¿Es amor o es adicción? Brenda Schaeffer ¿Es amor o es adicción? Hazelden Center City, Minnesota 55012 Hazelden.org ©1987, 1992 por Hazelden Foundation Derechos reservados. Publicado en 1987 Publicado en español por el Grupo Patria Cultural, SA de CV En el 2012 Hazelden lo publicó en español. Ninguna parte de esta publicación puede copiarse, guardarse en un sistema de recuperación o transmitirse de ninguna forma o por otro medio, tanto sea electrónico, mecánico, fotocopiado, grabado, escaneado, o de otra forma—sin el permiso expreso por escrito del editor. No cumplir con estas condiciones puede exponerlo al riesgo de una acción legal y perjuicios por violación de los derechos de autor. ISBN: 978-1-61649-472-8 Ebook ISBN: 978-1-61649-465-0 Índice Prefacio Agradecimientos Dedicatoria Parte I. La verdad acerca del amor adictivo 1. El poder del amor 2. Orígenes de la adicción al amor 3. Psicología de la adicción al amor Parte II. ¿Cómo te amo? 4. Adictos al amor 5. Juegos de poder 6. Pertenencia sana Parte III. Esperanza para el mañana 7. De la adicción al amor 8. Ayúdese a superar la adicción al amor Bibliografía Prefacio El amor es, simplemente, un hecho de la vida. Nadie escapa a sus efectos. Pero las razones de por qué se vive como una experiencia buena o mala no son en absoluto simples. Como psicoterapeuta que ayuda a la gente a disminuir su dolor emocional, he descubierto que la mayoría de las personas con las que he trabajado se enfrentan al amor de alguna manera, sea el autoamor, el del padre o la madre por el hijo, o bien, la pérdida de algo o alguien amado o una relación amorosa que atraviesa por momentos difíciles. También me he dado cuenta de que casi todos presentan tendencias adictivas. La mayoría de nosotros sabe que puede volverse adicto al alcohol y otras drogas, y que los métodos de la sociedad para tratar estas adicciones son cada vez mejores. Los programas que ponen énfasis en las bases médicas de tales problemas estimulan a la gente a sentirse más libre para buscar ayuda. En mi opinión, hay otro tipo de adicciones que rara vez se reconocen o tratan y que hacen más difíciles nuestras vidas. Algunas se vuelven más graves que otras. La lista de las cosas a las que la gente se puede volver adicta incluye la comida, el ejercicio, el gasto de dinero, los cultos religiosos, la psicoterapia, la nicotina, el azúcar, la cafeína, el sexo, el juego, el trabajo, la televisión, el dolor, la enfermedad y los objetos amorosos. Quizá ustedes reconozcan entre ellas una obsesión propia. El interés de este libro es facilitar la comprensión de la adicción al amor; cómo y por qué caemos en ella, cómo identificarla y, sobre todo, cómo superarla. Espero que hallen por lo menos una idea que cambie sus vidas significativamente. Este libro no intenta curar problemas específicos; sin embargo, creo que cuando tenemos una mayor conciencia de ellos podemos empezar a resolverlos más fácilmente. Entre más piezas del rompecabezas de la vida obtengamos, más felices y libres seremos. Espero que este libro les proporcione algunas de dichas piezas. Agradecimientos Un libro comienza como una idea creativa en la mente del autor. El camino desde la idea hasta la publicación es largo y a veces arduo. En mi camino hubo mucha gente que me apoyó y a la que deseo reconocer y dar las gracias. Quiero agradecer a Muriel James, Jean Clark y Patricia Daoust por alentarme a escribir; a mi hermano Michael Furtman; a mis amigos el doctor Bart Knapp y Lynnell Mickelsen por su revisión crítica del primer borrador. Aprecio profundamente su honestidad y aliento. Quiero agradecerle a Pam Miller su creativa edición. Nancy Barret, mi mecanógrafa, merece un agradecimiento especial por la milagrosa “traducción” de mi texto manuscrito a tipo legible. Gracias, también, a mi agente Vicky Lansky por su entusiasta apoyo y a mi secretaria Jan Johannes por trabajar a deshoras para poder cumplir las entregas. Quiero dar las gracias a Jim Heaslip, Beth Milligan y Pat Benson, miembros de los Hazelden Educational Materials (Materiales Educativos Hazelden), que creyeron en mi libro y me alentaron a publicarlo. Asimismo, agradezco a los editores Judy Delaney y Brian Lynch por dedicarle tiempo e interés a mis percepciones y sentimientos. Mi mayor agradecimiento quizá es para los pacientes que dedicaron su tiempo para dar vida y validez a la teoría sobre la que escribo; especialmente doy las gracias a los que escribieron sus historias para que otros puedan tener esperanza. Gracias al reverendo Fred W. Hutchinson por su guía y apoyo espiritual y un agradecimiento especial a mis hijos Heidi y Gordy por aceptarme a mí y el tiempo que empleé en escribir este libro. Y a Ted, un agradecimiento especial por la oportunidad de vivir el amor y la amistad de una manera ennoblecedora. A mis hijos Heidi y Gordy para que puedan conocer un amor sano; a Ralph Furtman, mi padre, en agradecimiento por su apoyo e interés constantes; a mi difunta madre, Bernice Furtman, en reconocimiento por permitirme ser todo lo que puedo ser. Un buen libro es flexible y maleable. Está hecho para discutir con él, ser puesto en tela de juicio y marcado. Es un campo de batalla para las ideas y debe mostrar alguna evidencia de la lucha o, al menos, de las escaramuzas preliminares. Es bueno para encender mentes. No es el principio y fin para una vida equilibrada y productiva, pero puede desencadenar pensamientos y acciones necesarias. NORMAN COUSINS Parte I: La verdad acerca del amor adictivo CAPÍTULO 1 El poder del amor Amor sano En su libro El arte de amar, el psicoanalista Erich Fromm, afirma que la mayoría de las personas que hacen el esfuerzo de amar fracasan a menos que hayan intentado desarrollar activamente su potencial y personalidad individuales. Este autor define al amor como “la expresión de la productividad [que] implica interés, respeto, responsabilidad ‘y conocimiento; un esfuerzo por crecer y hallar la felicidad de la persona amada, enraizado en la propia capacidad de amar”. Los conceptos que con frecuencia asociamos con el amor incluyen elementos como: afecto, interés, valoración, confianza, aceptación, entrega, alegría y vulnerabilidad. El amor es un estado del ser que emana de nosotros y se extiende hacia afuera. Es energía, es incondicional, es expansivo y no requiere de un objeto específico. El primer amor que experimentamos viene de nuestros padres. Idealmente, el amor del padre o la madre afirma incondicionalmente la valía y vida del niño. Los padres satisfacen pronta y fácilmente las necesidades del niño y le brindan la sensación de “¡es bueno estar vivo!, ¡qué bueno que soy yo!, ¡es bueno estar con los demás!” Stanton Peele y Archie Brodsky, autores de Love and Addiction (Amor y adicción), definen adicción como “un estado inestable del ser, marcado por la compulsión a negar lo que se es o se ha sido, que privilegia una experiencia nueva y estática”. La adicción, afirman, es “un tumor maligno de las inclinaciones humanas”. Nuestras necesidades son legítimas, y cuando le roban tiempo y atención a asuntos mucho más importantes, se convierten en adicciones. Los términos que a menudo asociamos con la adicción son: obsesivo, excesivo, destructivo, compulsivo, habitual, atado y dependiente. Y si se mira bien, algunas de estas palabras también se usan para hablar del amor. ¿Significa esto que el amor es un hábito que hay que dejar? No, en absoluto. Nuestra necesidad de experimentar el amor es real y nuestro propósito es dejar fuera de nuestras vidas elementos de dependencia que son enfermizos y procurar un amor sano. Las relaciones amorosas no son blancas o negras, sino que tienen tanto elementos buenos como malos. Hay dependencias sanas y dependencias enfermizas. La mayoría de nuestros hábitos y acciones pueden tener elementos de dependencia, pero no por ello son enfermizos. Muchas de las cosas que creemos necesarias para la sobrevivencia de hecho lo son. Necesitamos alimentos, casa, contacto físico y otras formas de estímulo, reconocimiento y sensación de pertenencia. De igual manera, hay muchas otras cosas que creemos necesitar cuando, en realidad, podemos sobrevivir sin ellas. Al tomar en cuenta el amor, el tema de la necesidad se vuelve mucho más complejo. Recientemente escuché a alguien decir que no necesitamos amor para sobrevivir. Y es verdad que incluso un bebé que depende de los adultos no necesita amor para sobrevivir, porque lo que requiere es atención y cuidados que activen su sistema nervioso central y estimulen su crecimiento. Un bebé al que se le brinda atención adecuada —aunque no sea emocional— que incluya contacto físico, sobrevivirá igual que uno al que se le dio un cuidado amoroso. Sin embargo, si casi nunca o jamás se le toca puede enfermar, deprimirse y, en casos extremos, volverse retrasado mental o morir. Así, en el sentido más primitivo, no necesitamos amor para sobrevivir; pero sin la experiencia de ser amados cuando niños, la receta para crear un ser humano pleno y sano está incompleta. Uno puede vivir sin amor, pero hallará dificultades para desarrollar la autoestima y el amor hacia los demás o, peor aún, el amor por la vida, todos ellos ingredientes necesarios para las relaciones sanas, no dependientes. Sí, la gente puede vivir sin amor, pero quienes tienen dificultades para amarse a sí mismos y a los demás, por lo general son personas que en la niñez fueron privadas del cuidado y el amor incondicional de los padres. El amor puede ser bueno o malo dependiendo de cómo nos sirve. Habría que considerar las siguientes preguntas: ¿qué es la adicción al amor? ¿Cómo se vuelve adictivo el amor? ¿Por qué algo tan maravilloso puede convertirse en algo tan malo? ¿Es amor o adicción? ¿Qué es una relación sana? Mi experiencia sobre la adicción al amor revela que se trata de la búsqueda de apoyo en alguien externo a uno mismo en un intento por cubrir necesidades no satisfechas para evitar el temor o el dolor emocional, solucionar problemas y mantener el equilibrio. La paradoja es que la adicción al amor es un intento por lograr el control de nuestras vidas y, al hacerlo, nos descontrolamos al darle poder personal a alguien distinto de uno mismo. Es nuestra dependencia enfermiza en los otros, que muy a menudo se asocia con sentimientos de “nunca tener lo suficiente” o “nunca ser suficiente”. La adicción al amor también es una forma de pasividad en tanto no resolvemos directamente nuestros propios problemas, sino que intentamos estar en convivencia con los demás para que se hagan cargo de nosotros y, por lo tanto, de nuestros problemas. Voluntariamente nos hacemos cargo de los otros a costa de nuestro propio desgaste emocional. Toda persona inmiscuida en una relación dependiente ha seguido un camino que la llevó hacia dicha relación. Es necesario descubrir cómo la adicción al amor tiene sentido para quien la padece. Así podrá crearse el camino de regreso para superarla y alcanzar el amor y el sentido de pertenencia maduros. Volvemos al enigma: ¿cómo es que algo tan bueno se convierte en algo tan malo? Amor adictivo Como psicoterapeuta, estoy muy consciente de que a menudo las relaciones amorosas están ensombrecidas por experiencias anteriores, especialmente por los lazos con los padres durante la infancia. La historia de Ana ilustra cómo los traumas infantiles rondan muchas relaciones adultas como poderosos, aunque invisibles, fantasmas. Si bien la historia de esta mujer puede parecer extrema, demuestra claramente una verdad fundamental: el amor es mucho, pero mucho más que la atracción y compatibilidad sexuales. Ana, de 32 años de edad y madre de cuatro hijos, era una mujer atractiva e inteligente. Acudió a la terapia debido a su ansiedad y depresión crónica. Entre las razones de tal estado figuraban sus inquietantes sentimientos hacia su supervisor, Andrés, de 50 años de edad. Aunque Ana sentía simpatía y respeto por Andrés, se sentía perturbada porque él había comenzado a exigirle “favores” de índole sexual. Ella había llegado a creer que estaba en su poder y que no podía rechazarlo, aunque no sabía por qué. Sólo tenía claro que se sentía fuertemente obligada a cooperar con él, a evitar que él se deprimiera. Ana sentía amor por Andrés, pero no le agradaban sus exigencias sexuales, que a menudo se presentaban en el trabajo, donde su puesto era de mayor jerarquía que el de ella. Sabía que el hecho de involucrarse con él amenazaba el matrimonio de cada uno de los dos y que la relación era enfermiza, pero no entendía ni podía controlar su impotencia emocional respecto de él. Ana me llamó una noche, estaba perturbada. Unos días antes había prometido sostener una relación estrictamente profesional con Andrés. No obstante, él la había llamado para suplicarle que fuera a verlo. En medio de la angustia que generan la desolación y la añoranza, Ana se dio cuenta de que su convicción de no verlo se tambaleaba. “Me siento obligada a verlo —me dijo. Me duele el cuerpo, no puedo dejar de temblar, creo que estoy enloqueciendo; tengo que verlo si no quiero enfermar o volverme loca. ¡Por favor, ayúdeme! ¡Me siento tan impotente!” Le pregunté: “Ana, ¿qué cree que pasará si no lo ve?” “No lo sé — respondió—, pero siento como si algo verdaderamente terrible fuera a suceder y estoy asustada. ¡Y parece tan absurdo!” La tranquilicé diciéndole que nada horrible pasaría. Se calmó un poco y, por el momento, la crisis pasó. Poco después, en una sesión de terapia, Ana renovó su compromiso de no ver a Andrés. Sin embargo, cuando dijo: “No lo veré”, su cuerpo tembló y se puso a llorar. “¿Por qué tiene tanto miedo?”, pregunté. Tuvo que hacer un esfuerzo para explicarse. “Parece una locura —exclamó —tengo miedo de no verlo; si lo abandono, algo malo le pasará. Quizá se sienta tan mal que se haga daño. ¡Siento que me necesita!” “Bien, esta preocupada por Andrés —intervine—, pero ¿qué es lo que le provoca miedo? Usted es la que está perturbada y tiene miedo. ¿Qué es lo que obtiene de esta relación? ¿Por qué está tan ligada a este hombre?” La respuesta no se obtuvo fácilmente, pero en sesiones de terapia posteriores, conforme comenzó a hablar de su infancia, empezaron a surgir muchas claves para explicar su situación. El miedo que sentía por Andrés era un miedo familiar, era el mismo que alguna vez había sentido por su padre, un hombre muy parecido a Andrés. El padre de Ana, a quien ella veía como un refugio para protegerse de su madre —una enferma mental violenta—, le provocaba sentimientos conflictivos. Aunque podía ser un hombre cariñoso y amable, exigía mucho a la joven Ana, aun en el terreno sexual. Mientras su madre se desentendía de ella y la violentaba, su padre le brindaba atención y protección, aunque a un precio terrible. Ana había crecido con la idea de que su padre la necesitaba, que no podía arreglárselas sin ella y que debía procurar su felicidad. En gran medida, la depresión adulta de la paciente se derivó de su infancia desdichada. El dolor y la culpa, como víctima de un incesto, la llevaron a presentarse como una adulta asexuada, si bien, cuando sus sentimientos sexuales eran estimulados, no podía controlar el deseo y las emociones que había reprimido tan vigorosamente la mayor parte del tiempo. No se daba cuenta de que uno no debe ser consecuente con los deseos sexuales por el solo hecho de tenerlos. “¿Por qué creía que debía hacerse cargo de los sentimientos y las necesidades sexuales de su padre?”, le pregunté en una sesión. “Mi papá era la única persona con la que podía contar para defenderme de mi madre —explicó al relatar episodios de abuso emocional y físico a los que la sometió su madre—; mi papá era mi protector, me amaba.” Hacer sentir bien a su padre, aunque abusara sexualmente de ella, le había dado a Ana la sensación de que podía ser amada. La insté a que hablara acerca de los sentimientos que le provocaba actuar en el papel de sirvienta de su padre. En los meses siguientes, la tragedia de la primera experiencia amorosa de Ana, que echaron a perder sus padres, fue surgiendo poco a poco. Quedó claro que Ana nunca había separado el amor hacia su padre de la agonía y la culpa que el incesto le provocaba. El resultado fue una confusión emocional acerca de su padre y del concepto del amor. Durante una sesión, Ana afirmó: “Necesitaba tener cerca a mi padre y, para lograrlo, creía que debía hacerlo feliz; si no, me rechazaría o me dejaría. ¡Desde que era niña eso significaba que moriría! ¿Qué otra opción tenía más que cooperar con él y tratar de hacerlo feliz?” Allí estaba su creencia subyacente de que la presencia y aprobación de otra persona —aun de una que abusara sexualmente de ella— significaban la vida misma. Y había algo de verdad: ¡Ana necesitaba ser protegida! Su obsesión por Andrés también incluía esa creencia; explicaba mucho de su pánico y debilidad para hacer frente a sus exigencias. Conscientemente, Ana sabía que podía sobrevivir sin Andrés. Pero, inconscientemente, creía que sin su aceptación no podría ser querida y su vida no tendría objeto ni significado. Desde que era niña estaba convencida de que necesitaba una relación intensa o perdería su equilibrio mental y, a la postre, la vida. Nuestro objetivo central en la terapia era evitar que se repitiera la terrible historia. En la terapia, Ana comenzó a explorar su yo interno arcaico —la niña dependiente, asustada— que gobernaba muchas de sus emociones adultas, incluida su inclinación por hombres como Andrés. Fue descubriendo una por una las poderosas creencias inconscientes que provocaban su terror. —Bien, ya no tiene cuatro o cinco años, es una adulta. ¿No es cierto? —pregunté. —Sí, es cierto, pero no siempre me siento así. Cuando estoy con esta persona, a menudo siento que sólo tengo cuatro o cinco años. —Pero ¿qué edad tiene? —32 años. —Y ¿qué es lo que sabe? ¿Realmente necesita que esta persona la proteja? —la reté. —No —dijo luego de pensarlo. —¿Necesita que esta persona crea que usted es digna de ser amada? —No estoy segura, porque en realidad no me siento muy digna de ser amada —afirmó titubeante. —¿Conoce a alguna otra persona que la quiera? —Sí, conozco a otras personas que me quieren. —¿Ésta es la única persona que le da sentido a su vida? Negó con la cabeza. Las preguntas le ayudaron a aclarar sus temores y los pensamientos que apoyaban éstos. Poco a poco fue aprendiendo que la conducta que para ella había tenido sentido en la infancia ya no tenía por qué gobernarla. Después de cierto tiempo fue capaz de enfrentarse a Andrés y decirle que ya no le permitiría acariciarla u hostigarla. Terminó su relación con él y pudo reencauzar sus energías hacia el trabajo y la familia, incluso hacer frente a los problemas matrimoniales. Posteriormente, Andrés también buscó ayuda profesional debido a la forma en que maltrataba a sus compañeras de trabajo, tal como lo hizo con Ana. Ana, cuyas inseguridades tenían raíces muy profundas debido a una infancia más problemática que la de la mayoría, debe estar siempre alerta respecto de su tendencia a obsesionarse por hombres necesitados, exigentes y abusivos. Sin embargo, logró manejar una situación de este tipo y poner al descubierto las motivaciones de su conducta, lo que significó un gran logro. Este caso puede parecer un tanto extremo, pero no es único. Detrás de toda relación obsesiva, a menudo destructiva —a la que llamaremos amor adictivo—, se oculta la idea de que tal dependencia tiene un propósito importante. Para la mente inconsciente, el amor adictivo tiene perfecto sentido; uno cree que es necesario para sobrevivir. Y para un adicto al amor, aun una relación patológica puede parecer normal y necesaria. Conforme entendemos nuestros temores y las formas en que usamos el amor adictivo, éstos pierden a menudo su poder. El amor adictivo es egocéntrico y busca satisfacer únicamente las propias necesidades, Ana, la niña, amaba a su padre no de manera desinteresada, sino para satisfacer sus propias necesidades. Creía que necesitaba la atención y aprobación de su padre para mantener su autoestima…y su vida. Aunque esa creencia tenía sentido en su infancia, la Ana adulta ya no necesitaba a alguien como su padre para sentirse querida y viva. Tenía sus propias cualidades, incluso la posibilidad de amar libre y abiertamente y en igualdad de circunstancias. También era evidente el egocentrismo en su obsesión por Andrés; creía que sin su aceptación perdería la poca autoestima que le quedaba y se hundiría cada vez más en la desesperación e, incluso, ¡quizá moriría! La intensidad de la adicción al amor es, a menudo, directamente proporcional a la intensidad con la que se sienten las necesidades no satisfechas durante la infancia. Una intensa adicción al amor frecuentemente va de la mano de una baja autoestima. Esta obsesión nos plantea una gran paradoja: cuando caemos en ella al intentar un control sobre nuestra vida, confiamos dicho control a fuerzas externas. Tal voluntad de ceder el control nace del temor al dolor, a la pérdida, a decepcionar a alguien, al fracaso, a la culpa, enojo o rechazo, a estar solos, a enfermar o volverse loco y a la muerte. Los adictos al amor actúan bajo la ilusión de que la relación dependiente solucionará sus temores. Indagaremos acerca de las muchas y complejas razones por las cuales el amor adictivo ejerce un poder de sometimiento en las personas y por qué no es fácil abandonarlo. Como Ana, mucha gente cae en él una y otra vez. Pero ¿cómo es que la gente se vuelve adicta al amor? Las semillas de la adicción al amor se arraigan profundamente en nuestra biología, nuestra educación, nuestra búsqueda espiritual y nuestras creencias psicológicas. Exploraremos cada una de ellas. CAPÍTULO 2 Orígenes de la adicción al amor El papel de la biología La necesidad de estar cerca de otras personas —el anhelo de ser especial para alguien— está tan profundamente arraigada en la gente que puede calificarse de biológica. La antropóloga Helen Fisher explica cómo el establecimiento de los lazos emocionales evolucionó al principio de la historia de la humanidad para garantizar la actividad sexual regular y la protección de la descendencia. Dichos lazos se volvieron cruciales cuando las mujeres perdieron su periodo de celo y la ovulación se hizo oculta, con lo que se hicieron sexualmente más sensibles. Al dar a luz más a menudo, las mujeres fueron requiriendo un mayor apoyo moral y físico de los hombres. Con el tiempo, los lazos emocionales llegaron a ser más que simples ligas funcionales con los compañeros sexuales y sus hijos, quienes dependían de ellas. De igual manera, se desarrollaron complejas reglas, y con ellas vinieron las emociones humanas fundamentales encaminadas a formarlas y preservarlas. Y, ciertamente, la mayoría de estas reglas y emociones son aspectos sanos y encantadores de nuestra naturaleza humana. Como otros temores y hábitos primitivos, muchas conductas altamente emotivas que gobiernan las relaciones humanas han permanecido con nosotros. Aún flirteamos, aún sentimos pasión al comienzo de una relación amorosa, así como devoción durante ésta y tristeza cuando termina. Nos sentimos culpables si somos promiscuos y celosos, o vengativos si somos traicionados. Los hombres aún temen que sus esposas sean infieles, y ellas a ser abandonadas. Y si bien ya no necesitamos de un lazo que garantice la actividad sexual o mantenga vivos a nuestros niños, lo seguimos buscando. Al parecer, por el hecho de ser humanos deseamos vínculos con los demás. Como otros temores del pasado —a caer, a las alturas, a lugares cerrados, a la obscuridad—, el miedo a estar solo provoca terror y desesperación. El impulso a formar alianzas emocionales con los otros parece ser una característica innata, que nos hace humanos y, sin duda, seguirá existiendo. Nuestro deseo de establecer vínculos, entonces, puede considerarse instintivo. Conforme fuimos sobresaliendo en el reino animal, desarrollamos respuestas determinadas a nuestro medio ambiente. Desde el punto de vista biológico, la separación puede provocar una ansiedad intensa. Físicamente procuramos el equilibrio interno. Los niños identifican sus necesidades de supervivencia a través de sensaciones: hambre, sed, calor, frío, satisfacción e irritación. Si los bebés se sienten incómodos, lloran a gritos hasta que otra persona responda a su demanda. Cuando sus necesidades son satisfechas, y en tanto no se presentan las siguientes, están de nuevo cómodos y en paz. Se sienten bien de estar vivos, a salvo y protegidos; experimentan confianza en ellos mismos y en los demás. Este diagrama ilustra una situación ideal: A veces, el cuidado que dan los padres es por muchas razones inadecuado; las necesidades no se satisfacen y la incomodidad aumenta. Los padres no siempre pueden estar allí cuando surge la necesidad. En ocasiones nos separamos de nuestros padres, y otras personas que nos parecen extrañas se hacen cargo de nuestro cuidado. Los niños parecen intuir que morirán si no satisfacen ciertas necesidades, y como resultado, sobreviene el terror. La situación se presenta así: Los recuerdos de esas épocas terribles se graban en nuestros sistemas nerviosos; no queremos volver a experimentar jamás ese terrible sentimiento de desamparo. También es posible que los adultos estén inconscientemente convencidos de que sufrirán o, aun, morirán si no se satisfacen ciertas necesidades apremiantes. Así, surge el intenso y a menudo irracional miedo cuando alguien nos rechaza o abandona. Los adultos desesperados parecen olvidar que ahora pueden cuidarse a sí mismos y resolver solos la mayoría de los problemas. Tenemos la capacidad de pensar y, por lo tanto, podemos identificar nuestras propias necesidades. A menudo, lo que percibimos como una necesidad es tan sólo un deseo, algo que no nos hace falta para sobrevivir. A continuación presentamos un modelo para la solución adulta de problemas: FÓRMULA PARA LA SOLUCIÓN ADULTA DE PROBLEMAS Este diagrama —que representa la reacción normal, sana, adulta, al problema— es útil en la terapia que tiene por objeto ayudar a la gente a entender sus necesidades y deseos, y a emprender acciones adecuadas para alcanzar alivio o equilibrio emocional. Desafortunadamente, muchos de nosotros hemos aprendido a negar el dolor o a limitar nuestras opciones para resolver problemas; así, no realizamos actos razonables y seguimos sintiéndonos física y emocionalmente incómodos. En lugar de reaccionar lógicamente, el niño que llevamos dentro nos hace sentir terror, aferrarnos a otro y pedirle encarecidamente que “nos haga completos” y nos dé una sensación de equilibrio. A veces no estamos conscientes de lo que necesitamos porque hemos aprendido a bloquear las sensaciones y sentimientos de incomodidad asociadas a nuestras necesidades. En ocasiones nos sentimos insatisfechos, pero no podemos explicarnos qué necesitamos, o bien, nos sentimos molestos, lo razonamos, pero permanecemos en estado de incomodidad, sin hacer nada. Y otras veces no hay manera de satisfacer nuestros deseos, y para recuperar el balance, nos lamentamos de nuestras pérdidas. El papel de la cultura Durante la mayor parte de su vida, Antonio, un hombre atractivo, fuerte y varonil, cercano a los 30 años de edad, había negado muchos de sus sentimientos. De niño aprendió a no llorar o mostrar una conducta de “mariquita”. Los únicos sentimientos que expresaba frecuentemente y sin inhibición eran enojo, entusiasmo y deseo sexual. Se sentía avergonzado cuando expresaba ternura, tristeza o temor. Antonio entró a terapia debido a que su esposa Susana amenazaba con dejarlo. Ella temía por su matrimonio; quería que Antonio fuera más espontáneo y expresivo con ella. Él estaba desconcertado por las exigencias de su esposa, aunque dijo estar dispuesto a aprender cómo expresar ternura sin sentirse avergonzado. El examen minucioso de la relación entre Antonio y Susana reveló que ella siempre había sido la compañera expresiva. De hecho, manifestaba mucha emoción y, por momentos, su conducta rayaba en la histeria. Antonio continuó reprimiendo sus sentimientos porque pensaba que si los dos eran emotivos, “algo se rompería”. Estaban atrapados en un círculo vicioso: entre menos se expresaba él, más emocional era ella; entre más emocional se ponía ella, más se ensimismaba él. A través de la terapia aprendieron que, debido a que Susana actuaba como la compañera que sentía y Antonio se desempeñaba como el pensante —papeles sexuales tradicionales—, la pareja funcionaba como una sola persona. Eso producía molestias, ya que limitaba las posibilidades de expresión individual. Antonio tenía que aprender de nuevo a sentir y expresar toda la gama de emociones adultas; Susana debía llegar a conocerse a sí misma lo suficiente como para sentirse más calmada y confiada acerca de sus habilidades y puntos fuertes. Aprender a ser más expresivo no fue fácil para Antonio; al principio se sintió “menos masculino” cuando trataba de hablar sobre sus sentimientos con su esposa. Y a ella se le hacía difícil aprender a pensar y actuar por sí misma. Ahora, ambos están esforzándose por desarrollarse en forma individual y tener un mejor matrimonio. Todos los días, nuestra sociedad nos estimula de mil maneras a buscar relaciones adictivas. Nuestra cultura idealiza e invita a la dependencia. El amor dependiente se muestra en la música, la literatura, el cine y la televisión, que ponen el énfasis en la sensación de que no podemos vivir sin otra persona. Sea testigo de la trama de una novela popular o una telenovela dirigida tanto a hombres como a mujeres: son típicas odas al amor destructivo. Cuando amamos, podemos sentirnos naturalmente de esta manera, pero ello debería equilibrarse con una valoración sana de nuestra independencia y valía propias. Incluso nuestras familias y amigos nos dirigen hacia relaciones adictivas. Aunque esa dirección es sutil y no verbal, resulta poderosa y penetrante. Desde pequeños, callada, constantemente, observamos cómo los adultos resuelven problemas. Vemos y buscamos modelos a imitar. Sin embargo, es frecuente que nuestros modelos no tengan conocimiento acerca de las relaciones y maneras sanas de solucionar problemas, y la importancia de la individualidad y la autonomía. En suma, mamá y papá no siempre son los mejores maestros; tienen sus cualidades, pero también sus limitaciones. En las sesiones iniciales de terapia, a menudo se le pregunta al paciente: “Si sus padres hubieran tenido este mismo problema en su relación, ¿cómo lo habrían resuelto?” Las respuestas muestran, por lo regular, que la persona no ha adquirido las herramientas necesarias para escapar de las relaciones dependientes y fomentar las sanas, basadas en el respeto por uno mismo. Una y otra vez, la gente trata de armar los rompecabezas de su relación sin tener todas las piezas. Si usted tiene 40 piezas de un rompecabezas de 100, ¿cuál es la probabilidad de que lo complete? ¡No muy alta! Tiene sentido buscar las 60 piezas restantes antes de tirar el rompecabezas o proclamar que sabe cómo armarlo sin las piezas que faltan. Resulta trágico que muchos prefieran tirar el rompecabezas antes de buscar éstas. No es sorprendente que la tasa de divorcios sea tan alta. Mucha gente vive en familias “cerradas”; esto es, se espera que los niños piensen y se comporten como lo hacen sus padres. A menudo, eso está perfectamente bien, pero cuando las reacciones aprendidas a los problemas llevan a la infelicidad y la frustración, llega el momento de salirse de la familia para aprender maneras nuevas y más efectivas de solucionar los conflictos. La mente es como una computadora: recaba y almacena información, y la programa para utilizarla cuando es necesario. Si la computadora tiene información inadecuada o no tiene programa alguno, el problema no se puede resolver. El papel de las búsquedas espirituales Muchos dirían que la espiritualidad es lo que distingue a los hombres de los animales. Y es cierto: sentir nuestra naturaleza espiritual es una de las experiencias más profundas que podemos tener. No estamos hablando de una experiencia estrictamente religiosa, aunque ésta puede desempeñar un papel importante. La búsqueda espiritual puede definirse como aquella que transporta a una persona más allá de las necesidades materiales, más allá de los placeres terrenales, hacia una búsqueda muy personal y profunda del significado y finalidad de la vida. Debido a que poca gente ha aprendido a desarrollar su espiritualidad, la adicción al amor puede adquirirse bajo la falsa creencia de que la unión de dos dependencias es la mayor experiencia espiritual. Y es fácil entender cómo puede ocurrir esto, ya que al principio de una relación amorosa, las personas se sienten eufóricas, alcanzan un éxtasis de proporciones casi místicas, y el pensamiento racional se subordina justamente a esas sensaciones. El psicólogo Abraham Maslow, quien cree que las teorías de la personalidad y motivación deben poner énfasis en el desarrollo sano y normal, ha propuesto una jerarquización de necesidades para describir el desarrollo ya no a partir de motivaciones físicas e intuitivas, sino más racionales y trascendentes. La teoría de Maslow de la “autorrealización”, útil para entender la importancia del cuestionamiento espiritual, afirma de una manera sencilla que los humanos tienden a ser todo lo que pueden ser. Aquí se ilustra la pirámide de los esfuerzos humanos de Maslow: Asimismo, a continuación se enlistan las características de la gente que se acerca a la autorrealización: 1. Aceptación de la realidad. 