MI DIARIO DE ADULTO Helena se fue - hace mucho pasó esto -. Fue extraño el porqué lo nuestro culminó; o al menos, no quería seguir asfixiándome con eso, pero creo que lo merecía: fue mi culpa. ¿Qué tentación acaso tuve para caer de pila de nuevo sobre mis debilidades? Yo era fuerte, pero tuve que morir en vida antes. Lo malo fue que no sabía bien porque me decaí. *** En enero y febrero. De camino a la universidad, me embarqué a una estación del metropolitano. “Que fastidio es ver cuánta gente se empuja y se amontona desesperada por subir a los buses. Tranquila señora, el mundo no se acaba aún” - dije en mi mente -; y sin cuidado, pensé en voz alta: “el mío se está haciendo pedazos y no corro por lo que me dará de comer después”. Creo mi nihilismo ganó ese día, pero pienso que ganó muchas veces más. Ya dentro del bus, me sujeté de las barras para no caer de cara contra el suelo; me recriminé el haber comido solo un pan y mucho café: “vaya que te quieres mucho Cristopher”. Miraba con desdén mi alrededor, no se notaba por el cubre-bocas, pero hacia muecas de desagrado cuando veía que más personas se mentían amontonadas al bus. Entre tanto fastidio recordé a Helena, me pregunté que estará haciendo, me perdí un rato pensando acerca de eso. Recordé su rostro y dije, con una sonrisa boba en mi mente: “Ella era muy bonita, sus grandes ojos me hipnotizaban siempre que la veía, tenía también una sonrisa muy linda. Helena”; mi expresión no se volvió alegre o “tierna” porque al instante de añorarla me respondí con un susurro agresivo: “Y la apartaste de ti. Se fue porque tú te alejaste como una mosca asustada. Eres idiota; tú y tu desequilibrio”. Ya en la universidad, ingresé a mi facultad donde me crucé con Héctor, después con Jessica, a ambos los saludé como siempre, un choque de palmas y puños sin mucha energía. Había que presentar un proyecto de reforma urbana; antes de iniciar, me dirigí hacia los baños para lavarme la cara y despertarme. “Ay, no es sano despreciarse, no comer bien y tomar mucho café, cris” – dije en voz alta mientras me secaba las manos y veía mis ojeras en el espejo-. Llegó la hora de presentarme. Me puse nervioso. No era algo habitual en mí, lo había dejado de hacer hace mucho, pero muchas inquietudes que había enterrado estaban volviendo. Terminé mi presentación, estaba sudado. Me pareció molesto más que otra cosa. Las clases siguieron igual que siempre. Pero yo no estaba ahí, no totalmente, quiero decir: pensaba en disparates y decepciones, me extravié. Regresa mi lucides y no había anotado casi nada de la clase, cosa que me fastidió muchísimo: me amarga no aprovechar las cosas. Regresé a mi casa. Mamá no estaba, ella trabajaba hasta muy noche. Siempre llegaba a casa solo, eso me gustaba un poco. Sin embargo, en mi soledad sentía escalofríos, era una sensación horrible y la cabeza me dolía mucho, y lo peor era que no podía dormir para apaciguar el dolor. No tenía pastillas, así que me tomé un café mientras copiaba los apuntes de uno de mis compañeros. Al terminar el sol ya se había ocultado - no me gustaba mucho mi casa, era pequeña, pero que buena vista tenía en las noches, tardes y en ciertas ocasiones, cuando me desvelaba por un trabajo, me satisfacía ver el amanecer -. Mantuve mi vista hacia una botella de ron que había en la casa - mi familia coleccionaba bebidas, aunque casi nunca tomaba –; me ganó la tentación y, ya un poco aliviado del dolor de cabeza, me serví un vaso de chupito y lo bebí con descuido. “Es muy amargo esto.” – dije, con una mueca producto de ese ardor que genera el trago al tomarlo-. Me puse a escuchar música, con satisfacción. Escuchaba canciones violentas y enérgicas con mucha calma. Quise llamar a Héctor o Jessica, pero creí los iba a molestar así que me quedé con ganas de hacerlo. Comencé con mis quehaceres y en eso llegó mamá, papá no venía casi nunca, o más bien, yo no lo veía. Mi madre, como siempre, llegó cansada del trabajo, solo quería recostarse y dormir. Me preguntó: “¿Hijo, hay comida?” le respondí: “sí”, le serví lo que había en la olla, lo calenté en el microondas y comimos los dos en silencio. Mi madre no es de hablar mucho a veces, a pesar de que sea su único hijo; no me molesta, pero siento que, por nuestra poca comunicación y la ausencia de mi padre, me volví más introvertido conforme iba creciendo en etapa escolar, ya cuando ingresé a la universidad y me topé con gente parecida a mí, me solté un poco más, ahí fue también cuando me enamoré de Helena. En la noche, sencillamente mis ojos no podían cerrarse. Tomé un poco más de