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Textos Antropología

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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
Reflexiones metodológicas (A)
Investigación sistemática, no construcción de un sistema
Algunos autores consideran que un trabajo es filosófico sólo cuando el asunto de que
versa se organiza en un sistema. Concedemos que es propio, en verdad, de la filosofía tratar
sus temas de un modo sistemático. Más aún, concedemos que no es suficiente descubrir
algunos hechos importantes si no se examinan, además, las relaciones que existen entre ellos,
si no se conectan con otros hechos más generales. En el análisis sistemático de una cosa es
indispensable proceder paso por paso. Pero hay una gran diferencia entre un análisis
sistemático y la edificación de un sistema. Ciertamente, la culminación ideal de un
conocimiento que sea adecuado con el universo requeriría un sistema que se correspondiera
completamente con la arquitectura del universo. Pero esto, como es obvio, sólo podrá ser
alcanzado al término de toda investigación. Dado que lo primero que se nos revela son algunos
rasgos generales y fundamentales del ser, y dado que todo progreso en la investigación de una
cuestión concreta introduce a la vez algunas diferenciaciones generales, es menester
precavernos contra el gran peligro de una sistematización prematura.
Lo importante es darse cuenta de que tan pronta como creamos que de ciertos principios
generales podemos deducir el resto del universo, nos veremos forzados a construir un sistema
que no es conforme con la realidad. Esto es verdad aun en el caso de que los primeros
principios de los que empecemos sean conformes con la realidad.
Tales procedimientos matemáticos (more geométrico en el sentido de Spinoza) no
pueden sino cegarnos a la plenitud del ser, no pueden sino forzamos a pasar por alto los datos
que son completamente nuevos, incluso aquellos que poseen un carácter fundamental. Un
ejemplo famoso es el olvido del dato de la vida por parte de Descartes. Parece increíble que un
hombre que tuvo un conocimiento tan notable de la distinción fundamental entre los seres
corpóreos y los espirituales, pudiera simplemente ignorar el dato primordial de la vida animal.
Descartes decidió negar ese dato porque no podía deducirse ni de la res extensa, ni de la res
cogitans. A pesar de su palpable realidad, lo excluyó con firmeza del dominio del
conocimiento de los seres.
La primacía de la evidencia inmediata
No nos interesa discutir aquí el fracaso del intento de deducir de ciertos principios
generales, o de ideas claras y distintas, todo lo que concierne a estos innumerables hechos
contingentes sobre los que únicamente la experiencia y una investigación experimental de la
realidad pueden darnos información. No es asunto nuestro refutar un racionalismo que,
después de todo, no es defendido hoy por nadie. Estamos, más bien, interesados en la
refutación de todo intento ge deducir el conocimiento filosófico de hechos necesarios e
inteligibles a partir de ciertos principios generales. Deseamos subrayar que existen muchas
esencias inteligibles tan fundamentalmente nuevas que no pueden ser alcanzadas por una
deducción, sino solo y exclusivamente por una intuición originaria. Es claro que para un
hombre ciego es imposible saber qué es un color. Es imposible para nosotros deducir la
esencia del color a partir del concepto de ser corporal y, por tanto, transmitir a una persona
ciega el concepto de color. Pero este no es el único caso en el que no es posible la deducción
de una esencia y se hace necesario apelar a una intuición originaria.
La misma observación es válida para muchos datos primordiales de orden espiritual,
aunque la aprehensión intuitiva no se tome aquí en el sentido de la percepción sensible, como
un ver con los ojos, sino en el sentido de la intuición intelectual, que no es menos inmediata
que una percepción. Es imposible deducir la esencia de la vida, la esencia del tiempo, la del es1
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Mª Jesús Carravilla
pacio, la de la persona, la de las virtudes morales o la esencia de la consciencia del concepto de
ser o de los que han sido llamados primeros principios. Todos estos datos primordiales deben ser
captados, al menos una vez, en una intuición originaria y la prise de conscience filosófica debe
basarse en esta experiencia primera.
(HILDEBRAND, D. von, Etica, Madrid, Encuentro, 1983, p. 25.)
MISERIA Y GRANDEZA DEL HOMBRE. (A)
72. ¿Qué es el hombre en la naturaleza? Una nada frente al infinito, un todo frente a la
nada, un medio entre nada y todo. Infinitamente alejado de comprender los extremos, el fin de
las cosas y su principio le están invenciblemente ocultos en un secreto impenetrable,
igualmente incapaz de ser la nada de donde ha sido sacado y el infinito en que se halla sumido.
347. El hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña
pensante. No hace falta que el universo entero se arme para aplastarlo: un vapor, una gota de
agua bastan para matarlo. Pero aun cuando el universo le aplastara, el hombre seria todavía
más noble que lo que le mata, porque sabe que muere y lo que el universo tiene de ventaja
sobre él; el universo no sabe nada de esto. Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el
pensamiento. Por aquí hemos de levantarnos, y no por el espacio y la duración que no
podemos llenar. Trabajemos, pues, en pensar bien: he aquí el principio de la moral.
358. El hombre no es ni ángel ni bestia y nuestra desgracia quiere que quien pretende
hacer de ángel haga de bestia.
434. ¿Qué quimera es, pues, el hombre? ¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué
sujeto de contradicción, qué prodigio! Juez de todas las cosas, imbécil gusano, depositario de
la verdad, cloaca de incertidumbre y de error, gloria y excrescencia del universo. (...).
Reconoced, pues, soberbios, qué paradoja sois para vosotros mismos. Humillaos, razón impotente; callad, naturaleza imbécil: sabed que el hombre supera infinitamente al hombre y
escuchad de vuestro maestro vuestra verdadera condición, que ignoráis. Escuchad a Dios.
Porque si el hombre jamás hubiese estado corrompido, gozaría de su inocencia, de la verdad y
felicidad con seguridad. Y si el hombre jamás hubiese estado más que corrompido, no tendría
idea ninguna de la verdad ni de la beatitud. Pero, desgraciados de nosotros -y más que si no
tuviésemos grandeza ninguna en nuestra condición- tenemos una idea de la felicidad, y no
podemos llegar a ella; sentimos una imagen de la verdad y no poseemos sino la mentira; incapaces de ignorar absolutamente y de saber ciertamente. ¡Tan manifiesto es que hemos estado
en un grado de perfección del que desgraciadamente hemos caído! Cosa sorprendente, sin
embargo, que el misterio más alejado de nuestro conocimiento, el de la transmisión del pecado
original, sea una cosa sin la cual no podemos tener conocimiento ninguno de nosotros mismos.
(...). Sin este misterio, el más incomprensible de todos, somos incomprensibles a nosotros
mismos. El nudo de nuestra condición se anuda en este abismo; de suerte que el hombre es
más inconcebible sin este misterio que lo que este misterio es inconcebible para el hombre.
PASCAL B., Pensamientos (obra póstuma). (Trad. X. Zubiri) Buenos Aires 1940.
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Mª Jesús Carravilla
LOS CUATRO VALORES QUE MÁS SE COTIZAN
Vivimos en un mundo de cambios trepidantes. Lo que hoy vale y sirve, en un tiempo breve se
diluye y pierde consistencia. En este artículo quiero esclarecer qué son los valores, en qué
consisten y cuáles son hoy los que tienen mejor venta en cualquier mercado. Apostar por
aquello que no pasa, que no tiene fugacidad y que es un terreno sólido, que se adscribe a
aquella sentencia latina: fundata enim erat supra petram: el edificio no se derrumbó porque
estaba edificado sobre piedra, era fuerte, rocoso, consistente.
Se llama valor a todo bien que ayuda a crecer como persona, como ser humano y que
conduce a una mejoría individual que de algún modo nos perfecciona. Esta definición debo
apoyarla con la siguiente afirmación. El bien es lo que todos apetecen, aquello que es capaz de
saciar la más profunda sed de hombre. Preparando estas líneas he hecho una lista de cuáles son
los cuatro valores más representativos hoy, aquellos que llevan la voz cantante. Son estos:
alegría, amistad, integridad y solidaridad. Vamos a ir analizándolos.
La alegría es un estado de ánimo positivo, de contento, de buen tono vital, que tiene dos
notas en su interior. Una, permanente: manifestación habitual de cómo uno se encuentra por
dentro psicológicamente y que responde a un estilo de vida, a una forma de entenderse a sí
mismo y de comprender la realidad. La meta de una correcta educación es la alegría. Es el
lucero del alma. El sentimiento de estar contento con uno mismo porque el proyecto personal
va saliendo adelante a pesar de los mil y un avatares que le han sucedido. También en saber
perdonarse uno sus fallos, carencias, cosas mal enfocadas. La otra nota, transitoria, que es la
consecuencia de haber conseguido algún objetivo por el que uno ha luchado y que finalmente
se ha alcanzado.
Ambas se entrecruzan. Alegrarse es amar. La alegría es contagiosa cuando es verdadera. Y
moverse en ese estado anímico produce en el entorno una atmósfera positiva, atrayente, de
serenidad optimista. Solo es posible la fiesta en una vida donde la alegría está en primer plano:
se disfruta merecidamente de algo agradable que nos saca de lo ordinario. En la alegría hay
balance positivo de uno mismo y ahí se barajan partidas muy distintas, pero salta, emerge,
asoman con nitidez el optimismo, el buen humor, la dicha, la broma, el festejo… Hay tres
estados de cierto parentesco: placer, alegría y felicidad; pues bien, la alegría está por encima
del placer, pero por debajo de la felicidad. La alegría debe ser una de las puertas de entrada
a nuestra intimidad.
La amistad es uno de los platos fuertes del banquete de la vida. Es un sentimiento positivo que
tiene tres ingredientes: afinidad, donación y confidencia. Y todo ello descansa sobre una
estimación recíproca. La amistad es una forma de amor sin sexualidad. A diferencia de lo que
ocurre en el amor. En la amistad hay una mezcla de admiración y seducción. Pero debemos
ser muy realistas y hablar de los grados de amistad: esta secuencia va desde el conocido que
saludamos por la calle o aquel otro con el que nos detenemos unos minutos, pasando por el que
vemos de forma frecuente, al amigo de bastante familiaridad, hasta llegar al amigo íntimo: con
el que nos abrimos de par en par y le dejamos entrar hasta nuestra ciudadela interior y que vea
la verdad de lo que somos y que llega a conocer nuestra vida y milagros. Vamos de la
superficie a la profundidad, de unos mínimos a lo máximo.
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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
Toda amistad íntima es en sus comienzos arriesgada. Pero a la larga produce unos frutos
psicológicos excelentes. Hay cercanía, conversación, desahogo en los momentos difíciles. En una
palabra: trato. Tratarse es buscarse, preocuparse por sus cosas. Uno asiste a la existencia del otro
y viceversa. Y en ese contexto es esencial la discreción: da un sello verdadero a esos
sentimientos compartidos. Por eso, la amistad se hace de confidencias y se deshace con
indiscreciones. El amor es más verdadero a medida que se apoya en una amistad sólida.
En tercer lugar hablo de la integridad. Íntegra es una persona recta, verdadera, auténtica,
que es capaz de introducir en el cóctel de su personalidad una serie de ingredientes diversos
que la hacen completa, total y a la vez honrada, sin doblez. Se trata de alguien que ha sido
capaz de construir una vida manejando bien todos los ingredientes más importantes de la
existencia, con equilibrio y proporción. La persona íntegra es auténtica. Entre su vida
pública y su vida privada hay una buena ecuación, cuadran bien. Una persona así es de fiar
y uno se abre a ella con una paz absoluta, porque sabe que de ese encuentro solo pueden
venirle cosas positivas y enriquecedoras. La integridad es la sencillez de los sabios y la
sabiduría de los santos. Es el secreto de llegar a ser uno mismo, con el corazón ligero y paz,
sin impaciencia, mirando a los demás con amor. Si la sencillez es la virtud de la infancia, la
integridad es la virtud de la madurez.
