metro chileno Antología de poemas métricos (1998- 2011) Rubio-Romero Prólogo “Estás hablando con metrólogos; las palabras fluyen sólo cuando se les ponen límites” Juan Cristóbal Romero 2 Juan Cristóbal Romero 3 Una muchacha descalza (décima) Sin verla pasar la intuyo, acaso por su andar como descuidado y sin asomo de estridencias. Un murmullo -suave contrapunto- a cuyo paso parece la casa no inquietarse. Se retrasa, luego apura. La presiento como un puro pensamiento que sin verlo pasar, pasa. 4 Pigafetta tras circunnavegar al globo (tercetos endecasílabos) Quise habitar los muros de Vicenza recién desembarcado y abatido como estoy, Felipe, cándido juez de los breviarios que compongo, al pie del cielo enorme de un verano -que tanto más enferma cuanto más disipa sus costumbres el gentíoretomando los versos que usted sabe comencé y por fuerza dejé olvidados. Burgués de nacimiento y de costumbres, heme aquí, vuelto a los trajines del sabio que nunca fui, sin mujer ni contagios, como no sea por algún venial desliz que me otorgo para atemperar el alma y la vena, dedicando ocios y vigilas a contar las sílabas de mi diario lo mismo que si fueran los recuerdos 5 de lo nunca vivido, pero sobrevivido a razón de robarle a mi rutina burgueses bienestares. Heme aquí envuelto en la saliva del gusano que soy, ignorante si me valdrá la seda de mis intentos, ganancias, favores o un pulgar apuntando al suelo. 6 A propósito de una cita con un vate de moda (pareados) Mire joven, dejémonos de cosas. Yo no digo que su libro me cargue. No se crea el ombligo del mundo y reconozca que, si bien se sostienen y arrancan de corrido, sus poemas no tienen poesía. No basta tener la voluntad de imitar a Darío, para que con la edad que cuenta, logre usted la técnica promedio. No es su culpa. Aquí en Chile no existe más remedio que cultivarse a solas. Pasarán otros veinte y recién le saldrán versos como la gente. A sus años también repudié mis poemas. No le pido que asumo posturas tan extremas, pero dése su tiempo…Dejémonos de cosas, ¿ha probado hacer crítica, cuentos, novelas rosas? 7 Epicuri de Grece porcum (polimétrico) Qué haces por estos días en Pedana, Urbio, severo juez de mis sentencias. Diré que escribes para superar las diatribas del sátiro Surytas, o acaso saludable te deslizas por los tranquilos bosques, ocupado en lo que es digno y bueno para un sabio. Tuviste la hermosura y los dioses te dieron el arte de gozarla. Qué más desearía una nodriza de su querido alumno, libre y capaz de decir lo que siente, abundante en gracia, fama y salud, con los bolsillos llenos para una aseada vida. En mitad de esperanzas y trabajos, temor y rabia, piensa: cada día que amanece es el último. Grata sobrevendrá la hora no esperada. 8 Y si buscas reírte un rato ven a ver a este calvo y reluciente, de bien cuidada piel, un puerco de la piara de Epicuro. 9 Maldonado de Silva aguarda el fallo (cueca) Yo le ruego a mis verdugos tengan a bien mantener a este judío con sopa y una jarrita de miel. No pido más abrigo que una mortaja, más cama que un cajón lleno de paja. Lleno de paja, mi alma halla consuelo en el salmo de Elías sobre el Carmelo. Todo lo que deseo ya lo poseo. 10 Duque de Medina Sidonia (polimétrico) El mar de Irlanda prefigura las frías levedades de la muerte. Y por entre sus dominios se pierden sin gobierno, un puñado de las cientos de naves que zarparon de Lisboa para gloria de Dios y de sus almas. Y sido como fueron, los más aptos y valientes infantes del imperio, pocos quedan en pie sobre estas aguas. Dios sopló y fuimos dispersados. La guerra hizo la noche más oscura y el pulso de mi mano más cobarde. Fui mejor cortesano que almirante. 11 Luis de Molino desaparecido rumbo a Lisboa (soneto) He perdido mi rastro y no me encuentro, y cuando creo hallarlo, caigo en cuenta que mientras más avanzo hacia mi centro más débil es la estrella que me orienta. Vuelvo entonces la proa mar adentro a la espera que amaine la tormenta. Olvidé quién he sido: me concentro y el deseo de hallarme se presenta. A lo lejos, oculta en la neblina, Como una evocación de lo vivido, una negra figura se adivina. Me acerco y el oráculo se esconde. ¿Qué debo hacer?, le grito. Me responde: por querer encontrarte te has perdido. 12 Burgueses bienestares (soneto) La mesa velador, el lavatorio el grifo que bautiza mi tonsura, la tina variopinta, la rotura del muro, la frazada, el escritorio. el living comedor, el dormitorio revuelto, los recodos de la dura cámara marital, la tingladura de colchas y colchones amatorios. Precariedad que esconden tantos bienes adeudados. Hogar de las más pobres hipotecas. Serán los avatares del tiempo con sus públicos vaivenes los que salden mis cargos y recobre la paz de mis burgueses bienestares. 13 Piloto Juan Rodríguez Mafra (soneto) Me pregunto por qué no te apareces y me alegras, fantasma, como hiciste a la vez que tanto mar me tuvo triste al ver pasar sin novedad los meses. Hoy vuelvo a estarlo. Llamo y no obedeces. Me pregunto en qué sueños te perdiste, qué te has hecho, ¿es que acaso no me oíste? Me responde el silencio de los peces. Mientras surco esta noche sin aurora oigo a veces la voz de quien me ignora: un susurro, ¡eres tú que me das aviso! …es el viento que zumba entre las cuerdas. Por qué no vienes, tú que me recuerdas a la que quise tanto y no me quiso. 14 Ercilla (polimétrico) Retengo las palabras que los años no han limado. Castigo y redondeo mis versiones informes. En silencio me abandono, buscando despejar alguna estrofa oscura que despierte las dudas de la corte –ya advertida del oculto sentido de mis citas. Ambicioné la gloria y coseché la nada, el menosprecio y la vergüenza. Y si una vez me desvelé en exceso recomponiendo la merced perdida, hoy no me desespero en la miseria ni envidio los honores que consiguen hombres de origen inferior al mío; que el premio no consiste en alcanzarlo sino sólo en haberlo merecido. 