Asignatura: Teología Dogmática III: Eclesiología Profesor: Pbro. Lic. Volpe, Matías Alumno: Blanco, Luis Nahuel Tema: La eclesiología en la historia; la Iglesia, Pueblo de Dios, Lumen Gentium Misterio y comunión son temas que los Santos Padres ya relacionaban a la Iglesia, pero con el correr de los años fueron tomando fuerza otros temas, ya sea porque la Iglesia estaba emparentada con el gobierno social, y ponía su atención ahí, ya sea por definir dogmas de fe frente a la Reforma, o porque debía responder a una definición correcta del hombre frente a una imagen desdibujada del hombre que presentaba el Humanismo y la Ilustración. En los siglos XIX y XX vemos un crecimiento, o retorno hacia los Padres al tratar a la Iglesia no como una simple asociación de fieles que confiesan la misma fe o practican un culto común, sino como un organismo viviente en el que todos los creyentes se encuentran unidos formando una gran comunidad espiritual. Puntualmente en el siglo XX encontramos un gran giro en la Iglesia que tiene su máxima expresión en el Concilio Vaticano II, este es fruto del movimiento litúrgico, que ayudó a descubrir que todos los bautizados eran partícipes en el misterio celebrado por la Iglesia; esto favoreció una espiritualidad cristocéntrica, en donde la persona de Cristo se relaciona personalmente con los hombre, de modo singular en los sacramentos y especialmente en la Eucaristía; este encuentro personal fortaleció el espíritu de comunión y la revalorización del laicado en donde se descubría y comunicaba la misión particular en la sociedad; pero lo más valioso, a mi parecer, fue el resurgir de los estudios bíblicos y el estudios patrístico. El conjunto de ello converge en: ver a la Iglesia con una profunda raíz mistérica, entroncada en el designio salvífico de Dios Trinitario; la centralidad de la categoría bíblica de Pueblo de Dios permitía afirmar la igualdad fundamental de todos los bautizados y recordar la llamada universal a la santidad; el importante papel que se reconoce a las iglesias particulares y a la colegialidad episcopal; el recuperar la importancia de la historia y de la escatología, que ponía de manifiesto la condición peregrina de la Iglesia; y finalmente, la actitud de reconocimiento y diálogo cordial con todas las realidades que se encontraban al margen de la Iglesia (confesiones cristianas, no cristianas, la sociedad laica). Con el Concilio Vaticano II se afirma que en la Iglesia todos los bautizados son necesarios; todos los bautizados deben ser miembros activos; los miembros de la Iglesia tienen diversos carismas y ministerios, y ejercen diversas funciones. Todo ello para edificar el cuerpo de Jesucristo y, sobre todo, para hacer presente a Jesucristo hoy entre nosotros. Asignatura: Teología Dogmática III: Eclesiología Profesor: Pbro. Lic. Volpe, Matías Alumno: Blanco, Luis Nahuel Tema: La eclesiología en la historia; la Iglesia, Pueblo de Dios, Lumen Gentium Atendiendo a esta categoría de misterio la Iglesia ha de ser considera como sacrarium Trinitatis, como ícono de la Trinidad, una “misteriosa extensión de la Trinidad en el tiempo”; en ella Dios se revela, realiza su epifanía; es por eso que la Iglesia no puede por ello ser entendida en profundidad más que dentro del dinamismo del amor trinitario. De un lado porque lo relata y lo celebra. Y de otro lado, y precisamente por ello, porque lo testifica en medio de la historia de los hombres: a pesar de sus limitaciones e imperfecciones proclama que el amor de Dios no se clausura ante el rechazo o la negativa humana. Con esto se llega a la consideración nuclear de la Iglesia como “pueblo de Dios”, que es síntesis y símbolo de la eclesiología conciliar. Esta categoría de “pueblo de Dios” se remonta a la elección de Israel, el pueblo de la alianza, alianza que constituye al pueblo en su identidad y misión (Gén. 19;24). Con Jesús converge la autoconciencia del nuevo “pueblo de Dios”: la ekklesia”. Con la Pascua de Jesús, la comunidad cristiana se consideró heredera de los dones y la misión de Israel en la medida en que aceptó y creyó en Jesús que convocó a la conversión, y a volver la mirada al Padre. Ahora el “pueblo de Dios” queda conformado por aquellos que son bautizados en nombre de la Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. San Cipriano va a decir: “la Iglesia es el pueblo unificado que participa en la unión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”1. Es por eso que la Iglesia, como pueblo y asamblea, así como lo hizo Israel, hace patente la dimensión comunitaria de la fe y de la vida cristiana; el cristiano se hace en el seno del pueblo. Nadie puede decir “yo creo” sino en la sinfonía del “nosotros creemos”. Este “creemos” tiene sus consecuencias en la medida en que la Iglesia de Cristo reconociendo que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los patriarcas, en Moisés y en los profetas, invita a que todos los hombres formen el Pueblo de Dios, pueblo que es uno y único, pero que ha de extenderse por todo el mundo2. 1 2 S. Cipriano, De orat. Dom. 23 (PL 4,553) LG 13