Subido por José Manuel López

Abrió los ojos. Un relato fantástico... o quizás no tanto.

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Abrió los ojos
Un relato fantástico… o quizás no tanto.
Obra que consta en el Registro General de la Propiedad Intelectual
con el número de asiento 04/2018/1822, expediente MA-00213-2018.
El autor invita expresamente a la libre difusión del contenido de
esta obra (revisión de la original) por cualquier medio y con la única
condición de que no se genere ningún tipo de transacción económica por
su causa.
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Foto de portada: NASA PIA09962_hires
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INDICE
Capítulo 1. Procesos de Evolución.
1.1 El imprevisto …..……………………..….…….…………..……..……6
1.2. El atasco ……………….….……….......…………….....…….………9
1.3. La desaparición ………………………...….…...…......….………..15
1.4. El bar de Pedro ….………….…..…….……..…..………………….20
1.5. El chaval ……………….……….………………..….………………..22
1.6. La Puri …………………………………………..……………………..25
1.7. El policía local ………..……………………..……………..............29
1.8. La voz …………..…………….…….………….…….…………….…..83
1.9. Las meditaciones de Leandro …..……..….…..…..………………38
1.10. Niemsé ……………………….…..……..……..…..………………..40
1.11. El instituto …………………………..……………………………...45
1.12. Morriña .……...……………….….……...………………..............49
1.13. Marta …………..…………………….….………..………………….52
1.14. La hija de Marta ……….................…………………..………….55
1.15. Elías …..……………..……….………….…………………………..57
1.16. “Chico” ………………………………..…………..………………….60
Capítulo 2. Procesos de Integración.
2.1. Mandelbrot, Bateson, y los puzles …………….…….……………64
2.2. Padre e hijo …………………………………………....…....………..71
2.3. Matrioskas y cuerpos enguantados ….…………………………..75
2.4. La escuela ……..………………………..…....…..………………….80
2.5. Buscando a Arturo ……………………..……….………….……….91
2.6. Elihá …………………………………………..………….…..…….…95
2.7. Lucia ……………………………………..………….…………….…102
2.8. Los novenarios ………..………………..…..…….………….….…105
2.9. Dos Maestros …………..………………..…..……………………..112
2.10. Haciendo cuerdas ………………….….…...………….…………114
2.11. El cumpleaños …………………………..………………..……...118
2.12. La cadena de montaje …………………....……………………..122
2.13. La denuncia ………………………………….…………….….…..128
Capítulo 3. Procesos de Trascendencia.
3.1. El nacimiento ..………………………………………….………….132
3.2. Por fin noticias …..……..………………………….………………135
3.3. Vuelta a casa .…..……..….……………………..……..………….138
3.4. En el hospital .……………………………….…………..………….141
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3.5. El Consejo de Filósofos .………………….….…………..…….…148
3.6. La sobremesa .…………..……………………………….…………153
3.7. La misión …………………..………….………….………………....156
3.8. El escáner …………………..……….….………………………..…162
3.9. Akasha ………………………..….………………………………….168
3.10. El diagnóstico ……………..………….….…………….…..….…172
3.11. Con los amigos ……………..…….……………………………….176
3.12. Amor paterno filial .……………….…………..………………….179
3.13. Inducción ………………….…..……………….…………….……184
3.14. Al tercer día .……………………………………………………….189
Epílogo……..……………………………………………………………….194
Bibliografía………………………………………………………………...199
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Advertencia al lector o lectora atrevidos:
Tras arduos esfuerzos tratando de hacerlo coincidir con la realidad
y fruto final de ellos, todo lo que he podido conseguir, ha sido el relato
que sigue a continuación y que, bajo su estricta responsabilidad, usted
se dispone a leer tan valientemente: pura ficción. No obstante, es posible
que, a pesar de mi declarada incompetencia y gracias a alguna extraña
causalidad, de esas que a veces ocurren en la vida, alguien pueda
encontrar en él algún hecho, o personaje real. De ahí el subtítulo. Al
menos en parte.
Con todo mi agradecimiento y más humilde reconocimiento a
Niemsé, Elihá y todos los demás que lo han hecho posible.
El autor
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Capítulo 1. Procesos de Evolución.
1.1 El imprevisto.
Abrió los ojos. Necesitó unos segundos para familiarizarse con el
mundo real. Cuando acabó de tomar conciencia de que había hecho el
tránsito desde el sueño a la vigilia, miró la hora en el aparato que hacía
las funciones de despertador, que estaba programado para las seis y
media. Eran las seis y veintidós. Su despertador interno se había
adelantado tan solo ocho minutos, respecto a la hora que había fijado en
ambos para levantarse, antes de quedarse dormido.
Llevaba algunas semanas de entrenamiento para independizarse
de la tecnología, por medio de la activación de sus propios recursos
personales. Para ello, al irse a dormir y una vez en la cama, visualizaba
una esfera de reloj, en la que ajustaba mentalmente la hora a la que
quería levantarse a la mañana siguiente, pidiendo amablemente a su
subconsciente que se sirviera devolverle, para entonces, a eso que
llamamos el mundo real, pero como medida de seguridad, seguía
conectando el despertador electrónico.
Sabía que aún necesitaba depurar la técnica, porque su
subconsciente, solícito y precoz, solía despertarle alrededor de diez o
quince minutos antes de la hora que fijaba también en el de su mesita de
noche, por si acaso. Tal como iban pasando los días, con la práctica,
estaba consiguiendo que su despertar se fuera ajustando, cada vez de
forma más precisa, a la hora que programaba en su mente.
-¡A funcionar! -se dijo.
Se incorporó con brío, como solía hacer casi todas las mañanas,
hasta quedar sentado en el filo de la cama. Desconectó la función de
alarma del despertador, para evitar que empezara a sonar y sacara del
sueño a Marta, su compañera, que dormía a su lado. Embutió los pies en
las zapatillas que habitualmente dejaba dispuestas al efecto la noche
anterior, justo en la posición en la que solían quedar sus pies al
levantarse, y buscó la bata que usaba para andar por casa. Se dirigió
después, directo, al cuarto de baño, con la intención de gratificar a su
vejiga, por haber aguantado heroicamente toda una noche sin reclamar
su atención y, a la vez, aliviar también sus intestinos. De allí, tras lavarse
las manos, a la cocina, para preparase la habitual infusión de manzanilla,
limón y miel, mientras repasaba mentalmente las tareas asignadas a esa
mañana, antes de la ducha, y todo ello procurando hacer el mínimo ruido
posible, para no despertar a nadie.
Así empezaba su rutina diaria Arturo Briones, una vez más, aquel
lunes de finales de mayo. Un día de primavera, que se presentaba con la
familiaridad de cualquier otro y que, como tal, estaba transcurriendo.
Hasta que tomó conciencia de aquel olor.
Viajaba ya en su coche, camino del trabajo, a poco de haber salido
de su casa, circulando por la larga avenida que discurría paralela a la
calle en la que desembocaba la salida de su garaje y que recorría la ciudad
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por el lado sur. En ese momento, estaba parado en el carril derecho,
frente a un semáforo en rojo, cuando, de pronto, se dio cuenta de que allí
dentro olía raro. Algo parecido a ese sutil olor metálico, que puede
percibirse en el aire en los días de tormenta, antes de que se arrancara a
llover. Solo que éste, no tenía nada de sutil.
No era normal, y más con la primavera tan seca que se estaba
padeciendo ese año, que había conseguido mantener los cielos de la
ciudad limpios de nubes, desde hacía ya más de tres semanas. Además,
allí, sobre el asfalto, rodeado de acero y hormigón, y con las ventanillas
subidas. Definitivamente, eso no era normal.
-(¿De dónde viene este olor?) –pensó intrigado.
Aprovechando que estaba parado, bajó la vista con la intención de
recorrer con ella los bajos del coche, a la búsqueda del origen de aquel
extraño aroma. Siguiendo el principio de la navaja de Ockham, como él
mismo gustaba decir, la opción más sencilla e inmediata a considerar,
era que la causa estuviese allí dentro.
-¡Coño!
Esta vez sí que habló. Abrió los ojos todo lo que pudo, como para
asegurarse de que la imagen con la que se había encontrado allí abajo,
tenía sitio suficiente para entrar por ellos sin pérdida de detalle, llegar
libremente a la retina y desde allí, a su cerebro, de modo que éste pudiera
hacer con mayor facilidad, un análisis lo más exhaustivo posible de la
misma, y del que esperaba que pudiera ser capaz de ofrecerle alguna
explicación razonable para lo que estaba viendo.
Sus zapatos yacían sobre las alfombrillas, pero sus pies no estaban
dentro. De cada uno de ellos, sobresalía un calcetín vacío. Y al pantalón
le pasaba algo raro: el bajo flotaba, como lo hace la pernera de un
pantalón, cuando no tiene pierna dentro. Solo que éste tenía pierna, al
menos hasta algún punto por debajo de la rodilla.
De pronto lo entendió y se aterrorizó. Su cerebro acababa de
encontrar la explicación que le había pedido ¡Sus piernas estaban
desapareciendo! No sentía dolor, ni ninguna otra sensación fuera de lo
normal, salvo aquel olor, pero lo cierto era que ya se había quedado sin
pies y sin la parte inferior de sus piernas.
Necesitó superar su propia capacidad de asombro, para creer lo
que estaba viendo. Ante la incuestionable evidencia de aquella escena,
una vez conseguido creerlo, aunque no por ello entenderlo, pudo volver a
activar sus funciones perceptivas periféricas y prestar atención a lo que
pasaba en el mundo exterior, saliendo de su estupor con la inestimable
ayuda que le proporcionó el estruendo que estaba escuchando. El
semáforo se había puesto en verde, sabe Dios cuando, y los coches que
habían quedado atrapados detrás del suyo, estaban sacando lumbre de
sus bocinas, en un intento desesperado por convencerle para que
reiniciase la marcha.
Comprendió que, abducido por la impresión que le había causado
lo que acababa de ver, no se había dado cuenta de que el semáforo se
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había abierto y su tardanza en arrancar impacientaba a los conductores
que pretendían seguir circulando, detrás suyo.
Con la rapidez con la que uno ejecuta un acto, ya casi totalmente
automático, movió sus piernas para pisar embrague y acelerador, poner
primera, y salir de allí lo más rápidamente posible. Pero, aunque él tenía
conciencia de cómo se movían sus piernas, la presión que sintió en la
planta de los pies cuando pisó los pedales, no fue la de siempre. Notó sus
pies en los pedales, pero también que las sensaciones que ahora recibía
de ellos, eran extrañamente diferentes a las habituales.
No pudo dedicar mucho tiempo a pensar en eso, porque cuando
intentó encajar la primera marcha en el motor, acuciado por el aluvión
de bocinazos que escuchaba a sus espaldas, éste se quejó más que
abruptamente, con el ronquido que le es característico a las cajas de
cambio de estas máquinas, cuando alguien intenta que engrane una
marcha sin que el pedal del embrague esté pisado. Empujó y empujó el
dichoso pedal con su pie izquierdo y comprendió que, de alguna manera,
aunque siguiera habiendo pie, éste ya no estaba, o al menos no
funcionaba como siempre, porque no conseguía accionar el dichoso
pedal.
Algo extraordinario le estaba pasando. Se había quedado sin pies y
ahora se estaba quedando sin piernas. Un sentimiento de terror le invadió
¡Sus piernas estaban desapareciendo! Al volver a mirar abajo, comprobó
que ya le faltaban éstas, hasta más allá de medio muslo. Y los otros
conductores, que no paraban de hacer sonar sus cláxones.
-¡Venga hombre, qu’es pa hoy! –Le gritaba el que tenía justo detrás,
al que pudo ver por el espejo retrovisor, sacando la mano izquierda y la
cabeza por la ventanilla.
La gente se estaba agrupando en la acera, tras las barandillas
metálicas de protección, que en aquel tramo había instalado el
ayuntamiento en los bordillos, con la intención de evitar el cruce indebido
de peatones imprudentes. Lo hacían atraídos por la curiosidad, tratando
de averiguar la causa de aquel escándalo. Pudo observar los gestos en los
rostros de los mirones, justo antes de dar con la frente en el volante.
Arturo intentó mantenerse erguido, pero no lo consiguió. Cayó de
lado, hacia su derecha, y fue entonces cuando se dio cuenta de que se
había quedado ya sin ese culo suyo, que hasta entonces le había
permitido mantenerse sentado.
-¡Socorro! –chilló, con los ojos desorbitados, en un nuevo intento,
como le ocurrió cuando no pudo encontrar sus pies, de sacarlos lo más
posible de los agujeros de sus cuencas, a fin de ampliarles al máximo
posible el campo visual, pretendiendo con ello facilitarles la tarea de
encontrar algo por allí, que pudiese ayudar a su cerebro a entender tan
insólitos acontecimientos. Al mismo tiempo, con sus manos, buscaba
alocadamente apoyos de los que servirse para poderse incorporar. Pero
tampoco lo consiguió.
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Lo que sí podía sentir nítidamente, era la banqueta del asiento del
acompañante sobre la que había caído, al igual que la del conductor,
como si siguiese teniendo cuerpo de cintura para abajo. Pero allí estaba
su pantalón vacío y él sin conseguir mantenerse erguido. Además, se
estaba clavando la palanca del cambio en el costado.
Estaba tomando conciencia del dolor en sus costillas, cuando, de
pronto, dejó de sentirlo. Seguía sintiendo la palanca del cambio clavada
en su costado derecho, pero ya no dolía ¡Estaba despareciendo! Había
perdido sus piernas, pero seguía sintiéndolas. Ahora estaba perdiendo el
torso y, sin embargo, también podía seguir sintiéndolo. Igual que el resto
de su cuerpo desaparecido.
Había algo diferente en aquellas sensaciones propioceptivas. Lo
notó, aunque no pudo entretenerse en analizarlo, porque su atención
estaba desbocada, yendo de aquí para allá, tratando de encontrar
referencias en el entorno, que le ayudasen a entender lo inaudito de la
situación, saltando rápidamente de un estímulo a otro, cuando la puerta
del coche se abrió.
Alguien se había acercado a su auto, para tratar de averiguar qué
es lo que estaba pasando y había abierto la puerta del lado del conductor.
Arturo pudo observar la cara de asombro que puso aquel individuo, ante
el panorama que se le ofrecía. Ninguno de los dos consiguió articular
palabra. Ni Arturo, que al menos él sí que lo intentaba, y con empeño, ni
la otra persona, que se había quedado petrificada cuando se acercó al
coche a mirar, movida por la sospecha de que el conductor, o conductora,
hubiese podido tener algún percance, y con la sana intención de ayudar
en lo que buenamente pudiese.
Aquel hombre, porque el desconocido era un hombre, tampoco
salía de su asombro, observando el hecho insólito que tenía ante sí. Allí
dentro y sobre la banqueta del conductor, había unos pantalones y una
camisa, dispuestos de una manera muy extraña. Pero lo que más le
impresionó, fue lo que encontró sobre el asiento del copiloto. Allí había
una cabeza que lo miraba con cara de susto y que se estaba
desvaneciendo desde abajo hacia arriba como si fuese humo, pero sin
serlo. Es decir, que lo hacía como se desvanece el humo, pero sin que
hubiese humo. Ni blanco, ni negro, ni gris. Simplemente, se estaba
desdibujando como lo hace el humo de un cigarrillo, hasta desaparecer,
pero sin que hubiera ni humo, ni ninguna otra cosa al desvanecerse.
Salvo ese extraño olor, que recordaba al del aire en los días de tormenta.
1.2. El atasco.
Leandro Ortega Ceballos, que así se llamaba el caballero que surgió
del público, quedó petrificado cuando llegó a la altura de la ventanilla
izquierda de aquel coche. Sobre la banqueta del asiento del copiloto,
había una cabeza. Tal cual. Una cabeza a la que le faltaba todo lo demás
¡Y estaba viva! Lo miraba con expresión de terror y parecía querer decir
algo, pero de su boca no salía sonido alguno; y eso no era lo peor. Además,
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se estaba desvaneciendo de abajo hacia arriba, como se desvanece el
humo de un cigarrillo, hasta que acabó esfumándose por completo.
Allí quedaban una camisa abotonada, unos pantalones con su
cinturón entrabillado, y unos zapatos, cada uno de ellos con un calcetín
vacío que le sobresalía; y todo sin nadie dentro. También le llamaba
poderosamente la atención un extraño olor metálico, que le recordaba el
olor del aire anunciando tormenta, y que salía del coche.
Al igual que Leandro, la siguiente persona que se acercó a ver qué
pasaba, un chaval joven, también se quedó petrificada; y el siguiente
también, aunque este último, apenas si tuvo tiempo de enterarse de
nada, porque Leandro, al que le había costado un buen rato acabar
aceptando que aquello que veía, estaba pasando realmente, lo devolvió
con rapidez, a él y al otro, al mundo real, al preguntarles.
-¿Qué hacemos?
-¿…Qué? –fue la respuesta que obtuvo del primero en llegar.
Leandro se dio cuenta de que, a aquel muchacho, lo acababa de
sacar de un trance profundo y repitió la pregunta.
-Que qué hacemos.
El chaval encogía los hombros y abría mucho los ojos, moviéndolos
rápidamente de uno a otro lado, como si estuviese buscando con ellos
una explicación en los alrededores. Aleteaba con los brazos, mientras se
olvidaba de su mandíbula inferior, abandonándola en manos de la
gravedad, a la vez que buscaba una respuesta coherente, para la
pregunta que le acababan de hacer, pero todo lo que consiguió decir, fue
algo así como
-Eeeeeeeeheeeeheeheeeeh…
Leandro comprendió que aquella criatura estaba aún peor que él
mismo. Miró también a su alrededor, como buscando con la vista, igual
que el otro, algo, o alguien, que pudiera ayudarle a entender tan extraño
acontecimiento. Actitud que, por cierto, avivó aún más la curiosidad de
los mirones, provocando que se acercase más gente.
-¿Qué ha pasado? –le preguntó una señorita, a la que parecían
faltarle aún algunos años para cumplir los treinta y con un bonito tono
de voz.
-No lo sé –pudo contestarle, encogiendo él también ahora los
hombros, abriendo mucho los ojos y extendiendo sus brazos.
-¿Y el conductor? –volvió a preguntar ella.
-Ha desaparecido.
-¿Y se ha ido desnudo? –dijo la joven, señalando la ropa que había
dentro del coche.
Leandro, a diferencia de Arturo, no había oído hablar de la navaja
de Ockam, pero si lo hubiera hecho, habría encontrado aquí otro de sus
cortes.
-No. Ha desparecido –fue lo que dijo, mirándola a aquellos ojos
marrones tan bien maquillados que tenía, y repitiendo los gestos de
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ignorancia, con los que ya ilustró la primera respuesta que dio a esta
atractiva desconocida.
-Se ha ido –enfatizó él.
-¿Y se ha dejado el coche aquí?
Leandro se tomó un tiempo para contestar. Lo necesitaba para
reorganizarse, porque no sabía cómo responder ante tanta dispersión.
Mientras tanto, una señora de unos lustrosos cincuenta y muchos años,
preguntaba a otro qué es lo que había pasado, el cual contestaba que no
lo sabía, que, al parecer, alguien se había marchado, dejando su coche
en mitad de la calle.
Al mismo tiempo, el conductor del vehículo que había quedado
atrapado, justo detrás del de Arturo, se había apeado de él y tras darle
una vuelta entera al auto abandonado, mientras lo inspeccionaba
minuciosamente con la mirada, y sin ni tan siquiera aminorar la viva
marcha que traía, se acercó a Leandro y le sacó de sus elucubraciones,
haciéndole la pregunta de moda del momento.
-¿Qué ha pasado?
Leandro seguía buscando palabras con las que intentar explicar lo
que había visto, cuando un pensamiento se iluminó en su mente, como
el letrero de neón de un solitario bar de carretera secundaria de La
Mancha, en plena noche sin luna: ¿Quién se lo iba a creer, si él mismo
aún no había terminado de hacerlo? Aun así, había visto lo que había
visto.
-Ha desaparecido –repitió, ya que no conseguía encontrar palabras
mejores que aquellas, para expresar con sencillez y precisión una
exposición de los hechos, lo más concisa y veraz posible.
-¡Es increíble, la poca vergüenza que tiene la gente! ¡Largarse y
dejar el coche en medio de la calle! –dijo indignada la joven, volteando su
larga y bien moldeada melena de color castaño mientras se marchaba,
poniendo cara de desprecio, y dejando tras de sí el aroma de su perfume.
-Pero ¿cómo que ha desaparecido? –insistió el conductor que vino
de atrás.
-Sí, así. Ha desaparecido. Yo lo he visto –dijo Leandro.
-¿Qué ha visto? –se apresuró a preguntar otro señor, salido de
entre el público, del corrillo que se había formado alrededor.
-Bueno… He visto desaparecer su cabeza –con ese tonillo que a
veces ponemos las personas, cuando creemos que hemos de disculparnos
por algo, aunque no sepamos muy bien por qué.
-¿Su cabeza? ¿De quién?
-Del conductor… supongo.
El caballero que había hecho la última pregunta, miró a Leandro
como se mira al juzgar, y tras pensárselo unos segundos, se marchó
apresuradamente de allí sin decir nada, ni perderlo de vista, y sin
cambiar el gesto, hasta que consideró que ya se había alejado lo
suficiente de aquel loco, según la sentencia resultante de su juicio. Éste
fue el momento que aprovechó para acelerar el paso y perderse entre la
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gente, calle arriba. Mientras tanto, el conductor del otro coche,
continuaba con el interrogatorio.
-¿Cómo que ha desaparecido?
-Sí. Cuando yo llegué, sólo quedaba la cabeza.
En ese momento, hicieron su aparición, así, como si saliesen de la
nada, dos policías locales. Alguien debió llamar al 092, para informar del
barullo que se había formado en aquella calle. Se bajaron rápidamente
de sus motos, que dejaron mal aparcadas, por supuesto, y empezaron a
apremiar a la gente.
-¡Vamos, vamos! ¡Circulen, circulen! –ordenaba autoritariamente el
joven de la pareja. La otra policía local, la mujer que le seguía cual
matrimonio asiático o musulmán, empezó a hacer lo mismo, pero de
forma más amable.
El policía que actuaba como si fuese el jefe, al ver a Leandro de pie,
justo en el hueco que quedaba entre el asiento del conductor y la puerta
abierta del auto de Arturo, con la mano puesta sobre el marco de ésta, se
fue derecho hacia él y le preguntó.
-¿Es suyo el coche?
-No.
-¿Y de quién es?
-No lo sé.
-¿No lo sabe?
-No lo sé.
Silencio. Mirada inquisitiva.
-¿No lo sabe? –repitió.
-No.
-¿Y dónde está el conductor? –preguntó el policía, a la vez que
miraba con extrañeza las ropas sobre los asientos. Se fijó en los bultos
en los bolsillos de aquel pantalón abandonado, y en el teléfono móvil que
asomaba por uno de ellos.
-Ha desaparecido.
-¿Y a dónde ha ido?
-No lo sé.
El policía se quedó mirando fijamente a Leandro, otra vez, mientras
trataba de entender qué podía estar pasando allí en realidad, pero el
conductor del otro coche intervino, interrumpiendo ahora las
elucubraciones del joven agente.
-¡Estábamos parados en el semáforo y cuando se puso verde, se
quedó ahí!
-¿Y a dónde ha ido? –volvió a preguntar el policía.
Suponiendo que se estaba refiriendo al conductor del coche
abandonado, la respuesta fue:
-¡A ningún sitio! ¡No había nadie!... (¿No había nadie…? El caso es
que…) –se quedó pensando.
-¿Cómo que no había nadie? –preguntó, rápida y muy
profesionalmente el joven policía.
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-Sí, pues eso, que no había nadie dentro del coche. Este hombre
dice que lo ha visto desaparecer.
El policía volvió a poner la misma cara que instantes antes le había
puesto a Leandro, pero guiado por su convencimiento de que todo
hombre de acción como él, debía saber cómo ser resolutivo, así como
tomar sus decisiones con rapidez, dirigiéndose a ambos, les ordenó:
-Quédense aquí.
Consideró que aquella aglomeración podía manejarla con facilidad,
sin necesidad de pedir refuerzos, por lo que se giró para ir a ayudar a su
compañera, en la tarea inicial de dispersar al personal. Cuando
consiguieron despejar la calzada de curiosos, aprovecharon las
barandillas para delimitar la zona con cinta de seguridad, de modo que
les quedase claro a los viandantes, que debían mantener su curiosidad
dentro de los límites de la acera. Hecho esto, le dijo a la mujer:
-Controla el tráfico.
Mientras la policía se aplicaba a la tarea de dar paso por el carril
que quedaba libre, a los coches que circulaban sin parar, salvo cuando
los semáforos en rojo se lo impedían, él volvió con Leandro y el otro
conductor. Dirigiéndose al primero de ellos, le preguntó:
-A ver ¿Qué es eso de que ha desaparecido?
-Pues eso, que ha desaparecido.
-¿Que se ha ido?
-No, no. Que ha desaparecido. Yo lo he visto.
-¿Qué ha visto?
-Bueno, yo me acerqué al coche a ver qué pasaba y aquí –señalando
el asiento del acompañante –estaba su cabeza, desapareciendo.
El policía repitió por tercera vez el gesto de “¿pero tú que me estás
contando?” y de nuevo, como buen hombre de acción, resolutivo, y capaz
de tomar sus decisiones con rapidez, decidió un cambió de estrategia. Ya
que estaba en modo recogida de información, echó mano de su radio
portátil para contactar con su central y pedir datos acerca de la matrícula
del coche aparentemente abandonado. Mientras esperaba la respuesta,
volvió a dirigirse a Leandro.
-A ver, explíqueme ¿Qué es eso de que el conductor ha
desaparecido?
-¡Si ya lo he hecho! Se lo he dicho: cuando he llegado sólo quedaba
su cabeza, y desapareció.
Silencio. Mirada fulminante.
-Oiga ¿Me está diciendo que el conductor del coche ha desparecido?
-Hace ya un rato.
-¿Pero eso como puede ser?
-¡Y yo qué sé!
En ese momento llamaron al agente desde Base, como llaman ellos
en su argot a la central, para darle la información que había pedido. El
vehículo tenía todos sus papeles en regla. No constaban denuncias sobre
esa matrícula, salvo una multa de aparcamiento, aún pendiente de cobro,
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pero todavía dentro de plazo. Propietario y conductor eran la misma
persona. Se llamaba Arturo Briones Cáceres. No tenía antecedentes. Vivía
a unas cuantas manzanas, un poco más abajo de la avenida donde se
encontraban, y se sabía de él que era funcionario autonómico. Eso fue
todo lo que pudieron contarle.
-Bueno, vamos a ver ¿Sabemos dónde está el conductor de este
coche, sí o no? –preguntó, dirigiéndose a ambos.
-No –contestó Leandro.
-Vale.
El joven policía decidió ampliar sus posibles fuentes de
información, acudiendo a los curiosos de alrededor. Tras resultar
infructuosos, aquí también, sus intentos por obtener algún dato fiable,
acerca del paradero del conductor del auto abandonado, decidió llamar,
esta vez a H2, la centralita de la comisaría territorial de su distrito, para
informar de lo que estaba pasando.
Había un móvil, y presumiblemente una cartera, en los bolsillos de
aquel pantalón, por lo que, al tratarse de objetos de valor, decidió pedir
una grúa para retirar el vehículo de la calzada y llevarlo al depósito
municipal. Cuando cortó la comunicación, el conductor del coche de
atrás, que estaba esperando que terminase de hablar, le gritó de forma
apremiante:
-¡Oiga, que yo me tengo que ir!
-Ya ¿Y usted que ha visto? –le contestó el policía, ignorando su
apremio.
-¿Yo? Nada. Todo iba bien, hasta que el semáforo se puso en verde
y este tío –señalando el coche de Arturo- se quedó ahí parado.
-¿Qué tío?
-El del coche.
-¿Y usted lo ha visto?
-No –contestó el otro, sin mucho convencimiento.
-¿No ha visto a nadie bajarse del coche?
-No –Esta vez más convencido.
-¿Y usted? –le preguntó a Leandro.
-Ya se lo he dicho. Yo me acerqué al coche y lo vi desparecer. Era
la cabeza de un hombre.
Esto ya era demasiado. De este chalao no iba a poder obtener
información útil y el otro parecía no haberse enterado de nada, así que,
una vez juzgada muerta la vía de investigación que estaba siguiendo,
decidió cambiar nuevamente de estrategia y hacer algo que resultase
definitivamente de utilidad.
-A ver, la documentación –pidió al conductor que daba muestras
evidentes de impaciencia.
-¿Qué documentación?
-El DNI.
-¡Pero oiga, que yo no he hecho nada!
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-Ya, ya. Es para el atestado. Deme su DNI. Y usted, quédese ahí –
le ordenó a Leandro.
Ambos obedecieron y muy especialmente, a regañadientes, el
conductor, que fue el primero en sacar de su cartera el documento
solicitado. Por su parte, el agente tomó nota de los datos de aquel DNI,
así como de los del permiso para conducir, y de las matrículas y
características de ambos coches. Tras devolver el documento
identificativo a su titular, éste preguntó.
-¿Ya me puedo ir?
-Si –contestó el policía, que se dispuso a ayudar a su compañera
en las labores de control del tráfico, para facilitar la tarea al conductor
del coche que había quedado atrapado, de maniobrar hasta liberar su
vehículo del atasco y marcharse. Cuando acabó con ello, volvió con
Leandro.
-A ver, su DNI.
Se lo dio sin rechistar. Ya lo tenía en la mano. El joven agente tomó
nota de los datos, le devolvió el documento de identidad y dijo:
-Ya se puede marchar.
1.3. La desaparición.
Arturo estaba aterrorizado. Ya sólo quedaba por desvanecerse su
cabeza, caída sobre la banqueta del asiento del copiloto. Al haber
quedado mirando hacia la puerta de la izquierda, pudo ver como alguien
se acercaba por allí. Quiso pedirle ayuda, pero no consiguió articular
palabra. No tenía ya garganta.
Percibió la cara de asombro en el extraño, y el estado de
petrificación que suelen provocar en algunas personas las impresiones
fuertes. La misma reacción que mostraron los siguientes en llegar, de la
gente que se fue acercando a curiosear. La puerta del coche estaba
abierta y un tremendo escándalo llegaba hasta él. Con el tiempo, apareció
incluso un policía hiperactivo.
Podía ver, oír, oler, tocar, sentir, y hacerlo todo como lo hacía antes.
Aun así, ahora era diferente. Muy diferente. Lo primero que le llamó la
atención, fue una curiosa, agradable, y poderosa sensación de libertad,
así como una sorprendentemente repentina ampliación de su conciencia,
como si todas y cada una de las neuronas de ese cerebro suyo que ya no
tenía, se hubiesen activado al mismo tiempo. Además, estaba aquella luz
por todas partes, iluminándolo todo, a la vez que irradiaba de todas las
cosas. El mundo seguía siendo el mismo, pero al tiempo, ahora era
diferente. Muy diferente. Su luz era ahora diferente. Muy diferente.
Todo estaba iluminado por una extraña y hermosa luz radiante.
Los colores eran mucho más vivos y vibraban de distintas maneras,
dependiendo de los objetos, al tiempo que esa misma luz irradiaba de
todas las cosas. Según su procedencia, o el objeto que iluminase, era más
o menos intensa y radiante en unos sitios que en otros, y mucho más
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especialmente en las personas. Así mismo, sus matices de color variaban
de un objeto a otro y de una persona a otra.
El sonido también era diferente. Muy diferente. Había como un
murmullo de fondo, sorprendentemente armonioso y agradable, que le
recordó los cánticos de los monjes tibetanos y surgiendo de él, las
conversaciones de la gente que se encontraba más cerca.
-¿Es suyo el coche?
-No.
-¿Y de quién es?
-No lo sé.
-¿No lo sabe?
-No lo sé.
Además, los sonidos estaban ahora conectados a las emociones de
una forma muy viva y curiosa. Aunque, ciertamente, era algo más que
eso. Todo parecía estar interconectado, como si hubiera una única
realidad, con muchas facetas diferentes. Todo era uno y él formaba parte
de ese Todo, por lo que podía tomar conciencia, no solo de sí mismo.
También de todo lo demás.
Podía sentir en sí mismo las emociones de los integrantes de las
conversaciones que escuchaba. Podía sentir lo que ellos estaban
sintiendo, como si fueran sensaciones propias. Podía apreciar la sencillez
y la tranquilizante humildad de uno, así como el sobreesfuerzo de otro
por demostrarse a sí mismo y a los demás, que era un policía eficaz. De
alguna manera, supo que cuando esta persona se permitiera no tener
que representar otro papel que el de sí mismo, descubriría la inutilidad
de tener que empeñarse en hacer nada extraordinario, para ser
considerado uno de los policías más eficaces del cuerpo. Simplemente lo
supo. También podía elegir qué conversaciones sintonizar.
-¡Hay que ver, que cara más dura tiene la gente!
-Se ha largao el tío ¿no?
-¡Hay que veeeer!
-Dicen que hay un muerto.
-¿Qué pasa?
-Pues no sé. Creo que han matao a alguien.
-¡Qué me dices!
-¡Hay que veeeer!
Podía mover su atención. Expandirla, o contraerla, según los
designios de su voluntad. Allí donde pusiese sus límites, eso era lo que
escuchaba y para mover sus límites, solo necesitaba querer hacerlo. Así,
sin más. Decidía a dónde quería llevar su atención y allí estaba al
instante, y los sonidos que allí había, eran los que podía percibir Arturo
con precisión, existentes todos ellos en ése indefinible, aunque
agradablemente armonioso ruido de fondo, del que parecían surgir.
Todo seguía siendo lo mismo, pero a la vez, todo era ahora
diferente. Muy diferente. Todo había cambiado, aún sin cambiar. Olió el
aroma propio de su coche, como nunca antes lo había hecho. Años de
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uso ininterrumpido, fueron necesarios para conseguir investirlo de
personalidad olfativa propia.
Olió el asfalto y su reverberación, las feromonas de la gente, la
asfixia de las plantas que sobrevivían en la mediana de la avenida, gracias
a la fuerza vital que les proporcionaba la primavera, la escasa humedad
del aire, la indignación en unos, la curiosidad en otros, la ira, el humilde
reconocimiento de la ignorancia propia, el fingimiento, y hasta el perfume
de las flores que crecían, éstas mejor oxigenadas que las de la calle, en
una maceta de la terraza de un ático, en la última planta de uno de los
edificios de enfrente.
Todo lo percibía ahora de forma diferente. Era lo mismo de antes,
pero como si ahora todo tuviera más y de mejor calidad. Mucho más y
mucho mejor. Su capacidad para apreciar matices y diferencias a su
alrededor, se había ampliado estrepitosamente.
Podía tocar como antes, pero ya no era como antes. Ahora era muy
diferente. Para tocar, tan solo necesitaba pensar en hacerlo y ya lo estaba
haciendo, y cuando tocaba algo, sus sensaciones no eran como antes.
Ahora, cuando quiso levantarse, ya estaba levantado, pero antes, la
primera vez que perdió el equilibrio en el coche, al dejar de sostenerle el
cuerpo que estaba perdiendo, había intentado moverse, y aun cuando
tuvo la sensación de haberlo hecho, no lo consiguió, o al menos, el efecto
conseguido no fue el esperado.
Recordaba haber intentado agarrarse al volante y no conseguirlo.
Tuvo que esperar a que se esfumara el cuerpo entero, para poder
incorporarse, y entonces, dicho y hecho. Al recordarlo, se preguntó por
qué, al caerse, no consiguió agarrarse a nada, a pesar de estar seguro de
haber cerrado la mano, o lo que fuera que tuviese en su lugar, alrededor
del volante. Cayó en la cuenta de que ya no tenía manos ¿Qué es,
entonces, lo que tenía, si es que tenía algo?
Resultó que tener, algo tenía. Tenía conciencia de sí mismo, a pesar
de que cuando se preguntó cómo sería su cuerpo ahora y puso su
atención en ello, no lo encontró. Lo que sí pudo hacer, fue sentirse a sí
mismo, pero tampoco se sintió como antes. Ahora era diferente. Muy
diferente. Parecía como si todos sus sentidos se hubiesen amplificado
escandalosamente, además de unificarse en uno solo, que contenía a
todos los demás.
No tenía una forma definida. Era algo así como una luz radiante,
vibrante y pulsátil, que cambiaba de forma continuamente, porque no
tenía una forma definida, pero el recuerdo de su anterior apariencia
física, aún se mantenía muy vivo, por lo que cuando se recorrió el cuerpo,
o lo que quiera que fuera eso que se había construido para la ocasión,
con lo que fueron aquellas manos que ya no tenía, lo sintió diferente, una
vez más, a cómo lo había sentido antes. Era una vibración que era él
mismo, y que podía traducirse como táctil, pero que no lo era, porque su
tacto también había cambiado sensiblemente, valga más que nuca la
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redundancia. Además, se sentía conectado con Todo, de lo que él era una
parte. Hizo todo esto de forma serena.
Se daba cuenta de que había desaparecido, pero seguía estando allí
¿Cómo era posible tal cosa, si no tenía un cuerpo como el de antes? Se
respondió que quien se había esfumado, había sido el cuerpo material
que había habitado durante tantos años, pero él seguía aquí, aunque eso
sí, en un mundo que, siendo el mismo, ahora era diferente. Muy diferente.
Al parecer, en realidad él no había desaparecido. Se había
transformado. Lo que le faltaba por saber era en qué, pero sí que ahora
sabía que había conseguido levantarse, y que estaba erguido, de pie,
dentro del coche. Su cabeza y su pecho, esos que ya no tenía, o mejor
dicho, seguía teniendo, aunque ahora de forma diferente, sobresalían por
encima del techo del vehículo, atravesando la chapa. Tenía conciencia de
los límites de su ser, pero la materia que ahora ocupaba, si es que eso
podía decirse así aquí, era como mucho más sutil y liviana que la del
cuerpo físico que acababa de perder. Hasta el punto de poder
interpenetrar materia tan densa como el metal, con la misma facilidad
con la que antes lo hacía con el aire. Aún con todo, podía seguir sintiendo
ese metal como tal. Era otra nueva sensación, que le permitía apreciar el
espacio intermolecular de la chapa del auto.
Se paró a pensar. Eso, ahora, se asemejaba a retraer los límites de
su atención. Comprimirla, para eliminar detalles innecesarios al caso,
dejándolos fuera. Lo primero que se le vino a la mente, como respuesta a
la pregunta que se estaba haciendo, acerca de qué puñetas podía ser lo
que le estaba pasando, fue que estaba vivo.
En realidad, en ningún momento tuvo impresión alguna
relacionada con la muerte. Sí que se había asustado al enfrentarse por
primera vez a la transformación, preocupándose por las ignotas
consecuencias que suele traer consigo lo desconocido, pero en ningún
momento recordaba haber temido por su vida, ni por la de nadie de los
allí presentes.
Aún no sabía que causa había desencadenado tan extraños
acontecimientos, pero sorprendentemente, tampoco es que le preocupara
mucho. Lo que sí podía recordar con nitidez, era el cómo se habían
desarrollado. O al menos, eso creía.
Otra cosa que parecía haber cambiado, y tampoco sabía el por qué,
era su forma de estar en el mundo. Ahora podía seguir sintiendo sus
piernas, si quería, y sus brazos, sus manos, ojos, pelo, y un cuerpo
completo como el de antes, pero, a la vez, también diferente. Muy
diferente. Parecía como si hubiese entrado en otro mundo, solo que éste
seguía siendo el mismo de antes, aunque comparativamente apreciaba
en él cada vez más diferencias, a medida que se iba dando cuenta de más
cosas. Otra de esas diferencias, que resaltaba con respecto al mundo que
conocía, era que éste parecía regido por la voluntad. Ahora, lo que
deseaba, lo conseguía inmediatamente. Tal como ocurrió con su
sorprendente y repentina puesta en pie, dentro del coche.
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De pronto le asaltó el recuerdo de su trabajo, porque allí era hacia
donde se dirigía. Trabajaba para el gobierno autonómico y en su centro
tenía que fichar a la entrada y a la salida. Si algún día llegaba más tarde
de las ocho de la mañana, tendría que recuperar el tiempo perdido, pero
más aún que tener que recuperar horario perdido, le preocupaba que
alguien pudiera considerarlo un informal. No estaba dispuesto a permitir
que tal cosa sucediera. Aunque eso era antes. En estos momentos, le
daba igual cómo le considerasen los demás y lo que pudiesen pensar de
él.
Lo que ahora le importaba, eran las personas en sí mismas, con las
que sentía una sutil, a la vez que íntima unión, y a las que percibía como
hermanos y hermanas en la vida, como una extensión de sí mismo, aún
cuando todos los allí presentes fueran desconocidos para él.
Al recordar su obsesión por la puntualidad y a diferencia de antes,
ahora no le importaba mucho lo que pudiesen pensar de él, fuese esto lo
que fuese, pasando a ser las personas en sí mismas, lo verdaderamente
relevante, y no sus opiniones. Ahora podía sentir de la misma manera
que sentían ellos, es decir que, si conectaba con algo, sentía lo que allí
había, fuera lo que fuese, incluidas las emociones de la gente. No sabía
muy bien qué era lo que le estaba pasando, ni por qué, pero la conciencia
de sí mismo, no la había perdido en ningún momento. Era curioso.
Cayó en la cuenta de que ya no estaba asustado. Eso también le
sorprendió. No recordaba cuando, exactamente, había dejado de estarlo.
Más bien, como estaba en ese momento, era sereno, tranquilo, y en paz.
Recordaba haber estado asustado, muy asustado, y ese recuerdo trajo
consigo los sonidos, los olores, las imágenes, y el resto de sensaciones y
emociones de aquel momento, que volvió a revivir como entonces, con la
diferencia de que eso, en estos momentos, y desde la distancia de lo ya
vivido, le resultaba gracioso.
Arturo se rio de sí mismo, o mejor dicho, se rio del Arturo que fue
en aquellas circunstancias que acababa de recordar. Desde aquí, tomaba
conciencia de su ignorancia. Había creído que sabía y ahora entendía que
la cuestión no era saber, o no saber, sino ir sabiendo. En un santiamén,
no solo había perdido su cuerpo físico, sino que el mundo con el que se
estaba encontrando después de eso y que tan familiar le resultaba antes,
también se había transformado de forma radical.
¡La de cosas que desconocía! No recordaba haber vivido nunca
antes, tantas experiencias nuevas a la vez, tan diferentes, y tan seguidas
unas de otras.
Los físicos hacía algún tiempo que habían predicho, que al menos
parte de lo que le estaba pasando, era posible, pero tener la oportunidad
de experimentarlo en vivo y en directo, era algo que ni tan siquiera se
había permitido imaginar en sus más íntimas fantasías filosóficas.
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1.4. El bar de Pedro.
Leandro Ortega se subió a la acera, pasando entre las barandillas
metálicas que había sobre los bordillos y sorteando la cinta delimitadora
que habían puesto los policías, uniéndose al grupo de curiosos allí
presente, después de que el policía le dijera que podía marcharse. Una
vez al otro lado, se volvió para mirar el coche de Arturo y se ensimismó
recordando lo que acababa de vivir. Recapituló.
Había salido de su casa un poco antes de las ocho de la mañana,
como hacía habitualmente desde que su salud y su hijo Juan Carlos, el
médico, se lo permitían. Lo habían considerado incapacitado legalmente
para todo tipo de trabajo, jubilándolo anticipadamente por enfermedad,
a causa de las secuelas que le sobrevinieron, tras haber sufrido un
maldito cáncer de tiroides, que obligó a su hijo a extirparle la glándula y
a él a someterse a los protocolos terapéuticos establecidos al respecto,
los cuales incluían un tratamiento con yodo radiactivo, que le convirtió
durante un tiempo en una especie de Chernóbil ambulante. Como
consecuencia de tales protocolos a los que tuvo que someterse, y en
recuerdo permanente de la batalla librada contra el tumor, padecía
también un debilitamiento de su sistema autoinmune y una incómoda
hipersensibilidad a determinadas sustancias químicas, que no paraba de
sorprenderle con erupciones en la piel, dolores de cabeza y musculares,
irritación de las mucosas, y otras incomodidades variadas, que se le
presentaban como reacción ante cosas anteriormente tan cotidianas,
como suavizantes para la ropa, ciertos productos de limpieza,
ambientadores, insecticidas, o aditivos alimentarios, además de
convertirlo contra su voluntad, en cliente farmacéutico dependiente de
por vida.
Afortunadamente, su hijo era cirujano, aunque el hospital donde
trabajaba estaba en otra capital de provincia, vecina, pero distinta de la
suya, por lo que tuvo que irse a vivir con él durante un tiempo. Gracias
al oficio de su hijo, durante todo el proceso había recibido un trato de
favor, que hizo posible agilizar los tiempos de espera, en lo poco que les
quedaba por vender, independientemente de cuál fuese el partido
gobernante, a unos políticos ganapanes y corruptos, que llevaban años
saqueando el patrimonio nacional, incluida la sanidad pública. Su
despertador dejó de sonar entonces, pero toda una vida laboral
madrugando, había creado hábito en su cerebro y seguía despertándose
a la misma hora.
Muchas cosas habían cambiado desde aquello, entre las que se
encontraban algunas de sus costumbres alimenticias. Antiguamente, se
tomaba un café solo y largo tras el aseo matutino, antes de salir a la calle,
y hacia las diez de la mañana, más o menos, salía del banco en el que
trabajaba para tomar un té con limón y un bollo de pan tostado, al que
cambiaba el aliño según los días. Ahora seguía tomando su café
matutino, pero había adelantado la hora de echarle algo sólido al
estómago.
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Durante los primeros días de su forzada jubilación, y una vez
recuperada parte de su antigua salud, disfrutó del tiempo en casa, como
prueba de su nuevo estado vacacional permanente y no deseado, pero la
costumbre y la soledad mañanera, pronto le acabaron animando a bajar
a la calle y buscar un bar donde desayunar, mientras leía el periódico.
Aquel día, camino del bar de Pedro, un bar que había encontrado
en las proximidades, y donde descubrió que ponían unos bollitos rellenos
de jamón serrano, cortado expresamente para el cliente en el momento,
y directamente de la mismísima pata del cerdo, junto con un queso
manchego en aceite que quitaba el sentido, le llamó la atención el jaleo
que se había formado en el semáforo que tenía más adelante, calle abajo.
Le pillaba de paso, así que mientras llegaba hasta allí, pudo observar que,
al parecer, un conductor, o conductora, no se había puesto en marcha al
cambiar el semáforo de rojo a verde, y los de atrás, después de haber
visto frustradas sus expectativas de poder reiniciar su camino, estaban
haciendo uso a discreción de las bocinas de sus coches, en sonora y
escandalosa señal de protesta.
Mientras caminaba hacia allí, observando los acontecimientos,
pensó que no era normal que aquel coche no se pusiera en marcha,
después de la desagradable sinfonía de cláxones que estaba provocando
su inmovilidad. Además, no se veía al conductor, así que no se lo pensó
mucho. Se encaminó directamente al núcleo de los acontecimientos, con
la sana intención de ayudar en lo que pudiese, si es que descubría que
podía ayudar en algo, pero lo que se encontró al llegar al auto le dejó de
piedra: un hombre estaba despareciendo ante sus ojos, o al menos su
cabeza. Era de suponer que, visto lo visto, el resto del cuerpo hubiera
desaparecido antes de que él llegara. Así parecía corroborarlo la forma en
la que las ropas habían quedado sobre los asientos. Y aquel olor tan
raro…
Recordó también a aquel hombre que le huyó como si tuviera la
peste, y al policía que apareció después. Ninguno le creyó cuando se lo
contó, pero ¿quién iba a creer una cosa como esa? Él porque lo había
visto con sus propios ojos y aun así…
Lo cierto es que había visto lo que había visto. Tan cierto como que
ahora veía llegar una grúa, dispuesta a llevarse el vehículo de marras y
despejar la calzada. Allí ya no tenía nada que hacer, pensó.
Siguió su trayecto hasta el bar de Pedro y cuando llegó a la barra,
recibió el saludo habitual del dueño del establecimiento, aquel hombre
de mediana edad, grande y grueso, calvo, con cuello de toro, y con todo y
con eso, cara de buena persona.
-Buenos días ¿Lo de siempre?
-Pedro, no se va a creer lo que he visto.
-¿Y eso?
-He visto desaparecer a un hombre.
-¿Cómo que ha visto desaparecer a un hombre?
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-¿No ha oído el escándalo de los coches en la calle, un poco más
arriba?
-Sí que se oía jaleo, sí, pero eso lo oigo yo aquí casi todos los días.
-Bueno, pues éste era porque un hombre ha desaparecido y claro,
el coche se ha quedao allí plantao, delante de un semáforo, y no veas el
personal, la que ha liao.
-¿Qué ha hecho el hombre, se ha ido?
-Y tanto. ¡Ha desaparecido!
-Como dijo el torero: hay gente pa to –y dicho esto, Pedro se dio
media vuelta y se marchó, dispuesto a preparar el desayuno de Leandro.
-(No ha entendido nada) –pensó éste, y en lugar de cumplir, una
vez más, con lo que ya se había convertido en un ritual de las mañanas
de su ociosa vida, se quedó allí pensando, sentado en aquel taburete de
la barra, en vez de ir a buscar el periódico del día y una mesa donde poder
desayunar tranquilamente, amenizándose con su lectura.
-(¡Estoy tonto! ¿Quién se va a creer lo que he visto? Si yo estuviese
en su lugar, haría lo mismo. Es más ¡Si hasta a mí mismo me está
costando creerlo! ¿Cómo se me ocurre esperar que alguien me crea,
cuando se lo cuente? Conclusión número uno: para ya de hacer el
gilipollas contándoselo a la gente que, si sigues así, solo vas a conseguir
empeorarlo, permitiendo que puedan tomarte por loco).
En éstas estaba, cuando una taza en su plato, con cucharilla, sobre
de azúcar, y etiqueta roja colgando incluida, aparecieron delante de sus
ojos. Era Pedro que le traía el té.
-Gracias –le dijo, como cada día.
-De nada –contestó a su vez Pedro, como cada día; y dicho lo cual,
volvió a marcharse, a terminar de preparar el pequeño bocadillo de jamón
y queso para su cliente, dándole así la oportunidad a Leandro, de volver
a su diálogo interno.
-(Se acabó ir contando por ahí esta historia. Pero… ¿Cómo va a ser
posible que alguien desaparezca? Bueno, el caso es que yo lo he visto con
mis propios ojos; pero también es cierto que, si alguien me lo cuenta, yo
no me lo creo. Y aun así, lo he visto. A lo mejor es a cosas como ésta, a
lo que la gente llama alucinaciones. Pues que lo llamen como quieran,
pero eso no va a evitar que yo haya visto lo que he visto, y lo que he visto
ha sido la cabeza de una persona, esfumándose delante de mis narices.
La cosa es que, si ya ha pasado una vez, bien podría volver a pasar una
segunda ¿Y quién me dice que no pueda pasarme a mí?).
1.5. El chaval.
Tenía diecinueve años y gracias a la recomendación de un amigo
de su padre, había conseguido trabajo como aprendiz de un mecánico de
motos, que tenía el taller en uno de los polígonos industriales de la
ciudad, lo que le hacía el hombre más feliz del mundo.
Habían pasado sólo tres meses, mal contados, desde que le
contrataron y no necesitó para ello tener que seguir estudiando. Se había
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librado, a la vez, del infumable rollo que eran los estudios y de la matraca
que le daban sus padres todos los días, preguntándole si hoy había ido o
no a algún sitio a buscar trabajo, qué sitio era ese, qué le dijeron, qué
dijo él…
Eso cuando no se ponían intelectuales y les daba por intentar
convencerle, para que se matriculara en algún módulo de formación
profesional. Además, y por si todo esto fuera poco ¡Ganaba dinero! Lo
mínimo que se despachaba en sueldos, pero era su primer trabajo ¡Y en
un taller de motos! Definitivamente, tenía motivos para estar feliz. La vida
le sonreía, aunque desde luego, que no se iba a quedar ahí para siempre.
Tenía sus propios planes, pero eso forma parte de otra historia.
Esa mañana, como las de todos los días que iban desde los lunes,
hasta los viernes de los últimos tres meses, andaba camino de la parada
donde tomaba el autobús que debía acercarlo a su nuevo y primer
trabajo, cuando le llamó la atención el barullo que se estaba formando
un poco más adelante. Al llegar hasta allí, le pareció que la causa de
aquel jaleo, era el coche que estaba parado el primero, delante de aquel
semáforo. Y mira tú por dónde, él ahora era mecánico, así que se
encaminó directamente hacia el conductor, dispuesto a ofrecerle todo su
saber profesional, aunque aún estuviese en fase de adquisición. Pero
cuando llegó a la altura del auto, se quedó petrificado.
Allí había ya otro hombre, de pie junto a la puerta abierta, que
parecía haberse quedado pasmao y ahora sabía por qué. En el asiento
del conductor y sobre la palanca del cambio, sólo había unas ropas, pero
en el otro asiento, había una cabeza. Aunque hablando con precisión,
habría que decir que, más que una cabeza, lo que quedaba de ella. Llegó
justo en el momento en el que Arturo se esfumaba a la altura de los ojos.
La imagen de aquellos ojos, intentando salirse literalmente de sus
órbitas, con la evidente intención de escapar a la desaparición que se les
venía encima, le impresionó.
-¿Qué hacemos? –escuchó de pronto.
Cuando pudo reaccionar giró la cabeza y allí estaba el pasmao de
antes, haciéndole la pregunta ¡Y él qué sabía! Acababa de ver desaparecer
la cabeza de un tío y éste le preguntaba ahora qué hacer en una situación
así. Todo lo que pudo contestar fue:
-Eeeeeeeeheeeeheeheeeeh…
El otro se le quedó mirando fijamente. Así se mantuvo unos
instantes, inmóvil, hasta que de pronto le retiró la mirada y se olvidó de
él.
El aprendiz de mecánico estaba en la tarea de reorganizarse, pero
no le resultaba fácil. Miraba a un lado y a otro, con la boca entreabierta,
cuando entró en su campo de visión una tía buena, que se puso a hablar
con el pasmao, el cual hacía ya un rato que había dejado de estarlo. Ese
fue el momento en el que se activó su instinto depredador.
La chica era un poco mayor, pero no estaba mal. No es que fuera
una belleza espectacular, ni mucho menos, pero todos aquellos adornos
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que llevaba puestos encima, eran señal inequívoca de que estaba
sexualmente activa y disponible en el mercado. Iba pidiendo guerra y él
estaba permanentemente dispuesto para tales batallas. Además, había
algo, un no sé qué en ella, que le gustaba y que le proporcionó la
motivación necesaria y suficiente, para reorganizarse a la velocidad de la
luz. Era evidente que era una pija, pero él nunca fue racista con las
mujeres, así que la miró con esa cara que sabía poner, cuando quería
impresionar a una chica, y le dedicó la mejor de sus sonrisas.
La otra, ni corta ni perezosa, y sin interrumpir la conversación que
estaba manteniendo, le correspondió con un “vete a la mierda” gestual.
Durante unos instantes, tan sólo los estrictamente necesarios para alejar
cualquier posibilidad de duda, respecto a su opinión acerca de la poco
sutil invitación a la confraternización que le acababan de hacer, la chica
había fruncido el ceño, detenido la mirada justo al encontrarse con la
suya y con su sonrisa, y al entender lo que él quería que ella entendiera,
simplemente se limitó a retirarle el contacto visual, con un leve pero
evidente gesto de desprecio, y con ello devolvió toda su atención a la
conversación que mantenía con el otro, como si él jamás hubiese existido.
Pero este muchacho no era hombre que se rindiera fácilmente y
menos aún en asuntos como éstos, así que decidió esperar hasta que
terminase de hablar. Cuando la tuviese disponible sólo para él, sin
distracciones, ni interferencias de terceros, volvería a la carga.
Pronto llegó el momento que estaba esperando. La conversación
había terminado y la chica se marchaba. Echó a andar, con la intención
de abordarla, pero le estorbaba la gente, así que decidió rodear el corrillo
por el lado de la calzada, ya que la acera estaba abarrotada y, además,
unas puñeteras barandillas metálicas, de esas que el alcalde ponía en
algunas calles, para poder llevarse su correspondiente diez por ciento de
comisión, le dificultaban el acceso. En eso estaba, cuando casi le
atropella una moto. Era un munipa.
En realidad, eran dos, pero fue el que llegó primero, el que casi lo
atropella. Y encima se dejó la moto mal aparcada, como siempre hacían
estos abusones. Se bajó de la moto con las mismas prisas que trajo para
llegar hasta allí, y empezó a dispersar al personal.
-¡Vamos, vamos! ¡Circulen, circulen!
Mal rollo, pensó. No le gustaban los policías y menos si eran esos
chulos de la policía local, así que se marchó de allí con premura. Buscó
a la chica con la mirada, pero la había perdido. No la veía por ningún
sitio. La había perdido por culpa de aquel maldito munipa. Dedicó
mentalmente al policía y a todo el cuerpo en general, una florida lista de
maldiciones e insultos, y decidió seguir su camino. Llegó hasta la parada
del autobús que debía acercarle a su trabajo y se subió a él cuando éste
se presentó.
Mientras llegaba a su destino, rememoró lo sucedido. Recordó que
le había parecido ver algo así como una cabeza, deshaciéndose en el
asiento del copiloto de aquel coche. Recordó también, que había oído
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decir a la chica que le había gustado, que el conductor se había
marchado, dejando su coche allí. También que, al parecer, el conductor
se había desnudado antes de irse.
-(La de chalaos que hay por ahí) –pensó.
El resto del trayecto, lo pasó recordando a la chica. Estaba buena,
a pesar de su edad, pero parecía un poco gilipollas. Al llegar al taller, ya
se había olvidado de ella, del coche, de la cabeza, del policía, y de todo lo
que le había pasado. En la vida de este muchacho, esa mañana pasó,
anónimamente, a engrosar el conjunto de mañanas insulsas que todos
acumulamos en nuestras vidas y que solemos llamar “una de tantas”.
1.6. La Puri.
Aquel lunes, Purificación Gómez, la Puri para las amigas, había
salido de su casa más temprano que de costumbre. El curso estaba en
su recta final y tenía una cita en la facultad con uno de los profesores del
Máster en Derecho Financiero Internacional y Gestión Empresarial en el
que se había matriculado. El año pasado había conseguido, por fin, su
título de abogada y ya sólo le faltaba el máster para lanzarse al mundo
laboral. Lo suyo no era preparar tediosas oposiciones, ni defender a
delincuentes sucios y malcarados. De hecho, lo suyo no era trabajar. Ese
era un asunto propio de la gente vulgar y corriente, y de mujeres pobres,
o con pocas luces.
Su objetivo en la vida, era encontrar un buen marido que supiera
mantenerla como ella se merecía, en fiel cumplimiento y adecuación a la
tradición familiar, por lo que, mientras llegaba tan glorioso y fundamental
momento, y antes que esforzarse en conseguir fortuna para otras con sus
divorcios, intentar salvar de su merecido castigo a chorizos y asesinos, o
perder los mejores años de su vida encerrada, estudiando para aprobar
unas oposiciones, prefirió prepararse para entrar en el mundo que más
le atraía: aquel donde se movía el dinero, y ese mundo estaba gobernado
por bancos y grandes empresas. Si tenía que encontrar un buen marido,
esos eran dos de los mejores sitios donde buscar.
Además, le encantaba viajar y ella se manejaba perfectamente con
el inglés, gracias a sus estudios en la escuela de idiomas y a las
vacaciones en países de habla inglesa, incluidos los Estados Unidos, que
su padre le pagaba desde que era pequeña. Tanto era así, que la ya casi
dilapidada fortuna de su padre, aún podía ofrecerle la posibilidad de
haber hecho el máster en el extranjero, pero estaba en plena fase de
establecimiento de relaciones formales con un compañero de estudios,
un chico de muy buena familia y sobrado de posibles, que si bien aún no
era el marido perfecto para ella, por no ser precisamente la belleza física
una de sus cualidades, podía servirle, de momento, hasta que encontrase
algo mejor.
El otro tipo de belleza, al no verse, ni poderse comprar ni vender,
no le interesaba lo más mínimo. En su opinión, era el consuelo que les
quedaba a las feas y a las que no habían podido encontrar un marido
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rico, o guapo. No estaba dispuesta a dejarlo escapar, por ahora, en manos
de la primera pelandusca que, a buen seguro, aparecería en cuanto ella
dejase libre el puesto, marchándose fuera del país.
Si se decidió por la abogacía, fue porque este oficio, en el supuesto,
aunque improbable caso, de que no le quedase más remedio que
ejercerlo, era uno de los mejores que conocía para ganar dinero con
facilidad y rapidez, y con poco esfuerzo, ya que la mayor parte de las
veces, bastaba con dar forma legal a lo que el cliente pidiese. Si algo
saliese mal, consecuentemente la culpa sería del cliente, o bien de la
administración y sus representantes, pero nunca suya. Un abogado
siempre gana.
Ese oficio ofrecía una de las mejores relaciones coste/benefico del
mercado, y en su entorno, cualquier mujer que supiera hacer valer su
femineidad, podía competir con ventaja sobre los hombres. Entre los
abogados, las apariencias contaban, y mucho, y a una mujer que supiera
sacarle partido a su físico, se le podrían abrir muchas puertas, con más
facilidad que a un hombre y que a una hembra poco agraciada, menos
hábil, o menos inteligente. Porque ella sí que sabía cómo rentabilizar sus
armas de mujer.
No es que se viera especialmente guapa cuando se miraba en el
espejo, pero fea sabía que no era. También sabía que tenía buen tipo y
que, utilizando adecuadamente ropas, complementos, y cosméticos, se
podían conseguir resultados muy, pero que muy rentables. Eso sin
contar con la cirugía.
Casi tres mil euros le habían costado a su padre cada una de sus
tetas. Pero había merecido la pena. Su padre le había pagado el mejor
cirujano de la ciudad, el cual demostró en ella la justicia de su fama,
porque más que una mejora, en su opinión, y a juzgar por las miradas de
la mayoría de los hombres con los que se cruzaba, le había hecho una
auténtica obra de arte. De hecho, el pasado verano no tuvo competencia
en la playa.
Desde que era niña, antes incluso de que llegase a la edad de
merecer, y como parte de su preparación a ella, su abuela materna, a la
que adoraba, mientras estuvo viva le había repetido hasta la saciedad el
dicho aquel, según el cual, buen culo y buenos modales, abren puertas
principales. Claro está que su abuela tuvo la suerte de vivir unos tiempos
más fáciles que los actuales, para dedicarse a vivir del culo y los modales.
En el siglo XXI había que añadirle al dicho unas buenas tetas, para que
siguiese resultando infalible.
Hoy había tardado más de una hora en darse a sí misma el visto
bueno, antes de permitirse salir a la calle. Había sido más rápida de lo
que era habitualmente, porque la cabeza, el exterior, ya se la había lavado
la tarde anterior, y los bigudíes habían tenido toda la noche para moldear
su pelo lacio y castaño claro. Si no lo había teñido todavía era porque,
siguiendo los consejos y enseñanzas de su sabia y experta abuela, había
aprendido a sacarle partido y a presumir de un pelo sano, al que los tintes
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aún no habían tenido la oportunidad de estropear. Aunque eso no
impedía que estuviera deseando que apareciera la primera cana, para
volverse rubia.
Sus uñas, tanto las de las manos como las de los pies, también
había conseguido dejarlas impecables, mientras la pasada noche, ella y
su madre, veían en la televisión su programa favorito, en su cadena
favorita. Ese que estaba dedicado a explorar e informar, acerca de los
entresijos de las vidas, públicas y privadas, de la gente verdaderamente
importante, tales como cantantes, actores y actrices, toreros, millonarios,
y amantes en general.
La ropa, bolso, zapatos, reloj, anillos, pendientes, collares, y
pulseras que hoy era oportuno utilizar, también habían sido
cuidadosamente elegidos y preparados, antes de irse a la cama. Sólo dejó
para la mañana siguiente, aquello que no podía hacerse antes: la ducha,
el desayuno, el peinado, el maquillaje, y muy especialmente, conseguir
que todo en ella apareciese con glamur, elegancia, y armonía. Y lo que
era muy importante: que los logotipos de las carísimas marcas de
prestigio de todo lo que utilizaba, quedaran bien a la vista, aunque en
realidad se tratara de imitaciones, pero eso sí, de las mejores. Además,
con el arte con el que ella sabía lucirlas, nadie dudaría de su
autenticidad. Una vez considerado que había alcanzado tal objetivo, y
tras la pertinente y minuciosa inspección final, se permitió salir a la calle,
camino del garaje donde guardaba su coche.
Lo que se encontró al salir, la incomodó. Allí había un jaleo
tremendo. Un montón de gente estaba arremolinada en la acera y
alrededor de un vehículo vulgar y corriente, de esos que tiene la gente
vulgar y corriente, y que estaba parado en el semáforo por el que ella
tenía que cruzar para llegar hasta el suyo, un utilitario, pero eso sí, el
más alto de su gama. Diseñado por italianos y muy coqueto, ya que aún
no había conseguido convencer a su padre, para que le comprara el
descapotable alemán que de verdad le gustaba, con los ya exiguos restos
que aún le quedaban, y que su madre todavía no había terminado de
administrar, de lo que en su momento fue una más que generosa
herencia familiar. Pero el semáforo estaba en verde para los coches. Ya
que tenía que pasar por allí sin más remedio, mientras esperaba que se
abriera el paso para los peatones y movida por la curiosidad, se acercó a
un señor que parecía ser el que llevaba la voz cantante en aquel barullo.
-¿Qué ha pasado? –le preguntó.
-No lo sé –contestó el caballero.
Sorprendida por la respuesta, miró al interior del auto y vio toda
una equipación completa de ropa de caballero, esparcida por los asientos
y el suelo. También le llamó la atención aquel extraño olor, que le
recordaba el del aire, justo antes de que se pusiera a llover, en los días
de tormenta.
Estaban hasta los calcetines, metidos dentro de los zapatos, así
que se dispuso a volver a preguntar a aquel señor, el cual, de entrada, ya
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le había servido como práctico test, para corroborar que había
conseguido salir a la calle, una vez más, divina de la muerte, al apreciar
la breve, pero significativa latencia en la respuesta del caballero, y ese
brillo especial que había aprendido a detectar en los ojos de los hombres,
al mirar a una mujer que les gusta.
Fue entonces cuando se cruzó con la mirada de aquel chaval ¡No
podía ser verdad! Aquel niñato le estaba sonriendo con picardía. Entre la
gente que allí se había aglomerado, se encontraba un chaval, vestido con
vaqueros y una camiseta negra con calaveras estampadas ¡Que estaba
intentando ligar con ella! Tenía una pinta de hortera detectable a leguas
de distancia y ese horrible peinado, tan de moda ahora entre los chavales
cutres.
Demasiado temprano para estas tonterías. Ya estaba
acostumbrada a situaciones similares, pero no por eso dejaban de
resultarle desagradables, así que, asegurándose previamente de que le
llegara el gesto de desprecio que le dedicó, le retiró la mirada, se olvidó
de él, y regresó a la investigación que tenía pendiente con el señor de
antes.
