Subido por Antonio Morales

¿Es Amor o es Adicción de Brenda Schaeffer

Anuncio
¿Es amor o es adicción?
Brenda Schaeffer
¿Es amor o es adicción?
Hazelden
Center City, Minnesota 55012
Hazelden.org
©1987, 1992 por Hazelden Foundation
Derechos reservados. Publicado en 1987
Publicado en español por el Grupo Patria Cultural, SA de CV
En el 2012 Hazelden lo publicó en español.
Ninguna parte de esta publicación puede copiarse, guardarse en un sistema de recuperación o
transmitirse de ninguna forma o por otro medio, tanto sea electrónico, mecánico, fotocopiado,
grabado, escaneado, o de otra forma—sin el permiso expreso por escrito del editor. No cumplir
con estas condiciones puede exponerlo al riesgo de una acción legal y perjuicios por violación de
los derechos de autor.
ISBN: 978-1-61649-472-8
Ebook ISBN: 978-1-61649-465-0
Índice
Prefacio
Agradecimientos
Dedicatoria
Parte I. La verdad acerca del amor adictivo
1. El poder del amor
2. Orígenes de la adicción al amor
3. Psicología de la adicción al amor
Parte II. ¿Cómo te amo?
4. Adictos al amor
5. Juegos de poder
6. Pertenencia sana
Parte III. Esperanza para el mañana
7. De la adicción al amor
8. Ayúdese a superar la adicción al amor
Bibliografía
Prefacio
El amor es, simplemente, un hecho de la vida. Nadie escapa a sus
efectos. Pero las razones de por qué se vive como una experiencia buena
o mala no son en absoluto simples.
Como psicoterapeuta que ayuda a la gente a disminuir su dolor
emocional, he descubierto que la mayoría de las personas con las que he
trabajado se enfrentan al amor de alguna manera, sea el autoamor, el del
padre o la madre por el hijo, o bien, la pérdida de algo o alguien amado
o una relación amorosa que atraviesa por momentos difíciles.
También me he dado cuenta de que casi todos presentan tendencias
adictivas. La mayoría de nosotros sabe que puede volverse adicto al
alcohol y otras drogas, y que los métodos de la sociedad para tratar estas
adicciones son cada vez mejores. Los programas que ponen énfasis en las
bases médicas de tales problemas estimulan a la gente a sentirse más
libre para buscar ayuda.
En mi opinión, hay otro tipo de adicciones que rara vez se reconocen o
tratan y que hacen más difíciles nuestras vidas. Algunas se vuelven más
graves que otras. La lista de las cosas a las que la gente se puede volver
adicta incluye la comida, el ejercicio, el gasto de dinero, los cultos
religiosos, la psicoterapia, la nicotina, el azúcar, la cafeína, el sexo, el
juego, el trabajo, la televisión, el dolor, la enfermedad y los objetos
amorosos. Quizá ustedes reconozcan entre ellas una obsesión propia.
El interés de este libro es facilitar la comprensión de la adicción al
amor; cómo y por qué caemos en ella, cómo identificarla y, sobre todo,
cómo superarla. Espero que hallen por lo menos una idea que cambie sus
vidas significativamente. Este libro no intenta curar problemas
específicos; sin embargo, creo que cuando tenemos una mayor
conciencia de ellos podemos empezar a resolverlos más fácilmente. Entre
más piezas del rompecabezas de la vida obtengamos, más felices y libres
seremos. Espero que este libro les proporcione algunas de dichas piezas.
Agradecimientos
Un libro comienza como una idea creativa en la mente del autor. El
camino desde la idea hasta la publicación es largo y a veces arduo. En
mi camino hubo mucha gente que me apoyó y a la que deseo reconocer
y dar las gracias. Quiero agradecer a Muriel James, Jean Clark y Patricia
Daoust por alentarme a escribir; a mi hermano Michael Furtman; a mis
amigos el doctor Bart Knapp y Lynnell Mickelsen por su revisión crítica
del primer borrador. Aprecio profundamente su honestidad y aliento.
Quiero agradecerle a Pam Miller su creativa edición. Nancy Barret, mi
mecanógrafa, merece un agradecimiento especial por la milagrosa
“traducción” de mi texto manuscrito a tipo legible. Gracias, también, a
mi agente Vicky Lansky por su entusiasta apoyo y a mi secretaria Jan
Johannes por trabajar a deshoras para poder cumplir las entregas.
Quiero dar las gracias a Jim Heaslip, Beth Milligan y Pat Benson,
miembros de los Hazelden Educational Materials (Materiales Educativos
Hazelden), que creyeron en mi libro y me alentaron a publicarlo.
Asimismo, agradezco a los editores Judy Delaney y Brian Lynch por
dedicarle tiempo e interés a mis percepciones y sentimientos.
Mi mayor agradecimiento quizá es para los pacientes que dedicaron su
tiempo para dar vida y validez a la teoría sobre la que escribo;
especialmente doy las gracias a los que escribieron sus historias para que
otros puedan tener esperanza.
Gracias al reverendo Fred W. Hutchinson por su guía y apoyo
espiritual y un agradecimiento especial a mis hijos Heidi y Gordy por
aceptarme a mí y el tiempo que empleé en escribir este libro.
Y a Ted, un agradecimiento especial por la oportunidad de vivir el
amor y la amistad de una manera ennoblecedora.
A mis hijos Heidi y Gordy para que puedan conocer
un amor sano; a Ralph Furtman, mi padre, en
agradecimiento por su apoyo e interés constantes; a mi
difunta madre, Bernice Furtman, en reconocimiento
por permitirme ser todo lo que puedo ser.
Un buen libro es flexible y maleable. Está hecho para
discutir con él, ser puesto en tela de juicio y marcado.
Es un campo de batalla para las ideas y debe mostrar
alguna evidencia de la lucha o, al menos, de las
escaramuzas preliminares. Es bueno para encender
mentes. No es el principio y fin para una vida
equilibrada y productiva, pero puede desencadenar
pensamientos y acciones necesarias.
NORMAN COUSINS
Parte I:
La verdad acerca del amor adictivo
CAPÍTULO 1
El poder del amor
Amor sano
En su libro El arte de amar, el psicoanalista Erich Fromm, afirma que la
mayoría de las personas que hacen el esfuerzo de amar fracasan a menos
que hayan intentado desarrollar activamente su potencial y personalidad
individuales. Este autor define al amor como “la expresión de la
productividad [que] implica interés, respeto, responsabilidad ‘y
conocimiento; un esfuerzo por crecer y hallar la felicidad de la persona
amada, enraizado en la propia capacidad de amar”. Los conceptos que
con frecuencia asociamos con el amor incluyen elementos como: afecto,
interés, valoración, confianza, aceptación, entrega, alegría y
vulnerabilidad. El amor es un estado del ser que emana de nosotros y se
extiende hacia afuera. Es energía, es incondicional, es expansivo y no
requiere de un objeto específico.
El primer amor que experimentamos viene de nuestros padres.
Idealmente, el amor del padre o la madre afirma incondicionalmente la
valía y vida del niño. Los padres satisfacen pronta y fácilmente las
necesidades del niño y le brindan la sensación de “¡es bueno estar vivo!,
¡qué bueno que soy yo!, ¡es bueno estar con los demás!”
Stanton Peele y Archie Brodsky, autores de Love and Addiction (Amor y
adicción), definen adicción como “un estado inestable del ser, marcado
por la compulsión a negar lo que se es o se ha sido, que privilegia una
experiencia nueva y estática”. La adicción, afirman, es “un tumor
maligno de las inclinaciones humanas”. Nuestras necesidades son
legítimas, y cuando le roban tiempo y atención a asuntos mucho más
importantes, se convierten en adicciones. Los términos que a menudo
asociamos con la adicción son: obsesivo, excesivo, destructivo,
compulsivo, habitual, atado y dependiente. Y si se mira bien, algunas de
estas palabras también se usan para hablar del amor. ¿Significa esto que
el amor es un hábito que hay que dejar? No, en absoluto. Nuestra
necesidad de experimentar el amor es real y nuestro propósito es dejar
fuera de nuestras vidas elementos de dependencia que son enfermizos y
procurar un amor sano. Las relaciones amorosas no son blancas o negras,
sino que tienen tanto elementos buenos como malos. Hay dependencias
sanas y dependencias enfermizas.
La mayoría de nuestros hábitos y acciones pueden tener elementos de
dependencia, pero no por ello son enfermizos. Muchas de las cosas que
creemos necesarias para la sobrevivencia de hecho lo son. Necesitamos
alimentos, casa, contacto físico y otras formas de estímulo,
reconocimiento y sensación de pertenencia. De igual manera, hay
muchas otras cosas que creemos necesitar cuando, en realidad, podemos
sobrevivir sin ellas.
Al tomar en cuenta el amor, el tema de la necesidad se vuelve mucho
más complejo. Recientemente escuché a alguien decir que no
necesitamos amor para sobrevivir. Y es verdad que incluso un bebé que
depende de los adultos no necesita amor para sobrevivir, porque lo que
requiere es atención y cuidados que activen su sistema nervioso central y
estimulen su crecimiento. Un bebé al que se le brinda atención adecuada
—aunque no sea emocional— que incluya contacto físico, sobrevivirá
igual que uno al que se le dio un cuidado amoroso. Sin embargo, si casi
nunca o jamás se le toca puede enfermar, deprimirse y, en casos
extremos, volverse retrasado mental o morir.
Así, en el sentido más primitivo, no necesitamos amor para sobrevivir;
pero sin la experiencia de ser amados cuando niños, la receta para crear
un ser humano pleno y sano está incompleta. Uno puede vivir sin amor,
pero hallará dificultades para desarrollar la autoestima y el amor hacia
los demás o, peor aún, el amor por la vida, todos ellos ingredientes
necesarios para las relaciones sanas, no dependientes.
Sí, la gente puede vivir sin amor, pero quienes tienen dificultades para
amarse a sí mismos y a los demás, por lo general son personas que en la
niñez fueron privadas del cuidado y el amor incondicional de los padres.
El amor puede ser bueno o malo dependiendo de cómo nos sirve.
Habría que considerar las siguientes preguntas: ¿qué es la adicción al
amor? ¿Cómo se vuelve adictivo el amor? ¿Por qué algo tan maravilloso
puede convertirse en algo tan malo? ¿Es amor o adicción? ¿Qué es una
relación sana?
Mi experiencia sobre la adicción al amor revela que se trata de la
búsqueda de apoyo en alguien externo a uno mismo en un intento por
cubrir necesidades no satisfechas para evitar el temor o el dolor
emocional, solucionar problemas y mantener el equilibrio. La paradoja es
que la adicción al amor es un intento por lograr el control de nuestras vidas
y, al hacerlo, nos descontrolamos al darle poder personal a alguien distinto de
uno mismo. Es nuestra dependencia enfermiza en los otros, que muy a
menudo se asocia con sentimientos de “nunca tener lo suficiente” o
“nunca ser suficiente”. La adicción al amor también es una forma de
pasividad en tanto no resolvemos directamente nuestros propios
problemas, sino que intentamos estar en convivencia con los demás para
que se hagan cargo de nosotros y, por lo tanto, de nuestros problemas.
Voluntariamente nos hacemos cargo de los otros a costa de nuestro propio
desgaste emocional.
Toda persona inmiscuida en una relación dependiente ha seguido un
camino que la llevó hacia dicha relación. Es necesario descubrir cómo la
adicción al amor tiene sentido para quien la padece. Así podrá crearse el
camino de regreso para superarla y alcanzar el amor y el sentido de
pertenencia maduros. Volvemos al enigma: ¿cómo es que algo tan bueno
se convierte en algo tan malo?
Amor adictivo
Como psicoterapeuta, estoy muy consciente de que a menudo las
relaciones amorosas están ensombrecidas por experiencias anteriores,
especialmente por los lazos con los padres durante la infancia.
La historia de Ana ilustra cómo los traumas infantiles rondan muchas
relaciones adultas como poderosos, aunque invisibles, fantasmas. Si bien
la historia de esta mujer puede parecer extrema, demuestra claramente
una verdad fundamental: el amor es mucho, pero mucho más que la
atracción y compatibilidad sexuales.
Ana, de 32 años de edad y madre de cuatro hijos, era una mujer
atractiva e inteligente. Acudió a la terapia debido a su ansiedad y
depresión crónica. Entre las razones de tal estado figuraban sus
inquietantes sentimientos hacia su supervisor, Andrés, de 50 años de
edad. Aunque Ana sentía simpatía y respeto por Andrés, se sentía
perturbada porque él había comenzado a exigirle “favores” de índole
sexual. Ella había llegado a creer que estaba en su poder y que no podía
rechazarlo, aunque no sabía por qué. Sólo tenía claro que se sentía
fuertemente obligada a cooperar con él, a evitar que él se deprimiera.
Ana sentía amor por Andrés, pero no le agradaban sus exigencias
sexuales, que a menudo se presentaban en el trabajo, donde su puesto
era de mayor jerarquía que el de ella. Sabía que el hecho de involucrarse
con él amenazaba el matrimonio de cada uno de los dos y que la relación
era enfermiza, pero no entendía ni podía controlar su impotencia
emocional respecto de él.
Ana me llamó una noche, estaba perturbada. Unos días antes había
prometido sostener una relación estrictamente profesional con Andrés.
No obstante, él la había llamado para suplicarle que fuera a verlo. En
medio de la angustia que generan la desolación y la añoranza, Ana se dio
cuenta de que su convicción de no verlo se tambaleaba.
“Me siento obligada a verlo —me dijo. Me duele el cuerpo, no puedo
dejar de temblar, creo que estoy enloqueciendo; tengo que verlo si no
quiero enfermar o volverme loca. ¡Por favor, ayúdeme! ¡Me siento tan
impotente!”
Le pregunté: “Ana, ¿qué cree que pasará si no lo ve?” “No lo sé —
respondió—, pero siento como si algo verdaderamente terrible fuera a
suceder y estoy asustada. ¡Y parece tan absurdo!”
La tranquilicé diciéndole que nada horrible pasaría. Se calmó un poco
y, por el momento, la crisis pasó. Poco después, en una sesión de terapia,
Ana renovó su compromiso de no ver a Andrés. Sin embargo, cuando
dijo: “No lo veré”, su cuerpo tembló y se puso a llorar.
“¿Por qué tiene tanto miedo?”, pregunté. Tuvo que hacer un esfuerzo
para explicarse. “Parece una locura —exclamó —tengo miedo de no
verlo; si lo abandono, algo malo le pasará. Quizá se sienta tan mal que se
haga daño. ¡Siento que me necesita!”
“Bien, esta preocupada por Andrés —intervine—, pero ¿qué es lo que
le provoca miedo? Usted es la que está perturbada y tiene miedo. ¿Qué
es lo que obtiene de esta relación? ¿Por qué está tan ligada a este
hombre?”
La respuesta no se obtuvo fácilmente, pero en sesiones de terapia
posteriores, conforme comenzó a hablar de su infancia, empezaron a
surgir muchas claves para explicar su situación. El miedo que sentía por
Andrés era un miedo familiar, era el mismo que alguna vez había sentido
por su padre, un hombre muy parecido a Andrés. El padre de Ana, a
quien ella veía como un refugio para protegerse de su madre —una
enferma mental violenta—, le provocaba sentimientos conflictivos.
Aunque podía ser un hombre cariñoso y amable, exigía mucho a la joven
Ana, aun en el terreno sexual. Mientras su madre se desentendía de ella
y la violentaba, su padre le brindaba atención y protección, aunque a un
precio terrible.
Ana había crecido con la idea de que su padre la necesitaba, que no
podía arreglárselas sin ella y que debía procurar su felicidad. En gran
medida, la depresión adulta de la paciente se derivó de su infancia
desdichada. El dolor y la culpa, como víctima de un incesto, la llevaron a
presentarse como una adulta asexuada, si bien, cuando sus sentimientos
sexuales eran estimulados, no podía controlar el deseo y las emociones
que había reprimido tan vigorosamente la mayor parte del tiempo. No se
daba cuenta de que uno no debe ser consecuente con los deseos sexuales
por el solo hecho de tenerlos.
“¿Por qué creía que debía hacerse cargo de los sentimientos y las
necesidades sexuales de su padre?”, le pregunté en una sesión.
“Mi papá era la única persona con la que podía contar para
defenderme de mi madre —explicó al relatar episodios de abuso
emocional y físico a los que la sometió su madre—; mi papá era mi
protector, me amaba.”
Hacer sentir bien a su padre, aunque abusara sexualmente de ella, le
había dado a Ana la sensación de que podía ser amada. La insté a que
hablara acerca de los sentimientos que le provocaba actuar en el papel
de sirvienta de su padre. En los meses siguientes, la tragedia de la
primera experiencia amorosa de Ana, que echaron a perder sus padres,
fue surgiendo poco a poco. Quedó claro que Ana nunca había separado
el amor hacia su padre de la agonía y la culpa que el incesto le
provocaba. El resultado fue una confusión emocional acerca de su padre
y del concepto del amor.
Durante una sesión, Ana afirmó: “Necesitaba tener cerca a mi padre y,
para lograrlo, creía que debía hacerlo feliz; si no, me rechazaría o me
dejaría. ¡Desde que era niña eso significaba que moriría! ¿Qué otra
opción tenía más que cooperar con él y tratar de hacerlo feliz?”
Allí estaba su creencia subyacente de que la presencia y aprobación de
otra persona —aun de una que abusara sexualmente de ella—
significaban la vida misma. Y había algo de verdad: ¡Ana necesitaba ser
protegida! Su obsesión por Andrés también incluía esa creencia;
explicaba mucho de su pánico y debilidad para hacer frente a sus
exigencias.
Conscientemente, Ana sabía que podía sobrevivir sin Andrés. Pero,
inconscientemente, creía que sin su aceptación no podría ser querida y
su vida no tendría objeto ni significado. Desde que era niña estaba
convencida de que necesitaba una relación intensa o perdería su
equilibrio mental y, a la postre, la vida. Nuestro objetivo central en la
terapia era evitar que se repitiera la terrible historia.
En la terapia, Ana comenzó a explorar su yo interno arcaico —la niña
dependiente, asustada— que gobernaba muchas de sus emociones
adultas, incluida su inclinación por hombres como Andrés. Fue
descubriendo una por una las poderosas creencias inconscientes que
provocaban su terror.
—Bien, ya no tiene cuatro o cinco años, es una adulta. ¿No es
cierto? —pregunté.
—Sí, es cierto, pero no siempre me siento así. Cuando estoy con
esta persona, a menudo siento que sólo tengo cuatro o cinco años.
—Pero ¿qué edad tiene?
—32 años.
—Y ¿qué es lo que sabe? ¿Realmente necesita que esta persona la
proteja? —la reté.
—No —dijo luego de pensarlo.
—¿Necesita que esta persona crea que usted es digna de ser
amada?
—No estoy segura, porque en realidad no me siento muy digna de
ser amada —afirmó titubeante.
—¿Conoce a alguna otra persona que la quiera?
—Sí, conozco a otras personas que me quieren.
—¿Ésta es la única persona que le da sentido a su vida?
Negó con la cabeza.
Las preguntas le ayudaron a aclarar sus temores y los pensamientos
que apoyaban éstos. Poco a poco fue aprendiendo que la conducta que
para ella había tenido sentido en la infancia ya no tenía por qué
gobernarla. Después de cierto tiempo fue capaz de enfrentarse a Andrés
y decirle que ya no le permitiría acariciarla u hostigarla. Terminó su
relación con él y pudo reencauzar sus energías hacia el trabajo y la
familia, incluso hacer frente a los problemas matrimoniales.
Posteriormente, Andrés también buscó ayuda profesional debido a la
forma en que maltrataba a sus compañeras de trabajo, tal como lo hizo
con Ana.
Ana, cuyas inseguridades tenían raíces muy profundas debido a una
infancia más problemática que la de la mayoría, debe estar siempre
alerta respecto de su tendencia a obsesionarse por hombres necesitados,
exigentes y abusivos. Sin embargo, logró manejar una situación de este
tipo y poner al descubierto las motivaciones de su conducta, lo que
significó un gran logro.
Este caso puede parecer un tanto extremo, pero no es único. Detrás de
toda relación obsesiva, a menudo destructiva —a la que llamaremos
amor adictivo—, se oculta la idea de que tal dependencia tiene un
propósito importante. Para la mente inconsciente, el amor adictivo tiene
perfecto sentido; uno cree que es necesario para sobrevivir. Y para un
adicto al amor, aun una relación patológica puede parecer normal y
necesaria. Conforme entendemos nuestros temores y las formas en que
usamos el amor adictivo, éstos pierden a menudo su poder.
El amor adictivo es egocéntrico y busca satisfacer únicamente las
propias necesidades, Ana, la niña, amaba a su padre no de manera
desinteresada, sino para satisfacer sus propias necesidades. Creía que
necesitaba la atención y aprobación de su padre para mantener su
autoestima…y su vida. Aunque esa creencia tenía sentido en su infancia,
la Ana adulta ya no necesitaba a alguien como su padre para sentirse
querida y viva. Tenía sus propias cualidades, incluso la posibilidad de
amar libre y abiertamente y en igualdad de circunstancias. También era
evidente el egocentrismo en su obsesión por Andrés; creía que sin su
aceptación perdería la poca autoestima que le quedaba y se hundiría
cada vez más en la desesperación e, incluso, ¡quizá moriría!
La intensidad de la adicción al amor es, a menudo, directamente
proporcional a la intensidad con la que se sienten las necesidades no
satisfechas durante la infancia. Una intensa adicción al amor
frecuentemente va de la mano de una baja autoestima. Esta obsesión nos
plantea una gran paradoja: cuando caemos en ella al intentar un control
sobre nuestra vida, confiamos dicho control a fuerzas externas. Tal
voluntad de ceder el control nace del temor al dolor, a la pérdida, a
decepcionar a alguien, al fracaso, a la culpa, enojo o rechazo, a estar
solos, a enfermar o volverse loco y a la muerte.
Los adictos al amor actúan bajo la ilusión de que la relación
dependiente solucionará sus temores. Indagaremos acerca de las muchas
y complejas razones por las cuales el amor adictivo ejerce un poder de
sometimiento en las personas y por qué no es fácil abandonarlo. Como
Ana, mucha gente cae en él una y otra vez. Pero ¿cómo es que la gente
se vuelve adicta al amor? Las semillas de la adicción al amor se arraigan
profundamente en nuestra biología, nuestra educación, nuestra búsqueda
espiritual y nuestras creencias psicológicas. Exploraremos cada una de
ellas.
CAPÍTULO 2
Orígenes de la adicción al amor
El papel de la biología
La necesidad de estar cerca de otras personas —el anhelo de ser especial
para alguien— está tan profundamente arraigada en la gente que puede
calificarse de biológica. La antropóloga Helen Fisher explica cómo el
establecimiento de los lazos emocionales evolucionó al principio de la
historia de la humanidad para garantizar la actividad sexual regular y la
protección de la descendencia. Dichos lazos se volvieron cruciales
cuando las mujeres perdieron su periodo de celo y la ovulación se hizo
oculta, con lo que se hicieron sexualmente más sensibles. Al dar a luz
más a menudo, las mujeres fueron requiriendo un mayor apoyo moral y
físico de los hombres. Con el tiempo, los lazos emocionales llegaron a ser
más que simples ligas funcionales con los compañeros sexuales y sus
hijos, quienes dependían de ellas. De igual manera, se desarrollaron
complejas reglas, y con ellas vinieron las emociones humanas
fundamentales encaminadas a formarlas y preservarlas. Y, ciertamente,
la mayoría de estas reglas y emociones son aspectos sanos y
encantadores de nuestra naturaleza humana.
Como otros temores y hábitos primitivos, muchas conductas altamente
emotivas que gobiernan las relaciones humanas han permanecido con
nosotros. Aún flirteamos, aún sentimos pasión al comienzo de una
relación amorosa, así como devoción durante ésta y tristeza cuando
termina. Nos sentimos culpables si somos promiscuos y celosos, o
vengativos si somos traicionados. Los hombres aún temen que sus
esposas sean infieles, y ellas a ser abandonadas. Y si bien ya no
necesitamos de un lazo que garantice la actividad sexual o mantenga
vivos a nuestros niños, lo seguimos buscando. Al parecer, por el hecho
de ser humanos deseamos vínculos con los demás. Como otros temores
del pasado —a caer, a las alturas, a lugares cerrados, a la obscuridad—,
el miedo a estar solo provoca terror y desesperación. El impulso a formar
alianzas emocionales con los otros parece ser una característica innata,
que nos hace humanos y, sin duda, seguirá existiendo.
Nuestro deseo de establecer vínculos, entonces, puede considerarse
instintivo. Conforme fuimos sobresaliendo en el reino animal,
desarrollamos respuestas determinadas a nuestro medio ambiente. Desde
el punto de vista biológico, la separación puede provocar una ansiedad
intensa.
Físicamente procuramos el equilibrio interno. Los niños identifican sus
necesidades de supervivencia a través de sensaciones: hambre, sed,
calor, frío, satisfacción e irritación. Si los bebés se sienten incómodos,
lloran a gritos hasta que otra persona responda a su demanda. Cuando
sus necesidades son satisfechas, y en tanto no se presentan las siguientes,
están de nuevo cómodos y en paz. Se sienten bien de estar vivos, a salvo
y protegidos; experimentan confianza en ellos mismos y en los demás.
Este diagrama ilustra una situación ideal:
A veces, el cuidado que dan los padres es por muchas razones
inadecuado; las necesidades no se satisfacen y la incomodidad aumenta.
Los padres no siempre pueden estar allí cuando surge la necesidad. En
ocasiones nos separamos de nuestros padres, y otras personas que nos
parecen extrañas se hacen cargo de nuestro cuidado. Los niños parecen
intuir que morirán si no satisfacen ciertas necesidades, y como resultado,
sobreviene el terror.
La situación se presenta así:
Los recuerdos de esas épocas terribles se graban en nuestros sistemas
nerviosos; no queremos volver a experimentar jamás ese terrible
sentimiento de desamparo. También es posible que los adultos estén
inconscientemente convencidos de que sufrirán o, aun, morirán si no se
satisfacen ciertas necesidades apremiantes. Así, surge el intenso y a
menudo irracional miedo cuando alguien nos rechaza o abandona. Los
adultos desesperados parecen olvidar que ahora pueden cuidarse a sí
mismos y resolver solos la mayoría de los problemas. Tenemos la
capacidad de pensar y, por lo tanto, podemos identificar nuestras propias
necesidades. A menudo, lo que percibimos como una necesidad es tan
sólo un deseo, algo que no nos hace falta para sobrevivir.
A continuación presentamos un modelo para la solución adulta de
problemas:
FÓRMULA PARA LA SOLUCIÓN ADULTA DE PROBLEMAS
Este diagrama —que representa la reacción normal, sana, adulta, al
problema— es útil en la terapia que tiene por objeto ayudar a la gente a
entender sus necesidades y deseos, y a emprender acciones adecuadas
para alcanzar alivio o equilibrio emocional. Desafortunadamente,
muchos de nosotros hemos aprendido a negar el dolor o a limitar
nuestras opciones para resolver problemas; así, no realizamos actos
razonables y seguimos sintiéndonos física y emocionalmente incómodos.
En lugar de reaccionar lógicamente, el niño que llevamos dentro nos
hace sentir terror, aferrarnos a otro y pedirle encarecidamente que “nos
haga completos” y nos dé una sensación de equilibrio. A veces no
estamos conscientes de lo que necesitamos porque hemos aprendido a
bloquear las sensaciones y sentimientos de incomodidad asociadas a
nuestras necesidades. En ocasiones nos sentimos insatisfechos, pero no
podemos explicarnos qué necesitamos, o bien, nos sentimos molestos, lo
razonamos, pero permanecemos en estado de incomodidad, sin hacer
nada. Y otras veces no hay manera de satisfacer nuestros deseos, y para
recuperar el balance, nos lamentamos de nuestras pérdidas.
El papel de la cultura
Durante la mayor parte de su vida, Antonio, un hombre atractivo,
fuerte y varonil, cercano a los 30 años de edad, había negado
muchos de sus sentimientos. De niño aprendió a no llorar o mostrar
una conducta de “mariquita”. Los únicos sentimientos que expresaba
frecuentemente y sin inhibición eran enojo, entusiasmo y deseo
sexual. Se sentía avergonzado cuando expresaba ternura, tristeza o
temor.
Antonio entró a terapia debido a que su esposa Susana amenazaba
con dejarlo. Ella temía por su matrimonio; quería que Antonio fuera
más espontáneo y expresivo con ella. Él estaba desconcertado por
las exigencias de su esposa, aunque dijo estar dispuesto a aprender
cómo expresar ternura sin sentirse avergonzado.
El examen minucioso de la relación entre Antonio y Susana reveló
que ella siempre había sido la compañera expresiva. De hecho,
manifestaba mucha emoción y, por momentos, su conducta rayaba
en la histeria. Antonio continuó reprimiendo sus sentimientos
porque pensaba que si los dos eran emotivos, “algo se rompería”.
Estaban atrapados en un círculo vicioso: entre menos se expresaba
él, más emocional era ella; entre más emocional se ponía ella, más
se ensimismaba él.
A través de la terapia aprendieron que, debido a que Susana
actuaba como la compañera que sentía y Antonio se desempeñaba
como el pensante —papeles sexuales tradicionales—, la pareja
funcionaba como una sola persona. Eso producía molestias, ya que
limitaba las posibilidades de expresión individual.
Antonio tenía que aprender de nuevo a sentir y expresar toda la
gama de emociones adultas; Susana debía llegar a conocerse a sí
misma lo suficiente como para sentirse más calmada y confiada
acerca de sus habilidades y puntos fuertes. Aprender a ser más
expresivo no fue fácil para Antonio; al principio se sintió “menos
masculino” cuando trataba de hablar sobre sus sentimientos con su
esposa. Y a ella se le hacía difícil aprender a pensar y actuar por sí
misma. Ahora, ambos están esforzándose por desarrollarse en forma
individual y tener un mejor matrimonio.
Todos los días, nuestra sociedad nos estimula de mil maneras a buscar
relaciones adictivas. Nuestra cultura idealiza e invita a la dependencia.
El amor dependiente se muestra en la música, la literatura, el cine y la
televisión, que ponen el énfasis en la sensación de que no podemos vivir
sin otra persona. Sea testigo de la trama de una novela popular o una
telenovela dirigida tanto a hombres como a mujeres: son típicas odas al
amor destructivo. Cuando amamos, podemos sentirnos naturalmente de
esta manera, pero ello debería equilibrarse con una valoración sana de
nuestra independencia y valía propias.
Incluso nuestras familias y amigos nos dirigen hacia relaciones
adictivas. Aunque esa dirección es sutil y no verbal, resulta poderosa y
penetrante. Desde pequeños, callada, constantemente, observamos cómo
los adultos resuelven problemas. Vemos y buscamos modelos a imitar.
Sin embargo, es frecuente que nuestros modelos no tengan conocimiento
acerca de las relaciones y maneras sanas de solucionar problemas, y la
importancia de la individualidad y la autonomía. En suma, mamá y papá
no siempre son los mejores maestros; tienen sus cualidades, pero
también sus limitaciones.
En las sesiones iniciales de terapia, a menudo se le pregunta al
paciente: “Si sus padres hubieran tenido este mismo problema en su
relación, ¿cómo lo habrían resuelto?” Las respuestas muestran, por lo
regular, que la persona no ha adquirido las herramientas necesarias para
escapar de las relaciones dependientes y fomentar las sanas, basadas en
el respeto por uno mismo. Una y otra vez, la gente trata de armar los
rompecabezas de su relación sin tener todas las piezas. Si usted tiene 40
piezas de un rompecabezas de 100, ¿cuál es la probabilidad de que lo
complete? ¡No muy alta! Tiene sentido buscar las 60 piezas restantes
antes de tirar el rompecabezas o proclamar que sabe cómo armarlo sin
las piezas que faltan. Resulta trágico que muchos prefieran tirar el
rompecabezas antes de buscar éstas.
No es sorprendente que la tasa de divorcios sea tan alta. Mucha gente
vive en familias “cerradas”; esto es, se espera que los niños piensen y se
comporten como lo hacen sus padres. A menudo, eso está perfectamente
bien, pero cuando las reacciones aprendidas a los problemas llevan a la
infelicidad y la frustración, llega el momento de salirse de la familia para
aprender maneras nuevas y más efectivas de solucionar los conflictos. La
mente es como una computadora: recaba y almacena información, y la
programa para utilizarla cuando es necesario. Si la computadora tiene
información inadecuada o no tiene programa alguno, el problema no se
puede resolver.
El papel de las búsquedas espirituales
Muchos dirían que la espiritualidad es lo que distingue a los hombres de
los animales. Y es cierto: sentir nuestra naturaleza espiritual es una de
las experiencias más profundas que podemos tener. No estamos
hablando de una experiencia estrictamente religiosa, aunque ésta puede
desempeñar un papel importante. La búsqueda espiritual puede definirse
como aquella que transporta a una persona más allá de las necesidades
materiales, más allá de los placeres terrenales, hacia una búsqueda muy
personal y profunda del significado y finalidad de la vida.
