EN ROMA, TRAS LOS RECUERDOS DE ALFONSO XIII EN EL 30 ANIVERSARIO DE SU MUERTE Crónica de Cayetano Luca de Tena y fotografías en color de Alvaro García-Peiayo, enviados especiales He v e n i d o hasta Roma con una m i s i ó n casi poética. La m i s i ó n de seguir esa huella i n v i s i b l e que un h o m b r e deja en la m e m o r i a de los o t r o s , la de r e c o n s t r u i r una imagen a fuerza de Ir e n c a j a n d o recuerdos ya m e d i o b o r r o s o s . Tengo que a s o m a r m e a las gentes, a las cosas, a los pai•sajes, c o m o a pozos p r o f u n dos que me devolverán el eco de una voz, la s o m b r a de una a c t i t u d , el fantasma de una s o n r i s a . . . Así, a f r a g m e n t o s , a pedacitos, habrá de c o m ponerse el ú l t i m o r e t r a t o de este h o m b r e que nació Rey en un i n m e n s o p a l a c i o de M a d r i d y m u r i ó en Roma, en la t r i s t e z a de! d e s t i e r r o , cuando sólo tenía cincuenta y c u a t r o años, c u a n d o lógicamente podía esperarse que hubiera v i v i d o m u c h o más. Fue su corazón el que no p u d o o no quiso resistir más t i e m p o y se q u e b r ó para s i e m p r e una mañana cualq u i e r a , en el c u a r t o de un h o t e l , m i e n t r a s la guerra devastaba E u r o p a, m i e n t r a s las p r i m e r a s páginas de los per i ó d i c o s ardían con noticias de b o m b a r d e o s y de batallas, con i n f l a m a d o s discursos en que se garantizaba la victo ria f i n a l . En esa Roma tensa y agitada, A l f o n s o X I I I era un huésped d i s c r e t o , un gran señor que llevaba con absoluta d i g n i d a d su d i f í c i l papel de Rey en el e x i l i o . Dieciocho años antes, en n o v i e m b r e de 1923, había llegado en t r i u n f o a esa «Stazione T e r m i n i » , que aún tenía su vieja arq u i t e c t u r a . Banquetes, recep- 38 ciones, m a n i o b r a s m i l i t a r e s , visitas a m o n u m e n t o s , entrevistas con Pío X I y con Ben i t o M u s s o l i n i . . . Desde ese m i s m o balcón del « G r a n d H o t e l » en d o n d e v i v e , A l f o n so X I I I podría r e c o n s t r u i r p u n t o p o r p u n t o el i t i n e r a r i o que lo llevó, e n t r e aclamaciones, a través de la-plaza de la Esedra, c a m i n o d e l ' Q u i r i n a l . Roma fue s i e m p r e para él c o m o una segunda p a t r i a . una c i u d a d grata a su coraz ó n . A h o r a ha refugiado en ella su leve cansancio y su inmensa, i n c u r a b l e melancolía. Y R o m a , q u e le d i o aquella j u b i l o s a acogida, le dará más t a r d e respeto y a m o r y esa ú l t i m a h o s p i t a l i d a d del sepulcro. Un p e r i ó d i c o d i r á , al día siguiente del fallecim i e n t o del Rey, que A l f o n so X I I I era en Roma c o m o un m i e m b r o de la f a m i l i a . El Rey D. Alfonso XIII nació en Madrid el 17 de mayo de 1886 y murió en Roma el 28 de febrero de 1941. Si aún viviera cumpliría dentro de tres meses ochenta y cinco años. c o m o alguien «de casa». Pero, ¿dónde t u v o su casa este Rey que ya no tenía palacios, ni doradas carrozas, ni escolta de húsares a caballo? ¿Entre qué prestadas paredes refugiaría sus ú l t i m a s horas? UN CUARTO, EN EL «GRAND HOTEL» El año 1934 A l f o n s o X I I I se ha instalado en Roma. La c o r d i a l i d a d de la gente, el c l i m a benigno y el cielo azul han e m p u j a d o hasta la orilla m e d i t e r r á n e a a ese corazón que ya presiente, en su inmensa f a t i g a , que se acerca el f i n a l . S i n darse quizá cuenta del t o d o , busca el i d i o m a y el paisaje que más se parecen a los suyos. Con aquella manera p o p u l a r que t a n t o le gustaba, había d i c h o poco antes que en Roma lo t r a t a b a n «a t o d o m e t e r » . Y en Roma está a comienzos de 1935 cuando su h i ja Beatriz se casa con el p r í n c i p e Alej a n d r o de T o r l o n i a . V i v e p r i m e r o en el « G r a n d H o t e l » . Luego en « V i l l a T i t t a R u f f o » . Y vuelve al « G r a n d H o t e l » , que sería ya su ú l t i m a residencia r o m a n a . T r e i n t a años después, y o acabo de asom a r m e a estas habitaciones donde m u r i ó , a estos balcones y ventanas desde d o n d e m i r a r í a p o r ú l t i m a vez las calles y las plazas de Roma, en busca quizá de las visiones que a m a b a : la plaza de O r i e n t e , la calle de Bailen, la f r o n d a de la Casa de Cam- p o . Pero fistos balcones de aKora, en c] primer pÍ50 d t l holel y an el ángulo de la Vía V i l l O r i o Emanuele Orlando can ía Vía de las Termas da Diccfeciano — q u e h o y se liama Vía Gfuseppe Romit a — le darían por h o r i í o n i e la pfflza de fa Esedra con l a i náyades de brcnco de RutelJiDesde las veníanas deJ dorm i t o r i o akonzan'a a ver la plaza d e San Bernardo, sí dJrígía 5U mirada hacia el fado derecho. ¿Cuántas vece^ aquel impeniíente fumador que era Alfonso X I I I sfl apoyaría sobre esta misma balaustrada de piedra para quemar un cigarrillo, mirando las luces de Rcnia^ la noche de Roma, con el pensamienro colgado de o t r o paisaje dístfr^to. a muchos kflóm e i r o s de aquéi? El d o r m i t o r i o de Affonso X N I en el * G r a n d Hobel* no ha í i d o r e f o r m a d o desde aquella época. Lss paredes están tapizadas en u n color dorado al que se mezclan el verde y el g r i s . La lela parece nueva y he tenido que acercarme e incluso tocarla para asegurarme de que no se t r a - ^ ¡faiiorámicn tl^ raUfÉ y pliEí "Crait Hor'.'i". de Rifmn, nbnjo, íiVní- "iHf mignifíca taba de seda n a t u r a l . Debe :ÍJS. Arrihti, In plazo rir la Ei^dríf. con h fiteiHe d'- hs ndyflrf-'í d e hmnc^ dé- Ruser uno de esos brocados Romíín. teilL En eí funda J F rri;n In e^trriicfttra del hoíH. fn la ^'itt Giiiá!!''¡jpp que dieron fama a los telares de Genova y de Florencia. Ls cama es grande. La cabecera es también de tapicería con un marco barroco de madera dorada. A derecha e izquierda d i . la cama se abren dos puertas que llevan al baño y a un reducido veslidor con armarios roperos, Esias dos puertas escán recubierlas de liemos pinTados con mcdafIones de angelitos, pájaros / guirnaldas de ffores. En las sobrepuertas, pintadas también, jarrones que rematan el c o n j u n t o . Parece [retarse d e la vfirsión dieciochesca, veneciana, de una f ó r m u l a decorativa q u t ya empleaban Tos Italianos del m i l q u i n i c n tos. Frente al lecho una pr' morosa chimenea de m á r m o l r o j i z o y azulejo, S d i r e la misma un espejo veneciano La l u í del %ó\ entra por la derecha de la cama a través de dos alroE huecos que debieran corresponder a balcones V que, en realidad, son marcos de ventanas. En e costado opuesto, la enrrada del pasillo a la habltacrúnr con dd^fe puerta. Entre la chimenea y una de las ventanas se abre o t r a puerta q v e «EL REY SOPORTO Sü DOLENCIA CON MUCHO VALOR» comunica con el srjlón. Esie es grande^ cuadrado, con paredes lapizadas en el mismo e^íüo. Suí cuatro huecos se abren a un balcón c o r r i d o que dibuja el ángulo recto correspondiente a la esquina del edificio. Hav Ires Iresiiios en ia habitación que, sin embarga, no da sensación de agobio, ÍQ que muestra la generosidad de sus medidas. Otra chimenea, presidida por un gran espejo, una enorme lámpra central, mesas auxiliares,,. Ei salón tiene entrada directa por el ánguto del pasilio, Las r^idencins romanat d''l Rey fut'ton ^''Vitta Tifia Huffo" y iJ "Cron / J O Í F Í " , Et dormitorio del kotel no ha stdo reformado desde af/uella época. La "milite" tien*" gmndpi proporclones, decorada con motivos dft XVllí. Aqiii vivió Alfonso XIII sus momentos postreros. Vo le pregunto a la secretaria d? fa dirección del hotel, a esta amable señorifa Simona que no^ acompaña, si de verdad las habitaciones no han sido restauradas, si no se ha renovado su decoración y m o b i l i a r i o. Han pasado treinta años y me choca este aspecto impecable, reluciente, perfecto, Ua señorita Simona, que se entrendp conmigo en francés — u n a de las cuatro lenguas que dornina—, coge el teléfono y c o n f i r m a , [ras un breve diálogo con la Dirección, que IO<Jo está exactamente Igual q u e en 1941. Este osuitep sólo se u I i I i i a de cuando en cuando para albergar personales ilustres. Ahora mismo, mlenlraa Alvaro García Pelayo toma sus fotografías cuidadosamente, mientras probamos ángulos y luces abriendo o cerrando lámparas y cortinas, entran y salen operarios que arreglan de[j3lleE del salón, que esperan a que terminemos nuestro trabajo para enchuf a r el aspirador de polvo. Creo que el presidente de Finlandia va a d o r m i r esta noche en el holef, terminada la etapa oficial de su vísUa. EL C0K5EPJE OUE RECUERDA A DON ALFONSO Pero la asignorinas Simona es demasiado joven para poder hablar de cosas que Dcurriiíron hace treinta años, V también es ¡oven el subdr- 1^SVfHí^^i*:^t>i^f?ñ K^V^ÍÍ? Arritia, lag puertas de acc^o a tas habitaciones q\ie ocujtó el R*'y y tjne hoy día le ntUi-iif¡. de cuando en cuando, fKira albergar personajes ilustres. A lo derecha, e n el ánpilo did primer pito, /os dos batcouejí con balau.tttada de piedm. rector del hoíel, Darfo Mar i o t t i , que habla un español encélente y ha v i v i d o un año e n i c r o en Malicrca, en Form e n i o r . A pesar de su buen deseo no encuentran en las frcHaa d d personal a nadie que trabajara aquT en aquellas fechas. Me dicen que hace unos m e s e s se ha j u b i l a d o un conEerje que hubiera p o d i d o ayudarnos. Desgraciadamente no saben óónd e v i v e este a n t i g u o empleado que conoció seguramenia al Rey. Y a m i me hubiera gustado un t e s t i m o n i o vivo, d i r e c t o , que añadir a las imágenes inanimadas q u e ya guarda nuestro fotógrafo en sus carretes. Así que una noche, al regreso de la ópera, donde acabamos de ver el ensayo general de «Khovanchina», de Mussorgskyn míentras el conserje de noche me entrega la llave, pienso que por su edad podría perfectamente haber trabajado aquí en eso época. Y se lo pregunto. * S i , señor — d i c e — , ya estaba en el hotel hace treinta años,» —¿Conocería usted a Don Alfonío X i l l ? —¿Ei Rffy de Españ«? jClaro que lo conocli — ¿ C ó m o era? —^le preg u n t o — . Y la respuesta b r ota, flsponiinea: -—Molió gentiic. Un grande signore, un vero Re. Hablamos mezclando u n poco los idiomas, porque m i italiano apenas sobrepasa los límites de lo • macarrónico&. Ei señor Laurent me dice que, lógicamente, no tiene muchos recuerdos personales de Don Alfonso, Su puesto de trabajo de entonces no le brindaba tantas o p o r t u n i dades c o m o hubiera tenido ahora. Pero puede asegurarme que, enrre el personal, el Rey disfrutaba de grandes Simpatías- <No era orgulloso. Tendía la mano en seguida a iodo el mundo-i* Recuerda aquellos días de su enfermedad y la llegada de algunas arialócratas españoles. Me nombra a la marquesa de Comillas. «Fue un cosa muy triste — a s e g u r a — , y hasta la Familia Real d e ' I t a l i a estuvo aquf varias veces. Los accesos a sus habitaciones se aislaron con biombos. Todo e! m u n d o decía que el Rey soportaba su dolencia con mucho valor.