-¿Y se ha ido desnudo? –le preguntó, señalando las ropas que
aparentemente había dejado abandonadas aquel hombre, junto con el
coche, como evidencia incuestionable.
-No. Ha desparecido. Se ha ido.
Purificación pensó que éste no era su día. Con lo bien que había
empezado todo. Se encuentra primero con un altercado, camino del
garaje. Luego se topa con un niñato que pretende ligar con ella y para
colmo de males, acaba con un viejo verde que se las da de cultureta de la
lengua castellana. Ignoró la mal pretendida precisión lingüística de su
interlocutor y siguió con sus investigaciones, ya que pensó por un
momento que, si te vas, evidentemente desapareces de allí donde estabas.
No tenía tiempo para perder con disquisiciones lingüísticas.
-¿Y se ha dejado el coche aquí?
En éstas estaban cuando apareció otro señor, dirigiéndose a la
persona con la que ella estaba hablando, sin ni tan siquiera saludar, y
menos aún pedir permiso para entrar en la conversación, con esa falta
de educación tan propia de algunas gentes que tan desagradable le
resultaba, y haciendo la misma pregunta que ella hizo al principio.
-¿Qué ha pasado?
-Ha desaparecido –contestó el otro.
Ya tenía suficiente. Esto le pasaba por mezclarse con la
mediocridad de la gente vulgar y corriente. Y mira que lo sabía, pero una
vez más, la curiosidad había podido con ella. De todas maneras, ya se
había enterado de lo que había pasado: a alguien se le había ido la
cabeza, se había desnudado, y se había largado, dejando sus ropas y su
coche abandonados en la calzada, sin ninguna consideración por el resto
de las personas, especialmente por los demás conductores que
circulaban por allí, ese día.
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-¡Es increíble la poca vergüenza que tiene la gente! ¡Largarse y dejar
el coche en medio de la calle! –fue lo último que dijo, antes de volver a
retomar su camino al garaje.
1.7. El policía local.
Con veintidós años y contando con la inestimable ayuda de un
concejal, familiar de un buen amigo de sus padres, había conseguido
aprobar, a la primera, las oposiciones para el cuerpo de Policía Local de
su ciudad, convirtiéndose así en su día, en el miembro más joven del
cuerpo. Llevaba ya tres de esos veintidós años suyos, trabajando en ello.
Aquella mañana de lunes, de finales del mes de mayo, estaba
multando coches aparcados sin tarjeta, ni pegatina de residente a la
vista, en una calle declarada por el ayuntamiento como zona verde, es
decir, con el aparcamiento restringido y sólo permitido a los vehículos de
aquellos residentes que mostrasen la autorización correspondiente,
cuando H2, la central de su distrito, emitió un mensaje por radio,
preguntando qué agentes estaban más próximos a una determinada
avenida, desde donde alguien había llamado a Base para denunciar una
retención de tráfico. Al parecer, causada por un vehículo detenido, o
averiado. Él fue el elegido para encargarse del caso, así que avisó a su
compañera.
Luisa acababa de incorporarse al cuerpo, hacía tan sólo algo más
de un mes, y se la habían asignado a él como compañera de patrulla. Eso
le enorgullecía, porque significaba que, además de convertirle en jefe de
la patrulla con tan sólo tres años de experiencia, el Superintendente Jefe
ya le consideraba capaz de supervisar a un novato, que además era
mujer. Le dijo que encendiera el prioritario y conectara la sirena de la
moto para llegar más rápidamente, pero que estuviera muy atenta para
desconectarla cuando comprobara que él lo hacía, a fin de no alertar a
los posibles delincuentes, si los hubiera, y evitar que se dieran a la fuga
al oírlos llegar.
Eso de ser el jefe experto de la pareja, le gustaba sobremanera,
porque además de confirmarle su buen hacer profesional y el
reconocimiento de ello por parte de sus superiores, le daba la
oportunidad de testarse a sí mismo, para comprobar hasta qué punto
conocía los gajes del oficio. Además, le permitía entrenarse para cuando
llegara a ser él el Superintendente.
Próximo a su destino, desde la distancia, pudo ver a la gente
agolpada en la acera ¡Y en la calzada! Eso era muy peligroso, porque
alguien podría resultar atropellado. El tráfico estaba bloqueado en el
carril de la derecha, pero por el carril izquierdo seguía habiendo
circulación.
Aprovechando que había visto los semáforos en verde al entrar en
la avenida, había apagado la sirena mientras aceleraba, aunque dejó
encendida la luz azul del prioritario de la moto. Por el espejo retrovisor,
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comprobó que Luisa había seguido sus instrucciones y había hecho lo
mismo.
Teniendo vía libre, aceleró con decisión para llegar cuanto antes
hasta el punto donde parecía que estaba el tapón en el tráfico: un coche
parado delante de un semáforo. Al llegar, estacionó la moto de manera
que ésta sirviera de protección para los vehículos y los peatones que se
encontraban en la calzada, formando una barrera visible para el resto de
conductores, justo detrás de la esquina posterior izquierda del último
coche detenido.
Lo primero que pensó, fue en alejar a todos aquellos imprudentes
de la calzada. Se bajó rápidamente de la moto y empezó a dispersar a la
gente.
-¡Vamos, vamos! ¡Circulen, circulen!
Pudo comprobar por el rabillo del ojo, que Luisa le seguía y estaba
haciendo lo mismo. Había aparcado su moto justo delante del primer
coche parado en la calzada, colocándolos así a todos entre el paréntesis
que formaban ambas motocicletas. Esta chica prometía, pensó, y dado
que aquella aglomeración parecía fácil de solucionar, dejó en sus manos
la tarea de terminar de despejar la calzada de peatones y se encaró con
el que parecía ser el conductor del primer auto.
-¿Es suyo el coche?
-No.
Esta respuesta lo descolocó, porque todo parecía indicar que sí lo
era.
-¿Y de quién es?
-No lo sé.
Como si necesitase confirmar que había errado con sus
suposiciones y a fin de ganar tiempo para reorganizarse, preguntó de
nuevo.
-¿No lo sabe?
-No lo sé.
Tenía que replantearse la situación. Miró fijamente a su
interlocutor, analizándolo. Parecía decir la verdad, pero si él no era el
conductor ¿Quién entonces?
-¿No lo sabe? –volvió a preguntar, impelido por la necesidad de
confirmar que había errado en sus suposiciones.
-No.
-¿Y dónde está el conductor? –preguntó ahora directamente, y
mientras hacía la pregunta, se fijaba en las ropas que había dentro del
vehículo.
-Ha desaparecido.
-¿Y a dónde ha ido?
-No lo sé.
Se quedó mirando fijamente, otra vez, a aquel individuo. Desde
lejos, había supuesto que era el conductor, que se había bajado del auto
porque, al parecer, algo había pasado en el interior, ya que había abierto
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la puerta y estaba de pie junto a ella, mirando lo que quiera que fuese
que pasaba allí dentro, pero parecía evidente que se había equivocado.
Toda la fisiología en la respuesta de aquel hombre, parecía indicar que
estaba diciendo la verdad.
En éstas estaba, cuando alguien muy exaltado se acercó,
dirigiéndose a él con un tono de voz que no le gustó nada.
-¡Estábamos parados en el semáforo y cuando se puso verde, se
quedó ahí!
-(Uno al que hay que vigilar) –Pensó.
Las personas en estado de excitación son muy peligrosas, porque
pueden tener reacciones imprevisibles, pero ya que estaba allí, decidió
intentar obtener algo de información de aquel individuo y de paso, ver si
conseguía calmarlo un poco.
-¿Y dónde ha ido? –le preguntó.
-¡A ningún sitio! ¡No había nadie! – contestó el otro, sin rebajar lo
más mínimo sus niveles de excitación, a excepción justo del final de la
frase.
Algo en aquella respuesta no encajaba. Esa seguridad y firmeza
inicial en la respuesta, se perdía justo al final, pero no tenía tiempo ahora
de ponerse a analizarlo. Lo primero era solucionar el problema de
aquellos coches que estaban interrumpiendo el tráfico y retirar de allí a
toda esa gente imprudente y temeraria, que se arriesgaba en la calzada a
que les atropellara un vehículo, de los que seguían circulando por el carril
izquierdo; pero necesitaba saber lo que había pasado. Pidió aclaraciones.
-¿Cómo que no había nadie?
-Sí, pues eso, que no había nadie dentro del coche. Este hombre
dice que lo ha visto desaparecer –le contestó el sujeto, señalando con la
mano extendida al que había confundido, en un primer momento, con el
conductor del vehículo aparentemente abandonado.
Se le quedó mirando unos instantes, tratando de comprender lo
que le quería decir, pero no lo conseguía, y dándose cuenta de que Luisa
era aún poco resolutiva en eso de dispersar una aglomeración de gente,
aunque ésta fuese de las fáciles, decidió atender primero a lo más
urgente. Ya se ocuparía luego de estos dos.
-Quédense aquí –les ordenó, y decidió ir a echarle una mano a su
compañera.
Con rapidez y firmeza, enseguida consiguió que todos, menos los
dos que parecían saber algo del tema, salieran de la calzada y se situaran
en la acera. Comprendió que disolver la aglomeración allí, le iba a resultar
más difícil, pero también que si la gente no sobrepasaba las barreras
metálicas que había instaladas en los bordillos, para bajar al asfalto, su
seguridad no se vería comprometida más allá de lo habitual. Encargó a
Luisa que usara cinta delimitadora, a fin de que le quedara claro al
personal, que no debían bajarse de la acera.
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-Controla el tráfico cuando acabes –le dijo, y volvió a encararse con
los otros dos, con la intención de aclarar la situación, ahora que podía
dedicarles más tiempo. Se dirigió al más tranquilo.
-A ver ¿Qué es eso de que el conductor ha desaparecido?
-Pues eso, que ha desaparecido.
-¿Que se ha ido?
-No, no. Que ha desaparecido. Yo lo he visto.
-¿Qué ha visto?
-Bueno, yo me acerqué al coche a ver qué pasaba, y aquí –dijo,
señalando el asiento del copiloto –estaba su cabeza desapareciendo.
Otra vez se fijó en las ropas de caballero, esparcidas por los
asientos y el suelo de aquel coche. Los bultos que podían apreciarse en
los bolsillos del pantalón, hacían pensar que estaban provocados por las
pertenencias personales del desaparecido conductor.
El motor había quedado encendido, en punto muerto y sin poner el
freno de mano, cosa ésta última que, en un primer momento, pasó
desapercibida al policía, porque al ser una calle sin pendiente en aquel
tramo, la fortuna quiso que el auto quedara inmovilizado.
Olía raro allí dentro. Un extraño olor, que recordaba a los días de
tormenta, y fuera había un tipo diciéndole que había visto la cabeza de
alguien, desapareciendo. No le gustó aquello. No sabía muy bien si el
tipejo estaba loco, o simplemente le estaba tomando el pelo, pero como
no podía perder el tiempo ante una situación potencialmente peligrosa
para la ciudadanía, decidió continuar sus averiguaciones por medios más
seguros. Echó mano de su radio y llamó a Base, no sin antes asegurarse
con la mirada, de que Luisa estaba cumpliendo correctamente con la
tarea que le había encargado.
Informó de que se había encontrado un vehículo, aparentemente
abandonado en la calzada y con objetos de valor en su interior, ya que
había visto un teléfono móvil asomando por uno de los bolsillos de aquel
pantalón que había en el coche. Les dio la matrícula y pidió, a su vez,
todos los datos que pudieran proporcionarle al respecto. Hecho esto,
volvió con aquel extraño individuo.
-A ver, explíqueme ¿Qué es eso de que el conductor ha
desaparecido?
-¡Si ya lo he hecho! Se lo he dicho: cuando he llegado, sólo quedaba
su cabeza y desapareció.
-(Y dale con lo de la cabeza que desaparece) –pensó, y se preguntó
si aquel tipo no estaría mal de la suya propia. Necesitaba confirmar
aquello.
-¿Oiga, me está diciendo que el conductor del coche ha
desaparecido?
-Hace ya un rato.
-¿Pero eso como puede ser? –preguntó incrédulo.
-¡Y yo que sé!
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En ese preciso momento le llamaron de Base, para darle la
información que había pedido. Nada que le ayudara mucho, de modo que
volvió al interrogatorio.
-Bueno, vamos a ver ¿Sabemos dónde está el conductor de este
coche, sí o no?
-No.
Aquello se estaba poniendo difícil, así que decidió probar en otro
sitio.
-Vale –contestó, y acto seguido se dirigió a los curiosos de la acera,
por ver si allí encontraba alguien que pudiera darle norte del conductor
desaparecido, pero también allí fracasó. Nadie sabía nada.
Algo tenía que hacer. En su trabajo era necesario saber resolver las
situaciones con rapidez y no podía perder el tiempo, parándose a pensar
mucho. Debía tomar decisiones rápidas y eficaces, así que volvió a echar
mano de la radio para comunicarse, esta vez, con H2. Les contó que el
vehículo estaba detenido en la calzada y que, al parecer, el conductor lo
había abandonado, dejándose el motor en marcha. Desde allí, le
ordenaron que mantuviera la situación controlada y, dado que en el
interior de aquel auto parecía haber objetos de valor, pidió que mandaran
una grúa para retirarlo. Antes de que apenas pudiera cerrar la radio y de
una forma apremiante que no le gustó nada, el exaltado le dijo:
-¡Oiga, que yo me tengo que ir!
Ignoró la premura que aquel individuo pretendía imponerle para
atender un asunto que no era el más importante, ni allí, ni ahora.
-Ya. Y usted ¿Qué ha visto?
-¿Yo? Nada. Todo iba bien hasta que el semáforo se puso en verde
y este tío –señalando el coche del tal Arturo Briones –se quedó ahí parado
–contestó enfadado el sujeto.
-¿Qué tío?
-El del coche.
-¿Y usted lo ha visto?
-No.
En aquel tipo había algo que no encajaba. Otra vez había perdido,
de repente, la exaltación y el enfado que tenía. Muy breve y sutilmente,
pero lo había hecho. Aún así, ahora no podía perder tiempo en analizar
eso, por lo que pidió confirmación para asegurarse de que aquel sujeto
no sabía nada.
-¿No ha visto a nadie bajarse del coche?
-No.
Decidió abandonar, de momento, lo que parecía una vía muerta
para sus investigaciones. Eso le funcionaba a veces. Si se quedaba
atascado en alguna situación, salirse de allí y atajar por otro lado, solía
darle buen resultado, así que dirigió la pregunta al otro individuo, el que
parecía un poco loco, pero que estaba más calmado.
-¿Y usted?
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-Ya se lo he dicho. Yo me acerqué al coche y lo vi desaparecer. Era
la cabeza de un hombre.
Esta vez la estrategia de flanqueo no funcionó. El sujeto seguía con
la tontería aquella de la cabeza que desaparecía y él estaba tardando
demasiado en resolver el asunto, así que decidió atajar aquello,
pidiéndoles la documentación a ambos implicados, antes de que se
fueran, y despejar la calle cuanto antes. Cuando el atasco se hubiese
solucionado, si fuese necesario, podría mencionar a estos dos en el
atestado y que el juez, si es que el caso llegaba hasta él, se ocupara en
aclararlo.
-A ver, la documentación.
-¿Qué documentación? –preguntó el otro, que había recuperado
rápidamente la plenitud de su excitación.
-El DNI –le aclaró.
-¡Pero oiga, que yo no he hecho nada!
-(Eso ya lo veremos. Todos decís lo mismo). Ya, ya. Es para el
atestado. Deme su DNI, por favor –le dijo tratando de tranquilizarlo, pero
con firmeza, mientras ordenaba al otro que esperase.
Tomó los datos del documento y los de las matrículas de los dos
coches parados, y cuando le devolvió el documento de identidad, el
individuo le preguntó enfadado
-¿Ya me puedo ir?
-Si – y se dispuso a facilitarle la salida, esperando a darle permiso
para hacerlo, cuando no hubiera riesgo de colisión con otros vehículos.
Una vez terminada la tarea y el exaltado se hubo marchado, se dirigió al
otro individuo.
-A ver, su DNI.
El sujeto ya lo tenía en la mano. Lo cogió, tomó los datos, se lo
devolvió, y le dio autorización para marcharse, cosa que el otro hizo sin
más.
La aglomeración de gente en la acera, no es que se hubiera disuelto
por completo, pero sí que había disminuido hasta poder ser considerada
insignificante. De los que pasaban por allí, alguno se paraba a mirar, pero
no se quedaban mucho rato. Se acercó hasta Luisa y ésta, que lo había
visto venir, en cuanto estuvo a su altura, le preguntó
-¿Qué ha pasado?
-Nada, que un tío se ha largao y se ha dejao el coche abandonao
en la calle. Lo raro es que se ha dejao la ropa dentro y el motor en marcha.
-¿Desnudo?
-Pues no lo sé, porque allí había un chalao que decía que había
desaparecido.
Luisa se echó a reír.
-Pues sí que debía tener prisa el tío. Ha sido rápido yéndose.
-Bueno, el caso es que esto ya está resuelto. Vamos a esperar que
llegue la grúa que he pedido para retirar el coche y nos vamos.
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1.8. La voz.
Todavía estaba tratando de entender qué era lo que había pasado.
Algo le había cambiado a él y al mundo en el que vivía, pero sin
cambiarlos, lo cual le resultaba extraño y sorprendente, porque tanto él
como lo que le rodeaba, seguían siendo los mismos, aunque a la vez, muy
diferentes.
La misma gente, las mismas casas, los mismos coches, las mismas
cosas, pero, a la vez, tan diferentes… Él mismo se notaba cambiado.
Sentía que su lucidez mental se había incrementado de forma
extraordinaria y repentina, como si aquella luz que estaba en todas
partes, estuviese también iluminando todas y cada una de las neuronas
de ese cerebro suyo que ya no tenía, potenciando sus capacidades.
Igualmente, apreciaba en sí mismo una novedosa, intensa, y agradable
sensación de libertad.
Aquel lunes había comenzado como cualquier otro, hasta que
empezó a oler raro dentro de su coche. Después, todo se desarrolló como
en un torbellino. Al principio se asustó mucho, pero todo cambió cuando
se culminó su transformación. Porque se había transformado. Todavía no
sabía muy bien en qué, ni por qué, pero era evidente que se había
transformado.
Por cierto, que a su coche lo estaban trasteando. Había llegado una
grúa y lo estaban enganchando a ella. Era una de esas asesinas de
transmisiones y cajas de cambio, que levantan al coche por un eje y lo
remolcan sobre las ruedas del otro. Menos mal que el suyo había quedado
en punto muerto.
Cuando quiso decirles a los policías y al operario de la grúa que él
estaba allí, fue como si no existiese. Nadie parecía verle, ni oírle. Pero algo
más pasaba. Más cosas extrañas: se dirigió primero al policía que parecía
llevar la voz cantante, pero lo hizo sin andar. Simplemente quería llegar
a algún sitio y allí estaba. Sólo con la intención, había pasado de estar de
pie dentro de su coche, a estar junto al policía. Así de fácil… o de difícil.
El caso es que había atravesado la carrocería de su auto, como si
estuviese hecha de aire, en lugar de metal. Pero el coche seguía siendo el
mismo… ¿O no?
Previamente, ya le había sorprendido sobremanera, la forma en la
que el policía, cuando se introdujo dentro del vehículo para ponerle el
freno de mano, le atravesó impunemente. Como si también él mismo
estuviese hecho de aire.
Evidentemente era el mismo coche, pero como todo lo demás, lo
percibía ahora de manera muy diferente. Los colores, los olores, los
sonidos, aquella luz que todo lo impregnaba, él mismo… Todo era tan
extraño… Y por encima de la inmensidad de todas las rarezas y
novedades que le estaban ocurriendo, él estaba tranquilo. La rareza más
rara para él en ese momento.
Cuando se acercó al policía para decirle que él estaba allí y que
tuvieran cuidado con su coche, éste pareció ni verle, ni escucharle. Quiso
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llamar la atención de aquel agente, poniéndole una mano sobre el
hombro. El policía giró la cabeza hacia él, pero como si no hubiera visto
a nadie, siguió con su tarea, como si tal cosa.
-Espera –le había dicho al operario de la grúa, tras lo cual, se metió
otra vez dentro del auto, para quitarle el freno de mano que él mismo
había puesto anteriormente, y realizar una última inspección ocular de
su interior, antes de que se lo llevasen al depósito municipal.
-(A lo mejor me he muerto) -pensó, ahora sí, porque aquello que le
estaba pasando era extremadamente raro. Sin embargo, estaba
tranquilo. Extrañamente tranquilo, pensó.
-(No estás muerto)
¡¿Quién había dicho eso?! Miró, o al menos eso creyó hacer, a su
alrededor. Nadie le prestaba atención.
-(¿Qué haces aquí?)
Más que oír la voz, la sentía. Era como si estuviese dentro de su
cabeza y, curiosamente, no le causaba inquietud alguna. Le resultaba
extrañamente familiar, aun siendo la primera vez que experimentaba algo
así.
-(Todavía no lo sé muy bien. Acabo de llegar) –pensó sin hablar y,
a la vez, hablando con aquel desconocido.
De alguna manera sabía que estaba… ¿hablando?... con alguien,
pero no sabía con quien, a pesar de que aquella voz le transmitía una
extraña sensación de familiaridad. Había sentido que era alguien que
estaba por allí, pero cuando con la vista, o al menos eso creyó estar
haciendo, escudriñó el entorno en su búsqueda, todo lo que pudo ver fue
gente que se comportaba como si él no existiera. Hasta que “dijo” aquello
de que acababa de llegar. Después de eso, dejó de sentir la presencia.
Siguió buscando, pero de alguna manera, supo que ese alguien, quien
quiera que fuese, ya no estaba con él.
La grúa se llevaba su coche. Los policías la despedían, se montaban
en sus motos y se marchaban. Los pocos mirones que quedaban, volvían
a sus asuntos. Aparentemente, todo volvía a la normalidad. Menos él.
-(¿Y ahora qué hago?) –pensó.
Volvió a acordarse de su trabajo. Hacia él se dirigía, cuando todo
cambió. Quiso estar allí y allí estaba ya, justo delante de la puerta del
centro donde trabajaba. Atravesó el umbral y la puerta, que estaba
cerrada y no pensó en abrirla. Vio justo enfrente a Juan, el conserje,
sentado en su mesa, y se alegró por ello. Sonriendo, se acercó a él, pero
otra vez las cosas, siendo las mismas de siempre, se comportaban de
manera muy distinta. Juan ni siquiera levantó la vista del periódico que
estaba leyendo, cuando se le acercó.
-¡Juan! –dijo, o al menos eso creyó.
Juan levantó la cabeza, pero no lo miró. Miró hacia la puerta y
aunque él entraba de lleno en su campo visual, no hizo el más mínimo
amago de percibir su presencia. Parecía como si no existiera. Juan volvió
a su periódico, como si tal cosa.
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-(¡Claro, eso es!) –Pensó –(¡No puede verme! ¡Para él no existo!).
Acababa de caer en la cuenta de que se había esfumado. Recordó
el momento en el que tomó conciencia de que su cuerpo había
desaparecido y las emociones de aquella situación volvieron, junto con el
recuerdo. Se sintió aterrorizado, pero solo por unos instantes, porque a
continuación, ya estaba siguiendo el hilo de su pensamiento. Si se había
esfumado para él mismo, lo normal es que también lo hubiera hecho para
el resto del mundo. Si él no podía verse…
-¡Un momento! –y se miró.
Podía verse, pero de una manera muy extraña. No tenía forma, o al
menos no una estable y definida. Cuando quiso mirar sus pies, vio cómo
éstos adoptaban la forma que siempre les había conocido, pero ahora
eran de luz, como sus piernas, esa misma luz que estaba en todas partes,
solo que la suya era diferente a todas las demás, al igual que todas las
demás, eran diferentes entre sí, aun siendo siempre la misma. No era la
misma luz, la de la mesa de Juan, que la suya, ni que la del mismo Juan,
ni que la de la pared que el ordenanza tenía detrás suyo, aun cuando
todo estuviera iluminado por la misma luz. En especial, las personas.
La mesa, Juan y la pared, seguían teniendo la misma forma que
recordaba, pero él no. Él era algo así como un foco estelar de luz pulsante
y radiante, que se dilataba y contraía continuamente, pero no de una
forma uniforme, es decir, que había partes de esa estrella blanquecina
que ahora era él, que se expandían, mientras que, simultáneamente,
otras se contraían, y otras aún, ni se movían. Aunque de estas últimas,
habría que decir mejor, que ni se expandían, ni se contraían, porque
moverse, sí que se movían. Todo vibraba. Incluso él.
Cuando se acordó de sus pies y quiso mirarlos, la parte inferior de
esa pulsante estrella que era ahora, tomó instantáneamente la forma de
sus piernas. Le gustó verse así, de luz. Eran sus piernas, las de esta
mañana. Incluso tenía los zapatos puestos, pero todo, hasta los
pantalones, era de luz. Los tonos y la intensidad de su luz, variaban por
zonas, y los colores predominantes, eran el blanco, el dorado y el azul
claro. También había reflejos iridiscentes de todos los demás colores.
Sintió curiosidad ¿Qué pasaría si…? Y lo hizo. Atravesó la pared
que había detrás de Juan y se encontró dentro del despacho de la
directora, pero ella, como si nada. Allí estaba, de espaldas a él, inclinada
sobre su mesa de trabajo y escribiendo con aparente normalidad. Ni
siquiera movió la cabeza. Le puso una mano en el hombro, o lo que quiera
que fuese que ahora era su mano, y como si tal cosa. Ni se inmutó.
Arturo movió su atención. Así se expresaba mejor lo que le estaba
pasando, porque ya no miraba, ni olía, ni tocaba, aunque siguiera viendo,
distinguiendo olores, y apreciando texturas. “Miró” a su alrededor y se
dio cuenta de que podía ver a través de las paredes y aun así, no se
sorprendió demasiado. Podía decidir dónde fijar su atención y allí estaba,
sin estar. Él no estaba allí, aunque de alguna manera sabía que podía
estarlo, si quisiera. Podía tener conciencia de todo lo que estuviese
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pasando en ese lugar, aun cuando él fuese, tan solo, un mero espectador.
Como en una película, solo que ésta era tridimensional.
¿Tridimensional? Multidimensional era una mejor y más ajustada
descripción de lo que estaba experimentando. Aunque no supiera muy
bien todavía, ni lo que era, ni lo que significaba aquello, exactamente.
Recorrió las diferentes estancias de su centro de trabajo, por medio
de esa especie de visionado fílmico multidimensional, que allí podía
practicarse. Sólo necesitó para ello el deseo de saber qué pasaba en cada
habitación. Aquello era mucho mejor que la realidad virtual que había
probado alguna vez, en una feria tecnológica que visitó en una ocasión.
Quizás porque ésta no era virtual, aunque lo pareciese.
Allí aún le estaban esperando, pero no percibía preocupación en
sus compañeros. Raramente se retrasaba a la hora de entrar a trabajar,
pero todavía era temprano, por lo que la esperanza de que acabara
incorporándose a su puesto, seguía viva en ellos. Un atasco, una pegada
de sábanas, un despertador averiado… Con todo, fuese como fuese, nadie
parecía inquieto por su ausencia. El único que estaba algo más
preocupado, era su compañero y amigo Jesús, aunque él también
confiaba en que todavía pudiera incorporarse al trabajo. Se acordó
entonces de Marta.
1.9. Las meditaciones de Leandro.
Cuando terminó su desayuno, pagó la cuenta y se despidió de
Pedro hasta mañana. Tenía que estar en casa para abrirle la puerta,
cuando llegase Luzmila, la señora que venía a ayudarle con las tareas
domésticas, tres veces en semana.
Por el camino, no podía quitarse de la cabeza lo que había vivido.
Cuando pasó por el lugar donde se produjeron los acontecimientos, todo
había vuelto a la normalidad, como si nada hubiese ocurrido, pero la
imagen de aquel hombre, o mejor dicho, de su cabeza difuminándose
hasta desaparecer, se repetía una y otra vez en la suya, como una película
sin fin. En ello estaba cuando, una vez en la casa, llegó Luzmila.
-¿Algo especial para hoy? –preguntó al entrar, con ese acento
ucraniano suyo.
-No, gracias Luzmila. Voy a salir. Ya sabe, si cuando acabe aún no
he vuelto y tiene que decirme algo, déjeme una nota en la cocina, como
siempre. De todas maneras, ya sabe. –Repitió –Llevo el móvil.
-Muy bien –contestó ella, mientras se dirigía al cuarto de baño para
cambiarse, con esa habitual sonrisa suya, que iluminaba sus regordetas
facciones y que ayudada a resaltar una sutil y elegante belleza caucásica,
que sin duda conoció tiempos mejores, pero que aún seguía aflorando a
través de su obesidad y sus más de cincuenta años.
Era relativamente frecuente que se marchase al llegar Luzmila.
Muchas veces lo hacía para no estorbarle en su trabajo, pero hoy, lo que
le motivaba, era la necesidad de tiempo y soledad, para seguir meditando
sobre lo ocurrido.
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Leandro salió a la calle y se dirigió a pie al parque que tenía próximo
a su casa. Allí podría pasear, o sentarse en un banco, como hacía muy a
menúdo cuando el tiempo se lo permitía, a seguir tratando de
comprender el extraño suceso que había presenciado. Todo el camino lo
hizo absorto en estos pensamientos.
Llegó a dudar de su cordura. Había visto lo que había visto, pero
era algo tan increíble… Entre la maraña de recuerdos, búsqueda de
posibles explicaciones razonables y no tan razonables, emociones, y
pensamientos de todo tipo al respecto, había uno que afloraba
recurrentemente: Si ya había pasado una vez, bien podría pasar una
segunda.
¿Pero qué es lo que había pasado? ¿Por qué había desaparecido
aquel hombre? No entendía nada. Y en aquello sí que estaba solo. No
podía contárselo a nadie porque, en el mejor de los casos, no le creerían.
Todavía recordaba la cara que le puso aquel individuo, que se acercó a
preguntarle cuando todo ocurrió, y la espantada que se dio después.
¿Qué puede hacer desaparecer así a una persona? Se le vinieron a
la cabeza lecturas que había hecho de joven, y programas de radio y
televisión que había visto y escuchado, sobre sucesos misteriosos.
Recordó un caso en el que, al parecer, una persona desapareció, dejando
sus huellas solo hasta la mitad del camino, hacia el pozo donde apuntaba
la dirección de sus pasos. Recordaba también otros casos de gente, de la
que contaban que se había visto envuelta en una especie de extraña
niebla y, al salir de ella, se habían encontrado a muchos kilómetros de
distancia. A lo mejor, lo del olor a tormenta tenía algo que ver con lo de
la niebla, pero para eso tendría que haber niebla y allí, él no recordaba
haberla visto por ninguna parte. Otros hablaban de casos de combustión
espontánea, o secuestros y abducciones por extraterrestres…
Los extraterrestres eran la explicación más frecuente para todos
estos casos extraños, pero él, ni tenía muy claro eso de los marcianos, ni
todos estos hechos, en el supuesto de que fuesen ciertos, cosa que
siempre dudó, encajaban con los que había vivido esa mañana. Lo que
más se asemejaba a su experiencia, era el caso de aquella persona que
decían que había desaparecido, después de haber dejado sus huellas en
el suelo, como evidencia de un paseo que parecía haberle llevado a
ninguna parte. Recordaba que la noticia que leyó, informaba de una
desaparición, sin más rastro que las marcas de su paso en el suelo. No
recordaba haber leído nada, acerca de que sus ropas hubiesen sido
encontradas junto a las huellas.
Estaban también, los numerosos casos de denuncias de
desapariciones de personas, que había oído en algún sitio, que se
producían cada año en todo el mundo. Tenía entendido que, en los
archivos policiales de casi todas las naciones, hay cientos de casos sin
resolver, de gente que desaparece sin dejar rastro alguno; pero no
recordaba conocer ninguno, en el que las ropas de la persona hubiesen
aparecido intactas y de aquella forma, en el lugar de su desaparición.
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Aquel cinturón que vio en el coche, estaba entrabillado al pantalón y
correctamente abrochado, así como la camisa. Eso lo recordaba bien.
También recordaba haber visto bultos en los bolsillos de aquel pantalón,
como si aún contuviesen las pertenencias personales de su propietario.
A lo mejor, lo que le había pasado a aquel hombre, no era tan raro
como había creído hasta ahora, pensó. Los medios de comunicación
daban las noticias según se las proporcionaban las agencias, y estas,
muchas veces se nutrían de informes policiales, judiciales y de otras
instancias oficiales. Lo mismo, si esto ya había pasado alguna otra vez,
la policía se había callado ante la prensa lo de las ropas, para evitar que
se
publicaran
informaciones
que
pudiesen
perjudicar
sus
investigaciones, o alguna oscura agencia de inteligencia, pública o
privada, se estaba encargando de ocultar información. Las instituciones
oficiales aborrecen todo aquello para lo que no tienen una explicación
que les resulte conveniente, por lo que prefieren ocultarlo, antes que
reconocer su ignorancia. Pero era tan raro que no recordase ni un solo
caso en el que se mencionase algo parecido… Un buen periodista de
sucesos no pasaría por alto un dato como ese, a no ser que aquello de los
hombres de negro fuese verdad.
No tenía ni idea de las causas de lo que había visto, pero sí que
sabía que él había visto lo que había visto. Eso era un hecho
incuestionable. O casi, porque también hubo momentos en los que dudó.
De hecho, la duda seguía apareciendo aún de vez en cuando, de forma
intermitente y recurrente, pero cada vez con menos frecuencia, y a cada
vez, acababa confirmándose a sí mismo con más rapidez. También
consideró su necesidad de usar gafas para la presbicia y que su vista de
lejos ya no era la de antes, pero no creía que se hubiera deteriorado tanto,
como para tener que dudar de ella en este caso.
¡La matrícula! Si hubiese prestado atención a la matrícula del
coche de aquel hombre, lo mismo podría averiguar algo acerca de su
propietario, pero no se le había ocurrido tal cosa hasta ahora y ya era
demasiado tarde ¿O quizás no? Cabía la posibilidad de que los periódicos
locales dijeran mañana algo al respecto. No era fácil, porque el hecho de
que alguien abandonase su coche en mitad de la calle, sin aparcarlo, no
era una noticia como para hacer vender muchos periódicos, pero quien
sabe, a lo mejor necesitaban rellenar espacio y al día siguiente decían
algo. Mañana lo comprobaría, mientras desayunaba en el bar de Pedro.
1.10. Niemsé.
Marta era su segunda mujer. Aunque en realidad no estuviesen
casados, vivía con ella desde hacía cuatro años y para no tener que andar
dando explicaciones, la solía presentar así. Arturo la conoció después de
su divorcio de Julia, con la que estuvo casado once años. Cinco años
después de aquello, volvió a formar pareja con la mujer con la que ahora
compartía su vida y a la que recordó. Quiso ir con ella y eso hizo, como
cuando quiso estar en su trabajo. Un instante antes, allí estaba, en su
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centro de trabajo, y ahora lo hacía en los grandes almacenes donde Marta
trabajaba. La tenía delante suyo, como a un brazo de distancia y a su
derecha, por lo que podía verle nítidamente la cara.
Habían abierto al público muy recientemente, motivo por el cual
apenas si había clientes, y su mujer estaba hablando con una
compañera. Si Marta ya le gustaba antes, ahora, iluminada por esa luz
que aquí todo lo envolvía, le pareció mucho más bella. La luz, aunque era
extremadamente luminosa, no deslumbraba. Se la podía mirar
tranquilamente, sin sentir incomodidad, por más intensamente que
brillara en ese momento, pero es que, además, hacerlo era serenamente
placentero. Cuando vio a Marta resplandeciendo de aquella manera, se
quedó extasiado.
Se permitió regocijarse en aquella experiencia. Miraba a Marta y
una oleada de nuevas sensaciones le sobrevino. Había sensaciones
familiares, como esa que suele aparecer en el estómago de los jóvenes
recién enamorados cuando se miran, pero había también muchas otras,
que aún no sabía cómo interpretar. Sin embargo, nada de eso impedía
que él estuviese agradabilísimamente extasiado y que, en ese estado de
gracia, hubiese tomado la decisión de concederse tiempo, para disfrutar
del gozo que le producía la toma de conciencia, de que esto no iba a
quedar aquí.
Lo supo porque ahora tenía conciecia de la brutal ampliación que
estaba afectando a sus posibilidades. De una forma que no recordaba, ni
tan siquiera haber llegado a sospechar que fuese posible, y aunque no le
importara demasiado ignorar las causas, tanta novedad empezaba a
abrumarle un poco. Tomó conciencia de que, por alguna razón que
desconocía, ahora el mundo tenía mucha más información disponible
para él, que antes de su transformación. Muchísima más, porque no solo
parecía haber aumentado significativamente la cantidad, la cosa que
menos le abrumaba, aunque también. De forma pareja al aumento en
cantidad, estaba asociado, exactamente, el mismo aumento en calidad, y
eso sí que le agobiaba más. Mientras que con la cantidad, ya tenía
experiencia en manejarse más o menos bien, con la calidad necesitaba
una mayor capacidad de concentración para su asimilación. Mejorar la
calidad, no aumentaba ni disminuía la cantidad, pero la mejoraba.
Aumentar la cantidad, ni mejoraba ni desmejoraba la calidad.
Necesitaba reorganizarse. Lo primero era identificar novedades.
Eso era fácil. Luego, necesitaba comprenderlas y eso era lo trabajoso para
él. Una vez comprendidas, actuar en consecuencia era lo más fácil de
todo. Más o menos así, era como le había ido hasta ahora, desde que
empezó esta historia. Pero antes no era así. Lo último, no era entonces
tan fácil. Quizás por eso fuese, por lo que había tenido la impresión de
haber entrado en el mundo de la voluntad. Ahora caía en la cuenta de
que no era la voluntad, o al menos no era sólo eso. Era la manera de
funcionar del mundo. Aquí y ahora, porque esto tampoco era así antes,
pensó.
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-(Siempre fue así)
La voz parecía diferente, pero reconoció inmediatamente la forma
de resonar dentro de su cabeza.
-(En el mundo del que vengo no) –contestó mentalmente, él también
ahora, y sorprendiéndose a sí mismo, una vez más, con su propia
serenidad.
-(No vienes de ningún mundo. Ni vas. Tú eres el mundo).
No entendió muy bien esa respuesta, por lo que decidió ignorarla y
seguir con lo suyo.
-(Ya. Me refiero a que en el mundo de donde vengo, las cosas, aun
siendo las mismas, eran diferentes. Como más pobres).
-(Te equivocas en una única cuestión: la primera y única cosa que
puede generar diferencia, eres tú)
De alguna manera, Arturo percibió que la voz estaba sintiendo la
confusión en la que le estaban sumiendo sus palabras. La “escuchó”
decir.
-Disculpa. He ido demasiado rápido. Bienvenido. Voy a ser tu…
guía, mientras estés por aquí.
-¡¡¡¿Cómo que bienvenido? ¿Qué es eso de un guía? ¿Dónde
estoy?!!! –contestó Arturo, apresurado por el susto que empezaba a
entrarle por… no sabía dónde.
-Tranquilízate –y se tranquilizó tan rápida y serenamente, que se
sorprendió por ello.
-Ha ocurrido un imprevisto –“dijo” la voz.
-¡Bien, vamos mejorando!
-A ver cómo te lo explico.
-Ansioso me tienes.
-A veces suceden tránsitos extraordinarios. Imprevistos.
-¿Me lo explicas, porfa?
-Normalmente, cuidamos de que las transiciones sean siempre lo
más favorables posible, a las necesidades de mejora de cada criatura,
pero a veces, por interferencias de otros… sitios, otros… más allá,
ocurren casos como el tuyo.
Las preguntas se le amontonaban.
-¿Qué casos? ¿Cuál es mi caso? ¿De qué interferencias hablas?
¿Qué es eso del más allá? ¿Dónde estoy? ¡No me está gustando eso de las
transiciones!
Le pareció escuchar una carcajada. Sí. El tipo, quien quiera que
fuese, se estaba riendo con ganas.
-Para. No estás muerto. Al menos, no todavía.
-Eso. Así da gusto. Tú procurando mejorar la situación, siempre
que se pueda.
-Disculpa. No estaba previsto que experimentaras con todo esto
hasta después de tu muerte, pero aquí también pasan cosas raras. ¿A
que todo esto te resulta muy raro?
-Pffffff. Esto me pasa a mí, to las mañanas.
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-Ya, pues igual de raro resultas tú aquí.
-¡Cojonudo! ¿Entonces, estoy muerto?
-Ya te he dicho que no.
-¿Y vivo?
-¡Pues claro!
-Pues esta vida no se parece mucho a la que yo tenía antes.
Volvió a escuchar la carcajada.
-Digamos, por ahora y para que me entiendas, que estás
conociendo lo que hay más allá de… la tercera dimensión. No
exactamente, pero para entendernos, más o menos algo así como lo que
en tu mundo llamaríais la cuarta dimensión, y las que le siguen, aunque
allí os confundáis al creer que esa cuarta, es el espacio-tiempo, o al
menos con conformaros sólo con eso y creer que, por haber encontrado
el rabo, habéis llegado al hocico. La realidad es multidimensional y los
físicos del mundo del que vienes, hace ya tiempo que se dieron cuenta de
ello.
-Vale, ya te vas expresando mejor.
-Me alegro por conseguir hacerme entender.
-¿Tú no entiendes la ironía? Anda, sigue, a ver si consigues que me
entere de algo.
-Es como las figuras en dos y tres dimensiones. Si vienes del
mundo de las figuras en tres dimensiones, puedes entender a las de dos,
porque tú ya pasaste por ahí, en ese proceso tuyo de desarrollo hasta la
tercera dimensión. Tienes la experiencia de haber sabido desenvolverte
en las tres dimensiones que conoces. Si eres una figura en el mundo de
las dos dimensiones, o bien es porque aún te falta experiencia consciente
en el de tres, y consecuentemente lo desconoces, siendo entonces como
si no existiera para ti, o bien es porque eres una figura del mundo de tres
dimensiones, en su manifestación en el mundo de dos. Ese es tu caso.
Arturo necesitó tomarse un tiempo para reflexionar.
-(¿Mi caso el de uno del de tres, en el de dos? ¿No era yo el que
subía de dimensión? ¡Qué lío!).
El caso es que, sea como fuese, había entendido que, por alguna,
hasta ahora, ignota razón, estaba conociendo lo que había más allá de la
tercera dimensión, de donde le estaban diciendo que él procedía.
-¡Premio! – “escuchó”.
-Oye, y ya que eres mi guía ¿Qué tal si empezamos porque me digas
cual es la ignota razón?
-Si es ignota ¿qué quieres que hagamos con ella?
-Conocerla, por ejemplo.
-Entonces dejaría de ser ignota.
-Exacto.
Arturo aguantó el largo silencio, hasta que ya no pudo más.
-¿Y…?
-Y… ¿Qué?
-¡Que por qué estoy aquí!
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-Ya te lo he dicho. No lo sé, todavía. Solo sé que a veces ocurre.
Muy raramente, pero tenemos experiencia con algunos casos como el
tuyo. Ten en cuenta que todos tenemos cosas por aprender.
Necesitaba reorganizarse otra vez. Si lo había entendido bien, no
había muerto, pero los vivos, ni lo veían, ni lo oían, ni le sentían cuando
les “tocaba”. Por otro lado, estaba vivo y sin embargo, para los vivos era
como si estuviese muerto. Además, ahora estaba “hablando” con lo que
parecía un aborigen de este mundo en el que había… ¿entrado?... pero
no lo veía. Tan sólo sentía su presencia y lo escuchaba, pero no con los
oídos; y él, tan tranquilo.
Empezaba a sentirse algo así, como cuando los adolescentes
descubren su primer vello púbico y piensan ¡ya soy mayor! Solo que, en
su caso, en lugar de pelos, parecía ser que había descubierto la cuarta
dimensión. Esta parte de conocer cosas nuevas, le atraía y le estaba
gustando, pero a la vez, le generaba confusión, y eso ya no le gustaba
tanto.
-Tú y tus prisas.
-¡Hay que joderse, como es esto de la cuarta dimensión! Aquí no
puede uno tener secretos.
-Aún estás recién llegado, como quien dice. Tómatelo con calma
¿Recuerdas aquello de que hacen falta nueve meses para hacer un bebé,
por más gente que pongas en la tarea?
-Si.
-Pues eso. Aplícate el cuento.
-Vale ¿Y ahora qué?
-Pues que estás en el primer mes.
-Cojonudo ¿Oye, esto de hacer de guía, ya lo habías hecho antes?
-Si.
-Pues estamos mejor que queremos.
-Pues mira, sí, detecto ironía ¿A qué te refieres?
-Creo que tú también necesitas un buen repaso.
Arturo volvió a escuchar la carcajada.
-No lo dudes.
-Oye, empecemos por el principio ¿Tú quién eres, rico mío?
Hubo un breve, pero significativo silencio.
-Puedes llamarme Elías.
-Ya. Como el profeta.
-Algo así.
-¡No te digo! Ahora va a resultar que estoy hablando con Elías, el
profeta.
-Algunos de esos que allí de dónde vienes han llamado profetas,
son seres que pueden moverse libremente, más allá de eso que, para
entendernos, hemos llamado las tres dimensiones. Los límites
conscientes del mundo de dónde tú vienes ahora.
-¿Y por qué no puedo verte?
-¿Estás seguro de que no puedes?
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Quiso verlo y eso hizo. Ante sí apareció un ser de luz como él, solo
que, en éste, los tonos azules eran más oscuros y más intensos, con
fuerte presencia del color púrpura, y su luz era más radiante. Tenía la
forma de un anciano, con largas barbas y melena blancas, la piel con un
suave tono dorado, y vestido con una especie de túnica, o hábito, también
blanco. Se parecía al mago de las películas de El Señor De Los Anillos,
pero sin gorro ni báculo, y después de haberse tragado una bombilla
encendida, de las gordas.
-¿Así que tú eres Elías?
El anciano le sonrió.
-Encantado de volver a saludarte, Niemsé.
-¿Cómo me has llamado? –preguntó extrañado.
No le había llamado Arturo, sino algo que había sonado algo así
como Niemsé, aunque no estaba muy seguro, ya que aquí todo era muy
diferente, hasta los sonidos, si es que podían llamarse así.
-Niemsé.
-Mi nombre es Arturo.
-Era. En la Tierra te llamaban Arturo, pero aquí es así como
reverberas tú ahora y como se te reconoce, aunque explicarte esto puede
llevarnos demasiado… tiempo, y por el momento, es preferible emplearlo
en algunos otros asuntos previos. Ya lo entenderás.
-Ya empezamos. ¿No habíamos quedado en que ibas a ser mi guía?
-Si
-Pues entonces ¿qué tal si empiezas a ejercer como tal?
Esta vez, no solo oyó la carcajada. También vio al anciano reírse a
mandíbula batiente.
-Eso es lo que estoy haciendo.
-Pues no se te da muy bien, que digamos.
-¿Y eso?
-Te hago una pregunta y tú, en vez de responderme, me pides que
tenga paciencia.
Nueva carcajada.
-Otra vez tú y tus prisas. Si, te vendrá bien aprender a manejarte
con la espera.
En ese momento, el resto del mundo volvió a aparecer a su
alrededor. No es que hubiera desaparecido, pero mientras estaba
hablando con Elías, se había olvidado de Marta y de todo lo demás.
Era curioso. Llevaba un rato hablando con el anciano, pero parecía
como si el tiempo hubiese quedado congelado. Allí estaba de nuevo Marta,
que seguía hablando con su compañera, y allí estaban también él y Elías,
pero para ellas, como si no estuvieran.
1.11. El instituto.
Mientras contemplaba la escena de Marta hablando con su
compañera, Arturo-Niemsé cayó en la cuenta de que hoy no podría ir a
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casa a comer, y cuando ella llegase, se preocuparía por no verlo allí, sin
antes haberla avisado.
-¡Marta!
La llamó, pero ella, además de parecer no verlo, también parecía
no oírlo. Tan solo un leve gesto y siguió con su conversación, como si tal
cosa.
-(Se me había olvidado) –pensó, y empezó a sentirse inquieto.
Se preocupaba por Marta. Ni siquiera podría avisarla por el móvil,
que, además, se había quedado en el coche, de que hoy no podría ir a
casa a comer. Ese pensamiento le llevó a recordar a Lucia, la hija que su
pareja tuvo con el que fue su marido, hace ya de eso trece años, y que
vivía con ellos. La niña llegaba habitualmente a la casa antes que él, que
hoy no llegaría, y su madre lo haría más allá de las cuatro y media de la
tarde.
Lucia estaba en plena adolescencia y la estaba aprovechando a
tope. Adolescía con todas sus fuerzas, a lo que había que añadir que
nunca terminó de aceptar, que su madre compartiese su vida con otro
hombre que no fuese su padre, por lo que le tenía declarada a Arturo una
guerra soterrada, que estaba aflorando continuamente, y tal y como
estaba haciendo de un tiempo a esta parte, no los esperaría para comer.
Hasta ahí no había problema, pero precisamente para esa tarde, y
con el fin de hacer posible que pudiera visitar al abuelo, él se había
comprometido con la madre, en llevar a la niña, junto con otra
adolescente amiga suya, a la fiesta de cumpleaños de Carmen, una
tercera amistad a la que no conocía, pero de la que había oído hablar.
Así, su madre podría aprovechar la tarde, la primera que tenía libre en
una semana, para visitar al abuelo, pero tal y como se estaban
desarrollando los acontecimientos ahora, era fácil prever que no pudiera
cumplir con su palabra, dándole con ello un sólido motivo a la hija, para
calentarle la cabeza a la madre contra él, una vez más.
Pensó en ir a buscar a Lucia, para avisarla de que no podría llevarla
a la fiesta de cumpleaños, pero acto seguido ya se estaba preguntando
cómo hacerlo. Ni le vería, ni le oiría. Además, a estas horas estaría en
clase. No obstante, se sintió juguetón. Le apeteció explorar cómo
funcionaba este mundo nuevo. Recordó sus “viajes” a su centro de
trabajo y al de Marta, y quiso estar con Lucia. Allí estaba ya, con la
inmediatez tan sorprendente que parecía ser típica aquí, pero para su
sorpresa, no en clase, como esperaba.
Se encontró en el patio de recreo del instituto, repleto de
estudiantes. Debía de ser alguna hora entre las doce y las doce y media,
el horario de recreo del centro donde la niña cursaba segundo de la E.S.O.
Al parecer, él aún no se manejaba muy bien con el tiempo, en esta nueva
situación.
Lucia caminaba en batería por los márgenes del patio, junto a dos
amigas más, de las que conocía bien a una de ellas. Era María Antonia,
más conocida por Toñi, amiga de Lucia desde muy niñas y vecina del
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mismo bloque donde vivían. Era la amiga a la que tenía que llevar esa
tarde, junto con Lucia, a la fiesta de cumpleaños de una tercera. Veía a
la hija de Marta caminar, junto a ésta y a otra amiga más, cerrando el
trío por la derecha, con Toñi en el centro.
Al igual que pasó con la madre, cuando quiso ir a ver a la hija, se
encontró cerca de ella, detrás y a su izquierda, aunque guardando una
cierta distancia. Escuchó la conversación que mantenían.
-No va a venir –decía la que él no conocía.
-¡Qué rabia! –Dijo Toñi.
-¿Y por qué? –preguntaba Lucia.
-Por lo visto tiene partido –dijo la otra.
-¡Qué rabia! –repitió Toñi.
-¡Pero si lo tienes ahí todos los días! –decía Lucia, señalando el
patio.
-Ya, pero no es lo mismo. Míralo. Ni caso.
Arturo-Niemsé comprobó, una vez más, que para desplazarse, todo
lo que necesitaba era querer estar allí. Además, cuando se trataba de
personas, parecía que ni siquiera fuese necesario saber dónde estaban.
Bastaba con querer estar a su lado y allí aparecía él, estuviesen donde
estuviesen. Por otra parte, gracias a esa extraña lucidez mental que venía
asociada a su nuevo estado, la información que percibía ahora del
entorno, era mucho más rica que antes. No solo podía ver y oír. También,
a la par, podía sentir a los demás y eso incluía sus emociones.
Sintió la frustración de Toñi y su atracción por el muchacho del
que estaban hablando, así como supo, igualmente, que hablaban de un
compañero de clase. Sintió también la indiferencia de Carmen, la niña
que no conocía, pero que supo de quien se trataba, al sentir también que
hablaban de la fiesta de celebración de su cumpleaños, prevista para esa
misma tarde, así como el desagrado de Lucia, no por la anunciada
ausencia del chaval, sino por el enamoramiento de su amiga.
-Si, vaya, que te vas a creer tú que porque venga a la fiesta de
Carmen, ya se va a enamorar de ti.
-De eso ya me encargo yo, pero si no lo tengo delante, no voy a
poder.
-Bueno, pero no se acaba el mundo por eso ¿no? Lo ves aquí todos
los días –decía Lucia, haciendo un gesto de barrido con la mano.
-Ya, pero no es lo mismo. Yo quiero estar con él.
-Va a venir Juan Pablo –decía Carmen.
-Ufffff… Menudo coñazo.
-Pues está loquito por ti.
-¡Pero a mí no me gusta!
Era una conversación de adolescentes. No obstante, le agradó
comprobar que Lucia no se había dejado llevar, por esa especie de
obsesión por encontrar pareja, que a veces asalta y domina a algunos
jóvenes, cuando su torrente sanguíneo se ve enriquecido por las nuevas
hormonas, activadoras de la maduración sexual. Sintió su rechazo por
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las actitudes de su amiga hacia el sexo opuesto, y su convicción acerca
de lo absurdo que le parecía perder el tiempo, en el intento de captar la
atención de un muchacho, solo por eso: por ser del otro sexo, fuera como
fuese la persona que estaba detrás de aquellos genitales.
Naturalmente, ella también era víctima de su actividad hormonal,
pero al menos en esto, su actividad cerebral parecía dominante, y si ya
no le resultaba muy agradable el cambio de comportamiento, que a veces
observaba en algunos adultos cuando interactuaban con alguien del sexo
opuesto; cuando los que lo hacían eran sus compañeros y compañeras
de generación, en sus palabras, resultaban patéticos. En su opinión, el
comportamiento de unos y otras cambiaba de forma absurda, según que
hubiera o no alguien del otro sexo de por medio, y que su amiga hiciese
las mismas tonterías que ellos, no sólo le desagradaba; también le hacía
sentirse defraudada.
Aunque Arturo sabía que no era recíproco, admiraba a esta niña.
Su inteligencia y la madurez que mostraba en algunas ocasiones, a pesar
de la edad, y siempre que no tuvieran nada que ver con la vida en pareja
de su madre, le sorprendían y le generaban admiración. En estos
pensamientos estaba, cuando se le ocurrió la idea.
La animadversión, mal disimulada, que Lucia mostraba hacia él, le
coartaba a la hora de demostrarle afecto, pero recordó que ahora las
cosas eran muy distintas. No podía verlo, ni oírlo, ni sentirlo, así que
decidió aprovechar la ocasión, para hacer algo que muy a menudo le
había apetecido hacer, pero cuya sola idea había reprimido con rapidez,
cada vez que se le venía a la cabeza, dada la actitud de rechazo de la niña
hacia él: mostrarle su afecto y admiración con una caricia.
De repente se encontró junto a ella, acariciándole el pelo, pero su
sorpresa llegó cuando Lucia dio un respingo.
-¿Qué pasa? –preguntó Carmen.
La hija de Marta miraba a su alrededor, también con cara de
sorpresa.
-No sé. Qué raro. He sentido como si alguien me acariciara el pelo.
-Hija mía, que tonta estás. Eso son las ganas.
-Sí, seguro –contestó con cara de desagrado.
¡Lo había notado! No lo veía, pero sí podía sentirlo. Esto era nuevo.
Ni el policía municipal, ni la directora de su centro de trabajo, ni Juan.
Ni siquiera Marta. Nadie, hasta ahora, parecía verse afectado por lo que
él hiciese, salvo Lucia.
Buscó a Elías, con la intención de preguntarle al respecto, pero no
lo encontró. No estaba allí. Menudo guía estaba hecho, pensó. Cuando
más lo necesitaba, no podía contar con él.
Decidió experimentar por su cuenta. Acarició a Carmen y a Toñi,
pero la única respuesta que obtuvo de ambas, fue un ligero movimiento
de cabeza. Repitió con Lucia y se repitió su sobresalto.
-¡Otra vez!
-Pues yo no he sido.
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-Yo tampoco.
-Qué raro.
-Anda hija, que se te está yendo la pinza. Míralo. Con los amigotes
y a mí, ni caso.
-A la que se le está yendo la pinza es a ti.
Lucia seguía ya la conversación con sus amigas, como si tal cosa,
pero lo había sentido. Y él había sentido que ella lo había sentido a él.
Esto se merecía una investigación más a fondo.
Se decidió por los chicos, tras eliminar como sujetos de su
experimento a las chicas, por si acaso alguna de ellas pudiera, por ello,
sentir invadida su intimidad. Se acercó al primer muchacho que encontró
y le acarició el pelo. Se sorprendió cuando también se giró bruscamente,
con cara de extrañeza, como buscando quién le había hecho aquello,
aunque solo hubiese sido por un segundo, antes de volver con sus
compañeros de juego, con toda normalidad y como si nada hubiese
pasado.
Lo hizo con otro alumno, pero esta vez el chaval ni se inmutó.
Apenas un ligero movimiento de cabeza, como en el caso de las amigas
de Lucía. Probó con unos cuantos más y pudo comprobar que la mayoría
parecían ignorarlo, pero unos pocos, los menos, reaccionaban a su
contacto, aunque no pudiesen verle.
1.12. Morriña.
Estaba echando en falta la presencia de Elías, para poder
preguntarle respecto al resultado de sus investigaciones, cuando se
sobresaltó al “oírlo” detrás suyo:
-¿Me echabas de menos?
Se giró sobresaltado y allí estaba el anciano, detrás suyo y a su
izquierda, sonriendo.
-¡Joder, qué susto!
Elías volvió a reírse a carcajadas.
-Ya te irás acostumbrando.
-No sé, no sé.
-¿Qué es lo que te preocupa?
-Nadie parece enterarse de que existo, salvo Lucia.
-Y yo.
-Muy gracioso.
-Perdona. Aquí las cosas te pueden parecer muy distintas, pero en
realidad no lo son tanto. ¿No te pasaba antes, que conocías personas con
una sensibilidad especial y otras que, como decíais allí, parecían tener la
misma que el palo de una escoba?
-Pues sí.
-Pues eso. Hay quien ha desarrollado su sensibilidad
suficientemente como para poder apreciar ciertas cosas, y hay quien no.
-¿Entonces, puedo comunicarme con ellos?
- 49 -
-Pues claro, pero te recomiendo mucha prudencia. Antes tendrás
que aprender a hacerlo sin crear problemas. Recuerda el sobresalto de
Lucia, al sentir tu contacto.
-Para eso estás tú ¿No?
Otra vez el anciano, mondándose de risa. Tenía buen humor, el
tocayo del profeta éste.
-Ni yo ni nadie puede enseñarte nada. Sólo tú puedes hacer tus
aprendizajes. Los demás podemos guiarte, ayudarte, informarte,
aconsejarte, proporcionarte datos, oportunidades… Llámalo como
quieras, pero nadie más que tú, puede hacer tus aprendizajes por ti.
-Traducido: algo así como búscate la vida. Al final vas a tener razón,
en que esto no es tan diferente de aquello. Por cierto ¿Cómo sabes lo del
sobresalto de la niña? ¿Y cómo sabes quién es Lucia?
-¿Cómo has sabido tú, que la tercera niña del grupo era Carmen?
Se quedó pensando. Cayó en la cuenta de que aquí había asuntos
muy íntimos de las personas, que parecían estar a disposición de
cualquiera. Lo que antes pertenecía a la intimidad de cada cual, ahora
parecía ser del dominio público. Bastaba con poner la atención en ello y
eso ocurría igualmente con los sentimientos y pensamientos. Ya le pasó
al principio, con la gente a su alrededor, cuando todo esto empezó. Le
acababa de pasar también hace un momento, cuando supo que la otra
amiga de Lucia, era Carmen, solo que entonces no le había dado
importancia. Aquí todo era muy raro y con ese pensamiento, empezó a
sentirse azorado.
-Oye, yo quiero volver a mi vida de antes.
-En el sentido en el que tú lo dices, nadie vuelve al pasado, si no
es de visita.
-¿Quieres decir que me voy a quedar aquí para siempre?
-Tampoco nadie se queda en ningún sitio para siempre, al menos
en el sentido en el que tú lo dices.
-¡Ya estamos! ¿Oye, me voy aquedar aquí para siempre, si o no?
-Muy probablemente, no.
-¿Entonces, puedo volver?
-Es posible.
-¿Cómo que es posible? ¡Yo quiero volver!
-Puede ser.
-Pues venga, vamos ¿Cómo se hace?
-Ya has vuelto. En realidad, nunca te has ido.
-Mira, hoy no estoy teniendo un buen día, así que vamos a
llevarnos bien ¿vale?
-¿Tú crees, que si volvieras a ser el Arturo que eras cuando tenías
quince años, todo volvería a ser igual que entonces?
-¡Pues claro!
-Siempre y cuando suprimas todo lo que has aprendido hasta
ahora.
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Niemsé se quedó clavado. Era verdad. Sólo sería igual, si no
hubiese vivido nada de lo que había vivido hasta ahora, pensó, y el terror
se apoderó de él.
-¡¡¡¿Entonces, no voy a volver nunca?!!!
-¿Quién ha dicho eso?
Nueva clavada de Arturo.
-Yo –Se respondió a sí mismo, más que a Elías.
Ahora lo comprendía. Él era quien había contemplado como real,
la posibilidad de quedarse en este mundo para siempre, y había actuado
en consecuencia. Pero puestos a elegir posibilidades, bien podría haber
elegido cualquier otra, como, por ejemplo, volver a su vida anterior. El
caso es que había elegido la que había elegido, y dado el deseo que en ese
momento tenía, de volver a vivir la vida como la vivía antes,
consecuentemente, se sintió azorado. Ya no lo estaba.
-Me gustas –Oyó decir a Elías.
-¡Eh! Mariconadas, ni una.
-Conmigo no necesitas hacerte el gracioso. En realidad, ni conmigo,
ni con nadie. Ni siquiera contigo mismo. No lo necesitas.
-Pues también es verdad.
-Por eso me gustas.
-¿…?
-Aprendes rápido.
-Hombre, gracias.
-De nada.
Niemsé se tomó un tiempo para reorientarse. Todavía no sabía por
qué, pero el caso era que se había visto desaparecer a sí mismo y, sin
embargo, no había muerto. Según le había dicho Elías, había cambiado
de dimensión, o algo así. Por sus explicaciones acerca de las figuras en
dos y tres dimensiones, entendía que esa desaparición, no era más que
la consecuencia de su transición al mundo de la cuarta dimensión, vivida
ésta desde el mundo de las tres dimensiones, de donde precisamente él
venía, por lo que no tenía ni idea de lo que le esperaba en este otro
mundo, que no era otro que el que acababa de dejar. Esto era así porque,
en realidad, no había cambiado de mundo; había cambiado de
dimensión… o algo parecido. Además, le habían cambiado el nombre por
otro muy raro, pero que, para sorpresa suya, no le resultaba ajeno. Por
si fuera poco, parece ser que esto ya había pasado otras veces, aunque
muy raramente. Y Elías hablaba de otros sitios, otros más allá, que los
llamó él.
-(¡Ya está! Después de la cuarta dimensión, viene la quinta, luego
la sexta, y así. Elías es de la cuarta, pero ni pajolera idea de la quinta) –
se dijo a sí mismo.
-¿Estás seguro?
-¡La leche, con la puñetera telepatía esta de las narices! –y tras el
sobresalto, Arturo-Niemsé tomó conciencia de que otra vez estaba dando
por cierta una posibilidad. De momento, sabía lo que sabía, y lo que
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sabía, lo sabía gracias a su experiencia o, mejor dicho, a la interpretación
que hacía de ella. Aun así, era precisamente su experiencia, la que le
recordaba las numerosas ocasiones, en las que había cambiado de
opinión a lo largo de su vida. Cosas que en determinados momentos
había considerado ciertas, con el tiempo se demostraron falsas, y
viceversa.
Todo aquello que quedase fuera de su experiencia, era tan solo una
posibilidad, y todas ellas tenían la misma probabilidad de hacerse
realidad, o lo que es lo mismo, de pasar a formar parte de su experiencia,
es decir, de él. Eso significaba que, en definitiva, él era quien creaba su
propia realidad. ¡Quien se creaba a sí mismo! Sintió vértigo.
1.13. Marta.
Aquel lunes se presentaba como un magnífico día. En el trabajo,
era el primero de su semana de mañana. Esa semana que alternaba con
las del turno de tarde, al que ella prefería llamar turno de noche, porque
terminaba a las 22:30 horas. Además, gracias a Arturo, podría visitar a
su padre después de varios días sin poder hacerlo.
Había quedado con Arturo, el hombre que le había devuelto la
confianza y la ilusión por la convivencia en pareja, después de las
desastrosas experiencias vividas con el padre de Lucía, antes de
divorciarse, en que él se ocuparía esa tarde de llevar a su hija a la fiesta
de cumpleaños, a la que había sido invitada por una amiga. Estaba de
buen humor y, al parecer, también lo estaba Maripaz, una de sus
compañeras, a la que veía venir sonriendo hacia ella.
-Hola Marta ¿Qué tal el fin de semana?
-Nada especial y menos después del puñetero sábado extra que
tuvimos ¿Y tú?
-Pues lo mismo –y le hizo un mohín con las caderas, a la vez que
sonreía y agitaba la melena -¡Pero hoy es lunes de mañaanaaa!
Mientras Marta iniciaba su manifestación de alegría, en respuesta
a la de Maripaz, tuvo una extraña sensación. Por un momento, le había
parecido escuchar la voz de Arturo, llamándola por su nombre, pero el
impulso ya estaba dado y siguió con lo que había empezado, olvidando lo
que dejaba entre medias.
-¡Siiiiii y estamos en mayo!
-Si, porque en invierno, el turno de tarde es mortal.
-Disculpen ¿Habrá un cuarenta y dos de este modelo?
Era un cliente. Maripaz le contestó rápidamente.
-Enseguida se lo busco –y se marchó camino del almacén del
departamento.
Marta trabajaba ahora en la sección de calzado de caballero. Una
de sus favoritas, porque allí los clientes solían tratar muy bien a las
vendedoras. Agradecían que se les aconsejara en sus decisiones y
decidían sus compras con rapidez, por lo que ella, sabiendo que su
- 52 -
amabilidad era muy probable que fuese reconocida y correspondida, al
quedarse sola con el caballero, le preguntó sonriendo:
-¿Puedo ayudarle yo en alguna otra cosa más?
-De momento no, muchas gracias –contestó amablemente el señor,
confirmando sus expectativas.
Un hombre que, por cierto, tenía un aspecto magnífico. Vestía un
clásico traje de chaqueta azul oscuro, pero sin corbata y, aún así, lo
llevaba con un porte y elegancia, que hacían resaltar aún más la evidente
buena calidad de la tela y de la confección. Además, era alto y guapo. Le
recordaba a su Arturo.
