Subido por Jennifer Rivera Escobar

People We Meet on Vacation

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Contenido
Sinopsis
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Prólogo
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11
24
Epílogo
4
Staff
Traducción
Corrección
Afrodita
Anubis
Atenea
Hera
Huitzilopochtli
Nyx
Némesis
Selene
Amalur
Artemisa
Circe
Coatlicue
Hades
Konan
Moira
Persefone
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Revisión final
Anubis
Astartea
Moira
Némesis
Diseño Pdf y Epub
Selene
Huitzilopochtli
Sinopsis
Dos mejores amigos. Diez viajes de verano. Una última oportunidad
para enamorarse.
Poppy y Alex. Alex y Poppy. No tienen nada en común. Ella es una niña
salvaje; él lleva caquis. Ella tiene un insaciable deseo de viajar; él prefiere quedarse
en casa con un libro. Pero, de alguna manera, desde que compartieron el auto para
volver a casa desde la universidad hace muchos años, son los mejores amigos. La
mayor parte del año viven alejados -ella en Nueva York y él en su pequeña ciudad
natal-, pero cada verano, desde hace una década, se toman una gloriosa semana
de vacaciones juntos.
Hasta hace dos años, cuando lo arruinaron todo. Desde entonces no se
hablan.
Poppy tiene todo lo que debería desear, pero está atrapada en la rutina.
Cuando alguien le pregunta cuándo fue la última vez que fue verdaderamente feliz,
ella sabe, sin lugar a duda, que fue en aquel malogrado y último viaje con Alex. Así
que decide convencer a su mejor amigo de que se tomen unas vacaciones más
juntos: ponerlo todo sobre la mesa, arreglarlo todo. Milagrosamente, él acepta.
Ahora ella tiene una semana para arreglar todo. Si tan sólo puede evitar la
gran verdad que siempre se ha interpuesto en medio de su aparentemente perfecta
relación. ¿Qué podría salir mal?
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Prólogo
Hace Cinco Veranos
De vacaciones, puedes ser quien quieras.
Al igual que un buen libro o un traje increíble, estar de vacaciones te
transporta a otra versión de ti mismo.
En el día a día, tal vez ni siquiera puedas mover la cabeza al son de la radio
sin sentirte avergonzado, pero en el patio con luces centelleantes adecuado, con la
banda de tambores de acero adecuada, te encontrarás girando y dando vueltas con
los mejores.
De vacaciones, tu cabello cambia. El agua es diferente, tal vez el champú.
Quizá no te molestes en lavarlo, ni en cepillarlo, porque el agua salada del mar lo
riza de una manera que te encanta. Y piensas, Tal vez podría hacer esto en casa
también. Tal vez podría ser esa persona que no se cepilla el cabello, a la que no le
importa estar sudada o tener arena en todas sus grietas.
De vacaciones, entablas conversaciones con desconocidos y olvidas que hay
algo en juego. Si resulta imposiblemente incómodo ¿A quién le importa? ¡No
volverás a verlos!
Eres quien quieras ser. Puedes hacer lo que quieras.
De acuerdo, tal vez no lo que quieras. A veces el tiempo te obliga a una
situación concreta, como en la que me encuentro ahora, y tienes que encontrar
formas de segunda clase para entretenerte mientras esperas a que pase la lluvia.
Al salir del baño, me detengo. En parte, esto se debe a que todavía estoy
trabajando en mi plan de juego. Pero, sobre todo, porque el suelo está tan pegajoso
que pierdo mi sandalia y tengo que volver cojeando por ella. En teoría, me encanta
este lugar, pero en la práctica, creo que dejar que mi pie desnudo toque la suciedad
anónima del laminado podría ser una buena forma de contraer una de esas raras
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enfermedades que se guardan en los frascos refrigerados de una instalación secreta
del CDC1.
Vuelvo a bailar hasta mi zapato, deslizo los dedos de los pies a través de las
finas correas naranjas y me giro para observar el bar: la presión de los cuerpos
pegajosos; el perezoso torbellino de ventiladores de paja en lo alto; la puerta abierta
para que, de vez en cuando, una ráfaga de lluvia se cuele en la negra noche para
refrescar a la sudorosa multitud. En la esquina, una gramola iluminada con luces de
neón hace sonar I Only Have Eyes for You de The Flamingos.
Es una ciudad turística pero un bar de lugareños, libre de vestidos de verano
estampados y camisas Tommy Bahama, aunque también carece, lamentablemente,
de cócteles adornados con lanzas de frutas tropicales.
Si no fuera por la tormenta, habría elegido otro lugar para mi última noche en
la ciudad. Durante toda la semana la lluvia ha sido tan fuerte, los truenos tan
constantes, que mis sueños de playas de arena blanca y lanchas rápidas brillantes
se esfumaron, y yo, junto con el resto de los vacacionistas decepcionados he
pasado mis días aporreando piñas coladas en cualquier trampa turística abarrotada
que pudiera encontrar.
Esta noche, sin embargo, no podía soportar más multitudes, largas esperas
y hombres canosos con anillos de boda guiñándome un ojo por encima de los
hombros de sus esposas. Así que me encontré aquí.
En un bar de suelo pegajoso llamado sólo BAR, buscando mi objetivo entre
la escasa multitud.
Está sentado en la esquina del propio bar del BAR. Un hombre de
aproximadamente mi edad veinticinco años, con cabello color arena y alto con
hombros anchos, aunque tan encorvados que no se notaría ninguno de estos dos
últimos hechos a primera vista. Tiene la cabeza inclinada sobre su teléfono con una
mirada de tranquila concentración visible en su perfil. Un diente tira del labio inferior
lleno mientras su dedo pasa lentamente por la pantalla.
Aunque no está abarrotado al nivel de Disney World, este lugar es ruidoso. A
medio camino entre la máquina de discos que entona espeluznantes melodías de
finales de los cincuenta y el televisor montado frente a ella, desde el cual un
meteorólogo grita sobre una lluvia que bate récords, hay una pandilla de hombres
con idénticas carcajadas que estallan todas a la vez. En el otro extremo de la barra,
la camarera no deja de golpear el mostrador para enfatizar mientras charla con una
mujer de cabello amarillo.
1
Centro de Control de Enfermedades.
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La tormenta tiene a toda la isla inquieta, y la cerveza barata tiene a todos
alborotados.
Pero el hombre de cabello color arena sentado en el taburete de la esquina
tiene una quietud que le hace destacar. En realidad, todo en él grita que no
pertenece a este lugar. A pesar de los ochenta y tantos grados de temperatura y la
humedad del millón por ciento, va vestido con una camiseta de manga larga
desarreglada y un pantalón azul marino. También está sospechosamente
desprovisto de bronceado, así como de cualquier risa, alegría, frivolidad, etc.
Bingo.
Me quito un puñado de ondas rubias de la cara y me dirijo hacia él. Mientras
me acerco sus ojos permanecen fijos en su teléfono, su dedo arrastra lentamente lo
que está leyendo por la pantalla. Capto las palabras en negrita CAPÍTULO
VEINTINUEVE.
Está completamente leyendo un libro en un bar.
Muevo la cadera hacia la barra y deslizo el codo sobre ella mientras me
enfrento a él. —Hola, tigre.
Sus ojos color avellana se levantan lentamente hacia mi cara, parpadean. —
¿Hola?
—¿Vienes aquí a menudo?
Me estudia durante un minuto, sopesando visiblemente las posibles
respuestas.
—No —dice finalmente—. No vivo aquí.
—Oh —digo, pero antes de que pueda salir más, continúa.
—Y aunque lo hiciera, tengo una gata con muchas necesidades médicas que
requiere cuidados especializados. Hace que sea difícil salir.
Frunzo el ceño en casi todas las partes de esa frase. —Lo siento mucho. —
Me recupero—. Debe ser horrible estar lidiando con todo eso y a la vez con una
muerte.
Su ceño se arruga. —¿Una muerte?
Agito una mano en un círculo cerrado, señalando su atuendo. —¿No estás
en la ciudad para un funeral?
Su boca se aprieta. —No lo hago.
—Entonces ¿Qué te trae a la ciudad?
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—Una amiga. —Sus ojos se dirigen a su teléfono.
—¿Vive aquí? —Supongo.
—Me arrastró —corrige—, por las vacaciones. —Dice esta última palabra con
cierto desdén.
Pongo los ojos en blanco. —¡No puede ser! ¿Lejos de tu gato? ¿Sin ninguna
buena excusa excepto disfrutar y divertirse? ¿Estás seguro de que a esta persona
se le puede llamar realmente amigo?
—Menos seguro cada segundo —dice sin levantar la vista.
No me da mucho con qué trabajar, pero no me rindo. —Entonces —sigo
adelante— ¿Cómo es esta amiga? ¿Es sexy? ¿Inteligente? ¿Voluptuosa?
—Pequeña —dice, todavía leyendo—. Ruidosa, nunca se calla, deja caer
algo sobre cada prenda de vestir que lleva alguno de nosotros, tiene un gusto
romántico horrible, solloza durante esos anuncios de la universidad comunitaria,
esos en los que la madre soltera se queda hasta tarde frente al ordenador, y luego,
cuando se queda dormida, su hijo le pone una manta sobre los hombros y sonríe
porque está muy orgulloso de ella, ¿Qué más? Oh, está obsesionada con los bares
de mala muerte que huelen a salmonella. Me da miedo incluso beber la cerveza
embotellada de aquí, ¿Has visto las críticas de Yelp de este lugar?
—¿Estás bromeando ahora mismo? —pregunto, cruzando los brazos sobre
el pecho.
—Bueno —dice— la salmonella no tiene olor, pero sí Poppy, te quedas corta.
—¡Alex! —Le doy un golpe en el bíceps, rompiendo al personaje— ¡Estoy
tratando de ayudarte!
Se frota el brazo. —¿Ayudarme cómo?
—Sé que Sarah te rompió el corazón, pero tienes que volver a salir. Y cuando
una chica sexy se te acerque en un bar, lo primero que no debes sacar es tu relación
codependiente con la idiota de tu gata.
—En primer lugar, Flannery O'Connor no es una gilipollas —dice—. Es
tímida.
—Es malvada.
—Simplemente no le gustas —insiste—. Tienes una fuerte energía canina.
—Lo único que he hecho es intentar acariciarla —digo—. ¿Por qué tener una
mascota que no quiere ser acariciada?
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—Quiere que la acaricien —dice Alex—. Siempre te acercas a ella con ese
brillo lobuno en los ojos.
—No lo hago.
—Poppy —dice—. Te acercas a todo con un brillo lobuno en los ojos.
En ese momento se acerca la camarera con la bebida que pedí antes de
meterme en el baño.
—¿Señorita? —dice—. Su margarita. —Hace girar el vaso helado por la barra
hacia mí, y un pinchazo de sed me golpea en la garganta cuando lo cojo. Lo levanto
tan rápido que una buena cantidad de tequila salpica el labio, y con una velocidad
sobrenatural y muy practicada, Alex me quita el otro brazo de la barra antes de que
pueda salpicarse de licor.
—¿Ves? Brillo lobuno —dice Alex en voz baja, en serio, de la forma en que
pronuncia casi todas las palabras que me dice excepto en esas raras y sagradas
noches en las que sale el “Raro Alex” y puedo verlo, por ejemplo, tumbado en el
suelo fingiendo sollozos ante un micrófono en el karaoke, con su cabello color arena
sobresaliendo en todas direcciones y su arrugada camisa de vestir desabrochada.
Sólo un ejemplo hipotético. De algo que ha ocurrido exactamente antes.
Alex Nilsen es un hombre de control. En ese cuerpo alto, ancho,
permanentemente encorvado y doblado en forma de pretzel, hay un exceso de
estoicismo (resultado de ser el hijo mayor de un viudo con la ansiedad más
manifiesta de todos los que he conocido) y una reserva de represión (resultado de
una estricta educación religiosa en oposición directa a la mayoría de sus pasiones;
es decir, el mundo académico), junto con el más extraño, secretamente tonto e
intensamente blando de corazón que he tenido el placer de conocer.
Doy un sorbo a la margarita, y un zumbido de placer se abre paso en mí.
—Un perro en un cuerpo humano —se dice Alex, y luego vuelve a
desplazarse por su teléfono.
Resoplo mi desaprobación por su comentario y bebo otro sorbo.
—Por cierto, esta margarita tiene como un noventa por ciento de tequila.
Espero que les digas a esos criticones insatisfechos de Yelp que se vayan al diablo.
Y que este lugar no huele a salmonella. —Bebo un poco más de mi bebida mientras
me deslizo en el taburete junto a él, girando para que nuestras rodillas se toquen.
Me gusta que siempre se siente así cuando salimos juntos: la parte superior
de su cuerpo mirando hacia la barra, sus largas piernas hacia mí, como si
mantuviera abierta una puerta secreta hacia sí mismo sólo para mí. Y no una puerta
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sólo al Alex Nilsen reservado y nunca bien sonriente que el resto del mundo tiene,
sino un camino directo al bicho raro. El Alex que hace estos viajes conmigo, año
tras año, a pesar de que desprecia los vuelos y los cambios y el uso de cualquier
almohada que no sea con la que duerme en casa.
Me gusta que, cuando salimos, siempre se dirija a la barra, porque sabe que
me gusta sentarme allí, aunque una vez admitió que cada vez que lo hacemos, se
estresa por si hace demasiado o poco contacto visual con los camareros.
La verdad es que me gusta y amo casi todo lo relacionado con mi mejor
amigo, Alex Nilsen, y quiero que sea feliz, así que incluso si nunca me ha gustado
particularmente ninguno de sus intereses amorosos anteriores «y especialmente no
me gustó su ex, Sarah» sé que depende de mí asegurarme de que no deje que este
último desengaño lo obligue a convertirse en un ermitaño. Después de todo, él haría
«y ha hecho» lo mismo por mí.
—Entonces —digo— ¿Deberíamos hacerlo desde el principio otra vez? Yo
seré la extraña sexy en el bar y tú serás tu yo encantador, sin lo del gato. Te
devolveremos a la piscina de las citas en poco tiempo.
Levanta la vista de su teléfono, casi sonriendo. Lo llamaré simplemente
sonreír, porque para Alex esto es lo más parecido.
—¿Te refieres a la desconocida que empieza con un oportuno “¿Hola, tigre”?
Creo que tenemos ideas diferentes de lo que es ”sexy”.
Giro sobre mi taburete, nuestras rodillas chocan mientras me alejo de él y
luego vuelvo, reajustando mi cara en una sonrisa coqueta. —¿Te dolió… —digo—
… cuando te caíste del cielo?
Sacude la cabeza. —Poppy, es importante para mí que sepas —dice
lentamente— que si alguna vez consigo tener otra cita, no tendrá absolutamente
nada que ver con tu supuesta ayuda.
Me pongo de pie, tiro el resto de mi bebida dramáticamente y golpeo el vaso
contra la barra. —¿Qué te parece si salimos de aquí?
—¿Cómo es que tienes más éxito en las citas que yo? —dice, asombrado
por el misterio de todo ello.
—Fácil —digo—. Tengo estándares más bajos. Y ninguna Flannery O'Connor
que se interponga. Y cuando salgo a los bares, no me paso todo el tiempo
frunciendo el ceño a las reseñas de Yelp y proyectando a la fuerza NO ME HABLES.
Además, podría decirse que soy preciosa desde ciertos ángulos.
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Se levanta y deja un billete de veinte sobre la barra antes de volver a meterse
la cartera en el bolsillo. Alex siempre lleva dinero en efectivo. No sé por qué. Se lo
he preguntado al menos tres veces. Me ha contestado. Sigo sin saber por qué,
porque su respuesta era demasiado aburrida o demasiado compleja
intelectualmente para que mi cerebro se molestara en retener el recuerdo.
—No cambia el hecho de que seas un absoluto bicho raro —dice.
—Me quieres —señalo, un poco a la defensiva.
Me pasa un brazo por los hombros y me mira, con otra pequeña sonrisa
contenida en sus labios carnosos. Su rostro es un colador, que sólo deja salir la
mínima expresión a la vez.
—Lo sé —dice.
Le sonrío. —Yo también te quiero.
Lucha contra el ensanchamiento de su sonrisa, la mantiene pequeña y tenue.
—También lo sé.
El tequila me da sueño, pereza, y me dejo llevar por él mientras nos dirigimos
a la puerta abierta. —Ha sido un buen viaje —digo.
—Lo mejor hasta ahora. —Asiente, mientras la lluvia fresca nos rodea como
si fuera confeti de un cañón. Su brazo se acerca un poco más, cálido y pesado
alrededor de mí, su olor a madera de cedro limpia se pliega sobre mis hombros
como una capa.
—Ni siquiera me ha importado mucho la lluvia —digo mientras nos
adentramos en la espesa y húmeda noche, todo zumbidos de mosquitos y palmeras
temblando por los lejanos truenos.
—Lo he preferido. —Alex levanta su brazo de mi hombro para enroscarlo
sobre mi cabeza, transformándose en un paraguas humano improvisado mientras
corremos por la carretera inundada hacia nuestro pequeño auto rojo de alquiler.
Cuando llegamos a él, se separa y abre primero mi puerta «hemos conseguido un
descuento al coger un auto sin cerraduras ni ventanas automáticas» y luego corre
alrededor del capó y se lanza al asiento del conductor.
Alex pone el auto en marcha, el aire acondicionado a toda potencia sisea
contra nuestra ropa mojada mientras sale del aparcamiento y se dirige a la casa de
alquiler.
—Acabo de darme cuenta —dice— de que no hicimos ninguna foto en el bar
para tu blog.
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Empiezo a reírme y luego me doy cuenta de que no está bromeando.
—Alex, ninguno de mis lectores quiere ver fotos de BAR. Ni siquiera quieren
leer sobre BAR.
Se encoge de hombros. —No pensé que BAR fuera tan malo.
—Dijiste que olía a salmonella.
—Aparte de eso. —Pone el intermitente y guía el auto por nuestra estrecha
calle bordeada de palmeras.
—En realidad, no he conseguido ninguna foto utilizable esta semana.
Alex frunce el ceño y se frota la ceja mientras frena hacia el camino de grava
que tiene delante.
—Aparte de las que tú tomaste —añado rápidamente. Las fotos que Alex se
ofreció a hacer para mis redes sociales son realmente terribles. Pero lo quiero tanto
por estar dispuesto a hacerlas que ya he elegido la menos atroz y la he publicado.
Estoy poniendo una de esas horribles caras en medio de la palabra, chillando y
riéndome de algo mientras él intenta «terriblemente» orientarme, y las nubes de
tormenta se están formando visiblemente sobre mí, como si yo misma estuviera
invocando el apocalipsis a la isla de Sanibel. Pero al menos se nota que soy feliz en
ella.
Cuando miro esa foto, no recuerdo qué me dijo Alex para provocar esa cara,
ni lo que le grité. Pero siento la misma sensación de calor que siento cuando pienso
en cualquiera de nuestros viajes de verano anteriores.
Ese flechazo de felicidad, esa sensación de que la vida es esto: estar en un
lugar hermoso, con alguien que quieres.
Intenté escribir algo al respecto en el pie de foto, pero era difícil de explicar.
Por lo general, mis posts tratan de cómo viajar con poco presupuesto, de
hacer más por menos, pero cuando tienes cien mil personas siguiendo tus
vacaciones en la playa, lo ideal es mostrarles… unas vacaciones en la playa.
En la última semana, hemos tenido aproximadamente cuarenta minutos en
total en la costa de la isla de Sanibel. El resto lo hemos pasado encerrados en bares
y restaurantes, librerías y tiendas vintage, además de mucho tiempo en el
deteriorado bungalow que hemos alquilado, comiendo palomitas y contando rayos.
No nos hemos bronceado, ni hemos visto peces tropicales, ni hemos hecho snorkel
o tomado el sol en catamaranes, o mucho de cualquier cosa aparte de caer y
quedarse dormido en el mullido sofá con un maratón de la Dimensión Desconocida
abriéndose camino en nuestros sueños.
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Hay lugares que se pueden ver en todo su esplendor, con o sin sol, pero éste
no es uno de ellos.
—Oye —dice Alex mientras pone el auto en el aparcamiento.
—Oye, ¿qué?
—Hagamos una foto —dice—. Juntos.
—Odias que te hagan fotos —señalo. Lo cual siempre me ha resultado
extraño, porque a nivel técnico, Alex es extremadamente guapo.
—Lo sé —dice Alex— pero está oscuro y quiero recordar esto.
—Está bien —digo—. Sí. Tomemos una.
Alcanzo mi teléfono, pero él ya tiene el suyo fuera. Solo que, en lugar de
sostenerlo con la pantalla hacia nosotros para poder vernos, lo tiene volteado, con
la cámara normal fija en nosotros en lugar de la frontal.
—¿Qué estás haciendo? —digo, alcanzando su teléfono—. Para eso está el
modo selfie, abuelo.
—¡No! —Se ríe, sacándolo de su alcance—. No es para tu blog, no tenemos
que estar bien. Sólo tenemos que parecer nosotros mismos. Si la tenemos en modo
selfie no voy a querer tomar una.
—Necesitas ayuda para tu dismorfia facial —le digo.
—¿Cuántas miles de fotos he hecho para ti, Poppy? —dice— hagamos esta
como quiero.
—Vale, bien. —Me inclino sobre la consola, acomodándome contra su pecho
húmedo, su cabeza se agacha un poco para compensar nuestra diferencia de altura.
—Uno… dos… —El flash salta antes de que llegue a tres.
—¡Monstruo! —Lo regaño.
Le da la vuelta al teléfono para mirar la foto y gime. —Noooo —dice—. Soy
un monstruo.
Me ahogo en una carcajada mientras estudio el horrible borrón fantasmal de
nuestros rostros: su cabello mojado sobresaliendo en forma puntiaguda, el mío
enredado en mechones encrespados alrededor de mis mejillas, todo en nosotros
brillante y rojo por el calor, mis ojos completamente cerrados, los suyos
entrecerrados e hinchados. —¿Cómo es posible que seamos tan difíciles de ver y
tan feos a la vez?
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Riendo, echa la cabeza hacia atrás contra el reposacabezas. —Está bien, la
borro.
—¡No! —Lucho por quitarle el teléfono de la mano. Él también lo agarra, pero
no lo suelto, así que lo mantenemos entre nosotros sobre la consola
—. De eso se trataba, Alex. De recordar este viaje como realmente fue. Y
para parecer nosotros mismos.
Su sonrisa es tan pequeña y tenue como siempre.
—Poppy, no te pareces en nada a esa foto.
Sacudo la cabeza. —Y tú tampoco.
Durante un largo momento, nos quedamos en silencio, como si no hubiera
nada más que decir ahora que esto se ha resuelto.
—El próximo año vayamos a un lugar frío —dice Alex—. Y seco.
—De acuerdo —digo, sonriendo—. Iremos a un lugar frío.
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Este Verano
—Poppy —dice Swapna desde la cabecera de la aburrida mesa de
conferencias gris— ¿Qué tienes para mí?
Para la benévola gobernante del imperio Rest+Relaxation, Swapna BakshiHighsmith no podría exudar menos de los dos valores fundamentales de nuestra
excelente revista.
La última vez que Swapna descansó fue probablemente hace tres años,
cuando estaba embarazada de ocho meses y medio y estaba en reposo por orden
del médico. Incluso entonces, se pasó todo el tiempo en videollamadas con la
oficina, con su ordenador portátil en equilibrio sobre su barriga, así que no creo que
se haya relajado mucho. Todo en ella es elegante, directo e inteligente, desde su
corte recto de alta costura hasta sus zapatos con tachuelas de Alexander Wang.
Su delineador de ojos alado podría cortar una lata de aluminio, y sus ojos
esmeralda podrían aplastarla después. En este momento, ambos apuntan
directamente a mí. —¿Poppy? ¿Hola?
Parpadeo para salir de mi aturdimiento y avanzo en mi silla, aclarando mi
garganta. Últimamente me pasa mucho. Cuando tienes un trabajo en el que solo
tienes que ir a la oficina una vez a la semana, no es ideal desconectar como un niño
en álgebra durante el cincuenta por ciento de ese tiempo, y menos aún hacerlo
delante de tu jefe, aterradora e inspiradora a partes iguales.
Estudio el bloc de notas que tengo delante. Solía acudir a las reuniones de
los viernes con docenas de lanzamientos garabateados con entusiasmo. Ideas para
historias sobre festivales desconocidos en otros países, restaurantes locales
famosos con postres fritos coloquiales, fenómenos naturales en determinadas
playas de América del Sur, viñedos emergentes en Nueva Zelanda, o nuevas
tendencias entre los amantes de las emociones fuertes y modos de relajación
profunda para los amantes del spa.
17
Solía escribir estas notas con una especie de pánico, como si cada
experiencia que esperaba tener algún día fuera un ser vivo creciendo en mi cuerpo,
extendiendo sus ramas para empujar mis entrañas, exigiendo salir de mí. Me
pasaba tres días antes de las reuniones de presentación en una especie de trance
sudoroso de Google, recorriendo imagen tras imagen de lugares en los que nunca
había estado, con una sensación parecida al hambre que me rugía en las tripas.
Sin embargo, hoy he dedicado diez minutos a escribir los nombres de los
países.
Países, ni siquiera ciudades.
Swapna me está mirando, esperando que le presente mi próximo gran
largometraje de verano para el año que viene, y yo estoy mirando la palabra Brasil.
Brasil es el quinto país más grande del mundo. Ocupa el 5.6% de la masa
terrestre. No se puede escribir un artículo corto y breve sobre las vacaciones en
Brasil. Tienes que elegir al menos una región específica.
Paso la página de mi cuaderno, fingiendo estudiar la siguiente. Está en
blanco. Cuando mi compañero Garrett se inclina hacia mí como si quisiera leer por
encima de mi hombro, lo cierro. —San Petersburgo —digo.
Swapna arquea una ceja y se pasea por la cabecera de la mesa. —Hicimos
San Petersburgo en nuestro número de verano de hace tres años. La celebración
de las Noches Blancas, ¿Recuerdas?
—¿Ámsterdam? —Garrett lanza a mi lado.
—Ámsterdam es una ciudad de primavera —dice Swapna, vagamente
molesta—. No van a presentar Ámsterdam y no incluir los tulipanes.
Una vez oí que ha estado en más de setenta y cinco países y en muchos de
ellos dos veces.
Hace una pausa, sostiene su teléfono en una mano y lo golpea contra su otra
palma mientras piensa. —Además, Ámsterdam está tan… a la moda.
Swapna cree firmemente que estar a la moda es llegar tarde a esa moda. Si
percibe que la idea de Toruń, Polonia, se está convirtiendo en el espíritu de la época,
entonces Toruń está fuera de la agenda para los próximos diez años. Hay una lista
literal clavada en una pared junto a los cubículos (Toruń no está en esta lista) de
Lugares que R+R No Cubrirá. Cada entrada está escrita a mano y fechada, y hay
una especie de apuesta clandestina sobre cuándo se liberará una ciudad de La
Lista. Nunca hay tanto entusiasmo en la oficina como esas mañanas en las que
Swapna entra con su bolsa de ordenador portátil de diseño en el brazo y se acerca
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a la lista con un bolígrafo ya preparado para tachar una de esas ciudades
prohibidas.
Todo el mundo la observa con la respiración contenida, preguntándose qué
ciudad va a rescatar del olvido de R+R, y una vez que está a salvo en su despacho,
con la puerta cerrada, quien esté más cerca de la Lista correrá hacia ella, leerá la
entrada tachada y se girará para susurrar el nombre de la ciudad a todos los
miembros de la editorial. Suele haber una celebración silenciosa.
Cuando el otoño pasado París dejó de pertenecer a la Lista, alguien sacó el
champán y Garrett sacó una boina roja de un cajón de su escritorio, donde
aparentemente la había escondido para una ocasión como ésta. Se la puso todo el
día, quitándosela de la cabeza cada vez que se oía el chasquido y el gemido de la
puerta de Swapna. Pensó que también se había salido con la suya, hasta que ella
se detuvo junto a su escritorio al salir por la noche y dijo: —Au revoir2, Garrett.
Su cara se había vuelto tan brillante como la boina, y aunque no creía que
Swapna hubiera querido ser más que graciosa, nunca había recuperado la
confianza del todo desde entonces.
El hecho de que Ámsterdam sea declarada “a la moda” hace que sus mejillas
pasen del rojo de la boina al morado de la remolacha.
Otra persona propone Cozumel. Y luego hay una votación para Las Vegas,
que Swapna considera brevemente.
—Las Vegas podría ser divertido. —Ella mira hacia mí—. Poppy, ¿No crees
que Las Vegas podría ser divertido?
—Definitivamente podría ser divertido. —Estoy de acuerdo.
—Santorini —dice Garrett con la voz de un ratón de dibujos animados.
—Santorini es precioso, por supuesto —dice Swapna, y Garrett lanza un
audible suspiro de alivio—. Pero queremos algo inspirador.
Me mira de nuevo. Intencionadamente. Ya sé por qué. Quiere que escriba el
gran reportaje. Porque eso es lo que he venido a hacer.
Se me revuelve el estómago. —Seguiré pensando en algo para presentártelo
el lunes —sugiero.
Ella acepta con la cabeza. Garrett se hunde en la silla a mi lado. Sé que él y
su novio están desesperados por un viaje gratis a Santorini. Como lo estaría
2
Adiós en francés.
19
cualquier escritor de viajes. Como probablemente lo estaría cualquier persona
humana.
Como definitivamente debería estar.
No te rindas, quiero decirle. Si Swapna quiere inspiración, no la obtendrá de
mí.
No he tenido nada de eso en mucho tiempo.
—Pienso que deberías presionar para ir a Santorini —dice Rachel, haciendo
girar su copa de rosé sobre el mosaico de la mesa del café. Es un vino
perfectamente veraniego y, gracias a su plataforma, lo conseguimos gratis.
Rachel Krohn: bloguera de estilo, entusiasta del bulldog francés, nacida y
criada en el Upper West Sider (pero afortunadamente no del tipo que actúa como si
fuera tan adorable que seas de Ohio, o incluso que Ohio exista, ¿alguien ha oído
hablar de ello?), y la mejor amiga profesional.
A pesar de tener electrodomésticos de alta gama, Rachel lava todos los
platos a mano, porque le resulta relajante, y lo hace con tacones de 10 centímetros,
porque cree que los zapatos planos son para montar a caballo y para la jardinería,
y sólo si no has encontrado unas botas de tacón adecuadas.
Rachel fue la primera amiga que hice cuando me mudé a Nueva York. Es
una “influencer” de las redes sociales (léase: le pagan por llevar marcas específicas
de maquillaje en las fotos en su precioso tocador de mármol), y aunque nunca había
tenido una amistad con un compañero de Internet, resultó tener sus ventajas (léase:
ninguno de nosotros tiene que sentirse avergonzado cuando le pedimos al otro que
espere mientras escenificamos fotos de nuestros sándwiches). Y aunque podría
haber esperado no tener mucho en común con Rachel, fue durante nuestro tercer
encuentro (en el mismo bar de vinos en Dumbo donde estamos sentadas en este
momento) que ella admitió que toma todas sus fotos de la semana los martes,
cambiando de ropa y cabello entre las paradas en diferentes parques y restaurantes,
y luego pasa el resto de la semana escribiendo ensayos y dirigiendo las redes
sociales para algunos rescates de perros.
Cayó en este trabajo por ser fotogénica y tener una vida fotogénica y dos
perros muy fotogénicos (aunque constantemente necesitados de atención médica).
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Mientras que yo me propuse crear un grupo de seguidores en las redes
sociales como un juego a largo plazo para convertir los viajes en un trabajo a tiempo
completo. Diferentes caminos hacia el mismo lugar. Es decir, ella sigue en el Upper
West Side y yo en el Lower East Side, pero ambas somos anuncios vivos.
Tomo un trago del vino espumoso y lo hago girar mientras le doy vueltas a
sus palabras. No he estado en Santorini, y en algún lugar de la abarrotada casa de
mis padres, en una caja de Tupperware llena de cosas que no tienen absolutamente
nada en común, hay una lista de destinos soñados que hice en la universidad, con
Santorini cerca de la cima. Esas líneas blancas limpias y las grandes franjas de mar
azul brillante estaban tan lejos de mis desordenados dos niveles en Ohio como
podía imaginar.
—No puedo —le digo finalmente—. Garrett entraría en combustión
espontánea si lanzara Santorini y, una vez que me subiera a bordo, Swapna lo
aprobaría por mí.
—No lo entiendo —dice Rachel—. Qué difícil puede ser elegir unas
vacaciones, no es que hayas estado ahorrando tus centavos. Elige un lugar, ve,
luego escoge otro. Eso es lo que haces.
—No es tan sencillo.
—Sí, sí —Rachel agita una mano—. Lo sé, tu jefa quiere unas vacaciones
‘inspiradoras’. Pero cuando aparezcas en algún lugar hermoso, con la tarjeta de
crédito de R+R, la inspiración aparecerá. Literalmente no hay nadie en la tierra mejor
equipado para tener unas vacaciones mágicas que un periodista de viajes con la
chequera de un gran conglomerado de medios. Si tú no puedes tener un viaje
inspirador, ¿Cómo demonios esperas que lo tenga el resto del mundo?
Me encojo de hombros, rompiendo un trozo de queso de la tabla de
embutidos.
—Tal vez ese es el punto.
Ella arquea una ceja oscura —¿Cuál es el punto?
—¡Exactamente! —digo, y ella me lanza una mirada de seco disgusto.
—No seas linda y caprichosa —dice rotundamente. Para Rachel Krohn, lo
lindo y caprichoso es casi tan malo como a la moda para Swapna Bakshi-Highsmith.
A pesar de la estética suavemente nebulosa del cabello, el maquillaje, la
ropa, el apartamento y las redes sociales de Rachel, es una persona profundamente
pragmática. Para ella, la vida en el ojo público es un trabajo como cualquier otro,
que ha mantenido porque paga las facturas (al menos en lo que respecta al queso,
21
el vino, el maquillaje, la ropa y cualquier otra cosa que las empresas decidan
enviarle), no porque disfrute del tipo de semifama fabricada que viene con el oficio.
Al final de cada mes, publica un post con las peores imágenes sin editar de sus
sesiones fotográficas, la leyenda dice: ESTO ES UN FEED DE IMÁGENES
SELECCIONADAS PARA HACERTE SUSPIRAR POR UNA VIDA QUE NO
EXISTE. ME PAGAN POR ESTO.
Sí, fue a la escuela de arte.
Y, de alguna manera, este tipo de falso arte escénico no ha hecho nada para
frenar su popularidad. Cada vez que estoy en la ciudad para el último día del mes,
intento programar una cita para tomar un vino y ver cómo revisa sus notificaciones
y pone los ojos en blanco a medida que le llegan nuevos “me gusta” y “seguidores”.
De vez en cuando ahoga un grito y dice: “¡Escucha esto! ‘Rachel Krohn es tan
valiente y real. Quiero que sea mi madre’. Les digo que no me conocen, ¡y siguen
sin entenderlo!”
No tiene paciencia con las gafas de color de rosa y menos aún con la
melancolía.
—No me estoy haciendo la linda —le prometo— y definitivamente no estoy
siendo caprichosa.
El arco de su ceja se profundiza. —¿Estás segura? Porque eres propensa a
ambas cosas, nena.
Pongo los ojos en blanco. —Sólo quieres decir que soy bajita y que llevo
colores brillantes.
—No, eres pequeña —me corrige— y llevas estampados chillones. Tu estilo
es como el de la hija de un panadero parisino de los años 60 que recorre su pueblo
en bicicleta al amanecer, gritando Bonjour, le monde3 mientras reparte baguettes.
—De todos modos —digo, volviendo a lo de antes— lo que quiero decir es,
¿qué sentido tiene tomarse estas vacaciones ridículamente caras, y luego escribir
todo sobre ellas para las cuarenta y dos personas del mundo que pueden permitirse
el tiempo y el dinero para recrearlas?
Sus cejas se acomodan en una línea plana mientras piensa.
—Bueno, en primer lugar, no creo que la mayoría de la gente utilice los
artículos de R+R como un itinerario, Pop. Si les das cien lugares para visitar, eligen
tres. Y, en segundo lugar, la gente quiere ver vacaciones idílicas en las revistas de
vacaciones. Las compran para soñar despiertos, no para planificar. —Incluso
3
Buenos días, mundo; en francés.
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mientras se comporta como la Rachel pragmática, la cínica Rachel de la Escuela de
Arte se cuela, dándole un toque a sus palabras. La Rachel de la Escuela de Arte es
algo así como un anciano que pone el grito en el cielo, un padrastro en la mesa de
la cena, que dice: “¿Por qué no se desconectan un rato, niños?”, mientras tiende un
cuenco para recoger los teléfonos de todos.
Me encanta la Rachel de la Escuela de Arte y sus Principios, pero también
me inquieta su repentina aparición en este patio de la acera. Porque ahora mismo
están brotando palabras que aún no he dicho en voz alta. Pensamientos sensibles
y secretos que nunca se me han revelado del todo en las muchas horas que he
pasado tumbada en el sofá, todavía como nuevo, de mi apartamento poco acogedor
y poco habitado, durante el tiempo de inactividad entre viajes.
—¿Qué sentido tiene? —Vuelvo a decir, frustrada—. Quiero decir, ¿Nunca
te sientes así? Como si hubieras trabajado tan duro, hecho todo lo correcto…
—Bueno, no todo —dice ella—. Dejaste la universidad, nena.
—Para poder conseguir el trabajo de mis sueños. Y lo conseguí. Trabajo en
una de las principales revistas de viajes. Tengo un bonito apartamento. Y puedo
tomar taxis sin preocuparme demasiado por el destino de ese dinero, y a pesar de
todo eso… —tomo aire de forma temblorosa, insegura de las palabras que estoy a
punto de soltar a la fuerza, incluso cuando todo su peso me golpea como un saco
de arena—…no soy feliz.
El rostro de Rachel se suaviza. Pone su mano sobre la mía, pero permanece
en silencio, dejando espacio para que yo siga. Tardo un rato en obligarme. Me siento
como una imbécil desagradecida por haber tenido estos pensamientos, y mucho
más por haberlos admitido en voz alta.
—Todo es más o menos como me lo imaginaba —digo finalmente—. Las
fiestas, las escalas en aeropuertos internacionales, los cócteles en el jet, las playas,
los barcos y los viñedos. Y todo se ve como debería, pero se siente diferente de lo
que imaginé. Sinceramente, creo que se siente diferente de lo que solía ser. Solía
estar demasiado emocionada y tener mucha energía durante las semanas antes de
un viaje, ¿Sabes? Y cuando llegaba al aeropuerto, sentía como si mi sangre
zumbara. Como si el aire estuviera vibrando con la posibilidad a mi alrededor. No lo
sé. No estoy segura de lo que ha cambiado. Tal vez yo lo haya hecho.
Se pasa un rizo oscuro por detrás de la oreja y se encoge de hombros. —Lo
querías, Poppy. No lo tenías, y lo querías. Tenías hambre de ello.
Al instante, sé que tiene razón. Ella ha visto a través del vómito de palabras
el centro de las cosas.
23
—¿No es ridículo? —Gimoteo y me río—. Mi vida resultó como esperaba, y
ahora sólo extraño querer algo.
Temblando con su peso. Zumbando con el potencial. Mirando al techo de mi
cutre quinto piso antes de la R+R, después de un doble turno sirviendo copas en el
Garden, y soñando con el futuro. Los lugares a los que iría, la gente que conocería,
en quién me convertiría. ¿Qué queda por desear cuando tienes el apartamento de
tus sueños, el jefe de tus sueños y el trabajo de tus sueños (que anula cualquier
ansiedad por el alquiler obscenamente alto del apartamento de tus sueños, porque
de todos modos pasas la mayor parte del tiempo comiendo en restaurantes con
estrellas Michelin a cuenta de la empresa)?
Rachel escurre su vaso y echa un poco de Brie en una galleta, asintiendo con
conocimiento de causa. —El disgusto de los millennials.
—¿Es eso una cosa? —pregunto.
—Todavía no, pero si lo repites tres veces, habrá un artículo de opinión de
Slate para esta noche.
Lanzo un puñado de sal por encima del hombro como para alejar ese mal, y
Rachel resopla mientras nos sirve un vaso nuevo a cada una.
—Pensaba que lo que pasa con los millennials es que no conseguimos lo
que queremos. Las casas, los trabajos, la libertad financiera. Sólo vamos a la
escuela para siempre, y luego a trabajar de camareros hasta que nos muramos.
—Sí —dice ella— pero dejaste la universidad y fuiste tras lo que querías. Así
que aquí estamos.
—No quiero tener el disgusto de los millennials —digo—. Me hace sentir
como una imbécil el no estar contenta con mi increíble vida.
Rachel vuelve a resoplar. —La satisfacción es una mentira inventada por el
capitalismo —dice la Rachel de la Escuela de Arte, pero quizá tenga razón. Por lo
general, la tiene—. Piénsalo. ¿Todas esas fotos que publico? Están vendiendo algo.
Un estilo de vida. La gente mira esas fotos y piensa: “Si yo tuviera esos tacones de
Sonia Rykiel, ese precioso apartamento con suelos de roble francés en espiga, sería
feliz. Me pavonearía, regaría mis plantas y encendería mi interminable suministro
de velas Jo Malone, y sentiría que mi vida está en perfecta armonía. Por fin amaría
mi casa. Disfrutaría de mis días en este planeta”.
—Lo vendes bien, Rach —digo—. Pareces muy feliz.
—Claro que sí —dice ella—. Pero no estoy contenta, ¿Y sabes por qué? —
Coge su teléfono de la mesa, mira una foto específica que tiene en mente y la
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levanta. Una foto de ella recostada en su sofá de terciopelo, cargada de bulldogs
con las mismas cicatrices de sus cirugías de hocico. Está vestida con un pijama de
Bob Esponja y no lleva ni una pizca de maquillaje— ¡Porque cada día hay fábricas
de cachorros de callejón que crían más de estos pequeños! Embarazando a las
mismas pobres perras una y otra vez, produciendo camada tras camada de
cachorros con mutaciones genéticas que hacen que la vida sea dura y dolorosa ¡Por
no hablar de todos los pitbulls doblados en perreras, pudriéndose en la cárcel de
cachorros!
—¿Estás diciendo que debería tener un perro? —Digo—. Porque todo el
asunto de ser periodista de viajes impide tener una mascota. —La verdad es que,
aunque no fuera así, no estoy segura de poder tener una mascota. Me encantan los
perros, pero también crecí en una casa repleta de ellos. Con las mascotas vienen
los pelos, los ladridos y el caos. Para una persona bastante caótica, eso es un
terreno resbaladizo. Si fuera a un refugio a recoger un perro de acogida, no hay
garantía de que no volviera a casa habiendo adoptado seis de ellos y un coyote
salvaje.
—Lo que digo —responde Rachel— es que el propósito es más importante
que la satisfacción. Tenías un montón de objetivos profesionales, que te daban un
propósito. Uno por uno, los cumpliste. Et voilà: no hay propósito.
—Así que necesito nuevas metas.
Ella asiente con énfasis. —Leí este artículo sobre ello. Al parecer, la
finalización de los objetivos a largo plazo a menudo conduce a la depresión. Es el
viaje, no el destino, nena, y lo que sea que digan esos jodidos cojines.
Su rostro se suaviza de nuevo, se convierte en lo etéreo de sus fotografías
más queridas. —Sabes, mi terapeuta dice…
—Tu madre —digo.
—Ella estaba siendo terapeuta cuando dijo esto —Rachel argumenta, y sé lo
que quiere decir, Sandra Krohn estaba siendo decididamente la doctora Sandra
Krohn, del mismo modo que Rachel es a veces decididamente la Rachel de la
Escuela de Arte, no que Rachel estuviera realmente en una sesión de terapia. Por
mucho que Rachel ruegue, su madre se niega a tratar a Rachel como una paciente.
Rachel, sin embargo, se niega a ver a nadie más, por lo que siguen en un punto
muerto.
—De todos modos —continúa Rachel— me dijo que a veces, cuando pierdes
la felicidad, lo mejor es buscarla de la misma manera que buscarías cualquier otra
cosa.
25
—¿Gimiendo y lanzando cojines del sofá? —pregunto.
—Volviendo sobre tus pasos —dice Rachel—. Así que, Poppy, todo lo que
tienes que hacer es pensar en el pasado y preguntarte, ¿Cuándo fue la última vez
que fuiste verdaderamente feliz?
El problema es que no tengo que pensar en el pasado. Para nada.
Sé de inmediato cuándo fue la última vez que fui verdaderamente feliz.
Hace dos años, en Croacia, con Alex Nilsen.
Pero no hay manera de encontrar mi camino de vuelta a eso, porque no
hemos hablado desde entonces.
—Sólo piénsalo, ¿Quieres? —dice Rachel—. La doctora Krohn siempre tiene
razón.
—Sí —digo—. Lo pensaré.
26
Este Verano
Lo pienso.
Todo el viaje en metro a casa. El paseo de cuatro manzanas después. A
través de una ducha caliente, una mascarilla para el cabello y otra para la cara, y
varias horas de estar tumbada en mi rígido sofá nuevo.
No paso suficiente tiempo aquí para haberla transformado en un hogar y,
además, soy el producto de un padre tacaño y una madre sentimental, lo que
significa que crecí en una casa llena de basura. Mamá guardaba las tazas de té
rotas que mis hermanos y yo le habíamos regalado de pequeños, y papá aparcaba
nuestros autos viejos en el jardín delantero por si acaso aprendía a arreglarlos.
Todavía no tengo ni idea de lo que se considera una cantidad razonable de
cachivaches en una casa, pero sé cómo reacciona la gente en general ante la casa
de mi infancia y creo que es más seguro pecar de minimalista que de acumulador.
Aparte de una colección poco manejable de ropa vintage (primera regla de la
familia Wright: nunca compres nada nuevo si puedes conseguirlo usado por una
fracción del precio), no hay mucho más en mi apartamento en lo que fijarse. Así que
me quedo mirando el techo y pensando.
Y cuanto más pienso en los viajes que Alex y yo solíamos hacer juntos, más
los añoro. Pero no de la manera divertida, soñadora y enérgica en que solía anhelar
ver Tokio en la temporada de florecimiento de los cerezos, o los festivales de
Fasnacht de Suiza, con sus desfiles de máscaras y bufones con látigos bailando por
las calles de color caramelo.
Lo que siento ahora es más un dolor, una tristeza.
Es peor que el descaro de no querer mucho de la vida. Es querer algo que
no puedo convencerme de que sea una posibilidad.
No después de dos años de silencio.
27
De acuerdo, no silencio. Todavía me envía un mensaje en mi cumpleaños.
Yo le sigo enviando uno en el suyo. Ambos enviamos respuestas que dicen
“Gracias” o “¿Cómo estás?”, pero esas palabras nunca parecen llevar mucho más
allá.
Después de todo lo que pasó entre nosotros, solía decirme a mí misma que
sólo necesitaría tiempo para superarlo, que las cosas volverían inevitablemente a la
normalidad y que volveríamos a ser los mejores amigos. Tal vez incluso nos
reiríamos de este tiempo separados.
Pero pasaban los días, los teléfonos se apagaban y encendían por si se
perdían los mensajes, y después de un mes entero, incluso dejé de saltar cada vez
que sonaba mi alerta de texto.
Nuestras vidas continuaron, sin el otro en ellas. Lo nuevo y extraño se
convirtió en lo familiar, lo aparentemente inmutable, y ahora aquí estoy, un viernes
por la noche, mirando a la nada.
Me levanto del sofá, tomo el portátil de la mesita de café y salgo a mi pequeño
balcón. Me dejo caer en la única silla que cabe aquí y apoyo los pies en la barandilla,
todavía caliente por el sol a pesar del pesado manto de la noche. Abajo, las
campanas suenan sobre la puerta de la bodega de la esquina, la gente vuelve a
casa después de largas noches de fiesta, y un par de taxis paran frente a mi bar
favorito del barrio, Good Boy Bar (un lugar que no debe su éxito a sus bebidas, sino
al hecho de que permite entrar a los perros; así es como sobrevivo a mi existencia
sin mascotas).
Abro el ordenador y alejo una polilla del resplandor fluorescente de su
pantalla mientras abro mi antiguo blog. A R+R no le importa el blog en sí; es decir,
evaluaron mis muestras de escritura antes de que consiguiera el trabajo, pero no
les importa que lo mantenga. Es la influencia en las redes sociales lo que quieren
seguir rentabilizando, no el modesto pero devoto número de lectores que construí
con mis publicaciones sobre viajes de bajo presupuesto.
La revista Rest + Relaxation no está especializada en viajes de bajo
presupuesto. Y aunque había planeado seguir con Pop Around the World además
de mi trabajo en la revista, mis entradas disminuyeron poco después del viaje a
Croacia.
Me desplazo hasta mi publicación sobre este y lo abro. Para entonces ya
estaba trabajando en R+R, lo que significaba que cada lujoso segundo del viaje
estaba pagado. Se suponía que iba a ser el mejor que habíamos hecho, y pequeñas
porciones de él lo fueron.
28
Pero al releer mi publicación, incluso con todos los indicios de Alex y de lo
que pasó borrados, es obvio lo miserable que me sentía cuando llegué a casa. Me
desplazo hacia atrás, buscando todos los mensajes sobre el Viaje de Verano. Así lo
llamábamos, cuando nos enviábamos mensajes de texto a lo largo del año,
normalmente mucho antes de haber concretado a dónde iríamos o cómo nos lo
permitiríamos.
El Viaje de Verano.
Como en, La escuela me está matando, sólo quiero que el Viaje de Verano
ya esté aquí, y el tono para nuestro Uniforme de Viaje de Verano, con una captura
de pantalla adjunta de una camiseta que dice SIP, SON REALES en el pecho, o un
par de pantalones cortos tan cortos como para ser, esencialmente, una tanga de
mezclilla.
Una brisa caliente levanta el olor a basura y a pizza de un dólar de la calle y
me despeina el cabello. Me hago un nudo en la base de la nuca, cierro el ordenador
y saco el teléfono tan rápido que parece que voy a usarlo.
No puedes. Es demasiado raro, pienso.
Pero ya estoy sacando el número de Alex, que sigue ahí en lo alto de mi lista
de favoritos, donde el optimismo lo mantuvo guardado hasta que pasó tanto tiempo
que la posibilidad de borrarlo ahora me parece un trágico último paso que no puedo
soportar.
Mi pulgar se cierne sobre el teclado.
He estado pensando en ti, escribo. Lo miro durante un minuto y luego
retrocedo hasta el principio.
¿Hay alguna posibilidad de que estés buscando salir de la ciudad?
Escribo. Esta parece buena. Está claro lo que estoy preguntando, pero es bastante
informal, con una salida fácil. Pero cuanto más estudio las palabras, más rara me
siento por ser tan casual. De fingir que no ha pasado nada y que los dos seguimos
siendo amigos íntimos que pueden planear un viaje en un foro tan informal como un
mensaje de texto después de medianoche.
Borro el mensaje, respiro profundamente y vuelvo a escribir: Hola.
—¿Hola? —Me pongo a gritar, molesta conmigo misma. En la acera, un
hombre salta sorprendido al oír mi voz, luego mira hacia mi balcón, decide que no
estoy hablando con él y se va corriendo.
No hay manera de que le envíe un mensaje a Alex Nilsen que sólo diga Hola.
Pero luego voy a resaltar y borrar la palabra, y ocurre algo horrible.
29
Accidentalmente le di a enviar.
El mensaje sale como una ráfaga.
—¡Mierda, mierda, mierda! —Siseo, agitando mi teléfono como si tal vez
pudiera hacer que escupiera el texto de nuevo antes de que esa mísera palabra
comenzara a digerirse—. No, no, n…
Suena.
Me congelo. Boca abierta. El corazón se acelera. El estómago se retuerce
hasta que mis intestinos se sienten como fideos rotini.
Un nuevo mensaje, el nombre en negrita en la parte superior: ALEXANDER
THE GREATEST.
Una palabra.
Hola.
Estoy tan asombrada que casi le devuelvo el Hola, como si mi primer mensaje
nunca hubiera ocurrido, como si me hubiera saludado de la nada. Pero por supuesto
que no lo hizo, él no es ese tipo. Yo soy ese tipo.
Y como soy ese tipo que envía los peores mensajes de texto del mundo,
ahora he recibido una respuesta que no me da ninguna entrada natural a una
conversación.
¿Qué digo?
¿Cómo estás, suena demasiado serio? Hace que parezca que espero que
diga: Bien, Poppy, te he echado de menos. Te he echado MUCHO de menos.
Tal vez algo más inocuo, como ¿Qué hay de nuevo?
Pero de nuevo siento que lo que podría hacer ahora mismo es ignorar
voluntariamente que es raro que le envíe mensajes de texto después de todo este
tiempo.
Siento haberte enviado un mensaje de texto que decía hola, escribo. Lo
borro, trato de ser graciosa: Probablemente te estés preguntando por qué te he
traído aquí.
No tiene gracia, pero estoy de pie en el borde de mi pequeño balcón,
temblando de nerviosismo y aterrorizada de esperar demasiado tiempo para
responder. Envío el mensaje y empiezo a caminar. Sólo que, como el balcón es tan
pequeño y la silla ocupa la mitad del mismo, básicamente estoy dando vueltas como
un trompo, una cola de polillas persiguiendo la luz borrosa de mi teléfono.
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Vuelve a sonar, me tumbo en la silla y abro el mensaje.
¿Se trata de la desaparición de los sándwiches en la sala de descanso?
Un momento después, llega un segundo mensaje.
Porque yo no los tomé. A menos que haya una cámara de seguridad allí.
En cuyo caso, lo siento.
Una sonrisa se dibuja en mi cara, un torrente de calor derrite el nudo de
ansiedad que tengo en el pecho. Hubo un breve periodo de tiempo en el que Alex
estaba convencido de que lo iban a despedir de su trabajo de profesor. Después de
levantarse tarde y perderse el desayuno, había tenido una cita con el médico
durante el almuerzo. No había tenido tiempo de comer después, así que había ido
a la sala de profesores con la esperanza de que fuera el cumpleaños de alguien y
que hubiera donuts o panecillos rancios que pudiera coger.
Pero era el primer lunes del mes, y una profesora de Historia Americana
llamada señorita Delallo, una mujer a la que Alex consideraba secretamente su
némesis en el trabajo insistió en limpiar la nevera y el espacio del mostrador el último
viernes de cada mes, y luego hacía un escándalo como si esperara que le dieran
las gracias, aunque a menudo sus compañeros de trabajo perdían un par de
almuerzos congelados en perfecto estado en el proceso.
De todos modos, lo único que quedaba en la nevera era un sándwich de
ensalada de atún. —La tarjeta de visita de Delallo —había bromeado Alex cuando
me contó la historia más tarde.
Se había comido el sándwich como un acto de rebeldía (y de hambre). Luego
pasó tres semanas convencido de que alguien iba a descubrirlo y perdería su
trabajo. No es que fuera su sueño dar clases de literatura en el instituto, pero el
trabajo estaba bien pagado, tenía buenos beneficios y se encontraba en nuestra
ciudad natal, en Ohio, lo que «aunque para mí es un aspecto definitivamente
negativo» significaba que podía estar cerca de dos de sus tres hermanos menores
y de los hijos que habían empezado a tener.
Además, el tipo de trabajo universitario que Alex realmente quería no surgía
muy a menudo en estos días. No podía permitirse el lujo de perder su trabajo de
profesor, y por suerte no lo había hecho.
¿Sándwiches? ¿PLURAL? Vuelvo a teclear ahora. Por favor, por favor,
por favor dime que te has convertido en un ladrón de sándwiches en toda
regla.
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Delallo no es una fanática de los sándwiches, dice Alex. Últimamente le
gustan los Reubens4.
¿Y cuántos de estos Reubens has robado? Pregunto.
Suponiendo que la NSA esté leyendo esto, ninguna, dice.
Eres un profesor de inglés de secundaria en Ohio; por supuesto que
están leyendo.
Me devuelve una cara triste. ¿Dices que no soy lo suficientemente
importante como para que el gobierno de Estados Unidos me vigile?
Sé que está bromeando, pero esto es lo que pasa con Alex Nilsen.
A pesar de ser alto, bastante ancho, adicto al ejercicio diario, a la
alimentación sana y al autocontrol en general, también tiene esa cara de cachorro
herido. O al menos la capacidad de invocarla. Sus ojos están siempre un poco
adormilados, las arrugas bajo ellos una indicación constante de que no ama el
sueño como yo.
Su boca es llena con un arco de cupido exagerado y ligeramente desigual, y
todo esto combinado con su cabello liso y desordenado «la única parte de su
apariencia a la que no presta atención», le da a su cara un aspecto juvenil que
cuando se maneja adecuadamente, puede desencadenar algún impulso biológico
en mí para protegerlo a toda costa.
Ver cómo sus ojos somnolientos se vuelven grandes y acuosos y su boca
llena se abre en una suave O es como escuchar el gemido de un cachorro.
Cuando otras personas envían el emoji del ceño fruncido, lo leo con una leve
decepción.
Cuando Alex lo utiliza, sé que es el equivalente digital a su cara de cachorro
triste para burlarse de mí. A veces, cuando estábamos borrachos, sentados en una
mesa e intentando superar una partida de ajedrez o de scrabble que yo estaba
ganando, desplegaba la cara hasta que yo me ponía histérica, atrapada entre la risa
y el llanto, cayéndome de la silla, intentando que parara o al menos se tapara la
cara.
Por supuesto que eres importante, escribo. Si la NSA conociera los
poderes de la Cara de Cachorro Triste, estarías en un laboratorio siendo
clonado ahora mismo.
4
Reubens: es un sándwich a la plancha elaborado con corned beef, chucrut, queso suizo y Russian dressing.
32
Alex teclea durante un minuto, se detiene y vuelve a teclear. Espero unos
segundos más. ¿Es este el mensaje al que finalmente deja de responder? ¿Una
gran confrontación? O, conociéndolo, supongo que es más probable que sea una
inofensiva buena charla, pero me voy a la cama. Que duermas bien.
¡Ding!
Una carcajada brota de mí, su fuerza es como la de un huevo que se rompe
en mi pecho, derramando calor para cubrir mis nervios.
Es una foto. Una selfie borrosa e ineficaz de Alex, bajo una farola, poniendo
la infame cara. Como casi todas las fotos que se ha hecho, está tomada ligeramente
desde abajo, alargando su cabeza para que quede en punta. Echo la cabeza hacia
atrás con otra risa, medio mareada.
¡Bastardo! Escribo. Es la una de la mañana y ahora me has hecho ir a la
perrera para salvar algunas vidas.
Sí, claro, dice. Nunca tendrías un perro.
Algo así como un dolor me pellizca el estómago. A pesar de ser el hombre
más limpio, particular y organizado que conozco, a Alex le encantan los animales, y
estoy bastante segura de que ve mi incapacidad para comprometerme con uno
como un defecto personal.
Miro a la única suculenta deshidratada en la esquina del balcón. Sacudiendo
la cabeza, escribo otro mensaje: ¿Cómo está Flannery O'Connor?
Muerta, escribe Alex.
¡El gato, no el autor! Digo.
También muerta, responde.
Mi corazón tartamudea. Por mucho que detestara a esa gata (ni más ni
menos de lo que ella me detestaba a mí), Alex la adoraba. El hecho de que no me
dijera que había muerto me atraviesa en un corte limpio, una cuchilla de guillotina
de la cabeza a los pies.
Alex, lo siento mucho, escribo. Dios, lo siento. Sé lo mucho que la
querías. Esa gata tuvo una vida increíble.
Sólo escribe: Gracias.
Me quedo mirando la palabra durante mucho tiempo, sin saber a dónde ir.
Pasan cuatro minutos, luego cinco, luego ya han pasado diez.
Debería irme a la cama ahora, dice finalmente. Duerme bien, Poppy.
33
Sí, escribo. Tú también.
Me siento en el balcón hasta que todo el calor se ha agotado en mí.
34
Hace Doce Veranos
La primera noche de orientación en la Universidad de Chicago, lo veo.
Va vestido con un pantalón caqui y una camiseta de la Universidad de
Chicago, a pesar de que lleva diez horas en la escuela. No se parece en nada al
tipo de intelectualidad artística con la que imaginé hacer amistad cuando elegí una
escuela en la ciudad. Pero estoy aquí sola (resulta que mi nueva compañera de
cuarto siguió a su hermana mayor y a algunos amigos a la universidad, y se
escabulló de los eventos de la Semana lo antes posible), y también está solo, así
que me acerco a él, inclino mi bebida hacia su camiseta y le digo: —Así que, ¿Vas
a la Universidad de Chicago?
Me mira fijamente y sin comprender.
Tartamudeé que era una broma.
Balbucea algo sobre un derrame en su camisa y un cambio de ropa de última
hora. Sus mejillas se ponen rosadas, y las mías también, por la vergüenza ajena.
Y entonces sus ojos se sumergen en mí, midiéndome, y su cara cambia.
Llevo un mono floral naranja y rosa neón de principios de los setenta, y reacciona a
ese hecho como si también llevara un póster que pone JODIDOS CAQUIS.
Le pregunto de dónde es, porque no sé qué más decir a un desconocido con
el que no comparto ningún contexto aparte de unas horas de confusos recorridos
por el campus, un par de paneles iguales y aburridos sobre la vida en la ciudad, y
el hecho de que odiamos la ropa del otro.
—Ohio —responde— un pueblo llamado West Linfield.
—¡No me digas! —Digo, aturdida—. Soy de East Linfield.
Y se anima un poco, como si esto fuera una buena noticia, y no sé por qué,
el hecho de tener Linfields en común es algo así como haber tenido el mismo
resfriado: no es lo peor del mundo, pero nada por lo que chocar los cinco.
35
—Soy Poppy —le digo.
—Alex —dice, y me da la mano.
Cuando imaginas un nuevo mejor amigo para ti, nunca lo llamas Alex.
Probablemente tampoco te lo imaginas vistiendo como una especie de bibliotecario
adolescente, ni mirándote apenas a los ojos, ni hablando siempre un poco en voz
baja.
Decido que, si lo hubiera mirado durante cinco minutos más antes de cruzar
el césped sembrado de luces de globo para hablar, habría podido adivinar tanto su
nombre como que era de West Linfield, porque estos dos datos coinciden con sus
caquis y su camisa de la U de Chicago.
Estoy segura de que cuanto más tiempo hablemos, más violentamente
aburrido se volverá, pero estamos aquí, y estamos solos, así que ¿Por qué no estar
seguros?
—Entonces, ¿Por qué estás aquí? —Pregunto.
Su ceño se frunce. —¿Aquí para qué?
—Sí, ya sabes —digo— como que estoy aquí para conocer a un rico barón
del petróleo que necesita una segunda esposa mucho más joven.
Otra vez esa mirada perdida.
—¿Qué estás estudiando? —Aclaro.
—Oh —dice—. No estoy seguro. Derecho, tal vez. O literatura. ¿Y tú?
—Todavía no estoy segura. —Levanto mi vaso de plástico—. He venido
sobre todo por el ponche. Y para no vivir en el sur de Ohio.
Durante los dolorosos quince minutos siguientes, me entero de que él está
aquí con una beca académica y él se entera de que yo estoy aquí con un préstamo.
Le digo que soy la menor de tres hermanos y la única chica. Él me dice que es el
mayor de cuatro chicos.
Me pregunta si ya he visto el gimnasio, a lo que mi reacción genuina es —
¿Por qué? —y ambos volvemos a movernos torpemente de pie en silencio.
Es alto, callado y con ganas de ver la biblioteca.
Soy bajita, ruidosa y espero que alguien venga y nos invite a una fiesta de
verdad.
Cuando nos separemos, estoy segura de que no volveremos a hablar.
36
Al parecer, él siente lo mismo.
En lugar de decir adiós o nos vemos por ahí o intercambiemos números, sólo
dice: —Buena suerte con el primer año, Poppy.
37
Este Verano
—¿Lo has pensado? —pregunta Rachel. Está golpeando la bicicleta estática
a mi lado, con gotas de sudor volando, aunque su respiración es uniforme, como si
estuviéramos paseando por Sephora. Como de costumbre, encontramos dos
bicicletas al fondo de la clase de spinning, donde podemos mantener una
conversación sin que nos regañen por distraer a los demás ciclistas.
—¿Pensar en qué? —Le respondo jadeando.
—Lo que te hace feliz. —Se levanta para pedalear más rápido a la orden del
profesor. Por mi parte, estoy básicamente desplomada sobre el manillar, forzando
mis pies hacia abajo como si estuviera pedaleando en melaza. Odio el ejercicio; me
encanta la sensación de haber hecho ejercicio.
—Silencio —jadeo, con el corazón palpitando—. Me. Hace. Feliz.
—¿Y? —pregunta ella.
—Esas barritas de crema de vainilla y frambuesa de Trader Joe’s —saco.
—¿Y?
—¡A veces tú lo haces! —Intento sonar cortante. Los jadeos lo socavan.
—¡Y a descansar! —grita la instructora por el micrófono; treinta y tantos
jadeos de alivio recorren la sala. La gente se desploma sobre las bicicletas o se
desliza de ellas hasta caer en un charco en el suelo, pero Rachel se desmonta como
una gimnasta olímpica que termina su rutina de suelo. Me da su botella de agua y
la sigo hasta los vestuarios, y luego salgo a la luz del mediodía.
—No te lo sacaré —dice—. Tal vez es privado, lo que te hace feliz.
—Es Alex —suelto.
Deja de caminar, agarrándome del brazo para que quede cautiva, el tráfico
peatonal que nos rodea en la acera. —Qué.
38
—No así —digo—. Nuestros viajes de verano. Nada ha superado a esos.
Nada.
Incluso si alguna vez me caso o tengo un bebé, espero que el mejor día de
mi vida siga siendo una especie de debate entre eso y la vez que Alex y yo fuimos
de excursión a las secuoyas5 llenas de niebla. Cuando entramos en el parque,
empezó a llover a cántaros y los senderos se despejaron. Teníamos el bosque para
nosotros solos, metimos una botella de vino en la mochila y nos pusimos en marcha.
Cuando estuvimos seguros de que estábamos solos, descorchamos la
botella y nos la pasamos de un lado a otro, bebiendo mientras caminábamos por la
quietud del bosque.
Me gustaría que pudiéramos dormir aquí, recuerdo que dijo. Como si sólo
nos acostáramos y durmiéramos una siesta.
Y entonces llegamos a uno de esos grandes troncos huecos que hay a lo
largo del camino, de los que se abren para formar una cueva de madera, con sus
dos lados como gigantescas palmeras ahuecadas.
Nos metimos dentro y nos acurrucamos en la tierra seca y necesitada. No
hicimos la siesta, pero descansamos. Como si, en lugar de absorber energía a
través del sueño, la introdujéramos en nuestros cuerpos a través de los siglos de
sol y lluvia que habían cooperado para hacer crecer ese enorme árbol que nos
protegía.
—Bueno, obviamente tienes que llamarlo —dice Rachel, echándome el lazo
y sacándome de la memoria—. Nunca he entendido por qué no te enfrentaste a él
por todo. Parece una tontería perder una amistad tan importante por una pelea.
Sacudo la cabeza. —Ya le envié un mensaje. No está buscando reavivar
nuestra amistad, y definitivamente no quiere ir a unas vacaciones espontáneas
conmigo. —Vuelvo a dar el paso junto a ella, subiendo mi bolsa de deporte al
hombro sudado—. Quizá deberías venir conmigo. Sería divertido, ¿No? Hace
meses que no salimos juntas.
—Sabes que me pongo nerviosa cuando salgo de Nueva York —dice Rachel.
—¿Y qué diría tu terapeuta sobre eso? —Me burlo.
—Ella diría: “¿Qué tienen en París que no tengan en Manhattan, cariño?”
—Um, ¿La Torre Eiffel? —Digo.
5
Nombre común de ciertos árboles coníferos, típicos de Norteamérica, que alcanzan hasta 150 m de altura y
viven muchos años
39
—También se pone nerviosa cuando me voy de Nueva York —dice Rachel—
. Nueva Jersey es lo máximo que el cordón umbilical se extiende para nosotras.
Ahora vamos a tomar un poco de jugo. Esa tabla de quesos ha formado
básicamente un corcho en mi trasero y todo se está acumulando detrás.
A las diez y treinta de la noche del domingo, estoy sentada en la cama, con
mi suave edredón rosa amontonado sobre mis pies y mi portátil ardiendo contra mis
muslos. Hay media docena de ventanas abiertas en mi navegador y en mi aplicación
de notas he empezado una lista de posibles destinos que solo llega a tres.
1.Terranova
2.Austria
3.Costa Rica
Acabo de empezar a recopilar notas sobre las principales ciudades y los hitos
naturales de cada una de ellas cuando mi teléfono zumba en mi mesita auxiliar.
Rachel lleva todo el día enviándome mensajes de texto, renunciando a los lácteos,
pero cuando busco mi teléfono, en la parte superior de la alerta de mensajes se lee
ALEXANDER THE GREATEST.
De repente, esa sensación de vértigo ha vuelto, hinchándose tan rápido en
mí que siento que mi cuerpo va a estallar.
Es un mensaje con imagen, y cuando lo abro, encuentro una toma de mi
divertidísima, es una mala foto del último año, con la cita que elegí para que la
imprimieran debajo: ADIÓS.
Ohhhhhhh nooooo, tecleo entre risas, apartando el portátil y dejándome
caer de espaldas. ¿Dónde has encontrado esto?
La biblioteca de East Linfield, dice Alex. Estaba preparando mi clase y
recordé que tienen anuarios.
Has desafiado mi confianza, bromeo. Estoy enviando un mensaje a tus
hermanos para pedirles fotos de bebé ahora mismo.
Enseguida, nos devuelve la misma foto de cachorro triste del viernes, con la
cara borrosa y deslavada, y el resplandor anaranjado de una farola visible sobre su
hombro. Mala, escribe.
40
¿Es una foto de archivo que guardas para ocasiones como ésta? Le
pregunto.
No, dice. La tomé el viernes.
Digo que saliste muy tarde para Linfield, escribo. ¿Qué hay abierto
aparte del Frisch’s Big Boy a esa hora?
Resulta que una vez cumplidos los 21 años hay muchas cosas que
hacer al anochecer en Linfield, dice. Estuve en Birdies.
Birdies, el bar “y parrilla” con temática de golf que está al otro lado de la calle
de mi instituto.
¿Birdies? Digo. ¡Ew, ahí es donde beben todos los profesores!
Alex dispara otra foto de Cara de Cachorro Triste, pero al menos esta es
nueva: él con una suave camiseta gris, con el cabello regado por todas partes y una
cabecera de madera lisa visible detrás de él.
También está sentado en la cama. Enviando mensajes de texto. Y durante el
fin de semana, cuando estaba trabajando en su clase, no sólo pensó en mí, sino
que se tomó el tiempo de ir a buscar mi vieja foto del anuario.
Ahora estoy sonriendo enormemente, y también estoy vibrante. Es surrealista
lo mucho que esto se parece a los primeros días de nuestra amistad, cuando cada
nuevo texto parecía tan chispeante y divertido y perfecto, cuando cada llamada
telefónica rápida se convertía accidentalmente en una hora y media de conversación
sin parar, incluso cuando nos habíamos visto unos días antes. Recuerdo cómo,
durante una de las primeras «antes de que lo considerara mi mejor amigo», tuve
que pedirle si podía llamarlo en un segundo para ir a orinar. Cuando volvimos al
teléfono, hablamos otra hora y luego me pidió lo mismo.
Para entonces me pareció una tontería colgar el teléfono sólo para no oír el
ruido del pis en la taza del váter, así que le dije que podía quedarse al teléfono si
quería. No me aceptó eso, ni entonces ni nunca, aunque a partir de ese momento,
a menudo orinaba en medio de la llamada telefónica. Con su permiso, por supuesto.
Ahora estoy haciendo esta cosa humillante, tocando la foto de su cara como
si de alguna manera pudiera sentir la esencia de él de esa manera, como si lo trajera
más cerca de mí de lo que ha sido por dos años. No hay nadie que lo vea, y aun así
me siento avergonzada.
¡Es broma! Respondo. La próxima vez que esté en casa, deberíamos ir a
emborracharnos con la señora Lautzenheiser.
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Lo envío sin pensar, y casi inmediatamente se me seca la boca al ver las
palabras en la pantalla.
La próxima vez que esté en casa.
Nosotros.
¿Fue demasiado lejos? ¿Sugiriendo que deberíamos salir?
Si lo era, no lo nota. Sólo responde, Lautzenheiser está sobria ahora.
También es budista.
Pero ahora que no he obtenido una respuesta directa a la sugerencia, positiva
o negativa, siento un intenso deseo de insistir en el asunto. Entonces supongo
que tendremos que ir a iluminarnos con ella, escribo.
Alex teclea durante demasiado tiempo, y todo el tiempo cruzo los dedos,
tratando de alejar a la fuerza cualquier tensión.
Oh, Dios.
Pensaba que lo había hecho bien, que había superado nuestra ruptura de
amistad, pero cuanto más hablamos, más lo echo de menos.
Mi teléfono vibra en mi mano. Dos palabras: Supongo que sí.
No es un compromiso, pero es algo.
Y ahora estoy de subidón. Por las fotos del anuario, por las selfies, por la idea
de que Alex se siente en la cama y me mande un mensaje de texto de la nada. Tal
vez sea presionar demasiado o pedir demasiado, pero no puedo evitarlo.
Durante dos años, he querido pedirle a Alex que le diera otra oportunidad a
nuestra amistad, y he tenido tanto miedo a la respuesta que nunca he sacado la
pregunta. Pero no pedírselo tampoco nos ha hecho volver a estar juntos, y lo echo
de menos, echo de menos cómo éramos juntos, y echo de menos el Viaje de
Verano, y finalmente, sé que hay una cosa en mi vida que todavía quiero de verdad,
y sólo hay una manera de saber si puedo tenerla.
¿Hay alguna posibilidad de que estés libre hasta que empiecen las
clases? Escribo, temblando tanto que me han empezado a castañear los dientes.
Estoy pensando en hacer un viaje.
Me quedo mirando las palabras durante el lapso de tres respiraciones
profundas, y luego pulso enviar.
42
Hace Once Veranos
Ocasionalmente, veo a Alex Nilsen en el campus, pero no volvemos a hablar
hasta el día después de que termina el primer año.
Fue mi compañera de cuarto, Bonnie, quién preparó todo. Cuando me dijo
que tenía un amigo del sur de Ohio que buscaba a alguien con quién compartir el
viaje a casa, no se me ocurrió que podría ser el mismo chico de Linfield que conocí
en la orientación.
Sobre todo, porque básicamente no sabía nada sobre Bonnie, en los últimos
nueve meses pasó por el dormitorio para ducharse y cambiarse de ropa antes de
regresar al apartamento de su hermana. Francamente, no estaba segura de cómo
ella sabía que yo era de Ohio.
Me había hecho amiga de las otras chicas de mi piso, comí con ellas, vi
películas con ellas, fui a fiestas con ellas, pero Bonnie existía fuera de nuestro grupo
de estudiantes de primer año. La idea de que su amigo pudiera ser Alex de Linfield
ni siquiera se me pasó por la cabeza cuando me dio su nombre y número para
coordinar nuestra reunión.
Pero cuando bajo las escaleras y lo encuentro esperando junto a su
camioneta a la hora acordada, es obvio por su expresión firme e incómoda que me
estaba esperando.
Lleva la misma camisa que tenía la noche en que lo conocí, o es que ha
comprado suficientes idénticas para poder usarlas.
—Eres tú —grito al otro lado de la calle.
Agacha la cabeza y se ruborizo.
—Sí.
Sin nada más que decir, se acerca a mí y toma las cestas y una de las bolsas
de lona de mis brazos, cargándolas en el asiento trasero. Los primeros veinticinco
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minutos de nuestro viaje son incómodos y silenciosos. Lo peor de todo es que
apenas avanzamos a través de la aglomeración del tráfico de la ciudad.
—¿Tienes un cable auxiliar? —pregunto, buscando en la consola central. Sus
ojos se lanzan hacia mí, su boca forma una mueca.
—¿Por qué?
—Porque quiero ver si puedo saltar la cuerda mientras uso el cinturón de
seguridad —resopló, volviendo a apilar los paquetes de toallitas higiénicas y
desinfectantes de manos que volqué en mi búsqueda— ¿Por qué crees tú?— Para
que podamos escuchar música.
Los hombros de Alex se levantan, como si fuera una tortuga que se retrae en
su caparazón.
—¿Mientras estamos atrapados en el tráfico?
—Um, digo —¿Sí?
Sus hombros se suben más.
—Están sucediendo muchas cosas en este momento.
—Apenas nos estamos moviendo, señalo.
—Si. —Él hace una mueca—. Pero es difícil concentrarse. Y ahí están todos
los bocinazos y...
—Entendido. Sin música.
Me dejo caer en mi asiento y vuelvo a mirar por la ventana. Alex hace un
sonido de carraspeo consciente de sí mismo, como si quisiera decir algo. Me vuelvo
expectante hacia él.
—¿Sí?
—¿Te importaría . . . no hacer eso?
Él inclina su barbilla hacía mi ventana y me doy cuenta de que estoy
tamborileando con los dedos contra ella. Pongo mis manos en mi regazo, luego me
sorprendo dando golpecitos con los pies.
—¡No estoy acostumbrada al silencio! —Digo, a la defensiva.
Cuando me mira. Es la subestimación del siglo. Crecí en una casa con tres
perros grandes, un gato con pulmones de cantante de ópera, dos hermanos que
44
tocaban la trompeta y unos padres que consideraban que el ruido de fondo de Home
Shopping Network6 era "relajante".
Me había adaptado rápidamente a la tranquilidad de mi dormitorio sin Bonnie,
pero esto, sentarse en silencio en el tráfico con alguien que apenas conozco, se
siente mal.
—¿No deberíamos conocernos o algo así? —pregunto.
—Solo necesito concentrarme en la carretera —dice, con las comisuras de
los labios tensos.
—Bien.
Alex suspira cuando más adelante aparece la fuente de la congestión: un
pequeño accidente. Ambos autos involucrados ya se han detenido en el arcén, pero
el tráfico sigue atascado aquí.
—Por supuesto. —dice, las personas simplemente se detienen para mirar.
Abre la consola central y busca hasta que encuentra el cable auxiliar—. Aquí —
dice—. Tú eliges.
Levanto una ceja —¿Estás seguro?... Puede que te arrepientas. —Su frente
se arruga.
—¿Por qué me arrepentiría?
Echo un vistazo al asiento trasero de su camioneta con paredes de imitación
de madera. Sus cosas están ordenadamente apiladas en cajas etiquetadas, las
mías apiladas en bolsas de ropa sucia a su alrededor. El auto es antiguo, pero está
impecable. De alguna manera huele exactamente como él, un suave aroma a cedro
y almizcle.
—Parece que tal vez eres fanático del control, —señalo—. Y no estoy segura
de tener el tipo de música que te gusta. No tengo nada de Chopin7.
El surco de su frente se profundiza. Su boca se tuerce en un ceño fruncido.
—Tal vez no soy tan tenso como crees.
—¿Enserio? —Digo—¿Así que no te importaría si escucho All I Want For
Christmas Is You de Mariah Carey?
—Es Mayo —dice.
6
Es una cadena de televisión.
7
Es un compositor y pianista Polaco.
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—Consideraré eso como una respuesta —digo.
—Eso es injusto —dice— ¿Qué clase de bárbaro escucha música navideña
en Mayo?
—Y si fuera el diez de Noviembre —digo— ¿Qué pasaría entonces?
La boca de Alex se cierra. Tira del cabello lacio como un palo en la coronilla
de su cabeza, y una ráfaga de estática lo deja flotando incluso después de que su
mano cae sobre el volante. Realmente honra todo el asunto del posicionamiento de
las manos y las ruedas de diez y dos, me he dado cuenta, y a pesar de ser torpe
cuando está de pie, ha mantenido su postura rígidamente buena mientras hemos
estado en el automóvil, a pesar de la tensión del hombro.