La solidaridad es uno de los nuevos valores de recambio. Es la virtud social de adherirse a
las causas difíciles de otras personas con la intención de ayudarle. Uno hace causa común con
gente que está atravesando una situación mala, dura, desgraciada y que afecta a su existencia.
Es concordia, fraternidad, compañerismo. Pero el hilo conductor es la generosidad. Lo que
les sucede a esas personas no nos es indiferente. Uno de los rasgos de esta sociedad que nos
ha tocado vivir es el individualismo, que tiene muchos matices y cuya sombra alargada se
quiebra en muchos campos y que es una de las patologías modernas de la libertad.
La solidaridad arranca del hecho de que todos los seres humanos somos iguales y tenemos
las mismas aspiraciones y que es bueno para que la sociedad sea más sana interesarnos en la
medida de lo posible por los que nos rodean, intentando hacer algo por remediar su situación.
El individualista dice «ese es su problema»; es un egoísmo evidente. Y ahí flota la célebre
frase homo homini lupus: el hombre es un lobo para el hombre (Hobbes). Pero aquí hacemos
una llamada a seguir el camino inverso: soy generoso y dedico mi tiempo, mi esfuerzo y mi
aportación hacia esos que sufren porque me siento en humanidad con ellos. Se trata de un acto
de amor que humaniza a la sociedad y nos ayuda a crecer como personas. Y uno se da cuenta
en esas circunstancias: quiero mejorarme a mí mismo, sacar lo mejor que llevo dentro,
olvidarme por un rato de mis cosas y dirigirme hacia ese otro que lo está pasando mal y por el
que yo puedo hacer algo. Solo puede ser solidaria una persona que tiene sentimientos
nobles y que es capaz de dejar a un lado el individualismo, el egoísmo, la competitividad
profesional, y volverse con amor y operatividad hacia el que está sufriendo. Dejamos de ser
una isla y queremos ser un archipiélago unido. Es una reacción desinteresada, defender al
otro, echarle una mano, mirarlo a los ojos e intentar tirar de él. La solidaridad es un
sentimiento superior. Esto significa querer pertenecer al género humano y arrimar el hombro.
Es lo contrario del amor propio. Hemos sido más educados para la exigencia que para la
generosidad. Pero ahí está el reto.
Estos cuatro valores en alza significan haber adquirido una cierta disposición para el bien. Y
eso es una cumbre psicológica que merece la pena escalar. La felicidad no se da en el
superhombre, sino en el hombre verdadero.
Enrique Rojas, catedrático de Psiquiatría.
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Mª Jesús Carravilla
ANTROPOMORFISMO MÍTICO (B)
Teogonía
«Luego que Zeus expulsó del cielo a los Titanes, gigantes que quisieron asaltar el cielo, la
monstruosa Gea, tierra, concibió su hijo más joven, Tifón, huracán, en abrazo amoroso con
Tártaro, infierno, preparado por la adorada, Afrodita, diosa del amor. Sus brazos se ocupaban
en obras de fuerza e incansables eran los pies del violento dios. De sus hombros salían cien
cabezas de serpiente, de terrible dragón adardeando con sus negras lenguas. De los ojos
existentes en las prodigiosas cabezas brotaba ardiente fuego cuando miraba.
Tronos de voz había en aquellas terribles cabezas que dejaban salir un lenguaje variado y
fantástico. Unas veces emitían articulaciones como para entenderse con dioses, otras un sonido
con la fuerza de un toro de potente mugido, bravo e indómito, otras de un león de salvaje furia,
otras igual que los cachorros, maravilla oírlo, y otras silbaba y le hacían eco las montañas.
Y tal vez hubiera realizado una batalla casi imposible aquel día y hubiera reinado entre
mortales é inmortales, de no haber sido tan penetrante la inteligencia del padre de hombres y
dioses. Tronó recientemente y con fuerza y por todas partes resonó la tierra, el ancho cielo
arriba, el ponto, las corrientes del Océano y los abismos de la tierra. Se tambaleaba el alto
Olimpo bajó sus inmortales pies cuando se levantó el soberano y gemía lastimosamente la
tierra.
Un ardiente bochorno se apoderó del ponto de azulados reflejos, producido por ambos y
por el trueno, el relámpago, el fuego imitado por el monstruo, los huracanados vientos y el
fulminante rayo. Hervía la tierra entera, el cielo y el mar; Enormes olas se precipitaban sobre
las costas por todo alrededor bajo el ímpetu de los Inmortales y se originó una conmoción
infinita: Temblaba Hades, señor de los muertos 'que habitan bajo la tierra, y los Títanes que,
sumergidos en el Tártaro, lo más profundo del infierno, rodean a Cronos, (padre de Zeus, a
causa del incesante estruendo y la horrible batalla. Zeus, después de concentrar toda su fuerza
y coger sus armas, el trueno, el relámpago y el flameante rayo, le golpeó saltando desde el
Olimpo y envolvió en llamas todas las prodigiosas cabezas del terrible monstruo.
Luego que le venció fustigándole con sus golpes, cayó aquél de rodillas y gimió la
monstruosa tierra. Fulminado el dios, una violenta llamarada surgió de él cuando cayó entre
los oscuros e inaccesibles barrancos de la montaña. Gran parte de la monstruosa tierra ardía
con terrible humareda y se fundía igual que el estaño cuando por arte de los hombres se
calienta en el bien horadado crisol o el hierro que es mucho más resistente, cuando se le
somete al calor del fuego en los barrancos de las montañas, se funde en el suelo divino por
obra de Hefesto, dios del fuego, hijo de Zeus y de Hera; así entonces fundía la tierra con la
llama del ardiente fuego. Y le hundió, irritado de corazón, en el ancho Tártaro.
Son hijos de Tifón los recios vientos de húmedo soplo, menos Noto, viento del sur
portador de la lluvia, Boreas, viento del norte, Argesteo, viento del este; y Céfiro, viento
suave y apacible del poniente. Estos descienden de los dioses y son de gran utilidad para los
mortales. Las demás brisas soplan caprichosamente sobre el mar: unas dejándose caer en el
ponto sombrío, azote terrible para los mortales, se precipitan en funesto vendaval y, unas veces
en un lugar, otras en otro, con sus ráfagas destruyen las naves y hacen perecer a los
navegantes. No hay escape del mal para los. hombres que se topan con ellas en el ponto.
Otras en cambio, a lo largo de la tierra sin límite cubierta de flores, arrasan los deliciosos
campos de los hombres nacidos en el suelo, llenándolos de polvo y de atroz confusión.
Luego que los dioses bienanturados terminaron sus fatigas y por la fuerza decidieron con
los Titanes sus privilegios, ya entonces, por indicación de Gea animaron a Zeus Olímpico de
amplia mirada para que reinara y fuera soberano de los Inmortales. Y él les distribuyó bien las
dignidades.»
HESIODO, Teogonía, 820-885
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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
Cosmogonía
«¡Salud, hijas de Zeus! (el poeta se está dirigiendo a las musas). Otorgadme el hechizo
de vuestro canto. Celebrad la estirpe sagrada de los sempiternos Inmortales, los que, nacieron
de Gea, tierra, y del estrellado Urano, cielo, los que nacieron de la tenebrosa Noche y los
que crió el salobre Ponto, mar de la tierra. Decid también cómo nacieron al comienzo los
dioses, la tierra, los ríos, el ilimitado ponto de agitadas olas y, allí arriba, los relucientes astros
y el anchuroso cielo. Y los descendientes de aquéllos dioses dadores de bienes, cómo se
repartieron la riqueza, cómo se dividieron los honores y cómo además, por primera vez,
habitaron el muy abrupto Olimpo. Inspiradme esto, Musas que desde un principio, habitáis
las mansiones olímpicas, y decidme lo que hubo antes de aquéllos.
En primer lugar existió el Caos, abertura que contenía en sí todas las cosas en forma
confusa. Después Gea, tierra, la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los
Inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo. En el fondo de la tierra de anchos
caminos existió el tenebroso Tártaro, infierno. Por último, Eros, amor, el más hermoso entre
los dioses inmortales; que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los
hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos.
Del Caos surgieron Erebo, averno o lugar de tinieblas bajo el suelo, y la negra
Noche. De la Noche a su vez nacieron el Eter, lugar de donde sale la luz en la bóveda celeste,
y el Día, a los que alumbró preñada en contacto amoroso con Erebo.
Gea alumbró primero al estrellado Urano, cielo, con sus mismas proporciones, para que
la contuviera por todas partes y poder ser así sede segura para los felices dioses. También dio a
luz a las grandes Montañas, deliciosa morada de diosas, las Ninfas, que habitan en los
boscosos montes. Ella igualmente parió al estéril piélago de agitadas olas, el Ponto, sin
mediar el grato comercio.»
HESIODO Teogonía, 104-131
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Mª Jesús Carravilla
ANTROPOLOGÍA PLATÓNICA (B)
El mito del carro alado
1.Exposición del mito en el que se representa el alma como realidad compuesta en su
existencia suprasensible.
«Sobre su inmortalidad, pues, basta con lo dicho. Acerca de su idea debe decirse lo
siguiente: descubrir cómo es el alma seria cosa de una investigación en todos los sentidos y
totalmente divina, además de larga; pero decir a qué es semejante puede ser el objeto de una
investigación humana y más breve; procedamos, por consiguiente, así. Es, pues, semejante el
alma a cierta fuerza natural que mantiene unidos un carro y su auriga, sostenidos por alas. Los
caballos y aurigas de los dioses son todos ellos buenos y constituidos de buenos elementos;
los de los demás están mezclados. En primer lugar, tratándose de nosotros, el conductor guía
una pareja de caballos; después, de los caballos, el uno es hermoso, bueno y constituido de
elementos de la misma índole; el otro está constituido de elementos contrarios y es él mismo
contrario. En consecuencia, en nosotros resulta necesariamente dura y difícil la conducción.
Hemos de intentar ahora decir cómo el ser viviente ha venido a llamarse 'mortal' e
'inmortal'.
Toda alma está al cuidado de lo que es inanimado, y recorre todo el cielo, revistiendo
unas veces una forma y otras otra. Y así, cuando es perfecta y alada vuela por las alturas y
administra todo el mundo; en cambio, la que ha perdido las alas es arrastrada hasta que se
apodera de algo sólido donde se establece tomando un cuerpo terrestre que parece moverse a sí
mismo a causa de la fuerza de aquella, y este todo, alma y cuerpo unidos, se llama ser
viviente y tiene el sobrenombre de mortal. En cuanto al inmortal, no hay ningún
razonamiento que nos permita explicarlo racionalmente; pero, no habiéndola visto ni
comprendido de un modo suficiente, nos forjamos de la divinidad una idea representándonosla
como un ser viviente inmortal, con alma y cuerpo naturalmente unidos por toda la eternidad.
Esto, sin embargo, que sea y se exponga como agrade a la divinidad.»
2. La caida del 'auriga', motivada por la desobediencia del corcel indócil.
«La fuerza del ala consiste, naturalmente, en llevar hacia arriba lo pesado, elevándose
por donde habita la raza de los dioses, y así es, en cierto modo, de todo lo relacionado con el
cuerpo, lo que en más alto grado participa de lo divino. Ahora bien: lo divino es hermoso,
sabio, bueno, y todo lo que es de esta índole; esto es, pues, lo que más alimenta y hace crecer
las alas; en cambio, lo vergonzoso, lo malo, y todas las demás cosas contrarias a aquellas, las
consume y las hace perecer. Pues bien: el gran jefe del cielo, Zeus, dirigiendo su carro
alado, marcha el primero, ordenándolo todo y cuidándolo. Le sigue un ejército de dioses y
demonios ordenado en once divisiones, pues Hestia queda en la casa de los dioses, sola. Todos
los demás clasificados en el número de los doce y considerados como dioses directores van al
frente de la fila que a cada uno ha sido asignada. Son muchos en verdad, y beatíficos, los
espectáculos que ofrecen las rutas del interior del cielo que la raza de los bienaventurados
recorre llevando a cabo cada uno su propia misión, y los sigue el que persevera en el querer
y en el poder, pues la Envidia está fuera del coro de los dioses. Ahora bien: siempre que
van al banquete y al festín marchan hacia las regiones escarpadas que conducen a la cima de
la bóveda del cielo. Por allí, los carros de los dioses, bien equilibrados y dóciles a las riendas,
marchan fácilmente, pero los otros con dificultad, pues el caballo que tiene mala constitución
es pesado e inclina hacia la tierra y fatiga al auriga que no lo ha alimentado
convenientemente.»