2. Aceptación de sí mismos y del resto de la gente y el mundo por lo que son. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. Espontaneidad. Concentración en los problemas más que en sí mismos. Actitud de desapego y necesidad de privacía. Autonomía e independencia. Valoración de la gente y las cosas más realista que estereotipada. La mayoría tiene experiencias místicas o espirituales —no necesariamente religiosas— profundas. Identificación con la humanidad. Relaciones íntimas con unas cuantas personas, a quienes aman de una manera especial, y tienden a ser profundas, no superficiales. Valores y actitudes democráticos. No confunden medios con fines. Sentido del humor filosófico más que agresivo. Oposición al conformismo cultural. Trascienden el medio ambiente por medio de la cultura en lugar de sólo lidiar con él. Mientras la naturaleza humana se concentra en la supervivencia y la seguridad, nuestra naturaleza espiritual busca el crecimiento de la persona y la fusión con los otros. Maslow cree que la naturaleza reconoce nuestra necesidad de pertenencia, de ser parte del grupo humano. El amor erótico obsesivo suele ser un intento errático de lograr esa fusión que tanto deseamos. Queremos terminar con los sentimientos de soledad causados por los frenos que hemos aprendido a poner a la verdadera intimidad. En un estado de excitación sexual, a menudo uno está dispuesto a rebasar esos límites para fundirse en el otro. Si la fusión es dependiente e inmadura, el resultado es una barrera a la autorrealización. Como dijo Erich Fromm, “ese deseo de fusión interpersonal es el impulso más poderoso que existe en el hombre. Constituye su pasión más fundamental, la fuerza que sostiene a la raza humana…El amor erótico…es el anhelo de la fusión completa…Por su propia naturaleza, es exclusivo y no universal…” Adoptada desde niña por una familia que le daba poco amor o apoyo emocional, Silvia había sufrido maltrato físico y emocional, así como abuso sexual. Como resultado, prometió que nunca se acercaría a nadie, ya que hacerlo era demasiado peligroso (eso le habían llevado a creer sus experiencias de la infancia). En su juventud, no obstante, Silvia luchó con su necesidad interna de establecer vínculos con los otros, una necesidad que había sido bloqueada por su promesa de autoprotección. La única manera en la que se sentía capaz de estar cerca de otro era a través del sexo. Sus relaciones eran superficiales, sólo sexualmente motivadas y de poca duración. Una y otra vez, Silvia se quejaba de una sensación de vacío y un deseo de estar cerca de alguien por quien sintiera afecto, y que éste fuera recíproco. Sin duda, en la gente madura, el amor erótico complementa bellamente el amor espiritual. Tristemente, sin embargo, el deseo sexual es para muchos sólo un intento por aliviar el temor a la soledad, por tratar de llenar un vacío. En ese sentido, el amor es adictivo. Creencias psicológicas: el papel del niño que llevamos dentro La adicción al amor también puede originarse en una búsqueda inconsciente por satisfacer necesidades no cubiertas en la infancia y fortalecer poderosas creencias infantiles. Cada uno de nosotros representa un drama que busca respuesta a las preguntas: “¿quién soy?, ¿quiénes son los otros?, ¿cómo obtengo de la vida lo que necesito?” El drama no se representa en la mente consciente, pero afecta nuestros pensamientos, emociones, elecciones y comportamientos conscientes. Los protagonistas del drama son mitos, roles y restricciones diseñados por nosotros en la infancia para enfrentar necesidades de supervivencia tempranas. Una promesa hecha a uno mismo, como la de Silvia —quien la hizo en un momento de trauma—, puede gobernar nuestra conducta. En la infancia valorábamos el mundo de la mejor manera que podíamos, para determinar qué hacer o no hacer y, así, asegurarnos la comodidad y supervivencia. Y para algunos, como Silvia, eso significaba limitar la capacidad propia de intimidad, autonomía y espontaneidad. Cada uno de nosotros cree que sabe quién es. Sin embargo, no estamos realmente conscientes de lo que somos; lo que uno sabe sobre sí mismo es apenas la punta de un iceberg. Cada experiencia vital se graba en el sistema nervioso. Desde las experiencias tempranas, buenas y malas, combinamos nuestras concepciones con creencias lógicas en las cuales nos basamos para tomar decisiones adultas. Eso incluye, desde luego, decisiones conscientes o inconscientes acerca del amor. En nuestra vida usaremos tan sólo una pequeña porción de nuestro potencial físico, emocional, intelectual y espiritual, los cuales desempeñan un papel en el amor verdadero. ¿Por qué nos limitamos tanto? Y, ¿de qué manera esta limitación afecta al amor? Las respuestas a estas preguntas pueden ser útiles para nuestra comprensión de los orígenes psicológicos de la adicción al amor. CAPÍTULO 3 Psicología de la adicción al amor Trabajo con mucha gente que ha pasado por tratamientos para combatir la dependencia de sustancias químicas, clínicas para perder peso o programas para dejar de fumar, así como con quienes han tenido varias relaciones amorosas no satisfactorias. Muchos de los que han superado un patrón de conducta problemático ven que aún albergan impulsos compulsivos para continuar una adicción o sustituirla por otra. Racionalmente pueden comprender que esa conducta es autodestructiva, pero física y emocionalmente todavía les atrae. Cuando una persona abandona una adicción sólo para sustituirla por otra revela una personalidad adictiva. Si tal conducta ocurre una y otra vez, se debe buscar ayuda externa. Existe una razón psicológica para nuestra dependencia insana hacia otras personas. Es necesario descubrir la base psicológica de dicha conducta para superarla. Como se asentó anteriormente, la adicción psicológica parece ser resultado de necesidades de dependencia no satisfechas y una búsqueda inconsciente por satisfacerlas. La historia de Andrea revela cómo varios tipos de conducta compulsiva pueden estar presentes en un solo individuo. Andrea, de 30 años de edad, había tenido varias relaciones dependientes en la adolescencia y principios de su vida adulta. Sus relaciones amorosas eran, por lo general, emocionalmente desgarradoras y a menudo conllevaban abuso físico. Tendía a enamorarse de hombres que la usaban y abusaban de ella. Cuando Andrea comenzó la terapia, su confianza en sí misma era baja. Aunque tenía una personalidad encantadora, una mente aguda y un rostro hermoso, tenía un exceso de peso, alrededor de 20 kilogramos de más. Esperaba descubrir por qué no era capaz de perder peso sin volver a subir, ya que había probado varias dietas y en ocasiones, logrado la imagen corporal que deseaba —peso medio y buen tono corporal—, pero recuperaba kilos en unos cuantos meses. Andrea también habló de su anhelo de una relación amorosa duradera. En ese momento estaba profundamente involucrada con un hombre abusivo, un antiguo amante, entonces casado, que la llamaba de vez en cuando y a quien aceptaba sus invitaciones. En el curso de la terapia se le pidió a Andrea que su parte de gorda escribiera una carta a la parte que quería un cuerpo delgado y saludable. “Si te mantengo gorda y poco atractiva —escribió—, no tendrás que sentir el miedo de iniciar una relación. No tendrás que sentir incertidumbre y deseos de complacer. Puedo mantenerte alejada del dolor que causa el tipo de hombres que te atraen: ¡sinvergüenzas! Siempre te involucras con hombres excesivamente machos que te dominan hasta que te ofendes, o escoges hombres que tienen demasiadas necesidades. No confío en tu elección de un hombre bueno, así que te protejo manteniéndote gorda. ¡No me iré hasta que esté segura de que no seguirás lastimándote a ti misma!” La carta de Andrea revelaba una profunda convicción de que su compulsión por la comida —el lado dependiente de su personalidad— hacía las veces de una amiga protectora. Su adicción a la comida era un intento por protegerse del abuso y el dolor; paradójicamente, su obesidad la exponía exactamente a lo que quería evitar. Andrea debía desarrollar su autoestima y potencial personal. La terapia hacía énfasis en la restructuración de sus sentimientos e ideas acerca de sí misma, no de su peso. En un nivel inconsciente, las tendencias dependientes pueden hacer las veces de protectoras mal encaminadas; dan una ayuda tergiversada e inefectiva para lograr la estabilidad emocional y la supervivencia. El objetivo de una buena terapia y de los libros de autoayuda es proporcionar herramientas para auxiliar a la gente, como Andrea, para que tenga una vida menos frustrante, más satisfactoria. Comprensión psicológica de las dependencias El análisis transaccional, desarrollado en las décadas de los cincuenta y sesenta por el doctor Eric Berne, es un modelo de desarrollo de la personalidad que ha probado ser especialmente efectivo para la comprensión de las relaciones caracterizadas por la adicción. Puede ser útil para extraer de raíz el drama vital subyacente que da sustento a la conducta caracterizada por la adicción. En las siguientes páginas aparece un breve resumen de algunos de los principios de este sistema; resultan útiles para comprender cómo nuestro drama vital se relaciona con la adicción al amor. El análisis transaccional divide nuestras personalidades en tres partes o estados bien definidos: el del ego paternal, el del ego adulto y el del ego infantil. El estado del ego paternal estructura, nutre y protege. El del ego adulto piensa y resuelve problemas. El del ego infantil siente e identifica necesidades. Estado del ego infantil El estado del ego infantil es la primera parte de nuestra personalidad que se forma y la única que tenemos al nacer. Es la fuente de nuestras sensaciones y sentimientos más profundos. En él percibimos la vida fundamentalmente a través de nuestros sentidos, a través de sentimientos y deseos profundos. El estado del ego infantil es el que identifica lo que necesitamos y queremos, y establece contacto con el mundo, confiando en que las necesidades serán satisfechas. Es donde comienzan los mitos que apoyan la adicción al amor. Estado del ego adulto La segunda parte de la personalidad que se desenvuelve, el estado del ego adulto, actúa de manera similar a una computadora: recaba información, la procesa y da respuestas. La solución racional de problemas, no la emoción, es su sello distintivo. Si el estado del ego adulto recibe información precisa, proporcionará soluciones manejables. Desafortunadamente, la información es a menudo imprecisa; el solo hecho de operar en dicho estado no es garantía de que las soluciones a los problemas funcionarán. Estado del ego paternal La tercera y última parte de la personalidad que se forma es conocida como el estado del ego paternal porque su función se asemeja a la del padre. Consiste en un plan maestro de líneas generales, reglas y permisos para la vida; proporciona protección; nos dice qué hacer para tener una vida productiva; a veces controla, critica e impide el desarrollo de nuestra parte infantil. Podemos experimentar tres tipos de dependencia en las relaciones, pero no todas se caracterizan por la adicción. Los adultos tienen acceso a los tres estados del ego, pero los niños no. Y es que, obviamente, los niños no pueden pensar o protegerse por sí mismos; establecen una dependencia sana y necesaria con sus padres, y junto con ellos funcionan como una sola persona. Toman prestados los estados del ego adulto y paternal de sus padres hasta que tienen los suyos propios. En una relación padre-hijo normal y sana, el padre proporciona amor, protección y alimento. Esto recibe el nombre de dependencia primaria. Es necesaria si el niño ha de prosperar y desarrollar la habilidad para establecer contactos íntimos, ser espontáneo, independiente y, finalmente, interdependiente. La dependencia autónoma supone que los tres estados del ego de dos adultos están disponibles para dar y recibir de manera sana. Pero para que un niño pase de la dependencia absoluta a la autonomía es preciso que la figura paterna satisfaga sus necesidades específicas en cada etapa de desarrollo. En cada una de éstas, el niño debe tener experiencias importantes y escuchar palabras que afirmen su valía, habilidades y derechos. Debido a que muy pocos o prácticamente ninguno de nosotros obtiene todo lo que necesita de su dependencia primaria en la infancia, se desarrolla un sistema secundario, conforme se esfuerza por sobrevivir y crecer. Esta dependencia, a la que llamaré sistema de dependencia caracterizado por la adicción, es la base para las relaciones adultas caracterizadas por la adicción. Habría que recordar el caso de Ana, cuya infancia dominada por el abuso le dificultó aprender a estimarse a sí misma y ser autosuficiente. Tal sistema dominaba su conducta adulta conforme se hacía cargo de otros con la creencia de que, al hacerlo así, obtendría estima y autosuficiencia. El niño interior: la dependencia adictiva El estado del ego infantil merece un escrutinio más profundo, ya que es importante para nuestro examen de la adicción al amor. En ese estado, dice Berne, hay tres componentes: el niño natural, el pequeño profesor y el padre en el niño. Al nacer, sólo está presente el niño natural, la fuente de sensaciones y sentimientos que nos dice qué necesitamos para sobrevivir. El niño natural entra en contacto con el mundo espontáneamente con la esperanza de obtener lo que necesita. Y continuará haciéndolo a menos que se le detenga, ignore o asuste. Aproximadamente a los seis meses aparece el pequeño profesor. Este aspecto creativo e intuitivo de la personalidad explora el mundo para responder a la pregunta: “¿Cómo hago para que los adultos permanezcan aquí?” Al pequeño profesor, maestro del cálculo infantil, lo impele la necesidad innata de sobrevivir. El niño natural sabe que necesita ciertas cosas —alimento, calor, protección, estimulación, ser tocado— para mantenerse vivo; en suma, el niño natural sabe que debe mantener a las personas grandes a su alrededor para sobrevivir. Es tarea del pequeño profesor responder a la pregunta que plantea este conocimiento: ¿cómo mantenerlos aquí? A la edad de tres años se desarrolla la tercera parte del estado del ego infantil: el padre en el niño. Esta etapa, que dura hasta la edad de siete u ocho años, es el reino de los mitos y la magia, de Santa Claus, del coco y los monstruos. Así, cuando su madre decía: “¡me haces enojar!” o “¡me haces sentir bien!”, usted tomaba sus palabras literalmente; usted se creía capaz de controlar los sentimientos de ella, y que ella controlaba los suyos. Usted pensaba en blanco y negro —sin gris—, porque ésa era la única manera en la que su mente podía funcionar en ese entonces. El padre en el niño es el detentador de mitos, a los que considera verdades y que dan sustento al amor adictivo. He aquí una historia de mi niñez, pero quizá también sea de la suya. Recuerdo que cuando tenía como cuatro años me dijeron que si cruzaba la calle sin permiso, algo malo me pasaría. Un día, estaba sentada en la banqueta con mi hermana de cinco años y medio y podía ver que no había coches cerca. Dije: “Apuesto a que nada malo pasa si cruzo la calle.” A pesar de las protestas de mi hermana atravesé corriendo la calle y regresé. “¿Viste? ¡No pasó nada!”, exclamé. Sin embargo, mi bravura era superficial; no estaba segura de que no iba a pasar algo malo debido a mi mala conducta; el miedo recorría todo mi cuerpo. Esa tarde, nuestra familia iba en el coche cuando sonó una sirena. Me dio pánico y pregunté: “¿Qué es eso?” Mi padre respondió sarcásticamente: “Oh, es la policía. Supongo que alguna de ustedes hizo algo malo.” Estaba aterrorizada; ¡me habían descubierto! Traté de esconderme debajo del asiento. Mis padres no podían entender mis lágrimas y gritos, y la forma en que mi mente pequeña y mágica estaba interpretando los acontecimientos, ya que no sabían lo que había pasado unas horas antes. Cuando por fin pudieron interrogarme, me ayudaron a distinguir entre mis conclusiones erradas y la realidad. Me aseguraron que era una niña buena aun si me había portado mal una vez; que las sirenas sonaban porque había un incendio; que a veces era peligroso cruzar la calle. Me explicaron que su advertencia la habían hecho porque un vecino había sido atropellado por un auto. Al calmarme con explicaciones y reafirmaciones, me ayudaron a distinguir entre el pensamiento imaginario y la realidad. No tenía la edad suficiente para hacerlo por mí misma. Si mis padres me hubieran reñido o zurrado, bien pude haber creído que era realmente mala. La expresión a veces es muy importante para los niños pequeños, quienes a menudo piensan en términos absolutos —siempre, nunca—, que terminan por ser decepciones adultas. Los niños de cuatro y cinco años —y algunos adultos a quienes sus padres no les explicaron las cosas tan bien como los míos— tienen la firme creencia de que no deben hacer ciertas cosas, a menudo algunas que están perfectamente bien, o pondrán en peligro a los demás y a ellos mismos. El niño natural sabe que necesita algo; el pequeño profesor descubre la manera de conseguir ese algo, y el padre en el niño realiza un plan de acción para mantener cerca ese “algo”, es decir, las personas esenciales alrededor. En un niño, tales dinámicas son perfectamente normales, pero en un adulto pueden causar problemas cuando alimentan creencias que convierten al amor, la más preciosa de las emociones humanas, en una dependencia insana. Los mitos detrás de la adicción al amor Detrás de toda relación amorosa dependiente se oculta una historia infantil dominada por el pensamiento mágico y por poderosos mitos. Una historia así es la de Bruno, un profesionista financieramente exitoso, muy respetado en la comunidad, que empezó la terapia con una autoestima alta. Su problema era una incapacidad para establecer relaciones que satisficieran sus necesidades de apoyo y cercanía. Parecía tener un patrón de selección de mujeres con necesidades muy grandes o que eran tan independientes que no respondían a sus propias necesidades. Desde el punto de vista racional estaba consciente de sus patrones y selecciones, pero era incapaz de entenderlos. Al explorar sus antecedentes, gran parte de los cuales había olvidado conscientemente, surgió la siguiente historia. Un día común y corriente, Bruno, de cuatro años de edad, abrazó a su madre y salió corriendo para jugar; la vida era feliz. Pasó el tiempo, y como hace cualquier niño, Bruno fue a casa para reportarse con su mamá y asegurarse de que el mundo en el que vivía seguía marchando en orden. Cuando entró, encontró a su madre llorando; tenía en brazos a su hermanito, quien también lloraba. Bruno no sabía que sus padres acababan de tener una discusión por teléfono. Súbitamente, su mundo parecía amenazado y sintió terror. “¿Qué he hecho o dejado de hacer?”, se preguntó a sí mismo. Para hallar consuelo y reafirmación, Bruno preguntó: “¿Qué pasa, mami? ¿Está todo bien?” Ella respondió: “Querido, estoy tan contenta de que estés aquí. Dile a mami que todo va a estar bien.” Bruno sintió una confusión momentánea y después hizo lo que su madre le sugería. Le palmeó el brazo, le sonrió y dijo mágicamente: “Está bien, mami, todo estará bien. ¡Estoy seguro!” Su madre sonrió y dijo: “Eres un hijo maravilloso. No sé qué haría sin ti.” Nuevamente el mundo de Bruno estaba en orden. Pero en ese momento sucedió algo significativo. El niño de cuatro años no pudo percibir que el incidente era una ocurrencia natural y aislada, y que el consuelo que le ofreció a su madre no era el resultado de algún poder mágico que él tuviera. Nació un mito y se estableció la grandiosidad: Bruno empezó a creer que de alguna manera tenía la capacidad de hacer sentir bien a su madre (y quizá a todo el mundo); además, tenía que hacerlo para satisfacer sus propias necesidades. La creencia infantil que prevaleció era: “Estoy a cargo de hacer sentir bien o mal a la gente; lo que diga, piense, sienta o haga hará que permanezcan cerca o los alejará.” La historia de la infancia de Bruno puede sonar conmovedora y dulce: un niño preocupado por su madre triste. Pero Bruno era un niño que necesitaba que su madre fuera una persona grande que se preocupara por él. Como otros niños de esta edad que aún no son capaces de distinguir el “hacer como que” y la realidad, temía que si algo les pasaba a sus padres, su mundo se acabaría. También creía que él podía ser la causa del dolor de su madre; los padres a menudo dicen inconscientemente frases como “me haces sentir mal”, que el niño interpreta literalmente. De adulto, Bruno hubiera respondido a la situación con un razonamiento como el siguiente: “Mamá está perturbada. Le voy a ofrecer mi simpatía, aunque no puedo hacer que las cosas mejoren.” Cuando era niño, Bruno necesitaba de una información y una reafirmación que no recibió. Necesitaba que su mamá le dijera: “Gracias por preocuparte por mí; estoy bien.” En lugar de recibir consuelo maternal para su estado del ego infantil asustado, Bruno fue invitado a cuidar el estado del ego infantil triste de su madre, con lo que suprimió en el proceso sus propios temores y necesidades. Había cuidado de su madre a costa de su propia estabilidad emocional, y continuó haciéndolo en sus relaciones adultas. Desde el punto de vista de un niño, la decisión de Bruno era adaptativa: “ya no tendré miedo ni necesidades y la cuidaré”. Y, ¡parecía funcionar de verdad! ¡Mamá sí permanecía cerca! ¡E incluso sonreía! Debido a que Bruno continuó con su patrón inconsciente de suprimir sus propios sentimientos y necesidades, escogía inconscientemente mujeres que apoyaban su sistema de creencias. Así, de hecho, conseguía lo que quería en sus relaciones problemáticas y dependientes; éstas eran autocomplacientes. Sus compañeras dependientes le impedían satisfacer sus propias necesidades. La tragedia es que Bruno necesitaba y tenía derecho a sus propios sentimientos, deseos y apoyo; necesitaba que lo cuidaran sin tener que cuidar primero a los demás. En la adicción al amor, los lazos de dependencia van de uno de los niños internos al del otro integrante de la pareja. Algo que está dentro de los adictos al amor los hace creer que deben estar unidos a alguien con el fin de sobrevivir y que el otro tiene la habilidad mágica de hacerlos sentir plenos. Por ello, el amor deja de funcionar a menudo. Los adictos al amor no creen que pueden ser plenos si están solos. Como Ana y tantos otros, sólo cuando Bruno fue capaz de examinar sus temores y creencias inconscientes desde una nueva perspectiva adulta tuvo la libertad psicológica para establecer una interdependencia sana con las mujeres. El amor inmaduro e infantil cree que “si te cuido y amo de la misma manera en la que quiero que me ames, entonces tú también me amarás de esa manera”. Podemos pensar que el amor de un niño es generoso e inocente, pero no suele ser así. Los niños todavía no son capaces del amor espiritual; su amor es egocéntrico. Aman a fin de sobrevivir, de evitar el dolor, el miedo y las carencias. Y ese patrón, como lo estamos viendo, es un fantasma que ronda a los adictos al amor. La historia de Bruno ilustra otro punto importante: ¡la adicción al amor no es sólo para mujeres! No hay una dependencia en un solo sentido, sino que siempre es mutua. En un nivel social siempre se cree que los hombres son independientes o antidependientes y las mujeres dependientes. Sin embargo, psicológicamente, a los hombres se les motiva a ser dependientes y a las mujeres independientes. A menudo escuchamos que el número de hombres que mueren, sufren depresiones, intentan suicidarse o encuentran una nueva pareja en el primer año y medio después de la pérdida de una pareja, es mayor que el de las mujeres que tienen esas conductas. Como me dijo un hombre muy enojado: “Ni siquiera sabía qué cosa eran los sentimientos antes de que ella me dejara. Ahora que los tengo, no sé qué demonios hacer con ellos. ¿Y adónde acudo para obtener ayuda? Los hombres no tienen amigos cercanos, grupos de apoyo y, ¡Dios no lo quiera!, sentimientos. Es un maldito truco. Ni imaginar que los hombres establezcan relaciones cercanas.” Las mujeres tienen el permiso cultural de sentir, necesitar, llorar y, aun, estar deprimidas y tener miedo. Viven más, desarrollan redes de apoyo y a menudo están felices después de recuperarse de su pesar. Después de todo, son las cuidadoras tradicionales. Lo único que deben hacer es incluirse a sí mismas en sus cuidados. Los hombres también sufren en sus relaciones, pero no siempre tienen el apoyo para reconocer abiertamente el dolor y buscar ayuda. Los hombres tienen la misma necesidad de pertenecer, establecer lazos de intimidad y experimentar la realización en el amor. Parte II: ¿Cómo te amo? Esta bestia que me pone a la vista de todos, este amor, esta añoranza, esta cosa inconsciente, que me tiene sometido cuando caen las últimas hojas, se hartará, se enfermará, se habrá ido en primavera. La herida sanará, la fiebre se abatirá, el nudo de dolor se aflojará en el pecho; olvidaré antes de que las llamas se apareen con tu mirada, que hoy es mi oriente y occidente. Ilesa, sin embargo, de una garra tan profunda y, aunque amara de nuevo, no iría: a lo largo de mi cuerpo, despertando mientras duermo, al agudo beso, frío en la mano como la nieve, la cicatriz de este encuentro como una espada yacerá entre mí y mi perturbado señor Fragmento de “Fatal interview” EDNA ST. VICENT MILLAY CAPÍTULO 4 Adictos al amor Identificación del amor adictivo La mayoría de las relaciones amorosas —si no es que todas— alberga ciertos elementos de adicción. Encarémoslo: la interdependencia armoniosa y madura es sólo un ideal al cual aspiramos. Si hemos de alcanzar el amor maduro, debimos haber experimentado de niños el amor de nuestros padres, constante y profundo, que nos ayuda a amarnos a nosotros mismos. El amor paternal nos brinda una sensación de bienestar y nos permite experimentar el dar por el simple placer de hacerlo. Como adultos, esto nos permite sentir y también expresar todo nuestro espectro de emociones y deseos. Podemos pensar claramente y separar la ilusión de la realidad, así como dar voz a nuestros pensamientos y determinar cuál es la mejor manera de satisfacer nuestras necesidades. Si hemos de ser capaces de experimentar el amor maduro de adultos, debemos desarrollar un sistema interno que consiste en que seamos padres de nosotros mismos. Se trata de un sistema que proporcione autoestima incondicional, una guía propia sabia y un fuerte apoyo a uno mismo. Si todos satisficiéramos estas necesidades del amor maduro, estaríamos autocontenidos; incluso seríamos capaces de experimentar el tipo de amor que satisficiera nuestro profundo anhelo de estar cerca de los demás. El amor paternal constante y profundo nutriría la autoestima madura en los niños; ellos gozarían de una fuerte sensación de bienestar y, por lo tanto, serían capaces de experimentar el dar por el simple placer de hacerlo. Ese es el ideal, pero pocas personas son tan afortunadas como para tener todo lo que hace falta para ser individuos y amantes, completamente maduros. Es mucho lo que los adultos pueden aprender acerca del amor y la libertad, y ése es nuestro objetivo en este libro. El amor infantil opera bajo el principio de “amo porque soy amado” en tanto que el amor maduro responde a la idea de “soy amado porque amo”. El amor inmaduro argumenta que “te amo porque te necesito”. El amor maduro permite la individualidad y fomenta la libre expresión de ideas y sentimientos; consiente la discusión de valores y, en ocasiones, incluso la confrontación. Los elementos de la dependencia malsana se cuelan incluso en las mejores relaciones amorosas maduras. El reto que enfrentamos es identificar y reconocer a los elementos que causan adicción, desenmascarar los mitos que los apoyan, hacer lo que podamos por cambiarlos y construir a partir de los mejores aspectos de la relación. ¿Cómo sabemos si nuestro amor es una adicción? Para hallar la respuesta veamos 20 características del amor adictivo. Características del amor adictivo Las personas envueltas en relaciones adictivas presentan las siguientes características: 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. Se sienten consumidas. No pueden definir las fronteras del ego. Muestran sadomasoquismo. Temen dejar ir a la pareja. Temen riesgos, cambios y a lo desconocido. Experimentan poco crecimiento individual. No experimentan la verdadera intimidad. Juegan juegos psicológicos. Dan para obtener algo a cambio. Tratan de cambiar a los otros. Necesitan al otro para sentirse plenos, equilibrados y seguros. Buscan soluciones fuera de sí mismos. Exigen y esperan amor incondicional. Se niegan al compromiso. Recurren a otros para afirmarse y sentirse valorados. Temen al abandono aun en la separación cotidiana. Recrean viejos sentimientos negativos. 18. Desean pero temen la cercanía. 19. Se hacen cargo de los sentimientos de los otros. 