Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús EL CUENTO POLICIAL CAPACIDAD: • Identificar los elementos y las técnicas narrativas utilizadas en textos de este tipo. • Disfrutar de la lectura y el análisis de los cuentos policiales. "Enseñadme un hombre o una mujer que no soporte las novelas de misterio y yo os enseñaré un tonto, un tonto mañoso quizá, pero un tonto al fin y al cabo". Raymond Chandler La frase anterior fue dicha por un maestro del género policial. ¿Qué significa? ¿Lo entendiste? Veamos: La literatura policial, tanto los cuentos como las novelas, produce libros entretenidos. Combatir el aburrimiento tal vez sea uno de los principales fines de la narración. I. ¿Qué hace entretenido un cuento policial? A. El Argumento Los argumentos de los cuentos policiales se centran en el mundo del crimen y de la investigación. En este tipo de relatos se plantea un enigma que debe ser resuelto de manera lógica. Ejemplo de esto son los cuentos de Edgar Allan Poe. * Algunos títulos famosos como Los crímenes de la calle Morgue o El escarabajo de oro de seguro te son familiares. B. El Investigador El relato policial plantea un misterio, un caso a ser resuelto mediante la inteligencia, la intuición y el coraje del protagonista. Este, viene a ser el investigador, una persona sumamente inteligente que saca conclusiones adelantadas, llamadas hipótesis; para luego ir comprobando sus conjeturas. Este investigador puede ser una persona humilde de una tribú o de una ciudad, etc. El personaje del investigador llega a su clímax con el detective, un sujeto excéntrico y que sabe mucho del comportamiento humano; sobre todo del criminal. Busca pistas y evidencias y plantea la solución del enigma muchas veces sin haber estado en la escena del crimen. Ejemplo El misterio de Mary Roget de Edgar Allan Poe, donde el detective, Dupin, llega a mayores conclusiones que la policía y solo informándose por medio del diario sin salir de su habitación. C. El Suspenso La intriga dentro de una historia es lo que mantiene en vilo toda su lectura. El manejo de ésta determinará con qué ansia el lector busque la solución del enigma. * Autores como Agatha Christie y Chesterton utilizaron esta técnica en forma magistral. D. El Crímen Al ser humano, siempre le ha interesado conocer y desentrañar cosas. Con un relato policial, asistimos a un asesinato, un robo, un suicidio, que aparentan ser algo muy distinto. La solución del misterio reconforta, sorprende o pasma. II. ¿Qué técnica utilizan los autores de cuentos policiacos? A. EL PUNTO DE VISTA DEL NARRADOR Desafío 1: 1 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús ¿Sabes tú quién es el que relata las aventuras de Sherlock Holmes? ¿Es él mismo o no? ¿Está en primera, segunda o tercera persona? El éxito de un cuento policial radica en el hecho de no mostrar la solución del enigma hasta el final o al menos hasta dejar que el lector se haga una idea de quién es culpable. Por eso, los autores escogen muy bien el tipo de narrador que van a usar. Puede ser primera, segunda o tercera persona. * En la pregunta anterior la respuesta es: "No, Sherlock Holmes no cuenta sus aventuras, él no es el narrador. Quien lo hace es su siempre fiel Watson. El narrador está entonces en primera persona periférica o con conocimiento parcial de los hechos". Desafío 2: ¿Por qué el investigador o detective no es el que cuenta sus aventuras? Empecemos acotando que esto no se da en todos los casos, pero se obtiene un efecto muy especial. En primer lugar : si tenemos la visión de un acompañante, testigo, amigo, ayudante del detective, podemos seguir la investigación paso a paso y así tratar de develar el misterio antes que los demás. En segundo lugar: le sigue al autor para exaltar la figura de su investigador, haciendo que este se luzca en la solución del misterio, demostrando su gran habilidad, inteligencia, astucia, maña y capacidad de deducción. En tercer lugar: porque si un testigo de los hechos (el narrador) cuenta la historia progresivamente, ésta tendrá mayor credibilidad, pues tratará de exponerlos con sumo cuidado y minuciosidad. Con esto se busca que el lector se meta de lleno en la historia. B. LA SORPRESA FINAL, EL USO DEL INTELECTO A diferencia de los cuentos fantásticos y los de ciencia - ficción, en el cuento policial el misterio no proviene de lo sobrenatural, sino que lo que se oculta y hay que hallar es algo real y concreto: una carta, una víctima, una joya, etc. Es por eso que existe aquí una confluencia directa con el lector porque éste sabe que al final debe haber una explicación lógica para lo que aparentemente no la tiene. * A continuación leeremos el primer cuento del bimestre, una historia de la genial Agatha Christie. Pon atención a todos los detalles. 2 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Nido de avispas Texto: AGATHA CHRISTIE John Harrison salió de la casa y se quedó un momento en la terraza de cara al jardín. Era un hombre alto de rostro delgado y cadavérico. No obstante, su aspecto lúgubre se suavizaba al sonreír, mostrando entonces algo muy atractivo. Harrison amaba su jardín, cuya visión era inmejorable en aquel atardecer de agosto, soleado y lánguido. Las rosas lucían toda su belleza y los guisantes dulces perfumaban el aire. Un familiar chirrido hizo que Harrison volviese la cabeza a un lado. El asombro se reflejó en su semblante, pues la pulcra figura que avanzaba por el sendero era la que menos esperaba. -¡Qué alegría! -exclamó Harrison-. ¡Si es monsieur Poirot! En efecto, allí estaba Hércules Poirot, el sagaz detective. -¡Yo en persona! En cierta ocasión me dijo: "Si alguna vez se pierde en aquella parte del mundo, venga a verme. Acepté su invitación, ¿lo recuerda? -¡Me siento encantado! -aseguró Harrison sinceramente-. Siéntese y beba algo. Su mano hospitalaria le señaló una mesa en el pórtico, donde había diversas botellas. -Gracias -repuso Poirot dejándose caer en un sillón de mimbre-. ¿Por casualidad no tiene jarabe? No, ya veo que no. Bien, sírvame un poco de soda, por favor whisky no -su voz se hizo plañidera mientras le servían-. ¡Cáspita, mis bigotes están lacios! Debe de ser el calor. -¿Qué le trae a este tranquilo lugar? -preguntó Harrison mientras se acomodaba en otro sillón-. ¿Es un viaje de placer? -No, mon ami; negocios. -¿Negocios? ¿En este apartado rincón? Poirot asintió gravemente. -Sí, amigo mío; no todos los delitos tienen por marco las grandes aglomeraciones urbanas. Harrison se rió. -Imagino que fui algo simple. ¿Qué clase de delito investiga usted por aquí? Bueno, si puedo preguntar. -Claro que sí. No solo me gusta, sino que también le agradezco sus preguntas. Los ojos de Harrison reflejaban curiosidad. La actitud de su visitante denotaba que le traía allí un asunto de importancia. -¿Dice que se trata de un delito? ¿Un delito grave? -Uno de los más graves delitos. -¿Acaso un ...? -Asesinato -completó Poirot. Tanto énfasis puso en la palabra que Harrison se sintió sobrecogido. Y por si esto fuera poco las pupilas del detective permanecían tan fijamente clavadas en él, que el aturdimiento lo invadió. Al fin pudo articular: -No sé que haya ocurrido ningún asesinato aquí. -No -dijo Poirot-. No es posible que lo sepa. -¿Quién es? -De momento, nadie. -¿Qué? -Ya le he dicho que no es posible que lo sepa. Investigo un crimen aún no ejecutado. -Veamos, eso suena a tontería. -En absoluto. Investigar un asesinato antes de consumarse es mucho mejor que después. Incluso, con un poco de imaginación, podría evitarse. 3 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Harrison lo miró incrédulo. -¿Habla usted en serio, monsieur Poirot? -Sí, hablo en serio. -¿Cree de verdad que va a cometerse un crimen? ¡Eso es absurdo! Hércules Poirot, sin hacer caso de la observación, dijo: -A menos que usted y yo podamos evitarlo. Sí, mon ami. -¿Usted y yo? -Usted y yo. Necesitaré su cooperación. -¿Esa es la razón de su visita? Los ojos de Poirot le transmitieron inquietud. -Vine, monsieur Harrison porque ... me agrada usted -y con voz más despreocupada añadió-: Veo que hay un nido de avispas en su jardín. ¿Por qué no lo destruye? El cambio de tema hizo que Harrison frunciera el ceño. Siguió la mirada de Poirot y dijo: -Pensaba hacerlo. Mejor dicho, lo hará el joven Langton. ¿Recuerda a Claude Langton? Asistió a la cena en que nos conocimos usted y yo. Viene esta noche expresamente a destruir el nido. -¡Ah! -exclamó Poirot-. ¿Y cómo piensa hacerlo? -Con petróleo rociado con un inyector de jardín. Traerá el suyo que es más adecuado que el mío. -Hay otro sistema, ¿no? -preguntó Poirot-. Por ejemplo, cianuro de potasio. Harrison alzó la vista sorprendido. -¡Es peligroso! Se corre el riesgo de su fijación en la plantas. Poirot asintió. -Sí; es un veneno mortal -guardó silencio un minuto y repitió-: Un veneno mortal. -Útil para desembarazarse de la suegra, ¿verdad? -se rió Harrison. Hércules Poirot permaneció serio. -¿Está completamente seguro, monsieur Harrison, de que Langton destruirá el avispero con petróleo? -¡Segurísimo! ¿Por qué? -Simple curiosidad. Estuve en la farmacia de Bachester esta tarde, y mi compra exigió que firmase en el libro de venenos. La última venta era cianuro de potasio, adquirido por Claude Langton. Harrison enarcó las cejas. -¡Qué raro! Langton se opuso el otro día a que empleásemos esa sustancia. Según su parecer, no debería venderse para este fin. Poirot miró por encima de las rosas. Su voz fue muy queda al preguntar: -¿Le gusta Langton? La pregunta cogió por sorpresa a Harrison, que acusó su efecto. -¡Qué quiere que le diga! Pues sí, me gusta ¿Por qué no ha de gustarme? -Mera divagación -repuso Poirot-. ¿Y usted es de su gusto? Ante el silencio de su anfitrión, repitió la pregunta. -¿Puede decirme si usted es de su gusto? -¿Qué se propone, monsieur Poirot? No termino de comprender su pensamiento. -Le seré franco. Tiene usted relaciones y piensa casarse, monsieur Harrison. Conozco a la señorita Moly Deane. Es una joven encantadora y muy bonita. Antes estuvo prometida a Claude Langton, a quien dejó por usted. Harrison asintió con la cabeza. -Yo no pregunto cuáles fueron las razones; quizás estén justificadas, pero ¿no le parece justificada también cualquier duda en cuanto a que Langton haya olvidado o perdonado? 4 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús -Se equivoca, monsieur Poirot. Le aseguro que está equivocado. Langton es un deportista y ha reaccionado como un caballero. Ha sido sorprendentemente honrado conmigo, y, no con mucho, no ha dejado de mostrarme aprecio. -¿Y no le parece eso poco normal? Utiliza usted la palabra «sorprendente» y, sin embargo, no demuestra hallarse sorprendido. -No lo comprendo, monsieur Poirot. La voz del detective acusó un nuevo matiz al responder: -Quiero decir que un hombre puede ocultar su odio hasta que llegue el momento adecuado. -¿Odio? -Harrison sacudió la cabeza y se rió. -Los ingleses son muy estúpidos -dijo Poirot-. Se consideran capaces de engañar a cualquiera y que nadie es capaz de engañarlos a ellos. El deportista, el caballero, es un Quijote del que nadie piensa mal. Pero, a veces, ese mismo deportista, cuyo valor le lleva al sacrificio, piensa lo mismo de sus semejantes y se equivoca. -Me está usted advirtiendo en contra de Claude Langton -exclamó Harrison-. Ahora comprendo esa intención suya que me tenía intrigado. Poirot asintió, y Harrison, bruscamente, se puso en pie. -¿Está usted loco, monsieur Poirot? ¡Esto es Inglaterra! Aquí nadie reacciona así. Los pretendientes rechazados no apuñalan por la espalda o envenenan. ¡Se equivoca en cuanto a Langton! Ese muchacho no haría daño a una mosca. -La vida de una mosca no es asunto mío -repuso Poirot plácidamente-. No obstante, usted dice que monsieur Langton no es capaz de matarlas, cuando en este momento debe prepararse para exterminar a miles de avispas. Harrison no replicó, y el detective, puesto en pie a su vez, colocó una mano sobre el hombro de su amigo, y lo zarandeó como si quisiera despertarlo de un mal sueño. -¡Espabílese, amigo, espabílese! Mire aquel hueco en el tronco del árbol. Las avispas regresan confiadas a su nido después de haber volado todo el día en busca de su alimento. Dentro de una hora habrán sido destruidas, y ellas lo ignoran porque nadie les advierte. De hecho carecen de un Hércules Poirot. Monsieur Harrison, le repito que vine en plan de negocios. El crimen es mi negocio, y me incumbe antes de cometerse y después. ¿A qué hora vendrá monsieur Langton a eliminar el nido de avispas? -Langton jamás... -¿A qué hora? -lo atajó. -A las nueve. Pero le repito que está equivocado. Langton jamás... -¡Estos ingleses! -volvió a interrumpirlo Poirot. Recogió su sombrero y su bastón y se encaminó al sendero, deteniéndose para decir por encima del hombro. -No me quedo para no discutir con usted; solo me enfurecería. Pero entérese bien: regresaré a las nueve. Harrison abrió la boca y Poirot gritó antes de que dijese una sola palabra: -Sé lo que va a decirme: "Langton jamás...", etcétera. ¡Me aburre su "Langton jamás"! No lo olvide, regresaré a las nueve. Estoy seguro de que me divertirá ver cómo destruye el nido de avispas. ¡Otro de los deportes ingleses! No esperó la reacción de Harrison y se fue presuroso por el sendero hasta la verja. Ya en el exterior, caminó pausadamente, y su rostro se volvió grave y preocupado. Sacó el reloj del bolsillo y los consultó. Las manecillas marcaban las ocho y diez. -Unos tres cuartos de hora -murmuró-. Quizá hubiera sido mejor aguardar en la casa. Sus pasos se hicieron más lentos, como si una fuerza irresistible lo invitase a regresar. Era un extraño presentimiento, que, decidido, se sacudió antes de seguir hacia el pueblo. No obstante, la preocupación se reflejaba en su rostro y una o dos veces movió la cabeza, signo inequívoco de la escasa satisfacción que le producía su acto. 5 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Minutos antes de las nueve, se encontraba de nuevo frente a la verja del jardín. Era una noche clara y la brisa apenas movía las ramas de los árboles. La quietud imperante rezumaba algo siniestro, parecido a la calma que antecede a la tempestad. Repentinamente alarmado, Poirot apresuró el paso, como si un sexto sentido lo pusiese sobre aviso. De pronto, se abrió la puerta de la verja y Claude Langton, presuroso, salió a la carretera. Su sobresalto fue grande al ver a Poirot. -¡Ah...! ¡Oh...! Buenas noches. -Buenas noches, monsieur Langton. ¿Ha terminado usted? El joven lo miró inquisitivo. -Ignoro a qué se refiere -dijo. -¿Ha destruido ya el nido de avispas? -No. -¡Oh! -exclamó Poirot como si sufriera un desencanto-. ¿No lo ha destruido? ¿Qué hizo usted, pues? -He charlado con mi amigo Harrison. Tengo prisa, monsieur Poirot. Ignoraba que vendría a este solitario rincón del mundo. -Me traen asuntos profesionales. -Hallará a Harrison en la terraza. Lamento no detenerme. Langton se fue y Poirot lo siguió con la mirada. Era un joven nervioso, de labios finos y bien parecido. -Dice que encontraré a Harrison en la terraza -murmuró Poirot-. ¡Veamos! Penetró en el jardín y siguió por el sendero. Harrison se hallaba sentado en una silla junto a la mesa. Permanecía inmóvil, y no volvió la cabeza al oír a Poirot. -¡Ah, mon a mi ! -exclamó éste-. ¿Cómo se encuentra? Después de una larga pausa, Harrison, con voz extrañamente fría, inquirió: -¿Qué ha dicho? -Le he preguntado cómo se encuentra. -Bien. Sí; estoy bien. ¿Por qué no? -¿No siente ningún malestar? Eso es bueno. -¿Malestar? ¿Por qué? -Por el carbonato sódico. Harrison alzó la cabeza. -¿Carbonato sódico? ¿Qué significa eso? Poirot se excusó. -Siento mucho haber obrado sin su consentimiento, pero me vi obligado a ponerle un poco en uno de sus bolsillos. -¿Que puso usted un poco en uno de mis bolsillos? ¿Por qué diablos hizo eso? Poirot se expresó con esa cadencia impersonal de los conferenciantes que hablan a los niños. -Una de las ventajas o desventajas del detective radica en su conocimiento de los bajos fondos de la sociedad. Allí se aprenden cosas muy interesantes y curiosas. Cierta vez me interesé por un simple ratero que no había cometido el hurto que se le imputaba, y logré demostrar su inocencia. El hombre, agradecido, me pagó enseñándome los viejos trucos de su profesión. Eso me permite ahora hurgar en el bolsillo de cualquiera con solo escoger el momento oportuno. Para ello basta poner una mano sobre su hombro y simular un estado de excitación. Así logré sacar el contenido de su bolsillo derecho y dejar a cambio un poco de carbonato sódico. Compréndalo. Si un hombre desea poner rápidamente un veneno en su propio vaso, sin ser visto, es natural que lo lleve en el bolsillo derecho de la americana. Poirot se sacó de uno de sus bolsillos algunos cristales blancos y aterronados. -Es muy peligroso -murmuró- llevarlos sueltos. 6 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Curiosamente y sin precipitarse, extrajo de otro bolsillo un frasco de boca ancha. Deslizó en su interior los cristales, se acercó a la mesa y vertió agua en el frasco. Una vez tapado lo agitó hasta disolver los cristales. Harrison los miraba fascinado. Poirot se encaminó al avispero, destapó el frasco y roció con la solución el nido. Retrocedió un par de pasos y se quedó allí a la expectativa. Algunas avispas se estremecieron un poco antes de quedarse quietas. Otras treparon por el tronco del árbol hasta caer muertas. Poirot sacudió la cabeza y regresó al pórtico. -Una muerte muy rápida -dijo. Harrison pareció encontrar su voz. -¿Qué sabe usted? -Como le dije, vi el nombre de Claude Langton en el registro. Pero no le conté lo que siguió inmediatamente después. Lo encontré al salir a la calle y me explicó que había comprado cianuro de potasio a petición de usted para destruir el nido de avispas. Eso me pareció algo raro, amigo mío, pues recuerdo que en aquella cena a que hice referencia antes, usted expuso su punto de vista sobre el mayor mérito de la gasolina para estas cosas y denunció el empleo de cianuro como peligroso e innecesario. -Siga. -Sé algo más. Vi a Claude Langton y a Molly Deane cuando ellos se creían libres de ojos indiscretos. Ignoro la causa de la ruptura de enamorados que llegó a separarlos, poniendo a Molly en los brazos de usted, pero comprendí que los malos entendidos habían acabado entre la pareja y que la señorita Deane volvía a su antiguo amor. -Siga. -Nada más. Salvo que me encontraba en Harley el otro día y vi salir a usted del consultorio de cierto doctor, amigo mío. La expresión de usted me dijo la clase de enfermedad que padece y su gravedad. Es una expresión muy peculiar, que solo he observado un par de veces en mi vida, pero inconfundible. Ella refleja el conocimiento de la propia sentencia de muerte. ¿Tengo razón o no? -Sí. Solo dos meses de vida. Eso me dijo. -Usted no me vio, amigo mío, pues tenía otras cosas en qué pensar. Pero advertí algo más en su rostro; advertí esa cosa que los hombres tratan de ocultar, y de la cual le hablé antes. Odio, amigo mío. No se moleste en negarlo. -Siga -apremió Harrison. -No hay mucho más que decir. Por pura casualidad vi el nombre de Langton en el libro de registro de venenos. Lo demás ya lo sabe. Usted me negó que Langton fuera a emplear el cianuro e incluso se mostró sorprendido de que lo hubiera adquirido. Mi visita no le fue particularmente grata al principio, si bien muy pronto la halló conveniente y alentó mis sospechas. Langton me dijo que vendría a las ocho y media. Usted que a las nueve. Sin duda pensó que a esa hora me encontraría con el hecho consumado. -¿Por qué vino? -gritó Harrison-. ¡Ojalá no hubiera venido! -Se lo dije. El asesinato es asunto de mi incumbencia. -¿Asesinato? ¡Suicidio querrá decir! -No -la voz de Poirot sonó claramente aguda-. Quiero decir asesinato. Su muerte seria rápida y fácil, pero la que planeaba para Langton era la peor muerte que un hombre puede sufrir. Él compra el veneno, viene a verlo y los dos permanecen solos. Usted muere de repente y se encuentra cianuro en su vaso. ¡A Claude Langton lo cuelgan! Ese era su plan. Harrison gimió al repetir: -¿Por qué vino? ¡Ojalá no hubiera venido! -Ya se lo he dicho. No obstante, hay otro motivo. Lo aprecio monsieur Harrison. Escuche, mon ami; usted es un moribundo y ha perdido la joven que amaba; pero no es un asesino. Dígame la verdad: ¿Se alegra o lamenta ahora de que yo viniese? 7 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Tras una larga pausa, Harrison se animó. Había dignidad en su rostro y la mirada del hombre que ha logrado salvar su propia alma. Tendió la mano por encima de la mesa y dijo: -Fue una suerte que viniera usted. FIN COMPRENSIÓN DE LECTURA I. COMPRENSIÓN 1. ¿Quiénes son los protagonistas de esta historia? ¿Qué papel desempeña cada uno? * ............................................................. : ........................................................................... * ............................................................. ........................................................................... * ............................................................. ........................................................................... * ............................................................. ........................................................................... 2. ¿Por qué razón recibe Harrison con inquietud la presencia de Hércules Poirot? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. 3. ¿Cuál es la reacción de Harrison luego de escuchar a Hércules Poirot? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. 4. ¿En qué estado encuentra Hércules Poirot a Harrison a las nueve de la noche? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. 5. ¿Quién era, finalmente, el que iba a cometer el asesinato? ¿Por qué? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. II. ANÁLISIS DE LOS ELEMENTOS a) Trama: 1. ¿Cuál es el enigma que debe ser resuelto? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. 2. ¿Quién es el sospechoso inicial? ¿Cómo cambia su posición inicial con el trascurrir del texto? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. 3. ¿Cuál es la hipótesis que se plantea Hércules Poirot? 8 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. 4. ¿Era realmente esta "hipótesis" lo que en el fondo creía? ¿O aparentó una verdad para llegar a la solución del crimen? ¿Cómo nos damos cuenta de ello? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. b) El detective El personaje de Hércules Poirot aparece en varios cuentos y novelas de Agatha Christie, siendo "Nido de Avispas" un ejemplo claro de su participación como detective. Veámoslo por partes: 1. ¿Cómo describirías al detective de esta historia? ¿En qué se basa para solucionar el caso? ¿Cuál es su principal cualidad? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. 2. Cuando Poirot llega a ver a Harrison, le dice toda la verdad? ¿Por qué crees que hace esto? ¿A quién, aparte de Harrison, busca confundir? ............................................................................................................................. .................................................................................................................................. 3. Si nos ponemos a analizar, la explicación final de Hércules Poirot se basa en hechos que solo él conoce y que el lector ignora ¿Cuáles son estos hechos? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. 4. El clímax de la exaltación del detective lo encontramos en el hecho de poder evitar un crimen antes de que este se consuma. ¿Qué opinas del dominio de los hechos por parte del detective? ¿Crees que su participación se remite al día del "asesinato evitado? ¿Por qué? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. c) El criminal 1. El asesinato que se había planeado no se realiza y los papeles se invierten. ¿Cuáles son? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. 2. ¿Cómo tomaste la revelación del caso? ¿Fue sorprendente o no? ¿Por qué? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. 3. Harrison busca dejar, después de muerto, rastros de la culpabilidad de Langton, sin embargo, él iba a suicidarse. ¿Por qué tomó esta decisión total? ¿Fue solo por decepción amorosa? Explícate. .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. 9 III. Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús INTERPRETACIÓN Podemos extraer, de acuerdo al texto, dos intepretaciones fundamentales. La primera con respecto al título y la segunda respecto al destino del criminal que no cometió el delito. 1. El título, "Nido de Avispas", está enlazado directamente con lo que sucede en la historia. ¿A quién o a quiénes está referido? ¿Por qué? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. 2. "Harrison va a morir, y decide vengarse de los amantes aun después de muerto". Con esto lo que hace es degradar su alma y condenarse. ¿Qué sentido tiene, entonces, el último diálogo que sostiene con Poirot? ¿Crees que, finalmente, todo está perdido para él aunque muera? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. IV. Redacción Resume el texto leído en cinco oraciones en orden cronológico. 1. .................................................................................................................................. 2. .................................................................................................................................. 3. .................................................................................................................................. 4. .................................................................................................................................. 5. .................................................................................................................................. 10 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús La aventura del detective agonizante Autor: ARTHUR CONAN DOYLE La señora Hudson, la patrona de Sherlock Holmes, tenía una larga experiencia de sufrimiento. No solo encontraba invadido su primer piso a todas horas por bandadas de personajes extraños y a menudo indeseables, sino que su notable huésped mostraba una excentricidad y una irregularidad de vida que sin duda debía poner duramente a prueba su paciencia. Su increíble desorden, su afición a la música a horas extrañas, su ocasional entrenamiento con el revólver en la habitación, sus descabellados y a menudo malolientes experimentos científicos, y la atmósfera de violencia y peligro que le envolvía, hacían de él el peor inquilino de Londres. En cambio, su pago era principesco. No me cabe duda de que podría haber comprado la casa por el precio que Holmes pagó por sus habitaciones en los años que estuve con él. La patrona sentía el más profundo respeto hacia él y nunca se atrevía a llamarle al orden por molestas que le parecieran sus costumbres. Además, le tenía cariño, pues era un hombre de notable amabilidad y cortesía en su trato con las mujeres. Él las detestaba y desconfiaba de ellas, pero era siempre un adversario caballeroso. Sabiendo qué auténtica era su consideración hacia Holmes, escuché atentamente el relato que ella me hizo cuando vino a mi casa el segundo año de mi vida de casado y me habló de la triste situación a la que estaba reducido mi pobre amigo. -Se muere, doctor Watson -dijo-. Lleva tres días hundiéndose, y dudo que dure el día de hoy. No me deja llamar a un médico. Esta mañana, cuando ví cómo se le salen los huesos de la cara, y cómo me miraba con sus grandes ojos brillantes, no pude resistir más. "Con su permiso o sin él, señor Holmes, voy ahora mismo a buscar a un médico", dije. "Entonces, que sea Watson", dijo. Yo no perdería ni una hora en ir a verle, señor, o a lo mejor ya no lo ve vivo. Me quedé horrorizado, pues no había sabido nada de su enfermedad. Ni que decir tiene que me precipité a buscar mi abrigo y mi sombrero. Mientras íbamos en el coche, pregunté detalles. -Tengo poco que contarle. El había estado trabajando en un caso en Rotherhithe, en un callejón junto al río, y se ha traído la enfermedad con él. Se acostó el miércoles por la tarde y desde entonces no se ha movido. Durante esos tres días no ha comido ni bebido nada. -¡Válgame Dios! ¿Por qué no llamó a su médico? -El no quería de ningún modo, doctor Watson. Ya sabe qué dominante es. No me atreví a desobedecerle. Pero no va a durar mucho en este mundo, como verá usted mismo en el momento en que le ponga los ojos encima. Cierto que era un espectáculo lamentable. En la media luz de un día neblinoso de noviembre, el cuarto del enfermo era un lugar tenebroso, y esa cara macilenta y consumida que me miraba fijamente desde la cama hizo pasar un escalofrío por mi corazón. Sus ojos tenían el brillo de la fiebre, sus mejillas estaban encendidas de un modo inquietante, y tenía los labios cubiertos de costras oscuras; las flacas manos sobre la colcha se agitaban convulsivamente, y su voz croaba de modo espasmódico. Siguió tendido inerte cuando entré en el cuarto, pero al verme hubo un fulgor de reconocimiento en sus ojos. -Bueno, Watson, parece que hemos caído en malos días -dijo con voz débil, pero con algo de su vieja indolencia en sus modales. -¡Mi querido amigo! -exclamé, acercándome a él. -¡Atrás! ¡Échese atrás! -dijo, del modo tajante e imperioso que yo había visto en él solo en momentos de crisis-. Si se acerca a mí, Watson, mandaré echarle de casa. -Pero ¿por qué? 11 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús -Porque ése es mi deseo. ¿No basta? Sí, la señora Hudson tenía razón. Estaba más dominante que nunca. Sin embargo, era lamentable ver su agotamiento. -¡Exactamente! Ayudará mejor haciendo lo que se le dice. -Es verdad, Holmes. El suavizó la dureza de sus maneras. -¿No estará irritado? -preguntó, jadeando para obtener aliento. Pobre hombre, ¿cómo iba yo a estar irritado al verlo tendido en tal situación frente a mí? -Es por su bien, Watson -croó. -¿Por mi bien? -Sé lo que me pasa. Es una enfermedad de los coolíes de Sumatra, algo que los holandeses conocen mejor que nosotros, aunque hasta ahora no han conseguido mucho. Solo una cosa es cierta. Es mortal de necesidad, y es terriblemente contagiosa. Ahora hablaba con una energía febril, con las largas manos convulsionándose y sacudiéndose en gestos para que me alejara. -Contagiosa por contacto; eso es. Mantenga la distancia y todo irá bien. -¡Válgame Dios, Holmes! ¿Supone que eso va a influir en mí por un momento? No me afectaría en el caso de un desconocido. ¿Se imagina que me impediría cumplir mi deber con tan viejo amigo? Volví a avanzar, pero me rechazó con una mirada de cólera furiosa. -Si se queda ahí, le hablaré. Si no, tiene que marcharse de este cuarto. Siento tan profundo respeto por las extraordinarias cualidades de Holmes, que siempre he obedecido a sus deseos, aun cuando menos los entendiera. Pero ahora todo mi instinto profesional estaba excitado. Aunque él fuera mi jefe en otro sitio, en un cuarto de un enfermo yo era el suyo. -Holmes -dije-, usted no es usted mismo. Un enfermo es solo un niño, y así le voy a tratar. Quiéralo o no, voy a examinar sus síntomas y lo voy a tratar. Me miró con ojos venenosos. -Si debo tener un médico, quiéralo o no, por lo menos que sea uno en quien tenga confianza -dijo. -¿Entonces no la tiene en mí? -En su amistad, ciertamente. Pero los hechos son los