15 Túmulo de Magallanes (copla de pie quebrado) Cinco heridas graves guardi y de todas, la de menos es mortal. Me han herido cinco dardos con su filo y su veneno por igual. Estos dardos que me adornan más me duelen por tenerme tan postrado. Las aves de mí hacen sorna. Cómo podré defenderme desarmado. Solía ser bien querido. Quién dijo que solía ser así. Ahora que ando dolorido nadie eleva avemarías para mí. Bajo las flores del huerto blancos gusanos me ahondan la mollera. Ni una fosa me han abierto 16 donde allegar mi redonda calavera 17 Un modernista tardío perdido en algún rincón de Sudamérica (pareados) Diez años de su vida consagrados al arte de componer poemas. Domina como nadie. los casos de gramática latina y de la métrica romance. He descifrado la Antología Griega en yambos correctísimoss, que nunca los expertos sabrían componer. Aprendió de los nuevos rimadores ingleses el efecto exquisito del dístico asonante. Diez años abstraído como un monje en el árido cultivo de los versos. Produjo en ese plazo veinticinco sonetos transparentes, vitales, logrados como pocos se han visto entre sus pares. No quiso, pese a todo, conservar ni uno solo. Los rechazó al juzgarse todavía inseguro de sus capacidades. Ahora que ha alcanzado la técnica correcta, que ha leído a los clásicos y tradujo las lenguas 18 muertas, hoy que domina los desausados términos retóricos, tras largas jornadas de desvelo en espera del día en que toda su ciencia lo haría cincelar poemas como en piedra; ahora que es el tiempo, no llega ni una imagen de aquellas que inundaban su mente cada tarde. Ninguna idea; y cuando alguna deja verse le resulta ridícula o no le pertenece. 19 Crónica para Tucumán (cuartetos con rima consonante abab) Ni a los perros se les veja como en Lima fui vejado. Pido a mi Dios me proteja las hijas que he abandonado. Largo le son los atajos al que va sin compañera. Por compartir mis trabajos lo que no tengo yo diera. Qué de mí dirán ahora mientras velo al descubierto rogando llegue la aurora y tempere el cielo abierto. La helada se vuelve densa para quien va sin amigo. Qué soledad tan inmensa este mirarse el ombligo. Por aliviarme la carga más escarbo y más encuentro. La palada es más amarga cuanto más me miro dentro. 20 Los saberes que sostengo me valieron mi castigo. Tuve tanto y hoy no tengo más que las penas que abrigo. 21 Ritmo (cuartetos) Qué mal puede haber en seguir el ritmo oculto de las cosas. Qué mal en marcar con los pies el golpe de la lluvia en la pozas. Qué en hacer del ruido compás, del pestañeo pandereta. Llevar con los pies el cansado paso de las cosas secretas. Como cuando los gatos fueron un solo alboroto en el techo. Se quejaban las tejas como clavijas de un piano deshecho. Qué mal habrá en seguir el ritmo de las cosas. La forma como se curvan los campos de avena cuando el viento les soba el lomo. Qué en hacer del ruido compás, de los párpados pandereta. Sellar con los labios el suave paso de las cosas secretas. 22 Cangrejo (soneto) Arrastro a ras de piso la cabeza de un modo casi humano. De costado avanzo. Soy cangrejo del agrado de nadie. De los mares la maleza. Yo miro todo del revés. Certeza de nada tengo, ni del paso dado ni del retrocedido. Mal mirado de todos. De los lobos soy la presa. Yo que de nada sé, nada temo, como no sea del golpe que provenga de las profundidades. Esperemos por el momento que el redondo y firme caparazón que cargo me prevenga de quien quiera a mansalva malherirme. 23 Análisis de “Cangrejo” Un soneto es un poema de catorce versos rimados cuya denominación de origen suele situarse en Sicilia, el año 1235, cuando Guido Guinicelli cayó en cuenta de que era posible considerar cierto tipo de estrofas provenzales como una composición por sí misma. El soneto es una forma obsesiva. Su brevedad y disposición a lo sentencioso parece ajustarse muy bien al argumento retórico, especialmente cuando el tema es el amor o la muerte. Su fragilidad, por una parte, y su forma compacta y estricta, por otra, facilitan en el poeta la capacidad de vincular el corazón y la mente, la emoción y el pensamiento, lo lírico y lo discursivo. El soneto ha viajado muy bien a lo largo del tiempo y entre países; debe haber algo sólido en su estructura, un pulso, un latido, que lo mantiene vivo. Con todo, en cada lugar su metro ha seguido el metro prevalente del lenguaje en que se ha escrito. En castellano el endecasílabo ha sido su moneda corriente– no así en francés, en donde lo ha sido el alejandrino; o el hexámetro yámbico en el inglés. La convención ha identificado el endecasílabo con un verso de once sílabas métricas (sílabas más sinalefas). Es preciso aclarar que esta convención se ajusta sólo a los casos en que la última palabra del verso es grave; cuando es aguda, el endecasílabo contiene diez sílabas métricas; cuando esdrújula, doce. Más allá de cuál sea la situación, el endecasílabo se caracteriza por acentuarse invariablemente en la décima sílaba. En cuanto a sus acentos internos, la norma privilegia aquellos endecasílabos acentuados internamente en la sexta sílaba (endecasílabo propio) y, utilizados con menor frecuencia, aquellos con acentos en la cuarta y octava sílaba (endecasílabo sáfico). Para ilustrar didácticamente la división silábica y la regla acentual antes indicada, se presenta a continuación el esquema métrico de “Cangrejo”, enfatizando las sílabas y sinalefas ( ) así como los acentos dominantes ( ) de sus endecasílabos propios (v. 1, 2, 3, 4, 7, 8, 9, 10, 11, 13, 14) y sáficos (v. 5, 6, 12): 24 A-rras-tro a-ras-de-pi-so-la-ca-be-za 1 2 5 4 3 6 7 9 10 8 11 de un-mo-do-ca-si hu-ma-no.-De-cos-ta-do 1 2 5 4 3 6 7 8 10 11 9 a-van-zo.-Soy-can-gre-jo-del-a-gra-do 1 2 3 6 5 4 8 7 9 10 11 de-na-die.-De-los-ma-res-la-ma-le-za. 1 2 4 3 5 8 7 6 9 10 11 Yo-mi-ro-to-do-del-re-vés.-Cer-te-za 1 2 4 3 5 8 7 6 9 10 11 de-na-da-ten-go,-ni-del-pa-so-da-do 1 2 4 3 5 8 7 6 9 10 11 ni-del-re-tro-ce-di-do.-Mal-mi-ra-do 1 2 4 3 5 8 7 6 9 10 11 de-to-dos.-De-las-nu-trias-soy-la-pre-sa. 1 2 3 4 5 8 7 6 9 10 11 Yo-que-de-na-da-sé,-de-na-da-te-mo, 1 2 3 4 5 6 8 7 9 10 11 co-mo-no-sea-del-gol-pe-que-pro-ven-ga 1 2 3 4 5 8 7 6 9 11 10 de-las-pro-fun-di-da-des.-Es-pe-re-mos 1 2 3 4 5 8 7 6 9 10 11 por-el-mo-men-to-que el-re-don-do y-fir-me 1 2 4 3 6 5 8 7 9 10 11 ca-pa-ra-zón-que-car-go-me-pre-ven-ga 1 2 3 4 5 8 7 6 9 10 11 de-quien-quie-ra a-man-sal-va-mal-he-rir-me. 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 En cuanto a la estructura estrófica, el soneto castellano tradicional se organiza en dos cuartetos rimados consonantemente abba abba, seguidos de dos tercetos con distintas 25 combinaciones de rimas. “Cangrejo” adopta en sus tercetos el esquema cdc edc, una combinación bastante elegante, aunque menos clásica que el esquema aba bab que, en mi opinión, corresponde al modo más perfecto de entrecruzar los tercetos. Pese a ser “Cangrejo” un poema cuyas estructura exterior se ajusta a lo que la convención ha identificado con un soneto, no está de más constatar dos licencias presentes en este poema que parecen alejarlo de las nociones sobre lo que a mi modo de ver sería un soneto de sangre azul. Lo primero que se puede distinguir es que este poema carga con una rima imperfecta en uno de sus tercetos: Yo que de nada sé, de nada temo, como no sea del golpe que provenga de las profundidades. Esperemos Como se puede apreciar, las palabras temo y esperemos no poseen una rima estrictamente consonante. Para el preceptista estricto este venial desliz constituye