La columna periodística: de esos embusteros días del ego inmarchitable1 La columna es el género periodístico de opinión en el que más claramente se manifiesta el Yo del que escribe por varias razones: por su asiduidad en su cita con los lectores, por sus raíces históricas y literarias y por las funciones que cumple en sus dos formas conocidas, el análisis y la revelación. En todo caso, la columna periodística es el continente de muchos y variados egos cuya misión es tan agotadora como el querer ser joven eternamente: informar, orientar, entretener, deleitar, convencer, persuadir y estar en posesión de la verdad. El columnista no es un embustero por definición. Pero sí le han hecho creer que es inmarchitable, que su opinión es la mejor de todas las opiniones. Jóvenes sin edad, escritores del Yo, malabaristas con las ideas y las palabras. Ayer y hoy. Para mañana, tan sólo algunos avisos destinados a los futuros columnistas porque deben preparar su ego y cultivar la excelencia. Es un trabajo difícil pero de indiscutible utilidad social. De todo ello trata este artículo. Definir la columna puede hacerse desde diferentes ángulos. Depende del criterio que prevalezca: su relación espacial con el periódico, su contexto histórico o su sentido normativo. En realidad, la palabra "columna" es un neologismo resultado de una metonimia (tomar la parte -el espacio que ocupa- por el todo: la repartición en columnas de los textos periodísticos, práctica que se impuso desde el siglo XVIII). Con ese neologismo se designa a un artículo firmado que se publica con regularidad y que ocupa un espacio predeterminado en el periódico. Esta definición sería de las de tipo prácticodescriptivo teniendo en cuenta al periódico como factor de referencia. Pero si intentamos una definición de tipo normativo se complica más el asunto porque, precisamente, algo que caracteriza a la columna periodística es su variedad en todos los sentidos. En cualquier caso, la columna vale lo que valga su firma y se expresará según el talante de esa individualidad. La columna es un artículo de opinión que puede ser razonador o lo contrario, falaz; orientador o enigmático; analítico o pasional; enjuiciativo o narrativo; y siempre valorativo, subjetivo, porque no puede ser de otro modo. 1 Casals Carro, María Jesús (s.f) La columna periodística: de esos embusteros días del ego inmarchitable. Recuperado de http://pendientedemigracion.ucm.es/info/emp/Numer_06/6-3-Estu/6-3-03.htm El columnismo: la literatura de ayer "Y no se nos diga que el sublime ingenio no hubiera nunca descendido a semejantes pequeñeces, porque esas pequeñeces forman parte de nuestra existencia de ahora, como constituían la de entonces las comedias de capa y espada; y porque Cervantes, que escribía, para vivir, cuando no se escribían sino comedias de capa y espada, escribiría, para vivir también, artículos de periódico" Mariano José de Larra: "Literatura", artículo publicado en El Español el 18 de enero de 1836 Una de las características de la columna es que importa tanto la expresión como su contenido. La forma y el fondo. Y que es un producto literario para el consumo de masas, es decir, de un público muy amplio y que lee con prisas. De ahí su casi obligada brevedad: en poco espacio ha de presentarse el tema o asunto del que se va a hablar, desarrollar los argumentos con gran creatividad retórica y formular un párrafo final que, más que sentenciar, cierra el círculo abierto desde el principio; un párrafo que quiere dejar huella. Por eso, la columna puede combinar como ningún otro género periodístico de opinión la calidad literaria con la rotundidad de las opiniones, la imaginación artística engarzada con esa realidad ideológica o sentimental que quiere el escritor compartir. La columna no vive sujeta a la más inmediata actualidad. Muchas veces se preocupa por aquellos hechos o asuntos que no han podido ser noticia porque quedaron fuera de los filtros de selección; otras veces extrae datos que han pasado inadvertidos en las informaciones apresuradas y los valora en su individualizada medida; también puede ser un análisis personal – ideológico, emocional- sobre hechos acaecidos. O una simple reflexión íntima. O un entretenimiento literario. O un ejercicio doctrinario y sectario. O nada. En realidad, al columnista no se le contrata para escribir sobre algo concreto... sino para escribir, sin más. Importa su firma y la manera en que ésta represente al periódico. Si nos atenemos al sentido estricto de columna