20. Juegan juegos de poder. Ahora veamos cada una de estas características con más detalle. Se sienten consumidas Podemos desear a nuestro amado (o amada) tan ardiente o tan intensamente que creemos lo siguiente: “¡Debo tenerlo (o tenerla) o no puedo seguir adelante!” Esto es especialmente cierto en el principio de una relación. ¿Recuerdan cómo Ana experimentaba sensaciones físicas reales —el temblor— que la llevaron a pensar que ella o Andrés estaban en peligro cuando rompió sus lazos con él? El objeto de nuestro amor consume gran parte de nuestra energía mental porque estamos ocupados en descifrar las necesidades y pensamientos del otro, hacemos planes en torno a él y aplazamos nuestras propias necesidades y deseos. La energía para otros objetivos de vida más importantes se ve minada. Nuestro crecimiento se retrasa o reprime. No pueden definir las fronteras del ego Esto significa que otras personas dominan nuestros egos de una manera tan completa que se hace difícil saber quién está pensando qué cosa, qué sentimientos pertenecen a quién y quién es responsable de qué actos. Las fronteras del ego deberían ser lo suficientemente abiertas como para permitir el libre flujo de pensamientos y emociones, pero no tanto como para que la energía individual sea minada y nuestras identidades se confundan con las de los demás. Me di cuenta de ello con una pareja. Siempre que le preguntaba al esposo qué sentía la esposa, ella rápidamente contestaba en su lugar; cuando le preguntaba a ella qué pensaba, su esposo rápidamente contestaba por ella. Al principio, no estaban conscientes de que respondían por el otro, pero pronto se percataron de que en la relación ella era la responsable de los sentimientos y él de los pensamientos. A partir de ese arreglo se hizo claro que ambos temían la separación, ya que funcionaban juntos como uno solo, e inconscientemente se permitían a sí mismos actuar como meras mitades. La noción romántica que incita a dos a “convertirse en uno” suena ideal, pero es imposible en la vida real, y el concepto no es ni romántico ni un ideal digno de ser perseguido. No necesitamos perdernos para estar cerca de otra persona. Muestran sadomasoquismo En muchas relaciones dependientes, malsanas, un compañero generalmente da más mientras que el otro toma más. El sadomasoquismo puede ser sutil, como cuando se hacen casi todas las bromas a costa de una persona o se le considera “el problema” de la relación. Uno de los dos puede disfrutar inconscientemente al lastimar o decepcionar al otro, en tanto que éste disfruta inconscientemente cuando se le lastima o decepciona. En casos severos, un compañero abusa físicamente del otro. La historia de Gerardo es un ejemplo de esto. Gerardo era joven, guapo y viril; ansiaba encontrar el amor y estar contento; sin embargo, una y otra vez escogía mujeres que le tomaban el pelo, lo ridiculizaban y le eran sexualmente infieles. Cuando era niño, a menudo le habían dicho que era malo y no merecía ser amado, así que inconscientemente aún creía que esto era cierto. Escogía compañeras acordes con esta situación y sufría emocionalmente hasta que, como él decía, ya “no podía aguantarlo”. En ese punto solía abusar físicamente de su compañera. El daño y la culpa resultantes confirmaban su sentimiento de que no valía nada. En la terapia, la transformación de su creencia subyacente se convirtió en el objetivo de Gerardo. Debía aprender a creer que merecía ser amado y que podía importarle a la gente para que, con el tiempo, pudiera escoger compañeras que en verdad lo amaran y se interesaran en él. Temen dejar ir a la pareja Debido a que el amor adictivo es tan intenso, hay un temor a dejar partir a la pareja. Como resultado, algunas relaciones claramente patológicas pueden durar años. La relación de Diana y Eduardo había estado muerta durante años. Aunque a menudo hablaban de divorcio, evitaban dar pasos para hacerlo. Al explorar su horror por el divorcio de cara a la irredimible pérdida de su amor, descubrieron su temor a estar solos y una falta de confianza en su capacidad para salir adelante después de la separación, por lo que permanecieron juntos e infelices. De niños, ambos habían sido abandonados física o emocionalmente por sus padres, así que ninguno de los dos quería vivir el dolor de la pérdida o el rechazo. Lo que tenían parecía preferible a lo que temían. Diana y Eduardo no confiaron en sus capacidades individuales para ser independientes, para salir adelante después de la separación y para experimentar relaciones satisfactorias en el futuro. En la actualidad están separados; a pesar del dolor que esta decisión implicó, fue la correcta para ellos. Todos hemos experimentado la pérdida en nuestras vidas, y es dolorosa. Hemos sido rechazados, y es doloroso. La mayoría de la gente magnifica su dolor al creer que no puede soportarlo y al hacer todo lo posible por evitarlo. En lugar de encararlo y confiar en que terminará, se aferra a relaciones malsanas para evitar la aflicción. Sin embargo, la pérdida y el rechazo son parte de la vida; creer que podemos evitarlos es una forma mágica o mítica de pensar. La aflicción es una respuesta natural y curativa a la pérdida. Contrariamente a lo que podríamos creer, tenemos la capacidad de manejar el dolor. Las adicciones son un intento no razonado por aumentar nuestro nivel de consuelo. Temen riesgos, cambios y a lo desconocido Otro elemento de la adicción al amor es su aparente seguridad y carácter previsible. Alguna vez le pregunté a mi hijo menor: “¿Por qué crees que los ganadores pueden tener más pérdidas que los perdedores?” Después de pensarlo un poco, contestó: “Porque corren más riesgos y hacen más cosas.” Y eso es cierto. Los ganadores no se detienen cuando cometen un error; no se dan de golpes cuando pierden. Se preguntan: “¿Qué puedo aprender de esto? ¿Cómo puedo hacerlo de manera distinta la próxima vez?” Pero los adictos al amor se aferran una y otra vez, porque el amor dependiente es seguro y previsible, o eso creen ellos. Carmen entró a terapia “para aprender a crecer”. Salía con Miguel, quien la acusaba de ser una bebé y le había dicho que si no “crecía” la dejaría por otra mujer que había estado viendo. El motivo de Carmen para tratar de cambiar era complacer a Miguel; no quería perderlo. Pero, en realidad, él no quería que Carmen cambiara. Quería justificar su relación con otra mujer culpando a Carmen por su incapacidad de crecer. Cuando ella se dio cuenta de que Miguel favorecía su dependencia, se retiró de la terapia, temiendo aún perderlo. Un año después estaba de vuelta. Esta vez decía que había acudido por sí misma. Sabía que merecía sentirse adulta y feliz. Si Miguel quería unírsele, bien. Si no, se sentía lista para arriesgarse a lo desconocido y avanzar en su vida. Experimentan poco crecimiento individual En el amor adictivo, los amantes se estancan; a menudo están satisfechos con un estilo de vida monótono. Emplean más energías en preocuparse por su relación que en su crecimiento personal, en su autorrealización. Como lo descubrió Abraham Maslow, los humanos tienen el impulso natural de crecer, y cuando se descuida dicho impulso debido a una relación caracterizada por la adicción, estamos, en cierto sentido, muriendo (si no física, sí espiritualmente). La gente envuelta en relaciones dependientes suprime dones y habilidades individuales; por lo tanto, no está viviendo de conformidad con sus potencialidades. Negarse a uno mismo el crecimiento es un abuso en contra de la propia persona y dicha negación a menudo provoca enfermedades emocionales o físicas después de que la tensión se acumula hasta un cierto nivel. La razón de esto es que cada uno de nosotros tiene una cierta cantidad de energía para expresarla a través de sentimientos, pensamientos y actos. La energía tiene que ir a alguna parte, y cuando es suprimida o bloqueada, tarde o temprano sucede una de las siguientes dos cosas: se dirige hacia adentro, en cuyo caso nos enfermamos, explotamos y golpeamos a los otros. Bárbara era brillante y creativa. Alentada por Gabriel, su esposo, volvió a la universidad cuando sus hijos llegaron a la edad escolar. Con el tiempo obtuvo un posgrado y empezó a ampliar sus intereses y actividades. De muchas maneras parecía estar superando a su marido en cuanto a educación y éxito. Entonces, las inseguridades de Gabriel emergieron. Se quejaba de que el trabajo de su mujer era más importante para ella que su matrimonio. Bárbara, ansiosa por complacerlo, empezó a limitar sus amistades y actividades, y con el tiempo, cayó enferma. En ese momento, ambos acudieron a un consejero. La terapia se centraba en enseñarle a Gabriel a explorar y librarse de sus temores e inseguridades para que apreciara y fomentara la creatividad y éxito de Bárbara. También le ayudó a ella a explorar su tendencia a negar sus necesidades y encontrar un balance entre las exigencias de su carrera y su matrimonio. No experimentan la verdadera intimidad La intimidad —el intercambio de ideas, sentimientos y acciones en una atmósfera de franqueza y confianza— es una expresión profunda de nuestras identidades que nos deja en un estado eufórico. Eric Berne afirma que somos afortunados si experimentamos tan sólo tres horas de intimidad verdadera en nuestras vidas. La intimidad real es rara. Somos vulnerables y estamos expuestos tanto al éxtasis como a ser lastimados y a la decepción. Recuerde el componente del niño natural en su estado del ego infantil: la intimidad verdadera involucra el contacto del niño natural con dos personas. Pero los amantes dependientes suelen suprimir ese estado en sus intentos por hacerse cargo de los demás, y a menudo confunden dependencia malsana con intimidad. Juegan juegos psicológicos Lo que aparece como intimidad pocas veces lo es. En las relaciones adictivas, los juegos psicológicos melodramáticos sustituyen a la intimidad. Dichos juegos proporcionan interacción y drama, y son una manera indirecta de buscar la realización de nuestros deseos y necesidades. Quizás usted ha visto tal “actuación” entre los integrantes de una pareja. Aunque pedir algo indirectamente —a través de juegos— es menos riesgoso, también es más probable que obtengamos lo que deseamos siendo directos. Los adictos al amor, por lo tanto, se sienten frecuentemente decepcionados. Un jugador adopta usualmente uno de tres papeles: víctima, rescatador o perseguidor. Si bien tales juegos parecen absurdos para los que están fuera de ellos, quienes los perciben como son realmente, para los jugadores resultan perfectamente lógicos. Gina era una joven mujer deprimida, sexualmente insensible y cuyo juego favorito era: “¿No es él horrible?” Se refería a su esposo Ramón, quien era sexualmente muy agresivo con ella y con otras mujeres. El juego favorito de Ramón era: “Pobre de mí”, y su cantaleta de autocompasión era: “¿Cómo esperan que sea fiel con una esposa que no me deja tocarla?” Gina manifestaba depresión e ira para justificar su incapacidad para responder; Ramón manifestaba frustración e ira para justificar su infidelidad. En realidad, ambos estaban contentos con el melodrama que habían montado. Temían el compromiso y la intimidad riesgosos, y sus juegos les permitían un contacto, una interacción, muy retorcida. Entre tanto, no tenían que salir adelante de sus problemas o tomar decisiones difíciles acerca de algún cambio. Dan para obtener algo a cambio En el amor adictivo, lo que parece ser amor altruista a menudo no lo es. El amor adictivo es condicional, con el deseo subyacente de: “Si hago lo correcto, obtendré lo que quiero.” Dar espontáneamente puede experimentarse como rendirse, ceder o perder parte de uno mismo. Esto ocurre porque, en un nivel inconsciente, el que da ha prometido no otorgar el control al otro. En muchas ocasiones, atormentados por la tristeza del rechazo o la pérdida, hacemos promesas encaminadas a protegernos a nosotros mismos, y nuestra conciencia las interpreta literalmente. Cuando el amor lo lastima a uno, es importante escuchar lo que uno se dice. En lugar de: “Nunca volveré a hacer eso”, diga: “Soy más grande que este dolor; sanaré y amaré de nuevo.” Tenga en mente que está sintiendo profundamente, está indefenso y los mensajes emocionales recibidos a menudo se vuelven verdades que usted mismo inventa y conforme a las cuales después actúa. Tratan de cambiar a los otros Debido a que podemos percibirnos a nosotros mismos como personas incompletas —y, por lo tanto, acudimos a otros en nuestra búsqueda de la persona completa—, la adicción al amor implica intentos por cambiar a los otros y hacer un escrutinio de sus fallas. Mis clientes afirman: “Si Bárbara se quedara en casa, yo sería feliz”; “si Gina fuera más sensible, estaría contento”; “si Carmen creciera, yo sería feliz”; “si las mujeres me amaran de verdad, por fin sería feliz”. Una y otra vez, la gente trata de ocultar sus propios temores e insuficiencias. Miguel, la pareja de Carmen, expresaba confianza en sí mismo; sin embargo, su necesidad de que hubiera mujeres dependientes e inseguras en su vida revelaba su inestabilidad. Después de admitirlo, él y Carmen fueron capaces de amarse tranquila y honestamente. Recuerde: su adicción al amor le viene como anillo al dedo. Deje de achacarle el problema al otro. ¿Por qué necesita una mujer insensible? ¿Por qué necesita un hombre iracundo? ¿Qué tal le viene su relación? ¿Cómo anillo al dedo? Necesitan al otro para sentirse plenos, equilibrados y seguros El amor adictivo siempre es simbiótico: el adicto al amor necesita a otro para sentirse completo, equilibrado y seguro. La ansiedad se presenta cuando la simbiosis se ve amenazada. Con frecuencia, esa ansiedad termina en violencia emocional o física. Juan era un perfeccionista frío y con prejuicios. Su esposa Ada era cálida, tímida y apasionada. Juan expresaba crudamente una falta de emoción hacia su mujer: “Está allí, pero no siento nada por ella.” Siempre que Ada cuestionaba la relación o planteaba abandonar a Juan, él se ponía furioso y abusaba de ella verbal, sexual y físicamente. Aunque era claro que Juan no amaba o deseaba a Ada, la necesitaba patológicamente. La idea de que lo dejara le provocaba una profunda ansiedad. Ésta suele ser la paradoja de un matrimonio violento: dos personas tienen un profundo sentimiento de que se necesitan la una a la otra, pero se destruyen lentamente. Buscan soluciones fuera de sí mismos Queramos admitirlo o no, muchos de nosotros aún pensamos en términos mágicos, como niños que creen en Santa Claus. Pregúntese cuántas veces ha pensado o hecho las siguientes afirmaciones: “Si sólo tuviera a alguien…” “Si sólo él (o ella) cambiara, entonces…” “Cuando él (o ella) tenga más tiempo, entonces…” “Si amo sólo un poco más, entonces…” “El año que viene las cosas estarán mejor.” “Cuando él (o ella) se vaya, entonces seré feliz.” “Hasta que él (o ella) mejore su conducta…” “Tiene que suceder algo pronto.” “El (o ella) no puede permanecer así por siempre.” “Estoy esperando a que él (o ella) toque fondo.” “Estoy esperando a que él (o ella) se dé cuenta.” “Así no es él (ella) en realidad.” “Yo no tengo ningún problema; él (o ella) lo tiene.” “Deseo que él (o ella) se apresure y cambie.” “Espero que él (o ella) me aprecie por lo que soy en realidad.” “Si sólo hubiera hecho algo más, él (o ella) no se habría ido.” En lugar de peticiones directas y asertivas o una valoración y actitud realistas, nos aferramos a nuestras creencias infantiles en la magia. Debemos enfrentar el hecho de que no hay magia; somos responsables de nosotros mismos y nuestros actos. No confiar en uno mismo lleva a la frustración y la infelicidad. María, una paciente que relata su historia extraordinariamente bien, es la prueba viviente de esa profunda verdad. Hace cinco años, cuando tenía 35, por fin entré a un tratamiento para combatir un alcoholismo de muchos años y empecé mi proceso de recuperación. La sobriedad es un milagro en mi vida. Antes trataba de evadirme de todos mis problemas a través del uso excesivo del alcohol y otras drogas. Me las arreglaba en la vida tomando y, a la larga, me hice adicta al alcohol. No podían ocurrir cambios en mi vida a menos que decidiera eliminar el alcohol. Crecí en un hogar alcohólico y me enfrenté a mi infelicidad con actitud reservada y pasiva. En mi familia actuaba como la que complacía a la gente. Uno de los papeles que asumí era el de mediadora entre mis padres a propósito de cómo bebía él. Durante este periodo fui acosada sexualmente por mi padre. Mi madre, que sabía lo que estaba pasando, no hizo nada para detenerlo y optó por culparme a mí, una niña de 10 años. Durante los terribles años posteriores me aferré a la idea de que, cuando finalmente dejara la casa, mi vida cambiaría. Soñaba con escapar y pensaba que el medio sería el matrimonio. Quería ser rescatada por alguien más fuerte y saludable que yo. Sin embargo, el “rescate” no llegaba. Cuando me hice adulta me enfrentaba a mi dolor siendo “exitosa” y sobresaliente en el terreno musical (tocaba en grupos locales). Antes de tocar tomaba calmantes para los nervios. También empecé a beber mucho. Como resultado de mi baja autoestima, empecé a tocar mal. Casi toda mi vida social y mis relaciones implicaban beber. Conocí a mi esposo en este ambiente. Cuando bebía, me sentía poderosa, tenía el control. Me sentía bien y feliz. “Conque así es como la gente se las arregla”, pensaba. Consideraba que los que no tomaban eran unos necios y no estaban conscientes de qué cosa era la vida en realidad. Pero después de un tiempo me sorprendí al darme cuenta de que el alcohol ya no me ayudaba a salir de la depresión. Caía en largos periodos de llanto sensiblero. Me sentía inútil y desamparada; Marcos, mi futuro esposo, me “rescató”. Me proporcionaba alcohol, asumió el manejo de mis finanzas, tomaba decisiones por mí y — maravilla de maravillas— quería casarse conmigo aun después de que le conté acerca de mi desdichada infancia y mi promiscuidad sexual. Conforme se acercaba la fecha de nuestra boda empezó a echarme en cara mi pasado, lo que provocaba terribles peleas en las que yo siempre acababa llorando y suplicándole que me perdonara. Le permitía a Marcos utilizar mi pasado como una especie de vara sobre mi cabeza. Estaba muy segura de que nadie más me amaría y quería desesperadamente pertenecerle a alguien; aún creía que el matrimonio significaría el fin de todos mis problemas. Había olvidado mis ideas de la infancia: “Los hombres son abusivos y dan miedo”; “nunca nadie podrá amarme.” Estas ideas no tardaron mucho en convertirse en una pesadilla viviente. Sólo un mes después de que nos casamos, Marcos comenzó a golpearme. Una vez lo dejé por varios días y luego volví porque creía que nadie más podría amarme. Hoy se me ponen los pelos de punta al pensar en el poco amor que tenía por mí misma. Me esmeraba por complacerlo; creía que si me portaba adecuadamente, todo estaría bien. El único resultado positivo de hacerme completamente a un lado fue que bebía menos porque Marcos se quejaba de la cantidad de alcohol que yo consumía y quería complacerlo. Me sentía bien conmigo misma si trabajaba duro. Después de que nacieron mis hijos seguí trabajando (en parte porque mi empleo me ayudaba a sentirme bien conmigo misma y en parte porque no confiaba en que Marcos pudiera mantenernos). Le entregaba pasivamente mi sueldo; si necesitaba algo, tenía que rogarle para que me lo diera. Nunca se me ocurrió que el ingreso era mío y que podía confiar en mí misma para manejar las finanzas. Al mismo tiempo seguí desempeñando el papel de rescatadora; protegía a mi madre de los excesos alcohólicos de mi padre. Me sentía importante cuando me la llevaba de su casa o discutía en su nombre con mi padre. No tenía verdaderos amigos; pasaba mi tiempo con Marcos y mi madre. Usaba a mi madre para hacerme de tranquilizantes y antidepresivos; mi marido se negaba a pagármelos, pero ella sí lo hacía. Él también se negaba a pagar mi ropa y la de los niños; decía que él tenía que pagar las cuentas, mi madre también nos pagaba la ropa. Sin embargo, aún sentía que Marcos me estaba cuidando, y aunque no había afecto entre nosotros, me quedaba con él por miedo. Mi madre y yo nos compadecíamos juntas por nuestros matrimonios. Empecé a darme cuenta de que mi matrimonio y mi estilo de vida no eran sanos y le pedí a Marcos que viéramos a un consejero matrimonial. Se negó y lo dejé. Unos días después, cuando él accedió a acudir al consejero, nos reconciliamos. Pasamos seis meses en un grupo. Después de las sesiones íbamos juntos a beber; de hecho, él lo fomentaba. De repente, ambos estábamos usando el alcohol para aturdir nuestra infelicidad. Como resultado, la terapia no fue exitosa; nos negábamos a enfrentar nuestros problemas. Entonces falleció mi madre. Mi alcoholismo se agudizó. Aunque sabía que estaba mal beber para evitar la pena y el dolor, continuaba haciéndolo. Cualquier cosa era mejor que mi dolor. Bebía grandes cantidades a diario. Estaba embarazada de Daniela, mi cuarta hija, y considero un milagro que no haya nacido con el síndrome de alcoholismo fetal. Un día antes de que naciera estaba tan borracha que apenas podía caminar. Una noche, poco después del parto, Marcos y yo nos emborrachamos y luego empezamos una violenta discusión. Me golpeó. Decía que durante los meses de la terapia matrimonial había estado esperando la oportunidad de mostrarme quién era el que mandaba. Nunca lo había visto así; estaba paralizada. Sabía que no podía confiar en él y empecé a temer por mi vida. Decidí que tenía que dejar a mi marido, pero no sabía cómo manejar la situación. No confiaba en nadie; me volví callada; apenas y hablé con Marcos durante meses. Seguía bebiendo mucho; Marcos también bebía mucho. Entonces empezó a tener graves problemas financieros debido a deudas de juego y juró abandonar el alcohol. En un incidente terrible, presenciado por los niños, me volvió a golpear. Al día siguiente huí llevándome a los niños. Conseguí un abogado y, con el tiempo, me divorcié. Ahora, pensé, finalmente acabarían todos mis problemas. Pero no fue así. Seguí bebiendo; escogí estar con hombres tan abusivos como Marcos. Esto siguió así aproximadamente durante tres años antes de que me diera cuenta de que debía dejar de beber. Había tratado muchas veces de dejar la bebida por mi propia cuenta, pero nunca lo había conseguido. Mi patrón empezó a reñirme por mi falta de puntualidad y ausencias, y mi trabajo empeoró. Mi forma de beber estaba fuera de control; evitaba a la gente y descuidaba a mis hijos. A menudo estaba enferma y fue sólo por la intervención de un primo que finalmente busqué ayuda profesional. Mientras estuve en tratamiento aprendí mucho acerca de mí misma. Me di cuenta de cómo había culpado a los demás por mi manera de ser. Aprendí que había sido reacia a cualquier acción que me llevara a cambiar. Estuve sobria durante unos seis meses antes de permitirme sentir de nuevo. Súbitamente, mi pesar, acumulado durante todos esos años, salió a chorros y derramé muchas lágrimas. No fue una época fácil, pero era necesaria. Conforme pasó el tiempo, lentamente empecé a armar de nuevo mi vida. Vi a un consejero, saldé mis deudas, me restablecí en el trabajo y empecé a cuidar mejor a mis hijos. Aunque gran parte de esta historia es dolorosa, creo que estoy dispuesta a ser honesta conmigo misma y trabajar para cambiar; mi vida seguirá mejorando. Mi camino ha sido largo y penoso, pero ahora, por primera vez, estoy orgullosa de mí misma. Y, por primera vez en mi vida, estoy cuidando de mí y me siento bien sola. La historia de María muestra cómo varias adicciones —en este caso, al alcohol y la dependencia de los otros— son a veces una verdadera plaga. María tuvo que pasar por una serie de pruebas antes de que finalmente dejara de buscar el consuelo y el alivio fuera de ella misma. Su historia, pienso, ¡es un triunfo! Exigen y esperan amor incondicional La única etapa en la que realmente necesitamos amor incondicional es cuando somos niños. Incapaces de amar, nutrirnos o protegernos a nosotros mismos, necesitamos el cuidado de los otros para mantenernos vivos y crecer. Está perfectamente bien que los adultos quieran y reciban amor incondicional, pero exigirlo es una expectativa malsana y no realista. ¿Por qué debería alguien concederle lo que no recibió de niño o lo que usted mismo no está dispuesto a dar? En el amor adictivo podemos negarnos a amarnos a nosotros mismos incondicionalmente y enojarnos o llorar cuando los otros no nos aman de la misma manera. Doris, quien entró a terapia debido a una depresión crónica, parecía ser una joven mujer demandante, quejumbrosa y colérica. Su necesidad de amor y aceptación por parte de su terapeuta parecía insaciable. Estaba enojada por tener que pagarle a ra terapista y porque las sesiones no eran más largas. “Después de todo, ¿no es mi derecho ser amada?”, preguntaba. El mensaje velado que me dirigía era: “Mis padres no me amaban como me merecía, ¡así que usted debe hacerlo!” Le dije que estaba triste porque no había recibido el amor positivo e incondicional al que tenía derecho cuando era niña, pero que yo no podía ni haría nada por cubrir esa pérdida. En realidad, ya no necesitaba ese amor incondicional para vivir y tener éxito. De hecho, sus exigencias provocaban que quisiera alejarme de ella, no acercarme. Como pueden imaginarse, las relaciones amorosas de Doris eran desastrosas. Se niegan al compromiso El amor adictivo a menudo parece ser antidependiente, exhibe un claro rechazo al compromiso. En realidad, esta antidependencia es el otro lado de la dependencia. Nuestra necesidad de pertenencia es real. La gente que dice: “Yo haré lo mío y tú haz lo tuyo, y si nos encontramos, que así sea” promueve una falsa independencia. He descubierto que la mayoría de las personas que exaltan su independencia abrigan muchas necesidades de dependencia no satisfechas. Han aprendido a evitar el dolor al hacerse autosuficientes. El control es importante para ellos; cuando eran niños, sentían que uno o ambos padres estaban intentando imponerse sobre ellos o uno de los padres sobre el otro. Paradójicamente, esos padres obsesionados con el control no satisficieron las necesidades de desarrollo básicas del niño, y a menudo la respuesta de éste era: “¡No, no lo haré y no me vas a obligar a hacerlo!” o “¡Yo estoy bien, tú no!” Estas respuestas eran importantes para que el niño mantuviera una sensación de poder y dignidad personal en una situación difícil y malsana. Cuando los niños tienen padres débiles e inefectivos, se ven obligados a cuidarse a sí mismos en lugar de depender de otros. Sin embargo, la consigna de ser independientes que se hacen a sí mismos les dificulta comprometerse en una relación amorosa madura. La antidependencia es pseudoindependencia. La independencia sana presupone que uno ha tenido una relación de dependencia sana de niño. Cuando Leonardo era niño, su madre trataba de controlar sus ideas, sentimientos y actos. Se prometió jamás volver a otorgarle tal poder a su madre (y, después, a otras mujeres). No obstante, se casó con una mujer muy parecida a su madre, y la lucha por el poder continuó. Leonardo no se sentía libre para comprometerse emocionalmente con su esposa. La relación se caracterizaba polla competencia, por frecuentes juegos de “aventajar al otro”, en los que ambos luchaban por tener la razón al final de una discusión. En la terapia, Leonardo y su esposa tuvieron que aprender que dar amor no significa la pérdida de poder personal. Recurren a otros para afirmarse y sentirse valorados Muy pocas personas se aman a sí mismas sin reservas, a pesar de que todo el mundo quiere ser amado así. Como los niños pequeños, buscamos en el mundo gente que nos ame totalmente, y cuando una relación amorosa termina, nuestra autoestima disminuye. Es normal sentir dolor por la pérdida, pero cuando una relación está terminando o se tambalea, es malsano relacionar esta pérdida con el valor personal y la autoestima. Judith, quien tenía una autoestima muy baja, escribió la siguiente carta de su parte adictiva a su parte sana para describir la motivación inconsciente de muchos de sus hábitos. “Judith, la razón por la cual estás comiendo, fumando y bebiendo tanto es obvia. ¿Qué otra cosa puedes hacer? Tras tus defensas hay una cáscara vacía, absolutamente nada. No hay una Judith. Tu casa, tu trabajo, tu familia, tu auto, tus muebles, tus plantas, tu ropa, todas son cosas que te pueden quitar. Necesitabas pensar que todas estas cosas eran tú, pero ahora ya sabes que no es así. No hay una tú. No tienes núcleo; está muerto, si es que alguna vez lo tuviste. Creo que no existes. La única vez que sentiste que existías fue cuando alguien te amaba o pertenecías a alguien. Y ahora ya no tienes a nadie. Fumas, comes y bebes porque, al menos, estos actos, representan algo que te ayuda a sentir que estás viva.” Las personas como Judith deben darse cuenta de que pueden optar por mejorar sus vidas. La mayoría de nosotros podemos ser mucho más felices y sentirnos mucho más plenos. Nos obstaculiza la idea de que alguien nos llenará. Pasamos por alto nuestra capacidad de elegir y desarrollarnos por nosotros mismos. No solamente podemos tomar nuestras propias decisiones, sino que además podemos crear nuestras propias oportunidades. Temen al abandono aun en la separación cotidiana La sensación límite de soledad se caracteriza por el pánico, el enojo, la desesperación y el vacío; esto es muy distinto del sentimiento maduro de soledad, que consiste en una tristeza sana a causa de un amante ausente. Los adictos al amor no son capaces de mantener recuerdos felices de su pareja, y el temor al abandono puede presentarse incluso en la separación más rutinaria, es decir, la que se lleva a cabo todos los días. Para el adicto al amor es difícil creer que la otra persona regresará. Este fenómeno parece ser el resultado de que en la infancia no hubo una importante lección de desarrollo. Es esencial que los niños confíen en la permanencia de sus padres. Conforme lo hacen, comienzan a consolarse a sí mismos con el recuerdo del amor de los padres cuando éstos se ausentan y a confiar en que lo pueden tener de nuevo. Cuando los niños aprenden a desconfiar, no son capaces de evocar recuerdos felices que los sustenten durante la ausencia de los padres. Como adultos pueden tener problemas para confiar en su compañero, a menos que él (o ella) esté a la vista. Cuando era niña, Janet fue descuidada emocionalmente por sus padres. Rara vez respondían a sus necesidades y a menudo abusaban físicamente de ella. En la terapia, Janet, una joven mujer extremadamente indecisa y dependiente, asimilaba los mensajes positivos acerca de la autoestima e independencia, pero no era capaz de confiar en esos mensajes y utilizarlos fuera de la terapia. Lejos de mi presencia, a Janet le entraba el pánico y temía que yo la dejara y su nueva autoafirmación desapareciera. Janet debía aprender a confiar en su memoria y a utilizar las lecciones de su terapia en la vida cotidiana. Al principio tenía que esforzarse mucho en ello; era preciso que recreara y volviera a visualizar nuestras discusiones para sentir otra vez la sensación positiva que le provocaban. Aprendió que tenemos la capacidad de rememorar tanto los sentimientos y recuerdos positivos como los negativos, y que podemos controlar ese proceso. Yo no podía incorporar nada nuevo en Janet; sólo afirmar lo que ya estaba allí y alentarla a desarrollar su autoestima. Recrean viejos sentimientos negativos Otro rasgo sobresaliente del amor adictivo son los sentimientos recurrentes de vacío, excitación, depresión, culpa, rechazo, ansiedad, enojo acompañado de moralismo y baja autoestima. Generalmente estos sentimientos son el resultado de juegos psicológicos desarrollados por amantes dependientes. La gente tiende a contar con un grupo favorito de sentimientos, que se apoyan en mitos inconscientes sobre uno mismo y la vida. Tales sentimientos interfieren en la satisfacción de las necesidades psicológicas y dificultan la intimidad. El sentimiento negativo favorito de Carla era la tristeza. Los sentimientos negativos favoritos de Rafael eran el rechazo y el enojo acompañado de moralismo. Cada uno sabía cómo sacarle provecho a sus sentimientos negativos. Carla y Rafael trabajaban juntos y frecuentemente se reunían después del trabajo para tomar una copa con otros compañeros de trabajo. Carla le coqueteaba a Rafael y él le respondía. Una noche la invitó a cenar a su casa. Carla buscaba únicamente su amistad, pero él creía que su conducta indicaba que estaba dispuesta a tener relaciones sexuales. Cuando Rafael le propuso a Carla ir a la cama, ella le dijo que no estaba interesada. Rechazado y avergonzado, la atacó verbalmente con un discurso moralista. Carla se sintió incomprendida y estalló en llanto. Desean pero temen la cercanía Una gran paradoja del amor dependiente es que realmente deseamos amar y ser amados, pero nuestras partes adictivas le temen a la cercanía. Como lo hemos estado diciendo, el amor adictivo se basa en el temor: temor al rechazo, temor al dolor, temor a perder el control, temor a perder el propio yo, temor a perder la vida y temor a la felicidad. El propósito del amor adictivo es evitar lo que tememos. Cuando era niña y observaba el miserable matrimonio de sus padres, Nancy se hizo a sí misma el propósito de ser cautelosa en el amor; de hecho, de evitarlo completamente. Pero cumplir con ese propósito es imposible para una persona, así que Nancy se enamoró cuando aún era una joven. Se involucró profundamente con alguien que, sin aviso alguno, rompió su compromiso poco antes de casarse. El dolor de Nancy era doble porque había roto con el propósito que se había hecho a sí misma. La experiencia de ser plantada confirmó su convicción inconsciente de que el amor conducía inevitablemente al dolor. Sin darse cuenta, renovó y reforzó su propósito. Varios años después volvió a enamorarse, y a pesar del profundo cariño que sentía por su pareja, no era capaz de entregarse sexual o emocionalmente. Siempre que se estaba abriendo a la intimidad, sentía temor, culpa y enojo consigo misma. La exploración cuidadosa de sus sentimientos le ayudó a descubrir su propósito inconsciente de permanecer alejada del amor riesgoso. Nancy logró ver la futilidad de tal propósito, y al poco tiempo aceptó tomar riesgos, incluso cuando éstos pudieran involucrar dolor. Todos