Debido a que poca gente ha aprendido a desarrollar su espiritualidad,
la adicción al amor puede adquirirse bajo la falsa creencia de que la
unión de dos dependencias es la mayor experiencia espiritual. Y es fácil
entender cómo puede ocurrir esto, ya que al principio de una relación
amorosa, las personas se sienten eufóricas, alcanzan un éxtasis de
proporciones casi místicas, y el pensamiento racional se subordina
justamente a esas sensaciones.
El psicólogo Abraham Maslow, quien cree que las teorías de la
personalidad y motivación deben poner énfasis en el desarrollo sano y
normal, ha propuesto una jerarquización de necesidades para describir el
desarrollo ya no a partir de motivaciones físicas e intuitivas, sino más
racionales y trascendentes. La teoría de Maslow de la “autorrealización”,
útil para entender la importancia del cuestionamiento espiritual, afirma
de una manera sencilla que los humanos tienden a ser todo lo que
pueden ser. Aquí se ilustra la pirámide de los esfuerzos humanos de
Maslow:
Asimismo, a continuación se enlistan las características de la gente que
se acerca a la autorrealización:
1. Aceptación de la realidad.
2. Aceptación de sí mismos y del resto de la gente y el mundo por lo
que son.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
Espontaneidad.
Concentración en los problemas más que en sí mismos.
Actitud de desapego y necesidad de privacía.
Autonomía e independencia.
Valoración de la gente y las cosas más realista que estereotipada.
La mayoría tiene experiencias místicas o espirituales —no
necesariamente religiosas— profundas.
Identificación con la humanidad.
Relaciones íntimas con unas cuantas personas, a quienes aman de
una manera especial, y tienden a ser profundas, no superficiales.
Valores y actitudes democráticos.
No confunden medios con fines.
Sentido del humor filosófico más que agresivo.
Oposición al conformismo cultural.
Trascienden el medio ambiente por medio de la cultura en lugar de
sólo lidiar con él.
Mientras la naturaleza humana se concentra en la supervivencia y la
seguridad, nuestra naturaleza espiritual busca el crecimiento de la
persona y la fusión con los otros. Maslow cree que la naturaleza
reconoce nuestra necesidad de pertenencia, de ser parte del grupo
humano.
El amor erótico obsesivo suele ser un intento errático de lograr esa
fusión que tanto deseamos. Queremos terminar con los sentimientos de
soledad causados por los frenos que hemos aprendido a poner a la
verdadera intimidad. En un estado de excitación sexual, a menudo uno
está dispuesto a rebasar esos límites para fundirse en el otro. Si la fusión
es dependiente e inmadura, el resultado es una barrera a la
autorrealización. Como dijo Erich Fromm, “ese deseo de fusión
interpersonal es el impulso más poderoso que existe en el hombre.
Constituye su pasión más fundamental, la fuerza que sostiene a la raza
humana…El amor erótico…es el anhelo de la fusión completa…Por su
propia naturaleza, es exclusivo y no universal…”
Adoptada desde niña por una familia que le daba poco amor o
apoyo emocional, Silvia había sufrido maltrato físico y emocional,
así como abuso sexual. Como resultado, prometió que nunca se
acercaría a nadie, ya que hacerlo era demasiado peligroso (eso le
habían llevado a creer sus experiencias de la infancia).
En su juventud, no obstante, Silvia luchó con su necesidad interna
de establecer vínculos con los otros, una necesidad que había sido
bloqueada por su promesa de autoprotección. La única manera en la
que se sentía capaz de estar cerca de otro era a través del sexo. Sus
relaciones eran superficiales, sólo sexualmente motivadas y de poca
duración. Una y otra vez, Silvia se quejaba de una sensación de
vacío y un deseo de estar cerca de alguien por quien sintiera afecto,
y que éste fuera recíproco.
Sin duda, en la gente madura, el amor erótico complementa
bellamente el amor espiritual. Tristemente, sin embargo, el deseo sexual
es para muchos sólo un intento por aliviar el temor a la soledad, por
tratar de llenar un vacío. En ese sentido, el amor es adictivo.
Creencias psicológicas: el papel del niño que llevamos
dentro
La adicción al amor también puede originarse en una búsqueda
inconsciente por satisfacer necesidades no cubiertas en la infancia y
fortalecer poderosas creencias infantiles. Cada uno de nosotros
representa un drama que busca respuesta a las preguntas: “¿quién soy?,
¿quiénes son los otros?, ¿cómo obtengo de la vida lo que necesito?” El
drama no se representa en la mente consciente, pero afecta nuestros
pensamientos, emociones, elecciones y comportamientos conscientes. Los
protagonistas del drama son mitos, roles y restricciones diseñados por
nosotros en la infancia para enfrentar necesidades de supervivencia
tempranas. Una promesa hecha a uno mismo, como la de Silvia —quien
la hizo en un momento de trauma—, puede gobernar nuestra conducta.
En la infancia valorábamos el mundo de la mejor manera que podíamos,
para determinar qué hacer o no hacer y, así, asegurarnos la comodidad y
supervivencia. Y para algunos, como Silvia, eso significaba limitar la
capacidad propia de intimidad, autonomía y espontaneidad.
Cada uno de nosotros cree que sabe quién es. Sin embargo, no estamos
realmente conscientes de lo que somos; lo que uno sabe sobre sí mismo
es apenas la punta de un iceberg. Cada experiencia vital se graba en el
sistema nervioso. Desde las experiencias tempranas, buenas y malas,
combinamos nuestras concepciones con creencias lógicas en las cuales
nos basamos para tomar decisiones adultas. Eso incluye, desde luego,
decisiones conscientes o inconscientes acerca del amor.
En nuestra vida usaremos tan sólo una pequeña porción de nuestro
potencial físico, emocional, intelectual y espiritual, los cuales
desempeñan un papel en el amor verdadero. ¿Por qué nos limitamos
tanto? Y, ¿de qué manera esta limitación afecta al amor? Las respuestas
a estas preguntas pueden ser útiles para nuestra comprensión de los
orígenes psicológicos de la adicción al amor.
CAPÍTULO 3
Psicología de la adicción al amor
Trabajo con mucha gente que ha pasado por tratamientos para combatir
la dependencia de sustancias químicas, clínicas para perder peso o
programas para dejar de fumar, así como con quienes han tenido varias
relaciones amorosas no satisfactorias. Muchos de los que han superado
un patrón de conducta problemático ven que aún albergan impulsos
compulsivos para continuar una adicción o sustituirla por otra.
Racionalmente pueden comprender que esa conducta es autodestructiva,
pero física y emocionalmente todavía les atrae.
Cuando una persona abandona una adicción sólo para sustituirla por
otra revela una personalidad adictiva. Si tal conducta ocurre una y otra
vez, se debe buscar ayuda externa. Existe una razón psicológica para
nuestra dependencia insana hacia otras personas. Es necesario descubrir
la base psicológica de dicha conducta para superarla. Como se asentó
anteriormente, la adicción psicológica parece ser resultado de
necesidades de dependencia no satisfechas y una búsqueda inconsciente
por satisfacerlas.
La historia de Andrea revela cómo varios tipos de conducta
compulsiva pueden estar presentes en un solo individuo.
Andrea, de 30 años de edad, había tenido varias relaciones
dependientes en la adolescencia y principios de su vida adulta. Sus
relaciones amorosas eran, por lo general, emocionalmente
desgarradoras y a menudo conllevaban abuso físico. Tendía a
enamorarse de hombres que la usaban y abusaban de ella.
Cuando Andrea comenzó la terapia, su confianza en sí misma era
baja. Aunque tenía una personalidad encantadora, una mente aguda
y un rostro hermoso, tenía un exceso de peso, alrededor de 20
kilogramos de más. Esperaba descubrir por qué no era capaz de
perder peso sin volver a subir, ya que había probado varias dietas y
en ocasiones, logrado la imagen corporal que deseaba —peso medio
y buen tono corporal—, pero recuperaba kilos en unos cuantos
meses.
Andrea también habló de su anhelo de una relación amorosa
duradera. En ese momento estaba profundamente involucrada con
un hombre abusivo, un antiguo amante, entonces casado, que la
llamaba de vez en cuando y a quien aceptaba sus invitaciones.
En el curso de la terapia se le pidió a Andrea que su parte de
gorda escribiera una carta a la parte que quería un cuerpo delgado y
saludable. “Si te mantengo gorda y poco atractiva —escribió—, no
tendrás que sentir el miedo de iniciar una relación. No tendrás que
sentir incertidumbre y deseos de complacer. Puedo mantenerte
alejada del dolor que causa el tipo de hombres que te atraen:
¡sinvergüenzas! Siempre te involucras con hombres excesivamente
machos que te dominan hasta que te ofendes, o escoges hombres
que tienen demasiadas necesidades. No confío en tu elección de un
hombre bueno, así que te protejo manteniéndote gorda. ¡No me iré
hasta que esté segura de que no seguirás lastimándote a ti misma!”
La carta de Andrea revelaba una profunda convicción de que su
compulsión por la comida —el lado dependiente de su personalidad—
hacía las veces de una amiga protectora. Su adicción a la comida era un
intento por protegerse del abuso y el dolor; paradójicamente, su
obesidad la exponía exactamente a lo que quería evitar. Andrea debía
desarrollar su autoestima y potencial personal. La terapia hacía énfasis
en la restructuración de sus sentimientos e ideas acerca de sí misma, no
de su peso.
En un nivel inconsciente, las tendencias dependientes pueden hacer las
veces de protectoras mal encaminadas; dan una ayuda tergiversada e
inefectiva para lograr la estabilidad emocional y la supervivencia. El
objetivo de una buena terapia y de los libros de autoayuda es
proporcionar herramientas para auxiliar a la gente, como Andrea, para
que tenga una vida menos frustrante, más satisfactoria.
Comprensión psicológica de las dependencias
El análisis transaccional, desarrollado en las décadas de los cincuenta y
sesenta por el doctor Eric Berne, es un modelo de desarrollo de la
personalidad que ha probado ser especialmente efectivo para la
comprensión de las relaciones caracterizadas por la adicción. Puede ser
útil para extraer de raíz el drama vital subyacente que da sustento a la
conducta caracterizada por la adicción. En las siguientes páginas aparece
un breve resumen de algunos de los principios de este sistema; resultan
útiles para comprender cómo nuestro drama vital se relaciona con la
adicción al amor.
El análisis transaccional divide nuestras personalidades en tres partes
o estados bien definidos: el del ego paternal, el del ego adulto y el del
ego infantil.
El estado del ego paternal estructura, nutre y protege.
El del ego adulto piensa y resuelve problemas.
El del ego infantil siente e identifica necesidades.
Estado del ego infantil
El estado del ego infantil es la primera parte de nuestra personalidad que
se forma y la única que tenemos al nacer. Es la fuente de nuestras
sensaciones y sentimientos más profundos. En él percibimos la vida
fundamentalmente a través de nuestros sentidos, a través de
sentimientos y deseos profundos. El estado del ego infantil es el que
identifica lo que necesitamos y queremos, y establece contacto con el
mundo, confiando en que las necesidades serán satisfechas. Es donde
comienzan los mitos que apoyan la adicción al amor.
Estado del ego adulto
La segunda parte de la personalidad que se desenvuelve, el estado del
ego adulto, actúa de manera similar a una computadora: recaba
información, la procesa y da respuestas. La solución racional de
problemas, no la emoción, es su sello distintivo. Si el estado del ego
adulto recibe información precisa, proporcionará soluciones manejables.
Desafortunadamente, la información es a menudo imprecisa; el solo
hecho de operar en dicho estado no es garantía de que las soluciones a
los problemas funcionarán.
Estado del ego paternal
La tercera y última parte de la personalidad que se forma es conocida
como el estado del ego paternal porque su función se asemeja a la del
padre. Consiste en un plan maestro de líneas generales, reglas y permisos
para la vida; proporciona protección; nos dice qué hacer para tener una
vida productiva; a veces controla, critica e impide el desarrollo de
nuestra parte infantil.
Podemos experimentar tres tipos de dependencia en las relaciones,
pero no todas se caracterizan por la adicción. Los adultos tienen acceso a
los tres estados del ego, pero los niños no. Y es que, obviamente, los
niños no pueden pensar o protegerse por sí mismos; establecen una
dependencia sana y necesaria con sus padres, y junto con ellos funcionan
como una sola persona. Toman prestados los estados del ego adulto y
paternal de sus padres hasta que tienen los suyos propios. En una
relación padre-hijo normal y sana, el padre proporciona amor,
protección y alimento. Esto recibe el nombre de dependencia primaria.
Es necesaria si el niño ha de prosperar y desarrollar la habilidad para
establecer contactos íntimos, ser espontáneo, independiente y,
finalmente, interdependiente. La dependencia autónoma supone que los
tres estados del ego de dos adultos están disponibles para dar y recibir
de manera sana. Pero para que un niño pase de la dependencia absoluta
a la autonomía es preciso que la figura paterna satisfaga sus necesidades
específicas en cada etapa de desarrollo. En cada una de éstas, el niño
debe tener experiencias importantes y escuchar palabras que afirmen su
valía, habilidades y derechos.
Debido a que muy pocos o prácticamente ninguno de nosotros obtiene
todo lo que necesita de su dependencia primaria en la infancia, se
desarrolla un sistema secundario, conforme se esfuerza por sobrevivir y
crecer. Esta dependencia, a la que llamaré sistema de dependencia
caracterizado por la adicción, es la base para las relaciones adultas
caracterizadas por la adicción. Habría que recordar el caso de Ana, cuya
infancia dominada por el abuso le dificultó aprender a estimarse a sí
misma y ser autosuficiente. Tal sistema dominaba su conducta adulta
conforme se hacía cargo de otros con la creencia de que, al hacerlo así,
obtendría estima y autosuficiencia.
El niño interior: la dependencia adictiva
El estado del ego infantil merece un escrutinio más profundo, ya que es
importante para nuestro examen de la adicción al amor. En ese estado,
dice Berne, hay tres componentes: el niño natural, el pequeño profesor y
el padre en el niño.
Al nacer, sólo está presente el niño natural, la fuente de sensaciones y
sentimientos que nos dice qué necesitamos para sobrevivir. El niño
natural entra en contacto con el mundo espontáneamente con la
esperanza de obtener lo que necesita. Y continuará haciéndolo a menos
que se le detenga, ignore o asuste.
Aproximadamente a los seis meses aparece el pequeño profesor. Este
aspecto creativo e intuitivo de la personalidad explora el mundo para
responder a la pregunta: “¿Cómo hago para que los adultos permanezcan
aquí?” Al pequeño profesor, maestro del cálculo infantil, lo impele la
necesidad innata de sobrevivir. El niño natural sabe que necesita ciertas
cosas —alimento, calor, protección, estimulación, ser tocado— para
mantenerse vivo; en suma, el niño natural sabe que debe mantener a las
personas grandes a su alrededor para sobrevivir. Es tarea del pequeño
profesor responder a la pregunta que plantea este conocimiento: ¿cómo
mantenerlos aquí?
A la edad de tres años se desarrolla la tercera parte del estado del ego
infantil: el padre en el niño. Esta etapa, que dura hasta la edad de siete u
ocho años, es el reino de los mitos y la magia, de Santa Claus, del coco y
los monstruos. Así, cuando su madre decía: “¡me haces enojar!” o “¡me
haces sentir bien!”, usted tomaba sus palabras literalmente; usted se
creía capaz de controlar los sentimientos de ella, y que ella controlaba
los suyos. Usted pensaba en blanco y negro —sin gris—, porque ésa era
la única manera en la que su mente podía funcionar en ese entonces. El
padre en el niño es el detentador de mitos, a los que considera verdades
y que dan sustento al amor adictivo.
He aquí una historia de mi niñez, pero quizá también sea de la suya.
Recuerdo que cuando tenía como cuatro años me dijeron que si
cruzaba la calle sin permiso, algo malo me pasaría. Un día, estaba
sentada en la banqueta con mi hermana de cinco años y medio y
podía ver que no había coches cerca. Dije: “Apuesto a que nada
malo pasa si cruzo la calle.” A pesar de las protestas de mi hermana
atravesé corriendo la calle y regresé.
“¿Viste? ¡No pasó nada!”, exclamé. Sin embargo, mi bravura era
superficial; no estaba segura de que no iba a pasar algo malo debido
a mi mala conducta; el miedo recorría todo mi cuerpo.
Esa tarde, nuestra familia iba en el coche cuando sonó una sirena.
Me dio pánico y pregunté: “¿Qué es eso?” Mi padre respondió
sarcásticamente: “Oh, es la policía. Supongo que alguna de ustedes
hizo algo malo.”
Estaba aterrorizada; ¡me habían descubierto! Traté de esconderme
debajo del asiento. Mis padres no podían entender mis lágrimas y
gritos, y la forma en que mi mente pequeña y mágica estaba
interpretando los acontecimientos, ya que no sabían lo que había
pasado unas horas antes.
Cuando por fin pudieron interrogarme, me ayudaron a distinguir
entre mis conclusiones erradas y la realidad. Me aseguraron que era
una niña buena aun si me había portado mal una vez; que las
sirenas sonaban porque había un incendio; que a veces era peligroso
cruzar la calle. Me explicaron que su advertencia la habían hecho
porque un vecino había sido atropellado por un auto.
Al calmarme con explicaciones y reafirmaciones, me ayudaron a
distinguir entre el pensamiento imaginario y la realidad. No tenía la
edad suficiente para hacerlo por mí misma. Si mis padres me
hubieran reñido o zurrado, bien pude haber creído que era
realmente mala.
La expresión a veces es muy importante para los niños pequeños,
quienes a menudo piensan en términos absolutos —siempre, nunca—, que
terminan por ser decepciones adultas. Los niños de cuatro y cinco años
—y algunos adultos a quienes sus padres no les explicaron las cosas tan
bien como los míos— tienen la firme creencia de que no deben hacer
ciertas cosas, a menudo algunas que están perfectamente bien, o
pondrán en peligro a los demás y a ellos mismos.
El niño natural sabe que necesita algo; el pequeño profesor descubre la
manera de conseguir ese algo, y el padre en el niño realiza un plan de
acción para mantener cerca ese “algo”, es decir, las personas esenciales
alrededor. En un niño, tales dinámicas son perfectamente normales, pero
en un adulto pueden causar problemas cuando alimentan creencias que
convierten al amor, la más preciosa de las emociones humanas, en una
dependencia insana.
Los mitos detrás de la adicción al amor
Detrás de toda relación amorosa dependiente se oculta una historia
infantil dominada por el pensamiento mágico y por poderosos mitos.
Una historia así es la de Bruno, un profesionista financieramente exitoso,
muy respetado en la comunidad, que empezó la terapia con una
autoestima alta. Su problema era una incapacidad para establecer
relaciones que satisficieran sus necesidades de apoyo y cercanía. Parecía
tener un patrón de selección de mujeres con necesidades muy grandes o
que eran tan independientes que no respondían a sus propias
necesidades. Desde el punto de vista racional estaba consciente de sus
patrones y selecciones, pero era incapaz de entenderlos. Al explorar sus
antecedentes, gran parte de los cuales había olvidado conscientemente,
surgió la siguiente historia.
Un día común y corriente, Bruno, de cuatro años de edad, abrazó
a su madre y salió corriendo para jugar; la vida era feliz. Pasó el
tiempo, y como hace cualquier niño, Bruno fue a casa para
reportarse con su mamá y asegurarse de que el mundo en el que
vivía seguía marchando en orden. Cuando entró, encontró a su
madre llorando; tenía en brazos a su hermanito, quien también
lloraba. Bruno no sabía que sus padres acababan de tener una
discusión por teléfono. Súbitamente, su mundo parecía amenazado y
sintió terror. “¿Qué he hecho o dejado de hacer?”, se preguntó a sí
mismo. Para hallar consuelo y reafirmación, Bruno preguntó:
“¿Qué pasa, mami? ¿Está todo bien?” Ella respondió: “Querido,
estoy tan contenta de que estés aquí. Dile a mami que todo va a
estar bien.” Bruno sintió una confusión momentánea y después hizo
lo que su madre le sugería. Le palmeó el brazo, le sonrió y dijo
mágicamente: “Está bien, mami, todo estará bien. ¡Estoy seguro!” Su
madre sonrió y dijo: “Eres un hijo maravilloso. No sé qué haría sin
ti.”
Nuevamente el mundo de Bruno estaba en orden. Pero en ese
momento sucedió algo significativo. El niño de cuatro años no pudo
percibir que el incidente era una ocurrencia natural y aislada, y que el
consuelo que le ofreció a su madre no era el resultado de algún poder
mágico que él tuviera. Nació un mito y se estableció la grandiosidad:
Bruno empezó a creer que de alguna manera tenía la capacidad de hacer
sentir bien a su madre (y quizá a todo el mundo); además, tenía que
hacerlo para satisfacer sus propias necesidades. La creencia infantil que
prevaleció era: “Estoy a cargo de hacer sentir bien o mal a la gente; lo
que diga, piense, sienta o haga hará que permanezcan cerca o los
alejará.”
La historia de la infancia de Bruno puede sonar conmovedora y dulce:
un niño preocupado por su madre triste. Pero Bruno era un niño que
necesitaba que su madre fuera una persona grande que se preocupara
por él. Como otros niños de esta edad que aún no son capaces de
distinguir el “hacer como que” y la realidad, temía que si algo les pasaba
a sus padres, su mundo se acabaría. También creía que él podía ser la
causa del dolor de su madre; los padres a menudo dicen
inconscientemente frases como “me haces sentir mal”, que el niño
interpreta literalmente. De adulto, Bruno hubiera respondido a la
situación con un razonamiento como el siguiente: “Mamá está
perturbada. Le voy a ofrecer mi simpatía, aunque no puedo hacer que las
cosas mejoren.”
Cuando era niño, Bruno necesitaba de una información y una
reafirmación que no recibió. Necesitaba que su mamá le dijera: “Gracias
por preocuparte por mí; estoy bien.” En lugar de recibir consuelo
maternal para su estado del ego infantil asustado, Bruno fue invitado a
cuidar el estado del ego infantil triste de su madre, con lo que suprimió en
el proceso sus propios temores y necesidades. Había cuidado de su madre a
costa de su propia estabilidad emocional, y continuó haciéndolo en sus
relaciones adultas. Desde el punto de vista de un niño, la decisión de
Bruno era adaptativa: “ya no tendré miedo ni necesidades y la cuidaré”.
Y, ¡parecía funcionar de verdad! ¡Mamá sí permanecía cerca! ¡E incluso
sonreía!
Debido a que Bruno continuó con su patrón inconsciente de suprimir
sus propios sentimientos y necesidades, escogía inconscientemente
mujeres que apoyaban su sistema de creencias. Así, de hecho, conseguía
lo que quería en sus relaciones problemáticas y dependientes; éstas eran
autocomplacientes. Sus compañeras dependientes le impedían satisfacer
sus propias necesidades. La tragedia es que Bruno necesitaba y tenía
derecho a sus propios sentimientos, deseos y apoyo; necesitaba que lo
cuidaran sin tener que cuidar primero a los demás.
En la adicción al amor, los lazos de dependencia van de uno de los
niños internos al del otro integrante de la pareja. Algo que está dentro de
los adictos al amor los hace creer que deben estar unidos a alguien con
el fin de sobrevivir y que el otro tiene la habilidad mágica de hacerlos
sentir plenos. Por ello, el amor deja de funcionar a menudo. Los adictos
al amor no creen que pueden ser plenos si están solos.
Como Ana y tantos otros, sólo cuando Bruno fue capaz de examinar
sus temores y creencias inconscientes desde una nueva perspectiva
adulta tuvo la libertad psicológica para establecer una interdependencia
sana con las mujeres.
El amor inmaduro e infantil cree que “si te cuido y amo de la misma
manera en la que quiero que me ames, entonces tú también me amarás
de esa manera”. Podemos pensar que el amor de un niño es generoso e
inocente, pero no suele ser así. Los niños todavía no son capaces del
amor espiritual; su amor es egocéntrico. Aman a fin de sobrevivir, de
evitar el dolor, el miedo y las carencias. Y ese patrón, como lo estamos
viendo, es un fantasma que ronda a los adictos al amor.
La historia de Bruno ilustra otro punto importante: ¡la adicción al
amor no es sólo para mujeres! No hay una dependencia en un solo
sentido, sino que siempre es mutua. En un nivel social siempre se cree
que los hombres son independientes o antidependientes y las mujeres
dependientes. Sin embargo, psicológicamente, a los hombres se les
motiva a ser dependientes y a las mujeres independientes. A menudo
escuchamos que el número de hombres que mueren, sufren depresiones,
intentan suicidarse o encuentran una nueva pareja en el primer año y
medio después de la pérdida de una pareja, es mayor que el de las
mujeres que tienen esas conductas. Como me dijo un hombre muy
enojado: “Ni siquiera sabía qué cosa eran los sentimientos antes de que
ella me dejara. Ahora que los tengo, no sé qué demonios hacer con ellos.
¿Y adónde acudo para obtener ayuda? Los hombres no tienen amigos
cercanos, grupos de apoyo y, ¡Dios no lo quiera!, sentimientos. Es un
maldito truco. Ni imaginar que los hombres establezcan relaciones
cercanas.”
Las mujeres tienen el permiso cultural de sentir, necesitar, llorar y,
aun, estar deprimidas y tener miedo. Viven más, desarrollan redes de
apoyo y a menudo están felices después de recuperarse de su pesar.
Después de todo, son las cuidadoras tradicionales. Lo único que deben
hacer es incluirse a sí mismas en sus cuidados.
Los hombres también sufren en sus relaciones, pero no siempre tienen
el apoyo para reconocer abiertamente el dolor y buscar ayuda. Los
hombres tienen la misma necesidad de pertenecer, establecer lazos de
intimidad y experimentar la realización en el amor.
Parte II:
¿Cómo te amo?
Esta bestia que me pone a la vista de todos, este amor, esta añoranza,
esta cosa inconsciente, que me tiene sometido cuando caen las últimas
hojas, se hartará, se enfermará, se habrá ido en primavera.
La herida sanará, la fiebre se abatirá,
el nudo de dolor se aflojará en el pecho;
olvidaré antes de que las llamas se apareen
con tu mirada, que hoy es mi oriente y occidente.
Ilesa, sin embargo, de una garra tan profunda y, aunque amara de
nuevo, no iría:
a lo largo de mi cuerpo, despertando mientras duermo, al agudo beso,
frío en la mano como la nieve, la cicatriz de este encuentro como una
espada yacerá entre mí y mi perturbado señor
Fragmento de “Fatal interview”
EDNA ST. VICENT MILLAY
CAPÍTULO 4
Adictos al amor
Identificación del amor adictivo
La mayoría de las relaciones amorosas —si no es que todas— alberga
ciertos elementos de adicción. Encarémoslo: la interdependencia
armoniosa y madura es sólo un ideal al cual aspiramos. Si hemos de
alcanzar el amor maduro, debimos haber experimentado de niños el
amor de nuestros padres, constante y profundo, que nos ayuda a
amarnos a nosotros mismos. El amor paternal nos brinda una sensación
de bienestar y nos permite experimentar el dar por el simple placer de
hacerlo. Como adultos, esto nos permite sentir y también expresar todo
nuestro espectro de emociones y deseos. Podemos pensar claramente y
separar la ilusión de la realidad, así como dar voz a nuestros
pensamientos y determinar cuál es la mejor manera de satisfacer
nuestras necesidades. Si hemos de ser capaces de experimentar el amor
maduro de adultos, debemos desarrollar un sistema interno que consiste
en que seamos padres de nosotros mismos. Se trata de un sistema que
proporcione autoestima incondicional, una guía propia sabia y un fuerte
apoyo a uno mismo.
Si todos satisficiéramos estas necesidades del amor maduro,
estaríamos autocontenidos; incluso seríamos capaces de experimentar el
tipo de amor que satisficiera nuestro profundo anhelo de estar cerca de
los demás. El amor paternal constante y profundo nutriría la autoestima
madura en los niños; ellos gozarían de una fuerte sensación de bienestar
y, por lo tanto, serían capaces de experimentar el dar por el simple
placer de hacerlo. Ese es el ideal, pero pocas personas son tan
afortunadas como para tener todo lo que hace falta para ser individuos y
amantes, completamente maduros.
Es mucho lo que los adultos pueden aprender acerca del amor y la
libertad, y ése es nuestro objetivo en este libro.
El amor infantil opera bajo el principio de “amo porque soy amado”
en tanto que el amor maduro responde a la idea de “soy amado porque
amo”. El amor inmaduro argumenta que “te amo porque te necesito”. El
amor maduro permite la individualidad y fomenta la libre expresión de
ideas y sentimientos; consiente la discusión de valores y, en ocasiones,
incluso la confrontación.
Los elementos de la dependencia malsana se cuelan incluso en las
mejores relaciones amorosas maduras. El reto que enfrentamos es
identificar y reconocer a los elementos que causan adicción,
desenmascarar los mitos que los apoyan, hacer lo que podamos por
cambiarlos y construir a partir de los mejores aspectos de la relación.
¿Cómo sabemos si nuestro amor es una adicción? Para hallar la
respuesta veamos 20 características del amor adictivo.
Características del amor adictivo
Las personas envueltas en relaciones adictivas presentan las siguientes
características:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
17.
Se sienten consumidas.
No pueden definir las fronteras del ego.
Muestran sadomasoquismo.
Temen dejar ir a la pareja.
Temen riesgos, cambios y a lo desconocido.
Experimentan poco crecimiento individual.
No experimentan la verdadera intimidad.
Juegan juegos psicológicos.
Dan para obtener algo a cambio.
Tratan de cambiar a los otros.
Necesitan al otro para sentirse plenos, equilibrados y seguros.
Buscan soluciones fuera de sí mismos.
Exigen y esperan amor incondicional.
Se niegan al compromiso.
Recurren a otros para afirmarse y sentirse valorados.
Temen al abandono aun en la separación cotidiana.
Recrean viejos sentimientos negativos.
18. Desean pero temen la cercanía.
19. Se hacen cargo de los sentimientos de los otros.
20. Juegan juegos de poder.
Ahora veamos cada una de estas características con más detalle.
Se sienten consumidas
Podemos desear a nuestro amado (o amada) tan ardiente o tan
intensamente que creemos lo siguiente: “¡Debo tenerlo (o tenerla) o no
puedo seguir adelante!” Esto es especialmente cierto en el principio de
una relación. ¿Recuerdan cómo Ana experimentaba sensaciones físicas
reales —el temblor— que la llevaron a pensar que ella o Andrés estaban
en peligro cuando rompió sus lazos con él? El objeto de nuestro amor
consume gran parte de nuestra energía mental porque estamos ocupados
en descifrar las necesidades y pensamientos del otro, hacemos planes en
torno a él y aplazamos nuestras propias necesidades y deseos. La energía
para otros objetivos de vida más importantes se ve minada. Nuestro
crecimiento se retrasa o reprime.
No pueden definir las fronteras del ego
Esto significa que otras personas dominan nuestros egos de una manera
tan completa que se hace difícil saber quién está pensando qué cosa, qué
sentimientos pertenecen a quién y quién es responsable de qué actos. Las
fronteras del ego deberían ser lo suficientemente abiertas como para
permitir el libre flujo de pensamientos y emociones, pero no tanto como
para que la energía individual sea minada y nuestras identidades se
confundan con las de los demás.
Me di cuenta de ello con una pareja. Siempre que le preguntaba al
esposo qué sentía la esposa, ella rápidamente contestaba en su lugar;
cuando le preguntaba a ella qué pensaba, su esposo rápidamente
contestaba por ella. Al principio, no estaban conscientes de que
respondían por el otro, pero pronto se percataron de que en la relación
ella era la responsable de los sentimientos y él de los pensamientos. A
partir de ese arreglo se hizo claro que ambos temían la separación, ya
que funcionaban juntos como uno solo, e inconscientemente se permitían
a sí mismos actuar como meras mitades.
La noción romántica que incita a dos a “convertirse en uno” suena
ideal, pero es imposible en la vida real, y el concepto no es ni romántico
ni un ideal digno de ser perseguido. No necesitamos perdernos para estar
cerca de otra persona.
Muestran sadomasoquismo
En muchas relaciones dependientes, malsanas, un compañero
generalmente da más mientras que el otro toma más. El
sadomasoquismo puede ser sutil, como cuando se hacen casi todas las
bromas a costa de una persona o se le considera “el problema” de la
relación. Uno de los dos puede disfrutar inconscientemente al lastimar o
decepcionar al otro, en tanto que éste disfruta inconscientemente cuando
se le lastima o decepciona. En casos severos, un compañero abusa
físicamente del otro. La historia de Gerardo es un ejemplo de esto.
Gerardo era joven, guapo y viril; ansiaba encontrar el amor y
estar contento; sin embargo, una y otra vez escogía mujeres que le
tomaban el pelo, lo ridiculizaban y le eran sexualmente infieles.
Cuando era niño, a menudo le habían dicho que era malo y no
merecía ser amado, así que inconscientemente aún creía que esto
era cierto. Escogía compañeras acordes con esta situación y sufría
emocionalmente hasta que, como él decía, ya “no podía
aguantarlo”. En ese punto solía abusar físicamente de su compañera.