* No, no guarda ninguna anécdota personal del Rey —^nunca dice *Don Alfonso», sino «¡I Re»— y, además, |hace ya tanto llemp o l Le digo que van a cumplirse treinta años y se queda un poco absorto, como pensando en esas fechas en que era joven todavía, «Es v e r d a d . . . Treinta años ya.» Y no nos queda mucho m i s que decir. UN ENf=ERMO VALIENTE Pocos mes^s nittes di^ fullecímiento dv so Xllí se tomó e*tíi ¡oto en la pm-rta dfl Alfonhotel. Todo el mundo dice lo que el señor Laurent acaba de repetirme. Que Alfonso X t ! l soportó con entereza ejemplar [os dieciséis días de suf r i m i e n t o que mediaron erv [re el primer ataque de angina de pecho y la muerte, Pero aquella habitación que acabamos de ver estuvo casi siempre cerrada a las visires. Incluso sus más prónimos familiares tuvJeron que permanecer en el salón ¡nmedíalo casi todo e! tiempo mientras el Rey luchaba por su vida en una agonía interminable. Sólo siete personas, siere testigos excepcionales, pueden contarnos cómo fue eíia lucha; tres médicos, los doctores Frugonin Colaría y Puddu; doí religiosas de las Siervas de María, Sor Teresa y Sor Inós; un sacerdote, el Padre Ulpiano López, de la Compañía de Jesús, y Paco, el ayuda de cémara que no 41 D5f Q??9a VL\ra df ífí pinza de ín Esedm, UN PROFUNDO CONCEPTO DE LA DIONIDAD REAL abandonó un ¡n&tante al enferrno- De estos siete lesiigos $úlci existen ya cuatro. Sor fnés, la m c n j i t a guipuZ' coana; Paco, el ay^jda d e cdmarfi* y el doctor C o l a b a , que fue su médica de cabecera, han muerto ya. Sor Teresa es fioy supEriDra de la comunidad que las Siervas de María tienen en Marsella. Ignacio C a r r i ó n , redactor de BLANCO Y NEGRO, ha viajado hasta allí para entrevistarle. El Pi3dre López está en ArgenEína y yo le he e i c r i t o i n cluyéndole un cuestionario y pidiéndole que no lo considere como d e f i n i t i v o , sino apenas como pretexto para recoger sus recuerdos de A l fonso X l l f . En Roma enconIrá, por fortuna^ dos testimonios inapreciables. El p r i m e ro de ellcsn el del ilustre doct o r Cesare Frugoni, ral v e : la primera autoridad médica italiana de su tiempo, direct o r de la Clínica Mi&dica de Roma, p r e i i d e n l e de fa Academia Médica y del Consejo Superior de Sanidad durant e más de veinte años. Frugoni es \jna eminencia, una de esas lumbreras de la Medicina cuyo p c u r r l c u l u m a está demasiado lleno de éxitos y de honores para transcrib i r l o aqui íntegramente. Le pido una entrevista que se desdi* iinn de íu.i balcones dela.t hubil/iciones encarga de concertar Julián Cortés Cavanillas, que tan fervorosamente quiso y defendió s i e m p r e a Alfonso X L I I , que ha ¿Ido su leal y apasionado biógrafo, que conoce Roma como quien ha v i v i d o alir mds de veinte años y que ademas es amigo m í o desde que nos conocimos en la cárcel da San Antón en los tremendos días de no- del Rey D. Aljonso viembre del 36- Julián nos acompaña a casa de Frugoni, de quien conserva una cordialísima carta agradeciendo el envío de su l i b r o sobre Alfonso X I I I . EL DOCTOR Y EL AMIGO Frugoni vive en uno de esos barrios residencia les ale- Simpñlicn ft'lo^rnfi'i ¡n^<lita d'^ th Afjnnsc, XlIL rn Roma, con una de iixs ni'-las, muy probabíemniif Sindnj Torloiuü. Xlif t-n el Gran Hotels jados del centro, donde gra^ cJas a Dios, quedan árboles y franjas de césped^ donde el ruido de la ciudad ha desaparecido ya. El gran ventanal del salón en que un criado nos inlroduce se abre sobre una verde y compacta fronda de pinos. Parece com o si estuviéramos en pleno campo, a mucha distancia de Roma. Y en fos pocos minutos que el doctor tarda en aparecer yo pienso que he aceptado con demasiada facilidad la idea de que este hombre viva y acepte recibirnos. ¿Qué edad lendrd ahora? ¿Será fácil ef diálogo con él? Pero el doctor entra de repente y mis Temores se borran de golpe. El que entra en La habitación es un hombre alto, delgada, de paso f i r m e , de movimientos ágiles. La cabeza es más bien psqusna. Los DjDS son vivos y amables detrás de las gafas. Levemente sonrosado, tiene ese aspecto pu I ido, i m peca b i e, verd sderamente as¿piicc que he encontrado a veces en los grandes maestros de la Miídlcina. Emana ese aire de suave autoridad que deben dar muchos años de cNnlca, muchas vidos colgando, como de un hilo, de unas manos delgadas, a r i í t c c r i t i c a s , que se mueven con sosegada elocuencia. La mujer que lo acompaña es también un personaje importante. Todos fos teatros de ópera del m u n d o , incluido el Liceo de Barcelona, han aplaudido su voz inolvidable. Se llama Giulie- 42 k>^ ?^R*LlP-niFH-. V-9íi,fSCV9S' BS5SF^ :--- '- * \r..-] '•éif: ^ "<U¡ 1 - -' ' 'ÍJ ^ % iái^úi LBS babitaao'ifs del Rey huctim esqumn te S í m i o n a i l o . N o m e he atrev i d o a preguntar cuántoi años llevan casados^ pero el afecto reboca enrre ellos. En la f o r m a de hablarse y de m i rarse nota uno que aquí Existe un verdadero entendimient o , tina inmensa t e r n u r a , a l go tan b o n i t o y tan p o t o frecuente que no hay más remed i o que consignarlo, aunque se aparte de! tenia que nos ha traído quf, Frugoni trae en la maho un pliego manuscrito, N o i explica que. sabiendo a qué veníamos, ha hecho que su m u j e r copie para nosotros e! capitulo que dedica al Rey en u n Mbro de memorias que él titula ^Recuerdos profesionales* y q u e sólo se publica- Abíijo. - - -"i-:--- y ííahan ÍÍ tas callas t iitorio r á cuando haya m u e r t o . « No quiero p o l í m i t a s ni c o m p l i caciones — d i c e — ; en mayo c u m p l i r é noventa a ñ o i y ahora deseo un poco de crenquíl í d a d , " Le agradecemos el regafo que supone esta e x c e p c i ó n , hecha en f a v o r de BLANCO Y NEGRO—Recíbanlo — r e s p o n d e — comro homenaje a la memoria de aquel h o m b r e cordial^ comunicativo, que hasta en f u grave enfermedad tenía siempre un acento alegre, d i recto, afectuoso— U s t e d , profesor — l e preg u n t o — í asisliú al proceso completo de la ú l t i m a enfermedad del Rey. ¿Cómo definiría usted, elinícamente, la causa de la muerte? Un f.alón del *'Grníi Hotel" qirr no hn aufñáü camhifjs. Emurnipíe ¿Un i n f a r t o de m i o c a r d i o? — N o , n o , un i n f a r t o , no. En la voz y en el gesto hay cierta vehemencia. No quiero que se escriba la palabra i n f a r t o . Hablen ustedes de insuficiencia coronaria, (Sin embargo, al leer el manuscrito una hora más tarde, vemos que é\ m i s m o menciona la palabra p r o h i b i da.) Pero seguimos preguntando: — ¿ S u f r i ó m u c h o el enfermo? ¿Tuvo grandes dolores? — S í , Ifl enfermedad es m u y dolorosa. Y luego, la insuficiencia cardio-resplratoria que produce le causaba ahogos difíciles de soportar. —¿Los soportaba bien? — T u v o en todo m o m e n t o El señor íyutireiit. a la derecha, f --J Orlaii^iy i^íi ía ¡ffti}) y Ctuaeppe isí ^ .^r .*Ü^- una g r a n entereza, Y aún más, ese p r o f u n d o concepto de la dignidad real de que hablo en mis cuartillas, ie obligaba particularmente a resistir el s u f r i m i e n to sin cffludicacJones, — E n España, profesor, decimos; *:Hay que aguantar el tipo». Es posible que el Rey se dijera a sí m i s m o esa frase aíguna vez, Pero, ¿cree usted que pensó en algún momento que superaría el trance? ¿Cree usted que tuvo esperanzas de curacidn? — N o , no las tuvo. Sabía que los repetidoi^ataques no dejaban ninguna posibilidad de o p t i m i s m o . A c e p t ó le muerte con absoluta Esrenl- dad. ronoíió a D. Alfonso XUL •JV ^': i Éf Romita. • • • . • •I --fc. mm - —J^ 'IV íiiiiiif - ¿r:íjr\irKííJ¡H=r. I-i '-Pr- ÍWili^í^El^ítJ EL CORAZÓN DEL REY ESTABA MOY ENFERMO El Rey Alfonso XIII frecnentabn, en iíonin, un Circulo -^"Ln Caccío"—. atojado on el l'n¡acio Borgkeie. La fntagrafia sup*^or corresponde n la galería ett cuya f>ared hay reiratof de mofwrcBM y príncipes, con firmas y dedic<ttoria^^ Ahitjo, visia parcial de un salón. — ¿ N o se rebeló ni un instan Ee? Frugoni me miran hace una pausa de un iegundo y afirma: — N a d i e se rebela anle la muerte, salvo aquél que se ve asakado de improviso, a Iraíclún, aquél que no la espera de ningún modo . El en> Fermo que se sabe en psIU g r o como Alfonso X I I I , que sufre, que sopona el d o l o r dfa t r f l i día, se reiigna IrisensiblemeniE, ayudado además por la fatiga del organismoEsra resignación, este abandono f i n a l , estuvo en el caso del Rey lleno de serena dignidad. — H a n pasado treinta añas desde entonces. Los nuevos tratamientos, las nuevas d r o ga?, los avances casi Increíble!; de la Medicina en este terreno, ¿hubieran cambiado la situación de haber eiílstído en aquellos dfas? En una palabra, ¿se hubiera salvado hoy Alfonso X I I I ? — T a l vez,.. Entonces no tenFemos casi nada. Hoy tenemos técnicas más perfectas, unidades de recuperac i ó n . , . Quizá hubiera superado la crisis. Pero no se puede d e í i r por cuánto tiempo. El corazón del Rey era un corazón muy enfermo, — Q u i e r o hacerle una pregunta muy poco cíenlifica. ¿Influye lo sentimental, lo espiritual, en las dolencias del corazón? ¿Gastan las preocupaciones, los disgustos, eíe m s t o r tan delicado? —NOj no. Científicamente no se pueden estimar e&Qs factores. Existe siempre, y enistfa en este caso, una causa física, un factor patológico: la estrechez, Ja escíeroais de las coronarias, Por o t r o parte, el Rey parecía llevar bien Ifl amargura del axilrO, con buen espíritu, con resignación. No, no se pueden estimar estos valores emocionales. —¿Recuerda usted algún detalle curioso, algún hecho que no sea conocido, alguna anécdota, profesor? — E n esas cuartillas está todo lo importante, incluso íK í?3^^.'^ .'r.'