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En Roma tras los recuerdos de alfonso XIII en el 30 aniversario de su muerte

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EN ROMA, TRAS LOS RECUERDOS DE
ALFONSO XIII
EN EL 30 ANIVERSARIO DE SU MUERTE
Crónica de Cayetano Luca de Tena y fotografías en
color de Alvaro García-Peiayo, enviados especiales
He v e n i d o hasta Roma con
una m i s i ó n casi poética. La
m i s i ó n de seguir esa huella
i n v i s i b l e que un h o m b r e deja
en la m e m o r i a de los o t r o s ,
la de r e c o n s t r u i r una imagen
a fuerza de Ir e n c a j a n d o recuerdos ya m e d i o b o r r o s o s .
Tengo que a s o m a r m e a las
gentes, a las cosas, a los pai•sajes, c o m o a pozos p r o f u n dos que me devolverán el eco
de una voz, la s o m b r a de una
a c t i t u d , el fantasma de una
s o n r i s a . . . Así, a f r a g m e n t o s ,
a pedacitos, habrá de c o m ponerse el ú l t i m o r e t r a t o de
este h o m b r e que nació Rey
en un i n m e n s o p a l a c i o de
M a d r i d y m u r i ó en Roma, en
la t r i s t e z a de! d e s t i e r r o ,
cuando sólo tenía cincuenta
y c u a t r o años, c u a n d o lógicamente podía esperarse que
hubiera v i v i d o m u c h o más.
Fue su corazón el que no
p u d o o no quiso resistir más
t i e m p o y se q u e b r ó para
s i e m p r e una mañana cualq u i e r a , en el c u a r t o de un
h o t e l , m i e n t r a s la guerra devastaba E u r o p a, m i e n t r a s las
p r i m e r a s páginas de los per i ó d i c o s ardían con noticias
de b o m b a r d e o s y de batallas,
con i n f l a m a d o s discursos en
que se garantizaba la victo ria f i n a l . En esa Roma tensa
y agitada, A l f o n s o X I I I era
un huésped d i s c r e t o , un gran
señor que llevaba con absoluta d i g n i d a d su d i f í c i l papel
de Rey en el e x i l i o . Dieciocho
años antes, en n o v i e m b r e de
1923, había llegado en t r i u n f o a esa «Stazione T e r m i n i » ,
que aún tenía su vieja arq u i t e c t u r a . Banquetes, recep-
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ciones, m a n i o b r a s m i l i t a r e s ,
visitas a m o n u m e n t o s , entrevistas con Pío X I y con Ben i t o M u s s o l i n i . . . Desde ese
m i s m o balcón del « G r a n d
H o t e l » en d o n d e v i v e , A l f o n so X I I I podría r e c o n s t r u i r
p u n t o p o r p u n t o el i t i n e r a r i o
que lo llevó, e n t r e aclamaciones, a través de la-plaza de la
Esedra, c a m i n o d e l ' Q u i r i n a l .
Roma fue s i e m p r e para él
c o m o una segunda p a t r i a .
una c i u d a d grata a su coraz ó n . A h o r a ha refugiado en
ella su leve cansancio y su
inmensa, i n c u r a b l e melancolía. Y R o m a , q u e le d i o aquella j u b i l o s a acogida, le dará
más t a r d e respeto y a m o r y
esa ú l t i m a h o s p i t a l i d a d del
sepulcro. Un p e r i ó d i c o d i r á ,
al día siguiente del fallecim i e n t o del Rey, que A l f o n so X I I I era en Roma c o m o
un m i e m b r o de la f a m i l i a .
El Rey D. Alfonso XIII nació en Madrid el 17 de mayo de
1886 y murió en Roma el 28 de febrero de 1941. Si aún viviera cumpliría dentro de tres meses ochenta y cinco años.
c o m o alguien «de casa».
Pero, ¿dónde t u v o su casa
este Rey que ya no tenía palacios, ni doradas carrozas,
ni escolta de húsares a caballo? ¿Entre qué prestadas paredes refugiaría sus ú l t i m a s
horas?
UN CUARTO, EN
EL «GRAND HOTEL»
El año 1934 A l f o n s o X I I I
se ha instalado en Roma. La
c o r d i a l i d a d de la gente, el
c l i m a benigno y el cielo azul
han e m p u j a d o hasta la orilla
m e d i t e r r á n e a a ese corazón
que ya presiente, en su inmensa f a t i g a , que se acerca
el f i n a l . S i n darse quizá
cuenta del t o d o , busca el
i d i o m a y el paisaje que más
se parecen a los suyos. Con
aquella manera p o p u l a r que
t a n t o le gustaba, había d i c h o
poco antes que en Roma lo
t r a t a b a n «a t o d o m e t e r » . Y
en Roma está a comienzos de
1935 cuando su h i ja Beatriz
se casa con el p r í n c i p e Alej a n d r o de T o r l o n i a . V i v e p r i m e r o en el « G r a n d H o t e l » .
Luego en « V i l l a T i t t a R u f f o » .
Y vuelve al « G r a n d H o t e l » ,
que sería ya su ú l t i m a residencia r o m a n a . T r e i n t a años
después, y o acabo de asom a r m e a estas habitaciones
donde m u r i ó , a estos balcones y ventanas desde d o n d e
m i r a r í a p o r ú l t i m a vez las
calles y las plazas de Roma,
en busca quizá de las visiones que a m a b a : la plaza de
O r i e n t e , la calle de Bailen,
la f r o n d a de la Casa de Cam-
p o . Pero fistos balcones de
aKora, en c] primer pÍ50 d t l
holel y an el ángulo de la Vía
V i l l O r i o Emanuele Orlando
can ía Vía de las Termas da
Diccfeciano — q u e h o y se
liama Vía Gfuseppe Romit a — le darían por h o r i í o n i e
la pfflza de fa Esedra con l a i
náyades de brcnco de RutelJiDesde las veníanas deJ dorm i t o r i o akonzan'a a ver la
plaza d e San Bernardo, sí
dJrígía 5U mirada hacia el
fado derecho. ¿Cuántas vece^ aquel impeniíente fumador que era Alfonso X I I I sfl
apoyaría sobre esta misma
balaustrada de piedra para
quemar un cigarrillo, mirando las luces de Rcnia^ la noche de Roma, con el pensamienro colgado de o t r o paisaje dístfr^to. a muchos kflóm e i r o s de aquéi?
El d o r m i t o r i o de Affonso X N I en el * G r a n d Hobel*
no ha í i d o r e f o r m a d o desde
aquella época. Lss paredes
están tapizadas en u n color
dorado al que se mezclan el
verde y el g r i s . La lela parece
nueva y he tenido que acercarme e incluso tocarla para
asegurarme de que no se t r a - ^
¡faiiorámicn tl^ raUfÉ y pliEí "Crait Hor'.'i". de Rifmn, nbnjo, íiVní- "iHf mignifíca
taba de seda n a t u r a l . Debe
:ÍJS. Arrihti, In plazo rir la Ei^dríf. con h fiteiHe d'- hs ndyflrf-'í d e hmnc^ dé- Ruser uno de esos brocados
Romíín.
teilL En eí funda J F rri;n In e^trriicfttra del hoíH.
fn la ^'itt Giiiá!!''¡jpp
que dieron fama a los telares
de Genova y de Florencia. Ls
cama es grande. La cabecera
es también de tapicería con
un marco barroco de madera
dorada. A derecha e izquierda d i . la cama se abren dos
puertas que llevan al baño y
a un reducido veslidor con
armarios roperos, Esias dos
puertas escán recubierlas de
liemos pinTados con mcdafIones de angelitos, pájaros /
guirnaldas de ffores. En las
sobrepuertas, pintadas también, jarrones que rematan
el c o n j u n t o . Parece [retarse
d e la vfirsión dieciochesca,
veneciana, de una f ó r m u l a
decorativa q u t ya empleaban
Tos Italianos del m i l q u i n i c n tos. Frente al lecho una pr'
morosa chimenea de m á r m o l
r o j i z o y azulejo, S d i r e la
misma un espejo veneciano
La l u í del %ó\ entra por
la derecha de la cama a través de dos alroE huecos que
debieran corresponder a balcones V que, en realidad, son
marcos de ventanas. En e
costado opuesto, la enrrada
del pasillo a la habltacrúnr
con dd^fe puerta. Entre la
chimenea y una de las ventanas se abre o t r a puerta q v e
«EL REY SOPORTO
Sü DOLENCIA CON
MUCHO VALOR»
comunica con el srjlón. Esie
es grande^ cuadrado, con paredes lapizadas en el mismo
e^íüo. Suí cuatro huecos se
abren a un balcón c o r r i d o
que dibuja el ángulo recto
correspondiente a la esquina
del edificio. Hav Ires Iresiiios en ia habitación que, sin
embarga, no da sensación de
agobio, ÍQ que muestra la generosidad de sus medidas.
Otra chimenea, presidida por
un gran espejo, una enorme
lámpra central, mesas auxiliares,,. Ei salón tiene entrada directa por el ánguto del
pasilio,
Las r^idencins
romanat d''l Rey fut'ton ^''Vitta Tifia Huffo" y iJ "Cron / J O Í F Í " , Et dormitorio del kotel no ha stdo reformado desde af/uella época. La "milite" tien*" gmndpi proporclones, decorada con motivos dft XVllí. Aqiii vivió Alfonso XIII sus momentos
postreros.
Vo le pregunto a la secretaria d? fa dirección del hotel,
a esta amable señorifa
Simona que no^ acompaña,
si de verdad las habitaciones
no han sido restauradas, si
no se ha renovado su decoración y m o b i l i a r i o. Han pasado treinta años y me choca
este aspecto impecable, reluciente, perfecto,
Ua señorita Simona, que se
entrendp conmigo en francés
— u n a de las cuatro lenguas
que dornina—, coge el teléfono y c o n f i r m a , [ras un breve diálogo con la Dirección,
que IO<Jo está exactamente
Igual q u e en 1941. Este
osuitep sólo se u I i I i i a de
cuando en cuando para albergar personales ilustres.
Ahora mismo, mlenlraa Alvaro García Pelayo toma sus
fotografías cuidadosamente,
mientras probamos ángulos
y luces abriendo o cerrando
lámparas y cortinas, entran
y salen operarios que arreglan de[j3lleE del salón, que
esperan a que terminemos
nuestro trabajo para enchuf a r el aspirador de polvo.
Creo que el presidente de
Finlandia va a d o r m i r esta
noche en el holef, terminada
la etapa oficial de su vísUa.
EL C0K5EPJE OUE
RECUERDA A DON ALFONSO
Pero la asignorinas Simona es demasiado joven para
poder hablar de cosas que
Dcurriiíron hace treinta años,
V también es ¡oven el subdr-
1^SVfHí^^i*:^t>i^f?ñ
K^V^ÍÍ?
Arritia, lag puertas de acc^o a tas habitaciones q\ie ocujtó el R*'y y tjne hoy día le ntUi-iif¡. de cuando en cuando, fKira
albergar personajes ilustres. A lo derecha, e n el ánpilo did primer pito, /os dos batcouejí con balau.tttada de
piedm.
rector del hoíel, Darfo Mar i o t t i , que habla un español
encélente y ha v i v i d o un año
e n i c r o en Malicrca, en Form e n i o r . A pesar de su buen
deseo no encuentran en las
frcHaa d d personal a nadie
que trabajara aquT en aquellas fechas. Me dicen que
hace unos m e s e s se ha
j u b i l a d o un conEerje que hubiera p o d i d o ayudarnos. Desgraciadamente no saben óónd e v i v e este a n t i g u o empleado que conoció seguramenia
al Rey. Y a m i me hubiera
gustado un t e s t i m o n i o vivo,
d i r e c t o , que añadir a las imágenes inanimadas q u e ya
guarda nuestro fotógrafo en
sus carretes. Así que una noche, al regreso de la ópera,
donde acabamos de ver el
ensayo general de «Khovanchina», de Mussorgskyn míentras el conserje de noche me
entrega la llave, pienso que
por su edad podría perfectamente haber trabajado aquí
en eso época. Y se lo pregunto. * S i , señor — d i c e — ,
ya estaba en el hotel hace
treinta años,»
—¿Conocería usted a Don
Alfonío X i l l ?
—¿Ei
Rffy de Españ«?
jClaro que lo conocli
— ¿ C ó m o era? —^le preg u n t o — . Y la respuesta b r ota,
flsponiinea:
-—Molió gentiic. Un grande signore, un vero Re.
Hablamos mezclando u n
poco los idiomas, porque m i
italiano apenas sobrepasa los
límites de lo • macarrónico&.
Ei señor Laurent me dice
que, lógicamente, no tiene
muchos recuerdos personales de Don Alfonso, Su puesto de trabajo de entonces no
le brindaba tantas o p o r t u n i dades c o m o hubiera tenido
ahora. Pero puede asegurarme que, enrre el personal, el
Rey disfrutaba de grandes
Simpatías- <No era orgulloso.