-A usted caballero –le contestó, y se dispuso a marcharse.
En la tienda, esa mañana, aún había poco movimiento de clientes,
por lo que al preguntarse qué podía hacer ahora, se decidió por ordenar
zapatos descolocados en los expositores. Mientras lo hacía, se acordó de
su hija. Cuando le presentó a Arturo, enseguida hicieron muy buenas
migas entre ellos. Arturo sabía ser encantador cuando quería y conquistó
rápidamente a Lucia, que entonces tenía tan solo ocho años y aún no
había entrado en la adolescencia.
La niña cambió radicalmente de actitud hacia Arturo, en el mismo
momento en que le dijo que, en breve, vendría a vivir con ellas. Hasta
entonces, le gustaba estar con él y se alegraba cuando le decía que iban
a salir todos juntos, pero fue informarle de que se iba a venir a vivir con
ellas y su actitud cambió como del día a la noche. De ser su adulto
favorito, de los de fuera de la familia, pasó, en un solo instante, a ser el
más odiado, y eso traía a Marta de cabeza, porque le hacía sentirse como
el salchichón del bocadillo.
No estaba dispuesta a renunciar a Arturo y menos aún después de
lo que había vivido, pero tampoco renunciaría a su hija por nada del
mundo, aunque ésta no parara de ponerla entre la espada y la pared. Y
últimamente, la situación se había agravado.
Lucia había entrado en plena adolescencia. Lo hizo así, de golpe, el
mismo día en el que le sobrevino la menarquia, hace de eso año y medio,
más o menos. En Nochebuena tuvo que ser. Desde aquella cena, que pasó
por derecho propio a formar parte de los anales del anecdotario familiar,
la capacidad de Lucia para encresparla, fue creciendo exponencialmente.
Esta tarde, las tenía que llevar Arturo, a la niña y a Toñi, al cumpleaños
de Carmen, y ella no iba a poder acompañarlos. Miedo le daba.
No es que temiera nada por parte de Arturo. Por ese lado lo tenía
todo asegurado. Lo que le daba miedo, era la que le podía caer encima
esa noche, o al día siguiente, cuando Lucia empezase a calentarle la
cabeza, con la de cosas malas que había hecho su pareja, o que habían
sucedido por su causa, pero prefería arriesgarse, antes que renunciar a
visitar a su padre. La experiencia como madre, le había demostrado que
su capacidad de aguante, tenía los límites mucho más allá de donde ella
había creído que podían estar.
- 53 -
Durante la semana anterior, sólo había podido visitar a su padre
en dos ocasiones y la última fue el jueves pasado. El domingo tuvo
tiempo, pero el sábado tuvo que ir a trabajar y la afluencia de clientes fue
también extraordinaria. Estaba cansada.
Hacía cuatro días que no lo veía, por lo que no estaba tranquila,
aunque ayer hubiese hablado con él por teléfono, como hacía casi a
diario. Tenía ochenta y seis años y se empeñaba en vivir solo, en un
segundo piso sin ascensor, después de haber sobrevivido a dos infartos.
Los hermanos de Marta estaban dispuestos a internarlo en la mejor
residencia que pudiera pagarse con su pensión de jubilación, ella se
empeñaba en llevárselo a vivir a su casa, y él decía que de la suya lo
tendrían que sacar con los pies por delante. Decía también, que si le
pasaba algo grave, para eso tenía el botón rojo, que era como llamaba a
la alarma del Servicio de Teleasistencia. Si no era grave, decía que tenía
teléfonos fijo y móvil, y que todavía podía valerse por sí mismo,
concluyendo como corolario, que podían ir yéndose a tomar viento fresco
todos ellos, si querían.
Marta lo visitaba muy a menudo y aunque para ella supusiera una
tarea más, lo hacía con gusto. No entendía cómo era posible que pudiese
haber hijos que descuidasen a sus padres, como pasaba con sus
hermanos, por ejemplo, y más como en su caso, tratándose de un padre
que se quedó viudo con tres niños pequeños y dedicó por completo su
vida a sacarlos adelante desde entonces, procurando siempre suplir la
falta de una madre en la familia lo mejor que supo y pudo, que fue mucho
y bien.
Con sus frecuentes visitas, comprobaba si todo estaba en orden en
la casa, incluido el frigorífico, si estaba tomando correctamente su
medicación, o si alguna de sus ropas necesitaba lavado y/o planchado.
Inspección que solía dar resultados positivos en todo, menos en la
medicación.
Su padre era de los de la vieja escuela y con tal de no dar trabajo a
su hija, además de gustarle presentar siempre un aspecto impecable, él
mismo se ocupaba de lavar y planchar su ropa. La limpieza de la casa la
hacía también él mismo, ayudado dos veces en semana por una nieta,
una de las hijas de su hermana, que lo hacía encantada con tal de
ganarse unos dinerillos, que el abuelo pagaba con dificultad, pero con
gusto. El frigorífico solía estar suficientemente surtido, aunque nunca
lleno, pero la medicación tenía que vigilársela atentamente, porque eran
muchas las pastillas prescritas por los diferentes especialistas que lo
atendían, y a veces se liaba con las tomas y las dosis.
Esta tarde podría, por fin, visitarlo, después de cuatro días sin
hacerlo. Consideraba que eso era demasiado tiempo, como para dejar
pasar un día más sin verlo, teniendo la posibilidad. Definitivamente sí: el
primer día de la semana, la anunciaba como bastante prometedora.
- 54 -
1.14. La hija de Marta.
Esa tarde estaba prevista la celebración de la fiesta de cumpleaños
de su amiga Carmen. Se conocieron en el colegio y habían pasado juntas
al instituto, lo que le hacía merecedora del minoritario título de vieja
amiga, pero su amiga del alma, la de verdad, la de toda la vida, era Toñi.
Era la amiga más antigua que tenía. Ni siquiera podía recordar cuando
la conoció, aunque sí recordara cómo. Sus padres vivían en la misma
urbanización, un bloque de pisos que ocupaba toda una manzana y que
en el centro albergaba unos jardines comunitarios con piscina. Allí se
conocieron cuando eran muy pequeñas y desde entonces eran
inseparables.
Ese lunes, a las doce, como todos los días de clase, había llegado
la hora del recreo y paseaba por el patio con estas dos amigas. Mientras
lo hacían, comían sus bocadillos y hablaban de la fiesta que esperaban
celebrar esa misma tarde, repasando las asistencias previstas. Entre los
invitados estaba Joaqui, un niño de la clase, del que Toñi decía estar
enamorada y del que Carmen acababa de informarles que faltaría a la
fiesta, porque tenía un partido previamente concertado.
Era miembro del equipo de futbol del instituto, que participaba en
una liga, y de vez en cuando jugaban contra equipos federados de otros
centros. A veces, incluso viajaban a otras ciudades para jugar. Fuera
como fuese, a ella le daba igual. El tal Joaqui le parecía tan idiota como
casi todos los demás chicos de su edad y no entendía cómo era posible
que su amiga flipase en colores por él.
-¡Qué rabia! –había dicho Toñi al enterarse.
-¡Pero si lo tienes ahí todos los días! –le dijo Lucia, señalando el
patio donde Joaqui participaba en un partido, de ese deporte estúpido
que tanto gustaba a los chicos y que consistía en correr detrás de una
pelota, dándole patadas a la misma y a todo el que se pusiera por delante,
hasta conseguir meterla dentro de una portería.
-Ya, pero no es lo mismo. Míralo. Ni caso.
Y era verdad. En realidad, el tal Joaqui no hacía ni puñetero caso
a su amiga. Ni en el recreo, ni fuera del instituto. Tan sólo en clase, de
vez en cuando, se acordaba de ella para molestarla, tirándole bolitas de
papel, poniéndole zancadillas, o escondiéndole los materiales de trabajo.
Un impresentable, como casi todos los de su edad.
A ella quien le llamaba la atención, era Dani. A este chico no le
gustaba el futbol, no se metía con las chicas y sus conversaciones eran
interesantes, cosa extremadamente rara, a esa edad, entre los miembros
de su sexo. En vez de cotillear de unas y de otros, videojuegos, grupos
musicales, películas, o fútbol, él hablaba de cosas como las estrellas, la
formación del universo, curiosidades del comportamiento animal y de la
naturaleza en general, el cambio climático, o la física cuántica.
Le gustaba aquel muchacho, aunque ella decía que por supuesto
que no era porque fuera guapo, sino por lo interesante de las cosas que
contaba. No entendía por qué no sacaba mejores notas. Era un niño de
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aprobados por los pelos, cuando aprobaba, y sin embargo, por sus
conversaciones, era fácil deducir que pasaba buena parte de su tiempo
libre ampliando conocimientos. Además, era como ella: uno de los
marginados de la clase. Uno de los raros. No como Joaqui, que entre sus
compañeros de clase y aún pudiera ser que entre todos los alumnos del
instituto, fuera uno de los que más disfrutaba haciendo el ganso, lo que
paradójicamente parecía convertirlo en uno de los más populares y
admirado por la mayoría.
-Si, vaya, que te vas a creer tú que porque venga a la fiesta de
Carmen, ya se va a enamorar de ti –le dijo a su amiga, en un intento por
devolverla a la realidad y sacarla de ese absurdo estado en el que había
entrado y que llamaban enamoramiento.
En su experiencia, ese estado no traía nada bueno. En las
películas, a veces lo pintaban como algo maravilloso, pero eso era en las
películas. En la vida real, sus padres estaban divorciados y de muy mal
rollo. Su padre, que era homosexual, temiendo el rechazo social, había
tratado siempre de ocultarlo, pero ella lo sabía, como casi todo el mundo,
aunque cuando ella estaba presente, los demás hicieran como si no lo
supieran. Al igual que sabía, que los nuevos “amigos” que su padre le
presentaba periódicamente, eran en realidad sus circunstanciales
parejas.
Por otro lado, su madre, a la que había creído más sensata, desde
la separación había salido con algunos hombres, pero siempre
manteniéndolos a distancia de la familia y sin llevarlos nunca a la casa.
Hasta que dijo haberse enamorado de Arturo. Entonces, afectada
gravemente por la idiotez que parecía provocar ese estado en las personas
que lo padecían, se lo trajo a vivir con ellas.
Su madre, a la que hasta ese momento había admirado por su
lucidez y sabiduría, parecía haberlas perdido por completo, al infectarse
con el maldito virus del amor. Ella, que siempre había estado atenta a
sus necesidades, no se daba cuenta de que meter a otro hombre en la
casa, iba a estropear aún más las relaciones con su padre. Como así fue.
En numerosas ocasiones, lo había escuchado contándole a la gente, cómo
su ex mujer lo echó de su casa, para meter a otro hombre dentro.
Arturo le pareció simpático y divertido en un principio. De hecho,
de todos los amigos que le conoció a su madre, era el que más le gustaba.
Pero no por eso dejaba de ser un extraño. Además, él también debía estar
infestado, porque desde que se fue a vivir con ellas, había cambiado
mucho. Cada vez estaba más gruñón y de más mal genio. Había pasado
de jugar con ella, a incordiarla y molestarla cada vez que tenía una
oportunidad y estaba convencida de que, si por él fuera, ya la habría
echado de su propia casa. Por eso se sentía tan defraudada por Toñi.
Por si no tuviera suficiente con el pastelón que había en su familia,
su amiga de toda la vida, la única persona en el mundo con la que podía
compartir sus secretos, se había dejado infestar por el virus. Se estaba
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quejando de que Joaqui no iba a ir esta tarde a la fiesta, cuando pasaba
con él todas las mañanas de lunes a viernes y algunas tardes.
-Ya, pero no es lo mismo. Yo quiero estar con él.
Esa era otra de las nefastas secuelas de la enfermedad del
enamoramiento: los afectados, a veces decían cosas sin sentido.
Carmen intentaba consolarla, proponiéndole otros portadores del
virus como alternativas a Joaqui, pero para ella era el único candidato
posible para el contagio. De pronto, Lucia dio un respingo.
-¿Qué pasa? –preguntó Carmen.
La hija de Marta miraba a su alrededor, también con cara de
sorpresa. Había sentido nítidamente, cómo alguien le acariciaba el pelo.
Se giró, buscando al autor de la caricia, dispuesta a partirle la cara por
su atrevimiento, pero no había nadie cerca, más que sus dos amigas.
-No sé. Qué raro. He sentido como si alguien me acariciara el pelo.
-Hija mía, que tonta estás. Eso son las ganas –le dijo Carmen, que
hoy estaba graciosa.
-Sí, seguro –le contestó, poniéndole cara de desagrado.
-¡Otra vez!
Lo había sentido de nuevo.
-Pues yo no he sido.
-Yo tampoco.
-Qué raro.
-Anda hija, que se te está yendo la pinza. Míralo. Con los amigotes
y a mí, ni caso.
-A la que se le está yendo la pinza es a ti.
Mientras Carmen y Toñi seguían hablando, ella se quedó pensando
en lo que le había pasado. Juraría que alguien le había acariciado el pelo
dos veces, pero allí no había nadie lo suficientemente cerca de ellas. Por
cierto, que la habían acariciado muy bien.
-¿De qué hablabais? –preguntó a sus amigas.
1.15. Elías.
Sabía sobradamente, que la sobreprotección podía evitar algún que
otro peligro circunstancial al protegido, pero siempre a costa de privarle
de una magnífica oportunidad, para experimentar y aprender a
manejarse por sí mismo con la adversidad, contribuyendo así a la
dependencia, antes que a la independencia, por lo que cuando su nuevo
pupilo lo buscó, esta vez no se le manifestó. Esperó para comprobar su
reacción y pudo apreciar la rapidez con la que lo hacía, solo que, a veces,
esta rapidez era excesiva. Tanto que, en algunas ocasiones, como en ésta,
Niemsé llegó a sentir vértigo.
El vértigo se lo había provocado la rápida progresión mental que
había hecho, que le había llevado más allá de las limitaciones para
comprender que le imponía su actual nivel de conciencia, pero el hecho
de descubrir la inmensidad que le quedaba por explorar, no le asustó.
Antes bien, le estimulaba.
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Se había dejado llevar, y al sentir el vértigo que le provocó descubrir
la abrumadora cantidad de información que ahora tenía pendiente de
asimilar, regresó a niveles en los que se sentía seguro y sabía que podía
manejarse con comodidad. Entonces vino la calma.
A Niemsé le había gustado el descubrimiento que había hecho.
Gustaba de las novedades. Definitivamente, esta criatura le caía
simpática. Era muy prometedora, aun cuando todavía tuviese mucho que
evolucionar.
Todo empezó con una llamada de su Consejo. Cuando Elías se
presentó allí, fue informado de que la premura estaba motivada por un
imprevisto. Un Maestro había informado de que uno de sus pupilos había
hecho una transición anormal. El asunto debía ser importante, porque
en aquella reunión había un Sabio. Los otros tres eran los Maestros
habituales, entre los que estaba Iadimane, uno de sus instructores.
Al parecer, y como era previsible para su nivel de desarrollo, el
sujeto protagonista del imprevisto estaba desorientado y necesitaba
ayuda para adaptarse a su nueva situación, por lo que alguien más
experto que su Maestro, que estaba en proceso de formación en otros
asuntos, debía encargarse de él, y le asignaron el caso. Krionsdinae, el
Maestro que anteriormente trabajaba con esta criatura, le puso en
antecedentes, transmitiéndole toda la información que tenía de este
individuo. No obstante, cuando conoció a Niemsé, lo encontró algo
confundido, pero no tanto como había supuesto que podría llegar a
estarlo. Estaba sorprendentemente bien organizado, para acabar de
sufrir una transición tan brusca e inesperada. No parecía estar sufriendo
demasiado y su luz estaba bastante limpia. Ya había sido informado de
sus características personales, pero fue entonces cuando apreció, por
primera vez y de primera mano, lo rápido que aprendía.
Había características suyas con las que sintonizaba fácilmente,
como su valentía, nobleza, y honestidad, y había otras que le hacían
vibrar de forma estimulante, como su rapidez para reorganizarse. La
misma que desplegaba para desorganizarse. Debía haber practicado
mucho, porque aquel espíritu demostraba una muy buena capacidad de
adaptación a las novedades.
Elías se comprometió a estar muy atento a esta criatura, pero le
sorprendía que no le estuviera resultando una tarea más difícil que otras.
Había tenido trabajos mucho más engorrosos, pero en todos ellos, tutelar
los progresos de otros, representaba una magnífica oportunidad para
probarse a sí mismo y más aún si se trataba de una anomalía, como era
el caso. La facilidad que encontraba en ayudar a su nuevo pupilo, la
interpretaba como evidencia de sus propios progresos, por lo que generó
agradecimiento.
Por razones que desconocía, en algún nivel más allá del suyo, y a
fin de facilitar el desarrollo de determinados procesos en la evolución de
la humanidad, se consideró oportuno ampliar el campo experiencial de
Niemsé de una forma poco habitual, y allí estaba, de golpe y porrazo, con
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un montón de información nueva que digerir. Para Elías era su primer
imprevisto de este tipo. De hecho, de los entes más próximos a él, no
conocía a ninguno que hubiese tenido experiencia directa con algún otro
caso similar, aunque tuviera noticias de ellos.
Sabía de este tipo de anomalías, que se producían en ocasiones
especiales, cuando el habitante de un mundo hacía el tránsito de una
forma que, si bien en el mundo que habitaba en esos momentos, era
infrecuente, en otro podía ser la habitual. La ocurrencia de un tránsito
tan extraordinario, tenía por objetivo generar una gran onda expansiva,
pero había que vigilar que ésta no llegase más lejos de lo previsto y
afectase a otros mundos simultáneamente, procurando que el efecto
deseado se circunscribiera a aquel en el que se producía.
Por primera vez tenía la fortuna y el privilegio, de poder
experimentar directamente con un hecho tan poco frecuente en su nivel
de experiencia. Estaba contento. En el Consejo, había recomendado
alguien con más experiencia, pero le hicieron el regalo a él, por lo que
estaba muy agradecido. Le estaban ofreciendo una magnífica
oportunidad para progresar en su propio desarrollo y no estaba dispuesto
a desaprovecharla.
Niemsé tenía tal motivación por aprender, que lo suyo más parecía
ansia viva por conocer. Allí estaba, juguetón como un niño y
experimentando alocadamente con lo primero que se encontraba, yendo
de acá para allá con cada situación que le llamaba la atención. Iba
deprisa, porque sabía adónde iba, aunque ahora no pudiera recordarlo,
y ese donde estaba lejos. Muy lejos.
Esa era otra de sus peculiaridades que le gustaban: era amplio de
miras. Pero cada vez que se acercaba un poco a su objetivo, al haberlo
hecho demasiado rápido, encontraba que le faltaba algo con lo que
terminar de hacerse con la situación, por lo que para encontrar la
seguridad suficiente y necesaria, que le permitiera recobrar la confianza
en sí mismo, su estrategia consistía en volver atrás, hasta la última
posición segura que recordaba.
Ese era el patrón que Niemsé había seguido últimamente: había
conseguido progresar dando dos pasos adelante y uno atrás. Quizás fuese
el momento de probar otra estrategia y ayudarle a descubrir que ese paso
atrás no tenía por qué ser necesario, si antes de dar el siguiente, se
aseguraba de que no dejaba nada, o apenas nada, por integrar en el
anterior. Dicho de otra manera: no pretender trascender nada, sin
asegurarse antes de haber integrado lo disponible en el momento actual.
El progreso es inevitable, y son muchos y variados los métodos posibles
para conseguirlo, pero según qué circunstancias, unos resultan más
eficaces que otros.
Niemsé estaba ahora familiarizándose con la nueva información
que tenía disponible y que de momento le desbordaba, por lo que aún no
tenía mucha idea de las consecuencias que podrían acarrear sus actos,
en esta nueva situación en la que se encontraba. Además, no había salido
- 59 -
aún por completo del olvido original, al que no tuvo más remedio que
someterse durante sus primeros años como ser humano. Podría actuar
imprudentemente.
Elías necesitaba estar atento para evitar, en la medida de lo posible,
que ocasionara perturbaciones de importancia en el mundo de donde
venía y con el que aún mantenía fuertes vínculos. Uno de los peligros de
los entes ignorantes, es la falta de conciencia de las consecuencias que
pueden conllevar sus actos, lo que puede inducirles a cometer
imprudencias, como consecuencia de su falta de madurez, equilibrio, y
conocimientos. Una evidencia más, de que la ignorancia es la madre de
todos los males.
Cuando terminó de experimentar, Niemsé lo reclamó para
consultarle algunas cuestiones relativas a los resultados. Respondía bien
a sus propuestas y lo hacía rápido.
A Elías le procuraba placer encontrarse con entes desconocidos,
porque solían proporcionarle la oportunidad de desarrollar habilidades,
que no muy a menudo entrenaba. Éste era de los que iban rápido, así
que aprovecharía esta oportunidad para desarrollar esa habilidad, y por
supuesto, la contraria.
1.15. “Chico”.
Mientras esperaban que llegase la grúa para retirar aquel vehículo
aparentemente abandonado, el policía local que la había solicitado pidió
a Luisa, su compañera, que se encargase de seguir controlando el tráfico,
para poder así ocuparse en completar, con el máximo detalle posible, las
notas que le servirían para elaborar la hoja de servicio, que tendría que
entregar al finalizar el turno.
Le gustaba ser minucioso en todo lo que hacía y muy especialmente
en su trabajo. Era precisamente por su experiencia en el cuerpo, aunque
corta aún, y por la atenta observación del proceder de sus compañeros
más expertos, por lo que había decidido que era preferible excederse en
el gasto de tinta y papel, antes que olvidar y dejar pasar detalles que, aun
aparentando insignificancia en un primer momento, podían acabar
siendo relevantes al caso.
No quería que le ocurriese como al que fue su primer jefe de
patrulla, estando recién incorporado, en aquella ocasión en la que les
tocó ocuparse de una reyerta callejera con heridos, cuando tuvo que
salvarle la cara, porque el otro olvidó anotar la matrícula de la moto en
la que huyó, el que resultó ser el principal causante del altercado.
En aquel coche había cosas que no encajaban con un abandono
apresurado: unos zapatos con sus calcetines dentro, unos pantalones
correctamente abrochados, con cinturón incluido, y una camisa, también
perfectamente abotonada y con los faldones por dentro del pantalón, el
cual parecía guardar en sus bolsillos los objetos personales del
propietario. Podía distinguirse claramente un teléfono móvil, asomando
por uno de ellos, motivo principal por el que solicitó la retirada del
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vehículo. Parecía como si, por arte de magia, alguien hubiese sacado de
aquellas ropas, al hombre que las vestía.
Quitó el contacto, ya que el auto aún estaba con el motor en
marcha, y quiso comprobar que el freno de mano estaba puesto, pero la
camisa cubría las palancas del cambio y del freno. Como no quería alterar
la posición de las ropas, con mucho cuidado metió la mano bajo las
prendas. Le sorprendió comprobar que aún estaban calientes, así como
que el freno de mano no estaba activado. Menos mal que en aquel tramo,
la calle no tenía pendiente. Tiró de la palanca y al salir, anotó
minuciosamente sus observaciones, incluyendo el color de la ropa y los
zapatos.
No conforme con sus notas, lo fotografió todo con el teléfono móvil.
También los exteriores del vehículo, desde los cuatro ángulos, matrícula
incluida, como tampoco olvidó anotar mentalmente su propia
imprudencia, al tardar tanto en comprobar que el coche no estaba
bloqueado. Despistes como ese, que podían acabar provocando un
accidente, no eran admisibles en su trabajo.
Cuando vio llegar la grúa, pidió a Luisa que retirase su moto, a fin
de dejar espacio libre para que el operario pudiera enganchar el auto,
mientras él la sustituía en el control del tráfico. Le gustaba esta
muchacha.
Sin que tuviera que decirle nada, una vez quitada la moto de
delante del vehículo y por iniciativa propia, ella se ocupó de retirar la
cinta delimitadora, volviendo luego a buscarlo y liberándolo así, para que
él también pudiese retirar su moto de donde la había dejado y hablar
después con el operario.
Mientras observaba cómo el conductor de la grúa terminaba de
enganchar el vehículo para poder remolcarlo, le pareció sentir una mano
sobre su hombro izquierdo, pero al girar la cabeza no vio a nadie junto a
él. En lugar de extrañarse, recordó que previamente le había puesto el
freno de mano a aquel auto, por lo que pidió al conductor que esperase
unos segundos. Se subió al coche, le quitó el freno con el mismo cuidado
con el que lo puso, y aprovechó para una última inspección ocular,
buscando detalles que hubiesen podido pasarle desapercibidos. No
encontrando nada nuevo, digno de ser tomado en consideración, despidió
a la grúa y fue en busca de su compañera.
-Vamos a la dirección del propietario del vehículo, a ver con lo que
nos encontramos. Es aquí mismo. Sígueme –y salieron en sus motos
hacia allí.
Cuando llegaron a la dirección que le habían dado desde Base, se
encontraron con que el edificio ocupaba una manzana entera y tenía
varios portales de acceso, pero la escalera del tal Arturo Briones, tenía
tan solo dos viviendas por planta. Llamó al piso que figuraba en la
dirección, utilizando el portero automático. A pesar de su insistencia, no
obtuvo respuesta, por lo que decidió probar suerte en el piso del vecino.
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Al primer intento, la voz de una señora mayor preguntó, con tono de
preocupación.
-¿Si?
-Policía local ¿Puede abrir, por favor?
Aun cuando estaba tratando con un videoportero y de haberse
asegurado de situarse frente al objetivo de la cámara, prefirió informar
de su condición de agente de la ley, por si acaso.
El portal se abrió, buscaron la escalera correspondiente, y tomaron
el ascensor. Al salir de él, se encontraron con una señora muy entrada
en años, que los esperaba en el umbral de su casa, con la puerta abierta,
vestida con la clásica bata de boatiné y su imprescindible complemento
en forma de gastadas zapatillas de fieltro, con cara de susto y que nada
más verlos salir, les preguntó, con el mismo tono de preocupación que
utilizó cuando les abrió el portal:
-¿Qué pasa?
-Buenos días señora ¿Sabe usted si vive aquí Arturo Briones? –
respondió el policía, muy profesionalmente, encarándola, a la vez que
señalaba con el pulgar y un gesto de la cabeza, la puerta del piso que
tenía detrás y que figuraba como domicilio habitual del conductor
desaparecido. Se cuidó mucho de mostrar una amable sonrisa, a fin de
tranquilizar a la mujer.
-Sí ¿Qué es lo que pasa? –volvió a preguntar ella, intensificando
aún más el gesto de susto en la cara y el tono de alarma en la voz.
Dado que, al parecer, su intento de calmar a la señora había
resultado en un rotundo fracaso, insistió manteniendo la sonrisa, pero
ampliando un poco más la información.
-Nada grave, no se preocupe. Solo queremos saber si vive aquí el
señor Arturo Briones.
-Sí, pero ¿qué es lo que ha hecho? –contestó ella, aún más asustada
que antes.
No solo no conseguía tranquilizar a la señora, sino que el grado de
alarma que ésta mostraba, aumentaba con cada intervención suya.
Sustituyó rápidamente la sonrisa por un gesto serio y cambió el tono de
voz, por otro más autoritario.
-Señora, ya le he dicho que no pasa nada, que solo queremos saber
si vive aquí Arturo Briones –dijo, con un tono de voz firme y seco.
Aquello sí que funcionó.
-¡Ay hijo, que ya te he dicho que sí! –contestó la señora, cambiando
rápidamente el susto por la aprensión.
-¿Y sabe dónde puede estar ahora? –insistió el agente.
-¡Y yo que sé! Pues estará trabajando.
-¿Dónde?
-¡Pues en su trabajo! ¿Dónde va a ser? ¡Ay mire usted, venga
cuando esté mi hija! –dijo la anciana, empezando a dar muestras de más
nerviosismo y agitación.
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-Señora, tranquilícese. Sólo queremos encontrarlo, porque su
coche ha aparecido abandonado en la calle.
-¡Ay por dios! ¿Qué le ha pasado? –mostrándo aún más
preocupación que antes.
Aquello se le estaba yendo de las manos.
-Señora, que nosotros sepamos no le ha pasado nada. Solo lo
estamos buscando para que recoja su coche ¿Sabe usted donde trabaja?
-Yo solo sé que trabaja para la Junta, pero ya está.
-¿Y no sabe dónde?
-Ay hijo mío, yo solo sé que es muy buena persona. Son muy
buenos vecinos ¿Qué le ha pasado?
-¿Son? ¿Quiénes?
-Pues ellos y la niña.
-¿Quiénes son ellos?
-Pues Marta y Arturo ¿Quiénes van a ser?
-¿Y quién es Marta?
-Su mujer.
-¿Y sabe usted dónde podemos encontrarla?
-Ay mire usted, yo no se na ¿Por qué no viene usted cuando esté
mi hija?
-¿Está usted sola en casa, señora?
-Hasta que no venga mi hija, si.
El agente comprendió que poca información más podría obtener de
aquella anciana que le fuera de utilidad, además del riesgo que parecía
estar corriendo, de ser la causa de una importante subida de tensión,
cuando no de algo peor, en una persona de la que no sería de extrañar
que, por la edad, tuviese problemas con ella y con más cosas, por lo que
se despidió cortésmente y se decidió por llamar al timbre del domicilio del
tal Arturo Briones, en un último intento por confirmar si había o no
alguien en casa.
-¡Si ya le he dicho que no hay nadie! –escuchó decir a la señora,
que se mantenía expectante a la puerta la suya.
-Está bien señora. Muchas gracias por todo.
Luisa ya tenía abierta la puerta del ascensor.
-Buenos días señora. Gracias por su colaboración –le dijo ella,
despidiéndose antes de entrar en él.
-¿Qué hacemos ahora, Chico? –Preguntó Luisa, una vez dentro.
Chico era el apodo por el que era conocido su jefe de patrulla. Así
le llamaban en su casa desde niño y era el nombre con el que se
identificaba, hasta el punto de que muchas personas ignoraban su
auténtico nombre de pila. Era frecuente que no se diese por aludido, si
alguien le llamaba Ángel.
-Bueno, hemos hecho cuanto hemos podido. Lo haremos constar
en la hoja de servicio. Mientras tanto, sigamos con la patrulla.
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Capítulo 2. Procesos de Integración.
2.1. Mandelbrot, Bateson, y los puzles.
Esta nueva situación le desbordaba. Arturo-Niemsé se daba cuenta
de que hasta su manera de pensar había cambiado. Ahora la lógica no
tenía que razonarla, como antes. Simplemente aquí, se practicaba. El
hecho era que aquí, pensamiento y acción parecían ser la misma cosa.
No como antes, que primero pensaba qué hacer y cómo, y después decidía
si hacerlo o no. Aquí, pensar en hacer algo suponía estar ya haciéndolo.
Si quería estar en algún sitio, allí estaba. Si quería ver, o estar con
alguien, allí estaba.
Otra cosa que también había cambiado era el tiempo. Antes era
más lineal. Los acontecimientos se sucedían uno detrás de otro y el
tiempo transcurría para todos más o menos igual. Ahora parecía no tener
por qué ser así. Cuando Marta charlaba con su compañera y él se
entretuvo hablando con Elías, al volver a prestarle atención a ella, se la
encontró donde la había dejado. Parecía como si el tiempo se hubiera
congelado para Marta, mientras él hablaba con Elías. Antes, podía
quedarse absorto en algo, y al volver de su ensimismamiento, unas veces
le parecía que el tiempo había transcurrido muy rápido, y otras muy
lento, pero siempre transcurría. Ahora esa ley parecía haber prescrito.
Había cambiado de dimensión, o se había muerto, o se había
transformado en no sabía qué, todo a la vez, o vaya usted a saber. El caso
era que, desde su punto de vista, estaba vivo. Eso era evidente y puestos
a elegir puntos de vista, éste le pareció magnífico, de modo que ahora,
siguiendo con la elección de posibles opciones, decidió seguir viviendo su
vida, fuese ésta la que fuese y como quiera que fuese en esta nueva
situación en la que se encontraba, lo más intensamente que pudiera.
Se dijo a sí mismo que, ya que estaba allí, en vez de perder el tiempo
añorando tiempos pasados, le sería más útil y rentable dedicarse a
conocer de qué iba esto, puesto que cuanto mejor conociera el medio,
mejor podría manejarse en él. Por cierto ¿dónde estaba Elías? Quería
preguntarle al respecto.
-¿Me buscabas? –lo oyó decir, apareciendo de repente a su lado.
Niemsé dio un respingo.
-¡Joder! No me acostumbro.
-Ya lo harás.
-Pues mientras tanto, tengo un montón de preguntas para ti.
-¿Y a qué estás esperando?
Ahora no sabía por dónde empezar. Eran tantas las novedades, que
se le amontonaban las preguntas.
-Empecemos por ti. ¿Tú quién eres?
-Ya te lo dije. Puedes llamarme Elías.
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-Ya, ya. No me refiero a eso. Quiero decir que quien eres ¿Eres una
persona, un espíritu, un ángel, un demonio, un dios, un fantasma, el
auténtico Gandalf…?
-En tu mundo me han llamado todo eso y más cosas, pero en
realidad soy lo mismo que tú.
-¿Una persona?
-También.
-Pues en mi mundo, las personas no aparecen y desaparecen así
como así.
El anciano rio a carcajadas otra vez. Parecía resultarle muy
divertido a aquel ser.
-Sí que me resultas divertido.
-¿Tú ves? Esa es otra cosa a la que todavía no me he acostumbrado.
Aquí hay que tener cuidado con lo que se piensa.
-¿Por qué?
-Pues porque aquí, es como si pensaras en voz alta.
-Así podría decirse, si, pero, ¿dónde está el problema?
-Es como si estuvieras desnudo ante los demás.
- ¿Y…?
-Pues que me gusta mantener intacta mi intimidad.
-Pues hazlo.
-¿Y cómo, si me lees el pensamiento?
-¿Y qué problema tienes con ello?
-Oye ¿vamos a ponérnoslo fácil, o difícil? Te estaría muy agradecido
si respondieses a mis preguntas, en vez de contestarlas con otra.
-¿Y vas a seguir enfadándote, como cuando eras un niño, si las
cosas no salen como tú quieres?
-¿Lo ves? Ya me estás respondiendo con otra pregunta.
-¿Y dónde está el problema? ¿Acaso no es eso una respuesta?
-Sí, pero no la que yo esperaba –y a la vez que lo decía, caía en la
cuenta de que el problema no estaba en Elías, ni en sus preguntasrespuesta, sino en él mismo. Estaba haciendo preguntas y recibiendo
respuestas, solo que las respuestas no eran las que esperaba. Se estaba
comportando como un niño pequeño y se lo estaban evidenciando.
-Vale –dijo, reaccionando con rapidez –Volvamos a empezar ¿Me
puedes explicar qué es lo que me ha pasado?
-Hasta donde yo sé, has sido elegido para protagonizar una
experiencia extraordinaria.
-¡Y tan extraordinaria! Míralo. Además de profeta, el chaval nos ha
salido lumbreras, pero ¿qué es eso de que he sido elegido?
-Lo que te está pasando, no es muy frecuente.
-Ya ¿Y me lo cuentas, o me lo preguntas?
-Lo normal, en el mundo del que vienes, es que los tránsitos se
hagan por medio de lo que allí llamáis muerte, pero en tu caso se ha
producido de otra manera.
-¡No me jodas! ¿Me estás diciendo que me he muerto?
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-Si interpretas lo que digo, corres el riesgo de equivocarte. Te sería
más útil ceñirte a los hechos.
-¿Y cuáles son los hechos?
-Que digo lo que digo y ya te he dicho que no estás muerto. Has
hecho la transición sin morir.
-¿Entonces estoy en el mundo de los muertos, o de los vivos?
-Sigues interpretando y cuando lo haces, añades tu interpretación
a los hechos, con lo que los deformas.
-Vale ¿Puede saberse entonces, dónde puñetas estoy?
-Imagina que anoche te quedaras dormido, hasta que hubieran
pasado mil años. Al despertar, no lo harías en otro mundo, pero te lo
parecería. Imagina que te duermes cuando las guerras todavía se hacían
con piedras y despiertas en pleno siglo XXI. Hasta la geografía sería
diferente, aun siendo la misma, pero al saltarte los progresos que han
necesitado hacer tus congéneres para llegar a la Luna, te faltaría mucha
de la información necesaria, para poder comprender los cambios que
encontrarías.
-¿Entonces, aquí es donde venimos cuando morimos?
-Sí y no.
-¡Ya estamos de albañiles! A ver si te aclaras, porque no me entero.
-¿Lo entendiste cuando te expliqué lo del salto dimensional?
-Más o menos, creo que sí.
-Bien, pues sigamos con el ejemplo. Al morir, te liberas del cuerpo
físico y de las limitaciones que impone una densificación tan intensa de
la energía, como la que se manifiesta en el mundo del que vienes,
pudiendo entonces moverte con más libertad por lo que allí llamáis el
más allá, que en realidad no es otra cosa que el mismísimo más acá. ¿Has
oído hablar de Benoit Mandelbrot y su geometría fractal de la naturaleza?
-Si.
-Pues el universo es fractal y cuando digo el universo, no me refiero
solo al astronómico. También a eso que los físicos del mundo del que
vienes, han llamado multiverso. Lo cierto es que no hay más que una
única realidad, pero está compuesta de tantas otras como puedas
imaginar. Un único patrón, reproduciéndose a sí mismo. Como un
fractal, que cuanto más crece, menos se parece, aparentemente, al patrón
original. De hecho, si recuerdas, los fetos de un pez, un pájaro, y un
humano, son casi iguales en sus primeros días de vida, pero a medida
que van desarrollándose, se van diferenciando cada vez más. En la misma
medida que te vas retrotrayendo al origen de las cosas, te vas acercando
a la unidad. En tu mundo, la propia naturaleza lo expresa de muchas
otras maneras. De ahí, por ejemplo, el dicho darwiniano aquel, por el cual
la ontogénesis recapitula a la filogénesis.
-Me estoy perdiendo.
-Ten paciencia y atiende, y así vas practicando. Estoy en ello. El ojo
que tenías antes, no se parecía mucho al dedo gordo de tu pie ¿verdad?
Y sin embargo, ambos eran parte de tu cuerpo. Partes de ti. Tenían
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formas y funciones muy diferentes y aun así, si alguien te metía un dedo
en el ojo, la molestia, aunque se originara allí, la sentías en todo tu
cuerpo, y hasta el dedo gordo de tu pie se dolía, porque tú también eres
un todo. Un todo formado por partes, que a la vez es parte de otro todo
mayor, que a su vez está formado por partes, de modo que ese todo
mayor, es también la parte de otro aún mayor. Dicho esto, imagina ahora
un gran puzle de muchas piezas. Cuando consigues integrar
correctamente cada pieza con sus adyacentes, tienes el puzle completo.
Una vez que hayas integrado cada una de las partes, entonces podrás
trascender de las partes al todo completo, el cual no es más que una de
las piezas de otro puzle mayor. Ese proceso de integración suele hacerse
pieza a pieza, pero en tu caso las últimas piezas de tu último puzle, se
han integrado de una manera algo diferente a la habitual. De hecho, tú
no has dejado tu cuerpo físico como suele hacerlo la mayoría de la gente.
No has muerto. Lo que te ha ocurrido es que, al liberarte del cuerpo físico,
te has liberado también de buena parte de las limitaciones a las que
estabas sometido en tu vida en la tierra, y lo has hecho tan rápidamente
y de una manera tan poco habitual, que a todos nos ha sorprendido, no
solo a ti. Por eso te ha parecido que estás en otro mundo diferente,
cuando sigues en el mismo. Lo que ha cambiado, es tu forma de estar en
él. Digamos que has pasado a otro nivel. Como ya te dije antes y tú mismo
estás comprobando, la realidad es multidimensional. Has cambiado de
plano. Estás en otro, más allá de la vida física, una vez que te has
desprendido del cuerpo.
-¡Ostias! Oye, y entonces ¿esto es lo que les pasa a los muertos?
-Ya te he dicho que el universo es fractal. Los antiguos, mucho
antes de Mandelbrot, lo expresaban diciendo aquello de “como es arriba,
es abajo y como es abajo, es arriba”. Lo que llamáis muerte allí de donde
vienes, no es más que el tránsito del mundo terrenal a otro diferente, más
sutil. El mismo tránsito que tuviste que hacer para nacer en la Tierra,
pero al revés. Tu esencia y la mía, que también son la misma, es inmortal.
La muerte en términos absolutos, no existe. Tan sólo puede hablarse de
muerte en términos relativos, de modo que lo único que acaba con lo que
llamas muerte, es el cuerpo físico que utilizaste, que en realidad tampoco
acaba, sino que, como todo lo demás, se transforma. Cada uno de
nosotros, somos como una gota de agua en ese infinito océano que es El
Todo, y siendo una gota somos, en consecuencia, el océano entero.
Terminaré de responder a tu pregunta, diciéndote que estás en un mundo
intermedio, visitado a veces por vivos y por algunos de los que llamas
muertos, que pasan por aquí, pero cuyo destino está en otro sitio.
-¿Algunos?
-Si. No todos vienen aquí.
-¿Y a dónde van?
-Pueden hacerlo a muchos otros… sitios… lugares. Por ejemplo,
hay almas que necesitan… digamos que… reparaciones en su energía,
aunque también hay quien pasa directamente a nuestro mundo, el…
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vamos a llamarlo espiritual, para ayudarte a entenderlo. Parte de la salsa
de la vida, está en la variedad.
-Oye, por cierto ¿y por qué parece costarte trabajo encontrar
algunas palabras?
-Porque tengo que traducir el concepto, de manera que puedas
entenderlo.
-Pues por lo que tardas, debe ser mucha la distancia entre el
concepto y mi capacidad para reconocerlo. Oye, hablando de otra cosa
¿Decías que algunos vivos vienen por aquí? ¿Como yo?
-No. Tú, aquí y ahora, y al menos para mí, representas un
imprevisto. No siempre, pero es frecuente que los vivos que vienen por
aquí, sean humanos evolucionados, o que se han sometido a un
entrenamiento específico, hasta conseguirlo. Para que lo entiendas,
funciona, más o menos, como lo que algunos cuentan por allí, al respecto
de los viajes astrales.
-¿Entonces, todo ese cuento de los viajes astrales es verdad?
-Todo no y por eso lo has llamado un cuento, pero hay cosas que
sí. Es cierto que, en estos temas, hay quien vive del engaño,
aprovechándose a conciencia de la ignorancia y credulidad de algunas
gentes y de su dificultad para comprobar por sí mismos, lo que tú estás
experimentando ahora de primera mano, presentándose falsamente
como gurús, médiums, o pretendidos guías espirituales. Su mensaje
puede tener un barniz de verdad más o menos grueso, que solo sirve para
tratar de ocultar su falsedad, pero se detectan fácilmente por su apego a
lo material.
-Entonces, en qué quedamos ¿Hay, o no hay un plano astral?
-Llámalo como quieras, pero es donde tú estás ahora.
-¡Güai! ¡Estoy haciendo un viaje astral!
Ahora empezaban a encajarle mejor algunas cosas. Por eso era
capaz de viajar a cualquier parte en un pis-pas, y por eso no le veían en
la Tierra, y su olfato estaba hipersensible, como su oído y su vista, que
ahora parecían los de Superman, atravesando las paredes. Eso que
decían del viaje astral, resulta que era verdad. Él estaba ahora en ese
mundo.
Precisamente, pensar en la posibilidad de estar en otro plano
existencial, fue lo que le llevó a recordar algunas de las cosas que le había
dicho Elías, como que hay todavía un tercer mundo, al que había llamado
el espiritual y para el que éste en el que estaba, era como una especie de
puente entre él y el material. Si lo había entendido bien, era a este tercero,
a donde iban las almas de los muertos, a excepción de las averiadas por
el camino.
-Oye, ahora que caigo ¿Cómo era aquello que dijiste de las
reparaciones de las almas? No sabía que hubiera mecánicos de la energía.
-Hay criaturas que, en su vida en la Tierra, han necesitado que se
desestabilice mucho su… energía, por sus resistencias a progresar,
necesidades de aprendizaje, deudas kármicas, o por cualquier otra razón.
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Lo que tú llamarías personas que han sufrido mucho en la vida, por
ejemplo, que han mantenido un estrecho contacto con el mal, bien
padeciéndolo, o bien practicándolo. Estos entes necesitan… digamos que
recargarse y regenerarse, antes de reintegrarse al mundo que hemos
convenido en llamar espiritual, porque está más próximo a la totalidad,
El Todo, pero que también podíamos llamar mundo de la energía, por
estar más próximo a La Fuente, a la que, por cierto, también a veces hay
que devolver algún alma que otra, malograda por el camino.
-Al infierno ¿No?
-El infierno en el que estás pensando, solo existe en vuestras
mentes.
-¿Al cielo, entonces?
-Lo mismo te digo.
-Alucinante.
-Es normal. Es como si estuvieras en el primer mes, de los nueve
que se necesitan para parir. Aquí es como si fueras un niño muy pequeño
ahora.
-Menos mal que soy un hombre.
-Será porque así lo has decidido.
-¿Cómo? ¿Que yo he decidido ser un hombre? No sé qué pensaría
de eso mi madre.
-Tu madre no creo que tenga nada que objetar al respecto.
-Pues ella siempre quiso tener una niña.
-Si, pero tu sexo no lo eligió ella. Tú elegiste ser varón.
-¿Si? ¿Y la genética tampoco tiene nada que decir aquí?
-La genética es la causa física que determina el sexo, pero está
determinada, a su vez, por la elección de otros seres.
-Te cagas. Explícame eso.
-En el mundo de dónde vienes, el sexo es una de las cosas que
elegiste tú mismo antes de nacer, solo que aún no lo recuerdas. Entes
superiores se encargan de preparar los cuerpos, para aquellos que han
de ocuparlos. En la Tierra, los gametos sólo son los encargados de hacer
efectiva tal elección en el plano físico, combinándose adecuadamente
para dar lugar al cigoto correspondiente. En su día y antes de nacer,
nuestros Sabios y Maestros te ofrecieron unos cuantos cuerpos, para que
tú eligieras cual querías usar.
-Espera, espera, que esto ya es demasiao ¿Qué es eso de antes de
nacer? ¿Me estás hablando de la reencarnación?
-También podría hablarte de la remineralización, o la
revegetalización, la reaireación, y unas cuantas más ¿Todavía dudas de
tu eternidad?
-Pues mira, sí. Cuando era pequeño, me educaron en la religión
católica, pero a medida que fui creciendo y aprendiendo a pensar por mí
mismo, me fui dando cuenta de que eso de la religión, era un camelo para
tener controlado al personal, por medio del control de su vida eterna.
Mucho hablar de pobreza y caridad, pero los jerarcas de la iglesia viven
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opíparamente, y rodeados de un lujo y un boato que resultan
hipócritamente escandalosos. Eso por no hablar del vergonzoso
encubrimiento de la pederastia, que practican algunos de sus miembros.
Y en cuanto a lo de la reencarnación, lo he pensado a veces, pero no me
salen las cuentas. No me termina de encajar.
-Las religiones han cumplido bien su función. En su momento y
dado el estado evolutivo de la humanidad, fueron muy útiles. Recuerda
que, antiguamente, las ciencias y la filosofía se cultivaban en templos y
monasterios, fuera cual fuese la religión que allí se practicase. También
es cierto que, a la par, y como consecuencia de la falta de desarrollo de
los seres humanos, aún son utilizadas como instrumento de poder y
control de unos sobre otros, hasta el punto que se siguen haciendo
guerras por ellas y en el nombre de Dios. Al progresar la humanidad en
su conjunto, están dejando de ser necesarias y una vez cumplida su
función, pueden ser trascendidas. La parte falsa y manipulada que los
humanos han ido incorporándoles, como instrumento de control y
dominio de sus congéneres, queda cada vez más en evidencia. Estas
cosas ocurren cuando hace masa crítica la parte de verdad, que ha
conseguido integrar un buen número de humanos, y de ahí la crisis en
la que todas ellas están también inmersas, en los tiempos que corren por
allí. Recuerda que todas defienden la idea de la inmortalidad. Aunque
bien es cierto que hay mucha falsedad en los dogmas religiosos, también
lo es que tienen su parte de verdad. Y si acudes a los textos originales,
podrás comprobar que, salvo algunas de nuevo cuño, todas admiten la
reencarnación.
-Pues la que fue la mía, no.
-He dicho si acudes a los textos originales, no a las interpretaciones
y traducciones falsas, cuando no malintencionadas, que se han hecho de
ellos. Eso sin olvidar que los jerarcas de turno de algunas como la tuya,
por ejemplo, han declarado unos cuantos como falsos, llamándolos
apócrifos, simplemente porque no encajaban con sus interesadas
interpretaciones.
-¿Entonces, es verdad eso de que hay vida más allá de la vida?
- Tú sigues vivo ¿no?
-Sí, pero ¿no habíamos quedado en que no estaba muerto?
-Es evidente que no estás muerto desde éste punto de vista, pero
desde el punto de vista del mundo material, es como si lo estuvieras.
¿Has oído hablar de Gregory Bateson y sus niveles lógicos?
-No.
-Pues él decía, como tantos otros dijeron antes que él, con otras
palabras, que la realidad depende del nivel lógico desde el que la estés
analizando. Así, por ejemplo, desde el nivel individual, una moto, un
avión y un barco, son muy diferentes entre sí, pero si subes de nivel y los
consideras medios de transporte, todos son iguales, porque todos son
medios de transporte. La muerte solo tiene sentido en el nivel del mundo
del que vienes, donde lo único que muere es el ego, la personalidad del
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cuerpo físico, el cual continúa entonces su propio proceso de transición.
A ti, lo que te tiene sorprendido, es la forma en la que te has separado de
él. Ten presente que el mundo físico que recuerdas, es sólo uno de los
muchos posibles que ofrecen oportunidades para experimentar y
aprender. Y aquí es donde viene al pelo el amigo Bateson, con sus niveles
lógicos, cuando trataba de explicarnos lo inefable que hay en el porqué
del error, que se consigue cuando se pretende comprender un nivel,
aplicándole los principios que rigen en otro.
2.2. Padre e hijo.
Leandro acababa de dormir su cotidiana siesta butaquera de
después de comer. Como cada tarde, al despertar, se había preparado el
café que le ayudaba a regresar más rápidamente a la vida activa, tras el
descanso digestivo. Al terminar el documental de la dos, que solía ver de
lunes a viernes y que utilizaba como dulce, infalible, y culturizante
somnífero, apagó la televisión. De música de fondo, puso la suite de
Mussorgsky Cuadros De Una Exposición y se sentó delante del ordenador,
con la intención de buscar información en Internet, sobre lo que había
vivido esa mañana.
Temía a Internet, esa bestia parda que, según él, se estaba
tragando toda la cultura que la humanidad había conseguido desarrollar
y conservar hasta ahora, almacenándola en un soporte tan frágil y
efímero como es el digital.
A lo largo de la historia, el soporte de la cultura había ido perdiendo
solidez progresivamente, hasta llegar a la fragilidad del que hoy se estaba
imponiendo en casi todo el mundo, siendo así que, mientras que el
mensaje de culturas milenarias, ha conseguido sobrevivir grabado en
piedra hasta nuestros días, nosotros estamos abandonando un soporte
aún mucho más frágil y efímero ya de por sí, como es el papel, para
confiar el almacenamiento y la conservación de nuestros progresos y
conocimientos, a algo tan fácil de deteriorarse como es el soporte digital.
A su entender, la especie humana estaba corriendo un riesgo, cada vez
mayor, de regresar a la edad de piedra de un plumazo. Por la obra y gracia
de un pulso solar lo suficientemente fuerte, por ejemplo. Pero era
precisamente por la ingente cantidad de alimento que tenía ya ingerida
esa mala bestia, por lo que se había convertido también en uno de los
mejores sitios donde buscar información, acerca de cualquier cosa.
El sonido del teléfono le sobresaltó, mientras navegaba sin rumbo
fijo por la red. Era su hijo Juan Carlos.
Su hijo mayor, además de médico, era poeta. Como médico, ejercía
su especialidad en cirugía general, en un hospital de otra capital de
provincia, vecina de aquella en la que él vivía, y como poeta, ya tenía
publicado su primer poemario, gracias al premio que había conseguido
en una convocatoria a la que se había presentado.
Leandro estaba muy orgulloso de sus hijos, tanto de éste, como de
la pequeña María Esperanza, que había hecho económicas y a la que le
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resultó relativamente fácil conseguirle trabajo en el banco para el que él
mismo trabajó, gracias al brillante historial académico de la niña y a su
fluido dominio del francés y el inglés. A partir de ahí, su ascenso en el
escalafón de la empresa, fue meteórico. Ahora estaba destinada en la sede
del banco en Bruselas.
Aun cuando seguía estando demasiado lejos para su gusto, al niño
lo tenía más cerca y sin embargo, desde que su salud se estabilizó, era
con el que menos hablaba. Leandro prefería esperar que fuera él quien
tomara la iniciativa de llamar, porque en más de una ocasión, al
telefonearle en sus primeros años de residencia, lo había sorprendido en
una guardia, o saliente de ella.
Sabía que él disfrutaba con su trabajo, pero también que eso no lo
hacía menos estresante, así como lo agotadora que podía resultar una
guardia agitada, por lo que antes que llamarlo, prefería dejarle a él la
iniciativa, para evitar distraerle, bien de su labor, bien de su necesario
descanso. Si pasaba demasiado tiempo sin noticias suyas, entonces le
ponía un mensaje por el móvil.
Esta vez se alegró doblemente por la llamada. Hablar con
cualquiera de sus hijos, siempre era gratificante para él, pero que hoy
estuviese Juan Carlos al otro lado del teléfono, le resultó providencial.
Como médico, quizás pudiese darle alguna explicación acerca de lo que
había vivido esa mañana, por lo que tras los saludos iniciales y la
comprobación de que se trataba de una simple llamada rutinaria, para
saber el uno del otro, sin nada más importante por su parte, le contó lo
que había pasado.
-…Por cierto, que voy a necesitar tu ayuda –le estaba diciendo.
-¿Y eso?
-No te vas a creer lo que me ha pasado esta mañana.
-Tú prueba.
-¿La gente puede desaparecer, así como así?
-¿Qué quieres decir?
-Que si la gente puede desaparecer, disolverse, deshacerse,
esfumarse en el aire.
-Papá, todos los días desaparece gente en todo el mundo.
-Sí, pero no me refiero a eso. Me había prometido a mí mismo no
volver a contárselo a nadie, pero tú no creo que me vayas a tachar de
loco.
-Me estás preocupando ¿Qué es lo que te ha pasado?
-Tranquilo. Yo estoy bien. Te cuento: esta mañana, camino del bar
donde sabes que suelo bajar a desayunar, había un atasco en la calle,
porque un coche se había quedado parado delante de un semáforo. Pues
al acercarme, vi la cabeza de un hombre que estaba desapareciendo.
-¿Cómo que estaba desapareciendo?
-Pues sí, así, que estaba desapareciendo. Estaba la cabeza sola,
desapareciendo poco a poco, hasta que se esfumó.
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-Espera, espera ¿Me estás diciendo que había una cabeza sola,
decapitada?
-No, no. Cuando yo llegué, ya no quedaba cuerpo. La cabeza estaba
sobre el asiento del coche y estaba desapareciendo, deshaciéndose como
si fuese humo, hasta que desapareció por completo. Allí no había sangre,
ni nada más que lo que parecían las ropas del desaparecido. Eso fue todo
lo que quedó de aquel hombre. Bueno, eso y un extraño olor, como ése a
lo que huele el aire cuando hay una tormenta, solo que ese olor estaba
dentro del coche y afuera no había ninguna tormenta.
-Pero bueno, papá ¿Qué es lo que me estás contando?
-Pues lo que oyes, hijo. Llevo todo el día dándole vueltas y a quien
se lo cuento, me trata de loco.
-No me extraña. Me parece que vas a tener que dejar los porros
esos, a los que te estás aficionando demasiado últimamente.
-¿Ves? Tú también.
-Papá, yo sé que no estás loco, pero nadie desaparece así como así
y tú lo sabes.
-Pues claro, pero te aseguro que yo he visto lo que he visto.
-¿Y qué es lo que has visto?
-Ya te lo he contado. Es que no hay mucho más que contar. Yo me
acerqué al coche y allí estaba la cabeza de ese hombre, despareciendo.
-Papá, eso no es muy normal. ¿No te habrás pasado con los porros?
-Y dale con los porros.
Era verdad que últimamente había redescubierto la marihuana. De
joven, la había fumado de vez en cuando, pero eso hacía ya mucho tiempo
que estaba olvidado. Hasta que un amigo, con motivo de su crisis de
salud, a causa del cáncer, le ofreció una bolsita con un poco de hierba
que, según él, cultivaba para sus amistades. Eso le dio la oportunidad de
comprobar, que eso que se decía acerca de los efectos terapéuticos del
cannabis, era verdad. Junto a los efectos terapéuticos, redescubrió
también los lúdicos, por lo que, al cerrar el día, aunque ya no la
necesitase como medicina, alguna que otra noche se fumaba un porro, o
dos, por puro placer. Pero aquello había ocurrido a la mañana siguiente.
-Que no hombre, que esto no tiene nada que ver con los porros. Es
verdad que la noche anterior me había fumado un par de ellos, pero lo
que te cuento sucedió al día siguiente.
-Mira, ya estás tardando en pedir una cita con tu médico de
cabecera y que te hagan una analítica lo más completa posible.
-Oye Juan Carlos, que te he dicho que yo estoy bien.
-Ya ¿Y aparte de ti, quien más lo vio?
-Creo que un chaval también, pero se largó enseguida, y no sé si
alguien más lo vio. Bueno, creo que había otro hombre, que no sé yo si
se enteró de algo, porque cuando llegó la policía, ya no había nadie en el
coche.
-¿La policía?
-Sí, llegaron dos municipales.
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-¿Y qué dijeron?
-Nada. Me tomaron los datos del DNI y trajeron una grúa para
llevarse el coche. Yo le conté al policía lo que había visto, pero no me hizo
ni caso. Creo que me tomó por loco.
-No me extraña. Pero bueno, vamos a ver, cuéntame qué es lo que
pasó exactamente.
-¡Si ya te lo he contado! Cuando me acerqué al coche, vi la cabeza
de aquel hombre mirándome con cara de susto. Estaba caída sobre el
asiento del acompañante y se estaba esfumando por abajo, como el humo
de un cigarrillo, hasta que desapareció por completo.
-¿Y tú estás seguro de eso?
-Llevo todo el día dándole vueltas, pero te aseguro que lo he visto.
-¿Y desapareció así, sin más?
-Hombre, no fue de golpe. Se esfumó de abajo a arriba, pero se
esfumó. Así, como te lo cuento.
-¿Te estás tomando la medicación?
-Tú sabes que para esas cosas soy muy obediente y siempre te hago
caso.
-¿Has tenido mareos, problemas de visión, o dolores de cabeza?
-Nada de eso. Te aseguro que vi lo que vi y no es que mi vista sea
la misma que cuando tenía veinte años, pero puedo asegurarte que la
cosa no llega a ser preocupante.
-Mira, lo primero es hacerte una analítica y un escáner, pero
deprisa. Te vas a venir aquí, que yo me encargo. Mañana te coges el coche
y te vienes pacá. Aunque pensándolo mejor, te vienes en tren, o en
autobús. No quiero que conduzcas y menos que viajes solo.
-Juan Carlos…
-Ni Juan Carlos, ni Juan Pedro ¡Que te vienes! Y si no vienes tú,
me voy yo pallá.
- No sé pa qué te cuento na.
-Pues me lo cuentas porque es lo normal entre nosotros, como
también es normal que me preocupe por ti. Además, que te tengo dicho
que me informes de cualquier cosa rara que te notes.
-Es que precisamente lo que yo no quería, era que te preocupases.
Te he dicho que estoy bien, que no me pasa nada, y si te lo he contado,
es por si, como médico que eres, podías darme alguna explicación.
-Pues claro que puedo darte una explicación. Con tus
antecedentes, pueden haberse descompensado tus hormonas, pero
también puede que no tenga nada que ver con eso. Hay alteraciones
neurológicas que pueden provocar alucinaciones, o agnosia visual, por
ejemplo, y sin que el paciente tenga conciencia de ningún otro síntoma;
y algunas de ellas pueden ser graves, papá, por lo que es fundamental
que te vengas por aquí, para que pueda hacerte unas pruebas ¡y mañana
sin falta!
-¡Pero si ya te he dicho que estoy bien!
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-Eso es lo que tú te crees. La gente no va por ahí viendo cabezas
que desaparecen todos los días, así que si no vienes tú, voy yo pallá en
cuanto pueda.
-Te estás preocupando sin necesidad.
-Tú déjame que yo decida eso. Mañana te quiero aquí sin falta.
-Menudo follón estás armando por una tontería. Si lo llego a saber,
no te digo na.
-Papá, estas cosas no se pueden tomar a la ligera. Te quiero aquí
mañana. Además, ya iba siendo hora de que me hicieras una visita. Te
vas a la estación de tren, o a la de autobuses, la que prefieras, y me dices
la hora que llegas, que yo me encargo.
-Mira, voy a ir. Primero, porque es verdad que hace ya tiempo que
no te veo y segundo, para que te quedes tranquilo, pero te aseguro que
no me pasa nada. Ahora, eso sí, de trenes y autobuses ni hablar. Me cojo
mi coche, que total, no llega a dos horas lo que se tarda, y llega y sale
cuando yo quiero, y desde donde yo quiero.
-Hay que ver que eres cabezón. Me llamas cuando vayas a salir,
que yo me vaya organizando. Y si no te puedo coger el teléfono, me dejas
un mensaje, pero eso sí, si me dejas mensaje, me llamas en cuanto
llegues.
-¿Y para qué?
-Por si, cuando llegues, me pillas trabajando.
-Bueno, vale. Pues nada, entonces nos vemos mañana.
2.3. Matrioskas y cuerpos enguantados.
Error y confusión. De eso último, estaba empezando a tener
sobredosis. En un instante, su vida había cambiado por completo. Hasta
su nombre era ahora diferente. Aquí le llamaban Niemsé.
Parecía ser que le había tocado un insólito premio, no sabía muy
bien en qué curiosa lotería, pero sí que sin tener que comprar
participación alguna y en la que dicho premio consistía en la pérdida su
cuerpo físico. Ese con el que llevaba familiarizándose tantos años y que
decía Elías que él mismo había elegido, antes de nacer. Aun así, no había
muerto, aunque estaba en un mundo donde le habían dicho que iban
algunas personas al morir, además de algunos vivos muy vivos.
Había cambiado de mundo, de dimensión, de plano y de nivel
lógico, todo a la vez, para ir a parar a un mundo donde algunos muertos
iban de visita para echar un rato con los vivos y que estaba en el mismo
sitio que el que se suponía que acababa de dejar. Por cierto, que no había
visto ningún muerto. Al menos, hasta ahora. Tan sólo había visto vivos.
Vivos para los que él, sí que parecía estar muerto.
El cuerpo que ahora tenía, si es que podía decirse así, era una
especie de estrella elástica, ondulante, vibrante, radiante y luminosa, que
podía atravesar el metal y las paredes, y cambiar de forma. De hecho, esa
especie de luz en la que se había convertido, había visto con sus propios
- 75 -
ojos, esos que ya no tenía, como reproducía fielmente sus piernas y sus
pies, adoptando su forma, hasta con pantalones y zapatos incluidos.
Seguía visitando los mismos sitios y a la misma gente, a excepción
de Elías, el único ser que conocía, propio de este nuevo mundo. El único
que parecía verle y al que él podía ver de los de por aquí, si es que había
alguno más, pero sólo si así lo deseaba, y con el que podía mantener una
conversación, aun cuando fuese sin hablar. Podía practicar lo que
suponía que debería ser la telepatía, con la misma facilidad con la que
antes hablaba. Y podía moverse libremente por el espacio, ir de un sitio
a otro, por lejos que estuviesen estos sitios entre ellos, con sólo desearlo.
Otra cosa que daba muestras evidentes de alteración, era el tiempo.
Aún no sabía muy bien cómo de grave sería la alteración, pero desde
luego que ya no transcurría como antes. Ahora tenía la sensación de que
todo pasaba al mismo tiempo, aunque él pudiese estar enfocado en un
punto determinado. Y a pesar de todo, seguía siendo el mismo, o al
menos, la conciencia de sí que tenía, no había cambiado. O eso creía.
El mundo había cambiado sin cambiar, ampliándose. Ahora podía
ser consciente de cosas que antes le pasaban desapercibidas, tanto como
de otras que había considerado imposibles. Como, por ejemplo, sentir lo
que sentían los demás, como si las emociones fueran propias con solo
prestarles atención. O practicar la telepatía, así, como si tal cosa, como
si llevase toda la vida haciéndolo. Y qué decir de Elías, su fantasma
particular, asegurándole que eran eternos y que el sexo no estaba
determinado por la genética, sino que era la elección de unos seres mu
supiones para satisfacernos y a los que su guía turístico en esta curiosa
excursión, había llamado entes superiores, quedando el papel de la
genética en el de mero mecanismo, responsable de hacer efectiva tal
elección. Luego, parecía ser que unos cuantos sabios, más supiones
todavía y aún desconocidos para él, aunque al parecer no para Elías, le
habían ofrecido algunos de esos cuerpos, para que eligiese en cual quería
encarnarse. Era evidente que tenía mucho que aprender y otro tanto que
desaprender. Menos mal que podía contar con una especie de Gandalf
para él solito.
-¿Y porque no puedo ver a nadie de por aquí, más que a ti?
-¿Y quién te ha dicho que no puedes ver a nadie, más que a mí?
-Los hechos.
-También era un hecho que no podías verme, hasta que otro hecho
demostró falsa esa suposición.
-¿Entonces, porque no hay nadie por aquí, más que tú?
-Yo, y Marta, y su compañera de trabajo, y Lucia, y sus amigas, y
sus compañeros de instituto, y tus compañeros de trabajo, y toda la gente
que estaba a tu alrededor cuando te desprendiste de tu cuerpo físico…
-Si, pero todos esos ya estaban antes.
-Y pertenecen al mundo terrenal, ese que acabas de abandonar,
pero que aún te resulta más familiar que éste en el que estás ahora,
siendo aquel en el que todavía te mueves con más comodidad y seguridad,
- 76 -
por lo que hasta ahora has preferido interactuar con ellos. Digamos que
aún sigues vinculado al mundo físico. Además, aún no has sido…
reactivado.
-¿Reactivado?
-Si. Te extrañas por no ver más de los que has decidido que somos
los aborígenes de éste mundo, aparte de mí, cuando estás rodeado de
ellos.
Arturo miró a su alrededor. Volvió a mirar y a mirar, pero no veía
a nadie más, aparte de Elías.
-Pues yo no veo a nadie.
-Porque todavía no has sido reactivado.
-¿Y a qué estamos esperando?
Elías volvió a reírse a carcajadas.
-Ya estamos con las prisas. Todavía no ha llegado el momento.
-¿Y falta mucho?
-No lo sé.
-¡Hala, ya estamos otra vez con que la abuela fuma!
-Lo sabrás cuando llegue el momento.