perdemos algo o a alguien en algún momento y nos sentimos heridos. La gente puede tratar de controlarnos y disminuir nuestra libertad, ante lo cual nos sentimos asustados. Incluso podemos temer la alegría porque puede acabarse. En muchas instancias, estamos más a gusto sin emociones que con altas o bajas emocionales. La alegría puede confundir a aquéllos que no están acostumbrados a ella. Pamela había estado en terapia por algún tiempo debido a una depresión severa. Estaba lista para dejar la terapia porque su autoestima era alta, la relación con su esposo era sólida y estaba satisfecha con su persona por primera vez en su vida. Una noche me llamó para decirme que su depresión no había vuelto, que se sentía muy contenta. De hecho, dijo, a menudo se sentía tan extasiada que le entraba el pánico; no sabía si podría soportar tal estado de alegría y se sentía asustada. Le aseguré que podía manejarlo y que había muchas maneras a través de las cuales canalizar su nueva energía y confianza en sí misma. Se hacen cargo de los sentimientos de los otros Quizás el rasgo más sobresaliente del amor adictivo es esta regla no escrita: “Tú cuidas de mis sentimientos y yo de los tuyos. Tú me haces sentir completo y bien, y yo haré lo mismo por ti.” Hacerse cargo de los sentimientos de otro adulto es muy distinto de quererlo. Lo primero supone que una persona es capaz de leer la mente de la otra, conocer sus necesidades y “componer” los sentimientos enfermos del otro. Tal suposición hace que un amante sea responsable del bienestar del otro. El cariño verdadero por alguien significa: “Me importa lo que sientes; estoy aquí para apoyarte, aunque no tengo la capacidad para hacer que tu dolor desaparezca o ayudarte a sentir completo.” El primer sistema de ideas se basa en el miedo y la culpa; el segundo, en la compasión y el realismo. ¡Con cuánta frecuencia esperamos que los otros lean nuestra mente y sepan lo que queremos! “Deberías saberlo; has vivido conmigo lo suficiente”, decimos. ¡Cuan a menudo suponemos que el otro sabe lo que queremos, aunque nunca se lo hemos dicho! Quizá el otro a veces lo sabe o puede adivinarlo, pero obtendremos más de nuestras relaciones si aprendemos a descubrir nuestras propias carencias y necesidades, y luego pedimos que nuestra pareja nos entienda. Debemos pedir claramente y tomar en cuenta la posición del otro. Cuando el matrimonio de Esteban empezó a fallar, entró en terapia con su esposa Patricia. Se le dificultó mucho entender por qué las cosas no funcionaban; después de todo, estaba haciendo todo lo “correcto”. Era un esposo bueno y leal; le gustaba complacer a su esposa. Trabajaba duro, era fuerte, no exigía mucho y le proporcionaba a su familia un hermoso hogar. Patricia, sin embargo, era infeliz debido a la mala comunicación, una sensación de ser asfixiada por Esteban y sus frecuentes exabruptos, al parecer infundados. Un problema aun más complejo era que Esteban no encontraba cómo pedir lo que necesitaba o deseaba. Debía volver a aprender lo que sabía de niño: que sus sentimientos ofrecían claves de qué era lo que necesitaba y que su responsabilidad era hacérselo saber a los demás. Juegan juegos de poder La última característica crucial del amor adictivo es la presencia de juegos de poder. Son tan importantes que les dedicaremos un capítulo entero. CAPÍTULO 5 Juegos de poder Cuando tratamos de aferrarnos a otra persona o a cualquier parte de la vida impedimos el flujo natural de los acontecimientos. Para estar en armonía debemos soltarnos. “Debes perder tu vida para encontrarla.” La fortaleza real, el verdadero respeto por uno mismo, solamente se logra haciendo a un lado la parte hambrienta. KAREN CASEY Y MARTHA VANCEBURG The Promise of a New Day (La promesa de un nuevo día) El poder Una de las características más pronunciadas de las relaciones abiertamente dependientes y malsanas es el uso de juegos de poder para obtener un erróneo sentido de control sobre la pareja. Los juegos de poder son conductas manipuladoras que mantienen a dos personas en una base desigual. Aprender a reconocer tal conducta es dar un paso adelante y sacarla de nuestras relaciones o evitar las relaciones basadas en el poder. La palabra poder se usa de muchas maneras. Con respecto a la búsqueda del amor e interdependencia, el poder que deseamos emana de la autoestima (potencial personal), no del control sobre los demás. El mito que hay detrás de los juegos de poder es que no hay suficiente poder para los dos; una persona debe tener el control. El mito se basa en la idea de que la gente que detenta el poder tiene el control y puede obtener lo que desea y necesita. Sin dicho control, la vida parece tenue e incierta. Y, desde luego, ¡todos queremos sentirnos seguros! La competencia por ese elemento misterioso llamado “control” es a menudo feroz, tal como lo evidencian las guerras. Con frecuencia, ni siquiera sabemos qué queremos controlar. Además, los que participan en el juego por el poder —atinadamente llamados “controladores”— creen erróneamente que otras personas les proporcionan o quitan su potencial personal. ¿De dónde surgen estas ideas? Orígenes de los juegos de poder Empezamos a luchar por el poder alrededor de los dos años, cuando nuestros padres nos dijeron que ya era hora de dejar de ser el centro del universo y que era necesario cooperar con la “gente grande”. Podíamos recordar, hablar y actuar socialmente con un espíritu de cooperación. Si no cooperábamos, nos podían castigar o rechazar. En esta situación, los niños tienen tres opciones: rebelarse, sobreadaptarse o cooperar. Los rebeldes dicen: “No, no lo haré y no pueden obligarme”, y luchan por salirse con la suya. Todos hemos visto a los niños intentar dominar a sus padres y a menudo ganarles al decir no, negarse a hacer algo y hacer berrinches. Los que se sobreadaptan suelen ser dominados por uno de los padres. Pueden sentirse “tragados”, su libertad les es arrebatada. Sienten tristeza y temor porque su conducta y libertad de elección son suprimidas, no dirigidas. Y entonces se adaptan y contienen la ira. Aquellos niños a los que se les hace cooperar y reconocer que los otros tienen necesidades, aprenden que cooperar y crecer pueden ser un placer. Compartir el poder y ceder, bases del amor sano, se convierten en una parte normal de la vida. No había necesidad de dominar a nuestros padres, ni tampoco ellos tenían que dominarnos con órdenes, sobornos, amenazas, exigencias y castigos físicos. Tanto los padres como los niños pueden ser poderosos a su modo y, al compartir el poder, construyen puentes de comunicación, apoyo y amor. Eso es el desarrollo normal. Todo niño de dos o tres años de edad atraviesa por una etapa de rebeldía. Algunos emergen con pocas cicatrices emocionales, aunque todos los que he conocido tienen algunos problemas al tratar de controlar a los demás. Las raíces de la conducta de los adultos que se enfrascan en juegos de poder pueden rastrearse en la infancia. Hay muchas maneras de ayudar a los niños en esta difícil etapa; incluso, enseñarles que el poder no es necesariamente algo que tiene una persona a expensas de otra. Cuando mi hija Hilda tenía tres años, llegó tambaleándose a la cocina, donde yo lavaba los platos y pensaba en todos los deberes que tenía que acabar esa tarde. “Mami, léeme un cuento”, dijo jalándome de la falda. Miré hacia abajo y vi los juguetes regados en el piso de la cocina y la sala. Pensé: “Bien, tengo tiempo para leerle un cuento o para recoger los juguetes.” Empecé por decir: “Ve y recoge tus juguetes, y después hablaremos acerca del cuento.” Pero me detuve súbitamente al darme cuenta de que estaba emitiendo una orden irritante. En su lugar dije: “Hilda, sólo tengo tiempo de hacer una cosa: leerte el cuento o recoger todos los juguetes. ¿Por qué no decides que debería hacer?” Le había dado a la niña una opción. Hilda estaba sorprendida. No había motivo para que se decepcionara o hiciera berrinche, porque era su elección. Y eligió. Corrió a recoger los juguetes ella misma; entonces regresó para que yo hiciera la parte para la que tenía tiempo: leerle el cuento. Hacerla pensar y elegir afirmó su poder personal. La transición de la omnipotencia infantil a compartir el poder parece ser algo con lo que todos luchamos en la infancia, la adolescencia y, aun, en la vida adulta. La confusión en torno a quién utiliza el poder es evidente en las relaciones adultas malsanas y difíciles. ¿Cuáles son algunos de los juegos de poder que sabotean las relaciones amorosas adultas? 1. 2. 3. 4. Dar consejos pero no admitirlos. Tener dificultades para abrirse y pedir apoyo y amor. Dar órdenes; exigir y esperar mucho de los demás. Tratar de “ajustar cuentas” o disminuir la autoestima o el poder de los demás. 5. Juzgar; sabotear los éxitos de los demás al restarles importancia; 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. hallar faltas; perseguir; castigar. Excluir a los demás; o, quizá, no darles lo que quieren o necesitan. Hacer y luego romper promesas; lograr que los demás confíen en nosotros y luego traicionar su confianza. Sofocar, sobrenutrir al otro. Dar un trato condescendiente al otro, con lo que éste se coloca en una posición inferior, y uno, en una posición superior; intimidar. Tomar decisiones por el otro; subestimar su capacidad para resolver problemas. Colocar al otro en situaciones de “no triunfo”. Intentar cambiar al otro (y falta de voluntad para cambiar uno mismo). Atacar al otro cuando él o ella es más vulnerable. Mostrar una actitud antidependiente: “No te necesito.” Tener un comportamiento intimidatorio y chantajista; utilizar amenazas. Mostrar amargura, rencor o enojo acompañado de cierto moralismo. Abusar verbal o físicamente de los demás. Ser agresivo y definir la agresión como algo asertivo. Necesitar ganar o tener la razón. Resistir tercamente o “montarse en su burro”. Tener dificultad para poder admitir los errores o decir “lo siento”. Dar respuestas indirectas y evasivas a las preguntas. Defender cualesquiera de las conductas que arriba se mencionan. Para sentirse poderosa, una persona debe aplastar y controlar a la otra; quien se involucra en juegos de poder tiene dificultades para compartirlo debido a que teme ser dominado. Tal persona está diciendo inconscientemente: “Temo que no tengo poder y necesito controlar a los demás para poder ser poderoso.” Esta falsa idea sugiere que otra persona tiene el control de nuestro potencial personal y debemos controlarla a fin de estar seguros y ser fuertes. Quien se enfrasca en juegos de poder lucha por mantener a los demás en la posición de víctimas para que puedan ser rescatados o perseguidos. Tales melodramas no son la esencia del verdadero poder personal, sino de la dependencia, y resultan muy malsanos. De hecho, los juegos de poder son la causa de mucha infelicidad. No es fácil dejar los juegos de poder porque encubren temores inconscientes y con frecuencia suprimidos. En todos los casos en los que he explorado las raíces de la necesidad de un paciente de controlar a otra persona, he encontrado una experiencia traumática o una amenaza imaginaria que las ha llevado a interpretar la pérdida del control como la pérdida del ser, que es una idea peligrosa y terrible. O quizá al paciente se le ha permitido dominar a sus padres, desarrollando así una creencia de que “soy más poderoso que tú y me puedo salir con la mía”. “Además —razonaba un paciente habituado a los juegos de poder—, uno se siente mucho mejor siendo poderoso, así que ¿para qué abandonar esa conducta?” No pueden darse cuenta de que estas posturas son inestables y malsanas, y se basan en creencias falsas. La gente que intenta controlar a los demás puede evitar hacer frente a sus propios temores, inseguridades y dudas porque siempre tiene a alguien más, que está “menos bien”, en quien enfocarse. Tenga en mente que tanto los que se enfrascan en juegos de poder como sus víctimas participan el juego. La víctima también obtiene beneficios; cooperar hace que la otra persona permanezca cerca. Pudimos haber diseñado nuestros juegos de poder cuando éramos niños para protegernos del daño. Por lo mismo, estas son conductas profundamente arraigadas y, en consecuencia, nuestra resistencia a dejarlas será muy grande. Quienes participan en juegos de poder casi nunca buscan ayuda o expresan un deseo de cambiar. Esto se debe en gran medida a que están dominados por la ilusión y la negación, así como por su creencia de que son mejores que los demás. Generalmente se ven obligados a entrar a una terapia o a cambiar cuando experimentan un trauma, como la amenaza de abandono por parte de la pareja. Aun así, volver a tener el control sobre el compañero o la compañera rebelde puede ser su objetivo. En este punto, usualmente el compañero o la compañera rebelde ya no están dispuestos a ser las víctimas. En ocasiones pueden estar enojados y compitiendo por la posición dominante. Ninguno de los dos estará listo para dejar el juego de poder hasta que las inseguridades que los motivan hayan sido exploradas. Una última y crucial característica del amor adictivo es la presencia de juegos de poder en los que uno de los miembros de la pareja obtiene una falsa sensación de control sobre el otro. Las conductas manipuladoras o controladoras intentan mantener a la pareja en una situación de “uno con ventaja, el otro aventajado”. Para sentirse poderosa, una persona aplasta a la otra; tiene dificultades para compartir el poder por temor a ser dominada y puede evitar hacerle frente a sus temores, inseguridades y dudas porque siempre hay alguien en quien enfocarse. Sin tal control, la vida parece frágil e incierta. Quienes se enfrascan en juegos de poder pueden interpretar la pérdida de control como una “pérdida de la propia identidad”. Este mito, basado en la idea de que el poder es escaso, sugiere falsamente que otra persona está a cargo de nuestro potencial personal. Pedro buscaba ayuda debido a su depresión y baja autoestima. Su parte que necesitaba control escribió la siguiente carta: “Siempre has tenido un ego fuerte y has sido tan autosuficiente, y ahora estás pensando en entregarle todo eso a una persona que hará que pierdas el control. En realidad no deseas eso, ¿o sí? He tratado de protegerte de mil maneras. Quizá olvidaste que siempre estuve contigo y no dejé a los demás acercarse a ti. Te he mantenido solo y con el control absoluto. Eres muy inteligente y estás por encima de los que tratan de ayudarte. No los necesitas, puedes resolver las cosas tú mismo. Ha funcionado bastante bien todos estos años, ¿no es cierto? “Para mí es un misterio el que quieras admitir la derrota o la necesidad de ayuda. Puedes controlarlo todo. Los poderosos son los que tienen el control; así es como eres y quieres permanecer. La mayoría de tus problemas surgen porque los demás tratan de contrariarte. Quítalos del camino y las cosas empezarán a marchar bien para ti.” Pedro enlistó todas las maneras en las que intentaba timarme durante la terapia: 1. Hacer desaparecer los sentimientos dolorosos por medio de risas o sonrisas. 2. Dominar la conversación. 3. Provocar lástima. 4. Ponerme a la defensiva cuando las cosas comienzan a tornarse 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. delicadas. Convencerme de que los demás tienen la culpa. Mantener las sesiones en un tono no serio. Intelectualizar. Parecer flexible. Cooperar demasiado. Hallar su punto débil y capitalizarlo. Descubrir qué dolor ha sufrido y compadecerla. Tratar de involucrarme emocionalmente con ella. Tratar de inducir dudas acerca de mí. Cuestionar sus motivos para ayudarme. Dar vueltas al asunto que se está tratando. Pedro estaba utilizando estos recursos para reforzar su necesidad de control. Con la ayuda de la terapia aprendió que su poder personal no se daba a expensas de otro. Nuestro poder personal viene de dentro; no hay necesidad de lograr el control de otro. Con la confianza en nosotros mismos no tenemos necesidad de poder y control. Opciones Una vez que identificamos los juegos de poder que sabotean nuestras relaciones, tenemos tres opciones: Primera, podríamos cooperar y responder pasivamente como víctimas, con lo que accedemos a renunciar a nuestro propio potencial y aceptamos nuestra posición sumisa. Es fácil y resulta familiar, si bien provoca adicción. Sobra decir que, aunque mucha gente la adopta, no es la mejor manera de vivir plenamente. Estas personas usualmente acaban sintiendo lo que su pareja quiere evitar: vergüenza, culpa, inadecuación y temor. Segunda, podríamos buscar la posición de poder, pero podemos enfrascarnos en una relación competitiva y caracterizada por la adicción. En este caso, dos personas antidependientes luchan por la posición de poder y viven en un conflicto constante conforme una trata de dominar a la otra mediante juegos de poder tan creativos como destructivos. Desafortunadamente, la mayoría de las relaciones se mueven, entre las opciones uno y dos en un vaivén que dura toda la vida. Sin embargo, hay una tercera opción más afortunada: responder desde una posición afirmativa que reconoce un poder personal equitativo. En esta posición decimos: “Ambos estamos bien y tenemos poder personal. A veces tu conducta no es aceptable para mí.” Cuando adoptamos esta actitud es importante reconocer cómo los juegos de poder han hecho víctimas a los miembros de la pareja y trabajar para fomentar una nueva sensación de poder personal y dignidad en ambos. A continuación se enlistan algunas acciones que debemos emprender si queremos retirarnos de los juegos de poder: 1. Reconocer que los juegos de poder son reales. 2. Hacer un inventario de los juegos de poder que utilizamos más a menudo. 3. Aprender a identificar nuestras propias señales: sentirnos confundidos, atrapados, culpables, incómodos, amenazados, competitivos; dudar de nosotros mismos; proferir regaños sarcásticos; ser defensivos; proyectar culpas; evitar a nuestros compañeros; dar respuestas evasivas. 4. Examinar nuestras creencias negativas que apoyan los juegos de poder y cambiarlas. 5. Desprendernos; creer que somos iguales. Ganamos al aprender un proceso interno: cómo vivir con nosotros mismos. Si tenemos una sensación de confianza, ya no necesitamos “ganar” a expensas de otro. La meta: respeto mutuo Usted puede darse cuenta de que entre menos responda a los desafíos verbales de un compañero o compañera que busca el poder, mejor. La necesidad de defenderse o asentir puede llevarlo directamente a una conducta adictiva. Las respuestas cortas, de una sola palabra, son las más efectivas para permanecer lejos de la competencia por el poder. O bien, puede optar por dejar clara su posición: “Cuando tú (acción), siento (sentimiento). “Usted está respondiendo desde una posición de poder personal igual. Exprese la frase cuando sea más probable que lo escuchen, no cuando esté enojado o en medio de una discusión. El siguiente es un ejemplo de una pareja que va hacia una relación más sana, basada en el poder personal igual de cada uno de sus miembros. Georgina y Braulio tenían una relación potencialmente buena. No obstante, Braulio estaba obsesionado con su papel de rescatador y consejero de muchas personas, el papel del que trata de tener poder sobre los demás. Braulio tenía muchas “víctimas” que le demandaban tiempo y energías, y a quienes Georgina llamaba “encimosos” y no amigos verdaderos. Aunque Braulio se quejaba de que estas personas consumían su tiempo, no podía decirles que no. Georgina solía sentirse abandonada, pero durante varios años se quejó poco, siempre a la espera de que la situación cambiara. Su estilo, heredado de su familia, era el de no decir nada y sentirse mal. Dado que no había experimentado en su familia el compartir el poder, su temor de confrontar a Braulio y posiblemente provocar que se enojara y la rechazara, era muy real. Cuando finalmente se armó de valor, habló con él honestamente y con mucha emotividad. Le dijo que ya no estaba dispuesta a posponer sus propias necesidades por las de otros. “Cuando cancelas nuestros planes para el fin de semana porque un amigo quiere que lo ayudes a mudarse —manifestó—, me siento insignificante, herida y muy molesta.” Había empezado a darse cuenta de que acarreaba un patrón de conducta desde la infancia, cuando a menudo se había plegado a las necesidades de los otros miembros de su familia, y ya no quería repetirlo. En un principio, Braulio escuchaba a Georgina con simpatía; después la atacó verbalmente, la acusó de manipularlo con su llanto y de tratar de controlar la relación de ambos. Para recuperar el equilibrio, Braulio empezó a criticarla, a negarle afecto y a sermonearla acerca de cómo debía ser y cómo sería su matrimonio, Georgina sabía que podía acceder a los deseos de Braulio, no ceder y afirmar su dignidad personal o abandonar a su marido. Por fortuna era lo suficientemente fuerte como para darse cuenta de que, si bien la conducta de Braulio la hería, nacía de su temor a perder el control y resultar herido él mismo. Determinada a no seguir siendo una víctima, Georgina logró ser objetiva y no tomar personalmente las críticas de Braulio. Cuando se dio el momento oportuno, le dijo a su marido cómo la afectaba su conducta, aunque siendo realista, sabía que no podía esperar cambiarlo. También dejó claro que quería un matrimonio sano, en el que ambos pudieran contribuir con sus propias ideas, sentimientos y maneras de hacer las cosas, como iguales, sin temor a represalias. Georgina esperaba que tal ideal pudiera alcanzarse; si no se podía, consideraría en qué términos se podría alcanzar o se plantearía la opción de continuar o no con esa relación. Afortunadamente, tanto Georgina como Braulio están buscando una relación más profunda y libre. No ha sido fácil para ellos, pero el respeto mutuo les ha permitido pasar de una relación controladora, caracterizada por la adicción, a una que apoya a ambos y, a la vez, los libera. Hay menos juegos de poder o en todo caso tanto los individuales como los de pareja son mejores. Me sigue sorprendiendo la frecuencia con la que la gente comienza a obtener lo que quiere y necesita en las relaciones cuando está dispuesta a renunciar al control. Quizás esto se debe a que una persona siente que el poder de su compañero descansa en él mismo y, con cierto temor y respeto, se mueve para alcanzar y dar. O quizá descubre que el control sobre los demás es una ilusión y la respuesta es dejarse ir. En una tormenta es el árbol que se dobla con el viento el que sobrevive para crecer alto. CAPÍTULO 6 Pertenencia sana Amaos el uno al otro, pero no permitáis que el amor sea una atadura: Permitid en cambio que sea como un mar que se mece entre las orillas de vuestras almas. Colmad mutuamente la copa, pero no libéis solamente de una. Compartid vuestro pan, pero sin comer del mismo pedazo. Cantad y danzad juntos y sed alegres, pero permitid que cada uno se sienta solo. Así como las cuerdas de un laúd se encuentran separadas aunque se estremezcan con la misma música. Ofreceos el corazón, pero sin que por ello dejeis de vigilarlo. Pues solamente la mano de la Vida puede contener vuestros corazones. Y manteneos unidos, mas no demasiado juntos: Porque las columnas del templo se encuentran separadas Y el roble y el ciprés no crecen estando bajo la sombra del otro. Fragmento de El profeta GIBRAN JALIL GIBRAN Nuestra necesidad de los demás Si usted reconoce síntomas de dependencia en sí mismo y su relación, no está solo. En nuestra lucha por terminar con la sensación de aislamiento e irrelevancia, a menudo nos encontramos atrapados en una red de necesidades. Necesitamos a otras personas. Debemos amar y compartir el amor para florecer al máximo. Como decía Erich Fromm: “la afirmación de la vida, felicidad, crecimiento y libertad propias, está enraizada en la propia capacidad de amar con interés, respeto, responsabilidad y conocimiento”. Pasamos ahora del diagnóstico de los males que pueden ser como una plaga para la relación a los síntomas del amor sano. Somos la especie más evolucionada del planeta. Seguimos evolucionando, y en nuestra evolución se está desarrollando una conciencia espiritual del lazo que nos une a otras personas de una manera muy profunda. La singularidad de cada individuo contribuye a la mayor grandeza de toda la humanidad. Si nos pensamos a nosotros mismos como sistemas individuales de energía nos damos cuenta de que podemos inhibir nuestra energía o utilizarla de manera destructiva o constructiva. Aun el amor puede ser una forma de energía que suprimimos o ejercemos. Nuestros científicos han descubierto el átomo y sus componentes. Ahora se esfuerzan por categorizar la sustancia que hace que las partículas del átomo se adhieran unas a otras. Algunos maestros de metafísica sugieren que el amor es también una fuerza intangible, un poder. Según esta concepción, el amor es un poder tan real como la electricidad, un mortero divino que cimienta todo el universo, una fuerza electromagnética que atrae a todas las partículas del átomo y adquiere forma. Tiene sentido conocer más acerca de cómo amamos, ya sea un amor dependiente, dirigido a la intensificación del ego y la necesidad de realización, o un amor maduro, que ha evolucionado a través del tiempo. Las características del amor verdadero son opuestas a las de las relaciones dependientes. Veámoslas. Características de la pertenencia sana Las personas que tienen relaciones sanas presentan las siguientes características. 1. Permiten la individualidad. 2. Experimentan tanto la unicidad como la separación respecto de su pareja. 3. Hacen surgir las mejores cualidades del compañero o compañera. 4. Aceptan los finales. 5. Experimentan apertura al cambio y la exploración. 6. Estimulan el crecimiento del compañero o compañera. 7. Experimentan la verdadera intimidad. 8. Se sienten libres de pedir en forma honesta lo que necesitan. 9. Experimentan el dar de la misma manera que el recibir. 10. No intentan cambiar o controlar al otro. 11. Fomentan siempre la autosuficiencia del compañero o compañera. 12. Aceptan las limitaciones propias y las del compañero o compañera. 13. No buscan el amor incondicional. 14. Aceptan el compromiso. 15. Tienen una alta autoestima. 16. Confían en recordar al amado; disfrutan la soledad. 17. Expresan espontáneamente sus sentimientos. 18. Dan la bienvenida a la cercanía; se exponen a la vulnerabilidad. 19. Se preocupan por el otro desinteresadamente. 20. Afirman la igualdad y el poder personal propio y el del compañero o compañera. Ahora examinémoslas con más detalle. Permiten la individualidad En el amor dependiente sentimos que nos estamos consumiendo, mientras que el amor sano permite la individualidad. Una relación sana permite a los amantes cambiar y crecer de manera separada sin que ninguno de los dos se sienta amenazado. Tal libertad es posible debido al respeto y confianza del amante maduro en su pareja. Los pensamientos y sentimientos individuales se aceptan, no se suprimen. El cuerpo y la mente pueden permanecer relajados cuando surgen diferencias y conflictos porque las diferencias son aceptables y la resolución de conflictos se considera como parte de la vida normal y cotidiana. Los amantes no sienten que tienen que cuidar de los sentimientos del otro y tienen la suficiente autodirección como para que no les entre el pánico cuando el amado tiene otras preocupaciones en la mente. Experimentan tanto la unicidad como la separación respecto de su pareja Aunque los amantes maduros pueden describir su cercanía como unicidad, también tienen una clara sensación de ser individuos distintos. Esto es, experimentan tanto la unicidad como la separación, que no son contradictorias. Esto permite un estado de euforia negado a los adictos al amor, quienes están obsesionados con la relación a expensas de su propia satisfacción. Nelly, una de mis pacientes, logró aprender esta verdad y romper con su dependencia obsesiva. Nelly había entrado en terapia matrimonial con Claudio, su esposo desde hacía 15 años y quien recientemente había concluido exitosamente un tratamiento contra la dependencia de sustancias químicas. Nelly anunció con alegría que estaba lista para dejar la terapia. Dijo que sentía por Claudio un amor que nunca había experimentado antes. Obsesionada por años de baja autoestima y temor al rechazo, había intentado hacer que su esposo la amara de una manera igual a su ideal del romance y el matrimonio. Insistía en que resarciera todas las pérdidas que ella había experimentado cuando era niña. Claudio no respondió y las demandas irreales de Nelly ampliaron la brecha entre ellos. El ideal de ella —como el de muchas personas que creen que sus ilusiones son románticas— suponía una dependencia casi sofocante de Claudio. En la terapia, Nelly había aprendido que podía ser plena por sí misma y que no necesitaba a su esposo. En cambio, desearlo era una emoción muy distinta y mucho más gratificante. La conciencia de esto alivió mucha de su frustración, enojo y temor al rechazo; le permitió relajarse mental y físicamente. Con menos tensión, Nelly era libre de explorar sus propios talentos y sueños. Gradualmente comenzó a entender que la autoestima lo libera a uno para amar a los demás a la vez que permite nuestra individualidad. Desarrolló su propia identidad. Sus actos se convirtieron en un reflejo de ella misma, no de Claudio. Así, el estira y afloja se detuvo, y Nelly invitó a su marido a compartir el amor. Hacen surgir las mejores cualidades del compañero o compañera Este es un aspecto un tanto sutil, pero muy visible y maravilloso, del amor maduro. De hecho, propicia una mejor calidad de vida, porque hace emerger desde nuestras profundidades las cualidades humanas más altas: respeto, paciencia, autodisciplina, compromiso, cooperación, generosidad y humildad. El amor maduro no es siempre fácil, pero en última instancia hace que nos sintamos bien. El amor maduro es para la gente adulta, y lograrlo es parte del proceso de crecimiento. Aceptan los finales La muerte de una relación es dolorosa, pero la gente madura tiene el suficiente respeto por sí misma y su pareja como para arreglárselas cuando termina el amor. La gente madura sabe cómo dejar ir una relación insalvable, así como es capaz de sortear una crisis en una relación sana. Aun con su dolor, no duda de que algún día volverá a amar. Aunque no podemos negar el poder que el dolor ejerce sobre nosotros, sí podemos sobrevivir a pesar de él. He visto estallar en llanto a personas fuertes cuando son sexualmente traicionadas por un amante, aun cuando ellas mismas hayan engañado a su pareja. Al enterarse de que su esposa tenía una aventura, un hombre me dijo: “Nunca he sentido tanto dolor en mi vida. Honestamente no sé si podré sobrevivir. Lo gracioso es que nunca pensé en el amor antes de que esto pasara. Simplemente estaba allí, era mi esposa y me ayudaba, criaba a los niños. Dios, me siento terriblemente. Nunca, jamás, quiero pasar por esto de nuevo.” La tragedia de su última frase es que se estaba programando para nunca volver a abrirse al amor. Con el fin de no perder tal apertura vital, un amante herido debe trascender la tendencia natural a reaccionar con enojo, miedo y pánico. Tenemos la capacidad para superar el dolor y la pena, así como para perdonar y amar de nuevo. Suena difícil, y lo es. Hace falta el lado espiritual para trascender el mandato fuerte y autoclestructivo del dolor y el enojo. Con el tiempo, la gente madura es capaz de aceptar la realidad —aun cuando duele— y proseguir hacia el siguiente capítulo de su vida. Es gente que enfrenta problemas y tristezas de la manera más racional y sana, a pesar de que no es fácil. David se abrió para dar y recibir amor. Pero era claro que Mónica, su amante y amiga, ya no estaba abierta a su amor, así que no era seguro para él seguir con la relación. Escribió lo siguiente: “Te amo y me amas. Nuestra relación me dio muchas lecciones que estarán conmigo toda la vida. Me retaste a que me conociera a mí mismo y mis defensas. Te lo agradezco. Que no estés dispuesta a amarme abiertamente es una verdad que me duele. Sin embargo, estoy listo para seguir adelante. Sé que no hay modo de cambiar las cosas. Tú eres la otra mitad de la relación y debes seguir tu camino. Te dejo ir. Sigo siendo tu amigo y sé que soy una persona