Tendía la mano en seguida
a iodo el mundo-i* Recuerda
aquellos días de su enfermedad y la llegada de algunas
arialócratas españoles. Me
nombra a la marquesa de
Comillas. «Fue un cosa muy
triste — a s e g u r a — , y hasta
la Familia Real d e ' I t a l i a estuvo aquf varias veces. Los
accesos a sus habitaciones se
aislaron con biombos. Todo
e! m u n d o decía que el Rey
soportaba su dolencia con
mucho valor.* No, no guarda
ninguna anécdota personal
del Rey —^nunca dice *Don
Alfonso», sino «¡I Re»— y,
además, |hace ya tanto llemp o l Le digo que van a cumplirse treinta años y se queda un poco absorto, como
pensando en esas fechas en
que era joven todavía, «Es
v e r d a d . . . Treinta años ya.»
Y no nos queda mucho m i s
que decir.
UN ENf=ERMO VALIENTE
Pocos mes^s nittes di^ fullecímiento
dv
so Xllí se tomó e*tíi ¡oto en la pm-rta dfl
Alfonhotel.
Todo el mundo dice lo que
el señor Laurent acaba de
repetirme. Que Alfonso X t ! l
soportó con entereza ejemplar [os dieciséis días de suf r i m i e n t o que mediaron erv
[re el primer ataque de angina de pecho y la muerte,
Pero aquella habitación que
acabamos de ver estuvo casi
siempre cerrada a las visires.
Incluso sus más prónimos
familiares tuvJeron que permanecer en el salón ¡nmedíalo casi todo e! tiempo
mientras el Rey luchaba por
su vida en una agonía interminable. Sólo siete personas,
siere testigos excepcionales,
pueden contarnos cómo fue
eíia lucha; tres médicos, los
doctores Frugonin Colaría y
Puddu; doí religiosas de las
Siervas de María, Sor Teresa
y Sor Inós; un sacerdote, el
Padre Ulpiano López, de la
Compañía de Jesús, y Paco, el
ayuda de cémara que no
41
D5f Q??9a
VL\ra df ífí pinza de ín Esedm,
UN PROFUNDO
CONCEPTO DE LA
DIONIDAD REAL
abandonó un ¡n&tante al enferrno- De estos siete lesiigos $úlci existen ya cuatro.
Sor fnés, la m c n j i t a guipuZ'
coana; Paco, el ay^jda d e cdmarfi* y el doctor C o l a b a ,
que fue su médica de cabecera, han muerto ya. Sor Teresa es fioy supEriDra de la
comunidad que las Siervas
de María tienen en Marsella.
Ignacio C a r r i ó n , redactor de
BLANCO Y NEGRO, ha viajado hasta allí para entrevistarle. El Pi3dre López está en ArgenEína y yo le he e i c r i t o i n cluyéndole un cuestionario y
pidiéndole que no lo considere como d e f i n i t i v o , sino apenas como pretexto para recoger sus recuerdos de A l fonso X l l f . En Roma enconIrá, por fortuna^ dos testimonios inapreciables. El p r i m e ro de ellcsn el del ilustre doct o r Cesare Frugoni, ral v e :
la primera autoridad médica
italiana de su tiempo, direct o r de la Clínica Mi&dica de
Roma, p r e i i d e n l e de fa Academia Médica y del Consejo
Superior de Sanidad durant e
más de veinte años. Frugoni
es \jna eminencia, una de
esas lumbreras de la Medicina cuyo p c u r r l c u l u m a está demasiado lleno de éxitos
y de honores para transcrib i r l o aqui íntegramente. Le
pido una entrevista que se
desdi* iinn de íu.i balcones
dela.t hubil/iciones
encarga de concertar Julián
Cortés Cavanillas, que tan
fervorosamente quiso y defendió s i e m p r e a Alfonso X L I I , que ha ¿Ido su leal
y apasionado biógrafo, que
conoce Roma como quien ha
v i v i d o alir mds de veinte años
y que ademas es amigo m í o
desde que nos conocimos en
la cárcel da San Antón en
los tremendos días de no-
del Rey D. Aljonso
viembre del 36- Julián nos
acompaña a casa de Frugoni,
de quien conserva una cordialísima carta agradeciendo
el envío de su l i b r o sobre Alfonso X I I I .
EL DOCTOR Y EL AMIGO
Frugoni vive en uno de
esos barrios residencia les ale-
Simpñlicn ft'lo^rnfi'i ¡n^<lita d'^ th Afjnnsc, XlIL rn Roma,
con una de iixs ni'-las, muy probabíemniif
Sindnj
Torloiuü.
Xlif
t-n el Gran
Hotels
jados del centro, donde gra^
cJas a Dios, quedan árboles
y franjas de césped^ donde
el ruido de la ciudad ha desaparecido ya. El gran ventanal del salón en que un criado nos inlroduce se abre sobre una verde y compacta
fronda de pinos. Parece com o si estuviéramos en pleno
campo, a mucha distancia de
Roma. Y en fos pocos minutos que el doctor tarda en
aparecer yo pienso que he
aceptado con demasiada facilidad la idea de que este hombre viva y acepte recibirnos.
¿Qué edad lendrd ahora?
¿Será fácil ef diálogo con él?
Pero el doctor entra de repente y mis Temores se borran de golpe.
El que entra en La habitación es un hombre alto, delgada, de paso f i r m e , de movimientos ágiles. La cabeza
es más bien psqusna. Los
DjDS son vivos y amables detrás de las gafas. Levemente
sonrosado, tiene ese aspecto
pu I ido,
i m peca b i e, verd sderamente as¿piicc que he encontrado a veces en los grandes maestros de la Miídlcina.
Emana ese aire de suave autoridad que deben dar muchos años de cNnlca, muchas
vidos colgando, como de un
hilo, de unas manos delgadas,
a r i í t c c r i t i c a s , que se
mueven con sosegada elocuencia. La mujer que lo
acompaña es también un personaje importante. Todos fos
teatros de ópera del m u n d o ,
incluido el Liceo de Barcelona,
han aplaudido su voz
inolvidable. Se llama Giulie-
42
k>^
?^R*LlP-niFH-.
V-9íi,fSCV9S'
BS5SF^
:--- '-
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\r..-]
'•éif:
^
"<U¡
1 - -'
'
'ÍJ
^
%
iái^úi
LBS babitaao'ifs
del Rey huctim esqumn
te S í m i o n a i l o . N o m e he atrev i d o a preguntar
cuántoi
años llevan casados^ pero el
afecto reboca enrre ellos. En
la f o r m a de hablarse y de m i rarse nota uno que aquí Existe un verdadero entendimient o , tina inmensa t e r n u r a , a l go tan b o n i t o y tan p o t o frecuente que no hay más remed i o que consignarlo, aunque
se aparte de! tenia que nos
ha traído quf,
Frugoni trae en la maho
un pliego manuscrito, N o i
explica que. sabiendo a qué
veníamos, ha hecho que su
m u j e r copie para nosotros e!
capitulo que dedica al Rey en
u n Mbro de memorias que
él titula ^Recuerdos profesionales* y q u e sólo se publica-
Abíijo.
- -
-"i-:---
y ííahan ÍÍ tas callas t iitorio
r á cuando haya m u e r t o . « No
quiero p o l í m i t a s ni c o m p l i caciones — d i c e — ; en mayo
c u m p l i r é noventa a ñ o i y ahora deseo un poco de crenquíl í d a d , " Le agradecemos el regafo que supone esta e x c e p
c i ó n , hecha en f a v o r de
BLANCO Y NEGRO—Recíbanlo — r e s p o n d e —
comro homenaje a la memoria de aquel h o m b r e cordial^
comunicativo, que hasta en
f u grave enfermedad tenía
siempre un acento alegre, d i recto, afectuoso— U s t e d , profesor — l e preg u n t o — í asisliú al proceso
completo de la ú l t i m a enfermedad del Rey. ¿Cómo
definiría usted, elinícamente, la causa de la muerte?
Un f.alón del *'Grníi Hotel"
qirr no hn aufñáü
camhifjs.
Emurnipíe
¿Un i n f a r t o de m i o c a r d i o?
— N o , n o , un i n f a r t o , no.
En la voz y en el gesto hay
cierta vehemencia. No quiero que se escriba la palabra
i n f a r t o . Hablen ustedes de
insuficiencia coronaria,
(Sin embargo, al leer el
manuscrito una hora más
tarde, vemos que é\ m i s m o
menciona la palabra p r o h i b i da.) Pero seguimos preguntando:
— ¿ S u f r i ó m u c h o el enfermo? ¿Tuvo grandes dolores?
— S í , Ifl enfermedad es
m u y dolorosa. Y luego, la insuficiencia
cardio-resplratoria que produce le causaba
ahogos difíciles de soportar.
—¿Los soportaba bien?
— T u v o en todo m o m e n t o
El señor
íyutireiit. a la derecha,
f
--J
Orlaii^iy i^íi ía ¡ffti}) y Ctuaeppe
isí
^ .^r
.*Ü^-
una g r a n entereza, Y aún
más, ese p r o f u n d o concepto
de la dignidad real de que
hablo en mis cuartillas, ie
obligaba particularmente a
resistir el s u f r i m i e n to sin
cffludicacJones,
— E n España, profesor, decimos; *:Hay que aguantar el
tipo». Es posible que el Rey
se dijera a sí m i s m o esa frase aíguna vez, Pero, ¿cree usted que pensó en algún momento que superaría el trance? ¿Cree usted que tuvo esperanzas de curacidn?
— N o , no las tuvo. Sabía
que los repetidoi^ataques no
dejaban ninguna posibilidad
de o p t i m i s m o . A c e p t ó le
muerte con absoluta Esrenl-
dad.
ronoíió
a D. Alfonso
XUL
•JV
^':
i
Éf
Romita.
•
•
•
.
•
•I
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'IV
íiiiiiif
- ¿r:íjr\irKííJ¡H=r.
I-i
'-Pr-
ÍWili^í^El^ítJ
EL CORAZÓN
DEL REY ESTABA
MOY ENFERMO
El Rey Alfonso XIII frecnentabn, en iíonin, un Circulo -^"Ln Caccío"—. atojado on el l'n¡acio Borgkeie. La fntagrafia sup*^or corresponde n la galería ett cuya f>ared hay reiratof
de mofwrcBM y príncipes,
con firmas y dedic<ttoria^^ Ahitjo, visia parcial de un salón.
— ¿ N o se rebeló ni un instan Ee?
Frugoni me miran hace una
pausa de un iegundo y afirma:
— N a d i e se rebela anle la
muerte, salvo aquél que se
ve asakado de improviso, a
Iraíclún, aquél que no la espera de ningún modo . El en>
Fermo que se sabe en psIU
g r o como Alfonso X I I I , que
sufre, que sopona el d o l o r
dfa t r f l i día, se reiigna IrisensiblemeniE, ayudado además
por la fatiga del organismoEsra resignación, este abandono f i n a l , estuvo en el caso
del Rey lleno de serena dignidad.
— H a n pasado treinta añas
desde entonces. Los nuevos
tratamientos, las nuevas d r o ga?,
los avances casi Increíble!;
de la Medicina en este
terreno, ¿hubieran cambiado
la situación de haber eiílstído en aquellos dfas? En una
palabra, ¿se hubiera salvado hoy Alfonso X I I I ?
— T a l vez,.. Entonces no
tenFemos casi nada. Hoy tenemos técnicas más perfectas,
unidades de recuperac i ó n . , . Quizá hubiera superado la crisis. Pero no se puede d e í i r por cuánto tiempo.
El corazón del Rey era un
corazón muy enfermo,
— Q u i e r o hacerle una pregunta muy poco cíenlifica.
¿Influye lo sentimental, lo
espiritual, en las dolencias
del corazón? ¿Gastan las
preocupaciones, los disgustos, eíe m s t o r tan delicado?
—NOj no. Científicamente
no se pueden estimar e&Qs
factores. Existe siempre, y
enistfa en este caso, una causa física, un factor patológico: la estrechez, Ja escíeroais
de las coronarias, Por o t r o
parte, el Rey parecía llevar
bien Ifl amargura del axilrO,
con buen espíritu, con resignación. No, no se pueden estimar estos valores emocionales.
—¿Recuerda usted algún
detalle curioso, algún hecho
que no sea conocido, alguna
anécdota, profesor?
— E n esas cuartillas está
todo lo importante, incluso
íK í?3^^.'^ .'r.'^^ííSWS
S^^¡¡^^
aquDtlat a d m j r a b l e í p a l a b r a t
d i r i g i d a í a t u i^llo Don Juan
y que ho reproducido Irteraim e n t * . Aparte de e i o recuerdo la preocupación c o m í a n '
re d e l o i R«yei de ItailA y
recuerdo, tambiónH el afecTo,
la delicadeza de la Reina Victarla y de sut h i j o i . Un ú¡9.
al llegar para m i v i t i t a , todos
l o i f a m i l i a r e t q u e esperaban
en el salón contiguo a la a ^
coba sf pusieron de píe, incluso Doña V i c t o r i a . Y o debf
decir algo o hacer un gesto
para protestar de aquella corteiía. Y ella contestó, sonriendo; «Doctor Frugonl. es
usted ían Importante que,
cuando usted entra, hasta las
Reinas se levantan para reciblrlei.