un rasgo espurio. Quisiera, sin embargo, en defensa de esta licencia esgrimir algunas consideraciones, la primera de las cuales se fundamenta en el hecho de que las rimas consonantes imperfectas han sido un permiso largamente presente en la poesía castellana, mientras claro, no se abuse. El otro argumento en apoyo a este tipo de rimas anómalas es aplicable no sólo para el caso de cualquier verso chileno que emplee este permiso: nuestra habla criolla tiende a comerse las eses finales. Parafraseando a J. A. Mazzoti, sucede que “así hablamos”. Una segunda licencia que parece alejar a “Cangrejo” del ideal me la hizo notar cierta vez Armando Uribe al leer este soneto; corresponde a un precepto del que no he tenido más noticia que la suya1. En su opinión, cuando opera un encabalgamiento, si el primer verso termina con una vocal, conviene que el siguiente se inicie con una consonante; en su defecto existe el riesgo de que se produzca una sinalefa entre ambas vocales con lo que se 1 Una posible aplicación de esta regla ocurre en la copla manriqueña de pie quebrado, donde el verso corto (el pie quebrado), a pesar de ser preferentemente tetrasílabo, es pentasílabo cuando opera una sinalefa con el verso anterior o éste finaliza en sílaba aguda. En estos casos, se produce una compensación silábica. 26 distorsionaría la medida del endecasílabo siguiente. Este fenómeno es justamente el que ocurre en el encabalgamiento entre el segundo y tercer verso del soneto: de un modo casi humano. De costado avanzo. Soy cangrejo del agrado Ciertamente, el encabalgamiento costado-avanzo produce entre sus vocales conectoras o-a una sinalefa que absorbe la primera sílaba del segundo verso. Si bien esta particular regla no ha sido consagrada por los preceptistas clásicos, creo necesaria tomarla en cuenta dado sus interesantes efectos sobre la medida del verso. Habiéndome hasta aquí referido a la estructura externa del soneto: su metro, sus estrofas y su rima, quisiera en este párrafo hacer notar una de las características más notables de este tipo de poemas y que ha sido generalmente ignorada en los manuales de métrica castellana. Me refiero a la volta (o vuelta): la división retorica entre los dos cuartetos y los dos tercetos finales. Un soneto se distingue de un poema de catorce versos rimados –o catorceto, en palabras de Miguel Arteche— en que sus primeros ocho versos presentan un argumento o establecen una proposición, y sus seis versos finales dan la respuesta mediante un quiebre al argumento inicial, con lo que el poema parece dar vueltas sobre sí mismo. La volta, como han sugerido E. Hirsh y E. Boland, “es la esencia del soneto”. Al escribir “Cangrejo” quise cumplir con esta necesaria regla retórica; al lector le corresponde juzgar la efectividad de su resultado. Más allá de la riqueza de sus figuras métricas y sus juegos de rimas, los sonetos han sido un tradicional campo de experimentación para hacer ostentación de recursos estilísticos. Este ha sido su tradicional vicio. Pocos sonetistas, como es el caso de Pedro de Sienna o Julio Vicuña Cifuentes, han resistido la tentación de la gala retórica; los menos, Alberto Rubio o Rosa Cruchaga, cosa más difícil, la han convertido en virtud. La simetría de su forma y la tensión del verso favorece la aparición espontanea de estas figuras lingüísticas. Dentro de las más frecuentes se hallan el paralelismo y la aliteración. El paralelismo es la semejanza sintáctica casi exacta entre dos o más secuencias de versos: de nadie. De los mares la maleza. (v.4) 27 de todos. De las nutrias soy la presa. (v.5) La aliteración es el efecto sonoro producido por la repetición cercana de un mismo fonema o fonemas similares: Arrastro a ras de piso la cabeza (v.1) de quien quiera a mansalva malherirme. (v.14) A modo de conclusión, es necesario aclarar que todo lo antes dicho sobre métrica y retórica es apenas una guía para la versificación en castellano; hace referencia a las estructuras formales que son acaso condición necesaria para la poesía, pero no suficiente. Su conocimiento y aplicación no garantiza de modo alguno la escritura de un buen poema. Se requieren otras facultades para convertir unos versos en poesía, esa sustancia oscura de la materia de los sueños; en efecto muy pocos lo son. Juan Cristóbal Romero 28 Felipe II recibe los últimos óleos (tercetos polimétricos con rima asonante encadenada) El mes era de agosto. Los calores habían supurado aquellas blandas llagas, no para hombre mortal. Una pintura de Rivera -sin los frívolos impudores de la escuela flamenca- colgaba como único ornato, a no ser por la hilera de estuches cincelados por los monjes plateros de la corte. El balcón, de común cerrado, se hallaba abierto hacia la torre se San Lorenzo, en el intento de lavar de la sala los hedores. Dos moscas zumban sobre el cuerpo del rey, mientras las sombras que dibujan los cirios contra el techo recuerdan los espasmos de esa última liebre cogida por su azor cetrero. 29 El celo de tu casa me consume (seguidillas o cuartetas dodecasílabas) Daremos unas vueltas a la manzana lo mismo que si fuéramos un par de extraños que se descubren luego de tantos años de caminar a ciegas una mañana. Juntaré las palabras con ese leve temblor del principiante, que no te asombre si me atrevo a llamarte por otro nombre y juro que aún no cumplo los diecinueve. Bajemos a la calle, la niña duerme, las camas están hechas y nuestro almuerzo sabrá esperar. Qué opinas si te converso 30 de mí sin que consigas reconocerme. Y te diré no temo ya casi nada y diré casi nada porque de verte como pierdes el brillo de la mirada temeré para siempre desconocerte. 31 A una decima parte de mi heredad (décima con pareado central a/b/b/a/c/c/d/e/e/d) Para ti estos versos poco pulidos, acaso duros a tu dulce oído, oscuros a la razón. Equivoco las palabras por hacerlas sonar tuyas. Negras perlas que al desgranarse parecen como un mar al que te anudas y te entregas. Aguas mudas que te arrastran y te mecen. 