-Vale ¿Y mientras tanto, me puedes ayudar a manejarme mejor por
aquí?
-En ello estoy. Dime ¿Qué quieres saber?
¿Qué quería saber? ¡Quería saberlo todo! Pero ahora, de nuevo, no
sabía por dónde empezar.
-¿Aquí no hay niños? –se le ocurrió preguntar.
-Pues claro. Aquí también hay entes jóvenes en proceso de
formación y desarrollo, como en todos sitios. Por lo que a ciencia y
tecnología se refiere, el más viejo y sabio de cualquier tribu del Amazonas,
es como un niño ignorante, si lo comparas con un adolescente europeo
en cuanto a conocimientos científicos y tecnológicos, al igual que se
invierten las tornas, cuando los comparas en el desarrollo de la capacidad
para desenvolverse en armonía con la naturaleza. Voy a ponerte otro
ejemplo: imagina una esfera dentro de otra, y de otra, y de otra, al modo
de las matrioskas rusas. Imagina que tú vives en la esfera que hace el
número… digamos cien. Contenidas en tu esfera, están las
noventainueve restantes, pero no la ciento uno, ni sucesivas, en las que
sí que está incluida la tuya. Todo lo que habita en las noventainueve
esferas que incluye y forman la tuya, constituye las partes del mundo
que conoces y dominas, pero desconoces lo que hay en la esfera ciento
uno, aunque a los habitantes de esa esfera ciento uno, tú les resultes
muy familiar.
-Vale. No vamos a discutir eso ahora ¿Y dónde están esos entes
jóvenes que dices?
-Cada uno ocupado en sus tareas.
-¿Y podemos verlos?
-Pues claro. Te enseñaré una de nuestras escuelas. Dame la mano.
-¿Que te dé la mano?
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-Si. Recuerda que todavía no estás reactivado. El ser humano
también es multidimensional, como todo. El cuerpo físico no es el único…
digamos cuerpo que hace a un ser humano, aunque como tal, el hombre
es un ser vivo completo, con su propio ego, su propio carácter y
personalidad, como cualquier otro animal. El cuerpo humano físico
puede vivir por sí solo, como lo hacen los animales, sin necesidad de
complementarse con un alma. Son aquellos que los terrícolas han
llamado desalmados: cuerpos físicos con un complemento sutil muy
primario, sin un alma como nosotros. No es que se den muchos casos en
cuerpos ya nacidos, porque sería un desperdicio inútil, pero sí que,
durante los primeros meses, el feto en formación puede no albergar aún
ningún espíritu, debido a su falta de madurez biológica, o a la propia
decisión del espíritu que ha de encarnarse en él. Eso que en tu cultura
llamabais alma, acaba ajustándose al cuerpo físico como el agua a la
botella, como un guante dentro de otro, o un calcetín al pie, pero hay
capas intermedias entre el mundo físico y el que hemos llamado
espiritual. Diferentes niveles, dimensiones, o como le quieras llamar. Una
vez más, las matrioskas pueden servir como símil, para entender cómo
estos cuerpos se integran en uno solo, pero sin pasar de aquí con la
metáfora, porque una vez que se ha producido la fusión, han constituido
una unidad a la que llamamos ser humano, haciéndole perder entonces
toda validez al dualismo cartesiano, más allá de la meramente
descriptiva. Si se les desconecta, el ser humano muere. Es posible que el
alma decida separarse temporalmente del cuerpo, pero si una vez
producida la fusión y constituido el ser humano, no se mantiene
conectada con el cuerpo de alguna manera, éste morirá. Por cierto, que
es agradable comprobar, cómo cada vez son más los terrícolas que
pueden moverse por estos mundos intermedios, sin necesidad de morir.
Son muchos de los que habéis llamado locos, sensitivos, utópicos,
médiums, gente de la Era de Acuario, visionarios, soñadores, artistas, o
simplemente personas especiales, y están dando buena parte de la
medida, del grado de progreso de la humanidad. Al perder tu cuerpo
físico, tu siguiente nivel de experiencia primaria es éste en el que estás,
lo que te permite moverte a veces, aunque todavía no tantas, ni cuando,
ni como a ti te gustaría, por el siguiente nivel, que es también tu siguiente
destino. Yo vengo de allí, para facilitarte la transición por este mundo
intermedio. Te has… activado aquí, pero todavía no lo has hecho en el
mundo que hemos convenido en llamar espiritual, por lo que mientras
tanto y para ponérnoslo fácil, te llevaré de mi mano. Voy a llevarte a tu
mundo de procedencia más inmediato. Aquí, el espacio y el tiempo, como
ya has podido comprobar, se rigen por otras leyes, diferentes de las del
mundo físico que acabas de dejar y tú aún no estás muy… digamos que
refamiliarizado con ellas, por lo que si me das la mano, haremos que la
cosa sea más fácil para todos. Tú aún no los percibes a ellos, pero ellos a
ti sí y si vas de mi mano, sabrán cómo actuar, sin que tengamos que dar
muchas explicaciones.
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-Para. Déjame un poco de tiempo para digerir esto.
-¡Éste es mi chico!
Tenía buen humor el Elías este, pensó Niemsé, pero lo que acababa
de escuchar, respecto a los cuerpos enguantados para tres mundos de
experiencia, le resultaba raro y familiar a la vez. Raro, si lo analizaba
desde su antigua perspectiva física, y extrañamente familiar, si lo hacía
desde ésta nueva, se llamase como se llamase. En realidad, lo que decía
Elías tenía sentido y era posible. Quizás esa fuese la razón por la que,
desde el principio, le había parecido estar en el mismo mundo, a la vez
que en otro diferente.
Parecía ser que, de los tres guantes, o los que hubiera, había
perdido uno, el más externo, por lo que ahora habitaba un cuerpo más
sutil, intermedio entre el físico y el que Elías había llamado espiritual, y
eso hacía que ahora percibiera lo que le rodeaba de una forma muy
diferente. En realidad, no había cambiado el mundo, sino su forma de
percibirlo y de estar en él, lo que hacía que ahora se diera cuenta de cosas
que antes, ni siquiera pensaba que pudieran estar ahí.
-¡Premio para el concursante! –escuchó decir a Elías, y en su mente
surgió la idea de que pararle en el análisis que estaba haciendo, era el
objetivo de tal interrupción. Decidió seguirle el juego.
-Vale, creo que ya lo voy entendiendo. Me estás diciendo que soy
un bullas, un correyvuela.
-Sí, pero tu rapidez puede resultarte una magnífica habilidad, si la
sabes convertir en virtud, como también puede resultar igual de
peligrosa, si haces un vicio de ella.
-Gracias.
-¿Por qué?
-Por tu ayuda.
-Un placer.
-Para ti puede ser, pero si además del qué, no me explicas el cómo,
no vayas a creerte que me sirve de mucho.
-Bueno, verás, el caso es que no hay un cómo. Hay una infinidad
de ellos.
-¡Ya estamos otra vez! Pues que sepas que yo, de momento, con
uno me conformo.
-Lo quieres fácil ¿eh? ¿Qué tal si empiezas a practicar un poquito
con la espera y aprendes a mantenerte en ella con paciencia?
-¿Pero ni un poquito de prisa, ni una pizca puedo darme?
-Parece que parte de tu aprendizaje actual, está ahora enfocado en
la prisa. Me alegro de que hayas podido hacerlo evidente hace un
momento, porque hasta ese instante, ni siquiera eras consciente de lo
deprisa que ibas.
-Bueno… No lo estás haciendo tan mal, después de todo.
-No debería ser eso lo importante para ti ahora. Más te convendría
ponerte a tus tareas cuanto antes, en lugar de hacerlo con las mías.
-¡Me estás metiendo prisa!
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-¿Te das cuenta? Llevo ya un rato pisando el acelerador y el freno
por ti, para que puedas reconocer como se hace. Cuando aprendiste a
conducir, recuerda lo atento que tenías que estar para conseguir el grado
de aceleración, o de frenada, justo y suficiente como para no estrellarte.
Eso hará que yo me marche pronto.
-¿Y eso?
-Porque aprendes rápido y cada vez tengo menos cosas que hacer
por ti.
-¿Y eso es bueno, o malo?
-¿Tú qué crees?
-…Bueno?
-Siempre que no te pases de velocidad.
-¡Y dale! ¡Ya estamos de albañiles otra vez! Me refería a la rapidez
buena, la necesaria para progresar, aquella que se mantiene dentro de
los límites de la prudencia. No a la alocada rapidez, que permite que se
pierda mucha información por el exceso de velocidad y que puede llegar
a terminar en un accidente ¿Vale ahora?
-Esto funciona. ¿Qué, quieres visitar esa escuela?
-Venga, vamos.
2.4. La escuela.
Niemsé tomó la mano de Elías, tal y como éste le había pedido, y
una extrañísima, pero más agradable todavía sensación de serena paz, le
inundó cual ola de tsunami. Se sintió amado de una forma tan completa
e inmensa, como nunca imaginó que pudiera llegar a ser posible.
Después, vino algo que interpretó como una especie de mareo y se
encontró ante un extraño edificio de enormes dimensiones, construido
con lo que parecían bloques de una especie cristal blanquecino, como si
fueran de piedra, de una sola planta, con una gran nave central con
forma rectangular, que tenía otras cuantas semicirculares, algo más
pequeñas, pero también grandes, adosadas por toda la longitud de los
lados más largos del rectángulo que formaba la planta de aquel
monumental edificio, unas a continuación de otras. La fachada principal
le recordó la de los templos clásicos griegos y romanos, con sus
columnas, su friso, y su frontón triangular incluidos, aunque carentes
éstos de figuras esculpidas.
-¡Anda! Aquí también tenéis edificios.
-Más que edificios, yo les llamaría… lugares. Lo que estás viendo
es una interpretación, una recreación comprensible y aceptable para ti,
de lo que realmente es.
-¿Entonces, esto es real, o no?
-Pues claro que es real. Recuerda lo que hablamos de los niveles
lógicos y las dimensiones. La casa en la que vivías, siendo la misma, era
muy diferente para ti, que para las moscas que volaban por ella, o las
cucarachas que se escondían en sus rincones, y no digamos para los
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ácaros de tu almohada. En el mundo del que vienes, la energía necesita
densificarse mucho para manifestarse como materia, pero aquí no es
necesaria tanta densificación, ni mucho menos, lo que hace más fácil
estas cosas.
Ahora sí que los veía. Había un montón de gente por los
alrededores. Los había de todas las edades, y todos eran de luz y
semitransparentes. Cada cual tenía sus propios matices en la luz de la
que parecían estar hechos, con diferentes e iridiscentes colores. Parecían
fantasmas bioluminiscentes. Nadie aparentaba tener prisa y todos
tendrían un aspecto muy normal, si no fuese por esa luz con diferentes
matices de color, brillo, e intensidad, de la que parecían estar hechos,
como todo lo de por aquí, y porque todo el mundo vestía de blanco. Había
hombres, mujeres y niños de todas las edades. Solos, en parejas, o en
grupo, las gentes de por aquí caminaban, charlaban, e interactuaban
entre ellos, irradiando paz, calma, y serenidad.
-¿Aquí todos vestís de blanco? Esto parece una fiesta ibicenca, solo
que sin fiesta.
-Una vez más, los vestidos, al igual que el aspecto de todo lo que
estás viendo, son una recreación para tu comodidad. Aquí las ropas, ni
son útiles, ni necesarias.
-¿Y cómo os las apañáis en invierno?
-¡Pero bueno! ¿A estas alturas, todavía te preguntas cosas como
esa? Las estaciones del año son propias de la Tierra y sólo tienen vigencia
allí. En el mundo del que vienes, todavía se le da demasiada importancia
a la materia y sus manifestaciones, obviando que en sí misma no es más
que eso: materia, es decir, una de las muchas manifestaciones posibles
de la energía. Tu materialismo te ha hecho sorprenderte cuando te he
explicado que la genética determina el sexo sólo a nivel terrícola, siendo
la herramienta física, el interfaz que permite hacer efectiva las decisiones
de los Superiores. La Tierra es un mundo duro, lo que, por cierto, lo hace
muy útil para forjar espíritus fuertes.
-Uff, espera, espera que me pierdo. Vayamos un poco más despacio
¿Hay otros mundos?
-Por supuesto que los hay, pero todos son el mismo, en sus
diferentes manifestaciones. No obstante, y ciñéndonos únicamente al
mismo plano material del que vienes ¿De verdad crees que tiene mucho
sentido que, en la inmensidad del universo físico que recuerdas, haya un
único y minúsculo planeta habitado? Lo que tú llamas vida, tiene muchas
otras manifestaciones, diferentes de las que conoces, y eso ciñéndonos,
como digo, solamente al plano material que recuerdas.
-¿Entonces, todas esas historias de los extraterrestres, son de
verdad?
-En el sentido en el que lo dices, todas no, o al menos no como
vosotros las interpretáis, pero las hay que sí y algunas de ellas son ciertas
cuando se trata de habitantes de otros mundos, dentro del mismo plano
existencial y material que el vuestro ¿O creías que los humanos son la
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única forma de vida inteligente en el universo? De hecho, el universo
físico que recuerdas, ni siquiera es el único de los posibles. Por cierto
que, al respecto, podría mostrarte ahora un mundo, en el que todavía
pueden visitarse sus ciudades y astropuertos orbitales abandonados. Sus
habitantes habían desarrollado una importante tecnología, que les
permitía hacer grandes viajes espaciales, hasta que en uno de ellos se
toparon con otra civilización que los asimiló, como tantas otras veces ha
pasado en tu planeta a lo largo de la historia. Acuérdate de los indios
americanos, o de los aborígenes australianos, por ejemplo. También
ocurre que, muchas de esas experiencias que en la Tierra algunos
atribuyen a extraterrestres, a veces son manifestaciones de seres de otros
planos existenciales, otras dimensiones. O viajeros del tiempo, que todo
puede ser. Se les ha llamado ángeles, demonios, dioses, gnomos,
espíritus, fantasmas y muchas otras cosas más. Recuerda, al hilo de lo
que estamos hablando, que los nativos americanos, quienes nunca
habían visto un caballo y por tanto no tenían experiencia alguna con este
tipo de animales, al ver llegar a los españoles montados en ellos y usando
unas armas con las que tampoco tenían experiencia alguna, en ocasiones
interpretaron como una unidad, lo que era una dualidad jinete-montura.
Incluso algunos llegaron a creerlos dioses. Acuérdate de Bateson y sus
niveles lógicos y de lo que hablamos del salto dimensional. En un sentido,
los entes procedentes de otras dimensiones, son extraterrestres, al
proceder de otra Tierra diferente de la que contiene el universo terrenal,
pero en otro, son tan terrestres como tú, por estar tu dimensión incluida
en la suya, aunque no al revés. De ti mismo podría decirse que eras un
extraterrestre, mientras viviste en la Tierra.
- Sí claro, y ahora me vas a decir que en realidad soy un marciano.
-De Marte no, pero tu esencia no era únicamente terrícola. Tú
perteneces a otro plano, a otra dimensión, aunque hayas vivido como
terrestre y todavía no hayas hecho el tránsito definitivo a éste en el que
estamos ahora, que también es el tuyo. Ocupaste un cuerpo humano
durante un tiempo y ese cuerpo sí que era terrestre, pero no tu espíritu
¿Recuerdas la sensación que a veces tenías allí abajo, sobre todo cuando
eras muy joven, de que aquel mundo no estaba hecho para ti, o al revés,
que tú no estabas hecho para aquello? ¿Esa sensación de extrañeza, que
a veces tenías en la Tierra? Además, ahora estás aquí y no allí ¿No?
-Bueno, puesto así, parece que tiene sentido lo que dices.
-Y por eso lo aceptas con tanta facilidad. Por eso y por tu apertura
mental, que te dispone a explorar y experimentar con nuevas situaciones,
en vez de asustarte ante lo desconocido y rechazarlas sin siquiera
cuestionártelas. Eso hace posible un progreso más rápido.
-Bueno, verás, una de mis diversiones favoritas es aprender.
-Y esa es una de las muchas cosas que me gustan de ti.
-Si, si. Yo también te quiero mucho.
-Y esta es una de las cosas que espero que puedas superar cuanto
antes.
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-¿A qué te refieres?
-A ese cinismo tuyo, que activas como autodefensa cuando te
sientes incómodo. No hay nada más sano que aceptar la realidad, sea
cual sea en ese momento para ti.
-Lo tendré en cuenta.
-Si, lo harás.
-Vale, y mientras tanto ¿Me enseñas la escuela?
-Ven conmigo.
Al entrar en aquel edificio de dimensiones monumentales, Niemsé
pudo comprobar que la nave central que había visto desde fuera, tenía
un gran patio porticado en el centro, al estilo del claustro de los
monasterios, pero éste a lo bestia, a juego con el resto de la edificación.
En él había algunos grupos de gente, reunidos alrededor de lo que
interpretó como su profesor, ya que aquello se suponía que era una
escuela. Le llamó la atención que entre los que parecían alumnos, lo que
menos había eran niños. La mayoría de los grupos que veía por allí,
estaban formados por jóvenes. Incluso había algún grupo de adultos, ya
talluditos.
-Oye Elías, tú me dijiste que me ibas a enseñar una escuela
¿Correcto?
-Correcto.
Arturo-Niemsé pensó que debería ir más despacio, porque a cada
momento que pasaba en este nuevo lo que fuera, encontraba más
diferencias con la vida de la que venía. La cantidad de novedades
aumentaba sin parar y de forma estrepitosa. Comprendió que iba a
necesitar tomarse un tiempo para entenderlas y de una en una, porque
si pretendía atenderlas todas a la vez, conseguiría tan solo una
panorámica general y superficial de la situación.
Siempre que fuese posible, mejor ir despacio, una a una, y no pasar
a la siguiente novedad, hasta haberse familiarizado con la anterior.
Cuanto más profundamente comprendiese cada una de las novedades
que se le presentaban, más completo y detallado podría ser el mapa global
a elaborar de este nuevo, o viejo mundo; pero sea como fuere, estaba
dispuesto a tomarse el tiempo que fuese necesario para comprenderlo.
Aunque en la medida de sus posibilidades, lo haría lo más rápidamente
que fuera capaz.
-En el mundo del que vengo, como seguramente ya sabrás, una
escuela es, en su sentido general, un sitio donde se enseña a los alumnos,
sea cual sea el nivel de enseñanza que allí se imparta, pero en sentido
estricto, es un lugar donde se imparte el primer nivel educativo, que allí
llamamos educación primaria. Llamamos institutos a los lugares donde
se imparte la educación secundaria y universidades a aquellos otros
donde se forman los adultos. Normalmente, son lugares diferentes unos
de otros, pero aquí estoy viendo niños, los menos, adolescentes y jóvenes
los más, y un grupo que he supuesto que también eran alumnos, formado
por adultos.
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-Correcto.
-¿Y entonces…?
-Podría decirse que nuestro proceso de formación no tiene principio
ni fin, por lo que te he traído a una de las escuelas que, por su nivel,
pudiera parecerse lo más posible a las que recuerdas. Por eso ves que lo
que más hay en el patio son jóvenes, junto con unos pocos niños y
adultos, pero no te dejes engañar por las apariencias. Esos niños que ves,
tienen muchísimos más años de existencia de los que imaginas. El
proceso de formación es continuo y comienza su manifestación con la
individualización de una parte del Todo, o en tus antiguas palabras, con
el nacimiento, y solo termina cuando la individualidad se reintegra a la
totalidad, o como tú mismo dirías antes, al morir. Proceso que, por cierto,
aún queda mucha gente en la Tierra por comprender en su auténtico
significado. En el mundo del que vienes, se decide una edad y no otra
para iniciar la formación académica de las personas, antes de la cual, es
la familia la responsable de la formación y educación del niño. Cumplida
esa determinada edad, la educación se comparte con la escuela, pero una
buena parte de ella, pasa íntegramente a ser responsabilidad exclusiva
de esta institución, aun cuando se pueda requerir para ello la ayuda de
los padres, que podrán darla, o no. Una vez matriculado y registrado, al
alumno lo sumergís de lleno, si quiere como si no, en el sistema educativo
vigente, que sea cual sea, tendrá estrictamente reguladas qué materias
estudiar y cuáles no, así como cuándo y dónde estudiarlas, y cuándo y
dónde no. Se le organiza por cursos estereotipados y encorsetados, tanto
en metodología, como en contenidos y duración, siendo precisamente la
estandarización y uniformidad que suelen imponer la mayoría de
vuestros sistemas educativos, la responsable, en buena medida, del
fracaso escolar que padecéis. Y si el alumno consigue superar con éxito
el último nivel formativo, habrá llegado el momento en el que su
formación pasará a ser responsabilidad única y exclusivamente suya, por
lo que la escuela, en su sentido amplio, ya no querrá saber nada de él
como alumno, privándole de la posibilidad de seguir contando con ayuda
en su progreso personal. Además, constituir los grupos de estudio por el
nivel de progreso de los alumnos en cada materia, sus intereses, y sus
puntos fuertes y débiles como individuos, es mucho más operativo y
rentable para todos, que hacerlo por edades. No todos progresamos por
igual, por lo que visites la escuela que visites, aquí encontrarás grupos
de trabajo y estudio formados por entes de edades diferentes, y me refiero
tanto a los alumnos, como a lo que tú llamarías profesores, aunque en
realidad aquí no hay profesores tal y como tú los recuerdas. Todos somos
a la vez profesores y alumnos, y aprendemos los unos de los otros,
teniendo cada grupo su propio Maestro responsable, que a su vez es
también alumno de niveles más avanzados. Consecuentemente, estos
Maestros lo son también de edades diferentes. Como sabes por
experiencia propia, es muy útil poder contar con un guía, cuando uno se
adentra en territorios desconocidos, por lo que la formación necesita ser
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continua, además de no obligar a nadie nunca a nada, incluyendo el tener
que aprender ciertas cosas a determinada edad. Por respeto al libre
albedrío de cada cual, nadie tiene derecho a obligar a nadie a nada. Y la
idea del suspenso, ni siquiera se contempla, como tampoco el aprobado,
porque aquí nadie juzga a nadie. Nadie tiene derecho a juzgar a nadie,
pero es que tampoco le apetece hacerlo a nadie y menos aún, si ya se ha
pasado por donde ahora lo hace el otro. Aquí, nuestro único y más
estricto juez somos nosotros mismos, siendo cada cual quien decide qué
aprender y cuando aprenderlo, si bien, contamos siempre con la
supervisión y ayuda de nuestros Maestros y hermanos.
-Si aquí nadie obliga a nadie a nada ¿Eso significa que vivís en la
anarquía?
-En su sentido peyorativo, nada más lejos de la realidad. Por el
contrario, si te refieres a lo que tú llamarías anarquía utópica, podría
decirse que sí. La llamáis utópica, porque el egoísmo y falta de amor que
todavía padecéis en la Tierra, os la hace parecer así. Con todo, aquí
también tenemos algo que, desde tu punto de vista, podría asemejarse,
aunque muy de lejos, a un gobierno. Los llamamos Consejos.
-Explícame eso.
-Cada ámbito está… digamos que… guiado por un Consejo de
Maestros en la materia. Como los Consejos de Ancianos, que algunas
tribus aún conservan en el mundo terrestre. Así, y ya que estamos en
una escuela, hay una especie de comité de Maestros, para lo que tú
llamarías cada etapa y nivel educativo. Estos comités se organizan, una
vez más, de forma fractal, de modo que representantes de los Consejos
de niveles inferiores, se integran en los de niveles superiores, o al revés,
como prefieras. Pero no entiendas lo de niveles como una jerarquía de
poder, sino más bien de desarrollo y evolución. El caso es que, de esta
manera, todos están interconectados y la comunicación es fluida de unos
a otros, por más distancia estructural y de nivel competencial que haya
entre ellos.
-Entonces el Gran Consejo debe ser multitudinario.
-En absoluto. Como ya te he dicho, un consejero del nivel anterior,
forma parte del comité del nivel inmediatamente siguiente, o viceversa,
por lo que no es necesario un gran número de consejeros en cada nivel,
como tampoco lo es eso que has llamado Gran Consejo. No hay un
Consejo de los Consejos, si te refieres a eso, porque no es necesario. A
veces, y para asuntos de especial relevancia, podemos contar con la
ayuda de los Sabios, las almas más evolucionadas que conozco, dentro
de nuestro nivel de desarrollo. Los Sabios ya no necesitan encarnar en
cuerpos físicos, salvo en misiones muy especiales, y son seres superiores,
los más próximos a La Fuente que conocemos. Para que puedas hacerte
una idea, considera que ese al que allí llamabais Jesucristo, por ejemplo,
era uno de ellos. Los Sabios, aunque no lo necesiten, aún pueden
encarnar alguna vez que otra, no tanto ya para mejorar sus aprendizajes,
aunque también, como para ayudar en los nuestros. Cuando lo hacen,
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suelen llevar vidas sencillas, anónimas para la mayoría, ocupados en la
vigilancia y ayuda de la humanidad en su conjunto, aunque no siempre.
Precisamente, el que te he puesto de ejemplo, no pasó muy desapercibido,
que digamos.
-¿Y cómo os gobernáis? ¿Tenéis leyes?
-Las mismas que rigen en todo el Universo, que desde luego son
algo diferentes de las que tú recuerdas como vigentes en el mundo
material. Ya te he hablado de algunas de ellas, de las cuales la más
importante es la del Amor.
-¿Una ley del amor? ¿Y qué dice?
-El Amor es a la vez la causa y el efecto de todo cuanto existe. De
hecho, toda criatura nace para amar y ser amada, aunque algunas, en
sus primeras fases de desarrollo, pierdan parte de su tiempo y energías,
en ocuparse de la mitad del trabajo que no les corresponde, más
preocupadas por ser amadas, que por amar, descuidando así su mitad
de la faena. Se enfadan y desesperan cuando no se sienten amadas, hasta
que se dan cuenta de que su parte del contrato, consiste justamente en
dar aquello que están esperando recibir. El amor es la energía que
alimenta la luz que ves por todas partes, la aspiración de toda criatura,
una de las infinitamente posibles definiciones de lo que allí llamabais
Dios, lo que nos permite estar aquí y ahora, y lo que en gran parte da la
medida del progreso de cada cual, de la misma manera que la capacidad
de amar de cada cual, se puede medir por la capacidad de amarse a sí
mismo.
-Allí, algunos podrían llegar a llamar egoísmo a eso que acabas de
decir.
-Naturalmente, porque ellos son los egoístas. El egoísmo es
precisamente una consecuencia de la falta de amor, de verdadero amor,
ese que se da sin esperar nada a cambio, el que enseña el auténtico
significado de la palabra felicidad. El egoísmo del que hablamos, es
también fruto de la ignorancia, que lleva a preocuparse por recibir, en
lugar de dar, más cuando lo único que podemos controlar, más o menos,
es nuestro propio comportamiento, de modo que si hay alguna
posibilidad de influir en el de los demás, es tan solo a través del nuestro
propio. El egoísmo es inútilmente acaparador. Pide, sin dar nada a
cambio, mientras que el amor es constructivamente generoso y da sin
pedir nada. En la cultura que acabas de dejar, vuestras religiones
propugnan amarse los unos a los otros y no querer nada para otro, que
no se desee para uno mismo. Si el Universo existe, es gracias al Amor, y
a su práctica, experiencia y disfrute, se encamina cada criatura como
objetivo de su propio progreso y desarrollo personal. De ahí la necesidad
de amar y ser amado que todos tenemos, aunque a veces, como te digo,
algunos pierdan su tiempo y energías en pretender ser amados, antes
que en dar lo que ansían recibir. Por eso es que quien sabe amarse a sí
mismo, sabe amar también a los demás y viceversa.
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-Si fuésemos capaces de hacer eso en la Tierra, otro gallo nos
cantaría.
-Evidentemente, pero estáis en ello.
-No estoy yo tan seguro. Allí, cada vez que alguien saca los pies del
tiesto, si no consiguen domesticarlo, se lo cargan. Ahí tienes a Gandhi, o
a Martin Luther King, por ejemplo. Y de Jesucristo, ya que has hablado
de él, ni te cuento.
-¿Y crees que con matarlos consiguieron algo, aparte de dar más
fuerza aún a su mensaje, y de que sus nombres se grabaran a fuego en
los archivos de la historia? A los tres los mataron, sí, pero el progreso es
imparable y sus asesinatos contribuyeron a hacerlos aún más populares
y a un mayor éxito de su mensaje. Gracias a Gandhi, la India consiguió
su independencia, además de mostrar al mundo, una vez más, el camino
de la no violencia, al igual que la lucha de Luther King, acabó por
conseguir que se les reconociera el derecho al voto a los negros
norteamericanos. Y de Jesucristo, como bien dices, ya ni te cuento. En la
actualidad, la humanidad atraviesa por un momento crítico y decisivo, y
antes o después, su propia evolución la llevará a adecuar sus estructuras
sociales, cada vez más y mejor, a las leyes universales. De hecho, así lo
lleva haciendo desde sus orígenes. A estas alturas, son cada vez menos
los que dudan, que la humanidad esté inmersa en un proceso de cambio
profundo. Un ciclo está a punto de cerrarse, para dar paso a otro nuevo,
y cuanto antes se culmine el tránsito, antes podremos empezar a
disfrutar del nuevo paradigma que traerá consigo este cambio, pero en
relación al tiempo histórico, el de una vida humana representa apenas
un suspiro. Esto supone que, muy probablemente, no serán las
generaciones que hoy hacen del mundo lo que es, las que disfruten de la
culminación del proceso, pero sí que es nuestra responsabilidad
contribuir, en la medida de las posibilidades de cada cual, a que se haga
lo más rápidamente posible.
-Bueno, lo cierto es que hemos progresado bastante desde
entonces, aunque quizás un poco más despacio de lo deseable.
-No lo estáis haciendo mal, pero podríais hacerlo mejor. Vuestra
ignorancia y egoísmo, aún os hacen prestar especial atención a lo
material, lo que os lleva, sobre todo en eso que llamáis Occidente, al
desarrollo de una ciencia y una tecnología centradas en la materia, y de
unas estructuras económicas y sociales centradas en el enriquecimiento
material, despreciando el espiritual. Si consiguieseis que la sola idea del
dinero desapareciese de vuestras mentes, el salto evolutivo que daríais
os asombraría. Cada vez hay más gente, a la que le repele el tener que
venderse para poder comprar, a pesar de que las disciplinas llamadas
humanísticas, no sean precisamente prioritarias en la formación de los
alumnos de vuestras escuelas.
-Estoy de acuerdo en lo de lo de los cuartos, pero no te vayas tú a
creer que he conocido a muchos que les hicieran ascos. Por cierto, y
siguiendo con lo de la escuela, parece que en vuestras clases hay muchos
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menos alumnos que en las nuestras, a no ser que falte gente en los
grupos que veo por aquí.
-Estandarizar el número de alumnos por aula es contraproducente,
si lo que se pretende es conseguir el máximo progreso, tanto personal,
como grupal, que sea posible. Aquí puedes encontrar grupos de estudio
de cualquier tamaño, desde dos o tres miembros por lo que tu llamarías
clase, hasta más de veinte, y de casi todas las edades, lo que en el mundo
que has dejado, resultaba impensable. Más que la edad cronológica, que
además aquí no tiene mucho sentido, importa el nivel evolutivo alcanzado
por cada cual. Los Maestros observan a sus aprendices y les facilitan
progresivamente su integración en los grupos más adecuados para cada
uno de ellos, en función de sus capacidades, progresos, puntos fuertes y
débiles, intereses, y el resto de sus características individuales. Pero esta
distribución no solo tiene en cuenta al individuo, sino que también toma
en consideración circunstancias que van más allá y que afectan a su
entorno: materias de estudio, resto de miembros de los grupos,
prioridades, preferencias, necesidades… A esto lo llamaríais allí una
orientación ecológica y holística. Tampoco hay un tiempo predeterminado
para hacer los aprendizajes. La duración de lo que llamáis cursos, la
determina el propio alumno con su propio progreso en relación al grupo,
y puede decidir un cambio en cualquier momento, bien para estudiar una
determinada materia, o bien para integrarse de lleno en un nuevo grupo,
por lo que aquí el concepto de suspenso no tiene lugar, como tampoco lo
tiene el aprobado. Pero ven, vamos a una sala de esas que tú llamarías
aulas.
Antes de entrar, ya había notado que la nave central del edificio,
con forma rectangular, tenía adosadas en su exterior y por los lados más
largos, toda una serie de salas semicirculares.
Cuando atravesó el pórtico, lo que primero le llamó la atención,
fueron las grandes dimensiones del claustro que había en su interior, a
juego con las exteriores, y después, los pocos grupos de supuestos
estudiantes que había por allí. Luego, se fijó en los pasillos. El suelo
estaba enlosado con preciosos y grandiosos bloques, que parecían estar
hechos de mismo cristal blanquecino que el resto del edificio y que se
asemejaban a grandes y gastadas losas de piedra, perfectamente
encajadas unas con otras. Había puertas a los lados, todas iguales, a
excepción de la puerta central de cada pasillo, que era más alta, más
ancha, más luminosa y con un dintel muchísimo más elaborado que los
sencillos pechos de paloma de todas las demás. Para ser una recreación,
la habían hecho muy bonita y elegante, además de grandiosa.
Elías lo llevó hasta una puerta, sobre la que podía leerse “Aula 1”,
y se encontró dentro del aula. Estaba junto a Elías, justo al otro lado de
la puerta, dentro de lo que supuso que era el aula número uno y de nuevo
en estado de shock.
Se encontró, sin previo aviso, con una quincena aproximada de
crías de fantasma, de diferentes edades, y todas ellas sentadas en unos
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pupitres rarísimos. Parecían estar muy ocupados en no sabía qué, pero
que debía ser muy divertido, porque los muchachos aparentaban estar
pasándoselo divinamente, nunca mejor dicho. Algunos de ellos estaban
riendo a carcajadas.
Por el suelo corrían un montón de ardillas, algunas muy extrañas.
Había una a rayas de colores, otra verde esmeralda, y otra que no tenía
rabo. Al fondo, de espaldas al muro que formaba el arco del semicírculo
que cerraba la sala por el otro extremo, había otro Gandalf con la misma
túnica, los mismos pelos, las mismas barbas, y la misma plácida sonrisa
que Elías, aunque éste parecía algo más joven. Pero ni el Gandalf, ni las
ardillas, ni los críos, les prestaban la más mínima atención. Era como si
ni él, ni Elías, estuviesen allí.
-¿Qué está pasando aquí? –se preguntó a sí mismo, a la vez que lo
hacía en voz alta para que lo oyera Elías, aunque tal cosa ya sabía que
aquí no era necesaria.
-Están practicando la generación de criaturas vivas. Su Maestro les
ha pedido que generen ardillas y aquí tienes el resultado.
-¿Me estás diciendo que estas ardillas, las acaban de crear estos
críos?
-He dicho generar, no crear.
¿Y dónde estaba la diferencia? Esto ya era demasiado. Uno elige su
sexo; se muere, pero no se muere porque es inmortal, y de chiquitín,
antes de encarnarte, te enseñan a generar vida. No entendía muy bien
dónde estaba la diferencia entre generar y crear.
-¿Puede saberse porque yo no era capaz de fabricar ni tan siquiera
una hormiga, en mi vida en la Tierra?
-Primero, porque lo que te he dicho que les ha pedido su Maestro,
es generar criaturas vivas, no crearlas, y segundo, porque estás
confundiendo niveles. En el nivel terrícola, esto que estás viendo puede
hacerse, pero es mucho más trabajoso que aquí, porque allí hay que
densificar mucho más la… energía. En esta clase, les están haciendo
practicar y con ello, su Maestro está consiguiendo que desarrollen esa
habilidad. Si aquí son capaces de hacerlo, es porque tienen la capacidad.
Todo lo que hayas hecho, aunque haya sido una única vez, hecho ha
quedado, lo que significa que has sido capaz, es decir, que tenías la
capacidad. A partir de aquí, si la desarrollas más o menos y cómo la uses,
si es que la usas, es cosa tuya.
-Si, pero es que lo que me ha dejado a cuadros, es precisamente la
capacidad de fabricar un ser vivo, en alguien que se supone que no es
Dios. Y lo he visto con mis propios ojos.
Pero qué tonterías estaba diciendo, pensó Arturo-Niemsé. ¡Si ya no
tenía ojos!
-En definitiva, estábamos hablando de la capacidad de generar vida
¿Estamos de acuerdo? –dijo Elías.
-Pues claro.
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-Algún día, algunos de estos críos, como tú los has llamado, se
unirán a un cuerpo en algún mundo. Desde el primer momento,
necesitarán generar vida para sobrevivir y así lo harán, dando lugar a
millones de células por año, gracias a que previamente han conseguido
desarrollar la habilidad.
-Sí, pero estos guachos no han creado una célula. Han creado una
ardilla entera y algunas hasta eran de colorines. Además, de lo de las
células ya se encarga el cuerpo físico.
-¿Y?
-Pues que cuando yo estaba vivo, seguramente estaba creando
alguna célula que otra y hasta puede que sin darme cuenta, pero una
ardilla entera, ya te digo yo que no.
-Las prisas.
-¿Mande…?
-¿Estamos de acuerdo en que eres capaz de generar una célula?
-Hombreee… Eso lo hacemos todos.
-¿Entonces, de acuerdo?
-Pues claro.
-¿Y si eres capaz de generar una célula, qué te impide hacer dos?
Si tienes la necesidad, es porque tienes la capacidad. Cómo la desarrolles,
es cosa tuya.
-¿Y no es el propio cuerpo el que crea sus células?
-Por supuesto, pero tú puedes incidir en ese proceso, acelerándolo,
o retardándolo. Incluso, modificándolo. Recuerda eso que allí llamabais
enfermedades psicosomáticas.
-¿Quieres decir que los seres humanos podemos crear vida?
-Recuerda que un ser humano es la combinación de un cuerpo
humano físico, con un… alma, que puede elaborar un cuerpo sutil para
un mundo intermedio, que haga las veces de puente y lazo de unión entre
los otros dos. El cuerpo físico es muy denso, pero tu alma no. Además,
tu esencia es divina y como tal puede generar vida.
-¿Entonces, quieres decir que algún día podremos hacerlo en la
Tierra?
-Es una posibilidad. De hecho, ya habéis conseguido clonar plantas
y animales. Ya te dije que la humanidad está, precisamente ahora, en
proceso de trascender su propia evolución y dar un gran salto en su
progreso. Las lagartijas y los pulpos, por ejemplo, os llevan ventaja en eso
de regenerar partes del cuerpo.
-Oye, estoy cayendo en la cuenta, ahora que hablamos de generar
vida, de que aquí no hay vivos. Antes solo veía vivos y ahora solo veo…
seres de tu mundo. Almas, espíritus, o lo que sean. Qué curioso.
Al acordarse de los vivos, le sobrevino el recuerdo de Marta y
asociado a él, el de su compromiso con Lucia.
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2.5. Buscando a Arturo.
Cuando Marta llegó a la casa, le extrañó encontrar sobre la
encimera de la cocina, la primera habitación a la entrada del piso, unos
platos y unos cubiertos usados. Normalmente, Arturo se encargaba de
dejarlo todo recogido, después de haber comido Lucia y él, antes de que
ella llegase.
Cuando pasó por delante de la salita de estar, la habitación en la
que pasaban la mayor parte del tiempo, incluyendo las comidas, también
le extrañó no encontrar a Arturo allí. Siguió hasta la habitación de Lucia.
Ella sí que estaba, sentada en su mesa de trabajo.
-Hola –la saludó y se le acercó para darle el beso habitual.
-Hola mamá.
-¿Y Arturo?
-No lo sé.
-¿Se ha ido?
-No. No ha venido a comer.
-¡¿Que no ha venido a comer?!
-Pues no.
Aquello era muy raro. Sin ni tan siquiera perder tiempo en salir de
la habitación de la niña, miró en su móvil, por si había alguna llamada
perdida, o algún mensaje, pero no había nada de eso. Marcó el número
del teléfono móvil de Arturo, pero nadie contestó a la llamada. Su
preocupación aumentaba. Volvió a marcar y a esperar inútilmente, hasta
el final de la llamada. Decidió entonces enviarle un mensaje,
preguntándole dónde estaba, ya que su inquietud crecía por momentos.
Arturo era un hombre atento y delicado, que nunca la había
sorprendido, hasta ahora, con imprevistos como éste. Si alguna vez, por
la razón que fuera, no había podido cumplir con un compromiso
previamente adquirido, tenía la sana costumbre de avisar siempre de ello,
pero esta vez ni una llamada, ni un mensaje. Nada.
-¿A ti te ha dicho algo, te ha llamado?
-¡¿A mi…?! – Contestó Lucia, poniendo cara de extrañeza –Verás
que no nos va a llevar al cumple de Carmen –añadió, ahora con cara de
preocupación.
-Bueno hija, espérate y ya veremos.
-Eso, ya veremos –con la misma cara de preocupación.
-Bueno, voy a comer algo.
No conseguía acostumbrarse al rechazo de la niña por Arturo. Se
dirigió a la cocina, para servirse la comida que habían dejado preparada
la noche anterior. Dado que Marta tenía turno de mañana por semanas
alternas, se habían acostumbrado a cocinar varios platos entre sábados
y domingos, y los congelaban por raciones, para poder ir sirviéndose de
ellos cada día. Si era necesario, cocinaban entre semana, por las tardes,
para así poder tener la comida disponible al día siguiente, cuando
llegasen a la casa, cada uno a su hora.
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Faltaba solo una ración de la sopa de pescado, que dejaron fuera
del congelador la noche del domingo, así como de los filetes de lomo de
cerdo encebollados, que destinaron a servir de segundo plato. La
ensalada que tenían prevista para hoy, no estaba preparada, aunque esto
último no era de extrañar, si no había venido Arturo. Lucía no se
caracterizaba, precisamente, por su espíritu colaborador en las tareas
domésticas.
Se sirvió un plato de sopa y otro de carne, que calentó en el
microondas, y se dispuso a comerlos en la salita, mientras veía la
televisión, a pesar de que hoy no le prestara mucha atención.
Preocupada, se interesaba más en sus propias elucubraciones, tratando
de encontrar una respuesta a la pregunta de qué podría haberle pasado
a Arturo para que no viniera a comer y no dar señales de vida, mientras
ingería la comida mecánicamente.
Él salía del trabajo a las tres de la tarde y solía llegar a la casa algo
más allá de las tres y media, por lo que hacía ya más de una hora que
debería de estar allí. Ni una llamada, ni un mensaje. Nada. En él, eso no
era normal en absoluto y estaba preocupada. Sin haber terminado de
comer, se levantó para ir hasta el salón, donde estaba la base del teléfono
inalámbrico, y regresó con él a la salita. Marcó el número del centro
donde trabajaba Arturo, por si hubiera suerte y quedara alguien por allí,
pero no la hubo. Se acordó de Jesús, un compañero de trabajo y amigo
de él, del que tenía su número de teléfono en la agenda del móvil y lo
llamó.
Jesús sí atendió su llamada. Tras pedirle disculpas por molestarlo
a unas horas tan inoportunas, le preguntó por su compañero y amigo, y
éste le informó de que Arturo no había acudido hoy a trabajar y que no
sabía nada de él. Le contó que había intentado contactarlo a última hora
de la mañana, pero que no había contestado a su llamada. Jesús también
se quedó preocupado, al saber que aún no había llegado a su casa, y
acordaron que el primero que tuviese noticias, llamaría al otro.
Ahora sí que estaba alarmada. Cuando ella se levantó de la cama,
aquella mañana, Arturo ya había salido de casa, como de costumbre.
Supuso que camino del trabajo, pero Jesús le había dicho que hoy no
había aparecido por allí en todo el día y que tampoco había llamado para
avisar, ni dar explicaciones por su ausencia, lo cual les había extrañado
a todos, porque conocían su formalidad. Sin embargo, nadie le había
dado mayor importancia, a excepción de él mismo, quien acabó
pensando, como los demás, que ya diría algo cuando pudiera.
Eso significaba que llevaba todo el día desaparecido. Marta
consultó de nuevo su móvil, para comprobar y asegurarse, por segunda
vez, de que no tenía llamadas perdidas de Arturo, ni mensajes. Volvió a
marcar su número, pero tampoco ahora nadie atendió la llamada. Al
menos tenía el móvil activo ¿Se lo habrían robado? Esta suposición vino
seguida de unas cuantas otras, a cada cual más alarmante: Un accidente,
un atraco, un infarto cardiaco, o cerebral…
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Había tomado la sopa y un par de filetes, pero ya no le apetecía
seguir comiendo. Recogió los platos, los cubiertos, y el vaso. Apagó la
televisión y se encaminó a la cocina, con la intención de comprobar si las
llaves del coche estaban en el cenicero donde solía dejarlas Arturo cuando
llegaba a casa, ya que no se fijó en ello al entrar. No estaban. Desde allí
y levantando la voz para que pudiera oírla, le dijo a su hija que iba a bajar
al garaje y que volvería enseguida.
-Vale –escuchó.
Bajó al garaje y pudo comprobar que el coche de su pareja no
estaba allí. Malo, malo. Algo malo le había pasado a Arturo. Subió de
nuevo a la casa, con paso acelerado y la intención de llamar a los
hospitales, para preguntar si tenían noticias de un tal Arturo Briones.
Buscó los números de teléfono en internet y llamó a todos y cada uno de
ellos, públicos y privados, pero en todos obtuvo la misma respuesta:
nadie sabía nada. Llamó al 091 y todo lo que consiguió sacar en claro,
fue que, si llegada la noche seguía sin noticias y lo estimaba oportuno,
podía poner una denuncia por la supuesta desaparición de su pareja.
Ya no sabía qué hacer. Volvió a llamarlo, pero una vez más se agotó
la llamada, sin que nadie respondiera. Se acordó de pronto de la Guardia
Civil. Llamó y encontró que tampoco ellos tenían noticias de ningún
Arturo Briones, solo que aquí se tomaron algo más de interés que en la
Policía Nacional, donde habían sido correctos con ella, pero limitándose
a pedirle paciencia y a seguir sus protocolos de actuación.
En la Guardia Civil parecieron interesarse algo más por su caso. Al
contarles que había desaparecido con su coche, le pidieron la matrícula
para buscar en su base de datos, pero tampoco había nada. Después de
asegurarse de que ya había contactado con la Policía Nacional, le
recomendaron que llamara a la Policía Local, por si ellos podían darle
alguna información, y le ofrecieron sus oficinas, como hicieron en el 091,
por si quería presentar denuncia por desaparición.
Llamó a la Policía Local y allí le dijeron que no sabían nada, pero
que por lo que estaba contando y en el caso de que hubiese algún registro
relativo a su pareja, era otro turno el que estaba de servicio, por lo que
hasta mañana no le podrían informar con seguridad. Le explicaron que
las hojas de servicio que los agentes entregan en la unidad administrativa
al terminar su turno, no se informatizaban hasta el día siguiente,
recomendándole por ello que llamase entonces, hacia la mitad de la
mañana, momento este en el que tendrían disponible la información
acerca de los servicios efectuados hoy lunes, y podrían decirle algo, si es
que había alguna noticia relativa a su caso.
Se pasó la tarde al teléfono, llamando y alertando a toda aquella
persona que se le ocurría que pudiera tener alguna relación con Arturo,
y de la que tuviera su número. Bajó hasta el bar de la esquina, con cuyo
dueño habían establecido cierta relación de amistad como clientes, ya
que algunos días en los que les había pillado el toro de su indolencia con
la comida, lo solucionaban bajando hasta allí, para comprar unos platos
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cocinados que les sacaran del apuro, pero tampoco él sabía nada de
Arturo.
Cuando subió a la casa, se encontró a su hija en jarras, en mitad
del pasillo.
-¡Lo sabía! –le espetó con muy mala cara.
-¿El qué? –respondió Marta, sorprendida.
-Que me iba a dejar tirada. Lo hace aposta ¿Y ahora qué hago? –
acabó diciendo Lucia, mientras cambiaba la cara de enfado, por la de
estar a punto de romper a llorar.
Marta comprendió que se refería a Arturo y a su compromiso de
llevarla a la fiesta de Carmen, lo que le hizo acordarse también de su
padre.
-¡Es verdad! Tu cumpleaños ¡Y el abuelo! Mira Lucia, creo que algo
malo le ha pasado a Arturo y eso es más importante.
-Claro, él siempre es el importante. Yo te importo una mierda.
-Mira Lucia, no está el horno pa bollos ¿De verdad te crees tú, que
si me importases una mierda, te iba a aguantar lo que te aguanto? No me
calientes ahora la cabeza, que bastante caliente la tengo ya.
-¡Y Toñi y yo nos quedamos sin cumpleaños! –respondió Lucia,
ahora sí, rompiendo a llorar a moco tendido.
Marta se la quedó mirando. Comprendió que el sufrimiento de la
niña, no era tanto por no poder ir a la fiesta, como por un equivocado,
aunque no por ello menos desgarrador, sentimiento de abandono, y por
el miedo al futuro que éste le generaba.
-Vamos a solucionar eso –le dijo, mientras la abrazaba
cariñosamente –Yo te llevo.
-¿Y entonces, no vas a ir a ver al abuelo?
-No puedo estar en dos sitios a la vez.
-Vale –contestó Lucia, cambiando las lágrimas por un gesto de
satisfacción y dirigiéndose a su cuarto.
-(¡Dios mío, qué edad más tonta!) –pensaba Marta, mientras se
encaminaba hacia a la salita. Una vez allí, llamó a su padre por el teléfono
inalámbrico que había dejado encima de la mesa. Le anunció que no
podría hacerle la visita que le había prometido, le pidió disculpas por ello,
y le contó los motivos y lo preocupada que estaba por la falta de noticias
de Arturo.
Su padre intentó tranquilizarla. Le dijo que Arturo era un hombre
muy formal y que, si no la había llamado todavía, debía ser porque no
habría podido, fuese por la razón que fuese, pero que en cuanto pudiese,
seguro que se ponía en contacto con ella, o aparecía por la casa. Según
ella, ya había llamado a todos los hospitales y a la policía, y allí no sabían
nada de él, lo que significaba que lo más probable era que no le hubiese
pasado nada malo. A Marta le hubiese gustado creerlo, pero no podía,
aunque no dijo a su padre nada más al respecto, para no preocuparlo
también, y se despidió de él.
- 94 -
Cuando cortó la llamada, se acordó de nuevo del móvil de Arturo.
Volvió a llamarlo y ahora escuchó la grabación del contestador
automático, anunciando que el teléfono marcado no se encontraba
operativo en ese momento. Dedujo que se había debido quedar sin
batería, con lo cual él tampoco podría llamarla ¿Qué hacer? No le
quedaba otra que esperar.
2.6. Elihá.
El hecho de caer en la cuenta de que ahora solo veía seres de luz,
le hizo acordarse de los de carne y hueso, y más concretamente de Lucia.
Había quedado con ella en llevarla, junto con su amiga Toñi, al
cumpleaños de Carmen, para que así su madre pudiese visitar al abuelo
y les iba a fallar a las dos.
-Oye Elías, me he dejado un asunto pendiente en la Tierra que
quisiera solucionar. Es importante para mí.
-¿Y cómo quieres hacerlo?
-Por ejemplo… ¿Haciéndole una visita…?
-¿A Lucia? ¿Ahora?
Arturo pensó que esto de la telepatía tenía sus ventajas. Ahorraba
mucho tiempo en las conversaciones.
-Si puede ser… - dijo.
-Poder ser, lo que se dice poder ser, puede ser, pero no es
recomendable ahora, a menos que quieras darle un buen susto.
Niemsé recordó que ya no tenía cuerpo físico y que los vivos no
podían verle, aunque algunos sí que pudieran sentirlo. Recordó también
cómo recuperó la antigua forma de sus piernas, con zapatos y pantalones
incluidos, cuando empezaba a explorar las posibilidades del que entonces
le pareció un nuevo mundo.
-Precisamente por eso –escuchó de pronto decir a Elías. –Date
cuenta de lo que le vas a presentar a Lucia: un Arturo semitransparente,
extrañamente iluminado y al que puede sentir cuando la toca ¿Cómo
crees que va a reaccionar?
Al pensar en ello, se vio en la escena como espectador de esas
películas multidimensionales que se podían vivir en este mundo. Esto sí
que no tenía nada que ver con el cine, ni siquiera con la mejor realidad
virtual. Era maravillosamente mejor, porque aquí, además de ver y oír,
se olía, se vivía, y se podía sentir lo mismo que sentían y pensaban los
participantes. Estaba en la escena, aunque más que “en”, él mismo
formaba parte de ella, por lo que decir que estaba dentro, aunque solo
fuera como espectador y sin intervenir, para no cambiar lo que allí
estuviera sucediendo, expresaba mejor su experiencia, aun cuando sabía
que, en cualquier momento, podía decidir implicarse en el desarrollo de
los acontecimientos, como un participante más. Una de las cosas que
ahora también podía hacer, era poner su atención donde quisiese, y vería,
oiría, olería, y sentiría, lo mismo que allí se estuviese viendo, oyendo,
oliendo, y sintiendo. De hecho, en la escena en la que estaba ahora, podía
- 95 -
percibir a Lucia, sentada en la mesa de trabajo que tenía en su
habitación. Sintió su preocupación, lo que le sorprendió, porque supo
que esa preocupación era por él y por la falta de noticias que tenían al
respecto de su persona.
Quiso entonces presentarse ante ella. Su mesa estaba pegada a la
ventana, justo debajo, para que así pudiera aprovechar el máximo de luz
natural posible, mientras hacía sus trabajos académicos. Solo detrás de
la niña quedaba sitio libre suficiente para alguien. Estaba tratando de
decidir si a la derecha, o a la izquierda, cuando se acordó de que se podía
poner donde quisiese, ya que podía atravesar las paredes.
Como aún entraba bastante luz por la ventana, pensó que lo mejor
sería mostrarse en una esquina de la habitación, de las dos que Lucia
tenía frente a ella. En concreto, la que la niña tenía a su izquierda, que
era la más oscura.
Ya que ahora era de luz, en ese sitio pensó que le vería mejor,
aunque estuviese atravesando la estantería que allí había, y así lo hizo.
Lucia lo vio y su chillido debieron escucharlo hasta en la calle. Del salto
que dio, la silla con ruedas que ocupaba, acabó estrellándose contra la
puerta, que estaba frente a la ventana, al otro lado de la habitación, y lo
hizo con un enorme estrépito, acorde a la velocidad con que la despidió.
Saltó sobre la cama y se apretujó contra la pared, aterrorizada y con la
cara desencajada.
-Cosas como estas pueden ocurrir, si se actúa imprudentemente –
escuchó decir a Elías.
Lo escuchó y lo vio, porque la escena de Lucia ya había
desaparecido. Ahora estaba frente a su Gandalf particular, que le sonreía
y le hablaba, con ese amor y esa dulzura que le eran tan característicos
–Cada uno llega hasta donde ha llegado, en el desarrollo de la
habilidad para generar materia y tú parece que, por el momento, no
puedes hacerlo mejor.
-Menudo susto se ha llevado la muchacha.
-Bueno, quédate tranquilo. En realidad, eso no ha ocurrido.
-¿Cómo que no ha ocurrido?
-No. Ha sido una recreación para ti de lo que podría haber pasado,
si lo hubieras hecho. Ya te había dicho que hay que ser muy prudentes y
cautos al contactar con los seres humanos, pero como parecías no
haberlo entendido, he probado de ésta otra manera. A ver si así…
-Entonces ¿Lucia no me ha visto?
-En su mundo, no.
-¿Ni se ha llevado un susto casi de muerte?
-Tampoco.
-¿Esto no ha pasado?
-Para ti y para mí, sí. Para Lucia, no. Yo no soy un creador de
mundos muy experto todavía, pero cosas como éstas, puedo hacerlas con
relativa facilidad.
- 96 -
-Muy bien listillo, tú me dirás cómo, pero yo tengo que avisar a la
niña y a su madre, de que no voy a poder ir a recogerla. Alguna manera
tiene que haber.
-Por supuesto que la hay. De hecho, hay una infinidad de
posibilidades. Esa no es una cuestión por la que haya que preocuparse
ahora, afortunadamente. Más práctico me parece ponerse a buscar,
hasta encontrar una que sea respetuosa con todas las partes implicadas,
a la vez que útil.
-¿Eso qué significa?
-Que hay un infinito número de posibilidades alternativas a
cualquier opción, por lo que siempre puedes buscar, hasta encontrar una
que acabe siendo respetuosa y útil para con todos los implicados, mejor
que otra que solo lo sea para ti. Recuerda que no estás solo en el universo.
Lo que acababa de escuchar de Elías, tenía sentido. A veces había
hecho cosas en la vida pensando en su beneficio, que habían resultado
perjudiciales para otros.
-Anda ven –le dijo –No sueltes mi mano, que vas a comprobar por
ti mismo, cómo lo hace un Maestro en contactar con los seres humanos.
Tenemos permiso para que puedas experimentar con la forma de trabajar
de un gran experto.
-Hola Niemsé. Soy Elihá.
Quien se presentaba de esa manera, era otro ser de luz que había
aparecido así: de repente. Tenía el aspecto de una mujer, con el pelo lacio
y largo, de mediana edad y muy guapa. También ella vestía esa túnica
blanca, que parecía el uniforme de los de por aquí.
Había aparecido así, de golpe, de la misma manera que lo había
hecho la percepción que tenía ahora, del profundo respeto que emanaba
de Elías hacia ella, quien, por cierto, le había soltado de la mano.
Elihá imponía respeto. Niemsé también sentía un profundo respeto
por ella, a la par que una extraña sensación de familiaridad, aunque no
supiese muy bien el por qué de ambas cosas. Pensó que quizás fuese por
su también potente emanación de bondad, amor, y sabiduría.
Su luz era muy similar a la de Elías, con ese color blanquecino que
ya le era familiar en su Maestro, con azules oscuros e intensos reflejos
morados. Cuando Elías y ella se miraron, la intensidad de sus luces y
colores se reavivó, hasta que aquello se convirtió en una maravilla
radiante multicolor, de la que emanaba amor, sabiduría y respeto.
Todavía se sorprendía por lo espectacularmente bellas, que podían llegar
a ser aquí las cosas.
Elías y Elihá se miraban y Niemsé supo que estaban
comunicándose. No era capaz de entender cómo, pero sabía que estaban
haciéndolo de una manera, que él también podría hacer algún día.
-Elihá va a mostrarte una forma sutil de comunicar con los seres
humanos, sin asustarlos –le dijo Elías, y acto seguido se encontró en una
habitación en la que había un joven, que aparentaba tener algo más de
treinta años, sentado en su escritorio y al parecer, escribiendo.
- 97 -
Elihá no le había pedido que le diese la mano, pero sabía que esto
era cosa suya, porque al tiempo que pudo ver al joven, fue también capaz
de saber, de esa forma tan inmediata por la que aquí se podían llegar a
conocer los asuntos propios de los demás, que el joven, a pesar de que
no se ganara la vida con la poesía, sino con la cirugía, estaba interesado
en conseguir crear un poema místico, donde forma y fondo fueran una
sola cosa.
Supo también, que no le interesaban los lectores que podían
entender fácilmente el fondo de ese poema, sino aquellos otros que, aun
leyéndolo, no acabaran de entender su mensaje. Quería enviarlo a lo más
profundo de su subconsciente de lo que fuera capaz, porque creía que allí
actuaría como una semilla, presta para germinar en cuanto se diesen las
mínimas condiciones idóneas para ello.
Para estos estaba trabajando en la forma y lo estaba haciendo con
un soneto. Había conseguido el soneto que quería hacer, pero no estaba
satisfecho. Lo tenía escrito en un papel, entre una maraña de tachaduras,
cuentas, flechas, palabras escritas entre líneas, figuras geométricas,
listas de números, y notas a todos los márgenes. Decía así:
Para el Arte Real catorce son necesarios
pero hay todavía un más allá, algo más sublime
donde por un punto más serán seis lo que se estime
como que hora son cinco sin precisar comentarios.
Seis es el jugo de quince cuando a este lo exprimes
y cinco resulta de catorce el corolario
dando fe de ello la suma como notario
que cuatro más uno en cinco y más otro en seis redimen.
Si has conseguido seis tienes también dos trinitarios
si además consigues que éstos dos entre ellos se arrimen
y lo hagan uno hacia arriba y el otro al contrario
podrás ver cómo en un solo verso se comprime
de todo el universo su total totalitario
y escuchar su música cuando consigas que rime.
Niemsé pensó que aquel hombre no lo hacía del todo mal como
poeta, aunque se ganara la vida como médico. Supo lo de su trabajo, lo
mismo que lo de su afición a la poesía y su interés por la mística, por
medio de esa difusión del saber ajeno que aquí parecía practicarse, como
por ósmosis.
Había conseguido el soneto que buscaba, pero no se había quedado
satisfecho. No le parecía suficiente la simbología que había conseguido
introducir en él y no encontraba cómo mejorarla. Para eso había venido
Elihá.
- 98 -
Niemsé supo también que el único allí que no era consciente de la
presencia de Elihá, era el joven poeta, su anfitrión. Sintió cómo Elihá se
extendía por el joven, interpenetrándolo hasta armonizarse por completo
con él. Ahora eran cuatro energías diferentes, habitando un mismo
cuerpo físico. Una de ellas era una mera observadora y sólo estaba lo
suficientemente armonizada con la energía anfitriona, como para poder
tomar conciencia de lo que estaba ocurriendo. Ese era su caso. Otra
estaba allí, únicamente por si el observador necesitaba de su apoyo y
ayuda. Ese era Elías. La tercera había venido para inspirar a la usuaria
habitual de este cuerpo del joven poeta. Esa era Elihá, que se había
sincronizado con la energía de este hombre, hasta fundirse en parte con
ella.
Para guiarlo en la búsqueda que estaba haciendo, empezó
enviándole cuerdas de energía, dirigidas al lado derecho de su cerebro, a
la vez que alrededor de su hemisferio izquierdo formaba una especie de
barrera energética. Niemsé supo que lo hacía así, porque en este humano,
como en la mayoría de ellos, sus dos hemisferios aún no estaban
totalmente sincronizados. En especial, en el caso de los occidentales,
como era éste, el izquierdo solía ser el dominante, con una actividad
analítica más y mejor ejercitada.
Enviaba ondas de energía al hemisferio derecho, donde más fácil
era su recepción, de modo que desde allí pudiesen expandirse al resto del
cerebro, pero ponía una barrera para que no fueran filtradas por el
izquierdo y se perdieran por allí, siendo bloqueadas por razonamientos
analíticos. Antes o después, esa energía dirigida que le enviaba Elihá,
activaría lo que este cerebro tuviese disponible, para conseguir el objetivo
que se había propuesto. De esta forma sutil, ayudaba al joven en la
creación del poema que estaba buscando. Niemsé se dio cuenta de que
estaba a años luz de poder llegar a hacer algo como eso.
Aquel poeta, inspirado ahora por Elihá, había empezado repasando
las teorías matemáticas y geométricas de los pitagóricos, hasta llegar a
un tal Luca Pacioli, pasando por Leonardo Bigollo, al que él conocía por
el sobrenombre de Fibonacci. Pero el trabajo de lo que parecía la
mismísima representación arquetípica de la Virgen María, aunque sin
velo y con el pelo blanco, iba aún más allá.
Se activaron imágenes geométricas en la mente de aquel joven. Un
punto que se movía generando una línea, que a su vez, al moverse,
generaba un plano, que daba lugar a un cubo cuando seguía moviéndose.
Triángulos, círculos, cuadrados, los cinco sólidos de Teateto, esferas,
estrellas, algunas de estas figuras entrelazadas y otras circunscritas,
eran evocadas en la mente de aquel hombre, ayudándole a encontrar lo
que buscaba. Hasta que consiguió definir la estructura del poema que
quería crear y acabó escribiendo algunos con arreglo a ella. Aun así,
seguía insatisfecho.
Sin embargo, Elihá debió considerar que su trabajo ya estaba
hecho, cuando el poeta escribió los primeros poemas acordes con esta
- 99 -
nueva estructura, porque entonces fue cuando salió de allí, llevándose
con ella a él y a Elías. Ahora estaban de nuevo en el mundo de la luz.
Elías y Elihá le miraban sonrientes y con dulzura.
-¿Qué te ha parecido? –le preguntó Elías.
-Impresionante. Me he quedado de patata. ¿Esto lo hacéis a
menudo?
-Sí. A Menudo también se lo hemos hecho.
-Ahora eres tú el que se hace el graciosillo.
-Si, tienes razón. Me apetecía bromear un poco contigo, haciéndote
de espejo. Lo cierto es que estamos en contacto permanente unos con
otros y de maneras muy diferentes. Por eso, en la cultura de la que vienes,
algunos nos han llamado el Ángel de la Guarda. Otros nos llamaron
Daemon, espíritus guías y cosas así.
-Ahora mismo yo no sería capaz de hacer algo como esto, con nadie.
-Te ha faltado decir todavía. Has tenido otra oportunidad de
experimentar cómo trabaja una experta, a la que ha costado mucho
tiempo y esfuerzo, llegar a desarrollar y dominar con maestría esta
habilidad, pero ha estado bien que pudieras refrescar la experiencia de
cómo funcionan algunos de los métodos, que nos permiten comunicarnos
con sutileza con los humanos. Algunos de esos que en la Tierra llamabais
fantasmas, son el resultado de toscos intentos de comunicación como el
tuyo. Lucia puede que te hubiese interpretado así, si hubieses llegado a
hacer lo que pretendías. Es preferible ir con pies de plomo, para evitar
perturbar a los humanos, porque eso hace más difícil la comunicación
con ellos.
-¿Entonces, eso son los fantasmas? ¿También existen, como los
extraterrestres?
-Así los han llamado a veces, pero no todos los casos son el
resultado de una torpe interacción entre un ser de… más allá y un
humano. También hay personas con una sensibilidad más desarrollada,
que pueden interactuar con seres de otras dimensiones, o de planos
adyacentes al suyo, algunos de los cuales puede que aún no hayan
aprendido a manejarse muy bien entre ellos, y viceversa. También puede
ocurrir que un humano sensible, llegue a percibir seres de otras
dimensiones, aun cuando no haya interacción entre ellos, más allá de la
sensorial. Estos casos de interacción interdimensional, se dan más a
menudo en niños, que en adultos. Niños que con frecuencia hablan con
amigos invisibles, por ejemplo. En ellos, la cultura aún no ha tenido
tiempo suficiente, como para sepultar al subconsciente bajo su peso y
desconectarlo de la conciencia. Otras veces, son seres espirituales poco
evolucionados todavía, que perdieron su cuerpo físico, pero deciden
permanecer por un tiempo cerca del mundo terrestre. Esto puede estar
motivado por muchas razones diferentes. Desde el deseo de protección a
seres queridos, a la desorientación, pasando por el excesivo apego al
mundo material, o por pura y simple diversión, que todo puede ser. Al
respecto, recuerdo ahora el trabajo que me costó, hace de esto ya mucho
- 100 -
tiempo, ayudar a un espíritu muy joven a hacer el tránsito. Camino de
una cita profesional, sufrió un infarto cerebral fulminante en plena calle,
que interpretó como un mareo. Cuando se levantó del suelo, ya muerto,
pero sin saber que lo estaba, le llamó la atención una joven espectacular
que pasaba por allí y la siguió hasta su puesto de trabajo, donde
terminaba cada jornada laboral con una ducha. Descubrió que podía
manosearla sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo, y tuvimos que
echar mano de un médium para ayudar a ella a librarse de él, y al espíritu
a reconocer que había muerto, porque le resultaba muy divertida su
nueva situación. En todo caso, no tiene mucho sentido tenerles miedo,
porque poco daño pueden hacer, más allá de a sí mismos, salvo en las
películas.
