Subido por Carolina Cruz

El rey Midas

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El rey Midas
(Adaptación)
Hace muchos años vivió en un país muy lejano un rey que se llamaba Midas.
Era muy rico y se pasaba todo el día contemplando sus tesoros. Tenía un gran palacio
y montañas de monedas de oro. Pero nunca estaba satisfecho, siempre quería tener
más y más riquezas.
Un día, en que estaba cazando por sus campos, perdonó la vida a un hermoso
antílope. El antílope era, en realidad, un mago que en agradecimiento le dijo:
̶ Has sido tan bueno conmigo, pídeme lo que quieras, que te lo concederé.
El rey, como era tan avaro, sin pensarlo dos veces le pidió el siguiente deseo:
- Solo deseo una cosa: ¡que lo que yo toque se convierta en oro!
El mago, aunque un poco extrañado, le concedió su deseo.
El rey salió a su hermoso jardín, lleno de flores y cogió una rosa. Al momento, la flor
se convirtió en oro. Luego, tocó la rama de un árbol y todo el árbol se convirtió en oro.
Después, tocó una piedra y al momento se convirtió en oro.
El rey Midas, echando la cabeza hacia atrás, gritó:
— ¡Soy el hombre más rico del mundo!
Corrió luego hacia sus campos, tocándolo todo. Y todo se iba convirtiendo en oro.
Por último, exhausto pero lleno de alegría, pidió su comida. Los sirvientes le sirvieron
un enorme banquete.
— ¡Oh, qué hambre tengo! —dijo mientras ensartaba un trozo de carne y se lo llevaba
a la boca.
Entonces, Midas se dio cuenta de que, de repente, su deseo no era tan maravilloso
como había pensado; por lo pronto, al morder la carne, ésta se había convertido en
oro. Al sentirse debilitado por el temor, buscó un jarro con agua, pero ¡ay! lo único que
sus labios pudieron tocar fue el frío y duro metal. El agua se había convertido en oro.
— ¡Mago! —Grito levantando las manos al cielo—. ¡He sido un codicioso loco! ¡Deshaz
mi deseo! ¡Libérame de mi toque de oro! ¡Ayúdame!
Los sirvientes sentían pena por él, pero no se atrevían a acercársele por temor a
quedar ellos también, convertidos en oro.
Mientras todos se lamentaban, el mago apareció de pronto en el jardín del palacio.
Permaneció un momento en frente del lloroso rey, y luego dijo:
—Levántate, Midas.
El rey Midas se puso de pie con dificultad, y le suplicó que deshiciera el deseo.
—Fuiste codicioso y necio, amigo mío —dijo el mago, pero voy a perdonarte.
Ahora ve lava tus manos en el río y perderás la magia que te hace tan desgraciado.
El rey hizo lo que el mago le indicó y ¡qué maravilla! Todo volvió a ser como antes: las
flores, la comida, las piedras... Desde ese momento, Midas dejó de ser avaro y se
volvió más humano, pensando en los demás y repartiendo sus riquezas entre todos
los pobres de su reino.
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