Subido por MONIK VENT

KUSHNER Vida 1

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El presente texto se preparó con fines exclusivamente educativos, con destino a la Cátedra Spiwak de la Universidad Javeriana en la sesión del
segundo semestre de 2022. No debe ser circulado por fuera de dicho ámbito, tanto por respeto de los derechos de autor, como por los derechos del
traductor. Ni la cátedra ni la Universidad se definen como dueños de los derechos, sino como agentes educativos.
Rabino Harold S. Kushner (z’l’)
¡Por la vida!
(1993)
Por la vida; estas palabras representan mucho de la temática del
Judaísmo. Primero que todo sugieren que el Judaísmo trata del cómo vivir y
no simplemente del qué creer. Remiten a una actitud optimista hacia la vida,
para invertir nuestra energía en ella -en vivir- más bien que en preocuparnos
acerca de la muerte, que nos incita a disfrutar los placeres de esta vida más
que a fijarnos en todas las cosas malas que existen en ella, y enfatizando la
vida en este mundo, en lugar de poner nuestra esperanza en hallar finalmente
satisfacción en algún mundo venidero. Por ser el tradicional brindis judío,
pronunciado sobre una copa de vino, por la vida evoca un sentido de
exuberancia, una disponibilidad para disfrutar los placeres de este mundo.
Despoja al vino, y a otros factores de placer, del matiz de pecado y laxismo, y
nos invita a mirar todo lo que Dios ha creado y encontrarlo bueno. Los sabios
nos enseñan que “en el tiempo venidero, todos tendremos que responder por
todas las buenas cosas que Dios creó y que rehusamos disfrutar.”
¿Hay algún otro pueblo que celebre los momentos especiales de la vida,
los nacimientos, cumpleaños y matrimonios, con tanta comida, risas y una
cantidad comparable de lágrimas, como los judíos? El presente libro te ofrece
una introducción a las formas y costumbres, las alegrías y consuelos del
Judaísmo. Puede resultar la puerta hacia la vida.
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CAPÍTULO I
La cuestión es la vida y el Judaísmo la
respuesta
Este es un libro acerca del Judaísmo, una tradición de 4000 años,
portadora de ideas acerca de qué significa ser humano y cómo sacralizar el
mundo. El Judaísmo no antecede a Buda y a Confucio. Sus nociones de Dios y
de la vida constituyeron las fuentes del Cristianismo y del Islam (1). Con todo,
y a pesar de su antigüedad, tal vez debido a que la naturaleza humana ni ha
cambiado tanto a través de los siglos, debido a que los enfoques sobre la vida
y decisiones acerca de temas de la vida y la muerte, de padres e hijos,
esperanzas humanas y fallas humanas pueden permanecer constantes por
varias generaciones, inclusive aunque el paisaje que nos rodea, las ideas del
Judaísmo son importantes para nosotros en la actualidad. Cualquiera que tome
con seriedad su destino de mujer u hombre, de ser humano, tiene que entrar en
contacto con estas ideas.
Este es un libro sobre los judíos, sobre el pueblo judío. Desde las
visiones de los profetas bíblicos y la poesía de los Salmos, hasta las teorías de
Einstein y Freud, desde la costumbre de medir el tiempo en semanas a la
vacuna de la polio y una docena de descubrimientos médicos, esta pequeña
fracción de la raza humana ha influido en muestro mundo (e inspirado más
temor irracional y odio) que cualquier otro grupo de su tamaño.
Sin embargo, este libro es principalmente un libro sobre la vida, sobre
cómo comprender lo que ella significa, qué quiere decir esto de ser
auténticamente humano y cómo responder a ese reto. La pregunta que procura
responder no es “¿Cómo [o, por qué] debo ser judío?” sino “¿Cómo puedo ser
verdaderamente humano?” El problema no es el judaísmo. El problema es la
vida y el Judaísmo es la respuesta. Él puede enseñarte cómo hallar las
recompensas ocultas de la sacralidad en el mundo y cómo enfrentar sus
incertidumbres y desilusiones. Un prominente crítico literario dijo alguna vez,
“Ser judío es la manera más fácil de ser humano”.