UN JOVEN CARDIÓLOGO
El doctor Puddu « t i sent a d o tras su mesa de consulta, en su mcderna clínica de
Monte Parioli. Es simpático,
sonriente, m a d u r o . Tenía que
ser bastante joven cuando
Frugoni -—de quien fu e destacado d i s c í p u l o — lo p r o p u '
50 como especialista en Cardiología para asistir a A l f o n so XI11, No se equivocó, en
cualquier caso, porque hoy
es — y desde hace mucho
t i e m p o — o t r a lumbrera de
la Medicina italiana. M i p r i mera pregunta revela la curiosidad lógica sobre la causa clínica de la muerte del
Rey.
— D o c t o r , ¿el diagnóstico
de la enfermedad de Alfonso X I I I cu¿l ere, a su Juicio?
¿Infarto de mfocardio?
— Ev i den [emente.
— E l profesor Frugoni no
quiere que mencionemos lo
palabra, ^ o s pide que nos
llmiiemos a hablar de insuficiencia c o r o n a r i a ,
Puddu hace un gesto muy
[atino, muy expresivo, abriendo les brazos y sonriendo
levemente, como si no supier a qué decir. Por ú l t i m o ,
agrega:
— E í i i i l i ó un i n f a r t o , desdo luego. No veo exactamente la r o i ó n por lo que no
puedo decirse. En f i n , qulrá
lo más enacio sea d e f i n i r la
causa de Fa muert e t o m a
•angina de pecho». Todos estos conceptos ^ t r o m b o s i s ,
i n f a r t o , tsclerosis coronario,
tienen una m e i i í a c l ó n d i f í c i l ,
aun para jos profesionales,
Alfonso X l i l tenfo un cora-
4
zón enfermo, an cualquier
caso. No tenía solución,
—¿La hubiera tenido hoy?
—Es muy posible. Una solución a c o r t o p l a í o , desde
luego. Hoy hemos avanzado
m u c h o en este terreno.
— ¿ L o había visilodo uS'
ted corno mfkJico antes de su
ú 11 i ma e nf er medad f
—'No, y o sólo intervine en
aquella etapa inmediata a su
muerte.
—'¿Hubo esperaníos en aU
gún momento?
—Para m í . n o . Los cosas
f u e r o n claras desde el comienzo. No hubo ninguna esperanza.
— ¿ G u a r d a usted un electrocardiograma del Rey?
— H a c e demasiado t i e m p o . . . No creo que lo guardemos aquí, en todo caso. Esta
cITnica es nueva.
— ¿ D i r í a usted que aT corazón le afectan los disgustos, d o c t o r ? ¿Puede lo sentimental dañar m o r i a l m e n i e
el músculo cardíaco?
El médico sonríe levemente y se quede porado un Ínstente, como si d u d a r o ,
—Clenííficamente^ hay que
decir que no. Pero es posible. No sabemos que eso
pueda o c u r r i r ni cómo puede o c u r r i r . Pero, en f i n , yo
no l o negaría rotundamente.
—Dígame, doctor, ¿fue Alfonso X I I I eso que se llama
€un buen enfermo»? ¿Obcd e c í a l a s preijCrtpcIones,
aceptaba las órdenes de los
médicos?
— i O h . sí! Era un e n f e r m o
ideal. Aceptaba rodo con disciplino absoluta y sentía fe y
respeto por nosotros, Y ero
simpático, m u y simpático.
—¿Pasó casi todos aquellos días en una butaca, verdad?
- ^ í , aquello posición disminuía su fatiga, Y lúe precisamente m i suegro, que era
entonces embajador del Perú
t n Roma, el que le envió una
butaca articulada de esas
que Se ulüizon para reposar
u n pc>co después del almuerzo. Sí^ m i mujer es peruana
y yo comprendo bastante
bien el español.
— T a l vez por eso ha comprendido usted m i pésimo
italiano. ¿Qué Otra cosa recuerda usted de aquellos
El retrato dv Don Atfonto XIH \jiittjgrafia siipftiotí
fipi'
ra. i-nlTf los dp otros m«fiürcrij, ert PÍ QÍTCUÍO "La Caccüt",
Abajo, 1*1 fiev i'n I/i plaza Cnforííin. dp Ronin, fn rí tirit¡ 1937.
días?
— H a n p a s a d o muchos
años. Recuerdo muy bien lo
preocupación de Fa reina Elena por la salud de Don Alfcnsíí. A veces me llamaba a
46
Ki Dr, Frugoní,
acompañfido
VISITA A LA
ANTIGUA «VILLA
TinA RÜFFO»
m i casa por teléfono, díreC'
tamenie, para p r e g u n t a r m e
cómo estaba y qué noticias
nuívas podía darfe.
PEQUEÑA AVENTURA
DE ESPIONAJE
No lejos de esTa clínica del
d o c t o r Puddun en el m i s m o
dv su e-nposG, r'-pam el rapiíuío
Í/C" ÍUS "Recuerd^^
b a r r i o de Monte Pariolj^ está
la casa donde A i f o n í o X I I I
residió una breve r^mporads, ftVHIa T i l i a Ruffou, propiedad de aquel barítono
B i i t r a o r d i n a r i o que apasionó
a lc$ aficionados a \B¡ ópera.
Cortés Cavanillas v i s i tó una
vez al Rey en aquella residencia, en 1935, y acepta el
papel de guía para intentar
su l o c a l i z a d o r . Siguiendo el
i t i n e r a r i o que nos marca,
avanzamos, en el cochecito
alquilado, entre chalés con
jardines, hermosas realdenciaí diplomáticas y modernas casas de departamentos rodeadas de árboles y de
«ALFONSO XIII, REY DE
ESPAHA»
(Del l i b r o inédit o " t i c c u o r d o í profesión ales" I
Etle r^* f l riipíliiLu que r l dotior Uéurí PrufGni ha i m l '
TimoíiÍD J« hcmi'Eiiijr i It mcniofla de .Wton^o XTII,
Bl.^^XO V rVEGRO ;,f.:adoct- el teneTOio ÍCHIQ del iluí[re y ÍJiraatü aiediio iialianD,
Vi por primera v^z n Alfoiuo XIII. c t Rey de Espuíin,
ü{ 6 de abril dt^ 1937, Volvi a verlo *-ii nunift-oKas ac"íiones luego, diirniiíf sr/ larga pi-rmnm'ncia i-n ítaiiíi y.
•fobrp t<ido, en fiíinlo, hasta ci punto de goiar de su confianza, ya que a ello ae preitaha vi carácltr di-l itiislre
pacifiit*; 31! jc-vialidad. •tu i'ivit inlfli^cnciti, su gusto por
las bromas contFtiiiio iicnjprv un liinites de jinuro v
respeto^
Hubo despitvs tin largo interindo durante i-í que permaneció en Suiza ca\¡ sieaifíf*^ Si?gún supe rijós tarde,
en este tiempo mfrió t'ario* atai/ws df (/rigen coronario.
Vuelto n Italia, fue asistido hatta el fin por el excetrnte
doctor CoííT^iO. que ju*" *u médico de cabecera, y pur vi
4«
prof/^íionnles"
céapedí en el que a vecei relampaQuea el agua azul de
una piscina. Julián detiene
la expedición frente a una
villa inmensa con un gran torreón y un parque de considerable larnaño. «Estoy seg u r o de que era p o r aquí
— d i c e — , pero la casa no
era tan grande como ésta.»
Caminamos alrededor de la
tívillflí
preguntando a t o d o
ef que encontramos. Pero
nadie sabe cuál era la casa
de T i l l a Ruffo, cosa que a
mí me defrauda un poco,
porque yo pensaba que seria
un recuerdo venerado, una
especie de m o n u m e n t o na-
en vi qu^ hahln d^ Mftni«t
XJH.
cional. Al f i n , una anciana
señora nos señala ia que fue,
precisamente, nuestro p r i mer objetivo .
—Esa, ¿sa es ^ V i l l a Titlfl
Ruffop,
Pero en la cancela de entrada hay una placa que d i ce: «Embajada de la República de Bulgarias.
—¡Qué mala suerte! — c o menta Cortés Cavaniüfls—•,
porque si ahora nos ponemos a hacer fotografías, a lo
mejor hay problema?.
Yo tenia la esperanza de
entrar en la • v i l l a » , de ver
ios lugares donde vivió el
Rey, de fotografiar los salo-
ductor Puddu, que lit at*^ndiá como cardiólogo y (¡ue
fue distinguido alumno mÍo y es ahora uno de los mejon-s profcsionalcn italianos en su
especialidad.
De^do "i primer etectrocardiograma
encnntramvf
JRnales clnrna de uii reciente infarto que fue agravándose
patilfilinamente
y que e-XpUcaba vi jNKterior
emproramienlo y ¡a prfdpitarión
di' lo* acontecimientos,
sin qup
rilo modificara ni atenuara liis cualidades humanas d*'l
Rey que \-iempre fueron un gran señorío y afabilidad y
un complejo dominio di' ^¡ niismty. Todo esto hacia de él
un enf''rmo ideatt de übí-dieucia absoluta., de colabiiración total con ÍIÍS medico^^ dr completa confianza v respeto ¡tara sus prescrii¡ci<ine*. Yo fui ¡¡amado a consulla
y en el doltiroio y ¿¡timir periodo ¡e vi muchas vecen en
razón de aquel estado su\o que^ aun Con airas v bajas,
era cada ves peor, v podría definirse como una inestable
V peligrosa situación de alarma en que venían
jornadas
de tal gravedad que a nadie se permitia estar en la habitación del i'nferato. aparte fie los médicos v de ¡as dos
monjílai l':^p|¡ñollls. sor Teresa y tor ínes. tpie lo cuidaban
devotamente., v las más ínlimtni familíaref-^ La familia real
de llalla también segiiia de cerca, anguslioiamente,
el
cursa de lo enfermedad^ prodigándote al máximo en atenciones todos sus miembrm. cada uno desde su esfera de
Sobre
í'sín* linead conversa
con mii-itro
neSn incluso et d o r m i t o r i o
que ocupó d u r a n l e su esiancia. Ahora nos vernos obligados a rodear la posesión
buscando un ángulo favorable para la cámara, cosa d i f í c i l , porque el m u r o es muy
a l i o , y los arbolas, m u y crecidos j u n t o a él. Cuando estamos a medio camino, notamos que un guardia camina tras nosotros a una distancia prudencial. Enionces
elaboramos rápidamente un
plan de camparía; García
Pelayo 5e adelantará con sus
cámaras rodeando la calle
hasta la fachada p r i n c i p a l
— q u e es ia más fotogéni-
rjtviado
rs/í'-cífl/, Cay^rinti
c a ^ mientras nosotros dos
distraemos al guardia demorando el paso y haciendo
ver que contemplamos, com o turistas curiosos, las v i viendas y los [ardines de alrededor. Estamos m u y satisfechos de nuestra estrategia
hasta que doblamos la calle
y nos encontramos con una
situación que no habíamos
previsto.
Ante la cancela de la * v i llají, que está abierta, hay
dos caballeros qua contemplan fijamenteH con caras de
pocos amigos, a García Pelayo, que ya no sabe c ó m o
d i s i m u l a r con toda su impe-
ponbiJidfides.
Pero e¡ mal seftiiia implatabte iii camino,
creando variad lece^ silunciones de pfUgro tnmfdiaio.
Si
alf^ien quiere conocer más delrtllvs de ^st/i dolorosit itrapa podrá trou^iiííar pl libro de Julián
Cortes-Cavimiltns
"Atfonsí^ XIIL Coii¡esionef y muerte", can prólogo de
iTintíojí S, ChurchiU.
El Rvy fue fiemprf afabloy tolerantp VimcoriPi
nmigo
para loa médürns. fJftr un episodio que no sp cita f-ti id
libro mencionudo y qiie resulln sifínijicfJtivo pura fxpre^
sur el tito concpio de la rrníx*xo que poseía Alfonso X / / / .
Antp un repentino y gravi%Í¡nti colapso se advirtin n la
jamilii real del jndÍ$ro inminente
y pocí^ despws pO'
r^cio que el ¡inid había //''paiíc. La Rpina Victitria^ el
príncipe don Juan, todas las familiares JT' precipitaron
a ¡a habitación de don AljnifMx v fo rodearon d'' Tadi'
llus, los ojoí Ilfnos de lágrimas^ Le aeabábam(-s de ltar:er
una doble inseeción de adrrinilina que coiifíiguíá reanimafío. Recobró PI t-tinociniipnro v i'ii'nda n Todn.f los pr"-sentej nrrodUli'dos, llorando ttn disimulo^ u* dirigió dm
lentas palahran al condr dr Barcplona diciendo: ^'So llor''fl. Es iiprganxosn c injunlo que eLfirfurn Rty de España
llorf par una ío.^n tan natural como ¡a niuerff".