—Bien. —dice—. No me gusta la música navideña. No pongas eso, y
deberíamos estar bien.
Conecto mi teléfono, enciendo el estéreo y me desplazo hasta Young
Americans de David Bowie.
En cuestión de segundos, hace una mueca visible.
—¿Qué? —digo.
—Nada —insiste.
—Te moviste como una marioneta controlada que se queda dormido. —Me
mira de reojo—. ¿Qué significa eso?
—Odias esta canción —lo acuso.
—No lo hago. —Dice de manera poco convincente.
—Odias a David Bowie.
—¡Para nada! —Dice—. No es David Bowie.
—¿Entonces que es? —exijo.
Una exhalación silba fuera de él.
—Saxofón.
—Saxofón. —repito.
—Sí. —dice—. Yo solo... realmente odio el saxofón. Cualquier canción con
un saxofón se arruina instantáneamente.
—Alguien debería decírselo a Kenny G. —digo.
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—Nombra una canción que haya sido mejorada con un saxofón. —desafía
Alex.
—Tendré que consultar el bloc de notas donde hago un seguimiento de cada
canción que tiene saxofón.
—No hay canción. —Dice.
—Apuesto a que eres divertido en las fiestas —le digo.
—Me gustan las fiestas, —dice.
—Simplemente no los conciertos de bandas de secundaria —digo.
Me mira de reojo.
—¿De verdad eres una defensora del saxofón?
—No, pero estoy dispuesta a fingir, si no has terminado de vociferar. ¿Qué
más odias?
—Nada. —Dice—. Solo música navideña, el saxofón. Y Covers.
—¿Covers? —digo—. Como… ¿portadas de libros?
—Versiones de canciones —explica.
Me eché a reír.
—¿Odias las versiones de canciones?
—Con vehemencia —dice.
—Alex. Eso es como decir que odias las verduras. Es demasiado vago. No
tiene sentido.
—Tiene mucho sentido —insiste—. Si es una buena versión, que se adhiere
al arreglo básico de la canción original, es como, ¿por qué? Y si no se parece en
nada al original, entonces es como, ¿por qué diablos?
—Oh, Dios mío —digo—. Eres un hombre tan viejo que le grita al cielo.
Me mira con el ceño fruncido.
—Oh, ¿Y a ti te gusta todo?
—Prácticamente —digo—. Sí, me suelen gustar las cosas.
—A mí también me gustan las cosas —dice.
—¿Como qué, modelos de trenes y biografías de Abraham Lincoln?
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—Creo. Ciertamente no tengo aversión a ninguno de los dos —dice— ¿Por
qué, odias alguna de estas cosas?
—Te lo dije —digo—. Me gustan las cosas. Soy fácil de complacer.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo. —Pienso por un segundo—. Está bien, mientras crecía,
Parker y Prince mis hermanos, y yo íbamos en bicicleta al cine, sin siquiera
comprobar lo que se estaba estrenando.
—¿Tienes un hermano llamado Prince? —pregunta Alex, levantando las
cejas.
—Ese no es el punto. —Digo.
—¿Es un sobrenombre? —dice.
—No —respondo—. Le pusieron el nombre de Prince. Mamá era una gran
fan de Purple Rain8.
—¿Y Parker, por quién se llama así?
—Nadie —respondo—. Simplemente les gustó el nombre. Pero de nuevo,
ese no es el punto.
—Todos sus nombres comienzan con P —dice—. ¿Cuáles son los nombres
de tus padres?
—Wanda y Jimmy. —Digo.
—Así que no son nombres con P —aclara Alex.
—No, no son nombres con P —digo—. Solo tenían a Prince y luego a Parker,
y supongo que estaban en una buena racha. Pero de nuevo, ese no es el punto.
—Lo siento, continúa —dice Alex.
—Así que íbamos en bicicleta al cine y cada uno de nosotros compraba un
boleto para algo que se proyectaba en la siguiente media hora, y todos íbamos a
ver algo diferente.
Ahora su ceño se arruga.
—¿Por qué?
—Ese tampoco es el punto.
8
Es el sexto Álbum de estudio del cantante Prince.
48
—Bueno, simplemente voy a preguntar por qué irías a ver una película que
ni siquiera querías ver, sola.
—Fue por un juego. —Digo.
—¿Un juego?
—Shark Jumping —explico apresuradamente—. Básicamente son dos
verdades y una mentira, excepto que solo nos turnábamos para describir las
películas que habíamos visto de principio a fin, y si la película en algún momento
simplemente daba un giro totalmente ridículo, se suponía que debías contar cómo
sucedió realmente. Pero si no fue así, se suponía que debías mentir sobre lo que
sucedió. Luego tenías que adivinar si era un argumento real o inventado, y si
adivinabas que estaban mintiendo y tenías razón, ganabas cinco dólares. Era más
cosa de mis hermanos; simplemente me dejaron acompañarlos.
Alex me mira fijamente por un segundo. Mis mejillas se calientan. No estoy
seguro de por qué le hablé de Shark Jumping. Es el tipo de tradición de la familia
Wright que normalmente no me molesto en compartir con personas que no lo
entenderán, pero supongo que tengo tan poca piel en este juego que la idea de Alex
Nilsen mirándome sin comprender o burlándose del juego favorito de mis hermanos
no me desconcierta.
—De todos modos —prosigo, ese no es el punto—. El caso es que fui muy
mala en el juego porque básicamente me gustan las cosas. Iré a cualquier lugar que
una película quiera llevarme, incluso si eso es ver a un espía con un traje ajustado
balancearse entre dos lanchas rápidas mientras dispara a los malos.
La mirada de Alex parpadea entre la carretera y yo unas cuantas veces más.
—¿El Linfield Cineplex? —dice, sorprendido o con repulsión.
—Vaya —digo—. Realmente no estás al día con esta historia, sí el Linfield
Cineplex.
—¿En el que las salas están siempre, como misteriosamente inundadas? —
dice, horrorizado—. La última vez que fui allí, no había llegado a la mitad del pasillo
cuando escuché salpicaduras.
—Sí, pero es barato —digo— y tengo botas de lluvia.
—Ni siquiera sabemos qué es ese líquido, Poppy —dice, haciendo una
mueca—. Podrías haber contraído una enfermedad.
Lanzo mis brazos a mis costados.
—Estoy viva, ¿no? —sus ojos se entrecierran.
49
—¿Qué otra cosa?, qué otra cosa… ¿te gusta? —aclara—. Además de ver
cualquier película, sola, en salas del pantano.
—¿No me crees? — digo.
—No es eso —responde—. Estoy simplemente fascinado. Ciertamente
curioso.
—Bien. Déjame pensar. —Miro por la ventana justo cuando pasamos por una
sala de la cadena de restaurantes de P.F. Chang's. Amo la familiaridad. Me encanta
que sean iguales en todas partes y que muchos de ellos tengan palitos de pan sin
fondo, ¡ooh!. Me interrumpo cuando me doy cuenta de lo que odio.
—¡Correr! —Odio Correr—. Obtuve una C en la clase de gimnasia en la
escuela secundaria porque “olvidé” mi ropa de gimnasia en casa con tanta
frecuencia.
La comisura de la boca de Alex se curva discretamente y mis mejillas se
calientan.
—Adelante. Búrlate de mí por sacar una C en gimnasia. Puedo decir que te
mueres por hacerlo.
—No es eso —dice.
—¿Entonces?
Su leve sonrisa se eleva unos centímetros más.
—Es simplemente divertido. Me encanta correr.
—¿Enserio? —digo—. ¿Odias el concepto mismo de los Covers, pero amas
la sensación de tus pies golpeando el pavimento y sacudiendo todo tu cuerpo
mientras tu corazón martilla en tu pecho y tus pulmones luchan por respirar?
—Si te sirve de consuelo —dice en voz baja, con la sonrisa todavía
mayormente escondida en la comisura de la boca— Odio cuando la gente llama a
los barcos “ella”.
Una sonrisa de sorpresa me estalla.
—¿Sabes qué? —Digo —. Creo que eso también lo odio.
—Así que está decidido —dice.
Asiento con la cabeza. —Está decidido. Se revoca la feminización de los
barcos.
—Me alegro de que nos encarguemos de eso —dice.
50
—Sí, es una carga. —¿Qué deberíamos erradicar a continuación?
—Tengo algunas ideas —dice. —Pero dime algunas de las otras cosas que
amas.
—¿Por qué me estás estudiando? —Bromeo.
Sus orejas se tiñen de rosa.
—Estoy fascinado de haber conocido a alguien que se metió en las aguas
residuales para ver una película de la que nunca había oído hablar, así que
demándame.
Durante las próximas dos horas intercambiamos nuestros intereses y
desinterés como niños intercambiando cartas de béisbol, todo mientras mi lista de
reproducción de conducción se reproduce en el fondo. Si hay otras canciones con
mucho saxofón, ninguno de los dos se da cuenta.
Le digo que me encanta ver videos de amistades de animales que no
coinciden. Me dice que odia las sandalias y las muestras de afecto en público. —
Los pies deben ser privados —insiste.
—Necesitas ayuda —digo. Pero no puedo dejar de reírme, e incluso mientras
explora sus gustos extrañamente específicos para mi diversión, ese tono de humor
sigue escondido en la esquina de su boca. Como si supiera que es ridículo. Como
si no le importara en absoluto que yo esté encantada con su rareza.
Admito que odio Linfield y los Caquis, ¿por qué no? Ambos ya conocemos la
medida de las cosas: somos dos personas que no tienen por qué pasar tiempo
juntos, y mucho menos gastar una gran cantidad de él en un automóvil diminuto.
Somos dos personas fundamentalmente incompatibles sin absolutamente ninguna
necesidad de impresionarse el uno al otro.
Así que no tengo ningún problema en decir: Los caquis solo hacen que una
persona parezca sin pantalones y sin personalidad.
—Son duraderos y combinan con todo —argumenta Alex.
—Sabes, a veces con la ropa, no se trata de si se puede usar algo, sino de
si se debe usar.
Alex rechaza el pensamiento.
—Y en cuanto a Linfield —dice— ¿Cuál es tu problema con eso?, es un gran
lugar para crecer.
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Esta es una pregunta más complicada con una respuesta que no tengo ganas
de compartir, incluso con alguien que me dejará en varias horas y nunca volverá a
pensar en mí.
—Linfield es el color caqui de las ciudades del Medio Oeste —digo.
—Cómodo —dice—, duradero.
—Desnudo de cintura para abajo.
Alex me dice que odia las fiestas temáticas, brazaletes de cuero y zapatos
puntiagudos con punta cuadrada. Cuando te presentas en algún lugar y algún amigo
o tío hace la broma: ¡Dejarán entrar a cualquiera! Cuando los servidores te llaman
amigo o jefe. Hombres que caminan como si acabaran de bajarse de un caballo.
Chalecos, en cualquier persona, en cualquier escenario. El momento en que un
grupo de personas está tomando fotografías y alguien dice: ¿Deberíamos hacer una
tontería?
—Me encantan las fiestas temáticas —digo.
—Por supuesto que sí —dice—. Eres buena en ello.
Lo miro con los ojos entrecerrados, pongo los pies en el tablero y luego los
vuelvo a bajar cuando veo las arrugas de ansiedad en las comisuras de su boca.
—¿Me estás acechando, Alex? —pregunto.
Me lanza una mirada horrorizada.
—¿Por que dirías algo como eso?
Su expresión me hace reír de nuevo.
—Relájate, estoy bromeando. Pero ¿cómo sabes que soy “buena” en fiestas
temáticas? Te vi en una fiesta y no era temática.
—No se trata de eso —dice—. Tu sólo... siempre usas una especie de disfraz
—Se apresura a agregar—. No lo digo de mala manera. Siempre vas bien vestida.
—¿Increíble? —digo.
—Con confianza —dice.
—Qué cumplido tan sorprendentemente raro —digo.
Él suspira.
—¿Me estás malinterpretando a propósito?
—No —digo—. Creo que eso es algo natural para nosotros.
52
—Solo quiero decir que para ti, parece que una fiesta temática bien podría
ser un martes.
—Tu podrías intentar… no se comprar tu ropa al por mayor —sugiero—. O
simplemente podrías ponerte tus pantalones caqui y decirles a todos que vas a ir
como un exhibicionista.
Hace una mueca de repulsión, pero por lo demás ignora mi comentario.
—Odio la toma de decisiones en todo esto —dice, rechazando la
sugerencia—. Y si intento ir a comprar un disfraz, es aún peor. Estoy tan abrumado
por los centros comerciales. Es demasiado. Ni siquiera sé cómo elegir una tienda,
y mucho menos un estante. Tengo que comprar toda mi ropa en línea y, una vez
que encuentro algo que me guste, pido cinco más de inmediato.
—Bueno, si alguna vez te invitan a una fiesta temática en la que estás seguro
de que no habrá sandalias, PDA9, ni saxofón, podrás asistir —digo—. Me encantaría
llevarte de compras.
—¿Hablas en serio?
Sus ojos se desvían de la carretera hacia mí.
Empezó a oscurecer en algún momento sin que me diera cuenta, y la voz
triste de Joni Mitchell suena ahora por los altavoces, con su canción A Case of You.
—Por supuesto que hablo en serio —digo.
Puede que no tengamos nada en común, pero estoy empezando a divertirme.
Todo el año sentí que tenía que comportarme lo mejor posible, como si estuviera
haciendo una audición para nuevas amistades, nuevas identidades, una nueva vida.
Pero, extrañamente, no siento nada de eso aquí. Plus… Amo ir de compras.
—Sería genial —prosigo—. Serías como mi muñeco de Ken vivo.
Me inclino hacia adelante y subo un poco el volumen. Hablando de las cosas
que amo: esta canción.
—Esta es una de mis canciones de karaoke —dice Alex.
Me echo a reír, pero por su expresión de disgusto, rápidamente me doy
cuenta de que no está bromeando, lo que lo hace aún mejor.
—No me estoy riendo de ti, prometo rápidamente. —De hecho, creo que es
adorable.
9
Asistente Personal Digital.
53
—¿Adorable?
No puedo decir si está confundido u ofendido.
—No, solo quiero decir… —Me detengo, bajo un poco la ventanilla para que
entre una brisa en el auto. Me levanto el cabello del cuello sudoroso y lo meto entre
la cabeza y el reposacabezas—. Tu eres sólo…— busco una forma de explicarlo—
. No eres como yo pensaba, supongo.
Su ceja se arruga.
—¿Como creías que era?
—No lo sé —digo—. Un tipo de Linfield.
—Soy un tipo de Linfield. —dice.
—Un tipo de Linfield que canta A Case of You en el karaoke —lo corrijo.
Luego me sumerjo en una risa fresca y encantada al pensarlo.
Alex sonríe al volante, sacudiendo la cabeza.
—Y tú eres una chica de Linfield que canta…— Piensa por un segundo —
¿Dancing Queen en el karaoke?
—Sólo el tiempo lo dirá —digo—. Nunca he estado en un karaoke.
—¿Enserio?
Me mira con una gran sorpresa en su rostro.
—¿No son la mayoría de los bares de karaoke para mayores de veintiuno en
adelante? —digo.
—No todos los bares piden identificación. —dice.
—Deberíamos ir en algún momento de este verano. —dice.
—Está bien —digo, tan sorprendida por la invitación como por mi
aceptación—. Eso sería divertido.
—Está bien —dice—. Genial.
Entonces ahora tenemos dos planes juntos. Supongo que eso nos hace
amigos. ¿O algo así?
Un auto viene detrás de nosotros, acercándose. Alex, aparentemente
despreocupado, hace su señal para apartarse de su camino. Cada vez que he
revisado el velocímetro, él se ha mantenido estable precisamente en el límite de
velocidad, y eso no va a cambiar por alguien que nos quiera sobrepasar.
54
Debería haber adivinado lo cauteloso que sería como conductor. Por otra
parte, a veces, cuando adivinas cosas sobre las personas, termina muy mal.
A medida que los restos pegajosos y resplandecientes de Chicago se
encogen detrás de nosotros y los campos sedientos de Indiana brotan a ambos
lados de nosotros, mi lista de reproducción de conducción cambiante se mueve sin
sentido entre Beyoncé, Neil Young, Sheryl Crow y LCD Soundsystem.
—Realmente te gusta todo. —Bromea Alex.
—Excepto correr, Linfield y pantalones caqui —digo.
Él mantiene su ventana abierta, yo mantengo la mía baja, mi cabello gira
alrededor de mi cabeza mientras volamos sobre carreteras rurales planas, el viento
es tan fuerte que apenas puedo distinguir la interpretación de Alex de Heart's Alone
hasta que llega al coro altísimo y lo cantamos juntos en horrendos falsetes a juego,
con los brazos alzados, las caras contorsionadas y los antiguos altavoces de las
camionetas zumbando.
En ese momento, es tan dramático, tan ardiente, tan absurdo, es como si
estuviera mirando a una persona completamente diferente del chico de modales
apacibles que conocí bajo las luces del globo durante la semana de orientación.
Quizás, creo, que el Alex silencioso es como un abrigo que se pone antes de
salir por la puerta. Quizás este sea el Alex desnudo.
Está bien, pensaré en un nombre mejor para él. El caso es que me está
empezando a gustar este.
—¿Qué hay de viajar? —pregunto, en la pausa entre canciones.
—¿Qué pasa con eso? —dice.
—¿Lo amas o lo odias?
Su boca se aprieta en una línea uniforme mientras considera.
—Es difícil de decir —responde—. En realidad, nunca he estado en ningún
lado. Leí sobre muchos lugares, pero todavía no he visto ninguno.
—Yo tampoco —digo—. Todavía no.
Piensa por otro momento.
—Amo —dice—. Supongo que lo amo.
—Sí. —Asiento con la cabeza—. Yo también.
55
Este Verano
Entré en la oficina de Swapna a la mañana siguiente, sintiéndome despistada
ya que hasta entrada la noche estuve enviándole mensajes de texto a Alex.
Dejo caer su bebida, un americano helado, sobre su escritorio y ella mira
hacia arriba, sorprendida, por las pruebas de diseño que está aprobando para la
próxima edición de otoño.
—Palm Springs10 —digo.
Por un segundo, su sorpresa permanece fija en su rostro, luego las comisuras
de sus labios afilados se curvan en una sonrisa. Se sienta en su silla, cruzando sus
brazos perfectamente tonificados sobre su vestido negro a la medida, la luz del
techo ilumina su anillo de compromiso de modo que el rubí gigante en el centro
parpadea fantásticamente.
—Palm Springs, —repite—. Es interesante—. Piensa por un segundo, luego
mueve su mano—. Quiero decir, es un desierto, por supuesto, pero en lo que
respecta a R+R, no hay ningún lugar más tranquilo o relajante en los Estados
Unidos.
—Exactamente— digo, como si eso hubiera sido lo que estaba pensando
todo el tiempo.
En realidad, mi elección no tiene nada que ver con lo que podría gustarle a
R+R y todo que ver con David Nilsen, el hermano menor de Alex y un hombre que
se casará con el amor de su vida la semana que viene. En Palm Springs, California.
Fue un contratiempo que no esperaba: que Alex ya tuviera un viaje
programado la semana que viene: el destino era la boda de su hermano. Me había
desilusionado cuando me lo dijo, pero le dije que lo entendía, le pedí que felicitara
a David y colgué el teléfono, esperando que la conversación terminara.
10
Ciudad de Estados Unidos en California.
56
Pero no fue así, y después de dos horas más de enviar mensajes de texto,
respiré hondo y le planteé la idea de que alargara su viaje de tres días para pasar
unos días más en unas vacaciones financiadas por R+R conmigo.
No solo estuvo de acuerdo, sino que me había invitado a quedarme para la
boda después. Todo estaba saliendo bien.
—Palm Springs —dice Swapna de nuevo, sus ojos brillan mientras se desliza
en su mente y prueba la idea. Ella rompe repentinamente de su ensueño y alcanza
su teclado. Teclea durante un minuto y luego se rasca la barbilla mientras lee algo
en la pantalla—. Por supuesto, tendríamos que esperar para usar eso para la
edición de invierno. La temporada baja del verano.
—Pero por eso es perfecto —digo, rápidamente y un poco presa del pánico—
. Hay todo tipo de cosas sucediendo en Springs en el verano, y hay menos gente y
es más barato. Esta podría ser una buena manera de volver a mis raíces, cómo
hacer este viaje a bajo precio, ¿sabes?
Los labios de Swapna se fruncen pensativamente.
—Pero nuestra marca es aspiracional.
—Y Palm Springs es la máxima aspiración —digo—. Les daremos a nuestros
lectores la visión y luego les mostraremos cómo pueden tenerla.
Los ojos oscuros de Swapna se iluminan al considerar esto, y mi estómago
se eleva con esperanza.
Luego parpadea y regresa a la pantalla de su computadora.
—No.
—¿Qué? —digo, ni siquiera a propósito, sino porque mi cerebro no puede
calcular que esto está sucediendo. No hay forma de que esto, mi trabajo, sea donde
el tren se descarrila.
Swapna da un suspiro de disculpa y se inclina sobre su reluciente escritorio
de cristal.
—Mira, Poppy, agradezco la idea que dedicaste a esto, pero no es R+R. Se
interpretará como confusión de marca.
—Confusión de marca —digo, aparentemente todavía demasiado aturdida
para pensar en mis propias palabras.
—Lo pensé todo el fin de semana y te enviaré a Santorini. — Ella mira hacia
atrás a las pruebas de diseño en su escritorio, su rostro cambia de velocidad de
Gerente empática pero profesional a concentradora genio de la revista.
57
Ella ha seguido adelante, la señal es tan fuerte que me encuentro de pie a
pesar de que, por dentro, mi cerebro todavía está atrapado en un estribillo de ¡pero,
pero, pero! Pero esta es nuestra oportunidad de arreglar las cosas. Pero no puedes
rendirte tan fácilmente. Pero esto es lo que quieres. No es la hermosa Santorini
encalada y su mar resplandeciente.
Alex en el desierto, en pleno verano. Pasear por lugares antes de verlos
consultarlos con un asesor de viajes, días desestructurados y tarde, noche y horas
llenas de sol perdidas en el interior de una librería polvorienta por la que no podía
pasar, o una tienda vintage cuyo desorden y gérmenes lo tienen de pie, rígido pero
paciente, cerca de la puerta mientras me pruebo los sombreros de los muertos. —
Eso es lo que yo quiero.
Me quedo en la puerta de la oficina, con el corazón acelerado, hasta que
Swapna levanta la vista, su ceja se arquea inquisitivamente, como diciendo
—¿Sí, Poppy?
—Dale Santorini a Garrett —digo.
Swapna parpadea, evidentemente confundida.
—Creo que necesito un poco de tiempo —espeto, luego aclaro—. Unas
vacaciones, unas de verdad.
Los labios de Swapna se aprietan. Está confundida, pero no va a presionar
para obtener más información, lo cual es bueno porque no sabría cómo explicarlo
de todos modos. Ella asiente lentamente.
—Entonces, envíame las fechas.
Me doy la vuelta y camino de regreso a mi escritorio sintiéndome más
tranquila de lo que me he sentido en meses. Hasta que me siento y la realidad entra
por la fuerza.
Tengo algunos ahorros, pero hacer un viaje que sea accesible para los
estándares de R+R, y en su moneda de diez centavos, es algo muy diferente a
hacer un viaje que pueda pagar con mi propio dinero. Y como profesor de inglés de
secundaria con un doctorado y todas sus deudas asociadas, no hay forma de que
Alex pueda permitirse el lujo de dividir los costos conmigo. Dudo que estuviera de
acuerdo en hacer el viaje si supiera que lo estoy financiando yo mismo.
Pero tal vez esto sea algo bueno. Siempre nos divertimos mucho en esos
viajes que improvisamos con centavos. Las cosas solo comenzaron a ir cuesta
abajo una vez que R+R se involucró en nuestros viajes de verano.
58
Puedo hacer esto puedo planificar el viaje perfecto, como solía hacerlo;
recordarle a Alex lo buenas que pueden ser las cosas. Cuanto más lo pienso, más
sentido tiene. De hecho, estoy emocionada con la idea de tener uno de nuestros
viajes baratos y de la vieja escuela. Las cosas eran mucho más sencillas en ese
entonces y siempre nos divertíamos mucho.
Saco mi teléfono y me tomo mi tiempo para intentar redactar el mensaje
perfecto.
Pensamiento divertido: hagamos este viaje como solíamos hacerlo. Barato
como una mierda, sin fotógrafos profesionales siguiéndonos, sin restaurantes de
cinco estrellas, simplemente viendo a Palm Springs como el académico
empobrecido y el periodista de la era digital que somos.
En unos segundos, responde:
¿R+R está de acuerdo con eso? ¿Sin fotógrafo?
Inconscientemente empiezo a mover la cabeza de un lado a otro como si el
pequeño ángel y el diablo en mi hombro se turnaran para tirar de ella de izquierda
a derecha. No quiero mentirle abiertamente.
Pero están de acuerdo con eso. Me tomo una semana libre, así que estoy
libre.
Sí, le pongo. Todo está listo, si estás de acuerdo.
Seguro, escribe. Suena bien.
Suena bien. Será bueno. Puedo hacerlo bien.
59
Este Verano
Tan pronto como el avión aterriza, los cuatro bebés que pasaron las seis
horas de vuelo gritando se detienen de inmediato.
Saco el teléfono de mi bolso y apago el modo avión, esperando la avalancha
de mensajes de texto entrantes de Rachel, Garrett, mamá, David Nilsen y, por
último, pero no menos importante, Alex.
Rachel dice, de tres maneras diferentes, que le haga saber tan pronto como
aterrice que mi avión no se estrelló ni fue absorbido por el Triángulo de las
Bermudas, y que ella está rezando y manifestando un aterrizaje seguro para mí.
Sanos y salvos y ya te extraño, le digo, luego abro el mensaje de Garrett.
Muchas gracias por no tomar Santorini, escribe, luego, en un mensaje
separado: También… en mi humilde opinión, es una decisión bastante extraña.
Espero que estés bien. . .
Estoy bien, le digo. Acabo de tener una boda en el último minuto y
Santorini fue idea tuya. Envíame muchas fotos para que pueda arrepentirme
de mis elecciones de vida
A continuación, abro el mensaje de David: ¡Estoy tan feliz de que vengas
con Al! Tham está emocionada de conocerte y, por supuesto, estás invitada a
TODOS.
De todos los hermanos de Alex, David siempre ha sido mi favorito. Pero es
difícil creer que tenga la edad suficiente para casarse.
Por otra parte, cuando le dije eso a Alex, me respondió, Veinticuatro. No
puedo imaginar tomar una decisión como esa a esa edad, pero todos mis hermanos
se casaron jóvenes y Tham es genial. Incluso mi papá está a bordo. Recibió una
calcomanía en el parachoques que dice: SOY UN SEGUIDOR DE CRISTO
ORGULLOSO QUE AMO A MI HIJO GAY.
60
Solté una carcajada en mi café mientras leía eso. Fue tan supremamente el
Sr. Nilsen, y también encajó perfectamente en la broma de Alex y mía acerca de
que David era el favorito de la familia.
A Alex ni siquiera se le había permitido escuchar música pagana hasta que
estaba en la escuela secundaria, y cuando decidió ir a una universidad no religiosa,
había llorado. Sin embargo, al final, el Sr. Nilsen realmente amaba a sus hijos, por
lo que casi siempre se acercaba a los asuntos que se referían a su felicidad.
Si te hubieras casado a los veinticuatro, estarías casado con Sarah, le
envié un mensaje de texto a Alex.
Tú estarías casada con Guillermo, dijo.
Le envié una de sus propias selfies de cara de perrito regañado.
Por favor, dime qué aún no estás enamorada de ese idiota, dijo Alex.
Los dos nunca se habían llevado bien.
Por supuesto que no, le respondí. Pero Gui y yo no éramos los que
estábamos en una tortuosa relación intermitente. Eran tú y Sarah.
Alex escribió y dejó de escribir tantas veces que comencé a preguntarme si
lo estaba haciendo solo para molestarme.
Pero ese fue el final de esa conversación. La siguiente vez que me envió un
mensaje de texto, al día siguiente, de una imagen de una túnica negra deslumbrante
que decía SPA BITCH en la espalda.
¿Uniforme de viaje de verano?, escribió, y hemos esquivado el tema de
Sarah desde entonces, lo que me deja muy claro que hay algo entre ellos. De nuevo.
Ahora, sentada en el avión abarrotado y sofocante, rodando hacia LAX11, en
el silencio posterior al grito del bebé, todavía me enferma un poco pensar en eso.
Sarah y yo nunca hemos sido las mayores admiradoras de la otra. Dudo que
ella aprobara que Alex hiciera otro viaje conmigo si volvieran a estar juntos, y si no
lo están correctamente, pero están en camino de serlo, entonces este podría ser el
último viaje de verano. Se casarían, empezarían a tener hijos, llevarían a toda su
familia a Disney World, y ella y yo nunca estaríamos lo suficientemente cerca como
para que yo fuera una parte real de la vida de Alex.
Alejo el pensamiento y respondo al mensaje de texto de David: ¡ESTOY TAN
EMOCIONADO Y HONRADO DE ESTAR ALLÍ!
11
Aeropuerto Internacional de los Ángeles
61
Me envía un Gif de un oso bailarín, y luego abro el mensaje de texto de mi
madre.
Dale a Alex un gran abrazo y un beso de mi parte :), escribe, con la carita
sonriente escrita a máquina. Ella nunca recuerda cómo usar emojis y se impacienta
inmediatamente cuando trato de mostrárselo. —¡Puedo mecanografiarlos muy bien!
—insiste.
Mis padres: no son los mayores fanáticos del cambio.
¿Quieres que le agarre el trasero mientras lo hago?, le escribo de nuevo.
Si crees que funcionará, responde ella. Me estoy cansando de esperar a
los nietos.
Pongo los ojos en blanco y salgo del mensaje. Mamá siempre ha adorado a
Alex, al menos en parte porque se mudó a Linfield y espera que algún día nos
despertemos y nos demos cuenta de que estamos enamorados y que yo también
me mudaré y quedaré embarazada de inmediato. Mi padre, por otro lado, es un
hombre cariñoso pero intimidante que siempre ha aterrorizado tanto a Alex que
nunca deja salir ni una pizca de personalidad mientras está en la misma habitación
que papá.
Es musculoso con una voz retumbante, un poco hábil en la forma en que lo
son muchos hombres de su generación, y tiene la tendencia a hacer muchas
preguntas contundentes, casi inapropiadas. No porque esté esperando cierta
respuesta, sino porque es curioso y no es muy consciente de sí mismo.
Además, como todos los miembros de la familia Wright, no es sorprendente
modulador con su voz. A un extraño, cuando mi madre le grita —¿Has probado
estas uvas que saben a algodón de azúcar? —¡Oh, te encantarán! ¡Déjame lavarte
un poco! —¡Oh, déjame lavar un plato primero! —¡Oh, no, todos nuestros platos
están en el refrigerador con plástico cubriendo nuestras sobras!, ¡Aquí, solo toma
un puñado en su lugar! —Puede ser un poco abrumador, pero cuando la frente de
mi padre se arruga y lanza una pregunta como— ¿Votó en las últimas elecciones a
la alcaldía?, es fácil sentirse como si acabara de ser empujado a una sala de
interrogatorios con un ejecutor que el FBI paga debajo de la mesa.
La primera vez que Alex me recogió en la casa de mis padres para una noche
de karaoke ese primer verano de nuestra amistad, traté de protegerlo de mi familia
y mi casa, tanto por su bien como por el mío.
Al final de nuestro primer viaje por carretera a casa, sabía lo suficiente sobre
él como para entender que su entrada a nuestra pequeña casa llena hasta el borde
62
de chucherías, marcos de fotos polvorientos y caspa de perro sería como un
vegetariano que recorre un matadero.
No quería que se sintiera incómodo, claro, pero con la misma desesperación,
no quería que juzgara a mi familia. Desordenados, extraños, ruidosos y
contundentes como eran, mis padres eran increíbles, y había aprendido por las
malas que eso no era lo que la gente veía cuando entraba por la puerta principal.
Así que le dije a Alex que me reuniría con él en el camino de entrada, pero
no había enfatizado el punto, y Alex, siendo Alex Nilsen, había llegado a la puerta
de todos modos, como un buen mariscal de campo de los cincuenta, decidido a
presentarse a mis. Padres, para que "no se preocupen" de que yo cabalgue hacia
el atardecer con un extraño.
Oí el timbre de la puerta y salí corriendo para evitar el caos, pero con mis
zapatos de casa vintage con plumas rosas, no fui lo suficientemente rápido. Cuando
bajé las escaleras, Alex estaba de pie en el vestíbulo entre dos torres de
contenedores de almacenamiento apilados, siendo golpeado de un lado a otro por
nuestras dos mezclas de Huskys muy viejos y de mal comportamiento, mientras una
serie de fotos familiares indecorosas lo miraban desde cada lado.
En el momento en que llegué a la vuelta de la esquina desde las escaleras,
papá estaba gritando
—¿Por qué nos preocuparíamos de que ella salga contigo? —y luego—,
cuando dices " salir ", ¿te refieres a que ustedes dos están...?
—¡No!, Interrumpí, arrastrando al más cachondo de nuestros perros, Rupert,
por el collar antes de que pudiera montar la pierna de Alex.
—No estamos saliendo. Así no. —Y definitivamente no tienes que
preocuparte. Alex es un conductor muy lento.
—Eso es lo que estaba tratando de decir —balbuceó—. Quiero decir, no la
velocidad de conducción. Conduzco… en el límite de velocidad. Solo quise decir,
no tienes de que preocuparte.
Papá frunció el ceño. La cara de Alex se quedó sin sangre, y no estaba
segura de si estaba más nervioso por mi padre o por la capa de polvo visible a lo
largo de los zócalos en el pasillo, que, francamente, nunca había notado hasta ese
momento.
—¿Viste el auto de Alex, papá? —dije rápidamente, una distracción—. Es
muy antiguo. Su teléfono también. Alex no ha recibido un teléfono nuevo en, como,
siete años.
63
La cara de Alex se puso roja incluso cuando mi padre se relajó con interés y
aprobación.
—¿Es eso así?
Aún así, todos estos años después, puedo recordar con vívida claridad la
forma en que la mirada de Alex se posó en la mía, buscando en mi rostro la
respuesta correcta. Le di un pequeño asentimiento.
—¿Sí? —respondió, y papá le puso una mano en el hombro con tanta fuerza
que Alex se estremeció.
Papá le dio una gran sonrisa sin límites.
—¡Siempre es mejor reparar que reemplazar!
—¿Reemplazar qué? —gritó Mamá desde la cocina—. ¿Se rompió algo?
¿Con quién estás hablando? ¿Poppy? ¿Alguien quiere pretzels bañados en
chocolate?, déjame encontrar un plato limpio…
Cuando finalmente terminamos los veinte minutos de despedida innecesarias
para salir de mi casa y regresar al auto de Alex, solo dijo de todo el asunto: Tus
padres parecen amables.
Respondí, con una agresión accidental, "Lo son", como si lo desafiará a sacar
el polvo o al Husky jorobado o los dos mil millones de dibujos de las infancias todavía
magnetizadas en nuestro refrigerador o cualquier otra cosa, pero por supuesto que
no lo hizo. Él era Alex, incluso si yo no entendía todo lo que eso significaba en ese
entonces.
En todos los años que lo conozco desde entonces, nunca ha dicho una
palabra desagradable sobre nada de eso. Incluso envió flores a mi dormitorio
cuando Rupert, el Husky, murió. Siempre sentí que teníamos una conexión especial
después de esa noche que compartimos, bromeó en la tarjeta. Lo extrañaremos. Si
necesitas algo, P, estoy aquí. Siempre.
No es que tenga la nota memorizada ni nada. No es que, en la única caja de
zapatos de tarjetas guardadas, cartas y trozos de papel que me permito guardar en
mi apartamento, este hizo el corte.
No es que hubo días completos durante la pausa de nuestra amistad en los
que me torturaba pensando que tal vez debería tirar esa tarjeta ya que, como
resultó, siempre había terminado.
En la parte trasera del avión, uno de los bebés comienza a gritar de nuevo,
pero ahora estamos llegando a la puerta. Me iré en poco tiempo. Y luego veré a
Alex.
64
Un escalofrío recorre mi espina dorsal, y un aleteo nervioso regresa a mi
estómago.
Abro el último mensaje no leído en mi bandeja de entrada, el de él: Acabo
de aterrizar.
Lo mismo, escribo de nuevo.
Después de eso, no sé qué decir. Hemos estado enviando mensajes de texto
durante más de una semana, sin abordar el tema del desafortunado viaje a Croacia,
y todo se ha sentido tan normal hasta ahora. Entonces recuerdo, no he visto a Alex
en la vida real en más de dos años.
No lo he tocado, ni siquiera he escuchado su voz. Hay muchas formas en las
que esto podría resultar incómodo. Es casi seguro que experimentaremos alguno
de ellos.
Estoy emocionada de verlo, por supuesto, pero más que eso, me doy cuenta
de que estoy aterrorizada.
Necesitamos elegir un punto de encuentro. Alguien tiene que sugerirlo.
Recuerdo el diseño de LAX a partir de la sopa de recuerdos nebulosos de cada
puerta y pasarela eléctrica sin alfombras que he visto en los últimos cuatro años y
medio de trabajo en R+R.
Si pido reunirnos en el área de reclamo de equipaje, ¿significará eso un largo
trecho de caminar uno hacia el otro en silencio hasta que estemos lo
suficientemente cerca para hablar? ¿Se supone que debo abrazarlo?
Los Nilsens no son un grupo abrazador, a diferencia de los Wright, quienes
son conocidos por agarrar, abofetear, susurrar, apretar y empujar para enfatizar
cualquier conversación, sin importar cuán mundana sea. Tocar es una segunda
naturaleza para mí una vez abracé accidentalmente a mi reparador de lavavajillas
cuando lo dejé salir del apartamento, momento en el que amablemente me dijo que
estaba casado y lo felicité.
Cuando Alex y yo éramos cercanos, nos abrazábamos todo el tiempo; pero
fue entonces, cuando lo conocí. Cuando se sentía cómodo conmigo.
Lucho con mi bolsa con ruedas para liberarla del compartimento superior y la
empujo delante de mí, el sudor se acumula en mis axilas debajo de mi suéter ligero
y bajo la pequeña y contundente aproximación de una cola de caballo que me cae
del cuello.
El vuelo duró una eternidad; cada vez que miraba el reloj, parecía que las
horas completas se habían condensado en uno o dos minutos.
65
Estaba saltando arriba y abajo en mi asiento muy pequeño ansiosa por llegar
aquí, pero ahora es como si el tiempo estuviera compensando el vuelo en globo que
hizo durante el vuelo, encogiéndose para viajar por toda la longitud del puente a
reacción en un instante.
Mi garganta se siente apretada. Mi cerebro se siente como si estuviera dando
vueltas en mi cráneo. Salgo a la puerta, me muevo de lado para apartarme del
camino de todos los que vienen del puente del jet detrás de mí y saco el teléfono
del bolsillo. Mis manos están sudorosas cuando empiezo a escribir: Reúnete en el
área de equipaje.
—Oye.
—Me giro hacia la voz justo cuando el dueño esquiva el auto estacionado
entre nosotros.
Sonriente. Alex está sonriendo, sus ojos hinchados de esa manera
adormilada, la bolsa de su computadora portátil colgando de un hombro y los
audífonos colgando alrededor de su cuello, su cabello es un desastre total en
comparación con sus pantalones gris oscuro y abotonados y sus botas de cuero sin
raspaduras. Mientras cierra la brecha entre nosotros, deja caer su bolso de mano
detrás de él y me da un abrazo.
Y es normal, tan natural ponerme de puntillas y envolver mis brazos alrededor
de su cintura, enterrar mi cara en su pecho y respirarlo. Cedro, almizcle, lima. No
hay mayor criatura de hábitos que Alex Nilsen.
El mismo corte de cabello inescrutable, el mismo aroma limpiamente cálido,
el mismo guardarropa básico (aunque mejorado un poco con el tiempo con una
mejor sastrería y zapatos), la misma forma de apretarme en la parte superior de la
espalda y atraerme hacia él y contra él cuando nos abrazamos, casi tirando de mí
del suelo, pero sin apretar tanto como para que el abrazo pueda considerarse como
un crujido de huesos.
Es más como esculpir. Presión suave en todos los lados que nos comprime
brevemente en una cosa viva que respira con el doble de corazones de los que
deberíamos tener.
—Hola —digo, radiante en su pecho, y sus brazos se deslizan hacia mi
espalda, apretándome.
—Hola —dice.
Y espero que haya escuchado la sonrisa en mi voz como yo la escucho en la
suya. A pesar de su aversión general a cualquier forma de afecto público, ninguno
de los dos nos dejamos ir de inmediato, y tengo la sensación de que estamos
66
pensando lo mismo: está bien aguantar un tiempo inapropiadamente largo cuando
han pasado dos años desde que nos hemos abrazado.
Cierro los ojos con fuerza contra la creciente emoción, presionando mi frente
contra su pecho. Sus brazos caen hasta mi cintura y se bloquean allí durante unos
segundos.
—¿Cómo estuvo tu vuelo? —dice.
Me aparto lo suficiente para mirarlo a la cara.
—Creo que teníamos a bordo algunos futuros cantantes de ópera de talla
mundial. ¿El tuyo?
Su control sobre su pequeña sonrisa vacila, y su sonrisa se abre de par en
par.
—Casi le doy un infarto a la mujer que estaba a mi lado durante algunas
turbulencias, —dice—. Le agarré la mano por accidente.
Una risa aguda me estremece, y su sonrisa se ensancha, sus brazos se
aprietan.
Alex desnudo, pienso, luego aparto ese pensamiento. Realmente debería
haber encontrado una mejor manera de describir esta versión de él hace mucho
tiempo.
Como si estuviera leyendo mis pensamientos y debidamente mortificado,
reprime su sonrisa y me suelta, retrocediendo por si acaso.
—¿Necesitas obtener algo del reclamo de equipaje? —pregunta, agarrando
el asa de mi bolso junto con el suyo.
—Puedo con eso —ofrezco.
—No me importa, — dice.
Mientras lo sigo lejos de la puerta llena de gente, no puedo dejar de mirarlo.
Asombrado de que esté aquí. Con asombro porque se ve igual. Impresionado de
que esto sea real.
Me mira mientras caminamos, torciendo la boca. Una de mis cosas favoritas
del rostro de Alex siempre ha sido la forma en que permite que existan dos
emociones dispares en él al mismo tiempo, y lo legibles que se han vuelto esas
emociones para mí.
En este momento, ese giro de su boca dice tanto divertido como vagamente
cauteloso.
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—¿Qué? —dice, con una voz que recorre la misma línea.
—Tú eres sólo… alto —digo.
Él también está en buena forma, pero comentar sobre eso generalmente lo
lleva a la vergüenza de su parte, como si tener un cuerpo de gimnasio fuera de
alguna manera un defecto de personalidad. Quizás para él lo sea. La vanidad es
algo para lo que fue educado para evitar.
Mientras que mi mamá solía escribir pequeñas notas en el espejo de mi baño
con rotulador de borrado en seco: Buenos días a esa hermosa sonrisa. Hola, brazos
y piernas fuertes. Que tengas un gran día, linda barriga que alimenta a mi querida
hija. A veces todavía escucho esas palabras cuando salgo de la ducha y me paro
frente al espejo, peinándome: Buenos días, hermosa sonrisa. Hola, brazos y piernas
fuertes. Que tengas un gran día, linda barriga que me alimenta.
—¿Me estás mirando porque soy alto? —dice Alex.
—Muy alto —digo, como si esto aclarara las cosas.
Es más fácil que decir, te he echado de menos, hermosa sonrisa. Es tan
bueno verte, brazos y piernas fuertes. Gracias, vientre extrañamente tenso, por
alimentar a esta persona que amo tanto.
La sonrisa de Alex se expande hasta el punto de abrirse mientras sostiene
mi mirada.
—Es bueno verte también, Poppy.
68
Hace Diez Veranos
Hace un año, cuando conocí a Alex Nilsen afuera de mi dormitorio con media
docena de bolsas de ropa sucia, no hubiera creído que íbamos a tomarnos unas
vacaciones juntos.
Comenzó con alguno que otro mensaje ocasional después de nuestro viaje
por carretera a casa, fotos borrosas del cine de Linfield al pasar por delante, con la
leyenda No olvides vacunarte, o una foto de un paquete de diez camisetas que
encontré en el supermercado, con un regalo de cumpleaños escrito debajo, pero
después de tres semanas, pasamos a las llamadas telefónicas y los encuentros.
Incluso lo convencí de que viera una película en el Cineplex, aunque pasó todo el
tiempo flotando sobre el asiento, tratando de no tocar nada.
Para cuando terminó el verano, nos habíamos inscrito en dos clases de
requisitos básicos juntos, una de matemáticas y otra de ciencias, y la mayoría de
las noches, Alex venía a mi dormitorio o yo iba al suyo para hacer la tarea. Mi antigua
compañera de cuarto, Bonnie, se había mudado oficialmente con su hermana, y yo
estaba compartiendo habitación con Isabel, una estudiante de pre-medicina que a
veces miraba por encima de Alex y por mis hombros y corregía nuestro trabajo
mientras masticaba apio, su supuesta comida favorita.
Alex odiaba las matemáticas tanto como yo, pero le encantaban sus clases
de inglés y dedicaba horas cada noche a la lectura asignada mientras yo examinaba
sin rumbo fijo blogs de viajes y de chismes de celebridades en el suelo junto a él.
Mis cursos eran uniformemente aburridos, pero las noches en que Alex y yo
caminábamos por el campus después de la cena con tazas de chocolate caliente, o
los fines de semana cuando deambulamos por la ciudad en busca del mejor puesto
de perritos calientes o una taza de café o falafel12, me sentía más feliz de lo que
jamás recordaba. Me encantaba estar en la ciudad, rodeada de arte, comida, ruido
y gente nueva, lo suficiente para que la parte escolar fuera soportable.
12
es una croqueta de garbanzos o habas.
69
Una noche, tarde, cuando la nieve se amontonaba en el alféizar de mi
ventana y Alex y yo estábamos estirados en mi alfombra estudiando para un
examen, comenzamos a enumerar los lugares en los que nos hubiera gustado estar.
—París —dije.
—Trabajando en mi final de Literatura Americana —dijo Alex.
—Seúl —dije.
—Trabajando en mi final de Introducción a la no ficción —dijo Alex.
—Sofía, Bulgaria —dije.
—Canadá —dijo Alex.
Lo miré y estallé en una carcajada extenuada, lo que provocó su disgusto
característico.
—Tus tres destinos de vacaciones principales —dije, recostándome en la
alfombra —. Son dos ensayos separados y el país más cercano a nosotros.
—Es más accesible que París —dijo con seriedad—. Que es lo que realmente
importa cuando estás soñando despierto.
Él suspiró.
—Bueno, ¿qué hay de esa fuente termal sobre la que leíste? ¿El de una selva
tropical? Eso es en Canadá.
—Isla de Vancouver —dije, asintiendo—. O una isla más pequeña cerca, en
realidad.
—Ahí es donde iría —dijo—, si mi compañero de viaje no fuera tan
desagradable.
—Alex —dije—, con mucho gusto iré contigo a la isla de Vancouver.
Especialmente si las otras opciones solo te están haciendo ver más tareas. Iremos
el próximo verano.
Alex se recostó a mi lado.
—¿Qué hay de París?
—París puede esperar —dije—. Además, no podemos permitirnos el lujo de
París.
El sonrió levemente.
70
—Poppy —dijo—, apenas podemos permitirnos nuestros Hot Dogs
semanales.
Pero ahora, meses después, después de un semestre de recoger todos los
turnos posibles en los trabajos de nuestro campus (Alex en la biblioteca, yo en la
sala de correo), hemos ahorrado lo suficiente para este efecto de ojos rojos muy
barato (completo con dos escalas), y Estoy llena de emoción cuando finalmente
abordamos.
Sin embargo, tan pronto como despegamos y las luces de la cabina se
atenúan, el cansancio se activa y me encuentro arrullándome para dormir, con la
cabeza apoyada en el hombro de Alex, un pequeño charco de baba acumulándose
en su camisa. Solo para despertarme de golpe cuando el avión golpea una bolsa de
aire que la hace sumergir y Alex accidentalmente me da un codazo en la cara en
respuesta.
—¡Mierda!, —jadea mientras me siento erguida, agarrándome la mejilla—.
¡Mierda! — Sus nudillos blancos están apretados alrededor de los apoyabrazos, la
subida y bajada de su pecho son superficiales.
—¿Tienes miedo de volar? —pregunto.
—No —susurra, considerado a los otros pasajeros dormidos incluso en su
pánico —. Tengo miedo de morir.
—No vas a morir, —le prometo. El jet se acomoda en un ritmo, pero la luz del
cinturón de seguridad se enciende y Alex sigue agarrándose a los apoyabrazos
como si alguien hubiera volteado el avión y empezado a tratar de sacudirnos.
—Eso no suena bien, —dice. Sonaba como si algo se hubiera desprendido
del avión.
—Ese fue el sonido de tu codo chocando con mi cara.
—¿Qué?
Él me mira. Las dos expresiones simultáneas en su rostro son sorpresa y
confusión.
—¡Me pegaste en la cara! —digo.
—Oh, mierda, —dice—. Perdón, ¿Puedo ver?
Alejo mi mano de mi pómulo palpitante, y Alex se inclina más cerca, sus
dedos se ciernen sobre mi piel. Su mano cae sin aterrizar nunca.
—Se ve bien. Tal vez deberíamos ver si un asistente de vuelo puede traer
algo de hielo.
71
—Buena idea —digo—. Podemos llamarla y decirle que me golpeaste en la
cara, pero estoy segura de que fue un accidente y tampoco es tu culpa, te
sorprendiste y....
—Dios, Poppy —dice—. Lo siento mucho.
—Está bien. No duele tanto. —Le doy un codazo con el mío—. ¿Por qué no
me dijiste que tenías miedo de volar?
—No sabía que lo tenía.
—¿Explícame?
Echa la cabeza hacia atrás contra el reposacabezas.
—No había volado antes de esta noche.
—Oh. —Mi estómago se aprieta y me siento culpable—. Ojalá me lo hubieras
dicho.
—No quería convertirlo en algo.
—No hubiera hecho nada.
Me mira con escepticismo.
—¿Y cómo llamas a esto?
—Está bien, está bien, sí, lo hice una cosa. Pero mira. —Deslizo mi mano
debajo de la suya y tentativamente doblo mis dedos con los suyos—. Estoy aquí
contigo, y si quieres dormir un poco, me quedaré despierta para asegurarme de que
el avión no se estrelle. Lo cual no será así. Porque esto es más seguro que conducir.
—Yo también odio conducir, —dice.
—Yo sé que lo haces. Pero mi punto es que esto es mejor que eso. Me gusta
mucho más. Y estoy aquí contigo, y he volado antes, así que si hay una razón para
entrar en pánico, lo sabré. Y te prometo que, en esa situación, entraré en pánico y
sabrás que algo anda mal. Hasta entonces, puedes relajarte.
Me mira fijamente a través de la oscuridad de la cabina durante unos
segundos. Luego su mano se relaja en la mía, sus cálidos y ásperos dedos se
asientan. Me da una emoción sorprendente tomar su mano. El noventa y cinco por
ciento de las veces, veo a Alex Nilsen de una manera puramente platónica, y
supongo que su número ronda un poco más. Pero durante ese otro cinco por ciento
del tiempo, existe este qué pasaría si.
Nunca dura mucho ni presiona demasiado. Simplemente se sienta allí,
ahueco entre nuestras manos, un pensamiento suave sin mucho peso detrás de él:
72
¿Cómo sería besarlo? ¿Cómo me tocaría? ¿Saborearía como huele? Nadie tiene
mejor higiene dental que Alex, lo cual no es exactamente un pensamiento sexy,
pero ciertamente es más sexy que el extremo opuesto del espectro.
Y eso es hasta donde llega el pensamiento, lo cual es perfecto, porque me
gusta demasiado Alex para salir con él. Además, somos completamente
incompatibles.
El avión vibra a través de otro tramo rápido de turbulencia, y el agarre de Alex
se aprieta.
—¿Es hora de entrar en pánico? —pregunta.
—Todavía no, —digo—. Trata de dormir.
—Porque necesito descansar bien cuando me encuentre con la Muerte.
—Porque necesitas descansar bien cuando me canse en los Jardines
Butchart haré que me cargues el resto del camino.
—Sabía que había una razón por la que me trajiste contigo.
—No te traje conmigo para que fueras mi mula, —discuto—. Te traje conmigo
para que fueras mi chivo expiatorio. Vas a causar una distracción mientras corro por
el comedor del hotel Empress durante el té, robando pequeños sándwiches y
brazaletes invaluables de invitados desprevenidos.
Aprieta mi mano.
—Supongo que será mejor que duerma, entonces.
Yo aprieto hacia atrás.
—Supongo que sí.
—Despiértame cuando sea el momento de entrar en pánico.
—Siempre.
Apoya la cabeza en mi hombro y finge dormir.
Cuando aterricemos, tendré una torcedura horrible en el cuello y me dolerá
el hombro de estar sentada en esta posición durante tanto tiempo, pero ahora
mismo no me importa. Tengo cinco gloriosos días de viaje con mi mejor amigo por
delante y, en el fondo, lo sé: nada puede salir mal, en realidad no.
No es momento de entrar en pánico.
73
Este Verano
—¿Tenemos un auto de alquiler? —pregunta Alex mientras salimos del
aeropuerto al calor del viento.
—Algo así. —Muerdo mi labio mientras saco mi teléfono para llamar a un
taxi—. Conseguí un viaje de un grupo de Facebook.
Los ojos de Alex se entrecierran, las ráfagas inducidas por el chorro de agua
rodando a través del área de llegadas haciendo que su cabello se agite contra su
frente.
—No tengo idea de lo que acabas de decir.
—¿Recuerdas? —digo—. Es lo que hicimos en nuestro primer viaje. ¿A
Vancouver? ¿Cuándo éramos demasiado jóvenes para alquilar un auto legalmente?
Me mira fijamente.
—Ya sabes —digo—, ¿Ese grupo de viajes en línea de mujeres en el que he
estado, como, quince años? Dónde las personas publican sus apartamentos para
subarrendar y anuncian sus autos para alquilar ¿Recuerdas? Tuvimos que tomar
un autobús para recoger el auto fuera de la ciudad y caminar como cinco millas con
nuestro equipaje.
—Lo recuerdo —dice—. Nunca me he parado a preguntarme por qué alguien
alquilaría su auto a un extraño antes de este momento.
—Porque a mucha gente en Nueva York le gusta irse durante el invierno y a
mucha gente en Los Ángeles le gusta ir a otro lugar durante el verano. —Me encojo
de hombros—. El auto de esta chica habría estado sin usar durante, como, un mes,
así que lo compré para la semana por setenta dólares. Solo tenemos que tomar un
taxi para recogerlo.
—Genial —dice Alex.
—Sí.
74
Y aquí está el primer silencio incómodo del viaje. No importa que nos
hayamos estado enviando mensajes de texto sin parar durante la última semana, o
tal vez eso lo haya empeorado. Mi mente está implacablemente en blanco. Todo lo
que puedo hacer es mirar fijamente la aplicación en mi teléfono, viendo el ícono del
auto acercándose.
—Somos nosotros. —Inclino mi barbilla hacia la minivan que se acerca.
—Genial— dice Alex de nuevo.
Nuestro conductor toma nuestras maletas y nos amontonamos con las otras
dos personas con las que compartimos el viaje, una pareja de mediana edad con
visores BeDazzled a juego. ESPOSA, dice la rosa fuerte. MARIDO dice el verde
lima. Ambos llevan camisas con estampado de flamencos y ya están tan
bronceados que se parecen a los zapatos de Alex. La cabeza del esposo está
afeitada y la de la esposa está teñida de un rojo brillante.
—¡Hola a todos! —dice, la esposa mientras Alex y yo nos acomodamos en
los asientos del medio.
—Hola.
Alex se gira en su asiento y ofrece una sonrisa que es casi convincente.
—Luna de miel, —dice la esposa, saludando entre ella y su esposo—. ¿Qué
hay de ustedes dos?
—Oh —dice Alex—. Um...
—¡Lo mismo! —paso mi mano a través de la suya, volviéndome para
mostrarles una sonrisa.
—¡Oh!, —exclama la esposa— ¿Qué te parece eso, Bob? ¡Un auto lleno de
tortolitos!
Su esposo Bob asiente.
—Felicidades, niños.
—¿Cómo se conocieron? — quiere saber la esposa.
Miro a Alex. Las dos expresiones que está haciendo su rostro en este
momento son 1- aterrorizadas, 2- regocijadas. Este es un juego familiar para
nosotros, e incluso si es más incómodo de lo habitual tener mi mano enredada y
empequeñecida por la suya, también hay algo reconfortante en salir de nosotros
mismos de esta manera, jugando juntos como siempre lo hemos hecho.
—Disneyland, —dice Alex, y se vuelve hacia la pareja en el asiento trasero.
75
Los ojos de la esposa se agrandan.
—¡Qué mágico!
—Realmente lo fue, ¿sabe? — Le lanzo a Alex una mirada sincera y le toco
la nariz con la mano libre—. Trabajaba como VS, eso es lo que llamamos
recogedores de vómito. Su trabajo es simplemente quedarse fuera de todas esas
nuevas atracciones en 3D y limpiar después de los abuelos mareados.
—Y Poppy estaba interpretando a Mike Wazowski, —agrega Alex
secamente, subiendo la apuesta.
—¿Mike Wazowski? —pregunta su esposo Bob.
—De Monsters, Inc. cariño, —explica su esposa—. ¡Es uno de los principales
monstruos!
—¿Cuál? —dice su esposo.
—El corto —dice Alex, luego se vuelve hacia mí, afectando la mirada de
adulación más tonta y exagerada que he visto en mi vida. —Fue amor a primera
vista.
—¡Oooh! —dice la esposa agarrándose el corazón.
Su esposo arruga la frente y dice —¿Cuándo ella estaba con el disfraz?
La cara de Alex se tiñe de rosa bajo la evaluación del esposo, y le interrumpo:
—Tengo unas piernas realmente geniales.
Nuestro conductor nos deja en una calle de casas de estuco rodeadas de
jazmines en Highland Park, y mientras salimos al asfalto caliente, la Esposa y su
Marido nos despiden con afecto. En el instante en que el taxi se pierde de vista,
Alex suelta mi mano y escaneo los números de las casas, señalando con la cabeza
hacia una valla de privacidad manchada de rojo. —Es este.
Alex abre la puerta y entramos en el patio para encontrar un auto Hatchback
blanco cuadrado esperando en el camino de entrada, todos sus bordes oxidados y
astillados.
—Entonces, —dice Alex, mirándolo—. Setenta dólares.
—Puede que haya pagado de más. —Me agacho alrededor de la rueda
delantera del lado del conductor, palpando la caja magnética donde el propietario,
un ceramista llamado Sasha, dijo que estaría la llave—. Este es el primer lugar en
el que buscaría un repuesto si estuviera robando un auto.
76
—Creo que agacharse tanto podría ser demasiado trabajo para robar este
auto —dice Alex mientras saco la llave y me enderezo. Camina por la parte trasera
del auto y lee en el portón trasero— Ford Aspire.
Me río y abro las puertas. —Quiero decir, “aspire” es la marca R+R".
—Aquí. —Alex saca su teléfono y da un paso atrás—. Déjame hacerte una
foto con él.
Abro la puerta y apoyo mi pie, haciendo una pose. Inmediatamente, Alex
comienza a agacharse. —¡Alex, no! No desde abajo.
—Lo siento, —dice—. Olvidé lo rara que eres con eso.
—¿Soy rara? —digo—. Haces fotos como un padre con un iPad. Si tuvieras
gafas en la punta de la nariz y una camiseta de UC Bearcats13, serías indistinguible.
Hace un gran espectáculo al sostener el teléfono lo más alto posible.
—¿Qué, y ahora vamos por ese ángulo emo de principios de la década de
los 2000? —digo—. Encuentra un término medio.
Alex pone los ojos en blanco y niega con la cabeza, pero toma algunas fotos
a una altura seminormal y luego viene a mostrármelas. Yo legítimamente jadeo
cuando veo el último disparo y agarro su brazo de la misma manera que él debe
haberse sujetado al octogenario14 con el que viajaba al lado en el vuelo.
—¿Qué? —dice.
—Tienes el modo retrato.
—Lo hago, —asiente.
—Y lo usaste, —señalo.
—Sí.
—Sabes cómo usar el modo retrato —digo, todavía horrorizada.
—Jaja.
—¿Cómo sabes cómo usar el modo retrato? ¿Tu nieto te enseñó eso cuando
estuvo en casa para el día de Acción de Gracias?
—Wow —dice inexpresivo—. He echado mucho de menos esto.
13
14
Nombre de los equipos deportivos de la Universidad de Cincinnati en Ohio .
Que tiene entre ochenta y noventa años de edad.
77
—Lo siento, lo siento, —digo—. Estoy impresionada. Has cambiado. —Me
apresuro a agregar— ¡No de mala manera! Solo quiero decir, no eres una persona
a la que le guste el cambio.
—Quizás lo sea ahora —dice.
Me cruzo de brazos. —¿Todavía te levantas a las cinco y media para hacer
ejercicio todos los días?
Se encoge de hombros. —Eso es disciplina, no miedo al cambio.
—¿En el mismo gimnasio? —pregunto.
—Sí.
—¿El que sube sus precios cada seis meses? ¿Y reproduce el mismo CD de
meditación New Age en repetición en todo momento? ¿El gimnasio del que ya te
quejabas hace dos años?
—No me estaba quejando, —dice—. No entiendo cómo se supone que eso
te motive en una cinta de correr. Estaba reflexionando. Contemplando.
—Te llevas tu propia lista de reproducción, ¿qué importa lo que reproduzcan
en los altavoces?
Se encoge de hombros y toma las llaves del auto de mis manos, rodeando el
Aspire para abrir la puerta trasera. —Es una cuestión de principios. —Tira nuestras
maletas en la parte trasera y la cierra de golpe.
Pensé que estábamos bromeando, pero ahora no estoy tan seguro.
—Oye. —Le agarro el codo mientras pasa. Se queda quieto, arqueando las
cejas. Hay un nudo de orgullo atrapado en mi garganta, deteniendo las palabras
que quieren salir. Pero fue el orgullo lo que rompió nuestra amistad la primera vez,
y no volveré a cometer ese error. No voy a dejar de decir cosas que hay que decir,
solo porque quiero que él las diga primero.
—¿Qué? —dice Alex.
Me trago el nudo. —Me alegra que no hayas cambiado demasiado.
Me mira fijamente por un momento y luego, ¿es mi imaginación, o él también
traga? —Tú también, —dice, y toca el extremo de una ola que se soltó de mi cola
de caballo para caer a lo largo de mi mejilla, la toca tan levemente que apenas
puedo sentirla en el cuero cabelludo y el delicado movimiento envía un hormigueo
por mi cuello. —Y me gusta el corte de cabello.
78
Mis mejillas se calientan. Mi estómago también. Incluso mis piernas parecen
calentarse un par de grados.
—Aprendiste a usar una nueva función en tu teléfono y me corté el cabello,
—digo —. Cuidado con nosotros ahora, mundo.
—Transformación radical, —coincide Alex.
—Un verdadero resplandor.
—La pregunta es, ¿He mejorado en la conducción?
Arqueo una ceja y cruzo los brazos. —¿Lo haces?
—Aspira tener aire acondicionado que funcione, —dice Alex.
—Aspira a no oler como si un idiota está fumando un porro —digo.
Hemos estado jugando a este juego desde que llegamos a la autopista que
se adentra en el desierto. Sasha la ceramista había mencionado en su publicación
sobre el automóvil que el aire acondicionado iba y venía al azar, pero había omitido
el hecho de que evidentemente lo había estado usando para calentar durante cinco
años seguidos.
—Aspira a vivir lo suficiente para ver el fin de todo sufrimiento humano, —
agrego.
—Este auto, —dice Alex—, no vivirá lo suficiente para ver el final de la
franquicia de Star Wars.
—¿Pero quién de nosotros lo hará? — digo.
Alex terminó conduciendo en virtud del hecho de que mi conducción lo marea.
Y aterroriza. La verdad es que, de todos modos, no me gusta conducir, por lo que
normalmente le cedo el puesto a él.
El tráfico de Los Ángeles resultó ser un desafío para alguien tan cauteloso
como él: nos detenemos en una señal de alto esperando para girar a la derecha en
una carretera muy transitada durante unos diez minutos, hasta que tres autos detrás
de nosotros presionaron sus bocinas.
79
Sin embargo, ahora que estamos fuera de la ciudad, lo está haciendo muy
bien. Ni siquiera la falta de aire acondicionado parece un gran problema con las
ventanas abiertas y el viento dulcemente florido que se precipita sobre nosotros. El
problema más grande es la falta de una entrada auxiliar, que nos hace depender de
la radio.
—¿Siempre ha habido tanto Billy Joel viajando por las ondas de radio? —
Alex pregunta la tercera vez que cambiamos de canal a mitad de un comercial solo
para sumergirnos de nuevo en el medio de Piano Man15.
—Desde los albores de los tiempos, creo. Cuando los hombres de las
cavernas construyeron la primera radio, esto ya estaba sonando.
—No sabía que eras historiadora, —dice inexpresivo—. Deberías venir a
hablar en mi clase.
Resoplo. —No podrías arrastrarme a los pasillos de East Linfield High con la
fuerza combinada de cada tractor en un radio de cinco millas de ese edificio, Alex.
—Sabes, —dice—, tus matones probablemente ya se hayan graduado.
—Realmente no podemos estar seguros, —digo.
Él me mira, el rostro sobrio, la boca apretada. —¿Quieres que les patee el
trasero?
Yo suspiro. —No, es muy tarde. Todos tienen hijos ahora con esos lindos
anteojos de bebé de gran tamaño y la mayoría ha encontrado al Señor o ha iniciado
uno de esos extraños negocios de esquemas piramidales que venden brillo de
labios.
Me mira, su rostro sonrojado por el sol. —Si cambias de opinión, di la palabra.
Alex conoce mis años difíciles en Linfield, por supuesto, pero en su mayor
parte, trato de no volver a visitarlos. Siempre he preferido la versión de mí que trae
Alex a la que tenía en nuestra ciudad natal. Esta Poppy se siente segura en el
mundo, porque él también está en él, y en el fondo donde importa, es como yo.
Aún así, tuvo una experiencia excepcionalmente diferente en West Linfield
High que la que tuve yo en su escuela hermana. Estoy seguro de que ayudó que
practicará deportes (baloncesto, tanto para la escuela como en la liga intramuros de
la iglesia de su familia) y fuera guapo, pero siempre insistió en que el factor decisivo
era que era lo suficientemente callado como para pasar por misterioso en lugar de
extraño.
15
Canción de Billy Joel.
80
Quizás si mis padres no hubieran sido tan completamente alentadores en
todas las facetas del individualismo de mis hermanos y de mi, hubiera tenido mejor
suerte. Hubo niños que lidiaron con la desaprobación adaptándose, haciéndose
más agradables, como lo hicieron Prince y Parker en la escuela, encontrando la
superposición entre sus personalidades y las de los demás. Y luego hubo personas
como yo, que trabajaban bajo la idea errónea de que, eventualmente, mis
compañeros no solo me tolerarían, sino que, en última instancia, me respetarían por
ser yo misma.
No hay nada tan desagradable para algunas personas como alguien a quien
parece no importarle si alguien más las aprueba. Tal vez sea resentimiento: me he
inclinado por el bien mayor, para seguir las reglas, entonces, ¿por qué no lo has
hecho tú? Debería preocuparme Por supuesto, en secreto, me importaba. Mucho.
Probablemente hubiera sido mejor si hubiera llorado abiertamente en la escuela en
lugar de hacer caso omiso de los insultos y llorar debajo de la almohada más tarde.
Hubiera sido mejor si, después de la primera vez que se burlaron de mí por los
monos acampanados en los que mi madre había cosido parches bordados, no
hubiera seguido usándolos con la barbilla en alto, como si fuera una especie de la
vieja Juana de Arco, dispuesta a morir por mi mezclilla.
La cuestión era que Alex había sabido cómo jugar, mientras que a menudo
sentía que había leído las páginas de la guía al revés, mientras todo estaba en
llamas.
Sin embargo, cuando estábamos juntos, el juego ni siquiera existía. El resto
del mundo se disolvió hasta que creí que así eran las cosas realmente. Como si
nunca hubiera sido esa chica que se había sentido completamente sola,
incomprendida, y siempre hubiera sido esta: conocida, amada, totalmente aceptada
por Alex Nilsen.
Cuando nos conocimos, no quería que me viera como Poppy de Lindfield; no
estaba segura de cómo cambiaría la dinámica de nuestro mundo para dos una vez
que dejáramos que ciertos elementos externos se abrieran paso. Todavía recuerdo
la noche en que finalmente se lo conté. La última noche de clase de nuestro tercer
año, nos tropezamos de regreso a su dormitorio de una fiesta y encontramos que
su compañero de cuarto ya se había ido por el verano. Así que le pedí prestada una
camiseta y algunas mantas a Alex y dormí en la cama individual de repuesto de su
habitación.
No había tenido una fiesta de pijamas como esa desde que tenía
probablemente ocho años: de esas en las que sigues hablando, con los ojos
cerrados hace mucho tiempo, hasta que ambos se quedan dormidos a mitad de la
oración.
81
Nos contamos todo, las cosas que nunca habíamos tocado. Alex me contó
sobre la muerte de su madre, los meses en que su padre apenas se cambió el
pijama, los sándwiches de mantequilla de maní que Alex preparó para sus
hermanos y la fórmula para bebés que aprendió a mezclar.
Durante dos años, él y yo nos habíamos divertido mucho juntos, pero esa
noche sentí como si se abriera un compartimento completamente nuevo en mi
corazón donde antes no había ninguno.
Y luego me preguntó qué sucedió en Linfield, por qué temía volver en verano,
y debería haber sido vergonzoso ventilar mis pequeñas quejas después de todo lo
que acababa de decirme, excepto que Alex tenía una forma de nunca hacerme
sentir pequeña o mezquina.
Era tan tarde que era casi de mañana, esas horas resbaladizas en las que
se siente más seguro revelar tus secretos. Así que le conté todo, empezando por el
séptimo grado.
Los desafortunados frenillos, el chicle que Kim Leedles me puso en el cabello
y el corte del cuenco resultante. El insulto se agravó cuando Kim le dijo a toda la
clase que el que hablara conmigo no sería invitado a su fiesta de cumpleaños.
Todavía faltaban cinco meses, aunque prometía que valdría la pena la espera,
gracias al tobogán de agua de su piscina y al cine en su sótano.
Luego, en noveno grado, una vez que el estigma finalmente se había
desvanecido y mis senos habían llegado prácticamente de la noche a la mañana,
estaba el período de tres meses durante el cual fui un producto caliente. Hasta que
Jason Stanley me besó inesperadamente y respondió a mi desinterés diciéndoles a
todos que le hice una mamada espontánea en el armario del conserje.
Todo el equipo de fútbol me llamó Porny Poppy durante, como, un año
después de eso. Nadie quería ser mi amigo. Luego estaba el décimo grado, el peor
de todos.
Comenzó mejor porque el menor de mis dos hermanos estaba dispuesto a
compartir su grupo de amigos de teatro conmigo. Pero eso solo duró hasta que tuve
una fiesta de pijamas para mi cumpleaños, momento en el que descubrí lo
vergonzoso que todos pensaban que eran mis padres. Rápidamente me di cuenta
de que no me gustaban tanto como pensaba mis amigos.
También le había contado a Alex lo mucho que amaba a mi familia, lo
protectora que me sentía con ellos, pero que incluso con ellos, a veces me sentía
un poco sola. Todos los demás eran la mejor persona de otra persona. Mamá y
papá. Parker y Prince. Incluso los perros esquimales estaban emparejados,
mientras que nuestra mezcla de terrier y el gato pasaban la mayoría de los días
82
acurrucados juntos en un parche de sol. Antes de Alex, mi familia era el único lugar
al que pertenecía, pero incluso con ellos, era algo así como una parte suelta, ese
desconcertante perno extra que IKEA16 empaqueta con tu estantería, solo para
hacerte sudar. Todo lo que había hecho desde la secundaria había sido para
escapar de ese sentimiento, esa persona, y le dije todo eso, menos la parte de sentir
que pertenecía a él, porque incluso después de dos años de amistad, eso parecía
mucho.
Cuando terminé, pensé que finalmente se había quedado dormido. Pero
después de unos segundos, se puso de costado para mirarme a través de la
oscuridad y dijo en voz baja: Apuesto a que eras adorable con un corte de tazón.
Realmente, realmente no lo estaba, pero de alguna manera, eso fue
suficiente para enfriar el duro dolor de todos esos recuerdos. Me vio y me amó.
—¿Poppy? —dice Alex, llevándome de regreso al caluroso y apestoso auto
y al desierto—. ¿Dónde estás ahora mismo?
Saco la mano por la ventana, agarrando el viento. —¡Vagando por los pasillos
de East Linfield High con el canto de ¡Porny Poppy! ¡Porny Poppy!
—Bien, —dice Alex con suavidad—. No te haré visitar mi salón de clases
para enseñar la Historia de Radio de Billy Joel. Pero solo para que lo sepas. . . —
Me mira con cara seria y voz inexpresiva—. Si alguno de mis estudiantes te llamará
Porny Poppy, lo mandaría a la mierda.
—Eso tiene que ser— digo—, la cosa más caliente que alguien me ha dicho.
Se ríe, pero aparta la mirada. —Lo digo en serio. La intimidación es la única
cosa con la que no dejo que se salgan con la suya. —Inclina la cabeza pensativo—
. Excepto yo. Me intimidan constantemente.
Me rio, aunque no le creo. Alex enseña a los niños de AP y Honores, y es
joven, guapo, silenciosamente divertido y tremendamente inteligente. No hay forma
de que no lo adoren.
—¿Pero te llaman Porny Alex? —pregunto.
Él hace una mueca. —Dios, espero que no.
—Lo siento —digo—, Señor, Porny.
—Por favor. El Señor, Porny es mi padre.
—Apuesto a que muchos estudiantes están enamorados de ti.
16
Tienda Online de Muebles.
83
—Una chica me dijo que me parezco a Ryan Gosling…
—Ay Dios mío.
…si le hubiera picado una abeja.
—Ouch, — digo.
—Lo sé, —acepta Alex—. Duro pero justo.
—Tal vez Ryan Gosling se parece a ti si lo dejaran afuera para deshidratarse,
¿alguna vez pensaste en eso?
—Sí. Toma eso, Jessica McIntosh, —dice.
—Perra —digo, luego inmediatamente niego con la cabeza—. No, no se
siente bien llamar perra a una niña. Mal chiste.
Alex hace una mueca de nuevo. —Si te hace sentir mejor, Jessica no... No
es mi favorita. Pero creo que se le acabará mucho de eso.
—Sí, quiero decir, por lo que sabes, ella podría estar trabajando contra toda
una vida de cortes de tazón. Es amable de su parte darle una oportunidad.
—Nunca fuiste una Jessica —dice con confianza.
Arqueo una ceja. —¿Cómo lo sabes?
—Porque —Sus ojos se fijan en el camino blanqueado por el sol—. Siempre
has sido Poppy.
El complejo de apartamentos DESERT ROSE es un edificio de estudio
pintado de rosa chicle, con su nombre grabado en letras onduladas de mediados
del siglo. Un jardín lleno de matorrales de cactus enormes que serpenten a su
alrededor, y a través de una valla blanca, divisamos una piscina verde azulado
brillante, salpicada de cuerpos bronceados por el sol y rodeada de palmeras y
tumbonas.
Alex apaga el auto. —Se ve bien, —dice, sonando aliviado.
Salgo del auto y el asfalto está caliente incluso a través de mis sandalias.
84
Pensé en los veranos en Nueva York, atrapado entre rascacielos con el sol
moviéndose de un lado a otro indefinidamente, y todos esos primeros en la trampa
de humedad natural del valle del río Ohio, que sabía lo que hacía calor. No lo hice.
Mi piel hormiguea bajo el despiadado sol del desierto, mis pies arden solo por
estar quieto.
—Mierda, —jadea Alex, apartándose el cabello de la frente.
—Supongo que es por eso que estamos fuera de temporada.
—¿Cómo viven aquí David y Tham? —dice, sonando disgustado.
—De la misma manera que vives en Ohio, —digo—. Tristemente, y con
mucha bebida.
Lo digo como una broma, pero la expresión de Alex se aplana y se dirige a
la parte trasera del auto sin reconocer lo que dije.
Me aclaro la garganta. —Es una broma. Además, la mayoría vive en Los
Ángeles, ¿verdad? No estaba ni cerca de este calor allá atrás.
—Aquí. —Me pasa la primera bolsa y lo tomo, sintiéndome reprendida.
Nota para mí mismo: no más cagadas de Ohio.
Para cuando sacamos nuestro equipaje, y las dos bolsas de papel con
alimentos que agarramos durante una parada de CVS, y subimos tres tramos de
escaleras hasta nuestra unidad, estamos empapados de sudor.
—Siento que me estoy derritiendo, —dice Alex mientras tecleo el código en
la caja de llaves junto a la puerta—. Necesito darme una ducha.
La caja se abre y meto la llave en el pomo de la puerta, moviéndola y
girándola según las instrucciones muy específicas que me envió el anfitrión.
—Tan pronto como salgamos, nos vamos a derretir de nuevo, —señalo—.
Es posible que desees guardar la ducha para antes de acostarse.
La llave finalmente se engancha, y abro la puerta de golpe, arrastrándome
dentro, deteniéndome en seco cuando dos campanas de advertencia simultáneas
comienzan a chillar a través de mi cuerpo.
Alex pasa cerca de mí, una sólida pared de calor húmedo por el sudor —Qué.
— Su voz se apaga. No estoy seguro de qué hecho horrible está registrando. Que
hace un calor asqueroso aquí o aquello. En medio de este estudio (por lo demás
perfecto), hay una cama.
85
—No, — dice en voz baja, como si no quisiera decirlo en voz alta. Estoy
seguro de que no lo hizo.
—Decía dos camas, —solté, tratando frenéticamente de levantar la reserva—
. Definitivamente decía.
Porque no hay forma de que pudiera haberlo cagado tan mal. No podría
haberlo hecho.
Hubo un tiempo en el que no parecía un gran problema para nosotros
compartir la cama, pero no es este viaje. No cuando las cosas son frágiles e
incómodas. Tenemos una oportunidad de arreglar lo que se rompió entre nosotros.
—¿Estas segura?, — dice Alex, y odio esa nota de molestia en su voz incluso
más que la sospechosa que viajo a su lado—. ¿Viste fotos? ¿Con dos camas?
Miro hacia arriba de mi bandeja de entrada. —¡Por supuesto!
¿Pero lo hice? Esta unidad había sido ridículamente barata, en gran parte
porque una reserva se había cancelado en el último minuto. Sabía que era un
estudio, pero vi fotos de la piscina de color turquesa brillante y las palmeras alegres
y danzantes y las críticas decían que estaba limpio, y la cocina se veía pequeña
pero elegante y... ¿De verdad vi dos camas?
—Este tipo es dueño de un montón de apartamentos aquí, —digo, con la
cabeza nadando—. Probablemente nos envió el número de unidad equivocado.
Encuentro el correo electrónico correcto y hago clic en las imágenes. —¡Aquí!
—Digo— ¡Mira!