mejor por haberte conocido. Te amo. David.” Experimentan apertura al cambio y la exploración La vida está formada por una serie de cambios; sin embargo, muchas personas se aferran a la gente y a otras cosas que les resultan familiares sin tomar en cuenta su deseo interior de crecer como individuos o en una relación. La apertura al cambio puede ser riesgosa —incluso puede conducir a rupturas—, pero sin ella, una relación pierde su intensidad. A menudo, uno de los miembros de la pareja continúa en una espiral de crecimiento mientras que el otro se aferra tercamente a lo que le es familiar y en apariencia seguro. Eso puede significar que habrá problemas. Germán y Beatriz se conocieron y enamoraron cuando eran estudiantes de filosofía en la universidad. Vivían con la emoción de descubrir y compartir nuevas ideas y experiencias. Después de casarse, sus vidas comenzaron a cambiar lentamente y luego, súbitamente, todo se detuvo. Mientras Germán salía a trabajar, Beatriz se desempeñaba como ama de casa. Su estilo de vida, de clase media alta, tan distinto al de sus ideales universitarios, se caracterizaba por una vida social muy agitada y una búsqueda de posesiones materiales. Germán se posesionó de su papel de proveedor, compañero leal y consumidor. Beatriz actuaba como una mujer fiel que, además, apoyaba la carrera de su esposo. Habían estado casados cerca de 12 años cuando el aburrimiento y la impaciencia empezaron a romper los lazos que los unían. Beatriz, que se acercaba a la edad madura, ingresó en la escuela y empezó a emocionarse con nuevas ideas y experiencias. Estaba deseosa de compartirlo todo con Germán, pero para su sorpresa, éste se resistía y menospreciaba su esfuerzo. Asustada, Beatriz dejó de hablarle acerca de sus experiencias. Entretanto, él tuvo aventuras extramaritales y comenzó a beber demasiado. Era claro que se habían alejado. Su relación estaba desprovista de calor y emoción. Reconocieron que su matrimonio estaba en peligro y buscaron ayuda. En un principio creyeron que había falta de comunicación, pero pronto se dieron cuenta de que el problema era mucho más profundo. Debido a que habían descuidado su crecimiento personal para centrarse de manera muy intensa en las relaciones sociales, los negocios y la posición, sus lados espirituales se habían estancado. Tenían la vaga pero real sensación de que algo hacía falta. Como resultado, Beatriz se enfocó con emoción al cuidado de su lado creativo y Germán experimentó frustración al buscar estímulos e intensidad tanto en el sexo fuera del matrimonio como en sus frecuentes borracheras. A través de la terapia, ambos aprendieron que sin la apertura para cambiar y explorar, una relación es como un cuerpo que nunca se ejercita: pierde flexibilidad y fuerza, se debilita e, incluso, puede morir. Estimulan el crecimiento del compañero o compañera La gente madura no sólo reconoce que el cambio es necesario, sino que sabe que el amor verdadero requiere y fomenta el crecimiento del otro, incluyendo el desarrollo de otras relaciones importantes sin sentir celos. Recientemente hablé con un muy querido amigo. En ese momento era mi amigo más importante y yo era la amiga más importante para él. Hablamos acerca de cómo esto podía cambiar si fuéramos amantes. Llegamos a la conclusión de que cuando se involucra el sexo, otras amistades vitales pueden a menudo provocar celos. Aunque hay muy poco de racionalidad en los celos, son una fuerza enorme en nuestra constitución emocional y biológica. Están profundamente arraigados en nuestra biología —quizás como resultado de nuestros impulsos primigenios de procreación y protección— y también pulsos primigenios de procreación y protección— y también son algo que aprendemos. Los celos son una emoción natural, pero si permitimos que nos controlen, podemos impedir nuestro propio crecimiento y el de nuestra pareja. El desarrollo personal no termina a la edad de 18 años; continúa hasta la muerte. A la mitad de la vida nos enfrentamos a una decisión: el estancamiento o el autodescubrimiento que nos puede llevar al crecimiento renovado. Es un momento en el que muchas personas se sienten confundidas y retadas. Debido a que mucha gente teme al cambio, puede optar por estancarse intelectual y emocionalmente, y sus relaciones sufren por ello. En Bridge Across Forever (El puente hacia la eternidad), Richard Bach escribió que “el aburrimiento entre dos personas…no viene de estar juntos físicamente. Viene de que están mental y espiritualmente separados”. Experimentan la verdadera intimidad En virtud de que los amantes maduros no están limitados por temores e inhibiciones infantiles, sus relaciones se caracterizan por una intimidad verdadera e intensa. El temor a los riesgos del amor inhibe la intimidad; la confianza y la voluntad de tomar riesgos, en cambio, invitan a ella. El amor verdadero parece contradictorio: quienes son autocontenidos e independientes son más capaces de amarse profunda y tiernamente, debido a que su amor no es obsesivo ni dependiente, son libres para ser interdependientes y se complementan uno al otro. En otras palabras, quienes son libres en tanto individuos también los son para amar. Puede parecer una paradoja, pero fera de confianza. Cuando somos niños estamos dispuestos a confiar en nosotros mismos, los demás y la vida. Así, el niño interior siempre está involucrado en nuestra capacidad para amar íntimamente. Con el fin de confiarnos nosotros mismos a otro deben estar presentes cuatro cualidades: confiabilidad, apertura, aceptación y congruencia. Cuando falta una de estas cualidades, experimentamos desconfianza, y con toda razón. Nuestra parte intuitiva responde rápidamente y empieza a defendernos. En el amor sano, una persona puede contar con que la otra estará allí; puede sentirse a salvo y aceptada; puede experimentar una apertura de ideas, sentimientos y diferencias, y puede experimentar consistencia por parte de la otra. La congruencia significa que las palabras y actos de uno son consistentes. Y cuando se reconocen las ideas y actos de uno como inconsistentes, por ese solo hecho, el de reconocerlo, se vuelven congruentes. Ser congruente es decir: “Te amo, pero tengo problemas para expresar amor.” La intimidad es profunda cuando confiamos plenamente. Lourdes solía estar asustada y se alejaba de la gente. Cuando no confiaba se le decía que ella era el problema. Le di la lista de las características de la confianza y le dije que viera cuál era la cualidad que le faltaba a la gente que encontraba. Cuando estaba haciendo esto empezó a darse cuenta de que su desconfianza estaba bien fundamentada. Conforme fue aprendiendo a confiar en sus percepciones, tuvo más confianza en ella misma y corrió más riesgos con la intimidad. Descubrió que podía encontrar la diferencia entre la gente segura y la que no era segura. También aprendió que nadie es perfecto y que la gente sana estaba abierta a hablar con ella acerca de su incongruencia, lo que los hacía creíbles, por lo que estaba segura con ellos. Se sienten libres de pedir en forma honesta lo que necesitan El amor verdadero también tiene como característica la libertad de pedir y recibir, así como la buena voluntad para aceptar un “no” por respuesta. Es muy importante subrayar que la habilidad para ser honesto —de decir no cuando se quiere decir no— es esencial en una relación. De hecho, para confiar en el sí que uno emite es necesario haber demostrado también la habilidad para decir no. Una manera importante para determinar la disponibilidad de un paciente anteriormente dependiente a dejar la terapia es que sea evidente su habilidad para establecer contacto con los demás, para pedir en forma clara ayuda cuando la necesita y para recibir ésta. También es necesario que la gente abandone su deseo de conseguir todo aquello que no puede tener realmente. Trabajo con parejas que frecuentemente esperan que los demás les lean la mente. A menudo se dicen unos a otros: “Has vivido lo suficiente conmigo. ¡Ya deberías saberlo!” Ése es un error. A veces, su compañero o compañera no sabe lo que usted necesita; en otras ocasiones, él o ella puede “leer” sus pensamientos correctamente o puede, simplemente, adivinar. Pero lo mejor es negociar, hablar acerca de los sentimientos y necesidades. La mayoría de nosotros no leemos la mente y ni siquiera el amor puede volvernos clarividentes. Con la ayuda de la terapia, Gloria, una mujer de 35 años, muy indecisa y callada, había logrado muchas cosas nuevas. Podía hablar honestamente acerca de sus sentimientos y pedirle directamente a su amante, Carlos, lo que necesitaba en vez de esperar a que él lo adivinara. Un día llegó sintiéndose muy triste y enojada. “Hice todo lo que se suponía debía hacer —dijo—. Quería que Carlos hiciera algo por mí y se lo pedí de una manera clara y gentil. ¿Sabe lo que dijo? ¡Dijo que no! Me rechazó.” Gloria había hecho lo correcto, pero cometió un error común: creyó que si lo pedía de la manera adecuada, obtendría lo que quería. Aunque a menudo obtenemos lo que queremos cuando lo pedimos de manera directa, es importante pedírselo a la persona correcta en el momento apropiado, y aun entonces aceptar que la persona puede no estar en la posición indicada para ayudarnos. Gloria no había hecho eso. Frecuentemente, las personas se meten en problemas cuando esperan obtener lo que necesitan o quieren. Es natural necesitar y querer algo, pero esperar o exigir recibirlo sólo prepara el terreno para la decepción. El amor sano está dispuesto a dejar ir, no a la persona, sino a las expectativas. Para ser aceptados por los demás, deberíamos tener una actitud de aceptación respecto de nosotros mismos. A menudo esperamos que la gente se ajuste a nuestro ideal de expresión del amor. En una relación, un miembro de la pareja puede disfrutar haciendo las compras en el supermercado, mientras que el otro puede ser más sentimental y preferir dar flores, tarjetas y regalos. Si ambos miembros de la pareja son perceptivos y maduros, sabrán que la manera de dar es única según quien da, así que serán bienvenidas muchas formas de expresión del amor. Los amantes verdaderos aprecian —e incluso gozan— tales diferencias. Experimentan el dar de la misma manera que el recibir El amor no egocéntrico experimenta el dar y el recibir de manera similar. El placer que se obtiene al darle al amado es tan intenso como el que se vive al recibir de él. Cuando uno ha dado el maravilloso salto de la dependencia al amor más libre, es posible dar más fácilmente y con menos expectativas. Algunas personas dan para complacer y, de esta manera, esperan recibir algo a cambio. Cuando esto falla pueden enojarse y decir: “Bueno, ¡me olvido de ti! ¡Te he dado y dado, pero no sirvió para nada!” El enojo y la frustración marcan con frecuencia el momento del cambio en aquel que da para obtener. En este punto, y debido a la frustración, la persona puede ya no dar de esta manera tan egocéntrica y comenzar a ser más honesta con su pareja. El esposo de una paciente me llamó una vez para decirme: “Chispas, no sé qué pasa con esta terapia. Mi esposa me está volviendo loco. Está enojada todo el tiempo y se niega a hacer cualquier cosa por mí.” Le respondí: “Es sólo una fase, algún día comprenderá.” Semanas después me volvió a llamar. “Tenía usted razón —manifestó —. Ha vuelto a ser la misma de siempre.” En realidad, la mujer, quien había sido una “dadora para obtener”, no era la misma de siempre; era muy distinta. Estaba aprendiendo a darle a su marido, a hacer cosas que lo complacían, pero no porque esperara algo a cambio, sino porque lo amaba verdaderamente y estaba experimentando la alegría de dar por el simple hecho de hacerlo. Su enojo y frustración por el fracaso de “dar para obtener” había sido una fase natural, en la que, por cierto, algunas relaciones zozobran. Dar desde nuestra esencia es una experiencia muy profunda que nos motiva a expandir nuestro deseo de dar a otros. No intentan cambiar o controlar al otro El amor maduro se acepta a sí mismo y a los demás tal y como son. Un amante no intenta cambiar o controlar al otro. Esto no supone que a los miembros de la pareja les guste todo acerca de sí mismos o del otro, pero son capaces de aceptar lo que no les gusta. Esto es, los mejores romances se basan en el realismo. Aunque puede sonar bastante simple, una de las partes más difíciles para aprender a amar es aceptarnos a nosotros mismos y a los demás tal y como somos. La vida y las relaciones están llenas de opciones. Si escogemos estar con alguien, aceptando a esa persona tal y como es, eso es amor verdadero. Intentar cambiar al otro es un síntoma del amor adictivo. Y como todo, quien lo ha intentado sabe que nunca funciona. El amor sano cede ante el otro. La gente que tiene un nivel de conciencia más alto se siente incomprendida por los que están en un nivel menor, ya que estos no han tenido la experiencia necesaria. Un niño de cinco años puede saber qué se siente tener tres, pero no viceversa. El amor adictivo empuja y jala. El amor sano es compasivo. Fomentan la autosuficiencia del compañero o compañera Fromm escribe: “El paso más importante es aprender a estar solo con uno mismo sin leer, escuchar la radio, fumar o beber…Esta es precisamente la condición necesaria para aprender a amar.” El amor maduro ocurre cuando nos damos cuenta de que estamos sustancialmente solos, que ya no necesitamos de la misma forma en que necesitábamos en la infancia, que tenemos cualidades interiores que nos completan. En una relación sana ambos individuos tienen una sensación de autoestima y bienestar. Confían en sí mismos y en los demás; en una escala de cero a diez, se aman a sí mismos incondicionalmente —¡un diez!— sin culpa. Yo creo que todos tenemos lo necesario para amarnos y respetarnos en igual medida. Aceptan las limitaciones propias y las del compañero o compañera El amor verdadero involucra una apreciación realista de nuestras limitaciones. Es importante que ajustemos nuestras creencias a la realidad, en lugar de tratar de ajustar la realidad a lo que queremos creer. Puede parecer raro que para crecer, tengamos que aceptar nuestras limitaciones. Pero el amor maduro puede resolver problemas dentro de ciertos límites. Pero si una persona crece y la otra no, ¿puede prosperar la relación? Mi respuesta es sí y no. Por una parte, las relaciones que fracasan son aquéllas en las que uno de los miembros no está dispuesto a aceptar las limitaciones del otro, sean reales o imaginarias. Las luchas de poder y el estira y afloja pasan por encima de la alegría y el amor. Por otra parte, las relaciones exitosas son aquellas en las que la gente acepta sus limitaciones y las de los demás. Recuerdo a una pareja que al inicio de la terapia ponía énfasis en cambiarse uno al otro. Después aprendieron a saborear la singularidad de cada uno y a satisfacer algunas de sus necesidades en otras relaciones. Ella se interesó más en las clases de autoayuda y metafísica. El continuó satisfaciendo sus necesidades en el mundo de los negocios y el trabajo. El tiempo que pasaban juntos se convirtió en el mejor momento para compartir sus diferencias así como también sus similaridades. No buscan el amor incondicional En una buena relación amorosa, ya no anhelamos el amor incondicional de nuestro compañero o compañera. El único momento en que llegamos a necesitar ese tipo de cuidados fue durante los primeros 18 meses de nuestra vida. No vamos a necesitarlo de los demás por más tiempo, ya podemos dárnoslo a nosotros mismos. El amor incondicional es un estado del ser que viene de dentro de nosotros y no al revés. La paradoja radica en que cuando dejamos de buscar el amor incondicional, a menudo nos sorprendemos al encontrar a alguien que nos ama precisamente de esa manera. Quizá se debe a que, al darnos a nosotros mismos amor incondicional, brindamos al otro la seguridad que lo invita a compartir su amor. Aceptan el compromiso En el amor adictivo, el compromiso a menudo se experimenta como una “pérdida del yo”. En el amor maduro, sucede lo contrario; la autoestima aumenta. Experimentamos al compromiso como una expansión de nosotros mismos. Vamos más allá de la autogratificación narcisista para compartir, dar y sacrificarnos por él o ella. El compromiso acepta, sin resistencias, la importancia y el valor de la otra persona en nuestra vida. Hay una auténtica preocupación por el compromiso con la otra persona y su bienestar. Tomamos en cuenta la forma en que afectan nuestras acciones a la relación. Reconocemos que la autonomía no es siempre hacer “lo que quiero en el momento en que lo quiero”, sino tomar la responsabilidad de nuestras vidas de manera que nos lastimemos lo menos posible a nosotros mismos y a los demás. La autonomía incluye fronteras y limitaciones y los amantes maduros definen juntas estas fronteras para fortalecer su compromiso. Nuestro compromiso expresa nuestros valores más profundos y trasciende nuestros temores. Si hago lo mío y tu lo tuyo y no vivimos de acuerdo con nuestras expectativas Podremos vivir, pero el mundo no sobrevivirá Tú eres tú y yo soy yo cuando estamos juntos, no por azar Uniendo nuestras manos, nos encontraremos bellos Si no, nadie nos podrá ayudar. CLAUDE STEINER Tienen una alta autoestima ¿Qué tanto se ama a usted mismo? En el amor maduro, ambos individuos tienen un alto sentido de la autoestima y el bienestar. Se aman a sí mismos sin necesidad de probarlo a los demás. En las relaciones caracterizadas por la adicción, nuestra autoestima dependerá de la respuesta de nuestro compañero o compañera. En una relación sana, confiamos en nosotros mismos y nuestra autoestima no se debilita por la desaprobación o discordia. Recuerdo una relación en la que se me pedía que pusiera a la otra persona en un pedestal. El decía: “Necesito que me admires para sentirme bien conmigo mismo.” Mi respuesta a este amigo fue directa: “Ponerte en un pedestal sería una mentira. Somos iguales. No lo haré. Aunque podemos afirmar el valor y bondad de cada uno de nosotros, no podemos darnos una autoestima que no tenemos.” La relación terminó y él continuó su búsqueda de una compañera bien dispuesta a reverenciarlo. Los otros pueden ponerlo en un pedestal y tendrá la tentación de quedarse y disfrutar del paisaje. Pero este es un lugar muy peligroso, ya que ¡todo lo que sube, tiene que bajar! En el amor maduro no caben los egos inflados. Alguna vez escuché que alguien definía a la humanidad como “la gentil aceptación de uno mismo”. Los amantes maduros parecen expresar esta autoconfianza estando solos y uno con el otro. Confían en recordar al amado; disfrutan la soledad Un indicador importante del amor verdadero es nuestra capacidad para confiar en nuestra memoria y recordar al amante ausente, lo que nos permite aceptar y disfrutar el tiempo que estamos solos. Aunque podemos desear estar con nuestro amante ausente, tenemos confianza en que él o ella a la larga regresarán. Mientras tanto, los buenos recuerdos son suficientes para satisfacernos. El amor maduro supone que los individuos experimentaron una satisfacción suficiente a las necesidades de su infancia y encuentran fácil saber lo que necesitan y buscarlo. Las personas afortunadas aceptan su derecho a ser amadas; están abiertas, confiadas y no exigen. Como un amante le dijo a otro: “Lo que siento por ti cuando estamos separados es muy distinto a lo que había sentido antes. Quiero estar contigo, pienso en ti y siento tu presencia. Confío en nuestro lazo espiritual. No siento ansiedad ni añoranza y espero vehementemente el momento de estar juntos. Quizá se deba a que tú también confías en nuestra ausencia.” Expresan espontáneamente sus sentimientos En las relaciones amorosas adictivas, los compañeros vuelven a representar escenas dramáticas que los llevan a sus sentimientos favoritos tales como confusión, enojo, culpa o vergüenza. En una relación sana, los amantes expresan espontáneamente sus sentimientos con base en lo que está ocurriendo. Los sentimientos se expresan, no se reprimen cuando surgen, ya que los sentimientos expresados en el momento no explotarán después en momentos inadecuados. La frustración y el enojo acumulados siempre salen, puede estar seguro de ello. Una pareja, casada por segunda vez, incluyó en su contrato de matrimonio la promesa de discutir abiertamente cualquier síntoma de problemas. Tales síntomas aparecen primero como sentimientos incómodos. Ambos sabían, gracias a las experiencias previas, que no discutirlos los haría más graves y crearía resentimientos o el cerrarse. Aunque podemos tender a repetir las dramáticas escenas del pasado, el amor sano nos brinda la posibilidad de experimentar mejores finales. Nuestros sentimientos son los indicadores necesarios para identificar y resolver nuestras diferencias; expresarlas con solicitud es importante para nuestro bienestar. Dan la bienvenida a la cercanía; se exponen a la vulnerabilidad Con el amor verdadero nos sentimos conectados a la vida y a toda la humanidad. Sabemos en quién podemos o no podemos confiar y nos sentimos a salvo al explorar. Con el amor maduro, podemos manejar la decepción y el dolor. En una relación amorosa sana, nos deshacemos de creencias y decisiones subyacentes que nos mantienen cerrados y a la defensiva. Estamos dispuestos a tener una vida plena solos. Sabemos que la pertenencia aparece de muy distintas maneras no sólo en una relación primaria. Como decía un cliente: “Ahora que sé que puedo sobrevivir al dolor y a la pérdida, y que conozco las alegrías de la franqueza, he elegido vivir abiertamente y arriesgarme a convivir con los demás. Si mi franqueza es demasiada para ellos, que así sea. Dejaré que se vayan porque sé que hay muchos otros que desean compartir mi franqueza. No puedo ser otra persona. Todos tenemos el derecho de preferir a una persona sobre otra y de economizar el tiempo que invertimos en los demás. Está bien que alguien no quiera estar conmigo y prefiera a otro. ¡Existen muchos otros con los que puedo intimar!” Se preocupan por el otro desinteresadamente La madurez nos permite saber que podemos interesarnos, escuchar y responder a los sentimientos del otro, pero sin “arreglarlos” o removerlos. Por lo tanto, una sensación de interés con desapego es un síntoma de la relación sana. Los compañeros dicen: “Me interesa lo que sientes y estoy aquí contigo”, pero no: “Déjame sentir el dolor en tu lugar.” Cuando buscaron asesoría por primera vez, Lea estaba terriblemente deprimida y José, su esposo, se sentía culpable al respecto. “Parece que no soy capaz de sacarla de esta depresión y he hecho todo lo que se me ocurre”, dijo, “¿Cómo se supone que debo sentirme bien cuando ella está tan deprimida?” En el fondo se sentía fracasado como hombre y esposo. Creía que los hombres eran los héroes, responsables de salvar a las heroínas tristes. Ambos debían aprender que Lea era responsable de su propia depresión. Aunque José podía ser comprensivo y compasivo, no podía superarla por ella. De hecho, José encontraría el estado mental de Lea menos depresivo si se sintiera menos culpable. José se sintió aliviado al darse cuenta de esto. Entretanto, Lea fue capaz de sentirse menos mal cuando José dejó de culparse a sí mismo por su depresión y así fue capaz de explorar más fácilmente las causas subyacentes. José, menos ansioso, ahora brindaba más apoyo. Al dejarse ir, le dieron a su relación una oportunidad para crecer con mayor fuerza y carácter. Afirman la igualdad y el poder personal propio y el del compañero o compañera En el verdadero amor, los amantes se reconocen a sí mismos como iguales; no se ven envueltos en juegos psicológicos ni en rivalidades. La competencia sana desafía el crecimiento de cada uno y no repercute en el otro. La confrontación detiene el dolor, no lo provoca. Cuando dos personas están satisfechas y viven como individuos libres, es mucho más probable que tengan una relación satisfactoria y libre. En conclusión, los amantes maduros dan la bienvenida al amor y se arriesgan a la vulnerabilidad. Se han enfrentado a su soledad y conocen la alegría de compartir. Saben que ya no necesitan a la gente para sobrevivir, tal y como la necesitaban en la infancia, que la vida es a veces cruel e injusta y, sin embargo, sigue siendo buena. Así como escribo o hablo acerca del amor sano, me doy cuenta de que tengo menos que decir cuando escribo o hablo acerca del amor adictivo. Y con toda razón. El verdadero amor es un estado del ser. Es puro, simple, emana de mí: de un lugar que no puedo definir claramente, aunque parece que es el corazón el que habla con cada célula de mi ser. Es mi propia creación, que va hacia afuera. A veces la detengo, a veces la comparto. Usted ha tenido la experiencia del amor. Cada vez que lo experimente, repítase: “esto es amor, es real y lo estoy experimentando una y otra vez”. “¡Yo soy! y ¡tú eres! y el amor; es todo: lo que importa. RICHARD BACH The Bridge Across Forever (El puente hacia la eternidad) Parte III: Esperanza para el mañana CAPÍTULO 7 De la adicción al amor La expresión más alta de la civilización no es el arte, sino la suprema ternura que la gente es lo suficientemente fuerte para sentir y mostrar hacia los demás. NORMAN COUSINS —¿Qué es Real?— preguntó el Conejo un día, cuando yacían a cada lado de la cerca junto a la reja de la guardería, antes de que Nana llegara a limpiar el cuarto. —¿Significa que tienes dentro unas cosas que zumban y un palo de hockey? —Lo Real no es como estás hecho— dijo Piel de Caballo. —Es una cosa que te pasa. Cuando un niño te ama por mucho, mucho tiempo, no sólo para jugar contigo, sino porque Realmente te ama, entonces te vuelves Real. —¿Duele?— preguntó el Conejo. —A veces— dijo Piel de Caballo, porque siempre era veraz. — Cuando eres Real no te importa que te lastimen. —¿Sucede todo de una vez, como cuando te dan cuerda?— preguntó—, o ¿poco a poco? —No sucede todo a la vez— dijo Piel de Caballo. —Te vuelves. Toma mucho tiempo. Por eso no le pasa a menudo a la gente que se rompe fácilmente, que tiene orillas filosas, o que necesita de muchos cuidados. Generalmente, cuando ya eres Real, la mayor parte de tu pelo se ha caído de tanto amor, tus ojos se han caído y las coyunturas están flojas y muy usadas. Pero estas cosas no importan en absoluto, porque una vez que eres Real es imposible ser feo, excepto para aquellas personas que no entienden. —Supongo que tú eres Real— dijo el Conejo. Después deseó no haberlo dicho, porque pensó que Piel de Caballo podría ser sensible. Pero Piel de Caballo sólo sonrió. —El Tío del Muchacho me hizo Real— dijo. —Eso fue hace muchísimos años; pero una vez que eres Real ya no puedes volver a ser irreal. Dura para siempre. MARGERY WILLIAMS The Velveteen Rabbit Víctor Frankl desarrolló una escuela de psiquiatría existencial después de sufrir experiencias asoladoras como prisionero en Auschwitz. Él ha escrito sobre una revelación que tuvo durante sus días más tenebrosos en el campo de concentración: “…Vi la verdad tal y como la cantan tantos poetas, proclamada como la sabiduría final por tantos pensadores; ese amor es el último y más alto objetivo al que el hombre puede aspirar. La salvación del hombre se logra a través del amor y en el amor. Entiendo cómo un hombre que no tiene ya nada en este mundo aún puede conocer la dicha…en la contemplación de su amado. El amor va mucho más allá de la persona física del amado. Encuentra su verdadero significado en su ser espiritual, en su yo interno.” La adicción a la presencia del otro no es amor; ni el amor verdadero se parece en algo a la adicción. El amor y la adicción son entidades distintas que pueden parecerse y confundirse. Nuestro reto es pasar del amor adictivo a una sana pertenencia, ya que en ella experimentamos más profundamente el significado del yo interno que describía Frankl. La salida ¿Qué puede hacer si descubre que está en una relación caracterizada por la adicción? Primero, recuerde que la mayoría de las relaciones tienen elementos adictivos. Ninguno de nosotros satisfizo todas sus necesidades en la infancia. Nuestros padres, por ser humanos, en ocasiones fallaron. Sus fallas se convierten en nuestras debilidades cuando los culpamos o exigimos a los demás lo que no obtuvimos en la infancia. Segundo, mantenga siempre presente que en cierto nivel el amor adictivo se percibe como algo crucial para sobrevivir, por lo tanto, no será fácil dejarlo. Tercero, recuerde que las razones psicológicas de su adicción son únicas, como sus huellas digitales. Sólo usted puede descubrir sus propósitos; sólo usted puede descubrir los temores que le impiden dejarse ir. Si no es capaz de dejar ir una relación malsana o si se encuentra a usted mismo yendo de una relación adictiva a otra, es el momento de buscar ayuda externa. Cuarto, trate de lograr la intimidad consigo mismo. Cuando nos sabemos completos aun estando solos, estamos listos para las relaciones amorosas sanas. La autosuficiencia y el autoconocimiento pueden ser las llaves para el amor y la libertad. Quinto, recuerde que pasar de una adicción al amor sano es un proceso. Así como existe una forma de caer en una conducta dependiente, hay una manera de salir de ella. Hay esperanza. Al conocer la diferencia entre el amor adictivo y la sana pertenencia, al entender ese proceso, usted puede aprender a aceptarse a sí mismo y a los demás; por lo tanto, sus posibilidades de lograr satisfacción en el amor aumentarán. Salir de la adicción y entrar al amor sano: el proceso Terminé mi matrimonio en 1980. Esa relación había sido la más significativa de mi vida y terminarla fue muy doloroso. Nunca pensé que esto pudiera pasarme o que de hecho me pasaría. En la aventura personal que tuve que emprender después y en mi recorrido a través de la terapia con otros, emergió un proceso claro con etapas definidas dentro y fuera de dicha relación. Atravesamos etapas consistentes y conforme fui aclarando esas fases, los cambios se hicieron menos dolorosos y más fáciles de aceptar; incluso fueron bienvenidos. El conocer el proceso y prepararme para un resultado positivo me producía una sensación de alivio, confiar en él se hizo necesario para terminarlo con éxito. Para involucrarse en el proceso no importaba si uno estaba en ese momento en una relación o no. Mi terapia con las parejas cambió. Salir de la adicción y entrar al amor sano requería de un “trabajo interno”. Tratar de cambiar una relación sin alterar las creencias internas del individuo probó ser fútil. Las primeras sesiones de la terapia se convirtieron en los escenarios para las luchas de poder y yo era requerida como juez y árbitro. Esto nunca funcionaba y acababa sintiéndome desgastada: una víctima. Aprendí que mi propia dependencia malsana había atraído a cierta gente a mi vida y además me hacía comportarme de manera previsible. Necesitaba examinar mi temor al estado de separación, a tener necesidades, a la cercanía. Aprendí que yo era la responsable de cambiarme a mí misma. Yo introduje gente y situaciones que cabían en lo que había sido mi vida en ese entonces. Aunque hallaba inaceptable el comportamiento de los otros, a veces tenía que preguntarme qué parte de mí necesitaba ese dolor y por qué. Al cambiar comencé a relacionarme con personas más sanas. Empecé a trabajar con las parejas de manera más efectiva. Vi que tenía perfecto sentido de quién era cada uno en la relación. Dispersé sus juegos de poder al pedirle a cada uno que hiciera solo el viaje, sólo por algún tiempo, que descubrieran quiénes eran y cómo la discordia había adquirido un sentido, psicológicamente hablando, en su relación. Algunos se enojaron ante tal sugerencia, insistían en que la relación era la que estaba en problemas o que existía algo más. Aquellos que se arriesgaron a emprender el viaje hacia su interior y permanecieron en el proceso, aprendieron que la clave para el amor es la libertad interior. En el modelo que he descrito hay siete etapas para pasar de la adicción al amor. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. Negación. Desconsuelo. Confrontación. Preparación psicológica. Perfeccionamiento del yo interno. Pertenencia. Tratar de alcanzar. Negación En esta etapa, la relación a menudo parece normal. Quizá soportamos un considerable abuso o negligencia emocional, espiritual o físico de nuestro compañero o compañera, y después lo negamos o racionalizamos. Pudimos tener una tendencia a depender de alguien que probablemente nos dañó. En la nueva relación la euforia o pasión enmascara los síntomas de peligro, pero la relación sigue un patrón definido. El dar, a menudo, se experimenta como perder; el temor a la verdadera intimidad se aborda en forma melodramática, asegurando un nivel de excitación que sustituye a la cercanía auténtica. Muchas — quizás todas— las características del amor adictivo están presentes, pero se ignoran o niegan. Aquí hay algunas creencias, expresadas en máximas comunes, que apoyan esta etapa: “Todas las parejas pasan por esto.” “Es mejor tener una mala relación que no tener ninguna.” “Pensé que él o ella era mejor.” “Así es la vida.” “Siempre ve el lado bueno de la gente.” Los adictos al amor le temen a la verdad acerca de sí mismos. Algunas veces sólo una falta de información mantiene a la pareja en esta etapa. Sin embargo, con la información adecuada, uno o ambos miembros de la pareja comenzarán a salirse de la relación dependiente. Desconsuelo En esta etapa, uno o ambos miembros de la pareja toman conciencia de que algo falta. Las voces interiores dicen: “Esto no es suficiente.” “Algo no está bien.” “¿Qué me pasa? Debería estar más feliz.” “¿Me pregunto si él o ella aún me ama? ¿Me pregunto si todavía lo amo o la amo?” “¿Es esto todo? Estoy aburrido o aburrida.” “Me siento oprimido u oprimida; debo salirme.” En la primera etapa, suprimíamos los problemas y tratábamos de adaptarnos a la relación; pero en la segunda, la agitación hace imposible dicha negación. Tal agitación es provocada por la energía bloqueada que debe expresarse en la intimidad y creatividad negadas en el amor adictivo. En este punto, identificar el problema y resolverlo es un reto. La mayoría de la gente empieza a buscar soluciones o consuelo fuera de sí misma y de sus relaciones; y en algunos casos recurren al alcohol, la comida, las aventuras, el trabajo, el ejercicio, la religión, el juego u otras obsesiones. Aunque tales obsesiones pueden proporcionar un alivio inicial, no satisfacen los deseos de la persona porque se convierten en otro intento, poco afortunado, para abandonar el amor adictivo, desarrollar su autoestima y hallarle sentido a la vida. La persona puede adquirir conciencia de las emociones, conductas y sentimientos de infelicidad recurrentes. Generalmente una persona, que se siente temerosa y culpable, empieza a salirse de la relación adictiva. En esta etapa el problema no se ha definido, así que son comunes los sentimientos de frustración, depresión y ansiedad. A menudo uno o ambos miembros de la pareja vuelven con resignación a la primera etapa para aliviar sus temores y culpas. Confrontación Súbitamente, los problemas de la relación son confrontados por uno o ambos individuos. Sin embargo, según la calidad de adicción de la relación, el énfasis tiende a ponerse en cambiar a la otra persona para volver a equilibrar la relación. Cuando una persona amenaza con irse, los síntomas de alarma se intensifican. Hay más melodrama: prevalecen las acusaciones, las negaciones, y la ira; elementos todos que enmascaran el temor. Ambos miembros de la pareja tratan de controlar la situación. Tales intentos de control pueden tomar forma en amenazas, abuso físico o sobreadaptación en un intento por tranquilizar al otro. Puede haber mucho estira y afloja literal y figurativo. En este punto, la pareja puede regresar a una etapa anterior, decidir separarse, divorciarse o buscar consejo. Si entran a terapia, a menudo quieren que el terapista cambie a la otra persona o se dirija a los síntomas del problema, tales como problemas sexuales o falta de comunicación. En el fondo, los individuos temen que han fallado o que hicieron algo incorrecto; sufren de sentimientos de culpa o desesperación. Al reprimir estos sentimientos desagradables, a menudo culpan a otros y se enojan. Esta etapa, entonces, se caracteriza por la crisis. Involucra mucha interacción —de hecho, demasiada interacción— que es tan negativa que complica el problema. Resulta desafortunado cuando la separación o el divorcio ocurren en este momento. Sin la autocomprensión, la gente puede recrear relaciones similares o limitar sus sentimientos de amor. Algunos llevan consigo durante años el enojo y dolor. Separación psicológica Si la gente posee el suficiente discernimiento y está comprometida realmente en una relación, uno o ambos llegan a esta etapa. La separación psicológica es necesaria para que la gente pase de una dependencia obsesiva a una relación sana y madura. En esta etapa estamos dispuestos a dejar ir la idea de que una relación debe satisfacer nuestros temores y necesidades privados. Estamos dispuestos a empezar un viaje de autodescubrimiento, para confrontar nuestros propios mitos, ilusiones y autopromesas ya que estos contribuyen a la adicción al amor. A través del autoconocimiento o de la terapia, aprendemos a plantear y responder preguntas como: “¿Quién soy?” “¿Cómo llegué a donde estoy ahora?” “¿Qué promesas me hice cuando era más joven?” “¿A qué le tengo miedo?” “¿Qué intentos he hecho para aliviar mis temores?” Debido a que la separación psicológica involucra una necesidad de estar emocionalmente desapegado por un tiempo, los individuos pueden parecer egocéntricos y a menudo no son capaces de sentir o expresar amor por el otro durante este difícil periodo. Pero esto es temporal. Durante este periodo es importante que experimenten la autointimidad. En ocasiones también recurren a una separación física, aunque esto no es necesario siempre y cuando los individuos se den uno al otro la libertad para viajar a través de esta etapa sin terribles presiones. Es más fácil aceptar la distancia si uno toma conciencia de que la persona está haciendo lo que debe hacer, con el fin de desarrollar una capacidad para amar. Si comprenden que es parte del proceso no se sentirán culpables. Hasta que la gente no tiene un sentido de quién es y de que le gusta ser quien es, no está psicológicamente libre para amar. Entretanto, es importante que se establezca un compromiso con la relación hasta que uno o ambos miembros de la pareja tengan una clara comprensión de sí mismos que les permita valorar la relación desde un nuevo y más sano punto de vista. Si usted es soltero, es importante que experimente esta etapa para asegurar una relación amorosa sana en el futuro. Las personas deben aprender a ser sus propios padres y amigos; prerrequisito para tener buenas relaciones con los demás. Los sistemas de apoyo sano —amigos, familia o grupos de apoyo— pueden ayudar a afirmar la autoexploración y el cambio. Como los miembros de la pareja se alejan psicológicamente uno del otro durante este tiempo, es un periodo muy difícil. La tensión puede hacerlo aún más difícil por lo que necesitan del apoyo externo. De hecho, durante este tiempo algunas personas regresan a sus viejas costumbres ya que la autoexploración puede ser terrorífica. Si los miembros de la pareja recurren a todas sus fortalezas —compasión, paciencia, tolerancia, aceptación e interés con distancia, entre otras— saldrán adelante. Perfeccionamiento del yo interno En esta etapa, los individuos han respondido a la pregunta “¿Quién soy?” A través de un proceso largo y difícil, el individuo ha logrado un sentimiento de identidad y autoestima y el conocimiento de que “Me basto solo.” Saben lo que necesitan y desean, lo que es importante y lo que no lo es. Es importante que la gente se dé el tiempo necesario para integrar estos importantes cambios a sus vidas y personalidades. Ahora las personas desarrollan aprecio por sus propios talentos, intereses, potencial creativo y actividades; encuentran una sensación de desapego sano y una conciencia de su capacidad para la intimidad y el amor; se sienten cómodos y en paz cuando están solos. Para los otros, puede parecer como si hubieran madurado y aceptaran la realidad; parecen reconocer que la vida consiste en nuevas experiencias y lecciones, lo que les presenta diversas opciones. La vida involucra la opción, la acción y las consecuencias; y ese hecho ya no es terrorífico. Una vez que el individuo consigue la seguridad en sí mismo, es el momento de evaluar su relación a partir de una nueva perspectiva y así decidir si debe continuar. Si una persona ya ha dejado una relación o ha sido abandonada empezará, en este momento, a confiar en que el amor es posible en el futuro. Pertenencia Si los individuos han logrado llegar a esta etapa es porque poseen una nueva libertad y una nueva capacidad para amar en forma madura. Descubren que una relación amorosa no es la única manera de pertenecer: también pueden formar parte de la familia, tener amigos y pertenecer a grupos de apoyo. Si continúa la terapia en pareja, ahora se concentra en el “nosotros”, ya que los miembros de la pareja están listos para experimentar la esencia de cada uno y pueden lograr un alto grado de intimidad. Aunque se ven a sí mismos como únicos y diferentes uno del otro, saben que su nueva cercanía les permite tener diferencias individuales que complementan a la relación y coexisten con la libertad individual. El dar es algo espontáneo; el lazo que se crea es espiritual, emotivo. El compromiso se caracteriza por el deseo no sólo de dar al otro, sino de servirlo sin esperar nada a cambio. Un nuevo realismo permite las faltas, fracasos y decepciones. Hay igualdad y terminan los juegos de poder. Ahora las tres entidades de la relación —“yo”, “tú” y “nosotros”— coexisten de manera pacífica. Tratar de alcanzar En esta etapa, las personas pasan de centrarse en ellas mismas y su relación a una experiencia más universal de dar. Contentos con ellos mismos y con los demás, ahora tienen más energía creativa, vigor físico y fortaleza espiritual que les permiten dar y responder. Como ya no dependen de una relación para darle sentido a su vida, son libres para buscar a la vida un significado adicional. La adversidad ahora les proporciona oportunidades para ser y experimentar más. Una relación amorosa madura sirve como trampolín para nuestra energía e interés en el mundo, pero uno no tiene que estar con un amante para sentirse lleno de energía o alimentado. El amor se expande de una relación exclusiva al amor universal lo que refuerza la idea de que el amor hace, efectivamente, girar al mundo. Las tres primeras etapas incluyen características del amor adictivo. Terminar una relación en este momento sin tomar conciencia de la verdad, es adictivo en sí mismo, significa que usted llevará las cicatrices de la relación. Las etapas cuatro y cinco reflejan independencia. Aquí aprendemos lo que se supone que debimos aprender en la adolescencia tardía y a principios de la madurez: autonomía, espontaneidad y la capacidad para la intimidad. Las etapas seis y siete reflejan la sana pertenencia: interdependencia que alternaba con sana dependencia. El tránsito por estas etapas no siempre es continuo. Podemos estar en el nivel seis un día y en el nivel dos al día siguiente. Al madurar, nos relacionamos conforme a los niveles más altos. Recuerde que una persona puede quedarse en un nivel inferior mientras que otra llega a un nivel superior. Sólo podemos llegar al nivel para el que estamos preparados. Aquellos que están en un nivel superior se enfrentan al reto de ser más pacientes. La terapia en pareja es una lucha cuando las personas se encuentran dentro de las tres primeras etapas, pero es bastante simple si se encuentran en la etapa seis. Entonces hay una sensación de comprensión y franqueza hacia nuevas formas de estar juntos. Para complicar más el asunto, podemos estar en las siete etapas al mismo tiempo. De la adicción al amor sano Lo que sigue es ¡a historia de Sara y Daniel, una pareja, cada uno de ellos con alrededor de 30 años de edad, que pasaron exitosamente de una relación dependiente a una relación más sana y madura. Para mí, como terapista, seguir su situación fue una fuente de inspiración y aprendizaje. Hubo momentos en los que la relación parecía predestinada al fracaso y la terapia mostraba resultados muy pobres. El dolor y aislamiento que sintieron durante su penosa experiencia fueron a menudo muy grandes, sin embargo, confiaban en que un cambio era posible y estaban dispuestos a emplear el tiempo y energía necesarios para mejorar su matrimonio. Sara y Daniel debían dejarse ir para descubrirse como individuos. Sólo entonces podrían reunirse y elegirse uno al otro de nuevo: no debido a la necesidad, sino a un nuevo amor, respeto y deseo por el otro. Hoy, su relación está viva, con excitación, interés y una nueva capacidad para resolver conflictos. Observarlos confirmó mi creencia de que muchos matrimonios potencialmente buenos terminan demasiado pronto porque las características adictivas estropean su relación. En ocasiones, el amor simplemente debe madurar. La historia de Sara En un periodo de cuatro años, mi esposo y yo cambiamos de residencia tres veces, recorrimos unos 1 300 kilómetros cada vez. Dos de las mudanzas fueron para fortalecer su carrera. Aunque tuve voz en esas decisiones, actué por temor y obligación, no por mi libre voluntad; después de la tercera mudanza, estaba enojada porque cada vez que nos volvíamos a establecer tenía que hacer un curriculum vitae y buscar trabajo. Cuando aleccionaba a mi esposo sobre la forma en que debía competir para obtener el empleo que realmente deseaba, pensaba: “Detente, Sara. ¿Qué quieres de tu vida? Estás viviendo a través de él.” Cuando empecé a buscar un nuevo empleo después de nuestra tercera mudanza, estaba enojada y deprimida. Yo solía ser una persona feliz; y ahora quería volver a estar contenta. Conseguí el nombre de un consejero y empecé a descubrir el porqué de mis sentimientos. Una de las cosas que descubrí es que debía aprender a ser una persona distinta, independiente de mi familia, mi esposo y mis amigos. Debía descubrir quién era yo. Creía que ya lo había hecho. Me di cuenta de que anteponía los sentimientos de Daniel y de la mayoría de las personas a los míos. Les daba a los demás el tipo de poder que otorgaba a mis padres cuando era niña. Me sentía responsable de sus pensamientos y sentimientos. Como creía que las demás personas sabían más, casi nunca confiaba en mis propias ideas y sentimientos o en mi capacidad para tomar decisiones importantes o resolver problemas. Así, mi vida se amoldaba a la de Daniel, quien creía que sus necesidades eran primero y que tenía la obligación de hacerse cargo de mí y tomar las decisiones por los dos. También descubrí que como en nuestras familias no solía expresarse el enojo, no éramos verdaderamente honestos el uno con el otro cuando surgía un problema. Sentía que no podía equivocarme; tenía que ser perfecta. Si estropeaba algo, me convencía de que algo malo me estaba pasando. Daniel también era perfeccionista y muy criticón, no importaba cuál de los dos cometiera el error. Por lo tanto, evitaba tomar decisiones riesgosas y probar cosas nuevas, le temía a sus reacciones. Confiaba en Daniel para satisfacer la mayoría de mis necesidades, sin embargo, no sabía cómo pedir las cosas. Esperaba que él me leyera la mente. Una vez que aprendí a pedirlas, parecía como si nunca estuviera disponible para consolarme y apoyarme. La mayor parte del tiempo no sabía cuáles eran sus sentimientos, no los expresaba. Cuando le preguntaba cómo se sentía, a menudo contestaba que no sabía. También aprendí, a través de la terapia, que en muchas ocasiones yo sentía por ambos y me dejaba controlar por mis sentimientos. Cuando compartí mis descubrimientos sobre mí misma con Daniel, me escuchó, pero no los entendió ni aceptó todos. Estaba aprendiendo a sentir, a expresar enojo y a actuar de acuerdo con mis sentimientos sin reprimirlos siempre. Me daba miedo enojarme con Daniel. Al principio reaccionaba en exceso a pequeñas irritaciones porque el enojo me era extraño, nadie me había enseñado a manejarlo cuando era niña. En este momento, me sentía cada vez más oprimida por mi matrimonio. Si fuera soltera, pensaba, podría pasar más tiempo con mis amigos, con la gente que me era simpática pero no le agradaba a Daniel. Quería más de mi matrimonio. Supongo que no me daba cuenta de que quería más intimidad; sólo sabía que algo faltaba. Por un descuido me embaracé. Mi esposo no quería niños, pero aun consciente de que no era el mejor momento, estaba en contra de provocarme un aborto. Daniel y yo decidimos aceptar el embarazo, aunque él me dijo: “No sé si quiero compartirte después de todo el tiempo que hemos pasado juntos y las cosas que hemos hecho los dos solos.” Justo después de que decidimos continuar con el embarazo, Daniel tuvo que salir a un viaje de negocios. Cuando volvió, me dijo que se había sentido atraído hacia una mujer soltera que conoció en el avión y que él también estaba inquieto e insatisfecho con nuestro matrimonio. Sentía que quería estar casado conmigo, pero no estaba seguro de qué sentía por esta mujer; quizá quería estar con ella. Era la primera vez que se sentía seriamente atraído por otra mujer desde que empezó a salir con chicas 15 años atrás. Repetía que sólo era una amistad, pero ya no estaba segura de lo que sentía por mí. Parecía tener una gran necesidad de la amistad con Rita, la otra mujer, pero en mis adentros, no confiaba en que su relación fuera tan sólo una amistad. Accedió a ver a un consejero matrimonial conmigo. Al principio, temía que me dejara sola y lloraba mucho. El apoyo de mi consejera y mi grupo de apoyo fue invaluable. Finalmente reuní las fuerzas suficientes para pedirle que dejara su relación con Rita. Se resistía a hacerlo, pero un mes después su relación con Rita había terminado. Estaba enojado conmigo lo que representaba una nueva experiencia para mí. Como siempre había antepuesto sus sentimientos a los míos, me sentía culpable por haberle pedido que terminara con esa relación, sin embargo, sabía que ésta estaba interfiriendo con nuestro matrimonio e iba en contra de lo que estábamos buscando. Su afecto por Rita nos impedía observar aspectos de nuestro matrimonio que era necesario cambiar. Aunque continúe cambiando y madurando, sentía un vacío real en mi vida. Me gustaba tal y como era; sabía que podía resolver problemas y tomar mis propias decisiones; podía decidir con quien quería estar y arreglármelas con cualquier problema que encontrara en el camino; podía sentir profundamente y aun pensar en mí misma; no necesitaba que Daniel lo hiciera por mí. Aunque podía pedirle ayuda, apoyo y amor, a Daniel y a los demás no los necesitaba para sentirme plena. Al sentirme una persona independiente y consciente de las fronteras físicas, emocionales, intelectuales y espirituales que me separaban de Daniel, podía escoger entre ser dependiente o independiente, fuerte o débil y no amoldarme a un papel. Podía optar por ir a algún lugar o hacer algo con Daniel aunque no estaba tan emocionada al respecto como él. Esto difería de mi antigua posición de seguirlo automáticamente, lo quisiera o no, debido a que las necesidades de Daniel estaban primero. Pasaron ocho meses en los que Daniel luchó con sus sentimientos hacia mí v el matrimonio. Entretanro, perdí al bebé. Una noche nos enfrascamos en una tremenda discusión y Daniel dijo cosas que me lastimaron profundamente. Algo cambió dentro de mí; le dije que podía aceptar que no supiera qué sentía respecto a nosotros, pero que no aceptaría sus comentarios mordaces. Le dije que no quería volver a escucharlos. Supongo que estaba en el punto en el que decidí que estaba lista para continuar mi vida, con o sin Daniel. Estaba cansada de su falta de compromiso. Él debía decidir si estaba dentro o fuera del matrimonio para que realmente pudiéramos trabajar juntos y mejorar lo que teníamos o vivir separados. En ese momento Daniel tomó su decisión. Decidió que estaba lo suficientemente comprometido como para tratar de mejorar nuestra relación. No obstante, durante los seis meses siguientes, sentí que había una gran distancia entre nosotros y que Daniel no se sentía muy cerca de mí. Habían terminado muchos de los juegos que jugábamos. Empecé a pasar más tiempo con amigos cercanos y me di cuenta de que lo que me habían explicado en la terapia era cierto: una persona no puede depender de otra para satisfacer todas sus necesidades. Descubrí que cuando estaba con mis amigos, me reía y divertía. También pasé muchos momentos sola en este periodo, puesto que buscaba desarrollar mi lado espiritual. Incluso ahora tenía más que ofrecer a Daniel. Empezamos a compartir lo que estábamos aprendiendo de nosotros mismos, nos comunicábamos en forma abierta y honesta. A veces era muy difícil hablar de algo doloroso o incómodo, pero descubrí que podíamos mantenernos cerca, aun en medio del dolor y el enojo. Se nos dijo que sentirnos distantes era normal en el nuevo proceso de acercamiento y, aunque nos asustaba, nos mantuvimos unidos en este momento. Cuando Daniel empezó a entender por qué todavía no se sentía cerca de mí, comencé a notar que cambiaba para bien. La terapista sugirió entonces que empezáramos a observar al “nosotros”. Aunque confiaba en ella, sentía cierta resistencia a hacerlo. Pero empezamos a estudiar la relación y a preguntarnos cómo podíamos mejorarla y purgarla de la dependencia. Al observar al “nosotros”, aprendí que puede haber momentos en los que no optaría por pasar mi tiempo en la forma en que Daniel lo haría ni con las mismas personas, pero si él quisiera que estuviera a su lado, lo haría porque es importante para él y lo amo. Pero ahora lo haría para estrechar nuestros lazos, no por seguirlo automáticamente. Definitivamente, las cosas empezaban a mejorar entre nosotros. Era como siempre había escuchado pero jamás lo había experimentado: cuando dejé de buscar el amor incondicional, éste estaba allí. Me sentía feliz conmigo misma y mi felicidad dependía mucho menos que nunca de Daniel o cualquier otra persona. Daniel empezó a compartir honestamente sus sentimientos conmigo y respetaba mis ideas y sentimientos más que nunca. Se propuso realmente escucharme. También era más abierta con él, pues sabía que ahora podía decir no y, por lo tanto, estaba más dispuesta a recibir sugerencias o con sejos de él. Comenzó a hacer algunas cosas por mí y a complementarme de la manera más agradable. Nuestro matrimonio no es perfecto y sé que para alcanzar la intimidad hay que seguir un proceso largo y difícil. Ahora es emocionante porque podemos reír, hacer bromas y divertirnos juntos, pero también somos libres de enojarnos y no tenemos que “fingir que todo está bien” cuando no es así. También podemos estar separados uno del otro; si uno de los dos está deprimido, el otro puede apoyarlo pero no se deprime también. Y sabemos que podemos tener amigos cercanos y distintos, sin estar necesariamente alejados. Cuando empecé la terapia individual no sabía a qué me conduciría, sólo sabía que quería volver a ser feliz. Todo mi proceso interior y el de mi matrimonio ha sido en ocasiones muy doloroso, pero también ha sido emotivo y gratificante. Siento que he redescubierto algunas partes de mí misma con las que había perdido contacto y he desarrollado otras para convertirme en una persona más plena. Con mi esposo llevo una relación verdadera, creciente, honesta y espontánea por lo que me siento muy bien. Lo amo mucho más libremente que antes. Los sufrimientos, el riesgo, el trabajo y el tiempo que hemos invertido para llegar a este punto han valido la pena. He adquirido la habilidad de comunicarme y eso permanecerá conmigo el resto de mi vida. Ahora esperamos con interés el nacimiento de nuestro primer hijo. La historia de Daniel Al reflexionar sobre lo que pasó, me doy cuenta de que fue una crisis aunque en el momento no lo parecía. Sólo estaba consciente de que las cosas se complicaban cada vez más, hasta que ya no había un lugar seguro a dónde ir. Sin embargo, no hubiera recurrido a la terapia como una solución. Fue Sara la que sugirió que viéramos juntos a una terapista. Al principio, no la consideré una terapia matrimonial. Sólo veíamos a la terapista. Estoy seguro de que fue más fácil gracias a que Sara había asistido ya a sesiones semanales de terapia de grupo. Durante el tiempo que convivimos los dos, nuestra relación no había sido especialmente sana. Desde luego, no sabíamos eso. Creíamos que todo estaba bien, que nos funcionaba el mismo sistema que nos había reunido en la preparatoria. Yo era el que tenía que ser fuerte, tener el control, ser especial y superar a los demás. Cuando íbamos a una fiesta, tenía que hacer reír a la gente; si salíamos a algún lado de fin de semana, era yo quien decidía a dónde iríamos. Recuerdo que en esa época gran parte de mis chistes degradaban a Sara. También era yo el que hacía las paces, como lo había hecho en mi familia (o creía que tenía que hacerlo). Sara y yo rara vez peleábamos o incluso teníamos discusiones serias, creía que esto era malo, pensaba que nunca podíamos estar en desacuerdo. Ambos nos tragábamos nuestros sentimientos y “seguíamos adelante” con la firme convicción de que todo estaba excelente. Muy a menudo me tragaba mis sentimientos. No era correcto sentir, los hombres no lloran. Nunca había tenido una plática íntima con mi mamá o papá; en nuestra familia nos reíamos de las cosas y, si eran negativas, las enterrábamos. Como resultado, no podía ni pedir las cosas más sencillas: una friega en la espalda, tiempo para estar solo, intimidad sexual. Pero encontré a alguien que se hizo cargo de todo eso por mí, sin que yo se lo pidiera. Cuando estábamos tratando de decidir qué hacer una noche o un fin de semana, Sara esperaba a ver que quería hacer yo y luego lo hacía. Se ofrecía a fregarme la espalda; le daba mucha importancia al cuidarme. Desde luego, yo no sabía eso. Totalmente sabía que, por alguna razón mágica, alguien cuidaba de mí. Pero no había intimidad alguna ni sentimientos compartidos. Entonces las cosas empezaron a cambiar. Supongo que todo comenzó cuando Sara entró a la terapia. Cambió su parte en nuestro sistema: ya no soportaba mi humor denigrante, dejó de cuidarme tanto, empezó a tener sus propios amigos, su propia vida. Ya no era yo el que tenía el control. El recuerdo más vivido que tengo fue la primera vez en la que realmente se enojó conmigo. Sabía que ya no era igual. Recuerdo haber criticado a Sara por depender de mí; eso me molestaba. Odiaba cuando ella trataba de adivinar lo que yo quería hacer, entonces, cuando lo hacíamos, me enteraba de que en realidad ella habría preferido hacer otra cosa. Sin embargo, al mismo tiempo, estoy seguro de que empezaba a sentirme asustado porque ella ¡ya no dependía de mí! Fue un periodo muy confuso. Ahora, al analizarlo, ya no me sorprende que en ese entonces yo deseara alejarme de Sara. Algo — no sabía exactamente qué— estaba mal en la relación. Sin embargo, al mismo tiempo, había otra persona que parecía capaz de darme más de lo que necesitaba. La crisis que nos llevó a acudir a una terapista se originó en un viaje de negocios que hice con un grupo de gente. Un miembro del grupo me atrajo muchísimo, Rita, una mujer que tenía más o menos mi edad. No sabía cómo manejar los sentimientos que me provocaba. Me atraía muchísimo, pero sabía que no podía actuar de acuerdo con esos sentimientos. También ella se sentía atraída por mí y decidimos mantenernos en contacto como amigos después de nuestro viaje. Los días posteriores al viaje me sirvieron para darme cuenta de que lo que sentía por Rita era más que una amistad y tenía la fantasía de estar con ella de alguna manera en el futuro; pero a la vez, no quería arruinar diez años de matrimonio. Por primera vez me hallé a mí mismo cuestionándome sobre mis sentimientos hacia Sara. ¿La amaba? ¿La amaba por las mismas razones por las que me había enamorado de ella hacía 15 años? Constantemente quedaba atrapado en el centro, tratando de construir una amistad a larga distancia con Rita y a la vez tratando de asegurarle a Sara que todo estaba bien. Fue una de las épocas más incómodas de mi vida. Lo que más me molestaba era que Sara no pudiera entender mi deseo de amistad. Pensaba que era restrictiva y celosa y tuvimos muchas discusiones al respecto. Recuerdo que hablamos acerca de cómo había sucedido todo esto. Sara experimentó notables cambios por la terapia, pero yo no podía ver cómo afectaban nuestra relación. Sólo pensé que las cosas marchaba igual que siempre. Nunca se me ocurrió que los cambios transformarían lo que sentía por ella. Bien, las cosas sólo se pusieron peores para nosotros. Yo siempre estaba en medio, esforzándome constantemente por hacerles entender a Sara y a Rita por qué la otra sentía lo que sentía. Como descubriría más tarde, esta posición de “el hombre de en medio” era familiar para mí, ya que siempre había tratado de hacer felices a todos. Pensé en la separación; incluso el divorcio paso por mi mente, pero no encontré aceptable a ninguno de los dos; sin embargo, eran opciones. No estoy seguro del porqué no recurrí a ninguno de los dos. En primer término, probablemente estaba demasiado asustado. Y en algún lugar, bajo todo este relajo, creo que pensaba que habíamos llegado demasiado lejos como para rendirnos. Para este momento, había empezado a ir a sesiones semanales de terapia de grupo. Casi no tenía ningún contacto emocional con Sara. Había dicho que estaba comprometido con la relación y lo estaba. Decidí darle casi lo único que podía dar, tiempo. Y también accedí a examinar con la consejera, cuál era realmente mi papel en nuestro matrimonio. Al principio, utilicé las sesiones de terapia para manejar mi enojo y tristeza por no poder continuar con mi nueva amistad. Pero al mismo tiempo, empecé a descubrir poiqué era la persona que era y eso me fascinaba. Aprendí mucho de mí mismo, y entre más aprendía, más claro era mi predicamento actual. Podía darme cuenta de cómo habían llegado las cosas hasta donde estaban, cuáles eran algunas de mis creencias y patrones de conducta de toda la vida y de dónde provenían. Sin embargo, los tiempos no eran buenos. Aún quería alejarme de Sara; cuando empecé a descubrir algo acerca de mí mismo y al tener más ideas de quién era yo este deseo aumentó. Toda mi vida con Sara, habíamos sido “nosotros”. Ahora había un nuevo “yo” que me gustaba. Esa parte de mí quería tener su propio rumbo y no avanzar penosamente por el fango que significaba reconstruir una relación. Antes de la terapia, me había concentrado en Sara y pensaba en las cosas que debía cambiar, pero ahora estaba viéndome únicamente a mí. Aún no me sentía especialmente ligado a Sara, pero empecé a aplicar lo que había aprendido sobre mí mismo a nuestra relación. Creo que uno de los elementos más útiles de la terapia fue el de confirmar mi creencia de que las cosas pueden mejorar con el tiempo. Estaba dispuesto, aunque cotidianamente me sentía muy lejos de Sara, a darnos tiempo. No estamos hablando de semanas. Estuve en terapia de grupo más de un año. En ese periodo Sara continuó con la suya. Finalmente, muy lentamente, empecé a sentirme de nuevo cerca de ella. Digo, muy lentamente. Hubo muchas ocasiones en las que pensé que esto no sería posible. Era fascinante la experiencia de empezar de nuevo con una relación más sana, seguros de que no era un amor de adolescentes, obsesivo o nada que se le pareciera. Sara no se convirtió instantáneamente en una nueva mujer, ni yo era un hombre nuevo. Pero ambos nos conocíamos más que antes y habíamos aprendido mucho sobre la mejor manera de obtener una relación sana. Sabíamos que nos habíamos atraído la primera vez que nos enamoramos hace quince años. Ahora el truco era ver si todo volvía a funcionar de nuevo, por un conjunto distinto de razones. En algún momento, cuando Sara y yo estábamos bien en la terapia, la terapista dijo que quizá era el momento de vernos juntos de nuevo. Lo hicimos, entonces nos explicó que sentía que cada uno había estado trabajando en el “yo” por bastante tiempo y que era el momento de empezar a ver al “nosotros” de nuevo. A pesar de ser muy lógico, no estoy seguro de que se me hubiera ocurrido. Aún estaba en mi viaje de autodescubrimiento y ahora que había logrado superar el dolor, era más placentero. Pero creo que ella tenía razón. Poco a poco nuestra relación fue