Fueron unait ¡ratabris so/cmfifji, dado i'l tráf^ico momento en qti** se proituiieiabon,
y en ellas deticubri to
Liica de Ti-na. A la dervchn.
dimenla fotográfica. Detrás
de nosotros, el guardia cier r a cualquier i n t e n t o d e retirada. Hay un momento en
que todos noa miramos los
unos 3 los o t r o s , hasta que
Julián se arranca y se dirige
derecho a los búlgaros, Explicaciones, tarjetas, aniversario, Alfonso X i l l , « A B C B ,
BLftNCO Y NEGRO... Uno
de los búlgaros habla italiano, no demasiado bien. El
o t r o no habla, pero se f i j a
mucho. Al final sonríen, no
m u y convencidos, y la cosa
acaba bien< dándonos la mano y todo. Mientras bajamos
las cuestas de Monte Parioli,
vi cnrdíñlogo
Dr,
Puddu.
riéndonos de la pequeña
aventura, se me ocurre pensar sí no hubiera sido m e j o r
tocar el t i m b r e y pedir permiso para hacer nuestro trabajo,
EL TESTIGO LEJANO
• A l t o , delgado, ingrávido,
de mirada penetrante baío
fil cabello corto y gris , de
piernas ágiles y manos vol a n d e r a s . . . " Así describe el
marqué? de Quintanar al padre Ulpiano López, de la
CompaJñfa de JesOs, que asíí'
tiú al Rey en la hora de la
muerte. Alfonso X I I I lo co-
arraigado, lo profundo que era en Alfonso XIII t*l sentido de la reale=a.
Cuando nos qupdamoi solos de nuevo^ ^l ítev, qtie ha^
hiíi comulgado v recibido la Extremaunción,
enlrá en
agonía. La muerte no venín rr su encuentro en el marco
failuoio del Palacio Real de Madrid, sino en el exilio,
en id ruarlo de un hotel, del Gran Hotel dy Roma, el 28
di? febrero de 1941. En la hnbitucióa sp destacaba sobrf
el techo el fuanntn v lujo\n manto dv la I trgen del Pilar
qtie^ coma un actii propicintorio. habia traida a Ranm
pocos dins antes un grupo dr españnl"» fieles a í» pertona. Sus últimos jralnbra^ fueron de fortesíp y bondad.
Del citado libro de Corlé-'^-CnvaniUas rpcojo, ¡mra terminar t'ttas nolus. unas jra\e-S de Alfonso Xlll. dichtis sólo
tiaras anlP'- de su mwrTe- "Las tres médico^^ consternados, estaban casi iisociados n¡ c<*rn de lágrimas y rezos
que filtraban las puertas de la cáninrn^ El Rey, lívido^
atiró diilct^menti* al doctor Fnigoni diciendole:
"Gracias,
doctor. Sabia que es usted un gran médico, pero además
se ha com¡nirtado como un buim amigo".
Cé^arP FKUGONI
RoniJi. 197K
47
i
A
Arríbii,
füt-hadií df la Biiñíicn
su GRAN DESEO
ERA VOLVER OE
NUEVO A ESPAÑA
nocía desde 1932, Lo había
llamado alguna ver para el
cumptimienTo pascual Y fue
el padre López quien confe! í V d i o el v i a t i c o al m a r qués de l a i Torres, secreíario y amigo de Ckjn Alfonso,
de Sania Marin h
Mayor. Alfonso
muerto p o t o s días antes que
el m i í m o Rey. El padra López reside ahora en Argeniína y pn IA isla del P a r a n i ,
donde — í e g ú n eacribe— dedica su t i e m p o de jubilado
a los l e p m i o s . Era, por aqueIfCi días de 1941, profesor
de Teología Moral en la Universidad Gregoriana Y nació en Granada, ^n unn fecha que no be pedido y no
he q u e r i d o averiguar- Ya he
dicho quB le he enviado u n a i
preguntas. Ho
respondido
XIII
era^ por dert'cho
con dos cartas llanas de cordialidad, rebosantes de afecto y admiración para la persona de Alfcnso X l i l
He
tratado de sintetizar ambas
en unas respuestas que abarquen ía lotairdad de sus p^labras.
'—Lo que conocemos de
la larga agonfa de Alfonso X l l i indica una absoluta
reílgnaciún cristiana. ¿No ¡e
rebeló ni un instante contra
ia idea de la muerta? ¿Fue
total su aceptación?
propio,
cimónifio
de ia
iglesia.
—Resignación crJsrlana es
poco. Demostró una aceptación plena de la voluntad de
Dios. No tenía apego a la
vida ni miedo a ia muerte.
Podría resurnirío
diciendo
que hubiera estado dispuesto a vfvjr si con ello hubiera sido útil a España. Y esto
no era ^una frase vacía, sino
una
convicción
profunda,
total.
—¿Hablaba en aquellos
momentos de algún tema de
manera especial? ¿Le ob-
48
e;^€fS?Q^
sesionaba
algo
paríicularmeníe?
— N o hablaba más que de
España, no le obsesionaba
m i s que España, su f u l u r o ,
su recuperación después de
la guerra, [Con qué a i e n c í i n
segure Fa campaña antes de
caer e n f e r m o ! jCon qué devoción asisiFa a la oración
que cclEbrébamos lodos los
meses, hasta c u l m i n a r en la
Salve de acción de gracias
del 1 de abril de 1939! Su
gran de^eo era volver B España n o c o m o Re/, sino
c o m o un español más.
— C u a n d o supo que se
m o n a sin remedio^ ¿crEc
usted que llegó a esperar el
M i l a g r o , a guardar f e en una
casi imposible curación?
—'Tenía f e en el Corazón
de Jesús. V la Virgen era su
esperanza, Pero r e p i t o que
no deseaba la vida sino contó un medio de 5er útil a su
país. M i r e , al p r i m e r ataque
d e angina de pecho me
m a n d ó llamar. Llegué at borde de su cama y me d i j o :
* P a d r e . esto es grave y hay
que prepararse. Confiésem^t.
T
—-¿Mantuvo el buen hum o r ? ¿Era afectuoso, alegre,
dentro de lo posible?
— E r a increíble en ese aspecto. Apenas pasaban por
un instante los terribles dolores, ya estaba gastando
b r o m a s , intentando hacernos
sonreír. Hablaba de bailar
una iota navarra con sor Teresa, indusD—Dicen que hay un *estTlo> en Eos monarcas, que la
Un aspecto
del
rüju¡ún\o
inferior,
realeza, c o m o el sacerdocio,
• i m p r i m e carácter». ¿Piensa
q u e Alfonso X I I I tuvO en
aquella hora la dignidad que
le correspondía? Además de
m o r i r como un crisllano¿ m u r i ó como un Rey?
—Se e n f r e n t ó con la
llpno
de obras
de
arle,
muerte con una inmensa majestad. Cuando v i o que [legaba su últim a hora me d i j o :
•Padre, esto se acaba. Déme
la ExEremaunción». Fue tan
sereno y tan valiente entonces como lo había sido ante
las pistolas o las bombas de
de Sania
María
la
Mayor,
fos alentados. Me d i j o una
vez: cMenos hambre, creo
que no hay sufrimiento que
no haya e i p e r i m e n t a d o en
la vJdati, Ya se ha contado
aquEÜo que le d i j o a Don
Juan en una ocasión en que
éste n o podía contener las
Ahajo, el manto de la Virgen donado ;i»r h Reina María Criniinn a In Ba^Uira del Pitar de Zaragoza. Cubrió ei cuerpo del
Rey y en 1969 fue llevado a Laiisana con motivo de la mwrte
de la Reina Doña Victoriü Eug'^iiia. A la d^-recha, el Felipf IV de Santa María la Mayor, qu*-. srgiín nn periódú^o itniiano <i-' la ¿poro, ri^ne cierto pftrvcido ¡hico roo Alfon,o
XIII.
EL CIRCULO «LA
CAZA», UN CLOB
ARISTOCRÁTICO
lágrimas: «Lo^ Reyes no liorans. Sí, él m u r i ó como un
verdadero Rey.
— ¿ Q u é recuerdo EB le ba
quedado m á í vivo de este
Opisodio que es Historia ya?
¿Qué geíto. qué palabra, qué
mirada conserva usted de
aquel hombre llamado A l f o n so X1II7
— S u última mirada al
c r u c i f i j o . Su ú l t i m o gesto de
incorporarse en el sillón para besarle y caer luego sobre
el respaldo diciendo: * | J e 5Ú4l» Un segundo despué;^ ya
estaba m u e r t o ,
UN REV SECA LOS PLATOS
La casa romana de las
«Damas Apostólicas del Sagrado Corazón de Jesúse l e
f u n d ó en 1 9 3 1 . La i n s t i t u c i ó n que creara en España
doña L u í Rodríguez Casano-
va ruvo aquí 5u primer a superiora en fa persona de Adela Ventura. Con unes medios
matoriafe^ casi siempre mínirn05, h s Damas A p o i t ó l l cas procuran socorrer a l o í
necesitados en sus d o m i c i Nos,
mantienen comedores y
colegios y dispensarios. A esta casa de Roma — h u m i l d e ^
limpJa, un poco destartalada—
venía el Rey Alfonso a
c u m p l i r deberes de c a n d a d .
Le p r e g u n t o a esta religiosa. Esperanza D ' A n t i m i , nacida an Rocca di Cañe, j u n t o a
Roma, si recuerda co^as de
Alfonso X l l l , ya que está
a q u í desde la fecha de la
fundación,
—Sí,
recuerdo muchas cosai-.
Las Infantas venían l0!>
lunes y los viernes a dar de
comer a nuestros pobres, vamos,
a servir la comida. Y el
Rey v i n o muclnas veces con
ellasr Un día llegó cuando
nuGíJira superiora estaba sin
un c é n t i m o . í ¿ O u é pasa por
a q u í ? * — p r e g u n t ó Don A l f o n s o — . La superiora le contó que acababa de poner las
úftimas cien liras en la tumba
de Pío X que acababa de sffr
Desdn psle racIinnitTio
osiíria rl Rf-y Aifotiso
celebrnciiin ili^ in Saníri Misa en la igietin dp
canonizada. Era su manera
de pedir el pequeño milagro
que necesitábamos casi todos
los días. í E s i á bien eso de
Pío X — d i j o el Rey—, pero
acuérdese que tiene también
a Alfonso X I I L >
—¿Servía la comida?
Bajo estai línpas liemos la nave r.rnírai de ía iglesia i^-tpaitoiti t/e MonUerral.
En la
prirtjpra captüa de la derecha, qup comunica con la nnvt*, n-posnn los resto-i del Monarcít.
Xill a la
Montserrat.
— Y secaba los pfatos luego y los colocaba en su sitio.
Decía q u e le gustaba
nuestra Institución porque
en ella se podían practicar
juntas lodas las obras de misericordia.
Juliana Manzana, de Tafavera de \& Reina, también recuerda a Don Alfonso. Ella
está aquí desde 1935.
—iJna v e ; llegó a casa el
Rey — r e c u e r d a — y no habíamos podido encender la
estufa. Hacía un f r i ó tremendo Se fue sin decir nada y
volvió al cabo de un rato con
un camión lleno de carbón.
O t r o día le abrió la puerta
un chiquillo español que teníamos aquí recogido. Alguien le regaló un traje de
soldado y esa vez lo Ifevaba
puesto, Don Alfonso se le
quedó mirando y le d i j o ;
^Oye,
chico, ¿a ti no te han
explicado en el cuarlef que
cuando el Rey entra hay que
quitarse ef g o r r o ? * .
—¿Ayudaba el Rey reguarmente a la Institución?
•—Ver¿, nos regalaba una
agenda grande, de esas que
hay para anotar las compras.
En fas fecfifls del 23 de enero
— s u S a n t o — , def l ú de mayo — t u cumpleaños , 25 de
Jufio — S a n t i a g o — y 8 de diciembre — l a p u r í s i m a — estaba su f i r m a y eso quería
decir que podíamos cíperar
su ayuda en eaos días. Además fe Reina y los Infantes
también firmaban cada uno
en la fecha del día de su Santo. ¿Quieren ver el diario de
nuestra primera superiora?
El d i a r i o d e Adela Ventura recoge los donativos de
Don Alfonso y cada vez anota un^s palabras de cariño y
de respeto. Cuando habla de
Su mucrre liene frasea conmovedoras por su sencillez;
• E r a todo bondad y carid a d para esta casa».., «Cinco días ante^ de m o r i r aún
e S I a b fl ínlercsdndo&e por
n o í o t r s s . . . * a A lodo el m u n do hablaba de esta obra que
tanto querJa,,.a -Descanse
en pa£ el Rey c a r i t a t i v o que
no íuvo a menos bajar hasta
el pobre y servirle U c o m i da con sus propias manos.»