-Pues en el numerito que me has montado con Lucia, no veas el
susto que se ha llevado la criatura.
-Si, y en su caso era miedo a lo desconocido, no a ti, y la impresión,
además de ser innecesaria, podría perjudicarla. Por eso te he mostrado
lo que podías haber llegado a provocar.
Durante toda esta conversación, Elihá había permanecido
sonriente y en silencio. Se acordó de ella y de la pregunta que tenía en
mente hacerle, antes de que Elías hiciera la suya, preguntándole a él qué
le había parecido la experiencia. Este Elías era un bromista y eso le
gustaba, pero a veces también le distraía.
-Hay una cosa que me intriga –dijo, dirigiéndose a Elihá -¿Por qué
lo has dejado insatisfecho?
-¿No pretenderás que haga yo todo el trabajo? –respondió ella, sin
perder su encantadora sonrisa.
Niemsé se la quedó mirando, extasiado.
-Desde luego, si te has dado una vuelta por la Tierra, ahora
comprendo lo de las apariciones marianas.
La sonrisa de Elihá perdió su sutileza, ganado plenitud, hasta
llegar a mostrar ampliamente, lo que se supone que debían ser sus
dientes.
-No es mi misión hacer su trabajo, sino ayudarles a ello. Si alguna
vez me han interpretado como la Virgen María, otras lo han hecho como
una diosa, o un fantasma, pero eso es menos importante que sus
aprendizajes, su propio progreso –y dicho esto, se miró con Elías, de la
misma forma que se miraron al principio, cuando se le presentó a Niemsé.
Las luces de los dos Maestros ganaron en intensidad y se pusieron
a vibrar al unísono, hasta convertirse en el maravilloso espectáculo
multicolor que ya había visto antes. Arturo-Niemsé volvió a sentir el
mismo bienestar del que ya pudo disfrutar cuando estos dos se miraron
así, en el momento que conoció a Elihá. Hasta que ella se giró hacia él y
el encanto se atenuó.
-Ahora he de irme –le dijo sonriente –y se fundió con él en lo que
podría asimilarse a un abrazo, solo que éste era muy especial: se lo daba
un ser del mundo de los espíritus.
- 101 -
De nuevo volvió a sentir esa familiaridad que ya percibió cuando la
conoció, pero esta vez no le resultó tan extraña, como tampoco la
impresión que le causó el inmenso amor que sintió, muy similar al que
había experimentado cuando le dio la mano a Elías por primera vez; ni le
extrañó que esta sensación le resultara tan gratificante, ni que se le
pasara por la cabeza, o por lo que quedase de ella, la idea de permanecer
en ese estado por tiempo indefinido. Lo que le sacó del trance, fue la
rápida desaparición de Elihá. Tan rápida y repentina, como había sido su
aparición.
2.7. Lucía.
El autobús urbano tenía una parada frente al instituto y otra muy
cerca de la puerta de su casa, por lo que a veces prefería pagarlo con su
asignación semanal, a tener que hacer el camino andando, aunque no
hubiese mucha distancia entre uno y otra.
Cuando llegó a la casa, se fue derecha a su habitación para soltar
la mochila, como hacía de forma rutinaria. Hoy no pensaba sacar de ella,
todavía, los materiales para los deberes del día, como era su costumbre,
porque esta tarde tenía previsto asistir a la fiesta de cumpleaños de
Carmen. La dejó caer sobre la cama y se dirigió a la cocina, donde se
calentó su parte de la comida. Luego se la llevó a la salita, para comer allí
tranquilamente, mientras veía un poco de televisión, antes de que llegase
Arturo.
Cuando terminó de comer, recogió los platos, los llevó a la cocina,
y como Arturo aún no había llegado, se volvió a la salita para seguir
viendo la tele, desparramada en el sofá. Se quedó dormida. Cuando se
despertó, le llamó la atención el programa que estaban emitiendo en esos
momentos. Ella no lo veía nunca, lo que significaba que había pasado el
tiempo suficiente, como para que Arturo ya estuviese allí. Miró a su
alrededor, pero ni lo veía, ni lo escuchaba. Miró la hora en su móvil y
comprobó que su madre tardaría todavía un poco en llegar. Aguzó el oído,
pero no escuchó nada más que el sonido de la televisión. Aquello era muy
raro ¿Dónde estaba Arturo?
Se levantó despacio y con precaución, como quien espera
sorprender a alguien, sin ser visto. Asomó lentamente la cabeza por la
puerta, para ver si estaba en el pasillo, o en la habitación que él usaba
como despacho, que estaba al fondo. Nada. Muy despacio y aguzando
aún más el oído, llegó hasta la cocina. Nada. Ni allí, ni en el lavadero.
Aquello era muy raro.
Recorrió todo el piso, habitación por habitación, terraza incluida,
pero Arturo no estaba. Tuvo una idea: volvió a la cocina y pudo
comprobar que el cenicero donde dejaba las llaves del coche, siempre que
llegaba a la casa, estaba vacío, y los platos y cubiertos que ella había
utilizado, seguían allí sin recoger. También estaba el resto de la comida,
que nadie más que ella parecía haber tocado. Definitivamente, Arturo no
había llegado. Pues a ella, nadie le había dicho nada, pensó.
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-Verás que me voy a quedar sin fiesta –se dijo a sí misma, mientras
se dirigía a la salita para apagar la tele.
Fue luego a su habitación, se sentó en su mesa y se puso a leer
una novela de ciencia ficción que tenía a medias. En ello estaba, cuando
oyó moverse la cerradura y la consiguiente apertura de la puerta de la
casa. Conocía aquella forma de caminar: era su madre. Por cómo había
cambiado el paso y lo que se entretuvo cuando pasó por delante de la
cocina y la salita, supo que estaba buscando a Arturo. Ella la última,
como siempre.
Esto pensaba, cuando su madre entró en la habitación para
saludarla, ahora sí, darle un beso, y cómo no, peguntarle por Arturo.
-¿Y Arturo?
¡Y ella qué sabía! ¿Acaso Arturo le daba alguna vez explicaciones
de algo?
-No lo sé.
-¿Se ha ido?
- No. No ha venido a comer.
- ¡¿Que no ha venido a comer?!
-Pues no.
Notó el gesto de preocupación en el rostro de su madre.
-¿A ti te ha dicho algo, te ha llamado?
Ésta sí que era buena. Su madre todavía seguía esperando que
alguna vez Arturo se dirigiera a ella, para algo que no fuera fastidiarla. Si
no había venido a comer, ese era su problema. Además, con un poco de
suerte, igual ya no aparecía nunca más por la puerta. Le había dicho que
las iba a llevar, a Toñi y a ella, al cumple de Carmen, y éste era capaz de
inventarse cualquier cosa, con tal de hacerle la puñeta.
–Verás que no nos va a llevar al cumple de Carmen –le dijo a su
madre, a lo que ésta le contestó que ya veríamos. Sabía lo que eso
significaba: déjame en paz.
-Bueno, voy a comer algo –dijo, como excusa para quitarse de en
medio.
Su madre fue a comer a la salita y ver la tele, pero ella prefirió
seguir leyendo su novela, que le estaba resultando muy interesante,
porque planteaba los problemas que podían ocasionar las paradojas en
los viajes por el tiempo.
Volvió a su habitación y al rato escuchó a su madre hablar por
teléfono. No prestó mucha atención a las conversaciones, hasta que
apreció el tono de preocupación en su voz. Aguzó el oído y pudo
comprobar que sí, que estaba muy preocupada, y como no, por Arturo.
-¡Lucia, bajo un momento al garaje! –le había gritado desde la
cocina.
Lo cierto era que Arturo ya estaba tardando demasiado y se
acercaba la hora del cumpleaños. Menos mal que Toñi aún tardaría un
poco en llegar.
- 103 -
-(Verás que me voy a quedar sin cumpleaños) –pensó otra vez, pero
como todavía quedaba tiempo, volvió a su novela.
Su madre regresó enseguida del garaje y se puso a llamar como
loca a todo el mundo: hospitales, policía, guardia civil, municipales y un
montón de gente más, preguntando siempre por Arturo. Al parecer, esta
mañana había salido del garaje con el coche y nunca más se supo, ni de
él, ni de su coche. Lo mismo le había pasado algo al idiota ese, fue la idea
que se le pasó por la cabeza, aunque la desechó, al considerar como más
probable que lo hiciera aposta, para fastidiarla y alejarla de su madre,
que es lo que de verdad andaba persiguiendo desde hacía ya mucho
tiempo. Por cierto, que su madre salía a la calle otra vez y ahora, sin
decirle nada.
Cuando volvió, la estaba esperando. Nada más oír la llave entrando
en la cerradura, se plantó en jarras en mitad el pasillo.
-¡Lo sabía! –le espetó, apenas entraba por la puerta.
-¿El qué?
-Que me iba a dejar tirada. Lo hace aposta ¿Y ahora qué hago? –y
mientras lo decía, recordaba que no era ella sola la que se iba a quedar
sin fiesta. Toñi también se iba a quedar colgada por su culpa y lo que era
peor de todo, no iba poder estar con Dani, al que había tenido que pedir
expresamente a Carmen que lo invitara. Con la rabia que le daba tener
que pedir favores a la gente y más si eran de este tipo.
-¡Es verdad! Tu cumpleaños ¡Y el abuelo! Mira Lucia, creo que algo
malo le ha pasado a Arturo y eso es más importante –fue lo que le
contestó su madre. Por Arturo lo olvidaba todo.
-Claro, él siempre es el importante. Yo te importo una mierda.
-Mira Lucia, no está el horno pa bollos –le contestó enfadada y
levantando la voz -¿De verdad te crees que si me importases una mierda,
te iba a aguantar lo que te aguanto? No me calientes ahora la cabeza, que
bastante caliente la tengo ya.
Esa respuesta le había calado hondo. Su madre tenía que
aguantarla, en vez de quererla y mimarla, como hacía antes. Además, no
podría estar con Dani, ni con Carmen, y a Toñi le iba a fastidiar la fiesta.
-Y Toñi y yo nos quedamos sin cumpleaños –dijo llorando.
La emoción la embargó y no pudo aguantarse las lágrimas. Se
sintió abandonada y vulnerable. Parecer débil la enfurecía, y no conseguir
controlar su llanto, la hacía enfadarse todavía más consigo misma,
adentrándose así en un bucle que le provocaba cada vez más ganas de
llorar. Su madre se le quedó mirando en silencio, por unos instantes.
Luego ablandó el gesto y la abrazó. Ese abrazo la tranquilizó.
No se entendía ni a sí misma. Sentía enfado y compasión a la vez.
No podía aguantarse las lágrimas y eso le daba aún más ganas de llorar.
Además, estaba agobiando a su madre más de lo que ya estaba. Menos
mal que ésta le respondía, a pesar del agobio que tenía encima, diciéndole
que estaba dispuesta a renunciar a todo por ella. Le había dicho que las
- 104 -
iba a llevar a la fiesta, en vez de visitar al abuelo. Había conseguido, por
parte de su madre, una prueba de que todavía le importaba algo.
Volvió a su cuarto, a esperar la llegada de Toñi, pero no pudo
concentrarse en la lectura. Lo que acababa de pasar, le rondaba la cabeza
y lo de Arturo parecía preocupante de verdad. A ella puede que no le
dijera nada, pero que no lo hiciera con su madre, no era normal. La tenía
informada de todos sus movimientos para mantenerla tranquila, y era
muy raro que, a estas horas, no hubiese dado señales de vida, desde que
salió por la mañana. Lo mismo a este gilipollas le había pasado algo,
pensó. Desde luego que Arturo no era santo de su devoción, pero no por
eso le deseaba nada malo.
2.8. Los novenarios.
Su padre le había dejado preocupado. Por lo que le había contado,
parecía haber sufrido una alucinación y eso no le gustaba un pelo. Se
había enterado de ello a lo largo de lo que se suponía que iba a ser una
conversación telefónica intrascendente. Juan Carlos lo había llamado,
antes de seguir con su proyecto de construir un poema que llevara el
mensaje, tanto en el fondo, como en la forma, y lo había hecho
simplemente para saber de él.
Lo que no le pareció intranscendente, es que le contara que había
visto desaparecer una cabeza. Una cabeza sola, sin cuerpo. Además, lo
hacía muy convencido de lo que decía. Esa sintomatología le preocupaba
seriamente, porque bien podría estar causada por una metástasis
cerebral del cáncer de tiroides que padeció tiempo atrás, por lo que había
insistido en que mañana se viniera con él a su casa y así poder hacerle
unas pruebas en el hospital donde trabajaba. Tendría que volver a pedir
algunos favores, pero la ocasión lo merecía y ya que hasta mañana no
podía hacer nada más por su padre, se dispuso a seguir con sus poesías,
como tenía previsto.
El proyecto que tenía entre manos, era enriquecer la creación
poética con un poema místico, que garantizara que el mensaje llegaba a
lo más profundo de su lector, con independencia de que éste lo entendiera
conscientemente, o no. Para ello tenía que utilizar símbolos.
Creía que una buena poesía, debía ser capaz de atravesar la capa
exterior de la conciencia del lector, para llegar hasta su yo más profundo.
Para conseguirlo, el poeta cuenta como herramienta necesaria con su
propia sensibilidad, pero si no la tiene suficientemente desarrollada
todavía, como pensaba que era su caso, los recursos estilísticos podían
ser de mucha ayuda, por lo que últimamente estaba escribiendo poemas
muy reglados, con métrica y rimas muy estrictas.
Los académicos consideraban al verso alejandrino, con sus 14
sílabas, como el más sublime, pero su reducción matemática daba cinco
como resultado.
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14
1
4
1+4=5
Si se le añadía una sílaba más al verso, al sumar 1 más 5 para
encontrar su reducción matemática, el resultado era 6, o lo que es lo
mismo: dos veces tres. Dos triángulos.
Como había practicado mucho con los sonetos y podía construirlos
con relativa facilidad, se decidió por hacer uno, para experimentar.
Si iba a proponer el tránsito del verso de catorce sílabas al de
quince, para adecuar forma y fondo, debería utilizar versos de catorce
sílabas cuando hablase del arte real, y de quince cuando hiciese la
propuesta, por lo que iba a tener un soneto con versos de 14 y de 15
sílabas. Tras unos cuantos intentos, corregidos muchas veces, hasta
acabar desechándolos, consiguió empezar.
Para el arte real catorce son necesarios. Primer verso del primer
cuarteto, con catorce sílabas.
Pero hay todavía un más allá, algo más sublime. Unas cuantas
pruebas más y tenía el segundo verso del primer cuarteto, con quince
sílabas, pretendiendo ejemplificar con ello ese más allá del que hablaba.
Donde por un punto más, serán seis lo que se estime. Más pruebas
y un tercer verso, en rima consonante con el anterior y quince sílabas.
Su reducción matemática era seis.
15
1+5=6
Como ahora son cinco sin precisar comentarios. Último verso del
primer cuarteto, en rima consonante con el primero y catorce sílabas, con
reducción matemática a cinco. Esta estrofa estaba construida con rima
ABBA, de forma que así quedaba abierta y cerrada por dos versos de
catorce sílabas, que envolvían otros dos de quince. Decidió que la rima A
consonante, sería exclusiva para los versos de catorce sílabas, pudiendo
los de quince usar las demás. Siguió con el segundo cuarteto.
(B) Seis es el jugo de quince cuando a éste lo exprimes
(A) y cinco resulta de catorce el corolario
(A) dando fe de ello la suma como notario
(B) que cuatro más uno en cinco y más otro en seis redimen.
Este segundo cuarteto había conseguido abrirlo y cerrarlo con
versos de quince sílabas (B), que englobaban otros dos de catorce (A),
todos ellos en rima consonante (BAAB) y con él pretendía seguir dando
pistas, acerca del uso de la reducción matemática pitagórica.
Tenía ya dos cuartetos cerrados y con ellos dos círculos cerrados
circunscritos, que cuando se mueven en torno a su punto central,
generan dos esferas concéntricas. Estos círculos vienen delimitados por
la métrica y la rima, siendo ABBA en el caso del primer cuarteto y BAAB
- 106 -
en el segundo. Así, los círculos que forman los versos, se inscriben en la
esfera que forman los cuartetos.
A
B
BB
AA
A
B
Tocaba ahora empezar la segunda parte del soneto. En ella, una
vez presentada la tesis, era el turno para exponer los argumentos, por lo
que creyó conveniente que ambos tercetos estuviesen compuestos por
versos de quince sílabas. Para reforzar aún más el peso de los
argumentos, la rima sería ABA BAB, de modo que sirviera para dar
continuidad en el paso del primer al segundo terceto, así como de
continuación a la serie A-B, iniciada en los cuartetos. A ello había que
añadir que no se le podía encontrar mucho sentido al texto, sin leer
ambos tercetos como si fuera un solo sexteto. Después de mucho probar
y corregir, consiguió construirlos.
(A) Si has conseguido seis tienes también dos trinitarios.
(B) Si además consigues que éstos dos entre ellos se
arrimen
(A) y lo hagan uno hacia arriba y el otro al contrario
(B) podrás ver cómo en un solo verso se comprime
(A) de todo el universo su total totalitario
(B) y escuchar su música cuando consigas que rime.
Con el primer verso del primer terceto, pretendía evocar la idea del
triángulo, ya que el seis es un tres duplicado. Dos triángulos, uno por
cada terceto, que enlazados, uno con la punta hacia arriba y el otro con
la punta hacia abajo, formaban el símbolo conocido popularmente como
Estrella de David, con el que los antiguos pretendían representar la unión
del mundo material con el espiritual y adoptado por los judíos como su
logotipo.
Pero no se había quedado satisfecho. Al poema considerado por los
académicos como el más próximo a la perfección, el soneto, Juan Carlos
lo consideraba bastante lejos de ella. Dos cuartetos y dos tercetos
sumaban catorce versos, siendo cinco su reducción matemática. Un
número abierto, como ocurría con el verso alejandrino.
No le encajaba, como tampoco le encajaba que se considerase a los
poemas en verso alejandrino, los más sublimes. Su reducción
matemática seguía siendo cinco. Pero a los versos pentadecasílabos,
- 107 -
aunque se redujeran matemáticamente a seis, dos veces tres, o dos
triángulos, todavía les faltaban tres sílabas más, para poder reducirse a
nueve. Con versos octodecasílabos, cuya reducción resultaba en nueve,
no sólo conseguía tres triángulos, tres veces tres, sino que además podía
tener dos hemistiquios, también cerrados por tres triángulos cada uno,
al usar nueve sílabas por hemistiquio.
9=3+3+3
Había decidido que su poema debía construirlo con
octodecasílabos, pero no encontraba la rima adecuada. Tampoco
encontraba mucho sentido en considerar al soneto, como el poema mejor
construido de los posibles.
Se le ocurrió que, si conseguía adecuar la rima y la métrica poética
al patrón tres, potenciaría la capacidad del poema de penetrar en lo más
profundo del lector, y los sonetos no se ajustaban a ese patrón. El soneto
tenía 14 versos y la reducción de 14 es 1+4, es decir 5, un número de
tránsito entre el primer 3 y el segundo, ése que forma la otra mitad del 6,
pero no encontraba una alternativa mejor.
Se le ocurrió entonces repasar la teoría pitagórica de los números.
Para los pitagóricos, el cero representaba la nada. Cuando hay creación,
de la nada, del cero, aparece el punto: la unidad, la Mónada que llamaban
ellos y que representaba a la divinidad, aunque aún inmanifestada. Para
poderse manifestar, la unidad necesita tener donde reflejarse, algo con lo
que poder confrontarse, y ya que no existe nada más que ella misma, se
duplica, con lo que ahora aparecen dos unos, que sumándose el uno al
otro, dan lugar al número dos: la dualidad.
0,1,1,2
Es entonces cuando empieza a haber arriba y abajo, blanco y
negro, delante-detrás… El punto se ha movido y ha dado lugar a la línea,
el espacio entre el punto de partida y el de llegada, pero ésta necesita
moverse a su vez, para dar lugar a la segunda dimensión y poder crear
la primera figura plana cerrada. La primera figura en dos dimensiones.
Del 0, la nada, apareció un 1, la creación, y la nada fue ocupada
por un punto. Luego el uno se duplicó, apareció otro 1 y con él una línea
entre dos puntos. Entonces los dos unos pudieron sumarse, dando lugar
al 2 y aparecieron los opuestos, la línea, y con ella la primera dimensión.
La divinidad podía manifestarse, tenía dónde reflejarse, pero su
manifestación aún no era completa. Era imperfecta.
Ahora el dos podía sumarse con el uno que le precedía, la misma
divinidad de la que provenía, y aparecía el 3, número con el que se puede
construir un triángulo, la primera figura geométrica cerrada, con lo que
se conseguía, por fin en la trinidad, la primera manifestación perfecta de
la unidad. Aparece entonces la tercera dimensión, con sus tres ejes
espaciales.
0,1,1,2,3
Se dio cuenta de que, si seguía la progresión, sumando el anterior
al último número obtenido, el resultado era la misma que descubrió
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Fibonacci, cuando estudiaba la reproducción de los conejos. Así pues, al
3 le seguiría el 5, luego el 8, el 13, el 21, 34, 55, 89, 144 y así
sucesivamente.
Recordó que una de las propiedades de esta serie, es que, tomando
de ella dos números consecutivos cualesquiera, y dividiendo el mayor por
el menor, cuanto mayor fuesen los números, más se aproximará el
resultado al número phi, también conocido como Proporción Áurea:
1,618033988749… y número irracional por excelencia, que no llega
nunca a reducir sus decimales a la unidad. Este número inspiró al
matemático y teólogo italiano Luca Pacioli, a publicar en 1509 un libro
titulado La Divina Proporción, en el que daba sus ya famosas cinco
razones, por las que consideraba que el número áureo era eso: divino, lo
que parecía justificar su promiscua presencia en la naturaleza.
Su poema debería usar como patrón el número tres, concretamente
tres veces tres, y estar construido en torno a la proporción aurea. Para
ello utilizaría versos octodecasílabos, cuyo patrón numérico era el tres y
su reducción matemática nueve. Además, si lo hacía bien y sabía casar
las rimas, podría conseguir tres poemas en uno: el primero formado por
los primeros hemistiquios de cada verso, el segundo por los hemistiquios
finales, y el tercero por el verso completo. Otra vez el patrón triangular
triplicando la trinidad. Tres veces tres. Quedaba encontrar la rima y la
estructura adecuada para sus versos de dieciocho sílabas.
Había partido del soneto, que tenía catorce versos, pero ese número
no figuraba en la sucesión de Fibonacci. El número inmediatamente
anterior, más próximo en la serie, era el 13, y el siguiente era el 21.
Encontró que dos cuartetos y cuatro tercetos, sumaban un total de 20
versos. Faltaba uno para conseguir 21, el número que ocupaba la
posición novena (3+3+3) en la sucesión y cuya reducción matemática
daba tres como resultado.
Haciendo gráficos y cuentas, se dio cuenta de que podía seguir
geometrizando el poema si le añadía un verso central. Con un cuarteto al
principio y otro al final, podía abrirlo y cerrarlo simétricamente. Entre los
dos cuartetos, podía situar los cuatro tercetos, y si entre éstos, justo en
medio, intercalaba un verso central, además de tener 21 versos, tendría
un poema simétrico en el eje Y (arriba-abajo), a la vez que circular. Este
verso central, podía ser el portador del mensaje clave del poema y podía
o no rimar con los versos adyacentes de los tercetos que lo emparedaban,
para atenuar o acentuar su relevancia, según la conveniencia.
La simetría en el eje X, o izquierda-derecha, la proporcionaban los
hemistiquios, mientras que en el eje Z, profundidad delante-detrás, la
simetría vendría definida por el texto, con lo que se podía sugerir, de una
forma más explícita, la esfericidad en el poema, siendo el verso central el
punto equidistante desde el que moverse en todas las direcciones.
Quedaban por estructurar las rimas, las cuales debería tomar en
consideración, no solo para todo el poema, sino también para los
hemistiquios, ya que por este método se podían construir tres poemas en
- 109 -
uno. Al menos las rimas finales de cada verso, deberían mantener la
simetría.
Los cuartetos podían variar su rima entre ABBA, ABAB, o AAAA, y
los tercetos podían enlazarse o no con ellos, pero siempre manteniendo
la simetría. Si el primer cuarteto utilizaba una rima ABBA, el segundo y
último debería mantener la misma. Si utilizaba una rima ABAB, la del
último cuarteto debería ser BABA, para así conseguir simetría con ellos,
en un círculo cerrado.
Dependiendo de la rima utilizada en los cuartetos, la de los tercetos
debería ajustarse a ella, en el caso de quererlos encadenados. De no ser
así, podía utilizarse una composición CCC-DDD-DDD-CCC, o bien CDC,
o CCC en los cuatro, o cualquier otra, siempre que la simetría en el eje Y
se mantuviera.
Ya tenía la estructura que estaba buscando, de modo que se puso
a la tarea. Aquello era bastante más difícil que construir un soneto, pero
después de mucho emborronar y dibujar, consiguió terminar el primer
poema, siguiendo estas reglas. Lo llamó Novenario, por el 9 y sus tres
triángulos, o tres ciclos completos. Su estructura era ABBA-ACA-CAC-XCAC-ACA-ABBA. Éste fue el resultado:
(A) Para construir un poema que muestre equilibrio y belleza
(B) tan solo porocura que tenga la misma estructura que tienen
(B) el agua las flores las piedras y todo aquello que contiene
(A) y nos ofrece sin reservas nuestra madre naturaleza.
(A) Cuenta una a una las sílabas hasta que dieciocho tengas
(C) para poder así sin trabas darle tres vueltas al ternario
(A) y completar de una tacada las de Pitágoras sus cuentas.
(C) También importa recordar que hay que dejarle el mismo espacio
(A) al principio como al final para asegurar que se pueda
(C) un ciclo completo cerrar cuando llegue el turno al corolario.
(X) Una vez estés aquí habrás llegado al centro universal.
(C) Ahora te puedes mover lo mismo deprisa que despacio
(A) ir del derecho o del revés siendo que ahora lo que te queda
(C) Después de hacerlo disolver es ver coagular al unitario.
(A) Llegando al cuarto terceto ya la penúltima estrofa estrenas
(C) Si le sigues poniendo empeño a lo que queda del temario
(A) y hasta cerrar el cuarteto encontrarás que son tres los poemas.
(A) De la nada se duplicó el uno y la suma puso fijeza
(B) para poder traer al mundo al dos que hasta el tres también se
aviene
- 110 -
(B) si le sumas aquel que estuvo justo antes del que ahora tienes.
(A)Sigue tú deshaciendo el nudo y no tendrá fin tu nobleza.
Seguía sin estar satisfecho. No había conseguido que la lectura
independiente de los hemistiquios tuviera mucho sentido. No había
logrado fractalidad en todo el poema, por lo que volvió a intentarlo de
nuevo. Construir un novenario le resultaba extremadamente difícil, pero
finalmente y después de mucho emborronar, lo consiguió. Lo tituló
Paréntesis.
(A) Entre paréntesis se encierra la experiencia de cada vida
(B) lo que sucede a una persona, lo que ocurre mientras alcanza
(A) hasta su fin en ésta tierra y volver a empezar la partida
(B) es lo que el paréntesis dona: que más allá hay enseñanza.
(C) Al morir solo se termina la vida que empezó en la otra punta
(D) del paréntesis que ahora cierras pero ni se inició allí
(C) ese fuego que tanto estimas, ni se acaba al salir la luna.
(D) Que por eso el fuego no es tierra aunque a ella se pueda unir
(C) tampoco el aire que lo aviva, ni el agua que lo circunda
(D) aún siendo quienes encierran tanto el vivir como el morir.
(D) El paréntesis solo acuerda la próxima puerta que abrir.
(D) Aquí tienes una tarea que lleva por nombre vivir
(C) haya o no haya quien te diga que aunque a veces parezca
absurda
(D) tienes en toda esta faena tu propia misión que cumplir.
(C) Un día será el que te conmina a hacer algo que a ti no te gusta
(D) y otro será el que te convenga pero todos van a servir
(C) para aprender que en estas vidas todo queda a la altura justa.
(B) El sitio que ahora abandonas posibilita otras andanzas
(A) lo mismo que tampoco yerras si quieres dar por aprendida
(B) la lección que te proporcionan tanto maldad como bonanza
(A) que es lo mismo en todas las tierras la llegada que la salida.
Este segundo le había costado también mucho trabajo conseguirlo
y estaba mejor construido que el anterior, pero seguía considerándolo
imperfecto. Esa conjunción que tuvo que utilizar, para ajustar la métrica
del tercer verso del primer cuarteto, le descabalaba la lectura del poema
constituido por los hemistiquios finales. Construiría un tercero, inspirado
por una de las ideas que también alentaron el primero. Lo llamó Solve et
coagula.
- 111 -
(A) Es la respiración de Dios el mismísimo devenir
(B) lo que hace luz y la quita, lo que da vida como muerte
(B) lo que hace que se permita que todo lo que sale entre
(A) siendo que lo que entró salió, volviendo así a su matriz.
(C) En esa inmensa infinitud cabe absolutamente todo:
(D) Dios respirándose a sí mismo y tú tratando de entenderlo
(C) caben también la gratitud, las estrellas y los algarrobos.
(C) En apariencia muchas partes miembros todas ellas de un todo
(D) que está siendo siempre lo mismo si se mueve o si se está quieto
(C) si se contrae o si se expande, se llame marciano o Manolo.
(X) Es la respiración de Dios quien te lo muestra: solve et coagula.
(C) Eres parte y todo también y por eso no existes tú solo
(D) también son el tigre y la planta o las lágrimas y los besos
(C) por eso es que sabes de quien es la parte si tú eres el todo.
(C) Él es el tiempo y el espacio y en Él encuentran acomodo
(D) lo blanco y lo negro, la nada, lo que aún se está por hacerlo
(C) Él es la obra y el andamio, la piedra, el constructor y el nodo.
(A) Él eres tú, tú eres Él y lo que alcancen desde aquí
(B) tus ojos, tus manos, tus piernas y cuanto pueda contenerte
(B) igual por dentro que por fuera. Él es y está en todos los entes
(A) ¿Cómo puedes dañar a un ser y que el daño no sea para ti?
Definitivamente, no conseguía uno que le satisficiera plenamente,
pero ya estaba cansado y se le estaba haciendo tarde. Seguiría
intentándolo otro día.
2.9. Dos Maestros.
Elías se comunicó con su Consejo. Les informó de lo ocurrido,
desde que conoció a Niemsé hasta el momento, y entonces ellos le
presentaron a Elihá, alguien que quería seguir experimentando con el ser
que había protagonizado la anomalía.
Era otro Maestro como él, que se estaba entrenando como Maestro
Inductor en la comunicación con diferentes formas de vida y que, a su
vez, ejercía como Maestro instructor de Niemsé. Ya dominaba la
comunicación con seres acuáticos y aéreos, y ahora estaba
experimentando con los terrestres. Llevaba un tiempo practicando con
ellos, de los cuales los terrícolas le interesaban especialmente, dadas las
dificultades que presentaba este mundo. Aquellas almas que decidían
experimentar en la Tierra, tenían que ser valientes, dada la dureza del
mundo al que se iban a enfrentar, y sentía un profundo respeto y
- 112 -
admiración por ellas, y más ahora, cuando la humanidad atravesaba por
otro periodo crítico en su proceso evolutivo. Además, tutelaba un grupo
de aprendices de Maestro Inductor, entre los que estaba el propio
protagonista de la anomalía, lo que contribuía a que ésta representara
una oportunidad única y extraordinaria para él.
Había adoptado el sexo femenino en sus últimas vistas a la Tierra
como humano, por lo que cuando tenía que materializarse ante seres que
encarnaban allí, tendía a presentar el aspecto de ese sexo. Con Elías era
diferente. Él también era un Maestro y no estaba encarnado, de modo
que podían comunicarse directamente y sin necesidad de densificar su
energía, lo cual era muy gratificante, porque cuando lo hacían,
reavivaban mutuamente las suyas propias.
Acordaron que, ya que la anomalía había pensado en comunicarse
con un ser humano, sin tener aún totalmente activadas las habilidades
que previamente había desarrollado, pero que aún no recordaba haberlo
hecho, era importante ayudarle, para que pudiera adaptarse cuanto
antes a su nueva situación y recordara cómo hacerlo sin trastornarlos,
además de supervisar su práctica. Si Elías no lo hubiese llegado a frenar
en su momento, habría podido causar una seria perturbación en uno de
ellos, al intentar comunicarse con él, así que había que ayudarle a
reactivar esa habilidad cuanto antes. Consensuaron también cómo
hacerlo.
Cuando se separaron, volvieron al momento en el que quedó
Niemsé, cuando Elías inició su comunicaron con el Consejo. Al
manifestársele Elihá, Niemsé, con esas prisas suyas por ponerle nombre
a las cosas, y aún influenciado por la terrenal creencia, que lleva a
confundir conocer el nombre, con conocer la esencia de la cosa
nombrada, buscó entre sus recuerdos disponibles el primero con el que
pudiera encontrar semejanza y el que encontró más a mano, gracias a la
aún persistente influencia del ámbito cultural en el que se había
desenvuelto últimamente, fue el de la Virgen María. Con ese se quedó. Se
lo ponía fácil a sí mismo.
Elihá apreciaba su inquietud, sus ganas de aprender, y la rapidez
en sus reacciones, como también las apreciaba en el humano con el que
ella quería comunicar. Se trataba de dos almas muy prometedoras, de
las cuales, la del hombre encarnado, estaba ocupada en una tarea que
merecía la pena ser apoyada. Sus intereses eran altruistas y el logro no
perseguía una utilidad egoísta. Podía ser de ayuda para la humanidad en
su conjunto, porque podía servir para ayudar a activar la conciencia de
muchos, más allá de la dimensión en la que se movían aún la mayoría de
sus miembros. Era una misión importante.
Por otro lado, tendría también ahora que contribuir a equilibrar,
simultáneamente, energías de entidades diferentes, cosa con la que
gozaba especialmente. Cuanto más hábil y más capaz se hiciera, más
rápida y eficazmente podría prestar su ayuda, y cuanto más paz y
equilibrio fuese capaz de ayudarles a conseguir a los implicados, de más
- 113 -
paz y equilibrio podría disfrutar ella misma al interactuar con ellos. Con
su mejor disposición, y con todo su amor y el de Elías, se unieron a
Niemsé y lo conectaron con el humano.
Elihá se ocupó de materializar su trabajo, a una escala que Niemsé
pudiera percibir, dado su estado actual. Trató de ofrecerle un ejemplo
práctico y experiencial de cómo comunicarse sutilmente con un terrícola,
sin perturbarlo. Al ofrecer a Niemsé la oportunidad de experimentar
vivencialmente la forma de trabajar de Elihá, le daban un paquete
completo de universos, pero de un tamaño manejable para su nivel de
comprensión actual. No necesitaría otro, hasta que no trascendiese éste.
Esperaban mucho de él.
Elihá densificó la energía que enviaba al humano, tan solo lo
necesario para que pudiera ser percibida por un espíritu en tránsito como
Niemsé, lo que, para un ser humano normal, seguía siendo tan sutil, que
su impresión pasaría totalmente desapercibida para su conciencia. No
ocurriría así con sus efectos. El poeta consiguió definir la estructura que
estaba buscando, por lo que en cuanto escribió los primeros poemas,
salieron de allí. La misión había sido completada.
Elías no era un Maestro que desaprovechara oportunidades, para
poner a sus aprendices en tesitura de practicar habilidades, por lo que
nada más salir, distrajo a Niemsé con una pregunta, movido por la
intención de ofrecerle una ocasión para mejorar la confianza y seguridad
en sí mismo. Le hizo de espejo para intensificar la distracción, a la vez
que se divertía un poco con él, y aprovechó la deriva de la conversación,
para ayudarle a reconocer cómo eran las cosas en estos niveles, más
sutiles. Hasta que Niemsé reaccionó, recordando que tenía algunas
preguntas para Elihá. A ella le gustaron, porque mostraban preocupación
por el prójimo, pero tenía que despedirse. Su misión aquí estaba
cumplida, por el momento, y quiso hacerlo de Niemsé antes de
marcharse. Le abrazó.
2.10. Haciendo cuerdas.
Se había ido en un instante. Ahora estoy, ahora no estoy. Así de
sencillo, aunque de fondo le había dejado una tenue y agradable
sensación de unión mutua permanente. Niemsé tenía la impresión de que
volvería a saber de Elihá, pero ahora ya no estaba con ellos y le habían
quedado un montón de preguntas por hacerle.
-Dispara –le dijo Elías, con esa costumbre suya de leerle el
pensamiento y hacerse el gracioso. Luego le decía a él.
-Eran preguntas para Elihá, listillo.
-Elihá ya ha cumplido su misión aquí, por ahora. Yo responderé a
tus preguntas.
-Quería preguntarle cómo lo había hecho.
-Esa pregunta ya te la ha dejado respondida Elihá.
-¿Ah sí? Pues yo no encuentro la respuesta por ningún sitio.
-¿La has buscado?
- 114 -
Le gustaba Elías. En vez de darle peces, le enseñaba a pescar. Con
su pregunta, había conseguido que se diera cuenta de que el hecho de no
entender algo, no era motivo por el que nadie tuviese que avergonzarse,
y eso precisamente era lo que él había hecho. Reconocerlo era el primer
paso necesario para entenderlo y poder ponerle arreglo. Además, había
prejuzgado que no puede existir una respuesta sin pregunta previa. Una
vez más, se había precipitado y había ido demasiado deprisa.
Si Elías le había dicho que Elihá ya había dejado respondida la
pregunta, antes incluso de que ésta hubiese sido formulada, es que así
era, y si él no lo entendía todavía, ese era su problema ahora.
Cayó en la cuenta de que Elihá le había brindado la oportunidad
de experimentar junto a ella, una manera eficaz de comunicarse con los
humanos. Probablemente por eso, Elías le había dicho que había dejado
implícita la respuesta, antes incluso de que él formulara la pregunta.
Había vivido la experiencia con Elihá, así que, si aún no entendía algo,
bien pudiera ser porque lo estaba intentado a la antigua usanza, como
cuando ocupaba un cuerpo humano. Pero ahora era un espíritu, o algo
así, y podía hacer las cosas de otra manera. Era evidente que en este
nuevo estado en el que se encontraba, fuera lo que fuera, las cosas eran
muy diferentes, y tenía mucho que aprender sobre él, todavía. A buen
seguro que en la experiencia vivida, había aún mucho por descubrir, y
quizás por ello fuese que no podía evitar que las preguntas se le
agolparan, ansiosas por encontrar respuestas.
Se le ocurrió recordar lo que había pasado, porque intuía que era
muy probable que se le hubieran escapado muchos detalles. Y así era. Lo
primero que consideró, fue que había vivido la experiencia desde la
perspectiva humana. Ahora quería probar que pasaría, si la viviese desde
la perspectiva de lo que realmente era en estos momentos, o lo que es lo
mismo, procurando no prejuzgar como si aún estuviera en la Tierra.
Había que explorar aquello, pero no lo haría con el poeta. No quería
interferir en el sutil trabajo que había hecho Elihá, además de seguir
interesado en avisar a la niña, por lo que quiso volver con ella. Y allí
estaba: detrás suyo y a su izquierda.
La encontró en el mismo sitio y, como entonces, sintió su
preocupación por él, lo que ya le había sorprendido gratamente la primera
vez que la captó. Ahora se entretuvo en prestar un poco más de atención
a la información que recibía de Lucia, y así pudo saber que no estaba
preocupada, en modo alguno, por su cita de esta tarde. Daba por hecho
que él no aparecería y que su madre la llevaría a la fiesta. Lo que a ella
le preocupaba ahora, era la posibilidad de que a él hubiera podido pasarle
algo malo.
Comprendió que el rechazo que Lucía mostraba hacia él, no era
nada personal, como había llegado a creer en alguna ocasión, sino el fruto
de un miedo, infantil aún, a perder el cariño de su madre, lo que le evocó
un profundo sentimiento de ternura hacia aquella criatura.
- 115 -
A través de la hija, supo también de la preocupación de la madre,
por lo que fue hasta ella, de esa forma en la que se viajaba aquí y a la que
estaba empezando a cogerle el gustillo. Marta estaba sentada en el sofá
de la salita, seriamente preocupada por él. Había llamado a todos los
teléfonos de emergencias, amistades y familiares, sin que nadie pudiese
darle noticias, y estaba desesperada. No sabía qué más hacer para
encontrarlo.
Su primer impulso fue presentarse ante ella para tranquilizarla.
Explicarle lo que había pasado y que estaba bien, pero recordó la escena
que Elías le había preparado con Lucia y que él aún estaba muy lejos de
poder hacer algo como lo que había hecho Elihá.
-¿Cómo funciona todo esto? Quiero decir, que cómo se han
traducido en novenarios, las ondas de energía de Elihá –preguntó, con la
intención de obtener pistas, acerca de cómo llegar hasta Marta.
-Las cuerdas de energía que envió al humano, a través de su
hemisferio derecho, llevaban implícito en sí mismas el patrón universal.
Algo así como las partes de un holograma, cada una de las cuales
contiene el holograma completo. Una vez que estas cuerdas de energía,
hayan conseguido esparcirse por todo el cerebro, acabarán activando, allí
donde se encuentren, los recursos que el sujeto tenga disponibles, de
modo que la mente del humano pueda seguir la pista adecuada, que le
lleve al objetivo propuesto, pero esto ya es tarea del propio individuo.
Podemos activarle las herramientas y ayudarle a tomar conciencia de que
las tiene disponibles, pero por respeto a su propio progreso y libre
albedrío, es él quien tiene que decidir si usarlas o no, y en caso de que
decida hacerlo, cómo usarlas. En el caso de los humanos, a veces esto se
percibe como una idea, un sentimiento, o una intuición, que surge con
respecto a qué hacer en un momento determinado, o cómo resolver
alguna cuestión en concreto. Si el humano no atiende y no sigue esa
intuición, entreteniéndose en analizarla, o simplemente eliminando ese
pensamiento de su cabeza y desechándolo sin más, habrá que intentarlo
de nuevo con algo más de intensidad, hasta conseguir que reaccione y
aprenda a hacer lo que allí llamabais escuchar a su corazón. Tratando de
evitar eso, fue por lo que Elihá formó aquella barrera en el hemisferio
izquierdo de aquel hombre. No obstante, hay quien necesita vivir
situaciones muy fuertes e intensas para reaccionar. Los llamamos de
umbral alto.
-¿Y puedo intentarlo yo ahora con Marta?
-¿Cómo piensas hacerlo?
-Puedo intentar hacer algo parecido a lo que hizo Elihá ¿Probamos?
-Adelante.
Niemsé recordó la experiencia vivida con Elihá. Se concentró en
formar una barrera de energía, alrededor del hemisferio izquierdo de
Marta, y en enviar al derecho la idea de que él estaba bien, esforzándose
en visualizar cómo ese pensamiento y la sensación de tranquilidad,
viajaban hacia el cerebro de Marta, en forma de una cuerda de energía,
- 116 -
al estilo de las que había visto utilizar a Elihá. Le llamó la atención que
la cuerda que había conseguido formar, tenía una tonalidad amarillentadorada, y era mucho más tenue y débil que las que había visto actuar
sobre el otro humano, generadas por Elihá. Lo mismo que le ocurría a la
barrera de energía que formó alrededor del hemisferio izquierdo.
La cuerda que consiguió concentrar, la envió al lado derecho del
cerebro de Marta, tal y como recordaba que había hecho Elihá, pero no
apreció efecto alguno en ella. En quien sí que lo pudo apreciar, fue en sí
mismo. Se sintió cansado, como cuando hacía un gran esfuerzo físico, y
eso que ya no tenía un cuerpo al que poder fatigar.
-Nada. No funciona, pero yo me he agotado.
-Lo has hecho bastante bien, aunque has tenido que usar parte de
tu energía para ello, cuando estás rodeado de ella por todas partes y
puedes utilizarla a discreción. De ahí, lo que has interpretado como
cansancio. Lo has hecho mucho mejor también que con Lucia, si bien es
cierto que cuando los humanos están perturbados, como es el caso de
Marta en este momento, es frecuente que bloqueen su mente, como
resultado de la activación en ellos, de un mecanismo de defensa cerebral
incompetentemente utilizado, que impide que nuevos estímulos les
distraigan de su objeto de preocupación. Eso hace más difícil la
comunicación con ellos, por lo que a veces conviene esperar a que estén
dormidos.
-¿Y eso por qué? ¿Qué pasa entonces?
-Las barreras de la mente consciente se relajan, ya que el ego
humano necesita descansar y recuperarse de la actividad diaria, a la par
que el cuerpo físico, al que está indisolublemente unido. Entre otras
cosas, el cerebro aprovecha que el sujeto está dormido, para hacer
limpieza de los residuos bioquímicos que genera su actividad consciente.
Además, pueden utilizarse los sueños, a través de los cuales es más fácil
entrar en su mente y modular mensajes que ellos puedan entender.
Cuando el cuerpo duerme, descansa, se regenera y sana, y el alma
también lo hace, pudiéndose dedicar entonces a menesteres menos
físicos. En esos momentos, se hace más fácil el contacto con ella.
-¿Quieres decir, que tenemos que esperar a que se duerma?
-Puedes esperar si quieres, pero solo si quieres hacerlo. Es sólo una
de las muchas opciones posibles. Por otro lado, aquí el tiempo lo decides
tú, como ya has tenido ocasión de experimentar. Cada vez que has
querido ir a un sitio, lo has hecho. Así, sin más, y después has vuelto al
mismo lugar y momento de partida, sin que el tiempo pareciese haber
transcurrido. Recuerda cuando nos conocimos y la conversación que
mantuvimos, mientras Marta y su compañera te parecieron haberse
quedado congeladas en el tiempo. Puedes decidir qué lugares visitar y en
qué momento visitarlos, moviéndote por las diferentes dimensiones del
presente, y en cualquiera de sus correspondientes universos, porque
puedes estar en todas partes al mismo tiempo.
- 117 -
2.11. El cumpleaños.
Cuando sonó el timbre de la puerta, Lucía saltó de la silla y salió
corriendo de su habitación, dispuesta a abrirla.
-Es Toñi –dijo a su madre, al pasar por delante de la puerta de la
salita, sin ni siquiera detenerse, mientras atravesaba el pasillo a toda
velocidad, camino de la puerta de la casa.
La recibió con un “hola” y una sonrisa de oreja a oreja, que fueron
correspondidos de la misma manera por Toñi. La invitó a pasar y la
acompañó hasta la habitación donde estaba su madre, que ya salía, ella
también, dispuesta a recibirla.
-Hola –dijo la recién llegada, sonriendo.
-Hola Toñi –contestó Marta, correspondiendo a su sonrisa, a la vez
que se le acercaba para besarla.
-¿Nos vamos? –dijo Lucía impaciente.
-Si. Un segundo que me arregle un poco y nos vamos.
Mientras Marta se dirigía al cuarto de baño, Lucía invitó a Toñi a
pasar a su habitación. Se sentaron en la cama.
-Por poco no nos quedamos sin cumple –dijo Lucía.
-¿Y eso? –preguntó sorprendida su amiga.
-El novio de mi madre, que nos ha dejado colgadas.
-¿Qué ha pasado?
-¿Tu lo ves por aquí?
-No.
-Pues eso, que no se ha presentado. Menos mal que dice mi madre
que nos va a llevar.
-Qué fuerte.
-No sabe qué inventar para fastidiarme.
-Anda ya, no seas exagerada. Le habrá pasado algo.
-¡Pues claro! Y nos deja colgadas a nosotras. Le habrá salido
cualquier cosa por ahí y a mí, que me den.
-Bueno chiquilla, no te pongas así. Lo mismo no ha podido venir
por lo que sea.
-Es que ese es el tema: cualquier cosa es más importante que yo y
si además me puede fastidiar, mejor.
-¿Qué estás leyendo? –Preguntó Toñi cambiando de tema, con la
intención de distraer a su amiga de la escalada de auto indignación que
parecía estar iniciando, e inspirada por la visión del libro abierto sobre la
mesa de estudio.
-Una novela de ciencia ficción.
-¿De marcianos y esas cosas?
-No. Va de los viajes en el tiempo.
-¿Y te gustan esas cosas?
-Si, me hacen pensar.
-Pues anda, que tú no necesitas mucho para comerte el coco.
-Mira quien fue a hablar.
-¿Por qué lo dices?
- 118 -
-Por la tontuna esa que te ha entrado con Joaqui.
-Pues la misma que a ti por Dani.
-Si, ya. No es lo mismo.
-¡No, que va!
-Yo no estoy enamorada.
-Eso no te lo crees ni tú. Encima vas a tener la suerte de que él sí
va a ir a la fiesta.
-Y si no, tampoco pasa nada. Yo no me desespero, si no viene.
-Claro, y por eso te empeñaste en que Carmen lo invitase.
-Porque es el único al que no se le acaba el mundo en las chicas,
los videojuegos y el futbol.
-¿Nos vamos? –interrumpió Marta, apareciendo por la puerta del
cuarto.
-Venga –contestó Lucía, saltando de la cama de un brinco. -¿Has
traído el regalo de Carmen? –preguntó, dirigiéndose a su amiga.
-Aquí lo tengo –contestó ésta, levantando la bolsa que traía en la
mano y que no había soltado desde que llegó.
-Pues venga, vámonos.
Bajaron hasta el garaje, donde tenían alquilada una plaza que
utilizaban para el coche de Marta, y de allí salieron en él, en dirección al
local de celebraciones que habían contratado los padres de Carmen para
el evento. Previamente, al pasar por delante, Marta no pudo evitar echar
una mirada nostálgica a la otra plaza que tenían allí, ésta en propiedad,
y que solía ocupar el coche de Arturo. La visión de ese espacio vacío
reavivó su preocupación, pero la guardó para sí y no dijo nada.
Cuando llegaron a su destino, buscaron aparcamiento para el
coche y se dirigieron a pie al local. Al llegar, los padres de Carmen, junto
con la homenajeada, se adelantaron a saludarlas, y mientras las niñas
se mezclaban con el resto de jóvenes invitados a la fiesta, la madre de
Carmen acompañó a Marta a la mesa donde estaban los pocos adultos
que allí había. Tras las presentaciones a las pocas madres presentes y
algún que otro padre que no conocía, ocupó una silla y aceptó una
cerveza.
-Tienes mala cara –le dijo la madre de Carmen.
-Es que estoy muy preocupada. Mira las horas que son y no sé
nada de Arturo desde que se fue al trabajo, esta mañana.
-¡Huy, no te preocupes! Los hombres son así. Estará por ahí con
los amigotes.
-Pues esa no es mala ocupación –dijo un padre sonriendo, en el
intento de quitar hierro con una broma, ante el comentario paternófobo
que acababa de escuchar.
-Mujer, ya aparecerá, que las mujeres siempre queréis tenerlo todo
controlado. Si te apetece comer algo, sírvete –dijo el padre de Carmen,
compartiendo con su mujer el mismo tipo de pensamiento prejuicioso y
despectivamente estereotipado acerca del otro sexo.
- 119 -
-Mi Arturo no es así. No ha venido a comer y ni me ha llamado, ni
nada. Él es muy formal. –contestó Marta, ignorando la invitación a
servirse algo de comida y el conato de enfrentamiento entre sexos.
Respecto a lo de comer algo, era lo que menos le apetecía en estos
momentos, y en lo referente al comentario, tan absurdos y
discriminatorios le parecían el machismo ancestral, como el feminismo
esnobista y radical al que se adscribían algunas mujeres, con la excusa
de conseguir igualdad de género. A su entender, al mostrarse ambos
incapaces de trascender las diferencias y considerar al otro sexo un
enemigo, en lugar de un aliado con el que poder complementarse, lo que
conseguían era el efecto paradójico de resaltar esas diferencias, cuando
no crear otras nuevas. Más útil y constructivo que cualquier tipo de
machismo o feminismo, le parecía un humanismo capaz de considerar a
todos personas y por tanto iguales, resaltando las capacidades y
especificidades de cada cual, sin necesidad de tener que hacer por ello
discriminación de ningún tipo, fuese ésta positiva o negativa.
-¿Y por eso te agobias? Quédate tranquila, que ya verás como
aparece esta noche, y que no te extrañe si llega borracho –dijo la madre
de Carmen con despreocupación, insistiendo en su actitud despectiva
hacia el sexo masculino.
-¿Eso ya lo ha hecho otras veces? –preguntó el mismo padre
conciliador de antes, ignorando él también ahora, el comentario que
acababa de escuchar.
-Nunca. Él siempre me avisa si no puede cumplir un compromiso,
por insignificante que sea. Por eso estoy tan preocupada. Bueno, por eso
y porque además hoy no ha ido a trabajar.
-¿Has preguntado en su trabajo? –intervino otra madre.
-Sí, y nada. Ni se ha presentado, ni ha llamado, ni nada. Allí
tampoco saben nada.
-A ver si es que ha tenido un accidente, o algo –dijo otra madre.
-Ya he llamado a todos los hospitales, y nada.
-¿Y le has preguntado a la policía? –preguntó el otro padre.
-También.
-¿Y nada?
-Nadie sabe nada. Esta mañana salió de casa como cada día, y
hasta ahora.
-¿Y el móvil? –le preguntó la madre que sugirió lo del accidente.
-Lo he estado llamando hasta que se le ha agotado la batería, que
digo yo que será eso, y nada.
-¿Ni un mensaje? ¿Nada?
-Nada.
-Pues sí que eso no pinta bien –dijo el padre que había intervenido
antes –Yo pondría una denuncia por desaparición, por si acaso.
-Si ya me lo han dicho en la policía, pero hay que esperar
veinticuatro horas.
-¿Quién ha dicho eso?
- 120 -
-Pues no sé. Eso tengo entendido.
-Eso no es así. Es justo lo contrario. Precisamente, la policía
recomienda que cuando se trata de una desaparición, se denuncie cuanto
antes.
-¿Y no hay que esperar veinticuatro horas?
-Justo lo contrario. Cuanto antes se pongan a buscar, más
posibilidades hay de encontrar a una persona desaparecida ¿Has llamado
a la Guardia Civil?
-También.
-¿Y qué te han dicho?
-Lo mismo, que no saben nada, pero que ponga una denuncia, si
quiero.
-Pues yo que tú lo hacía. Por lo que cuentas, yo me iría a la
Comandancia de la Guardia Civil y pondría una denuncia por
desaparición, aunque también puedes hacerlo por internet. Si luego
aparece, con comunicarlo, listo, y aquí paz y después gloria, pero si no,
cuanto antes se pongan a buscar, mejor.
-Es que yo creía que había que esperar veinticuatro horas.
-De eso nada.
-¿No lo habrán secuestrado? –dijo otra de las participantes en la
conversación.
-Por Dios, Elvira, qué cosas tienes –Dijo la madre de Carmen.
-¿Y quién va a querer secuestrarlo? ¿Y por qué? Nosotros somos
una familia normal y no somos millonarios, ni nada de eso.
No se le había ocurrido considerar esa opción. ¿Quién lo iba a
querer secuestrar y por qué? No eran ricos, ni famosos, pero a estas
alturas era capaz de aceptar cualquier posibilidad.
-La verdad es que estoy muy preocupada. Esto no es normal.
Espera, voy a ver –y diciendo esto, sacó el móvil del bolso, con la
esperanza de encontrar allí alguna noticia suya.
-¿Ves? Nada. A Arturo le ha pasado algo.
-Mujer, estate tranquila. Seguro que cuando llegues a la casa, te lo
encuentras allí. Ya verás ¿Quieres otra cerveza? –le dijo la madre de
Carmen, con toda la despreocupación que a Marta le faltaba, pero
omitiendo ahora sus opiniones, al respecto de lo que ella consideraba el
común comportamiento masculino.
-No obstante, si no fuese así, yo pondría una denuncia, pero en el
cuartel de la Guardia Civil –insistió el padre que había hecho la propuesta
anteriormente.
-Sí gracias –contestó Marta, aceptando la invitación a la cerveza ¿Y por qué no en la policía? –preguntó luego, dirigiéndose al otro.
-Ellos seguro que hacen muy bien su trabajo, pero para estas
cosas, yo prefiero a los picoletos.
-¿Y eso?
-Esos son como los cocodrilos: cuando muerden, no sueltan la
presa. Trabajo que les encargan, trabajo que no dejan hasta que lo
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acaban, así se les vaya la vida en ello, a pesar de la miseria que cobran y
de la escasez de medios con que cuentan.
-¿La Guardia Civil? Yo a esos no puedo ni verlos. Menuda mala
leche tienen –Dijo otra de las presentes.
-¿Por qué? –Preguntó quien había hecho la propuesta.
-El verano pasado fuimos a la romería del pueblo de Pablo y los
muy hijos de su madre, se habían puesto en la rotonda de entrada al
pueblo, con un control de alcoholemia, a la caza de los que volvíamos de
la ermita. Se hincharon de poner multas.
-¿Y qué quieres? Si les ordenan que se pongan ahí, no tienen más
remedio que hacerlo.
-Y porque les dan comisión por cada multa que ponen.
-Me parece que te equivocas. Yo no digo que no haya algún
cabroncete entre ellos, como en todos sitios, pero es que a esos, como les
ordenen que se tiren por un barranco, ten por seguro que se tiran. Ellos
solo cumplen órdenes y no las discuten, les gusten o no. Por eso tenían
tanta mala fama con Franco, pero el día que te veas en un problema,
seguro que te da mucho gusto verlos aparecer.
-Puede ser, pero cuando los veo en la carretera, no me da ninguno.
-Porque todavía no has tenido ningún problema gordo en ella y
quiera Dios que no lo tengas nunca. Ellos no están allí para poner multas,
ni hacen las leyes. Están para ayudar y para hacer que se cumplan.
-Si, como cuando se esconden para cazar coches con los radares.
-Pues yo lo tengo claro. En mi época de estudiante, cuando era
activista político, les tenía una manía que no los podía ni ver, pero he
acabado por darme cuenta de que ellos tan solo cumplen órdenes, sean
las que sean. Han cambiado mucho desde entonces. Tienen que aprobar
unas duras oposiciones para entrar y demostrar un alto nivel cultural,
hasta el punto que, para muchos puestos, se exige titulación
universitaria. Hoy se han convertido en uno de los cuerpos de seguridad
mejor valorados. Yo, desde luego, si algún día tengo un problema, quiero
a mi lado a un picoleto, y para el problema que tiene ella, nadie mejor
que los civiles.
-Bueno, pero también la policía hace bien su trabajo ¿no? –
intervino Marta.
-Si yo no digo que no, yo lo que te digo es que, para éstas cosas,
prefiero a la Guardia Civil. De todos modos, da igual. Creo que lo
importante es que pongas la denuncia donde quieras, pero que la pongas,
para que se pongan a buscar cuanto antes.
-¿Pues sabes qué te digo? Que creo que tienes razón. Si cuando
vuelva a casa sigo sin noticias de Arturo, me voy a ir a poner esa
denuncia.
2.12. La cadena de montaje.
Había podido comprobar, por su propia experiencia, la certeza de
las afirmaciones de Elías, al respecto de la libertad que ahora tenía para
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moverse por el espacio-tiempo, y dado que había encontrado a Marta muy
preocupada por su desaparición, y que era bastante evidente que no
podría llevar a Lucía a la celebración del cumpleaños de su amiga, quiso
comprobar cuál podría ser el resultado, en las dos personas que a él le
preocupaban en estos momentos, y cómo podría afectarles su ausencia y
la consecuente imposibilidad ante la que se enfrentaba, de cumplir con
la promesa que le había hecho a ambas. Una vez más, fue desearlo y allí
estaba. Con ellas.
Las encontró en plena fiesta de cumpleaños y le agradó comprobar
que la preocupación de Marta, se había relajado notablemente. Salir de
casa y poder conversar con otras personas, había roto el círculo vicioso
de retroalimentación que suelen generar las preocupaciones, contando
para ello con la inestimable ayuda de la distracción social. Lucía, por su
parte, charlaba animadamente con sus amigas y amigos, aunque su
despreocupación no era completa. Pudo percibir, de fondo, cierta
inquietud por él y por lo que hubiera podido pasarle, aunque fuera en un
muy segundo plano. No obstante, la vida seguía transcurriendo para sus
dos mujeres, a pesar de su ausencia.
-Hay que ver. Con lo preocupado que estaba yo y fíjate: la vida
sigue sin mí –comentó con Elías, que le había acompañado y que se limitó
a responderle con una afectuosa sonrisa –Ahora entiendo el auténtico
significado de aquello, de que los cementerios están llenos de personas
imprescindibles. No es que yo me haya considerado imprescindible, pero
sí que me había agobiado bastante, con lo de no poder explicarle a Marta
lo que me ha pasado.
-Hablas en pasado.
-Bueno, sí. No es que ya no me importe poder explicárselo, pero es
evidente que la cosa no es tan grave como había creído. Por cierto, esa
indulgente sonrisa tuya, me hace sentir como un crío. Me recuerda la que
se le pone a los niños, cuando se sorprenden al descubrir las sencillas
realidades del mundo que les rodea.
-Disfruto comprobando tu toma de conciencia.
-¿Mi toma de conciencia, de qué?
-Dímelo tú.
Se quedó pensando unos segundos.
-Realmente, pase lo que pase, la vida sigue y no se acaba el mundo
–se contestó, más a sí mismo que a Elías, el cual seguía manteniendo esa
dulce y amorosa ternura en la mirada y en la sonrisa.
-Así es. De la perfección no puede emanar la imperfección. Es
nuestra ignorancia, la que nos confunde y equivoca, cuando no
alcanzamos a darnos cuenta de la perfección que nos rodea y de la que
formamos parte, como todo lo que existe.
-Oye, se me está ocurriendo a mí que si todo es tan perfecto ¿qué
puñetas pinta la maldad en el mundo? Porque como dicen los gallegos,
haberla hayla, y no me dirás que no.
-Bueno, depende.
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-¡Ya estamos otra vez con que la abuela fuma!
-Acuérdate de Gregory Bateson.
-¿Me lo explicas, porfa?
-Está bien, simplifiquemos. Imagina una cadena de montaje, en la
que el producto final es, por ejemplo, un coche. Al final, tenemos un
vehículo terminado que, si supera las pruebas de calidad, será
considerado un producto perfecto para ponerlo a la venta. ¿Vamos bien?
-Bueno, perfecto, perfecto…
-De acuerdo. Digamos lo suficientemente perfecto como para
ponerlo a la venta ¿Ahora sí?
-Así sí. Sigue.
-Si sacas ese vehículo en cualquier punto de la cadena de montaje,
antes de llegar al final, tendrás un coche bastante imperfecto y cuanto
más lejos del final lo saques, más imperfecto parecerá. Incluso alguien,
hasta podría dudar de que se le pudiera llamar coche. De manera similar,
bondad y maldad forman parte de un estadio intermedio en la cadena de
montaje del Universo con mayúsculas, ese en el que se manifiesta la
dualidad. Recuerda que el mundo en tres dimensiones, incluye al de dos,
pero que en el de dos dimensiones, no puede manifestarse la tercera como
tal.
-Sí, sí. Eso está muy bien y todo lo que tú quieras, pero haberla,
hayla.
-Pues claro, y como todo lo que existe, si lo hace, es porque es
necesaria.
-¿Necesaria la maldad? Pues maldita la necesidad.
Elías rio a carcajadas, una vez más.
-¿Dónde está la gracia?
-En tu inocente vehemencia. Piensa un poco ¿Cómo se puede tener
conciencia de la belleza, sin saber lo que es la fealdad, o de la luz sin la
oscuridad, o de lo bueno sin lo malo y viceversa?
-Pues puestos a poner ejemplos, yo en tu mundo no veo más que
luz.
-Primero porque, siguiendo con la metáfora, es como si estuvieras
en el mundo de las tres dimensiones, lo cual significa que las dos
dimensiones anteriores, ya están trascendidas en la tercera, y segundo,
ese que has llamado mi mundo, es también el tuyo.
-Espera, espera. Vamos por partes, que me lio. Es evidente que
ahora soy una especie de fantasma de luz, o lo que quiera que sea que
soy ahora, pero en el mundo este de los fantasmas, ni veo oscuridad, ni
la necesito para apreciar la luz.
-Aun cuando todavía no has hecho la transición completa, sí que
has hecho la suficiente como para poder trascender la dualidad, aunque
no hayas tomado aún plena conciencia de ello, ni del recuerdo de lo que
eso significa. Todavía no has sido plenamente… digamos que reactivado.
Necesitas terminar de desconectar con la realidad de la que vienes, o
mejor dicho, de desprenderte del apego que todavía le tienes, si es que
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quieres hacerlo. Un objeto de tres dimensiones, contiene las dos previas,
pero lo que resalta en él, ya no son tanto, ni la línea, ni el plano, como el
volumen, aunque línea y plano sean necesarios para conseguir volumen,
pero integrados ahora y trascendidos en un más allá, que hace posible la
existencia de una caja, por ejemplo.
-Y dale con lo de la activación ¿A qué estamos esperando,
entonces? ¿Hay que darle a algún botón, o algo?
-Tranquilo. Todo a su debido tiempo. Espera a que el coche llegue
al final de la cadena de montaje. Para entender esto, tan solo necesitas
hacer un poco de memoria. Recuerda, durante tu vida en la Tierra, las
veces que tuviste lo que entonces se te antojaba un problema de los
gordos. Al principio, puede que te pareciera que todo estaba en contra
tuya, que la maldad se cebaba contigo, que lo que estaba pasando era
muy injusto, o que no te merecías tal maltrato y que no ibas a poder con
ello. Recuerda, por ejemplo, tu divorcio de Julia, lo mal que lo pasaste, y
lo enfadado que estabas con ella y con el mundo en general, pensando
que no te merecías lo que te hizo, que no era justo, y cómo con el
transcurso de los años, acabaste agradecido por la magnífica
oportunidad para aprender que supuso para ti, y para madurar y crecer
como persona, por no hablar de la puerta que se te abrió para conocer a
Marta, o cuando fueron a por ti en el trabajo, por defender la legalidad y
negarte a ser cómplice de la corrupción y el nepotismo, en aquel centro
donde estuviste destinado por un tiempo y al final, no solo aumentó tu
prestigio profesional entre tus compañeros, te hiciste más fuerte ante las
adversidades, y depuraste algunos vicios en tu comportamiento, sino que
además, le costó el puesto a tu acosadora. La de veces que dijiste en tu
vida anterior ¡No puedo con esto! antes de acabar pudiendo. Todas
aquellas crisis sirvieron, cada una de ellas, para hacerte más sabio, más
fuerte, y un poco mejor persona. Como dijo alguien por allí, al final todo
sale bien y si no, es que todavía no es el final.