(PLATÓN, Fedro, 247 a.)
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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
CONDUCTAS BELLAS, SABERES BELLOS
«Intenta con todas las fuerzas de las que seas capaz -continuó- aplicar tu mente a lo que vaya decirte.
Quien ha sido guiado hasta aquí en el camino del Amor, tras considerar las cosas bellas sucesivamente
y con el orden adecuado, acercándose ya al término final de los negocios del Amor, alcanzará
súbitamente la visión de una Belleza admirable en su ser, aquella Belleza que constituye, Sócrates, el
fin de todos los esfuerzos anteriores: que, en primer lugar, es eterna y no se genera ni se corrompe ni
aumenta ni disminuye y que, además, no es bella por un lado y fea por otro, ni lo es a veces y a veces
no, ni bella respecto de esto y fea respecto de lo otro, ni bella aquí y fea allá, de modo que para unos
resulte bella y para otros fea. Esta Belleza no se le presentará como la imagen de un rostro o de unas
manos o de ninguna otra cosa de naturaleza corporal ni tampoco como un razonamiento o como una
ciencia ni tampoco como algo realizado en algo distinto de ella misma -por ejemplo, en un ser vivo, en
la tierra, en el firmamento o en lo que sea- sino que se le presentará en sí misma y por sí misma, [ ... ]
como una esencia única; por su parte, todas las demás cosas bellas participan de ella y lo hacen de tal
modo que para nada repercute en ésta la generación y corrupción de aquéllas: no resulta aumentada ni
disminuida ni afectada en absoluto. Así pues, cuando tras elevarse a partir de las cosas bellas [ ... ]
comienza uno a contemplar aquella Belleza, ya se está alcanzando realmente el objetivo final. Conque
en esto consiste el avanzar --o ser conducido por otro- adecuadamente en los asuntos del Amor: en
partir de las cosas bellas de este mundo y con el objetivo final puesto en aquella Belleza ascender
siempre, sirviéndose como de peldaños, de uno sólo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los
cuerpos bellos a las conductas bellas y de las conductas a los saberes bellos hasta concluir desde los
saberes en aquel saber que no es saber de otro objeto que de la Belleza misma y cuya culminación
consiste en el conocimiento de la esencia misma de la Belleza.»
Platón El Banquete
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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
ANTROPOLOGÍA ARISTOTÉLICA (B) Naturaleza y partes de la sociedad.
«Toda ciudad o estado es, como podemos ver, una especie de comunidad, y toda
comunidad se ha formado teniendo como fin un determinado bien -ya que todas las acciones de
la especie humana en su totalidad se hacen con la vista puesta en algo que los hombres creen
ser un bien- Es, por tanto, evidente que, mientras que todas las comunidades tienden a algún
bien, la comunidad superior a todas y que incluye en sí todas las demás debe hacer esto en un
grado supremo por encima de todas, y aspira al más alto de todos los bienes; y esa es la
comunidad llamada Estado, la asociación política. Aquellos, pues, que piensan que la
naturaleza del hombre de estado, del monarca, del administrador o del jefe de familia es la
misma, se equivocan; ellos imaginan que la diferencia que hay entre estas varias formas de
autoridad es la que hay entre los números grandes y los pequeños, no hay diferencia específica;
es decir, creen que el que gobierna sobre un grupo reducido de gente es un jefe de familia;
que si es un poco mayor ese grupo, es un administrador, y que por encima está aún el
gobernador o el monarca, como si no hubiera ninguna diferencia entre una familia grande y
una ciudad pequeña; y asimismo, en lo que se refiere al jefe de un Estado y a un monarca,
creen que el que gobierna como cabeza única es un rey, y que aquel que, aunque su gobierno
siga los principios de la ciencia de la monarquía, gobierna y es gobernado alternativamente o
por turno, es un hombre de estado; esos puntos de vista, sin embargo, no son verdaderos. La
prueba de que esto es como afirmamos se hará patente si examinamos la cuestión de acuerdo
con nuestro método habitual y regular de investigación. En cualquier otra materia es necesario
analizar el todo compuesto hasta sus elementos simples -ya que estas son las partes más
pequeñas del todo-; eso mismo hay que hacer con el estado: examinando los elementos de
que él se compone, discerniremos mejor, por relación con esto, cuál es la diferencia que hay
entre las diversas especies de gobernadores, y veremos si es posible obtener algo de
precisión científica en relación con los varios juicios hechos arriba.»
(ARlSTÓTELES, Política, I, 1.)
Tipos de sociedades.
«En este tema, como en los demás, el mejor método de investigación es estudiar las
cosas en el proceso de su desarrollo desde el comienzo. Así, pues, la primera unión de
personas a que da origen la necesidad es la que se da entre aquellos seres que son incapaces de
vivir el uno sin el otro, es decir, es la unión del varón y la hembra para la continuación de
la especie y eso no por un propósito deliberado, sino porque en el hombre, igual que en los
demás animales y las plantas, hay un instinto natural que desea dejar tras de sí otro ser de la
misma clase que uno mismo, y la unión del que naturalmente es gobernante y del que
naturalmente es súbdito, pues el que es capaz de prever las cosas con su mente naturalmente
es gobernador y señor o jefe, y el que es capaz de hacer esas cosas con su cuerpo es
naturalmente súbdito y esclavo; por eso este señor y este esclavo tienen un interés común ...
Por otra parte, la comunidad primaria constituida por varias familias para satisfacción
de las necesidades meramente cotidianas es el pueblo. El pueblo o aldea, según la explicación
más natural, parece ser una colonia de una familia, formada por los que algunos llaman
'compañeros de leche', hijos e hijos de los hijos...
Finalmente, la comunidad compuesta de varios pueblos o aldeas es la ciudad-estado.
Esa ha conseguido al fin el límite de una autosuficiencia virtualmente completa, y así,
habiendo comenzado a existir simplemente para proveer la vida, existe actualmente para
atender a una vida buena. De aquí que toda ciudad-estado existe por naturaleza en la misma
medida en que existe naturalmente la primera de las comunidades; la ciudad-estado, en
efecto, es el fin de las otras comunidades, y la naturaleza es un fin, ya que aquello que es
cada cosa, una vez ha completado su desarrollo decimos que es su naturaleza, de un hombre,
por ejemplo; de un caballo, una familia. Por otra parte, el motivo por el cual una cosa existe,
su fin, es su bien principal; y la autosuficiencia es un fin y un bien importante y capital.»
(ARlSTÓTELES, Política, I, 1.)
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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
Origen natural de la sociedad.
«Según esto, pues, es evidente que la ciudad-estado es una cosa natural y que el hombre
es por naturaleza un animal político o social; y un hombre que por naturaleza y no
meramente por el azar es apolítico o insociable, o bien es inferior en la escala de la humanidad
o bien está por encima de ella... Y la razón por la que el hombre es un animal político en
mayor grado que cualquier abeja o cualquier animal gregario es algo evidente. La Naturaleza,
en efecto, según hemos dicho, no hace nada sin un fin determinado; y el hombre es el único
entre los animales que posee el don del lenguaje. La simple voz, es verdad, puede indicar pena
y placer y, por tanto, la poseen también los demás animales ya que su naturaleza se ha
desarrollado hasta el punto de tener sensaciones de lo que es penoso o agradable y de poder
significar esto los unos a los otros; pero el lenguaje tiene el fin de indicar lo provechoso y lo
nocivo y, por consiguiente, también lo justo y lo injusto, ya que es particular propiedad del
hombre, que lo distingue de los demás animales, el ser el único que tiene la percepción del
bien y del mal, de lo justo y lo injusto y de las demás cualidades morales, y es la
comunidad y participación en estas cosas lo que hace una familia y una ciudad-estado.»
(ARlSTÓTELES, Política, I, 1.)
La sociedad es anterior a la familia y al individuo, puesto que el todo (sociedad) es
anterior a la parte (individuo).
«De esta manera también la ciudad-estado es anterior en la naturaleza a la familia y a
cada uno de nosotros individualmente. El todo, en efecto, debe ser necesariamente anterior
a la parte, porque, cuando se destruye el cuerpo total, el pie o la mano no existen más que en
un sentido equivoco, un sentido análogo al que empleamos cuando hablamos de una mano
esculpida en la piedra, como si fuera realmente una mano; porque una mano en tales
circunstancias será una mano despojada o corrompida, y todas las cosas se definen por su
función y capacidad (...) Es evidente, por tanto, que también el estado es anterior al
individuo por naturaleza, pues si cada individuo, una vez separado o aislado, no se basta a sí
mismo, debe ser referido al estado total, igual que las demás partes lo son a su modo, mientras
que un hombre que es incapaz de entrar a formar parte de una comunidad, o que se basta a sí
mismo hasta el extremo de no necesitar esto, no es parte alguna del estado, de manera que o
bien debe ser un animal inferior o bien un dios.»
(ARlSTÓTELES, Política, I, 1.)
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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
NOVEDAD DEL CRISTIANISMO EN LA ANTROPOLOGÍA
DEUS CARITAS EST
(B)
« Eros » y « agapé », diferencia y unidad
3. Los antiguos griegos dieron el nombre de eros al amor entre hombre y mujer, que no nace
del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano. Digamos
de antemano que el Antiguo Testamento griego usa sólo dos veces la palabra eros, mientras
que el Nuevo Testamento nunca la emplea: de los tres términos griegos relativos al amor —
eros, philia (amor de amistad) y agapé—, los escritos neotestamentarios prefieren este último,
que en el lenguaje griego estaba dejado de lado. El amor de amistad (philia), a su vez, es
aceptado y profundizado en el Evangelio de Juan para expresar la relación entre Jesús y sus
discípulos. Este relegar la palabra eros, junto con la nueva concepción del amor que se expresa
con la palabra agapé, denota sin duda algo esencial en la novedad del cristianismo,
precisamente en su modo de entender el amor. En la crítica al cristianismo que se ha
desarrollado con creciente radicalismo a partir de la Ilustración, esta novedad ha sido valorada
de modo absolutamente negativo. El cristianismo, según Friedrich Nietzsche, habría dado de
beber al eros un veneno, el cual, aunque no le llevó a la muerte, le hizo degenerar en vicio.[1]
El filósofo alemán expresó de este modo una apreciación muy difundida: la Iglesia, con sus
preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida? ¿No
pone quizás carteles de prohibición precisamente allí donde la alegría, predispuesta en nosotros
por el Creador, nos ofrece una felicidad que nos hace pregustar algo de lo divino?
4. Pero, ¿es realmente así? El cristianismo, ¿ha destruido verdaderamente el eros? Recordemos
el mundo precristiano. Los griegos —sin duda análogamente a otras culturas— consideraban el
eros ante todo como un arrebato, una « locura divina » que prevalece sobre la razón, que
arranca al hombre de la limitación de su existencia y, en este quedar estremecido por una
potencia divina, le hace experimentar la dicha más alta. De este modo, todas las demás
potencias entre cielo y tierra parecen de segunda importancia: « Omnia vincit amor », dice
Virgilio en las Bucólicas —el amor todo lo vence—, y añade: « et nos cedamus amori »,
rindámonos también nosotros al amor.[2] En el campo de las religiones, esta actitud se ha
plasmado en los cultos de la fertilidad, entre los que se encuentra la prostitución « sagrada »
que se daba en muchos templos. El eros se celebraba, pues, como fuerza divina, como
comunión con la divinidad.
