encima.
Ahora, cuando vaya a Pamplona, me veré con el Obispo o con su secretario a
fin de que arregle lo nuestro. Yo te mandaré todos los papeles que haya y en el caso de
que ingrese en la academia, tú te vienes cuando quieras. En el caso de que no nos
admitan en las academias, yo regresaré a esa en septiembre, o sea, una vez cumplido el
permiso. De ser así, tú verás lo que haces. Mi parecer es que para ello tendrías que
273
activar las cosas y venirte por lo menos en julio, a fin de poder estar por aquí un par de
meses. Yo, como comprenderás, mi mayor interés es el poder reunirnos lo antes posible
y pasar una temporada en tu compañía. Creo que sin el certificado de soltería del
Cuerpo, se podrá arreglar allí la cosa para verificar la boda. Ya he escrito a Zarzosa
para que active la solución de la instancia y la remita a correo.
Los clichés que me quedaban ya los he vuelto a mandar a revelar. He sacado
una copia de la foto de la playa. La he encargado ampliada conforme a lo que te dije.
Como noticia más interesante, debo decirte que ya todas tus cartas, ocho, se
encuentran en mi poder. Las recibí en Sangüesa, y no sé si de ello te hablaba en mis
anteriores, pues con lo de mi madre <q. e. d.>, no sé ni lo que te he dicho en ellas.
Ya me encuentro aburrido de estar por España, no sé a qué se debe ello, pero
desde luego me parecía que el permiso iba a ser otra cosa. Sin duda alguna debe ser
porque me faltas tú y que noto demasiado nuestra separación. Añoro el vivir en esa, en
Evinayong, junto contigo y me parece que luego seremos completamente felices.
Son ahora mismos las tres y media de la tarde. Me encuentro todavía en la mesa
con Aida y mi hermano Faustino; este está más gordo que un bacalao. Ahora anda
preocupado por el hecho de que asciende a brigada el mes que viene y como quiera que
en el asunto de “los piensos” está acostumbrado a esta, teme lo que le vaya a ocurrir
con las patronas* a donde lo lleven destinado: esto se debe a causa de que tiene que
irse solo, pues no pueden dejar esto.
Esta tarde marcharemos a Algorta, que es un pueblo grande que se encuentra
cerca de Bilbao y mañana por la mañana, si viene el barco, recogeré el equipaje y
seguiré para Navarra.
El otro día fui a visitar a la señora de Azpuro. Se encuentra en Bilbao y Azpuro
en Fuenterrabía, pues le admitieron en la primera que se presentó. Te escribiría alguna
cosa más pero lo dejo para otra ocasión. Mañana o pasado, volveré a hacerlo y seré
más extenso.
Nada más. Saludos a los tuyos y al matrimonio Trapero.
Te quiere
Ángel
Echo de menos a la Carola.
274
Las patronas*: se refiere al cambio de vida, de su hogar a una pensión.
……….
Sopelana, 26 de abril de 1946
Querida Sarita:
Ayer por la mañana llegó el barco a Bilbao y, por tal motivo tuve que pasarme
el día allí, a fin de recoger y arreglar mis cosas. Te diré que esto de los viajes es una
verdadera calamidad, en lo que afecta al equipaje. Creo recordarás metieron en Bata
un baúl mío y el café en bodega. Pues bien, el baúl que iba completamente cerrado con
sus dos cerrojos y la cuerda lo recibí en la aduana con ellos abiertos y la cuerda hecha
una birria. Todo el azúcar tirado; uno de los sacos de café con tan solo cuatro o cinco
kilos, y el otro evaporado. Dicen que seguramente en Coruña o Gijón se extravió. En
resumidas cuentas, que con todo lo que me ha pasado, y a otros también, cuando tenga,
o mejor dicho, cuando tengamos que volver por esta, lo haremos con lo estrictamente
necesario.
Como aquí ya no hago nada, mañana por la tarde saldré para Pamplona a fin
de estar pasado mañana por la mañana en Sangüesa. En Pamplona iré al Obispado a
fin de pedirles el permiso eclesiástico para nuestro casamiento. Creo lo conseguiré y
una vez en mi poder, junto con la partida de nacimiento, te lo mandaré a correo
seguido certificado. Tú en esa, como te dije en mis anteriores, no nombres el certificado
de soltería que debe expedir la Guardia Civil, pues con toda seguridad que no te hará
falta. En este mismo puesto de mi hermano hay un guardia que se casó así. Y que más
tarde lo pidió para dar solamente cumplimiento a la legislación del Cuerpo. Yo ya lo he
solicitado, pero entre ir a Guinea, al primer jefe, luego devolverlo a Canarias y de allí
mandármelo a mí, ha de tardar mucho tiempo. Cuando se encuentren los documentos
en tu poder, que será lo antes posible, tú haces lo demás, o sea: te casas. Yo delegaré
en Pepito y lo mismo me da que sea un mes antes que después de lo acordado.
Yo antes del día treinta quiero estar en Sabadell y gestionaré el caso para que
me admitan en este curso, aún cuando es solamente para guardias aptos para cabos.
275
Todavía está haciendo frío por aquí. Yo me encuentro sin poder quitarme el
dichoso catarro y más que nada es debido a que, hasta la fecha, no he dejado de andar
de un lado para otro. Las dos niñas de Aida están muy guapas y sobre todo muy listas.
Les he tirado unas fotos, que te mandaré cuando se encuentren reveladas. Ya saben
todos nuestros proyectos y, hablando de ti, dice Aida que le parece tiene la casa mal
para recibirte. Piensa así porque no te conoce y por otro lado, a mí me parece que está
todo muy bien. Es una casita pequeña rodeada de muchos árboles frutales; tiene agua
corriente, luz eléctrica y de más comodidades que se pueda pedir en cualquier otro
sitio. Ya conocerás todo esto y me darás tu parecer. Quizá, para cuando tú vengas, ya
no estará mi hermano, pues asciende el mes que viene o el próximo a brigada, y parece
ser que como tiene buenas recomendaciones, le han prometido dejarlo en esta
Comandancia, si es que hay vacantes, pero él cree que no las habrá.
No te deba parecer mal que escriba a máquina, ya que así soy mucho más
extenso que a mano. Te digo esto porque sé que no te gusta mucho que lo haga así.
Con esta te mando la foto de la playa en tamaño postal, conforme a lo que me
pedías. En Barcelona o en Pamplona me haré una mejor y te la enviaré.
Cuando recibas este correo y llegue el reloj a tu poder, me envías un radio.
Repitiéndote lo que creo te he dicho en otras, te diré que cada día me doy más
cuenta de lo malísima que está la vida en España. Es algo que no te puedes imaginar:
se ve hambre por todas partes. Aquí en Bilbao tal vez sea de las peores zonas. Mi
familia en esta, gracias a que son medio de campo, nada les falta y viven por ello
desahogadamente. Tienen vacas (leche de sobra), gallinas (huevos en abundancia),
muchos conejos, además de la huerta. Si no es por todo esto, con la paga de mi
hermano se iban a ver negros para vivir.
Puedes decirle a tu padre que no se preocupe por la Academia, puesto que han
suspendido los cursos para cabos y sargentos. Al parecer, se debe a que desde las
Comandancias se han quejado diciendo que quedaban los puestos abandonados; y que
con las cosas que están pasando, maquís y demás, ahora es precisamente cuando más
falta hace la vigilancia y la buena marcha de los servicios. Las han suspendido por
tiempo indefinido. Yo, como no hago servicio en España y como quiera que hay
academias para guardias aptos para cabos, veré de conseguir me admitan en una para
estar ya exento de todas estas cosas. Caso de arreglarse todo como pensábamos, te
vienes tú en agosto y en caso de que no pueda hacer el curso o no me dejen por
cualquier causa, yo iré allí en septiembre. Nada te digo de lo que debas hacer; lo dejo a
276
tu elección, mas creo que para un mes y medio, no merece la pena hacer un viaje tan
pesadísimo como es este.
Si en contra de mis deseos ahora no fuese al curso, sé que lo harán más tarde o
más temprano. Entonces vendríamos los dos juntos y todo será más llevadero. De
todas formas, si vienes y yo estuviera ya en el Centro, te quedarías con Aida y te
garantizo que lo pasarías muy bien. De lo que vaya sabiendo te lo iré comunicando.
Nada más Sarita, saludos a los tuyos, Trapero y Ortega. Tú recibe todo el
cariño de este que mucho te quiere y aún cuando te parezca raro solo piensa en ti.
Ángel
……….
Fecha 8/ 5/ 46 a las
TELEGRAMA
Nº 223 Zaragoza
Documentación arreglada con Arrieta y Pili. Os saludamos todos. Abrazos. Ángel.
……….
Sangüesa, 12 de mayo de 1946
Querida Sarita:
Anoche regresé de mi viaje a Gerona y a Sabadell. Creo que recibirás un radio
que desde Zaragoza te pusimos Arrieta, Pili y yo. El motivo de encontrarme con ellos
fue el siguiente: para ir a Cataluña desde esta hay que pasar por Zaragoza y una vez
allí hacer trasbordo de tren. El tiempo de espera es de un par de horas y, como la casa
277
de Arrieta se encuentra cerca de la misma estación, fui a verles. Eran las diez de la
noche y les dio mucha alegría el verme. Cené con ellos y me obligaron a quedarme en
su casa y retardar, por lo tanto, un día mi viaje. Estuvieron muy atentos conmigo y
como puedes comprender, el tema de todas las conversaciones eran: La Guinea y
Sarita. Yo les hablé de nuestros proyectos y se alegraron mucho de que nos casásemos
tan pronto. No sé si te dije en una de mis anteriores que ya en Estella nos estaban
proclamando en la iglesia, me refiero a las amonestaciones que creo, este domingo es
la tercera y última. Con respecto a los papeles, ya está también todo ventilado y tan
solo falta lo del Obispado que por la cuestión de informes se retrasa un poco más. Creo
que en este mismo correo lo podré mandar todo.
Con relación a las academias, he estado en Sabadell para presentarme aún
sabiendo que las han suspendido. Ni Arrieta ni Rodríguez se han presentado y cabe les
llamen por ello la atención, ya que de la presentación dan cuenta al Director General.
No se sabe cuándo las volverán a abrir o si quedarán definitivamente cerradas. En caso
de no saberse nada yo regresaré a esa en agosto. Si esto ocurre, te podrías venir en
avión a Santa Isabel y así pasaríamos juntos los días que estuviese el barco en esa
ciudad. Yo te mandaría un radio desde Canarias diciéndote el día de llegada a la isla.
De todo esto te hablaré más detalladamente una vez que sepa definitivamente qué
deciden con los cursos.
En Barcelona me encontré con Sanjaume en las Ramblas. Estuve un rato con él
y me dio la dirección de su casa para que fuese a comer un día con ellos.
Mañana te volveré a escribir. Recuerdos a todos los del campamento así como a
tu amiga Elena. No olvides decirme si te ha llegado el reloj.
Saludos a toda tu familia y tú recibe todo el cariño de tu
Ángel
Te mando una foto en la que parezco, por la mala cara que tengo, uno de las S.S.
alemana.
……….
Fecha 8/ 5/ 46 a las
278
TELEGRAMA
Nº 223 Zaragoza
Documentación arreglada con Arrieta y Pili. Os saludamos todos. Abrazos. Ángel.
……….
Hoy, 13 - 5 - 19 46
Querida Sarita:
Como te decía en mi carta de ayer, vuelvo hoy a escribirte nuevamente
aún
cuando en realidad poco o nada tengo de interés para notificarte. Lo hago no obstante
muy gustoso, por ser a ti a quien escribo y con mi mejor deseo para tenerte contenta.
Empezaré por decirte que todavía no me he quitado el frío desde que vine de
esa. Estando ya a mediados de mayo, todavía la gente anda con sus gabardinas y si
para ellos está el tiempo malo, te puedes figurar lo que será para nosotros que venimos
de esas tierras. Lo mismo que me sucede a mí le ocurre también a Arrieta y a “la señá
Pili”. Esta última no sale casi de casa y dice que su mayor ilusión es volver nuevamente
a Bata. Según me dijo Arrieta, el jefe le habló de que cuando regresase del permiso
volvería nuevamente al mismo campamento. También dijo que a “Jover” no lo dejaban
regresar a la Colonia. No sé qué habrá de cierto en todo ello.
Espero que ahora, cuando llegue el “Poeta Arolas”, recibiré unas cuantas
cartas tuyas y que en ellas me hablaras de lo que por allí ocurre. Por mi parte tan
solamente deseo que pasen estos meses para volver a reunirme contigo y mi mayor
ilusión sería que fuese a Evinayón a donde nos destinasen. Por lo que afecta al
permiso me resulta completamente ¿?, y creo que al igual que a mí les ocurre a todos
los demás. La vida en todas partes está carísima, pero donde es imposible es en
Cataluña. De esto te hablo con conocimiento de causa, ya que he estado allí unos días.
La carne de cordero se vende a 50 ptas. el kg, las patatas a doce y el pan a diecinueve.
279
Te puedes figurar lo que es, con lo que anteriormente te digo. Con todas estas cosas no
ves más que preocupaciones en todo el mundo. No obstante, la cosa tiene tendencia a
arreglarse mucho debido a la buena cosecha de toda clase de frutos que viene este
año.
Ahora pasaré unos cuantos días aquí con mi familia y el mes que viene me iré
nuevamente por Bilbao a casa de mi hermano. Así, una vez en un lado y otra en otro,
iré disfrutando el permiso. Como verás, con esta te mando una foto de cuando estaba
de comandante de puesto en Bagur.
Recuerdos a tus padres y tú recibe lo que gustes de este que sabes te quiere
mucho y no te olvida.
Ángel
……….
Sangüesa,20 de mayo de 1946
Querida Sarita:
Ayer estuve en Pamplona al objeto de ver si en el Obispado me entregaban los
documentos. Con relación a ellos todavía debo decirte que todavía tardarán seis o siete
días, ya que esperan las contestaciones de Gerona y Barcelona, puestos aquellos en los
cuales estuve residiendo. Por lo demás, me informaron que ya me habían (nos habían)
hecho las tres amonestaciones en la parroquia de San Miguel de Estella. Tan pronto
estén en mi poder, los documentos te los remitiré. No dudo de que con todo esto dirás
tú: “¿Y cómo me dijo que ya estaba todo arreglado en el radio que me puso desde
Zaragoza?”. ¡Pues verás!, cuando fui para aquella capital, quedaron en el notario y en
el Obispado con que a mi regreso estaría todo arreglado y yo, con la sana intención de
darte un buena noticia, me expresé así en el referido radiograma. No obstante todo se
reduce a esperar unos días más.
Mi vida por aquí transcurre, estos días, con la máxima tranquilidad. Me levanto
a las diez o a las once de la mañana, desayuno y luego, o bien leo un rato, o bien me
280
entretengo con mis sobrinos hasta la hora de comer. Por la tarde no salgo hasta las
siete, que lo hago con el cabo de la Guardia Civil de esta, después a cenar y
seguidamente al cine (que es todo lo malo, que te puedas figurar que hago), y así todos
los días.
Esta tarde hace un sol espléndido, de forma que lo voy a aprovechar y con mi
padre me iré a unos montes que hay aquí cerca.
¿Y tú? ¿Qué haces? Creo que poco más o menos como siempre. Quizás con “la
nueva profesora” de deportes, tengas algún rato más en qué pasar el tiempo. Tengo
muchas ganas de recibir correo tuyo para saber cosas de por allí y, sobre todo, las que
se refieren a ti y a tu familia. Espero serás todo lo comunicativa que yo deseo. Por mi
parte una vez que haya arreglado lo de los papeles marcharé a pasar unos días, otra
vez, a Bilbao ya que allí me entretengo más.
Ahora se rumorea que van a ascender, sin ir a la academia, a seiscientos
brigadas; o sea que los hacen tenientes, de ser así le tocará a mi hermano. También
dicen que el Director General deja el mando del Cuerpo.
Para cuando esta recibas, ya se encontrará allí el capitán Calonge, al que por
lo que veo le van a dejar nuevamente en Bata. Ya me dirás si habló con vosotros y dijo
que estuvo conmigo en Cádiz.
Creo que dentro de muy pocos días te mandaré los documentos y, como te he
dicho en otras cartas, una vez en tu poder soluciona todo lo antes posible para ver si
puede ser que las cosas se nos arreglen como pensábamos.
Mañana te volveré a escribir y te iré contando y contestando a cuantas cosas me
dices en las tuyas.
Bueno cariño, por hoy nada más, creo que ya tienes bastante para pasar un rato
descifrando la letra que aquí hago.
Saludos a tus papás, a Chito y a los compañeros de esa. Y para ti todo el cariño
y mis mejores recuerdos.
Ángel
281
“A todo cerdo le llega su San Martín”… La sentencia que en su momento hizo el
capitán Calonge, se había cumplido. La mía también: Me sentaré a la puerta de mi casa a
esperar que pase el cadáver de mi vecino”… Lo decía la citación que acababa de llegarle del
juzgado de Sangüesa. Ante el rosario de preguntas dimanantes del juez de Santa Isabel, no
le quedó otro remedio que presentarse…
- Di que no me has visto…
- Ángel, que me pones en un compromiso…
El hombre que hablaba era el secretario del juzgado: alto, delgado, con gafas
gruesas y ojos azules, con camisa a rayas y pajarita al cuello.
- Javier, por la amistad que nos une desde niños, hazme este favor; si no me voy a
ver en un lío que tal vez retrase mi vuelta a Guinea. Si supiera que voy a la academia no me
importaría… pero que se me joda el viaje de regreso, eso ya es otro cantar…
- Está bien; no te he visto.
- Gracias amigo, te debo una muy gorda.
- Anda vete antes de que me arrepienta, todo sea por “la Escopetilla”, a la que
espero algún día conocer –le dijo mirando a su amigo por encima de las gafas.
Aún no se lo creía cuando salió del juzgado. Había conseguido librarse de todo ese
jaleo. Su buena estrella le acompañó cruzando a Javier en su camino. <<Casualidades de la
vida>>, pensó. Dejó de ver al niño rico del pueblo, el que le prestaba los libros y el que
presumía de la única bici que había en muchos kilómetros a la redonda, cuando abandonó
Isaba a los dieciséis y ahora, después de tantos años, volvían a encontrarse. No debieron
irle las cosas demasiado bien a la familia a juzgar por el trabajo que desempeñaba, que
aunque honrado, seguro que no era el planeado para él… pero no quiso preguntarle. Solo
sabía que le estaba infinitamente agradecido; que era un buen amigo y que si alguna vez lo
necesitaba, él estaría ahí… Con estos pensamientos caminaba a paso rápido con las manos
en los bolsillos de la gabardina y el cuello hundido hasta más no poder en la vieja bufanda
de lana que su madre le regaló hacía ya tantos años. Se había quitado un buen peso de
encima y estaba contento por eso, pero a la vez sentía una cierta pena por el capitán y su
familia. Resultaba irónico que con todas las putaditas que le había hecho; se acordaba de los
cineastas y del episodio de los jabatos con la espabilada de su mujer. Y con lo que él había
deseado que llegara ese día, ahora no se sintiera bien. Esperaba que la cosa no fuera
demasiado grave… pero cuarenta pares de colmillos, con sus embalajes de buena madera
282
africana y a base de mosquetones y munición del depósito de armamento de la Compañía,
era mucho tomate…
Al poco tiempo recibió una carta de Javier: el capitán Ronzalves había sido vetado
en Guinea.
Sangüesa, 19 de mayo de 1946
Querida Sarita:
Como verás, soy constante en mi correspondencia y por lo tanto creo me porto
como te mereces.
Hoy es domingo y son las cuatro de la tarde. Está lloviendo, con la monotonía y
el aburrimiento propios de estos pueblos del norte. Aunque te extrañe, echo mucho de
menos el calor y la vida en general de esa Guinea donde te conocí. Como recordarás te
dije en varias ocasiones que no me desagradaría nada el tener que quedarme en
España, hoy ya no pienso así y si tu estuvieses conmigo en esta, no dudo que, al igual
que yo, añorarías esa tierra de negros que tiene un algo que no sé explicarme, pero que
se echa de menos precisamente cuando se encuentra uno lejos de ella.
Me he enterado de lo ocurrido con el capitán Ronzálvez. Menudo disgusto
tendrán él y los suyos, aunque ya sabíamos que tarde o temprano esto tenía que pasar.
Aún así siento lástima por ellos, pues por Arrieta sé que el piso que compraron en
España lo tuvieron que vender, ya que al parecer no lo habían pagado del todo y
esperarían, como todos, “ahorrar” en otra campaña para completar el pago. Tengo
entendido que hasta que se aclaren las cosas se encuentra de guarnición en Santander.
¿Cómo seguís por allí? ¿Grita mucho Camaró? Esto no lo creo, así como
tampoco que los melongos hayan dejado de funcionar.
¡Ah, otra cosa! En todas mis cartas estaba que te lo iba a decir y hasta hoy no
ha venido al caso. Pues verás: se trata de que, desde esa, vine en el barco con un señor
que es piloto civil y me dijo que dejó allí a otro compañero suyo. En Cádiz me dio unos
283
pañuelos a fin de que se los pasase por la aduana. Yo lo hice en la forma que él me
indicó, mas en la casa donde me dijo había de llevarlos me informaron que se había ido
a Madrid. Yo no sé sus señas, mas como recuerdo que allí en Bata dejó otro compañero
suyo, mira a ver si puedes contactar con él y que te dé su dirección. De esto te puedes
informar ahí en el campamento. Se trata de dos pilotos civiles que llegaron a Guinea
combinados con el servicio topográfico.
Yo con los míos sigo bien. El catarro que pesqué en el viaje ya ha desaparecido.
Mañana Iré a Pamplona a fin de ver si los documentos “nuestros” ya los han
arreglado y en caso afirmativo, desde allí mismo te los mando.
Recuerdos a todos y un abrazo para ti. Te quiere y no te olvida.
Ángel.
……….
Sangüesa, 23 de mayo de 1946
Querida Sarita:
Todos los correos de estos días los espero con muchísimo interés, pues me
figuro que de un momento a otro habrá de llegar el de Guinea. Sin embargo, hasta
ahora me he quedado con mi ilusión defraudada. ¿Vendrán tus cartas en el de esta
tarde? Yo así lo espero y por lo tanto a las cinco, que es la hora en que lo reparten,
habré de estar bien atento.
El otro día vino a visitarme una señora de esta, que tiene una hermana que es
la Madre Superiora del convento de Santa Isabel. Me dijo que cuando vaya habré de
llevarle un encargo. Sobre esto he estado pensando estos días y, a fin de asegurar más
las cosas a medida de tus deseos y de los míos, he decidido ir a verla si no hoy, mañana
y exponerle lo que a continuación te diré: Nuestra ilusión es irnos a vivir a Evinayong y
en el peor de los casos, quedarnos en cualquier otro campamento del continente. Pues
bien, mi idea no es otra que la de que interceda la Madre Superiora de la que te he
hablado, a fin de que el Primer Jefe me destine nuevamente a Evinayong, lo que no
284
creo que esto le sea muy difícil dada la influencia que tiene por su calidad de religiosa.
Quizá mi proceder sea reprochable, pero cada uno busca sus conveniencias y si no que
se lo pregunten a Arrieta, el cual, como te dije en otra, ya tiene garantizado su regreso
a Bata.
Cuando me contestes ya me dirás si el reloj se encuentra en tu poder y si te ha
gustado. Pienso que quizá te sea un poco grande mas no te apures si así es, pues te
guardo otro mucho más bonito y yo me quedaré con el tuyo.
Dentro de unos días volveré nuevamente por Pamplona a fin de ver si los
documentos están arreglados. Si así es, te los mandaré certificados por avión y una vez
en tu poder, con la brevedad que te sea posible das fin a nuestra vida de solteros en la
Misión de esa. Por mi parte ya puedo decir que no lo soy toda vez que ya me hicieron
las amonestaciones, y por otro lado en el notario ya firmé el poder reglamentario, de
forma que para los efectos ya soy tu marido y tú, sin embargo, dentro del terreno legal,
en nada te hallas comprometida.
¿Recibes todas mis cartas? ¿Estás contenta de mi comportamiento? Creo que
debes de estarlo pues soy constante en mi correspondencia, lo que prueba lo mucho que
te quiero y que no te olvido ni un solo momento.
No sé si te digo en una de mis cartas que vi a Azpuro; digo mal, a la señora, la
cual echa mucho de menos los pollos y los huevos de Evinayong. Creo que no tardarán
en volver. Si los veo en Bilbao cuando vaya, te mandaré alguna cosa.
Con saludos a todos, en particular a tu familia y queriéndote mucho y, sobre
todo, con muchísimas ganas de verte, doy fin a la presente.
Ángel
……….
Sangüesa, 24 de mayo de 1946
Querida Sarita:
285
Aún cuando ayer te escribí vuelvo nuevamente a hacerlo hoy, ya que así me
parece me encuentro mucho más cerca de ti y que hasta cierto punto converso
directamente contigo.
Tampoco en el correo de ayer, ni en el de esta mañana he recibido carta tuyas,
de forma que no me queda más remedio que tener un poco más de paciencia y esperar.
Conforme a cuanto te decía en mi anterior, estuvimos ayer haciendo una visita a la
familia que te digo y hablé con la señora que tiene a su hermana de Superiora de las
monjas en Santa Isabel. Con relación de mis deseos de ir nuevamente a Evinayong,
tomó nota de ello y me dijo que me recomendaría con muchísimo interés. Luego,
hablando de esas tierras, resulta que la Madre General de Guinea es también de
Sangüesa y su familia, ¡qué casualidad!, tiene muy buenas relaciones con la mía.
Fuimos también a visitarla y quieren que cuando vaya, les lleve a ambas un pequeño
encargo. Como comprenderás, todo esto lo hago para evitar que tengamos que vivir en
la isla, cosa que no quisiera bajo ningún concepto.
Bueno y dejando todo esto a un lado pasaré a preguntarte qué es de tu vida.
¿Engordas mucho? ¿Te dan mucho las fiebres? ¿Trabajas y tomas todos los días
quinina? ¿Cómo anda “Salvadores” del estómago? ¿Tu madre sigue bien? Y por
último, ¿Pepito sigue durmiendo y engordando como antes? Sobre todas estas
preguntas no tendré contestación antes de que esta llegue a tu poder, aunque no dudo
de que en tus primeras cartas me hablarás de ello y de cuanto sepas me pueda
interesar.
Cuando me escribas contestándome a esta, ya me dirás cómo siguen en la
compañía de Evinayong. Si Barri y señora se encuentran bien; si ha ido algún otro
Instructor; qué hacen el teniente de Niefang y su señora y si Contreras vino ya con
permiso. Por mi parte, una vez que “nuestros papeles” estén arreglados, iré a pasar
unos días por Bilbao y otros en San Esteban, que es en donde se encuentra mi
hermano, el que estaba destinado en Almería con su familia. Este creo, marcha a fin de
mes a la Academia para hacer el curso de teniente.
En este pueblo se aburre uno más que en Guinea mil veces. Todo se reduce a
iglesias y conventos y a tocar las campanas a todas horas. Sin embargo, como estoy
con los míos no se me hace tan pesado y puedo decirte que hago la vida en casa.
Nada más. Saludos a todos los del campamento, en particular a tu familia, así
como también a Elena y tú recibe todo el cariño de este que no te olvida.
Ángel.
286
……….
Sangüesa, 27 de mayo de 1946
Querida Sarita:
Como verás está finalizando el mes de mayo y nada sé de ti. Tengo entendido
que el “Poeta Arolas” llegó a España de regreso de esa hace varios días, por lo que
encuentro rarísimo el no haber recibido correo tuyo. Quiero suponer sea por defecto de
correos y que no tardaré en recibir noticias tuyas.
Esta mañana me ha llegado una carta de mi hermano en Bilbao y en ella me
escribe una nota Azpuro, el cual se encontraba ese día haciéndoles una visita. Según
cuenta piensa embarcar pronto para allí y al parecer será en “El Dómine”, desde
Barcelona. No sé si me creerás pero le envidio. Yo no me moveré de esta hasta tanto no
te haya remitido los documentos; lo que una vez hecho, quedaré ya tranquilo y el resto
del “negocio” lo tendrás que solucionar tú en la Misión de esa.
Con respecto a las academias no se ha vuelto a decir nada, pero la opinión es
que se abren a primeros de septiembre. Por esta razón tú, una vez que recibas la
documentación, haces lo convenido y así en el caso de que yo tenga que hacer el curso
puedes estarte aquí tres meses. De no ir las cosas en esta forma embarcaría yo para
primeros de aquel mes.
Como te dije en mi anterior, espero que nos manden a Evinayong, lo que me
alegraría muchísimo, y como conozco tus deseos creo, te ocurriría a ti igual. No dudo
de que allí hubiéramos de ser todo lo felices que deseamos, ¿verdad que sí? Cuando me
escribas cuéntame todas las cosas de por allí por muy insignificantes que te parezcan,
como yo conozco todo eso nada me puede ser indiferente. Yo en cambio pocas cosas te
puedo decir de aquí; en primer lugar por no ocurrir nada de particular y en segundo
por no haber estado tú nunca por estas tierras.
De que tengo muchísimas ganas de verte, no hay ni que decirlo, y de ver llegado
el día en que juntos vivamos en el simpático campamento de Evinayong, es el completo
de mis aspiraciones.
287
Saludos a tus papás, como también a Pepito y tú recibe todo el cariño de tu
Ángel
Saludos a Trapero y a Inés.
Ambolo
……….
Sangüesa, 29 de mayo de 1946
Querida Sarita:
¡Por fin! En este correo recibo tus cartas, ¡26 cartas!, las cuales hacía tantos
días estaba esperando. De que me he llevado una gran alegría al recibirlas no hay ni
que hablar y de que he pasado un buen rato con su lectura lo mismo. ¡Pues bien! Acabo
ahora mismo de enterarme del contenido de todas ellas y seguidamente me pongo a
escribirte. Como verás por la fecha es hoy el día de la Asunción, lo que quiere decir
que es una fiesta de primer orden, sobre todo aquí en Navarra. Con todo ello no quita
para que muy gustosamente pase un rato escribiéndote, pues bien sabes te quiero
demasiado para que ello pueda originar molestias de ningún género. En primer lugar
debo decirte que estoy muy contento de ti: me has escrito mucho y me cuentas todos los
pormenores de vuestra vida en esa. Con ello me demuestras, te acuerdas mucho de mí y
creo que yo te lo pago con la misma moneda.
Por el contenido de todas las tuyas, veo no habías recibido aún ninguna carta
mía escrita desde España. La primera que te escribí fue desde Bilbao, en donde pasé
tres días, desde allí nada te decía de lo de mi madre <q. e. d.> por no habérmelo
querido decir ni Aida, ni mi hermano. Como pienso que ya todas mis cartas posteriores
las habrás recibido, estarás ya enterada de todo, así que puedes figurarte lo
malísimamente que di principio a mi permiso.
En una de las tuyas te quejas de no haberte notificado lo de la venta de Okiri y
con tal motivo pienso que hayáis censurado mi modo de proceder con el mismo. Bien
288
sabes que mi gusto hubiese sido el haberlo traído a España, mas ten por seguro que no
hubiese durado en el barco tres días más. Quizá viva todavía en Santa Isabel, mas ello
es también poco probable ya que tenía una fuerte disentería y lo que era peor, no
quería comer. Te darás una idea de cómo lo vería yo que pensé en haberlo dejado en la
isla bien para que vosotros lo volvierais a recoger o bien regalándoselo a cualquiera.
La decisión de venderlo fue el mismo día de salir de allí, y por este motivo no te diría
nada en mi carta. Luego recuerdo, te expliqué lo ocurrido en otra, que desde el barco te
volví a escribir.
El reloj ya hará muchos días que se encuentra en tu poder. Como verás por la
cajita en que iba, aún cuando lo compré en Canarias, te lo iba a mandar desde la
administración de correos de Estella, pero me pusieron una serie de inconvenientes tal
que lo dejé estar, se conoce que era la primera vez que iban a mandar algo a Guinea.
Como quiera que fuera yo de paso para Barcelona, lo pude enviar sin ninguna clase de
obstáculos desde aquella capital. No sé qué te habrá parecido, mas como te dije en otra
de las mías, te guardo otro mucho más bonito.
Con respecto a las academias, están suspendidas por ahora y nada se sabe de
ellas, así que por lo que afecta a tu padre ya puede estar bien tranquilo que con ventaja
cumplirá el retiro (los años), y aún no le habrán llamado.
Bueno “cariñín”, ya te dejo con recuerdos para tus padres y saludos para todo
el campamento.
Te quiero muchísimo, ya lo sabes.
Ángel
Maña te volveré a escribir
……….
Sangüesa, 30 de mayo de 1946
Querida Sarita:
Como te prometí ayer, vuelvo a escribirte, si bien nada de interés tendré para
contarte por esta vez.
289
Leyendo una de tus cartas, veo hablaste con Nuria de los días que pasé
esperando embarcar en “El Isla” y que sacaste en conclusión que me divertí mucho
allí. No sé qué es lo que te habría podido decir, pues tan solamente en el barco hablé
unos momentos con ella. Mi opinión, como la de los otros pasajeros que la conocían,
era que se entendía muy bien con Selegrín, con el cual es muy probable que planeara
ese viaje. Luego, en Santa Isabel, la vi una o dos veces pero sin llegar a pararme a
hablar con ella. De la vida que hicimos allí creo, te hablaba en una de mis cartas, o
sea, que de la fonda a La Rosaleda y nada más. En la misma carta al saber que me
habían destinado a la Academia de Sabadell, dices que no te ha parecido del todo bien
y me adviertes que no debo de olvidarme que te he dejado allí en Guinea. No hace falta
más explicaciones para saber que lo dices por la chica aquella de Barcelona. Sobre
ello bien sabes que puedes estar completamente tranquila, pues en muchas ocasiones te
dije que aún cuando entre tú y yo no hubiera existido nada, tampoco mis relaciones con
aquella habrían tenido como resultado el matrimonio, por saber yo positivamente que
por mi carácter no habría de congeniar con ella, y por lo tanto nunca hubiésemos sido
felices. Además aquello ya pasó y de no mencionarlo tú, yo ya ni me acordaba. Una
prueba de ello es que me encuentro fuera de allí y de no haber sido por la obligación
que tenía de presentarme en Sabadell, esta sería la fecha de que no había pisado
Cataluña. Por otra parte, como te decía en una de mis cartas, puedo considerarme
como casado, ya que además de haber sido proclamado en la iglesia, firmé ya los
papeles en el Obispado y en el notario. ¿No te parece ya bastante para tener plena
confianza en mí? Como comprenderás, mis deseos no son otros que los de ver
terminados todos estos trámites y por lo que a mí me afecta, tan solo me resta
remitirlos, una vez que me los entreguen en el Obispado de Pamplona, cosa que espero,
tarde solo unos días. Antes de que esta recibas, te habré puesto un radio notificándote
los he remitido.
Con respecto a lo que dices de haber comprado Pepito un camión, me alegro y
mi deseo es que tenga suerte con él. En España están por las nubes, pues un Ford
nuevo que allí vale 56.000 pts., aquí se paga a 120.000, o sea que es una diferencia
enorme.
Da recuerdos a todos y tú recibe todo el cariño de tu.
Ángel
¿Me entiendes la letra?
290
……….
Sangüesa, 1 de junio de 1946
Querida Sarita:
Esta mañana me vi sorprendido al entregarme el de telégrafos dos radios tuyos.
En uno de ellos me notificas, había llegado el Dómine y no habías recibido el reloj.
Espero que ya lo tengas en tu poder. En el segundo radio haces referencia al
fallecimiento de mi madre <q.e.d.>, y me das el pésame; quedo agradecido. Los dos
radios, veo, están cursados uno el día 25 y el otro el 27, y según me manifestó el de
telégrafos, no venía clara la dirección y es por lo que hasta hoy no me los han
entregado.
No puedes hacerte una idea de las ganas tan grandes que tengo de verme
nuevamente en Guinea. Desde luego que el principal objeto de mis pensamientos eres
tú, pero además, no sé por qué, ya no me hallo sin estar entre los negros. Recordarás
que sobre este particular te hablaba de muy distinta manera: “no me importaría nada
el no volver allí”. Hoy veo que me encontraba muy equivocado.
Pasado mañana creo que tendré nuestros papeles en mi poder y en dicho caso te
los mandaré certificados y por avión, a fin de que podamos ganar todo el tiempo
posible. Te avisaré por radio de cuándo han salido y en el barco que llegan. Espero
que para entonces tengas todo arreglado y ¡por fin te casas! Oye, ¿verdad que no
suena bien eso de “te casas”?, ¿se dice “nos casamos”? Sin embargo, en el caso
nuestro es: te casas. Pues bien, una vez que estemos casados, y en el caso de que tenga
que ir a la Academia (esto ya lo sabré antes de julio) te vienes en el primer barco del
mes de agosto hasta Cádiz en donde estaré esperándote. De no ir al curso, para fin de
dicho mes o primeros de septiembre, me encontraré ya en Guinea. Si ocurriera esto
último, una vez el barco atracara en Santa Isabel quisiera que vinieras hasta allí en
avión y así pasaríamos allí unos días juntos: será “nuestra luna de miel”, antes de ir a
donde nos destinen, que espero sea Evinayong. En tu próxima carta ya me dirás si esto
te parece bien. Desde luego que mi gusto sería que nos viéramos en España, mas te
291
repito por enésima vez, que de no tener que ir a la Academia, sería muy poco tiempo el
que pasaríamos aquí, tal vez menos de un mes, y creo que no compensaría las molestias
de tan largo viaje. En resumidas cuentas que tan solo serían dos o tres meses lo que nos
faltaría para reunirnos y entonces habrá de ser PARA NO SEPARARNOS JAMÁS.
Cuando me contestes ya me dirás si el gato de bosque* que te regalé aún vive y
si te llegan todas mis cartas. De que te quiero muchísimo y que no te olvido ni un solo
momento, no debería ya decírtelo tantas y tantas veces, pero si lo hago es para que
sepas que estás en mi corazón.
Con recuerdos a tu mamá, a “Salvadoret”, como dice Trapero, y a Pepito, me
despido hasta la próxima, no sin antes mandarte un beso.
Ángel
Gato de bosque*: Nombre dado por los nativos a un felino, no domesticado, de mayor
tamaño que el gato común. Su hábitat se encuentra en la selva de ese territorio. Su pelaje
suele ser de color pardo, y los dientes más grandes y afilados.
……….
Sangüesa, 5 – 6 – 1946
Querida Sarita:
Esta mañana me han avisado de la notaria de Pamplona, a fin de que me
persone en el día de mañana. Supongo que será porque ya estará solucionado lo de los
documentos, y con dicha creencia me iré en el primer tren. Espero poder mandártelos
mañana mismo: como te dije certificados y por avión. En cuanto lo haga te pondré un
radio comunicándotelo.
Por la tarde pienso irme a Santesteban a fin de pasar unos días (4 o 5) en
compañía de mi hermano Andrés. Según cuenta este, aquel pueblo es muy bonito y cree
me habrá de gustar mucho. Ya veremos si es verdad, mas pienso que no me agradará
tanto como él me pronostica, máxime por hallarse lleno de soldados, al igual que la
mayoría de los pueblos de frontera.
292
En una de tus cartas me dices, pregunta “Masa Camaró”, qué es lo que hay
sobre la Academia. Creo que en alguna de mis anteriores te hablaba sobre el
particular, mas por si no fui lo suficientemente claro en los datos que te di, puedes
decirle que puede estar muy tranquilo, pues aún no han llamado a ningún sargento al
curso. Ya no recuerdo qué número hace tu padre, pero si está por debajo de quinientos,
es muy fácil, según “Radio Guardia Civil”, que ascienda cuando se retire y no antes,
digo esto a causa de que se habla de que están ascendiendo a igual número de brigadas
a tenientes administrativos (como han hecho en el ejército), y en el caso de tu padre
corre la escala del mismo modo. De momento nada hay pues como te digo al principio
es noticia de “civilería”, si me entero de algo en concreto, ya os lo notificaré.
Como ves ya estamos metidos en el mes de junio, así que de una manera o de
otra, poco tiempo vamos a estar separados. Por mi parte tengo muchísimos deseos de
estar junto a ti y de verme en Evinayong, junto contigo desde luego, pues bien cierto
que con mi permiso me he llevado una gran decepción, ya que en ningún sitio me
encuentro a gusto. Entraría en muchos detalles sobre el particular, pero creo que será
mejor dejarlo para cuando nos veamos, que como ya te he dicho hasta la saciedad, ese
encuentro no tardará.
Ya ha empezado a hacer calor, pues hasta la fecha no ha hecho más que llover.
La cosecha en general se presenta este año como no se recuerda otro. Con ello el
porvenir para el próximo invierno se espera mejor que los pasados; si es que “otras
cuestiones” que no son precisamente la cosecha, no se meten por el medio y estropean
todo lo que hay por estropear.
Es muy probable que no me entiendas la letra, desde luego que podría escribirte
un poco mejor y más claro, pero al hacerlo así pienso que con ello te obligo a pasar
más rato descifrándola, lo que en parte constituye un sacrificio.
Verás te mando una foto en la que está mi sobrina Angelines. Resulta que entre
los clichés que tenía la he encontrado y me ha parecido bien el mandarte una copia.
Recuerdos a todos los compañeros del campamento, en particular a tu familia, y
tú recibe todo el cariño de tu
Ángel
……….
293
Santesteban, 7 de junio de 1946
Querida Sarita:
Creo ya habrás recibido el radio que desde Pamplona te mandé anunciándote la
salida de los documentos para esa, como verás ya no se necesita nada más para
nuestro matrimonio, por lo tanto yo ya he solucionado todo cuanto a mí me afecta, y
ahora te toca a ti dar solución a lo demás.
Esta carta te la mando por avión a fin de que gane todo el tiempo posible y
además certificada para mayor seguridad.
Yo me encuentro hoy con mi hermano en Santesteban. Es un pueblo muy bonito
para pasar el verano, aunque como tampoco me hallo aquí, no sé si estaré dos o tres
días.
De no marchar yo a la Academia saldré para esa, a fin del mes de agosto, en
caso de que vaya te pondré un radio para que vengas y así pasaríamos tres meses
juntos aquí. Todo esto no son más que conjeturas, pues hasta la fecha sigo sin saber
nada de ello.
El día que se verifique nuestro casamiento me pones un radio a Sangüesa; si no
estuviera, te lo comunicaría también por radio dándote la nueva dirección.
Como quiera que sale ahora para Pamplona el correo, y no quiero que se
retrase esta carta, dejo de escribirte y en la próxima seré más extenso. Recuerdos a
todos y tú recibe un abrazo de este que te quiere.
Ángel
……….
Srta.
Sarita Camaró
Santesteban, 15 de junio de 1946
294
Querida Sarita:
Creo no estarás descontenta con mi comportamiento, ya que te escribo con
mucha frecuencia y por otro lado he solucionado nuestra documentación lo más
rápidamente que me ha sido posible. Te participo que me he encontrado con bastantes
inconvenientes, pero he sabido de una u otra forma solventarlos.
Es de suponer que con esta misma carta recibirás también la documentación,
pues aún cuando la he mandado por avión y certificada, ya sabes que de Santa Isabel a
Bata el correo llega por barco. Creo que será en “El Plus Ultra”, que llegó el día cinco
a Barcelona, donde llegue el correo. Digo esto porque me escribió Azpuro que
esperaba embarcar en aquel barco el día diez del actual. Quería que nos viésemos en
Bilbao, antes de su marcha, pero no pudo ser por estar liado con la terminación de los
dichosos documentos.
Te estoy escribiendo desde Santesteban, o sea del pueblo donde se encuentra mi
hermano Andrés. Ya te conté que es un pueblo muy bonito, pero que con estos líos de
fronteras no se está todo lo bien que uno desearía.
Desde aquí volveré nuevamente a Sangüesa, en donde te escribiré de nuevo, y
luego pasaré unos días en Bilbao. Más tarde me daré una vuelta por Madrid a fin de
enterarme en La Dirección General del Cuerpo, si efectivamente voy a la Academia o
no, pues nada se dice de ello. En caso de no haber nada ya sabes que embarcaré a
últimos de agosto o primeros de septiembre. Ya te avisé en mis anteriores de que te
notificaría por radio si efectivamente tienes que venir o no, pues si voy a la Academia
quisiera tenerte aquí; en cambio si no fuera así, no merece la pena sufrir un mes de
viaje con tantas penalidades para luego no estar más que un par de semanas o tres en
la Península. Sin embargo, si tu deseo es hacer una visita por España, pues haz lo que
mejor te parezca ya que no quiero llegues a suponer, ni remotamente, que no deseo
vengas por aquí.
Cuando vaya por esa os explicaré más detalladamente cómo está la vida por
España; cuando se lo cuente a tu padre, creo que optará por prolongar su estancia en
Guinea, aún cuando llegue a retirarse pues esto es una cosa que no se puede uno ni
imaginar. Para que se dé una idea Pepito de ello, le dices que un camión Ford Ocho
que allí cuesta 51.000 pts., aquí se está pagando a 150.000 pts. y cualquier cacharro
que se quiera comprar vale por lo menos tres veces más que en esa, de manera que ha
295
hecho bien en comprar el camión allí pues yo aquí nada le hubiera solucionado debido
al precio tan tremendo que tienen.
Me acuerdo mucho de la Carola y de Okiri; no te rías, pero para mí ya
formaban parte de la familia. Por cierto, que te voy a contar una cosa graciosa que me
ocurrió cuando llegué a Bilbao. En mis cartas anteriores se te lo iba a decir, pero
siempre me olvidaba, preocupado como estaba con el tema del papeleo de la boda y la
dichosa Academia: A mi hermanote había escrito, en una de mis cartas, que cuando
viniese le traería un gorila (el pobre Okiri); pues bien, se ve que lo comentó con Aida y
los chiquillos. El día que llegué, nada más comer me acosté pues venía muy cansado
del viaje y con aquel fuerte resfriado que no me quitaba de encima y me quedé dormido
como un tronco. Según me contó luego Aida, las niñas y unas primitas estaban en la
puerta de la casa comentando mi llegada con mucho misterio y que después las vio
cómo se acercaban a mi habitación y, abriendo la puerta con mucho sigilo, la mayor
les decía a las otras que me miraran bien porque yo era un gorila y una de ellas
exclamó: “¡Pero si yo los he visto en el T.B.O* y son más negros; este tiene la frente
muy blanca!”. Entonces, una de mis sobrinas, no queriendo dar el brazo a torcer, le
dijo que ya me volvería negro, ya. Que ella bien lo sabía… Como verás tuve una
entrada “de gorila”.
Son ahora las ocho de la tarde. Voy a dar un paseo por el pueblo con mi
hermano. Pasado mañana me iré a Sangüesa y te volveré a escribir.
Te quiere y no te olvida
Ángel
T.B.O.: Revista infantil, muy popular entre los niños a lo largo de la posguerra.
………
Sangüesa 13 de junio de 1946
296
Querida Sarita:
Nuevamente me encuentro en esta. Vine ayer por la tarde pues por la mañana
salí a eso de las siete de Santesteban; comí en Pamplona y a las cinco de la tarde
emprendí el viaje para aquí, el cual debía haber durado dos horas , que luego acabaron
en cinco, por haber descarrilado un vagón y la máquina de nuestro tren. Por suerte la
cosa no tuvo grandes consecuencias debido a la poca velocidad que llevaba “pero
hubiese bastado, si escribiera el diario de mi vida, para contar que una vez viví el
descarrilamiento del tren en el que iba”. A mi llegada me encontré con una carta que
me escribió Rodríguez desde Asturias. En ella me cuenta que lo pasan muy bien, que
siempre están de fiestas y lo más asombroso: que lo han nombrado alcalde honorario
del pueblo por la hazaña de haber ido a Guinea y unas cuantas sandeces más. Dice
también, que como piensa que debo seguir con las mismas buenas relaciones que tenía
con Sarita (si él supiera), que es de suponer que esté al tanto de las cosas de Guinea, y
que espera le
notifique todo lo de interés. Yo le contestaré pues no quiero ser
descortés, pero de nuestra boda no le diré una palabra para que en su día, tanto él
como su mujer se lleven una sorpresa.
Antes que esta carta ya sabes te llegarán los documentos de la boda. Aún
cuando van para el Vicario de Fernando Póo, léelos bien y verás cómo dice que para
aquel o para quien tenga esos poderes, de manera que no tienes por qué mandarlos a la
Isla. Como verás en ellos y como te comuniqué en otra de las mías, tuve que delegar en
tu padre para que haga las veces de marido en la ceremonia, ya que le pregunté al
notario sobre Pepito y me dijo que como no había alcanzado la mayoría de edad no
podía ser él. El día que “te cases”, ya te lo he repetido en otras, me pones un radio
para que no se me pase ese día como si fuera como cualquier otro.
La semana que viene pienso marcharme a Bilbao a fin de pasarme unos cuantos
días con mi hermano Fausto y Aida; coincidiendo además con las fiestas de allí, que
son el 29 (San Pedro). También te escribiré desde allí.
Ya me dirás si todas mis cartas llegan bien, pues por la numeración verás si
falta alguna. Así mismo me dices las fotos que has recibido, pues ya no me acuerdo de
las que te he enviado.
De nuevo el tiempo ha empezado a ponerse pesado, ahora no hace más que
llover y llover… en fin, que es un verdadero aburrimiento.
297
También he recibido una carta de vuelta de Bata, creo que serías tú quien la
reexpidiese. La carta me la enviaba un sastre militar que en Barcelona nos hacía los
uniformes que luego le eran abonados por el fondo de vestuario. Por lo que se ve, al
marcharme yo a Guinea y liquidar él mis cuentas con la Comandancia, había una
diferencia de cincuenta y seis pesetas a su favor, por lo que decidió escribirme.
Me acaban de entregar un radio tuyo en el que me notificas haber recibido el
reloj, ¿te ha gustado? Me preguntas que en qué barco han salido los documentos. Yo
supongo que en “El Plus Ultra”, aunque no lo sé con seguridad, ya que no estoy al
tanto de las salidas que hay para Guinea. De todos modos, por lo que me dijo Azpuro,
cualquier día de estos saldría, si es que no han partido ya.
Por hoy nada más, con recuerdos para toda tu familia, y con besos para ti, se
despide hasta la próxima este que sabes que te quiere mucho y no te olvida.
Ángel
……….
Sangüesa, 14 de junio de 1946
Querida Sarita:
Como verás muy pocos días dejo de escribirte, de forma que no solamente
recibirás muchas cartas mías, sino que también van todas escritas. Tú dirás… ¿y por
qué me dice eso?, pues verás, tengo fundamento al expresarme así. Cuando iba a venir
con permiso me recomendaste un sinfín de veces que te mandase muchas cartas, que
aún cuando todas no llegasen escritas, que no importaba; que lo esencial era que allí
viesen que te escribía mucho. Creo que con creces cumplo tus deseos ya que en esto y
en todo, me figuro que te he complacido. Aún cuando quisiera ya no podía romper los
compromisos que contigo tengo contraídos, tú en cambio todavía tienes tiempo, pues
mientras no se verifique la ceremonia en esa misión serás dueña de tus actos. Con ello
te quiero dar a entender que ya me tienes “bien cazado”, así que no dudo estarás
298
completamente tranquila y por consiguiente, ya no desconfiarás más de mí. Claro que
luego me tomaré la revancha y haré siempre lo contrario a tus deseos. ¿Qué te parecen
mis intenciones? Es una broma, me conoces y ya sabes cómo soy. Por las cuentas que
saco será para finales del mes que viene cuando “te cases” (porque yo ya me he
casado), y estoy pensando que de no haber buena combinación de barcos, esta carta
llegará a tus manos cuando, legalmente, seas mi mujer. Si esto lo llego a pensar antes
de comenzar la carta, en vez de querida Sarita, te habría puesto: “mi querida
mujercita”, aunque por la falta de costumbre creo que queda mejor lo primero que lo
segundo. Te mando algunas fotos que tenía por ahí, supongo que te gustará tenerlas,
puesto que así iremos confeccionando un nuevo álbum, al que deseo mejor suerte que al
que tuve antes y “murió” en Evinayong, cuando se me incendió la casa… En una de
mis anteriores te prometí enviarte unas fotos con “nuestra máquina”, pero no pude
hacerlo porque el rollo se veló al ir a revelarlo, según me dijo el fotógrafo; por cierto,
que aunque no me creas no he podido encontrar ni un solo rollo, ni en Pamplona ni en
Bilbao.
El tiempo por aquí ya parece que, de firme, se ha propuesto ser bueno. Es
tiempo de cerezas, que por cierto hay muchísimas, siento no poder mandarte un cesto
lleno de ellas.
Se me olvidó decirte que Arrieta me enseñó en Zaragoza un par de colmillos de
elefante que dice se los regaló el capitán Felices en esa. ¿Tú lo crees? A mí me cuesta;
pienso que se los compraría a algún hausa*.
En contra de lo que augurara mi buen amigo, el Doctor Iranzo, no he tenido ni
un solo dolor de cabeza, y espero que llegue a verme nuevamente en Guinea sin que el
paludismo me haya visitado.
Nada más por hoy, recuerdos a tu familia, así como a Trapero y familia.
Saludos a Ortega, Dueñas, Barri, Castro, y demás compañeros y conocidos y para ti
muchos besos de parte de… ¿tu marido?
Ángel
Hausa*: del pueblo Hausa, que junto con los ibos forman las dos tribus de mayor fuerza
en Nigeria
299
……….
Sangüesa, 18 de junio de 1946
Mí querida Sarita:
¿Cómo va tu vida por esa Guinea? ¿Te casaste ya? Si es así, ¿qué tal te sienta
el matrimonio? ¿Te llevas bien con tu marido? No dudo de que cuantas contestaciones
pudieras dar, serían para mí del todo satisfactorias, pues te considero muy buena chica
y es natural que sepas tener contento a tu marido. Recuerdo muy bien que sabes coser;
que de cocina, aunque no tanto, también entiendes un poco; por último, que en general
eres una chica muy lista pues tengo entendido que te bastó una pícara sonrisa para
buscarte novio y convertirlo en marido cuando lo juzgaste más oportuno, ¿es todo esto
cierto? Pues bien, por la cuenta que me trae, mis deseos son que en tu futura vida de
casada seas completamente feliz; que sepas comprender bien a tu marido y que lo
quieras todo lo que él se merece, ¡oye! De la forma en que te estoy escribiendo
cualquiera que lo leyese supondría que es un amigo quien te escribe, mas como tú ya
me entiendes bien, sabes que es tu propio marido quien lo hace y que si escribe así es
por pura broma, pues ya se pasó aquel tiempo en que por precaución firmaba como
“Carlos Vélez”, ¿te acuerdas? Tú escribías también a una de tus amigas de la familia
Palacios y en algunas ocasiones me dabas a mí las cartas para que se las llevase.
Como es natural podía más en mí la curiosidad que cualquier otra cosa y con mucho
tacto las abría para enterarme de lo que le decías con respecto a “mi instructor”.
Comprendo que mi proceder era y es muy censurable, más queda en parte disculpado si
se tiene en cuenta que “la Escopetilla” me tenía colado hasta los huesos. ¿Cuánto
tiempo ha pasado de eso? No llevo las cuentas pero creo que por lo menos un año.
Ahora, cuando nuevamente vuelva a Guinea, serán las cosas muy distintas, porque ya
seremos marido y mujer, y por consiguiente nuestras aspiraciones e ilusiones serán
también muy distintas. Por mi parte no deseo otra cosa que verme contigo en
Evinayong. Allí iremos poco a poco arreglando nuestra casa, “la casita de papel”, la
llamo así por el ambiente dulce y suave que desprenderá nuestro hogar. Iremos
llenándola de cuantas comodidades estén a nuestro alcance. Yo trabajaré todo el día y
300
cuando llegue a mi casa no la encontraré tan vacía como en la campaña anterior,
porque ahora estarás tú que me esperarás con todo arregladito y te tendré todo el día
junto a mí, para hablar, para salir a pasear y para reñir alguna que otra vez si lo
creemos conveniente, aunque esto último espero que sea muy de tarde en tarde. Luego,
cuando tenga que bajar a Bata te llevaré también a ti. Pararemos un par de días dando
“la gorra” en casa de Camaró y luego otra vez a Evinayong.
¡Mira! En este momento me vuelven a entregar otro radio en el que me pides
contestación al último en el que me hablabas sobre los documentos. Creo te puse uno
cuando te los envié y ahora, para que estés más tranquila, te mando otro. Sobre el
barco en el que van, como te decía en una de mis anteriores, no lo sé. Desde aquí no
puedo estar al tanto, para eso tendría que vivir en Barcelona y con lo que tú eres…
creo que esto no sería de tu agrado. De todos modos yo ya te los envíe y por lo tanto ya
no me queda nada por hacer, tan solo esperar a que tú acabes de arreglarlo.
Bueno cariñín, hasta la próxima que será probablemente mañana o pasado.
Recuerdos para todos y para ti besos, con todo el cariño de tu
Ángel
……….
Sangüesa, 21 de junio de 1946
Querida Sarita:
Si sacas la cuenta por la fecha en que te escribo, es hoy el día siguiente de
Corpus y precisamente esta tarde marcho para Bilbao, conforme te lo tenía anunciado.
La fiesta de ayer la pasé bastante entretenido pues entre la gran procesión que
se hizo y la mucha gente que acudió, se pasó rápido el día. Por la mañana, sobre las
diez, me vino a la cabeza el que tú estarías en la Misión de esa, pues como hay dos
301
horas de diferencia allí serían las ocho de la mañana. Luego regresarías a tu casa y
pasarías el día poco más o menos como de costumbre.
¡Bueno! Ahora te voy a dar una noticia que es muy posible te haga poca gracia,
pues quizá con ello se desvanezcan las ilusiones que con respecto a venir a España
puedas tener. Verás: me han informado que en relación a las academias no hay nada;
que no se vuelven a abrir hasta que las circunstancias lo aconsejen y que por lo tanto,
no esperes que pueda asistir a ellos. Siendo así, mi permiso ordinario lo cumplo el 24
de septiembre, fecha en que debo estar ya en la isla, por lo tanto para ello, debería
embarcar a fin de agosto o todo lo más a primero de septiembre. Cuando esta carta
llegue a tu poder, faltará ya como un mes aproximadamente para que yo vuelva, así que
dejo a tu elección el venir o no. Como te he dicho en otras, caso de que no vengas
espero encontrarte en la isla a mi llegada. No creo que encuentres inconvenientes para
ello, pues es muy lógico que siendo tú mi mujer hagas lo que te digo. Por mi parte te
avisaré por radio con la debida antelación para que prepares tu viaje en avión. A todo
cuanto te digo, quiero la oportuna contestación y espero seas de mi parecer en esto.
Debes de comprender que allí no es como en España, que cuando dos se casan se
marchan a cualquier lado y ya está. Pues bien, si nos encontramos en Bata, ¿a dónde
iríamos de viaje de novios? Viniendo tú a Santa Isabel pasaríamos los cinco o seis días
que el barco esté allí y luego al continente a empezar nuestra vida de casados. Además,
al encontrarte allí a mi llegada me llevaría la consiguiente alegría y como quiera que
allí casi nadie nos conoce nos desenvolveríamos inmejorablemente.
Y ahora a otra cosa. Es de suponer que el capitán Calonge se encuentre ya allí,
y que si se han cumplido mis deseos esté destinado en Evinayong. Pues bien, como
quiera que tu padre tiene bastante confianza con él y tú también te relacionabas algo
con su mujer, muy bien podríais gestionar el que me destinase a Evinayong; pues yo,
aunque desde aquí algo he hecho por ello, no estaría de más que lo miraseis vosotros
también, ya que temo pudieran dejarnos en la Isla, lo que echaría por tierra todos
nuestros proyectos. Todo esto no lo eches en saco roto, pues creo que cuanto más nos
movamos mejor.
Por hoy nada más. Esta tarde, como ya te he dicho, me voy para Bilbao de
donde te volveré a escribir.
Con recuerdos a todo y con muchos besos para ti, doy fin a la presente.
Ángel
302
…….
Bilbao, 25 de junio de 1946
Querida Sarita:
Como verás por la fecha me encuentro en Sopelana con mi hermano y Aida. De
esto ya te informé en mi última carta. Por las noticias que me han dado la recibirás
junto con esta y con un buen montón más, ya que por lo visto aún no han salido, pues el
barco sigue atracado en Barcelona.
Como en Bilbao todavía se encuentra Azpuro le fui a visitar ayer. Este se
encuentra desde hace más de un mes esperando barco y, por cuantas referencias sobre
el caso me ha hecho, he sabido que desde el mes de mayo no ha vuelto a salir barco
para Guinea. Cree que esto me contraría mucho, ya que esperaba fuese la
documentación lo antes posible, y que en este mismo mes o todo lo más a primeros del
que viene te llegara. Sin embargo, las cosas no salen como uno las desea y hay que
ajustarse a las circunstancias.
Creo que por esta pasaré unos cuantos días, por lo menos hasta el tres o el
cuatro del mes que viene. Ahora el día 29 son las fiestas del pueblo, que según dicen
están muy bien. Además aquí hay una hermosa playa que siempre está concurridísima.