Alex se acerca y mira las fotos por encima del hombro: un apartamento
blanco y gris brillante con un par de florecientes higos en macetas de hojas de violín
en una esquina y una enorme cama blanca en el medio de la habitación, una un
poco más pequeña al lado…
De acuerdo, puede que haya habido una manipulación ingeniosa de estas
fotografías, porque en la toma, la cama más grande parece ser de tamaño king
cuando en realidad es queen, lo que significa que la otra no puede ser más grande
que un doble, pero definitivamente debería existir.
—No entiendo. —Alex mira la foto donde debería estar la segunda cama.
—Oh, —él y yo decimos al unísono mientras hace clic.
Se acerca a la amplia silla sin brazos, de gamuza de imitación coral, y tira de
las almohadas decorativas, metiendo la mano en la costura de la silla. Dobla la parte
inferior hacia afuera, la parte posterior presionando hacia abajo de modo que todo
86
se aplana en una almohadilla larga y delgada con costuras caídas entre sus tres
secciones. Una silla reclinable…
—¡Tomaré eso! —Soy voluntaria.
Alex me lanza una mirada. —No puedes, Poppy.
—¿Por qué, porque soy una mujer, y te quitarán tu masculinidad del Medio
Oeste si no caes en la espada de todas las normas de género que se te presentan?
—No, —dice—. Porque si duermes en eso, te despertarás con migraña.
—Eso pasó una vez, —digo— no sabemos si fue por dormir en el colchón de
aire. Podría haber sido el vino tinto—. Pero incluso mientras lo digo, estoy buscando
el termostato, porque si algo va a hacer que mi cabeza palpite, es dormir con este
calor. Encuentro los controles dentro de la cocina. —Oh, Dios mío, lo ha puesto a
ochenta grados aquí.
¿Enserio? —Alex se pasa una mano por el cabello y se percata del sudor
que le cae por la frente—. Y pensar, que no se siente un grado más de doscientos.
Bajé el termostato a setenta y los ventiladores se activaron ruidosamente,
pero sin ningún alivio instantáneo. —Al menos tenemos una vista de la piscina, —
digo, cruzando hacia las puertas traseras. Echo las cortinas opacas hacia atrás y
me opongo, los restos de mi optimismo se desvanecen.
El balcón es mucho más grande que el mío en casa, con una linda mesa de
café roja y dos sillas a juego. El problema es que las tres cuartas partes están
tapiadas con láminas de plástico mientras, en algún lugar, se oye un horrible tumulto
de traqueteos mecánicos y chillidos.
Alex sale a mi lado. —¿Construcción?
—Me siento como si estuviera dentro de una bolsa con cierre hermético,
dentro del cuerpo de alguien.
—Alguien con fiebre, — dice.
—Quién también está en llamas.
Se ríe un poco. Un sonido miserable que intenta interpretar como alegre. Pero
Alex no es alegre. Él es Alex. Es muy estresado y le gusta estar limpio y tener su
espacio y empaca su propia almohada en su equipaje, porque su “cuello está
acostumbrado a esta”, aunque eso significa que no puede traer tanta ropa como
quisiera, y lo último que necesita este viaje es empujar innecesariamente nuestros
puntos de presión.
87
De repente, los seis días que tenemos por delante parecen increíblemente
largos. Deberíamos haber hecho un viaje de tres días. Solo la duración de las
festividades de la boda, cuando habría abundancia de parachoques y alcohol gratis
y se bloqueó el tiempo para que Alex estuviera ocupado con la despedida de soltero
de su hermano y cualquier otra cosa.
—¿Deberíamos bajar a la piscina? —digo, un poco demasiado alto, porque
ahora mi corazón está acelerado y tengo que gritar para escucharme.
—Claro, —dice Alex, luego se vuelve hacia la puerta y se congela. Su boca
se abre mientras considera sus palabras—. ¿Me cambiaré en el baño y puedes
gritar cuando hayas terminado?
Bien. Es un estudio. Una habitación abierta sin puertas excepto la del baño.
Lo cual no habría sido incómodo, si los dos no estuviéramos siendo tan
terriblemente incómodos.
—Mm-hm, —digo—. Seguro.
88
Hace Diez Veranos
Paseamos por la ciudad de Victoria hasta que nuestros pies no pueden más,
nos duele la espalda, y todo lo que no dormimos en los vuelos hace que nuestros
cuerpos se sientan pesados y nuestros cerebros ligeros y flotando. Después nos
detenemos por dumplings17, en un pequeño restaurante el cual tiene las ventanas
teñidas y sus paredes pintadas de rojo, que están entrelazadas en paisajes
montañosos dorados y bosques y ríos que fluyen serpenteantes a través de colinas
bajas y redondeadas.
Somos los únicos que estamos adentro, son las tres de la tarde, no muy tarde
para el almuerzo, pero el aire acondicionado es poderoso y la comida es divina, y
estamos tan exhaustos que no podemos parar de reírnos sobre cada pequeña cosa.
Alex soltó un grito ronco y agudo cuando el avión aterrizó esta mañana.
El hombre de traje que corre más allá del restaurante a toda velocidad, con
sus brazos apoyados a sus lados.
La chica de la galería en el Hotel Emperatriz que pasó treinta minutos
tratando de vendernos una escultura de oso de quince centímetros y veintiún mil
dólares mientras arrastramos nuestro andrajoso equipaje detrás de nosotros.
—Nosotros no tenemos dinero para eso —dijo Alex, sonando muy
diplomático—. Realmente no… tenemos dinero para… eso —dijo Alex, sonando
diplomático. La chica asintió bruscamente—. Casi nadie lo tiene, pero cuando el arte
te gusta, encuentras una manera de hacerlo funcionar.
De alguna manera, ninguno de nosotros se atrevía a decirle a la chica que
no queríamos el oso de veintiún mil dólares, que no nos gustaba. Después de
aquello habíamos pasado todo el día buscando algunas cosas que queríamos
como: un álbum firmado por los Backstreet Boys en la tienda de discos usada, una
17
Empanaditas chinas.
89
copia de una novela llamada What My G—Spot Is Telling You en una pequeña
librería que estaba por una calle empedrada, encontramos un traje de piel de gato
en una tienda de fetiches a la que llevé a Alex principalmente para avergonzarlo y
preguntarle: ¿Esto te habla?
—Sí, Poppy, está diciendo, Bye—Bye—Bye.
—No, Alex, dile a tu punto G que hable.
—¡Sí, lo tomaré por veintiún mil dólares y ni un centavo menos!
Nos turnamos para preguntar y responder, y ahora, desplomados sobre
nuestra mesa negra, no podemos dejar de jugar con las cucharas y servilletas,
haciéndolas hablar entre sí.
La camarera que nos atiende es de alrededor de nuestra edad, con muchas
perforaciones, un suave acento y un buen sentido del humor.
—Si está muy picante la salsa de soya, háganmelo saber —dice—. Tiene
una reputación por aquí
Alex le da propina del 30 por ciento, y todo el camino hasta la parada del
autobús, me burlo de él por ruborizarse cada vez que ella lo miraba, y él se burla de
mí por hacer ojos hacia el cajero de la tienda de discos, lo que es justo, porque
definitivamente lo hice.
—Nunca he visto una ciudad tan llena de flores —le digo.
—Nunca he visto una ciudad tan limpia —dice.
—¿Deberíamos mudarnos a Canadá? —le pregunto.
—No lo sé —dice—. ¿Canadá habló contigo?
Entre autobuses y el caminar entre paradas, nos toma dos horas en recoger
el auto que rente online no muy segura a través de WWT, Women Who Travel.
Estoy tan aliviada de que realmente exista y de que las llaves estén debajo
de la alfombra en el asiento trasero, como dijo Esmeralda, la dueña del auto, al que
empecé a aplaudir al verlo.
—Wow —Alex dice—, este auto realmente te está hablando.
—Sí —respondo—, está diciendo ‘No dejes que Alex conduzca’.
Él entreabre su boca, sus ojos se abren y brillan con dolor fingido.
90
—¡Detente! —grito, me alejo de él y me muevo al asiento del conductor como
si él fuera una granada viva.
—¿Para qué? —Se inclina y me pone su carita de perrito regañado.
—¡No! —Chillo, lo empujo lejos y me retuerzo de lado en el asiento como si
estuviera tratando de escapar de un enjambre de hormigas. Me paso al asiento del
pasajero, y él tranquilamente se sube al asiento del conductor.
—Odio esa cara —le digo.
—Mentira —me dice Alex.
Él tiene razón.
Él sabe que amo esa ridícula cara.
Además, yo odio manejar.
—Cuando usas la psicología inversa en mí, estoy jodida —digo.
—¿Hmm? —dice, mirando de costado mientras arranca el auto.
—Nada. —Conducimos dos horas al norte hasta el motel que encontré en el
lado este de la isla. Es un país de maravillas brumoso, amplios caminos despejados
bordeados de bosques tan antiguos como densos. No hay mucho que hacer en la
ciudad, pero hay secuoyas18, rutas de senderismo a las cascadas y un Tim
Hortons19 a sólo unos kilómetros por la carretera de nuestro hotel, es un lugar
pequeño, un alojamiento con un estacionamiento de grava en la parte delantera y
una pared de niebla cubierto de follaje detrás de ella.
—Me encanta estar aquí —dice Alex.
—A mí también —estoy de acuerdo.
Y no importa que llueva toda la semana y terminemos cada caminata
empapados hasta los huesos, o que solo podamos encontrar dos restaurantes
accesibles y tener que comer en cada uno de ellos tres veces, o que poco a poco
empezamos a darnos cuenta de que casi todos los demás con los que nos cruzamos
son adultos mayores sobre los sesenta, y que definitivamente nos quedaremos en
un pueblo de retiro. O que nuestra habitación del motel siempre está húmeda, o que
hay tan poco que hacer que tenemos tiempo para matar un día completo en una
librería cercana (donde desayunamos y almorzamos en su cafetería en silencio
18
19
Árbol de tronco recto y grueso.
es una cadena internacional de cafeterías canadiense.
91
mientras Alex lee Murakami y yo tomo notas para futuras referencia de la guía de
Lonely Planet)20.
Nada de esto importa. Me la paso toda la semana pensando, esto me está
hablando.
Esto es lo que quiero por el resto de mi vida. Conocer Nuevos lugares, gente
nueva, experimentar cosas nuevas. No me siento perdida, ni fuera de lugar aquí, no
hay Linfield del que escapar ni clases largas y aburridas a las que temer volver. Solo
estoy anclada en este momento.
—¿No te gustaría que siempre pudiéramos estar haciendo esto? —le
pregunto a Alex.
Él me mira por encima de su libro, y una esquina de su boca se curva.
—No tendría mucho tiempo para leer.
—¿Qué pasa si prometo llevarte a una librería en cada ciudad? —preguntó—
. ¿Entonces dejarías la Universidad y vivirás en una furgoneta conmigo?
Su cabeza se inclina hacia un lado mientras piensa.
—Probablemente no —dice. Lo cual no es una sorpresa por una variedad de
razones, incluido el hecho de que Alex ama tanto sus clases que ya está
investigando programas de posgrado en inglés, mientras que yo me estoy
esforzando con Cs21.
—Bueno, tenía que intentarlo —digo con un suspiro.
Alex deja su libro.
—Te diré algo, puedes tener mis vacaciones de verano. Las mantendré
abiertos de par en par para ti, e iremos a cualquier lugar que tú desees, y que
podamos pagar.
—¿En serio? —digo, dudosa.
—Lo prometo. —Él extiende su mano y la estrechamos, luego nos sentamos
ahí sonriendo durante unos segundos, sintiendo que acabamos de firmar un
contrato que altera la vida.
20
Es una de las mayores editoras de guías de viajes en el mundo.
21
Ciencias de la computación.
92
En nuestro penúltimo día, caminamos por la tranquilidad de Cathedral
justo cuando sale el sol, derramando una luz dorada sobre el bosque en
pequeñas gotas, y cuando salimos, conducimos directamente a un pueblo llamado
Coombs, cuya principal atracción es un puñado de cabañas con techos de pasto y
un rebaño de cabras pastando sobre ellas. Les sacamos fotos, sacamos la cabeza
a través de un póster que ponen nuestras caras en cuerpos de cabra pintados de
forma tosca y pasamos dos horas de lujo deambulando por un mercado lleno de
muestras de galletas, dulces y mermeladas.
Grove22
En el último día de nuestro viaje, atravesamos la isla hasta Tofino, la
península en la que nos hubiéramos quedado si no hubiéramos estado tratando de
ahorrar hasta el último centavo posible. Sorprendo a Alex con boletos (quizás
preocupantemente baratos) para un taxi acuático que nos lleva a la isla sobre la que
leí, con el sendero a través de la selva tropical hasta las aguas termales.
Nuestro taxista acuático se llama Buck y no es mucho mayor que nosotros,
con una maraña de cabello amarillo teñido por el sol que asoma por debajo de su
sombrero de malla. Es guapo de una manera absolutamente sucia, con ese tipo de
olor corporal específicamente playero mezclado con pachulí. Debería ser repulsivo,
pero lo hace funcionar.
El viaje en sí es un asunto violento, el motor del taxi es tan fuerte que mi
cabello está golpeando su cara por el viento y tengo que gritarle al oído a Alex, para
decirle:
—ESTO DEBE SER LO QUE SE SIENTE UNA ROCA CUANDO SALTAS
SOBRE EL AGUA —mi voz entra y sale con cada golpe rítmico de la pequeña
embarcación contra la parte superior de las oscuras y agitadas olas.
Buck agita sus manos como si estuviera hablando con nosotros durante todo
el viaje (demasiado largo), pero no podemos escucharlo, lo que nos hace a Alex y
a mí reinos descontroladamente después de los primeros veinte minutos de
monólogo inaudible.
—¿Y SI ESTÁ CONFESANDO UN DELITO AHORA MISMO? —Alex grita.
—RECITANDO EL DICCIONARIO DE ATRÁS HACIA ADELANTE —sugiero.
—O RESOLVIENDO ECUACIONES MATEMÁTICAS COMPLEJAS —dice
Alex.
22
Reserva silenciosa que alberga las secuoyas más altas y antiguas
93
—O COMUNICÁNDOSE CON LOS MUERTOS —digo.
—ESTO ES PEOR QUE…
Buck apaga el motor y la voz de Alex la sobrepasa. Deja caer su voz en un
susurro contra mi oído.
—Peor que volar.
—¿Se detuvo para matarnos? —susurro de vuelta.
—¿Era eso lo que estaba diciendo? —Alex sisea—. ¿Es hora de entrar en
pánico?
—Miren hacia allá —dice Buck, girando hacia la izquierda en su silla y
apuntando hacia adelante.
—¿En dónde nos va a matar? —Alex murmura y yo convierto mi risa en tos.
Buck se gira con una amplia, torcida, pero ciertamente hermosa sonrisa.
—Una familia de nutrias.
Un chillido muy agudo y cien por ciento genuino sale disparado de mí cuando
me pongo de pie y me inclino para ver los pequeños bultos borrosos de piel flotando
sobre las olas, con las patas dobladas para que se muevan como una sola, una
criatura netamente destinada para el mar. Alex viene a pararse detrás de mí, con
sus manos ligeras sobre mis brazos mientras se inclina sobre mí para ver.
—Está bien —dice—. Es hora de entrar en pánico. Eso es jodidamente
adorable.
—¿Podemos llevarnos uno a casa? —yo le pregunto—. ¡Ellos me están
hablando!
Después de esto, la caminata a través de los exuberantes helechos de la
selva tropical y las cálidas y terrosas aguas del manantial, aunque es asombroso,
no se puede comparar con ese viaje en taxi acuático.
Cuando nos ponemos nuestros trajes de baño y nos metemos en la piscina
cálida y nublada dentro de las rocas, Alex dice:
—Vimos nutrias cogidas de la mano
—Le agradamos al universo —digo—. Este ha sido un día perfecto.
—Un viaje perfecto.
94
—Aún no termina —le digo—. Una noche más.
Cuando el taxi acuático de Buck nos lleva a salvo al puerto esa noche, nos
adentramos en la pequeña choza que usa la compañía como oficina para pagar.
—¿Dónde se están quedando chicos? —Buck pregunta mientras toma los
cupones que imprimí y teclea manualmente su código en una computadora.
—Al otro lado de la isla —dice Alex—. Fuera de Nanoose Bay.
Los ojos azules de Buck se elevan, y se intercalan entre Alex y yo
evaluándonos.
—Mis abuelos viven en Nanoose Bay.
—Parece que todos los abuelos de la Columbia Británica podrían vivir en
Nanoose Bay —le digo, y Buck suelta una carcajada.
—¿Qué están haciendo ahí? —nos pregunta—, no es un gran lugar para una
pareja joven.
—Oh, no somos. . . —Alex se mueve incómodo de un pie al otro.
—Somos como hermanos no biológicos —digo.
—Solo amigos —traduce Alex, pareciendo avergonzado por mí, lo cual es
comprensible porque puedo sentir mis mejillas enrojecerse como langosta y mi
estómago dar un vuelco cuando los ojos de Buck se posan en mí.
Luego, vuelven a Alex, y él sonríe.
—Si no quieren conducir de regreso a la casa de ancianos esta noche, mis
compañeros de casa y yo tenemos un patio y una carpa de repuesto. Son
bienvenidos de quedarse ahí, siempre tenemos gente que se queda con nosotros.
Estoy bastante segura de que Alex no quiere dormir en el suelo, pero me
echa un vistazo y debe estar viendo cómo me gusta mucho esa idea; este es
exactamente el tipo de giro inesperado sorpresa que esperaba que tomara este
viaje, porque deja escapar un suspiro casi imperceptible y luego se vuelve hacia
Buck con una sonrisa fija.
—Sí, eso sería genial, gracias.
—Genial, ustedes fueron mi último viaje, así que déjenme cerrar y podemos
irnos.
95
Mientras caminamos de regreso por el muelle, Alex le pide la dirección para
que podamos conectarla al GPS.
—No, hombre —dice Buck—. No es necesario conducir.
Resulta que la casa de Buck está en un camino corto y empinado a media
cuadra del muelle. Es una casa de dos pisos, descolorida y gris, con un balcón en
el segundo piso cubierto con toallas secándose, trajes de baño y muebles plegables
de mala calidad. Hay una hoguera encendida en el patio delantero, y aunque solo
son las seis de la tarde, hay una docena de tipos muy parecidos a Buck reunidos
con sandalias y botas de montaña o con los pies descalzos cubiertos de tierra,
bebiendo cerveza y haciendo acro—yoga en la hierba mientras están en trance. La
música suena a través de un par de altavoces con cinta adhesiva en el porche. Todo
el lugar huele a hierba, como si fuera una especie de Burning Man 23 en miniatura
de bajo precio.
—Todos —dice Buck mientras nos conduce colina arriba—. Ellos son Poppy
y Alex, son de. . . —Me mira por encima del hombro, esperando.
—Chicago —digo, mientras Alex dice ‘Ohio’.
—Ohio y Chicago —repite Buck. La gente grita saludos e inclina sus
cervezas, y una chica delgada y musculosa con un top corto tejido, nos trae a Alex
y a mí una botella, Alex se esfuerza por no mirar su estómago mientras Buck
desaparece en el círculo de personas alrededor del fuego, dándonos la espalda
para abrazarse con un puñado de personas.
—Bienvenido a Tofino —dice—. Soy Daisy.
—¡Otra flor! —yo digo—. Pero al menos no usan el tuyo para hacer opio.
—No he probado el opio —dice Daisy pensativa—. Me quedo con el LSD y
los hongos. Bueno, y la marihuana, obviamente.
—¿Has probado esas gomitas para dormir? —preguntó. —Esas cosas son
jodidamente increíbles.
Alex tose.
—Gracias por la cerveza, Daisy.
Ella guiña un ojo.
23
festival artístico en Nevada, Estados Unidos.
96
—Un placer. Soy del comité de bienvenida, y la guía turística.
—Oh, ¿tú también vives aquí? —pregunto.
—A veces —dice ella.
—¿Quién más lo hace? —dice Alex.
—Mmm. —Daisy se voltea, recorre la multitud y señala vagamente—.
Michael, Chip, Tara, Kabir, Lou. —Ella recoge su cabello oscuro de su espalda y lo
tira hacia un lado de su cuello mientras continúa—. Mo, Quincy a veces; Lita lleva
aquí un mes, pero creo que se marchará pronto. Consiguió un trabajo como guía de
rafting en Colorado, ¿qué tan lejos está Chicago de ahí? Deberías buscarla si
alguna vez vas a visitarla.
—Genial —dice Alex—. Tal vez.
Buck reaparece entre Alex y yo, con un porro metido en la boca y nos rodea
con un brazo despreocupado.
—¿Ya te ha dado Daisy el recorrido?
—Estaba a punto de hacerlo —dice.
Pero de alguna manera, no termino en un recorrido por esta casa húmeda.
Termino sentada en una silla de plástico agrietada junto al fuego con Buck y, ¿creo?
Chip y Lita, la chica que pronto será guía de rafting. Están clasificando las películas
de Nicolas Cage según varios criterios como azules y morados profundos del
anochecer que se funden azules y negros más profundos de la noche, el cielo
estrellado parece desplegarse sobre nosotros como una gran manta punteada por
la luz.
Lita se ríe fácilmente, lo que siempre pensé que era un rasgo criminalmente
subestimado, y Buck es tan relajado que indirectamente quiero fumar para compartir
una silla con él, y luego me drogo directamente cuando comparte su porro conmigo.
—¿No te encanta? —pregunta con entusiasmo cuando le doy cuantas
caladas.
—Me encanta —digo. A decir verdad, creo que está bien, y además, si
estuviera en cualquier otro lugar, creo que incluso lo odiaría, pero esta noche es
perfecta porque hoy es perfecto, este viaje es perfecto.
97
Alex vuelve a verme después de su recorrido, momento en el que, sí, estoy
sentada acurrucada en el regazo de Buck con su sudadera envuelta alrededor de
mis fríos hombros.
—¿Estás bien? —Alex me pregunta desde el otro lado del fuego.
Asiento con la cabeza.
—¿Tú?
Él asiente con la cabeza, luego Daisy le pregunta algo y él se da la vuelta,
entablando conversación con ella. Echó la cabeza hacia atrás y miró más allá de la
línea de la mandíbula sin afeitar de Buck hacia las estrellas que están muy por
encima de nosotros.
Creo que podría soportarlo si esta noche durara tres días más, pero
finalmente el cielo está cambiando de color de nuevo, la niebla de la mañana silba
sobre la hierba húmeda mientras el sol se asoma sobre un horizonte en algún lugar
a la distancia. La mayor parte de la multitud se ha ido, Alex incluido, y el fuego se
ha reducido a cenizas cuando Buck me pregunta si quiero entrar, y le digo que sí.
Casi le digo que ir adentro me habla, luego recuerdo que no es una broma
mundial, es solo una de las mías y de Alex, y realmente no quiero decírselo a Buck
después de todo.
Me alivia descubrir que tiene una habitación propia, incluso si es del tamaño
de un armario con un colchón en el suelo vestido con nada más que dos sacos de
dormir abiertos en lugar de ropa de cama. Cuando él me besa, es áspero y rasposo
y sabe a hierba y cerveza, pero solo he besado a dos personas antes de esto y uno
de ellos era Jason Stanley, así que esto sigue yendo muy bien en mi libro. Sus
manos están confiadas, aunque un poco perezosas, para igualar al resto de él, y
pronto nos subimos al colchón, con las manos atrapadas en el cabello enredado por
el agua de mar del otro, y las caderas juntas.
El tiene un lindo cuerpo, Creo, que del tipo que está en su mayoría duro por
un estilo de vida activo con un poco de pudor por entregarse a sus diversos vicios.
No como el de Alex, que se ha hecho en el gimnasio durante años con disciplina y
cuidado. No es que el cuerpo de Alex no sea genial, es genial.
Y no es que haya ninguna razón para comparar a los dos, o a sus cuerpos,
de verdad. Es una especie de desastre que el pensamiento incluso se me viniera a
la cabeza.
98
Pero es solo porque Alex tiene el tipo de cuerpo al que estoy acostumbrada
y también es del tipo que espero no tocar nunca. La gente como Alex, cuidadosa,
concienzuda, de gimnasio, reservada, tiende a optar por gente como Sarah Torval,
la que lo consiente y cuida, y es crush de Alex de la biblioteca.
Mientras que las personas como yo son más propensas a terminar
besándose con personas como Buck con sus colchones en el piso y encima de su
cama de bolsas para dormir abiertas.
Él es todo lengua y manos, pero aun así es divertido, besar a este casi
extraño, tener un ferviente y agradecido permiso para tocarlo, es como practicar.
Práctica perfecta y divertida con un chico que conocí en vacaciones, que no tiene
nada que ver con mi vida real. Quién conoce solo a esta Poppy, y no necesita más
que eso.
Nos besamos hasta que mis labios se sienten magullados y nuestras camisas
desaparecen y luego me siento en la oscuridad del amanecer, recuperando el
aliento.
—No quiero tener sexo, ¿de acuerdo?
—Oh, de acuerdo —dice a la ligera, sentándose contra la pared—. Eso es
genial. Sin presión.
Y no parece sentir ningún indicio de incomodidad por esto, pero tampoco me
atrae hacia él para que me bese de nuevo. Se sienta ahí por un minuto, como si
estuviera esperando algo.
—¿Qué? —digo.
—Oh. —Mira hacia la puerta y luego a mí—. Solo pensé, que si no quieres
ligar…
Y luego lo comprendo.
—¿Quieres que me vaya?
—Bueno…—Él da una media risa tímida (o avergonzada para él, de todos
modos) que todavía suena como un ladrido—. Quiero decir, si no vamos a tener
sexo, entonces podríamos. . .
Se queda en silencio, y ahora mi propia risa me toma por sorpresa.
—¿Vas a ligar con alguien más?
Parece realmente preocupado cuando dice
99
—¿Eso te hace sentir mal?
Le devuelvo la mirada durante tres segundos completos.
—Mira, si quisieras tener sexo, estaría. . . Yo quiero. Definitivamente lo hago,
pero como tú no quieres. . . ¿Estás enojada?
Me eché a reír.
—No —digo, poniéndome la camisa de nuevo—. En realidad, no estoy
realmente enojada. Aprecio la honestidad.
Y lo digo en serio, porque es solo Buck, un tipo que conocí en vacaciones, y
considerando todas las cosas, ha sido una especie de caballero.
—Está bien, genial —dice, y muestra esa sonrisa relajada suya, que casi
brilla en la oscuridad—. Me alegro de que estemos bien.
—Estamos bien —estoy de acuerdo—. Pero... ¿dijiste algo sobre una tienda
de campaña?
—Cierto. —Se golpea la frente con la mano—. La roja y negra de enfrente es
toda tuya, chica.
—Gracias, Buck —le digo, y me pongo de pie—. Por todo.
—Oye, espera un segundo. —Se inclina y agarra una revista del suelo al lado
de su colchón, busca un marcador, luego garabatea algo en el borde blanco de una
página y lo arranca—. Si alguna vez vuelves a la isla —dice—, no te quedes en el
barrio de mis abuelos, ¿de acuerdo? Solo ven y quédate aquí. Siempre tenemos
espacio.
Con eso, salgo de la casa, pasó por habitaciones que ya están —todavía—
tocando música y puertas a través de las cuales emanan suaves suspiros y
gemidos.
Afuera, bajo los escalones del porche que están cubiertos de rocío y me dirijo
a la tienda roja y negra. Estoy bastante segura de que vi a Alex desaparecer dentro
de la casa con Daisy hace horas, pero cuando abro la cremallera de la tienda, él
está profundamente dormido en ella. Me meto dentro con cuidado, y cuando me
acuesto a su lado, apenas abre sus ojos hinchados por el sueño y susurra:
—Hola.
—Hola —digo—. Lamento despertarte.
100
—Está bien —dice—. ¿Cómo pasaste la noche?
—Estoy bien —le digo—. Me besé con Buck.
Sus ojos se abren por un segundo antes de encogerse de nuevo y volver a
sus entrecerrados ojos por el sueño.
—Wow —gruñe, luego trata de tragarse una chispa de risa somnolienta—.
¿Coinciden las cortinas con los preocupantes cobertores?
Riendo, le doy un empujón a su pierna con el pie.
—No te lo dije para que pudieras burlarte de mí.
—¿Te dijo lo que estaba diciendo todo ese tiempo en el taxi acuático? —Alex
pregunta a través de otra carcajada—. ¿Cuántas personas estaban en la hamaca
contigo?
Empiezo a reír con tanta fuerza que las lágrimas se me escapan por las
comisuras de los ojos.
—Él... me saco… —Es difícil pronunciar las palabras entre carcajadas, pero
eventualmente lo consigo— . . .me echó cuando le dije que no quería tener sexo.
—Oh, Dios mío —dice Alex, sentándose sobre su codo, el saco de dormir
cae de su pecho desnudo y su cabello baila por la estática—. Qué idiota.
—No —digo—. Estuvo bien. Solo quería tener un poco, y si no de mí,
fácilmente hay cuatrocientas chicas más en este medio acre de bosques hundidos.
Alex se deja caer sobre su almohada.
—Sí, bueno, todavía creo que eso es una mierda.
—Hablando de chicas —digo, sonriendo.
—¿Nosotros... lo hacemos? —dice Alex.
—¿Te acostaste con Daisy?
Él pone los ojos en blanco.
—¿Crees que me enganché con Daisy? —como lo dice de esa forma
pareciera que sí.
Alex pone su brazo debajo de la almohada.
—Daisy no es mi tipo.
101
—Es cierto —digo—. Ella no se parece en nada a Sarah Torval.
Alex vuelve a poner los ojos en blanco y luego los cierra por completo.
—Vete a dormir, bicho raro.
A través de un bostezo, digo
—El sueño me llama
102
Este Verano
Hay muchas sillas vacías disponibles en la piscina del complejo Desert Rose,
todos están en el agua así que Alex y yo ubicamos nuestras toallas en las sillas de
la esquina.
Hace una mueca cuando se sienta.
—El plástico está caliente.
—Todo está caliente. —Me siento a su lado y me quito la salida de baño.
—¿Qué porcentaje de esa piscina crees que ya es orines? —pregunto,
inclinando mi cabeza hacia donde hay muchos bebés con sombrero para el sol
chapoteando en los escalones con sus padres.
Alex hace una mueca.
—No digas eso.
—¿Por qué no?
—Porque hace tanto calor que me voy a meter en el agua de todos modos, y
no quiero pensar en eso. —Él mira hacia otro lado mientras se saca la camiseta
blanca por la cabeza, luego la dobla y gira para dejarla en el suelo detrás de él, los
músculos de su pecho y estómago se tensan en el proceso.
—¿Cómo te has hecho más marcado? —pregunto.
—No lo he hecho. —Saca el bloqueador solar de mi bolso de playa y se pone
un poco en la mano.
103
Miro mi propio estómago, colgando sobre el apretado resaltador naranja de
la parte inferior de mi bikini. En los últimos años, mi estilo de vida de cócteles en
avión y burritos, gyros24 y fideos nocturnos ha comenzado a llenarme y ablandarme.
—Bien —le digo a Alex—, entonces te ves exactamente igual, mientras que
al resto de nosotros se nos empiezan a caer los ojos, los senos y el cuello, y
tenemos más y más estrías, marcas de viruela y cicatrices.
—¿De verdad quieres parecerte a tu yo de dieciocho años? —pregunta, y
comienza a untar grandes gotas de bloqueador solar en sus brazos y pecho.
—Si —Tomo protector solar y me pongo un poco en los hombros—. Pero me
conformaría con veinticinco.
Alex niega con la cabeza, luego la inclina mientras se pone más bloqueador
solar en el cuello.
—Te ves mejor que en ese entonces, Poppy.
—¿En serio? Porque la sección de comentarios en mi Instagram no estaría
de acuerdo —digo.
—Esas son tonterías —dice—. La mitad de las personas en Instagram nunca
han vivido en un mundo en el que no se editaran todas las fotos. Si te vieran en la
vida real, se desmayarían. Todos mis estudiantes están obsesionados con esta
modelo de Instagram que es completamente CGI25. Esta chica animada literalmente
parece un personaje de videojuego y cada vez que la cuenta pública, todos
enloquecen por lo hermosa que es.
—Oh, sí, conozco a esa chica —le digo—. Quiero decir, no la conozco. Ella
no es real, pero conozco la cuenta. A veces me echo clavados profundos leyendo
los comentarios. Tiene una rivalidad con otra modelo CGI, ¿quieres que cubra la
espalda?
—¿Qué? —Él mira hacia arriba, confundido.
Levanto la botella de bloqueador solar.
—¿Tu espalda? Está frente al sol en este momento.
—Oh, si. Gracias. —Se da la vuelta y agacha la cabeza, pero todavía es lo
suficientemente alto como para tener que sentarme sobre mis rodillas para
conseguir el lugar entre sus omóplatos—. De todas maneras. —Se aclara la
24
es carne asada servida en un pan pita, acompañado por verduras, papas fritas y salsas.
25
avatar digital creado a través de imágenes generadas por computadora.
104
garganta—. Los chicos saben que me repugnan seriamente ese tipo de cosas, así
que siempre intentan engañarme para que mire fotos de esa chica falsa, solo para
verme enojado. Es como sentirme mal por hacerte esa Carita de perrito regañado
todos estos años.
Mis manos se quedan quietas en sus hombros cálidos y pecosos por el sol,
y mi estómago se aprieta.
—Me entristecería si dejaras de hacer eso.
Me mira por encima del hombro, su perfil se ve reflejado en una sombra fría
azul mientras el sol cae sobre él desde el otro lado. Por un milisegundo, siento un
cosquilleo por su cercanía, por la sensación de los músculos de sus hombros bajo
mis manos y la forma en que su colonia se mezcla con la dulzura de coco del
bloqueador solar y la forma en que sus ojos color avellana se fijan en mí con firmeza.
Es un milisegundo que pertenece a ese otro cinco por ciento, el de qué
pasaría si.
Si me inclinara hacia adelante y lo besara por encima del hombro, deslizara
su labio inferior entre mis dientes, retorciendo mis manos en su cabello hasta que
se diera la vuelta y me atrajera hacia su pecho.
Pero no hay más espacio para ese qué pasaría si, y lo sé. Creo que él
también lo sabe, porque se aclara la garganta y aparta la mirada.
—¿Quieres que yo también te aplique en la espalda?
—Mm hm —me las arreglo, y ambos nos volvemos a dar la vuelta para que
ahora esté de espaldas a mí, y todo el tiempo que sus manos están sobre mí, estoy
tratando activamente de no registrarlo. Tratando de no sentir algo más caliente que
el sol de Palm Springs reuniéndose detrás de mi ombligo mientras sus palmas me
acarician suavemente.
No importa que haya bebés chillando, gente riendo y preadolescentes
saltando a la piscina en espacios demasiado pequeños. No hay suficientes
estímulos en este grupo ocupado para distraerme, así que paso a un plan B
elaborado apresuradamente.
—¿Hablaste alguna vez con Sarah? —dejo escapar, mi voz es un poco más
alta de lo habitual.
—Um. —Las manos de Alex se levantan de mí—. Algunas veces. Ya terminé,
por cierto.
105
—Genial. Gracias. —Me doy la vuelta y me vuelvo a ubicar en mi silla,
poniendo un buen pie de distancia entre nosotros—. ¿Sigue enseñando en East
Linfield? —Con lo competitivos que eran los trabajos de docencia en esos tiempos,
parecía un sueño cuando ambos encontraron puestos en la misma escuela y se
mudaron de regreso a Ohio, luego se separaron.
—Si. —Él mete la mano en mi bolso y saca las botellas de agua que llenamos
con los granizados de margarita prefabricados que obtuvimos en CVS 26. Me entrega
uno de ellos—. Ella todavía está ahí.
—Así que deben verse mucho —le digo—. ¿Es incómodo?
—No, en realidad no —me dice.
—¿Realmente no se ven mucho o no es realmente incómodo?
Compra algo de tiempo con un largo trago en la botella de agua.
—Uhh, supongo que ninguno de los dos.
—Es... ¿Ella está viendo a alguien? —pregunto.
—¿Por qué? —dice Alex—. Pensé que ella no te caía bien.
—Sí —digo, la vergüenza corre por mis venas como una droga de efecto
rápido—. Pero a ti sí, así que quiero asegurarme de que estás bien.
—Estoy bien —dice, pero suena incómodo, así que lo dejo.
No hablar de Ohio, no hablar sobre el cuerpo ridículamente en forma de Alex,
no mirarlo a los ojos a menos de quince centímetros de distancia, y no mencionar a
Sarah Torval.
Yo puedo hacer eso. Creo.
—¿Deberíamos meternos en el agua? —pregunto.
—Por supuesto.
Pero a medida que nos abrimos paso entre la manada de bebés para bajar
los escalones de la piscina, rápidamente queda claro que esta no es la solución a
la incomodidad entre nosotros. Por un lado, el agua, con todos los cuerpos parados
(y potencialmente orinando) en ella, se siente casi tan caliente como el aire y de
alguna manera aún más desagradable.
26
Cadena farmacéutica de Estados Unidos.
106
Por otro lado, hay tanta gente que tenemos que estar tan cerca que los dos
tercios superiores de nuestro cuerpo casi se tocan. Cuando un hombre fornido con
un sombrero de camuflaje pasa por mi lado, choco con Alex y un rayo de pánico me
atraviesa al sentir su estómago resbaladizo contra el mío. Me agarra por las caderas
estabilizándome y alejándome a la vez, de regreso al lugar que me corresponde a
dos pulgadas de él.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—Mm hm —digo, porque todo lo que realmente puedo concentrarme es en
la forma en que sus manos se extienden sobre mis huesos de la cadera. Espero
que haya mucho de eso en este viaje. El mm—hm, no las gigantescas manos de
Alex en mis caderas.
Me suelta y estira el cuello por encima del hombro, mirando hacia nuestras
cosas.
—Quizás deberíamos leer hasta que haya menos gente —sugiere.
—Buena idea. —Lo sigo en un camino zigzagueante de regreso a los
escalones de la piscina, al cemento ardiente, a las toallas demasiado cortas
extendidas en las sillas, donde nos tumbamos a esperar. Él saca una novela de
Sarah Waters, que termina pronto, luego sigue con un libro de Augustus Everett, yo
sacó el último problema de R+R, planeando echarle un vistazo a todo lo que no
escribí. Tal vez encuentre una chispa de inspiración que pueda llevarle a Swapna
para que no se enoje conmigo.
Finjo leer durante dos horas sudorosas y la piscina nunca se vacía.
Tan pronto como abramos la puerta del apartamento, sé que las cosas van a
empeorar.
—Qué demonios —dice Alex, siguiéndome al interior.
—¿Se puso más caliente? —Me apresuro al termostato y leo los números
iluminados ahí—. ¡¿Ochenta y dos?!
—¿Quizás lo estamos presionando demasiado? —sugiere
acercándose a mí—. Veamos si podemos bajarlo a ochenta por lo menos.
Alex,
107
—Sé que ochenta es, técnicamente hablando, mejor que ochenta y dos, Alex
—digo—, pero todavía nos vamos a morir si tenemos que dormir a ochenta grados
de temperatura.
—¿Deberíamos llamar a alguien? —pregunta Alex.
—¡Sí! ¡Definitivamente deberíamos llamar a alguien! ¡Buena idea! —Busco
mi teléfono en la bolsa de playa y busco en mi correo electrónico el número de
teléfono del anfitrión. Presiono llamar y suena tres veces antes de que una voz ronca
y humeante se escuche por la línea.
—¿Sí?
—¿Nikolai?
Dos segundos de silencio.
—¿Quién es?
—Soy Poppy Wright. ¿Me quedo en 4B?
—Okey.
—Estamos teniendo problemas con el termostato.
Esta vez, hay tres segundos de silencio.
—¿Intentaste buscarlo en Google?
Ignoro la pregunta y sigo adelante.
—Estaba fijado a ochenta grados cuando llegamos aquí. Intentamos bajarlo
a setenta, hace dos horas y ahora está en ochenta y dos.
—Oh, sí —dice Nikolai—. Lo estás presionando demasiado.
Supongo que Alex puede escuchar lo que dice Nikolai, porque asiente, como
diciendo te lo dije.
—¿Entonces… no lo puedes arreglar... para que esté más frío, más bajo de
setenta y ocho? —le digo—. Porque eso no estaba en la publicación, ni tampoco la
construcción afuera de ...
—Solo puedes hacer un anuncio a la vez, cariño —dice Nikolai con un suspiro
pesado—. ¡No puedes simplemente bajar un termostato a setenta grados! ¿Y quién
se queda con un apartamento a setenta grados de todos modos?
108
Alex y yo intercambiamos una mirada.
—Sesenta y siete —susurra.
Sesenta y cinco, digo, haciéndole un gesto.
—Bueno…
—Mira, mira, mira, cariño —Nikolai me interrumpe de nuevo—. Bájalo a
ochenta y uno. Cuando baje a ochenta y uno, bájalo a ochenta. Luego bájalo a
setenta y nueve, y cuando baje a setenta y nueve, ponlo en setenta y ocho, y una
vez que sean setenta y ocho...
—...continúa y le cortaré la cabeza —susurra Alex, aparto el teléfono de mí
antes de que Nikolai pueda oírme reír.
Lo arrastro de vuelta a mi mejilla, y Nikolai todavía me está explicando cómo
contar hacia atrás desde ochenta y dos.
—Lo tengo —digo—. Gracias.
—No hay problema —dice Nikolai con otro suspiro—. Que tengas una buena
estadía, cariño.
Cuando cuelgo, Alex vuelve al termostato y lo vuelve a subir a ochenta y uno.
—Está en eso, no avanza literalmente a nada.
—Si no podemos hacer que funcione… —Me desvanezco cuando toda la
fuerza de nuestra situación me golpea. Iba a decir que, si no podíamos hacerlo
funcionar, simplemente nos reservaría una habitación de hotel con la tarjeta R+R.
Pero por supuesto que no podemos.
Podría ponerlo en mi propia tarjeta de crédito, pero, viviendo en Nueva York,
en un apartamento demasiado bonito para mí, en realidad no tengo una tonelada
de ingresos prescindibles. Las ventajas de mi trabajo son posiblemente la mayor
forma de ingresos. Podría intentar conseguirnos una habitación a través de un
intercambio publicitario, pero he estado holgazaneando en mis redes sociales y
blogs, y no estoy segura de tener suficiente influencia. Además, muchos lugares no
harán eso con influencers. Algunos incluso capturarán sus solicitudes de correo
electrónico y las publicarán en línea para avergonzarlos. No es que yo sea George
Clooney, solo soy una chica que toma fotografías bonitas; podría conseguirnos un
descuento, una habitación libre es poco probable.
109
—Vamos a encontrar algo —dice Alex—. ¿Quieres ducharte primero, o lo
hago yo?
Puedo decir por la forma en que mantiene sus brazos ligeramente alejados
de su cuerpo que está desesperado por estar limpio, y si se mete a la ducha ahora,
tal vez hasta consiga bajar la temperatura unos grados mientras tanto.
—Adelante —le digo, y él se escabulle.
Todo el tiempo que puedo escuchar el agua correr, estoy caminando. Desde
la cama plegable hasta el balcón envuelto en plástico y el termostato. Finalmente,
baja a ochenta y uno, y reprogramo la temperatura a ochenta y sigo caminando.
Después de decidir documentar esto para poder informar a Airbnb e intentar
recuperar algo de dinero, tomó fotografías del sofá cama y el porche;
afortunadamente, la construcción de arriba ha cesado por hoy, así que al menos
está tranquilo, el zumbido de la conversación y salpicaduras de agua que suben
desde la piscina, luego regreso al termostato, que baja a ochenta ahora, para tomar
una foto de eso también.
Justo cuando estoy reajustando la temperatura a setenta y nueve, la ducha
se apaga, así que balanceo mi maleta sobre la silla plegable, abro la cremallera de
la bolsa y comienzo a buscar algo liviano para la cena.
Alex sale del baño envuelto en una nube de vapor con una toalla envuelta
alrededor de su cintura, con una de sus manos asegurándola en la cadera mientras
la otra pasa por su cabello mojado, dejándolo levantado y desordenado.
—Tu turno —dice, pero me toma un segundo calcular a través de la neblina
de su torso largo y delgado y la afilada forma de su cadera izquierda.
¿Por qué es tan diferente ver a alguien con una toalla que en traje de baño?
Hace treinta minutos, Alex estaba técnicamente más desnudo que esto, pero ahora,
las suaves líneas de su cuerpo se sienten más escandalosas. Siento que toda la
sangre de mi cuerpo está saliendo a la superficie, presionando contra mi piel para
que cada centímetro de mí esté más alerta.
Nunca solía ser así. Todo esto se debe a Croacia.
¡Maldito seas tú y tus hermosas islas, Croacia!
—¿Poppy? —Alex dice.
110
—Mm hm —digo, luego recuerdo al menos agregar—. Sí. —Vuelvo a mi
bolso y agarro un vestido, un sostén y ropa interior al azar—. Okey, la habitación es
toda tuya.
Me apresuro al baño lleno de vapor y cierro la puerta mientras me quito la
parte superior del bikini solo para congelarme, aturdida al ver una enorme cápsula
de vidrio teñido de azul que ocupa una pared completa, con un asiento reclinado en
ambos lados, como si fuera una especie de ducha grupal de Los Supersónicos.
—Ay, Dios mío. —Estoy segura de que no estaba en las fotografías. De
hecho, toda esta habitación es irreconocible desde la del sitio web, transformada de
los grises sutiles y playeras de su antiguo yo en el azul brillante y los blancos
estériles de la vista hipermoderna que tengo ante mí.
Tomo una toalla del perchero, me envuelvo con ella y abro la puerta.
—Alex, ¿por qué no dijiste nada sobre el...?
Alex agarra su toalla y se la pone a su alrededor y yo hago todo lo posible
para retomar el lugar donde falló mi oración y fingir que eso no sucedió.
—...baño de la nave espacial?
—Supuse que lo sabías —me dice Alex, su voz un poco ronca—. Tú
reservaste este lugar.
—Deben haberlo remodelado desde que se tomaron las fotos —digo—.
¿Cómo averiguaste cómo hacer funcionar esa cosa?
—Honestamente —dice Alex—, lo más difícil fue arrebatarle el control al
sistema de inteligencia artificial al estilo 2001: Odisea del espacio. Después de eso,
el mayor problema fue que seguí mezclando los controles del sexto cabezal de
ducha con los del masajeador de pies.
Es suficiente para romper la tensión. Me disuelvo en la risa y él también, y
deja de importar tanto que estamos aquí parados en nuestras toallas.
—Este lugar es el purgatorio —digo. Todo es lo suficientemente bueno como
para hacer que los problemas sean mucho más evidentes.
—Nikolai es un sádico —coincide Alex.
—Sí, pero es un sádico con un baño de nave espacial. —Me regreso al baño
para estudiar de nuevo la ducha de múltiples cabezales y asientos.
111
Me echo a reír de nuevo y me inclino hacia atrás para encontrar a Alex ahí
de pie, sonriendo. Se ha puesto una camiseta sobre la parte superior del cuerpo
húmedo, pero no se ha arriesgado a cambiar la toalla.
Vuelvo al baño.
—Está bien, te dejaré bailar desnudo por el apartamento en privado ahora.
Usa tu tiempo sabiamente.
—¿Es eso lo que haces? —Alex dice—. ¿Bailar desnuda por el apartamento
cada vez que estoy en la otra habitación? Lo haces, ¿no?
Me alejo girando mientras cierro la puerta.
—¿No te gustaría saberlo, Porny Alex?
112
Hace Nueve Veranos
A pesar de que Alex pasó la mayoría de su tiempo libre del tercer año
tomando turnos en la biblioteca (yo por lo tanto pasé cada momento libre sentada
en el suelo detrás del escritorio de referencia comiendo Twizzlers y burlándome de
él cada vez que Sarah Torval pasaba tímidamente por ahí), no hay dinero para un
gran viaje este verano.
Su hermano menor comenzará la universidad el próximo año, sin mucha
ayuda financiera y Alex, siendo un santo entre los simples hombres, está ahorrando
todos sus ingresos para la matrícula de Bryce.
Cuando me dio la noticia, Alex dijo:
—Entiendo si quieres ir a París sin mí.
Mi respuesta fue instantánea.
—París puede esperar. En su lugar, visitemos nuestro París.
Él arqueó una ceja.
—¿Cuál es?
—Dah —dije—. Nashville.
Él se rio encantado. Me encantaba deleitarlo, vivía para ello. Tenía urgencia
por hacer que esa cara seria se rompiera, y últimamente no había habido suficiente
de eso.
Nashville está a solo cuatro horas en automóvil de Linfield y, milagrosamente,
la camioneta de Alex sigue funcionando. Así que Nashville será.
Cuando llega por mi en la mañana de nuestro viaje, todavía estoy
empacando, y papá lo hace sentarse y responder una serie de preguntas al azar
113
mientras termino. Mientras tanto, mi mamá se cuela en mi habitación con algo
escondido detrás de su espalda, cantando.
—Hoolaa, cariño.
Miró por encima de la explosión de colores hecha por mi ropa, que está en
mi maleta.
—¿Holaa?
Ella se sienta en mi cama, con las manos aún en su espalda.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto—. ¿Estás esposada? ¿Nos están
robando? Parpadea dos veces si no puedes decir nada.
Ella saca lo que tenía escondido e Inmediatamente grito y se lo quitó de las
manos tirándolo al suelo.
—¡Poppy! —me dice fuertemente.
—¡¿Poppy?! —le digo—. ¡Nada de Poppy! ¡Mamá! ¿Por qué llevas una caja
grande de condones en la espalda?
Ella se inclina y la recoge. No está abierto (¿afortunadamente?), por lo que
no se derramó nada.
—Simplemente pensé que es hora de que hablemos de esto.
—Uh uh. —Niego con la cabeza—. Son las nueve y veinte de la mañana. No
es el momento de hablar de esto.
Suspira y deja la caja encima de mi maleta que parece que está a punto de
explotar.
—Solo quiero que ustedes, chicos se cuiden. Tienes mucho qué explorar.
¡Queremos que todos tus sueños más locos se hagan realidad, cariño!
Mi corazón tartamudea. No porque mi mamá esté insinuando que Alex y yo
estamos teniendo sexo, ahora que se me ocurrió, por supuesto que eso es lo que
ella piensa.
Pero sé que está recalcando la importancia de terminar la universidad, lo cual
todavía no le he dicho que no planeo hacerlo.
Solo le dije a Alex que no volveré el año que viene. He estado esperando
para contarle a mis padres hasta después del viaje para que no ocurra ningún
inconveniente.
114
Mis padres son un gran apoyo, pero eso se debe en parte a que ambos
querían ir a la universidad y ninguno de ellos tenía el apoyo para hacerlo. Siempre
han asumido que cualquier sueño que yo pueda tener va ligado con algún título
universitario.
Pero a lo largo del año escolar, la mayor parte de mis sueños y energía se
han dedicado a viajar: viajes de fin de semana y breves períodos durante las
vacaciones de la escuela, generalmente sola, pero a veces con Alex (acampar,
porque eso es lo que podemos pagar), o con mi compañera de cuarto, Clarissa, una
chica hippie adinerada que conocí en una reunión informativa sobre programas de
estudios en el extranjero a finales del año pasado (visitamos las casas del lago que
cada uno de sus padres tiene por separado).Cursará su último año en Viena y
obtendrá créditos en historia del arte para eso, pero cuanto más consideraba
cualquiera de esos programas, menos interesada estuve.
No quiero ir a Australia solo para pasar todo el día en un aula, y no quiero
acumular miles de deudas más solo para tener una experiencia académica en
Berlín. Para mí, viajar es deambular, conocer gente que no esperas, hacer cosas
que nunca has hecho, y aparte de eso, todos esos viajes de fin de semana han
comenzado a dar sus frutos. Solo he estado escribiendo en un blog durante ocho
meses y ya tengo algunos miles de seguidores en las redes sociales.
Cuando me enteré de que no cumplí con el requisito general de ciencias
biológicas y, por lo tanto, me tomaría un semestre más para graduarme, esa fue la
gota que colmó el vaso.
Y les voy a contar todo esto a mis padres y, de alguna manera, encontraré la
manera de hacerles entender que la escuela no es lo adecuado para mí como lo es
para personas como Alex, pero hoy no es ese día. Hoy iremos a Nashville, y
después del último semestre, todo lo que quiero es liberarme.
Simplemente no en la forma en que mi madre está insinuando.
—Mamá —le digo—. No voy a tener sexo con Alex.
—No tienes que decirme nada —responde ella con un asentimiento sereno,
tranquilo y sereno, aunque esa tranquilidad se pierde por completo a medida que
continúa—: Solo necesito saber que estás siendo responsable. ¡Dios mío, no puedo
creer lo mayor que eres! Me pongo a llorar solo de pensar en eso. ¡Pero aún tienes
que ser responsable! Sin embargo, estoy segura de que sí. ¡Eres una chica tan
inteligente! Y siempre te has conocido a ti misma. Estoy tan orgullosa de ti, cariño.
Estoy siendo más responsable de lo que ella cree. Si bien me he besado con
algunos tipos diferentes durante el último año, e hice más que eso con uno, todavía
115
me he mantenido bastante segura en el carril lento. Cuando le admití esto a Clarissa
durante un viaje a la casa del lago de su madre en la orilla más alejada del lago
Michigan, sus ojos se abrieron como si estuviera mirando una piscina de visiones,
y dijo de esa manera airada:
—¿Qué estás esperando?
Solo me encogí de hombros. La verdad es que no estoy segura. Me imagino
que lo sabré cuando lo vea.
A veces pienso que estoy siendo demasiado práctica, que no es algo de lo
que me hayan acusado nunca, pero con esto, a veces siento que estoy esperando
las circunstancias perfectas para una Primera Vez.
Otras veces creo que podría tener algo que ver con Porny Poppy. Después
de todo eso, soy incapaz de perderme en un momento, en una persona.
Tal vez solo necesito tomar una decisión, elegir a alguien de mi lista de
crushes que tengo por algunos chicos con los que Alex y yo nos encontramos
habitualmente en las fiestas. La gente del departamento de inglés de con él, o de la
facultad de comunicaciones conmigo, o cualquiera de los otros personajes que
aparecen en nuestras vidas.
Pero por ahora, tengo esperanza, esperando ese momento mágico en el que
se sienta bien con una persona en particular.
Esa persona no va a ser Alex.
En realidad, si tuviera que elegir a alguien, probablemente lo sería. Sería
sincera con él, le explicaría lo que quiero hacer y por qué, y probablemente insistiría
en que ambos firmáramos algo con sangre diciendo que solo sucedería una vez y
que nunca volveríamos a hablar de ello.
Pero incluso si se trata de eso, hago un voto silencioso y solemne en este
momento, no usaré un condón de la caja que mi mamá acaba de meter en mi
maleta.
—De verdad, de verdad te juro que no necesito estos —digo.
Ella se pone de pie y palmea la caja.
—Quizás no ahora, pero ¿por qué no aferrarse a ellos? Por si acaso.
Además, ¿tienes hambre? Tengo galletas en el horno y, mierda, me olvidé de iniciar
el lavavajillas.
116
Ella se apresura a salir de la habitación y yo termino de empacar, luego
arrastro mi maleta hacia abajo. Mamá está en la isla, cortando plátanos para el pan
de plátano, mientras las galletas se enfrían, y Alex está sentado de manera muy
rígida junto a mi padre.
—¿Listo? —le digo, y se levanta del asiento como diciendo nací listo para no
sentarme junto a tu intimidante padre.
—Si. —Se frota las manos por la parte delantera de sus pantalones—. Si. —
Es en ese momento que él nota la caja de condones debajo de mi brazo.
—¿Esto? —le digo—. Estos son solo quinientos condones que mi mamá me
dio en caso de que nosotros empecemos a follarnos.
Alex se sonroja.
—¡Poppy! —me dice mamá
Papá mira por encima del hombro, horrorizado.
—¿Desde cuándo ustedes dos están románticamente involucrados?
—Yo no... nosotros no... lo estamos, señor —intenta Alex.
—Toma, ¿puedes llevar esto al auto, papá? —le paso la maleta sobre la
isla—. Mi brazo se está cansando de sostenerlo. Ojalá nuestro hotel tenga esos
grandes carritos de equipaje.
Alex todavía no mira a papá.
—Realmente no estamos. . .
Mamá se mete las manos en las caderas.
—Se suponía que eso era privado. Mira, lo estás avergonzando. No lo
avergüences, Poppy. No te avergüences, Alex.
—No iba a durar mucho tiempo en privado —digo—. Si esa caja no cabe en
el maletero, tendremos que atarla a la parte superior de la camioneta.
Papá deja la caja en la mesa auxiliar y comienza a leer el costado con el ceño
fruncido.
—¿Están realmente hechos de piel de cordero? ¿Son reutilizables?
Alex no puede ocultar su estremecimiento.
117
Mamá dice:
—¡No estaba segura de si alguno de ellos es alérgico al látex!
—Está bien, tenemos que salir a la carretera —digo—. Ven a darnos un
abrazo de despedida, la próxima vez que nos veas, es posible que seas abuelo…
—Me dejo de frotar la barriga de manera significativa cuando veo la expresión del
rostro de Alex—. ¡Es una broma! Sólo somos amigos. Adiós, mamá. ¡Adiós, papá!
—Oh, te lo vas a pasar genial. No puedo esperar a escucharlo todo. —Mamá
sale de detrás del mostrador y me da un abrazo—. Sé buena. —me dice—. ¡Y no
olvides llamar a tus hermanos cuando llegues! ¡Están desesperados por saber de
ti!
Por encima de su hombro miro a Alex, desesperado, y finalmente esboza una
sonrisa.
—Te amo, pequeña. —Papá se baja del taburete para darme un abrazo—.
Cuida a mi pequeña bebé, ¿de acuerdo? —le dice a Alex antes de tirar de él en un
abrazo de espalda que lo sobresalta de nuevo cada vez que lo hace—. No dejes
que se comprometa con un cantante de country o que se rompa el cuello con un
toro mecánico.
—Por supuesto —dice Alex.
—Ya veremos —digo, y luego nos acompañan afuera (con la caja de
condones dejada a salvo en la isla) y nos despiden mientras avanzamos por el
camino de entrada, y Alex sonríe y se despide con la mano hasta que finalmente
estamos fuera de la vista de mis padres, en ese momento me mira y dice serio:
—Estoy muy enojado contigo.
—¿Cómo puedo compensarlo? —Muevo mis pestañas como una caricatura
sexy de gato.
Él pone los ojos en blanco, pero una sonrisa se torna en la esquina de su
boca cuando sus ojos vuelven a la carretera.
—Por un lado, definitivamente montarás un toro mecánico.
Pongo los pies en el tablero, mostrando con orgullo las botas vaqueras que
encontré en una tienda de segunda mano hace unas semanas.
—Voy un paso adelante.
118
Sus ojos se deslizan hacia mí, y bajan por mis piernas hasta el cuero rojo
brillante.
—Y se supone que esos te mantendrán en un toro mecánico, ¿cómo?
Hago clic juntando mis talones.
—No lo harán. Se supone que simplemente encantarán al guapo cantante de
country del bar para que me saque de la alfombra y me lleve a sus brazos de
aficionado a la granja.
—Aficionado a la granja —resopla Alex, no muy impresionado por la idea.
—Lo dice el aficionado al Gym —bromeo.
Él frunce el ceño.
—Hago ejercicio para mi ansiedad.
—Sí, estoy segura de que no podrías preocuparte menos por ese hermoso
cuerpo. Es incidental.
Su mandíbula palpita y sus ojos se fijan de nuevo en la carretera.
—Me gusta verme bien —dice con una voz que implica un agregado: ¿Eso
es un crimen?
—A mí también. —Deslizó uno de mis pies por el tablero hasta que mi bota
roja está en su campo de visión—. Obviamente.
Su mirada se lanza sobre mi pierna hasta la consola del medio, donde su
cable auxiliar se encuentra en un bucle ordenado.
—Toma. —Me lo entrega—. ¿Por qué no empiezas?
En días de viaje siempre nos turnamos para poner música, pero Alex siempre
me deja poner de primeras, porque él es Alex, y es el mejor.
Insisto en mi lista de reproducción música country durante todo el viaje, está
llena de Shania Twain, Reba McEntire, Carrie Underwood y Dolly Parton. Las de
Alex son todas de Patsy Cline y Willie Nelson, Glen Campbell y Johnny Cash, y una
ayuda de Tammy Wynette y Hank Williams.
Encontramos el hotel en Groupon27 hace meses, y es uno de esos lugares
cursis y únicos con un letrero rosa neón (con un sombrero de vaquero de dibujos
27
sitio web de ofertas del día que presenta cupones de descuentos.
119
animados sobre la palabra VACANTE) que hace que el apodo ‘Nashvegas’
finalmente tenga sentido para mí.
Nos registramos y llevamos nuestras cosas adentro. Cada habitación tiene
un tema vagamente inspirado en un famoso músico de Nashville, lo que significa
que hay fotos enmarcadas de ellos por toda la habitación, y luego los mismos
horribles edredones florales y densos forros de color canela en todas las camas.
Traté de solicitar la habitación de Kitty Wells, pero aparentemente cuando reservas
a través de Groupon, no puedes elegir.
Estamos en la habitación de Billy Ray Cyrus.
—¿Crees que le pagan por esto? —le pregunto a Alex, que está levantando
la ropa de cama para comprobar si hay chinches en la base de los colchones.
—Lo dudo —dice—. Tal vez le manden ocasionalmente yogurt helado
Groupon o algo así. —Él aparta las cortinas y mira el letrero de neón parpadeante—
. ¿Hacen habitaciones por horas aquí? —dice con escepticismo.
—Realmente no importa —digo—, desde que dejé la caja de condones en
casa. —Se estremece y se deja caer sobre una de las camas, satisfecho de que
esté libre de insectos.
—Si no hubiera tenido que presenciar eso, en realidad sería bastante dulce.
—Yo sí lo habría tenido que presenciar, Alex. ¿no te importa?
—Sí, pero eres su hija. Lo más cerca que estuvo mi padre de darnos una
charla sobre sexo fue dejar un libro en nuestras camas sobre la pureza cuando
cumplimos trece años. Pensé que masturbarme causaba cáncer hasta los dieciséis
años.
Mi pecho se aprieta con fuerza. A veces olvido lo difícil que lo ha pasado Alex.
Su madre murió de complicaciones durante el nacimiento de David, el Señor Nilsen
y sus cuatro hijos han estado sin esposa y sin madre desde entonces. Su padre
finalmente salió con una mujer de su iglesia el año pasado, pero rompieron después
de tres meses, y aunque el Señor Nilsen fue el que terminó, estaba tan destrozado
que Alex tuvo que conducir a casa desde la escuela a mitad de la semana para
ayudarlo a superarlo.
Alex es a quien también llaman sus hermanos cuando algo sale mal, es la
roca emocional.
A veces pienso que por eso nos unimos tanto el uno al otro, porque él está
acostumbrado a ser el hermano mayor firme y yo a ser la hermana pequeña molesta.
120
Es una dinámica que entendemos: yo me burlo con amor de él, y él hace que el
mundo entero se sienta más seguro para mí.
Esta semana, sin embargo, no voy a necesitar nada de él. Mi misión es
ayudar a Alex a soltarse, sacar a su Alex ridículo de su Alex con exceso de trabajo
e hiperconcentrado.
—Sabes —le digo, sentándome en la cama—, si alguna vez quieres pedir
prestado a unos padres autoritarios, los míos están obsesionados contigo. Quiero
decir, claramente. Mi mamá quiere que me quites la virginidad.
Se apoya en las manos y ladea la cabeza.
—¿Tu mamá cree que no has tenido relaciones sexuales?
Me frustro.
—No he tenido sexo, pensé que lo sabías. —Parece que hablamos de todo,
pero supongo que todavía hay algunos lugares a los que no hemos ido.
—No. —Alex tose—. Quiero decir, no lo sé. Dejaste algunas fiestas con
personas.
—Sí, pero nunca pasó nada serio. No es como si hubiera salido con algunos
de ellos.
—Pensé que era solo porque no te gustaban las citas.
—Supongo que no —digo, o al menos hasta ahora no lo he hecho—. No sé,
supongo que solo quiero que sea especial. No es que tenga que haber luna llena y
estemos en un jardín de rosas o algo así.
Alex hace una mueca.
—El sexo al aire libre no es lo que parece ser.
—¡Pequeño descarado! —clamo—. Me lo has estado ocultando.
Él se encoge de hombros, con las orejas enrojecidas.
—Simplemente no hablo de esto con cualquiera, es como si tan solo decir
eso me hiciera sentir culpable, como si le estuviera haciendo daño de alguna
manera.
—No es como si dijeras su nombre. —Me incliné hacia adelante y bajé la
voz—. ¿Sarah Torval?
121
Él choca su rodilla contra la mía, sonriendo levemente.
—Estás obsesionada con Sarah Torval.
—No, amigo —le digo—. Tú lo estás.
—No fue con ella —dice—. Fue con otra chica de la biblioteca. Lydia.
—Oh… por… Dios —digo, aturdida—. ¿La de los grandes ojos de muñeca y
exactamente el mismo corte de cabello que Sarah Torval?
—¡Detente! —Alex se queja y se sonroja, agarra una almohada y me la
arroja—. Deja de avergonzarme.
—¡Pero es tan divertido!
Obliga a su rostro a relajarse y poner su Cara de perrito al borde del llanto y
yo grito y me arrojo hacia atrás en la cama, todo mi cuerpo se debilita de risa
mientras me paso la almohada sobre los ojos. La cama se hunde bajo su peso
mientras él se sienta a mi lado y me quita la almohada de la cara inclinándose sobre
mí, con las manos a ambos lados de mi cabeza, poniendo su cara de perrito triste
donde la pueda ver.
—Oh, Dios mío —jadeó a través de una mezcla de lágrimas y risas—. ¿Por
qué esto tiene un efecto tan confuso en mí?
—No lo sé, Poppy —dice, la expresión se profundiza con tristeza.
—¡Me habla! —grito a través de la risa, y su boca se convierte en una sonrisa.
Y justo entonces. Eso.
Ese es el primer momento en el que quiero besar a Alex Nilsen.
Lo siento hasta los dedos de los pies durante dos segundos sin aliento, luego
guardo esos segundos en un nudo apretado, metiéndolos profundamente en mi
pecho donde me prometo que vivirán en secreto para siempre.
—Vamos —dice en voz baja—. Vamos a montarte en un toro mecánico.
122
Este Verano
Regulamos el termostato a setenta y nueve y lo ponemos en setenta y ocho
antes de irnos a un restaurante mexicano llamado La casa de Sam, que tiene una
gran puntuación en Tripadvisor y solo el símbolo del dólar indica su costo. La comida
es excelente, pero el aire acondicionado es el verdadero MVP28 de la noche.
Alex sigue reclinándose en la cabina, cerrando los ojos y dando suspiros de
satisfacción.
—¿Crees que Sam nos deje dormir aquí? —pregunto.
—Podríamos intentar escondernos en el baño hasta que cierre —sugiere
Alex.
—Tengo miedo de beber demasiado y sufrir un agotamiento por calor —digo,
tomando otro sorbo de la ‘margarita jalapeña’ que pedimos en una jarra.
—Tengo miedo de beber muy poco y no ser capaz de noquearme a mí mismo
durante toda una noche.
Incluso pensar en eso hace que mi cuello esté lleno de sudor.
—Lamento lo de Airbnb —digo—. Ninguna de las críticas mencionó un aire
acondicionado defectuoso. —Aunque ahora me pregunto cuántas personas se
quedarán ahí en pleno verano.
—No es tu culpa —dice Alex—. Hago a Nikolai totalmente responsable.
Asiento y el silencio se despliega torpemente hasta que pregunto:
—¿Cómo está tu papá?
28
Siglas en inglés, la persona/cosa más importante.
123
—Sí —dice Alex—. Bien, lo está haciendo bien. ¿Te dije sobre la calcomanía
para el parachoques?
Yo sonrío.
—Lo hiciste.
Me da una risa cohibida y se pasa la mano por el cabello.
—Dios, envejecer es aburrido. Mi mejor historia de fiesta es que mi papá tiene
una nueva calcomanía en el parachoques.
—Una muy buena historia —insisto.
—Tienes razón. —Su cabeza se inclina—. ¿Luego quieres saber sobre mi
lavavajillas?
Jadeo y mi corazón se aprieta.
—¿Eres dueño de tu propio lavavajillas? ¿Está a tu nombre?
—Um. Por lo general, no se registran lavavajillas a tú nombre, pero sí, lo
compré. Justo después de que obtuve la casa.
Una emoción sin nombre apuñala mi pecho.
—Tú... ¿compraste una casa?
—¿No te lo dije?
Niego con la cabeza, por supuesto que no me lo dijo. ¿Cuándo me lo habría
dicho? Pero todavía me duele, cada cosa que me he perdido en los últimos dos
años duele.
—Es la casa de mis abuelos —dice—. Después de que mi abuela falleciera,
se la dejó a mi papá, y él quería venderla, pero necesita unos arreglos y él no tenía
ni tiempo ni dinero, así que he estado viviendo en ella, arreglándola.
—¿Betty? —Me tragué la maraña de emociones que me subían a la
garganta. Solo vi a la abuela de Alex unas pocas veces, pero la amaba. Era más
pequeña que yo y feroz, amante de los misterios de asesinatos y el crochet, la
comida picante y el arte moderno. Ella se enamoró de su sacerdote y él dejó el
sacerdocio para casarse con ella (“¡Y así fue como nos hicimos protestantes!”) Y
luego (“ocho meses después”, me dijo con un guiño), la madre de Alex había nacido
con una cabellera espesa y oscura como la de ella y una nariz “fuerte” como la del
abuelo de Alex, que descanse en paz.
124
Su casa tenía cuatro niveles, de estilo funky de principios de los sesenta.
Tenía el papel tapiz floral naranja y amarillo original en la sala de estar, y había
tenido que poner una fea alfombra marrón sobre la madera y los azulejos, incluso
en el baño, después de que resbaló y se rompió la cadera hace varios años.
—¿Betty se ha ido? —yo susurro.
—Se fue tranquila —dice Alex, sin mirarme—. Sabes, ella era muy, muy vieja.
—Ha comenzado a doblar nuestros envoltorios de las pajitas, precisamente, en
pequeños cuadrados. No muestra ningún signo de emoción, pero sé que Betty era
prácticamente su miembro favorito de la familia, tal vez empatado con David.
—Dios, lo siento. —Luché para evitar que mi voz temblara, pero mi emoción
aumenta, al estilo de un maremoto—. Flannery O'Connor y Betty. Ojalá me lo
hubieras dicho.
Sus ojos color avellana se acercan a los míos.
—No estaba seguro de que quisieras saber de mí.
Parpadeó para contener las lágrimas, apartó la mirada y finjo que me estoy
quitando el cabello de la cara en lugar de secarme los ojos. Cuando lo miro, su
mirada todavía está fija en mí.
—Yo quería —digo. Mierda, han llegado los temblores.
Incluso la banda de mariachis que toca en la trastienda parece quedarse en
silencio, de modo que solo somos nosotros en esta cabina roja con su colorida mesa
tallada a mano.
—Bueno —dice Alex en voz baja—. Ahora lo sé.
Quiero preguntarle si quiso hablar conmigo durante todo ese tiempo, si
alguna vez me escribió mensajes que no se enviaron o si pensó en llamarme
durante tanto tiempo que en realidad lo hizo.
Si él también siente que perdió dos buenos años de su vida cuando dejamos
de hablar y por qué dejó que eso sucediera. Quiero que él diga que las cosas
pueden ser como eran antes, cuando no había nada que no pudiéramos decirnos,
y estar juntos era tan fácil y natural como estar solos, sin nada de soledad.
Pero luego nuestro mesero viene con la cuenta, e instintivamente la alcanzo
antes de que Alex pueda.
—¿Esa no es la tarjeta de R+R? —dice, como si fuera una pregunta.
125
Sin decidirme activamente, miento.
—Ellos simplemente nos reembolsarán ahora. —Mis manos hormiguean y
pican de incomodidad por el engaño, pero es demasiado tarde para retractarme.
Cuando salimos, está oscuro y estrellado. El calor del día ha desaparecido,
y aunque todavía debe estar arriba de los setenta, no es nada comparado con los
ciento seis con los que estábamos lidiando antes, incluso hay una brisa. Guardamos
silencio mientras cruzamos el estacionamiento hacia el Aspire, hay una gran
incomodidad entre nosotros ahora que hemos tocado lo que sucedió en Croacia.
Me convencí a mí misma de que podíamos dejarlo en el pasado, pero ahora
me doy cuenta de que cada vez que me entero de algo nuevo de los últimos dos
años, presionará ese mismo punto crudo en mi corazón.
También debe tener algún tipo de efecto en él, pero siempre ha sido bueno
reprimiendo sus sentimientos cuando no quiere compartirlos.
Todo el viaje de vuelta quiero decirle que regresaría el tiempo si eso arreglara
esto, lo haría.
Cuando llegamos al apartamento, oficialmente hace más calor adentro que
afuera. Ambos nos dirigimos directamente al termostato.
—¿Ochenta y uno? —él dice—. ¿Subió de nuevo?
Aprieto el puente de mi nariz, un dolor de cabeza está comenzando detrás
de mis ojos, debido al calor o el alcohol o el estrés, o todo junto.
—Okey, está bien. Tenemos que volver a bajarlo a ochenta, ¿verdad? ¿Y
dejarlo bajar a eso antes de que lo bajemos de nuevo?
Alex mira el termostato como si le acabara de quitar un cono de helado de la
mano. Hay matices involuntarios de su cara de perrito triste en su expresión.
—Un grado a la vez, eso es lo que dijo Nikolai.
Él ajusta la temperatura a ochenta grados y abro la puerta del balcón.
Pero la pared de láminas de plástico impide la entrada de aire fresco. En la
cocina, hojeo los cajones hasta que encuentro unas tijeras.
—¿Qué estás haciendo? —Alex pregunta, siguiéndome al balcón.
—Solo el jodido mínimo —digo, cortando el plástico por la mitad.
—Oooh, Nikolai va a estar enojado contigo —bromea Alex.
126
—Tampoco estoy muy contenta con él —le digo, y cortó una solapa larga en
el plástico, tirando a un lado y anudándolo sin apretar, para que haya un espacio
para que fluya el aire.
—Él nos va a demandar —dice inexpresivo.
—Ven a mí, Nicky.
Alex se ríe y, después de unos segundos de silencio, digo:
—Mañana estaba pensando que podríamos visitar el museo de arte e ir a
tomar el tranvía. Se supone que la vista es increíble.
Alex asiente.
—Suena bien.
De nuevo nos quedamos en silencio. Son solo las diez y media, pero las
cosas son tan incómodas que creo que dar por terminado el día podría ser nuestra
mejor apuesta.
—Necesitas usar el baño antes. . .
—No —dice Alex—. Adelante. Voy a ponerme al día con algunos mails.
No he revisado mi correo electrónico del trabajo desde que llegué aquí, y
también dejé algunos mensajes de Rachel, junto con algunos mensajes del loco
grupo entre mis hermanos y yo. En gran parte, solo ellos dos están haciendo una
lluvia de ideas que no irán a ninguna parte. La última vez que me reporté, estaban
inventando un juego de mesa llamado Guerra en Navidad y exigiendo que
contribuyera con juegos de palabras.
Así que al menos tendré algo que hacer mientras esté acostada en el sofá
cama, completamente despierta.
El dolor de cabeza sigue aumentando, me meto el cabello en una coleta
rechoncha y cruzó el piso de madera desgastada hasta la bañera de la era espacial.
En su extraña luz azul, me lavo la cara, pero en lugar de aplicarme cualquiera de
los lujosos humectantes o sueros que Rachel constantemente me da, me salpico la
cara con agua fría cuando termino, y froto un poco en mis sienes y mi cuello.
En el espejo, mi reflejo se ve tan terriblemente estresado como me siento.
Necesito darle la vuelta a esto y recordarle a Alex cómo solían ser las cosas, y solo
me quedan cinco días para hacerlo, los últimos tres días estarán ocupados por
festividades de boda.
127
Mañana tiene que ser asombroso. Necesito ser la Poppy divertida, no la rara
o herida Poppy. Entonces Alex se relajará y todo se suavizará. Me pongo un pijama
sedoso y una camiseta sin mangas, me lavo los dientes y luego regreso a la sala de
estar para encontrarme con que Alex ha apagado todas las luces excepto la lámpara
junto a la cama, y él está acostado en el colchón del sofá en un par de pantalones
cortos de ejercicio y una camiseta, y su mismo libro de antes en la mano.
Sé que Alex Nilsen siempre ha dormido sin camisa, incluso cuando las
temperaturas no son tan absurdamente altas, pero eso no es lo que importa, porque
el punto es que se supone que yo debo tomar el sofá.
—¡Sal de mi cama! —le digo.
—Tú pagaste —me dice—. Tú te quedas con la cama.
—R+R paga. —Solo así, estoy más metida en la mentira. No es como si fuera
malo, pero aún así.
—Quiero el sofá —dice Alex—. ¿Con qué frecuencia un hombre adulto se
duerme en un sofá, Poppy?
Me siento a su lado y hago un gran espectáculo tratando de empujarlo, pero
él es demasiado sólido para que yo lo mueva. Me giro, apoyando mis pies contra el
suelo, mis rodillas contra el borde de la cama y mis manos contra su cadera derecha,
mientras aprieto los dientes y trato de empujarlo fuera de ella.
—Basta, bicho raro —dice.
—No soy un bicho raro. —Me volteo de lado, trato de usar mi cadera y mi
cuerpo para forzarlo a que se vaya.
—Tú eres el que está tratando de robarme mi única alegría en la vida, esta
cama extraña.
En ese momento, cuando todo mi peso está prácticamente concentrado en
mi cadera, deja de resistirse y se desliza un poco hacia los lados, y de alguna
manera caigo a la mitad en el sofá y en la mitad en su pecho, cayendo su libro al
piso en el proceso. Él se ríe y yo también me río, pero también siento un hormigueo
y pesadez y, francamente, excitación, acostada sobre él de esta manera.
Lo peor de todo es que parece que no puedo moverme. Su brazo ha pasado
alrededor de mi espalda, perdida en esa curva, y cuando su risa se calma, miró
hacia sus ojos, con mi barbilla descansando en su pecho.
128
—Me engañaste —tarareo—. Apuesto a que ni siquiera tenías correos
electrónicos para responder.
—Para tu conocimiento, ni siquiera tengo una cuenta de correo electrónico
—bromea.
—¿Estás enojado?
—Furioso.
Su risa me atraviesa, se me pone la piel de gallina y me recorre la espalda, y
el calor del apartamento se hunde en mi piel, y se acumula entre mis piernas.
—Te perdonaría eventualmente —digo—. Soy muy indulgente.
—Lo eres —está de acuerdo—. Siempre me ha gustado eso de ti.
Su mano apenas roza la piel entre la parte inferior de mi camiseta sin mangas
y la parte superior de mis pantalones cortos, y me muevo contra él, sintiendo como
si pudiéramos fundirnos el uno en el otro.
¿Qué estoy haciendo?
Me incorporo de repente y tomo mi cabello hacia abajo sólo para volver a
ponerlo.
—¿Estás seguro de que estás bien para dormir en el sofá? —Mi voz sale
demasiado alta.
—Por supuesto. Si.
Me pongo de pie y me acerco a la cama.
—Bien, genial, entonces… buenas noches.
Apago la luz y me subo a la cama. Sobre las mantas, porque hace demasiado
calor para usarlas.
129
Este Verano
Cuando me despierto, todavía está oscuro y estoy segura de que nos están
robando.
—Mierda, mierda, mierda —dice el ladrón y suena como si estuviera
sufriendo.
—¡La policía está en camino! —Grito— no es una declaración verdadera ni
premeditada, y me apresuro a acercarme al borde de la cama para encender la luz.
