-0- Abrió los ojos Un relato fantástico… o quizás no tanto. Obra que consta en el Registro General de la Propiedad Intelectual con el número de asiento 04/2018/1822, expediente MA-00213-2018. El autor invita expresamente a la libre difusión del contenido de esta obra (revisión de la original) por cualquier medio y con la única condición de que no se genere ningún tipo de transacción económica por su causa. Link de descarga libre y gratuita: https://eitelogia.blogspot.com Foto de portada: NASA PIA09962_hires -1- -2- INDICE Capítulo 1. Procesos de Evolución. 1.1 El imprevisto …..……………………..….…….…………..……..……6 1.2. El atasco ……………….….……….......…………….....…….………9 1.3. La desaparición ………………………...….…...…......….………..15 1.4. El bar de Pedro ….………….…..…….……..…..………………….20 1.5. El chaval ……………….……….………………..….………………..22 1.6. La Puri …………………………………………..……………………..25 1.7. El policía local ………..……………………..……………..............29 1.8. La voz …………..…………….…….………….…….…………….…..83 1.9. Las meditaciones de Leandro …..……..….…..…..………………38 1.10. Niemsé ……………………….…..……..……..…..………………..40 1.11. El instituto …………………………..……………………………...45 1.12. Morriña .……...……………….….……...………………..............49 1.13. Marta …………..…………………….….………..………………….52 1.14. La hija de Marta ……….................…………………..………….55 1.15. Elías …..……………..……….………….…………………………..57 1.16. “Chico” ………………………………..…………..………………….60 Capítulo 2. Procesos de Integración. 2.1. Mandelbrot, Bateson, y los puzles …………….…….……………64 2.2. Padre e hijo …………………………………………....…....………..71 2.3. Matrioskas y cuerpos enguantados ….…………………………..75 2.4. La escuela ……..………………………..…....…..………………….80 2.5. Buscando a Arturo ……………………..……….………….……….91 2.6. Elihá …………………………………………..………….…..…….…95 2.7. Lucia ……………………………………..………….…………….…102 2.8. Los novenarios ………..………………..…..…….………….….…105 2.9. Dos Maestros …………..………………..…..……………………..112 2.10. Haciendo cuerdas ………………….….…...………….…………114 2.11. El cumpleaños …………………………..………………..……...118 2.12. La cadena de montaje …………………....……………………..122 2.13. La denuncia ………………………………….…………….….…..128 Capítulo 3. Procesos de Trascendencia. 3.1. El nacimiento ..………………………………………….………….132 3.2. Por fin noticias …..……..………………………….………………135 3.3. Vuelta a casa .…..……..….……………………..……..………….138 3.4. En el hospital .……………………………….…………..………….141 -3- 3.5. El Consejo de Filósofos .………………….….…………..…….…148 3.6. La sobremesa .…………..……………………………….…………153 3.7. La misión …………………..………….………….………………....156 3.8. El escáner …………………..……….….………………………..…162 3.9. Akasha ………………………..….………………………………….168 3.10. El diagnóstico ……………..………….….…………….…..….…172 3.11. Con los amigos ……………..…….……………………………….176 3.12. Amor paterno filial .……………….…………..………………….179 3.13. Inducción ………………….…..……………….…………….……184 3.14. Al tercer día .……………………………………………………….189 Epílogo……..……………………………………………………………….194 Bibliografía………………………………………………………………...199 -4- Advertencia al lector o lectora atrevidos: Tras arduos esfuerzos tratando de hacerlo coincidir con la realidad y fruto final de ellos, todo lo que he podido conseguir, ha sido el relato que sigue a continuación y que, bajo su estricta responsabilidad, usted se dispone a leer tan valientemente: pura ficción. No obstante, es posible que, a pesar de mi declarada incompetencia y gracias a alguna extraña causalidad, de esas que a veces ocurren en la vida, alguien pueda encontrar en él algún hecho, o personaje real. De ahí el subtítulo. Al menos en parte. Con todo mi agradecimiento y más humilde reconocimiento a Niemsé, Elihá y todos los demás que lo han hecho posible. El autor -5- Capítulo 1. Procesos de Evolución. 1.1 El imprevisto. Abrió los ojos. Necesitó unos segundos para familiarizarse con el mundo real. Cuando acabó de tomar conciencia de que había hecho el tránsito desde el sueño a la vigilia, miró la hora en el aparato que hacía las funciones de despertador, que estaba programado para las seis y media. Eran las seis y veintidós. Su despertador interno se había adelantado tan solo ocho minutos, respecto a la hora que había fijado en ambos para levantarse, antes de quedarse dormido. Llevaba algunas semanas de entrenamiento para independizarse de la tecnología, por medio de la activación de sus propios recursos personales. Para ello, al irse a dormir y una vez en la cama, visualizaba una esfera de reloj, en la que ajustaba mentalmente la hora a la que quería levantarse a la mañana siguiente, pidiendo amablemente a su subconsciente que se sirviera devolverle, para entonces, a eso que llamamos el mundo real, pero como medida de seguridad, seguía conectando el despertador electrónico. Sabía que aún necesitaba depurar la técnica, porque su subconsciente, solícito y precoz, solía despertarle alrededor de diez o quince minutos antes de la hora que fijaba también en el de su mesita de noche, por si acaso. Tal como iban pasando los días, con la práctica, estaba consiguiendo que su despertar se fuera ajustando, cada vez de forma más precisa, a la hora que programaba en su mente. -¡A funcionar! -se dijo. Se incorporó con brío, como solía hacer casi todas las mañanas, hasta quedar sentado en el filo de la cama. Desconectó la función de alarma del despertador, para evitar que empezara a sonar y sacara del sueño a Marta, su compañera, que dormía a su lado. Embutió los pies en las zapatillas que habitualmente dejaba dispuestas al efecto la noche anterior, justo en la posición en la que solían quedar sus pies al levantarse, y buscó la bata que usaba para andar por casa. Se dirigió después, directo, al cuarto de baño, con la intención de gratificar a su vejiga, por haber aguantado heroicamente toda una noche sin reclamar su atención y, a la vez, aliviar también sus intestinos. De allí, tras lavarse las manos, a la cocina, para preparase la habitual infusión de manzanilla, limón y miel, mientras repasaba mentalmente las tareas asignadas a esa mañana, antes de la ducha, y todo ello procurando hacer el mínimo ruido posible, para no despertar a nadie. Así empezaba su rutina diaria Arturo Briones, una vez más, aquel lunes de finales de mayo. Un día de primavera, que se presentaba con la familiaridad de cualquier otro y que, como tal, estaba transcurriendo. Hasta que tomó conciencia de aquel olor. Viajaba ya en su coche, camino del trabajo, a poco de haber salido de su casa, circulando por la larga avenida que discurría paralela a la calle en la que desembocaba la salida de su garaje y que recorría la ciudad -6- por el lado sur. En ese momento, estaba parado en el carril derecho, frente a un semáforo en rojo, cuando, de pronto, se dio cuenta de que allí dentro olía raro. Algo parecido a ese sutil olor metálico, que puede percibirse en el aire en los días de tormenta, antes de que se arrancara a llover. Solo que éste, no tenía nada de sutil. No era normal, y más con la primavera tan seca que se estaba padeciendo ese año, que había conseguido mantener los cielos de la ciudad limpios de nubes, desde hacía ya más de tres semanas. Además, allí, sobre el asfalto, rodeado de acero y hormigón, y con las ventanillas subidas. Definitivamente, eso no era normal. -(¿De dónde viene este olor?) –pensó intrigado. Aprovechando que estaba parado, bajó la vista con la intención de recorrer con ella los bajos del coche, a la búsqueda del origen de aquel extraño aroma. Siguiendo el principio de la navaja de Ockham, como él mismo gustaba decir, la opción más sencilla e inmediata a considerar, era que la causa estuviese allí dentro. -¡Coño! Esta vez sí que habló. Abrió los ojos todo lo que pudo, como para asegurarse de que la imagen con la que se había encontrado allí abajo, tenía sitio suficiente para entrar por ellos sin pérdida de detalle, llegar libremente a la retina y desde allí, a su cerebro, de modo que éste pudiera hacer con mayor facilidad, un análisis lo más exhaustivo posible de la misma, y del que esperaba que pudiera ser capaz de ofrecerle alguna explicación razonable para lo que estaba viendo. Sus zapatos yacían sobre las alfombrillas, pero sus pies no estaban dentro. De cada uno de ellos, sobresalía un calcetín vacío. Y al pantalón le pasaba algo raro: el bajo flotaba, como lo hace la pernera de un pantalón, cuando no tiene pierna dentro. Solo que éste tenía pierna, al menos hasta algún punto por debajo de la rodilla. De pronto lo entendió y se aterrorizó. Su cerebro acababa de encontrar la explicación que le había pedido ¡Sus piernas estaban desapareciendo! No sentía dolor, ni ninguna otra sensación fuera de lo normal, salvo aquel olor, pero lo cierto era que ya se había quedado sin pies y sin la parte inferior de sus piernas. Necesitó superar su propia capacidad de asombro, para creer lo que estaba viendo. Ante la incuestionable evidencia de aquella escena, una vez conseguido creerlo, aunque no por ello entenderlo, pudo volver a activar sus funciones perceptivas periféricas y prestar atención a lo que pasaba en el mundo exterior, saliendo de su estupor con la inestimable ayuda que le proporcionó el estruendo que estaba escuchando. El semáforo se había puesto en verde, sabe Dios cuando, y los coches que habían quedado atrapados detrás del suyo, estaban sacando lumbre de sus bocinas, en un intento desesperado por convencerle para que reiniciase la marcha. Comprendió que, abducido por la impresión que le había causado lo que acababa de ver, no se había dado cuenta de que el semáforo se -7- había abierto y su tardanza en arrancar impacientaba a los conductores que pretendían seguir circulando, detrás suyo. Con la rapidez con la que uno ejecuta un acto, ya casi totalmente automático, movió sus piernas para pisar embrague y acelerador, poner primera, y salir de allí lo más rápidamente posible. Pero, aunque él tenía conciencia de cómo se movían sus piernas, la presión que sintió en la planta de los pies cuando pisó los pedales, no fue la de siempre. Notó sus pies en los pedales, pero también que las sensaciones que ahora recibía de ellos, eran extrañamente diferentes a las habituales. No pudo dedicar mucho tiempo a pensar en eso, porque cuando intentó encajar la primera marcha en el motor, acuciado por el aluvión de bocinazos que escuchaba a sus espaldas, éste se quejó más que abruptamente, con el ronquido que le es característico a las cajas de cambio de estas máquinas, cuando alguien intenta que engrane una marcha sin que el pedal del embrague esté pisado. Empujó y empujó el dichoso pedal con su pie izquierdo y comprendió que, de alguna manera, aunque siguiera habiendo pie, éste ya no estaba, o al menos no funcionaba como siempre, porque no conseguía accionar el dichoso pedal. Algo extraordinario le estaba pasando. Se había quedado sin pies y ahora se estaba quedando sin piernas. Un sentimiento de terror le invadió ¡Sus piernas estaban desapareciendo! Al volver a mirar abajo, comprobó que ya le faltaban éstas, hasta más allá de medio muslo. Y los otros conductores, que no paraban de hacer sonar sus cláxones. -¡Venga hombre, qu’es pa hoy! –Le gritaba el que tenía justo detrás, al que pudo ver por el espejo retrovisor, sacando la mano izquierda y la cabeza por la ventanilla. La gente se estaba agrupando en la acera, tras las barandillas metálicas de protección, que en aquel tramo había instalado el ayuntamiento en los bordillos, con la intención de evitar el cruce indebido de peatones imprudentes. Lo hacían atraídos por la curiosidad, tratando de averiguar la causa de aquel escándalo. Pudo observar los gestos en los rostros de los mirones, justo antes de dar con la frente en el volante. Arturo intentó mantenerse erguido, pero no lo consiguió. Cayó de lado, hacia su derecha, y fue entonces cuando se dio cuenta de que se había quedado ya sin ese culo