-Bueno sí, pero no a toda la gente le pasa lo mismo. Los hay que,
en vez de mejorar, se hacen cada vez más malos. De hecho, yo mismo, en
más de una ocasión, estuve tentado de mandar a todo el mundo a la
mierda, para ir a mi avío.
-Una vez más, depende del nivel lógico que estés considerando.
Evidentemente, cada persona es un mundo y las reacciones de cada cual
cambian, si atiendes a los detalles, pero los procesos son los mismos.
-Explícame eso.
-Qué aprendizajes hace cada uno y cómo los hace, depende, entre
otras cosas, del propio individuo, pero los procesos son muy similares de
unos a otros. El camino que cada uno de nosotros recorremos hasta llegar
a la meta, depende de muchos factores: el nivel de partida, las propias
necesidades y las de nuestro entorno, la ley de acción-reacción, o karma,
como lo llamaban algunos allí de dónde vienes… por no hablar del libre
albedrío, pero una de las mejores herramientas que todos tenemos para
aprender y mejorar, es la propia experiencia. Ten presente que, como
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estás comprobando, la vida no se limita a la experiencia terrenal. De
hecho, como acabarás recordando, cada una de las diferentes y múltiples
vidas en diversos mundos, sean éstos físicos o no, es una elección libre
de cada uno de nosotros para encontrar oportunidades de experimentar,
para desarrollarnos y seguir incrementando nuestro propio progreso y
aprendizaje. Pero no estamos solos. Julia no apareció en tu vida
únicamente para tu progreso. Tú también apareciste en la suya para el
suyo. Recuerda que todo está interconectado, porque en definitiva todo
es, proviene y se integra en El Todo con mayúsculas, y que El Todo es
quietud y serenidad, aunque en su interior haya movimiento y agitación,
ya que es aquí donde únicamente puede producirse aprendizaje: en el
movimiento, o lo que es lo mismo, el tránsito entre el punto de llegada y
el de partida. En el punto de partida, en el principio de todo, está la
quietud, porque nada puede empezar a moverse, si ya se está moviendo,
así como el punto de llegada implica parar y serenarse para recuperar la
quietud perdida, lo que supone volver al mismo estado del punto de
partida. Pero en la quietud, no hay aprendizaje. Es en el camino, en el
movimiento, donde está el aprendizaje, el cambio, y dado que la quietud
no puede moverse, a riesgo de perder su cualidad, necesita generarlo. Ese
movimiento necesita estar fuera de ella, porque de lo contrario dejaría de
ser quietud, de modo que necesita expeler una parte de sí misma, para
que sea esta parte diferenciada, y a la vez igual, ya que El Todo sigue
siendo único, a la par que diverso, la que pueda moverse y por tanto
aprender. Una vez que la parte expelida se haya movido lo suficiente como
para conseguir aprender algo nuevo, tiene entonces que ser reabsorbida,
recuperada por la quietud, para que pueda hacer el aporte de todo lo
aprendido. Por eso la quietud necesita del movimiento, como la luz de la
oscuridad, o la maldad de la bondad, y por eso el equilibrio es tan
importante en la dualidad. El equilibrio apacigua y acaba con la lucha
entre los opuestos. Si hay equilibrio entre quietud y movimiento, es
porque ambos se están manifestando de manera tan armónica que se
anulan, al complementarse el uno con la otra. Si hay desequilibrio, es
porque un lado de la balanza está descompensado respecto al otro, lo que
disgustará a todos los implicados, ya estén quietos o moviéndose, y
siempre habrá quien manifieste su disgusto. Nadie está a gusto si no hay
equilibrio, pero si lo hay, las tornas se invierten y todos estarán
satisfechos. Por eso y en la búsqueda de equilibrio, a veces algunas
personas necesitan vivir en sus propias carnes los efectos de la maldad,
la misma que previamente ellos practicaron con sus semejantes por
ignorancia, o bien hacérsela vivir a otros, para el aprendizaje de éstos. No
obstante, también es cierto que en el proceso hay almas que se malogran,
impregnándose tanto de esa maldad de la que hablas y tan ignorantes de
la bondad, que tienen que ser reabsorbidas por La Fuente. Algo que, por
cierto, ha sido malinterpretado por los humanos como el infierno, un
fuego eterno que no tiene nada que ver con el sufrimiento, ya que del
Amor no puede nunca surgir un castigo.
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-Todo eso está muy bien, pero de ignorancia nada, que hay quien
tiene mucha mala leche y hace daño bien apostica. ¿O va a ser que no?
Esas serán las almas que se averían, vayan a donde vayan ¿no?
-Estás sacando el coche de la cadena de montaje, antes de haberlo
terminado.
-¡Sí hombre, que me vas a decir tú ahora que no hay gente mala
por ahí!
-Lo que sí que te dije antes, es que la maldad existe y que, además,
es necesaria en su nivel, pero también que es hija de la ignorancia, al
igual que ahora te digo que, como todo, puede y debe ser trascendida
¿Conoces a alguien a quien puedas llamar sabio y del que, a la vez,
puedas decir también que sea malo?
-Pues no.
-Pues eso.
-Bueno, espera, que sí que conozco a muchos que son malismos,
pero mu listos, los jodíos, lo que les permite ser más malos todavía.
-Ya te he dicho que yo también, pero también he dicho sabio, no
listo. Es diferente.
-Bueno… puede que tengas razón.
-Puede.
-Tú también eres un poquito guasoncete ¿no?
- T´as dao cuenta tú tamién ¿no?
-¡Vaya hombre! ¡Míralo, lo bien que imitas el acento de mis
paisanos!
-¿T´abulta?
-Oye mira, pos sí. Ya que lo dices, me está abultando mucho to
esto. No me he muerto, pero es como si me hubiera muerto, aunque da
igual, porque cuando nos morimos, no nos morimos, na más que
cambiamos de plano, o de dimensión, o de lo que sea, pero sin estarte
mucho rato, porque al poco te va a tocar volver otra vez aquí, o a donde
sea, pero eso sí, puedes elegir el cuerpo que quieras, entre un muestrario
que te preparan unos tíos mu supiones, y mientras tanto, te vuelves una
especie de fantasma, que puede visitar a los vivos y hacerles que escriban
poesías, que sueñen con lo que tú quieras, darles sustos que no son, y
fabricar ardillas de colores entre medias y, además, por mu viejo que seas,
te va a tocar también volver al cole. Y todo esto se supone que es perfecto,
incluyendo las desgracias y la mala leche, porque estamos dentro de un
Todo que, además de perfecto, es mu tranquilo, pero que se rebulle por
dentro con un sin vivir que pa qué.
-Ya salió tu vena cínica. Está bien, si quieres tomarte un descanso
para tu relax, estás en tu derecho.
-Es que to esto es mucho demasiao. Una desageración.
-Y tanto. Todo.
-Ya. Pues oye, ahora que lo dices, esa es otra cosa que no me
termina de encajar. Mucho Todo inmutable y mucha gaita de la que
formamos parte y al que tenemos que reintegrarnos ¿pero qué sentido
- 127 -
tiene todo esto? Si ya somos perfectos ¿Qué sentido tiene perfeccionarse
aún más? A ver si va a ser que no lo somos tanto ¿Y eso de salir del Todo
a darse un garbeo por ahí, para luego tener que volver, no parece un poco
una tontá? Vaya mierda de todo, ese al que le falta un cacho pa ser del
to, el que se necesita para poder salirse de él. Además ¿dónde empieza
todo esto? Porque si hay una meta, que se supone que es la reintegración
esa, habrá un principio, digo yo. Un comienzo. Si hay un punto de
llegada, es porque antes ha habido otro de salida, aunque sea el mismo,
pero habrá primero que salirse para poder volver, un empiece ¿O no?
Porque yo seré todo lo todo que tú quieras, pero es evidente que yo soy
yo y tú eres tú.
-Naturalmente. No obstante, entiendo lo que quieres decir. Te
recuerdo un ejemplo que ya te puse antes: si el ojo que tuviste mirase al
dedo gordo de tu pie, o a tu oreja, puede que pensase que no se parecían
en nada entre ellos, que ambos eran muy diferentes y con funciones muy
distintas, que no tenían nada que ver entre sí, nada en común, aunque
tú sabes que ambos formaban parte de un mismo cuerpo, ese que
estuviste utilizando durante un tiempo. Pero vamos por partes. Ya que te
preocupa tanto el principio ¿quieres recordar cómo empezaste, tu
nacimiento?
-¡Eso puede estar bien!
-Pues venga, vamos.
2.13. La denuncia.
A Marta le sorprendió la pobre resistencia que puso Lucía para
abandonar la fiesta, cuando se lo propuso. Aprovechó la primera ocasión,
en la que una madre anunció que tenía que marcharse, para apuntarse
a ese mismo carro, y no fue la única. Se desencadenó una curiosa
reacción en cadena de anuncios de despedida, que amenazaba con dejar
el local casi vacío, cosa que no pareció disgustar mucho a los padres de
Carmen.
Se acercó a Lucía, para informarle de que había llegado la hora de
la partida y de los motivos que la hacían tan prematura, temiendo la
reacción en contra de la niña, pero se sorprendió cuando todo lo que
encontró, fue tan solo un gesto de disgusto y un “¿Ya, tan pronto?”
Cuando le dijo lo preocupada que estaba por la falta de noticias de Arturo
y para su sorpresa, su hija inició la ronda de despedidas de sus
amistades, sin más protestas.
De vuelta a casa, una vez en el garaje y camino del acceso a las
viviendas, pudo comprobar que la plaza que debería estar ocupando el
coche de Arturo, seguía vacía, cosa que le hizo recuperar con plenitud la
intensidad de su preocupación por él, pero la guardó para sí, tal y como
hizo cuando salieron, y tampoco ahora dijo nada a las niñas.
Antes de llegar a su casa, decidió acompañar a Toñi hasta la puerta
de la suya, por cortesía y para dejar constancia ante su madre, de que la
devolvía sana y salva. Una vez allí, su vecina y amiga le agradeció
- 128 -
amablemente los servicios prestados y correspondió a su amabilidad,
preguntándole por Arturo.
-Uffff. Pues me tiene preocupadísima.
La sonrisa con la que la había recibido, se borró inmediatamente
de la cara de la madre de Toñi, siendo sustituida con rapidez por un ceño
fruncido, que se enmarcaba dentro de un gesto, mezcla de sorpresa,
inquietud, y aprensión.
-¿Y eso? ¿Qué pasa?
-Pues que no sé nada de él desde que salió de la casa esta mañana.
-¿Cómo que no sabes nada?
-Pues eso, que no ha venido a comer, ni me ha llamado, ni nada.
Ni siquiera ha ido a trabajar.
-¿Y no ha avisado, ni ha dicho nada?
-Nada. Nadie sabe nada de él, desde ayer.
-¿Ni en el trabajo, ni nada?
-Nada. He llamado a todo el mundo y nadie sabe nada.
-Huy, eso sí que es raro. Con lo formal que es.
-Pues por eso. Te voy a dejar, que tengo prisa por llegar a la casa,
porque si cuando llegue no está allí, me voy a ir a poner una denuncia
por desaparición.
-Espero que no le haya pasado nada malo. Si necesitas algo,
avísame.
-Muchas gracias.
-Avísame cuando sepas algo, y ya te digo, si necesitas cualquier
cosa…
-Muchas gracias. Ahora nos vamos.
-Que vaya todo bien.
-Sí, adiós.
Cuando madre e hija llegaron a su casa y mientras abría la puerta,
Marta aguzó el oído, con la esperanza de escuchar algún ruido que le
anunciara que el piso estaba ocupado, pero sólo pudo percibir silencio.
Al entrar, lo primero que hizo fue comprobar si las llaves del coche
de Arturo estaban en el cenicero de la cocina, sustituyendo el recuerdo
de la plaza vacía en el garaje, por la esperanza de la aparición de su
pareja, pero el milagro no se produjo. Además, no encontró ni una sola
luz encendida, hecho que, por sí solo, ya evidenciaba que Arturo no
estaba allí. No obstante, recorrió todo el piso con la esperanza de
encontrar alguna nota, o cualquier otro indicio de que su compañero
había pasado por la casa, pero todo estaba tal y como lo dejó ella al salir.
Si acaso le quedaba alguna duda, ésta acabó por disiparse de forma
definitiva. Era evidente que a Arturo le había pasado algo.
-Lucía, me voy a ir a poner una denuncia a la Guardia Civil, porque
lo de Arturo no es normal. Mira las horas que son y no sabemos nada de
él.
-Me voy contigo.
Le sorprendió esta respuesta.
- 129 -
-No. Es mejor que te quedes aquí, porque no sé lo que tardaré. Ya
es muy tarde y tú mañana tienes que estar descansada para ir a tus
clases. Si ves que llego tarde, acuéstate y no me esperes.
-Mamá, yo quiero ir contigo.
-No cariño, es mejor que te quedes aquí. Tú di que llama, o aparece.
Así me puedes llamar al móvil.
-Bueno vale, pero yo te espero levantada.
-Es mejor que no Lucía, porque no sé lo que voy a tardar. Acuérdate
de lo que tardamos cuando fuimos a poner la denuncia, cuando te
robaron el móvil.
Eso había ocurrido tan solo a los pocos días de haberlo estrenado.
El teléfono móvil fue el regalo que le trajeron los Reyes Magos a la niña,
que se llevó un tremendo disgusto cuando, caminando por la calle
mientras lo utilizaba, un muchacho se lo quitó de las manos y salió
corriendo. Había una clausula en el seguro que tenían contratado para
la casa, que podía cubrir el robo del terminal, pero era necesario
presentar la denuncia, por lo que madre e hija acudieron a la comisaría
de la Policía Nacional que tenían más cerca, para formularla.
Marta recordaba que las hicieron esperar mucho tiempo.
Demasiado, en su opinión. Supuso, mientras esperaba, que los policías
debían de estar ocupados, al ver salir de las oficinas lo que parecía un
matrimonio de personas mayores, pero en la sala de espera no había
nadie más que ellas y todavía tuvo que pasar un buen rato hasta que las
atendieron, lo que la enfadó bastante, aunque no dijera nada al policía
que las recibió después.
-Bueno vale. Voy a preparar las cosas de mañana –contestó Lucía,
aceptando la propuesta con una facilidad que Marta no esperaba.
Mientras la hija se perdía en su habitación, la madre encendió el
ordenador, para buscar en internet la ubicación exacta de la
Comandancia de la Guardia Civil en su ciudad. Aprovechó también, para
informarse acerca de las denuncias por desaparición.
Una vez localizada la dirección, recopilada la información que
buscaba, y siguiendo las recomendaciones que pudo leer en las diferentes
páginas web que visitó, apagó la máquina y eligió las fotos más recientes
de Arturo, entre las que pudo encontrar por la casa. La digitalización de
la información, había conseguido que fueran muy pocas las que tenía en
formato papel, además de relativamente antiguas, ya que la más reciente
era una en la que estaban los tres, hecha con el móvil durante las
vacaciones que disfrutaron, hacía ya de eso más de cuatro veranos, y
gracias a que tuvo que imprimirla para poder enmarcarla. Recogió
también el pasaporte de Arturo, que sabía que guardaba en un cajón de
su mesita de noche, y su cepillo de dientes, por si lo necesitaban para la
obtención del ADN, según había leído. Hecho esto, se dirigió al cuarto de
la niña para despedirse de ella.
-Lucía, que me voy ¿Vas a querer cenar algo?
-¡Que va, si he comido de todo en el cumple!
- 130 -
-Bueno, pues dame un besito que me voy. Si ves que se hace tarde,
acuéstate ¿Vale?
-Vale mamá –contestó la niña, sorprendiendo a Marta con su
condescendencia, una vez más.
Ya en las dependencias de la Guardia Civil, le agradó la rapidez y
la eficacia con que la atendieron, en comparación con lo que recordaba
haber tenido que esperar en las de la Policía Nacional. La diligencia que
mostraron con ella, la amabilidad con que la trataron, y el sincero interés
por el caso que le pareció percibir en aquellos guardias civiles, le hizo
recordar con agradecimiento, al padre que le había recomendado acudir
aquí. Se ocuparon incluso de conectar su móvil a un ordenador, tras
pedirle el correspondiente permiso, para sacar de él algunas fotos
recientes que guardaba de Arturo, así como sus datos de correo
electrónico y redes sociales, aun cuando Marta les informó que hacía
tiempo que él había borrado sus perfiles y se había desentendido por
completo de ellas. Le dijeron que todo lo que se sube a la red, una vez
allí, y aunque el usuario crea haberlo borrado, puede recuperarse, si se
sabe cómo hacerlo. Cuando consideraron que ya habían recopilado todos
los datos que estimaron necesarios, le aseguraron que le avisarían en
cuanto tuvieran alguna noticia, así como que esperaban de ella que les
correspondiera en la misma medida.
Al volver a su casa, no es que la inquietud por el paradero de Arturo
hubiese desaparecido, pero sí que el trato recibido y la sensación de
verdadero interés por el caso que allí le transmitieron, ayudaba bastante
a mitigarla, tranquilizándola. Al pasar por delante de la cocina, le llamó
la atención que los platos que habían quedado a mediodía sobre la
encimera, habían sido fregados y recogidos, así como la comida sobrante,
aunque no tuvo mucho tiempo para pararse a pensar en ello, porque
Lucía salió a recibirla.
-¡Ni siquiera te has puesto el pijama! –dijo a su hija, al verla.
-Quería estar vestida, por si acaso.
-¿Por si acaso, qué?
-¡Yo que sé! Por si acaso te hacía falta para algo.
Le enterneció el interés y la preocupación que la niña estaba
demostrando por la situación, en lugar de la animadversión que era
habitual en ella, ante todo lo que tuviera alguna relación con su vida de
pareja.
-Ven aquí –le dijo, y la abrazó y la besó.
-Has vuelto muy pronto ¿Qué te han dicho?
-Ha ido todo muy bien. Me han dicho que en cuanto tengan alguna
noticia, me llamarán. Por cierto, ven aquí que te de otro besazo. He visto
que has recogido la cocina.
Lucía no dijo nada, limitándose a sonreír y a disfrutar de las
muestras de cariño de su madre.
-Anda, vámonos a acostar.
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No es que Marta tuviese sueño, pero consideraba que su hija debía
descansar, para poder tener mañana la mente fresca y dispuesta para el
estudio.
Capítulo 3. Procesos de Trascendencia.
3.1. El nacimiento.
Cuando Elías le cogió de la mano, Niemsé se encontró ante lo que
parecía un inmenso sol, tal y como aparece el que ilumina la Tierra en
las fotos que los astrónomos muestran de él, hechas por satélite y una
vez retocadas por los ordenadores, pero con los colores mucho más vivos
y luminosos, aunque similares a los que recordaba haber visto en los
documentales que le gustaba ver en la televisión, y a los que era
aficionado. Éste era muchísimo más grande, hasta el punto que no
alcanzaba a percibir sus límites, aunque sabía que los tenía, y en su
superficie mostraba una actividad, parecida también a la que recordaba
haber visto en el Sol en los documentales, pero como más pausada y
armoniosa.
Aquella cosa inmensa pulsaba. Parecía como si latiera, de forma
parecida a como se había visto hacer a sí mismo cuando todo esto
empezó, pero no lo hacía de forma uniforme, es decir que, aunque pulsara
todo a la vez, había partes donde la pulsación se manifestaba con especial
intensidad y de manera diferente, solo en algunos sitios y nunca dos
veces en el mismo lugar, abombándose ahora por aquí, ahora por allá.
De estos inicialmente pequeños abombamientos, con cada pulsación
expelía una pequeña parte de sí mismo, de manera similar a lo que podía
ser una llamarada solar, solo que aquí la materia expelida, a veces se
separaba definitivamente del núcleo madre, tomaba forma esférica y su
luz interior se volvía de un blanco radiante, envuelta en lo que parecía
una especie de membrana transparente de luz dorada, y otras veces,
cuando no conseguía separarse definitivamente, volvía a caer en esa
inmensa masa de energía que la generó, siendo reabsorbida de nuevo por
ella.
Más que ver, sentía más allá de esa masa de energía, una infinitud
oscura y violácea, que no tenía nada que ver con la oscuridad, ni con el
frío vacío espacial que recordaba del mundo físico. Era La Eternidad y en
ella podía percibirse una poderosa Presencia, responsable de que todo
fuese como era. Había también algo que interpretó como música, aunque
no lo fuera, al menos no como la música que recordaba haber escuchado
con los oídos que tuvo, pero que resultaba extraordinariamente
armoniosa y bella, e impregnándolo todo, Amor, mucho Amor. Así, con
mayúsculas. Un Amor infinito e inconmensurable.
-¿Esa es la placenta de mi madre? –preguntó a Elías, cuando fue
capaz de reaccionar.
-Es la madre de todos nosotros.
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-Pero tú me habías dicho que íbamos a recordar mi nacimiento…
-Así es, pero creo que ha habido un malentendido. No me refería a
tu nacimiento como humano, sino como espíritu. Por eso dije “tu
nacimiento”.
Niemsé regresó a la contemplación de tan maravilloso espectáculo.
Las sensaciones que le inundaban, aun siéndolo, en nada se parecían a
las más intensas, extasiantes y serenamente gozosas que hubiera podido
vivir jamás como humano y sin embargo, le resultaban confortablemente
familiares. No había palabras que pudieran definir su estado, pero desde
luego éste no era de sorpresa. Las que más se acercaban, aunque muy
de lejos, eran paz, felicidad, amor, serenidad, bienestar… y una
gratificante sensación de íntima unión con todo lo que le rodeaba. Si allí
es a donde eran devueltas las almas malogradas, ahora entendía lo que
Elías había querido decir, al respecto de la equivocada interpretación del
fuego eterno.
Otra cosa que le llamó poderosamente la atención, fue lo que
parecían espíritus cosechadores de las esferas blancas y doradas que
producía la masa madre de energía. Una vez separadas de esa masa
madre, las esferas luminosas, en números que variaban desde tres a más
de veinte, se juntaban en grupos, y conducidas por una corriente de
energía que parecía tener voluntad propia, formaban a modo de cadenas,
interconectándose entre ellas con un cordón de luz plateada, y que le
recordó al cordón umbilical de los bebés. Eran estos grupos de cadenas
de esferas de energía, las que recolectaban los espíritus que vio, los
cuales parecían estar esperándolas, mientras el flujo de energía las
conducía lentamente hasta ellas.
-¿Quiénes son? –le preguntó a Elías.
-Podemos llamarlas… madres especialistas. Se encargan de recibir
y activar las almas recién nacidas con éxito.
-¿Con éxito?
-Como has podido comprobar, no todos los nacimientos prosperan
y algunos acaban regresando a La Fuente, reintegrándose en ella, pero
cada vez que se desprende un fragmento, cada vez que nace un alma, la
masa madre se altera en una mínima porción, lo suficiente como para
que la siguiente alma que nace, lo haga de una Fuente algo diferente a la
que era antes, por lo que nunca se producen dos almas iguales.
-¿Y a dónde las llevan?
-Cada una nace ya con su propia energía, especificidad, e
identidad, y con todas las posibilidades en potencia. Todas y cada una de
ellas, formada como un ser único e irrepetible y las almas especializadas
en esta labor, se encargan de facilitar el inicio de su desarrollo individual.
En estos momentos, ni siquiera tienen conciencia de sí mismas, por lo
que son dirigidas a lo que podríamos llamar… una especie de incubadora.
Estos espíritus especializados, a modo de madres amorosas, unen sus
energías con los recién nacidos para ayudarles en su despertar, su
iniciación. Les transmiten energía nueva y revitalizante, que les sirve para
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su comienzo como entes individuales. La semilla de un futuro rebosante
de logros, posibilidades y esperanzas.
-¿Ellos deciden cómo será cada cual? ¿Transmiten a cada una,
según qué cualidades?
-En absoluto. Cada alma ya es creada perfecta en sí misma, con su
propia personalidad y especificidad, y trae consigo todas las
posibilidades, solo que aún en potencia y pendientes de desarrollo. Lo
que hacen con ellas es calentarlas y activarlas, para que puedan iniciar
su propio camino, que puede llegar a ser muy diferente, o similar, de
unas a otras, según la especificidad de cada cual.
Niemsé pudo observar cómo los espíritus que recibían los nuevos
grupos de almas, las colocaban cuidadosamente en lo que interpretó
como algo a modo de celdas individuales, donde se ocupaban en abrir
esa especie de saco amniótico dorado que las contenía. Hecho esto, las
envolvían con su propia energía, además de la que captaban del entorno,
y dirigían hacia ellas corrientes de intensas luces multicolores, que las
nutrían y calentaban, a la vez que modulaban vibraciones que él
interpretó como algo asimilable a música ambiental, en lo que le pareció
el susurrante canturreo de una deliciosa, dulce, y amorosa nana. Pudo
sentir como las “madres” inundaban a las nuevas almas de amor y
aceptación incondicional, encendiendo en ellas la chispa de su
autoconciencia, lo que le hizo recordar su propio nacimiento, tal y como
le había prometido Elías.
Recordó que, cuando empezó a saber que era, la curiosidad era el
sentimiento predominante en él. No podía decir que viera, oyera, u oliera,
aunque hiciera todo eso y mucho más, porque lo hacía todo a la vez, como
con una especie de macro sentido único, que le hizo saber que existía.
En realidad, no es que pudiera decirse que hiciera nada. Más bien,
simplemente era.
Recordó también al alma que lo atendía y las sensaciones de amor,
aceptación incondicional y cuidado exquisito que recibió de ella, así como
haber percibido que él evocaba en aquel ser, algo parecido a un
sentimiento de orgullo y satisfacción, que le hizo saber lo que era la
autoconfianza. Se había sentido calentado y secado por ella, aunque no
tuviera frio, ni nada que se le pareciera, ni sabía muy bien por qué sentía
esa humedad, que no le resultaba incómoda en absoluto. En realidad,
todo era bienestar, solo que éste aumentaba notablemente con los
cuidados que recibía, al igual que su curiosidad por cuanto le rodeaba,
tanto por fuera, como por dentro.
De allí fue llevado a otro sitio, donde su autoconciencia continuó
desarrollándose, ahora gracias a la oportunidad de cotejarse con la de
otros. Lo recordaba como un mundo donde aún no había nada que hacer,
salvo ser, con la diferencia de que allí había otros que también eran, como
él, y entre los que estaba Ahindane.
Entonces no se llamaba así. De hecho, ni siquiera aún tenía
nombre, o al menos uno que él pudiera llegar a conocer en aquellos
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momentos, pero fue el primer “otro” con el que tuvo conciencia de
interactuar como sí mismo, como un entre propio y diferente del resto,
sin contar con la experiencia de la que había gozado con su espíritu
cuidador. Con este último, la sensación de alteridad aún era muy difusa
y primaria, siendo en este mundo, eminentemente mental, donde tuvo
sus primeras experiencias de vida en comunidad, y donde aprendió a
reconocerse a sí mismo con propiedad, interactuando con otros espíritus
bebé como él, y de los que recordaba especialmente a Ahindane, otro
recién nacido, a quien tenía muy próximo. Fue allí donde iniciaron una
especial relación de amistad y ayuda mutua, que aún hoy seguía vigente.
¡Ahindane había sido su madre, en la última vida que acababa de dejar
en la Tierra!
Se volvió hacia Elías, pero ninguno de los dos dijo nada.
Simplemente se miraron, si es que eso podía decirse así allí, y percibió en
esa mirada un sentimiento de orgullo y satisfacción por él, similar al que
recordaba haber evocado en su alma cuidadora. Supo entonces, que la
activación de la que hablaba Elías, había comenzado.
3.2. Por fin noticias.
Había pasado muy mala noche, además de haber dormido poco, y
no precisamente por ser la primera que pasaba sola en la cama, desde
que unió su vida a la de Arturo, aunque también. Lo que había
perjudicado más seriamente su descanso, era la incertidumbre acerca de
lo que hubiera podido pasarle a él.
Durante todo el tiempo que estuvo despierta, no paró de consultar
su teléfono móvil una y otra vez, por si aparecía en él alguna noticia de
su pareja, pero esas esperanzas no se habían visto satisfechas ni una
sola vez. Tal era el motivo por el que insistía y seguía consultándolo
continuamente, a pesar de tener su oído muy atento al aparato y
escuchar tan solo su silencio, desde que volvió de denunciar la
desaparición.
Esa mañana, después de asearse, vestirse, y hacer la cama, se
dispuso a sacar del congelador lo que comerían a medio día, ya que la
noche anterior lo había olvidado, por tener la mente ocupada en un único
tema: Arturo.
Le asaltó la duda acerca de si contar o no, con una ración para él.
Prefirió convencerse a sí misma, de que hoy aparecería y vendría a comer,
por lo que decidió preparar las tres raciones habituales, teniendo en
cuenta lo que no habían consumido ayer.
Hecho esto y también como cada día, Marta se puso a preparar el
desayuno para ella y su hija. Se ocupaba de ello porque, aunque la niña
hacía ya tiempo que era lo suficientemente autónoma, como para poder
hacerlo sola, cuando le tocaba encargarse de su preparación, no se
complicaba mucho la vida, e impedida por la vagancia, se limitaba a
llenar un vaso con leche, que calentaba en el microondas, y luego le
añadía unas generosas cucharadas de cacao. Lo acompañaba con lo
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primero que encontrase por la despensa, que no necesitase mucho
trabajo para su preparación: cereales, galletas, magdalenas, o cosas así.
Si no encontraba nada que no requiriese algo de esfuerzo para su
preparación, se conformaba únicamente con la leche. Ni siquiera se
molestaba en hacerse unas sencillas tostadas. En ello estaba cuando ¡por
fin! sonó el teléfono.
Con las prisas por cogerlo, tropezó con sus propios pies, y el plato
que sostenía en una de sus manos, junto con el teléfono que había
conseguido coger apresuradamente con la otra, se le cayeron. El
estruendo que originó la fractura del plato, al encontrarse con el suelo a
demasiada velocidad, atrajo la atención de Lucía, que llegó corriendo
hasta la cocina, asustada por la posibilidad de que su madre hubiese
podido sufrir un accidente, de esos que llamaban domésticos. La
encontró con serias dificultades para culminar con éxito un acto, tan
cotidiano y habitual para ella, como era contestar al teléfono, pero sana
y salva, tras haber conseguido recuperar el equilibrio y el móvil. Vista la
cara de descomposición que tenía, le fue fácil acertar al suponer lo que
estaba pasando, por lo que se quedó allí, de pie, en el quicio de la puerta,
a la espera de las noticias que trajera aquella llamada.
No era Arturo. Era Jesús, que ya había llamado a Marta la noche
anterior, mientras estaba en las dependencias de la Comandancia de la
Guardia Civil, interesado en saber si había o no alguna noticia de su
amigo. Ahora repetía llamada por los mismos motivos, dado que Arturo
seguía sin aparecer por el centro de trabajo.
-¿Nada, mamá?
-Nada, hija.
A Marta le pareció apreciar cierto gesto de preocupación en Lucía,
mientras la niña se giraba para volver a lo que quiera que fuese que
estuviese haciendo, lo que contribuyó a alegrarle algo una mañana que
no se presentaba festiva, precisamente.
-(En el fondo lo quiere) –pensó.
Recogió los restos fúnebres del plato, caído en su combate contra
la fuerza de la gravedad, y terminó de preparar el desayuno, así como el
bocadillo para el recreo de la niña, pero las tostadas se las tuvo que comer
frías, porque también la llamó su padre, la madre de Toñi, la hermana de
Arturo, y dos o tres personas más. Todos, menos la persona que más le
preocupaba a ella en estos momentos y todos también, preocupados por
él.
También como cada día, pero para esto tan solo aquellos en los que
trabajaba en el turno de mañana, acercó a la niña al instituto, camino
del trabajo, hoy con algo más de prisa, porque atender tanta llamada, le
había retrasado en sus actividades rutinarias.
-Si sabes algo de Arturo, ponme un mensaje ¿vale? –le había pedido
Lucía, al bajarse del coche.
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Una vez más, comprobar la preocupación de su hija por la situación
y por Arturo, contribuyó a calmar un poco una ansiedad de tal
intensidad, que llegaba ya a oprimirle, literalmente, pecho y estómago.
En el trabajo, todo el mundo le evidenció algo que ella ya había
visto en el espejo, pero que no supo como remediar, a pesar de contar
con la inestimable ayuda de los cosméticos. Desde su jefe de sección,
hasta su amiga Maripaz, todo compañero o compañera con el que se
encontraba y con quien tuviera algo de familiaridad, le recordaba la mala
cara que llevaba puesta esa mañana.
A todos les explicó el motivo de su desmejorado aspecto, aun
cuando su tendencia habitual, era mostrarse extremadamente cauta y
celosa de su vida privada, y procuraba evitar dar la mínima información
posible en el ámbito laboral, acerca de su intimidad personal y familiar.
Esta vez no escatimó detalles, recordando los consejos recibidos por los
agentes de la Guardia Civil, quienes le informaron de que, en los casos
de desapariciones, y salvo algunos excepcionales, cuanto más se
publicitase la desaparición, más posibilidades había de que alguien
aportara algún dato que acabase resultando útil, para la localización del
desparecido.
Precisamente de ellos, fue de quienes recibió la primera llamada
para informar sobre Arturo, en vez de preguntar por él. Le dijeron que la
policía local había encontrado su coche y le pidieron que se pasase por
sus oficinas, para ampliarle la información. De Arturo no tenían noticias
aún, pero que hubiera aparecido su coche, ya era mucho más que nada,
por lo que corrió hasta su jefe de sección, a fin de pedirle permiso para
ausentarse del trabajo, por los motivos que le explicó. Éste, empático con
ella, pero fiel a las responsabilidades de su puesto de trabajo y a las
directrices de la empresa, le informó compungido, que no era
competencia suya concederle tal permiso, sino del jefe de planta. El jefe
de planta le dijo que solo podía concederle permiso, si el motivo estaba
recogido en el convenio laboral, por lo que le recomendó que acudiese al
área administrativa y al comité de empresa.
A lo largo del tiempo que duraron las negociaciones, los paseos por
el edificio en busca de unos y de otros, y las esperas entre deliberaciones,
que fue largo, estuvo a punto de explotar por indignación en más de una
ocasión. Pero supo aguantarse las ganas, con tal de evitar añadir más
impedimentos al logro de su objetivo, el cual finalmente consiguió
alcanzar, a cambio de comprometerse a recuperar el día de trabajo que
se suponía que iba a perder, y de la renuncia que se hizo a sí misma, de
intentar ajustar el horario a recuperar, al realmente perdido,
considerando que ya había librado suficientes batallas por hoy, y que
éstas ya le habían hecho perder demasiado tiempo.
Cuando llegó a la Comandancia de la Guardia Civil, le informaron
de que el coche de Arturo había aparecido abandonado en la calzada, en
la mañana del día de ayer, parado delante de un semáforo y con el motor
en marcha, en la misma avenida en la que estaba situada la manzana
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que ocupaba el edificio de su casa y muy cerca de ella. El vehículo estaba
localizado en el depósito municipal correspondiente a su distrito, y en su
interior se encontraban lo que parecían ser las ropas de Arturo y sus
objetos personales. Un policía local había presentado un detallado y
minucioso informe, en el que se reflejaban con precisión, las
circunstancias en las que lo encontraron.
Necesitaban que reconociera si las ropas que había en el interior
del coche, eran las que Arturo llevaba puestas cuando salió de la casa, y
si eran suyos los objetos personales que se hallaban en su interior, por
lo que le preguntaron si podía acompañarlos al depósito para verificarlo
todo. Antes, le dijeron que les gustaría hacerle algunas preguntas más,
aparte de las que ya le habían hecho la noche anterior, ya que el caso
mostraba evidencias de tratarse de una auténtica y extraña desaparición.
Fueron muchas las preguntas que le hicieron y ningunas las
respuestas que le dieron. Si tenía enemigos, si se llevaban bien en la
pareja, si tenía negocios, o deudas, si tenía una amante, si le iba bien en
el trabajo, si era homosexual, si estaba deprimido, si tomaba medicación,
si se drogaba, si era aficionado al juego, si se habían peleado
últimamente, si podían quedarse con el teléfono móvil de Arturo para
investigarlo, si… A pesar de la amabilidad que mostraron los agentes, el
interrogatorio le resultó agotador. Finalmente, cuando consideraron que
habían conseguido toda la información útil que podían obtener de ella, la
acompañaron hasta el depósito municipal, para el reconocimiento del
vehículo.
Ciertamente, era el coche de Arturo. Sobre los asientos, estaba la
ropa que recordaba haberle visto dejar preparada, antes de acostarse, la
noche previa a su desaparición, para ponérsela al día siguiente. Lo que
le llamó la atención, fue que estaban hasta los zapatos y los calcetines
¿Se habría ido descalzo? Algo que extrañaba también a todos, era la
manera en la que habían aparecido dispuestas sus ropas: como si por
arte de magia, lo hubiesen sacado de ellas. La camisa estaba abotonada
y con los faldones por dentro de un pantalón, también abrochado,
cinturón incluido. Estaban también las llaves de la casa, su cartera con
dinero y documentación, y hasta el teléfono móvil. Ya le habían pedido
permiso para quedarse con las pertenencias de Arturo, a fin de revisarlas,
por si encontraban en ellas alguna pista que pudiera serles útil, pero le
devolvieron las llaves de la casa. Se sintió mal con ellas en su poder.
Aquello se le antojó como una despedida.
3.3. Vuelta a casa.
Se había reintegrado consigo mismo, con la parte de su energía que
solía quedar en el mundo espiritual, cuando las almas encarnaban en un
mundo físico, y ahora sí que se reconocía como Niemsé. Ese era su
nombre aquí y ahora, porque aquí los nombres identificaban a cada uno
según su tasa vibratoria y ésta iba cambiando, a medida que cada cual
- 138 -
progresaba y se desarrollaba. El nombre de cada ente, lo que lo
identificaba, era la forma en la que cada uno resonaba.
Reconoció también que este “aquí”, era su verdadero hogar. Éste
era su verdadero mundo de procedencia y no la Tierra, que no era otra
cosa que un mundo más, entre los muchos posibles, donde experimentar
y encontrar nuevas oportunidades para ponerse a prueba, aprender, y
desarrollarse.
Había vuelto a casa y se alegró por ello. Sus emociones se habían
liberado de la pesada carga pasional que las lastraba en el denso mundo
que acababa de dejar, y disfrutaba de la sensación de libertad que ello le
estaba permitiendo saborear, lo que contribuía a incrementar, aún más,
esa sensación de alegre calma, que se retroalimentaba a sí misma en
forma de sereno regocijo. Era muy agradable sentirse ligero de nuevo,
liberado de la plúmbea pesadez de todo lo terrestre, especialmente ahora,
en lo relativo a las emociones.
Se acababa de liberar por completo del olvido original, al que no
tienen más remedio que someterse la gran mayoría de las almas que
encarnan en la Tierra y que tiene como función, entre otras, facilitar sus
aprendizajes, evitándoles condicionamientos derivados de experiencias
anteriores, en ése, o en otros mundos. Recobró la conciencia de que el
Universo en general, estaba diseñado para el progreso y el éxito, y de que
todo cuanto acontecía en su interior, estaba encaminado a la mejora de
todos y cada uno de sus elementos integrantes, por medio del Amor.
Ahora lo entendía, lo que le permitió recordar hasta qué punto había sido
capaz de empecinarse tercamente, cuando no era así.
Su despertar, o activación, como lo había llamado Elías, le hizo
recordar también a los que ahora reconocía como sus amigos más
próximos. Aquellas almas con las que compartía esfuerzos y ayuda
mutua, de una manera más frecuente e intensa que con las demás, dado
que formaban parte del mismo grupo de estudio y trabajo.
Ya había recordado a Ahindane, su amiga más íntima entre sus
íntimos, aquella a quien en alguna ocasión había llamado su media
naranja y con la que había compartido muchas encarnaciones, la
mayoría de ellas como pareja, aunque en ésta última hubiesen preferido
hacerlo como madre e hijo. Ambos fueron incubados, a la par, por la
misma madre especialista, y ella había sido la primera alma con la que
había compartido experiencias, después de su cuidadora.
De su grupo de almas inicial, aquel primero y ya muy lejano en el
que se integró con Ahindane, tan solo ellos dos y Asterandé seguían
juntos, de los veintiuno que fueron en un principio, al haber mantenido
una línea de progreso y desarrollo muy similar. Krionsdinae, su actual
Maestro, les llamaba los tres mosqueteros.
Fueron precisamente Krionsdinae y Ahindane, quienes vinieron a
recibirlo. A modo de regalo de bienvenida, Ahindane le presentaba el
aspecto que tuvo como Agnieszka, la que fue su mujer en la penúltima
vida en la que estuvieron juntos, en la convulsa Polonia de aquellos
- 139 -
tiempos de la última gran guerra, en el planeta Tierra. Krionsdinae, por
su parte, le sonreía y parecía bastante satisfecho.
-Bienvenido, ahora sí.
Niemsé entendió el significado de ese “ahora sí”. Aquella voz que
escuchó cuando se inició su tránsito y aún estaba desorientado, era la
suya.
-Menuda sorpresa me diste. No me lo esperaba.
-Yo tampoco –contestó Krionsdinae, refiriéndose a lo imprevisto de
su transición y ampliando generosamente la sonrisa.
Ahindane, por su parte, se le acercó y se fundió con él en un abrazo,
de esos que se daban allí. Sus energías se unieron, de una manera que
le recordó las veces en las que lo habían hecho por medio del sexo,
cuando fueron hombre y mujer.
-Hola Fuguillas, bienvenido de nuevo -o algo parecido a esto, fue el
saludo que le brindó, después del íntimo abrazo que se dieron.
Fuguillas era el apodo que le habían puesto en su grupo, por su
apresuramiento en la búsqueda de soluciones, cada vez que se les
planteaba un problema.
-Echo de menos a los demás –dijo Niemsé, refiriéndose al resto de
miembros del grupo
-Kiamku y Asterandé todavía están encarnados, por lo que han
preferido no venir, y Jintámena se ha quedado con ellos, esperándote –le
informó Krionsdinae.
-Kiamku me ha encargado que te de una colleja de su parte, por lo
mucho que tardaste en reaccionar con lo de vuestro divorcio –le dijo
Ahindane, de la manera en la que se “decían” aquí las cosas.
Una buena parte de Kiamku, que había sido el último en
incorporarse al grupo, todavía ocupaba el cuerpo de Julia, la mujer con
la que estuvo casado, y aún no había terminado con los procesos de
aprendizaje que había ido a hacer allí. En esta ocasión, habían acordado
ayudarse mutuamente como matrimonio y Kiamku había elegido ser la
mujer de la pareja, aprovechando que el cuerpo femenino le brindaría
mejores oportunidades que el del sexo contrario, para lo que había ido a
practicar esta vez.
Al respecto de Asterandé, también tenía una buena parte de su
energía aún encarnada en Manolo, su amigo de la infancia, con el que
había mantenido un íntimo y permanente contacto, mientras estuvo en
la Tierra. Aunque la distancia había hecho que, últimamente, no hubiera
podido ser tan frecuente, como ambos hubiesen querido.
Krionsdinae saludó entonces a Elías, quien, por cierto, no se
llamaba realmente así. Elías fue el nombre que eligió para que Niemsé
pudiera aceptarlo fácilmente, en unos momentos en los que ya tenía
suficiente confusión, como para añadir más elementos extraños a su
experiencia, sin que hubiera necesidad de ello. En realidad, sonaba algo
parecido a Eriastonda.
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Los dos Maestros juntaron sus energías en un abrazo de
reconocimiento y agradecimiento mutuo. Eriastonda reconoció y alabó a
Krionsdinae el trabajo que estaba haciendo como Maestro con su grupo,
y especialmente con Niemsé, mientras que Krionsdinae hizo lo propio con
él, respecto al que acababa de hacer con su pupilo. Cuando terminaron,
Eriastonda se dirigió a Niemsé.
-Ha sido un placer conocerte.
-También para mí lo ha sido, pero ¿te despides?
-Si. Ya te dije que me marcharía pronto. Aprendes rápido, pero
volveremos a vernos.
-Eso espero.
Fue Niemsé quien abrazó ahora a Eriastonda. Le transmitió todo
su amor y agradecimiento, y éste a él lo orgulloso y satisfecho que le hacía
sentirse por su manera de ser y progresar, así como su agradecimiento,
por la oportunidad que le había ofrecido, para mejorar sus habilidades.
Después de esto, fueron los cuatro los que se juntaron en un abrazo
múltiple y único a la vez, reconfortándose mutuamente unos a otros con
su amor, respeto, y agradecimiento.
-Hay más gente que quiere darte la bienvenida –dijo Krionsdinae,
cuando se separaron.
-¿Y a qué estamos esperando?
Jintámena, Asterandé, y Kiamku, le habían preparado una fiesta
de bienvenida, en forma de canción. Bailaban al ritmo de la música que
cantaban, y lo hacían con arrancadas y detenciones bruscas, haciendo
burla con ello del apodo que le habían puesto.
Niemsé se alegró de volver a verlos a todos aquí, y agradeció
especialmente a Kiamku y Asterandé que hubieran dejado su
recogimiento para venir a recibirle, aunque evitó abrazarlos cuando se
retiraron, por respeto al trabajo que todavía estaban haciendo en el
mundo físico.
A quien sí que abrazó con gusto, fue a Jintámena, que había
formado pareja con Ahindane y había sido su padre en la vida que
acababa de dejar.
-Hola Plantao, me alegro de volver a verte. He echado mucho de
menos tus pastelitos de los domingos.
Plantao era el apodo de Jintámena, que le habían puesto porque, a
diferencia de él, su tendencia era “plantarse” reflexivo ante los problemas
y procuraba evitar actuar, hasta no haber repasado una y otra vez, las
diferentes opciones de respuesta posibles que hubiese sido capaz de
encontrar, y calibrado las consecuencias que cada una de ellas creía que
podría llegar a acarrear.
Lo de los pastelitos fue porque, siendo Arturo todavía un niño, y
mientras Jintámena ejercía como un padre de familia cariñoso,
responsable, y entregado a su trabajo y a los suyos, acostumbraba a
festejar los domingos, llevando a la casa una bandeja de pastelitos, como
postre especial para la comida de ese día.
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Jintámena era muy admirado y respetado por todos ellos. Hacía ya
tiempo que se integró en el grupo, pero todos sabían que pronto los
dejaría, porque, en realidad, de plantao tenía poco. Era de los más
evolucionados entre ellos, y cada vez era requerido con más frecuencia
para ayudar en las tareas de vivificación de mundos, trabajo en el que
llevaba algún tiempo especializándose, habiendo llegado ya a alcanzar tal
grado de habilidad, que le capacitaba para permitirle contribuir a las
labores de depuración y puesta a punto, de una especie de vida aérea
inteligente, a la que estaban intentando capacitar para albergar almas
como las suyas y que según les contaba, se estaban llevando a cabo en
un joven mundo gaseoso. Los Maestros Vivificadores, ayudaban a
evolucionar las diferentes especies de cada mundo, según las
necesidades del momento, y Jintámena llevaba ya un tiempo
aprendiendo estas habilidades.
-Aquí hemos echado mucho de menos tus prisas –le respondió.
-Pues no me he dado muchas para volver –contestó Niemsé.
-¡Que digas! ¡Si te has saltado hasta el túnel!
Los tres rieron con el comentario de Jintámena. Era una de sus
bromas. Él mismo ya había hecho sus últimos tránsitos, sin necesitar la
ayuda que el túnel aportaba a la reorientación de las almas, que volvían
de sus vidas físicas. En el caso de Niemsé, era la primera vez que no
pasaba por él.
-Den Bosch va a tener que volver para pintar ahora un coche, en
vez de un túnel –siguió bromeando Jintámena.
Aquí se le seguía llamando así, como él mismo quiso que le
llamasen mientras estuvo encarnado, con el nombre de la ciudad
holandesa donde vivió durante un tiempo, a caballo entre los siglos XV y
XVI de la Europa del actual planeta Tierra, y con la misión de dejar
plasmados para la humanidad, como recordatorio y materia de estudio,
y en forma de pinturas alegóricas, sus orígenes y parte de su historia, así
como algunas advertencias acerca de sus posibles futuros. En su obra
metafórica Subida al Empíreo, había dejado reflejada una representación
bastante gráfica del túnel del que hablaba Jintámena.
-No creo que mi caso sea tan importante –dijo Niemsé, en su
descargo.
-¿Qué quieres hacer ahora? –intervino preguntando Krionsdinae,
que se había mantenido a cierta distancia, como solía hacer mientras
ellos interactuaban libremente.
-Bueno, creo que éste puede ser un buen momento para repasar la
lección.
Krionsdinae volvió a mostrarle una sonrisa de satisfacción. Ya
hacía algunas vidas, que los miembros de su grupo habían dejado de
necesitar, de manera sistemática, cuidados al volver. Tan solo en alguna
que otra ocasión esporádica, por haberse arriesgado alguno de ellos con
una vida demasiado difícil, todavía eran necesarios. Sus pupilos eran
muy osados y ya tenían bastante experiencia previa en complicarse las
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vidas, a fin de progresar más rápido, pero no por ello dejaban de
arriesgarse con frecuencia. Algunas veces, incluso hubo quien ocupó dos
cuerpos a la vez en alguna de sus encarnaciones, viviendo en la Tierra
dos vidas simultáneamente, o elegido cuerpos con graves e importantes
limitaciones físicas, o psíquicas. Sin embargo, aunque no era el caso en
esta ocasión, ya que, para sus costumbres, Niemsé había tenido una vida
relativamente fácil, y a pesar de la modestia que manifestaba, algo
extraordinario debía de estar ocurriendo, para que hubiera tenido que
hacer un tránsito tan especial. Él también estaba deseoso de repasar la
lección.
-Está bien. En ese caso, vamos a ver al Consejo.
3.4. En el hospital.
Serían algo más de las diez y media de la mañana, cuando Leandro
llegó a la ciudad donde vivía y trabajaba su hijo. Previamente, desde la
casa, le había mandado un mensaje anunciándole su salida, tal y como
habían acordado. Prefirió el mensaje a la llamada, ya que no sabía en qué
estaría ocupado Juan Carlos a esas horas, y ni siquiera si estaría
despierto.
Cuando llegó a la casa de su hijo, buscó aparcamiento, y sin
bajarse del coche, echó mano del teléfono móvil, con la intención de
llamarlo. Antes de hacerlo, abrió la aplicación de mensajes que utilizaba,
sospechando que, muy probablemente, allí encontraría alguno de su hijo,
en respuesta al que le envió, antes de iniciar el viaje. Efectivamente, así
resultó. En él, le pedía que se fuese directamente al hospital donde
trabajaba y que le llamase una vez allí. Eso hizo y al llegar al hospital,
tras haber aparcado el coche y camino de la puerta, lo llamó.
-Hola papá ¿Dónde estás?
-Aquí, en el hospital.
-¿Ha ido todo bien?
-¡Pues claro!
-Vale, pues espérame en la cafetería, que estoy terminando de
pasar planta y ya voy yo a por ti.
Cada vez que lo había visto así, como ahora, vestido con la bata,
desde lejos, caminando con ese porte y vitalidad, tan propios de la
plenitud de su edad, no podía evitar sentirse orgulloso de que ese pedazo
de hombre tan bien parecido, fuera su hijo. Le recordaba mucho a su
madre, aunque no tanto como su hermana María Esperanza, que era su
vivo retrato.
Juan Carlos lo buscaba con la mirada y él levantó una mano, con
la intención de ayudarle a localizarlo, algo que no dejaba de sorprenderle
de sí mismo, cada vez que lo hacía. En su fuero interno, se mofaba de ese
mismo comportamiento cuando lo observaba en los demás, porque
pensaba que, para ver la mano levantada, el observador ya debía tener la
mirada fijada en la persona dueña de esa mano, o al menos en la
dirección en la que se encontraba, pero él mismo respondía de esa misma
- 143 -
manera, de forma automática, en casi todas las ocasiones en las que le
tocaba desempeñar el papel del que espera al otro en una cita.
Juan Carlos se acercó hasta donde estaba y tras dos besos de
saludo, y sin ni tan siquiera hacer ademán de sentarse, le dijo, señalando
la taza que había sobre la mesa:
-¿Has terminado?
-Si
-Pues hala, vente conmigo.
-¿A dónde vamos?
-He hablado con mi amigo David, el neurólogo, y quiere verte.
-¡Hay que ver cómo eres! A mí me vas a hacer perder el tiempo y tú
y tus compañeros, también ¡Con la saturación que tenéis ahora en los
hospitales! Y, además, seguro que has tenido que pedir favores.
-Tú por eso no te preocupes. Donde las dan, las toman ¿O es que
te crees que ellos no me deben favores a mí? Y estate tranquilo que,
porque te vean, no se van saturar aún más las consultas de lo que ya
están, ni se va a perjudicar a ningún paciente. Esto solo va en perjuicio
de David y de su tiempo.
-¿Y te parece poco? ¿No me estás viendo, que yo estoy bien?
-Sí, ya te veo ¿Pero a ti que más te da, ya que estás aquí y no tienes
otra cosa que hacer? Anda, vamos.
-Luego dices que el cabezón soy yo.
Juan Carlos lo llevó hasta la habitación que él y sus compañeros
utilizaban para el descanso, cuando estaban de guardia. Ya había estado
allí antes otras veces, mientras estuvo en recuperación y seguimiento tras
su operación, y otras muchas de las que había venido para revisiones,
como ahora, pero a pesar de haber tenido la oportunidad de recorrerlo en
repetidas ocasiones, no había conseguido aún hacerse con el mapa
mental del edificio. Pensaba que el mítico laberinto del Minotauro, debía
de parecerse mucho a la intrincada red de pasillos y salas
intercomunicadas de los hospitales, por las que su hijo y los demás
trabajadores del centro, se movían con una seguridad y decisión que
envidiaba.
-¿Qué hacemos aquí? –preguntó Leandro, cuando llegaron a la
sala.
-He quedado con David que me avisaría por el busca, en cuanto
tuviera un hueco.
Aún no había terminado la frase, cuando recibió el aviso.
-¡Míralo, aquí está! Venga, vamos.
La consulta en la que estaba el neurólogo, era una de esas que
tienen dos entradas: una para los pacientes, desde la sala de espera, y
otra interior, que fue la que utilizaron. Después de los rápidos y breves
saludos entre compañeros, vinieron las presentaciones.
-Éste es mi padre: Leandro.
-Encantado –dijo David, extendiéndole la mano con la misma
afabilidad con la que le sonreía.
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A Leandro le gustó la forma en la que este hombre estrechaba la
mano. Había quien lo hacía con flacidez, o entregando sólo los dedos,
como queriendo evitar el contacto, y quien lo hacía con demasiada
energía, como queriendo demostrar una fuerza que posiblemente solo
tuviera en los músculos, pero este hombre lo hacía con franqueza, con
toda la mano, cogiendo bien la suya y sin mucha, ni poca presión. Solo
la justa y suficiente, como para transmitir confianza.
Aquel médico les invitó a sentarse y comenzó la consulta. Les pidió
que le recordaran el nombre completo de Leandro, para buscar su
historial en el ordenador, con la sola intención de tenerlo presente, ya
que previamente se lo había leído entero, cuando su colega de cirugía
general le habló de su padre y le contó lo preocupado que estaba, tras la
última conversación telefónica que ambos mantuvieron.
-Me ha dicho Juan Carlos que tuvo una alucinación ¿No? –le
preguntó, mientras la máquina cargaba los datos.
-Pues no. De alucinación, nada ¿Ya le has contado lo de la cabeza?
No sé pa qué te dije na –terminó de decir, dirigiéndose a su hijo.
-Pues claro, papá.
-Bueno, cuénteme lo que vio –intervino rápidamente David, con la
intención de tranquilizar los ánimos, atrayendo la atención de ambos y
procurando así evitar, lo que tenía toda la pinta de poder llegar a
convertirse en un pequeño conflicto familiar.
-Pues un hombre desapareciendo. Bueno, él no. Su cabeza.
-¿Cómo que su cabeza?
Leandro no pudo evitar un gesto de disgusto. Era evidente que
aquella persona, ya se había formado una idea clara y concisa sobre lo
que le había pasado, basándose en la información que Juan Carlos le
diera y antes de escucharle a él, así que intentó resumirlo todo lo que
pudo.
-Pues que yo me acerqué a un coche que estaba parado en la calle
y me encontré con esa cabeza encima del asiento, desapareciendo.
-¿Solo la cabeza?
-Sí, solo la cabeza.
-Pero usted sabe que eso no puede ser ¿No?
-Pues claro que lo sé y por eso nadie me cree, pero fue lo que vi.
-Mire usted Leandro, las alucinaciones parecen reales a quien las
padece, porque son producto de los mismos impulsos cerebrales que
provocan los sentidos, pero su origen no está allí, sino en algún otro sitio
¿Alguien más lo vio?
-Pues no estoy muy seguro. Creo que un chaval que había por allí
también lo vio, pero se marchó enseguida.
-¿Alguna vez ha oído voces, o ruidos extraños, o ha tenido visión
borrosa, dolores de cabeza, mareos, y cosas así?
-Si lo que me está preguntando es si estoy loco, yo creo que no,
pero aquí está mi hijo, que me conoce mejor y, además, puede dar una
opinión más cualificada que la mía.
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-Papá, nadie está diciendo que estés loco.
-Efectivamente, es evidente que usted no está loco, pero necesito
algo de información, para tatar de averiguar qué es lo que puede estar
pasando. No obstante ¿Qué te parece si le hacemos un escáner de cráneo
con contraste? –Dijo David, dirigiéndose ahora a su colega, tras decidir
con rapidez posponer su interrogatorio, o cambiar al sujeto del mismo
más adelante, cuando estuviesen solos, sustituyendo al padre por el hijo,
dada la evidente incomodidad y resistencia que el paciente estaba
manifestando, y disimulando que ya tenían previamente pactada la
realización de la prueba.
-Me parece estupendo.
-Como tenemos aquí su historial y ya se ha hecho esta prueba otras
veces sin problemas, voy a hacerte una petición para que lo vean por
urgencias, a ver qué sale. Ya que él no presenta reacciones adversas al
contraste y podemos prescindir del ayuno, lo mismo puedes conseguir
que se lo hagan esta misma mañana ¿Te parece?
-Pues claro. Me parece estupendo –le contestó, disimulando él
también, que ya habían hablado sobre ello y tenían un acuerdo previo.
-Voy a hacerte también una petición de analítica, a ver cómo van
esos marcadores, aunque aquí veo que ya le hicieron una no hace mucho
y todo estaba bien, pero por si acaso. La analítica de marcadores no entra
por urgencias, así que la voy a incluir en otra general. Tendrás que
encargarte tú de hablar con los de laboratorio, para que te la hagan y te
agilicen los resultados. Por suerte, la glucosa no nos interesa para nada
en este caso y podemos prescindir de ella.
-¿Y lo del escáner es necesario? Yo creo que mi cabeza está bien ¿O
no, Juan Carlos?
-Papá, has venido para que te hagamos unas pruebas y aquí el
especialista es David. Él es quien manda. Si dice que te lo hagas ¿a ti qué
trabajo te cuesta? Esa prueba ya te la han hecho otras veces y sabes que
no te va a pasar nada. A ti no te agobia, como a otra gente, eso de meterte
en el tubo. ¡Si la última vez, hasta te quedaste dormido, que roncabas y
todo!
Mientras Juan Carlos se ocupaba en solventar las resistencias de
su padre, David grababa su breve informe en el historial de Leandro y
terminaba de rellenar los formularios de petición de pruebas.
-Aquí los tienes –dijo, entregándoselos a su colega.
-Muchas gracias, David. No te entretenemos más.
-Bueno, ya hablamos.
-Sí. Hasta luego.
-Adiós, muchas gracias por todo y perdón por las molestias –dijo
Leandro, extendiéndole la mano al amigo de su hijo.
-No son molestias ningunas –le contestó éste, correspondiendo a
su sonrisa con la misma afabilidad que él le demostraba, mientras se la
estrechaba.
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Una vez fuera de la consulta, Juan Carlos condujo a su padre hasta
la sala de extracciones, donde le tomaron las muestras para el análisis
de sangre. A la mayoría de los profesionales que trabajaban allí, ya los
conocía, y aún los recordaba de aquellos tiempos en los que visitaba con
frecuencia el hospital, y de las veces en las que tuvieron que hacerle esa
misma prueba.
Se alegró de volver a ver a aquellos hombres y mujeres, más por
saludarlos de nuevo, que por tener que beneficiarse de sus siempre
eficaces y eficientes servicios. No dejaba de sorprenderle la amabilidad y
el buen humor con el que la mayoría de ellos trataban a los pacientes, a
pesar de las cada vez peores condiciones laborales, que sabía que tenían
que soportar. A excepción de la fea.
La fea también seguía allí, todavía. No es que fuera especialmente
fea, pero él la llamaba así, porque nunca se preocupó por retener su
nombre en la memoria, y por lo feo de su carácter. Era una auxiliar de
enfermería que, por su edad, ya debería estar a punto de jubilarse.
Regordeta, con una melena corta que parecía haber sido pintada a brocha
de amarillo y un mal genio que daba susto. Parecía un sargento
cuartelero, disfrazado de enfermera de hospital, al que no recordaba
haber visto sonreír ni una sola vez. Afortunadamente, no tenía que
pinchar a nadie, aunque puede que no le faltasen las ganas, porque su
trabajo se limitaba a recibir a los pacientes, clasificar las muestras para
el laboratorio, y mantener a punto el material.
Al salir de allí, Juan Carlos miró el reloj y dijo a su padre:
-Papá, yo quiero estar contigo en el escáner, pero se me está
echando la hora encima y todavía tengo algunas cosas que hacer ¿A ti te
importa, si lo hacemos esta tarde?
-¡Qué cosas tienes! Y si no lo hacemos tampoco creo que vaya a
pasar nada.
-De eso nada. De ésta no te libras. Vámonos a radiología, a ver si
tenemos suerte y está Laura.
-¿Quién es Laura?
-Una adjunta de radiodiagnóstico, que ahora se encarga de cabeza
y cuello, que es un encanto. Además de una médico magnífica. Ya verás.
-¿Te gusta?
-Nos gusta a todos. Es una excelente profesional, con una
perspicacia fuera de lo normal, inteligente, y además, simpática y guapa.
-Pues a eso me refería: si te gusta como mujer –dicho con una
media sonrisa.
-Me gusta toda ella entera, pero ya sé por dónde vas. Es una
compañera de trabajo, papá, y lo último que se me ocurriría es tirarle los
tejos a una compañera en el trabajo, aunque ganas no me faltan, pero
hay una cosa que se llama respeto. Ya tiene bastantes problemas con el
impresentable de su jefe de servicio.
-¿Qué le pasa?
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-Pues que es un viejo verde baboso, además de un inútil, al que ya
ha tenido que pararle los pies en más de una ocasión. Pero hasta eso
sabe hacerlo con elegancia.
-Pues sí que parece que te gusta, sí. A lo mejor ha llegado el
momento de que le pongas remedio a tu soltería.
-Tú deja en paz mi soltería, que así me va de maravilla. Recuerda
que ya he probado a vivir en pareja y no es que me haya ido muy bien,
que digamos. Es mejor así: cada uno en su casa y Dios en la de todos.
Anda, ven por aquí, a ver a quien tenemos.
Laura no estaba, pero Leandro se alegró cuando escuchó que
estaría en el turno de tarde, mientras su hijo charlaba con la técnica en
radiodiagnóstico y la auxiliar del servicio, para buscarle un hueco. Así
podría conocer a esa mujer tan especial, según Juan Carlos y sus
compañeras del servicio, ya que parecía que no era sólo él quien la
consideraba como tal, porque escuchó cómo el personal que allí
trabajaba, felicitaba a su hijo porque iba a ser ella, la encargada de
interpretar las imágenes del escáner.
-¿Que vas a hacer tú, mientras yo acabo? –le preguntó éste, al salir.
-Pues creo que me voy a ir a dar una vuelta. De todas formas, como
tengo llave de tu casa, si me aburro, me voy y te espero allí.
-Vale. Cuando acabe, yo te llamo y ya quedamos. Hoy nos vamos a
dar un homenaje y nos vamos a ir a comer al Fogón de Ignacio ¿Te
parece?
-De acuerdo, pero yo invito.
-Ni lo sueñes. Estás en territorio comanche y aquí mando yo.
-Bueno, ya veremos.
-Ya está visto. Venga, dame un beso que me voy. En cuanto acabe,
te llamo.
3.5. El Consejo de Maestros.
Tiempo atrás, cuando aún era un alma muy joven, todavía temía
las sesiones de revisión ante el Consejo, cada vez que regresaba de
experimentar en el mundo físico. Como el niño pequeño, que teme que
sus padres le regañen, porque sabe que hay algo que no ha hecho todo
lo bien que debiera, pero ahora, cada vez que volvía, se mostraba
impaciente por recibir su ayuda en la revisión de su actuación. En este
caso, como humano.
Krionsdinae le acompañaba, como era habitual, pero le sorprendió
gratamente encontrar allí a Eriastonda, que les esperaba a la entrada.
-¡Cuánto tiempo sin vernos! –le dijo irónicamente -¿Tú vienes con
nosotros?
-Si me lo permitís… -solicitó respetuosamente Eriastonda.
-¡Qué cosas tienes! Por mí, encantado –contestó Niemsé con alegría,
mientras Krionsdinae se limitaba a asentir con una sonrisa.
Una vez ante el Consejo, lo primero que sintió, como cada vez que
se presentaba ante sus Maestros, fue La Presencia, a modo de cúpula
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protectora de todos ellos. Añoraba volver a sentirla tan cerca. Esa
sensación de tantos en uno solo; ese inmenso saber, que incluía todo lo
relativo a los allí presentes y más allá, ya fuera de su pasado, su presente,
o su futuro, y enfocado en ayudarlos a todos, a incrementar esa ínfima
capacidad que él demostraba en estos momentos, para siquiera intuirla.
Esa inconmensurable sensación de amorosa protección que
emanaba de La Presencia y que lo impregnaba todo a su alrededor, cada
vez que Niemsé se había presentado ante su Consejo de Maestros, le
hacía más consciente de lo que era habitualmente, de su tremenda
ignorancia e insignificancia, y le hacía sentirse empequeñecido, a la vez
que le engrandecía y le estimulaba, porque sabía que algún día, por lejano
que pudiera estar todavía, llegaría a integrarse en ella.
Sonrió para sí, al recordar tiempos pasados en los que temía
presentarse ante el Consejo, tan solo porque sabía que le iban a recordar
aquellas ocasiones, en las que podría haberlo hecho mejor de lo que lo
hizo. Precisamente esas que él, por aquellos entonces, con su infantil
proceder, hubiera querido poder ocultar debajo de la alfombra. Ahora
anhelaba estas sesiones, entre otras cosas, precisamente por lo que antes
las temía, ya que allí recibía una inestimable ayuda para reconocer
errores que, de otra forma, podrían seguir pasándole desapercibidos,
viéndose con ello determinado a repetirlos una y otra vez, además de
desaprovechar oportunidades únicas, para empezar a poner los medios
para corregirlos. La ocasión era magnífica, porque le permitiría servirse
de las sugerencias, que a buen seguro recibiría de sus Maestros. Almas
viejas, mucho más evolucionadas que él.