El daño y la culpa resultantes confirmaban su sentimiento de que no
valía nada.
En la terapia, la transformación de su creencia subyacente se
convirtió en el objetivo de Gerardo. Debía aprender a creer que
merecía ser amado y que podía importarle a la gente para que, con
el tiempo, pudiera escoger compañeras que en verdad lo amaran y
se interesaran en él.
Temen dejar ir a la pareja
Debido a que el amor adictivo es tan intenso, hay un temor a dejar partir
a la pareja. Como resultado, algunas relaciones claramente patológicas
pueden durar años.
La relación de Diana y Eduardo había estado muerta durante
años. Aunque a menudo hablaban de divorcio, evitaban dar pasos
para hacerlo.
Al explorar su horror por el divorcio de cara a la irredimible
pérdida de su amor, descubrieron su temor a estar solos y una falta
de confianza en su capacidad para salir adelante después de la
separación, por lo que permanecieron juntos e infelices. De niños,
ambos habían sido abandonados física o emocionalmente por sus
padres, así que ninguno de los dos quería vivir el dolor de la pérdida
o el rechazo. Lo que tenían parecía preferible a lo que temían.
Diana y Eduardo no confiaron en sus capacidades individuales
para ser independientes, para salir adelante después de la
separación y para experimentar relaciones satisfactorias en el
futuro. En la actualidad están separados; a pesar del dolor que esta
decisión implicó, fue la correcta para ellos.
Todos hemos experimentado la pérdida en nuestras vidas, y es
dolorosa. Hemos sido rechazados, y es doloroso. La mayoría de la gente
magnifica su dolor al creer que no puede soportarlo y al hacer todo lo
posible por evitarlo. En lugar de encararlo y confiar en que terminará, se
aferra a relaciones malsanas para evitar la aflicción.
Sin embargo, la pérdida y el rechazo son parte de la vida; creer que
podemos evitarlos es una forma mágica o mítica de pensar. La aflicción
es una respuesta natural y curativa a la pérdida. Contrariamente a lo que
podríamos creer, tenemos la capacidad de manejar el dolor. Las
adicciones son un intento no razonado por aumentar nuestro nivel de
consuelo.
Temen riesgos, cambios y a lo desconocido
Otro elemento de la adicción al amor es su aparente seguridad y carácter
previsible. Alguna vez le pregunté a mi hijo menor: “¿Por qué crees que
los ganadores pueden tener más pérdidas que los perdedores?” Después
de pensarlo un poco, contestó: “Porque corren más riesgos y hacen más
cosas.” Y eso es cierto. Los ganadores no se detienen cuando cometen un
error; no se dan de golpes cuando pierden. Se preguntan: “¿Qué puedo
aprender de esto? ¿Cómo puedo hacerlo de manera distinta la próxima
vez?” Pero los adictos al amor se aferran una y otra vez, porque el amor
dependiente es seguro y previsible, o eso creen ellos.
Carmen entró a terapia “para aprender a crecer”. Salía con
Miguel, quien la acusaba de ser una bebé y le había dicho que si no
“crecía” la dejaría por otra mujer que había estado viendo. El
motivo de Carmen para tratar de cambiar era complacer a Miguel;
no quería perderlo. Pero, en realidad, él no quería que Carmen
cambiara. Quería justificar su relación con otra mujer culpando a
Carmen por su incapacidad de crecer. Cuando ella se dio cuenta de
que Miguel favorecía su dependencia, se retiró de la terapia,
temiendo aún perderlo.
Un año después estaba de vuelta. Esta vez decía que había
acudido por sí misma. Sabía que merecía sentirse adulta y feliz. Si
Miguel quería unírsele, bien. Si no, se sentía lista para arriesgarse a
lo desconocido y avanzar en su vida.
Experimentan poco crecimiento individual
En el amor adictivo, los amantes se estancan; a menudo están satisfechos
con un estilo de vida monótono. Emplean más energías en preocuparse
por su relación que en su crecimiento personal, en su autorrealización.
Como lo descubrió Abraham Maslow, los humanos tienen el impulso
natural de crecer, y cuando se descuida dicho impulso debido a una
relación caracterizada por la adicción, estamos, en cierto sentido,
muriendo (si no física, sí espiritualmente).
La gente envuelta en relaciones dependientes suprime dones y
habilidades individuales; por lo tanto, no está viviendo de conformidad
con sus potencialidades. Negarse a uno mismo el crecimiento es un
abuso en contra de la propia persona y dicha negación a menudo
provoca enfermedades emocionales o físicas después de que la tensión se
acumula hasta un cierto nivel. La razón de esto es que cada uno de
nosotros tiene una cierta cantidad de energía para expresarla a través de
sentimientos, pensamientos y actos. La energía tiene que ir a alguna
parte, y cuando es suprimida o bloqueada, tarde o temprano sucede una
de las siguientes dos cosas: se dirige hacia adentro, en cuyo caso nos
enfermamos, explotamos y golpeamos a los otros.
Bárbara era brillante y creativa. Alentada por Gabriel, su esposo,
volvió a la universidad cuando sus hijos llegaron a la edad escolar.
Con el tiempo obtuvo un posgrado y empezó a ampliar sus intereses
y actividades. De muchas maneras parecía estar superando a su
marido en cuanto a educación y éxito.
Entonces, las inseguridades de Gabriel emergieron. Se quejaba de
que el trabajo de su mujer era más importante para ella que su
matrimonio. Bárbara, ansiosa por complacerlo, empezó a limitar sus
amistades y actividades, y con el tiempo, cayó enferma.
En ese momento, ambos acudieron a un consejero. La terapia se
centraba en enseñarle a Gabriel a explorar y librarse de sus temores
e inseguridades para que apreciara y fomentara la creatividad y
éxito de Bárbara. También le ayudó a ella a explorar su tendencia a
negar sus necesidades y encontrar un balance entre las exigencias de
su carrera y su matrimonio.
No experimentan la verdadera intimidad
La intimidad —el intercambio de ideas, sentimientos y acciones en una
atmósfera de franqueza y confianza— es una expresión profunda de
nuestras identidades que nos deja en un estado eufórico. Eric Berne
afirma que somos afortunados si experimentamos tan sólo tres horas de
intimidad verdadera en nuestras vidas. La intimidad real es rara. Somos
vulnerables y estamos expuestos tanto al éxtasis como a ser lastimados y
a la decepción.
Recuerde el componente del niño natural en su estado del ego infantil:
la intimidad verdadera involucra el contacto del niño natural con dos
personas. Pero los amantes dependientes suelen suprimir ese estado en
sus intentos por hacerse cargo de los demás, y a menudo confunden
dependencia malsana con intimidad.
Juegan juegos psicológicos
Lo que aparece como intimidad pocas veces lo es. En las relaciones
adictivas, los juegos psicológicos melodramáticos sustituyen a la
intimidad. Dichos juegos proporcionan interacción y drama, y son una
manera indirecta de buscar la realización de nuestros deseos y
necesidades. Quizás usted ha visto tal “actuación” entre los integrantes
de una pareja.
Aunque pedir algo indirectamente —a través de juegos— es menos
riesgoso, también es más probable que obtengamos lo que deseamos
siendo directos. Los adictos al amor, por lo tanto, se sienten
frecuentemente decepcionados. Un jugador adopta usualmente uno de
tres papeles: víctima, rescatador o perseguidor. Si bien tales juegos
parecen absurdos para los que están fuera de ellos, quienes los perciben
como son realmente, para los jugadores resultan perfectamente lógicos.
Gina era una joven mujer deprimida, sexualmente insensible y
cuyo juego favorito era: “¿No es él horrible?” Se refería a su esposo
Ramón, quien era sexualmente muy agresivo con ella y con otras
mujeres. El juego favorito de Ramón era: “Pobre de mí”, y su
cantaleta de autocompasión era: “¿Cómo esperan que sea fiel con
una esposa que no me deja tocarla?” Gina manifestaba depresión e
ira para justificar su incapacidad para responder; Ramón
manifestaba frustración e ira para justificar su infidelidad.
En realidad, ambos estaban contentos con el melodrama que
habían montado. Temían el compromiso y la intimidad riesgosos, y
sus juegos les permitían un contacto, una interacción, muy
retorcida. Entre tanto, no tenían que salir adelante de sus problemas
o tomar decisiones difíciles acerca de algún cambio.
Dan para obtener algo a cambio
En el amor adictivo, lo que parece ser amor altruista a menudo no lo es.
El amor adictivo es condicional, con el deseo subyacente de: “Si hago lo
correcto, obtendré lo que quiero.” Dar espontáneamente puede
experimentarse como rendirse, ceder o perder parte de uno mismo. Esto
ocurre porque, en un nivel inconsciente, el que da ha prometido no
otorgar el control al otro.
En muchas ocasiones, atormentados por la tristeza del rechazo o la
pérdida, hacemos promesas encaminadas a protegernos a nosotros
mismos, y nuestra conciencia las interpreta literalmente. Cuando el amor
lo lastima a uno, es importante escuchar lo que uno se dice. En lugar de:
“Nunca volveré a hacer eso”, diga: “Soy más grande que este dolor;
sanaré y amaré de nuevo.” Tenga en mente que está sintiendo
profundamente, está indefenso y los mensajes emocionales recibidos a
menudo se vuelven verdades que usted mismo inventa y conforme a las
cuales después actúa.
Tratan de cambiar a los otros
Debido a que podemos percibirnos a nosotros mismos como personas
incompletas —y, por lo tanto, acudimos a otros en nuestra búsqueda de
la persona completa—, la adicción al amor implica intentos por cambiar
a los otros y hacer un escrutinio de sus fallas.
Mis clientes afirman: “Si Bárbara se quedara en casa, yo sería feliz”;
“si Gina fuera más sensible, estaría contento”; “si Carmen creciera, yo
sería feliz”; “si las mujeres me amaran de verdad, por fin sería feliz”.
Una y otra vez, la gente trata de ocultar sus propios temores e
insuficiencias.
Miguel, la pareja de Carmen, expresaba confianza en sí mismo; sin
embargo, su necesidad de que hubiera mujeres dependientes e inseguras
en su vida revelaba su inestabilidad. Después de admitirlo, él y Carmen
fueron capaces de amarse tranquila y honestamente.
Recuerde: su adicción al amor le viene como anillo al dedo. Deje de
achacarle el problema al otro. ¿Por qué necesita una mujer insensible?
¿Por qué necesita un hombre iracundo? ¿Qué tal le viene su relación?
¿Cómo anillo al dedo?
Necesitan al otro para sentirse plenos, equilibrados y
seguros
El amor adictivo siempre es simbiótico: el adicto al amor necesita a otro
para sentirse completo, equilibrado y seguro. La ansiedad se presenta
cuando la simbiosis se ve amenazada. Con frecuencia, esa ansiedad
termina en violencia emocional o física.
Juan era un perfeccionista frío y con prejuicios. Su esposa Ada era
cálida, tímida y apasionada. Juan expresaba crudamente una falta
de emoción hacia su mujer: “Está allí, pero no siento nada por ella.”
Siempre que Ada cuestionaba la relación o planteaba abandonar a
Juan, él se ponía furioso y abusaba de ella verbal, sexual y
físicamente. Aunque era claro que Juan no amaba o deseaba a Ada,
la necesitaba patológicamente. La idea de que lo dejara le
provocaba una profunda ansiedad. Ésta suele ser la paradoja de un
matrimonio violento: dos personas tienen un profundo sentimiento
de que se necesitan la una a la otra, pero se destruyen lentamente.
Buscan soluciones fuera de sí mismos
Queramos admitirlo o no, muchos de nosotros aún pensamos en
términos mágicos, como niños que creen en Santa Claus. Pregúntese
cuántas veces ha pensado o hecho las siguientes afirmaciones:
“Si sólo tuviera a alguien…”
“Si sólo él (o ella) cambiara, entonces…”
“Cuando él (o ella) tenga más tiempo, entonces…”
“Si amo sólo un poco más, entonces…”
“El año que viene las cosas estarán mejor.”
“Cuando él (o ella) se vaya, entonces seré feliz.”
“Hasta que él (o ella) mejore su conducta…”
“Tiene que suceder algo pronto.”
“El (o ella) no puede permanecer así por siempre.”
“Estoy esperando a que él (o ella) toque fondo.”
“Estoy esperando a que él (o ella) se dé cuenta.”
“Así no es él (ella) en realidad.”
“Yo no tengo ningún problema; él (o ella) lo tiene.”
“Deseo que él (o ella) se apresure y cambie.”
“Espero que él (o ella) me aprecie por lo que soy en realidad.”
“Si sólo hubiera hecho algo más, él (o ella) no se habría ido.”
En lugar de peticiones directas y asertivas o una valoración y actitud
realistas, nos aferramos a nuestras creencias infantiles en la magia.
Debemos enfrentar el hecho de que no hay magia; somos responsables de
nosotros mismos y nuestros actos. No confiar en uno mismo lleva a la
frustración y la infelicidad.
María, una paciente que relata su historia extraordinariamente bien, es
la prueba viviente de esa profunda verdad.
Hace cinco años, cuando tenía 35, por fin entré a un tratamiento
para combatir un alcoholismo de muchos años y empecé mi proceso
de recuperación. La sobriedad es un milagro en mi vida. Antes
trataba de evadirme de todos mis problemas a través del uso
excesivo del alcohol y otras drogas. Me las arreglaba en la vida
tomando y, a la larga, me hice adicta al alcohol. No podían ocurrir
cambios en mi vida a menos que decidiera eliminar el alcohol.
Crecí en un hogar alcohólico y me enfrenté a mi infelicidad con
actitud reservada y pasiva. En mi familia actuaba como la que
complacía a la gente. Uno de los papeles que asumí era el de
mediadora entre mis padres a propósito de cómo bebía él. Durante
este periodo fui acosada sexualmente por mi padre. Mi madre, que
sabía lo que estaba pasando, no hizo nada para detenerlo y optó por
culparme a mí, una niña de 10 años. Durante los terribles años
posteriores me aferré a la idea de que, cuando finalmente dejara la
casa, mi vida cambiaría. Soñaba con escapar y pensaba que el medio
sería el matrimonio. Quería ser rescatada por alguien más fuerte y
saludable que yo.
Sin embargo, el “rescate” no llegaba. Cuando me hice adulta me
enfrentaba a mi dolor siendo “exitosa” y sobresaliente en el terreno
musical (tocaba en grupos locales). Antes de tocar tomaba
calmantes para los nervios. También empecé a beber mucho. Como
resultado de mi baja autoestima, empecé a tocar mal. Casi toda mi
vida social y mis relaciones implicaban beber. Conocí a mi esposo
en este ambiente.
Cuando bebía, me sentía poderosa, tenía el control. Me sentía
bien y feliz. “Conque así es como la gente se las arregla”, pensaba.
Consideraba que los que no tomaban eran unos necios y no estaban
conscientes de qué cosa era la vida en realidad.
Pero después de un tiempo me sorprendí al darme cuenta de que
el alcohol ya no me ayudaba a salir de la depresión. Caía en largos
periodos de llanto sensiblero. Me sentía inútil y desamparada;
Marcos, mi futuro esposo, me “rescató”. Me proporcionaba alcohol,
asumió el manejo de mis finanzas, tomaba decisiones por mí y —
maravilla de maravillas— quería casarse conmigo aun después de
que le conté acerca de mi desdichada infancia y mi promiscuidad
sexual.
Conforme se acercaba la fecha de nuestra boda empezó a echarme
en cara mi pasado, lo que provocaba terribles peleas en las que yo
siempre acababa llorando y suplicándole que me perdonara. Le
permitía a Marcos utilizar mi pasado como una especie de vara
sobre mi cabeza. Estaba muy segura de que nadie más me amaría y
quería desesperadamente pertenecerle a alguien; aún creía que el
matrimonio significaría el fin de todos mis problemas. Había
olvidado mis ideas de la infancia: “Los hombres son abusivos y dan
miedo”; “nunca nadie podrá amarme.” Estas ideas no tardaron
mucho en convertirse en una pesadilla viviente.
Sólo un mes después de que nos casamos, Marcos comenzó a
golpearme. Una vez lo dejé por varios días y luego volví porque
creía que nadie más podría amarme. Hoy se me ponen los pelos de
punta al pensar en el poco amor que tenía por mí misma. Me
esmeraba por complacerlo; creía que si me portaba adecuadamente,
todo estaría bien. El único resultado positivo de hacerme
completamente a un lado fue que bebía menos porque Marcos se
quejaba de la cantidad de alcohol que yo consumía y quería
complacerlo.
Me sentía bien conmigo misma si trabajaba duro. Después de que
nacieron mis hijos seguí trabajando (en parte porque mi empleo me
ayudaba a sentirme bien conmigo misma y en parte porque no
confiaba en que Marcos pudiera mantenernos). Le entregaba
pasivamente mi sueldo; si necesitaba algo, tenía que rogarle para
que me lo diera. Nunca se me ocurrió que el ingreso era mío y que
podía confiar en mí misma para manejar las finanzas.
Al mismo tiempo seguí desempeñando el papel de rescatadora;
protegía a mi madre de los excesos alcohólicos de mi padre. Me
sentía importante cuando me la llevaba de su casa o discutía en su
nombre con mi padre. No tenía verdaderos amigos; pasaba mi
tiempo con Marcos y mi madre. Usaba a mi madre para hacerme de
tranquilizantes y antidepresivos; mi marido se negaba a pagármelos,
pero ella sí lo hacía. Él también se negaba a pagar mi ropa y la de
los niños; decía que él tenía que pagar las cuentas, mi madre
también nos pagaba la ropa. Sin embargo, aún sentía que Marcos
me estaba cuidando, y aunque no había afecto entre nosotros, me
quedaba con él por miedo. Mi madre y yo nos compadecíamos
juntas por nuestros matrimonios.
Empecé a darme cuenta de que mi matrimonio y mi estilo de vida
no eran sanos y le pedí a Marcos que viéramos a un consejero
matrimonial. Se negó y lo dejé. Unos días después, cuando él
accedió a acudir al consejero, nos reconciliamos. Pasamos seis meses
en un grupo. Después de las sesiones íbamos juntos a beber; de
hecho, él lo fomentaba. De repente, ambos estábamos usando el
alcohol para aturdir nuestra infelicidad. Como resultado, la terapia
no fue exitosa; nos negábamos a enfrentar nuestros problemas.
Entonces falleció mi madre. Mi alcoholismo se agudizó. Aunque
sabía que estaba mal beber para evitar la pena y el dolor,
continuaba haciéndolo. Cualquier cosa era mejor que mi dolor.
Bebía grandes cantidades a diario. Estaba embarazada de Daniela,
mi cuarta hija, y considero un milagro que no haya nacido con el
síndrome de alcoholismo fetal. Un día antes de que naciera estaba
tan borracha que apenas podía caminar.
Una noche, poco después del parto, Marcos y yo nos
emborrachamos y luego empezamos una violenta discusión. Me
golpeó. Decía que durante los meses de la terapia matrimonial había
estado esperando la oportunidad de mostrarme quién era el que
mandaba. Nunca lo había visto así; estaba paralizada. Sabía que no
podía confiar en él y empecé a temer por mi vida.
Decidí que tenía que dejar a mi marido, pero no sabía cómo
manejar la situación. No confiaba en nadie; me volví callada; apenas
y hablé con Marcos durante meses. Seguía bebiendo mucho; Marcos
también bebía mucho. Entonces empezó a tener graves problemas
financieros debido a deudas de juego y juró abandonar el alcohol.
En un incidente terrible, presenciado por los niños, me volvió a
golpear. Al día siguiente huí llevándome a los niños. Conseguí un
abogado y, con el tiempo, me divorcié. Ahora, pensé, finalmente
acabarían todos mis problemas.
Pero no fue así. Seguí bebiendo; escogí estar con hombres tan
abusivos como Marcos. Esto siguió así aproximadamente durante
tres años antes de que me diera cuenta de que debía dejar de beber.
Había tratado muchas veces de dejar la bebida por mi propia
cuenta, pero nunca lo había conseguido. Mi patrón empezó a
reñirme por mi falta de puntualidad y ausencias, y mi trabajo
empeoró. Mi forma de beber estaba fuera de control; evitaba a la
gente y descuidaba a mis hijos. A menudo estaba enferma y fue sólo
por la intervención de un primo que finalmente busqué ayuda
profesional.
Mientras estuve en tratamiento aprendí mucho acerca de mí
misma. Me di cuenta de cómo había culpado a los demás por mi
manera de ser. Aprendí que había sido reacia a cualquier acción que
me llevara a cambiar.
Estuve sobria durante unos seis meses antes de permitirme sentir
de nuevo. Súbitamente, mi pesar, acumulado durante todos esos
años, salió a chorros y derramé muchas lágrimas. No fue una época
fácil, pero era necesaria. Conforme pasó el tiempo, lentamente
empecé a armar de nuevo mi vida. Vi a un consejero, saldé mis
deudas, me restablecí en el trabajo y empecé a cuidar mejor a mis
hijos.
Aunque gran parte de esta historia es dolorosa, creo que estoy
dispuesta a ser honesta conmigo misma y trabajar para cambiar; mi
vida seguirá mejorando. Mi camino ha sido largo y penoso, pero
ahora, por primera vez, estoy orgullosa de mí misma. Y, por primera
vez en mi vida, estoy cuidando de mí y me siento bien sola.
La historia de María muestra cómo varias adicciones —en este caso, al
alcohol y la dependencia de los otros— son a veces una verdadera plaga.
María tuvo que pasar por una serie de pruebas antes de que finalmente
dejara de buscar el consuelo y el alivio fuera de ella misma. Su historia,
pienso, ¡es un triunfo!
Exigen y esperan amor incondicional
La única etapa en la que realmente necesitamos amor incondicional es
cuando somos niños. Incapaces de amar, nutrirnos o protegernos a
nosotros mismos, necesitamos el cuidado de los otros para mantenernos
vivos y crecer.
Está perfectamente bien que los adultos quieran y reciban amor
incondicional, pero exigirlo es una expectativa malsana y no realista.
¿Por qué debería alguien concederle lo que no recibió de niño o lo que
usted mismo no está dispuesto a dar? En el amor adictivo podemos
negarnos a amarnos a nosotros mismos incondicionalmente y enojarnos
o llorar cuando los otros no nos aman de la misma manera.
Doris, quien entró a terapia debido a una depresión crónica,
parecía ser una joven mujer demandante, quejumbrosa y colérica.
Su necesidad de amor y aceptación por parte de su terapeuta
parecía insaciable. Estaba enojada por tener que pagarle a ra
terapista y porque las sesiones no eran más largas. “Después de
todo, ¿no es mi derecho ser amada?”, preguntaba. El mensaje velado
que me dirigía era: “Mis padres no me amaban como me merecía,
¡así que usted debe hacerlo!” Le dije que estaba triste porque no
había recibido el amor positivo e incondicional al que tenía derecho
cuando era niña, pero que yo no podía ni haría nada por cubrir esa
pérdida. En realidad, ya no necesitaba ese amor incondicional para
vivir y tener éxito. De hecho, sus exigencias provocaban que
quisiera alejarme de ella, no acercarme. Como pueden imaginarse,
las relaciones amorosas de Doris eran desastrosas.
Se niegan al compromiso
El amor adictivo a menudo parece ser antidependiente, exhibe un claro
rechazo al compromiso. En realidad, esta antidependencia es el otro lado
de la dependencia. Nuestra necesidad de pertenencia es real. La gente
que dice: “Yo haré lo mío y tú haz lo tuyo, y si nos encontramos, que así
sea” promueve una falsa independencia.
He descubierto que la mayoría de las personas que exaltan su
independencia abrigan muchas necesidades de dependencia no
satisfechas. Han aprendido a evitar el dolor al hacerse autosuficientes. El
control es importante para ellos; cuando eran niños, sentían que uno o
ambos padres estaban intentando imponerse sobre ellos o uno de los
padres sobre el otro. Paradójicamente, esos padres obsesionados con el
control no satisficieron las necesidades de desarrollo básicas del niño, y
a menudo la respuesta de éste era: “¡No, no lo haré y no me vas a obligar
a hacerlo!” o “¡Yo estoy bien, tú no!” Estas respuestas eran importantes
para que el niño mantuviera una sensación de poder y dignidad personal
en una situación difícil y malsana. Cuando los niños tienen padres
débiles e inefectivos, se ven obligados a cuidarse a sí mismos en lugar de
depender de otros. Sin embargo, la consigna de ser independientes que
se hacen a sí mismos les dificulta comprometerse en una relación
amorosa madura. La antidependencia es pseudoindependencia. La
independencia sana presupone que uno ha tenido una relación de
dependencia sana de niño.
Cuando Leonardo era niño, su madre trataba de controlar sus
ideas, sentimientos y actos. Se prometió jamás volver a otorgarle tal
poder a su madre (y, después, a otras mujeres). No obstante, se casó
con una mujer muy parecida a su madre, y la lucha por el poder
continuó. Leonardo no se sentía libre para comprometerse
emocionalmente con su esposa. La relación se caracterizaba polla
competencia, por frecuentes juegos de “aventajar al otro”, en los
que ambos luchaban por tener la razón al final de una discusión. En
la terapia, Leonardo y su esposa tuvieron que aprender que dar
amor no significa la pérdida de poder personal.
Recurren a otros para afirmarse y sentirse valorados
Muy pocas personas se aman a sí mismas sin reservas, a pesar de que
todo el mundo quiere ser amado así. Como los niños pequeños,
buscamos en el mundo gente que nos ame totalmente, y cuando una
relación amorosa termina, nuestra autoestima disminuye. Es normal
sentir dolor por la pérdida, pero cuando una relación está terminando o
se tambalea, es malsano relacionar esta pérdida con el valor personal y
la autoestima.
Judith, quien tenía una autoestima muy baja, escribió la siguiente
carta de su parte adictiva a su parte sana para describir la
motivación inconsciente de muchos de sus hábitos.
“Judith, la razón por la cual estás comiendo, fumando y bebiendo
tanto es obvia. ¿Qué otra cosa puedes hacer? Tras tus defensas hay
una cáscara vacía, absolutamente nada. No hay una Judith. Tu casa,
tu trabajo, tu familia, tu auto, tus muebles, tus plantas, tu ropa,
todas son cosas que te pueden quitar. Necesitabas pensar que todas
estas cosas eran tú, pero ahora ya sabes que no es así. No hay una
tú. No tienes núcleo; está muerto, si es que alguna vez lo tuviste.
Creo que no existes. La única vez que sentiste que existías fue
cuando alguien te amaba o pertenecías a alguien. Y ahora ya no
tienes a nadie. Fumas, comes y bebes porque, al menos, estos actos,
representan algo que te ayuda a sentir que estás viva.”
Las personas como Judith deben darse cuenta de que pueden optar por
mejorar sus vidas. La mayoría de nosotros podemos ser mucho más
felices y sentirnos mucho más plenos. Nos obstaculiza la idea de que
alguien nos llenará. Pasamos por alto nuestra capacidad de elegir y
desarrollarnos por nosotros mismos. No solamente podemos tomar
nuestras propias decisiones, sino que además podemos crear nuestras
propias oportunidades.
Temen al abandono aun en la separación cotidiana
La sensación límite de soledad se caracteriza por el pánico, el enojo, la
desesperación y el vacío; esto es muy distinto del sentimiento maduro de
soledad, que consiste en una tristeza sana a causa de un amante ausente.
Los adictos al amor no son capaces de mantener recuerdos felices de su
pareja, y el temor al abandono puede presentarse incluso en la
separación más rutinaria, es decir, la que se lleva a cabo todos los días.
Para el adicto al amor es difícil creer que la otra persona regresará. Este
fenómeno parece ser el resultado de que en la infancia no hubo una
importante lección de desarrollo. Es esencial que los niños confíen en la
permanencia de sus padres. Conforme lo hacen, comienzan a consolarse
a sí mismos con el recuerdo del amor de los padres cuando éstos se
ausentan y a confiar en que lo pueden tener de nuevo. Cuando los niños
aprenden a desconfiar, no son capaces de evocar recuerdos felices que
los sustenten durante la ausencia de los padres. Como adultos pueden
tener problemas para confiar en su compañero, a menos que él (o ella)
esté a la vista.
Cuando era niña, Janet fue descuidada emocionalmente por sus
padres. Rara vez respondían a sus necesidades y a menudo abusaban
físicamente de ella. En la terapia, Janet, una joven mujer
extremadamente indecisa y dependiente, asimilaba los mensajes
positivos acerca de la autoestima e independencia, pero no era
capaz de confiar en esos mensajes y utilizarlos fuera de la terapia.
Lejos de mi presencia, a Janet le entraba el pánico y temía que yo la
dejara y su nueva autoafirmación desapareciera.
Janet debía aprender a confiar en su memoria y a utilizar las
lecciones de su terapia en la vida cotidiana. Al principio tenía que
esforzarse mucho en ello; era preciso que recreara y volviera a
visualizar nuestras discusiones para sentir otra vez la sensación
positiva que le provocaban. Aprendió que tenemos la capacidad de
rememorar tanto los sentimientos y recuerdos positivos como los
negativos, y que podemos controlar ese proceso. Yo no podía
incorporar nada nuevo en Janet; sólo afirmar lo que ya estaba allí y
alentarla a desarrollar su autoestima.
Recrean viejos sentimientos negativos
Otro rasgo sobresaliente del amor adictivo son los sentimientos
recurrentes de vacío, excitación, depresión, culpa, rechazo, ansiedad,
enojo acompañado de moralismo y baja autoestima. Generalmente estos
sentimientos son el resultado de juegos psicológicos desarrollados por
amantes dependientes. La gente tiende a contar con un grupo favorito de
sentimientos, que se apoyan en mitos inconscientes sobre uno mismo y
la vida. Tales sentimientos interfieren en la satisfacción de las
necesidades psicológicas y dificultan la intimidad.
El sentimiento negativo favorito de Carla era la tristeza. Los
sentimientos negativos favoritos de Rafael eran el rechazo y el enojo
acompañado de moralismo. Cada uno sabía cómo sacarle provecho a
sus sentimientos negativos. Carla y Rafael trabajaban juntos y
frecuentemente se reunían después del trabajo para tomar una copa
con otros compañeros de trabajo. Carla le coqueteaba a Rafael y él
le respondía. Una noche la invitó a cenar a su casa. Carla buscaba
únicamente su amistad, pero él creía que su conducta indicaba que
estaba dispuesta a tener relaciones sexuales. Cuando Rafael le
propuso a Carla ir a la cama, ella le dijo que no estaba interesada.
Rechazado y avergonzado, la atacó verbalmente con un discurso
moralista. Carla se sintió incomprendida y estalló en llanto.
Desean pero temen la cercanía
Una gran paradoja del amor dependiente es que realmente deseamos
amar y ser amados, pero nuestras partes adictivas le temen a la cercanía.
Como lo hemos estado diciendo, el amor adictivo se basa en el temor:
temor al rechazo, temor al dolor, temor a perder el control, temor a
perder el propio yo, temor a perder la vida y temor a la felicidad. El
propósito del amor adictivo es evitar lo que tememos.
Cuando era niña y observaba el miserable matrimonio de sus
padres, Nancy se hizo a sí misma el propósito de ser cautelosa en el
amor; de hecho, de evitarlo completamente. Pero cumplir con ese
propósito es imposible para una persona, así que Nancy se enamoró
cuando aún era una joven. Se involucró profundamente con alguien
que, sin aviso alguno, rompió su compromiso poco antes de casarse.
El dolor de Nancy era doble porque había roto con el propósito que
se había hecho a sí misma. La experiencia de ser plantada confirmó
su convicción inconsciente de que el amor conducía inevitablemente
al dolor. Sin darse cuenta, renovó y reforzó su propósito.
Varios años después volvió a enamorarse, y a pesar del profundo
cariño que sentía por su pareja, no era capaz de entregarse sexual o
emocionalmente. Siempre que se estaba abriendo a la intimidad,
sentía temor, culpa y enojo consigo misma. La exploración
cuidadosa de sus sentimientos le ayudó a descubrir su propósito
inconsciente de permanecer alejada del amor riesgoso. Nancy logró
ver la futilidad de tal propósito, y al poco tiempo aceptó tomar
riesgos, incluso cuando éstos pudieran involucrar dolor.
Todos perdemos algo o a alguien en algún momento y nos sentimos
heridos. La gente puede tratar de controlarnos y disminuir nuestra
libertad, ante lo cual nos sentimos asustados. Incluso podemos temer la
alegría porque puede acabarse. En muchas instancias, estamos más a
gusto sin emociones que con altas o bajas emocionales. La alegría puede
confundir a aquéllos que no están acostumbrados a ella.
Pamela había estado en terapia por algún tiempo debido a una
depresión severa. Estaba lista para dejar la terapia porque su
autoestima era alta, la relación con su esposo era sólida y estaba
satisfecha con su persona por primera vez en su vida. Una noche me
llamó para decirme que su depresión no había vuelto, que se sentía
muy contenta. De hecho, dijo, a menudo se sentía tan extasiada que
le entraba el pánico; no sabía si podría soportar tal estado de alegría
y se sentía asustada. Le aseguré que podía manejarlo y que había
muchas maneras a través de las cuales canalizar su nueva energía y
confianza en sí misma.