hechos, Watson, y después de todo, usted es sólo un médico general de experiencia muy limitada y de títulos mediocres. Es doloroso tener que decir estas cosas, pero me obliga a ello. Me sentí muy ofendido. -Tal observación no es digna de usted, Holmes. Me muestra muy claramente el estado de sus nervios. Pero si no tiene confianza en mí, no le impondré mis servicios. Traigamos a sir Jasper Meek, o Penrose Fisher, o cualquiera de los mejores de Londres. Pero alguno tiene que aceptar, y eso es definitivo. Si cree que voy a quedarme aquí quieto, viéndole morir sin ayudarle bien por mí mismo o bien trayendo otro para que le ayude, se ha equivocado de persona. -Tiene buenas intenciones, Watson -dijo el enfermo, con algo entre un sollozo y un gemido-. ¿Tengo que demostrarle su propia ignorancia? ¿Qué sabe usted, por favor, de la fiebre Tapanuli? ¿Qué sabe de la corrupción negra de Formosa? -No he oído hablar de ninguna de las dos cosas. -En Oriente, Watson, hay muchos problemas de enfermedades, muchas posibilidades patológicas extrañas. -Se contenía después de cada frase para concentrar su menguante energía-. He aprendido mucho en algunas investigaciones recientes de índole médicocriminal. En el transcurso de ellas he dado con esa enfermedad. Usted no puede hacer nada. 12 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús -Quizá no. Pero por casualidad sé que el doctor Ainstree, la mayor autoridad viviente en enfermedades tropicales, está ahora en Londres. Es inútil toda protesta, Holmes. Voy a buscarle ahora mismo -y me dirigí decidido hacia la puerta. ¡Nunca he sufrido tal choque! En un momento, con un salto de tigre, el agonizante me había interceptado. Oí el brusco chasquido de una llave al girar. Un momento después, volvió tambaleante a su cama, agotado y jadeante después de esa única llamarada de energía. -No me quitará la llave por la fuerza, Watson. Ya le tengo, amigo mío. Aquí está, y aquí se quedará hasta que yo disponga otra cosa. Pero le seguiré el humor. -Todo eso en breves jadeos, con terribles luchas en medio, buscando aliento-. Solo piensa usted en mi propio bien. Se saldrá con la suya, pero deme tiempo de reunir fuerzas. Ahora no, Watson, ahora no. Son las cuatro. A las seis se puede ir. -Eso es una locura, Holmes. -Solo dos horas, Watson. Le prometo que se irá a las seis. ¿Está contento de esperar? -Parece que no tengo alternativa. -En absoluto, Watson. Gracias, no necesito ayuda para arreglar la ropa de la cama. Usted, por favor, guarde la distancia. Bueno, Watson, solo hay otra condición que yo pondría. Usted buscará ayuda, pero no del médico que ha mencionado, sino del que elija yo. -No faltaba más. -Las tres primeras palabras sensatas que ha pronunciado desde que entró en este cuarto, Watson. Ahí encontrará algunos libros. Estoy un tanto agotado; no sé cómo se sentirá una batería cuando vierte la electricidad en un conductor. A las seis, Watson, reanudaremos nuestra conversación. Pero estaba destinada a reanudarse mucho antes de esa hora, y en circunstancias que me ocasionaron una sacudida solo inferior a la causada por su salto a la puerta. Yo llevaba varios minutos mirando la silenciosa figura que había en la cama. Tenía la cara casi cubierta y parecía dormir. Entonces, incapaz de quedarme sentado leyendo, me paseé despacio por el cuarto, examinando los retratos de delincuentes célebres con que estaba adornado. Al fin, en mi paseo sin objetivo, llegué ante la repisa de la chimenea. Sobre ella se dispersaba un caos de pipas, bolsas de tabaco, jeringas, cortaplumas, cartuchos de revólver y otros chismes. En medio de todo esto, había una cajita blanca y negra, de marfil, con una tapa deslizante. Era una cosita muy bonita; había extendido yo la mano para examinarla más de cerca cuando… Fue terrible el grito que dio…, un aullido que se podía haber oído desde la calle. Sentí frío en la piel y el pelo se me erizó de tan horrible chillido. Al volverme, vislumbré un atisbo de cara convulsa y unos ojos frenéticos. Me quedé paralizado, con la cajita en la mano. -¡Deje eso! Déjelo al momento, Watson…, ¡al momento, digo! -.Cuando volví a poner la caja en la repisa, su cabeza volvió a hundirse en la almohada, y lanzó un hondo suspiro de alivio-. Me molesta que se toquen mis cosas, Watson. Ya sabe que me molesta. Usted enreda más de lo tolerable. usted, un médico…, es bastante como para mandar a un paciente al manicomio. ¡Siéntese, hombre, y déjeme reposar! Ese incidente dejó en mi ánimo una impresión muy desagradable. La violenta excitación sin motivo, seguida por esa brutalidad de lenguaje, tan lejana de su acostumbrada suavidad, me mostraba qué profunda era la desorganización de su mente. De todas las ruinas, la de una mente noble es la más deplorable. Yo seguí sentado en silenciosa depresión hasta que pasó el tiempo estipulado. Él parecía haber observado el reloj tanto como yo, pues apenas eran las seis cuando empezó a hablar con la misma excitación febril de antes. -Bueno, Watson -dijo-. ¿Lleva cambio en el bolsillo? -Sí. 13 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús -¿Algo de plata? -Bastante. -¿Cuántas coronas? -Tengo cinco. -¡Ah, demasiado pocas! ¡Demasiado pocas! ¡Qué mala suerte, Watson! Sin embargo, tal como son, métaselas en el bolsillo del reloj, y todo su otro dinero, en el bolsillo izquierdo del pantalón. Gracias. Así se equilibrará mucho mejor. Era una locura delirante. Se estremeció y volvió a emitir un ruido entre la tos y el sollozo. -Ahora encienda el gas, Watson, pero tenga mucho cuidado de que ni por un momento pase de la mitad. Le ruego que tenga cuidado, Watson. Gracias, así está muy bien. No, no hace falta que baje la cortinilla. Ahora tenga la bondad de poner unas cartas y papeles en esa mesa a mi alcance. Gracias. Ahora algo de esos trastos de la repisa. ¡Excelente, Waton! Ahí hay unas pinzas de azúcar. Tenga la bondad de levantar con ayuda de ellas esa cajita de marfil. Póngala ahí entre los papeles. ¡Bien! Ahora puede ir a buscar al señor Culverton Smith, en Lower Street, 13. -Nunca he oído tal nombre -dije. -Quizá no, mi buen Watson. A lo mejor le sorprende saber que el hombre que más entiende en el mundo sobre esta enfermedad no es un médico, sino un plantador. El señor Culverton Smith es un conocido súbdito de Sumatra, que ahora se encuentra de viaje en Londres. Una irrupción de esta enfermedad en su plantación, que estaba muy lejos de toda ayuda médica, le hizo estudiarla él mismo, con consecuencias de gran alcance. Es una persona muy metódica, y no quise que se pusiera usted en marcha antes de las seis porque sabía muy bien que no lo encontraría en su estudio. Si pudiera persuadirle para que viniera aquí y nos hiciera beneficiarios de su experiencia impar en esta enfermedad, cuya investigación es su entretenimiento favorito, no dudo que me ayudaría. Doy las palabras de Holmes como un todo consecutivo, y no voy a intentar reproducir cómo se interrumpían con jadeos tratando de recobrar el aliento y con apretones de manos que indicaban el dolor que sufría. Su aspecto había empeorado en las pocas horas que llevaba yo con él. Sus colores febriles estaban más pronunciados, los ojos brillaban más desde unos huecos más oscuros, y un sudor frío recorría su frente. Sin embargo, conservaba su confiada vivacidad de lenguaje. Hasta el último jadeo, seguiría siendo el jefe. -Le dirá exactamente cómo me ha dejado -dijo-. Le transmitirá la misma impresión que hay en su mente, un agonizante, un agonizante que delira. En efecto, no puedo pensar por qué todo el cauce del océano no es una masa maciza de ostras, si tan prolíficas parecen. ¡Ah, estoy disparatando! ¡Qué raro, cómo el cerebro controla el cerebro! ¿Qué iba diciendo, Watson? Mis instrucciones para el señor Culverton Smith. Ah, sí, ya me acuerdo. Mi vida depende de eso. Convénzale, Watson. No hay buenas relaciones entre nosotros. Su sobrino, Watson…, sospechaba yo algo sucio y le permití verlo. El muchacho murió horriblemente. Tiene un agravio contra mí. Usted le ablandará, Watson. Ruéguele, pídaselo, tráigale aquí como sea. Él puede salvarme, ¡solo él! -Le traeré un coche de punto, si le tengo que traer como sea. -No haga nada de eso. Usted le convecerá para que venga. Y luego volverá antes que él. Ponga alguna excusa para no volver con él. No lo olvide, Watson. No me vaya a fallar. Usted nunca me ha fallado. Sin duda, hay enemigos naturales que limitan el aumento de las criaturas. Usted y yo, Watson, hemos hecho nuestra parte. ¿Va a quedar el mundo, entonces, invadido por las ostras? ¡No, no, es horrible! Transmítale todo lo que hay en su mente. Le dejé con la imagen de ese magnífico intelecto balbuceando como un niño estúpido. El me había entregado la llave, y con una feliz ocurrencia, me la llevé conmigo, no fuera a cerrar él mismo. La señora Hudson esperaba, temblaba y lloraba en el pasillo. Detrás de mí, al salir del piso, oí la voz alta y fina de Holmes en alguna salmodia delirante. Abajo, 14 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús mientras yo silbaba llamando a un coche de punto, se me acercó un hombre entre la niebla. -¿Cómo está el señor Holmes? -preguntó. Era un viejo conocido, el inspector Morton, de Scotland Yard, vestido con ropas nada oficiales. -Está muy enfermo -contesté. Me miró de un modo muy raro. Si no hubiera sido demasiado diabólico, podría haber imaginado que la luz del farol de gas mostraba exultación en su cara. -Había oído rumores de eso -dijo. El coche me esperaba ya y le dejé. Lower Burke Street resultó ser una línea de bonitas casas extendidas en la vaga zona limítrofe entre Notting Hill y Kensington. La casa ante la cual se detuvo mi cochero tenía un aire de ufana y solemne respetabilidad en sus verjas de hierro pasadas de moda, su enorme puerta plegadiza y sus dorados relucientes. Todo estaba en armonía con un solemne mayordomo que apareció enmarcado en el fulgor rosado de una luz eléctrica coloreada que había detrás de él. -Sí, el señor Culverton Smith está en casa. ¡El doctor Watson! Muy bien, señor, subiré su tarjeta. Mi humilde nombre y mi título no parecieron impresionar al señor Culverton Smith. A través de la puerta medio abierta oí una voz aguda, petulante y penetrante: -¿Quién es esa persona? ¿Qué quiere? Caramba, Staples, ¿cuántas veces tengo que decir que no quiero que me molesten en mis horas de estudio? Hubo un suave chorro de respetuosas explicaciones por parte del mayordomo. -Bueno, no lo voy a ver, Staples, no puedo dejar que se interrumpa así mi trabajo. No estoy en casa. Dígaselo. Dígale que venga por la mañana si quiere verme realmente. Otra vez el suave murmullo. -Bueno, bueno, dele ese recado. Puede venir por la mañana o puede no volver. Mi trabajo no tiene que sufrir obstáculos. Pensé en Holmes revolviéndose en su lecho de enfermo, y contando los minutos, quizá, hasta que pudiera proporcionarle ayuda. No era un momento como para detenerse en ceremonias. Su vida dependía de mi prontitud. Antes de que aquél mayordomo, todo excusas, me entregara su mensaje, me abrí paso de un empujón, dejándole atrás, y estaba ya en el cuarto. Con un agudo grito de cólera, un hombre se levantó de una butaca colocada junto al fuego. Vi una gran cara amarilla, de áspera textura y grasienta, de pesada sotabarba, y unos ojos huraños y amenazadores que fulguraban hacía mí por debajo de unas pobladas cejas color de arena. Su alargada cabeza calva llevaba una gorrita de estar en casa, de terciopelo, inclinada con coquetería hacia un lado de su curva rosada. El cráneo era de enorme capacidad, y sin embargo, bajando los ojos, vi con asombro que la figura de ese hombre era pequeña y frágil, y retorcida por los hombros y la espalda como quien ha sufrido raquitismo desde su infancia. -¿Qué es esto? -gritó con voz aguda y chillona-. ¿Qué significa esa intrusión? ¿No le mandé recado de que viniera mañana por la mañana? -Lo siento -dije-, pero el asunto no se puede aplazar. El señor Sherlock Holmes… El pronunciar el nombre de mi amigo tuvo un extraordinario efecto en el hombrecillo. El aire de cólera desapareció en un momento de su cara, y sus rasgos se pusieron tensos y alertados. -¿Viene de parte de Holmes? -preguntó. -Acabo de dejarle. -¿Qué hay de Holmes? ¿Cómo está? -Está desesperadamente enfermo. Por eso he venido. 15 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús El hombre me hizo señal de que me sentara en una butaca y se volvió para sentarse otra vez en la suya. Al hacerlo así, vislumbré un atisbo de su cara en el espejo de encima de la chimenea. Hubiera podido jurar que mostraba una maliciosa y abominable sonrisa. Pero me convencí de que debía ser alguna contracción nerviosa que yo había sorprendido, pues un momento después se volvió hacia mí con auténtica preocupación en sus facciones. -Lamento saberlo -dijo-. Solo conozco al señor Holmes a través de algunos asuntos de negocios que hemos tenido, pero siento gran respeto hacia su talento y su personalidad. Es un aficionado del crimen, como yo de la enfermedad. Para él, el delincuente; para mí, el microbio. Ahí están mis prisiones -continuó, señalando una hilera de botellas y tarros en una mesita lateral-. Entre esos cultivos de gelatina, están cumpliendo su condena algunos de los peores delincuentes del mundo. -Por su especial conocimiento del tema, es por lo que deseaba verle el señor Holmes. Tiene una elevada opinión de usted, y pensó que era la única persona en Londres que podría ayudarle. El hombrecillo se sobresaltó, y la elegante gorrita resbaló al suelo. -¿Por qué? -preguntó-. ¿Por qué iba a pensar el señor Holmes que yo le podía ayudar en su dificultad? -Por su conocimiento de las enfermedades orientales. -Pero ¿por qué iba a pensar que esa enfermedad que ha contraído es oriental? -Porque en unas averiguaciones profesionales, ha trabajado con unos marineros chinos en los muelles. El señor Culverton Smith sonrió agradablemente y recogió su gorrita. -Ah, es eso -dijo-, ¿es eso? Confío en que el asunto no sea tan grave como usted supone. ¿Cuánto tiempo lleva enfermo? -Unos tres días. -¿Con delirios? -De vez en cuando. -¡Vaya, vaya! Eso parece serio. Sería inhumano no responder a su llamada. Lamento mucho esta interrupción en mi trabajo, doctor Watson, pero este caso ciertamente es excepcional. Iré con usted enseguida. Recordé la indicación de Holmes. -Tengo otro recado que hacer -dije. -Muy bien. Iré solo. Tengo anotada la dirección del señor Holmes. Puede estar seguro de que estaré allí antes de media hora. Volví a entrar en la alcoba de Holmes con el corazón desfalleciente. Tal como lo dejé, en mi ausencia podía haber ocurrido lo peor. Para mi enorme alivio, había mejorado mucho en el intervalo. Su aspecto era tan espectral como antes, pero había desaparecido toda huella de delirio y hablaba con una voz débil, en verdad, pero con algo de su habitual claridad y lucidez. -Bueno, ¿le ha visto, Watson? -Si, ya viene. -¡Admirable, Watson! ¡Admirable! Es usted el mejor de los mensajeros. -Deseaba volver conmigo. -Eso no hubiera valido, Watson. Sería obviamente imposible. ¿Preguntó que enfermedad tenía yo? -Le hablé de los chinos en el East End. -¡Exactamente! Bueno, Watson, ha hecho todo lo que podía hacer un buen amigo. Ahora puede desaparecer de la escena. -Debo esperar a oír su opinión, Holmes. -Claro que debe. Pero tengo razones para suponer que esa opinión será mucho más franca y valiosa si se imaginara que estamos solos. Queda el sitio justo detrás de la cabecera de mi cama. 16 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús -¡Mi querido Holmes! -Me temo que no hay alternativa, Watson. El cuarto no se presta a esconderse, pero es preciso que lo haga, en cuanto que es menos probable que despierte sospechas. Pero ahí mismo, Watson, se me antoja que podría hacerse el trabajo. -De repente se incorporó con rígida atención en su cara hosca-. Ya se oyen las ruedas, Watson. ¡Pronto, hombre, si de verdad me aprecia! Y no se mueva, pase lo que pase…, pase lo que pase, ¿me oye? ¡No hable! ¡No se mueva!, escuche con toda atención. Luego, en un momento, desapareció su súbito acceso de energía, y sus palabras dominantes y llenas de sentido se extinguieron en los sordos y vagos murmullos de un hombre delirante. Desde el escondite donde me había metido tan rápidamente, oí los pasos por la escalera, y la puerta de la alcoba que se abría y cerraba. Luego, para mi sorpresa, hubo un largo silencio, roto sólo por el pesado aliento y jadeo del enfermo. Pude imaginar que nuestro visitante estaba de pie junto a la cama y miraba al que sufría. Por fin se rompió ese extraño silencio. -¡Holmes! -gritó-. ¡Holmes! -con el tono insistente de quien despierta a un dormido-. ¿Me oye, Holmes? -Hubo un roce, como si hubiera sacudido bruscamente al enfermo por el hombro. -¿Es usted, señor Smith? -susurró Holmes-. Apenas me atrevería a esperar que viniera. El otro se rió. -Ya me imagino que no -dijo-. Y sin embargo, ya ve que estoy aquí. ¡Remordimientos de conciencia! -Es muy bueno de su parte, muy noble. Aprecio mucho sus especiales conocimientos. Nuestro visitante lanzó una risita. -Claro que sí. Por suerte, usted es el único hombre en Londres que los aprecia. ¿Sabe lo que le pasa? -Lo mismo -dijo Holmes. -¡Ah! ¿Reconoce los síntomas? -De sobra. -Bueno, no me extrañaría, Holmes. No me extrañaría que fuera lo mismo. Una mala perspectiva para usted si lo es. El pobre Víctor se murió a los cuatro días; un muchacho fuerte, vigoroso. Como dijo usted, era muy chocante que hubiera contraído una extraña enfermedad, que, además, yo había estudiado especialmente. Singular coincidencia, Holmes. Fue usted muy listo al darse cuenta, pero poco caritativo al sugerir que fuera causa y efecto. -Sabía que lo hizo usted. -¿Ah, sí? Bueno, usted no pudo probarlo, en todo caso. Pero ¿qué piensa de usted mismo, difundiendo informes así sobre mí, y luego arrastrándose para que le ayude en el momento en que está en apuros? Qué clase de juego es éste, ¿eh? Oí el aliento ronco y trabajoso del enfermo. -¡Déme agua! -jadeó. -Está usted cerca de su fin, amigo mío, pero no quiero que se vaya hasta que tenga yo unas palabras con usted. Por eso le doy agua. Ea, ¡no la vierta por ahí! Está bien. ¿Entiende lo que le digo? Holmes gimió. -Haga por mí lo que pueda. Lo pasado, pasado -susurró-. Yo me quitaré de la cabeza esas palabras: juro que lo haré. Solo cúreme y lo haré. -Olvidará, ¿qué? -Bueno, lo de la muerte de Víctor Savage. Usted casi reconoció que lo había hecho. Lo olvidaré. 17 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús -Puede olvidarlo o recordarlo, como le parezca. No le veo declarando en la tribuna de los testigos. Le veo entre otras maderas de forma muy diferente, mi buen Holmes, se lo aseguro. No me importa nada que sepa cómo murió mi sobrino. No es de él de quien hablamos. Es de usted. -Sí, sí. -El tipo que vino a buscarme, no recuerdo cómo se llama, dijo que había contraído esa enfermedad en el East End entre los marineros. -Solo así me lo puedo explicar. -Usted está orgulloso de su cerebro, Holmes, ¿verdad? Se considera listo, ¿no? Esta vez se ha encontrado con otro más listo. Ahora vuelva la vista atrás, Holmes. ¿No se imagina de otro modo cómo podría haber contraído eso? -No puedo pensar. He perdido la razón. ¡Ayúdeme, por Dios! -Sí, le ayudaré. Le ayudaré a entender dónde está y cómo ha venido a parar a esto. Me gustaría que lo supiera antes de morir. -Déme algo para aliviarme el dolor. -Es doloroso, ¿verdad? Sí, los coolíes solían chillar un poco al final. Le entra como un espasmo, imagino. -Sí, sí; es un espasmo. -Bueno, de todos modos, puede oír lo que digo. ¡Escuche ahora! ¿No recuerda algún incidente desacostumbrado en su vida poco antes de que empezaran sus síntomas? -No, no, nada. -Vuelva a pensar. -Estoy demasiado mal para pensar. -Bueno, entonces, le ayudaré. ¿Le llegó algo por correo? -¿Por correo? -¿Una caja, por casualidad? -Me desmayo. ¡Me muero! -¡Escuche, Holmes! -hubo un ruido como si sacudiera al agonizante, y yo hice lo que pude para seguir callado en mi escondite-. Debe oírme. Me va a oír. ¿Recuerda una caja; una caja de marfil? Llegó el miércoles. Usted la abrió, ¿recuerda? -Sí, sí, la abrí. Dentro había un resorte agudo. Alguna broma… -No fue una broma, como verá a su propia costa. Idiota, usted se empeñó y ya lo tiene. ¿Quién le mandó cruzarse en mi camino? Si me hubiera dejado en paz, yo no le habría hecho nada. -Recuerdo -jadeó Holmes-. ¡El resorte! Me hizo sangre. Esa caja… está en la mesa. -¡Esa misma, caramba! Y más vale que salga del cuarto en mi bolsillo. Aquí va su último jirón de pruebas. Pero ya tiene la verdad, Holmes, y puede morirse sabiendo que yo le maté. Usted sabía demasiado del destino de Víctor Savage, así que le he enviado a compartirlo. Está usted muy cerca de su final, Holmes. Me quedaré aquí sentado y le veré como se muere. La voz de Holmes había bajado a un susurro casi inaudible. -¿Qué es eso? -dijo Smith-. ¿Subir el gas? Ah, las sombras empiezan a caer, ¿verdad? Sí, lo subiré para que me vea mejor. -Cruzó el cuarto y la luz de repente se hizo más brillante-. ¿Hay algún otro servicio que pueda hacerle, amigo mío? -Un fósforo y un cigarrillo. Casi grité de alegría y asombro. Hablaba con su voz natural; un poco débil, quizá, pero la misma que yo conocía. Hubo una larga pausa y noté que Culverton estaba parado, mirando mudo de asombro a su compañero. -¿Qué significa esto? -le oí decir al fin, en tono seco y ronco. -El mejor modo de representar un personaje -dijo Holmes-. Le doy mi palabra de que desde hace tres días no he probado de comer ni de beber hasta que usted ha tenido la 18 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús bondad de darme un vaso de agua. Pero el tabaco es lo que encuentro más molesto. Ah, ahí unos cigarrillos. -Oí rascar un fósforo-. Esto está mucho mejor. ¡Hola, hola! ¿Oigo los pasos de un amigo? Fuera se oyeron unas pisadas, se abrió la puerta y apareció el inspector Morton. -Todo está en orden y aquí tiene a su hombre -dijo Holmes. El policía hizo las advertencias de rigor. -Le detengo acusado del asesinato de un tal Víctor Savage -concluyo. -Y podría añadir que por intento de asesinato de un tal Sherlock Holmes -observó mi amigo con una risita-. Para ahorrar molestias a un inválido, el señor Culverton Smith tuvo la bondad de dar nuestra señal subiendo el gas. Por cierto, el detenido tiene en el bolsillo derecho de la chaqueta una cajita que valdría más quitar de en medio. Gracias. Yo la trataría con cuidado si fuera usted. Déjela ahí. Puede desempeñar su papel en el juicio. Hubo una súbita agitación y un forcejeo, seguido por un ruido de hierro y un grito de dolor. -No conseguirá más que hacerse daño -dijo el inspector-. Estése quieto, ¿quiere? Sonó el ruido de las esposas al cerrarse. -¡Bonita trampa! -gritó la voz aguda y gruñona-. Esto le llevará al banquillo a usted, Holmes, no a mí. Me pidió que viniera aquí a curarle. Me compadecí y vine. Ahora sin duda inventará que he dicho algo para apoyar sus sospechas demenciales. Puede mentir como guste, Holmes. Mi palabra es tan buena como la suya. -¡Válgame Dios! -gritó Holmes-. Se me había olvidado del todo. Mi quiero Watson, le debo mil excusas. ¡Pensar que le he pasado por alto! No necesito presentarle al señor Culverton Smith, ya que entiendo que le ha conocido antes, esta tarde. ¿Tiene abajo el coche a punto? Le seguiré en cuanto me vista; quizá sea útil en la comisaría. "Nunca me había hecho más falta -dijo Holmes, mientras se reanimaba con un vaso de borgoña y unas galletas, en los intervalos de su arreglo-. De todos modos, como usted sabe, mis costumbres son irregulares, y tal hazaña significa para mí menos que para la mayoría de los hombres. Era esencial que hiciera creer a la señora Hudson en la realidad de mi situación, puesto que ella debía de transmitírsela a usted. ¿No se habrá ofendido, Watson? Se dará cuenta de que, entre sus muchos talentos, no hay lugar para el disimulo. Nunca habría sido capaz de darle a Smith la impresión de que su presencia era urgentemente necesaria, lo cual era el punto vital de todo el proyecto. Conociendo su naturaleza vengativa, seguro que vendría a ver su obra. -Pero ¿y su aspecto, Holmes, su cara fantasmal? -Tres días de completo ayuno no mejoran la belleza de uno, Watson. Por lo demás, pasando una esponja con vaselina por la frente y poniendo belladona en los ojos, colorete en los pómulos y costras de cera en los labios, se puede producir un efecto muy satisfactorio. Fingir enfermedades es un tema sobre el que he pensado a veces escribir una monografía. Un poco de charla ocasional sobre medias coronas, ostras o cualquier otro tema extraño produce suficiente impresión de delirio. -Pero, ¿por qué no me quiso dejar que me acercara, puesto que en realidad no había infección? -¿Y usted lo pregunta, querido Watson? ¿Se imagina que no tengo respeto a su talento médico? ¿Podía imaginar yo que su astuto juicio iba a aceptar a un agonizante que, aunque débil, no tenía el pulso ni la temperatura anormales? A cuatro pasos se le podía engañar. Si no conseguía engañarle, ¿quién iba a traer a Smith a mi alcance? No, Watson, yo no tocaría esa caja. Puede ver, si la mira de lado, el resorte agudo que sale cuando se abre, como un colmillo de víbora. Me atrevo a decir que fue con un recurso así con lo que halló la muerte el pobre Savage, que se interponía entre ese monstruo y una herencia. Sin embargo, como sabe, mi correspondencia es muy variada, y estoy un tanto en guardia contra cualquier paquete que me llegue. Pero me pareció que fingiendo que él había conseguido realmente su propósito, podría arrancarle una confesión. Y he realizado ese proyecto con la perfección del verdadero artista. Gracias, Watson, tiene que 19 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús ayudarme a ponerme la chaqueta. Cuando hayamos acabado en la comisaría, creo que no estaría de más tomar algo nutritivo en Simpson’s. COMPRENSIÓN DE LECTURA • Conteste las siguientes preguntas en su cuaderno: 1. ¿Qué impresión te suscita o provoca la lectura de este cuento? ¿Te gustó el cuento leído en clase? ¿Por qué? 2. ¿Cuál es el misterio que se plantea en el cuento leído? ¿Cómo logra solucionarse? 3. ¿Por qué razón no quería Sherlock Holmes que Watson se acercara demasiado? 4. ¿Cómo se sentía Watson ante el trato que le daba Sherlock Holmes? 5. ¿Cuál es el primer dato que origina el error en las conclusiones? ¿Por qué no podemos ver desde el comienzo la verdad de los hechos? 6. En este cuento, la figura de Sherlock Holmes sufre un cambio radical con respecto a lo que comúnmente vemos de él. ¿En qué consiste esta transformación? 7. ¿A quiénes tiene que mentir Holmes para lograr su propósito? 8. ¿Cómo calificarías la actitud de Culverton Smith? Él se jactaba de haberle ganado al detective. ¿Qué opinas de eso? 9. ¿Qué opinión tiene Sherlock Holmes de Watson? ¿Realmente lo consideraba un "médico general"? ¿Por qué? 10. Elabora un dibujo de la escena más sorprendente. 