32 Guiados por la inercia de la edad (endecasílabos) Las cosas son recuerdos de sí mismas. Y sus nombres se extienden hacia nuevas acepciones, de cuyas existencias no somos advertidos sino al tiempo que el nombre ya está muerto para el alma. Una ventana no es una ventana: un hoyo en la pared a media altura reducido a su exacta utilidad. El techo: un mar de naipes que amenazan, Al primero sobresalto, derrumbarse. Casas siamesas, plantas de interior, jardines con sus árboles talados de blanco -signo de higiene y ornatoen un torcido gesto, casi bello o al menos sedante para el tipo que no resiste tanta realidad. Esto sería lo más conveniente: que los días se lean a sí mismos en el lenguaje de la adolescencia. Fuimos sacados de contexto. Juego de frases, donde no hay palabras falsas ni correctas, sino mal entendidas. Qué me pediste y no te di, que sales con que te debo un tercio de la vida. La palabra empeñada se reclama 33 con un sentido nuevo, tan distinto de lo que alguna vez se pretendió. Hicimos lo que hicimos sin medir las consecuencias, todo lo veremos en el camino, me dijiste, presa de no sé qué fantástico optimismo. Y confié, más guiado por la inercia de la edad, el ejemplo y esos prácticos usos, que por la propia voluntad. Los nombres de las cosas son menciones de cualquier cosa, menos de sí mismas. Sólo podemos encontrar palabras para lo que está muerto ya en el alma. 34 Rafael Rubio 35 Autorretrato (décima) Yo baquiano me coloco saludablemente loco. Yo cascajo soy, carajo, subo siempre para abajo. Transeúnte que presiente que lo mira mal la gente. Yo soy cántaro quebrado soy relámpago desierto. Cierzo malo, malhadado. Mal vigía de mi huerto. 36 Fauno (soneto) Durmiendo bajo frondas, junto al río me fui soñando adentro del ramaje Fui el viento, fui el rumor y fui el oleaje del sol entre las ramas, encendido verdor del río manso, mansedumbre del agua con el aire en movimiento de hojas: manantial de rayo fresco. Sol que moja verduras, muchedumbre. Oh frescor en el ramaje —luz que trina— ¡Surtidor de frondas hoscas, verde arpa desgranando gorjeos, agua lira! Sol que bruñe su sombra, brisa alta. Haz de ramas remadoras en la risa de las hojas. Sopla el viento, verde flauta. 37 La mesa (cuartetos) La mesa está esperando la comida. No vienen los eternos comensales. Se está quedando sola y aburrida mirando los oscuros ventanales. Hay una sopa triste que se enfría. No hay rastros de la abuela, ni señales del padre o de la madre o de la tía. Del hijo no se sabe. Desleales. Se fueron quizás donde. Así es la vida. La mesa mira sillas irreales. Se está quedando sola y aburrida mirando los oscuros ventanales. 38 El arte de la elegía (elegía) Todo consiste en llegar al justo término y después, dar a luz la voz: dejar que se complete la muerte. Nadie va a lamentar una metáfora imprecisa ni un epíteto infeliz, cuando la muerte está viva en el poema. Todo estriba en simular que nos duele la muerte. Sólo eso: hacer creer que nos aterra morir o ver la muerte. Imprescindible elegir una víctima que haga las veces de un destinatario: el padre o el abuelo o el que fuere, con tal que su muerte haya sido lo bastante ejemplarizadora como para justificar una ira sin nombre. Impostarás la voz hasta que se confunda con el ciego bramido de una bestia. Así infundirás piedad en tu lector. Recomendable el terceto pareado si se quiere seguir la tradición del abandono, leerás la elegía de Hernández a Ramón Sijé o la que en don Francisco de Quevedo, maestro en el arte de la infamia versificada inmortalizara a fulano de tal. 39 Debe ser virtuoso el uso del encabalgamiento: echar mano a aliteraciones de grueso calibre para reproducir la onomatopeya del desamparo que la elegía debe —aunque no pueda— sugerir. El uso de la rima debe ser implacable: el primero con el tercero, consonante con perfecta —aunque engañosa— simetría. (El segundo con el primero del terceto siguiente, encadenados, como están ayuntados los bueyes de la angustia en los vastos potreros del poema) Importa sobre todo, la verosimilitud de tu desgarro y no el desgarro mismo: el dolor puede ser de utilidad siempre y cuando no atente contra la rigurosidad del edificio el templo del poema debe estar sostenido por los números. Sólo eso será garantía de profundidad si se quiere atraer la compasión de un lector habituado al verso libre. No importa la belleza. La verdad será requisito indispensable a la hora de urdir una elegía que merezca el prestigio de la muerte o la inclusión gozosa y dolorosa 40 en el canon de la nueva poesía española. Deberás entender a fin de cuentas que el poema no es más que un ejercicio: no va a hacer que se levanten los muertos ni hará que tu padre retorne del oscuro país de los dormidos porque ya no habrá país del que volver ni esperanza tampoco, ni poema. Evitarás el troqueo, como quien huye de si mismo. El ritmo yámbico será recomendable en estos casos siempre cuando haya unidad de fondo y forma. Repartirás los acentos de tal modo de sugerir la solemnidad más aplastante el ritmo de una marcha funeraria o el réquiem de Mozart, por ejemplo: tarea en extremo dificultosa si se tiene el oído acostumbrado al vicio del martillo o del tambor. El dolor es un lujo que muy pocos pueden permitirse. Y si es así que no sea sino un vulgar pretexto para erigir el templo del poema: un edificio cuyo lujo te avergüenza ha de ocultar las ruinas sobre las que se sostiene: 41 palabras que desprecia el albañil. El oficio se ejerce en la oscuridad o en el abismo o en una mesa de disección No habrá de ser de otra manera la escritura, si se quiere ver la muerte morir en el poema. Si hablas de tu padre será con rencor y no con el barato lloriqueo de los pobres de espíritu. Odiarás con honda intensidad lo que te quede de él en la memoria. No es imprescindible que el mundo se entere de tu ruina pringosa, pero si el poema lo requiere así, confiésalo pero que sea solo una vez: de tu dolor da cuenta tu silencio. Arrasarás con todo lo que obstruya la lectura fluida del poema, entenderás, al cabo, que el silencio es la onomatopeya de la muerte, has de darle lugar en la elegía. Así evitarás la asfixia de lector. Has de expulsar los ripios, con un látigo: no entrarán en el templo de tu padre fariseos ni ciegos mercaderes de la palabrería. 42 Barrerás con todo lo que no contribuya al despliegue lujoso de la retórica y lo demás entrégalo a los perros. Entenderás por fin que una elegía es cosa de vida o muerte. O bien, al menos te será un sustituto del suicidio. En el arte del corte de los versos es maestra la muerte. Deberás aprender de ella, si pretendes que tu elegía sea ejemplar: un asunto tan delicado como la muerte requiere tal manejo del oficio que sería necesario la inmortalidad para aprenderlo con éxito o morir. No podrás desasirte del peso de una larga tradición familiar en el oficio (Padre, espíritu santo, santo, santo el hijo: ni un gargajo moribundo del talento del abuelo. Ni un terceto construido con el mínimo sentido de la musicalidad: una vergüenza) Ni de las taras impuestas por tus malas lecturas de la poesía del siglo de oro español. Si escribes de tu padre que sea con violencia: 43 lo matarás de nuevo en tu elegía no de otro modo lograrás el beneplácito de la palabra habituada al abandono. Que no tendrás sosiego mientras dure la escritura del poema. Así de grave y cojonudo el arte de escribir sobre la piel de un cadáver. Sólo quien ve la muerte de su padre, podrá dar notable fin a una elegía. (como éste) ¡Un remate que haga remorderse de envidia —en su tumba— a Quevedo, a Fray Luis, a Garcilaso! 