A esta forma de religión que, como una fuerte tentación, contrasta con la fe en el único Dios, el
Antiguo Testamento se opuso con máxima firmeza, combatiéndola como perversión de la
religiosidad. No obstante, en modo alguno rechazó con ello el eros como tal, sino que declaró
guerra a su desviación destructora, puesto que la falsa divinización del eros que se produce en
esos casos lo priva de su dignidad divina y lo deshumaniza. En efecto, las prostitutas que
en el templo debían proporcionar el arrobamiento de lo divino, no son tratadas como seres
humanos y personas, sino que sirven sólo como instrumentos para suscitar la « locura
divina »: en realidad, no son diosas, sino personas humanas de las que se abusa. Por eso, el
eros ebrio e indisciplinado no es elevación, « éxtasis » hacia lo divino, sino caída,
degradación del hombre. Resulta así evidente que el eros necesita disciplina y purificación
para dar al hombre, no el placer de un instante, sino un modo de hacerle pregustar en cierta
manera lo más alto de su existencia, esa felicidad a la que tiende todo nuestro ser.
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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
DEUS CARITAS EST (B)
5. En estas rápidas consideraciones sobre el concepto de eros en la historia y en la actualidad
sobresalen claramente dos aspectos. Ante todo, que entre el amor y lo divino existe una
cierta relación: el amor promete infinidad, eternidad, una realidad más grande y
completamente distinta de nuestra existencia cotidiana. Pero, al mismo tiempo, se constata que
el camino para lograr esta meta no consiste simplemente en dejarse dominar por el instinto.
Hace falta una purificación y maduración, que incluyen también la renuncia. Esto no es
rechazar el eros ni « envenenarlo », sino sanearlo para que alcance su verdadera grandeza.
Esto depende ante todo de la constitución del ser humano, que está compuesto de cuerpo y
alma. El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima; el
desafío del eros puede considerarse superado cuando se logra esta unificación. Si el hombre
pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia
meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si, por el contrario, repudia el
espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una realidad exclusiva, malogra
igualmente su grandeza. El epicúreo Gassendi, bromeando, se dirigió a Descartes con el
saludo: « ¡Oh Alma! ». Y Descartes replicó: « ¡Oh Carne! ».[3] Pero ni la carne ni el
espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual
forman parte el cuerpo y el alma. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una
unidad, el hombre es plenamente él mismo. Únicamente de este modo el amor —el eros—
puede madurar hasta su verdadera grandeza.
Hoy se reprocha a veces al cristianismo del pasado haber sido adversario de la corporeidad y,
de hecho, siempre se han dado tendencias de este tipo. Pero el modo de exaltar el cuerpo que
hoy constatamos resulta engañoso. El eros, degradado a puro « sexo », se convierte en
mercancía, en simple « objeto » que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo
se transforma en mercancía. En realidad, éste no es propiamente el gran sí del hombre a su
cuerpo. Por el contrario, de este modo considera el cuerpo y la sexualidad solamente como la
parte material de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador. Una parte,
además, que no aprecia como ámbito de su libertad, sino como algo que, a su manera, intenta
convertir en agradable e inocuo a la vez. En realidad, nos encontramos ante una degradación
del cuerpo humano, que ya no está integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia,
ni es expresión viva de la totalidad de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente
biológico. La aparente exaltación del cuerpo puede convertirse muy pronto en odio a la
corporeidad. La fe cristiana, por el contrario, ha considerado siempre al hombre como uno
en cuerpo y alma, en el cual espíritu y materia se compenetran recíprocamente, adquiriendo
ambos, precisamente así, una nueva nobleza. Ciertamente, el eros quiere remontarnos « en
éxtasis » hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso
necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación.
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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
ANTROPOLOGÍA Y MODERNIDAD
LOS EFECTOS DEL RACIONALISMO
(C)
“Nuestra esperanza en el porvenir de la especie humana puede reducirse a tres puntos
importantes: la destrucción de la desigualdad entre las naciones, los progresos de la igualdad
dentro de un mismo pueblo, y, en fin, el perfeccionamiento real del hombre.
Llegará pues el día en que el sol no alumbrará en la tierra más que a hombres
libres, que no reconozcan a otro señor que su propia razón (...).
Con una buena elección tanto de los conocimientos como de los métodos para
enseñarlos, se puede instruir a todo un pueblo de todo lo que cada hombre necesita saber sobre
la economía doméstica, la administración de sus negocios, el desarrollo de sus facultades, el
conocimiento de sus derechos (...), para ser dueño de sí mismo.
La igualdad de la instrucción corregiría la desigualdad de las facultades, lo mismo que
una legislación previsora disminuiría la desigualdad de riquezas. Aceleraría el progreso de las
ciencias y de las artes creándole un medio favorable y multiplicando los artesanos (...). El
efecto sería el crecimiento del bienestar para todos.”
CONDORCET, Nicolás. Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu
humano. 1793.
LA MECANIZACIÓN DEL TRABAJO
“El progreso más importante en las facultades productivas del trabajo, y gran parte de
la aptitud, destreza y sensatez con que éste se aplica o dirige, por doquier, parecen ser
consecuencia de la división del trabajo (…).
Los efectos de la división del trabajo en los negocios generales de la sociedad se
entenderán más fácilmente considerando la manera como opera en algunas manufacturas (…).
Tomemos como ejemplo una manufactura de poca importancia (…) la de fabricar alfileres.
Un obrero que no haya sido adiestrado en esta clase de tarea (…) y que no esté acostumbrado
(…) a manejar la maquinaria que en él se utiliza (…), por más que trabaje, apenas podría
hacer un alfiler al día, y desde luego no podría confeccionar más de veinte. Pero dada la
manera como se practica hoy en día la fabricación de alfileres, no sólo la fabricación misma
constituye un oficio aparte, sino que está dividida en varios ramos, la mayor parte de los cuales
también constituyen otros tantos oficios distintos.
En todas las demás manufacturas y artes los efectos de la división del trabajo son muy
semejantes a los de este oficio poco complicado, aún cuando en muchas de ellas el trabajo no
puede ser objeto de semejante subdivisión y reducirse a una tal simplicidad de operación. (…)
Debido a la división del trabajo, toda su atención se concentra, naturalmente, en un solo y
simple objeto. Naturalmente, puede esperarse que uno u otro de cuantos se emplean en cada
una de las ramas del trabajo, encuentre pronto el método más fácil y rápido de ejecutar la tarea,
si la naturaleza de la obra lo permite. (…)
Esto no quiere decir, sin embargo, que todos los adelantos en la maquinaria hayan sido
inventados por quienes tuvieron la oportunidad de usarlas”
SMITH, Adam. La Riqueza de las Naciones, 1776.
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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
RESPUESTA A LA PREGUNTA: ¿QUÉ ES LA ILUSTRACIÓN?
(C)
La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. El mismo es culpable de
ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la
dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no
yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con
independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere audet¡ ¡Ten valor de servirte de tu
propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración.
La mayoría de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás
de conducción ajena (naturaliter maiorennes), permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la
vida, debido a la pereza y la cobardía. Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores.
¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que
reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente,
no necesitaré del propio esfuerzo. Con sólo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro
tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea. Como la mayoría de los hombres (y entre ellos la
totalidad del bello sexo) tienen por muy peligroso el paso a la mayoría de edad, fuera de ser
penoso, aquellos tutores ya se han cuidado muy amablemente de tomar sobre sí semejante
superintendencia. Después de haber atontado sus reses domesticadas, de modo que estas
pacíficas criaturas no osan dar un solo paso fuera de ras andaderas en que están metidas, les
mostraron el riesgo que las amenaza si intentan marchar solas. Lo cierto es que ese riesgo no
es tan grande, pues después de algunas caídas habrían aprendido a caminar; pero los ejemplos
de esos accidentes por lo común producen timidez y espanto, y alejan todo ulterior intento de
rehacer semejante experiencia.
Por tanto, a cada hombre individual le es difícil salir de la minoría de edad, casi
convertida en naturaleza suya; inclusive, le ha cobrado afición. Por el momento es realmente
incapaz de servirse del propio entendimiento, porque jamás se le deja hacer dicho ensayo. Los
grillos que atan a la persistente minoría de edad están dados por reglamentos y fórmulas:
instrumentos mecánicos de un uso racional, o mejor de un abuso de sus dotes naturales. Por no
estar habituado a los movimientos libres, quien se desprenda de esos grillos quizá diera un
inseguro salto por encima de alguna estrechísima zanja. Por eso, sólo son pocos los que, por
esfuerzo del propio espíritu, logran salir de la minoría de edad y andar, sin embargo, con
seguro paso.
Pero, en cambio, es posible que el público se ilustre a sí mismo, siempre que se le deje en
libertad; incluso, casi es inevitable. En efecto, siempre se encontrarán algunos hombres que
piensen por sí mismos, hasta entre los tutores instituidos por la confusa masa. Ellos, después
de haber rechazado el yugo de la minoría de edad, ensancharán el espíritu de una estimación
racional del propio valor y de la vocación que todo hombre tiene: la de pensar por sí mismo.
Notemos en particular que con anterioridad los tutores habían puesto al público bajo ese yugo,
estando después obligados a someterse al mismo. Tal cosa ocurre cuando algunos, por sí
mismos incapaces de toda ilustración, los incitan a la sublevación: tan dañoso es inculcar
prejuicios, ya que ellos terminan por vengarse de los que han sido sus autores o propagadores.
Luego, el público puede alcanzar ilustración sólo lentamente. Quizá por una revolución
sea posible producir la caída del despotismo personal o de alguna opresión interesada y
ambiciosa; pero jamás se logrará por este camino la verdadera reforma del modo de pensar,
sino que surgirán nuevos prejuicios que, como los antiguos, servirán de andaderas para la
mayor parte de la masa, privada de pensamiento.
KANT, Respuesta a la pregunta ¿Qué es Ilustración?
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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
LA MUERTE DE DIOS
(C)
“¿No oísteis hablar de aquel loco que en pleno día corría por la plaza pública con una
linterna encendida, gritando sin cesar: ¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!? Como estaban presentes
muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron a risa. -¿Se te ha extraviado?, decía uno. ¿Se ha perdido como un niño?, preguntaba otro. -¿Se ha escondido?, ¿tiene miedo de nosotros?
¿se ha embarcado? ¿ha emigrado? Y a estas preguntas acompañaban risas en el corro. El loco
se encaró con ellos, y clavándoles la mirada, exclamó: ‘¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir.
Le hemos matado; vosotros y yo, todos somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido
hacerlo? ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte?
¿Qué hemos hecho después de desprender a la tierra de la cadena de su sol? ¿Dónde la
conducen ahora sus movimientos? ¿A dónde la llevan los nuestros? ¿Es que caemos sin cesar?
¿Vamos hacia delante, hacia atrás, hacia algún lado, erramos en todas direcciones? ¿Hay
todavía un arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita? ¿Nos persigue el vacío con su
aliento? ¿No sentimos frío? ¿No veis de continuo acercarse la noche, cada vez más cerrada?
¿Necesitamos encender las linternas antes de mediodía? ¿No oís el rumor de los sepultureros
que entierran a Dios? ¿No percibimos aún nada de la descomposición divina?...