20 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús EL CRIMEN DEL MAESTRO CAPACIDAD: • Analizar la lectura El crimen del maestro. • Elaborar esquemas comparativos basados en textos de ese tipo. El crimen del maestro Autor: GUY DE MAUPASSANT No dejaban de hablar sobre Pranzini, de sus tropelías, y monsieur Maloureau, por el hecho de haber sido fiscal del Supremo en la época de Napoleón III, se creyó con el derecho de comentar. - A mí me correspondió participar, hace algunos años en un proceso, de los considerados importantes y singulares, en base a diferente conceptos, como pronto observarán todos ustedes. Entonces desempeñaba el empleo de fiscal en la Audiencia territorial, y se me consideraba, debido a los cargos que había ocupado mi padre, presidente en aquellos momentos de Audiencia en París. Un día me correspondió intervenir en un proceso que terminaría adquiriendo una gran notoriedad, me refiero "al crimen del maestro". El acusado era monsieur Moirón, un maestro de primaria, que disfrutaba de un justo prestigio en toda la región. Sujeto inteligente, de mente reflexiva, asiduo de la iglesia y un poco introvertido, había terminado por contraer matrimonio con una mujer del pueblo de Boislinot, donde se encontraba su escuela. Llegó a ser padre de tres hijos, los cuales fueron muriendo de la misma dolencia: tisis. Bajo el peso de esta calamidad, el padre se entregó por completo a los niños que le habían sido confiados, en los que volcó toda la ternura paternal. Llegaba hasta el extremo de emplear su propio dinero para adquirir juguetes, con los que premiaba a los alumnos más aventajados, a los más juiciosos y a los más guapos. En ocasiones se excedía en este terreno, ya que prefería invitarlos a merendar, sin importarle que los pequeños terminaran dándose un atracón de pasteles, caramelos y otros dulces. No había familia que dejase de elogiar la generosidad y el cariño del maestro, hasta que cinco de sus discípulos, unos tras otros, fueron muriendo de una forma demasiado singular. Quiso encontrarse la causa a la mala calidad del agua de los pozos de la localidad, que acaso habían terminado por corromperse debido a una sequía bastante prolongada. También se intentaron localizar otros motivos; sin embargo, ninguno terminó por convencer a los investigadores. Porque se tuvo muy en cuenta que los pequeños habían sufrido unas enfermedades demasiado extrañas, que en seguida les arrastraron a la muerte. Se ponían tristes, perdían el apetito, agonizaban en medio de unos surfimientos terribles. Cuando el médico forense efectuó la autopsia a la última de las víctimas, no encontró ninguna evidencia que pudiera hacer pensar en un crimen. No conformes con este resultado, se enviaron las entrañas a un laboratorio de París, cuyos especialistas tampoco descubrieron huellas de algún veneno. A lo largo de todo un año no se produjo ningún otro incidente. Hasta que los dos alumnos favoritos de Moirón murieron en un periodo nunca superior a los cuatro días. En esta ocasión los jueces recomendaron que se realizaran unos exámenes más exhaustivos de las entrañas; y pudieron descubrirse, al fin, unas minúsculas partículas de vidrio triturado. Esto llevó a que se dedujera que los niños habían ingerido, acaso en un descuido, algún alimento que contenía los cristalitos. Como esa tragedia podía ser causada por el 21 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús sencillo acto de beber leche de una jarra, cuyos bordes se hubieran roto momentos antes ya estando el líquido en el interior. Y el caso se hubiera dado por cerrado, si en aquellas fechas la criada que cuidaba la casa de Moirón no hubiera sufrido una enfermedad similar a la de los niños. Esta coincidencia la advirtió en seguida el médico al pueblo, ya que nunca se le podría borrar de la memoria su imposibilidad para curar a las criaturas. Cuando preguntó a la infeliz sobre a qué podía reprochar sus males, ella vaciló antes de descubrir su pequeño hurto... Sin embargo, terminó contando que había comido un poco de confitura, que el maestro guardaba en unos frascos, con el fin de regalar con la misma a sus discípulos predilectos. Se efectuó un registro de la escuela bajo mandato judicial, lo que permitió encontrar un armario repleto de juguetes y dulces para los pequeños. Una vez analizados todos estos dulces, pudo comprobarse que contenían una gran cantidad de vidrio machacado y trocitos minúsculos de agujas. En seguida Moirón fue detenido; sin embargo, reaccionó con tanta indignación, al mismo tiempo que mostraba la sorpresa del inocente, que convenció a los jueces, hasta el punto de que se le dejó en libertad. Claro que las pruebas resultaban tan contundentes, frente a la reputación de honradez del acusado, además de la atrocidad del delito si se tenía en cuenta el amor que Moirón siempre había sentido por los niños, que la sociedad se encontró enfrentada a una verdadera polémica, en la que las oponiones se hallaban divididas casi al cincuenta por ciento. ¿Quién podía afirmar que aquel hombre, sencillo, amable y católico practicante, pudiera ser un asesino despiadado, capaz de someter a unos martirios tan diabólicos a unas criaturas inocentes? No tardó en predominar la idea de que al acusado podía sufrir ataques de locura pasajera. Se habían dado casos similares, en los que una persona juiciosa, enemiga de llamar la atención y sensata, caía durante ciertos periodos de tiempo en unas fases esquizofrénicas, que le transformaban en un verdadero monstruo capaz de perpetrar los crímenes más espeluznantes. Como se continuaron realizando análisis químicos, se pudo saber que los pasteles, caramelos y confituras que guardaba el maestro provenían de dos locales distintos. Y al comprobar estos productos en sus puntos de origen, pudo saberse que no presentaban ninguna anormalidad, mucho menos esos trocitos de vidrio o de agujas. La reacción de Moirón fue que debía contar con algún enemigo, el cual se encargaba de echar esas materias dañinas en los tarros y hasta elaboraba dulces en los que depositaba los mismos elementos nocivos. Y hasta llegó a culpar a un labriego, sin dar su nombre, de ser el verdadero responsable, al querer cobrar la herencia de alguno de los niños. "A ese canalla -añadió- le trajo sin cuidado que otros inocentes pudiesen morir al haber envenenado tanta cantidad de productos". Esta suposición formaba parte de lo posible, y se tuvo en cuenta. Además, el maestro hablaba con tanta convicción, sin dejar de insistir en que estaba dispuesto a colaborar con la Justicia en todo momento, que hubiésemos llegado a absolverlo. Claro que aparecieron nuevas evidencias, las cuales resultaron abrumadoras. Se localizó una petaca repleta de vidrio machacado. Y era la petaca personal de Moirón, que él había escondido en el sobrefondo de uno de los cajones de su escritorio, donde también guardaba el dinero. Este hallazgo se efectuó casualmente, y gracias a la presencia de un carpintero que, al observar el cajón, pudo advertir que no ofrecía la altura correspondiente al hueco por el que se desplazaba. De nuevo el maestro se mostró ofendido por las acusaciones y, sin perder el ánimo, recordó que tras sus pasos andaba un enemigo tan astuto y peligroso, que llegó también a preparar el doble fondo en el cajón y, además, compró una petaca similar para introducir en ella el vidrio triturado. Claro que no pudo mostrar su propia petaca, alegando que la había perdido. Sin embargo, un tendero de Saint-Marlouf vino a desbaratar todos estos razonamientos defensivos. El acusador se presentó voluntariamente ante los jueces, para 22 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús declarar que un individuo le había venido comprando unas cajas de agujas muy finas, exigiéndole que fueran de un gran temple, lo que no debería impedir que se rompieran al someterlas a una fuerte torsión. Una cualidad que él mismo se cuidó de comprobar en el mostrador del establecimiento. La policía organizó una prueba de reconocimiento, en la que se utilizaron a doce hombres de unas características aproximadas a las descritas por el tendero. Y en el grupo se introdujo a Moirón, el cual fue identificado al momento. Esto supuso que las demás pruebas quedasen ensambladas con esta última, con lo que las diligencias judiciales instruidas ya solo apuntaron en una dirección: el maestro de Boislinot. Voy a ahorrarles las horribles declaraciones de los niños sobre el reparto de los dulces, y esa morbosa petición del criminal de que los comiesen delante de él. Así se cercioraba de que no se guardaran los restos, para que no quedaran pruebas de su delito. Como las gentes estaban escandalizadas y la prensa no dejaba de exigir un castigo ejemplar, nos vimos colocados en una situación apremiante. A pesar de saber que el acusado ya no contaba con ningún tipo de defensa. En efecto, Moirón terminó siendo condenado a muerte sin posibilidad de apelación. Le quedó alguna remota opción de indulto, lo que supuse que jamás se le concedería. Cierta mañana, mientras yo me encontraba en mi despacho, me visitó el capellán de la prisión. Era un viejo religioso con fama de conocer a los seres humanos y habituado a tratar con los homicidas más astutos. Al exponer su caso se mostró indeciso, intranquilo y desalentado. Antes estuvimos hablando unos diez minutos de temas intranscendentes, hasta que me soltó de sopetón. -¡Señor fiscal: si se llegara a ejecutar a Moirón, toda la judicatura de Francia sería responsable de la muerte de un inocente! Y antes de que yo pudiera reaccionar, salió de allí sin decir ni siquiera un cortés adiós. Quedé profundamente impresionado ante una acusación tan "solemne". Como no pude borrarla de mi mente, llegué a suponer que el sacerdote se apoyaba en una confesión del acusado, acaso formulada bajo la protección del sacramento católico. Bajo esta influencia no dudé en viajar a París; y como mi padre ya estaba al tanto de lo que sucedía, pues me cuidé de enviarle por correo un amplio informe, me ayudó a conseguir una audiencia para hablar con el Emperador. Nos entrevistamos con este al día siguiente de mi llegada. Cuando llegamos ante su presencia, le encontramos trabajando en su salón privado. Yo me cuidé de exponerle todo el proceso de una forma breve, aunque sin olvidar los detalles principales, hasta que llegué a las palabras del capellán de la prisión. Recuerdo que iba a mencionarlas cuando, de pronto, fue abierta una puerta que se encontraba junto al sillón del Emperador. Allí entró la Emperatriz, al suponer que su esposo se hallaba solo. Nada más conocer el caso de Moirón, ya que se lo contó el mismo Napoleón, le oímos decir: -Considero una obligación que indultes a ese inocente. ¿Cómo la repentina decisión de una mujer bondadosa llegó a provocar en mi mente una duda tan horrible? Yo también era partidario de que se conmutara la pena; y, de repente, supe que estaba siendo utilizado por un homicida de una mente fría y sutil, que se había servido del secreto de confesión para convencer a un cura y, más tarde, a la misma Emperatriz. No silencié mis dudas ante los soberanos de Francia. El Emperador se quedó pensativo, sopesando los hechos bajo la perspectiva de su bondad natural y de sus conceptos de la justicia. Era posible que nos enfrentarámos todos ante el engaño de un criminal; sin embargo, la Emperatriz no dejaba de estar convencida de que el sacerdote fue movido por la inspiración divina, por lo que insistió: -¡No debemos olvidar que es preferible perdonar a un culpable antes que condenar a muerte a un inocente! 23 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Este punto de vista terminó por convencer a Napoleón; y la pena de muerte fue conmutada por una condena de cadena perpetua. Pocos años más tarde, pude enterarme de que Moirón había conseguido el empleo de criado personal del director del presidio, gracias a que desde el primer día había venido manteniendo una conducta ejemplar. Luego pasó mucho tiempo, hasta que me llegaron más noticias de aquel personaje. No obstante, hace unos diez años, cuando estaba veraneando en Lila, en la casa de mi primo Larielle, antes de que me sentara en la mesa del almuerzo, fui avisado de que un cura me estaba esperando en la sala de visitas. Me entrevisté con el religioso, y así pude enterarme que un moribundo quería hablar conmigo con la mayor urgencia. Como no era la primera vez que me sucedía algo parecido en la larga carrera judicial, no dudé en atender la demanda. Siendo guiado por el religioso, entré en una mísera guardilla, situada en la zona más alta de un edificio de vecindad. Allí contemplé, sentado en un jergón y con la espalda apoyada en la pared, a un moribundo bastante singular. Puedo asegurarles que tenía delante a un esqueleto humano, el cual realizaba unas muecas espantosas y, al mismo tiempo, era dueño de unos ojos brillantes hundidos en unas cuencas amoratadas. Nada más verme dijo con una voz debilitada por las dificultades repiratorias: -Al parecer usted se ha olvidado de mí. -Tiene razón. ¿Cuál es su nombre? -Me llamo Moirón. Me sentí invadido por un tropel de escalofríos e intentando dominarme le pregunté: -¿El maestro Moirón? -Sí -Cómo ha llegado a este pueblo? -Resultaría muy largo de explicar... Me queda poco de vida... Aquí me trajo un sacerdote... Yo estaba enterado de que usted había elegido Lila para sus vacaciones... Por eso he rogado que le llamaran... Deseo confesarme... ante usted... Nunca olvidaré que hace años... me libró de la muerte... En medio de unas leves convulsiones, intentaba sujetarse al jergón con sus dedos sarmentosos. Realizó un supremo esfuerzo para seguir hablando, hasta que pudo hacerlo con una voz enronquecida... -No quiero irme a la otra vida... sin contar la verdad a alguien... Yo asesiné a los niños... A todos ellos... ¡Lo hice por venganza! Siempre me había considerado un hombre honrado... Demasiado... Bondadoso, lleno de temor a Dios; me refiero al Dios que se muestra caritativo con el género humano... El mismo que se refleja en los Evangelios... Jamás el Dios verdugo, ladrón y homicida... que gobierna tiránicamente sobre el mundo... Nunca hice daño a nadie en aquellos tiempos... Ni siquiera se me podía reprochar el más insignificante pecadillo... Yo era un dechado de virtudes... casi un santo... De mi bendito matrimonio tuve tres hijos... a los que amaba como ningún padre ha amado a sus descendientes... Vivía totalmente entregado a ellos... Ver lo mucho que me querían colmaba todas mis esperanzas... ¡Pero los tres murieron! ¿Cómo fue posible? ¿Acaso yo merecía un castigo tan terrible? Pasé meses protestando contra la injusticia divina... De repente, un destello de claridad entre tantas tinieblas me iluminó... Desperté a otra dimensión del mundo... Entonces comprendí que Dios es malo... ¿No se le debía acusar de asesinato por haber permitido la muerte de mis hijos? Se me abrió la mente y comprendí que Dios goza matando a los seres humanos....Lo hace de una forma caprichosa, disfrutando... Si nos da la vida, es para llevarnos a la muerte... Dios es un homicida... Como necesita millones de víctimas, las elige caprichosamente en todos los rincones de la tierra, sin importarle el daño que pueda causar.... Para eso ha inventado las enfermedades, los accidentes, el 24 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús agotamiento físico por la edad y tantos otros medios... Estoy convencido de que le divierte muchísimo este juego mortal... En el momento que se cansa de tal diversión, busca algo más masivo, por eso desata las epidemias de peste, cólera, fiebres de todo tipo, la viruela... ¡Cuántas cosas más puede idear ese monstruo! En el momento que no tiene suficiente con las enfermedades, permite que se desaten las guerras, ya que éstas le asegurarán cientos de miles de muertos destrozados entre la sangre y el barro. Pero consiguió en el principio de la Humanidad todavía más, al permitir que los hombres se devoraran los unos a los otros... En el momento que las sociedades humanas comenzaron a civilizarse, hizo que surgiera la caza de los animales indefensos.... Con el fin de los que los hombres los dieran caza, los degollaran y se los comieran... Todavía consintió algo más: el nacimiento de insectos que viven y mueren en un solo día... Las moscas que son destruidas a millares en una hora, las hormigas que aplastamos con nuestros pies, y tantas otras víctimas inocentes que ni siquiera somos capaces de imaginar. Todos ellas viven dándose muerte por medio de la depredación... La vida surge sin parar de la misma muerte. Y a Dios le divierte este espectáculo... ¿No lo ve todo? Entonces lo está consintiendo en lugar de evitarlo... Controla lo más grande y lo más pequeño, lo que sucede en el interior de una gota de agua o lo que se realiza en el universo, donde se encuentran las estrellas. Lo observa todo y le divierte este juego de aniquilación... ¡Asesino! Por eso yo también maté a los niños. Solo imité a Dios, divirtiéndome como él, arrebatando lo vivo con la sutileza de quien juega con sus inferiores... Quité la vida a aquellas criaturas, y hubiera seguido haciéndolo durante mucho tiempo, como Dios... Pero no me lo permitieron... ¡Estoy convencido de que a Dios le hubiese divertido mucho verme en el patíbulo! Pero le privé de ese goce mintiendo... He sabido hacerlo con gran maestría, por eso engañé al capellán de la prisión ante el confesionario... Gracias a las mentiras pude seguir vivo mucho años... Pero he llegado al final... Son mis últimos minutos... Ya es imposible que pueda eludir mi destino... Le juro que no siento miedo.... ¡Dios nunca podrá atemorizarme porque lo desprecio! *** Resultó terrible contemplar al desgraciado ahogándose, abriendo la boca desesperadamente para conseguir balbucir algunas palabras... Pero ya sólo podía emitir unos estertores ininteligibles... Aunque lograría, más tarde, pronunciar varias frases, sin que pueda entender de dónde obtuvo las fuerzas necesarias. Mientras tanto, sus manos destrozaban la tela del jergón, se agitaban sus piernas enflaquecidas bajo una sábana negruzca de suciedad, dando idea de que luchaba por escapar de un destino ya inexorable. Antes de marcharme le pregunté: -¿Desea usted algo más de mí? -No, señor... creí escuchar. -Entonces le dejo. -Hasta pronto..., caballero... Me volví hacia donde estaba el sacerdote, cuyo rostro expresaba una gran angustia, a la vez que se apoyaba en la pared como si aún no pudiera soportar las palabras del moribundo, y le dije: -¿Se queda usted aquí? -Sí, creo que se me necesita... El agonizante todavía pudo soltar una última frase, que, los dos conseguimos entender. -Ahí se mantendrá.... hasta mi final... Porque Dios... siempre arroja a los cuervos... sobre los cadáveres. 25 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Yo tuve que marcharme, porque ya estaba cansado de aquel repugnante espectáculo. I. COMPRENSIÓN 1. El maestro asesina a los niños con _________________________________________ 2. Moirón tuvo _____________ hijos que murieron de ___________________ 3. El juez ordenó que se analizaran las ________________________________ de los cadáveres. 4. Moirón fue condenado, finalmente, a __________________________________ 5. La _____________________ abogó por el maestro. 6. Moirón terminó _______________________ en un pueblo alejado. II. ANÁLISIS ARGUMENTATIVO 1. Detalla cómo se presenta a Moirón en sus dos aspectos: ¿Cómo lo veía la gente? ¿Cómo era en realidad? 2. ¿Cómo se sintió Moirón con la muerte de sus hijos? ¿Qué significado le dio? .................................................................................................................................. 3. ¿Cómo justificó Moirón todos sus actos? .................................................................................................................................. 4. ¿De qué manera se llega a la conclusión sobre la culpabilidad del maestro? .................................................................................................................................. 5. ¿Cuál es la reacción del maestro con cada una de las evidencias que van apareciendo? ¿Demuestra esto su frialdad? ¿Por qué? .................................................................................................................................. 6. Moirón logró conmutar su pena bajo un secreto de confesión falseado ¿Significa esto que se burló de todos? ¿Realmente se salió con la suya? 26 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús .................................................................................................................................. 7. ¿Cómo describe Monsieur Malcureau la última imagen de Moirón? ¿Qué podemos entender de su final? .................................................................................................................................. 8. Aun al borde de la muerte, la actitud de Moirón es de desafío, arrogancia e impenitencia. ¿Podrías encontrar algunas contradicciones entre lo que el maestro Moirón despreciaba y su estado final? .................................................................................................................................. III. INTERPRETACIÓN 1. El tema predominante es la venganza, pero esta no es contra un ser humano, sino contra Dios. Así justifica Moirón sus actos: "Yo solo imité a Dios". ¿Hasta qué punto se compara con Dios? ¿Cómo ve a sus semejantes? .................................................................................................................................. 2. ¿Qué opinas de la visión de los males del mundo que el maestro detalla con minuciosidad? ¿Estás poco, mucho o nada de acuerdo con él? ¿Por qué? .................................................................................................................................. IV. TÉCNICAS NARRATIVAS El crimen del maestro está inscrito bajo la categoría de policial. A través de una serie de pruebas se demuestra la culpabilidad del asesino. Podemos apreciar, también, que los datos van siendo clasificados para generar mayor expectativa. Analicemos los elementos por partes: El narrador que, aparentemente, está en primera persona recurre a un artificio para ceder la palabra a uno de los personajes. ¿Quién es este personaje? ¿Y qué tipo de narrador es el que está desarrollado en el cuento? ¿Qué efecto le da a la lectura? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. V. VOCABULARIO 1. Tropelías : 2. Singular : 3. Convicción : 4. Petaca : 5. Temple : apacible. 6. Indulto : 7. Apelación : 8. Cuenca : 9. Sarmentoso : 10. Patíbulo : 11. Estertor : 12. Inexorable : Aceleración confusa. Atropello, violencia. Único, solo, extraordinario, excelente, raro. Convencimiento. Estuche en que se llevan cigarrillos o tabaco picado Calidad o estadio del genio o carácter y natural, áspero o Gracia por la cual se remite en todo o parte la pena. Recurrencia a un juez superior porque anule una sentencia. Cavidad en que está cada uno de los ojos. Largo, delgado, nudoso. Tablado o sitio en el cual se ejecuta la pena de muerte. Respiración anhelosa, con sonido ronco y sibilante. Que no se deja vencer por ruegos. Implacable. 27 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Esquemas A. Esquema Comparativo Describe dos o más seres estableciendo las semejanzas y diferencias que hay entre ellas. Ejemplo: España e Italia España e Italia se parecen en muchos aspectos. Ambos son países europeos meridionales y peninsulares, separados de otros países por grandes cadenas montañosas y por el mar. España está separada de su vecino del norte por los Pirineos. Análogamente, los Alpes aislan a Italia del resto de Europa. España también se asemeja a Italia en el sentido de que ambas ejercen soberanía sobre islas importantes. Así forman parte del territorio español las Baleares y las Canarias, e integran el territorio Sibilia, Cerdeña, Elba, etc. ITALIA ESPAÑA Diferencias Por el norte: Pirineos Territorio: Canarias, Baleares Semejanzas Países europeos meridionales y peninsulares Separados por montañas y el mar Ejercen soberanía sobre islas importantes. Diferencias Por el norte: Los Alpes Territorio: Sicilia, Cerdeña, Elba ACTIVIDADES Elabora un esquema comparativo del texto: Memoria indígena en el nacionalismo precursor de México y Perú Este artículo explora de manera comparativa el uso ideológico del pasado prehispánico en el nacionalismo incipiente de México y Perú de finales del siglo XVIII. Los términos de esta comparación son que tanto México como Perú tienen una experiencia histórica similar, pero la existencia del pasado prehispánico o étnico fue utilizada de diferente manera en la etapa anterior a la formulación de independencia. Las experiencias históricas compartidas son: memoria de un pasado imperial conquistado por la Corona española; experiencia colonial prolongada y formación de la sociedad de castas. A pesar de estos hechos en común, las dos nacientes naciones manifestaron diferentes usos de su historia. México usó y reelaboró el pasado azteca, a pesar de la indianidad vigente, con el fin de romper política y culturalmente con España. Perú mostró ambigüedad en el uso del pasado inca en tanto la indianidad fuese vigente y manifestó continuidad con España. Crear una comunidad con historia propia fue una rasgo sobresaliente del nacionalismo mexicano; mantener una vinculación con la tradición hispánica y temor a la comunidad inca fue una preocupación peruana. Ahora bien, ¿qué factores determinaron estas diferencias ideológicas entre Perú y México en cuanto a sus nacionalismos incipientes? Por principio, resulta útil el planteamiento de la siguiente conjetura: a mayor presión indígena, menor interés criollo por la tradición étnica y prehispánica. Esta suposición 28 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús aplicada de manera comparativa será explicada por medio de la existencia de dos variables: la tensión étnico-racial de la sociedad de castas y la ocurrencia e intensidad de revueltas indígenas anteriores a la Declaración de la Independencia. Fuente: EL COMERCIO 29 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús El cordero asado Autor: ROALD DAHL La habitación estaba limpia y acogedora, las cortinas corridas, las dos lámparas de mesa encendidas, la suya y la de la silla vacía, frente a ella. Detrás, en el aparador, dos vasos altos de whisky. Cubos de hielo en un recipiente. Mary Maloney estaba esperando a que su marido volviera del trabajo. De vez en cuando echaba una mirada al reloj, pero sin preocupación, simplemente para complacerse de que cada minuto que pasaba acercaba el momento de su llegada. Tenía un aire sonriente y optimista. Su cabeza se inclinaba hacia la costura con entera tranquilidad. Su piel —estaba en el sexto mes del embarazo— había adquirido un maravilloso brillo, los labios suaves y los ojos, de mirada serena, parecían más grandes y más oscuros que antes. Cuando el reloj marcaba las cinco menos diez, empezó a escuchar, y pocos minutos más tarde, puntual como siempre, oyó rodar los neumáticos sobre la grava y cerrarse la puerta del coche, los pasos que se acercaban, la llave dando vueltas en la cerradura. Dejó a un lado la costura, se levantó y fue a su encuentro para darle un beso en cuanto entrara. —¡Hola, querido! —dijo ella. —¡Hola! —contestó él. Ella le colgó el abrigo en el armario. Luego volvió y preparó las bebidas, una fuerte para él y otra más floja para ella; después se sentó de nuevo con la costura y su marido enfrente con el alto vaso de whisky entre las manos, moviéndolo de tal forma que los cubitos de hielo golpeaban contra las paredes del vaso. Para ella esta era una hora maravillosa del día. Sabía que su esposo no quería hablar mucho antes de terminar la primera bebida, y a ella, por su parte, le gustaba sentarse silenciosamente, disfrutando de su compañía después de tantas horas de soledad. Le gustaba vivir con este hombre y sentir —como siente un bañista al calor del sol— la influencia que él irradiaba sobre ella cuando estaban juntos y solos. Le gustaba su manera de sentarse descuidadamente en una silla, su manera de abrir la puerta o de andar por la habitación a grandes zancadas. Le gustaba esa intensa mirada de sus ojos al fijarse en ella y la forma graciosa de su boca, especialmente cuando el cansancio no le dejaba hablar, hasta que el primer vaso de whisky le reanimaba un poco. —¿Cansado, querido? —Sí —respondió él—, estoy cansado. Mientras hablaba, hizo una cosa extraña. Levantó el vaso y bebió su contenido de una sola vez aunque el vaso estaba a medio llenar. Ella no lo vio, pero lo intuyó al oír el ruido que hacían los cubitos de hielo al volver a dejar él su vaso sobre la mesa. Luego se levantó lentamente para servirse otro vaso. —Yo te lo serviré —dijo ella, levantándose. —Siéntate —dijo él secamente. Al volver observó que el vaso estaba medio lleno de un líquido ambarino. —Querido, ¿quieres que te traiga las zapatillas? -le observó mientras él bebía el whisky. —Creo que es una vergüenza para un policía que se va haciendo mayor, como tú, que le hagan andar todo el día —dijo ella. Él no contestó; Mary Maloney inclinó la cabeza de nuevo y continuó con su costura. Cada vez que él se llevaba el vaso a los labios se oía golpear los cubitos contra el cristal. 30 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús —Querido, ¿quieres que te traiga un poco de queso? No he hecho cena porque es jueves. —No —dijo él. —Si estás demasiado cansado para comer fuera —continuó ella—, no es tarde para que lo digas. Hay carne y otras cosas en la nevera y te lo puedo servir aquí para que no tengas que moverte de la silla. Sus ojos se volvieron hacia ella; Mary esperó una respuesta, una sonrisa, un signo de asentimiento al menos, pero él no hizo nada de esto. —Bueno —agregó ella—, te sacaré queso y unas galletas. —No quiero —dijo él. Ella se movió impaciente en la silla, mirándole con sus grandes ojos. —Debes cenar. Yo lo puedo preparar aquí, no me molesta hacerlo. Tengo chuletas de cerdo y cordero, lo que quieras, todo está en la nevera. —No me apetece —dijo él. —¡Pero querido! ¡Tienes que comer! Te lo sacaré y te lo comes, si te apetece. Se levantó y puso la costura en la mesa, junto a la lámpara. —Siéntate —dijo él—, siéntate sólo un momento. Desde aquel instante, ella empezó a sentirse atemorizada. —Vamos —dijo él—, siéntate. Se sentó de nuevo en su silla, mirándole todo el tiempo con sus grandes y asombrados ojos. El había acabado su segundo vaso y tenía los ojos bajos. —Tengo algo que decirte. —¿Qué es ello, querido? ¿Qué pasa? El se había quedado completamente quieto y mantenía la cabeza agachada de tal forma que la luz de la lámpara le daba en la parte alta de la cara, dejándole la barbilla y la boca en la oscuridad. —Lo que voy a decirte te va a trastornar un poco, me temo —dijo—, pero lo he pensado bien y he decidido que lo mejor que puedo hacer es decírtelo en seguida. Espero que no me lo reproches demasiado. Y se lo dijo. No tardó mucho, cuatro o cinco minutos como máximo. Ella no se movió en todo el tiempo, observándolocon una especie de terror mientras él se iba separando de ella más y más, a cada palabra. —Eso es todo —añadió—, ya sé que es un mal momento para decírtelo, pero no hay otro modo de hacerlo. Naturalmente, te daré dinero y procuraré que estés bien cuidada. Pero no hay necesidad de armar un escándalo. No sería bueno para mi carrera. Su primer impulso fue no creer una palabra de lo que él había dicho. Se le ocurrió que quizá él no había hablado, que era ella quien se lo había imaginado todo. Quizá si continuara su trabajo como si no hubiera oído nada, luego, cuando hubiera pasado algún tiempo, se encontraría con que nada había ocurrido. —Prepararé la cena —dijo con voz ahogada. Esta vez él no contestó. Mary se levantó y cruzó la habitación. No sentía nada, excepto un poco de náuseas y mareo. Actuaba como un autómata. Bajó hasta la bodega, encendió la luz y metió la mano en el congelador, sacando el primer objeto que encontró. Lo sacó y lo miró. Estaba envuelto en papel, así que lo desenvolvió y lo miró de nuevo. Era una pierna de cordero. Muy bien, cenarían pierna de cordero. Subió con el cordero entre las manos y al entrar en el cuarto de estar encontró a su marido de pie junto a la ventana, de espaldas a ella. Se detuvo. —Por el amor de Dios —dijo él al oírla, sin volverse—, no hagas cena para mí. Voy a salir. 