44 Cuarteto (cuarteto) La muerte está jugando a la escondida. Me llama y yo no sé de dónde llama. Tal vez se está ocultando tras la cama. Me grita: ¡Rafael, estoy perdida! 45 Trigales I Sonriente dentadura del sol, sol riente. La espiga de la risa, discurriendo va la fuente. Luz sonando, cascabeles, voz de abeja, lluvia, mieles. La amarilla carcajada de las yeguas herbazales algazara, multitudes, zarabanda, los trigales. II Sonriente dentadura del sol, sol riente. La espiga de la risa, mar riente de abejorros rubio oleaje, crin al viento de un caballo en el galope. Marejada en el canoro, la rompiente de la espiga pasto noble, sol sonoro, cascabel de las harinas. III Greña noble, los caballos de la risa, la rompiente galopando las potreras multitudes, ah de dientes Ay solares niños juncos, amarilla carcajada dentadura de la harina en el relincho, marejada. 46 Oración de gracias Aquí tienes el cuerpo de mi padre, Dios mío ¡Bórramelo de un solo resoplido furioso para no ver mi sangre en su sangre, ni su carne en mi carne, temblando de ira! Apágale los ojos con furia, Señor ¡No quiero que me vea arrancarme la cara, blasfemando el misterio del semen!. Señálame el lugar donde la noche urdió el terrible nido en qué lugar del cuerpo urdió el terrible nido en qué hueco del mundo urdió el terrible nido. ¡Y dime si es mentira tanta muerte tanto hueso que anda por la tierra! Aquí tienes el cuerpo de mi padre ¡Qué más quieres, Dios, qué más! 47 Sextina primera (sextina) Yo sólo quiero hacerme un solo hilo para anudar la luz del cielo al padre y atar su voz con la paterna rienda de mi relincho de febril caballo engrifado de lloro hasta los belfos en la caída del más alto risco. Que quiero atar el grito al hondo risco con la largura de mi propio hilo hasta anudar la noche de mis belfos con el olfato del celeste padre y el relincho rencor del yo caballo con el recogimiento de la rienda Pues si la oscuridad suelta la rienda yo me desato desde el alto risco con la premura de febril caballo que desoyera el nudo de su hilo desasido del grito de su padre hasta el abismo de sus mesmos belfos. Que con los ojos no, sí con los belfos oliscaré la noche de la rienda que me desata de mi propio padre y así anudados al materno risco por el lazo sin fin de oscuro hilo encumbremos la lumbre del caballo. Ya no el relincho de febril caballo 48 sino la angustia del profundo belfo me hará olvidarme no del propio hilo mas sí de muerte la paterna rienda y así desanudado al fin del risco me iré cayendo hasta el profundo padre. Del mesmo modo que al alzar el padre su voz fecunda de rencor caballo desde la empinadura del cruel risco hasta el redondo cielo de mis belfos la eternidad nos soltará la rienda amarrados al fin por propio hilo. Que para entonces, ¡Ay! no habrá caballo que nos alcance el vuelo de los belfos en la noche infinita de las riendas. 49 Liras de la perdida (liras) I ¡Te me perdiste, cabra allá en los valles de mi quemadura! ¡Y ahora que me labran arados de amargura me broto de dolor por tu presura! II Adónde te fuiste cabrita y me dejaste aquí tan ciego ¿En qué momento hubiste de hurtarme la luz? ¡Fuego de negras lenguas donde me refriego! 50 Análisis de “Liras de la perdida” La “lira” es una forma estrófica proveniente de la poesía italiana y consta de cinco versos, dos de los cuales son endecasílabos; los tres restantes: octosílabos. El primer poeta español que la utilizó fue Garcilaso de la Vega en un poema titulado “Oda a la flor de Gnido”, cuyo primera estrofa dice: “Si de mi baja lira/ tanto pudiese el son, que en un momento/ aplacase la ira/ del animoso viento/ y la furia del mar y el movimiento”. De este texto, la forma estrófica descrita tomó su designación tradicional: “lira”. San Juan de la Cruz escribió su “Cántico Espiritual” ciñéndose a la estructura métrica de la lira. Y en liras también, Fray Luis de León escribió su célebre “Oda a la vida retirada”. Las “Liras de la perdida” (no de la “pérdida”, sino de la “perdida”) fue escrito tomando como referencia las liras del “Cántico espiritual” de San Juan de la Cruz. La “perdida” no es otra cosa que el alma perdida; “perdida” como “extraviada” y “degradada”, como quien dice: “miren, ahí va esa perdida”. El texto pertenece a “Levantamiento”, la segunda sección de mi libro Luz Rabiosa, sección en la cual la lamentación elegíaca propiamente tal cede paso a un enfrentamiento alucinatorio frente a la muerte: el estado de alienación mental en que un sujeto sometido a un dolor prolongado y sin consuelo puede eventualmente caer. La lira es una forma métrica extremadamente contenida, en cuya escritura no cabe el desborde verbal ni la abundancia retórica, sino, por el contrario, debe primar la contención, la síntesis. En la segunda lira hago rimar palabras de categorías léxicas distintas: un sustantivo (fuego) con una forma verbal (refriego). Ese es el tipo de rimas que me interesa, pues considero que permite una mayor riqueza expresiva, a la vez que impone una mayor dificultad productiva. Las rimas fáciles (rimar verbo con verbo, sustantivo con sustantivo, etc.) no permiten mayor riqueza asociativa. Para rimar el sustantivo (fuego) con la forma verbal (refriego), me vi en la necesidad de “encabalgar” ambos versos. El encabalgamiento consiste en establecer una continuidad sintáctica entre dos versos, que suspende la pausa versal. En este caso, se trata de un encabalgamiento abrupto (“Fuego/ de negras lenguas donde me refriego”). El encabalgamiento es uno de mis procedimientos técnicos favoritos. Rafael Rubio 51 Villanela El cielo se despeña en un momento y mientras miro el monte que enrojece Mi amor –te digo– es como un ojo hambriento. El arrebol se empotra sobre el viento se nutre con la noche que le crece. Y el cielo se despeña en el momento. Y al entrarse en la tierra, no contento de parirse a si mismo, se enfurece. Mi amor –te dice– es como un ojo hambriento. Arde el ocaso, al fin: un monumento que tumban con los cuernos blancas reses y el cielo se despeña en un momento. Se irrita sin motivo. Y en lamento contra la muerte arroja sus rojeces. Mi amor –repite– es como un ojo hambriento. ¡Quedará en el temblor de los cimientos la ronca voz de días, años, meses! El cielo se enrojece en un momento: Mi amor –te digo– es como un ojo hambriento. 52 Retrato del comensal fumando en su pieza (cuartetos) Fumando un cigarrillo con desgano me paseo gravemente por la pieza. Soy un viejo de apenas veinte años cansado de peinarse la cabeza. No sé si soy sutano o merengano sentado, impenitente, ante la mesa. Sin padre comensal y sin hermano la nada empecinada en su certeza. Espanto el mosquerío con la mano el humo va subiendo por la pieza. Soy un viejo de apenas veinte años cansado de peinarse la cabeza. 