Los dioses también se descomponen. ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y
nosotros le dimos muerte! ¡Cómo consolarnos, nosotros, asesinos entre los asesinos! Lo más
sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro
cuchillo. ¿Quién borrará esa mancha de sangre? ¿Qué agua servirá para purificarnos? ¿Qué
expiaciones, qué ceremonias sagradas tendremos que inventar? La grandeza de este acto, no es
demasiado grande para nosotros? ¿Tendremos que convertirnos en dioses o al menos que
parecer dignos de los dioses? Jamás hubo acción más grandiosa, y los que nazcan después de
nosotros pertenecerán, a causa de ella, a una historia más elevada que lo fue nunca historia
alguna’. Al llegar a este punto, calló el loco y volvió a mirar a sus oyentes; también ellos
callaron, mirándole con asombro. Luego tiró al suelo la linterna, de modo que se apagó y se
hizo pedazos. ‘Vine demasiado pronto –dijo él entonces-; mi tiempo no es aún llegado. Ese
acontecimiento inmenso está todavía en camino, viene andando; mas aún no ha llegado a los
oídos de los hombres. Han menester tiempo el relámpago y el trueno, la luz de los astros ha
menester tiempo; lo han menester los actos, hasta después de realizados, para ser vistos y
entendidos. Ese acto está todavía más lejos de los hombres que la estrella más lejana. ¡Y sin
embargo ellos lo han ejecutado!’ Se añade que el loco penetró el mismo día en muchas iglesias
y entonó su Requiem aeternam deo. Expulsado y preguntado por qué lo hacía, contestaba
siempre lo mismo: ‘¿De qué sirven estas iglesias, si no son los sepulcros y los monumentos de
Dios?’”
F. Nietzsche. La gaya ciencia, Buenos Aires, 1967, p.105.
VOLUNTAD DE PODER. SUPERHOMBRE.
«¿Qué es bueno? - Todo lo que eleva el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el
poder mismo en el hombre.
¿Qué es malo? - Todo lo que procede de la debilidad.
¿Qué es felicidad? - El sentimiento de que el poder crece, de que una resistencia queda
superada.
No apaciguamiento, sino más poder; no paz ante todo, sino guerra; no virtud, sino vigor
(virtud al estilo del Renacimiento, virtud, virtud sin moralina).
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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
Los débiles y malogrados deben perecer: artículo primero de nuestro amor a los hombres. Y
además se debe ayudarlos a perecer.
¿Qué es más dañoso que cualquier vicio? - La compasión activa con todos los malogrados y
débiles - el cristianismo.»
(Friedrich NIETZSCHE, El Anticristo, 1888.)
EXISTENCIALISMO. SUICIDIO
«No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la
vida vale o no la pena de ser vivida es responder a la cuestión fundamental de la filosofía. Lo
demás -si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías- viene
después. Lo demás es juego: hay antes que responder a la otra cuestión. Y si es verdad, como
dice Nietzsche, que el filósofo, para ser digno de que se lo tenga en cuenta, debe predicar con
el ejemplo, bien se ve cuál es la importancia de esa respuesta: va a preceder al gesto
definitivo.»
(Albert CAMUS, El mito de Sísifo, 1942)
“YO LO ODIABA TODO”
Cuando era adolescente, una amiga mía se quitó la vida a los quince años porque no pudo
soportar lo que le rodeaba. Dejó una nota que decía: "Soy una persona muy mala", cuando era
una criatura de corazón extraordinariamente puro, que no sufría la mentira, y que jamás pudo
mentirse a sí misma. Aquella muchacha se quitó la vida al descubrir que no vivía como hubiera
debido hacerlo y porque de alguna manera tenía que romper el vacío que le rodeaba y
encontrar la luz. Pero no encontró el verdadero camino... Hoy, veinte años después de su
muerte, yo puedo expresar lo mismo en un lenguaje cristiano. Mi amiga había descubierto su
condición de pecadora. Había descubierto una verdad fundamental, a saber: que el hombre es
débil e imperfecto, pero no alcanzó a conocer la otra verdad, aún más importante, que Dios
puede salvar al hombre, arrancarlo de su condición de caído y sacarlo de las tinieblas más
impenetrables. De esa esperanza nadie le había hablado, y murió oprimida por la
desesperación.
Personalmente no podía compararme con mi amiga en sus dotes espirituales. Yo vivía
como una bestezuela acorralada y furiosa, sin erguirme jamás y sin levantar la cabeza, sin
hacer intento alguno por comprender o decidir algo. En las redacciones escolares escribía como era de ley- que amaba a mi patria, a Lenin ya mi madre, pero eso era pura y llanamente
una mentira. Desde mi infancia odié todo lo que me rodeaba; odiaba a las personas con sus
minúsculas preocupaciones y angustias, más aún me repugnaban; odiaba a mis padres que en
nada se diferenciaban de todos los demás, y que se habían convertido en mis progenitores por
pura casualidad. Oh, sí, yo enloquecía de rabia al pensar que, sin deseo alguno de mi parte, y
de modo totalmente absurdo, me habían traído al mundo. Odiaba hasta la naturaleza con su
ritmo eternamente repetido y aburrido, verano, otoño, invierno... Lo único que yo amaba era la
soledad absoluta.
Más tarde, cuando ya supe leer, me parapetaba tras los libros... Sólo en ellos se vive sin
angustia, sin postergaciones, engaños, y atropellos, sólo en los libros no se vive en una mentira
permanente...
El desprecio que alentaba en mi interior, no fue obstáculo, sin embargo, para que
externamente pasase por una niña tranquila y con éxito, que siempre destacaba por sus logros
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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
especiales, alabada por los profesores y querida por los compañeros. Naturalmente yo no me daba
cuenta de lo incoherente de mi conducta, mi razón y mi conciencia callaban.
Nadie me había dicho que el amor está por encima de todo y en la escuela, por supuesto,
sólo se fomentaban las cualidades externas y "combativas". Con esto se reforzó más mi
orgullo, floreciendo plenamente. Mi meta fue entonces ser más inteligente, más capaz, más
fuerte que los demás. Pero nadie me dijo nunca que el valor supremo de la vida no está en
superar a los otros, en vencerlos, sino en amarlos. Amar hasta la muerte, como únicamente lo
hiciera el Hijo del hombre, al que nosotros todavía no conocíamos.
Es bien sabido que mi generación dio muchísimos seguidores intento alguno por
comprender o decidir algo. En las redacciones escolares escribía -como era de ley- que amaba
a mi patria, a Lenin ya mi madre, pero eso era pura y llanamente una mentira. Desde mi
infancia odié todo lo que me rodeaba; odiaba a las personas con sus minúsculas
preocupaciones y angustias, más aún me repugnaban; odiaba a mis padres que en nada se
diferenciaban de todos los demás, y que se habían convertido en mis progenitores por pura
casualidad. Oh, sí, yo enloquecía de rabia al pensar que, sin deseo alguno de mi parte, y de
modo totalmente absurdo, me habían traído al mundo. Odiaba hasta la naturaleza con su ritmo
eternamente repetido y aburrido, verano, otoño, invierno... Lo único que yo amaba era la
soledad absoluta.
Más tarde, cuando ya supe leer, me parapetaba tras los libros... Sólo en ellos se vive sin
angustia, sin postergaciones, engaños, y atropellos, sólo en los libros no se vive en una mentira
permanente...
El desprecio que alentaba en mi interior, no fue obstáculo, sin embargo, para que
externamente pasase por una niña tranquila y con éxito, que siempre destacaba por sus logros
especiales, alabada por los profesores y querida por los compañeros. Naturalmente yo no me
daba cuenta de lo incoherente de mi conducta, mi razón y mi conciencia callaban.
Nadie me había dicho que el amor está por encima de todo y en la escuela, por supuesto,
sólo se fomentaban las cualidades externas y "combativas". Con esto se reforzó más mi
orgullo, floreciendo plenamente. Mi meta fue entonces ser más inteligente, más capaz, más
fuerte que los demás. Pero nadie me dijo nunca que el valor supremo de la vida no está en
superar a los otros, en vencerlos, sino en amarlos. Amar hasta la muerte, como únicamente lo
hiciera el Hijo del hombre, al que nosotros todavía no conocíamos.
Es bien sabido que mi generación dio muchísimos seguidores de Nietzsche. A Nietzsche
lo leí cuando tenía diecinueve años (mientras que el Evangelio sólo lo leí a los veintiséis) y de
inmediato me gustó mucho, como me gustaron también Sartre, Camus, Heidegger, y la
filosofía existencialista, rebelde y tan cercana a nosotros. En los años de la liberalización, eran
autores en parte permitidos, cuyas traducciones empezaron a circular. Para nosotros el
existencialismo fue el primer sorbo de libertad, la primera palabra sincera que no estaba
prohibida...
Por lo demás, es interesante consignar que nuestros caminos (el de occidente y oriente)
pronto se separaron. La juventud occidental vivió los sucesos de 1968, recorrió el camino de
una "politización" cada vez mayor de la conciencia y se enardeció con el marxismo...
Nosotros, por el contrario, ahondamos más y descubrimos los valores imperecederos de la
cultura, la historia y la ética. Y acabamos familiarizándonos con Dios y con la Iglesia... Así,
nuestra liberación empezó con el descubrimiento del pensamiento occidental libre. Y es
curioso que, cuando entramos en contacto con el mundo ancho y maravilloso del pensamiento
cristiano, no mandamos al diablo al impío Sartre ni al orgulloso Camus. Pese a toda su
antirreligiosidad, Sartre pudo conducimos hasta la frontera de la desesperación en que empieza
la fe. Su idea central de que el hombre en cada segundo de su existencia tiene que tomar una
decisión libre, es de hecho una idea cristiana. Porque a Dios le agrada el amor voluntario del
hombre, y por respeto a la libre decisión de nuestra voluntad Dios no aniquila el mal en el
mundo.
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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
Tatiana GORITCHEVA, Hablar de Dios resulta peligroso,
(Cit en ¿Quién decís que soy Yo? Madrid, 1998)
EXISTENCIALISMO. BÚSQUEDA DE TRASCENDENCIA
«El hombre, aplastado en su existencia, quiere superarse. No halla ninguna satisfacción
si, encerrado en sí mismo y quieto, no ha de ser más que la cotidiana repetición de su
existencia. Ya no se consideraría propiamente como un hombre si sólo quisiera seguir siendo
el hombre que es ahora. Ser algo más no lo consigue el hombre con su mero sentimiento, ni
gozando de las imágenes míticas, como tampoco exaltándose ni empleando palabras sublimes
como si todo eso encerrase ya alguna realidad. Sólo con su obrar interno y externo,
realizándose, llega a ser consciente de sí mismo, consciente de superar la vida -y se supera-.
Superación que tiene lugar en dos direcciones: mediante un ilimitado progresar en el mundo, y
mediante la infinitud que se le presenta en relación con la transcendencia...
La dignidad del hombre consiste en percibir la verdad. Sólo mediante la verdad llegamos
a ser libres, y sólo la libertad hace que estemos dispuestos para la verdad. ¿Es la verdad el
sentido último que para el hombre existe en el mundo? ¿Es la sinceridad la exigencia última?
Así lo creemos, porque la sinceridad, abierta sin reserva y que no se extravía en opiniones;
coincide con el amor.»
(Karl JASPERS, Iniciación al método filosófico, 1952.)
CAMINOS DE SENTIDO
Si indagamos cómo se comporta el hombre de la calle en su búsqueda de sentido,
descubrimos que existen tres caminos principales que conducen a la realización del sentido: el
primero consiste en llevar a cabo una acción o crear una obra; el segundo supone experimentar
algo o encontrarse con alguien; en otras palabras, el sentido puede hallarse no solo en el
trabajo, sino también en el amor. Sin embargo, el camino más importante es el tercero: al tener
que enfrentamos a un destino que no está en nuestras manos cambiar, nos sentimos interpelados a sobreponermos a nosotros mismos y a crecer más allá de nosotros, en una palabra, a
cambiarnos a nosotros mismos.
Y esto es igualmente aplicable al dolor, a la culpa y a la muerte, hasta el punto de que
podemos convertir el sufrimiento en una realización y un logro humanos, deducir de la culpa la
oportunidad de cambiar a mejor, y ver en la transitoriedad de la vida un incentivo para actuar
de manera responsable.