suyo, que hasta entonces le había permitido mantenerse sentado. -¡Socorro! –chilló, con los ojos desorbitados, en un nuevo intento, como le ocurrió cuando no pudo encontrar sus pies, de sacarlos lo más posible de los agujeros de sus cuencas, a fin de ampliarles al máximo posible el campo visual, pretendiendo con ello facilitarles la tarea de encontrar algo por allí, que pudiese ayudar a su cerebro a entender tan insólitos acontecimientos. Al mismo tiempo, con sus manos, buscaba alocadamente apoyos de los que servirse para poderse incorporar. Pero tampoco lo consiguió. -8- Lo que sí podía sentir nítidamente, era la banqueta del asiento del acompañante sobre la que había caído, al igual que la del conductor, como si siguiese teniendo cuerpo de cintura para abajo. Pero allí estaba su pantalón vacío y él sin conseguir mantenerse erguido. Además, se estaba clavando la palanca del cambio en el costado. Estaba tomando conciencia del dolor en sus costillas, cuando, de pronto, dejó de sentirlo. Seguía sintiendo la palanca del cambio clavada en su costado derecho, pero ya no dolía ¡Estaba despareciendo! Había perdido sus piernas, pero seguía sintiéndolas. Ahora estaba perdiendo el torso y, sin embargo, también podía seguir sintiéndolo. Igual que el resto de su cuerpo desaparecido. Había algo diferente en aquellas sensaciones propioceptivas. Lo notó, aunque no pudo entretenerse en analizarlo, porque su atención estaba desbocada, yendo de aquí para allá, tratando de encontrar referencias en el entorno, que le ayudasen a entender lo inaudito de la situación, saltando rápidamente de un estímulo a otro, cuando la puerta del coche se abrió. Alguien se había acercado a su auto, para tratar de averiguar qué es lo que estaba pasando y había abierto la puerta del lado del conductor. Arturo pudo observar la cara de asombro que puso aquel individuo, ante el panorama que se le ofrecía. Ninguno de los dos consiguió articular palabra. Ni Arturo, que al menos él sí que lo intentaba, y con empeño, ni la otra persona, que se había quedado petrificada cuando se acercó al coche a mirar, movida por la sospecha de que el conductor, o conductora, hubiese podido tener algún percance, y con la sana intención de ayudar en lo que buenamente pudiese. Aquel hombre, porque el desconocido era un hombre, tampoco salía de su asombro, observando el hecho insólito que tenía ante sí. Allí dentro y sobre la banqueta del conductor, había unos pantalones y una camisa, dispuestos de una manera muy extraña. Pero lo que más le impresionó, fue lo que encontró sobre el asiento del copiloto. Allí había una cabeza que lo miraba con cara de susto y que se estaba desvaneciendo desde abajo hacia arriba como si fuese humo, pero sin serlo. Es decir, que lo hacía como se desvanece el humo, pero sin que hubiese humo. Ni blanco, ni negro, ni gris. Simplemente, se estaba desdibujando como lo hace el humo de un cigarrillo, hasta desaparecer, pero sin que hubiera ni humo, ni ninguna otra cosa al desvanecerse. Salvo ese extraño olor, que recordaba al del aire en los días de tormenta. 1.2. El atasco. Leandro Ortega Ceballos, que así se llamaba el caballero que surgió del público, quedó petrificado cuando llegó a la altura de la ventanilla izquierda de aquel coche. Sobre la banqueta del asiento del copiloto, había una cabeza. Tal cual. Una cabeza a la que le faltaba todo lo demás ¡Y estaba viva! Lo miraba con expresión de terror y parecía querer decir algo, pero de su boca no salía sonido alguno; y eso no era lo peor. Además, -9- se estaba desvaneciendo de abajo hacia arriba, como se desvanece el humo de un cigarrillo, hasta que acabó esfumándose por completo. Allí quedaban una camisa abotonada, unos pantalones con su cinturón entrabillado, y unos zapatos, cada uno de ellos con un calcetín vacío que le sobresalía; y todo sin nadie dentro. También le llamaba poderosamente la atención un extraño olor metálico, que le recordaba el olor del aire anunciando tormenta, y que salía del coche. Al igual que Leandro, la siguiente persona que se acercó a ver qué pasaba, un chaval joven, también se quedó petrificada; y el siguiente también, aunque este último, apenas si tuvo tiempo de enterarse de nada, porque Leandro, al que le había costado un buen rato acabar aceptando que aquello que veía, estaba pasando realmente, lo devolvió con rapidez, a él y al otro, al mundo real, al preguntarles. -¿Qué hacemos? -¿…Qué? –fue la respuesta que obtuvo del primero en llegar. Leandro se dio cuenta de que, a aquel muchacho, lo acababa de sacar de un trance profundo y repitió la pregunta. -Que qué hacemos. El chaval encogía los hombros y abría mucho los ojos, moviéndolos rápidamente de uno a otro lado, como si estuviese buscando con ellos una explicación en los alrededores. Aleteaba con los brazos, mientras se olvidaba de su mandíbula inferior, abandonándola en manos de la gravedad, a la vez que buscaba una respuesta coherente, para la pregunta que le acababan de hacer, pero todo lo que consiguió decir, fue algo así como -Eeeeeeeeheeeeheeheeeeh… Leandro comprendió que aquella criatura estaba aún peor que él mismo. Miró también a su alrededor, como buscando con la vista, igual que el otro, algo, o alguien, que pudiera ayudarle a entender tan extraño acontecimiento. Actitud que, por cierto, avivó aún más la curiosidad de los mirones, provocando que se acercase más gente. -¿Qué ha pasado? –le preguntó una señorita, a la que parecían faltarle aún algunos años para cumplir los treinta y con un bonito tono de voz. -No lo sé –pudo contestarle, encogiendo él también ahora los hombros, abriendo mucho los ojos y extendiendo sus brazos. -¿Y el conductor? –volvió a preguntar ella. -Ha desaparecido. -¿Y se ha ido desnudo? –dijo la joven, señalando la ropa que había dentro del coche. Leandro, a diferencia de Arturo, no había oído hablar de la navaja de Ockam, pero si lo hubiera hecho, habría encontrado aquí otro de sus cortes. -No. Ha desparecido –fue lo que dijo, mirándola a aquellos ojos marrones tan bien maquillados que tenía, y repitiendo los gestos de - 10 - ignorancia, con los que ya ilustró la primera respuesta que dio a esta atractiva desconocida. -Se ha ido –enfatizó él. -¿Y se ha dejado el coche aquí? Leandro se tomó un tiempo para contestar. Lo necesitaba para reorganizarse, porque no sabía cómo responder ante tanta dispersión. Mientras tanto, una señora de unos lustrosos cincuenta y muchos años, preguntaba a otro qué es lo que había pasado, el cual contestaba que no lo sabía, que, al parecer, alguien se había marchado, dejando su coche en mitad de la calle. Al mismo tiempo, el conductor del vehículo que había quedado atrapado, justo detrás del de Arturo, se había apeado de él y tras darle una vuelta entera al auto abandonado, mientras lo inspeccionaba minuciosamente con la mirada, y sin ni tan siquiera aminorar la viva marcha que traía, se acercó a Leandro y le sacó de sus elucubraciones, haciéndole la pregunta de moda del momento. -¿Qué ha pasado? Leandro seguía buscando palabras con las que intentar explicar lo que había visto, cuando un pensamiento se iluminó en su mente, como el letrero de neón de un solitario bar de carretera secundaria de La Mancha, en plena noche sin luna: ¿Quién se lo iba a creer, si él mismo aún no había terminado de hacerlo? Aun así, había visto lo que había visto. -Ha desaparecido –repitió, ya que no conseguía encontrar palabras mejores que aquellas, para expresar con sencillez y precisión una exposición de los hechos, lo más concisa y veraz posible. -¡Es increíble, la poca vergüenza que tiene la gente! ¡Largarse y dejar el coche en medio de la calle! –dijo indignada la joven, volteando su larga y bien moldeada melena de color castaño mientras se marchaba, poniendo cara de desprecio, y dejando tras de sí el aroma de su perfume. -Pero ¿cómo que ha desaparecido? –insistió el conductor que vino de atrás. -Sí, así. Ha desaparecido. Yo lo he visto –dijo Leandro. -¿Qué ha visto? –se apresuró a preguntar otro señor, salido de entre el público, del corrillo que se había formado alrededor. -Bueno… He visto desaparecer su cabeza –con ese tonillo que a veces ponemos las personas, cuando creemos que hemos de disculparnos por algo, aunque no sepamos muy bien por qué. -¿Su cabeza? ¿De quién? -Del conductor… supongo. El caballero que había hecho la última pregunta, miró a Leandro como se mira al juzgar, y tras pensárselo unos segundos, se marchó apresuradamente de allí sin decir nada, ni perderlo de vista, y sin cambiar el gesto, hasta que consideró que ya se había alejado lo suficiente de aquel loco, según la sentencia resultante de su juicio. Éste fue el momento que aprovechó para acelerar el paso y perderse entre la - 11 - gente, calle arriba. Mientras tanto, el conductor del otro coche, continuaba con el interrogatorio. -¿Cómo que ha desaparecido? -Sí. Cuando yo llegué, sólo quedaba la cabeza. En ese momento, hicieron su aparición, así, como si saliesen de la nada, dos policías locales. Alguien debió llamar al 092, para informar del barullo que se había formado en aquella calle. Se bajaron rápidamente de sus motos, que dejaron mal aparcadas, por supuesto, y empezaron a apremiar a la gente. -¡Vamos, vamos! ¡Circulen, circulen! –ordenaba autoritariamente el joven de la pareja. La otra policía local, la mujer que le seguía cual matrimonio asiático o musulmán, empezó a hacer lo mismo, pero de forma más amable. El policía que actuaba como si fuese el jefe, al ver a Leandro de pie, justo en el hueco que quedaba entre el asiento del conductor y la puerta abierta del auto de Arturo, con la mano puesta sobre el marco de ésta, se fue derecho hacia él y le preguntó. -¿Es suyo el coche? -No. -¿Y de quién es? -No lo sé. -¿No lo sabe? -No lo sé. Silencio. Mirada inquisitiva. -¿No lo sabe? –repitió. -No. -¿Y dónde está el conductor? –preguntó el policía, a la vez que miraba con extrañeza las ropas sobre los asientos. Se fijó en los bultos en los bolsillos de aquel pantalón abandonado, y en el teléfono móvil que asomaba por uno de ellos. -Ha desaparecido. -¿Y a dónde ha ido? -No lo sé. El policía se quedó mirando fijamente a Leandro, otra vez, mientras trataba de entender qué podía estar pasando allí en realidad, pero el conductor del otro coche intervino, interrumpiendo ahora las elucubraciones del joven agente. -¡Estábamos parados en el semáforo y cuando se puso verde, se quedó ahí! -¿Y a dónde ha ido? –volvió a preguntar el policía. Suponiendo que se estaba refiriendo al conductor del coche abandonado, la respuesta fue: -¡A ningún sitio! ¡No había nadie!... (¿No había nadie…? El caso es que…) –se quedó pensando. -¿Cómo que no había nadie? –preguntó, rápida y muy profesionalmente el joven policía. - 12 - -Sí, pues eso, que no había nadie dentro del coche. Este hombre dice que lo ha visto desaparecer. El policía volvió a poner la misma cara que instantes antes le había puesto a Leandro, pero guiado por su convencimiento de que todo hombre de acción como él, debía saber cómo ser resolutivo, así como tomar sus decisiones con rapidez, dirigiéndose a ambos, les ordenó: -Quédense aquí. Consideró que aquella aglomeración podía manejarla con facilidad, sin necesidad de pedir refuerzos, por lo que se giró para ir a ayudar a su compañera, en la tarea inicial de dispersar al personal. Cuando consiguieron despejar la calzada de curiosos, aprovecharon las barandillas para delimitar la zona con cinta de seguridad, de modo que les quedase claro a los viandantes, que debían mantener su curiosidad dentro de los límites de la acera. Hecho esto, le dijo a la mujer: -Controla el tráfico. Mientras la policía se aplicaba a la tarea de dar paso por el carril