^^ííSWS S^^¡¡^^ aquDtlat a d m j r a b l e í p a l a b r a t d i r i g i d a í a t u i^llo Don Juan y que ho reproducido Irteraim e n t * . Aparte de e i o recuerdo la preocupación c o m í a n ' re d e l o i R«yei de ItailA y recuerdo, tambiónH el afecTo, la delicadeza de la Reina Victarla y de sut h i j o i . Un ú¡9. al llegar para m i v i t i t a , todos l o i f a m i l i a r e t q u e esperaban en el salón contiguo a la a ^ coba sf pusieron de píe, incluso Doña V i c t o r i a . Y o debf decir algo o hacer un gesto para protestar de aquella corteiía. Y ella contestó, sonriendo; «Doctor Frugonl. es usted ían Importante que, cuando usted entra, hasta las Reinas se levantan para reciblrlei. UN JOVEN CARDIÓLOGO El doctor Puddu « t i sent a d o tras su mesa de consulta, en su mcderna clínica de Monte Parioli. Es simpático, sonriente, m a d u r o . Tenía que ser bastante joven cuando Frugoni -—de quien fu e destacado d i s c í p u l o — lo p r o p u ' 50 como especialista en Cardiología para asistir a A l f o n so XI11, No se equivocó, en cualquier caso, porque hoy es — y desde hace mucho t i e m p o — o t r a lumbrera de la Medicina italiana. M i p r i mera pregunta revela la curiosidad lógica sobre la causa clínica de la muerte del Rey. — D o c t o r , ¿el diagnóstico de la enfermedad de Alfonso X I I I cu¿l ere, a su Juicio? ¿Infarto de mfocardio? — Ev i den [emente. — E l profesor Frugoni no quiere que mencionemos lo palabra, ^ o s pide que nos llmiiemos a hablar de insuficiencia c o r o n a r i a , Puddu hace un gesto muy [atino, muy expresivo, abriendo les brazos y sonriendo levemente, como si no supier a qué decir. Por ú l t i m o , agrega: — E í i i i l i ó un i n f a r t o , desdo luego. No veo exactamente la r o i ó n por lo que no puedo decirse. En f i n , qulrá lo más enacio sea d e f i n i r la causa de Fa muert e t o m a •angina de pecho». Todos estos conceptos ^ t r o m b o s i s , i n f a r t o , tsclerosis coronario, tienen una m e i i í a c l ó n d i f í c i l , aun para jos profesionales, Alfonso X l i l tenfo un cora- 4 zón enfermo, an cualquier caso. No tenía solución, —¿La hubiera tenido hoy? —Es muy posible. Una solución a c o r t o p l a í o , desde luego. Hoy hemos avanzado m u c h o en este terreno. — ¿ L o había visilodo uS' ted corno mfkJico antes de su ú 11 i ma e nf er medad f —'No, y o sólo intervine en aquella etapa inmediata a su muerte. —'¿Hubo esperaníos en aU gún momento? —Para m í . n o . Los cosas f u e r o n claras desde el comienzo. No hubo ninguna esperanza. — ¿ G u a r d a usted un electrocardiograma del Rey? — H a c e demasiado t i e m p o . . . No creo que lo guardemos aquí, en todo caso. Esta cITnica es nueva. — ¿ D i r í a usted que aT corazón le afectan los disgustos, d o c t o r ? ¿Puede lo sentimental dañar m o r i a l m e n i e el músculo cardíaco? El médico sonríe levemente y se quede porado un Ínstente, como si d u d a r o , —Clenííficamente^ hay que decir que no. Pero es posible. No sabemos que eso pueda o c u r r i r ni cómo puede o c u r r i r . Pero, en f i n , yo no l o negaría rotundamente. —Dígame, doctor, ¿fue Alfonso X I I I eso que se llama €un buen enfermo»? ¿Obcd e c í a l a s preijCrtpcIones, aceptaba las órdenes de los médicos? — i O h . sí! Era un e n f e r m o ideal. Aceptaba rodo con disciplino absoluta y sentía fe y respeto por nosotros, Y ero simpático, m u y simpático. —¿Pasó casi todos aquellos días en una butaca, verdad? - ^ í , aquello posición disminuía su fatiga, Y lúe precisamente m i suegro, que era entonces embajador del Perú t n Roma, el que le envió una butaca articulada de esas que Se ulüizon para reposar u n pc>co después del almuerzo. Sí^ m i mujer es peruana y yo comprendo bastante bien el español. — T a l vez por eso ha comprendido usted m i pésimo italiano. ¿Qué Otra cosa recuerda usted de aquellos El retrato dv Don Atfonto XIH \jiittjgrafia siipftiotí fipi' ra. i-nlTf los dp otros m«fiürcrij, ert PÍ QÍTCUÍO "La Caccüt", Abajo, 1*1 fiev i'n I/i plaza Cnforííin. dp Ronin, fn rí tirit¡ 1937. días? — H a n p a s a d o muchos años. Recuerdo muy bien lo preocupación de Fa reina Elena por la salud de Don Alfcnsíí. A veces me llamaba a 46 Ki Dr, Frugoní, acompañfido VISITA A LA ANTIGUA «VILLA TinA RÜFFO» m i casa por teléfono, díreC' tamenie, para p r e g u n t a r m e cómo estaba y qué noticias nuívas podía darfe. PEQUEÑA AVENTURA DE ESPIONAJE No lejos de esTa clínica del d o c t o r Puddun en el m i s m o dv su e-nposG, r'-pam el rapiíuío Í/C" ÍUS "Recuerd^^ b a r r i o de Monte Pariolj^ está la casa donde A i f o n í o X I I I residió una breve r^mporads, ftVHIa T i l i a Ruffou, propiedad de aquel barítono B i i t r a o r d i n a r i o que apasionó a lc$ aficionados a \B¡ ópera. Cortés Cavanillas v i s i tó una vez al Rey en aquella residencia, en 1935, y acepta el papel de guía para intentar su l o c a l i z a d o r . Siguiendo el i t i n e r a r i o que nos marca, avanzamos, en el cochecito alquilado, entre chalés con jardines, hermosas realdenciaí diplomáticas y modernas casas de departamentos rodeadas de árboles y de «ALFONSO XIII, REY DE ESPAHA» (Del l i b r o inédit o " t i c c u o r d o í profesión ales" I Etle r^* f l riipíliiLu que r l dotior Uéurí PrufGni ha i m l ' TimoíiÍD J« hcmi'Eiiijr i It mcniofla de .Wton^o XTII, Bl.^^XO V rVEGRO ;,f.:adoct- el teneTOio ÍCHIQ del iluí[re y ÍJiraatü aiediio iialianD, Vi por primera v^z n Alfoiuo XIII. c t Rey de Espuíin, ü{ 6 de abril dt^ 1937, Volvi a verlo *-ii nunift-oKas ac"íiones luego, diirniiíf sr/ larga pi-rmnm'ncia i-n ítaiiíi y. •fobrp t<ido, en fiíinlo, hasta ci punto de goiar de su confianza, ya que a ello ae preitaha vi carácltr di-l itiislre pacifiit*; 31! jc-vialidad. •tu i'ivit inlfli^cnciti, su gusto por las bromas contFtiiiio iicnjprv un liinites de jinuro v respeto^ Hubo despitvs tin largo interindo durante i-í que permaneció en Suiza ca\¡ sieaifíf*^ Si?gún supe rijós tarde, en este tiempo mfrió t'ario* atai/ws df (/rigen coronario. Vuelto n Italia, fue asistido hatta el fin por el excetrnte doctor CoííT^iO. que ju*" *u médico de cabecera, y pur vi 4« prof/^íionnles" céapedí en el que a vecei relampaQuea el agua azul de una piscina. Julián detiene la expedición frente a una villa inmensa con un gran torreón y un parque de considerable larnaño. «Estoy seg u r o de que era p o r aquí — d i c e — , pero la casa no era tan grande como ésta.» Caminamos alrededor de la tívillflí preguntando a t o d o ef que encontramos. Pero nadie sabe cuál era la casa de T i l l a Ruffo, cosa que a mí me defrauda un poco, porque yo pensaba que seria un recuerdo venerado, una especie de m o n u m e n t o na- en vi qu^ hahln d^ Mftni«t XJH. cional. Al f i n , una anciana señora nos señala ia que fue, precisamente, nuestro p r i mer objetivo . —Esa, ¿sa es ^ V i l l a Titlfl Ruffop, Pero en la cancela de entrada hay una placa que d i ce: «Embajada de la República de Bulgarias. —¡Qué mala suerte! — c o menta Cortés Cavaniüfls—•, porque si ahora nos ponemos a hacer fotografías, a lo mejor hay problema?. Yo tenia la esperanza de entrar en la • v i l l a » , de ver ios lugares donde vivió el Rey, de fotografiar los salo- ductor Puddu, que lit at*^ndiá como cardiólogo y (¡ue fue distinguido alumno mÍo y es ahora uno de los mejon-s profcsionalcn italianos en su especialidad. De^do "i primer etectrocardiograma encnntramvf JRnales clnrna de uii reciente infarto que fue agravándose patilfilinamente y que e-XpUcaba vi jNKterior emproramienlo y ¡a prfdpitarión di' lo* acontecimientos, sin qup rilo modificara ni atenuara liis cualidades humanas d*'l Rey que \-iempre fueron un gran señorío y afabilidad y un complejo dominio di' ^¡ niismty. Todo esto hacia de él un enf''rmo ideatt de übí-dieucia absoluta., de colabiiración total con ÍIÍS medico^^ dr completa confianza v respeto ¡tara sus prescrii¡ci<ine*. Yo fui ¡¡amado a consulla y en el doltiroio y ¿¡timir periodo ¡e vi muchas vecen en razón de aquel estado su\o que^ aun Con airas v bajas, era cada ves peor, v podría definirse como una inestable V peligrosa situación de alarma en que venían jornadas de tal gravedad que a nadie se permitia estar en la habitación del i'nferato. aparte fie los médicos v de ¡as dos monjílai l':^p|¡ñollls. sor Teresa y tor ínes. tpie lo cuidaban devotamente., v las más ínlimtni familíaref-^ La familia real de llalla también segiiia de cerca, anguslioiamente, el cursa de lo enfermedad^ prodigándote al máximo en atenciones todos sus miembrm. cada uno desde su esfera de Sobre í'sín* linead conversa con mii-itro neSn incluso et d o r m i t o r i o que ocupó d u r a n l e su esiancia. Ahora nos vernos obligados a rodear la posesión buscando un ángulo favorable para la cámara, cosa d i f í c i l , porque el m u r o es muy a l i o , y los arbolas, m u y crecidos j u n t o a él. Cuando estamos a medio camino, notamos que un guardia camina tras nosotros a una distancia prudencial. Enionces elaboramos rápidamente un plan de camparía; García Pelayo 5e adelantará con sus cámaras rodeando la calle hasta la fachada p r i n c i p a l — q u e es ia más fotogéni- rjtviado rs/í'-cífl/, Cay^rinti c a ^ mientras nosotros dos distraemos al guardia demorando el paso y haciendo ver que contemplamos, com o turistas curiosos, las v i viendas y los [ardines de alrededor. Estamos m u y satisfechos de nuestra estrategia hasta que doblamos la calle y nos encontramos con una situación que no habíamos previsto. Ante la cancela de la * v i llají, que está abierta, hay dos caballeros qua contemplan fijamenteH con caras de pocos amigos, a García Pelayo, que ya no sabe c ó m o d i s i m u l a r con toda su impe- ponbiJidfides. Pero e¡ mal seftiiia implatabte iii camino, creando variad lece^ silunciones de pfUgro tnmfdiaio. Si alf^ien quiere conocer más delrtllvs de ^st/i dolorosit itrapa podrá trou^iiííar pl libro de Julián Cortes-Cavimiltns "Atfonsí^ XIIL Coii¡esionef y muerte", can prólogo de iTintíojí S, ChurchiU. El Rvy fue fiemprf afabloy tolerantp VimcoriPi nmigo para loa médürns. fJftr un episodio que no sp cita f-ti id libro mencionudo y qiie resulln sifínijicfJtivo pura fxpre^ sur el tito concpio de la rrníx*xo que poseía Alfonso X / / / . Antp un repentino y gravi%Í¡nti colapso se advirtin n la jamilii real del jndÍ$ro inminente y pocí^ despws pO' r^cio que el ¡inid había //''paiíc. La Rpina Victitria^ el príncipe don Juan, todas las familiares JT' precipitaron a ¡a habitación de don AljnifMx v fo rodearon d'' Tadi' llus, los ojoí Ilfnos de lágrimas^ Le aeabábam(-s de ltar:er una doble inseeción de adrrinilina que coiifíiguíá reanimafío. Recobró PI t-tinociniipnro v i'ii'nda n Todn.f los pr"-sentej nrrodUli'dos, llorando ttn disimulo^ u* dirigió dm lentas palahran al condr dr Barcplona diciendo: ^'So llor''fl. Es iiprganxosn c injunlo que eLfirfurn Rty de España llorf par una ío.