Subido por casquibueno

Portugal vs España

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PORTUGAL VS ESPAÑA
“Con Portugal compartimos un espacio geográfico común
perfectamente delimitado, una historia común secular y un paralelismo histórico y político innegable. A la mera acumulación de
los hechos históricos hemos de añadir un dato de trascendental
importancia de nuestras relaciones con Portugal, como es el sentido histórico y cultural de la formación de la nacionalidad y el estado portugués. Sin aludir a Portugal no es posible ofrecer una
imagen verídica y compleja de la Historia de España y viceversa.
Sin embargo, un grave defecto, todavía no subsanado del todo,
aunque en vías de estarlo, es el desconocimiento que respecto a
Portugal tienen la mayoría de los españoles”. (J. López-Davalillo
Larrea. Atlas Histórico de España y Portugal, 1999. p. 5)
1.- EL COMIENZO: LA EDAD MEDIA ..................................................................................... 3
1.1.- Cronología medieval ....................................................................................... 3
1.2.- Primeros hechos ............................................................................................. 4
1.3.- Hitos medievales ............................................................................................ 5
2.- LA DECISIVA EDAD MODERNA ........................................................................................ 7
2.1.- Guerra de sucesión castellana ........................................................................ 7
2.2.- Política matrimonial ....................................................................................... 8
2.3.- Tratados atlánticos ....................................................................................... 10
2.4.- Muerte del rey Sebastián ............................................................................. 11
2.5.- La gran crisis de 1640 ................................................................................... 12
2.6.- Conclusión .................................................................................................... 14
3.- EL «CORTO» SIGLO XVIII ............................................................................................... 15
3.1.- La Guerra de Sucesión .................................................................................. 16
3.2.- La Guerra de los Siete Años, y… ................................................................... 18
4.- LOS ENMARAÑADOS CONFLICTOS NAPOLEÓNICOS .................................................... 19
4.1.- España aliada de Francia. Invasión de Portugal de 1807 ............................. 19
4.2.- España aliada de Portugal e Inglaterra. 1808-1814...................................... 20
4.3.- El movimiento juntero .................................................................................. 20
4.4.- Conclusión .................................................................................................... 20
5.- IBERISMO ...................................................................................................................... 21
6.- BIBLIOGRAFÍA ............................................................................................................... 24
2
3
1.- EL COMIENZO: LA EDAD MEDIA
Durante estos siglos los estados cristianos se moverán en una continua alternancia
de pactos, alianzas, guerras de frontera, relaciones de familia, intentos de unificación y
desunión, pero animados por un más o menos inconsciente impulso de recuperación de los
territorios meridionales.
1.1.- Cronología medieval
LEÓN
1150
1180
1200
1230
1250
1280
1300
1350
1400
1450
1470
1500
-
Fernando II
(1157-1188)
Alfonso IX
(1188-1230)
Matrimonios, conflictos y otros acontecimientos
en común
PORTUGAL
Fernando II Ꚙ Urraca, hija de Alfonso
Alfonso ⚔️contra su yerno Fernando por el dominio
de Ciudad Rodrigo
Teresa, hija de Sancho Ꚙ Alfonso IX
Mafalda, hija de Sancho Ꚙ Enrique I de Castilla
.
Alfonso I
(1139-1185)
Pedro, hijo de Sancho sirvió en la corte de Alfonso
Sancho I
(1185-1211)
Urraca, hija de Alfonso VIII de Castilla Ꚙ Alfonso II
Alfonso X ayuda a Sancho II⚔️contra su hermano Alfonso III
Alfonso II (1211-23)
Sancho II
(1223-48)
Fernando III
(1230-1252)
Alfonso X
(1252-1284)
Beatriz, hija ilegítima de Alfonso X Ꚙ Alfonso III
Alfonso X ⚔️ contra Alfonso III por el Algarbe
1249 Portugal finaliza la Reconquista
Sancho IV
(1284-1295)
Fernando IV
(1295-1312)
Alfonso XI
(1312-1350)
Dionisio I
(1279-1325)
Tratado de Alcañices: primer acuerdo fronterizo hispano-luso
Constanza hija de Denis I Ꚙ Fernando IV
María, hija de Alfonso IV Ꚙ Alfonso XI
Beatriz, hija de Sancho IV Ꚙ Alfonso IV
Alfonso IV
(1325-1357)
Inicio de la dinastía TRASTÁMARA
Beatriz, hija de Fernando I Ꚙ Juan I
Juan I intentó invadir Portugal: Derrota de Aljubarrota
Pedro I
(1357-1367)
Fernando I
(1367-1383)
Pedro I
(1350-1369)
Enrique II (136979)
Juan I (1379-90)
Enrique III
(1390-1406)
Juan II
(1406-1454)
Enrique IV
(1454-1474)
Isabel I
(1474-1504)
Alfonso III
(1248-79)
Inicio de la dinastía AVIS
Juan II Ꚙ Isabel de Portugal, nace Isabel la Católica
Enrique IV Ꚙ Juana de Avis, nace Juana la Beltraneja
Guerra de Sucesión Castellana
Tratado de Alcáçovas
Juan I
(1385-1433)
Duarte I (1433-38)
Alfonso V
(1438-1477)
1150
1180
1200
1250
1280
1320
1350
1380
1430
1480
1500
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1.2.- Primeros hechos
Las ansias expansionistas de los influyentes cluniacenses llegaron a Castilla durante
el reinado de Alfonso VI1.
Probablemente influido por
esta orden Alfonso VI estuvo casado con dos princesas francas Inés de Aquitania y Constanza de Borgoña,
y como corolario de esta
«colaboración» fue la llegada de caballeros francos a
luchar contra los infieles
(aunque en España el espíritu de enriquecimiento estaba por encima del cruzado). Fruto de esta participación fue el casamiento de
Raimundo de Borgoña con
Urraca I de León, hija de
Alfonso VI y Constanza de
Borgoña.
Para recompensar la
participación de Raimundo
Tomado de File: Condado portucalense carte-1070-fr.png - Wikimedia Commons el 15 de noviembre de 2022
Límites del Condado Portucalense 1070
en las campañas militares,
además de la mano de su
hija, le otorgó el gobierno
del, desde entonces, denominado Condado de Galicia de modo hereditario.
Por su parte, Enrique de Borgoña, sobrino de la reina consorte, Constanza, fue recompensado con la mano de la hija bastarda de Alfonso VI, Teresa y recibió en dote las
tierras ganadas a los moros entre el río Limia por el norte y por el sur hasta un límite impreciso cercano al río Tajo: el denominado Condado Portucalense, en detrimento de los
1
En esta época las peregrinaciones a Santiago tomaron un fuerte impulso, precisamente de la
mano de los cluniacenses. Los favores de Alfonso VI a estos monjes se materializaron en el nombramiento
del cluniacense Bernardo obispo de Toledo tras la conquista.
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territorios otorgados con anterioridad a su otro yerno Raimundo. El hijo de Enrique y Teresa, Alfonso Enríquez, lograría por las armas ser proclamado primer rey de Portugal. Y
aquí empezó todo.
Alfonso I Enríquez lo independizó de León en 1139. En 1143, Alfonso VII reconoce
la independencia del nuevo reino, aunque con carácter vasallático, y en 1179 lo reconoce
el papa Alejandro III, y aquí no hay más que hablar.
De manera que Portugal no sería hoy un país fuerte e independiente si Alfonso VI
no hubiera casado a su hija bastarda con un conde de Borgoña.
1.3.- Hitos medievales
Desde el momento de la consolidación de Portugal como reino independiente las
relaciones hispano-portuguesas no pueden calificarse de malas, al menos no peores que con
otros reinos peninsulares. Las típicas broncas entre hermanos y cuñados el día de Nochebuena. Desde entonces las algaras y los matrimonios dinásticos están a la orden del día. Las
escaramuzas, porque el avance de la conquista hacia el sur creaba problemas fronterizos
entre los reinos2; los matrimonios reales, porque nunca se perdió de vista la posibilidad de
reunificación de los reinos peninsulares.
El problema fronterizo más importante durante la Edad Media, acaeció en 1249 tras
la conquista del Algarbe por Alfonso III de Portugal. Alfonso X de Castilla reclamó estos
territorios y tras las escaramuzas de rigor, el asunto acabó en boda: Alfonso III casó con la
hija ilegítima de Alfonso X, Beatriz. Posteriormente se firmó el históricamente interesante
tratado de Alcañices (1297). Este tratado, --que se considera el primer tratado europeo en
fijar una frontera que se mantiene el día de hoy (más o menos)--, fue acordado entre la reina
María de Molina (en nombre del entonces menor de edad Fernando IV de Castilla) y el rey
Dionisio I de Portugal.