Si estuvieses conmigo te garantizo que aquí te enseñaba a nadar aún cuando sé eres
muy arisca para dejarte gobernar y menos en ese sentido. Esto te habría de gustar
muchísimo, es una tierra muy bonita y sobre todo muy modernizada. A doscientos
metros de casa de mi hermano hay una pequeña estación que corresponde a un
ferrocarril eléctrico que hace el trayecto desde Bilbao a Palencia. Se trata de un
servicio rapidísimo y cada media hora, durante todo el día,
tiene trenes para
trasladarte hasta Bilbao. Esta parte es de veraneo por sus playas y con tal motivo viene
muchísima gente por aquí, sobre todo los domingos y días festivos. Como ya lo
conocerás en su momento, verás que no exagero al informarte de esto.
Yo me levanto a eso de las nueve o las diez, desayuno y salgo un poco fuera de
casa a fin de tomar el sol o entretenerme con mis dos sobrinitas, que por cierto son dos
303
diablillos. Como toda la casa está rodeada de árboles, casi todos frutales, se hace muy
agradable la estancia por aquí.
Con respecto a Azpuro, este vive con su madre. Por lo que vi, no anda muy bien
de salud, y me dijo que si bien iba a la Guinea, lo hacía con la sola idea de pasar una
campaña y luego, decididamente regresar para no volver. Pienso que le ha cogido un
poco de miedo a esas tierras.
Ayer por la tarde me fui con él a Bilbao y estuvimos en Archanda, que es una
elevación que existe sobre la ciudad. En dicho lugar hay bastantes distracciones y se
sube en funicular.
La vida por esta provincia está por el estilo que en Cataluña: carísima. Todo
cuesta una enormidad y no me explico cómo la gente puede soportar esta circunstancia.
Como ya te dije en su momento, en lo que respecta a mi hermano y su familia, ellos
prácticamente no les afecta ya que tienen tierras, vacas lecheras, gallinas, conejos… y
por lo tanto pueden capear el temporal. Por cierto que no sé si en alguna de mis cartas
te dije que a mi hermano lo iban a ascender y esperaba ser trasladado, cosa que hasta
ahora no había ocurrido pues se quedó en puertas. Parece ser que será el mes que
viene, con ello se origina el consiguiente conflicto, ya que su mujer y las niñas se
quedarán aquí para atender a todos los asuntos de tierras, animales y demás, y él
tendrá que empezar a vivir solo en donde le destinen: yo ya le digo que ahora le tocará
aprender mucho con “las patronas”. Si le mandan a algún sitio que me guste, le
acompañaré más adelante, en su nuevo destino, diez o quince días.
Bueno creo que ya es hora de que te pregunte en esta carta algo de tu vida: ¿Te
encuentras bien? ¿Te acuerdas mucho de mí? ¿Sales mucho de paseo? ¿Estás contenta
por mi comportamiento? ¿Cómo anda el genio de mister Camaró? ¿Y Pepito? ¿Hizo
funcionar ya su camión? Espero que ahora ya se encuentre más sosegado respecto a
sus ambiciones y negocios y que por lo tanto no haga gritar a Camaró durante las
comidas. Me acuerdo tanto de ti… lo hago a cada instante; no puedo apartarte de mi
memoria en ningún momento y lugar. ¿Me crees? Puede que no, pero es bien cierto.
Este mes están anunciadas las vacantes de cabos de motoristas en Coruña,
Soria, Málaga y Castellón de la Plana. Te participo que aunque deseo volver a esa,
mucho me hubiese gustado solicitar la de Coruña o la de Castellón, pues aquí en
España tampoco lo pasaríamos mal pues de no darnos ahí la equiparación del sueldo
de sargentos, es muy poca la ventaja que se tiene en sueldo ya que aquí cobraría las
ochocientas pesetas como cabo motorista… No me hagas mucho caso porque de
304
cuando en cuando me parto la cabeza pensando en que cuando vuelva me podrían
destinar a Santa Isabel, y eso no lo quisiera ni con doble sueldo ya que estoy
acostumbrado al continente. En fin, ya veremos cómo se arregla todo; de todos modos
pienso que de una forma u otra nosotros estaremos bien.
Cuando recibas esta faltará poco para que nos veamos. Y cuando yo proyecte el
viaje faltará menos para que nos veamos. No sé qué puedo contarte más. Lo único y no
por ello menos importante, es que tengo muchas, muchísimas ganas de verte y que estoy
deseando llegue el día de poder formar nuestro hogar en cualquier sitio: “nuestra casa
de papel”. Esta es mi mayor ambición hoy por hoy. Recibe muchos besos de tu
Ángel
Recuerdos en tu casa y a los compañeros de esa.
La sonrisa le vino a los labios pasando la lengua por la goma de la solapa del sobre.
La sonrisa le vino, al recordar aquella vez en que el genio de su compañero hizo honor al
apodo de “Masa gasolina”, a causa del pasador de su uniforme y al abrazo tan lleno de
deseo por “la Escopetilla”…. <<Masa gasolina, cómo te pusiste amigo>>, pensó
desatando los recuerdos y pegando los sellos en la carta……………….
En el recuerdo…
……….Ella echó a correr sin pararse si quiera a recoger la sombrilla caída en la hierba, corta y rala, de
la explanada del campamento. Él se quedó con las palabras a medio hilván y el cuerpo a horcajadas del
otro amor de su vida: esa Harley que lo embaucaba con el plácido ronroneo de su escape, que a esa hora del
atardecer centelleaba por obra y milagro de un rayo dorado del sol de las cinco. Afianzó el maldito pasador
y levantó la vista a las copas de las palmeras que bordeaban la tapia del recinto. El barullo era colosal
porque cientos de golondrinas de pecho amarillo regresaban a sus nidos de barro, anclados en lo más alto de
cada tronco para descansar hasta el nuevo día. Echó un vistazo al Cuerpo de Guardia, en donde al verlo
entrar los hombre tiraron el tablero del “mángala” al ponerse en posición, esparciéndose las semillas por el
suelo. Con un gesto de la mano a modo de “descansen” y un “recoged todas las piezas del suelo, que alguien
se puede partir la cabeza”, enfiló las oficinas con el pensamiento puesto en “la Escopetilla”. Se les había
hecho un poco tarde por culpa del pasador. Ella le había dicho: “Si nos retrasamos me van a matar”. Pero
no podía regresar sin él. Al subir la marea lo habría perdido para siempre y menudo jaleo. Ahora se sentía
305
incómodo con la situación, así que tendría que ir a casa de su compañero a dar una explicación por la
tardanza. Claro que si no la hubiera abrazado tanto y tan fuerte... Si hubiera llevado el pelo recogido como
a él le gustaba, tal vez no se habría enredado... o tal vez la aguja del pasador simplemente estaba mal
sujeta...Tal vez... No llegó a entrar a la oficina. El pensamiento de que si no daba una explicación al viejo
Camaró llevaba las de perder por partida doble, le hizo apresurar el paso. Conocía bien a “Masa
gasolina”, que haciendo honor al mote con el que los negros le habían bautizado, explotaba con facilidad
aunque después no fuera nadie, pero hasta que se le pasaba el arrebato... Y es que se esfumaría la
confianza que su compañero había puesto en él dándole el consentimiento para casarse con su hija. Lo
divisó sentado en el porche en uno de los martirizantes sillones de estilo colonial con un vaso de limonada en
la mano, y el bastón de melongo sobre la mesa. Él fue el primero en romper el silencio pero no contestó a su
saludo,ni le invitó a sentarse.
- No ha pasado nada, Salvador… Tienes que creerme. La culpa ha sido mía por quedarnos a
buscar el pasador. Quizá tenía que haberla devuelto a casa y luego regresar a por él, pero se habría hecho de
noche y ya no iba a encontrarlo… -Salvador escuchaba en silencio con la mirada perdida en un grupo de
hormigas que se afanaban en arrastrar un pedazo de hoja del egombe-egombe.
- Tengo que creerte, Ángel, pero parece mentira que no cayeras en cómo es la gente y en los
comentarios que puedan rodar por ahí…
- Lo siento. No volverá a ocurrir. Te doy mi palabra -dijo ofreciendo la mano a su amigo y
compañero.
<<Te di mi palabra y la cumpliré hasta el día en que la vuelva a tener entre mis
brazos, porque ya será mi mujer. Pero no voy a negar, ahora que no te tengo frente a mí,
que aquella tarde me habría perdido con ella>>, dijo en voz alta con los ojos en el sobre….
<<me habría perdido…>>.
Y salió del camarote buscando la cruz del Sur.
Sopelana, 28 de junio de 1946
Mí querida Sarita:
Como mañana empiezan las fiestas de este pueblo y mi hermano tendrá bastante
gente en la casa, quiero escribirte hoy, pues así no incomodaré a nadie y yo estaré más
tranquilo. Se trata de las fiestas de San Pedro que, por lo que cuentan, son
306
animadísimas y se pasa muy bien. No he vivido ninguna de esas fiestas y por lo tanto no
te puedo dar mi opinión, pero en cuanto lo descubra te prometo detallarte cómo son y
qué tal las he pasado.
Te adjunto una nota con la letra de una zambra gitana que está ahora de moda
en España y que creo ya la habrás escuchado cantar por allí; tal vez por la radio. La
música es muy bonita y como creo, ya te lo he dicho antes, que la habrás escuchado, te
la envío, porque la letra la identifico en parte con nosotros, por aquello de “yo tenía
veinte años y él me doblaba la edad”…
Espero que sobre el tres o cuatro del próximo mes vuelva para Sangüesa. Y de
allí quiero ir a Madrid a fin de ver algunas cosas o por lo menos enterarme de la
cuestión de los barcos para mi regreso y más que nada asegurarme en la Dirección
General de que no se abren las academias para nosotros, pues de no ser así quiero que
te vengas en la fecha acordada.
Todas las tardes me voy a la playa, ya estoy más negro que Pablo el motoboy de
Evinayong.
Ayer estuvo Azpuro en esta casi toda la tarde conmigo. Se encuentra bastante
fastidiado con una tos que no ha podido quitarse de encima en todo el permiso. Y por lo
que pude observar, se encuentra bastante preocupado. También vi a su señora el otro
día y me dijo que no podía vivir con el sueldo aquí. De eso no me extraño pues ya te he
contado en alguna ocasión de cómo está todo. Dicen que por necesidad vuelven a
Guinea, que si no no lo harían más. Me han contado que el barco, parece ser, que
adelanta el viaje y que saldrá a mediados del mes que viene. Antes se espera que salga
“El Dómine” de Barcelona. Por lo tanto esta te llegará junto a otro montón más de
cartas y la documentación.
No quiero escribirte más por esta vez pues como te han de llegar muchas mías
en el mismo correo, se te va a hacer pesado tantas y tantas cartas repitiéndote una y
otra las mismas cosas….
Con recuerdos para todos y un beso para ti, doy fin a esta.
Ángel
307
Haría alguna foto más, pero aunque no me creas, no puede ser porque no hay rollos en
ninguna parte. Los he buscado en Pamplona, Bilbao y en uno y otro lado y ni pum….
(como suele decir tu padre).
NO ME QUIERAS TANTO
<Zambra Gitana>
Yo tenía veinte años y él me doblaba la edad.
En mis sueños había noches y en las suyas madrugás….
Y antes que yo lo pensara mi gusto estaba cumplío…
Na me faltaba con él…
Me quería con locura…
y con sus sinco sentíos… yo me dejaba querer…
Amor me pedía como un pordiosero…
Y yo le clavaba sin ver que sufría cuchillos de acero…
No me quieras tanto… ni sufras por mí…
No vale la pena… que por mi cariño… te pongas así…
Yo no sé quererte… lo mismo que tú…
No pases la vía… pendiente y esclavo… de esta esclavitú…
No te pongas triste, sécate ese llanto…
Hay que estar alegre… mírame y aprende…
No me quieras tanto…
……….
Sangüesa, 6 de julio de 1946
Queridísima Sarita:
Esta carta será a Dios gracias la última que te escriba, pues a finales del mes
que viene salgo para Guinea, ya que la Academia definitivamente está cerrada y el
308
barco, “el Isla de Tenerife”, zarpa, como ya te he dicho a finales de julio. No vuelvas a
escribirme pues ya no estaré para recibirlas, aunque creo será inevitable que esto
suceda ya que te he avisado un poco tarde… bueno, me llegarán de vuelta a Guinea.
¡Qué cosas!
Avísame en cuanto lleguen los documentos, que estoy viendo llegaré yo antes
que ellos.
Tengo unas enormes ganas de verte y darte un abrazo fuerte “mi querida
mujercita”.
Con recuerdos para todos, recibe tú todo mi cariño junto con un beso. Hasta
pronto cariñín.
Ángel
El día que suba al barco te mandaré un telegrama. Besos.
……….
Sarita Camaró
Guardia Colonial
Bata
Sangüesa 30 de julio de 1946
Embarco “Isla” espérame en Santa Isabel abrazos. Ángel
……….
Sarita Camaró
309
Guardia Colonial
Bata
Sangüesa 5 de agosto de 1946
Cordial enhorabuena abrazos. Familia Fuentes
….. Espérame amor en el Hotel Montilla… Espérame amor que ya voy.
310
10 - PASAREMOS LA NOCHE EN LA LUNA
Ojos de Gato y la Escopetilla durante una cena en Bimbiles.jpg
Todo llega a su fin, o todo llega al fin, tras una larga espera… En el caso de “Ojos
de Gato” el reencuentro con “la Escopetilla” después de tantos meses iba a ser una
realidad. Se encontraba en Bilbao a punto de subir al barco; no en el Isla de Tenerife como
en un principio le habían informado, sino en el Plus Ultra, cosa que a él le daba igual con
tal de emprender el regreso. Pensaba en lo absurdo de la situación pues aún no tenía
noticias del “terremoto” comunicándole que por fin se “había casado con su padre”…, no
pudo menos que sonreír pensando que eso era lo que tenía de ventajosa una boda por
poderes: te podías casar con quien te diera la gana, como él, que se casó con su cuñada
311
Aida. ¡Qué cosas! Había sido divertido jugar al equívoco con los amigos. Aún recordaba las
caras de incredulidad, cuando aquella noche en el bar de Josechu les dijo: “Pago yo que hoy
me he casado con mi cuñada, con consentimiento de mi hermano”. Al final, por mucho
que intento hacerles comprender la mecánica de una boda de esa índole se quedaron como
estaban. ¡En fin! Si al cabo de un mes de navegación aún no había llegado el esperado
telegrama, pasarían al “plan b”: los casaría el padre Fuentes en la misión. Le daba vueltas a
la cabeza a pie de escala, con las maletas descansando en el suelo y un pitillo todavía sin
encender entre los labios; las manos en los bolsillos y el mechón de pelo lacio resbalando
insolente por la frente. Contempló los colores de la enorme bandera pintada a babor que
brillando al sol indicaba, una vez en alta mar, la “neutralidad” de su país. No pudo reprimir
un suspiro cavilando sobre el tiempo que llevaban embarcados en el despropósito de la
guerra, porque primero pasaron la de “andar por casa” con un millón de muertos o quizá
más, vete tú a saber, y casi de inmediato se vieron salpicados por la 2ª Guerra Mundial, que
ni les iba ni les venía y así marchaban las cosas.
<<“Neutralidad”>>, dijo entre dientes, entrecomillando “neutralidad” en su
cerebro ya que no había sido un secreto que, aunque oficialmente España no tomó partido
por ninguno de los dos bandos, la inclinación de la población blanca de Guinea, al igual
que la de la Península, había sido mayoritariamente germanófila. Ahora enciende el
cigarrillo al tiempo que pasea la mirada por el gentío que se mezcla con los vehículos que
transitan por el muelle. <<Obviamente por la ideología que reinaba en ese momento y
porque no había caído en el olvido la ayuda recibida en el transcurso de la Guerra Civil; no
cayó en el olvido hasta el cuarenta y cuatro, al inclinarse a favor de los aliados que con cada
victoria restaba entusiasmo a la causa alemana, claro…>>. Interrumpe las divagaciones
porque un Dodge negro ha parado cerca de donde él está. El chófer de uniforme gris y
gorra de plato se ha bajado del coche para abrirle la puerta al ocupante del asiento trasero.
La ocupante, porque es mujer bella y con aire mundano, no pasaba de la treintena. Parece
sacada de una película del cine negro americano, por ese maquillaje Maxfactor que ilumina
su rostro cuadrado y ese traje de chaqueta del color de las hojas de tabaco secadas al sol,
que le va que ni pintado a la melena cobriza que le cae sobre los hombros. Los zapatos de
tacón de un tono mostaza, haciendo juego con la cartera que sujeta bajo el brazo. En la
mano un pañuelo, tal vez de seda, pero no llega a apreciarlo a la pálida luz de la farola…
Un oficial, el segundo de abordo, la recibe a pie de escala invitándola a subir tras besarle la
mano; el chófer les sigue con dos maletas y una sombrerera. Detrás, un par de mozos del
puerto cargan con un pesado baúl. “Ojos de Gato” lanza la colilla al suelo, aplastándola con
312
la punta del zapato mientras ve cómo se pierde la compañía al final de la escalera; no la
volvió a ver hasta que el barco dejó atrás las Canarias. << El caso es que llevamos entre
una guerra y otra, más de nueve años de penurias…>>, retoma sus pensamientos cuando
se da cuenta de que alguien le está hablando.
- ¿Me da un cigarro? –bajo la gorra, el pelo entrecano, fuerte y abundante pedía a
voces un barbero.
Un hombre con una chaqueta gastada por el uso y un pantalón hasta las últimas,
llevando un talego al hombro, estaba a su lado.
- Desde luego -le contestó echando mano al bolsillo de la chaqueta.
- ¿Se marcha o espera a alguien? –dijo enseñando una caja de cerillas a la par que
“Ojos de Gato” sacaba la suya-. A fuego invito yo –la media sonrisa con la que acabó la
frase, se quedó en el camino por un golpe de tos; una tos seca, cavernosa, que le salía de
muy adentro. Esa tos de falta de pan en el estómago, de malvivir, que tan bien conocía por
estar tan de moda en esos tiempos. Tosía y, al hacerlo, su boca mostraba un par de huecos
oscuros entre los dientes.
- Me marcho... –no acabó de hablar. Lo observó con recelo y se avergonzó de su
desconfianza. La barba era vieja como de dos semanas; descuidada y empezando a canear.
Los párpados cercados por un halo rojizo; el blanco de los ojos de un tenue color amarillo,
velado por algún que otro pequeño derrame. La mirada apagada…-. Me voy en este
barco... –había algo en él que le resultaba familiar…
Le da una calada al cigarro y la tos le dobla en dos.
- ¡Pero hombre de Dios! Cómo se le ocurre fumar en el estado en que se encuentra
–se apiada de esa pobre alma y le pasa el brazo por los hombros.
- Te vas en este barco, en el mismo que llegamos los dos hace seis meses… A ti la
vida te sonríe. A mí no, yo nací sin estrella…
Hacía un esfuerzo mental, mientras el hombre “sin estrella” hablaba, para recordar
en qué lugar y en qué momento se cruzaron sus vidas. Entonces el disco duro de su
cabeza se activó y supo que el hombre que estaba a su lado era Selegrín, el yuquero que
había sido expulsado de Guinea por su afición a los menores. Regresaba a España
enfermo de paludismo, así que lo vio poco y al principio, porque luego no salió de la
enfermería. De pronto toda la compasión que le invadió el lamentable estado del
desconocido, se tornó en repugnancia.
- Cada uno se forja su destino, y no naciste sin estrella, tú solito te has encargado de
estampar la tuya y la de los inocentes que han pasado por tu vida –le dijo con frialdad.
313
- Veo que me has reconocido…
- Sigue tu camino y olvídame -y se dio la vuelta poniendo un pie en el primer
peldaño que le llevaría de nuevo a la tierra prometida.
El pasaje se apiñaba a babor saludando con manos y pañuelos a la gente que había
quedado en tierra. Amigos, familiares, estibadores, militares, y hasta la pareja de la guardia
civil embutida en sus capotes prestaban atención a la maniobra que, desde el puente de
mando, se llevaba a cabo. Cuando las cuerdas quedaron libres de los bolardos el barco, a
son de mar, comenzó a moverse. Al principio muy lentamente, dejando primero un espacio
entre los neumáticos viejos que hacían las veces de topes. Después el agua oscura,
adueñándose de la situación, marcando la distancia entre el buque y el muelle. Pasito a
pasito y a golpe y golpe de sirena, el tinglado, los vehículos, las farolas con su tramo de
pavimento pobremente iluminado y la concurrencia que había quedado en tierra, formaron
parte del país de Liliput. Ya solo se adivinaba la costa por una hilada de lentejuelas que
iluminaban la oscuridad de la noche, mientras el mar dejaba que la brisa batiera sus aguas a
condición de que lo hiciera hasta el punto de llenar el aire con su aroma: a sal marinera, a
aroma de mar…
Y de nuevo, en los estrechos pasillos, el olor a pintura acompañado del ronroneo de
los motores. Y en cubierta el perfume a salitre, a brea… a aroma de guiso que se pierde en
el aire, junto al rastro de humo negro que arroja la chimenea. Humo que impronta su huella
en el barco, en sus gentes, cubriéndolo todo de hollín. Y bajo los pies, la madera
calafateada, mojada de agua de mar, de baldeo marinero… Un tango culebrea entre la brisa
rebozándolo todo…:
Desde Palos, el águila vuela
y a Colón con su gran carabela,
nos recuerda con tal emoción
la hazaña que agita todo el corazón.
Canta un marinero acompañado de una guitarra…
Y cantarán con todas las naciones
entrelazando los corazones,
y en tal clamor surge un tango argentino
314
Que dice a España, Madre Patria de mi amor.
Canta el marinero.
Y los solitarios con sus pensamientos; con su cigarro en los labios. Y otra vez la
misma luna en el cielo estrellado, y la misma estela de espuma en la popa, y la misma gente
buscando en la noche un lugar en cubierta para hacer el amor.
Y un tango culebrea entre la brisa rebozando el amor…:
Alguien dice:
- Es “La gloria del águila”, el tango que Gardel compuso en homenaje al Plus Ultra, el
hidroavión que realizó el primer vuelo de España a Argentina…
Y alguien canturrea a media voz el tango de Gardel…
Dos países en un noble lazo,
con el alma se dan un abrazo.
Es la madre que va a visitar los hijos
que viven en otro hogar…
La voz del marinero se apaga y la brisa se pierde en la noche con los últimos
rasgueos de la guitarra; tal vez porque ha escuchado a la caracola de su corazón hablarle
en su interior, de otros tiempos, del presente; de lo bueno y de lo malo que ha dejado en
el sendero. Como a “Ojos de Gato” que, apoyado en la barandilla de estribor, liberaba sus
recuerdos encadenados a los siete candados a los que los tenía acostumbrados:
- Hace calor… ¡escoge uno maldito! –exclama en baja voz. El dorso de la mano
palmeando la frente y en la juntura de los labios la brasa del pitillo, que al igual que una
luciérnaga, revolotea en la opacidad de la noche. Oídos y mente se han liberado del
último acorde marinero y de sus labios salen las primeras notas del “Camarada”, a la par
que el duende de los recuerdos ya ha elegido uno al azar. Se acordó de su buen
compañero Minuto desaparecido en combate…
315
En el recuerdo…
………Corría el mes de agosto del treinta y seis y la guerra azotaba con toda su virulencia hasta el último
rincón. Día tras día, en moto o en automóvil; bajo los rayos del sol o el claro de la luna; acompañado por el
polvo del camino, el dolor y la muerte, cumplía con la misión que le asignaban. Los veía pasar, llegaban a
Estella de todos los frentes; eran muchos los heridos y muchos también los muertos para ser enterrados en la
tierra que les vio nacer. Pensó en María Teresa, allí en el hospital, entre “sus pobrecitos” (así llamaba a los
infelices que llegaban heridos: medio muertos o muertos, le daba igual, para ella todos eran “sus
pobrecitos”). Le parecía estar oyéndola con ese tono maternal que le salía de adentro, tan distinto al que
empleaba para hablar de los dos… Yo tenía un camarada…entre todos el mejor… interrumpe sus
pensamientos porque en esa diáspora que avanza ante sus ojos se escucha la oración de guerra que los hace
uno… Siempre juntos caminábamos, siempre juntos avanzábamos, al redoble del cañón. Al redoble del
cañón… Entre lamentos y silencios se alzan las voces… Gloria, gloria, gloria, victoria. Con el cuerpo, con
el alma, con la novia de la mano, por la patria nuestros cantos que vuelen y el viento los lleve por allí. En
España, en España, qué hermoso amanecer… En España, qué hermoso amanecer, amanecer… no se
para aunque ha creído reconocer en uno de los camiones a un compañero, y le da más gas a la moto
siguiendo su camino sorteando el convoy y los pertrechos de guerra aparcados al lado de la carretera y es
entonces cuando une su voz a la del resto… Cerca suena una descarga, va por ti o va por mí, y a mis pies
cayó herido, el amigo más querido y en su faz la muerte vi… y en su faz la muerte vi… Él me pedía la
mano, mientras yo el fusil cargué, yo le quise dar la mía, mientras tanto él me decía “por España moriré,
por España moriré”… Gloria, gloria, gloria victoria, en España, en España, ya vuelve a amanecer. Las
voces del convoy han quedado atrás y con ellas la suya. El tañido de campanas y la silueta de Estella que se
recorta en el cielo entre luces y sombras lo hacen frenar. Junto al pueblo, su viejo y fiel caballero el río Agra
con sus riberas vacías de la gente alegre y despreocupada, que hasta no hacía tanto tiempo paseaba por ellas.
Familias, amigos y enamorados, se cobijan en verano bajo sus árboles que ahora, a falta de gente a la que
amparar del sol y pájaros a los que albergar, le costaba contemplar sin algo de melancolía. Y allí a
horcajadas sobre la moto, rebusca en el bolsillo del pantalón la caja de cerillas y el paquete de tabaco.
Enciende un cigarrillo y lo mantiene entre los labios, a la par que extrae de la guerrera un sobre con el
membrete del cuartel general de Franco. Sin miramientos, rasga el sobre y lee rápido lo escrito: le habían
destinado al frente de Toledo y estaba firmado por el general Franco Salgado. Guardó la carta en un
bolsillo de la camisa y apuró el cigarrillo, contemplando el ocaso de un sol rojizo, en el que se dibuja la
silueta de una bandada de pájaros que vuela hacía alguna parte sin inmutarse, ante el tronar de los
316
cañones. A él tampoco le afecta después de tres días, con sus noches sin dormir, de un lado a otro
cumpliendo órdenes. <<Un par de caladas más y en marcha otra vez>>. Por fin habían dado contestación
a su petición. A la primera patada ruge el motor y sigue su camino dando gracias al sol por dejar paso a la
noche que llega acompañada de “la buena brisa”.
No sabía dónde se encontraba, solo que estaba tumbado en un sofá y que alguien había tenido la
caridad de arroparlo como a un niño. Se volvió tirando de la ropa que le abrigaba y su cara dibujó un rictus
de dolor, mientras por sus oídos se colaba el siseo de unas voces femeninas.
Con su gesto maquinal de apartar el mechón de pelo rubio de la frente, se incorporó del sofá
reparando en que se encontraba en las dependencias de la Comandancia Militar.
- Pasamos por aquí con frecuencia y nos dio tanta pena verte… Parecías exhausto, así que te
echamos una capa por encima… -dijo señalando un perchero atestado de prendas que había en un extremo
del sofá. La chica tenía unos ojillos pequeños que se perdían a ambos lados de una nariz aguileña, pero la
dulce sonrisa con la que la vida le había agraciado hacía que al mirarla se olvidara todo lo demás. La piel
morena y el pelo crespo le daban un toque de bruja cíngara, arrancada de la hoguera en donde danzaba con
su gente en una noche de luna al son de panderetas y violines… Las otras dos eran muchachas corrientes,
sin nada que resaltara en ellas, quizá un lunar que tenía en la comisura de la boca la más baja.
- Has estado durmiendo durante… -la muchacha del lunar iba a decir que llevaban dos días
viéndole en el sofá, pero no le dio tiempo a acabar la frase.
- ¿Qué día es hoy?...
- Martes…
- ¡Durante cuarenta y ocho horas!… ¡dos días! –se levantó de un salto y echó a correr por el
pasillo. En su carrera se dio cuenta de que ni si quiera les había dado las gracias. Se giró y les lanzó un
beso con la mano a la vez que se adecentaba el uniforme como podía. Iba tropezando con la gente que
entraba y salía de todas las dependencias en donde había un tremendo ajetreo. En medio de todo ese follón
trataba de recordar lo que había hecho antes de quedarse tieso en ese sofá. Y llegó a la conclusión de que la
correspondencia que le habían mandado recoger en la Comandancia de Pamplona la había entregado. Se
acordó de la canción del Camarada, del último convoy de heridos y muertos con el que se cruzó; del pitillo
que se paró a fumar en el atardecer antes de entrar en el pueblo; de la bandada de pájaros que embellecía el
sol… y con todos esos recuerdos, dejó atrás pasillos y dependencias, llegando al patio de armas en el
instante en que su compañero “Minuto” atravesaba el Cuerpo de Guardia…
- ¿Dónde te habías metido? Hace días que no te veo… -“Ojos de Gato” le miró agradecido de que
le echara de menos. Allí estaba observándole desde su posición, cuatro palmos por debajo de su cabeza, con
aquellos ojos redondos y saltones de color aceituna y los labios entreabiertos, dejando a la vista las dos
paletas que le daban el aire de un roedor.
317
- Al final caí como un pardillo –tenían una especie de reto entre los dos; un pique tonto de críos
adolescentes que les hacía más llevadero su cometido, cuando el cansancio mandaba lo contrario. La
cuestión era ver quién soportaba más tiempo sin dormir llevando y trayendo el correo–. Tras tres días sin
pegar ojo, al parecer me quedé frito en un sofá de la Comandancia… cuarenta y ocho horas fuera de
combate. Desperté y me encontré rodeado de unas chicas preciosas.
- ¡Qué suerte tienes macho! –le dice, guiñando uno de sus ojos color aceituna-. Qué suerte tienes…
- Tengo que decirte algo… -dice, entretanto juguetea con la llave de la moto-. Hace unos días pedí
que me destinaran al frente porque no me siento bien sabiendo que prácticamente todos nuestros
compañeros se encuentran allí… hasta nuestro capitán Payo lucha en el de Toledo -le dice mirando a su
compañero con semblante serio–. No quiero que me llamen “emboscado” como a todos los que se quedan
en la retaguardia, y te voy a decir más: envié una carta al cuartel general del Generalísimo, solicitando el
traslado a un frente de guerra… -le dice alargándole el sobre.
Timoteo lo mira; su cara no refleja sorpresa.
- Me lo estaba figurando. Tú no estás hecho para estar en la retaguardia ni yo tampoco. También
he pedido destino, pero aún no sé nada… -y extendió la mano, buscando la de su compañero para unirla
en un apretón de despedida-. Suerte amigo…
- Cuídate compañero…
……… Segundo día de navegación y estaba viendo que esa noche tampoco podría dormir,
porque en aquel espacio tan reducido del camarote, con aquel olor a pintura, se le hacía
muy cuesta arriba quedarse en él. Pero más difícil todavía era convivir con el compañero
que le había tocado en suerte. Se llamaba Eusebio García y le había contratado como
capataz una de las explotaciones madereras que operaban a lo largo del río Benito. El buen
hombre era un tormento cuando se quedaba frito, pues o bien roncaba o salían de sus
labios un chorro de palabras ininteligibles que hacía imposible conciliar el sueño. Hasta sus
oídos llegó el son del batintín, que llamaba a la cena, propagándose por toda la cubierta.
Con tiempo bueno y mar en calma, el pasaje tendía a reunirse en los lugares comunes, y
uno de ellos era el comedor. Se dio cuenta de que tenía hambre, así que se añadió a la
cruzada por el condumio. Atravesó el local hasta llegar a la mesa que compartía con
Eusebio, el maderero, el cual charlaba animadamente con dos hombres: uno, un
funcionario de correos cuyo destino era Santa Isabel y otro de sanidad, que regresaba a la
318
isla tras disfrutar sus vacaciones en la Península. Acomodándose en la silla dio las buenas
noches a la vez que abría la servilleta. Hablaban de la II Guerra Mundial. El de sanidad
relataba a los dos novatos el accidente del hidroavión Sunderland Británico, que se estrelló
en la Isla a causa de un tornado, en junio del cuarenta y cuatro y en el que murieron los
diez tripulantes que en el iban…:
- El avión sobrevolaba el aeródromo de Santa María en unas condiciones muy
difíciles. … –comentaba consciente del interés que había despertado en los dos hombres.
Un camarero se acercó a la mesa y sirvió una humeante sopa Juliana a la que el funcionario
de correos, tras sujetarse la servilleta al cuello de la camisa y sin dejar de mirar al narrador,
hundió la cuchara en su plato mareando el caldo-… Sobre un cielo cubierto de nubes bajas,
viento racheado acompañado de fuertes lluvias y sin apenas visibilidad, el Sunderland se
dirigía al encuentro de un terrible tornado… Llegó un momento en el que la visibilidad fue
nula y la altura del avión no sobrepasaba los doscientos metros sobre la ciudad de Santa
Isabel; fue entonces cuando la artillería antiaérea, desde el cañonero Canalejas
y las
ametralladoras de la Guardia Colonial situadas en Punta Fernanda, lanzaron unas ráfagas de
aviso con el fin de que desviara su trayectoria. Y así lo hizo, desapareciendo por el este de
Punta Fernanda para hundirse en el tornado… –hizo una pausa y encendió un cigarrillo,
que tras darle un par de caladas lo dejó en el cenicero para luego sorber dos cucharadas de
la hirviente sopa, que le hizo proferir un quejido-. ¡Hay que joderse cómo quema esto!
Bueno, donde estábamos… -dijo chasqueando la achicharrada lengua.
- El Sunderland acaba de escoñarse por culpa del tornado… -comentó “Ojos de
Gato” a sabiendas de que le había jorobado su narración porque, aunque era un pasaje de la
historia reciente de la Guinea conocida por los que llevaban unos cuantos años en esa
tierra, a los antiguos les gustaba sorprender a los recién llegados con este tipo de relatos.
Le miró como diciendo…: cállate y no seas metemuertos…
- Efectivamente, se estrellaron en mitad del bosque, cerca de la finca alemana
Moritz a donde la fuerza del tornado lo lanzó contra una gigantesca ceiba. Entre los restos
del aparato, nueve tripulantes carbonizados y el décimo, que aún seguía con vida a pesar del
gravísimo estado en el que se encontraba, fue trasladado al hospital de la capital en donde
murió de madrugada tras declarar que el hidroavión había salido de Lagos (Nigeria), con
diez tripulantes entre los que se encontraba él, hacia un destino y con una misión que no
podía desvelar… El hombre dijo que no hubo ningún problema hasta que tropezaron con
el tornado… Que no se separaron de su ruta por voluntad propia, y que siempre creyeron
que seguían sobrevolando el mar … -el camarero retiró los platos vacíos, todos, menos el
319
del contador que se lo llevó sin apenas probarlo. Ahora había montado su escenario
particular con el salero por ceiba y el pimentero por avión; una caja de cerillas y el paquete
de tabaco hacían las veces de ambulancia y hospital-… El pobre muchacho declaró que era
la primera vez que volaba esa ruta, pues sus misiones las había realizado siempre por
Europa.
- ¿Los repatriaron o los enterraron en Santa Isabel? -preguntó el maderero
contemplando la ración de pollo al horno que le habían servido–. Espere… ¿me puede
poner un par de patatitas más?... –le dice al camarero.
- Cómo no, señor. ¿Así está bien? –y le dedica una estudiada sonrisa buscando su
aprobación.
- Así está bien, gracias…
El hilo de la historia se había quedado atado a las neuronas que impulsan la
imaginación, para dejar paso a algo más trivial como era la contemplación de los platos que
el camarero iba “decorando”: que si un trozo de pollo aquí; que si unas patatas al lado; que
ahora te coloco algo de panaché de verduras en este otro hueco y ahora te lo riego todo
con la salsita que baña la bandeja… El camarero se vuelve a la mesa de al lado y empieza el
mismo protocolo, mientras ellos contemplan el contenido de sus platos, pensando unos,
que les podía haber puesto algo que no fuera el espinazo y otros, encantados con los
muslos y pechugas que les había tocado en suerte. El narrador hinca el tenedor en el contra
muslo y con el pesado cuchillo de alpaca comienza a despellejar el pollo. “Ojos de Gato”,
dando un rápido repaso a los platos de sus compañeros de mesa, piensa en la injusta
decisión de los hados del Olimpo que guiaron la mano del camarero hasta el huesudo
espinazo, cuando le llegó su turno. Tras la catilinaria mental contra los dioses olímpicos y
sus estratagemas, opta por pinchar una patata y un par de judías del panaché.
- Acabe la historia… -dice el funcionario de correos frotando el tenedor con la
servilleta que llevaba al cuello.
- No hay mucho más que contar; fueron enterrados en el cementerio de la ciudad
en “olor de multitudes”.
- ¿Se pudo recuperar algo del avión?
- Sí. Cartillas militares de identidad, diarios de navegación, tablas de situaciones
geográficas de diferentes puntos del litoral… armamento, efectos personales… y un sinfín
de cosas más, como comprenderán algunas en mejor estado que otras.
- Si no recuerdo mal, creo que el Sunderland es un antisubmarino especialmente
dedicado a misiones de exploración y vigilancia… –dice “Ojos de Gato”, dándole un sorbo
320
al vaso de vino–. Y ya sabes lo que se rumoreaba sobre lo sucedido…: que cuando ocurrió
el desastre iba tras un submarino alemán localizado en algún punto de la costa de la isla…
- De acuerdo, pero eso es algo que de momento no sabemos con certeza, al menos
los españolitos de a pie… -comenta riendo. Habían llegado a los postres y el camarero
servía en platillos: hojaldres rellenos de crema, cubiertos de finas láminas de almendra que
hacían la boca agua al más desganado de los desganados.
- ¿Qué tal un coñac y una partida de dominó? –propone Eusebio el maderero,
jugueteando con el pastelillo.
Salieron del comedor casi los últimos. En el bar, las mesas estaban ocupadas y el
par de cajas de dominó que guardaba el barman también, así que se sentaron a un extremo
de la barra.
- A la lima y al limón que no tienes quien te quiera… - Eusebio, el maderero, canturreaba
la popular copla, marcando el ritmo con los dedos sobre la barra–. Pon cuatro coñacs,
maestro… A la lima y alimón, te vas a quedar soltera…
- ¡Monedas fuera! –exclama “Ojos de Gato”, mostrando tres perras chicas* en la
palma de la mano-. A ver quién paga esta ronda...
Con las manos en la espalda bailaban las monedas de una mano a otra.
- Doce… -dice Eusebio alargando una de las manos con el puño cerrado. Y
confiando en que todos llevasen tres.
- Seis… -calcula el de sanidad, con el puño vacío y sin más base que la pura
chamba, pegándole un buen trago a la copa.
- Cuatro… -el funcionario de correos mantiene en el puño cerrado una moneda y
apuesta porque sean cuatro las que estén en juego. Por sus caras se diría que están haciendo
logaritmos con la mente, pero el popular juego de los “chinos” solo es suerte y algo de
intuición. Una forma divertida de saber quién pagará lo consumido. Con el Lucky colgando
de los labios y una moneda en el puño, “Ojos de Gato” se aventura como los demás:
- Cinco -y extiende su mano mostrando la perra, a la vez que aparta el mechón de
pelo rubio diciendo-: ¡Me he librado!
Un par de rondas más y acaba perdiendo Eusebio, que a carcajada limpia le dice al
camarero:
- ¡Cóbrate maestro! ¡Qué mala suerte he tenido, no he acertado ni una! La vecinita
de enfrente ay, ay… solterita se ha quedado, ay, ay… -tararea llevando el ritmo con los dedos-.
¿Nos jugamos otra ronda? Otra, otra, otra…
321
“Ojos de Gato” asiente, pero deja claro que esta vez es la última, por lo menos para
él. Quería escribirle una carta a “la Escopetilla” y, si no cortaba, sabía que se podían pasar
de copas hasta que el barman se fuera a dormir, así que pide un cortado. Al final de varias
rondas, Eusebio, bastante achispado, vuelve a ser el perdedor.
- Jugar y perder… ¡Pagad y callad! –dice soltando las perras y sin dejar la sonrisa-.
¡Me habéis llevado al paredón! ¡Que me fusilen al amanecer!…
Perra chica*: moneda de cinco céntimos de la época.
El barman al parecer, sin otra cosa que hacer más que esperar a que
abandonáramos el local, sacaba brillo a los vasos observándolos de reojo.
- Te… cobras… todo… –le dice al camarero, mirándole desde unos ojos rojos e
hinchados por el alcohol consumido-. Y… quédate con el resto, que te lo merecesss… por
aguantar… a este personal tannn peeesaaao... –hablaba arrastrando las sílabas, como si la
lengua le hubiera aumentado de repente y no tuviese el espacio suficiente para articular las
palabras.
El camarero le dio las gracias con una sonrisa de oreja a oreja, por la jugosa propina
que le había soltado: un duro no se veía todos los días. Y salieron del bar. “Ojos de Gato”,
viendo lo visto, dirigió los pasos hacia popa sintiendo cómo se le llenaban los pulmones del
aire fresco y puro de la noche. Una noche espléndida; una noche de luna y estrellas; de
indulgentes aguas que dejaban al buque navegar sin sobresaltos. Con las palabras de
Eusebio resonando en los oídos, se arrimó a la baranda y contempló el rastro que iba
dejando el barco en su navegar: “¡Al paredón! ¡Que me fusilen al amanecer!…”, esas
palabras formaban ya parte de sus recuerdos; de esos que creía, tenía doblegados……..
En el recuerdo…
322
……… Junto al eco de la guerra alcanzó a oír tres campanadas del reloj de alguna iglesia que no quería
enmudecer. <<Todavía faltan unas horas para el amanecer…>>. Le echó el pedal a la moto y allí,
parado frente a las puertas del garaje estuvo un momento observando su deterioro: parecían hablarle bajo las
capas de pintura, que maquillaban torpemente los desperfectos que el paso del tiempo había dejado en ellas.
“No te va a gustar el trayecto… ni el destino… ni el fin; no pongas en marcha el autocar…”, creyó oírles
decir, pero las abrió de par en par, levantando los grandes cerrojos horinosos y protestones, montándose
después en él. Con la primera vuelta de llave, el motor respondió con un runrún agradable para sus orejas.
<<No esperaba menos de ti, después del tiempo que te dedico para tenerte en perfecto estado... Te tengo
niquelao* >>, farfulló entre dientes. Seguidamente le dio a las luces, que iluminó pobremente el
pavimento con un haz ambarino y, metiendo la primera avanzó unos metros sacándolo de la cochera.
Luego, tras poner la palanca en punto muerto, bajó y guardó la moto. Tras cerrar las puertas y ajustar los
cerrojos, todo volvió a su posición habitual. Antes de subir al autocar levantó la cabeza hacia el
firmamento: allí estaba con su luna y sus estrellas iluminado, una vez sí y otra también, por el fuego de la
metralla. Y enredando en el aire, la buena brisa envuelta en el olor de la pólvora, acariciando cuanto se
encontraba a su paso. Pensó en las almas del pueblo descansando en sus lechos, los que aún podían,
arropados por los sueños unos, y envueltos en sus temores otros, mientras él seguía despierto acompañado,
eso sí, del sonsonete de unos perros ladrando en la distancia, seguramente orquestados por los aullidos de
otro viejo, resabiado y callejero. Todo parecía estar en orden dentro de ese mundo de desorden; todo menos
él, que esa noche tenía la sensación de encontrarse fuera del tablero del juego de la vida. Le dio unas
palmaditas al volante pensando en las ironías que esa vida tenía: con ese mismo autocar en los primeros
días del alzamiento, salvó sin proponérselo y desde el anonimato, al general Mola, al que en la mañana del
día anterior había visto en la plaza Mayor, junto a Millán Astray, arengando a la población prometiendo
la victoria por Dios y por España. Escuchándole, reflexionó en la fragilidad del ser humano y en la fuerza
del destino; en lo lejos que estaba el hombre de saber que entre esa gente se encontraba la persona que le
libró de la muerte a las puertas del monasterio de Irache… Ladeó la cabeza, como queriendo desviar esos
pensamientos, e hizo el sempiterno gesto de apartar ese impertinente mechón de pelo rubio, que le caía por la
frente. De mala gana volvió a la realidad por desagradable que fuera. Le habían ordenado un cometido y
tenía que cumplirlo… Porque una cosa era luchar en igualdad de condiciones y otra bien distinta fusilar a
sangre fría, cosa que se venía haciendo desde que la jurisdicción militar había empezado a funcionar. Era
una de las barbaridades de la guerra, y saber que en el bando contrario ocurría lo mismo no suavizaba el
tema. Solo había un motivo que le infundía algo de valor, y era la sistemática quema de conventos, iglesias y
toda persona que llevara un hábito: “todo lo que oliera a clero”... Pensó que hasta ese día había tenido
suerte porque con su ir y venir de mensajero se había librado de tan desagradable tarea, así que allí estaba,
dirigiéndose al punto en donde tenía que recoger a los condenados para llevarlos al paredón.
323
El papel de un Moisés oscuro guiando a su pueblo a la muerte, no le iba al pelo; lo llevaba mal y
pedía a Dios que no le volviera a tocar semejante misión. <<Dame fuego cruzado; lucha cuerpo a cuerpo,
pero no me hagas conducir las ovejas al matadero…>>.
Le sobresaltó el tañido de las cuatro campanadas que el reloj de la torre de la iglesia emitió; cuatro
campanadas lúgubres y lastimeras que provocaba el golpeteo del badajo contra el bronce, señalando la hora
en que seis hombres acompañados de un fraile bajaban las escalinatas de la iglesia custodiados por dos
falangistas y otros tantos requetés. Cuando llegaron al autocar subió primero un falangista y esperó de pie a
que entrara la comitiva precedida por el fraile, un monje joven quizá de la misma edad de “Ojos de Gato”,
al que miró visiblemente compungido. El hombre fue a sentarse en el asiento de al lado, llevando en sus
manos un misal y un rosario que desgranaba en silencio con la vista aparcada en sus sandalias. Tras él,
subieron los infelices que, por estar maniatados, tuvieron que ayudarles sus verdugos.
- ¿Me das un cigarro?
Sintió su aliento en el cogote, quemándole como si algo caliente le estuviera rozando la carne y lo
achacó a su propio miedo exteriorizado a través de los poros de la piel.
- Espera –le dijo metiendo la mano en el bolsillo de la camisa-. Ahora lo enciendo - de sus labios
resecos, producto de la presión, despegó el pitillo acercándolo a los labios del hombre que le dio una calada
profunda, haciendo centellear la brasa al amparo de la pobre iluminación del interior. <<En vez de
nicotina, para estos casos deberían ser de opio>>, pensaba “Ojos de Gato”, contemplando el semblante del
hombre.
- ¡Ya está bien, que no tenemos toda la noche! –se impacientó un falangista situado al fondo del
autocar.
- Arranca y acabemos de una vez… -musitó el condenado, que sujetaba el pitillo entre las
aprisionadas manos.
Y así salieron del pueblo en dirección a Pamplona, en donde “el Monte del Perdón” era el final de
trayecto.
Uno de los reos lleva un rato silbando “¡Ay Carmela!” y alguien le manda callar. “Ojos de Gato”
cree reconocer la voz del falangista impaciente.
- El último viaje de mi vida… ¿Me oyes “facha”?
- Te escucho… -ni siquiera un leve ademán de volver la cabeza; no quería follón con el hombre
impaciente.
- Yo era marino; radiotelegrafista de un barco mercante… Quince años de mi vida en la mar, y en
todo ese tiempo he vivido y he visto cosas que mucha gente no verá, ni experimentará en su vida, así que me
doy por satisfecho… ¿Me oyes facha?
324
A pesar del “facha” con que le apodó, no había en su voz ni una pizca de odio ni desprecio, solo
percibió amargura. Sin dejar de mirar a la carretera asintió con la cabeza…
La carretera… la imaginación le llevó a la época de su vida como camionero junto a Escobar,
amigo y compañero en el ejército, al que todos querían por su bondad y camaradería. Fue con él con quien
aprendió a conducir en el Renault que su padre, un desahogado transportista, le había regalado. Cuando se
licenciaron, apenas tenían dieciocho años y unas vidas con distintos derroteros, porque su amigo iba a seguir
el negocio familiar y él, a sabiendas de que le ascendían a sargento por haber sido el tercero de la lista, tenía
en mente cursar la instancia para carabinero, porque solo aspiraba a vivir en un pueblo de Navarra sin
sobresaltos, con una mujer y unos hijos, algo así como la vida de su padre… Y una vez le dio curso al
papeleo, y ya licenciado como sargento de la reserva, aceptó lo que Ricardo, su amigo, le ofrecía. Con él y su
camión recorrieron las tortuosas carreteras transportando vino de La Mancha, La Rioja, Aragón y
Navarra hasta Burgos. Algunos días, cargaban pescado desde Lequeitio y Bermeo para Madrid, pero esos
eran los menos. No les importaba las frecuentes averías en la carretera bajo el frío del invierno. La
consigna “carretera y manta” la llevaban por bandera, y ni el viento helado, ni la nieve medraban ese
ímpetu joven, ilusionado, sin pensamiento de los duros tiempos que les tocaría vivir en el frente de Teruel.
En las noches de invierno o estío, se turnaban para ocupar la litera que el camión llevaba adosada en la
cabina. Pasaban por pueblos y ciudades, atravesaban valles y puertos de montañas y en todas partes
dejaban amigos y chicas bonitas a las que recordar por un beso, una caricia o simplemente por una sonrisa
encantadora. <<La sangre bullía por nuestras venas como caballo desbocado y no teníamos más deseo que
dejarla correr…>>.
En un segundo pasó de sus recuerdos felices a la cruda realidad y, aunque estaba acostumbrado, le
seguía sorprendiendo esa facilidad con que su cerebro le llevaba a revivir tiempos mejores; pero era obvio que,
sin proponérselo, en los momentos tensos se escudaba en los buenos recuerdos para aliviar la tensión, que de
un tiempo a esa parte le invadía más de los que hubiera querido soportar.
- El hombre seguía hablando y él enganchó de nuevo el hilo cuando relataba el naufragio que sufrió
en las Azores…
- Tres largos días estuve en la mar agarrado a un tablón, hasta que me recogió un petrolero…
hubiera preferido morir entonces… Imaginé otro final para mi vida; algo menos vil…
Llegaron al Perdón y estacionó el vehículo. El contorno de los pinos se recortaba en el cielo que
empezaba a clarear y la luna remolona se dejaba ver entre los árboles acompañada del lucero del alba. La
noche se rasgaba para dejar paso a la mañana y los condenados se internaban en la espesura porque no
tenían cabida en esa mañana… Todo fue muy rápido. Se escucharon las descargas de los fusiles y luego se
hizo el silencio. “Ojos de Gato” se preguntaba que a quién le habría tocado la “compasiva” bala de
fogueo…
325
Niquelao*: forma coloquial para decir que algo está o se ha dejado perfecto.
……... El barco se alejaba del muelle bajo un cielo de fuegos artificiales y la tradicional
copa de champán, en las manos de los pasajeros que celebraban la mitad del camino
recorrido. Era una noche perfecta, con el suave mecer de las olas; con su olor a mar, con su
gente en cubierta riendo, charlando de cosas triviales; con el telegrama de “la Escopetilla”
en la mano… Con una sonrisa le dijo adiós a la isla de Tenerife y, con los ojos puestos en el
papel, le dijo hola a la que ya era su mujer. Desde su rincón levantó la copa con un solo
deseo: que en el camino de la vida que Dios le tuviera marcado estuviera junto a él “la
Escopetilla”. Después apuró el champán en dos tragos y lanzó el cristal al mar.
Hacía varios días que habían dejado atrás las Canarias, cuando una mañana despertó
con una sensación extraña; el cansino runruneo de los motores se había esfumado, y en su
lugar el sonido intermitente de una sirena invadía el aire. Buscó en la litera de abajo a
Eusebio, pero esta estaba vacía. Bajó de la suya despacio, poniendo cuidado en no perder el
equilibrio a causa del fuerte vaivén del barco, y atisbó por el ojo de buey el inestable
horizonte enturbiado por la lluvia que pegaba con fuerza en el cristal. Se vistió
trastabillando de un lado a otro, poniendo buen cuidado en no caerse conforme metía una
pierna y luego la otra en las perneras del pantalón; con la sahariana a medio abrochar subió
a la cubierta de estribor, en donde una mañana gris y lluviosa le dio los buenos días, junto a
una fuerte marejada que bamboleaba el barco como si fuera un coco vacío. Frente a él, un
destructor de bandera inglesa permanecía a poca distancia, impidiendo el avance, mientras
un par de lanchas con marineros y un oficial armados se dirigían al barco. A babor, en
donde el capitán y la tripulación permanecían a la expectativa, se repetía la misma escena.
Todos los allí presentes sabían que en cuanto subieran por las escalas de cuerda, exigirían al
capitán el navicert y una vez revisado el barco de cabo a rabo, con suerte los dejarían
continuar en paz. <<No caerá esa breva; seguro que nos desvían a alguno de los puertos
donde tienen una base de control>>, musita “Ojos de Gato”, localizando a Eusebio entre
la gente, que seguía, como todos, la maniobra de los británicos. Uno de los oficiales
326
ordenó a dos marineros tomar posiciones a estribor y a babor del buque; otros tantos
ocuparon también la sala de máquinas. Al resto de la tripulación los hicieron pasar junto
con el pasaje al salón.
- Documentación… -el oficial que se dirige a “Ojos de Gato”, de piel rosada y con
cara de póquer, clava los ojos de un gris acerado en la esmaltada estrella añil con iniciales
doradas, de la Guardia Colonial, que lleva en la sahariana.
- La tengo en el camarote…
- ¿Alguien más tiene la documentación en el camarote? -dice en un pasable español
con marcado acento galés.
Todos los allí reunidos abandonaron el salón…
Entró en el momento en que el oficial, de piel rosada y cara de póquer, se
encontraba en mitad de un minucioso interrogatorio al escritor Agustín de Foxá (conde de
Foxá), que había luchado durante la Guerra Mundial por Alemania en la División Azul y
eso, tras la victoria de los aliados, no le beneficiaba en nada… Tras unos minutos de
preguntas a las que el escritor respondía con voz segura y mirada firme, fue cuando la vio
entrar escoltada por dos marineros. Se detuvo un momento en la puerta recorriendo la sala
con la mirada, y a “Ojos de Gato” le pareció que ya sabía el final de su encuentro con el
hombre de piel rosada. Avanzó con altivez y, al pasar junto a él, el aire se perfumo de lilas;
lilas como las que llevaba estampadas, el pañuelo de gasa blanca que ceñía su melena
cobriza en una lazada.
- Guten morgen fräulein… -no acabó la pregunta en espera de que dijera su
nombre-. Bitte pass… -insistió. Pero ella le entregó el pasaporte expresándose en un
perfecto inglés. Dijo llamarse Odina Larsen y ser de nacionalidad sueca.
- Sabe muy bien que está mintiendo fräulein… -afirmó haciendo hincapié en
“fräulein”. Y, acercando el documento que tenía entre las manos a una de las ventanas
buscando algo más de luz, añadió-: …Margrete Mueller, nacida en Munich el veintiuno de
abril de 1911. Durante las últimas semanas del asedio a Belín, trabajó como traductora para
Adolf Hitler, en el búnker de la Cancillería del III Reich y que, por expreso deseo del
Fürher, abandonó el búnker unos días antes, llevando con usted documentos de suma
importancia… -dicho esto clavó sus ojos acerados en los de la mujer, que permanecía
imperturbable frente a las acusaciones-. Vendrá con nosotros -dijo haciendo una seña a
dos marineros y abandonando la sala.
Escoltados por los destructores, cambiaron de rumbo…
- ¿Por qué damos la vuelta? –preguntan unos y otros.
327
- Nos llevan a Freetown… -responde un camarero.
- ¿A Sierra Leona? –dice el funcionario de correos, ensartando en el tenedor una
rodaja de salchichón.
-Allí llevan a nuestros barcos para registrarlos…-dice pasando un pequeño cepillo
sobre las migas de pan caídas sobre el mantel.
El barco fondeó en una dársena del puerto. Los retuvieron durante tres días
impidiendo bajar a nadie a tierra y en este tiempo, precintaron la telegrafía por Morse;
registraron bodegas y camarotes y al final los dejaron seguir su rumbo con un pasajero
menos: ¿Odina Larsen? ¿Margreter Mueller? Nunca llegó a saberlo.
En el puente de mando, allí en el cuaderno de bitácora, de seguro que alguien
habría apuntado todo lo sucedido en esos inacabables tres días…
La Maniobra perfecta del atraque del barco, teniendo en cuenta el corto espigón
sobresaliendo más de lo normal y que obligaba a atracar de popa desde el puente de
mando. El estrépito de las cadenas del ancla al fondear; las faenas de los marineros para
sujetar las cuerdas a los bolardos; la dicha en los rostros de los pasajeros, por el final feliz
del trayecto; la banda de música de la Guardia Colonial que amenizaba la llegada de cada
buque correo como si fuera la primera… Y la figura de “la Escopetilla” iluminando el día.
¡Ya estaba en casa! Casi podía pisar la tierra de Oz, solo que a su lado no viajaba Dorothy
con sus zapatillas rojas, sino que le esperaba al final de los dominios de la bruja mala del
norte, la del corazón perverso. Él era el hombre de hojalata, el espantapájaros y el león
juntos, y Dorothy le llevaría de la mano a través de esa tierra para encontrar un corazón
menos doliente, un cerebro sin memoria y el valor necesario para olvidar el pasado. Por fin
había llegado a la tierra de Oz. ¡La tierra prometida!
Le recibió con un tímido abrazo y un beso en los labios, casi infantil, pero él la
cogió en volandas y la abrazó con fuerza, sin importarle la gente ni las picantes bromas de
sus compañeros.
328
- ¡Qué guapa estás con ese vestido estampado de flores azules! ¡Ya no nos
separaremos más, señora de Fuentes! –y en los labios de ella se dibujó una sonrisa y a sus
ojos de china se asomó el amor, tanto tiempo guardado para él.
- ¿Qué es lo primero que vamos a hacer?
- Irnos al Montilla, ¿no? - la mira con picardía-,
porque habrás reservado
habitación, como te dije…
- Sí, digo ¡no! Iremos a la Misión, para que el padre nos case.
- Pero ¿qué dices “Escopetilla”?, si ya estamos casados… -le aferra la mano como si
se la fueran a robar.
- ¡A mí me lo tiene que decir el padre!
- Anda, sube al Jeep. ¡Luego lo devuelvo! -y colocando las maletas en la parte de
atrás, dijo adiós a sus compañeros, que con jocosidad les deseaban un buen colchón para
pasar la noche, libres de chinches y otros visitantes.
Subieron “la cuesta de las fiebres”, dejando el puerto atrás. Tantas ganas tenía de
darle un abrazo, que no se había despedido de nadie, aunque sabía que la isla era tan
pequeña que antes de acabar la semana se cruzaría con más de uno.
- Tenemos siete días para nosotros solitos, antes de que el barco nos lleve a Bata,
¡bendita carga y descarga, que nos da ese tiempo sin las miradas y bromas de la gente que
conocemos…! -le pellizca el cachete mientras cambia la marcha a primera.
- No sé si lo soportaré, me moriré de vergüenza… -la cabeza mirando al frente; las
mejillas del color de las amapolas…
Al final de la cuesta, vislumbró el Palacio Episcopal, era un edificio sobrio pero
bello. La Misión Católica, se encontraba a unos pocos metros justo al cruzar la plaza de
España…
La luz entraba generosa por los grandes ventanales de la sala, iluminando una
magnífica talla de San Antonio María Claret y las baldosas del piso, que de tanto fregarlas
parecían pulidas. Una bien surtida librería, junto con tres sillones y una soberbia mesa de
despacho de caoba africana, completaba el mobiliario del salón. A la espalda del claretiano,
un crucifijo tallado en ébano y marfil presidía la pared junto a una foto del Generalísimo y
otra, de dimensiones más reducidas, de José Antonio Primo de Rivera.
- Pero hija…
El misionero claretiano la miraba benevolente por encima de las gafas de carey,
con los documentos del Obispado en la mano.
329
- Pero hija mía… -volvió a decir– si ya estáis casados. Tenéis documentos para
parar un tren… anda, anda… iros con mi bendición y no olvidéis lo que dijo Dios: “creced
y multiplicaos” –y con gesto paternal les tendió la mano para que besaran el anillo. La
mirada del claretiano se cruzó con la de “Ojos de Gato” en un silencio de complicidad.
- Gracias padre por su paciencia…
- De nada hijo, y eso de “crecer y multiplicaos”, con mesura, hijo, con mesura, que
no está el horno para bollos; que hay mucha hambre en España –dijo mirando al techo.