UN CIRCULO
ARISTOCRATtCO
Alfonso X l i i frecuentaba
u n Circulo, un * c l u b v de Roma que tiene fama de selecto y d i f í c i l . Se llama «La
Caccisif — * L a C a z a * — , y el
embajador Garrigue^ ha tenido la a m a b i l i d ad de pedir
una autorización para que
vayamos a visitar el Circulo
y nos dejen toma r algunas
fotografías. Sabemos que hay
un r e t r a t o de Alfonso X I I f
con dedicatoria. Kos c i t a n
t e m p r a n o . aDe nueve a
diez», nos han d i c h o .
Son las nueve y media
cuando llegamos oí v i e j o y
h e r m o s o Palacio Borghese
donde se aloja el Círculo y
donde se alberga tanihién la
Cancillería de ta Embajada
de España ante el Q u l r i n a l .
* L a Caccia» es un casino por
el entilo d&\ tiNuevo C l u b *
de M a d r i d , un lugar de l u j o
refinado, de gUEto un poco
antiguo, donde se nota en
seguida que la comida será
de excelente calidad y se adi vina un servicio refinado y
discreto. La galería, abierta
al patio del palacio, muestra
una larga serie de Monarcas
y principes en foiografias
con f i r m a s y dedicatorias.
Allí estén los inglesen, incluido el duque de Edimburgo,
y los italianos^ y los de Portugal. Alfonso X I I I tiene por
vcclnp a Cristian X de Dinamarca, Un poco máE a\\Á.
Faruk, Gustavo Adolfo V de
Suecia y el príncipe Fernando de Baviera. En un extrem o de la galeria, í c b r e un
mueble, hay una carta en
que H u m b e r t o de Saboya
agradece a los miembros dpi
Círculo y a su presidente la
felicitacidn de Navidad que
lo han enviado.
La Pnrroquifi Ü ytie pertenece rt di^trita del ''Grnn Hift^r. de Roma, es Sin- María de los Angeles —foto superior—, cuya nave central está constniidn sitbre las Termos de
Dincl'^iann.
Abnjo, el interior del templo dondr fue condurido el cadáver df.í Rey nnies del pníif-rro-
Luí renos de Alfonso
XIII
reposmi t'H la iglpjia
española de Monl^errat,
en
Roma. Estna doi
imágenes corri'^pondpit a íi
tiimba y a la tapida
de su sepulcroImprp^tíona
al visitante ía sencillez
df la última
morada del -Monarca español-
J^
r^->
SV MAJESTAD
DON
52
EL REY
ALFONSO
XHl
MDCCCLXXXVI - MCMXLI
NOTICIAS SOBRE
EL ESTADO DE
SALUD DEL REY
Yo intento saber cosas del
Rey, quiero averiguar si venía mucho por aquí, si cazaba con otros miembros del
Círculo, si formaba parte de
alguna tertulia habitual. Pero
el Administrador que nos ha
recibido y acompañado a la
galería dice que sólo lleva
cuatro años en el cargo y no
puede darnos ninguna información.
No, no ha sido eso que se
llama un éxito periodístico
mi visita a «La Caccia». Hubiera sido preciso localizar a
un antiguo socio, que hubiera tratado personalmente al
Rey y que hubiera podido
aportar algún recuerdo, pero
es un problema de tiempo y
de paciencia. Y todavía hay
que explorar la Hemeroteca
romana.
LA MUERTE, EN LOS
PERIÓDICOS
Cuando el Rey enferma
para morir, los periódicos de
Roma están llenos de noti'cias de guerra. Italia combate en Grecia y en África. Las
primeras p l a n a s recogen
bombardeos, movimientos de
la escuadra, discursos del
Duce, elogios a un soldado
caído heroicamente. He teni-
'Villa Titta Ruffo",
hoy Embajada
do que buscar con mucho
cuidado para encontrar en
las páginas interiores unas
breves noticias sobre el estado de salud del Rey, que
ya era angustioso. El 25 de-
de Bulgaria en Roma. Aquí vivió el Rey algún
febrero, por ejemplo, se dice
que ha pasado una noche
tranquila. Frugoni y Colazza
firman e I comunicado, el
parte facultativo que dice escuetamente: «Situación esta-
tiempo.
cionaria». Más tarde, el mismo día, hay otro boletín más
espera nzador. Se afirma en
él que «dentro de la gravedad se han atenuado algunos
de los síntomas más alar-
Abajo, el Rey, a la salida de misa de la iglesia romana de San Ildefonso. A la derecha, el P. Ulpiano López, que administró la
extremaunción al Monarca. La foto fue tomada en España en los años de la República, en una visita del sacerdote a la Patria.
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«su CULTURA
PROCEDÍA DE SU
RIQUEZA VITAL»
mantés». El mismo periódico — « l i Giornale d'ltalia»—
habla en esa fecha de la reciente catástrofe de Santander y asegura que se han
destruido 721 casas.
El día 26 la situación del
Rey sigue siendo estacionaria. El 27 hay un comunicado médico alarmante. Lo copio literalmente. «En las últimas veinticuatro horas se
hari presentado graves y repetidos ataques d e insuficiencia circulatoria que aún
continúan». « I I Giornale»
añade un breve comentario
de Redacción que habla de la
serenidad con que Don Alfonso e n f r e n t a la crisis.
Vuelvo a copiar literalmente.
«El ilustre paciente conserva
una fuerza de ánimo verdaderamente admirable.»
Ei día 28, el de su muerte, «11 Giornale» no puede
alcanzar la noticia, ya que la
muerte se producirá varias
horas después de la salida
del periódico, a las once y
cincuenta exactamente. En
esta fecha, por tanto, apenas se dice que ha pasado
una noche tranquila. Y el co-
municado médico, siempre
con la firma de Frugoni y
Colazza, habla de «una profunda astenia, consecuencia
directa de ios repetidos ataques». El Rey no ha .podido
recibir ninguna visita, ni siquiera de sus familiares.
Al día siguiente «II Giornale» publica una larga información del fallecimiento,
con los nombres de las personalidades que han acudido
inmediatamente a i «Grand
Hotel» y que encabeza el
príncipe de Piamonte. A continuación de la reseña hay
un largo comentario sobre
la persona de Alfonso XI11
y los principales acontecimientos de su vida. Una vida que el comentarista califica de «nica, atormentada y
no larga». «Roma significó
en su existencia —dice a con-tinuación— un oasis para
su paz personal y su conciencia católica, en medio de la
dulzura de la atmósfera mediterránea». Luego habla de
la referencia que el Rey dedicó al Ejército y a ia Marina
y de «su asombroso conocimiento de los aspectos técnicos más avanzados del arte
militar». Hay un gran elogio
para su «prodigiosa memoria» que ie permitía recordar
la situación de cualquier oficial o los afluentes de un río
de un país extranjero. «Sin
embargo —añade— su cultura» no olía a biblioteca sino
a riqueza vital. Era un refle-
jo de su experiencia, de sus
viajes, de sus numerosas relaciones personales».
Sigue el cronista refiriéndose a su frecuentación del
Círculo «La Caccia», a su
afición al teatro. Elogia la
amabilidad de su carácter y
«la fascinación de su charla».
«Era bueno, tolerante,
caballeresco, incapaz de rencor. Tenía la rara virtud de
atraerse a ia gente a fuerza
de aproximarse a ella». Era
«como de casa» en Italia. Lo
comparan, por su severa elegancia, por su agudo perfil,
con los retratos de Felipe IV
que pintara Velázquez. Y sobre todo, con esa estatua del
peristilo de Santa María la
Mayor en que su antepasado
aparece vestido al modo de
la antigua Roma. El comentarista recuerda que Alfonso X í l i era, por derecho propio, c a n ó n i g o mayor de
aquella basílica. La transcripción sería interminable. Escojo dos detalles curioso el
uno,
conmovedor ei otro.
Monseñor Montini, secretario de la Congregación para
Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, fue el encargado
de transmitirle la bendición
de Su Santidad. Y, en f i n , se
recuerda que g u s t a b a de
asistir a misa en Santa María
de los Angeles —la iglesia
próxima a su hotel— mezclado con la gente y siguiendo ia ceremonia con el máximo fervor.
Don Alfonso y las Infantas iban periódicamente a servir la comida en un centro de
caridad. En la foto, la Infanta Cristina. A la derecha, dos religiosas que trataron al Rey.
COMENTARIOS Y ELOGIOS
«L'Osservatore
Romano»
es el único diario que publica en primera página la noticia del fallecimiento. Hay
un breve comentario lleno de
admiración para la cristiana
serenidad de su muerte. Dice que en su última hora ha
resplandecido «aquella f e
que le acompañó incluso en
los momentos más penosos
de su vida». «L'Osservatore»
incluye un detalle que no hemos visto en ninguna otra
publicación. El Rey murió
con el crucifijo de su madre,
la Reina María Cristina, entre las manos. Según el periódico se oyó claramente el
beso que daba a la Cruz en
el mismo instante de la
muerte.
«II Messaggero» publica
muchos detalles de los últimos momentos de Don Alfonso. La familia iba a salir
para el funeral del marqués
de Torres, secretario del Rey,
cuando le sobrevino un nuevo ataque a las diez y media
de ¡a mañana. En seguida
llegó el doctor Frugoni, que
le hizo inyectar adrenalina
—este es el momento a que
debe referirse el ¡lustre médico en sus «Recuerdos profesionales» q u e publicamos
en otro lugar—. A las once
y veinticinco comenzó la agonía.
Hasta última hora ei
Rey conservó «luciditá di
mente e serenitá d'animo».
Murió a las doce menos diez.
Llegaron en seguida el príncipe de Piamonte, el príncipe
Bcrghese —gobernador de
Roma— y el cardenal Maglióne en nombre del Papa.
El periódico supone que el
cadáver será transportado a
España <dn seguito» para ser
sepultado en El Escorial.
Vittorio Sorresio firma un
l a r g o artículo necrológico
que «II Messaggero» publica
en este mismo- número del
1 de marzo. Como no es pos i b I e reproducirlo íntegramente, entresa.co algunas frases copiadas al pie de la letra. «León X I I i lo había apadrinado en el Bautismo.»
«Un príncipe simpático, de
maneras francas, que expresaban u n a espontaneidad
cautivadora.» «Inteligente e
impulsivo, tuvo siempre un
vivo deseo de cumplir su tarea de Rey, un altísimo concepto de su deber.» «Aun
siendo impulsivo, guardaba.
54
El Rey, en 1934, en el buque ''^Conte de Savoia'\ Le acompañan las Infantas doña María Cristina —izquierda— y doña Beatriz.
sin embargo, tesoros de paciencia y tenía una maravillosa capacidad para sortear
obstáculos y una excepcional
aptitud para ese arte de sa-
ber esperar que acreditaba
su inteligencia práctica y su
sagacidad política.»
Los periódicos siguen, hasta el día 4 , dando noticias
relativas a la muerte del Rey.
La capilla ardiente, aquella
primera misa de la madrugada con el cadáver en el
suelo, revestido con el manto
En octubre de 1937, Alfonso XIII, gran aficionado al deporte, visita el Salón Internacional Aeronáutico de Milán. En el interior de la Feria se detiene ante una maqueta.
de las Ordenes Militares. El
desfile incesante de españoles e italianos. El embalsamamiento, hecho p o r el doctor Colazza a las cuatro de
la tarde del día 1 de marzo.
Pero todo esto es ya demasiado conocido. Lo ha contado
minuciosamente Cortés Cavanillas en su completísimo
libro: «Alfonso X I I I . Vida,
confesiones y muerte». Lo ha
contado también el marqués
de Quintanar en «La muerte
de Alfonso X í l i de España».
TESTIMONIO DEL
MARQUES DE QUINTANAR
Yo le pido ahora a Quintanar, en su casa de Madrid,
que recuerde algo de aquellas horas, que me cuente
detalles de aquel viaje apresurado y triste.
—Llegué a Roma el día antes de su muerte. Serrano
Suñer tuvo la gentileza de
concederme en el acto el pasaporte que le pedí. Salí de
Barcelona en un hidro pequeño al que cubrieron las
ventanillas porque Italia estaba en guerra y el Medite55
DESFILABA UN
INTERMINABLE
RIO DE GENTE
rráneo era zona militar. Venía conmigo el conde de
Aybar, que llevaba un manto
de la Virgen del Pilar para
el Rey. En Cerdeñ'a nos detuvimos para repostar y ya no
pudimos continuar el viaje,
porque el temporal no permitía el despegue del hidroavión. Perdimos allí, en Alghero, toda esa tarde y todo
el día siguiente. Sólo pudimos despegar el 27 por la
mañana. Cuando llegué, por
fin,
al «Grand Hotel» dé
Roma, el conde de los Andes
me dijo que no quedaba ninguna esperanza.
—¿Vio usted muerto al
Rey?