PRIMER INTENTO UNIONISTA. El intento de unión por matrimonio de mayor
calado histórico durante la Baja Edad Media fue el emprendido por Juan I de Castilla. En
1383, el rey portugués, Fernando I, muere sin herederos varones. Juan I de Castilla reclama
el trono, ya que estaba casado con la única hija del rey portugués, pero una facción de los
2
Hay que recordar que nuestra actual visión de las fronteras, consecuencia del nacimiento de los
Estado-Nación en el siglo XIX, tiende a verlas como algo estable, pero esa visión no es aplicable al mundo
medieval en el que «frontera» era un territorio impreciso y movedizo. (Saldaña, p. 105)
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nobles menores, dirigida por Juan de Avis (hijo bastardo de Pedro I de Portugal 3, y más
tarde Juan I), se opusieron a esta unión dinástica. El conflicto armado duró dos años (lo que
en Portugal se denomina «Crisis de 1383-1385» o «Interregno») y se entremezcló con la
Guerra de los Cien Años, ya que Juan de Avis solicitó la ayuda de Inglaterra y tropas francesas vinieron en ayuda del rey castellano. El conflicto terminó con la estrepitosa derrota
de las tropas castellanas en la Batalla de Aljubarrota (1385). Esta famosa batalla sigue
siendo un símbolo de la gloria y la lucha por la independencia de nuestra vecina peninsular,
y, como es sabido, los portugueses para conmemorar esta victoria levantaron el Monasterio
de la Batalla4, joya del gótico y monumento declarado patrimonio de la humanidad. (Algo
así como El Escorial español). Finalmente, en 1411 Juan I de Avis fue reconocido como
nuevo rey de Portugal.
En los siguientes cien años todo quedó tranquilo. Los castellanos se dedicaron a
luchar entre ellos y los portugueses se aplicaron a conquistas por el norte de África.
3
No me resisto a mencionar aquí, aunque esté fuera del hilo de este trabajo, la leyenda de los
apasionados amores de Pedro I e Inés de Castro, que ha dado lugar a numerosas obras literarias y musicales. Solo destacaré la conocida obra de teatro de Luis Vélez de Guevara, Reinar después de morir (1640).
4
En la construcción de dicho monumento intervino el arquitecto cántabro Juan de Castillo (nacido en Castillo Siete Villas), gran olvidado en la historia del arte española, y considerado uno de los más
grandes de Europa de su tiempo. Juan del Castillo cuenta entre sus obras con cinco monumentos en Portugal declarados patrimonio de la humanidad: Convento de Cristo de Tomar, Monasterio de los Jerónimos
en Belém, Fortaleza de Mazagón (Marruecos), Real abadía de Santa María de Alcobaça, y parte del mencionado Monasterio de Batalha. No solo existe Juan de Herrera.
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2.- LA DECISIVA EDAD MODERNA
Conocida es la incongruencia de marcar con los acontecimientos de un día el cambio de una época histórica, voy a precisar qué entiendo en este trabajo por Edad Moderna.
Las características sociales, económicas y políticas no cambian de un día para otro como si
atravesáramos la puerta que separa una habitación de otra; las circunstancias van modificándose bajo el prisma de lo que se denomina como evolución, es decir, lentamente; por
eso en las siguientes líneas intentaré describir las relaciones hispano-lusas entre, «aproximadamente» 1500 y 1800.
Por otra parte, aclararé que en los trabajos sobre la Edad Media y Moderna, se menciona con frecuencia a portugueses o castellanos, pero con estos gentilicios la historiografía
política medievales y modernas designan a los estamentos superiores social y económicamente hablando. Es decir, las guerras, por ejemplo, tenían como única finalidad defender
los intereses personales y patrimoniales de los reyes, de la alta nobleza y la alta burguesía
participantes: aún no había nacido los conceptos de nacionalismo y patriotismo. Había tanta
intriga como combates y la carne de cañón era la misma que ahora, solo que ni siquiera se
trataba de justificar su intervención; aún resonaba el vasallaje feudal y el régimen señorial
y el pueblo llano «ni ponía ni quitaba rey, solo ayudaba a su señor» y no sacaba nada en
claro. Esto debe tenerse en cuenta en las páginas que siguen.
2.1.- Guerra de sucesión castellana
Tras la boda secreta de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla en 1469, Enrique
IV desheredó a esta después de que la había ofrecido el trono en los Pactos de Guisando de
1468, y consideró heredera a su hija Juana la Beltraneja. En 1474 muere Enrique IV y
comienza la Guerra Civil entre Isabel (apoyada por Aragón) y Juana (apoyada por su tío
Alfonso V de Portugal). Con el triunfo isabelino, Portugal reconoce a Isabel como reina de
Castilla, y de paso se establece el acuerdo por el que ambos países se reparten el Atlántico.
La otra pretendienta al trono, Juana había pactado nupcias con su tío Alfonso V de
Portugal, de manera que en esa guerra no solo se dilucidaba quien reinaría, sino, también,
con quien acabaría uniéndose Castilla, si con Aragón o con Portugal, pues si triunfaba Isabel la unión dinástica se efectuaría entre Castilla y Aragón, pero si triunfaba Juana la unión
sería entra Castilla y Portugal. Al final triunfó Isabel y … Como puñalada final de la católica majestad, tras vencer en la guerra de sucesión, fue obligar a su sobrina a ingresar en el
convento de Santa Clara de Coimbra, como previsión de futuros matrimonios de consecuencias impredecibles.
8
La Guerra de sucesión terminó con la firma del Tratado de Alcáçovas en 1479, y
con él no solo se produjo la reconciliación entre ambos reinos, sino que además floreció un
clima de entendimiento entre las cortes castellana y portuguesa que propició una cascada
de enlaces matrimoniales, que dieron pie a futuras uniones dinásticas, de las que hablaré a
continuación.
2.2.- Política matrimonial
Los sucesivos enlaces matrimoniales entre la corte de los RR.CC. por un lado y la
de Juan II y Manuel I de Portugal por el otro, suelen interpretarse como un intento para
conseguir la soñada unión peninsular, intentos que culminarían con Felipe II en 1580, en
unas circunstancias políticas –interiores y exteriores—militares y económicas muy distintas, que impidieron su permanencia. Ahora bien, tal y como se pregunta Nogales Rincón
(Rincón, 2013, p. 43) ¿Existió realmente este deseo de unión de reinos en la mente de los
reyes de Portugal y de Castilla a fines de la Edad Media? ¿estuvo la política matrimonial
de los Reyes Católicos en relación con Portugal dirigida a la consecución de esta unión?
¿actuaron los reyes de Portugal movidos por este sueño unionista?
Según el mismo Nogales Rincón (2013, pp. 60 y ss.) este sueño de unión, de haber
tenido cabida dentro de la política hispano-castellana, debió de ocupar tal vez un lugar
secundario y marginal. En Portugal luchaba la dualidad del temor a la hegemonía castellana,
contra un deseo de neutralizar su principal amenaza en política exterior y permitir el desarrollo sin alteraciones de sus empresas marítimas; además, a esto hay que añadir el nacimiento de ideas de corte protonacional portugués que tenían un componente anticastellano
marcado. Para los RR.CC. la existencia de Portugal y de Navarra como entidades autónomas se presentaba como un problema menor, especialmente si este se comparaba con los
que podrían derivarse de un conflicto armado a raíz de cualquier intento de incorporación,
(aún estaba presente el recuerdo de Aljubarrota). Por eso parece más plausible que los intereses de los RR.CC. se centrarán en buscar crear una alianza global frente a Francia por
medio de una política matrimonial con Portugal, Inglaterra y Habsburgo.
Es decir, que las relaciones políticas entre las cortes castellana y portuguesa permiten entender el interés por establecer entre ambas estrechos lazos a través de la vía matrimonial, más allá de la búsqueda de una unión ibérica. Este sueño de unión, de haber tenido
cabida dentro de la política hispano-castellana, debió de ocupar tal vez un lugar secundario
y marginal — quizás atendido como una simple posibilidad o esperanza de ganancia política abierta por la fortuna; es decir, como un beneficio adicional sujeto al azar, resultado de
9
la política matrimonial desarrollada y no causa de la misma. Resultado que nadie dudaba
que caería como fruta madura tarde o temprano. No se había olvidado la Hispania visigoda.
Si consideramos, pues, que los RR.CC. organizaron la política matrimonial con fines
puramente
diplomáticos,
con vista en las
relaciones internacionales, en el
siguiente cuadro
se muestra la insistencia de los
RR.CC.
por
crear un «cordón
sanitario»
con
Francia. En relación con Portugal, primero casaron a su hija
Política matrimonial de los RR.CC.
La época de las Regencias y el ascenso al trono de Carlos I. - Scriptorium de la
Historia (google.com)
Isabel con el rey
Alfonso
V
de
Portugal, al morir
este la casaron con su hijo Manuel: de esta unión nación el príncipe Miguel, que murió
pronto y quedó frustrado la posibilidad de una unión hispanoportuguesa5. Como aún no se
había conseguido nada, insistieron casando a su hija María con Manuel, viudo de Isabel, y
de esta unión nació Isabel de Portugal, cuyo hijo, Felipe II, consiguió al fin reinar sobre
todo el territorio peninsular. Objetivo cumplido.