También se dio cuenta de que, al parecer, hoy era otro día de las
sorpresas. La primera ya se la llevó antes de entrar, cuando se encontró
con Eriastonda, quien, por cierto, una vez dentro, se colocó detrás suyo,
a su derecha, el lado opuesto al que antes solía ocupar habitualmente su
Maestro Krionsdinae, y cuya posición éste había vuelto a recuperar para
la ocasión. La segunda, tan agradable para él como la primera, si no más,
fue encontrarse con Elihá entre los miembros del Consejo, a quien ahora
sí que reconoció como su Maestro Inductor. La tercera, y ésta sí que le
sobrecogió, fue la presencia, junto a Elihá y los cinco habituales ¡De un
Sabio! La presencia de nuevos miembros en el Consejo, anunciaba
novedades importantes, pero si, además, uno de ellos era un Sabio, a
buen seguro que éstas estaban más que garantizadas. Los Sabios eran
los seres más evolucionados de los que tenía noticias. Ya no necesitaban
encarnar y cuando lo hacían, era en misiones de ayuda, o para llevar a
cabo alguna otra muy especial y muy específica.
A lo largo de su historia, se habían ido sumando miembros a su
Consejo, mientras que otros lo fueron abandonando. En la primera sesión
que recordaba, había tan solo dos, sin contarlo a él, ni al que entonces
era su Maestro, ni a los Maestros del Tiempo, que siempre estaban
presentes, aunque de una manera distante, sin intervenir en las
deliberaciones, y limitándose a buscar y proyectar las escenas a revisar.
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Con el paso del tiempo, valga la redundancia tan solo a título explicativo,
en un lugar en el que pasado y futuro formaban parte de un único y
continuo presente, mientras que unos lo terminaron dejando y otros
nuevos se incorporaban, llegó a estar formado por un total de cinco.
Alguna vez que otra, se había encontrado con nuevos miembros en
calidad de visitantes, convocados para ayudar ocasionalmente en temas
muy específicos, especialmente y con más frecuencia, en las sesiones de
preparación para nuevas encarnaciones, pero nunca hasta ahora, había
acudido a una sesión con un personaje tan especial. Era la primera vez
que tenía la oportunidad de tratar directamente con un Sabio.
-Hola Niemsé. Bienvenido de nuevo –fue el saludo que recibió del
Maestro que solía dirigir las sesiones.
-Saludos, mis venerables hermanos. Yo también estoy contento de
volver a veros, muy especialmente a Elihá, y sobrecogido, a la vez que
agradecido, por ofrecerme la oportunidad de tratar directamente con un
Sabio.
Elihá le correspondió con una sonrisa, pero guardó un respetuoso
silencio ante el que hacía las funciones de Presidente del Consejo,
mientras que el Sabio permaneció inmutable.
-¿Estás satisfecho con tu desenvolvimiento como Arturo? –siguió
preguntando el Presidente.
-No del todo, especialmente por lo mal que me porté con Julia, con
lo de nuestro divorcio, y el tiempo que me costó aprender a perderle el
apego a las cosas materiales, pero lo que más me ha sorprendido, ha sido
la forma en la que se ha desarrollado esta vez mi tránsito. No la
contemplamos, la última vez que nos vimos.
Niemsé se refería a las sesiones que las almas solían mantener con
su Consejo de Maestros antes de encarnar, para la toma de decisiones al
respecto. En ellas, se revisaban las alternativas de realidades posibles a
afrontar en el mundo físico en el que se disponía a experimentar, y en
función de los aprendizajes y habilidades que el alma necesitase practicar
en esos momentos. Allí se le ayudaba a hacer las elecciones que pudieran
resultarle más útiles, para alcanzar los objetivos que se hubiera
propuesto en su nueva vida, como por ejemplo, el cuerpo más adecuado,
entre los diferentes que se le ofrecían, aquellos hitos clave que se le
presentarían en la vida y las señales para reconocerlos, así como
también, cómo reconocer a las otras almas que encarnarían junto a ella
y con las que entrelazaría aprendizajes, las dificultades que quería
afrontar para superarse, las diferentes profesiones que podría ejercer y
sus posibles papeles y repercusiones en el entramado social, o las
diferentes opciones acerca de cómo hacer el tránsito, entre otras muchas
cosas.
En definitiva, en estas sesiones se preparaba concienzudamente y
hasta donde era posible, todo lo relativo a la nueva vida que el alma se
disponía a afrontar, pero en la última a la que se sometió, la forma tan
extraña en la que acabó haciendo el tránsito, había permanecido oculta.
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Ante su queja, se hizo el silencio. Aquello fue una manera sutil,
pero eficaz, de hacerle recordar algo que hasta ahora no había tenido en
cuenta: la ley del silencio, también conocida como del secreto. Ahora lo
entendía.
No siempre es bueno para el aprendiz conocerlo todo acerca de la
materia de su aprendizaje. Manejar cierta información sin estar
preparado para hacerlo, puede causar estragos, no solo en el propio
aprendiz y/o su proceso de desarrollo, sino también en su entorno, por
lo que es necesario saber guardar en secreto determinados asuntos y en
según qué circunstancias. Era algo que creía tener sabido desde hacía
tiempo y que él mismo había aprendido a practicar, pero acababa de
comprobar que aún seguía siendo víctima de su propio orgullo y vanidad,
los cuales le habían llevado, una vez más, a olvidar lo lejos que aún
estaba de la sabiduría. En realidad, era de agradecer que se le ocultasen
ciertas cosas.
Su queja se transformó así en aún más admiración, además de
agradecimiento, hacia aquellos seres, mucho más evolucionados que él,
por la forma tan exquisita y sutil en la que demostraban su capacidad de
amar, cuidando de él. Todavía no entendía el porqué de la extraña forma
en la que se había producido su transición, pero sí que había
comprendido que, sin duda alguna, había poderosas razones para que
hubiese sido así y no de otra manera, y confiaba plenamente en que,
cuando llegase el momento y él estuviese preparado, esas razones le
serían desveladas.
Recordó que nada sucedía nunca de forma gratuita y que todo,
absolutamente todo, estaba entrelazado y regido por el Amor. Un Amor
infinito, que como tal cuidaba de lo amado con sutileza y extrema
delicadeza. Un amor que emanaba de mucho más allá que de la propia
Presencia, del que ella misma era también fruto, aunque a veces su
ignorancia y sus vicios, aún por depurar, lo cegaran y le impidieran
reconocerlo así.
-Dices que te costó perderle el apego a las cosas materiales y sin
embargo, desde muy niño, ya fuiste capaz de demostrar generosidad –le
dijo el presidente, y le mostraron una escena de su última infancia.
Aquí es donde entraban en acción los Maestros del Tiempo. Eran
capaces de sumergirse y bucear entre la maraña multidimensional de
líneas del tiempo, hasta encontrar los acontecimientos pasados o futuros
a revisar, y proyectarlos ante los presentes.
En la escena que le presentaron, Arturo tenía poco más de cuatro
años de edad. Era una tarde de domingo y María, la señora que sus
padres habían acogido en su casa, antes de que él hubiese nacido, en
unos años todavía difíciles para mucha gente en la España franquista, y
a la que quiso como a un miembro más de su familia, lo había sacado a
pasear y le había comprado una torta de bizcocho en una pastelería, a
modo de merienda. Al salir de la pastelería, se encontraron con un
hombre sentado en la calle, en el suelo de la acera, mendigando. Al verlo
- 151 -
y sin pensárselo dos veces, Arturo partió su torta por la mitad y entregó
al mendigo la parte que no estaba mordida.
Aquello le ayudó a reconocer que lo que le movió a pelearse con
Julia, por ver quien se quedaba con más cosas, de las que habían
formado parte de su común patrimonio, cuando disolvieron su sociedad
de gananciales, no fue solamente el apego a lo material. Había también
un oculto deseo de venganza, al sentirse abandonado por ella, y que hasta
ahora no había sido capaz de reconocerse a sí mismo. Se sabía la teoría,
pero otra cosa muy diferente era la práctica, cuando le tocaba a él vivirla
en sus carnes.
La teoría era que el amor es libre y no puede obligarse a nadie a
querer a otro, pero él pretendió obligar a Julia a quererlo. No contento
con ello y enfadado por no conseguirlo, había sido capaz de pelearse
durante el proceso de divorcio, hasta por quien se quedaba con el felpudo
de la entrada a la casa.
El apego por lo material también estaba presente, pero esa lección
ya la aprendió en vida, algo más tarde, por lo que ese aspecto no le
interesaba mucho al Consejo. A ese afán por las posesiones materiales,
fue a lo que se refirió Kiamku, con la colleja simbólica que le envió por
medio de Ahindane.
Kiamku sabía lo que decía, cuando le reprochaba lo mucho que
había tardado en reaccionar. Años le había costado comprender, que
muchas de las cosas que había considerado necesarias en el mundo
físico, en realidad no lo eran tanto, y que bastaba con tener cubiertas las
necesidades básicas, para poder llevar una vida plena y feliz. Aprendió a
viajar por el mundo ligero de equipaje, además de descubrir que eso le
permitía derivar los esfuerzos que antes dedicaba a la acumulación y
conservación de unos supuestos bienes, de los que antes o después
tendría necesariamente que desprenderse, hacia la adquisición de
aquellos otros que siempre podría llevar consigo, allá donde fuese. Y estos
últimos, no eran precisamente de los que podían cogerse con las manos.
La revisión de su comportamiento durante ésta última
encarnación, continuó con otros hitos que el Consejo consideró
importantes. Aquello no tenía nada que ver con la creencia que
intentaron inculcarle en la Tierra desde muy niño, según la cual, lo que
le esperaba a todo difunto, era una especie de juicio sumarísimo, al que
seguiría una sentencia que premiaría o castigaría al juzgado, según que
hubiese ajustado o no su comportamiento, a unas determinadas normas
y no a otras. No contentos con eso, los humanos, malinterpretando el
vago recuerdo de su vida espiritual, aún creían que el inexistente juez,
de ese inexistente juicio, era ese torpe y tergiversado invento suyo acerca
de La Divinidad que llamaban Dios, cuando lo más próximo a Él que aquí,
aún sin serlo, podía llegar a percibirse, por el momento, era La Presencia.
El único y más duro juez de su comportamiento, era uno mismo. Los
demás, movidos por el Amor, si se ocupaban en algo, era en ayudar, pero
por respeto a la ley del libre albedrío, jamás en juzgar.
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Muchos humanos, todavía lastrados por las primitivas y ya
obsoletas religiones, aún conservaban un infantil y antropomorfizado
concepto, de un dios capaz de juzgar y, por tanto, de premiar o castigar,
pero eso estaba cambiando. Precisamente sobre tal asunto, versó la
última parte de la sesión.
3.6. La sobremesa.
Los resultados del análisis de sangre tranquilizaron algo a Juan
Carlos, ya que no aparecía en ellos ningún dato alarmante, aunque a su
padre le hubieran dado pábilo, sirviéndole como otro argumento más,
para justificar lo que consideraba una pérdida de tiempo, por una
preocupación sin sentido: la que él mostraba por su estado de salud.
Cuando se despidió de Leandro, se ocupó de volver a extracciones
para recoger las muestras y llevarlas personalmente al laboratorio,
pidiendo que se las analizaran en esa misma mañana. Presionar a sus
compañeros, no era algo que le apeteciera mucho hacer, pero por su
padre estaba dispuesto a todo.
Los marcadores tumorales estaban dentro de los márgenes de la
normalidad, y las hormonas tiroideas estaban sorprendentemente bien
ajustadas, para depender de la medicación. Aún con todo, su relajación
no era completa. Aquella historia de la cabeza en el asiento de un coche,
tal y como la contaba su padre, tenía toda la pinta de una intensa y vívida
alucinación visual, y él sabía que la marihuana no tenía efectos
alucinógenos tan potentes. No obstante, y para evitar mayores
resistencias en su progenitor, procuró durante la comida, que las
conversaciones no entraran directamente en cuestiones sanitarias,
aunque ello no tuviera por que implicar, necesariamente, que no se
pudiera hacer de forma indirecta.
-Bueno papá y cuéntame ¿Qué hiciste ayer?
-Bueno, ayer no fue un día muy normal para mí.
-(Perfecto. Ha entrado a saco) –pensó Juan Carlos.
-Ya te he contado la maldita historia de la cabeza y eso me tiene a
maltraer. Ya has visto a tu amigo: otro que se piensa que estoy loco.
-¡Papá, que David no es psiquiatra! Si alguien pensase que estás
loco, no te estaría viendo un neurólogo.
-Ya, y por eso me pregunta si oigo voces y quiere hacerme un
escáner de la cabeza.
-Papá, lo del escáner es lo normal en tu caso y es lo primero en lo
que pensaría cualquiera. Ya te lo dije yo ayer, cuando hablamos por
teléfono, y respecto a lo de las voces, te ha preguntado eso y más cosas.
Los médicos no somos adivinos y necesitamos preguntar a los pacientes,
para hacernos una idea de lo que les puede estar pasando, aunque
algunos, a veces, se mosqueen y contesten de mala manera.
-¡Eh, para un momento, que yo no he contestado de mala manera
a tu amigo!
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-Tú no te has visto la cara que le pusiste. Cómo no sería la cosa,
que el muchacho ya no te ha hecho más preguntas.
-Pues sería porque no tenía más cosas que preguntar.
-O porque la criatura es muy prudente y no quería cabrearte más
¿O me vas a decir ahora, que no te has mosqueado?
-Hombre, un poco sí, pero es que ya te había dicho que esto no se
lo quería contar a nadie, porque ya estoy un poco harto de que me tomen
por loco.
-¡Que nadie te ha tomado por loco!
-¿Que no? Tenías que haber visto la cara que puso uno que había
por allí, y la del policía.
-Bueno papá, pero tú entenderás que alguien que no te conozca, es
normal que lo piense, si le cuentas la historia esa de tu cabeza solitaria,
además de tránsfuga ¿O no?
-¿Pues por qué te crees que no se lo quiero contar a nadie? Es que
no paro de darle vueltas. Tenías que haberla visto ¡La cara de susto que
tenía, el pobre hombre!
-¿Le viste la cara?
-Como te la estoy viendo a ti ahora mismo. Hasta que desapareció,
claro.
-¿Y después?
-Pues después, nada. Se llevaron el coche y si te he visto no me
acuerdo. Por cierto, que olía raro aquello.
-¿Ah sí? Eso no me lo has contado.
-¿Cómo que no? ¡Pues claro que sí! Lo que pasa es que no te
acuerdas. Allí olía como a tormenta. Eso me llamó la atención, porque el
olor estaba dentro del coche y no fuera. Estamos en mayo y ya ni me
acuerdo de cuando cayó la última gota de agua. A lo mejor era un
ambientador…
-¿Y a qué olía? ¿A tierra mojada?
-No, no era a tierra mojada. Era, más bien, como ese sutil aroma a
metálico que hay en el aire los días de tormenta, antes de que llueva, solo
que éste no tenía nada de sutil. Era más intenso.
Juan Carlos no dijo nada más al respecto, pero que su padre le
recordara que la alucinación visual que había padecido, venía
acompañada de otra olfativa, le hizo perder la tranquilidad ganada con
los resultados de la analítica. No parecía que hubiera habido ninguna
auditiva, pero la implicación de más de un sentido en su alucinación, no
era una buena señal. Decía haber visto una cabeza decapitada, que acabó
desapareciendo, y haber olido a ozono en un día seco y soleado. No
obstante, prefirió no desatar más reacciones a la defensiva, con
comentarios o preguntas al respecto.
-Lo del ambientador puede ser. Cada vez se hacen cosas más raras
y hay gente por ahí con unos gustos muy extraños. ¿Tú has probado el
helado de chorizo? –preguntó a su padre.
-Ni ese, ni el de lentejas, pero es que ni ganas.
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-Hombre, por probar, a ver qué tal…
-Pues yo ni eso. Donde esté un buen helado de turrón, que se
quiten los de cocido.
Ambos se echaron a reír, lo que regocijó a Juan Carlos, porque era
prueba evidente de la relajación de su padre.
-¿Tú los has probado? –le preguntó éste.
-No, pero si tengo la oportunidad, a lo mejor lo hago. Por saber de
qué va eso.
-Oye, por cierto ¿Cómo llevas tus poesías? –Le respondió Leandro,
cambiando bruscamente de tema, al recordar la afición de su hijo.
-Ah, pues estoy muy ilusionado. Ayer precisamente, después de
hablar contigo, conseguí encontrar la estructura que estaba buscando –
le contestó Juan Carlos, con un énfasis en la voz y en el gesto, que
ratificaba su ilusión.
-¿Ah sí? Cuéntame.
-¿Has oído hablar de la proporción áurea?
-Me suena. Eso lo usaban antiguamente los pintores ¿No?
-Los pintores y la propia naturaleza. Todavía no estoy muy seguro,
pero creo que he conseguido que se pueda usar también en la poesía.
-¿Y eso, cómo se hace?
-Ya te digo que todavía no estoy muy seguro, porque fue ayer
cuando construí mis primeros novenarios, pero tiene que ver con la forma
en la que se usan la métrica y la rima.
-¿Y eso de los novenarios, qué es?
-He llamado novenario a este tipo de poemas, porque se articulan
en torno al número nueve, pero ni te cuento lo difícil que es hacer uno, o
por lo menos, hacerlo bien. Los sonetos los hago yo con la gorra, pero los
novenarios me cuestan mucho trabajo. Tanto, que aún no he conseguido
el novenario perfecto.
-¡Pero hombre, hay que ver cómo eres de exigente contigo mismo!
Desde pequeño ya eras así. En eso también te pareces a tu madre ¿No
me acabas de contar que fue ayer cuando escribiste los primeros? ¿Cómo
sabes si son perfectos, o no? Deja que eso lo juzguen los demás.
-Te equivocas. Llevo mucho tiempo dándole vueltas a esto, hasta
que ayer conseguí definir, por fin, cuál debía ser su estructura. Pero aún
no he conseguido construir uno que se ajuste totalmente a ella. El día
que lo consiga, podré decir que he compuesto un novenario perfecto.
-Pues en ese caso, todo lo que necesitas es seguir practicando.
-Sí, en eso estoy. Por eso te decía que estoy muy ilusionado, pero
yo creía que lo más difícil estaba hecho y resulta que lo más difícil está
por hacer.
-Pues yo pienso que ahora te parece lo más difícil, porque es el reto
que tienes pendiente. Antes, lo difícil era encontrar la estructura, hasta
que lo hiciste y pasó a ser fácil. Verás cómo esto también lo consigues y
entonces ya no te parecerá tan difícil.
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-La verdad es que todavía me queda mucho por experimentar.
Puede, incluso, que la estructura del novenario no sea tan perfecta como
yo creo. Antes de hacer el primero, estuve experimentando con sonetos,
y hubo un momento en el que creí que lo había conseguido, pero el primer
novenario que escribí, dejó aquel soneto en mantillas y eso que los que
vinieron detrás, eran mejores.
-¿Te das cuenta? Todo lo que necesitas es seguir en ello.
-Sí, ya te digo que en eso estoy, pero me asusta un poco, porque no
sé si voy a ser capaz.
-¿Tú te crees que al que escribió el primer soneto, le salió así, a la
primera?
-Pues no sé cómo se lo montaría el tal Giacomo de Lentino, pero es
que yo soy un simple aficionado.
-Un simple aficionado que gana un premio de poesía, la primera
vez que se presenta a alguno.
-Bueno, tampoco es que el nivel fuera muy alto. No era el Premio
Cervantes.
-Vale, sí, puedes seguir menospreciándote si quieres, pero eligieron
tus poesías y no otras. Por algo sería.
-No es que me menosprecie papá, es que soy realista. Eso de los
premios, es una lotería. Ya sabes que los gustos son como los colores y
todo depende de que tu obra le caiga en gracia al jurado, o no. Otro jurado
diferente, seguramente hubiese elegido a otro, y ya ni te cuento si se llega
a presentar algún autor famoso.
-Estamos de acuerdo, pero seguro que no iban a elegir poesías de
mala calidad.
-Hombre, no era un premio de los más prestigiosos, pero los
miembros del jurado tampoco eran ningunos mindunguis.
-¿Te das cuenta? Pues tú puedes pensar lo que quieras, pero yo
estoy muy orgulloso de mi hijo. Bueno, de los dos, porque tu hermana,
en lo suyo, también lo está haciendo muy bien.
-Ya me gustaría a mí, tener la constancia y tenacidad que tiene ella.
-En eso estoy de acuerdo. Como se le ponga algo entre ceja y ceja,
no se te vaya a ocurrir a ti ponerte por delante. Es más apretá, que los
tronillos de un submarino.
-En eso tiene a quien parecerse.
-¿Qué quieres decir?
-Que su padre es terco como una mula.
-¡Sí hombre! Tendrás queja. Me pediste que viniera y aquí estoy.
-Si, pero tengo que ir llevándote de la oreja. Y además, no me ha
hecho ninguna gracia que hayas venido conduciendo.
-Anda y no exageres. Aquí estoy y no ha pasado nada ¿no? Todavía
no estoy senil, ni mucho menos ¡Camarero, por favor! ¿Me trae la cuenta?
-Ni se te ocurra. Además, no te van a cobrar. Aquí me conocen a
mí, más que a ti.
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3.7. La misión.
Ya habían revisado una buena parte de su comportamiento como
Arturo, por lo que Niemsé tenía un montón de información ampliada al
respecto, sobre la que meditar al salir de allí, pero cuando creía que
habían terminado y que le llegaría el turno a las despedidas, el Sabio,
que hasta entonces había permanecido inmutable, hizo un gesto y los
Maestros del Tiempo le presentaron una nueva escena. Se trataba de
aquella en la que, estando con Elías, había intentado comunicarse con
Marta.
En aquellos momentos, aún no había terminado de hacer el
tránsito y, por tanto, todavía estaba bajo los efectos del olvido de sus
orígenes, por lo que no recordó los trabajos de colaboración como
aprendiz, que últimamente estaba llevando a cabo con Maestros
Inductores, y más concretamente con Elihá. Al igual que Jintámena
abandonaba, cada vez con más frecuencia y durante más tiempo, su
grupo de estudio, para ampliar su formación como Maestro Vivificador,
él lo hacía para formarse como Maestro Inductor.
Todas las almas se comunicaban, de una u otra manera, con
aquellas que estaban experimentando en los diferentes mundos, siendo
muy frecuente la interacción con espíritus próximos. Una de las
situaciones más habituales, en las que las almas buscaban comunicarse
con espíritus encarnados, era aquella en la que, al morir, los familiares
que les sobrevivían quedaban muy afectados por lo que aún
interpretaban como una pérdida, y el alma en tránsito buscaba la manera
de calmar su dolor, tratando de informarles de que ese sufrimiento no
tenía mucho sentido, ya que seguía viva y se encontraba bien, cuando no
mejor que antes.
Algo parecido a eso, fue lo que él mismo quiso hacer con Marta, la
encarnación de un alma, de un grupo próximo al suyo, con la que se
había comprometido a encontrarse en la Tierra, para ayudarse
mutuamente como pareja durante un breve periodo de tiempo.
Dado que no formaban parte del mismo grupo de estudio, no tenía
con ella tanta familiaridad como con Ahindane y los demás, pero no fue
eso lo que le dificultó el contacto cuando quiso comunicarse con Marta,
sino la incapacidad para recordar sus habilidades, aparte de su propia
falta de maestría en la inducción.
Los Inductores se especializaban en desarrollar estas habilidades,
para poder transmitir mensajes específicos, a individuos específicos,
próximos o no, bien para ayudarles en su desenvolvimiento personal, o
bien para inducirles determinadas ideas, facilitadoras de hechos y
comportamientos, que acabasen redundando en bien general del
Universo y del progreso de sus integrantes, ya que comunicar con un
alma encarnada, con la que no se había tenido un contacto específico
previo, era más complicado que hacerlo con alguien bien conocido. La
familiaridad les hacía más receptivos, cuando estaban en el mundo físico.
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No obstante, ni siquiera era el caso en esta ocasión, puesto que sí
que había coincidido con Merstindém, el nombre del espíritu encarnado
en Marta, y otros miembros de su grupo, en alguna que otra situación
anterior, por lo que había cierto grado de familiaridad entre ellos, que por
supuesto se había intensificado notablemente con su convivencia
terrenal.
Aquellos que dominaban la maestría, eran capaces de inducir
eficazmente a las almas encarnadas en cualquier tipo de mundo, o
dimensión, ya les fueran familiares, o no, y se ocupaban en formar al
resto para lograr la mejora de su propia habilidad, pero él aún estaba
muy lejos de alcanzar tal nivel de integración y mucho más de poder
formar a nadie, salvo que se tratara de almas muy jóvenes e inexpertas.
De momento, tan sólo practicaba con humanos, ayudando a las almas
menos hábiles en sus comunicaciones con ellos, y contribuyendo a la
depuración de sus técnicas, a la vez que mejoraba las suyas propias. De
hecho, en el intento de comunicar con Marta, afectado inevitablemente
por una experiencia, que no por permanecer oculta dejaba de existir, y
consciente de la debilidad de sus cuerdas, en comparación con las que
había visto elaborar a Elihá, intentó aumentarles la potencia usando su
propia energía. Algo que no hubiera sido necesario si tuviera que hacerlo
ahora, ya que una de las primeras cosas que aprendió, fue a manejar la
del entorno.
-Para estar todavía en tránsito, lo hiciste bastante bien –dijo Elihá,
que no había intervenido hasta ahora.
Conocía bien a Elihá, ya que era su Maestro en el grupo de
aprendices de Inductor, que visitaba a menudo para formarse en esta
especialidad, pero cuando interactuó con él, como un alma aún en
tránsito, no lo recordó, y de ahí aquella difusa sensación de familiaridad,
que al principio le llamó tanto la atención.
-Eres demasiado indulgente conmigo. Mi actuación no tuvo ni
punto de comparación con la tuya, cuando indujiste al médico poeta.
Confío en poder llegar a alcanzar, en algún momento, tu nivel de
habilidad.
-No es mi trabajo ser indulgente, pero sí ayudar a fijar aprendizajes.
Tú ya sabes que es mucho más fácil comunicarse con un humano,
cuando está en estado de recogimiento interior, durmiendo, meditando,
o en trance, que cuando está inmerso en un estado emocional alterado.
Ciertamente que ya sabía eso y que lo había practicado en
numerosas ocasiones, solo que en aquellas circunstancias, no lo recordó.
Fue Eriastonda, al que por aquel entonces conocía como Elías, quien tuvo
que explicarle algo que ahora sí que recordaba que ya sabía, y que era el
bloqueo que se produce en los cerebros humanos, cuando se ven
afectados por emociones negativas. Los Maestros expertos como Elihá,
eran capaces de sortearlo con facilidad, pero él aún estaba en formación.
-Tu intento fue muy atrevido. Sabemos de tu osadía y estamos
satisfechos con tus progresos como Inductor, por lo que fuiste elegido
- 158 -
para colaborar como ayudante, en una misión muy específica –había
dicho el Presidente.
Ese fue el momento en el que sintió que el Sabio se activaba. Hasta
entonces, había permanecido en silencio. Parecía estar más pendiente de
los miembros del Consejo, que de él mismo, aunque también, pero ahora
lo sentía activo y muy pendiente de lo que estaba ocurriendo. Un gesto
suyo, y los Maestros del Tiempo proyectaron parte de la escena en la que
inició el tránsito, concretamente aquella en la que, a punto de terminar
de perder su cuerpo físico, un desconocido se acercó a su coche, para
tratar de averiguar lo que estaba pasando.
Las proyecciones de los Maestros del Tiempo, no tenían nada que
ver con las que, como humano, había disfrutado en pantallas de cine, o
televisión. Ni siquiera con aquellas otras, más elaboradas, que los
terrícolas eran capaces de conseguir, gracias a la tecnología que llamaban
realidad virtual. A éstas, había que quitarles lo de virtual. Eran escenas
reales, que las almas podían contemplar como meros observadores, sin
intervenir en ellas, o implicarse activamente, como un agente más en su
desarrollo, por lo que Niemsé, como observador, pudo volver a sentir su
propio pánico de aquel entonces, que ahora comprendía, pero no
compartía, así como la perplejidad y el desconcierto del desconocido que
se acercó hasta el Arturo que era en aquellos momentos.
Como entonces, volvió a sentir en este hombre su buena
disposición hacia la humanidad en general, ya que la motivación que le
llevó hasta allí, más fuerte que la curiosidad, fue un deseo inespecífico,
pero a la vez concreto, de ayudar, aun cuando ni siquiera sabía ni en qué,
ni cómo podría hacerlo.
-En su momento se te ocultó la forma en que se produciría tu
tránsito, porque ella, junto con el efecto que debía producir en este
hombre, forman parte de un conjunto mayor de acciones, encaminadas
a facilitar lo que esperamos que ocurra en la Tierra más adelante, y tu
contribución y ayuda en esta misión, nos gustaría que fuera más allá de
las que ya propiciaste como Arturo. Tu misión, en relación con la vida
que acabas de disfrutar, aún no ha terminado, si es que estás dispuesto
a continuar con ella.
El que así hablaba, era el presidente del Consejo, y mientras lo
hacía, la luz del Sabio aumentó su intensidad y empezó a expandirse,
hasta cubrirlos a todos ellos. No era como lo hacía La Presencia, pero se
le parecía. La sabiduría que ahora percibió, no era la de muchos, sino la
de uno solo, pero inmensa, en comparación con la de cualquiera de los
allí presentes, y junto a ella, una sensación de protección, que le hacía
saberse seguro ante cualquier incertidumbre que pudiera presentarse.
-Ya sabes que la humanidad está inmersa en un periodo crítico, a
punto de dar un nuevo salto evolutivo, o involucionar para empezar de
nuevo, y son muchas las almas que, como tú, viajan hasta allí, para
ayudar en este proceso. La forma tan extraordinaria en la que se produjo
tu transición, era necesaria para impactar en Leandro, pero el trabajo
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aún no está terminado y esperamos poder seguir contando contigo para
ello.
Al terminar el Presidente su breve discurso, los Maestros del
Tiempo proyectaron una nueva escena, esta a mayor escala que las
anteriores. En ella, la cerrazón, el odio, y el egoísmo, parecían haberse
adueñado de la inmensa mayoría de los humanos, que por casi todas
partes jaleaban y vitoreaban a unos dirigentes, que no eran más que
marionetas de otros, preocupados únicamente éstos últimos, por
incrementar los beneficios materiales de sus bancos y empresas, sin
importarles otras consecuencias.
Los líderes políticos y religiosos de una gran parte de las naciones,
dejándose llevar por un egoísmo y cortedad de miras, que les hacía
fácilmente manipulables por aquellos que podían comprarlos con
prebendas, dinero, y bienes materiales, siguiendo sus recomendaciones,
fomentaban el odio y la insolidaridad, pretendiendo hacer creer a todos,
que había unas personas mejores que otras, y alentaban la guerra, con
la excusa de eliminar a los que consideraban peores que ellos, cuando en
realidad, lo que subyacía, eran simples y primitivos intereses
económicos.
Los humanos, en su mayoría sumidos en la ignorancia por unos
sistemas educativos implantados por estos dirigentes corruptos, y por
unas religiones ya caducadas, falsas, y manipuladas, ocupados unos en
fomentar el materialismo, y otros la sumisión, mientras despreciaban
ambos el humanismo y la auténtica espiritualidad, se dejaban llevar
como borregos al matadero, reproduciendo en sus vidas cotidianas el
mismo egoísmo, odio, y cerrazón que propugnaban y alentaban sus
dirigentes, tanto explícitos como en la sombra.
Los ejércitos engordaban, a la par que los arsenales militares, hasta
que las guerras se fueron expandiendo y generalizando por casi todo el
planeta. Hasta entonces, se habían mantenido localizadas y circunscritas
a los eufemísticamente llamados “países en vías de desarrollo”, porque
allí, las oligarquías podían practicar con mayor impunidad, desmanes
que sociedades más desarrolladas no les permitirían cometer en su seno.
Aquellos que antes las pedían a gritos por las calles, ahora las padecían
en sus propias casas, y los que tenían la mala fortuna de sobrevivir a
ellas, sufrían hambre y sed, enfermedades, mutilaciones, y múltiples
privaciones y desgracias.
Cuando las armas convencionales ya habían sido ampliamente
utilizadas, entraron en escena las nucleares, y pudo ver como los hongos
de sus horribles explosiones, se multiplicaban por todo el planeta, el cual,
en su intento por recuperar el equilibrio perdido, a causa de los potentes
cataclismos provocados por misiles y bombas atómicas, reajustaba
mares y continentes, por lo que intensos terremotos y tsunamis, junto
con nuevos y violentos volcanes, hicieron su aparición, acabando por
devastar lo poco que aún quedaba en pie.
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El cielo se cubrió, la luz del sol no podía atravesar la espesa capa
de polvo, ceniza, y miasma que cubrió la Tierra, y las pocas cosechas que
no fueron destruidas por la guerra, se agostaron. El ganado murió, los
ríos que no se secaron, estaban contaminados, y los humanos acabaron
comiéndose unos a otros. Finalmente, los Maestros del Tiempo
presentaron el aspecto que el planeta ofrecía, visto desde el espacio, y
éste no se parecía en nada al que tuvo, mientras Niemsé vivió en él. Ya
no era azul, ni se veían nubes, ni mares, ni continentes. Tan solo una
única, oscura, y espesa nube parduzca, que lo envolvía por completo y
en la que, de vez en cuando, podían apreciarse los resplandores de las
terribles tormentas eléctricas, que se desataban con frecuencia en tan
pestilente atmósfera.
Después de esto, la escena fue sustituida por otra, en la que los
mismos líderes seguían alentando el odio y la guerra, pero ahora, la gran
mayoría de la gente ya no les secundaba, ni se dejaba manipular por
ellos, y aunque seguían saliendo a la calle en masa, en esta ocasión lo
hacían para manifestarles su rechazo a tanto odio, insolidaridad, y
egoísmo.
Los humanos se habían ocupado en suplir por su cuenta, las
deficiencias en la formación manipulada que sus dirigentes les ofrecían,
y abandonado los templos donde predicaban sacerdotes hipócritas,
desacralizados, o radicales. Habían desarrollado un humanismo y una
espiritualidad más auténtica, que les hacía sentir al otro como un
hermano, sin distinciones por su raza, lengua, cultura, o cualquier otra
diferencia, a las que, por cierto, habían aprendido a respetar y valorar
como enriquecedoras.
En vez de dejarse llevar por el egoísmo, la cerrazón, el materialismo,
y el belicismo de sus dirigentes, ahora se manifestaban abiertamente en
su contra, y policías y militares se negaban a reprimir a sus
conciudadanos en sus justas reivindicaciones, uniéndose a ellos en las
protestas, hasta conseguir derrocarlos entre todos.
Nuevos líderes surgían de esta humanidad de los nuevos tiempos,
movidos ahora por el amor al prójimo, el respeto mutuo, y el deseo de
servir al progreso de todas las personas en su conjunto, en lugar de tan
solo a unos pocos. Las viejas y caducas estructuras políticas y
económicas, se cambiaban por otras nuevas, basadas en la solidaridad y
la ayuda mutua. El egoísmo y el materialismo, cedieron su prioridad al
humanismo y a una espiritualidad más ajustada a la realidad, que
consecuentemente condujo a una reestructuración de los sistemas
educativos y sociales, y a un reparto solidario y equitativo de la riqueza.
Los ejércitos se disolvieron, al perder su justificación. La economía
dejó de perseguir el beneficio propio, para buscar el común. Las
relaciones sociales, pasaron de regirse por lo que cada uno tenía, a
hacerlo por lo que cada uno era. Las fronteras desaparecieron y los
diferentes países se organizaron en una única federación mundial.
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La humanidad, al procurarse a sí misma un progreso más integral
y holístico, dejó de pensar en vertical respecto a los demás y a la propia
naturaleza, pasando a hacerlo, no ya ni tan siquiera en horizontal, sino
mejor en forma esférica, por lo que dejó de apreciar diferencias de
superioridad e inferioridad, para apreciarlas en igualdad. Un futuro lleno
de nuevas posibilidades, unas consideradas utópicas hasta entonces, y
otras ni siquiera imaginadas, se abría ante ella. Cuando el punto de vista
de la proyección amplió su foco y los Maestros del Tiempo mostraron el
aspecto que la Tierra tenía en el espacio, ésta volvía a ser azul y luminosa.
-¿Estás dispuesto a aceptar la responsabilidad de contribuir al
trabajo que muchos Maestros están haciendo, y del que te hemos
mostrado algunos detalles, para ayudar al progreso evolutivo de la
humanidad? –le preguntó el Presidente, cuando la última escena se
disipó.
-Lo estoy.
-Entonces, sea.
3.8. El escáner.
Cuando regresaron al hospital y pasaron por el área de
radiodiagnóstico, ya los estaban esperando. Una mujer joven, más o
menos de la edad de su hijo, con el pelo largo, lacio, y de color castaño
oscuro, a juego con unos ojos vivarachos de color miel, que no
necesitaban maquillaje, como tampoco su cara, para contribuir a
incrementar una serena belleza mediterránea que llamaba la atención,
salió a recibirlos.
-Hola Juan Carlos ¿Este señor es tu padre? – les preguntó con una
sonrisa en la cara, que hacía que aparecieran dos graciosos hoyuelos en
las mejillas, que contribuían a resaltar aún más su hermosura natural.
-Sí, es mi padre: Leandro. Papá, te presento a Laura, una
compañera de radiología.
-Encantado –respondió Leandro, haciendo ademán de extender la
mano para saludarla. Aunque se quedó a medio camino, porque ella se
le adelantó, dándole dos besos.
-Bueno Leandro, pues le vamos a hacer un escáner ¿no? –dijo ella,
sin perder su sonrisa ni por un momento.
-Si no queda más remedio…
-¿Cómo que si no queda más remedio? ¡No me diga que le va a tener
miedo a una máquina, que ni duele, ni nada! ¡Si sólo tiene que quedarse
un ratito tumbado, descansando!
-Ya sé lo que es eso, porque ya me lo han hecho otras veces. Es mi
hijo, que se ha empeñado en hacerles perder a ustedes un tiempo, que
seguro que no les sobra.
-Usted por eso no se preocupe, Leandro. Nosotros estamos aquí
para hacer nuestro trabajo y si su hijo dice que necesita un escáner,
seguro que lo necesita. No es porque él esté delante, pero es uno de los
- 162 -
mejores médicos que tenemos por aquí, y además, no ha sido él quien se
lo ha pedido, sino el neurólogo.
-Anda Laura, no exageres –dijo Juan Carlos al oír el cumplido –y
tú papá, deja ya de intentar escaquearte, que sabes que no te vas a librar.
-Si ya se lo han hecho otras veces, entonces ya sabe de qué va esto.
Sólo tiene que quedarse tumbadito y muy quietecito. El ruido no es muy
agradable, pero es inevitable –le advirtió la radióloga.
-No se preocupe. A mí el ruido no me molesta, ni me agobio, como
dicen que le pasa a mucha gente. Es más, suelo quedarme dormido ahí
dentro.
En ese momento, alguien asomó desde una sala contigua,
haciéndole una señal a Laura. Era la técnica en radiodiagnóstico que
estaba de servicio esa tarde, avisándole de que ya había terminado con
la paciente a la que estaba atendiendo.
-Estupendo. Si me esperáis un momento, vuelvo enseguida, en
cuanto compruebe que todo ha ido bien con la señora que tenemos en la
máquina. Mientras tanto, Aurora que le vaya poniendo el contraste
¿Cuánto tiempo hace que comió por última vez? – dijo Laura, dirigiéndose
a Juan Carlos
-No hace mucho, pero no hay problema con eso. Ya le han
inyectado el contraste otras veces y no presenta reacciones adversas.
-Genial. Pues siendo así, vamos con ello. Voy a avisar a Aurora –
dijo ella, saliendo después hacia la otra sala.
Mientras la radióloga atendía sus labores, apareció Aurora, la
enfermera, que llevó a Leandro, acompañado de su hijo, a la sala donde
inyectaban los contrastes, cosa que hizo tras sentarlo en uno de los
sillones que utilizaban a tal fin. Allí los dejó, a la espera de que Laura los
recogiera.
-Oye, sí que es guapa, si. Y simpática. Si además es inteligente y
buena persona, como parece, yo que tú no la dejaba escapar –dijo
Leandro, en cuanto les dejó solos.
-¡Papá! No empecemos. Esto es un hospital, no un bar, ni una
discoteca.
-Pues por eso. Bares y discotecas no son los mejores sitios para
encontrar a la mujer de tu vida.
-Ni el lugar de trabajo tampoco.
-Pues médicos y enfermeras no tenéis muy buena fama al respecto.
-Ya lo sé papá. En todos sitios hay impresentables, pero no querrás
que yo sea uno de ellos ¿no?
-Hombre, no me refería a eso, pero tampoco creo que pase nada si
quedas con ella para salir a dar una vuelta por ahí.
-Mira papá, no te canses. Laura es una mujer capaz de volver loco
a cualquier hombre, pero hay una cosa que se llama respeto y yo no voy
a tirarle los tejos a una compañera, por mucho que me guste. Además,
que después de lo que me pasó con Elena, no quiero ninguna relación
estable.
- 163 -
-Oye, que no todas las mujeres son iguales. Yo estuve casado un
montón de años con tu madre y todavía la echo de menos.
-Ya papá, pero aquellos eran otros tiempos.
-Pues a mí me parece que tu historia con Elena te dejó marcado y
aún no has conseguido superarlo.
-Pues claro que me dejó marcado. Yo me entregué a ella en cuerpo
y alma, y mira cómo me lo pagó.
-Me parece que todavía no has aprendido a amar. Una cosa es
querer y otra es amar. El amor es gratis y no pide nada a cambio. Se da
o no se da, pero no pone condiciones.
-Oye, no me calientes la cabeza.
-Me parece que le has cogido miedo a amar y un poco de inquina a
las mujeres. Pues no sabes lo que te pierdes.
-Por suerte, a mí las mujeres no me faltan.
-Ya, pero son relaciones esporádicas, sin chicha ni limoná, para
pasar un rato y si te he visto no me acuerdo.
-Es que eso es precisamente lo que yo quiero.
-Y una porra, que te conozco. Lo que te pasa es que tienes más
miedo que una pelota en el patio de una escuela. En esta vida hay que
tirarse al barro y vivirla lo más intensamente que se pueda, aunque
duela, porque a veces duele, pero es precisamente ese dolor, el que te va
a permitir gozar más intensamente, cuando le llegue el turno al gozo, y
tú eres muy joven y es una pena que desperdicies los mejores años de tu
vida, encerrado en tu caparazón.
-Pues si es por dolor, yo ya he cubierto el cupo, así que ahora me
toca gozar.
-Sí, pero tú mismo te estás limitando ese gozo, cuando lo reduces
al mero placer carnal. Por no hablar de la puerta que estás cerrando a tu
propia felicidad, por miedo al sufrimiento.
-Bueno, qué ¿estamos listos?
Juan Carlos se alivió, sintiéndose salvado por la campana, de las
prácticas como psicólogo amateur que su padre estaba haciendo con él.
Era Laura, que volvía con toda su belleza encima. La irradiaba. No usaba
maquillaje. Ni siquiera llevaba los labios pintados, cosa que no le hacía
ninguna falta para llamar la atención, teniendo una cara como la suya.
Ella lo sabía, aunque no se explicara por qué, ya que por más que se
miraba en el espejo, no conseguía encontrar allí por ningún sitio, una
belleza que para los demás parecía ser sorprendentemente evidente.
Precisamente por eso evitaba los cosméticos, en un vano e inútil intento
por conseguir pasar desapercibida.
En aquella mujer todo era bonito: su cara, su voz, sus ojos, su
trato, su olor, su manera de moverse… y todo ello libre de artificio, con
una naturalidad que la hacía aún más atractiva. Leandro no pudo evitar
pensar que sería una estupenda madre para sus nietos.
-Bueno Leandro, se va a quitar esa cadena y todo lo que lleve
metálico en el cuello y se va a venir conmigo.
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Laura se refería a una cadena de oro que había podido entrever,
gracias al cuello desabotonado de la camisa que vestía Leandro.
-No lleva marcapasos, ni prótesis ¿verdad? –preguntó, dirigiéndose
al hijo.
-Está limpio. Anda dame también el reloj y el móvil, por si acaso.
-No hace falta – dijo la médico.
-Ya, bueno, pero que me los deje aquí de todas maneras –insistió
Juan Carlos.
-¿Y me tengo que quitar la ropa? –preguntó el padre.
-No es necesario Leandro. Con que se quite los zapatos antes de
tumbarse, es suficiente –le dijo Laura, sin perder la sonrisa ni por un
momento. – Véngase conmigo.
Lo llevó hasta la sala donde estaba la máquina, lo acomodó en ella,
y le puso un pulsador en la mano.
-Si se agobia, o hay cualquier problema, solo tiene que apretar este
botón. Juan Carlos y yo estaremos pendientes, en la sala de al lado.
Mientras tanto, quédese tranquilo, relajado, quietecito y sin moverse
hasta que le avisemos ¿De acuerdo?
-De acuerdo.
Lo dejaron solo.
-Tienes a tu padre muy bien educado. Es muy buen paciente –dijo
Laura, una vez con Juan Carlos en la sala de control.
-Es que ya tiene experiencia, gracias al adenocarcinoma que tuve
que extirparle.
-Pero ha quedado estupendo ¿no?
-Sí, con las secuelas propias, pero bien. Él es muy disciplinado y
respeta al pie de la letra los protocolos. Hoy precisamente le hemos hecho
una analítica y no hay desajuste hormonal.
-Eso es magnífico ¿Y por qué lo del TAC?
-Pues porque ayer hablé con él por teléfono y me dejó muy
preocupado. Se empeña en haber visto desaparecer una cabeza. No me
hace ninguna gracia tener que radiarlo, pero menos me gusta que, con
sus antecedentes, me cuente que ha tenido una alucinación. Bueno dos,
en realidad. Una visual y otra olfativa.
-¡Caray!
-Quiero descartar una metástasis en el cerebro.
-No es mala idea. Vamos a ello.
Laura puso en marcha la máquina.
-¿Te importa, si mientras tanto informo el escáner de la paciente
que acaba de salir?
-No mujer ¿Cómo me va a importar? Que yo sea el problema más
pequeño que tengas en tu vida.
-Muchas gracias –y diciendo esto se puso a revisar las imágenes
que acababa de obtener de la paciente anterior, mientras la técnico les
dejaba solos.
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-Mira. Esta pobre mujer tiene una obstrucción importante en las
carótidas, y además en las dos –dijo, llamando la atención de su colega –
y si te fijas, hay una arterioesclerosis generalizada importante. Mira la
basilar como está. Y no es muy mayor. Tiene sesenta y un años. Fíjate
aquí. Hay lesiones en los dos núcleos lenticulares. Pobrecilla.
Mientras Juan Carlos escuchaba a aquella mujer, no podía dejar
de sentir admiración por ella. Como mujer era una preciosidad, como
médica espectacular, y como persona demostraba una bondad y una
sensibilidad enternecedoras. En el hospital todo el mundo la apreciaba y
quería trabajar con ella, salvo alguna que otra Barbie envidiosa y algún
capullo, como el jefe de su servicio, que no es que no la apreciara, sino
que la apreciaba demasiado, pero mal. Hasta el punto de llegar al acoso
más descarado y despreciable.
A este inútil, porque además era un vago y un inútil, le había
escuchado en más de una ocasión piropearla sin justificación, además
de sin gracia, y hacerle comentarios y chistes con connotaciones eróticas,
que estaban totalmente fuera de lugar. Cosa que solía hacer
habitualmente con cualquier trabajadora que le gustase, fuera del
servicio que fuese, siendo además sus gustos de gama amplia y a
menudo, sorprendentes.
Hasta que un día Laura le plantó cara en una sesión clínica,
dejándolo en evidencia delante de los presentes, por más que ya fueran
evidentes para todos, su incompetencia y su falta de educación y respeto
para con las mujeres.
Desde aquel día, la tenía enfilada y cada vez que tenía ocasión, le
demostraba su menosprecio, pero su inteligencia andaba muy lejos de
poder siquiera acercarse, aunque solo fuera un poquito, al nivel de la de
ella, por lo que solía salir malparado en los envites, quedando siempre en
evidencia, aunque para eso no necesitara mucha ayuda. El problema
para Laura, era la posición de poder que él tenía, y que utilizaba
autoritariamente y de forma despreciable para fastidiarla, cada vez que
tenía ocasión, o al menos, para intentarlo.
Ella hablaba y hablaba, pero hacía ya tiempo que Juan Carlos
había dejado de escucharla. Miraba sus manos tecleando en el
ordenador. Sus uñas, al extremo de unos preciosos y elegantes dedos
finos y largos, eran cortas y estaban limpias de esmalte, llevando por todo
adorno en las manos, una sortija de plata en el anular de la derecha, con
una gran turquesa incrustada, y un estrecho reloj con armis de acero en
la muñeca izquierda. Teniendo el pelo y los ojos oscuros, le favorecería
más un coral, pensó.
En sus orejas lucía unos pendientes, de los que no sabría decir si
eran de plata o de oro blanco, pero que se ajustaban al lóbulo de su oreja,
envolviéndolo desde delante hasta detrás, y con una pequeña piedra
incrustada al frente que podría ser un brillante, aunque dudaba de que
su sueldo le diese para caprichos caros. A no ser que se machacase con
las guardias.
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Su cara estaba limpia de cualquier tipo de maquillaje o cosmético,
así como las pestañas, de las que podía apreciar su longitud y curvatura,
al tenerla de perfil, y las comisuras de sus labios formaban un precioso
pliegue, que hacía juego con el hoyuelo que aparecía junto a cada una de
ellas, cuando sonreía, cosa que hacía casi continuamente.
Su piel lucía el brillo y la tersura propios de su juventud, y un
precioso y muy suave tono dorado, a modo de tenue bronceado,
probablemente consecuencia de la mezcla racial, propia de las gentes del
sur. Lo único que no rayaba la perfección en esa cara, eran las cejas, en
las que parecía que se le había ido la mano con las pinzas de depilar y
habían quedado algo cortas por los extremos, y dos de sus dientes, pero
había que esforzarse mucho, para poder considerar aquello una
imperfección.
En la contemplación de su dentadura estaba, más concretamente
en la de sus caninos inferiores, tan blancos como todas las demás piezas,
pero que parecían no haber encontrado suficiente espacio entre sus
vecinos para crecer, y se habían visto obligados a hacerlo sobresaliendo
ligeramente más de lo normal, de la línea de curvatura de la arcada
dental, pero tan levemente y de forma tan simétrica, que en absoluto
desmerecían la belleza de aquel rostro, cuando de pronto se dio cuenta
de que le estaba mirando.
No tenía conciencia del momento en el que había dejado de hablar,
ni de cuando había dejado de mirar y teclear en el ordenador, pero el caso
era que ahora lo estaba mirando a él fijamente, muy seria, y en silencio.
Fue la desaparición repentina de la visión de su dentadura, al perder ella
la sonrisa, lo que le hizo reconectar con el resto del mundo.
-¿Ya? –fue todo lo que acertó a decir, abrumado por la turbación.
-Sí. Hemos terminado ¿Avisamos a tu padre? –dijo ella,
recuperando prontamente la sonrisa perdida.
-¿No lo oyes como ronca? Déjalo que duerma, mientras le echamos
un vistazo a las imágenes, a ver que ha salido –contestó, reponiéndose
rápidamente. –Bueno, si es que vas bien de tiempo, quiero decir.
-Sí, vamos bien. Además, tengo que informarlas. Vamos a ver qué
tenemos.
Laura empezó a revisar los diferentes cortes.
-Bueno, esto parece que está bien –estaba diciendo, cuando de
pronto se inclinó hacia la pantalla y empezó a repasar los mismos cortes
una y otra vez.
Juan Carlos también acercó la cara a la pantalla, intrigado.
-¿Eso qué es? –preguntó muy serio y con evidente preocupación, al
ver una mancha hipodensa, de forma irregular y un tamaño aproximado
de unos tres centímetros, según las mediciones que estaba haciendo
Laura, donde no debería de haber nada.
-Eso estoy mirando –contestó ella, también muy seria ahora,
pegada a la pantalla y sin apartar la vista de ella, mientras repetía el
visionado, siempre de los mismos cortes, pasándolos hacia delante y
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hacia atrás, unas veces con rapidez y otras entreteniéndose por un
tiempo en algunos de ellos, para observarlos aún más atentamente.
Al cabo de un rato de mirar y remirar en silencio la pantalla del
ordenador, se giró y lo miró a él a los ojos. La sonrisa ya se había vuelto
a borrar de su cara hacía un rato, cuando empezó a repasar los cortes, y
ahora presentaba un gesto extremadamente serio, muy diferente de aquel
otro que le mostró cuando lo sorprendió embelesado, y que presagiaba
malas noticias, aunque él ya había visto también aquella mancha en el
lóbulo occipital, y sabía que no podía significar nada bueno.
-Juan Carlos, esto no te va a gustar. No estoy muy segura y eso
tendrá que decírtelo David. Además, el TAC no ofrece resolución
suficiente y habrá que hacerle una resonancia con contraste para estar
más seguros, además de una biopsia, pero tú estás viendo lo mismo que
yo. Por la pinta que esto tiene y la edad de tu padre, quiera Dios que me
equivoque y no sea un glioblastoma multiforme.
Ahora sí que él la miró a los ojos, fija y descaradamente. Esta vez
se había pasado. Laura era una excelente profesional, eso estaba fuera
de toda duda, pero atreverse a un diagnóstico como ese, con la sola
imagen del TAC, le pareció una tremenda imprudencia, impropia de ella.
3.9. Akasha.
Al terminar la reunión, los Maestros le recomendaron que visitara
los Archivos. Niemsé, como la gran mayoría de las almas, solía hacerlo al
poco de regresar de experimentar en un mundo físico, cuando aún tenía
frescas las experiencias allí vividas, y como complemento a la información
y ayuda recibida del Consejo, al respecto de sus propios aprendizajes,
pero esta vez, además, la visita debería servirle como complemento a la
información que ya había recibido de ellos, en relación a su misión, y
podría resultarle muy útil como facilitadora del éxito en la tarea que había
aceptado llevar a cabo, según le habían dicho.
En los Archivos, estaba registrado todo lo ocurrido en el Universo,
así como todas las posibilidades por ocurrir. Cada espíritu, con la ayuda
de los Maestros Archiveros, podía consultar en ese lugar sus propios
Libros Vitales, en los que se conservaban al detalle sus vivencias a lo
largo de toda su historia, por lo que eran muy frecuentados.
Especialmente en dos ocasiones: al poco de volver de una vida en un
mundo físico y cuando se preparaban para regresar de nuevo a él, o a
otro diferente.
Estos libros, en realidad no eran tales, o al menos no como los
libros impresos que Niemsé recordaba haber usado en la Tierra, sino
paquetes de energía condensada y cristalizada, que podían desplegarse a
voluntad para mostrar el acontecimiento deseado, de la forma
multidimensional que allí era usual. Una vez desplegado el
acontecimiento, el consultor seguía pudiendo decidir, si mantenerse
como observador, o implicarse directamente en la vivencia y desarrollo
de los acontecimientos mostrados.
- 168 -
Los Maestros Archiveros, por su parte, se le antojaban almas
solitarias y silenciosas. Le recordaban a los monjes monásticos que
conoció en la Tierra. Estaban especializadas en la conservación y
mantenimiento de los Archivos, y se encargaban de localizar, para cada
espíritu, el libro que contenía los acontecimientos que éste quería repasar
y estudiar.
Una vez desveladas las razones por las que su tránsito había sido
tan diferente de lo habitual, le recomendaron esta visita, para que
pudiera ampliar la información al respecto de su misión y mejorar su
preparación para la colaboración que esperaban de él.
-Hola Niemsé. Te estábamos esperando.
Quien se dirigía a él de ésta manera, era el Maestro Archivero que
vino a recibirlo y que ya traía un Libro Vital en sus manos, si es que esto
podía decirse así aquí. Cuando empezó a desplegar sus páginas, pudo ver
algunos pasajes de la vida de aquel desconocido, que ya había dejado de
serlo. Aquel que se acercó a su coche, cuando se estaba desprendiendo
del cuerpo físico de Arturo.
Leandro Ortega Ceballos era el padre del médico poeta al que
indujo Elihá y su próximo objetivo como Inductor, según le informaron
en el Consejo. Esa era la razón por la que el Maestro Archivero le permitía
consultar ahora parte del Libro Vital de Tamenda, el espíritu encarnado
en Leandro, ya que lo habitual era que las almas revisasen tan solo los
suyos propios. Allí nadie tenía interés personal alguno, por inmiscuirse
en los asuntos privados de los demás.
-Ya tendrás tiempo de revisar el tuyo propio. Antes, es preferible
que atiendas la tarea que has asumido –le dijo el Maestro Archivero,
adelantándose al deseo de Niemsé por seguir repasando su vida como
Arturo, a fin de consolidar aprendizajes, y empezó a desplegar algunas
escenas del Libro Vital que había traído.
Las primeras coincidían con los inicios de la actual vida de
Tamenda, como humano. En concreto, con la forma en la que se unió al
feto de Leandro. Lo hizo definitivamente un poco más allá de los siete
meses de embarazo, aunque previamente lo había visitado a menudo,
desde las primeras semanas de vida.
Antes de los tres meses de desarrollo, era raro que un alma se
uniera a un feto, por la sencilla razón de que, hasta entonces, el tejido
cerebral humano no está lo suficientemente maduro para ello. Pero el
objetivo de Tamenda en tan tempranas visitas, no era tanto iniciar la
fusión con el feto, como tranquilizar a la madre, que había necesitado
aprender a manejarse con la pérdida de un reciente embarazo anterior.
Para contribuir a tal aprendizaje, Tamenda había aceptado, en su
breve vida previa a la actual, unirse a un feto que moriría antes de nacer,
ya que la madre sufrió un aborto con algo más de siete meses de
gestación. Más o menos la misma edad que tenía este nuevo feto, cuando
se le unió definitivamente.
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Al poco tiempo de aquel aborto, la mujer volvió a quedar
embarazada y Tamenda regresó para encarnar en este nuevo bebé,
pudiendo Niemsé comprobar en su Libro Vital, cómo lo visitaba a menudo
para cumplir un objetivo doble: cuidar de la madre y familiarizarse con
el nuevo cuerpo que iba a ocupar. En las primeras visitas, Tamenda
enviaba ondas de amor a la madre, para que ésta, amándose más a sí
misma, tuviera más amor que dar a su bebé y a los demás, a la vez que
procuraba tranquilizarla e infundirle seguridad y aceptación, ya que
había pasado muy poco tiempo desde la pérdida del feto anterior y aún
estaba afectada por ello. Cuando la mente se enfoca en algo, sea esto lo
que sea, ya un deseo, ya un temor, ese algo tiende a hacerse realidad.
Este nuevo embarazo, junto con la experiencia de aquel otro
fracasado, contribuiría a eliminar en ella algunas rigideces, que le
dificultaban la adaptación cuando afrontaba situaciones difíciles.
También serviría para a abrir su mente, a través de la vivencia de estos
hechos, a la comprensión y aceptación de que todo cuanto ocurre en la
vida está encaminado hacia el éxito, por extraño o increíble que pueda
parecerles inicialmente a los humanos en ciertas circunstancias, sobre
todo si éstas son adversas.
Tamenda pretendía que la madre aprendiera a enfocarse en aquello
que realmente deseaba, en lugar de lo que temía, tras experimentar cómo
el comportamiento de las personas se dirige, consciente o
inconscientemente, hacia la consecución de aquello que tienen enfocado,
como el burro tras la zanahoria que cuelga delante de sus narices,
sirviendo como zanahoria lo que quiera que sea que el individuo en
cuestión desee, o tema y, por spuesto, para que tomara conciencia de
ello.
Al respecto del bebé, Niemsé pudo comprobar, con Tamenda y sus
frecuentes visitas, hasta que se produjo la unión definitiva, algo más allá
del séptimo mes, que el cerebro de este humano era un cerebro ágil y
flexible. Establecía conexiones neuronales con facilidad y respondía con
la misma facilidad a las tareas de activación que Tamenda desarrollaba
con él, en cada una de esas visitas. También, el ego humano aceptó sin
dificultad su presencia, aunque bien es cierto que Tamenda supo cómo
conseguirlo con habilidad y dulzura. Su estrategia consistió en juguetear
con el bebé, para que acabara aceptando su presencia y posterior
integración, sin oponer resistencia.
En otra de las “páginas” del Libro Vital que le mostró el Maestro
Archivero, Leandro estaba tumbado en la mesa de operaciones de un
quirófano, donde se le estaba practicando una resección total de la
glándula tiroides, por presentar un adenoma papilar. Reconoció en el
cirujano que dirigía la intervención a su hijo, el mismo médico poeta que
ya visitó con Elihá. Pudo percibir el alivio de éste, al abrir el cuello de su
padre y encontrarse con un tumor limpio, sin complicaciones
quirúrgicas, así como su preocupación y cuidado exquisito, por evitar
- 170 -
lesionar los nervios laríngeos recurrente y superior. Ciertamente, no solo
era buen poeta. También se comportaba como un hábil cirujano.
En una tercera escena, padre e hijo charlaban en la intimidad. Lo
hacían de manera desenfadada y sobre asuntos triviales, pero Niemsé
pudo percibir en el hijo, la profunda tristeza que trataba de ocultar a su
padre, y que estaba motivada por la grave enfermedad que aquel había
descubierto que éste padecía. Se trataba de un tumor cerebral, que
acabaría con la vida de Leandro en el breve plazo de poco más de un año,
aproximadamente. El Maestro Archivero hizo un gesto y la escena se
aceleró, de manera parecida a como ocurría con las filmaciones a cámara
rápida que había visto en la Tierra, hasta acabar con la muerte de
Leandro.
A un nuevo gesto del Maestro Archivero, la escena se reinició. Padre
e hijo volvían a la misma situación en la que ya les había encontrado
antes, solo que en esta ocasión, el hijo no disimulaba su tristeza y
hablaba a su padre con franqueza. Le informaba de la grave enfermedad
que padecía y del mal pronóstico que ésta tenía, por lo que Niemsé
comprendió que el Archivero le estaba mostrando diferentes posibilidades
de futuro, aún por fijar en las “páginas” del libro.
Al igual que antes, la escena se aceleró, lo que le permitió
comprobar las diferentes consecuencias que acarreó la decisión tomada
por el hijo, de ser honesto con el padre, en comparación con las que
produjo la de guardar silencio al respecto de su estado de salud. Tras un
breve periodo de confusión, Leandro pasó por las fases de negación, ira,
y negociación, pero se saltó la de depresión, pasando directamente a la
aceptación. Se volvió más reflexivo y al principio pasaba mucho tiempo
meditando sobre su situación, lo que le ayudó a depurar aún más su
escala de valores.
No es que fuera especialmente predominante en su carácter, pero
sí que, hasta entonces, se había dejado guiar por un cierto materialismo,
que le había llevado a sobrevalorar la importancia de los bienes tangibles
y el estatus social. Quizás influenciado por tantos años de trabajo, al
servicio de una institución bancaria. Comprendió lo efímero y transitorio
de todo ello y la futilidad de invertir esfuerzos en conseguir más de lo
necesario para poder vivir con dignidad, así como también aprendió a
valorar más justamente el maravilloso regalo que era la vida en sí misma.
Una vida que disfrutó en paz y mucho más intensamente que antes, sin
la necesidad de hacer grandes alardes, hasta que le llegó su hora.
Una vez muerto Leandro, el Maestro Archivero le presentó una
tercera variante de la misma escena. Otra vez, el hijo se sinceraba con el
padre, informándole de la gravedad de su enfermedad, y de nuevo el
padre pasaba por las fases de negación e ira, saltándose ahora las de
negociación y depresión, pero en ésta tercera posibilidad, Elihá y él tenían
una participación activa.
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3.10. El diagnóstico.
Juan Carlos había dormido mal aquella noche. No podía quitarse
de la cabeza las imágenes que había visto la tarde anterior, como
resultado del escáner practicado en la de su padre. Evitó tener que dar
explicaciones al respecto, con la excusa de que sería David quien les
informaría, a la mañana siguiente, la de hoy, una vez que tuviera
disponible el informe de Laura.
Había pasado rápidamente por las fases de negación, ira,
depresión, y negociación, pero todavía se resistía a la aceptación, al
menos a la aceptación del atrevido diagnóstico que hizo la adjunta de
radiología. Lo que sí que no había tenido más remedio que aceptar,
porque lo había visto con sus propios ojos, era la confirmación de los
temores que le evocaron las alucinaciones de su padre: que éste tenía un
tumor cerebral, concretamente en el lóbulo occipital.
El asunto ahora, era tratar de dilucidar de qué tipo de tumor se
trataba, porque si por una mala pasada, de esas que a veces juega la
biología, Laura estuviese en lo cierto, a su padre le quedaría muy poco
tiempo de vida. Un GBM no perdona. Este tipo de tumores tiene muy mal
pronóstico, con una bajísima tasa de supervivencia a la edad de su padre,
y una media de esperanza de vida, en la mayoría de los casos, de apenas
poco más de un año.
De todos los tipos de tumores cerebrales posibles, su colega
radióloga había ido a escoger el peor y no contenta con ello, se había
atrevido a hacer el diagnóstico, tan solo con las imágenes del TAC. Más,
cuando estaba informada de que ya había padecido un carcinoma
papilar, del que es más que sabido, que puede producir diferentes tipos
de metástasis. Además, su tamaño no era aún muy grande. Sería muy
buena profesional, pero esta vez se había ido de ligera con un diagnóstico
tan serio. No obstante, con su comentario, le había metido las cabras en
el corral y ahora no podía quitarse de la cabeza esa posibilidad.
A Juan Carlos le faltó tiempo para llamar a David, aquella tarde del
día anterior, en cuanto pudo separarse de su padre, a la vuelta del
hospital, con la excusa de tener que bajar a la tienda del chino del barrio,
para comprar una tónica con la que poder hacerse un Gin Tonic. No le
apetecía en lo más mínimo la bebida, pero necesitaba una excusa para
quedarse solo y poder hablar tranquilamente con su colega, sin levantar
sospechas en su progenitor.
Por suerte, hoy tampoco tenía quirófano y David estaba otra vez de
mañana, por lo que, tras contarle lo acontecido en la sala de
radiodiagnóstico, habían quedado en verse a primera hora. También
llamó a uno de sus residentes, aquel en el que más confiaba, para
preguntarle si podría cubrirle, mientras él se ocupaba de atender las
cuestiones relativas a la salud de su padre. Tras explicarle las razones
que le movían a pedirle tal cosa, el residente se ofreció abiertamente para
ayudar en cuanto pudiese, lo que le agradeció con efusividad.
- 172 -
Esa mañana había convencido a su reticente progenitor, para que
le esperara en la cafetería del personal, tras desayunar juntos en el
hospital, con la excusa de que él vendría a buscarlo cuando hubiese
localizado a David. Le había recomendado que se llevara su tableta
electrónica, para que le ayudara a eludir el aburrimiento, por si sus
obligaciones laborales le conminaban a tener que dejarlo solo por un
tiempo, pero lo que realmente pretendía, era poder estar tranquilo,
mientras Leandro se mantenía ocupado y distraído, aunque cerca de él y
disponible para cuando fuese necesario, a la vez que lejos de las
conversaciones que tendría que mantener con su compañero neurólogo,
acerca de la nueva situación que se les había presentado, y al que subió
a buscar a su servicio.