—¿Qué? —sisea Alex, con los ojos entrecerrados por la repentina
luminosidad.
Está de pie en la oscuridad con los mismos pantalones cortos negros con
los que se fue a dormir y sin camisa. Está ligeramente doblado por la cintura y se
agarra la parte baja de la espalda con las dos manos, y cuando el sueño desaparece
de mi cerebro, me doy cuenta de que no solo está entre cerrando los ojos contra la
luz.
Está jadeando como si le doliera.
—¿Qué ha pasado? —Grito, medio cayendo de la cama hacia él—. ¿Estás?
¿Estás bien?
—Un espasmo en la espalda —dice.
—¿Qué?
—Tengo un espasmo en la espalda —me dice.
Todavía no estoy segura de lo que está hablando, pero puedo decir que tiene
un horrible dolor, así que no presiono para obtener más información aparte de
preguntar: —¿Necesitas sentarte?
Asiente con la cabeza y lo guío hacia la cama. Él baja lentamente sobre ella,
haciendo una mueca de dolor hasta que por fin se sienta, momento en el que parte
del dolor parece aliviarse.
130
—¿Quieres acostarte? —le pregunto.
Niega con la cabeza. —Levantarse y acostarse es lo más difícil cuando pasa
esto.
Cuando pasa esto. Pienso pero no lo digo, y la culpa me atraviesa el pecho.
Por lo visto, este es otro de esos acontecimientos sin Poppy de los últimos dos años.
—Toma —digo—. Deja que te ponga unas almohadas detrás.
Él asiente, lo que tomo como una confirmación de que esto no empeorará las
cosas. Levanto las almohadas y las apilo contra el cabecero de la cama, y él se
reclina lentamente, con la cara contorsionada por el dolor.
—Alex, ¿qué ha pasado? —Miro el despertador de la mesita de noche. Son
las cinco y media de la mañana.
—Me estaba levantando para correr —dice—. Pero supongo que me senté
raro. O demasiado rápido o algo así, porque mi espalda tuvo un espasmo y... —
Inclina la cabeza hacia atrás contra las almohadas, con los ojos cerrados—. Mierda,
Poppy, lo siento.
—¿Lo sientes? —Le digo—. ¿Por qué lo sientes?
—Es mi culpa. —dice—. No pensé en lo bajo que está ese catre. Debería
haber sabido que salir de la cama de esa manera haría esto.
—¿Cómo podías saber eso? —Digo, incrédula.
Se masajea la frente. —Debería haberlo sabido —repite—. Esto ha estado
pasando desde hace un año. Ni siquiera puedo agacharme para recoger mis
zapatos hasta que haya despertado completamente y este en movimiento durante
al menos media hora. Simplemente no se me ocurrió. Y no quería que te diera
migraña, la silla y...
—Y por eso nunca deberías ser un héroe —digo suavemente, burlándome
pero su expresión de miseria no varía.
—No estaba pensando —dice—. No quería estropear tu viaje.
—Alex, hola. —Le toco ligeramente el brazo para no molestar al resto de su
cuerpo—. No has estropeado el viaje, ¿vale? Lo hizo Nikolai.
Las comisuras de su boca se tuercen en una sonrisa poco convincente.
—¿Qué necesitas? —Pregunto—. ¿Cómo puedo ayudarte?
Suspira si hay algo que Alex Nilsen odia, es estar indefenso. Lo que va de la
mano con ser atendido. En la universidad, cuando tuvo una faringitis estreptocócica,
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me dejó de lado durante una semana (la primera vez que me enfadé de verdad con
él). Cuando su compañero de cuarto me dijo que Alex estaba con fiebre, hice sopa
de fideos de pollo, en la cocina de nuestra habitación y la llevé a su habitación.
Cerró la puerta con llave y no me dejó entrar por miedo a infectarme el
estreptococo, así que empecé a gritar Me quedo con el bebé, ¿vale? a través de la
puerta y cedió.
Le incomoda que lo molesten. Pensar en eso tiene un efecto similar, aunque
destilado, al de mirar la formidable Cara de Cachorro Triste. Me abruma. El amor se
eleva menos como una ola y más como un rascacielos de acero erigido
instantáneamente, disparándose a través de mi centro y derribando todo lo demás
a su paso.
—Alex —digo—. Por favor, déjame ayudarte.
Suspira, derrotado. —Hay relajantes musculares en el bolsillo delantero de la
bolsa de mi laptop.
—En ello. —Recupero el frasco, lleno un vaso de agua en la cocina y le
entrego los dos.
—Gracias —dice disculpándose, y se toma la pastilla.
—No hay problema —le digo—. ¿Qué más?
—No tienes que hacer nada más—dice.
—Mira. —Respiro profundamente—. Cuanto antes me digas cómo puedo
ayudarte, antes te mejorarás y antes se acabará esto, ¿de acuerdo?
Sus dientes rozan su labio inferior, y estoy hipnotizada por la vista. Me
sobresalto cuando su mirada vuelve a dirigirse a mí.
—Si hay una bolsa de hielo aquí, eso ayudaría —admite—. Normalmente
alterno entre compresas frías y almohadillas térmicas, pero lo importante es
quedarse quieto.
Lo dice con desdén.
—Entendido. —Me pongo las sandalias y cojo el bolso.
—¿Qué haces? —pregunta.
—Voy a la farmacia. Ese congelador no tiene ni siquiera una bandeja de
cubitos de hielo, y mucho menos una bolsa de hielo, y dudo que Nicky tenga
tampoco una almohadilla térmica.
132
—No tienes que hacer eso —dice Alex—. De verdad, si me quedo quieto,
estoy bien. Vuelve a dormir.
—¿Mientras te sientas erguido en la oscuridad? De ninguna manera. Por un
lado, eso es extremadamente espeluznante y por otro estoy despierta, así que bien
podría ser útil.
—Estas son tus vacaciones.
Camino hacia la puerta, porque no hay nada que pueda hacer para
detenerme. —No. —Digo—. Es nuestro viaje de verano. No bailes desnudo hasta
que vuelva, ¿bien?
Suelta un suspiro. —Gracias, Poppy. En serio.
—Deja de darme las gracias. Ya estoy redactando una absurda lista de
formas para que me pagues.
Eso hace que finalmente me gane una leve sonrisa. —Bien. Me gusta ser útil.
—Lo sé —digo—. Siempre me ha gustado eso de ti.
133
Hace Ocho Veranos
Regresamos a nuestra habitación de hotel, en el centro de la ciudad, a las
dos y media de la mañana, un poco borrachos. Normalmente, no bebemos tanto,
pero todo este viaje ha sido una celebración.
Estamos celebrando el hecho de que Alex se ha graduado de la universidad,
y que pronto se irá a obtener su maestría en escritura creativa a la Universidad de
Indiana.
Me digo que no está tan lejos. De hecho, viviremos más cerca el uno del otro
de lo que hemos estado desde que dejé la universidad.
Pero la verdad es que, incluso con todos los viajes que he estado haciendo,
estoy deseando de salir de la casa de mis padres en Linfield. He empezado a buscar
apartamentos en otras ciudades, trabajos flexibles de camarera o esos servicios, en
los que puedo trabajar hasta la extenuación y luego tomarme semanas libres para
viajar.
Pasar tiempo con mis padres ha sido genial, pero todo lo demás sobre de
estar en casa me hace sentir claustrofóbica, como si los suburbios fueran una red
que se estrecha cada vez más a mi alrededor mientras lucho contra ella.
Me encuentro con mis antiguos profesores, y cuando me preguntan qué estoy
haciendo, sus bocas se tuercen ante la respuesta. Veo a los compañeros de clase
que solían acosarme, y a algunos que eran bastante amables, y me escondo.
Trabajo en un bar de lujo a cuarenta minutos al sur, en Cincinnati, y cuando Jason
Stanley, mi primer beso, entró con su sonrisa perfeccionada por un ortodontista y el
tipo de ropa que requieren los trabajos de cuello blanco a tiempo completo, me
zambullí en el baño. Le dije a mi jefe que tenía que vomitar.
Durante las semanas siguientes, me preguntó cómo estaba con una voz que
dejaba perfectamente claro que pensaba que estaba embarazada.
No estaba embarazada. Julián y yo siempre tenemos cuidado con eso o al
menos yo lo tengo. Julián, en general, no es cuidadoso por naturaleza. Es una
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persona que dice que sí al mundo, casi sin importar lo que éste le pida. Cuando me
visita en el trabajo, se termina las bebidas que se dejan en la barra, y ha probado la
mayoría de las drogas (excluida la heroína) una vez. Siempre está dispuesto a hacer
viajes de fin de semana a Red River Gorge o a Hocking Hills, o viajes un poco más
largos a Nueva York, en el autobús nocturno que cuesta sólo sesenta dólares ida y
vuelta pero que a menudo no tiene baño. Él tiene el mismo tipo de horario flexible
que yo: también abandonó la universidad, pero dejó la Universidad de Cincinnati
después de solo un año.
Estaba estudiando diseño arquitectónico, pero en realidad, quiere ser un
artista que trabaja. Expone sus cuadros en locales de bricolaje de la ciudad y vive
con otros tres pintores en una vieja casa blanca que me hace pensar en Buck y en
los transeúntes de Tofino. A veces, después de una cerveza de más, sentados en
el porche mientras todos fuman hierba o cigarrillos de clavo y hablan de sus sueños,
me da tanta nostalgia que podría llorar de una mezcla de tristeza y felicidad cuyas
proporciones nunca puedo precisar.
Julián es delgado como un rastrillo, con los pómulos hundidos y unos ojos
despiertos que puedes sentir como si te hicieran una radiografía. Después de
nuestro primer beso, a la salida de su bar favorito, un lugar sucio en el centro de la
ciudad que tiene un taller de reparación de bicicletas en la parte de atrás, me dijo
que no quería casarse nunca ni tener hijos.
—Está bien —le dije—. Yo tampoco quiero casarme contigo.
Se rio bruscamente y volvió a besarme. Siempre sabe a cigarrillos o a
cerveza, y cuando pasa los días libres del trabajo (trabaja en un almacén de UPS
en las afueras de la ciudad), pintando en casa, se pierde tanto en su trabajo que se
olvida de comer o beber. Cuando nos reunimos después, suele estar de mal humor,
pero sólo durante unos minutos, hasta que se toma un tentempié, momento en el
que vuelve a convertirse en un novio dulce y sensible que siempre me besa y me
toca de forma tan sensual que a menudo me encuentro pensando que eso quedaría
muy bien en una película.
Me planteo decírselo a él, preguntarle si deberíamos montar una cámara y
hacer y tomar algunas fotos, e inmediatamente me avergüenzo de haberlo
considerado.
Es la segunda persona con la que me acuesto, pero él no lo sabe. No ha
preguntado. El primero sigue viniendo a mi bar de vez en cuando y coquetea un
poco, pero los dos sabemos que la leve atracción que había cuando empezó a venir
se esfumó después de esos dos ligues rápidos. Esos fueron un poco incómodos
pero están bien, y al final, me alegro de haberlos sacado adelante porque tengo la
sensación de que Julián se habría asustado demasiado para acercarse a mí si
135
hubiera sabido lo inexperta que soy. Habría temido que me encariñara demasiado
con él, y probablemente lo he hecho, pero creo que él también, así que por ahora
está bien que pasemos juntos cada minuto libre.
Julián conoció a Alex una vez cuando éste estaba en casa para las
vacaciones de Navidad en mi bar, una segunda vez durante las vacaciones de
primavera en el sucio bar de bicicletas de Julián, y una tercera vez para desayunar
en Waffle House antes de que Alex y yo nos fuéramos de viaje.
Puedo decir que Julián tiene muy poca opinión de Alex, lo cual es
ligeramente decepcionante, y del mismo modo soy consciente de que Alex
desprecia a Julián, lo cual probablemente no debería ser una sorpresa. Cree que
Julián es imprudente, descuidado. No le gusta que siempre llega tarde, o que a
veces no sepa nada de él durante días, para luego pasar semanas con él casi
constantemente, o que no haya conocido a mis padres aunque vivan en la misma
ciudad.
—No pasa nada —insistí cuando Alex compartió estas opiniones conmigo en
el vuelo a San Francisco hace unos días—. A nosotros nos funciona. —Ni siquiera
quiero que conozca a mi familia.
—Puedo decir que no lo entiende —dijo Alex.
—¿Entender qué? —Pregunté.
—A ti —dijo—. No tiene ni idea de la suerte que tiene.
Fue algo dulce y a la vez hiriente de su parte. La opinión de Alex sobre
nuestra relación me hizo sentir avergonzada, aunque no estaba segura de que
tuviera razón. —Yo también tengo suerte —dije—. Es realmente especial, Alex.
Suspiró. —Tal vez sólo necesito conocerlo mejor. —Supe por su voz que no
creía que eso fuera a solucionar el problema en absoluto.
En mis sueños, me los había imaginado a los dos convirtiéndose en mejores
amigos, tan cercanos que tenía sentido que nuestro viaje de verano se ampliara
para incluir a Julián, pero después de ver cómo interactuaban, sabía que no podía
ni siquiera plantear la idea.
Así que Alex y yo nos dirigimos a San Francisco por nuestra cuenta. Mi tarjeta
de crédito me ganó suficientes puntos para obtener uno de los boletos de avión de
ida y vuelta gratis, y Alex y yo dividimos el costo del otro.
136
Empezamos con cuatro días en la región vinícola, alojándonos en un nuevo
bed and breakfast29 de Sonoma que ofrecía dos noches a cambio de la publicidad
que recibirían de mis veinticinco mil seguidores. Alex aceptó de buen grado hacerme
fotos haciendo todo tipo de cosas pintorescas:
Sentada en una de las anticuadas bicicletas rojas que el B and B tiene para
los huéspedes, con un gigantesco sombrero de paja para el sol, con flores frescas
en la cesta de mimbre fijada al manillar.
Caminando por los senderos naturales a través de las praderas de matorrales
y sus árboles desaliñados.
Tomando una taza de café en el patio, y un refresco a la antigua en la sala
de estar.
También tuvimos suerte con las cartas de vino. La primera bodega que
visitamos nos ofreció una degustación si comprábamos una botella, y busqué la
más barata en Internet antes de ir. Alex me sacó una foto posando entre hileras de
viñas con una brillante copa de rosado, con una pierna levantada a un lado para
mostrar mi ridículo mono de época de rayas moradas y amarillas.
Yo ya estaba borracha, y cuando él se arrodilló, justo en la tierra seca, con
sus pantalones grises claros, para hacer la foto, casi me caigo de risa por el extraño
ángulo que había elegido para la foto. —Demasiado vino —dije, jadeando.
—Demasiado. Demasiado. Vino. —repitió, encantado e incrédulo, y mientras
yo me agachaba en medio del pasillo, riéndome a carcajadas, me hizo unas cuantas
fotos más desde muy abajo, fotos que me harían parecer un triángulo de piel vestido
con descaro.
Estaba siendo un fotógrafo horrible a propósito, no para protestar, sino para
hacerme reír.
Era la otra cara de la moneda de la triste Poppy, otra actuación para mí y sólo
para mí.
Para cuando llegamos a la segunda bodega, ya teníamos sueño por el
alcohol y el sol, y dejé caer mi cabeza contra su hombro. Estábamos dentro, por un
tecnicismo: toda la parte trasera del edificio era una puerta de garaje con ventanas
que se levantaban para poder pasar libremente del patio, con su celosía de
buganvillas, a la barra luminosa y aireada con sus techos de seis metros,
29
El concepto de B&B nació en Europa. Se trata de un alojamiento sencillo en una casa con menos de diez
habitaciones disponibles, que ha sido restaurada o acondicionada para estos efectos.
137
ventiladores de gran tamaño que giran perezosamente por encima, su ritmo es
como una canción de cuna.
—¿Cuánto tiempo llevan juntos? —nos preguntó la dulce mujer de mediana
edad que dirigía la degustación, cuando volvió con nuestro siguiente vino, un
Chardonnay ligero y crujiente.
—Oh —dijo Alex.
En medio del bostezo, le apreté el bíceps y le dije —Recién casados.
La camarera se sintió muy cómoda. —En ese caso —dijo con un guiño—.
Este va por mi cuenta.
Se llamaba Mathilde, y era originaria de Francia, pero se trasladó a Estados
Unidos después de conocer a su mujer por Internet. Vivían en Sonoma, pero habían
pasado la luna de miel en las afueras de San Francisco.
—Se llama Blue Heron Inn —me dijo—. Es el lugar más idílico que he visto
nunca. Romántico y acogedor, con una chimenea y un patio precioso, a pocos
minutos de Muir Beach. Ustedes dos deben verlo. Es perfecto para los recién
casados, díganles que Mathilde los envió.
Antes de irnos, le dimos una propina a Mathilde por el costo de la degustación
gratuita y algo más.
Durante los dos días siguientes, desplegué la tarjeta de recién casados con
regularidad. A veces nos daban un descuento o una copa gratis; otras veces no
recibíamos más que una sonrisa, pero incluso éstas eran auténticas y significativas.
—Me siento un poco mal —me dijo Alex mientras caminábamos fuera de un
viñedo.
—Si quieres ir a casarte —le dije—. Podemos hacerlo.
—De alguna manera, no creo que Julián se lo tome muy bien.
—No le importará —dije—. Julián no quiere casarse.
Alex se detuvo y me miró, y entonces, totalmente por culpa del vino, me puse
a llorar. Me cogió la cara y la acercó a la suya. —Oye —dijo—. Está bien, Poppy.
No quieres casarte con Julián, ¿verdad? Eres demasiado buena para ese tipo. No
te merece.
Me sorbí las lágrimas, pero eso sólo dejó salir más. Mi voz salió como un
chillido. —Sólo mis padres me van a querer —dije—. Voy a morir sola.
138
Sabía lo estúpido y melodramático que sonaba, pero con él, siempre era tan
difícil refrenarme, decir cualquier cosa que no fuera la absoluta verdad de lo que
sentía. Y lo peor de todo es que ni siquiera sabía que me sentía así hasta ese
momento. La presencia de Alex tenía una forma de sacar la verdad a la superficie.
Sacudió la cabeza y me atrajo hacia su pecho, apretándome, levantándome
como si quisiera absorberme. —Te quiero —dijo, y me besó la cabeza—. Y si
quieres, podemos morir juntos a solas.
—Ni siquiera sé si quiero casarme —dije, limpiando las lágrimas con una
pequeña risa—. Creo que estoy a punto de empezar mi periodo o algo así.
Me miró fijamente, con el rostro inescrutable durante otro rato. No me hizo
sentir radiografiada, como los ojos de Julián. Sólo me hizo sentir vista.
—Demasiado vino —dije, y finalmente dejó que una fracción de sonrisa se
deslizara por sus labios y volvimos a caminar fuera del zumbido.
Nos marchamos temprano de nuestro hotel y llamamos al Blue Heron Inn por
el altavoz mientras nos dirigíamos a San Francisco. Era mitad de semana y tenían
muchas habitaciones.
—¿Es usted por casualidad la Poppy que mi querida Mathilde dijo que
llamaría? —preguntó la señora del teléfono.
Alex me lanzó una mirada significativa y yo suspiré con fuerza. —Sí, pero
aquí está el asunto. Le dijimos que éramos recién casados, pero era una broma. Así
que no queremos ninguna cosa gratis.
La mujer al otro lado del teléfono dio una tos seca, que resultó ser una risa.
—Oh, cariño. Mathilde no nació ayer. La gente hace ese truco todo el tiempo.
Simplemente le han gustado.
—A nosotros también nos gustó. —dije, sonriendo enormemente a Alex. Él
me devolvió la sonrisa.
—No tengo la autoridad para dar a nadie una estancia gratuita. —la mujer
continuó—. Pero tengo un par de pases para todo el año que puedes usar para
visitar Muir Woods si quieren...
—Eso sería increíble. —dije.
Y así nos ahorramos treinta dólares.
El lugar era adorable, una casa de campo blanca de estilo tudor escondida
en una estrecha calle. Tenía un techo de tejas y ventanas deformadas alineadas
con jardineras y una chimenea cuyo humo se enroscaba románticamente a través
139
de la niebla, las ventanas brillaban suavemente cuando entramos en el
estacionamiento.
Durante dos días, nos movimos entre la playa, las secoyas, la acogedora
biblioteca de la posada y el comedor con sus mesas de madera oscura y su fuego
ardiente. Jugamos al UNO y a los corazones y a algo llamado Quiddler. Bebimos
cervezas espumosas y tomamos grandes desayunos ingleses.
No tomamos fotos, pero no publiqué ninguna. Tal vez era egoísta, pero no
quería que veinticinco mil personas descendieran a este lugar. Quería que
permaneciera exactamente como estaba.
Nuestra última noche reservamos una habitación en un moderno hotel que
pertenecía al padre de uno de mis seguidores. Cuando publiqué un post sobre el
próximo viaje y le pedí consejos, me envió un mensaje de correo electrónico para
ofrecerme la habitación gratis.
Me encanta tu blog, dijo, y me encanta leer sobre tu amigo particular, que es
como llamo a Alex cuando lo menciono. La mayoría de las veces intento dejarlo
fuera, porque él, al igual que la Posada de la Garza Azul, no es algo que quiera
compartir con miles de personas, pero a veces las cosas que dice son demasiado
divertidas para dejarlas fuera. Al parecer, se ha colado más de lo que yo creía.
Decidí esforzarme más para mantenerlo al margen, pero acepté la
habitación, por el dinero. Además, el hotel tiene aparcamiento gratuito para los
huéspedes, lo que, en San Francisco, equivale a que un hotel regale trasplantes de
riñón.
Dejamos nuestras maletas tan pronto como llegamos a la ciudad, luego nos
dirigimos afuera de nuevo para aprovechar al máximo nuestro único día en el centro
de San Francisco. Dejamos el auto y cogimos un taxi.
Primero caminamos por el puente Golden Gate, que era increíble, pero
también más frío de lo que esperaba y con tanto viento que no podíamos oírnos.
Durante unos diez minutos, fingimos tener una conversación, agitando los brazos
de forma exagerada y gritándonos cosas sin sentido mientras caminábamos por la
pasarela atestada de gente.
Me hizo pensar en aquel viaje en taxi acuático en Vancouver, en cómo Buck,
no dejaba de gesticular vagamente, hablando a un ritmo fácil como uno de esos
ortodontistas que no pueden dejar de hacerte preguntas abiertas mientras tienen
las manos en tu boca.
Por suerte, el tiempo había decidido ser soleado; de lo contrario,
probablemente habríamos tenido hipotermia en el puente. Nos detuvimos a mitad
140
de camino y fingí que me subía a la barandilla. Alex hizo su característica mueca y
negó con la cabeza. Me cogió de las manos y me apartó de la barandilla,
acercándose para que pudiera oírle por encima del viento cuando dijo contra mi
oído: —Eso me hace sentir que voy a tener diarrea.
Rompí a reír y seguimos caminando, él por el interior y yo más cerca a la
barandilla, resistiendo un poderoso impulso de seguir metiéndome con él.
Probablemente me caería accidentalmente y no sólo moriría, sino que traumatizaría
al pobre Alex Nilsen, y eso era lo último que quería.
Al final del puente, había un restaurante, el Round House Café, un edificio
redondo con ventanas. Nos metimos dentro para tomar un café mientras dejábamos
que nuestros oídos dejaran de pitar por el viento.
Había docenas de librerías y tiendas vintage en San Francisco, pero
decidimos que con dos de cada una sería suficiente.
Primero cogimos un taxi para ir a City Lights, una librería y editorial que había
existido desde el apogeo de la era beatnik. Ninguno de los dos era un gran
aficionado a los ritmos, pero la tienda era exactamente el tipo de tienda antigua y
sinuosa para la que Alex vivía. De ahí pasamos a una tienda llamada Second
Chance Vintage, donde encontré un bolso de lentejuelas de los años cuarenta por
dieciocho dólares.
Después de eso, habíamos planeado ir al Booksmith, cerca de
HaightAshbury, pero para entonces, el gran desayuno inglés del Blue Heron Inn
había desaparecido y el café de Round House nos hacía sentir un poco nerviosos.
—Supongo que tendremos que volver —le dije a Alex mientras salíamos de
la tienda en busca de la cena.
—Supongo que sí
quincuagésimo aniversario.
—estuvo
de
acuerdo—.
Quizá
para
nuestro
Me sonrió, y mi corazón se hinchó hasta sentirse tan grande y ligero que mi
cuerpo podría flotar. —Para que lo sepas. —dije—. Me casaría contigo de nuevo,
Alex Nilsen.
Su cabeza se inclinó hacia un lado. Puso cara de cachorro triste. —¿Es
porque quieres más vino gratis?
Era difícil elegir un restaurante en una ciudad con tanta oferta, pero
estábamos demasiado hambrientos como para estudiar la lista que había
compilado, así que fuimos a lo clásico.
141
Farallon no es un lugar barato, pero en el segundo día de cata de vinos,
cuando los dos estábamos achispados, Alex había pedido otra copa al grito de
¡Cuando en Roma! y, desde entonces, cada vez que uno de nosotros había dudado
en comprar algo, el otro había insistido: ¡Cuando en Roma!
Hasta ahora, esto se había limitado principalmente a enormes conos de
helado y libros de bolsillo usados, y mucho vino.
Pero Farallon es precioso, y un alimento básico de San Francisco, y si íbamos
a gastar mucho dinero, era mejor que fuera allí. En cuanto entramos en el edificio,
con sus techos opulentos y redondeados, sus lámparas doradas y sus cabinas con
bordes dorados, dije: —No me arrepiento —y obligué a Alex a chocar los cinco.
—Chocar los cinco hace sentir que mis entrañas tienen hiedra venenosa —
murmuró.
—Mejor quitar eso de en medio en caso de que estés a punto de descubrir
que eres alérgico al marisco.
Estaba tan embelesada por la decoración exagerada que me tropecé tres
veces de camino a la mesa. Era como estar en el castillo de La Sirenita, pero sin
animación y con todo el mundo vestido.
Cuando nuestro camarero nos dejó nuestros menús, Alex hizo esa cosa de
hombre viejo, en la que lo abre y se echa hacia atrás por los precios con los ojos
abiertos, como un caballo asustado.
—¿En serio? —Dije—. ¿Tan malo es?
—Depende. ¿Quieres más de media onza de caviar?
No era el tipo de precio que la clase media alta de Linfield evitaría, pero para
nosotros, sí, era caro.
Compartimos un plato para dos personas de ostras, cangrejo y camarones
junto con un cóctel.
Nuestro camarero nos odiaba.
Cuando nos fuimos, pasamos por delante de él, y me pareció oír a Alex decir
en voz baja: —Lo siento, señor.
Fuimos directamente a una pizzería y devoramos una gran pizza de queso
entre los dos.
—Comí demasiado, —dijo Alex mientras caminábamos por la calle
después—. Fue como si una especie de demonio del Medio Oeste me hubiera
142
poseído mientras estaba sentado en ese restaurante y salía ese pequeño plato.
Podía oír a mi padre en mi cabeza diciendo: 'Eso sí que no es económico'.
—Lo sé. —Estuve de acuerdo—. A mitad de camino, estaba como, sácame
de aquí, necesito ir a un Costco y comprar una bolsa de fideos de cinco dólares que
podría alimentar a una familia durante semanas.
—Creo que soy malo para las vacaciones —dijo Alex—. Todo esto de vivir a
lo grande me hace sentir culpable.
—No eres malo en las vacaciones —argumenté—. Y casi todo te hace sentir
culpable, así que no le eches la culpa a lo de vivir a lo grande.
—Touché —estuvo de acuerdo—. Pero, aun así. Probablemente te habrías
divertido más si hubieras hecho este viaje con Julián. —No lo dijo como una
pregunta, pero por la forma en que sus ojos se dirigieron a mí, y luego de vuelta a
la acera delante de nosotros, puedo decir que era una.
—Pensé en invitarlo —admití.
—¿Sí? —Alex sacó una mano del bolsillo y se alisó el cabello.
Por alguna razón, las luces de la calle que pasaban por encima de él en la
acera oscura le hacían parecer más alto. Incluso encorvado, sobresalía por encima
de mí. Supongo que siempre lo hacía. Sólo que no siempre me daba cuenta porque
a menudo se ponía a mi nivel o me subía al suyo.
—Sí —Pasé mi brazo por su codo—. Pero me alegro de no haberlo hecho.
Me alegro de que estemos solos.
Me miró por encima del hombro y redujo la velocidad. Yo frené a su lado. —
¿Vas a terminar con él?
La pregunta me pilló desprevenida. La forma en que me miraba, con las cejas
apretadas y la boca pequeña, también me pilló desprevenida. Mi corazón tropezó
con su siguiente latido.
Sí, pensé de inmediato, sin ninguna consideración.
—No lo sé —dije—. Tal vez.
Seguimos caminando. Más adelante nos topamos con un bar con temática
de Hemingway. Eso puede parecer bastante ambiguo como tema, pero lo lograron
con su elegante madera oscura y la luz ámbar y las redes de pesca (no las medias,
las redes reales para los peces) suspendidas del techo. Todas las bebidas eran
cócteles de ron, con nombres de libros y cuentos de Hemingway, y durante las dos
horas siguientes, Alex y yo nos tomamos tres cada uno, además de un chupito. Yo
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no paraba de decir —¡Estamos de celebración! ¡Vamos, Alex! —pero en realidad,
sentía que había algo que estaba tratando de olvidar.
Y ahora, mientras volvemos a la habitación del hotel, se me ocurre que no
recuerdo lo que estaba tratando de olvidar, así que supongo que funcionó.
Me quito los zapatos y me tumbo en la cama más cercana mientras Alex
desaparece en el baño y vuelve con dos vasos de agua.
—Bébete esto —dice. Gruño y trato de apartar su mano—. Poppy —dice con
más firmeza, y me incorporo con brío y acepto el vaso de agua. Se sienta en la
cama a mi lado hasta que he vaciado el vaso y luego vuelve a llenar los dos.
No estoy segura de cuántas veces lo hace. Todo lo que sé es que, al final,
deja los vasos a un lado y empieza a levantarse, y desde mi estado de medio sueño
y plena embriaguez, le cojo el brazo y le digo: —No te vayas.
Se acomoda de nuevo en la cama y se tumba a mi lado. Me duermo
acurrucada contra su costado y, cuando me despierto a la mañana siguiente al
sonar mi alarma, él ya está en la ducha.
La humillación por haberle hecho dormir a mi lado es instantánea y ardiente.
En ese momento sé que no puedo romper con Julián al llegar a casa. Tengo que
esperar, lo suficiente para estar segura de que no estoy confundida. Lo suficiente
para que Alex no piense que los dos eventos están conectados.
No lo están, creo. Estoy bastante segura de que no lo están.
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Este Verano
Encuentro una farmacia de veinticuatro horas en Palm Springs y conduzco
hacia ella a través de los primeros y suaves rayos del sol. Después, vuelvo al
apartamento antes de que la mayoría de las otras tiendas hayan abierto. Para
entonces, el aparcamiento del Desert Rose ha empezado a hornearse de nuevo, y
las frías horas de antes del amanecer se reducen a un recuerdo lejano mientras
subo las escaleras, cargada con las bolsas de la compra.
—¿Cómo te va? —le pregunto a Alex mientras cierro la puerta tras de mí.
—Mejor. —Se esfuerza por sonreír—. Gracias.
Mentira. El dolor está escrito en su cara. Es peor para ocultar eso que sus
emociones. Pongo las dos bolsas de hielo que compré en el congelador, luego voy
a la cama y conecto la almohadilla térmica. —Inclínate hacia delante —le digo y
Alex se mueve lo suficiente como para que pueda deslizar la almohadilla por la pila
de almohadas y colocársela en la mitad de la espalda. Le toco el hombro y le ayudo
a frenar su descenso mientras se inclina hacia atrás. Su piel está muy caliente. Estoy
segura de que la almohadilla térmica no será cómoda, pero espero que sirva para
calentar el músculo hasta que se relaje.
En media hora, cambiaremos a la bolsa de hielo para intentar bajar la
inflamación.
Puede que haya leído sobre los espasmos de espalda en los silenciosos
pasillos iluminados con fluorescentes de la farmacia.
—También tengo un poco de Icy Hot30 —digo—. ¿Ayudó eso alguna vez?
—Tal vez —dice.
—Bueno, vale la pena intentarlo. Supongo que debería haber pensado en
eso antes de que te recostaras y te pusieras cómodo de nuevo.
30
es un analgésico tópico (que se aplica sobre la piel) y solo puede usarse en el lugar de origen del dolor.
145
—Está bien —dice, haciendo una mueca de dolor—. Nunca me pongo
cómodo cuando esto sucede. Espero a que la medicina me deje inconsciente y,
cuando me despierto, ya me siento mucho mejor.
Me deslizo por el borde de la cama y recojo el resto de las bolsas para
llevárselas. —¿Cuánto tiempo dura?
—Normalmente sólo un día si me quedo quieto —dice—. Tendré que tener
cuidado mañana, pero podré moverme. Deberías ir a hacer algo que sabes que
odiaría. —Fuerza otra sonrisa.
Ignoro el comentario y busco en la bolsa hasta encontrar el Icy Hot. —
¿Necesitas ayuda para inclinarte hacia delante otra vez?
—No, estoy bien. —Pero la cara que pone sugiere lo contrario, así que me
muevo a su lado, cojo sus hombros con las manos y le ayudo a incorporarse
lentamente.
—Me siento como si fueras mi enfermera ahora mismo —dice amargamente.
—¿De una forma sexy y caliente? —Digo, tratando de aligerar su estado de
ánimo.
—En el sentido de un viejo triste que no puede cuidarse a sí mismo —dice.
—Tienes una casa —le digo—. Apuesto a que incluso arrancaste la alfombra
del baño.
—Lo hice —asiente.
—Está claro que puedes cuidar de ti mismo —digo—. Ni siquiera puedo
mantener viva una planta de interior.
—Eso es porque nunca estás en casa —dice.
Le quito la tapa al Icy Hot y me pongo un poco en los dedos. —No creo que
sea así. Tengo estas cosas resistentes, pothos, plantas ZZ y plantas de serpiente
(son, como, el tipo de plantas que se meten en los centros comerciales sin luz
durante meses y todavía no se mueren. Luego se mudan a mi apartamento e
inmediatamente renuncian a la vida). Sujeto su caja torácica con una mano para no
empujarlo demasiado y con la otra, me acerco para masajear cuidadosamente la
crema en su espalda.
—¿Es ese el lugar correcto? —le pregunto.
—Un poco más arriba y a la izquierda. Mi izquierda.
146
—¿Aquí? —Lo miro y él asiente. Aparto la mirada y me concentro en su
espalda, con mis dedos haciendo suaves círculos sobre el lugar.
—Odio que tengas que hacer esto —dice, y mis ojos se desvían hacia los
suyos, que están bajos y serios bajo una ceja arrugada.
Siento que el corazón me atraviesa el pecho y se eleva de nuevo. —Alex,
¿se te ha ocurrido alguna vez que podría gustarme cuidar de ti? —Le digo—. Es
decir, obviamente no me gusta que te duela, y odio haberte dejado dormir en esa
abominable silla, pero si alguien va a tener que ser tu enfermera, me honra que sea
yo.
Su boca se cierra, y ninguno de los dos dice nada durante unos momentos.
Aparto las manos de él. —¿Tienes hambre?
—Estoy bien —dice.
—Pues qué pena. —Voy a la cocina y me enjuago los restos de Icy Hot de
mis manos, cojo un par de vasos, los lleno de hielo, luego vuelvo a la cama y
dispongo las bolsas de la compra restantes en fila—. Porque... —Saco una caja de
donas con una floritura, como un mago que saca un conejo de un sombrero. Alex
pone cara de duda.
No le gusta mucho el azúcar. Creo que en parte por eso huele tan bien,
incluso la limpieza obsesiva, su aliento y el olor del cuerpo es siempre algo bueno y
estoy adivinando que es porque él no come como un niño de diez años. O como un
Wright.
—Y para ti —digo, y tiro los vasos de yogur, la caja de granola y mezcla de
bayas, junto con una botella de cerveza fría. En el apartamento hace demasiado
calor para el café de goteo.
—Vaya —dice, sonriendo—. Eres un verdadero héroe.
—Lo sé —digo—. Quiero decir, gracias.
Nos sentamos y nos damos un festín, al estilo picnic, en la cama. Yo como
sobre todo donas y unos pocos bocados del yogur de Alex. Él come sobre todo
yogur, pero también devora la mitad de una dona de fresa. —Nunca como estas
cosas —dice.
—Lo sé. —digo yo.
—Está muy buena —dice.
—Me habla. —digo, pero si capta la referencia a ese primer viaje que hicimos
juntos, lo ignora, y mi corazón se hunde.
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Es posible que todos esos pequeños momentos que significaron tanto para
mí nunca hayan significado lo mismo para él. Es posible que no se haya acercado
a mí durante dos años completos porque, cuando dejamos de hablarnos, no perdió
algo valioso como yo.
Nos quedan cinco días más de viaje, contando hoy aunque hoy y mañana
son nuestros últimos días libres de eventos de boda, y ahora mismo temo algo más
grande que la incomodidad.
Pienso en el desamor. La versión completa de esta cosa que estoy sintiendo
ahora mismo, pero extendiéndose durante días sin alivio o escape. Cinco días
fingiendo que me siento bien, mientras en mi interior algo se va desgarrando en
trozos cada vez más pequeños hasta que no quedan más que retazos.
Alex deja su cerveza fría en la mesa auxiliar y me mira. —Realmente
deberías salir.
—No quiero —digo.
—Claro que quieres —dice él—. Este es tu viaje, Poppy. Y sé que no has
conseguido todo lo que necesitas para tu artículo.
—El artículo puede esperar.
Su cabeza se inclina insegura. —Por favor, Poppy —dice—. Me sentiré fatal
si te quedas encerrada conmigo todo el día.
Quiero decirle que me sentiré fatal si me voy. Quiero decir, que todo lo que
quería para este viaje era estar en cualquier sitio con él todo el día o a quién le
importa ver Palm Springs cuando hace cien grados o Te quiero tanto que a veces
me duele. En lugar de eso, digo –De acuerdo.
Entonces me levanto y voy al baño a prepararme. Antes de irme, le traigo a
Alex una bolsa de hielo y cambio la almohadilla térmica. —¿Vas a ser capaz de
hacer esto por ti mismo? —le pregunto.
—Sólo voy a dormir cuando te vayas —dice—. Estaré bien sin ti, Poppy.
Eso es lo último que quiero oír.
Sin ofender al Museo de Arte de Palm Springs, pero realmente no me
importa. Tal vez podría en otras circunstancias, pero en estas circunstancias, está
148
claro para mí y para todos los que trabajan aquí que sólo estoy perdiendo el tiempo.
Nunca he sabido realmente cómo mirar el arte sin alguien otra persona para ser mi
guía.
Mi primer novio, Julián, solía decir: O sientes algo o no lo sientes, pero nunca
me llevaba al Moma o al Met (cuando tomábamos el autobús nocturno a Nueva York
nos los saltábamos por completo) o incluso al Cincinnati Art Museum; me llevaba a
galerías de bricolaje donde los artistas desnudos en el suelo con sus entrepiernas
cubiertas de alquitrán y plumas mientras grabaciones de audio del comedor del P.F.
Chang's sonaban a todo volumen.
Era más fácil "sentir algo" en esos contextos. Vergüenza, repugnancia,
ansiedad, diversión. Había tanto que podías sentir de algo tan exagerado, y los
detalles más pequeños podían inclinarte hacia un lado u otro.
Pero la mayoría de las artes visuales no provocan una reacción intensa en
mí, y nunca estoy segura de cuánto tiempo debo permanecer frente a un cuadro, o
qué cara debo poner, o cómo saber si he elegido el más aburrido del lote y todos
los docentes me están juzgando en silencio.
Estoy bastante segura de que no estoy pasando la cantidad adecuada de
tiempo mirando el arte, porque termino de recorrerlo en menos de una hora. Todo
lo que quiero hacer es volver al apartamento, pero no si Alex quiere específicamente
que no lo haga.
Así que doy una segunda vuelta. Y luego una tercera. Esta vez leo todos los
carteles. Recojo los folletos en la recepción y me los llevo para tener algo más que
estudiar intensamente. Un docente calvo con la piel fina como el papel me mira mal.
Seguramente piensa que estoy de incógnita. Por todo el tiempo que he
pasado aquí, bien podría haberlo hecho. Dos pájaros de un tiro, etc.
Finalmente, acepto que he agotado mi bienvenida, y me dirijo a Palm Canyon
Drive, donde se supone que hay algunas increíbles tiendas de antigüedades.
Y las hay. Galerías y salas de exposición y tiendas de antigüedades, todas
alineadas en una hilera ordenada, salpicada de brillantes estallidos de colores
modernistas de mediados de siglo, azules de huevo de petirrojo, naranjas brillantes
y verdes agrios, vibrantes lámparas de color amarillo mostaza que parecen casi
ilustradas y sofás con motivos Sputnik y elaboradas lámparas de metal con radios
que sobresalen en todas direcciones.
Es como si estuviera de vacaciones en la imagen del futuro de los años 60.
Es suficiente para mantener mi interés durante veinte minutos.
149
Entonces, finalmente, me atrevo a llamar a Rachel.
—Holaaaaa —grita al segundo timbre.
—¿Estás borracha? —le pregunto sorprendida.
—¿No? —dice ella—. ¿Y tú?
—Ojalá.
—Uh-oh —dice ella—. ¡Pensaba que no me respondías los mensajes porque
te lo estabas pasando genial!
—No te contesto porque nos estamos quedando en una caja de zapatos de
1 metro que está a un trillón de grados y no tengo ni el espacio ni la fortaleza mental
para enviarte un mensaje detallado sobre lo mal que va.
—Oh, cariño —suspira Rachel—. ¿Quieres venir a casa?
—No puedo —digo—. Hay una boda al final de esto, ¿recuerdas?
—Podrías —dice ella—. Podrías tener una 'emergencia'.
—No, está bien —digo—. No quiero ir a casa, sólo quiero que las cosas vayan
mejor.
—Apuesto a que estás deseando estar en Santorini ahora mismo —dice.
—Más que nada deseo que Alex no esté acostado en la habitación con un
espasmo en la espalda.
—¿Qué? —Dice Rachel—. ¿Alex, joven, en forma y con un cuerpo de piedra?
—Lo mismo. Y no me deja hacer nada para ayudarle, de verdad. Me ha
echado y hoy he ido al museo de arte cuatro veces.
—¿Cuatro... veces? —dice ella.
—Quiero decir —digo—. No me fui y volví. Me siento como si hubiera hecho
cuatro excursiones completas de séptimo grado seguidas. Pregúntame cualquier
cosa sobre Edward Ruscha.
—¡Oh! —Dice Rachel—. ¿Cuál era su seudónimo cuando trabajaba en la
revista Artforum en maquetación?
—Bien, no me preguntes nada —digo—. Resulta que en realidad no leí el
panfleto que estuve mirando todo ese tiempo.
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—Eddie Rusia —suelta Rachel la Escuela de Arte—. No recuerdo en absoluto
por qué. Quiero decir, obviamente sólo suena como su nombre, pero por qué no
usar tu nombre real en ese caso, ¿sabes?
—Totalmente —coincido, y empiezo a regresar al auto. El sudor se acumula
en mis axilas y en la parte posterior de mis rodillas, y siento que me estoy quemando
con el sol incluso estando de pie bajo el toldo de esta cafetería—. ¿Debería empezar
a escribir bajo el nombre de Pop Right, sin la W?
—O convertirte en un DJ de los noventa —dice Rachel con rotundidad—. DJ
Pop-Right.
—De todos modos —digo—. ¿Cómo estás? ¿Cómo está Nueva York?
¿Cómo están los perros?
—Bien —dice—. Con calor y bien. Otis tuvo una cirugía menor esta mañana.
Extirpación de un tumor benigno, gracias a Dios. Estoy en mi camino a recogerlo
ahora.
—Dale besos de mi parte.
—Obviamente —dice—. Estoy casi en el veterinario, así que debería ir, pero
avísame si necesitas que me lesione o lo que sea para que puedas volver a casa
antes.
Suspiro. —Gracias. Y tú avísame si necesitas algunos muebles caros.
—Um. Claro.
Colgamos y miro la hora. He conseguido llegar a las cuatro treinta de la tarde.
Creo que eso significa que es lo suficientemente tarde para recoger los sándwiches
y volver al Desert Rose.
Cuando entro, la puerta del balcón está cerrada contra el calor del día, pero
el apartamento sigue estando asquerosamente caluroso. Alex se ha vuelto a poner
una camiseta gris y está sentado donde lo dejé con su libro abierto y dos más
puestos en el colchón a su lado.
—Hola —dice—. ¿Lo has pasado bien?
—Sí —miento. Inclino la barbilla hacia la puerta—. Te has levantado y andado
por ahí.
Su boca se tuerce en un ceño culpable. —Sólo un poco. Tenía que orinar de
todos modos, y tomar otra pastilla.
Me subo a la cama y pongo la bolsa de sándwiches entre nosotros, metiendo
las piernas debajo de mí. —¿Cómo te sientes?
151
—Mucho mejor —dice—. Quiero decir, todavía estoy atrapado aquí, pero me
duele menos.
—Bien. Te he traído un sándwich. —Volteo la bolsa de plástico y el sándwich
envuelto en papel se desliza fuera de ella.
Él coge el suyo y sonríe ligeramente mientras lo desenvuelve. —¿Un
Reuben?
—Sé que no es lo mismo que robárselo a Delallo —digo—. Pero si quieres,
lo pondré en la nevera y me iré al baño el tiempo suficiente para que cojees y lo
agarres.
—Está bien —dice—. En mi corazón, es robado a Delallo, y algunos dirían
que eso es lo que realmente importa.
—Estamos aprendiendo muchas lecciones importantes en este viaje —
digo—. P.D., le dejé a Nikolai un mensaje de voz de camino a casa sobre la situación
del aire. Estoy segura de que está filtrando mis llamadas.
—¡Oh! —dice Alex, iluminándose—. ¡Olvidé decírtelo! Lo tengo a setenta y
ocho.
—¿En serio? —Salto de la cama y voy a comprobarlo—. ¡Es increíble, Alex!
Se ríe. —Eso es algo patético para celebrar.
—El tema de este viaje es "tomar todo lo que podamos obtener”. —digo
mientras me vuelvo a sentar a su lado.
—Yo creía que era Aspirar —dice Alex.
—Aspirar a llegar a los setenta y cinco grados.
—Aspirar a entrar en la piscina en algún momento.
—Aspirar a salirse con la suya en el asesinato de Nikolai.
—Aspirar a salir de la cama.
—Pobre —me quejo—. Atrapado en la cama con un libro “tu infierno
personal”, mientras te froto mentol en la espalda y te entrego en mano tu desayuno
y almuerzo ideal.
Alex pone cara de cachorro regañado.
—¡Injusto! —digo—. ¡Sabes que no puedo usar la autodefensa contra ti ahora
mismo!
152
—De acuerdo —dice—. Pararé hasta que te sientas cómoda causándome
daño corporal de nuevo.
—¿Cuándo empezó a pasar esto? —Pregunto.
—No lo sé —dice—. Supongo que un par de meses después de Croacia.
La palabra aterriza como un fuego artificial en medio de mi pecho. Intento
mantener mi rostro plácido, pero no tengo ni idea de cómo me va. Él, por su parte,
no muestra ningún signo de incomodidad. —¿Sabes por qué? —me recupero.
—Me jode mucho... —dice—. Sobre todo, cuando estoy leyendo o en mi
ordenador. Un masajista me dijo que probablemente mis músculos de la cadera se
estaban acortando, tirando de mi espalda. No lo sé. Mi médico se limitó a recetarme
relajantes musculares y se fue antes de que se me ocurriera alguna pregunta.
—¿Y eso pasa a menudo? —Le digo.
—No mucho —dice—. Esta es la cuarta o quinta vez. Ocurre menos cuando
hago ejercicio regularmente. Supongo que sentarse en el avión, en el auto y todo
eso... y luego la silla-cama.
—Tiene sentido.
Después de un momento, pregunta —¿Estás bien?
—Supongo que sólo... —Me detengo, sin saber cuánto quiero decir—. Siento
que me he perdido muchas cosas.
Su cabeza se inclina hacia atrás contra las almohadas y sus ojos recorren mi
cara. —Yo también.
Una carcajada a medias sale de mí. —No, no lo haces. Mi vida es
exactamente Igual.
—Eso no es cierto —dice—. Te has cortado el cabello.
Esta vez, la risa es más genuina, y una sonrisa contenida se curva en sus los
labios. —Sí, bueno —digo, luchando contra un rubor cuando siento su mirada pasar
por mi hombro desnudo, bajando por la longitud de mi brazo hasta donde mi mano
se apoya en la cama cerca de su rodilla—. No he conseguido una casa ni he
comprado mi propio lavavajillas ni nada. Dudo que alguna vez pueda hacerlo.
Su ceja se arquea y sus ojos se vuelven a fijar en mi cara. —No quieres —
dice en voz baja.
—Sí, probablemente tengas razón —digo, pero sinceramente no estoy
segura. Ese es el problema. No he querido las cosas que solía querer, las cosas
153
que quería cuando tomé casi todas las decisiones importantes de mi vida. Todavía
estoy pagando los préstamos estudiantiles por un título que no terminé, y aunque
me ahorré otro año y medio de matrícula, últimamente me encuentro
preguntándome si fue la elección correcta.
Hui de Linfield. Hui de la Universidad de Chicago, y si soy honesta, hui de
Alex cuando todo sucedió. Él también huyó de mí, pero no puedo echarle toda la
culpa.
Estaba aterrorizada. Hui. Y dejé que fuera él quien lo arreglara.
—¿Recuerdas cuando fuimos a San Francisco y decíamos "cuando en
Roma" cada vez que queríamos comprar algo? —le pregunto.
—Quizá —dice, sonando inseguro. Supongo que mi expresión debe ser algo
parecido a la de aplastada, porque añade disculpándose—: No tengo una gran
memoria.
—Sí. —digo—. Eso tiene sentido.
Tose. —¿Quieres ver algo, o vas a volver a salir?
—No —digo—. Vamos a ver algo. Si vuelvo al Museo de Arte de Palm
Springs, creo que el FBI me estará esperando.
—¿Por qué, has robado algo de valor incalculable? —pregunta Alex.
—No lo sabré hasta que lo tasen —bromeo—. Con suerte, el tal Claude
Moan-ay resulta ser algo importante.
Alex se ríe y sacude la cabeza, e incluso ese pequeño gesto parece costarle
una descarga de dolor. —Mierda —dice—. Tienes que dejar de hacerme reír.
—Tienes que dejar de asumir que estoy bromeando cuando hablo de robar
museos de arte.
Cierra los ojos y presiona su boca en una línea recta, sofocando cualquier
otra risa. Después de un segundo, abre los ojos. —Vale, voy a ir a orinar, espero
que sea la última vez por hoy y también voy a tomarme otra pastilla. Puedes agarrar
mi portátil del bolso y poner Netflix, si quieres. —Se gira con precaución, pone los
pies en el suelo y se levanta.
—Entendido —digo—. ¿Y quieres que deje las revistas de desnudos ahí o
que las saque también?
—Poppy —gime sin mirar atrás—. No bromeo.
154
Me levanto de la cama y tiro la bolsa del portátil de Alex en la silla mientras
busco y lo llevo de vuelta a la cama, abriéndolo sobre la marcha.
No lo ha apagado, y cuando rozo la alfombrilla del ratón, la pantalla se
enciende y me pide que me conecte. —¿Contraseña? —grito hacia el baño.
—Flannery O'Connor —responde, tira de la cadena y abre el grifo.
No pregunto por los espacios, las mayúsculas o la puntuación. Alex es un
purista. Lo tecleo y la pantalla de inicio de sesión desaparece, sustituida por un
navegador web abierto. Antes de darme cuenta, estoy fisgoneando sin querer.
Mi corazón se acelera.
El agua se cierra. La puerta se abre. Alex sale, y aunque sería mejor fingir
que no he visto el anuncio de empleo que Alex ha sacado, algo se apodera de mí,
arranca la parte de mi cerebro que al menos de vez en cuando filtra las cosas que
no debería decir.
—¿Estás solicitando una plaza de profesor en Berkeley Carroll?
La confusión en su rostro se transforma rápidamente en algo parecido a la
culpa. —Ah, eso.
—Eso es en Nueva York —digo.
—Así lo sugería la página web —dice Alex.
—La ciudad de Nueva York —aclaro.
—Espera, ¿ese Nueva York? —exclama.
—¿Te vas a mudar a Nueva York? —Digo, y estoy segura de que estoy
hablando fuerte, pero la adrenalina me hace sentir como si todo el mundo estuviera
relleno de algodón, reduciendo el sonido a un zumbido sordo.
—Probablemente no —dice—. Acabo de ver el anuncio.
—Pero te encantaría Nueva York —digo—. Quiero decir, piensa en las
librerías.
Ahora esboza una sonrisa que parece divertida y triste a la vez. Vuelve a
acercarse a la cama y se baja lentamente junto a mí. —No sé —dice—. Sólo estaba
mirando.
—No te voy a molestar —le digo—. Si te preocupa que aparezca en tu puerta
cada vez que tenga una crisis, te prometo que no lo haré.
155
Su ceja se levanta escéptica. —Y si descubres que tengo un espasmo en la
espalda, ¿irrumpirás en mi apartamento con donas y Icy Hot?
—¿No? —Digo, levantando el tono con culpabilidad. Su sonrisa se amplía,
pero aún así, hay algo vagamente triste en ella—. ¿Qué pasa?
Me sostiene la mirada durante un rato, como si estuviéramos atrapados en
un juego de gallinas. Luego suspira y se pasa una mano por la cara. —No lo sé —
dice—. Hay algunas cosas que todavía estoy tratando de resolver en Linfield. Antes
de tomar una decisión así.
—¿La casa? —Supongo.
—Eso es parte de ello —dice—. Me encanta esa casa. No sé si podría
soportar venderla.
—¡Podrías alquilarla! —Sugiero, y Alex me mira—. Ya. Eres demasiado
nervioso para ser casero.
—Creo que quieres decir que todos los demás son demasiado flojos para ser
inquilinos.
—Podrías alquilársela a uno de tus hermanos —digo—. O puedes
quedártela. Quiero decir, tu abuela era la dueña, ¿no? ¿Debes algo?
—Sólo los impuestos sobre la propiedad. —Me quita el ordenador y sale del
puesto de trabajo—. Pero no es sólo la casa. Y tampoco es sólo por mi padre y mis
hermanos. —añade al ver que mi boca se abre—. Es decir, obviamente echaría
mucho de menos a mis sobrinos. Pero hay otras cosas que me retienen allí. O, no
sé, puede que las haya. Estoy como... esperando a ver qué pasa.
—Oh —digo, dándome cuenta—. Así que, como... una mujer.
Vuelve a sostenerme la mirada, como si me retara a insistir en el asunto. Pero
no pestañeo, y él es el primero en decir algo. —No tenemos que hablar de esto.
—Oh. —Y ahora toda esa energía excitada y vibrante parece congelarse,
hundiéndose en mi estómago—. Así que es Sarah. Van a volver a estar juntos.
Agacha la cabeza, se frota la frente. —No lo sé.
—¿Ella quiere? —Le digo—. ¿O tú?
—No lo sé. —vuelve a decir.
—Alex.
—No hagas eso. —Levanta la vista—. No me regañes. Está realmente
sombrío ahí fuera, en cuanto a las citas, y Sarah y yo tenemos mucha historia.
156
—Sí, una historia sórdida —digo—. Hay una razón por la que rompieron. Dos
veces.
—Y una razón por la que salimos. —responde—. No todo el mundo puede
no mirar hacia atrás como tú.
—¿Qué se supone que significa eso? —Exijo.
—Nada —dice rápidamente—. Simplemente somos diferentes.
—Sé que somos diferentes —digo, a la defensiva—. También sé que es
sombrío ahí fuera. Yo también estoy soltera, Alex. Soy miembro del grupo de apoyo
a las fotos de pollas no solicitadas. No significa que esté corriendo para volver con
uno de mis ex.
—Es diferente —insiste.
—¿Cómo? —Le respondo bruscamente.
—Porque tú no quieres lo mismo que yo —dice, medio gritando, posiblemente
lo más alto que le he oído hablar, y aunque su voz no es de enfado, es
definitivamente de frustración.
Cuando me alejo de él, veo que se desinfla un poco, avergonzado.
Continúa, tranquilo y controlado una vez más. —Quiero todo lo que tienen
mis hermanos —dice—. Quiero casarme y tener hijos y nietos y hacerme
jodidamente viejo con mi mujer, y vivir en nuestra casa durante tanto tiempo que
huela a nosotros. Quiero elegir los putos muebles y los colores de la pintura y hacer
todas esas cosas de Linfield que te parecen tan insoportables, ¿vale? Eso es lo que
quiero. Y no quiero esperar. Nadie sabe cuánto tiempo tiene, y no quiero que pasen
diez años más y descubrir que tengo un puto cáncer de polla o algo así y que sea
demasiado tarde para mí. Esas cosas son las que me importan.
El fuego que le quedaba se apaga, pero yo sigo temblando de nervios, de
dolor y de vergüenza, y sobre todo de rabia conmigo misma por no haber entendido
lo que pasaba cada vez que defendía nuestra ciudad natal de Podunk, o cambiaba
el tema de Sarah, o cualquier otra cosa.
—Alex —digo, al borde de las lágrimas. Sacudo la cabeza, tratando de
despejar las nubes de la tormenta de emoción que se acumula—. No creo que esas
cosas sean insoportables. No creo que nada de eso sea insoportable.
Sus ojos se levantan pesadamente hacia los míos y se alejan de nuevo. Con
cuidado de no golpearlo, me acerco y atraigo su mano hacia la mía, cruzo mis dedos
entre los suyos. —¿Alex?
157
Me mira. —Lo siento —murmura—. Lo siento, Poppy.
Sacudo la cabeza. —Me encanta la casa de Betty —digo—. Y me encanta
pensar en que la tienes, y por mucho que odie la escuela, me encanta pensar en
que enseñas allí y en lo afortunados que son esos niños. Y me encanta lo buen
hermano e hijo que eres, y... —Las palabras se me atascan en la garganta y tengo
que balbucear el resto de ellas—. Y no quiero que te cases con Sarah, porque ella
te da por sentado. Si no fuera así, nunca habría roto contigo. Y sinceramente, aparte
de eso, no quiero que te cases con ella, porque nunca le he gustado, y si te casas
con ella... —Me detengo antes de empezar a sollozar.
Si te casas con ella, pienso, te perderé para siempre.
Y entonces, probablemente no importa con quién te cases, tendré que
perderte para siempre.
—Sé que eso es muy egoísta —digo—. Pero no es sólo eso. Realmente creo
que puedes hacerlo mejor. Sarah será genial para alguien, pero no para ti. No le
gusta el karaoke, Alex.
Esta última parte sale patéticamente llorosa, y mientras me mira, se esfuerza
por ocultar la sonrisa que le tira de la boca. Libera su mano de la mía y me rodea
con su brazo, apretándome ligeramente contra él, pero no me dejo hundir en él
como quisiera por miedo a hacerle daño.
Esta lesión, aunque es miserable para él, en realidad está resultando ser un
buen amortiguador porque en todas las partes que nos estamos tocando ha
empezado a zumbar, como si mis nervios estuvieran buscando más de él. Me da un
beso en la parte superior de la cabeza, y siento como si alguien hubiera roto un
huevo allí, algo cálido y sensual goteando sobre mí.
Empujo hacia abajo los recuerdos nebulosos de todo lo que esa boca hizo en
Croacia.
—No estoy seguro de que pueda hacerlo mejor —dice Alex, sacándome de
una escena de vergüenza—. Cuando abro Tinder, sólo me muestra el dedo del
medio.
—¿En serio? —Me incorporo—. ¿Tienes una cuenta de Tinder?
Pone los ojos en blanco. —Sí, Poppy. El abuelo tiene Tinder.
—Déjame verlo.
Sus orejas se ponen rojas. —No, gracias. No estoy de humor para ser
brutalmente agredido.
158
—Puedo ayudarte, Alex —digo—. Soy una mujer heterosexual. Sé cómo se
reciben los perfiles de Tinder de los hombres. Puedo averiguar qué estás haciendo
mal.
—Lo que estoy haciendo mal es tratar de encontrar una conexión significativa
en una aplicación de citas.
—Bueno, obviamente —digo—. Pero veamos qué más.
Suspira. —Bien. —Saca su teléfono del bolsillo y me lo entrega—. Pero ten
cuidado conmigo, Poppy. Estoy frágil ahora mismo.
Y entonces pone la cara.
159
Hace Siete Veranos
New Orleans
Alex siente curiosidad por la arquitectura, todos esos viejos edificios de color
crayola con sus balcones de hierro forjado y los árboles que se retuercen a través
de las aceras, con raíces que se extienden por metros en todas direcciones,
rompiendo el cemento como si nada. Los árboles lo preceden y lo sobrevivirán.
Me entusiasma el alcohol en forma de granizado y las tiendas sobrenaturales
kitsch.
Por suerte, no hay escasez de nada de eso.
Estoy encantada de encontrar un gran estudio no muy lejos de Bourbon
Street. Los suelos están teñidos de oscuro, los muebles son de madera pesada y
en las paredes de ladrillo visto cuelgan coloridos cuadros de músicos de jazz. Las
camas son de aspecto barato, al igual que la ropa de cama, pero son queen, y el
lugar está limpio, y el aire acondicionado es tan fuerte que tenemos que bajarle la
potencia para que cada vez que entremos después de un día de calor, no nos
castañeen los dientes.
Todo lo que hay que hacer en Nueva Orleans, es caminar, comer, beber,
mirar y escuchar. Esto es básicamente lo que hacemos en cada viaje, pero el hecho
queda subrayado aquí por los cientos de restaurantes y bares que se encuentran
hombro con hombro en cada esbelta calle. Y los miles de personas que circulan por
la ciudad con vasos altos de neón y pajitas desparejadas. Cada manzana, los olores
de la ciudad cambian de frito y delicioso a apestoso y podrido, la humedad atrapa
las aguas residuales y las pone en evidencia.
En comparación con la mayoría de las ciudades americanas, todo parece tan
viejo que me imagino que estamos oliendo residuos del 1700, lo que
milagrosamente lo hace más soportable.
—Se siente como si estuviéramos caminando dentro de la boca de alguien
—dice Alex más de una vez sobre la humedad, y desde entonces, cada vez que el
olor llega, pienso en comida atrapada entre muelas.
160
Pero el caso es que nunca dura. Una brisa lo despeja, o pasamos por delante
de otro restaurante con todas las puertas abiertas, o doblamos la esquina y nos
topamos con una hermosa calle lateral en la que todos los balcones están llenos de
flores moradas.
Además, llevo cinco meses en Nueva York, y durante los dos últimos meses
de verano no es que mi parada de metro haya olido a rosas. He visto a tres personas
diferentes orinando en los escalones del interior, y he visto a una de esas personas
hacerlo por segunda vez una semana después.
Me encanta Nueva York, pero, vagando por Nueva Orleans, me pregunto si
podría ser igual de feliz aquí. Si tal vez podría ser más feliz. Si tal vez Alex me
visitara más a menudo.
Hasta ahora ha visitado Nueva York una vez, unas semanas después de que
terminara su primer año de la escuela de posgrado. Llevó un auto lleno de mis cosas
desde la casa de mis padres hasta mi apartamento en Brooklyn, y el último día de
su viaje, comparamos calendarios, hablamos de cuándo nos volveríamos a ver.
El viaje de verano, obviamente. Posiblemente (pero probablemente no) el Día
de Acción de Gracias. Navidad, si pudiera conseguir tiempo libre en el restaurante
donde trabajo. Pero todo el mundo quiere estar libre en Navidad, así que propuse
la idea de Nochevieja y acordamos que lo haríamos más tarde.
Hasta ahora no hemos hablado de nada de eso en este viaje. No he querido
pensar en echar de menos a Alex mientras estoy con él. Me parece un desperdicio.
—Si no hay nada más —bromeó—. Siempre nos quedará el Viaje de Verano.
Tuve que decidir activamente ver eso como algo reconfortante.
Desde la mañana hasta horas después del anochecer, deambulamos.
Bourbon Street y Frenchmen, y Canal y Esplanade (Alex está especialmente
enamorado de las majestuosas casas antiguas de esta calle, con sus rebosantes
de flores y sus palmeras bronceadas que se alzan junto a escarpados robles).
Comemos esponjosos beignets espolvoreados de azúcar en un café al aire
libre y pasamos horas recorriendo las chucherías que se venden fuera del Mercado
Francés (llaveros con cabezas de cocodrilo y anillos de plata con piedras lunares),
los panes recién horneados y los productos locales refrigerados y los densos
pastelitos con kiwi y fresas y cerezas empapadas en bourbon y pralinés (de todas
las formas imaginables) que se venden en los puestos del interior.
Bebemos Sazeracs, huracanes y daiquiris allá donde vamos, porque seguir
el tema importa, como dice Alex dramáticamente cuando intento pedir un gin-tonic,
161
y a partir de ahí, tenemos tanto nuestro mantra como nuestros alter ego para la
semana.
Gladys y Keith Vivant son una pareja poderosa de Broadway, decidimos.
Verdaderos artistas, hasta la médula, y como rezan sus tatuajes a juego, ¡Todo el
mundo es un escenario!
Comienzan todos los días con algunos ejercicios de actuación, se adhieren
a un tema para una semana entera, dejando que guíe cada una de sus interacciones
para poder habitar mejor el personaje.
Y el tema, por supuesto, es vital.
O podríamos decir, que es importante.
—¡El tema importa! —gritamos una y otra vez, pisando fuerte cada vez que
queremos que el otro haga algo que no le entusiasma.
Hay un montón de tiendas vintage que parecen no haber sido nunca
limpiadas antes, y a Alex no le entusiasma probarse los pantalones de cuero
antiguos que le elijo en una de ellas, al igual que a mí no me entusiasma que quiera
pasar seis horas en un museo de arte.
—¡El tema importa! —Grito— cuando se niega a entrar en un bar con una
banda de saxofón (no es broma) tocando en pleno día.
—¡El tema importa! —grita cuando le digo que no quiero comprar camisetas
que digan Drunk Bitch 1 y Drunk Bitch 2 como esas camisetas de Thing 1 y Thing 2
que venden en los parques temáticos, y salimos de la tienda con las camisetas
encima de la ropa.
—Me encanta cuando te pones raro —le digo.
Me mira de reojo mientras caminamos. —Tú me pones raro. No soy así con
nadie más.
—Tú también me pones rara —le digo; luego—. ¿Deberíamos hacernos
tatuajes de verdad que digan 'Todo el mundo es un escenario'?
—Gladys y Keith lo harían —dice Alex, dando un largo trago a su botella de
agua. Después me la pasa, y yo me trago la mitad con avidez.
—¿Entonces eso es un sí?
—Por favor, no me obligues —dice.
—Pero, Alex —grito—. El tem...
162
Me vuelve a meter la botella de agua en la boca. —Cuando estés sobria, te
prometo que ya no te parecerá gracioso.
—Siempre pensaré que todos los chistes que hago son divertidísimos –
digo—. Pero punto válido.
Nos dedicamos a la hora feliz, con resultados variados. A veces las bebidas
son débiles y malas, a veces son duras y buenas, a menudo son duras y malas.
Vamos a un bar de hotel que está montado en un carrusel y cada uno compra un
cóctel de quince dólares. Vamos a, supuestamente, el segundo bar más antiguo en
funcionamiento de Luisiana. Es una vieja herrería con suelos pegajosos que parece
un museo viviente excepto por la gigantesca máquina de trivial que hay instalada
en la esquina.
Alex y yo sorbemos lentamente una bebida compartida mientras esperamos
nuestro turno. No batimos el récord, pero sí el marcador.
La quinta noche, terminamos en un bar de karaoke de fraternidad con un
escenario y espectáculo de luces láser. Después de dos tragos de Fireball, Alex
acepta cantar I Got You Babe de Sonny y Cher en el escenario en el papel de los
Vivants.
A mitad de la canción, nos enzarzamos en una pelea con micrófonos sobre
el hecho de que sé que se acuesta con Shelly por el maquillaje. —¡No se tarda una
hora en ponerse una maldita barba falsa, Keith! —Grito.
Los aplausos del final son apagados e incómodos. Nos tomamos otro trago
y nos dirigimos a un lugar del que me habló Guillermo que sirve un cóctel de café
helado.
La mitad de los sitios a los que hemos ido han sido lugares recomendados
por Guillermo, y me han encantado todos, especialmente la tienda de po'boys. Tener
un chef como novio tiene sus ventajas.
Cuando le dije a dónde íbamos Alex y yo, sacó un papel y empezó a escribir
todo lo que recordaba de su último viaje, junto con notas sobre los precios y lo que
había que pedir. Anotó todo lo que debía comer, pero es imposible que lleguemos
a todos.
Conocí a Guillermo un par de meses después de mudarme a Nueva York. Mi
nueva amiga (la primera neoyorquina), Rachel, recibió una petición para comer
gratis en su nuevo restaurante, a cambio de publicar algunas fotos en sus redes
sociales. Ella hace ese tipo de cosas a menudo, y como soy una compañera de
Internet, hacemos este tipo de cosas juntas.
—Menos embarazoso —insiste—. Además de la promoción cruzada.
163
Cada vez que publica una foto conmigo, mi número de suscriptores aumenta
en cientos. Llevo seis meses con treinta y seis mil, pero he llegado a cincuenta y
cinco mil por pura asociación con Her Brand.
Así que fui con ella a ese restaurante, y después de la comida, el chef vino
era guapo y dulce, con suaves ojos marrones y el cabello oscuro recogido en la
frente. Su risa era suave y discreta, y esa noche me envió un mensaje a Instagram,
antes de que pudiera publicar las fotos que había tomado, en mi cuenta.
Me encontró a través de Rachel, y me gustó la forma en que me lo dijo por
adelantado, sin vergüenza. Trabaja casi todas las noches, así que en nuestra
primera cita fuimos a desayunar y me besó cuando me recogió en lugar de esperar
a dejarme después.
Al principio, salía con otras personas y él también, pero después de varias
semanas, decidimos que ninguno de los dos quería ver a nadie más. Él se reía
cuando me lo contaba, y yo también me reía, sólo porque me había acostumbrado
a dar ánimos a la risa por estar cerca de él.
No es como con Julián, no es algo que lo consuma todo y sea imprevisible.
Nos vemos dos o tres veces por semana, y es agradable, la forma en que esto deja
espacio en mi vida para otras cosas.
Clases de spinning con Rachel y largos paseos por el centro comercial de
Central Park con un cucurucho de helado chorreante en la mano, inauguraciones
de galerías y noches especiales de cine en los bares del barrio. La gente de Nueva
York es más amable de lo que el resto del mundo me advirtió que sería.
Cuando le cuento esto a Rachel, me dice —La mayoría de la gente aquí no
es idiota. Sólo están ocupados.
Pero cuando le digo lo mismo a Guillermo, me coge suavemente la
mandíbula, se ríe y dice: —Eres tan dulce. Espero que no dejes que este lugar te
cambie.
Es dulce, pero también me preocupa. Como si lo que Gui ama más de mí no
es una parte esencial, sino algo cambiante, algo que podría ser despojado por unos
años en el clima adecuado.
Mientras recorremos las calles de Nueva Orleans, pienso varias veces en
decirle a Alex lo que dijo Guillermo, pero cada vez me detengo. Quiero que a Alex
le guste Guillermo, y me preocupa que se ofenda por mí.
Así que le cuento otras cosas. Como lo tranquilo que es Guillermo, que se ríe
con facilidad, que le apasiona su trabajo y la comida en general.
164
—Te va a gustar –le digo, y me lo creo de verdad.
—Seguro que sí —insiste Alex—. Si a ti te gusta, a mí me gustará.
—Bien —digo.
Y entonces me habla de Sarah, su enamoramiento universitario no
correspondido. Se encontró con ella cuando estaba en Chicago visitando a unos
amigos hace unas semanas. Tomaron una copa.
—¿Y?
—Y nada —dice—. Ella vive en Chicago.
—No es Marte —digo—. Ni siquiera está tan lejos de la Universidad de
Indiana.
—Me ha estado enviando algunos mensajes de texto —admite.
—Por supuesto que sí —digo—. Eres un buen partido.
Su sonrisa es tímida y adorable. —No lo sé —dice—. Quizá la próxima vez
que esté en la ciudad volvamos a quedar.
—Deberías —insisto.
Soy feliz con Guillermo, y Alex merece ser feliz también. Cualquier tensión
que el cinco por ciento de nuestra relación el "qué pasaría si", dejaba entrever
parece haberse resuelto.
Mientras que quedarse en el Barrio Francés había parecido ideal cuando
reservé nuestro Airbnb, resulta que las noches son bastante ruidosas. La música
llega hasta las tres o las cuatro y empieza a sonar sorprendentemente temprano por
la mañana. Nos aventuramos a ir a la piscina de la azotea del Ace Hotel, que es
gratuita entre semana, y a dormir la siesta en un par de tumbonas al sol.
Es probablemente el mejor sueño que tengo en toda la semana, así que para
cuando hacemos la visita al cementerio en el último día del viaje, ya estoy agotada.
Alex y yo esperábamos historias de fantasmas inquietantes. En cambio, recibimos
información sobre cómo la Iglesia Católica cuida de algunas tumbas, las que la
gente compró "cuidado perpetuo" hace generaciones y deja que las otras se
desmoronen hasta convertirse en polvo.
Es decididamente aburrido, y nos estamos asando al sol, y me duele la
espalda de caminar en sandalias toda la semana, y estoy agotada de apenas dormir,
y a mitad de camino, cuando Alex se da cuenta de lo miserable que soy, empieza a
levantar la mano cada vez que nos detenemos en otra tumba para obtener más
datos anodinos y a preguntar —Entonces, ¿esta tumba está embrujada?
165
Al principio nuestro guía turístico se ríe de su pregunta, pero le hace menos
gracia cada vez que ocurre. Finalmente, Alex pregunta por una gran pirámide de
mármol blanco que no encaja con el resto de las tumbas apiladas y rectangulares
de estilo francés y español, y el guía turístico resopla —¡Espero que no! Esa es de
Nicolas Cage.
Alex y yo nos desternillamos de risa.
Resulta que no está bromeando.
Se suponía que esto era una gran revelación, probablemente con una broma
incorporada, y lo arruinamos. —Lo siento —dice Alex, y le pasa una propina
mientras nos vamos. Yo soy la que trabaja en un bar, pero él es el que siempre tiene
dinero en efectivo.
—…Eres secretamente un stripper? —Le pregunto—. ¿Por eso siempre
tienes dinero en efectivo?
—Bailarín exótico —dice.
—¿Eres un bailarín exótico? —Le digo.
—No —dice—. Sólo es útil llevar dinero en efectivo.
El sol se está poniendo, y ambos estamos cansados, pero es nuestra última
noche, así que decidimos asearnos y reunirnos. Mientras estoy sentada en el suelo
frente al espejo de cuerpo entero, maquillándome, ojeo la lista de Guillermo y le grito
sugerencias a Alex.
—Eh —dice él después de cada una, viene a ponerse detrás de mí, haciendo
contacto visual en el espejo–. ¿Podemos dar un paseo?
—Me encantaría —admito.
Pasamos por un par de pubs lúgubres antes de acabar en el Dungeon, un
pequeño y oscuro bar gótico al final de un estrecho callejón. Nos dicen que las fotos
están expresamente prohibidas, antes de que el portero nos deje entrar en la sala
principal, iluminada en rojo, y está tan llena que tengo que agarrarme al codo de
Alex mientras subimos. Hay esqueletos de plástico colgados en la pared, y un ataúd
con revestimiento rojo espera una foto que no está permitida.
A pesar de nuestro mantra para este viaje, y todas las compras personales
gratuitas que he hecho por él, Alex ha seguido aborreciendo las fiestas temáticas,
los eventos y, al parecer, también los bares.
—Este lugar es horrible —dice—. Te encanta, ¿verdad?
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Asiento con la cabeza y él sonríe. Tenemos que estar tan cerca que tengo
que inclinar la cabeza toda hacia atrás para poder verlo. Me aparta el cabello de los
ojos y me coge la nuca, como para estabilizarla.
—Siento ser tan alto —dice por encima de la música metálica que retumba
en el bar.
—Siento ser tan baja —digo yo.
—Me gusta que seas bajita —dice—. Nunca te disculpes por ser bajita.
Me inclino hacia él, un abrazo sin brazos. —Oye —le digo.
—Oye, ¿qué? —pregunta.
—¿Podemos ir a ese bar country por el que pasamos?
Estoy segura de que no quiere. Estoy segura de que todo esto le parece
humillante. Pero lo que dice es —Tenemos que hacerlo. El tema importa, Poppy.
Así que vamos allí a continuación, y es el polo opuesto del Dungeon, un gran
bar abierto con sillas de montar para los asientos y Kenny Chesney a todo volumen
para nadie más que nosotros.
Alex está disgustado con la idea de sentarse en los en las sillas de montar,
pero me levanto e intento ponerle su cara de cachorro regañado.
—¿Qué es eso? —dice—. ¿Estás bien?
—Estoy siendo patética —digo—. Para que por favor me hagas la mujer más
feliz del estado de Luisiana y te sientes en una de éstas sillas de montar.
—No puedo decidir si eres demasiado fácil de complacer o demasiado dura
—dice, y gira una pierna, subiéndose a la silla de montar junto a la mía.
—Disculpe —dice, a un fornido camarero con chaleco de cuero negro—.
Deme algo que me haga olvidar lo que ha pasado.
Todavía sacando brillo a un vaso, se gira y me mira fijamente. —No leo la
mente, chico. ¿Qué quieres?
Las mejillas de Alex se ruborizan. Se aclara la garganta. —La cerveza está
bien. Lo que tengas.
—Que sean dos —digo—. Dos de esos alcoholes, por favor.
Mientras el camarero se gira para traer nuestras bebidas, me inclino hacia
Alex y casi me caigo de la silla de montar en el proceso. Él me atrapa y me sostiene
mientras susurro —¡Está tan en el tema!
167
Sólo son las once y media cuando nos vamos, pero estoy agotada y tan
sedienta como nunca he estado en mi vida. Así que caminamos por el centro de la
calle con todos los demás juerguistas: familias con camisetas de la reunión a juego;
novias vestidas de blanco con sedosos fajines rosas de soltera y altísimos tacones;
hombres borrachos de mediana edad que coquetean con las chicas con fajines
rosas de BACHELORETTE (soltera), metiendo billetes de dólar en los tirantes de
sus vestidos al pasar.
En lo alto, la gente se agolpa en los balcones de los bares y restaurantes,
agitando cuentas moradas, doradas y verdes, y cuando un hombre me silba y agita
un puñado de collares, levanto los brazos para cogerlos. Él sacude la cabeza y hace
la pantomima de levantarse la camisa.
—Lo odio —le digo a Alex.
—Yo también —coincide Alex.
—Pero tengo que admitir que está en el tema.
Alex se ríe y seguimos caminando, sin rumbo fijo. Poco a poco, el tráfico
peatonal se ralentiza a medida que nos acercamos a una banda de música (sin
saxofón ni otros vientos de madera) que se ha instalado en medio de la calle, con
las trompas y los tambores sonando. Nos detenemos a observar y algunas parejas
se ponen a bailar. En un giro del siglo, Alex me ofrece su mano y, cuando la tomo,
me hace girar en un círculo perezoso y me acerca, con una mano alrededor de mi
espalda y la otra doblada contra la mía. Me mece de un lado a otro y los dos nos
reímos con sueño. No llevamos el ritmo, pero no importa. Sólo somos nosotros.
Quizá por eso puede soportar el afecto público.