Los matrimonios peninsulares continuaron durante el siglo XVI. Deseando reforzar
la alianza con Portugal y así, hacer de su vecino un aliado seguro en las guerras con el norte
de Europa, Carlos V eligió como prometida para su hijo Felipe la princesa María Manuela
de Portugal6, hija de Juan III, Rey de Portugal (con la consabida dispensa papal). A su vez
5
Ahora que está tan de moda el tratamiento contrafactual de la historia, no sería un mal tema el
análisis de esta muerte con esta técnica: ¿y si no hubiera muerto Miguel?
6
De este enlace nació el príncipe Carlos: su confinamiento y muerte han dado lugar a múltiples
especulaciones.
10
Juan III de Portugal se unió a Catalina de Austria, hermana de Carlos I; los enlaces respondían a la tradición luso-castellana de matrimonios recíprocos. Estos matrimonios desaparecieron en siglo XVII.
En el siglo XVIII, a pesar de haber estado en bandos opuestos ambos países durante
la Guerra de Sucesión, tuvo lugar el doble enlace entre los hijos de Felipe V de España y
Juan V de Portugal: el futuro Fernando VI con Bárbara de Braganza y el príncipe José I
con Mariana Victoria de Borbón.
Hasta el siglo
XIX
no vuelve a haber más uniones dinásticas. Primero, Juan VI se
casó con la intrigante la hija de Carlos IV, Carlota, y, más tarde, Fernando VII matrimonió,
en segundas nupcias, con su sobrina María Isabel de Braganza (a ella se debe la creación
del Museo del Prado), también se concertó el matrimonio entre el infante Carlos María
Isidro, hermano del rey Fernando, con la princesa María Francisca de Portugal, hermana
de María Isabel.
2.3.- Tratados atlánticos
Una vez terminada la Guerra de Sucesión castellana se firmó, en 1479, el Tratado
de Alcáçovas-Toledo entre los RR.CC. y Alfonso V de Portugal y se resolvieron una serie
de cuestiones políticas y territoriales que estaban pendientes. Por un lado, Alfonso V renunciaba al trono de Castilla. Por otro, para solucionar los derechos sobre nuevos territorios
colonizados y el largo conflicto sobre las islas Canarias, se acordó que el paralelo a la altura
del cabo Bojador limitaba el ámbito por el que podían navegar y colonizar ambos países:
al norte Castilla, al sur Portugal, de todas formas se reconoció la soberanía castellana sobre
las islas Canarias y la portuguesa sobre Madeira, Azores y Cabo Verde. También se acordó
el matrimonio entre Alfonso, heredero al trono portugués e Isabel, hija de los RR.CC. que
antes he mencionado.
Después del primer viaje de Colón surgió el conflicto de si la navegación se había
realizado por el norte o por el sur de la línea del cabo Bojador. Para evitar una guerra,
gracias a la diplomacia del rey Fernando que solicitó la ayuda del papa Alejandro VI, se
firmó un nuevo tratado en Tordesillas (1494) entre Juan II de Portugal y los RR.CC. mediante el cual se aceptaba una nueva división del océano Atlántico, esta vez de norte a sur,
mediante el meridiano situado a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. Así, los
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territorios colonizados al este de esta línea pertenecerían a Portugal, mientras que los situados al oeste pertenecerían a la Corona de Castilla, permitiéndose la libre navegación de los
barcos castellanos por el lado portugués para viajar al oeste.
Desde 1479 ambos países gozaron de un largo periodo de concordia basado en los
lazos iniciados por los RR.CC. con su política matrimonial y considerarse ambos países
hermanos: hijos de la antigua Hispania.
2.4.- Muerte del rey Sebastián
En 1578, en Marruecos, en la desastrosa batalla de Alcazarquivir, murió en combate,
sin descendencia, el joven rey Sebastián de Portugal. Con él pereció buena parte de la nobleza lusa. La muerte del joven rey causó conmoción en toda Europa, un profundo dolor en
Portugal que dio pie a una mitología mesiánica: el sebastianismo, y un crisis dinástica de
gran envergadura, pues como he mencionado, el rey no tenía descendientes.
En esa crisis dinástica Felipe II fue uno de los candidatos, porque era hijo de Isabel
de Portugal, por lo que reclamó y obtuvo el reino sin excesivos conflictos bélicos por el
apoyo que obtuvo entre la nobleza y los grandes comerciantes, que veían los beneficios
políticos y económicos que tendría la unidad ibérica con la posibilidad de participar en los
negocios de Indias. Por su parte, la incorporación de Portugal a la Corona de Felipe II
supuso la unidad política --pero no institucional-- de toda la Península, y además la añadidura del propio imperio colonial portugués: Brasil, Indonesia, Molucas, Ceuta, etc. Felipe
II garantizó que Portugal, dentro del complejo entramado de la Monarquía Hispánica, fuera
aeque principalister (igual al principal) y que mantuviese sus leyes e instituciones propias.
En este sentido se creó un Consejo de Portugal y un Virreinato en el que debería estar
siempre al frente un ciudadano portugués.
Como curioso colofón a este apartado indicaré que, aunque, como ya he dicho, la
alta burguesía y la nobleza eran los más interesados en la unión con Castilla, y la castellanización de Portugal7 era significativa, a partir del desastre de Alcazarquivir, en el pueblo
llano se asentó un espíritu anti-castellano que dio lugar, como he dicho más arriba, a que la
leyenda del sebastianismo (esa especie de mesianismo según el cual el rey Sebastián no
habría muerto en Alcazarquivir) se dirigiera hacia un esperado regreso en el que liberaría a
su pueblo.
7
La castellanización cultural era muy profunda. En la Universidad de Salamanca cursaban estudios muchos portugueses y buen número de los escritores portugueses eran bilingües: Camoes, Montemayor, Gil Vicente, etc. Muchos de ellos escribieron sus obras en castellano y en portugués.
12
2.5.- La gran crisis de 1640
En política interior, dos hechos de enorme trascendencia tuvieron lugar en 1640: la
revuelta de Cataluña, seguida a los pocos meses por la separación de Portugal; ambos coincidentes en el tiempo, pero de raíz muy diferente (Ortiz, 2007, p. 199), como veré a continuación. En ese año no solo desaparece la unidad peninsular, aquel gran sueño de los
RR.CC. hecho realidad por Felipe II, sino que además (y en gran parte a causa de ello),
España pierde su condición de gran potencia al mezclarse estos conflictos internos con la
Guerra de los Treinta Años y la posterior contra Francia. Cataluña, Portugal, Francia, Holanda, Inglaterra… demasiados frentes abiertos para un país en crisis económica, militar y
política.
En el caso de Cataluña, los atropellos de las tropas estacionadas en el Principado,
movilizadas para luchar contra Francia en los Pirineos, provocaron el llamado «Corpus de
Sangre» (1640). Lo que comenzó como un tumulto degeneró en un alzamiento en que fue
asesinado el virrey, y, posteriormente, en una auténtica guerra internacional al intervenir
los franceses en favor de los sublevados. Incluso el rey de Francia será nombrado conde de
Barcelona. Después de firmados los acuerdos de Westfalia de 1648 que pone fin a la Guerra
de los Treinta Años, en 1652, en un momento de incertidumbre en los reinos de Francia y
de Inglaterra, Felipe IV consigue reunir las fuerzas necesarias, bajo el mando de Juan de
Austria, para tomar Barcelona y someter a Cataluña: un conflicto arreglado.
Pero queda otro, que a la postre fue el más peliagudo: el problema portugués. Los
reinados de Felipe II (I de Portugal) y Felipe III (II de Portugal) fueron relativamente tranquilos por lo que respecta a Portugal, ya que la Corona española respetó escrupulosamente
los pactos de 1580, pero, las dificultades militares españolas en Europa –la guerra de los
Treinta Años (1618-1648) ya mencionada, y su secuela de Guerra con Francia— forzaron
a Olivares a adoptar una política centralista que contravenía los tratados de unión con Portugal, pretendiendo aumentar los impuestos, exigir masivas levas de tercios y desplazar de
los puestos de la administración a ciudadanos portugueses. Por otra parte la marina holandesa hostigaba permanentemente las posiciones portuguesas en el oriente. El intento de
menguar el poderío náutico holandés se saldó con la humillante derrota española en la Batalla naval de Las Dunas en 1639. Además, la derrota de Rocroi (1643) ponía de manifiesto
el declive del poderío de los Tercios hispánicos.