Se hacen cargo de los sentimientos de los otros
Quizás el rasgo más sobresaliente del amor adictivo es esta regla no
escrita: “Tú cuidas de mis sentimientos y yo de los tuyos. Tú me haces sentir
completo y bien, y yo haré lo mismo por ti.”
Hacerse cargo de los sentimientos de otro adulto es muy distinto de
quererlo. Lo primero supone que una persona es capaz de leer la mente
de la otra, conocer sus necesidades y “componer” los sentimientos
enfermos del otro. Tal suposición hace que un amante sea responsable
del bienestar del otro.
El cariño verdadero por alguien significa: “Me importa lo que sientes;
estoy aquí para apoyarte, aunque no tengo la capacidad para hacer que
tu dolor desaparezca o ayudarte a sentir completo.” El primer sistema de
ideas se basa en el miedo y la culpa; el segundo, en la compasión y el
realismo.
¡Con cuánta frecuencia esperamos que los otros lean nuestra mente y
sepan lo que queremos! “Deberías saberlo; has vivido conmigo lo
suficiente”, decimos. ¡Cuan a menudo suponemos que el otro sabe lo que
queremos, aunque nunca se lo hemos dicho! Quizá el otro a veces lo sabe
o puede adivinarlo, pero obtendremos más de nuestras relaciones si
aprendemos a descubrir nuestras propias carencias y necesidades, y
luego pedimos que nuestra pareja nos entienda. Debemos pedir
claramente y tomar en cuenta la posición del otro.
Cuando el matrimonio de Esteban empezó a fallar, entró en
terapia con su esposa Patricia. Se le dificultó mucho entender por
qué las cosas no funcionaban; después de todo, estaba haciendo
todo lo “correcto”. Era un esposo bueno y leal; le gustaba complacer
a su esposa. Trabajaba duro, era fuerte, no exigía mucho y le
proporcionaba a su familia un hermoso hogar. Patricia, sin embargo,
era infeliz debido a la mala comunicación, una sensación de ser
asfixiada por Esteban y sus frecuentes exabruptos, al parecer
infundados.
Un problema aun más complejo era que Esteban no encontraba
cómo pedir lo que necesitaba o deseaba. Debía volver a aprender lo
que sabía de niño: que sus sentimientos ofrecían claves de qué era lo
que necesitaba y que su responsabilidad era hacérselo saber a los
demás.
Juegan juegos de poder
La última característica crucial del amor adictivo es la presencia de
juegos de poder. Son tan importantes que les dedicaremos un capítulo
entero.
CAPÍTULO 5
Juegos de poder
Cuando tratamos de aferrarnos a otra persona o a
cualquier parte de la vida impedimos el flujo
natural de los acontecimientos. Para estar en
armonía debemos soltarnos. “Debes perder tu vida
para encontrarla.” La fortaleza real, el verdadero
respeto por uno mismo, solamente se logra
haciendo a un lado la parte hambrienta.
KAREN CASEY Y MARTHA VANCEBURG
The Promise of a New Day
(La promesa de un nuevo día)
El poder
Una de las características más pronunciadas de las relaciones
abiertamente dependientes y malsanas es el uso de juegos de poder para
obtener un erróneo sentido de control sobre la pareja. Los juegos de
poder son conductas manipuladoras que mantienen a dos personas en
una base desigual. Aprender a reconocer tal conducta es dar un paso
adelante y sacarla de nuestras relaciones o evitar las relaciones basadas
en el poder.
La palabra poder se usa de muchas maneras. Con respecto a la
búsqueda del amor e interdependencia, el poder que deseamos emana de
la autoestima (potencial personal), no del control sobre los demás.
El mito que hay detrás de los juegos de poder es que no hay suficiente
poder para los dos; una persona debe tener el control. El mito se basa en
la idea de que la gente que detenta el poder tiene el control y puede
obtener lo que desea y necesita. Sin dicho control, la vida parece tenue e
incierta. Y, desde luego, ¡todos queremos sentirnos seguros! La
competencia por ese elemento misterioso llamado “control” es a menudo
feroz, tal como lo evidencian las guerras. Con frecuencia, ni siquiera
sabemos qué queremos controlar. Además, los que participan en el juego
por el poder —atinadamente llamados “controladores”— creen
erróneamente que otras personas les proporcionan o quitan su potencial
personal. ¿De dónde surgen estas ideas?
Orígenes de los juegos de poder
Empezamos a luchar por el poder alrededor de los dos años, cuando
nuestros padres nos dijeron que ya era hora de dejar de ser el centro del
universo y que era necesario cooperar con la “gente grande”. Podíamos
recordar, hablar y actuar socialmente con un espíritu de cooperación. Si
no cooperábamos, nos podían castigar o rechazar. En esta situación, los
niños tienen tres opciones: rebelarse, sobreadaptarse o cooperar.
Los rebeldes dicen: “No, no lo haré y no pueden obligarme”, y luchan
por salirse con la suya. Todos hemos visto a los niños intentar dominar a
sus padres y a menudo ganarles al decir no, negarse a hacer algo y hacer
berrinches.
Los que se sobreadaptan suelen ser dominados por uno de los padres.
Pueden sentirse “tragados”, su libertad les es arrebatada. Sienten tristeza
y temor porque su conducta y libertad de elección son suprimidas, no
dirigidas. Y entonces se adaptan y contienen la ira.
Aquellos niños a los que se les hace cooperar y reconocer que los otros
tienen necesidades, aprenden que cooperar y crecer pueden ser un
placer. Compartir el poder y ceder, bases del amor sano, se convierten en
una parte normal de la vida.
No había necesidad de dominar a nuestros padres, ni tampoco ellos
tenían que dominarnos con órdenes, sobornos, amenazas, exigencias y
castigos físicos. Tanto los padres como los niños pueden ser poderosos a
su modo y, al compartir el poder, construyen puentes de comunicación,
apoyo y amor. Eso es el desarrollo normal.
Todo niño de dos o tres años de edad atraviesa por una etapa de
rebeldía. Algunos emergen con pocas cicatrices emocionales, aunque
todos los que he conocido tienen algunos problemas al tratar de
controlar a los demás. Las raíces de la conducta de los adultos que se
enfrascan en juegos de poder pueden rastrearse en la infancia. Hay
muchas maneras de ayudar a los niños en esta difícil etapa; incluso,
enseñarles que el poder no es necesariamente algo que tiene una persona
a expensas de otra.
Cuando mi hija Hilda tenía tres años, llegó tambaleándose a la
cocina, donde yo lavaba los platos y pensaba en todos los deberes
que tenía que acabar esa tarde. “Mami, léeme un cuento”, dijo
jalándome de la falda. Miré hacia abajo y vi los juguetes regados en
el piso de la cocina y la sala. Pensé: “Bien, tengo tiempo para leerle
un cuento o para recoger los juguetes.”
Empecé por decir: “Ve y recoge tus juguetes, y después
hablaremos acerca del cuento.” Pero me detuve súbitamente al
darme cuenta de que estaba emitiendo una orden irritante. En su
lugar dije: “Hilda, sólo tengo tiempo de hacer una cosa: leerte el
cuento o recoger todos los juguetes. ¿Por qué no decides que
debería hacer?”
Le había dado a la niña una opción. Hilda estaba sorprendida. No
había motivo para que se decepcionara o hiciera berrinche, porque
era su elección. Y eligió. Corrió a recoger los juguetes ella misma;
entonces regresó para que yo hiciera la parte para la que tenía
tiempo: leerle el cuento. Hacerla pensar y elegir afirmó su poder
personal.
La transición de la omnipotencia infantil a compartir el poder parece
ser algo con lo que todos luchamos en la infancia, la adolescencia y, aun,
en la vida adulta. La confusión en torno a quién utiliza el poder es
evidente en las relaciones adultas malsanas y difíciles. ¿Cuáles son
algunos de los juegos de poder que sabotean las relaciones amorosas
adultas?
1.
2.
3.
4.
Dar consejos pero no admitirlos.
Tener dificultades para abrirse y pedir apoyo y amor.
Dar órdenes; exigir y esperar mucho de los demás.
Tratar de “ajustar cuentas” o disminuir la autoestima o el poder de
los demás.
5. Juzgar; sabotear los éxitos de los demás al restarles importancia;
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
21.
22.
23.
hallar faltas; perseguir; castigar.
Excluir a los demás; o, quizá, no darles lo que quieren o necesitan.
Hacer y luego romper promesas; lograr que los demás confíen en
nosotros y luego traicionar su confianza.
Sofocar, sobrenutrir al otro.
Dar un trato condescendiente al otro, con lo que éste se coloca en
una posición inferior, y uno, en una posición superior; intimidar.
Tomar decisiones por el otro; subestimar su capacidad para resolver
problemas.
Colocar al otro en situaciones de “no triunfo”.
Intentar cambiar al otro (y falta de voluntad para cambiar uno
mismo).
Atacar al otro cuando él o ella es más vulnerable.
Mostrar una actitud antidependiente: “No te necesito.”
Tener un comportamiento intimidatorio y chantajista; utilizar
amenazas.
Mostrar amargura, rencor o enojo acompañado de cierto moralismo.
Abusar verbal o físicamente de los demás.
Ser agresivo y definir la agresión como algo asertivo.
Necesitar ganar o tener la razón.
Resistir tercamente o “montarse en su burro”.
Tener dificultad para poder admitir los errores o decir “lo siento”.
Dar respuestas indirectas y evasivas a las preguntas.
Defender cualesquiera de las conductas que arriba se mencionan.
Para sentirse poderosa, una persona debe aplastar y controlar a la
otra; quien se involucra en juegos de poder tiene dificultades para
compartirlo debido a que teme ser dominado. Tal persona está diciendo
inconscientemente: “Temo que no tengo poder y necesito controlar a los
demás para poder ser poderoso.” Esta falsa idea sugiere que otra persona
tiene el control de nuestro potencial personal y debemos controlarla a fin
de estar seguros y ser fuertes.
Quien se enfrasca en juegos de poder lucha por mantener a los demás
en la posición de víctimas para que puedan ser rescatados o perseguidos.
Tales melodramas no son la esencia del verdadero poder personal, sino
de la dependencia, y resultan muy malsanos. De hecho, los juegos de
poder son la causa de mucha infelicidad.
No es fácil dejar los juegos de poder porque encubren temores
inconscientes y con frecuencia suprimidos. En todos los casos en los que
he explorado las raíces de la necesidad de un paciente de controlar a
otra persona, he encontrado una experiencia traumática o una amenaza
imaginaria que las ha llevado a interpretar la pérdida del control como
la pérdida del ser, que es una idea peligrosa y terrible. O quizá al
paciente se le ha permitido dominar a sus padres, desarrollando así una
creencia de que “soy más poderoso que tú y me puedo salir con la mía”.
“Además —razonaba un paciente habituado a los juegos de poder—,
uno se siente mucho mejor siendo poderoso, así que ¿para qué
abandonar esa conducta?” No pueden darse cuenta de que estas posturas
son inestables y malsanas, y se basan en creencias falsas. La gente que
intenta controlar a los demás puede evitar hacer frente a sus propios
temores, inseguridades y dudas porque siempre tiene a alguien más, que
está “menos bien”, en quien enfocarse. Tenga en mente que tanto los que
se enfrascan en juegos de poder como sus víctimas participan el juego.
La víctima también obtiene beneficios; cooperar hace que la otra persona
permanezca cerca.
Pudimos haber diseñado nuestros juegos de poder cuando éramos
niños para protegernos del daño. Por lo mismo, estas son conductas
profundamente arraigadas y, en consecuencia, nuestra resistencia a
dejarlas será muy grande.
Quienes participan en juegos de poder casi nunca buscan ayuda o
expresan un deseo de cambiar. Esto se debe en gran medida a que están
dominados por la ilusión y la negación, así como por su creencia de que
son mejores que los demás. Generalmente se ven obligados a entrar a
una terapia o a cambiar cuando experimentan un trauma, como la
amenaza de abandono por parte de la pareja. Aun así, volver a tener el
control sobre el compañero o la compañera rebelde puede ser su
objetivo. En este punto, usualmente el compañero o la compañera
rebelde ya no están dispuestos a ser las víctimas. En ocasiones pueden
estar enojados y compitiendo por la posición dominante. Ninguno de los
dos estará listo para dejar el juego de poder hasta que las inseguridades
que los motivan hayan sido exploradas.
Una última y crucial característica del amor adictivo es la presencia de
juegos de poder en los que uno de los miembros de la pareja obtiene una
falsa sensación de control sobre el otro. Las conductas manipuladoras o
controladoras intentan mantener a la pareja en una situación de “uno
con ventaja, el otro aventajado”. Para sentirse poderosa, una persona
aplasta a la otra; tiene dificultades para compartir el poder por temor a
ser dominada y puede evitar hacerle frente a sus temores, inseguridades
y dudas porque siempre hay alguien en quien enfocarse. Sin tal control,
la vida parece frágil e incierta. Quienes se enfrascan en juegos de poder
pueden interpretar la pérdida de control como una “pérdida de la propia
identidad”. Este mito, basado en la idea de que el poder es escaso,
sugiere falsamente que otra persona está a cargo de nuestro potencial
personal.
Pedro buscaba ayuda debido a su depresión y baja autoestima. Su
parte que necesitaba control escribió la siguiente carta:
“Siempre has tenido un ego fuerte y has sido tan autosuficiente, y
ahora estás pensando en entregarle todo eso a una persona que hará
que pierdas el control. En realidad no deseas eso, ¿o sí? He tratado
de protegerte de mil maneras. Quizá olvidaste que siempre estuve
contigo y no dejé a los demás acercarse a ti. Te he mantenido solo y
con el control absoluto. Eres muy inteligente y estás por encima de
los que tratan de ayudarte. No los necesitas, puedes resolver las
cosas tú mismo. Ha funcionado bastante bien todos estos años, ¿no
es cierto?
“Para mí es un misterio el que quieras admitir la derrota o la
necesidad de ayuda. Puedes controlarlo todo. Los poderosos son los
que tienen el control; así es como eres y quieres permanecer. La
mayoría de tus problemas surgen porque los demás tratan de
contrariarte. Quítalos del camino y las cosas empezarán a marchar
bien para ti.”
Pedro enlistó todas las maneras en las que intentaba timarme durante
la terapia:
1. Hacer desaparecer los sentimientos dolorosos por medio de risas o
sonrisas.
2. Dominar la conversación.
3. Provocar lástima.
4. Ponerme a la defensiva cuando las cosas comienzan a tornarse
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
delicadas.
Convencerme de que los demás tienen la culpa.
Mantener las sesiones en un tono no serio.
Intelectualizar.
Parecer flexible.
Cooperar demasiado.
Hallar su punto débil y capitalizarlo.
Descubrir qué dolor ha sufrido y compadecerla.
Tratar de involucrarme emocionalmente con ella.
Tratar de inducir dudas acerca de mí.
Cuestionar sus motivos para ayudarme.
Dar vueltas al asunto que se está tratando.
Pedro estaba utilizando estos recursos para reforzar su necesidad de
control. Con la ayuda de la terapia aprendió que su poder personal no se
daba a expensas de otro. Nuestro poder personal viene de dentro; no hay
necesidad de lograr el control de otro. Con la confianza en nosotros
mismos no tenemos necesidad de poder y control.
Opciones
Una vez que identificamos los juegos de poder que sabotean nuestras
relaciones, tenemos tres opciones:
Primera, podríamos cooperar y responder pasivamente como víctimas,
con lo que accedemos a renunciar a nuestro propio potencial y
aceptamos nuestra posición sumisa. Es fácil y resulta familiar, si bien
provoca adicción. Sobra decir que, aunque mucha gente la adopta, no es
la mejor manera de vivir plenamente. Estas personas usualmente acaban
sintiendo lo que su pareja quiere evitar: vergüenza, culpa, inadecuación
y temor.
Segunda, podríamos buscar la posición de poder, pero podemos
enfrascarnos en una relación competitiva y caracterizada por la adicción.
En este caso, dos personas antidependientes luchan por la posición de
poder y viven en un conflicto constante conforme una trata de dominar a
la otra mediante juegos de poder tan creativos como destructivos.
Desafortunadamente, la mayoría de las relaciones se mueven, entre las
opciones uno y dos en un vaivén que dura toda la vida.
Sin embargo, hay una tercera opción más afortunada: responder desde
una posición afirmativa que reconoce un poder personal equitativo. En
esta posición decimos: “Ambos estamos bien y tenemos poder personal.
A veces tu conducta no es aceptable para mí.”
Cuando adoptamos esta actitud es importante reconocer cómo los
juegos de poder han hecho víctimas a los miembros de la pareja y
trabajar para fomentar una nueva sensación de poder personal y
dignidad en ambos.
A continuación se enlistan algunas acciones que debemos emprender
si queremos retirarnos de los juegos de poder:
1. Reconocer que los juegos de poder son reales.
2. Hacer un inventario de los juegos de poder que utilizamos más a
menudo.
3. Aprender a identificar nuestras propias señales: sentirnos
confundidos, atrapados, culpables, incómodos, amenazados,
competitivos; dudar de nosotros mismos; proferir regaños
sarcásticos; ser defensivos; proyectar culpas; evitar a nuestros
compañeros; dar respuestas evasivas.
4. Examinar nuestras creencias negativas que apoyan los juegos de
poder y cambiarlas.
5. Desprendernos; creer que somos iguales.
Ganamos al aprender un proceso interno: cómo vivir con nosotros
mismos. Si tenemos una sensación de confianza, ya no necesitamos
“ganar” a expensas de otro.
La meta: respeto mutuo
Usted puede darse cuenta de que entre menos responda a los desafíos
verbales de un compañero o compañera que busca el poder, mejor. La
necesidad de defenderse o asentir puede llevarlo directamente a una
conducta adictiva. Las respuestas cortas, de una sola palabra, son las más
efectivas para permanecer lejos de la competencia por el poder. O bien,
puede optar por dejar clara su posición: “Cuando tú (acción), siento
(sentimiento). “Usted está respondiendo desde una posición de poder
personal igual. Exprese la frase cuando sea más probable que lo
escuchen, no cuando esté enojado o en medio de una discusión. El
siguiente es un ejemplo de una pareja que va hacia una relación más
sana, basada en el poder personal igual de cada uno de sus miembros.
Georgina y Braulio tenían una relación potencialmente buena. No
obstante, Braulio estaba obsesionado con su papel de rescatador y
consejero de muchas personas, el papel del que trata de tener poder
sobre los demás. Braulio tenía muchas “víctimas” que le
demandaban tiempo y energías, y a quienes Georgina llamaba
“encimosos” y no amigos verdaderos. Aunque Braulio se quejaba de
que estas personas consumían su tiempo, no podía decirles que no.
Georgina solía sentirse abandonada, pero durante varios años se
quejó poco, siempre a la espera de que la situación cambiara. Su
estilo, heredado de su familia, era el de no decir nada y sentirse
mal. Dado que no había experimentado en su familia el compartir el
poder, su temor de confrontar a Braulio y posiblemente provocar
que se enojara y la rechazara, era muy real.
Cuando finalmente se armó de valor, habló con él honestamente y
con mucha emotividad. Le dijo que ya no estaba dispuesta a
posponer sus propias necesidades por las de otros. “Cuando cancelas
nuestros planes para el fin de semana porque un amigo quiere que
lo ayudes a mudarse —manifestó—, me siento insignificante, herida
y muy molesta.” Había empezado a darse cuenta de que acarreaba
un patrón de conducta desde la infancia, cuando a menudo se había
plegado a las necesidades de los otros miembros de su familia, y ya
no quería repetirlo.
En un principio, Braulio escuchaba a Georgina con simpatía;
después la atacó verbalmente, la acusó de manipularlo con su llanto
y de tratar de controlar la relación de ambos. Para recuperar el
equilibrio, Braulio empezó a criticarla, a negarle afecto y a
sermonearla acerca de cómo debía ser y cómo sería su matrimonio,
Georgina sabía que podía acceder a los deseos de Braulio, no
ceder y afirmar su dignidad personal o abandonar a su marido. Por
fortuna era lo suficientemente fuerte como para darse cuenta de
que, si bien la conducta de Braulio la hería, nacía de su temor a
perder el control y resultar herido él mismo. Determinada a no
seguir siendo una víctima, Georgina logró ser objetiva y no tomar
personalmente las críticas de Braulio.
Cuando se dio el momento oportuno, le dijo a su marido cómo la
afectaba su conducta, aunque siendo realista, sabía que no podía
esperar cambiarlo. También dejó claro que quería un matrimonio
sano, en el que ambos pudieran contribuir con sus propias ideas,
sentimientos y maneras de hacer las cosas, como iguales, sin temor a
represalias. Georgina esperaba que tal ideal pudiera alcanzarse; si
no se podía, consideraría en qué términos se podría alcanzar o se
plantearía la opción de continuar o no con esa relación.
Afortunadamente, tanto Georgina como Braulio están buscando
una relación más profunda y libre. No ha sido fácil para ellos, pero
el respeto mutuo les ha permitido pasar de una relación
controladora, caracterizada por la adicción, a una que apoya a
ambos y, a la vez, los libera. Hay menos juegos de poder o en todo
caso tanto los individuales como los de pareja son mejores.
Me sigue sorprendiendo la frecuencia con la que la gente comienza a
obtener lo que quiere y necesita en las relaciones cuando está dispuesta
a renunciar al control. Quizás esto se debe a que una persona siente que
el poder de su compañero descansa en él mismo y, con cierto temor y
respeto, se mueve para alcanzar y dar. O quizá descubre que el control
sobre los demás es una ilusión y la respuesta es dejarse ir. En una
tormenta es el árbol que se dobla con el viento el que sobrevive para
crecer alto.
CAPÍTULO 6
Pertenencia sana
Amaos el uno al otro, pero no permitáis que el amor
sea una atadura:
Permitid en cambio que sea como un mar que se mece
entre las orillas de vuestras almas.
Colmad mutuamente la copa, pero no libéis solamente
de una.
Compartid vuestro pan, pero sin comer del mismo
pedazo.
Cantad y danzad juntos y sed alegres, pero permitid
que cada uno se sienta solo.
Así como las cuerdas de un laúd se encuentran
separadas aunque se estremezcan con la misma
música.
Ofreceos el corazón, pero sin que por ello dejeis de
vigilarlo. Pues solamente la mano de la Vida puede
contener vuestros corazones.
Y manteneos unidos, mas no demasiado juntos:
Porque las columnas del templo se encuentran
separadas
Y el roble y el ciprés no crecen estando bajo la sombra
del otro.
Fragmento de El profeta
GIBRAN JALIL GIBRAN
Nuestra necesidad de los demás
Si usted reconoce síntomas de dependencia en sí mismo y su relación, no
está solo. En nuestra lucha por terminar con la sensación de aislamiento
e irrelevancia, a menudo nos encontramos atrapados en una red de
necesidades.
Necesitamos a otras personas. Debemos amar y compartir el amor para
florecer al máximo. Como decía Erich Fromm: “la afirmación de la vida,
felicidad, crecimiento y libertad propias, está enraizada en la propia
capacidad de amar con interés, respeto, responsabilidad y
conocimiento”. Pasamos ahora del diagnóstico de los males que pueden
ser como una plaga para la relación a los síntomas del amor sano.
Somos la especie más evolucionada del planeta. Seguimos
evolucionando, y en nuestra evolución se está desarrollando una
conciencia espiritual del lazo que nos une a otras personas de una
manera muy profunda. La singularidad de cada individuo contribuye a la
mayor grandeza de toda la humanidad.
Si nos pensamos a nosotros mismos como sistemas individuales de
energía nos damos cuenta de que podemos inhibir nuestra energía o
utilizarla de manera destructiva o constructiva. Aun el amor puede ser
una forma de energía que suprimimos o ejercemos. Nuestros científicos
han descubierto el átomo y sus componentes. Ahora se esfuerzan por
categorizar la sustancia que hace que las partículas del átomo se
adhieran unas a otras. Algunos maestros de metafísica sugieren que el
amor es también una fuerza intangible, un poder. Según esta concepción,
el amor es un poder tan real como la electricidad, un mortero divino que
cimienta todo el universo, una fuerza electromagnética que atrae a todas
las partículas del átomo y adquiere forma. Tiene sentido conocer más
acerca de cómo amamos, ya sea un amor dependiente, dirigido a la
intensificación del ego y la necesidad de realización, o un amor maduro,
que ha evolucionado a través del tiempo.
Las características del amor verdadero son opuestas a las de las
relaciones dependientes. Veámoslas.
Características de la pertenencia sana
Las personas que tienen relaciones sanas presentan las siguientes
características.
1. Permiten la individualidad.
2. Experimentan tanto la unicidad como la separación respecto de su
pareja.
3. Hacen surgir las mejores cualidades del compañero o compañera.
4. Aceptan los finales.
5. Experimentan apertura al cambio y la exploración.
6. Estimulan el crecimiento del compañero o compañera.
7. Experimentan la verdadera intimidad.
8. Se sienten libres de pedir en forma honesta lo que necesitan.
9. Experimentan el dar de la misma manera que el recibir.
10. No intentan cambiar o controlar al otro.
11. Fomentan siempre la autosuficiencia del compañero o compañera.
12. Aceptan las limitaciones propias y las del compañero o compañera.
13. No buscan el amor incondicional.
14. Aceptan el compromiso.
15. Tienen una alta autoestima.
16. Confían en recordar al amado; disfrutan la soledad.
17. Expresan espontáneamente sus sentimientos.
18. Dan la bienvenida a la cercanía; se exponen a la vulnerabilidad.
19. Se preocupan por el otro desinteresadamente.
20. Afirman la igualdad y el poder personal propio y el del compañero o
compañera.
Ahora examinémoslas con más detalle.
Permiten la individualidad
En el amor dependiente sentimos que nos estamos consumiendo,
mientras que el amor sano permite la individualidad. Una relación sana
permite a los amantes cambiar y crecer de manera separada sin que
ninguno de los dos se sienta amenazado. Tal libertad es posible debido al
respeto y confianza del amante maduro en su pareja. Los pensamientos y
sentimientos individuales se aceptan, no se suprimen. El cuerpo y la
mente pueden permanecer relajados cuando surgen diferencias y
conflictos porque las diferencias son aceptables y la resolución de
conflictos se considera como parte de la vida normal y cotidiana. Los
amantes no sienten que tienen que cuidar de los sentimientos del otro y
tienen la suficiente autodirección como para que no les entre el pánico
cuando el amado tiene otras preocupaciones en la mente.
Experimentan tanto la unicidad como la separación
respecto de su pareja
Aunque los amantes maduros pueden describir su cercanía como
unicidad, también tienen una clara sensación de ser individuos distintos.
Esto es, experimentan tanto la unicidad como la separación, que no son
contradictorias. Esto permite un estado de euforia negado a los adictos al
amor, quienes están obsesionados con la relación a expensas de su
propia satisfacción. Nelly, una de mis pacientes, logró aprender esta
verdad y romper con su dependencia obsesiva.
Nelly había entrado en terapia matrimonial con Claudio, su
esposo desde hacía 15 años y quien recientemente había concluido
exitosamente un tratamiento contra la dependencia de sustancias
químicas. Nelly anunció con alegría que estaba lista para dejar la
terapia. Dijo que sentía por Claudio un amor que nunca había
experimentado antes.
Obsesionada por años de baja autoestima y temor al rechazo,
había intentado hacer que su esposo la amara de una manera igual a
su ideal del romance y el matrimonio. Insistía en que resarciera
todas las pérdidas que ella había experimentado cuando era niña.
Claudio no respondió y las demandas irreales de Nelly ampliaron la
brecha entre ellos. El ideal de ella —como el de muchas personas
que creen que sus ilusiones son románticas— suponía una
dependencia casi sofocante de Claudio.
En la terapia, Nelly había aprendido que podía ser plena por sí
misma y que no necesitaba a su esposo. En cambio, desearlo era una
emoción muy distinta y mucho más gratificante. La conciencia de
esto alivió mucha de su frustración, enojo y temor al rechazo; le
permitió relajarse mental y físicamente. Con menos tensión, Nelly
era libre de explorar sus propios talentos y sueños. Gradualmente
comenzó a entender que la autoestima lo libera a uno para amar a
los demás a la vez que permite nuestra individualidad. Desarrolló su
propia identidad. Sus actos se convirtieron en un reflejo de ella
misma, no de Claudio. Así, el estira y afloja se detuvo, y Nelly invitó
a su marido a compartir el amor.
Hacen surgir las mejores cualidades del compañero o
compañera
Este es un aspecto un tanto sutil, pero muy visible y maravilloso, del
amor maduro. De hecho, propicia una mejor calidad de vida, porque
hace emerger desde nuestras profundidades las cualidades humanas más
altas: respeto, paciencia, autodisciplina, compromiso, cooperación,
generosidad y humildad. El amor maduro no es siempre fácil, pero en
última instancia hace que nos sintamos bien. El amor maduro es para la
gente adulta, y lograrlo es parte del proceso de crecimiento.
Aceptan los finales
La muerte de una relación es dolorosa, pero la gente madura tiene el
suficiente respeto por sí misma y su pareja como para arreglárselas
cuando termina el amor. La gente madura sabe cómo dejar ir una
relación insalvable, así como es capaz de sortear una crisis en una
relación sana. Aun con su dolor, no duda de que algún día volverá a
amar. Aunque no podemos negar el poder que el dolor ejerce sobre
nosotros, sí podemos sobrevivir a pesar de él.
He visto estallar en llanto a personas fuertes cuando son sexualmente
traicionadas por un amante, aun cuando ellas mismas hayan engañado a
su pareja. Al enterarse de que su esposa tenía una aventura, un hombre
me dijo: “Nunca he sentido tanto dolor en mi vida. Honestamente no sé
si podré sobrevivir. Lo gracioso es que nunca pensé en el amor antes de
que esto pasara. Simplemente estaba allí, era mi esposa y me ayudaba,
criaba a los niños. Dios, me siento terriblemente. Nunca, jamás, quiero
pasar por esto de nuevo.”
La tragedia de su última frase es que se estaba programando para
nunca volver a abrirse al amor. Con el fin de no perder tal apertura vital,
un amante herido debe trascender la tendencia natural a reaccionar con
enojo, miedo y pánico. Tenemos la capacidad para superar el dolor y la
pena, así como para perdonar y amar de nuevo.
Suena difícil, y lo es. Hace falta el lado espiritual para trascender el
mandato fuerte y autoclestructivo del dolor y el enojo. Con el tiempo, la
gente madura es capaz de aceptar la realidad —aun cuando duele— y
proseguir hacia el siguiente capítulo de su vida. Es gente que enfrenta
problemas y tristezas de la manera más racional y sana, a pesar de que
no es fácil.
David se abrió para dar y recibir amor. Pero era claro que Mónica,
su amante y amiga, ya no estaba abierta a su amor, así que no era
seguro para él seguir con la relación. Escribió lo siguiente: “Te amo
y me amas. Nuestra relación me dio muchas lecciones que estarán
conmigo toda la vida. Me retaste a que me conociera a mí mismo y
mis defensas. Te lo agradezco. Que no estés dispuesta a amarme
abiertamente es una verdad que me duele. Sin embargo, estoy listo
para seguir adelante. Sé que no hay modo de cambiar las cosas. Tú
eres la otra mitad de la relación y debes seguir tu camino. Te dejo
ir. Sigo siendo tu amigo y sé que soy una persona mejor por haberte
conocido. Te amo. David.”
Experimentan apertura al cambio y la exploración
La vida está formada por una serie de cambios; sin embargo, muchas
personas se aferran a la gente y a otras cosas que les resultan familiares
sin tomar en cuenta su deseo interior de crecer como individuos o en
una relación. La apertura al cambio puede ser riesgosa —incluso puede
conducir a rupturas—, pero sin ella, una relación pierde su intensidad.
A menudo, uno de los miembros de la pareja continúa en una espiral
de crecimiento mientras que el otro se aferra tercamente a lo que le es
familiar y en apariencia seguro. Eso puede significar que habrá
problemas.
Germán y Beatriz se conocieron y enamoraron cuando eran
estudiantes de filosofía en la universidad. Vivían con la emoción de
descubrir y compartir nuevas ideas y experiencias. Después de
casarse, sus vidas comenzaron a cambiar lentamente y luego,
súbitamente, todo se detuvo. Mientras Germán salía a trabajar,
Beatriz se desempeñaba como ama de casa. Su estilo de vida, de
clase media alta, tan distinto al de sus ideales universitarios, se
caracterizaba por una vida social muy agitada y una búsqueda de
posesiones materiales. Germán se posesionó de su papel de
proveedor, compañero leal y consumidor. Beatriz actuaba como una
mujer fiel que, además, apoyaba la carrera de su esposo.