^n tan natural como ¡a niuerff". Fueron unait ¡ratabris so/cmfifji, dado i'l tráf^ico momento en qti** se proituiieiabon, y en ellas deticubri to Liica de Ti-na. A la dervchn. dimenla fotográfica. Detrás de nosotros, el guardia cier r a cualquier i n t e n t o d e retirada. Hay un momento en que todos noa miramos los unos 3 los o t r o s , hasta que Julián se arranca y se dirige derecho a los búlgaros, Explicaciones, tarjetas, aniversario, Alfonso X i l l , « A B C B , BLftNCO Y NEGRO... Uno de los búlgaros habla italiano, no demasiado bien. El o t r o no habla, pero se f i j a mucho. Al final sonríen, no m u y convencidos, y la cosa acaba bien< dándonos la mano y todo. Mientras bajamos las cuestas de Monte Parioli, vi cnrdíñlogo Dr, Puddu. riéndonos de la pequeña aventura, se me ocurre pensar sí no hubiera sido m e j o r tocar el t i m b r e y pedir permiso para hacer nuestro trabajo, EL TESTIGO LEJANO • A l t o , delgado, ingrávido, de mirada penetrante baío fil cabello corto y gris , de piernas ágiles y manos vol a n d e r a s . . . " Así describe el marqué? de Quintanar al padre Ulpiano López, de la CompaJñfa de JesOs, que asíí' tiú al Rey en la hora de la muerte. Alfonso X I I I lo co- arraigado, lo profundo que era en Alfonso XIII t*l sentido de la reale=a. Cuando nos qupdamoi solos de nuevo^ ^l ítev, qtie ha^ hiíi comulgado v recibido la Extremaunción, enlrá en agonía. La muerte no venín rr su encuentro en el marco failuoio del Palacio Real de Madrid, sino en el exilio, en id ruarlo de un hotel, del Gran Hotel dy Roma, el 28 di? febrero de 1941. En la hnbitucióa sp destacaba sobrf el techo el fuanntn v lujo\n manto dv la I trgen del Pilar qtie^ coma un actii propicintorio. habia traida a Ranm pocos dins antes un grupo dr españnl"» fieles a í» pertona. Sus últimos jralnbra^ fueron de fortesíp y bondad. Del citado libro de Corlé-'^-CnvaniUas rpcojo, ¡mra terminar t'ttas nolus. unas jra\e-S de Alfonso Xlll. dichtis sólo tiaras anlP'- de su mwrTe- "Las tres médico^^ consternados, estaban casi iisociados n¡ c<*rn de lágrimas y rezos que filtraban las puertas de la cáninrn^ El Rey, lívido^ atiró diilct^menti* al doctor Fnigoni diciendole: "Gracias, doctor. Sabia que es usted un gran médico, pero además se ha com¡nirtado como un buim amigo". Cé^arP FKUGONI RoniJi. 197K 47 i A Arríbii, füt-hadií df la Biiñíicn su GRAN DESEO ERA VOLVER OE NUEVO A ESPAÑA nocía desde 1932, Lo había llamado alguna ver para el cumptimienTo pascual Y fue el padre López quien confe! í V d i o el v i a t i c o al m a r qués de l a i Torres, secreíario y amigo de Ckjn Alfonso, de Sania Marin h Mayor. Alfonso muerto p o t o s días antes que el m i í m o Rey. El padra López reside ahora en Argeniína y pn IA isla del P a r a n i , donde — í e g ú n eacribe— dedica su t i e m p o de jubilado a los l e p m i o s . Era, por aqueIfCi días de 1941, profesor de Teología Moral en la Universidad Gregoriana Y nació en Granada, ^n unn fecha que no be pedido y no he q u e r i d o averiguar- Ya he dicho quB le he enviado u n a i preguntas. Ho respondido XIII era^ por dert'cho con dos cartas llanas de cordialidad, rebosantes de afecto y admiración para la persona de Alfcnso X l i l He tratado de sintetizar ambas en unas respuestas que abarquen ía lotairdad de sus p^labras. '—Lo que conocemos de la larga agonfa de Alfonso X l l i indica una absoluta reílgnaciún cristiana. ¿No ¡e rebeló ni un instante contra ia idea de la muerta? ¿Fue total su aceptación? propio, cimónifio de ia iglesia. —Resignación crJsrlana es poco. Demostró una aceptación plena de la voluntad de Dios. No tenía apego a la vida ni miedo a ia muerte. Podría resurnirío diciendo que hubiera estado dispuesto a vfvjr si con ello hubiera sido útil a España. Y esto no era ^una frase vacía, sino una convicción profunda, total. —¿Hablaba en aquellos momentos de algún tema de manera especial? ¿Le ob- 48 e;^€fS?Q^ sesionaba algo paríicularmeníe? — N o hablaba más que de España, no le obsesionaba m i s que España, su f u l u r o , su recuperación después de la guerra, [Con qué a i e n c í i n segure Fa campaña antes de caer e n f e r m o ! jCon qué devoción asisiFa a la oración que cclEbrébamos lodos los meses, hasta c u l m i n a r en la Salve de acción de gracias del 1 de abril de 1939! Su gran de^eo era volver B España n o c o m o Re/, sino c o m o un español más. — C u a n d o supo que se m o n a sin remedio^ ¿crEc usted que llegó a esperar el M i l a g r o , a guardar f e en una casi imposible curación? —'Tenía f e en el Corazón de Jesús. V la Virgen era su esperanza, Pero r e p i t o que no deseaba la vida sino contó un medio de 5er útil a su país. M i r e , al p r i m e r ataque d e angina de pecho me m a n d ó llamar. Llegué at borde de su cama y me d i j o : * P a d r e . esto es grave y hay que prepararse. Confiésem^t. T —-¿Mantuvo el buen hum o r ? ¿Era afectuoso, alegre, dentro de lo posible? — E r a increíble en ese aspecto. Apenas pasaban por un instante los terribles dolores, ya estaba gastando b r o m a s , intentando hacernos sonreír. Hablaba de bailar una iota navarra con sor Teresa, indusD—Dicen que hay un *estTlo> en Eos monarcas, que la Un aspecto del rüju¡ún\o inferior, realeza, c o m o el sacerdocio, • i m p r i m e carácter». ¿Piensa q u e Alfonso X I I I tuvO en aquella hora la dignidad que le correspondía? Además de m o r i r como un crisllano¿ m u r i ó como un Rey? —Se e n f r e n t ó con la llpno de obras de arle, muerte con una inmensa majestad. Cuando v i o que [legaba su últim a hora me d i j o : •Padre, esto se acaba. Déme la ExEremaunción». Fue tan sereno y tan valiente entonces como lo había sido ante las pistolas o las bombas de de Sania María la Mayor, fos alentados. Me d i j o una vez: cMenos hambre, creo que no hay sufrimiento que no haya e i p e r i m e n t a d o en la vJdati, Ya se ha contado aquEÜo que le d i j o a Don Juan en una ocasión en que éste n o podía contener las Ahajo, el manto de la Virgen donado ;i»r h Reina María Criniinn a In Ba^Uira del Pitar de Zaragoza. Cubrió ei cuerpo del Rey y en 1969 fue llevado a Laiisana con motivo de la mwrte de la Reina Doña Victoriü Eug'^iiia. A la d^-recha, el Felipf IV de Santa María la Mayor, qu*-. srgiín nn periódú^o itniiano <i-' la ¿poro, ri^ne cierto pftrvcido ¡hico roo Alfon,o XIII. EL CIRCULO «LA CAZA», UN CLOB ARISTOCRÁTICO lágrimas: «Lo^ Reyes no liorans. Sí, él m u r i ó como un verdadero Rey. — ¿ Q u é recuerdo EB le ba quedado m á í vivo de este Opisodio que es Historia ya? ¿Qué geíto. qué palabra, qué mirada conserva usted de aquel hombre llamado A l f o n so X1II7 — S u última mirada al c r u c i f i j o . Su ú l t i m o gesto de incorporarse en el sillón para besarle y caer luego sobre el respaldo diciendo: * | J e 5Ú4l» Un segundo despué;^ ya estaba m u e r t o , UN REV SECA LOS PLATOS La casa romana de las «Damas Apostólicas del Sagrado Corazón de Jesúse l e f u n d ó en 1 9 3 1 . La i n s t i t u c i ó n que creara en España doña L u í Rodríguez Casano- va ruvo aquí 5u primer a superiora en fa persona de Adela Ventura. Con unes medios matoriafe^ casi siempre mínirn05, h s Damas A p o i t ó l l cas procuran socorrer a l o í necesitados en sus d o m i c i Nos, mantienen comedores y colegios y dispensarios. A esta casa de Roma — h u m i l d e ^ limpJa, un poco destartalada— venía el Rey Alfonso a c u m p l i r deberes de c a n d a d . Le p r e g u n t o a esta religiosa. Esperanza D ' A n t i m i , nacida an Rocca di Cañe, j u n t o a Roma, si recuerda co^as de Alfonso X l l l , ya que está a q u í desde la fecha de la fundación, —Sí, recuerdo muchas cosai-. Las Infantas venían l0!> lunes y los viernes a dar de comer a nuestros pobres, vamos, a servir la comida. Y el Rey v i n o muclnas veces con ellasr Un día llegó cuando nuGíJira superiora estaba sin un c é n t i m o . í ¿ O u é pasa por a q u í ? * — p r e g u n t ó Don A l f o n s o — . La superiora le contó que acababa de poner las úftimas cien liras en la tumba de Pío X que acababa de sffr Desdn psle racIinnitTio osiíria rl Rf-y Aifotiso celebrnciiin ili^ in Saníri Misa en la igietin dp canonizada. Era su manera de pedir el pequeño milagro que necesitábamos casi todos los días. í E s i á bien eso de Pío X — d i j o el Rey—, pero acuérdese que tiene también a Alfonso X I I L > —¿Servía la comida? Bajo estai línpas liemos la nave r.rnírai de ía iglesia i^-tpaitoiti t/e MonUerral. En la prirtjpra captüa de la derecha, qup comunica con la nnvt*, n-posnn los resto-i del Monarcít. Xill a la Montserrat. — Y secaba los pfatos luego y los colocaba en su sitio. Decía q u e le gustaba nuestra Institución porque en ella se podían practicar juntas lodas las obras de misericordia. Juliana Manzana, de Tafavera de \& Reina, también recuerda a Don Alfonso. Ella está aquí desde 1935. —iJna v e ; llegó a casa el Rey — r e c u e r d a — y no habíamos podido encender la estufa. Hacía un f r i ó tremendo Se fue sin decir nada y volvió al cabo de un rato con un camión lleno de carbón. O t r o día le abrió la puerta un chiquillo español que teníamos aquí recogido. Alguien le regaló un traje de soldado y esa vez lo Ifevaba puesto, Don Alfonso se le quedó mirando y le d i j o ; ^Oye, chico, ¿a ti no te han explicado en el cuarlef que cuando el Rey entra hay que quitarse ef g o r r o ? * . —¿Ayudaba el Rey reguarmente a la Institución? •—Ver¿, nos regalaba una agenda grande, de esas que hay para anotar las compras. En fas fecfifls del 23 de enero — s u S a n t o — , def l ú de mayo — t u cumpleaños , 25 de Jufio — S a n t i a g o — y 8 de diciembre — l a p u r í s i m a — estaba su f i r m a y eso quería decir que podíamos cíperar su ayuda en eaos días. Además fe Reina y los Infantes también firmaban cada uno en la fecha del día de su Santo. ¿Quieren ver el diario de nuestra primera superiora? El d i a r i o d e Adela Ventura recoge los donativos de Don Alfonso y cada vez anota un^s palabras de cariño y de respeto. Cuando habla de Su mucrre liene frasea conmovedoras por su sencillez; • E r a todo bondad y carid a d para esta casa».., «Cinco días ante^ de m o r i r aún e S I a b fl ínlercsdndo&e por n o í o t r s s . . . * a A lodo el m u n do hablaba de esta obra que tanto querJa,,.a -Descanse en pa£ el Rey c a r i t a t i v o que no íuvo a menos bajar hasta el pobre y servirle U c o m i da con sus propias manos.» UN CIRCULO ARISTOCRATtCO Alfonso X l i i frecuentaba u n Circulo, un * c l u b v de Roma que tiene fama de selecto y d i f í c i l . Se llama «La Caccisif — * L a C a z a * — , y el embajador Garrigue^ ha tenido la a m a b i l i d ad de pedir una autorización para que vayamos a visitar el Circulo y nos dejen toma r algunas fotografías. Sabemos que hay un r e t r a t o de Alfonso X I I f con dedicatoria. Kos c i t a n t e m p r a n o . aDe nueve a diez», nos han d i c h o . Son las nueve y media cuando llegamos oí v i e j o y h e r m o s o Palacio Borghese donde se aloja el Círculo y donde se alberga tanihién la Cancillería de ta Embajada de España ante el Q u l r i n a l . * L a Caccia» es un casino por el entilo d&\ tiNuevo C l u b * de M a d r i d , un lugar de l u j o refinado, de gUEto un poco antiguo, donde se nota en seguida que la comida será de excelente calidad y se adi vina un servicio refinado y discreto. La galería, abierta al patio del palacio, muestra una larga serie de Monarcas y principes en foiografias con f i r m a s y dedicatorias. Allí estén los inglesen, incluido el duque de Edimburgo, y los italianos^ y los de Portugal. Alfonso X I I I tiene por vcclnp a Cristian X de Dinamarca, Un poco máE a\\Á. Faruk, Gustavo Adolfo V de Suecia y el príncipe Fernando de Baviera. En un extrem o de la galeria, í c b r e un mueble, hay una carta en que H u m b e r t o de Saboya agradece a los miembros dpi Círculo y a su presidente la felicitacidn de Navidad que lo han enviado. La Pnrroquifi Ü ytie pertenece rt di^trita del ''Grnn Hift^r. de Roma, es Sin- María de los Angeles —foto superior—, cuya nave central está constniidn sitbre las Termos de Dincl'^iann. Abnjo, el interior del templo dondr fue condurido el cadáver df.