Dejaron los pasajes de la Biblia aparcados en la Misión para ocuparse de algo más
trivial, así que, tomando de la mano a la que sería la madre de todos sus corderos, salieron a
la calle. Entre las palmeras reales de la plaza se dejaba ver el reloj de la catedral, en el que
faltaban diez minutos para las dos: <<La hora del aperitivo>>.
-Vamos, es la hora de tomarnos algo en el Chiringuito - dijo acelerando el paso ante una
“Escopetilla”, que había aflojado la marcha por los maullidos lastimeros salidos de un
macizo de hortensias.
Cruzó la calle en busca de una “Cruz Blanca, bien fría”. <<O por lo menos fría, no iba a
ser tan puntilloso>>, pensó sonriendo en el momento que traspasaban la puerta del
Chiringuito. Lo había frecuentado alguna vez con Zarzosa y otros compañeros en su
primer viaje a Guinea. Se acordaba de sus atardeceres, sentado en la terraza contemplando
cómo se perdía el sol más allá de la bahía, y ahora quería verlos de nuevo junto a la mujer
de su vida.
- ¿Qué vas a tomar cariñín? -le roza la punta de la nariz con el índice.
- Un refresco y unas aceitunas… -contesta, agarrándole el dedo al vuelo.
Él bromea con eso de que está muy flaca y que no va a tener donde agarrarse,
mientras se mira el anillo que lleva en el anular. Ella extiende la mano junto a la suya y le
dice que no volverán a mirarse así, los dos juntos, las alianzas hasta las bodas de plata y
luego hasta las de oro, para ver cómo el paso del tiempo ha dejado su huella en ellas;
apreciarán el desgaste del oro y el deslucido brillo que entonces tendrán, y será algo bueno,
pues querrá decir que aún siguen juntos. Y mientras bebe, la mira por encima del vaso de
cerveza y sabe, “casi” con certeza, porque el “casi” se lo deja a Dios, que volverán a
extender las manos una junto a otra, en esa cuanto menos singular cita…
In situ…
330
………Y llegado a este punto, la narradora da fe de que volvieron a extender las
manos una junto a la otra al cumplir las bodas de plata y lo hicieron de nuevo al
celebrar las de oro; aunque claro, eso aún no lo sabían con certeza; les faltaba el
“casi” de Dios y Él les otorgó ese “casi”. Pero esto es otra historia…
Eran las dos y media de la tarde cuando salieron del Chiringuito. Ella no quiso ir a
comer, ni él tampoco, así que subieron al Jeep y enfilaron la calle Sacramento, que a esa
hora era una calle vacía de almas blancas y comercios cerrados. Dejaron atrás Ambas Bay,
la farmacia Ceballos, Muñoz y Gala, Pradesa y otras factorías hasta llegar al hotel. Y en el
vestíbulo, la dueña les dio la enhorabuena con un guiño de ojo de regalo y a las mejillas de
“la Escopetilla” volvió el color amapola. A modo de bienvenida, del comedor llegaba la risa
y la charla de los parroquianos que esa hora cercaban las mesas dispuestos a comerse un
cebú por cabeza.
……. Cuando entraron, un fuerte olor a flit flotaba en la amplia habitación. La penumbra
lo envolvía todo y la luz que se colaba por las ranuras de las contraventanas dibujaba
luminosas franjas por toda la estancia. El boy dejó las maletas en el suelo y salió cerrando la
puerta tras de sí; no abrió las ventanas, porque conocía a la perfección las costumbres de
los blancos: a la hora de la siesta la habitación debía estar a media luz, a salvo del tórrido
calor que despedía el sol africano. Se miraron los dos sin saber qué decir: ella, porque era su
primera vez; él, porque tanto la había soñado, que no se atrevía a tocarla por temor a que se
desvaneciera…
Y dijo ella:
- No quiero tener hijos.
Y él contestó:
- Dime por qué.
- Es que tengo miedo a morirme –respondió.
331
A los ojos de gato de Ángel asomó la decepción, pero no dijo nada. Luego pensó
que solo era cuestión de tiempo…
- No es que no quiera tener hijos; claro que quiero, pero tengo miedo al dolor… sé
que es egoísta por mi parte… ¡si me los dieran ya nacidos! –exclamó con un suspiro.
- Como tú quieras “Escopetilla”… como tú quieras…
In situ…
- Cuéntame “bella Sara” cómo fue tu primera vez en aquella habitación…
“La Escopetilla” dejó el crucigrama que estaba haciendo (siempre hace
trampa), y se me quedó mirando con sus ojos de china, ahora mermados por la
edad.
- ¡Maravilloso! Fue algo maravill….
Mientras hablaba, sus ojos brillaban y a la piel de porcelana parecía subirle
algo de lo que un tiempo fue “el color amapola”.
- Bueno… fue maravilloso. Él me abrazó… yo le abracé; me besó… le
besé… ¡Y luego a dormir hasta la mañana siguiente! –dijo haciendo aspavientos
con las manos, mientras el crucigrama resbalaba de su regazo hasta el suelo.
- ¡Huy! Casi me lo cuentas -le digo riendo.
- Solo te diré que al hotel llegamos a la hora en que más castiga el sol, pero
“pasamos la noche en la luna”.
Sigo la dirección de su mirada: la tiene puesta en la foto que se hicieron en
recuerdo de su boda. La foto está tomada de medio cuerpo: ella radiante con su
vestido estampado de flores azules y él de uniforme. A ella le adorna un collar de
marfil y un par de pulseras también de marfil. En la guerrera de “Ojos de Gato”, la
estrella azul de la Guardia Colonial me trae a la memoria a Rubén Darío y su
“Margarita de Baile”. Versos que me transportan a los sueños de mi infancia.
Cuando era niña, entre Caperucita,
Blancanieves y Pulgarcito, se colaba
“Margarita de Baile” que mi padre recitaba con voz pausada hasta que me
dormía…
332
Margarita es tan linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar: tu acento.
Margarita te voy a contar un cuento…
A los ochenta y cuatro años no ha perdido ni un ápice de ese estilo que le
acompañó a lo largo de su vida: “con la elegancia se nace; no se hace…”, decía mi
abuela, la que freía patatas a golpe de espumadera y se pasó la guerra protegiendo a
sus polluelos y a una maleta, con las entretelas ocupadas con los restos de sus
recuerdos. Hagamos memoria: la sopera, la foto del día de su boda y el reloj de los
Camaró. Pues sí. Tenía razón, porque “la Escopetilla” sigue conservando ese estilo
y parte de su belleza: el cutis de porcelana y la sonrisa de media luna. Sigue siendo
caprichosa y muy mimosa, defectos que, contrario a lo que se pueda pensar, le dan,
curiosamente, un aire adolescente. Mimada por sus padres, después por “Ojos de
Gato” y ahora por sus hijos y nietos, se puede decir que es “una persona con
estrella”.
Y pasaron la noche en la luna, de eso no me cabe la menor duda. Pero solo
contaré, que al ver el mosquitero que cubría la cama, ella dijo riendo: “Mi velo de
novia me lo hicieron las monjas de la Misión con un pedazo de gasa de
mosquitero”…
Por deseo de la bella Sara pasaré página a esta parte de su vida, dejándola
junto a “Ojos de Gato” en esa habitación del hotel Montilla de paredes bañadas de
luz y penumbra.
En Ceuta a 29 / 05 / 09
El tiempo de esa cita tan deseada duró lo que dura el rocío de la mañana hasta que
aparece el sol. Amanecían el uno junto al otro embebidos por la gasa del mosquitero, que
como pequeñas flores del flanboyán de un rojo rabioso, se desparramaba a su alrededor, y
333
el flit flotando en el aire; aunque para sus sentidos olía a jazmín, a caramelo, a nerolí…: a
ylang-ylang. Aromas de un mundo mágico de formas difuminadas que creían percibir
desde ese lado de la fina tela que les rodeaba, que para ellos no era otra cosa que las
frondosas ramas de la flor de cananga, de hojas largas y suaves, cuajadas de pequeñas flores
de color verde amarillento cuyos pétalos encrespados recordaban a las estrellas de mar; flor
de cananga;
de ylang-ylang, despidiendo ese aroma... De día con la habitación en
penumbra o de noche con la complicidad de la blanquecina luz de un quinqué descansando
en la mesilla, pasaban la noche en la luna. El sol no tenía cabida en ese universo: solo la
luna…
Disfrutaron de la bien servida mesa del casino (que en los tiempos que corrían en la
lejana España, era digna de reyes), regalándose la vista con la belleza de la bahía y el pico de
Santa Isabel, y de cuando en cuando dejaban vagar la mirada por la silueta del remoto
monte Camerún. Pasaron muy buenos ratos en el Chiringuito, en donde “la Escopetilla” le
propuso “el pacto de las alianzas” sentados en la pequeña terraza, desde donde despedían
al sol que se ocultaba con premura en la infinidad del horizonte, dejando a su paso un cielo
teñido de caoba y oro. Y mecieron su felicidad a lo largo del idílico rincón de Punta
Fernanda en donde al atardecer, bordeando el acantilado, se sentaban en uno de los bancos
de azulejos sevillanos, que a lo largo del paseo parecían esperar pacientemente a las parejas
de enamorados que, atardecer tras atardecer y hechizados por el perfume de los ylangylang se juraban amor eterno bajo las poncianas, de cuyo follaje de un verde rabioso
colgaban racimos de flores bermellón. Dando fe muda de esa promesa las buganvillas
blancas, fucsias y naranjas, que junto a las frondosas acacias y a las estilizadas palmeras
reales enredaban celosamente entre sus ramas cada promesa de amor, para que no se la
llevara el viento.
………En la mesa compartida del salón comedor del barco, le dice al oído…:
- ¿Qué has hecho con el condón? –la ceja izquierda levantada reforzando la
interrogación y en los ojos las pupilas brillando picaronas.
- ¡Dios! me lo dejé olvidado debajo de la almohada –la expresión de “Ojos de
Gato” era de puro agobio–. Ahora vuelvo –le susurra, al tiempo que inventa una excusa
para el resto de los compañeros de mantel.
Lo ve llegar con cara de circunstancias…:
- ¿?¿?
334
- No está. Han arreglado el camarote y el camarero ha debido tirarlo… -bisbisea
llevándose la copa de vino a los labios, pensando que “ya se estaba haciendo viejo”. Mira
que olvidarse de hacerlo desaparecer…
- Me quiero morir… -las mejillas teñidas de color amapola.
- No pasa nada “Escopetilla”; están más que acostumbrados –le dice entrelazando
los dedos por debajo de la mesa-. No pasa nada…
El Plus Ultra fondeado a dos millas y media de la costa esperaba que lanchones y
gabarras aliviaran sus cuadernas de la carga. El trajín de gente en camarotes y pasillos era
festivo. Familias enteras y gente sin familia se afanaban en recoger su equipaje para llegar
a cubierta. Todos querían ser los primeros en desembarcar; sin embargo, ellos esperaron
pacientes a que llegara la calma contemplando el perfil de esa tierra tan querida y
planeando, como tantas otras veces lo habían hecho, su nueva vida el uno junto al otro.
Frente a ellos, la desembocadura del río Ekuko señalaba el camino hacia la tierra de Oz.
Allá, no muy lejos, la naciente ciudad se había puesto en pie acompañando al alba. Lo
hacía a diario con el sonido del clarín, del toque de diana, que desde el campamento de La
Guardia Colonial se dispersaba por la pequeña ciudad despertando a sus habitantes. Pero
ellos sabían que antes de que esto ocurriera, por los caminos y a través del bicoro, una
riada humana llegaría hasta ella ocupando sus calles de tierra. Boys y cocineros, para
atender a los Masas blancos, oficinistas, estibadores, braceros, vendedores hausas con sus
sacos de tela blanca manchada de esa tierra rojiza tan propia de la estación seca o cubierta
de potopoto cuando llegaban las lluvias, y largas filas de mujeres: unas con sus palanganas
sobre la cabeza y otras con los nkues a la espalda, cargando de una forma o de otra con
los productos salidos de sus pequeños campos de cultivo. La mayoría soportaba también
el peso de su monguito envuelto en un pedazo de popó que, atado bajo el pecho o a la
espalda, según pudieran, hacía las veces de “bolsa marsupial”. Al llegar a las factorías,
esperaban pacientemente a que el señor o señores de cada local abrieran sus puertas, para
venderles la yuca, el café o el cacahuete que durante la noche trasportaron a la espalda o
en la cabeza. Mientras aguardaban ese momento, el instinto maternal hacía que sentadas o
en cuclillas sacaran la teta para amamantar a su monguito.
335
Llegaron en la última gabarra, no muy lejos de la orilla. Los nativos con el agua a la
altura de la cintura bregaban con bultos y pasajeros transportándolos hasta la arena: los
hombres a horcajadas, como siempre; las mujeres, en las sillas provistas de andas, como
tenía que ser.
- ¡Qué haces!
- Pisar el suelo de nuestro hogar como manda la tradición –le dice saltando de la
barcaza y alargando los brazos hacia ella-. ¡Salta!
Y ella saltó sin importarle los zapatos topolino, que él le había regalado cuando
hicieron escala en Las Palmas, ni el vestido de tafetán, color turquesa que llevaba puesto y
que le sentaba como un guante a una dama de la corte de Carlos V, ni la expectación de la
concurrencia, ni la cara de de envidia de más de una señora disfrazada de puritana. Nada de
eso le importó; tan embelesada estaba con las gotas de mar que salpicaban sus piernas, con
el sol que doraba su piel, con las risas y aplausos de la gente que esperaba en la arena, con la
maravillosa sonrisa de “Ojos de Gato”, con su mirada enamorada… Tan embelesada
estaba…
Besos, abrazos, felicitaciones y una preciosa fiesta organizada en el campamento
por el capitán Calonge y sus compañeros. Fue el comienzo de su nueva y larga vida en
Guinea.
- Cuídala Ángel…
- Lo haré Salvador; sabes que lo haré.
La mirada de Sara se cruzó con la suya. Ella no necesitó más.
Ochenta kilómetros por aquellas carreteras tortuosas guiándole al hogar. Saboreaba
esas dos letras repitiéndolas bajito para no despertar a “la Escopetilla” que, hecha un ovillo,
dormía a su lado con la cabeza apoyada en el cristal y en posición fetal, por lo que la amplia
falda de vivos colores que llevaba, solo dejaba entre ver los dedos de los pies. Atrás en la
caja: Alejandro, empecinado en que: “había sobornado a la madre para que le diera a la
hija” y Pablo, dormían ajenos al mundo. Frente a él, Monte Bata apareció retando, como
siempre, al viejo Chevrolet que continuaba la marcha con su desmayado ronroneo. Y como
siempre, la selva se cerraba en torno a ellos, permitiendo entrever, de cuando en cuando y a
la luz ambarina de los faros, los ojos de alguna bestia de la jungla. Pasaron por Niefang,
dejando a un lado la carretera de Mikomeseng, tirando por la de Evinayong. El primer jefe
Bosch de la Barrera lo envió al mismo destino porque él se lo pidió y le estaba agradecido
336
por ello; de todos modos, si su trabajo no le hubiera satisfecho lo habría enviado a otro
destacamento, eso era obvio. Trabajaría a las órdenes del capitán Calonge, al que habían
trasladado de Bata a Evinayong, así que estaba encantado. Y “entre col y col: lechuga”, “la
Escopetilla” estaba encantada también, aunque por diferentes motivos: uno de ellos era la
confirmación oficial a las “primas” de que Ángel ya estaba casado y muy casado, pensó
sonriendo, y el otro porque ahora sus dotes de mando no tendrían cortapisas al pasar de ser
“la hija del Masa, a la señora del Masa”… La miró un segundo con un ojo puesto en la
sinuosa carretera, divisando el puente que les llevaría al otro lado. Cruzaron el caudaloso
Río Benito alejándose de sus rápidos, recorriendo los casi trescientos metros de longitud
del puente de Rancaño hasta llegar a tierra firme. Monte Chocolate y Alén también se
quedaron atrás. Contempló el valle iluminado por la luz de la luna, y supo que habían
llegado al hogar. En su falda, el pueblo descansaba del trajín del día y, en la calle comercial,
la única calle, solo vio a un perro enroscado sobre su cuerpo durmiendo plácidamente
junto a un pilar de madera que soportaba parte del sotechado de una factoría; pero eso era
todo, a pesar de que el camión quebraba el silencio con su marcha. Sobre la altiplanicie, la
empalizada del campamento se recortaba en el cielo estrellado como un bastión del
medievo…: habían llegado al hogar.
La rutina diaria que en la casa imperaba desapareció con “la Escopetilla” danzando
por ella. Sobre el aparador una flores; en el mueble-bar de ébano y palo rosa que le fabricó,
un reloj con el pie de la madera negra y el portafotos con la instantánea que se hicieron en
Santa Isabel en recuerdo de su boda por poderes. En la pequeña mesa, junto al sofá
colonial, el búcaro que había hecho con un pedazo de colmillo de elefante. La talla era
bella, como todo lo que salía de sus manos. Algo que había heredado de su padre: el
carabinero, el ebanista… el decorador de altares. Pero su obra más querida, la que había
tallado pensando en ella; esa cabeza de mujer de cara angulosa y pómulos marcados con el
cabello peinado a la moda, que una vez sacó de un tosco pedazo de ébano, reposaba en
uno de los estantes de una pequeña librería, junto a Servidumbre Humana y Llegaron las
lluvias. En cuanto a Capitán, el loro resabiado y altanero que un día se instaló en su casa sin
saber cómo ni por qué, no acababa de aceptar la llegada de “la Escopetilla”. Los celos le
podían más que las galletas mojadas en leche con las que ella pretendía ganarse su
confianza. Algunas veces, posado en el respaldo de la silla más alejada de “la intrusa”, con
las plumas del cogote erizadas y los ojos redondos y brillantes fijos en ella, parecía decirle
que a él no se le compraba tan fácilmente, no señor. Otras, desde su puesto de vigía allá en
337
lo alto, un pequeño columpio que “Ojos de Gato” le instaló tras dejarse convencer por
Azpuro, planeaba las escaramuzas, como lanzarse en picado hasta la mesa y agarrar con el
pico en un santiamén un pedazo de fruta del plato de “la Escopetilla”, saltándose a la torera
las amenazas que él le profería…:
- Te voy a arrancar las plumas hasta dejarte pelado; cualquier día te enveneno; le
voy a decir al cocinero que haga contigo sopa de loro; vete con cuidado que te quito el
columpio y te devuelvo a casa de tu amo…
Esta última era mano santa, aunque nadie sabía la causa; pero era la única que le
volvía a la cordura, y así, durante algunos días Capitán volaba hasta el balancín
permaneciendo como un trozo de madera de calabó con plumas a la espera de que su
enemiga saliera del comedor. Entonces se dignaba a bajar hasta una de las ventanas en
donde un plato con galletas mojadas en leche le esperaba. Y así un día y otro, entre las
excentricidades del loro y las novelas de amor de “la Escopetilla”, la vida pasaba tranquila y
sin sobresaltos; lo único que vino a romper esa feliz rutina fue la partida de Barreal, su
compañero y amigo, al que destinaron a Cogo junto a Llaurador, y el regreso de Barri a
Evinayong. Sí, eran felices en su pequeño mundo y no le pedían nada más a la vida,
aunque esto no era del todo cierto porque “Ojos de Gato” esperaba paciente a que ella
dijera: “Sí quiero hijos”. Y mientras esperaba llegó la lluvia; una lluvia intensa, abundante,
torrencial, que anegaba la selva y los caminos y embotaba la cabeza de sueño si uno se
quedaba un rato viéndola caer contra la tierra mojada o columpiarse de las grandes hojas de
las plataneras… Y en un día de lluvia, frisando la mañana, se aventuraron a recorrer el
camino que les llevaría a Bata. En ese día de lluvia se subieron al viejo camión junto a Pablo
y Alejandro dispuestos para la aventura. Árboles caídos, desprendimientos, socavones…
todo lo iban dejando atrás. Al viejo Chevrolet se le rompió una cruceta de la transmisión y,
tras horas de intentos e inventos, se pusieron de nuevo en camino. Atravesaron puentes,
como el de Rancaño, con sus tablazones ahogados en agua; un agua marrón, igual que
chocolate, que no era sino la revuelta tierra del lecho del río. Y así continuaron los cuatro
embarcado en las mismas andanzas como Portos, Atos y Aramis, al mando de Dartañán,
hasta que el destino dijo basta en el kilómetro cuarenta de la carretera, en donde una
caravana de yuqueros permanecía detenida ante la imposibilidad de poder cruzar por el
nivel del agua. Tan convencidos estaban los viejos lobos de los caminos de que atravesar
esas aguas estaba fuera de lo posible, que ya habían prendido las hogueras y preparado la
cena, bajo los toldos de sus camiones con los que habían montado un tinglado dispuestos a
pasar, no solo unas horas, sino días, hasta que bajara el nivel. Alguien dijo que les vendría
338
bien un Moisés por aquello de: “Y las aguas se abrieron”… y todos rieron aderezando las
risas con bromas picantes sobre la pareja de recién casados, pero él dijo que no pasarían la
noche allí y todos volvieron a reír, ante lo que creían una ingenuidad, montándose de
inmediato una rueda de apuestas sobre si el Viejo Chevrolet cruzaría o quedaría varado a
medio camino. Y los cuatro con el mismo pensamiento de: <uno para todos y todos para
uno>, aceptaron el reto, poniendo en práctica el plan de “Ojos de Gato”: quitaron la correa
del ventilador del camión, taponaron bien el tubo de salida de los gases del cárter y, con la
capucha del impermeable de “la Escopetilla”, se enrolló perfectamente el delco. Una vez
hecho todo esto, “Ojos de Gato” arrancó el motor adentrándose con precaución en el
agua, ante la expectación de los yuqueros, que esperaban verlos atascados mucho antes de
pasar al lado opuesto. Pero el viejo cacharro, con el agua por encima de las ruedas, fue
avanzando lentamente hasta conseguir cruzar a la otra parte de la zona inundada. Bajo la
lluvia y entre saltos de alegría, agitando por bandera la capucha del impermeable de “la
Escopetilla”, dijeron hasta la vista a la caravana, sin importarles en qué había quedado la
apuesta; ellos habían pasado y eso era toda una proeza de la que, a falta de noticias nuevas,
se estaría hablando durante un tiempo…
In situ…
………Y por fin llegó el tiempo de volar hacia el país de los “tres mil templos”…
06:55 Doyo (el chico guapo), el “cerdito luchador”, llegó esta mañana de nervios,
a lomos de ese pedazo de moto que tanto nos hace sufrir. Su aparición nos inquietó
un poco, porque no es muy frecuente en él venir entre semana a vernos, y menos a
esa hora…
Levantándose el casco a media frente, nos da un par de besos y un abrazo de
esos que calan el alma. En una mano un sobre que agita en el aire como un
matamoscas.
- ¡Ale! Aquí tenéis esto para que os acerquéis hasta Japón… -le miramos
extrañados sin comprender-… Que síííí… cogedlo que es de la family…
339
En su interior, una cantidad determinada de euros esperaban pacientes a
que nos decidiéramos. Y nos decidimos tras mucho tira y afloja, agradeciendo a la
vida no el dinero que guardaba el sobre, sino el significado de esa acción. Y nos
dimos un abrazo, un “teletubi”, como nosotros le llamamos cuando se trata de un
abrazo familiar, teniendo como mudo testigo el casco de la moto
07:00 Salimos de casa a buscar al “cerdito aventurero”.
He de explicar que tenemos tres hijos a los que cariñosamente me refiero a
ellos como “cerditos”. La razón es tan simple como que son los personajes de una
canción de cuna, con la que se dormían irremediablemente. Y por casualidades de
la vida, la historieta de cada cerdito refleja en parte alguna característica de los tres.
07:45 Llegamos al aeropuerto de Alicante: bocata queso “pater”, bocata patata yo
y croissant chocolate el “cerdito soñador”. Permanecemos sentados, en espera del
vuelo. Hay gente a “tutiplén” (lleno). Cara de tontos guardando equipaje. Observo
al cerdito soñador y a pater : los dos con ojos de sueño.
Decepción: el cerdito soñador no ha querido el Toblerone (marca de
chocolate).
08:45 Pasamos el control de seguridad, no sin antes achuchar al cerdito soñador,
con “teletubi” incluido.
En el control me quitan el gel de baño del equipaje de mano, <<oleremos a
oso>>, menos mal que la colonia se la entrego, vía guardia, al cerdito soñador, que
nos dedica su mejor sonrisa, mientras nos lanza un beso al aire.
Entramos en la sala “VIP”, ¡qué poderío! Cómo vive la gente con pelas:
sillones en los que te pierdes, azafata con sonrisa de “Profident” (marca de pasta de
dientes), self service y “pipiroom” limpio, je, je, je…
09:35 Subimos al avión de Iberia, me siento como una sardina en lata.
10:45 El piloto se ha sacado el carné en una tómbola: o espabila o lo veo en el
INEM. ¡Madre mía, qué aterrizaje! Pater dice que es normal; si él lo dice…
13:00 Sala VIP “Puerta del sol”. ¡Qué poderío, poderío! Pater me hace una foto,
para comprobar si la máquina funciona, pues en la jardinera que nos trajo hasta
esta terminal se fueron al garete, por un frenazo, todas las maletas y la máquina
también: debo estar arrebatadora con los carrillos inflados, como los de un hámster
comiendo pipas.
15:00 A estas alturas estamos ya hartos de VIP; pater está dormido en un sillón que
caben dos paters, y yo cansada de “Los hombres que no amaban a las mujeres”
340
(Best – seller de moda, que por cierto no está nada mal). Me estoy acordando de
que el autor del libro se murió de repente, sin derechos de autor… ¡Ay! Como tenga
herederos…
16:00 Ya hemos subido al avión; no sé por qué, pero creo que no me inspira
seguridad… mira que si le faltan algunos tornillos… je, je, je… Primero lo han
hecho los “bussines” y luego la plebe, o sea nosotros: ahora me siento como una
sardinilla de lo llenísimo que va el cacharro. A pater le ha tocado un “chino joven”
al lado, que estornuda cantidad, y al otro lado del pasillo lo mismo…: no, si
veremos a ver con tanto germen pululando por estos lares…
A partir de este momento soy consciente de que mi comprensión se ha
perdido en el submundo de las diferentes lenguas, me siento como si estuviera en la
torre de Babel; es como si fuera sordomuda, con tanto chapurreo; todo menos
español, ¡pobre de mí! Pero qué gordos estamos, mon Dieu; me he dado cuenta por
los asientos de los aviones, claro que si fuéramos en uno de bussines, la cosa
cambiaría…
18:00
Nos acaban de servir el ágape, lo han hecho “Keny y Heidi”, que con
estereotipada sonrisa se han dirigido a mí parloteando en inglés y yo, mentalmente
y con la misma sonrisa, digo una frase que empleaba una amiga mía cuando
alguien le hablaba en un idioma que no fuera el suyo: “Y yo en tu pá, por si acá”, je,
je, je… Pregunta con premio si se acierta: ¿por qué, si la compañía es holandesa y
Holanda es el país del queso, el sandwich de queso no sabe a ídem? Menos mal
que el white cofee estaba caliente, je, je, je…
18:50 Llegada a Schiphol y en los lavabos me peleo con la taza del w.c.; pongo el
mismo empeño que Indiana Jones en: “En busca del arca perdida”, en encontrar el
pulsador de la cisterna, sin conseguirlo, hasta que me doy cuenta de que al
separarme de la taza el agua comienza a correr. ¡Pero cuántas modernidades hay
por el mundo!
Caminamos por la terminal con paso rápido buscando la siguiente puerta de
salida, y a nuestro paso vemos mucho cristal de Swaroski, mucho trozo de
chocolate (una señorita muy señoreada, lo parte a martillazos en un stand), y
mucho puesto de plantitas, entre las que se encuentran los famosos tulipanes; pero
de queso… ¡nada de nada! He llegado a la conclusión de que por no haber, no hay
ni vacas.
341
Nos sentamos a esperar el próximo vuelo hacia Bankog y miro a través de
los cristales el cielo holandés triste y nublado. Pienso en el nuestro tan lleno de luz,
con ese sol y ese azul sin nubes; con esa luz que lo baña todo… y entonces
comprendo por qué los europeos tienen ese carácter tan reservado, tan frío y tan
triste…: les falta luz; la luz del sol. ¡Viva mi pueblo! Y su vinito, con su jamoncito y
su quesito. ¡Viva! La tortilla de patatas, con su “aseitito de oliva, el gazpachito, la
paella y las sardinas a la brasa, ¡olé! Por el “pescaito” frito, el pan de hogaza, las
migas y la chistorra, los churros con chocolate y el pan con tomate. ¡Tres hurras!
Por sus pueblos y ciudades, por la sonrisa de su gente, porque llevan el sol en la
mirada, por la risa de sus niños. ¡Chapeau por los míos!
20:00 De nuevo en el avión, como sardinas, pero esta vez con almohada y mantita
como compañeros de viaje. Miro a Manolo que está cruzado de brazos, mirando al
frente con cara de circunstancias, y pienso que cuando lleguemos al final del
camino habrá que llamar a un chatarrero para que le abra los brazos, porque se le
habrán quedado como las alitas de pollo del “Foster” (nombre de una franquicia de
restaurantes). Al lado lleva un tío muy raro, con pinta de pederasta.
Estamos dentro del avión pero aún no se ha puesto en marcha ¿? ¿? ¿?
21:15
Por fin nos movemos. Ni idea del retraso, tal vez estuvieran apretando
tornillos. Fuera está lloviendo y aquí dentro hace un frío que pela, y yo con un
pantalón pirata y una camiseta.
10:30 Hace un frío que pela, si lo sé no vengo con sandalias. ¡Ángel, te voy a matar!
Esto me pasa por verte llegar, en Barajas, con manga corta y bermudas en
Navidad… ¡Qué frío!
09:30
Ya no sé si es la hora de allí o la de aquí, ¡qué lío! El hombre que está
sentado al lado de Manolo no se ha movido en toda el trayecto del asiento. Piensa, y
no creo que se equivoque, que viene a Bankog a lo que viene…
En la terminal de Bankog se ve gente con mascarilla. Me fijo en una
limpiadora, que llevaba una: ha salido de los lavabos, con el trapo de fregar en la
mano y sin guantes… qué incongruencia…
Lo que nos pronosticó el cerdito aventurero, se está empezando a cumplir:
hay gente que nos observa como a osos panda.
El dinero (la moneda de Bankog), que muy generosamente nos dio nuestro
buen amigo Carlos “el del banco” (así se ha quedado por trabajar en un ídem), no
nos sirvió de nada en ese aeropuerto: Speedy Gonsales, se queda corto.
342
De nuevo en el avión. Al lado de Manolo, esta vez un joven monje budista
con su chaquetilla corta y sus “pantalones” color azafrán. Este compañero de viaje
inspira paz; lo digo en serio: inspira paz…
Lidia <mi pensamiento se dirige ahora a la madre de mis nietas>, la azafata
lleva una “Pandora” (pulsera de moda), a medio montar. ¡Bienvenida al club!, le
digo por telepatía cuando se inclina ante mí; quizá le llegó mi mensaje: sonreía.
Tras un viaje de cuatro horas, este estaba “chupado” después de las once, de
Ámsterdam a Bankog. Tengo un lío de medicamentos… (una los tiene que tomar
para que la maquina funcione lo mejor posible, je, je, je)…
¡Por fin el final de trayecto! Desde el aire, las luces de la ciudad de Taipei
nos dan la bienvenida…
Nos retienen un rato en el control de pasaportes, porque… ¡oh desastre! No
sabíamos la dirección de Ángel, ni su número de teléfono, ¡ja, ja, ja! La tarjeta de
visita del cerdito se nos olvidó en Murcia y el número… no necesitábamos el
dichoso numerito viviendo en la otra parte del mundo, ¿no? ¡Pues sí!, para no
acabar solos ante un señor muyyyyy serio que al final nos miró con cara de
benevolencia; bueno, en realidad la cara la puso conmigo, debió comprender que
éramos dos padres en busca de su cachorro: nos dejó atravesar la puerta.
¡Guuuuapo! ¡Olé los chinos, digo taiwaneses enrollaos, que saben distinguir entre
una pareja de hampones y unos padres desesperados!
Guapísimo. Nuestro cerdito estaba guapísimo. ¡Qué desperdicio de hijo!, no
se me olvidará el abrazo que nos dimos: en el nuestro iba encerrado el de toda la
tribu; en el suyo, todo el cariño que siente por su familia. Junto a él, un señor muy
serio uniformado, que llevó las maletas hasta un coche de esos de película con
todos los cristales ahumados… hasta el del parabrisas. ¡Qué cosas! Esto lo haces en
España y te crujen. Nos subimos al coche y el señor del uniforme, que resultó ser el
chófer de la empresa, nos condujo al trote y con música en inglés hasta el
apartamento del cerdito. Luego, pequeño Ángel (el cerdito), nos explica que la
música le importa un comino puesto que no entiende ni papa de inglés, pero que la
conectan como deferencia, pensando que a nosotros nos “pirra” (encanta):
- Pequeño Ángel, ¿quién canta?
- Ni puñetera idea, mater, no sé qué grupo es, ni reconozco la canción…
- Je, je, je… -<Pero es todo un detalle>, pienso. Durante el tiempo que allí
estuvimos nos dimos cuenta que cada vez que subíamos a un taxi o al microbús del
343
hotel, siempre, aunque estuvieran escuchando otra cosa, nos ponían canciones en
inglés. ¡Qué corteses! Una vez que llegamos al edificio, en donde pequeño Ángel
tenía su apartamento, un muy ceremonioso portero que parecía salido de un
recortable, salió disparado hasta el ascensor pasando una tarjeta que llevaba
colgada al cuello, por los botones del ídem:
“thank you very much”, a lo que él
contestó: “nokiu, nokiu” (algo así como “no gracias,
no gracias”). Sin
comentarios, solo decir que el muchacho, voluntad le ponía.
Y el apartamento era una réplica del que tenían los “Pin y Pon” (muñequitos
para niños de dos años). No diré que la bañera tenía más metros cuadrados que la
casa, pero… vamos a dejarlo ahí. En la parte de arriba, en teoría un dúplex, estaba
el dormitorio:
- Descalzaos si subís a verlo…
<<Se me ha vuelto loco>>, pienso.
Al final lo entiendes: el colchón en el suelo, tarima de madera, y del suelo al
techo no llegaba a mi altura (1´54 m.). El número era para haberlo grabado:
caminando a gatas Manolo y yo, sin posibilidad de ponernos de pie… ¡ja, ja, ja!
- ¿Por qué tienes esa pequeña herida en la cabeza? –Ángel me mira como
diciendo: “¿Qué?, ¿te estás quedando conmigo? ¡Andando al hotel!”-. Bueno, al
menos te pondrás agua oxigenada? Je, je, je… -el pobre, cada vez que se olvidaba
del techo se daba en el mismo sitio con un saliente, al que aún no le ha descubierto
su finalidad-. Bueno, y eso que es… ¿la tabla de planchar de los “Pin y Pon”? -una
mini, mini, tabla de planchar, que más que una tabla de ídem, parecía una tabla de
windsurf de parvulitos.
- Observad, pero cachondeos pocos… -nos dice con cara de pitorreo,
mientras se sienta en la tarima a lo “moro muza”(expresión generalizada, ¡vete tú a
saber a quién se le ocurrió!, para decir que alguien se sienta en el suelo con las
piernas flexionadas, en plan “Aladino”). Tira de una de las camisetas que tenía
colgada en un mini tendedero plegable al lado de “la cama”. La tabla no levanta
más de un palmo del suelo y así… nos muestra cómo plancha su corto fondo de
armario:
- ¡Andando al hotel!
El trayecto hasta el hotel es corto. Lo hacemos en taxi por las maletas. El
taxista, ya se sabe: amenizando el trayecto con canciones en inglés, y sin entender
344
el buen hombre nada de ese idioma. Ángel le habla en una jerga que luego me
entero que es mandarín.
- Que no sé chino… -lo estudia en una academia, y digo yo que aunque diga
que no sabe, el conductor le ha comprendido perfectamente…
Navidad, Navidad, blanca Navidad… menudo galimatías tiene esta gente.
Toda la ciudad está iluminada con guirnaldas y luces rodeando los árboles. En el
hotel Lotus Spá de Xin Beitou (es el distrito en donde nuestro pequeño cerdito
aventurero tiene el apartamento de Pin y Pon), las luces que rodean las paredes del
exterior te dan la bienvenida, mientras suena “Blanca Navidad” o “Noche de Paz”.
Un hotel precioso rodeado de una vegetación maravillosa. Huele a ozono; a tierra
mojada, un olor que desde mi niñez no había vuelto a experimentar… Huele a
tierra mojada. Ahora está lloviendo, caen unas gotas gruesas como monedas de dos
euros y seguro que en un momento cesará, y así una y otra vez… La atmósfera está
limpia y las plantas también; es el paraíso de los alérgicos a los ácaros del polvo
(con esto, pequeño Ángel está encantado). Nos reciben con la ya estudiada
ceremonia; es gente amable que nos mira con curiosidad: somos los únicos
occidentales del hotel, ¿será por eso? La habitación es de impresión, pero más aún
el cuarto de baño, en donde una enorme bañera de esa de chorros nos espera (por
algo es un Spá), pero yo le digo mirándola de frente: “Espera, espera, que yo ahí no
me meto que soy capaz de ahogarme… me quedo con la ducha de al lado”.
Nuestro ya amigo Domingo, el conductor del microbús, nos devuelve a los
tres al edificio en donde vive Ángel. Es un hombre encantador, que demuestra tener
una gran simpatía por los “sibaña”, es como suena “españoles” en mandarín. Se
afana el hombre en hablarnos en nuestra lengua, cosa que hace fatal, pero pone
tanto empeño que no somos capaces de desanimarlo, así que entre la necesidad de
comprenderle, el inglés que chapurrea y los gestos, va tirando la conversación.
- Para junto a ese “Seven Eleven” -le dice pequeño Ángel, en el idioma de la
reina madre.
Los Seven Eleven, son una especie de drugstore americano, que funciona las
veinticuatro horas del día. Durante el tiempo que allí estuvimos pude comprobar
que son muy socorridos, pues en ellos encuentras un poco de todo; por encontrar
encuentras hasta unas ollas, llenas de té, en la que un montón de huevos, cuyas
cáscaras tintadas a causa de la infusión presentan un aspecto poco apetecible,
esperan día tras día a que los taiwuaneses se los vayan engullendo: se mueren por
345
ellos. Yo, en cambio, le eché el ojo a la nevera en donde los Häagen Dazs esperan
pacientes el momento desesperado de comer “algo decente”.
Comenzamos la excursión por la ciudad, con nuestro guapo guía, el cerdito
aventurero, y la empezamos con un numerito que sin proponérmelo organicé en el
metro de Xin Beitou…:
- No puede ser… dime que no es, madre… -dice el cerdito mirando
alucinado el trasiego formado en la entrada de los lavabos de señoras.
- Es madre; lo que esté pasando ahí dentro, es cosa de madre –le dice pater
sin apartar los ojos de la entrada a los lavabos…
Este cruce de palabras lo tuvieron, según me contaron después, mientras yo
vivía mi primera aventura con los lavabos de señoras taiwaneses. Entro en el recinto
y me fijo en el dibujo que hay en cada puerta: algo parecido a un bidet sin pie…
Eso me dio mala espina y no me equivocaba, porque al abrir una de las puertas me
encuentro con un artilugio “igualico y gualico” que ese trasto inútil que se
empeñan en colocar en todos los cuartos de baño y que luego, tras un tiempo
acumulando rollos de papel higiénico, acabas llamando al fontanero para que se lo
lleve. Casi a ras del suelo los dichosos artefactos esperaban a que las féminas
adoptaran la infantil postura de hacer “pipi” en cuclillas. <<Pobres huesos, ¡ay mi
osteoporosis! Como me agache no me levanto>>, pienso <<…y encima en un
habitáculo tan diminuto>>. Y… ¡bendito tú entre todos los “pipi- bidets”!: un
dibujo, solo un dibujo en una de las puertas de una maravillosa taza de w.c.
apareció ante mí, y allí me metí. Cuál fue mi sorpresa cuando quise que corriera el
agua, pues no encontraba ni cadena ni botón que llevarme a las manos… bueno
botón, lo que se dice botón, vi uno de color rojo justo al lado de mi oreja, y sin
pensarlo dos veces lo apreté con fuerza, una y otra vez para que cayera el agua… y
mientras me subía la cremallera de los piratas, dieron unos golpes en la puerta. La
abrí y me encontré con un guardia de seguridad, que desde su pintoresca gorra de
plato me miraba con ojos de desaprobación. Yo que no comprendía lo que estaba
pasando sorteé al grupo de mujeres que, junto al guardia, habían puesto su
atención en la excéntrica “osa panda” que salía del habitáculo de los “sólidos”. Y
yo sin inmutarme, me lavé las manos y salí de los lavabos…
- ¿Por qué me miráis así? –los dos pares de ojos fijos en mí, y pequeño Ángel
diciendo: “no puede ser, no puede ser”…
346
- Lo que no haga madre… ¡Si ya te lo he dicho que era ella la que había
hecho saltar la alarma en los lavabos de señoras! – dice descojonándose (perdón por
la palabra, pero es lo que le va) de risa.
Y entonces comprendí todo lo que había organizado sin querer.
- ¡Dios! al apretar el maldito botón rojo se disparó la alarma y yo sin
enterarme (dentro no se escuchó nada); entonces… ¿dónde estaba el dichoso botón
del agua? ¿Dónde? ¿dóndeeeeeee?
Más tarde pude comprobar que la posición de “en cuclillas”, resulta cómoda
para la mujer taiwanesa.
………En la garganta de Taroko
Dos vuelos domésticos y luego Hualien, en donde nuestra guía “Josefina”
que, como Domingo, tampoco es su nombre real y habla fatal el español, nos
espera. Sé que es poco probable que sepa quién fue “Josephine Beker”, pero el
nombre le va muy bien por su parecido con la cantante de color que, en su
momento, revolucionó al mundo con su espectáculo de “la faldilla de plátanos”:
cantaba mientras se despojaba de la fruta poco a poco, hasta acabar el espectáculo,
quedándose como su madre la trajo al mundo. Josephine Baker, ¡qué gran mujer!
Con todos aquellos niños que tenía adoptados… qué gran mujer…
Y Josefina, sin la faldilla de plátanos y ni falta que le hacía, pues la enorme
gorra que llevaba ya era un puro espectáculo, nos condujo junto a tres guiris más:
chinos y japo, a la inconmensurable garganta de Taroko, a través de una carretera
de altas montañas y escarpados valles que cruza la isla de E. a W. y que fue forjada
con la sangre, el sudor y las lágrimas de los chinos, “japos” y taiwaneses que
durante años y más años, ahora no recuerdo exactamente lo que duró, fueron
abriéndola en la mismísima roca. Subimos y bajamos un montón de escaleras con
los peldaños esculpidos a golpe de mazo, tan altos que no diré que me quedaba a
horcajadas en cada uno porque resultaría exagerado… ¡pero casi! Contemplamos
maravillados las tonalidades que despedía el agua del caudaloso río que la
atravesaba sobre un lecho de mármol y, escuchando el rumor que emitía al pasar,
dejé vagar mi imaginación pensando que bisbiseaba con las buenas almas de los
347
seres que allí se quedaron en el empeño. Paso a paso, traspiés, y sentada corta en
una y otra roca, fuimos recorriendo los túneles que la mano del hombre había
perforado, y en ellos admiramos unas bellísimas y enormes tallas de divinidades
cuyos nombres, como comprenderéis,
me fue imposible de memorizar… Y
trascurrido el día, la pequeña ciudad de Hualien nos arropó la noche guiándonos
hasta las sábanas de una mullida cama del hotel Marshal, que nos acogió hasta la
mañana siguiente. En esa mañana, comenzamos una nueva aventura en mitad de
un bufete asiático en el que los grandes ausentes fueron el café con leche y las
tostadas; porque toda una aventura era saber de qué alimentos de la naturaleza se
había servido el chef para presentar la ingente cantidad de platillos allí expuestos:
mi consorte aún le dio al arroz; yo me fui en ayunas, camino del aeropuerto en
donde nos esperaban nuevas peripecias y un nuevo guía.
Cambiamos a Josefina y su enorme gorra, por “Mamma mía” (así me
llamaba el guía cuando quería dirigirse a mí, y así lo bauticé yo), que iba vestido de
negro (en el tiempo en que estuvo con nosotros nunca cambió de color, a excepción
de una gorra blanca echada hacia atrás, la cual le daba un aire de golfillo callejero).
Con sus inseparables Ray-Ban de cristales ahumados y el chicle masca que te
masca entre los dientes, nos sonrió disculpándose en un inglés bastante bueno
(según mi consorte). Debía ser cierto porque a este no le cogía ni una, al contrario
que a nuestra amiga Josefina. “Mamma mía” no sabía ni papa de español, y en
cuanto a sus rasgos, eran muy diferentes a los de la mayoría de los taiwaneses: al
mirarlo, te venía a la cabeza los aborígenes de Oceanía. Y así empezamos nuestra
andadura con él y el nuevo conductor del microbús: un “mini yo” de “Mamma
mía”.
…………….La tierra de los tres mil templos, y en el Pacífico: Kentyn
Templos y más templos, en donde la gente dejaban ofrendas a Buda y a
otros dioses que a mis ojos resultaban espantosos, no así a los de ellos; eso seguro.
Quemé incienso, para Buda, siguiendo el ritual como mandan los cánones.
Compramos un farolillo de oraciones (el de la familia) en el que escribimos: “la
348
tribu de papalelo”. Había infinidad colgados al aire libre, brillando al sol, pero
nosotros preferimos colgarlo en nuestro humilde hogar. En las mesas de las
ofrendas, una pequeñas piezas de madera en forma de media luna contestaban a
tus preguntas, si las lanzabas repetidas veces al suelo: dinero, suerte, amor, salud…
pero sobre todo dinero y suerte, eso es lo que más desea el pueblo taiwanés; todos
los amuletos tienes que ver con la “suerte-dinero”. Y en el exterior, “los mercaderes
del templo” vendían toda clase de objetos relacionados con los rituales: para un
mejor bienestar, del difunto en el otro mundo, dinero de papel, coches, casas,
joyas… todo lo que se supone que en esta vida terrenal hace feliz al ser humano,
impreso en hojas de papel que en un santiamén volaba al paraíso a través de un
horno crematorio situado fuera del templo.
Y luego Kentín con su faro, mirando al Pacífico, y su bello, bellísimo
paisaje… Y otra vez al microbús, con la joven (quizá no tan joven) y parlanchina
turista china, que no paraba de comer “golosinas” como garras de pollo
caramelizadas, sepias secadas al sol que despedían un olor nauseabundo y los
famosos huevos cocidos en té, entre otro montón de alimentos que no conseguí
descifrar. La joven parlanchina china y su marido (supongo), un chino muy señor y
muy correcto, bastante mayor que ella, y que cada cierto tiempo, mientras ella
degustaba los manjares, él tomaba su medicación entre beso y beso con sabor a
huevos cocidos en té y garra de pollo caramelizada. Ella miraba coqueta a los
hombres de la excursión, desde su gorrilla con personajes de Walt Disney y sus
shorts con “loves” en los bolsillos (a mí me recordaba a Daisy, la novia de Donald).
Y luego estaba el otro compañero de viaje: un compatriota de la joven china
parlanchina. Flaco, solitario y encantador, con el que no cruzamos ni una palabra
en todos esos días de excursión porque solo hablaba su idioma, pero que por cosas
de la vida, tuvimos una “buena onda”. Nos comprendíamos a la perfección,
echando mano de los socorridos gestos y expresiones a los que todo el mundo se
agarra en caso de desesperación como era el nuestro: siempre nos esperaba cuando
veía que nos rezagábamos y, al vernos, nos dedicaba su mejor sonrisa de limón,
cosa que nosotros se lo agradecíamos tomándole las fotos que él quería con su
máquina, ya que al ir solo no tenía más remedio que pedir a los demás que le
hicieran ese favor. Nos separamos de nuestro amigo al regresar a Taipei, sin saber
cómo se las había apañado durante todos esos días con el tema ropa, pues no
llevaba equipaje ninguno, solo una pequeña bandolera colgando del hombro.
349
Pregunta: si no llevaba equipaje, ¿cómo hacía para que el polo blanco a rayas rojas
y el pantalón gris de vestir, nada apropiado para esa excursión, estuvieran siempre
limpios? Y luego estaban los zapatos, también de vestir, que trotaban por los
caminos y pedregales sin sufrir ni un rasguño… Si es que lo que no hagan los
chinos…
Subimos montaña arriba, hasta llegar a una maravillosa pagoda. No podría
decir los escalones que dejamos atrás, pero sí que fueron muchísimos en mitad de
un panorama difícil de plasmar en esta fría pantalla de ordenador. Era tanto el
esfuerzo, que solo alcanzamos la meta nuestro amigo el chino solitario y nosotros
dos. Al bajar, sellamos nuestro pequeño reto con un beso al pie de la escalinata; un
beso digno de “Lo que el viento se llevó”, aplaudido por el resto de compañeros de
tournée.
Y llovía en la carretera, salía el sol y vuelta a llover. Y así pasábamos por
pueblos y ciudades, dejando al borde de los caminos pequeños y curiosos
cementerios, que los habitantes de cada pueblo habían ido formando sin orden ni
concierto, entre los extensos cultivos de la palmera del “betel” y las luces de colores
anunciadoras de los locales donde se guardaba, en pequeñas bolsas, dentro de una
nevera, el fruto que excitaba los sentidos. Tras los cristales de estos locales y, bajo
las luces de colores, jóvenes con aspecto de prostituta por el excesivo maquillaje, la
exigua falda y los tacones de aguja (nada más lejos de la realidad), vendían las
bolsitas del fruto cuyo efecto, al masticarlo, según nos contaron, era como el de
seis, siete u ocho cafés bien cargados. Los taiwaneses sienten verdadera debilidad
por el betel…
- ¿Es que se ha hecho una herida en los labios?
- No. Es que está masticando betel y el jugo de color rojo que suelta,
provoca una fuerte salivación, y cuando lo escupen parece que sufran una
hemorragia…
- No lo he visto en las ciudades…
- Allí hay menos costumbre; lo mastican en barriadas o en las afueras. Es
algo más propio de los pueblos.
Y Mamma mía paró ante un puesto de betel, en donde una joven vendedora
de largas piernas y exiguos shorts, calzada con unos imposibles tacones de aguja,
sacó de una nevera un pequeño envoltorio entregándoselo a Mama mía junto a una
sonrisa de plástico.
350
- ¿Queréis uno? –nos dice, en inglés, alargando el paquete como el que te
ofrece un cigarrillo, junto a un par de vasitos de plástico (para tirar los salivajos,
supuse, y supuse bien).
- Noooo…. “Bon apetite”, le digo yo a falta de inglés.
Me miró sonriendo y dijo algo en mandarín al conductor, que por el espejo
retrovisor me miró guiñando un ojo. He de decir que el resto de los compañeros de
viaje también rehusaron. La joven china prefirió darle a las patas de pollo
caramelizadas; su marido, el señor mayor, le pegó un lingotazo a su jarabe y el
chino solitario contempló el mapa del itinerario.
………A cincuenta kilómetros de Taipei, en El Palacio de Recepciones de Chang
Kai Shek y el pueblo de la cerámica.
Nuestra amiga Taiwanesa (compañera de trabajo de pequeño Ángel),
Chichén, y su pareja, el francés Philipe, nos llevaron a visitar el palacio en donde
Chang Kai Shek recibía y alojaba a los jefes de estado que le visitaban. Una
bellísima construcción, con unos jardines de ensueño en donde un par de cisnes
negros y unos peces de colores cruzaban el estanque de un lado a otro sin
inmutarse por nuestra presencia. El sol abrasador hizo que Chichén y yo nos
resguardáramos bajo un enorme paraguas.
- Ponte una gorra, que vas a coger una insolación.
- No quiero.
- ¿Pero por qué esa manía?, ¡ni si quiera llevas las gafas de sol que has
llevado siempre…!
- ¡Joder! es que entre el pelo rapado, la cara que tengo, las gafas y la gorra,
me confunden con un marine; eso ya me lo dijeron más de una vez al principio de
llegar aquí.
- Bueno y qué importancia tiene eso… En Europa más de una vez te
preguntaron que si eras de los países del este. Je…je…je…
- Sí. Joder; no me lo recuerdes…
351
- ¡Ale! pues a freírte los sesos al sol; tú mismo.
…….- ¿Este pueblo es el de la cerámica? -le pregunto a Chichén, la del gracioso
sombrerito de paja y los ya, archiconocidos mini shorts
- Este es. ¿Tú quieres comprar algo? -se expresa en un casi aceptable
español, socorrido por el inglés, de cuando en cuando. Se aleja de nosotros hasta
un vendedor ambulante con un carrito parecido al de los vendedores de perritos
en USA. Decorando el carrito: un calabacín gigante (creo que es un calabacín).
Regresa con cuatro bolsitas de plástico transparentes que a mí me recuerdan, por
el color del líquido elemento que en ellas hay, a las bolsas de orina de los
hospitales; y como esto no puede ser, entonces llego a la conclusión de que ha
comprado pececitos de colores como recuerdo… ¡anda que no son complicados; a
ver cómo nos llevamos esto en el avión…! ¡Pero no!; ni es pipí, ni son pececitos: el
líquido elemento solo es jugo de “sandiacalabazacalabacín”, de un dulzón hasta
la exageración y que a mí particularmente, cada vez que tenía que pegarle un
sorbo a la pajita (porque iba con pajita incluida), me daban ganas de vomitar. Y
he aquí que ante esta situación y no encontrando ninguna papelera, puesto que en
Taiwán prácticamente no las hay (solo las encontramos en el recinto del mausoleo
de Chang Kai Shek), intenté darle el cambiazo a pequeño Ángel, que apenas le
quedaba ya en la bolsa, pero me la jugó y, desternillándose de risa por lo “bajini”,
me dio esquinazo; desesperada visualicé la de mi consorte que iba más o menos
por la mitad, pero sin éxito. Me miró como diciendo: “¿Te crees que con el
esfuerzo que me está costando tragarme esto, te voy a dar el cambiazo? De eso
nada monada…”. Así que en el momento de poner el pie en el primer peldaño de
los escalones del restaurante, acabé con el suplicio: creí morir de una sobredosis
de azúcar.
- Querida Chichén: eres realmente una persona encantadora; gracias por tus
atenciones.
-
Amigo Philipe: aunque un poco seco y algo soso, fue un placer
conocerte… todo un caballero.
…….- ¿Qué has comprado? –me pregunta pequeño Ángel.
352
- Un candil colgante de hierro forjado con forma de golondrina. Me encanta
por su originalidad; las cadenas que lo sujetan van del techo a casi medio metro
del suelo…
- ¿? ¿? ¿? ¿?....
- ¿Qué?
- Es que es el pueblo de la cerámica…
- Pues yo he comprado un candil de hierro forjado, le digo abriendo la
preciosa caja en el que lo habían guardado. La cara de mi hijo era todo un poema
cuando lo vio
- ¡Ja, ja, ja! Con que una golondrina… ¡ja, ja, ja! ¿Pero es que no ves que es
un murciélago? ¡Ja, ja, ja!
Lo observé pasmada. ¿En dónde había visto yo una “golondrina”? Bueno
pues aún así a mí me gusta…
- No si bonito sí es, pero ni con lentillas, mater… ni con lentillas…
El original candil cuelga hoy de uno de los ángulos de la librería y es una
preciosidad, sobre todo cuando se enciende la vela, que por efecto de las cadenas
parece suspendido en el aire.
………Pasando por “el templo de los mendigos”, hasta “la calle de las
serpientes”…
Calles, más calles, tras pequeño Ángel que caminaba deprisa, como el que
va a apagar un fuego.
- ¿Quieres caminar más despacio?
- Lo siento, todo el mundo me dice lo mismo; Doyo me dice que voy muy
deprisa… Yo no me doy cuenta.
- Pues más despacio “cerdito”, que ya no estamos para tanto trote. Y nos
mira y sonríe; sé que está feliz de tenernos allí. Manolo tropieza por enésima vez
(en su descargo diré que las aceras tienen pequeños desniveles, que algunas veces
los puñeteros ni se ven), sin parar de darle al botón de la máquina, hasta el punto
en que confunde el Taipei ciento uno con el Empire State:
- ¡Qué bien se ve desde aquí el Empire! ¡Qué foto más guapa!
353
Nos miramos “el retoño” y yo y rompemos en carcajadas.
- ¡Que no estamos en USA, pater!
Y los tres nos partimos de risa ante la salida de Manolo. Debió ser por el
comentario que hacía solo un minuto sobre que parecía un guiri americano con
pasta. ¡Fue divertidísimo el momento!
Y el Taipei ciento uno nos dejó sin palabras: magnifico el edificio y todo lo
que le rodeaba; en su interior más de lo mismo. Una graciosa ascensorista vestida
de Betty Boo, con un diminuto gorrito en la cabeza, nos hablaba en mandarín
cuando se paró en la planta ochenta y ocho, indicándonos con gestos robotizados
la salida: algo absurdo puesto que no había otra. Con sus ciento una tiendas, y
esas vistas que quitan la respiración, al Taipei ciento uno le ocurre lo mismo que
al museo de Dalí: no deja a nadie indiferente.
Metro y más metro; un metro limpio en donde sus viajeros van de un lado a
otro ordenadamente. Un metro con ocupantes: dormidos unos, leyendo otros, en
“cuclillas” alguna que otra fémina, y observándonos con curiosidad mal
disimulada el resto. Y ese práctico y rápido medio de desplazamiento nos lleva
hasta “el templo de los mendigos”, el único rincón de Taiwán; del Taiwán que
visitamos en donde encontramos policía y en donde el “cerdito aventurero” nos
dijo:
- No va a pasar nada, pero tened cuidado con la cartera y los pasaportes.
El nombre con el que pequeño Ángel nos dio a conocer el templo no era
real, pero no se habrían equivocado ni un ápice si así lo hubieran bautizado, por la
mendicidad que allí se practicaba y gente extraña con la que nos cruzábamos.
Como dijo el cerdito: no pasó nada y llegamos sin problemas, como siempre, a “la
calle de las serpientes”, nombre que supongo no será el suyo en mandarín, pero
que así es como la llaman; al principio de la calle un cartel en inglés, que decía:
para turistas. Tengo que decir que era de noche: “para vivirla hay que ir a esas
horas, que es cuando cobra vida” (eso nos dijeron), y así lo hicimos recorriéndola
con curiosidad y algo de adrenalina disparada, pero fue más bien decepcionante
para los tres, y digo los tres porque pequeño Ángel la descubrió al mismo tiempo
que nosotros. Prácticamente vacía la calle y mal iluminada, es una calle agónica
que vive de lo poco que le queda del esplendor de un pasado, en donde los
hombres de una edad que querían reforzar su virilidad, y las mujeres maduras
que deseaban mantener la piel lozana, elegían una serpiente de los muchos
354
comercios (ahora casi todos cerrados) que allí hay. Y, manteniendo siempre al
animal con el soplo de la vida, lo despellejaban para luego cortarle la cabeza,
dando de beber la sangre al comprador, asegurando así esa virilidad o esa lozanía
tan deseada. Dejamos atrás restaurantes que, como reclamo, tenían a la entrada
serpientes disecadas con un cartel que decía en inglés: “prohibido sacar fotos” y
en el interior alguna mesa ocupada por gente de mirada huraña o aburrida (cosa
extraña en esa tierra), que reclinada en la silla parecía dormitar como las propias
serpientes. Sórdidos y sucios sex shop, en donde enormes penes de plástico, a
modo de linternas, iluminaban el local con luces de colores salidas del interior. Un
carrito de helados con la cara del pato Donald pintada en el frontal, descansaba,
sin dueño, al lado de una tienda de artesanía… Y así paso a paso, o mejor dicho,
paso a paso nosotros y zancada a zancada pequeño Ángel, cruzamos la calle sin
apenas gastar adrenalina: dentro de la decepción, también tuvo su encanto.
…….¡Hablemos de manduca!
Catamos: la comida china (la auténtica), la taiwanesa, tailandesa, coreana…
y acabamos en un “japo”, en donde no imaginé que me comería unos tallarines
sobre hielo picado: todo un placer para el paladar cuando los combinas con
exquisitas salsas y deliciosas y crujientes frituras de vegetales y gambas.
- ¡Para la mamma! –dijo el maitre, dejando al lado de mi plato una cestita
con dos croquetas de arroz y cacahuete. Aprendimos a usar los palillos con tal arte
que ahora somos capaces de coger un cacahuete y sostenerlo en el aire; se
aprende, vaya si se aprende, cuando ves que no hay cubiertos convencionales; os
aseguro que el ingenio se agudiza. Sujetamos un cacahuete y lo mantenemos
entre los palillos el tiempo que haga falta. ¡Quién nos lo iba a decir!