Habían estado casados cerca de 12 años cuando el aburrimiento y
la impaciencia empezaron a romper los lazos que los unían. Beatriz,
que se acercaba a la edad madura, ingresó en la escuela y empezó a
emocionarse con nuevas ideas y experiencias. Estaba deseosa de
compartirlo todo con Germán, pero para su sorpresa, éste se resistía
y menospreciaba su esfuerzo. Asustada, Beatriz dejó de hablarle
acerca de sus experiencias. Entretanto, él tuvo aventuras
extramaritales y comenzó a beber demasiado. Era claro que se
habían alejado. Su relación estaba desprovista de calor y emoción.
Reconocieron que su matrimonio estaba en peligro y buscaron
ayuda.
En un principio creyeron que había falta de comunicación, pero
pronto se dieron cuenta de que el problema era mucho más
profundo. Debido a que habían descuidado su crecimiento personal
para centrarse de manera muy intensa en las relaciones sociales, los
negocios y la posición, sus lados espirituales se habían estancado.
Tenían la vaga pero real sensación de que algo hacía falta. Como
resultado, Beatriz se enfocó con emoción al cuidado de su lado
creativo y Germán experimentó frustración al buscar estímulos e
intensidad tanto en el sexo fuera del matrimonio como en sus
frecuentes borracheras. A través de la terapia, ambos aprendieron
que sin la apertura para cambiar y explorar, una relación es como
un cuerpo que nunca se ejercita: pierde flexibilidad y fuerza, se
debilita e, incluso, puede morir.
Estimulan el crecimiento del compañero o compañera
La gente madura no sólo reconoce que el cambio es necesario, sino que
sabe que el amor verdadero requiere y fomenta el crecimiento del otro,
incluyendo el desarrollo de otras relaciones importantes sin sentir celos.
Recientemente hablé con un muy querido amigo. En ese momento era
mi amigo más importante y yo era la amiga más importante para él.
Hablamos acerca de cómo esto podía cambiar si fuéramos amantes.
Llegamos a la conclusión de que cuando se involucra el sexo, otras
amistades vitales pueden a menudo provocar celos. Aunque hay muy
poco de racionalidad en los celos, son una fuerza enorme en nuestra
constitución emocional y biológica. Están profundamente arraigados en
nuestra biología —quizás como resultado de nuestros impulsos
primigenios de procreación y protección— y también pulsos primigenios
de procreación y protección— y también son algo que aprendemos. Los
celos son una emoción natural, pero si permitimos que nos controlen,
podemos impedir nuestro propio crecimiento y el de nuestra pareja.
El desarrollo personal no termina a la edad de 18 años; continúa hasta
la muerte. A la mitad de la vida nos enfrentamos a una decisión: el
estancamiento o el autodescubrimiento que nos puede llevar al
crecimiento renovado. Es un momento en el que muchas personas se
sienten confundidas y retadas. Debido a que mucha gente teme al
cambio, puede optar por estancarse intelectual y emocionalmente, y sus
relaciones sufren por ello. En Bridge Across Forever (El puente hacia la
eternidad), Richard Bach escribió que “el aburrimiento entre dos
personas…no viene de estar juntos físicamente. Viene de que están
mental y espiritualmente separados”.
Experimentan la verdadera intimidad
En virtud de que los amantes maduros no están limitados por temores e
inhibiciones infantiles, sus relaciones se caracterizan por una intimidad
verdadera e intensa. El temor a los riesgos del amor inhibe la intimidad;
la confianza y la voluntad de tomar riesgos, en cambio, invitan a ella. El
amor verdadero parece contradictorio: quienes son autocontenidos e
independientes son más capaces de amarse profunda y tiernamente,
debido a que su amor no es obsesivo ni dependiente, son libres para ser
interdependientes y se complementan uno al otro.
En otras palabras, quienes son libres en tanto individuos también los
son para amar. Puede parecer una paradoja, pero fera de confianza.
Cuando somos niños estamos dispuestos a confiar en nosotros mismos,
los demás y la vida. Así, el niño interior siempre está involucrado en
nuestra capacidad para amar íntimamente. Con el fin de confiarnos
nosotros mismos a otro deben estar presentes cuatro cualidades:
confiabilidad, apertura, aceptación y congruencia.
Cuando falta una de estas cualidades, experimentamos desconfianza, y
con toda razón. Nuestra parte intuitiva responde rápidamente y empieza
a defendernos. En el amor sano, una persona puede contar con que la
otra estará allí; puede sentirse a salvo y aceptada; puede experimentar
una apertura de ideas, sentimientos y diferencias, y puede experimentar
consistencia por parte de la otra. La congruencia significa que las
palabras y actos de uno son consistentes. Y cuando se reconocen las
ideas y actos de uno como inconsistentes, por ese solo hecho, el de
reconocerlo, se vuelven congruentes. Ser congruente es decir: “Te amo,
pero tengo problemas para expresar amor.”
La intimidad es profunda cuando confiamos plenamente. Lourdes
solía estar asustada y se alejaba de la gente. Cuando no confiaba se
le decía que ella era el problema. Le di la lista de las características
de la confianza y le dije que viera cuál era la cualidad que le faltaba
a la gente que encontraba. Cuando estaba haciendo esto empezó a
darse cuenta de que su desconfianza estaba bien fundamentada.
Conforme fue aprendiendo a confiar en sus percepciones, tuvo más
confianza en ella misma y corrió más riesgos con la intimidad.
Descubrió que podía encontrar la diferencia entre la gente segura y
la que no era segura. También aprendió que nadie es perfecto y que
la gente sana estaba abierta a hablar con ella acerca de su
incongruencia, lo que los hacía creíbles, por lo que estaba segura
con ellos.
Se sienten libres de pedir en forma honesta lo que
necesitan
El amor verdadero también tiene como característica la libertad de pedir
y recibir, así como la buena voluntad para aceptar un “no” por
respuesta. Es muy importante subrayar que la habilidad para ser honesto
—de decir no cuando se quiere decir no— es esencial en una relación.
De hecho, para confiar en el sí que uno emite es necesario haber
demostrado también la habilidad para decir no.
Una manera importante para determinar la disponibilidad de un
paciente anteriormente dependiente a dejar la terapia es que sea
evidente su habilidad para establecer contacto con los demás, para pedir
en forma clara ayuda cuando la necesita y para recibir ésta. También es
necesario que la gente abandone su deseo de conseguir todo aquello que
no puede tener realmente.
Trabajo con parejas que frecuentemente esperan que los demás les
lean la mente. A menudo se dicen unos a otros: “Has vivido lo suficiente
conmigo. ¡Ya deberías saberlo!” Ése es un error. A veces, su compañero o
compañera no sabe lo que usted necesita; en otras ocasiones, él o ella
puede “leer” sus pensamientos correctamente o puede, simplemente,
adivinar. Pero lo mejor es negociar, hablar acerca de los sentimientos y
necesidades. La mayoría de nosotros no leemos la mente y ni siquiera el
amor puede volvernos clarividentes.
Con la ayuda de la terapia, Gloria, una mujer de 35 años, muy
indecisa y callada, había logrado muchas cosas nuevas. Podía hablar
honestamente acerca de sus sentimientos y pedirle directamente a
su amante, Carlos, lo que necesitaba en vez de esperar a que él lo
adivinara. Un día llegó sintiéndose muy triste y enojada. “Hice todo
lo que se suponía debía hacer —dijo—. Quería que Carlos hiciera
algo por mí y se lo pedí de una manera clara y gentil. ¿Sabe lo que
dijo? ¡Dijo que no! Me rechazó.”
Gloria había hecho lo correcto, pero cometió un error común: creyó
que si lo pedía de la manera adecuada, obtendría lo que quería. Aunque
a menudo obtenemos lo que queremos cuando lo pedimos de manera
directa, es importante pedírselo a la persona correcta en el momento
apropiado, y aun entonces aceptar que la persona puede no estar en la
posición indicada para ayudarnos. Gloria no había hecho eso.
Frecuentemente, las personas se meten en problemas cuando esperan
obtener lo que necesitan o quieren. Es natural necesitar y querer algo,
pero esperar o exigir recibirlo sólo prepara el terreno para la decepción.
El amor sano está dispuesto a dejar ir, no a la persona, sino a las
expectativas. Para ser aceptados por los demás, deberíamos tener una
actitud de aceptación respecto de nosotros mismos.
A menudo esperamos que la gente se ajuste a nuestro ideal de
expresión del amor. En una relación, un miembro de la pareja puede
disfrutar haciendo las compras en el supermercado, mientras que el otro
puede ser más sentimental y preferir dar flores, tarjetas y regalos. Si
ambos miembros de la pareja son perceptivos y maduros, sabrán que la
manera de dar es única según quien da, así que serán bienvenidas
muchas formas de expresión del amor. Los amantes verdaderos aprecian
—e incluso gozan— tales diferencias.
Experimentan el dar de la misma manera que el recibir
El amor no egocéntrico experimenta el dar y el recibir de manera
similar. El placer que se obtiene al darle al amado es tan intenso como el
que se vive al recibir de él. Cuando uno ha dado el maravilloso salto de
la dependencia al amor más libre, es posible dar más fácilmente y con
menos expectativas. Algunas personas dan para complacer y, de esta
manera, esperan recibir algo a cambio. Cuando esto falla pueden
enojarse y decir: “Bueno, ¡me olvido de ti! ¡Te he dado y dado, pero no
sirvió para nada!”
El enojo y la frustración marcan con frecuencia el momento del
cambio en aquel que da para obtener. En este punto, y debido a la
frustración, la persona puede ya no dar de esta manera tan egocéntrica y
comenzar a ser más honesta con su pareja. El esposo de una paciente me
llamó una vez para decirme: “Chispas, no sé qué pasa con esta terapia.
Mi esposa me está volviendo loco. Está enojada todo el tiempo y se niega
a hacer cualquier cosa por mí.” Le respondí: “Es sólo una fase, algún día
comprenderá.”
Semanas después me volvió a llamar. “Tenía usted razón —manifestó
—. Ha vuelto a ser la misma de siempre.” En realidad, la mujer, quien
había sido una “dadora para obtener”, no era la misma de siempre; era
muy distinta. Estaba aprendiendo a darle a su marido, a hacer cosas que
lo complacían, pero no porque esperara algo a cambio, sino porque lo
amaba verdaderamente y estaba experimentando la alegría de dar por el
simple hecho de hacerlo. Su enojo y frustración por el fracaso de “dar
para obtener” había sido una fase natural, en la que, por cierto, algunas
relaciones zozobran. Dar desde nuestra esencia es una experiencia muy
profunda que nos motiva a expandir nuestro deseo de dar a otros.
No intentan cambiar o controlar al otro
El amor maduro se acepta a sí mismo y a los demás tal y como son. Un
amante no intenta cambiar o controlar al otro. Esto no supone que a los
miembros de la pareja les guste todo acerca de sí mismos o del otro, pero
son capaces de aceptar lo que no les gusta. Esto es, los mejores romances
se basan en el realismo.
Aunque puede sonar bastante simple, una de las partes más difíciles
para aprender a amar es aceptarnos a nosotros mismos y a los demás tal
y como somos. La vida y las relaciones están llenas de opciones. Si
escogemos estar con alguien, aceptando a esa persona tal y como es, eso
es amor verdadero. Intentar cambiar al otro es un síntoma del amor
adictivo. Y como todo, quien lo ha intentado sabe que nunca funciona.
El amor sano cede ante el otro. La gente que tiene un nivel de conciencia
más alto se siente incomprendida por los que están en un nivel menor,
ya que estos no han tenido la experiencia necesaria. Un niño de cinco
años puede saber qué se siente tener tres, pero no viceversa. El amor
adictivo empuja y jala. El amor sano es compasivo.
Fomentan la autosuficiencia del compañero o compañera
Fromm escribe: “El paso más importante es aprender a estar solo con
uno mismo sin leer, escuchar la radio, fumar o beber…Esta es
precisamente la condición necesaria para aprender a amar.” El amor
maduro ocurre cuando nos damos cuenta de que estamos
sustancialmente solos, que ya no necesitamos de la misma forma en que
necesitábamos en la infancia, que tenemos cualidades interiores que nos
completan. En una relación sana ambos individuos tienen una sensación
de autoestima y bienestar. Confían en sí mismos y en los demás; en una
escala de cero a diez, se aman a sí mismos incondicionalmente —¡un
diez!— sin culpa. Yo creo que todos tenemos lo necesario para amarnos
y respetarnos en igual medida.
Aceptan las limitaciones propias y las del compañero o
compañera
El amor verdadero involucra una apreciación realista de nuestras
limitaciones. Es importante que ajustemos nuestras creencias a la
realidad, en lugar de tratar de ajustar la realidad a lo que queremos
creer. Puede parecer raro que para crecer, tengamos que aceptar
nuestras limitaciones. Pero el amor maduro puede resolver problemas
dentro de ciertos límites.
Pero si una persona crece y la otra no, ¿puede prosperar la relación?
Mi respuesta es sí y no. Por una parte, las relaciones que fracasan son
aquéllas en las que uno de los miembros no está dispuesto a aceptar las
limitaciones del otro, sean reales o imaginarias. Las luchas de poder y el
estira y afloja pasan por encima de la alegría y el amor. Por otra parte,
las relaciones exitosas son aquellas en las que la gente acepta sus
limitaciones y las de los demás. Recuerdo a una pareja que al inicio de la
terapia ponía énfasis en cambiarse uno al otro. Después aprendieron a
saborear la singularidad de cada uno y a satisfacer algunas de sus
necesidades en otras relaciones. Ella se interesó más en las clases de
autoayuda y metafísica. El continuó satisfaciendo sus necesidades en el
mundo de los negocios y el trabajo. El tiempo que pasaban juntos se
convirtió en el mejor momento para compartir sus diferencias así como
también sus similaridades.
No buscan el amor incondicional
En una buena relación amorosa, ya no anhelamos el amor incondicional
de nuestro compañero o compañera. El único momento en que llegamos
a necesitar ese tipo de cuidados fue durante los primeros 18 meses de
nuestra vida. No vamos a necesitarlo de los demás por más tiempo, ya
podemos dárnoslo a nosotros mismos. El amor incondicional es un
estado del ser que viene de dentro de nosotros y no al revés. La paradoja
radica en que cuando dejamos de buscar el amor incondicional, a
menudo nos sorprendemos al encontrar a alguien que nos ama
precisamente de esa manera. Quizá se debe a que, al darnos a nosotros
mismos amor incondicional, brindamos al otro la seguridad que lo invita
a compartir su amor.
Aceptan el compromiso
En el amor adictivo, el compromiso a menudo se experimenta como una
“pérdida del yo”. En el amor maduro, sucede lo contrario; la autoestima
aumenta. Experimentamos al compromiso como una expansión de
nosotros mismos. Vamos más allá de la autogratificación narcisista para
compartir, dar y sacrificarnos por él o ella. El compromiso acepta, sin
resistencias, la importancia y el valor de la otra persona en nuestra vida.
Hay una auténtica preocupación por el compromiso con la otra persona
y su bienestar. Tomamos en cuenta la forma en que afectan nuestras
acciones a la relación. Reconocemos que la autonomía no es siempre
hacer “lo que quiero en el momento en que lo quiero”, sino tomar la
responsabilidad de nuestras vidas de manera que nos lastimemos lo
menos posible a nosotros mismos y a los demás. La autonomía incluye
fronteras y limitaciones y los amantes maduros definen juntas estas
fronteras para fortalecer su compromiso. Nuestro compromiso expresa
nuestros valores más profundos y trasciende nuestros temores.
Si hago lo mío y tu lo tuyo
y no vivimos de acuerdo con nuestras expectativas
Podremos vivir, pero el mundo no sobrevivirá
Tú eres tú y yo soy yo cuando estamos juntos, no por
azar
Uniendo nuestras manos, nos encontraremos bellos
Si no, nadie nos podrá ayudar.
CLAUDE STEINER
Tienen una alta autoestima
¿Qué tanto se ama a usted mismo? En el amor maduro, ambos
individuos tienen un alto sentido de la autoestima y el bienestar. Se
aman a sí mismos sin necesidad de probarlo a los demás. En las
relaciones caracterizadas por la adicción, nuestra autoestima dependerá
de la respuesta de nuestro compañero o compañera. En una relación
sana, confiamos en nosotros mismos y nuestra autoestima no se debilita
por la desaprobación o discordia.
Recuerdo una relación en la que se me pedía que pusiera a la otra
persona en un pedestal. El decía: “Necesito que me admires para
sentirme bien conmigo mismo.” Mi respuesta a este amigo fue directa:
“Ponerte en un pedestal sería una mentira. Somos iguales. No lo haré.
Aunque podemos afirmar el valor y bondad de cada uno de nosotros, no
podemos darnos una autoestima que no tenemos.” La relación terminó y
él continuó su búsqueda de una compañera bien dispuesta a
reverenciarlo.
Los otros pueden ponerlo en un pedestal y tendrá la tentación de
quedarse y disfrutar del paisaje. Pero este es un lugar muy peligroso, ya
que ¡todo lo que sube, tiene que bajar! En el amor maduro no caben los
egos inflados. Alguna vez escuché que alguien definía a la humanidad
como “la gentil aceptación de uno mismo”. Los amantes maduros
parecen expresar esta autoconfianza estando solos y uno con el otro.
Confían en recordar al amado; disfrutan la soledad
Un indicador importante del amor verdadero es nuestra capacidad para
confiar en nuestra memoria y recordar al amante ausente, lo que nos
permite aceptar y disfrutar el tiempo que estamos solos. Aunque
podemos desear estar con nuestro amante ausente, tenemos confianza en
que él o ella a la larga regresarán. Mientras tanto, los buenos recuerdos
son suficientes para satisfacernos. El amor maduro supone que los
individuos experimentaron una satisfacción suficiente a las necesidades
de su infancia y encuentran fácil saber lo que necesitan y buscarlo. Las
personas afortunadas aceptan su derecho a ser amadas; están abiertas,
confiadas y no exigen.
Como un amante le dijo a otro: “Lo que siento por ti cuando estamos
separados es muy distinto a lo que había sentido antes. Quiero estar
contigo, pienso en ti y siento tu presencia. Confío en nuestro lazo
espiritual. No siento ansiedad ni añoranza y espero vehementemente el
momento de estar juntos. Quizá se deba a que tú también confías en
nuestra ausencia.”
Expresan espontáneamente sus sentimientos
En las relaciones amorosas adictivas, los compañeros vuelven a
representar escenas dramáticas que los llevan a sus sentimientos
favoritos tales como confusión, enojo, culpa o vergüenza. En una
relación sana, los amantes expresan espontáneamente sus sentimientos
con base en lo que está ocurriendo. Los sentimientos se expresan, no se
reprimen cuando surgen, ya que los sentimientos expresados en el
momento no explotarán después en momentos inadecuados. La
frustración y el enojo acumulados siempre salen, puede estar seguro de
ello.
Una pareja, casada por segunda vez, incluyó en su contrato de
matrimonio la promesa de discutir abiertamente cualquier síntoma de
problemas. Tales síntomas aparecen primero como sentimientos
incómodos. Ambos sabían, gracias a las experiencias previas, que no
discutirlos los haría más graves y crearía resentimientos o el cerrarse.
Aunque podemos tender a repetir las dramáticas escenas del pasado, el
amor sano nos brinda la posibilidad de experimentar mejores finales.
Nuestros sentimientos son los indicadores necesarios para identificar y
resolver nuestras diferencias; expresarlas con solicitud es importante
para nuestro bienestar.
Dan la bienvenida a la cercanía; se exponen a la
vulnerabilidad
Con el amor verdadero nos sentimos conectados a la vida y a toda la
humanidad. Sabemos en quién podemos o no podemos confiar y nos
sentimos a salvo al explorar. Con el amor maduro, podemos manejar la
decepción y el dolor. En una relación amorosa sana, nos deshacemos de
creencias y decisiones subyacentes que nos mantienen cerrados y a la
defensiva. Estamos dispuestos a tener una vida plena solos. Sabemos que
la pertenencia aparece de muy distintas maneras no sólo en una relación
primaria.
Como decía un cliente: “Ahora que sé que puedo sobrevivir al dolor y
a la pérdida, y que conozco las alegrías de la franqueza, he elegido vivir
abiertamente y arriesgarme a convivir con los demás. Si mi franqueza es
demasiada para ellos, que así sea. Dejaré que se vayan porque sé que hay
muchos otros que desean compartir mi franqueza. No puedo ser otra
persona. Todos tenemos el derecho de preferir a una persona sobre otra
y de economizar el tiempo que invertimos en los demás. Está bien que
alguien no quiera estar conmigo y prefiera a otro. ¡Existen muchos otros
con los que puedo intimar!”
Se preocupan por el otro desinteresadamente
La madurez nos permite saber que podemos interesarnos, escuchar y
responder a los sentimientos del otro, pero sin “arreglarlos” o
removerlos. Por lo tanto, una sensación de interés con desapego es un
síntoma de la relación sana. Los compañeros dicen: “Me interesa lo que
sientes y estoy aquí contigo”, pero no: “Déjame sentir el dolor en tu
lugar.”
Cuando buscaron asesoría por primera vez, Lea estaba
terriblemente deprimida y José, su esposo, se sentía culpable al
respecto. “Parece que no soy capaz de sacarla de esta depresión y he
hecho todo lo que se me ocurre”, dijo, “¿Cómo se supone que debo
sentirme bien cuando ella está tan deprimida?” En el fondo se sentía
fracasado como hombre y esposo. Creía que los hombres eran los
héroes, responsables de salvar a las heroínas tristes.
Ambos debían aprender que Lea era responsable de su propia
depresión. Aunque José podía ser comprensivo y compasivo, no
podía superarla por ella. De hecho, José encontraría el estado
mental de Lea menos depresivo si se sintiera menos culpable. José
se sintió aliviado al darse cuenta de esto. Entretanto, Lea fue capaz
de sentirse menos mal cuando José dejó de culparse a sí mismo por
su depresión y así fue capaz de explorar más fácilmente las causas
subyacentes. José, menos ansioso, ahora brindaba más apoyo. Al
dejarse ir, le dieron a su relación una oportunidad para crecer con
mayor fuerza y carácter.
Afirman la igualdad y el poder personal propio y el del
compañero o compañera
En el verdadero amor, los amantes se reconocen a sí mismos como
iguales; no se ven envueltos en juegos psicológicos ni en rivalidades. La
competencia sana desafía el crecimiento de cada uno y no repercute en
el otro. La confrontación detiene el dolor, no lo provoca. Cuando dos
personas están satisfechas y viven como individuos libres, es mucho más
probable que tengan una relación satisfactoria y libre.
En conclusión, los amantes maduros dan la bienvenida al amor y se
arriesgan a la vulnerabilidad. Se han enfrentado a su soledad y conocen
la alegría de compartir. Saben que ya no necesitan a la gente para
sobrevivir, tal y como la necesitaban en la infancia, que la vida es a
veces cruel e injusta y, sin embargo, sigue siendo buena.
Así como escribo o hablo acerca del amor sano, me doy cuenta de que
tengo menos que decir cuando escribo o hablo acerca del amor adictivo.
Y con toda razón. El verdadero amor es un estado del ser. Es puro,
simple, emana de mí: de un lugar que no puedo definir claramente,
aunque parece que es el corazón el que habla con cada célula de mi ser.
Es mi propia creación, que va hacia afuera. A veces la detengo, a veces
la comparto.
Usted ha tenido la experiencia del amor. Cada vez que lo experimente,
repítase: “esto es amor, es real y lo estoy experimentando una y otra
vez”.
“¡Yo soy! y ¡tú eres! y el amor;
es todo: lo que importa.
RICHARD BACH
The Bridge Across Forever
(El puente hacia la eternidad)
Parte III:
Esperanza para el mañana
CAPÍTULO 7
De la adicción al amor
La expresión más alta de la civilización no es el arte,
sino la suprema ternura que la gente es lo
suficientemente fuerte para sentir y mostrar hacia los
demás.
NORMAN COUSINS
—¿Qué es Real?— preguntó el Conejo un día, cuando yacían a cada
lado de la cerca junto a la reja de la guardería, antes de que Nana
llegara a limpiar el cuarto. —¿Significa que tienes dentro unas cosas
que zumban y un palo de hockey?
—Lo Real no es como estás hecho— dijo Piel de Caballo. —Es una
cosa que te pasa. Cuando un niño te ama por mucho, mucho tiempo,
no sólo para jugar contigo, sino porque Realmente te ama, entonces
te vuelves Real.
—¿Duele?— preguntó el Conejo.
—A veces— dijo Piel de Caballo, porque siempre era veraz. —
Cuando eres Real no te importa que te lastimen.
—¿Sucede todo de una vez, como cuando te dan cuerda?—
preguntó—, o ¿poco a poco?
—No sucede todo a la vez— dijo Piel de Caballo. —Te vuelves.
Toma mucho tiempo. Por eso no le pasa a menudo a la gente que se
rompe fácilmente, que tiene orillas filosas, o que necesita de muchos
cuidados. Generalmente, cuando ya eres Real, la mayor parte de tu
pelo se ha caído de tanto amor, tus ojos se han caído y las
coyunturas están flojas y muy usadas. Pero estas cosas no importan
en absoluto, porque una vez que eres Real es imposible ser feo,
excepto para aquellas personas que no entienden.
—Supongo que tú eres Real— dijo el Conejo. Después deseó no
haberlo dicho, porque pensó que Piel de Caballo podría ser sensible.
Pero Piel de Caballo sólo sonrió.
—El Tío del Muchacho me hizo Real— dijo. —Eso fue hace
muchísimos años; pero una vez que eres Real ya no puedes volver a
ser irreal. Dura para siempre.
MARGERY WILLIAMS
The Velveteen Rabbit
Víctor Frankl desarrolló una escuela de psiquiatría existencial después de
sufrir experiencias asoladoras como prisionero en Auschwitz. Él ha
escrito sobre una revelación que tuvo durante sus días más tenebrosos en
el campo de concentración: “…Vi la verdad tal y como la cantan tantos
poetas, proclamada como la sabiduría final por tantos pensadores; ese
amor es el último y más alto objetivo al que el hombre puede aspirar. La
salvación del hombre se logra a través del amor y en el amor. Entiendo
cómo un hombre que no tiene ya nada en este mundo aún puede conocer
la dicha…en la contemplación de su amado. El amor va mucho más allá
de la persona física del amado. Encuentra su verdadero significado en su
ser espiritual, en su yo interno.”
La adicción a la presencia del otro no es amor; ni el amor verdadero se
parece en algo a la adicción. El amor y la adicción son entidades
distintas que pueden parecerse y confundirse. Nuestro reto es pasar del
amor adictivo a una sana pertenencia, ya que en ella experimentamos
más profundamente el significado del yo interno que describía Frankl.
La salida
¿Qué puede hacer si descubre que está en una relación caracterizada por
la adicción?
Primero, recuerde que la mayoría de las relaciones tienen elementos
adictivos. Ninguno de nosotros satisfizo todas sus necesidades en la
infancia. Nuestros padres, por ser humanos, en ocasiones fallaron. Sus
fallas se convierten en nuestras debilidades cuando los culpamos o
exigimos a los demás lo que no obtuvimos en la infancia.
Segundo, mantenga siempre presente que en cierto nivel el amor
adictivo se percibe como algo crucial para sobrevivir, por lo tanto, no
será fácil dejarlo.
Tercero, recuerde que las razones psicológicas de su adicción son
únicas, como sus huellas digitales. Sólo usted puede descubrir sus
propósitos; sólo usted puede descubrir los temores que le impiden
dejarse ir. Si no es capaz de dejar ir una relación malsana o si se
encuentra a usted mismo yendo de una relación adictiva a otra, es el
momento de buscar ayuda externa.
Cuarto, trate de lograr la intimidad consigo mismo. Cuando nos
sabemos completos aun estando solos, estamos listos para las relaciones
amorosas sanas. La autosuficiencia y el autoconocimiento pueden ser las
llaves para el amor y la libertad.
Quinto, recuerde que pasar de una adicción al amor sano es un
proceso. Así como existe una forma de caer en una conducta
dependiente, hay una manera de salir de ella. Hay esperanza. Al conocer
la diferencia entre el amor adictivo y la sana pertenencia, al entender ese
proceso, usted puede aprender a aceptarse a sí mismo y a los demás; por
lo tanto, sus posibilidades de lograr satisfacción en el amor aumentarán.
Salir de la adicción y entrar al amor sano: el proceso
Terminé mi matrimonio en 1980. Esa relación había sido la más
significativa de mi vida y terminarla fue muy doloroso. Nunca pensé que
esto pudiera pasarme o que de hecho me pasaría. En la aventura
personal que tuve que emprender después y en mi recorrido a través de
la terapia con otros, emergió un proceso claro con etapas definidas
dentro y fuera de dicha relación. Atravesamos etapas consistentes y
conforme fui aclarando esas fases, los cambios se hicieron menos
dolorosos y más fáciles de aceptar; incluso fueron bienvenidos. El
conocer el proceso y prepararme para un resultado positivo me producía
una sensación de alivio, confiar en él se hizo necesario para terminarlo
con éxito. Para involucrarse en el proceso no importaba si uno estaba en
ese momento en una relación o no.
Mi terapia con las parejas cambió. Salir de la adicción y entrar al amor
sano requería de un “trabajo interno”. Tratar de cambiar una relación sin
alterar las creencias internas del individuo probó ser fútil. Las primeras
sesiones de la terapia se convirtieron en los escenarios para las luchas de
poder y yo era requerida como juez y árbitro. Esto nunca funcionaba y
acababa sintiéndome desgastada: una víctima.
Aprendí que mi propia dependencia malsana había atraído a cierta
gente a mi vida y además me hacía comportarme de manera previsible.
Necesitaba examinar mi temor al estado de separación, a tener
necesidades, a la cercanía. Aprendí que yo era la responsable de
cambiarme a mí misma. Yo introduje gente y situaciones que cabían en
lo que había sido mi vida en ese entonces. Aunque hallaba inaceptable el
comportamiento de los otros, a veces tenía que preguntarme qué parte
de mí necesitaba ese dolor y por qué. Al cambiar comencé a
relacionarme con personas más sanas.
Empecé a trabajar con las parejas de manera más efectiva. Vi que
tenía perfecto sentido de quién era cada uno en la relación. Dispersé sus
juegos de poder al pedirle a cada uno que hiciera solo el viaje, sólo por
algún tiempo, que descubrieran quiénes eran y cómo la discordia había
adquirido un sentido, psicológicamente hablando, en su relación.
Algunos se enojaron ante tal sugerencia, insistían en que la relación era
la que estaba en problemas o que existía algo más. Aquellos que se
arriesgaron a emprender el viaje hacia su interior y permanecieron en el
proceso, aprendieron que la clave para el amor es la libertad interior.
En el modelo que he descrito hay siete etapas para pasar de la
adicción al amor.
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
Negación.
Desconsuelo.
Confrontación.
Preparación psicológica.
Perfeccionamiento del yo interno.
Pertenencia.
Tratar de alcanzar.
Negación
En esta etapa, la relación a menudo parece normal. Quizá soportamos un
considerable abuso o negligencia emocional, espiritual o físico de
nuestro compañero o compañera, y después lo negamos o
racionalizamos. Pudimos tener una tendencia a depender de alguien que
probablemente nos dañó. En la nueva relación la euforia o pasión
enmascara los síntomas de peligro, pero la relación sigue un patrón
definido. El dar, a menudo, se experimenta como perder; el temor a la
verdadera intimidad se aborda en forma melodramática, asegurando un
nivel de excitación que sustituye a la cercanía auténtica. Muchas —
quizás todas— las características del amor adictivo están presentes, pero
se ignoran o niegan.
Aquí hay algunas creencias, expresadas en máximas comunes, que
apoyan esta etapa:
“Todas las parejas pasan por esto.”
“Es mejor tener una mala relación que no tener ninguna.”
“Pensé que él o ella era mejor.”
“Así es la vida.”
“Siempre ve el lado bueno de la gente.”
Los adictos al amor le temen a la verdad acerca de sí mismos. Algunas
veces sólo una falta de información mantiene a la pareja en esta etapa.
Sin embargo, con la información adecuada, uno o ambos miembros de la
pareja comenzarán a salirse de la relación dependiente.
Desconsuelo
En esta etapa, uno o ambos miembros de la pareja toman conciencia de
que algo falta. Las voces interiores dicen:
“Esto no es suficiente.”
“Algo no está bien.”
“¿Qué me pasa? Debería estar más feliz.”
“¿Me pregunto si él o ella aún me ama? ¿Me pregunto si todavía
lo amo o la amo?”
“¿Es esto todo? Estoy aburrido o aburrida.”
“Me siento oprimido u oprimida; debo salirme.”
En la primera etapa, suprimíamos los problemas y tratábamos de
adaptarnos a la relación; pero en la segunda, la agitación hace imposible
dicha negación. Tal agitación es provocada por la energía bloqueada que
debe expresarse en la intimidad y creatividad negadas en el amor
adictivo. En este punto, identificar el problema y resolverlo es un reto.
La mayoría de la gente empieza a buscar soluciones o consuelo fuera
de sí misma y de sus relaciones; y en algunos casos recurren al alcohol,
la comida, las aventuras, el trabajo, el ejercicio, la religión, el juego u
otras obsesiones. Aunque tales obsesiones pueden proporcionar un alivio
inicial, no satisfacen los deseos de la persona porque se convierten en
otro intento, poco afortunado, para abandonar el amor adictivo,
desarrollar su autoestima y hallarle sentido a la vida.