Ese es el tema de este libro. ¿Quién eres tú, el lector, y quien soy yo, el
autor? Tú eres, tal vez, un judío cuya educación judía se limitó estrictamente a
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los primeros años de tu vida. Había muchas cosas que tus profesores querían
decirte en aquel entonces, pero que no podían decir, en parte porque había
poco tiempo y en parte porque si hubieses podido articular las preguntas, tal
vez no estabas verdaderamente listo para escuchar las respuestas. Aunque en
la vida judía hay gran cantidad de cosas que los niños pueden disfrutar o que
los pueden emocionar mucho, y aunque los niños pueden leer y producir
respuestas en extremo interesantes a las leyendas bíblicas, la materia de fondo
del Judaísmo es un sistema de gran poder y sutileza. Dicha materia real está
destinada a los adultos y no a los niños. Adquirir el estatus de Bar Mitzváh a
los 13 años debería ser el punto de partida, y no el de llegada, del proceso de
aprendizaje de lo que significa ser judío. A ti, entonces, este libro te dirá todo
aquello que no aprendiste en las lecciones semanales de la Escuela Judía.
Proseguirá con esa conversación que fue abandonada hace años; pero que esta
vez será asumida en el nivel de adultos.
También es posible que hayas salido de tu contacto de infancia con la
cultura judía, con la impresión de que el Judaísmo es, sencillamente, una
colección de costumbres irrelevantes y prohibiciones inconexas que surgen de
sus orígenes en tiempos remotos. Puedes haber recibido la impresión
proveniente de la cultura popular (de las películas y los programas de
televisión) de que la religión judía es anticuada y muy mal adaptada al mundo
moderno, un tema divertido que brinda material para muchos gracejos
(chistes), o bien una fuente de conflicto entre padres e hijos, o entre novios y
novias. Puede que seas una mujer judía que creció en una época en que las
personas creían que las niñas no necesitaban aprender nada del judaísmo.
Puedes haber visto salir a tus hermanos hacia la Escuela Hebrea y haber
asistido a sus ceremonias de Bar Mitzváh y haberte sentido completamente
excluida de toda aquella empresa. Puedes haberte proclamado un judío
secular, portador de un nombre judío y de un sentido de la identidad judía,
consciente de que tu nombre y tu identidad pueden convertirte en el blanco de
los antisemitas, demasiado orgulloso para abandonar tu judeidad por aquel
motivo; pero, a la vez, carente de toda convicción de que la etiqueta de judío
sirva para cualquier cosa que pueda ser tomada seriamente. O, tal vez, acabas
de alcanzar un punto en tu vida en el cual te encuentras pensando que “la vida
debe ser algo más que esto”. De cualquier horizonte que provengas, trataré de
mostrarte la relevancia, la coherencia y la importancia de aquellos fragmentos
del Judaísmo que cosechaste por el camino, cómo encajan los unos con los
otros para generar sentido y hablarnos en esta época. Pero más allá, trataré de
ir a una profundidad mayor que la generación de sentido y demostrarte que
estas costumbres le abren las puertas a la pasión, a la santidad, a una
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profundización de las alegrías de la vida y a una confrontación serena y sin
temores con su carga de tristeza. Trataré de ayudarte a entender, como tal vez
nunca lo hayas entendido, por qué tus ancestros consideraron que con estas
ideas valía la pena vivir y que por ellas valía la pena morir.
Hace algunos años mi esposa y yo estábamos pasando vacaciones en
Nepal, a la sombra de los Himalayas. Allí, nuestro grupo recibió a un joven
judío llamado Bill, quien acababa de completar una estadía de seis meses en
un monasterio budista. Bill era un alma en búsqueda de significado espiritual.
Le pregunté qué era lo que estaba buscando en Nepal y no había podido
encontrar en el Judaísmo, y me recitó la cadena de quejas bien conocidas
acerca de la superficialidad que reinaba en su casa y que se mantenía en la
Escuela Hebrea. (El comentario de mi esposa fue que si Bill hubiese nacido
budista, probablemente se hubiera matriculado en una yeshivá).
Pasé mucho tiempo hablando con Bill durante aquel viaje, tratando de
mostrarle cómo podía hallar en el Judaísmo la profundidad espiritual y la
seriedad que él había estado buscando por todo el mundo, sin necesidad de
desarraigar su alma de sus orígenes judíos. Hace poco me encontré con Bill,
cuando dictaba conferencias en la ciudad donde vive. Me contó que estaba
muy activo en la federación judía local, que es voluntario en un ancianato y
que continúa estudiando Judaísmo. Si tú, lector, tienes algún parecido con
Bill, espero que este libro haga por ti aquello que nuestras conversaciones
hicieron por él.