Victor FRANKL, Logoterapia y análisis existencial, 1965
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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
POSTMODERNIDAD: FRAGMENTACIÓN, DESNORTAMIENTO
DESENCANTO DE LA RAZÓN
“Huye, Adso, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque
suelen provocar la muerte de otros muchos (…) Quizá la tarea del que ama a los hombres
consista en lograr que estos se rían de la verdad, lograr que la verdad ría porque la única
verdad consiste es aprender a liberarnos de la insana pasión por la verdad”
Humberto ECO, El nombre de la rosa, Madrid 1983
FRAGMENTACIÓN
( ... ) Se niega también la posibilidad de una cosmovisión o gran relato, como ahora se
dice, tendente a introducir orden y unidad en la realidad, en la historia y en las acciones
humanas. Una cosmovisión supone encerrar la realidad en un sistema, empobrecer su variedad
y su riqueza incontrolable. Se rechaza, pues, todo proceso de unificación por medio del
concepto universal y homogeneizador. No hay más que "fragmentos". Poco importa que esta
cosmovisión proceda de una historia revelada (cristianismo) o de un mito secular (el progreso,
el materialismo histórico-dialéctico, la concepción neoliberal o neocapitalista), pues su función
es siempre la misma: unificar y, al mismo tiempo, arrojar a las tinieblas exteriores lo que se
resista y declararlo heterodoxo o irracional. De esta forma, los postmodernos quieren
deshacerse de la razón sustantiva de la ilustración o, mejor, romperla en mil pequeñas razones
y verdades, todas igualmente válidas, pero ninguna válida para todos. Por este camino se
proclama el relativismo y el escepticismo en todos los órdenes.
Se opondrán, lógicamente, al etnocentrismo occidental (esto es, a la convicción de que lo
esencial de nuestra cultura es expresión de lo humano común) y declararán igualmente
verdaderas todas las culturas. Ninguna cultura puede aspirar a expresar lo común y universal
del hombre. El hombre es su cultura, su microcultura. Es el historicismo llevado a sus últimas
consecuencias. No hay ningún criterio objetivo que permita saber si una forma cultural o una
actividad concreta o costumbre de un pueblo determinado viola la dignidad del hombre.
De esta manera, la Verdad, entendida corno algo que expresa lo real y es válido para
todos, es percibida como una amenaza: la verdad es poder, el poder es dominación. Nunca
podremos saber, dicen, si lo que rige es el poder de la verdad o la verdad del poder. La verdad,
además, conduce al dogmatismo, es causa de intolerancia y compromete la convivencia
democrática. Es mejor atenerse a "verdades" personales, fomentar la incertidumbre y favorecer
el escepticismo. Todo esto ha engendrado una peculiar pedagogía del relativismo.
J. J. GARRIDO, Raíces culturales que justifican la aparición del documento “La verdad
os hará libres”, en J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Para ser libres nos libertó Cristo, comentarios
al Documento “La verdad os hará libres”, Valencia 1991.
CONCEPTO DE BIOPODER
Tenemos el hábito de decir que la gran invención, todo el mundo lo sabe, fue la máquina
de vapor, o cosas de ese tipo. Es verdad que eso fue muy importante pero hubo toda una serie
de otras invenciones tecnológicas, tan importantes como esas y que fueron en última instancia
condiciones de funcionamiento de las otras. Así ocurrió con la tecnología política, hubo toda
una invención al nivel de las formas de poder a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Por lo
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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
tanto, es necesario hacer no sólo la historia de las técnicas industriales, sino también de las
técnicas políticas, y yo creo que podemos agrupar en dos grandes capítulos las invenciones de
tecnología política… Yo las agruparía en dos capítulos porque me parece que se desarrollarlo en
dos direcciones diferentes:
De un lado existe esta tecnología que llamaría de disciplina. Disciplina es, en el fondo, el
mecanismo del poder por el cual alcanzamos a controlar en el cuerpo social hasta los
elementos más tenues por los cuales llegamos a tocar los propios átomos sociales, eso es, los
individuos. Técnicas de individualización del poder. Cómo vigilar a alguien, cómo controlar su
conducta, su comportamiento, sus actitudes, cómo intensificar su rendimiento, como
multiplicar sus capacidades, cómo colocarlo en el lugar donde será más útil, esto es lo que es, a
mi modo de ver, la disciplina […]
Vemos aparecer esta nueva tecnología disciplinar es la educación. Fue primero en los
colegios y después en las escuelas secundarias donde vemos aparecer esos métodos
disciplinarios donde los individuos son individualizados dentro de la multiplicidad. El colegio
reúne decenas, centenas y a veces, millares de escolares, y se trata entonces de ejercer sobre
ellos un poder que será justamente mucho menos oneroso que el poder del preceptor que no
puede existir sino entre alumno y maestro. Allí tenemos un maestro para decenas de discípulos
y es necesario, a pesar de esa multiplicidad de alumnos, que logre una individualización del
poder, un control permanente, una vigilancia en todos los instantes, así, la aparición de este
personaje que todos aquellos que estudiaron en colegios conocen bien, que es el vigilante o
celador, que en la pirámide corresponde al suboficial del ejército; aparición también de las
notas cuantitativas, de los exámenes, de los concursos, etc., posibilidades, en consecuencia, de
clasificar a los individuos de tal manera que cada uno esté exactamente en su lugar, bajo los
ojos del maestro o en la clasificación-calificación o el juicio que hacemos sobre cada uno de
ellos…
La vida se hace a partir del siglo XVIII, objeto de poder, la vida y el cuerpo. Antes
existían sujetos, sujetos jurídicos a quienes se les podía retirar los bienes, y la vida además.
Ahora existen cuerpos y poblaciones. El poder se hace materialista. Deja de ser esencialmente
jurídico. Ahora debe lidiar con esas cosas reales que son el cuerpo, la vida. La vida entra en el
dominio del poder, mutación capital, una de las más importantes sin duda, en la historia de las
sociedades humanas.
Michelle FOUCAULT, Las redes de poder 1976, Conferencia en la Facultad de Filosofía de la
Universidad del Brasil. Rev. anarquista 'Barbarie', N4 y 5, 1981-82, San Salvador de Bahía, Brasil.
LIPOVETSKI. EL POSDEBER. EL INDIVIDUALISMO.
Al diversificar las legitimidades sexuales, la cultura posmoralista ha abierto la gama de
las elecciones y de las líneas de vida posibles, ha hecho retroceder el conformismo en
beneficio de la invención individualista de uno mismo; hemos dejado de creer en el sueño de
«cambiar la vida», no hay nada más que el individuo soberano ocupado en la gestión de su
calidad de vida. Lo que en otro momento era una obligación moral ahora no es más que una
elección individual intermitente, una higiene en ktt, una defensa y un culto narcisista. La
«nueva castidad» no tiene significación virtuosa, ya no es un deber obligatorio dominado por
la idea de respeto en sí de la persona humana, sino una autorregulación guiada por el amor y la
religión del ego. Ethos de autosuficiencia y de autoprotección característico de una época en la
que el otro es más un peligro o una molestia que una potencia atractiva, donde la prioridad es
la gestión con éxito de uno mismo. El no sex ilustra el proceso de desocialización y de
autoabsorción individualista, no la reviviscencia de los deberes hacia uno mismo; tras la huella
de la relativización del referente libidinal, la dinámica narcisista prosigue su camino para lo
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mejor y para lo peor: nos encontramos en una sociedad sin tabú opresivo pero clean, libre pero
apagada, tolerante pero ordenada, virtualmente abierta pero cerrada en el yo...
Dignidad e interés, trabajo y felicidad, respeto a uno mismo e higiene han sido
inculcados a la vez, una mezcla contra natura de kantismo y utilitarismo, de idealismo
incondicional y de prudencia pragmática, de razón pura y de preocupación social regeneradora,
de imperativo categórico y de imperativo productivo, que subyace en los panegíricos modernos
de la moral personal…
¿Cómo no lo que era un imperativo universal e irrefragable se ha metamorfoseado en
derecho individual… La cultura de la obligación moral ha dejado paso a la de la gestión
integral de uno mismo, el reino del pragmatismo individualista ha reemplazado al del
idealismo categórico, los criterios de respeto hacia sí mismo han entrado en el ciclo móvil e
indeterminado de la personalización, de la psicologización, de la operacionalización.
La cultura de la obligación moral ha dejado paso a la de la gestión integral de uno
mismo, el reino del pragmatismo individualista ha reemplazado al del idealismo categórico, los
criterios de respeto hacia sí mismo han entrado en el ciclo móvil e indeterminado de la
personalización, de la psicologización, de la operacionalización… las obligaciones internas
categóricas están obsoletas, pero la nueva cultura sanitaria y profesional no deja de fortalecer
la interiorización de las normas colectivas.
G. LYPOVETSKY, El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos
democráticos, 2000 pp. 80 y ss.
BAUMAN. AMOR LÍQUIDO.
¿Los habitantes de nuestro moderno mundo líquido no son como los habitantes de
Leonia, preocupados por una cosa mientras hablan de otra? Dicen que su deseo, su pasión, su
propósito o su sueño es “relacionarse”. Pero, en realidad, ¿no están más bien preocupados por
impedir que sus relaciones se cristalicen y se cuajen? ¿Buscan realmente relaciones sostenidas,
tal como dicen, o desean más que nada que esas relaciones sean ligeras y laxas, siguiendo el
patrón de Richard Baxter, según el cual se supone que las riquezas deben “descansar sobre los
hombros como un abrigo liviano” para poder “deshacerse de ellas en cualquier momento”? En
definitiva, ¿qué clase de consejo están buscando verdaderamente? ¿Cómo anudar la relación o
cómo –por si acaso– deshacerla sin perjuicio y sin cargos de conciencia? No hay respuestas
fáciles a esa pregunta, aunque es necesario formularla, y seguirá siendo formulada mientras los
habitantes del moderno mundo líquido sigan debatiéndose bajo el peso abrumador de la tarea
más ambivalente de las muchas que deben enfrentar cada día.
Tal vez la idea misma de “relación” aumente la confusión. Por más arduamente que se
esfuercen los desdichados buscadores de relaciones y sus consejeros, esa idea se resiste a ser
despojada de sus connotaciones perturbadoras y aciagas. Sigue cargada de vagas amenazas y
premoniciones sombrías: transmite simultáneamente los placeres de la unión y los horrores del
encierro. Quizás por eso, más que transmitir su experiencia y expectativas en términos de
“relacionarse” y “relaciones”, la gente habla cada vez más (ayudada e inducida por consejeros
expertos) de conexiones, de “conectarse” y “estar conectado”. En vez de hablar de parejas,
prefieren hablar de “redes”. ¿Qué ventaja conlleva hablar de “conexiones” en vez de
“relaciones”?
A diferencia de las “relaciones”, el “parentesco”, la “pareja” e ideas semejantes que
resaltan el compromiso mutuo y excluyen o soslayan a su opuesto, el descompromiso, la “red”
representa una matriz que conecta y desconecta a la vez: las redes sólo son imaginables si
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Antropología – C. de Texto
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ambas actividades no están habilitadas al mismo tiempo. En una red, conectarse y desconectarse
son elecciones igualmente legítimas, gozan del mismo estatus y de igual importancia. ¡No tiene
sentido preguntarse cuál de las dos actividades complementarias constituye “la esencia” de una
red! “Red” sugiere momentos de “estar en contacto” intercalados con períodos de libre
merodeo. En una red, las conexiones se establecen a demanda, y pueden cortarse a voluntad.
Una relación “indeseable pero indisoluble” es precisamente lo que hace que una “relación” sea
tan riesgosa como parece. Sin embargo, una “conexión indeseable” es un oxímoron: las
conexiones pueden ser y son disueltas mucho antes de que empiecen a ser detestables.