—Lo vi cubierto con un
sudario en la misma butaca
en que había expirado. Lo
vi luego, ya vestido con el
manto de las Ordenes, en el
suelo de la habitación. Du-
En esta singular
fotografía
rante tres horas y media lo
velamos el día 1 la Infanta
Doña Beatriz y yo mientras
desfilaba un interminable río
de gente. Lo v i , en f i n , ya
dentro de la caja sellada, a
del período
italiano
aparece D. Alfonso
través del cristal que cubría
su rostro.
—¿Cómo e r a su expresión?
—De serenidad. De una
gran serenidad.
tocado con
boina.
—¿Qué m á s cosas recuerda?
—Recuerdo que Don Juan
tenía gripe. Descansó unas
horas en su cuarto, cercano
al del Rey, para poder asis-
t í el mes de octubre de 1935, el Infante D. Juan contrajo matrimonio con D." María de las Mercedes de Borbón y Orleáns,
en Roma. En la fotografía. I). Alfonso XIII abandona el templo, dando el brazo a la madre de la novia, la Infanta Luisa.
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tir a la misa que iba a decirse a la una de la mañana.
Eso era la noche del día 1.
Esa misma mañana, a primera hora, acompañé a la Reina
desde la alcoba mortuoria
hasta la suya, al otro lado
del salón. Salimos al pasillo.
Yo la precedía, según la costumbre de Palacio. Al abrir
su puerta apareció un criado
que arreglaba i a habitación y
que dijo que' aún faltaban
unos minutos. Doña Victoria
estaba tan agotada, tan deshecha, que se sentó en un
banco del pasillo por el que
cruzaba continuamente e i
personal dé servicio, en el
que habj'a ese trajín de un
hotel en las primeras horas
de la mañana.
—^En su libro habla usted
de 'una despedida muda, de
un último gesto de fidelidad
hacia Alfonso X I I I . ¿Quiere
usted contármelo con más
detalle?
,
—Sí, ihe contado q u e
mientras los elbañiles alzaban 'a toda prisa el muro de
ladrillo que había de cerrar
el nicho, lyo puse la mano
sobre el féretro- y ila mantuve allí 'hasta el último momento, hasta que sólo quedó el hueco justo para retirarla. Mentalmente le dije a
Alfonso X l i ' l , con la mano
sobre la bandera que cubría
su caja —la bandera del bar" co que le llevó s\ destierro^—
todo lo que un leal servidor
de tantos años podía dedrle y prometerle en esos momentos.
—¿Recuerda usted alguna
anécdota de Alfonso X I I I , algún episodio de que haya usted sido testigo?
— N o tiene nada que ver
con estos últimos años de
Roma, pero recuerdo una escena muy divertida en que
intervino alguien de «A B C».
Verá, al Rey le era muy simpático aquel excelente escritor que se llamó Manolo
Bueno y le encantaba charlar
con él. Un día me pidió que
lo llevara a Palacio pero no
para una audiencia normal,
sino para conversar sin prisas un rato. Yo no sé que le
ocurrió a Manolo B u e n o
—tal vez la impresión que le
produjo aquella familiaridad
con el Rey—, pero empezó
a hacer gestos de nerviosismo y a pasarse el dedo por
el cuello de la camisa, corno
si respirara con dificultad.
Alfonso XI11 se dio cuenta
en seguida y le dij o muy
amablemente: «¿No te encuentras bien, verdad? Echate en este sofá, descansa un
poco». Y él mismo lo ayudó
a recostarse y le puso un
almohadón bajo la cabeza.
Luego le dijo: «Me han traído el otro día unas pastillas
estupendas que han inventado los americanos y que son
milagrosas en estos casos.
Voy a buscarte una». Se fue,
-y volvió al cabo de un .instante revolviendo medio vaso de
agua con una cucharilla. «Tómate esto. Te pondrás bien
en un segundó.» Le dio el
vaso a Manolo y, mientras
éste lo bebía, se volvió a mí
diciéndome por lo bajo: «Es
agua nada. más». Efectivamente, a los pocos segundos
Manolo se incorporó y dijo
que ya se le había pasado
todo y que las pastillas eran
extraordinarias.
EL RECUERDO DE
CONCHITA MONTES
—Sí, yo estaba en Roma
aquellos días. Rodábamos allí
una película, «La muchacha
de Moscú». Don Juan había
venido alguna vez al estudio
a charlar con nosotros y vernos filmar algunas escenas.
Ya sabes cómo absorbe este
trabajo. Supimos que Alfonso X I I I estaba muy enfermo
y un día, de pronto, que estaba gravísimo. Estábamos
cenando Agustín de Foxá, Edgar Neville y yo cuando alguien — n ó puedo recordar
quién fue-— se acercó a saludarnos y nos dijo que el Rey
había muerto.
Don Juan fue asiduo acompañante del Rey en los años de
Italia. Aquí vemos a padre e hijo en Roma (arriba) y en
Bérgamo. Detalle curioso: Don Alfonso porta un paquete.
. — ¿ F u i s t e i s al «Gran
Hotel»?.
—Fuimos aquella misma
noche. Estuvimos en la misa
que se dijo en el cuarto en
que murió a eso de la una de
la madrugada.
— ¿ Q u é impresión te ha
quedado de aquello? ¿Qué
recuerdas?
—Tengo u n a s_ imágenes
confusas por el tiempo y pOr
lo repentino de aquel paso
del mundo de mentira organizada, que es un estudio de
cine, a aquel otro clima de
realidad tremenda, sin literatura, sin focos. Recuerdo
a Don Juan y a Don Jaime,
arrodillados, ayudando al
sacerdote en la misa. Y recuerdo, sobre todo, el cuerpo del Rey en el suelo de la
57
«EL GUERPO DEL
REY EN EL SUELO
ME IMPRESIONO...»
Inabitación, entre cuatro grandes candelabros.
—Acabo de leer en un periódico de Roma de aquellos
días que eran candelabros
f I o r e n t i n o s del mil quinientos.
— Y o miraba, sobre todo,
el perfil del Rey. Me parecía,
no sé, increíble, a b s u r d o ,
irreal, que aquel perfil que
yo conocía desde niña a través de las monedas, aquel
rostro que era como un mito,
estuviese allí, tan cerca, tan
accesible, tan mortal. No sé
si me explico bien. 'Sobre
todo, el hecho de que estuviera en el suelo era lo que
más me impresionó. Le daba
a todo aquello un aire dramático tremendo, descarnado,
implacable. A mí, que
era una actriz que empezaba
mi carrera, supongo que me
hubiera parecido normal encontrar una escena como las
de esos grandes cuadros históricos de fines de siglo. Algo
solemne, compuesto, majestuoso. Y aquello era impresionante, pero por otro camino distinto, sin retórica,
¿comprendes?, sin declamación, con la fuerza inconfundible que sólo tienen las cosas auténticas. Cuando salimos de allí me di cuenta que
Agustín y Edgar habían sentido algo semejante y su
emoción tenía el mismo matiz. Creó que fue aquella escena la que inspiró a Foxá
el romance que se ha hecho
famoso.
YANGUAS MESSIA
ESTABA A L L Í
—'Mire usted, la imprasicn que guardo después de
tantos años es el cuerpo del
Rey tendido en si suelo. Cl
manto de las Ordenes Militares alargaba aún más su f i -
gura. El rostro, agudo en
vida, se había afilado más
con la larga agonía y la
muerte. Parecía..., sí, parecía una figura pintada por
El Greco.
Don José Yanguas Messía
ena entonces embajador de
España ante la Santa Sede.
Tiene la memoria viva, la
palabra fácil, la irespuesta
pronta y amable,
—¿Qué otra cosa le impresionó particularmente en
aquellos días?
—'Pues entre tanta tristeza, conservo en la memoria
un hecho hermoso, positivo,
entrañable. Acababa de •morir el Rey y ya los miembros
del Cuerpo Diplomático ds
los países americanos de habla española pidieron participar en los 'turnos de vela
en ña capilla fúnebre. Como
el deseo entrañaba complicaciones protocolarias muy
difíciles de resolver rápidamente, se convino en que
ambas representaciones, la
del Qulrinai y la del Vaticano de todos aquellos países,
El féretro de Alfonso XIII es sacado del "Gran Hotel" a la calle, flanqueada
den honores. En el centro de la fotografía, Don Juan y Don Jaime de Borhón.
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rendirían a 'Don Alfonso X I I I
un homenaje colectivo. Y
desfilaron todos, de etiqueta
ante el cadáver del Rey. Fue
un deseo tan unánime, un
sentimiento tan hondo y
verdadero que nos 'conmovió
a todos. Se sentía que allí latía lalgo verdaderamente común,
que todos aquellos embajadores venían a lamentar
juntos íalgo 'así como la
muerte de un familiar muy
próximo, un pariente de cada
uno de ellos que ios acercaba a los demás. Allí comprendí yo ique la Hispanidad es
algo más que una hermosa
palabra, que era una erñoción compartida, un invisible y profundo 'parentesco.
—En su calidad de embajador de "España era usted
el jefe de la Obra Pía de España en Roma, de la que depende la Iglesia de Montserrat. ¿Tuvo usted que autorizar el entierro de Alfonso X I I I por tanto?
—^La Familia Real me comunicó 'SU deseo que yo trasladé a Madrid. La autoriza-
por tropas del Ejército italiano que le rinCerca de éstos, el embajador Yanguas
Messía.
}
£Z Rey Víctor Manuel
III de Italia, con Don Juan y Don Jaime
ción ise concedió en seguida
y yo pensé que el mejor lugar era aquella capiil'a puesta bajo la advocación de San
Diego de Alcalá, donde yacen Calixto III y A l e j a n dro V I , dos Papas españoles-
Todo se hizo con aquella máxima sencillez que la esposa
y los hijos de Alfonso XIM
s o I i citaron expresamente.
Quiñones de León y yo firmamos por las dos partes
jel -acta -de -entrega y recep-
de Barbón,
y numeroso
séquito,
ción del c u e r p o del Rey.
—-¿Presidió usted el entierro?
—^Detrás del féretro iba el
Rey de ¡talia entre los Infantes Don Juan y Don Jaime. Tras de -eHos yo, osten-
De izquierda a derecha: el marqués de Quintanar, la actriz Conchita Montes
Santa Sede, dan José Yanguas Messía, evocan en estas páginas sus recuerdos
en la presidencia,
-.••
.'• T
del
--
+
cortejo.
tando la representación del
Gobierno de España.
—^Una pregunta indiscreta. Dicen que por aquellas
fechas Mu-ssolini no estaba
en muy buenas relaciones
r o n Don A+fonso. Tal vez co-
y el entonces embajador de España ante la
personales en torno a la muerte del Rey.
59
n o c í a las verdaderamente
proféticas palabras del Rey
que vaticinó la derrota italiana y censuró la decisión
guerrera de! Duce. ¿Envió
éste una corona?
—No puedo hablar del estado de sus relaciones porque no estaba enterado del
problema. En ¡cualquier caso,
Mussolini envió una corona
de laurel, gigantesca, en cuyas cintas sólo decía: «1!
Duce».
SOR TERESA VIO EXPIRAR
A DON ALFONSO XIII
DESPEDIDA
EN UNA TUMBA
No hay nadie en la iglesia
• española de Montserrat cuando entramos. Y la luz no se
enciende cuando queremos
hacer fotografías. Acaba de
producirse un corte de corriente que durará bastantes minutos. Yo voy mirando las sepulturas con nombres españoles a uno y otro
lado de las capillas. Diplomáticos que murieron en Italia, un conde de Colcmbí, un
Villaurrutia. Da una cierta
tristeza de estos hombres sepultados lejos de sus tierras,
ds sus gentes, acogidos a una
hospitalidad que no por generosa deja de tener un vago
sabor de melancolía. A! fin
y al cabo, no están «en su
casa». Aquí mismo, frente a
ia tumba de Alfonso X I I I ,
hay una lápida conmovedora
dedicada por sus padres a
un muchacho de veinticuatro años muerto en Ñapóles.
Vivir '«de prestado» es una
desgracia. ¿No lo será morir
«de prestado»? ¿Basta esa
ficción legal de que esto es
también un pedazo de tierra española? ¿Le bastará a
las cenizas de Alfonso X I I I
ese vago consuelo? ¿Tendrán
bastante con aquel puñadito
que siempre llevó consigo,
pensando en este trance?
Me habían asegurado que
nunca faltan flores en ia tumba del Rey, que manos incluso desconocidas y leales ayudaban a mantener esa emoción de vida que siempre
tienen unas rosas delante de
una lápida. Pero hoy al menos, cuando yo me arrodillo
en la iglesia de Montserrat a
rezar un Padrenuestro por
este hombre a quien no conocí, p>or este español que
amó tanto a su patria, hoy al
menos no hay una sola flor
ante la tumba del Rey Alfonso X I I I .
Cayetano ÍXSCA DE TENA
60
La madre Teresa Lacunza {derecha) atendió a Don Alfonso XIII en su última enfermedad.