31 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús En aquel momento, Mary Maloney se acercó a él por detrás y sin pensarlo dos veces levantó la pierna de cordero congelada y le golpeó en la parte trasera de la cabeza tan fuerte como pudo. Fue como si le hubiera pegado con una barra de acero. Retrocedió un paso, esperando a ver qué pasaba, y lo gracioso fue que él quedó tambaleándose unos segundos antes de caer pesadamente en la alfombra. La violencia del golpe, el ruido de la mesita al caer por haber sido empujada, la ayudaron a salir de su ensimismamiento. Salió retrocediendo lentamente, sintiéndose fría y confusa, y se quedó por unos momentos mirando el cuerpo inmóvil de su marido, apretando entre sus dedos el ridículo pedazo de carne que había empleado para matarle. "Bien —se dijo a sí misma—, ya lo has matado". Era extraordinario. Ahora lo veía claro. Empezó a pensar con rapidez. Como esposa de un detective, sabía cuál sería el castigo; de acuerdo. A ella le era indiferente. En realidad sería un descanso. Pero por otra parte, ¿y el niño? ¿Qué decía la ley acerca de las asesinas que iban a tener un hijo? ¿Los mataban a los dos, madre e hijo? ¿Esperaban hasta el noveno mes? ¿Qué hacían? Mary Maloney lo ignoraba y no estaba dispuesta a arriesgarse. Llevó la carne a la cocina, la puso en el horno, encendió éste y la metió dentro. Luego se lavó las manos y subió a su habitación. Se sentó delante del espejo, arregló su cara, puso un poco de rojo en los labios y polvo en las mejillas. Intentó sonreír, pero le salió una mueca. Lo volvió a intentar. —Hola, Sam —dijo en voz alta. La voz sonaba rara también. —Quiero patatas, Sam, y también una lata de guisantes. Eso estaba mejor. La sonrisa y la voz iban mejorando. Lo ensayó varias veces. Luego bajó, cogió el abrigo y salió a la calle por la puerta trasera del jardín. Todavía no eran las seis y diez y había luz en las tiendas de comestibles. —Hola, Sam —dijo sonriendo ampliamente al hombre que estaba detrás del mostrador. —¡Oh, buenas noches, señora Maloney! ¿Cómo está? —Muy bien, gracias. Quiero patatas, Sam, y una lata de guisantes. El hombre se volvió de espaldas para alcanzar la lata de guisantes. —Patrick dijo que estaba cansado y no quería cenar fuera esta noche —le dijo—. Siempre solemos salir los jueves y no tengo verduras en casa. —¿Quiere carne, señora Maloney? —No, tengo carne, gracias. Hay en la nevera una pierna de cordero. —¡Oh! —No me gusta asarlo cuando está congelado, pero voy a probar esta vez. ¿Usted cree que saldrá bien? —Personalmente —dijo el tendero—, no creo que haya ninguna diferencia. ¿Quiere estas patatas de Idaho? —¡Oh, sí, muy bien! Dos de esas. —¿Nada más? —El tendero inclinó la cabeza, mirándola con simpatía—. ¿Y para después? ¿Qué le va a dar luego? —Bueno. ¿Qué me sugiere, Sam? El hombre echó una mirada a la tienda. —¿Qué le parece una buena porción de pastel de queso? Sé que le gusta a Patrick. —Magnífico —dijo ella—, le encanta. Cuando todo estuvo empaquetado y pagado, sonrió agradablemente y dijo: —Gracias, Sam. Buenas noches. Ahora, se decía a sí misma al regresar, iba a reunirse con su marido, que la estaría esperando para cenar; y debía cocinar bien y hacer comida sabrosa porque su marido estaría cansado; y si cuando entrara en la casa encontraba algo raro, trágico o 32 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús terrible, sería un golpe para ella y se volvería histérica de dolor y de miedo. ¿Es que no lo entienden? Ella no esperaba encontrar nada. Simplemente era la señora Maloney que volvía a casa con las verduras un jueves por la tarde para preparar la cena a su marido. "Eso es —se dijo a sí misma—, hazlo todo bien y con naturalidad. Si se hacen las cosas de esta manera, no habrá necesidad de fingir". Por lo tanto, cuando entró en la cocina por la puerta trasera, iba canturreando una cancioncilla y sonriendo. —¡Patrick! —llamó—, ¿dónde estás, querido? Puso el paquete sobre la mesa y entró en el cuarto de estar. Cuando le vio en el suelo, con las piernas dobladas y uno de los brazos debajo del cuerpo, fue un verdadero golpe para ella. Todo su amor y su deseo por él se despertaron en aquel momento. Corrió hacia su cuerpo, se arrodilló a su lado y empezó a llorar amargamente. Fue fácil, no tuvo que fingir. Unos minutos más tarde, se levantó y fue al teléfono. Sabía el número de la jefatura de Policía, y cuando le contestaron al otro lado del hilo, ella gritó: —¡Pronto! ¡Vengan en seguida! ¡Patrick ha muerto! —¿Quién habla? —La señora Maloney, la señora de Patrick Maloney. —¿Quiere decir que Patrick Maloney ha muerto? —Creo que sí —gimió ella—. Está tendido en el suelo y me parece que está muerto. —Iremos en seguida —dijo el hombre. El coche vino rápidamente. Mary abrió la puerta a los dos policías. Los reconoció a los dos en seguida —en realidad conocía a casi todos los del distrito— y se echó en los brazos de Jack Nooan, llorando histéricamente. Él la llevó con cuidado a una silla y luego fue a reunirse con el otro, que se llamaba O’Malley, el cual estaba arrodillado al lado del cuerpo inmóvil. —¿Está muerto? —preguntó ella. —Me temo que sí... ¿qué ha ocurrido? Brevemente, le contó que había salido a la tienda de comestibles y al volver lo encontró tirado en el suelo. Mientras ella hablaba y lloraba, Nooan descubrió una pequeña herida de sangre cuajada en la cabeza del muerto. Se la mostró a O’Malley y éste, levantándose, fue derecho al teléfono. Pronto llegaron otros policías. Primero un médico, después dos detectives, a uno de los cuales conocía de nombre. Más tarde, un fotógrafo de la Policía que tomó algunos planos y otro hombre encargado de las huellas dactilares. Se oían cuchicheos por la habitación donde yacía el muerto y los detectives le hicieron muchas preguntas. No obstante, siempre la trataron con amabilidad. Volvió a contar la historia otra vez, ahora desde el principio. Cuando Patrick llegó ella estaba cosiendo, y él se sintió tan fatigado que no quiso salir a cenar. Dijo que había puesto la carne en el horno —allí estaba, asándose— y se había marchado a la tienda de comestibles a comprar verduras. De vuelta lo había encontrado tendido en el suelo. —¿A qué tienda ha ido usted? —preguntó uno de los detectives. Se lo dijo, y entonces el detective se volvió y musitó algo en voz baja al otro detective, que salió inmediatamente a la calle. "..., parecía normal..., muy contenta..., quería prepararle una buena cena..., guisantes..., pastel de queso..., imposible que ella..." Transcurrido algún tiempo el fotógrafo y el médico se marcharon y los otros dos hombres entraron y se llevaron el cuerpo en una camilla. Después se fue el hombre de las huellas dactilares. Los dos detectives y los policías se quedaron. Fueron muy amables con ella; Jack Nooan le preguntó si no se iba a marchar a otro sitio, a casa de su hermana, quizá, o con su mujer, que cuidaría de ella y la acostaría. —No —dijo ella. 33 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús No creía en la posibilidad de que pudiera moverse ni un solo metro en aquel momento. ¿Les importaría mucho que se quedara allí hasta que se encontrase mejor? Todavía estaba bajo los efectos de la impresión sufrida. —Pero ¿no sería mejor que se acostara un poco? —preguntó Jack Nooan. —No —dijo ella. Quería estar donde estaba, en esa silla. Un poco más tarde, cuando se sintiera mejor, se levantaría. La dejaron mientras deambulaban por la casa, cumpliendo su misión. De vez en cuando uno de los detectives le hacía una pregunta. También Jack Nooan le hablaba cuando pasaba por su lado. Su marido, le dijo, había muerto de un golpe en la cabeza con un instrumento pesado, casi seguro una barra de hierro. Ahora buscaban el arma. El asesino podía habérsela llevado consigo, pero también cabía la posibilidad de que la hubiera tirado o escondido en alguna parte. —Es la vieja historia —dijo él—, encontraremos el arma y tendremos al criminal. Más tarde, uno de los detectives entró y se sentó a su lado. —¿Hay algo en la casa que pueda haber servido como arma homicida? —le preguntó—. ¿Le importaría echar una mirada a ver si falta algo, un atizador, por ejemplo, o un jarrón de metal? —No tenemos jarrones de metal —dijo ella. —¿Y un atizador? —No tenemos atizador, pero puede haber algo parecido en el garaje. La búsqueda continuó. Ella sabía que había otros policías rodeando la casa. Fuera, oía sus pisadas en la grava y a veces veía la luz de una linterna infiltrarse por las cortinas de la ventana. Empezaba a hacerse tarde, eran cerca de las nueve en el reloj de la repisa de la chimenea. Los cuatro hombres que buscaban por las habitaciones empezaron a sentirse fatigados. —Jack —dijo ella cuando el sargento Nooan pasó a su lado—, ¿me quiere servir una bebida? —Sí, claro. ¿Quiere whisky? —Sí, por favor, pero poco. Me hará sentir mejor. Le tendió el vaso. —¿Por qué no se sirve usted otro? —dijo ella—; debe de estar muy cansado; por favor, hágalo, se ha portado muy bien conmigo. —Bueno —contestó él—, no nos está permitido, pero puedo tomar un trago para seguir trabajando. Uno a uno, fueron llegando los otros y bebieron whisky. Estaban un poco incómodos por la presencia de ella y trataban de consolarla con inútiles palabras. El sargento Nooan, que rondaba por la cocina, salió y dijo: —Oiga, señora Maloney. ¿Sabe que tiene el horno encendido y la carne dentro? —¡Dios mío! —gritó ella—. ¡Es verdad! —¿Quiere que vaya a apagarlo? —¿Sería tan amable, Jack? Muchas gracias. Cuando el sargento regresó por segunda vez lo miró con sus grandes y profundos ojos. —Jack Nooan —dijo. —¿Sí? —¿Me harán un pequeño favor, usted y los otros? —Si está en nuestras manos, señora Maloney... —Bien —dijo ella—. Aquí están ustedes, todos buenos amigos de Patrick, tratando de encontrar al hombre que lo mató. Deben de estar hambrientos porque hace rato que ha pasado la hora de la cena, y sé que Patrick, que en gloria esté, nunca me perdonaría que estuviesen en su casa y no les ofreciera hospitalidad. ¿Por qué no se comen el cordero que está en el horno? Ya estará completamente asado. 34 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús —Ni pensarlo —dijo el sargento Nooan. —Por favor —pidió ella—, por favor, cómanlo. Yo no voy a tocar nada de lo que había en la casa cuando él estaba aquí, pero ustedes sí pueden hacerlo. Me harían un favor si se lo comieran. Luego, pueden continuar su trabajo. Los policías dudaron un poco, pero tenían hambre y al final decidieron ir a la cocina y cenar. La mujer se quedó donde estaba, oyéndolos a través de la puerta entreabierta. Hablaban entre sí a pesar de tener la boca llena de comida. —¿Quieres más, Charlie? —No, será mejor que no lo acabemos. —Pero ella quiere que lo acabemos, eso fue lo que dijo. Le hacemos un favor. —Bueno, dame un poco más. —Debe de haber sido un instrumento terrible el que han usado para matar al pobre Patrick —decía uno de ellos—, el doctor dijo que tenía el cráneo hecho trizas. —Por eso debería ser fácil de encontrar. —Eso es lo que a mí me parece. —Quienquiera que lo hiciera no iba a llevar una cosa así, tan pesada, más tiempo del necesario. Uno de ellos eructó: —Mi opinión es que tiene que estar aquí, en la casa. —Probablemente bajo nuestras propias narices. ¿Qué piensas tú, Jack? En la otra habitación, Mary Maloney empezó a reírse entre dientes. FICHA DE LECTURA I. COMPRENSIÓN Completa el siguiente cuadro resumen de modo que pueda entenderse la secuencia lógica de la historia leída. Mary Maloney esperaba que... Cuando él llegó le dijo: .................................................. .............................................. .................................................. ................................................ ................................................. ........................................... Ella fue a la bodega y ... Con total frialdad fue a la calle y ... .................................................. .............................................. .................................................. ................................................ ................................................. ........................................... Cuando regresó a su casa... Pronto llegaron... .................................................. .............................................. .................................................. ................................................ ................................................. ........................................... 35 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Cuando solo quedaron dos detectives... Ninguno de ellos... .................................................. .............................................. .................................................. ................................................ ................................................. ........................................... II. ANÁLISIS Presta atención al comportamiento de Mary Maloney y contesta: 1. ¿Cómo se sentía antes de ver a su esposo? 2. ¿Qué tipo de actitud mostraba hacia él? 3. ¿Cómo reaccionó apenas lo hubo derribado? 4. ¿Cómo califacarías su actitud frente a los detectives? III. ESTRUCTURA 1. Si lo notaste, hay información en el texto que se ha obviado. Menciona dos de ellas y por qué crees que el autor nos presenta así la historia. 2. ¿Cuál es el tono narrativo que utiliza el texto? 3. La fuerza y eje de la historia, está centrada en un solo personaje. Sin embargo la condición y estado en que se encuentra puede suponer sentimientos encontrados en el lector. ¿Por qué se hizo de una tranquila ama de casa, embarazada y amante esposa, una asesina fría y calculadora? ¿Cuál es el objetivo de incluir este personaje? IV. ÓPTICA DE DETECTIVE De haber sido el detective en la historia, ¿cómo hubieras comprobado la culpabilidad de Mary Maloney? Argumenta tu tesis. V. APRECIACIÓN 1. ¿Qué opinas de la doble personalidad? ¿Es cierto que todos tenemos un lado oscuro? ¿Por qué? 2. ¿Qué piensas de la actitud tomada por los detectives? VI. VALORACIÓN ¿Estás de acuerdo con la forma cómo trataba Mary a su esposo? ¿Por qué? 36 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús CUENTOS PARA TAHÚRES CAPACIDAD: • Disfrutar de la lectura y el análisis del cuento El gato negro. • Elaborar esquemas de problema-solución en base a textos de ese tipo. El gato negro Autor: EDGAR ALLAN POE No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales. Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre. Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato. Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y solo menciono la cosa porque acabo de recordarla. Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Solo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle. Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio: intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No solo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por 37 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor. Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad. Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido. El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso. La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: «¡Incendio!» Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza. No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido 38 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras «¡extraño!, ¡curioso!» y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal. Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver. Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar. Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a este, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho. Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él. Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer. Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste. Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros. El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que 39 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal. Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte! Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón. Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Solo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba. Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies. Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver 40 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas. El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliente de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso. No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: «Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano». Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma. Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada. Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia. -Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran solidez. Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón. ¡Qué Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, 41 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como solo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación. Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba! I. COMPRENSIÓN 1. ¿Quién es el protagonista del cuento? ¿Cómo lo definirías? .................................................................................................................................. 2. ¿Qué afición tenía el protagonista? .................................................................................................................................. 3. ¿Por qué razón cambió su carácter? .................................................................................................................................. 4. ¿Cómo era la relación con su esposa? .................................................................................................................................. II. ANÁLISIS DE LOS ELEMENTOS * Protagonista 1. Describe los cambios en el carácter del protagonista. .................................................................................................................................. 2. ¿A qué se debe su obsesión? .................................................................................................................................. 3. ¿Crees que se arrepintió de sus acciones? ¿Por qué? .................................................................................................................................. * La mujer 1. ¿A qué se debe su sumisión? .................................................................................................................................. 2. ¿Qué representa en el cuento? ¿Por qué? .................................................................................................................................. * Narrador 1. ¿Quién es el narrador en esta historia? ¿De qué punto de vista se vale? .................................................................................................................................. 2. ¿Por qué razón emplea este tipo de narrador? .................................................................................................................................. * Trama 42 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús ¿Cuál es el tema central del texto? .................................................................................................................................. * Estilo y lenguaje 1. ¿Qué técnicas emplea el narrador? ¿Qué efectos produce en la historia? .................................................................................................................................. 2. ¿De qué manera influye en el texto el lenguaje empleado? .................................................................................................................................. III. INTERPRETACIÓN: 1. ¿Qué simboliza el gato dentro de la historia? .................................................................................................................................. 2. ¿Crees que la cárcel aplacó el sufrimiento del protagonista? .................................................................................................................................. IV. REDACCIÓN Y CREATIVIDAD Crea una historia teniendo como base el tema central del cuento leído. .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. Dibuja la escena que más te haya impactado de la historia leída. ANEXO 2 B. Esquema problema - solución Plantean un problema o situación conflictiva y proponen una o varias soluciones. Ejemplo: Un problema interminable "Chiclayo tiene sólo 4 horas diarias de agua y, además, una gran cantidad de pueblos jóvenes sin alcantarillado. Para solucionar esto, contamos con ayuda alemana y francesa, sin olvidar aportes de Fonavi y de la empresa privada chiclayana. Se están construyendo nuevos colectores y una nueva planta de tratamiento que permitirá elevar el promedio de agua de la ciudad de cuatro horas a quince". Solución 1 Construcción de colectores PROBLEMA La ciudad de Chiclayo se provee de agua solo 4 horas diarias. Solución 2 Construcción de una planta de tratamiento ACTIVIDAD Elabora un esquema problema - solución del siguiente texto. ANÁLISIS DE LA INSEGURIDAD CIUDADANA 43 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús La inseguridad ciudadana se define como el temor a posibles agresiones, asaltos, secuestros, violaciones, de los cuales podemos ser víctimas. Hoy en día, es una de las principales características de todas las sociedades modernas, y es que vivimos en un mundo en el que la extensión de la violencia se ha desbordado en un clima generalizado de criminalidad. A continuación, presentamos la vertiginosa transición de la delincuencia en el país y las causas que originan esta incertidumbre en la sociedad. Entre las causas de inseguridad que se detectan, está el desempleo que vive una gran cantidad de personas; las personas que atentan contra los bienes y la integridad física de los ciudadanos lo hacen, frecuentemente, por no tener un empleo estable que les garantice ingresos suficientes para mantener a su familia. También, se identificó a la pobreza como otra causa que puede generar agresividad y que causa, además, altos índices de delincuencia que, generalmente, se ubican en las zonas marginales de la ciudad. La falta de educación es otra causa. La escasa (y, muchas veces, inexistente) educación de los ciudadanos genera delincuencia, agresividad y, por supuesto, inseguridad en aquellas personas que se mantienen al margen, pero que son los que sufren las consecuencias de esta situación. Asimismo, la cultura tan pobre de nuestra población genera altos índices delictivos y de agresividad contra las personas. Puede afirmarse que cuanta menos educación y cultura tengan las personas, más propensas a la delincuencia y al crimen serán. En conclusión, la inseguridad ciudadana puede ser superada si el Estado crea un sistema educativo que disminuya las cifras de deserción escolar que inciden en la criminalidad, y que, además, ofrezca oportunidades laborales a todos los sectores de la sociedad. Fuente: CARETAS 44 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús El retrato oval Autor: EDGAR ALLAN POE El castillo en el cual mi criado se le había ocurrido penetrar a la fuerza en vez de permitirme, malhadadamente herido como estaba, de pasar una noche al ras, era uno de esos edificios mezcla de grandeza y de melancolía que durante tanto tiempo levantaron sus altivas frentes en medio de los Apeninos, tanto en la realidad como en la imaginación de Mistress Radcliffe. Según toda apariencia, el castillo había sido recientemente abandonado, aunque temporariamente. Nos instalamos en una de las habitaciones más pequeñas y menos suntuosamente amuebladas. Estaba situada en una torre aislada del resto del edificio. Su decorado era rico, pero antiguo y sumamente deteriorado. Los muros estaban cubiertos de tapicerías y adornados con numerosos trofeos heráldicos de toda clase, y de ellos pendían un número verdaderamente prodigioso de pinturas modernas, ricas de estilo, encerradas en sendos marcos dorados, de gusto arabesco. Me produjeron profundo interés, y quizá mi incipiente delirio fue la causa, aquellos cuadros colgados no solamente en las paredes principales, sino también en una porción de rincones que la arquitectura caprichosa del castillo hacía inevitable; hice a Pedro cerrar los pesados postigos del salón, pues ya era hora avanzada, encender un gran candelabro de muchos brazos colocado al lado de mi cabecera, y abrir completamente las cortinas de negro terciopelo, guarnecidas de festones, que rodeaban el lecho. Quíselo así para poder, al menos, si no reconciliaba el sueño, distraerme alternativamente entre la contemplación de estas pinturas y la lectura de un pequeño volumen que había encontrado sobre la almohada, en que se criticaban y analizaban. Leí largo tiempo; contemplé las pinturas religiosas devotamente; las horas huyeron, rápidas y silenciosas, y llegó la media noche. La posición del candelabro me molestaba, y extendiendo la mano con dificultad para no turbar el sueño de mi criado, lo coloqué de modo que arrojase la luz de lleno sobre el libro. Pero este movimiento produjo un efecto completamente inesperado. La luz de sus numerosas bujías dio de pleno en un nicho del salón que una de las columnas del lecho había hasta entonces cubierto con una sombra profunda. Vi envuelto en viva luz un cuadro que hasta entonces no advirtiera. Era el retrato de una joven ya formada, casi mujer. Lo contemplé rápidamente y cerré los ojos. ¿Por qué? No me lo expliqué al principio; pero, en tanto que mis ojos permanecieron cerrados, analicé rápidamente el motivo que me los hacía cerrar. Era un movimiento involuntario para ganar tiempo y recapacitar, para asegurarme de que mi vista no me había engañado, para calmar y preparar mi espíritu a una contemplación más fría y más serena. Al cabo de algunos momentos, miré de nuevo el lienzo fijamente. No era posible dudar, aun cuando lo hubiese querido porque el primer rayo de luz al caer sobre el lienzo había desvanecido el estupor delirante de que mis sentidos se hallaban poseídos, haciéndome volver repentinamente a la realidad de la vida. El cuadro representaba, como ya he dicho, a una joven. Se trataba sencillamente de un retrato de medio cuerpo, todo en este estilo que se llama, en lenguaje técnico, estilo de viñeta; había en él mucho de la manera de pintar de Sully en sus cabezas favoritas. Los brazos, el seno y las puntas de sus radiantes cabellos, pendíanse en la sombra vaga, pero profunda, que servía de fondo a la imagen. El marco era oval, magníficamente dorado, y de un bello estilo morisco. Tal vez no fuese ni la ejecución de la obra ni la excepcional belleza de su fisonomía lo que me impresionó tan repentina y profundamente. No podía creer que mi imaginación, al salir de su delirio, hubiese tomado la cabeza por la de una persona viva. Empero, los detalles del dibujo, el estilo de viñeta y el aspecto del marco, no me permitieron dudar ni un solo instante. Abismado en estas reflexiones, permanecí una hora entera con los ojos fijos en el retrato. Aquella inexplicable expresión de realidad y vida que al principio me hiciera estremecer, acabó por subyugarme. Lleno 45 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús de terror y respeto, volví el candelabro a su primera posición, y habiendo así apartado de mi vista la causa de mi profunda agitación, me apoderé ansiosamente del volumen que contenía la historia y descripción de los cuadros. Busqué inmediatamente el número correspondiente al que marcaba el retrato oval, y leí la extraña y singular historia siguiente: "Era una joven de peregrina belleza, tan graciosa como amable, que en mal hora amó al pintor y se desposó con él. Él tenía un carácter apasionado, estudioso y austero, y había puesto en el arte sus amores; ella, joven, de rarísima belleza, toda luz y sonrisas, con la alegría de un cervatillo, amándolo todo, no odiando más que el arte, que era su rival, no temiendo más que la paleta, los pinceles y demás instrumentos importunos que le arrebataban el amor de su adorado. Terrible impresión causó a la dama oír al pintor hablar del deseo de retratarla. Mas era humilde y sumisa, y sentóse pacientemente, durante largas semanas, en la sombría y alta habitación de la torre, donde la luz se filtraba sobre el pálido lienzo solamente por el cielo raso. El artista cifraba su gloria en su obra, que avanzaba de hora en hora, de día en día. Y era un hombre vehemente, extraño, pensativo y que se perdía en mil ensueños; tanto que no veía que la luz que penetraba tan lúgubremente en esta torre aislada secaba la salud y los encantos de su mujer, que se consumía para todos excepto para él. Ella, no obstante, sonreía más y más, porque veía que el pintor, que disfrutaba de gran fama, experimentaba un vivo y ardiente placer en su tarea, y trabajaba noche y día para trasladar al lienzo la imagen de la que tanto amaba, la cual de día en día tornábase más débil y desanimada. Y, en verdad, los que contemplaban el retrato, comentaban en voz baja su semejanza maravillosa, prueba palpable del genio del pintor, y del profundo amor que su modelo le inspiraba. Pero, al fin, cuando el trabajo tocaba a su término, no se permitió a nadie entrar en la torre porque el pintor había llegado a enloquecer por el ardor con que tomaba su trabajo, y levantaba los ojos rara vez del lienzo, ni aun para mirar el rostro de su esposa. Y no podía ver que los colores que extendía sobre el lienzo borrábanse de las mejillas de la que tenía sentada a su lado. Y cuando muchas semanas hubieron transcurrido, y no restaba por hacer más que una cosa muy pequeña, solo dar un toque sobre la boca y otro sobre los ojos, el alma de la dama palpitó aún, como la llama de una lámpara que está próxima a extinguirse. Y entonces el pintor dio los toques, y durante un instante quedó en éxtasis ante el trabajo que había ejecutado. Pero un minuto después, estremeciéndose, palideció intensamente herido por el terror, y gritó con voz terrible: "¡En verdad, esta es la vida misma!" Se volvió bruscamente para mirar a su bien amada: ¡Estaba muerta! COMPRENSIÓN DE LECTURA I. Responde y desarrolla en tu cuaderno. 1. Extrae dos descripciones detalladas del texto leído y transcríbelas. 2. ¿Cuál es el tema principal del cuento El retrato oval ? 3. ¿Qué elementos siniestros encontramos en el relato leído? 4. ¿Qué tipo de narrador se utiliza y por qué? 5. ¿Qué escenario sirve de marco para esta historia? 6. ¿Qué interpretación extraemos del final del texto? 7. ¿Quién era la mujer del retrato? ¿Qué pasó con ella? 8. ¿Qué sucedió con el pintor? 9. Elabora un comentario del cuento leído. 10. Dibuja la parte del cuento que más te haya impresionado. 46 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús EL CUENTO DE TERROR CAPACIDAD: • Conocer la evolución histórica del cuento de terror. • Elaborar mapas conceptuales en base a detrminados textos. Evolución histórica I Las historias de terror son tan antiguas, como antiguos son los temores del hombre. Las primeras manifestaciones del relato de terror se centran en ambientes y recursos inspirados en la Edad Media. Muertos que despiertan de su tumba, tentaciones del diablo, las torturas de la Santa Inquisición, etc. Un ejemplo claro son actualmente las historias de temática fantástica del Manuscrito hallado en Zaragoza del conde polaco Jan Potocki (incluido en este capítulo) y algunos cuentos de Edgar Allan Poe (también incluido). II Durante el siglo XVIII, los cuentos se centran en los descubrimientos científicos y el avance del hipnotismo, la creación de autómatas y el empleo del "doble". Aquí podemos mencionar a E.T.A Hoffman (estudiado durante el segundo bimestre). III Entramos al siglo XIX, el más prolífico en cuanto a obra breve fantástica y de terror, donde podemos distinguir tres tipos de obras diferenciadas: 1° 2° Las narraciones de Edgar La corriente más desarrollada en Allan Poe. este siglo fue la “Ghost Story” - Relaciones amorosas tormeninglesa. tosas y terroríficas - Principal elemento de terror: - Temas grotescos un fantasma. - Intensidad del horror - Representantes: J. Sheridan Le Fanu El terror materialista de M. R. James, entre otros Howard Phillips Lovecraft y afines - Morbosidad en la muerte - Corrupción y putrefacción - Relatos extremadamente atroces 47 3° Corriente distinta a las demás. Cuentos centrados en el hombre, sus miedos y obsesiones. Guy de Maupassant Representante de esta corriente, su demencia le dio la capacidad de sumergirse en la mente humana, la fragilidad de la racionalidad y las consecuencias de su pérdida. Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús IV Desde finales del siglo XIV y la primera mitad del siglo XX, hemos visto nacer dos ramas de la literatura: la fantástica y la de terror, cultivadas hasta ese momento. 1° El terror llevado a su máxima expresión, sin ningún intento de explicación; dio paso al relato materialista de terror, centrado en universos desconocidos y oscuros donde el mal se extiende al mundo de los hombres y se apodera de todo. Incluimos también a Lovecraft cuyos extraños monstruos que viven en inhóspitas profundidades del mundo de los hombres y que ejercen poderes malignos mediante brujas y otros personajes, impactaron fuertemente en el público. 2° Lo opuesto: la fantasía llevada a su máxima expresión; sin ningún tipo de finalidad terrorífica, dio lugar a la literatura de fantasía y de ciencia ficción, iniciada por Julio Verne y desarrollada por H.G. Wells y más tarde por J.R. Tolkien. Este tipo de literatura se centra en viajes fantásticos y fenómenos increíbles. (Recuerda lo estudiado durante el segundo bimestre). OBSERVACIÓN: No debemos confundir, entonces, "Literatura fantástica" y "Literatura de terror". Veamos un ejemplo : "La aparición de un fantasma en un cuento, produce terror, pero, en efecto, el fantasma es un recurso que nos proporciona lo fantástico, ya que esos seres no existen en la realidad; por eso son personajes inventados por la fantasía para asustar a los que leen sobre ellos". No todo la literatura fantástica porduce terror, ni tampoco todos los cuentos de terror usan elementos fantásticos. En conclusión: Lo fantástico se refiere al ámbito del relato, sus personajes, recursos, etc. El término terror, queda reservado para el efecto que produce la lectura de la obra sobre El receptor del mensaje. La lectura de historias ambientadas en extraños lugares con extraños personajes pueden Producir miedo en el lector, convirtiendo la historia en una narración de terror. 