Tal vez, como yo, cuando estamos juntos siente que no hay nadie más, como
si fueran fantasmas que soñamos como decorado.
Incluso si Jason Stanley y todos los otros matones de mi pasado estuvieran
aquí, burlándose de mí a través de un megáfono, no creo que dejara de bailar
torpemente con Alex en la calle. Me hace girar hacia afuera y hacia adentro, trata
de sumergirme, casi me deja caer. Grito cuando sucede, me río tanto que resoplo
cuando me atrapa y me hace girar sobre mis pies, meciéndome un poco más.
Cuando la canción termina, nos separamos y nos unimos a la multitud en los
aplausos. Alex se agacha un segundo y, cuando se levanta, sostiene un ramo de
collares de Mardi Gras de color púrpura.
—Estaban en el suelo —digo.
—¿No las quieres?
168
—No, las quiero —digo—. Pero estaban en el suelo.
—Sí —dice.
—Donde hay suciedad —digo—. Y alcohol derramado. Posiblemente vómito.
Hace un gesto de dolor y empieza a bajarlas. Le agarro la muñeca y lo calmo.
—Gracias —le digo—. Gracias por tocar estos sucios collares para mí, Alex.
Me encantan.
Pone los ojos en blanco, sonríe y desliza los collares por mi cuello mientras
yo agacho la cabeza.
Cuando vuelvo a mirarlo, me está mirando con una sonrisa, y pienso: Te
quiero más que nunca. ¿Cómo es posible que esto siga ocurriendo con él?
—Podemos hacernos una foto juntos? —Le pregunto, pero lo que estoy
pensando es que ojalá pudiera embotellar este momento y llevarlo como un
perfume. Estaría siempre conmigo. Dondequiera que fuera, él también estaría allí,
y así siempre me sentiría yo misma.
Saca su teléfono y nos acurrucamos juntos mientras saca una foto. Cuando
la miramos, emite un sonido de sorpresa estrangulada. Probablemente en un
esfuerzo por no parecer tan somnoliento, abrió mucho los ojos en el último segundo
posible.
—Parece que has visto algo horrible exactamente cuando el se prendió el
flash —le digo.
Intenta quitarme el teléfono de las manos, pero me alejo de él, y salgo
corriendo de su alcance mientras me escribo un mensaje de texto. Me sigue,
luchando contra una sonrisa, y cuando se lo devuelvo, le digo: —Ya está, ahora que
tengo una copia, puedes borrarla.
—Nunca la borraría —dice Alex—. Sólo voy a mirarla cuando esté solo,
encerrado en mi apartamento, para que nadie más vea mi cara en esta foto.
—Yo la voy a ver —digo.
—Tú no cuentas —dice.
—Lo sé —acepto. Me encanta eso, ser la que no cuenta. La que puede ver
a Alex. La que lo hace raro.
Cuando volvemos al apartamento, le pregunto cuándo me va a dejar leer los
cuentos en los que ha estado trabajando.
Dice que no puede, que si no me gustan, se sentirá demasiado avergonzado.
169
—Has entrado en un programa de maestría increíble —le digo—. Es obvio
que eres bueno. Si no creo que sean buenos, obviamente estoy equivocada.
Dice que si no creo que sean buenos, entonces la Universidad está
equivocada.
—Por favor —le digo.
—De acuerdo —dice, y saca su computadora—. Sólo espera hasta que esté
en la ducha, ¿de acuerdo? No quiero tener que ver cómo lo lees.
—De acuerdo —digo–. Si tienes una novela, podría leerla en su lugar, ya que
tendré toda la duración de una ducha de Alex Nilsen.
Me lanza una almohada y entra en el baño.
La historia es realmente corta. Nueve páginas, sobre un niño que nació con
un par de alas. Toda su vida, la gente le dice que eso significa que debería intentar
volar. Él tiene miedo de hacerlo. Cuando finalmente lo hace, salta desde un tejado
de dos pisos, y se cae. Se rompe las piernas y las alas. Nunca las recupera.
Mientras se recupera, el hueso se cura en su forma deforme. Por fin, la gente deja
de decirle que debe haber nacido para volar. Por fin, es feliz.
Cuando Alex vuelve a salir, estoy llorando.
Me pregunta qué me pasa.
Le digo: —No lo sé. Sólo háblame.
Piensa que estoy haciendo una broma y se ríe, pero por una vez, no me
refería a la chica de la galería que intentó vendernos una escultura de un oso de
veintiún mil dólares.
Estaba pensando en lo que Julián solía decir sobre el arte. Como te hace
sentir algo o no.
Cuando leí su historia, me puse a llorar por una razón que no puedo explicar
del todo, ni siquiera a Alex.
Cuando era una niña, solía tener estos ataques de pánico pensando en cómo
nunca podría ser otra persona. No podía ser mi madre ni mi padre, y durante toda
mi vida tendría que andar dentro de un cuerpo que me impedía conocer de verdad
a otra persona.
Me hacía sentir sola, desolada, casi sin esperanza. Cuando se lo conté a mis
padres, esperaba que conocieran el sentimiento del que hablaba, pero no fue así.
170
—¡Pero eso no significa que haya nada malo en sentirse así, cariño! —insistió
mamá.
—¿Quién más piensas ser? —dijo mi padre con su particular fascinación.
El miedo disminuyó, pero la sensación nunca desapareció. De vez en cuando
vez, volvía a sacarla, a hurgar en ella. Me preguntaba cómo podría dejar de sentirme
sola si nadie podía conocerme del todo. Cuando nunca podría asomarme al cerebro
de otra persona y verlo todo.
Y ahora estoy llorando porque leer esta historia me hace sentir por primera
vez que no estoy en mi cuerpo. Como si hubiera una burbuja que se extiende
alrededor de mí y de Alex y hace que seamos sólo dos globos de diferentes colores
en una lámpara de lava, mezclándose libremente, bailando uno alrededor del otro,
sin obstáculos.
Lloro porque me siento aliviada. Porque nunca más me sentiré tan sola como
en aquellas largas noches de niña. Mientras lo tenga a él, nunca más estaré sola.
171
Este Verano
—Alex —grito al ver su perfil de Tinder—. ¡No!
—¿Qué? ¿Qué? —dice—. ¡No hay manera de que hayas leído todo ahora!
—Um, en primer lugar —digo, blandiendo su teléfono delante de nosotros—.
¿No crees que eso sea un problema? Tu biografía parece la carta de presentación
de un currículum. Ni siquiera sabía que las biografías de Tinder podían ser tan
largas. ¿No hay algún tipo de límite de caracteres? Nadie va a leer todo esto.
—Si están realmente interesadas, lo harán —dice, deslizando el teléfono de
mi mano.
—Tal vez, si están interesadas en extraer tus órganos, hojearán hasta el final
sólo para asegurarse de que no mencionas tu tipo de sangre... ¿lo haces?
—No —dice, sonando dolido, y luego añade—, sólo mi peso, altura, IMC y
número de seguridad social. ¿Lo que he escrito está bien al menos?
—Oh, no vamos a hablar de eso todavía. —Le quito el teléfono de la mano,
inclino la pantalla hacia él y amplío su foto de perfil—. Primero tenemos que hablar
de esto.
Él frunce el ceño. —Me gusta esa foto.
—Alex... —Le digo con calma—. Hay cuatro personas en esta foto
—¿Y?
—Así que hemos encontrado el primer y mayor problema.
—¿Que tengo amigos? Pensé que eso ayudaría.
—Pobre criatura inocente, recién llegada a la tierra —lo arrullo.
—¿Las mujeres no quieren salir con hombres que tienen amigos? —dice
secamente, incrédulo.
172
—Por supuesto que sí —le digo—. Sólo que no quieren jugar a la aplicación
de citas. ¿Cómo se supone que van a saber cuál de estos tipos eres tú? El de la
izquierda tiene como ochenta años.
—Profesor de biología —dice. Su ceño se frunce—. En realidad no me tomo
fotos solo.
—Me enviaste esos selfies de Cachorros Tristes —señalo.
—Eso es diferente —dice—. Esas eran para ti... ¿Crees que debería usar
una de esas?
—Dios, no —digo—. Pero podrías tomarte una nueva foto en la que no estés
poniendo esa cara, o podrías recortar una en la que estés tú y tres profesores de
biología de cierta edad para que sólo estés tú.
—Estoy poniendo una cara rara en esa foto —dice—. Siempre pongo una
cara rara en las fotos.
Me río, pero en realidad, un cálido afecto crece en mi vientre. —Tienes una
cara para las películas, no para las fotografías —digo.
—¿Qué significa eso?
—Significa que eres extremadamente guapo en la vida real, cuando tu cara
se mueve como lo hace, pero cuando se capta una milésima de segundo, sí, a veces
pones una cara rara.
—Así que básicamente debería borrar Tinder y tirar mi teléfono al mar.
—¡Espera! —Salto de la cama y arrebato mi teléfono de la encimera donde
lo dejé, y luego vuelvo a subirme al lado de Alex, metiendo las piernas debajo de
mí—. Sé lo que deberías usar.
Él me mira con duda mientras reviso mis fotos. Estoy buscando una foto de
nuestro viaje a la Toscana, el último antes de Croacia. Estábamos sentados en el
patio, cenando tarde, y se escabulló sin decir nada. Supuse que había ido al baño,
pero cuando entré a por el postre, estaba en la cocina, mordiéndose el labio y
leyendo un correo electrónico en su teléfono.
Parecía preocupado, no parecía darse cuenta de que yo estaba allí hasta que
le toqué el brazo y dije su nombre. Cuando levantó la vista, su rostro se volvió flojo.
—¿Qué pasa? —pregunté, y lo primero que me vino a la mente fue La abuela
Betty. Se estaba haciendo mayor. En realidad, desde que la conocí había sido vieja,
pero la última vez que habíamos ido a su casa juntos, apenas se había levantado
de la silla en la que tejía. Hasta entonces, siempre había sido una persona bulliciosa.
173
Iba a la cocina para traernos limonada. Yendo al sofá para mullir los cojines antes
de sentarnos.
Pero el pensamiento no tuvo tiempo de gestarse porque apareció la diminuta
y siempre reprimida sonrisa de Alex.
—Tin House —dijo—. Van a publicar uno de mis cuentos.
Se rio por sorpresa después de decirlo, y lo abracé, dejé que me levantara y
que me atrajera y me apretara contra él. Le besé la mejilla sin pensarlo, y si a él le
pareció menos natural que a mí, no lo demostró. Me hizo girar en medio círculo, me
dejó en el suelo sonriendo y volvió a mirar su teléfono. Se olvidó de ocultar sus
emociones. Dejó que se desbocaran en su rostro. Saqué mi teléfono del bolsillo,
saqué la cámara y dije: —Alex.
Cuando levantó la vista, capturé mi foto favorita de Alex Nilsen.
La felicidad sin filtros. Alex desnudo.
—Aquí —dije, y le mostré la foto. Él, de pie en una cálida cocina dorada de
la Toscana, con el cabello recogido como siempre, el teléfono suelto en la mano y
los ojos fijos en la cámara, la boca sonriente pero entreabierta—. Deberías usar
esta.
Se vuelve del teléfono hacia mí, nuestras caras están cerca aunque, como
siempre, la suya cuelga sobre la mía, su boca suave con un rastro de sonrisa. —Me
había olvidado de eso —dice.
—Es mi favorita —Durante un rato ninguno de los dos se mueve. Nos
quedamos en este momento de estrecho silencio—. Te la enviaré —digo
débilmente, y rompo el contacto visual, abriendo nuestro hilo de texto y dejando caer
la foto en él.
El teléfono de Alex zumba en su regazo, donde debo haberlo dejado caer. Lo
coge y hace su tic de media tos. —Gracias.
—Entonces —digo—. Sobre esa biografía.
—¿La imprimimos y buscamos un bolígrafo rojo? —bromea.
—Ni hablar, hombre. Este planeta se está muriendo. De ninguna manera voy
a desperdiciar tanto papel.
—Ja, ja, ja —dice—. Intentaba ser minucioso.
—Tan minucioso como Dostoyevsky.
—Lo dices como si fuera algo malo.
174
—Shh —digo—. Leyendo.
Ya conociendo a Alex, la biografía me parece encantadora. Sobre todo en
que habla de su lado de abuelo adorable. Pero si no lo conociera y uno de mis
amigos me leyera esta biografía, sugeriría que tal vez este hombre sería un asesino
en serie.
¿Injusto? Probablemente.
Pero eso no cambia las cosas. Enumera donde fue a la escuela, cuando se
graduó, habla a profundidad sobre lo que estudió, los últimos trabajos que tuvo, sus
puntos fuertes en dichos trabajos, el hecho de que espera casarse y tener hijos, y
que está "unido a sus tres hermanos y a sus cónyuges e hijos" y "disfruta enseñando
literatura a estudiantes de secundaria superdotados”
Debo poner cara de circunstancias, porque suspira y dice: —Es realmente
tan malo?
—¿No? —le digo.
—¿Es una pregunta? —pregunta.
—¡No! —le digo—. Quiero decir, no, no está mal. Es algo bonito, pero, Alex,
¿de qué se supone que tienes que hablar cuando sales con una chica que ya ha
leído todo esto?
Se encoge de hombros. —No lo sé. Probablemente sólo les haría preguntas
sobre ellas mismas.
—Eso parece una entrevista de trabajo —digo—. Quiero decir, sí, es una
cosa rara y maravillosa cuando tu cita de Tinder te hace una sola pregunta sobre ti,
pero no puedes no hablar de ti en absoluto.
Se frota la línea de la frente. —Dios, realmente odio tener que hacer esto.
¿Por qué es tan difícil conocer gente en la vida real?
—Podría ser más fácil... en otra ciudad —le digo con insistencia.
Me mira con recelo y pone los ojos en blanco, pero sonríe. —Bueno, ¿qué
escribirías, si fueras un chico, tratando de cortejarte a ti misma?
—Bueno, yo soy diferente —digo—. Lo que tienes aquí funcionaría
totalmente en mí.
Se ríe. —No seas mala.
—No lo soy —digo—. Suenas como un robot sexy para criar niños. Como la
criada de los Jetsons pero con abdominales.
175
—Poppyyyyy —gime, echándose el antebrazo a la cara.
—Bien, bien. Lo intentaré. —Vuelvo a coger su teléfono y borro lo que ha
escrito, memorizándolo lo mejor posible por si quiere recuperarlo. Pienso durante
un minuto, luego escribo y le devuelvo el teléfono.
Él estudia la pantalla durante un largo rato y luego lee en voz alta —. Tengo
un trabajo a tiempo completo y una cama con un marco real. Mi casa no está llena
de posters de Tarantino, y respondo a los mensajes en un par de horas. Además,
odio el saxofón.
—Oh, ¿he puesto un signo de interrogación? —pregunto, inclinándome sobre
su hombro para ver—. Se supone que eso es un punto.
—Es un punto —dice—. Es que no estaba seguro de si hablabas en serio.
—¡Claro que hablo en serio!
—¿Tengo una cama con un marco real? —dice de nuevo.
—Demuestra que eres responsable —digo—. Y que eres divertido.
—En realidad demuestra que eres graciosa —dice Alex.
—Pero tú también eres divertido —digo yo—. Estás dándole demasiadas
vueltas a esto.
—Realmente crees que las mujeres querrán salir conmigo basándose en una
foto y en el hecho de que tengo una cama con un marco.
—Oh, Alex —digo—. Creí que habías dicho que sabías lo sombrío que era
ahí afuera.
—Todo lo que digo es que ando todo el día con esta cara y un trabajo y una
cama con marco, y nada de eso me ha llevado muy lejos.
—Sí, eso es porque eres intimidante —digo, guardando la biografía y
volviendo al pase de diapositivas de los relatos de las mujeres.
—Sí, eso es —dice Alex, y lo miro.
—Sí, Alex —digo—. Eso es.
—¿De qué estás hablando?
—¿Te acuerdas de Clarissa? Mi compañera de cuarto en la Universidad de
Chicago.
—¿La hippie del fondo fiduciario? —dice.
176
—¿Qué hay de Isabel, mi compañera de cuarto de segundo año? ¿O mi
amiga Jaclyn, del departamento de comunicaciones?
—Sí, Poppy, recuerdo a tus amigos. No fue hace veinte años.
—¿Sabes qué tenían en común esas tres personas? —Digo—. Todas
estaban enamoradas de ti. Todas ellas.
Se sonroja. —Estás llena de mierda.
—No —le digo—. No lo estoy. Clarissa e Isabel estaban constantemente
tratando de coquetear contigo, y las "habilidades de comunicación" de Jaclyn
fallaban por completo cada vez que estabas en la habitación.
—Bueno, ¿cómo se supone que iba a saber eso? —exige.
—El lenguaje corporal, el contacto visual prolongado —digo—. Encontrar
cada excusa para tocarte, hacer insinuaciones sexuales abiertas, pedirte ayuda con
los papeles.
—Siempre lo hacíamos por correo electrónico —dice Alex, como si hubiera
encontrado un agujero en mi lógica.
—Alex —digo con calma—. ¿De quién fue la idea?
La mirada de victoria se filtra en su cara. —Espera. ¿En serio?
—En serio —digo—. Así que, teniendo esto en cuenta, ¿te gustaría dar una
vuelta en tu nueva foto y tu biografía?
Pone cara de asombro. —No voy a tener una cita durante nuestro viaje,
Poppy.
—¡Claro que no! —Le digo—. Pero al menos puedes probarlo. Además,
quiero ver por qué tipo de chicas te deslizan hacia la derecha.
—Monjas —dice—. Y cooperantes.
—Vaya, eres una buena persona —digo con una voz de Marilyn Monroe—.
Por favor, permíteme mostrar mi agradecimiento con un...
—Bien, bien —dice—. Qué no te dé un ataque de asma. Voy a pasar el dedo,
pero con cuidado, Poppy.
Golpeo mi hombro ligeramente contra el suyo. —Siempre.
—Nunca —dice.
Frunzo el ceño. —Por favor, dime si alguna vez te hago sentir mal.
177
—No lo haces —dice—. Está bien.
—Sé que a veces bromeo con dureza. Pero nunca quiero hacerte daño.
Nunca.
No sonríe, sólo devuelve la mirada con firmeza, como si se tomara el tiempo
necesario para dejar que las palabras calen. —Ya lo sé.
—Vale, bien. —Asiento con la cabeza y entreno mis ojos en la pantalla de su
teléfono—. Oh, ¿qué sobre ella?
La chica que aparece en la pantalla está bronceada y es bonita, se dobla por
la rodilla y sopla un beso a la cámara. —Nada de caritas —dice él, y la saca de la
pantalla.
—Me parece justo.
En su lugar aparece una chica con un aro en el labio y maquillaje de ojos
oscuro. Su biografía dice: Todo el metal, todo el tiempo.
—Eso es mucho metal —dice Alex, y la elimina también.
La siguiente es una chica con un sombrero de duende verde, que sonríe con
una camiseta de tirantes verde y sostiene una cerveza verde. Tiene grandes tetas
y una sonrisa más grande.
—Oh, una buena chica irlandesa —bromeo.
Alex se desvanece sin hacer comentarios.
—Oye, ¿qué te pasa? —Pregunto—. Era guapísima.
—No es mi tipo —dice.
—De acuerdo. Seguimos adelante.
Rechaza a una escaladora, a una camarera de Hooters, a una pintora y a
una bailarina de hip-hop con un cuerpo que rivaliza con el de Alex.
—Alex —digo—. Empiezo a pensar que el problema no está en la biografía
sino en el biógrafo.
—Simplemente no son mi tipo —dice—. Y definitivamente no soy el de ellas.
—¿Cómo lo sabes?
—Mira —dice—. Aquí. Ella es linda.
—Dios mío, tienes que estar bromeando!
—¿Qué? —dice—. ¿No crees que sea guapa?
178
La rubia fresa me sonríe desde detrás de un escritorio de caoba. Lleva el
cabello recogido en una media coleta y una americana azul marino. Según su
biografía, es una diseñadora gráfica a la que le encanta el yoga, el sol y las
magdalenas. —Alex —digo—. Ella es Sarah.
Se echa hacia atrás. —Esta chica no se parece en nada a Sarah.
Resoplo. —No he dicho que se parezca a Sarah, (aunque lo hace), he dicho
que es Sarah.
—Sarah es profesora, no diseñadora gráfica —dice Alex—. Es más alta que
esta chica y su cabello es más oscuro y su postre favorito es la tarta de queso, no
las magdalenas.
—Visten exactamente igual. Sonríen exactamente igual. ¿Por qué todos los
chicos quieren chicas que parezcan talladas en jabón?
—¿De qué estás hablando? —Dice Alex.
—Quiero decir, no tenías interés en todas esas chicas geniales y sexys y
luego ves a esta aspirante a maestra de jardín de infantes y es la primera persona
que consideras. Es simplemente... típico.
—Ella no es una maestra de jardín de infantes —dice él—. ¿Qué tienes
contra esta chica?
—¡Nada! —Digo, pero no parece que sea verdad, ni siquiera para mí. Sueno
molesta. Abro la boca, esperando retroceder un poco mi reacción, pero eso no
sucede en absoluto—. No es la chica. Son los chicos. Todos creen que quieren una
bailarina de hip-hop sexy e independiente, pero cuando esa persona aparece
delante de ustedes, cuando es una persona real, es demasiado y no les interesa y
siempre se decantan por la maestra de jardín de infantes guapa con cuello alto.
—¿Por qué sigues diciendo que es una maestra de jardín de infantes? —
Alex grita.
—Porque es Sarah —suelto.
—No quiero salir con Sarah, ¿bien? —dice—. Y además Sarah enseña
noveno grado, no el jardín de infantes. Y además —continúa, subiendo de tono—.
Hablas mucho, Poppy, pero te garantizo que cuando estás en Tinder, te deslizas
hacia la derecha por bomberos y cirujanos de urgencias y putos skaters
profesionales, así que no, no me siento mal por fijarme en mujeres que parecen
probablemente dulces y para ti, sí, quizá un poco aburridas, porque no parece que
se te haya ocurrido que quizá las mujeres como tú piensan que soy aburrido.
—A la mierda —digo.
179
—¿Qué? —dice él.
—¡He dicho que a la mierda! —Repito—. No creo que seas aburrido, así que
todo ese argumento falla.
—Somos amigos —dice—. No deslizarías a la derecha por mí.
—Yo también lo haría —digo.
—No lo harías —argumenta él.
Y aquí está mi oportunidad de dejarlo pasar, pero todavía estoy demasiado
encendida, demasiado molesta para dejarle pensar que tiene razón en esto.
—Lo haría.
—Bueno, yo también lo haría por ti —replica, como si de alguna manera todo
esto fuera un tipo de argumento.
—No digas algo que no quieres decir —le advierto—. No llevaría una
americana ni estaría sentada detrás de un escritorio, sonriendo.
Sus labios se cierran. Los músculos de su mandíbula rebotan mientras traga.
—De acuerdo, enséñame.
Abro mi propia aplicación de Tinder y le entrego mi teléfono para que pueda
ver la foto. Sonrío somnolienta, vestida de alienígena con un vestido plateado y la
cara pintada con antenas de aluminio pegadas a la diadema. Halloween,
obviamente. O espera, ¿era la fiesta de cumpleaños de Rachel con temática de
Expediente X?
Alex considera la foto con seriedad y luego se desplaza hacia abajo para leer
mi biografía.
Después de un minuto, me devuelve el teléfono y me mira fijamente a los
ojos. —Lo haría.
Siento un hormigueo en todo el cuerpo. —Oh —digo, y luego logro un
pequeño—. Bien.
—Entonces —dice—. ¿Has terminado de enfadarte conmigo?
Intento decir algo, pero siento la lengua demasiado pesada. Todo mi cuerpo
se siente pesado, especialmente donde mi cadera toca la suya. Así que me limito a
asentir.
Gracias a Dios por su espasmo de espalda, pienso. De lo contrario, no sé
qué pasaría después.
180
Alex me estudia durante unos segundos y luego coge el portátil olvidado. Su
voz sale espesa. —¿Qué quieres ver?
181
Hace Seis Veranos
Alex y yo estábamos bastante apretados de dinero cuando el centro turístico
de Vail, Colorado, se puso en contacto conmigo para ofrecerme una estancia
gratuita.
En ese momento, la posibilidad de realizar el viaje estaba en el aire.
Por un lado, cuando Guillermo rompió conmigo por una nueva mesera en su
restaurante (una chica de ojos azules y delgada, casi recién llegada de Nebraska),
seis semanas después de que yo diera el paso y me mudara a su apartamento, tuve
que apresurarme a encontrar un nuevo lugar para vivir.
Renté un apartamento en el límite superior de mi rango de precios, además
de pagar un U-Haul31 por segunda vez en dos meses.
Tuvimos que comprar muebles nuevos para reemplazar los que se habían
vuelto inservibles y, por lo tanto, habían sido desechados; Gui ya tenía versiones
más bonitas de mis cosas: el sofá, el colchón, la mesa de cocina de aspecto danés.
Nos quedamos con mi cómoda porque la pata de la suya estaba rota, y con mi
mesita de noche porque sólo tenía una, pero aparte de eso, casi todo lo que
habíamos conservado era suyo.
La ruptura se produjo justo después de que fuéramos a Linfield para el
cumpleaños de mamá. Durante las semanas anteriores, había debatido si debía
advertir a Gui de lo que le esperaba.
Por ejemplo, la chatarrería al estilo Beverly Hillbillies que era nuestro jardín
delantero, o el Museo de Mamá a nuestra Infancia, como mis hermanos y yo
llamábamos a la propia casa. Los productos horneados que mi madre amontonaba
en la cocina durante todo el tiempo que estábamos allí, a menudo con un glaseado
tan espeso y dulce que hacía toser a los que no fueran Wright mientras comían, o
el hecho de que nuestro garaje estuviera plagado de cosas como cinta aislante
usada que papá estaba seguro de poder reutilizar, o que se esperaba que
31
U-Haul: es un servicio de mudanzas.
182
jugáramos un juego de mesa de varios días que habíamos inventado de niños
basado en el Ataque de los tomates asesinos.
Que mis padres habían adoptado recientemente tres gatos mayores, uno de
los cuales era incontinente hasta el punto de tener que llevar un pañal.
O que había una posibilidad decente de que oyera a mis padres teniendo
sexo, porque nuestra casa tenía paredes finas, y como se dijo anteriormente, los
Wright son un clan ruidoso.
O que al final del fin de semana habría un espectáculo de nuevos talentos,
en el que se esperaba que todo el mundo realizara alguna hazaña nueva que solo
había empezado a aprender al principio de la visita. (La última vez que había estado
en casa, el talento de Prince había sido hacernos decir el nombre de cualquier
película y tratar de relacionarlo con Keanu Reeves en seis grados)
Así que debería haberle advertido a Guillermo en lo que se estaba metiendo,
definitivamente, pero hacerlo me habría parecido una traición. Como si le estuviera
diciendo que había algo malo en ellos. Y claro, eran ruidosos y desordenados, pero
también eran increíbles, y amables, y divertidos, y me odiaba a mí misma por
considerar siquiera que me avergonzaban.
Gui los amará, me dije. Gui me amaba, y estas eran las personas que me
habían hecho.
Al final de nuestra primera noche allí, nos encerramos en el dormitorio de mi
infancia y me dijo:
—Creo que ahora te entiendo mejor que nunca —su voz era tan tierna y
cálida como siempre, pero en lugar de amor, sonaba a simpatía—. Entiendo por qué
tuviste que huir a Nueva York —dijo—. Debe haber sido muy duro para ti, aquí.
Se me hundió el estómago y el corazón se me estrujó dolorosamente, pero
no lo corregí. De nuevo, me odié a mí misma por estar avergonzada.
Porque había huido a Nueva York, pero no había huido de mi familia, y si la
había mantenido separada del resto de mi vida, era sólo para protegerla del juicio y
a mí misma de este familiar sentimiento de rechazo.
El resto del viaje fue incómodo. Gui fue amable con mi familia -siempre lo fue, pero después vi cada interacción que tenían a través de una lente de
condescendencia y lástima.
Intenté olvidar que el viaje había ocurrido. Éramos felices juntos, en nuestra
vida real, en Nueva York. ¿Y qué si no entendía a mi familia? Él me amaba a mí.
183
Unas semanas después, fuimos a una cena en la casa de un amigo suyo,
alguien a quien conocía desde el internado, un tipo con un fondo fiduciario y un
cuadro de Damien Hirst colgado sobre la mesa del comedor. Lo sabía -y nunca lo
olvidaría- porque cuando alguien dijo el nombre, sin relación con el cuadro, dije:
¿Quién? y las risas siguieron.
No se reían de mí, sino que pensaban de verdad que estaba haciendo una
broma.
Cuatro días después, Guillermo puso fin a nuestra relación.
—Somos demasiado diferentes —dijo—, nos dejamos llevar por nuestra
química, pero a largo plazo queremos cosas diferentes.
No digo que me haya dejado por no saber quién era Damien Hirst, pero
tampoco digo lo contrario.
Cuando me mudé del apartamento, le robé uno de sus elegantes cuchillos de
cocina.
Podría haberlos tomado todos, pero mi leve forma de venganza era
imaginarlo buscándolo por todas partes, tratando de averiguar si se lo había llevado
a una cena o si había caído en el hueco entre su enorme frigorífico y la isla de la
cocina.
Francamente, quería que el cuchillo lo persiguiera.
No en el sentido de que mi ex va a ir con Glenn a una Atracción fatal, sino en
el sentido de que algo de este cuchillo perdido parece estar conjurando una fuerte
metáfora y no puedo averiguar lo que está diciendo.
Empecé a sentirme culpable después de una semana en mi nuevo
apartamento -una vez que se me pasaron los sollozos- y consideré devolverle el
cuchillo por correo, pero pensé que eso podría enviar un mensaje equivocado. Me
imaginé a Gui presentándose en el departamento de policía con el paquete y decidí
que lo dejaría comprar un cuchillo nuevo.
Pensé en vender el robado por Internet, pero me preocupaba que el
comprador anónimo resultara ser él, así que me lo quedé y seguí sollozando hasta
que dejé de hacerlo tres semanas después.
La cuestión es que las rupturas apestan, y las rupturas entre parejas que
cohabitan en ciudades sobrevaloradas apestan un poco más, y no estaba segura
de poder permitirme un viaje de verano este año.
Y luego estaba el asunto de Sarah Torval.
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La adorable Sarah Torval, con su rostro limpio y su delineador de ojos
marrón.
Con quien Alex lleva saliendo en serio desde hace nueve meses. Después
de su primer encuentro fortuito cuando Alex estaba visitando a unos amigos en
Chicago, sus mensajes de texto se convirtieron rápidamente en llamadas
telefónicas, y luego en otra visita. Después de eso, se pusieron serios rápidamente
y, tras seis meses a distancia, ella aceptó un trabajo de profesora y se mudó a
Indiana para estar con él mientras terminaba su maestría. Ella está feliz de quedarse
allí mientras él trabaja para obtener su doctorado, y probablemente lo seguirá a
donde sea que aterrice después.
Lo que me haría feliz si no fuera porque cada vez sospecho más que ella me
odia.
Cada vez que publica fotos de sí misma sosteniendo a la nueva sobrina de
Alex con leyendas como "tiempo en familia" o "este pequeño bicho de amor", me
gusta la publicación y comento, pero ella se niega a seguirme. Incluso la dejé de
seguir y la volví a seguir otra vez, por si no se había dado cuenta la primera vez.
—Creo que se siente un poco rara por el viaje —admite Alex en una de
nuestras (ahora cada vez menos frecuentes) llamadas. Estoy bastante segura de
que sólo me llama desde el auto cuando va o viene del gimnasio.
Quiero decirle que llamarme sólo cuando ella no está cerca probablemente
no esté ayudando.
Pero la verdad es que no quiero hablar con él mientras haya alguien más, así
que en esto es en lo que se ha convertido en nuestra amistad. Llamadas de quince
minutos cada par de semanas, sin mensajes de texto, sin mensajes, apenas correos
electrónicos, excepto el ocasional de una línea con una foto de la pequeña gata
negra que encontró en el contenedor detrás de su complejo de apartamentos.
Parece una gatita, pero según el veterinario está completamente crecida,
sólo es pequeña. Me envía fotos de ella sentada en sus zapatos y sombreros y
cuencos, siempre escribiendo para la escala, pero en realidad sé que sólo piensa
que todo lo que hace es adorable. Y claro, es bonito que a los gatos les guste
sentarse en las cosas... pero es muy posible que sea más bonito que Alex no pueda
evitar hacer fotos de ello.
Todavía no le ha puesto nombre; se está tomando su tiempo. Dice que no le
parecería bien ponerle un nombre a una cosa adulta sin conocerla, así que por
ahora la llama gata o pequeña dulzura o pequeña amiga.
185
Sarah quiere llamarla Sadie, pero Alex no cree que eso encaje, así que está
esperando su momento. La gata es de lo único de lo que hablamos estos días. Me
sorprende que Alex sea tan directo como para decirme que Sarah se siente rara con
el viaje de verano.
—Claro que sí —le digo—, yo también lo haría. —No la culpo en absoluto. Si
mi novio tuviera una amistad con una chica como la de Alex y la mía, acabaría como
El papel pintado amarillo32.
No hay forma de creer que sea totalmente platónico. Especialmente habiendo
estado en esta amistad el tiempo suficiente para aceptar ese cinco (a quince) por
ciento de lo que sea como parte del trato.
—¿Y qué hacemos? —pregunta.
—No lo sé —digo, tratando de no sonar miserable—. ¿Quieres invitarla?
Se queda callado durante un minuto
—No creo que sea una buena idea.
—Okey... —y entonces, después de la pausa más larga, digo—:
¿Deberíamos... cancelar?
Alex suspira. Debe tenerme en el altavoz porque oigo el clic de su
intermitente.
—No lo sé, Poppy. No estoy seguro.
—Sí, yo tampoco.
Seguimos hablando por teléfono, pero ninguno de los dos dice nada más
durante el resto del trayecto.
—Acabo de llegar a casa —dice finalmente—, volvamos a hablar de esto
dentro de unas semanas, las cosas podrían cambiar para entonces.
¿Qué cosas? Quiero preguntarle, pero no lo hago, porque una vez que tu
mejor amigo es el novio de otra persona, los límites entre lo que puedes y no puedes
decir se vuelven mucho más firmes.
Me pasé toda la noche después de nuestra llamada telefónica pensando: ¿Va
a romper con ella? ¿Va a romper ella con él?
¿Va a intentar razonar con ella? ¿Va a romper conmigo?
32
Libro de Charlotte Perkins Gilman que habla sobre la salud de la mujer, tanto física como mental
186
Cuando recibo la oferta de una estancia gratuita del complejo turístico de Vail,
le envío el primer mensaje de texto que he enviado en meses:
¡Oye! ¡Llámame cuando tengas un segundo!
A las cinco y media de la mañana del día siguiente, mi teléfono me despierta.
Miro a través de la oscuridad su nombre en la pantalla y, al encender la
llamada, oigo el ritmo de su intermitente. Está de camino al gimnasio.
—¿Qué pasa? —me pregunta.
—Estoy muerta —gimoteo.
—¿Qué más?
—Colorado —digo— Vail.
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Este Verano
Me despierto junto a Alex. Insistió en que la cama del Airbnb de Nikolai era
bastante grande, y que ninguno de nosotros debía arriesgarse a pasar otra noche
en la silla plegable, pero estamos en medio del colchón cuando llega la mañana.
Yo estoy en mi lado derecho, frente a él, y él está sobre su lado izquierdo, de
cara a mí.
Hay medio pie entre nosotros, excepto que mi pierna izquierda está extendida
sobre él, con mi muslo enganchado contra su cadera, y su mano apoyada en lo alto.
En el apartamento hace un calor infernal y ambos estamos empapados de
sudor.
Necesito salir antes de que Alex se despierte, pero la parte ridícula de mi
cerebro quiere quedarse aquí, repitiendo la mirada que me echó, y la forma en que
sonó su voz anoche cuando evaluó mi perfil de citas y dijo: Yo podría.
Como un reto.
Por otra parte, estaba tomando relajantes musculares en ese momento.
Hoy, si se acuerda de eso, es casi seguro que estará arrepentido y
avergonzado.
O tal vez recuerde que se sentó a mi lado durante todo el tiempo que duró
un documental sobre los Kinks y que se sintió como un cable en tensión, que echaba
chispas cada vez que nuestros brazos se rozaban.
—Sueles quedarte dormido durante estos —señaló con una leve sonrisa,
empujando su pierna contra la mía, pero cuando bajó la mirada hacia mí, sus ojos
avellana parecían formar parte de una expresión totalmente diferente, una con
bordes afilados e incluso algo de hambre.
Me encogí de hombros, dije algo así como no estoy cansada, y traté de
concentrarme en la película. El tiempo se movía a la velocidad de un caracol, cada
188
segundo a su lado me golpeaba con una nueva intensidad, como si acabáramos de
empezar a tocarnos una y otra vez durante casi dos horas.
Era temprano cuando la película terminó, así que empezamos otro
documental que era aburrido y sin sentido, sólo ruido de fondo para hacer sentir
bien que estábamos montando esta línea.
Al menos estaba bastante segura de que eso era lo que habíamos estado
haciendo.
La forma en que su mano se extiende sobre mi muslo me produce otra
punzada de deseo. Una parte muy absurda de mí quiere acercarse más, hasta que
nos toquemos por completo, y esperar a ver qué pasa cuando se despierte.
Todos esos recuerdos de Croacia salen a la superficie de mi mente, enviando
destellos desesperados por mi cuerpo.
Le quito la pierna de encima y su mano me aprieta por reflejo, pero se afloja
cuando me levanto. Me alejo y me incorporo justo cuando Alex se despierta, con los
ojos entreabiertos por el sueño y el cabello alborotado.
—Hola —me dice con una carcajada.
Mi propia voz sale espesa.
—¿Cómo dormiste?
—Bien, creo —dice—, ¿y tú?
—Bien. ¿Cómo está tu espalda?
—Déjame ver —lentamente se levanta, girando para deslizar sus largas
piernas por el lado de la cama. Se levanta con cautela—. Mucho mejor.
Tiene una enorme erección y parece darse cuenta al mismo tiempo que yo.
Cruza las manos frente a sí mismo y mira alrededor del apartamento entrecerrando
los ojos.
—Es imposible que hiciera tanto calor cuando nos quedamos dormidos.
Probablemente tenga razón, pero no recuerdo realmente el calor que hacía
anoche.
No estaba pensando con claridad para procesar el calor. El día de hoy no
puede seguir el camino de ayer.
Se acabó el holgazanear por el apartamento, no más sentarse juntos en la
cama, no más hablar de Tinder, no más quedarse dormidos juntos y medio montarlo
mientras está inconsciente.
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Mañana comenzarán los festejos de la boda de David y Tham (despedida de
soltero, cena de ensayo, boda). Hoy, Alex y yo necesitamos divertirnos lo suficiente
y sin complicaciones para que, cuando lleguemos a casa, no necesite otro descanso
de dos años conmigo.
—Llamaré de nuevo a Nikolai por el aire acondicionado —digo—, pero
deberíamos ponernos en marcha. Tenemos mucho que hacer.
Alex se pasa la mano por la frente hasta el cabello.
—¿Tengo tiempo para ducharme?
Mi corazón da un pulso agudo, y así de repente me imagino duchándome con
él.
—Si quieres —me las arreglo—, pero volverás a estar empapado de sudor
en segundos.
Se encoge de hombros.
—No creo que pueda obligarme a salir del apartamento sintiéndome así de
sucio.
—Has estado más sucio —bromeo, porque he extraviado mi ya defectuoso
filtro.
—Sólo delante de ti —dice, y me revuelve el cabello mientras pasa hacia el
baño.
Siento las piernas como si fueran de gelatina mientras espero a que se abra
la ducha. Solo cuando lo hace me siento capaz de moverme de nuevo, y mi primera
parada es el termostato.
¡¿Ochenta y cinco?!
Ochenta y cinco miserables grados en este apartamento y el termostato está
puesto a setenta y nueve desde anoche. Así que podemos declarar oficialmente
que el aire acondicionado está totalmente roto.
Salgo al balcón y llamo a Nikolai, pero me manda al buzón de voz al tercer
timbre. Dejo otro mensaje, este un poco más enfadado, y luego sigo con un correo
electrónico y un mensaje de texto también antes de entrar a buscar la prenda más
ligera que he traído.
Un vestido de guinga tan holgado que me cuelga como una bolsa de papel.
El agua se cierra y Alex no comete el error de salir en toalla esta vez.
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Sale completamente vestido, con el cabello revuelto y las gotas de agua
todavía pegadas (sensualmente, debo añadir) a la frente y el cuello.
—Entonces —dice—, ¿qué tenías pensado para hoy?
—Sorpresas —digo—, muchas. —Intento lanzarle las llaves del auto de
forma dramática. Caen al suelo con medio metro de diferencia. Él mira hacia abajo
donde están.
—Vaya —dice—, ¿fue esa... una de las sorpresas?
—Sí —digo—. Sí, lo fue. Pero las otras son mejores, así que toma esos y
vamos a darle.
Su boca se tuerce.
—Probablemente...
—¡Oh, claro! Tu espalda —corro y recupero las llaves, entregándoselas como
lo haría un humano adulto normal.
Cuando salimos al pasillo exterior del Desert Rose, Alex dice:
—Al menos no es sólo nuestro apartamento el que se siente como las
glándulas anales de Satanás.
—Sí, es mucho mejor que toda la ciudad esté así de caliente —digo—. Uno
pensaría que con toda la gente rica de vacaciones aquí tendrían dinero para
climatizar todo el lugar.
—Primera parada: el consejo de la ciudad, para lanzar esa idea bomba.
—¿Ha pensado en construir una cúpula, concejala? —dice secamente
mientras bajamos las escaleras.
—Oye, ese tipo lo hizo en esa novela de Stephen King —digo
—Probablemente dejaré eso fuera.
—Tengo buenas ideas —vuelvo a intentar poner cara de cachorro mientras
cruzamos el estacionamiento, y él se ríe y me aparta la cara.
—No eres buena en eso —dice—. Tu severa reacción sugiere lo contrario.
Parece legítimamente que te estás cagando.
—Esa no es mi cara de cagada —digo—. Esta sí. —Hago una pose de
Marilyn Monroe, con las piernas abiertas, una mano apoyada en el muslo y la otra
cubriendo mi boca abierta.
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—Qué bonito —dice—. Deberías ponerlo en tu blog. —Rápidamente, con
sigilo, saca su teléfono y saca una foto.
—¡Oye!
—Tal vez una empresa de papel higiénico te contrate —sugiere.
—No está mal—digo—. Me gusta tu forma de pensar.
—Tengo buenas ideas —repite como un loro y me abre la puerta, luego da
un rodeo hasta el asiento del conductor mientras yo subo y aspiro profundamente
el olor a hierba permanente.
—Gracias por no hacerme conducir nunca —le digo mientras se sube,
siseando al sentir el asiento caliente, y se abrocha el cinturón de seguridad.
—Gracias por odiar la conducción y permitirme tener un mínimo de control
sobre mi vida en este vasto e impredecible universo.
Le guiño un ojo.
—No hay problema.
Él se ríe.
Extrañamente, parece más relajado que en todo este viaje. O tal vez es sólo
que estoy siendo más insistentemente normal y charlatana, y esto realmente fue la
clave todo el tiempo para un exitoso viaje de verano a la vieja escuela de Poppy y
Alex.
—Entonces, ¿me vas a decir a dónde vamos, o simplemente apunto al sol y
lo seguimos?
—Tampoco —digo—. Navegaré.
Incluso conduciendo a toda velocidad con todas las ventanillas bajadas,
parece que estamos delante de un horno abierto, con sus ráfagas corriendo por
nuestro cabello y nuestra ropa. El calor de hoy hace que el de ayer parezca el primer
día de primavera.
Hoy vamos a pasar mucho tiempo al aire libre, y hago una nota mental para
comprar enormes botellas de agua en la primera oportunidad que tengamos.
—La siguiente a la izquierda —digo, y cuando aparece el cartel delante,
grito—: ¡Ta-da!
—The Living Desert Zoo and Gardens —lee Alex.
—Uno de los diez mejores zoológicos del mundo —digo.
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—Bueno, eso lo juzgaremos nosotros—responde.
—Sí, y si creen que vamos a ser benévolos con ellos sólo porque estamos
alucinando por el agotamiento del calor, están muy equivocados.
—Pero si venden batidos, me inclino a dejarles una crítica ampliamente
positiva —dice Alex rápidamente en voz baja, y apaga el auto.
—Bueno, no somos monstruos.
No es que seamos gente de zoológico, pero este lugar se especializa en
animales nativos del desierto, y hacen mucha rehabilitación con el objetivo de liberar
animales en la naturaleza.
También te dejan alimentar a las jirafas.
No se lo digo a Alex porque quiero que se sorprenda. Aunque es un joven
ardiente, y una señora de los gatos en su corazón, también es un amante de los
animales en general, así que espero que esto le guste.
La alimentación es hasta las once y media de la mañana, así que supongo
que tenemos tiempo para pasear libremente antes de tener que averiguar dónde
están las jirafas, y si las encontramos por casualidad antes de eso, mejor.
Alex todavía tiene que tener cuidado con su espalda, así que nos movemos
lentamente, pasando de un espectáculo informativo sobre reptiles a uno sobre aves,
durante el cual Alex se inclina y susurra:
—Acabo de descubrir que le tengo miedo a los pájaros.
—¡Es bueno encontrar nuevas manías! —le respondo con un siseo—.
Significa que no estás estancado.
Su risa es silenciosa pero no reprimida, y resuena en mi brazo de una manera
que me hace sentir mareada. Por supuesto, eso también podría ser el calor.
Tras el espectáculo de aves, nos dirigimos al zoo de mascotas, donde nos
encontramos con un grupo de niños de cinco años y utilizamos cepillos especiales
para peinar a las cabras enanas nigerianas.
—Leí mal ese cartel como fantasmas, no como cabras, y ahora estoy
decepcionado —dice Alex en voz baja. Lo acentúa con la cara.
—Es muy difícil encontrar una buena exposición de fantasmas hoy en día —
señalo.
—Muy cierto —está de acuerdo.
193
—¿Recuerdas nuestro guía turístico del cementerio en Nueva Orleans? Nos
odiaba.
—Ah—dice Alex de una manera que sugiere que no lo recuerda, y mi
estómago, que lleva todo el día dando volteretas, rueda contra la pared y se hunde.
Quiero que recuerde. Quiero que cada momento le importe tanto como a mí, pero
si los viejos no lo hacen, entonces tal vez al menos este viaje pueda hacerlo. Estoy
decidida a que así sea.
En el zoo de mascotas, nos encontramos con otros animales africanos,
incluidos unos burros enanos sicilianos.
—Seguro que hay muchas cosas pequeñas en el desierto —digo.
—Quizá deberías mudarte aquí —bromea Alex.
—Sólo tratas de sacarme de Nueva York para que puedas entrar y quedarte
con mi apartamento.
—No seas ridícula —dice—. Nunca podría permitirme ese apartamento.
Después del zoo de mascotas, buscamos unos batidos: Alex se queda con
el de vainilla a pesar de mis desesperadas súplicas.
—La vainilla no es un sabor.
—También lo es —dice Alex—. Es el sabor de la vaina de vainilla, Poppy.
—También podrías estar bebiendo crema espesa congelada.
Piensa por un segundo.
—Yo lo intentaría.
—Por lo menos que te den chocolate —digo.
—Tú pide el de chocolate —dice.
—No puedo, pedí el de fresa.
—¿Ves? —dice Alex—. Como dije anoche, crees que soy aburrido.
—Creo que los batidos de vainilla son aburridos —digo—. Creo que tú estás
confundido.
—Toma —Alex me tiende su vaso de papel—. ¿Quieres un sorbo?
Lanzo un suspiro.
—Bien —me inclino hacia delante y bebo un sorbo. Él arquea una ceja,
esperando una reacción—. Está bien.
194
Se ríe
—Sí, honestamente no está tan bueno, pero eso no es culpa de vainilla como
sabor.
Después de terminar nuestros batidos y tirar los vasos, decido que
deberíamos subir al carrusel de las especies en peligro de extinción.
Pero cuando llegamos allí, nos encontramos con que está cerrado debido al
calor.
—El calentamiento global está afectando a las especies en peligro de
extinción —reflexiona Alex y se pasa el antebrazo por la cabeza, recogiendo el
sudor que se acumula allí.
—¿Necesitas agua? —pregunto—. No te ves muy bien.
—Sí —dice.
Vamos a comprar un par de botellas y nos sentamos en un banco a la
sombra. A los pocos sorbos, sin embargo, Alex se pone peor.
—Mierda —dice—. Estoy bastante mareado. —Se encorva sobre sus rodillas
y cuelga la cabeza.
—¿Puedo ofrecerte algo? —pregunto—. ¿Quizás necesitas comida de
verdad?
—Tal vez —acepta.
—Toma. Quédate aquí y te traeré un sándwich, ¿de acuerdo?
Sé que debe sentirse mal porque no discute. Vuelvo a la última cafetería por
la que pasamos. Ya hay una larga cola: es casi la hora de comer.
Compruebo mi teléfono. Once y tres. Quedan poco menos de treinta minutos
para alimentar a las jirafas.
Hago cola durante diez minutos para conseguir el club sándwich de pavo
precocido, y luego vuelvo corriendo para encontrar a Alex sentado donde lo dejé,
con la cabeza apoyada en las manos.
—Hola —digo, y sus ojos de cristal se levantan—. ¿Te sientes mejor?
—No estoy seguro —dice, y acepta el sándwich, desenvolviéndolo—.
¿Quieres un poco?
Me da la mitad y yo le doy un par de mordiscos, tratando de no cronometrarlo
mientras él mastica lentamente su mitad. A las once y veintidós, le pregunto:
195
—¿Ayuda?
—Creo que sí, de todas formas me siento menos mareado.
—¿Crees que estás bien para caminar?
—¿Tenemos... prisa? —pregunta.
—No, por supuesto que no —digo—. Sólo hay una cosa. Tu sorpresa,
empieza muy pronto.
Asiente con la cabeza, pero parece mareado, así que me debato entre
empujarlo a que se reponga o insistir en que se quede quieto.
—Estoy bien —dice, poniéndose de pie—. Sólo tengo que acordarme de
beber más agua.
Llegamos a las jirafas a las once y media.
—Lo siento —me dice un empleado adolescente—. La alimentación de las
jirafas ha terminado por hoy.
Mientras se aleja, Alex me mira confusamente.
—Lo siento, Pop. Espero que no estés muy decepcionada.
—Por supuesto que no —insisto. No me importa alimentar a las jirafas (al
menos no mucho). Lo que me importa es que este viaje sea bueno.
Demostrar que debemos seguir haciéndolo. Que podamos salvar nuestra
amistad.
Por eso estoy decepcionada porque es el primer strike del día. Mi teléfono
zumba con un mensaje, y al menos son buenas noticias. Nikolai escribe:
Recibí todos sus mensajes [sic]. Veré lo que puedo hacer.
Vale —le respondo—. Mantéennos informados.
—Vamos —digo—, vamos a un lugar con aire acondicionado hasta nuestra
próxima parada.
196
Hace Seis Veranos
No sé cómo Alex consiguió que Sarah dejara que se embarcara en el viaje a
Vail, pero lo hizo.
Preguntarle cómo me parece peligroso. Hay cosas de las que hablamos en
estos días, para mantener todo por encima de la mesa, y Alex tiene cuidado de no
compartir nada que pueda avergonzar a Sarah.
No se habla de los celos. Tal vez no hubo celos. Tal vez hubo alguna otra
razón por la que no le gustaba inicialmente la idea del viaje, pero cambió de opinión
y el viaje se llevó a cabo, y una vez que Alex y yo estamos juntos, dejé de
preocuparme por ello. Las cosas vuelven a ser normales entre nosotros, ese quince
por ciento de "qué pasaría si" se reduce a un dos manejable.
Alquilamos bicicletas y avanzamos por las calles empedradas, subimos en
teleférico a la montaña y posamos para las fotos con el inmenso cielo azul a
nuestras espaldas y con el viento revolviéndonos el cabello por la cara en medio de
la risa. Nos sentamos en los patios, tomando té verde frío o café por las mañanas
antes de que empiece a hacer calor, hacemos largas caminatas por los senderos
de la montaña durante el día con las sudaderas despojadas y atadas a la cintura,
para acabar en diferentes patios al aire libre, bebiendo vino tinto y compartiendo
tres órdenes de patatas fritas con ajo y parmesano recién rallado. Nos sentamos al
aire libre hasta que se nos pone la piel de gallina y nos ponemos a temblar, y
entonces nos ponemos las sudaderas, y yo meto las rodillas hasta el pecho dentro
de la mía. Cada vez que lo hago, Alex se inclina y me sube la capucha por la cabeza,
y luego tira de los cordones para que solo se vea la mitad de mi cara, y la mayor
parte está tapada por mechones de cabello rubio enmarañado por el viento.
—Qué bonito —dice, sonriendo. Es la primera vez que lo hace, pero se siente
casi fraternal.
Una noche, hay una banda en directo que toca éxitos de Van Morrison
mientras cenamos fuera, bajo unas luces de globo que me recuerdan la noche en
que nos conocimos cuando éramos estudiantes de primer año. Seguimos a las
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parejas mayores a la pista de baile, de la mano. Nos movemos como lo hacíamos
en Nueva Orleans: torpes y sin ritmo, pero riendo, felices.
Ahora que ha quedado atrás, puedo admitir que las cosas fueron diferentes
esa noche.
En la magia de la ciudad y su música y sus olores y sus luces
resplandecientes, sentí algo que nunca había sentido con él, y lo que es más
aterrador, supe por la forma en la que Alex me miró a los ojos, deslizó su mano por
mi brazo y apoyó su mejilla en la mía, que él también lo sentía.
Pero ahora, bailando al ritmo de "Brown Eyed Girl", el calor se le ha ido de
las manos, y estoy feliz, porque no quiero perder esto nunca.
Preferiría tener una pequeña porción de él para siempre que tenerlo todo por
un momento y saber que tendría que renunciar a todo cuando termináramos. Nunca
podría perder a Alex. No podría. Así que esto es bueno, esta danza pacífica y sin
chispas. Este viaje sin chispas.
Alex llama a Sarah dos veces al día, por la mañana y por la noche, pero
nunca delante de mí. Por la mañana, hablan mientras él hace footing, antes de que
yo salga de la cama, y cuando vuelve, me despierta con un café y un pastelito de la
cafetería de la casa club del complejo. Por la noche, sale al balcón para llamarla y
cierra la puerta tras de sí.
—No quiero que te burles de mi voz telefónica —dice.
—Dios, soy una idiota —digo, y aunque se ríe, me siento mal. Las bromas
siempre han sido una parte importante de nuestra dinámica, y se han sentido como
algo nuestro, pero ahora hay cosas que no hace delante de mí, partes de él en las
que no confía en mí y no me gusta cómo se siente.
Cuando al día siguiente entra después de hacer footing y llamar por la
mañana, me siento con sueño para aceptar el café y el croissant que me ofrece y le
digo:
—Alex Nilsen, por si sirve de algo, estoy segura de que tu voz telefónica es
increíble.
Se sonroja y se frota la nuca.
—No lo es.
—Apuesto a que eres todo mantecoso y cálido, dulce y perfecto.
—¿Me hablas a mí o al croissant? —pregunta.
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—Te quiero, croissant —digo, y arranco un trozo, me lo meto en la boca. Él
se queda ahí, con las manos en los bolsillos, sonriendo, y mi corazón se hincha, al
estilo Grinch, sólo con mirarlo—. Pero estoy hablando de ti.
—Eres dulce, Poppy —dice—. Y mantecoso. cálido y lo que sea, pero sigo
prefiriendo hablar por teléfono a solas.
—Ya te oí —digo, asintiendo, y le tiendo mi croissant, él arranca el trozo más
pequeño y se lo mete entre los labios.
Más tarde ese día, mientras estábamos sentados en el almuerzo, se me
ocurre algo brillante.
—¡Lita! —grito, aparentemente de la nada.
—¿Disculpa? —dice Alex.
—¿Recuerdas a Lita? —le digo—. Ella vivía en esa casa de mala muerte en
Tofino, con Buck.
Alex estrecha los ojos.
—¿Ella es la que intentó meterme la mano en los pantalones mientras me
daba un 'tour'?
—Umm, uno, no me dijiste que había pasado, y dos, no. Ella estaba conmigo
y con Buck. Se iba a ir pronto, ¿recuerdas? Se mudaba a Vail para ser guía de
rafting.
—Oh —dice Alex—. Sí, sí.
—¿Crees que todavía está aquí?
Él entrecierra los ojos
—¿En este plano terrenal? No estoy seguro de que ninguna de esas
personas lo esté.
—Tengo el número de Buck —digo.
—¿Sí? —Alex me lanza una mirada mordaz.
—No lo he usado —digo—. Pero lo tengo, le enviaré un mensaje para ver si
tiene el número de Lita.
Le escribo.
¡Hola, Buck! No sé si te acuerdas de mí, pero nos diste a mi amigo Alex
y a mí un paseo en taxi acuático a las aguas termales hace como cinco años,
justo antes de que tu amiga Lita se mudara a Colorado. De todos modos, estoy
199
en Vail quería ver si todavía estaba aquí. Espero que estés bien y que Tofino
siga siendo el lugar más bonito de todo el planeta.
Para cuando terminamos de comer, Buck ya me ha escrito.
Maldita sea, chica ¿Eres la pequeña y sexy Poppy? Te tomó bastante
tiempo usar esos dígitos. Supongo que no debería haberte echado de mi
habitación.
Yo resoplo y me río, y Alex se inclina sobre la mesa para leer el mensaje
hacia abajo. Pone los ojos en blanco
—Sí, ¿tú crees, amigo?
No, no, no te preocupes por eso. Fue una gran noche. Lo pasamos muy
bien.
Me responde.
—Dulzura No he hablado con Lita en años, pero te enviaré su contacto
información si quieres.
—Eso sería increíble. —le contesto.
—Si alguna vez vuelves a la isla, ¿me lo vas a decir?
—Obviamente. No tengo ni idea de cómo manejar un taxi acuático.
Serás inestimable —le digo.
—Lol, eres tan rara que me encanta.
Para esa noche, hemos reservado una excursión de rafting con Lita, que no
se acuerda de nosotros, pero insiste por teléfono en que está segura de que lo
pasamos muy bien juntos.
—Para ser justos, por aquel entonces tomaba un montón de drogas —dice—
. Siempre me lo paso muy bien, y no recuerdo casi nada.
Alex, al escuchar esto, pone una cara que se lee como ansiedad con un lado
de preguntas sin respuesta. Sé exactamente lo que quiere que averigüe.
—Entonces —digo, tan casualmente como puedo—. ¿todavía... consumes...
drogas?
—Tres años de sobriedad, mamá —responde—. Pero si quieres comprar
algo, puedo enviarte el número de mi antiguo proveedor.
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—No, no —digo—. No pasa nada. Simplemente... tomamos... las cosas...
que trajimos... de casa.
Con cara de asedio, Alex sacude la cabeza.
—Muy bien, entonces. Nos vemos temprano.
Cuando cuelgo, Alex dice:
—¿Crees que Buck estaba drogado cuando conducía nuestro taxi acuático?
Me encojo de hombros.
—Nunca averiguamos por qué despotricaba ante nadie. Tal vez pensó que
Jim Morrison estaba revoloteando en el agua justo delante de él.
—Me alegro mucho de que sigamos vivos —dice Alex.
A la mañana siguiente nos encontramos con Lita en el lugar de alquiler de
balsas, y su aspecto es casi idéntico al que yo recordaba, pero con un tatuaje de
alianza y un pequeño bulto de bebé.
—Cuatro meses —dice ella, sacudiéndonos las manos.
—¿Y es... seguro? ¿Hacer esto? —pregunta Alex.
—El bebé número uno lo hizo bien —asegura Lita—. Ya sabes, en Noruega,
sacan a sus bebés para que duerman la siesta.
—Oh...key —dice Alex.
—Me encantaría ir a Noruega —digo.
—¡Oh, tienes que hacerlo! —dice—. La hermana gemela de mi esposa vive
allí, se casó con un noruego. Gail habla a veces de divorciarse legalmente de mí y
de ofrecerse a pagarle a un par de noruegos simpáticos para que se casen con
nosotros y podamos obtener la ciudadanía y mudarnos allí. Llámame anticuada,
pero no me parece bien pagar por mi falso matrimonio.
—Bueno, supongo que tendrás que sobrevivir con las vacaciones noruegas,
entonces —digo.
—Supongo que sí.
Por precaución, optamos por la ruta para principiantes, y pronto descubrimos
que esto significa que nuestro "viaje de rafting" consiste en gran parte en tomar el
sol y flotar con la corriente, sacando nuestros remos para empujar las rocas cuando
nos acercamos demasiado, y aumentando nuestro remo cada vez que aparece un
rápido.
201
Resulta que Lita recuerda mucho más de lo que dice sobre Buck y las otras
personas con las que vivía en la casa de Tofino, y nos regala historias de gente
saltando desde el tejado a un trampolín, y de borrachos haciéndose tatuajes con
bolígrafos de tinta roja.
—Resulta que algunas personas son alérgicas a la tinta roja —dice—. ¿Quién
lo iba a saber?
Cada historia que cuenta es más ridícula que la anterior, y para cuando
arrastramos la balsa hasta la orilla del río al final de nuestra ruta, me duelen los
abdominales de tanto reír.
Se limpia las lágrimas de risa de las comisuras de los ojos que empiezan a
arrugarse y lanza un suspiro de satisfacción.
—Puedo reír porque he sobrevivido. Me hace feliz saber que Buck también
lo hizo —se frota la barriga—. Me hace muy feliz cada vez que descubres lo
pequeño que es el mundo, ¿sabes? Como si estuviéramos en ese lugar al mismo
tiempo y ahora aquí estamos. En diferentes puntos de nuestras vidas, pero aún
conectados. Como un enredo cuántico o algo así.
—Pienso en eso cada vez que estoy en un aeropuerto —le digo—. Es una
de las razones por las que me gusta tanto viajar.
Dudo, buscando cómo verter en palabras concretas este pensamiento
largamente sobado.
—De niña, era solitaria—le explico—, y siempre pensé que cuando creciera,
dejaría mi ciudad natal y descubriría a otras personas como yo en otro lugar. Y así
ha sido, ¿sabes? Pero todo el mundo se siente solo a veces, y siempre que eso
ocurre, compro un billete de avión y voy al aeropuerto y... no sé. Ya no me siento
sola. Porque no importa lo que haga diferente a toda esa gente, todos están tratando
de llegar a algún sitio, esperando alcanzar a alguien.
Alex me lanza una extraña mirada cuyo significado no puedo interpretar.
—Ah, mierda —dice Lita—. Me vas a hacer llorar. Estas malditas hormonas
del embarazo. Reacciono peor a ellas que a la ayahuasca.
Antes de separarnos, Lita nos da un largo abrazo a cada uno.
—Si alguna vez estás en Nueva York... —le digo.
—Si alguna vez te apetece hacer un viaje de rafting de verdad —responde
con un guiño.
202
Tras varios minutos de silencio en nuestro viaje de vuelta al complejo, con
arrugas de preocupación que surgen del interior de sus cejas, Alex dice:
—Odio pensar en que te sientas sola.
Debo parecer confusa, porque me aclara:
—Lo de ir al aeropuerto. Cuando sientes que estás sola.
—Ya no me siento tan sola —digo—. Tengo los mensajes de texto en grupo
con Parker y Prince: hemos estado planeando un musical de Tiburón sin
presupuesto. Luego están las llamadas semanales con mis padres por el altavoz.
Además, está Rachel, que me ha ayudado mucho después de Guillermo, con
invitaciones a clases de ejercicio y bares de vinos y días de voluntariado en refugios
para perros
Aunque Alex y yo ya no hablamos tanto como antes, también están los relatos
cortos que me envía por correo con breves notas manuscritas en post-its. Podría
enviarlas por correo electrónico, pero no lo hace, y después de que yo haya leído
cada copia, las pongo en una caja de zapatos donde he empezado a guardar las
cosas que me importan. (Una caja de zapatos, para no acabar con enormes cubos
de plástico con los dibujos de dragones de mis futuros hijos, como tienen mamá y
papá).
No me siento sola cuando leo sus palabras. No me siento sola cuando tengo
esos Post-its en la mano y pienso en la persona que los escribió.
—Siento no haber estado ahí para ti—dice Alex en voz baja. Abre la boca
como si fuera a continuar, pero sacude la cabeza y la vuelve a cerrar. Hemos vuelto
al complejo, nos estacionamos y, cuando me giro en mi asiento para mirarlo, él
también se inclina hacia mí.
—Alex... —tardo unos segundos en continuar—. Nunca me he sentido
realmente sola desde que te conocí, no creo que vuelva a sentirme verdaderamente
sola en este mundo mientras tú estés en él.
Su mirada se suaviza, y se mantiene firme durante un tiempo.
—¿Puedo decirte algo embarazoso?
Por una vez, no se me ocurre bromear, ni ser sarcástica.
—Cualquier cosa.
Pasa la mano por el volante en un lento vaivén.
—Creo que no sabía que estaba solo hasta que te conocí—vuelve a sacudir
la cabeza—. En casa, después de que mi madre muriera y mi padre se
203
desmoronara, sólo quería que todos estuvieran bien. Quería ser exactamente lo que
papá necesitaba, y exactamente lo que mis hermanos pequeños necesitaban, y en
la escuela, quería ser quien todo el mundo quería, así que intentaba ser tranquilo y
responsable y estable, y creo que tenía diecinueve años la primera vez que se me
ocurrió que tal vez no era así como vivían algunas personas. Que tal vez yo era
alguien, más allá de lo que intentaba ser. Te conocí, y honestamente... al principio,
pensé que era una actuación. La ropa chocante, las bromas chocantes.
—¿Qué quieres decir? —me burlo en voz baja, y una sonrisa guiña la esquina
de su boca, breve como el batir de las alas de un colibrí.
—En ese primer viaje de vuelta a Linfield, me hiciste todas esas preguntas
sobre lo que me gustaba y lo que odiaba, y no sé. Sentí que realmente querías
saber.
—Por supuesto que sí —digo.
Él asiente con la cabeza.
—Lo sé. Me preguntaste quién era, y fue como si la respuesta saliera de la
nada. A veces parece que ni siquiera existía antes de eso. Como si me hubieras
inventado.
El calor me sube a las mejillas y me acomodo en el asiento, apretando las
rodillas contra el pecho.
—No soy tan inteligente como para haberte inventado. Nadie es tan
inteligente.
Los músculos de su mandíbula saltan mientras piensa en sus próximas
palabras, ya que nunca es de los que sueltan algo sin sopesarlo primero.
—Lo que quiero decir es que nadie me conocía realmente antes de ti, Poppy.
Y aunque... las cosas cambien entre nosotros, nunca estarás sola, ¿Okey? Siempre
te querré.
Las lágrimas me nublan los ojos, pero milagrosamente las despejo con un
parpadeo. De alguna manera, mi voz sale firme y ligera, y no como si alguien hubiera
metido la mano en mi caja torácica y hubiera sostenido mi corazón dentro de su
mano el tiempo suficiente para pasar el pulgar por una herida secreta.
—Lo sé —le digo—. Yo también te quiero.
Es verdad, pero no toda la verdad. No hay palabras lo suficientemente
amplias o específicas para captar el éxtasis y el dolor, el amor y el miedo que siento
al mirarlo ahora.
204
Así que el momento pasa, y el viaje continúa, y nada es diferente entre
nosotros, excepto que una parte de mí se ha despertado, como un oso que sale de
la hibernación con un hambre que ha conseguido dormir durante meses pero que
no puede ignorar ni un segundo más.
Al día siguiente, el penúltimo del viaje, subimos un puerto de montaña.
Cerca de la cima, me acerco al borde del camino para hacer una foto a través
de una abertura en los árboles, del lago azul profundo que hay debajo y pierdo el
equilibrio. Mi tobillo rueda, fuerte y rápido. Siento como si el hueso atravesara mi
pie para golpear el suelo, y luego estoy desparramada en el barro y las hojas,
silbando palabrotas.
—Quédate quieta —dice Alex, agachándose a mi lado.
Al principio apenas puedo respirar, así que no lloro, sólo me ahogo.
—¿Tengo un hueso que me sale de la piel?
Alex mira hacia abajo, comprueba mi pierna.
—No, creo que sólo te has hecho un esguince.
—Mierda —jadeo por debajo de una ola de dolor.
—Aprieta mi mano si lo necesitas —dice, y yo lo hago, tan fuerte como puedo.
En su gigantesca y masculina palma, la mía se ve diminuta, mis nudillos son
nudosos y pequeños.
El dolor cede lo suficiente como para que la manía se apresure a sustituirlo.
Las lágrimas caen a borbotones y pregunto:
—¿Tengo manos de loris lentos?
—¿Qué? —pregunta Alex, comprensiblemente confundido. Su expresión de
preocupación se tambalea y se convierte en una risa con tos—¿Manos de loris
lentos? —repite con seriedad.
—¡No te rías de mí! —chillé, completamente convertida en una hermana
pequeña de ocho años.
—Lo siento —dice—. No, no tienes manos de loris lentos. No es que sepa lo
que es un loris lento.
—Es como un lémur —digo con lágrimas en los ojos.
—Tienes unas manos preciosas, Poppy —se esfuerza mucho, mucho -quizás
lo más difícil que ha hecho nunca- en no sonreír, pero poco a poco lo hace de todos
205
modos, y yo rompo a reír con lágrimas en los ojos—¿Quieres intentar ponerte de
pie? —pregunta.
—¿No puedes hacerme rodar por la montaña?
—Prefiero no hacerlo —dice—. Podría haber hiedra venenosa una vez que
salgamos del camino.
Suspiro.
—De acuerdo, entonces—me ayuda a levantarme, pero no puedo apoyar
ningún peso en el pie derecho sin que un relámpago de dolor me suba por la pierna.
Dejo de tambalearme, empiezo a llorar de nuevo y me entierro la cara entre las
manos para ocultar el desastre de mocos en el que me estoy convirtiendo.
Alex me frota las manos lentamente por los brazos durante unos segundos,
lo que solo me hace llorar más. Que la gente sea amable conmigo cuando estoy
disgustada siempre tiene este efecto. Me atrae contra su pecho y engancha sus
brazos contra mi espalda.
—¿Voy a tener que pagar un helicóptero para bajar? —digo.
—No estamos tan lejos —dice.
—No estoy bromeando, no puedo ponerle peso.
—Esto es lo que va a pasar —dice—. Te voy a cargar y te voy a llevar, muy
despacio, por el camino. Y probablemente tendré que parar muchas veces y dejarte
en el suelo, y no podrás llamarme Seabiscuit33 ni gritar ¡Más rápido! ¡Más rápido!
en mi oído.
Me río en su pecho, y cabeceo contra él, dejando marcas de humedad en su
camiseta.
—Y si descubro que has fingido todo esto solo para ver si te llevaba media
milla por una montaña —dice—, me voy a enfadar mucho.
—Escala del uno al diez —digo, inclinándome hacia atrás para mirarle a la
cara.
—Siete por lo menos —dice.
—Eres tan, tan agradable —digo.
—Quieres decir mantecoso y cálido y perfecto —se burla, ampliando su
postura—. ¿Lista?
33
fue un caballo de carreras purasangre de Estados Unidos.
206
—Lista —confirmo, y Alex Nilsen me levanta en brazos y me lleva por una
puta montaña.
No. Realmente no podría haberlo inventado.
207
Este Verano
Totalmente recargados después de dos botellas de agua y cuarenta minutos
en una tienda de regalos del zoo llena de camellos disecados, nos dirigimos a
nuestro siguiente destino.
Los Dinosaurios de Cabazon son más o menos lo que parecen: dos
esculturas de dinosaurios de gran tamaño en el arcén de la autopista en medio de
la nada, en California.
Un escultor de parques temáticos construyó los monstruos de acero con la
esperanza de atraer clientes a su restaurante de carretera. Desde que murió, la
propiedad se vendió a un grupo que instaló un museo creacionista y una tienda de
regalos dentro de la cola de uno de los dinosaurios.
Es el tipo de lugar en el que te detienes porque ya has pasado en auto.
También es el tipo de lugar al que conduces, fuera de tu camino, cuando estás
tratando de llenar cada segundo de tu día.
—Bueno —dice Alex cuando salimos del auto. El polvoriento tiranosaurio rex
y el brontosaurio se alzan sobre nosotros, y unas cuantas palmeras con pinchos y
arbustos desaliñados salpican la arena bajo ellos. El tiempo y la luz del sol han
vaciado a los dinos de casi cualquier color. Parecen sedientos, como si llevaran
milenios arrastrándose por este lugar y su dura luz solar.
—Bueno, efectivamente —estoy de acuerdo.
—¿Supongo que deberíamos tomar algunas fotos? —dice Alex.
—Definitivamente.
Saca su teléfono y espera a que haga algunas poses delante de los
dinosaurios. Después de un par de fotos discretas y apropiadas para Instagram,
empiezo a saltar y a agitar los brazos, con la esperanza de hacerlo reír.
Sonríe, pero sigue pareciendo un poco pálido, y decido que es mejor que nos
pongamos a la sombra. Paseamos por el recinto, hacemos un par de fotos más de
208
cerca y con los dinosaurios más pequeños que se han añadido entre los matorrales
que rodean a los dos principales, luego subimos las escaleras para curiosear en la
tienda de regalos.
—Apenas se nota que estamos dentro de un dinosaurio —se queja Alex en
broma.
—¿Verdad que sí? ¿En dónde están las vértebras gigantes? ¿Dónde están
los vasos sanguíneos y los músculos de la cola?
—Esto no va a tener una crítica favorable en Yelp —murmura Alex, y yo me
río, pero él no se une. De repente me doy cuenta de lo patético que es el aire
acondicionado de esta tienda. Nada comparado con la tienda de regalos del zoo.
También podríamos estar de vuelta en el infierno de Nikolai.
—¿Debemos salir de aquí? —pregunto.
—Dios, sí —dice Alex, y deja la figura de dinosaurio que ha estado
sosteniendo.
Compruebo la hora en mi teléfono. Sólo son las cuatro de la tarde y ya hemos
agotado todo lo que tenía planeado para hoy. Abro mi aplicación de notas y busco
en la lista algo más que hacer.
—De acuerdo —digo, intentando disimular mi ansiedad—. Lo tengo. Vamos.
El Jardín Botánico Moorten. Está en el exterior, pero seguro que tiene un
sistema de ventilación mejor que la tienda de regalos que hay dentro de un
dinosaurio de acero.
Solo que no se me ocurre comprobar los horarios y conducimos hasta allí
sólo para encontrarlo cerrado.
—¿Cierra a la una durante el verano? —leo el cartel con incredulidad.
—¿Crees que tiene algo que ver con la temperatura peligrosamente alta? —
dice Alex.
—De acuerdo —digo—. De acuerdo.
—Tal vez deberíamos ir a casa—dice Alex—. Ver si Nikolai ha arreglado el
aire acondicionado.
—Todavía no —digo, desesperada—. Hay algo más que quería hacer.
—Bien —dice Alex.
De vuelta en el auto, le hago frente en el lado del conductor, y pregunta:
209
—¿Qué estás haciendo?
—Tengo que conducir para esta parte —digo.
Arquea una ceja, pero se sube al asiento del copiloto, y abro mi GPS e
introduzco la primera dirección de la lista para la "visita arquitectónica autoguiada
de Palm Springs"
—Es... un hotel —dice Alex, confundido cuando nos acercamos a este edificio
angular con su revestimiento de piedra y su cartel naranja.
—El Hotel Del Marcos —digo.
—¿Hay... un dinosaurio de acero dentro? —pregunta.
Frunzo el ceño.
—No lo creo, pero todo este barrio, el del Club de Tenis, se supone que está
lleno de todos estos edificios ridículamente increíbles.
—Ah —dice, como si eso fuera todo lo que puede reunir en forma de
entusiasmo.
Se me cae el estómago al marcar la siguiente dirección. Conducimos durante
dos horas, paramos a comer una cena barata (que alargamos una hora más por
culpa de Cold Air) y, cuando volvemos al auto, Alex me interrumpe en la puerta del
conductor.
—Poppy —dice suplicante.
—Alex —digo.
—Puedes conducir si quieres —dice—, pero me estoy mareando un poco con
el auto, y no sé si podré soportar ver más mansiones de desconocidos hoy.
—Pero tú amas la arquitectura —digo patéticamente.
Su ceño se frunce y sus ojos se entrecierran.
—Yo... ¿qué?
—En Nueva Orleans —digo—, te paseaste señalando ventanas todo el
tiempo. Pensé que te encantaban este tipo de cosas.
—¿Apuntando a las ventanas?
Tiro los brazos a los lados.
—¡No lo sé! Es que... ¡te encantaba mirar los jodidos edificios!
Deja escapar una carcajada fatigada.
210
—Te creo —dice—. Tal vez sí ame la arquitectura. No lo sé, solo estoy... muy
cansado y tengo calor.
Me apresuro a sacar mi teléfono del bolso. Todavía no hay noticias de Nikolai.
No podemos volver a ese apartamento.
—¿Qué pasa con el museo del aire?
Cuando levanto la vista, me está estudiando, con la cabeza inclinada y los
ojos todavía entrecerrados. Se pasa una mano desdichada por el cabello y desvía
la mirada un segundo, poniendo la mano en la cadera.
—Son como las siete, Poppy —dice—. No creo que esté abierto.
Suspiro, desinflándome.
—Tienes razón. —Cruzo de nuevo al asiento del copiloto y me tumbo,
sintiéndome derrotada mientras Alex arranca el auto.
A los quince kilómetros de la carretera, pinchamos una rueda.
—Oh, Dios —gimo mientras Alex se aparta a un lado de la carretera.
—Probablemente haya un repuesto —dice.
—¿Y sabes cómo se pone eso? —le digo.
—Sí. Sé cómo ponerlo.
—Señor Propietario —digo, tratando de sonar juguetona. Resulta que yo
también soy profundamente gruñona y así es como mi voz me retrata. Alex ignora
el comentario y sale del auto.
—¿Necesitas ayuda? —pregunto.
—Podría necesitar que me iluminaras —dice—. Está empezando a
oscurecer.
Le sigo hasta la parte trasera del auto. Abre la puerta de la escotilla, mueve
algunas de las alfombrillas y maldice.
—No hay repuesto.
—Este auto aspira a destruir nuestras vidas —digo, y doy una patada al
lateral del auto—. Mierda, voy a tener que comprarle a esta chica un neumático
nuevo, ¿no?
Alex suspira y se frota el puente de la nariz.
—Lo dividiremos.
211
—No, eso no es lo que estaba… no estaba diciendo eso.
—Lo sé —dice Alex, irritado—. Pero no voy a dejar que lo pagues todo.
—¿Qué hacemos?
—Llamamos a una empresa de remolque —dice—. Volvemos a casa en Uber
y mañana nos arreglamos con esto.
Así que eso es lo que hacemos: Llamamos a la compañía de remolque.
Nos sentamos en silencio en el maletero mientras esperamos a que vengan.
Volvemos a la tienda en la parte delantera de la grúa con un hombre llamado Stan
que tiene una mujer desnuda tatuada en cada brazo. Firmamos unos papeles y
llamamos a un Uber y salimos mientras esperamos a que llegue.
Subimos a un auto con una señora llamada Marla a la que Alex susurra en
voz baja.
—Se parece exactamente a Delallo —y al menos eso es algo de lo que reírse.
Y entonces la aplicación de Marla se equivoca y se pierde.
Y nuestro viaje de diecisiete minutos se convierte en un viaje de veintinueve
minutos ante nuestros ojos y ninguno de los dos se ríe, ninguno de los dos dice
nada, ni emite ningún sonido.