La cultura del te; fríos y calientes, todos deliciosos: de coco con sésamo y
gelatina, de flores, de frutas; algunos muy calientes y suaves al paladar, y de un
olor fuerte como a pescado. La cultura de las toallitas húmedas, que a modo de
servilletas te colocaban junto al plato; la del agua que siempre precedía a la
comida, y también la de la leche de soja en el desayuno, acompañada de los
“nudels” (como suena), especie de albóndigas forradas de una pasta escurridiza
para los palillos, y una tortilla en una masa aceitosa que hacía las veces de
355
bocadillo. ¡Aaaayyyy! los desayunos. Ellos y nosotros nunca nos llevamos bien.
Nos moríamos por un café con leche, un zumo de naranja y un sándwich, y a lo
más que llegábamos era a unas tazas enormes con una leche aguada y algo
parecido al café, que tomábamos con resignación en los “Starbuks” que
salpicaban la ciudad, en donde, si no pasaba de las once de la mañana, podías
catar algo parecido a un sándwich de… ¿jamón y queso?; vamos a dejarlo así…
Cuando la desesperación alcanzaba nuestros estómagos, visitábamos los
socorridos MacDonals, en donde nos esperaban las entrañables hamburguesas,
que te hacían sentir casi como en casa. Pero a pesar de todos esos desastrosos
desayunos: ¡TAIPEI TE QUIERO!
……….Una agradable sorpresa en la fábrica de cristal….
- ¿Sabes llegar a la fábrica de cristal?
- Of course .
Y tras bajar del vagón del metro, en un lugar determinado, caminamos por
un sendero con el sol pegando duro en nuestras cabezas.
- ¿Seguro que estás seguro? –le digo levantando la cabeza para mirarle,
porque la visera de la gorra no me dejaba ver más allá de mis narices.
- ¡Que sí, coño!
Sin gorra y sin gafas por lo del “marine”, él; sin aliento y sudando a chorros
por lo del calor, nosotros. Y al fin, en un recodo del camino: la fábrica (el museo
de “Titot”) en donde los artesanos daban forma al cristal, creando esculturas y
objetos de vivos colores; y entre las piezas, un magnifico busto de Juan Pablo II
nos sorprendió gratamente.
…….. En el Lotus Spá, una noche cualquiera:
- Ese perro no me deja dormir con tanto ladrido; debe ser muy viejo porque
ladra como cansado…
356
- Si tú lo dices… -le digo espatarrándome al límite en la enorme cama del
hotel–, viejo sí es, pero no es un perro…
- ¿?¿?¿?
- Es un sapo, que debe tener más años que Matusalén, y vive en la charca
del hotel…
- ¿Un sapo? ¿Y tú como lo sabes…?
- Porque lo he visto, mañana te lo enseño… Un beso y buenas noches love –
le digo deslizándome por la cama hasta llegar a él.
- Hasta mañana, si Dios quiere, y el sapo nos deja dormir.
La luz de la luna que se colaba por un hueco entre las cortinas, dejó que
viera la sonrisa que el pensamiento del viejo batracio había dibujado en su cara.
Sentados en el pequeño templete del hotel, al lado de la charca, esperando a
que nuestro buen amigo “Domingo” nos bajara en el microbús hasta Xin Beitou, el
distrito en donde el cerdito aventurero tiene su “jaula” (el apartamento)…:
- Ponte ahí y remueve el agua –“¡crooooaaaaa! ¡aaaa!” (el sonido es
complicado de plasmar en el papel, pero reconoció que era el ladrido de un perro
viejo y cansado).
Ya en el microbús:
- Domingo, ¿tenéis un perro en el jardín del hotel? -en inglés.
- ¿Perro? ¡Ah! No, no es un perro, es un viejo sapo. Él vive en la charca inglés, español y mandarín.
<<Me tendría que haber apostado algo…>>
………..En Danshui al noroeste de Taipei:
El estuario del Danshui, salpicado de barcas bajo un sol abrasador. El
paisaje es para recrearse durante un buen rato, pero no a esas horas, a no ser que
quieras derretirte con el calor. Caminamos deprisa buscando en las calles del
pueblo costero, las sombra de los árboles y la que proyectan los zaguanes de los
comercios. Vamos buscando el fuerte de San Domingo, por su historia española.
Una bella impronta arquitectónica que allí dejamos los españoles en 1626. Y, al final
de la larga calle principal, divisamos el fuerte en un promontorio, cosa lógica por
357
cierto, con la bandera de Taiwán ondeando al sol, prueba inequívoca de que tras ser
ocupada durante cuatrocientos años por españoles, holandeses, ingleses y
japoneses, se había ganado por derecho ese bastión. Nos miramos con desaliento
ante la pendiente de la cuesta que nos llevaba hasta las puertas del fuerte. Ante
nosotros las banderas de los países que una vez fueron dueños y señores de la isla,
aparecían en fila en lo alto de un muro: no pudimos resistirnos a la tentación y nos
hicimos un par de fotos con la nuestra (supongo que no fuimos los primeros ni los
últimos visitantes que hondeen su bandera antes de subir hasta la fortaleza). Y
continuamos el camino, con el sudor bajando por nuestras piernas y la cabeza
empapada bajo las gorras azules de AENA. Agradecí la sombra que me daba el
paraguas verde, comprado en un Seven Eleven, y subí la cuesta aguantando las
bromas de mi consorte sobre mi semejanza con una “ mininga”: en el África negra,
al igual que las taiwanesas, se protegen del sol bajo los paraguas. Mereció la pena el
esfuerzo; el calor y la fatiga desaparecieron al contemplar el paisaje desde esa
perspectiva: rodeado de un jardín en el que el dueño y señor era el “pájaro de
fuego” o “ave fénix” (así le llaman los taiwaneses al Flanboyán). El fuerte miraba al
estuario del Danshui, en donde el Pacífico mezcla sus aguas con la del río.
Contemplando todo aquello, llegué a pensar si no sería uno de los rincones
preferidos de Dios.
Salimos del fuerte tirando hacia la izquierda, por una cuesta empinada, y nos
encontramos con un bello edificio de ladrillo rojo que resultó ser una universidad
(ni idea del nombre, me sorprendería a mí misma si mis neuronas lo recordaran).
Nos cruzamos con estudiantes que salían de ella y, cosa curiosa, con tres reportajes
de boda (muy almibarados, por cierto), que estaban haciendo en el recinto. Un
fuerte aguacero nos sorprendió al bajar, y el pequeño paraguas verde se dobló con
el empuje de una ráfaga de viento...
- ¡No lo fuerces más que lo vas a romper del todo! ¡Es que no ves que el
viento no te lo deja abrir! -me dice Manolo malhumorado, al verse apoyado contra
una vieja pared de un solar, sin modo alguno de guarecernos de la lluvia- ¡No lo
fuerces más, coño!
- ¿Quieres vivir el momento y olvidarte del puñetero paraguas?
Estas
sensaciones no las volveremos a tener en la vida… así que saborea este instante y
déjate de sandeces; vívelo… -y nos besamos bajo la lluvia, siendo testigos de
358
nuestro beso, una vieja pared de una calle de Danshui y un más que vapuleado
paraguas, comprado en un Seven Eleven de Taipei.
Unos metros más allá, alguien nos hacía señas para que nos acercáramos y,
sin pensarlo dos veces así lo hicimos, corriendo todo lo que pudimos bajo la lluvia.
Era una taiwanesa de cara amable y edad sin definir (normal en ellas). Nos pasó al
restaurante (porque resultó ser un restaurante), y muy cortésmente nos entregó
sendas toallas, de un limpio inmaculado, guiándonos hasta unos mullidos sillones
junto a una enorme cristalera, desde donde se podía admirar el estuario azotado por
la fuerza del viento y la lluvia, que en ese momento arreciaba con ganas. Nos
tomamos unas “cocas” disfrutando del espectáculo, y sin importarnos nuestra ropa
mojada…
Fue una tarde mágica, en la que una vez más quedó patente la extrema
amabilidad del carácter taiwanés: a la muchacha no le importó que le
empapáramos los sillones de agua; vio a dos “osos panda” desesperados bajo la
lluvia y no dudó en guarecerlos: “¡Te quiero Taiwán!”.
……….En el mausoleo de Chiang Kai Shek…
Dinastía Zhou… dinastía Qin… dinastía Han… Jin, Sui, dinastía Tang con
la emperatriz Wu (la única mujer en la historia de China que gobernaría el país);
dinastía Song, Yuan, dinastía Ming y Qing, y con esta llegamos al quid de la
cuestión, a lo que pequeño Ángel, el cerdito aventurero, diría…:
- ¡Lo sé, lo sé!: “El Último Emperador”…
Por eso del cine, ya sabéis; a lo que yo me enrollaría contándole, que fue
considerada una dinastía opresora impuesta por los manchúes, con su estilo de
peinados, su forma de vestir y su lengua cortesana; y que tras unos cuantos siglos
de vicisitudes, entre ellas las dos “Guerras del Opio”, y la guerra chino –japonesa,
en la que “los japos” les dieron “pal pelo”, y dijeron…: “Corea va por libre”. El
gobierno imperial manchú no tuvo más remedio que darle la libertad. Y volvieron a
hablar, y dijeron: “¡me la quedo!”. Y se quedaron con Taiwán. Pues bien, tras
todos estos desaguisados, los chinos “de toda la vida” dijeron basta de
“manchutadas”, acabando con el derrocamiento del último emperador: el pobre y
359
pusilánime Puyi, el que pasaba las horas muertas con sus juguetes occidentales y
su profesor de inglés (esto según la película). Justo en el año en que mi padre
“Ojos de Gato” vino al mundo: 1912.
Y así, tras años de inestabilidad política, toma las riendas Chiang Kai – Sehk
que, para no perder la costumbre, también tiene sus problemillas con el Partido
Comunista Chino, y los “japos” que quieren más del pastel, así que como si se
fueran de camping, se van a invadir a sus vecinos de enfrente. Allí estuvieron
durante ocho años (esto acabó en el 45), cuando parecía que ya el infatigable
Chiang Kai – Shek podía calzarse las pantuflas y fumarse una pipa mientras su
enigmática mujer (esa es la sensación que me causó cuando la vi en unas fotos), le
va hablando de los problemas domésticos, salen los comunistas dando la lata hasta
el punto de “llegar a las manos” en una guerra civil, en la que gana los de…: “Todo
para todos, pero la bicicleta es mía, ¿eh?” (si me permitís la broma). Y no le queda
otro remedio que saltar el charco e instalarse en la preciosa isla de Taiwán, junto a
su gobierno, parte del ejército y simpatizantes, en donde pasan los días soñando
con reconquistar el continente. Al final el “prefe” de los chinos comunistas: Mao
Tse – Tung, un señor con un uniforme horrible de color gris, y unas enormes
entradas en la cabeza, se asoma un día al balcón de de la ciudad Prohibida de
Peking y grita a los cuatro vientos que la China imperial de toda la vida es ahora “la
República Popular China”, o lo que es lo mismo: “Otros vendrán que de casa te
echarán”.
En nuestros días, el pueblo de Taiwán aún sigue soñando con recuperar el
continente; pero en mi humilde opinión, ni falta que les hace, pues debería
bastarles con su pequeño país que, aunque pequeño, es grande por su gente y su
belleza natural: ¡Te quiero Taiwán!
Hoy los taiwaneses, aunque orgullosos de pertenecer, por voluntad soberana
del pueblo, a La República de China, no olvidan al hombre que los condujo hacia
la libertad de pensamiento y decisión. En su memoria erigieron un complejo
mausoleo custodiado en una inmensa plaza por el Palacio de la Música y el Teatro
Nacional, en donde, por casualidades de la vida en esos días representaban:
“Carmen”, de Georges Bizet… ¿O debería decir Alexandre César Léopold Bizet?;
que también, vaya suerte la del pobre: “se compró un circo y le crecieron los
enanos” (con mis disculpas para la gente “pequeña”, ya que esta frase no va más
allá del mero dicho popular). El pobre Alexandre Cesar Leopold Bizet (Georges
360
para los amigos), tras una depresión la palmó a los treinta y siete abriles (una tiene
algunos más), sin haber disfrutado las mieles de “Carmen la de Merimeé”. No sé,
pero presiento que en su día, esta “escribana nueva” se va a sentir algo identificada
con el caso… ¡sin depres porfa, que la vida es bella!
………- ¡Corre y déjate de rollos que va a empezar el relevo de la guardia! -me dice
tirando de mi mano escaleras abajo en dirección al mausoleo, sin inmutarse por las
fatigas que corremos mi paraguas verde y yo, bajo la aplastante solana de las cinco
de la tarde. Al bajar la larga escalinata del teatro, le digo con la mano haciendo de
visera por el machacante sol…:
- Mira qué jarras de bronce tan bonitas…
- No son jarras, son papeleras…
¡Papeleras! por fin tropezamos con papeleras. ¡Qué bonitas! Qué bonitas,
pero nada más. Porque el engorroso botellín de agua, que hacía rato había vaciado,
siguió en mi mano, por seguir al “correcaminos”.
A la entrada, un cartel pide respeto por el lugar en que el visitante se
encuentra. En el interior, bajo una gran cúpula con la bandera de Taiwán en lo alto,
una
gran estatua sedente de Chiang Kai Shek nos recibe acompañado de su
guardia de honor.
El hombre que le dio la identidad al pueblo de Taiwán no reposa en ese
mausoleo. Su lugar de descanso se encuentra a unos treinta y cinco kilómetros al S.
W. de Taipei, pasado el pueblo de Dasi, en un tranquilo parque natural.
………- Ángel, ¿has visto el monumento a Chan Kay Chen?
- No tengo tiempo…
- ¡Pues tú te lo pierdes, cerdito!
Y seguimos engullendo la cena (unos buenos y pesados cuencos de arroz
con cerdo y verduras), bajo la tímida mirada de una muy jovencita (eso creo)
camarera, que se derretía, literalmente, por pequeño Ángel.
- ¿Has visto cómo te mira la muchachita? -tenía una larga trenza y unas
graciosas gafitas, que le daban el aire de una incipiente adolescente.
- Quita, quita… eso me faltaba. Entre esta y el “mariquita” del MacDonals,
ando aviado…
- Esta la tienes justo al lado de la jaula (el apartamento) -le digo con
picardía.
361
- Por eso casi no vengo –me dice dejando a un lado los palillos, y observando
cómo los coloco yo.
- No se te ocurra clavarlos…
- Ya sé, ya sé… que es de mal gusto y les daría un patatús…
En Taiwán, no sé si en el resto del Sureste asiático también, clavar los
palillos en posición vertical en un cuenco de comida, significa llamar a la muerte,
porque recuerda a los palos de incienso que se colocan en vertical, al igual que
nosotros las velas, para ofrendar a los dioses y difuntos.
………En el Museo Nacional del Palacio:
“Este es un museo instalado en una montaña y, aunque originalmente solo
pensaba detenerse en esta isla por un corto periodo de tiempo; sin embargo,
quedarse permanentemente aquí fue su destino…”
De la película: “El Paso”
Una pincelada de “historia seria”…
La dinastía Qing o Ch’ing, acabó con la abdicación obligatoria de Puyi, el 5
de noviembre de 1924. Expulsado de “La Ciudad Prohibida” el último emperador,
el gobierno nacional constituido organizó un comité encargado de recoger y
ordenar todos los objetos que se encontraban en dicha ciudad, estableciendo así el
Museo del Palacio. En el 33, tras tensiones militares con los japoneses, trasladaron
las piezas a Shanghái, y después a Nankín, sacándolas de esta última ciudad tras la
guerra declarada con Japón, y así los objetos de la Ciudad Prohibida fueron
bailando de un escondite a otro hasta el final de la contienda; pero la diáspora del
tesoro no acabó aquí, porque con la guerra civil ,entre el gobierno nacional y los
362
comunistas, gran parte del tesoro (unas 600 mil piezas), que ha ido en aumento con
donaciones y compras (se compone hoy de más de 650 mil) fue embarcado, en el
48, hacia Taiwán quedándose allí definitivamente.
La colección abarca desde la II mitad del Neolítico (6200 – 2070 a. c.), hasta
la ya renombrada dinastía Ch’ing (1644 – 1911 d.c.).
………El museo del dibujo más importante del mundo, en donde se puede admirar
el arte de la caligrafía y la pintura, quizá las dos manifestaciones más sobresalientes
del pueblo chino. La delicada belleza de cada letra, de cada pincelada que los
artistas durante siglos fueron plasmando en sedas, satenes y papel de arroz; escenas
de caza, de guerra, de la vida cotidiana de un pueblo; estampas de la corte imperial
con delicadas cortesanas bajo sombrillas de papel pintado, como esa maravilla de
pintura “Concierto de Palacio” (anónimo), haciendo sonar los diferentes
instrumentos musicales, en derredor de una gran mesa en la que hay reflejado un
delicado paisaje. Paisajes “azules y verdes”, “verdes y dorados”, tan característicos
de la romántica dinastía T´ang; estanques, nenúfares, bandadas de grullas, volando
el cielo; ocas, gansos, y majestuosos cisnes negros, desplazándose con suavidad en
un lago; un viejo sapo de ojos saltones sobre un nenúfar; flores de loto y de
pitiminí… todo ello de trazos suaves, que el fino pelo de los pinceles y cañas de
bambú mojados en tinta, guiados por la mano del autor, dejaba estampado para la
posteridad…: una delicia para los sentidos.
Alberga también, una impresionante colección de libros raros antiguos, en
donde se puede admirar la técnica de imprimir en planchas de madera grabada y
luego en planchas de arcilla. Se usaba el bambú, la seda y el papel para
encuadernar los libros, tanto en rollos como en acordeón.
Y en ese mismo museo (en donde, como comenté en “un poco de historia
seria”, se alberga una gran parte de los tesoros y obras de arte de la China
imperial), puedes recrearte la vista y los sentidos con porcelanas como “las verdes
del Sur y las blancas del Norte”, que son los tipos de porcelanas producidas en esas
dos partes del país. O con el resplandor del jade, en donde bellísimas piezas como
la col de Jadeita de la dinastía Ch´ing (tal vez la pieza más valiosa de toda la
colección), en donde el artista, de una sola pieza de jade blanco y verde, esculpió el
363
tallo en la parte blanca guardando la Jadeita verde para las hojas, coronándolas con
un saltamontes y una langosta, símbolos de la fecundidad. El resultado fue una
bellísima col, que simboliza la pureza de la esposa, por lo que hay que pensar que
formó parte de la dote de alguna de las jóvenes esposas de un emperador. Soy
consciente de que con esta simple descripción no puedo haceros ver, ni sentir, la
belleza real de la pieza, pero que conste que lo he intentado. La única solución a
este problema es llegar hasta allí, bien sea en globo, a nado, en barco o en avión, y
admirarla uno mismo; admirar esa y muchas más como el trozo de carne de cerdo
esculpida en piedra, en donde el autor, siguiendo las vetas de la piedra, la esculpió
y tiñó para darle las tonalidades de un pedazo de carne: el realismo es total. O la
pieza de jade blanco en forma de lichi… y así seguiría paseando con la mente,
como si de un viaje astral se tratara, por cada una de las salas del museo que acoge
tantas maravillas salidas del hombre; me acercaría a los stands y me movería entre
los visitantes para comprar, una vez más, alguna copia, o tal vez, según “tuviera la
bolsa” una réplica. Y así seguiría…
………- Ángel, ¿has visto el Museo Nacional del Palacio?
- No he tenido tiempo……
- Pues es algo digno de ver. ¿Sabías que esta colección es solo una parte
de…?
- ¿? ¿? ¿? –con cara de: “ya está el libro gordo de Petete…”.
- …Su alma gemela se encuentra en la Ciudad Prohibida… se dividió tras la
guerra civil china…
- ¡Hombre; Puyi! ¡Por fin me suena algo…: “la Ciudad Prohibida” ¿no fue
un levantamiento que hubo al principio del siglo veinte contra la dinastía…
Yo con ojos de asombro ante el interés del cerdito, por la historia
contemporánea…
364
- Je, je, je… alucinas… je, je, je –me dice con mirada malévola-. ¡Anda no
flipes conmigo! Que me estoy marcando un farol: no hay nada como ir al cine ¡“El
Último Emperador”! ¿Te suena?
- ¡Pues tú te lo pierdes cerdito! Anda, vamos a ver a tu amigo el “mariquita”
del MacDonals.
………Como tantas otras noches no paramos a un taxi. Preferimos caminar dando
un paseo ladera arriba, hasta el hotel, que realmente no estaba tan lejos del
apartamento; es un bello recorrido que merece la pena hacer, admirando la
vegetación, mientras inspiras profundamente para llenar los pulmones de aire
limpio con olor a tierra mojada. Se quedó a un lado el
museo Etnográfico,
custodiado por una guardia de simpáticos enanos de madera, con los que tuve el
honor de compartir una foto (por eso de la similitud…), y sin salirnos del camino
bajamos, siempre lo hacíamos cuando subíamos andando hasta el hotel, unas
escaleras para admirar desde esa perspectiva la biblioteca: un moderno y diáfano
edificio en el que, como en una “granja de hormigas”, podías ver a las personas
buceando entre libros. Y allí, desde un suelo de madera y apoyados en la baranda
de un río de aguas termales, estuvimos no sé cuánto tiempo, enganchados a la
mágica visión que las nubes de vapor dibujaban en la noche a la luz ambarina de
las farolas, y a la seducción de las caprichosas siluetas, distorsionadas por el vaho,
que a lo largo de los márgenes veíamos. Formas en las que mi “exacerbada”
imaginación quería entrever espíritus del bien y del mal, pero que no eran otra cosa
que “pobres mortales” con el agua hasta la rodilla, buscando alivio para sus
maltrechos huesos. Un mar de nenúfares y unos peces de colores, junto al ruido
casi ensordecedor de ranas y cigarras, completaban la escena. Con la sensación, al
menos yo, de salir de un cuadro continuamos, paso a paso, dejando atrás los cuatro
o cinco hoteles de la zona con sus luces y música navideña, en pleno junio,
subiendo la cuesta hasta divisar entre los árboles el pequeño templo japonés
derruido, tiempo atrás, por un terremoto. El santuario nos daba la bienvenida
indicándonos que el Spá estaba cerca; que solo quedaba pasar un pequeño hotel y
doblar peligrosamente a la derecha en donde la curva de la carretera se estrechaba
hasta el punto de que solo cabía un vehículo.
365
- Hazme una foto con la bruja.
Al comienzo de la curva una pequeña bruja tradicional, de las de escoba y
barbilla puntiaguda, vigilaba al caminante desde la columna en la que había sido
colocada. Cosa entraña en esas latitudes puesto, que sepamos, en su cultura, si
existen las brujas no creo que las materialicen con gorro, verruga y escoba…
- Good night… -la fina vocecita de la recepcionista me hizo sonreír
recordando el comentario del cerdito, sobre la voz de “camionera” que ponen
cuando creen que nadie las oye…
- Good night… -respondo yo con el mismo timbre de voz, recogiendo la
llave de nuestra habitación.
………- Ángel, ¿has visitado la biblioteca y la parte del río que hay yendo para el
hotel?
- No me he dado cuenta de que por allí haya una biblioteca…; la zona del río
sí, y es guapa…
- ¡Hombre, pues me alegro que hayas visto algo!
- Mater, que lo tengo al lado…
- Sí, pero la biblioteca no la has visto…
- Vale, cuando tenga un momento iré…
- Y de los enanos que hay en la acera del museo Etnográfico?
- A esos sí los he visto, porque me recuerdan a ti…
- Sabía que me ibas a decir eso, je, je, je…
………En Pegatrón: la empresa en donde pequeño Ángel trabaja para Asus…
Una mañana de sábado bajamos del metro en Guandu y comenzamos la
expedición, como siempre con el cerdito a cuatro yardas por delante, sin gafas ni
gorra, y nosotros siguiéndole a toda pastilla: una zancada suya, son dos de las de su
366
padre y tres o cuatro de las mías, depende de cómo esté el terreno. Junto a un
parking vacío de motos y coches, un edificio grande y de línea moderna esperaba
resignado a que “el pesado de siempre” viniera a truncarle “la paz interior”, nunca
mejor dicho, que las enormes oficinas vacías de gente le provocaban. Y así, esa
mañana de sábado, no solo llegó “el pesado”, si no que se trajo dos más, que iban
como autómatas tras él.
Tirando de la cinta en la que llevaba la tarjeta magnética que, como “el rabo
del mono Amedio”, le colgaba sempiterna del bolsillo trasero del vaquero, la pasó
por las amplias puertas de Pegatrón rompiendo la paz de la “semana inglesa” del
edificio. Y así, tras puertas, barreras y un ascensor decorado con espejos de mano
al más puro estilo de “Alicia en el país de las maravillas” (luego me enteré que eso
era precisamente la idea plasmada allí), llegamos finalmente a su lugar de trabajo:
el reino de la fantasía en donde el cerebrín del más pequeño de mis cerditos, bulle
cual tetera en su mejor hervor. El local, de un blanco aséptico, me hizo pensar en
una morgue o en una clínica de salud mental… ¿ahora se llaman así?; era un lugar
frío, con todas aquellas paredes desnudas, en las que no había ni un solo cartel o
propaganda del trabajo publicitario que allí se realizaba, si exceptuamos los toques
de “color – calor” que pequeño Ángel le dio a la oficina, tras dejarse los cuernos un
compañero en una invisible puerta de cristal: una diana monda y lironda o un par
de guantes de boxeo pintados en otra puerta, también de cristal, concretamente la
que abre la “sala de los truenos”, en la que “la mente occidental” se esfuerza en
convencer a los capos de “mentes asiáticas” que la idea que expones es la mejor
para vender el producto en el mercado occidental… Vamos a ver si me aclaro:
contratan a un cerebrín occidental, para que saque la publicidad de un producto
asiático, con el fin de lanzarlo al mercado de occidente pero, como es lógico,
primero tiene que meterse en el bolsillo a los señores de la empresa que tienen,
¡vaya por Dios! “mentalidad asiática”. ¡Qué lío! Así anda el cerdito de zumbado, je,
je, je: “¡Anda, vente “pa casa”, que ya está bien de salir del curro día sí, y día
también, a las cuatro o a las cinco de la mañana! Tu salud te lo agradecerá, tu
family te lo agradecerá, las chicas guapas te lo agradecerán. ¡Ayyy, qué desperdicio
de hijo!”. Y el edificio de Pegatrón también te lo agradecerá. je, je, je…
-¿Por qué están todas las mesas llenas de muñequitos? ¿Es que solo trabajas
con chicas? -le digo sin dejar de asombrarme ante tanto muñecote y recipientes con
pececillos.
367
- Que no, que es que son así; son como niños, les encanta todo lo infantil… nos dice mientras da de comer a unos peces de colores que hay en una de las
mesas.
- ¡No me lo digas! Que adivino cual es la tuya –le digo riendo y sentándome
en la única que no tenía muñecotes.
- “Lo tenías a huevo”.
Y entre todas estas observaciones, el padre de la criatura no para de hacer
fotos, de esto y de lo otro…
- ¡Toma ya! Quién nos iba a decir que tu batería iba a pasar de la buhardilla
de casa a una habitación de una oficina al otro lado del mundo…
- Ya la echaba de menos, ya… no veas cómo se descarga adrenalina con
ella… -dice mientras le da un redoble a uno de los timbales-. ¡Pégale! –y pater
niega con la cabeza sin dejar de sacarle una foto al cerdito. Es bueno con la batería
pero supongo que le corta darle a las baquetas en una oficina que no conoce, y en el
otro lado del mundo… ¿Que cómo llegó hasta allí la batería? Pues tras varios
intentos, la pasada Navidad, por meterla en la maleta (desmontada se entiende), y
no conseguirlo, sus hermanos se la enviaron por correo. ¿Que por qué no se compró
una allí con lo que costó enviársela? Pues esa es otra pregunta del millón.
- ¡Hola Chichen! –es un sábado por la mañana y también ella está en la
oficina. Sentada unas mesas más allá de donde se sienta pequeño Ángel, la
muchacha nos saluda con una sonrisa, a la vez que sus vivarachos ojos oblicuos se
cierran hasta lo imposible. No lleva el sombrerito de paja, pero sí los mini shorts y
una camisola corta; las sandalias de suela de madera que calza, resuenan por la
oficina. Nos saludamos con un beso y un abrazo, al más puro estilo occidental,
consecuencia de los años que pasó en París: en su cultura, las muestras de afecto se
reservan para la intimidad.
- ¿Lo notáis? –nos dice fijando la vista en el flexo de su mesa. Los tres
miramos hacia el mismo punto, y pudimos ver cómo el brazo de la lámpara vibraba
ligeramente…: un casi, imperceptible movimiento sísmico, había querido visitarnos
en esa mañana de sábado.
………- Ángel: ¿ya saben que existes en la oficina de la Cámara española de
Comercio? -no hay embajada.
368
- Aún no he ido…
- Pues si no te das a conocer y Dios no lo quiera ocurre alguna desgracia
(pienso hasta en la gripe “A”, pasando por tifones y sin olvidar posibles revueltas
políticas), nadie se preocupará por ti, al no saber qué estás en Taiwán -todavía
estamos esperando a que dé señales de vida por esa oficina.
De nuestra despedida……..
Último día en Taiwán; última oportunidad de abrazar y mirarle a los ojos;
esos ojos que derrochan dulzura o destilan furia, según lo pilles. Última
oportunidad de decirle, lo que ya sabe hasta la saciedad, sobre cuánto le echa “la
tribu de papalelo” de menos; sobre cómo añoramos su vuelta, aunque
comprendamos que ha elegido libremente ser un trotamundos en la vida. Última
oportunidad para verlo sonreír, sin tener por el medio una cámara web…
Pedimos unas pizzas y el conserje, el de “nokiu, nokiu”, acompaña al pobre
repartidor hasta el apartamento, no sabemos si es para cerciorarse de que no nos
vaya a atracar a golpe de “peperoni” o que se jale las pizzas y nos entregue las cajas
vacías… ¿exagerado? No…
El chófer de la empresa nos devuelve al aeropuerto, al que llegamos días
atrás ilusionados, con la misma ceremonia de entonces: música en inglés y sonrisa
plastificada. Aunque en mis oídos solo suenan: “La Vie en Rose”, “Blue Moon” y
“El humo ciega tus ojos”, temas que se escuchaban en cada comercio, en cada
restaurante, en cada esquina… Las luces de la ciudad se van alejando de nosotros
o nosotros de ellas, da igual, lo cierto es que una parte de nuestro corazón se funde
con la noche de Taiwán, y el otro pedazo nos lo tenemos que llevar pues pertenece
al resto de la family…
………- ¿Lo habéis pasado bien? Solo quiero saber si lo habéis pasado bien… -nos
dice mirándonos a los ojos. Creo ver algo de tristeza en los suyos, solo lo creo
porque los míos andan un poco nublados.
369
- Sí pequeño Ángel, lo hemos pasado muy bien -le decimos sin contener las
lágrimas, a la vez que hacemos los tres un “teletubi” (en el argot familiar quiere
decir abrazo), sin importarnos la terminal del aeropuerto y la mirada curiosa del
policía, que custodiaba la puerta de embarque.
- Venga, venga, que nos vemos en Navidad…
Caminamos hacia el control de seguridad, con la vista fija en cada tramo de
cristal, por donde vemos como él también nos va siguiendo con la mirada. Un beso
al aire, otro, y otro…
Cuídate cerdito aventurero; cuídate. El 24 de este mes hará un año que te
fuiste; cuídate…
Nuestro viaje a Taiwán fue algo mágico; algo que conservaremos en
nuestros corazones toda una vida y pudo hacerse realidad gracias a nuestros hijos,
que con su generosidad, se confabularon para reunir el dinero y todo lo demás, con
la finalidad de, como siempre, hacernos un poco más felices…
Gracias, Chicho, Doyo y Ángel por vuestro cariño.
Mater <nasna>
En Ceuta a 11/ 08/ 09
…….. “Y eso era toda una proeza de la que, a falta de noticias nuevas, se estaría hablando
durante un tiempo”…
Durante un tiempo he dejado aparcada la historia de “Ojos de Gato” y “la
Escopetilla”, ante la necesidad de vaciar pensamiento y corazón, de “noticias nuevas”, que
no son, sino lo vivido en el tiempo trascurrido en la tierra de los tres mil templos. Por eso
de que creo en “el calor humano”, hubiera preferido contar esta entrañable historia a
cualquiera de vosotros, siempre y cuando no tuvierais otra cosa que hacer, ante una taza de
café o una copa de buen vino. Pero como eso es un deseo digno del genio de la lámpara de
Aladino, no me ha quedado otro remedio que hacerlo a través de un viejo amigo: mi
ordenador portátil, que a falta de corazón tiene un disco duro en el que guarda todo lo que
370
le cuento sin jamás reprocharme nada. Esto es toda una gozada para mi ego, pero no así
para mi alma, que necesitaba para narrar esta pequeña historia…: una taza de café, un
sorbo de vino y el calor de una mano amiga.
371
11 - “JOSÉ COMER”
No podía controlar el dedo; de hecho nadie era capaz de conseguir la misma
cadencia que la cuerda del gramófono le daba al pesado disco de pizarra. Así que la voz
profunda de Gardel, unas veces agónica, y otras babélica y aflautada, como si hubiese
sustituido el azúcar del café mañanero por un buen puñados de “anfetas”, se perdía en la
noche entre el perfume del ylang-ylang, que a un lado de la explanada se mantenía
expectante como el cráneo de elefante junto a la bandera, y la suave luz de una luna
menguante, cuando las lluvias eran benévolas con esa luna. En definitiva, que la voz del
dios del tango de arrabal dependía de un pobre apéndice que, a falta de cuerda, fuera capaz
de darle al disco las justas revoluciones, como justa era la falta de cuerda del gramófono
por haber pasado “unas noches en la luna” gastando más de lo que debían, cosa que no
parecía afectarles en lo más mínimo, a juzgar por la cita que cada noche y como quien no
quiere la cosa, se daban los compañeros y algún que otro amigo en el porche de la casa de
los recién casados, a los que podía faltarles la cuerda del gramófono pero no el sentido de la
hospitalidad, que habían asimilado en el seno de la familia Camaró. Y a veces, cuando el
nido se quedaba en silencio, bailaban a la luz de la luna o bajo el porche, cuando la lluvia
quería acompañarlos, con la pactada complicidad de Agustín, el joven boy que siempre
estuvo a su lado en Evinayong. Bailaba descalza, con los pies sobre los de él, poniendo
buen cuidado en no pisar el suelo, por eso de las niguas y demás, dando vueltas al son de
una zambra, un bolero o un tango de Gardel, que sonaban menos revueltas por el dedo
diestro de Agustín que, a fuerza de darle y darle, le había cogido el truco a eso de las
revoluciones. Eran felices, muy felices; más de lo que habían imaginado en su pequeño
mundo de enamorados, en el que había cabida para un pequeño perro de lanas, al que
pusieron por nombre Titán; y el borde de Capitán, que puso en práctica lo de: “si no
puedes contra el enemigo únete a él”, y si encima te da galletas de coco, mejor que mejor…
Sí; eran felices a pesar de la pincelada de egoísmo con la que le sorprendió cuando en
aquella habitación del Montilla dijo: “no quiero niños, porque tengo miedo a morirme”.
Pensó en su madre y la vio rodeada de sus cuatro hijos paridos y el postizo al que cuidó
372
como suyo; la vio amasando el pan, dando de comer a los cerdos y zurciendo la ropa al
amor de la lumbre en la que bullía la comida que un rato antes había preparado. Él no
pretendía que tuviera la misma vida que su madre, pero sí algo de instinto maternal…
Estoy embarazada… le dijo al tiempo que despuntaba el alba. La escuchó, sin
apartar la vista de la ventana por donde la lluvia se colaba alegremente, empapando el piso.
No sabía si pedirle perdón por haberse quedado sin condones o bailar con ella sobre sus
zapatos por toda la habitación, tarareando un vals. Se volvió y allí estaba de pie, sobre la
cama, con los brazos extendidos preparada para bailar sobre sus zapatos…
- Se lo tenemos que decir a mis padres y a mi hermano… ¡y a todo el mundo! –reía
con la cabeza echada hacia atrás y la melena meciéndose con cada vuelta.
- ¿Pero si no querías hijos? –le dice con mirada burlona.
- Sé que lo deseabas, y con eso es suficiente.
………Junto a Salvador, Sara recibía la noticia de que ese nieto tan esperado, por fin iba a
llegar allá por el mes de agosto.
- Es la mejor noticia que me han dado desde mi jubilación -dice abrazando a su hija.
Un tiempo después del regreso de la joven pareja, se retiró de la vida militar, pero no fue
capaz de dejar Guinea. Lo habían hablado los dos más de una vez, planeando cómo sería su
nueva vida en Valencia, pero al final el amor por esa tierra tan querida pudo más que su
delicado estado de salud, así que tomaron la decisión de quedarse en Niefang con Chito y
ayudarle en la factoría que habían comprado para él. En el fondo quería acabar allí sus días,
le daba igual a qué punto del territorio fueran a parar sus huesos, siempre y cuando
descansaran bajo un metro de esa tierra bendita. <<Ahora ya podía morirse>>, se dijo a sí
mismo. La familia iba a verse aumentada en unos meses y su hijo parecía que poco a poco
iba sentado la cabeza. Era un chico lleno de salud, justo la que le faltaba a él, y aunque la
informalidad era su peor defecto sabía que no le defraudaria. Quería que fuera feliz, y por
eso confiaba en que se le cruzase una muchacha en el camino que le diera sentido a su
vida… Desde su sillón contemplaba la estampa familiar: Sara rodeando la cintura de su hija,
mientras Ángel y Chito cascaban animadamente sobre algo relacionado con un capataz de
Cabo San Juan , el joven boy que con su largo delantal esperaba, al lado de la puerta, a que
Sara le indicara que ya podía servir la limonada. Todo parecía estar en orden, hasta la lluvia,
373
que siguiendo su ciclo natural caía fuera sin parar, provocando ese rumor sordo que
adormece el alma y los sentidos y que él tan bien conocía. Miró de nuevo a su mujer y
revivió el día en que se conocieron; la vio allí, bordando junto a las vecinas de la aldea, y
pensó: “guapa muchacha”. Y notó cómo por un momento dejaba suspendida la aguja para
poner los ojos en él. Fue una mirada fugaz, como el paso de una estrella en un cielo de
verano, solo que no era un cielo de noche, sino de mañana, porque con el azul intenso de
sus ojos no podía ser de otra forma. Releyó en su memoria la carta que le escribió
pidiéndole matrimonio; iba a su nombre pero, claro está, la envió a la casa del señor cura,
para que viera que sus intenciones eran honradas… Había llovido mucho desde aquel día
en que los ojos azules de la guapa muchacha se posaron por un instante en los suyos;
habían reído, llorado, sufrido penalidades como todos desde que el mundo es mundo, pero
había una diferencia entre ellos y el resto, y es que siempre habían caminado juntos, contra
viento y marea, cogidos de la mano, levantándose cuando se caían, incluso cuando el roce
de la convivencia lanzaba los dardos a la diana del alma, habían aprendido a taponar la
herida con una caricia, un beso o una mirada de “perdóname; eres todo lo que tengo”. Y
así, sin resentimientos, continuaban por el sendero de la vida hasta que Dios quisiera
separarlos… El bastón de bambú se clava una vez más en su destrozado estómago, al
tiempo que se introduce en la boca un buen puñado de bicarbonato, que traga con un vaso
grande de agua. Su estómago no estaba para limonadas, pero no importaba, se levantó
dispuesto a desear que la vida tratara bien a ese nuevo retoño, y lo haría con agua, aunque
decían que hacerlo así atraía a la mala suerte; pero él no creía en esas tonterías, pensaba que
era un ardid avivado por los vinateros allá por los tiempos de Noé. Así que brindó por la
nueva vida que agrandaría la familia y, al alzar el vaso, se sintió como Abraham con su Sara,
cuando Iahvé le vaticinó la grandeza de su descendencia. << Será por lo del cayado>>, y
en la apergaminada piel de su cara se dibujó una sonrisa, a la vez que asía con la fuerza que
aún le quedaba el bastón de melongo.
Bajo un cielo cerrado de nubes de una de las primeras mañanas de abril, los besos y
abrazos se confundían con la arena blanca y fina de la playa, que a esa hora del día
recordaba a un cajón de arena para gatos, con el ir y venir de los pies descalzos de los
negros y los calzados de los europeos. A la ropa blanca de algodón coronada por una buena
cantidad de salacots, se le sumaba el color caqui de los uniformes y el negro lustrado de los
torsos desnudos de los estibadores. Los pescadores, de frente arrugada por el aire marino y
brazos nervudos, a fuerza de arrastrar hasta la orilla sus cayucos con el fruto de ese mar
agradecido por ver aflojado en algo el peso de sus entrañas, completaban la paleta de
374
colores con el efecto perlado del sudor resbalando por la tierra tostada de sus pieles. En el
fondo de los cayucos: los atunes, colorados, besugos y barracudas, abrían y cerraban las
agallas de un rojo oscuro, brillante y vivo en un intento agónico y desesperado por
succionar el mínimo del oxígeno que necesitaban para vivir. Y a pocos metros de esa
estampa, en el interior de la sencilla casa de madera y nipa, en donde la agencia Fortuny
había instalado la oficina, en una incómoda silla de madera, descansaba “la Escopetilla”
preñada desde hacía cinco meses.
- ¡Vamos, ahora nos toca a nosotros!
“Ojos de Gato” la tomó de la mano y ella, que había engordado más de lo
razonablemente razonable para estar de cinco meses, se levantó con la ligereza de un
hipopótamo hembra tras chapuzarse en el río y, caminando como un pingüino con el
huevo entre las patas y la otra mano sujetando el salacot algo grande para su cabeza,
sortearon la maraña de gente hasta llegar a la orilla, en donde cuatro vigorosos negros
esperaban junto a la silla con andas para transportar, seguramente, a la pasajera más bonita
que ese día embarcaba camino de España hasta la gabarra que la llevaría al Dómine. Besos
y abrazos de todos enredando, eso sí, el último abrazo entre los bolsillos del alma; allí
estaría hasta cuando regresaran al cabo de seis meses con el miembro más pequeño de la
familia. ¿Un niño? ¿Una niña? Eso se lo dejaban a Dios, junto con el abrazo de vuelta.
Tras veintiocho días de singladura, el barco atracó en el puerto de Valencia, en una
noche fría de primavera en la que “la Escopetilla”, abrazada a “Ojos de Gato” buscaba a
los suyos entre la gente.
- ¡Hola prima! –un guapo chico alto, moreno y de espléndida sonrisa la abrazó.
- ¡Primo, cuánto tiempo sin verte!…
Hablaba tiritando de frío a pesar del abrigo de paño que habían comprado en Las
Palmas, porque la dichosa barriga sobresalía de la prenda impidiendo abotonarla del todo.
Sin soltar al muchacho de la mano, se volvió hacia “Ojos de Gato”, que parapetado tras el
cuello de la gabardina contemplaba la feliz escena del reencuentro. Era feliz, porque ella lo
era también, pero se sintió extraño… fuera de lugar. Se acordó de los suyos; de su madre a
la que jamás volvería a abrazar: <<¡Caín! ¡Eres de la piel del diablo! ¡Apaga la vela y a
dormir! Ángel, ¿tú crees que la sangre es el alma?...>>.
- Mira Ángel, mi primo Antoniet…
Los ojos brillando como dos lucerillos chicos; las mejillas arreboladas por el frío y,
en su interior, dos corazones latiendo al unísono… Notó que los dedos los tenía helados
cuando rozaron los suyos. Sonrió al muchacho a la par que le devolvía el fuerte apretón de
375
manos. Otro hombre joven, con aie de coquistador, se acercó tomando a “la Escopetilla”
en volandas y dio un par de vueltas con ella, como si fuera una cría pequeña. Luego,
dejándola en tierra, le dio un abrazo con la sonrisa en los labios. Se llamaba Emilio y era
rubio y alto como el otro. Familia y más familia. Una mujer diminuta, con cuatro pelos
lacios recogidos en un moño estirado y enlutada, como no, resultó ser la tía Teresa, la
madre de los dos muchachos; hermana de Salvador, que desde unos cristales redondos de
fuerte dioptrías le observaba curiosa. Y así uno tras otro desfiló el cuadro familiar de “la
Escopetilla”.
Anochecía cuando el tren llegó a final de trayecto. El aire impregnado de olor a
naranjos en flor y de sal marina, bañaba cada rincón, cada esquina, cada zaguán de Gandía
y también la estación, en donde al poner un pie en el suelo rieron felices a la par que
respiraban hondo, llenando su olfato de esencia de mar y azahar. Salió de la terminal con
“la Escopetilla” de una mano y la maleta en la otra, con la esperanza de encontrar algún taxi
que les llevara a la plaza del pueblo de donde salía el autobús para Oliva, y luego ya verían
cómo lo harían para llegar hasta Forna. Seguramente se las tendrían que ingeniar con el
carro del buhonero o con alguna tartana que pudiera alquilar…
Y fue el carro del buhonero el que les llevó por los caminos polvorientos a la
pequeña aldea que una vez fue mora y después cristiana. El paisaje de una belleza austera,
tenía su encanto con aquel castillo en lo alto de la montaña recortando su silueta en el cielo.
Abajo, a sus pies, las casas de piedra mora, barrida por un viento helado que se colaba entre
almendros, naranjos y algarrobos, llevando y trayendo fragancias del campo que “la
Escopetilla” no captaba por estar ocupada en frenar el castañeo de sus dientes y en
resguardar inútilmente la incómoda barriga dentro del abrigo que no se dejaba abotonar. Y
en la última curva, una cruz de hierro forjado protegía la entrada del villorrio, como lo haría
un sagrado corazón clavado en la puerta de cualquier hogar. Un fuerte olor a excremento
de cuadrúpedo les llegó a la nariz, recordándoles que hasta allí no llegaban ni guaguas ni
pick-up. Y de este modo tan bucólico y pastoril sintieron en sus corazones la primera
punzada de añoranza de aquella forma amable de vivir, que nada tenía que ver con la cruda
realidad. Y así pasaron unos días en el trocito de tierra de los ancestros de su madre Sara,
entre vino de la bota, agua de la fuente, rebanadas de hogaza bañadas en un aceite casero,
oscuro y amargo, con alguna que otra aceituna en aliñe. Con eso, y rodeados de parientes
que les miraban con asombro al saber que venían de “tierra de moros”, sin comprender
cómo no los habían esclavizado, o lo que era peor, cómo no los habían pasado a cuchillo,
fueron testigos del despertar de la primavera una mañana de mayo.
376
Sentada bajo un olivo, “la Escopetilla” dejaba correr la tierra entre los dedos de las
manos; había vuelto a esos días de verano de la niñez: Replega olives gosa*, le decía el
bueno del tío Bernardo, pero ella prefería sentarse bajo un árbol en las tórridas tardes en la
que el calor aprieta sin compadecerse ni de niños ni de ancianos; ni de hormiga despistada
que asomara las antenas fuera del hormiguero: “Replega olives gosa”, le recriminaba sin
mucho énfasis el bueno del tío cada vez que vareaba una rama y los demás se afanaban en
recoger las aceitunas caídas de las ramas sobre la buena tierra: “Replega olives gosa...
replega olives…”. Con la mano se acarició el vientre mientras pensaba que su sitio no
estaba en esa España de posguerra que ella, a Dios gracias, no había conocido; bastante
tenía con los agridulces recuerdos de su infancia, como el día de la primera comunión en
una bodega al amparo de las bombas…. No. Su hijo nacería en Valencia pero nada más.
Replega olives gosa*: en valenciano. Literalmente dice: recoge olivas “perra”, pero ese
“perra” solo viene a significar “vaga”.
- Así; no te muevas… -“Ojos de Gato” la tenía en el objetivo bajo el limonero.
Estaba realmente bonita con el brazo apoyado en una de las ramas, el pelo suelto, y su tripa
sobresaliendo por delante de la gruesa rebeca de lana. Un rayo de un sol de atardecer se
había parado en su pelo y lo hacía destellar en tonos dorados. Así; no te muevas…
Pasaron los días, semanas y meses. De Forna a Godella, en donde estuvieron un
tiempo en casa de unos tíos; y de allí a Valencia, a un piso alquilado en la calle de La Reina,
por el viejo Camaró, el cual disfrutaba su hermana Teresa con su marido y los hijos. Era
un piso grande, que daba a dos calles; de largos pasillos y laberínticas habitaciones, unas
interiores, sin ventilación, y otras con ventanas o balcones. Y fue en una de estas, en la que
“la Escopetilla” se metió en la cama asustada como un conejillo de indias, ante las primeras
contracciones a esperar, en su ingenuidad, no sé qué milagro del Señor para parir como la
Virgen Santísima, sin dolor. Y como el milagro no llegaba y cada vez gritaba más,
decidieron que ya era el momento de avisar al médico, que apareció cargando con un
maletín de cuero negro tan pelado por el uso como la lampiña cabeza de su dueño. Tras
horas de lamentos, gritos y esfuerzos, en vista de que la criatura no salía; bien porque la
madre no colaboraba demasiado, tan ocupada estaba con su sufrimiento, o bien porque no
le daba la gana al feto, decidió el sesudo médico emplear los fórceps y así traer a esa
espléndida vida de posguerra, al pequeño ser humano. Y lo sacó del útero materno,
377
empleando el aparato que tanto niño idiota dejó en su momento en el mundo al chafar, por
pura presión desmedida, sus tiernos cráneos. El hombre se dispuso a meterse en faena no
sin antes advertir a “Ojos de Gato”, que se lo pensara dos veces antes de que entrara a
matar con los cucharones, a lo que este contestó que ya había visto parir a más de una
oveja cuando era niño. Cuando el sol estaba acabando de desperezarse para empezar un
nuevo día, ella pegó cuatro gritos más, junto a un buen chorro de lágrimas al más puro
estilo de “Lo que el viento se llevó”, que acompañaron la salida de la blanda cabecita, que
más que una cabeza de crío, parecía una albóndiga de carne picada sujeta por dos cucharas
de servir. El médico, que a fuerza de bregar con “los primerizos” sabía el horror que “el
que había visto parir tanta oveja” estaba experimentando en su interior, decidió
tranquilizarle, como hacía con todos los padres de los niños que traía al mundo usando el
susodicho utensilio.
- No se preocupe usted, que ya verá que lo que ahora parece una masa de carne
prácticamente amorfa, dentro de poco será una niña preciosa -le dice volteando lo que
parecía un recién nacido después de que rompiera a llorar como todo recién nacido-. Y así,
tal y como el médico dijo, sucedió: resultó ser una niña bonita, a la que bautizaron en la
iglesia del Rosario, con el nombre de Sara Florencia en recuerdo de las dos abuelas, nombre
algo pesado para una niña tan pequeña como era. Así que, tras salir de la iglesia, “la
Escopetilla” dijo que la llamarían Tatín por ser mucho más corto: Tatín la pequeña y Titán
el perro. Y ella, ajena a los derroteros de su madre, dormía plácidamente en los brazos de
su padre como una bella durmiente, mientras las hadas revoloteaban a su alrededor,
dejando en el portal de su destino una infancia feliz, una adolescencia tranquila y para el
resto de sus días: una vida de florero primero, y después, otra -la que ahora lleva-, bucólica
y pastoril, entre tartas de manzana, huerta, hijos, nietos, perros y algún que otro problema
que le ahoga el alma, como todos los pobres mortales.
Y así llegó el momento de volver a esa tierra bendita que tanto echaban de menos.
El final de las vacaciones había acabado y el verano también. Se habían metido en el mes de
octubre y hacía frío: era hora de regresar; el destino volvía a ser Evinayong. ¡Eran felices!
Salvador y Sara dejaron Niefang para pasar una temporada en Evinayong con la
pequeña, a la que las cucharas del fórceps no habían dejado huella en la cabeza, ahora
redonda y coronada con cuatro pelos lacios. Enmarcados en ella, unos ojos vivarachos a
más no poder, que reían a la par que su boca, de labios regordetes y babeantes como los de
378
cualquier bebé. Cuando el tiempo era benévolo y la lluvia se tomaba un descanso, el viejo
Camaró sacaba a su nieta a pasear en aquel el carrito de niños, que con tanta ilisión
compraron en Galerias Andubar, algo que en otras circunstancias habría sido impensable;
primero porque en esos tiempos los hombres no empujaban carritos de bebés (eso no era
de hombres), y segundo, porque para una vida de posguerra, si hubieran estado en España,
a no ser que la niña perteneciera a una familia de estraperlistas o acomodada, que haberlas
las había pero no tantas, la niña iría en brazos de su madre envuelta en una toquilla. La
sacaba a pasear junto a Sara y el niñero, que aunque no empujaba el carro, iba con ellos
porque así lo mandaban los cánones de los europeos. Con su largo delantal blanco y los
pies descalzos, José, el niñero, iba tras ellos sin otra cosa que hacer que pensar en lo rico
que sabría el dulce que el cocinero tenía en el horno de leña, y es que olía tan bien cuando
salió de la cocina… aunque le daba un poco de miedo; la señora lo llamaba brazo de
gitano*, y él no sabía lo que era un gitano, pero sí lo que era un brazo y más el significado
de guisar dicho brazo… Igual hacían Mboeti… y notó cómo la piel se le ponía de gallina de
bosque. Nunca entendería a los blancos. Solo tienen una mujer, su padre tenía dos y, según
le había oído decir más de una vez, no compraba más por no aguantar el cacareo que se
traían cuando discutían entre ellas. Y luego estaba lo del brazo… ¿Cómo pueden perseguir
a la secta, si ellos son los primeros que comen brazos? Decididamente nunca entenderá a
los europeos.
- ¡José a comer! Dile a Agustín que traiga el primer plato que ya están los Masas en
la mesa… -le dice Sara desde el tejadillo de nipa que unía la casa con la cocina situada en el
exterior. Un agradable olor a cocina se dispersaba por el campamento: olor a sopa de
pollo, a fritambo* asado, a postre casero…
-¿ Y el brazo? -dijo con los ojos puestos en una fuente en la que César, el cocinero,
decoraba con una manga pastelera a rebosar de merengue un esponjoso bizcocho, al que el
horno había dorado en su punto justo. César se volvió hacia él y en su cara gruesa y
redonda como un pan de pueblo, se dibujó una sonrisa que acabó en una estruendosa
carcajada. Agustín, que permanecía sentado en un banco de madera a la puerta de la cocina,
se pasaba las manos por cabeza y cara como queriendo espantar la imparable risa que la
salida del niñero le había causado. El muchacho llevaba poco tiempo al servicio de una
familia blanca y no sabía nada de los extraños nombres que tenían sus guisos.
- ¿Eso ser brazo de gitano? –le dice señalando el bizcocho de forma cilíndrica al que el
cocinero estaba dándole los últimos toques de merengue en uno de los extremos, por
donde la mermelada de fresa se empeñaba en salir y estropear su trabajo.
379
- Esto es –le dice adoptando un aire solemne, como si el bizcocho encerrara todo el
misterio del universo-. Y no preguntar más tú, por qué ese nombre… ser cosa de blancos. Y ahora vete
junto a la monguita ntangana, que ese ser tu sitio –en actitud amenazante, la manga pastelera
bailaba en su manaza negra como un globo a medio deshinchar; gotas de merengue se
esparcían por el suelo y por su cara como copos de nieve-. ¡Y tú, no preguntar más! –le gritó
sujetándose la barriga que no dejaba de temblarle a causa de la risa.
Tras muchas sopas de pollo, fritambos asados y brazos de gitano regados con
alegría y buen humor; y después de sufrir una marabunta de hormigas negras que un día
llegaron del bosque invadiendo durante unas horas, techumbre, paredes y suelo del hogar,
le comunicaron que debía incorporarse a Río Benito…
- Masa tú no preocupa, hormiga negra buena para limpiar casa de bicho pequeño -le dice
Agustín-, tú verás que yo digo verdad…
- Tú has dicho verdad; lo han limpiado todo –le contesta remedando la forma de
hablar del boy-, como que se han comido el jabato que teníamos en la jaula…
La marabunta pasó dejando la casa limpia de insectos y ellos también se iban con el
cambio de destino. En Río Benito hacía tiempo que a su buen amigo Herrera lo había
sustituido el instructor Lirón. Pero este duró poco y no tenía muy claro el motivo, aunque
tampoco le importaba; lo único que le importaba era que lo enviaban a él, según dijeron,
porque en Guinea Continental solo ellos dos tenían el permiso para conducir motos, cosa
que se necesitaba para el cometido de inspector de bosques del Servicio Forestal. Miró a
través de la puerta entornada y vio que bajo la sombra del egombe-egombe, le esperaba
todo lo que realmente le importaba en este mundo: la pequeña, en brazos de José, el
niñero, con Titán mordisqueándole los dedos de los pies y, junto a ellos, “la Escopetilla”
con el viejo Capitán extrañamente quieto en una de las ramas bajas del árbol. Tras
contemplar la estampa que formaba el reducido grupo bajo el verde de las hojas, le dio el
último vistazo a lo que hasta entonces, y durante tres años, había sido su hogar. Sin querer
evitarlo, la vista se le embrolló de lágrimas, colocando una fina neblina entre los ojos y las
paredes revestidas de nada. Repasó los muebles desnudos de cosas y, fijando la vista en
donde tanto tiempo estuvo el gramófono, se dio cuenta de que ya no habría más bailes a la
luz de la luna, con la voz de Gardel desvaneciéndose en, el aire, gracias al dedo diestro de
Agustín. Ni más rayo de luna acariciando el ylang- ylang, que noche tras noche enviaba su
tarjeta de visita: un aroma fuerte, dulzón y empalagoso que se perdía entre los sentidos,
ante la hueca mirada del cráneo de elefante que ocupaba su lugar en el centro del patio,
380
bajo la bandera… Salió y cerró la puerta con un golpe seco sin mirar atrás, porque sabía
que por segunda vez en el tiempo, estaba dando carpetazo a otro capítulo de su vida.
- Masa… para ti… -entre las manos de Agustín, un huevo de pato.
- Gracias… nos vemos pronto –y piensa que el huevo estará podrido como casi
todos los que los jefes de tribu le habían regalado en los poblados.
- Masa… yo también… -le dice César, el cocinero. En su enorme manaza abierta,
un pequeño huevo de gallina de bosque espera a que el Masa que durante tres años dirigió
esa casa lo recoja, como signo de paz y prosperidad.
- Gracias a ti también; nos vemos pronto... Cuidaos.
Y así dejaron a los seres con los que tanto tiempo convivieron, allí de pie, a lado de
la puerta, esperando al nuevo Masa que vendría a ocupar la casa , y sin saber realmente si
pasado un corto tiempo les recordarían… Ellos sí.
En el cuerpo de Guardia, Alejandro y Pablo esperaban su paso. Al verlos apagó el
motor, y bajando de la pick-up, les dio un abrazo de: “hasta la vista”. La situación se salía
de todo lo establecido, porque en esa sociedad en la que vivían, ese tipo de efusiones entre
blancos y negros no estaba bien visto, pero a él no le importó, y estaba seguro de que a
ellos tampoco.
No tenía talleres ni obras, pero si diversos cometidos que le ocupaban todas las
horas del día. Lo de instructor de la Guardia Colonial era un decir, pues en esa demarcación
había que llevarlo todo, y encima muy mal remunerado. Además, era secretario de la
Administración Territorial, Administrador de Correos e Inspector de Bosques del Servicio
Forestal, porque Llaurador se encontraba en algún hospital de España librando su
particular batalla con la enfermedad del sueño, o como bien decía el doctor Iranzo,
cogiendo a la “Tripanosomiasis por los cuernos”. Y por si todo esto fuera poco, como allí
no había oficial de marina, le tocaba ejercer como Ayudante de Marina. Si bien es verdad,
este último cometido era más llevadero, por tener las oficinas en condiciones y poder
disponer de una plantilla de seis marineros negros. Pero claro, era él quien se encargaba de
recibir y despachar los barcos, tramitando la documentación de entradas y salidas, y
también era él quien tenía que subir a bordo cada vez que ocurría algún accidente para
instruir las oportunas diligencias y remitirlas a la Comandancia de Marina de Santa Isabel.