Actualmente es la superiora de un convento que las Siervas de Muría tienen en Marsella.
.yW A superiora me llamó
^ - L / y cuando yo acudí todavía tenía la mano sobre el
teléfono. Estaba muy pálida.
Me dijo: "Sor Teresa, Alfonso XIII está grave; vaya
usted corriendo al Gran Hot e l . . . " Me fui a coger la bata
blanca que llevamos para
asistir a los enfermos, la
metí en mi bolsa y me puse
!a capa. Descendí a la calle
a todo correr. Era el 12 dé
febrero de 1941. En Roma
hacía un día de sol. Mientras caminaba en dirección
al hotel me acordé de la vez
que conocí a Alfonso X I I I ,
cuando vino a visitar al embajador de Polonia, que estaba enfermo. Poco antes
alguien me advirtió: "¿Sabe
que va a venir el Rey de España?". De pronto abrieron
la puerta y él entró en la
habitación; sonreía con una
dulzura y una simpatía tan
grandes, que todos senti-
mos, creo yo, la misma impresión de gratitud. Y luego, cuando se marchó, todos
comentaban lo simpático que
era el Rey...»
Ya h a n pasado treinta
años. Sor Teresa va a cumplir sesenta y cuatro. Ahora,
esta religiosa, n a c i d a en
Echauri, pequeño pueblo navarro, es la superiora de la
comunidad de Siervas de
María, en Marsella. He subido la empinada rué du
Paradis, una calle azotada
por la velocidad de los coches y del viento, y he llegado al número 469. Aquí
está el convento, un caserón
del siglo pasado rodeado de
jardín, sumergido en el silencio. Sor Teresa me 'hace
pasar a una sala muy limpia, sencilla y con el techo
muy alto. Nos sentamos. Le
explico el motivo de mi visita: quiero que ella me
cuente todo lo que recuerda
de los últimos días de Alfonso XIM. Todo, desde el
momento que entró en 'la
habitación que el Rey ocupaba en el Gra^n Hotel, hasta el momento de su muerte.
—^^Me presenté allí y lo
encontré en la butaca, con
mucha fatiga, porque había
sufrido un ataque fuerte de
angina de pecho. Lo primero que me dijo, cuando me
vio entrar, fue esto: «Estoy
muy grave, pero ya me he
confesado». Sí; eso fue lo
primero que me dijo y en
seguida añadió: «Lo haré
otra vez con más tranquiJidad». Y nnás adelante lo hizo y también comu'lgó, con
toda serenidad y la presencia de ánimo que tienen las
personas cuando desean algo plenamente.
—^Dígame, madre Teresa,
¿fue muy dura la enfermedad?
— S í , mu y dura. Además,
él se daba cuenta de q u e iba
p e r d i e n d o fuerzas día a d í a .
— ¿ E n t o n c e s usted c r e e
que el Rey f u e consciente,
desde que s u f r i ó el p r i m e r
ataque, de que aquello era
el fin?
-—^Al cabo de o c h o o diez
días de e n f e r m e d a d , creo
q u e sí. A pesar d e t o d o tenía una g r a n resistencia y
un e q u i l i b r i o a d m i r a b l e . Per o él se d i o cuenta de que
la gravedad era un hecho.
— ¿ Y c ó m o s o p o r t ó su enf e r m e d a d A l f o n s o XI11? Se
lo p r e g u n t o a usted, q u e ha
cuidado a m u c h o s e n f e r m o s
a lo l a r g o d e su vida y q u e
ha ayudado a muchos de
esos e n f e r m o s a m o r i r crist i a n a m e n t e : ¿ s o p o r t ó ei Rey
el d o l o r m e j o r q u e el térm i n o m e d i o d e los e n f e r m o s
que usted ha c o n o c i d o ?
—^Mejor que la mayoría
de los e n f e r m o s . El m i s m o
p r o f e s o r F r u g o n i lo d i j o ,
que 'había a t e n d i d o a m u chos pacientes, pero que de
todos n i n g u n o s o p o r t ó la enf e r m e d a d con la resignación
que t u v o A l f o n s o X I I I . Y
usted ya sabe q u e el p r o f e sor F r u g o n i ha v i s i t a d o a
miles de e n f e r m o s , p o r q u e
es una e m i n e n c i a , y le llaman
de todas partes d e Italia a
consultas. Y o m e di cuenta
en seguida de que ei Rey, si
era aprensivo, l o d i s i m u l a b a
p e r f e c t a m e n t e , y si t e n í a
p r e o c u p a c i ó n , t a m b i é n la dom i n a b a . Era una persona d e
enorme d o m i n i o
de sí
mismo.
—'¿Y c ó m o se c o m p o r t a ba el Rey con las personas
q u e le c u i d a b a n ; b r o m e a b a
a veces?
•—^Cuando pasaba el m o m e n t o del ataque y se encontraba m e j o r , él demostraba una aspiración de v i v i r , una i l u s i ó n , y se abría
a la v i d a ; es m u y n a t u r a l ,
¿no? Y entonces decía cosas
m u y graciosas, llenas d e i n genio. Y c u a n d o le llegaban
los m o m e n t o s d e ahogo y de
d o l o r y o le oía r e p e t i r , en
voz m u y b a j a : «Sea lo que
Dios q u i e r a , lo q u e Dios
q u i e r a » . Nunca p r o t e s t a b a ,
ni se quejaba d e nada. Estoy segura de q u e desde el
p r i n c i p i o aceptó la v o l u n t a d
d e Dios.
—.El Rey era m u y devoto
de la V i r g e n del Pilar, ¿no
es c i e r t o ?
—^Claro q u e es c i e r t o . Lo
tengo m u y g r a b a d o . Lo v i
c u a n d o le t r a j e r o n el m a n t o
de la V i r g e n del Pilar, que
le mandaba el C a b i l d o de
Zaragoza. A l f o n s o X I I I preguntaba t o d o s
los días:
«¿Pero a ú n no ha llegado el
m a n t o ? » . Y ei día 2 7 , la víspera de su m u e r t e , llegó, p o r
f i n , ei m a n t o . Entonces, el
Rey d o r m í a y cuando se des-
pertó, mi compañera, s o r
Inés, que m u r i ó y a , le d i o
la n o t i c i a . Y A l f o n s o XI11
estaba m u y feliz sabiendo
q u e ya había llegado el m a n t o . Luego, ya el ú l t i m o día,
estaba en la butaca , porque 'Siempre respiraba allí
algo m e j o r , y m i r ó hacia 'la
chimenea, d o n d e estaba el
r e l o j y unas f o t o g r a f í a s , y y o
le p r e g u n t é : « M aj e s t a' d ,
¿quiere ver la hora?» Pero
él m e d i j o : «No, la hora no
importa, hermana; quiero el
m-anto, el m a n t o de la V i r g e n . . . » L o d i j o con la voz
m u y apagada y, c o m o no
podía i n c o r p o r a r s e del t o d o ,
no llegaba a ver que el
m a n t o lo tenía e x t e n d i d o sob r e s u s rodillas. Le d i j e :
«'Majestad, lo tiene sobre las
r o d i l l a s » . Y entonces él me
m i r ó con una expresión d e
inmensa g r a t i t u d .
— ¿ U s t e d oree q u e el Rey
tenía la esperanza de una
c u r a c i ó n milagrosa ?
— J N O sé si en ei f o n d o
de
su corazón 'pedía un m i l a g r o .
Creo q u e tenía una aceptación c o m p l e ta de lo que Dios
dispusiera de é l .
—^Cuénteme un p o c o cóm o se desenvolvieron I o s
acontecimientos aqu e l í o s
días. ¿Qué c o m í a , q u é pedía
Alfonso X I I I ?
—^Tcdos en el hotel se
desvivían p o r a t e n d e r l e . Desde el d i r e c t o r hasta el por-
En la capilla ardiente oran ante el féretro el fiel ayuda de cámara del Rey,
Concheso, y tres religiosas Siervas de María, entre las que se encuentra sor Teresa
Francisco
Lacunza.
t e r o . L e q u e r í a n m u c h o . Pero
recuerdo que los Reyes de
I t a l i a , V í c t o r Manue l 111 y
Elena, se p o r t a r o n de un mod o e j e m p l a r con e! Rey A l f o n s o . Todos I o s días se
interesaban p o r é l ! Mucha
gente se interesaba p o r .él,
desde el Papa hasta personas m u y h u m i l d e s ; per o la
Reina de Italia le p r e g u n t a ba
a Paco, el c a m a r e r o , q u é éralo que podía t o m a r A l f o n so X I I I . Y entonces ella e n viaba los a l i m e n t o s , ella los
preparaba.
—^¿Qué a l i m e n t o s eran?
—^Pues c a l d o , z u m o de
f r u t a s , algún bizcocho, algunas veces un 'poco de café
con leche, pero m u y p o c o,
p o r q u e había que i r con m u cha prudencia para evitar
los ataques.
— ¿ Y el Rey nunca pedía
algo que le hubiera n p r o h i b i d o ? Los e n f e r m o s , usted
lo sabe m u y b i e n , necesitan
hacer alguna t r a m p a . . .
—^^El Rey A l f o n s o , n o ; ni
siquiera pude d e s c u b r i r cuáles e r a n sus gustos. N o , no
era c o m o esos e n f e r m o s que
p r o t e s t a n p o r la menO'r cosa
y q u e siempre andan p i d i e n do y preguntando.
•—^¿Y cree usted que los
médicos p e r d i e r o n todas las
esperanzas al diagnosticar la
enfermedad?
— Y o creo que no. Una mañ a n a avisamos al d o c t o r
F r u g o n i , a las cinco de la
m a d r u g a d a , p o r q u e se ponía
m a l . V i n o en seguida y cuand o v i o que ei Rey reaccionaba m u y bien a la medicación
t u v o la esperanza de salvarlo. Pero los ataques se fueron doblando, doblando. A
p a r t i r del día. 20 ya era d i f í c i l m a n t e n e r l e con vida.
— ¿ Q u é fue lo que más le
i m p r e s i o n ó a usted de A l fonso X I I I ?
—^El a m o r que tenía a España.
—'Por f a v o r , explíqueme
eso. ¿Cómo a d v i r t i ó usted
ese 'amor?
—^Lo advert í el Miércoles
de Ceniza, cuando iba a rec i b i r la e x t r e m a u n c i ó n y y o ,
sin poder c o n t e n e r m e, le d i je: « M a j e s t a d , perdone a España».
— ¿ C u á l fue su respuesta?
—^Me m i r ó f i j a m e n t e y d i j o : «¿Perdonar y o a España? ¿Qué d i c e , hermana?
¡'No teng o nada q u e perdonar a España, la a m o de todo
corazón I»
— Y dígame, ¿por qué le
61
«MAS P E A NADIE
NI NADA, EL REY
A ESPAÑA»
pidió usted que perdonara a
España?
—iPues porque para recibir un sacramento yo pensé
q u e ni siquiera convenía
quedarse dentro con un pequeño, no sé,, un pequeño
rencor, ¿no?, y por eso se
lo dije, porque cúa'lquier persona siempre puede tener
humanamente alguna cosa,
sobre todo cuando se siente
víctima de incomprensiones.
—¿No le extrañó a usted
la respuesta de Alfonso X I I I ?
—'Yo creo que nada de lo
que decía Alfonso X I I ! podía
producir extrañeza, porque
decía las cosas con espontaneidad y con energía, con
una sencillez aplastante. Pero en aquel momento me
reveló su amor a España,
porque más que a nadie ni
nada amaba a España. Ahora
me acuerdo de otra cosa, del
primer día. Al poco de estar
en la habitación el Rey me
dijo: «€s usted sor Teresa,
pero de Avila, ¿verdad?» Yo
no -me atreví a decirle que
no, que soy Teresa del Niño
Jesús, de 'la santa francesa.
Y luego le conté esto a la
Infanta ¡Beatriz y ella me dijo que había hecho bien 'al
no rectificar el error, porque
Alfonso X I I I prefería que
todo fuera español. Fíjese,
aquel mismo día me preguntó de qué parte de España
era yo. «Navarra», le dije.
Y él contestó: «¡Qué buenos
carlistas, pero qué gente tan
buena...!» Ya ve usted,, él
quería a todos los españoles
por igual. 'Nunca le oí una
palabra contra n a d i e . Y
c u a n d o ahora veo estas
disputas en la política, y veo
todo esto así, digo pero qué
diferencia. Señor, qué diferencia de criterio y de mentalidad en una persona que
podía sentir algo de aversión,
qué menos, hacia algunas
personas. Y, sin embargo, no
era así, porque él amaba a
todos los españoles y era
bastante, para amales, con
que fueran españoles,
—'Me imagino que el Rey
se interesaba por las noticias
de España, por saber si se
recibían telegramas, por sa62
ber si a esos telegramas se
les daba respuesta. ¿Usted
recuerda algo de esto?
—Se recibían telegramas
de todo el mundo y el Rey
claro que se interesaba por
todo i o de España; era lo
que más le importaba, y se
le veía en seguida esa nostalgia de España.