Es posible que seas una persona de afiliación religiosa no judía –
cualquiera que sea– o sin ninguna afiliación religiosa, que quieres saber más
acerca de los judíos y del Judaísmo. Tal vez, quieres comprender mejor el
telón de fondo religioso del conflicto del Medio Oriente. Tal vez tienes
amigos o compañeros de trabajo judíos que te invitan a compartir sus
festividades y sus celebraciones familiares. Cada vez se hace más frecuente,
desde finales del siglo 20, que una persona tenga una nuera judía y nietos
judíos, y que esa persona (que puedes muy bien ser tú) sienta la necesidad de
saber más acerca de la tradición de ella.
O tú, el lector, puedes ser un cristiano completamente comprometido y
feliz con su religión; pero te has dado cuenta que no logras comprender
cabalmente tu propia fe si no comprendes las raíces judías de las cuales surgió.
Es posible que sepas que Jesús nació y vivió como un judío observante, que
todos los apóstoles y la gran mayoría de sus primeros seguidores eran judíos,
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que la historia de la Natividad solamente puede ser comprendida sobre el telón
de fondo de un pueblo judío oprimido que estaba desesperado por ver la
llegada de un Mesías de la Casa de David, y que la narración de la Crucifixión
es una versión modificada del relato original de la historia de la Pascua. Como
lo expresa un profesor de Teología: “Aquel que solamente conoce una religión
no conoce ninguna”. Además, en una época en que las fuerzas del paganismo
(2) y el secularismo son tan prominentes en la vida norteamericana, tú puedes
haber llegado a considerar que judíos y cristianos necesitan mirar más allá de
sus diferencias, por significativas que sean, y redescubrir la herencia que
tenemos en común. Yo, por mi parte soy un judío comprometido; pero uno de
mis objetivos al escribir este libro consiste en enriquecer el compromiso con el
Cristianismo y no en contrariarlo ni dificultarlo.
Escribí este libro para la persona que nació judía y creció judía, pero
que nunca aprendió de qué se trataba, así como para la persona que nunca tuvo
cercanía con el Judaísmo en su infancia; pero que en la actualidad experimenta
un interés serio por el Judaísmo. He escrito para trasmitirles a ambos la
claridad y la pasión que hay en una vida judía.
¿Y quién soy yo? Además de ser el esposo de alguien y el padre de
alguien, además de ser un “fan” de la música tradicional (folk) y de los
Medias Rojas de Boston, he sido rabino por más de 30 años, la mayor parte de
ellos en una comunidad suburbana al occidente de Boston. En mi calidad de
rabino, les he enseñado a mis congregantes acerca de la Tradición judía y he
tenido que recurrir intensamente a dicha tradición, a su sabiduría y sus
recursos espirituales para asistirlos y apoyarlos en sus momentos de
necesidad, fuese esta necesidad la pérdida de un ser querido, el desempleo, un
divorcio, o problemas con niños en crecimiento. A la edad de 46 años enfrenté
una tragedia familiar en compañía de los míos, a raíz de la cual escribí un libro
acerca del proceso con el que logramos salir adelante. Inesperadamente me
convertí en un autor con una audiencia nacional que estaba interesada en lo
que yo les había enseñado a mis congregantes, cuando conecté la sabiduría
Tradicional del Judaísmo con las búsquedas y las preocupaciones de los
hombres y las mujeres actuales.
He escrito ya tres libros en aquella vena. Este es mi cuarto libro. Se trata
de un libro muy personal, sobre el Judaísmo tal como yo lo entiendo, lo vivo y
lo enseño: otro rabino hubiera escrito un libro distinto, en el cual hubiera
resaltado otras cosas, hubiera explicado algunos temas que yo expliqué pero
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de manera distinta e incluyendo cosas que yo hubiese dejado por fuera.
(Espero, de paso, que este no sea el único libro que leas acerca del Judaísmo).
Todo esto me lleva a lo que llamaría la Regla N°1: Cada vez que
hacemos una pregunta como “¿Qué dice el Judaísmo acerca de…?” la única
respuesta correcta comienza diciendo: “Algunos judíos creen lo siguiente, en
tanto que otros creen algo distinto”. La razón de esto no consiste simplemente
en que somos un pueblo altamente individualista y de mente independiente. La
principal razón es que nunca pensamos que fuese necesario enunciar
exactamente lo que se supone que debemos creer. Al no tener, ni buscar, una
definición precisa de aquello en lo que cree el Judaísmo, uno esperaría que el
resultado fuese el caos y la anarquía; pero eso no es así, porque la identidad
judía no se centra en la creencia: está centrada en la vida comunitaria y en la
historia. Podemos tolerar una gran diversidad de opiniones teológicas, en parte
porque nadie puede estar completamente seguro de si él o ella está en lo cierto
acerca de la naturaleza de Dios, el cielo y el infierno, y otros asuntos
teológicos, sobre todo porque los judíos tenemos algo que nos une más allá y
con mayor efectividad que la creencia.