Finalmente, ya casi hemos llegado al Desert Rose. Afuera está casi negro, y
estoy segura de que las estrellas en lo alto serían increíbles si no estuviéramos
atrapados en la parte trasera del Kia Rio de Marla inhalando pulmón tras pulmón
del aromatizante en aerosol olor galletas de azúcar con el que parece haber
empapado todo el auto.
Cuando el tráfico se detiene de repente a media milla del Desert Rose, casi
lloro.
—Debe ser un accidente que bloquea la carretera —dice Marla—. No hay
razón en el cielo o en la tierra para que el tráfico esté tan atascado.
—¿Quieres caminar? —me pregunta Alex.
—¿Por qué diablos no? —digo, y salimos del auto de Marla, vemos cómo da
la vuelta al Kia en un giro de quince puntos, y empezamos a bajar por la oscura
acera de la carretera hacia la casa.
—Esta noche me meto en la piscina —dice Alex.
—Probablemente esté cerrada —gruño.
212
—Me subiré a la valla —dice Alex.
Una risa efervescente y cansada recorre mi pecho.
—Okey, me apunto.
213
Hace Cinco Veranos
En nuestra última noche en Sanibel Island, permanecí sobre la cama
despierta, escuchando el sonido de la lluvia caer sobre el techo, reproduciendo la
semana como si la estuviera viendo en una pantalla espesa y brumosa, tratando de
capturar esa fracción de segundo que parecía esfumarse de mi vista en cuanto
trataba de alcanzarla.
Veo las tormentosas playas, el maratón de Twilight Zone, el sofá
donde Alex y yo dormimos, el lugar de mariscos donde finalmente él me había
contado los espeluznantes detalles de su ruptura con Sarah, en la que ella le
había dicho que su relación era tan emocionante como la biblioteca en la que se
conocieron, antes de dejarlo e irse a un retiro de yoga por un máximo de tres
semanas. —Si ella quiere emoción, —le dije— estoy feliz de darle la llave del auto.
Mi memoria salta hacia un bar llamado BAR, con sus pegajosos suelos y
ventiladores de techo. Salgo del baño y lo veo en la barra, leyendo un libro. Sintiendo
tanto amor que me divido en dos tratando de sacarlo de la tristeza después de
Sarah. Lo llamo con un exagerado —¡Oye, tigre!
Luego llega el momento en que corremos a través del aguacero desde el
BAR hasta nuestro auto, momento que pasamos escuchando el chirrido del
limpiaparabrisas sobre el vidrio mientras atravesamos la lluvia torrencial de regreso
a nuestro búngalo empapados por la lluvia.
Me estoy acercando a ese momento, ese que sigo buscando y llegando con
las manos vacías, como si no fuera más que un poco de luz que reflejada bailando
en el suelo.
Veo a Alex pidiéndome tomarnos una foto juntos, sorprendiéndome con el
flash a la cuenta de dos en lugar de tres. Los dos ahogándonos de la risa, gimiendo
ante la atrocidad de nuestra imagen, discutiendo si la borramos, Alex prometiendo
que no miraba nada atroz en mí, y yo diciéndole lo mismo sobre él.Después él me
dijo —El siguiente año vamos a algún lugar frío.
214
Yo le contesté, que estaba bien, que lo haríamos.
Y aquí viene, el momento que sigue deslizándose entre mis dedos, como si
fuera el detalle que cambia el juego en una repetición instantánea que parece que
no puedo pausar o disminuir de velocidad.
Solo nos estamos mirando el uno al otro. No hay bordes duros a los que
agarrarse, no hay marcas distintivas del comienzo o el final de este momento, nada
que lo separe de los millones que hay justo así. Pero este, es el momento en que lo
pienso por primera vez.
Yo estoy enamorado de ti.
El pensamiento es aterrador, probablemente ni siquiera es cierto. Una idea
peligrosa para entretener. Libero mi agarre sobre ella, observo que se escapa lejos.
Pero hay zonas en el centro de mis palmas que arden, queman, prueba de que una
vez la sostuve allí.
215
Este Verano
El departamento se ha convertido en el séptimo anillo del infierno, y no hay
señales de que Nikolai haya estado ahí. Me cambio en el baño por un bikini y una
camiseta extra grande, luego mando otro furioso mensaje exigiendo una
actualización sobre el aire acondicionado.
Alex toca la puerta cuando termina de cambiarse en la habitación, salgo y
nos dirigimos a la alberca, toallas en mano. Primero nos escabullimos
para comprobar la puerta. —Bloqueada —confirma Alex, pero acabo de notar
el problema más grande.
—¡QUÉ DEMONIOS!
Él mira hacia arriba y lo ve: el contenedor de concreto de la piscina
vacío. Detrás de nosotros, alguien jadea. —¡Oh, cariño, te dije que eran ellos!
Alex y yo giramos mientras una pareja de mediana edad curtida por el sol
llega dando brincos. Una mujer pelirroja en tacones de corcho brillantes y
pantalones capri blancos al lado de un hombre de cuello grueso, y unos lentes de
sol acomodados sobre la parte posterior de la cabeza afeitada.
—Tenías razón, bebé —dice el hombre.
—¡Los reciéeen casaaados! —la mujer canta y me agarra en un abrazo—
¿Por qué no nos dijeron que se dirigían a Springs?
LAX34.
Ahí es cuando entendí. Eran los esposos del taxi que tomamos afuera de
—Vaya —dice Alex—. Hola ¿Cómo les va?
La mujer con uñas color naranja neón me suelta, y saluda con la
mano. ─Oh, ya sabes. Iba bien hasta lo sucedido con la piscina.
El esposo gruñe de acuerdo.
34
Aeropuerto Internacional de los Ángeles California.
216
—¿Qué pasó? —Pregunto.
—¡Un niño entró y se hizo diarrea! Un montón, supongo, porque tuvieron que
vaciarla por completo. ¡Dicen que mañana debería estar en funcionamiento de
nuevo!. Ella frunce el ceño—. Por supuesto que mañana nos vamos a Joshua Tree.
— ¡Oh, genial! —digo. En realidad, sueno tensa en lugar de alegre, mi alma
se está marchitando silenciosamente dentro de mi cuerpo vacío.
—Gané una estadía gratis ahí, —ella me guiña un ojo— tengo buena suerte.
—Claro que sí —dice el esposo.
—¡No solo me refiero a eso! —ella prosigue—. Ganamos la lotería hace unos
años, no uno de esos mil billones de dólares, sino una buena cantidad, y lo juro,
¡desde entonces es como si ganara todas las rifas, sorteos y concursos que veo!
—Increíble, —dice Alex. Parece que su alma también se ha marchitado.
—De todas formas, vamos a dejar que ustedes dos tortolitos vayan a hacer
sus cosas. —Ella guiña de nuevo, o tal vez sus falsas pestañas están simplemente
pegadas. Difícil de decir— ¡No puedo creer la extraña suerte que tenemos de que
nos quedemos en el mismo lugar!
—Suerte —dice Alex. Suena como si estuviera en un trance inducido por la
mala suerte
—Sí, es un mundo diminuto, ¿no? —dice ella.
—Lo es —confirmo.
—De todos modos, ¡disfruten el resto de su viaje! —Ella aprieta uno de cada
uno de nuestros hombros y el esposo asiente. Luego se van y nos quedamos
parados frente a la piscina vacía.
Después de tres silenciosos segundos, digo
a Nikolai de nuevo.
—Voy a
tratar de llamar
Alex no dice nada. Nos vamos de vuelta arriba. Hace noventa grados, no
metafóricamente, literalmente son noventa grados. No encendemos ninguna luz
excepto la del baño, como si incluso una bombilla encendida pudiera llevarnos a los
cien grados.
Alex se para en medio de la habitación, luciendo miserable. Hace demasiado
calor para sentarse sobre algo, para tocar algo. El aire se siente diferente, rígido
como una tabla. Le marco a Nikolai repetidamente mientras me paseo por el cuarto.
La cuarta vez que rechaza la llamada, dejo escapar un grito y regreso pisando
fuerte a la cocina por las tijeras.
217
—¿Qué estás haciendo? —Pregunta Alex. Simplemente paso por el balcón
y apuñalo las láminas de plástico—. Eso no va a ayudar, —dice— hace tanto
calor allá afuera como aquí dentro esta noche.
Pero no puede hacerme entrar en razón. Corto el plástico, corto una tira
gigante tras otra tira gigante y andrajosa, tirándolas al suelo. Finalmente, la mitad
del balcón está abierto al aire de la noche, pero Alex tenía razón, no importa.
Hace tanto calor que podría derretirme. Entro de nuevo y me salpico la cara
con agua fría.
—Poppy —dice Alex— creo que deberíamos registrarnos en un hotel. —
Niego con la cabeza, demasiado frustrada para hablar.
—Tenemos que hacerlo —dice.
—Así no era como se supone que debía ser —digo, un repentino latido pasa
a través de mi ojo.
—¿De qué estás hablando? —dice.
—Se supone que esto tiene que ir como solía ser antes —digo—
Se supone que debemos mantener las cosas baratas y ... seguir adelante con todo
y los golpes que se nos presenten.
—Nos hemos topado con un montón de golpes —Alex insiste.
—¡Los hoteles cuestan dinero! —digo—. Y ya vamos a tener que gastar
doscientos dólares en conseguir un neumático nuevo para ese horrible auto.
—¿Sabes lo que cuesta dinero? —dice— ¡Hospitales!, vamos a morir si nos
quedamos aquí.
—¡No es así como se supone que debe ser —medio grito, y rompo un récord
— ¡Así es como va! —él responde.
—Yo solo quería que fuera como solía ser —digo.
—¡Nunca va a ser así! —chasquea—. No podemos volver a eso, ¿de
acuerdo? las cosas son diferentes ahora y no podemos cambiar eso, ¡así
que detente!, deja de intentar que esta amistad vuelva a ser lo que solía ser, ¡no va
a suceder! somos diferentes ahora, y tienes que dejar de fingir que no.
Su voz se interrumpe, sus ojos se oscurecen y su mandíbula se tensa.
Hay lágrimas que nublan mi visión, y mi pecho se siente como si estuviera
siendo cortado por la mitad mientras estamos ahí parados en mitad de la oscuridad,
enfrentándonos en silencio, respirando con dificultad.
218
Algo rompe el silencio. Un retumbar bajo y distante, y luego un tap tap tap.
—¿Oyes eso? —la voz de Alex es un carraspeo tenue.
Doy un asentimiento inseguro, y luego otro estruendo se escucha. Nuestros
ojos se encuentran el uno con el otro, amplios y desesperados. Nosotros corremos
hasta el borde de la terraza.
—Mierda. —Lanzo mis brazos hacia fuera para coger la caída de la lluvia.
Me empiezo a reír. Alex se une.
—Aquí. —Agarra el resto de la lona de plástico y comienza a rasgarla.
Recupero las tijeras de la mesa de café y corto el resto del plástico, lo arrojo por
encima del hombro, la lluvia cae libre, hasta que, finalmente, está todo fuera de
nuestro camino. Nos mantenemos de pie con nuestros rostros inclinados hacia
arriba y dejamos que la lluvia caiga sobre nosotros. Otra risa burbujea en mí, cuando
miro a Alex, él me está observando, sonriéndome durante dos segundos antes de
que se convierta en preocupación.
—Lo siento —dice con la voz tranquila bajo la lluvia—. Solo quise decir...
—Sé lo que quisiste decir,
podemos ir hacia atrás.
Sus dientes
querrías hacerlo?
rozan
su
—le digo— estabas
labio
inferior.
en
—Quiero
lo
correcto,
no
decir... ¿realmente
—Sólo quiero... —Me encojo de hombros.
A ti, pienso.
A ti.
A ti.
A ti. ¡Dilo!
Sacudo la cabeza. —No quiero perderte de nuevo.
Alex se acerca a mí y yo me acerco a él, dejo que me agarre de las caderas
y me tire hacia él. Me presiono contra su camiseta húmeda mientras él envuelve sus
brazos alrededor de mí y me levanta. Me pongo de puntillas y él me sostiene allí, su
rostro enterrado en mi cuello y mi camiseta de gran tamaño empapada. Enredo mis
brazos alrededor de su cintura y tiemblo cuando sus manos se deslizan por mi
espalda, atrapando el bulto donde las tiras de mi traje de baño están anudadas
debajo de mi camisa.
219
Incluso después de un día completo de sudoración, huele tan bien, se siente
tan bien contra mí y debajo de mis manos. Combinado con el intenso alivio de la
lluvia del desierto, esto me hace sentir mareada, con ganas de dar vueltas y sin
inhibiciones. Mis manos suben hasta su cuello y se deslizan hasta su cabello, se
retira lo suficiente para mirarme a la cara, pero ninguno de los dos se suelta, y todo
el estrés y la preocupación ha dejado su frente y su mandíbula al instante en que
levanta mi cuerpo.
—No me perderás. —dice, con la voz atenuada por la lluvia—. Mientras me
quieras, estaré aquí.
Me trago el nudo en mi garganta, pero regresa. Trato de mantener las
palabras adentro, podría ser un error decirlas, ¿verdad? Nos contamos todo, pero
hay algunas cosas que no se pueden dejar de decir, como hay cosas que no se
pueden deshacer.
Su mano se levanta para barrer un rizo húmedo de mis ojos, metiéndolo
detrás de mi oreja. El bulto parece derretirse, y la verdad se me escapa como un
aliento que he estado conteniendo todo este tiempo.
—Siempre te querré, Alex —le susurro—. Siempre.
En esta luz tenue, sus ojos se ven casi brillantes y su boca se suaviza.
Cuando se inclina para presionar su frente con la mía, todo mi cuerpo se siente
pesado, al igual que mi deseo es una ponderada manta empujando en mí desde
todos los lados, mientras que sus manos son como pincel sobre mi piel, tan suaves
como la luz del sol. Su nariz se desliza por el costado de la mía, nuestras bocas
inseguras y estiradas pulsando a una pulgada entre nosotros.
No es todavía una especie de negación, es una oportunidad que vamos a
dejar pasar sin tener que cerrar esa distancia final. Pero, al escuchar su respiración
inestable, sentir la forma en que se tira contra mí mientras sus labios se separan,
ver más cerca que duda, me olvido de todas las razones que estaba tratando de
poner entre los dos.
Somos imanes, tratando de juntarnos incluso mientras acunamos la
cuidadosa distancia entre nosotros. Su mano roza mi mandíbula, la inclina con
cuidado para que nuestras narices se rocen entre sí, probando este pequeño
espacio entre nosotros, nuestras bocas abiertas saboreando el aire entre nosotros.
Cada aliento que ahora toma susurra contra mi labio inferior. Cada una de
mis temblorosas inhalaciones intenta acercarlo más. Esto no tenía que
suceder, pienso de manera borrosa.
Entonces, pienso de manera más contundente, esto tenía que suceder.
220
Esto tiene que suceder.
Esto está sucediendo.
221
Hace Cuatro Años
Este año será diferente. He estado trabajando para la revista Rest + Relxation
durante seis meses. En ese tiempo, ya estuve en: Marrakech y Casablanca35,
Martinborough y Queenstown36, Santiago e Isla de Pascua37.
Por no hablar de todas las ciudades de los Estados Unidos a las que me han
enviado.
Estos viajes no se parecen en nada a los que solíamos hacer Alex y yo, pero
es posible que le haya restado importancia a eso cuando presenté la combinación
de nuestro viaje de verano con un viaje de trabajo, porque quiero ver su reacción
cuando lleguemos a nuestro primer resort con nuestro andrajoso equipaje de
TJ Maxx38, solo para ser recibidos con champán.
Cuatro días en Suecia. Cuatro en Noruega.
No es frío, precisamente, pero al menos es genial, y desde que me
comuniqué con la cuñada expatriada de la guía de River Raft, Lita, ella me ha estado
enviando correos electrónicos semanalmente con sugerencias sobre cosas que
hacer en Oslo. A diferencia de Lita, Dani tiene una memoria de acero: parece
recordar todos los restaurantes increíbles en los que ha comido y sabe exactamente
qué debemos ordenar. En un correo electrónico, clasificó varios folios según una
serie de criterios (belleza, concurrencia, tamaño, conveniencia de la ubicación,
belleza del camino hacia la conveniente ubicación).
Cuando Lita pasó su información de contacto, me estaba esperando obtener
tal vez, una lista con un parque nacional específico y un par de bares. Y Dani hizo
eso, en su primer correo electrónico. Pero los mensajes seguían llegando cada vez
que pensaba en otra cosa que "¡absolutamente no podíamos dejar sin
35
Ciudades de Marruecos
36
Ciudades en Nueva Zelanda.
37
Ciudades en Chile.
38
Cadena de tiendas económicas en Estados Unidos.
222
experimentar!".Ella usa una gran cantidad de signos de exclamación, y aunque por
lo general creo que las personas recurren a estos en un intento por parecer amable
y sin duda, no-del todo enojado, cada una de sus frases se lee como un comando.
—¡Debes beber aquavit!
—¡Asegúrate de beberlo a temperatura ambiente, quizás junto con una
cerveza!
—¡Ten tu aquavit a temperatura ambiente de camino al Museo de Barcos
Vikingos! ¡NO TE PIERDAS ESTO!
Cada nuevo correo electrónico quema mi mente con sus signos de
exclamación, y miedo me daría conocer a Dani, si no fuera por el hecho de que ella
firma cada correo electrónico con xoxo, el cual encuentro entrañable y estoy segura
de que nos va a gustar un montón. Me agradará mucho y Alex estará aterrorizado.
De
cualquier manera, nunca
por un viaje en mi vida.
he
estado
más
emocionada
En Suecia, hay un hotel hecho completamente de hielo, llamado (por alguna
misteriosa razón) Icehotel. Es el tipo de lugar que Alex y yo nunca
podríamos habernos permitido por nuestra cuenta, y toda la mañana previa a la
reunión de lanzamiento con Swapna, estaba sudando profusamente en mi
escritorio, no un sudor normal, sino el tipo de sudor horrible que viene con la
ansiedad. No es como si Alex no hubiera preferido seguir con los destinos de verano
a una playa, pero desde que me enteré sobre Icehotel, sabía que sería una perfecta
sorpresa para él.
Lanzo el artículo como una característica de "Enfriamiento para el verano", y
los ojos de Swapna se iluminan con aprobación.
—Inspirador. —dice ella, y veo a algunos de los otros escritores más
consolidados diciéndose la misma palabra entre sí. No he estado allí el tiempo
suficiente para notar
que
ella
use la
palabra, pero yo sé cómo es con
las tendencias, por lo que me imagino que inspirador es totalmente opuesto a de
moda en su mente.
Ella está completamente de acuerdo con la idea. Solo así estoy autorizada a
gastar mucho dinero. No puedo técnicamente comprarle a Alex comidas o boletos
de avión, o incluso la entrada al museo vikingo, pero cuando estás de viaje
con R+R, las puertas se te abren, botellas de champán que no ordenaste flotan a
tu mesa, los cocineros pasan con algo "extra", y la vida se vuelve un poco
más brillante.
223
También está la cuestión del fotógrafo que viajará con nosotros, pero hasta
ahora todas las personas con las que he trabajado han sido agradables, si no
divertidas, independientes como yo. Nos encontramos, planeamos tomas, nos
separamos, y aunque yo no he trabajado con el nuevo fotógrafo con la que estoy
emparejada, nos hemos visto en programas opuestos en los días de oficina, nos
han puesto en horarios diferentes en la oficina; Garrett, el otro escritor nuevo, dice
que el fotógrafo Trey es genial, así que no estoy preocupada.
Alex y yo nos enviamos mensajes de texto innecesarios en las semanas
previas al viaje, pero nunca sobre el viaje en sí. Le digo que yo me ocupo de todo,
que todo es una sorpresa, y aunque la falta de control lo está matando, no se queja.
En cambio, envía mensajes de texto sobre su pequeña gata negra, Flannery
O'Connor. Fotos de ella en zapatos y armarios, y tirada en la parte superior de las
estanterías.
Ella me recuerda a ti, dice a veces.
—¿Por las garras? —pregunto. ¿O por los dientes? ¿O por las pulgas?, y
cada vez, no importa la comparación que saco, sólo contesta: pequeña luchadora.
Me hace sentir agitada y cálida. Me hace pensar en él tirando de la capucha
de mi sudadera apretada alrededor de mi cara y sonriéndome a través de la fría
oscuridad, murmurando en voz baja: linda.
En la última semana antes de irnos, tuve un resfriado horrible o el peor ataque
de alergias de verano que puedo recordar. Mi nariz está constantemente tapada y
goteando; mi garganta se siente irritada y tiene un sabor agrio; toda mi cabeza se
siente obstruida por la presión; y todas las mañanas, estoy agotada antes de que
comience el día. Pero no tengo fiebre y un viaje rápido a urgencia me informa que
no tengo faringitis estreptocócica, por lo que hago todo lo posible para no reducir la
velocidad. Hay un montón por hacer antes del viaje, y lo hago todo mientras toso
profusamente.
Tres días antes de irnos, tengo un sueño en el que Alex me dice
que volvió con Sarah, que ya no puede hacer el viaje.
Me despierto sintiéndome mal del estómago. Todo el día trato de sacarme el
sueño de la cabeza. A las 2:30, me envía una imagen de Flannery.
—¿Alguna vez extrañas a Sarah? —le pregunto.
—A veces —dice—. Pero no demasiado.
—Por favor, no canceles nuestro viaje —digo, porque este sueño es muy,
muy molesto.
224
—¿Por qué habría que cancelar nuestro viaje? —pregunta.
—No sé, —digo—. Solo sigo estando nerviosa de que lo hagas.
—El viaje de verano es el punto culminante de mi año —dice.
—El mío también —le digo.
—¿Incluso ahora que puedes viajar todo el tiempo? ¿No estás cansada de
eso?
—Yo no podría cansarme, —le digo— no canceles.
Me envía otra foto de Flannery O'Connor sentada en su maleta ya hecha.
—Pequeña luchadora— le escribo.
—La amo —dice, y sé que está hablando de la gata, obviamente, pero incluso
eso hace que esa sensación cálida y agitada cobre vida debajo de mi piel.
—No puedo esperar para verte, —digo, sintiendo de pronto como decir esto
es tan normal, es una cosa atrevida, arriesgada incluso.
—Yo sé, —escribe de regreso—, es todo en lo que puedo pensar.
Me toma horas conciliar el sueño esa noche. Me acuesto en la cama con
esas palabras corriendo por mi mente una y otra vez, haciéndome sentir como si
tuviera fiebre.
Cuando me despierto, me doy cuenta de que realmente tenía fiebre. Todavía
tengo. Que mi garganta se siente más hinchada y en carne viva que antes, y mi
cabeza late con fuerza, y mi pecho está pesado, y mis piernas duelen, y no puedo
calentarme sin importar en cuántas mantas esté debajo.
Me reporto enferma con la esperanza de dormirme antes de mi vuelo de la
tarde siguiente, pero a última hora de la noche, sé que no hay forma de que me
suba a ese avión. Tengo una fiebre de treinta y nueve grados Celsius.
La mayoría de las cosas que hemos reservado ahora están lo
suficientemente cerca como para que no sean reembolsables. Envuelta en las
mantas y tiritando en mi cama, redacto un correo electrónico en mi teléfono para
Swapna, explicando la situación.
No estoy segura de qué hacer. No estoy segura de si esto de alguna manera
hará que me despidan.
Si no me sintiera tan mal, probablemente estaría llorando.
—Ve al médico a primera hora en la mañana —Alex me escribe.
225
—Tal vez es solo el pico —le escribo—. Tal vez puedas volar en tiempo y
te pueda alcanzar en un par de días.
—No deberías sentirte tan mal con un resfriado, —él dice— por
favor, ve al médico, Poppy.
—Lo haré, lo siento.
Y ahora sí lloro. Porque si no hago este viaje, hay una buena posibilidad
de que no
vea
a Alex en un año. Está tan ocupado con su MFA y la
enseñanza, y yo
estoy rara
vez en
casa ahora que estoy trabajando para R+R, y en Linfield incluso menos.
Esta Navidad, mamá estaba emocionada contándome que convenció a papá
para venir a la ciudad. Mis hermanos, incluso se pusieron de acuerdo para venir un
día o dos, algo que insistieron que nunca harían una vez que se trasladaron a
California (Parker a seguir escribiendo para la televisión en Los Ángeles y Prince
para trabajar de desarrollador de un vídeo juego en San Francisco), como si tras al
firmar sus contratos de arrendamiento, también se habían comprometido a una
rivalidad intensa entre los dos estados.
Siempre que estoy enferma, simplemente deseo estar en Linfield. Tumbada
en el dormitorio de mi niñez, con las paredes empapeladas con carteles de viajes
antiguos, la colcha rosa pálido que hizo mamá mientras estaba embarazada de mí
apretada alrededor de mi barbilla. Ojalá me trajera sopa y un termómetro, y
comprobara que estaba bebiendo agua, y que me mantuviera
al día con ibuprofeno para bajar la fiebre.
Por una vez, odio a mi minimalista apartamento. Odio los sonidos de la
ciudad que rebotan en mis ventanas a todas horas. Odio la ropa de cama de lino
gris suave que elegí y los muebles daneses de imitación aerodinámica que comencé
a acumular desde que obtuve mi trabajo de niña grande, como lo llama papá.
Quiero estar rodeada de adornos. Quiero dibujos florales en las pantallas de
las lámparas, y cojines que no combinen con en el sofá, y el respaldo con una manta
afgana rasposa. Quiero mezcla de cosas hasta tener una nevera vieja y blanquecina
cubierta de horribles imanes de Gatlinburg y Kings Island, y de Beach Waterpark,
con dibujos que hice cuando era niña y fotos familiares ya desgastadas, y
ver un gatito pasando, sólo para chocar con una pared que no ve.
No quiero estar
un esfuerzo inmenso.
sola,
y
por
cada
vez
que
respiro
no
A las cinco de la mañana, Swapna responde a mi correo electrónico.
hacer
226
Suceden este tipo de cosas. No te aflijas por ello. Tienes
derecho sobre los reembolsos, aunque, si quieres que tu amigo
use los alojamientos, siéntete libre. Envíame lo que tenías en la
forma de itinerario de nuevo, y se lo pasaré a Trey. Puedes
alcanzarlo cuando estés bien de nuevo.
Y Poppy, cuando esto suceda de nuevo (que pasará), no te
esfuerces tanto disculpándote. No controlas tu sistema
inmunológico y te puedo asegurar que cuando los machos de
tus colegas tienen que cancelar un viaje, no muestran ninguna
indicación de arrepentimiento o agravio hacia mí. No alientes a
la gente a culparte por algo que está más allá de tu control. Eres
una escritora fantástica y tenemos suerte de tenerte.
Ahora, ve a un doctor y disfruta de un verdadero R+R.
Nos hablamos cuando estés repuesta.
Probablemente me sentiría más aliviada si no fuera por la neblina
superpuesta sobre mi apartamento y la extrema incomodidad de simplemente
existir.
Tomo
captura del correo
de texto a Alex.
electrónico y se lo envío
por mensaje
—¡Diviértete! —escribo. Trataré de alcanzarte en la segunda mitad del viaje.
Para entonces, el solo pensar salir de la cama hace que me sienta mareada.
Dejo mi teléfono a un lado y cierro los ojos, dejando que el sueño se apresure a
tragarme como un pozo que se extiende a mi alrededor mientras lo atravieso.
No es un sueño tranquilo, sino uno tipo frío y con fallas, donde los sueños y
las oraciones comienzan una y otra vez, interrumpiéndose antes de que puedan
finalizar. Me tiro en la cama, despierto el tiempo suficiente para registrar el frío que
tengo, lo incómoda que se ha vuelto la cama y mi cuerpo, solo para caer de nuevo
en sueños inquietos.
Sueño con un gato negro gigante con ojos hambrientos. Me persigue en
círculos hasta que es demasiado difícil respirar, demasiado difícil seguir adelante, y
luego salto, despertándome de un sobresalto tomándome unos segundos
interminables, solo para comenzar de nuevo en el momento en que cierro los ojos.
Debería ir al médico, pienso que de vez en cuando, pero estoy segura de que
no puedo sentarme.
No como, no bebo, no voy incluso a hacer a pis.
227
El día gira hasta que abro los ojos a la luz de color amarillo-oro de la puesta
del sol mirando fuera de la ventana de mi habitación, y cuando parpadeo, ha
cambiado a un bígaro profundo, y hay un golpeteo en mi cabeza tan real que hace
un ruido sordo que envía ondas de choque a través de mi cuerpo.
Me enrollo más, tiro una almohada sobre mi cara, pero no se detiene.
Se hace más fuerte. Empieza a sonar como mi nombre, la forma en que los
sonidos a veces se transforman en música cuando estás tan cansado que estás
medio soñando.
¡Poppy! ¡Poppy! ¡Poppy!, ¿estás en casa?
Mi teléfono vibra en la mesita de noche. Lo ignoro, lo dejo sonar. Empieza de
nuevo, y después de eso, por tercera vez, así que me doy la vuelta y trato de leer la
pantalla a pesar de la forma en que el mundo parece derretirse, como un remolino
de helados de dos tonos girando uno alrededor del otro.
Hay docenas de mensajes de ALEXANDER THE GREAT, pero el último que
leo,
¡Estoy aquí! ¡Déjame entrar!
Las palabras no tienen sentido. Estoy demasiado confundida para contestar
un par de ellas, demasiado fría para preocuparme. Me está llamando de nuevo, pero
no estoy segura de poder hablar. Mi garganta se siente demasiado apretada.
El golpeteo empieza de nuevo, la voz diciendo mi nombre, y se levanta la
niebla apenas suficiente para que todas las piezas encajen juntas en perfecta
claridad.
—Alex —murmuro.
—¡Poppy! ¿Estás ahí? —está gritando en el otro lado de la puerta.
Estoy soñando de nuevo, que es la única razón por la que creo que puedo
llegar a la puerta, lo que significa que, probablemente, cuando llegue a
la puerta y tire de ella para abrir, un enorme gato negro va a estar ahí esperando,
y Sarah Torval montándolo como un caballo.
Pero tal vez no. Tal vez solo sea Alex, y podré tirar de él al interior y…
—¡Poppy, por favor hazme saber que estás bien! —dice al otro lado de la
puerta, y me deslizo fuera de la cama, llevándome el edredón de lino. Me lo paso
por los hombros y me arrastro hasta la puerta con las piernas débiles y húmedas.
Busco a tientas la cerradura, finalmente la acciono, y la puerta se
abre como por arte de magia, porque así es como funcionan los sueños.
228
Sólo cuando lo veo de pie al otro lado de la puerta, la mano
aun descansando en la manija, la maleta detrás de él, es que ya no
estoy tan segura de que sea un sueño.
—¡Oh, Dios Poppy!, ─dice él, dando un paso y me examina, el dorso de su
mano fresca presiona mi sudorosa frente —. Estás ardiendo.
—Estás en Noruega —me las arreglo con un susurro ronco.
—Definitivamente no lo estoy. —Arrastra su maleta adentro y cierra la
puerta—. ¿Cuándo fue la última vez que tomaste ibuprofeno?
Niego con la cabeza.
—¿Nada? —dice— mierda, Poppy, se supone que irías al médico.
—No sabía cómo. —Suena tan patético. Tengo veintiséis años con un
trabajo de tiempo completo y seguro médico, un apartamento, facturas
de préstamos estudiantiles y vivo sola en la ciudad de Nueva York, pero hay algunas
cosas que no quieres tener que hacer por tu cuenta.
—Está bien, —dice Alex, acercándome suavemente a él— vamos a meterte
de nuevo en la cama y ver si podemos deshacernos de la fiebre.
—Tengo que hacer pipí, —digo entre lágrimas, y luego admito— puede que
ya me haya hecho pipí encima.
—Está bien, —dice— ve a hacer pipí, te buscaré ropa limpia.
—¿Debería bañarme? —le pregunto, porque al parecer no sé qué
hacer. Yo necesito que alguien me diga qué hacer exactamente, como mi madre
solía hacer cuando estaba en la primaria, viendo Cartoon Network todo el día, sin
hacer nada por mí misma hasta que alguien me dijera.
—No estoy seguro, —dice— lo buscaré en google. Por ahora solo haz pipí.
Me toma demasiado esfuerzo llegar al cuarto de baño. Dejo caer las mantas
y hago pipí con la puerta abierta, temblando todo el tiempo, pero sintiéndome
cómoda por escuchar a Alex moviéndose alrededor de mi apartamento. Cajones
abriéndose de manera silenciosa, haciendo clic en la parte superior de la estufa de
gas, colocando la tetera sobre ella. Cuando ha terminado con lo que estaba
haciendo, viene a revisarme y todavía estoy sentada en el inodoro con mis
pantalones cortos de dormir alrededor de mis tobillos.
—Creo que puedes ducharte si quieres —dice, y abre el agua—. Tal vez es
mejor que no te laves el cabello. Yo no sé si eso sea buena idea, pero la abuela
Betty jura que el cabello mojado te enferma. ¿Estás segura de que no te caerás?
229
—Lo hare rápido, voy a estar bien. —Digo de repente consciente de lo
pegajosa que me siento. Estoy casi segura de que me hice pis. Más adelante esto
probablemente será humillante, pero ahora mismo no tengo porque avergonzarme.
Estoy tan aliviada de tenerlo aquí.
Parece inseguro por un segundo, —Solo ve y metete, me quedaré cerca, y si
sientes que se está volviendo demasiado, dímelo, ¿de acuerdo?
Se aparta de mí mientras me obligo a ponerme de pie y
me quito el pijama. Me meto en el agua caliente y cierro la cortina, temblando cuan
do el agua me golpea.
—¿Estás bien? —me pregunta inmediatamente.
—Mm-hm.
—Estaré aquí, ¿de acuerdo? —dice—, si necesitas algo, simplemente
dímelo.
─Mm-hm.
Después de solo un par de minutos, he tenido suficiente. Apago el agua y
Alex me pasa una toalla. Estoy más fría que nunca ahora que estoy toda mojada, y
salgo castañeando los dientes.
—Aquí. —Me envuelve otra toalla alrededor de mis hombros como una capa,
intenta darme calor frotándomelos—. Ve a sentarte en la habitación mientras cambio
tu ropa de cama, ¿de acuerdo?
Asiento con la cabeza y me lleva a la antigua silla de mimbre tipo pavo real
en la esquina de mi habitación. —¿Dónde tienes la ropa de cama de repuesto? —
pregunta.
Le apunto al armario —Estante superior.
La saca y me entrega un pantalón de chándal doblado y una camiseta. Como
no tengo la costumbre de doblar mi ropa, él debió doblarla instintivamente cuando
la sacó de la cómoda. Cuando los tomo, se voltea deliberadamente lejos de mí para
hacer la cama y dejo caer las toallas al suelo y me visto.
Cuando ha terminado de hacer la cama, Alex aparta una esquina y yo
me deslizo, dejándole que me arrope. En la cocina, la tetera empieza a silbar. Se
gira para ir por ella, pero le agarro el brazo, medio borracha por la sensación de
estar caliente y limpia. —No quiero que te vayas.
—Ahora vuelvo Poppy —dice—. Necesito conseguir alguna medicina.
230
Asiento con la cabeza, soltándolo. Cuando regresa, trae un vaso de agua y
la bolsa de su computadora portátil. Se sienta en el borde de la cama y saca frascos
de pastillas y cajas de Mucinex, alineándolos en la mesa auxiliar. —No estaba
seguro de cuáles eran tus síntomas —dice.
Toco mi pecho tratando de explicar lo apretado y horrible que se siente —
Entiendo —dice y elige una caja, saca dos pastillas y me las da con el vaso de agua.
—¿Has comido? —pregunta cuando los he tomado.
—No lo creo.
Él me da una leve sonrisa. —Cogí algunas cosas de camino aquí
para no tener que volver a salir. ¿Suena bien una sopa?
—¿Por qué eres tan bueno? —le susurro.
Me estudia por un momento, luego se
dobla y presiona un beso en mi frente. —Creo que el té ya estará listo.
Alex me trae sopa de pollo con fideos, agua y té. Establece cronómetros para
cuando tengo que tomar más medicamentos, controla mi temperatura cada dos
horas durante la noche.
Cuando me duermo, no sueño, y cada vez que me despierto, él está allí,
medio dormitando en la cama junto a mí. Se despierta bostezando y me mira. —
¿Cómo estás?
—Mejor —respondo, y no estoy segura de si es cierto en sentido físico, pero
al menos emocionalmente me siento mejor al tenerlo aquí, y solo
puedo manejar una palabra o dos a la vez, así que no sirve de nada explicar eso.
Por la mañana, me ayuda a bajar las escaleras hasta un taxi y vamos
al médico.
Neumonía. Tengo neumonía. Sin embargo, no del tipo que es tan malo que
necesito estar en el hospital.
—Mientras le eches un ojo y se adhiera a los antibióticos, deberá estar bien,
—el médico le dice a Alex, más que a mí, supongo que porque yo realmente no me
veo como el tipo de persona que puede entender sus palabras ahora mismo.
Cuando Alex me lleva a casa después, me dice que tiene que volver a salir y
tengo tantas ganas de rogarle que se quede, pero estoy demasiado
cansada. Además, estoy segura de que necesita un descanso de mi apartamento y
de mí, después de una noche entera de hacerla de enfermera.
231
Regresa media hora más tarde con gelatina, helado, huevos y más sopa y
todos los tipos de vitaminas y especias que yo nunca he considerado tener en mi
apartamento antes.
—Betty jura por el zinc, —me dice cuando me trae un puñado de vitaminas
con una taza de gelatina roja y otro vaso de agua— también me dijo que pusiera
canela en tu sopa, así que si sabe mal, échale la culpa.
—¿Cómo es que estás aquí? —Lucho por levantarme.
—El primer tramo de mi vuelo a Noruega fue a través de Nueva York, —dice.
—Entonces, ¿qué? —digo— ¿Entraste en pánico y abandonaste el
aeropuerto en lugar de abordar el siguiente avión?
—No Poppy, —dice—. Yo vine aquí a estar contigo.
Inmediatamente, las lágrimas brotan de mis ojos. —Iba a llevarte a un hotel
hecho de hielo.
Una rápida sonrisa cruza su boca. —Honestamente, no sé si es la fiebre la
que habla.
—No. —Aprieto los ojos para cerrarlos, sintiendo las lágrimas escurriendo
por mis mejillas— es verdad. Lo siento mucho.
—Oye. —Mueve el cabello lejos de mi cara—, sabes que no me importa eso
¿verdad?, solo me importa pasar tiempo contigo —su pulgar traza suavemente la
línea húmeda que baja por el costado de mi nariz, apartándola justo antes de que
llegue a mi labio superior—. Lamento que no te sientas bien y que te estés
perdiendo el hotel de hielo, pero estoy bien aquí.
Cada gramo de dignidad desapareció al haber hecho que este hombre
cambiara mi ropa de cama empapada de pipí, alcanzo su cuello y lo atraigo hacia
mí, él se acomoda en la cama a mi lado, maniobrando para acercarme a sus
brazos. Él envuelve un brazo alrededor de mi espalda y me hace descansar en su
pecho, paso un brazo alrededor de su cintura también, y nos quedamos allí
enredados, juntos.
—Puedo sentir los latidos de tu corazón —le digo.
—Puedo sentir los tuyos —dice.
—Siento haber hecho pis en la cama.
Él se ríe, me aprieta contra él y, en ese momento me duele el pecho de
lo mucho que lo amo. Supongo que lo dije en voz alta, porque murmura:
232
—Probablemente sea la fiebre la que habla.
Niego con la cabeza, me acurruco más cerca, hasta que no quedan espacios
entre nosotros. Su mano se mueve ligeramente hacia mi cabello y un escalofrío
recorre mi columna desde donde sus dedos recorren mi cuello. Se siente tan bien,
en un mar de malos sentimientos, cuando lo hace me arqueo un poco, mi mano
aprieta su espalda y siento la forma en que su corazón corre y eso hace que el mío
se dispare para que coincidan. Su mano se mueve a mi muslo, envolviéndolo
alrededor de su cadera, y mis dedos se retuercen contra él mientras entierro mi
boca contra el costado de su cuello donde siento su pulso latiendo con urgencia
debajo de él.
—¿Estás cómoda? —me pregunta, como si estar tirados solo dependiera de
alinearnos, como si estuviéramos construyendo una historia que nos protegiera de
la verdad de lo que está pasando. Que incluso a pesar de estar enferma, puedo
sentir que él me quiere como yo lo quiero a él.
—Mm-hm, —murmuro— ¿Lo estás tú?
Su mano aprieta mi muslo y asiente.
—Sí, —dice, y nos quedamos muy quietos.
No sé cuánto tiempo permanecemos así, pero eventualmente, la medicina
para el resfriado mantiene mis terminaciones nerviosas alertas, me quedo
dormida. Al despertar lo encuentro al otro lado de la cama.
—Estabas preguntando por tu madre —me dice.
—Siempre que estoy enferma, la extraño. —digo.
Él asiente, coloca un mechón de cabello detrás de mi oreja.
—A veces yo también.
—¿Me hablas de ella? —Pregunto.
Se mueve, levantándose más alto contra la cabecera. —¿Qué quieres
saber?
—Cualquier cosa, —le susurro— ¿qué recuerdas de ella?
—Bueno, yo sólo tenía seis años cuando ella murió, —dice alisando mi
cabello de nuevo. Yo no discuto o presiono por más, pero con el tiempo continua—
. Ella solía cantar para nosotros cuando nos cobijaba en la noche. Y yo pensaba
que tenía una hermosa voz, quiero decir, les decía a los niños de mi clase que ella
era cantante, o lo habría sido si no fuera una ama de casa o lo que sea, tú sabes…
—Su mano todavía está en mi cabello— mi papá no podía hablar de ella, en
233
absoluto, me refiero a que todavía no puede realmente hablar de ella sin
desmoronarse. Así que al crecer mis hermanos y yo tampoco hablamos de ella. Y
cuando tenía catorce, quizás quince, fui a la casa de la abuela Betty para limpiar
sus canaletas y cortar el césped y esas cosas, ella estaba viendo estas viejas
películas caseras de mi mamá.
Estudio su cara, la forma en que sus gruesos labios se curvan y sus ojos
atrapan las vetas de luz de la farola que llegan a través de mi ventana, que iluminan
dentro.
—Nunca hicimos eso en mi casa, —dice— ni siquiera podía recordar cómo
sonaba. Pero vimos ese video de ella abrazándome cuando era un bebé, cantando
esa vieja canción de Amy Grant —sus ojos me cerraron, su sonrisa se hizo
más profunda en una esquina—. Y su voz era horrible.
—¿Qué tan horrible? —Pregunto.
—Suficientemente mala que Betty tuvo que apagar la tv para que no le diera
un ataque al corazón de tanta risa, —dice— y se notaba que mamá sabía que era
mala, quiero decir, se podía escuchar a Betty reír mientras filmaba y mi mamá
seguía mirando por encima del hombro sonriendo, pero no dejaba de cantar. Creo
que pienso mucho en eso.
—Suena como una gran mamá —digo.
—Durante la mayor parte de mi vida, —dice— la sentí como el hombre del
costal, ¿sabes?, como si ella hubiera jugado solo el papel de ser la causante de que
mi papá se sintiera destrozado por haberla perdido. ¿Qué tan aterrado estaba de
criarnos él solo?
Asiento con la cabeza; tiene sentido.
—Muchas veces, cuando pienso en ella, es como... —Hace una pausa—
Ella es más como un cuento con moraleja que una persona. Pero cuando pienso en
ese video, pienso en por qué mi papá la amaba tanto. Y eso se siente
mejor. Pensar en ella como una persona.
Por un tiempo, estamos callados, yo alcanzo su mano y la tomo en la mía, —
Ella debe haber sido asombrosa, —digo— te creó a ti.
Me aprieta la mano, pero no dice una palabra más y finalmente me vuelvo a
dormir.
Los próximos dos días son borrosos, voy mejorando. No estoy curada,
pero si más despierta, más ligera, con la cabeza más clara.
234
Ya no hay abrazos intensos, solo vemos dibujos animados viejos en la cama,
nos sentamos en la escalera de incendios por la mañana mientras desayunamos,
tomo las pastillas cada vez que suenan las alarmas del teléfono de Alex, tomar té
en el sofá por la noche con una lista de reproducción de "música folklórica tradicional
noruega" de fondo.
Pasan cuatro días, luego cinco. Y luego me estoy sintiendo lo
suficientemente bien que teóricamente podría salir del país, pero es demasiado
tarde y no se habla más de eso. Tampoco hay más caricias, excepto el golpe
ocasional del brazo o la pierna, o el alcance rápido a través de la mesa para evitar
que algo se me derrame en la barbilla. Sin embargo, por la noche, cuando Alex está
acostado en el lado más alejado de mi cama, me quedo despierta durante horas
escuchando su respiración irregular, sintiendo como si fuéramos
dos imanes tratando desesperadamente de unirnos.
En el fondo sé que no es una buena idea. La fiebre bajó mis defensas y las
de él también, pero cuando se trata de eso, Alex y yo no somos el uno para
el otro. Puede haber amor, atracción e historia, pero eso solo significa que hay más
que perder si intentamos llevar esta amistad a un lugar al que no pertenece.
Alex quiere matrimonio e hijos y un hogar en un solo lugar, y lo quiere todo
con alguien como Sarah. Alguien que pueda ayudarlo a construir la vida que perdió
cuando tenía seis años.
Y yo quiero una vida de espontáneos viajes y emocionantes nuevas relacio
nes, las diferentes estaciones con diferentes personas, y es muy posible que jamás
me quede quieta. Nuestra única esperanza de mantener esta relación es a través
de la platónica amistad que siempre hemos tenido. Ese cinco por
ciento ha ido aumentando durante años, pero es hora de reducirlo. Aplastar el qué
pasaría sí...
Al final de la semana, cuando lo dejo en el aeropuerto, le doy
el más casto abrazo que le puedo dar, a pesar de la forma en que me levanta hacia
él,
siento ese mismo escalofrío
que me arquea
la
columna y
el calor
se acumula en todos los lugares donde nunca me ha tocado.
—Te extrañaré. —dice en un gruñido bajo contra el costado de mi oreja y
me obligo a dar un paso atrás a una distancia sensata.
—Y yo a ti también.
Pienso en él toda la noche y cuando sueño, él está tirando de mi muslo sobre
su pierna, rodando sus caderas contra la mía. Cada vez que está a punto de
besarme, me despierto.
235
No hablamos durante cuatro días y cuando finalmente me envía un mensaje
de texto, es solo una foto de su pequeña gata negra sentada en una copia abierta
de Wise Blood.
—El destino. —me escribe.
236
Este Verano
Estábamos de pie en el balcón, con nuestros cuerpos empapados por la
lluvia, su mirada suave, yo sintiendo mi último vestigio de auto-control escurrirse,
deshaciéndonos de la mugre del día del desierto. No queda nada más que Alex y
yo.
Sus labios se cierran y luego se separan, y los míos lo imitan, su aliento cálido
contra mi boca. Cada inhalación superficial que tomo nos acerca un poco más hasta
que mi lengua apenas roza su labio inferior mojado por la lluvia, y luego se ajusta
para atrapar mi boca un poco más con la suya.
Una fracción de beso. Y luego otro, un poco más complejo. Un giro de mis
manos en su cabello, el silbido de la respiración entre sus dientes, y luego otro roce
de sus labios, más profundo, más lento, cuidadoso y atento, y yo me derrito contra
él. Temblando, aterrorizada y emocionada cuando nuestras bocas se unen y se
separan, su lengua se desliza sobre la mía por un segundo, luego un poco más
profundo, mis dientes se quedan atrapados en la parte más ancha de su labio
inferior, sus manos se mueven hacia abajo sobre mis caderas, mi pecho se arquea
contra el suyo mientras mis manos se deslizan por su cuello mojado.
Nos acercamos y nos alejamos, los pequeños espacios e inhalaciones eran
tan intoxicantes, como cada probada y raspadura de su boca húmeda moviéndose
sobre la mía. Se retira, deja su boca flotando sobre la mía, donde todavía puedo
sentir su respiración. —¿Estás bien? ─me pregunta.
Si pudiera hablar, le diría que este es el mejor beso que he tenido en toda
mi vida. Que no sabía que besar podía sentirse tan bien. Que podría besarlo
durante horas y sería mejor que el sexo que he tenido.
Pero no puedo pensar con mucha claridad para decir nada de esto. Mi mente
está demasiado ocupada con el agarre de sus manos en mi trasero y la sensación
de su pecho aplastando el mío, su piel mojada y la ropa empapada entre nosotros,
así que solo asiento y agarro su labio inferior entre mis dientes nuevamente, él me
gira y me presiona contra la pared y de nuevo me besa con urgencia.
237
Una de sus manos se retuerce en el dobladillo de mi camiseta que cuelga
contra mi muslo, y sube su mano hasta el estómago debajo de ella —¿Qué hay de
esto? —pregunta.
—Sí —respiro.
Su mano se eleva más, se desliza debajo de la parte superior de mi traje de
baño, haciéndome temblar. —¿Esto? —dice.
Mi respiración se detiene, el corazón da un vuelco mientras sus dedos
hacen círculos con suavidad. Asiento, acerco sus caderas a las mías. Está duro
entre mis piernas e instantáneamente me siento un poco mareada. —Pienso en ti
todo el tiempo, —dice, y me besa lentamente, arrastra su boca por mi cuello, con
la piel de gallina revoloteando a su paso —Pienso en esto.
—Yo también. —Admito en un susurro. Su boca se mueve sobre mi pecho,
besándome a través de mi húmeda camiseta, sus manos trabajan la tela hacia arriba
sobre mis caderas, mis costillas, y luego mis hombros, la saca por encima de mi
cabeza y la tira entre las láminas de plástico.
—La tuya también, —digo con el corazón acelerado. Cojo el dobladillo de su
camiseta y se la paso por la cabeza. Cuando la tiro a un lado, trata de moverse
hacia mí, pero lo detengo por un segundo.
—¿Quieres parar? —pregunta, mientras sus ojos se oscurecen.
Niego con la cabeza. —Yo solo... nunca llegué a mirarte así.
La comisura de su boca se contrae en una sonrisa. —Podrías haberlo hecho,
—dice en voz baja—. Solo para que lo sepas.
—Bueno, tú también podrías haberlo hecho, —le digo.
—Confía en mí, —dice— lo hice.
Luego lo arrastro contra mí y él está levantando bruscamente mi muslo contra
su cadera, hundo mis dedos en su ancha espalda, mis dientes en su cuello, sus
manos están masajeando mi pecho, mi trasero, su boca se mueve hacia abajo por
mi clavícula, baja el tirante de mi bikini, pasa los dientes sobre mi pezón con
cuidado, estoy sintiéndolo a través de sus pantalones cómo se tensa y
cambia. Bajo sus pantalones cortos sobre los huesos de su cadera, mi boca se seca
al sentirlo contra mí.
—Mierda, —digo, y me doy cuenta de que me golpea como un balde de agua
helada —dejé el control de la natalidad.
—Si te ayuda, —dice —me hice la vasectomía.
238
Me hago para atrás, sorprendida. —¿Tú qué?
—Es reversible —dice, sonrojándose por primera vez desde que
comenzamos esto— tomé... precauciones, en caso de que quiera hijos y la
reversión no funcione. Por lo general lo hacen, pero... de todos modos, yo solo... no
quería embarazar a alguien accidentalmente. Todavía estoy a salvo, no es
así... ¿Por qué me miras así?
Yo sabía que Alex era una persona que pensaba en todo, sabía que era ultra
precavido, sabía que era la persona más juiciosa y educada en el planeta, pero de
alguna
manera
estoy
sorprendida
de
que
haya
tomado
esa
gran decisión. Mi corazón siente como un dolor muscular, me enternece porque es
tan él. Aprieto mis brazos alrededor de su cintura, lo aprieto contra mí —Es solo
que, por supuesto que lo hiciste, —le digo— más allá de la precaución y
la consideración, eres un príncipe Alex Nilsen.
—Ajá —dice, su expresión a la vez divertida y poco convencida.
—Es enserio —le digo, presionando más cerca— eres increíble.
—Podemos encontrar un condón si lo deseas —dice— pero yo no, no
hay nadie más.
Estoy segura de que ahora me sonrojo y probablemente sonrío
ridículamente. —Está bien —digo— solo somos nosotros.
A
lo
que me refiero es,
que
si hay alguien
con
quien
me gustaría hacer esto, seria él. Si hay una persona en quien realmente confío y
quiero todo de esta manera, es él.
Pero así es como lo digo: solo somos nosotros. Y él me lo dice, como
si supiera exactamente a qué me refiero, y luego estamos en el suelo, en un mar
de plástico desechado, y él me arranca la parte de arriba, me quita la de abajo
también, presionando su boca entre mis piernas, agarrando mi trasero con sus
manos, haciéndome jadear y levantándome contra él mientras su lengua se mueve
sobre mí. —Alex —le suplico, anudando mis manos en su cabello—, deja
de hacerme esperarte.
—Deja de ser impaciente —bromea— he esperado doce años. Quiero que
esto dure.
Un escalofrío recorre mi espalda y me arqueo hacia él. Finalmente, se
arrastra a lo largo de mí, sus manos se enredan en mi cabello, vagando sobre mi
piel y lentamente empuja dentro de mí. Encontramos nuestro ritmo juntos, y se
siente tan bien, electrizante, tan bien que no puedo creer todo el tiempo que
239
desperdiciamos sin hacerlo. Doce años de hacer el amor insatisfactoriamente,
cuando todo el tiempo así era como se suponía que debía ser.
—Dios, ¿cómo es que eres tan bueno en esto? —le digo, y su risa vibra
contra mi oído mientras besa detrás de ella.
—Porque te conozco —dice con ternura— y recuerdo como suenas cuando
te gusta algo.
Todo en mí se tensa en oleadas. Cada movimiento de sus manos,
cada embestida amenaza con desbaratarme.
—Podría tener sexo contigo hasta que muera —jadeo.
—Bien —dice, y se mueve un poco más rápido, más fuerte. El intenso placer
me hace maldecir y moverme a la par.
—Te amo —siseo por accidente. Creo que quería decirle que amo tener
sexo con él o amo su increíble cuerpo, o tal vez lo decía de la misma manera que
siempre le digo a él cuando hace algo que me conmueve, pero esto es un poco un
poco diferente porque estamos teniendo sexo, y mi cara se pone caliente y no estoy
segura de cómo arreglarlo, pero luego Alex simplemente se sienta y me lleva a su
regazo, sosteniéndome cerca mientras empuja dentro de mí nuevamente, lento,
duro y profundo. Y me dice: —Yo también te amo.
Mi pecho se
afloja, mi estómago se
destensa
vergüenza se evapora. Todo sucede al mismo tiempo.
y cualquier miedo
y
No queda nada más que Alex.
Las manos ásperas de Alex moviéndose suavemente por mi cabello.
La ancha espalda de Alex ondulándose bajo mis dedos.
Las afiladas caderas de Alex trabajando lenta y decididas contra las mías.
El sudor de Alex, su piel y las gotas de lluvia sobre mi lengua.
Sus perfectos brazos me sostienen, manteniéndome ahí, frente a él.
Sus labios sensuales tirando de mi boca, persuadiéndome para que la abra
para saborearme mientras nuestros cuerpos se unen, encontrando nuevas formas
de tocarnos y besarnos cada vez que podemos.
Besa mi mandíbula, mi garganta, mi hombro, su lengua caliente
recorre mi piel. Toco y saboreo cada línea dura y cada curva suave que alcanzo de
él y se estremece bajo mis manos, y mi boca.
240
Se recuesta y me pone encima de él, y esto es lo mejor hasta ahora, porque
puedo verlo en su totalidad y llegar a todos los lugares que quiero.
—Alex Nilsen —digo sin aliento— eres el hombre más sexy.
Él se ríe, casi sin aliento, y besa el lado de mi cuello —Y tú me amas.
Mi estómago revolotea —Te amo —murmuro esta vez a propósito.
—Te amo tanto, Poppy —dice, y de alguna manera, sólo el sonido
de su voz consigue que caiga al precipicio y me vengo. Nos venimos juntos.
Y no sé qué hemos hecho, qué sucederá de ahora en adelante, cómo vamos
a manejar esto, solo puedo pensar en este enamoramiento entre nosotros.
241
Este Verano
Permanecemos recostados sobre el plástico del balcón, acurrucados y
empapados hasta la médula, ya la tormenta está terminando y nuestros cuerpos
están deprendiendo vapor.
—Hace tiempo, dijiste que el sexo al aire libre no lo habías practicado. —
le digo. Alex suelta una carcajada, mientras alisa mi cabello.
—No había tenido sexo al aire libre contigo —dice.
—Fue increíble, —le digo— quiero decir, para mí, nunca ha sido así para mí
242
antes.
Él se incorpora
para mi tampoco.
hasta que
me
mira
—Es que
nunca ha
sido igual
Vuelvo mi rostro hacia su piel y beso su caja torácica. —Solo me aseguro.
Después de unos segundos, dice: —Quiero hacerlo de nuevo.
—Yo también, —digo— creo que deberíamos.
—Solo me aseguro. —repite como loro. Dibujo patrones perezosos sobre su
pecho, su brazo me aprieta con fuerza la espalda—. Realmente no
podemos quedarnos aquí esta noche.
Yo suspiro. —Lo sé. No quiero moverme de aquí nunca más.
Él mueve mi cabello detrás de mi hombro, para después besar mi piel
expuesta.
—¿Qué crees que hubiera pasado si el aire acondicionado de Nikolai no se
hubiera apagado? —pregunto.
Ahora Alex se inclina para besarme justo sobre el corazón, sus dedos
recorren mis piernas hasta mi estómago provocándome escalofríos.
Hubiera pasado, que probablemente nada de esto hubiera sucedido en este balcón.
Me siento pasando una pierna sobre su cintura, acomodándome en su
regazo. —Me alegro de que haya sucedido.
Sus manos recorren mis muslos y el calor se acumula de nuevo entre mis
piernas. De pronto oímos golpes en la puerta.
—¿ALGUIEN EN CASA? —grita un hombre—. ES NIKOLAI. VOY A
ENTRAR…
—Espera un segundo, —grito, Alex lucha con su camiseta húmeda.
—Mierda. —Alex dice, mientras busca los shorts de natación entre el amasijo
de plástico.
Encuentro la tela negra y se lo aviento, tiro del dobladillo de mi camisa para
cubrirme los muslos justo cuando la puerta comienza a abrirse. — ¡Heyyyyy, Nikolai!
—Lo llamo demasiado fuerte, alejándolo antes de que pueda ver a Alex literalmente
desnudo o el plástico triturado.
Nikolai es bajo y se está quedando calvo, va vestido con un atuendo
completamente granate: camisa de golf al estilo de los setenta, pantalones plisados,
mocasines. Me extiende su mano carnosa. —Debes ser Poppy.
—Sí, Hola. —Lo saludo con la mano y mantengo contacto visual, con la
esperanza de discretamente dar a Alex una oportunidad de vestirse en el oscuro
balcón.
—Mira, me temo que son malas noticias, —dice— el aire acondicionado
está descompuesto.
No me digas, apenas me abstengo de decirlo.
—No solo para esta unidad, sino para toda esta ala —dice—. Hemos
conseguido a alguien que llegará a primera hora de la mañana, pero me siento muy
mal por la demora.
Alex aparece en mi hombro. En este punto, Nikolai parece darse cuenta de
que los dos estamos empapados y arrugados, pero afortunadamente, no dice nada
al respecto. —De todos modos, me siento muy, muy mal —repite—. Pensé que
ustedes dos estaban molestos, para ser franco, pero cuando llegué aquí... —Se tira
del cuello de la camisa y se estremece.
—De todos modos, te reembolsaré los últimos tres días y... bueno, dudo en
decirte que vuelvas mañana, en caso de que las cosas no se solucionen.
—¡Está
bien!
—digo—.
Si nos
encontraremos otro lugar para quedarnos.
reembolsa
todo
el
viaje,
243
—¿Segura? —dice— las cosas pueden ponerse bastante caras cuando
reservas de última hora.
—Pensaremos en algo —insisto.
Alex acaricia mi espalda. —Poppy es una experta en viajar con poco dinero.
—¿Ah sí? —Nikolai no podía sonar menos interesado. Saca su teléfono y
teclea algo con un dedo. —Reembolso emitido. No estoy seguro de cuánto
tiempo tomará, así que avíseme si hay algún problema.
Nikolai se da vuelta para irse, pero regresa —Casi lo olvido, encontré esto en
la alfombra de bienvenida.
Nos entrega un papel doblado por la mitad. En el frente y en cursiva
dice: LOS RECIÉN CASADOS con como veinticinco pequeños corazones
dibujados a su alrededor.
—Felicidades por las nupcias —dice Nikolai y se va.
—¿Qué es? —Pregunta Alex.
Desdoblo el papel, es un cupón impreso con tinta negra de mala calidad,
en la parte
superior
del margen
se
encuentra
garabateada con la misma letra que en el frente de la nota.
Espero no piensen que es raro, pero descubrimos en que
apartamento se quedaban. Creímos escuchar la pasión saliendo de
este en particular ;-)
También Bob dijo que los vio salir esta mañana. (nos encontramos
tres puertas más abajo).
¡Como sea! Tuvimos que salir muy temprano para la próxima etapa
de nuestras vacaciones. (¡¡Joshua Tree!!, Yay!, me siento como
una celebridad escribiendo eso!) y por desgracia no tuvimos
oportunidad para usar esto. (Apenassalíamos de nuestra
habitación, saben cómo es, LOL.) Esperamos que se la pasen
genial el resto de su viaje.
Xoxo, sus padrinos, Stacey y Bob.
Parpadeo al cupón aturdida. —Es un certificado de regalo de cien dólares,
—digo— para un spa. Creo que leí sobre este lugar. Se supone que es asombroso.
—Vaya, —dice Alex —me siento un poco mal porque ni siquiera
recordaba sus nombres.
244
—No nos lo dijeron directamente, —señalo— dudo que ellos conozcan
el nuestro.
—Y sin embargo nos dieron esto. —Dice Alex.
—Me pregunto si hay alguna manera de crear una amistad con ellos, ser
cercanos, hacer viajes juntos, todo eso, y evitar que descubran nuestros
nombres. Solo por diversión.
—Absolutamente podríamos hacerlo, —dice Alex— solo tienes que hacerlo
lo suficientemente largo para que sea demasiado incómodo pedirlo. Tenía tantos
'amigos' así en la universidad.
—Oh, Dios, sí, y luego tienes que usar ese truco en el que le preguntas a
dos personas si las han presentado y esperas a que digan sus nombres.
—Excepto que a veces, simplemente dicen que sí, —señala Alex— o dicen
que no, pero siguen esperando a que los presentes.
—Tal vez ellos están haciendo exactamente lo mismo, —me digo—
quizás esas personas ni siquiera recuerden sus nombres.
—Bueno, yo dudo que olvide a Stacey y a Bob ahora —dice Alex.
—Dudo que me olvide mucho de este viaje, —digo— excepto la tienda de
regalos con el dinosaurio. Eso puede funcionar, si necesito dejar espacio
para cosas más importantes.
Alex me sonríe. —Concuerdo.
Después de un largo silencio, le digo —Entonces, ¿deberíamos encontrar un
hotel?
245
Este Verano
«Larrea Palm Springs Hotel cuesta» setenta dólares la noche en verano, e
incluso en la oscuridad, parece el dibujo de un marcador mágico para niños. En el
buen sentido.
El exterior es una explosión de colores: cabañas de piscina de color amarillo
banana, sillas de color rojo salsa picante alineadas alrededor del agua, cada bloque
del edificio de tres pisos pintado de un tono diferente de rosa, rojo, morado, amarillo,
verde. La habitación en la que nos registramos es igualmente animada, paredes,
cortinas y muebles de color naranja, alfombra verde, ropa de cama a rayas a juego
con el exterior del edificio. Lo más importante es que hace mucho frío.
—¿Quieres ducharte primero? —Alex pregunta tan pronto como estamos
dentro.
Entonces me doy cuenta de que, durante todo el viaje, y antes de eso,
cuando empacamos nuestras cosas, ordenamos el apartamento de Nikolai, ha
estado esperando estar limpio, reprimiendo el deseo de decir una y otra vez: Dios,
necesito una ducha, mientras todo lo que hacía era pensar en lo que pasó en el
balcón y calentarme completamente.
No quiero que Alex se vaya a dar una ducha ahora mismo. Quiero que
entremos juntos en la ducha y besarnos un poco más. Pero también recuerdo que
una vez me contó que odiaba el sexo en la ducha, peor que el sexo al aire libre,
porque cuando estaba en la ducha, solo quería estar limpio, y eso era difícil de hacer
con el cabello y la suciedad de otra persona cayendo sobre ti, mientras la parte del
sexo era igual de desafiante porque constantemente había jabón en tus ojos o
estabas rozando la pared y pensando en la última vez que limpiaron los azulejos,
etcétera, etcétera, etcétera. Así que solo digo:
—¡Adelante! —Alex asiente, pero duda, como si tal vez fuera a decir algo,
pero finalmente decide no hacerlo y desaparece en el baño para darse una larga
ducha caliente.
246
Mi camiseta y mi cabello se han secado, y cuando voy a sentarme en el
balcón, que no está envuelto en plástico de nuestra nueva habitación, me doy
cuenta de que ya está casi seco también.
Cualquier indicio de la lluvia que rompió el calor se ha apagado, como si
nunca hubiera sucedido.
Excepto que mis labios se sienten magullados y mi cuerpo está más relajado
de lo que he estado en toda la semana. Y el aire también es más ligero, incluso
ventoso.
—Todo tuyo —dice Alex detrás de mí.
Cuando me doy la vuelta, él está parado allí en su toalla luciendo reluciente,
limpio y perfecto. Mi pulso se acelera al verlo, pero soy consciente de lo sucia que
estoy, así que me trago mi deseo, me levanto y digo:
—¡Genial! —demasiado alto.
Para decirlo a la ligera, no disfruto ducharme.
Estar limpia, sí. El acto de estar en la ducha, también. Pero sobre todo tener
que cepillarme el cabello enredado de antemano, pisar una alfombra de año raída
o un piso de baldosas, secarme, peinarme de nuevo, odio todo eso, lo que significa
que soy una persona de tres duchas a la semana a una o dos duchas diarias de
Alex.
Pero tomar esta ducha, después de la semana que hemos tenido hasta
ahora, es absolutamente lujoso.
Permaneciendo debajo del agua muy caliente, dentro de un baño helado,
viendo cómo la suciedad legítima y la mugre gotean de mí y se arremolinan
alrededor del desagüe en espirales grises relucientes, me da vida. Masajear mi
cuero cabelludo con champú con aroma a coco y un limpiador con aroma a té verde
en la cara, y pasar una navaja barata por mis piernas, se siente divino.
Es la ducha más larga que he tomado en meses, y cuando finalmente salgo
del baño sintiéndome como una mujer nueva, Alex está profundamente dormido en
una de las camas, encima de la ropa de cama con todas las luces encendidas.
Por un segundo, debato en qué cama subirme. En general, me encanta poder
tumbarme en una cama de matrimonio en estos viajes, pero hay una gran parte de
mí que quiere acurrucarse junto a Alex, dormirme con la cabeza en el hueco de su
hombro, donde puedo oler su limpio, olor a bergamota, tal vez evocar un sueño
sobre él.
247
Al final, sin embargo, decido que es demasiado espeluznante asumir que
quiere compartir una cama conmigo solo porque nos enganchamos.
La última vez que sucedió algo entre nosotros, desde luego, no compartimos
la cama. Solo había caos.
Estoy decidida a que esto no termine así. No importa lo que haya pasado o
pase entre nosotros en este viaje, no dejaré que arruine nuestra amistad. No haré
suposiciones sobre lo que esto significa ni le impondré ninguna expectativa a Alex.
Le cubro con el edredón a rayas, apago las luces y me meto en la cama vacía
frente a la suya.
248
Hace Tres Veranos
Oye, me escribió Alex la noche antes de partir hacia la Toscana.
Oye, tú, yo le respondo.
¿Puedes hablar un segundo? Solo quiero finalizar algunas cosas.
Inmediatamente, creo que está llamando para cancelar. Lo que no tiene
sentido.
Por primera vez en años, estamos preparados para tener un viaje sin
tensiones.
Ambos estamos en relaciones comprometidas, nuestra amistad es mejor
que nunca y nunca había sido tan feliz en mi vida.
Tres semanas después de mi debacle de neumonía, conocí a Trey. Un mes
después de eso, Alex y Sarah volvieron a estar juntos; él dice que esta vez es mejor,
que están en la misma página. Casi igual de importante, esta vez parece que
finalmente ha comenzado a sentir cariño por mí, y las pocas veces que Alex y Trey
se han conocido, también se han llevado bien. Así que una vez más, como siempre,
he llegado al lugar de ser así, tan feliz de que Alex y yo nunca dejemos que pase
nada entre nosotros.
Empiezo a enviarle un mensaje de texto, luego decido llamarlo desde la silla
plegable en mi balcón, ya que estoy solo en casa. Trey todavía está en Good Boy
Bar, en la calle de mi nuevo apartamento, pero llegué a casa temprano después de
un ataque de náuseas, una señal de advertencia de una migraña inminente que
debo combatir antes de nuestro vuelo.
Alex responde al segundo timbre y yo digo:
—¿Todo bien? —Puedo escuchar su intermitente. De acuerdo, tal vez
volvamos a cuando él me llamaba desde el auto, de camino a casa desde el
gimnasio, pero las cosas realmente parecen estar mejor. Por un lado, me enviaron
una tarjeta de cumpleaños conjunta. Y una tarjeta de Navidad. Ella no solo me siguió
249
de vuelta en Instagram, sino que le gustan mis fotos, incluso comenta pequeños
corazones y caritas sonrientes en algunas de ellas.
Así que pensé que las cosas iban bien, pero ahora Alex se salta el hola y va
directamente a, —No estamos cometiendo un error, ¿verdad?.
—Um —digo—. ¿Qué?
—Quiero decir, un viaje en parejas. Eso es algo intenso —suspiro.
—¿Cómo es eso?
—No sé. —Puedo escuchar la ansiedad en su voz, lo imagino haciendo una
mueca, tirando de su cabello—. Trey y Sarah solo se han conocido una vez.
En la primavera, Trey y yo volamos a Linfield para que pudiera conocer a mis
padres. Papá no estaba impresionado por los tatuajes o los agujeros en las orejas
de Trey por las expansiones que se hizo cuando tenía diecisiete años, o que le
devuelva las preguntas de papá, o que no tiene un título.
Pero a mamá le impresionaron sus modales, que realmente son de primera
categoría. Aunque creo que, para ella, tuvo más que ver con la yuxtaposición de su
apariencia con su manera fácil y cálida de decir cosas como:
—¡Excelente pastel de s'mores39, Sra. Wright! y ¿Puedo ayudarla con los
platos?.
Al final del fin de semana, ella había decidido que él era un joven muy
agradable, y cuando me escabullí a la terraza para obtener la opinión de papá
mientras Trey y mamá estaban dentro sirviendo pastel Funfetti casero, papá me
miró a los ojos con asintió solemnemente y dijo:
—Supongo que parece adecuado para ti. Y obviamente te hace feliz, Pop.
Eso es todo lo que me importa.
Me hace feliz. Tan feliz. Y él es adecuado para mí. Extrañamente. Quiero
decir, trabajamos juntos. Pasamos casi todos los días juntos, ya sea en la oficina o
al otro lado del mundo, pero también somos independientes, tenemos nuestros
propios apartamentos, nuestros propios amigos. Él y Rachel se llevan bien, pero
cuando Trey y yo estamos en la ciudad, él pasa mayormente con sus amigos que
andan en patineta mientras Rachel y yo estamos probando un nuevo lugar para el
39
S’more es un postre tradicional de Estados Unidos y Canadá, que se consume habitualmente en
fogatas nocturnas como las de los exploradores y que consiste en un malvavisco tostado y una capa
de chocolate entre dos trozos de galleta Graham.
250
brunch o leyendo en el parque o haciendo que nos laven todo el cuerpo en nuestro
spa coreano favorito.
Dos días en casa en Linfield y los dos ya estábamos un poco inquietos, pero
a él no le importó el lío y le gustó la colección de animales moribundos y se unió
cuando hicimos un Show de Nuevos Talentos por Skype con Parker y Prince.
Aun así, después de cómo todo se vino abajo con Guillermo —y como casi
todos los demás en el mundo entero— estaba inquieta, ansiosa por salir de Linfield
antes de que algo asustara a Trey, así que probablemente hubiéramos regresado
temprano si no fuera por el hecho de que era el sexagésimo cumpleaños del Sr.
Nilsen, y Alex y Sarah iban a venir a sorprenderlo. con su visita. Decidimos que los
cuatro deberíamos cenar antes de la fiesta.
—Estoy tan emocionado de conocer a este tipo —decía Trey cada vez que
llegaba un nuevo mensaje de texto de Alex, y cada vez, hacía que mis nervios se
acercaran a la superficie. Me sentí ferozmente protectora, pero no estaba segura de
con quién.
—Sólo dale una oportunidad —seguí diciendo—. Le toma un tiempo abrirse.
—Lo sé, lo sé —insistió Trey—. Pero sé lo mucho que significa para ti, así
que me va a gustar, P. Te lo prometo.
La cena estuvo bien. Quiero decir, la comida mediterránea estuvo excelente,
pero la conversación podría haber sido mejor. Trey, no pude evitar pensar, se
mostró un poco presumido cuando Alex le preguntó qué había estudiado, pero yo
sabía que su falta de educación formal era algo así como un chip en su hombro, y
deseé que hubiera algo. Una manera fácil para mí de señalarle eso a Alex mientras
Trey se lanzaba a la historia de cómo sucedió todo.
Cómo había estado en una banda de metal durante toda la escuela
secundaria en Pittsburgh. Cómo habían despegado cuando él tenía dieciocho años,
se les ofreció un puesto de apertura en la gira de una banda mucho más grande.
Trey era un baterista increíble, pero lo que el realmente amaba era la fotografía.
Cuando su banda se separó después de cuatro años de giras casi constantes, tomó
un trabajo tomando fotografías en la gira de otra banda. Le encantaba viajar,
conocer gente, conocer nuevas ciudades. Y a medida que se establecieron esas
conexiones, aparecieron otras ofertas de trabajo. Se convirtió en autónomo y,
finalmente, empezó a trabajar con R + R, y luego entró como fotógrafo del personal.
Terminó su monólogo poniendo un brazo alrededor de mis hombros y
diciendo:
251
—Y luego conocí a P. —Él parpadeo, la expresión de Alex fue tan sutil que
estaba seguro de que Trey no lo notó. Quizás Sarah tampoco, pero para mí, se
sentía como una navaja hundiéndose en mi ombligo y arrastrándose hacia arriba
cinco o seis pulgadas.
—Tan dulce —dijo Sarah con su voz empalagosa, y probablemente mi cara
hizo una contracción mucho más grande.
—Lo gracioso es —dijo Trey entonces—. Se suponía que nos
encontraríamos antes. Estaba programado para ir a ese viaje a Noruega con
ustedes dos. Antes de que ella se enfermara.
—Wow —Los ojos de Alex se posaron en los míos, luego se sumergieron en
el vaso de agua frente a él. Sudaba tanto como yo. Lo recogió, lo bebió lentamente
y lo dejó en la mesa—. Eso es gracioso.
—De todos modos —dijo Trey con torpeza—. ¿Tú qué tal? ¿Qué estudiaste?
Trey sabía exactamente para qué había ido Alex a la escuela, todavía iba a
la escuela, pero pensé que, al formularlo como una pregunta, le estaba dando a
Alex la oportunidad de hablar más sobre sí mismo.
En cambio, Alex tomó otro sorbo y solo dijo:
—Escritura creativa, luego literatura.
Tuve que sentarme y ver a mi novio luchar para encontrar una pregunta de
seguimiento apropiada, me rendí y volví a estudiar el menú.
—Es un escritor increíble —dije torpemente, y Sarah se movió en su asiento.
—Lo es —dijo, con un tono tan ácido que pensarías que acababa de decir
¡Alex Nilsen tiene un cuerpo increíblemente sexy!
Después de la cena, fuimos a la fiesta en casa de la abuela Betty y las cosas
mejoraron un poco. Los tontos hermanos de Alex estaban clamando por conocer a
Trey, bombardeándolo con todo tipo de preguntas sobre la banda y R + R y si yo
roncaba.
—Alex nunca nos lo diría —dijo el más joven, David—. Pero supongo que
Poppy suena como una ametralladora cuando duerme.
Trey se rió, se lo tomó todo con calma. Él nunca está celoso. Ninguno de los
dos puede permitirse el lujo de serlo: los dos somos coquetos implacables. Suena
extraño, pero me encanta eso de él. Me encanta verlo subir a la barra para pedirme
una bebida y ver cómo las camareras sonríen y se inclinan sobre la barra para
pestañear. Me encanta verlo encantar a todos en su camino a través de cada ciudad
252
a la que vamos, y que cada vez que está a mi lado, me toca: un brazo alrededor de
los hombros, una mano en mi espalda baja o me tira a su regazo como si
estuviéramos solos en casa en lugar de cenar en un restaurante de cinco estrellas.
Nunca me había sentido tan estable, tan segura de estar en la misma página
que alguien.
En la fiesta, el mantuvo sus manos sobre mí en todo momento, y David se
burló de nosotros al respecto.
—No crees que ella va a huir si la dejas ir, ¿verdad? —bromeó.
—Oh, definitivamente se escapará —dijo Trey—. Esta chica no puede
quedarse quieta por más de cinco minutos. Eso es algo que me encanta de ella.
La fiesta fue la primera vez que todos los hermanos de Alex habían estado
en el mismo lugar en mucho tiempo, y eran tan ruidosos y dulces como los
recordaba cuando Alex y yo teníamos diecinueve años, regresamos de la
universidad y nos encargamos de llevarlos en auto. El auto de Alex, ya que ninguno
de ellos tenía el suyo todavía y su padre era un hombre dulce, pero también
olvidadizo, inestable, incapaz de seguir la pista de quién tenía que estar, dónde y
cuándo.
Si bien Alex siempre había estado tranquilo y quieto por defecto, sus
hermanos eran el tipo de chicos que nunca dejaban de luchar o de ponerse los pelos
de punta el uno al otro. Aunque algunos de ellos tienen hijos ahora, todavía
actuaban así en la fiesta.
El Sr. y la Sra. Nilsen los habían nombrado en orden alfabético. Alex primero,
luego Bryce, luego Cameron, luego David, y extrañamente, en su mayoría también
tienen ese tamaño. Con Alex el más alto y ancho, Bryce igual de alto pero
larguirucho y de hombros estrechos, Cameron unos centímetros más bajo y grueso.
Luego está David, que es una pulgada más alto que Alex con la constitución de un
atleta profesional.
Todos son guapos, con distintos tonos de cabello rubio y ojos color avellana
a juego, pero David parece una estrella de cine, que últimamente, dijo Alex en la
cena, ha estado hablando de mudarse a Los Ángeles para convertirse en una, con
su cabello espeso y ondulado y ojos grandes y pensativos, y su excitabilidad, la
forma en que se ilumina cada vez que comienza a hablar. Comienza el cincuenta
por ciento de sus oraciones con el nombre de la persona a la que se dirige, o de la
persona que cree que estará más interesada.
—Poppy, Alex trajo varios números de R + R casa para poder leer tus
artículos —dijo en un momento en la casa de Betty, y esa fue la primera vez que
253
descubrí que Alex incluso lee mis artículos—. Son realmente buenos. Me hacen
sentir como si estuviera allí.
—Ojalá lo estuvieras —le dije—. En algún momento todos deberíamos hacer
un viaje juntos.
—Diablos, sí —dijo David, luego miró por encima del hombro, sonriendo
mientras comprobaba si su padre lo había oído decir palabrotas. Es un bebé de
veintiún años y lo amo.