ron mientras oía música, pero ahora eran canciones de muchos idiomas; música que te llena un poquito el corazón; y melodías apacibles, un poco tristes; recordaba mucho mi pasado, y las pocas personas que quise mucho. Decaí otra vez, igual que cuando era chico y estaba llorando solo en casa buscando consuelo. Pensando en voz alta, ronca y áspera por el alcohol dije: “esto no me está gustando, tengo cosas quehaceres mañana”. Pero en el fondo no me importaba mucho. “Creo me equivoqué de carrera”. – dije con desdén. Sentado frente a mi computadora comencé a leer un libro que había dejado hace mucho. Hasta la mañana siguiente, leí: “El Extranjero” de Albert Camus. Me aterraba como es que sentía cierto parentesco con Mersault, el protagonista de la obra. Dicho personaje lo sentí con un desaliento profundo a los acontecimientos de su vida, incluso a sí mismo. Me quedé mirando a la nada por un rato después de leer unas cuantas páginas y me pregunté: “¿Podré yo acabar como él? y ¿Tendría algo de malo?” y yo mismo me contesté: “sí… sí estaría mal perder pasión por todo en tu vida.” Sin darme cuenta ya eran las cinco de la mañana. Mis ojos me pesaban mucho, no era solo haberme trasnochado sino mi congojo por perder mi vida. No tenía muchas arribar a la universidad. Me quedé viendo el tragaluz mientras desayunaba de pie. Vi la hora y ya estaba tarde para mis clases, me encontraba agotado, entonces decidí tomar una gran taza de café y a toda prisa llegué a la estación de metropolitano más cercano. Estaba impaciente, no quería descuidarme – pero creo solo llevé un lapicero como “cartuchera”. “¡Carajo, avancen, son más lentos que una vaca, por dios!”- dije en mi mente antes de empezar a correr y empujar a gente para subirme al bus del metro. **** Era marzo. Seguía fastidiado conmigo por haber alejado a Helena y por mi estado paupérrimo. La universidad no me entusiasmaba, me consumía y tuve dudas sobre seguir mí carrera a la mitad, no sé de dónde vino tanta incertidumbre. Helena me habría dañado quizá, o yo mismo me hice el daño al apartarla cuando me amaba. Dejé de velar por mí, me entregué a mi universidad, a mi familia, a pesar de no tener un gran contacto con ella y, lo que es peor aún, mi plan de vida, profesional y personal, habían perdido sentido. Todo marzo era así. Era abril. No quería ir a mi universidad. Mientras miraba, con ardor en mis ojos, la ventana de mi cuartucho, desordenado y sucio, pensé seriamente en dejarme pervertir con la idea de perderme por Lima. Con una sonrisa ufana, aluciné con divertirme: volver a conocer a un nuevo Héctor, una nueva Jessica en mi vida – dos amigos con los que puedo expresar quien soy -, escaparme de mí mismo, tener un poquito más de vida. Cuando me vestía con mis prendas básicas pensé: “¿Será esta la solución, Cris? ¿Y si terminas perdiéndote igual que muchos que trataron de buscarse en las calles?”. “No pasará eso: yo no voy a buscarme, yo voy a indagar si tengo aún pasión en mí” – me respondí con voz altiva y convicción. Salí de mi habitación, como es costumbre, no visualicé a mi padre; en cambio, vi que mi madre por fin se dio un descanso de su trabajo. “adiós ma', voy a la universidad. Que sorpresa que hoy sí descanses” – le dije a mi madre mientras salía de la casa sin desayunar y acomodaba mi mochila sobre mi hombro. Ella me contestó - “okey hijo, cuídate. Tú también debes descansar… Ven un momento”. Yo me acerqué y ella me dio un beso en la frente y me dijo: “te amo hijo” con una sonrisa leve y con cierto lamento, porque ella sabía que no éramos una familia que mostrara mucho lo que siente. Yo le sonreí y le dije que también lo hacía. - Tuve lágrimas en mis cuencas deseando salir cuando lo dijo. Me consoló que lo dijera – no se lo dije, pero gracias por todo mamá-. Al transitar lima usando el metropolitano, aun me estaba decidiendo si ir a la plaza san martín y huevear o ir a la universidad. Me encontraba en la duda mucho rato, pero me decante por seguir estudiando. “¿Qué estabas pensando Cris? Aguántate, no te desvíes”, me dije en voz alta de camino a pie a mi facultad. Sin embargo, en las clases estaba desatento, un poco ansioso y torpe; fue como querer escapar. Acabaron mis lecciones y unos deberes, eso de las 7 pm. Me quedé comiendo un momento con Héctor y Jessica. No hablé mucho. Estaba imaginando como es Lima de noche y cuanta “chicha” no he conocido. Sin darme cuenta eran las 8:30 de la noche, le avisé por escrito a mi madre que no iba a llegar temprano a la casa. Tome una combi para ir a tomar el metropolitano, pero andaba inquieto por