í Rey nnies del pníif-rro- Luí renos de Alfonso XIII reposmi t'H la iglpjia española de Monl^errat, en Roma. Estna doi imágenes corri'^pondpit a íi tiimba y a la tapida de su sepulcroImprp^tíona al visitante ía sencillez df la última morada del -Monarca español- J^ r^-> SV MAJESTAD DON 52 EL REY ALFONSO XHl MDCCCLXXXVI - MCMXLI NOTICIAS SOBRE EL ESTADO DE SALUD DEL REY Yo intento saber cosas del Rey, quiero averiguar si venía mucho por aquí, si cazaba con otros miembros del Círculo, si formaba parte de alguna tertulia habitual. Pero el Administrador que nos ha recibido y acompañado a la galería dice que sólo lleva cuatro años en el cargo y no puede darnos ninguna información. No, no ha sido eso que se llama un éxito periodístico mi visita a «La Caccia». Hubiera sido preciso localizar a un antiguo socio, que hubiera tratado personalmente al Rey y que hubiera podido aportar algún recuerdo, pero es un problema de tiempo y de paciencia. Y todavía hay que explorar la Hemeroteca romana. LA MUERTE, EN LOS PERIÓDICOS Cuando el Rey enferma para morir, los periódicos de Roma están llenos de noti'cias de guerra. Italia combate en Grecia y en África. Las primeras p l a n a s recogen bombardeos, movimientos de la escuadra, discursos del Duce, elogios a un soldado caído heroicamente. He teni- 'Villa Titta Ruffo", hoy Embajada do que buscar con mucho cuidado para encontrar en las páginas interiores unas breves noticias sobre el estado de salud del Rey, que ya era angustioso. El 25 de- de Bulgaria en Roma. Aquí vivió el Rey algún febrero, por ejemplo, se dice que ha pasado una noche tranquila. Frugoni y Colazza firman e I comunicado, el parte facultativo que dice escuetamente: «Situación esta- tiempo. cionaria». Más tarde, el mismo día, hay otro boletín más espera nzador. Se afirma en él que «dentro de la gravedad se han atenuado algunos de los síntomas más alar- Abajo, el Rey, a la salida de misa de la iglesia romana de San Ildefonso. A la derecha, el P. Ulpiano López, que administró la extremaunción al Monarca. La foto fue tomada en España en los años de la República, en una visita del sacerdote a la Patria. 53 «su CULTURA PROCEDÍA DE SU RIQUEZA VITAL» mantés». El mismo periódico — « l i Giornale d'ltalia»— habla en esa fecha de la reciente catástrofe de Santander y asegura que se han destruido 721 casas. El día 26 la situación del Rey sigue siendo estacionaria. El 27 hay un comunicado médico alarmante. Lo copio literalmente. «En las últimas veinticuatro horas se hari presentado graves y repetidos ataques d e insuficiencia circulatoria que aún continúan». « I I Giornale» añade un breve comentario de Redacción que habla de la serenidad con que Don Alfonso e n f r e n t a la crisis. Vuelvo a copiar literalmente. «El ilustre paciente conserva una fuerza de ánimo verdaderamente admirable.» Ei día 28, el de su muerte, «11 Giornale» no puede alcanzar la noticia, ya que la muerte se producirá varias horas después de la salida del periódico, a las once y cincuenta exactamente. En esta fecha, por tanto, apenas se dice que ha pasado una noche tranquila. Y el co- municado médico, siempre con la firma de Frugoni y Colazza, habla de «una profunda astenia, consecuencia directa de ios repetidos ataques». El Rey no ha .podido recibir ninguna visita, ni siquiera de sus familiares. Al día siguiente «II Giornale» publica una larga información del fallecimiento, con los nombres de las personalidades que han acudido inmediatamente a i «Grand Hotel» y que encabeza el príncipe de Piamonte. A continuación de la reseña hay un largo comentario sobre la persona de Alfonso XI11 y los principales acontecimientos de su vida. Una vida que el comentarista califica de «nica, atormentada y no larga». «Roma significó en su existencia —dice a con-tinuación— un oasis para su paz personal y su conciencia católica, en medio de la dulzura de la atmósfera mediterránea». Luego habla de la referencia que el Rey dedicó al Ejército y a ia Marina y de «su asombroso conocimiento de los aspectos técnicos más avanzados del arte militar». Hay un gran elogio para su «prodigiosa memoria» que ie permitía recordar la situación de cualquier oficial o los afluentes de un río de un país extranjero. «Sin embargo —añade— su cultura» no olía a biblioteca sino a riqueza vital. Era un refle- jo de su experiencia, de sus viajes, de sus numerosas relaciones personales». Sigue el cronista refiriéndose a su frecuentación del Círculo «La Caccia», a su afición al teatro. Elogia la amabilidad de su carácter y «la fascinación de su charla». «Era bueno, tolerante, caballeresco, incapaz de rencor. Tenía la rara virtud de atraerse a ia gente a fuerza de aproximarse a ella». Era «como de casa» en Italia. Lo comparan, por su severa elegancia, por su agudo perfil, con los retratos de Felipe IV que pintara Velázquez. Y sobre todo, con esa estatua del peristilo de Santa María la Mayor en que su antepasado aparece vestido al modo de la antigua Roma. El comentarista recuerda que Alfonso X í l i era, por derecho propio, c a n ó n i g o mayor de aquella basílica. La transcripción sería interminable. Escojo dos detalles curioso el uno, conmovedor ei otro. Monseñor Montini, secretario de la Congregación para Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, fue el encargado de transmitirle la bendición de Su Santidad. Y, en f i n , se recuerda que g u s t a b a de asistir a misa en Santa María de los Angeles —la iglesia próxima a su hotel— mezclado con la gente y siguiendo ia ceremonia con el máximo fervor. Don Alfonso y las Infantas iban periódicamente a servir la comida en un centro de caridad. En la foto, la Infanta Cristina. A la derecha, dos religiosas que trataron al Rey. COMENTARIOS Y ELOGIOS «L'Osservatore Romano» es el único diario que publica en primera página la noticia del fallecimiento. Hay un breve comentario lleno de admiración para la cristiana serenidad de su muerte. Dice que en su última hora ha resplandecido «aquella f e que le acompañó incluso en los momentos más penosos de su vida». «L'Osservatore» incluye un detalle que no hemos visto en ninguna otra publicación. El Rey murió con el crucifijo de su madre, la Reina María Cristina, entre las manos. Según el periódico se oyó claramente el beso que daba a la Cruz en el mismo instante de la muerte. «II Messaggero» publica muchos detalles de los últimos momentos de Don Alfonso. La familia iba a salir para el funeral del marqués de Torres, secretario del Rey, cuando le sobrevino un nuevo ataque a las diez y media de ¡a mañana. En seguida llegó el doctor Frugoni, que le hizo inyectar adrenalina —este es el momento a que debe referirse el ¡lustre médico en sus «Recuerdos profesionales» q u e publicamos en otro lugar—. A las once y veinticinco comenzó la agonía. Hasta última hora ei Rey conservó «luciditá di mente e serenitá d'animo». Murió a las doce menos diez. Llegaron en seguida el príncipe de Piamonte, el príncipe Bcrghese —gobernador de Roma— y el cardenal Maglióne en nombre del Papa. El periódico supone que el cadáver será transportado a España <dn seguito» para ser sepultado en El Escorial. Vittorio Sorresio firma un l a r g o artículo necrológico que «II Messaggero» publica en este mismo- número del 1 de marzo. Como no es pos i b I e reproducirlo íntegramente, entresa.co algunas frases copiadas al pie de la letra. «León X I I i lo había apadrinado en el Bautismo.» «Un príncipe simpático, de maneras francas, que expresaban u n a espontaneidad cautivadora.» «Inteligente e impulsivo, tuvo siempre un vivo deseo de cumplir su tarea de Rey, un altísimo concepto de su deber.» «Aun siendo impulsivo, guardaba. 54 El Rey, en 1934, en el buque ''^Conte de Savoia'\ Le acompañan las Infantas doña María Cristina —izquierda— y doña Beatriz. sin embargo, tesoros de paciencia y tenía una maravillosa capacidad para sortear obstáculos y una excepcional aptitud para ese arte de sa- ber esperar que acreditaba su inteligencia práctica y su sagacidad política.» Los periódicos siguen, hasta el día 4 , dando noticias relativas a la muerte del Rey. La capilla ardiente, aquella primera misa de la madrugada con el cadáver en el suelo, revestido con el manto En octubre de 1937, Alfonso XIII, gran aficionado al deporte, visita el Salón Internacional Aeronáutico de Milán. En el interior de la Feria se detiene ante una maqueta. de las Ordenes Militares. El desfile incesante de españoles e italianos. El embalsamamiento, hecho p o r el doctor Colazza a las cuatro de la tarde del día 1 de marzo. Pero todo esto es ya demasiado conocido. Lo ha contado minuciosamente Cortés Cavanillas en su completísimo libro: «Alfonso X I I I . Vida, confesiones y muerte». Lo ha contado también el marqués de Quintanar en «La muerte de Alfonso X í l i de España». TESTIMONIO DEL MARQUES DE QUINTANAR Yo le pido ahora a Quintanar, en su casa de Madrid, que recuerde algo de aquellas horas, que me cuente detalles de aquel viaje apresurado y triste. —Llegué a Roma el día antes de su muerte. Serrano Suñer tuvo la gentileza de concederme en el acto el pasaporte que le pedí. Salí de Barcelona en un hidro pequeño al que cubrieron las ventanillas porque Italia estaba en guerra y el Medite55 DESFILABA UN INTERMINABLE RIO DE GENTE rráneo era zona militar. Venía conmigo el conde de Aybar, que llevaba un manto de la Virgen del Pilar para el Rey. En Cerdeñ'a nos detuvimos para repostar y ya no pudimos continuar el viaje, porque el temporal no permitía el despegue del hidroavión. Perdimos allí, en Alghero, toda esa tarde y todo el día siguiente. Sólo pudimos despegar el 27 por la mañana. Cuando llegué, por fin, al «Grand Hotel» dé Roma, el conde de los Andes me dijo que no quedaba ninguna esperanza. —¿Vio usted muerto al Rey? —Lo vi cubierto con un sudario en la misma butaca en que había expirado. Lo vi luego, ya vestido con el manto de las Ordenes, en el suelo de la habitación. Du- En esta singular fotografía rante tres horas y media lo velamos el día 1 la Infanta Doña Beatriz y yo mientras desfilaba un interminable río de gente. Lo v i , en f i n , ya dentro de la caja sellada, a del período italiano aparece D. Alfonso través del cristal que cubría su rostro. —¿Cómo e r a su expresión? —De serenidad. De una gran serenidad. tocado con boina. —¿Qué m á s cosas recuerda? —Recuerdo que Don Juan tenía gripe. Descansó unas horas en su cuarto, cercano al del Rey, para poder asis- t í el mes de octubre de 1935, el Infante D. Juan contrajo matrimonio con D." María de las Mercedes de Borbón y Orleáns, en Roma. En la fotografía. I). Alfonso XIII abandona el templo, dando el brazo a la madre de la novia, la Infanta Luisa. 