Con todo este embolado comprendía por qué la gente duraba tan poco en ese destino…
Una lancha remolcando las trozas de okume en dirección al Simancas* le distrajo de su
“vuelta de tuerca”. Desde donde se encontraba no podía distinguir si era la Manucanela o
381
la Bikaba*, la que venía arrastrando la madera que el ferrocarril del Eboga* había
transportado desde el apiladero del río hasta el embarcadero, pero estaba seguro que era
una de esas dos. Se alejó de la ventana plantándose ante la mesa, en la que descansaban una
pila de papeles, esperando a que alguien les diera salida…:
- Menuda putada te han gastado macho, por saber andar en moto –dice
desperezándose al tiempo que aparta de la frente el mechón de pelo. En la mesa, un
encendedor y un arrugado paquete de Camel le recuerdan que ha fumado demasiado en lo
que va de día; pero no puede evitarlo y se lleva a los labios uno de los dos pitillos que le
quedan y que están de “mírame y no me toques”. Se acerca de nuevo a la ventana y sus
ojos se pierden en el paisaje que tiene delante; es de una belleza fantástica. Piensa en lo
privilegiado que es, porque no todo el mundo tiene esa vista en su lugar de trabajo. Ni ese
sobrado “pan nuestro de cada día”, ni esa salud de hierro, ni esa mujer, ni esa hija con que
Dios le había premiado, vaya usted a saber por qué… No; decididamente tenía más de lo
que había soñado, y no era justo devolverle a la vida mal por bien, así que mientras sus ojos
atisbaban un par de barcos en el horizonte, lanzó la colilla por la ventana, junto al mal
humor y los problemas, confiando en que se disiparían por el aire entre los cocoteros que
bordeaban la playa. Le echó un vistazo al reloj, calculando el tiempo que tardarían en
fondear no muy lejos del Simancas, pues la falta de calado y la barrera de arena en la
desembocadura del Benito impedían que los buques pudieran acercarse al puerto. Se sentó
y empezó el tedioso papeleo, acompañado por el batir de las olas contra las rocas bajo la
ventana…
Como cada noche, el ruido empezaba en la habitación principal en donde
Francisco, el boy, quitaba los listones que sujetaban las contraventanas. Luego vendría el
flit, que invadiría el cuarto: matando mosquitos, arañas, cucarachas y cualquier otro insecto
que hubiera instalado su tienda de campaña entre esas cuatro paredes. Y así hasta aislar
toda la casa de todo aquello que pudiera perturbar el sueño de la familia: era preferible
envenenarse con el insecticida antes que hacerlo por la picadura de un ser vivo de la
naturaleza. En el comedor, el boy había acabado de recoger la mesa, compartida con
Herrera, que por unos días se encontraba en el campamento. Y “la Escopetilla” a la fría luz
de un petromax, leía una de esas novelas de amor que a ella tanto le gustaban y que él tanto
382
aborrecía. A su lado, la voz pausada de “Ojos de Gato” llenaba la estancia con una canción
de cuna, adormeciendo a la pequeña que entre chupetón y chupetón del chupete, se iba
quedando dormida, entre los cojines del sofá: “Mi papá me quiere, me cuida y me besaaa…
rezando conmigo… de noche me acuesta…”. Un grito de pánico rompió la cadencia del
momento. En el dormitorio, Francisco estampado contra una pared, miraba con ojos
desorbitados a una mamba negra que había quedado aprisionada por la contraventana. La
serpiente moribunda, luchaba por librarse de su verdugo con un silbido agónico, abriendo
las quijadas hasta lo imposible, mostrando la negrura de su boca. Aunque sabía que la
mamba no podía hacerles daño, el miedo y la repulsión que le causaba el animal le hizo
moverse despacio, hasta la cabecera de la cama en donde una ncuara hacía guardia día y
noche. La tomó y, sin pensarlo dos veces, la hundió en el cuerpo del animal, como el que
clava un hacha en un grueso tronco para hacer leña. De la hendidura brotó una sangre
viscosa y oscura, que estampó una media luna en la pared y salpicó el piso de gruesas gotas.
Vueltas y más vueltas en la cama. La mamba que esa noche había querido colarse en
la habitación le impedía conciliar el sueño. Sabía muy bien los efectos de su veneno, puesto
que había visto morir a más de uno por la terrible mordedura, como también sabía de su
rapidez para desplazarse a pesar de los metros que medía y de la agresividad que
demostraba si sentía amenazada su guarida… Encendió la linterna, aguzando el oído, y vio
que el reloj marcaba las dos. En la habitación no se escuchaba otra cosa que no fuera el
vaivén de las olas en la arena de la playa y el casi imperceptible ronroneo que “la
Escopetilla” emitía al respirar. Se dio la vuelta y, a la luz amarillenta de la linterna, el
camisón de satén gris perla que le compró en Las Palmas al regreso de las vacaciones, había
tomado un tono nacarado. Se incorporó sobre un brazo para ver a la pequeña, pero el
mosquitero que cubría la cuna se lo impedía, así que se levantó acercándose hasta ella. Allí
estaba durmiendo plácidamente dentro de esa cuna de palo rosa que había hecho para ella.
La verdad es que le había quedado preciosa con sus patas torneadas y el cuco tallado con
motivos de mariposas… El ruido de algo deslizándose al otro lado de las esterillas de
bambú, que hacían las veces de falso techo, casi le heló la sangre. Caminó con sigilo hasta la
zona donde había creído oír el zigzagueo y se quedó quieto mirando al techo. Ahora solo
escuchaba su corazón latir en los oídos; ni tan siquiera prestaba atención al ronroneo de
las olas, solo su corazón: ziiiggg…zaaaagggg…. La oyó desplazarse de un lado a otro. No
había duda, era otra mamba; seguramente la compañera de la que había intentado colarse
por la ventana. A toda prisa despertó a “la Escopetilla” y la sacó fuera de la habitación
junto a Tatín, asomándose después a la puerta pidiendo ayuda, bajo la luz de una lámpara
383
de bosque. Un bulto grande se movió justo al lado de la entrada y pegó un respingo. Era
José el niñero.
- Masa, es que yo no estar tranquilo… la serpiente tiene una compañera; yo lo sé… -miraba a
“Ojos de Gato”, como un niño miraría a un adulto esperando una reprimenda por no
haber hecho lo que se esperaba de él, que en esta caso era irse a dormir a su barracón.
- Anda, entra en la casa y dile a la señora que salga con la niña... -le dijo esbozando
media sonrisa; miraba agradecido al muchacho. Sabía que les había tomado cariño y ellos
también a él, pero no hasta el punto de dormir como un perrillo a la puerta de la casa, en
espera de que lo necesitaran. Los gritos de su compañero llegaron hasta él.
- ¡Trae una escalera! -un Herrera soñoliento le gritaba al guardia de puertas, cuyos
ojos a medio abrir delataban que no había estado de guardia sino durmiendo-. ¡Que te
muevas, coño! Y trae también el mosquetón que se supone tienes en la garita. Sus miradas
se cruzaron y agradeció más que nunca la presencia de un compañero.
El guardia giró sobre sus talones caminando con paso rápido y sujetándose el
tarbus con una mano. Por la puerta salía “la Escopetilla” con Tatín en brazos, seguida de
José cargando con la pesada cuna de palo rosa. Fue a decirle algo pero desistió. Si quería
cargar con la cuna, pues que cargara, su razonamiento tendría y a él no le preocupaba, solo
quería terminar con la pesadilla. Se acordó del palomar que había en la parte de atrás de la
casa, justo al lado de una platanera; el haz de luz barrió la estructura que llegaba a la misma
altura del voladizo y luego enfocó al árbol: un par de loros grises salieron volando alertados
por la luz, hundiéndose en la oscuridad. Volvió a iluminar el palomar, llegando a la
conclusión de que el bicho había reptado por allí. Le hizo gestos al guardia para que le
acercara la escalera, y subió hasta el alero del tejado. Lo hizo despacio, llevando la linterna
en una mano y el Máuser cargado al hombro. Se quedó inmóvil, escudriñando el hueco
formado entre el tejado de nipa y la pared, con el corazón a toda máquina; un sudor frío
empezaba a bañarle la frente, miró hacia abajo y vio a Julio que iba hacia la fachada
principal de la casa; a su lado un guardia que cargaba otra escalera; enseguida comprendió
que su compañero pretendía cubrir esa parte del tejado. Desde el otro extremo, la linterna
de Herrera emitió varios destellos, que interpretó enseguida como Morse: “no falles”.
<<No me pides tú nada>>, pensó, porque el saber que su amigo y compañero estaba al
otro lado le hizo dudar y esa duda podía costarle muy cara a los dos. Sin darle más vueltas,
echó el cerrojo hacia atrás y montando el arma, esperó a que la linterna de Julio le diera la
suficiente luz como para no cometer un grave error. Un haz amarillento despojó el desván
de la oscuridad que le embargaba y allí estaba el animal, balanceándose sobre la parte
384
posterior de su cuerpo con las quijadas abiertas y emitiendo un silbido capaz de parar el
corazón a cualquiera que le hubiera faltado la sangre fría (sabía de su buena puntería, pero
ahora necesitaba más que nunca estar plenamente convencido de ello). El color verde
ambarino de la piel le daba una apariencia como de monstruo metálico a la luz de la
linterna y él no esperó más, encarando el arma hacia las fauces del bicho. Un disparo y salta
el casquillo; vuelve a montar y de nuevo dispara, y una vez más, el olor a pólvora llena el
desván…
Brazo de gitano*: bizcocho suave y fino al que una vez relleno de mermelada, se enrolla
tomando forma cilíndrica y se acaba decorando con merengue.
Fritambo*: antílope pequeño.
Simancas*: el Castillo Simancas, fue un buque mercante español que en los años cuarenta
cargaba madera en la cuenca del río Benito, llevándola hasta la Península. Otros barcos
mercantes que prestaron esa función, fueron: Castillo Bellver, Rita Sister, Monte Jata,
Generalife…
la Manucanela o la Bikaba*: la Manucanela y la Bikaba <afluente del Benito>, nombre
de dos lanchas de la empresa Izaguirre, dedicada a la explotación maderera, durante la
primera mitad del siglo XX.
Eboga*: Nombre de un afluente del Río Benito.
385
José Comer.jpg
………- ¡José! ¡A comer! –en la muñeca de “la Escopetilla”, el Topolino que Ángel le
regaló marcaba la una del medio día. Siempre sucedía la misma rutina: ¡José a comer! Y el
niñero, bajo el tejadillo de nipa, atravesaba el pequeño pasillo que unía la cocina con la casa
llevando el alimento de la pequeña en un plato hondo, salvaguardado de moscas y otros
insectos, por una inmaculada servilleta. Y lo llevaba con tal solemnidad que en vez de un
saludable y humilde puré de verduras, se diría que llevaba la mismísima joya de la Corona
Inglesa. En el comedor, la niña esperaba en brazos de su madre, la cual había protegido el
lindo vestido de la pequeña, con un babero decorado con cerezas, que alguna misionera
bordó en su momento a punto de cruz. Hundió en el plato la pequeña cuchara de plata,
para luego soplar y probar con la punta de la lengua el punto de sal y calor, mientras Tatín
se desesperaba de hambre.
- Una por papá… -le decía abriendo la boca a la par que la niña-. Otra por mamá…
-volvía a decir, al tiempo que acercaba la cuchara a sus labios para calcular el grado de
calor-. Otra por el abuelito -y en esta la pequeña soltó un manotazo a la cuchara que si
hubiera estado allí el abuelito, hubiera probado el puré aun no queriendo-. Y esta otra por
la abuelita…
Con cada cucharada, “la Escopetilla” se solidarizaba abriendo la boca una y otra
vez…
-Aaaaaammmm….
Sus labios dejaban escapar ese sonido que a ella, como a todas las madres, le parece
vital para que la niña abra la boca y coma.
386
- Esta por José… -y José estiraba la espalda y sacaba el poco pectoral con que la
vida le había dotado, esperando a que Tatín se tragara la cucharada dedicada a él, señal
inequívoca de que formaba parte importante de su minúscula vida-. Y esta por Titán…
Al llegar a este punto, la niña meneaba la cabeza de un lado a otro haciendo peligrar
el contenido de la cuchara. Y aunque la madre se esforzaba por hacerle ver lo importante
que era para el chucho de lanas el que ella se tragara el puré, podía más la terquedad del
retoño que las explicaciones de la progenitora. Cucharada va, cucharada viene, pasando por
pollitos, patos y cerditos, Tatín se iba comiendo el puré. Al final, cuando casi se veía el
fondo del plato, “la Escopetilla” descargaba la artillería pesada, dejando que la pequeña
manoseara el reloj de pulsera al que ella se refería como “Josécomer”.
- ¿Josécomer? Parloteaba con la lengua de trapo.
- Sí. “Josécomer”, pero ten cuidado que me lo vas a romper…
Y José el niñero, inmerso en ese juego de palabras, sacaba pecho hasta donde su
flaco pectoral se lo permitía.
- ¡José, a comer!
Y la niña volvía su diminuta muñeca hacía sí, como si en ella un imaginario
“Josécomer!”, marcara cada minuto de su vida.
- ¡José a comer!...
………Y va pasando el tiempo, y pasaba muy rápido, viendo crecer a Tatín bajo la atenta
mirada de “la Escopetilla” y el niñero José. El tiempo pasaba entre paseos por una playa
bordeada de cocoteros, a la luz de la luna, sorteando los cangrejos que tras la caída del sol
deambulaban por la arena; o sentados con la vista fija en Bolondo, un bellísimo paraje al
otro lado de la desembocadura del río en donde estaban ubicadas las emisoras de radio.
Pasó el tiempo de lluvia y de tierra seca. Y pasaba entre gente que iba y venía en el trasiego
de barcos que en la zona había; entre remolcadores ocupados en que las grandes almadías
de troncos arrastradas por la corriente del río, desde apiladeros lejanos, llegaran hasta los
buques. Y todo esto formaba parte de su vida, como también lo era la ingrata tarea de
inspeccionar los bosques. Y era ingrata, porque ese trabajo también abarcaba la
demarcación de Cogo, en donde la mosca del sueño tenía su feudo entre los manglares; le
387
preocupaba contraer esa maldita enfermedad, más que nada por el daño que podría causar
a las dos personas que más quería del mundo de los vivos.
- Dame un beso amor…
La niña duerme en su cuna, mientras “la Escopetilla” le rodea el cuello con los
brazos; la melena le cae en desorden por los hombros desnudos, solo unos exiguos tirantes
la separan totalmente de su piel. El amarillo le sienta bien y ella lo sabe, y sabe también que
a él le gusta…
- Dame Un beso amor…
Sobre la mesilla la Star ya cargada, junto a la funda de cuero y en el exterior, el gemido del
viento por entre las palmas de los cocoteros, ahoga el barboteo de las olas rozando la
orilla…
- Y otro… y otro… y otro…
Una taza de café de la tierra que el boy ha dejado para él, le espera sobre la mesa del
comedor. A su lado, y junto a la quinina, un azucarero y una caja de galletas que no prueba.
<<Solo el café y la quinina>>, es lo que piensa y es lo que toma; su estómago no admite
más cuando le toca atravesar los manglares…
Rompe un nuevo día con el sol despuntando en el horizonte. Un gallo canta,
después otro y otro le responde, porque todos quieren ser los amos del gallinero. De
fondo, la loca algarabía de las gaviotas no consigue apagar la resonancia que, desde un
egombe-egombe, emite un tucán. Arranca la moto, no sin antes asegurarse de que la Star
se encuentra en la funda y el pesado salacot en su cabeza. En el horizonte, un par de barcos
que se acercan a la costa; fondeados otros tantos, esperando llenar las bodegas con la
buena y resistente madera de okume o la caoba dura y la samanguila, con el duro corazón
del árbol del ébano… del palo rojo, del palisandro y del aves… La Harley rueda rompiendo
la mañana, con esa cantinela suave de motor. Piensa en todo lo que ha corrido a lomos de
las Harley a lo largo de su vida. <<Mi vieja y fiel compañera>>, murmura frenando en
seco ante el tronco comido de termitas que cruza el sendero. Se acuerda de la madre tierra y
de los padres de todas las termitas, mientras empuja la moto por donde puede, hasta volver
al camino, ya sin tronco. Y el poblado de Idolo se queda atrás junto al río Comgüe; se
pierde entre el polvo y la vegetación. Después de catorce kilómetros más, Akalayong
aparece delimitando el camino de tierra. A su llegada, monguitos de vientres hinchados por
las insalubres aguas del Congúe, se acercan con los pies descalzos. Los ojos oscuros,
redondos y grandes le observan con los mocos colgando; las moscas pesadas e
impertinentes también se acercan a recibirle, junto con los habitantes y el jefe del poblado.
388
Unas cuantas gallinas de bosque y tres cabras tan viejas como la madre de Matusalén,
cierran el séquito. El jefe sabe; todos saben que la moto se queda en el lugar más relevante
del poblado hasta su regreso: la casa de la palabra. En la orilla, un cayuco y dos negros con
remos y pértigas, para según se presente el trayecto. Se alejaron del poblado perdiéndose
entre los manglares: él con un huevo de pato en una mano y el molesto cosquilleo en su
espalda, ocasionado por un manojo de hierba luisa, con el que el negro que tenía tras él le
atizaba continuamente para espantar a las tse tsé y otros insectos. Y así era siempre: se
adentraban por entre los manglares, navegando sobre aguas oscuras y quietas, envueltos en
un turbador silencio. Solo el continuo latiguillo de la hierba luisa, roto a veces por el grito
de algún animal o el inconfundible sonido del hacha de algún nativo devastando la selva.
Sobre sus cabezas, un cielo forjado por las altas copas de los árboles formaba, junto a una
maraña de gruesas lianas, un techo cerrado a la luz, sumiendo al paisaje en las sombras. Un
aire opresivo y pesado hacía irrespirable cada tramo de manglar. Gotas de sudor recorrían
la piel de los hombres sin pararse a pensar si aquella que recorrían era blanca o negra; si
estaba protegida del sol o solo vestía su desnudez. Y al fin pisaron la tierra en donde la tsetsé era la reina. Un Jeep le esperaba para inspeccionar los bosques de la demarcación de
loro*, y tras dejar el cayuco a salvo de las aguas oscuras y quietas, se alejaron de los
manglares recorriendo esa parte de la selva ecuatorial, sin que el río los perdiera de vista. Él
y ellos viajaban en la misma dirección, hacia el puesto militar en el sorprendente estuario de
Muni, por donde remolcadores y lanchas, a lo largo de veinticinco kilómetros, surcaban las
aguas de los ríos que allí confluían; aguas profundas y caudalosas, aguas que hacían del
Muni un puerto natural. En la ladera del monte el terreno pintado de verde cinabrio se veía
espolvoreado por los blancos edificios de los comerciantes, que atraídos por la fiebre de la
madera, habían instalado en Cogo (loro), sus factorías. Arriba, en lo más alto, un reducido
destacamento de la Guardia Colonial se erigía vigilante junto al hospital y la casa de las
misioneras. Pasaron por la principal y única calle del pueblo, en la que el ajetreo era mucho,
entre los comerciantes madereros que acudían con sus trozas esperando a que las lanchas
las arrastraran hasta los buques fondeados en sus aguas. Comerciantes del Utamboni, del
Combué, y de otros muchos afluentes confluían en ese pequeño mundo, cuya vida era el
río y la madera. Y ya en lo alto, la figura de un hombre rechoncho y cabezón le daba la
bienvenida agitando el salacot. Era el instructor Martínez, un personaje controvertido por
sus terribles cambios de humor que hacían pensar que no estaba muy bien de la cabeza.
Eso era lo que se decía, aunque con él nunca había tenido problemas.
389
Tras la comida y una charla amable con Martínez, siguió el itinerario marcado;
quería acabar pronto y regresar cuanto antes a Río Benito, que ahora le parecía el paraíso si
lo comparaba con esa población.
Como siempre que ponía el pie en el poblado de Akalayong, la expresión de su cara
cambiaba por completo. Ahora pasaría un buen periodo de tiempo antes de regresar a los
manglares, siempre y cuando no hubiera ningún contratiempo. Y como siempre, el
pequeño poblado parecía vestirse de fiesta por el feliz regreso del Masa blanco y los dos
hombres de su comunidad, que con él habían partido hacia la tierra de la mosca, que
llamaba a los espíritus de la noche para que arrebataran el sueño a cualquiera que se
interpusiera en el camino. Danzaron, rieron y le ofrecieron leche de cabra vieja en un coco
vacío, tan usado y reseco como las ubres de la cabra a la que habían ordeñado.
- No. La leche para los monguitos –dice rehusando el coco ahora decorado por una
moscarda, cuyas alas al sol se veían pintarrajeadas de verde botella y violeta. Y extendiendo
la mano le indica el huevo de pato que una mujer a su lado lleva con reverencia en una
escudilla de barro.
- ¿Tú quieres solo huevo? -le pregunta a la vez que chasquea los dedos a la mujer, que
mantiene la escudilla con la misma delicadeza que una geisha mantendría la tetera del
mismísimo emperador del Japón.
- Yo quiero solo el huevo –le contesta.
Se despidió del pequeño poblado, con la mano en alto, la sonrisa en los labios y una
patada al pedal, que hizo rugir el motor de la Harley. Una nube de polvo es todo lo que
quedó de su paso por Akalayong; bueno, eso y el estómago de algún pequeño un poco
menos vacío, gracias a la leche de la vieja cabra.
Era noche cerrada cuando llegó al campamento. La luna brillaba en lo alto y en el
mar titilaban las luces de los barcos, anclados lejos de la corona de arena. El susurro del
viento hilado entre las palmas de los cocoteros y el runrún de las olas muriendo en la playa,
le recordaron que ya estaba donde debía estar. En la pared, junto a la puerta cerrada del
hogar, una lámpara de bosque alumbraba el camino de regreso con una llama del color de
los caquis madurados al sol. Y en derredor, como si ella fuera el mismo sol, unos cuantos
insectos, revoloteaban con la vana esperanza de perderse en su interior. Ya en el interior,
atravesó a oscuras el comedor hasta llegar a la habitación en donde un rayo de luna se había
colado, sin que nadie lo invitara, por un pequeño hueco de una lámina rota de la
mallorquina. Acomodando la vista a la suave luz, se desvistió como pudo tanteando cada
390
mueble de la habitación. Junto a la cama cubierta por el mosquitero, Tatín dormía ajena al
mundo en su cuna de palo rosa, protegida por su pequeño mosquitero de tul.
- Buenas noches “Escopetilla”… -le susurra al oído apartando el pelo de su cara.
- Buenas noches amor… -le contesta apretujándose contra su cuerpo.
Y él piensa, cerrando los ojos, que todo está bien.
loro*: la palabra cogo, en lengua “benga”, se refiere propiamente al animal.
Los días de rosas y vino habían pasado. Los acontecimientos se precipitaron a la
velocidad de un guijarro lanzado al río. Era lógico que algo inesperadamente desagradable
se cruzara en sus vidas, porque el camino de la vida, que a veces es voluble, enredador e
incierto, les había reservado un papel no muy grato. Su amigo estaba enfermo. En el
Hospital le habían dado el alta y con las mismas, el regreso a Guinea. Lo habían destinado a
Río Benito para alejarlo de donde había contraído la enfermedad del sueño, y la verdad era
que la enfermedad no se encontraba muy lejos, ni de él, ni de nadie de los que habitaban
por esa zona. No le obligaron pero casi, porque al instarle a que, por su seguridad,
compartieran con él la casa, él no podía echarse atrás. Aunque todo hay que decirlo que lo
consultó con ella, con la esperanza de que se opusiera, pero ni siquiera argumentó que
estaba la pequeña de por medio:
- Hay que estar a las duras y a las maduras -le dijo sin más. Y así fue como
Llaurador entró a formar parte de sus vidas…
A un golpe seco de la puerta de entrada, le siguió otro al fondo del pasillo, y luego
el silencio. “Ojos de Gato”, miró a “la Escopetilla” y luego a la niña que, sentada en la silla
que había hecho para ella, guarreaba con las migas de un trozo de pan. El comedor,
iluminado en parte por la blanca luz del petromax, le parecía algo siniestro; como si no
formara parte del hogar.
Con los ojos clavados en la lámpara le dice:
- No sé… creo que nos hemos equivocado al acceder a que Llaurador viniese a
vivir con nosotros; esto ha sido una equivocación total… Es un sin vivir, sobre todo por
las noches cuando le oigo deambular por la casa y danzar por su habitación de un lado a
otro. No para ni de día ni de noche… Y luego esos cambios de humor, esas jaquecas…
- Ten paciencia, igual es un proceso lógico de la enfermedad…
391
- Sí, un proceso lógico pero para mal; no te engañes, está cayendo por días y tengo
miedo de que cometa alguna locura; porque ayer lo pillé con el rifle y me dijo que estaba
preparando una cacería… Mañana iré a ver a Barracil y le pediré que se encarguen ellos,
porque aquí no puede estar. Tal vez el doctor consiga que lo envíen de vuelta a un hospital
de España…
- Vamos al sofá cariñín; cántale la nana a Tatín, como cada noche, y yo leeré, como
cada noche, alguna de esas novelas de amor que” tanto te gustan” -le dice tomando su
mano por encima de los platos.
En el sofá del comedor, “Ojos de Gato” canta la nana para la niña, que ajena a los
agobios de su padre se va quedando dormida, mientras que “la Escopetilla” mantiene una
novela abierta ante sus ojos sin poder concentrarse en ella. El silencio solo es roto por el
plis plas de las mallorquinas al caer, cada vez que Francisco quitaba un listón.
De noche y en la cama, con el sonido amigo de las olas y el sibilante ulular del
viento como compañeros de vigilia, “Ojos de Gato” permanecía atento a cada ruido de la
casa; a cada entrada y salida de Llaurador. Le oía hablar mientras daba tumbos de un rincón
a otro y de pronto el silencio. Ni un portazo, ni una voz, solo el ruido. Solo el mar; solo
viento.
Lo encontró sentado en la cama con los brazos cruzados, la vista fija en el suelo y el
vaivén de su cuerpo, flaco y macilento, al compás de un rosario de palabras deshilvanadas
que no lograba entender. En la mesilla de noche junto a la cama, la Star, a espaldas de su
compañero, y varios cajas de piramidón* vacías. Se acercó y le toco la frente caliente y
sudorosa, que el piramidón no había aliviado, y cuando lo hizo tuvo la sensación de que
para los ojos de su amigo él era invisible.
- Ramón, ¿has comido algo en todo el día? –le dice sentándose a su lado en la cama.
Sus manos sobre los hombros de su amigo; unos hombros flacos y huesudos, como
las ancas de un perdiguero abandonado a su suerte. El Suramín* no podía con los
parásitos, que le hacían vivir casi todo el tiempo en un estado de confusión. No entendía
por qué le habían dado el alta y menos cómo había vuelto a la Colonia… Iba a marcharse
cuando su mano tropezó con algo.
- No puede ser… -murmuró, mirando el chupete de Tatín. Levantó la almohada y
allí estaba el sonajero de plata que el viejo Camaró le había comprado a la pequeña, lo
habían buscado por toda la casa, menos en la habitación de su compañero… Se levantó y
revolvió el cuarto y encontró lo que no quería encontrar: un jersey rosa de la niña, un
pañuelo de lunares que le compró a “la Escopetilla” en Valencia y que aún conservaba el
392
perfume a Maderas de Oriente que a él tanto le gustaba… Miró a su amigo sin saber qué
decir, se sentó a su lado y, pasándole un brazo por los hombros lo levantó de la cama.
- Anda vamos… -le dijo con suavidad.
Piramidón*: potente analgésico muy usado en aquellos tiempos.
Suramín*: fármaco usado para el tratamiento de la primera etapa de la enfermedad, en el
que el tripanosoma se multiplica en los tejidos subcutáneos, sangre y linfa. Este proceso
puede durar años, sin que el enfermo lo sepa. En la segunda, el parásito invade el sistema
nervioso central: confusión, alteraciones de los sentidos.
En una esquina del cuarto un rifle descansaba apoyado en la pared, y maldijo su
olvido; ahora ya era tarde para dejarlo fuera de servicio…
- “La Escopetilla” es mía… ¡es mía! ¡Y Tatín también! –gritó con furia.
Frente a la nariz de “Ojos de Gato”, Sarita, vestida con una camisa de cuello
japonés, sonreía bajo una sombrilla de papel, mientras que en sus ojos achinados un brillo
de enamorada iluminaba la foto. Se la hizo Llaurador en un baile de disfraces, cuando aún
no le había dicho que sería la madre de todos sus corderos. El impulso de arrancársela de la
mano fue menor que la cordura, así que dejó que conservara la foto, para no trastornarlo
más, y así se alejaron de la habitación con paso lento. Tenía que sacarlo de la casa y pedir
ayuda, no sin antes avisar a “la Escopetilla” para que se encerrara en la habitación y no
hiciera ruido para no alertar al infeliz de que el motivo de su obsesión lo tenía tan cerca. No
lo pensó dos veces y le forzó el brazo derecho sujetándoselo por detrás, un grito de dolor
escapo de la garganta de su amigo, que en vano forcejeaba por soltarse. Lo arrastró, sin
mucho esfuerzo, hasta su cuarto y lo tumbó en la cama; necesitaba algo para inmovilizarlo
y el mosquitero fue su salvación. A horcajadas del pobre infeliz, rasgó con los dientes dos
pedazos de la tela y le sujetó las manos por las muñecas atándolo luego al cabecero de la
cama. La visión de la foto deslizándose por la almohada lo descolocó por un instante, pero
las patadas al aire del cuerpo que tenía bajo sus piernas le hizo actuar con rapidez,
repitiendo la misma operación, ahora con los tobillos, entre improperio e improperio del
pobre diablo que le miraba sin comprender la causa de su cautiverio y así salió al pasillo con
la Star, y el rifle con tres balas en el cargador.
393
- Coge a la niña en brazos y pide ayuda; ya te lo explico luego, no hay tiempo que
perder ¡corre! -y la vio alejarse acompañada del rumo de las olas, el ulular del viento y el
llanto de su hija.
Luego todo pasó muy deprisa, llegaron los sanitarios y se lo llevaron, no sin antes
inyectarle en una pierna un relajante. En la puerta de la casa a modo de despedida, “la
Escopetilla”, con Tatín en brazos y Capitán en el poste de madera que usaba cuando le
daba la gana. Al pasar junto a ellos, Titán, el perro, lanzó un agudo lastimero, que les partió
el alma en dos, porque todos sabían que cuando un perro aúlla de esa manera: barrunta
muerte. Y fue así, porque al cabo de unos meses, Llaurador, el amigo tan querido con el
que había pasado tan buenos ratos, se fue para no volver al mundo de los vivos. Con la
vista vagando por la línea del horizonte, su cerebro le traía recuerdos dormidos como aquel
en que nada más ver a la muchachita bailar con su hermano a la puerta de su casa, la
bautizó como “la Escopetilla”… Adiós compañero; hasta la vista cuando Dios quiera.
Había pasado un tiempo de penas y alegrías. El recuerdo de aquel episodio tan
amargo de sus vidas que protagonizaron junto a Llaurador, les hizo desear un nuevo
destino, alejados de esa casa y del lugar. Y la suerte estuvo de su lado, porque fueron a
parar a un campamento del interior: el campamento de Niefang, en donde el viejo Camaró,
junto a Sara y Chito, esperaban a “la troupe” con los brazos abiertos: ellos con la niña, José
el niñero unido a la cuna de palo rosa (que aún no tenía muy claro de por qué la arrastraban
de un sitio a otro, si la nena ya no cabía) y sus queridas mascotas, llegaron justo en la
estación de lluvia. Fue un tiempo de trabajo en solitario, como siempre; se encontraba solo,
a eso ya estaba acostumbrado, bajo las órdenes del teniente Ladrón de Guevara, un hombre
tranquilo y razonable, con el que nunca tuvo problemas. Así que llevó las oficinas de la
Administración y la de Correos lo mejor que pudo y supo. Del Gobierno General
ordenaron la construcción de un grupo escolar y la vivienda del capitán administrador. Y
no fue como en Evinayong, en donde junto a Barreal y bajo la complicidad del viejo
“Capitán”, se las tuvieron que ingeniar hasta para hacer los ladrillos, ni para hacer funcionar
la maquinaria; porque instalaron también un grupo electrógeno, que facilitó el trabajo y de
paso, iluminó las noches de la pequeña ciudad. Levantaron una amplia nave a la espera de
las nuevas máquinas de carpintería y enviaron guardias con bastante más idea en esos
oficios, movilizando además a los presos de la cárcel como peones. Y así antes del toque de
diana, bajo la lluvia, casi siempre, comenzaba la jornada distribuyendo el trabajo que en el
día se iba a realizar: poniendo en marcha la carpintería, inspeccionando las obras y llevando
las oficinas como buenamente podía. Al dar las diez, paraba lo que estaba haciendo para
394
almorzar con “la Escopetilla” y jugar con su hija; ese alto en el camino le hacía retomar sus
muchas obligaciones con más energía. Tras la comida del medio día, de nuevo el trabajo
hasta las seis. Era entonces cuando, después de una maravillosa ducha, disfrutaba realmente
de los suyos. Y el tiempo fue acortando sus vidas y las de todos. La niña crecía y el viejo
Camaró, se hacía un poco más viejo cada día. Al caer la tarde, en la estación seca, una cita
agradablemente obligada les esperaba en el porche del hogar, bajo el egombe-egombe que
se erguía ante la puerta. Y así, anochecer, tras anochecer los amigos iban llegando para
charlar y contar los acontecimientos del día, que por lo general serían sucesos irrelevantes
para cualquiera que los escuchara en algún punto de la Península, pero para ellos eran algo
esencial para sus vidas.
El viejo Camaró estaba realmente envejecido para su edad. Cincuenta y pocos años
no eran para estar tan acabado, pero “la úlcera de caballo”, le estaba ganando la partida. La
llegada de la niña pareció darle fuerzas, volviendo el brillo a sus ojos y la sonrisa a los
labios, aunque duró poco. Al final decidieron, muy a su pesar, regresar a España y
renunciar al motor de sus vidas, a cambio de un clima más benigno y especialistas de
estómago, no sin antes recorrer la tierra bendita de norte a sur y de este a oeste, saboreando
cada rincón como la primera vez que pisó la Guinea, una mañana de lluvia en el cuarenta y
uno. La cara de angustia de Sara bajando la escala del barco con los pequeños con todo
aquel agua cayendo sobre sus cabezas; los lloros de Chito al ver a “los hombres de
chocolate” como él decía; el mutismo de la niña, tan parlanchina como era siempre, y allí
pasó dos días sin decir ni pío; su preocupación por si se había equivocado al arrastrar a su
familia hasta aquel mundo desconocido, salvaje y lejano, que luego , quién se lo iba a decir,
llegaría a ser su verdadero hogar. Lo llevaba en el corazón y no quería perder la esperanza
de que regresaría para morir en esa tierra en donde fue tan feliz: la tierra prometida.
Llegaron con ella y se fueron con ella, con una lluvia copiosa y densa que calaba la tierra y
las profundidades del océano. Una lluvia que venía como anillo al dedo, para maquillar las
lágrimas que se escabullían de los ojos, recorriendo todo el mapa de la piel de cada una de
los rostros que esa mañana se encontraban en la playa. Una mañana en la que el colorido
del paisaje se había tornado sepia…
- Adiós… adiós… adiós… Hasta pronto… hasta la vista; cuidaos mucho y volved;
os esperamos… no nos olvidéis…
Uno a uno los amigos, que eran muchos, se fueron despidiendo.
395
- Adiós compañero… No tardes mucho en volver, que tenemos una partida de
chamelo* a medio jugar… -el quiebro de la voz de “Ojos de Gato” se perdió en medio del
fragor de la lluvia.
- Me parece que tendrás que buscarte a otro para acabar esa partida… -le abraza
con toda la fuerza de la que era capaz (y era capaz de mucha porque le salía del alma), y en
sus ojos una mezcla de cariño y gratitud, con una pizca de tristeza.
- Adiós, Sara… -la miró y pensó lo mismo que siempre pensaba cuando se cruzaba
con esos ojos azules: que posar los ojos en los suyos era como llegar al final de una larga
escalera de caracol y sentarse en el último escalón: le echas un pulso al corazón y le das
cuartelillo a los pulmones; “Sara irradiaba paz”.
- Pórtate bien Chito… -Sara abraza a su hijo, con un abrazo fuerte, lleno de amor;
de sentimiento de madre. Tiene que ser más profundo y fuerte que cualquier otro porque
ha de compartirlo con su hermana y Tatín, que no han ido a despedirlos. Sabe que la
excusa era la lluvia, pero solo era eso: una excusa; porque en el fondo, la ausencia de su
hija en esa playa no es otra cosa que la falta de valor para decir “adiós” al padre que sabe
seguramente no volverá a ver…
En el hogar, “la Escopetilla” con la niña en brazos, tararea una vieja canción que
había escuchado de los labios de su madre una y mil veces desde cuando podía recordar.
Hablaba de una pastorcilla: “Flor de té” y un gentil caballero… flor de té… flor de té… A través
de la ventana se cuela el olor a tierra mojada y el ruido de la lluvia que estalla con fuerza
contra todo lo que se pone en su camino. Cómo su mano que extiende para centrar la
atención de la pequeña en una madre con su monguito a la espalda, envuelto en un trozo
de popó viejo, cruzando bajo la lluvia el patio del campamento. No corre, porque sabe que
de nada sirve, así que camina sin prisa bajo la cortina de agua, con el niño calado hasta los
huesos, como ella. Por un momento le parece que ha captado el interés de la mujer, porque
ha retrasado su andar al pasar frente a ella, pero solo es un momento, quizá haya sido fruto
de su imaginación, para engañar al aburrimiento o quizá se ha parado realmente pensando
en que la vida igual entiende sobre color de piel, con la mujer blanca y su monguita en el
hogar; y ella y su pequeño, bajo la lluvia. Sí… decididamente, igual entiende de colores, de
colores de piel…
chamelo*: variedad de juego de dominó.
396
12 - Y LO QUE VIVÍ…
- ¿Amas la vida?
- La amo.
- ¿Crees que has nacido con estrella?
- Lo creo
- ¿Qué has deseado toda tu vida?
- Que me quieran.
- ¿Cuál es el recuerdo más triste de tu vida?
- Tengo varios.
- ¿Y el más angustioso?
- Luego te lo cuento.
- ¿Y el más alegre?
- ¡Gracias a Dios no caben en quince gigas!
- ¿Recuerdos dulces?
- Son muchos también…
397
Rula el Cuentacuentos: es su destino. Deambulando por Oriente y Occidente y
circundando la tierra con sus mares; rozando con la punta de los pies las dunas del desierto.
Aupado en un cuerno de la luna, acaricia con sus manos las estrellas. El Cuentacuentos,
que es narrador, fabulista, fantasioso y algo burlesco, le hace cucamonas a la vida y se para
en el borde del abismo; en el linde de lo bueno y de lo malo, embaucando con embustes a
la muerte. Exhausto el cuerpo, precisa un descanso en el sendero que llega hasta el pasado.
Hoy necesita, <<si no es mucho pedir>>, piensa, sentarse en un recodo del camino y ver
pasar la vida por delante. Él necesita: no mirar hacia atrás sino al presente…
Hoy el cuento no muestra hojas amarillas, ni olor a viejo, ni pátina del tiempo,
pero espera que te quedes a su lado. Siéntate junto a él, en un recodo del camino, y mira
hacia delante…
Buenas noches tristeza: ¡hola y adiós! Te alejo de mi vida; hoy te quiero ahuyentar.
¡Da media vuelta y vete! No te soporto más. Deja que el navegante atraviese la mar.
Quiebra el hilo de la desolación que tan bien has sabido anudar al alma del trotamundos; al
maltrecho corazón del Cuentacuentos. Buenas noches tristeza. Hoy te digo: hola y adiós.
¡Hoy voy a contar!
398
13 - ¡GANAS DE VIVIR!
- Titán, Tatín, Titán, Tatín-“Ojos de Gato” jugaba con su hija a cuatro patas por el
piso del comedor. La llevaba a la espalda al más puro estilo del lejano Oeste, mientras el
perro de lanas cabriolaba a su alrededor.
- ¡Papá, papá! Titán se está “modiendo” el rabo… -dice la niña, que había dejado de
espolear las costillas de su padre. El perro daba vueltas y más vueltas en un vano intento de
alcanzarse el rabo, como si de ello le dependiera la vida-. ¡Papá, papá, que el perro, se está
“modiendo” el rabo...!
La actitud del animal había captado todo su interés; ya no le interesaba trotar en su
particular corcel, y “Ojos de Gato” agradeció el extravagante modo de llamar la atención
del bueno de Titán.
- Ven, vamos a leer un poco el Catón -le dice tomándola de la mano y sacudiéndose
las rodillas, enrojecidas por no llevar herraduras. <<Ya no estoy “pa” trotes>>, piensa.
Sentado bajo el egombe- egombe al lado de la casa, con la niña encima de sus
piernas y el catón en el regazo, las vocales se desgranan una a unas ayudadas por los dibujos
del libro.
Remarca con el índice la abeja dibujada en la hoja y la niña le mira pero no contesta;
duda ante el dibujo que tiene delante. No sabe si es una avispa, una abeja, un abejorro…
399
solo sabe que es una “a”, así que acaba diciendo, como siempre: “a”, dejando al lado la
naturaleza del animalito en cuestión
- “A de bicho” -dice la mocosa en un intento de salir airosa, mientras su padre la
mira arqueando una ceja y el índice tamborileando en “el bicho”.
- Muy bien, ¿y esta? -dice parando el dedo en un elefante rechoncho, de orejas en
abanico y rabito escuálido.
- ¡La “e” de elefante! –exclama dando botes sobre el regazo de su padre al tiempo
que se hurga la nariz.
- No te metas el dedo en la nariz, eso está muy feo -la recrimina sacando el pañuelo
del bolsillo impregnado de olor a gasolina y sudor.
- ¡No quiero! –grita la pequeña, al percibir el tufo del pañuelo pegado a su nariz.
- Venga, venga, que ya está…
- “I de iglesia” -una cruz garabateada de azul corona la torre de la iglesia que
aparece dibujada junto a la “i”. “Ojos de Gato” aprovecha la ensoñación de la niña para
pasar al oso alzado sobre sus patas traseras…
- “O” -dice escueta, pasando el dedo de la nariz a la boca.
- ¿Y esta última? -el índice de “Ojos de Gato” se desliza sobre un racimo de uvas y
la vocal.
- “U”, ¡de uvas! –exclama alborozada, aunque no sabe exactamente por qué, ya que
no ha tenido aún la oportunidad de probarlas.
El estridente ruido de un frenazo corta la paz del momento; un par de ladridos
lastimeros y el portazo de la cabina de un camión le dicen a “Ojos de Gato”, que de Titán
solo queda un pellejo reventado por donde asoman las tripas del animal. Su mirada se cruza
con la de José, que inmediatamente toma a la niña de la mano, alejándola de lo que queda
del pobre Titán. Luego un cruce de: “disculpa; lo siento” y “no te preocupes; qué se le va a
hacer… tenía esa manía de cruzarse entre las ruedas y esto tarde o temprano se veía
venir”… Así se fue el pobre animal, sin más. Su marcha la sintieron, porque formaba parte
de sus vidas, hasta el punto en que decidieron no tener ningún otro perro. Solo en su
recuerdo: el viejo Tambor y Titán…
Y pasó el tiempo, y llegaron días de lluvia y estaciones secas. En la bisagra, los
tornados en toda su grandeza, mostrando su lado bello, en esos tintes del cielo; en ese pasar
de la luz a la tiniebla. Y su lado más inquieto: devastando a su paso cuanto se les cruzaba en
el camino. Y por pasar también pasaron cosas buenas y malas, como un amigo que se iba,
400
un familiar que se moría; otra vida que llegaba. Las hojas del calendario Mariano iban
cayendo entre el trabajo, los paseos sin Titán hasta la Misión o hasta el puente de Triana
por donde cruzaba el río Benito, con “la Escopetilla” de una mano y Tatín de la otra, y el
bueno de José. Luego estaba las citas con los amigos a la puerta de la casa al caer el sol; ese
sol que corría a esconderse con prisas al tañido de las seis campanadas del reloj de la
naturaleza, para volver a salir doce horas después, dando paso a la luna linda en un cielo
estrellado o a las noches sin luna en un cielo sin estrellas. Y así pasaron los años.
- Ave María Purísima…
- Sin pecado concebida…
- Perdóneme padre porque he pecado…
- Dime hija mía…
- Evito los hijos…
- ¿Por los medios permitidos por el Papa?
- ¿Qué medios…?
- El método Ogino, hija mía, ¿qué otro medio va a ser…?
- Padre, yo no tengo ni idea del método ese; yo le estoy hablando de… -duda ante
las palabras que tiene que emplear, pero continúa-, “la marcha atrás” y el condón… ¡lo
siento, padre! No sabe la vergüenza que estoy pasando…
- Lo sé hija mía, lo sé, pero no te puedo perdonar, si no cambias de actitud…
- No puedo, padre…
- Pues ve con Dios, pero sin la absolución...”In nomine Pater, et Filii, et Espiritu
Santi, amén”…
En el reloj de la iglesia daban las nueve cuando atravesó el umbral, sin tomar la
comunión. Ni si quiera esperó al “ite misa est”, porque estaba molesta con el padre y es
que, a pesar de la advertencia del misionero, se había acercado al altar; pero al verla él
desvió el cáliz a un lado, indicándole que no había nada que hacer hasta que se bajara del
burro. Todo fue tan rápido que confiaba en que nadie se hubiera dado cuenta de lo
sucedido. Caminaba absorta en sus cavilaciones, con el misal en una mano y la mantilla
negra de tul, todavía sin quitar de la cabeza. Tendría que hablar con Ángel sobre lo que le
había dicho el padre sobre el método ese. Llevaban muchos años, desde que nació Tatín,
evitando los embarazos; no quería más, con el primer parto ya tuvo bastante, así que
sintiéndolo mucho y por encima de lo que le dijera el misionero, no pensaba quedarse
embarazada. Y no era culpa suya si no empleaba el Ogino ese, que por otra parte no sabía
si era un medicamento o… El pitido de un claxon desvió sus pensamientos; luego un
401
frenazo y cuatro improperios a una negra vieja que cruzaba la calle envuelta por el humo de
la cachimba que fumaba con deleite, mientras sujetaba una gran palangana colmada de
buñuelos teñidos de rojo por la fritura del aceite de palma. Un desgastado vestido de flores,
cortado a la cintura, cubría su negra delgadez; y en los pies calzados con barro del camino,
unos dedos grotescos, de piel callosa y áspera como una panocha sin desmochar, se
afianzaban con fuerza al suelo de tierra encharcada. La camioneta siguió calle abajo y la
negra, tras comprobar que la palangana estaba asentada sobre el trapo que llevaba en la
cabeza a modo de almohadilla, sujetó con fuerza, entre los dientes, la pipa. <<Una pipa
horrible>>, pensó Sarita cuando la vio, sin poder apartar los ojos de aquella cabeza de
negro, de enormes y afilados dientes… Un escalofrío recorrió su piel y sus dedos se
aferraron con fuerza al misal. Al llegar al campamento, se cruzó en el Cuerpo de Guardia
con “Ojos de Gato” al volante de la pick-up.
- ¿A dónde vas?
- Se ha muerto Clemente… Voy a la factoría de Montañana a llevar el ataúd y a
darles el pésame…
Ella desvió los ojos hacia la caja de la camioneta, aunque desde donde se
encontraba no se veía nada, solo alcanzaba a ver la cabeza del motoboy. De siempre sabía
que se hacían en las carpinterías de los campamentos, pero ella no se había acostumbrado a
toparse con ninguno cuando alguna vez iba a ver a “Ojos de Gato” allí.
- ¿De qué ha muerto? –en el fondo no quería saberlo, pero podía más la curiosidad
que otra cosa.
- De tuberculosis… ¡Y no me digas que quieres venir, porque no te lo voy a
consentir!, que eres muy aprensiva y miedo me das –replica mirando al cielo; a un cielo
sembrado de pesadas nubes negras dispuestas a anegar todo lo que se les pusiera por
delante. Esperaba el chaparrón de protestas a lo que le tenía acostumbrado, pero,
extrañamente no replicó; ni tan siquiera le dedicó una sonrisa–. ¿Estás bien?
- Solo me duele un poco la cabeza…
- Me tengo que ir. Vete a casa. Un beso ¡y no me esperes para almorzar!
Y le lanzó un beso al aire que “la Escopetilla” no recogió como era su costumbre.
La camioneta se alejó dejando el petardeo del motor, mientras ella cruzaba despacio parte
de la explanada temiendo que le cayera el chaparrón antes de llegar. Caminaba sintiendo
bajo sus pies la delgada capa de verdín, suave y húmedo, capaz de hacer resbalar a
402
cualquiera. Al llegar observó que el pequeño “árbol rojo”, como llamaban al joven árbol del
aguacate que crecía junto al porche, se encontraba vacío. Sus ramas normalmente ocupadas
por los loros de colas rojas y alas recortadas, a fin de que no vieran más mundo que el que
tenían en su particular periferia, habían volado, seguramente, junto a los pequeños
gorriones de plumas negras y amarillas que tenían sus nidos en las tupidas palmeras, al otro
lado del recinto y que extrañamente también permanecían en silencio. En el porche la niña
jugaba con el Babichachi, el muñeco pepón que le habían dejado por reyes y junto a ella,
José canturreaba una canción en su lengua nativa, pegadiza y machacona, a la vez que se
frotaba los blanquísimos dientes con un tierno trozo de rama de hierba Luisa. Le dio un
fugaz beso a su hija y entró en la casa no sin antes decirle al niñero que cuando empezara a
llover metiera a la pequeña. “La Escopetilla” dejó el misal y la mantilla sobre la cama, le dio
unos toques al pelo con las manos y, pellizcándose las mejillas, salió de la casa con el
impermeable bajo el brazo y el color de los tomates de moreno* en sus mejillas.
- ¡Voy contigo! –exclama la niña olvidando el pepón en el suelo, ante la perspectiva
de irse con su madre.
- No ahora no puedes, cariño –le dice tomándole la cara entre sus manos y
plantándole un beso en la nariz. José, no dejes que se moje, vuelvo enseguida… Y dile a
Tobías que lo que haya preparado para el almuerzo lo deje para la comida del medio día,
porque Masa no viene... ¿Se tomó el desayuno?
-¿A dónde vas mamá? ¿Puedo comer cacahuetes?
No llego a oír ni la respuesta del niñero, ni la pregunta de su hija porque un
tremendo trueno ahogó sus palabras, y la de cualquier mortal situado bajo ese paraguas de
tormenta. Cuando atravesó el Cuerpo de Guardia, gruesas gotas como monedas de cinco
duros se estampaban sobre el suelo y en el aire ni un solo trino de los gorriones... Enfiló la
calle en dirección a la factoría de los Montañana; quería darles el pésame por la pérdida,
aunque luego se acordó de que el pobre hombre no era de la familia…: “Realmente lo que
tú quieres es cotillear al muerto, sobre todo porque Ángel te ha dicho que no te acerques a
él”, dijo en voz alta, mientras se echaba, más aún si podía, la capucha del impermeable
hacia la cara. Tropezó en una hondura del suelo que casi le cuesta un tobillo, distraída
como estaba con sus pensamientos. Tenía que hablar con Ángel sobre lo que le había dicho
el padre, del Ogino ese y luego estaba lo de la vieja de la pipa… Un relámpago iluminó el
cielo haciendo que, durante unos segundos, las negras nubes parecieran menos negras y
pesadas. Divisó el seto de hibiscos amarillos que lindaba con la factoría y la camioneta del
campamento aparcada en la fachada principal; Ángel aún no se había marchado, así que
403
tendría que ir con cuidado. Echó a correr hacia un lateral de la casa, decidida a mirar por
cada una de las ventanas que le vinieran al paso. Y entonces fue cuando lo vio, encima de la
cama sobre una colcha de color púrpura, vestido con un traje de chaqueta blanco y unos
zapatos de un negro reluciente con unas suelas a estrenar; como pensadas para pisar el
suelo del Paraíso. Entre las manos un rosario de cuentas negras y, rodeando su cabeza, un
pañuelo blanco para mantener la mandíbula apretada, porque de no ser así el finado se iría
al otro barrio con expresión de asombro o grito ahogado, según se mire. No había ni un
alma con él, a excepción de unas cuantas moscas que revoloteaban en derredor y una
lagartija blanca, casi transparente, paseándose por la tapa de la caja que permanecía a los
pies de la cama. La luz de otro relámpago invadió la habitación, distorsionando el macilento
rostro del difunto, sobresaltándola, al tiempo que un chaparrón de agua lo mojaba todo sin
respetar tan siquiera, el entierro del finado. Echó a correr sin importarle la capucha que
había quedado abandonada al pie de la ventana, no sin antes pararse a mirar hacia la
fachada principal en donde Carmen, que compartía rancho y cama en el hogar de los
Montañana, veía caer la lluvia sentada en la balaustrada del porche con aire aburrido. Sus
pantalones largos y ese aire despreocupado que la envolvía, habían sido la comidilla de
alguna señora intachable que no aceptaba el hecho de que una mujer sola se sentara a la
mesa con un grupo de yuqueros por muy señora de Montañana que llevara la batuta. Y es
que Carmen era mucha Carmen para esa época. <<Ha nacido antes de tiempo>>, pensó
con envidia; porque a ella, le habría faltado valor para llegar hasta allí dejando la seguridad
del hogar… Agitó la cabeza de un lado a otro como queriendo sacudir los pensamientos
que la rezagaban de su huida y, tras echar un vistazo, vio que seguía en la puerta la
camioneta, y apretó el paso. Tenía que llegar antes que Ángel y cambiarse de ropa; no le
diría que había estado allí… Corría llevando en su mente la imagen del muerto en la cama
con el rostro deformado por la luz del relámpago y en el cuerpo un escalofrío deslizándose,
como la pequeña lagartija blanca lo había hecho por la tapa del féretro, al figurarse que el
infeliz le pisaba los talones bajo la lluvia.
Tomates de moreno*: Tomate Sherry. Por lo general no se empleaba para consumir, sino
como simiente.
- ¡Masa! Ven… -la inesperada entrada de Junípero en la oficina le sobresaltó-. La
señora no está bien, tú tienes que venir a ver qué le pasa.
404
Las palabras angustiadas del boy hacen que se levante de un salto de la silla y salga
disparado por la puerta sin pensar en paraguas ni en impermeable. En la mesa, junto a la
maquina de escribir y el papel de calco, un cigarro a medio consumir espera el regreso de
“Ojos de Gato”.
La encontró echada en la cama muy nerviosa y llorando…
- ¿Qué te pasa? –le acaricia la cabeza mientras que con la otra mano le indica al
niñero José, que se lleve a la pequeña.
Entre sollozos le cuenta su aventura vivida esa mañana y cómo había vomitado
sangre en el retrete y él le recuerda que han desayunado papaya; una papaya muy madura,
de un sabor penetrante y color rojo intenso.
- Eso es lo que has vomitado: papaya, es solo papaya… Anda, descansa un rato
hasta que regrese de la oficina y no me gusta decir “te lo dije”, pero: te lo dije; te dije que
no fueras a ver a Clemente, por lo aprensiva que eres y no me has hecho caso… así que es
tu justo castigo, espero que hayas aprendido la lección. Y la besa en los labios y en la
cabeza, cerrando el mosquitero en torno a ella. En el pasillo, Tatín juega con la pelota de
goma en la que hay pintados unos unicornios de colores, al tiempo que José le cuenta
cuentos aprendidos en su niñez; relatados por los ancianos del lugar allí en la casa de la
palabra.
- Cuídala José y que la señora descanse. También se lo he dicho a Junípero…
- No preocupa Masa; todo está bien…
Al llegar a la oficina la lluvia, arreciada por el viento, quiso entrar con él pero no la
invitó a pasar, bastante tenía ya con el agua que llevaba encima. El cigarro se había
consumido cansado de esperar y la máquina seguía muda aguardando a que alguien
presionara sus teclas enormes y grotescas. Él miraba a la máquina y ella le miraba él,
impaciente porque hiciera latir su corazón; esa barra que bailaba por el carril a golpe de
tecla y que al llegar al tope, un sonido agudo y metálico lo avisaba del fin de trayecto. Y así
una y otra vez, la máquina parecía cobrar vida. Ángel se sentó con los dedos en las teclas,
ajustó el papel de calco y el pedazo de metal pareció estremecerse al sentir la tinta del papel
impregnando su barra, pero solo era una ilusión provocada por la insegura fijación de las
patas de la mesa. Encendió otro cigarro, con una de esas cerillas de palo largo y cabeza
gruesa que al prenderse, soltaban aquel olor acre que se pegaba a la garganta si mantenías la
boca entreabierta. La dejó consumir en el cenicero de bronce desde donde una cara de
sonrisa malévola parecía gesticular con el vaivén de la desmayada llama. Le echó un vistazo
al atestado que tenía ante él y pensó en la extraña naturaleza de los negros, que cuando
405
querían venganza no “asesinaban como todo el mundo…”. Se encontró sonriendo de su
ocurrencia… ¿asesinar como todo el mundo? Madre mía, se estaba volviendo mochales
con tanto papeleo y los sustos que le daba “la Escopetilla”. Volvió a mirar el caso: otro más
de Mboeti. A eso se refería, sus vidas se regían por el poder de la brujería y las enseñanzas
de los misioneros. A este, un brujo con poder para someter a mentes muy dadas a la
superchería, de nada le valieron sus rituales a la hora de la venganza. Alguien le asfixió
cuando dormía con tres vueltas de mamba enroscada en su cuello y el resto del animal
descansando como una larga y grotesca estola de zorrillo a lo largo del torso desnudo.
Ahora permanecía enterrado en algún lugar remoto de la selva con algo que le perteneció
en vida, sobre su tumba de tierra virgen, como un escudo protector…
- ¡Masa! Tú venir… señora estar mal… -Junípero, con los pies descalzos y mojado hasta
los tuétanos, entra en la oficina acompañado de una ráfaga de agua y viento.
- Está bien, vete tú delante…
Esta vez salió con impermeable protegiendo… ¿la ropa mojada? Caminaba
pensando en esa tontería seguramente para no enfrentarse a algo más serio… y es que ya
estaba empezando a preocuparse. Cuando entró en la habitación la encontró bajo el
mosquitero: fría como un muerto y bordeando la inconsciencia; apenas se le notaba el
pulso…
- ¡Junípero!
Nadie contestó.
- ¡Junípero! Volvió a gritar avanzando por el pasillo. Un relámpago iluminó las
paredes y la foto enmarcada de Tatín, con su rebeca azul pastel y las coletas sujetas por dos
cintas de cuadros verdes y rojos, que a él le pareció extraña aunque sabía que era la de
siempre. Salió al exterior camino de la cocina pasando por el corredor encharcado. Una
gruesa rama de egombe-egombe se había partido, cayendo sobre el voladizo que
milagrosamente continuaba en pie.
- ¡Junípero! ¡José!
Cayó en la cuenta de que no sabía dónde estaba el niñero con la pequeña y su
angustia aumentó. Desde la puerta de la estancia vio el resplandor de las brasas que salían
por los resquicios de los aros de hierro que soportaban ollas y sartenes, y a su lado el
atizador; de la boca de la cocina por donde se alimentaba el fuego de leña, sobresalía un
grueso tronco a medio consumir. En los fogones ningún guiso se cocía, cosa extraña,
siendo casi la hora de comer…
- ¿Qué hacéis aquí? Y con la niña… -dijo mirando a su hija, abrazada al Babichachi.
406
- Masa… señora estar mal; brujería… han hecho brujería…
- ¡Deja de decir tonterías Junípero! Vete a casa del doctor Gallo y que venga rápido
¡Corre y déjate de tonterías! ¡Y tú José, zumbando para casa con la niña, si no quieres que
te dé tres patadas en el culo! Cogió a su hija en brazos y a empujones los sacó de la cocina.
Echó en falta a Tobías, que por nada del mundo habría abandonado su cocina, pero eso
ahora no tenia importancia. Vio alejarse a Junípero perdiéndose en la tormenta y él pensó
que tal vez no le volviera a ver… Notó el paso rezagado de José y le gritó de nuevo en el
momento en que un tremendo relámpago zigzagueaba el cielo, con la velocidad de una
serpiente dispuesta a saltar sobre su presa. El grito se perdió en el aire.
Un Ford negro y embarrado se paró ante la casa en el momento en que un aguacero
entraba en escena de la mano de una fuerte racha de viento, que a punto estuvo de arrancar
la puerta del conductor cuando esta se abrió. El doctor Gallo corrió hacia la casa con el
maletín de cuero marrón bajo el impermeable negro, que dejaba ver las perneras del
pantalón blanco salpicadas de potopoto y “Ojos de Gato” piensa que, después de todo,
Junípero se ha portado.
- Juan José no sé qué le pasa… -le va contando lo sucedido, mientras avanzan por
el pasillo. Solo se escuchan sus voces y el repiqueteo cansino de la lluvia junto al soplido del
viento. Al pasar junto a la foto de Tatín la mira de reojo, pero esta vez no ve nada extraño
en ella; solo a la pequeña con la rebeca azul y sus coletas con lazos. Entra junto a Juan José
en la alcoba silenciosa y oscura. En la mesilla de noche descansa la socorrida lámpara de
petróleo que agita comprobando si aún queda algo en el depósito de metal. <<Imposible
abrir las ventanas con semejante tormenta>>. La pequeña llamarada deja su huella una vez
más en la tulipa de cristal; es una huella negra provocada por el humo del petróleo, que se
desvanece por la habitación. El blanco mosquitero que protege el lecho le resulta extraño y
de un frío mortal, por lo que se apresura a apartarlo de la cama, que ahora con la silueta de
“la Escopetilla” recortada en ella parece inmensa. Aún permanece vestida con la misma
ropa de la mañana, cuando la vio en el Cuerpo de Guardia, y junto a ella la mantilla negra
de tul y los señaladores repletos de pequeñas medallas de todas las advocaciones habidas y
por haber, que conserva de cuando era soltera. Juan José le toma una mano que cuelga
flácida del brazo, mientras reparan en las gotas de sudor que le perlan la frente y el labio
superior. Bendito sudor que exhala la fina piel de “la Escopetilla”, porque es capaz de
aplacar los latidos del corazón de “Ojos de Gato”. Juan José le habla; le dice que está fría y
que el pulso es débil… Así, sin más medios que su maletín, no tiene forma de saber lo que
le ocurre y le propone trasladarla a Bata, pero sabe que como está el tiempo es imposible.