la idea de explorar lo que todavía ignoraba. “Siento lima como un hogar cuando cae sobre ella la noche”. Mi pasar por el metropolitano fue muy breve; tomé el bus en la estación España y me retiré en Quilca. Sujeté mi bolsón fuertemente por instinto cuando salí de la estación; miré a mi izquierda y reconocí un poco la calle – creo mi padre me había llevado por este lugar cuando era un niño-. Me creció la curiosidad y caminé hasta el Jirón Quilca y Camaná. Había escuchado que era punto de encuentro de culturas suburbanas. Estaba cansado pero un poco feliz y ahí empezó un frenesí por la humanidad que buscaba. Me paseé por las librerías que aún estaban abiertas, compré ejemplares de literatura peruana y filosofía alemana y francesa; ingresé al bar Queirolo, me puse a leer una breve biografía sobre Valdemolar. “Yo quisiera también explotar a los burgueses limeños sin gusto por el arte” - dije en mi mente con una leve sonrisa, creo fue influencia del chilcano que bebía. Salí cuando cerraron el bar, es que me entretuve leyendo; con suerte, pagué lo que consumí. Escuché un sonido “tapado” a lo lejos, provenía de un bar subterráneo. Quise entrar y explorar, pero tenía que regresar a mi hogar: quería ver cómo se encontraba mi madre y también deseaba descansar. Al llegar a mi casa después de andar entre combis y taxis, vi a mi padre comiendo, creo era algo que mamá había preparado y guardado para mí. No le dije nada, lo miré con seriedad, asentí con la cabeza a modo de saludo y me eché a dormir por fin. Abril se tornó rojo, áspero y nocturno. ***** Seguía abril, mayo y junio. Quedé impregnado con el espíritu de la primera vez que me desvié de mi rutina. - Me gustaba-. Sentí el deseo de volver a deambular por Quilca y más zonas y locales que descubra a la marcha. Seguía estudiando, claramente. Tocaba una clase sobre el modernismo arquitectónico, pase casi dormido toda la clase; Jessica me reclamó con preocupación y fastidio: “¡oye Cris! ¿Qué está pasando contigo? Estás así dos meses, preocúpate un poco por ti. Ya van tres meses que descuidas la uni.” Ignoré lo que dijo y solo asentí con la cabeza. Llegó la tarde y salí de mi universidad con prisa porque había quedado con Sofía, una chica que conocí en mis paseos por los centros y sótanos limeños, era muy diligente a los que le atraía, me gustaba eso de ella. Nos encontramos en la catedral de lima, la saludé con alegría y ánimo, ella igual lo hizo. Estuvimos horas hablando mientras caminamos por la catedra. Escuchábamos música en nuestro andar. Terminamos en una exposición de arte colectivo, luego descansamos en el bar Queirolo. Los ojos nos pesaban, pero estábamos emocionados por lo siguiente que podamos hacer. En ese bar conversamos más, pero ya fue un dialogo muy íntimo, descubrí que ella sufrió de abusos, acosos y maltrato desde pequeñas. “igual que muchas mujeres en lima y el mundo” – me dijo ella tomando el ron que pidió. Hubo un silencio reflexivo. - en ese momento recordé a mi padre, no sé porque -. Seguimos en nuestra encrucijada, terminamos en un bar subterráneo cercano hasta el día siguiente. Eso de las 4 de la mañana regresé a mi casa. Vi a mi padre durmiendo con mi madre en su cuarto. Me parecía extraño. En esos meses, papá quería integrarse, pero a mí no me terminaba por agradar la idea. Ya recostado en mi cama, me ardían los ojos, tomé una ducha. En lo que buscaba que ponerme, bañarme y vestirme, llegaron las 5 de la mañana. Me senté en el techo de mi casa, la madrugada es bonita. “¿Cómo estará Helena?” – pensé. Y seguí: “me siento bien por las noches, pero sigo paupérrimo. Estoy contento, bastante, pero tengo que volver, ¿no? Madre, ¿porque te esfuerzas tanto? y ¿Por qué dejas que papá vuelva después de haberse ido?”. Fueron pensamientos rápidos, pero noté que sí debía volver a mi formalidad, no soy un animal. Acabé de beber mi vaso de agua. Mi piel y vellos sentían las brisas el viento y brillaba mi pelo mojado por el de albor. - El alba me agradaba siempre -. Bajé del techo saltando hacia las escaleras de emergencia. – no lo pensé pero- Me alisté para ir a la universidad, pero esta vez me tomé el tiempo para desayunar correctamente, dejé una tasa de café para mi madre; subí al metropolitano con más calma, mas no para de fastidiarme la precipitación de la gente por subir. “espero quién quise esté perfectamente. Seguiré yendo saliendo y viviendo. Pero quiero ser un poco más responsable” - dije en mi cabeza caminando a mi facultado y saludando a Héctor y Jessica. Y así fue, pero perdí también gente, mamá, Sofía, Héctor, los extraño.