periodística en cuanto a sus exigencias de periodicidad, espacio y características literarias, podría situarse su nacimiento durante el siglo XVIII en toda Europa en general coincidiendo con la difusión de los primeros periódicos. Después, durante el XIX, los columnistas se multiplicaron y fueron verdaderos protagonistas de ese periodismo opinativo que convivía con el incipiente periodismo informativo. Aparte de la brevedad necesaria, la característica exigible a las columnas periodísticas es y ha sido desde siempre su calidad literaria. Los recursos retóricos son variados, desde el humor al intimismo, desde la solemnidad al guiño fabulístico. Para el futuro del columnista o para el columnista del futuro "Si las hojas son muchas, es una la raíz. En esos embusteros días en que era joven, yo mecía mis hojas y mis flores al sol: hoy puedo marchitarme entrando en la verdad" Thomas Mann Paul Johnson ha tratado de revelar lo que define a un buen columnista. Y degusta sin tapujos este manjar para el ego: "escribir una columna regular sobre cualquier tema que se nos ocurra es uno de los grandes privilegios de la vida. Cuando en 1907 le pidieron que redactara un artículo semanal sobre "literatura y vida" para el Evening News, Arnold Bennett comentó que era "la realización de un sueño que he tenido durante mucho tiempo". Cuando a Georges Orwell le ofrecieron una columna similar en el Tribune, en diciembre de 1943, celebró su deliciosa libertad titulándola "A mi gusto" (1997:13) A la hora de calibrar la utilidad de la columna, en primer lugar, Johnson considera de gran necesidad social ahora y en el futuro el hecho de emitir juicios sobre el mundo que nos rodea. De nada sirve la información desnuda si no se utiliza para relacionar, explicar y juzgar realidades. Y el columnista es un escritor que juzga. Pero, matiza, han de existir cinco requisitos para que exista un buen columnista. El primero es el conocimiento. Pero un conocimiento cribado y nunca atestado de datos como enciclopedia ambulante, sino desempolvados regularmente, administrados en pequeñas dosis, según las necesidades del artículo. "Los conocimientos del buen columnista deben ser como una vasta bodega de buen vino, fresca y aseada, en constante maduración, reaprovisionada periódicamente con la aparición de nuevas cosechas. Invitan al lector a sorber y paladear, en cantidad suficiente para apreciar la calidad de los vinos disponibles. Pero nunca obligan al invitado a beber más de una copa en cada ocasión, de modo que las visitas a la bodega conservan su frescura y placer. Pero, asimismo, ningún lector debería irse sin algún conocimiento hospitalario, por ínfimo que sea. Me siento estafado si termino una columna sin haber adquirido algún tesoro útil, interesante o inusitado, algo que no sabía y me satisface saber" (1997:17) Johnson aclara que el conocimiento se compone de muchos ingredientes. Entre ellos cabría destacar -por su apariencia antitética con el concepto de conocimiento- al saber mundano, el viajar mucho y el conocer a mucha gente, desde los humildes a los poderosos: "el buen periodismo siempre trata sobre la gente. Un argumento o impresión es más eficaz si está apuntalado por hombres y mujeres reales" (1997:18). Los idiomas, sin embargo -dice Johnson-, no importan tanto para el buen columnista. Pero sí escribir y comprender la propia lengua a la perfección. Y el conocimiento histórico, absolutamente esencial, según Johnson. Las lecturas son el segundo requisito. Imposible escribir bien y con un contenido interesante si se carece de un amplísimo bagaje cultural. Lecturas que no sólo atañen a lo estrictamente literario -poesía, novela, teatro- sino también a aquellos otros temas de conocimiento que llenan nuestro mundo: historia, filosofía, viajes, biografías, arte y literatura, cine, economía, política y religión. La tercera clave del arte del columnista es, según sigue explicando Paul Johnson, el instinto para las noticias. El escritor de columnas no debe olvidar que ante todo es periodista y se dirige a un lector que busca siempre la novedad (1997:21): "la mejor columna es la que responde a la novedad, la vincula con el pasado, la proyecta al futuro y expone el tema con ingenio, sabiduría y elegancia. La noticia puede ser sobre cualquier cosa: geopolítica, problemas locales, ciencia, literatura, modas, arte, el drama, la sociedad, la religión. Su gravedad no importa; pero debe ser algo nuevo, no un tema trillado sobre el que han machacado durante semanas. Un buen