En algún momento, Betty me pidió ayuda en la cocina y la seguí para poner
velas en el pastel de chocolate alemán que había horneado para su yerno.
—Tu joven Trey parece agradable —me dijo sin levantar la vista de lo que
estaba haciendo.
—Es genial —le dije.
—Y me gustan sus tatuajes —Agrego— ¡Son simplemente hermosos!
Ella no estaba siendo una idiota. Betty podría ser sarcástica, pero también
podría sorprenderte con sus opiniones sobre ciertas cosas. Ella era cambiante. Me
gustó eso de ella. Incluso a su edad, hacía preguntas en la conversación como si
no tuviera todas las respuestas.
—A mí también me gustan —dije.
Me atrajo más la energía de Trey que su apariencia durante nuestro primer
viaje de trabajo juntos en Hong Kong, y me gustó que esperara para invitarme a
salir hasta que estuviéramos en casa porque no quería que nada fuera raro si le
decía que no.
Sin embargo, estaría mintiendo si dijera que Alex no jugó ningún papel en mi
respuesta. Me acababa de decir que él y Sarah habían estado hablando mucho más
en el trabajo, que las cosas parecían estar bien entre ellos. En ese momento,
todavía me despertaba regularmente de mis sueños sobre él apareciendo en mi
puerta, luciendo somnoliento, preocupado y demasiado reconfortante, mientras yo
estaba en medio de una fiebre.
No importaba que no hubiera dicho nada sobre volver con Sarah.
Lo hiciera o no lo hiciera, pero al final, habría alguien, y no pensé que mi
corazón pudiera soportarlo. Así que le dije que sí a Trey esa noche y fuimos a un
254
bar con Skee-Ball40 y perritos calientes gratis, y al final de esa noche, sabía que
podría enamorarme de él.
Trey era para mí lo que Sarah Torval era para Alex. Alguien que encaja. Así
que seguí diciendo que sí.
—¿Lo amas? —Betty me preguntó, todavía sin levantar la vista de la tarea
que tenía entre manos.
Tenía la sensación de que me estaba dando cierto nivel de privacidad. La
opción de mentir, sin que ella me mire directamente a los ojos, si eso era lo que
necesitaba. Pero no necesitaba mentir.
—Lo hago.
—Bueno, cariño. Eso es genial. —Sus manos se quedaron quietas,
sosteniendo dos velas plateadas delgadas en el glaseado como si quisieran saltar—
. ¿Lo amas como amas a Alex?
Recuerdo con vívida claridad la sensación de mi corazón tropezando con los
siguientes latidos. Esa pregunta era más complicada, pero no podía mentirle.
—No creo que alguna vez amaré a nadie como amo a Alex—. Dije, y luego
pensé: Pero tal vez nunca amaré a nadie como amo a Trey tampoco.
Debería haberlo dicho, pero no lo hice. Betty negó con la cabeza y me miró
a los ojos.
—Ojalá él supiera eso.
Luego salió de la cocina, dejándome que la siguiera. Alex y Sarah habían
traído a Flannery O'Connor con ellos, y ella eligió ese momento para hacer su
entrada dramática, caminando hacia mí con la columna vertebral arqueada y los
ojos muy abiertos, mirándome a la cara y maullando en voz alta, con una expresión
de cuerpo entero, que Alex y yo llamamos gatito de Halloween.
—Hola —le dije, y ella se frotó contra mis piernas, así que extendí la mano
para levantarla, y ella siseó y lanzó un puñado de garras hacia mí justo cuando
Sarah entraba en la cocina con una pila de platos sucios. Ella se rió y dijo con esa
dulce voz suya:
—¡Guau! ¡A ella no le gustas!
40
Skee-Ball es un juego de árcade. Se juega haciendo rodar una pelota por un carril inclinado y sobre
una joroba de "salto de pelota" que hace saltar la pelota a los anillos de diana. El objetivo del juego es
acumular tantos puntos como sea posible haciendo que la bola caiga en agujeros en los anillos que tienen
valores de puntos que aumentan progresivamente
255
Así que sí, veo de dónde viene Alex con sus nervios por este viaje en pareja,
pero estamos progresando. Con los likes de Instagram y el tiempo perfectamente
agradable que tuvimos Trey, Alex y yo en un bar de juegos electrónicos la última
vez que Alex me visitó. Y, además, estar en la campiña toscana con un goteo
intravenoso de un vino increíble, no va a ser lo mismo que una cena incómoda en
Ohio seguida de la fiesta de cumpleaños de un abstemio de sesenta años.
—Se llevarán muy bien —le digo ahora, apoyando mis piernas en la
barandilla del balcón y ajustando el teléfono entre mi cara y mi hombro.
Escucho que su intermitente se apaga y suspira.
—¿Cómo puedes estar segura?
—Porque los amamos —razoné—. Y nos amamos. Entonces se amarán el
uno al otro. Y nos amaremos todos. Tú y Trey. Sarah y yo.
Él ríe.
—Ojalá pudieras escuchar cuánto cambió tu voz en la última parte. Sonaba
como si estuvieras inhalando helio.
—Mira, todavía estoy trabajando para perdonarla por dejarte la última vez —
le digo—. Sin embargo, parece que se dio cuenta de que ese fue el mayor error de
su vida, así que le estoy dando una oportunidad.
—Poppy —dice—. No fue así. Las cosas se complicaron, pero ahora están
mejor.
—Lo sé, lo sé —digo, aunque, en realidad, no lo sé. Él insiste en que no hay
resentimientos entre ellos por su última ruptura, pero cada vez que pienso en lo que
ella dijo, que su relación era tan emocionante como la biblioteca de la escuela donde
se conocieron, todavía veo rojo por un segundo.
Otra oleada de náuseas me golpea y gimo.
—Lo siento —digo—. Realmente necesito irme a la cama para poder estar
lista para el vuelo mañana, pero te lo digo. Este viaje va a ser increíble.
—Sí —dice con rigidez—. Estoy seguro de que me estoy me preocupando
por nada.
Principalmente, resulta que es cierto. Nos quedamos en una villa. Es difícil
estar de mal humor cuando te alojas en una villa, con una reluciente piscina y un
antiguo patio de piedra, una cocina al aire libre con buganvillas goteando por todas
partes en suaves rosas y púrpuras.
256
—Vaya, está bien —dice Sarah cuando entramos—. Nunca volveré a
perderme uno de estos viajes.
Le muestro a Alex una mirada que es el equivalente facial a un pulgar hacia
arriba, y él me devuelve una leve sonrisa.
—Lo sé, ¿verdad? —Trey dice—. Deberíamos haber pensado en hacer un
viaje en grupo antes.
—Definitivamente —dice Sarah, aunque obviamente con su horario en una
escuela secundaria y la carga de cursos de enseñanza de Alex en la universidad,
no es como si tuvieran mucho tiempo para el jet-set, incluso para las villas toscanas
con grandes descuentos.
—Hay como diez restaurantes con estrellas Michelin a veinte millas de aquí,
y pensé que Alex querría cocinar al menos una noche.
—Eso sería increíble —coincide Alex.
Claro, es un poco rígido e incómodo ese primer día en la villa, mientras los
cuatro deambulamos entre siestas con jet lag41, en nuestras habitaciones y baños
rápidos en la piscina. Trey toma algunas fotos de prueba y fue a la ciudad para
tomar bocadillos: quesos y carnes añejos, pan fresco y una variedad de mermeladas
en frascos diminutos.
Y vino, mucho vino.
Al final de la primera noche sentados en la terraza y bebiendo las dos
primeras botellas de vino, todos se han ido ablandado, relajado. Sarah se ha vuelto
francamente habladora, contando historias sobre sus estudiantes, sobre Flannery
O'Connor y la vida en Indiana, y Alex ofrece comentarios silenciosos y secos que
me hacen reír con tanta fuerza que el vino me sale por la nariz, dos veces.
Se siente como si los cuatro fuéramos amigos, verdaderos amigos.
Cuando Trey me lleva a su regazo y apoya la barbilla en mi hombro, Sarah
toca su pecho y ooohs. —Ustedes dos son tan dulces —dice, mirando a Alex—.
¿No son dulces?
—Y mantecoso —dice Alex, apenas mirando en mi dirección.
41
Jet lag: El desfase horario es un trastorno temporal del sueño producido entre el reloj interno de una
persona (que marca los periodos de sueño y vigilia) y el nuevo horario que se establece al viajar a largas
distancias, a través de varias regiones horarias
257
—¿Qué? —Sarah dice—. ¿Que se supone que significa eso? —Él se encoge
de hombros y ella continúa—: Ojalá a Alex le gustará las PDA42. Nosotros apenas
nos abrazamos en público.
—No soy un gran abrazado —dice Alex, avergonzado—. Yo no crecí
abrazando.
—Sí, pero soy yo —dice Sarah—. No soy una chica que conociste en un bar,
bebé.
Ahora que lo pienso, no estoy seguro de haberlo visto a él y a Sarah tocarse.
Pero tampoco es que me haya tocado tanto en público, a menos que se
cuente el baile en las calles de Nueva Orleans o esa vez en Vail (y hubo una buena
cantidad de alcohol involucrado en ambos).
—Simplemente se siente… maleducado o algo así —trata de explicar Alex.
—¿Maleducado? —Trey enciende un cigarrillo—. Todos somos adultos,
hombre. Agárrate a tu chica si quieres.
Sarah bufó. —No te molestes. Esta ha sido una conversación de muchos
años. He aceptado mi suerte. Me voy a casar con un hombre que odia tomarse de
la mano.
Mi pecho se estremece con la palabra casar. ¿Es realmente tan serio entre
ellos? Quiero decir, obviamente es serio, pero no han vuelto a estar juntos por tanto
tiempo. Trey y yo hablamos sobre el matrimonio de vez en cuando, pero de una
manera elevada, lejana, quizás-quién-sabe-no-pongamos-presión-sobre-estecamino.
—Ahora, que puedo entender —dice Trey, alejando el humo de su cigarrillo—
. Tomarse de la mano apesta. No es cómodo y limita el movimiento, y en una
multitud es un inconveniente. Es mejor que te esposes los tobillos juntos.
—Sin mencionar que sus manos se ponen todas sudorosas —dice Alex—.
Es totalmente incómodo.
—¡Me encanta tomarme de la mano! —intervengo, metiendo la palabra casar
en lo más profundo de mi cerebro para resolverlo más tarde—. Especialmente en
una multitud. Me hace sentir segura.
42
PDA Public displays of affection. En español es Demostración de Afecto en Público.
258
—Bueno, parece que si vamos a Florencia antes de que termine este viaje
—dice Sarah—. Seremos Poppy y yo tomadas de la mano, y ustedes dos lobos
solitarios se perderán por completo entre las masas.
Sarah me tiende su copa de vino y yo choco la mía con la de ella, y ambas
nos reímos, y ese podría ser el primer momento en el que me agrada. Que me doy
cuenta de que tal vez me hubiera gustado ella todo el tiempo, si yo no hubiera estado
abrazando a Alex con tanta fuerza que no hubiera lugar para ella.
Tengo que dejar de hacer eso. Decido que lo haré y, a partir de ese momento,
el vino se hace cargo, y los cuatro estamos hablando, bromeando, riendo, y esta
noche marca la pauta para el resto del viaje.
Días largos y soleados deambulando por cada casco antiguo se extendía a
nuestro alrededor.
Conducir a viñedos y remolinos de copas de vino con la boca entreabierta
para inhalar su aroma profundo y afrutado. Almuerzos tardíos en antiguos edificios
de piedra con chefs de renombre mundial. Alex se marcha temprano cada mañana
para correr, Trey sale no mucho más tarde para explorar ubicaciones o capturar
fotos que ya había planeado. Sarah y yo dormimos casi todos los días, luego nos
reunimos para un largo baño (o para flotar en balsas con vasos de plástico llenos
de Limen ‘Chelo43 y vodka), hablando de nada demasiado importante pero con
mucha más facilidad que ese día en el único restaurante mediterráneo de Linfield.
Por la noche, salimos a cenar tarde y a tomar vino, luego regresamos al patio
de nuestra villa y hablamos y bebemos hasta que es casi de mañana.
Jugamos todos los juegos que reconocemos de un armario lleno de ellos.
Juegos de césped como petanca y bádminton, y juegos de mesa como Clue,
Scrabble y Monopoly, que sé que Alex odia, aunque no lo admite cuando Trey
sugiere que juguemos.
Nos quedamos despiertos más y más tarde cada noche. Garabateamos los
nombres de las celebridades en pedazos de papel, los mezclamos y nos los
pegamos en la frente para un juego de veinte preguntas en el que adivinamos quién
está en nuestras cabezas, con el obstáculo adicional de que cada pregunta que se
hace requiere otro trago.
Rápidamente se vuelve obvio que ninguno de nosotros tiene las mismas
referencias de celebridades, lo que hace que el juego sea doscientas veces más
43
Limen ‘Chelo Limoncello o Licor de limón italiano.
259
difícil, pero también más divertido. Cuando le pregunto si mi celebridad es una
estrella de telerrealidad, Sarah finge tener arcadas.
—¿De verdad? — digo—. Me encantan los reality shows.
No es que no esté acostumbrada a esta reacción. Pero una parte de mí siente
que su desaprobación es igual a la desaprobación de Alex, y aparece un punto
dolorido junto con la necesidad de presionarlo.
—No sé cómo puedes ver esas cosas —dice Sarah.
—Lo sé —dice Trey a la ligera—. Nunca he entendido su interés tampoco.
—No concuerda con todo lo demás sobre ella, pero P es todo sobre The
Bachelor44.
—No es todo sobre eso —digo, a la defensiva. Empecé a verla hace un par
de temporadas con Rachel cuando una chica de su programa de arte era
concursante, y en tres o cuatro episodios, me enganché—. Creo que es como este
experimento increíble —explico—. Y puedes mirar horas del metraje recopilado en
él. Aprendes mucho sobre la gente.
Las cejas de Sarah se elevan. —¿Como lo que los narcisistas están
dispuestos a hacer por la fama?
Trey se ríe. —Exactamente.
Me obligo a reír y tomo otro sorbo de vino—. No es de lo que estaba hablando
—Me muevo incómoda, tratando de averiguar cómo explicarme—. Quiero decir, hay
muchas cosas que me gustan. Pero una cosa… Me gusta como al final, parece que
en realidad es una decisión difícil para algunas personas. Habrá dos o tres
concursantes con los que sentirán una fuerte conexión, y no se trata solo de elegir
al más fuerte. En cambio, es como… los estás viendo elegir una vida.
Y así es también en la vida real. Puedes amar a alguien y aún saber que el
futuro que tendrías con él no funcionaría para ti, ni para ellos, o tal vez ni siquiera
para los dos.
—¿Pero alguna de esas relaciones realmente funciona? —pregunta Sarah.
—La mayoría no lo hace —lo admito—. Pero ese no es el punto. Ves a
alguien salir con todas estas personas, y ves lo diferentes que son con cada uno de
ellos, y luego los ves elegir. Algunas personas eligen a la persona con la que tienen
la mejor química, o con la que se divierten más, y otras eligen a la que creen que
44
The bachelor, Reality en el que participan un hombre soltero y veinticinco bellas mujeres con la
esperanza de encontrar el amor verdadero.
260
será un padre increíble, o con la persona que se han sentido más seguros para
abrirse. Es fascinante. En cómo quieres compartir el amor con alguien.
Amo quien soy con Trey. Soy segura e independiente, flexible y serena. Estoy
a gusto. Soy la persona que siempre soñé que sería.
—Es justo —admite Sarah—. Es la parte de besarme con, como, treinta
chicos y luego comprometerse con alguien que has conocido cinco veces que es
más difícil de tragar para mí.
Trey echa la cabeza hacia atrás, riendo. —Totalmente te inscribirías en ese
programa si rompiéramos. ¿No es así, P?
—Ahora, que lo veo —dice Sarah, riendo.
Sé que está bromeando, pero me irrita sentir que están unidos contra mí.
Pienso en decir ¿Por qué piensas eso? ¿Porque soy un narcisista que está
dispuesta a hacer cualquier cosa para hacerse famosa?
Alex choca su pierna con la mía debajo de la mesa, y cuando lo miro, ni
siquiera está mirando en mi dirección. Solo me recuerda que está aquí, que nada
puede realmente lastimarme.
Muerdo mis palabras y lo dejo ir. —¿Más vino?
La noche siguiente, cenamos en la terraza. Cuando entro para servir helado
de postre, encuentro a Alex de pie en la cocina, leyendo un correo electrónico.
Acaba de recibir la noticia de que Tin House aceptó una de sus historias. Se
ve tan feliz, tan brillantemente, él mismo, que le saco una foto. Me encanta tanto
que probablemente lo establecería como mi fondo si ambos estuviéramos solteros
y si eso no fuera extremadamente extraño tanto para Sarah como para Trey.
Decidimos que tenemos que celebrar, como si eso no fuera de todo lo que
se ha trata este viaje. Trey nos hace mojitos y nos sentamos en las tumbonas con
vista al valle, escuchando los suaves y centelleantes sonidos de la noche en el
campo.
Apenas bebo mi bebida. He tenido náuseas toda la noche y, por primera vez,
me excuso para irme a dormir mucho antes que los demás. Trey se sube a la cama
horas más tarde, borracho y besando mi cuello, tirando de mí, y después de tener
relaciones sexuales, se duerme inmediatamente y mis náuseas regresan.
Ahí es cuando se me ocurre.
Se suponía que debía comenzar mi período en algún momento de este viaje.
261
Probablemente sea una casualidad. Hay muchas razones para sentir
náuseas durante un viaje internacional. Y Trey y yo somos bastante cuidadosos.
Aun así, me levanto de la cama, con el estómago revuelto y bajo de puntillas,
abriendo la aplicación de notas para ver cuándo esperaba mi período. Rachel me
dice constantemente que obtenga esta aplicación de seguimiento del período, pero
hasta ahora no he visto el punto.
Mis oídos están latiendo con fuerza. Mi corazón se acelera. Mi lengua se
siente demasiado grande para mi boca.
Se suponía que iba a empezar ayer. Un retraso de dos días no es inaudito.
Las náuseas después de beber cubos de vino tinto tampoco lo son. Especialmente
para un migraineur.45
Pero, aun así, me estoy volviendo loca.
Cojo mi chaqueta del perchero, meto mis pies en las sandalias y cojo las
llaves del auto de alquiler. La tienda de comestibles abierta las veinticuatro horas
más cercanas está a treinta y ocho minutos. Regreso a la villa con tres pruebas de
embarazo diferentes antes de que el sol haya comenzado a salir.
Para entonces, estoy en un pánico total. Todo lo que puedo hacer es caminar
de un lado a otro en la terraza, agarrando la prueba de embarazo más cara en una
mano y recordándome a mí misma inhalar, exhalar, inhalar. Mis pulmones se
sienten peor que cuando tuve neumonía.
—¿No pudiste dormir? —Una voz tranquila me sobresalta. Alex está apoyado
contra la puerta abierta con un par de pantalones cortos negros y zapatillas
deportivas, su pálido cuerpo teñido de azul por la madrugada.
Una risa muere en mi garganta. No estoy segura de por qué.
—¿Te estás levantando para correr?
—Hace más frío antes de que salga el sol.
Asiento, envuelvo mis brazos alrededor de mí y me giro para mirar hacia el
valle. Alex viene a pararse a mi lado y, sin mirarlo, me pongo a llorar. Extiende mi
mano y la despliega para ver la prueba de embarazo apretada allí.
45
Migraineur, una persona que experimenta migrañas
262
Durante diez segundos, permanece en silencio. Ambos guardamos silencio.
—¿Has tomado alguna? —pregunta suavemente.
Niego con la cabeza y empiezo a llorar más fuerte. Me empuja hacia él,
envuelve sus brazos alrededor de mi espalda mientras dejo salir el aliento en unas
pocas ráfagas de sollozos silenciosos. Alivia algo de presión, y me aparto de él,
secándome los ojos con la palma de mis manos.
—¿Qué voy a hacer, Alex? —le pregunto—. Si estoy… ¿Qué diablos se
supone que debo hacer?
Estudia mi rostro durante mucho tiempo.
—¿Qué es lo que quieres hacer?
Me limpio los ojos de nuevo. —No creo que Trey quiera tener hijos.
—Eso no es lo que pregunté —murmura Alex.
—No tengo idea de lo que quiero —lo admito—. Quiero decir, quiero estar
con él. Y tal vez algún día... No sé. No sé más.
Entierro mi cara en mis manos mientras algunos sollozos desagradables y
silenciosos salen de mí. —No soy lo suficientemente fuerte para hacer esto por mi
cuenta. No puedo. Ni siquiera podía soportar estar enferma yo sola, Alex. ¿Cómo
se supone que debo hacerlo?
Toma mis muñecas suavemente y las aleja de mi cara, agachando la cabeza
para mirarme a los ojos.
—Poppy —dice—. No estarás sola, ¿de acuerdo? Estoy aquí.
—¿Y qué? —digo—. ¿Me mudaría a Indiana? ¿Consigo un apartamento al
lado tuyo y de Sarah? ¿Cómo eso va a funcionar, Alex?
—No lo sé —admite—. No importa cómo. Estoy aquí. Solo ve a hacer la
prueba y luego lo resolveremos, ¿de acuerdo? Descubrirás lo que quieres hacer y
lo haremos.
Respiro hondo, asiento con la cabeza, entro con la bolsa de pruebas que he
dejado en el suelo y la que sigo agarrando como una balsa salvavidas.
Orino en tres a la vez, luego los llevo a todos afuera para esperar. Los
alineamos en el muro bajo de piedra que rodea la terraza. Alex pone un
temporizador en su reloj y nos quedamos allí juntos, sin decir nada hasta que suena.
Uno por uno van llegando los resultados.
263
Negativo.
Negativo.
Negativo.
Empiezo a llorar de nuevo. No estoy seguro de si es un alivio o algo más
complicado que eso. Alex me empuja hacia su pecho, me balancea con dulzura de
lado a lado mientras recupero la compostura.
—No puedo seguir haciéndote esto —digo cuando finalmente me quedo sin
lágrimas.
—¿Haciendo qué? —pregunta en un susurro.
—No sé. Necesitarte.
Sacude la cabeza contra la mía.
—Yo también te necesito, Poppy. —Es entonces cuando me doy cuenta de
lo espesa, húmeda y temblorosa que es su voz. Cuando me aparto de él, me doy
cuenta de que está llorando. Toco un lado de su cara.
—Lo siento —dice, cerrando los ojos—. Yo solo… No sé qué haría si te
pasara algo.
Y luego lo comprendo.
Para alguien como Alex, que perdió a su madre como lo hizo él, el embarazo
no es solo una posibilidad que le cambie la vida. Es una posible sentencia de
muerte.
—Lo siento —dice de nuevo—. Dios, no sé por qué estoy llorando.
Pongo su cara en mi hombro y él llora un poco más, sus enormes hombros
se agitan con él. En todos los años que hemos sido amigos, probablemente me ha
visto llorar cientos de veces, pero esta es la primera vez que él llora frente a mí.
—Está bien —le susurro, y luego, tantas veces como sea necesario—. Está
bien. Estás bien. Estamos bien, Alex.
Entierra su rostro húmedo en un lado de mi cuello, sus manos se encrespan
apretadas contra la parte baja de mi espalda mientras paso mis dedos por su
cabello, sus labios húmedos se calientan contra mi piel.
Sé que el sentimiento pasará, pero en ese momento deseo tanto que
estemos aquí solos. Que aún no conociéramos a Sarah y Trey. Que podríamos
abrazarnos el uno al otro tanto tiempo como creo que podríamos necesitar.
264
Siempre hemos existido en una especie de mundo para dos, pero ese ya no
es el caso.
—Lo siento —dice por última vez mientras se separa de mí, enderezándose,
mirando hacia el valle mientras los primeros rayos de luz lo atraviesan—. No debería
haberlo hecho…
Toco su brazo. —Por favor, no digas eso.
Él asiente, da un paso atrás, poniendo más distancia entre nosotros, y sé,
con cada fibra de mi ser, que es lo correcto, pero todavía me duele.
—Trey parece un gran tipo —dice.
—Lo es — prometo.
Alex asiente unas cuantas veces más. —Bien. —Y eso es todo. Sale para
su carrera matutina, y yo estoy sola de nuevo en la tranquila terraza, viendo a la
mañana perseguir las sombras por el valle.
Mi período llega veinticinco minutos más tarde, mientras preparo huevos
revueltos para el desayuno, y el resto de nuestro viaje es un viaje en pareja
increíblemente normal.
Excepto que, en el fondo, estoy completamente desconsolado.
Duele quererlo todo, tantas cosas que no pueden convivir en una misma vida.
Sin embargo, más que nada quiero que Alex sea feliz. Que tenga todo lo que
siempre quiso. Tengo que dejar de estorbar, darle la oportunidad de tener todo eso.
Ni siquiera nos rozamos hasta que nos despedimos. Nunca volvemos a
hablar de lo que pasó.
Lo sigo amando.
265
Este Verano
Así que supongo que no estamos hablando de lo que pasó en el balcón de
Nikolai, y eso tiene que estar bien. Cuando me despierto en nuestra habitación de
hotel Technicolor de Larrea Palm Springs, la cama de Alex está vacía y hecha, y
una nota escrita a mano en el escritorio dice:
VOY A CORRER. VUELVO PRONTO.
PD YA RECOGI EL AUTO DE LA TIENDA.
266
No es como si esperara un montón de abrazos, besos y promesas de amor,
pero él podría haber escrito algo tipo: Anoche fue genial. O tal vez un alegre signo
de exclamación.
Además, ¿cómo corre con este calor? Hay muchas cosas en esa nota muy
corta y mi paranoia sugiere amablemente que está corriendo para aclararse la
cabeza después de lo que sucedió.
En Croacia, se había asustado. Ambos lo hicimos. Pero eso había sucedido
al final del viaje, cuando después pudimos retirarnos a nuestros rincones separados
del país. Esta vez, tenemos una despedida de soltero, una cena de ensayo y una
boda que celebrar.
Aun así, prometí que no dejaría que esto nos arruinara, y lo decía en serio.
Necesito mantener las cosas ligeras, hacer mi parte para prevenir un
trastorno postcoital.
Pienso en enviarle un mensaje de texto a Rachel para pedirle consejo, o
simplemente para tener a alguien con quien chillar, pero la verdad es que no quiero
contarle a nadie sobre esto. Yo quiero que esto sea solo entre Alex y yo, como gran
parte del mundo es cuando estamos juntos. Lanzo mi teléfono a la cama, tomo un
bolígrafo de mi bolso y agrego al final de la nota de Alex, En la piscina, ¿nos vemos
allí?
Cuando aparece, todavía está vestido con su ropa de correr y lleva una
pequeña bolsa marrón y una taza de papel con café, y la vista de todo esto
combinado me hace sentir un hormigueo y ansiedad.
—Rollo de canela —dice, pasándome la bolsa, luego la taza—. Latté. Y el
Aspire está en el estacionamiento con su llamativo neumático nuevo.
Agito mi taza de café en un círculo vago frente a él. —Ángel. ¿Cuánto fue el
neumático?
—No lo recuerdo —dice—. Me voy a duchar.
—Antes de… Venir a sudar a la piscina?
—Antes de venir a sentarme en esa piscina durante todo el día.
No es una gran exageración. Nos relajamos al contenido de nuestro corazón.
Nos relajamos. Alternamos entre sol y sombra. Pedimos bebidas y nachos en el bar
junto a la piscina y volvemos a aplicar bloqueador solar cada hora, y aun así
regresamos a la habitación con tiempo suficiente para prepararnos para la
despedida de soltero de David. Él y Tham decidieron hacerlas por separado, aunque
ambos son mixtos, y Alex bromea diciendo que David eligió este plan para forzar un
concurso de popularidad.
—Nadie es más popular que tu hermano —digo.
—No has conocido a Tham todavía —dice, luego entra al baño y abre el agua.
—¿Te estás duchando de nuevo, en serio?
—Enjuagando —dice.
—¿Recuerdas en la escuela primaria cómo los niños solían pararse detrás
de ti en la fila de la fuente de agua y decir ’’Guarda un poco para las ballenas¨?
—Sí —dice.
—¡Bueno, guarda un poco para las ballenas, amigo!
—Tienes que ser amable conmigo —dice— Te traje un rollo de canela.
—Mantecoso, cálido y perfecto —le digo, y se sonroja mientras cierra la
puerta del baño.
Realmente no tengo idea de lo que está pasando. Por ejemplo: ¿por qué no
nos quedamos en la habitación y nos besamos todo el día?
267
Me pongo un mono halter de color verde lima de los setenta y empiezo a
peinarme en el espejo fuera del baño, y unos minutos después, Alex emerge ya
vestido y casi listo para irse.
—¿Cuánto tiempo necesitas? —pregunta, mirando por encima de mi hombro
para encontrarse con mis ojos en el espejo, su cabello mojado pegado hacia arriba
en todas direcciones.
Me encojo de hombros.
—El tiempo suficiente para rociarme con adhesivo y enrollarme en una tina
de purpurina.
—¿Así que diez minutos? —adivina.
Asiento con la cabeza y dejo mi varita rizadora. —¿Estás seguro de que
quieres que vaya?
—¿Por qué no iba a hacerlo?
—Porque es la despedida de soltero de tu hermano —digo.
—¿Y?
—Y no lo has visto en meses, y quizás no quieras que te acompañe.
—No eres una acompañante —dice—. Estás invitada. Además,
probablemente habrá strippers masculinos y sé cuánto amas a un hombre en
uniforme.
—Fui invitada por David —digo—. Si tu querías tiempo a solas con él…
—Hay como cincuenta personas que vienen esta noche —dice—. Tendré
suerte si consigo hacer contacto visual con David.
—Pero tus otros hermanos también estarán allí, ¿verdad?
—No van a venir— dice—. Ni siquiera volarán hasta mañana.
—Está bien, pero ¿qué pasa con todas las chicas calientes del desierto? —
digo.
—Chicas calientes del desierto —repite.
—Vas a ser la belleza heterosexual del baile.
Su cabeza se inclina —Así que quieres que me vaya a besar con algunas
chicas calientes del desierto.
268
—No particularmente, pero supongo que debes saber que todavía tienes esa
opción. Quiero decir, sólo porque nosotros…
Su frente se arruga. —¿Qué estás haciendo, Poppy?
Toco distraídamente mi cabello. —Estaba intentando hacer una colmena46,
pero creo que voy a tener que conformarme con un bouffant47.
—No me refiero… —Él se apaga—. ¿Te arrepientes de anoche?
—¡No! —digo, mi cara enrojecida—. ¿Tú sí?
—Para nada —dice.
Me vuelvo para mirarlo de frente en lugar de hacerlo a través del espejo. —
¿Estás seguro? Porque apenas me has mirado hoy.
Se ríe, me toca la cintura. —Porque mirarte me hace pensar en lo de anoche
y llámame anticuado, pero no quería quedarme en la piscina del hotel con una
furiosa erección todo el día.
—¿De verdad? —Pensarías que me acaba de recitar un poema de amor por
el sonido de mi voz.
Me empuja hacia el borde del lavabo mientras me besa una vez, lento y
pesado, sus manos rodeando mi cuello para encontrar el broche del cabestro del
mono. Se suelta y me arqueo hacia atrás mientras él desliza la tela hasta mi cintura.
Él ahueca mi mandíbula y atrae mi boca hacia la suya, y envuelvo mis piernas
alrededor de él mientras nuestros besos se hacen más profundos, su mano libre
bajando por mi pecho desnudo.
—¿Recuerdas cuando estuve enferma? —Le susurró al oído.
Sus caderas se mueven contra las mías, y su voz sale baja y ronca:
—Por supuesto.
—Te deseaba tanto esa noche —admito, desabrochando su camisa.
—Toda esa semana —dice—. Seguía despertando a punto de correrme. Si
no hubieras estado enferma…
46
El beehive o colmena, es un complicado peinado femenino que recibe su nombre por la similitud de este
a una colmena. Es una versión elaborada de los peinados grandes que consiste en fijar una masa de cabello
sobre el cráneo.
47
Bouffant, es un tipo de peinado que se caracteriza por la formación de una masa de cabello apilado sobre
la sección coronal del cráneo, la cual suele ser acompañada de secciones de cabello que cuelgan libremente
en determinadas secciones alrededor de la cabeza, ocasionalmente en forma de alas laterales o flequillo.
269
Me levanto contra él, y su boca se hunde en el costado de mi cuello mientras
trabajo en los botones de su camisa. —En Vail cuando me llevaste por esa
montaña…
—Dios, Poppy —dice—. Pasé mucho tiempo tratando de no quererte.
Me levanta del lavabo y me lleva a la cama.
—Y no hay suficiente tiempo para besarme —digo, su risa resonando contra
mi oído mientras nos acuesta.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
Besa el centro mismo de mi pecho. —Podemos llegar tarde.
—¿Qué tan tarde?
—Tan tarde como sea necesario.
—OH. MI. DIOS —digo mientras salimos al camino de entrada de la mansión
de mediados de siglo, con su techo inclinado estilo Googie48—. Esto es increíble.
¿Ha alquilado todo este lugar?
—¿Olvidé mencionar que Tham es muy elegante?
—Puede que sí —digo—. ¿Es demasiado tarde para casarme con él?
—Bueno, faltan dos días para la boda y es gay —dice—. Así que realmente
no veo por qué no.
Me río y él toma mi mano, la desliza en la suya. De alguna manera, entrar a
una despedida de soltero de la mano de Alex Nilsen es más surrealista que
cualquier cosa surrealista que acaba de suceder en el hotel. Me hace sentir
animada, mareada e intoxicada de la mejor manera posible.
Seguimos la música por el camino de entrada, cada uno con una de las
botellas de vino que elegimos en el camino hacia aquí, y entramos en la fresca
oscuridad del vestíbulo.
48
Googie, también conocido como populuxe o doo-wop es una subdivisión de la arquitectura futurista
influida por la cultura del automóvil y la Era espacial.
270
Alex dijo que habría cincuenta personas. Al abrirnos paso por la casa,
supongo que hay al menos un centenar, apoyados en las paredes y sentados en
los respaldos de los muebles fabulosamente dorados. La pared trasera de la casa
es completamente de vidrio y da a una enorme piscina, iluminada de color púrpura
y verde, con una cascada que fluye hacia ella, por un lado. La gente descansa
sobre flamencos y cisnes inflables en varios estados de desnudez: mujeres y Drag
Queens con vestidos largos y brillantes; hombres en bañador y tanga; gente con
alas de ángel y disfraces de sirena junto a la supuesta gente de Linfield con trajes
y vestidos con peplum49.
—Vaya —dice Alex— No he estado en una fiesta tan fuera de control como,
desde, la escuela secundaria.
—Tú y yo teníamos muy diferentes experiencias de la escuela secundaria —
digo.
En ese momento, un adonis, un hombre con una encantadora sonrisa juvenil
y una mata de olas doradas nos ve y salta de la silla colgante en forma de huevo
donde estaba sentado.
—¡Alex! ¡Poppy! —David viene hacia nosotros con los brazos abiertos y un
brillo ligeramente borracho en sus ojos color avellana. Primero abraza a Alex, luego
me agarra los lados de la cara y me planta besos descuidados en ambas mejillas.
—Estoy tan feliz de que estés…—Sus ojos se posan en nuestras manos
entrelazadas y junta las suyas—. ¡Tomados de la mano!
—Gracias —le digo, y él se ríe, pone una mano en cada uno de nuestros
hombros.
—¿Necesitas un poco de agua? —Alex le pregunta, modo de hermano mayor
activado.
—No, papá —dice—. ¿Necesitas algo de alcohol?
—¡Sí! —digo, y David hace un gesto con la mano hacia un servidor que no
había notado en la esquina en gran parte porque ella está pintada con spray de oro.
—Wow —dice Alex, aceptando dos copas de champán de la bandeja de la
estatua falsa—. Gracias por… Wow.
Ella se retira, y se queda inmóvil de nuevo.
49
Peplum, Una fald2a corta con volante en la cadera que normalmente va pegada a un cuerpo.
271
—Entonces, ¿qué está haciendo Tham esta noche? —pregunto—. ¿Una
hoguera de billetes de un dólar en un yate de oro macizo?
—Realmente odio decirte esto, Pop —dice David—, pero un yate de oro se
hundiría. Créeme. Nosotros tratamos. ¿Ustedes dos quieren chupitos?
—Sí —le digo al mismo tiempo que Alex dice—. No.
Como por arte de magia, ya nos están entregando chupitos, vodka y
Goldschläger50, con sus pequeñas virutas de oro flotando en los vasos. Los tres los
tintineamos juntos y tragamos el líquido dulce y picante de un trago.
Alex tose. —Odio eso.
David le da una palmada en la espalda. —Estoy tan contento de que estés
aquí, amigo.
—Por supuesto que lo estoy. Tus hermanitos solo se casan… tres veces.
—Y tú favorito solo se casa una vez —dice David—. Dedos cruzados.
—Escuché que tú y Tham son increíbles juntos —digo—. Y que es muy
elegante.
— El más elegante —coincide David—. Es un director. Nos conocimos en el
set.
—¡En el set! —Lloro—. ¡Escúchate!
—Lo sé —dice—. Soy una persona insoportable de Los Ángeles.
—No, no, definitivamente no.
Alguien llama a David desde la piscina, y él le da la señal de un minuto, luego
nos enfrenta de nuevo. —Siéntanse como en casa, no en nuestra casa, obviamente
—le añade a Alex— Pero, como, una casa súper ruidosa, súper divertida y súper
gay con una pista de baile en la parte de atrás, en la que espero verlos a ambos en
breve.
—Deja de intentar que Poppy se enamore de ti —dice Alex.
—Sí, realmente no necesitas perder tu tiempo —le digo—. Ya estoy vendida.
50
Goldschläger, es un aguardiente de canela suizos. Es un licor muy fino y con escamas visibles de oro
flotando en ella.
272
David agarra mi cabeza y vuelve a acariciarme un lado, luego le hace lo
mismo a Alex y baila hacia la chica en la piscina pretendiendo atraparla con una
caña de pescar invisible.
—A veces me preocupa que se tome a sí mismo demasiado en serio —dice
Alex rotundamente, y cuando una risa sale disparada de mí, la comisura de su boca
entra y sale de una sonrisa. Nos quedamos allí sonriendo durante unos segundos
más, nuestras manos entrelazadas se balancean de un lado a otro entre nosotros.
—Pensé que no te gustaba tomar de la mano —le digo.
—Y tu dijiste que lo hacías —dice.
—¿Y qué? ¿Consigo lo que quiero ahora? —bromeo.
Su sonrisa vuelve a su lugar, tranquila y contenida.
—Sí, Poppy —dice—. Obtienes lo que quieres ahora. ¿Es eso un problema?
—¿Y si quiero que tengas lo que tú quieres? —Arquea una ceja.
—¿Estás diciendo eso porque sabes lo que voy a decir y quieres burlarte de
mí por eso?
—¿No? —digo—. ¿Por qué? ¿Qué vas a decir?
Nuestras manos se quedan quietas entre nosotros. —Tengo lo que quiero,
Poppy.
Mi corazón palpita, y aparto mi mano de la suya, la enrollo alrededor de su
cintura e inclino mi cabeza hacia atrás para mirar su rostro. —Estoy resistiendo el
impulso de PDA sobre ti en este momento, Alex Nilsen.
Inclina el cuello y me besa tanto tiempo que algunas personas comienzan a
animarme. Cuando nos separamos, tiene las mejillas rosadas y es tímido. —Maldita
sea —dice—. Me siento como un adolescente cachondo.
—Quizás si utilizamos la estación de Jägerbomb51 en el patio trasero —
digo—. Volveremos a sentirnos como personas maduras y recatadas de treinta
años.
—Eso suena realista —dice Alex, tirándome hacia el patio trasero—. Estoy
dentro.
51
El Jägerbomb o Red Bull Blaster, es un cóctel o chupito hecho con el licor de hierbas alemán Jägermeister
y la bebida energizante austríaca Red Bull.
273
Hay un bar en la parte de atrás y un camión de comida que sirve tacos de
pescado estacionado en el césped. Detrás de eso, un jardín se extiende como algo
de una novela de Jane Austen, aquí mismo en medio del desierto.
—Probablemente no sea bueno para la conservación —comenta Alex en
forma de abuelo.
—Probablemente no —estoy de acuerdo—. Pero posiblemente es estupendo
para conversar52.
—Es cierto —dice—. Cuando todo lo demás falla, siempre puedes involucrar
a un extraño en una pequeña charla reflexiva sobre la tierra agonizante.
En algún momento nos encontramos sentados en el borde de la piscina, con
los pantalones y el mono enrollados y las piernas colgando en el agua tibia, y es
entonces cuando escuchamos a David gritar emocionado entre la multitud:
—¿Dónde está mi hermano? Tiene que ser parte de esto.
—Parece que te necesitan.
Alex suspira. David lo ve y se acerca trotando.
—Necesito que hagas este juego.
—¿Juego de beber? —Supongo.
—No para Alex —dice David—. Apuesto a que no tendrá que beber ni una
sola vez. Es un juego de David Trivia. ¿Te unes?
Alex hace una mueca. —¿Quieres que lo haga?
David se cruza de brazos. —Como novio lo exijo.
—Realmente nunca puedes divorciarte de Tham —dice Alex, poniéndose de
pie.
—Por múltiples razones —dice David— Estoy de acuerdo.
Alex se acerca a la mesa larga a la luz de las velas donde comienza el juego,
pero David se queda a mi lado, mirándolo irse.
—Parece bueno —dice.
—Si— estoy de acuerdo—. Creo que lo es.
52
Conversar, Poppy bromea con Alex porque en inglés él dice conservation y Poppy le dice
conversation.
274
La mirada de David desciende hacia mí, y se baja al lado resbaladizo de la
piscina, deslizando sus piernas en el agua. —Entonces —dice—. ¿Cómo pasó
esto?
—¿Esto?
Levanta la ceja con escepticismo. —Esto.
—Um. —Intento pensar en cómo explicarlo. Años de amor eterno, celos
ocasionales, oportunidades perdidas, mal momento, otras relaciones, aumento de
la tensión sexual, una pelea y el silencio posterior, y el dolor de vivir la vida sin él.
—El aire acondicionado de nuestro Airbnb53 se rompió.
David me mira fijamente durante unos segundos, luego deja caer su rostro
entre sus manos, riendo. —Maldita sea —dice, enderezándose—. Tengo que decir
que estoy aliviado.
—¿Aliviado?
—Si —David se encoge de hombros—. Sabes. Es como… ahora que me voy
a casar, ahora que sé que me quedaré en Los Ángeles, supongo que estaba
preocupado por él. De vuelta en Ohio. Por su cuenta.
—Creo que le gusta Lingfield —le digo—. No creo que esté allí por necesidad.
Además, no diría que está solo. Toda tu familia está ahí. Todas las sobrinas y su
sobrino.
—Ese es mi punto —David mira hacia el juego de preguntas y respuestas en
la mesa, observa como los otros tres concursantes toman tragos de algo color
caramelo y Alex bebe un vaso de agua victoriosamente—. Ahora tiene un nido
vacío.
Su boca se tuerce en un ceño fruncido que es tan parecido al de su hermano
que siento un rápido y doloroso impulso de besarlo.
Cuando pienso en lo que realmente está diciendo David, el dolor empeora y
se esconde detrás de mi caja torácica como un pequeño nudo rojo. —¿Crees que
se siente así?
—¿Cómo él nos crió? ¿Puso toda su energía emocional en asegurarse de
que los tres estuviéramos bien? Llevando a Betty a las citas con el médico,
preparando nuestros malditos almuerzos escolares y sacando a papá de la cama
cuando tenía uno de sus episodios, y luego, de repente, todos nos fuimos, nos
53
Airbnb, es una compañía que ofrece una plataforma digital dedicada a la oferta de alojamientos a
particulares y turísticos mediante la cual los anfitriones pueden publicitar y contratar el arriendo .
275
casamos y comenzamos a tener nuestros propios hijos, mientras ¿Se queda para
asegurarse de que papá esté bien? —Muy serio, David me mira—. No. Alex nunca
pensaría así. Pero creo que se ha sentido solo. Quiero decir… todos pensamos que
se iba a casar con Sarah, y luego…
—Si —Saco las piernas de la piscina y las cruzo frente a mí.
—Quiero decir, tenía el anillo y todo —prosigue David, y mi estómago da un
vuelco—. Se suponía que él debía proponerle matrimonio, y luego… ella
simplemente se había ido, y… — Se apaga cuando ve la expresión de mi cara.
—No me malinterpretes, Poppy —Pone su mano sobre la mía—. Siempre
pensé que deberían ser ustedes dos. Pero Sarah era genial, y se amaban, y solo
quiero que él sea feliz. Quiero que deje de preocuparse por otras personas y tenga
algo que sea solo suyo, ¿sabes?
—Si —Apenas puedo correr la voz. Todavía estoy sudando, pero mi interior
se ha enfriado rápidamente, porque todo lo que puedo pensar es que iba a casarse
con ella.
Ella lo dijo en Toscana, y después de unas semanas, lo descarté como un
comentario casual, pero ahora no puedo evitar ver todo lo que sucedió en ese viaje
bajo una luz diferente.
Fue hace tres años, pero todavía lo veo tan vívidamente: Alex y yo en la
terraza minutos antes de que saliera el sol, mis brazos cruzados con fuerza, las
uñas mordidas. Pruebas de embarazo alineadas en la pared de piedra y el reloj de
Alex chirriando que era hora de averiguar qué nos depara el futuro.
La forma en que se había derrumbado una vez que finalmente me recobré,
encorvó la cabeza y lloró contra mí.
No puedo seguir haciéndote esto yo dije. Necesitándote.
Me había dicho que también me necesitaba, pero con Trey y Sarah allí, la
burbuja que siempre parecía envolvernos, separarnos del mundo, había estallado,
y me sentí tan profundamente avergonzada por querer tanto de él, y me di cuenta
de que él también lo hacía.
Trey parece un gran tipo había dicho, y eso era lo más cercano a decir
Tenemos que detener esto como podamos. Decir eso habría sido una admisión de
culpa
. Incluso si nunca nos besamos, nunca dijimos las palabras directamente,
estábamos guardando partes enteras de nuestros corazones el uno para el otro.
276
Alex había querido casarse con Sarah, y ahora sé que le había impedido
poder hacerlo. Ella había roto con él por segunda vez después de Toscana, e
incluso si nunca supe exactamente lo que había sucedido, estaba segura de que
había dejado una marca en él, había cambiado las cosas entre ellos para peor.
Si hubiera estado embarazada, si hubiera decidido tener el bebé, sé sin lugar
a dudas que Alex habría estado ahí para mí, renunciando a cualquier cosa que
tuviera solo para ayudar.
Sarah, como siempre, habría tenido que lidiar con mi realidad o seguir
adelante.
No puedo evitar preguntarme si la había obligado a llegar a ese punto. Si
nuestra amistad le hubiera costado la mujer con la que quería casarse. Me siento
mal, avergonzada por el pensamiento. Culpable por cómo ignoré mis sentimientos
más complicados por él para poder justificar quedarme en su vida.
Una cosa es cuando los alborotadores hermanos de tu novio, o su padre
viudo, lo necesitan.
Pero yo era solo otra mujer, cuyas necesidades siempre ponía en primer
lugar en detrimento de sus propios deseos y felicidad. Y esta semana, me tropecé
con esto egoístamente, porque eso era lo que yo tenía por defecto con él. Pedir lo
que quería, dejar que me lo diera, aunque no fuera necesariamente lo mejor para
él.
Ya no estoy mareada o animada ni nada más que enferma del estómago.
David pone su mano en mi hombro y me sonríe, sacándome del caleidoscopio de
sentimientos complicados y dolorosos que me recorren. —Me alegro de que te
tenga ahora.
—Sí —le susurro, pero una vocecita viciosa dentro de mí dice, No, tú lo
tienes.
277
Este Verano
Estoy cavando a través de mi bolso en busca de la llave del hotel, Alex se
inclina hacia mí, sus manos pesadas en mi cintura, sus labios suaves contra el
costado de mi cuello, y me relajaría si no fuera por el zumbido en mi cráneo, los
latidos constantes de culpa y pánico alternados en mi estómago.
Presiono la tarjeta en la cerradura, luego empujo la puerta para abrirla y Alex
me suelta, entrando en la habitación detrás de mí. Me dirijo directamente al
fregadero, me quito la parte de atrás de mis pendientes de plástico de gran tamaño
y los dejo en la encimera. Alex se queda quieto y ansioso justo al cruzar la puerta.
—¿He hecho algo? —pregunta.
Niego con la cabeza, agarro un hisopo de algodón y el frasco azul de
desmaquillador de ojos. Sé que necesito decir algo, pero no quiero llorar, porque si
lloro, esto se convierte en mí y se pierde todo el sentido. Alex hará todo lo posible
para que me sienta segura, cuando en realidad lo que necesito es que sea honesto.
Paso el algodón por mis párpados, aflojando el delineador de ojos líquido
negro hasta que me parezco a Charlize Theron en Mad Max: Fury road,54 la pólvora
me manchó la cara como pintura de guerra.
—Poppy —dice Alex—. Solo dime lo que hice.
Me giro hacia él y ni siquiera sonríe por mi maquillaje. Así de preocupado
está, y me odio a mí mismo por hacerle sentir así. —No hiciste nada —le digo—.
Eres perfecto.
Sus dos expresiones ahora son sorprendidas y ofendidas. —No soy perfecto.
54
Mad Max: Fury Road,: (titulada Mad Max: Furia en la carretera en España y Mad Max: Furia en el camino en
Hispanoamérica) es una película australiana dirigida, producida y coescrita por George Miller, y protagonizada
por Tom Hardy junto a Charlize Theron.
278
Necesito hacer esto rápido, arrancarlo como un curita. —¿Ibas a proponerle
matrimonio a Sarah?
Sus labios se abren. Pero su sorpresa rápidamente se convierte en dolor. —
¿De qué estás hablando?
—Yo solo…—Cierro los ojos, presiono el dorso de la mano contra mi cabeza
como si eso pudiera detener el zumbido. Abro los ojos de nuevo y su expresión se
ha apenas encogido. Él no se tambalea en sus emociones: voy a conseguir a Alex
desnudo para esta conversación—. David dijo que tenías un anillo.
Cierra la boca con fuerza y traga saliva, mira hacia las puertas corredizas del
balcón y luego vuelve a mirarme a mí. —Siento no haberte dicho.
—No es eso —Obligo a que las lágrimas suban de nuevo—. Yo solo… No
me di cuenta de lo mucho que la amabas.
Se ríe a medias, pero no hay humor en su rostro tenso. —Por supuesto que
la amaba. Estuve con ella de forma intermitente durante años, Poppy. También
amabas a los chicos con los que estabas.
—Lo sé. No te estoy acusando de nada. Sólo…—Niego con la cabeza,
tratando de organizar mis pensamientos en algo más corto que un monólogo de una
hora—. Quiero decir, compraste un anillo.
—Lo sé —dice—. Pero ¿por qué estás enojada conmigo por eso, Poppy?
Estabas con Trey, jodidamente jet-setting55, alrededor del mundo, sentada en su
regazo en los cuatro rincones del mundo. ¿Se suponía que debía pensar que no
eras feliz? ¿Solo esperarte?
—¡No estoy enojada contigo, Alex! —lloro—. ¡Estoy enojada conmigo misma!
Por no importarme que me interpusiera en el camino. Por pedir tanto de ti y… y
mantenerte alejado de lo que quieres.
Él se burla. —¿Qué es lo que quiero?
—¿Por qué rompió contigo? —muerdo de vuelta—. Dime que no tuvo nada
que ver conmigo. Que Sarah no terminó las cosas por esto, esta cosa entre
nosotros. Que desde que salí de tu vida, ella no lo ha estado reconsiderando todo.
Dime eso, sí esa es la verdad, Alex. Dime que no soy la razón por la que no estás
casado y tienes hijos en este momento, y todo lo demás que querías.
Me mira fijamente, con el rostro lacónico, los ojos oscuros y nublados.
55
Jet-setting, Viajar mucho por el mundo en avión, generalmente por placer .
279
—Dime —le ruego, y él solo me mira fijamente, el silencio de la habitación se
suma al zumbido dentro de mi cráneo.
Finalmente, niega con la cabeza. —Por supuesto que es por ti —doy un paso
atrás, como si sus palabras pudieran quemarme—. Ella rompió conmigo antes de
irnos a Sanibel, y me sentí muy culpable durante todo el viaje porque todo lo que
podía pensar era, espero que Poppy no crea que soy aburrido también. Ni siquiera
recordaba haberla extrañado hasta que llegué a casa. Así es siempre cuando estoy
contigo. Nadie más importa. Y luego te vas de nuevo, y la vida vuelve a la
normalidad y… Cuando Sarah y yo volvimos a estar juntos, pensé que las cosas
eran muy diferentes, mucho mejor, pero la verdad es que ella no quería ir
intensamente ahora que rivaliza con las estatuas servidoras falsas en la fiesta.
—Entonces pensaste que estabas embarazada y me asustó tanto que me
hice una jodida vasectomía. Y ni siquiera se me ocurrió preguntarle a Sarah qué
pensaba. Acababa de concertar la cita, y unos días después, estaba pasando por
esta tienda de antigüedades y vi este anillo. Una vieja cosa art déco de oro amarillo
con una perla. Lo vi y pensé, ese sería un anillo de compromiso perfecto. Quizás
debería comprarlo. Y mi siguiente pensamiento después de eso fue, ¿Qué diablos
estoy haciendo? No solo el anillo, que Sarah habría odiado, por cierto, sino la
vasectomía, todo. Lo estaba haciendo todo por ti, y sé que eso no es normal, y
definitivamente no fue justo para ella, así que terminé las cosas. Ese día.
El niega con la cabeza. —Me asusté tanto que no pude contarte lo que había
sucedido. Fue aterrador darme cuenta de lo mucho que te amaba. Y luego tú y Trey
rompieron, y… Dios, Poppy, por supuesto que todo fue a causa de ti. Todo es por
ti. Todo.
Sus ojos están húmedos ahora, brillando en la tenue luz sobre el fregadero,
y sus hombros están rígidos, y mi estómago se siente como si hubiera un cuchillo
retorciéndolo.
Alex niega con la cabeza, un pequeño gesto moderado, poco más que un tic.
—No es algo que me hayas hecho —dice—. Seguí esperando que las cosas
cambiaran para mí, pero nunca lo han hecho.
Da un paso hacia mí y lucho por mantener la compostura.
Se me escapa el aliento, mis hombros se relajan y Alex da otro paso hacia
mí, con los ojos pesados y la boca torcida. —Y dudé de mí mismo durante mucho
tiempo antes de terminar las cosas, porque la amaba —dice—. Y quería que
funcionara porque ella es increíble, y estamos bien juntos, y queremos todas las
mismas cosas, y yo la amaba de esta manera que se siente… tan claro, fácil de
entender y manejable.
280
Se interrumpe y vuelve a negar con la cabeza. Las lágrimas en sus ojos
hacen que parezcan la superficie de algún río, peligroso, salvaje y hermoso.
—No sé cómo amar a alguien tanto como a ti —dice—. Es aterrador. Y tengo
estas ráfagas de pensar que puedo manejarlo y luego pienso en lo que me hará si
te pierdo, y entro en pánico y me alejo, y nunca supe si seré capaz de hacerte feliz.
Pero la otra noche, suena tan ridículo, pero estábamos mirando en Tinder, y dijiste
que me deslizarías hacia la derecha por mí, y ese es el tipo de diminuto algo que se
siente tan grande cuando eres tú. Me quedé despierto por horas tratando de
averiguar a qué te referías esa noche. Estoy roto y, sí, probablemente reprimido, y
en la Toscana, le dije que la necesitaba, así que aceptó. Porque no estaba dispuesto
a renunciar a ti y pensé que, si ustedes dos fueran amigas, sería más fácil —dice—
, Yo sé que no soy con quien te has imaginado. Sé que no parece que tengamos
ningún sentido, y probablemente no lo tengamos, y tal vez nunca podría hacerte
feliz…
—Alex —Lo alcanzo con ambas manos, lo atraigo hacia mí. Sus brazos me
rodean y su cabeza se inclina hasta que es un signo de interrogación gigante,
colgando sobre mí—. No es tu trabajo hacerme feliz, ¿de acuerdo? No puedes hacer
feliz a nadie. Soy feliz solo porque tú existes, y esa es la mayor parte de mi felicidad
sobre la que tú tienes el control.
Sus manos se curvan contra mi columna y entrelazo mis dedos en su camisa.
—No sé exactamente qué significa todo esto, pero sé que te amo de la misma
manera que tú me amas, y no eres el único que se asusta —cierro los ojos con
fuerza, reuniendo el valor para continuar.
—Yo también me siento rota —le digo, mi voz se quebró en algo delgado y
ronco—. Siempre he sentido que una vez que alguien me ve en el fondo, eso es
todo. Hay algo feo allí, o que no se puede amar, y eres la única persona que me ha
hecho sentir que estoy bien. —Su mano pasa suavemente por mi rostro, abro los
ojos y lo encuentro de frente—. No hay nada más aterrador que la posibilidad de
que, una vez que realmente me tengas toda, eso cambie. Pero quiero todo de ti, así
que estoy tratando de ser valiente.
—Nada cambiará lo que siento por ti —murmura—. He estado tratando de
dejar de amarte desde la noche en que fuiste adentro para besarte con el taxista
acuático.
Me río y él sonríe solo un poco. Tomo su mandíbula entre mis manos y lo
beso suavemente en la boca, y después de un segundo, comienza a devolverme el
beso, y está húmedo por las lágrimas, es urgente y poderoso, enviando ondas de
choque a través de mí.
281
—¿Puedes hacerme un favor? —pregunto.
Él anuda sus manos contra mi columna. —¿Hm?
—Solo toma mi mano cuando quieras.
—Poppy —dice—. Puede llegar el día en que ya no necesite tocarte en todo
momento, pero ese día no es hoy.
La cena de ensayo es en un bistró en el que Tham invirtió durante sus
primeros días, un lugar encendido a la luz de las velas y lleno de candelabros de
cristal hechos a medida. No hay fiesta de bodas, solo los novios y su oficiante, de
ahí la falta de un verdadero ensayo, pero toda la familia extendida de Tham vive en
el norte de California y han aparecido, junto con muchos de los amigos de David
que estuvieron en la fiesta anoche.
—Woooow —digo mientras entramos—. Este es el lugar más sexy en el que
he estado.
—El balcón de la tienda de fumigación de Nikolai está profundamente
ofendido —dice Alex.
—Esa tienda de fumigación siempre estará en mi corazón —le prometo, y
aprieto su mano, lo que enfatiza nuestra diferencia de tamaño de una manera que
hace que mi columna se estremezca.
—Oye, ¿recuerdas cuando me derretí por tener manos de loris lento? ¿En
colorado? ¿Después de doblarme el tobillo?
—Poppy —dice intencionadamente—. Lo recuerdo todo.
Lo miro con los ojos entrecerrados.
—Pero tú dijiste —él suspira—. Sé lo que dije. Pero te lo digo ahora, lo
recuerdo todo.
—Algunos dirían que eso te convierte en un mentiroso.
—No —dice—. Lo que me convierte es en alguien que se avergüenza de
recordar exactamente lo que llevabas puesto la primera vez que te vi, y lo que
pediste una vez en McDonald's en Tennessee, y que necesitaba conservar una
pequeña medida de dignidad.
282
—Aw, Alex —susurro, bromeando incluso mientras mi corazón palpita
alegremente—. Perdiste tu dignidad cuando te presentaste a O-Week 56 en caqui.
—¡Oye! —dice, a tono de regaño—. No olvides que me amas.
Mis mejillas se enrojecen sin ningún indicio de vergüenza. —Nunca podría
olvidar eso.
Lo amo, y él recuerda todo, porque él también me ama. Mi interior se siente
como una explosión de confeti dorado.
Entonces alguien llama desde el otro lado del restaurante. —¿Esa es la
señorita Poppy Wright?
El Sr. Nilsen camina hacia nosotros con un traje gris holgado, su bigote rubio
del tamaño y forma exactos del día en que lo conocí. La mano de Alex se libera de
la mía. Por alguna razón, obviamente lo hace. No quiere tomar mi mano frente a su
padre, y siento una oleada de felicidad de que se sintiera cómodo haciendo lo que
necesitaba.
—¡Hola, señor Nilsen! —digo, y se detiene abruptamente a unos metros
frente a mí, sonriendo amablemente y definitivamente sin planear abrazarme. Lleva
un broche de arcoíris cómicamente grande en la solapa. Parece que, con un
movimiento en falso, podría volcarlo.
—Oh, por favor —dice—. Ya no eres una niña. Puedes llamarme Ed.
—Qué diablos, puedes llamarme Ed también —le digo.
—Uh —dice.
—Ella está bromeando —Alex suministra.
—Oh —dice Ed Nilsen con incertidumbre. Alex se pone rojo. Yo me pongo
roja.
Ahora no es el momento de avergonzarlo. —Lamenté mucho oír lo de Betty
—Me recupero—. Ella era una mujer increíble.
Sus hombros caen. —Ella era una roca para nuestra familia —dice—. Al igual
que su hija. —Ante eso, comienza a llorar, se quita las gafas de montura metálica y
exhala mientras se seca los ojos—. No estoy seguro de cómo nos las arreglaremos
sin ella este fin de semana.
56
O-Week, Semana de orientación
283
Y siento simpatía por él, por supuesto. Ha perdido a alguien a quien amaba.
De nuevo.
Pero también lo han hecho sus hijos, y estando aquí con él, mientras él llora
libremente, se aflige como toda persona se merece, también hay algo como la ira
creciendo en mí.
Porque a mi lado, Alex resolvió toda su propia emoción tan pronto como vio
acercarse a su padre, y sé que no es una coincidencia.
No significa que lo diré en voz alta, pero así sale, con la sutileza de un ariete.
—Pero lo superarás. Porque tu hijo se va a casar y te necesita.
Ed Nilsen me pone una cara de cachorro triste poco irónico. —Bueno, por
supuesto —dice, sonando levemente aturdido—. Si me disculpas, tengo que… —
Nunca termina la oración, solo mira a Alex con una confusión bastante en blanco y
aprieta el hombro de su hijo antes de alejarse.
A mi lado, Alex deja escapar un suspiro de ansiedad y yo giro hacia él.
—¡Lo siento! Lo hice raro. Lo siento.
—No —Desliza su mano de nuevo en la mía—. En realidad, creo que acabo
de desarrollar un fetiche que es específicamente tú entregando verdades duras a
mi padre.
—En ese caso —digo—. Vamos a hablar con él sobre ese bigote.
Empiezo a alejarme, y Alex me atrae hacia él, sus manos en mi cintura, la
voz baja al lado de mi oído. —En caso de que no te bese tan pornográficamente
como quisiera por el resto de la noche, por favor ten en cuenta que después de este
viaje, invertiré en terapia para entender por qué me siento incapaz de expresar
felicidad frente a mi familia.
—Y así nació mi fetiche de Alex Nilsen exhibiendo el auto-cuidado —digo, y
me lanza un beso rápido en el costado de la cabeza.
En ese momento, una oleada de gritos y chillidos flota a través de las puertas
delanteras del bistró, y Alex se aleja de mí. —Y esos serán las sobrinas y el sobrino.
284
Este Verano
Las hijas de Bryce tienen seis y cuatro años, y el hijo de Cameron tiene poco
más de dos. La hermana de Tham también tiene una hija de seis años, y juntos, los
cuatro corren como locos por el restaurante, las risas rebotan en los candelabros.
Alex está feliz de perseguirlos, de tirarse al suelo cuando intentan derribarlo
y de levantarlos, gritando felizmente, en el aire cuando los atrapa.
Él es el Alex que conozco con ellos, divertido, abierto y juguetón, e incluso si
no estoy segura de cómo interactuar con los niños, cuando el me atrae al juego,
hago lo mejor que puedo.
—Somos princesas —me dice Kat, la sobrina de Tham, tomando mi mano—
. Pero también somos guerreras. ¡Así que tenemos que matar al dragón!
—¿Y el tío Alex es el dragón? —Lo confirmo y ella asiente con los ojos muy
abiertos y solemne.
—Pero nosotras no tenemos que matarlo —explica sin aliento—. Si podemos
domesticarlo, él puede ser nuestra mascota.
Desde la mitad de debajo de una mesa donde se está defendiendo de la cría
de Nilsen una a la vez, me lanza una mirada abreviada de la cara de perrito
regañado.
—Está bien —le digo a Kat—. ¿Cuál es el plan?
La noche se mueve en alzas y bajas. Primero la hora del cóctel, luego la
cena, una miríada de pequeñas pizzas gourmet decoradas con queso de cabra y
rúcula, calabaza de verano y llovizna balsámica, cebolla roja en escabeche y coles
de bruselas asadas, y todo tipo de cosas que harían burla a los puristas de la pizza
como Rachel Krohn.
Nos sentamos en la mesa de los niños, que la esposa de Bryce, Ángela, me
agradece como un centenar de veces una vez que termina la comida. —Amo a mis
285
hijos, pero a veces solo quiero sentarme a cenar y hablar de algo que no sea Peppa
Pig.
—Eh —digo—. Principalmente hablamos de literatura rusa.
Ella golpea mi brazo más fuerte de lo que piensa cuando se ríe, luego agarra
a Bryce por el brazo y lo jala. —Cariño, tienes que escuchar lo que Poppy acaba de
decir.
Ella se cuelga de él, y él está un poco rígido, un Nilsen en el fondo, pero
también mantiene una mano en su espalda baja. No se ríe cuando Ángela me hace
repetirme, pero dice con su tono llano y sincero de Nilsen.
—Literatura Rusa. Eso es gracioso.
Antes de que se sirva el postre y el café, la hermana de Tham que esta
enormemente embarazada, con gemelos, se pone de pie y golpea con un tenedor
su vaso de agua, llamando la atención en la cabecera de la disposición de las
mesas.
—A nuestros padres no les gusta mucho hablar en público, así que acepté
dar un pequeño brindis esta noche.
Ya con los ojos llorosos, respira hondo. —¿Quién hubiera pensado que mi
molesto hermano pequeño se convertiría en mi mejor amigo? —Ella habla de la
infancia de ella y de Tham en el norte de California, sus peleas a gritos, la vez que
él tomó su auto sin preguntar y lo estrelló contra un poste telefónico. Y luego el
punto de inflexión, cuando ella y su primer marido se divorciaron, y Tham le pidió
que se mudara con él. Cuando ella lo atrapó llorando mientras miraba Sweet Home
Alabama57 y, después de burlarse de él apropiadamente, se hundió en el sofá para
ver el resto con él, hasta que ambos lloraron mientras se reían de sí mismos y
decidieron que tenían que salir en medio de la noche a tomar un helado.
—Cuando me casé de nuevo —dice—. Lo más difícil fue saber que
probablemente nunca volvería a vivir contigo. Y cuando tu empezaste a hablar de
David, me di cuenta de lo enamorado que estabas y tenía miedo de perder aún más
de ti, entonces yo conocí a David.
Hace una mueca que provoca risas, relajadas en el lado de la familia de Tham
y restringidas en el de David. —De inmediato supe que iba a tener otro mejor amigo.
No existe el matrimonio perfecto, pero todo lo que ustedes dos tocan se vuelve
hermoso y esto no será diferente.
57
Sweet Home Alabama, es una película estadounidense de 2002, dirigida por Andy Tennant. Protagonizada
por Reese Witherspoon, Josh Lucas y Patrick Dempsey.
286
Hay aplausos, abrazos y besos en las mejillas, y los meseros han comenzado
a salir de la cocina con el postre cuando, de repente, el Sr. Nilsen se pone de pie,
balanceándose torpemente, golpeando un cuchillo con su vaso de agua tan
ligeramente que bien podría ser una pantomima.
David se mueve en su asiento y los hombros de Alex se levantan
protectoramente mientras la atención se fija en su padre.
—Sí —dice Ed.
—Empezando fuerte —susurra Alex con fuerza. Aprieto su rodilla debajo de
la mesa y doblo mi mano con la suya.
Ed se quita las gafas, las sostiene a su lado y se aclara la garganta. —David
—dice, volviéndose hacia los novios—. Mi dulce niño. Sé que no siempre lo hemos
tenido fácil. Sé que tú no lo has hecho —agrega más tranquilamente—. Pero
siempre has sido una bola de luz, y… —Él exhala un suspiro. Traga algo de emoción
creciente y continúa—. No puedo atribuirme el mérito de cómo has resultado. No
siempre estuve ahí como debería haber estado. Pero tus hermanos hicieron un
trabajo increíble criándote y estoy orgulloso de ser tu padre. —Mira hacia el suelo,
recomponiéndose—. Estoy orgulloso de ver que te vas a casar con el hombre de
tus sueños. Tham, bienvenido a la familia.
Mientras los aplausos se extienden por la sala, David se acerca a su padre.
Le da la mano, luego se lo piensa mejor y le da un abrazo a Ed. Es breve e
incómodo, pero sucede y, a mi lado, Alex se relaja. Tal vez cuando termine esta
boda, todo vuelva a ser como era antes, pero tal vez ellos también cambien.
Después de todo, el Sr. Nilsen lleva un gran broche de orgullo gay. Tal vez
las cosas siempre puedan mejorar entre personas que quieren hacer un buen
trabajo amándose entre sí. Quizás eso es todo lo que se necesita.
Esa noche, cuando regresamos al hotel, Alex se da una ducha rápida
mientras yo hojeo los canales de la televisión, deteniéndome en una repetición de
Bachelor in paradise58. Cuando Alex sale del baño, se sube a la cama y me atrae
hacia él, y levanto mis brazos sobre mi cabeza para que pueda quitarme mi camiseta
holgada, sus manos se extienden por mis costillas, su boca deja caer besos por mi
estómago. —Pequeña luchadora —susurra contra mi piel.
58
Bachelor in Paradise, es una serie de televisión de competencia de telerrealidad al estilo de
eliminación estadounidense, que se estrenó el 4 de agosto de 2014 en ABC.
287
Esta vez todo es diferente entre nosotros. Más suave, más gentil, más lento.
Nos tomamos nuestro tiempo, no decimos nada que no se pueda decir con las
manos, la boca y las extremidades.
Te amo, me dice de una docena de formas diferentes, y yo lo respondo cada
vez.
Cuando terminamos, nos acostamos juntos, enredados y empapados de
sudor, respirando profundo y tranquilo. Si habláramos, uno de nosotros tendría que
decir mañana es el último día de este viaje. Tendríamos que decir y ahora que, y
todavía no hay respuesta para eso.
Entonces no hablamos. Nos quedamos dormidos juntos, y por la mañana,
cuando Alex regresa de su carrera con dos tazas de café y un trozo de pastel de
café, nos besamos un poco más, esta vez con furia, como si la habitación estuviera
en llamas y esto fuera la mejor forma de apagarlo. Luego, cuando tenemos que
hacerlo, cuando se nos acaba el tiempo, nos relajamos para prepararnos para la
boda.
La propiedad es una casa de estilo español con puertas de hierro forjado y
un exuberante jardín. Palmeras y columnas y largas mesas de madera oscura con
sillas de respaldo alto talladas a mano. Sus arreglos florales son todos de color
amarillo vibrante, girasoles y margaritas y delicadas ramitas de diminutas flores
silvestres, y un cuarteto de cuerdas vestidos de blanco tocan algo soñador y
romántico cuando los invitados ingresan al recinto.
Más sillas de respaldo alto están alineadas en un tramo de césped
ininterrumpido, una explosión de flores amarillas se alinea en el pasillo entre ellas.
La ceremonia es corta y dulce porque, en palabras de David, mientras caminan por
el pasillo hacia una versión animada y de cuerdas de “Here Comes the Sun”. —¡Es
tiempo de festejar!
El día pasa con fuerza y un dolor se instala debajo de mis clavículas que
parece profundizarse con el crepúsculo. Es como si estuviera experimentando toda
la noche dos veces, dos versiones del mismo rollo de película que se reproducen
ligeramente superpuestas.
Ahí está, el yo que está aquí ahora, comiendo una increíble comida
vietnamita de siete platos. El mismo que persigue a los niños alrededor de las
piernas de adultos ajenos, jugando al escondite con ellos y Alex debajo de las
mesas. El mismo que bebe margaritas en la pista de baile con Alex mientras “Pour
Some Sugar on Me” suena a todo volumen y gotas de sudor y champán se esparcen
sobre la multitud.
288
El mismo que lo está acercando cuando llegan los The Flamingos, tocando
“I Only Have Eyes for You”, y que entierra mi cara en su cuello, tratando de
memorizar su olor más a fondo de lo que los últimos doce años me han permitido,
para poder invocarlo a voluntad, y todo lo relacionado con esta noche volverá
rápidamente, su mano apretada en mi cintura, su boca entreabierta contra mi sien,
sus caderas apenas balanceándose mientras nos abrazamos.
Ahí está esa Poppy, que lo está experimentando todo y tiene la noche más
mágica de su vida. Y luego está la que ya se lo está perdiendo, que está viendo
todo esto suceder desde algún punto en la distancia, sabiendo que nunca podré
volver y hacerlo todo de nuevo.
Tengo demasiado miedo de preguntarle a Alex qué viene después. Tengo
demasiado miedo de preguntarme eso. Nos amamos. Nos queremos el uno al otro.
Pero eso no ha cambiado el resto de nuestra situación.
Así que sigo aferrándome a él y me digo a mí mismo que, por ahora, debería
disfrutar este momento. Estoy de vacaciones. Las vacaciones siempre terminan.
Es el hecho de que sea finito lo que hace que viajar sea especial. Podrías
mudarte a cualquiera de esos destinos que te encantaron en pequeñas dosis, y no
serían los fascinantes siete días que te cambiaron la vida que pasaste allí como
invitado, dejando un lugar en tu corazón por completo, dejando que te cambie.
La canción termina.
El baile termina.
No mucho después de eso, se encienden bengalas en un largo túnel de
personas que aman a David y Tham, y luego corren a través de él, sus rostros
inundados de luz cálida y amor profundo, y luego, como si fuera una persona que
se va a dormir, la noche termina.
Alex y yo nos despedimos, lo suficientemente sueltos de una noche de bebida
y baile como para abrazar a decenas de personas que eran perfectos desconocidos
hace horas. Conducimos a casa en silencio, y cuando llegamos, Alex no se ducha,
ni siquiera se desnuda. Simplemente nos metemos en la cama y nos abrazamos
hasta que nos dormimos.
La mañana es mejor
Por un lado, los dos nos olvidamos de poner las alarmas y nos levantamos lo
suficientemente tarde como para que ni siquiera el despertador interno de Alex nos
289
despierte a tiempo para holgazanear por el hotel. Llegamos tarde desde el momento
en que abrimos los ojos, y no hay nada más que hacer que tirar la ropa en bolsas,
revisar debajo de las camas para ver si hay calcetines y sujetadores caídos y
cualquier otra cosa.
—¡Todavía tenemos que recuperar el Aspire! — Alex se da cuenta en voz
alta mientras cierra la cremallera de su equipaje.
—¡En eso! —digo—. Si puedo ponerme en contacto con la propietaria, tal vez
nos deje dejarlo en el aeropuerto y le paguemos cincuenta dólares más o algo así.
Pero no la conseguimos, así que estamos gritando por la autopista, cruzando
los dedos para llegar al aeropuerto a tiempo.
—Realmente lamento no haberme duchado ahora —dice Alex mientras baja
la ventanilla y se pasa la mano por el cabello sucio.
—¿Ducharse? —digo—. Cuando me estaba quedando dormida, tuve el
pensamiento, tengo que orinar, pero lo aguantaré hasta la mañana.
Alex mira por encima del hombro. —Estoy seguro de que dejaste una taza
vacía aquí en algún momento de esta semana, si las cosas se ponen desesperadas.
—¡Desagradable! —digo, pero tiene razón. Hay una debajo de mi pie y otro
en el portavaso del asiento trasero—. Esperemos que no llegue a eso. No soy una
buena tiradora.
Se ríe, pero es distante. —No es así como me imaginaba que iba a ir este
día.
—Yo tampoco —digo—. Pero, de nuevo, todo el viaje fue algo sorprendente.
Ante eso, sonríe, agarra mi mano contra la palanca de cambios y se la lleva
a los labios unos segundos después, sosteniéndola allí, pero sin besarla del todo.
—¿Qué, estoy pegajosa? —pregunto.
El niega con la cabeza. —Solo quiero recordar cómo se siente tu piel.
—Eso es muy dulce, Alex —le digo—. Y no es algo que diría un asesino en
serie.
Me estoy desviando, pero no estoy segura de cómo manejar esto. Una
carrera loca, juntos, al aeropuerto. Un adiós apresurado a nuestras puertas, o tal
vez simplemente separarse y correr en direcciones opuestas. Es la antítesis exacta
de todas las películas de comedia romántica que he amado, y si me permito pensar
en ello, creo que podría tener un ataque de pánico en toda regla.
290
Por un milagro y una buena cantidad de exceso de velocidad, y sí,
sobornando a un conductor de Uber para que pase por algunas luces amarillas
tardías después de dejar el Aspire, llegamos al aeropuerto y nos registramos en
nuestros vuelos. El mío sale quince minutos después de Alex, así que nos dirigimos
a su puerta primero, desviándonos para comprar un par de barras de granola y el
último número de R+R de una librería en la terminal.
Llegamos a su puerta justo cuando comienza el abordaje, pero tenemos unos
minutos hasta que llamen a su grupo, así que nos quedamos allí, jadeando,
sudorosos, con los hombros doloridos por llevar nuestras maletas, Mi tobillo se
raspo por golpearlo accidentalmente con la funda rígida de mi bolsa de mano cada
pocos pasos.
—¿Por qué los aeropuertos están tan calientes? —dice Alex.
—¿Es esta la configuración para una broma? —pregunto.
—No, realmente quiero saber.
—Comparado con el apartamento de Nikolai, esto es el ártico, Alex.
Su sonrisa es tensa. Ninguno de los dos lo está manejando bien.
—Entonces —dice.
—Entonces.
—¿Cómo crees que va a ir este artículo con Swapna? ¿Jardines que cierran
a la mitad del día y carruseles tan calientes que no son seguros para montar?
—Oh. Bien —toso— Me avergüenza menos haberle mentido a Alex sobre
este viaje que el hecho de que me olvidé de mencionarlo hasta ahora, y me veo
obligada a utilizar varios de nuestros últimos preciosos momentos juntos para
explicarlo—. Así que R + R puede que no haya aprobado técnicamente este viaje.
Arquea una ceja. —¿Puede que no?
—O puede haberlo rechazado rotundamente.
—¿Qué, en serio? Entonces, ¿por qué estaban pagando por…? — Se
interrumpe cuando lee la respuesta en mi cara—. Poppy. No deberías haberlo
hecho. O deberías habérmelo dicho.
—¿Habrías hecho este viaje si supieras que lo estaba pagando?
—Por supuesto que no —dice.
—Exactamente —digo—. Y necesitaba hablar contigo. Quiero decir,
obviamente necesitábamos hablar.
291
—Podrías haberme llamado —razona—. Nos volvimos a enviar mensajes de
texto. Estábamos… No sé, trabajando en eso.
—Lo sé —digo—. Pero no fue tan simple. Lo estaba pasando mal en el
trabajo, simplemente tenía una sensación por todo el asunto, perdida y aburrida, y
como ni siquiera supiera lo que quiero a continuación en mi vida, y luego hablé con
Rachel, y ella señaló que, en cierto modo, habría conseguido todo lo que quería
profesionalmente, y tal vez solo necesitaba encontrar algo nuevo que querer, y
luego pensé en la última vez que fui feliz y…
—¿De qué estás hablando? —Alex dice, sacudiendo la cabeza—. Rachel te
dijo… ¿Qué me engañaras para que me vaya de viaje contigo?