Tanta prisa se había dado, preocupado como estaba por lo que
había visto el día anterior, en las imágenes del escáner, que había llegado
al hospital demasiado temprano. Lo había hecho para tener tiempo de
desayunar con su padre y poder dejarlo esperando en la cafetería,
mientras él hablaba con David, antes de que éste empezase con sus
tareas del día, pero tanto se había apresurado, que cuando subió a
buscar a su amigo y colega, aún no había salido el turno de noche, cosa
que ya se imaginaba que ocurriría por la hora que era, de modo que
decidió aprovechar el tiempo de espera, para visitar la sala donde se
practicaban las resonancias, a fin de informarse sobre quien atendería el
servicio en el turno de esa mañana y procurar arreglarlo todo, para que
pudieran hacerle una a su padre.
Laura no estaba. Durante el turno de mañana, hoy se ocuparía
Antonio, otro adjunto, de las imágenes de cabeza y cuello, y tuvo la
fortuna de encontrárselo ya trabajando. A este hombre también lo
conocía bien. No tenía la perspicacia y agudeza de Laura, pero la
compensaba con más experiencia y una dedicación a su trabajo, que iba
bastante más allá de lo que representaban sus estrictas obligaciones
laborales, como demostraba muy a menudo, presentándose en el servicio
antes de la hora, para dejarlo todo preparado y poder empezar con las
citas programadas lo más pronto posible. El jefe de su servicio era un
vago incompetente, pero tenía la gran suerte de contar con un magnífico
equipo de profesionales, que le salvaban la cara.
Una vez puesto en antecedentes el que hoy estaba al cargo y
obtenida de él su buena, abierta, y honesta disposición, así como su
compromiso para colaborar con cuanto estuviese en su mano, volvió a
buscar a David. Lo encontró en su consulta, esperándole.
-Hola Juan Carlos –le dijo en cuanto lo vio, y lo invitó a sentarse.
Él ya estaba sentado delante del ordenador, mirando la pantalla.
-Precisamente ahora, estaba leyendo el informe de Laura y
echándole un vistazo a las imágenes. La verdad es que fue un poco
atrevida contigo, al aventurarse con el diagnóstico que te sugirió, pero no
tiene un pelo de tonta. En el informe no se pilla los dedos y recomienda
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una resonancia con contraste, además de no nombrar para nada la
posibilidad de un glioblastoma.
-Sí, lo de la resonancia también me lo dijo ayer. Precisamente ahora
vengo de allí y lo he dejado todo arreglado, pero antes quería hablar
contigo.
-Bueno, podría ser un glioblastoma. Ya sabes que no dan alarma
en la analítica, pero también podría ser un tumor benigno. La única
manera de saberlo con seguridad, al cien por cien, es por medio de una
biopsia, y éste no es muy grande. No me explico cómo Laura se atrevió a
decirte lo que te dijo.
-Yo tampoco. No me lo esperaba de ella.
-Bueno, eso ahora ya no tiene mucha importancia ¿Te hago
entonces, la petición para la resonancia?
-Sí. Me están esperando en rayos.
-¿Y se la van a hacer ahora?
-Eso me han dicho.
-Estupendo. En cuanto se la hagan, vente para acá y vemos lo que
sale.
-Muchas gracias, David.
-De nada hombre. Y no te preocupes, que ya verás cómo va a salir
todo bien.
-Eso espero. Ahora nos vemos.
Juan Carlos recogió a su padre, que lo acompañó refunfuñando
hasta la sala donde estaba la máquina con la que se practicaban las
resonancias magnéticas. Tuvo que volver a explicarles que Leandro ya
era un experto en someterse a la prueba y que no presentaba reacción al
contraste, para evitar la espera correspondiente al ayuno, pero no pudo
evitar la necesaria para que la inyección de gadolinio hiciera su efecto.
Con Antonio, el adjunto que hoy estaba de servicio, no tenía tanta
confianza como con Laura, por lo que no quiso comprometerlo, ni a él ni
a sí mismo, obligándose a deberle un favor, y no pidió ver las imágenes.
Cuando terminaron, tras asegurarse de que las informarían en el
momento, devolvió a su padre otra vez a la cafetería, con la excusa cierta
de darse una vuelta por su servicio. Antes de seguir con el asunto de su
padre, quería asegurarse de que todo iba bien por allí y de que no había
problemas, como así resultó, afortunadamente. Hechas sus
comprobaciones, volvió con David.
-¿Qué ha salido? –le preguntó el neurólogo, en cuanto lo vio.
-No lo sé. Dímelo tú. Tú eres el especialista.
-Vamos a ver si ya están disponibles –y se dispuso a comprobar los
resultados.
Tardó un buen rato. David miraba y remiraba las imágenes de la
resonancia en la pantalla del ordenador, una y otra vez, como había
hecho Laura el día anterior.
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-Juan Carlos, esto no tiene buena pinta –le dijo, después de un
buen tiempo de visionado, aún más largo que el que había necesitado
ayer la radióloga para emitir su juicio.
-Si. Ya lo vimos ayer –le contestó, con la misma cara de
circunstancias que había puesto su amigo antes que él.
-Esta muchacha es increíble. Que Dios le conserve la vista por
muchos años. Y nosotros metiéndonos con ella. No sé como lo hace, pero
fíjate en esto –y David empezó a mostrarle imágenes específicas.
-Mira estas ramificaciones… Date cuenta en T2…Mira… ¿Ves esas
señales de proliferación vascular anómala?... Con lo chico que es y ya
hay necrosis… Y fíjate en la forma por aquí… No me gusta tenerte que
decir esto, pero mucho me temo que es muy posible que Laura tuviera
razón.
-David ¿Tú estás seguro?
-Juan Carlos, la única manera de estar seguros es con una biopsia
y tú lo sabes. Además, tu padre tiene la edad propia para estas cosas,
aunque bien es cierto que no tiene una clínica importante, pero tú has
visto lo mismo que yo. Tendrás que hablar con neurocirugía.
Juan Carlos apoyó los codos sobre la mesa y hundió la cabeza entre
sus manos. Mientras su amigo respetaba su silencio, él trataba de digerir
aquello. En la práctica, representaba una sentencia de muerte, casi
inminente, para su padre. No necesitaba una segunda opinión. Primero,
porque era sabedor de la más que probada y comprobada competencia
profesional de David. Segundo, porque las pruebas parecían irrefutables,
y tercero, porque con ésta ya tenía una segunda opinión. Como bien decía
su amigo, la única manera de estar seguros era por medio de la biopsia,
pero desde luego, aquel no era un tumor benigno, ni tenía la pinta de una
metástasis normal y corriente. Él no era un experto en tumores
cerebrales, ni en radiodiagnóstico, pero como cirujano ya había visto
imágenes de muchos tipos diferentes de neoplasias y las que tenía ante
sí, era cierto que tenían muy mala pinta.
-¿Qué quieres que hagamos? –le preguntó su compañero, cuando
levantó la cabeza.
-No lo sé David, no lo sé –contestó abatido.
-Tendrás que hablar con algún neurocirujano, para que le hagan
una biopsia.
-¿Tú crees que merece la pena?
-Juan Carlos, esa es una decisión que tenéis que tomar entre tú,
tu padre, y el neurocirujano. Ya sabes que implica una trepanación,
aunque sea por agujero de trefina.
-¿Qué probabilidades tenemos?
-¿Probabilidades de qué?
-De que sea un glioblastoma.
-Pues por desgracia, yo diría que en torno a un ochenta y cinco por
ciento.
-¡Ochenta y cinco por ciento!
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-Más o menos.
-¿Tú qué harías?
-¿De verdad quieres saber mi opinión?
-Por eso te lo pregunto.
-Visto lo visto, si fuera mi padre, creo que no le haría pasar el mal
trago de tenerse que meter en quirófano, para que le agujereen el cráneo
por la biopsia, pero eso ya no soy yo el más indicado para decírtelo. Lo
que sí tengo claro es que, si fuera mi padre, procuraría evitar hacerle
sufrir inútilmente. No obstante, nunca se sabe y esa decisión la tenéis
que tomar vosotros. Por suerte, en el caso de tu padre, aún no han
aparecido crisis epilépticas, ni otros síntomas importantes, aparte de
alguna que otra alucinación. Y el tumor no es muy grande todavía, por lo
que la radiocirugía puede ser una opción a considerar, además de la
quimio, pero ahora, mucho más válida que mi opinión, te resultará la de
los neurocirujanos.
-¡Y yo que le regañaba por fumar porros, creyendo que eso podía
hacerle ver cosas raras!
-Pues mira tú por dónde, sin saberlo puede que se estuviera auto
medicando correctamente. Hay algunos estudios por ahí, que apuntan a
que el cannabis puede atacar a las células madre neoplásicas, aunque ya
sabes que hay mucha polémica al respecto.
3.11. Con los amigos.
La visita a los Archivos, le había aportado una información muy
útil para el trabajo que tenía pendiente. Había conocido el
funcionamiento específico de los circuitos neuronales, del sistema
nervioso de aquel humano, al que le habían encargado inducir. También
había podido comprobar la forma en la que se vería afectado su cerebro,
por la evolución del tumor que albergaba, lo que le sería de gran ayuda
en la tarea que tenía asignada.
Ciertamente, aquel era un cerebro ágil, pero su funcionamiento se
vería gravemente afectado en poco tiempo, por la enfermedad que
padecía. Si bien para Niemsé el tiempo no suponía ningún problema, no
ocurría lo mismo con el humano, sometido como estaba a las leyes del
espeso mundo físico de la Tierra. Tendría que ajustar su intervención al
tiempo que aquella persona tenía disponible, antes de que el deterioro
cerebral que se le avecinaba, le impidiera cumplir con el objetivo
planificado. Pero antes de ir en busca de Elihá para continuar con la
tarea, quiso volver a visitar a sus amigos.
Encontró a Ahindane y a Jintámena, reunidos con Krionsdinae.
-Hola Fuguillas. Te estás haciendo famoso.
Era Ahindane quien así le saludaba, bromeando con él. Se lo decía,
porque entre las almas vinculadas de alguna manera con la Tierra, estaba
siendo muy comentada la anomalía que había protagonizado. Todos eran
muy conscientes, del periodo crítico por el que la humanidad, hacía algún
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tiempo que había comenzado a transitar, y estaban muy pendientes de
cuanto ocurría al respecto.
Habían sido muchos, los que habían viajado hasta la Tierra, para
encarnarse en misiones de preparación para el cambio de era, y ahora
eran también muchos los que estaban allí, desarrollando misiones de
ayuda, para facilitar a los humanos una resolución favorable del mismo.
Como también eran muchos, los que se apuntaban voluntarios para
aprovechar tan extraordinaria ocasión, de poder participar en un cambio
tan importante. Su trabajo solía desarrollarse de manera anónima y por
medio de tareas sencillas y cotidianas, de forma que pudieran pasar lo
más desapercibidos que fuera posible.
En su caso, su trabajo también pasaría desapercibido para los
humanos y su nombre no quedaría registrado en los anales históricos de
éstos, pero aquí no ocurría lo mismo. No es que nadie considerase su
trabajo más importante que el de otros, por la sencilla razón de que no lo
era, pero la forma en la que se había producido su tránsito, sí que estaba
siendo muy comentada, por lo extraordinario de la misma.
Cosas poco habituales como ésta y otras muy diferentes, pero
igualmente extraordinarias, ya habían sucedido otras veces, pero eran
raras en los periodos de evolución e integración de las especies. En los
periodos de trascendencia, era cuando solían producirse con más
frecuencia, justo en aquellos momentos, en los que una especie
inteligente se encontraba en un periodo crítico de cambio. Era cuando la
especie estaba preparada para dar un nuevo salto en su evolución,
cuando se hacían más necesarios y, por tanto, ocurrían más a menudo.
-Es mucha la responsabilidad que he asumido. Espero no
defraudaros –contestó.
-Ninguno de vosotros fuisteis nunca cobardes. –intervino
Krionsdinae –Ya desde jovencitos, os atrevíais con vidas muy difíciles,
con tal de progresar más rápido. Yo no estaba con vosotros aún, pero
recordad a Kiamku en el cuerpo de Elisabeth, por ejemplo, o la duplicidad
con la que se atrevió Jintámena, no hace tanto.
Krionsdinae se refería a una antigua vida, en la que Kiamku
asumió un cuerpo con muchas limitaciones, aquejado por una rara y por
aquel entonces desconocida enfermedad genética, que además de graves
y dolorosos impedimentos físicos, llevaba aparejada una deficiencia
mental, aunque no lo suficientemente importarle, como para impedirle
ser consciente de lo que le estaba ocurriendo. Como alma inmortal que
era, y por tanto sana, pero alojada en el cuerpo enfermo de una mujer,
que vivió en la sociedad rural inglesa, en tránsito entre los siglos XIV y
XV, tuvo que padecer numerosos y frecuentes malos tratos, violaciones,
y vejaciones de todo tipo, hasta acabar muriendo de hambre. Lo de
Jintámena, por su parte, fue una atrevida experiencia que él mismo quiso
aprovechar, para calibrar su propia capacidad, dividiendo su energía, de
forma que pudiese ocupar dos cuerpos y vivir dos vidas a la vez.
- 177 -
-Todo lo que tienes que hacer, es calmarte un poco y aprender de
Plantao. Presta atención y verás como todo sale bien. Yo puedo animarte
con unas burbujitas, si quieres –le dijo Ahindane, con un guiño.
Estaba haciendo un juego de palabras con su propio apodo:
Burbujitas. Casi siempre estaba alegre, inquieta, y con ganas de bromear.
Allí donde iba, aportaba frescura y jovialidad, siendo capaz de encontrarle
la vena cómica a la más dramática de las situaciones, por lo que eligieron
ese apodo para ella.
-Lo cierto es que me hace ilusión. Para mí es un privilegio merecer
la confianza de los Maestros. Esta vez, había hasta un Sabio en el
Consejo.
-Te estás haciendo mayor –bromeó Jintámena.
-Como bien dice Burbujitas, aprendo de ti.
-Si, pero no pierdas tu agilidad en las respuestas. En eso yo
aprendo de ti.
-¡Qué bonito es el amor, cuando florece! ¿Qué os parece si
buscamos a alguien y nos echamos una partidita de pelota sorpresa, para
celebrarlo?
Como era habitual en ella, Ahindane bromeaba con casi todo, y a
pesar de su madurez, siempre estaba dispuesta para la juerga. El juego
de la pelota sorpresa, era uno de los que solían practicar las almas
jóvenes, más propensas a la diversión, que al estudio. Consistía en
formar dos equipos, entre almas de diferentes grupos, en los que cada
uno de los participantes fabricaba una pelota de energía, de un tamaño
algo menor al de las que se utilizan para jugar al balonmano, y en la que
incluía, como regalo para quien la recibiera, alguna de sus características
individuales que considerase que tenía más y mejor desarrollada.
Después, se colocaba un equipo frente al otro y empezaba el baile.
Alguien daba el tono y las almas se ponían a cantar y a bailar
siguiendo el ritmo, entremezclándose unas con otras cada vez más
rápidamente, a medida que el ritmo se intensificaba, pero procurando
evitar el contacto con los otros jugadores y siguiendo la melodía que ellas
mismas generaban, la cual iba in crescendo conforme la armonía y
sincronía entre todos se hacía cada vez mejor y mayor. Hasta que
cualquiera de los participantes decidía lanzar su pelota. Entonces, al
ritmo creciente y cada vez más complejo de la música y del baile que se
acompasaba con ella, empezaban a lanzarse todas las demás pelotas,
hasta alcanzar un clímax de armonioso éxtasis, cuando todas entraban
en juego. Este clímax, iba luego decreciendo progresivamente, a medida
que cada pelota alcanzaba a su destinatario, que podía ser tanto uno de
los jugadores del equipo contrario, como del propio, el cual, y en función
de sus características personales, acababa atrayendo hacia sí la pelota
que mejor se le adecuaba. Hasta que todas habían alcanzado su objetivo.
El juego acababa cuando el último participante recibía la suya, y cuantos
más jugadores hubiese y de más grupos diferentes, más enriquecedora
resultaba la partida para todos.
- 178 -
-Por mí encantado, pero preferiría hacerlo después. Estaré más
tranquilo y podré disfrutarlo más. –contestó Niemsé –Tan solo quería
volver con vosotros para disfrutaros un rato, antes de continuar con el
trabajo que tengo pendiente. Os he echado mucho de menos y la revisión
de mi Libro Vital, me ha reavivado esa añoranza.
Niemsé decía esto, porque mientras estuvo consultando los
Archivos, y después de revisar parte del Libro Vital de Tamenda, el
Maestro Archivero le trajo el suyo propio, para que pudiera consultarlo a
placer. Allí estuvo repasando algunos aspectos de su última vida en la
Tierra, desde antes incluso de su nacimiento. Al haber revivido su
infancia en la ignorancia, por aquel entonces, de la verdadera
personalidad de los que fueron sus padres, le apeteció volver a verlos en
su auténtica esencia, simplemente por puro placer y para regodearse con
su belleza.
También estuvo repasando algo que le había dejado cierta
preocupación: qué pasaría con Marta y con Lucía, ocupadas por dos
almas jóvenes de un mismo grupo vecino, a las que había conocido,
precisamente, en un juego de pelota sorpresa. Con ellas había acordado
ayudarse mutuamente en la vida que acababa de dejar. Este tipo de
alianzas, surgía con frecuencia en este tipo de juegos.
Le tranquilizó comprobar que Marta tenía muchas posibilidades de
rehacer su vida sin demasiadas dificultades, una vez que Arturo le había
ofrecido la experiencia de una convivencia basada en el amor y el respeto
mutuo, por contraposición a aquella otra, basada en el egoísmo, que se
dispensaron mutuamente ella y el que fue su marido, mientras
estuvieron casados. Aunque bien es cierto que más él que ella, y que
junto con la homosexualidad del varón, mal gestionada por ambos, acabó
finalmente por hacer añicos su vida en común.
Las posibilidades de Lucía estaban más abiertas, ya que tenía
mucha más vida por delante que su madre. A su favor tenía un cerebro
magníficamente dotado intelectualmente, aunque no ocurriera lo mismo
con el flujo de los circuitos emocionales de su sistema nervioso, éstos
algo más torpes que aquellos. No estaba muy satisfecho con su
desenvolvimiento para con ella, porque había sido demasiado brusco,
impelido por sus prisas en lograr los objetivos que se habían propuesto.
Podría haberla ayudado mucho más y mejor, si se hubiese comportado
más pacientemente y no hubiese intentado forzarla de la manera en la
que lo hizo, a enfrentarse a la aceptación de su persona, como nueva
pareja de su madre. Para lo que también sirvió su exploración, fue para
ratificarle en su admiración por este espíritu que, aunque joven aún,
apuntaba muy buenas maneras, por su ágil y rápida capacidad de
asimilación y aprendizaje, con las que sintonizaba.
-Entonces ¿te marchas? –le preguntó Jintámena.
-Sí, pero no vayáis a creeros que os habéis librado de mí. Volveré y
pronto.
- 179 -
-¡Anda ya, presuntuoso! Ven aquí que te lleves un poquito de
nosotros, para que no nos eches tanto de menos –dijo Ahindane, con esa
jovialidad suya tan característica, y los tres se unieron en un abrazo,
antes de despedirse.
3.12. Amor paterno filial.
Juan Carlos regresó a la cafetería para encontrarse con su padre,
después de haber estado meditando sobre el asunto. Cuando dejó a
David, se refugió en la sala de descanso, buscando la soledad y el
aislamiento que necesitaba para aclarar sus ideas, sabiendo que, a esas
horas, era uno de los pocos lugares en el hospital donde podría estar
tranquilo, pasando desapercibido y sin ser molestado. Allí fue donde
termino por aceptar, lo que no por ello dejaba de ser una dura realidad.
Laura se lo había dicho el día anterior, haciendo uso de esa
perspicacia suya tan sorprendente, aunque por aquel entonces, él se
hubiese negarlo a aceptarlo, culpándola a ella de imprudente. Hoy, su
amigo David se lo confirmaba. Además, él mismo había visto las imágenes
con sus propios ojos. Si se tratara de un paciente suyo, jamás se hubiera
atrevido a emitir un diagnóstico, hasta no tener en sus manos los
resultados de la biopsia, pero éste no era un paciente normal.
-Sí que has tardado ¿Has tenido algún problema? –le dijo su padre,
cuando llegó hasta él.
-Bueno, he estado arreglando las cosas para poder salir un poco
antes. Anda, vámonos.
-¿Que nos vayamos? ¿Pero y David? ¿Y tu trabajo…?
-Hasta que no le llegue el informe de radiodiagnóstico, David poco
va a poder decirnos, así que vámonos. Y respecto a mi trabajo, ya he
hablado con mi jefe de servicio y con mis residentes, así que podemos
irnos.
Juan Carlos mintió tan solo en lo relativo al informe de
radiodiagnóstico, ya que cuando salió de la sala de descanso, fue en
busca de su jefe para exponerle la situación y solicitarle un permiso que
el otro, empático, le concedió sin poner pega alguna, además de ofrecerse
para ayudarle en cuanto pudiese necesitar de él.
Mientras estuvo tratando de decidir qué hacer, había calibrado
varias opciones. Desde someter a su padre al protocolo establecido para
los casos como el suyo, hasta ocultarle el diagnóstico, a fin de mantenerlo
en una dulce ignorancia, que le permitiera llevar una vida lo más
normalizada que fuera posible, hasta que los síntomas se agravaran. Una
vez tomada su decisión, después de hablar con su jefe, y antes de ir a
recoger a Leandro, se pasó por el servicio, para asegurarse de que todo
seguía bien e informar a los residentes de su ausencia durante lo que
quedaba de mañana y de las razones que la motivaban.
De camino a la casa, mientras iban en el coche, ambos guardaron
un silencio que no incomodó a ninguno de los dos. El padre disfrutaba
de la contemplación de la ciudad y de sus gentes, mientras seguía
- 180 -
dándole vueltas a su experiencia del lunes. Aprovechando la tableta
electrónica de su hijo y la conexión a internet del hospital, había
amenizado la espera en la cafetería, buscando en las ediciones digitales
de los periódicos de su ciudad alguna noticia al respecto, pero no
consiguió encontrar nada. Por su parte, el hijo conducía mecánicamente,
absorto en sus pensamientos acerca de cómo abordar la situación ante
su progenitor. Se ratificó en la decisión que había tomado en la sala de
descanso, por lo que, al llegar a la casa, preguntó a Leandro:
-¿Te apetece una cerveza?
-Vale.
-Siéntate, que voy por ellas.
Lo invitó a sentarse en el salón, mientras él preparaba las cervezas,
porque lo necesitaba sentado y tranquilo para lo que iba a decirle.
-Papá, esta mañana no te he dicho toda la verdad –le dijo, tras
servir las bebidas y sentarse a su lado.
Leandro lo miró fijamente, pero no dijo nada. Por la postura de
abatimiento que había adoptado su hijo al sentarse, el tono de la voz, y
la forma en que había bajado la cabeza y la mirada al hablar, se imaginó
que no le esperaban buenas noticias.
-En realidad ya había hablado con David, antes de ir a recogerte.
-¿Y por qué no fuimos luego a verlo?
-Porque quería ser yo, quien te diera los resultados de las pruebas.
-¿Así que el dichoso informe de la resonancia, ya estaba listo?
-Si.
-¿Y…?
-Tienes un tumor cerebral.
-¡¿Otro?!
Esperaba malas noticias, pero no de tanto calibre.
-Si
-¡Pero si en la analítica había salido todo bien!
-Sí papá, pero es que este tipo de tumores, no suele dar positivo en
los análisis. Ya lo vimos ayer, con Laura, pero no te quise decir nada,
hasta no estar seguro.
A Leandro se le vino el mundo encima. Eso suponía que, otra vez,
tendría que pasar por quirófano y por la incomodidad de los
posoperatorios. Pero lo que más temía, era la radioterapia, que ya le había
dejado unas muy molestas secuelas, la otra ocasión en la que tuvo que
someterse a este tipo de tratamientos. Además, esta vez el tumor estaba
en el cerebro, nada menos.
-Bueno ¿y qué vamos a hacer? –preguntó, cuando pudo
recuperarse.
-Eso es lo que tenemos que decidir ahora.
-¿Y tiene que ser ahora mismo?
-No papá, por supuesto que no, pero hay que pensarlo y tenemos
que tomar alguna decisión.
- 181 -
-Pero bueno, Juan Carlos ¿Tú estás seguro? Porque a mí no me
duele nada, ni tengo ningún síntoma.
-Papá, has tenido una alucinación y por lo que cuentas, bastante
intensa.
-¡Eso no fue una alucinación!
-Papá, sé razonable.
La duda asaltó a Leandro ¿Sería posible que lo que vio, fuera en
realidad, una alucinación? Lo cierto es que las cabezas de la gente no van
por ahí, desvaneciéndose como si fueran de humo. Además, no tenía
experiencia previa con las alucinaciones y no sabía cómo podría ser eso
en realidad.
-Bueno vale, pero de todas maneras, ha sido una sola y no se ha
vuelto a repetir.
-Sí, pero las imágenes de la resonancia son claras y no dejan lugar
a dudas.
Leandro volvió a guardar silencio, tratando de digerir aquello.
-¿Y es grave? –se le ocurrió preguntar, al cabo de un rato.
-Si.
-¿Cómo de grave?
-Mucho.
-¿Tanto?
-Si – dijo Juan Carlos, ahora entre lágrimas y sollozos, al no poder
seguir conteniendo el envite emocional que le sobrevino, ahora de forma
torrencial, haciéndole perder la compostura que había conseguido
mantener hasta entonces.
Leandro estaba desconcertado. Ante sí tenía a su hijo llorando a
moco tendido y distendido, lo que le confirmaba la aparente gravedad del
tumor que le había dicho que padecía. Pero él no se sentía enfermo en
absoluto.
-Vamos a ver Juan Carlos, tú ya me quitaste un tumor hace años
y aquí estoy, fresco como una lechuga. Hacemos lo mismo con éste y
santas pascuas valencianas ¿no?
-No es tan sencillo, papá. Este es un gliobalstoma.
-Bueno ¿Y qué? ¿Qué les pasa a los galloblastomas esos?
-Primero que lo tienes en el lóbulo occipital y la cirugía cerebral de
cualquier tipo es siempre muy arriesgada, por sus imprevisibles secuelas,
pero es que, además, este tipo de tumores presenta una alta tasa de
recurrencia, por no hablar de su resistencia a los tratamientos.
-¿Quieres decir que no tiene cura?
-Es complejo de explicar, pero a tu edad, la tasa de supervivencia
es muy baja.
-¿Quieres decir que me voy a morir?
Al escuchar esto, Juan Carlos rompió a llorar de nuevo, pero ésta
vez ya no cogió a Leandro por sorpresa.
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-¡Eh, eh, para!. No sé por qué te pones así. A ver si te crees tú que,
para morirte, va a tener que venir alguien a matarte, que aquí no nos
quedamos ninguno. Además, a mí no me duele nada.
-¡Papá, no digas tonterías!
Leandro lo había conseguido: su hijo había dejado de llorar.
-¿Tonterías? Parece mentira que seas médico.
-Bueno, todavía tengo que hablar con los neurocirujanos, pero he
pensado que debías saberlo.
-¡Hombre! Se agradece la deferencia.
-No te lo tomes a cachondeo, que la cosa es muy seria.
-No me lo tomo a cachondeo, Juan Carlos, pero llorando no me
parece que se arregle mucho. Además, como tú bien dices, todavía tienes
que hablar con los neurocirujanos, y tú trabajas en un magnífico
hospital, con los mejores medios disponibles.
-Sí papá, pero es que te quiero mucho –y diciendo esto, se levantó
para ir a abrazar a su padre, de nuevo entre lágrimas.
-Y yo a ti, hijo –le decía Leandro, mientras le besaba y le acariciaba
la cabeza. No pudo evitar que a él también se le escaparan algunas
lágrimas.
-Venga, venga, que me parece que estás exagerando. Si a mí no me
pasa nada… ¿No me estás viendo? ¿No os habréis confundido? Esas
cosas a veces pasan.
-No papá. Las imágenes estaban bastante claras -le contestó,
mientras volvía a sentarse para beber un poco de cerveza, con la
esperanza de que el trago le ayudase a terminar de superar la abreacción
que le había sobrevenido.
-Bueno, pero pueden ser las de otro.
-Papá…
Leandro guardó silencio. Estaba empezando a tomarse en serio lo
que le decía su hijo.
-¡Joder, otra vez!
No solía decir tacos, pero esta vez sí lo hizo, enfadado, no tanto por
la posibilidad de morir, en la que no pensaba, como por los recuerdos
que le asaltaron de todo lo que tuvo que pasar con su cáncer de tiroides.
-¿Esto qué es? ¿Una metástasis?
-No papá. Es una neoplasia de las células gliales. No tiene nada
que ver con tu cáncer de tiroides.
-¡Joder, joder, joder!
Al cogerle la mano Juan Carlos, se dio cuenta de que se estaba
abandonando y eso estaba afectando a su hijo, que ya parecía estar
pasándolo bastante mal, sin necesidad de que él le diera más motivos
para ello.
-Bueno, pero algo se podrá hacer ¿No? –dijo reaccionando.
-Ya te he dicho que todavía tengo que hablar con los
neurocirujanos. Mañana aprovecharé para hablar con quien esté por allí.
Aunque tengo quirófano, ya me las apañaré para encontrar un hueco.
- 183 -
-¡Joder Juan Carlos, tú también! ¡Te podías haber esperado! –le
dijo, enfadado.
Leandro se dio cuenta de que estaba siendo demasiado cruel,
cuando apreció el gesto de abatimiento que sus palabras habían
provocado en su hijo.
-Lo siento hijo, lo siento. Perdóname –le dijo, siendo él ahora quien
cogía afectuosamente la mano a Juan Carlos, para consolarlo.
-No pasa nada, papá. Si tienes razón –decía el otro, mientras las
lágrimas volvían a brotar de sus ojos.
Se invirtieron las tornas y ahora era Leandro quien se levantaba
para abrazar a su hijo.
-Juan Carlos, la vida me ha bendecido con dos hijos maravillosos
y estoy muy orgulloso de ti. Tu madre se marchó demasiado pronto, pero
os dejó a vosotros en prenda y solo me habéis dado satisfacciones. No
solo eres un buen hijo y una gran persona. También eres un gran médico
y yo confío totalmente en ti.
Ambos permanecieron un buen rato fuertemente abrazados,
llorando en silencio, hasta que Leandro se separó, secándose las
lágrimas, para beber un trago de cerveza con la misma esperanza con la
que antes lo había hecho su hijo.
-Ya verás como todo sale bien.
-Sí papá, seguro, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados
–siendo él ahora, quien impelía a la acción.
-Bueno, tú eres el médico. Yo hago lo que tú me digas.
-No es tan sencillo.
Juan Carlos explicó con franqueza a su padre, lo mejor que pudo y
supo, que fue mucho y bien, los detalles del tipo de tumor que padecía,
las consecuencias que podía acarrear, y las alternativas de tratamiento.
Sin dramatizar, pero sin ocultarle nada y respondiendo abiertamente a
sus preguntas. Entre las diferentes opciones, tampoco omitió la
posibilidad de dejar que la naturaleza siguiese su curso.
3.13. Inducción.
Niemsé fue en busca de Elihá, aunque lo de ir no sea más que una
forma de decir las cosas, ya que allí, espacio y tiempo tenían un
significado totalmente diferente, resultando en un continuo aquí y ahora,
que podía trocearse a voluntad.
-Estoy dispuesto para mis prácticas de musa –le dijo cuando se
encontraron.
-Pues vamos allá. Empecemos por el hijo.
Niemse y Elihá fueron en busca de Juan Carlos, el cual estaba en
la sala de descanso del hospital donde trabajaba, en la que se había
refugiado para poder meditar en soledad y sin interrupciones, acerca de
la situación sanitaria en la que había descubierto que se encontraba su
padre, y tomar decisiones al respecto.
- 184 -
Estaba abrumado por la confirmación del diagnóstico que su
compañera Laura había emitido al respecto la tarde anterior, y que hoy
acababa de confirmarle David, su amigo el neurólogo. Todavía se
preguntaba cómo era posible aquello, pero él mismo había visto las
imágenes resultantes, de las pruebas a las que había sometido a Leandro.
Por más decepcionante que le pareciera, comprendía que una biopsia solo
serviría para confirmar lo que ya sabía. Lo que tenía que decidir ahora,
era qué hacer a partir de aquí.
Con más de sesenta años, su padre ya estaba en la parte
descendente de la curva de su esperanza vital, pero lo que había
encontrado en la resonancia que le acababan de hacer, lo situaba al final
de ella de golpe y porrazo. El glioblastoma es uno de los tumores
cerebrales con peor pronóstico, por su capacidad de recidivar y su
resistencia, tanto a la quimio, como a la radioterapia. Había oído hablar
de algunos tratamientos experimentales, como el de la Universidad Johns
Hopkins con PAC-1, y otros con adenovirus modificados genéticamente,
que parecían prometedores, pero nada concluyente ni definitivo todavía.
A cualquier neurocirujano, su juramento hipocrático le obligaría a
seguir estrictamente los protocolos y hacer todo lo posible para intentar
salvar la vida de su paciente, pero Juan Carlos sabía que los estudios
epidemiológicos más optimistas, al respecto del GBM, informaban de una
tasa de supervivencia de tan solo el 5%, a los cinco años desde el
diagnóstico. No sabía qué hacer.
Si se decidía por seguir los protocolos, la cirugía era la primera y
probablemente más que inevitable opción, a la que seguirían la radio y la
quimioterapia, lo que suponía hacerlo pasar por todo ello, para que
finalmente y con una altísima probabilidad, tan solo sirviera para
prolongarle la agonía. Por no hablar de las imprevisibles secuelas, de
cualquier cirugía que implique resección de masa encefálica.
Otra opción, era mantenerlo en la ignorancia y procurar que
disfrutase de lo poco que le quedase de vida, lo más y mejor posible, hasta
que los síntomas se agravasen. Conocía muchos casos de pacientes con
carcinoma que, o bien ellos, o sus familiares, habían optado por esta
última alternativa y habían tenido una vida con más calidad, y una
muerte más dulce que otros, con los que se había intentado todo para
salvarles una vida, que finalmente acabaron perdiendo igualmente, pero
con más sufrimiento.
La decisión no era fácil, porque ¿Y si, por una de esas casualidades
del destino, su padre estuviese dentro de ese reducido grupo de
privilegiados, que lograban sobrevivir a un glioblastoma, más de lo
inicialmente previsible?
-Adelante Niemsé. Este es un buen momento. Está concentrado,
tratando de encontrar respuestas a sus dudas, por lo que lo tienes
bastante receptivo.
Le sorprendió que su maestro Elihá, en vez de ejemplificarle con su
actuación cómo hacer una inducción exitosa, le animase a lanzarse
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directamente a la práctica con el humano, pero poder contar con su
supervisión, le aportaba confianza y seguridad en sí mismo, por lo que se
decidió a intentarlo.
Tratando de encontrar una manera de ayudar a Juan Carlos a
tomar la decisión correcta, recordó algo que había visto en el Libro Vital
de Tamenda y decidió evocarle al médico el recuerdo de aquella situación.
Para ello, envió la escena, condensada en un paquete de energía sutil,
con la forma de una pequeña bola, hacia la base del cráneo, directamente
a través del foramen magno, por conducto de la médula espinal y hasta
el centro de su cerebro, para que, empezando por sus estructuras más
profundas y por tanto más antiguas, acabase expandiéndose por toda la
masa encefálica, hasta conseguir activarle el recuerdo y hacérselo
disponible. La experiencia que vivió con Elihá cuando lo conocieron, le
resultaba ahora de gran utilidad, ya que entonces pudo apreciar con
precisión el funcionamiento físico y psíquico de este humano, al haber
estado integrado con él.
A resultas del trabajo de Niemsé, Juan Carlos recordó una ocasión
en la que, siendo un niño que aún no había cumplido los diez años de
edad, jugando con sus amigos a tirarse piedras unos a otros, en el patio
de aquel antiguo colegio en el que estaba matriculado, rompió el cristal
de una ventana, a causa de un drástico fallo en su puntería. Un profesor
que estaba por allí, los convocó muy enfadado y preguntó quien había
sido el responsable. Sabía que, si confesaba, le esperaba un castigo por
lo que había hecho y su primer impulso fue callar la culpa, pero también
sabía que, con ello, ponía a sus amigos en riesgo de padecer un castigo
colectivo, ya que, probablemente, ninguno de ellos querría convertirse en
marginado por chivato, por lo que levantó la mano.
Le sorprendió la reacción del profesor, el cual probablemente
esperaba que el culpable aprovechara que no había sido sorprendido in
fraganti, para refugiarse en el anonimato del grupo, como solía ser
habitual en estos casos. Pareció quedar perplejo ante su confesión. Elogió
su valentía y lo puso como ejemplo ante los demás, pero eso no evitó que
llamaran a sus padres para contarles la fechoría que había cometido y
reclamarles el pago de los desperfectos.
De toda esta historia, lo que más impresionó a Juan Carlos,
además de la reacción de su profesor, fueron las enseñanzas de su padre.
La conversación que ambos mantuvieron, al respecto de los
acontecimientos acaecidos en el colegio, fue la que Niemsé pudo conocer
gracias al Libro Vital de Tamenda y la que utilizó para evocar el recuerdo.
Leandro, cuando escuchó la versión de los hechos que le contó su
hijo, evitó reprenderle por lo que consideró un accidente, propio de juegos
infantiles. Por el contrario, se ocupó, él también, en alabar su reacción,
insistiendo en lo inteligente y práctico de la misma, haciéndole tomar
conciencia de que la honestidad en situaciones similares, probablemente
no evitaría el castigo por la falta cometida, como así ocurrió, pero sí
cometer una segunda, que sumada a la primera, también muy
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probablemente conseguiría agravar la pena impuesta, cuando no añadir
otra más.
Desde entonces, había tenido múltiples oportunidades de
comprobar cómo atenerse a la verdad, sea ésta la que quiera que fuese,
acaba por hacerle la vida más fácil a la persona honesta, y se asombraba
observando la absurda manera de complicársela de los mentirosos,
empezando por la tarea que se veían obligados a asumir, primero para
inventar las mentiras, y luego para recordar cual habían dicho a quien,
y todo para que al final, antes o después, siempre acabara
descubriéndose la verdad y evidenciándose la condición del mentiroso.
Este recuerdo le ayudó a decidirse: hablaría a su padre con franqueza.
-Enhorabuena. Lo has hecho bastante bien –dijo Elihá a Niemsé ¿Vamos ahora a por el padre?
-Vamos allá –contestó, estimulado por su reciente éxito.
-¿Cómo quieres hacerlo?
-¡Ah! ¿Pero voy a hacerlo yo también?
-Solo si quieres. Te estoy acompañando únicamente por si
necesitas mi ayuda, pero también puedo hacerlo yo, si lo prefieres.
-Contigo a mi lado me siento más seguro.
Por supuesto que quería. No iba a desaprovechar una ocasión como
ésta para practicar, y menos contando con la inestimable supervisión y
ayuda de Elihá. Decidió que para lo que tenía que hacer, en ésta ocasión,
lo mejor sería utilizar un sueño, por lo que fue hasta Leandro cuando
éste dormía. Los sueños que estaba teniendo en aquel momento, eran
inconexos y sin mucho sentido, de esos que el cerebro genera para su
liberación y descanso, por lo que decidió esperar por si surgía alguno que
pudiese aprovechar. Si no encontraba ninguno que considerase
adecuado, probaría a provocárselo, pero no fue necesario.
Aprovechó un sueño en el que Leandro había ido a pasear por el
parque que tenía próximo a su casa, como solía hacer a menudo desde
su jubilación, cuando el tiempo atmosférico se lo permitía, para
introducirse en él. Era un día soleado y estaba sentado en un banco, a la
sombra de un árbol, disfrutando de la buena temperatura y de la
observación del comportamiento espontáneo de las personas que por allí
pasaban. Algo muy habitual para él, en los días de buen tiempo de estos
últimos años de su vida.
Niemsé adoptó una forma similar a la que Eriastonda le había
presentado a él mismo, en el momento de su tránsito, pero más sólida,
con un aspecto totalmente humano, para evitar distraer la atención de
Leandro de lo que realmente importaba. Se le acercó en forma de anciano
con buena salud, largas barbas y melena blanca, y vestido con una
túnica, como había hecho Elías con él, porque este aspecto se ajustaba
en su cultura al estereotipo de hombre sabio, ducho y curtido en
experiencia vital. Niemsé necesitaba que prestara atención a lo que tenía
que decirle y mostrarle.
-¿Puedo sentarme? –le preguntó, sonriente.
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-Por supuesto –contestó Leandro, lo que dio pie a Niemsé para
iniciar una conversación con él.
-¿Qué tal va esa salud?
-Pues no demasiado bien. Me han dicho que me voy a morir.
Niemsé rió a carcajadas. Se sorprendió haciendo con las respuestas
de Leandro, lo mismo que Eriastonda, cuando lo conoció como Elías,
había hecho con las suyas como Arturo.
-¡Pues valiente profeta está hecho quien te lo ha dicho!
Con esta respuesta consiguió hacer sonreír a Leandro.
-Sí, pero no da gusto saber que lo tienes tan cerca.
-Bueno, todo depende del punto de vista. Grandes hombres
culminaron la obra de su vida poco antes de morir. Évariste Galois, por
ejemplo, un célebre matemático francés, cuyos trabajos sobre álgebra
abstracta dieron pie a la teoría que lleva su nombre y que murió sin haber
llegado a cumplir los 21 años, la noche anterior, convencido de la
inminencia de su muerte al día siguiente, la pasó escribiendo su mejor
obra matemática, la cual le hizo pasar a formar parte, por derecho propio,
de los anales históricos de esta ciencia.
-Pues yo, ni soy matemático, ni soy un gran hombre.
-Van Gogh, Marco Polo, Johannes Gutenberg, o Gregor Mendel, por
poner unos pocos ejemplos, tampoco se consideraban, ni matemáticos,
ni grandes hombres, pero la humanidad tiene mucho que agradecerles.
-No es mi caso.
-Eso pensaban ellos también.
-Bueno, da igual. De todos modos, yo voy a morirme dentro de
poco.
-Ese asunto también depende del punto de vista.
-La muerte solo tiene un punto de vista. Te mueres y ya está. Se
acabó. Punto.
-Sí, se acaba tu vida como humano, pero tú, ni naciste aquí, ni tu
vida terminará aquí.
Leandro miraba ahora a Niemsé con el ceño fruncido.
-¿No me crees? ¿Te gustaría recordar cómo es tu mundo,
realmente?
Cuando Niemsé salió del sueño de Leandro, Elihá volvió a felicitarlo
por su trabajo.
-No cantemos victoria todavía. Ésta tan solo ha sido la primera
inducción, con la intención de conseguir motivarlo para iniciar la tarea.
No solo habrá que esperar para ver los resultados, sino que, en caso de
que se decida a empezar, habrá que seguir ayudándole hasta que la acabe
–le contestó Niemsé, con humildad.
-Sí, es cierto, pero hasta aquí lo has hecho bastante bien. Creo que
en adelante será mejor que trabajes solo, para que puedas comprobar de
lo que eres capaz, sin necesitar apoyarte en mí. No obstante, estaré a tu
disposición siempre que me necesites. Si consigues ayudar a Leandro a
culminar con éxito ésta tarea, su trabajo se sumará al de otros muchos
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en la misma dirección: el despertar de una nueva conciencia para la
humanidad.
3.14. Al tercer día.
Abrió los ojos. A pesar de lo que le costó conciliar el sueño, Leandro
había conseguido dormir mucho y bien, lo que confirmó por la hora en
su reloj de pulsera. Se sorprendió al comprobar que eran casi las nueve
de la mañana, lo que significaba también, que Juan Carlos ya se habría
marchado.
No acostumbraba a levantarse tan tarde, como tampoco a quedarse
en la cama una vez despierto, pero hoy, en lugar de incorporarse nada
más despertar, se quedó allí tumbado, recordando los sueños que había
tenido.
El que tenía presente era un sueño muy extraño, que recordaba
nítidamente por la gran impresión que le había causado mientras estuvo
en él y que todavía se mantenía viva, aún después de haberse despertado.
Soñó que estando en el parque, en lo que parecía un día como otro de
tantos, se le sentó al lado un anciano desconocido, que dijo llamarse
Niemsé y que le acabó mostrado lo que, según él, nos esperaba a todos
después de la muerte.
Lo vivido allí, le había parecido tan real, y lo que había visto tan
maravilloso, que aún estaba extasiado por la experiencia. El sueño había
calmado todos sus miedos y preocupaciones, causadas por la noticia que
ayer por la mañana le dio su hijo.
Ese día habían vuelto a comer al Fogón de Ignacio, en lo que le
pareció un intento por parte de Juan Carlos, de aportar algo agradable a
la jornada, a fin de mitigar en lo posible la desagradable fatalidad de lo
que había tenido que contarle, pero ésta vez, ni la comida les resultó tan
sabrosa, ni la conversación tan animada como en el día anterior.
Hubo largos silencios, incómodos para ambos, y las lágrimas se
asomaron a los ojos de ambos en más de una ocasión, hasta que Juan
Carlos se marchó al hospital, a la búsqueda de soluciones para los recién
descubiertos problemas de salud de su padre, por medio del consejo y la
opinión especializada de los neurocirujanos. Leandro, por su parte, se
había quedado solo en la casa, por lo que tuvo casi toda la tarde para
darle vueltas al asunto. Fueron muchas las que le dio. Tantas, que acabó
mareado.
Lo que peor le sentaba de todo esto era que, después de haber
conseguido superar un cáncer y tras toda una vida de trabajo, cuando
por fin creyó que podría disfrutar de la que le quedaba con tranquilidad,
con su economía asegurada por una escasa pensión, pero compensada
por el alquiler de un piso que su mujer había recibido en herencia años
atrás, el ahorro que suponía la propiedad del que habitaba, y los
dividendos de las acciones en las que había invertido, aprovechando su
trabajo en el banco, y tras haber conseguido adaptarse a la soledad que
le sobrevino con su viudedad, el tiempo se le acababa. Aunque hacía
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muchos años que solo visitaba las iglesias para bodas, entierros, o
bautizos, era creyente, pero hubo momentos en los que llegó a dudar de
la existencia de un Dios, que era capaz de hacerle una jugarreta como
esa.
Estuvo buscando información en internet sobre el glioblastoma y
no le gustó lo que encontró. La información que pudo recabar allí,
ratificaba lo que ya le había dicho su hijo, acerca del mal pronóstico de
este tipo de tumores, en pacientes de su edad. Al parecer, con mucha
probabilidad, estaba condenado. Era muy escaso el porcentaje de
enfermos con más de cincuenta años, que lograba sobrevivir. A pesar de
ser operados y sometidos después, a agresivos tratamientos de radio y
quimioterapia. Había leído, también, sobre las diferentes técnicas
quirúrgicas, y sobre tratamientos alternativos y experimentales, pero
tales noticias no aportaban mucho consuelo a sus expectativas de futuro
inmediato.
Cuando volvió Juan Carlos, estuvieron barajando la nueva
información que traía, fruto de las conversaciones con sus compañeros
de neurocirugía. El tumor no era muy grande y aún no había apenas
manifestaciones clínicas, salvo por lo que todo el mundo decía que había
sido una alucinación, de modo que se inclinaban por la cirugía, y cuanto
antes, mejor.
Respecto a lo de la supuesta alucinación, ahora estaba seguro de
que no fue tal. Hubo momentos en los que llegó a dudar de la realidad de
su experiencia, al saber que podía tratarse de uno de los síntomas del
tumor cerebral que padecía, aunque siempre pensó que si así fuera ¿por
qué aquel muchacho se quedó tan impresionado, cuando llegó hasta el
coche, como le pasó a él mismo? ¿Y qué pintaban allí aquellas ropas, tan
extrañamente dispuestas, y aquellos zapatos con los calcetines colgando?
La explicación a todo eso y la confirmación de que lo que había vivido no
fue ninguna alucinación, se la dio Niemsé. Según le dijo, él era la persona
que estaba dentro de aquel coche y que acabó desvaneciéndose como el
humo.
Uno no podía fiarse de los sueños, ya que todo el mundo sabía que
eran pura fantasía y que, como mucho, podían considerarse una realidad
paralela, pero aquellas líneas paralelas estaban tan próximas la una a la
otra, que se solapaban hasta fundirse en una sola: la realidad que había
vivido tres días antes.
Por más extraño que pareciese, todo coincidía y encajaba a la
perfección. No obstante, no lo discutió con su hijo cuando éste volvió del
hospital, confirmándole la buena disposición de sus compañeros, para
empezar cuanto antes con los protocolos. Le dejó hablar y no fue hasta
ya avanzada la comida, cuando encontró la ocasión para hacerlo
Mientras lo esperaba, había pasado toda la mañana entre
búsquedas en internet y meditaciones al respecto de su sueño, de la
gravedad de su recién descubierto estado de salud, y de cómo encajarlo
todo. Después de mucho pensarlo, al fin encontró una opción que le
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pareció la mejor de todas, con diferencia. Ésta opción, no solo le había
devuelto la ilusión por la poca o mucha vida que pudiese quedarle, sino
que además, había conseguido incrementársela muy por encima de la
que pudiera haber tenido tres días antes.
Esa mañana, cuando Juan Carlos llegó del hospital, después de
cumplir con su turno de trabajo y antes de que tuviera oportunidad de
abrir la boca, ya lo estaba esperando, con un plan de acción bien
elaborado.
-Venga, que nos vamos. He reservado otra vez una mesa en el
Fogón de Ignacio, que ayer nos fuimos de allí con muy mal sabor de boca.
-Papá, a mi no me apetece mucho ir a comer otra vez allí. Además,
vengo reventao.
-Pues por eso precisamente, para que te relajes y te distraigas.
Venga, que nos vamos.
-Uffff… ¡Papaaaa!
-¡Ni papá, ni mamá! ¡Que nos vamos! Por cierto, te aviso que he
hablado directamente con Nacho y hemos quedado en que aleccionaría
al maître para no cobrarte, así que ni lo intentes.
-Y habrás sido capaz.
-¡Digo!
Aquella euforia sorprendió a Juan Carlos. Él estaba a punto de
entrar en depresión profunda, y su padre parecía más contento que un
ladrón, recién nombrado en funciones de tesorero. A pesar de todo, de
camino al restaurante, le estuvo contando lo que había hablado con el
jefe del servicio de neurocirugía, quien, por cierto, ya estaba en
antecedentes, porque su amigo David, y hasta su propio jefe de servicio,
ya se le habían adelantado. También aquí le sorprendió la firmeza y
seguridad, con la que su padre se negó a aceptar el programa, que tan
cuidadosamente habían urdido para él entre todos, pero no fue hasta que
llegaron al restaurante, durante la comida, cuando le explicó los motivos
que le impulsaban a ello.
-Mira Juan Carlos, llevo desde ayer dándole vueltas sin saber qué
hacer, pero esta mañana he tomado la decisión. El sueño que ya te he
contado que he tenido esta noche, me ha dado una idea que me ha
ayudado a decidirme.
-Pero papá, no puedes tomar una decisión como esa, basándote en
un sueño.
-Pues te aseguro que sí. Me gustaría que pudieras haber visto lo
que yo he visto y sentir lo mismo que yo sentí. Esa paz que allí había, me
ha hecho perder todo el miedo a la muerte.
-¡Pero papá, que es solo un sueño!
-Si, tienes razón, pero es difícil de explicar. Era todo tan real…
-Pues claro, como en todos los sueños, y además es posible que
todo eso pueda deberse también al tumor.
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-No sé explicártelo, pero yo sé que no, como también he sabido
siempre que aquello que vi, no fue una alucinación, y ahora tengo la
confirmación.
-Pero papá, si no te operas, es una muerte segura.
-Y si me opero también.
-Te equivocas. Hay una posibilidad. Pequeña sí, pero real.
-Sí, y como tú bien dices, es solo una posibilidad y además
pequeña, por no hablar de todo lo que eso supone. De todos modos, a lo
que me refiero, es a que tú, por tu profesión, sabes mejor que nadie que
la muerte es inevitable y que todos acabaremos desfilando por ahí, antes
o después, pero tras mi experiencia de esta noche, te aseguro que no es
nada tan dramático como nos creemos. De hecho, lo que nos espera más
allá, es mucho mejor que lo que dejamos aquí.
-¡Papá, no digas tonterías! No puedes rendirte tan fácilmente.
-No son tonterías y tampoco es una rendición. Es una decisión muy
meditada. Como tú mismo dijiste ayer, las operaciones en el cerebro, a
veces dejan importantes secuelas, pero en el supuesto caso de que todo
vaya bien, nadie me libra de la quimio, ni de la radioterapia, y ya sabemos
todos de qué va eso y lo mal que se pasa, y yo necesito tener mi cerebro
en buenas condiciones para lo que tengo que hacer.
-Bueno ¿Y qué es eso tan importante que tienes que hacer?
-Escribir un libro.
-¡¿Qué?!
-Lo que has oído: escribir un libro. Parece que, al final, no vas a ser
tú el único escritor de la familia.
-¿Y un libro, de qué?
-Pues no lo sé muy bien todavía, pero tanto si es real como si no,
el sueño que tuve anoche calmó todos mis miedos y me abrió un montón
de nuevas perspectivas, no solo respecto a la muerte, sino también
respecto a la vida misma. He pensado que, por lo menos, puede ayudar
a hacer lo mismo, con quienes se encuentren en una situación como la
mía.
Juan Carlos pensó que, al fin y al cabo, aquella no era una decisión
tan descabellada, no tanto por lo del libro, que si servía para mantener a
su padre ilusionado y activo, bienvenido era, como por evitarle todo el
sufrimiento que sabía que llevaría aparejado, el someterse a una
operación como la que le esperaba, y a todo lo que vendría después. Él
mismo, ya había calibrado esa posibilidad anteriormente.
-He pensado firmarlo con un pseudónimo –seguía diciendo
Leandro.
-¿Y eso por qué?
-No lo sé. Quizás porque yo no soy lo importante, sino lo que tengo
que contar. Hasta tengo pensado el nombre: Policarpo Ariztimuño.
-Pues vaya nombre más raro que te has ido a buscar.
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-Sí, pues por eso. He buscado uno que sea poco frecuente para
pasar desapercibido, evitando en lo posible que el nombre del autor,
pueda coincidir con el de alguien real.
-Pues si lo que quieres es pasar desapercibido, me parece que con
ese nombre, vas a conseguir justo lo contrario y aún así, todavía es
posible que ande por ahí dando vueltas algún Policarpo Ariztimuño. De
todos modos, ese nombre que has elegido, canta a pseudónimo rebuscado
más que un camión de la basura.
-¡Caramba! Pues no lo había pensado así.
-¡Pues claro! Si quieres anonimato, búscate uno vulgar y corriente,
como Pepe, o Manolo ¡Y anda que el apellido! Ariztimuño. No López, ni
García, Pérez, o cualquier otro, de esos de los que hay por ahí a miles.
-Oye, pues puede que tengas razón ¡Ya está! Tú lo has dicho: será
José Manuel López.
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Epílogo.
- Enhorabuena. Lo conseguiste.
Quien así le hablaba, era Saemtilu, el Maestro del grupo de almas
del que Tamenda formaba parte. Leandro, el humano en el que se había
encarnado esta última vez, acabó muriendo con el cerebro devorado por
un glioblastoma y Tamenda, el espíritu residente en aquel cuerpo, regresó
a su mundo de procedencia. Allí le esperaban Saemtilu y Niemsé para
recibirlo, lo que le sorprendió. Esta vez, su retorno estaba siendo algo
diferente a los anteriores.
Para empezar, al separarse del cuerpo de Leandro, se desprendió
también y casi al mismo tiempo, del olvido original, recuperando los
recuerdos de sus orígenes, antes incluso de entrar en el túnel. También
su tránsito por el túnel había sido diferente ahora, y a la salida, en lugar
del habitual encuentro con algunos de los amigos de su grupo de estudio,
encarnados como familiares durante el mismo periodo y regresados antes
que él, se encontró con su Maestro y con Niemsé.
Para colmo, nada mas llegar, le dan la enhorabuena. Otra sorpresa
más, porque Saemtilu no era precisamente de los que se prodigaban en
elogios, por lo que aquel reconocimiento expreso del éxito de su misión,
valía su peso en Amor, viniendo de él.
No es que aquella hubiese sido la misión más importante de su
pasada vida como humano, pero sí que había sido la última. Comprendió
que si Saemtilu la sacaba a colación, era con la intención de evidenciarle
cómo el empeño en una tarea, puede llevarnos hasta la meta propuesta,
por más difícil que pueda parecernos, o por más lejana que se nos antoje.
-Lo conseguimos entre todos –le respondió, mirando a Niemsé.
-Sí, pero tú fuiste quien lo materializó allí –dijo Saemtilu.
-Eso es cierto. Bueno, pues gracias.
Tamenda agradecía el reconocimiento de su Maestro, aunque no
entendía muy bien el por qué. Saemtilu era serio y estricto. No se
prodigaba mucho en explicaciones, con lo que conseguía que sus
aprendices se viesen impelidos a reflexionar por sí mismos, y sacar sus
propias conclusiones de las enseñanzas y experiencias que procuraba
proporcionarles. Hasta el punto de llegar a resultar críptico, en ocasiones.
Como ahora.
De lo que estaba seguro, era de que eso de esforzarse en una tarea
hasta lograr el éxito, no se refería a los aspectos literarios del libro que
había conseguido escribir al final de su vida. Siempre consideró que tal
mérito no era suyo. Él había sido tan solo el instrumento, el interfaz, del
que Niemsé se había servido para materializarlo. Pensó que, quizás, a lo
que se estuviese refiriendo su Maestro, fuera al calvario que pasó, hasta
que encontró la fórmula que más le satisfizo para darle difusión.
Sospechaba que tampoco en esta tarea había estado solo.
Escribirlo no le pareció tarea tan difícil, como sorprendente. El
texto más complejo que había conseguido escribir hasta entonces, había
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sido alguna carta que otra, cuando aún se hacían esas cosas, antes de
que el correo electrónico sustituyera al literario, pero para esta última
tarea importante de su vida, había contado con la inestimable ayuda de
una musa muy especial: Niemsé. Lo que sí que le había costado bastante
más trabajo, fue conseguir sacarlo a la calle.
Leandro era un Don Nadie en el mundo de las letras. Un perfecto
desconocido, además de desconocedor de los entresijos del mundo
editorial. Cuando terminó de dar forma al manuscrito, se enfrentó a la
tarea de sacarlo a la luz pública, y sí ya le había impresionado haber sido
capaz de articular todo lo que incluyó en el relato, con un texto
medianamente coherente, encontró después que la tarea de conseguir su
publicación, empequeñecía y mucho a la literaria.
Lo primero que se le ocurrió, fue mandarlo a un concurso y ahí
recibió su primer rechazo. Buscó en internet, entre los premios de novela
más prestigiosos, aquel más próximo a su celebración, y allí que mandó
su obra. En su inocencia, consideró en un primer momento, que la
aceptación del manuscrito a concurso, ya era un primer paso importante
que reflejaba que, al menos, ésta tenía calidad suficiente, como para ser
tomada en consideración. Pero la continuación de sus investigaciones por
la red, acabó por desvelarle la cruda realidad: en aquel tipo de premios,
se aceptaban todos los manuscritos que se recibiesen ajustados a las
bases, y cuantos más mejor, para poder vanagloriarse luego la editorial,
del prestigio de su premio, que hacía que año a año aumentase el número
de los recibidos. Y luego estaba la supuesta imparcialidad del jurado.
Había encontrado noticias, de algún que otro escritor de prestigio, que
había denunciado públicamente la oferta que alguien le hizo de
garantizarle el premio si presentaba un manuscrito sobre un tema
determinado.
Visto lo visto, inició entonces su peregrinaje por el mundo editorial.
Se sirvió para ello, una vez más, de la bestia parda. Buscó las páginas
web de aquellas editoriales que recordaba como lector, y allí recibió su
segundo baño de agua fría. La mayoría de ellas, insistían en su negativa
a aceptar manuscritos no solicitados.
No obstante, encontró algunas que parecían mostrar algo de
capacidad para ir más allá del puro y duro lucro comercial, abriendo sus
puertas a todos aquellos autores que creyesen tener algo digno de ser
publicado, lo que dio algo de luz a sus esperanzas. Pero la información
que incluían la mayoría de éstas, al respecto de los plazos para dar una
respuesta al autor, si bien no le impidió intentarlo, sí que le conminó a
seguir buscando. Los tiempos de espera variaban entre los tres y los seis
meses, y él tenía prisa. El tumor que padecía estaba alojado en su
cerebro, y aunque por aquel entonces aún no había dado la cara con una
sintomatología importante, sabía por su hijo Juan Carlos que cuando lo
hiciese, era muy probable que acabase afectando gravemente a sus
funciones cognitivas.
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En sus múltiples búsquedas como internauta, se alegró al
encontrar algunas páginas web de supuestas editoriales, que se ofrecían
expresamente a publicar la obra de autores nóveles, pero nuevas
búsquedas, junto con la sorprendentemente pronta respuesta de todas
ellas, acabó evidenciando su verdadera naturaleza: en realidad, se
trataba de empresas nacidas para lucrarse con la ilusión de todo autor
por ver publicada su obra. De la respuesta de algunas de ellas, podía
deducirse que ni tan siquiera se habían molestado en leer el texto.
En los contratos que le propusieron estas editoriales,
eufemísticamente llamados de coedición, él acababa pagando los costes
de su propio trabajo como escritor y aunque decían ofrecerle una
distribución digna de un best seller, las opiniones que encontró en los
diferentes foros que visitó, de autores incautos que habían mordido el
anzuelo, demostraban que su negocio consistía en cobrar del escritor y
una vez hecho esto, todo su esfuerzo por la distribución, si acaso, se
limitaba a enviar un ejemplar del libro a quien lo solicitase. Con todo,
hubo también alguna editorial que otra, que aún conservando algún
resquicio de su función como difusora de cultura, pero sin merma alguna
de su carácter mercantilista, y animada por la crisis económica y la
consecuente bajada de las ventas, se había apuntado al eufemístico carro
de la coedición, ofreciéndole un contrato de este tipo.
Leandro estaba muy lejos de considerarse un escritor profesional y
su único interés era la difusión de los mensajes incluidos en el libro, cosa
que entendió que no le garantizaba, en absoluto, ninguna de las ofertas
recibidas hasta entonces, y mucho menos la autoedición, con la que todo
lo que podría conseguir, al igual que con la coedición, es que su libro lo
leyesen tan solo sus cuatro amigos y familiares. Había descubierto que la
mayor parte del éxito, en la difusión de cualquier obra de un autor novel,
dependía muy mucho del propio autor, pero contar con el respaldo de
una editorial seria y responsable, era sin duda, una ayuda imprescindible
para conseguir que la obra saliese del círculo familiar.
Otra opción de la que tuvo conocimiento, gracias a sus
investigaciones como internauta, fue la de los agentes literarios. Ni tan
siquiera sabía que tal figura profesional pudiera existir, pero su
descubrimiento tampoco le fue de mucha ayuda. Acabó comprendiendo
que estos profesionales, imbuidos del mismo espíritu mercantilista que
las editoriales, hacían su negocio con los autores que vendían libros y no
con los aspirantes, por lo que, en consecuencia, su interés se centraba
en autores ya consagrados, ignorando a los nóveles.
Encontró también la posibilidad de publicarlo en internet, a través
de empresas que se dedicaban expresamente al libro electrónico, pero le
repelía que la bestia parda acabase fagocitando también a su obra, sin ni
tan siquiera haberle dado antes la oportunidad de pasar por el soporte
del papel, ya que había leído en alguna parte, que ninguna editorial
querría sacarlo a la calle, si es que llegaba a alcanzar el éxito en la red,
entre otras cosas, porque las ventas en formato papel, ya no serían
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entonces tan rentables, y eso sin contar con las complicaciones legales,
que se añadían al cambio de ISBN. Al fin y al cabo, una editorial, por más
interesada en la difusión de la cultura que pudiera estar, no dejaba por
ello de ser una empresa, y cuanto mayor su tamaño, mayor su inmersión
y contaminación del mundo comercial. Pero es que, además, Leandro era
ambicioso en lo que a la búsqueda y captura de lectores se refería. No se
conformaba con aquellos capaces de leer en su idioma materno. Aspiraba
a que su libro pudiese ser traducido a las diferentes lenguas, para
ampliar así, aún más, su difusión, y para eso creía necesaria una edición
tradicional. Pero el tiempo avanzaba imparable, su enfermedad también,
y el libro seguía parado en el disco duro de su ordenador. Hasta que se
le encendió la bombilla.
Una mañana, mientras desayunaba absorto en la desesperación
por no encontrar editor, lo entendió. Había caído en la trampa. Como
tantas otras veces en su vida, estaba siguiendo al rebaño y dejándose
llevar por él, sin ni tan siquiera cuestionarse si era ese el camino que
quería seguir, o en cambio, el que se suponía que debía seguir.
Lo tenía bien sabido. Tanto que para él se había hecho automático.
Toda una vida trabajando para una de las empresas emblemáticas del
sistema social establecido, le había domesticado, hasta el punto de
nublarle la razón. De pronto, se dio cuenta de que, una vez más, estaba
actuando como se esperaba que todo “hombre de bien” debiera hacerlo,
pero ¿Por qué hacerlo así? Ni se consideraba escritor, ni buscaba dinero,
ni fama. Tan solo buscaba lectores, lo que le permitía prescindir de todo
lo demás. Comprendió que, inconscientemente, se estaba dejando llevar
por el materialismo y los intereses comerciales al uso, que todo lo
impregnaban y ensuciaban, siendo que sus motivaciones eran muy
diferentes.
¡La bestia parda! Su antipatía ambivalente por ella, le había llevado
a despreciarla. Ahora entendía que podía utilizarla a su favor. Se dio
cuenta de que podía servirse de ella y así lo hizo: registró la obra y la
lanzó a la red, para que se distribuyera libremente. Se sintió liberado.
-Has hecho bien ese trabajo –le dijo Saemtilu. –Y ahora que has
vuelto ¿Qué quieres hacer?
¡Había tantas cosas que quería hacer! Había pasado toda una vida
en la Tierra, con el fin de experimentar, para seguir aprendiendo y
evolucionando. Lo había hecho. Ahora tenía que integrar todo aquello y
después, si lo hacía bien, quizás consiguiese trascenderlo pronto. Supo
qué contestar.
-Pues pasar por el Consejo.
-¿Ahora?
-Cuanto antes mejor.
-Tú mismo.
--o--
- 197 -
Si le ha gustado lo que ha leído, quizás le apetezca considerar la
opción de compartirlo, mejor que la de quedárselo para sí. El comité de
redacción agradece su contribución a la difusión de esta obra.
Link de descarga libre y gratuita en:
https://eitelogia.blogspot.com
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