407
Se miran los dos, sin querer decir lo evidente, y es que lo más probable sea que al día
siguiente tampoco puedan evacuarla aunque amaine la tormenta, porque el estado de las
carreteras… bueno es cosa a la que ya están acostumbrados; acostumbrados hasta que
ocurren este tipo de contratiempos, porque es entonces cuando maldicen su estampa por
habitar en un paraje tan adverso…
Pasan las horas y el viento y la lluvia rompen el silencio que campa por la casa, y él
se ausenta de la habitación para ver a su hija, de la que casi se había olvidado por la angustia
que estaba viviendo. Se asoma al cuarto de Tatín, comprobando que todo está en orden; se
ha dormido, sin cenar, aunque observa que en la mesilla de noche descansa un vaso vacío
de leche y algunas migas de galletas. Agradece infinitamente la atención de José para con la
niña, que se ha dormido sin el beso cotidiano de su madre, así que él la besa dos veces, para
que esa noche no sea huérfana de besos. La besa en la frente y le ordena el embozo, bajo el
mosquitero, amparado por la luz de la lámpara de petróleo que descansa encima de la
cómoda. Y en los ojos de cristal de su oso de peluche, un destello provocado por la llama
de la mecha los hace brillar… Sale dejando la puerta entreabierta y vuelve a la alcoba que
comparten los dos y en donde ahora solo está “la Escopetilla”.
- Hay que esperar…
- Pues vamos a comer algo…
Y en la mesa del comedor, al pan y al vino les acompañan un plato con lengua fría
de cebú y unos mangos maduros. Junípero rellena una botella de agua, en el Sinaí, cuya
porcelana vidriada muestra un amarillo canario con motivos de frutas que no da la tierra.
En el aparador, junto al búcaro de marfil, el maletín del doctor Gallo esperando a su dueño.
Va pasando el tiempo en un ir y venir por el pasillo, y para el alba la tormenta ha
perdido la fuerza, mientras que “la Escopetilla” ha recuperado las suyas. Recostada entre las
almohadas, sorbe una infusión de contrití que Junípero ha hecho para ella. A su lado, Juan
José le toma el pulso que ahora late con normalidad. Ninguno de los tres tiene explicación
para lo sucedido, hasta que entre las almohadas una bolsa del tamaño de una rosquilla de
San Isidro asoma junto al camisón amarillo. En su interior, un dedo de mono seco, quizá el
dedo corazón, y una pequeña hoja medio marchita…
- ¿Y bien? – le pregunta al boy.
- Masa… yo decir, señora con brujería y tú no creer.
- ¿Esto es lo que le ha llevado al borde de la muerte?
- No. Eso ha curado…
- ¿Me estás diciendo que tú lo colocaste bajo la almohada?
408
- ………
- Déjalo ya, Ángel –le dice “la Escopetilla”, con el pensamiento puesto en la negra
de la palangana-, déjalo ya –insiste pasando la vista del uno al otro.
- Masa… eso ser bueno, cortar el poder del brujo…
- Ángel –interviene el doctor Gallo-, yo como hombre de ciencia no creo en esas
cosas, pero en este rincón del mundo he visto algún que otro extraño caso de curación; te
puedo asegurar que pasé mucho tiempo buscando una explicación dentro de lo racional y
no la encontré, así que no le des más vueltas y dejemos las cosas como están.
- Aún así, ¿por qué?
- ¿Has tenido que ver con la secta del Mboeti? -le pregunta, mientras observa la piel
de la cara y los brazos de “la Escopetilla” a la luz de la lámpara.
Ninguno se había dado cuenta de que el sol ya había salido y permanecían con las
ventanas cerradas. Un gallo cantó en el exterior y otro le respondió.
- ¿Abro Masa? –le dice el boy mirando hacia las ventanas.
- Abre -contesta con voz cansada–. Y a tu pregunta… –ahora mira al doctor-, fue
en Evinayong, hace ya años… fue un caso difícil y muy desagradable que viví junto a
Jiranzo; en realidad no
tenía que haber ido yo , pues estaba a punto de coger las
vacaciones, pero el capitán Ronzalves me la jugó…
- Pues, aunque te cueste creerlo hay veces en que esta gente busca el modo de
vengarse. Algún miembro de su familia te la tenía o te la tiene jurada… -a la luz de la
mañana, los cristales de las gafas del doctor se ven salpicados de pequeñas motas de barro.
- No me vayas a dejar eso aquí –le dice al boy.
- No Masa; ya se gastó el poder –y, cogiendo la bolsa del tamaño de una rosquilla de
San Isidro, se la guardó en el bolsillo y salió al pasillo.
- ¿Qué crees que hará con ella?
- La enterrará en alguna parte, eso seguro…
- Quédate a desayunar…
- Gracias, pero sabes que me tengo que marchar; ahora ya no me necesitáis.
Bueno… me iré si aún continúa el coche en la puerta -le dice riendo.
El coche continuaba en la puerta con un papayo en el techo y un buen pedazo de
voladizo cubriendo el portamaletas pero, siguiendo con los milagros, el motor arrancó.
La tormenta había causado estragos, como siempre, estragos a los que ya estaban
acostumbrados como: tejados arrancados, caminos intransitables, árboles extraídos de raíz
y animales ahogados por el agua caída; nada del otro jueves en esas tierras, si no hubiera
409
sido por lo vivido. La tormenta había causado estragos, sí. Pero el mal que con ella llegó,
con ella se lo llevó, cerrando otro capítulo más de sus vidas.
Gelinda.jpg
………La oscuridad la envolvía pero no le importaba, porque para la pequeña Alma el
lugar era cálido y se sentía protegida: la sensación de flotar en una burbuja era agradable.
No sabía quién la había puesto allí, ni por qué, ni para qué. No sabía quién era realmente,
pero tenía claro una cosa: quería seguir donde estaba, no necesitaba más, bueno… si acaso
alguien con quien compartir sus pensamientos. Se sentía tan sola…
- ¡Escucha! -se dijo– parece que oyes algo... -Un sonido grave, de ritmo acompasado,
llegaba hasta ella, no sabía el motivo, pero se sentía felizmente nerviosa-. ¡Ya tengo una amiga!
¡Tengo una amiga! -palmoteó mientras el corazón le latía con fuerza... De pronto se dio
cuenta: su corazón latía al mismo tiempo que eso que escuchaba... - ¿Sería posible? ¿Es que
había alguien más allí? Conteniendo la respiración vuelve a oír el maravilloso sonido, esta vez
con más claridad- ¡Caray! ¡Casi me ahogo! Sí, está claro, hay alguien. ¡Alguien como yo! ¡Qué ilusión!
¿Hay alguien ahí? ¡Holaaa, hooolaaa! –pero la pequeña no recibía ninguna respuesta, solo el
eco de sus palabras rebotando en la burbuja y el latido amigo de otro corazón como el
suyo: toctoc, toctoc, toctoc-. Vale, no te dejes llevar por los nervios y analiza la situación -se dijo,
intentando serenarse-… Que hay alguien más está claro también, y que es mayor que yo no cabe duda,
a juzgar por el potente latido de su corazón... Claro, que tal vez esto último sea la causa de que no se haya
percatado de mi presencia...
410
Y en esas cavilaciones pasaba el tiempo Alma (aunque ella no tuviera ni idea, del
sentido del tiempo); aun así, sabía que algo pasaba, porque cada vez que despertaba de uno
de sus letargos percibía sensaciones nuevas...
Se sentía más fuerte. Su corazón, como un potrillo desbocado, hacía: toctoc,
toctoc… y ella quería saltar y brincar en su burbuja mágica; es más, ya no le importaba que
no contestara a sus preguntas. Lo único que en realidad necesitaba era sentir que no estaba
sola:
- Ya me dirá quién es cuando el aburrimiento pueda con ella. ¡Entonces, igual no le contesto! y me
quedo inmóvil, haciéndole creer que ya no estoy en la burbuja… -y con ese “come cocos”, Alma se
quedó dormida, soñando con minúsculos seres como ella, que desde sus burbujas le
sonreían y le hablaban desapareciendo así esa sensación de soledad: toctoc, toctoc, toctoc,
latían al unísono los pequeños corazones como el suyo... Toctoc, toctoc, toctoc, contestaba
ella feliz...............
…………- ¡Que no puede ser! ¡Que se han equivocado! ¿No decías, que el método Ogino
era seguro? ¡Pues estoy embarazada! –“la Escopetilla” lloraba desconsolada. Los intentos
de “Ojos de Gato” por calmarla, eran en vano...
- Chiiiisss, chiiiisss… cálmate… sabes que te quiero -le decía al tiempo que le
secaba con el pulgar las lágrimas que resbalaban por sus mejillas-. No es tan malo. Piensa
en Tatín, ya tiene cinco años y sabes que se siente sola aquí, en Niefang; no tiene a ningún
niño con quien jugar. Se pasa el día entre animales y eso no es bueno para ella.
- ¡No quiero! Lo pasé muy mal con Tatín. Me costó mucho traerla al mundo; tú
sabes que casi me muero, es más, hasta ella estuvo a punto de morir, ¿te acuerdas? ¡Lo dijo
el médico! –exclamó convencida de que le daría la razón.
- Estoy seguro de que Dios lo quiere así. Como dice el refrán: el hombre propone y
Dios, dispone... Y ya ves, ha pasado por encima del Ogino tan campante. ¡Tendremos un
niño precioso! Porque será niño, ¿verdad? Se llamará Ángel, como yo, y cuando camine lo
llevaré a la carpintería, le enseñaré a tallar y, lo más importante, conmigo aprenderá a leer.
No podía creer lo que estaba oyendo. ¡Hasta dónde llegaba el egoísmo de su
marido! ¡Malditos hombres! Ella muerta de miedo ante la perspectiva de un parto y él
haciendo planes con ese bebé que no deseaba… y todo porque lo había escrito todo al
revés. La verdad era que no sabía si Ángel se había hecho un lío con eso de las ovulaciones
411
o como se dijera, o fue su compañero La Chica el que se lo explicó mal… ya daba igual, la
realidad era que estaba preñada y eso no tenía vuelta de hoja, ¿o sí?: <<Míralo por el lado
bueno, así el padre misionero te dejará comulgar…>>.
- ¡Vamos a decírselo a Tatín, se pondrá muy contenta!
- ¡Ni se te ocurra! Todavía no, prométeme que no le dirás nada; dame tiempo.
Tengo que tranquilizarme, ¿harás eso por mí? –le dijo mientras le besaba en los labios. Pero
“la Escopetilla” ya tenía decidido lo que iba a hacer: no traería a ese hijo al mundo, no
estaba dispuesta a pasar por lo mismo otra vez, así que haría lo imposible por librarse del
bebé.
Sentada en la cama, se quedó mirando a través de la ventana los últimos rayos de
sol que se filtraban entre las hojas de las palmeras al caer la tarde; era casi un lujo pues en
periodo de lluvias no se veía todos los días. Le gustaba contemplar ese momento; escuchar
los trinos de los pequeños gorriones que las poblaban, sus idas y venidas a esos árboles en
los que tenían el hogar… Sin quererlo, rememoró aquella tarde en el Montilla, junto a
Ángel; en cómo le había dicho: “no quiero hijos” para comenzar una nueva vida. ¡Tenía
gracia! Ahora se encontraba embarazada por segunda vez. Pensó en su marido, el pobre, en
realidad no tenía la culpa de nada; y si lo pensaba bien, lo que había tenido era mucha
paciencia con ella, por eso le quería: por su ternura, por su comprensión… Sabía de
muchos casos en que la ternura y la comprensión brillaban por su ausencia, y que a la pobre
que le había tocado un energúmeno así no le quedaba otro remedio que aguantar. ¡Dios
mío! ¡Si no fuera por este contratiempo!... Y de nuevo se echó a llorar...
Se levantó de la cama, decidida a acabar con el problema: tenía que abortarlo,
Estaba ya de tres meses y no podía esperar más.
- Ahora o nunca -exclamó en voz alta.
………¿Qué está ocurriendo? Los latidos amigos ya no van al compás de los míos, son más acelerados y
además percibo algo que no me gusta… Tengo miedo y ya no me siento protegida en la burbuja… mi
silenciosa amiga está inquieta… ¡Cuidado, qué haces! ¡Me estoy asfixiando! No sé por qué, pero me he
dado cuenta de que necesito de ti para vivir, así que respira tranquila, ¿vale? Haciendo acopio de todo
el valor que albergaba su diminuto corazón Alma se parapetó, con fuerza, en un rincón de
la burbuja. De repente, todo su hogar comenzó a temblar como si se tratara de un
terremoto. <<No sé lo que es un terremoto>>, pensaba Alma, <<pero a mi cerebro ha venido esa
idea y así se queda...>>.
412
………- ¡Sal, sal de una vez! “La Escopetilla” pegaba botes por toda la habitación
desesperada, salió corriendo hasta el cuarto de su hija y rebuscó entre sus juguetes; buscaba
la comba con la que la niña pasaba tanto tiempo saltando. Regresó a la alcoba y cerró la
puerta con llave. No se lo pensó dos veces… comenzó a saltar: uno, dos, tres... dieciocho,
diecinueve... Ya no podía más ¡nada, no pasaba, nada!
………Alma estaba muy asustada, los latidos del corazón de la que creía su amiga,
retumbaban con tal fuerza que le causaban dolor en sus diminutos tímpanos. Se tapó los
oídos con las manos mientras gritaba: “¡Para, para!”. Todo lo veía borroso porque de sus
ojos salía, sin poder evitarlo, un líquido que resbalaba hasta llegar a la comisura de los
labios, al pasar la lengua por ellos lo encontró: ¿salado? De nuevo tampoco sabía por qué le
había venido esa idea a su mente.
………Corrió hacia la cocina en busca de la botella de vinagre, aferrándose a ella como un
bebé a un biberón. El vinagre se deslizaba por su maltrecha garganta, mientras que por las
mejillas las lágrimas resbalaban a borbotones fundiéndose con el agua del grifo del
fregadero. A continuación puso la cafetera al fuego: le habían dicho que una taza de café
muy concentrado, con un par de cucharadas de sal, además de cortar una buena borrachera,
hacía milagros con problemas como el suyo, pensó, mientras echaba en un tazón dos
cucharadas colmadas de sal.
- ¡Dios mío, qué asco! -exclamó, conforme se tragaba el nauseabundo líquido. Unas
fuertes arcadas le llegaron desde la boca del estómago, pugnando por salir como la lava de
un volcán en erupción–. No sé si esto acabará con el problema, pero de lo que estoy
segura es que me va a dar una colitis galopante –y diciendo esto, volvió al dormitorio y se
tumbó en la cama. Estaba pálida, cansada y un sudor frío bañaba todo su cuerpo, pero aún
tuvo fuerzas para tragarse un buen montón de aspirinas. Se quedó dormida...
………Mientras, la pequeña Alma estaba acurrucada en un rincón de la burbuja, casi sin
fuerzas para seguir viviendo. Respiraba con dificultad y se encontraba muy mal con todos
aquellos potingues que se habían introducido en su organismo: y eso, que ella había
intentado esquivarlos agitando su diminuto cuerpo, con todas sus fuerzas. Hasta había
413
dado varias vueltas alrededor de ese cordón al que, hasta ahora, había permanecido
agradablemente unida:
- Corazón amigo... Amiga... amiga... ¿Me oyes?, soy yo… Alma -con un hilo de voz casi
imperceptible, la diminuta Alma intentaba comunicarse con quien le estaba haciendo daño¿Por qué, me haces esto? Si al menos supiera el motivo… Háblame, aunque solo sea para decirme por qué
no me quieres a tu lado -...y Alma entró en un letargo, mitad sueño, mitad inexistencia...
………Durante dos semanas intentó de mil descabelladas maneras terminar con ese ser
que se empeñaba en vivir en su interior. Se aferraba a la vida a pesar de la huelga de hambre
que había hecho. Irritada, se miró en el espejo de la cómoda. Estaba muy pálida y el
contorno de sus ojos se encontraba maquillado por profundas ojeras, de un color violáceo,
que le daban un cierto aire de melancolía...:
– Parezco “la dama de las camelias” -le dijo a la imagen que tenía reflejada ante el
espejo-. He perdido mucho peso y me siento débil, pero lo que realmente me duele es
haber tenido que mentirle, diciéndole que a veces, esto era normal en los primeros meses
de embarazo.
La plantación de café Casajuana, que rodeaba la pequeña ciudad de Niefan dejaba
escapar de los cafetos en flor un penetrante aroma que se filtraba por todas y cada una de
las casas, que envueltas en él parecían gigantescos saquitos de olor, como los que se
guardan con romero o lavanda en su interior para perfumar los cajones de cómodas y
armarios. Esto era lo que “la Escopetilla” le había escuchado decir a su madre, en tiempo
de los cafetos en flor y tenía razón: <<delicioso aroma>>, pensó, aspirando el aire con
gula, mientras sus ojos se recreaban en la puesta de sol que hoy le parecía más bella que
nunca, al contemplar el vuelo raso de los gorriones de plumaje negro y amarillo, y los
últimos rayos de luz, ensartados entre las hojas de las palmeras. <<Es curioso, pero el
principio y el fin de esta absurda lucha ha sido marcada por la puesta de sol…>>. Volvió a
recordar a su madre, tan abnegada y derrochando aquel amor por sus hijos a espuertas, y
sintió una punzada de vergüenza en su interior porque estaba muy lejos de su generosidad
como madre; quería a Tatín, cómo no la iba a querer, y empezaba a sentir amor por aquel
ser que llevaba dentro, pero sabía que nunca podría estar a su altura. Y es que estaba claro:
o se tiene el instinto maternal o no se tiene, y de eso ella tenía poco, pero hasta el punto de
lo que había llegado a hacer… Sintió la necesidad de pedirle perdón a Dios por todas esas
locuras que había cometido, y con ello, su corazón encontró la paz que había perdido...
414
………. - ¡Hooolaaa! ¡Hooolaaa! ¿Hay alguien, ahí?
……… -Sí cariño, estoy aquí –se encontró hablándole a ese “bebé Ogino” que crecía en su
interior y deseó con todo su corazón no haberle causado dolor-. ¿Sabes quién soy? Soy tu
madre; no tengas miedo… ya pasó todo… ahora duérmete mi pequeño Ángel, no temas
nada, que tu madre te cuida.
………- ¿Pequeño Ángel?, ¿pequeño? ¡Eh! ¡Que soy una niña! ¡Yuuujuuu! ¡Hola, hola! ¡Soooyyy, una
niiiñaaa!
............- ¿Qué te ocurre? –un brillo extraño asomaba a los ojos de “la Escopetilla”.
- Lo siento….
- Si no es tan fiero el león como lo pintan… -le dice, acariciándole el vientre. Yo
sabía que acabarías queriéndole; lo sabía “Escopetilla”… Y ahora, ¿se lo decimos a Tatín?
La niña, con la cabeza afeitada daba saltos de alegría; la cigüeña llegaría, en su
momento, de París dejando en la puerta de casa un hermanito para jugar. A sus cinco años
no sabía ni por qué le habían afeitado la cabeza dejándola como un huevo de avestruz, ni
dónde estaba París, ni cómo un pájaro podía apañárselas para llevar bebés de un lado al
otro del mundo; y no era por los bebés, que al fin y al cabo en ese lugar debían haber
muchos, sino que no entendía cómo podía hacer el nudo del pañuelo en donde se supone
que viajaban los niños. Con el salacot, bailándole de un lado a otro de la cabeza, corría en
derredor de sus padres, con la alegría propia de su edad. “La Escopetilla”, con aire de
disgusto le quita el salacot pasando la mano por la cabeza de la pequeña.
- Yo creo que nos hemos equivocado al afeitarle la cabeza… no creo que le salga el
pelo más fuerte por eso…
- Bueno, no importa, lo habremos intentado -comenta colocándole su salacot,
demasiado grande para la pequeña, hasta el punto en que solo dejaba ver la punta de la
nariz.
Dieron la buena nueva a los amigos y a la familia con un par de telegramas, y
brindaron con limonada los tres sentados en el porche frente al árbol del aguacate, en
donde los loros de alas recortadas se afanaban por ocupar un sitio, en las ramas del joven
árbol.
415
- Masa; Expedito venir con las pieles…
El guardia asomaba la cabeza por la puerta de la oficina, con el mosquetón al
hombro sobre la capa aguadera y el tarbús en la mano.
“Ojos de Gato” levantó la vista del escrito que estaba pasando a máquina y se
quedó mirando al guardia. Estaba más que harto de decirles que el tarbús no debían
quitárselo de la cabeza, ni llevarlo entre el correaje, ni olvidarlo en cualquier sitio, ni
siquiera en la mano, como ahora lo llevaba éste. Pero no había manera, igual que los
mosquetones. <<Cuántas noches había hecho una ronda por el Cuerpo de Guardia y les
había quitado las armas, sin que se enteraran por estar dormidos como ceporros, para
devolvérselas al día siguiente, con un par de patadas en el trasero y vuelta a empezar>>.
- Anda dile que venga…
Expedito se quedó parado ante la puerta de la oficina, con su rifle entre los brazos
desnudos y ni una sola palabra en los labios. De su rostro casi inexpresivo, se hubiera dicho
que era de cartón piedra si no fuera por la media sonrisa que en él se dibujaba cada vez que
se veían. Cinco años había tardado en ganarse su confianza; los cinco que llevaba en
Niefang. Lo conoció en un servicio que le llevó hasta Río Campo, el pequeño pueblo que
tomaba el nombre del inmenso río, en el límite con Camerún; Expedito le regaló unas
cuantas pieles y él, a cambio, le dio otras tantas cajetillas de cigarrillos. Desde entonces un
extraño vínculo se había entablado entre los dos. En cualquiera de sus destinos aparecía
cada cierto tiempo, cargado con un fardo de pieles y el rifle al que había forrado la culata
con esa misma piel, descansando en uno de sus fuertes brazos. Lo miró desviando la vista
de su pierna enferma. El cazador de cocodrilos era un hombre fornido, que hubiera
impresionado por sus dimensiones de armario ropero, si no fuera por el grave problema de
salud que padecía; y es que la elefantiasis había causado estragos irreversibles en su pierna,
desfigurándola grotescamente.
- ¿Qué te trae por aquí…?
El hombre se apartó de la puerta con el fatigoso paso de un reo condenado a
cadena y bola para el resto de sus días. Y no era para menos, con aquella pierna
paquidérmica de piel gruesa y áspera, acabada en un pie pesado y plano, en donde el verdín
había arraigado entre los dedos. Era algo que no creía que tuviera explicación lógica, pero
ahí estaban los dedos del pobre Expedito, criando verdín. Aún con la elefantiasis a cuestas,
era el mejor cazador con el que se había topado en el tiempo que llevaba en esas tierras; no
había obstáculo para esa pierna a la hora de dar caza a los cocodrilos; el río no tenía
416
secretos para él. No existía recodo del río, ni roca, ni bajante que se le resistiera, y por
supuesto sabía esperar a que el bicho se adormeciera sobre una roca al calor del sol.
- Masa Ángel… -dijo apoyando el rifle en la pared.
Era el único negro que le llamaba por su nombre y, aunque había pasado el tiempo,
siempre le sonaba como si fuera la primera vez.
- ¿Qué pasa Expedito? ¿Cómo va todo? –le dice mientras le larga un cigarrillo.
De un bolsillo del viejo pantalón corto, y exageradamente ancho, saca el pequeño
envoltorio de piel en donde siempre llevaba la caja de cerillas y, cogiendo una la frota
contra la piel callosa y áspera de su pierna, mientras “Ojos de Gato” observa el pantalón
propio del negro de Nigeria. Después de darle dos caladas profundas al cigarrillo, desarma
el fardo que al abrirlo despide aquel olor que tanto le desagrada de las pieles a medio curtir
y, extendiendo dos en el suelo, le pide que las examine; los bichos debieron ser enormes, a
juzgar por el tamaño de las pieles, y así se lo dice. Expedito dibuja esa media sonrisa que
tan bien conoce, a la vez que se palmea la monstruosa pierna.
- Está bien; las dos pieles por, esto -le dijo sacando de uno de los cajones de la mesa
seis cajetillas de cigarros Camel.
Ni siquiera sabe por qué ha entrado en ese juego, en el que Expedito le cambia un
par de pieles o más, según le dé, por unas cuantas cajetillas de tabaco cuando luego no sabe
qué hacer con ellas; malolientes y a medio curar… no había conseguido salvar ninguna de
los gusanos, pero le daba reparo decirle que se acabó el trato, un trato que por otra parte
nunca se pactó; simplemente ocurrió.
- Un día tu venir conmigo, Masa Ángel, a cazar cocodrilo, en río…
- Tal vez un día, Expedito… tal vez algún día…
Lo vio alejarse bajo la lluvia con el rifle al hombro, el fajo en la cabeza y su
elefantiasis a cuestas, y pensó en lo dejados de la mano de Dios que estaban, tan lejos del
mundo civilizado. Se acordó del pobre Llaurador y la tse-tsé; del episodio de brujería que
habían vivido y que él prefería seguir pensando que todo fue causa de lo terriblemente
aprensiva que era “la Escopetilla”… y se dio cuenta una vez más de lo expuestos que
estaban a todo lo irracional y racional que pudiera afectarles en esa tierra; en los precarios
medios que tenían para solventar ese tipo de problemas: el paludismo… la elefantiasis… la
mosca del sueño… el Mboeti… más de una vez se había planteado pedir destino a la
Península, pensando en la familia que había formado, pero algo más fuerte que la sensatez
le retenía en ese lugar, y es que Guinea le había embrujado, desde el primer día en que puso
el pie en la isla…
417
La portezuela que daba paso al cercado, vieja y descolgada, permanecía en su
puesto, aun teniendo la madera agujereada como un queso de gruyere por los clavos que,
inútilmente, su cuidador se afanaba en hundir entre el tablaje. Quiso esquivar el más viejo y
retorcido, que servía de atadero para la cuerda de melongo que la sujetaba, pero el
impermeable se le enganchó, agujereándose. En la cara de “la Escopetilla”, se dibujó una
mueca de disgusto.
- Celestinooo –llamó al tiempo de cambiar de mano, la pequeña cesta en la que
colocaba la puesta del día de las gallinas.
Una parte de la falda de amplio vuelo se le enganchó en un rosal, que crecía
despreocupado junto al sembrado de maíz, haciéndola retroceder. Estaba harta del dichoso
clavo, pero más aún lo estaba de su estupidez, porque siempre caía en lo mismo. Con aire
de disgusto estiró del elástico que fruncía la falda a su cintura y se pasó la mano por la
marca rojiza que le había dejado en la piel. <<Con Tatín me puse gorda, pero con este
bebé, ya voy a parecer un pez globo>>, pensó. Volvió a llamar al hombre de la huerta,
poniendo cuidado con cada paso que daba para no ensuciarse demasiado los zapatos
blancos que había estrenado.
- Solo a mí se me ocurre meterme con este calzado aquí… ¡Celestino!
Un hombre joven vestido con harapos, que regaba un surco de tomateras con una
lata grande y herrumbrosa en la que aún se podía leer a lo largo de su redondez: “Sardinas
en aceite de oliva de las rías gallegas”… El nombre de la fábrica de conservas simplemente
había desaparecido con el paso del tiempo a la intemperie. Levantó la vista al tiempo que se
secaba el sudor de la frente con el dorso de la mano y sonrió a “la Escopetilla”. Su piel
brillaba a pesar de que el sol de la mañana se había camuflado entre las nubes, resaltando
los tendones fibrosos de los brazos y piernas del preso, al que una larga condena, por
asesinato, lo tenía atado a la cárcel.
- Celestino… -volvió a llamar.
No comprendía cómo podía sonreír cuando la mitad de su vida pertenecía a la
cárcel. No era el primer caso ni sería el último que se diera en esa tierra: los presos parecían
felices con ese modo de vida… eran felices, al menos los que había conocido, y había
conocido unos cuantos, con techo y comida. Y si les tocaba cuidar la huerta y el corral,
418
cosa que por lo general era así, ya parecían estar en el séptimo cielo. El hombre le indicó
gesticulando la pequeña tabla de alubias que había plantado hacía un mes. Las flores
moradas salpicaban las hojas, de un verde intenso, mordiscadas por los caracoles de
caparazón duro y cuerpo frío y meloso.
- Está bien… ya sé, ya sé… -la mudez del hombre no era obstáculo para
entenderse-. Quieres azufrar las matas antes de que los malditos caracoles acaben con
ellas…
Celestino sonrió dejando ver unos dientes blancos entre las encías del color de las
branquias de la barracuda más fresca y rogó porque no abriera la boca; esa boca sin lengua,
que fue arrancada casi de raíz, en una reyerta según le contó “Ojos de Gato”. Caminaban
entre el sembrado: él con la despreocupación que da el no calzar otra cosa que unos
zapatos viejos de vestir de su marido, y ella con el fastidio de estropear los que había
estrenado esa mañana. El agradable olor que despedían las tomateras dobladas por el peso
de los tomates rojos y carnosos, se pegaron a las pituitarias de su nariz, provocándole una
sensación de desmayo. Se dio cuenta de que le había entrado un hambre canina y la culpa la
tenía el embarazo… Un abejorro zumbó a su alrededor, hasta que el hombre joven lo
aplastó entre las palmas de las manos dando fin a su existencia, para luego limpiarse el
pringue del bicho escachado en la culera trastejada de los pantalones. “La Escopetilla”
enfiló el pequeño sendero que llevaba hasta los semilleros, junto a un pedazo de tierra en
donde unas cuantas cajas de madera habían cambiado el buen vino que en su día
albergaron,
por sementeras, en donde unos frágiles brotes de pimientos, tomates y
lechugas, crecían a la sombra de media docena de naranjos y limoneros, bajo la mano
experta del singular hortelano, que se esforzaba en mantener a raya, caracoles y babosas.
Celestino tomó una lata con un sinfín de agujeros en la base, que el hombre había
perforado a modo de regadera y, sumergiéndola en un bidón con agua la sacó al instante
para dejar que escurriera como lluvia fina sobre los brotes. Y así, una y otra vez iba de
bidón a sementera y de sementera a bidón. “La Escopetilla” lo observaba, pensando en
cómo un hombre que no había dudado en segar la vida a otro de su especie ponía tanto
ahínco en conservar la que bullía en la huerta. <<Es todo un misterio>>, pensó. El preso
seguía con su labor y ella se acercó a la pequeña plantación, si a eso se le podía llamar
plantación de piñas, en donde la fruta madura asomaba por entre las verdes hojas oblongas
y de filos punzantes. Había escuchado más de una vez que a las serpientes les gustaba
rondar por entre las piñas para succionar el jugo de los frutos, así que, como siempre,
caminaba entre las filas de plantas asegurando muy bien dónde ponía el pie. Divisó un par
419
de hermosas piezas listas para comer; le habían enseñado a distinguirlas por el penacho de
hojas que coronaba la fruta. <<A la vista las hojas tienen que estar ajadas y mustias,
desprendiéndose con facilidad de la piña…>>. Su perfume era embriagador; tanto, que le
hubiera gustado tener un perfume con esa fragancia. En un ángulo de la huerta, una cabra
asomó la cabeza por una grieta de la tablazón, mostrando unos dientes bien dispuestos a
rumiar un flanco de las tomateras hasta donde su cuello diera de sí. Con los ojos del color
del caramelo y tan saltones como dos huevos de paloma a medio formar, exploraba el
panorama que tenía a su alcance: ¡todo un mundo de aromáticas hojas verdes la esperaban!
Emitió un balido y una lengua húmeda y oscura rozó las hojas de una de las plantas, como
testando el sabor, para después, con un chasquido de dientes comenzar con su particular
poda. Otra cabra se acercó a la primera batallando por meter también la cabeza por la grieta
sin conseguirlo, y luego llegó otra y otra… balando desesperadas por alcanzar las tiernas
hojas. Un poco más allá, un viejo cabrón envestía contra el joven maizal, que “la
Escopetilla” había plantado junto a Tatín.
- ¡Celestino! –llamó fastidiada, sin dejar de escudriñar el terreno, incómoda por el
tema de las serpientes. Pero el hombre dejó las sementeras para espantar a las cabras,
haciendo caso omiso a “la Escopetilla”, que se había quedado rezagada en mitad del
sembrado de piñas-. ¡Celestino!
De la garganta de Celestino salió un sonido extraño, y de su cuerpo tales
aspavientos que las cabras abandonaron la tablazón, perdiéndose en el terreno.
- ¡Celestino! -la testarudez del hombre la sacaba de quicio, <<más terco que las
cabras>>- ¡esa la arrancas! y me coges esta y esta… ya sabes; en cuanto puedas las llevas a
casa…
Avanzó unos pasos primero con la vista perdida en los cafetales, donde solía ir a
parar una parte de la piara: la otra tenía sus preferencias entre los restos de apósitos,
algodones y otras inmundicias que salpicaban los alrededores del hospital. No comprendía
cómo se las apañaba Lucrecio, el preso encargado del corral, para hacer que todos
volvieran al redil, campando como campaban a la buena de Dios, pero así era, cada
atardecer y antes de ponerse el sol, los animales volvían a estar cada uno en su lugar. Tras
esquivar el viejo clavo que sujetaba la cuerda de melongo, cerró la portezuela tras de sí, y se
quedó mirando el barro pegado a la puntera de sus zapatos. Una gallina cruzó despavorida,
perseguida por un gallo de plumas marrones y blancas, y una cresta marcada de cicatrices,
prueba de su carácter bravucón. En la carrera olvidaron una parte del plumón que con
tanto celo cobijaban bajo el plumaje de guerra… A punto estuvo de pisar a un pequeño
420
pato, rezagado de la madre pata que paseaba con su prole al margen de todo cuanto pasaba
a su alrededor. Y una cabra, de mirada entupida, se afanaba en mordisquear el tronco del
banano que crecía en mitad de aquel alboroto. En el gallinero, unas cuantas gallinas
cloquearon desde sus ponederos en protesta por la intromisión de esa humana que cada día
les robaba los huevos que con tanto esfuerzo ponían; bueno unas cuantas gallinas y
“Hilda”, el tucán que un día Lucrecio recogió del suelo del corral. La encontró bajo el
banano con un ala rota y el cogote desplumado. Desde entonces el animal pasó a formar
parte de sus vidas haciendo lo que le venía en gana, como ahora que estaba “ella”; aunque
en realidad no sabían de su sexo, empollando cualquier objeto que se le hubiera antojado,
eso sí, solo tenía que brillar un poco. La espantó llamándola por su nombre y Hilda se
movió de mala gana dejando a la vista un botón dorado de un uniforme, al que estaba
cuidando con esmero. No se lo quitó, al contrario, la llamó con voz suave, para que volara
hasta su hombro y el tucán la obedeció. Era un bello animal, de plumaje negro, mirada
provocativa y con un pico espectacular, al que habían tomado cariño. El bicho les había
causado problemas, más que otra cosa, pues era muy dado a lo ajeno siempre que brillara.
Se acordó de Carola y Okiri con tanta ternura, que en su garganta se formó el nudo de la
emoción.
- A tu sitio, Hilda -le dijo al tucán, moviendo el hombro para que volviera al
ponedero. Y Hilda regresó junto al botón, ahuecando las plumas como la mejor de las
gallinas ponederas. Se alejó del corral sorteando como pudo el lodazal formado por la
lluvia, en derredor del cercado, con una mano aflojando el elástico de la cintura. Estaba ya
de ocho meses y la barriga la tenía tan tensa como la piel de un tambor, causándole una
tremenda picazón. Los pechos hinchados le molestaban y las piernas le pesaban. Un dolor
permanente en los riñones la hizo pararse, se llevó la mano a la parte dolorida y, resoplando
como la locomotora del ferrocarril de Bikaba, se alejó del corral. Al llegar junto al árbol
rojo, un repelente olor le provoco una arcada. Su nariz reconoció al instante el desagradable
tufo, que venía de las pieles de cocodrilo extendidas junto al árbol del aguacate. <<Mira
que le he dicho mil veces que no las deje aquí>>, musitó. Cruzando el porche con paso
apresurado, entró al comedor en donde un apetitoso olorcillo a tortilla de patatas y
pimientos fritos azuzó su estómago. En el reloj con pie de ébano y marfil, que “Ojos de
Gato” talló una vez en Evinayong, las agujas marcaban las diez, así que fue a despertar a
Tatín. Abrió la contraventana asegurándola con el listón y, a través de la fina tela metálica
vio a “Ojos de Gato” acercarse a la casa, como cada mañana, fiel a su cita del desayuno. Se
volvió hacia la cama de su hija y levantando el mosquitero contempló el dormir de la
421
pequeña, vestida con su pijama de cuadros azules y rosas. El tiempo había transcurrido en
un pispas y le pareció muy lejano el día en que se amaron en aquella habitación del
Montilla… Estaba claro que “el hombre propone y Dios dispone”, y ella había aceptado su
designio, tras rebotarse contra esos designios… Volvió a mirar a Tatín y un sofoco de
vergüenza la invadió al mismo tiempo que el ser que llevaba dentro se movía a un lado del
vientre empujando con fuerza sus costillas.
La vida pasaba rápido. Era feliz junto a Ángel, que en todos esos años que llevaban
juntos, no había dejado de amarla, ni ella tampoco a él.
- Despierta Tatín, que es la hora de desayunar y papá ya ha llegado -en realidad las
diez era, para ellos, la hora del almuerzo; una costumbre muy de Guinea porque la gente se
levantaba con el sol y a esas horas había que meter algo consistente en el estómago hasta la
hora de comer, “con mesa y mantel”. Cómo tiene que ser.
- ¿Cómo está mi nena? - Tatín volaba, en brazos de su padre como si estuviera en
un tiovivo, agarrada al Babichachi.
- ¿Qué tal amor? -le pregunta con un beso fugaz en los labios.
- Cansado y con hambre –y su mano reposa en el vientre de “la Escopetilla”.
- Hoy ha llegado carta de Chito.
- ¿Y cuándo vuelve?
Estaba preocupado. Desde que se fue de vacaciones a España, el negocio de su
cuñado no marchaba bien. “Ojos de Gato” le había advertido de que no había acertado con
el socio y sabían de sus tejemanejes con las factorías y los camiones de yuca. En sus cartas
le hablaban sobre la conveniencia que regresara y arreglara el lío que tenía, pero por lo que
les había contado en una de las suyas, se había enamorado de una muchacha y no tenía
oídos para nada más.
- En el Dómine; dentro de un mes. Y viene casado…
“La Escopetilla” deja el tenedor en el plato y lo mira fijamente. Sus padres habían
luchado mucho por darle una seguridad a su hermano, y le montaron una factoría, la que
con el tiempo le dio para abrir otro establecimiento y otro y otro…; hasta se aventuró en la
movida del transporte de la yuca. Ahora volvía casado y lo más probable, arruinado…
- No te preocupes, saldrá adelante. Ya lo verás…
Y llegó casado con una bella muchacha andaluza, menuda, morena y de piel canela;
de ojos grandes y oscuros, a la que conoció en una noche de feria. Maruja se llamaba, y
venía embarazada de seis meses con la ilusión de una nueva vida, como todos, lejos de la
oscura posguerra…
422
La despedida fue triste, como siempre que se iba cualquiera de los “europeos” del
lugar en donde se encontraban; eran muy pocos y la falta de uno se hacía notar. A Juan
José, el doctor Gallo, lo habían trasladado al hospital de Bata. No era una despedida larga y
mucho menos definitiva, pues en ese punto de la tierra, las vueltas que daba la vida eran
cortas, y tarde o temprano las personas que formaban la comunidad blanca, volvían a
encontrarse. “Ojos de Gato” lo sabía, pero su partida le afectaba quizá más de lo normal,
por lo acontecido en aquel día de tormenta. Aún hoy, cuando revivía aquellas horas, un
nudo de angustia le agarrotaba la garganta. Y tras la despedida, el alegrón de volver a
compartir las buenas y malas horas con Anselmo y sus excentricidades. Llegó con una
Tierra de pelaje cano y descolorido; de tetas descolgadas, por tanto cachorro amamantado,
y con Viento, un hijo de Tierra, fruto del encuentro casual con un perro sin dueño ni
abolengo, una noche de desenfreno. También había echado en la saca la escopeta de caza,
el maletín de cuero y un Amadís de Gaula tan manido, que algunas hojas se habían
desprendido del lomo. Apareció una tarde junto al árbol rojo, a la caída del sol acompañado
de Tierra y Viento, cuando ya se había ahogado el runrún de los talleres y las máquinas de
escribir se encontraban arropadas bajo sus fundas. Plantado allí junto al árbol del aguacate,
con aquellos pantalones cortos tres tallas mayor, con los pies calzados en unas sandalias
muy al gusto de los nigerianos y la camiseta calada, a lo” calabar”; habría pasado por uno de
ellos de no ser por el color de la piel. Charlaron sobre las cosas de Guinea e intercambiaron
noticias de esa España tan lejana y tan querida, recordando alguna calle, algún café y alguna
esquina de una ciudad; de un pueblo cualquiera. Rieron juntos, contando algún que otro
chascarrillo de tiempos pasados y de los presentes, mientras Tatín saltaba a la comba y “la
Escopetilla” se llevaba la mano a la barriga con un gesto de dolor, a lo que Anselmo hizo
que se acostara en la cama examinándola con el mismo empeño y cariño como lo había
hecho con Tierra.
- Agarra a “la Escopetilla” y arrea para Bata, que la criatura está encajada.
- Tengo que dejar a Tatín en casa de Chito…
- Pues la dejas al pasar, que cuanto antes salgas, menos problemas tendrás.
Cuando salieron al porche, “Ojos de Gato” llevaba el exiguo equipaje en una
mano, y en la otra a la niña que reía ante las idas y venidas de Capitán, que pasando
temerariamente sobre sus cabezas caía en picado, alzando el vuelo al ras del suelo. Cosa
que, curiosamente hacía cuando algo no le gustaba, y por lo visto aquel ajetreo no le
gustaba en absoluto. Porque sencillamente, a Capitán eso de que su dueño desapareciera
durante un tiempo no le hacía ni pizca de gracia. Así que el bicho estuvo emulando al
423
Barón Rojo, hasta que le amenazó con encerrarlo en la jaula que hacía ya tiempo había
hecho para él y que, aparte de un día de alojamiento en que se comió la cuerda de melongo
que sujetaba la portezuela regresando al columpio que pendía en el techo del comedor para
su uso y disfrute, no había vuelto a ocupar. Así que una vez tranquilizado el loro salieron
del hogar.
- ¡Esperad un momento! –exclama “la Escopetilla” caminando tan rápido como su
cuerpo de embarazada se lo permitía.
- ¡A dónde vas! –preguntaron los dos a la vez.
- ¡A por la canastilla!
Y ayudó a encaramarse a la pick-up a “la madre de todos sus corderos”, que
aferrada a la canastilla se las vio y se las deseó para acomodarse en la cabina, junto a Tatín,
y su Babichachi. Atrás, junto al árbol del aguacate, las figuras de Junípero y José se
confunden con la fina hierba que cubre la explanada del campamento. Al salir, el guardia de
puertas le saluda con el tarbús engurruñado en la mano y él piensa que mil años que
estuviera entre ellos machacándoles una y otra vez las mismas cosas, lo que debían y no
debían hacer, mil años que pasaría predicando en el desierto. Pero a pesar de toda esa
dejadez; esa desgana con que acataban la disciplina, tenían un no sé qué que le atrapaba…
Aparcó la furgoneta justo en frente de la factoría de Chito, bajo la sombra de un
robusto egombe-egombe y salió de la cabina con la niña, no sin antes decirle al motoboy
que cuidara de “la Escopetilla” y cruzó la calle sin apenas almas transitando por ella,
recordando, no sabía por qué, a Pablo y Alejandro, con los que compartió tantas correrías
por esos caminos de Dios. Hacía horas que el parloteo algarero de las mujeres que
inundaba cada mañana los alrededores de la factoría, se había apagado. Solo dos
permanecían sentadas al amparo del sol, bajo el porche, y junto a ellas dos nkues con las
entrañas vacías de cacao, café y palmito, que las mujeres arrancaron a la madre tierra para
subsistir, esperaban el regreso al poblado. Ya en el interior, un potaje de aromas a pescado
salado, café y cacao, les dio los buenos días, junto a la voz de Chito.
- ¡Hola! No me digas que la “China”, ya está a punto…
A “Ojos de Gato” le hizo gracia escuchar de nuevo el mote con el que su cuñado
martirizaba a ”la Escopetilla” cuando eran dos adolesentes.
- Pues sí, vengo a ver si os quedáis con Tatín; yo regresaré en cuanto pueda.
- No te preocupes por la niña –dice mirando hacia la puerta que comunica con el
hogar-. ¡Maruja! Mira quién está aquí –vocea guiando a la chiquilla hasta el comedor.
424
- Hola Tatín, ¿vienes a jugar un rato con Potopón? –en sus labios una suave
sonrisa, señalando el coche de bebé situado junto a un sillón. En él, una hermosa criatura
de unos seis meses de vida, se chupa uno de los pequeños puños ajena a la visita. Una
mariposa de vivos colores posada en el borde del coche ha captado toda su atención y la
mira risueña, con unos ojos, de un azul tan intenso como los de su abuela Sara.
- Mira Potopón, quien ha venido a verte… -pero la niña no se sabe si o porque no
se identifica con lo de Potopón (porque su nombre real es María José) o porque le merece
la visita menor interés que la mariposa de colores, pasa de todo.
- Vengo pronto princesa…
- Sí papá…
……….Se encontraba en una fría cama del pabellón para blancos del Hospital de Bata,
harta y aburrida de esperar a que alguien asomara la cabeza por la puerta, aunque lo que
realmente quería era ver aparecer a Ángel y a Tatín… Con este pensamiento se recostó
como pudo mirando hacia la ventana y en su cara se reflejó un ictus de dolor. Afuera una
lluvia cansina resbalaba sobre un macizo de hortensias azules sobre un negro que corría
bajo un desvencijado paraguas verde; corría descalzo, sin preocupase en sortear los charcos;
a su lado un perro ensopado de agua con el rabo entre las patas, seguía sus pasos. El llanto
de la pequeña le hizo volver la cabeza hacia la cuna: <<Esta vez ha sido tan distinto>>,
pensó mirando al bebé.
Y en verdad había sido diferente porque la ausencia de Ángel en el parto, la llenó
de frustración, a pesar de estar en todo momento acompañada por su buena amiga Inés y
por el doctor Gallo. Incluso las hermanas misioneras habían sido toda dedicación con ella,
pero todo eso se quedaba en nada porque él no había estado en esa cita…
La blanca habitación del hospital, estaba impregnada de olor a talco, colonia y
alcohol. Por la ventana se colaba la luz de la mañana trayendo con ella un rayo de sol, que
se fue a posar en el pequeño bulto que había en la cuna.
- Es una niña muy bonita –dijo embelesado “Ojos de Gato”, levantando con
cuidado el embozo de la sábana bordada de polluelos amarillos. La criatura agitó los puños
en el aire a modo de protesta, al sentir invadido su pequeño mundo de sábanas blancas, y
estiró las cortas piernas cuan larga era, que no era mucho, friccionando los peucos de perlé
que abrigaban sus diminutos pies. La cabeza, coronada por una preciosa mata de pelo
rubio y rizado, mostraba una carita redonda y roja de ceño fruncido y ojos cerrados. Tres
pares de ojos la observaban con curiosidad al otro lado de la cuna:
425
- ¿Es mi hermana? –pregunta la pequeña sin quitarle la vista, a lo que intuía iba a
ser desde ya, “la reina de la casa”.
- Sí, es tu hermana… -dijo con desconcierto, al no saber cómo llamarla.
- ¿Y no tiene nombre?
- Pues… -no acabó la frase; buscó los ojos de Sarita esperando que por fin se
decidiera a darle un nombre a la pequeña, porque lo cierto era que estaban tan convencidos
de que iba a ser un niño, que nombre para ella no tenían…
- La llamaremos Ederlinda… -dijo con rotundidad incorporándose en la cama.
- ¡Yo quiero llamarla Florita! –exclamó la niña, desasiéndose de la mano de su
padre, al que la decisión de su mujer le había pillado por sorpresa. No tenía ni idea de
dónde había sacado ese extraño nombre, a él le gustaba Alma, quizá por eso de que no
habían pensado en la criatura como “ella”,
pero “la Escopetilla” era así: un ser
imprevisiblemente encantador.
- Lo escuché durante la guerra, en una bodega en la que estábamos refugiados
durante un bombardeo… -dijo acariciando el cabello rizado del bebé.
- De acuerdo, si es el que te gusta… es un nombre extraño, aunque creo que le va
muy bien a una niña como ella, que se ha ganado el derecho a vivir a pulso y llegó a este
mundo a la hora de las brujas… Hola Ederlinda, ¿cómo te van tus primeras horas en este
mundo? Me parece que por el momento es un nombre demasiado largo para un ser tan
pequeño… -dijo, tomando entre sus brazos a la criatura, que al momento abrió los ojos de
par en par-. Ya encontraremos tu nombre de niña… -y la besó en la frente.
La pequeña Alma tenía los ojos muy abiertos, había decidido no perderse nada
de ese mundo nuevo al que había llegado. Que era una luchadora con “¡ganas de vivir!” lo
había demostrado, pero el reto que ahora se le presentaba era mucho mayor: ahora tenía
que luchar para que esos tres pares de ojos que la miraban con esa mezcla de asombro y
curiosidad ¡LA QUISIERAN!
- ¿Ederlinda?
- Sí amor, así la llamaremos –dijo “la Escopetilla” aspirando el olor de la inocencia
de ese ser que acunaba entre sus brazos…
Regresaron a Niefang, después de comer en casa de su compañero Trapero. Gracias
a Inés podía marcharse con tranquilidad ella y la niña, no estarían solas. Un mundo nuevo
pasaría ante ese ser de mirada curiosa e inteligente. Miró a Tatín que iba medio dormida
recostada junto a él, quizá a punto de soñar con cigüeñas pintadas de rosa para las niñas y
426
azules para los niño ¿Qué le tendría reservada la vida? ¿Qué sería su pequeña Tatín el día de
mañana? ¿Que sería de ese ser que acababa de llegar al mundo? .Pensó que después de todo
Dios se preocupaba por ellos dejando que trajeran hijos sanos, pero él aún pedía más: los
quería sanos de cuerpo y de alma.
-Bienvenida a “nuestra Guinea” pequeña Gelinda. Te queda mucho por andar…Te
queda mucho por vivir… Bienvenida.
427
14 - ¡“YA HECHO MIIII”!
Era la hora del cielo tintado. De ese cielo que anuncia a los gorriones vestidos con
pijamas de plumas negras y amarillas, que hay que ir acomodándose en los nidos de hierba
y barro fabricados en las oquedades de las palmeras. Algunos, los más inquietos, salen y
entran como si no hallaran el hogar; pero al final, siguiendo el orden de la naturaleza y
antes de ponerse el sol, el bullanguero gorjeo de sus gargantas se va apagando: “mañana
será otro día”, parecen decir con su mutismo. Y allá en lo alto de cada palmera, los
gorriones esponjan sus plumas bicolores para soñar con un mundo de semillas, migas de
pan, yerba, barro y nuevos brotes de vida que empollar. Mientras que aquí abajo, los
irracionales lo harán con carnaza y pasto; con agua del río y tierra sembrada. Y los
racionales, como animales de costumbres que son, se agruparán, a la señal de cielo tintado
como cada día, para liberar la mente y el alma de todo lo acaecido; para compartir
anécdotas, situaciones, sentimientos… haciendo caso omiso a las molestas picaduras del
gen-gen, que atraviesan la piel con la misma facilidad de una aguja al acerico. Al caer la
tarde, el pequeño árbol rojo que crece junto al hogar se ve más rojo, porque los loros de
alas mochadas se arropan entre las hojas del joven aguacate. Es la hora del descanso: para
unos del cuerpo, para otros del alma; aunque para la selva profunda solo existe la vigilia:
ella nunca descansa, ni en la calígine que la envuelve, ni a la luz de la mañana que lucha por
filtrarse entre las copas insondables de los árboles. De su interior, sonidos ajenos al mundo
real se confunden con las voces de la gente del lugar.
Y en esos atardeceres el sonido de una corneta se pierde en el aire junto a una
bandada de palomas que cruzan el cielo hacia el oeste y el redoble de un tambor, que
acompaña el paso firme de la guardia de honor cuadrándose ante la bandera. Un guardia la
arría despacio, con las manos enfundadas en un par de guantes de algodón blanco, mientras
la piel libre de tapaduras adquiere el color del cacao secado al sol. Una negra joven con un
nkué a la espalda y un monguito dormido sujeto al pecho por un ajado pedazo de popó, se
ha parado al otro lado de la explanada cerca de los barracones de los guardias con los pies
descalzos, de dedos perfectos sin deformaciones ni callosidades, medio hundidos en la fina
hierba que cubre la tierra. Muy cerca, unas gallinas de Guinea cloquean satisfechas por el
428
filón de lombrices que acaban de encontrar, tras picotear la hierba que rodea los pies de la
joven madre. Un chucho comido de sarna pasa de largo husmeando el suelo, y en el árbol
del pan enraizado junto al Cuerpo de Guardia, un nariz blanca se columpia de una de sus
ramas pasando de corneta, de tambor y de bandera, por eso de que es un animal irracional
y no sabe de patrias ni banderas, porque para él no hay más patria que los árboles, ni más
bandera que cada una de las ramas por las que circula.
Ya lejos de las máquinas y con la llave echada a la oficina, se sienta en el porche con
un cigarro entre los labios y un salto con hielo en la mano. Hacía tiempo que el hielo
formaba parte de la vida cotidiana gracias a las neveras de petróleo: “quién se lo iba a decir
a él, que al final lograría tomarse en esa Guinea, una cerveza fría y un salto con hielo”…
piensa con la vista perdida en la luz del petromax, en el que se refleja el líquido del vaso
inundado de burbujas ambarinas, que burbujean en una orgía de sifón y de coñac. A su
lado el instructor Pacheco se retrepa en el sillón colonial, estirando piernas y brazos tan
flacos como el resto de su cuerpo, a la vez que un bostezo sale de su boca provocando otro
en “Ojos de Gato”. Es un hombre de piel morena y abundante pelo negro con un fuerte
acento canario, al que le gusta la broma más que a un niño un caramelo.
- ¿Y al final cómo vais a llamar a la niña?
- Ederlinda…
- ¿Y eso de dónde lo habéis sacado?, ¿de algún libro de caballería?
- Pues no lo sé muy bien, creo que “la Escopetilla” lo oyó cuando era niña en un
refugio durante un bombardeo… Una vez que te acostumbras te resulta hasta bonito –
sonríe con el vaso entre los labios.
- ¿Y de verdad crees que el cura la bautizará con ese nombre? –comenta con
expresión burlona, mordisqueando entre los dientes un pedazo de hielo.
- Eso ya se lo he dicho, aunque claro, tú no conoces bien el poder de persuasión
con que Dios ha dotado a “la Escopetilla” -afirma observando la silueta de un hombre y
dos perros que avanzan hacia ellos bajo el cielo dormido-. Por ahí viene Anselmo…
Tierra caminaba con paso tranquilo junto al doctor, haciendo caso omiso de las
travesuras de Viento, ocupado en desbaratar la formación de unos patos que cruzaban la
explanada del campamento. Las perneras de los pantalones cortos de Anselmo reposaban a
lo largo de sus piernas, como las velas de una faluca en calma chicha.
- Bébete un salto...
429
- No. Mejor una cerveza –contesta buscando al viejo Capitán, que últimamente
había tomado la costumbre de lanzarse en picado sobre su cabeza, volando al ras de esta
como lo haría un Zero japonés.
Era difícil que sus ojos divisaran al insufrible loro que, agazapado entre las ramas
del egombe-egombe, aguardaba un descuido del joven doctor para poner en práctica una
de sus diversiones favoritas, desde que Viento a punto estuvo de acabar con todas las
plumas de su cola. Aposentado en su natural torre de vigía observaba a los hombres,
mientras de cuando en cuando se expurgaba las plumas con el pico. “La Escopetilla” salió
de la casa con Tatín y la pequeña, de nombre largo y complicado, bajo el mosquitero
protector de su coche de bebé. El aire quedó empapado del aroma a Maderas de Oriente
que llevaba en la piel: la noche olía a talco, a colonia y a perfume de mujer…
- Deja que vea a esa pequeña… -murmura sonriendo Anselmo, a la vez que rebusca
entre los bolsillos del pantalón. Unas cuantas monedas, un caramelo y un par de canicas de
cristal es todo lo que lleva, pero sabe muy bien cómo centrar la atención de Tatín, logrando
por un rato que olvide ese sentimiento de “menos querida” que estaba viviendo a causa de
la llegada de su hermana-. Para la niña más guapa de todo Niefang -le dice bailando el
caramelo y el par de canicas en la palma de la mano, cuya irisación a la luz del petromax, no
era suficiente para anular el brillo de sus ojos; unos ojos castaños de mirada suave, que
llegaba hasta lo más profundo del alma. La chiquilla apartó un fino mechón de pelo del
exiguo flequillo y extendió una mano abarquillada hacia los regalos que Anselmo le ofrecía,
porque la otra la tenía ocupada en rescatar el lazo que rodeaba su vestido, al que tanta
afición le había tomado Viento. Y en medio de toda esa puesta en escena llegó la hora de
Capitán que se lanzó a por su presa, en ese momento de distracción.
- ¡La madre que te parió! –soltó, al sentir las garras del loro rozar su pelo.
Los ladridos de los dos perros ante la presencia de Capitán despertaron a la niña de
nombre largo y complicado, que manifestó su disgusto de la mejor y única manera que
sabía hacer: llorar. “La Escopetilla” levantó el mosquitero y sacó al bebé a la brisa del
anochecer.
- Trae aquí a esta personita que yo la vea… A ver, a ver, ¡pero si tiene más nombre
que cuerpo! -dijo riendo.
Y era verdad, porque la chiquilla era pequeña, pero esa falta de bebé hermosamente
rollizo lo suplía con una carita graciosa en la que unos ojos inquietos observaban el mundo
con la misma avidez que un ratoncillo de campo ante una plantación de grano. Anselmo
rozó el pelo rizado y rubio de la pequeña de nombre largo y complicado, con los dedos de
430
la mano, y al hacerlo percibió la suavidad de los polvos de talco para bebés. Cuatro
monerías bastaron para acabar con el llanto de la niña, que sin dejar de mirarle a los ojos le
dedicó una gran sonrisa adornada en una de las comisuras, por un pequeño cuajarón de
leche; y esa sonrisa con olor a leche agria de Pelargón lo cautivó hasta el punto de afirmar
que esa sonrisa pícara que Dios había dibujado en esa cara menuda, sería su mejor arma
para caminar por la selva de la vida, que era bastante más peligrosa y dañina que la que
tenía a su alrededor. Devolvió la niña a los brazos de su madre y esta la dejó en el coche, no
sin antes colocarle entre los labios un chupete más grande que la pequeña. Con esos ojos
inquietos de ratoncillo de campo y desde su caja protectora, contemplaba a su madre en
espera de un beso que no llegaba, así que lloró de nuevo confiando en que esa madre que le
había tocado en suerte, comprendiera la necesidad de un beso.
- Ando algo preocupado, porque me están faltando cartuchos de la escopeta de
caza… -dice Anselmo acariciando ahora a Tierra, que descansaba en el suelo a su lado,
observando no sin mucho interés, las cabriolas de Viento.
Capitán dejó escapar un graznido desde la jaula en donde “Ojos de Gato” lo había
encerrado. Hacía mucho tiempo que no le daba un escarmiento, pero últimamente ya
estaba pasando de castaño a oscuro, con esas salidas que tenía… no se fiaba de ese viejo
cascarrabias y presentía que se había encelado del bebé. Se levantó y, acercándose, le alargó
un trozo de plátano, a lo que el loro le respondió girando la cabeza con soberbia: “¿Es que
no ves que estoy herido en mi orgullo?, ¡mira que eres capullo!”, parecía decirle con su
actitud.
- Eres un bicho malo. Me tienes tan harto que cualquier día cumpliré mi amenaza y
acabarás en la olla, viejo testarudo -pero él sabía que nunca llevaría a cabo su amenaza
porque después de tantos años era uno más de la familia. Insufrible, pero uno más-. ¿Cómo
que echas en falta los cartuchos de la escopeta?
- Cada vez que salgo de caza, se me moja más de uno; cuando regreso los dejo en la
ventana secándose al sol y en cuanto me descuido desaparecen…
- ¡Anselmo, no me jodas! Cómo van a desaparecer… -salta Pacheco, dejando la
botella vacía de cerveza en el suelo junto a su sillón-… a no ser que te los esté robando
alguien para cazar, pero bueno eso no sería tan difícil de descubrir, puesto que los
cazadores negros que usan armas tienen los cartuchos controlados…
- No sé… -contesta con aire de preocupación.