—¡No! —digo, el pánico se retuerce en mis entrañas ¿Cómo es que esto se
descarrilo tan rápido? —. ¡Eso no! Su madre es terapeuta y, según ella, es común
estar deprimido cuando has cumplido todas tus metas a largo plazo. Porque
necesitamos un propósito. Y luego Rachel sugirió que tal vez solo necesitaba
tomarme un descanso de la vida y dejarme descubrir lo que quiero.
—Un descanso de la vida —dice Alex en voz baja, su boca se afloja, sus ojos
oscuros y tormentosos.
Es obvio de inmediato que he dicho algo incorrecto. Todo esto está saliendo
tan mal. Tengo que arreglarlo. —Solo quiero decir, que no había sido feliz desde
nuestro último viaje.
—Entonces me mentiste para que hiciera un viaje contigo, y luego tuviste
sexo conmigo, y me dijiste que me amabas y viniste a la boda de mi hermano,
porque necesitabas un descanso de tu vida real.
—Alex, por supuesto no —digo, acercándome a él.
Se aparta de mí con los ojos bajos. —Por favor, no me toques ahora mismo,
Poppy. Estoy tratando de pensar, ¿de acuerdo?
—¿Pensar en qué? —pregunto, la emoción espesa mi voz. No entiendo qué
está pasando, cómo lo he lastimado o cómo solucionarlo—. ¿Por qué estás tan
molesto en este momento?
—¡Porque lo decía en serio! —dice, finalmente mirándome a los ojos.
Un pulso de dolor se dispara a través de mi estómago. —¡Yo también! —
Lloro.
—Lo decía en serio, y sabías que lo decía en serio —dice—. No fue un
impulso. Durante años supe que te amaba, lo pensé desde todos los ángulos y supe
lo que quería antes de besarte. Estuvimos dos años sin hablar, y pensé en ti todos
292
los días y te di el espacio que pensé que querías, y todo ese tiempo me pregunté
qué estaría dispuesto a hacer, a rendirme, si decidieras que querías estar conmigo
también. Pasé todo ese tiempo alternando entre intentar seguir adelante y dejarte
ir, para que pudieras ser feliz, y mirar ofertas de trabajo y apartamentos cerca de ti,
por si acaso.
—Alex —Niego con la cabeza, fuerzo las palabras a pasar el nudo en mi
garganta— No tenía ni idea.
—Lo sé. —Se frota la frente mientras cierra los ojos—. Yo sé eso. Y tal vez
debería habértelo dicho. Pero, joder, Poppy, no soy un taxista acuático que
conociste en vacaciones.
—¿Qué se supone que quiere decir? —solicito. Cuando abre los ojos, están
tan llorosos que empiezo a alcanzarlo de nuevo hasta que recuerdo lo que dijo, por
favor no me toques ahora mismo.
—No soy unas vacaciones de tu vida real —dice—. No soy una experiencia
novedosa. Soy alguien que ha estado enamorado de ti durante una década, y nunca
debiste haberme besado si no lo hubieras sabido que querías esto, todo el tiempo.
No fue justo.
—Yo quiero esto —digo, pero incluso mientras lo digo, una parte de mí no
tiene idea de lo que eso significa.
¿Quiero casarme?
¿Quiero tener hijos?
¿Quiero vivir en un piso de los años setenta en Linfield, Ohio?
¿Quiero alguna de las cosas que Alex anhela para su vida?
No he pensado en nada de eso y Alex se da cuenta.
—No lo sabes —dice Alex—. Dijiste que no lo sabes, Poppy. No puedo dejar
mi trabajo, mi casa y mi familia solo para ver si eso cura tu aburrimiento.
—No te pedí que hicieras eso, Alex —le digo, sintiéndome desesperada,
como si estuviera luchando por agarrarme y dándome cuenta de que todo debajo
de mí está hecho de arena. Se está escapando de mi agarre por última vez, y no
habrá forma de volver a poner todo esto en forma.
—Lo sé —dice, frotando las líneas de su frente, haciendo una mueca—. Dios,
lo sé. Es mi culpa. Debería haber sabido que esto era una mala idea.
293
—Detente —le digo, con tantas ganas de tocarlo, dolorida por tener que
conformarme con apretar mis manos en puños—. No digas eso. Estoy resolviendo
las cosas, ¿de acuerdo? Yo solo… Necesito resolver algunas cosas.
El agente de la puerta llama al grupo seis para que comience a abordar y los
últimos rezagados se alinean.
—Tengo que irme —dice, sin mirarme.
Mis ojos se llenan de lágrimas, mi piel está caliente y me pica como si mi
cuerpo se encogiera alrededor de mis huesos, volviéndose demasiado tenso para
soportarlo.
—Te amo, Alex —digo—. ¿Eso no importa?
Sus ojos miraran, oscuros, insondables, llenos de dolor y deseo. —Yo
también te amo, Poppy —dice—. Ese nunca ha sido nuestro problema. —Mira por
encima del hombro. La línea casi ha desaparecido.
—Podemos hablar de esto cuando estemos en casa —digo—. Podemos
resolverlo.
Cuando Alex me mira, su rostro está angustiado, sus ojos enrojecidos. —
Mira.. —dice suavemente—. No creo que debamos hablar por un tiempo.
Niego con la cabeza. —Eso es lo último que debemos hacer, Alex. Tenemos
que resolver esto.
—Poppy —Coge mi mano y la toma suavemente entre las suyas—. Sé lo que
quiero. Tú necesitas resolver esto. Haría cualquier cosa por ti, pero, por favor, no
me lo pidas si no estás segura. Pero... —Traga saliva. La línea se ha ido. Es hora
de que se vaya. Obliga al resto con un ronco murmullo—. No puedo ser un descanso
de tu vida real, y no seré lo que te impida tener lo que quieres.
Su nombre se atora en mi garganta. Se inclina un poco, apoyando su frente
contra la mía, y cierro los ojos. Cuando los abro, él camina hacia el puente de los
aviones sin mirar atrás.
Respiro hondo, recojo mis cosas y me dirijo a mi puerta.mCuando me siento
a esperar y aprieto mis rodillas contra mi pecho, escondiendo mi rostro contra ellas,
finalmente me permito llorar libremente.
Por primera vez en mi vida, el aeropuerto me parece el lugar más solitario del
mundo.Toda esa gente, separándose, yendo en sus propias direcciones, cruzando
caminos con cientos de personas, pero nunca conectándose.
294
Hace Dos Veranos
Un caballero mayor viaja con nosotros a Croacia como el fotógrafo oficial de
R+R.
Bernard. Es muy hablador, siempre lleva un chaleco de lana y a menudo se
interpone entre Alex y yo sin notar las miradas divertidas que intercambiamos sobre
la cabeza calva de Bernard. (Es más bajo que yo, aunque a lo largo del viaje nos
dice a menudo que en sus mejores tiempos medía 1,65 m).
Juntos, los tres vemos la antigua ciudad de Dubrovnik, el casco antiguo, con
sus altas murallas de piedra y sus sinuosas calles, y más allá, las playas rocosas y
las prístinas aguas turquesas del Adriático.
Los otros fotógrafos con los que he viajado han sido todos bastante
independientes, pero Bernard es un viudo reciente, no está acostumbrado a vivir
solo. Es un tipo simpático, pero interminablemente sociable y hablador, y a lo largo
de nuestro tiempo en la ciudad, observo cómo agota a Alex, hasta que todas las
preguntas de Bernard son respondidas con monosílabos. Bernard no se da cuenta;
normalmente sus preguntas son meros trampolines para historias que le gustaría
compartir.
Las historias implican muchos nombres y fechas, y se toma mucho tiempo
para asegurarse de que acierta en cada una de ellas, a veces repitiendo cuatro o
cinco veces hasta que está seguro de que este suceso ocurrió un miércoles y no,
como pensó al principio, un jueves.
Desde la ciudad, tomamos un ferry abarrotado hasta Korčula, una isla frente
a la costa. R+R nos ha reservado dos habitaciones de hotel tipo apartamento con
vistas al agua. De alguna manera, a Bernard se le mete en la cabeza que él y Alex
compartirán una de ellas, lo que no tiene sentido, ya que él es un empleado de R+R,
que obviamente debería tener su propio alojamiento, mientras que Alex es mi
invitado.
Intentamos decírselo.
295
—Oh, no me importa —dice—. Además, tengo dos habitaciones por
accidente.
Es una causa perdida intentar convencerle de que esa habitación debía ser
la de Alex y la mía, por eso los dos dormitorios, y sinceramente, creo que ambos
sentimos demasiada simpatía por Bernard como para insistir en el asunto. Los
apartamentos en sí son elegantes y modernos, todos blancos y acero inoxidable
con balcones con vistas al agua brillante, pero las paredes son finas como el papel,
y cada mañana me despierto con el sonido de tres niños pequeños corriendo y
gritando en el apartamento de arriba. Además, algo se ha muerto en la pared detrás
de la secadora en el armario de la lavandería, y cada día que llamo a la recepción
para decirles, envían a un adolescente para que haga algo con el olor mientras estoy
fuera. Estoy bastante segura de que se limita a abrir todas las ventanas y a rociar
con Lysol todo el lugar, porque el dulce aroma a limón al que vuelvo se desvanece
cada noche a medida que el olor a animal muerto vuelve a sustituirlo.
Esperaba que estas fueran las mejores vacaciones de todas las que hemos
tomado.
Pero, aparte del olor a muerte y los chillidos de los bebés al amanecer, está
el hecho de Bernard. Después de la Toscana, sin hablar de ello, Alex y yo dimos un
paso atrás en nuestra amistad. En lugar de mensajes diarios, empezamos a
ponernos al día cada dos semanas. Habría sido demasiado fácil volver a cómo eran
las cosas entonces, pero no podía hacer eso, ni a él ni a Trey.
En lugar de eso, me dediqué a trabajar, haciendo todos los viajes que se
presentaban, a veces uno detrás de otro. Al principio, Trey y yo éramos más felices
que nunca, pues era allí donde prosperábamos: a caballo y a lomos de un camello,
caminando por volcanes y saltando por cascadas. Pero, con el tiempo, nuestras
interminables vacaciones empezaron a parecerse a una huida, como si fuéramos
dos ladrones de bancos sacando lo mejor de una mala situación mientras
esperábamos a que el FBI se acercara.
Empezamos a discutir. Él quería levantarse temprano y yo me quedaba
dormida. Yo caminaba demasiado despacio y él se reía demasiado fuerte. Me
molestaba cómo coqueteaba con nuestra camarera, y él no soportaba que yo tuviera
que recorrer cada pasillo de cada tienda idéntica que pasábamos.
Nos quedaba una semana de viaje a Nueva Zelanda cuando nos dimos
cuenta de que habíamos seguido nuestro recorrido.
—Ya no nos divertimos —dijo Trey.
296
Me puse a reír de alivio. Nos separamos como amigos. No lloré. Los últimos
seis meses habían sido un lento desenredo de nuestras vidas. La ruptura fue sólo
el corte de una última cuerda.
Cuando le envié un mensaje a Alex para contárselo, me dijo: ¿Qué ha
pasado? ¿Estás bien?
Será más fácil explicarlo en persona, escribí, con el corazón en vilo.
Es justo, dijo.
Unas semanas más tarde, también por mensaje, me dijo que él y Sarah
habían vuelto a romper.
No lo había visto venir: Se habían mudado juntos a Linfield cuando él terminó
su doctorado, incluso trabajaban en la misma escuela, un milagro tan profundo que
parecía la aprobación expresa del universo a su relación y por todo lo que Alex me
había contado, habían estado mejor que nunca. Más felices. Todo era tan natural
para ellos. A menos que mantuviera sus problemas en privado, lo que tendría mucho
sentido.
¿Quieres hablar? pregunté, sintiéndome a la vez aterrorizada y llena de
adrenalina.
Como has dicho, ha respondido, probablemente sea más fácil de explicar
en persona.
Llevaba dos meses y medio esperando para tener esa conversación.
Extrañaba mucho a Alex, y por fin no había nada que nos impidiera hablar con
franqueza, ninguna razón para contenernos o andar de puntillas el uno con el otro
o intentar no tocarnos.
Excepto por Bernard.
Navega con nosotros en kayak al atardecer. Nos acompaña en nuestro
recorrido por las bodegas familiares reunidas en el interior. Nos acompaña en las
cenas de marisco cada noche. Sugiere una copa después. Nunca se cansa.
Bernard, Alex susurra una noche, podría ser Dios, y yo resoplo en mi vino blanco.
—¿Alergias? —Bernard dice—. Puedes usar mi pañuelo. —Entonces me
pasa un pañuelo bordado de verdad.
Me gustaría que Bernard hiciera algo horrible, como usar el hilo dental en la
mesa, o cualquier cosa que me diera valor para exigir una hora de espacio y
privacidad.
Este es el más hermoso y peor viaje que Alex y yo hemos hecho.
297
En nuestra última noche, los tres nos emborrachamos en un restaurante con
vistas al mar, viendo cómo se funden los rosas y los dorados del sol a través de
todo hasta que el agua es una sábana de luz, sustituida gradualmente por un manto
de color púrpura intenso. De vuelta al complejo, el cielo se oscureció y nos
separamos, agotados en más de un sentido y cargados de vino.
Quince minutos más tarde, oigo un ligero golpe en mi puerta. Abro en pijama
y me encuentro con Alex de pie, sonriendo y sonrojado. —¡Bueno, esto es una
sorpresa! —digo, arrastrando un poco las palabras.
—¿En serio? —dice Alex—. Con la forma en que estabas dándole alcohol a
Bernard, pensé que esto era parte de algún plan malvado.
—¿Está desmayado? —pregunto.
—Roncando tan jodidamente fuerte —dice Alex, y mientras los dos
empezamos a reír, me presiona con el índice en los labios—. Shhh —me advierte
—he intentado infiltrarme aquí las dos últimas noches - y se despertó y salió de su
habitación- antes de que yo llegara a la puerta. Pensé en empezar a fumar sólo para
tener una excusa férrea.
Más risas burbujean a través de mí, calentando mis entrañas, burbujeando a
través de ellas. —¿De verdad crees que te habría seguido? —susurro, con su dedo
aún pegado a mis labios.
—No estaba dispuesto a correr ese riesgo. —Al otro lado de la pared, oímos
un ronquido miserable, y empiezo a reírme tan fuerte que mis piernas se vuelven
acuosas y me hundo en el suelo. Alex también lo hace.
Caemos en un montón, una maraña de miembros y risas silenciosas y
temblorosas. Golpeo inútilmente su brazo mientras otro horrible ronquido ruge a
través de la pared.
—Te he extrañado —dice Alex a través de una sonrisa mientras las risas se
van apagando.
—Yo también —digo, con las mejillas doloridas. Me aparta el cabello de la
cara, la estática haciendo que algunos mechones bailen alrededor de su mano—.
Pero al menos ahora tengo tres de ti. —Le agarro la muñeca para estabilizarme y
cierro un ojo para verlo mejor.
—¿Demasiado vino? —bromea, deslizando su mano alrededor de mi cuello.
—No —digo— sólo lo suficiente para noquear a Bernard. La cantidad
perfecta. —La cabeza me da vueltas y siento la piel caliente bajo la mano de Alex,
298
con anillos de calor satisfactorio que extendiéndose hasta los dedos de los pies—.
Esto debe ser lo que se siente al ser un gato —tarareo.
Se ríe. —¿Cómo es eso?
—Ya sabes. —Muevo la cabeza de un lado a otro, apoyando mi cuello en su
palma—. Sólo... —Me quedo sin palabras, demasiado satisfecha para continuar.
Sus dedos entran y salen de mi piel, tirando ligeramente de mi cabello, y suspiro de
placer mientras me hundo contra él, mi mano se posa en su pecho mientras mi
frente se apoya en la suya.
Pone su mano sobre la mía, y yo encajo mis dedos en ella mientras inclino
mi cara hacia la suya, nuestras narices se rozan. Su barbilla se levanta, sus dedos
rozan mi mandíbula. Lo siguiente que sé es que me está besando.
Estoy besando a Alex Nilsen.
Un cálido y lento trago de un beso. Los dos casi nos reímos al principio, como
si todo esto fuera una broma muy divertida. Entonces, su lengua barre mi labio
inferior, un roce de calor ardiente. Sus dientes lo atrapan brevemente a
continuación, y ya no hay más risas.
Mis manos se deslizan por su cabello y él me atrae hacia su regazo, sus
manos suben por mi espalda y bajan de nuevo para apretarme las caderas. Mi
respiración se agita y se acelera cuando su boca vuelve a abrir la mía, su lengua
penetra más profundamente, su sabor es dulce, limpio y embriagador.
Somos manos frenéticas y dientes afilados, telas arrancadas de la piel y uñas
que se clavan en los músculos. Probablemente Bernard sigue roncando, pero no lo
oigo por encima de la respiración deliciosamente superficial de Alex o su voz en mi
oído, diciendo mi nombre como una maldición, ni de los latidos de mi corazón que
se desbocan en mis tímpanos mientras balanceo mis caderas contra las suyas.
Todas esas cosas que no llegamos a decir ya no importan porque, realmente,
esto es lo que necesitábamos. Necesito más de él. Busco su cinturón —porque lleva
un cinturón, claro que lleva un cinturón—, pero me toma la muñeca y se echa hacia
atrás, con los labios picados y el cabello revuelto, todo él desordenado de una forma
completamente desconocida y extremadamente atractiva.
—No podemos hacer esto —dice, con la voz gruesa.
—¿No podemos? —Parar se siente como chocar con una pared. Como si
hubiera pequeños pájaros de dibujos animados girando aturdidamente alrededor de
mi cabeza mientras intento dar sentido a lo que está diciendo.
—No deberíamos —corrige Alex—. Estamos borrachos.
299
—¿No estamos demasiado borrachos para besarnos pero sí para dormir
juntos? —digo, casi riendo por lo absurdo, o por la decepción.
Alex tuerce la boca. —No —dice— quiero decir que no debería haber ocurrido
en absoluto. Los dos hemos estado bebiendo y no pensamos con claridad...
—Mm-hm. —Me alejo de él y me aliso la camiseta del pijama. Mi vergüenza
es total, un golpe en las tripas que hace que me lloren los ojos. Me levanto del suelo
y Alex me sigue—. Tienes razón —digo—. Fue una mala idea.
Alex se ve miserable. —Sólo quiero decir...
—Lo entiendo —digo rápidamente, tratando de tapar el agujero antes de que
el barco pueda hacer más agua. Fue un error ir allí, arriesgarme a esto. Pero
necesito convencerle de que todo está bien, de que no hemos echado gasolina a
nuestra amistad y encendido una cerilla—. No hagamos de esto un gran problema,
no lo es —continúo, con mi convicción—. Es como dijiste: cada uno de nosotros
tenía como tres botellas de vino. No estábamos pensando con claridad. Haremos
como si no hubiera pasado, ¿bien?
Me mira fijamente, con una expresión tensa que no puedo leer. —¿Crees que
puedes hacerlo?
—Alex, por supuesto —digo—. Tenemos mucha más historia que una noche
de borrachera.
—De acuerdo. —Asiente con la cabeza—. De acuerdo. —Tras un rato de
silencio, dice—: Debería irme a la cama. —Me estudia durante otro rato, luego
murmura—, Buenas noches —y sale por la puerta.
Después de unos minutos de caminar mortificada, me arrastro a la cama,
donde cada vez que empiezo a quedarme dormida, todo el encuentro se repite en
mi mente: la insoportable excitación de besarlo y la aún más insoportable
humillación de nuestra conversación.
Por la mañana, cuando me despierto, hay un momento de felicidad en el que
creo que lo he soñado todo. Luego me tropiezo con el espejo del baño y veo un
buen chupón en el cuello, y el ciclo de recuerdos vuelve a empezar.
Decido no sacar el tema cuando lo veo. Lo mejor que puedo hacer es fingir
que realmente he olvidado lo que pasó. Para demostrar que estoy bien y nada tiene
que cambiar entre nosotros.
Cuando llegamos al aeropuerto —Bernard, Alex y yo— y Bernard se aleja
para ir al baño, tenemos nuestro primer minuto a solas del día.
300
Alex tose. —Siento lo de anoche. Sé que empecé todo y que no debería
haber pasado así.
—En serio —digo—. No es un gran problema.
—Sé que no has superado lo de Trey —murmura, apartando la mirada—. No
debería haber...
¿Mejoraría o empeoraría las cosas admitir lo poco que se me pasó por la
cabeza Trey durante las semanas anteriores a este viaje? ¿Que la última noche no
había pensado en nadie más que en Alex?
—No es tu culpa —prometo—. Los dos dejamos que pasara, y no tiene que
significar nada, Alex. Sólo somos dos amigos que se besaron una vez estando
borrachos.
Me estudia durante unos segundos. —Está bien. —No parece que esté bien.
Parece que preferiría estar en una convención de saxofón con un gran número de
asesinos en serie ahora mismo.
Mi corazón se aprieta dolorosamente. —¿Entonces estamos bien? —digo,
deseando que sea así.
Bernard reaparece entonces con una historia sobre un baño de aeropuerto
muy empapelado con papel higiénico que visitó una vez —el domingo del Día de la
Madre, para los que quieran la fecha exacta— y Alex y yo apenas nos miramos.
Cuando llego a casa, algo me impide enviarle un mensaje.
Me enviará un mensaje de texto, pienso. Entonces sabré que estamos bien.
Después de una semana de silencio, le envío un mensaje casual sobre una
camiseta graciosa que veo en el metro, y me contesta ha pero nada más. Dos
semanas más tarde, cuando le pregunto: ¿Estás bien? se limita a responder: Lo
siento. He estado muy ocupado. ¿Estás bien?
Seguro, digo yo.
Alex se mantiene ocupado. Yo también me mantengo ocupada, y eso es todo.
Siempre supe que había una razón para mantener un límite. Nos habíamos
dejado llevar por nuestra libido y ahora no podía ni mirarme, ni devolverme el
mensaje.
Diez años de amistad tirados por el desagüe sólo para poder saber a qué
sabe Alex Nilsen.
301
Este Verano
No puedo dejar de pensar en ese primer beso. No nuestro primer beso en el
balcón de Nikolai, sino el de hace dos años, en Croacia. Todo este tiempo, ese
recuerdo se ha visto de una manera en mi mente, pero ahora se ve completamente
diferente.
Había pensado que se arrepentía de lo que había pasado. Ahora entendía
que se arrepentía de cómo había sucedido. En un capricho de borracho, cuando no
podía estar seguro de mis intenciones. Cuando yo no estaba segura de mis
intenciones. Él había temido que no hubiera significado nada, y entonces yo había
fingido que no lo había hecho.
Todo este tiempo había pensado que me había rechazado. Y él había
pensado que yo había sido arrogante con él y su corazón. Me dolía pensar en cómo
le había hecho daño, y lo peor de todo es que tal vez tenía razón.
Porque aunque ese beso no hubiera significado nada para mí, tampoco lo
había pensado bien. No la primera vez, y tampoco esta vez. No como Alex.
—¿Poppy? —Dice Swapna, asomándose a mi cubículo—. ¿Tienes un
momento?
Llevo más de cuarenta y cinco minutos en mi mesa, mirando esta página web
sobre turismo en Siberia. Resulta que Siberia es realmente hermosa. Perfecta para
un exilio autoimpuesto, si es que uno necesita algo así. Minimizo el sitio. —Um,
claro.
Swapna mira por encima de su hombro, comprobando quién más está hoy,
parado en sus escritorios. —En realidad, ¿te gustaría dar un paseo?
Han pasado dos semanas desde que volví de Palm Springs, y técnicamente
es demasiado pronto para el tiempo otoñal, pero hoy tenemos un brote aleatorio de
él en Nueva York. Swapna toma su abrigo de Burberry y yo mi abrigo vintage de
espiga y nos dirigimos a la cafetería de la esquina.
—Así que —dice ella—. No puedo dejar de notar que has estado deprimida.
302
—Oh. —Pensé que había estado haciendo un buen trabajo ocultando cómo
me sentía. Por un lado, he estado haciendo ejercicio durante unas cuatro horas por
noche, lo que significa que duermo como un bebé, me despierto todavía agotada y
paso los días sin demasiada capacidad mental para preguntarme cuándo contestará
Alex a una de mis llamadas o me devolverá la llamada.
O por qué este trabajo se siente tan agotador como el de camarera en Ohio.
Ya no puedo hacer que nada sume como debería. Todo el día me oigo decir esta
misma frase, como si estuviera desesperada por sacarla de mi cuerpo, aunque me
sienta incapaz: Lo estoy pasando mal.
Por muy suave que sea esa afirmación —tan suave como que no puedo evitar
darme cuenta de que has estado en un embudo— se me clava en el centro cada
vez que la oigo.
Lo estoy pasando mal, pienso desesperadamente mil veces al día, y cuando
intento indagar para obtener más información ¿Un momento difícil con qué? la voz
responde: Todo.
Me siento insuficiente como adulta. Miro a mi alrededor en la oficina y veo a
todo el mundo tecleando, atendiendo llamadas, haciendo reservas, editando
documentos, y sé que todos están lidiando al menos con lo mismo que yo, lo que
sólo me hace sentir peor por lo duro que me parece todo.
Vivir, ser responsable de mí misma, parece un reto insuperable últimamente.
A veces me levanto del sofá, meto comida congelada en el microondas y,
mientras espero a que suene el temporizador, pienso que tendré que volver a hacer
esto mañana y al día siguiente y al día siguiente. Todos los días, durante el resto de
mi vida, voy a tener que averiguar qué comer y prepararlo para mí, sin importar lo
mal que me sienta o lo cansada que esté, o lo horrible que sea el martilleo en mi
cabeza. Aunque tenga ciento dos grados de fiebre, tendré que levantarme y
preparar una comida muy mediocre para seguir viviendo.
No le digo nada de esto a Swapna, porque (a) es mi jefa, (b) no sé si podría
traducir alguno de estos pensamientos en palabras habladas, y (c) aunque pudiera,
sería humillante admitir que me siento exactamente como ese estereotipo millennial
incapaz, perdida y melancólica contra el que el mundo es tan aficionado a
despotricar.
—Supongo que he estado un poco decaída —es lo que digo—. No me di
cuenta de que estaba afectando a mi trabajo. Lo haré mejor.
Swapna deja de caminar, se pone sus altísimos Louboutins y frunce el ceño.
—No se trata sólo del trabajo, Poppy. He invertido personalmente en ser tu mentora.
303
—Lo sé —digo—. Eres una jefa increíble, y me siento muy afortunada.
—Tampoco se trata de eso —dice Swapna, un poco impaciente—. Lo que
digo es que, por supuesto, no estás obligada a hablar conmigo de lo que te pasa,
pero creo que te ayudaría hablar con alguien. Trabajar por tus objetivos puede ser
muy solitario, y el agotamiento profesional es siempre un reto. He pasado por ello,
créeme.
Me muevo ansiosamente sobre mis pies. Aunque Swapna ha sido una
mentora para mí, nunca hemos hablado de nada personal, y no sé qué decir.
—No sé qué me pasa —admito.
Sé que mi corazón se rompe al pensar que no tengo a Alex en mi vida.
Sé que me gustaría poder verlo todos los días, y no hay una parte de mí que
se imagine qué más podría haber ahí fuera, a quién podría perderme de conocer y
amar si estuviéramos realmente juntos.
Sé que la idea de una vida en Linfield me aterroriza.
Sé que he trabajado muy duro para ser esta persona —independiente, que
ha viajado mucho, que ha tenido éxito— y no sé quién soy si dejo pasar eso.
Sé que todavía no hay otro trabajo que me llame, la respuesta obvia a mi
infelicidad, y que este, que ha sido increíble durante buena parte de los últimos
cuatro años y medio, últimamente sólo me deja cansado.
Y todo eso se suma a no tener ni puta idea de a dónde voy ahora, y por lo
tanto no tengo ningún derecho real a llamar a Alex, por lo que finalmente he dejado
de intentarlo por el momento.
—Agotamiento profesional —digo en voz alta—. Eso es algo que pasa, ¿no?
Swapna sonríe. —Para mí, hasta ahora, siempre ha sido así. —Busca en su
bolsillo y saca una pequeña tarjeta de visita blanca—. Pero, como he dicho, ayuda
hablar con alguien. —Acepto la tarjeta y ella inclina la barbilla hacia la cafetería—.
¿Por qué no te tomas unos minutos para ti? A veces un cambio de escenario es
todo lo que se necesita para tener un poco de perspectiva.
Un cambio de escenario, pienso mientras ella comienza a regresar por donde
vinimos. Eso solía funcionar.
Miro la tarjeta de visita que tengo en la mano y no puedo evitar reírme.
Dra. Sandra Krohn, psicóloga.
304
Saco mi teléfono y le envío un mensaje a Rachel. ¿ La Dra. Mamá está
aceptando nuevos pacientes?
¿La Pope actual es tremendamente transgresora? me responde el
mensaje.
La madre de Rachel tiene una oficina en su casa en Brooklyn. Mientras que
la estética del diseño de Rachel es aireada y ligera, la decoración de su madre es
cálida y acogedora, todo madera oscura y vidrieras, plantas colgantes y libros
apilados en todas las superficies, campanas de viento titilando fuera de casi todas
las ventanas.
En cierto modo, me recuerda a estar en casa, aunque la versión artística y
cultivada del maximalismo del Dra. Krohn está muy lejos del Museo de Mamá y
Papá a Nuestra Infancia.
Durante nuestra primera sesión le digo que necesito ayuda para saber qué
es lo que viene a continuación para mí, pero ella me recomienda que empecemos
por el pasado.
—No hay mucho que decir —le digo, y luego procedo a hablar durante
cincuenta y seis minutos seguidos. De mis padres, del colegio, del primer viaje a
casa con Guillermo.
Es la única persona con la que he compartido todo esto, aparte de Alex, y
aunque me sienta bien sacarlo a la luz, no estoy segura de que me ayude con mi
crisis vital. Rachel me hace prometer que seguiré con esto durante al menos un par
de meses. —No huyas de esto —me dice—. No te harás ningún favor.
Sé que tiene razón. Tengo que atravesar, no alejarme. Mi única esperanza
para resolver esto es quedarme, sentarme en la incomodidad.
En mis sesiones semanales de terapia. En mi trabajo en R+R. En mi
apartamento, casi siempre vacío.
Mi blog no se utiliza, pero empiezo a escribir un diario. Mis viajes de trabajo
se limitan a escapadas regionales de fin de semana, y durante mi tiempo de
inactividad, recorro Internet en busca de libros y artículos de autoayuda, buscando
algo que me hable como esa estatua de un oso de veintiún mil dólares
definitivamente no lo hizo.
305
A veces, busco trabajos en Nueva York; otras veces, compruebo los listados
cerca de Linfield.
Me compro una planta, un libro sobre plantas y un pequeño telar. Intento
enseñarme a tejer con vídeos de YouTube y me doy cuenta a las tres horas de que
me aburre tanto como se me da mal.
Aun así, dejo el tejido a medio terminar sobre mi mesa durante días, y se
siente como una prueba de que vivo aquí. Tengo una vida, aquí, un lugar que es
mío.
El último día de septiembre, voy de camino a encontrarme con Rachel en el
bar de vinos cuando mi bolsa se queda atrapada en las puertas del metro de un
vagón abarrotado.
—¡Mierda, mierda, mierda! —Siseo, mientras en el otro lado, unas cuantas
personas trabajan para abrirlas. Un hombre joven y calvo con un traje azul consigue
separar las puertas y, cuando levanto la vista para darle las gracias, sus ojos azules
se iluminan con claridad y nitidez.
—¿Poppy? —dice, empujando las puertas un poco más lejos—. ¿Poppy
Wright?
Estoy demasiado aturdida para responder. Sale del vagón, a pesar de no
haber hecho ningún esfuerzo por salir la primera vez que se abrieron las puertas.
Esta no es su parada, pero sale y tengo que retroceder para hacerle sitio cuando
las puertas vuelven a cerrarse.
Y entonces estamos de pie en el andén, y debería decir algo, sé que tengo
que hacerlo, se bajó del maldito tren. Sólo logro decir: —Vaya. Jason.
Asiente con la cabeza, sonriendo, tocándose el pecho donde una corbata
rosa claro cuelga del cuello planchado de su camisa blanca. —Jason Stanley.
Escuela Secundaria East Linfield.
Mi cerebro todavía está tratando de procesar esto. No puede reconciliarlo con
este telón de fondo. En mi ciudad, en la vida que construí para no tocar la anterior.
Tartamudeo: —Claro.
Jason Stanley ha perdido casi todo el cabello. Ha engordado un poco en la
zona de la cintura, pero aún queda algo del chico guapo del que una vez estuve
enamorada y que luego me arruinó la vida.
Se ríe y me da un codazo. —Fuiste mi primera novia.
306
—Bueno —digo, porque eso no parece del todo correcto. Nunca he pensado
en Jason Stanley como mi primer novio. Primer enamoramiento convertido en
acoso, tal vez.
—¿Estás ocupada ahora mismo? —Mira su reloj—. Tengo unos minutos si
quieres ponerte al día.
No quiero ponerme al día.
—En realidad estoy de camino a la terapia —digo, por alguna maldita razón.
Fue la primera excusa que se me ocurrió. Hubiera preferido soltar que iba a llevar
un detector de metales a la playa más cercana para buscar monedas. Avanzo hacia
la escalera y Jason me sigue.
—¿Terapia? —dice, todavía sonriendo—. No por esa mierda que hice
cuando era un idiota celoso, espero. —Guiña un ojo—. Quiero decir, esperas causar
una impresión, pero no de ese tipo.
—No sé de qué estás hablando —miento mientras subimos los escalones—
. ¿De verdad? —dice Jason—. Dios, eso es un alivio. Pienso en ello todo el tiempo.
Incluso intenté buscarte en Facebook una vez para poder disculparme. No tienes
Facebook, ¿verdad?
—En realidad, no —digo.
Sí tengo Facebook. No tengo mi apellido en Facebook específicamente
porque no quería que gente como Jason Stanley me encontrara. O alguien de
Linfield. Quería desvanecer esa parte de mí y reaparecer completamente formada
en una nueva ciudad, y eso es lo que hice.
Salimos del metro a las calles arboladas. Vuelve a sentirse el mismo frescor
en el aire. El otoño se ha tragado por fin los últimos bocados del verano.
—De todos modos —dice Jason, con los primeros signos de vergüenza. Se
detiene, frotando la parte posterior de su cabeza—. Te dejaré sola. Te he visto y no
me lo podía creer. Sólo quería saludarte. Y disculparme, supongo.
Pero yo también me detengo, porque ¿no llevo un mes diciendo que ya he
terminado de huir de los problemas, maldita sea? Dejé Linfield, y de alguna manera
eso no fue suficiente. Está aquí. Como si el universo me diera un fuerte empujón en
la dirección correcta.
Tomo aire y giro hacia él, cruzando los brazos. —¿Lo sientes por qué, Jason?
Debe ver en mi cara que estaba mintiendo al decir que no me acordaba,
porque ahora parece enormemente avergonzado.
307
Respira entrecortadamente y estudia sus zapatos de vestir marrones con
culpabilidad. —¿Recuerdas lo horrible que era el instituto, verdad? —dice—. Te
sientes tan fuera de lugar, como si algo estuviera mal contigo y en cualquier
momento todos los demás se van a dar cuenta. Ves que les pasa a otras personas.
Los niños con los que solías jugar al cuatro en raya de repente reciben apodos
crueles, no son invitados a las fiestas de cumpleaños. Y sabes que podrías ser el
siguiente, así que te conviertes en un pequeño imbécil. Si señalas a otras personas,
nadie se fijará demasiado en ti, ¿verdad? Yo fui tu imbécil, es decir, fui el imbécil en
tu vida, durante un tiempo.
La acera se balancea frente a mí, una ola de mareo me golpea. Lo que
esperaba, no era eso.
—Sinceramente, no puedo creer que esté diciendo esto —dice—. Acabo de
verte en el andén del tren y tenía que decir algo.
Jason respira profundamente, su ceño fruncido dibuja arrugas de cansancio
en las comisuras de la boca y los ojos.
Somos tan viejos, pienso. ¿Cuándo nos hicimos tan viejos?
De repente ya no somos niños, y parece que ha sucedido de la noche a la
mañana, tan rápido que no he tenido tiempo de darme cuenta, de desprenderme de
todo lo que antes me importaba tanto, de ver que las viejas heridas que antes
parecían laceraciones a nivel de las tripas se han desvanecido hasta convertirse en
pequeñas cicatrices blancas, mezcladas entre las estrías y las manchas de sol y los
pequeños surcos donde el tiempo ha rozado mi cuerpo.
He puesto tanto tiempo y distancia entre esa chica solitaria y yo, ¿y qué
importa? Aquí hay un trozo de mi pasado, justo delante de mí, a kilómetros de
distancia de casa. No puedes escapar de ti mismo. Ni tu historia, ni tus miedos, ni
las partes de ti mismo que te preocupan que estén mal.
Jason echa otra mirada a sus pies. —En la reunión —dice— alguien me dijo
que te iba muy bien. Trabajando en R+R. Es increíble. De hecho, agarré un número
hace un tiempo y leí tus artículos. Es genial, parece que has visto el mundo entero.
Finalmente, consigo hablar. —Sí. Es... es realmente genial.
Su sonrisa se amplía. —¿Y vives aquí?
—Mm-hm. —Toso para aclararme la garganta—. ¿Y tú?
—No —dice—. Estoy en el negocio. Cosas de ventas. Sigo en Linfield. —
Esto, me doy cuenta, es lo que he estado esperando durante años. El momento en
que finalmente sé que he ganado: Salí. Hice algo de mí misma. Encontré un lugar
308
al que pertenecía. Demostré que no estaba rota mientras la persona que fue más
cruel conmigo se quedó atrapada en el pequeño y asqueroso Linfield.
Excepto que eso no es lo que siento. Porque Jason no parece atascado, y
ciertamente no está siendo cruel. Está aquí, en esta ciudad, con una bonita camisa
blanca, siendo genuinamente amable.
Tengo un escozor en los ojos, una sensación de calor en la garganta.
—Si alguna vez vuelves allí —dice Jason con inseguridad— y quieres
quedar...
Intento hacer algún tipo de ruido de asentimiento, pero no pasa nada. Es
como si la pequeña persona que está sentada en el panel de control de mi cerebro
se hubiera desmayado. —Así que —continúa Jason—. Lo siento de nuevo. Espero
que sepas que siempre fue por mí. No por ti.
La acera se balancea de nuevo, un péndulo. Como si el mundo, tal y como
lo he visto siempre, se hubiera sacudido tanto que se balancea, podría venirse abajo
por completo.
Obviamente la gente crece, dice una voz en mi cabeza. ¿Crees que toda esa
gente quedó congelada en el tiempo, sólo porque se quedó en Linfield?
Pero como él dijo, no se trata de ellos, sino de mí. Eso es exactamente lo que
pensé.
Que, si no salía, siempre sería esa chica solitaria. Nunca pertenecería a
ningún sitio.
—Así que si estás en Linfield... —dice de nuevo.
—Pero no estás coqueteando conmigo, ¿verdad? —Le digo.
—¡Oh! ¡Dios no! —Ahora levanta la mano, mostrando una de esas gruesas
bandas negras en su dedo anular—. Casado. Felizmente. Monógamo.
—Genial —digo, porque es realmente la única palabra en ingles que recuerdo
en este momento. Lo cual es mucho decir, ya que no hablo ningún otro idioma.
—¡Sí! —dice—. Bueno... nos vemos.
Y entonces Jason Stanley se ha ido, tan repentinamente como apareció.
Cuando llego al bar de vinos, ya he empezado a llorar. (¿Qué hay de nuevo?)
Cuando Rachel se levanta de nuestra mesa habitual, se queda descolocada al
verme. —¿Estás bien, cariño?
—Voy a dejar mi trabajo — digo llorando.
309
—Oh... esta bien
—Quiero decir —respiro con fuerza, me limpio los ojos— no inmediatamente,
como en una película. No voy a entrar en la oficina de Swapna y decir, ¡renuncio! Y
luego salir directamente de la oficina con un vestido rojo ajustado y el cabello por la
espalda o algo así.
—Bueno, eso es bueno. El naranja es mejor para tu cutis.
—De cualquier manera, tengo que encontrar otro trabajo, antes de poder irme
—digo—. Pero creo que acabo de descubrir por qué he sido tan infeliz.
310
Este Verano
—Si me necesitas —dice Rachel— iré contigo. Quiero decir, lo haré en serio.
Compraré un billete de camino al aeropuerto e iré contigo.
Incluso mientras lo dice, parece que estoy sosteniendo una cobra gigante con
sangre humana goteando de sus dientes.
—Lo sé. —Le aprieto la mano—. Pero entonces, ¿quién nos mantendrá al
día de todo lo que ocurre en Nueva York?
—Oh, gracias a Dios —dice en un soplo—. Temía que me tomaras la palabra
por un momento.
Me abraza, me besa en ambas mejillas y me mete en el taxi.
Mis padres vienen a recogerme al aeropuerto de Cincinnati.
Llevan camisetas a juego con el símbolo del corazón de Nueva York.
—¡Pensé que te haría sentir como en casa! —dice mamá, riéndose tanto de
su broma que prácticamente está llorando. Creo que es la primera vez que ella o
papá reconocen que Nueva York es mi hogar, lo que me alegra por un lado y me
entristece por otro.
—Aquí ya me siento como en casa —le digo, y ella hace un alarde de
agarrarse el corazón, y se le escapa un chillido de emoción.
—Por cierto —dice mientras atravesamos el aparcamiento— he hecho
galletas de nueces.
—Así que eso es la cena, pero ¿qué pasa con el desayuno? —pregunto.
Se ríe. Nadie en el planeta piensa que soy tan graciosa como mi madre.
Es como quitarle un caramelo a un bebé. O darle un caramelo a un bebé.
—Entonces, chica —dice papá una vez que estamos en el auto—. ¿A qué
debemos este honor? Ni siquiera es un día festivo.
—Sólo los he extrañado —digo— y a Alex.
311
—Dispara —gruñe papá, poniendo el intermitente—. Ahora me vas a hacer
llorar.
Vamos a casa primero para que pueda cambiarme la ropa de avión, darme
una charla de ánimo y esperar mi momento. Las clases no terminan hasta las dos y
media.
Hasta entonces, los tres nos sentamos en el porche, bebiendo limonada
casera. Mamá y papá se turnan para hablar de sus planes para el jardín del próximo
año. Qué es lo que van a arrancar. Qué flores y árboles nuevos plantarán. El hecho
de que mamá está intentando hacer Marie Kondo59 en la casa, pero sólo ha
conseguido deshacerse de tres cajas de zapatos hasta ahora.
—El progreso es el progreso —dice papá, extendiendo la mano para frotar
su hombro cariñosamente—. ¿Te hemos hablado de la valla de privacidad, chica?
El nuevo vecino de al lado es un chismoso, así que decidimos que necesitábamos
una valla.
—¡Viene a contarme lo que hace todo el mundo en esta calle sin salida, y no
tiene nada bueno que decir! —llora mamá—. Seguro que dice el mismo tipo de
cosas sobre nosotros.
—Oh, lo dudo —digo—. Tus mentiras serán mucho más coloridas. — Esto
deleita a mamá, obviamente: caramelo, conoce al bebé.
—Una vez que tengamos la valla levantada —dice papá— le dirá a todo el
mundo que tenemos un laboratorio de metanfetamina.
—Oh, para. —Mamá le da un golpe en el brazo, pero los dos se ríen—.
Tenemos que hacer una videollamada con los chicos más tarde. Parker quiere hacer
una lectura del nuevo guión en el que está trabajando.
Evito por poco escupir.
El último guion que mi hermano ha estado preparando en el grupo de texto
es una historia distópica del origen de los Pitufos con al menos una escena de sexo.
Su razonamiento es que, algún día, le gustaría escribir una película de verdad, pero
al escribir una que posiblemente no se haga, se quita la presión de encima durante
el proceso de aprendizaje. También creo que disfruta escandalizando a su familia.
A las dos y cuarto, pido tomar el auto y dirigirme a mi antigua escuela
secundaria. Sólo en ese momento, me doy cuenta de que el tanque está vacío. Tras
59
Marie kondo es poner todo en orden, agradeciendo a los objetos su servicio, desechando la mayoría de las
cosas y organizando las restantes.
312
el rápido desvío por gasolina, entro en el aparcamiento del instituto a las dos y
cincuenta. Dos ansiedades distintas se disputan el dominio dentro de mí: la que se
compone de terror ante la idea de ver a Alex, decir lo que tengo que decir y esperar
que lo escuche, y la que se trata de estar de vuelta aquí, un lugar en el que juré
legítimamente no perder ni un segundo más.
Subo los escalones de hormigón hasta las puertas de cristal de la entrada,
respiro profundamente por última vez y...
La puerta no se mueve. Está cerrada con llave. Sí, claro.
Como que olvidé que cualquier adulto al azar ya no puede entrar en un
instituto. Definitivamente es lo mejor, en todas las situaciones excepto en esta.
Llamo a la puerta hasta que un oficial de recursos con un halo de cabello canoso se
acerca y abre la puerta unos centímetros. —¿Puedo ayudarla?
—Estoy aquí para ver a alguien —digo—. ¿Un profesor, Alex Nilsen?
—¿Nombre? —pregunta.
—Alex Nilsen…
—Su nombre —dice el oficial, corrigiéndome.
—Oh, Poppy Wright.
Cierra la puerta y desaparece por un segundo en el despacho. Un momento
después, vuelve. —Lo siento, señora, no la tenemos en nuestro sistema. No
podemos dejar entrar a huéspedes no registrados.
—¿Podría buscarlo, entonces? —Lo intento.
—Señora, no puedo ir a buscar...
—¿Poppy? —dice alguien detrás de él.
¡Oh, vaya! Pienso al principio. ¡Alguien me reconoce! ¡Qué suerte!
Y entonces la bonita y delgada morena se acerca a la puerta. Mi estómago
toca fondo.
—Sarah. Vaya. Hola. —Había olvidado que potencialmente podría
encontrarme con Sarah Torval aquí. Un descuido casi monumental.
Vuelve a mirar al oficial de recursos. —Lo tengo, Mark —dice, y sale para
hablar conmigo, cruzando los brazos. Lleva un bonito vestido púrpura y una
chaqueta vaquera oscura, con unos grandes pendientes de plata que le bailan en
las orejas; sólo tiene una pizca de pecas en la nariz.
313
Como siempre, es completamente adorable en esa forma de maestra de
jardín de infancia. (A pesar de ser una maestra de noveno grado, por supuesto).
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta, no con poca amabilidad, aunque
definitivamente no con calidez.
—Oh, um. Visitando a mis padres.
Arquea una ceja y mira el edificio de ladrillos rojos detrás de ella. —¿En el
instituto?
—No. —Me quito el cabello de los ojos—. Quiero decir, eso es lo que estoy
haciendo aquí. Pero lo que estoy haciendo aquí es... Esperaba, quiero decir...
Quería hablar con Alex...
Su mirada es mínima, pero escuece.
Me trago un nudo del tamaño de una manzana. —Me lo merezco —digo.
Tomo aire. Esto no será divertido, pero es necesario—. Fui muy descuidada con
todo, Sarah. Quiero decir, mi amistad con Alex, todo lo que esperaba de él mientras
estaban juntos. No fue justo para ti. Ahora lo sé.
—Sí —dice ella—. Fuiste descuidada al respecto. —Las dos nos quedamos
en silencio durante un rato.
Finalmente, suspira. —Todos hemos tomado malas decisiones. Solía pensar
que, si te ibas, todos mis problemas se resolverían. —Descruza los brazos y los
vuelve a cruzar hacia el otro lado—. Y entonces lo hiciste: básicamente
desapareciste después de que fuimos a la Toscana, y de alguna manera, eso fue
aún peor para mi relación.
Me balanceo de pie a pie. —Lo siento. Me gustaría haber entendido lo que
sentía antes de que tuviera la oportunidad de herir a alguien.
Asiente para sí misma, examina las uñas de los pies perfectamente pintadas
que sobresalen de sus sandalias de cuero marrón. —Yo también lo desearía —
dice—. O que él lo hubiera hecho. O que yo lo hubiera hecho. Realmente, si alguno
de nosotros hubiera sabido lo que sentían el uno por el otro, me habría ahorrado
mucho tiempo y dolor.
—Sí —estoy de acuerdo—. Así que tú y él no son...
Me hace esperar unos segundos y sé que no es un accidente. Una sonrisa
semidemonio enrosca sus labios rosados. —No lo somos —cede—. Gracias a Dios.
Pero él no está aquí. Ya se ha ido. Creo que hablaba de escaparse el fin de semana.
314
—Oh. —Mi corazón se hunde. Vuelvo a mirar el auto de mis padres aparcado
en el aparcamiento medio vacío—. Bueno, gracias de todos modos.
Ella asiente, y yo empiezo a bajar los escalones. —¿Poppy?
Me giro, y la luz brilla tanto sobre ella que tengo que taparme los ojos para
mirarla. Parece que es una santa, que se ha ganado su aureola por su bondad
injustificada hacia mí. Lo acepto, creo.
—Normalmente los viernes —dice lentamente— los profesores van a Birdies.
Es una tradición. —Se mueve, y la luz se hace más clara para que pueda ver sus
ojos—. Si no se ha ido, puede que esté allí.
—Gracias, Sarah.
—Por favor —dice ella—. Le haces un favor al mundo sacando a Alex Nilsen
del mercado.
Me río, pero se me queda el estómago lleno de plomo. —No estoy segura de
que eso sea lo que quiere.
Se encoge de hombros. —Quizá no —dice—. Pero la mayoría de nosotros
tenemos demasiado miedo incluso de pedir lo que queremos, en caso de que no
podamos tenerlo. Leí eso en un ensayo sobre algo llamado 'ennui milenario'.
Ahogo una risa de sorpresa y me aclaro la garganta. —Es un nombre
bastante pegadizo.
—¿Verdad? —dice ella—. En fin. Buena suerte.
Birdies está cruzando la calle de la escuela, y los dos minutos que dura el
trayecto son demasiado cortos para formular un nuevo plan.
Durante todo el vuelo, ensayé mi apasionado discurso pensando que lo diría
en privado, en su aula.
Ahora va a ser en un bar lleno de profesores, incluidos algunos cuyas clases
tomé (y me salté). Si hay un lugar que he juzgado con más dureza que los pasillos
iluminados con fluorescentes del instituto East Linfield, es el bar oscuro y estrecho
con el cartel de neón brillante de BUDWEISER en el que estoy entrando ahora
mismo.
315
De repente, la luz del día se apaga y los puntos de colores bailan delante de
mis ojos mientras se adaptan a este lugar tan oscuro. Suena una canción de los
Rolling Stones en la radio y, teniendo en cuenta que sólo son las tres de la tarde, el
bar ya está repleto de gente vestida con ropa informal, un mar de pantalones caquis
y botones y vestidos de algodón y las camisas monocromáticas, como la ropa de
Sarah. En las paredes cuelga parafernalia de golf: palos y césped verde y fotos
enmarcadas de golfistas y campos de golf.
Sé que hay una ciudad en Illinois llamada Normal, pero supongo que no se
compara con este rincón suburbano del universo.
Hay televisores montados con el volumen demasiado alto, una radio rasposa
que suena por debajo, estallidos de risas y voces elevadas procedentes de los
grupos que se apiñan alrededor de las mesas altas o que se alinean a ambos lados
de las estrechas mesas rectangulares.
Y entonces lo veo.
Más alto que la mayoría, más quieto que todos, con las mangas de la camisa
remangadas hasta los codos y las botas apoyadas en el peldaño metálico de su
silla, los hombros encorvados hacia delante y el teléfono fuera, con el pulgar
desplazándose lentamente por la pantalla. El corazón se me sube a la garganta
hasta que puedo saborearlo, metálico y caliente, palpitando con demasiada fuerza.
Hay una parte de mí —bien, una mayoría— que quiere salir corriendo, incluso
después de haber volado hasta aquí, pero justo en ese momento la puerta se abre
con un chirrido y Alex levanta la vista, fijando sus ojos en mí.
Nos miramos el uno al otro, y me imagino que parezco casi tan sorprendida
como él, como si no hubiera llegado específicamente por un chivatazo de que
estaba aquí. Me obligo a dar unos pasos hacia él y me detengo al final de la mesa,
donde, poco a poco, los demás profesores levantan la vista de sus cervezas y vinos
blancos y vodka tonics para procesar el hecho de que yo esté aquí.
—Hola —dice Alex, poco más que un susurro.
—Hola —digo yo.
Espero que el resto se derrame. Nada lo hace.
—¿Quién es tu amiga? —pregunta una anciana de cuello alto granate. La
identifico como Delallo, incluso antes de ver la placa de identificación del ELHS que
aún lleva al cuello.
—Ella es... —La voz de Alex se corta. Se levanta de la silla—. Hola —dice de
nuevo.
316
El resto de la mesa intercambia miradas de incomodidad, como sacando sus
sillas, inclinando sus espaldas en un intento de darnos un nivel de privacidad que
es imposible en este momento. Delallo, me doy cuenta, mantiene una oreja inclinada
casi precisamente hacia nosotros.
—Vine a la escuela —me las arreglo.
—Oh —dice Alex—. De acuerdo.
—Tenía este plan. —Me froto las palmas sudorosas contra mis pantalones
de campana de poliéster naranja, deseando no estar vestida como un cono de
tráfico—. Iba a presentarme en la escuela, porque quería que supieras que si hay
algo en este mundo que puede hacer que vaya allí, eres tú.
Sus ojos vuelven a pasar brevemente por la mesa de los profesores. De
momento, mi discurso no parece reconfortarle. Sus ojos se dirigen a los míos y luego
caen en un punto impreciso a mi izquierda. —Sí, sé que realmente odias eso —
murmura.
—Sí —estoy de acuerdo—. Tengo un montón de malos recuerdos allí, y
quería aparecer allí, y sólo, como, decirte, que... que iría a cualquier parte por ti,
Alex.
—Poppy —dice, la palabra mitad suspiro, mitad súplica.
—No, espera —digo—. Sé que tengo un cincuenta por ciento de posibilidades
aquí, y hay mucho de mí que quiere ni siquiera decir el resto de esto, Alex, pero
necesito hacerlo, así que, por favor, no me digas todavía si necesitas romper mi
corazón. ¿De acuerdo? Déjame decir esto antes de que pierda los nervios.
Sus labios se abren por un momento, sus ojos verdes y dorados como ríos
desbordados por la tormenta, brutales y precipitados. Vuelve a cerrar la boca y
asiente con la cabeza.
Sintiéndome como si estuviera saltando de un acantilado, incapaz de ver lo
que hay a través de la niebla debajo de mí, sigo adelante.
—Me encantaba llevar mi blog —le digo—. Me gustaba mucho, y creía que
era porque me gustaba viajar, que es lo que hago. Pero en los últimos años, todo
cambió. No era feliz. Viajar se sentía diferente. Y tal vez tenía algo de razón en que
me acerqué a ti como si fueras una tirita que podía arreglarlo todo. O lo que sea, un
destino divertido que me diera un subidón de dopamina y una nueva perspectiva.
Sus ojos caen. No me mira, y siento que aunque haya sido él quien lo haya
dicho primero, mi confirmación se lo está comiendo vivo.
317
—Empecé ir a terapia —suelto, tratando de mantener las cosas en
movimiento—. Y estaba tratando de averiguar por qué se siente tan diferente ahora,
y estaba enumerando todas las diferencias entre mi vida antes y ahora, y no eras
sólo tú. Quiero decir, tú eres la más grande. Estabas en esos viajes, y luego no,
pero ese no fue el único cambio. Todos esos viajes que hicimos, lo mejor de ellos aparte de hacerlo todo contigo- fue la gente.
Su mirada se levanta, entrecerrada por el pensamiento.
—Me encantaba conocer gente nueva —explico—. Me encantaba... sentirme
conectada. Sentirme interesante. Al crecer aquí, me sentía jodidamente sola, y
siempre sentía que había algo malo en mí. Pero me decía que, si me iba a otro sitio,
sería diferente. Habría otras personas como yo.
—Lo sé —dice—. Sé que odias estar aquí, Poppy.
—Lo hice —digo—. Lo odiaba, así que me escapé. Y cuando Chicago no lo
arregló todo para mí, también me fui de allí. Sin embargo, cuando empecé a viajar,
las cosas mejoraron. Conocí a gente y, no sé, sin el equipaje de la historia o el miedo
a lo que pudiera pasar, me resultó mucho más fácil abrirme a la gente. Para hacer
amigos. Sé que suena patético, pero todos esos pequeños encuentros fortuitos que
tuvimos me hicieron sentir menos sola. Me hicieron sentir que era alguien a quien
la gente podía querer. Y entonces conseguí el trabajo de R+R, y los viajes
cambiaron; la gente cambió. Sólo conocí a chefs y gerentes de hotel, gente que
quería escribir. Iba a viajes increíbles, pero volvía a casa sintiéndome vacía. Y ahora
me doy cuenta de que es porque no conectaba con nadie.
—Me alegro de que te hayas dado cuenta —dice Alex—. Quiero que seas
feliz.
—Pero aquí está la cosa —digo—. Incluso si dejara mi trabajo y volviera a
tomarme el blog en serio, volviera a conocer a todos los Bucks y Litas y Mathildes
del mundo, no me va a hacer feliz.
» Necesitaba a esas personas, porque me sentía sola. Pensaba que tenía
que huir a cientos de kilómetros de aquí para encontrar un lugar al que pertenecer.
Me pasé toda la vida pensando que cualquiera fuera de mi familia que se acercara
demasiado, que viera demasiado, ya no me querría. Lo más seguro eran esos
momentos rápidos y fortuitos con desconocidos. Eso es todo lo que pensé que podía
tener.
» Y luego estabas tú. —Mi voz se tambalea peligrosamente. Me reafirmo y
enderezo la columna vertebral—. Te amo tanto que me he pasado doce años
poniendo toda la distancia posible entre nosotros. Me mudé. Viajé. Salí con otras
personas. Hablé de Sarah todo el puto tiempo porque sabía que estabas enamorado
318
de ella, y así me sentía más segura. Porque la última persona que podía soportar
que me rechazara eras tú.
» Y ahora lo sé. Sé que no es viajar lo que me va a sacar de este bache y no
es un nuevo trabajo y seguro que no son los encuentros fortuitos con taxistas
acuáticos. Todo eso, cada minuto, ha sido huir de ti, y no quiero seguir haciéndolo.
» Te amo, Alex Nilsen. Aunque no me des una oportunidad real, siempre te
voy a amar. Y me da miedo volver a Linfield porque no sé si me gustaría estar aquí,
o si me aburriría, o si haría algún amigo, y porque me aterra encontrarme con la
gente que me hizo sentir que no importaba y que decidan que tenían razón sobre
mí.
» Quiero quedarme en Nueva York —digo—. Me gusta estar allí, y creo que
a ti también te gustaría, pero me preguntaste a qué estaría dispuesta a renunciar
por ti, y ahora sé que la respuesta es: a todo. No hay nada en todo este mundo que
he construido en mi cabeza que no esté dispuesta a dejar ir para construir uno nuevo
contigo. Iré al instituto de Linfield, no me refiero sólo a hoy. Me refiero a que, si
quieres quedarte aquí, iré contigo a los putos partidos de baloncesto del instituto.
Llevaré camisetas pintadas a mano con los nombres de los jugadores, ¡me
aprenderé los nombres de los jugadores! ¡No los inventaré! Iré a casa de tu padre y
beberé refrescos de dieta e intentaré por todos los medios no decir palabrotas ni
hablar de nuestra vida sexual, y cuidaré de tus sobrinas y sobrinos contigo en casa
de Betty: ¡te ayudaré a quitar el papel tapiz! ¡Odio quitar el papel tapiz!
» No eres unas vacaciones, y no eres la respuesta a la crisis de mi carrera,
pero cuando estoy en crisis o estoy enferma o estoy triste, eres lo único que quiero.
Y cuando soy feliz, me haces mucho más feliz. Todavía tengo mucho que averiguar,
pero lo único que sé es que, dondequiera que estés, ahí es donde pertenezco.
Nunca perteneceré a ningún lugar como pertenezco a ti. No importa lo que sienta,
te quiero a mi lado. Eres mi hogar, Alex. Y creo que yo también lo soy para ti.
Cuando termino, ya estoy respirando con dificultad. La cara de Alex está
torcida por la preocupación, pero más allá de eso no puedo leer demasiados
detalles. No dice nada de inmediato, y el silencio o la falta de él (Pink Floyd ha
empezado a sonar por los altavoces y un locutor deportivo parlotea en uno de los
televisores del techo) se desenreda como una alfombra, extendiéndose cada vez
más entre nosotros hasta que me siento como si estuviera en el lado opuesto de
una mansión muy oscura y llena de cerveza. —Y una cosa más. —Saco mi teléfono
del bolso, abro la foto correcta y se la tiendo. Él no toma el teléfono, sólo mira a la
imagen en pantalla sin tocarla.
—¿Qué es esto? —dice en voz baja.
319
—Eso —digo— es una planta de interior que he mantenido viva desde que
volví de Palm Springs.
Se le escapa una risa silenciosa.
—Es una planta serpiente —digo—. Y aparentemente son extremadamente
difíciles de matar. Probablemente podría usar una motosierra y sobreviviría. Pero
es el tiempo más largo que he mantenido algo vivo, y quería que lo vieras. Para que
sepas. Lo digo en serio.
Asiente sin decir nada y vuelvo a meter el teléfono en el bolso.
—Eso es —digo, un poco desconcertada—. Ese es todo el discurso. Ya
puedes hablar.
La comisura de su boca se inclina, pero la sonrisa no se mantiene, e incluso
mientras está ahí, no contiene nada parecido a la alegría en su apretada curva.
—Poppy. —Mi nombre nunca ha sonado tan largo o miserable.
—Alex —digo.
Se lleva las manos a la cadera. Mira de reojo, aunque no hay nada que mirar,
excepto una pared de césped artificial y una foto descolorida de alguien con un
sombrero de golf con pompones. Cuando me devuelve la mirada, tiene lágrimas en
los ojos, pero enseguida sé que no las dejará caer. Ese es el tipo de autocontrol que
tiene Alex Nilsen.
Podría estar hambriento en un desierto, y si la persona equivocada le
tendiera un vaso de agua, asentiría cortésmente y diría que no, gracias.
Me trago el bocio en la garganta. —Puedes decir lo que sea. Lo que
necesites.
Deja escapar un suspiro, mira el suelo y me mira a los ojos durante apenas
un instante. —Sabes lo que siento por ti —dice en voz baja, como si, aunque lo
admita, sigue siendo una especie de secreto.
—Sí. —Mi corazón ha empezado a acelerarse. Creo que sí. Al menos lo
hacía. Pero sé lo mucho que le hice daño al no pensar bien las cosas. No lo entiendo
del todo, tal vez, pero apenas he empezado a entenderme a mí misma, así que no
es tan sorprendente.
Ahora traga, los músculos de la línea de su mandíbula bailan con sombras.
—Sinceramente, no sé qué decir —responde—. Me has aterrorizado. No tiene
sentido la rapidez con la que mi mente trabaja contigo. Un segundo nos estamos
besando y al siguiente estoy pensando en cómo se llamarán nuestros nietos. No
320
tiene sentido. Quiero decir, míranos. No tenemos sentido. Siempre lo hemos sabido,
Poppy.
Mi corazón se hiela, las venas de frío se abren paso en su centro.
Dividiéndolo por la mitad y a mí con él.
Ahora es mi turno de decir su nombre como una súplica, como una oración.
—Alex. —Me sale ronco—. No sé lo que estás diciendo.
Sus ojos caen, sus dientes se preocupan por su labio inferior. —No quiero
que renuncies a nada —dice—. Quiero que lo nuestro tenga sentido, y no lo
tenemos, Poppy. No puedo ver cómo se desmorona otra vez.
Ahora estoy asintiendo. Durante mucho tiempo. Es como si no pudiera dejar
de aceptarlo, una y otra vez. Porque esto es lo que se siente: como si tuviera que
pasar el resto de mi vida aceptando que Alex no puede amarme como yo lo amo.
—Está bien —susurro. No dice nada.
—Está bien —una vez más. Separo mis ojos de él al sentir que las lágrimas
me invaden. No quiero que me consuele, no por esto. Me doy la vuelta y me dirijo
hacia la puerta, forzando los pies hacia delante, manteniendo la barbilla alta y la
columna vertebral recta.
Cuando llego a la puerta, no puedo evitarlo. Miro hacia atrás.
Alex sigue congelado donde lo dejé, y aunque me mate, tengo que ser
sincera ahora mismo. Tengo que decir algo que no puedo retirar, dejar de huir y
esconderme de él.
—No me arrepiento de habértelo dicho —digo—. Dije que renunciaría a todo,
que arriesgaría todo por ti, y lo dije en serio. —Incluso mi propio corazón.
—Te amo hasta el final, Alex —digo—. No podría haber vivido conmigo
misma si no te lo hubiera dicho al menos.
Y entonces me doy la vuelta y salgo al sol brillante del aparcamiento.
Sólo entonces empiezo a llorar de verdad.
321
Este Verano
Estoy enloqueciendo. Jadeando. Astillando mientras cruzo el aparcamiento.
Una mano me tapa la boca mientras los sollozos me atraviesan, cortan y
apuñalan en cada rincón afilado de mis pulmones.
Es difícil seguir avanzando y a la vez imposible parar. Caminó deprisa hacia
el auto de mis padres, luego me apoyo en él, con la cabeza inclinada, con sonidos
horribles saliendo de mí, con los mocos goteando por mi cara, con el azul del cielo
y sus esponjosas nubes cumulosas y el susurro de los árboles junto al aparcamiento
convirtiéndose todo en un borrón veraniego, con el mundo entero fundiéndose en
un remolino de color.
Y entonces se oye una voz, extendida por la brisa y la distancia. Viene de
detrás de mí, obviamente es la suya, y no quiero mirar.
Creo que una mirada más a él podría ser el punto de inflexión, lo que rompa
mi corazón para siempre, pero está diciendo mi nombre.
—¡Poppy! —Una vez. Luego otra vez—. Poppy, espera.
Empujo todas las emociones hacia abajo. No para ignorarlas. No para
negarlas, porque casi se siente bien sentir algo tan puramente, saber sin duda qué
es lo que está experimentando mi cuerpo. Sino porque son mis sentimientos, no los
suyos. No algo para que él se abalance en el hombro, como lo hace casi
compulsivamente.
Me paso las manos por la cara y me obligo a respirar con normalidad mientras
escucho sus pasos rozando el asfalto. Me doy la vuelta mientras él disminuye su
velocidad, dando los últimos pasos a un ritmo decidido pero despreocupado, hasta
que se detiene, encerrándome entre el auto y él.
Hay una pausa antes de que hable, una pausa que es sólo para respirar.
Tras otro segundo de silencio, dice: —Yo también empecé a ver a un
terapeuta.
322
A pesar de mí, suelto una carcajada ante la idea de que me haya perseguido
sólo para decir esto. —Está bien. —Me limpio la cara con la mano.
—Ella dice... —Se pasa las manos por el cabello—. Cree que tengo miedo
de ser feliz.
¿Por qué me dice esto? dice una voz en mi cabeza.
Espero que nunca deje de hablar, dice otra. Tal vez podamos seguir hablando
para siempre. Tal vez esta conversación pueda abarcar toda nuestra vida, como
parecían hacerlo nuestros mensajes de texto y nuestras llamadas telefónicas
durante todos estos años.
Me aclaro la garganta. —¿Lo eres?
Me mira durante un largo momento y luego sacude la cabeza. —No —dice—
. Sé que, si me subiera a un avión contigo de vuelta a Nueva York, sería jodidamente
feliz. Mientras me tengas, seré feliz.
De nuevo ese remolino caleidoscópico de colores se desdibuja en mi visión.
Parpadeo las lágrimas.
—Y lo deseo tanto. Me arrepiento de todas las oportunidades que perdí para
decirte lo que sentía, de todas las veces que me convencí de que te perdería si
realmente lo sabías, o de que éramos demasiado diferentes. Quiero ser feliz
contigo. Pero tengo miedo de lo que viene después. —Su voz se quiebra.
» Tengo miedo de que te des cuenta de que te aburro. O que conozcas a otra
persona. O que seas infeliz y te quedes. Y... —Su voz se entrecorta—. Tengo miedo
de amarte durante toda nuestra vida, y luego tener que decir adiós. Tengo miedo de
que te mueras, y que el mundo se sienta inútil. Tengo miedo de no ser capaz de
seguir saliendo de la cama si te vas, y si tuviéramos hijos, tendrían estas horribles
vidas en las que su increíble madre no está, y su padre no puede mirarlos.
Su mano pasa por encima de sus ojos, captando parte de la humedad que
hay allí. —Alex —susurro. No sé cómo consolarlo. No puedo soportar nada de su
dolor pasado o prometer que no volverá a ocurrir. Todo lo que puedo hacer es
decirle la verdad, tal como la he visto. Tal como la conozco—: Ya pasaste por eso.
Perdiste a alguien que amabas y seguiste levantándote de la cama. Estuviste ahí
para la gente en tu vida, y los amas, y ellos también te aman. Tienes todo eso en
tu vida todavía. Nada de eso desapareció. No terminó sólo porque perdiste a una
persona.
—Lo sé —dice—. Es que... —Su voz se tensa y sus enormes hombros se
encogen—. Tengo miedo.
323
Le tiendo las manos instintivamente y él deja que se las acerque, metiendo
sus dedos entre mis palmas. —Entonces hemos encontrado algo más en lo que
coincidir además de odiar que la gente llame a los barcos 'ella' —susurro—. Es
jodidamente aterrador estar enamorados el uno del otro.
Olfatea entre risas, me toma la mandíbula con las manos y presiona su frente
contra la mía, sus ojos se cierran mientras su respiración se sincroniza con la mía,
nuestros pechos suben y bajan como si fuéramos dos olas en la misma masa de
agua. —No quiero vivir nunca sin esto —susurra, y yo anudo mis puños en su
camisa como si quisiera evitar que se me escape de las manos.
Las comisuras de su boca se tuercen mientras exhala: —Pequeña luchadora.
Sus ojos se abren de par en par, y el aleteo en mi pecho es tan fuerte que
casi duele. Lo amo mucho. Lo amo más que ayer, y ya sé que mañana lo amaré
aún más, porque cada trozo de él que me da es otro del que enamorarme.
Encierra sus brazos alrededor de mi espalda, sus ojos húmedos son tan
claros y abiertos que siento que podría sumergirme en él, nadar a través de sus
pensamientos, flotar en el cerebro que amo más que ningún otro en el planeta.
Sus manos se mueven hacia mi cabello, alisándolo contra mi cuello, sus ojos
se mueven de un lado a otro de mi cara con un propósito tan maravillosamente
tranquilo. —Lo eres, lo sabes.
—¿Una luchadora? —Yo digo.
—Mi hogar —dice, y me besa.
Lo somos, creo. Estamos en casa.
324
Epílogo
Hacemos una visita en autobús por la ciudad. Llevamos nuestras sudaderas
I
New York a juego y las gorras BeDazzled Big Apple. Llevamos un par de
binoculares y los utilizamos para fijarnos en cualquiera que se parezca
mínimamente a una celebridad.
Hasta ahora hemos visto a Dame Judy Dench, Denzel Washington y al joven
Jimmy Stewart. Nuestra excursión incluye el paso del ferry a la Estatua de la
Libertad, y cuando llegamos allí, le pedimos a una mujer de mediana edad que nos
haga una foto delante de la base, con el sol en los ojos y el viento en la cara.
Ella pregunta dulcemente: —¿De dónde son?
—De aquí —dice Alex al mismo tiempo que yo digo— Ohio.
A mitad del recorrido, nos salimos y nos dirigimos al Cafe Lalo, decididos a
sentarnos justo donde lo hicieron Meg Ryan y Tom Hanks en You've Got Mail60.
Hace frío, y la ciudad luce su mejor aspecto, con primaverales flores rosas y blancas
que se deslizan por las calles mientras bebemos nuestros capuchinos. Lleva aquí
cinco meses a tiempo completo, desde que terminó el semestre de otoño y encontró
un puesto de sustituto a largo plazo para el de primavera.
No sabía que la vida normal pudiera sentirse así, como unas vacaciones de
las que no tienes que volver a casa.
Por supuesto, no siempre es así. La mayoría de los fines de semana, Alex
está ocupado trabajando en sus propios escritos o corrigiendo trabajos y
planificando lecciones, y los días de semana, sólo lo veo lo suficiente para un beso
matutino aturdido (a veces me vuelvo a dormir tan rápido que ni siquiera recuerdo
que haya sucedido), y hay que lavar la ropa y los platos sucios (que Alex insiste en
que lavemos inmediatamente después de cenar) y los impuestos y las citas con el
dentista y las tarjetas de metro perdidas.
Pero también hay descubrimientos, nuevas partes del hombre que amo que
se me presentan a diario.
60
You've Got Mail (en español "Tienes un e-mail") es una película perteneciente al género de la comedia
romántica, dirigida por Nora Ephron y estrenada en 1998.
325
Por ejemplo, resulta que Alex no puede dormirse si estamos acurrucados.
Tiene que estar totalmente en su lado de la cama y yo en el mío. Hasta la mitad de
la noche, momento en el que me despierto acalorada con sus extremidades
arrojadas sobre mí y tengo que apartarlo para poder refrescarme.
Es increíblemente molesto, pero en cuanto vuelvo a estar cómoda, me
encuentro sonriendo en la oscuridad, sintiéndome tan increíblemente afortunada de
dormir cada noche al lado de mi persona favorita en el mundo.
Incluso estar incómodamente caliente es mejor con él.
A veces ponemos música en la cocina mientras estamos (él está) cocinando,
y bailamos. No un dulce abrazo como el de una película romántica, sino
retorcimientos ridículos, dando vueltas hasta que nos mareamos, riendo hasta que
resoplamos o lloramos. A veces nos grabamos con la cámara y enviamos el vídeo
a David y Tham, o a Parker y Prince.
Mis hermanos envían sus propios vídeos de baile en la cocina.
David responde con alguna variación de Los amo raros o Aparentemente
hay alguien para todos.
Somos felices, e incluso cuando no lo somos, es mucho mejor de lo que era
sin él.
La última parada de nuestra noche haciendo de turistas es Times Square.
Hemos dejado lo peor para el final, pero es un rito de paso y Alex insiste en que
quiere ir.
—Si todavía puedes amarme allí —dice— sabré que esto es real.
—Alex —digo— si no puedo amarte en Times Square, entonces no te
merezco en una librería de segunda mano.
Desliza su mano por la mía cuando salimos de la estación de metro. Creo
que tiene menos que ver con el afecto (cuyas demostraciones públicas aún no le
entusiasman) y más con un auténtico miedo a separarse en la ridícula multitud hacia
la que nos dirigimos.
Duramos en la plaza, rodeados de luces intermitentes y artistas callejeros
pintados de plateado y turistas empujados, durante tres minutos. El tiempo
suficiente para hacernos algunas fotos poco favorecedoras con aspecto de estar
abrumados. Luego damos media vuelta y volvemos al andén del tren.
De vuelta al apartamento —nuestro apartamento—, Alex se quita los zapatos
y los coloca perfectamente en la alfombra (tenemos una alfombra; somos adultos)
junto a los míos.
326
Tengo que terminar de escribir un artículo por la mañana, el primero para mi
nuevo trabajo. Tenía miedo de decirle a Swapna que me iba, pero no se enfadó. De
hecho, me abrazó (me sentí como si me abrazara Beyoncé), y más tarde, esa noche,
una enorme botella de champán llegó a mi puerta y a la de Alex.
Enhorabuena por tu columna, Poppy, decía la nota. Siempre he sabido
que ibas a llegar lejos. X, Swapna.
Lo irónico de todo esto es que ya no iré a ningún sitio, al menos no por trabajo.
En muchos otros aspectos, sin embargo, mi trabajo no será tan diferente: seguiré
yendo a restaurantes y bares, escribiendo sobre las nuevas galerías y los puestos
de helados que surgen en Nueva York.
Pero People You Meet in New York también será diferente, más un artículo
de interés humano que una reseña. Exploraré mi propia ciudad, pero a través de los
ojos de la gente que la ama, pasando un día con alguien en su nuevo lugar favorito,
aprendiendo lo que la hace tan especial.
Mi primer artículo trata de una nueva bolera en Brooklyn con un toque de la
vieja escuela. Alex me acompañó a echar un vistazo al lugar, y en cuanto vi a
Dolores en la pista de al lado, con una bola dorada personalizada, guantes a juego
y un halo de cabello gris encrespado, supe que era alguien que podía enseñarme
cosas. Un cubo de cerveza, una larga conversación y una lección de bolos más
tarde, y ya tenía todo lo que necesitaba para el artículo, pero Alex, Dolores y yo nos
dirigimos al local de perritos calientes que hay al final de la calle y pasamos el rato
hasta casi la medianoche.
El artículo está casi terminado, sólo le faltan algunos retoques, pero eso
puede esperar hasta mañana. Estoy agotada por nuestro largo día, y lo único que
quiero hacer es hundirme en el sofá con Alex.
—Es bueno estar en casa —dice, rodeando mi espalda con sus brazos y
atrayéndome hacia él.
Deslizo mis manos por la espalda de su camisa y le beso como he estado
esperando todo el día. —El hogar —digo— es mi lugar favorito.
—El mío también —murmura, apoyándome en la pared.
El próximo verano nos alejaremos de la ciudad. Pasaremos cuatro días
recorriendo Noruega y otros cuatro en Suecia. No habrá Icehotel. (Él es profesor,
yo soy escritora y ambos somos millennials. No hay dinero para eso).
Dejaré una llave para que Rachel riegue nuestras plantas, y después de
Suecia, volaremos directamente a Linfield para el resto de las vacaciones de verano
de Alex.
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Nos quedaremos en la casa de Betty mientras él la arregla y yo me siento en
el suelo, comiendo Twizzlers y encontrando nuevas formas de hacer que se
ruborice. Derribaremos el papel tapiz y elegiremos nuevos colores de pintura.
Beberemos refrescos de dieta en la cena con su padre y sus hermanos y las
sobrinas y sobrinos. Nos sentaremos en el porche con mis padres mirando el
páramo de los autos de la familia Wright del pasado. Nos probaremos en nuestra
ciudad natal del mismo modo que nos hemos probado Nueva York juntos. Veremos
cómo encaja, dónde queremos estar.
Pero ya sé cómo me sentiré.
Dondequiera que esté, ese será mi lugar favorito.
—¿Qué? —pregunta, con el inicio de una sonrisa tirando de sus labios—.
¿Por qué estás mirando?
—Sólo eres... —Sacudo la cabeza, buscando cualquier palabra que pueda
abarcar lo que estoy sintiendo—. Tan alto.
Su sonrisa es amplia, sin obstáculos, Alex desnudo sólo para mí. —Yo
también te amo, Poppy Wright.
Mañana nos amaremos un poco más, y al día siguiente, y al siguiente.
E incluso en esos días en los que uno de nosotros, o los dos, lo está pasando
mal, estaremos aquí, donde nos conoce por completo, nos acepta por completo, la
persona a la que amamos de todo corazón. Estoy aquí con todas las versiones de
él que he conocido a lo largo de doce años de vacaciones, y aunque el sentido de
la vida no sea simplemente ser feliz, ahora mismo, lo soy. Hasta los huesos.
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Sobre la Autora
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Emily Henry escribe historias sobre el amor y la familia para adolescentes y
adultos. Estudió escritura creativa en el Hope College y en el ya desaparecido New
York Center for Art & Media Studies, y ahora pasa la mayor parte de su tiempo en
Cincinnati, Ohio, y la parte de Kentucky que está justo debajo. Encuéntrala en
Instagram @EmilyHenryWrites.
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