La persona puede adquirir conciencia de las emociones, conductas y
sentimientos de infelicidad recurrentes. Generalmente una persona, que
se siente temerosa y culpable, empieza a salirse de la relación adictiva.
En esta etapa el problema no se ha definido, así que son comunes los
sentimientos de frustración, depresión y ansiedad. A menudo uno o
ambos miembros de la pareja vuelven con resignación a la primera etapa
para aliviar sus temores y culpas.
Confrontación
Súbitamente, los problemas de la relación son confrontados por uno o
ambos individuos. Sin embargo, según la calidad de adicción de la
relación, el énfasis tiende a ponerse en cambiar a la otra persona para
volver a equilibrar la relación. Cuando una persona amenaza con irse,
los síntomas de alarma se intensifican. Hay más melodrama: prevalecen
las acusaciones, las negaciones, y la ira; elementos todos que enmascaran
el temor. Ambos miembros de la pareja tratan de controlar la situación.
Tales intentos de control pueden tomar forma en amenazas, abuso físico
o sobreadaptación en un intento por tranquilizar al otro. Puede haber
mucho estira y afloja literal y figurativo.
En este punto, la pareja puede regresar a una etapa anterior, decidir
separarse, divorciarse o buscar consejo. Si entran a terapia, a menudo
quieren que el terapista cambie a la otra persona o se dirija a los
síntomas del problema, tales como problemas sexuales o falta de
comunicación. En el fondo, los individuos temen que han fallado o que
hicieron algo incorrecto; sufren de sentimientos de culpa o
desesperación. Al reprimir estos sentimientos desagradables, a menudo
culpan a otros y se enojan.
Esta etapa, entonces, se caracteriza por la crisis. Involucra mucha
interacción —de hecho, demasiada interacción— que es tan negativa que
complica el problema. Resulta desafortunado cuando la separación o el
divorcio ocurren en este momento. Sin la autocomprensión, la gente
puede recrear relaciones similares o limitar sus sentimientos de amor.
Algunos llevan consigo durante años el enojo y dolor.
Separación psicológica
Si la gente posee el suficiente discernimiento y está comprometida
realmente en una relación, uno o ambos llegan a esta etapa.
La separación psicológica es necesaria para que la gente pase de una
dependencia obsesiva a una relación sana y madura. En esta etapa
estamos dispuestos a dejar ir la idea de que una relación debe satisfacer
nuestros temores y necesidades privados. Estamos dispuestos a empezar
un viaje de autodescubrimiento, para confrontar nuestros propios mitos,
ilusiones y autopromesas ya que estos contribuyen a la adicción al amor.
A través del autoconocimiento o de la terapia, aprendemos a plantear y
responder preguntas como:
“¿Quién soy?”
“¿Cómo llegué a donde estoy ahora?”
“¿Qué promesas me hice cuando era más joven?”
“¿A qué le tengo miedo?”
“¿Qué intentos he hecho para aliviar mis temores?”
Debido a que la separación psicológica involucra una necesidad de
estar emocionalmente desapegado por un tiempo, los individuos pueden
parecer egocéntricos y a menudo no son capaces de sentir o expresar
amor por el otro durante este difícil periodo. Pero esto es temporal.
Durante este periodo es importante que experimenten la autointimidad.
En ocasiones también recurren a una separación física, aunque esto no
es necesario siempre y cuando los individuos se den uno al otro la
libertad para viajar a través de esta etapa sin terribles presiones. Es más
fácil aceptar la distancia si uno toma conciencia de que la persona está
haciendo lo que debe hacer, con el fin de desarrollar una capacidad para
amar. Si comprenden que es parte del proceso no se sentirán culpables.
Hasta que la gente no tiene un sentido de quién es y de que le gusta
ser quien es, no está psicológicamente libre para amar. Entretanto, es
importante que se establezca un compromiso con la relación hasta que
uno o ambos miembros de la pareja tengan una clara comprensión de sí
mismos que les permita valorar la relación desde un nuevo y más sano
punto de vista. Si usted es soltero, es importante que experimente esta
etapa para asegurar una relación amorosa sana en el futuro. Las personas
deben aprender a ser sus propios padres y amigos; prerrequisito para
tener buenas relaciones con los demás.
Los sistemas de apoyo sano —amigos, familia o grupos de apoyo—
pueden ayudar a afirmar la autoexploración y el cambio. Como los
miembros de la pareja se alejan psicológicamente uno del otro durante
este tiempo, es un periodo muy difícil. La tensión puede hacerlo aún más
difícil por lo que necesitan del apoyo externo. De hecho, durante este
tiempo algunas personas regresan a sus viejas costumbres ya que la
autoexploración puede ser terrorífica. Si los miembros de la pareja
recurren a todas sus fortalezas —compasión, paciencia, tolerancia,
aceptación e interés con distancia, entre otras— saldrán adelante.
Perfeccionamiento del yo interno
En esta etapa, los individuos han respondido a la pregunta “¿Quién
soy?” A través de un proceso largo y difícil, el individuo ha logrado un
sentimiento de identidad y autoestima y el conocimiento de que “Me
basto solo.” Saben lo que necesitan y desean, lo que es importante y lo
que no lo es. Es importante que la gente se dé el tiempo necesario para
integrar estos importantes cambios a sus vidas y personalidades.
Ahora las personas desarrollan aprecio por sus propios talentos,
intereses, potencial creativo y actividades; encuentran una sensación de
desapego sano y una conciencia de su capacidad para la intimidad y el
amor; se sienten cómodos y en paz cuando están solos. Para los otros,
puede parecer como si hubieran madurado y aceptaran la realidad;
parecen reconocer que la vida consiste en nuevas experiencias y
lecciones, lo que les presenta diversas opciones. La vida involucra la
opción, la acción y las consecuencias; y ese hecho ya no es terrorífico.
Una vez que el individuo consigue la seguridad en sí mismo, es el
momento de evaluar su relación a partir de una nueva perspectiva y así
decidir si debe continuar. Si una persona ya ha dejado una relación o ha
sido abandonada empezará, en este momento, a confiar en que el amor
es posible en el futuro.
Pertenencia
Si los individuos han logrado llegar a esta etapa es porque poseen una
nueva libertad y una nueva capacidad para amar en forma madura.
Descubren que una relación amorosa no es la única manera de
pertenecer: también pueden formar parte de la familia, tener amigos y
pertenecer a grupos de apoyo.
Si continúa la terapia en pareja, ahora se concentra en el “nosotros”,
ya que los miembros de la pareja están listos para experimentar la
esencia de cada uno y pueden lograr un alto grado de intimidad. Aunque
se ven a sí mismos como únicos y diferentes uno del otro, saben que su
nueva cercanía les permite tener diferencias individuales que
complementan a la relación y coexisten con la libertad individual. El dar
es algo espontáneo; el lazo que se crea es espiritual, emotivo. El
compromiso se caracteriza por el deseo no sólo de dar al otro, sino de
servirlo sin esperar nada a cambio. Un nuevo realismo permite las faltas,
fracasos y decepciones. Hay igualdad y terminan los juegos de poder.
Ahora las tres entidades de la relación —“yo”, “tú” y “nosotros”—
coexisten de manera pacífica.
Tratar de alcanzar
En esta etapa, las personas pasan de centrarse en ellas mismas y su
relación a una experiencia más universal de dar. Contentos con ellos
mismos y con los demás, ahora tienen más energía creativa, vigor físico
y fortaleza espiritual que les permiten dar y responder. Como ya no
dependen de una relación para darle sentido a su vida, son libres para
buscar a la vida un significado adicional. La adversidad ahora les
proporciona oportunidades para ser y experimentar más.
Una relación amorosa madura sirve como trampolín para nuestra
energía e interés en el mundo, pero uno no tiene que estar con un
amante para sentirse lleno de energía o alimentado. El amor se expande
de una relación exclusiva al amor universal lo que refuerza la idea de
que el amor hace, efectivamente, girar al mundo.
Las tres primeras etapas incluyen características del amor adictivo.
Terminar una relación en este momento sin tomar conciencia de la
verdad, es adictivo en sí mismo, significa que usted llevará las cicatrices
de la relación. Las etapas cuatro y cinco reflejan independencia. Aquí
aprendemos lo que se supone que debimos aprender en la adolescencia
tardía y a principios de la madurez: autonomía, espontaneidad y la
capacidad para la intimidad. Las etapas seis y siete reflejan la sana
pertenencia: interdependencia que alternaba con sana dependencia.
El tránsito por estas etapas no siempre es continuo. Podemos estar en
el nivel seis un día y en el nivel dos al día siguiente. Al madurar, nos
relacionamos conforme a los niveles más altos. Recuerde que una
persona puede quedarse en un nivel inferior mientras que otra llega a un
nivel superior. Sólo podemos llegar al nivel para el que estamos
preparados. Aquellos que están en un nivel superior se enfrentan al reto
de ser más pacientes.
La terapia en pareja es una lucha cuando las personas se encuentran
dentro de las tres primeras etapas, pero es bastante simple si se
encuentran en la etapa seis. Entonces hay una sensación de comprensión
y franqueza hacia nuevas formas de estar juntos. Para complicar más el
asunto, podemos estar en las siete etapas al mismo tiempo.
De la adicción al amor sano
Lo que sigue es ¡a historia de Sara y Daniel, una pareja, cada uno de
ellos con alrededor de 30 años de edad, que pasaron exitosamente de
una relación dependiente a una relación más sana y madura. Para mí,
como terapista, seguir su situación fue una fuente de inspiración y
aprendizaje. Hubo momentos en los que la relación parecía predestinada
al fracaso y la terapia mostraba resultados muy pobres. El dolor y
aislamiento que sintieron durante su penosa experiencia fueron a
menudo muy grandes, sin embargo, confiaban en que un cambio era
posible y estaban dispuestos a emplear el tiempo y energía necesarios
para mejorar su matrimonio.
Sara y Daniel debían dejarse ir para descubrirse como individuos. Sólo
entonces podrían reunirse y elegirse uno al otro de nuevo: no debido a la
necesidad, sino a un nuevo amor, respeto y deseo por el otro. Hoy, su
relación está viva, con excitación, interés y una nueva capacidad para
resolver conflictos. Observarlos confirmó mi creencia de que muchos
matrimonios potencialmente buenos terminan demasiado pronto porque
las características adictivas estropean su relación. En ocasiones, el amor
simplemente debe madurar.
La historia de Sara
En un periodo de cuatro años, mi esposo y yo cambiamos de
residencia tres veces, recorrimos unos 1 300 kilómetros cada vez.
Dos de las mudanzas fueron para fortalecer su carrera. Aunque tuve
voz en esas decisiones, actué por temor y obligación, no por mi libre
voluntad; después de la tercera mudanza, estaba enojada porque
cada vez que nos volvíamos a establecer tenía que hacer un
curriculum vitae y buscar trabajo.
Cuando aleccionaba a mi esposo sobre la forma en que debía
competir para obtener el empleo que realmente deseaba, pensaba:
“Detente, Sara. ¿Qué quieres de tu vida? Estás viviendo a través de
él.”
Cuando empecé a buscar un nuevo empleo después de nuestra
tercera mudanza, estaba enojada y deprimida. Yo solía ser una
persona feliz; y ahora quería volver a estar contenta. Conseguí el
nombre de un consejero y empecé a descubrir el porqué de mis
sentimientos. Una de las cosas que descubrí es que debía aprender a
ser una persona distinta, independiente de mi familia, mi esposo y
mis amigos. Debía descubrir quién era yo. Creía que ya lo había
hecho.
Me di cuenta de que anteponía los sentimientos de Daniel y de la
mayoría de las personas a los míos. Les daba a los demás el tipo de
poder que otorgaba a mis padres cuando era niña. Me sentía
responsable de sus pensamientos y sentimientos. Como creía que las
demás personas sabían más, casi nunca confiaba en mis propias
ideas y sentimientos o en mi capacidad para tomar decisiones
importantes o resolver problemas. Así, mi vida se amoldaba a la de
Daniel, quien creía que sus necesidades eran primero y que tenía la
obligación de hacerse cargo de mí y tomar las decisiones por los
dos.
También descubrí que como en nuestras familias no solía
expresarse el enojo, no éramos verdaderamente honestos el uno con
el otro cuando surgía un problema.
Sentía que no podía equivocarme; tenía que ser perfecta. Si
estropeaba algo, me convencía de que algo malo me estaba pasando.
Daniel también era perfeccionista y muy criticón, no importaba cuál
de los dos cometiera el error. Por lo tanto, evitaba tomar decisiones
riesgosas y probar cosas nuevas, le temía a sus reacciones.
Confiaba en Daniel para satisfacer la mayoría de mis necesidades,
sin embargo, no sabía cómo pedir las cosas. Esperaba que él me
leyera la mente. Una vez que aprendí a pedirlas, parecía como si
nunca estuviera disponible para consolarme y apoyarme. La mayor
parte del tiempo no sabía cuáles eran sus sentimientos, no los
expresaba. Cuando le preguntaba cómo se sentía, a menudo
contestaba que no sabía. También aprendí, a través de la terapia,
que en muchas ocasiones yo sentía por ambos y me dejaba controlar
por mis sentimientos.
Cuando compartí mis descubrimientos sobre mí misma con
Daniel, me escuchó, pero no los entendió ni aceptó todos. Estaba
aprendiendo a sentir, a expresar enojo y a actuar de acuerdo con
mis sentimientos sin reprimirlos siempre. Me daba miedo enojarme
con Daniel. Al principio reaccionaba en exceso a pequeñas
irritaciones porque el enojo me era extraño, nadie me había
enseñado a manejarlo cuando era niña.
En este momento, me sentía cada vez más oprimida por mi
matrimonio. Si fuera soltera, pensaba, podría pasar más tiempo con
mis amigos, con la gente que me era simpática pero no le agradaba
a Daniel. Quería más de mi matrimonio. Supongo que no me daba
cuenta de que quería más intimidad; sólo sabía que algo faltaba.
Por un descuido me embaracé. Mi esposo no quería niños, pero
aun consciente de que no era el mejor momento, estaba en contra de
provocarme un aborto. Daniel y yo decidimos aceptar el embarazo,
aunque él me dijo: “No sé si quiero compartirte después de todo el
tiempo que hemos pasado juntos y las cosas que hemos hecho los
dos solos.”
Justo después de que decidimos continuar con el embarazo,
Daniel tuvo que salir a un viaje de negocios. Cuando volvió, me dijo
que se había sentido atraído hacia una mujer soltera que conoció en
el avión y que él también estaba inquieto e insatisfecho con nuestro
matrimonio. Sentía que quería estar casado conmigo, pero no estaba
seguro de qué sentía por esta mujer; quizá quería estar con ella. Era
la primera vez que se sentía seriamente atraído por otra mujer desde
que empezó a salir con chicas 15 años atrás. Repetía que sólo era
una amistad, pero ya no estaba segura de lo que sentía por mí.
Parecía tener una gran necesidad de la amistad con Rita, la otra
mujer, pero en mis adentros, no confiaba en que su relación fuera
tan sólo una amistad.
Accedió a ver a un consejero matrimonial conmigo. Al principio,
temía que me dejara sola y lloraba mucho. El apoyo de mi consejera
y mi grupo de apoyo fue invaluable. Finalmente reuní las fuerzas
suficientes para pedirle que dejara su relación con Rita. Se resistía a
hacerlo, pero un mes después su relación con Rita había terminado.
Estaba enojado conmigo lo que representaba una nueva experiencia
para mí. Como siempre había antepuesto sus sentimientos a los
míos, me sentía culpable por haberle pedido que terminara con esa
relación, sin embargo, sabía que ésta estaba interfiriendo con
nuestro matrimonio e iba en contra de lo que estábamos buscando.
Su afecto por Rita nos impedía observar aspectos de nuestro
matrimonio que era necesario cambiar.
Aunque continúe cambiando y madurando, sentía un vacío real en
mi vida. Me gustaba tal y como era; sabía que podía resolver
problemas y tomar mis propias decisiones; podía decidir con quien
quería estar y arreglármelas con cualquier problema que encontrara
en el camino; podía sentir profundamente y aun pensar en mí
misma; no necesitaba que Daniel lo hiciera por mí. Aunque podía
pedirle ayuda, apoyo y amor, a Daniel y a los demás no los
necesitaba para sentirme plena.
Al sentirme una persona independiente y consciente de las
fronteras físicas, emocionales, intelectuales y espirituales que me
separaban de Daniel, podía escoger entre ser dependiente o
independiente, fuerte o débil y no amoldarme a un papel. Podía
optar por ir a algún lugar o hacer algo con Daniel aunque no estaba
tan emocionada al respecto como él. Esto difería de mi antigua
posición de seguirlo automáticamente, lo quisiera o no, debido a
que las necesidades de Daniel estaban primero.
Pasaron ocho meses en los que Daniel luchó con sus sentimientos
hacia mí v el matrimonio. Entretanro, perdí al bebé.
Una noche nos enfrascamos en una tremenda discusión y Daniel
dijo cosas que me lastimaron profundamente. Algo cambió dentro
de mí; le dije que podía aceptar que no supiera qué sentía respecto a
nosotros, pero que no aceptaría sus comentarios mordaces. Le dije
que no quería volver a escucharlos. Supongo que estaba en el punto
en el que decidí que estaba lista para continuar mi vida, con o sin
Daniel. Estaba cansada de su falta de compromiso. Él debía decidir
si estaba dentro o fuera del matrimonio para que realmente
pudiéramos trabajar juntos y mejorar lo que teníamos o vivir
separados. En ese momento Daniel tomó su decisión. Decidió que
estaba lo suficientemente comprometido como para tratar de
mejorar nuestra relación.
No obstante, durante los seis meses siguientes, sentí que había
una gran distancia entre nosotros y que Daniel no se sentía muy
cerca de mí. Habían terminado muchos de los juegos que
jugábamos. Empecé a pasar más tiempo con amigos cercanos y me
di cuenta de que lo que me habían explicado en la terapia era cierto:
una persona no puede depender de otra para satisfacer todas sus
necesidades. Descubrí que cuando estaba con mis amigos, me reía y
divertía. También pasé muchos momentos sola en este periodo,
puesto que buscaba desarrollar mi lado espiritual.
Incluso ahora tenía más que ofrecer a Daniel. Empezamos a
compartir lo que estábamos aprendiendo de nosotros mismos, nos
comunicábamos en forma abierta y honesta. A veces era muy difícil
hablar de algo doloroso o incómodo, pero descubrí que podíamos
mantenernos cerca, aun en medio del dolor y el enojo. Se nos dijo
que sentirnos distantes era normal en el nuevo proceso de
acercamiento y, aunque nos asustaba, nos mantuvimos unidos en
este momento. Cuando Daniel empezó a entender por qué todavía
no se sentía cerca de mí, comencé a notar que cambiaba para bien.
La terapista sugirió entonces que empezáramos a observar al
“nosotros”. Aunque confiaba en ella, sentía cierta resistencia a
hacerlo. Pero empezamos a estudiar la relación y a preguntarnos
cómo podíamos mejorarla y purgarla de la dependencia.
Al observar al “nosotros”, aprendí que puede haber momentos en
los que no optaría por pasar mi tiempo en la forma en que Daniel lo
haría ni con las mismas personas, pero si él quisiera que estuviera a
su lado, lo haría porque es importante para él y lo amo. Pero ahora
lo haría para estrechar nuestros lazos, no por seguirlo
automáticamente.
Definitivamente, las cosas empezaban a mejorar entre nosotros.
Era como siempre había escuchado pero jamás lo había
experimentado: cuando dejé de buscar el amor incondicional, éste
estaba allí. Me sentía feliz conmigo misma y mi felicidad dependía
mucho menos que nunca de Daniel o cualquier otra persona. Daniel
empezó a compartir honestamente sus sentimientos conmigo y
respetaba mis ideas y sentimientos más que nunca. Se propuso
realmente escucharme. También era más abierta con él, pues sabía
que ahora podía decir no y, por lo tanto, estaba más dispuesta a
recibir sugerencias o con sejos de él. Comenzó a hacer algunas cosas
por mí y a complementarme de la manera más agradable.
Nuestro matrimonio no es perfecto y sé que para alcanzar la
intimidad hay que seguir un proceso largo y difícil. Ahora es
emocionante porque podemos reír, hacer bromas y divertirnos
juntos, pero también somos libres de enojarnos y no tenemos que
“fingir que todo está bien” cuando no es así. También podemos estar
separados uno del otro; si uno de los dos está deprimido, el otro
puede apoyarlo pero no se deprime también. Y sabemos que
podemos tener amigos cercanos y distintos, sin estar necesariamente
alejados.
Cuando empecé la terapia individual no sabía a qué me
conduciría, sólo sabía que quería volver a ser feliz. Todo mi proceso
interior y el de mi matrimonio ha sido en ocasiones muy doloroso,
pero también ha sido emotivo y gratificante. Siento que he
redescubierto algunas partes de mí misma con las que había perdido
contacto y he desarrollado otras para convertirme en una persona
más plena. Con mi esposo llevo una relación verdadera, creciente,
honesta y espontánea por lo que me siento muy bien. Lo amo mucho
más libremente que antes. Los sufrimientos, el riesgo, el trabajo y el
tiempo que hemos invertido para llegar a este punto han valido la
pena. He adquirido la habilidad de comunicarme y eso permanecerá
conmigo el resto de mi vida. Ahora esperamos con interés el
nacimiento de nuestro primer hijo.
La historia de Daniel
Al reflexionar sobre lo que pasó, me doy cuenta de que fue una
crisis aunque en el momento no lo parecía. Sólo estaba consciente
de que las cosas se complicaban cada vez más, hasta que ya no
había un lugar seguro a dónde ir.
Sin embargo, no hubiera recurrido a la terapia como una solución.
Fue Sara la que sugirió que viéramos juntos a una terapista. Al
principio, no la consideré una terapia matrimonial. Sólo veíamos a
la terapista. Estoy seguro de que fue más fácil gracias a que Sara
había asistido ya a sesiones semanales de terapia de grupo.
Durante el tiempo que convivimos los dos, nuestra relación no
había sido especialmente sana. Desde luego, no sabíamos eso.
Creíamos que todo estaba bien, que nos funcionaba el mismo
sistema que nos había reunido en la preparatoria.
Yo era el que tenía que ser fuerte, tener el control, ser especial y
superar a los demás. Cuando íbamos a una fiesta, tenía que hacer
reír a la gente; si salíamos a algún lado de fin de semana, era yo
quien decidía a dónde iríamos. Recuerdo que en esa época gran
parte de mis chistes degradaban a Sara.
También era yo el que hacía las paces, como lo había hecho en mi
familia (o creía que tenía que hacerlo). Sara y yo rara vez
peleábamos o incluso teníamos discusiones serias, creía que esto era
malo, pensaba que nunca podíamos estar en desacuerdo. Ambos nos
tragábamos nuestros sentimientos y “seguíamos adelante” con la
firme convicción de que todo estaba excelente.
Muy a menudo me tragaba mis sentimientos. No era correcto
sentir, los hombres no lloran. Nunca había tenido una plática íntima
con mi mamá o papá; en nuestra familia nos reíamos de las cosas y,
si eran negativas, las enterrábamos. Como resultado, no podía ni
pedir las cosas más sencillas: una friega en la espalda, tiempo para
estar solo, intimidad sexual.
Pero encontré a alguien que se hizo cargo de todo eso por mí, sin
que yo se lo pidiera. Cuando estábamos tratando de decidir qué
hacer una noche o un fin de semana, Sara esperaba a ver que quería
hacer yo y luego lo hacía. Se ofrecía a fregarme la espalda; le daba
mucha importancia al cuidarme. Desde luego, yo no sabía eso.
Totalmente sabía que, por alguna razón mágica, alguien cuidaba de
mí. Pero no había intimidad alguna ni sentimientos compartidos.
Entonces las cosas empezaron a cambiar. Supongo que todo
comenzó cuando Sara entró a la terapia. Cambió su parte en nuestro
sistema: ya no soportaba mi humor denigrante, dejó de cuidarme
tanto, empezó a tener sus propios amigos, su propia vida. Ya no era
yo el que tenía el control. El recuerdo más vivido que tengo fue la
primera vez en la que realmente se enojó conmigo. Sabía que ya no
era igual.
Recuerdo haber criticado a Sara por depender de mí; eso me
molestaba. Odiaba cuando ella trataba de adivinar lo que yo quería
hacer, entonces, cuando lo hacíamos, me enteraba de que en
realidad ella habría preferido hacer otra cosa. Sin embargo, al
mismo tiempo, estoy seguro de que empezaba a sentirme asustado
porque ella ¡ya no dependía de mí!
Fue un periodo muy confuso. Ahora, al analizarlo, ya no me
sorprende que en ese entonces yo deseara alejarme de Sara. Algo —
no sabía exactamente qué— estaba mal en la relación. Sin embargo,
al mismo tiempo, había otra persona que parecía capaz de darme
más de lo que necesitaba.
La crisis que nos llevó a acudir a una terapista se originó en un
viaje de negocios que hice con un grupo de gente. Un miembro del
grupo me atrajo muchísimo, Rita, una mujer que tenía más o menos
mi edad. No sabía cómo manejar los sentimientos que me
provocaba. Me atraía muchísimo, pero sabía que no podía actuar de
acuerdo con esos sentimientos. También ella se sentía atraída por mí
y decidimos mantenernos en contacto como amigos después de
nuestro viaje.
Los días posteriores al viaje me sirvieron para darme cuenta de
que lo que sentía por Rita era más que una amistad y tenía la
fantasía de estar con ella de alguna manera en el futuro; pero a la
vez, no quería arruinar diez años de matrimonio.
Por primera vez me hallé a mí mismo cuestionándome sobre mis
sentimientos hacia Sara. ¿La amaba? ¿La amaba por las mismas
razones por las que me había enamorado de ella hacía 15 años?
Constantemente quedaba atrapado en el centro, tratando de
construir una amistad a larga distancia con Rita y a la vez tratando
de asegurarle a Sara que todo estaba bien. Fue una de las épocas
más incómodas de mi vida. Lo que más me molestaba era que Sara
no pudiera entender mi deseo de amistad. Pensaba que era
restrictiva y celosa y tuvimos muchas discusiones al respecto.
Recuerdo que hablamos acerca de cómo había sucedido todo esto.
Sara experimentó notables cambios por la terapia, pero yo no podía
ver cómo afectaban nuestra relación. Sólo pensé que las cosas
marchaba igual que siempre. Nunca se me ocurrió que los cambios
transformarían lo que sentía por ella.
Bien, las cosas sólo se pusieron peores para nosotros. Yo siempre
estaba en medio, esforzándome constantemente por hacerles
entender a Sara y a Rita por qué la otra sentía lo que sentía. Como
descubriría más tarde, esta posición de “el hombre de en medio” era
familiar para mí, ya que siempre había tratado de hacer felices a
todos.
Pensé en la separación; incluso el divorcio paso por mi mente,
pero no encontré aceptable a ninguno de los dos; sin embargo, eran
opciones. No estoy seguro del porqué no recurrí a ninguno de los
dos. En primer término, probablemente estaba demasiado asustado.
Y en algún lugar, bajo todo este relajo, creo que pensaba que
habíamos llegado demasiado lejos como para rendirnos.
Para este momento, había empezado a ir a sesiones semanales de
terapia de grupo. Casi no tenía ningún contacto emocional con Sara.
Había dicho que estaba comprometido con la relación y lo estaba.
Decidí darle casi lo único que podía dar, tiempo. Y también accedí a
examinar con la consejera, cuál era realmente mi papel en nuestro
matrimonio.
Al principio, utilicé las sesiones de terapia para manejar mi enojo
y tristeza por no poder continuar con mi nueva amistad. Pero al
mismo tiempo, empecé a descubrir poiqué era la persona que era y
eso me fascinaba. Aprendí mucho de mí mismo, y entre más
aprendía, más claro era mi predicamento actual. Podía darme
cuenta de cómo habían llegado las cosas hasta donde estaban,
cuáles eran algunas de mis creencias y patrones de conducta de toda
la vida y de dónde provenían.
Sin embargo, los tiempos no eran buenos. Aún quería alejarme de
Sara; cuando empecé a descubrir algo acerca de mí mismo y al tener
más ideas de quién era yo este deseo aumentó. Toda mi vida con
Sara, habíamos sido “nosotros”. Ahora había un nuevo “yo” que me
gustaba. Esa parte de mí quería tener su propio rumbo y no avanzar
penosamente por el fango que significaba reconstruir una relación.
Antes de la terapia, me había concentrado en Sara y pensaba en
las cosas que debía cambiar, pero ahora estaba viéndome
únicamente a mí. Aún no me sentía especialmente ligado a Sara,
pero empecé a aplicar lo que había aprendido sobre mí mismo a
nuestra relación.
Creo que uno de los elementos más útiles de la terapia fue el de
confirmar mi creencia de que las cosas pueden mejorar con el
tiempo. Estaba dispuesto, aunque cotidianamente me sentía muy
lejos de Sara, a darnos tiempo.
No estamos hablando de semanas. Estuve en terapia de grupo más
de un año. En ese periodo Sara continuó con la suya. Finalmente,
muy lentamente, empecé a sentirme de nuevo cerca de ella. Digo,
muy lentamente. Hubo muchas ocasiones en las que pensé que esto
no sería posible.
Era fascinante la experiencia de empezar de nuevo con una
relación más sana, seguros de que no era un amor de adolescentes,
obsesivo o nada que se le pareciera. Sara no se convirtió
instantáneamente en una nueva mujer, ni yo era un hombre nuevo.
Pero ambos nos conocíamos más que antes y habíamos aprendido
mucho sobre la mejor manera de obtener una relación sana.
Sabíamos que nos habíamos atraído la primera vez que nos
enamoramos hace quince años. Ahora el truco era ver si todo volvía
a funcionar de nuevo, por un conjunto distinto de razones.
En algún momento, cuando Sara y yo estábamos bien en la
terapia, la terapista dijo que quizá era el momento de vernos juntos
de nuevo. Lo hicimos, entonces nos explicó que sentía que cada uno
había estado trabajando en el “yo” por bastante tiempo y que era el
momento de empezar a ver al “nosotros” de nuevo.
A pesar de ser muy lógico, no estoy seguro de que se me hubiera
ocurrido. Aún estaba en mi viaje de autodescubrimiento y ahora que
había logrado superar el dolor, era más placentero. Pero creo que
ella tenía razón.
Poco a poco nuestra relación fue haciéndose más serena y feliz.
Ya no tenía que sentirme poseedor del control; empecé a ceder ante
situaciones en las que antes tenía que estar a cargo.
Y nos abocamos de nuevo al “nosotros”. Ha pasado algún tiempo
de todo esto. Nos sentimos bien de nuevo; hemos vuelto a ser
cercanos; creo que no es descabellado decir que estamos
enamorados nuevamente; de una manera muy distinta a la anterior.
Aún estamos en las etapas iniciales de nuestra nueva relación y cada
vez nos sentiremos más conectados emocionalmente.
El proceso me ha resultado sorprendente. Es irónico que para
poder ser nuevamente una pareja sana, dos personas deban de viajar
por caminos distintos durante un rato. No es necesaria la separación
física, y estoy contento de no haberla tenido. Pero los miembros de
la pareja deben estar psicológicamente distantes antes de poder
unirse de nuevo. Si los dos no están dispuestos a retirarse y analizar
su papel en la relación, es casi imposible que cambien. Siento que
hacer ese viaje hacia el interior y aportar todo lo que aprendí a
nuestra relación ha sido una de las experiencias más significativas y
provechosas de mi vida.
La historia de Octavio
Al principio Octavio se negaba a buscar ayuda para su relación
dependiente ya que era un consejero exitoso y creía que su deber era
conocer todas las respuestas. Se veía a sí mismo como un hombre fuerte,
independiente y guapo, con una alta autoestima y le resultaba difícil
admitir que las cosas eran de otra manera. Había confiado en sí mismo
durante mucho tiempo. Pero pronto descubrió que la verdadera fortaleza
proviene de una odisea interna y el descubrimiento de las cosas que lo
mantenían en una relación malsana.
Cuando Octavio buscó ayuda por primera vez, su vida parecía fuera de
control. Abusaba físicamente de la gente cuando estaba enojado; bebía
demasiado, y sufría de alta presión arterial y migrañas. Era claro que si
no cambiaba, continuaría por el camino de la autodestrucción. Entró a la
terapia para obtener nuevamente el control de su vida.
A diferencia de Sara y Daniel, Octavio debía dejar su relación para
avanzar en la vida, algo que inicialmente no podía imaginar. Como
tantos otros atrapados en la adicción al amor, su respuesta era: “No
puedo imaginarme la vida sin ella.”
Para empezar, creo que debo remontarme a mi infancia y a la
relación con mi padre; no estoy seguro de haber sentido amor por
él. Aunque ahora pienso que mi padre, de hecho, me quería, no le
fue fácil expresar sus sentimientos con palabras. No recuerdo que
me haya dicho nunca que me quería.