Para los portugueses, pues, se presentaba el siguiente escenario: la burguesía consideraba que Castilla ya no era capaz de proteger su comercio ultramarino; la política de
Olivares hacía temer una prevalencia de la hegemonía castellana frente a la portuguesa; la
13
posición de hegemonía española en Europa estaba desmoronándose; los esfuerzos militares
castellanos estaban ocupados en Cataluña y Flandes. En este contexto tan favorable el duque de Braganza se proclamó rey el 1 de diciembre de 1940 como Juan IV con el apoyo de
Francia e Inglaterra, sin que Castilla pudiese hacer nada, pues no contaba con fuerzas para
someter a los insurrectos, ya que aún estaba enfrascada en la Guerra de los Treinta Años y
las disputas contra Francia. Esto y, como ya he descrito más arriba, la guerra de Cataluña
no dejó actuar a Olivares, que además consideraba que el sometimiento de Portugal sería
cosa de coser y cantar. Así que hasta que no terminó la guerra con Francia con la firma de
la Paz de los Pirineos (1659), es decir, pasados casi veinte años, no se pensó en el problema
portugués. Cuando esta decisión maduró, y se pudo afrontar la empresa en 1663, ya era
demasiado tarde. Portugal había conseguido la colaboración de Francia e Inglaterra y España disponía de un escaso ejército para afrontar una empresa que se demostró muy grande.
Incluso, según Martín Marcos (2014, pp. 23,24), no se supieron aprovechar las disputas, a
la muerte de Juan IV, entre sus hijos Alfonso VI y Pedro I. Las tropas de Felipe IV fueron
severamente derrotadas, y en 1668, en el Tratado de Lisboa, durante el reinado de Carlos
II, se reconoció la independencia del reino de Portugal. Ceuta fue el único territorio portugués que, tras la restauración de la independencia portuguesa, quedó en manos de los españoles por voluntad propia.
La firma del tratado de Lisboa supuso el reconocimiento de la independencia de
Portugal y el inicio de la denominada «anglofilia» portuguesa tan relevante en la historia
de este país en los siglos XVIII y XIX. En la firma de dicho Tratado las diplomacias de París
y Londres se disputaron la mediación en dicho acuerdo para conseguir el estrechamiento
de lazos con Lisboa, pero fue Inglaterra quien se impuso, y, desde entonces, los intereses
portugueses han estado vinculados a Inglaterra. De hecho, desde entonces las relaciones
luso-británicas han sido de dependencia, y a cambio de la protección, sobre todo marítima,
los ingleses obtuvieron prebendas económico-comerciales en los dominios portugueses.
Para terminar, indicar que aunque los portugueses culparon a la Monarquía Hispánica de la pérdida de algunas de sus colonias asiáticas, hostigadas por holandeses y británicos, sin embargo, la convivencia común había posibilitado que los colonos portugueses
se extendieran mucho más allá del pacto de Tordesillas.
14
2.6.- Conclusión
No me voy a cansar de repetir la importancia que tuvo 1640 en el devenir de estos
dos países hermanos, y lo sorprendente que resulta que, en comparación con otros conflictos señalados --el anglo‑español, el hispano‑holandés, hispano-francés o el conflicto de Cataluña-- el que enfrentó a Madrid y Lisboa no haya recibido una atención que merece en
las obras históricas.
Fue un punto de inflexión en la historia de España, representó la aparición de un
nuevo horizonte en la historia de Portugal y fue un quiebro en la cordial familiaridad entre
ambos países. En 1640 quedaron de manifiesto varias cosas
1.- La pérdida de Portugal y su imperio, era la prueba fehaciente del ocaso de la
poderosa Monarquía Hispánica. España dejaba paso a Francia en la condición de gran potencia europea. Sin embargo, para Portugal supuso el inicio de un periodo de opulencia
gracias a la explotación de los recursos brasileños que terminaría con las invasión napoleónica y la perdida de «la joya de su corona»: Brasil.
2.- La aristocracia y la rica burguesía portuguesas eran mayoritariamente partidarios
de los Habsburgo frente a los Braganza mientras fueran capaces de defender sus intereses
económicos ultramarinos8, pero tras la derrota naval de Dunas eso quedó en duda y Portugal
dejó de pertenecer al ámbito político hispano y comenzó el retorno a su antiguo estatus
jurídico. Solo con los movimientos nacionalistas del siglo XIX se consideró este proceso de
independencia como una victoria popular (Marcos, 2014, p.18). Se trataba de hacer ver que
se emprendía una lucha guiada por el noble principio del «amor a la patria» y no por los
intereses particulares de los nobles que, descontentos con el gobierno de Felipe IV y a
menudo apartados de sus mercedes y de sus decisiones políticas, habían urdido la conjura.
(Marcos, 2014, p. 19, citando a R. VALLADARES, «Sobre reyes de invierno. El diciembre
portugués y los cuarenta fidalgos (o algunos menos con otros más)», Pedralbes, 15, 1995,
pp. 103-136).
Pero en el siglo XVII el «amor a la patria» era una pasión de índole inferior a otras
pasiones más particulares. Volveré a recalcar que los conflicto modernos no son entre naciones (concepto que todavía no había nacido) sino entre los distintos estamentos privilegiados con la intención de fortificar su influencia: es decir, su poder y sus privilegios. El
estado llano aún no se le había pasado por la cabeza que pudiera intervenir en los asuntos
8
Seguían asomando la nariz, como causa de los conflictos internacionales, las razones estamentales y económicas frente a las nacionalistas aún no formadas.
15
políticos y en la cosa pública: quedaban cien años para que descubriera que la soberanía
reside en el pueblo. Fueron los romanticismos nacionalistas y las ideas republicanas los que
pusieron el foco en el carácter popular de los movimientos históricos, haciendo extensible
al «pueblo» el protagonismo de los grupos privilegiados. (Valladares, 2000, p. 57).
3.- Desde la independencia del condado de Portugal en 1139, las relaciones entre
Portugal y Castilla siempre fueron de consanguinidad: las disputas se dilucidaban al modo
de las guerras medievales, con pequeñas algaradas que concluían con un tratado de buena
voluntad: el asunto del Algarbe, la derrota de Aljubarrota, Alcáçovas, Tordesilla… Desde
1640 España y Portugal son dos países que se pusieron de espaldas uno del otro: Portugal
mirando hacia Inglaterra y España mirando hacia Francia9. En 1640 no solo se rompió la
unidad peninsular, sino también un largo periodo de concordia vecinal y familiar. Puede
que de aquellos polvos provenga el dicho portugués: De Espanha, nem bom vento nem
bom casamento
Y, digo concordia familiar, porque hasta entonces Portugal era uno más de los reinos
peninsulares: formaba una familia junto a Aragón, Navarra y Castilla, con el que todos
daban por hecho que un día habría entendimiento como sucedió con los otros, pero 1640 y
los sucesos posteriores dejaron claro que ya no era posible. Habría que esperar al liberalismo decimonónico y a los movimientos iberistas, para que la idea unitaria surgiera de
nuevo. Sin mucho éxito, evidentemente.
4.- De todas formas, aunque a partir de 1640 la separación entre ambos países fue
radical, hasta la leal colaboración en las Guerras napoleónicas, no por ello los procesos
políticos, sociales y económicos dejaron de ser similares en ambos países desde entonces
hasta nuestros días.
3.- EL «CORTO» SIGLO XVIII
Para algunos historiadores, las convulsiones tras las revoluciones de Francia a partir
de 1789 marcan el fin historiográfico del siglo
XVIII
y el fin de la Edad Moderna, aunque
no sé si esto es válido para el caso hispano-luso, por eso añadiré un apartado más, referido
a las Guerras Napoleónicas, pues considero que ambos países ibéricos entran en la contemporaneidad con las primeras manifestaciones liberales y la pérdida de las colonias ultramarinas.
9
Resulta muy visual la imagen que presenta a los dos Estados ibéricos como hermanos siameses
unidos por la espalda que no se han visto la cara –atribuida a Saramago- (Saldaña, 2015, p. 115)
16
Desde 1668 la política exterior de los Austria oscilaba entre el Imperio y Francia -los enlaces regios eran la prueba más tangible--, pero a partir de 1700, con el cambio de
dinastía, la política exterior española quedó ligada a la francesa, y como Portugal mantenía
su alianza con Inglaterra, el resultado fue que las relaciones con nuestro país vecino dejaron
de oscilar sobre problemas comunes directos y se vieron mediatizados por los conflictos
internacionales, sobre manera entre Francia e Inglaterra, incluida la Guerra de Sucesión.
3.1.- La Guerra de Sucesión
La mala salud de Carlos II, dio lugar a que desde el momento de su nacimiento se
negoció sobre el reparto de las posesiones españolas. Como contra todo pronóstico el rey
llegó a la mayoría de edad y contrajo dos veces matrimonio, el debate duró casi tres décadas
y fueron al menos tres los Tratados de repartimiento de la Monarquía hispánica que negociaron los gobiernos europeos, pero desde 1699 se hicieron más claras las disputas por la
herencia española. Hay mucha literatura sobre las disputas entre Luis XIV y el emperador
sobre este tema.