53 Entrevistas 54 ¿Es “la métrica es una violencia hecha al lenguaje”? Rafael Rubio: Que la métrica es una violencia hecha al lenguaje es una idea que no me satisface del todo. La leo como la afirmación de que la métrica sería una violencia ejercida contra lo “natural” del lenguaje, como si todo el lenguaje no fuera en sí una convención, y la métrica fuera una violencia ejecutada contra lo “natural” que supuestamente hay en él. Sabemos que el grupo fónico medio (cantidad de sílabas que se pronuncian normalmente entre dos pausas) oscila entre las 8 y 11 sílabas. O sea que entre dos pausas solemos pronunciar como promedio 8 silabas y es por eso que el octosílabo es el verso más frecuente en la versificación española, junto con el endecasílabo. Digamos que el octosílabo es la medida silábica más cercana al habla y esa es la razón de su frecuencia y predominio numérico por sobre otras medidas silábicas. Y por eso, además, su propiedad nemotécnica (tengo un amigo que realizó un estudio acerca de la recurrencia del octosílabo en el slogan publicitario). Considerar, pues, la métrica como una violencia hecha contra el lenguaje supondría considerar el lenguaje como algo “natural”, que fluye libremente, y es contra esa libertad que la métrica arremetería. Lo cual es, me parece, por decir lo menos, descaminado. La métrica forma parte del sistema sobre el que opera: el lenguaje, y en ese sentido, es prevista por él, “secretada” por la misma naturaleza prosódica del idioma. No es una violencia contra el lenguaje. A lo sumo, sería una violencia “del” lenguaje. 55 Juan Cristóbal Romero: La creencia según la cual la métrica es una limitación al despegue poético se volvió lugar común a partir las vanguardias. Durante la primera mitad del siglo XX muchos poetas confundieron la legítima aspiración a la libertad con la abolición total de restricciones. Vicente Huidobro ejemplificó su época al escribir sobre la poesía: “el sólo hecho de quererla amarrar con leyes a las patas de un código me parece el más grosero de los insultos”. Así, el empleo de la métrica se transformó en sinónimo de conservadurismo y represión. Durante los setentas el rechazo a cualquier regla retórica se hizo más agudo todavía. La métrica pasó a representar la encarnación de la dictadura militar, un equivalente a la opresión y censura que obligó a los poetas a expresarse a partir de lo impuesto. Por aquellos días, Enrique Lihn, haciendo uso de su particular elocuencia, se refirió a la métrica como una “violencia formal”, y acusó al soneto de “prótesis verbal”, de un ruin “torturador”. Más allá de cuáles sean las razones, entre los sesentas y setentas, la poesía chilena desmanteló el hacer poético. En efecto, no hubo un solo rasgo del oficio –metro, rima, figuras retóricas– que no fuera objeto de desdén o burla. Los poetas a quienes les correspondió inaugurar su obra durante el decenio siguiente lo hicieron desde esas ruinas. Confiaron poco o nada en la tradición del oficio poético y, en cambio, bastante en sí mismos y su genio personal. Algunos en efecto lo poseían. La preferencia del verso libre al verso medido entre los poetas chilenos de los setentas y ochentas no fue consciente ni meditada. Optaron por el verso llamado libre sin haber siquiera hecho el esfuerzo por comprender las reglas básicas de la métrica convencional. La regla métrica, a la distancia, les pareció algo lleno de ataduras, una camisa de fuerza que impedía que el poeta actuara libremente bajo el influjo de la inspiración. Mucho se ha debatido sobre la artificialidad del recurso de la rima y el metro tanto en el siglo XX como entre los racionalistas del XVIII quienes veían en la rima un rasgo de barbarie en comparación a la libertad con que operaban los griegos y latinos. ¿Por qué engarzar dos palabras que no tienen lazos conceptuales de unión? ¿Por qué limitar la libre expresión de los sentimientos e ideas a través del conteo artificial de sílabas? A diferencia de lo que se pudiera creer, para quien maneja estos recursos con naturalidad y se sobrepone a sus 56 dificultades tras un paciente entrenamiento, la rima y el metro pueden transformarse en los mejores vehículos para transmitir la inspiración poética. En efecto, uno de los recursos más poderosos de la poesía se halla en la mecánica de la métrica que no hace sino manifestar a través de sus restricciones la irracionalidad del lenguaje. La limitación silábica te obliga a decir lo que no quieres. “En la cárcel de los cuartetos y tercetos –confesó Lihn– la palabra tiene que hacer movimientos inesperados”. A este respecto vale citar a Valery, quien sostenía que la diferencia entre un escritor que es un poeta y aquél que no lo es, radica en que al primero las dificultades inherentes al oficio poético le estimulan la imaginación mientras que al segundo se la inhiben. El axioma platónico, descrito en el Ión, según el cual la armonía de la cadencia tiene el poder de transportar la inspiración divina, sería uno de los tantos antecedentes que apoyan la idea de que la métrica es un efectivo canal para inducir el proceso creativo. Valery ha hecho alusión a él en su diario: “Mi poema El cementerio marino se inició en mí por un cierto ritmo, el de los versos franceses de diez sílabas, cortados en cuatro y seis. Yo todavía no tenía ninguna idea que pudiera llenar esta forma. Poco a poco las palabras flotantes se fijaron, determinando progresivamente el tema, y el trabajo (un trabajo muy largo) se impuso.” Para el buen poeta, la cinta métrica puede llegar a ser el mejor aleado para conducir una idea o emoción y hacerla memorable en un poema. No cualquier tipo de estructura conviene a cualquier tema. Es poco recomendable aventurarse a escribir unas estrofas de pie quebrado –una clase de estructura que se ajusta muy bien a los temas elegiacos– antes de ser alcanzado por una idea o una emoción que corresponda particularmente a esa forma. El resultado será una composición forzosa, lo más parecido a un ejercicio de estilo donde el versificador en el mejor de los casos impresionará por su gala retórica pero difícilmente por su poesía. Este tipo de confusión entre fines y medios ha marcado todo el desarrollo de la poesía moderna y ha sido la principal fuente de herejías –el eufuismo y la escritura automática, por ejemplo– así como de irremediables cismas, como lo fue la arbitraria división entre poesía clásica y romántica. Más allá de cuál sea la clasificación que los teóricos quieran darle a una determinada moda poética, siempre ha existido una clase de