Una de las diferencias más importantes entre el Judaísmo y el
Cristianismo es que nosotros fuimos un pueblo antes de tener una religión. El
Cristianismo comienza con una idea: la encarnación de Dios en Jesús, su
crucifixión y su resurrección, como camino que permite redimir al ser humano
del pecado. Si una persona cree en esa idea es cristiana; si no comparte esa
creencia, por metafórica o liberal que sea su interpretación de ella, uno puede
cuestionar que sea cristiana. En última instancia los cristianos forman
comunidades; pero el compromiso de la fe siempre es la base. Eso es lo que
tienen en común. Eso es lo que los hace cristianos.
Por su parte el Judaísmo no comienza con una idea sino con una
comunidad, la de los descendientes lejanos de Abraham, Isaac y Jacob, que
pasan por la experiencia de la esclavitud en Egipto y la milagrosa liberación
de dicha esclavitud. A partir de aquella experiencia compartida y del
subsiguiente encuentro con Dios en el Monte Sinaí, le dimos forma a una
religión, es decir días sagrados y rituales para celebrar los acontecimientos
formativos de nuestra historia, oraciones y escrituras que expresan la manera
en que entendemos nuestra relación con Dios. Sin embargo, en medio de todo
aquello, es la participación en la vida comunitaria lo que nos define como
judíos; los credos y los rituales son secundarios.
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Recuerdo el primer día de un curso en la escuela rabínica, curso que se
titulaba Filosofías de la Religión. El profesor, Mordejai Kaplan, nos pidió a
todos que escribiéramos los nombres de los diez judíos más grandes del siglo
20. Incluimos en la lista a Einstein, Freud, Theodore Herzl y a otros
científicos, hombres de Estado y escritores. Cuando terminamos de elaborar la
lista, nos dijo: “Ahora, al lado de cada nombre, escriban el nombre de la
sinagoga a la cual asistían cada semana.” El punto es que prácticamente
ninguno de ellos asistía con ninguna regularidad a una sinagoga. Y, sin
embargo, todos ellos eran claramente judíos. Se pensaban a sí mismos como
judíos, el mundo los consideraba judíos, los estudiantes rabínicos los veían
como los más grandes judíos del siglo. No obstante, no eran judíos en virtud
de su observancia religiosa. Eran judíos por su compromiso hacia el pueblo
judío y a la comunidad.
Las implicaciones de esta diferencia de énfasis entre judíos y cristianos
son esenciales. Por una parte, significan que uno nace judío en una forma que
no puede nacer cristiano. El hijo de padres cristianos nace pagano y debe ser
bautizado para que se convierta en cristiano. En algunas tradiciones, esa
elección tan solo puede tener lugar cuando el niño se hace adulto. En cambio
el hijo de una madre judía es automáticamente judío, porque ese bebé, niño o
niña, al nacer se hace parte de esa comunidad histórica. No necesita una
ceremonia de conversión como tampoco necesita de una ceremonia para hacer
de él o ella hijo de sus padres.
En la Iglesia Católica Romana, el castigo más terrible, la medida más
drástica que la Iglesia le puede aplicar a una persona, es la excomunión; es
decir que la separa del ritual que le permite renovar su vínculo con Dios. El
Judaísmo también tiene una forma de separar a una persona para castigarla
(aunque no ha sido utilizada seriamente desde los días de Spinoza en el siglo
17). Pero en el Judaísmo la persona no queda separada de Dios, sino de la
comunidad. El judío que ha quedado en esa situación puede rezarle a Dios
todas las mañanas y las tardes si lo desea; pero ninguno de sus vecinos judíos
le hablará, le comprará nada, ni le venderá nada. (En el mundo moderno, todo
esto resulta hipotético. Cuando hemos oído de un intento de expulsión de
algún grupo, siempre se trata de un grupo marginal que no es tomado en serio
por nadie más). El judío expulsado puede rezarle a Dios solo, en su casa o
donde le plazca; pero si acude a la sinagoga no será contado en el minián, el
quórum de 10 adultos requerido para poder llevar a cabo un servicio público.
Si bien la esencia de la identidad religiosa no es la creencia acerca de Dios
sino la pertenencia a una comunidad que busca a Dios, entonces la herejía más
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grave no consiste en negar la existencia ni los atributos de Dios sino en negar
tus obligaciones para con la gente que te rodea y el castigo más severo no
consiste en cortarle el contacto con Dios, (¿Puede algún ser humano hacerle
eso a otro ser humano?) sino cortar tu contacto con la comunidad que te rodea.