Las conexiones son “relaciones virtuales”. A diferencia de las relaciones a la antigua (por
no hablar de las relaciones “comprometidas”, y menos aún de los compromisos a largo plazo),
parecen estar hechas a la medida del entorno de la moderna vida líquida, en la que se supone y
espera que las “posibilidades románticas” (y no sólo las “románticas”) fluctúen cada vez con
mayor velocidad entre multitudes que no decrecen, desalojándose entre sí con la promesa “de
ser más gratificante y satisfactoria” que las anteriores. A diferencia de las “verdaderas
relaciones”, las “relaciones virtuales” son de fácil acceso y salida. Parecen sensatas e
higiénicas, fáciles de usar y amistosas con el usuario, cuando se las compara con la “cosa real”,
pesada, lenta, inerte y complicada. Un hombre de Bath, de 28 años, entrevistado en relación
con la creciente popularidad de las citas por Internet en desmedro de los bares de solas y solos
y las columnas de corazones solitarios, señaló una ventaja decisiva de la relación electrónica:
“uno siempre puede oprimir la tecla ‘delete’”. (BAUMAN Amor líquido: acerca de la
fragilidad de los vínculos humanos. 103 y ss)
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RESPUESTA A LA POSMODERNIDAD
Claramente, este enfoque da lugar de inmediato a nuevas interrogantes: ¿qué derecho es
acorde con la libertad? ¿Cómo debe estructurarse el derecho para constituir un orden justo de
la libertad? Porque indudablemente existe un falso derecho, que esclaviza y por tanto no es
en absoluto derecho, sino una forma regulada de injusticia. Nuestra crítica no debe dirigirse
al derecho en sí mismo, en la medida que éste es parte de la esencia de la libertad; debe
desenmascarar el falso derecho como tal y servirnos para arrojar luz sobre el verdadero
derecho, aquel que es acorde con la verdad y por consiguiente con la libertad.
¿Pero cómo encontramos este orden justo? Esta es la gran interrogante de la verdadera historia
de la libertad, planteada en definitiva en su forma correcta. Como lo hemos hecho hasta ahora,
abstengámonos de trabajar con consideraciones filosóficas abstractas. Procuremos más bien
enfocar una respuesta en forma inductiva a partir de las realidades de la historia tal como están
dadas efectivamente. Si comenzamos con una pequeña comunidad de proporciones
manejables, sus posibilidades y límites nos entregan cierta base para detectar el orden más
adecuado para la vida compartida por todos los miembros, de tal manera que surge una forma
común de libertad de su existencia conjunta. En todo caso, semejante pequeña comunidad no
es autónoma; está ubicada dentro de órdenes mayores, que junto con otros factores determinan
se esencia. En la era de las naciones, se acostumbraba dar por sentado que la propia nación era
la unidad representativa, que el bien común de la misma era también la justa medida de su
libertad como comunidad. Los acontecimientos de nuestro siglo han demostrado que este
punto de vista es inadecuado. Agustín señaló al respecto que si un Estado se mide a sí mismo
únicamente por sus intereses comunes y no por la justicia misma, por la verdadera justicia, no
se diferencia estructuralmente de una banda de ladrones debidamente organizada. Después de
todo, la banda de ladrones típicamente emplea como medida de sí misma su propio bien
independientemente del bien de los demás. Si nos remontamos al período colonial y los
estragos que legó al mundo, vemos hoy día cómo incluso Estados debidamente ordenados y
civilizados tenían en algunos aspectos semejanzas con la naturaleza de las bandas de ladrones,
ya que pensaban únicamente en términos de su propio bien y no del bien en sí mismo. Por
consiguiente, la libertad garantizada en esta forma tiene algo de la libertad del bandido. No es
una libertad verdadera y auténticamente humana. En la búsqueda de la justa medida, toda la
humanidad debe ser considerada y nuevamente -como lo vemos cada vez con más claridad- no
sólo la humanidad actual, sino también futura.
Por lo tanto, el criterio del verdadero derecho, que puede llamarse tal por ser acorde con la
libertad, sólo puede ser el bien de la totalidad, el bien en sí mismo. Basándose en este enfoque,
Hans Jonas definió la responsabilidad como el concepto central de la ética[9]. Así, para
comprender debidamente la libertad debemos concebirla siempre en un paralelo con la
responsabilidad. Por consiguiente la historia de la liberación sólo puede darse como historia
del incremento de la responsabilidad. La mayor libertad ya no puede descansar puramente en
dar cada vez más amplitud a los derechos individuales en sí mismos. La mayor libertad debe
ser mayor responsabilidad, y eso incluye la aceptación de los vínculos cada vez mayores
requeridos por las exigencias de la existencia en común de la humanidad y por la conformidad
con la esencia del hombre. Si la responsabilidad responde a la verdad del ser del hombre,
podemos decir entonces que un componente esencial de la historia de la liberación es la
purificación en curso en aras de la verdad. La verdadera historia de la libertad consiste en la
purificación de los individuos y las instituciones a través de esta verdad.
RATZINGER, J.: “Verdad y libertad” Rev Humanitas, nº 14, 2005
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Antropología – C. de Texto
Mª Jesús Carravilla
PRINCIPIO DE RESPONSABILIDAD
LA TEORÍA DESDE Y PARA LA PRAXIS
“La promesa de la técnica moderna se ha convertido en amenaza (...); lo que hoy puede
hacer el hombre carece de parangón en la experiencia pasada (...). ¿Qué podrá servirnos de
guía? (...) Puesto que lo que aquí está implicado es no sólo la suerte del hombre, sino también
el concepto que de él poseemos, no sólo su supervivencia física, sino también la integridad de
su esencia, la ética –que tiene que custodiar ambas cosas- habrá de ser, trascendiendo la ética
de la prudencia, una ética del respeto.
La justificación de una ética tal (...) habrá de prolongarse hasta la metafísica, pues sólo
desde la metafísica cabe hacer la pregunta de por qué debe haber en general hombres en el
mundo (...). Con sus desmesurados riesgos, la aventura tecnológica obliga a este otro riesgo de
la más extrema reflexión. Frente a la renuncia analítico-positiva de la filosofía contemporánea
(...) se intentará llevar a cabo tal fundamentación. Las viejas cuestiones de la relación entre el
ser y el deber, la causa y el fin, la naturaleza y el valor, serán otra vez planteadas
ontológicamente, para anclar en el ser, más allá del subjetivismo axiológico, ese recién
aparecido deber del hombre”.
TÉCNICA Y RESPONSABILIDAD MORAL
“Hoy la techné, en su forma de técnica moderna, se ha transformado en un infinito
impulso hacia adelante de la especie [. . .]. De este modo, el triunfo del Homo faber sobre su
objeto externo representa, al mismo tiempo, su triunfo dentro de la constitución íntima del
Homo sapiens, del cual solía ser en otros tiempos servidor.
En otras palabras, incluso independientemente de sus obras objetivas, la tecnología cobra
significación ética por el lugar central que ocupa ahora en la vida de los fines subjetivos del
hombre. [. .. ]
En la imagen que de sí mismo sustenta, el hombre es ahora cada vez más el productor de
aquello que él ha producido, el hacedor de aquello que él puede hacer y, sobre todo, el
preparador de aquello que en breve él será capaz de hacer. Pero ¿quién es ese «él»? No
vosotros o yo. Son el actor colectivo y el acto colectivo, no el actor individual y el acto
individual, los que aquí representan un papel; y es el futuro indeterminado más que el espacio
contemporáneo de la acción el que nos proporciona el horizonte significativo de la responsabilidad.
Esto exige una nueva clase de imperativos. Si la esfera de la producción ha invadido el
espacio de la acción esencial, la moral tendrá entonces que invadir la esfera de la producción,
de la que anteriormente se mantuvo alejada, y habrá de hacerla en la forma de política pública.
Nunca antes tuvo ésta parte alguna en cuestiones de tal alcance y en proyectos a tan largo plazo. De hecho, la esencia modificada de la acción humana modifica la esencia básica de la
política”.
Hans JONAS, El principio de responsabilidad, Barcelona, 1995
OBJETOCENTRISMO
«Esto señores académicos es quizá lo que yo intuía vagamente al escribir la novela El
camino en 1949 cuando Daniel mi pequeño héroe se resistía a integrarse en una sociedad
despersonalizadora pretendidamente progresista, pero en el fondo de una mezquindad irrisoria
y esta intuición, señores académicos, cuyos principios, auténticamente revolucionarios, acaban
de ser formulados por un plantel respetable de sabios humanistas, es lo que indujo a algunos
comentaristas a tachar de reaccionaria mi postura. Han sido suficientes cinco lustras para
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Antropología – C. de Texto
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demostrar lo contrario, esto es, que el verdadero progresismo no estriba en un desarrollo ilimitado
y competitivo, ni en fabricar cada día más cosas, ni en inventar necesidades al hombre, ni en
destruir la naturaleza, ni en sostener a un tercio de la humanidad en el delirio del despilfarro
mientras los otros dos tercios se mueren de hambre, sino en racionalizar la utilización de la
técnica, facilitar el acceso de toda la comunidad a lo necesario, revitalizar los valores humanos,
hoy en crisis, y establecer las relaciones hombre-naturaleza en un plano de concordia.
¿Es serio afirmar que la actual orientación del progreso es la congruente? Si
progresar, de acuerdo con el diccionario, es hacer adelantamiento en una materia, lo procedente es analizar si estos adelantamientos en una materia implican un retroceso en otras y
valorar en qué medida lo que se avanza justifica lo que se sacrifica. El hombre, ciertamente, ha
llegado a la Luna pero en su organización político-social continúa anclado en una ardua
disyuntiva: la explotación del hombre por el hombre o la anulación del individuo por el
Estado. En este sentido no hemos avanzado un paso. (…) Así, quede bien claro que cuando a
lo largo de mis palabras de esta noche yo me refiera al progreso para ponerlo en tela de juicio o
recusarlo, no es al progreso estabilizador y humano -y, en consecuencia, deseable- al que me
refiero, sino al sentido que se obstinan en imprimir al progreso las sociedades llamadas
civilizadas.
Los carriles del progreso se montan, pues, sobre la idea del provecho, o lo que es lo
mismo, del bienestar. Pero, ¿en qué consiste el bienestar? ¿Qué entiende el hombre
contemporáneo por «estar bien»? En la respuesta a estas interrogantes no es fácil el acuerdo.
Ello nos desplazaría, por otra parte, a ese otro complejo problema de la ocupación del ocio. Lo
que no se presta a discusión es que el «estar bien» para los actuales rectores del mundo y para
la mayor parte de los humanos, consiste, tanto a nivel comunitario como a niveles individuales,
en disponer de dinero para cosas. Sin dinero no hay cosas y sin cosas no es posible «estar
bien» en nuestros días. El dinero se erige así en símbolo e ídolo de una civilización. El dinero
se antepone a todo; llegado el caso, incluso al hombre. Con dinero se montan grandes factorías
que producen cosas y con dinero se adquieren las cosas que producen esas grandes factorías.
El hecho de que esas cosas sean necesarias o superfluas es accesorio. El juego consiste en
producir y consumir, de tal modo que en la moderna civilización, no sólo se considera honesto
sino inteligente gastar uno en producir objetos superfluos y emplear noventa y nueve en
persuadimos de que son necesarios.
Aceptando lo antedicho, no me parece gratuito afirmar que, salvo en unos millares de
científicos y hombres sensibles repartidos por todo el mundo, el progreso se entiende hoy de
manera análoga en todas partes. El desarrollo humano no es sino un proceso de decantación
del materialismo sometido a una aceleración muy marcada en los últimos lustras. Al
teocentrismo medieval y al antropocentrismo renacentista ha sucedido un objeto-centrismo
que, al eliminar todo sentido de elevación en el hombre, le ha hecho caer en la abyección y la
egolatría.
Desde que tuve la mala ocurrencia de ponerme a escribir, me ha movido una obsesión
antiprogreso, no porque la máquina me parezca mala en sí, sino por el lugar en que la hemos
colocado con respecto al hombre. Entonces, mis palabras de esta noche no son sino la
coronación de un largo proceso que viene clamando contra la deshumanización progresiva de
la sociedad y la agresión a la naturaleza, resultados ambos, de una misma actitud: la
entronización de las cosas.