- Ya daremos con él –le dice “Ojos de Gato”, restándole importancia.
431
Un “buenas noches” y un “hasta mañana” marcaban el final de las tertulias y el
principio de la cena y el sueño reparador hasta el amanecer; mañana será otro día con su
atardecer, su charla y su noche. Pero eso será mañana.
Era temprano. El reloj de la iglesia de la Misión daba las siete, cuando cruzó la
puerta del hospital con los dos botes de Pelargón bajo el brazo; era la leche para los
biberones del bebé que aún tuvo peor suerte que Tatín, ya que no cató ni los calostros de
su madre, y es que “la Escopetilla”, no estaba por la labor de andar con la teta al aire de un
lado al otro, ni con el pañuelo cubriendo recatadamente el pecho mientras mamaba el
retoño, ni sin él. ¡Ay!, cómo era esa mujer a la que tanto amaba; solo le faltaba ese puntito
de instinto maternal que necesitaban las chiquillas, aunque sabía que las quería pero muy al
estilo “Escopetilla”, y no la culpaba ya que las niñas estaban en este mundo porque él la
convenció. Se caló el salacot y subió a la furgoneta. Un grupo de gente esperaba a la puerta
del hospital de la Misión, para ser atendidos por las hermanas: embarazadas con algún
monguito a su alrededor, tullidos… sarnosos, y hasta algún leproso le pareció ver en esa
masa humana. Una mujer sentada en el tronco cortado de un árbol esperaba con la cara
contrecha de dolor a causa de una quemadura en una pierna, en donde la piel negra que
cubría la carne sonrosada de la pantorrilla había desaparecido, dejando al descubierto una
fea herida a la que las moscas, que revoloteaban de un enfermo a otro, acudían como a la
miel desesperando a la pobre mininga que hacía lo posible por espantarlas. No muy lejos de
allí, los cerdos de los corrales campaban por sus respetos, mordisqueando los apósitos
desechados por los nativos. Se les había explicado del peligro que suponía tirar en cualquier
parte los vendajes; que debían esperar a que las hermanas lo hicieran por ellos, pero no
había manera… Vio a un cerdo rollizo lamiendo lo que parecía un pedazo de algodón y,
soltando un profundo suspiro de resignación arrancó el motor; rodó por la calle principal
dejando a un lado la factoría de Chito en donde lo vio junto a unos braceros, descargando
del camión unos fardos de pescado salado tan consumido por los morenos. Al pasar pegó
un par de bocinazos y él le dijo adiós con un brazo elevado y el eterno puro entre los
dedos. Por el espejo retrovisor la figura de su cuñado, con aquel sombrero de ala ancha
estampado de marcas de sudor, se fue haciendo cada vez más pequeña hasta que al girar
hacia la izquierda desapareció de su campo de visión. Una mujer de mediana estatura,
delgada y morena, cruzaba la calle con un plato tapado por una servilleta: era María, la
mujer de Pepe Montañana, que seguramente iba a casa de Sánchez el yuquero a tomar un
café con Alberta, mientras disfrutaban de ese delicioso bizcocho de naranja que cubría el
blanco pedazo de tela. <<Seguro que sí>>, pensó sacando la mano por la ventanilla al
432
pasar junto a la mujer. El bizcocho de naranja de María era famoso en todo Niefang, como
también lo eran el rancho montado para todo aquel que quería comer en familia, y la
hospitalidad del matrimonio cada vez que alguien traspasaba el seto de hibiscos amarillos
que delimitaba la factoría: en ese hogar nunca faltaba una taza de café y un pedazo de
bizcocho, para cualquier blanco que recalara en su local. Ni un puñado de arroz y algo de
salazón, para el negro que no pudiera pagar. Divisó la casa del doctor Iranzo, muy cerca del
campamento, y al acercarse vio a un pájaro grande de plumaje negro, cuyo protuberante
pico presentaba a su dueña: era Hilda con algo en el pico que brillaba al sol. El bicho se
encontraba en pleno proceso de deglución con el cuello atirantado por el esfuerzo, y de
cuando en cuando, dando pequeños botes como queriendo bajar más rápidamente aquello
que tenía a medio tragar en la garganta. En el jardín de Anselmo no había nadie, solo el
pájaro. Aparcó bajo la sombra de unos árboles para proteger del calor, que ya empezaba a
pegar con fuerza, la leche de la niña de nombre largo y complicado. Bajó de la camioneta y
se fue acercando a ella lentamente para que no emprendiera el vuelo. La llamó con voz
pausada, tal y como la había acostumbrado y ella, lejos de acudir a su llamada, dio cuatro
saltos distanciándose algo de su amo. Entonces supo que no estaba haciendo nada bueno,
porque si no habría volado hasta él. Bajo uno de sus pies algo se chascó. Se agachó no sin
antes echar un vistazo a Hilda que seguía con su laboriosa ocupación de tragar, de una vez
por todas, lo que tenía a medio deglutir con el cuello totalmente estirado y el poderoso pico
enfilado hacia el cielo. Entre la hierba, los cartuchos de la escopeta de caza del doctor
aparecían esparcidos, y comprendió que el tucán era el causante del embrollo que durante
un tiempo, había acarreado a su amigo tantos dolores de cabeza. Le extrañó que los perros
no hubiesen notado la presencia de Hilda… pero ella era así, se quedaba con todo bicho
viviente: primero las gallinas y ahora los perros de Anselmo. Volvió a mirar al animal, que
parecía haber acabado con la trabajosa labor de deglución y ahora extendía las alas como
desperezándose, tras una copiosa comida, fijando la atención en su dueño que avanzaba
hacia ella hablándole con voz queda. Sabía que le atraía todo aquello que brillara, y hasta
ahora habían encontrado más de un objeto robado a sus vecinos en su ponedero. La volvió
a llamar pero no voló hasta su hombro como era su costumbre, quizá por la pesadez de los
cartuchos. Con un movimiento rápido la atrapó sin que ella opusiera resistencia, solamente
estiró el cuello una vez más como si algo atascara su garganta. Le abrió el pico no sin
esfuerzo, y aun a riesgo de llevarse alguna fuerte picada, le introdujo los dedos en el
gaznate, en donde un cartucho permanecía a medio tragar. Podía haberle agujereado una
mano; podía haberse ahogado en el proceso pero nada de esto ocurrió, solo batió con
433
levedad sus alas y se dejó hacer… “Ojos de Gato” apretó el buche, al tiempo que le
hablaba con suavidad, y el animal abrió el poderoso pico y con un vaivén de cuello expulsó
el primer cartucho y luego el otro, con la presión que ejercían las manos de su dueño en su
estómago de ave. Y así, hasta tres: << ¡qué barbaridad! >>, pensó. Cuando se aseguró de
que ya no quedaba ninguno soltó a Hilda y esta, tras poner en orden sus plumas, voló hasta
el hombro de su amo frotando su poderosa caja de resonancia contra el salacot, que cayó
en la yerba entre los cartuchos de la escopeta de caza de su amigo el doctor. Entonces
escuchó a Viento ladrar, dejando patente ese nerviosismo propio de su juventud canina.
Recogió los cartuchos y con el tucán en el hombro y Viento pisándole los talones, subió a
la furgoneta no sin antes atar una pata del tucán a la manija de la ventanilla, observados por
Tierra que desde su condición de madre sensata, no se había movido del porche de entrada,
de la casa de su amo: “De aquí me voy a mover yo, con lo agradable que se está a la
sombra, para ladrar al pájaro ese que ya estoy más que harta de verlo… ¡si es que tengo un
hijo tonto!”, debía pensar, si es que pensaba, por la expresión de sus ojos. Los perros se
perdieron en la distancia al dar una curva. Un grupo de papayos cargado de frutos y la
plantación de Casa Juana aparecieron ante el parabrisas de la furgoneta. Habían pasado
muchos años desde la primera vez que sus ojos contemplaron una plantación, y todavía le
seguía fascinando aquellos árboles, de hojas frondosas, verdes y confrontadas, en los que
centenares de pequeñas flores blancas perfumaban el aire: los cafetos en flor… Al otro lado
de la carretera un hermoso árbol desplegaba la sombra de sus ramas en mitad de ese sol
ecuatorial que agotaba hasta los aikambeke*, así que temiendo que la leche de la pequeña
se estropeara, aparcó junto a él: un tulipanero del Gabón cuyas flores en copa tapizaban la
tierra de rojo naranja, y le dio la vuelta a la llave de contacto enmudeciendo el motor. Un
chirrido a hierro viejo al abrir la portezuela se quedó en el aire. Le echó un vistazo a Hilda
que lo observaba con sus grandes ojos del color del plátano maduro, saliendo de la pick up
con la espalda mojada y el salacot calado hasta las orejas, a la par que sacaba el paquete de
Camel y la caja de cerillas de un bolsillo de la sahariana. A un par de metros de donde se
encontraba, vio un saledizo de tierra en donde se sentó para aspirar ese olor que tanto le
gustaba, entre calada y calada de nicotina y la memoria dormida de sus recuerdos… Por la
carretera, recortándose sobre la entrada del pueblo, la desdibujada silueta de tres seres se
hacía cada vez más tangibles entre las espirales del humo del pitillo: eran dos mujeres que
caminaban llevando un pesado fardo en sus cabezas y de la mano un niño. Con seguridad, a
esas horas regresaban de vender la pequeña producción con que la madre tierra les había
obsequiado en alguna factoría, tal vez en la de Chito… Un picotazo en la pierna le hizo
434
acordarse del que clavó a Cristo, y es que había puesto el pie en un hormiguero de
hormigas rojas destrozando, sin remedio, la pequeña montaña de tierra en cuyo interior un
perfecto entramado de túneles llevaba el aire e indicaban el camino a la seguridad del
hormiguero bajo el subsuelo. Una marea de hormigas corrió en desbandada sin orden ni
concierto de un lado a otro, mientras que otras ya habían alcanzado su pantorrilla. Se
sacudió con fuerza los insectos y acabó de destrozar el hormiguero con la punta del zapato:
- Instinto de supervivencia –dijo para sí-, o vosotras o yo.
El sudor le corría por la cara y optó por quitarse el salacot y pasar la mano por el
pelo, apartando ese mechón que con el paso del tiempo ya no era tan rubio. Volvió a
sentarse en el saliente, esta vez poniendo cuidado en no destrozar un par más construidos
cerca de donde se encontraban sus pies. Y su nariz expulsó el desagradable olor de la
nicotina a la vez que aspiraba el delicioso aroma de las flores; y a sus oídos llegó el llanto
del pequeño mongo que despertó esa memoria dormida de sus recuerdos de niño…
En el recuerdo…
………- ¡No llores! Que encima te doy –Florencia reprendía al benjamín, nerviosa por lo que el joven
médico acababa de decirle; no es que dudara de su saber, pero eso del cepillo…
- A ver… pequeño, abre la boca otra vez… -ante la negativa del niño, el doctor Raimundo sacó
un cromo del bolsillo y lo colocó delante de su nariz, pero aún así, seguía apretando los labios con tal fuerza
que la piel de alrededor casi había perdido su color natural-. No seas testarudo y deja que te vea los dientes.
No te haré daño, te lo prometo -pero el chiquillo persistía en su testarudez con la vista fija en la revista que
había dejado junto al maletín. En la que un Nautilos de tinta luchaba por zafarse de los enormes
tentáculos de un pulpo gigante salido de las profundidades abismales del océano–. Ya… lo que tú quieres es
la revista –le dice tendiéndosela-. Pero tan mocoso y, ¿sabes leer? -pregunta mirando a Florencia, que estaba
apuradísima por el comportamiento de su hijo.
- Pues sí, doctor… -dijo con el nerviosismo trasladado a las manos, estrujando ese delantal a
cuadros negros y grises, en cuya piel de tela quedaban reflejadas a modo de remiendos las cicatrices de tantos
combates librados en el campo de batalla del hogar-. Yo no sé qué voy a hacer con él… Si su padre le
manda con las ovejas a lo alto del valle, él siempre guarda en el zurrón uno de esos libros, que lo único que
hacen es que se olvide de los animales.
Ángel miraba con recelo al doctor mientras su madre se quejaba de su comportamiento. No
comprendía por qué se montaba ese barullo cada vez que le veía con algo que tuviera letras en la mano, en
cambio padre…
435
El médico dijo con aire de benevolencia, y sin dejar de observar al pequeño:
– Mujer, el que al niño le dé por la lectura es algo de lo que tienes que estar orgullosa, y más
teniendo en cuenta que los niños de su edad no suelen leer como él. Es decir; ni siquiera leen. Seguramente
tarde o temprano vendrá a los del Seminario…-una fina arruga se formó en el entrecejo del doctor
Raimundo-. Ya sabes que eso os haría la vida más fácil a toda la familia pero, ¿y el niño? No hay cosa
peor que ejercer una profesión sin vocación, y la de sanador de almas es de las que más daño hace, si no se
pone la propia alma en ello.
Florencia escuchaba con atención las palabras del hombre. Sabía perfectamente de lo que le estaba
hablando. Desde siempre en el pueblo, la señora de la casa más rica, la que tenía más tierras de labor, la de
mayores cabezas de ganado... era la que venía a llamar a la puerta del pobre en busca del hijo que
mostraba una cierta capacidad para los libros. La señora pagaba los estudios del muchacho y mitigaba en
parte las penurias del hogar, a cambio de su consagración al sacerdocio.
- El problema reside –dijo fijando la vista en el mechón de pelo dorado como un rayo de sol, que
asomaba por un borde del pañuelo sujeto a la cabeza-, en que los chavales son demasiado jóvenes para saber
si quieren o no vestir los hábitos para toda una vida…
Sentado bajo la gran campana del hogar, en donde las llamas de un pequeño fuego lamían el culo
ennegrecido de una sartén soportada en un trébede al rojo, escuchaba sin disimulo la conversación entre el
médico y su madre. Era muy pequeño para comprender lo que realmente decían, pero tenía la sensación de
que era algo importante y no le parecía que estuvieran hablando de dientes y cepillos…
El médico se acercó al niño con la revista en la mano.
- Hagamos un trato: yo te doy la revista y tú a cambio abres la boca y te estás quietecito para que
te pueda ver los dientes. No te haré daño.
El trueque surtió efecto. Ángel abrió la boca, a la vez que su mano se aferraba a la revista. Entre
los dedos asomaba un tentáculo de tinta. Y del amplio bolsillo del delantal de Florencia, el cepillo de la
ropa.
Y el doctor Raimundo se fue calle abajo, con su maletín y aquel bastón con la empuñadura de
pezuña de cabra que el carabinero le había hecho, agradecido por las visitas que hacía al hogar cuando las
nieves permitían el paso al valle. Y se alejó bajo un cielo de primavera, una vereda de flores y un empedrado
tachonado de abono de vaca; de esa vaca rubia del valle del Roncal, dejando sobre la mesa de la cocina un
frasco de perborato y un diminuto cepillo, a los ojos de Florencia, con la sencilla aclaración de cómo debía
lavarse el niño esos dientes de leche que ya empezaban a picarse.
- ¡Que no llores Caín! Que el cepillo no es el de la ropa –le dice plantando ante la nariz del
pequeño, el cepillo-. No llores más.
Pero el niño no dejaba de llorar.
436
………Y el sollozo infantil del pequeño mongo lo retornó al mundo real. El chiquillo de
pies descalzos se limpiaba los mocos producidos por el llanto, con la lengua. Por sus
infantiles mejillas corrían las lágrimas arrastrando a su paso el polvo, no se sabe si del
camino o de no haberse lavado en tiempo. Por debajo de una vieja camiseta con una
desdibujada cabeza de indio, asomaba ese pedazo de carne tosco y deforme, resultado de
seccionar de aquella manera el cordón umbilical al que eufemísticamente se le llamaba
ombligo. Pasaron junto a él, hablando pichinglis*, sin prestar atención al llanto del niño
que le miraba desde ojos redondos y nublados por el agua de las lágrimas; lágrimas de niño
incomprendido, no por falta de cariño maternal, sino por la necesidad de llegar al poblado
antes de la caída del sol: no había tiempo para llantos de niño, ni para imbuirse en el aroma
a flores de cafeto, porque solo había que llegar y encender la lumbre en esa leña cogida al
alba.
- Parad un momento… -se encontró diciendo, con los ojos puestos en esos ojos
llorosos y tiernos. De uno de los bolsillos de la guerrera sacó un lápiz de dos colores. Era
un lápiz de esos que usaba en la oficina para subrayar en rojo y azul, al que de tanto sacarle
punta había quedado inservible para su trabajo, pero no para el niño, que lo cogió sin
pestañear. Mientas, de un bolsillo del pantalón sacó un pequeño bloc de notas-. Toma; no
llores más -le dijo mostrando al mongo el bloc.
Las mujeres observaban impasibles la reacción del blanco, a pesar de que no habían
vivido nunca una situación como esa, porque no era nada común que los “europeos” se
preocuparan por el llanto de un niño a no ser que fueran misioneros, que no era el caso,
por el uniforme que el hombre vestía. Se alejaron despacio equilibrando el pesado fardo
con la espalda recta y el leve balanceo de sus caderas. La feliz sonrisa del pequeño mongo
aún continuaba en su retina cuando subió a la furgoneta. En el asiento del copiloto, los
botes de Pelargón y una tetina sin estrenar para el biberón de la pequeña de nombre largo y
complicado. En el suyo, una oruga roía un brote nuevo del tulipanero y en el suelo, Hilda,
que no había detectado al gusano suicida, sin nada mejor que hacer le observaba con aire
inquisitivo. Miró hacia arriba en el momento en que el avión de Iberia cruzaba el cielo,
fuera de la ruta acostumbrada, cosa que le extrañó; se hacía tarde, así que cogió a la oruga
con dos dedos y la soltó yendo a parar sobre las flores que cubrían la tierra. Ya con el
motor en marcha, y el Junker* alejándose en el horizonte, recordó aquel día en que el
437
doctor Gallo y él pasaron cerca del aeródromo, en el momento en que “la cigüeña” del
gobernador enfilaba el desbocado terreno que hacía las veces de pista de aterrizaje.
En el recuerdo…
Llevaba de regreso a su casa al doctoro Gallo, tras la rutinaria visita a la enfermería de la cárcel,
cuando vieron el aterrizaje de la avioneta. Un, dos, tres, cuatro y la Fieseler* rodó unos metros sobre la
hierba del campo. Luego, las hélices del motor dejaron de girar y un hombre joven saltó a tierra y les
saludó, mientras el sol hacía brillar la bandera pintada en la chapa; consigna de “neutralidad”, en esa
guerra mundial tan lamentable. Era un comandante de ingenieros que había visto alguna que otra vez en el
chiringuito y en el Guria, con un salto en la mano o comiendo unos grafis del Ekuko. De rostro agradable,
alto, delgado y espaldas anchas, lo que más destacaba en él era el perfil de su cara, que parecía sacado de
una obra de los clásicos griegos. El doctor Gallo, al que el paso del tiempo no le había mermado un ápice
las ganas de aventura: “necesito vivir cada día como si fuera el último”, le había oído decir más de una vez;
acaparó su atención con una pregunta tras otra y él les dejó hablar alejándose de la conversación, entre otras
cosas porque no le interesaba lo más mínimo el funcionamiento de ese trasto y menos subirse en él y
atropellar en el aire a los pájaros. Husmeó bajo el fuselaje y no le gustó lo que vio porque en cada recoveco
los insectos habían formado nidos de barro, que le daba un aire de descuido al aparato.
- ¡Nos vamos! Todo el mundo a bordo –la inesperada invitación del piloto que resultó llamarse
Luis Ángel le sobresaltó; no tenía más remedio que acceder, máxime cuando el doctor ya estaba sentado,
tan nervioso como un chiquillo en una tarde de feria. Con la resignación de una oveja conducida al
matadero reflejada en los ojos, subió ocupando el asiento trasero, mientras pensaba que tres plazas para una
avioneta eran demasiadas.
Belisario, un negro joven que cumplía condena por asestarle una docena de machetazos al violador
de su hermana pequeña, tenía el cometido, junto con otros presos de la cárcel, de que la selva no se tragara
la pista. Pero también era el encargado de girar la manivela del motor de arranque y de quitarle los calzos a
las ruedas. Y en eso estaba, porque en cuanto el piloto puso el contacto y abrió gases, Belisario le dio a la
manivela con fuerza y el motor dejó escapar un ronroneo corto y ahogado, lo que hizo que diera fin al
proceso con un suspiro largo y profundo, soltando el pedazo de metal para limpiarse con la palma de la
mano las gotas de sudor que resbalaban por su rostro color chocolate sin leche, como la escarcha de una
botella de cerveza fría. Por unos momentos, con los ojos entornados, escrutó a ese sol abrasador de la
438
mañana que pendía sobre su cabeza y luego volvió a la manivela tras soltar dos buenos escupitajos en las
palmas de esas manos grandes y fuertes en donde, marcadas con fuerza, las líneas de la vida y de la muerte
resaltaban sobre una piel color avellana. Al final, con un par de intentos más, las aspas giraron
alegremente.
- ¡Quita los calzos! -gritó el piloto.
Y Belisario, con un par de rápidos movimientos, dejó libre las ruedas de “la cigüeña”, al tiempo
que Luis Ángel metía gases. El aparato rodó por el desboscado, dando tumbos por la desigual del terreno,
mientras aceleraba hasta levantar la cola; casi al momento alcanzó la velocidad que le permitió tirar de la
palanca hacia él y la Fieseler levantó el vuelo casi rozando la copa de los árboles. “Ojos de Gato” pensó que
habría deseado mil veces encontrarse en ese momento en el interior de su tanqueta, en mitad de la Batalla
del Ebro, antes que en el interior de ese aparato suspendido en el aire con esos dos locos que le
acompañaban, por muy prima hermana que fuera de esa otra que liberó a Mussolini de la prisión en los
Abruzos.
- ¡¿Estás seguro de que todo va bien?! -grita para dejarse oír por encima del petardeo discontinuo
del motor.
- ¡Esto es cojonudo! –contesta Gallo.
- ¡Pregúntale si este trasto tiene algún problema! ¡Es que me parece que el ruido que se trae el
motor no puede ser normal…!
- ¡No te preocupes, que sabe lo que se hace!
Durante un buen rato, que a él le pareció una eternidad, sobrevolaron Niefang, y siguieron el cauce
del Río Benito, salpicado de lanchas balleneras: unas remontando hacia alguno de los apiladeros y otras río
abajo, arrastrando las balsas de trozas de okume hasta su desembocadura. El trasiego era tan grande que
las aguas, de naturaleza tranquila, se veían ahora agitadas, y eso no era bueno para los pequeños cayucos
que desde siempre habían navegado por ellas. La selva se veía de cuando en cuando moteada de diminutos
poblados en donde suaves estelas de humo liberadas del fuego del hogar llegaban hasta ellos a través de los
huecos que las hojas de nipa dejaban en el tejado. De pronto, la avioneta pareció caer en picado y “Ojos de
Gato” creyó que el fin de sus días había llegado. Cerró los ojos y ya se encomendaba a todos los santos
cuando notó cómo el aparato remontaba el vuelo, entre el jolgorio de Luis Ángel y el aventurero doctor.
- ¡No diréis que no ha estado bien vuestro bautizo del aire! –la voz del piloto se elevó a duras
penas por encima del ruido del motor.
“Ojos de Gato” no contestó. Solo tenía ojos y oídos para las copas de los árboles que estaban tan
cerca, que casi se podían tocar alargando el brazo. Un deseo irreprimible de acabar con la obligada aventura
le invadió. Estaba claro que él no había nacido para volar; su mundo estaba ahí abajo pisando la tierra
firme o navegando sobre las aguas de la madre tierra, pero el cielo… el cielo era para los pájaros.
439
Atrás habían dejado la demarcación de Evinayong, sobrevolando Niefang en dirección al
desboscado en donde creyó que dejaría sus sesos aplastados para regocijo de los carroñeros, tras una
velocidad excesiva de planeo que hizo tomar tierra la avioneta con tal brusquedad, que “Ojos de Gato”
creyó que definitivamente no viviría para contarlo.
Belisario colocaba los calzos, mientras el runruneo del motor se apagaba, para luego sujetarla con
cuerdas a la madre tierra por si las inclemencias del tiempo dejaban su tarjeta de visita. Y así armada
contra el inesperado viento, esperaba la mañana del siguiente día para emprender un vuelo sin retorno…
Salió disparado en cuanto les comunicaron la noticia por la radio. Tenía que decírselo al doctor…
- ¿Qué ha pasado? -Gallo le habló sin apartar la vista de la profunda herida que tenía delante.
El hombre pamue permanecía desmayado en la camilla, con un tajo abierto en la pierna a
consecuencia de un hachazo mal calculado mientras descopaba un colosal okume junto a los demás braceros
de la Compañía maderera Izaguirre. El torniquete improvisado a la altura del muslo y las ruedas intactas
de la camioneta que lo transportó impidieron que llegara muerto al hospital de la Misión, aunque “Ojos de
Gato” hubiera dicho que estaba muerto de no ser por los espasmos intermitentes que sufría el labio inferior.
Se volvió hacia Sor Juana que, con las mangas del hábito remangadas hasta los codos, vertía un reguero de
alcohol sobre la herida emborronando los trazos que la sangre del infeliz dejaba en la sábana de la camilla.
Hacía calor y el ventilador colgado del techo no daba para más. La monja dejó la botella de cristal
ambarino a un lado y se secó el sudor de la frente con el delantal manchado de sangre.
- Vamos a coser, Sor Juana… -dice el doctor Gallo, extendiendo la mano hacia la monja, sin
apartar los ojos de la herida.
La monja deja caer una buena cantidad de alcohol sobre sus manos y enhebra esa aguja curvada
que tantas veces había visto, con el trozo de “hilo de tripa”. Cuando la punta se hundió en un extremo de
la herida, un nuevo espasmo, esta vez más violento, movió el labio inferior del bracero, y luego otro y otro y
otro…, con cada puntada que las manos de Gallo daban en la carne abierta. Tirando del grueso hilo una y
otra vez, la herida se iba cerrando bordando para siempre en su piel un tosco y desigual dibujo de carne
estrujada por el zafio cosido.
- La verdad… es que estoy atontado por la noticia…
- ¿Y bien? –le instaba a que siguiera.
- Acaba primero con ese pobre y luego hablamos…
Sor Juana le miró como diciendo: “nada bueno nos traes”.
Cuando ya no se pudo hacer nada más por él, un ayudante de la Misión se llevó al herido aún
inconsciente por el cloroformo aspirado.
- ¿Y bien? –volvió a decir el doctor.
440
- Se ha estrellado la avioneta; ha sido esta mañana temprano… Nos lo han comunicado por
radio.
Los brazos de Gallo quedaron inmóviles bajo el chorro de agua del fregadero y la pastilla de jabón
desinfectante le resbaló de las manos. Sor Juana se apresuró a cerrar el grifo, tampoco ella daba crédito a lo
que estaba oyendo.
- ¿Luis Ángel ha muerto?
Un abejorro entró por una de las ventanas bailando alegremente de un lado a otro, mientras que
las moscas acudían al cubo de los apósitos. Sor Juana llamó al ayudante y tras preguntarle qué número
ocupaba la cama del bracero en el pabellón, le pidió que se llevara el cubo.
- No viajaba solo, iba con dos operarios del aserradero de Etembue… los recogió en Evinayong…
quería ser yo el que te diera la noticia –le dijo abriendo la puerta, al mismo tiempo que se calaba el salacot
en la cabeza–. Lo que son las cosas de la vida; nos pudo pasar ayer… -dijo acordándose de los nidos de
barro bajo el fuselaje y del ruido del motor…
Pichinglis*: Ingles deformado por su mezcla con otras lenguas y gran desorden
gramatical. Lo hablaban los braceros procedentes de Nigeria (la región de Calabar).
Aikambeke*: Lagarto de vivos colores y de tamaño más grande de lo habitual. Su nombre
proviene de la lengua fang.
Junker*: “Ju 52”
Fieseler: “Fi – 156 Storch. De fabricación alemana. Tenía un solo motor “Argus” de 220
HP. Funcionaba como avión de reconocimiento y enlace. “La cigüeña”, como era conocida
familiarmente, estaba destinada para el servicio del Gobierno General de la Colonia y por
tanto para uso del Gobernador.
………Un revirar el volante y una pitada sirvieron para evitar males mayores, a causa de su
distracción, y la cachaza del viejo negro que permanecía plantado en el camino apoyado en
441
una vara de samanguila entre media docena de cabras con las ubres hinchadas de leche. Un
chivo deslustrado de barba blanca y ojos atentos y maliciosos, permaneció a su lado
observando al intruso que venía a romper la paz de la mañana. Desde la ventanilla y con
una rueda en el borde de la cuneta cubierta por el bicoro, se acordó de su padre y de la
madre del chivo pero, mirando al hombre, no fue capaz de soltarlo a viva voz. Él había
nacido en una aldea de pastores; en un seno de pastores… Bajó de un salto hundiéndose a
media pierna entre la mala hierba. El hombre y el viejo chivo tenían los ojos puestos en él,
que saltando sobre sus zapatos evitaba que las hormigas se adueñaran de sus pantalones.
Las cabras se agitaban inquietas ante la llegada del intruso y el chivo posicionó sus cuernos
de chivo para defenderse de la actitud que el extraño pudiera tener.
- ¡Mueve las cabras de una puta vez! – le gritó airado, a la vez que apremiaba a los
animales a salir del camino.
El viejo lo miró desde unos ojos casi cerrados, por los que si hubiera podido
observarlos con detenimiento, seguramente habría visto el gusanillo de la filaria corriendo
de un lado a otro. Y con toda la parsimonia del mundo, se puso al frente de su pequeño
ejército de cuadrúpedos, con el mismo porte que Napoleón camino de las pirámides.
Encendió un cigarro y estudió al hombre mientras maniobraba el rebaño. La
delgadez de su figura se hacía más patente por la holgada vestimenta de tela de saco que
cubría su cuerpo. Se preguntaba cómo podía soportar la aspereza de la tela de yute en la
carne, y llegó a la conclusión de que formaba parte de su piel. Viéndolo, le vino a la
memoria aquella triste historia que le contó su amigo Escobar, una noche de nieve hasta la
bandera, con el camión cargado de vino de la Mancha y dos ruedas pinchadas…
En el recuerdo……
442
Vicente y el borrego.jpg
………. La última paletada de cemento y ya podría irse a la casa. Con las manos agrietadas por el frío,
se sacó de la oreja el pitillo que, con maestría, había preparado en el rato que había echado para almorzar y
se lo puso entre los labios tan finos y resecos como el filo de una hoja de papel. Hundiendo la mano en uno
de los bolsillos del más que raído pantalón de pana, sacó el gastado mechero de yesca. El viento helado que
soplaba hizo que la brasa se animara en la mecha, y por un momento le pareció sentir un leve calor en la
callosa piel de sus manos. Aspiró el humo del cigarro, con ansia; como si en ello le fuera la vida, a
sabiendas de que la picadura no era muy fresca, cosa que hacía tiempo que había dejado de ser algo
primordial: “y demasiado que podía echarse un cigarro”…, se dijo mirando al cielo; a ese cielo en el que
decían que había Dios, pero que él no lo creía porque a lo largo de su vida nunca se lo había cruzado; ni
tan siquiera un recado le había enviado en todo el tiempo que él llevaba en este mundo… así que no tenía
por qué creer en Él, como no creía en la buena voluntad de los ricos, ni en el falso paternalismo de los
señores que juntaban tierra y más tierra, a fuerza del trabajo de otros… Se quedó mirando la pared que,
ladrillo a ladrillo había levantado, para cercar el huerto de la casona del cacique del pueblo mientras
desataba el atillo que guardaba unas pocas aceitunas y el pan de hogaza.
Pero de eso hacía mucho tiempo. Tanto que hasta se había cruzado una guerra en su camino. Hoy
no había pan de hogaza, ni el puñado de aceitunas. Solo bocas que alimentar, sin alimentos….
- ¡Muérete yaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Le gritaba la madre a la criatura famélica, que buscaba desesperada la leche materna en esos
pechos resecos de tanto amamantar a los siete hijos paridos sin descanso. Y es que colocar las traviesas de
tren no daba para mucho... Los llantos de la niña hicieron pegar un respingo a ese cuerpo prematuramente
443
envejecido, por las penurias que cargaba desde siempre sobre sus huesos, y el alma que Dios
equivocadamente había puesto en ella; aunque dudaba de que el hálito que una vez le dio, aún viviera en su
interior… ¿por qué si no ese deseo horrible de que la pequeña dejara de existir? La sintió tirando de los
pezones arrugados como una uva pasa, que una vez fueron gruesos y redondos como dos apretadas y oscuras
moras de la zarzamora que tenía junto al pequeño corral, en el que durante algún tiempo acogió media
docena de ponedoras y a un gallo viejo y escandaloso que perseguía a las gallinas sin mucho afán,
seguramente por la edad, pero que como estaba en sus genes esa labor la llevó a cabo hasta el final de sus
días que lo fue, como no podía ser de otra manera, en la olla familiar... Pero de eso y del paso a mejor vida
de las gallinas, también hacía ya no sabía cuánto tiempo y ahora solo quedaba en el corral junto a la
zarzamora, el viejo borrico de la familia que sin otra cosa que hacer, porque por no tener no tenía ni una
mala brizna de alfalfa, ni una miserable mata de hierbajos, solo quedaba... La niña lloró de nuevo, con un
llanto tan desgarrador que ella volvió a gritar.
- ¡Muérete yaaaaaaaaaa! –al tiempo que se estrujaba los pechos con la esperanza de sacar alguna
gota de mala leche-, ¡muérete yaaaaa! –le gritaba con la mirada fija en una podrida viga de madera, que
soportaba un techo lleno de goteras. Las lágrimas que inundaban sus ojos distorsionaban la madera y las
gotas de lluvia habrían parecido luceros, si no fuera por la triste realidad de la humedad que empapaba su
ropa. Apretujó contra su cuerpo el desgraciado de su pequeña y rogó a ese Dios en el que no había dejado de
creer a pesar de lo duro que era con ella, que se la llevara a ese mundo mejor en donde esperaba que tuviera
unos pechos henchidos de esa leche que ella era incapaz de darle por no tener ni gallo, ni gallina, ni alfalfa
que llevarse a la boca. No había nada; solo seis pares más de ojos hundidos y grandes casi tan hambrientos
como la niña chica. Y ese “casi” era gracias al vetusto algarrobo que hacía que la prole no llegara a morirse
de hambre.
El padre y Nolín, el hijo mayor, acompañaban a la niña chica mientras el cura de negra sotana
salmodiaba las últimas plegarias al dios que había marcado su destino. Y es que él no creía en ese dios a
pesar de haberle trazado ese tortuoso camino del que no podía salirse por mucho que lo intentara. La niña
chica desapareció bajo la tierra del Campo Santo a golpe de pala que él mismo dio, por no querer que los
últimos sonidos que su hija escuchara fueran producidos por las manos de otro:
- Adiós mi pequeña; fúndete con la tierra ya que no hay más -murmuró a sabiendas de que si
Francisca, su mujer, hubiera estado allí no habría sido capaz de pronunciar esas palabras sin sentirse
turbado, porque sabía lo que pensaba respecto a eso: “no sé cómo aún puedes creer en tu dios”, pensó
volviendo la espalda al pequeño montículo de tierra formado en el suelo del cementerio-. Vamos Nolín.
Y se alejaron junto al cura del “jardín de los dormidos”, tirando uno para un lado y ellos dos para
la tierra yerma, donde esperaba el dolor y la desesperación en forma de ojos y bocas hambrientas.
444
Llegó el octavo; una boca más o menos según se mirara, si contaban o no con la niña chica que
permanecía allá en mitad del cementerio fundida con la tierra sin más, pensaba él, y arropada entre los
ángeles, según ella. Era un niño sano hasta donde se podía, porque esta vez sí había leche en los pechos
gracias al viejo borrico que alimentó a la familia durante el invierno, con esa carne dura y secada al sol que
forraba sus viejos huesos. Lo había pasado mal cuando tomó la decisión de acabar con aquel, que había
sido compañero abnegado durante tantos años, pero era la familia o él. Su viejo amigo acabó de disipar sus
dudas cuando lo miró a los ojos; esos ojos viejos y cansados que todavía conservaban la nobleza del animal.
Y pasaron los años y tras la guerra, cambiaron de pueblo huyendo de más hambre: “si se podía
tener más en esa posguerra”. Es lo que pensaba hasta que le dieron trabajo como guarda- barrera en aquel
pueblo de La Mancha a donde habían ido a parar. Ocuparon una pequeña y destartalada casa al borde de
la vía del tren, sin goteras y con un diminuto huerto que el anterior guarda-barrera había dejado con
algunas matas de alubias y cuatro tomateras al lado de un peral que junto a un sembrado de viñas que
toreaba el hambre de la chiquillería. Y Pedro pensó que tal vez ese dios en el que Francisca creía, pudiera
evitar que sus hijos pasaran hambre…pero solo lo pensó un momento…solo un momento.
¡Nolín, Nolín! El pequeño corría al encuentro del hermano mayor que regresaba de su labor como
jornalero. De sol a sol trabajaba en el huerto del señor Nicodemo abriendo surcos en donde la vida no
tardaba en brotar. Y así entre tomates, alubias y lechugas, pasaban sus días con el cuerpo ajeno al calor
achicharrante del estío, o al gélido frío del invierno, si quería llevar algo a casa, como ese chusco de pan negro
que guardaba para el pequeño Vicente, y que este comía con fruición, mientras lo montaba a caballo sobre
sus hombros por el último tramo del camino que llevaba al hogar. Le tenía un cariño especial, quizá porque
con él llegaron tiempos mejores y eso le hacía entrever una pequeña luz en la dura vida de la familia.
- ¿Qué has hecho hoy? -le dice a Vicente, sabiendo lo que había hecho por ser lo mismo que el día
anterior, y el otro y el otro, como también sabía que al día siguiente sería otra vez igual, y así hasta que
acabara el verano.
- Si ya lo sabes; me he pasado toda la mañana y toda la tarde sentado en “la madera” sujetando
la cuerda mientras la mula daba vueltas…
El hermano mayor sonrió por la infantil forma de explicarle que se pasaba mañana y tarde
sentado en una bala de paja colocada en el trillo, sujetando las riendas del animal para que no cambiara su
trayectoria, algo demasiado complicado de expresar para un niño de tan solo cuatro años que por
necesidades familiares hacía las veces de guía del animal.
445
- Toma, como ahora ya no sales al camino te lo traigo aquí -le dice alargándole el chusco de pan
guardado para él.
El chiquillo se agarró a su cuello haciendo que el animal se saliera del recorrido.
- Suelta y sigue con lo tuyo, que si no madre se enfadará -los ojos del hermano mayor sonreían al
pequeño, al verle comer con ganas aquel pan duro.
- ¿Que dice aquí? -le pregunta el pequeño a la madre enseñando el pedazo de periódico que había
troceado.
- ¡Y yo qué sé! Anda déjate de bobadas y no pierdas más tiempo.
De cuando en cuando el viento arrastraba hojas de periódicos que los pasajeros de los trenes
tiraban por la ventanilla. Eran con diferencia mejor que el canto de una piedra, por muy lisa que esta
estuviera para limpiarse el trasero, así que además de recoger el tesoro del carbón que se quedaba entre las
vías al paso de los trenes, las hojas de periódico formaron parte de sus vidas no para la necesidad de saber,
sino por la necesidad de suavizar sus maltrechos culos.
- ¡Pues yo quiero saber qué pone aquí! -gritaba Vicente blandiendo en la nariz de su madre el
pedazo de periódico.
- Calla y llama a padre que las gachas están ya a punto.
Se sentía el más feliz de los mortales cuando bajaba al pueblo con su hermano Nolín. Lo llevaba
sobre su cuello y él se agarraba a la fuerte mata de pelo negro, como lo haría sobre un caballo alazán.
- No le cuentes nada a madre -le dice guiñando un ojo y soltando una perra gorda al buhonero-.
Toma, ¿no querías leer?
El chiquillo no podía creer lo que tenía entre las manos: un montón de papeles con dibujos que
jamás había visto, en donde las letras campaban alegremente. Tras la sorpresa vino la cara de decepción.
- ¿Qué te ocurre?
- Es que no sé quién me va a enseñar…
- Mira... yo sé algunas letras, las he aprendido de unos y de otros. Yo te enseñaré hasta donde
sepa.
Y al chiquillo se le iluminó la cara.
Y al chiquillo se le iluminó la cara por segunda vez en un día, cuando vio salir volando, por una
de las ventanillas de primera clase del tren de las cinco, las hojas de un cuento. Su dueña, una niña sin
hambre, chillaba desesperada a la vez que él corría por las vías recogiendo con mimo, hasta la última
hoja…
Había pasado el tiempo y el padre decidió que los seis años del benjamín eran años suficientes para
cuidar unas cuantas ovejas allá en el monte, así que ni corto ni perezoso, compró tres animales de buen ver
446
con lo poco que habían guardado gracias al trabajo duro de toda la familia, porque el resto de los hijos
trabajaban todos. Ellas en las casas de los señores y ellos en otros menesteres. <<Vicente sabrá hacerlo
bien, es un muchacho testarudo como una mula y si alguna se le desmanda, la traerá de nuevo al redil. ¡Si
lo sabré yo!>>, pensó esbozando algo parecido a una sonrisa. Y es que hacía tanto tiempo que no reía, que
ya se le había olvidado cómo se hacía. Recordaba cómo esa criatura había demostrado su orgullo de persona,
cada vez que la señora del pueblo, una beata hipócrita y soberbia, se empeñaba en humillarle con dulces y
bocadillos:
- ¿Quieres pan? Pues pídemelo. Di: señora, deme pan... -pero él nunca le dio ese gustazo; ese es mi
chico. Y volvió a dibujar esa nueva torpe sonrisa que había estrenado por vivir tiempos mejores. Y por esos
tiempos mejores, al pequeño había que darle su mérito, pues gracias a ese verano que pasó sentado en la
trilla sin más compañía que la vieja mula y las moscas, ¡trescientas pesetas! había aportado el chiquillo a la
economía familiar, y por ese motivo estaba en disposición de empezar con las ovejas. Sí. Ese era su chico...
Tres ovejas, un “cacho tocino”, junto a un mendrugo en el morral. Y entre el pecho y el viejo jersey
de lana el cuento que su hermano Nolín aquel día de fiesta le compró. El viento soplaba y hacía frío allí
arriba, a pesar de no haber llegado aún el invierno. El chiquillo buscó un árbol en donde refugiarse de la
lluvia, si llegaba, y para descanso de sus huesos; esos huesos cansados antes de crecer. Le echó un vistazo a
las ovejas y miró al pastor que le observaba con ojos de: “dime qué hago que lo haré, como buen ovejero que
soy”. Luego se sentó bajo la encina frondosa, soberbia, y firmemente arraigada a la tierra, que nada más
llegar al monte le atrajo como el imán al metal allí, día sí y día también, iba aprendiendo a leer con el único
apoyo del alfabeto que le enseñó su hermano…
………Un claxon lo trajo de nuevo a la realidad. Era un camión cargado de aceite de
palma, al que aún le quedaba un largo trayecto hasta la capital. Arrancó el motor y le hizo
un gesto con la mano de: “ya me pongo en marcha”. Y tenía que hacerlo, puesto que el
camino era estrecho para maniobrar y hacerse a un lado. Miró al frente ahora libre de
obstáculos, porque “Napoleón” acabó de cruzar con su caprino ejército al otro lado del
camino, perdiéndose entre un grupo de árboles. Era hora de volver del pasado y regresar al
campamento a tiempo de almorzar con su familia; del beso y el abrazo infantil de su Tatín
que tanto le alegraba el día, del roce de sus labios en la piel de la pequeña de nombre largo
y complicado. Del nervio y la sonrisa de “la Escopetilla”, que tanto amaba. Era el momento
de regresar al hogar.
Atravesó el Cuerpo de Guardia, cuando el reloj de la Misión daba las diez. La caja
de la furgoneta formó un estrepitoso ruido al pillar el bache afincado en suelo de la entrada
447
al campamento, ahuyentando a las gallinas que salieron espantadas en dirección al seto de
hortensias que bordeaba el patio.
Con Hilda sobre el hombro llegó hasta el porche. Un más que agradable olor a
pimientos fritos le dio los buenos días, entre el jolgorio de los pequeños habitantes de las
palmeras y el aleteo de los ocupantes del pequeño aguacate que vieron cómo el tucán se
plantaba sin miramientos en la copa del árbol. Vio a Celestino barriendo el porche, sin
mucha gana, con una escoba desmochada de hoja de nipa. Un “buenos días Celestino” y un
gruñido por respuesta fue todo lo que se cruzaron, porque él solo era feliz en la huerta y
entre los animales del corral. Entró en la casa con los botes de Pelargón en una mano y la
tetina nueva en la otra, en el momento en que Junípero acababa de colocar el último vaso
sobre el planchado mantel a cuadros. Colgando el salacot en el perchero, avanzó por el
pasillo hasta la habitación en donde “la Escopetilla” cambiaba el pañal a la niña de nombre
largo y complicado, que se comía los puños desesperada. A su lado, Tatín trasteaba con la
canastilla del bebé. Junto a la ventana abierta a la luz de la mañana, la cuna de palo rosa que
un día hizo para su primera hija tenía el mosquitero levantado y las sábanas revueltas. El
medallón de plata con el Ángel de la Guarda que siempre acompañó los sueños de Tatín en
esa cuna, guardaban ahora los de esta última hija. Y sabía que era la última porque ella ya le
había dicho que ya no habría más bebés que acunar… eso le dijo “la Escopetilla” acabada
de parir. Pasó la mano por la madera y sonrió al pensar en cómo había cargado, de un
destino a otro, el bueno de José con esa cuna: cosa que a él siempre le pareció algo absurdo
sabiendo que tras el nacimiento de Tatín, ya no la necesitarían más por deseo de la madre
de sus hijas. Pero como si el niñero hubiera adivinado los designios de Dios, la cuna nunca
dejó de formar parte de la unidad familiar; ahí estaba de nuevo cumpliendo su función, que
no era otra cosa que la de mecer al retoño nuevo que había ocupado un lugar entre sus
vidas.
Tomó a la pequeña en sus brazos mientras “la Escopetilla” dejaba caer una gota de
leche del biberón en su muñeca.
- Mira que le he dicho a José que no dejaran hervir tanto el agua del cazo… ahora la
leche está ardiendo –comentó irritada.
La pequeña soltó un largo y desesperado llanto, escupiendo el enorme chupete
harta ya de succionar la goma vacía. Mientras su padre, con ella en los brazos, enfriaba el
biberón bajo el chorro de agua del grifo del lavabo. Desde una esquina del techo de zinc,
una enorme araña de patas largas y finas los observaba.
448
Al mes de su nacimiento aún nadie la había llamado por su nombre, para todos era
“la pequeña”. Y eso a ella le molestaba aunque nadie lo supiera. Pero como las casualidades
de la vida algunas veces vienen de perlas, la niña de nombre largo y complicado soltó un
“agggo” en brazos de su padre y este aprovechó ese sonido gutural para llamarla “Gelinda”.
¡Por fin tenía nombre ese bebé! Que aunque igualmente extraño, era más corto para lo que
realmente abultaba la nena.
Y el tiempo pasaba. Dos meses tenía su nuevo retoño cuando todo ese mundo que
también conocían se vino abajo marcando el final de los días felices. Nada le había dicho,
pero el tiempo de Guinea tocaba a su fin muy a su pesar a causa del ascenso que lo enviaba
a otro lugar:<<Después de las vacaciones se incorporará a su nuevo destino>>, le habían
dicho. Ni siquiera la ayuda del gobernador Don Faustino Ruiz sirvió de algo, porque su
conversación con Carrero Blanco cayó en saco roto ante la negativa de Camilo Alonso, el
director de la Guardia Civil, que en esos tiempos era el que “partía el bacalao” de todas
esos jaleos.
En una noche de amor con la nena dormida en la cuna, y la fría luz de la luna
filtrándose por la mosquitera de la ventana, se lo soltó como el que suelta el lastre de un
globo; sin pensarlo dos veces y elevando algo la voz, aún a riesgo de despertar a la pequeña,
para que la noticia se la llevara, si no el viento porque no hacía, sí la brisa de la noche. Que
de eso sí había. Y la niña no lloró, pero sí lo hizo la madre que, aunque sabía que ese
momento tenía que llegar, en el fondo confiaba en que ese tiempo de espera nunca acabara
en un alejarse de Guinea.
Y fue por el mes de mayo, cuando una mañana cargada de lluvia, dejaron el
campamento sin mirar atrás en aquella pick- up, que tanto sabía de sus vidas. Y sin mirar
atrás, porque ni él hubiera soportado hacerlo sin que la emoción le invadiera los ojos, se
quedaron en el porche Tobías, Junípero, José, con la cuna, y Celestino, junto al árbol del
aguacate en donde los pequeños loros de colas rojas permanecían en silencio soportando el
agua que resbalaba por sus plumas. Cuatro huevos de pato llevaban con ellos; seguramente
en mal estado pero eso era lo de menos. Lo importante, como siempre, era su valor… y era
mucho, ya que encerraba todo el cariño y respeto que esos cuatro hombres le habían
mostrado. Echó un último vistazo por el retrovisor, en el momento en que unas gallinas de
Guinea cruzaban la explanada. Se acordó de Hilda y del viejo Capitán que ahora formaban
parte de la insólita familia que había formado su buen amigo Anselmo.
El día amaneció pesado y anegado de agua, como no podía ser de otro modo. La
lluvia caía sin miramiento sobre lo que se ponía a su alcance, que era todo: personas,
449
enseres y mercancías, resistían pacientemente la llegada de las gabarras que iban y venían
por los badenes de mar salada, de la playa al Dómine, y del Dómine a la playa, fondeado
lejos de la barrera de coral. El apenado ritual que la pequeña comunidad blanca reanudaba
con cada despedida, les parecía algo nuevo quizá por estar ahora al otro lado de la baranda.
Con los deseos de “que la vida os trate bien” y “no nos olvidéis” subieron a la gabarra, no
sin antes darle el último abrazo a Chito, que aunque tarde, había llegado a tiempo con el
eterno sombrero de ala ancha calado hasta las orejas y el gastado puro entre los labios. Besó
a las nenas, abrazó a su cuñado y dejó estampados en la mejilla húmeda de lluvia y llanto de
su hermana, un beso y dos más, cumpliendo el encargo de Maruja que se quedó en la
factoría entre sacos de yuca, y lámparas de bosque, con la pequeña Potopón. Tres sonoros
besos y un ajuste de impermeables dieron el pistoletazo de salida, hacia la nueva vida con la
que tantas veces habían soñado. Con Gelinda bajo el suyo, muy amplio pensando en ella, y
Tatín acurrucada en el regazo de su madre, navegaron hasta el barco junto a otros
pasajeros, sobre un mar picado que iba en aumento y la lluvia arreciando con fuerza. “Ojos
de Gato” escrutaba el mar hasta donde ese mar y ese cielo del color del polvo de ceniza le
dejaban, rogando para que no se cruzara en el camino de la gabarra ninguna troza perdida;
algo muy común por la rotura de cables que sufrían las balsas al llegar a la desembocadura
a causa del fuerte oleaje que allí, a caballo de río y mar, se producía. La barcaza llegó hasta
el lateral del barco, en donde un marinero, al pie del portalón, esperaba para subir a la gente
menuda. Un tripulante le entregó a Tatín, indicándole que excepto un bebé que iba con el
padre, no había más niños. Y el hombre subió sujetando con manos expertas a la nena,
mientras que “Ojos de Gato” estudiaba a “la Escopetilla”, que desde la salida de la playa no
había abierto los ojos. Era algo muy típico en ella, en cuanto intuía alguna situación de
peligro (eso de evadirse del mundo hasta que le avisaran de que todo había pasado). Solo
había que verla, durante su estancia en Río Benito cada vez que tenían que subir a Bata, lo
mal que lo pasaba en aquel cayuco surcando las aguas de la desembocadura en donde los
tiburones rodeaban la frágil embarcación. Se desligaba de todos y de todo cerrando con
fuerza los ojos y murmurando una oración tras otra con los dedos entrelazados… sus ojos
pasaron de la madre de sus hijas a Tatín, que en brazos del marinero pisaba la madera
mojada de la cubierta. El marinero bajó de nuevo con esa destreza que dan los años de
práctica y que hace que parezca todo tan natural, a por “la Escopetilla”, cuya cara había
tomado el color de la sopera de porcelana de la familia Camaró; no sabía si por el vaivén de
la barcaza o por el pánico que suponía, la embargaba. Puso un pie en el travesaño, esta vez
con los ojos bien abiertos por la necesidad de ver por dónde iba, y él la siguió con el
450
pequeño cuerpo que se movía junto a su pecho inclinando la cabeza cuanto podía para
frenar el azote del viento y asegurarse de que ponía un pie tras otro en su lugar. Oyó el
llanto desesperado de la nena, y aunque la había sujetado bien a su tórax, con un pedazo de
popó al estilo de una mamá mininga, no se fiaba de su seguridad en esas circunstancias tan
difíciles. No podía verle la cara, pero se la imaginaba observando sin comprender, a través
de la pequeña abertura que dejó con intención: la carita ensopada de agua y los ojos tan
abiertos como los de un ratoncillo asustado. Delante de “la Escopetilla”, otro tripulante la
animaba tendiéndole una mano; no se tocaban pero el mero hecho de ver a otro ser
humano imaginó que la reconfortaba. Acabaron de subir a bordo el resto de los pasajeros:
un practicante con su mujer con problemas de riñón, un par de funcionarios, la mujer de
un teniente de marina con su madre y dos hermanas misioneras, ya de una cierta edad. La
gabarra se alejó tras descargar el equipaje envuelto en trozos de lona. Y el barco levó
anclas distanciándose de la costa y de su barrera de arena y coral con la línea de flotación a
flor de agua cuando el oleaje se lo permitía.
En el camarote de cuatro literas, las niñas dormían, tras un biberón de leche sin
tomar y una manzana a medio comer porque el barco se movía y los pequeños estómagos
no estaban para bocados. Después de un día totalmente extraño para ellas, mente y cuerpo
solo querían dormir y ellos sentados cada uno en el borde de las literas encalmaban la
tristeza y alimentaban la ilusión de regresar a esa España, en donde podrían de nuevo
abrazar a los seres queridos, tan faltos de abrazos durante largo tiempo. Pasaron unas horas
de navegación y otras muchas atracados en el puerto de Santa Isabel, en donde subieron un
empleado de la finca de cacao “La Colonia Africana”, un maestro de la escuela pública
Ramón y Cajal para niños negros y el gerente de Pradesa con Carmen, su mujer y los dos
niños pequeños. Se alegraron de verla después de tanto tiempo, aunque sabían de su vida
por la gente que llegaba de la isla…
- ¡Te has casado! –dijo “la Escopetilla” elevando la voz por encima del fuerte viento
que también azotaba la isla. Carmen afirmó con la cabeza, mientras corrían hacia el interior
del barco.
Y el Dómine, a son de mar, se alejó del puerto dispuesto una vez más a cruzar las
aguas del profundo y frío Atlántico. Llegaron tras un día de navegación con la mar menos
revuelta, hasta la costa de Nigeria. Y resultó que estuvieron tres días con sus noches sin
poder continuar el camino atracados en el puerto de Lagos, por ser fiesta nacional. La
tripulación bajaba a tierra mezclándose con los nigerianos que llenaban el puerto de luz y
color con la alegría de sus ropas y la cadencia de su música pegadiza y bullanguera bajo el
451
sol ardiente, mientras que en el aire flotaba el inconfundible olor a maíz asado y aceite de
palma. Todo tenía un aire festivo, aunque el mérito no fuese mucho, pues iba con la
idiosincrasia del nigeriano, muy dado a la jarana. El alcohol corría junto al perfume barato
de las prostitutas que paseaban unos glúteos “del copón” vendiendo el género con una
sonrisa dibujada en labios enormes y carnosos, insinuándose con el descaro propio de su
hermandad a cuantos hombres se les ponía a tiro. Nigeria estaba de fiesta y Lagos era la
anfitriona, pero nadie del pasaje pisó tierra porque era un país imprevisible, y no tenían
ganas de buscarse problemas. El sonido del gong puso fin al espectáculo, así que echó un
último vistazo al guirigay del muelle y, con Gelinda en brazos, fue al camarote al encuentro
del resto de lo que realmente llenaba su vida. En el estrecho pasillo, el olor familiar a
pintura atrapó una vez más sus recuerdos… Fue una visión rápida de aquella barca sin mar
a la que su dueño le puso por nombre Sarita, y la que jamás experimentó en sus cuadernas
la caricia de una ola o el fuerte vaivén de una levantera. Acabó sus días, virgen de sal, de sol
y de ese mar vetado para ella. Los metros cuadrados de aquella habitación fueron el
singular dique seco en donde el viejo Camaró la construyó con ayuda de Alfonsino, uno de
los ayudantes de la carpintería… Al pasar junto a la puerta de un W.C. se cruzó con una de
las misioneras cuyas manos inquietas como palomas acomodaban un par de rebeldes
mechones bajo la toca. El rosario de cuentas negras que colgaba de su cintura bailó sobre la
falda del hábito, con un golpe de estribor.
La sopa juliana estaba caliente y sabrosa. La merluza a la romana, crujiente y con su
toque de limón, y la bola de helado de vainilla de Tatín duró más de lo normal, por esa
destreza que tiene la gente pequeña para lamer y relamer una misma porción sin llegar a
consumirla. Frente a ella, el hijo mayor de Carmen, un chiquillo de pelo rubio y algo
retraído; la miraba desde el otro lado de la mesa con aire aburrido, tal vez porque ya no
tenía helado de vainilla que chupar, ni niño con quien jugar; solo esa nena con flequillo y
coletas que no dejaba de observarle mientras lamía la cuchara una y otra vez. Así que en un
intento de captar la atención de su padre, le tiró de la chaqueta apoyando después la cabeza
en su hombro.
- Pórtate bien Manolín que ya acabamos…- le dice acariciando la rubia cabeza del
chiquillo, mientras saca de una pitillera de plata un cigarrillo, no sin antes ofrecerle uno a
“Ojos de Gato”. - Fueron muchos años… Tras la muerte de mi padre regresé a casa y
entonces estalló la guerra… - Le observa con detenimiento. Es un hombre con clase de los
que enganchan con su conversación. Le habla de su padre, don Fausto, el viejo juez de
Águilas y del deseo de este de que siguiera sus pasos, pero él quería volar y lo hizo hasta
452
llegar a Escocia para trabajar en la Lloyds, una compañía de seguros en la que estuvo
durante diez años... El llanto del más pequeño interrumpe por un momento el monólogo,
hasta que Carmen mece el cochecito del bebé, y él lo mira y piensa que aún hay otros bebés
más poquita cosa que Gelinda, que en ese momento reía con las monerías que la mujer del
teniente de marina le hacía desde el otro extremo de la mesa, mientras ayudaba a su
anciana madre a levantar el vuelo. -Llegué a amar tanto a esa tierra, que durante el tiempo
que estuve allí usaba el Kilt de los escoceses. Es una prenda muy cómoda; deberías
probarla…- le dijo sonriendo a través del humo de su cigarro.
- ¡Ja,ja,ja! Me veo por la Guinea vestido así ¡Que cosas tienes Fausto! – dijo sin dejar
de reír imaginando la pinta que tendría.
- No te rías que es cierto. Lo mismo pasa con la jellaba. Es muy fresca en verano.
-¿La que?
- La chilaba; jellaba es en árabe…- aclaró divertido al ver su cara de desconcierto.No me estoy quedando contigo. Las dos son unas prendas muy cómodas.
-En fin…vestuario aparte –por un momento se vio vestido así y con salacot -, fue
una guerra dura como todas las guerras, pero ya se sabe que cuando lo que se golpea es de
tu propia sangre, de tu propia tierra… es doblemente cruel… - se acordó de León y de
cómo esa guerra le alejó de los suyos. Lo recordó allí en el campo de trabajo al acabar la
contienda. Fue a verle una mañana de abril frío y ventoso, aprovechando aquellos dos días
de permiso. Lo encontró todo lo bien que se puede uno encontrar en un lugar como aquel.
Lo recibió con esa mirada burlona que destilaban aquellos ojos de agua marina que tan bien
conocía, y un abrazo forrado de miseria.
Los días de navegación pasaban entre pañales y llantos de bebé porque “la
Escopetilla” andaba sumergida en la litera a causa de
un mareo crónico, pesado e
inoportuno que la dejó fuera de juego para todo, menos para engullir la comida diaria, por
lo que no le quedó más opción que hacer de padre y de madre con las hijas de los dos. A la
pequeña Gelinda le habían salido unos granos en su cabeza de infante del tamaño de un
garbanzo del Bierzo, por lo que el médico de abordo la examinó llegando a la conclusión
de que no tenía muy claro lo que le ocurría a la niña y que lo más indicado era que en
cuanto tocaran la isla de Tenerife, la examinaran en un hospital. Ante esta perspectiva
decidió tomárselo con filosofía. Y como “mal de muchos consuelo de tontos”, se
consolaba viendo que no era el único en esa situación, pues el capitán Zarzal se las apañaba
también como podía, con sus cinco hijos, por tener una mujer tan marinera como la suya.