48 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús El barril del amontillado Autor: EDGAR ALLAN POE Lo mejor que pude había soportado las mil injurias de Fortunato. Pero cuando llegó el insulto, juré vengarme. Ustedes, que conocen tan bien la naturaleza de mi carácter, no llegarán a suponer, no obstante, que pronunciara la menor palabra con respecto a mi propósito. A la larga, yo sería vengado. Este era ya un punto establecido definitivamente. Pero la misma decisión con que lo había resuelto excluía toda idea de peligro por mi parte. No solamente tenía que castigar, sino castigar impunemente. Una injuria queda sin reparar cuando su justo castigo perjudica al vengador. Igualmente queda sin reparación cuando esta deja de dar a entender a quien le ha agraviado que es él quien se venga. Es preciso entender bien que ni de palabra ni de obra, di a Fortunato motivo para que sospechara de mi buena voluntad hacia él. Continué, como de costumbre, sonriendo en su presencia, y él no podía advertir que mi sonrisa, entonces, tenía como origen en mí la de arrebatarle la vida. Aquel Fortunato tenía un punto débil, aunque, en otros aspectos, era un hombre digno de toda consideración, y aun de ser temido. Se enorgullecía siempre de ser un entendido en vinos. Pocos italianos tienen el verdadero talento de los catadores. En la mayoría, su entusiasmo se adapta con frecuencia a lo que el tiempo y la ocasión requieren, con objeto de dedicarse a engañar a los millonarios ingleses y austríacos. En pintura y piedras preciosas, Fortunato, como todos sus compatriotas, era un verdadero charlatán; pero en cuanto a vinos añejos, era sincero. Con respecto a esto, yo no difería extraordinariamente de él. También yo era muy experto en lo que se refiere a vinos italianos y siempre que se me presentaba ocasión compraba gran cantidad de estos. Una tarde, casi al anochecer, en plena locura del Carnaval, encontré a mi amigo. Me acogió con excesiva cordialidad porque había bebido mucho. El buen hombre estaba disfrazado de payaso. Llevaba un traje muy ceñido, un vestido con listas de colores, y coronaba su cabeza con un sombrerillo cónico adornado con cascabeles. Me alegré tanto de verle que creí no haber estrechado jamás su mano como en aquel momento. -Querido Fortunato -le dije en tono jovial-, este es un encuentro afortunado. Pero ¡qué buen aspecto tiene usted hoy! El caso es que he recibido un barril de algo que llaman amontillado y tengo mis dudas. -¿Cómo? -dijo él-. ¿Amontillado? ¿Un barril? ¡Imposible! ¡Y en pleno Carnaval! -Por eso mismo le digo que tengo mis dudas -contesté-, e iba a cometer la tontería de pagarlo como si se tratara de un exquisito amontillado, sin consultarle. No había modo de encontrarle a usted y temía perder la ocasión. -¡Amontillado! -Tengo mis dudas. -¡Amontillado! -Y he de pagarlo. -¡Amontillado! -Pero como supuse que estaba usted muy ocupado, iba ahora a buscar a Luchesi. Él es un buen entendido. Él me dirá... -Luchesi es incapaz de distinguir el amontillado del jerez. -Y, no obstante, hay imbéciles que creen que su paladar puede competir con el de usted. -Vamos, vamos allá. -¿Adónde? -A sus bodegas. -No mi querido amigo. No quiero abusar de su amabilidad. Preveo que tiene usted algún compromiso. Luchesi... -No tengo ningún compromiso. Vamos. 49 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús -No, amigo mío. Aunque usted no tenga compromiso alguno, veo que tiene usted mucho frío. Las bodegas son terriblemente húmedas; están materialmente cubiertas de salitre. -A pesar de todo, vamos. No importa el frío. ¡Amontillado! Le han engañado a usted, y Luchesi no sabe distinguir el jerez del amontillado. Diciendo esto, Fortunato me cogió del brazo. Me puse un antifaz de seda negra y, ciñéndome bien al cuerpo mi roquelaire, me dejé conducir por él hasta mi palazzo. Los criados no estaban en la casa. Habían escapado para celebrar la festividad del Carnaval. Ya antes les había dicho que yo no volvería hasta la mañana siguiente, dándoles órdenes concretas para que no estorbaran por la casa. Estas órdenes eran suficientes, de sobra lo sabía yo, para asegurarme la inmediata desaparición de ellos en cuanto volviera las espaldas. Cogí dos antorchas de sus hacheros, entregué a Fortunato una de ellas y le guié, haciéndole encorvarse a través de distintos aposentos por el abovedado pasaje que conducía a la bodega. Bajé delante de él una larga y tortuosa escalera, recomendándole que adoptara precauciones al seguirme. Llegamos, por fin, a los últimos peldaños, y nos encontramos, uno frente a otro, sobre el suelo húmedo de las catacumbas de los Montresors. El andar de mi amigo era vacilante y los cascabeles de su gorro cónico resonaban a cada una de sus zancadas. -¿Y el barril? -preguntó. -Está más allá -le contesté-. Pero observe usted esos blancos festones que brillan en las paredes de la cueva. Se volvió hacia mí y me miró con sus nubladas pupilas que destilaban las lágrimas de la embriaguez. -¿Salitre? -me preguntó, por fin. -Salitre -le contesté-. ¿Hace mucho tiempo que tiene usted esa tos? -¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem!... A mi pobre amigo le fue imposible contestar hasta pasados unos minutos. -No es nada -dijo por último. -Venga -le dije enérgicamente-. Volvámonos. Su salud es preciosa, amigo mío. Es usted rico, respetado, admirado, querido. Es usted feliz, como yo lo he sido en otro tiempo. No debe usted malograrse. Por lo que a mí respecta, es distinto. Volvámonos. Podría usted enfermarse y no quiero cargar con esa responsabilidad. Además, cerca de aquí vive Luchesi... -Basta -me dijo-. Esta tos carece de importancia. No me matará. No me moriré de tos. -Verdad, verdad -le contesté-. Realmente, no era mi intención alarmarle sin motivo, pero debe tomar precauciones. Un trago de este medoc le defenderá de la humedad. Y diciendo esto, rompí el cuello de una botella que se hallaba en una larga fila de otras análogas, tumbadas en el húmedo suelo. -Beba -le dije, ofreciéndole el vino. Llevóse la botella a los labios, mirándome de soslayo. Hizo una pausa y me saludó con familiaridad. Los cascabeles sonaron. -Bebo -dijo- a la salud de los enterrados que descansan en torno nuestro. -Y yo, por la larga vida de usted. De nuevo me cogió de mi brazo y continuamos nuestro camino. -Esas cuevas -me dijo- son muy vastas. -Los Montresors -le contesté- era una grande y numerosa familia. -He olvidado cuáles eran sus armas. -Un gran pie de oro en un campo de azur. El pie aplasta a una serpiente rampante, cuyos dientes se clavan en el talón. -¡Muy bien! -dijo. 50 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Brillaba el vino en sus ojos y retañían los cascabeles. También se caldeó mi fantasía a causa del medoc. Por entre las murallas formadas por montones de esqueletos, mezclados con barriles y toneles, llegamos a los más profundos recintos de las catacumbas. Me detuve de nuevo, esta vez me atreví a coger a Fortunato de un brazo, más arriba del codo. -El salitre -le dije-. Vea usted cómo va aumentando. Como si fuera musgo, cuelga de las bóvedas. Ahora estamos bajo el lecho del río. Las gotas de humedad se filtran por entre los huesos. Venga usted. Volvamos antes de que sea muy tarde. Esa tos... -No es nada -dijo-. Continuemos. Pero primero echemos otro traguito de medoc. Rompí un frasco de vino de De Grave y se lo ofrecí. Lo vació de un trago. Sus ojos llamearon con ardiente fuego. Se echó a reír y tiró la botella al aire con un ademán que no pude comprender. Le miré sorprendido. Él repitió el movimiento, un movimiento grotesco. -¿No comprende usted? -preguntó. -No -le contesté. -Entonces, ¿no es usted de la hermandad? -¿Cómo? -¿No pertenece usted a la masonería? -Sí, sí -dije-; sí, sí. -¿Usted? ¡Imposible! ¿Un masón? -Un masón -repliqué. -A ver, un signo -dijo. -Este -le contesté, sacando de debajo de mi roquelaire una paleta de albañil. -Usted bromea -dijo, retrocediendo unos pasos-. Pero, en fin, vamos por el amontillado. -Bien -dije, guardando la herramienta bajo la capa y ofreciéndole de nuevo mi brazo. Apoyose pesadamente en él y seguimos nuestro camino en busca del amontillado. Pasamos por debajo de una serie de bajísimas bóvedas, bajamos, avanzamos luego, descendimos después y llegamos a una profunda cripta, donde la impureza del aire hacía enrojecer más que brillar nuestras antorchas. En lo más apartado de la cripta descubríase otra menos espaciosa. En sus paredes habían sido alineados restos humanos de los que se amontonaban en la cueva de encima de nosotros, tal como en las grandes catacumbas de París. Tres lados de aquella cripta interior estaban también adornados del mismo modo. Del cuarto habían sido retirados los huesos y yacían esparcidos por el suelo, formando en un rincón un montón de cierta altura. Dentro de la pared, que había quedado así descubierta por el desprendimiento de los huesos, veíase todavía otro recinto interior, de unos cuatro pies de profundidad y tres de anchura, y con una altura de seis o siete. No parecía haber sido construido para un uso determinado, sino que formaba sencillamente un hueco entre dos de los enormes pilares que servían de apoyo a la bóveda de las catacumbas y se apoyaba en una de las paredes de granito macizo que las circundaban. En vano, Fortunato, levantando su antorcha casi consumida, trataba de penetrar la profundidad de aquel recinto. La débil luz nos impedía distinguir el fondo. -Adelántese -le dije-. Ahí está el amontillado. Si aquí estuviera Luchesi... -Es un ignorante -interrumpió mi amigo, avanzando con inseguro paso y seguido inmediatamente por mí. En un momento llegó al fondo del nicho, y, al hallar interrumpido su paso por la roca, se detuvo atónito y perplejo. Un momento después había yo conseguido encadenarlo al granito. Había en su superficie dos argollas de hierro, separadas horizontalmente una de otra por unos dos pies. Rodear su cintura con los eslabones, para sujetarlo, fue cuestión de pocos segundos. Estaba demasiado aturdido para ofrecerme resistencia. Saqué la llave y retrocedí, saliendo del recinto. 51 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús -Pase usted la mano por la pared -le dije-, y no podrá menos que sentir el salitre. Está, en efecto, muy húmeda. Permítame que le ruegue que regrese. ¿No? Entonces, no me queda más remedio que abandonarlo; pero debo antes prestarle algunos cuidados que están en mi mano. -¡El amontillado! -exclamó mi amigo, que no había salido aún de su asombro. -Cierto -repliqué-, el amontillado. Y diciendo estas palabras, me atareé en aquel montón de huesos a que antes he aludido. Apartándolos a un lado no tardé en dejar al descubierto cierta cantidad de piedra de construcción y mortero. Con estos materiales y la ayuda de mi paleta, empecé activamente a tapar la entrada del nicho. Apenas había colocado al primer trozo de mi obra de albañilería, cuando me di cuenta de que la embriaguez de Fortunato se había disipado en gran parte. El primer indicio que tuve de ello fue un gemido apagado que salió de la profundidad del recinto. No era ya el grito de un hombre embriagado. Se produjo luego un largo y obstinado silencio. Encima de la primera hilada coloqué la segunda, la tercera y la cuarta. Y oí entonces las furiosas sacudidas de la cadena. El ruido se prolongó unos minutos, durante los cuales, para deleitarme con él, interrumpí mi tarea y me senté en cuclillas sobre los huesos. Cuando se apaciguó, por fin, aquel rechinamiento, cogí de nuevo la paleta y acabé sin interrupción las quinta, sexta y séptima hiladas. La pared se hallaba entonces a la altura de mi pecho. De nuevo me detuve, y, levantando la antorcha por encima de la obra que había ejecutado, dirigí la luz sobre la figura que se hallaba en el interior. Una serie de fuertes y agudos gritos salió de repente de la garganta del hombre encadenado, como si quisiera rechazarme con violencia hacia atrás. Durante un momento vacilé y me estremecí. Saqué mi espada y empecé a tirar estocadas por el interior del nicho. Pero un momento de reflexión bastó para tranquilizarme. Puse la mano sobre la maciza pared de piedra y respiré satisfecho. Volví a acercarme a la pared y contesté entonces a los gritos de quien clamaba. Los repetí, los acompañé y los vencí en extensión y fuerza. Así lo hice y el que gritaba acabó por callarse. Ya era medianoche y llegaba a su término mi trabajo. Había dado fin a las octava, novena y décima hiladas. Había terminado casi la totalidad de la oncena, y quedaba tan sólo una piedra que colocar y revocar. Tenía que luchar con su peso. Solo parcialmente se colocaba en la posición necesaria. Pero entonces salió del nicho una risa ahogada, que me puso los pelos de punta. Se emitía con una voz tan triste que con dificultad la identifiqué con la del noble Fortunato. La voz decía: -¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Buena broma, amigo, buena broma! ¡Lo que nos reiremos luego en el palazzo, ¡je, je, je!, ¡a propósito de nuestro vino! ¡Je, je, je! -El amontillado -dije. -¡Je, je, je! Sí, el amontillado. Pero, ¿no se nos hace tarde? ¿No estarán esperándonos en el palazzo Lady Fortunato y los demás? Vámonos. -Sí -dije-; vámonos ya. -¡Por el amor de Dios, Montresor! -Sí -dije-; por el amor de Dios. En vano me esforcé en obtener respuesta a aquellas palabras. Me impacienté y llamé en alta voz: -¡Fortunato! No hubo respuesta, y volví a llamar. -¡Fortunato! Tampoco me contestaron. Introduje una antorcha por el orificio que quedaba y la dejé caer en el interior. Me contestó solo un cascabeleo. Sentía una presión en el corazón, sin duda causada por la humedad de las catacumbas. Me apresuré a terminar mi trabajo. Con muchos esfuerzos coloqué en su sitio la última piedra y la cubrí con argamasa. Volví a 52 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús levantar la antigua muralla de huesos contra la nueva pared. Durante medio siglo, nadie los ha tocado. ¡In pace requiescat! FIN COMPRENSIÓN DE LECTURA I. COMPRENSIÓN 1. ¿Cuál es el propósito fundamental del protagonista? .................................................................................................................................. 2. ¿Cuál es la excusa para llevar a Fortunato lejos de la gente? .................................................................................................................................. 3. ¿Cómo estaban vestidos ambos personajes? ¿Por qué? .................................................................................................................................. 4. ¿A dónde se dirigen ambos personajes? .................................................................................................................................. 5. ¿Cómo reacciona Fortunato ante lo hecho por Montresor? .................................................................................................................................. II. ANÁLISIS 1. ¿Cuál es el marco o contexto en el que gira toda la historia? .................................................................................................................................. 2. ¿Cómo son los pensamientos de Montresor a lo largo del cuento? .................................................................................................................................. 3. ¿Por qué Poe ha preferido un ambiente carnavalesco para situar esta historia de venganza y muerte? ¿Qué efecto busca? .................................................................................................................................. 4. ¿Qué rasgo se destaca en Fortunato? ¿Qué efecto tiene mencionar a Luchesi en varias ocasiones? .................................................................................................................................. 5. Analiza la siguiente frase: "Una injuria queda sin reparar cuando su justo castigo perjudica al vengador". .................................................................................................................................. a. ¿Qué quiere decir con esto? .............................................................................................................................. b. ¿Es este el caso de un crimen perfecto? .............................................................................................................................. 6. ¿Qué contradición podemos encontrar en el nombre de Fortunato, su vestimenta y el destino que le espera? .................................................................................................................................. III. TÉCNICAS NARRATIVAS 1. ¿Qué tipo de narrador podemos apreciar en esta historia? .................................................................................................................................. 53 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús 2. ¿Cuál es el centro de interés en el que gira toda la lectura? .................................................................................................................................. 3. Explica la unidad de acción, lugar y tiempo en esta historia. .................................................................................................................................. IV. INTERPRETACIÓN 1. El crimen, aparentemente, queda sin castigo. Sin embargo, nos topamos con la confesión total de los hechos, luego de muchos años de lo ocurrido. ¿Qué sentimiento lleva a Montresor a confesar, luego de medio siglo, su crimen? .................................................................................................................................. 2. ¿Qué significa "In pace requiescat"? ¿Qué sentido tiene dicho al final del cuento? .................................................................................................................................. 3. Este cuento es considerado uno de los mejores de Poe, pues podemos apreciar la exaltación de un humor arraigado y sarcástico. Humor que afecta directamente a los protagonistas de esta trama. ¿Qué cualidades radicales se destacan en Fortunato y en Montresor? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. V. REDACCIÓN Imagina la escena posterior al robo de un banco. Describe los elementos incluidos en esta y detalla minuciosamente el ambiente que se respira. .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. REDACCIÓN Anexo 3 * Mapas Conceptuales Demuestran los conceptos claves y las relaciones que los unen formando interrelaciones. Ejemplo: Los músculos La musculatura es el conjunto de músculos que contiene el cuerpo humano. Existen dos clases de músculos: los músculos voluntarios, que movemos cuando los necesitamos (como los de las manos o los pies) y los músculos involuntarios, que se mueven sin intervención de nuestra voluntad (como el músculo cardíaco, que realiza los movimientos del corazón) LA MUSCULATURA que consta de MÚSCULOS que pueden ser Músculos Voluntarios Músculos Involuntarios por ejemplo Manos y pies por ejemplo 54 Músculo cardíaco Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Actividades Elabora un mapa conceptual del siguiente texto: Influencia de los medios de comunicación y la imagen propia Los niños también observan y están expuestos al prejuicio cuando ven la televisión, leen libros y revistas, e inclusive al estudiar textos escolares que presentan imágenes estereotipadas de ciertos grupos o personas. Además de los estereotipos, algunos libros presentan información errónea; otros excluyen información importante acerca de algunos grupos o no representan a miembros de un grupo en una manera positiva. Los programas de televisión y los libros ejercen influencia indebida cuando estos son el único contacto que un niño tiene con ciertos grupos. Aunque se han conseguido algunos adelantos, no es difícil encontrar programas de televisión que muestran algunos estereotipos ampliamente conocidos. Los niños que tienen una imagen pobre de sí mismos son los más vulnerables al desarrollo de prejuicios. Al rebajar a otros grupos o personas, ellos podrían tratar de reforzar su propia imagen. Un niño inseguro puede pensar «Tal vez yo no sea muy bueno, pero soy mejor que esa gente». Para algunos, el rebajar a otros sirve como una función psicológica, porque les permite sentirse más importantes y poderosos que los que han rebajado. Algunos niños pueden excluir o burlarse de otros porque creen que es algo que les dará popularidad. Los niños pueden comenzar a usar insultos contra diferentes grupos si sienten que les ayudará a ser más aceptados por sus amigos. Con el tiempo, tales acciones pueden convertirse en prejuicios y discriminación contra grupos específicos. Todos lo niños notan las diferencias. Esto no es un problema, sino que es apropiado durante su desarrollo; pero los problemas se dan cuando a estas diferencias se les da valores negativos. Fuente: SOMOS 55 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Historia del comendador de Toralva Autor: JAN POTOCKI Entré en la orden de Malta antes de haber salido de la niñez, pues pertenecía a la Escuela de Pajes. A los veintiséis años, gracias a las protecciones que tenía en la corte, el gran maestre me confirió la mejor comendadoría de la lengua de Aragón. Podía pues, y puedo aún, aspirar a las primeras dignidades de la orden. Pero como solo se las alcanza a una edad avanzada, y hasta tanto llegan yo no tenía absolutamente nada que hacer, seguí el ejemplo de nuestros primeros bailíos, que tal vez hubieran debido darme uno mejor. En suma, solo me ocuparon las aventuras galantes, lo cual me parecía por entonces un pecado sobremanera venial. ¡Y pluguiera al cielo que no hubiese cometido otro más grave! El que me reprocho es un arrebato culpable, que me ha llevado a desafiar lo que nuestra religión tiene de más sagrado. Me estremezco al pensar en ello. Pero no quiero adelantarme a los acontecimientos. Sabrán que existen en Malta algunas familias nobles de la isla que no entran en la orden y no tienen tampoco ninguna relación con los caballeros, sea cual fuere su rango, reconociendo únicamente al gran maestre, que es su soberano, y al capítulo, que es su consejo. Inmediatamente después de esta clase viene una intermedia, que ejerce empleos y busca la protección de los caballeros. Las damas de esta clase se llaman a sí mismas "honorate", que en italiano quiere decir honradas, y son designadas por este título. No cabe duda de que lo merecen por la decencia de su conducta y, si debo decirlo todo, por el misterio con que encubren sus amores. Una larga experiencia ha demostrado a las damas "honorate" que el misterio es incompatible con el carácter de los caballeros franceses, o que a lo menos es infinitamente raro verlos sumar la discreción a todas las bellas cualidades que los distinguen. Resulta de ello que los jóvenes franceses, acostumbrados en los demás países a tener éxitos brillantes con el bello sexo, deben limitarse en Malta a las prostitutas. Los caballeros alemanes, por otra parte poco numerosos, son los que más gustan a las "honorate", y creo que ello se debe a su tez blanca y sonrosada. Después de los alemanes vienen los españoles, y creo que lo debemos a nuestro carácter, que pasa con razón por recto y leal. Los caballeros franceses, pero especialmente los caravanistas, se vengan de las "honorate" ridiculizándolas de cuanta manera es posible, sobre todo descubriendo sus intrigas amorosas. Pero como hacen bando aparte y no tratan de aprender el italiano, la lengua del país, lo que dicen no causa gran impresión. Vivíamos pues en paz así como nuestras "honorate", cuando un barco francés nos trajo al comendador de Foulequière, de la antigua casa de senescales de Poitou, descendientes de los condes de Angulema. Había estado en otro tiempo en Malta, donde sostuvo siempre lances de honor. En la actualidad venía a solicitar el generalato de las galeras. Tenía más de treinta y cinco años; en consecuencia, se esperaba encontrarlo más sosegado. En efecto, el comendador no era ya pendenciero y alborotador como antes, pero continuaba siendo altivo, imperioso, burlón y hasta exigía que se le tratase con más miramientos que al mismo gran maestre. El comendador abrió su casa: los caballeros franceses acudieron en masa. Nosotros íbamos poco a ella, y acabamos por no ir, pues la conversación giraba en torno a temas que nos eran desagradables, entre otros las "honorate", a quienes amábamos y respetábamos. Cuando el comendador salía, lo veíamos rodeado de jóvenes caravanistas. A menudo los llevaba a la "Calle estrecha", mostrándoles los lugares donde se había batido 56 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús y contándoles todas las circunstancias de sus duelos. Bueno es que sepan que, según nuestras costumbres, el duelo está prohibido en Malta, excepto en la "Calle estrecha", que es una callejuela a la que no da ninguna ventana. Solo tiene el ancho necesario para que dos hombres puedan ponerse en guardia y cruzar sus espadas. No pueden retroceder. Los adversarios se enfrentan a lo largo de la calle: sus amigos impiden que se les perturbe, deteniendo a los transeúntes. Esta costumbre fue introducida en otra época para evitar los asesinatos porque el hombre que cree tener un enemigo no pasa por la "Calle estrecha", y si el asesinato se ha cometido en otra parte, no vale ya la excusa de haberse batido en duelo. Por lo demás, el que fuere a la "Calle estrecha" con un puñal tiene pena de muerte. El duelo, pues, no solo está tolerado en Malta, sino permitido. No obstante, este permiso es por así decirlo tácito y, lejos de abusar de él, se habla con cierta vergüenza de haber tenido un lance de honor, como de algo contrario a la caridad cristiana e impropio en el señorío de una orden monástica. Los paseos del comendador por la "Calle estrecha" eran pues inconvenientes y tuvieron la mala consecuencia de hacer muy pendencieros a los caravanistas franceses, defecto al que eran de por sí harto propensos. Este mal tono iba en aumento. Aumentó también la reserva de los caballeros españoles; por último se agruparon en torno de mí, preguntándome qué podía hacerse para poner coto a una petulancia que había llegado a ser intolerable. Agradecí a mis compatriotas la honrosa confianza que me acordaban y les prometí hablar al comendador, señalándole la conducta de los jóvenes franceses como una suerte de abuso cuyo progreso solo él podía detener en virtud de la consideración y el respeto que inspiraba a las tres lenguas de su nación. Me preparaba a pedirle esta explicación con los mayores miramientos, pero no esperaba que pudiese terminar sin un duelo. No obstante, como la causa de ese combate singular me honraba, no me disgustaba sostenerlo. Creo, asimismo, que me dejaba llevar por la indudable antipatía que me inspiraba el comendador. Estábamos por entonces en Semana Santa, y se convino en que mi entrevista con el comendador se efectuaría dentro de una quincena. Yo creo que a él le llegaron rumores de lo que se había tratado en mi casa y que quiso prevenirme buscándome pelea. Llegamos al Viernes Santo. Saben que, según la usanza española, uno sigue de iglesia en iglesia a la mujer por quien se interesa para ofrecerle agua bendita. Se hace un poco por celos, temiendo que otro se la ofrezca y aproveche la ocasión para iniciar amistad con ella. Esta usanza española se ha introducido en Malta. Seguí pues a una joven "honorata" con quien mantenía relaciones desde hacía muchos años; pero, en cuanto entró en la primera iglesia, fue abordada por el comendador, quien se colocó entre nosotros, dándome la espalda y retrocediendo algunas veces para pisarme, cosa que fue advertida por todos. Al salir de la iglesia, me llegué al comendador con expresión indiferente, como para hablar de bueyes perdidos; le pregunté después a qué iglesia pensaba dirigirse; me dijo a cuál; entonces me ofrecí para acompañarlo, indicándole el camino más corto, y sin que él advirtiera lo llevé a la "Calle estrecha". Cuando estuvimos allí saqué la espada, bien seguro de que nadie nos perturbaría en un día como aquel, pues todos llenaban las iglesias. El comendador sacó también la espada, pero me dijo, bajando la punta: -¡Cómo! ¿En un Viernes Santo? No quise saber nada. -Escucha -me dijo-, hace más de seis años que no cumplo con los principios de la Iglesia y me espanta el estado de mi conciencia. Dentro de tres días... Soy de natural apacible, y usted sabe que las personas de ese carácter, una vez irritadas, no escuchan razones. Obligué al comendador a ponerse en guardia, pero no sé qué terror se pintaba en sus rasgos. Se adosó contra la pared, como si previera que iba a ser derribado y buscara un apoyo. En efecto, desde el primer golpe, lo atravesé con mi espada. Bajó la punta de la suya, se apoyó contra la pared y me dijo con voz moribunda: 57 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús -Te perdono. ¡Pueda el cielo perdonarte! Lleva mi espada a Tête-Foulque y haz decir cien misas en la capilla del castillo. Expiró. De momento no presté gran atención a su palabras, y si las he retenido es porque se las he oído decir después. Hice mi declaración en la forma acostumbrada. No puedo decir que ante los hombres mi duelo me perjudicara: Foulequière era aborrecido, y se consideró que había merecido su muerte. Pero me pareció que, ante Dios, mi acción era muy culpable, sobre todo a causa de la omisión de los sacramentos, y mi conciencia me hacía crueles reproches. Esto duró ocho días. En la noche del viernes al sábado me desperté sobresaltado y, al mirar a mi alrededor, me pareció que no estaba en mi aposento sino en la "Calle estrecha" y tendido en el suelo. Me sorprendí de hallarme allí, cuando vi distintamente al comendador apoyado contra la pared. El espectro pareció hacer un esfuerzo para hablar y me dijo: -Lleva mi espada a Tête-Foulque y haz decir cien misas en la capilla del castillo. Apenas hube oído estas palabras, caí en un sueño letárgico. Al día siguiente me desperté en mi aposento y en mi lecho, pero había conservado perfectamente el recuerdo de mi visión. La noche siguiente hice acostar a un lacayo en mi aposento, pero nada vi. Lo mismo sucedió las noches sucesivas. Pero en la noche del viernes al sábado tuve la misma visión, con la diferencia de que mi lacayo estaba acostado en el suelo a algunos pasos de mí. El espectro del comendador se me apareció y me dijo lo mismo, y la misma visión se repitió después todos los viernes. Mi lacayo también soñaba que estaba acostado en la "Calle estrecha", pero no veía ni escuchaba al comendador. No sabía al principio qué era Tête-Foulque, adonde el comendador quería que llevase su espada: algunos caballeros puatevinos me informaron que era un castillo situado a tres leguas de Poitiers, en medio de un bosque; que en lacomarca se contaban del castillo muchas cosas extraordinarias y que en él se veían muchos objetos curiosos, tales como la armadura de Foulque-Taillefer y las armas de los caballeros que había matado; y que hasta era costumbre, en la casa de los Foulequière, depositar allí las armas con que se habían servido, ya en la guerra, ya en combates singulares. Todo esto me interesaba, pero tenía que pensar en mi conciencia. Fui a Roma y me confesé con el penitenciario mayor. No le oculté la visión que me obsesionaba ni él me negó la absolución, pero me la dio condicionalmente después que hiciera penitencia. Ésta consistía en las cien misas que habría de mandar decir en el castillo de Tête-Foulque. El cielo aceptó la ofrenda, y, desde el momento de la confesión, dejó de obsesionarme el espectro del comendador. Yo había llevado de Malta su espada y tomé, cuando pude, el camino de Francia. Llegado a Poitiers, supe que estaban informados de la muerte del comendador, y que allí este no era más lamentado que en Malta. Dejé mi equipaje en la ciudad; me vestí con un hábito de peregrino y tomé un guía; era conveniente que yo fuese a pie a TêteFoulque; por lo demás, el camino no permitía que se llegara en coche. Encontramos la puerta del torreón cerrada. Durante mucho tiempo hicimos sonar la campana de la atalaya la torre. Por último apareció el castellano: era el único habitante de Tête-Foulque, con un ermitaño que servía en la capilla y que encontramos diciendo sus oraciones. Cuando hubo acabado, le comuniqué que venía a pedirle que dijera cien misas. Al mismo tiempo, deposité mi ofrenda. Quise dejar allí la espada del comendador, pero el castellano me dijo que había que colocarla en la "armería", o sala de armas, junto a todas las espadas de los Foulequière muertos en duelo, y las de los caballeros que aquellos habían matado; que tal era la usanza. Seguí al castellano a la "armería" donde encontré, en efecto, espadas de todos tamaños, así como retratos, comenzando por el retrato de Foulque-Taillefer, conde de Angulema, quien hizo construir Tête-Foulque para un hijo bastardo, que fue senescal de Poitou y antepasado de los Foulequière de TêteFoulque. 