poesía: la buena poesía, un tipo de arte que no considera la forma bajo la cual se escribe 57 un poema un fin en sí mismo, sino un medio mediante el cual una particular experiencia poética es trasmitida adecuadamente al punto de volverse memorable. Según lo que he podido constatar, el método de enseñanza de la métrica inglesa se aleja de la exposición fría de sílabas y acentos, muy propia de los compendios castellanos, al poner la estructura del verso al servicio de las ideas y emociones que se desean expresar. Su modelo es De Vulgari Elocuentia de Dante. Tras leer un manual de poética inglesa da la impresión de que hubiera sido escrito por un poeta; los manuales en castellano, por filólogos o profesores. Cuando un manual de métrica inglesa define un octosílabo comienza, contrariamente a nuestros manuales, indicando, mediante ejemplos, el tipo de composición poética para los cuales este metro es el más adecuado y para los cuales no lo es; recién entonces define su estructura silábica. El soneto, por ejemplo, es para el especialista inglés primeramente una canción breve que exige ingenio, de preferencia amorosa o filosófica, compuesta de una estrofa en la que por lo general se presenta una idea, una segunda en que se la desarrolla y otras dos en las que se la concluye con gracia; dicho esto, los manuales proceden a vivisectarlo métricamente. Los ingleses nos llevan siglos de ventaja en esto. Mientras sigamos entendiendo la métrica castellana como un simple conteo de sílabas y acentos, creyendo hacer lo correcto escribiremos una elegía en octosílabos cuando lo que pide el poema es ser escrito en endecasílabos, compondremos un soneto cuando lo que reclama el poema es hacer de él una décima, compondremos un aikú cuando lo que implora el poema es simplemente ser escrito en prosa. Para cada emoción y para cada idea, para cada expresión y particular humor, hay una forma adecuada –y me atrevería a sostener, sólo una. La ecuación forma-fondo logra su óptimo cuando la estructura, cual sea, se acopla perfectamente al sentido y al estado de ánimo del poema. En la edad media se entendía el oficio de componer versos como luego lo haría el arte de la imprenta. En cada línea se articulaban las ideas, la sintaxis y el ritmo bajo el aglutinante del metro, con tal artesanía, que los espectadores –lectores y oyentes analfabetos– grababan fácilmente sus sentencias por días, sino por la vida entera, y así por generaciones. Tras el largo dominio de la métrica acentual y cuantitativa, los trovadores provenzales dieron dignidad al poema escrito en rima y en metro silábico. Crearon una insólita sensibilidad, tan compleja como la griega y la romana, donde la exacerbación de los sentidos, puestos a 58 disposición de un pequeño texto para ser cantado en no más de siete estrofas, alcanzó órdenes divinos. Practicaron un culto estricto y sutil para la purga del alma por medio de un refinamiento de los sentidos. Interpretaron el cosmos a través de las percepciones llevadas hasta su extremo. Pese a su estricto preciosismo, la versificación silábica provenzal nunca dejó de ser gobernada por la métrica del habla. Cada uno de sus composiciones reflejaba en un pasmoso grado, los ritmos y la retórica casual de la lengua de Oc. Tal tradición irradió su estética sobre las demás lenguas romances, al punto de hacer de la poesía silábica escrita en Francia, Italia, España y Portugal, durante los siglos XIV al XVII, un fino medio de exposición de ideas. Aún hoy es posible comprobar las posibilidades de un verso en metro silábico cargado de sentido hasta su extremo. Tomemos por caso de los Discursos de sobremesa de Nicanor Parra o los breves y exactos poemas de Armando Uribe. Como señala W. H. Auden, en manos hábiles, “la versificación puede llegar a ser más lúcida que la prosa cartesiana”. Desconocer las técnicas métricas no es limitación para componer un poema fuerte. Hay poetas chilenos, de reciente producción, que sin distinguir una sílaba de otra han compuesto obras mayores. Sin embargo, el verso libre que más valoro es aquél que retiene en su memoria la cadencia de algún verso metrado. Así lo entendieron Mallarmé, Eliot y Pound, y en nuestra lengua, César Vallejos y Luis Cernuda. Si el verso libre de Auden recuerda el hexámetro yámbico, el de Nicanor Parra y Gonzalo Rojas contiene el ADN del endecasílabo. Pese a la popularidad que ha adquirido el verso libre en nuestros días, al punto de volverse la manera oficial de escribir poesía, debo confesar que no entiendo cómo alguien puede disfrutar de la escritura de un poema sin la imposición de una regla. Cuando uno juega ajedrez, rayuela o futbol se requiere de ciertas reglas, en su defecto no hay entretención alguna. Son tan pocos las gratificaciones que otorga la poesía hoy en día que como nunca se vuelve necesario que el poeta se divierta mientras escribe, y no conozco mayor entretención que el imponerse el desafío de una estrofa difícil. 59 Tradición y poema Rafael Rubio: Considero que la obra de todo poeta pertenece a toda la tradición, como un gran conjunto cultural; es decir, pertenece necesariamente, en primer lugar, a la tradición literaria de su idioma y, en segundo lugar, a todo lo que se haya escrito hasta el momento, tenga o no una afinidad directa con su propuesta estética. Para responder esta pregunta, tendré que referirme no a la tradición en la que se inscribe mi obra, sino, más bien, a las afinidades estéticas que me ligan a determinado segmento de la tradición poética en lengua española. Y en ese sentido, indudablemente, me siento cercano a la poesía del Siglo de oro español; en particular a la obra de Francisco de Quevedo, Luis de Góngora y San Juan de la Cruz. De Góngora – autor de una obra tan radical como la Fábula de Polifemo y Galatea- citaré el siguiente soneto: La dulce boca que a gustar convida... La dulce boca que a gustar convida un humor entre perlas destilado, y a no envidiar aquel licor sagrado que a Júpiter ministra el garzón de Ida, amantes, no toquéis, si queréis vida; porque entre un labio y otro colorado Amor está, de su veneno armado, cual entre flor y flor sierpe escondida. No os engañen las rosas, que la Aurora diréis que, aljofaradas y olorosas, se le cayeron del purpúreo seno; ¡manzanas son de Tántalo, y no rosas, que después huyen del que incitan ahora, y sólo del Amor queda el veneno! 60 De este soneto, destaca lo que es, a mi modo de ver, una marca de fábrica de la tradición poética mencionada: la perfección formal, el poema como una construcción arquitectónica, en la cual cada una de sus partes condiciona a las otras en un todo sistémico, tal como lo exige el poeta ruso Vladimir Maiakovsky en su célebre texto “Cómo se hacen los versos”. Naturalmente –no hay para qué decirlo- mi poesía no alcanza a realizar ese ideal de obra ni a lograr ese nivel de perfección. 