56 tir a la misa que iba a decirse a la una de la mañana. Eso era la noche del día 1. Esa misma mañana, a primera hora, acompañé a la Reina desde la alcoba mortuoria hasta la suya, al otro lado del salón. Salimos al pasillo. Yo la precedía, según la costumbre de Palacio. Al abrir su puerta apareció un criado que arreglaba i a habitación y que dijo que' aún faltaban unos minutos. Doña Victoria estaba tan agotada, tan deshecha, que se sentó en un banco del pasillo por el que cruzaba continuamente e i personal dé servicio, en el que habj'a ese trajín de un hotel en las primeras horas de la mañana. —^En su libro habla usted de 'una despedida muda, de un último gesto de fidelidad hacia Alfonso X I I I . ¿Quiere usted contármelo con más detalle? , —Sí, ihe contado q u e mientras los elbañiles alzaban 'a toda prisa el muro de ladrillo que había de cerrar el nicho, lyo puse la mano sobre el féretro- y ila mantuve allí 'hasta el último momento, hasta que sólo quedó el hueco justo para retirarla. Mentalmente le dije a Alfonso X l i ' l , con la mano sobre la bandera que cubría su caja —la bandera del bar" co que le llevó s\ destierro^— todo lo que un leal servidor de tantos años podía dedrle y prometerle en esos momentos. —¿Recuerda usted alguna anécdota de Alfonso X I I I , algún episodio de que haya usted sido testigo? — N o tiene nada que ver con estos últimos años de Roma, pero recuerdo una escena muy divertida en que intervino alguien de «A B C». Verá, al Rey le era muy simpático aquel excelente escritor que se llamó Manolo Bueno y le encantaba charlar con él. Un día me pidió que lo llevara a Palacio pero no para una audiencia normal, sino para conversar sin prisas un rato. Yo no sé que le ocurrió a Manolo B u e n o —tal vez la impresión que le produjo aquella familiaridad con el Rey—, pero empezó a hacer gestos de nerviosismo y a pasarse el dedo por el cuello de la camisa, corno si respirara con dificultad. Alfonso XI11 se dio cuenta en seguida y le dij o muy amablemente: «¿No te encuentras bien, verdad? Echate en este sofá, descansa un poco». Y él mismo lo ayudó a recostarse y le puso un almohadón bajo la cabeza. Luego le dijo: «Me han traído el otro día unas pastillas estupendas que han inventado los americanos y que son milagrosas en estos casos. Voy a buscarte una». Se fue, -y volvió al cabo de un .instante revolviendo medio vaso de agua con una cucharilla. «Tómate esto. Te pondrás bien en un segundó.» Le dio el vaso a Manolo y, mientras éste lo bebía, se volvió a mí diciéndome por lo bajo: «Es agua nada. más». Efectivamente, a los pocos segundos Manolo se incorporó y dijo que ya se le había pasado todo y que las pastillas eran extraordinarias. EL RECUERDO DE CONCHITA MONTES —Sí, yo estaba en Roma aquellos días. Rodábamos allí una película, «La muchacha de Moscú». Don Juan había venido alguna vez al estudio a charlar con nosotros y vernos filmar algunas escenas. Ya sabes cómo absorbe este trabajo. Supimos que Alfonso X I I I estaba muy enfermo y un día, de pronto, que estaba gravísimo. Estábamos cenando Agustín de Foxá, Edgar Neville y yo cuando alguien — n ó puedo recordar quién fue-— se acercó a saludarnos y nos dijo que el Rey había muerto. Don Juan fue asiduo acompañante del Rey en los años de Italia. Aquí vemos a padre e hijo en Roma (arriba) y en Bérgamo. Detalle curioso: Don Alfonso porta un paquete. . — ¿ F u i s t e i s al «Gran Hotel»?. —Fuimos aquella misma noche. Estuvimos en la misa que se dijo en el cuarto en que murió a eso de la una de la madrugada. — ¿ Q u é impresión te ha quedado de aquello? ¿Qué recuerdas? —Tengo u n a s_ imágenes confusas por el tiempo y pOr lo repentino de aquel paso del mundo de mentira organizada, que es un estudio de cine, a aquel otro clima de realidad tremenda, sin literatura, sin focos. Recuerdo a Don Juan y a Don Jaime, arrodillados, ayudando al sacerdote en la misa. Y recuerdo, sobre todo, el cuerpo del Rey en el suelo de la 57 «EL GUERPO DEL REY EN EL SUELO ME IMPRESIONO...» Inabitación, entre cuatro grandes candelabros. —Acabo de leer en un periódico de Roma de aquellos días que eran candelabros f I o r e n t i n o s del mil quinientos. — Y o miraba, sobre todo, el perfil del Rey. Me parecía, no sé, increíble, a b s u r d o , irreal, que aquel perfil que yo conocía desde niña a través de las monedas, aquel rostro que era como un mito, estuviese allí, tan cerca, tan accesible, tan mortal. No sé si me explico bien. 'Sobre todo, el hecho de que estuviera en el suelo era lo que más me impresionó. Le daba a todo aquello un aire dramático tremendo, descarnado, implacable. A mí, que era una actriz que empezaba mi carrera, supongo que me hubiera parecido normal encontrar una escena como las de esos grandes cuadros históricos de fines de siglo. Algo solemne, compuesto, majestuoso. Y aquello era impresionante, pero por otro camino distinto, sin retórica, ¿comprendes?, sin declamación, con la fuerza inconfundible que sólo tienen las cosas auténticas. Cuando salimos de allí me di cuenta que Agustín y Edgar habían sentido algo semejante y su emoción tenía el mismo matiz. Creó que fue aquella escena la que inspiró a Foxá el romance que se ha hecho famoso. YANGUAS MESSIA ESTABA A L L Í —'Mire usted, la imprasicn que guardo después de tantos años es el cuerpo del Rey tendido en si suelo. Cl manto de las Ordenes Militares alargaba aún más su f i - gura. El rostro, agudo en vida, se había afilado más con la larga agonía y la muerte. Parecía..., sí, parecía una figura pintada por El Greco. Don José Yanguas Messía ena entonces embajador de España ante la Santa Sede. Tiene la memoria viva, la palabra fácil, la irespuesta pronta y amable, —¿Qué otra cosa le impresionó particularmente en aquellos días? —'Pues entre tanta tristeza, conservo en la memoria un hecho hermoso, positivo, entrañable. Acababa de •morir el Rey y ya los miembros del Cuerpo Diplomático ds los países americanos de habla española pidieron participar en los 'turnos de vela en ña capilla fúnebre. Como el deseo entrañaba complicaciones protocolarias muy difíciles de resolver rápidamente, se convino en que ambas representaciones, la del Qulrinai y la del Vaticano de todos aquellos países, El féretro de Alfonso XIII es sacado del "Gran Hotel" a la calle, flanqueada den honores. En el centro de la fotografía, Don Juan y Don Jaime de Borhón. 58 rendirían a 'Don Alfonso X I I I un homenaje colectivo. Y desfilaron todos, de etiqueta ante el cadáver del Rey. Fue un deseo tan unánime, un sentimiento tan hondo y verdadero que nos 'conmovió a todos. Se sentía que allí latía lalgo verdaderamente común, que todos aquellos embajadores venían a lamentar juntos íalgo 'así como la muerte de un familiar muy próximo, un pariente de cada uno de ellos que ios acercaba a los demás. Allí comprendí yo ique la Hispanidad es algo más que una hermosa palabra, que era una erñoción compartida, un invisible y profundo 'parentesco. —En su calidad de embajador de "España era usted el jefe de la Obra Pía de España en Roma, de la que depende la Iglesia de Montserrat. ¿Tuvo usted que autorizar el entierro de Alfonso X I I I por tanto? —^La Familia Real me comunicó 'SU deseo que yo trasladé a Madrid. La autoriza- por tropas del Ejército italiano que le rinCerca de éstos, el embajador Yanguas Messía. } £Z Rey Víctor Manuel III de Italia, con Don Juan y Don Jaime ción ise concedió en seguida y yo pensé que el mejor lugar era aquella capiil'a puesta bajo la advocación de San Diego de Alcalá, donde yacen Calixto III y A l e j a n dro V I , dos Papas españoles- Todo se hizo con aquella máxima sencillez que la esposa y los hijos de Alfonso XIM s o I i citaron expresamente. Quiñones de León y yo firmamos por las dos partes jel -acta -de -entrega y recep- de Barbón, y numeroso séquito, ción del c u e r p o del Rey. —-¿Presidió usted el entierro? —^Detrás del féretro iba el Rey de ¡talia entre los Infantes Don Juan y Don Jaime. Tras de -eHos yo, osten- De izquierda a derecha: el marqués de Quintanar, la actriz Conchita Montes Santa Sede, dan José Yanguas Messía, evocan en estas páginas sus recuerdos en la presidencia, -.•• .'• T del -- + cortejo. tando la representación del Gobierno de España. —^Una pregunta indiscreta. Dicen que por aquellas fechas Mu-ssolini no estaba en muy buenas relaciones r o n Don A+fonso. Tal vez co- y el entonces embajador de España ante la personales en torno a la muerte del Rey. 59 n o c í a las verdaderamente proféticas palabras del Rey que vaticinó la derrota italiana y censuró la decisión guerrera de! Duce. ¿Envió éste una corona? —No puedo hablar del estado de sus relaciones porque no estaba enterado del problema. En ¡cualquier caso, Mussolini envió una corona de laurel, gigantesca, en cuyas cintas sólo decía: «1! Duce». SOR TERESA VIO EXPIRAR A DON ALFONSO XIII DESPEDIDA EN UNA TUMBA No hay nadie en la iglesia • española de Montserrat cuando entramos. Y la luz no se enciende cuando queremos hacer fotografías. Acaba de producirse un corte de corriente que durará bastantes minutos. Yo voy mirando las sepulturas con nombres españoles a uno y otro lado de las capillas. Diplomáticos que murieron en Italia, un conde de Colcmbí, un Villaurrutia. Da una cierta tristeza de estos hombres sepultados lejos de sus tierras, ds sus gentes, acogidos a una hospitalidad que no por generosa deja de tener un vago sabor de melancolía. A! fin y al cabo, no están «en su casa». Aquí mismo, frente a ia tumba de Alfonso X I I I , hay una lápida conmovedora dedicada por sus padres a un muchacho de veinticuatro años muerto en Ñapóles. Vivir '«de prestado» es una desgracia. ¿No lo será morir «de prestado»? ¿Basta esa ficción legal de que esto es también un pedazo de tierra española? ¿Le bastará a las cenizas de Alfonso X I I I ese vago consuelo? ¿Tendrán bastante con aquel puñadito que siempre llevó consigo, pensando en este trance? Me habían asegurado que nunca faltan flores en ia tumba del Rey, que manos incluso desconocidas y leales ayudaban a mantener esa emoción de vida que siempre tienen unas rosas delante de una lápida. Pero hoy al menos, cuando yo me arrodillo en la iglesia de Montserrat a rezar un Padrenuestro por este hombre a quien no conocí, p>or este español que amó tanto a su patria, hoy al menos no hay una sola flor ante la tumba