(¿Será porque soy judío que este prospecto de separación o expulsión de la
comunidad me parece mucho más aterrador?)
Esas son las razones por las cuales el Judaísmo puede tolerar tanta
diversidad en materia de creencias.
Si puedo alargar la metáfora, ser judío es como ser parte de una familia,
en tanto que ser cristiano es mucho más parecido a pertenecer a una
organización que existe para un propósito específico. En un grupo así, la gente
que es extraña una de otra es reunida por cuenta de unas creencias y unas
metas compartidas. Lo que tienen en común es que comparten sus creencias.
Cuando uno encuentra que ya no comparte el conjunto de creencias de los
demás miembros de la organización, y si uno puede convencerlos de ver las
cosas desde su perspectiva, uno considera la posibilidad de retirarse de aquella
organización para ir a formar otra que esté conformada por gente que tenga
una visión ajustada a la suya. En una familia, en cambio, puede haber gente
con la cual uno tenga muy poco en común, tú puedes ser un liberal en política
y tú tío ser un conservador blindado; tú puedes tener una gran preferencia por
Mozart y Vivaldi, mientras que tu primo es un severo metalero. Sin embargo,
tú te sientes ligado a ellos por lazos familiares. Pueden no estar de acuerdo,
pero saben que se pertenecen mutuamente.
(Aunque puede parecerles sorprendente a quienes crecieron en una
cultura americano-europea formada por el Cristianismo, la mayoría de las
religiones del mundo surgieron a partir de una comunidad, de un pueblo, más
que de una idea. Ninguna otra religión en el mundo, con la posible excepción
de algunas ramas del Budismo, coloca el énfasis en la creencia y en la teología
que coloca el Cristianismo).
Esta diferencia en énfasis puede ayudarnos a entender el fenómeno de
los judíos que se sienten intensamente y orgullosamente judíos, pero que
nunca se han puesto a pensar seriamente acerca de lo que creen sobre Dios y
pueden pasar meses enteros seguidos sin murmurar una plegaria ni ejecutar un
ritual religioso. Esto puede aclarar la disponibilidad de los judíos
norteamericanos no solamente para responder con generosidad a las causas
caritativas Americanas, sino también para trabajar en favor de los judíos
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residentes en países extranjeros y a los cuales probablemente nunca
conocerán. El Judaísmo no se ocupa tanto de creer, como de pertenecer. Se
ocupa menos de lo que le debemos a Dios y más acerca de lo que nos debemos
los unos a los otros, porque pensamos que Dios se preocupa más por la forma
en que nos tratamos unos a otros, que lo que le preocupa nuestra teología.
Se cuenta que el Dr.Jaím Weizmann, el químico que se convirtió en el
primer presidente de Israel, estaba haciendo campaña entre los políticos
ingleses para convencerlos de que apoyaran el esfuerzo sionista para construir
una patria judía, cuando un miembro de la Cámara de los Lores le dijo: “¿Por
qué insisten ustedes los judíos en Palestina, cuando hay tantos países
subdesarrollados en los cuales podrían establecerse con más facilidades?” A
ello respondió Weizmann: “Es como preguntarle a usted porqué manejó veinte
millas el domingo pasado para visitar a su mamá, cuando hay tantas señoras
mayores que viven en su barrio.”
Amamos Israel, no porque sea perfecto, sino porque es nuestro.
Amamos a nuestros padres, no porque sean mejores padres que los demás,
sino porque son los nuestros. Nos dieron la vida y nos criaron. Así mismo
amamos el Judaísmo, no porque hayamos examinado sus postulados
teológicos y los hayamos encontrado convincentes y válidos, sino porque es
nuestro. Es la comunidad a través de la cual aprendimos a ser humanos y a
compartir la vida con la gente que nos rodea.
Pero si el Judaísmo no comienza a definirse a través de la pertenencia,
del aprendizaje, de ser parte de una comunidad, tampoco se limita a eso.
También se define como pertenencia a una comunidad muy especial, una
comunidad que se hizo especial por su relación con Dios; y a continuación nos
centraremos en la historia de esa relación.
Texto tomado de:
KUSHNER, Harold S.; To Life! A Celebration of Jewish Being and Thinking, Little,
Brown and Company, Boston, 1993.
Traducción Adriano Moreno Weinstein – Investigador Grupo de Estudios Sociales
de la Religión, Universidad Nacional de Colombia, para Javuráh Rimón He-Harím,
Bogotá, La Alhambra, 2022.
Transcripción y apoyo logístico: Anyi Catalina López Osorio.
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