61 Juan Cristóbal Romero: La tradición española más o menos reciente –Jorge Guillen, Luis Cernuda, Jaime Gil de Biedma– así como esa rama de la tradición chilena que integra a Julio Vicuña Cifuente, Carlos Pezoa Véliz y Gabriela Mistral, me han permitido validar mis propias preferencias poéticas: 1) rigor formal, 2) lenguaje directo, 3) laconismo, 4) importancia del pensamiento sobre el alarde retórico. Un poema que puede ilustrar estos principios es “La lluvia lenta” de Gabriela Mistral, una imitación del clásico “Tarde en el hospital” de Pezoa Véliz, que a su vez lo es del poema “Nevicata” de Ada Negri, a quien de seguro Pezoa no conoció de nombre. La versión de Mistral cuenta con mis preferencias. La lluvia lenta Esta agua medrosa y triste, como un niño que padece, antes de tocar la tierra desfallece. Quieto el árbol, quieto el viento, ¡y en el silencio estupendo, este fino llanto amargo cayendo! El cielo es como un inmenso corazón que se abre, amargo. No llueve: es un sangrar lento y largo. 62 Dentro del hogar, los hombres no sienten esta amargura, este envío de agua triste de la altura. Este largo y fatigante descender de aguas vencidas, hacia la Tierra yacente y transida. Llueve… y como un chacal trágico la noche acecha en la sierra. ¿Qué va a surgir, en la sombra, de la Tierra? ¿Dormiréis, mientras afuera cae, sufriendo, esta agua inerte, esta agua letal, hermana de la Muerte? Es extraño que este poema no haya recibido la debida atención por parte de la crítica. Posiblemente se deba a que se ubica en una rara posición, un punto equidistante entre la imitación y la originalidad, una zona que desconcierta al crítico devoto y no alcanza a alarmar al censor; pero es justamente tal circunstancia, el modo en que dialoga con la tradición y cómo se distancia de ella, lo que a mí parecer reviste a este poema de un interés singular más allá del valor poético en sí mismo. La estructura del poema de Mistral fue inspirada sin duda en el arreglo estrófico empleado por Pezoa Véliz, quien repite el poema en italiano: una copla cuyos primeros tres versos son octosílabos seguidos de un verso corto bisílabo –que en caso de “La lluvia lenta” es de cuatro 63 sílabas. El gesto de aumentar la medida del cuarto verso es significativo toda vez que con esta sutil variación Mistral transforma la estrofa de Pezoa Véliz en una copla de pie quebrado, nombre que recibe aquella estrofa compuesta por versos octosílabos combinados con tetrasílabos cuya discontinuidad métrica reproduce la interrupción propia de la muerte, de ahí que hayan sido versos convenientes para cantar los dolores y ruegos. De este modo el poema de Mistral ya no sólo dialoga con “Tarde en el hospital” y “Nevigata” sino con toda la tradición de los versos de pie quebrado que se remonta a las coplas del Arcipreste de Hita y Jorge Manrique. La obra de Carlos Pezoa Véliz es de una disciplina formal intachable; es difícil encontrar un verso cojo o una rima que no responda al patrón que se ha impuesto el poema. Gabriela Mistral, en cambio, se permite ocasionales licencias que rompen la regularidad de las secuencias, pero que de ninguna manera son fruto del descuido sino más bien resultado de una meditada opción estética cuya justificación se puede hallar implícita en el contenido del verso donde opera la licencia o próximos a él. Es el caso de la rima anómala de la quinta estrofa que, lejos de ser casual, cumple a mi entender con la función de interrumpir la prolongación “larga y fatigante” de la rima consonante en el descenso triste del poema: Este largo y fatigante descender de aguas vencidas, hacia la Tierra yacente y transida. Poco importa si esta alteración fue introducida de manera consciente o no –en los poetas fuertes se puede comprobar una aplicada colaboración entre el inconsciente y el consciente– lo que interesa más bien es el efecto estético que genera este tipo de operaciones lingüísticas donde forma y sentido se asisten mutuamente a tal punto que es imposible distinguir en qué momento acaba uno y empieza el otro. Lo mismo sucede con la licencia métrica que Mistral emplea en la segunda y tercera estrofas donde el verso cortado es trisílabo. Es interesante considerar la posibilidad de que Mistral 64 este ironizando con este hecho al referirse al “largo” de su dolor justo en el momento en que el verso es más corto2. No llueve: es un sangrar lento y largo. El esquema gráfico del poema –su verticalidad y su forma estrófica casi triangular3— también refuerza la idea de descenso que expresa el poema. En un leguaje llano y claro, el poema habla de una caída lenta del cielo a la tierra y de la tierra a los abismos, que cobra especial intensidad cuando opera el paralelismo sintáctico de los tetrasílabos en las coplas cuarta, sexta y séptima: de la altura, de la tierra, de la Muerte, que replican como tres campanadas fúnebres. La versión de Pezoa Véliz es sin duda la más trágica de las dos –efecto que es acentuado por el contexto biográfico en que fue escrita4. La versión de Mistral en cambio es la más dramática. Pese a que ambos poemas tributan del original de Ada Negri una condensación acética, el laconismo del verso de Mistral es menos crudo que el Pezoa Véliz, es decir, capaz de expresar emociones más complejas, sutiles y únicas. Frente a la simpleza conmovedora de los versos de Pezoa Véliz: Entonces, muerto de angustia, ante el panorama inmenso, mientras cae el agua mustia, pienso Podría incluso considerarse el verso “y largo” como bisílabo al estar operando una sinalefa con el verso anterior 3 No parece casualidad la perfecta forma triangular de las estrofas uno, dos y cuatro; corresponde a un efecto difícil de lograr toda vez que los primeros tres versos tienen exactamente la misma medida silábica. 4 Este poema fue compuesto por Pezoa en la sala del Hospital Alemán de Valparaíso pocas semanas antes de morir. 2 65 la dicción de Mistral es de una elegancia casi teatral: ¿Dormiréis, mientras afuera cae, sufriendo, esta agua inerte, esta agua letal, hermana de la Muerte? Me habría gustado escuchar a Mistral leer en voz alta este poema, apreciar el uso que le daba a las pausas y silencios que los versos van señalando a cada paso, los cambios de velocidades cuando operan los encabalgamientos y las aliteraciones, el énfasis en los paralelismos, y oírle pronunciar, imagino que pausadamente, esa última copla en donde los versos admirablemente encadenados imitan el escurrir lento y elástico de la lluvia; una estrofa que el tiempo, juez moroso, reconocerá como una de las mejores que se han escrito en nuestra lengua. 66