columnista sabe detectar un tema de interés que avanza hacia el frente y disparar sus cañones antes que el campo de batalla esté pisoteado y cubierto de humo. En ocasiones es buena táctica tomar el tema de la última semana y verlo de forma inversa, pero sólo si tenemos una perspectiva válida y perspicaz que sea contraria a las opiniones convencionales" El cuarto punto es la necesidad de variedad y de oportunidad. Johnson cuenta que como columnista ha abordado infinidad de temas pero se piensa cuánto y cuándo escribe sobre alguno determinado: "trato de no escribir sobre religión más de cuatro veces al año, y nunca en Navidad ni en Pascua, cuando lo hacen todos los demás. Por otra parte, escribo por lo menos cuatro artículos al año donde cito a Dios". El quinto y último criterio trata sobre la revelación del carácter del columnista. La vanidad es el pecado capital de este tipo de periodista escritor, pecado que le obliga a esa actitud del sabihondo, lo cual es insoportable como reconoce Johnson. En raras ocasiones se puede usar la columna para promover una causa personal, acudir al rescate de un amigo en apuros o evocar a alguien que conocimos y de otra manera dejaría de ser mencionado. Estos supuestos apuntados por Johnson podrían ampliarse dada la realidad de la columna personal en España. Así, podríamos añadir que el columnista no debe utilizar ese espacio privilegiado para hundir al enemigo, para vilipendiar, infamar o ampararse en la libertad de expresión que la Constitución española le reconoce para acusar sin pruebas, tratar de influir en causas judiciales o hacer política partidista desde su tribuna. Paul Johnson lo define en una sola frase: no explotar nuestro poder de columnistas con fines personales. Ello no está reñido con la libertad de crítica ni con la libertad de expresión ni con ninguna otra libertad individual. La templanza en los juicios y el respeto a los derechos y libertades de los demás no cercena el ingenio ni tampoco impide buscar la verdad. Todas las observaciones anteriores son muy oportunas para el columnista político –no sólo porque aborda la política nacional y sus personajes sino también porque realiza su propia política: influyente, aunque tal vez mucho menos de lo que él mismo se figura- y depositario de confidencias múltiples pues se las arregla para situarse cercano a la cocina del poder –a veces, tan sólo utilizado como pinche de esa cocina-. El columnista de esta naturaleza es fácil que devenga en un ser vanidoso, algo déspota y curiosamente dogmático: la mayoría de las veces se niega a reconocer el fracaso de sus pronósticos, y utiliza los hechos con la única intención de confirmar sus argumentos ideológicos. Suele caer en la tentación de excluir al que discrepa. Por eso creo que los requisitos apuntados por Paul Johnson responden más a la necesidad de la crítica –incluso autocrítica- de una actividad periodística que ha hecho del "Yo" una selva tupida de retóricas que no deja vislumbrar horizonte alguno. Y lo peor es que ese Yo es en muchas ocasiones terriblemente convencional. De todos modos, los consejos del británico Johnson conciernen más a los columnistas venideros. Los ya instalados no dejarán de asentir con cierta condescendencia. Tal vez por eso, David Randall (1999: 209), también británico, en su reciente libro sobre periodismo, sólo les dedica a los columnistas las siguientes tres líneas: "Quien haya llegado tan alto como para que se le encargue la redacción de una columna fija, o bien no necesita ningún consejo, o bien tiene (o pronto llegará a tener) un ego que le impide aceptar consejos" Bibliografía BRADLEE, Benjamin (1996): La vida de un periodista. Memorias del director de The Washington Post. Madrid: El País-Aguilar JOHNSON, Paul (1997): Al diablo con Picasso y otros ensayos. Buenos Aires: Javier Vergara Editor LARRA, Mariano José de (1981): Fígaro (Colección de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costumbres). Edición de Alejandro Pérez Vidal y Estudio de Leonardo Romero Tobar. Madrid: Crítica LÓPEZ HIDALGO, Antonio (1996): Las columnas del periódico. Madrid: Libertarias/Prodhufi MARTÍNEZ ALBERTOS, José Luis (1991): Curso general de Redacción Periodística. Madrid: Mitre RANDALL, David (1999): El periodista universal. Madrid: Siglo XXI SANTAMARÍA SUÁREZ, Luisa (1997): Géneros para la persuasión en Periodismo. Madrid: Fragua THE WASHINGTON POST (1989): La página editorial. México: Guernica UMBRAL, Francisco (1994): Las palabras de la tribu. Barcelona: Planeta