del Rey Alfonso X I I I . Cayetano ÍXSCA DE TENA 60 La madre Teresa Lacunza {derecha) atendió a Don Alfonso XIII en su última enfermedad. Actualmente es la superiora de un convento que las Siervas de Muría tienen en Marsella. .yW A superiora me llamó ^ - L / y cuando yo acudí todavía tenía la mano sobre el teléfono. Estaba muy pálida. Me dijo: "Sor Teresa, Alfonso XIII está grave; vaya usted corriendo al Gran Hot e l . . . " Me fui a coger la bata blanca que llevamos para asistir a los enfermos, la metí en mi bolsa y me puse !a capa. Descendí a la calle a todo correr. Era el 12 dé febrero de 1941. En Roma hacía un día de sol. Mientras caminaba en dirección al hotel me acordé de la vez que conocí a Alfonso X I I I , cuando vino a visitar al embajador de Polonia, que estaba enfermo. Poco antes alguien me advirtió: "¿Sabe que va a venir el Rey de España?". De pronto abrieron la puerta y él entró en la habitación; sonreía con una dulzura y una simpatía tan grandes, que todos senti- mos, creo yo, la misma impresión de gratitud. Y luego, cuando se marchó, todos comentaban lo simpático que era el Rey...» Ya h a n pasado treinta años. Sor Teresa va a cumplir sesenta y cuatro. Ahora, esta religiosa, n a c i d a en Echauri, pequeño pueblo navarro, es la superiora de la comunidad de Siervas de María, en Marsella. He subido la empinada rué du Paradis, una calle azotada por la velocidad de los coches y del viento, y he llegado al número 469. Aquí está el convento, un caserón del siglo pasado rodeado de jardín, sumergido en el silencio. Sor Teresa me 'hace pasar a una sala muy limpia, sencilla y con el techo muy alto. Nos sentamos. Le explico el motivo de mi visita: quiero que ella me cuente todo lo que recuerda de los últimos días de Alfonso XIM. Todo, desde el momento que entró en 'la habitación que el Rey ocupaba en el Gra^n Hotel, hasta el momento de su muerte. —^^Me presenté allí y lo encontré en la butaca, con mucha fatiga, porque había sufrido un ataque fuerte de angina de pecho. Lo primero que me dijo, cuando me vio entrar, fue esto: «Estoy muy grave, pero ya me he confesado». Sí; eso fue lo primero que me dijo y en seguida añadió: «Lo haré otra vez con más tranquiJidad». Y nnás adelante lo hizo y también comu'lgó, con toda serenidad y la presencia de ánimo que tienen las personas cuando desean algo plenamente. —^Dígame, madre Teresa, ¿fue muy dura la enfermedad? — S í , mu y dura. Además, él se daba cuenta de q u e iba p e r d i e n d o fuerzas día a d í a . — ¿ E n t o n c e s usted c r e e que el Rey f u e consciente, desde que s u f r i ó el p r i m e r ataque, de que aquello era el fin? -—^Al cabo de o c h o o diez días de e n f e r m e d a d , creo q u e sí. A pesar d e t o d o tenía una g r a n resistencia y un e q u i l i b r i o a d m i r a b l e . Per o él se d i o cuenta de que la gravedad era un hecho. — ¿ Y c ó m o s o p o r t ó su enf e r m e d a d A l f o n s o XI11? Se lo p r e g u n t o a usted, q u e ha cuidado a m u c h o s e n f e r m o s a lo l a r g o d e su vida y q u e ha ayudado a muchos de esos e n f e r m o s a m o r i r crist i a n a m e n t e : ¿ s o p o r t ó ei Rey el d o l o r m e j o r q u e el térm i n o m e d i o d e los e n f e r m o s que usted ha c o n o c i d o ? —^Mejor que la mayoría de los e n f e r m o s . El m i s m o p r o f e s o r F r u g o n i lo d i j o , que 'había a t e n d i d o a m u chos pacientes, pero que de todos n i n g u n o s o p o r t ó la enf e r m e d a d con la resignación que t u v o A l f o n s o X I I I . Y usted ya sabe q u e el p r o f e sor F r u g o n i ha v i s i t a d o a miles de e n f e r m o s , p o r q u e es una e m i n e n c i a , y le llaman de todas partes d e Italia a consultas. Y o m e di cuenta en seguida de que ei Rey, si era aprensivo, l o d i s i m u l a b a p e r f e c t a m e n t e , y si t e n í a p r e o c u p a c i ó n , t a m b i é n la dom i n a b a . Era una persona d e enorme d o m i n i o de sí mismo. —'¿Y c ó m o se c o m p o r t a ba el Rey con las personas q u e le c u i d a b a n ; b r o m e a b a a veces? •—^Cuando pasaba el m o m e n t o del ataque y se encontraba m e j o r , él demostraba una aspiración de v i v i r , una i l u s i ó n , y se abría a la v i d a ; es m u y n a t u r a l , ¿no? Y entonces decía cosas m u y graciosas, llenas d e i n genio. Y c u a n d o le llegaban los m o m e n t o s d e ahogo y de d o l o r y o le oía r e p e t i r , en voz m u y b a j a : «Sea lo que Dios q u i e r a , lo q u e Dios q u i e r a » . Nunca p r o t e s t a b a , ni se quejaba d e nada. Estoy segura de q u e desde el p r i n c i p i o aceptó la v o l u n t a d d e Dios. —.El Rey era m u y devoto de la V i r g e n del Pilar, ¿no es c i e r t o ? —^Claro q u e es c i e r t o . Lo tengo m u y g r a b a d o . Lo v i c u a n d o le t r a j e r o n el m a n t o de la V i r g e n del Pilar, que le mandaba el C a b i l d o de Zaragoza. A l f o n s o X I I I preguntaba t o d o s los días: «¿Pero a ú n no ha llegado el m a n t o ? » . Y ei día 2 7 , la víspera de su m u e r t e , llegó, p o r f i n , ei m a n t o . Entonces, el Rey d o r m í a y cuando se des- pertó, mi compañera, s o r Inés, que m u r i ó y a , le d i o la n o t i c i a . Y A l f o n s o XI11 estaba m u y feliz sabiendo q u e ya había llegado el m a n t o . Luego, ya el ú l t i m o día, estaba en la butaca , porque 'Siempre respiraba allí algo m e j o r , y m i r ó hacia 'la chimenea, d o n d e estaba el r e l o j y unas f o t o g r a f í a s , y y o le p r e g u n t é : « M aj e s t a' d , ¿quiere ver la hora?» Pero él m e d i j o : «No, la hora no importa, hermana; quiero el m-anto, el m a n t o de la V i r g e n . . . » L o d i j o con la voz m u y apagada y, c o m o no podía i n c o r p o r a r s e del t o d o , no llegaba a ver que el m a n t o lo tenía e x t e n d i d o sob r e s u s rodillas. Le d i j e : «'Majestad, lo tiene sobre las r o d i l l a s » . Y entonces él me m i r ó con una expresión d e inmensa g r a t i t u d . — ¿ U s t e d oree q u e el Rey tenía la esperanza de una c u r a c i ó n milagrosa ? — J N O sé si en ei f o n d o de su corazón 'pedía un m i l a g r o . Creo q u e tenía una aceptación c o m p l e ta de lo que Dios dispusiera de é l . —^Cuénteme un p o c o cóm o se desenvolvieron I o s acontecimientos aqu e l í o s días. ¿Qué c o m í a , q u é pedía Alfonso X I I I ? —^Tcdos en el hotel se desvivían p o r a t e n d e r l e . Desde el d i r e c t o r hasta el por- En la capilla ardiente oran ante el féretro el fiel ayuda de cámara del Rey, Concheso, y tres religiosas Siervas de María, entre las que se encuentra sor Teresa Francisco Lacunza. t e r o . L e q u e r í a n m u c h o . Pero recuerdo que los Reyes de I t a l i a , V í c t o r Manue l 111 y Elena, se p o r t a r o n de un mod o e j e m p l a r con e! Rey A l f o n s o . Todos I o s días se interesaban p o r é l ! Mucha gente se interesaba p o r .él, desde el Papa hasta personas m u y h u m i l d e s ; per o la Reina de Italia le p r e g u n t a ba a Paco, el c a m a r e r o , q u é éralo que podía t o m a r A l f o n so X I I I . Y entonces ella e n viaba los a l i m e n t o s , ella los preparaba. —^¿Qué a l i m e n t o s eran? —^Pues c a l d o , z u m o de f r u t a s , algún bizcocho, algunas veces un 'poco de café con leche, pero m u y p o c o, p o r q u e había que i r con m u cha prudencia para evitar los ataques. — ¿ Y el Rey nunca pedía algo que le hubiera n p r o h i b i d o ? Los e n f e r m o s , usted lo sabe m u y b i e n , necesitan hacer alguna t r a m p a . . . —^^El Rey A l f o n s o , n o ; ni siquiera pude d e s c u b r i r cuáles e r a n sus gustos. N o , no era c o m o esos e n f e r m o s que p r o t e s t a n p o r la menO'r cosa y q u e siempre andan p i d i e n do y preguntando. •—^¿Y cree usted que los médicos p e r d i e r o n todas las esperanzas al diagnosticar la enfermedad? — Y o creo que no. Una mañ a n a avisamos al d o c t o r F r u g o n i , a las cinco de la m a d r u g a d a , p o r q u e se ponía m a l . V i n o en seguida y cuand o v i o que ei Rey reaccionaba m u y bien a la medicación t u v o la esperanza de salvarlo. Pero los ataques se fueron doblando, doblando. A p a r t i r del día. 20 ya era d i f í c i l m a n t e n e r l e con vida. — ¿ Q u é fue lo que más le i m p r e s i o n ó a usted de A l fonso X I I I ? —^El a m o r que tenía a España. —'Por f a v o r , explíqueme eso. ¿Cómo a d v i r t i ó usted ese 'amor? —^Lo advert í el Miércoles de Ceniza, cuando iba a rec i b i r la e x t r e m a u n c i ó n y y o , sin poder c o n t e n e r m e, le d i je: « M a j e s t a d , perdone a España». — ¿ C u á l fue su respuesta? —^Me m i r ó f i j a m e n t e y d i j o : «¿Perdonar y o a España? ¿Qué d i c e , hermana? ¡'No teng o nada q u e perdonar a España, la a m o de todo corazón I» — Y dígame, ¿por qué le 61 «MAS P E A NADIE NI NADA, EL REY A ESPAÑA» pidió usted que perdonara a España? —iPues porque para recibir un sacramento yo pensé q u e ni siquiera convenía quedarse dentro con un pequeño, no sé,, un pequeño rencor, ¿no?, y por eso se lo dije, porque cúa'lquier persona siempre puede tener humanamente alguna cosa, sobre todo cuando se siente víctima de incomprensiones. —¿No le extrañó a usted la respuesta de Alfonso X I I I ? —'Yo creo que nada de lo que decía Alfonso X I I ! podía producir extrañeza, porque decía las cosas con espontaneidad y con energía, con una sencillez aplastante. Pero en aquel momento me reveló su amor a España, porque más que a nadie ni nada amaba a España. Ahora me acuerdo de otra cosa, del primer día. Al poco de estar en la habitación el Rey me dijo: «€s usted sor Teresa, pero de Avila, ¿verdad?» Yo no -me atreví a decirle que no, que soy Teresa del Niño Jesús, de 'la santa francesa. Y luego le conté esto a la Infanta ¡Beatriz y ella me dijo que había hecho bien 'al no rectificar el error, porque Alfonso X I I I prefería que todo fuera español. Fíjese, aquel mismo día me preguntó de qué parte de España era yo. «Navarra», le dije. Y él contestó: «¡Qué buenos carlistas, pero qué gente tan buena...!» Ya ve usted,, él quería a todos los españoles por igual. 