Mis personajes no son, pues, asociales ni insolidarios, sino solitarios a su pesar. Ellos
declinan un progreso mecanizado y frío, es cierto, pero, simultáneamente, este progreso los
rechaza a ellos, porque un progreso competitivo, donde impera la ley del más fuerte, dejará
ineluctablemente en la cuneta a los viejos, los analfabetos, los tarados y los débiles. Y aunque
un día llegue a ofrecerles un poco de piedad organizada, una ayuda -no ya en cuanto
semejantes sino en cuanto perturbadores de su plácida digestión- siempre estará ausente de ella
el calor. (...)
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Antropología – C. de Texto
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Estas víctimas de un desarrollo tecnológico implacable, buscan en vano un hombro
donde apoyarse, un corazón amigo (...). Es este sentido moral lo único que se me ocurre oponer,
como medida de urgencia, a un progreso cifrado en el constante aumento del nivel de vida. (...)
Porque si la aventura del progreso, tal como hasta el día la hemos entendido, ha de traducirse
inexorablemente en un aumento de la violencia y la incomunicación; de la autocracia y la
desconfianza; de la injusticia y la prostitución de la naturaleza; del sentimiento competitivo y
del refinamiento de la tortura; de la explotación del hombre por el hombre y la exaltación del
dinero, en ese caso, yo, gritaría ahora mismo, con el protagonista de una conocida canción
americana: "¡Que paren la Tierra, quiero apearme!"».
MIGUEL DELIBES: El mundo en la agonía, Barcelona, 1989.
LA LIBERTAD Y LA AFECTIVIDAD
La sanción y la desautorización no agotan el papel de nuestra libertad inmediata en la
esfera afectiva. Podemos también cooperar con nuestras respuestas afectivas mediante otras
actitudes libres. Cuando las respuestas afectivas surgen en nosotros, tenemos la posibilidad de
abandonamos a ellas o negamos a hacerlo. Podemos apartamos de ellas, podemos luchar contra
ellas con nuestra voluntad, podemos tratar de no pensar en el objeto que las ha motivado, etc.
Una persona siente que en su alma surge un profundo amor, pero no quiere que este amor tome
posesión de su alma, pues desea evitar verse arrastrado por una experiencia que ha de producir
profundos cambios en su vida. Como teme la fuerza del amor que podría sacarle de la cómoda
rutina de su existencia, trata de destruirlo en sus raíces, no piensa más en la persona en
cuestión, se concentra en otras cosas. Esta clase de rechazo voluntario a cooperar con una
respuesta afectiva es distinta de la sanción o de la desautorización. No requiere necesariamente
una motivación moral ni presupone el estar plenamente en vigilia que es propio del hombre
moralmente consciente. No obstante, aquí encontramos un vasto campo abierto a nuestra libre
intervención en nuestras respuestas afectivas. Esta libre intervención tiene influencia no sólo
respecto de las acciones que las respuestas afectivas nos pueden inspirar que llevemos a cabo,
sino asimismo respecto de la desaparición final de nuestra misma respuesta afectiva. Nuestra
voluntad desempeña un gran papel en el desarrollo de nuestras respuestas afectivas, y esta
intervención libre alcanza todavía una relevancia mayor y superior cuando son inspiradas por
la sanción y la desautorización, es decir, cuando asumen el carácter de una prolongación
normal de los procesos que tienen lugar en la sanción y en la desautorización. Al sancionar una
respuesta afectiva, es claro que el hombre moralmente consciente no se limita a esta
cooperación interna última, sino que se coloca, por decirlo así, de un modo consciente en
medio de su respuesta, da vía libre a su dinamismo, la fomenta voluntariamente cuándo fija los
ojos de su espíritu en el objeto que la motiva, cuando evita libremente todo aquello que impide
el torrente de su respuesta, etc. De manera análoga, el hombre moralmente consciente, cuando
rechaza una respuesta afectiva, no se limita a esta invalidación de la respuesta, sino que,
ansioso de hacerla desaparecer, la desoye, le vuelve la espalda, en pocas palabras empleará
todas las otras formas de libre cooperación con una respuesta afectiva. Cuando estas distintas
formas de intervención fluyen de la sanción o de la desautorización, se elevan igualmente a un
nivel superior. Cobran el carácter de una cooperación o de una oposición que procede del
plano más profundo de la libertad y surgen de una «consonancia» definitiva con el logos del
mundo de los valores.
El análisis precedente no se ocupaba del papel de nuestra libertad respecto de las
respuestas afectivas que surgen espontáneamente en nosotros. El tema fue nuestra interna
cooperación con ellas o nuestro desprendemos de ellas. Vimos que la sanción implica el deseo
y la aspiración sinceros de que esta respuesta «debería» existir. En esta actualización profunda
de nuestra libertad afirmamos su existencia. En el mismo acto de desautorizar está ya
contenido el deseo de que esta respuesta desaparezca. Esto nos lleva de nuevo a la cuestión que
ya hemos tratado en otro contexto: ¿cuál es el papel de nuestra libertad respecto a la venida al
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Antropología – C. de Texto
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ser y a la desaparición de las respuestas afectivas? Una vez que hemos clarificado la nueva
dimensión de la libertad que poseemos en el poder de sanción y de desautorización, este problema
se presenta a una nueva luz. (HILDEBRAND, Etica, Madrid, 1983, pg. 327 y ss.)
EL AMOR Y EL ENAMORAMIENTO
El enamoramiento consiste en que la persona de la cual estoy enamorado se convierte en mi
proyecto. No es simplemente que ciertos actos míos se refieran a ella, ni siquiera cuando esos
actos sean «amorosos»; yo puedo «amar» a una persona de la cual no estoy enamorado; esa
persona será el objeto de mis actos, causa y destinatario de ciertos sentimientos; podríamos
decir que esa persona ocupa un puesto relevante en mi circunstancia, puede ser una porción
irrenunciable de ella. Otra cosa es que al mirarme a mí mismo, es decir, al proyecto vital en
que consisto, me descubra inexorablemente envuelto en esa otra persona; no es simplemente
que me proyecte hacia ella, sino que me proyecto con ella, que al proyectarme me encuentro
con ella como inseparable de mi. Sin ella, propiamente, no soy yo. Lo cual quiere decir,
literalmente, que soy otro que el que antes -antes de enamorarme- era. El enamoramiento consiste, pues, en un cambio de mi realidad, lo que podríamos llamar una variación ontológica.
Todas las formas del enamoramiento; aun en su sentido más trivial, incluyen una
concentración de la atención sobre la persona amada; el enamorado, mejor dicho, el que se está
enamorando, no piensa más que en la persona amada, todo se la recuerda, se refiere a ella a
propósito de .todo, llega hasta la obsesión; de ahí el carácter restrictivo, el «angostamiento»
mental que el proceso de enamoramiento lleva consigo -y que Ortega analizó muy
perspicazmente-o Pero una cosa es la obsesión psicológica, otra la transformación real de la
persona. Por eso cabe el error en cuanto al enamoramiento. El que piensa día y noche en una
mujer, la tropieza en todas las esquinas de su mente, la asocia con todos los objetos de su
imaginación, se vuelve a ella con todos sus sentidos, piensa que está enamorado de ella. Quizá;
pero acaso no. Los síntomas son muy parecidos, la realidad difiere profundamente. Cuando
pasa el periodo de enamoramiento, diríamos mejor, para ser más claros, de «enamoración», en
un caso se disipa esa obsesión, se ensancha esa' angostura, se piensa en otras muchas cosas, se
vuelve a la normalidad; en e/ otro caso, se encuentra uno enamorado, terminado y concluso ya
ese proceso psíquico por el cual se llega a esa radical instalación; ya es otro; ya ha está nunca
solo; ya se proyecta misteriosamente con esa otra persona inseparable, en presencia y en
ausencia, con unos sentimientos o con otros, haciéndola objeto de muy variados actos, con
holgura para atender a todos los innumerables contenidos de la circunstancia. Esta instalación
consistente en estar enamorado es relativamente independiente de toda la vida psíquica, y
afecta en cambio a la vida estrictamente biográfica y personal ( ... )
Ahora podemos contestar a la pregunta formulada al estudiar la condición amorosa: para .qué
necesito a una persona. Decía que a esa pregunta, a diferencia de lo que me sucede con las
necesidades de cosas, sólo puedo responder con una historia, Con una parte de mi biografía o
con su totalidad; vimos que el hombre necesita a la mujer para ser hombre, y viceversa, ya que
cada sexo se proyecta hacia el otro. Pues bien, yo necesito a una mujer individual, aquella de la
cual estoy enamorado, para ser yo en cuanto varón. En este sentido, y sólo en éste, la encuentro
en mi proyecto, en aquel que me constituye, y no en mi circunstancia. Mi proyecto la incluye.
Al amarla soy verdaderamente quien soy, en mi plena autenticidad, y siento que «antes» no era
verdaderamente quien tenía que ser. De ahí el «espejismo» del enamorado -y que sólo es espejismo desde el punto de vista psicológico, no desde un punto de vista rigurosamente personal
que siente que había amado desde siempre a la mujer de la cual está ahora enamorado. Este
amor lo ha hecho descubrirse, por tanto ser en la plenitud de su verdad (Aletheia). Desde ella,
todo lo anterior "no valía la pena», y el amor actual se proyecta sobre la vida pasada,
iluminándola y reconstruyéndola», interpretándola nuevamente, viéndola como mera
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Antropología – C. de Texto
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preparación o anticipación. No es rigurosamente verdad que la ama desde siempre, pero si es
cierto que la ama el que siempre era, la ama ahora desde su realidad de siempre”.
MARIAS, J. Antropología metafísica (1970), XXIII.
SOBRE EL ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL HOMBRE.
EL PROBLEMA METODOLÓGICO.
"Se dice que un objeto o una actividad son teleológicas cuando dan evidencia de diseño o
aparecen dirigidos hacia ciertos fines (F. AYALA: Teological explanations in evolutionary
biology, 1970). Explicaciones teleológicas son aquellas en las que se justifica o explica la
existencia de un cierto objeto o proceso, demostrando la contribución que el mismo hace al
mantenimiento de una propiedad o estado específico. Siguiendo a Ayala, se puede distinguir
varias clases de teleología: la teleología externa o finalismo es la que resulta de la acción
intencional de un agente determinado, mientras que la teleología interna o natural es la que
resulta de un proceso natural que no implica intención de agente alguno ...
¿Qué decir, desde el punto de vista de la teleología, de la evolución en general y del origen del
hombre en particular? Existen dos alternativas: considerados como un fenómeno teleológico
externo y, por tanto, finalista, o como un fenómeno teleológico natural indeterminado. En este
segundo supuesto tendríamos que aceptar con JAQUES MONOD (Le hassard et la nécessité,
1970) que: "... La antigua alianza está rota; el hombre sabe al fin que está solo en la
inmensidad indiferente del Universo, de donde ha emergido por azar. Igual que su destino, su
deber no está escrito en ninguna parte", y, del mismo modo, tendríamos que admitir con
DOBZHANSKY que "el hombre no es más que un accidente de la evolución, su aparición no
estuvo programada"... La controversia sobre el finalismo en la evolución continúa, porque,
como dice GRASSÉ en la última frase de su obra, "es posible que en este dominio, la biología,
impotente, ceda la palabra a la metafísica". Incluyo aquí las alusiones que hace E. GILSON (D
'Aristote a Darwin et retour) sobre el problema del finalismo: "... quienes niegan la finalidad
natural no han encontrado aún nada que explique de otro modo los hechos de que ésta da
razón, contentándose con negarla", pero añadiendo más adelante: lo"…los finalistas pueden
llevar la razón y tienen, sin duda, derecho a pensar a su gusto, pero no a afirmar que la
evidencia científica está de su parte". Por ello, concluye GILSON: "…lo mejor que pueden
hacer los científicos, en cuanto tales, para aclarar el problema de la finalidad natural es no
ocuparse de él"; pero, no obstante, termina añadiendo: "...los científicos son los más
cualificados de todos para ocuparse del problema si así lo desean, pero como filósofos, para
ello no es necesario que acepten filosofar."
(LACADENA, J.R.: "Algunas consideraciones en torno a la evolución",
Rev. Crítica, num. 678 (sep.-oct., 1980).
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