453
El tiempo cambió y el mareo de “la Escopetilla” a Dios gracias remitió, y los
forúnculos que coronaban la cabeza de Gelinda se esfumaron dejando al médico de abordo
sin explicación lógica que dar, pero para ellos eso era lo de menos. Y así, cruzando los
dedos y encomendándose a todos los santos para que el tiempo no cambiara a peor, “Ojos
de Gato” no veía el día de tocar tierra.
Las luces de Tenerife brillaban en la madrugada como el espumillón de un árbol de
Navidad, y el humo del cigarro se fundía en el frio de la noche pintado de sal. El golpeteo
del agua al romper contra el tajamar se había convertido al paso de los años en algo
familiar. Vio la silueta de un hombre de corta estatura acercarse por la cubierta; era Fausto.
- Por fin parece que vamos a sentir tierra firme bajo nuestros pies… -dijo con la
vista puesta en la isla
- Por fin parece que voy a tener mujer, y madre las niñas -contestó riendo.
- ¡ja, ja, ja! Yo no sé si habría podido con mis dos hijos. –Comentó levantando el
cuello de su gabardina.- Hace demasiado frío para la época en que estamos. ¿Un cigarrillo?
- Mejor que un pañal y una papilla… ¡ja, ja, ja! –respondió frotándose las manos.
Fausto volvió a reírse con esa risa franca tan suya. Y “Ojos de Gato” pensó que
aquella Carmen, adelantada a su tiempo, que compartía rancho con los yuqueros en casa de
Montañana, había tenido mucha suerte.
La alegría de pisar tierra se esfumó al recibir un telegrama en el barco
comunicándoles el fallecimiento de su viejo compañero Camaró. No sabía cómo decírselo
a “la Escopetilla”, que ajena a lo que se le venía encima, disfrutaba de todo cuanto de
bueno tenía la isla. Se encaprichó de una mantelería bordada en hilo y se la compró sin
pensar en las catorce mil pesetas que marcaba. El viejo Camaró… cuántas cosas habían
vivido juntos, cuántos proyectos de familia… Lo recordaba subiendo la cuesta del
campamento de Bata, con aquel bastón de bambú del que no se separaba jamás. El viejo
Camaró que había sobrevivido a dos guerras, no había podido con la última, aquella que
libró a sus cincuenta y cuatro años en un frío quirófano de un hospital de Valencia…
……….Tenía frío. Tenía frío en el cuerpo y en el alma. Y se sentía tan sola… tan
envejecida de pronto… Hacía frío en el exterior. Un frío glacial acompañado de un viento
seco que cortaba los labios y amorataba las manos. Hacía frío en el interior del corazón.
<<Y eso sí era un problema>>, pensó, porque no había braseros suficientes ni mantas, ni
abrigo que pudieran ni tan siquiera mitigar ese vacío que sintió al mirar esos ojos cerrados,
454
esos labios sellados para siempre, esas manos inertes, que tanto acarició. No había nada en
el mundo que aplacara su dolor porque él la había dejado sin preguntarle al menos si quería
irse con él. Eso sí, antes de hacerlo, una chispa de vida asomó a sus ojos, iluminando su
cara y colgando en los labios un: “Me encuentro mejor ¿Te canto un fandanguillo Sara?”.
Y luego se fue sin más, dejándola con ese vuelco al corazón imaginando que nada de lo
vivido en esos días fue real. Tropezó con un carro de ropa sucia, y a punto estuvo de caer
si los brazos fuertes de Antoniet no hubieran estado allí para evitarlo. Avanzaba por los
pasillos con su sobrino bajo la luz mortecina de las bombillas que de tramo en tramo
iluminaban como podían las frías losas del suelo y las sombras apostadas en cada esquina,
a donde la luz no acababa de llegar. En algún reloj dieron las once, haciendo que
apresuraran el paso hasta dar con la puerta de la habitación parándose en seco sin poder
moverse, con el abrigo de su marido entre los brazos. Algo le hizo que acercara el pedazo
de paño a su cara, enrojecida por tanta lágrima derramada, y aspirar con fuerza, como
queriendo guardar parte de su esencia en lo más profundo… profundo… profundo… de
su corazón.
- Tía… -dijo con suavidad-, tenemos que darnos prisa si queremos llevarnos al tío
de aquí…
Ella asintió con la cabeza y, sacando valor de donde no tenía, comenzaron a vestir
esos huesos forrados de piel, que tantas veces le habían plantado cara a la muerte.
Un celador entró en la habitación empujando una silla de ruedas, cuando aún
estaban en el absurdo de arropar el cuerpo, casi frío, de Salvador entre el paño del abrigo
para llevárselo a casa:
- Una familia decente debe velar a sus muertos en el hogar. Así se ha hecho siempre
y así se hará -le dijo a ese cuerpo entre dientes.
- No hay tiempo -y tomando en volandas el cadáver lo sentó en la silla.
Salieron los tres al triste pasillo en donde la tétrica luz de las bombillas marcaba de
sombras lo que asomaba de aquel rostro sepultado bajo el sombrero de fieltro.
Un par de billetes para el celador y un taxi esperando en la puerta, pusieron el
punto pero no el final, del paso del único hombre que había amado en su vida, porque
siempre lo llevaría en el pensamiento y en el corazón.
Más luces de ciudad titilando en la noche, como todas las luces de cualquier ciudad
por las que había pasado en sus viajes. Todas parecían ser iguales, menos estas que a él se le
antojaban más sombrías y vacías, quizá porque sabía que en cuanto pusieran el pie en tierra,
455
todas serían lágrimas. A su lado, una “Escopetilla” entusiasmada con el fin de trayecto y
una Tatín nerviosa ante todo lo nuevo que se les avecinaba, hacían que no encontrara el
momento para darle tan funesta noticia. Ya en el muelle, y fijadas las estachas a los norayes,
comprendió que tenía que decírselo antes de poner un pie en tierra. Entre la gente localizó
a Pepín y Antoniet. No había nadie más de la familia. Con una Gelinda, arrebozada en un
abrigo marrón dos tallas mayores que su persona en los brazos, le dijo bajito:
- Tu padre ha muerto -ella volvió la cara hacia el muelle atestado de cosas y gente, y
luego clavó los ojos en los suyos. No habló. No se movió. Ni tan siquiera un temblor al
comprender lo que pasaba. Solo unas lágrimas salvando el obstáculo de los párpados para
luego resbalar por las mejillas encendidas por el frío y la pena de no haber cruzado con él ni
una palabra, ni una caricia, ni un beso… ni un solo abrazo.
No quiso ir a verlo al depósito. Eligió quedarse en la casa de sus tíos, en donde
nadie pudiera interrumpir sus pensamientos con un “cuánto lo siento”; no había nadie con
ella: los hombres en el cementerio y las mujeres en la iglesia, menos ella, aunque quizá a él
le hubiera gustado que lo hiciera. Pero no quiso ir porque le faltaba valor para verle,
exánime en una caja de madera. No quería que la última imagen de su padre, esa que la
acompañaría durante toda la vida, fuera la de un cuerpo consumido, inexpresivo y frío; la
de un extraño. Porque ese no era él.
Sentada en aquella pequeña habitación junto a la mesa camilla y con las piernas
buscando el calor del brasero bajo el faldón, su mente vagaba entre los recuerdos de su
padre. Sonrió entre lágrimas resbalando por las mejillas y el agüilla de los mocos, que se
escapaba de su nariz, al recordar aquella vez que se enfadó tanto… Aquella vez que se
subió a la Harley de Ángel sin pensar en las consecuencias. Las ruedas rodaron por ese
paseo bordeado de mangos hasta la playa, en esa tarde de verano. Él solo llevaba con él, el
olor a petróleo de las máquinas de la carpintería, y el aliento a Lucky navegando en la saliva
de su boca. Ella, en cambio, había cargado con la sombrilla japonesa que su padre le regaló
cuando cumplió dieciocho años. Se encaprichó de ella una mañana que se acercó hasta
Naufal, para comprar unos carretes de hilo que su madre le había encargado. Allí estaba
ocupando buena parte del escaparate. La tela azul pintada con motivos de Pájaros del
Paraíso y mariposas multicolor, hicieron que la deseara sin más: fue una suerte encontrarla
justo en el mes de mi cumpleaños, sonrió al recordarlo, una suerte…murmuró borrando
con la mano una lágrima que resbalaba por su mejilla.
Sorbió el café con leche poquito a poco, pensando que había sido acertada la idea
de traer con ellos ese saquito de café en grano de Guinea, pues tal y como estaban las cosas
456
solo cabía la malta en los hogares. Oyó el balbuceo de Gelinda justo cuando el reloj del
comedor de la casa de sus tíos daba las cinco. Se levantó y, tomando a la pequeña en
brazos, se acercó a la cocina para hacerle el biberón. Las lágrimas corrían por sus mejillas
como las gotas de un grifo mal cerrado, mientras desleía la leche en el agua, al recordar
aquella tarde. Si Ángel no la hubiese abrazado tanto… Si no la hubiera besado…
seguramente el maldito pasador de la camisa no se habría soltado. Se retrasaron
buscándolo; eso fue todo y en cambio su padre pensó lo peor, y le montó un número con
torta y todo, aunque la torta fue lo de menos, lo que realmente le dolió fue la desconfianza
depositada en ella: “Perdóname, pero… ¡ni se te ocurra subirte en la Harley!”, le dijo “Masa
gasolina”, abrazándola con toda esa fuerza interior de padre, al que ya nunca más podría
besar.
Las farolas despertaban al anochecer de la ciudad en el momento en que se subió al
tranvía junto a Antoniet. Se sentaron en silencio en el duro asiento de madera enrejada
cuyo frío contacto atravesó el abrigo de paño. A través del cristal de la ventana veía a la
gente pasar con prisa. Y es que hacía frío para andar por la calle. Cansado, cerró los ojos
deseando encontrarse en mitad del campamento en el instante en que decidiera abrirlos.
Cómo añoraba Guinea. Dos días habían pasado desde su llegada a la Península, y ya estaba
queriendo regresar. Tenía el brazo apoyado en el cristal de la ventanilla cuando sus ojos se
fijaron en la banda ancha de color negro que llevaba cosida en la manga a la altura del
antebrazo. Era la seña de identidad de un familiar fallecido. A él nunca le gustó esa marca
porque no entendía el por qué de mostrar el dolor de una familia a gente que no tenían
nada que ver con sus vidas. Como “la Escopetilla”, que parecía un alma en pena con ese
velo cubriéndole la cara y esa ropa negra como el ala de un cuervo. Si el luto se lleva en el
corazón, y por mucho que uno se disfrace no lo iba a sentir más. Pero los cánones del
momento eran los que eran y no estaban en Guinea, sino en una España de posguerra,
hambrienta y macilenta, en la que había que aparentar además ser. ¡Cómo soñaba con
regresar a esa tierra lejana en donde el paisaje y sus gentes reconfortaban el corazón aunque
uno no quisiera!
Se bajaron en la calle de La Reina, justo cuando empezaba llover y aceleraron el
paso con el cuello de los abrigos levantados. Ninguno de los dos llevaba paraguas, así que
tuvieron que guarecerse bajo la cornisa de un escaparate en donde unos paquetes de clavos
y otras herramientas compartían el lugar con un cuadro del general Franco vestido de gala.
Y él no pudo menos que pensar que cuántos de esos cuadros colgados en algunos
establecimientos, estarían allí por la propia voluntad del dueño y cuántos por congraciarse
457
con el Régimen. Entraron en un pequeño café escaso de parroquianos situado junto al
comercio en donde las bombillas de los apliques colgados de las paredes iluminaban, con
racanería, los espejos del local, proyectando en el cristal la imagen de los clientes. Un
limpiabotas de mono azul y colilla amodorrada entre los labios sacaba lustre a un zapato
negro, cuyo dueño leía la prensa comentando en voz alta la tarde de oreja y rabo de
Antoñete en la plaza de las Ventas. Era una prensa amordazada que solo emitía una
información acrisolada por el régimen, aliñada de toros y fútbol. Se sentaron en una mesa
junto a una ventana en cuyo cristal la lluvia resbalaba como “Pedro por su casa”.
- ¿Qué va a ser? -pregunta un camarero flaco y metido de espalda a fuerza de tantos
años de inclinarse ante el personal para servir lo pedido. En su cara, un ridículo bigotito se
columpia de su labio superior en un intento frustrado de darse un aire de seductor de la
pantalla; y en sus manos, los instrumentos de trabajo: una bandeja redonda de metal
gastada del trasiego y un trapo de algodón de un blanco roto, de tanto friega y frota mesa a
mesa y día tras día.
- Una palometa*…
- Para mí un carajillo* -aclaró “Ojos de Gato”.
Hablaron poco y sin ganas porque el cansancio que deja el estrés de la desolación
adormece las palabras. La lluvia había dejado de correr por los cristales cuando salieron; no
así en la escupidera de la entrada en la que un gargajo resbalaba junto a las gotas de agua
estrelladas sobre el dorado latón del recipiente, en donde un hombre había hecho diana a la
par que se cruzaban en la puerta. Un apunte de sonrisa se asomó a los labios de “Ojos de
Gato” pensando en que: <<si los cerdos que campaban alegremente por los alrededores
del Hospital de Bata hubiesen estado allí, la escupidera estaría de más>>. Y con este
pensamiento se alejó del local oyendo, sin escuchar, la voz de Antoniet que charlaba sobre
algo de su oficio de tornero.
Entraron en el portal del hogar prestado iluminado por una bombilla pelada, que
apenas alcanzaba para aclarar la visión de los dos primeros escalones, en donde un gato les
dio un susto de muerte al sentir cómo invadían la paz de su rincón. Un olor a coles
hervidas flotaba en el aire y en el rellano del primero se enlazaban las noticias de Radio
Nacional con un tango de Gardel. En el segundo, una Tatín con lápices de colores y una
Gelinda llorando desesperada por un incisivo que rasgaba la tierna encía de la pequeña,
paliaron en parte aquel horrible día en el que acababa de enterrar a un buen amigo; al
abuelo de sus hijas.
458
Sobre la mesa, igual que el ombligo del mundo, un plato de embutido y un porrón
de vino de garrafón, ocupaban el centro de un mantel a cuadros azules y verdes que junto a
tres pataquetas y una humeante sopera componían la cena de esa noche en el hogar
prestado. Se sentaron, sin Sara, a una mesa triste con un enorme hueco difícil de llenar,
porque Sara volvería de su mundo de recuerdos, al siguiente día o al otro a ocupar su lugar,
pero su amigo ya no volvería más.
Era la hora de la cena y la nena lloraba y lloraba. Ni el dedo de su madre
masajeando las encías, ni el frío hielo picado y envuelto, en un pedazo de gasa, ni la gota
de licor sobre la maltrecha carne, recomendada por esa tía Teresa, pequeña y enjuta, de
moño estirado y gafas de concha gruesa y redondas, surtían efecto. . Casi agradecieron el
berrinche de Gelinda que apartaba con firmeza el biberón de Pelargón que “la Escopetilla”
le daba. Y lloraba y pataleaba desconcertando a todos, haciendo que la tristeza fuera menos
tristeza, por el afán de calmar su dolor ante el apremio de ese diente de leche que quería
salir.
Palometa*: agua con anís.
Carajillo*: café con coñac.
Con el primer diente de leche de la pequeña y el final de las vacaciones, llegó el
momento de partir hacia el destino nuevo. En Valencia dejaban a parte de la familia y al
viejo Camaró, dormitando en el jardín de piedra hasta el día del Juicio. Con ellos se
llevaban a una Sara cansada y algo doblada, no por el peso de los años que no eran tantos,
sino por el peso de ese camino en solitario que le tocaba emprender. Una “Escopetilla”
enlutada y un par de nenas era todo lo que había inventariado el corazón. Y así se fue sin
huevo de pato, no porque allí faltaran patos, sino porque no era costumbre como lo era en
esa otra tierra cuyo recuerdo le mordía el corazón, a emprender el camino de una nueva
vida en un puesto que ya no deseaba. Recordó aquello de que: “A quien prueba la Guinea
se le mete el veneno de volver”. Y pensó que era tan cierto como que había Dios. Pero ese
Dios se empeñó en enviarlo a Almería, una pequeña ciudad a orillas del Mediterráneo en
459
donde el sol nunca parecía tener prisa por irse a dormir. Y allí, en la calle Chile, número
siete, de un barrio de casas bajas a la que llamaban “Ciudad jardín”, tal vez porque a
ninguna le faltaba su trocito de tierra para llenarla de flores, invirtieron en una casita
pequeña de paredes blancas y jardín coqueto, que les costó sesenta mil pesetas. Un
desembolso que no todo el mundo, en los tiempos de posguerra que corría se podía
permitir, pero que para ellos no era un problema por esos años de campaña en aquellas
tierras. Con la compra de la casa, la ilusión volvió a formar parte de la familia. Ahora se
encontraban en un hogar totalmente suyo, junto a Sara, las niñas y Vicenta, la chacha, una
joven desgarbada y tan sosa que “Ojos de Gato” pensó que Dios se olvidó de darle esa
pizca de sal con la que debería ganarse al corto mundo que la rodeaba. Y así pasaban los
días. Él con su trabajo en el cuartel y ella aturullando a la buena de Vicenta, a la que le
faltaba sangre para acelerar la faena. Desesperada la una y exasperada la otra, acostumbrada
como estaba a tantos de servicio, el entendimiento entre ambas no acababa de llegar. Solo
Sara, con esa serenidad que la caracterizaba, sabía cómo manejar a la muchacha sin
atolondrarla más.
Era de noche en la Casa Cuartel, como en todas las casas de ese lado del mundo. En la
mesa familiar solo estaban, la chiquilla sentada en una trona de madera que Anacleta, la
mujer del cabo Gómez, le prestó tras el uso continuado de los siete hijos conque Dios, y el
semental de su marido le premiaron, y una sobrasada gorda y lustrosa en el centro del
mantel mirándose en silencio, la una porque no sabía hablar y la otra porque era un simple
embutido de piel brillante que decía cómeme, pero nada más. Estiraba y estiraba sus brazos
de nena hasta que desesperada rompió a llorar con un llanto amargo que nadie entendía.
Cada uno a su manera intentaba calmarla, pero no había manera. Ni papilla, ni sonajero, ni
osito de peluche…La niña seguía en su empeño de martirizar los tímpanos de toda la
familia, hasta que a su padre se le ocurrió que tal vez colgándole la sobrasada, acabara con
el llanto.
-¡Pero cómo le vas a colgar la sobrasada al cuello!
-¡Que no “zeñó”! Que”ce pué ahogá”…-dice Vicenta abriendo unos ojos como platos, y a punto
de derramar la sopera.
Pero él, agarrando la sobrasada por el cordel se la ata alrededor del cuello, por encima del
babero. Y Gelinda le dedica la mejor de sus sonrisas palmoteando de felicidad ¡Por fin!
alguien había comprendido su necesidad de tener esa hermosa sobrasada, de piel roja y
brillante como una bola de navidad, colgada de su cuello. ¡Por fin! Alguien la comprendía.
Y ese alguien solo podía ser su padre.
460
Una mañana a primeros de diciembre llegó el circo a la ciudad, y “Ojos de Gato”
se llevó a las cinco a ver la función. Era una tarde fría y de viento juguetón, más propia de
mesa camilla, brasero y malta con leche deslechada por el lechero, para que cundiera más,
que de andar por aquel descampado con las pequeñas; pero se lo había prometido a Tatín
hacía tiempo. El dulce olor del algodón de caramelo llenaba el aire en donde las carretas de
los animales causaban revuelo entre la chiquillería. Un par de tigres pidiendo la jubilación
observaban sin mucho interés a través de los barrotes de la jaula ese mundo que no era el
suyo, y que les había tocado vivir. Se acercaron a la jaula de los monos de traseros pelados y
ojos tristes a los que la visita del público, era lo único que les distraía de su afición favorita
como era la del despioje en común. Los monos saltaron y cabriolaron en su pequeño
espacio para no perder la atención de esos ojos curiosos que seguían sus monerías con
deleite. Una cebra de rayas desvaídas por la mugre y los años, engullía heno no muy lejos de
tres dromedarios que, si hubieran podido, seguramente serían abuelos. Por fin llegó la hora
de la función de la mano del maestro de ceremonias de levita roja y chistera, que recorría el
recinto anunciando que el mayor espectáculo del mundo estaba apunto de dar comienzo, y
“Ojos de Gato” y su improvisado harem se perdieron bajo la carpa, sentándose en unos
bancos de la primera fila a un paso de la pista. La ilusión en los ojos de Tatín era la misma
que la de Vicenta, que en su vida había visto un circo ni de lejos.
Pasaron delante de sus narices los elefantes sin colmillos y los monos disfrazados de
bufones. Los tigres ejecutando con desgana los ejercicios que ordenaba un domador
panzudo y entrado en canas, restañando un látigo contra el suelo, cuyo sonido no parecía
afectar lo más mínimo a los reyes de una selva ya muy lejana para ellos. Y tras una
Sherezade pasada de los treinta danzando a lomos del elefante que encabezaba la cola, el
maestro de ceremonias daba por acabada la primera parte, animando a comprar refrescos y
golosinas a los mozos que crecían como setas por todos los rincones del local, mientras los
acordes de un pasodoble impedía que el ambiente de fiesta se viniera abajo. Y así lo debió
entender la pequeña Gelinda, que ni corta ni perezosa corrió hasta donde sus dos años le
dejaron correr, plantándose delante de la orquesta sin problemas. Sus piernas de palillo
seguían el ritmo, a su manera, balanceándose con un movimiento de “arriba y abajo”, y
“ahora me agacho, y me agacho y me agacho otra vez, y después me levanto” con tanta
gracia y frescura, que el público la acompañó llevando el ritmo de la música con las palmas
y el ¡olé! La niña bailaba y bailaba, encantando a la gente con esa sonrisa pícara y esos ojos
inquietos con los que Anselmo pronosticó, sería su mejor arma para ganarse al mundo.
461
………- ¡Esta niña se está comiendo las cascarillas del forjado del balcón!
- Es que le falta hierro…
- ¡Esta niña se está comiendo las cascarillas de la cal de las paredes!
- Es que le falta calcio…
Sí; era una niña flaca y algo esmirriada, en comparación con otras pequeñas de su
edad, pero en contra partida tenía una vitalidad interior fuera de lo común.
- ¡Bájate de la silla que te vas a caer, Gelinda!
- No papá… ¡”No cae pom”!
Y la niña saltaba sin “caer pom”, que no era otra cosa que el fuerte ruido de algo al
chocar con el suelo y que ella asociaba a toda persona o cosa que iba a parar al suelo con
estruendo: ¡No papá, no cae “pom”!
Ya el alma y el cuerpo se habían acostumbrado a esa otra manera de vivir cuando
recibió la orden de trasladarse a un pequeño y olvidado pueblo de la costa de Almería. No
dijo ni el “mu” de las vacas; ni ella tampoco. Recogieron algunas cosas, no todas, porque el
hogar se quedaba allí con Sara, Tatín y Vicenta. Partiendo, esta vez mirando atrás, por
guardar en su retina la carita de la nena a la que vio nacer.
Machichaco en Vizcaya, Creus en Gerona y Cabo de Gata en Almería… Decía la
cantinela aprendida de los labios del viejo maestro de su niñez. Y junto a Cabo de Gata, en
el pequeño pueblo pesquero de La Almadraba en donde el viento y la desolación se daban
la mano, comenzaron otra vida junto al resto del destacamento y sus familias. Junto a él,
dos cabos y ocho guardias era toda la plantilla de aquel cuartel húmedo y triste, en donde
por no haber, no había ni agua corriente ni servicios. Extrañamente, “la Escopetilla” casi
no protestó y él se lo agradeció desde el silencio.
La vida era difícil para ellos, pero aún lo era más para las parejas de guardias que
realizaban el servicio de costas. Salían a la caída del sol y no regresaban hasta el nuevo día
en que eran relevados por un vigilante. Recorrían durante toda la noche la demarcación por
la lengua del agua envueltos en la humedad del mar y el viento, que arrastraba en su vaivén
la arena arañando las manos y el rostro de los hombres. “Ojos de Gato” salía también,
pero solo una vez en la noche para comprobar que todo transcurría sin problemas; después
llegaría más de un superior confirmando lo confirmado. Y así hasta el amanecer, en que
veía llegar a esos hombres de rostros cadavéricos empapados de agua y con la humedad
pegada a los huesos.
462
El tiempo pasaba tan lento que a veces había que empujarlo. Todos los días eran
iguales, con el bufido del viento que arrastraba la arena hasta el cuartel. El bisbiseo de las
olas del mar… el frío y la lluvia; el calor y las gotas de sudor resbalando por debajo del
tricornio negro acharolado. La pesada capa de paño, tortura de verano y pesadilla de
invierno. El mosquetón sobre un hombro. Los pies apresados en unas botas de cuero que
llagaban la carne…: Todos los días eran iguales para todos.
Todos los días eran iguales para ella, con aquella estancia tan llena de grietas que el
viento no daba abasto para colarse por los rincones y aquella humedad estampada en las
paredes. Ni baño ni retrete, ya se dijo antes, solo las pequeñas montañas de arena cercanas
al cuartel como desahogo y una tina grande para el aseo, que la hacía regresar a su niñez
cada vez que se usaba.
En cuanto podían dejaban el cuartel alejándose del pequeño pueblo de La
Almadraba para disfrutar del hogar en la ciudad donde al sol le costaba irse a dormir, y
comprar en el economato las cosas que necesitaban en la casa cuartel. Siempre compraban
de más pensando en las familias que allí se quedaban. Aguardaban su llegada como si
fueran los reyes Magos cargados de fiambre, leche y galletas que “la Escopetilla” repartía
entre las familias. Por la tarde, los chiquillos llamaban a la puerta de una “Escopetilla”
generosa en pan y mantequilla con azúcar.
Y así pasaban los días de frío invierno hasta que un día la primavera llegó. Se
enteraron una mañana que fueron a la ciudad y vieron los árboles adornados con brotes
nuevos. “Ojos de Gato” pensó que era lógico que la primavera no hubiera pasado por
aquel pedazo de tierra frío y desolado en donde vivían, porque no había nada en donde
dejar brotes nuevos. Mientras pensaba y no pensaba llegó el verano al cuartel y con él Sara,
Vicenta, Tatín. Fue un verano tranquilo bajo un sol abrasador. Un verano en donde el
miembro más pequeño de la familia hizo “mi”.
El sol lucía en un cielo despejado de nubes y pintado de gaviotas. El mar de un azul
intenso tocaba la arena en donde Gelinda saltaba nerviosa cada vez que rozaba sus
pequeños pies. Pies de nena inquieta que chapoteaban salpicando de agua salada su cara. La
chiquilla cerraba los ojos con fuerza llamando a su padre. Junto a ella, Tatín hacía un
castillo de arena, soñando quizá con príncipes y princesas ayudada por el rastrillo, el cubo y
la pala con dibujos de caballitos de mar, caracolas y estrellas. Sara enlutada y bajo un
sombrero de paja, observaba en silencio el jugar de sus nietas, con sonrisa triste. Había
pasado el tiempo desde que Salvador se fue y ella no se acostumbraba a estar sin él. Miró a
su hija sentada en bañador junto a ella, con aquel gorro de baño que no le sentaba nada
463
bien, y se sintió la más vieja del mundo, aunque aún no hubiera dejado la cincuentena.
Sarita había formado una familia y le quedaba mucho por andar; en cambio para ella, esas
ganas de andar por la vida se habían esfumado con la misma rapidez de las burbujas de una
botella de gaseosa al destapar el tapón. Pero tenía que seguir hasta que Dios quisiera,
aunque ella no estuviera demasiado por la labor. Pensó en la aldea que la vio nacer y sintió
un enorme deseo de regresar para vivir el resto de la vida que le quedaba por vivir… La
algarabía de las chiquillas devolvió al corazón esa nostalgia que había dejado escapar.
- ¡Vamos Gelinda, no tengas miedo! –dijo “Ojos de Gato” a la niña persignándose
con la mano mojada.
- No “teno miezdo” -le dijo a la vez que negaba con la cabeza.
- ¿Ya “has hecho mi”?
La mano en la frente y después en un hombro para indicar a su hija lo que debía
hacer. Y Gelinda se agacha perdiendo el equilibrio. Se cae de bruces pero no llora. Se ha
llenado de arena la cara y la boca y sus dientes de leche mastican los granos de arena para
luego escupirlos. Se levanta de nuevo ante la mirada atenta de su padre con toda la dignidad
de la que es capaz una niña de dos años, para seguir las indicaciones de “Ojos de Gato”
que se agacha de nuevo con la nena de una mano, hundiendo la otra en el agua para luego
seguir paso a paso la señal de la cruz con su hija.
- Ahora sí “has hecho mi” -dice riendo. No sabe por qué, la chiquilla ha decidido
asociar la señal de la cruz con el “hacer mi”, y piensa que quizá tenga que ver con la misa;
con ese “vamos a misa”, que ya forma parte de las palabras amigas.
- ¡Agárrate al cuello de papá! ¡No tengas miedo!
- No “teno miezdo papá” -le dice la niña aunque no era del todo cierto.
Su pequeño corazón latía con fuerza ante su bautismo de mar más allá de sus
tobillos. Nadie se lo había explicado porque debieron pensar que era demasiado pequeña
para comprender el significado de “hacer o no hacer pie” en el agua. Nadie se lo había
explicado, pero ella lo intuía por el empeño de su padre en que no se soltara de su cuello,
cosa que no pensaba hacer. Le parecía que cabalgaba a lomos de un delfín, si hubiera
sabido lo que era un delfín. Aferrada a su padre que nadaba despacio, Gelinda tragaba y
escupía pequeños buches de agua salada, y a ella le parecía que se bebía el mar con todos
sus habitantes y que la barriga se le llenaba de sirenitas y caballitos de mar.
Volvieron a la orilla en el momento en que el sol se dibujaba en el horizonte. El
mar devolvió a un padre orgulloso del bautismo de agua de su hija, y a una niña tiritando y
464
con la piel arrugada como la de un garbanzo a remojo. En su cara chiquita, los finos labios
amoratados por el frío le regalaron una sonrisa.
- ¡Ya eres mayor! -se lo dijo al oído mientras la envolvía en una toalla-. ¡Esta es mi
niña! La besó en la frente y ella se acurrucó al calor de esa toalla entre los brazos de su
padre. Se sintió el ser más feliz del mundo, si ella hubiera sabido lo que era el mundo.
Cerró los ojos y se quedó dormida con su “ya hecho mi” entre las hazañas más notables de
su corta vida. Algo le decía que ese bautismo de agua se quedaría hasta el fin de sus días en
el fondo de su alma y en algún rincón de su “neurona amiga”.
Con el final del verano llegó un nuevo destino y la promesa escrita en una carta
enviada, por el ayudante del Primer Jefe de la Guardia Colonial, pidiendo su regreso a
Guinea. Vendieron el hogar, dijeron adiós a Vicenta de la que Gelinda se llevaba como
recuerdo una pequeña cicatriz en el labio superior, tras descuidarla en el suelo empedrado
de una calle, por tontear con el soldado de sus “entretelas”. Y dejaron a Sara en Forna, la
aldea que la vio nacer y en donde quería morir no sin pena, pero comprendiendo la
necesidad de encontrarse con ella misma y con sus recuerdos. Partieron en El Dómine a las
Canarias en donde La isla de La Gomera les dijo “hola” con su mejor sonrisa. Era una isla
pequeña, llena de luz y color, en donde pasaron seis meses. Las niñas empezaron a ir al
colegio. Una con sus libros, la otra con el bocadillo y una cantimplora pequeña de plástico
rosa, que le compraron en uno de los quioscos del puerto de Tenerife, cuando el barco
hizo escala en esa isla. Hasta que una mañana cualquiera le llegó la orden de partir rumbo a
Guinea, así que cogió a “la Escopetilla” y a las niñas, sin olvidar la cantimplora de Gelinda,
y embarcaron en el Dómine, para retomar aquella vida que dejaron sin querer.
465
15 - ANNOBÓN
Navegaron de vuelta a la tierra prometida con la misma ilusión de la primera vez,
embargados en un sentimiento fuerte de libertad. Atrás quedó esa España de ojos tristes
por llevar la alforja llena de penas y vacía de pan. Se alejaban del plato de lentejas por
limpiar de chinarros, de la achicoria y del particular ruido al golpear los cascos de las mulas,
que tiraban de los carros de leche aguada sobre el pulido adoquinado de la calzada.
Redimían a sus hijas de las escuelas de bancos y pupitres de madera herida por la plumilla
de niños con baberos y adolescentes con granos, que ocupaban los asientos para dos de
tres en tres y de cuatro en cuatro, y emulaban al mejor de los pintores con la tinta del
tintero, del que era cómplice la afilada hojilla de afeitar guardada para limpiar todas esas
expresiones artísticas dejadas durante el año escolar en la madera. Y navegaron en un
Dómine que a ellos se les antojaba más cómodo que nunca, más limpio, más seguro, quizá
por esa ilusión con la que habían subido al barco que les llevaría a esa tierra de la que nunca
debieron salir. Navegaron por un océano en calma acompañados durante millas por un
grupo de delfines que hacían las delicias de los más pequeños con sus saltos y avistaron
también alguna ballena emergiendo de las aguas profundas para llenar sus pulmones de
aire. El tiempo acompañó la singladura, y una mañana radiante reconocieron la isla, en la
que un pico de Santa Isabel asomaba soberbio entre unas nubes del color de la antracita.
Con la banda de música de La Guardia Colonial desgranando “Suspiros de España”,
el barco atracó de popa en el pequeño muelle entre saludos y aplausos de los coloniales que
esperaban, impacientes como siempre, la llegada de un ser querido, de un amigo o algo tan
deseado como una carta escrita con el corazón. Los productos de la tierra apilados,
esperando a ser acarreados por grúas y braceros, tras la descarga de la mercancía que
llegaba de España. Mientras, por La Cuesta de las Fiebres, un trasiego de coches y gente se
cruzaban entre risas y palabrería porque la llegada del buque correo era siempre un motivo
de fiesta que nadie quería perderse. En la cubierta los pasajeros, aun a riesgo de caer a
tierra, se asomaban peligrosamente con el fin de hacerse oír por la gente que esperaba en el
muelle. Cuando al fin afianzaron la escalera, dos funcionarios de la policía y un par de
sanitarios con batas blancas subieron para revisar los contratos de trabajo y cumplir con el
requisito de la vacunación. En el salón de reuniones los pasajeros esperaban su turno con
466
impaciencia con la música de fondo de los llantos infantiles ante la plumilla del sanitario.
Un padre desesperado intentaba calmar el nerviosismo de su hijo cuando le llegó el turno.
- Chiiiisss… no llores… si es un pellizquito de nada. Como un mosquito, ¿ves?
Y el pequeño callaba por un momento ante la sorpresa de la presión de las uñas de
su progenitor sobre la piel.
- Papá… no quiero… -lloriqueaba el niño tirando del brazo de su padre.
Y Tatín, oyendo al chiquillo, protestaba a punto de llorar recordando el escozor que
causaba en la carne el raspado de la plumilla metálica con su correspondiente dosis de virus
moribundos.
“Ojos de Gato” intentó calmar a su hija con un beso en la frente y la promesa de
unos caramelos.
- ¡Venga valiente! Es solo un momento y luego le pediremos a mamá un par de
caramelos de esos ingleses que te gustan tanto…
“La Escopetilla”, con Gelinda en brazos, escuchaba la conversación pensando en la
poca gracia que le hacía el contacto de una plumilla usada ya con otros pasajeros.
Al fin pisaron tierra con los ojos velados y un leve temblor en las rodillas, no sabían
si por el largo vaivén del trayecto o porque la emoción de verse de nuevo en casa les tenía
el corazón hecho agua de coco.
Un instructor de complexión fuerte les dio la bienvenida junto a una mujer alta y
delgada que observaba a “la Escopetilla” con ojos curiosos. Vestía con sencillez y el pelo
rizado de corte casero contrastaba con la melena cobriza cuidada con esmero de “la madre
de todos los corderos”.
- ¡Hola, soy Herminio Lesaga!
Su mano apretó con fuerza la de “Ojos de Gato”, y este le respondió con un: “¡Ya
estamos en casa!”.
- Mi mujer… Adela.
El hombre se quitó el pesado salacot y se pasó un pañuelo por la cara, mientras una locuaz
“Escopetilla”, llena de energía, se colgaba del brazo de la buena mujer dispuesta a recibir
toda la información de todo lo ocurrido en esas tierras desde aquella mañana de lluvia, ya
lejana, en que embarcaron rumbo a la España de posguerra, creyendo que no volverían
jamás. Los subieron al Land Rover con las niñas y enfilaron la calle de La Marina, o esa
cuesta de las fiebres como todos la llamaban sin saber muy bien por qué. Al llegar a la
altura del Chiringuito, el corazón de “la Escopetilla” se aceleró recordando la primera vez
que pisó esa calle Sacramento que se veía al otro lado de la plaza. Todo parecía seguir igual
467
con aquel trasiego de vehículos y morenos que le daban la vida. Al llegar a la Misión
Católica en esa plaza de España, no pudo evitar un hormigueo en su cuerpo, como si una
legión de hormigas se pasearan por su piel, recordando esa “noche en la luna” en aquel
hotel Montilla, en donde unos rayos de sol curiosos se colaban por las lejas de las
contraventanas, para compartir esa primera vez de una “Escopetilla” sin despertar a la vida.
Unas palomas levantaron el vuelo al cruzar por la plaza volando hasta la copa de las
palmeras reales, y un muchacho sentado al sol en un cajón de madera, vendía bollos de
tierno pan con mantequilla holandesa aprisionada en unas latas redondas, cuyo sabor era
una delicia para el paladar. Dejando la Ayudantía de Marina y un par de edificios oficiales
más a un lado, llegaron hasta las viviendas de los instructores. Se trataba de un bloque
rectangular con unas amplias terrazas mirando a la bahía. Desde el nuevo hogar situado en
el primer piso, la vista era aún más bella. Punta Cristina asomaba entre los flamboyanes que
bordeaban el acantilado. Un banco de piedra sin ocupantes a esa hora de la mañana
dominaba el paisaje.
Era una casa grande y luminosa, aunque en aquellas tierras era difícil encontrar una
por la que no entrara la luz a raudales, con un suelo de losas color teja y unas ventanas
pintadas de verde. Era una casa de paredes blancas sin huerto y una cocina que daba al
patio del campamento formado por dos hileras de barracones para las familias de los
guardias, como Honorio el cocinero y Norberto el boy. El primero negro como la pez y el
segundo un mulato con la piel color avellana. Y era una casa con rellano y vecinos puerta
con puerta, cosa inusual para ellos, acostumbrados como estaban a vivir sin tabiques de
extraños y setos de hortensias o hibiscos rodeando el hogar, aunque les habría dado igual si
la casa estuviera en mitad del río Benito alzada sobre troncos de madera y rodeada de
tiburones, con tal de encontrarse allí. Y así, con la ilusión rezumando por todos los poros
de la piel, retomaron aquella vida, con una “Escopetilla” encantada de volver “al boy y al
cocinero”, con una Gelinda correteando por todas las habitaciones y con una Tatín
estudiando en Santa Teresita, un colegio de misioneras. Él, como siempre, cargó con
cometidos de más llevando la Secretaría de Causas de la Jurisdicción y el taller de mecánica;
porque, aunque eran cuatro los instructores destinados, en ese campamento el trabajo se
amontonaba por ser la metrópoli de la isla. Se llevaban bien con las familias del bloque;
aunque con el tiempo, José Luis López, su vecino de rellano y Carmina, su mujer, una
pareja sin hijos, con ganas de hijos, se alejaran de sus vidas; no en la distancia sino en los
sentimientos, porque él se volcó en las pequeñas y a ella le entró “el mal de celos”. Con
468
Zarzosa y Lesaga, la cosa fue distinta acostumbrados como estaban a tener el hogar
adornado con el barullo propio de la chiquillería.
Y los días pasaban si no más deprisa, porque el tiempo transcurre igual en ese
rincón del mundo que en el Gran Cañón del Colorado o en el desierto australiano de
Gibson; sí con más intensidad por tantas sensaciones nuevas vividas en el día a día. Atrás
quedaron aquellos amaneceres tristes; aquella sensación de soledad sin estar solo; aquel ver
pasar la vida en sepia aunque fuera primavera.
Compraron con parte de los ahorros un Austin pequeño en negro, del que Gelinda
decía que parecía un zapato de charol, y con él daban largos paseos por la carretera que
llegaba hasta San Carlos, cruzando el río Tiburones en su desembocadura al mar. Era un
bello trayecto con los árboles de café y cacao bordeando el camino. Otras veces enfilaban
la carretera a Basupé, un pequeño poblado en donde se encontraba situado un puesto de
guardia, desviándose luego hasta Basilé, una preciosa aldea situada a quinientos metros a
nivel del mar con un clima primaveral capaz de relajar el espíritu y el cuerpo del colonial,
haciendo difícil su regreso al pegajoso calor del día a día, y en donde las hermanas
Concepcionistas tenían un internado. Pero donde más disfrutaban las niñas era con los
paseos a Moka, situada en una alta meseta entre montañas a más de mil metros sobre el
nivel del mar. Era el único lugar de la isla en donde caballos y vacas campaban a sus anchas
entre verdes pastos y en donde, al caer la noche, la necesidad de ponerse una rebeca
causaba una sensación agradablemente extraña; era como si estuvieras en “España” en ese
tiempo de primavera. Y así entre peleas de hermanas por cosas de niñas y canciones a coro,
por eso de calmarlas, pasaban las tardes en paz y en familia por esas carreteras más o
menos accesibles, de Dios.
………- Mamá, Gelinda no me deja sitio…
- ¡No es verdad! -chillaba la pequeña con medio palmo de lengua fuera, burlándose
de la hermana a la que tenía aprisionada contra el respaldo de “la Escopetilla”.
- Vamos a cantar… A ver cómo empieza esa de “Compañero que sabes tocaire” dijo “Ojos de Gato”, a sabiendas de que la música calmaba a las fieras.
- Compañero que sabes tocaire… -cantó Gelinda dejando en paz a su hermana.
- Como tocaire la guitarreira… -“Ojos de Gato” miraba a la pequeña a través del
retrovisor.
- Ran,ran,ran…
- ¡La guitarreira! -cantaron todos a coro
469
- ran,ran,ra…
- Compañero que sabes tocaire…
- Como tocaire el tamborileiro…
- ¡Papá! ¿Por qué se llama río Tiburones?
- Pues porque hay tiburones… ¡Mira! Tatineta ¡He visto uno! –bromeaba “Ojos de
Gato”.
Tatín miraba nerviosa hacia ese mar y ese río, pensando en que los tiburones
estarían hechos un lío al no saber si estaban en el mar o en el río, mientras Gelinda
protestaba por la interrupción de su hermana en la canción familiar.
Y así pasaba los buenos momentos de aquellas pequeñas cosas como un paseo en
coche, una canción y un brujo asomando entre el bicoro al borde de la carretera…
Brujo.jpg
470
………La tarde caía cuando una figura oscura apareció plantada en mitad del bicoro.
Parecía un animal salvaje cubierto como estaba con aquella malla de lana marrón a rayas,
que lo envolvía desde los tobillos hasta la cabeza, y aquella enorme piel entorno al cuello y
tobillos, que “Ojos de Gato” no supo con certeza a qué clase de animal pertenecía. Algo
parecido a un salacot blanco coronaba su cabeza. Enseguida comprendió que era un brujo,
aunque casi podía asegurar que no formaba parte de ninguna tribu de esa tierra que tan
bien conocía, porque el atuendo no se parecía a ninguno de los que había visto. Paró el
coche a pesar de las protestas de “la Escopetilla” y del nerviosismo de las pequeñas, porque
quería sacarle una foto para adjuntarla a las que ya tenía de las redadas pasada, así que salió
al tiempo que veía cómo su mujer subía las ventanillas y él sonrió, pensando en que si el
posible peligro hubiera estado en el interior del coche, le habría faltado tiempo para salir de
él con niñas o sin niñas. Se plantó ante él, le habló en español y luego una frase corta en la
lengua nativa, pero pareció no entender; así que probó a enseñarle la máquina señalándole
con el dedo y el hombre se dejó fotografiar. No se había alejado nada más que unos pasos
cuando le oyó decir: “Nigeria”. Se giró y lo vio con los brazos levantados agitando una
rama. Avanzaba hacia el coche meciendo el cuerpo acompañado por el ritmo acompasado
y monótono de unas ajorcas hechas con semillas. Dejaban escapar un silbido muy parecido
al de una serpiente cascabel cada vez que movía los pies, mientras que de sus labios una
salmodia, que le puso los pelos de punta, se perdía entre cientos de pequeños mosquitos
suspendidos como una tela de araña en el aire de aquel atardecer.
Abrió con rapidez la puerta de una “Escopetilla” hecha Edith y, con un vistazo
rápido vio a sus hijas acurrucadas en el asiento de atrás. Sacó la pistola de la guantera y
apuntó al hechicero que no cesó en su danza ni en su salmodia. Un sudor frío le invadió
recordando aquel desagradable suceso durante un tornado en Niefang. Los llantos de sus
hijas le angustiaban. Toda aquella situación le angustiaba porque no veía un buen final para
esa película que estaba viviendo.
- Cierra la puerta –le dijo a una mujer convertida por el miedo en estatua de sal-.
¡Por tu madre que cierres la puerta coño! -y ella reaccionó, quizá por no estar acostumbrada
a ese tono de voz con que le habló.
Rogó a Dios y a todos los santos para que girara sobre sus talones y desapareciera
en la profundidad de la selva de donde había salido, mientras extendía el brazo apuntando
al bello cielo del atardecer, pensando en que si no se asustaba con el disparo de advertencia,
471
tendría que herirle… o tal vez matarle… Hizo señas a la madre de sus hijas para que
encendiera los faros del coche que al momento iluminaron la carretera desierta. Miró a su
alrededor y se percató del silencio; un silencio extraño que cortaba el aire. Por un momento
deseó escuchar la salmodia del hechicero y el inquietante “ssssaaaacccc… ssssaaaacccc…”
de las pulseras. El hombre se había parado y él pegó el primer disparo que retumbó
espantando a todo lo que tenía alas de los árboles, en el momento en que el sol rodaba
dejando paso a las sombras de la noche. Se llevó una mano a la sien, que latía con más
celeridad de lo acostumbrado y sin contemplaciones, o eso pensaba, cuando un haz de luz
iluminó el final de la carretera y el carraspeo de un viejo motor se dejó oír… Alguien gritó
“¿Qué ha pasado?”.
Pero él no contestó. Soltó un segundo disparo al aire y vio incrédulo cómo el hombre de su
pesadilla giraba sobre sus talones llevándose con él el desagradable silbido de las ajorcas a la
espesura del bosque, más allá de los cafetos. Se volvió hacia el coche y vio a “la
Escopetilla” con Gelinda en brazos y Tatín a su lado. No supo en qué momento había
decidido aparcar el miedo y hacerse cargo de las pequeñas, pero el caso era que lo había
hecho; había conseguido olvidar por un rato ese instinto de supervivencia tan superior a
ella comportándose como lo que era en realidad: una madre.
- ¿Qué ha pasado?
Por la ventanilla de una camioneta de cabina roja deslucida por el sol, asomaba una
cabeza redonda y grande como un balón de reglamento; seguida de una generosa nariz y un
puro apurado en extremo, colgando de unos labios gruesos a los que “la Escopetilla”, de
eso estaba seguro, había calificado ya de “babosos”. A pesar de su peso y sin esperar
respuesta, bajó de un salto de la camioneta con una agilidad pasmosa dispuesto a echar una
mano, por el mero hecho de que eran pocos y debían ayudarse.
<<Por el acento es portugués…>>, pensó.
El hombre, como si le leyera el pensamiento, le dijo soltando una bocanada de
humo…
- Me llamo Plinio Marqués
y trabajo en la plantación Sanpaca a unos diez
kilómetros de aquí. Venía de San Carlos…
- Pues… -ahora le parecía algo absurdo lo vivido, y pensó que tal vez el hombre
creyera que estaba loco o que era un cobarde redomado y se había asustado como un
conejo por algo tan dentro de lo común en aquel punto del mundo-… estaba dando un
paseo con mi familia cuando en mitad del bicoro apareció un negro extrañamente vestido
que nos ha complicado la vida durante un rato con su danza y sus salmodias… –le dijo
472
observando la expresión de la cara del hombre. Seguramente estaba pensando en que no
era para lanzar tiros al aire por un negro disfrazado dando brincos, y que era un novato en
esas tierras-. Iba vestido de forma muy extraña y mire que he visto gente de esta en el
tiempo que llevo aquí… No sé… Le hablé en español y luego en fang, y solo dijo:
“Nigeria”…
El hombre se dio un manotazo en el cogote luchando contra los mosquitos que a
esas horas del anochecer y, atraídos por la luz de los faros, empezaban a llegar. Si no se
iban pronto de allí los freirían. Miró hacia el coche como diciendo: <<Espero que tengan
las ventanilla cerradas>>.
- Pero hombre de Dios, si no es un novato cómo se ha dejado dominar por los
nervios…
A punto estuvo de contarle la desagradable experiencia vivida el día en que murió el
pobre Clemente… aquella larga noche de tormenta acompañado por Juan José. A su
memoria volvió aquella “Escopetilla” tirada en la cama, pálida como un muerto con el
misal y el velo de la misa de la mañana junto a ella… Aquel apremio por encontrar a
Tatín… Y luego la bolsa con aquel dedo de mono colocada bajo la almohada por
Junípero…
- Es algo largo de contar. Quizá algún día en otro lugar y momento lo haga. Ahora
regresaré con mi familia… Por cierto me llamo Ángel Fuentes y soy instructor de la
Guardia Colonial, acabamos de llegar a Santa Isabel destinados. Gracias por su ayuda –le
dijo estrechándole la mano.
Los gritos de las niñas cortaron la conversación. Era el momento de regresar al
hogar. Se dijeron un “hasta la vista” y emprendieron el regreso, con Plinio delante.
………No entendía qué estaba pasando pero su instinto de niña le decía que nada bueno.
El corazón le latía a cien por hora y de nada servía buscar el regazo de su madre porque
estaba tan rígida como Babieca, el caballo de madera que su padre le había hecho en la
carpintería del campamento. Cerró los ojos y se llevó las manos a las orejas para no
escuchar la llantina de su hermana. Allí estaba el caballo pintado de gris con las crines
negras cayéndole por los ojos y el bocado marrón como la brida… de cuero… su padre le
había dicho que esa cuerda con la que se sujetaba al caballo, cuando eran de verdad, eran de
cuero… Pensaba que era un caballo muy bonito. Abrió los ojos y vio a su padre a través del
cristal avanzando hacia aquel ¿hombre del saco? No sabía lo que era, pero le causaba
horror. Las luces encendidas de los faros iluminando la carretera y aquel ser cada vez más
473
cerca del coche… Volvió a pensar en Babieca y en “Pío”, el pájaro al que le gustaba estar
enjaulado. Tambien le había contado que hay pájaros que son felices en la seguridad de sus
jaulas porque no saben vivir en libertad: “Si le abrieras la puerta no sabría a dónde ir y al
final se moriría de hambre”.
Un disparo la trajo de nuevo al mundo. Lo vio con la pistola, esa que solía guardar
encima del armario, apuntando al cielo y a una bandada de pájaros volar de los árboles.
Pensó que tal vez estarían muy enfadados porque era la hora de dormir para ellos y él les
había despertado con aquel estruendo. Casi al mismo tiempo escuchó otro aunque esta vez
no hubo pájaros en desbandada; esta vez “el hombre del saco” se alejó de sus vidas
perdiéndose en el bosque.
- Papá, ¿era el hombre del saco?
- Sí Gelinda: era el hombre del saco pero ya no volverá a molestarnos nunca más.
El camino se hizo eterno; no por la distancia que no era mucha, sino por la
intensidad de lo vivido. Cruzaron el río Tiburones sin canciones ni preguntas de Tatín, una
Gelinda dormida, y con una “Escopetilla” sumida en sus pensamientos.
………Corría el mes de febrero y el incidente de la carretera se había quedado como
anécdota extraña y desagradable para entretener las tardes de asueto entre amigos, saltos
con hielo y chiquillería jugando en la plaza de España. Apoyado en la balaustrada de la
galería, contemplaba la salida del sol por el horizonte allá en donde el cielo y el mar eran
uno. Apuró el último sorbo de café cargado y azucarado, como le gustaba. Era el tercero
que se bebía en una hora, y uno de tantos que tomaría a lo largo del día. Le agradaba el café
de Guinea: <<El mejor del mundo>>, pensó encendiendo un Camel con la vista puesta en
la corbeta Descubierta fondeada cerca del espigón del muelle. Se pasó una mano por ese
mechón de pelo rebelde y compañero, hinchando sus pulmones de olor a tierra mojada:
<<La estación seca está a la vuelta de la esquina… el tornado tiene que llegar…>>, pensó
escudriñando el cielo. <<Siempre hay tarjeta de visita de alguno antes de comenzar una
nueva estación>>. Reparó en un negro en bicicleta que pasaba frente al campamento,
cargado con un bulto en la cabeza que sujetaba con una mano, mientras la otra manejaba el
manillar con destreza para mantener el equilibrio. Lo vio alejarse con el aire hinchando su
camisa blanca y una tonadilla entre los labios.
- Buenos días…
Sus labios rozaron los de “la Escopetilla”, que dormía a pierna suelta ocupando el
otro lado de la cama con: “despreocupación y alevosía”, se dijo sonriendo. Algo parecido a
474
un “buenos días” se quedó suspendido en el aire de la habitación, mientras una araña de
patas largas corría asustada a esconderse tras la mesilla de noche, justo en el momento en
que cogía el Citizen de oro que compró en Utamboni en la época de Evinayong, y el
manojo de llaves que la madre de sus hijas siempre llevaba con ella para evitar males
mayores; y es que si no se andaba con cuidado no ganaban para pasta de dientes ni para
colonia porque se lo engullían todo sin ascos ni miramientos. Cerró tras de sí la puerta de la
alcoba y se fue directo al comedor en donde un par de vasos de agua caliente, dejados por
Honorio, y una nevera cerrada esperaban para el ritual de todos los amaneceres.
Anduvo por el pasillo con los dos vasos de leche condensada hasta llegar a la
habitación de sus hijas. El sonido que salía de sus labios surtía el efecto de un despertador
en las niñas que se sentaban en la cama al escuchar el: “Corroncho bochoncho, corroncho
bochoncho”…
Un conato de palabras inconexas y absurdas, sin derecho a ocupar un lugar en el
diccionario, pero que para ellos eran tan claras y lógicas como otra cualquiera. Y es que con
esa cantinela y sendos vasos de leche caliente en las manos, les daba los buenos días a sus
pequeñas que, tras beberlos, continuaban durmiendo hasta su hora.
- Papá…
- Dime.
- ¿Cuándo vas a hacerme una cocinita?
- Mejor se la pides a los reyes porque papá tiene mucho trabajo…
Y Gelinda volvía a dormirse con el sabor de la leche caliente en la boca y la cocina
de juguete en su sueño.
Cogió la gorra de plato y el impermeable, y salió de la casa pensando en la cocina
que, a medio hacer, esperaba en la carpintería del campamento hasta que tuviera un hueco
para acabarla. Por lo pronto esa mañana debía solventar un problema con la luz eléctrica en
la vivienda del primer Jefe de la Comandancia. Se acercó a la cárcel bajo una lluvia fina y le
dijo al guardia de puertas que necesitaba un preso para ayudarle con la avería.
- Masa, este muy bueno para ayudarte… -le dijo con voz amodorrada por el sueño.
Les pasaba a todos. Todos caían en brazos de Morfeo durante esas largas y tediosas
guardias de la noche. Ni las advertencias, ni los correctivos, ni el par de patadas en el culo
surtían efecto con ellos. Hasta llegó más de una vez a quitarles el mosquetón cuando
estaban dormidos en la garita. Y al día siguiente aparecían con cara de niño asustado
diciendo: “Masa, quitarme el mosquetón…”. Y uno no podía hacer otra cosa más que
devolverle el arma junto a otra patada en el culo…
475
- Anda, colócate bien el correaje y estírate la sahariana que pareces un guiñapo… -le
dijo con un deje de resignación.
-Sí Masa…
Caminaron en silencio el uno junto al otro, sin decir palabra, hasta llegar a las
escaleras que llevaban a la primera planta de la casa del Primer jefe. Le abrió la puerta un
boy más dormido aún que el guardia de la cárcel, por no tener que dar cuentas a nadie de
ese sueño holgazán. En un rincón del comedor, bajo el capuchón de tela que cubría la jaula,
dormitaba un viejo loro al que le habían enseñado letra y música del himno nacional. El
servicio evitaba acercarse por no martirizar sus oídos con la voz estridente y desafinada del
bicho, que cuando empezaba ya no paraba hasta la última estrofa escrita por el señor
Pemán. Cruzaron la amplia estancia dejando atrás al loro en su jaula de bambú con el
pensamiento puesto en Capitán. Añoraba al maldito pajarraco que ahora estaría haciendo la
vida de Anselmo un poquito más difícil, junto a Hilda y los perros… Una sonrisa malévola
se dibujó en su cara al tiempo que se apartaba de la frente el mechón. Había llegado al aseo
en donde al parecer se encontraba la avería…
- Trae una escalera -le dijo al boy-. Y ¡abó,abó! Que no tengo toda la mañana.
Y el boy voló a su manera, arrastrando los pies por el pasillo. Mientras él, sentado
en el borde de la bañera, encendía dos Camel: uno para el preso, que alargó la mano sin
decir palabra, y otro para él.
- ¿Entiendes lo que te digo? –intuía que no, pues no había dicho ni pío desde que
salieron de la cárcel.
El hombre dijo: “Yo Nigeria… Campo Yaundé”.
Y él suspiró, resignado a tener un ayudante que solo acertó a decir de qué país era, y
en dónde vivía antes de entrar en la cárcel.
- Masa, la escalera…
………Todo pasó muy deprisa. Sin darse cuenta, el rollo de cable conectado al enchufe de
la pared y él fueron una misma cosa. El destornillador volando por los aires, el grito de
angustia y la súplica al nigeriano para que tirase del cable, mientras este quedaba pegado a
su pecho entre las manos agarrotadas. Y aquel humillo con un cierto olor a carne
chamuscada colándose entre los dedos de las manos. Más gritos de angustia pidiendo ayuda
al hombre que, con ojos desorbitados, miraba la escena sin decidirse a actuar. Luego un
movimiento brusco tirando de su pierna y la inevitable descarga que le hizo correr como
alma que lleva el diablo, dejándolo a su suerte junto a su soledad. Aquella soledad que le
476
hizo comprender que había llegado su final. No sentía nada, nada de nada, y agradeció a
Dios su benevolencia a la hora de llevárselo sin dolor a pesar de golpearse la cabeza una y
otra vez contra el piso del aseo, contra su voluntad, y en medio de un estado de
semiinconsciencia que le hacía muy difícil mantenerse despierto. Vio una cucaracha pasar
corriendo por detrás del lavabo, y el envoltorio de una hoja de afeitar cerca del bidé. La
imagen de “la Escopetilla” y de sus hijas se iba y venía como las olas rompiendo en la
arena. Por su cabeza pasaron retazos de su vida tan claros y rápidos como los fotogramas
de una película. Se asomaron a su memoria ese valle del Roncal cubierto por la nieve, en
donde vio la luz, y el morro de Tambor asomando entre una montaña de copos. El rostro
de su madre y a su padre en el taller de ebanistería. Su hermano Andrés y el trineo
resbalando ladera abajo. Los ojos de María Teresa que ya creía olvidados y pedazos de
esquirlas de la maldita guerra vivida… De pronto todo acabó: los recuerdos, el humillo que
había brotado entre sus dedos, el golpeteo incesante de su cabeza sobre la loseta, el estado
de semiinconsciencia… Todo, absolutamente todo. Había muerto y había emprendido el
viaje más alucinante que todo ser humano termina haciendo… Una voz conocida le hizo
comprender que aún estaba en la tierra a no ser que su compañero Lesaga también hubiera
partido hacia el más allá al mismo tiempo…
- Ángel, ¿me oyes?
La cara enorme de Lesaga ocupaba todo el campo de visión. La frente ancha con
aquella cicatriz adolescente, recuerdo de una noche de lidia en un coto con dueño, del que
tuvo que salir por pies sorteando los cartuchos del mayoral. El pelo peinado hacia atrás con
fijador, y esos ojos pequeños y vivos como dos renacuajos de charca, que le miraban con
preocupación. Luego vino el: “Estoy bien”. Un “estoy bien” débil, pero cierto porque se
sentía en el mundo. Después el abrazo y la gratitud a ese dolor de muelas que no había
dejado a su compañero pegar ojo en toda la noche, y que fue el causante de que saltara de
la cama antes de la hora acostumbrada. Con un: “N
Descargar