—¿Conserva usted algún
recuerdo personal?
—^Tengo el recordatorio.
-=—¿Na"da más? Alguna medalla, algún objeto, ¿no tiene
nada?
—'Tengo muy vivas las
imágenes; ¿ie parece poco?
—Claro que no, m^dre Teresa. El, recuerdo es el mejor objeto que podemos conservar; será suyo 'para siempre.
Y dígame, entonces,
¿cuál es la imagen más viva
de todas las que usted conserva?
—^La de un hombre que
era casi más una víctima de
un dolor moral que de un
sufrimiento, que de una enfermedad física. 'Eso me daba mucha, mucha pena. Porque ese sufrimiento suyo no
se lo 'podían arrancar del corazón ni siquiera las personas que más le querían, las
que estaban más cerca de él:
su familia, el conde de los
Andes, Quiñones de León,
sus servidores..., nadie.
—Ala Familia Real —^la
Reina, los Infantes, los Príncipes— le visitaban muy a
menudo: ¿animaban estas
visitas a Alfonso XIII?
—^Todos 'los días, constantemente, estaban allí, hasta
los nietecitos. Don Juan Carlos era muy pequeño. Y él
sabía que todos estaban cerca. Pero no era conveniente
RORAIi A DIOS EN CARIDAD POR
S. M. EL REY DON ALFONSO XIII
QUE EXTRKGÓ SU ALMA A DIOS EN ROMA
A 2S DEFEKÜKRO }9U CONFORTADO CON LOS
SANTOS SACRAMENTOS ^' LA BENDICIÓNAPOSTÓLICA
B.I.P.
Jaculatorias qua oyó en sus momentos postreros.
E tu rtn/ios. Señor, encomirndo mi eupiritn.
•rdia.
Coraxón de Jfsñs, en 1
Jesús, Marín, y José.
o á. de incl.)
O ¿. de ind.)
inSs de índ.)
a aooslumbraiii.
fatigarle con visitas; cualquier emoción o el cansancio
perjudicaba su salud.
—¿Qué era, exactamente,
esa mesilla de la habitación
que ustedes denominaban la
«iglesia»?
—iEra una mesa. Teníamos
u n o s candelabros, alguna
imagen y el libro que la Reina 'María Cristina le había
regalado a Alfonso X I I I el
día de la primera comunión.
Ese libro lo llevaba el Rey a
todas partes. Tenía una- dedicatoria que decía que, ante
todo, fuera un buen cristiano y un perfecto caballero.
Era la dedicatoria de su madre, ¿.sabe?; por eso llevaba
el libro a todas partes, siempre lo llevaba consigo,
•—^¿Quién bautizó la mesa
de aquel modo?
—Pues él, el Rey. Tenía
esas ocurrencias y de pronto
empezó a referirse a la mesa
así: «'Ponga esto en la iglesia, déme eso de la iglesia».
Y se le quedó el nombre.
—^^Cuando el día 19 murió
el secretario de Alfonso X l i l ,
el marqués de Torres Mendoza, me imagino que este
acón tecim ien to i mp res ionaría al Rey. ¿Recuerda cuál
fue su reacción?
—Ya sabía q u e estaba
muy grave; pero, desde luego, su muerte le apenó 'mucho y lo que sentía era estar
enfermo y verse impedido
para asistir a 'los funerales.
—'¿'Usted le sugirió a-l Rey
que recibiera el viático?
—^El quería recibir la comunión cuando salió de una
de las crisi'S de la angina de
pecho, el día 2 1 . Como estaba allí el padre Urpiano
López, que 'fue el sacerdote
rufgú
Sn oración :
"Padre,
que se cumpla,iu
voluntad,,
Suíi úliimas p^ilabras:
" Espaíia . . . f
.Dios wio . . . / . ,
Su ultimo acto :
Besar ef Crucifijo.
El recordatorio de Su Majestad él Rey Don Alfonso
—¿Decía algo el Rey?
—^Estaba reclinado en la
butaca. Por su actitud pude
comprender que él adivinaba
el final. Se despidió de nosotros. Para todos tuvo una
palabra de gratitud. Al doctor Frugoni le dijo: «Usted
ha sido un buen' amigo».
También 'les dio las gracias
a los otros médicos. Y a Paco, el camarero, le abrazó.
—¿Qué le d i j o a usted?
—«Dios se lo pague», me
dijo.
—¿Estrechó las manos de
alguien? Recuerde si lo hizo.
—¿Las manos? Bueno, eso
no tiene importancia.
—^^Es igual. Dígame, madre Teresa, ¿le estrechó a
usted las manos?
—'Me tomó las manos y
me las besó. Era un corazón
agradecido.
—^¿'Estaba usted emocionada?
—^Mucho, m u y emocionada.
—^Continúe.
Su oblación, p<>r España, aí teoibir el
manto de ia Virgen del Pilar, el día ante»
(le 9u muerte:
'• Esioy dispursto a lo que is Virgen qtticya:
si we quiere eonscgifir la salud y mi vida
•'iiruifra para bien de España, yo ¡tarr ifdo
lo gue pueda para, su- engraniUritniunlo:
pero si qnierí que mi miierle sea para la
salvación de Es paña-j yo caigo y Ella queda
Í-/Í pié y pensará ';n EspaJía.,,Sa jaculai
í.-w díl Pilar,
y por in:,.
con quien se confesó, le dijimos que para mayor tranquilidad, ahora que estaba
mejor, podía comulgar. Y el
Rey dijo que sí, que en seguida. Entonces el padre López vino con la comunión y
partió 'la sagrada forma. Le
dio la mitad al Rey y la otra
mitad a mí. Era muy temprano; en el 'hotel había un
silencio completo.
—Cuénteme ahora cómo
fueron los últimos momentos.
—^5e agravó en la madrugada del día 28. Respiraba '
muy mal y me di cuenta de
que tenía una pupila dila-.
tada y la otra contraída. Avisé al médico de guardia, que
ocupaba una habitación próxima a la del Rey. Cuando
el médico 'le reconoció avisó
inmediatamente a los doctores f r u g o n i y Colazza, que
vinieron en seguida. Fueron
unas boras de 'lucha desesperada y continua por salvarle.
XIII.
—¡Pues yo estaba a su derecha. Le sujetaba la a'lmóhada. Veía cómo una angu'Stia inmensa iba cubriendo
su rostro. Y, de repente, sintió un ahogo terrible y exclamó: «¡Dios mío. D i o s
mío!» Inclinó 'la cabeza a un
lado.
—¿Qué personas estaban
en 'la habitación en aquel
momento?
—^Los médicos, el padre
López, Paco... Y en la habita-
clon de al lado estaba toda
—¿Era militar su tío?
la familia, yo no les veía,
^ —Era celador de Obras y
pero rezaban el rosario. Se
Fortificaciones, del Cuerpo
oía la voz de don Juan, como
de Ingenieros. En realidad su
si dirigiera él el rosario. Lueoficio primero era calderero.
go entraron.
—¿Estaba casado?
— H a n pasado treinta años
—Sí,
estaba casado, y su
y usted recuerda todo aquemujer, mi tía Amparo, tenía
L marqués de Quintanar,
que me hable de su tío y que
llo como si fuera ayer. Pero
mucha mano para la cocina
autor d e I libro «La
me cuente lo que su tío le
aihora dígame, madre Terey una vez, cuando el Rey sumuerte de Alfonso X I I I de
habría contado a él, en relasa, ¿qué le hubiera gustado
peró la primera crisis de anEspaña», y don Julián Corción con la vida de Alfondecirle a Alfonso X I I I , de hagina de pecho, la mandó llatés Cavanillas, autor de la
so XII i, me ha dicho esto:
ber podido, de haberse usted
mar. Le dijo: «Amparo, en
obra «Alfonso X I I i. Vida,
«¿Contarle yo? Qué más
atrevido entonces?
cuanto me ponga bien del
confesiones y muerte», menquisiera, de verdad. Pero mi
— Y o 'le hubiera dicho que
todo tienes que preparar un
cionan en sus escritos a un
tío Paco era una tumba y
por qué había dejado^ Espabuen cocido madrileño». Le
hombre que sirvió al Rey
casi nunca comentó nada reña. Pero también sé, luego
gustaba mucho ese plato.
como «infatigable y devotísilacionado con el Rey. Era el
de haberle conocido en moEs curioso, también, que
mo ayuda de cámara». Este
hombre más reservado que
mentos de tanto dolor, que
tanto el Rey como su ayuda
hombre se llamaba Francisco
usted se pueda imaginar...».
si dejó España 'lo hizo porde cámara fueran grandes
Conchesp Cuevas —el Rey le
Y, con estas palabras, iniciaque una persona así era infumadores. Y aún es más
llamaba Paco— y dedicó cinmos la conversación q u e
capaz de soportar que otros
curioso que los dos quisiecuenta y siete años de su
sigue.
lucharan por él, que otros
ran dejar de fumar. El Rey
vida al servicio de la Familia
—D í g a m e, por favor,
sufrieran.
le decía a Paco: «Se terminó,
Real.
cómo era Paco.
ahora dejamos el tabaco de
—¿Usted cree que él se "
Nuestro d e s e o hubiera
—Era un hombre m u y
una vez». Pero a ios pocos
sentía muy solo?
sido conocer a Paco, charlar
simpático, afable, aunque le
días volvían a fumar sin po'—^^Eso no lo sé.
con él y descubrir algún dehe de decir que tenía carácnerse de acuerdo. Ya ve us— ¿ y usted cree que mutalle ignorado de los últimos
ter, pero era una persona
ted la familiaridad con que
rió apenado?
años de la vida de Alfonque se hacía querer. Y, sobre
Don Alfonso X ü l le trataba.
so
X
I
I
I
.
Desgraciadamente
todo,
era
muy
recto,
muy
—(No lo manifestó, pero
Paco falleció en 1965, a la
fiel.,
—¿Tuvo contacto su tío
creo que sí.
edad de setenta y siete años,
con la Familia Real luego de
—¿Cómo pasó al servicio
—¿'En qué se basa para
siendo encargado del Palacio
la muerte del Rey?
de Don Alfonso X I I i ?
creerlo?
de Mira mar, en San Sebas—Como en este Palacio es—Bueno, Paco fue el chó—>En su inmenso caprino
tián. En la actualidad desemtudiaron el bachillerato don
fer del Príncipe de Asturias
a España, precisamente en
peña el mismo trabajo un soJuan Carlos y su hermano
durante muchos años, hasta
eso.
brino suyo, don José de las
don Alfonso, Paco les veía.
que Don Alfonso contrajo
—Muchos españoles han
Cuevas Concheso, que conEse contacto no se interrummatrimonio. Entonces, el Rey
nacido el mismo año o los
serva como reliquias un buen
pió hasta su muerte. Porque
le propuso ser su ayuda de
años inmediatamente postenúmero de fotografías y reél prefirió no moverse de
cámara. Pero mi tío Paco teriores a la muerte del Rey
cuerdos personales de su tío.
aquí, yo lo comprendo, él
nía miedo y le dijo: «Haría
Alfonso X I I I . No le han coTodo ello lo ha puesto amaquiso morir rodeado de espor vuestra Majestad lo que
nocido. Usted sí le conoció
blemente a nuestra dispositos recuerdos. Ahora, sus
sea,
desmontar completaal final de su vida, en esos
ción y algunas de estas fotorestos reposan en una tumba
mente un automóvil y volmomentos definitivos en los
grafías podrá verlas el lector
propiedad de la Casa Real en
verlo a montar, pero yo no
que la personalidad de un
reproducidas en estas págiel cementerio de Polloe, en
sé cómo se hace de ayuda de
hombre se reveía, con desnas. Cuando me he acercado
San Sebastián.
cámara...». Sin embargo, fue
nudez. Eran momentos doal Palacio de Miramar y le he
ayuda de cámara del Rey en
blemente penosos para Alpedido a José de las Cuevas
los años penosos del exilio.
I. C.
fonso XI11 porque moría fuera de su patria. ¿Cómo reEl Rey, en una cacería —ya én el destierro—,
acompañado por su ayuda de cámara, Francissumiría usted a uno de esco Concheso. Su sobrino, D. José de las Cuevas Concheso, muestra la mencionada
fotografía.
tos jóvenes la personalidad
FRANCISCO CONCHESO, FIEL
AYUDA DE CÁMARA DEL REY
E
del Rey?
— Y o les diría, en dos palabras, que era un hombre
valiente y bondadoso.
Me despido de la madre
Teresa Lacunza cuando un
grupo reducido de siervas
de María abandona el convento para acudir, como todas las noches, a una cita
con el dolor. Ellas, con su
bolsa, en la que llevan 'la
bata blanca y su capa negra
sobre los hombros, sonríen
y se alejan por la rué du
Paradis. La madre Teresa me
dice c o n mucho orgullo:
«¿Las ve? Ahí las tiene, todas españolas».
Ignacio CARRION
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