58 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Los retratos del senescal y de su mujer estaban a cada lado de una gran chimenea, colocada en el ángulo de la "armería". Eran de un gran realismo. Los demás retratos estaban igualmente bien pintados, aunque en el estilo de la época. Pero ninguno de un parecido tan asombroso como el de Foulque-Taillefer. Estaba pintado con la espada en una mano; con la otra, sostenía la rodela que le presentaba un escudero. La mayoría de las espadas estaban al pie del retrato, formando una especie de haz. Rogué al castellano que encendiera la chimenea de aquella sala y allí me hiciera traer la cena. -Mi querido peregrino -me respondió-, no hay inconveniente en que te traigan la cena, pero te pido muy encarecidamente que te acuestes en mi aposento. Le pregunté el motivo de esta precaución. -Yo sé por qué -respondió el castellano-, y te haré poner un lecho junto al mío. Acepté su proposición con tanto más placer cuanto que era viernes, y temía que volviera mi visión. Cuando el castellano fue a ocuparse de mi cena, me puse a observar las armas y los retratos. Estos, como he dicho, estaban pintados con mucha verdad. A medida que caía la tarde, los ropajes, de color sombrío, se confundieron en la sombra con el fondo oscuro del cuadro; y el fuego de la chimenea solo permitía distinguir los rostros: lo cual tenía algo aterrador, o que a lo menos me pareció tal, porque el estado de mi conciencia me estremecía como de costumbre. El castellano trajo mi cena, que consistía en un plato de truchas pescadas en un arroyo vecino. Trajo también una botella de vino bastante bueno. Yo quería que el ermitaño cenase también con nosotros, pero no comía sino hierbas hervidas en agua. He sido siempre puntual en leer mi breviario, cosa obligatoria para los caballeros profesos, a lo menos en España. Lo saqué pues del bolsillo, así como el rosario, y le dije al castellano que, como aún no tenía sueño, me quedaría a rezar hasta que avanzara un poco más la noche, y que él sólo tenía que indicarme el camino de mi aposento. -Enhorabuena -me respondió-. A medianoche vendrá el ermitaño a rezar en la capilla contigua; entonces bajarás por esta escalerita y no dejarás de encontrar tu aposento, cuya puerta dejaré abierta. No te quedes aquí después de medianoche. El castellano se fue. Empecé a rezar y, de tiempo en tiempo, echaba un leño al fuego. Pero no me atrevía a pasear los ojos por la sala, pues los retratos parecían animarse. Si los miraba durante algunos instantes, se hubiese dicho que hacían guiños y torcían la boca, sobre todo los del senescal y su mujer, que estaban a cada lado de la chimenea. Me pareció que me lanzaban miradas llenas de amargura y que después se miraban el uno al otro. Una ráfaga aumentó mis terrores, pues no solo hizo sacudir las ventanas sino que también agitó el haz de armas, que se entrechocaron estremeciéndome. Sin embargo, recé fervorosamente.. Por último oí salmodiar al ermitaño y, cuando éste hubo terminado, bajé por la escalera para llegar al aposento del castellano. Tenía en la mano el resto de una vela, pero el viento la apagó y subí para encenderla nuevamente. Cuál no sería mi sorpresa cuando vi al senescal y a su mujer que habían bajado de sus marcos y estaban sentados junto al fuego. Hablaban familiarmente y podían oírse sus palabras: -Amiga mía -decía el senescal-, ¿qué te parece el español que ha matado al comendador sin otorgarle confesión? -Me parece -respondió el espectro femenino-, me parece, amigo mío, que ha cometido felonía y perversidad. Y yo, mi señor Taillefer, no dejaría partir al español del castillo sin arrojarle el guante. Quedé aterrorizado y me precipité por la escalera; busqué la puerta del castellano y no pude encontrarla a ciegas. Tenía siempre en la mano mi candela apagada. Pensé en encenderla y me tranquilicé un poco; traté de persuadirme a mí mismo de que las dos figuras que había visto junto a la chimenea solo existieron en mi imaginación. Volví a subir la escalera y, deteniéndome frente a la puerta de la "armería", observé que las dos figuras 59 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús no estaban junto al fuego, como había creído verlas. Entré pues audazmente, pero apenas había dado algunos pasos cuando vi en el medio de la sala al señor Taillefer en guardia y presentándome la punta de su espada. Quise volver a la escalera, pero la puerta estaba ocupada por la figura de un escudero, que me arrojó un guantelete. No sabiendo qué hacer, me apoderé de una de las tantas espadas que formaban un haz de armas y caí sobre mi adversario. Me pareció haberlo partido en dos, pero inmediatamente recibí una estocada debajo del corazón, que me quemó como lo hubiera hecho un hierro al rojo. Mi sangre inundó la sala y me desvanecí. Me desperté por la mañana en el aposento del castellano. No viéndome llegar, se había provisto de agua bendita y había acudido a buscarme. Me había encontrado en el suelo, sin conocimiento, pero sin herida alguna. La que yo había creído recibir era un hechizo. El castellano no me hizo preguntas y me aconsejó que dejara el castillo. Partí y tomé el camino de España. Pasé ocho días en Bayona. Llegué un viernes y me alojé en un albergue. En medio de la noche me desperté sobresaltado y vi frente a mi lecho al señor Taillefer, que me amenazaba con su espada. Hice la señal de la cruz y el espectro pareció deshacerse en humo. Pero sentí la misma estocada que había creído recibir en el castillo de Tête-Foulque. Me pareció que estaba bañado en sangre. Quise llamar y levantarme, pero una y otra cosa me fueron imposibles. Esta angustia indecible duró hasta el primer canto del gallo. Entonces me volví a dormir, pero al día siguiente estuve enfermo y en un lamentable estado. Tuve la misma visión todos los viernes. Las prácticas devotas no han podido librarme de ella. La melancolía me conducirá a la tumba, y allí descenderé antes de haber podido librarme de las potencias de Satán. Un resto de esperanza en la misericordia divina me sostiene aún y me permite soportar mis males. FIN COMPRENSIÓN DE LECTURA • Resuelve en el cuaderno lo siguiente: 1. ¿Qué tipo de narrador utiliza esta historia? ¿Qué efecto provoca? 2. ¿Quiénes son las "honorate"? ¿Qué papel juegan en la historia? 3. ¿Por qué se batieron a duelo el protagonista y el comendador? 4. ¿Qué sucedió luego del duelo? 5. ¿Cómo esperaba el protagonista acabar con su tormenta? ¿Se cumplió su espectativa? 6. ¿Alguna persona más vio al fantasma? ¿Realmente existió? ¿Por qué? 7. ¿Qué busca explorar esta historia? 8. ¿Cómo interpretas el castigo o penitencia que debía realizar el protagonista en el castillo del comendador? 9. ¿Qué opinas de los duelos? Teniendo en cuenta que pertenecen a otra cultura y a otro tiempo, ¿crees que incluso allí era justificado? 10. ¿Qué reflexión final hace el protagonista? ¿Estás de acuerdo con su destino? ¿Por qué? 11. Dibuja una parte de la historia. 60 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús LA DECISIÓN DE RANDOLPH CARTER CAPACIDAD: • Leer y analizar la lectura La decisión de Randolph Carter. • Utilizar apropiadamente la técnica del subrayado en los textos. La Decisión de Randolph Carter Autor: HOWARD LOVECRAFT PHILLIPS Les repito que no sé qué ha sido de Harley Warren, aunque pienso -y casi espero- que ya disfruta de la paz del olvido, si es que semejante bendición existe en alguna parte. Es cierto que durante cinco años fui su más íntimo amigo, y que he compartido parcialmente sus terribles investigaciones sobre lo desconocido. No negaré, aunque mis recuerdos son inciertos y confusos, que este testigo de ustedes pueda habernos visto juntos como dice, a las once y media de aquella terrible noche, por la carretera de Gainsville, camino del pantano del Gran Ciprés. Incluso puedo afirmar que llevábamos linternas y palas, y un curioso rollo de cable unido a ciertos instrumentos, pues todas estas cosas han desempeñado un papel en esa única y espantosa escena que permanece grabada en mi trastornada memoria. Pero debo insistir en que, de lo que sucedió después, y de la razón por la cual me encontraron solo y aturdido a la orilla del pantano a la mañana siguiente, no sé más que lo que he repetido una y otra vez. Ustedes me dicen que no hay nada en el pantano ni en sus alrededores que hubiera podido servir de escenario de aquel terrible episodio. Y yo respondo que no sé más de lo que vi. Ya fuera visión o pesadilla -deseo fervientemente que así haya sido-, es todo cuanto puedo recordar de aquellas horribles horas que viví, después de haber dejado atrás el mundo de los hombres. Pero por qué no regresó Harley Warren es cosa que solo él, o su sombra -o alguna innombrable criatura que no me es posible describir-, podrían contar. Como he dicho antes, yo estaba bien enterado de los sobrenaturales estudios de Harley Warren, y hasta cierto punto participé en ellos. De su inmensa colección de libros extraños sobre temas prohibidos, he leído todos aquellos que están escritos en las lenguas que yo domino; pero son pocos en comparación con los que están en lenguas que desconozco. Me parece que la mayoría están en árabe; y el infernal libro que provocó el desenlace -volumen que él se llevó consigo fuera de este mundo-, estaba escrito en caracteres que jamás he visto en ninguna otra parte. Warren no me dijo jamás de qué se trataba exactamente. En cuanto a la naturaleza de nuestros estudios, ¿debo decir nuevamente que ya no recuerdo nada con certeza? Y me parece misericordioso que así sea porque se trataba de estudios terribles, a los que yo me dedicaba más por morbosa fascinación que por una inclinación real. Warren me dominó siempre, y a veces le temía. Recuerdo cómo me estremecí la noche anterior a que sucediera aquello, al contemplar la expresión de su rostro mientras me explicaba con todo detalle por qué, según su teoría, ciertos cadáveres no se corrompen jamás, sino que se conservan carnosos y frescos en sus tumbas durante mil años. Pero ahora ya no le tengo miedo a Warren, pues sospecho que ha conocido horrores que superan mi entendimiento. Ahora temo por él. Confieso una vez más que no tengo una idea clara de cuál era nuestro propósito aquella noche. Desde luego, se trataba de algo relacionado con el libro que Warren llevaba consigo -con ese libro antiguo, de caracteres indescifrables, que se había traído de la India un mes antes-; pero juro que no sé qué es lo que esperábamos encontrar. El testigo de ustedes dice que nos vio a las once y media en la carretera de Gainsville, de camino al pantano del Gran Ciprés. Probablemente es cierto, pero yo no lo recuerdo con precisión. Solamente se ha quedado grabada en mi alma una escena, y puede que 61 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús ocurriese mucho después de la medianoche, pues recuerdo una opaca luna creciente ya muy alta en el cielo vaporoso. Ocurrió en un cementerio antiguo; tan antiguo que me estremecí ante los innumerables vestigios de edades olvidadas. Se hallaba en una hondonada húmeda y profunda, cubierta de espesa maleza, musgo y yerbas extrañas de tallo rastrero, en donde se sentía un vago hedor que mi ociosa imaginación asoció absurdamente con rocas corrompidas. Por todas partes se veían signos de abandono y decrepitud. Me sentía perturbado por la impresión de que Warren y yo éramos los primeros seres vivos que interrumpíamos un letal silencio de siglos. Por encima de la orilla del valle, una luna creciente asomó entre fétidos vapores que parecían emanar de ignoradas catacumbas; y bajo sus rayos trémulos y tenues puede distinguir un repulsivo panorama de antiguas lápidas, urnas, cenotafios y fachadas de mausoleos, todo convertido en escombros musgosos y ennegrecido por la humedad, y parcialmente oculto en la densa exuberancia de una vegetación malsana. La primera impresión vívida que tuve de mi propia presencia en esta terrible necrópolis fue el momento en que me detuve con Warren ante un sepulcro semidestruido y dejamos caer unos bultos que al parecer habíamos llevado. Entonces me di cuenta de que tenía conmigo una linterna eléctrica y dos palas, mientras que mi compañero llevaba otra linterna y un teléfono portátil. No pronunciamos una sola palabra, ya que parecíamos conocer el lugar y nuestra misión allí; y, sin demora, tomamos nuestras palas y comenzamos a quitar el pasto, las yerbas, matojos y tierra de aquella morgue plana y arcaica. Después de descubrir enteramente su superficie, que consistía en tres inmensas losas de granito, retrocedimos unos pasos para examinar la sepulcral escena. Warren pareció hacer ciertos cálculos mentales. Luego regresó al sepulcro, y empleando su pala como palanca, trató de levantar la losa inmediata a unas ruinas de piedra que probablemente fueron un monumento. No lo consiguió, y me hizo una seña para que lo ayudara. Finalmente, nuestra fuerza combinada aflojó la piedra y la levantamos hacia un lado. La losa levantada reveló una negra abertura, de la cual brotó un tufo de gases miasmáticos tan nauseabundo que retrocedimos horrorizados. Sin embargo, poco después nos acercamos de nuevo al pozo, y encontramos que las exhalaciones eran menos insoportables. Nuestras linternas revelaron el arranque de una escalera de piedra, sobre la cual goteaba una sustancia inmunda nacida de las entrañas de la tierra, y cuyos húmedos muros estaban incrustados de salitre. Y ahora me vienen por primera vez a la memoria las palabras que Warren me dirigió con su melodiosa voz de tenor; una voz singularmente tranquila para el pavoroso escenario que nos rodeaba: -Siento tener que pedirte que aguardes en el exterior -dijo-, pero sería un crimen permitir que baje a este lugar una persona de tan frágiles nervios como tú. No puedes imaginarte, ni siquiera por lo que has leído y por lo que te he contado, las cosas que voy a tener que ver y hacer. Es un trabajo diabólico, Carter, y dudo que nadie que no tenga una voluntad de acero pueda pasar por él y regresar después a la superficie vivo y en su sano juicio. No quiero ofenderte, y bien sabe el cielo que me gustaría tenerte conmigo; pero, en cierto sentido, la responsabilidad es mía y no podría llevar a un manojo de nervios como tú a una muerte probable o a la locura. ¡Ya te digo que no te puedes imaginar cómo son realmente estas cosas! Pero te doy mi palabra de mantenerte informado, por teléfono, de cada uno de mis movimientos. ¡Tengo aquí cable suficiente para llegar al centro de la tierra y volver! Aún resuenan en mi memoria aquellas serenas palabras, y todavía puedo recordar mis objeciones. Parecía yo desesperadamente ansioso de acompañar a mi amigo a aquellas profundidades sepulcrales, pero él se mantuvo inflexible. Incluso amenazó con abandonar la expedición si yo seguía insistiendo, amenaza que resultó eficaz, pues solo él poseía la clave del asunto. Recuerdo aún todo esto, aunque ya no sé qué buscábamos. Después de haber conseguido mi reacia aceptación de sus propósitos, Warren levantó el carrete de 62 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús cable y ajustó los aparatos. A una señal suya, tomé uno de estos y me senté sobre la lápida añosa y descolorida que había junto a la abertura recién descubierta. Luego me estrechó la mano, se cargó el rollo de cable y desapareció en el interior de aquel indescriptible osario. Durante un minuto seguí viendo el brillo de su linterna y oyendo el crujido del cable a medida que lo iba soltando; pero la luz desapareció abruptamente, como si mi compañero hubiera doblado un recodo de la escalera, y el crujido dejó de oírse también casi al mismo tiempo. Me quedé solo; pero estaba en comunicación con las desconocidas profundidades por medio de aquellos hilos mágicos cuya superficie aislante aparecía verdosa bajo la pálida luna creciente. Consulté constantemente mi reloj a la luz de la linterna eléctrica y escuché con febril ansiedad por el receptor del teléfono, pero no logré oír nada por más de un cuarto de hora. Luego sonó un chasquido en el aparato y llamé a mi amigo con voz tensa. A pesar de lo aprehensivo que era, no estaba preparado para escuchar las palabras que me llegaron de aquella misteriosa bóveda, pronunciadas con la voz más desgarrada y temblorosa que le oyera a Harley Warren. Él, que con tanta serenidad me había abandonado poco antes, me hablaba ahora desde abajo con un murmullo trémulo, más siniestro que el más estridente alarido: -¡Dios! ¡Si pudieras ver lo que veo yo! No pude contestar. Enmudecido, solo me quedaba esperar. Luego volví a oír sus frenéticas palabras: -¡Carter, es terrible..., monstruoso..., increíble! Esta vez no me falló la voz y derramé por el transmisor un aluvión de excitadas preguntas. Aterrado, seguí repitiendo: -¡Warren! ¿Qué es? ¿Qué es? De nuevo me llegó la voz de mi amigo, ronca por el miedo, teñida ahora de desesperación: -¡No te lo puedo decir, Carter! Es algo que no se puede imaginar... No me atrevo a decírtelo... Ningún hombre podría conocerlo y seguir vivo... ¡Dios mío! ¡Jamás imaginé algo así! Otra vez se hizo el silencio, interrumpido por mi torrente de temblorosas preguntas. Después se oyó la voz de Warren, en un tono de salvaje terror: -¡Carter, por el amor de Dios, vuelve a colocar la losa y márchate de aquí, si puedes!... ¡Rápido! Déjalo todo y vete... ¡Es tu única oportunidad! ¡Hazlo y no me preguntes más! Lo oí, pero solo fui capaz de repetir mis frenéticas preguntas. Estaba rodeado de tumbas, de oscuridad y de sombras; y abajo se ocultaba una amenaza superior a los límites de la imaginación humana. Pero mi amigo se hallaba en mayor peligro que yo, y en medio de mi terror, sentí un vago rencor de que pudiera considerarme capaz de abandonarlo en tales circunstancias. Más chasquidos y, después de una pausa, se oyó un grito lastimero de Warren: -¡Esfúmate! ¡Por el amor de Dios, pon la losa y esfúmate, Carter! Aquella jerga infantil que acababa de emplear mi horrorizado compañero me devolvió mis facultades. Tomé una determinación y le grité: -¡Warren, ánimo! ¡Voy para abajo! Pero, a este ofrecimiento, el tono de mi interlocutor cambió a un grito de total desesperación: -¡No! ¡No puedes entenderlo! Es demasiado tarde... y la culpa es mía. Pon la losa y corre... ¡Ni tú ni nadie puede hacer nada ya! El tono de su voz cambió de nuevo; había adquirido un matiz más suave, como de una desesperanzada resignación. Sin embargo, permanecía en él una tensa ansiedad por mí. -¡Rápido..., antes de que sea demasiado tarde! 63 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Traté de no hacerle caso; intenté vencer la parálisis que me retenía y cumplir con mi palabra de correr en su ayuda, pero lo que murmuró a continuación me encontró aún inerte, encadenado por mi absoluto horror. -¡Carter..., apúrate! Es inútil..., debes irte..., mejor uno solo que los dos... la losa... Una pausa, otro chasquido y luego la débil voz de Warren: -Ya casi ha terminado todo... No me hagas esto más difícil todavía... Cubre esa escalera maldita y salva tu vida... Estás perdiendo tiempo... Adiós, Carter..., nunca te volveré a ver. Aquí, el susurro de Warren se dilató en un grito; un grito que se fue convirtiendo gradualmente en un alarido preñado del horror de todos los tiempos... -¡Malditas sean estas criaturas infernales..., son legiones! ¡Dios mío! ¡Esfúmate! ¡¡Vete!! ¡¡¡Vete!!! Después, el silencio. No sé durante cuánto tiempo permanecí allí, estupefacto, murmurando, susurrando, gritando en el teléfono. Una y otra vez, por todos esos eones, susurré y murmuré, llamé, grité, chillé: -¡Warren! ¡Warren! Contéstame, ¿estás ahí? Y entonces llegó hasta mí el mayor de todos los horrores, lo increíble, lo impensable y casi inmencionable. He dicho que me habían parecido eones el tiempo transcurrido desde que oyera por última vez la desgarrada advertencia de Warren, y que solo mis propios gritos rompían ahora el terrible silencio. Pero al cabo de un rato, sonó otro chasquido en el receptor, y agucé mis oídos para escuchar. Llamé de nuevo: -¡Warren!, ¿estás ahí? Y en respuesta, oí lo que ha provocado estas tinieblas en mi mente. No intentaré, caballeros, dar razón de aquella cosa -aquella voz- ni me aventuraré a describirla con detalle, pues las primeras palabras me dejaron sin conocimiento y provocaron una laguna en mi memoria que duró hasta el momento en que desperté en el hospital. ¿Diré que la voz era profunda, hueca, gelatinosa, lejana, ultraterrena, inhumana, espectral? ¿Qué debo decir? Esto fue el final de mi experiencia, y aquí termina mi relato. Oí la voz, y no supe más... La oí allí, sentado, petrificado en aquel desconocido cementerio de la hondonada, entre los escombros de las lápidas y tumbas desmoronadas, la vegetación putrefacta y los vapores corrompidos. Escuché claramente la voz que brotó de las recónditas profundidades de aquel abominable sepulcro abierto, mientras a mi alrededor miraba las sombras amorfas necrófagas, bajo una maldita luna menguante. Y esto fue lo que dijo: -¡Tonto, Warren ya está MUERTO! COMPRENSIÓN DE LECTURA I. COMPRENSIÓN 1. ¿Cuál es el escenario de este fatal incidente? .................................................................................................................................. 2. ¿Para qué habían ido a ese lugar? .................................................................................................................................. 3. ¿Cómo se dividieron los trabajos? .................................................................................................................................. 4. ¿Qué le pidió Warren a Carter? .................................................................................................................................. 5. ¿Qué encedió finalmente, con Warren? ¿Cómo lo supo Carter? .................................................................................................................................. II. ANÁLISIS DE LOS ELEMENTOS A. El narrador 64 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús 1. Aunque la aventura detalla como fue la desaparición de Warren, quien cuenta la historia es su amigo. ¿Qué tipo de narrador ha usado Lovecraft para este cuento? .................................................................................................................................. 2. Debido al uso de este narrador es que podemos apreciar el misterio que rodea la desaparición de un personaje. ¿Qué es lo más extraño que puede leerse a través de lo dicho por Carter? .................................................................................................................................. B. Argumento * La introducción Haciendo una nueva lectura del primer párrafo, nos damos cuenta que es vital para comprender los sucesos posteriores, pero sobre todo para sacar deducciones. 1. ¿Por qué razón, Randolf Carter, cuenta todo lo sucedido aquella noche? ¿Ante quiénes, suponemos, está refiriéndolo? .................................................................................................................................. 2. Se menciona un testigo de los hechos. Sin embargo, este solo puede comprobar lo sucedido hasta las once y media. Si tenemos en cuenta que el lugar fue visitado, y que no se encontraron huellas que sustentan lo referido por Carter, ¿qué conclusiones válidas se pueden hacer de su testimonio? .................................................................................................................................. * III. El desenlace En este caso el recurso utilizado por el autor, en la descripción de los hechos, se basa en lo horripilante e indescriptible del mismo, pues las palabras no bastan para transmitir el enorme terror que producen. ¿A quién le deja el autor la interpretación del final? ¿Por qué? .................................................................................................................................. INTERPRETACIÓN En este cuento jamás sabremos qué es lo que pudo ver Warren en las profundidades de esa tumba; además, el último que estuvo a su lado no sabe qué sucedió. 1. ¿Cómo entendemos la personalidad de Warren? ¿Cuál era su mayor anhelo? .................................................................................................................................. 2. ¿Crees que existe un "Harley Warren" en cada uno de nosotros? ¿Por qué? .................................................................................................................................. 3. ¿Qué palabra calificaría la actitud de Randolf Carter? ¿Crees que fue válido su proceder? ¿Por qué? .................................................................................................................................. 4. El temor a lo desconocido es innato en el ser humano desde esta óptica. ¿Cuán creíble es el personaje de Carter? .................................................................................................................................. 65 IV. V. Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús VALORACIÓN 15. Piensa y responde con sensatez. ¿Hasta qué punto ayudarías a un amigo que se encuentra en peligro? ¿Tendrías un límite? ¿Lo ayudarías bajo cualquier circunstancia? .................................................................................................................................. DIBUJA UNA ESCENA DEL CUENTO. REDACCIÓN Técnicas de estudio: EL SUBRAYADO ¿QUÉ ES SUBRAYAR? Es destacar mediante un trazo (líneas, rayas u otras señales) las frases esenciales y palabras claves de un texto. ¿Por qué es conveniente subrayar? • Porque llegamos con rapidez a la comprensión de la estructura y organización de un texto. • Ayuda a fijar la atención. • Favorece el estudio activo y el interés por captar lo esencial de cada párrafo. • Se incrementa el sentido crítico de la lectura porque destacamos lo esencial de lo secundario. • Una vez subrayado podemos repasar mucha materia en poco tiempo. • Es condición indispensable para confeccionar esquemas y resúmenes. • Favorece la asimilación y desarrolla la capacidad de análisis y síntesis. ¿Qué debemos subrayar? • La idea principal, que puede estar al principio, en medio o al final de un párrafo. Hay que buscar ideas. • Palabras técnicas o específicas del tema que estamos estudiando y algún dato relevante que permita una mejor comprensión. • Para comprobar que hemos subrayado correctamente podemos hacernos preguntas sobre el contenido y sí las respuestas están contenidas en las palabras subrayadas entonces, el subrayado estará bien hecho. ¿Cómo detectamos las ideas más importantes para subrayar? • Son las que dan coherencia y continuidad a la idea central del texto. • En torno a ellas son las que giran las ideas secundarias. ¿Cómo se debe subrayar? • Mejor con lápiz que con lapicero. Solo los libros y textos propios. • Utilizar lápices de colores. Un color para destacar las ideas principales y otro distinto para las ideas secundarias. • Sí utilizamos un lápiz de un único color podemos diferenciar el subrayado con distintos tipos de líneas. 66 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús ¿Cuándo se debe subrayar? • Nunca en la primera lectura porque podríamos subrayar frases o palabras que no expresen el contenido del tema. • Las personas que están muy entrenadas en lectura comprensiva deberán hacerlo en la segunda lectura. • Las personas menos entrenadas en una tercera lectura. • Cuando conocemos el significado de todas las palabras en sí mismas y en el contexto en que se encuentran expresadas. ACTIVIDADES Subraya las partes más importantes del texto y justifica tu decisión. Luego elabora un esquema con las ideas principales. 67 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Bahía de San Fernando en Marcona debe ser protegida Autor: JOSÉ ROSALES VARGAS En las vastas soledades de la ensenada de San Fernando, en la localidad portuaria de San Juan de Marcona (Ica), habitan en perfecta armonía con la naturaleza una diversidad de especies marinas, aves y mamíferos. Sin embargo, esta valiosa fauna silvestre comienza a sentir los estragos de la presencia cada vez más frecuente de grupos de turistas que arriban sin ningún control a este bello recinto salpicado de acantilados y profundos farallones. El arribo de estos visitantes que deben cruzar el desierto por un camino arenado, que comienza en el sector de Poroma, a la altura del kilómetro 462 de la Panamericana Sur, es promocionado desde hace algunos meses por agencias turísticas que operan en Nasca. "Este nuevo destino turístico se ofrece a los visitantes después de la venta de estos terrenos a una empresa que proyecta levantar un gran complejo hotelero y turístico", afirmaron algunos operadores consultados. La Subasta Precisamente, el 25 de julio del 2003, Pro Inversión vendió al consorcio Nasca Ecológico más de 498 hectáreas de la ensenada. El precio que pagó la empresa por esta enorme porción de tierra fue de US$17,500. La venta de estos terrenos ha motivado en los dos últimos años el unánime rechazo de las autoridades de esta región, así como de diversos especialistas y un gran sector de esta población portuaria. Todos ellos han exigido de manera reiterada a Pro Inversión que declare la nulidad de esta subasta, ya que no solamente se ha vendido una zona intangible que se caracteriza por su vasta riqueza natural y biológica, sino porque en este proceso existen serios vicios e irregularidades. "Se han vendido terrenos eriazos con fines agrícolas cuando el predio no es apto para estos usos por estar en pleno litoral. En el proceso se han evidenciado graves errores técnicos, ya que la resolución suprema que declara la libre disponibilidad de estos terrenos omitió la ubicación de la ensenada dentro de la jurisdicción del distrito de Marcona", sostiene la alcaldesa distrital Leticia Ramírez Rodríguez. Ante estas irregularidades la autoridad municipal ha solicitado al Ministerio de Agricultura que designe una comisión técnica del Inrena para que no sólo determine los límites y la jurisdicción de este distrito sino, sobre todo, confirme y ratifique la existencia de la vasta riqueza biológica que hay en la ensenada. Fuente: EL COMERCIO La máscara de la muerte roja Autor: EDGAR ALLAN POE La "Muerte Roja" había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, luego los poros sangraban y sobrevenía l a muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora. Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando sus dominios quedaron semidespoblados llamó a su lado a mil caballeros y damas de su corte, y se retiró con ellos al seguro encierro de una de sus abadías fortificadas. Era esta de amplia y magnífica construcción y había sido creada por el excéntrico aunque majestuoso gusto del príncipe. Una sólida y altísima muralla la circundaba. Las puertas de la muralla eran de hierro. Una vez adentro, los cortesanos trajeron fraguas y pesados martillos y soldaron 68 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús los cerrojos. Habían resuelto no dejar ninguna vía de ingreso o de salida a los súbitos impulsos de la desesperación o del frenesí. La abadía estaba ampliamente aprovisionada. Con precauciones semejantes, los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretanto era una locura afligirse. El príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja. Al cumplirse el quinto o sexto mes de su reclusión, y cuando la peste hacía los más terribles estragos, el príncipe Próspero ofreció a sus mil amigos un baile de máscaras de la más insólita magnificencia. Aquella mascarada era un cuadro voluptuoso, pero permitan que antes les describa los salones donde se celebraba. Eran siete -una serie imperial de estancias-. En la mayoría de los palacios, la sucesión de salones forma una larga galería en línea recta, pues las dobles puertas se abren hasta adosarse a las paredes, permitiendo que la vista alcance la totalidad de la galería. Pero aquí se trataba de algo muy distinto, como cabía esperar del amor del príncipe por lo extraño. Las estancias se hallaban dispuestas con tal irregularidad que la visión no podía abarcar más de una a la vez. Cada veinte o treinta metros había un brusco recodo, y en cada uno nacía un nuevo efecto. A derecha e izquierda, en mitad de la pared, una alta y estrecha ventana gótica daba a un corredor cerrado que seguía el contorno de la serie de salones. Las ventanas tenían vitrales cuya coloración variaba con el tono dominante de la decoración del aposento. Si, por ejemplo, la cámara de la extremidad oriental tenía tapicerías azules, vívidamente azules eran sus ventanas. La segunda estancia ostentaba tapicerías y ornamentos purpúreos, y aquí los vitrales eran púrpura. La tercera era enteramente verde, y lo mismo los cristales. La cuarta había sido decorada e iluminada con tono naranja; la quinta, con blanco; la sexta, con violeta. El séptimo aposento aparecía completamente cubierto de colgaduras de terciopelo negro, que abarcaban el techo y la paredes, cayendo en pliegues sobre una alfombra del mismo material y tonalidad. Pero en esta cámara el color de las ventanas no correspondía a la decoración. Los cristales eran escarlata, tenían un color de sangre. A pesar de la profusión de ornamentos de oro que aparecían aquí y allá o colgaban de los techos, en aquellas siete estancias no había lámparas ni candelabros. Las cámaras no estaban iluminadas con bujías o arañas. Pero en los corredores paralelos a la galería, y opuestos a cada ventana, se alzaban pesados trípodes que sostenían un ígneo brasero cuyos rayos se proyectaban a través de los cristales teñidos e iluminaban brillantemente cada estancia. Producían en esa forma multitud de resplandores tan vivos como fantásticos. Pero en la cámara del poniente, la cámara negra, el fuego que a través de los cristales de color de sangre se derramaba sobre las sombrías colgaduras, producía un efecto terriblemente siniestro y daba una coloración tan extraña a los rostros de quienes penetraban en ella, que pocos eran lo bastante audaces para poner allí los pies. En este aposento, contra la pared del poniente, se apoyaba un gigantesco reloj de ébano. Su péndulo se balanceaba con un resonar sordo, pesado, monótono; y cuando el minutero había completado su circuito y la hora iba a sonar, de las entrañas de bronce del mecanismo nacía un tañido claro y resonante, lleno de música; mas su tono y su énfasis eran tales que, a cada hora, los músicos de la orquesta se veían obligados a interrumpir momentáneamente su ejecución para escuchar el sonido, y las parejas danzantes cesaban por fuerza sus evoluciones; durante un momento, en aquella alegre sociedad reinaba el desconcierto; y, mientras aún resonaban los tañidos del reloj, era posible observar que los más atolondrados palidecían y los de más edad y reflexión se pasaban la mano por la frente, como si se entregaran a una confusa meditación o a un ensueño. Pero apenas los ecos cesaban del todo, livianas risas nacían en la asamblea; los músicos se miraban entre sí, como sonriendo de su insensata nerviosidad, mientras se prometían en voz baja que el siguiente tañido del reloj no provocaría en ellos una emoción 69 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús semejante. Mas, al cabo de sesenta y tres mil seiscientos segundos del tiempo que huye, el reloj daba otra vez la hora, y otra vez nacían el desconcierto, el temblor y la meditación. Pese a ello, la fiesta era alegre y magnífica. El príncipe tenía gustos singulares. Sus ojos se mostraban especialmente sensibles a los colores y sus efectos. Desdeñaba los caprichos de la mera moda. Sus planes eran audaces y ardientes, sus concepciones brillaban con bárbaro esplendor. Algunos podrían haber creído que estaba loco. Sus cortesanos sentían que no era así. Era necesario oírlo, verlo y tocarlo para tener la seguridad de que no lo estaba. El príncipe se había ocupado personalmente de gran parte de la decoración de las siete salas destinadas a la gran fiesta, su gusto había guiado la elección de los disfraces. Grotescos eran estos, a no dudarlo. Reinaba en ellos el brillo, el esplendor, lo picante y lo fantasmagórico. Veíanse figuras de arabesco, con siluetas y atuendos incongruentes, veíanse fantasías delirantes, como las que aman los locos. En verdad, en aquellas siete cámaras se movía, de un lado a otro, una multitud de sueños. Y aquellos sueños se contorsionaban en todas partes, cambiando de color al pasar por los aposentos, y haciendo que la extraña música de la orquesta pareciera el eco de sus pasos. Mas otra vez tañe el reloj que se alza en el aposento de terciopelo. Por un momento todo queda inmóvil; todo es silencio, salvo la voz del reloj. Los sueños están helados, rígidos en sus posturas. Pero los ecos del tañido se pierden -apenas han durado un instante- y una risa ligera, a medias sofocada, flota tras ellos en su fuga. Otra vez crece la música, viven los sueños, contorsionándose al pasar por las ventanas, por las cuales irrumpen los rayos de los trípodes. Mas en la cámara que da al oeste ninguna máscara se aventura, pues la noche avanza y una luz más roja se filtra por los cristales de color de sangre; aterradora es la tiniebla de las colgaduras negras; y, para aquél cuyo pie se pose en la sombría alfombra, brota del reloj de ébano un ahogado resonar mucho más solemne que los que alcanzan a oír las máscaras entregadas a la lejana alegría de las otras estancias. Congregábase densa multitud en estas últimas, donde afiebradamente latía el corazón de la vida. Continuaba la fiesta en su torbellino hasta el momento en que comenzaron a oírse los tañidos del reloj anunciando la medianoche. Calló entonces la música, como ya he dicho, y las evoluciones de los que bailaban se interrumpieron; y como antes, se produjo en todo una sensacion angustiosa. Mas esta vez el reloj debía tañer doce campanadas, y quizá por eso ocurrió que los pensamientos invadieron en mayor número las meditaciones de aquellos que reflexionaban entre la multitud entregada a la fiesta. Y quizá también por eso ocurrió que, antes de que los últimos ecos del carrillón se hubieran hundido en el silencio, muchos de los concurrentes tuvieron tiempo para advertir la presencia de una figura enmascarada que hasta entonces no había llamado la atención de nadie. Y, habiendo corrido en un susurro la noticia de aquella nueva presencia, alzóse al final un rumor que expresaba desaprobación, sorpresa y, finalmente, espanto, horror y repugnancia. En una asamblea de fantasmas como la que acabo de describir es de imaginar que una aparición ordinaria no hubiera provocado semejante conmoción. El desenfreno de aquella mascarada no tenía límites, pero la figura en cuestión lo ultrapasaba e iba incluso más allá de lo que el liberal criterio del príncipe toleraba. En el corazón de los más temerarios hay cuerdas que no pueden tocarse sin emoción. Aun el más relajado de los seres, para quien la vida y la muerte son igualmente un juego, sabe que hay cosas con las cuales no se puede jugar. Los concurrentes parecían sentir en lo más hondo que el traje y la apariencia del desconocido no revelaban ni ingenio ni decoro. Su figura, alta y flaca, estaba envuelta de la cabeza a los pies en una mortaja. La máscara que ocultaba el rostro se parecía de tal manera al semblante de un cadáver ya rígido, que el escrutinio más detallado se habría visto en dificultades para descubrir el engaño. Cierto, aquella frenética concurrencia podía tolerar, si no aprobar, semejante disfraz. Pero el enmascarado se había atrevido a asumir las apariencias de la 70 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Muerte Roja. Su mortaja estaba salpicada de sangre, y su amplia frente, así como el rostro, aparecían manchados por el horror escarlata. Cuando los ojos del príncipe Próspero cayeron sobre la espectral imagen (que ahora, con un movimiento lento y solemne como para dar relieve a su papel, se paseaba entre los bailarines), convulsionose en el primer momento con un estremecimiento de terror o de disgusto; pero inmediatamente su frente enrojeció de rabia. -¿Quién se atreve -preguntó, con voz ronca, a los cortesanos que lo rodeaban-, quién se atreve a insultarnos con esta burla blasfematoria? ¡Apodérense de él y desenmascárenlo, para que sepamos a quién vamos a ahorcar al alba en las almenas! Al pronunciar estas palabras, el príncipe Próspero se hallaba en el aposento del este, el aposento azul. Sus acentos resonaron alta y claramente en las siete estancias, pues el príncipe era hombre temerario y robusto, y la música acababa de cesar a una señal de su mano. Con un grupo de pálidos cortesanos a su lado hallábase el príncipe en el aposento azul. Apenas hubo hablado, los presentes hicieron un movimiento en dirección al intruso, quien, en ese instante, se hallaba a su alcance y se acercaba al príncipe con paso sereno y cuidadoso. Mas la indecible aprensión que la insana apariencia desenmascarado había producido en los cortesanos impidió que nadie alzara la mano para detenerlo; y así, sin impedimentos, pasó este a un metro del príncipe, y, mientras la vasta concurrencia retrocedía en un solo impulso hasta pegarse a las paredes, siguió andando ininterrumpidamente, pero con el mismo y solemne paso que desde el principio lo había distinguido. Y de la cámara azul pasó a la púrpura, de la púrpura a la verde, de la verde a la anaranjada, desde ésta a la blanca y de allí, a la violeta antes de que nadie se hubiera decidido a detenerlo. Mas entonces el príncipe Próspero, enloquecido por la ira y la vergüenza de su momentánea cobardía, se lanzó a la carrera a través de los seis aposentos, sin que nadie lo siguiera por el mortal terror que a todos paralizaba. Puñal en mano, acercóse impetuosamente hasta llegar a tres o cuatro pasos de la figura, que seguía alejándose, cuando ésta, al alcanzar el extremo del aposento de terciopelo, se volvió de golpe y enfrentó a su perseguidor. Oyóse un agudo grito, mientras el puñal caía resplandeciente sobre la negra alfombra y el príncipe Próspero se desplomaba muerto. Poseídos por el terrible coraje de la desesperación, numerosas máscaras se lanzaron al aposento negro; pero, al apoderarse del desconocido, cuya alta figura permanecía erecta e inmóvil a la sombra del reloj de ébano, retrocedieron con inexpresable horror al descubrir que el sudario y la máscara cadavérica que con tanta rudeza habían aferrado no contenían ninguna figura tangible. Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de orgía manchadas de sangre y cada uno murió en la desesperada actitud de su caida. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas de los trípodes expiraron. Y las tinieblas y la corrupción y la Muerte Roja lo dominaron todo. COMPRENSIÓN DE LECTURA Contesta: 1. ¿En qué época está ambientada la historia? 2. ¿Cuál es el escenario en el que transcurren los hechos? 3. ¿Qué intenta hacer el Príncipe Próspero? ¿Qué demuestra con su actitud? 4. ¿Cómo son los disfraces de los invitados? ¿Qué es lo que destaca en ellos? 5. ¿Cuánto tiempo estuvieron encerrados? ¿Qué sentido tiene hacer un baile en estas condiciones? ¿Qué querían demostrar? 6. ¿Cómo calificarías esa actitud? 7. ¿Cuál es el elemento que acompaña con su sonido a los personajes? ¿Qué representa? 8. ¿Qué significan las doce campanadas? ¿Qué efecto tiene en los invitados? 71 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús 9. ¿Cuáles son los colores que tienen las habitaciones del castillo? ¿Qué representan? 10. ¿Qué personaje se presenta al baile de máscaras? ¿Qué reacción provoca en los invitados? 11. ¿Cómo se describe al Príncipe Próspero? ¿Qué tipo de persona era? ¿Qué te parece su actitud? 12. ¿Que interpretación podemos dar del final del relato? ¿Existe algún mensaje de tipo moral, religioso o de otra naturaleza? 13. ¿Son los personajes de esta historia trabajados psicológicamente o solo parecen unos muñecos títeres manejados por el destino? ¿Por qué? 14. Elabora un resumen del cuento leído. 15. Dibuja la historia en seis cuadros que relaten visualmente la trama. 72 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús TERROR CAPACIDAD: • Disfrutar de la lectura y el análisis del cuento El caso de Lady Sannox. • Utilizar adecuadamente la ténica del resumen en determinados textos. El caso de Lady Sannox Autor: ARTHUR CONAN DOYLE Las relaciones entre Douglas Stone y la conocidísima lady Sannox eran cosa sabida tanto en los círculos elegantes a los que ella pertenecía en calidad de miembro brillante, como en los organismos científicos que lo contaban a él entre sus más ilustres cofrades. Por esta razón, al anunciarse cierta mañana que la dama había tomado de una manera resuelta y definitiva el velo de religiosa, y que el mundo no volvería a saber más de ella, se produjo, como es natural, un interés que alcanzó a muchísima gente. Pero cuando a este rumor siguió de inmediato la seguridad de que el célebre cirujano, el hombre de nervios de acero, había sido encontrado una mañana por su ayuda de cámara sentado al borde de su cama, con una placentera sonrisa en el rostro y las dos piernas metidas en una sola pernera de su pantalón, y que aquel gran cerebro valía ahora lo mismo que una gorra llena de sopa, el tema resultó suficientemente sensacional para que se estremeciesen ciertas gentes que creían tener su sistema nervioso a prueba de esa clase de sensación. Douglas Stone fue en su juventud uno de los hombres más extraordinarios de Inglaterra. La verdad es que apenas si podía decirse, en el momento de ocurrir este pequeño incidente, que hubiese pasado esa juventud, porque sólo tenía entonces treinta y nueve años. Quienes lo conocían a fondo sabían perfectamente que, a pesar de su celebridad como cirujano, Douglas Stone habría podido triunfar con rapidez aún mayor en una docena de actividades distintas. Podía haberse abierto el camino hasta la fama como soldado o haber forcejeado hasta alcanzarla como explorador; podía haberla buscado con empaque y solemnidad en los tribunales, o bien habérsela construido de piedra y de hierro actuando de ingeniero. Había nacido para ser grande porque era capaz de proyectar lo que otros hombres no se atrevían a llevar a cabo, y de llevar a cabo lo que otros hombres no se atrevían a proyectar. Nadie le alcanzaba en cirugía. Su frialdad de nervios, su cerebro y su intuición eran cosa fuera de lo corriente. Una y otra vez su bisturí alejó la muerte, aunque al hacerlo hubiese tenido que rozar las fuentes mismas de la vida, mientras sus ayudantes empalidecían tanto como el hombre operado. ¿No queda aún en la zona del sur de Marylebone Road y del norte de Oxford Street el recuerdo de su energía, de su audacia y de su plena seguridad en sí mismo? Tan destacados como sus virtudes eran sus vicios, siendo, además, infinitamente más pintorescos. Aunque sus rentas eran grandes, y aunque era, en cuanto a ingresos profesionales, el tercero entre todos los de Londres, todo ello no le alcanzaba para el tren de vida en que se mantenía. En lo más hondo de su complicada naturaleza había una abundante vena de sensualidad y Douglas Stone colocaba todos los productos de su vida al servicio de la misma. Era esclavo de la vista, del oído, del tacto, del paladar. El aroma de los vinos añejos, el perfume de lo raro y exótico, las curvas y tonalidades de las más finas porcelanas de Europa se llevaban el río de oro al que daba rápido curso. Y de pronto lo acometió aquella loca pasión por lady Sannox. Una sola entrevista, con dos miradas desafiadoras y unas palabras cuchicheadas al oído, la convirtieron en hoguera. Ella era la mujer más adorable de Londres y la única que existía para él. Él era uno de los hombres más bellos de Londres, pero no era el único que existía para ella. Lady Sannox era aficionada a variar y se mostraba amable con muchos de los hombres que la cortejaban. Quizá fuese esa la causa y quizá fuese el efecto; el hecho es que lord Sannox, el marido, parecía tener cincuenta años, aunque en realidad sólo había cumplido los treinta y seis. 73 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Era hombre tranquilo, callado, sin color, de labios delgados y párpados voluminosos, muy aficionado a la jardinería y dominado completamente por inclinaciones hogareñas. Antaño había mostrado aficiones a los escenarios; llegó incluso a alquilar un teatro en Londres, y en el escenario de ese teatro conoció a miss Marion Dawson, a la que ofreció su mano, su título y la tercera parte de un condado. Aquella primera afición suya se le había hecho odiosa después de su matrimonio. No se lograba convencerle de que mostrase ni siquiera en representaciones particulares el talento de actor que tantas veces había demostrado poseer. Era más feliz con una azadilla y con una regadera entre sus orquídeas y crisantemos. Resultaba problema interesantísimo el de saber si aquel hombre estaba desprovisto por completo de sensibilidad, o si carecía lamentablemente de energía. ¿Estaba, acaso, enterado de la conducta de su esposa y la perdonaba, o era sólo un hombre ciego, caduco y estúpido? Era ése un problema propio para servir de pábulo a las conversaciones en los saloncitos coquetones en que se tomaba el té y en las ventanas saledizas de los clubes, mientras se saboreaba un cigarro. Los comentarios que hacían los hombres de su conducta eran duros y claros. Solo un hombre habría podido hablar en favor suyo, pero ese hombre era el más callado de todos los que frecuentaban el salón de fumadores. Ese individuo le había visto domar un caballo en sus tiempos de universidacl, y su manera de hacerlo le hahía dejado una impresión duradera. Pero cuando Douglas Stone llegó a ser el favorito, cesaron de una manera definitiva todas las dudas que se tenían sobre si lord Sannox conocía o ignoraba aquellas cosas. Tratándose de Stone no cabían subterfugios, porque, como era hombre impetuoso y violento, dejaba de lado las precauciones y toda discreción. El escándalo llegó a ser público y notorio. Un organismo docto hizo saber que había borrado el nombre de Stone de la lista de sus vicepresidentes. Hubo dos amigos que le suplicaron que tuviese en cuenta su reputación profesional. Douglas Stone abrumó con su soberbia a los tres, y gastó cuarenta guineas en una ajorca que llevó de regalo en su visita a la dama. Él la visitaba todas las noches en su propia casa, y ella se paseaba por las tardes en el coche del cirujano. Ninguno de los dos realizó la menor tentativa para ocultar sus relaciones; pero se produjo, al fin, un pequeño incidente que las interrumpió. Era una noche de invierno, triste, muy fría y ventosa. Ululaba el viento en las chimeneas y sacudía con estrépito las ventanas. A cada nuevo suspiro del viento oíase sobre los cristales un tintineo de la fina lluvia que tamborileaba en ellos, apagando por un instante el monótono sonido del agua que caía de los aleros. Douglas Stone había terminado de cenar y estaba junto a la chimenea de su despacho, con una copa de rico oporto sobre la mesa de malaquita que tenía a su lado. Al acercarla hacia sus labios la miró a contraluz de la lámpara, contemplando con pupila de entendido las minúsculas escamitas de flor de vino, de un vivo color rubí que flotaban en el fondo. El fuego llameante proyectaba reflejos súbitos sobre su cara audaz y de fuerte perfil. De grandes ojos grises, labios gruesos pero tensos, y de mandíbula fuerte y en escuadra, tenía algo de romano en su energía y animalidad. Al arrellanarse en su magnífico sillón, Douglas Stone se sonreía de cuando en cuando. A decir verdad, tenía derecho a sentirse complacido: contrariando la opinión de seis de sus colegas, había llevado a cabo ese mismo día una operación de la que solo podían citarse dos casos hasta entonces, y el resultado obtenido superaba todas las esperanzas. No había en Londres nadie con la audacia suficiente para proyectar, ni con la habilidad necesaria para poner en obra, aquel recurso heroico. Pero Douglas Stone había prometido a lady Sannox que pasaría con ella la velada y eran ya las ocho y media. Había alargado la mano hacia el llamador de la campanilla para pedir el coche, cuando llegó a sus oídos el golpe sordo del aldabón de la puerta de calle. Se oyó un instante después ruido de pies en el vestíbulo y el golpe de una puerta que se cerraba. 74 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús -Señor, en la sala de consulta hay un enfermo que desea verlo -dijo el ayuda de cámara. -¿Se trata del mismo paciente? -No, señor, creo que desea que salga usted con él. -Es demasiado tarde exclamó Douglas Stone con irritación-. No iré. -Ésta es la tarjeta del que espera, señor. El ayuda de cámara se la presentó en la bandeja de oro que la esposa de un primer ministro había regalado a su amo. -¡Hamil Alí Smyrna! ¡Ejem!, supongo que se trata de un turco. -Así es, señor. Parece que hubiera llegado del extranjero, señor, y se encuentra en un estado espantoso. -¡Vaya! El caso es que tengo un compromiso y he de marchar a otra parte. Pero lo recibiré. Hágalo pasar, Pim. Unos momentos después, el ayuda de cámara abría de par en par la puerta y dejaba paso a un hombre pequeño y decrépito, que caminaba con la espalda inclinada, adelantando el rostro y parpadeando como suelen hacerlo las personas muy cortas de vista. Tenía el rostro muy moreno y el pelo y la barba de un color negro muy oscuro. Sostenía en una mano un turbante de muselina blanca con listas encarnadas, y en la otra, una pequeña bolsa de gamuza. -Buenas noches -dijo Douglas Stone, una vez que el criado cerró la puerta-. ¿Habla usted inglés, verdad? -Sí, señor. Yo procedo del Asia Menor, pero hablo algo de inglés, lentamente. -Tengo entendido que usted quiere que yo le acompañe fuera de casa. -En efecto, señor. Tengo gran deseo de que examine usted a mi esposa. -Puedo hacerlo mañana por la mañana porque esta noche tengo una cita que me impide visitar a su esposa. La respuesta del turco fue por demás original. Aflojó la cuerda que cerraba la boca del bolso de gamuza, y vertió un río de oro sobre la mesa, diciendo: -Ahí tiene cien libras, y le aseguro que la visita no le llevará más de una hora. Tengo a la puerta un carruaje. Douglas Stone consultó su reloj. Una hora de retraso le daría tiempo aún para visitar a lady Sannox. En otras ocasiones la había visitado a una hora más tardía. Aquellos honorarios eran muy elevados. En los últimos tiempos lo apremiaban los acreedores y no podía desperdiciar una ocasión así. Iría. -¿De qué enfermedad se trata?-preguntó. -¡Oh, es un caso muy triste! ¡Un caso muy triste y único! ¿Oyó usted hablar alguna vez de los puñales de los almohades? -Nunca. -Pues bien: se trata de unos puñales o dagas del Oriente que tienen gran antigüedad y que son de una forma característica, con la empuñadura parecida a lo que ustedes llaman un estribo. Yo negocio en antigüedades, y por esa razón he venido a Inglaterra desde Esmirna; pero regreso la semana que viene. Traje un gran acopio de artículos, y aún me quedan algunos. Para desconsuelo mío, entre esos artículos que me quedaban está uno de esos puñales de que le hablo. -Permítame, señor, que le recuerde que tengo una cita -dijo el cirujano, con algo de irritación-. Limítese, por favor, a los detalles indispensables. -Ya verá usted que éste lo es. Mi esposa tuvo hoy un desmayo hallándose en la habitación en que guardo mi mercancía, y se cayó al suelo, cortándose el labio inferior con ese maldito puñal de los almohades. -Comprendo -dijo Douglas Stone poniéndose de pie-. Lo que usted quiere es que le cure la herida. 75 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús -No, no; porque es algo peor que eso. -¿De qué se trata, pues? -De que esos puñales están envenenados. -¡Envenenados! -Sí, y no existe nadie en Oriente ni en Occidente que sepa hoy de qué clase de veneno se trata y con qué se cura. Conozco esos detalles porque mi padre se dedicó a este negocio antes que yo, y porque estas armas envenenadas nos han dado mucho trabajo. -¿Cuáles son los síntomas? -Sueño profundo, y la muerte antes de las treinta horas. -Y usted asegura que no existe cura posible. ¿Por qué razón entonces me paga una suma tan crecida de honorarios? -Ninguna droga existe que pueda curar el envenenamiento, pero sí puede curarla el bisturí. -¿De qué manera? -El veneno es de absorción lenta. Permanece horas enteras en la misma herida. -Según eso, podría limpiarse a fuerza de lavados. -No, porque ocurre lo mismo que con las mordeduras de reptiles venenosos. El veneno es demasiado sutil y demasiado mortífero. -Habrá que extirpar el órgano herido. -Eso es; si la herida es en un dedo, se arranca el dedo. Es lo que decía siempre mi padre. Pero piense usted en dónde está la herida en este caso y en que se trata de mi esposa. ¡Es horrible! Pero, en asuntos tan dolorosos, el hallarse familiarizado con ellos puede embotar la simpatía de un hombre. Para Douglas Stone aquel caso era ya interesante, e hizo a un lado como cosa sin importancia las débiles objeciones del marido, diciendo con brusquedad: -Por lo que se ve, no hay otra alternativa. Es preferible perder un labio a perder una vida. -Sí, reconozco que eso que dice es cierto. Bien, bien, es el destino, y no hay más remedio que aceptarlo. Tengo abajo el coche, vendrá usted conmigo y realizará la operación. Douglas Stone sacó de un cajón su estuche de bisturíes y se lo metió al bolsillo, junto con un rollo de vendajes y un paquete de hilas. No podía perder más tiempo si había de visitar a lady Sannox. Dijo, pues, poniéndose el gabán: -Estoy dispuesto, si no quiere usted tomar un vaso de vino antes de salir a la fría temperatura de la noche. El visitante retrocedió, alzando la mano en señal de protesta: -Se olvida usted de que soy musulmán y fiel cumplidor de los preceptos del profeta. Sin embargo, quisiera que me dijese qué contiene la botella de cristal verde que se ha metido en el bolsillo. -Es cloroformo. -También su empleo nos está prohibido. Se trata de un líquido espirituoso y no podemos emplear semejantes productos. -¡Cómo! ¿Consentirá que su esposa tenga que pasar por esta operación sin un anestésico? -¡Oh, señor! Ella no se dará cuenta de nada. La pobre está sumida ya en el sueño profundo, el primer efecto de esa clase de veneno. Además la hice tomar nuestro opio de Esmirna. Vamos, señor, porque ha transcurrido ya una hora. Cuando salieron a la oscuridad de la calle, una ráfaga de lluvia azotó sus caras, y la lámpara del vestíbulo, que se bamboleaba colgada del brazo de una cariátide de mármol, se apagó de golpe. El ayuda de cámara, Pim, cerró la pesada puerta empujando con todas sus fuerzas para vencer la resistencia del viento, mientras los dos hombres 76 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús avanzaban con cuidado hasta la luz amarilla que indicaba el sitio donde esperaba el coche. Unos momentos después rodaban con estrépito hacia su punto de destino. -¿Está lejos?-preguntó Douglas Stone. -¡Oh, no! Vivimos en un lugar muy tranquilo próximo a Euston Road. El cirujano oprimió el resorte de su reloj de repetición y escuchó los golpecitos que le anunciaron la hora. Eran las nueve y cuarto. Calculó las distancias y el poco tiempo que le llevaría una operación tan sencilla. Para las diez tenía que llegar a casa de lady Sannox. A través de las ventanas empañadas, veía la danza de los borrosos faroles de gas que iban quedando atrás, y las ruedas del coche producían un blando siseo al pasar por un terreno de charcos y de barro. Frente a Douglas Stone blanqueaba débilmente en la oscuridad el turbante de su cliente. El cirujano palpó dentro de sus bolsillos y dispuso sus agujas, ligaduras y pinzas, para no perder tiempo cuando llegasen. Rabiaba de impaciencia y tamborileaba en el suelo con el pie. El coche fue por fin perdiendo velocidad y se detuvo. Douglas Stone se apeó en el acto, y el comerciante de Esmirna lo hizo pisándole los talones, y dijo al cochero: -Espere usted. Era una casa de aspecto ruin en una calle sórdida y estrecha. El cirujano, que conocía bien su Londres, echó una rápida ojeada por la oscuridad, pero no observó nada característico: ni una tienda ni movimiento alguno, nada, en fin, fuera de la doble fila de casas sin relieve en sus fachadas, de una doble faja de losas húmedas que brillaban a la luz de la lámpara y de un doble y estrepitoso correr del agua por los arroyos para precipitarse entre remolinos y gorgoteos por las rejillas de los sumideros. Se encontraron delante de una puerta descascarada y descolorida, en la que la débil luz que salía por el abanico de la parte superior servía para poner de relieve el polvo y la suciedad con que estaba cubierta. En el piso superior brillaba una débil luz amarilla en una de las ventanas del dormitorio. El comerciante turco llamó con fuertes golpes; cuando se volvió de cara a la luz Douglas Stone pudo ver que su cara se hallaba contraída de ansiedad. Corrieron un cerrojo, y apareció en el umbral una mujer anciana con una velita, resguardando la débil llama con su mano asarmentada. -¿Sigue todo bien?