Cuando maduré, no me di cuenta de algunas de estas cosas acerca
de mi padre y pensé que no era una persona digna de ser amada
aunque me presentaba como alguien seguro y capaz. Después, al
reflexionar sobre mi relación con mi padre, me di cuenta de que la
única vez que sentí que me quería fue cuando trabajaba
incansablemente en la granja que era propiedad de mi familia, y él
hacía o decía cosas para mostrar que estaba complacido.
Posteriormente llevé estas ganas de ser amado a mis relaciones
adultas. Creí necesitar del amor de otros para afirmar mi derecho a
vivir. Creo también que esta necesidad de ser amado me llevó a
casarme a la temprana edad de 19 años. Este matrimonio fue un
error desde el principio, pero permanecí en el durante 12 años. Lo
hice así por la inseguridad; sentía que no era una persona digna de
ser amada.
Cuando el matrimonio —en el que durante años fui
extremadamente infeliz— se volvió absolutamente intolerable,
solicité el divorcio. Poco después del divorcio conocía Lola, también
recientemente divorciada. En poco tiempo nos hicimos amigos y
amantes. Pero esta relación era muy dependiente.
Tanto Lola como yo sentíamos que no podíamos vivir sin el otro.
Al poco tiempo de empezar a salir, nos mudamos juntos. Muy al
principio, Lola y yo permitíamos que la relación nos consumiera y
controlara. Pasábamos poco tiempo fuera de ésta y manteníamos
pocos intereses externos. Temíamos perder al otro. Estábamos
completamente obsesionados por nuestra relación, cada uno
esperaba que el otro satisficiera todas sus necesidades, sin darnos
cuenta de que eso era imposible.
En breve, empezaron a surgir los problemas. La relación se hizo
extremadamente dolorosa para mí cuando Lola empezó a ver a otros
hombres, reforzando mi creencia de que no era digno de ser amado.
Aunque esto me causó un gran dolor y ansiedad, permanecí en la
relación porque era adicto a ella y no sabía como salirme “sin
morir”, como lo habría dicho entonces. Creo que el aspecto más
típico de mi adicción era la exigencia de un amor incondicional del
otro sin importar nuestro comportamiento ni lo que hacíamos para
destruir nuestra relación.
En este momento seguía repitiéndome que podía cambiar a Lola si
la amaba lo suficiente. ¡Tenía que cambiarla porque no podía vivir
sin ella! No era una persona plena sin mi relación con ella. Esta
relación tan dependiente se hizo cada vez más destructiva para mí y
creo que también para Lola. La destructividad de nuestro lazo
empezó a afectarme; bebía más y mi conducta se volvió cada vez
más destructiva.
Finalmente, debido a mi conducta, alguien por quien sentía un
gran respeto me pidió que analizara seriamente hacia dónde me
dirigía y tratara de poner mi vida bajo control. En ese momento, me
di cuenta de que mi ira explosiva, mis malos sentimientos hacia mí
mismo y mi malsana relación con Lola eran cosas que no podía
manejar solo.
Así es que busqué ayuda de una terapista. Siento que fue entonces
cuando me di cuenta de muchas cosas acerca de mi vida y pronto
tomé conciencia de que debía terminar con mi infeliz y malsana
relación. Finalmente fui capaz de hacerlo después de varias sesiones
de terapia. De no haber entrado a terapia esta relación dependiente
a la larga habría acabado conmigo si no es que con ambos.
Descubrí que, inconscientemente, había buscado a una mujer que
no pudiera amarme íntimamente, apoyando mi creencia de que no
era digno de ser amado o que decepcionaba a los demás. Conforme
empecé a ser bueno conmigo mismo, a modificar mis creencias
acerca de mi valía y a aceptar que mis padres me habían querido a
su manera, empecé a escoger mujeres que eran capaces de amar y
con las que podía intimar. Aprendí que era yo quien temía al dolor
del rechazo y quien creía que no era seguro estar cerca, así que
había escogido a Lola para evitar la verdadera intimidad. Fue un
gran descubrimiento, de hecho ¡tenía una opción!
Desde ese momento, he experimentado grandes cambios en mi
vida, hasta me mudé a una nueva zona. Definitivamente esta fue
una de las decisiones más difíciles de mi vida. Desde que mi relación
con Lola terminó he tenido la ocasión de verla. Aunque ella me
simpatiza, siento que nunca podríamos tener una relación sana. Por
eso no tengo deseo alguno de volver a involucrarme con ella. Desde
que escapé de esa relación adictiva me siento más cómodo con el
hecho de estar solo. Siento que he madurado mucho y espero
continuar haciéndolo el resto de mi vida. Espero llegar a amar y a
estar cerca de una mujer. Ahora creo que es posible el verdadero
amor y ¡lo merezco!
Sara, Daniel y Octavio han viajado un largo trecho. Si ve algo de usted
en estas situaciones, siga leyendo: usted también puede aprender cómo
poner en marcha al amor y la amistad simultáneamente en su vida.
Si sacas lo que está dentro de ti, lo que saques te
salvará. Si no sacas lo que está dentro de ti lo que no
saques te destruirá.
Evangelio según Santo Tomás (Logian, Cap. 45)
CAPÍTULO 8
Ayúdese a superar la adicción al
amor
El máximo objetivo de un terapista, en lo que respecta a sus pacientes, es
inculcarles el conocimiento de que las soluciones a sus problemas se
encuentran dentro de ellos y después, darles las herramientas que les
permitan llegar a esas poderosas respuestas interiores. Este capítulo
intenta proporcionar al lector las habilidades que le permitirán actuar
como su propio terapista y plantearse los problemas de la relación en
forma provechosa y esperanzadora.
A lo largo del libro hemos hablado sobre las raíces del amor adictivo,
sus características y el proceso de transición de la dependencia
problemática al amor maduro y satisfactorio. Como hemos visto, las
raíces de la adicción al amor son profundas y el camino de salida es, a
menudo, largo y abrupto. Tan largo y abrupto, de hecho, que usted
puede preguntarse: ¿para qué me molesto? ¿no es mejor tener cualquier
tipo de amor a no tener ninguno?
¿Por qué debo expulsar la adicción al amor de mi vida? Para estas
preguntas hay una respuesta excelente; porque el amor adictivo es
limitante.
Limita su habilidad para sentirse contento.
Limita su habilidad para funcionar y alcanzar su potencial.
Limita su apertura a nuevas experiencias.
Limita su capacidad para disfrutar y vivir el presente.
Limita su energía para intereses creativos.
Limita su poder personal y su libertad.
Limita su capacidad para aceptar a los demás.
Limita su disposición a enfrentar sus temores.
Limita su espontaneidad.
Limita su nivel de conciencia y su potencial espiritual.
Limita su capacidad para la intimidad y el verdadero amor.
Únicamente usted debe decidir qué opciones tomará en la vida.
Seguramente no quiere cambiar, pero si decide hacerlo, debe estar
seguro de que lo hace por usted mismo. Una vez que decida renunciar al
amor adictivo y deje de ver la vida en melodramático blanco y negro,
empezará a verla tal y como es, a colores, probablemente le será difícil o
imposible volver a pensar como antes. Descubrirá que puede invitar —
pero no jalar u obligar— a las demás personas de su vida a seguirlo. Si se
resisten, hará bien en ser paciente y considerado. Incluso puede
descubrir que su decisión de abandonar el amor adictivo conlleva la
ruptura de todas sus relaciones problemáticas, decisión que seguramente
le causará un dolor muy natural.
La realización nunca es fácil; no es posible garantizar que el cambio le
traerá la felicidad en forma instantánea. Tal como lo han ilustrado los
bosquejos descriptivos de este libro, algunos de los que se arriesgaron a
cambiar crecieron en relaciones más sanas, mientras que otros
descubrieron que tenían que abandonar su relación para empezar de
nuevo en la vida y el amor.
Una vez que usted decide liberarse de la adicción al amor y está de
acuerdo en abandonar su deseo de ser controlado o controlar a otro; deja
de manipular a los demás para obtener lo que necesita o desea. El
impulso de manipular a los demás es poderoso, y al renunciar a éste sin
duda usted experimentará cierto pesar. Pero, a largo plazo, ese
sufrimiento será menor que el dolor que pudo causarse a sí mismo al
continuar con una relación caracterizada por la adicción.
Este capítulo está dedicado a aquellos que optan por un amor más
sano y feliz. Es posible que algunos de ustedes se sientan inseguros
acerca de la forma en que desean avanzar, pero pueden experimentar
con los ejercicios que aparecen a continuación; les ayudarán a ver lo que
pueden aprender sobre ustedes mismos. Es posible que aquellos de
ustedes que desean, por cualquier motivo personal, mantener el statu quo
en su relación problemática deseen detenerse aquí. Están siendo honestos,
pero recuerden: la decisión en contra del cambio es suya, así que dejen de
culpara los demás de los problemas de su relación.
Deben recordar que han cedido poder y crecimiento personal a la
adicción al amor.
Algunos de ustedes pueden dudar sobre la afirmación de que la
mayoría, si no es que todas, las relaciones amorosas albergan elementos
de la adicción. A ustedes les sugiero que hagan los siguientes ejercicios
antes de tomar una decisión. Los ejercicios se basan en la premisa de que
lo que somos no está en nuestro consciente la mayor parte del tiempo y
que la conciencia precede al cambio.
Cambio = conciencia + acción. Estos ejercicios están diseñados para
ayudarle a incrementar la conciencia y motivar la acción.
Concebidos con base en mi experiencia en terapia y talleres, algunos
de estos ejercicios están impregnados de mis vivencias personales y he
descubierto que son útiles para la gente que quiere alejar de su vida las
conductas caracterizadas por la adicción. Aunque toda terapia es
básicamente autoterapia, estos ejercicios se hacen usualmente, bajo guía
profesional. En caso de que encuentre difícil emplearlos por su propia
cuenta o que al avanzar en ellos se produzcan sentimientos que lo
incomodan, no dude en buscar apoyo profesional.
Algunos de los ejercicios requieren de mucha reflexión y tiempo. No
están diseñados para completarse en forma apresurada, lo que se le hará
obvio conforme avance en ellos. El tiempo y reflexión que les dedique
redundarán en un proceso de autoayuda que abarca varios meses.
Algunos ejercicios le serán más significativos que otros. Aunque su
objetivo es serio, también están diseñados para ser divertidos.
Buena suerte en su viaje personal hacia el autodescubrimiento. Mi
deseo es que usted consiga al menos un discernimiento personal que
altere su vida para bien; le deseo más alegría, libertad, sabiduría y amor.
El método de la autoayuda
En el listado aparecen los siete pasos básicos para ayudarlo en su
transición del amor adictivo al amor sano.
1. Conciencia: admitir que la adicción al amor desempeña un papel en
su vida.
2. Valoración: descubrir el grado de su adicción.
3. Decisión: utilizar su poder personal para pasar de la dependencia al
4.
5.
6.
7.
amor verdadero.
Exploración: analizar sus temores, mitos e historia personales.
Reprogramación: dejar ir lo viejo; abrazar lo nuevo.
Renovación: dirigirse hacia el desarrollo de relaciones amorosas
maduras.
Expansión: desarrollar singularidad personal y la capacidad de
amarse verdaderamente a usted mismo y a los demás.
Conciencia
Admitir que la adicción al amor existe
El hecho de escoger este libro y, quizá, otros similares, indica que usted
ya sabe que su relación amorosa tiene algunos aspectos de la adicción.
Sin tal admisión, puede seguir atrapado en la etapa de negación, en la
que no hay terreno fértil para que germinen las semillas del cambio. La
información de este libro está diseñada para ayudarlo a pasar de la
conciencia de que el problema existe a reconocer su problema de
dependencia y lograr un control sobre el mismo.
Ejercicio 1-A: Reconocimiento
Lea las siguientes preguntas; después cierre los ojos y visualice sus
respuestas.
¿Recuerda la primera vez que escuchó el término “adicción al amor”?
¿Qué pensó y sintió?
¿Qué fue lo que lo hizo decidirse a leer un libro sobre el amor
adictivo?
¿Dudó en leerlo?
¿Qué temores, si es que los tuvo, eran parte de tal resistencia?
¿En qué espera cambiar después de leer este libro?
Valoración
Descubrir el grado de su adicción
Los siguientes ejercicios pueden ayudarlo a evaluar las características
adictivas o sanas de su relación. Se supone que entre menos
características de adicción tenga su relación, mayor es su calidad.
Ejercicio 2-A: ¿Cómo se clasifica su relación?
Teniendo en mente su relación amorosa actual, lea cuidadosamente las
características del amor adictivo y después las del amor sano. Califique
su relación de acuerdo con cada característica del amor adictivo
basándose en la escala siguiente: 0 = nunca; 1 = rara vez; 2 = algunas
veces; 3 = a menudo; 4 = casi siempre; 5 = siempre. Después califique
los rasgos sanos de su relación.
Ahora, sume los puntajes de cada lista y divídalos entre 20 para
obtener un promedio numérico de cada una. ¿Muestra su relación más
síntomas de problemas que de salud?
Ejercicio 2-B: Usted y sus otras relaciones
Reflexione sobre sus relaciones con otras personas: amigos, compañeros
de trabajo o familiares. Califique sus relaciones, de acuerdo a las
características mencionadas, con base en lo siguiente: 0 = nunca; 1 =
rara vez; 2 = algunas veces; 3 = a menudo; 4 = casi siempre; 5 =
siempre. Si los puntajes de este ejercicio indican que su relación es, en
general, caracterizada por la adicción, puede que desee dirigir su
atención a lograr y alimentar lazos más sanos con los demás.
Ejercicio 2-C: Conexiones de relación
Analice la siguiente lista que pretende ilustrar las diferentes áreas de
contacto que los conectan a usted y a su pareja. Ahora, en una escala de
0 a 10, en la que el 10 es lo más alto, califique su relación amorosa.
Si hay uno o más ceros, probablemente la relación se caracteriza por
la adicción; si tiene cuatro puntos o menos es muy probable que la
relación necesite atención.
Ejercicio 2-D: ¿Cómo me amo?
La imagen que tenga de sí mismo desempeña un papel significativo en
sus relaciones: entre más alta sea su autoestima, mejor será su relación.
Al responder a estas preguntas, adquirirá una mayor conciencia de su
nivel de autoestima.
¿Qué tanto se quiere usted mismo?
Cuando era niño, ¿cuánto creía que lo quería su madre?
Cuando era niño, ¿cuánto creía que lo quería su padre?
Cuando creció, ¿cuánto creía que lo querían sus semejantes?
¿Desea quererse más?
¿Qué tanto recurre a la aprobación de los demás?
¿Cuanto cree que lo quiere su pareja?
Ejercicio 2-E: Juegos de poder
Los siguientes son juegos de poder que aparecen a menudo en las
relaciones caracterizadas por la adicción. A la izquierda de cada juego de
poder escriba “sí” o “no” con base en las experiencias de ese síntoma en
su relación. Compare cuántas respuestas “sí” y “no” tiene.
Como los juegos de poder son característicos de la adicción, cualquier
“sí” indica que hay cierto grado de problema en la relación. Entre más
veces escriba “sí”, mayor atención deberá prestar a la presencia de los
elementos de manipulación que aparecen en su relación.
Juegos de poder comunes
_________________
Dar consejos pero no aceptarlos.
_________________
Tener dificultades para alcanzar y pedir apoyo y amor.
_________________
Dar órdenes; exigir y esperar demasiado de los demás.
_________________
Enjuiciar; menospreciar el éxito de los demás; descubrir
errores; perseguir; castigar.
_________________
No ceder ante los demás; no darles lo que desean o
necesitan.
_________________
Hacer promesas y luego romperlas; ganarse la confianza
de los demás y luego traicionarla.
_________________
Asfixiar o sobrealimentar al otro.
_________________
Tratar en forma protectora y condescendiente al otro, lo
que lo coloca en una posición de inferioridad;
intimidación.
_________________
Tomar decisiones por el otro; desconocer su capacidad
para resolver problemas.
_________________
Poner al otro en desventaja.
_________________
Intentar cambiar al otro (sin estar dispuestos a
cambiarnos a nosotros mismos).
_________________
Atacar al otro cuando es más vulnerable.
_________________
Mostrar una actitud antidependiente (“no te necesito”).
_________________
Intimidar y amenazar al otro.
_________________
Mostrar amargura, rencor o chantaje.
_________________
Abusar de los demás física y verbalmente.
_________________
Ser agresivo y definirse como asertivo.
_________________
Necesitar ganar o tener la razón.
_________________
Resistirse empecinadamente o estar apegado a sus
hábitos.
_________________
Tener dificultades para admitir sus errores o pedir
perdón.
_________________
Responder en forma indirecta o evasivas a las
preguntas.
_________________
Defender cualquiera de las conductas antes
mencionadas.
Decisión
Decídase a utilizar su poder personal para salir de la adicción
Con estos ejercicios ha hecho un análisis de sus relaciones, si encontró
síntomas de problemas, es el momento de tomar una decisión. Si
descubrió que sus relaciones se caracterizan, hasta cierto punto, por la
adicción —quizá en alto grado— debe decidir entre mantener el statu
quo o esforzarse por cambiar.
Ejercicio 3-A: ¿Qué obtiene de su relación?
Nos aferramos a las relaciones, incluso a las problemáticas, porque nos
sirven de algún modo. Quizá obtenemos algunos sentimientos como
autoestima y seguridad; una sensación de pertenencia, placer, consuelo y
éxito; evitamos el temor; o encontramos significado a nuestra vida.
Medite con cuidado sobre la forma en que su relación lo sirve y protege.
Tómese todo el tiempo que necesite para responder a esta pregunta y
elabore una lista de las ganancias secundarias de su relación actual.
Trate de ser honesto al responder. A continuación le presentamos una
serie de rituales diseñados para ayudarlo a concentrarse en su relación y
sus cualidades. Haga las siguientes afirmaciones con base en cómo ha
estado su relación en el pasado. Coloque frente a usted un símbolo de su
relación: quizá un retrato de su pareja o un regalo de esa persona. Repita
lentamente estas palabras: “Yo, (su nombre), te doy ahora, (la otra
persona), el poder para que me des la plenitud. Sin ti, no estoy
incompleto. Tú me das (haga aquí una lista de sus ganancias secundarias) y
satisfaces mis necesidades humanas de seguridad, sensación y poder. Te
cedo mi poder y haré lo que me pidas a cambio de que me des la
plenitud. Si tratas de alejarte, haré todo lo posible para que te quedes.”
Ahora, introduzca un nuevo ritual, diseñado para ayudarlo a recuperar
su poder personal. De nuevo, coloque el símbolo de la persona que ama
frente a usted y diga: “Yo, (su nombre), ahora te pido (nombre de la
persona) que me devuelvas el don del poder personal que me fue
otorgado por Dios. Ahora sé que tengo en mí la capacidad de vivir una
vida plena y exitosa; ahora creo que lo que necesito en la vida (de nuevo
haga una lista de ganancias secundarias) está allí, independientemente de
nuestro lazo. Ya no necesito dominarte. Te dejaré ir fácilmente y con
cariño. Te agradezco el intento de darme la plenitud cuando estaba
aprendiendo, creciendo y exigiendo mis derechos de nacimiento. Y
aunque es posible que escoja estar contigo para hacer mi vida más
intensa, mi decisión se basará en el amor, no el temor.”
¿Con cuál de los rituales se sintió mejor? Y, ¿por qué?
Exploración
Examine sus temores, mitos e historias personales
Una vez que decida recuperar su poder personal y renuncie al
pseudocontrol de su pareja, es importante que explore las complejas
raíces de su adicción.
A menudo decimos una cosa, pero buscamos otra. Esto ocurre porque,
a nivel inconsciente, lo que tenemos tiene perfecto sentido para nosotros.
Por lo tanto, es crucial —y no es una tarea sencilla— explorar sus
temores y mitos inconscientes y descubrir las razones de su relación
dependiente. Muchas conductas dependientes surgen de traumas
olvidados o reprimidos que aparecieron durante la infancia o
adolescencia. Si bien es posible que tales experiencias hayan sido
extraídas de nuestro inconsciente, afectan en gran medida las decisiones
que tomamos.
Los siguientes ejercicios están diseñados para lanzarlo al
autodescubrimiento. Hasta que no entendemos nuestras creencias
conscientes e inconscientes, seguimos atados a conductas habituales,
aunque deseamos cambiarlas. Una cosa es tratar de detener una conducta
y otra muy distinta entenderla. Eso implica descubrir la evolución de la
misma.
Ejercicio 4-A: Carta al yo
Una forma maravillosa para descubrir sus creencias inconscientes es
escribirse una carta a uno mismo.
El amor adictivo impide la verdadera intimidad. Si usted está dentro
de una relación dependiente, algo de sí mismo le teme a la intimidad.
Para disipar ese temor debe descubrir la razón de su existencia. Aquí hay
algo que puede ayudarle a hacerlo.
1. Escriba una carta de la parte que teme a la intimidad a la parte que
desea una relación cercana y amorosa. Deje que su lado temeroso
diga:
a. por qué estoy, la parte temerosa, aquí;
b. de dónde vine; qué tipo de experiencias, traumas y lecciones
provocaron mis creencias y conductas temerosas;
c. cómo me percibo a mí mismo en tanto amigo y protector;
d. qué temo;
e. qué necesito para amar tranquilamente en forma íntima y
permitirme ser vulnerable.
2. Ahora escriba una carta explicando por qué su lado temeroso elude
una relación sustentadora e íntima. Dígale a su lado que anhela,
cómo se originó el problema y cómo ha escogido sus relaciones para
defender y apoyar la creencia de que el amor no es para usted.
Ejercicio 4-B: Soluciones aprendidas
Las siguientes preguntas pueden ayudarlo a analizar su educación social
y el papel que desempeña en sus relaciones actuales.
1. Escriba el problema más significativo de su relación.
2. Conteste lo siguiente:
a. Si su madre hubiera tenido o tuvo este problema, ¿cómo lo
resolvió o como lo habría resuelto?
b. Si su padre hubiera tenido o tuvo este problema, ¿cómo lo
resolvió o como lo habría resuelto?
c. ¿Habrían sido efectivas sus soluciones?
d. ¿A cuál de sus padres se parece más?
Ejercicio 4-C: Respuestas aprendidas
Complete los siguientes enunciados con base en las respuestas que pudo
haber escuchado de niño. Imagínese que tiene menos de seis años de
edad y repita cada enunciado hasta que ya no le queden frases para
completarlos.
1.
2.
3.
4.
5.
El amor es _____________________________________________
Las relaciones son _____________________________________________
Las mujeres son _____________________________________________
Los hombres son _____________________________________________
Las relaciones deberían _____________________________________________
Nuestros modelos de conducta fueron a menudo ineficaces. Examine
los suyos y si son ineficaces, deje de culparse por no tener la respuesta.
Ejercicio 4-D: Hacer frente a los problemas de la relación
El siguiente ejercicio puede ayudarlo a entender los mitos y creencias
más arraigados en usted.
Lea todo el ejercicio hasta que lo entienda. Relájese por medio de
respiraciones profundas. Cierre los ojos y guíese a través del ejercicio.
No intente forzar imágenes en su mente; deje que vengan a su propio
ritmo. Recuerde, las imágenes pueden ser palabras, visiones,
sentimientos, o los tres. (Si lo desea, puede pedirle ayuda a un amigo
para que lo guíe a través del ejercicio.)
Después de imaginar sus respuestas, escríbalas. (Si tiene más de un
sentimiento malo, tome uno por uno y repita el ejercicio después de cada
uno.)
Piense en el sentimiento desagradable —ansiedad, soledad, temor,
rechazo, enojo, aburrimiento— que haya experimentado con mayor
frecuencia en su relación actual. Ahora recuerde la escena más reciente
en la que haya prevalecido ese mismo sentimiento.
En el ojo de su mente, observe la escena como si la estuviera viendo
en una pantalla de televisión. ¿Quién está allí? ¿Qué está pasando y qué
no está pasando? ¿Qué se dice? ¿Qué está pensado o diciéndose a sí
mismo acerca de usted, de los demás y de su vida? Conforme se
desarrolla la escena, ponga especial atención en sus pensamientos
negativos. En esta escena ¿qué es lo que necesita y no obtiene? ¿Cómo se
protege mientras todo esto sucede?
Ahora, vuelva a su infancia (de preferencia a la infancia temprana, de
seis años o menos) y trate de recordar cuándo experimentó el mismo
sentimiento negativo. Deje que la escena aparezca en la pantalla de
televisión. De nuevo, no fuerce la imagen en su mente; deje que emerja
gradualmente. Si tiene dificultad para visualizarla, invente una escena en
la que uno de los padres u otro adulto significativo esté presente.
Observe la escena y preste atención a los detalles. De nuevo, mire quién
está allí, qué está pasando, qué no está pasando y qué se dice. Observe
por qué está experimentando el sentimiento negativo. ¿Está usted
controlando ese sentimiento? ¿Qué desea o necesita durante esta
experiencia que no logra obtener? ¿Qué está haciendo para cuidarse?
¿Cuál es su respuesta secreta a la escena en la que está presente? ¿Qué es
lo que empieza a creer acerca de usted mismo, los demás y la vida, con
base en lo que está sucediendo allí?
Ahora, estudie cuidadosamente las dos escenas; haga un recuento de
sus similitudes. Si, a través de la magia, pudiera cambiar la escena de la
infancia para sentirse mejor con usted mismo, los demás y la vida, ¿en
qué cambiaría? Si hubiera sido distinto, ¿en qué cambiaría la escena
actual? Piénselo, después escriba sus respuestas a estas preguntas.
Ejercicio 4-E: Renacimiento
El siguiente ejercicio —que podrá parecerle extraordinario— lo ayudará
a explorar sus ansiedades sobre la separación y a estudiar sus raíces.
Recuerde, los patrones de creencia y conducta se inician muy temprano;
cada experiencia de vida se graba en la neurología de su cuerpo. Este
ejercicio toma eso en cuenta. Lea cuidadosamente el ejercicio completo
hasta que lo entienda. Relájese, haciendo varias respiraciones lenta y
profundamente.
Parte I: Imagínese que observa la siguiente escena en una pantalla.
Usted está en la matriz. Observe como la siente, ¿es tibia, alegre y
segura? Observe como todo le llega sin necesidad de hacer nada. Usted
es el centro del universo y todo parece girar en torno suyo. No tiene que
pensar ni actuar; simplemente existe. Usted y su madre son uno. Siéntase
flotar despreocupado. Quédese con esa agradable sensación. Ahora
observe si hay experiencias desagradables o escandalosas en la matriz,
¿Por qué están ocurriendo?
Ahora imagine su nacimiento. Observe con detalle los drásticos
cambios. Quizá los músculos a su alrededor se están contrayendo. Tal
vez se está resistiendo a su impulso para nacer. Posiblemente está
experimentando un estira y afloja, ansiedad y dolor. Tómese el tiempo
que juzque conveniente para explorar los sentimientos mientras van
ocurriendo y usted emerge al mundo.
Parte II: Ahora que ha emergido de la matriz, quizá se sienta ansioso al
sentir un mundo nuevo y extraño, de luces brillantes, manos frías, voces
ásperas, nalgadas, separación de su madre y zambullidas en agua
jabonosa. ¿Cómo se siente? ¿En dónde se sentía más seguro, dentro o
fuera de la matriz?
Parte III: Sígase desde el nacimiento hasta los 18 meses. Tome nota de
cualquier trauma o experiencia que le provoque miedo: largos periodos
de aislamiento, falta de respuesta a sus necesidades o una separación
súbita de sus padres. Observe cualquier ansiedad que haya podido sentir
como alguien demasiado joven para darse cuenta de lo que está pasando.
Explore cuidadosamente cualquier situación ansiosa. Recuerde los
momentos del pasado reciente en los que haya experimentado
sentimientos similares. ¿Qué conexión existe entre el pasado y el
presente? Haga una lista de las creencias y conclusiones que haya
obtenido de estas experiencias.
Ejercicio 4-F: Temor al cambio
La paradoja del cambio personal es que tenemos un fuerte impulso para
crecer, pero a menudo nos resistimos el cambio por temor. Haga una
lista de las razones por las que desea cambiar. ¡Sea honesto!
Reprogramación
Hacia el amor maduro
Aquí aparece el proceso necesario para pasar de la adicción al amor.
1. Enfrente los hechos de su vida y examine con honestidad su papel
en su relación(es).
2. Reconozca la resistencia al cambio que se origina en el temor a no
satisfacer sus necesidades secundarias.
3. Deje de buscar soluciones “mágicas”, externas, a sus problemas.
4. Vea dentro de usted mismo y examine los temores, autopromesas y
creencias arcaicas que pueden apoyar creencias y conductas
dependientes.
5. Reprograme las experiencias negativas.
Para desarrollar la verdadera apertura al amor maduro, es importante
cambiar los elementos internos que mantienen una conducta
dependiente. Las inhibiciones internas y las creencias falsas deben
transformarse completamente para poder obtener verdaderos resultados
en los cambios de conducta. Cuando quiera saber por qué sus relaciones
actuales tienen sentido para su yo inconsciente y trate de mejorarlas,
tenga en mente que usted es la suma total de todos sus pensamientos y
experiencias y que éstos producen resultados aun cuando usted no está
consciente de ellos. Por lo tanto, cuando obtenga el control sobre su
“programa” interno los cambios serán más fáciles y duraderos. Debe
entender que renunciar a una creencia arcaica puede provocarle una
gran tristeza y emoción. Pero, a la larga, esa pena pasará y la tristeza se
irá conforme el vacío se llene.
Ejercicio 5-A: Aprenda a ser su propio padre o madre
¿Qué significa ser su propio padre o madre? Es el arte de convertirse en
un mentor amoroso y capaz de perdonarse a sí mismo. Ahora que ha
madurado, tiene la capacidad de permitirse esos mensajes y fragmentos
de información que no recibió en la infancia y adolescencia. Este
ejercicio está diseñado para guiarlo hacia la maravillosa independencia
que proporciona el ser padre o madre de uno mismo.
Lea cuidadosamente todo el ejercicio. Haga varias respiraciones
profundas hasta que se sienta relajado. Cierre sus ojos e imagine que es
un bebé recién nacido. Sienta su inocencia y vulnerabilidad; observe la
naturalidad de los procesos de su cuerpo. Ahora, entre usted mismo en
escena, pero como adulto, y abrace a su yo recién nacido; sostenga al
niño o niña cerca de su corazón y repita lentamente lo siguiente:
“Bienvenido; estoy muy contento de que estés aquí. Te he esperado
durante mucho tiempo. Sé como cuidarte y lo que no sepa, estoy
dispuesto a aprenderlo. Puedes tener lo que necesites, cuando lo
necesites, y puedes detenerte cuando estés satisfecho. Sólo tienes que
‘hacer ruido’ para hacérmelo saber. ¡Te amo!”
Dígale al niño (usted) a qué tiene derecho —una vida plena y rica— y
lo que usted planea hacer para fomentar esa vida. Tómese todo el tiempo
que necesite.
Dígale al niño qué piensa sobre el abuso infantil; cómo lamenta todas
las veces que usted abusó de un niño o permitió que los demás lo
hicieran. Estudie, especialmente, cualquier abuso que usted haya
permitido en su relación amorosa. De nuevo, tómese todo el tiempo que
necesite para sentir cualquier tristeza o pesar. Recuerde, el abuso puede
ser emocional, mental, espiritual o físico.
Dígale al niño (usted) que está dispuesto a proporcionarle relaciones
amorosas sanas desde este momento en adelante. Y, antes de dejar
descansar al niño interior, dígale que siempre estará allí y será un padre
sabio y amoroso, y que procurará que el niño esté en buenas manos.
(Aquí sea específico en cuanto al tipo de padre que usted será o del que
aprenderá más.)
Ahora deje descansar al niño sin olvidar que el niño es usted y que
seguirá residiendo en usted. Ahora es su responsabilidad reconocer las
necesidades del niño. Recuerde: usted tiene la posibilidad de ser un
padre sabio, protector y amoroso para usted mismo.
En los días posteriores a este ejercicio, usted puede desear
intensificarlo: coloque un retrato de cuando era bebé o niño en un lugar
que le permita verlo muchas veces al día. Varias veces todos los días,
afirme al niño como parte suya y recuerde que usted es el padre o la
madre, el que resuelve los problemas. Cuide bien de usted mismo. Hable
con el niño que está en su interior y dígale lo que tiene que escuchar
para alcanzar el amor por sí mismo, la autonomía y la intimidad.
Ejercicio 5-B: Sus futuras relaciones
Este ejercicio le ayuda a visualizar sus futuras relaciones. Léalo todo con
mucho cuidado. Respire profundamente varias veces. Inhale, cuente
lentamente hasta cuatro y exhale. Repítalo cinco veces. Al exhalar, deje
salir la incomodidad y tensión, permítase una verdadera relajación —
requisito indispensable para una imaginación vibrante. Las imágenes
evocadas pueden ser: visuales, orales, sentimentales o todas éstas.
Si tiene dificultades con este ejercicio de imaginación, no olvide que la
gente puede imaginar de varias maneras: al escuchar, ver o sentir.