'Nunca le oí una palabra contra n a d i e . Y c u a n d o ahora veo estas disputas en la política, y veo todo esto así, digo pero qué diferencia. Señor, qué diferencia de criterio y de mentalidad en una persona que podía sentir algo de aversión, qué menos, hacia algunas personas. Y, sin embargo, no era así, porque él amaba a todos los españoles y era bastante, para amales, con que fueran españoles, —'Me imagino que el Rey se interesaba por las noticias de España, por saber si se recibían telegramas, por sa62 ber si a esos telegramas se les daba respuesta. ¿Usted recuerda algo de esto? —Se recibían telegramas de todo el mundo y el Rey claro que se interesaba por todo i o de España; era lo que más le importaba, y se le veía en seguida esa nostalgia de España. —¿Conserva usted algún recuerdo personal? —^Tengo el recordatorio. -=—¿Na"da más? Alguna medalla, algún objeto, ¿no tiene nada? —'Tengo muy vivas las imágenes; ¿ie parece poco? —Claro que no, m^dre Teresa. El, recuerdo es el mejor objeto que podemos conservar; será suyo 'para siempre. Y dígame, entonces, ¿cuál es la imagen más viva de todas las que usted conserva? —^La de un hombre que era casi más una víctima de un dolor moral que de un sufrimiento, que de una enfermedad física. 'Eso me daba mucha, mucha pena. Porque ese sufrimiento suyo no se lo 'podían arrancar del corazón ni siquiera las personas que más le querían, las que estaban más cerca de él: su familia, el conde de los Andes, Quiñones de León, sus servidores..., nadie. —Ala Familia Real —^la Reina, los Infantes, los Príncipes— le visitaban muy a menudo: ¿animaban estas visitas a Alfonso XIII? —^Todos 'los días, constantemente, estaban allí, hasta los nietecitos. Don Juan Carlos era muy pequeño. Y él sabía que todos estaban cerca. Pero no era conveniente RORAIi A DIOS EN CARIDAD POR S. M. EL REY DON ALFONSO XIII QUE EXTRKGÓ SU ALMA A DIOS EN ROMA A 2S DEFEKÜKRO }9U CONFORTADO CON LOS SANTOS SACRAMENTOS ^' LA BENDICIÓNAPOSTÓLICA B.I.P. Jaculatorias qua oyó en sus momentos postreros. E tu rtn/ios. Señor, encomirndo mi eupiritn. •rdia. Coraxón de Jfsñs, en 1 Jesús, Marín, y José. o á. de incl.) O ¿. de ind.) inSs de índ.) a aooslumbraiii. fatigarle con visitas; cualquier emoción o el cansancio perjudicaba su salud. —¿Qué era, exactamente, esa mesilla de la habitación que ustedes denominaban la «iglesia»? —iEra una mesa. Teníamos u n o s candelabros, alguna imagen y el libro que la Reina 'María Cristina le había regalado a Alfonso X I I I el día de la primera comunión. Ese libro lo llevaba el Rey a todas partes. Tenía una- dedicatoria que decía que, ante todo, fuera un buen cristiano y un perfecto caballero. Era la dedicatoria de su madre, ¿.sabe?; por eso llevaba el libro a todas partes, siempre lo llevaba consigo, •—^¿Quién bautizó la mesa de aquel modo? —Pues él, el Rey. Tenía esas ocurrencias y de pronto empezó a referirse a la mesa así: «'Ponga esto en la iglesia, déme eso de la iglesia». Y se le quedó el nombre. —^^Cuando el día 19 murió el secretario de Alfonso X l i l , el marqués de Torres Mendoza, me imagino que este acón tecim ien to i mp res ionaría al Rey. ¿Recuerda cuál fue su reacción? —Ya sabía q u e estaba muy grave; pero, desde luego, su muerte le apenó 'mucho y lo que sentía era estar enfermo y verse impedido para asistir a 'los funerales. —'¿'Usted le sugirió a-l Rey que recibiera el viático? —^El quería recibir la comunión cuando salió de una de las crisi'S de la angina de pecho, el día 2 1 . Como estaba allí el padre Urpiano López, que 'fue el sacerdote rufgú Sn oración : "Padre, que se cumpla,iu voluntad,, Suíi úliimas p^ilabras: " Espaíia . . . f .Dios wio . . . / . , Su ultimo acto : Besar ef Crucifijo. El recordatorio de Su Majestad él Rey Don Alfonso —¿Decía algo el Rey? —^Estaba reclinado en la butaca. Por su actitud pude comprender que él adivinaba el final. Se despidió de nosotros. Para todos tuvo una palabra de gratitud. Al doctor Frugoni le dijo: «Usted ha sido un buen' amigo». También 'les dio las gracias a los otros médicos. Y a Paco, el camarero, le abrazó. —¿Qué le d i j o a usted? —«Dios se lo pague», me dijo. —¿Estrechó las manos de alguien? Recuerde si lo hizo. —¿Las manos? Bueno, eso no tiene importancia. —^^Es igual. Dígame, madre Teresa, ¿le estrechó a usted las manos? —'Me tomó las manos y me las besó. Era un corazón agradecido. —^¿'Estaba usted emocionada? —^Mucho, m u y emocionada. —^Continúe. Su oblación, p<>r España, aí teoibir el manto de ia Virgen del Pilar, el día ante» (le 9u muerte: '• Esioy dispursto a lo que is Virgen qtticya: si we quiere eonscgifir la salud y mi vida •'iiruifra para bien de España, yo ¡tarr ifdo lo gue pueda para, su- engraniUritniunlo: pero si qnierí que mi miierle sea para la salvación de Es paña-j yo caigo y Ella queda Í-/Í pié y pensará ';n EspaJía.,,Sa jaculai í.-w díl Pilar, y por in:,. con quien se confesó, le dijimos que para mayor tranquilidad, ahora que estaba mejor, podía comulgar. Y el Rey dijo que sí, que en seguida. Entonces el padre López vino con la comunión y partió 'la sagrada forma. Le dio la mitad al Rey y la otra mitad a mí. Era muy temprano; en el 'hotel había un silencio completo. —Cuénteme ahora cómo fueron los últimos momentos. —^5e agravó en la madrugada del día 28. Respiraba ' muy mal y me di cuenta de que tenía una pupila dila-. tada y la otra contraída. Avisé al médico de guardia, que ocupaba una habitación próxima a la del Rey. Cuando el médico 'le reconoció avisó inmediatamente a los doctores f r u g o n i y Colazza, que vinieron en seguida. Fueron unas boras de 'lucha desesperada y continua por salvarle. XIII. —¡Pues yo estaba a su derecha. Le sujetaba la a'lmóhada. Veía cómo una angu'Stia inmensa iba cubriendo su rostro. Y, de repente, sintió un ahogo terrible y exclamó: «¡Dios mío. D i o s mío!» Inclinó 'la cabeza a un lado. —¿Qué personas estaban en 'la habitación en aquel momento? —^Los médicos, el padre López, Paco... Y en la habita- clon de al lado estaba toda —¿Era militar su tío? la familia, yo no les veía, ^ —Era celador de Obras y pero rezaban el rosario. Se Fortificaciones, del Cuerpo oía la voz de don Juan, como de Ingenieros. En realidad su si dirigiera él el rosario. Lueoficio primero era calderero. go entraron. —¿Estaba casado? — H a n pasado treinta años —Sí, estaba casado, y su y usted recuerda todo aquemujer, mi tía Amparo, tenía L marqués de Quintanar, que me hable de su tío y que llo como si fuera ayer. Pero mucha mano para la cocina autor d e I libro «La me cuente lo que su tío le aihora dígame, madre Terey una vez, cuando el Rey sumuerte de Alfonso X I I I de habría contado a él, en relasa, ¿qué le hubiera gustado peró la primera crisis de anEspaña», y don Julián Corción con la vida de Alfondecirle a Alfonso X I I I , de hagina de pecho, la mandó llatés Cavanillas, autor de la so XII i, me ha dicho esto: ber podido, de haberse usted mar. Le dijo: «Amparo, en obra «Alfonso X I I i. Vida, «¿Contarle yo? Qué más atrevido entonces? cuanto me ponga bien del confesiones y muerte», menquisiera, de verdad. Pero mi — Y o 'le hubiera dicho que todo tienes que preparar un cionan en sus escritos a un tío Paco era una tumba y por qué había dejado^ Espabuen cocido madrileño». Le hombre que sirvió al Rey casi nunca comentó nada reña. Pero también sé, luego gustaba mucho ese plato. como «infatigable y devotísilacionado con el Rey. Era el de haberle conocido en moEs curioso, también, que mo ayuda de cámara». Este hombre más reservado que mentos de tanto dolor, que tanto el Rey como su ayuda hombre se llamaba Francisco usted se pueda imaginar...». si dejó España 'lo hizo porde cámara fueran grandes Conchesp Cuevas —el Rey le Y, con estas palabras, iniciaque una persona así era infumadores. Y aún es más llamaba Paco— y dedicó cinmos la conversación q u e capaz de soportar que otros curioso que los dos quisiecuenta y siete años de su sigue. lucharan por él, que otros ran dejar de fumar. El Rey vida al servicio de la Familia —D í g a m e, por favor, sufrieran. le decía a Paco: «Se terminó, Real. cómo era Paco. ahora dejamos el tabaco de —¿Usted cree que él se " Nuestro d e s e o hubiera —Era un hombre m u y una vez». Pero a ios pocos sentía muy solo? sido conocer a Paco, charlar simpático, afable, aunque le días volvían a fumar sin po'—^^Eso no lo sé. con él y descubrir algún dehe de decir que tenía carácnerse de acuerdo. Ya ve us— ¿ y usted cree que mutalle ignorado de los últimos ter, pero era una persona ted la familiaridad con que rió apenado? años de la vida de Alfonque se hacía querer. Y, sobre Don Alfonso X ü l le trataba. so X I I I . Desgraciadamente todo, era muy recto, muy —(No lo manifestó, pero Paco falleció en 1965, a la fiel., —¿Tuvo contacto su tío creo que sí. edad de setenta y siete años, con la Familia Real luego de —¿Cómo pasó al servicio —¿'En qué se basa para siendo encargado del Palacio la muerte del Rey? de Don Alfonso X I I i ? creerlo? de Mira mar, en San Sebas—Como en este Palacio es—Bueno, Paco fue el chó—>En su inmenso caprino tián. En la actualidad desemtudiaron el bachillerato don fer del Príncipe de Asturias a España, precisamente en peña el mismo trabajo un soJuan Carlos y su hermano durante muchos años, hasta eso. brino suyo, don José de las don Alfonso, Paco les veía. que Don Alfonso contrajo —Muchos españoles han Cuevas Concheso, que conEse contacto no se interrummatrimonio. Entonces, el Rey nacido el mismo año o los serva como reliquias un buen pió hasta su muerte. Porque le propuso ser su ayuda de años inmediatamente postenúmero de fotografías y reél prefirió no moverse de cámara. Pero mi tío Paco teriores a la muerte del Rey cuerdos personales de su tío. aquí, yo lo comprendo, él nía miedo y le dijo: «Haría Alfonso X I I I . No le han coTodo ello lo ha puesto amaquiso morir rodeado de espor vuestra Majestad lo que nocido. Usted sí le conoció blemente a nuestra dispositos recuerdos. Ahora, sus sea, desmontar completaal final de su vida, en esos ción y algunas de estas fotorestos reposan en una tumba mente un automóvil y volmomentos definitivos en los grafías podrá verlas el lector propiedad de la Casa Real en verlo a montar, pero yo no que la personalidad de un reproducidas en estas págiel cementerio de Polloe, en sé cómo se hace de ayuda de hombre se reveía, con desnas. Cuando me he acercado San Sebastián. cámara...». Sin embargo, fue nudez. Eran momentos doal Palacio de Miramar y le he ayuda de cámara del Rey en blemente penosos para Alpedido a José de las Cuevas los años penosos del exilio. I. C. fonso XI11 porque moría fuera de su patria. ¿Cómo reEl Rey, en una cacería —ya én el destierro—, acompañado por su ayuda de cámara, Francissumiría usted a uno de esco Concheso. Su sobrino, D. José de las Cuevas Concheso, muestra la mencionada fotografía. tos jóvenes la personalidad FRANCISCO CONCHESO, FIEL AYUDA DE CÁMARA DEL REY E del Rey? — Y o les diría, en dos palabras, que era un hombre valiente y bondadoso. Me despido de la madre Teresa Lacunza cuando un grupo reducido de siervas de María abandona el convento para acudir, como todas las noches, a una cita con el dolor. Ellas, con su bolsa, en la que llevan 'la bata blanca y su capa negra sobre los hombros, sonríen y se alejan por la rué du Paradis. La madre Teresa me dice c o n mucho orgullo: «¿Las ve? Ahí las tiene, todas españolas». Ignacio CARRION