Pero, aunque históricamente es un hecho sin mucha importancia, quiero resaltar,
por el asunto que me ocupa, que desde el momento en que empezaron a surgir pretendientes
a la Corona española, al carecer Carlos II de sucesor, se puede afirmar, como Rafael Valladares y otros autores10 han puesto de manifiesto, que surgieron ambiciones del rey Pedro
II por reeditar la unión ibérica bajo liderazgo portugués; un proyecto, según Valladares,
que habría contado con algunas simpatías en las cortes de Madrid y Lisboa. Pero sus derechos eran más débiles que los de otros pretendientes y el poder portugués era demasiado
débil como para imponer a su candidato; además, tanto Francia como Inglaterra temían la
unión de las dos potencias ultramarinas.
Según Martín Marcos (2011, §28 y ss.) en Europa se miraban estos intentos con
cierta preocupación a pesar del escaso peso político portugués, si bien, las intenciones de
Pedro II eran las de ser tenido en cuenta en los Tratados de reparto de los territorios hispanos con el fin de sacar partido de la crisis sucesoria: para una potencia menor como Portugal,
participar en dichos Tratados ya era suficiente. Pero, «Como era de esperar Portugal no
participó en el tratado de reparto de la Monarquía española suscrito en marzo de 1700 por
Francia, el Imperio y las Potencias Marítimas [último tratado antes de la muerte de Carlos
10
La referencia a la obra en que Valladares a defendido esta idea no consigo recordarla. También
lo sostiene Martín Marcos (2012, p. 1533)
17
II]. Tuvo que conformarse con poder presentar ciertas demandas a los firmantes como contraprestación a la aceptación» (2011, §30). De todas formas, menciono todo esto para corroborar que la idea de una unión ibérica no había desaparecido del todo a finales del siglo
XVII.
La muerte de Carlos II de Habsburgo el 1 de noviembre de 1700 sin descendencia
desencadenó la guerra entre los borbones y los Habsburgo que acabaría siendo una guerra
internacional y a la vez civil.
Según el testamento del monarca, Felipe de Anjou debía ser el heredero, con lo que
todos los Tratados de repartición quedaban anulados, pero Austria no reconoció a Felipe V
como rey, y ahí comenzó el conflicto. De un lado, junto a Felipe de Anjou, Francia, Castilla
y Navarra; del otro, junto a Carlos de Austria, la gran alianza anti-borbónica: Austria, Holanda, Prusia, junto al reino de Aragón dentro de la Península. En estas contiendas, tanto
militares como políticas, además de buscar un «equilibrio europeo», se luchaba por la posesión de territorios estratégicos, por la participación en el comercio internacional y por
demostrar y conseguir la supremacía militar y política.
Desechadas, pues, las pretensiones dinásticas y la participación en los Tratados,
Portugal mantuvo una gran indeterminación sobre su posicionamiento en el conflicto. Si en
principio pretendió mantener la neutralidad, esta opción resultó prácticamente imposible
dada su posición geo-estratégica. En principio, Pedro II firmó un tratado con Luis XIV, y
reconoció a Felipe de Anjou como heredero; en dicho tratado Portugal recuperaba la Colonia Sacramento y, además, obtenía de París la garantía de defensa y ayuda. Pero, los gobiernos aliados en torno a Carlos consideraron que Portugal representaba una base estratégica ideal de acceso a la Península Ibérica a través de sus puertos y fronteras terrestres para
lanzar un ataque contra España, he hicieron todos los esfuerzos diplomáticos posibles para
conseguir la modificación de los compromisos que Lisboa había pactado con París. Finalmente, en 1703 Portugal entró en la liga antifrancesa. Inmediatamente, Francia y España
declararon la guerra a Portugal, y en 1704 comenzó la guerra francoespañola contra los
portugueses y sus aliados en territorio portugués. Hay que recordar que el pretendiente
Carlos se encontraba en Portugal para ocupar el territorio español. La salida del archiduque
del territorio portugués alejó el escenario de los conflictos de las tierras lusas.
Y en esto habló Inglaterra. Si antes temía la posible unión borbónica de Francia y
España, tras la muerte de José I de Austria sus temores fueron la unión del imperio alemán
18
y España, de manera que con su proverbial buena mano diplomática se las apaño para convocar la reunión de Utrecht en 1713 y acabar resultando la verdadera beneficiaria de la
guerra, obteniendo Gibraltar y Menorca y ciertos privilegios en el comercio con las colonias
españolas. Para la Monarquía de España la paz de Utrecht supuso, como han señalado muchos historiadores, la conclusión política de la hegemonía que había ostentado en Europa
desde principios del siglo XVI. Sin embargo Portugal, que como aliado y miembro de la
coalición inglesa, esperaba alguna concesiones territoriales a costa de España, como según
parece estaba pactado, no consiguió que se moviera ni un centímetro la frontera hispanoportuguesa, eso sí, obtuvo la devolución de la Colonia del Sacramento, ocupada por España
en 1705.
3.2.- La Guerra de los Siete Años, y…
El convulso siglo dio pocas oportunidades de que ambos países se acercaran, y las
relaciones hispano-portuguesas durante este siglo fueron las que a cada uno correspondían
al estar embarcado en los conflicto de sus aliados por la hegemonía, no ya en Europa, sino
en el reparto de las tierras y el comercio americanos.
Por ejemplo, como consecuencia de la Guerra de los Siete Años (1756-1763) en la
que, aunque la clave sigue siendo la pugna franco-británica, puede considerarse una guerra
mundial. España entra en escena a favor de Francia como consecuencia de los Pactos de
Familia y Portugal a favor de Inglaterra por el tratado que las unía. En este contexto, Carlos
III invade Portugal, aliado de Inglaterra, en 1762, sin mayores consecuencias, porque Inglaterra había tomado La Habana y Manila, y tras los acuerdos de paz todo volvió a su
cauce en la Península: más o menos (Menorca). En América, España y Portugal firmaron
tratados que delimitaban con más exactitud sus posesiones.
La Guerra del Rosellón o de los Pirineos (1793-1795) fue la otra cara de la moneda.
Carlos IV, tras la ejecución de Luis XVI, invade el Rosellón, y, en este caso, Portugal como
aliado español envió un Exército Auxiliar à Coroa de Espanha e Inglaterra ayudó con su
armada. En el vaivén de pactos y coaliciones de este siglo, esta fue la primera coalición
hispano-luso-británica contra la República francesa y el fin de los Pactos de Familia.
A pesar los conflicto hispano-luso de 1704 y 1762 que he mencionado más arriba,
fue una idea recurrente durante el siglo XVIII por parte de pensadores españoles como José
Carvajal, Ensenada, Campomanes, Floridablanca…, el desarrollo de una mayor amistad,
mejores relaciones e incluso de una unión, siempre pensando en enlaces dinásticos y nunca
en invasiones. Por parte portuguesa este tipo de movimientos se veía con mayor recelo.
19
4.- LOS ENMARAÑADOS CONFLICTOS NAPOLEÓNICOS
Los conflictos franco-británicos del siglo se recrudecen con la llegada de Napoleón
al poder en Francia. En este caso España y Portugal actuaron como marionetas del pimpampum.
4.1.- España aliada de Francia. Invasión de Portugal de 1807
España, principal aliada de Francia durante el periodo borbónico, fue la nación europea más afectada por la revolución en Francia (Domínguez, 2007, p. 258). Nada más
estallar la Revolución en 1789, Carlos IV renunció a los Pactos de Familia con Francia y
trató de salvar la vida de Luis XVI, pero, como he dicho más arriba, tras la muerte del
monarca francés, España se unió a los países europeos, junto a Inglaterra y Portugal, en su
lucha contra los franceses. Sin embargo, en 1796, Godoy, ministro plenipotenciario de Carlos IV, volvió a aliarse junto a Francia en su secular enfrentamiento con Inglaterra. También
esta alianza acabó en desastre. «El meteórico ascenso de Napoleón fue para España un
desastre. Había que estar con él o contra él, y como era muy peligroso estar en contra,
España estuvo a favor sin obtener más que desaires del tirano y derrotas; la de Trafalgar
fue la más dura; fue la tumba de la marina española, construida con tantos sacrificios»
(Domínguez, 2007, p. 261). Para vergüenza final, Carlos IV entregó la Corona española a
Napoleón y este a su hermano José.