-jadeó el mercader. -La señora está tal como usted la dejó. -¿No habló? -No, duerme profundamente. El comerciante cerró la puerta, y Douglas Stone avanzó por el estrecho pasillo, mirando con sorpresa en torno suyo. No había ni linóleo ni esterilla ni percha de sombreros. No vio otra cosa que gruesas capas de polvo y tupidas orlas de telarañas por todas partes. Sus firmes pisadas resonaban con fuerza por toda la casa en silencio, mientras subía detrás de la anciana por la tortuosa escalera.No había alfombra. El dormitorio estaba en el segundo descansillo. Douglas Stone entró en él detrás de la anciana, y seguido inmediatamente por el mercader. Allí por lo menos había muebles, incluso con exceso. Se veía en el suelo un revoltijo y en los rincones, verdaderas pilas de vitrinas turcas, mesas incrustadas, cotas de malla, pipas de formas extrañas y armas grotescas. Por toda luz, había en la pared una lámpara pequeña sostenida por una horquilla. Douglas Stone la descolgó, se abrió paso entre los trastos viejos y se acercó a una cama que había en un rincón, y en la que estaba acostada una mujer vestida al estilo turco, con el yashmak y el velo. Solo la parte inferior de la cara estaba al descubierto, y el cirujano pudo ver un corte dentado que zigzagueaba por todo el borde del labio inferior. -Ya perdonará usted que esté tapada con el yashmak, sabiendo lo que los orientales pensamos acerca de las mujeres -dijo el turco. 77 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Pero el cirujano pensaba en otra cosa distinta que el yashmak. Aquello no era una mujer para él, sino simplemente un caso. Se inclinó y examinó con cuidado la herida, y dijo: -No existen señales de inflamación. Podríamos retrasar la operación hasta que se desarrollen los síntomas locales. -¡Oh señor, señor! -dijo el mercader-. No ande con nimiedades. Usted no sabe lo que es esto. Esa herida es mortal. Yo sí que lo sé, y le doy la seguridad de que es absolutamente indispensable operar. Sólo el bisturí puede salvarle la vida. -Sin embargo, yo me siento inclinado a esperar -dijo Douglas Stone. -¡Basta ya! -exclamó irritado el turco-. Cada minuto que pasa tiene importancia, y yo no puedo permanecer aquí viendo cómo se va muriendo mi esposa. No me queda más que dar a usted las gracias por haber venido y marchar en busca de otro cirujano antes de que sea demasiado tarde. Douglas Stone vaciló. No era agradable el tener que devolver las cien libras, pero si dejaba abandonado el caso tendría que hacerlo. Y si el turco estaba en lo cierto y la mujer fallecía, la posición de Douglas delante del juez de investigación podía resultar embarazosa. -De modo que usted sabe por experiencia personal cuáles son los efectos de este veneno -le preguntó. -Lo sé. -Y me asegura que la operación es indispensable. -Lo juro por todo cuanto es sagrado para mí. -La cara quedará desfigurada espantosamente. -Comprendo que la boca no quedará como para besarla con agrado. Douglas Stone se volvió indignado hacia aquel hombre. Su manera de hablar era brutal. Pero los turcos hablan y piensan a su propia manera, y no era aquel un momento para dimes y diretes. Douglas Stone sacó un bisturí del estuche, lo abrió y tanteó con el dedo índice su filo agudo. Acto seguido, acercó más la lámpara a la cama. Por la rendija del yashmak lo miraban con fijeza dos ojos negros. Eran todo iris, distinguiéndose apenas la pupila. -Le ha dado usted una dosis de opio muy fuerte. -Sí, ha sido bastante buena. El cirujano volvió a contemplar los ojos negros que lo miraban fijamente. Estaban apagados y sin brillo, pero pudo advertir que aparecía en ellos una lucecita de vida, y que le temblaban los labios. -Esta mujer no está en estado absoluto de inconsciencia -dijo el cirujano. -¿Y no será preferible emplear el bisturí mientras está insensible? Ese mismo pensamiento había cruzado por el cerebro del cirujano. Sujetó con su fórceps el labio herido y dando dos rápidos cortes se llevó una ancha tira de carne en forma de V. La mujer saltó en la cama con un alarido espantoso Douglas Stone conocía aquella cara. Era una cara que le era familiar, a pesar del labio superior saliente y de la sangre que le manaba. La mujer siguió gritando y se llevó la mano a la herida sangrante. Douglas Stone se sentó al pie de la cama con su bisturí y su fórceps. La habitación giraba a su alrededor, y había sentido que detrás de sus orejas se le desgarraba algo como una cicatriz. Quien hubiese estado mirando, habría dicho que de las dos caras la suya era la más espantosa. Como si estuviere soñando una pesadilla o como si hubiese estado mirando un detalle de una representación, tuvo conciencia de que la cabellera y la barba del turco estaban encima de la mesa, y de que lord Sannox se apoyaba en la pared apretándose el costado con la mano y riendo silenciosamente. Los alaridos habían dejado de oírse, y la cabeza horrenda había vuelto a caer encima de la almohada, pero Douglas Stone seguía sentado e inmóvil, mientras lord Sannox reía silenciosamente. 78 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús -La verdad es -dijo por fin -que esta operación era verdaderamente indispensable para Mary; no física, pero sí moralmente. Entiéndame bien, moralmente. Douglas Stone se inclinó hacia adelante y empezó a juguetear con el fleco de la colcha de la cama. Su bisturí tintineó en el suelo al caer, pero el cirujano seguía sosteniendo su fórceps y algo más. Lord Sannox dijo con ironía: -Tenía desde hace mucho tiempo el propósito de dar un pequeño ejemplo. Su carta del miércoles se extravió, y la tengo aquí en mi cartera. Me costó bastante trabajo la puesta en práctica de mi idea. La herida, dicho sea de paso, no tenía más peligrosidad que la que puede darle mi anillo de sello. Miró vivamente a su silencioso acompañante, y levantó el gatillo de un revólver pequeño que guardaba en el bolsillo de la chaqueta. Pero Douglas Stone seguía jugueteando con la colcha. Entonces le dijo: -Ya ve usted que, después de todo, ha acudido a la cita. Al oír aquello, Douglas Stone rompió a reír. Fue la suya una risa larga y ruidosa. Quien no se reía ahora era lord Sannox. Sus facciones se aguzaron y cuajaron con una expresión parecida a la del miedo. Salió de puntillas de la habitación. La anciana esperaba afuera. -Atienda a su señora cuando se despierte -le dijo lord Sannox. Luego bajó las escaleras y salió a la calle. El coche esperaba a la puerta, y el cochero se llevó la mano al sombrero. Lord Sannox le dijo: -Juan, ante todo llevarás al doctor a su casa. Creo que hará falta asistirlo al bajar las escaleras. Dile a su ayuda de cámara que se ha puesto enfermo durante una operación. -Muy bien, señor. -Después llevarás a lady Sannox a casa. -¿Y a usted, señor? -Verás. Durante los próximos meses me hospedaré en el Hotel di Roma, en Venecia. Cuida de que me sea enviada la correspondencia, y dile a Stevens que el lunes próximo exhiba todos los crisantemos de color púrpura y que me telegrafíe el resultado. FIN COMPRENSIÓN DE LECTURA I. COMPRENSIÓN 1. ¿Quién era Douglas Stone? ¿Qué sabía de él la gente? .................................................................................................................................. 2. ¿Quién se le apareció la noche de la cita con Lady Sannox? ¿Qué le dijo? .................................................................................................................................. 3. ¿Qué sustancia utilizaba Douglas Stone en todos sus casos? ¿Qué sucedió en éste en particular? .................................................................................................................................. 4. ¿Qué pasó cuando se dio cuenta de lo ocurrido? .................................................................................................................................. 5. ¿Cómo termina la historia de los dos amantes? .................................................................................................................................. 79 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús II. ANÁLISIS DE LOS ELEMENTOS A. Personajes Describe a Lord Sannox y a Lady Sannox: Características morales Características físicas B. Argumento 1. ¿Qué sentimientos guiaron a Lord Sannox a actuar como lo hizo? Explica y detalla. .................................................................................................................................. 2. ¿Cómo se explica la reacción de Douglas Stone al final del relato? .................................................................................................................................. C. Estructura 1. ¿Qué tipo de narrador nos presenta esta historia? .................................................................................................................................. 2. ¿Qué característica particular tiene el primer párrafo del texto? ¿Por qué el autor comenzó por darnos esa información? .................................................................................................................................. 3. ¿Cuáles son los elementos que van generando el ambiente siniestro en la historia? Menciónelos. .................................................................................................................................. 4. ¿Cómo logra pasar desapercibida la verdadera identidad del turco? .................................................................................................................................. 5. ¿Qué relación existe entre el comportamiento de Lord Sannox y la forma como fue presentado por el narrador al inicio de la historia? ¿Qué buscaba lograr el autor con esta contraposición? .................................................................................................................................. III. APRECIACIÓN CRÍTICA 1. ¿Qué opinas del suspenso desarrollado en la historia? ¿Crees que fue lo suficientemente claro? ¿Debió incluir algo más? ¿Por qué? .................................................................................................................................. 2. ¿Qué tan sorprendente te resulta el final? ¿Fue algo esperado o totalmente imprevisible? Coméntalo. .................................................................................................................................. 80 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús 3. ¿Qué personaje te hubiera gustado conocer, dentro de esta historia? ¿Qué previsión habrías tomado en su lugar? .................................................................................................................................. IV. VALORACIÓN 1. ¿Qué opinas de la actitud tomada por cada uno de los personajes? Escoge a uno de ellos y señala tu parecer en cuanto a su modo de actuar. Sustenta tu respuesta. .................................................................................................................................. 2. ¿Qué reacción te parecería lógica en un caso de infidelidad? ¿Por qué? .................................................................................................................................. V. REDACCIÓN A continuación, describe a la persona que te resulte más siniestra. (Puede ser alguien de tu entorno o un personaje de la televisión). ........................................................................................................................................ ........................................................................................................................................ VI. DIBUJO REDACCIÓN Técnicas de estudio: El Resumen El último paso para completar el éxito de nuestro método de estudio es el resumen. Primero hemos leído el texto (mediante prelectura y lectura comprensiva), lo hemos comprendido a la perfección, lo hemos subrayado y realizado un esquema con las ideas mas destacadas de su contenido. Pues bien, el siguiente paso consiste, sencillamente, en realizar una breve redacción que recoja las ideas principales del texto pero utilizando nuestro propio vocabulario. Pero hay que tener cuidado porque si al resumen se incorporan comentarios personales o explicaciones que no corresponden al texto, tenemos un resumen comentado. Para hacer un buen resumen has de tener presente los siguientes puntos: * Debes ser objetivo. * Tener muy claro cual es la idea general del texto, las ideas principales y las ideas secundarias. * Has de tener siempre a la vista el esquema. * Es necesario encontrar el hilo conductor que une perfectamente las frases esenciales. * Enriquece, amplía y complétalo con anotaciones de clase, comentarios del profesor, lecturas relacionadas con el tema de que se trate y, sobre todo, con tus propias palabras. * Cuando resumas no has de seguir necesariamente el orden de exposición que aparece en el texto. Puedes adoptar otros criteiros, como por ejemplo, pasar de lo particular a lo general o viceversa. * Debe ser breve y presentar un estilo narrativo. 81 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús ACTIVIDADES Resume el siguiente texto, siguiendo las técnicas estudiadas en clase. Texto WASHINGTON (EFE). Los bajos niveles de oxígeno en la atmósfera fueron la causa principal de la mayor extinción animal que ha sufrido la Tierra en toda su historia, según un estudio divulgado ayer por la revista "Science". A ello se sumó el aumento de dióxido de carbono (CO2), que provocó uno de los primeros episodios de calentamiento global sufrido por el planeta. La desaparición casi total de la fauna terrestre ocurrió hace 251 millones de años y fue seguida por una recuperación que se arrastró millones de años debido a esa falta de oxígeno, indicó el estudio realizado por dos científicos de la Universidad de Washington. Cuando la vida desaparecía del planeta, la masa terrestre era un solo supercontinente llamado Pangea y todo lo que existiera por encima del nivel del mar era virtualmente inhabitable debido a los bajos niveles de oxígeno, señaló Raymond Huey, profesor de biología de la Universidad de Washington y uno de los autores del estudio. Huey explicó que los teóricos afirman que la Tierra sufrió cinco extinciones y que la ocurrida a final del Triásico, causada por el impacto de un asteroide, fue la que eliminó a los dinosaurios. Fuente: EL COMERCIO ................................................................................................................................................ ................................................................................................................................................ ................................................................................................................................................ ................................................................................................................................................ 82 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús Dagón Autor: H.P. LOVECRAFT Escribo esto bajo una fuerte tensión mental, ya que cuando llegue la noche habré dejado de existir. Sin dinero, y agotada mi provisión de droga, que es lo único que me hace tolerable la vida, no puedo seguir soportando más esta tortura; me arrojaré desde esta ventana de la buhardilla a la sórdida calle de abajo. Pese a mi esclavitud a la morfina, no me considero un débil ni un degenerado. Cuando hayan leído estas páginas atropelladamente garabateadas, quizá se hagan idea -aunque no del todo- de por qué tengo que buscar el olvido o la muerte. Fue en una de las zonas más abiertas y menos frecuentadas del anchuroso Pacífico donde el paquebote en el que iba yo de sobrecargo cayó apresado por un corsario alemán. La gran guerra estaba entonces en sus comienzos, y las fuerzas oceánicas de los hunos aún no se habían hundido en su degradación posterior; así que nuestro buque fue capturado legalmente, y nuestra tripulación tratada con toda la deferencia y consideración debidas a unos prisioneros navales. En efecto, tan liberal era la disciplina de nuestros opresores, que cinco días más tarde conseguí escaparme en un pequeño bote, con agua y provisiones para bastante tiempo. Cuando al fin me encontré libre y a la deriva, tenía muy poca idea de cuál era mi situación. Navegante poco experto, solo sabía calcular de manera muy vaga, por el sol y las estrellas, que estaba algo al sur del ecuador. No sabía en absoluto en qué longitud, y no se divisaba isla ni costa algunas. El tiempo se mantenía bueno y durante incontables días navegué sin rumbo bajo un sol abrasador, con la esperanza de que pasara algún barco o de que me arrojaran las olas a alguna región habitable. Pero no aparecían ni barcos ni tierra, y empecé a desesperar en mi soledad, en medio de aquella ondulante e ininterrumpida inmensidad azul. El cambio ocurrió mientras dormía. Nunca llegaré a conocer los pormenores; porque mi sueño, aunque poblado de pesadillas, fue ininterrumpido. Cuando desperté finalmente, descubrí que me encontraba medio succionado en una especie de lodazal viscoso y negruzco que se extendía a mi alrededor, con monótonas ondulaciones hasta donde alcanzaba la vista, en el cual se había adentrado mi bote cierto trecho. Aunque cabe suponer que mi primera reacción fuera de perplejidad ante una transformación del paisaje tan prodigiosa e inesperada, en realidad sentí más horror que asombro; pues había en la atmósfera y en la superficie putrefacta una calidad siniestra que me heló el corazón. La zona estaba corrompida de peces descompuestos y otros animales menos identificables que se veían emerger en el cieno de la interminable llanura. Quizá no deba esperar transmitir con meras palabras la indecible repugnancia que puede reinar en el absoluto silencio y la estéril inmensidad. Nada alcanzaba a oírse; nada había a la vista, salvo una vasta extensión de légamo negruzco; si bien la absoluta quietud y la uniformidad del paisaje me producían un terror nauseabundo. El sol ardía en un cielo que me parecía casi negro por la cruel ausencia de nubes; era como si reflejase la ciénaga tenebrosa que tenía bajo mis pies. Al meterme en el bote encallado, me di cuenta de que solo una posibilidad podía explicar mi situación. Merced a una conmoción volcánica el fondo oceánico había emergido a la superficie, sacando a la luz regiones que durante millones de años habían estado ocultas bajo insondables profundidades de agua. Tan grande era la extensión de esta nueva tierra emergida debajo de mí, que no lograba percibir el más leve rumor de oleaje, por mucho que aguzaba el oído. Tampoco había aves marinas que se alimentaran de aquellos peces muertos. Durante varias horas estuve pensando y meditando sentado en el bote, que se apoyaba sobre un costado y proporcionaba un poco de sombra al desplazarse el sol en el cielo. A medida que el día avanzaba, el suelo iba perdiendo pegajosidad, por lo que en poco tiempo estaría bastante seco para poderlo recorrer fácilmente. Dormí poco esa noche, y al 83 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús día siguiente me preparé una provisión de agua y comida, a fin de emprender la marcha en busca del desaparecido mar, y de un posible rescate. A la mañana del tercer día comprobé que el suelo estaba bastante seco para andar por él con comodidad. El hedor a pescado era insoportable; pero me tenían preocupado cosas más graves para que me molestase este desagradable inconveniente, y me puse en marcha hacia una meta desconocida. Durante todo el día caminé constantemente en dirección oeste guiado por una lejana colina que descollaba por encima de las demás elevaciones del ondulado desierto. Acampé esa noche, y al día siguiente proseguí la marcha hacia la colina, aunque parecía escasamente más cerca que la primera vez que la descubrí. Al atardecer del cuarto día llegué al pie de dicha elevación, que resultó ser mucho más alta de lo que me había parecido de lejos; tenía un valle delante que hacía más pronunciado el relieve respecto del resto de la superficie. Demasiado cansado para emprender el ascenso, dormí a la sombra de la colina. No sé por qué, mis sueños fueron extravagantes esa noche; pero antes que la luna menguante, fantásticamente gibosa, hubiese subido muy alto por el este de la llanura, me desperté cubierto de un sudor frío, decidido a no dormir más. Las visiones que había tenido eran excesivas para soportarlas otra vez. A la luz de la luna comprendí lo imprudente que había sido al viajar de día. Sin el sol abrasador, la marcha me habría resultado menos fatigosa; de hecho, me sentí de nuevo lo bastante fuerte como para acometer el ascenso que por la tarde no había sido capaz de emprender. Recogí mis cosas e inicié la subida a la cresta de la elevación. Ya he dicho que la ininterrumpida monotonía de la ondulada llanura era fuente de un vago horror para mí; pero creo que mi horror aumentó cuando llegué a lo alto del monte y vi, al otro lado, una inmensa sima o cañón, cuya oscura concavidad aún no iluminaba la luna. Me pareció que me encontraba en el borde del mundo, escrutando desde el mismo canto hacia un caos insondable de noche eterna. En mi terror se mezclaban extraños recuerdos del Paraíso perdido, y la espantosa ascensión de Satanás a través de remotas regiones de tinieblas. Al elevarse más la luna en el cielo, empecé a observar que las laderas del valle no eran tan completamente perpendiculares como había imaginado. La roca formaba cornisas y salientes que proporcionaban apoyos relativamente cómodos para el descenso; y a partir de unos centenares de pies, el declive se hacía más gradual. Movido por un impulso que no me es posible analizar con precisión, bajé trabajosamente por las rocas, hasta el declive más suave, sin dejar de mirar hacia las profundidades estigias donde aún no había penetrado la luz. De repente, me llamó la atención un objeto singular que había en la ladera opuesta, el cual se erguía enhiesto como a un centenar de yardas de donde estaba yo; objeto que brilló con un resplandor blanquecino al recibir de pronto los primeros rayos de la luna ascendente. No tardé en comprobar que era tan solo una piedra gigantesca; pero tuve la clara impresión de que su posición y su contorno no eran enteramente obra de la Naturaleza. Un examen más detenido me llenó de sensaciones imposibles de expresar; pues pese a su enorme magnitud, y su situación en un abismo abierto en el fondo del mar cuando el mundo era joven, me di cuenta, sin posibilidad de duda, de que el extraño objeto era un monolito perfectamente tallado, cuya imponente masa había conocido el arte y quizá el culto de criaturas vivas y pensantes. Confuso y asustado, aunque no sin cierta emoción de científico o de arqueólogo, examiné mis alrededores con atención. La luna, ahora casi en su cenit, asomaba espectral y vívida por encima de los gigantescos peldaños que rodeaban el abismo, y reveló un ancho curso de agua que discurría por el fondo formando meandros, perdiéndose en ambas direcciones, y casi lamiéndome los pies donde me había detenido. Al otro lado del abismo, las pequeñas olas bañaban la base del ciclópeo monolito, en cuya superficie podía distinguir ahora inscripciones y toscos relieves. La escritura pertenecía a un sistema de jeroglíficos desconocido para mí, distinto de cuantos yo había visto en los 84 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús libros, y consistente en su mayor parte en símbolos acuáticos esquematizados tales como peces, anguilas, pulpos, crustáceos, moluscos, ballenas y demás. Algunos de los caracteres representaban evidentemente seres marinos desconocidos para el mundo moderno, pero cuyos cuerpos en descomposición había visto yo en la llanura surgida del océano. Sin embargo, fueron los relieves los que más me fascinaron. Claramente visibles al otro lado del curso de agua, a causa de sus enormes proporciones, había una serie de bajorrelieves cuyos temas habrían despertado la envidia de un Doré. Creo que estos seres pretendían representar hombres... al menos, cierta clase de hombres; aunque aparecían retozando como peces en las aguas de alguna gruta marina, o rindiendo homenaje a algún monumento monolítico, bajo el agua también. No me atrevo a descubrir con detalle sus rostros y sus cuerpos, ya que el mero recuerdo me produce vahídos. Más grotescos de lo que podría concebir la imaginación de un Poe o de un Bulwer, eran detestablemente humanos en general, a pesar de sus manos y pies palmeados, sus labios espantosamente anchos y fláccidos, sus ojos abultados y vidriosos, y demás rasgos de recuerdo menos agradable. Curiosamente, parecían cincelados sin la debida proporción con los escenarios que servían de fondo, ya que uno de los seres estaba en actitud de matar una ballena de tamaño ligeramente mayor que él. Observé, como digo, sus formas grotescas y sus extrañas dimensiones; pero un momento después decidí que se trataba de dioses imaginarios de alguna tribu pescadora o marinera; de una tribu cuyos últimos descendientes debieron de perecer antes que naciera el primer antepasado del hombre de Piltdown o de Neanderthal. Aterrado ante esta visión inesperada y fugaz de un pasado que rebasaba la concepción del más atrevido antropólogo, me quedé pensativo, mientras la luna bañaba con misterioso resplandor el silencioso canal que tenía ante mí. Entonces, de repente, lo vi. Tras una leve agitación que delataba su ascensión a la superficie, la entidad surgió a la vista sobre las aguas oscuras. Inmenso, repugnante, aquella especie de Polifemo saltó hacia el monolito como un monstruo formidable y pesadillesco, y lo rodeó con sus brazos enormes y escamosos, al tiempo que inclinaba la cabeza y profería ciertos gritos acompasados. Creo que enloquecí entonces. No recuerdo muy bien los detalles de mi frenética subida por la ladera y el acantilado, ni de mi delirante regreso al bote varado... Creo que canté mucho, y que reí insensatamente cuando no podía cantar. Tengo el vago recuerdo de una tormenta, poco después de llegar al bote; en todo caso, sé que oí el estampido de los truenos y demás ruidos que la Naturaleza profiere en sus momentos de mayor irritación. Cuando salí de las sombras, estaba en un hospital de San Francisco; me había llevado allí el capitán del barco norteamericano que había recogido mi bote en medio del océano. Hablé de muchas cosas en mis delirios, pero averigüé que nadie había hecho caso de las palabras. Los que me habían rescatado no sabían nada sobre la aparición de una zona de fondo oceánico en medio del Pacífico, y no juzgué necesario insistir en algo que sabía que no iban a creer. Un día fui a ver a un famoso etnólogo, y lo divertí haciéndole extrañas preguntas sobre la antigua leyenda filistea en torno a Dagón, el DiosPez; pero en seguida me di cuenta de que era un hombre irremediablemente convencional, y dejé de preguntar. Es de noche, especialmente cuando la luna se vuelve gibosa y menguante, cuando veo a ese ser. He intentado olvidarlo con la morfina, pero la droga solo me proporciona una cesación transitoria, y me ha atrapado en sus garras, convirtiéndome irremisiblemente en su esclavo. Así que voy a poner fin a todo esto, ahora que he contado lo ocurrido para información o diversión desdeñosa de mis semejantes. Muchas veces me pregunto si no será una fantasmagoría, un producto de la fiebre que sufrí en el bote a causa de la insolación, cuando escapé del barco de guerra alemán. Me lo pregunto muchas veces; pero siempre se me aparece, en respuesta, una visión monstruosamente vívida. No puedo pensar en las profundidades del mar sin estremecerme ante las espantosas entidades que quizá en este instante se arrastran y se agitan en su lecho 85 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús fangoso, adorando a sus antiguos ídolos de piedra y esculpiendo sus propias imágenes detestables en obeliscos submarinos de mojado granito. Pienso en el día que emerjan de las olas, y se lleven entre sus garras de vapor humeantes a los endebles restos de una humanidad exhausta por la guerra... en el día en que se hunda la tierra, y emerja el fondo del océano en medio del universal pandemonio. Se acerca el fin. Oigo ruido en la puerta, como si forcejeara en ella un cuerpo inmenso y resbaladizo. No me encontrará. ¡Dios mío, esa mano! ¡La ventana! ¡La ventana! FIN • 1. 2. 3. 4. 5. 6. Contesta: ¿Cómo se autocalifica el protagonista de este relato? ¿Qué está decidido a hacer? ¿Dónde ambienta su relato? ¿Qué le ocurrió allí? ¿Qué sucedió durante el tercer día de viaje? ¿Qué llama la atención del protagonista? ¿Cómo reacciona? ¿Cuáles son las descripciones que hace con respecto a la criatura que logró observar? 7. El narrador piensa que ha enloquecido. ¿Qué podemos concluir de esto? ¿Puede su relato resultar verídico? ¿Por qué? 8. ¿Por qué necesita tanto la droga? ¿Está consciente del efecto que produce en él? 9. ¿Qué opinas de este cuento? ¿Qué te parece el manejo del horror? 10. Elabora un esquema que ejemplifique lo que sucedió con el protagonista. 86 Prof. TUANAMA ALBARRÁN, José Jesús REPASO • • Recapitular los temas aprendidos durante el bimestre. Contesta las siguientes preguntas: 1. ¿Qué es un cuento policial? .................................................................................................................................. 2. ¿Por qué encontramos entretenida una historia policiaca? .................................................................................................................................. 3. ¿Cuál es el punto de vista utilizado, mayormente, en las historias de suspenso? .................................................................................................................................. 4. ¿Quién es el autor de El crimen del maestro? .................................................................................................................................. 5. ¿Quién escribió Nido de avispas ? .................................................................................................................................. 6. Sin leer nuevamente el capítulo, ¿qué puedes recordar del cuento La decisión de Randolf Carter ? .................................................................................................................................. .................................................................................................................................. 7. ¿Cuál es la diferencia entre un cuento de terror y un cuento fantástico? .................................................................................................................................. 8. ¿Cuál es la principal característica de las historias de Lovecraft? .................................................................................................................................. 9. ¿Qué representantes de la literatura de horror podemos encontrar durante el siglo XIX? .................................................................................................................................. 10. Elabora una lista con cinco cuentos de Edgar Allan Poe. .................................................................................................................................. 11. ¿Cómo interpretas el final de El barril del amontillado? .................................................................................................................................. 12. Elabora una descripción de algo grotesco que conozcas. .................................................................................................................................. TAREA DOMICILIARIA • Menciona las tres historias que a lo largo del año te han agradado más y explica el porqué. A partir de ello, elabora un comentario de diez líneas sugiriendo y recomendando su lectura a un amigo (a). 87