haciéndose más serena y feliz. Ya no tenía que sentirme poseedor del control; empecé a ceder ante situaciones en las que antes tenía que estar a cargo. Y nos abocamos de nuevo al “nosotros”. Ha pasado algún tiempo de todo esto. Nos sentimos bien de nuevo; hemos vuelto a ser cercanos; creo que no es descabellado decir que estamos enamorados nuevamente; de una manera muy distinta a la anterior. Aún estamos en las etapas iniciales de nuestra nueva relación y cada vez nos sentiremos más conectados emocionalmente. El proceso me ha resultado sorprendente. Es irónico que para poder ser nuevamente una pareja sana, dos personas deban de viajar por caminos distintos durante un rato. No es necesaria la separación física, y estoy contento de no haberla tenido. Pero los miembros de la pareja deben estar psicológicamente distantes antes de poder unirse de nuevo. Si los dos no están dispuestos a retirarse y analizar su papel en la relación, es casi imposible que cambien. Siento que hacer ese viaje hacia el interior y aportar todo lo que aprendí a nuestra relación ha sido una de las experiencias más significativas y provechosas de mi vida. La historia de Octavio Al principio Octavio se negaba a buscar ayuda para su relación dependiente ya que era un consejero exitoso y creía que su deber era conocer todas las respuestas. Se veía a sí mismo como un hombre fuerte, independiente y guapo, con una alta autoestima y le resultaba difícil admitir que las cosas eran de otra manera. Había confiado en sí mismo durante mucho tiempo. Pero pronto descubrió que la verdadera fortaleza proviene de una odisea interna y el descubrimiento de las cosas que lo mantenían en una relación malsana. Cuando Octavio buscó ayuda por primera vez, su vida parecía fuera de control. Abusaba físicamente de la gente cuando estaba enojado; bebía demasiado, y sufría de alta presión arterial y migrañas. Era claro que si no cambiaba, continuaría por el camino de la autodestrucción. Entró a la terapia para obtener nuevamente el control de su vida. A diferencia de Sara y Daniel, Octavio debía dejar su relación para avanzar en la vida, algo que inicialmente no podía imaginar. Como tantos otros atrapados en la adicción al amor, su respuesta era: “No puedo imaginarme la vida sin ella.” Para empezar, creo que debo remontarme a mi infancia y a la relación con mi padre; no estoy seguro de haber sentido amor por él. Aunque ahora pienso que mi padre, de hecho, me quería, no le fue fácil expresar sus sentimientos con palabras. No recuerdo que me haya dicho nunca que me quería. Cuando maduré, no me di cuenta de algunas de estas cosas acerca de mi padre y pensé que no era una persona digna de ser amada aunque me presentaba como alguien seguro y capaz. Después, al reflexionar sobre mi relación con mi padre, me di cuenta de que la única vez que sentí que me quería fue cuando trabajaba incansablemente en la granja que era propiedad de mi familia, y él hacía o decía cosas para mostrar que estaba complacido. Posteriormente llevé estas ganas de ser amado a mis relaciones adultas. Creí necesitar del amor de otros para afirmar mi derecho a vivir. Creo también que esta necesidad de ser amado me llevó a casarme a la temprana edad de 19 años. Este matrimonio fue un error desde el principio, pero permanecí en el durante 12 años. Lo hice así por la inseguridad; sentía que no era una persona digna de ser amada. Cuando el matrimonio —en el que durante años fui extremadamente infeliz— se volvió absolutamente intolerable, solicité el divorcio. Poco después del divorcio conocía Lola, también recientemente divorciada. En poco tiempo nos hicimos amigos y amantes. Pero esta relación era muy dependiente. Tanto Lola como yo sentíamos que no podíamos vivir sin el otro. Al poco tiempo de empezar a salir, nos mudamos juntos. Muy al principio, Lola y yo permitíamos que la relación nos consumiera y controlara. Pasábamos poco tiempo fuera de ésta y manteníamos pocos intereses externos. Temíamos perder al otro. Estábamos completamente obsesionados por nuestra relación, cada uno esperaba que el otro satisficiera todas sus necesidades, sin darnos cuenta de que eso era imposible. En breve, empezaron a surgir los problemas. La relación se hizo extremadamente dolorosa para mí cuando Lola empezó a ver a otros hombres, reforzando mi creencia de que no era digno de ser amado. Aunque esto me causó un gran dolor y ansiedad, permanecí en la relación porque era adicto a ella y no sabía como salirme “sin morir”, como lo habría dicho entonces. Creo que el aspecto más típico de mi adicción era la exigencia de un amor incondicional del otro sin importar nuestro comportamiento ni lo que hacíamos para destruir nuestra relación. En este momento seguía repitiéndome que podía cambiar a Lola si la amaba lo suficiente. ¡Tenía que cambiarla porque no podía vivir sin ella! No era una persona plena sin mi relación con ella. Esta relación tan dependiente se hizo cada vez más destructiva para mí y creo que también para Lola. La destructividad de nuestro lazo empezó a afectarme; bebía más y mi conducta se volvió cada vez más destructiva. Finalmente, debido a mi conducta, alguien por quien sentía un gran respeto me pidió que analizara seriamente hacia dónde me dirigía y tratara de poner mi vida bajo control. En ese momento, me di cuenta de que mi ira explosiva, mis malos sentimientos hacia mí mismo y mi malsana relación con Lola eran cosas que no podía manejar solo. Así es que busqué ayuda de una terapista. Siento que fue entonces cuando me di cuenta de muchas cosas acerca de mi vida y pronto tomé conciencia de que debía terminar con mi infeliz y malsana relación. Finalmente fui capaz de hacerlo después de varias sesiones de terapia. De no haber entrado a terapia esta relación dependiente a la larga habría acabado conmigo si no es que con ambos. Descubrí que, inconscientemente, había buscado a una mujer que no pudiera amarme íntimamente, apoyando mi creencia de que no era digno de ser amado o que decepcionaba a los demás. Conforme empecé a ser bueno conmigo mismo, a modificar mis creencias acerca de mi valía y a aceptar que mis padres me habían querido a su manera, empecé a escoger mujeres que eran capaces de amar y con las que podía intimar. Aprendí que era yo quien temía al dolor del rechazo y quien creía que no era seguro estar cerca, así que había escogido a Lola para evitar la verdadera intimidad. Fue un gran descubrimiento, de hecho ¡tenía una opción! Desde ese momento, he experimentado grandes cambios en mi vida, hasta me mudé a una nueva zona. Definitivamente esta fue una de las decisiones más difíciles de mi vida. Desde que mi relación con Lola terminó he tenido la ocasión de verla. Aunque ella me simpatiza, siento que nunca podríamos tener una relación sana. Por eso no tengo deseo alguno de volver a involucrarme con ella. Desde que escapé de esa relación adictiva me siento más cómodo con el hecho de estar solo. Siento que he madurado mucho y espero continuar haciéndolo el resto de mi vida. Espero llegar a amar y a estar cerca de una mujer. Ahora creo que es posible el verdadero amor y ¡lo merezco! Sara, Daniel y Octavio han viajado un largo trecho. Si ve algo de usted en estas situaciones, siga leyendo: usted también puede aprender cómo poner en marcha al amor y la amistad simultáneamente en su vida. Si sacas lo que está dentro de ti, lo que saques te salvará. Si no sacas lo que está dentro de ti lo que no saques te destruirá. Evangelio según Santo Tomás (Logian, Cap. 45) CAPÍTULO 8 Ayúdese a superar la adicción al amor El máximo objetivo de un terapista, en lo que respecta a sus pacientes, es inculcarles el conocimiento de que las soluciones a sus problemas se encuentran dentro de ellos y después, darles las herramientas que les permitan llegar a esas poderosas respuestas interiores. Este capítulo intenta proporcionar al lector las habilidades que le permitirán actuar como su propio terapista y plantearse los problemas de la relación en forma provechosa y esperanzadora. A lo largo del libro hemos hablado sobre las raíces del amor adictivo, sus características y el proceso de transición de la dependencia problemática al amor maduro y satisfactorio. Como hemos visto, las raíces de la adicción al amor son profundas y el camino de salida es, a menudo, largo y abrupto. Tan largo y abrupto, de hecho, que usted puede preguntarse: ¿para qué me molesto? ¿no es mejor tener cualquier tipo de amor a no tener ninguno? ¿Por qué debo expulsar la adicción al amor de mi vida? Para estas preguntas hay una respuesta excelente; porque el amor adictivo es limitante. Limita su habilidad para sentirse contento. Limita su habilidad para funcionar y alcanzar su potencial. Limita su apertura a nuevas experiencias. Limita su capacidad para disfrutar y vivir el presente. Limita su energía para intereses creativos. Limita su poder personal y su libertad. Limita su capacidad para aceptar a los demás. Limita su disposición a enfrentar sus temores. Limita su espontaneidad. Limita su nivel de conciencia y su potencial espiritual. Limita su capacidad para la intimidad y el verdadero amor. Únicamente usted debe decidir qué opciones tomará en la vida. Seguramente no quiere cambiar, pero si decide hacerlo, debe estar seguro de que lo hace por usted mismo. Una vez que decida renunciar al amor adictivo y deje de ver la vida en melodramático blanco y negro, empezará a verla tal y como es, a colores, probablemente le será difícil o imposible volver a pensar como antes. Descubrirá que puede invitar — pero no jalar u obligar— a las demás personas de su vida a seguirlo. Si se resisten, hará bien en ser paciente y considerado. Incluso puede descubrir que su decisión de abandonar el amor adictivo conlleva la ruptura de todas sus relaciones problemáticas, decisión que seguramente le causará un dolor muy natural. La realización nunca es fácil; no es posible garantizar que el cambio le traerá la felicidad en forma instantánea. Tal como lo han ilustrado los bosquejos descriptivos de este libro, algunos de los que se arriesgaron a cambiar crecieron en relaciones más sanas, mientras que otros descubrieron que tenían que abandonar su relación para empezar de nuevo en la vida y el amor. Una vez que usted decide liberarse de la adicción al amor y está de acuerdo en abandonar su deseo de ser controlado o controlar a otro; deja de manipular a los demás para obtener lo que necesita o desea. El impulso de manipular a los demás es poderoso, y al renunciar a éste sin duda usted experimentará cierto pesar. Pero, a largo plazo, ese sufrimiento será menor que el dolor que pudo causarse a sí mismo al continuar con una relación caracterizada por la adicción. Este capítulo está dedicado a aquellos que optan por un amor más sano y feliz. Es posible que algunos de ustedes se sientan inseguros acerca de la forma en que desean avanzar, pero pueden experimentar con los ejercicios que aparecen a continuación; les ayudarán a ver lo que pueden aprender sobre ustedes mismos. Es posible que aquellos de ustedes que desean, por cualquier motivo personal, mantener el statu quo en su relación problemática deseen detenerse aquí. Están siendo honestos, pero recuerden: la decisión en contra del cambio es suya, así que dejen de culpara los demás de los problemas de su relación. Deben recordar que han cedido poder y crecimiento personal a la adicción al amor. Algunos de ustedes pueden dudar sobre la afirmación de que la mayoría, si no es que todas, las relaciones amorosas albergan elementos de la adicción. A ustedes les sugiero que hagan los siguientes ejercicios antes de tomar una decisión. Los ejercicios se basan en la premisa de que lo que somos no está en nuestro consciente la mayor parte del tiempo y que la conciencia precede al cambio. Cambio = conciencia + acción. Estos ejercicios están diseñados para ayudarle a incrementar la conciencia y motivar la acción. Concebidos con base en mi experiencia en terapia y talleres, algunos de estos ejercicios están impregnados de mis vivencias personales y he descubierto que son útiles para la gente que quiere alejar de su vida las conductas caracterizadas por la adicción. Aunque toda terapia es básicamente autoterapia, estos ejercicios se hacen usualmente, bajo guía profesional. En caso de que encuentre difícil emplearlos por su propia cuenta o que al avanzar en ellos se produzcan sentimientos que lo incomodan, no dude en buscar apoyo profesional. Algunos de los ejercicios requieren de mucha reflexión y tiempo. No están diseñados para completarse en forma apresurada, lo que se le hará obvio conforme avance en ellos. El tiempo y reflexión que les dedique redundarán en un proceso de autoayuda que abarca varios meses. Algunos ejercicios le serán más significativos que otros. Aunque su objetivo es serio, también están diseñados para ser divertidos. Buena suerte en su viaje personal hacia el autodescubrimiento. Mi deseo es que usted consiga al menos un discernimiento personal que altere su vida para bien; le deseo más alegría, libertad, sabiduría y amor. El método de la autoayuda En el listado aparecen los siete pasos básicos para ayudarlo en su transición del amor adictivo al amor sano. 1. Conciencia: admitir que la adicción al amor desempeña un papel en su vida. 2. Valoración: descubrir el grado de su adicción. 3. Decisión: utilizar su poder personal para pasar de la dependencia al 4. 5. 6. 7. amor verdadero. Exploración: analizar sus temores, mitos e historia personales. Reprogramación: dejar ir lo viejo; abrazar lo nuevo. Renovación: dirigirse hacia el desarrollo de relaciones amorosas maduras. Expansión: desarrollar singularidad personal y la capacidad de amarse verdaderamente a usted mismo y a los demás. Conciencia Admitir que la adicción al amor existe El hecho de escoger este libro y, quizá, otros similares, indica que usted ya sabe que su relación amorosa tiene algunos aspectos de la adicción. Sin tal admisión, puede seguir atrapado en la etapa de negación, en la que no hay terreno fértil para que germinen las semillas del cambio. La información de este libro está diseñada para ayudarlo a pasar de la conciencia de que el problema existe a reconocer su problema de dependencia y lograr un control sobre el mismo. Ejercicio 1-A: Reconocimiento Lea las siguientes preguntas; después cierre los ojos y visualice sus respuestas. ¿Recuerda la primera vez que escuchó el término “adicción al amor”? ¿Qué pensó y sintió? ¿Qué fue lo que lo hizo decidirse a leer un libro sobre el amor adictivo? ¿Dudó en leerlo? ¿Qué temores, si es que los tuvo, eran parte de tal resistencia? ¿En qué espera cambiar después de leer este libro? Valoración Descubrir el grado de su adicción Los siguientes ejercicios pueden ayudarlo a evaluar las características adictivas o sanas de su relación. Se supone que entre menos características de adicción tenga su relación, mayor es su calidad. Ejercicio 2-A: ¿Cómo se clasifica su relación? Teniendo en mente su relación amorosa actual, lea cuidadosamente las características del amor adictivo y después las del amor sano. Califique su relación de acuerdo con cada característica del amor adictivo basándose en la escala siguiente: 0 = nunca; 1 = rara vez; 2 = algunas veces; 3 = a menudo; 4 = casi siempre; 5 = siempre. Después califique los rasgos sanos de su relación. Ahora, sume los puntajes de cada lista y divídalos entre 20 para obtener un promedio numérico de cada una. ¿Muestra su relación más síntomas de problemas que de salud? Ejercicio 2-B: Usted y sus otras relaciones Reflexione sobre sus relaciones con otras personas: amigos, compañeros de trabajo o familiares. Califique sus relaciones, de acuerdo a las características mencionadas, con base en lo siguiente: 0 = nunca; 1 = rara vez; 2 = algunas veces; 3 = a menudo; 4 = casi siempre; 5 = siempre. Si los puntajes de este ejercicio indican que su relación es, en general, caracterizada por la adicción, puede que desee dirigir su atención a lograr y alimentar lazos más sanos con los demás. Ejercicio 2-C: Conexiones de relación Analice la siguiente lista que pretende ilustrar las diferentes áreas de contacto que los conectan a usted y a su pareja. Ahora, en una escala de 0 a 10, en la que el 10 es lo más alto, califique su relación amorosa. Si hay uno o más ceros, probablemente la relación se caracteriza por la adicción; si tiene cuatro puntos o menos es muy probable que la relación necesite atención. Ejercicio 2-D: ¿Cómo me amo? La imagen que tenga de sí mismo desempeña un papel significativo en sus relaciones: entre más alta sea su autoestima, mejor será su relación. Al responder a estas preguntas, adquirirá una mayor conciencia de su nivel de autoestima. ¿Qué tanto se quiere usted mismo? Cuando era niño, ¿cuánto creía que lo quería su madre? Cuando era niño, ¿cuánto creía que lo quería su padre? Cuando creció, ¿cuánto creía que lo querían sus semejantes? ¿Desea quererse más? ¿Qué tanto recurre a la aprobación de los demás? ¿Cuanto cree que lo quiere su pareja? Ejercicio 2-E: Juegos de poder Los siguientes son juegos de poder que aparecen a menudo en las relaciones caracterizadas por la adicción. A la izquierda de cada juego de poder escriba “sí” o “no” con base en las experiencias de ese síntoma en su relación. Compare cuántas respuestas “sí” y “no” tiene. Como los juegos de poder son característicos de la adicción, cualquier “sí” indica que hay cierto grado de problema en la relación. Entre más veces escriba “sí”, mayor atención deberá prestar a la presencia de los elementos de manipulación que aparecen en su relación. Juegos de poder comunes _________________ Dar consejos pero no aceptarlos. _________________ Tener dificultades para alcanzar y pedir apoyo y amor. _________________ Dar órdenes; exigir y esperar demasiado de los demás. _________________ Enjuiciar; menospreciar el éxito de los demás; descubrir errores; perseguir; castigar. _________________ No ceder ante los demás; no darles lo que desean o necesitan. _________________ Hacer promesas y luego romperlas; ganarse la confianza de los demás y luego traicionarla. _________________ Asfixiar o sobrealimentar al otro. _________________ Tratar en forma protectora y condescendiente al otro, lo que lo coloca en una posición de inferioridad; intimidación. _________________ Tomar decisiones por el otro; desconocer su capacidad para resolver problemas. _________________ Poner al otro en desventaja. _________________ Intentar cambiar al otro (sin estar dispuestos a cambiarnos a nosotros mismos). _________________ Atacar al otro cuando es más vulnerable. _________________ Mostrar una actitud antidependiente (“no te necesito”). _________________ Intimidar y amenazar al otro. _________________ Mostrar amargura, rencor o chantaje. _________________ Abusar de los demás física y verbalmente. _________________ Ser agresivo y definirse como asertivo. _________________ Necesitar ganar o tener la razón. _________________ Resistirse empecinadamente o estar apegado a sus hábitos. _________________ Tener dificultades para admitir sus errores o pedir perdón. _________________ Responder en forma indirecta o evasivas a las preguntas. _________________ Defender cualquiera de las conductas antes mencionadas. Decisión Decídase a utilizar su poder personal para salir de la adicción Con estos ejercicios ha hecho un análisis de sus relaciones, si encontró síntomas de problemas, es el momento de tomar una decisión. Si descubrió que sus relaciones se caracterizan, hasta cierto punto, por la adicción —quizá en alto grado— debe decidir entre mantener el statu quo o esforzarse por cambiar. Ejercicio 3-A: ¿Qué obtiene de su relación? Nos aferramos a las relaciones, incluso a las problemáticas, porque nos sirven de algún modo. Quizá obtenemos algunos sentimientos como autoestima y seguridad; una sensación de pertenencia, placer, consuelo y éxito; evitamos el temor; o encontramos significado a nuestra vida. Medite con cuidado sobre la forma en que su relación lo sirve y protege. Tómese todo el tiempo que necesite para responder a esta pregunta y elabore una lista de las ganancias secundarias de su relación actual. Trate de ser honesto al responder. A continuación le presentamos una serie de rituales diseñados para ayudarlo a concentrarse en su relación y sus cualidades. Haga las siguientes afirmaciones con base en cómo ha estado su relación en el pasado. Coloque frente a usted un símbolo de su relación: quizá un retrato de su pareja o un regalo de esa persona. Repita lentamente estas palabras: “Yo, (su nombre), te doy ahora, (la otra persona), el poder para que me des la plenitud. Sin ti, no estoy incompleto. Tú me das (haga aquí una lista de sus ganancias secundarias) y satisfaces mis necesidades humanas de seguridad, sensación y poder. Te cedo mi poder y haré lo que me pidas a cambio de que me des la plenitud. Si tratas de alejarte, haré todo lo posible para que te quedes.” Ahora, introduzca un nuevo ritual, diseñado para ayudarlo a recuperar su poder personal. De nuevo, coloque el símbolo de la persona que ama frente a usted y diga: “Yo, (su nombre), ahora te pido (nombre de la persona) que me devuelvas el don del poder personal que me fue otorgado por Dios. Ahora sé que tengo en mí la capacidad de vivir una vida plena y exitosa; ahora creo que lo que necesito en la vida (de nuevo haga una lista de ganancias secundarias) está allí, independientemente de nuestro lazo. Ya no necesito dominarte. Te dejaré ir fácilmente y con cariño. Te agradezco el intento de darme la plenitud cuando estaba aprendiendo, creciendo y exigiendo mis derechos de nacimiento. Y aunque es posible que escoja estar contigo para hacer mi vida más intensa, mi decisión se basará en el amor, no el temor.” ¿Con cuál de los rituales se sintió mejor? Y, ¿por qué? Exploración Examine sus temores, mitos e historias personales Una vez que decida recuperar su poder personal y renuncie al pseudocontrol de su pareja, es importante que explore las complejas raíces de su adicción. A menudo decimos una cosa, pero buscamos otra. Esto ocurre porque, a nivel inconsciente, lo que tenemos tiene perfecto sentido para nosotros. Por lo tanto, es crucial —y no es una tarea sencilla— explorar sus temores y mitos inconscientes y descubrir las razones de su relación dependiente. Muchas conductas dependientes surgen de traumas olvidados o reprimidos que aparecieron durante la infancia o adolescencia. Si bien es posible que tales experiencias hayan sido extraídas de nuestro inconsciente, afectan en gran medida las decisiones que tomamos. Los siguientes ejercicios están diseñados para lanzarlo al autodescubrimiento. Hasta que no entendemos nuestras creencias conscientes e inconscientes, seguimos atados a conductas habituales, aunque deseamos cambiarlas. Una cosa es tratar de detener una conducta y otra muy distinta entenderla. Eso implica descubrir la evolución de la misma. Ejercicio 4-A: Carta al yo Una forma maravillosa para descubrir sus creencias inconscientes es escribirse una carta a uno mismo. El amor adictivo impide la verdadera intimidad. Si usted está dentro de una relación dependiente, algo de sí mismo le teme a la intimidad. Para disipar ese temor debe descubrir la razón de su existencia. Aquí hay algo que puede ayudarle a hacerlo. 1. Escriba una carta de la parte que teme a la intimidad a la parte que desea una relación cercana y amorosa. Deje que su lado temeroso diga: a. por qué estoy, la parte temerosa, aquí; b. de dónde vine; qué tipo de experiencias, traumas y lecciones provocaron mis creencias y conductas temerosas; c. cómo me percibo a mí mismo en tanto amigo y protector; d. qué temo; e. qué necesito para amar tranquilamente en forma íntima y permitirme ser vulnerable. 2. Ahora escriba una carta explicando por qué su lado temeroso elude una relación sustentadora e íntima. Dígale a su lado que anhela, cómo se originó el problema y cómo ha escogido sus relaciones para defender y apoyar la creencia de que el amor no es para usted. Ejercicio 4-B: Soluciones aprendidas Las siguientes preguntas pueden ayudarlo a analizar su educación social y el papel que desempeña en sus relaciones actuales. 1. Escriba el problema más significativo de su relación. 2. Conteste lo siguiente: a. Si su madre hubiera tenido o tuvo este problema, ¿cómo lo resolvió o como lo habría resuelto? b. Si su padre hubiera tenido o tuvo este problema, ¿cómo lo resolvió o como lo habría resuelto? c. ¿Habrían sido efectivas sus soluciones? d. ¿A cuál de sus padres se parece más? Ejercicio 4-C: Respuestas aprendidas Complete los siguientes enunciados con base en las respuestas que pudo haber escuchado de niño. Imagínese que tiene menos de seis años de edad y repita cada enunciado hasta que ya no le queden frases para completarlos. 1. 2. 3. 4. 5. El amor es _____________________________________________ Las relaciones son _____________________________________________ Las mujeres son _____________________________________________ Los hombres son _____________________________________________ Las relaciones deberían _____________________________________________ Nuestros modelos de conducta fueron a menudo ineficaces. Examine los suyos y si son ineficaces, deje de culparse por no tener la respuesta. Ejercicio 4-D: Hacer frente a los problemas de la relación El siguiente ejercicio puede ayudarlo a entender los mitos y creencias más arraigados en usted. Lea todo el ejercicio hasta que lo entienda. Relájese por medio de respiraciones profundas. Cierre los ojos y guíese a través del ejercicio. No intente forzar imágenes en su mente; deje que vengan a su propio ritmo. Recuerde, las imágenes pueden ser palabras, visiones, sentimientos, o los tres. (Si lo desea, puede pedirle ayuda a un amigo para que lo guíe a través del ejercicio.) Después de imaginar sus respuestas, escríbalas. (Si tiene más de un sentimiento malo, tome uno por uno y repita el ejercicio después de cada uno.) Piense en el sentimiento desagradable —ansiedad, soledad, temor, rechazo, enojo, aburrimiento— que haya experimentado con mayor frecuencia en su relación actual. Ahora recuerde la escena más reciente en la que haya prevalecido ese mismo sentimiento. En el ojo de su mente, observe la escena como si la estuviera viendo en una pantalla de televisión. ¿Quién está allí? ¿Qué está pasando y qué no está pasando? ¿Qué se dice? ¿Qué está pensado o diciéndose a sí mismo acerca de usted, de los demás y de su vida? Conforme se desarrolla la escena, ponga especial atención en sus pensamientos negativos. En esta escena ¿qué es lo que necesita y no obtiene? ¿Cómo se protege mientras todo esto sucede? Ahora, vuelva a su infancia (de preferencia a la infancia temprana, de seis años o menos) y trate de recordar cuándo experimentó el mismo sentimiento negativo. Deje que la escena aparezca en la pantalla de televisión. De nuevo, no fuerce la imagen en su mente; deje que emerja gradualmente. Si tiene dificultad para visualizarla, invente una escena en la que uno de los padres u otro adulto significativo esté presente. Observe la escena y preste atención a los detalles. De nuevo, mire quién está allí, qué está pasando, qué no está pasando y qué se dice. Observe por qué está experimentando el sentimiento negativo. ¿Está usted controlando ese sentimiento? ¿Qué desea o necesita durante esta experiencia que no logra obtener? ¿Qué está haciendo para cuidarse? ¿Cuál es su respuesta secreta a la escena en la que está presente? ¿Qué es lo que empieza a creer acerca de usted mismo, los demás y la vida, con base en lo que está sucediendo allí? Ahora, estudie cuidadosamente las dos escenas; haga un recuento de sus similitudes. Si, a través de la magia, pudiera cambiar la escena de la infancia para sentirse mejor con usted mismo, los demás y la vida, ¿en qué cambiaría? Si hubiera sido distinto, ¿en qué cambiaría la escena actual? Piénselo, después escriba sus respuestas a estas preguntas. Ejercicio 4-E: Renacimiento El siguiente ejercicio —que podrá parecerle extraordinario— lo ayudará a explorar sus ansiedades sobre la separación y a estudiar sus raíces. Recuerde, los patrones de creencia y conducta se inician muy temprano; cada experiencia de vida se graba en la neurología de su cuerpo. Este ejercicio toma eso en cuenta. Lea cuidadosamente el ejercicio completo hasta que lo entienda. Relájese, haciendo varias respiraciones lenta y profundamente. Parte I: Imagínese que observa la siguiente escena en una pantalla. Usted está en la matriz. Observe como la siente, ¿es tibia, alegre y segura? Observe como todo le llega sin necesidad de hacer nada. Usted es el centro del universo y todo parece girar en torno suyo. No tiene que pensar ni actuar; simplemente existe. Usted y su madre son uno. Siéntase flotar despreocupado. Quédese con esa agradable sensación. Ahora observe si hay experiencias desagradables o escandalosas en la matriz, ¿Por qué están ocurriendo? Ahora imagine su nacimiento. Observe con detalle los drásticos cambios. Quizá los músculos a su alrededor se están contrayendo. Tal vez se está resistiendo a su impulso para nacer. Posiblemente está experimentando un estira y afloja, ansiedad y dolor. Tómese el tiempo que juzque conveniente para explorar los sentimientos mientras van ocurriendo y usted emerge al mundo. Parte II: Ahora que ha emergido de la matriz, quizá se sienta ansioso al sentir un mundo nuevo y extraño, de luces brillantes, manos frías, voces ásperas, nalgadas, separación de su madre y zambullidas en agua jabonosa. ¿Cómo se siente? ¿En dónde se sentía más seguro, dentro o fuera de la matriz? Parte III: Sígase desde el nacimiento hasta los 18 meses. Tome nota de cualquier trauma o experiencia que le provoque miedo: largos periodos de aislamiento, falta de respuesta a sus necesidades o una separación súbita de sus padres. Observe cualquier ansiedad que haya podido sentir como alguien demasiado joven para darse cuenta de lo que está pasando. Explore cuidadosamente cualquier situación ansiosa. Recuerde los momentos del pasado reciente en los que haya experimentado sentimientos similares. ¿Qué conexión existe entre el pasado y el presente? Haga una lista de las creencias y conclusiones que haya obtenido de estas experiencias. Ejercicio 4-F: Temor al cambio La paradoja del cambio personal es que tenemos un fuerte impulso para crecer, pero a menudo nos resistimos el cambio por temor. Haga una lista de las razones por las que desea cambiar. ¡Sea honesto! Reprogramación Hacia el amor maduro Aquí aparece el proceso necesario para pasar de la adicción al amor. 1. Enfrente los hechos de su vida y examine con honestidad su papel en su relación(es). 2. Reconozca la resistencia al cambio que se origina en el temor a no satisfacer sus necesidades secundarias. 3. Deje de buscar soluciones “mágicas”, externas, a sus problemas. 4. Vea dentro de usted mismo y examine los temores, autopromesas y creencias arcaicas que pueden apoyar creencias y conductas dependientes. 