«Otra dificultad: Portugal seguía siendo aliada de Inglaterra, la más tenaz opositora
de Napoleón, lo que suministraba a este un pretexto para introducir tropas en la Península
y preparar la gran traición contra su aliada.» (Domínguez, 2007, p. 261). El gobierno portugués intentó una política de neutralidad, pero Napoleón exigía medidas contra el comercio británico, y ante la inacción portuguesa Napoleón, en connivencia con Godoy, decidió
invadir el país luso: en 1807 un ejército hispano-francés invade el país. Juan VI y la familia
real huyen a Brasil. (Subtil, 2007, p. 149). El episodio «más heroico» fruto de esta alianza
fue la invasión de Portugal por el ejército hispano-francés sin resistencia militar por parte
de las autoridades portuguesas. La familia real, la corte y los altos miembros de la administración portugueses se habían trasladado a Brasil. El gobierno de Portugal pasa a ejercerlo el general Junot con la aquiescencia de los «afrancesados» e incluso del clero portugués. Pero, contrariamente al caso español, la reina no había renunciado al trono y aún
reinaba allende la mar, en otra parte de Portugal, por lo que será un movimiento popular
restauracionista el que luchará contra los franceses. (Subtil, 2007, p. 163)
20
4.2.- España aliada de Portugal e Inglaterra. 1808-1814
Cuando, en mayo de 1808 el pueblo madrileño se percató de las intenciones de Napoleón, se iniciaron los motines del Dos de Mayo que fueron la chispa con la que se dio
inicio a la llamada Guerra de la Independencia por los españoles o Guerra Peninsular por
los portugueses. Cuando llegaron a Portugal las noticias de los motines madrileños, la población portuguesa fue consciente de la necesidad de luchar contra el invasor. Por su parte,
Inglaterra viendo que el constante acoso sobre las tropas francesas en España provocó que
las comunicaciones con Francia estaban prácticamente cortadas, que los integrantes españoles de las tropas invasoras se pasaron al bando antifrancés, y que ya se habían creado
núcleos de resistencia portugueses, Inglaterra, digo, se decidió a enviar tropas para ayudar
a su secular aliado. Portugal y España quedaron unidas en su rebelión antifrancesa. Los
ingleses, al mando de Wellington consigue vencer a los franceses poniendo fin a la primera
invasión francesa de Portugal. Inglaterra, en la práctica, se hace cargo del gobierno de portugués. Pero, los franceses volverían y fueron precisos seis años para expulsarlos de la Península.
4.3.- El movimiento juntero
Tanto en Portugal como en España, el vacío de poder provocado por las invasiones
napoleónicas, generó unos «movimientos junteros» que procuraron sustituir a las antiguas
autoridades; ahora bien, estos movimientos tuvieron un carácter político muy distinto en
España y Portugal. En España, la presencia de un rey ilegítimo, junto al hecho de la prisión
de facto de Fernando VII, dio lugar a que las juntas adquirieran una composición multiestamental y revolucionaria que condujo a la implantación de un liberalismo radical con la
promulgación de la constitución de Cádiz de 1812. En Portugal, aunque resulta incuestionable que los acontecimientos fuero miméticos de las insurrecciones españolas, el desarrollo fue muy distinto, pues el rey no había renunciado y aún podía dar órdenes e instrucciones
desde Brasil, de manera que los movimientos en contra de la autoridad de Junot, y de la
posterior regencia de Beresford, fueron dirigidos por las élites y tuvieron un carácter más
restaurador que revolucionario.
4.4.- Conclusión
Durante la Guerra de la Independencia o Peninsular, portugueses y españoles ya no
actuaron como antagonistas, sino que ahora compartían un enemigo común, los franceses,
21
lo que creó colaboración y entendimiento que rápidamente fraguó a uno y otro lado. No es
poco lo que esto supuso si tenemos en cuenta todos los episodios inmediatamente anteriores,
en los que ambos reinos se habían situado en posiciones claramente enfrentadas. Además,
a partir de 1814 los procesos políticos, sociales y económicos fueron similares: restauración
del absolutismo, primeras experiencias liberales y constitucionales, vuelta al absolutismo,
reacción liberal y guerras civiles (carlistas en España, miguelistas en Portugal), proclamación de las repúblicas, dictaduras e integración en la UE. Desde esta perspectiva, parece
adecuado descargar de relevancia a las confrontaciones para poner el énfasis en el alcance
y la significación de la colaboración entablada entre los dos Estados, y apartar de los debates «la consolidación y enquistamiento de una visión del otro compuesta básicamente a
partir de momentos negativos». (Saldaña, p. 114)
5.- IBERISMO
El iberismo es un movimiento político que surge en los medios liberales españoles
y portugueses durante el siglo XIX, y que propone el acercamiento entre España y Portugal
y en último término la unidad política. Fue un sentimiento generado al ver la desintegración
de ambos imperios y la unión entre ambos países se presentaba como un horizonte más
prometedor. Se discutían varias soluciones: unas monárquicas proponiendo a Pedro IV,
emperador de Brasil, para ceñir las tres coronas: España, Portugal y Brasil. Otras republicanas con la idea de crear una Federación Ibérica, cuyo ideal era aquella antigua Hispania
compuesta por reinos diferentes, pero ahora organizada en estados federales; hasta se diseñó una bandera (y se siguen diseñando) como estandarte de dicha unión. Entre las figuras
destacadas que fueron proclives o al menos simpatizantes de este movimiento se hallaban:
Pi i Margall que llegó a ser presidente de la Primera República cuya efímera vida no permitió concretar nada; incluso el general Prim estuvo inclinado a esta unión; el conservador
Cánovas del Castillo también fue un distinguido defensor de la unión; cabe destacar la figura de Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca, como un destacado
iberista; Menéndez Pelayo también comulgó con estas ideas, pero este, quizás, más desde
una perspectiva cultural; el ala más izquierdista del movimiento lo constituyen los grupos
anarquistas que en su organización interna abogaron por la creación de la Federación Anarquista Ibérica (F.A.I.). La idea no fructificó entre otras cosas por el caos en que vivió España en el siglo
XIX,
por el poco entusiasmo y desconfianza que la unión despertaba en
Portugal y por la oposición frontal de Francia e Inglaterra. Durante el siglo
XX
el movi-
miento fue perdiendo fuerza poco a poco, aunque durante las dictaduras de Franco y Salazar
22
se firmó un llamado Pacto Ibérico, pero más como autodefensa que con intenciones de
reunificación. A partir de 1985 con la adhesión de ambos países a la Unión Europea las
relaciones entre ambos se han estrechado, y aunque en España ningún partido político defiende este ideal, y en Portugal lo hace algún político aislado, la colaboración entre ambas
naciones es sincera y enriquecedora. Por último destacar que en este mundo de encuestas,
según el Barómetro de Opinión Hispano Luso de 2011 el 39,8% de los españoles estarían
de acuerdo con una unión federal entre España y Portugal y el 46,1% de los portugueses.
Y esto sin que ningún político ni institución haya sacado a debate el asunto.
Saramago fue un acérrimo defensor de la conveniencia de estrechar lazos de amistad
y colaboración entre las dos naciones que conviven en la Península, al igual que a este lado
lo hace Pérez-Reverte. Esperemos que algún día podamos ver ese feliz matrimonio.
Y es que, si ambos países solían marchar paralelamente en los acontecimientos históricos, ¿no se debería, quizá, a compartir un mismo espacio geográfico, un mismo clima,
una misma economía, unos similares modos de explotación y de asentamiento en el territorio, idénticos tipos de sociedad? De ahí el afecto, la inclinación hacia quien o lo que se
considera familiar: castellano y portugués comparten, además, un altísimo porcentaje de
semejanza léxica y, como sabemos, para Unamuno el idioma es la patria.
Conclusión y resumen final (Revisar)
Desde el momento de la consolidación de Portugal como reino independiente las relaciones hispano-portuguesas no pueden calificarse de malas, al menos no peores que con otros reinos
peninsulares. Los más notables intelectuales portugueses eran bilingües, igual que en el siglo XIV
los poetas líricos castellanos habían escrito sus obras en gallego-portugués, la universidad de Salamanca acogía a multitud de estudiantes lusos... Salvo la intervención de Portugal en el bando de
Juana la Beltraneja en la guerra civil castellana, en la que triunfa Isabel, y se proclama reina de
Castilla, hubo más negociación que guerra. Son numerosos los tratados amistosos entre ambos
reino , con y sin la intervención del Papa: En 1340, cerca aun de la independencia portuguesa,
castellanos y lusos consiguieron la victoria definitiva contra los benimerines en el río Salado, Alfonso V de Portugal antes de tomar partido la guerra civil castellana, pretendió la mano de Isabel
de Castilla, en 1479 se firma el tratado de Alcáçovas por el que se consolida la posesión de Canarias
por el reino de Castilla, en 1494, con la intervención de Alejandro VI, Portugal fuerza la firma del
tratado de Tordesillas. Un pequeño trozo de América del sur, abusivamente ampliado después,
fue la base del inmenso Brasil lusitano. A esto deba añadirse el hecho de que desde 1580 a 1640
Portugal se incorporó a la federación de reinos peninsulares, estando gobernado siempre por ciudadanos portugueses.
Después de la derrota de Dunas en 1639, Felipe IV no podía ya garantizar la seguridad del
comercio portugués y dada la estructura federalista de la monarquía hispana (algo así como la
Unión europea actual), los portugueses se plantean porqué seguir dentro de una monarquía que
no les garantiza nada, esto unido a las pretensiones centralizadoras del conde-duque de Olivares,
23
propiciaron que sin grandes episodios guerreros Portugal se independizara. La necesidad de encontrar aliados para garantizar la subsistencia de la nueva dinastía, los Braganza, empujó a los
reyes portugueses a efectuar un cambio radical en su política exterior, pasando a tener una relación especial con Inglaterra.