Comience con lo que le sea más fácil. El tiempo y la práctica pronto le
permitirán utilizar las tres formas de la imaginación.
Cierre sus ojos. Imagínese una pantalla de televisión con una
videocasetera. Hay dos cintas. Corre la primera cinta. Es usted dentro de
cinco años sin experimentar cambios en su relación(es). Aún tiene los
mismos problemas. Tómese todo el tiempo que necesite para que esta
imagen emerja en el ojo de su mente. Observe cómo se ve; haga una
pausa. Observe qué siente con respecto a usted mismo, qué piensa de
usted mismo, de los demás y de la vida. (Tómese su tiempo para
explorar a fondo la imagen.) Observe quién está presente en su vida y
quién no está. Tome nota de su salud; examine qué siente y el estado de
salud de su corazón, pulmones, órganos sexuales, cerebro, estómago,
venas y músculos. ¿Cuando las cosas no marchan bien en su relación,
cómo se siente su cuerpo? ¿Qué siente o piensa al ver estas imágenes?
Ahora cambie la imagen, imagínese un escenario futuro muy diferente.
Han pasado cinco años y, en ese momento, las cosas son diferentes. Su
vida y relación(es) se caracterizan por el amor y la felicidad. Ha
modificado las creencias restrictivas que se formó en la infancia y que
alguna vez le impidieron amar como deseaba. Tómese todo el tiempo
que necesite para dejar que surja esta imagen. Observe de nuevo cómo
se ve, cómo se siente y qué piensa sobre usted mismo y los demás. ¿Qué
esta haciendo con su vida? ¿Quién esta allí y quién no está? Explore su
cuerpo y su salud. ¿Cómo se ve? y ¿cómo se siente ahora que las cosas
marchan bien para usted?
Al ver esta nueva imagen, ¿qué siente y piensa? Las imágenes de
nuestras mentes y la energía de nuestros cuerpos están muy ligadas. Las
imágenes que albergamos —dentro o fuera de nuestra conciencia—
contribuyen a nuestra realidad futura. Casi siempre, nos convertimos en lo
que pensamos que somos.
Si su relación está llena de problemas y es dependiente, ha estado
llevando a cabo el primer grupo de imágenes, que han afectado
silenciosamente sus sentimientos, elecciones y acciones. Si usted desea
que se imponga el segundo grupo de imágenes, es necesario que las
abrace. Piense en ellas varias veces al día hasta que queden
indeleblemente impresas en su mente. De allí partirán a todas las partes
de su ser.
Examine cuidadosamente el segundo grupo de imágenes. Defínalas tan
claramente como le sea posible, al revisarlas serán cada vez más
precisas.
Ahora, escoja un símbolo del segundo grupo de imágenes o invente
alguno que le sirva para recordar la clase de futuro que quiere para
usted mismo y su relación (sus relaciones). Éste debe ser un objeto
tangible que usted pueda ver o utilizar diariamente. Véalo a menudo
para recordar el brillante futuro al que aspira. Recuerde, entre más se
concentre en imágenes positivas, más rápidamente se desvanecerán las
negativas y tendrán menos poder sobre usted.
Ejercicio 5-C: Descubra el guía espiritual interior
Este ejercicio se basa en la premisa de que cada uno de nosotros tiene un
yo superior que se caracteriza por el amor, la sabiduría, el desapego, la
compasión y la inteligencia espiritual. Es nuestro guía espiritual interno
y la mejor arma para resolver los problemas de la vida y las relaciones.
Tristemente, este nivel mayor de conciencia a menudo queda
subordinado a los instintos más bajos, que son los que originan nuestras
tendencias dependientes. El verdadero amor emana del yo superior y
sólo mediante su desarrollo como guía espiritual podemos encontrar un
amor perdurable en el cual apoyarnos.
Lea lentamente el ejercicio siguiente. Respire profundamente varias
veces hasta que se sienta relajado. Sienta su inocencia y vulnerabilidad,
inhale por la nariz y exhale por la boca. Haga esto varias veces hasta que
su cuerpo quede completamente relajado y libere cualquier pensamiento
o tensión que lo distraiga. Cierre los ojos.
Cuando se sienta listo, sin apresurarse, imagine que está con un guía o
maestro espiritual sabio, compasivo e interesado en usted.
Pregúntele al guía qué es lo que usted necesita para lograr que sus
imágenes positivas se conviertan en una realidad futura. Espere la
respuesta; si es clara, agradézcaselo al guía. Si no lo es, siga
comunicándose con él hasta que la respuesta sea clara. (Asegúrese de
que la respuesta tenga una base sabia y espiritual y no una punitiva y
paternal.) Agradézcale al guía la orientación y comprensión; ahora usted
puede volver por esas cosas cuando lo desee. Dése cuenta de que este
guía, imparcial y compasivo, está dentro de usted. Antes de dejar al guía,
déle un regalo: algo que simbolice lo que está dispuesto a abandonar
para conseguir la relación feliz que tanto desea.
Ejercicio 5-D: Afirmación de lo positivo
La mayoría de ustedes está familiarizada con la idea de que los
pensamientos positivos provocan cambios. Esta idea no es nueva; surge
no sólo de la psicología moderna, sino de las antiguas enseñanzas
espirituales que incluían la idea de la oración como visualización
creativa. Al que busca se le obliga a evitar pensamientos de fracaso o
desesperación y a sustituirlos por mensajes de fe como “Todo es vuestro”
(Primera Epístola a los Corintios 3:21) y “Porque cual es su pensamiento
en su alma, tal es él.” (Proverbios 23:7).
En un nivel científico, este proceso positivo se describe simplemente
como acción y reacción. Un individuo es la suma de sus pensamientos.
Tales pensamientos determinan la acción y producen resultados aun
cuando uno no está consciente de ellos. Los pensamientos que uno
irradia pueden ser o positivos o negativos.
Estos ejercicios le permitirán darse cuenta de que la comprensión de
las creencias inconscientes y sus pensamientos imágenes, elecciones, y
conductas resultantes, es esencial para el cambio positivo. Cambiar
únicamente la conducta externa es insuficiente; conforme cambian los
“programas” negativos internos, la conducta externa hace lo mismo en
forma sorprendente y maravillosa.
La siguiente técnica de afirmación es una síntesis de varias escuelas de
pensamiento positivo. Me ha funcionado muy bien a mí personalmente y
a mis pacientes.
La afirmación se define como un pensamiento positivo específico que
usted crea en respuesta a una necesidad u objetivo actual.
Hemos escuchado la programación negativa miles de veces; ahora es
importante que utilicemos nuestras mentes para obtener resultados
positivos. Una vez que creamos una afirmación positiva poderosa,
debemos seguir pensando en ella hasta que se convierte en una parte
natural de nosotros mismos. No podemos borrar la vieja y familiar; pero
podemos crear una nueva y elegir lo que pensamos y nos decimos a
nosotros mismos. En ocasiones la vieja y la nueva entran en conflicto por
lo que tenemos que ser conscientes de ello y trabajarlo.
Este es nuestro ejercicio de afirmación:
1. Defina su deseo (en este caso, un deseo para mejorar su relación).
2. Piense en el mensaje paternal que necesitaba de niño para permitir
o afirmar este deseo.
3. Escriba la afirmación 15 veces y no deje de incluir su nombre; cinco
veces en primera persona, cinco en segunda y cinco en tercera.
(Ejemplo: “Yo, Juan, merezco ser amado.” “Tú Juan, mereces ser
amado.” “Él, Juan, merece ser amado.”)
4. Escuche cualquier respuesta o sentimiento negativo que experimente
al hacer estas afirmaciones; si hay alguno, escríbalo.
5. Continúe refinando su afirmación para que se enfrente
cómodamente a las respuestas negativas. Cuando sea como la
quiere, repítala 15 veces.
6. Imagine su vida como si la afirmación se hubiera hecho realidad.
7. Deje salir el pensamiento; deje que su energía fluya hacia objetivos
que se convertirán en realidad.
8. Viva su vida como si la afirmación fuera una realidad. Invente o
aproveche las situaciones que pueden ayudarlo a que su deseo se
haga realidad.
9. Repita el ejercicio varias veces al día hasta que el deseo se haga
realidad o la nueva creencia sea muy natural para usted o ambos.
Puede decir o pensar su afirmación en lugar de escribirla.
Ejercicio 5-E: Diálogo sin salida
En ocasiones, el nuevo mensaje o afirmación conscientemente escogido
retará al viejo inconsciente sistema de creencias y surgirá un conflicto. Si
esto ocurre, usted experimentará un estancamiento o retraimiento
mental. A menudo, un diálogo escrito entre las dos partes ayuda a
resolver el conflicto. Repita este diálogo hasta que consiga que las dos
partes estén en armonía.
Ejercicio 5-F: Ponga a trabajar lo negativo en su favor
Las relaciones dependientes son alimentadas por creencias medulares de
nuestro estado del ego infantil que se originan en experiencias
emocionalmente dolorosas. Cuando éramos niños y estábamos
perturbados, nos decíamos a nosotros mismos cosas como “los hombres
(las mujeres) son peligrosos (peligrosas)”. “Nunca conseguiré en la vida
lo que quiero.” “La gente siempre me lastima.” “Nunca estaré cerca de
nadie.” Tales mensajes, formados en un estado emocional, se graban
automáticamente en nuestra neurología y se vuelven parte fundamental
de nuestra realidad futura. Las relaciones dependientes son una
oportunidad de repetir los antiguos dolores de la vida y las viejas
emociones y mitos resurgen una y otra vez. Sin darnos cuenta, en tales
momentos tendemos a sacar los programas negativos del yo que creamos
cuando niños. Así, a menudo decimos: “Sabía que esto sucedería.” “Esto
demuestra que no debo amar nunca más.” “Nunca volveré a ser tan
vulnerable.”
Nos programamos de esta manera cuando aún estábamos en un estado
emocional negativo. Tiene sentido que el mejor momento para
reprogramarnos a nosotros mismos, en cuanto a las relaciones positivas,
sean los periodos de emoción profunda. Si usted está luchando con una
relación dependiente, bien puede estar sintiendo tal emoción.
Pasar de la adicción al amor significa terminar el círculo de la historia
repetitiva del yo; reprogramarnos a nosotros mismos con mensajes que
apoyen las relaciones amorosas sanas y saber acerca de las creencias
formadas durante estados de emoción profundos; usted puede aprovechar
su dolor actual —en lugar de temerlo— como una oportunidad para generar
futuras relaciones sanas. Cuando su corazón está roto, puede decirse a
usted mismo: “Este dolor terminará y aprenderé a amar de manera más
sana. Estoy dispuesto a detener sus patrones destructivos de conducta
porque merezco una vida amorosa más sana y feliz.”
Utilice su dolor con prudencia. Puede ser su amigo.
Aunque el siguiente ejercicio puede no serle grato, ya que involucra la
concentración en el dolor o la infelicidad, cosa que usualmente
reprimimos, su uso trae, en consecuencia, un gran alivio. Tenga en
mente, conforme avance en este ejercicio, que hacer que afloren los
malos sentimientos ayuda a dominarlos.
1. Permítase recordar el dolor que ha venido a perturbar su relación.
2. Escuche cuidadosamente las creencias nucleares asociadas a ese
dolor.
3. Aunque esté consciente de su dolor, dígase a usted mismo: “Ahora
me libero de las viejas creencias que me han mantenido enredado en
el amor dependiente.” (Piense en todas las creencias autolimitantes
de las que ha adquirido conciencia.)
4. Dése un nuevo mensaje —una afirmación— que apoye al amor
maduro. (“Sobreviviré a este dolor y aprenderé a amar de maneras
más sanas. Sé que el amor está allí para mí.”)
5. Reconozca que su dolor le ha dado la oportunidad de sanar.
6. Confíe en que el dolor a la larga se irá. ¡Déjese ir!
Renovación
El paso al amor maduro
Usted ha dado un paso adelante en la comprensión del papel que
desempeña en su tendencia al amor adictivo. Ha explorado sus creencias
internas y ha empezado a liberarse para amar de maneras nuevas y
maravillosas. Ha aprendido que al esperar y exigir menos del amor,
puede obtener más de él.
Cuando abandona sus creencias autolimitantes, experimenta un alto
nivel de energía que aclara su perspectiva y su vida. En este punto, usted
está listo para dejar ir una relación malsana y edificar las bases de una
potencial mente buena.
Ejercicio 6-A: Perdón
Los resentimientos, acusaciones, culpa y enojo, nos hacen aferramos a
sentimientos viejos y malsanos. Siempre es mejor dejar ir tales
sentimientos y tratar de perdonarse a usted mismo y a los demás los
errores y desaciertos. Cuando esto es difícil, lo que ocurre a menudo,
trate de separar las acciones de la gente de su persona. Aun si no puede
aceptar sus acciones, es posible que los perdone. Aprender a perdonar es
un proceso que conlleva la liberación del enojo y el resentimiento.
1. Haga una lista de las personas a las que debe perdonar; fíjese
particularmente en antiguos amantes.
2. Al revisar la lista, seleccione a aquellas personas con las que aún se
siente enojado. (Sea honesto, engañarse a usted mismo puede
afectar sus relaciones futuras.)
3. Escríbales una carta a todos. Como no las va a enviar, puede
expresar plenamente su enojo. El enojo no tiene que ser racional en
este punto porque ya sabe que usted también contribuyó a originar
la situación que lo hizo enojar. Tenga en mente que el enojo es un
veneno que lo separa de los demás; usted lo expresa con el fin de
quedar limpio para la aceptación y el perdón. Es natural llenar los
vasos vacíos; antes de que seamos libres para decir no a la expresión
del enojo, debemos ser libres para decirle sí. Por ahora diga sí.
4. Reconozca que no puede cambiar lo que sucedió en el pasado y,
aferrarse al enojo y al resentimiento lo que ocasiona es que se
mantenga en un ciclo dependiente que excluye relaciones amorosas
sanas. Al dejar ir al enojo antiguo, usted crea un vacío para
sentimientos nuevos y mejores.
5. Acepte la realidad: lo que pasó, pasó.
6. Ahora es el momento de perdonar. Tómese un tiempo cada día para
sentarse en silencio y perdonar a todas las personas con las que no
ha estado en armonía en el pasado. También perdónese a usted
mismo por los errores del pasado.
7. Haga del perdón un hábito diario en sus relaciones actuales.
(Si encuentra que tiene problemas para perdonar a una persona,
simplemente diga: “Me es humanamente imposible perdonar a esta
persona, pero mi yo superior me ayudará a perdonar y a olvidar el
resentimiento, pues ello será para mi bien.”)
Ejercicio 6-B: Un nuevo árbol genealógico
Al abandonar las relaciones adictivas, reconocemos que una persona no
puede satisfacer todas nuestras necesidades. Idealmente, nos apoya una
red de personas, una gran familia extendida. Para valorar su propia red
de apoyo, puede desear crear un nuevo tipo de árbol genealógico y ver
cuántos sitios están llenos para usted.
1. Haga una lista de parientes y amigos significativos a quienes ha
tenido o deseado tener.
2. Defina las necesidades que cada uno satisfizo o que usted quería que
satisficiera.
3. Evalúe su situación actual y vea cuántas de estas personas y papeles
están presentes.
4. Escoja gente en su vida presente que complemente o llene estos
papeles. (Puede preguntarles si están dispuestos a desempeñar el
papel simbólico de hermana, hermano, etcétera.)
5. Esfuércese por llenar su árbol genealógico y fortalecer su red de
apoyo y amor.
Ejercicio 6-C: Afirmación del bienestar
Para entrar en una relación amorosa sana y alimentarla, uno debe
sentirse completo consigo mismo y vivir dentro del bien. El bienestar, en
nuestro contexto, significa satisfacer las necesidades de uno mismo y no
buscar la plenitud fuera del yo.
Lea lentamente las siguientes afirmaciones, hágalas personales
insertando su nombre, si siente que la afirmación le parece fuera de
lugar, esto indica que es posible que usted necesite explorar la falta de
armonía, ya que sugiere un punto vulnerable en su relación.
Yo, __________, ahora se cuáles son mis necesidades reales y cómo
satisfacerlas.
Yo, __________, ahora estoy expresando mis sentimientos a los demás
libre y efectivamente.
Yo, __________, estoy actuando en forma acertada y tomo en cuenta los
sentimientos y libertad de los demás.
Yo, __________, estoy disfrutando mi cuerpo por medio de una buena
alimentación, ejercicio adecuado y conciencia física.
Yo, __________, estoy ocupado en actividades que son significativas para
mí y reflejan mis valores internos.
Yo, __________, estoy creando y disfrutando relaciones cercanas e íntimas.
Yo, __________, estoy respondiendo a los retos de la vida como si se
tratara de oportunidades de crecer en fuerza y madurez.
Yo, __________, estoy creando la vida que deseo en lugar de reaccionar a
todo lo que pasa.
Yo, __________, estoy usando señales físicas para mejorar mi
autoconocimiento.
Yo, __________, conozco mis propios patrones emocionales y físicos y los
entiendo como señales de mi yo interior.
Yo, __________, confío en mis propios recursos personales como la mayor
fortaleza para vivir y crecer.
Yo, __________, estoy experimentándome a mí mismo como una persona
maravillosa.
Yo, __________, estoy creando situaciones que me ayudan a darme cuenta
de mi valía personal.
Yo, __________, creo que la vida está llena de oportunidades para mí.
Ejercicio 6-D: Mejore su relación
Cuando una pareja con una relación problemática comienza a trabajar
para el autoconocimiento, y establece un compromiso con su relación,
puede hacer cosas en forma inmediata para mejorar la relación. Estas
acciones están íntimamente ligadas a su nueva autonomía y autoestima.
Recuerde, es importante concentrarse en elementos positivos de los
demás, en su vida y construir sobre lo que ya es bueno en la relación.
Desde luego, esto no significa que los problemas deban ser desechados.
Significa que usted puede intensificar lo que es bueno —y quizá aliviar
algunos problemas— al hacer saber al otro lo que es más importante
para usted. Aquí enlisto algunos ejercicios que le permiten trabajar en su
relación.
1. Haga lo que vea que falta. Esto es, en lugar de quejarse por lo que le
falta a su relación, trate de llenar el vacío y comunicar sus valores y
deseos a su compañero. Para que funcione en forma verdadera, esto
debe hacerse sin expectativas; conozca la dicha de dar en forma
2.
3.
4.
5.
incondicional.
a. Si se siente ignorado, reconózcase a usted mismo y a su
compañero.
b. Si quiere un regalo, usted déle a su compañero algo especial.
c. Si quiere una friega en la espalda, ofrézcase a dar una.
d. Si se siente solo, trate de acercarse a su compañero y a las
personas que lo rodean.
e. Si desea excitación, sea excitante.
f. Si desea apoyo, apoye.
Fomente el crecimiento de su compañero. Deje que él conozca la
manera de estimularlo y ayudarlo a crecer. Exprese su aprecio por
todas las cosas que su compañero le da. Pregúntele a su compañero
la forma en que usted puede ayudarlo y apoyarlo más.
Comprométase usted mismo al cambio positivo. Dígale a su
compañero que está totalmente dispuesto a cambiar en beneficio de
la relación. (Asegúrese de que estos cambios surjan de la libre
elección, no de una promesa forzada. La libre elección se
experimenta como una cesión voluntaria; la promesa forzada
después genera la rebelión.)
Utilice los rituales —acciones simbólicas y repetitivas— que
proporcionan una sensación de seguridad al niño que llevamos
dentro. Los rituales de la relación sirven para afirmar la importancia
de su lazo. Por ejemplo: cada uno de los miembros de una pareja,
que tienen que viajar constantemente solos, escribió al otro una
nota que debía abrir los días que estuvieran separados. Descubrieron
que este ritual aumentaba el significado de los momentos que
pasaban separados.
a. Piense en un ritual que haya significado algo para usted cuando
era niño y adáptelo a su vida adulta.
b. Vea su relación actual. ¿Que rituales se están desarrollando? Si se
sienten bien, no los deje ir.
c. Esfuércese por crear rituales nuevos placenteros que ayuden a
afirmar su lazo con su compañero.
Haga especial el dar. Cuando ya no espera ni exige, los regalos con
que le favorecen tienen un valor especial. Aquí aparece un ejercicio
que le ha funcionado bien a muchas parejas.
a. Hagan una lista sin censura de todas las cosas que usted haya
deseado de su pareja. Esta lista puede cubrir todo tipo de cosas,
incluso deseos sexuales.
b. Intercambie las listas.
c. Una vez por semana, escoja algo de la lista de su compañero y
déselo espontáneamente.
6. Cree momentos privados. La intimidad verdadera florece cuando los
individuos tienen momentos ininterrumpidos para compartir sus
sentimientos, pensamientos, sueños, juegos, afecto y sexo. Un
método práctico: una hora de intimidad sostenida al día ¡aleja los
problemas!
7. Sírvanse el uno al otro. Cuando se compromete al amor maduro,
usted accede a una cesión casi espiritual, a nutrir al amado, aunque
ocasionalmente puede significar posponer sus propias necesidades.
Pregúntele a su compañero: “¿En qué puedo servirte?” La respuesta
que reciba será mucho más clara que si usted trata de leerle la
mente, como lo hacen muchas personas atrapadas en relaciones
dependientes.
8. Alimente la relación. Una persona emocionalmente sana es capaz de
recurrir a los demás, de abrazar lo bueno en ellos y de dejarlos ir
cuando llega el momento. Esfuércese por desarrollar estas
habilidades de vida enlistadas aquí.
a. Exprese agradecimiento.
b. Dé espontáneamente.
c. Pida lo que necesita.
d. Aprenda a escuchar.
e. Sea flexible.
f. Acepte la decepción y el “no” de los demás; déjelos ir cuando
tengan que hacerlo.
g. Resuelva los conflictos abiertamente y con la menor hostilidad
posible.
h. Comuníquese honestamente, desde su centro.
i. Acepte la realidad.
j. Esfuércese por desarrollar la humildad, objetividad y respeto por
la vida.
Expansión
Más allá del yo más allá de la relación
“Aquel que tiene un por qué vivir puede soportar
cualquier cómo.”
NIETZCHE
Las limitaciones autoimpuestas en su relación no sólo la sabotean, sino
que le impiden alcanzar su potencial individual. Conforme adquiere una
sensación de bienestar, contribuye a la salud de su relación. Y si sus
relaciones le proporcionan una maravillosa sensación de interrelación
con los demás, usted es libre de elevarse hasta nuevos niveles de
conciencia, significado y creatividad, elementos que no ha conocido
antes.
La vida sólo tiene dos direcciones, evolución o retroceso; una es un
movimiento hacia adelante, el otro una regresión. Contrario a lo que
muchos piensan, poca gente se mantiene en forma estática; está o en una
espiral descendente o en una ascendente.
Cuando nos enfrentamos a un problema que no sabemos resolver,
seguimos moviéndonos en una espiral descendente. Cada vez que el
problema se vuelve a presentar, nuestro dilema se hace más profundo.
Pero si nos esforzamos por resolver el problema, nos subimos a la espiral
ascendente, progresiva. Aunque después podemos experimentar el
mismo problema, entonces lo examinaremos con mayor entendimiento y
confianza y tendrá un impacto emocional menor.
Conforme adquirimos el control sobre nuestros problemas,
descubrimos que somos capaces de canalizar nuestra energía para
crearnos “situaciones favorables”; no como lo designan nuestras
relaciones, sino como realmente somos. Todos tenemos algo único que
dar al mundo, pero, tristemente, debido a las restricciones que la gente
se impone a sí misma y a los demás, tal objetivo superior a menudo es
ignorado o se pierde.
Una posición dependiente significa que vemos hacia afuera, negando y
reprimiendo el poder del yo y exigimos que la vida nos dé un
significado. Una vez libres de adicciones, nos damos cuenta de que la
vida no nos debe nada; más bien, es nuestra responsabilidad darle
sentido a la vida. Librarnos de lo que nos ata al pasado no nos garantiza
una vida libre de tensiones, pero nos proporciona una tensión sana que
nos reta a dirigirnos hacia un ideal de nosotros mismos. La conquista de
la desesperación —llenar lo que los filósofos llaman “el vacío
existencial”— viene realmente cuando creamos nuestras propias vidas,
moldeamos nuestro propio yo para alcanzar nuestro potencial último.
Los ejercicios siguientes pueden ayudarlo a estar en armonía con el
nivel superior de conciencia del que emana su propósito. Recuerde que
el yo superior que usted busca descubrir es más que la suma de sus
partes.
Ejercicio 7-A: Misión personal
Imagínese a usted mismo como un ser altamente desarrollado en algún
lugar del cosmos, contemplando un viaje al planeta Tierra. Se le ha
asignado evaluar la vida en la Tierra y usar su conocimiento y aptitudes
para intensificar su calidad. Después de mucho pensarlo usted escribe:
Mi propósito en la Tierra será _______________
Alcanzaré este propósito mediante _______________
Sabré que he tenido éxito cuando _______________
Estudie sus respuestas. ¿Qué le dicen acerca de sus objetivos y sueños
más profundos?
Ejercicio 7-B: Vivir conscientemente
Además de la oportunidad de descubrir nuestro propósito último como
seres humanos, la vida nos ofrece situaciones que constantemente nos
plantean un reto para hallarle sentido a todo. Por un lado, la persona
que anhela vivir plenamente espera con ansiedad todas las situaciones —
aun las dolorosas—, así como oportunidades para alcanzar niveles de
conciencia mayores.
La persona dependiente, por otro lado, hace todo lo que puede para
evitar las situaciones difíciles, reprimir problemas o hacer a los demás
responsables de éstos, con el fin de volver a una comodidad falsa tan
pronto y fácilmente como sea posible. Las adicciones proporcionan un
alivio momentáneo; pero vivir conscientemente y sin temor proporciona
soluciones verdaderas a los problemas y tranquilidad a largo plazo.
Enlistadas aquí hay algunas cosas que puede hacer para vivir más
conscientemente.
1. Acepte cada situación tal y como se presenta; no rehúya o niegue los
problemas.
2. Reaccione a las situaciones abiertamente con sus pensamientos y
sentimientos.
3. Hágase responsable de la parte que haya apartado en la creación de
un problema.
4. Evalúe las verdades que tal reconocimiento presenta acerca de usted
mismo.
5. Estudie las opciones que tiene.
6. Responda estas preguntas: ¿Qué lecciones puedo aprender de esta
experiencia? ¿Cómo puedo prevenir que este problema vuelva a
ocurrir?
Ejercicio 7-C: Actitudes de vida aprendidas
Complete estas oraciones como usted cree que sus padres lo hubieran
hecho durante sus años de desarrollo. Dé la primera respuesta que le
venga a la mente.
Madre:
La vida es _____________________________________________
La vida se siente _____________________________________________
La vida debería _____________________________________________
Padre:
La vida es _____________________________________________
La vida se siente _____________________________________________
La vida debería _____________________________________________
Complete usted mismo:
La vida es _____________________________________________
La vida se siente _____________________________________________
La vida debería _____________________________________________
Si las respuestas son negativas, esfuércese por desarrollar una posición
de vida positiva.
Ejercicio 7-D: Aprenda a amarse a usted mismo
Siga adelante, haga una lista de todos los elementos que lo hacen único.
Piense en la forma en que puede poner a trabajar sus habilidades y
rasgos especiales. ¡Sea creativo!
Singularidad
Formas para poner a funcionar
la singularidad
Ejercicio 7-E: Afirmación diaria
Al comenzar cada día, repita esta afirmación cinco veces. Al repetirla,
cree una imagen de usted mismo como si la afirmación fuera una
realidad. “Este es un momento de satisfacción divina. Los frutos de mi
trabajo y el objetivo de mi vida ahora se despliegan de manera clara y
armoniosa.”
Mis mejores deseos en su viaje hacia el autodescubrimiento, la
autoafirmación y el amor verdadero. Se ha tomado el tiempo para
conocerse a usted mismo y para mejorar la calidad de sus relaciones y su
vida. ¡Usted se merece el amor y la vida!
Bibliografía
BACH, Richard, The Bridge Across Forever, Nueva York, William Morrow
Company, Inc., 1984.
BERNE, Eric, Games People Play, Nueva York, Grove Press Inc., 1964.
BERNE, Eric, What Do You Say After You Say Hello, Nueva York, Grove
Press Inc., 1972.
BRANDEN, Nathaniel, The Psychology of Romantic Love, Toronto, Bantam
Books, 1980.
BROWN, Michael y Stanley Wool lams, Transactional Analysis: A Modern
Comprehensive Text of TA Theory and Practice, Dexter MI; Huron Valley
Institute, 1978.
BUSCAGLIA, Leo, Love, Nueva York, Fawcett Crest, 1972. Disponible a
través de los Materiales Educativos Hazelden, orden núm. 6488.
CARNES, Patrick, Sexual Addiction, Minneapolis, MN; Comp-Care
Publications, 1983.
COUSINS, Norman, Human Options, Nueva York, Londres, W.W. Norton
and Company, 1981.
CLARKE, Jean Illsey, Self-Esteem: A Family Affair, Minneapolis, MN,
Winston Press, 1978.
COLGROVE, Melba, Harold H. Bloomfield y Peter McWilliams, How to
Survive the Loss of Love, Toronto, Bantam Books, 1976. Disponible a
través de los Materiales Educativos Hazelden, orden núm. 6452.
FISHER, Helen E., The Sex Contract, Nueva York, Quill, 1982.
FRANKL, Víctor E., Man’s Search for Meaning, Nueva York, Pocket Books,
1963.
FROMM, Erich, The Art of Loving, Nueva York, Harper and Row, 1956.
GIBRAN, Jalil, The Profet, Nueva York, Random House Inc., 1951.
GOULDING, Robert y Mary McClure Goulding, Changing Lives Through
Redecision Therapy, Nueva York, Brunner/Mazel, 1979.
GOULDING, Robert y Mary McClure Goulding, The Power Is In The Patient,
San Francisco, CA, TA Press, 1978.
JAMES, Muriel, Born to WIN, Philippines, Addison-Wesley Publishing
Company, Inc., 1971.
KEYES, Ken, Jr., Handbook to Higher Consciousness, Berkeley, Living Love
Center, 1975.
PECK, M. Scott, The Road Less Traveled, Nueva York, Simon and Schuster,
1978. Disponible a través de los Materiales Educativos Hazelden,
orden núm. 6489.
PHILLIPS, Robert D., Structural Symbiotic Systems, Autor, 1975. Ponder,
Catherine, The Dynamic Laws of Prosperity, Englewood Cliffs, NJ,
Prentice Hall, Inc., 1962.
RAY, Sondra, I Deserve Love: How Affirmations Can Guide You to Personal
Fulfillment, Millbrae, CA, Les Femmes, 1976.
SCHAEFFER, Brenda, Corrective Parenting Chart, Autora, 1979.
SCHEID, Robert, Beyond the Love Game: An Inner Guide to Finding Your
Mate, Millbrae, CA, Celestial Arts, 1980.
SMALL, Jacquelyn, Transformers, The Therapists of the Future, Marina del
Rey, CA, De Vorss and Company, 1982.
STEINER, Calude, Scripts People Live, Nueva York, Grove Press, Inc., 1974.
WEED, Joseph, Wisdom of the Mystic Masters, West Nyack, NY, Parker
Publishing Company, Inc., 1968.
WILLIAMS, Margey, The Velveteen Rabbit, Nueva York, NY, Doubleday and
Company, Inc., 1975.
WOOLLAMS, Stanley y Michael Brown, Transactional Analysis, Dexter, MI,
Huron Valley Institute Press, 1978.
WOOLLAMS, Stanley, Michael Brown y Kristyn Huige, Transactional
Analysis in Brief, Ypsilanti, MI, Spectrum Psychological Services, 1974.
Hazelden, organización nacional sin fines de lucro fundada en 1949,
ayuda a la gente a rescatar su vida del padecimiento de la adicción.
Construido sobre décadas de conocimientos y experiencia, Hazelden
ofrece un enfoque integral a la adicción que aborda una amplia gama de
necesidades del paciente, familiares y profesionales, incluyendo el
tratamiento y el cuidado continuo para jóvenes y adultos, la
investigación, la educación superior, la educación y abogacía pública, y
las publicaciones.
La vida de la recuperación se vive “día por día”. Las publicaciones de
Hazelden, tanto educativas como inspiradoras, apoyan y fortalecen la
recuperación durante toda la vida. En 1954, Hazelden publicó TwentyFour Hours a Day, el primer libro de meditaciones diarias para
alcohólicos en recuperación, y Hazelden sigue publicando obras que
inspiran y guían a los individuos en el tratamiento y recuperación, y a
sus seres queridos. Los profesionales que trabajan para prevenir y tratar
la adicción también recurren a Hazelden en busca de programas con
base empírica, materiales informativos y videos para uso en escuelas,
programas de tratamiento y programas correccionales.
Por medio de sus publicaciones, Hazelden incrementa el impacto de la
esperanza, el ánimo, la ayuda y el apoyo para individuos, familias y
comunidades afectadas por la adicción y demás asuntos relacionados.
Si tiene preguntas acerca de las publicaciones de Hazelden, por favor
llame al 800-328-9000 o visítenos en línea en
hazelden.org/bookstore.
Descargar