5. Reprograme las experiencias negativas. Para desarrollar la verdadera apertura al amor maduro, es importante cambiar los elementos internos que mantienen una conducta dependiente. Las inhibiciones internas y las creencias falsas deben transformarse completamente para poder obtener verdaderos resultados en los cambios de conducta. Cuando quiera saber por qué sus relaciones actuales tienen sentido para su yo inconsciente y trate de mejorarlas, tenga en mente que usted es la suma total de todos sus pensamientos y experiencias y que éstos producen resultados aun cuando usted no está consciente de ellos. Por lo tanto, cuando obtenga el control sobre su “programa” interno los cambios serán más fáciles y duraderos. Debe entender que renunciar a una creencia arcaica puede provocarle una gran tristeza y emoción. Pero, a la larga, esa pena pasará y la tristeza se irá conforme el vacío se llene. Ejercicio 5-A: Aprenda a ser su propio padre o madre ¿Qué significa ser su propio padre o madre? Es el arte de convertirse en un mentor amoroso y capaz de perdonarse a sí mismo. Ahora que ha madurado, tiene la capacidad de permitirse esos mensajes y fragmentos de información que no recibió en la infancia y adolescencia. Este ejercicio está diseñado para guiarlo hacia la maravillosa independencia que proporciona el ser padre o madre de uno mismo. Lea cuidadosamente todo el ejercicio. Haga varias respiraciones profundas hasta que se sienta relajado. Cierre sus ojos e imagine que es un bebé recién nacido. Sienta su inocencia y vulnerabilidad; observe la naturalidad de los procesos de su cuerpo. Ahora, entre usted mismo en escena, pero como adulto, y abrace a su yo recién nacido; sostenga al niño o niña cerca de su corazón y repita lentamente lo siguiente: “Bienvenido; estoy muy contento de que estés aquí. Te he esperado durante mucho tiempo. Sé como cuidarte y lo que no sepa, estoy dispuesto a aprenderlo. Puedes tener lo que necesites, cuando lo necesites, y puedes detenerte cuando estés satisfecho. Sólo tienes que ‘hacer ruido’ para hacérmelo saber. ¡Te amo!” Dígale al niño (usted) a qué tiene derecho —una vida plena y rica— y lo que usted planea hacer para fomentar esa vida. Tómese todo el tiempo que necesite. Dígale al niño qué piensa sobre el abuso infantil; cómo lamenta todas las veces que usted abusó de un niño o permitió que los demás lo hicieran. Estudie, especialmente, cualquier abuso que usted haya permitido en su relación amorosa. De nuevo, tómese todo el tiempo que necesite para sentir cualquier tristeza o pesar. Recuerde, el abuso puede ser emocional, mental, espiritual o físico. Dígale al niño (usted) que está dispuesto a proporcionarle relaciones amorosas sanas desde este momento en adelante. Y, antes de dejar descansar al niño interior, dígale que siempre estará allí y será un padre sabio y amoroso, y que procurará que el niño esté en buenas manos. (Aquí sea específico en cuanto al tipo de padre que usted será o del que aprenderá más.) Ahora deje descansar al niño sin olvidar que el niño es usted y que seguirá residiendo en usted. Ahora es su responsabilidad reconocer las necesidades del niño. Recuerde: usted tiene la posibilidad de ser un padre sabio, protector y amoroso para usted mismo. En los días posteriores a este ejercicio, usted puede desear intensificarlo: coloque un retrato de cuando era bebé o niño en un lugar que le permita verlo muchas veces al día. Varias veces todos los días, afirme al niño como parte suya y recuerde que usted es el padre o la madre, el que resuelve los problemas. Cuide bien de usted mismo. Hable con el niño que está en su interior y dígale lo que tiene que escuchar para alcanzar el amor por sí mismo, la autonomía y la intimidad. Ejercicio 5-B: Sus futuras relaciones Este ejercicio le ayuda a visualizar sus futuras relaciones. Léalo todo con mucho cuidado. Respire profundamente varias veces. Inhale, cuente lentamente hasta cuatro y exhale. Repítalo cinco veces. Al exhalar, deje salir la incomodidad y tensión, permítase una verdadera relajación — requisito indispensable para una imaginación vibrante. Las imágenes evocadas pueden ser: visuales, orales, sentimentales o todas éstas. Si tiene dificultades con este ejercicio de imaginación, no olvide que la gente puede imaginar de varias maneras: al escuchar, ver o sentir. Comience con lo que le sea más fácil. El tiempo y la práctica pronto le permitirán utilizar las tres formas de la imaginación. Cierre sus ojos. Imagínese una pantalla de televisión con una videocasetera. Hay dos cintas. Corre la primera cinta. Es usted dentro de cinco años sin experimentar cambios en su relación(es). Aún tiene los mismos problemas. Tómese todo el tiempo que necesite para que esta imagen emerja en el ojo de su mente. Observe cómo se ve; haga una pausa. Observe qué siente con respecto a usted mismo, qué piensa de usted mismo, de los demás y de la vida. (Tómese su tiempo para explorar a fondo la imagen.) Observe quién está presente en su vida y quién no está. Tome nota de su salud; examine qué siente y el estado de salud de su corazón, pulmones, órganos sexuales, cerebro, estómago, venas y músculos. ¿Cuando las cosas no marchan bien en su relación, cómo se siente su cuerpo? ¿Qué siente o piensa al ver estas imágenes? Ahora cambie la imagen, imagínese un escenario futuro muy diferente. Han pasado cinco años y, en ese momento, las cosas son diferentes. Su vida y relación(es) se caracterizan por el amor y la felicidad. Ha modificado las creencias restrictivas que se formó en la infancia y que alguna vez le impidieron amar como deseaba. Tómese todo el tiempo que necesite para dejar que surja esta imagen. Observe de nuevo cómo se ve, cómo se siente y qué piensa sobre usted mismo y los demás. ¿Qué esta haciendo con su vida? ¿Quién esta allí y quién no está? Explore su cuerpo y su salud. ¿Cómo se ve? y ¿cómo se siente ahora que las cosas marchan bien para usted? Al ver esta nueva imagen, ¿qué siente y piensa? Las imágenes de nuestras mentes y la energía de nuestros cuerpos están muy ligadas. Las imágenes que albergamos —dentro o fuera de nuestra conciencia— contribuyen a nuestra realidad futura. Casi siempre, nos convertimos en lo que pensamos que somos. Si su relación está llena de problemas y es dependiente, ha estado llevando a cabo el primer grupo de imágenes, que han afectado silenciosamente sus sentimientos, elecciones y acciones. Si usted desea que se imponga el segundo grupo de imágenes, es necesario que las abrace. Piense en ellas varias veces al día hasta que queden indeleblemente impresas en su mente. De allí partirán a todas las partes de su ser. Examine cuidadosamente el segundo grupo de imágenes. Defínalas tan claramente como le sea posible, al revisarlas serán cada vez más precisas. Ahora, escoja un símbolo del segundo grupo de imágenes o invente alguno que le sirva para recordar la clase de futuro que quiere para usted mismo y su relación (sus relaciones). Éste debe ser un objeto tangible que usted pueda ver o utilizar diariamente. Véalo a menudo para recordar el brillante futuro al que aspira. Recuerde, entre más se concentre en imágenes positivas, más rápidamente se desvanecerán las negativas y tendrán menos poder sobre usted. Ejercicio 5-C: Descubra el guía espiritual interior Este ejercicio se basa en la premisa de que cada uno de nosotros tiene un yo superior que se caracteriza por el amor, la sabiduría, el desapego, la compasión y la inteligencia espiritual. Es nuestro guía espiritual interno y la mejor arma para resolver los problemas de la vida y las relaciones. Tristemente, este nivel mayor de conciencia a menudo queda subordinado a los instintos más bajos, que son los que originan nuestras tendencias dependientes. El verdadero amor emana del yo superior y sólo mediante su desarrollo como guía espiritual podemos encontrar un amor perdurable en el cual apoyarnos. Lea lentamente el ejercicio siguiente. Respire profundamente varias veces hasta que se sienta relajado. Sienta su inocencia y vulnerabilidad, inhale por la nariz y exhale por la boca. Haga esto varias veces hasta que su cuerpo quede completamente relajado y libere cualquier pensamiento o tensión que lo distraiga. Cierre los ojos. Cuando se sienta listo, sin apresurarse, imagine que está con un guía o maestro espiritual sabio, compasivo e interesado en usted. Pregúntele al guía qué es lo que usted necesita para lograr que sus imágenes positivas se conviertan en una realidad futura. Espere la respuesta; si es clara, agradézcaselo al guía. Si no lo es, siga comunicándose con él hasta que la respuesta sea clara. (Asegúrese de que la respuesta tenga una base sabia y espiritual y no una punitiva y paternal.) Agradézcale al guía la orientación y comprensión; ahora usted puede volver por esas cosas cuando lo desee. Dése cuenta de que este guía, imparcial y compasivo, está dentro de usted. Antes de dejar al guía, déle un regalo: algo que simbolice lo que está dispuesto a abandonar para conseguir la relación feliz que tanto desea. Ejercicio 5-D: Afirmación de lo positivo La mayoría de ustedes está familiarizada con la idea de que los pensamientos positivos provocan cambios. Esta idea no es nueva; surge no sólo de la psicología moderna, sino de las antiguas enseñanzas espirituales que incluían la idea de la oración como visualización creativa. Al que busca se le obliga a evitar pensamientos de fracaso o desesperación y a sustituirlos por mensajes de fe como “Todo es vuestro” (Primera Epístola a los Corintios 3:21) y “Porque cual es su pensamiento en su alma, tal es él.” (Proverbios 23:7). En un nivel científico, este proceso positivo se describe simplemente como acción y reacción. Un individuo es la suma de sus pensamientos. Tales pensamientos determinan la acción y producen resultados aun cuando uno no está consciente de ellos. Los pensamientos que uno irradia pueden ser o positivos o negativos. Estos ejercicios le permitirán darse cuenta de que la comprensión de las creencias inconscientes y sus pensamientos imágenes, elecciones, y conductas resultantes, es esencial para el cambio positivo. Cambiar únicamente la conducta externa es insuficiente; conforme cambian los “programas” negativos internos, la conducta externa hace lo mismo en forma sorprendente y maravillosa. La siguiente técnica de afirmación es una síntesis de varias escuelas de pensamiento positivo. Me ha funcionado muy bien a mí personalmente y a mis pacientes. La afirmación se define como un pensamiento positivo específico que usted crea en respuesta a una necesidad u objetivo actual. Hemos escuchado la programación negativa miles de veces; ahora es importante que utilicemos nuestras mentes para obtener resultados positivos. Una vez que creamos una afirmación positiva poderosa, debemos seguir pensando en ella hasta que se convierte en una parte natural de nosotros mismos. No podemos borrar la vieja y familiar; pero podemos crear una nueva y elegir lo que pensamos y nos decimos a nosotros mismos. En ocasiones la vieja y la nueva entran en conflicto por lo que tenemos que ser conscientes de ello y trabajarlo. Este es nuestro ejercicio de afirmación: 1. Defina su deseo (en este caso, un deseo para mejorar su relación). 2. Piense en el mensaje paternal que necesitaba de niño para permitir o afirmar este deseo. 3. Escriba la afirmación 15 veces y no deje de incluir su nombre; cinco veces en primera persona, cinco en segunda y cinco en tercera. (Ejemplo: “Yo, Juan, merezco ser amado.” “Tú Juan, mereces ser amado.” “Él, Juan, merece ser amado.”) 4. Escuche cualquier respuesta o sentimiento negativo que experimente al hacer estas afirmaciones; si hay alguno, escríbalo. 5. Continúe refinando su afirmación para que se enfrente cómodamente a las respuestas negativas. Cuando sea como la quiere, repítala 15 veces. 6. Imagine su vida como si la afirmación se hubiera hecho realidad. 7. Deje salir el pensamiento; deje que su energía fluya hacia objetivos que se convertirán en realidad. 8. Viva su vida como si la afirmación fuera una realidad. Invente o aproveche las situaciones que pueden ayudarlo a que su deseo se haga realidad. 9. Repita el ejercicio varias veces al día hasta que el deseo se haga realidad o la nueva creencia sea muy natural para usted o ambos. Puede decir o pensar su afirmación en lugar de escribirla. Ejercicio 5-E: Diálogo sin salida En ocasiones, el nuevo mensaje o afirmación conscientemente escogido retará al viejo inconsciente sistema de creencias y surgirá un conflicto. Si esto ocurre, usted experimentará un estancamiento o retraimiento mental. A menudo, un diálogo escrito entre las dos partes ayuda a resolver el conflicto. Repita este diálogo hasta que consiga que las dos partes estén en armonía. Ejercicio 5-F: Ponga a trabajar lo negativo en su favor Las relaciones dependientes son alimentadas por creencias medulares de nuestro estado del ego infantil que se originan en experiencias emocionalmente dolorosas. Cuando éramos niños y estábamos perturbados, nos decíamos a nosotros mismos cosas como “los hombres (las mujeres) son peligrosos (peligrosas)”. “Nunca conseguiré en la vida lo que quiero.” “La gente siempre me lastima.” “Nunca estaré cerca de nadie.” Tales mensajes, formados en un estado emocional, se graban automáticamente en nuestra neurología y se vuelven parte fundamental de nuestra realidad futura. Las relaciones dependientes son una oportunidad de repetir los antiguos dolores de la vida y las viejas emociones y mitos resurgen una y otra vez. Sin darnos cuenta, en tales momentos tendemos a sacar los programas negativos del yo que creamos cuando niños. Así, a menudo decimos: “Sabía que esto sucedería.” “Esto demuestra que no debo amar nunca más.” “Nunca volveré a ser tan vulnerable.” Nos programamos de esta manera cuando aún estábamos en un estado emocional negativo. Tiene sentido que el mejor momento para reprogramarnos a nosotros mismos, en cuanto a las relaciones positivas, sean los periodos de emoción profunda. Si usted está luchando con una relación dependiente, bien puede estar sintiendo tal emoción. Pasar de la adicción al amor significa terminar el círculo de la historia repetitiva del yo; reprogramarnos a nosotros mismos con mensajes que apoyen las relaciones amorosas sanas y saber acerca de las creencias formadas durante estados de emoción profundos; usted puede aprovechar su dolor actual —en lugar de temerlo— como una oportunidad para generar futuras relaciones sanas. Cuando su corazón está roto, puede decirse a usted mismo: “Este dolor terminará y aprenderé a amar de manera más sana. Estoy dispuesto a detener sus patrones destructivos de conducta porque merezco una vida amorosa más sana y feliz.” Utilice su dolor con prudencia. Puede ser su amigo. Aunque el siguiente ejercicio puede no serle grato, ya que involucra la concentración en el dolor o la infelicidad, cosa que usualmente reprimimos, su uso trae, en consecuencia, un gran alivio. Tenga en mente, conforme avance en este ejercicio, que hacer que afloren los malos sentimientos ayuda a dominarlos. 1. Permítase recordar el dolor que ha venido a perturbar su relación. 2. Escuche cuidadosamente las creencias nucleares asociadas a ese dolor. 3. Aunque esté consciente de su dolor, dígase a usted mismo: “Ahora me libero de las viejas creencias que me han mantenido enredado en el amor dependiente.” (Piense en todas las creencias autolimitantes de las que ha adquirido conciencia.) 4. Dése un nuevo mensaje —una afirmación— que apoye al amor maduro. (“Sobreviviré a este dolor y aprenderé a amar de maneras más sanas. Sé que el amor está allí para mí.”) 5. Reconozca que su dolor le ha dado la oportunidad de sanar. 6. Confíe en que el dolor a la larga se irá. ¡Déjese ir! Renovación El paso al amor maduro Usted ha dado un paso adelante en la comprensión del papel que desempeña en su tendencia al amor adictivo. Ha explorado sus creencias internas y ha empezado a liberarse para amar de maneras nuevas y maravillosas. Ha aprendido que al esperar y exigir menos del amor, puede obtener más de él. Cuando abandona sus creencias autolimitantes, experimenta un alto nivel de energía que aclara su perspectiva y su vida. En este punto, usted está listo para dejar ir una relación malsana y edificar las bases de una potencial mente buena. Ejercicio 6-A: Perdón Los resentimientos, acusaciones, culpa y enojo, nos hacen aferramos a sentimientos viejos y malsanos. Siempre es mejor dejar ir tales sentimientos y tratar de perdonarse a usted mismo y a los demás los errores y desaciertos. Cuando esto es difícil, lo que ocurre a menudo, trate de separar las acciones de la gente de su persona. Aun si no puede aceptar sus acciones, es posible que los perdone. Aprender a perdonar es un proceso que conlleva la liberación del enojo y el resentimiento. 1. Haga una lista de las personas a las que debe perdonar; fíjese particularmente en antiguos amantes. 2. Al revisar la lista, seleccione a aquellas personas con las que aún se siente enojado. (Sea honesto, engañarse a usted mismo puede afectar sus relaciones futuras.) 3. Escríbales una carta a todos. Como no las va a enviar, puede expresar plenamente su enojo. El enojo no tiene que ser racional en este punto porque ya sabe que usted también contribuyó a originar la situación que lo hizo enojar. Tenga en mente que el enojo es un veneno que lo separa de los demás; usted lo expresa con el fin de quedar limpio para la aceptación y el perdón. Es natural llenar los vasos vacíos; antes de que seamos libres para decir no a la expresión del enojo, debemos ser libres para decirle sí. Por ahora diga sí. 4. Reconozca que no puede cambiar lo que sucedió en el pasado y, aferrarse al enojo y al resentimiento lo que ocasiona es que se mantenga en un ciclo dependiente que excluye relaciones amorosas sanas. Al dejar ir al enojo antiguo, usted crea un vacío para sentimientos nuevos y mejores. 5. Acepte la realidad: lo que pasó, pasó. 6. Ahora es el momento de perdonar. Tómese un tiempo cada día para sentarse en silencio y perdonar a todas las personas con las que no ha estado en armonía en el pasado. También perdónese a usted mismo por los errores del pasado. 7. Haga del perdón un hábito diario en sus relaciones actuales. (Si encuentra que tiene problemas para perdonar a una persona, simplemente diga: “Me es humanamente imposible perdonar a esta persona, pero mi yo superior me ayudará a perdonar y a olvidar el resentimiento, pues ello será para mi bien.”) Ejercicio 6-B: Un nuevo árbol genealógico Al abandonar las relaciones adictivas, reconocemos que una persona no puede satisfacer todas nuestras necesidades. Idealmente, nos apoya una red de personas, una gran familia extendida. Para valorar su propia red de apoyo, puede desear crear un nuevo tipo de árbol genealógico y ver cuántos sitios están llenos para usted. 1. Haga una lista de parientes y amigos significativos a quienes ha tenido o deseado tener. 2. Defina las necesidades que cada uno satisfizo o que usted quería que satisficiera. 3. Evalúe su situación actual y vea cuántas de estas personas y papeles están presentes. 4. Escoja gente en su vida presente que complemente o llene estos papeles. (Puede preguntarles si están dispuestos a desempeñar el papel simbólico de hermana, hermano, etcétera.) 5. Esfuércese por llenar su árbol genealógico y fortalecer su red de apoyo y amor. Ejercicio 6-C: Afirmación del bienestar Para entrar en una relación amorosa sana y alimentarla, uno debe sentirse completo consigo mismo y vivir dentro del bien. El bienestar, en nuestro contexto, significa satisfacer las necesidades de uno mismo y no buscar la plenitud fuera del yo. Lea lentamente las siguientes afirmaciones, hágalas personales insertando su nombre, si siente que la afirmación le parece fuera de lugar, esto indica que es posible que usted necesite explorar la falta de armonía, ya que sugiere un punto vulnerable en su relación. Yo, __________, ahora se cuáles son mis necesidades reales y cómo satisfacerlas. Yo, __________, ahora estoy expresando mis sentimientos a los demás libre y efectivamente. Yo, __________, estoy actuando en forma acertada y tomo en cuenta los sentimientos y libertad de los demás. Yo, __________, estoy disfrutando mi cuerpo por medio de una buena alimentación, ejercicio adecuado y conciencia física. Yo, __________, estoy ocupado en actividades que son significativas para mí y reflejan mis valores internos. Yo, __________, estoy creando y disfrutando relaciones cercanas e íntimas. Yo, __________, estoy respondiendo a los retos de la vida como si se tratara de oportunidades de crecer en fuerza y madurez. Yo, __________, estoy creando la vida que deseo en lugar de reaccionar a todo lo que pasa. Yo, __________, estoy usando señales físicas para mejorar mi autoconocimiento. Yo, __________, conozco mis propios patrones emocionales y físicos y los entiendo como señales de mi yo interior. Yo, __________, confío en mis propios recursos personales como la mayor fortaleza para vivir y crecer. Yo, __________, estoy experimentándome a mí mismo como una persona maravillosa. Yo, __________, estoy creando situaciones que me ayudan a darme cuenta de mi valía personal. Yo, __________, creo que la vida está llena de oportunidades para mí. Ejercicio 6-D: Mejore su relación Cuando una pareja con una relación problemática comienza a trabajar para el autoconocimiento, y establece un compromiso con su relación, puede hacer cosas en forma inmediata para mejorar la relación. Estas acciones están íntimamente ligadas a su nueva autonomía y autoestima. Recuerde, es importante concentrarse en elementos positivos de los demás, en su vida y construir sobre lo que ya es bueno en la relación. Desde luego, esto no significa que los problemas deban ser desechados. Significa que usted puede intensificar lo que es bueno —y quizá aliviar algunos problemas— al hacer saber al otro lo que es más importante para usted. Aquí enlisto algunos ejercicios que le permiten trabajar en su relación. 1. Haga lo que vea que falta. Esto es, en lugar de quejarse por lo que le falta a su relación, trate de llenar el vacío y comunicar sus valores y deseos a su compañero. Para que funcione en forma verdadera, esto debe hacerse sin expectativas; conozca la dicha de dar en forma 2. 3. 4. 5. incondicional. a. Si se siente ignorado, reconózcase a usted mismo y a su compañero. b. Si quiere un regalo, usted déle a su compañero algo especial. c. Si quiere una friega en la espalda, ofrézcase a dar una. d. Si se siente solo, trate de acercarse a su compañero y a las personas que lo rodean. e. Si desea excitación, sea excitante. f. Si desea apoyo, apoye. Fomente el crecimiento de su compañero. Deje que él conozca la manera de estimularlo y ayudarlo a crecer. Exprese su aprecio por todas las cosas que su compañero le da. Pregúntele a su compañero la forma en que usted puede ayudarlo y apoyarlo más. Comprométase usted mismo al cambio positivo. Dígale a su compañero que está totalmente dispuesto a cambiar en beneficio de la relación. (Asegúrese de que estos cambios surjan de la libre elección, no de una promesa forzada. La libre elección se experimenta como una cesión voluntaria; la promesa forzada después genera la rebelión.) Utilice los rituales —acciones simbólicas y repetitivas— que proporcionan una sensación de seguridad al niño que llevamos dentro. Los rituales de la relación sirven para afirmar la importancia de su lazo. Por ejemplo: cada uno de los miembros de una pareja, que tienen que viajar constantemente solos, escribió al otro una nota que debía abrir los días que estuvieran separados. Descubrieron que este ritual aumentaba el significado de los momentos que pasaban separados. a. Piense en un ritual que haya significado algo para usted cuando era niño y adáptelo a su vida adulta. b. Vea su relación actual. ¿Que rituales se están desarrollando? Si se sienten bien, no los deje ir. c. Esfuércese por crear rituales nuevos placenteros que ayuden a afirmar su lazo con su compañero. Haga especial el dar. Cuando ya no espera ni exige, los regalos con que le favorecen tienen un valor especial. Aquí aparece un ejercicio que le ha funcionado bien a muchas parejas. a. Hagan una lista sin censura de todas las cosas que usted haya deseado de su pareja. Esta lista puede cubrir todo tipo de cosas, incluso deseos sexuales. b. Intercambie las listas. c. Una vez por semana, escoja algo de la lista de su compañero y déselo espontáneamente. 6. Cree momentos privados. La intimidad verdadera florece cuando los individuos tienen momentos ininterrumpidos para compartir sus sentimientos, pensamientos, sueños, juegos, afecto y sexo. Un método práctico: una hora de intimidad sostenida al día ¡aleja los problemas! 7. Sírvanse el uno al otro. Cuando se compromete al amor maduro, usted accede a una cesión casi espiritual, a nutrir al amado, aunque ocasionalmente puede significar posponer sus propias necesidades. Pregúntele a su compañero: “¿En qué puedo servirte?” La respuesta que reciba será mucho más clara que si usted trata de leerle la mente, como lo hacen muchas personas atrapadas en relaciones dependientes. 8. Alimente la relación. Una persona emocionalmente sana es capaz de recurrir a los demás, de abrazar lo bueno en ellos y de dejarlos ir cuando llega el momento. Esfuércese por desarrollar estas habilidades de vida enlistadas aquí. a. Exprese agradecimiento. b. Dé espontáneamente. c. Pida lo que necesita. d. Aprenda a escuchar. e. Sea flexible. f. Acepte la decepción y el “no” de los demás; déjelos ir cuando tengan que hacerlo. g. Resuelva los conflictos abiertamente y con la menor hostilidad posible. h. Comuníquese honestamente, desde su centro. i. Acepte la realidad. j. Esfuércese por desarrollar la humildad, objetividad y respeto por la vida. Expansión Más allá del yo más allá de la relación “Aquel que tiene un por qué vivir puede soportar cualquier cómo.” NIETZCHE Las limitaciones autoimpuestas en su relación no sólo la sabotean, sino que le impiden alcanzar su potencial individual. Conforme adquiere una sensación de bienestar, contribuye a la salud de su relación. Y si sus relaciones le proporcionan una maravillosa sensación de interrelación con los demás, usted es libre de elevarse hasta nuevos niveles de conciencia, significado y creatividad, elementos que no ha conocido antes. La vida sólo tiene dos direcciones, evolución o retroceso; una es un movimiento hacia adelante, el otro una regresión. Contrario a lo que muchos piensan, poca gente se mantiene en forma estática; está o en una espiral descendente o en una ascendente. Cuando nos enfrentamos a un problema que no sabemos resolver, seguimos moviéndonos en una espiral descendente. Cada vez que el problema se vuelve a presentar, nuestro dilema se hace más profundo. Pero si nos esforzamos por resolver el problema, nos subimos a la espiral ascendente, progresiva. Aunque después podemos experimentar el mismo problema, entonces lo examinaremos con mayor entendimiento y confianza y tendrá un impacto emocional menor. Conforme adquirimos el control sobre nuestros problemas, descubrimos que somos capaces de canalizar nuestra energía para crearnos “situaciones favorables”; no como lo designan nuestras relaciones, sino como realmente somos. Todos tenemos algo único que dar al mundo, pero, tristemente, debido a las restricciones que la gente se impone a sí misma y a los demás, tal objetivo superior a menudo es ignorado o se pierde. Una posición dependiente significa que vemos hacia afuera, negando y reprimiendo el poder del yo y exigimos que la vida nos dé un significado. Una vez libres de adicciones, nos damos cuenta de que la vida no nos debe nada; más bien, es nuestra responsabilidad darle sentido a la vida. Librarnos de lo que nos ata al pasado no nos garantiza una vida libre de tensiones, pero nos proporciona una tensión sana que nos reta a dirigirnos hacia un ideal de nosotros mismos. La conquista de la desesperación —llenar lo que los filósofos llaman “el vacío existencial”— viene realmente cuando creamos nuestras propias vidas, moldeamos nuestro propio yo para alcanzar nuestro potencial último. Los ejercicios siguientes pueden ayudarlo a estar en armonía con el nivel superior de conciencia del que emana su propósito. Recuerde que el yo superior que usted busca descubrir es más que la suma de sus partes. Ejercicio 7-A: Misión personal Imagínese a usted mismo como un ser altamente desarrollado en algún lugar del cosmos, contemplando un viaje al planeta Tierra. Se le ha asignado evaluar la vida en la Tierra y usar su conocimiento y aptitudes para intensificar su calidad. Después de mucho pensarlo usted escribe: Mi propósito en la Tierra será _______________ Alcanzaré este propósito mediante _______________ Sabré que he tenido éxito cuando _______________ Estudie sus respuestas. ¿Qué le dicen acerca de sus objetivos y sueños más profundos? Ejercicio 7-B: Vivir conscientemente Además de la oportunidad de descubrir nuestro propósito último como seres humanos, la vida nos ofrece situaciones que constantemente nos plantean un reto para hallarle sentido a todo. Por un lado, la persona que anhela vivir plenamente espera con ansiedad todas las situaciones — aun las dolorosas—, así como oportunidades para alcanzar niveles de conciencia mayores. La persona dependiente, por otro lado, hace todo lo que puede para evitar las situaciones difíciles, reprimir problemas o hacer a los demás responsables de éstos, con el fin de volver a una comodidad falsa tan pronto y fácilmente como sea posible. Las adicciones proporcionan un alivio momentáneo; pero vivir conscientemente y sin temor proporciona soluciones verdaderas a los problemas y tranquilidad a largo plazo. Enlistadas aquí hay algunas cosas que puede hacer para vivir más conscientemente. 1. Acepte cada situación tal y como se presenta; no rehúya o niegue los problemas. 2. Reaccione a las situaciones abiertamente con sus pensamientos y sentimientos. 3. Hágase responsable de la parte que haya apartado en la creación de un problema. 4. Evalúe las verdades que tal reconocimiento presenta acerca de usted mismo. 5. Estudie las opciones que tiene. 6. Responda estas preguntas: ¿Qué lecciones puedo aprender de esta experiencia? ¿Cómo puedo prevenir que este problema vuelva a ocurrir? Ejercicio 7-C: Actitudes de vida aprendidas Complete estas oraciones como usted cree que sus padres lo hubieran hecho durante sus años de desarrollo. Dé la primera respuesta que le venga a la mente. Madre: La vida es _____________________________________________ La vida se siente _____________________________________________ La vida debería _____________________________________________ Padre: La vida es _____________________________________________ La vida se siente _____________________________________________ La vida debería _____________________________________________ Complete usted mismo: La vida es _____________________________________________ La vida se siente _____________________________________________ La vida debería _____________________________________________ Si las respuestas son negativas, esfuércese por desarrollar una posición de vida positiva. Ejercicio 7-D: Aprenda a amarse a usted mismo Siga adelante, haga una lista de todos los elementos que lo hacen único. Piense en la forma en que puede poner a trabajar sus habilidades y rasgos especiales. ¡Sea creativo! Singularidad Formas para poner a funcionar la singularidad Ejercicio 7-E: Afirmación diaria Al comenzar cada día, repita esta afirmación cinco veces. Al repetirla, cree una imagen de usted mismo como si la afirmación fuera una realidad. “Este es un momento de satisfacción divina. Los frutos de mi trabajo y el objetivo de mi vida ahora se despliegan de manera clara y armoniosa.” Mis mejores deseos en su viaje hacia el autodescubrimiento, la autoafirmación y el amor verdadero. Se ha tomado el tiempo para conocerse a usted mismo y para mejorar la calidad de sus relaciones y su vida. ¡Usted se merece el amor y la vida! Bibliografía BACH, Richard, The Bridge Across Forever, Nueva York, William Morrow Company, Inc., 1984. BERNE, Eric, Games People Play, Nueva York, Grove Press Inc., 1964. BERNE, Eric, What Do You Say After You Say Hello, Nueva York, Grove Press Inc., 1972. 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Construido sobre décadas de conocimientos y experiencia, Hazelden ofrece un enfoque integral a la adicción que aborda una amplia gama de necesidades del paciente, familiares y profesionales, incluyendo el tratamiento y el cuidado continuo para jóvenes y adultos, la investigación, la educación superior, la educación y abogacía pública, y las publicaciones. La vida de la recuperación se vive “día por día”. Las publicaciones de Hazelden, tanto educativas como inspiradoras, apoyan y fortalecen la recuperación durante toda la vida. En 1954, Hazelden publicó TwentyFour Hours a Day, el primer libro de meditaciones diarias para alcohólicos en recuperación, y Hazelden sigue publicando obras que inspiran y guían a los individuos en el tratamiento y recuperación, y a sus seres queridos. Los profesionales que trabajan para prevenir y tratar la adicción también recurren a Hazelden en busca de programas con base empírica, materiales informativos y videos para uso en escuelas, programas de tratamiento y programas correccionales. Por medio de sus publicaciones, Hazelden incrementa el impacto de la esperanza, el ánimo, la ayuda y el apoyo para individuos, familias y comunidades afectadas por la adicción y demás asuntos relacionados. Si tiene preguntas acerca de las publicaciones de Hazelden, por favor llame al 800-328-9000 o visítenos en línea en hazelden.org/bookstore.