A partir de ese momento Portugal y España se dan la espalda y casualmente ambos países
inician su decadencia. Más que la amistad prevalece la agresividad. Portugal, junto con Inglaterra,
se pone del lado del archiduque Carlos en la Guerra de Sucesión española, de la que nace el entroncamiento de los Borbones en la corona española, con Felipe V. Sin olvidar el curioso episodio
de la Guerra de las Naranjas en la que Portugal perdió Olivenza y aún sigue el contencioso. Ni la
lucha de portugueses y españoles juntos contra la invasión napoleónica sirvió para acercar ambos
países.
IBERISMO
Los iberismos español y portugués del siglo xix forman parte de las revoluciones liberales y nacionalistas, que reivindican la soberanía en manos de la Nación frente al Antiguo Régimen y
que, en países como Alemania e Italia, representaban un movimiento unificador para viabilizar
países de mediano porte dada la división de pequeños Estados existente.
Dado que en aquella época solía haber monarcas lusos liberales, los liberales españoles buscaban la unificación liberal y constitucional de la Península a través de la coronación de un rey
portugués.
Es preciso dejar de utilizar la historia como un muro de división; no es cierto que entre España
y Portugal haya habido enfrentamientos terribles. La historia de Iberia puede y debe ser contada en positivo, la Hispania romana, la época visigoda, la musulmana, la reconquista cristiana,
los descubrimientos, la lucha contra las invasiones napoleónicas, el iberismo del siglo XIX, la
entrada en la UE…
IBERISMO
Medio milenio intentando unir a España y Portugal: el estado del iberismo a día de hoy (xataka.com)
. Iberista a su modo, Pessoa se interesará por el mito y el problema de Iberia y por un iberismo,
cuanto menos, cultural: Se diría que los dos países se han dado cuenta por fin del hecho aparentemente evidente de que una frontera, si separa, también une, y que si dos naciones vecinas
son dos por ser dos, pueden moralmente ser casi una por ser vecinas.
Como estamos viendo es este, el del iberismo (o peninsularismo), un asunto más afectivo que
efectivo. Se presenta o se agudiza, en lo político, cuando las cosas vienen mal dadas en cualquiera de sus fronteras lingüísticas, siendo un intento, más sentimental que real, de solucionar
seculares problemas sociales, con trascendencia en lo político.
24
6.- BIBLIOGRAFÍA
López-Davalillo, J. (1999). Atlas histórico de España y Portugal. Desde el Paleolítico hasta el Siglo XX, Editorial Síntesis SA, Madrid.
Marcos, D. M. (2011). «Visiones españolas de algunos anhelos prohibidos en el
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Ortiz Domínguez, A. (2007). España, tres milenios de historia. Marcial Pons Historia, Madrid.
Saldaña Fernández, J. (2015). “¿De Espanha nem bom vento nem bom casamento?
Consideraciones sobre las relaciones Portugal-España desde una tierra de frontera”. Revista ...à Beira, 10.
Subtil, José, (2007), «Portugal y la Guerra Peninsular. El maldito año 1808», Cuadernos Historia Moderna, 101 - 143
Valladares, R. (1996). «Portugal y el fin de la hegemonía hispánica». Hispania, 56
(193), 517-539.
Vista de Portugal y el fin de la hegemonía hispánica (csic.es)
VALLADARES, Rafael. (2004) Portugal Hispánico, siglos XVI-XVII. Introducción. Hispania, 2004, vol. 64, no 216, p. 9-11.
Valladares, R. (2000). Portugal y la monarquía hispánica, 1580-1668, Cuadernos
de historia, Arco Libros, Madrid.
… y, siempre (Santa) Wikipedia, que Dios conserve muchos años
El artículo de El País, de Ignacio Carrión «Portugal-España: siameses unidos por la espalda»,
del 5 de enero de 2002
https://elpais.com/diario/2002/01/06/domingo/1010292756_850215.html
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NOTAS
DEL ESBOZO LIBERAL A LA REINSTAURACIÓN DEL ABSOLUTISMO (P. 157)
ESPAÑA
PORTUGAL
1814 Vuelve Fernando VII
1814 Al hallarse la familia real en Brasil, Inglaterra asumió la regencia
1820 Tras la sublevación de Riego se inicia el 1820 Triunfa una revolución liberal que
Trienio liberal. El rey jura la Constitución de 1812 exige la vuelta del rey Juan VI
1822 Promulgación de una constitución si1823 Fin del periodo liberal y de la Constitución demilar a «La Pepa», que el rey jura
1812.
1823 Invasión de los Cien mil hijos de San Luis.
Los mismos españoles que fueron capaces de expulsar a las tropas napoleónicas, dejan pasar
ahora sin oposición a los nuevos invasores. Fernando VII restaura el absolutismo
1833 Carlos María Isidro, hermano de Fernando
VII, lucha por sus derechos y comienzan las Guerras Carlistas entre absolutistas y liberales
1823 Lo mismo pasa en Portugal, y es coronado rey Juan VI
Entre 1828 y 1834 guerra civil en Portugal
entre los miguelistas (abanderados del absolutismo) y los liberales.
1834 La monarquía liberal se consolida en
Portugal con María II
1874 Restauración: Alfonso XII, Monarquía liberal
1910 Implantación de la República
IBERISMO
Previo al iberismo liberal, conviene señalar que La infanta española Carlota Joaquina,
reina consorte de Portugal (1816-1826) como esposa de Juan VI, rey de Brasil y Portugal, conspiró
contra su marido y su hermano toda su vida para reeditar una Unión Ibérica absolutista bajo su
mando.
Con la vuelta de Fernando VII se restauró el absolutismo (1814-1820). En 1820, la revolución liberal y el pronunciamiento militar de Rafael de Riego obligó a Fernando VII a la jura de la
Constitución de 1812. La revolución liberal en Portugal, que recibió un cierto auxilio español, se
produjo meses después de la española y tenía un doble objetivo: acabar con la ocupación militar
británica, que había liberado Portugal de la ocupación napoleónica, y la vuelta del rey absolutista
João VI a Portugal para obligarle a jurar una nueva constitución y restablecer la Corte en Lisboa.
La vuelta se produjo en 1821 y la nueva constitución fue jurada en 1822. Portugal era entonces un
país sin Corte ni rey, ocupado por Inglaterra. El paralelismo hispano-luso es claro. Fueron pocos
meses de coexistencia peninsular de dos regímenes liberales. En 1823 hizo su entrada la Santa
Alianza.
26
El paralelismo hispano-luso es claro entre las juras de los monarcas absolutistas de las
constituciones liberales. El rey portugués acata la suya dos años después de Fernando VII y un año
antes de que el español se desdijera. En este contexto de la pérdida de Brasil y las revoluciones
liberales, en Londres ya circulaban ideas sobre la unión peninsular en los periódicos “El Constitucional Español” y “O Campeão Portuguêz”.
Durante el Trienio Liberal el rey absolutista conspiró hasta conseguir la intervención francesa, bendecida por la Santa Alianza, llamada “Los Cien Mil Hijos de San Luis” (1823) para restablecer su régimen. Fueron pocos meses de coexistencia peninsular de dos regímenes liberales.
La génesis del iberismo español nace de la corriente de liberales revolucionarios, los seguidores más jóvenes de Rafael de Riego, llamados veinteañistas, que deseaban completar la
revolución democrático-liberal en España. En 1823 este grupo parte para el exilio cuya primera
parada será Gibraltar y posteriormente Londres.
En 1873 se proclama la I República Española con profunda vocación federalista. Los redactores del proyecto, fundamentalmente Francisco Pi y Margall, miraron también a Portugal como
posible miembro de la federación. Las corrientes iberistas ligadas al republicanismo estaban en
boga. Pensaban que una España descentralizada sería atractiva para los portugueses, que desde
1640 vivían con el recelo del centralismo castellano. Los republicanos españoles veían Portugal
como una parte desgajada de España, arrastrando una lánguida existencia bajo la influencia británica. Muchos intelectuales portugueses de la generación del 70 pensaban de forma parecida.
Pero los británicos se oponían a esta posibilidad y amenazaron con consecuencias si esto se llevaba a cabo.
El “punto álgido del iberismo”, señala Rocamora, se alcanzó en la década de los 60 del
siglo XIX. “Era la época en la que se buscaban unificaciones nacionales que a veces se lograron
(Alemania o Italia) y otras no (Iberia o Escandinavia). A partir de ahí hubo un fuerte retroceso del
iberismo en Portugal, aunque sin desaparecer, y en España, aunque ya no hubo ocasiones propicias para plantear la idea, permaneció con cierta fuerza hasta la Segunda República. Franquismo
y Salazarismo fueron antiberistas por más que firmaran el llamado Pacto Ibérico”, recuerda.