que quedaba libre, a los coches que circulaban sin parar, salvo cuando los semáforos en rojo se lo impedían, él volvió con Leandro y el otro conductor. Dirigiéndose al primero de ellos, le preguntó: -A ver ¿Qué es eso de que ha desaparecido? -Pues eso, que ha desaparecido. -¿Que se ha ido? -No, no. Que ha desaparecido. Yo lo he visto. -¿Qué ha visto? -Bueno, yo me acerqué al coche a ver qué pasaba y aquí –señalando el asiento del acompañante –estaba su cabeza, desapareciendo. El policía repitió por tercera vez el gesto de “¿pero tú que me estás contando?” y de nuevo, como buen hombre de acción, resolutivo, y capaz de tomar sus decisiones con rapidez, decidió un cambió de estrategia. Ya que estaba en modo recogida de información, echó mano de su radio portátil para contactar con su central y pedir datos acerca de la matrícula del coche aparentemente abandonado. Mientras esperaba la respuesta, volvió a dirigirse a Leandro. -A ver, explíqueme ¿Qué es eso de que el conductor ha desaparecido? -¡Si ya lo he hecho! Se lo he dicho: cuando he llegado sólo quedaba su cabeza, y desapareció. Silencio. Mirada fulminante. -Oiga ¿Me está diciendo que el conductor del coche ha desparecido? -Hace ya un rato. -¿Pero eso como puede ser? -¡Y yo qué sé! En ese momento llamaron al agente desde Base, como llaman ellos en su argot a la central, para darle la información que había pedido. El vehículo tenía todos sus papeles en regla. No constaban denuncias sobre esa matrícula, salvo una multa de aparcamiento, aún pendiente de cobro, - 13 - pero todavía dentro de plazo. Propietario y conductor eran la misma persona. Se llamaba Arturo Briones Cáceres. No tenía antecedentes. Vivía a unas cuantas manzanas, un poco más abajo de la avenida donde se encontraban, y se sabía de él que era funcionario autonómico. Eso fue todo lo que pudieron contarle. -Bueno, vamos a ver ¿Sabemos dónde está el conductor de este coche, sí o no? –preguntó, dirigiéndose a ambos. -No –contestó Leandro. -Vale. El joven policía decidió ampliar sus posibles fuentes de información, acudiendo a los curiosos de alrededor. Tras resultar infructuosos, aquí también, sus intentos por obtener algún dato fiable, acerca del paradero del conductor del auto abandonado, decidió llamar, esta vez a H2, la centralita de la comisaría territorial de su distrito, para informar de lo que estaba pasando. Había un móvil, y presumiblemente una cartera, en los bolsillos de aquel pantalón, por lo que, al tratarse de objetos de valor, decidió pedir una grúa para retirar el vehículo de la calzada y llevarlo al depósito municipal. Cuando cortó la comunicación, el conductor del coche de atrás, que estaba esperando que terminase de hablar, le gritó de forma apremiante: -¡Oiga, que yo me tengo que ir! -Ya ¿Y usted que ha visto? –le contestó el policía, ignorando su apremio. -¿Yo? Nada. Todo iba bien, hasta que el semáforo se puso en verde y este tío –señalando el coche de Arturo- se quedó ahí parado. -¿Qué tío? -El del coche. -¿Y usted lo ha visto? -No –contestó el otro, sin mucho convencimiento. -¿No ha visto a nadie bajarse del coche? -No –Esta vez más convencido. -¿Y usted? –le preguntó a Leandro. -Ya se lo he dicho. Yo me acerqué al coche y lo vi desparecer. Era la cabeza de un hombre. Esto ya era demasiado. De este chalao no iba a poder obtener información útil y el otro parecía no haberse enterado de nada, así que, una vez juzgada muerta la vía de investigación que estaba siguiendo, decidió cambiar nuevamente de estrategia y hacer algo que resultase definitivamente de utilidad. -A ver, la documentación –pidió al conductor que daba muestras evidentes de impaciencia. -¿Qué documentación? -El DNI. -¡Pero oiga, que yo no he hecho nada! - 14 - -Ya, ya. Es para el atestado. Deme su DNI. Y usted, quédese ahí – le ordenó a Leandro. Ambos obedecieron y muy especialmente, a regañadientes, el conductor, que fue el primero en sacar de su cartera el documento solicitado. Por su parte, el agente tomó nota de los datos de aquel DNI, así como de los del permiso para conducir, y de las matrículas y características de ambos coches. Tras devolver el documento identificativo a su titular, éste preguntó. -¿Ya me puedo ir? -Si –contestó el policía, que se dispuso a ayudar a su compañera en las labores de control del tráfico, para facilitar la tarea al conductor del coche que había quedado atrapado, de maniobrar hasta liberar su vehículo del atasco y marcharse. Cuando acabó con ello, volvió con Leandro. -A ver, su DNI. Se lo dio sin rechistar. Ya lo tenía en la mano. El joven agente tomó nota de los datos, le devolvió el documento de identidad y dijo: -Ya se puede marchar. 1.3. La desaparición. Arturo estaba aterrorizado. Ya sólo quedaba por desvanecerse su cabeza, caída sobre la banqueta del asiento del copiloto. Al haber quedado mirando hacia la puerta de la izquierda, pudo ver como alguien se acercaba por allí. Quiso pedirle ayuda, pero no consiguió articular palabra. No tenía ya garganta. Percibió la cara de asombro en el extraño, y el estado de petrificación que suelen provocar en algunas personas las impresiones fuertes. La misma reacción que mostraron los siguientes en llegar, de la gente que se fue acercando a curiosear. La puerta del coche estaba abierta y un tremendo escándalo llegaba hasta él. Con el tiempo, apareció incluso un policía hiperactivo. Podía ver, oír, oler, tocar, sentir, y hacerlo todo como lo hacía antes. Aun así, ahora era diferente. Muy diferente. Lo primero que le llamó la atención, fue una curiosa, agradable, y poderosa sensación de libertad, así como una sorprendentemente repentina ampliación de su conciencia, como si todas y cada una de las neuronas de ese cerebro suyo que ya no tenía, se hubiesen activado al mismo tiempo. Además, estaba aquella luz por todas partes, iluminándolo todo, a la vez que irradiaba de todas las cosas. El mundo seguía siendo el mismo, pero al tiempo, ahora era diferente. Muy diferente. Su luz era ahora diferente. Muy diferente. Todo estaba iluminado por una extraña y hermosa luz radiante. Los colores eran mucho más vivos y vibraban de distintas maneras, dependiendo de los objetos, al tiempo que esa misma luz irradiaba de todas las cosas. Según su procedencia, o el objeto que iluminase, era más o menos intensa y radiante en unos sitios que en otros, y mucho más - 15 - especialmente en las personas. Así mismo, sus matices de color variaban de un objeto a otro y de una persona a otra. El sonido también era diferente. Muy diferente. Había como un murmullo de fondo, sorprendentemente armonioso y agradable, que le recordó los cánticos de los monjes tibetanos y surgiendo de él, las conversaciones de la gente que se encontraba más cerca. -¿Es suyo el coche? -No. -¿Y de quién es? -No lo sé. -¿No lo sabe? -No lo sé. Además, los sonidos estaban ahora conectados a las emociones de una forma muy viva y curiosa. Aunque, ciertamente, era algo más que eso. Todo parecía estar interconectado, como si hubiera una única realidad, con muchas facetas diferentes. Todo era uno y él formaba parte de ese Todo, por lo que podía tomar conciencia, no solo de sí mismo. También de todo lo demás. Podía sentir en sí mismo las emociones de los integrantes de las conversaciones que escuchaba. Podía sentir lo que ellos estaban sintiendo, como si fueran sensaciones propias. Podía apreciar la sencillez y la tranquilizante humildad de uno, así como el sobreesfuerzo de otro por demostrarse a sí mismo y a los demás, que era un policía eficaz. De alguna manera, supo que cuando esta persona se permitiera no tener que representar otro papel que el de sí mismo, descubriría la inutilidad de tener que empeñarse en hacer nada extraordinario, para ser considerado uno de los policías más eficaces del cuerpo. Simplemente lo supo. También podía elegir qué conversaciones sintonizar. -¡Hay que ver, que cara más dura tiene la gente! -Se ha largao el tío ¿no? -¡Hay que veeeer! -Dicen que hay un muerto. -¿Qué pasa? -Pues no sé. Creo que han matao a alguien. -¡Qué me dices! -¡Hay que veeeer! Podía mover su atención. Expandirla, o contraerla, según los designios de su voluntad. Allí donde pusiese sus límites, eso era lo que escuchaba y para mover sus límites, solo necesitaba querer hacerlo. Así, sin más. Decidía a dónde quería llevar su atención y allí estaba al instante, y los sonidos que allí había, eran los que podía percibir Arturo con precisión, existentes todos ellos en ése indefinible, aunque agradablemente armonioso ruido de fondo, del que parecían surgir. Todo seguía siendo lo mismo, pero a la vez, todo era ahora diferente. Muy diferente. Todo había cambiado, aún sin cambiar. Olió el aroma propio de su coche, como nunca antes lo había hecho. Años de - 16 - uso ininterrumpido, fueron necesarios para conseguir investirlo de personalidad olfativa propia. Olió el asfalto y su reverberación, las feromonas de la gente, la asfixia de las plantas que sobrevivían en la mediana de la avenida, gracias a la fuerza vital que les proporcionaba la primavera, la escasa humedad del aire, la indignación en unos, la curiosidad en otros, la ira, el humilde reconocimiento de la ignorancia propia, el fingimiento, y hasta el perfume de las flores que crecían, éstas mejor oxigenadas que las de la calle, en una maceta de la terraza de un ático, en la última planta de uno de los edificios de enfrente. Todo lo percibía ahora de forma diferente. Era lo mismo de antes, pero como si ahora todo tuviera más y de mejor calidad. Mucho más y mucho mejor. Su capacidad para apreciar matices y diferencias a su alrededor, se había ampliado estrepitosamente. Podía tocar como antes, pero ya no era como antes. Ahora era muy diferente. Para tocar, tan solo necesitaba pensar en hacerlo y ya lo estaba haciendo, y cuando tocaba algo, sus sensaciones no eran como antes. Ahora, cuando quiso levantarse, ya estaba levantado, pero antes, la primera vez que perdió el equilibrio en el coche, al dejar de sostenerle el cuerpo que estaba perdiendo, había intentado moverse, y aun cuando tuvo la sensación de haberlo hecho, no lo consiguió, o al menos, el efecto conseguido no fue el esperado. Recordaba haber intentado agarrarse al volante y no conseguirlo. Tuvo que esperar a que se esfumara el cuerpo entero, para poder incorporarse, y entonces, dicho y hecho. Al recordarlo, se preguntó por qué, al caerse, no consiguió agarrarse a nada, a pesar de estar seguro de haber cerrado la mano, o lo que fuera que tuviese en su lugar, alrededor del volante. Cayó en la cuenta de que ya no tenía manos ¿Qué es, entonces, lo que tenía, si es que tenía algo? Resultó que tener, algo tenía. Tenía conciencia de sí mismo, a pesar de que cuando se preguntó cómo sería su cuerpo ahora y puso su atención en ello, no lo encontró. Lo que sí pudo hacer, fue sentirse a sí mismo, pero tampoco se sintió como antes. Ahora era diferente. Muy diferente. Parecía como si todos sus sentidos se hubiesen amplificado escandalosamente, además de unificarse en uno solo, que contenía a todos los demás. No tenía una forma definida. Era algo así como una luz radiante, vibrante y pulsátil, que cambiaba de forma continuamente, porque no tenía una forma definida, pero el recuerdo de su anterior apariencia física, aún se mantenía muy vivo, por lo que cuando se recorrió el cuerpo, o lo que quiera que fuera eso que se había construido para la ocasión, con lo que fueron aquellas manos que ya no tenía, lo sintió diferente, una vez más, a cómo lo había sentido antes. Era una vibración que era él mismo, y que podía traducirse como táctil, pero que no lo era, porque su tacto también había cambiado sensiblemente, valga más que nuca la - 17 - redundancia. Además, se sentía conectado con Todo, de lo que él era una parte. Hizo todo esto de forma serena. Se daba cuenta de que había desaparecido, pero seguía estando allí ¿Cómo era posible tal cosa, si no tenía un cuerpo como el de antes? Se respondió que quien se había esfumado, había sido el cuerpo material que había habitado durante tantos años, pero él seguía aquí, aunque eso sí, en un mundo que, siendo el mismo, ahora era diferente. Muy diferente. Al parecer, en realidad él no había desaparecido. Se había transformado. Lo que le faltaba por saber era en qué, pero sí que ahora sabía que había conseguido levantarse, y que estaba erguido, de pie, dentro del coche. Su cabeza y su pecho, esos que ya no tenía, o mejor dicho, seguía teniendo, aunque ahora de forma diferente, sobresalían por encima del techo del vehículo, atravesando la chapa. Tenía conciencia de los límites de su ser, pero la materia que ahora ocupaba, si es que eso podía decirse así aquí, era como mucho más sutil y liviana que la del cuerpo físico que acababa de perder. Hasta el punto de poder interpenetrar materia tan densa como el metal, con la misma facilidad con la que antes lo hacía con el aire. Aún con todo, podía seguir sintiendo ese metal como tal. Era otra nueva sensación, que le permitía apreciar el espacio intermolecular de la chapa del auto. Se paró a pensar. Eso, ahora, se asemejaba a retraer los límites de su atención. Comprimirla, para eliminar detalles innecesarios al caso, dejándolos fuera. Lo primero que se le vino a la mente, como respuesta a la pregunta que se estaba haciendo, acerca de qué puñetas podía ser lo que le estaba pasando, fue que estaba vivo. En realidad, en ningún momento tuvo impresión alguna relacionada con la muerte. Sí que se había asustado al enfrentarse por primera vez a la transformación, preocupándose por las ignotas consecuencias que suele traer consigo lo desconocido, pero en ningún momento recordaba haber temido por su vida, ni por la de nadie de los allí presentes. Aún no sabía que causa había desencadenado tan extraños acontecimientos, pero sorprendentemente, tampoco es que le preocupara mucho. Lo que sí podía recordar con nitidez, era el cómo se habían desarrollado. O al menos, eso creía. Otra cosa que parecía haber cambiado, y tampoco sabía el por qué, era su forma de estar en el mundo. Ahora podía seguir sintiendo sus piernas, si quería, y sus brazos, sus manos, ojos, pelo, y un cuerpo completo como el de antes, pero, a la vez, también diferente. Muy diferente. Parecía como si hubiese entrado en otro mundo, solo que éste seguía siendo el mismo de antes, aunque comparativamente apreciaba en él cada vez más diferencias, a medida que se iba dando cuenta de más cosas. Otra de esas diferencias, que resaltaba con respecto al mundo que conocía, era que éste parecía regido por la voluntad. Ahora, lo que deseaba, lo conseguía inmediatamente. Tal como ocurrió con su sorprendente y repentina puesta en pie, dentro del coche. - 18 - De pronto le asaltó el recuerdo de su trabajo, porque allí era hacia donde se dirigía. Trabajaba para el gobierno autonómico y en su centro tenía que fichar a la entrada y a la salida. Si algún día llegaba más tarde de las ocho de la mañana, tendría que recuperar el tiempo perdido, pero más aún que tener que recuperar horario perdido, le preocupaba que alguien pudiera considerarlo un informal. No estaba dispuesto a permitir que tal cosa sucediera. Aunque eso era antes. En estos momentos, le daba igual cómo le considerasen los demás y lo que pudiesen pensar de él. Lo que ahora le importaba, eran las personas en sí mismas, con las que sentía una sutil, a la vez que íntima unión, y a las que percibía como hermanos y hermanas en la vida, como una extensión de sí mismo, aún cuando todos los allí presentes fueran desconocidos para él. Al recordar su obsesión por la puntualidad y a diferencia de antes, ahora no le importaba mucho lo que pudiesen pensar de él, fuese esto lo que fuese, pasando a ser las personas en sí mismas, lo verdaderamente relevante, y no sus opiniones. Ahora podía sentir de la misma manera que sentían ellos, es decir que, si conectaba con algo, sentía lo que allí había, fuera lo que fuese, incluidas las emociones de la gente. No sabía muy bien qué era lo que le estaba pasando, ni por qué, pero la conciencia de sí mismo, no la había perdido en ningún momento. Era curioso. Cayó en la cuenta de que ya no estaba asustado. Eso también le sorprendió. No recordaba cuando, exactamente, había dejado de estarlo. Más bien, como estaba en ese momento, era sereno, tranquilo, y en paz. Recordaba haber estado asustado, muy asustado, y ese recuerdo trajo consigo los sonidos, los olores, las imágenes, y el resto de sensaciones y emociones de aquel momento, que volvió a revivir como entonces, con la diferencia de que eso, en estos momentos, y desde la distancia de lo ya vivido, le resultaba gracioso. Arturo se rio de sí mismo, o mejor dicho, se rio del Arturo que fue en aquellas circunstancias que acababa de recordar. Desde aquí, tomaba conciencia de su ignorancia. Había creído que sabía y ahora entendía que la cuestión no era saber, o no saber, sino ir sabiendo. En un santiamén, no solo había perdido su cuerpo físico, sino que el mundo con el que se estaba encontrando después de eso y que tan familiar le resultaba antes, también se había transformado de forma radical. ¡La de cosas que desconocía! No recordaba haber vivido nunca antes, tantas experiencias nuevas a la vez, tan diferentes, y tan seguidas unas de otras. Los físicos hacía algún tiempo que habían predicho, que al menos parte de lo que le estaba pasando, era posible, pero tener la oportunidad de experimentarlo en vivo y en directo, era algo que ni tan siquiera se había permitido imaginar en sus más íntimas fantasías filosóficas. - 19 - 1.4. El bar de Pedro. Leandro Ortega se subió a la acera, pasando entre las barandillas metálicas que había sobre los bordillos y sorteando la cinta delimitadora que habían puesto los policías, uniéndose al grupo de curiosos allí presente, después de que el policía le dijera que podía marcharse. Una vez al otro lado, se volvió para mirar el coche de Arturo y se ensimismó recordando lo que acababa de vivir. Recapituló. Había salido de su casa un poco antes de las ocho de la mañana, como hacía habitualmente desde que su salud y su hijo Juan Carlos, el médico, se lo permitían. Lo habían considerado incapacitado legalmente para todo tipo de trabajo, jubilándolo anticipadamente por enfermedad, a causa de las secuelas que le sobrevinieron, tras haber sufrido un maldito cáncer de tiroides, que obligó a su hijo a extirparle la glándula y a él a someterse a los protocolos terapéuticos establecidos al respecto, los cuales incluían un tratamiento con yodo radiactivo, que le convirtió durante un tiempo en una especie de Chernóbil ambulante. Como consecuencia de tales protocolos a los que tuvo que someterse, y en recuerdo permanente de la batalla librada contra el tumor, padecía también un debilitamiento de su sistema autoinmune y una incómoda hipersensibilidad a determinadas sustancias químicas, que no paraba de sorprenderle con erupciones en la piel, dolores de cabeza y musculares, irritación de las mucosas, y otras incomodidades variadas, que se le presentaban como reacción ante cosas anteriormente tan cotidianas, como suavizantes para la ropa, ciertos productos de limpieza, ambientadores, insecticidas, o aditivos alimentarios, además de convertirlo contra su voluntad, en cliente farmacéutico dependiente de por vida. Afortunadamente, su hijo era cirujano, aunque el hospital donde trabajaba estaba en otra capital de provincia, vecina, pero distinta de la suya, por lo que tuvo que irse a vivir con él durante un tiempo. Gracias al oficio de su hijo, durante todo el proceso había recibido un trato de favor, que hizo posible agilizar los tiempos de espera, en lo poco que les quedaba por vender, independientemente de cuál fuese el partido gobernante, a unos políticos ganapanes y corruptos, que llevaban años saqueando el patrimonio nacional, incluida la sanidad pública. Su despertador dejó de sonar entonces, pero toda una vida laboral madrugando, había creado hábito en su cerebro y seguía despertándose a la misma hora. Muchas cosas habían cambiado desde aquello, entre las que se encontraban algunas de sus costumbres alimenticias. Antiguamente, se tomaba un café solo y largo tras el aseo matutino, antes de salir a la calle, y hacia las diez de la mañana, más o menos, salía del banco en el que trabajaba para tomar un té con limón y un bollo de pan tostado, al que cambiaba el aliño según los días. Ahora seguía tomando su café matutino, pero había adelantado la hora de echarle algo sólido al estómago. - 20 - Durante los primeros días de su forzada jubilación, y una vez recuperada parte de su antigua salud, disfrutó del tiempo en casa, como prueba de su nuevo estado vacacional permanente y no deseado, pero la costumbre y la soledad mañanera, pronto le acabaron animando a bajar a la calle y buscar un bar donde desayunar, mientras leía el periódico. Aquel día, camino del bar de Pedro, un bar que había encontrado en las proximidades, y donde descubrió que ponían unos bollitos rellenos de jamón serrano, cortado expresamente para el cliente en el momento, y directamente de la mismísima pata del cerdo, junto con un queso manchego en aceite que quitaba el sentido, le llamó la atención el jaleo que se había formado en el semáforo que tenía más adelante, calle abajo. Le pillaba de paso, así que mientras llegaba hasta allí, pudo observar que, al parecer, un conductor, o conductora, no se había puesto en marcha al cambiar el semáforo de rojo a verde, y los de atrás, después de haber visto frustradas sus expectativas de poder reiniciar su camino, estaban haciendo uso a discreción de las bocinas de sus coches, en sonora y escandalosa señal de protesta. Mientras caminaba hacia allí, observando los acontecimientos, pensó que no era normal que aquel coche no se pusiera en marcha, después de la desagradable sinfonía de cláxones que estaba provocando su inmovilidad. Además, no se veía al conductor, así que no se lo pensó mucho. Se encaminó directamente al núcleo de los acontecimientos, con la sana intención de ayudar en lo que pudiese, si es que descubría que podía ayudar en algo, pero lo que se encontró al llegar al auto le dejó de piedra: un hombre estaba despareciendo ante sus ojos, o al menos su cabeza. Era de suponer que, visto lo visto, el resto del cuerpo hubiera desaparecido antes de que él llegara. Así parecía corroborarlo la forma en la que las ropas habían quedado sobre los asientos. Y aquel olor tan raro… Recordó también a aquel hombre que le huyó como si tuviera la peste, y al policía que apareció después. Ninguno le creyó cuando se lo contó, pero ¿quién iba a creer una cosa como esa? Él porque lo había visto con sus propios ojos y aun así… Lo cierto es que había visto lo que había visto. Tan cierto como que ahora veía llegar una grúa, dispuesta a llevarse el vehículo de marras y despejar la calzada. Allí ya no tenía nada que hacer, pensó. Siguió su trayecto hasta el bar de Pedro y cuando llegó a la barra, recibió el saludo habitual del dueño del establecimiento, aquel hombre de mediana edad, grande y grueso, calvo, con cuello de toro, y con todo y con eso, cara de buena persona. -Buenos días ¿Lo de siempre? -Pedro, no se va a creer lo que he visto. -¿Y eso? -He visto desaparecer a un hombre. -¿Cómo que ha visto desaparecer a un hombre? - 21 - -¿No ha oído el escándalo de los coches en la calle, un poco más arriba? -Sí que se oía jaleo, sí, pero