En 1640 la división política de la península quedó limitada a dos territorios: el de la monarquía hispánica y el del Reino de Portugal. Aún hoy el día 1 de diciembre es fiesta nacional en
Portugal. En ese día se conmemora la Restauración que puso fin a la Unión Ibérica.
Por otra parte, es interesante recordar que la idea de nación se desarrolla durante el siglo
XIX, y que en el siglo XVII los sentimientos nacionales no están presentes en las emociones de la
humanidad.
GUERRAS NAPOLEÓNICAS
El mito de la deificación de la resistencia transformó las revueltas en una especie
de cruzada contra los franceses, en algunos aspectos incluso peores que los moros de otros
tiempos86, prestándoles a los movimientos una doctrina ideológica conservadora y ultramontana. (Subtil, 2007, p. 165)
Vista de Portugal y la Guerra Peninsular. El maldito año 1808 (ucm.es)
El contraataque francés, que llevó a la recaptura de Madrid (diciembre de 1808),
obligó a la junta a retirarse hacia el sur, a Sevilla (Sevilla). En enero de 1810 el general
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Nicolás de Dieu Soult comenzó la conquista de Andalucía, y, con la caída de Sevilla en el
mismo mes, la junta central huyó a Càdiz. Solo la obstinada resistencia de Wellington en
Portugal, la continua actividad de las guerrillas y las disensiones entre los franceses salvaron a la península de la sumisión final. En 1809, los franceses regresaron a Portugal, reteniendo brevemente Oporto y Lisboa; pero Wellington, con algunas dificultades, fue capaz
de flanquearlos
Durante los siguientes dos años, las batallas y campañas en varias partes de España
y Portugal, aunque numerosas, no fueron concluyentes. Sin embargo, desgastaron los recursos de los franceses,
Desde su base en Portugal, que había defendido con éxito, Wellington en 1812 comenzó su avance gradual hacia España. La Batalla de Vitoria el 21 de junio de 1813, finalmente decidió la cuestión en la península. En marzo de 1814 Fernando VII regresó a España
y al trono.
La guerra y la revolución contra la ocupación napoleónica llevaron a la redacción
de la Constitución española de 1812, un hito del liberalismo europeo. [5] Sin embargo, el
esfuerzo de guerra destruyó el tejido social y económico de Portugal y España y causó un
período de inestabilidad social y política y estancamiento económico. Durante este período,
varias guerras civiles devastadoras entre facciones liberales y absolutistas, dirigidas por
oficiales entrenados en la guerra peninsular, y que duraron hasta la década de 1850, tuvieron lugar en la Península. Las sucesivas crisis causadas por la invasión, la revolución y la
restauración precipitaron la independencia de gran parte de las colonias españolas y la independencia de Brasil de Portugal.
LOS ENMARAÑADOS CONFLICTOS NAPOLEÓNICOS
DESARROLLO EN ESPAÑA
Tras el repliegue del ejército francés, Napoleón regreso con una Gran Armada de
250.000 hombres. El avance fue fulminante, a la Junta Central solo le quedó Cádiz para
refugiarse y Portugal se vio de nuevo invadida. Durante los siguientes años tuvo lugar una
lucha desesperada entre las guerrillas, aliadas a tropas regulares, y el ejército invasor, hasta
que en 1812 la alianza hispano-luso-británica pudieron comenzar la gran ofensiva que expulsó a los Invasores en 1813, tras la batalla de Vitoria.
Las juntas tuvieron un carácter provisional y por ello limitaron su actividad a organizar la resistencia, Sin embargo, su mera existencia entrañaba un cariz revolucionario,
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pues, a diferencia de las instituciones del Antiguo Régimen no eran un poder designado por
la Corona, sino constituida desde abajo, y por eso establecieron una nueva lógica: el ejercicio de la soberanía de facto por instituciones cuya legitimidad no provenía de la Monarquía. Pero aún faltaban unos cuantos años para que esto fructificara.
El regreso de Fernando VII y su cariñosa acogida fue para los que creyeron que la
lucha contra los franceses era el comienzo de la Revolución española una gran desilusión.
El monarca «no tuvo ninguna dificultad para disolver las cortes, anular la Constitución y
volver al régimen anterior. No hubo reacción popular, y los pronunciamientos liberales
posteriores se basaron en individuos, en grupos, no en masas.» (Domínguez, 2007, p. 294).
Estábamos de nuevo en la casilla de salida.
(p. 165) Los mitos transformaron las revueltas en una especie de cruzada contra los franceses, en algunos aspectos incluso peores que los moros de otros tiempos, prestándoles
a los movimientos una doctrina ideológica conservadora y ultramontana.
revivir los tópicos más característicos del sebastianismo y su relación con la restauración
de 1640
(p. 166) La interpretación del movimiento de guerrillas que se difundió por todo el país,
desde comienzos de marzo de 1808, genera muchas cuestiones teóricas y metodológicas, tanto si queremos identificarlos con una reacción armada del pueblo en defensa
de la patria, del trono y de las tradiciones de la Casa de Braganza como si los consideramos una respuesta popular contra la opresión del absolutismo o, incluso, como
manifestaciones de imágenes arquetípicas de nuestro colectivo.
El conflicto de 1807 (según la historiografía portuguesa) a 1814 tuvo influencias mutuas
en el plano político (creación de Juntas) y militar (guerra de guerrillas), en política exterior facilitó el desmoronamiento de ambos imperios coloniales y en política interior, aunque en un primer momento no supuso un cambio en el sistema de gobierno, en el fondo
había trastocado todos los fundamentos del Antiguo régimen y puesto los cimientos para
el inicio de la revolución liberal.
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orígenes (amigosportugal.es)
INTRODUCCIÓN A LOS ORÍGENES DE PORTUGAL, DE SU LENGUA Y LITERATURA
La voluntad de independencia, según Sérgio, no hay que buscarla en la nación entera sino en la
clase que se impuso a las demás. Las líneas fronterizas de cada uno de los Estados coinciden
con los límites de la porción de habitantes que la clase dominante de ese mismo Estado consigue mantener bajo su gobierno, obligándola a servir y pagar tributos. La frontera es la línea que
marca, pues, el equilibrio entre las fuerzas antagónicas de expansión económica de dos clases
dominantes avecindadas. Hay que recorrer las respectivas historias, en nuestro caso concreto,
la peninsular, para observar cómo se presentaron en las diferentes épocas las fuerzas políticas
verdaderamente eficaces para el mantenimiento de la independencia. En el recorrido histórico
de Portugal se dieron: la voluntad del rey (asistida de aristócratas y de burgueses, y de los planes
políticos de Cluny) durante la dinastía de Borgoña; la voluntad de la burguesía comercial y marítima en la crisis del fin del siglo XIV que dio origen a la dinastía de Avis; y los intereses de esa
burguesía de los puertos, aliados a los extranjeros enemigos de la corona española, en la restauración de la soberanía nacional en 1640 y depositada en los Bragança -que había sido arrebatada por Felipe II (Felipe I en Portugal) en 1580- y en los conflictos y negociaciones que siguieron. (p.7)
Cercana a esta tesis es la apuntada por José Mattoso que brevemente resumimos. Para este
historiador portugués, la formación de la consciencia nacional portuguesa comienza por expresarse en el seno de minorías capaces de concebir intelectualmente la noción de pertenencia a
una colectividad, y se va después propagando lentamente a otros grupos, hasta alcanzar a la
mayoría de los habitantes del país. En Portugal, se revela primero en ciertos medios clericales,
concretamente en el Monasterio de Santa Cruz de Coimbra, y entre los clérigos de la cancillería
regia. Es probable que después se propague a toda la corte y a los funcionarios de la administración que se presentan como sus delegados en todo el país, siguiendo a las órdenes militares
y a las oligarquías de los concejos, más tarde a sectores cada vez más amplios de la nobleza y
de la burguesía mercantil y, finalmente, con gran lentitud, y tal vez ya bien avanzada la época
moderna, a las comunidades rurales. A la muerte de D. Fernando, cuando Portugal sufre el
acoso contumaz de Juan I de Castilla, esposado con la hija del rey fallecido, la subsiguiente revolución y la crisis de 1383-1385 deben de haber desempeñado en este proceso un papel extremadamente importante, al transformar las guerras con Castilla en un problema nacional. Las
guerras entre los dos reinos habían sido hasta ese momento simple lucha entre señores. El toque de rebato hacia la nacionalidad que entonces se da, no envuelve sólo a un grupo de nobles,
de vasallos obligados a combatir en virtud de lazos de fidelidad, sino a toda la población. Los
símbolos identificadores y las armas ostentadas en esta lucha aparecen ya más como emblemas
representativos de la nacionalidad que como signos de la autoridad regia. Si bien, concluye
Mattoso, sería necesario investigar ese proceso de apropiación de las armas regias por parte de
los portugueses como de una señal de identificación asumida por su conjunto. (p.7,8)
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La relación de España y Portugal a través de la historia - Geografía Infinita (geografiainfinita.com)
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