eso lo oigo yo aquí casi todos los días. -Bueno, pues éste era porque un hombre ha desaparecido y claro, el coche se ha quedao allí plantao, delante de un semáforo, y no veas el personal, la que ha liao. -¿Qué ha hecho el hombre, se ha ido? -Y tanto. ¡Ha desaparecido! -Como dijo el torero: hay gente pa to –y dicho esto, Pedro se dio media vuelta y se marchó, dispuesto a preparar el desayuno de Leandro. -(No ha entendido nada) –pensó éste, y en lugar de cumplir, una vez más, con lo que ya se había convertido en un ritual de las mañanas de su ociosa vida, se quedó allí pensando, sentado en aquel taburete de la barra, en vez de ir a buscar el periódico del día y una mesa donde poder desayunar tranquilamente, amenizándose con su lectura. -(¡Estoy tonto! ¿Quién se va a creer lo que he visto? Si yo estuviese en su lugar, haría lo mismo. Es más ¡Si hasta a mí mismo me está costando creerlo! ¿Cómo se me ocurre esperar que alguien me crea, cuando se lo cuente? Conclusión número uno: para ya de hacer el gilipollas contándoselo a la gente que, si sigues así, solo vas a conseguir empeorarlo, permitiendo que puedan tomarte por loco). En éstas estaba, cuando una taza en su plato, con cucharilla, sobre de azúcar, y etiqueta roja colgando incluida, aparecieron delante de sus ojos. Era Pedro que le traía el té. -Gracias –le dijo, como cada día. -De nada –contestó a su vez Pedro, como cada día; y dicho lo cual, volvió a marcharse, a terminar de preparar el pequeño bocadillo de jamón y queso para su cliente, dándole así la oportunidad a Leandro, de volver a su diálogo interno. -(Se acabó ir contando por ahí esta historia. Pero… ¿Cómo va a ser posible que alguien desaparezca? Bueno, el caso es que yo lo he visto con mis propios ojos; pero también es cierto que, si alguien me lo cuenta, yo no me lo creo. Y aun así, lo he visto. A lo mejor es a cosas como ésta, a lo que la gente llama alucinaciones. Pues que lo llamen como quieran, pero eso no va a evitar que yo haya visto lo que he visto, y lo que he visto ha sido la cabeza de una persona, esfumándose delante de mis narices. La cosa es que, si ya ha pasado una vez, bien podría volver a pasar una segunda ¿Y quién me dice que no pueda pasarme a mí?). 1.5. El chaval. Tenía diecinueve años y gracias a la recomendación de un amigo de su padre, había conseguido trabajo como aprendiz de un mecánico de motos, que tenía el taller en uno de los polígonos industriales de la ciudad, lo que le hacía el hombre más feliz del mundo. Habían pasado sólo tres meses, mal contados, desde que le contrataron y no necesitó para ello tener que seguir estudiando. Se había - 22 - librado, a la vez, del infumable rollo que eran los estudios y de la matraca que le daban sus padres todos los días, preguntándole si hoy había ido o no a algún sitio a buscar trabajo, qué sitio era ese, qué le dijeron, qué dijo él… Eso cuando no se ponían intelectuales y les daba por intentar convencerle, para que se matriculara en algún módulo de formación profesional. Además, y por si todo esto fuera poco ¡Ganaba dinero! Lo mínimo que se despachaba en sueldos, pero era su primer trabajo ¡Y en un taller de motos! Definitivamente, tenía motivos para estar feliz. La vida le sonreía, aunque desde luego, que no se iba a quedar ahí para siempre. Tenía sus propios planes, pero eso forma parte de otra historia. Esa mañana, como las de todos los días que iban desde los lunes, hasta los viernes de los últimos tres meses, andaba camino de la parada donde tomaba el autobús que debía acercarlo a su nuevo y primer trabajo, cuando le llamó la atención el barullo que se estaba formando un poco más adelante. Al llegar hasta allí, le pareció que la causa de aquel jaleo, era el coche que estaba parado el primero, delante de aquel semáforo. Y mira tú por dónde, él ahora era mecánico, así que se encaminó directamente hacia el conductor, dispuesto a ofrecerle todo su saber profesional, aunque aún estuviese en fase de adquisición. Pero cuando llegó a la altura del auto, se quedó petrificado. Allí había ya otro hombre, de pie junto a la puerta abierta, que parecía haberse quedado pasmao y ahora sabía por qué. En el asiento del conductor y sobre la palanca del cambio, sólo había unas ropas, pero en el otro asiento, había una cabeza. Aunque hablando con precisión, habría que decir que, más que una cabeza, lo que quedaba de ella. Llegó justo en el momento en el que Arturo se esfumaba a la altura de los ojos. La imagen de aquellos ojos, intentando salirse literalmente de sus órbitas, con la evidente intención de escapar a la desaparición que se les venía encima, le impresionó. -¿Qué hacemos? –escuchó de pronto. Cuando pudo reaccionar giró la cabeza y allí estaba el pasmao de antes, haciéndole la pregunta ¡Y él qué sabía! Acababa de ver desaparecer la cabeza de un tío y éste le preguntaba ahora qué hacer en una situación así. Todo lo que pudo contestar fue: -Eeeeeeeeheeeeheeheeeeh… El otro se le quedó mirando fijamente. Así se mantuvo unos instantes, inmóvil, hasta que de pronto le retiró la mirada y se olvidó de él. El aprendiz de mecánico estaba en la tarea de reorganizarse, pero no le resultaba fácil. Miraba a un lado y a otro, con la boca entreabierta, cuando entró en su campo de visión una tía buena, que se puso a hablar con el pasmao, el cual hacía ya un rato que había dejado de estarlo. Ese fue el momento en el que se activó su instinto depredador. La chica era un poco mayor, pero no estaba mal. No es que fuera una belleza espectacular, ni mucho menos, pero todos aquellos adornos - 23 - que llevaba puestos encima, eran señal inequívoca de que estaba sexualmente activa y disponible en el mercado. Iba pidiendo guerra y él estaba permanentemente dispuesto para tales batallas. Además, había algo, un no sé qué en ella, que le gustaba y que le proporcionó la motivación necesaria y suficiente, para reorganizarse a la velocidad de la luz. Era evidente que era una pija, pero él nunca fue racista con las mujeres, así que la miró con esa cara que sabía poner, cuando quería impresionar a una chica, y le dedicó la mejor de sus sonrisas. La otra, ni corta ni perezosa, y sin interrumpir la conversación que estaba manteniendo, le correspondió con un “vete a la mierda” gestual. Durante unos instantes, tan sólo los estrictamente necesarios para alejar cualquier posibilidad de duda, respecto a su opinión acerca de la poco sutil invitación a la confraternización que le acababan de hacer, la chica había fruncido el ceño, detenido la mirada justo al encontrarse con la suya y con su sonrisa, y al entender lo que él quería que ella entendiera, simplemente se limitó a retirarle el contacto visual, con un leve pero evidente gesto de desprecio, y con ello devolvió toda su atención a la conversación que mantenía con el otro, como si él jamás hubiese existido. Pero este muchacho no era hombre que se rindiera fácilmente y menos aún en asuntos como éstos, así que decidió esperar hasta que terminase de hablar. Cuando la tuviese disponible sólo para él, sin distracciones, ni interferencias de terceros, volvería a la carga. Pronto llegó el momento que estaba esperando. La conversación había terminado y la chica se marchaba. Echó a andar, con la intención de abordarla, pero le estorbaba la gente, así que decidió rodear el corrillo por el lado de la calzada, ya que la acera estaba abarrotada y, además, unas puñeteras barandillas metálicas, de esas que el alcalde ponía en algunas calles, para poder llevarse su correspondiente diez por ciento de comisión, le dificultaban el acceso. En eso estaba, cuando casi le atropella una moto. Era un munipa. En realidad, eran dos, pero fue el que llegó primero, el que casi lo atropella. Y encima se dejó la moto mal aparcada, como siempre hacían estos abusones. Se bajó de la moto con las mismas prisas que trajo para llegar hasta allí, y empezó a dispersar al personal. -¡Vamos, vamos! ¡Circulen, circulen! Mal rollo, pensó. No le gustaban los policías y menos si eran esos chulos de la policía local, así que se marchó de allí con premura. Buscó a la chica con la mirada, pero la había perdido. No la veía por ningún sitio. La había perdido por culpa de aquel maldito munipa. Dedicó mentalmente al policía y a todo el cuerpo en general, una florida lista de maldiciones e insultos, y decidió seguir su camino. Llegó hasta la parada del autobús que debía acercarle a su trabajo y se subió a él cuando éste se presentó. Mientras llegaba a su destino, rememoró lo sucedido. Recordó que le había parecido ver algo así como una cabeza, deshaciéndose en el asiento del copiloto de aquel coche. Recordó también, que había oído - 24 - decir a la chica que le había gustado, que el conductor se había marchado, dejando su coche allí. También que, al parecer, el conductor se había desnudado antes de irse. -(La de chalaos que hay por ahí) –pensó. El resto del trayecto, lo pasó recordando a la chica. Estaba buena, a pesar de su edad, pero parecía un poco gilipollas. Al llegar al taller, ya se había olvidado de ella, del coche, de la cabeza, del policía, y de todo lo que le había pasado. En la vida de este muchacho, esa mañana pasó, anónimamente, a engrosar el conjunto de mañanas insulsas que todos acumulamos en nuestras vidas y que solemos llamar “una de tantas”. 1.6. La Puri. Aquel lunes, Purificación Gómez, la Puri para las amigas, había salido de su casa más temprano que de costumbre. El curso estaba en su recta final y tenía una cita en la facultad con uno de los profesores del Máster en Derecho Financiero Internacional y Gestión Empresarial en el que se había matriculado. El año pasado había conseguido, por fin, su título de abogada y ya sólo le faltaba el máster para lanzarse al mundo laboral. Lo suyo no era preparar tediosas oposiciones, ni defender a delincuentes sucios y malcarados. De hecho, lo suyo no era trabajar. Ese era un asunto propio de la gente vulgar y corriente, y de mujeres pobres, o con pocas luces. Su objetivo en la vida, era encontrar un buen marido que supiera mantenerla como ella se merecía, en fiel cumplimiento y adecuación a la tradición familiar, por lo que, mientras llegaba tan glorioso y fundamental momento, y antes que esforzarse en conseguir fortuna para otras con sus divorcios, intentar salvar de su merecido castigo a chorizos y asesinos, o perder los mejores años de su vida encerrada, estudiando para aprobar unas oposiciones, prefirió prepararse para entrar en el mundo que más le atraía: aquel donde se movía el dinero, y ese mundo estaba gobernado por bancos y grandes empresas. Si tenía que encontrar un buen marido, esos eran dos de los mejores sitios donde buscar. Además, le encantaba viajar y ella se manejaba perfectamente con el inglés, gracias a sus estudios en la escuela de idiomas y a las vacaciones en países de habla inglesa, incluidos los Estados Unidos, que su padre le pagaba desde que era pequeña. Tanto era así, que la ya casi dilapidada fortuna de su padre, aún podía ofrecerle la posibilidad de haber hecho el máster en el extranjero, pero estaba en plena fase de establecimiento de relaciones formales con un compañero de estudios, un chico de muy buena familia y sobrado de posibles, que si bien aún no era el marido perfecto para ella, por no ser precisamente la belleza física una de sus cualidades, podía servirle, de momento, hasta que encontrase algo mejor. El otro tipo de belleza, al no verse, ni poderse comprar ni vender, no le interesaba lo más mínimo. En su opinión, era el consuelo que les quedaba a las feas y a las que no habían podido encontrar un marido - 25 - rico, o guapo. No estaba dispuesta a dejarlo escapar, por ahora, en manos de la primera pelandusca que, a buen seguro, aparecería en cuanto ella dejase libre el puesto, marchándose fuera del país. Si se decidió por la abogacía, fue porque este oficio, en el supuesto, aunque improbable caso, de que no le quedase más remedio que ejercerlo, era uno de los mejores que conocía para ganar dinero con facilidad y rapidez, y con poco esfuerzo, ya que la mayor parte de las veces, bastaba con dar forma legal a lo que el cliente pidiese. Si algo saliese mal, consecuentemente la culpa sería del cliente, o bien de la administración y sus representantes, pero nunca suya. Un abogado siempre gana. Ese oficio ofrecía una de las mejores relaciones coste/benefico del mercado, y en su entorno, cualquier mujer que supiera hacer valer su femineidad, podía competir con ventaja sobre los hombres. Entre los abogados, las apariencias contaban, y mucho, y a una mujer que supiera sacarle partido a su físico, se le podrían abrir muchas puertas, con más facilidad que a un hombre y que a una hembra poco agraciada, menos hábil, o menos inteligente. Porque ella sí que sabía cómo rentabilizar sus armas de mujer. No es que se viera especialmente guapa cuando se miraba en el espejo, pero fea sabía que no era. También sabía que tenía buen tipo y que, utilizando adecuadamente ropas, complementos, y cosméticos, se podían conseguir resultados muy, pero que muy rentables. Eso sin contar con la cirugía. Casi tres mil euros le habían costado a su padre cada una de sus tetas. Pero había merecido la pena. Su padre le había pagado el mejor cirujano de la ciudad, el cual demostró en ella la justicia de su fama, porque más que una mejora, en su opinión, y a juzgar por las miradas de la mayoría de los hombres con los que se cruzaba, le había hecho una auténtica obra de arte. De hecho, el pasado verano no tuvo competencia en la playa. Desde que era niña, antes incluso de que llegase a la edad de merecer, y como parte de su preparación a ella, su abuela materna, a la que adoraba, mientras estuvo viva le había repetido hasta la saciedad el dicho aquel, según el cual, buen culo y buenos modales, abren puertas principales. Claro está que su abuela tuvo la suerte de vivir unos tiempos más fáciles que los actuales, para dedicarse a vivir del culo y los modales. En el siglo XXI había que añadirle al dicho unas buenas tetas, para que siguiese resultando infalible. Hoy había tardado más de una hora en darse a sí misma el visto bueno, antes de permitirse salir a la calle. Había sido más rápida de lo que era habitualmente, porque la cabeza, el exterior, ya se la había lavado la tarde anterior, y los bigudíes habían tenido toda la noche para moldear su pelo lacio y castaño claro. Si no lo había teñido todavía era porque, siguiendo los consejos y enseñanzas de su sabia y experta abuela, había aprendido a sacarle partido y a presumir de un pelo sano, al que los tintes - 26 - aún no habían tenido la oportunidad de estropear. Aunque eso no impedía que estuviera deseando que apareciera la primera cana, para volverse rubia. Sus uñas, tanto las de las manos como las de los pies, también había conseguido dejarlas impecables, mientras la pasada noche, ella y su madre, veían en la televisión su programa favorito, en su cadena favorita. Ese que estaba dedicado a explorar e informar, acerca de los entresijos de las vidas, públicas y privadas, de la gente verdaderamente importante, tales como cantantes, actores y actrices, toreros, millonarios, y amantes en general. La ropa, bolso, zapatos, reloj, anillos, pendientes, collares, y pulseras que hoy era oportuno utilizar, también habían sido cuidadosamente elegidos y preparados, antes de irse a la cama. Sólo dejó para la mañana siguiente, aquello que no podía hacerse antes: la ducha, el desayuno, el peinado, el maquillaje, y muy especialmente, conseguir que todo en ella apareciese con glamur, elegancia, y armonía. Y lo que era muy importante: que los logotipos de las carísimas marcas de prestigio de todo lo que utilizaba, quedaran bien a la vista, aunque en realidad se tratara de imitaciones, pero eso sí, de las mejores. Además, con el arte con el que ella sabía lucirlas, nadie dudaría de su autenticidad. Una vez considerado que había alcanzado tal objetivo, y tras la pertinente y minuciosa inspección final, se permitió salir a la calle, camino del garaje donde guardaba su coche. Lo que se encontró al salir, la incomodó. Allí había un jaleo tremendo. Un montón de gente estaba arremolinada en la acera y alrededor de un vehículo vulgar y corriente, de esos que tiene la gente vulgar y corriente, y que estaba parado en el semáforo por el que ella tenía que cruzar para llegar hasta el suyo, un utilitario, pero eso sí, el más alto de su gama. Diseñado por italianos y muy coqueto, ya que aún no había conseguido convencer a su padre, para que le comprara el descapotable alemán que de verdad le gustaba, con los ya exiguos restos que aún le quedaban, y que su madre todavía no había terminado de administrar, de lo que en su momento fue una más que generosa herencia familiar. Pero el semáforo estaba en verde para los coches. Ya que tenía que pasar por allí sin más remedio, mientras esperaba que se abriera el paso para los peatones y movida por la curiosidad, se acercó a un señor que parecía ser el que llevaba la voz cantante en aquel barullo. -¿Qué ha pasado? –le preguntó. -No lo sé –contestó el caballero. Sorprendida por la respuesta, miró al interior del auto y vio toda una equipación completa de ropa de caballero, esparcida por los asientos y el suelo. También le llamó la atención aquel extraño olor, que le recordaba el del aire, justo antes de que se pusiera a llover, en los días de tormenta. Estaban hasta los calcetines, metidos dentro de los zapatos, así que se dispuso a volver a preguntar a aquel señor, el cual, de entrada, ya - 27 - le había servido como práctico test, para corroborar que había conseguido salir a la calle, una vez más, divina de la muerte, al apreciar la breve, pero significativa latencia en la respuesta del caballero, y ese brillo especial que había aprendido a detectar en los ojos de los hombres, al mirar a una mujer que les gusta. Fue entonces cuando se cruzó con la mirada de aquel chaval ¡No podía ser verdad! Aquel niñato le estaba sonriendo con picardía. Entre la gente que allí se había aglomerado, se encontraba un chaval, vestido con vaqueros y una camiseta negra con calaveras estampadas ¡Que estaba intentando ligar con ella! Tenía una pinta de hortera detectable a leguas de distancia y ese horrible peinado, tan de moda ahora entre los chavales cutres. Demasiado temprano para estas tonterías. Ya estaba acostumbrada a situaciones similares, pero no por eso dejaban de resultarle desagradables, así que, asegurándose previamente de que le llegara el gesto de desprecio que le dedicó, le retiró la mirada, se olvidó de él, y regresó a la investigación que tenía pendiente con el señor de antes. -¿Y se ha ido desnudo? –le preguntó, señalando las ropas que aparentemente había dejado abandonadas aquel hombre, junto con el coche, como evidencia incuestionable. -No. Ha desparecido. Se ha ido. Purificación pensó que éste no era su día. Con lo bien que había empezado todo. Se encuentra primero con un altercado, camino del garaje. Luego se topa con un niñato que pretende ligar con ella y para colmo de males, acaba con un viejo verde que se las da de cultureta de la lengua castellana. Ignoró la mal pretendida precisión lingüística de su interlocutor y siguió con sus investigaciones, ya que pensó por un momento que, si te vas, evidentemente desapareces de allí donde estabas. No tenía tiempo para perder con disquisiciones lingüísticas. -¿Y se ha dejado el coche aquí? En éstas estaban cuando apareció otro señor, dirigiéndose a la persona con la que ella estaba hablando, sin ni tan siquiera saludar, y menos aún pedir permiso para entrar en la conversación, con esa falta de educación tan propia de algunas gentes que tan desagradable le resultaba, y haciendo la misma pregunta que ella hizo al principio. -¿Qué ha pasado? -Ha desaparecido –contestó el otro. Ya tenía suficiente. Esto le pasaba por mezclarse con la mediocridad de la gente vulgar y corriente. Y mira que lo sabía, pero una vez más, la curiosidad había podido con ella. De todas maneras, ya se había enterado de lo que había pasado: a alguien se le había ido la cabeza, se había desnudado, y se había largado, dejando sus ropas y su coche abandonados en la calzada, sin ninguna consideración por el resto de las personas, especialmente por los demás conductores que circulaban por allí, ese día. - 28 - -¡Es increíble la poca vergüenza que tiene la gente! ¡Largarse y dejar el coche en medio de la calle! –fue lo último que dijo, antes de volver a retomar su camino al garaje. 1.7. El policía local. Con veintidós años y contando con la inestimable ayuda de un concejal, familiar de un buen amigo de sus padres, había conseguido aprobar, a la primera, las oposiciones para el cuerpo de Policía Local de su ciudad, convirtiéndose así en su día, en el miembro más joven del cuerpo. Llevaba ya tres de esos veintidós años suyos, trabajando en ello. Aquella mañana de lunes, de finales del mes de mayo, estaba multando coches aparcados sin tarjeta, ni pegatina de residente a la vista, en una calle declarada por el ayuntamiento como zona verde, es decir, con el aparcamiento restringido y sólo permitido a los vehículos de aquellos residentes que mostrasen la autorización correspondiente, cuando H2, la central de su distrito, emitió un mensaje por radio, preguntando qué agentes estaban más próximos a una determinada avenida, desde donde alguien había llamado a Base para denunciar una retención de tráfico. Al parecer, causada por un vehículo detenido, o averiado. Él fue el elegido para encargarse del caso, así que avisó a su compañera. Luisa acababa de incorporarse al cuerpo, hacía tan sólo algo más de un mes, y se la habían asignado a él como compañera de patrulla. Eso le enorgullecía, porque significaba que, además de convertirle en jefe de la patrulla con tan sólo tres años de experiencia, el Superintendente Jefe ya le consideraba capaz de supervisar a un novato, que además era mujer. Le dijo que encendiera el prioritario y conectara la sirena de la moto para llegar más rápidamente, pero que estuviera muy atenta para desconectarla cuando comprobara que él lo hacía, a fin de no alertar a los posibles delincuentes, si los hubiera, y evitar que se dieran a la fuga al oírlos llegar. Eso de ser el jefe experto de la pareja, le gustaba sobremanera, porque además de confirmarle su buen hacer profesional y el reconocimiento de ello por parte de sus superiores, le daba la oportunidad de testarse a sí mismo, para comprobar hasta qué punto conocía los gajes del oficio. Además, le permitía entrenarse para cuando llegara a ser él el Superintendente. Próximo a su destino, desde la distancia, pudo ver a la gente agolpada en la acera ¡Y en la calzada! Eso era muy peligroso, porque alguien podría resultar atropellado. El tráfico estaba bloqueado en el carril de la derecha, pero por el carril izquierdo seguía habiendo circulación. Aprovechando que había visto los semáforos en verde al entrar en la avenida, había apagado la sirena mientras aceleraba, aunque dejó encendida la luz azul del prioritario de la moto. Por el espejo retrovisor, - 29 - comprobó que Luisa había seguido sus instrucciones y había hecho lo mismo. Teniendo vía libre, aceleró con decisión para llegar cuanto antes hasta el punto donde parecía que estaba el tapón en el tráfico: un coche parado delante de un semáforo. Al llegar, estacionó la moto de manera que ésta sirviera de protección para los vehículos y los peatones que se encontraban en la calzada, formando una barrera visible para el resto de conductores, justo detrás de la esquina posterior izquierda del último coche detenido. Lo primero que pensó, fue en alejar a todos aquellos imprudentes de la calzada. Se bajó rápidamente de la moto y empezó a dispersar a la gente. -¡Vamos, vamos! ¡Circulen, circulen! Pudo comprobar por el rabillo del ojo, que Luisa le seguía y estaba haciendo lo mismo. Había aparcado su moto justo delante del primer coche parado en la calzada, colocándolos así a todos entre el paréntesis que formaban ambas motocicletas. Esta chica prometía, pensó, y dado que aquella aglomeración parecía fácil de solucionar, dejó en sus manos la tarea de terminar de despejar la calzada de peatones y se encaró con el que parecía ser el conductor del primer auto. -¿Es suyo el coche? -No. Esta respuesta lo descolocó, porque todo parecía indicar que sí lo era. -¿Y de quién es? -No lo sé. Como si necesitase confirmar que había errado con sus suposiciones y a fin de ganar tiempo para reorganizarse, preguntó de nuevo. -¿No lo sabe? -No lo sé. Tenía que replantearse la situación. Miró fijamente a su interlocutor, analizándolo. Parecía decir la verdad, pero si él no era el conductor ¿Quién entonces? -¿No lo sabe? –volvió a preguntar, impelido por la necesidad de confirmar que había errado en sus suposiciones. -No. -¿Y dónde está el conductor? –preguntó ahora directamente, y mientras hacía la pregunta, se fijaba en las ropas que había dentro del vehículo. -Ha desaparecido. -¿Y a dónde ha ido? -No lo sé. Se quedó mirando fijamente, otra vez, a aquel individuo. Desde lejos, había supuesto que era el conductor, que se había bajado del auto porque, al parecer, algo había pasado en el interior, ya que había abierto - 30 - la puerta y estaba de pie junto a ella, mirando lo que quiera que fuese que pasaba allí dentro, pero parecía evidente que se había equivocado. Toda la fisiología en la respuesta de aquel hombre, parecía indicar que estaba diciendo la verdad. En éstas estaba, cuando alguien muy exaltado se acercó, dirigiéndose a él con un tono de voz que no le gustó nada. -¡Estábamos parados en el semáforo y cuando se puso verde, se quedó ahí! -(Uno al que hay que vigilar) –Pensó. Las personas en estado de excitación son muy peligrosas, porque pueden tener reacciones imprevisibles, pero ya que estaba allí, decidió intentar obtener algo de información de aquel individuo y de paso, ver si conseguía calmarlo un poco. -¿Y dónde ha ido? –le preguntó. -¡A ningún sitio! ¡No había nadie! – contestó el otro, sin rebajar lo más mínimo sus niveles de excitación, a excepción justo del final de la frase. Algo en aquella respuesta no encajaba. Esa seguridad y firmeza inicial en la respuesta, se perdía justo al final, pero no tenía tiempo ahora de ponerse a analizarlo. Lo primero era solucionar el problema de aquellos coches que estaban interrumpiendo el tráfico y retirar de allí a toda esa gente imprudente y temeraria, que se arriesgaba en la calzada a que les atropellara un vehículo, de los que seguían circulando por el carril izquierdo; pero necesitaba saber lo que había pasado. Pidió aclaraciones. -¿Cómo que no había nadie? -Sí, pues eso, que no había nadie dentro del coche. Este hombre dice que lo ha visto desaparecer –le contestó el sujeto, señalando con la mano extendida al que había confundido, en un primer momento, con el conductor del vehículo aparentemente abandonado. Se le quedó mirando unos instantes, tratando de comprender lo que le quería decir, pero no lo conseguía, y dándose cuenta de que Luisa era aún poco resolutiva en eso de dispersar una aglomeración de gente, aunque ésta fuese de las fáciles, decidió atender primero a lo más urgente. Ya se ocuparía luego de estos dos. -Quédense aquí –les ordenó, y decidió ir a echarle una mano a su compañera. Con rapidez y firmeza, enseguida consiguió que todos, menos los dos que parecían saber algo del tema, salieran de la calzada y se situaran en la acera. Comprendió que disolver la aglomeración allí, le iba a resultar más difícil, pero también que si la gente no sobrepasaba las barreras metálicas que había instaladas en los bordillos, para bajar al asfalto, su seguridad no se vería comprometida más allá de lo habitual. Encargó a Luisa que usara cinta delimitadora, a fin de que le quedara claro al personal, que no debían bajarse de la acera. - 31 - -Controla el tráfico cuando acabes –le dijo, y volvió a encararse con los otros dos, con la intención de aclarar la situación, ahora que podía dedicarles más tiempo. Se dirigió al más tranquilo. -A ver ¿Qué es eso de que el conductor ha desaparecido? -Pues eso, que ha desaparecido. -¿Que se ha ido? -No, no. Que ha desaparecido. Yo lo he visto. -¿Qué ha visto? -Bueno, yo me acerqué al coche a ver qué pasaba, y aquí –dijo, señalando el asiento del copiloto –estaba su cabeza desapareciendo. Otra vez se fijó en las ropas de caballero, esparcidas por los asientos y el suelo de aquel coche. Los bultos que podían apreciarse en los bolsillos del pantalón, hacían pensar que estaban provocados por las pertenencias personales del desaparecido conductor. El motor había quedado encendido, en punto muerto y sin poner el freno de mano, cosa ésta última que, en un primer momento, pasó desapercibida al policía, porque al ser una calle sin pendiente en aquel tramo, la fortuna quiso que el auto quedara inmovilizado. Olía raro allí dentro. Un extraño olor, que recordaba a los días de tormenta, y fuera había un tipo diciéndole que había visto la cabeza de alguien, desapareciendo. No le gustó aquello. No sabía muy bien si el tipejo estaba loco, o simplemente le estaba tomando el pelo, pero como no podía perder el tiempo ante una situación potencialmente peligrosa para la ciudadanía, decidió continuar sus averiguaciones por medios más seguros. Echó mano de su radio y llamó a Base, no sin antes asegurarse con la mirada, de que Luisa estaba cumpliendo correctamente con la tarea que le había encargado. Informó de que se había encontrado un vehículo, aparentemente abandonado en la calzada y con objetos de valor en su interior, ya que había visto un teléfono móvil asomando por uno de los bolsillos de aquel pantalón que había en el coche. Les dio la matrícula y pidió, a su vez, todos los datos que pudieran proporcionarle al respecto. Hecho esto, volvió con aquel extraño individuo. -A ver, explíqueme ¿Qué es eso de que el conductor ha desaparecido? -¡Si ya lo he hecho! Se lo he dicho: cuando he llegado, sólo quedaba su cabeza y desapareció. -(Y dale con lo de la cabeza que desaparece) –pensó, y se preguntó si aquel tipo no estaría mal de la suya propia. Necesitaba confirmar aquello. -¿Oiga, me está diciendo que el conductor del coche ha desaparecido? -Hace ya un rato. -¿Pero eso como puede ser? –preguntó incrédulo. -¡Y yo que sé! - 32 - En ese preciso momento le llamaron de Base, para darle la información que había pedido. Nada que le ayudara mucho, de modo que volvió al interrogatorio. -Bueno, vamos a ver ¿Sabemos dónde está el conductor de este coche, sí o no? -No. Aquello se estaba poniendo difícil, así que decidió probar en otro sitio. -Vale –contestó, y acto seguido se dirigió a los curiosos de la acera, por ver si allí encontraba alguien que pudiera darle norte del conductor desaparecido, pero también allí fracasó. Nadie sabía nada. Algo tenía que hacer. En su trabajo era necesario saber resolver las situaciones con rapidez y no podía perder el tiempo, parándose a pensar mucho. Debía tomar decisiones rápidas y eficaces, así que volvió a echar mano de la radio para comunicarse, esta vez, con H2. Les contó que el vehículo estaba detenido en la calzada y que, al parecer, el conductor lo había abandonado, dejándose el motor en marcha. Desde allí, le ordenaron que mantuviera la situación controlada y, dado que en el interior de aquel auto parecía haber objetos de valor, pidió que mandaran una grúa para retirarlo. Antes de que apenas pudiera cerrar la radio y de una forma apremiante que no le gustó nada, el exaltado le dijo: -¡Oiga, que yo me tengo que ir! Ignoró la premura que aquel individuo pretendía imponerle para atender un asunto que no era el más importante, ni allí, ni ahora. -Ya. Y usted ¿Qué ha visto? -¿Yo? Nada. Todo iba bien hasta que el semáforo se puso en verde y este tío –señalando el coche del tal Arturo Briones –se quedó ahí parado –contestó enfadado el sujeto. -¿Qué tío? -El del coche. -¿Y usted lo ha visto? -No. En aquel tipo había algo que no encajaba. Otra vez había perdido, de repente, la exaltación y el enfado que tenía. Muy breve y sutilmente, pero lo había hecho. Aún así, ahora no podía perder tiempo en analizar eso, por lo que pidió confirmación para asegurarse de que aquel sujeto no sabía nada. -¿No ha visto a nadie bajarse del coche? -No. Decidió abandonar, de momento, lo que parecía una vía muerta para sus investigaciones. Eso le funcionaba a veces. Si se quedaba atascado en alguna situación, salirse de allí y atajar por otro lado, solía darle buen resultado, así que dirigió la pregunta al otro individuo, el que parecía un poco loco, pero que estaba más calmado. -¿Y usted? - 33 - -Ya se lo he dicho. Yo me acerqué al coche y lo vi desaparecer. Era la cabeza de un hombre. Esta vez la estrategia de flanqueo no funcionó. El sujeto seguía con la tontería aquella de la cabeza que desaparecía y él estaba tardando demasiado en resolver el asunto, así que decidió atajar aquello, pidiéndoles la documentación a ambos implicados, antes de que se fueran, y despejar la calle cuanto antes. Cuando el atasco se hubiese solucionado, si fuese necesario, podría mencionar a estos dos en el atestado y que el juez, si es que el caso llegaba hasta él, se ocupara en aclararlo. -A ver, la documentación. -¿Qué documentación? –preguntó el otro, que había recuperado rápidamente la plenitud de su excitación. -El DNI –le aclaró. -¡Pero oiga, que yo no he hecho nada! -(Eso ya lo veremos. Todos decís lo mismo). Ya, ya. Es para el atestado. Deme su DNI, por favor –le dijo tratando de tranquilizarlo, pero con firmeza, mientras ordenaba al otro que esperase. Tomó los datos del documento y los de las matrículas de los dos coches parados, y cuando le devolvió el documento de identidad, el individuo le preguntó enfadado -¿Ya me puedo ir? -Si – y se dispuso a facilitarle la salida, esperando a darle permiso para hacerlo, cuando no hubiera riesgo de colisión con otros vehículos. Una vez terminada la tarea y el exaltado se hubo marchado, se dirigió al otro individuo. -A ver, su DNI. El sujeto ya lo tenía en la mano. Lo cogió, tomó los datos, se lo devolvió, y le dio autorización para marcharse, cosa que el otro hizo sin más. La aglomeración de gente en la acera, no es que se hubiera disuelto por completo, pero sí que había disminuido hasta poder ser considerada insignificante. De los que pasaban por allí, alguno se paraba a mirar, pero no se quedaban mucho rato. Se acercó hasta Luisa y ésta, que lo había visto venir, en cuanto estuvo a su altura, le preguntó -¿Qué ha pasado? -Nada, que un tío se ha largao y se ha dejao el coche abandonao en la calle. Lo raro es que se ha dejao la ropa dentro y el motor en marcha. -¿Desnudo? -Pues no lo sé, porque allí había un chalao que decía que había desaparecido. Luisa se echó a reír. -Pues sí que debía tener prisa el tío. Ha sido rápido yéndose. -Bueno, el caso es que esto ya está resuelto. Vamos a esperar que llegue la grúa que he pedido para retirar el coche y nos vamos. - 34 - 1.8. La voz. Todavía estaba tratando de entender qué era lo que había pasado. Algo le había cambiado a él y al mundo en el que vivía, pero sin cambiarlos, lo cual le resultaba extraño y sorprendente, porque tanto él como lo que le rodeaba, seguían siendo los mismos, aunque a la vez, muy diferentes. La misma gente, las mismas casas, los mismos coches, las mismas cosas, pero, a la vez, tan diferentes… Él mismo se notaba cambiado. Sentía que su lucidez mental se había incrementado de forma extraordinaria y repentina, como si aquella luz que estaba en todas partes, estuviese también iluminando todas y cada una de las neuronas de ese cerebro suyo que ya no tenía, potenciando sus capacidades. Igualmente, apreciaba en sí mismo una novedosa, intensa, y agradable sensación de libertad. Aquel lunes había comenzado como cualquier otro, hasta que empezó a oler raro dentro de su coche. Después, todo se desarrolló como en un torbellino. Al principio se asustó mucho, pero todo cambió cuando se culminó su transformación. Porque se había transformado. Todavía no sabía muy bien en qué, ni por qué, pero era evidente que se había transformado. Por cierto, que a su coche lo estaban trasteando. Había llegado una grúa y lo estaban enganchando a ella. Era una de esas asesinas de transmisiones y cajas de cambio, que levantan al coche por un eje y lo remolcan sobre las ruedas del otro. Menos mal que el suyo había quedado en punto muerto. Cuando quiso decirles a los policías y al operario de la grúa que él estaba allí, fue como si no existiese. Nadie parecía verle, ni oírle. Pero algo más pasaba. Más cosas extrañas: se dirigió primero al policía que parecía llevar la voz cantante, pero lo hizo sin andar. Simplemente quería llegar a algún sitio y allí estaba. Sólo con la intención, había pasado de estar de pie dentro de su coche, a estar junto al policía. Así de fácil… o de difícil. El caso es que había atravesado la carrocería de su auto, como si estuviese hecha de aire, en lugar de metal. Pero el coche seguía siendo el mismo… ¿O no? Previamente, ya le había sorprendido sobremanera, la forma en la que el policía, cuando se introdujo dentro del vehículo para ponerle el freno de mano, le atravesó impunemente. Como si también él mismo estuviese hecho de aire. Evidentemente era el mismo coche, pero como todo lo demás, lo percibía ahora de manera muy diferente. Los colores, los olores, los sonidos, aquella luz que todo lo impregnaba, él mismo… Todo era tan extraño… Y por encima de la inmensidad de todas las rarezas y novedades que le estaban ocurriendo, él estaba tranquilo. La rareza más rara para él en ese momento. Cuando se acercó al policía para decirle que él estaba allí y que tuvieran cuidado con su coche, éste pareció ni verle, ni escucharle. Quiso - 35 - llamar la atención de aquel agente, poniéndole una mano sobre el hombro. El policía giró la cabeza hacia él, pero como si no hubiera visto a nadie, siguió con su tarea, como si tal cosa. -Espera –le había dicho al operario de la grúa, tras lo cual, se metió otra vez dentro del auto, para quitarle el freno de mano que él mismo había puesto anteriormente, y realizar una última inspección ocular de su interior, antes de que se lo llevasen al depósito municipal. -(A lo mejor me he muerto) -pensó, ahora sí, porque aquello que le estaba pasando era extremadamente raro. Sin embargo, estaba tranquilo. Extrañamente tranquilo, pensó. -(No estás muerto) ¡¿Quién había dicho eso?! Miró, o al menos eso creyó hacer, a su alrededor. Nadie le prestaba atención. -(¿Qué haces aquí?) Más que oír la voz, la sentía. Era como si estuviese dentro de su cabeza y, curiosamente, no le causaba inquietud alguna. Le resultaba extrañamente familiar, aun siendo la primera vez que experimentaba algo así. -(Todavía no lo sé muy bien. Acabo de llegar) –pensó sin hablar y, a la vez, hablando con aquel desconocido. De alguna manera sabía que estaba… ¿hablando?... con alguien, pero no sabía con quien, a pesar de que aquella voz le transmitía una extraña sensación de familiaridad. Había sentido que era alguien que estaba por allí, pero cuando con la vista, o al menos eso creyó estar haciendo, escudriñó el entorno en su búsqueda, todo lo que pudo ver fue gente que se comportaba como si él no existiera. Hasta que “dijo” aquello de que acababa de llegar. Después de eso, dejó de sentir la presencia. Siguió buscando, pero de alguna manera, supo que ese alguien, quien quiera que fuese, ya no estaba con él. La grúa se llevaba su coche. Los policías la despedían, se montaban en sus motos y se marchaban. Los pocos mirones que quedaban, volvían a sus asuntos. Aparentemente, todo volvía a la normalidad. Menos él. -(¿Y ahora qué hago?) –pensó. Volvió a acordarse de su trabajo. Hacia él se dirigía, cuando todo cambió. Quiso estar allí y allí estaba ya, justo delante de la puerta del centro donde trabajaba. Atravesó el umbral y la puerta, que estaba cerrada y no pensó en abrirla. Vio justo enfrente a Juan, el conserje, sentado en su mesa, y se alegró por ello. Sonriendo, se acercó a él, pero otra vez las cosas, siendo las mismas de siempre, se comportaban de manera muy distinta. Juan ni siquiera levantó la vista del periódico que estaba leyendo, cuando se le acercó. -¡Juan! –dijo, o al menos eso creyó. Juan levantó la cabeza, pero no lo miró. Miró hacia la puerta y aunque él entraba de lleno en su campo visual, no hizo el más mínimo amago de percibir su presencia. Parecía como si no existiera. Juan volvió a su periódico, como si tal cosa. - 36 - -(¡Claro, eso es!) –Pensó –(¡No puede verme! ¡Para él no existo!). Acababa de caer en la cuenta de que se había esfumado. Recordó el momento en el que tomó conciencia de que su cuerpo había desaparecido y las emociones de aquella situación volvieron, junto con el recuerdo. Se sintió aterrorizado, pero solo por unos instantes, porque a continuación, ya estaba siguiendo el hilo de su pensamiento. Si se había esfumado para él mismo, lo normal es que también lo hubiera hecho para el resto del mundo. Si él no podía verse… -¡Un momento! –y se miró. Podía verse, pero de una manera muy extraña. No tenía forma, o al menos no una estable y definida. Cuando quiso mirar sus pies, vio cómo éstos adoptaban la forma que siempre les había conocido, pero ahora eran de luz, como sus piernas, esa misma luz que estaba en todas partes, solo que la suya era diferente a todas las demás, al igual que todas las demás, eran diferentes entre sí, aun siendo siempre la misma. No era la misma luz, la de la mesa de Juan, que la suya, ni que la del mismo Juan, ni que la de la pared que el ordenanza tenía detrás suyo, aun cuando todo estuviera iluminado por la misma luz. En especial, las personas. La mesa, Juan y la pared, seguían teniendo la misma forma que recordaba, pero él no. Él era algo así como un foco estelar de luz pulsante y radiante, que se dilataba y contraía continuamente, pero no de una forma uniforme, es decir, que había partes de esa estrella blanquecina que ahora era él, que se expandían, mientras que, simultáneamente, otras se contraían, y otras aún, ni se movían. Aunque de estas últimas, habría que decir mejor, que ni se expandían, ni se contraían, porque moverse, sí que se movían. Todo vibraba. Incluso él. Cuando se acordó de sus pies y quiso mirarlos, la parte inferior de esa pulsante estrella que era ahora, tomó instantáneamente la forma de sus piernas. Le gustó verse así, de luz. Eran sus piernas, las de esta mañana. Incluso tenía los zapatos puestos, pero todo, hasta los pantalones, era de luz. Los tonos y la intensidad de su luz, variaban por zonas, y los colores predominantes, eran el blanco, el dorado y el azul claro. También había reflejos iridiscentes de todos los demás colores. Sintió curiosidad ¿Qué pasaría si…? Y lo hizo. Atravesó la pared que había detrás de Juan y se encontró dentro del despacho de la directora, pero ella, como si nada. Allí estaba, de espaldas a él, inclinada sobre su mesa de trabajo y escribiendo con aparente normalidad. Ni siquiera movió la cabeza. Le puso una mano en el hombro, o lo que quiera que fuese que ahora era su mano, y como si tal cosa. Ni se inmutó. Arturo movió su atención. Así se expresaba mejor lo que le estaba pasando, porque ya no miraba, ni olía, ni tocaba, aunque siguiera viendo, distinguiendo olores, y apreciando texturas. “Miró” a su alrededor y se dio cuenta de que podía ver a través de las paredes y aun así, no se sorprendió demasiado. Podía decidir dónde fijar su atención y allí estaba, sin estar. Él no estaba allí, aunque de alguna manera sabía que podía estarlo, si quisiera. Podía tener conciencia de todo lo que estuviese - 37 - pasando en ese lugar, aun cuando él fuese, tan solo, un mero espectador. Como en una película, solo que ésta era tridimensional. ¿Tridimensional? Multidimensional era una mejor y más ajustada descripción de lo que estaba experimentando. Aunque no supiera muy bien todavía, ni lo que era, ni lo que significaba aquello, exactamente. Recorrió las diferentes estancias de su centro de trabajo, por medio de esa especie de visionado fílmico multidimensional, que allí podía practicarse. Sólo necesitó para ello el deseo de saber qué pasaba en cada habitación. Aquello era mucho mejor que la realidad virtual que había probado alguna vez, en una feria tecnológica que visitó en una ocasión. Quizás porque ésta no era virtual, aunque lo pareciese. Allí aún le estaban esperando, pero no percibía preocupación en sus compañeros. Raramente se retrasaba a la hora de entrar a trabajar, pero todavía era temprano, por lo que la esperanza de que acabara incorporándose a su puesto, seguía viva en ellos. Un atasco, una pegada de sábanas, un despertador averiado… Con todo, fuese como fuese, nadie parecía inquieto por su ausencia. El único que estaba algo más preocupado, era su compañero y amigo Jesús, aunque él también confiaba en que todavía pudiera incorporarse al trabajo. Se acordó entonces de Marta. 1.9. Las meditaciones de Leandro. Cuando terminó su desayuno, pagó la cuenta y se despidió de Pedro hasta mañana. Tenía que estar en casa para abrirle la puerta, cuando llegase Luzmila, la señora que venía a ayudarle con las tareas domésticas, tres veces en semana. Por el camino, no podía quitarse de la cabeza lo que había vivido. Cuando pasó por el lugar donde se produjeron los acontecimientos, todo había vuelto a la normalidad, como si nada hubiese ocurrido, pero la imagen de aquel hombre, o mejor dicho, de su cabeza difuminándose hasta desaparecer, se repetía una y otra vez en la suya, como una película sin fin. En ello estaba cuando, una vez en la casa, llegó Luzmila. -¿Algo especial para hoy? –preguntó al entrar, con ese acento ucraniano suyo. -No, gracias Luzmila. Voy a salir. Ya sabe, si cuando acabe aún no he vuelto y tiene que decirme algo, déjeme una nota en la cocina, como siempre. De todas maneras, ya sabe. –Repitió –Llevo el móvil. -Muy bien –contestó ella, mientras se dirigía al cuarto de baño para cambiarse, con esa habitual sonrisa suya, que iluminaba sus regordetas facciones y que ayudada a resaltar una sutil y elegante belleza caucásica, que sin duda conoció tiempos mejores, pero que aún seguía aflorando a través de su obesidad y sus más de cincuenta años. Era relativamente frecuente que se marchase al llegar Luzmila. Muchas veces lo hacía para no estorbarle en su trabajo, pero hoy, lo que le motivaba, era la necesidad de tiempo y soledad, para seguir meditando sobre lo ocurrido. - 38 - Leandro salió a la calle y se dirigió a pie al parque que tenía próximo a su casa. Allí podría pasear, o sentarse en un banco, como hacía muy a menúdo cuando el tiempo se lo permitía, a seguir tratando de comprender el extraño suceso que había presenciado. Todo el camino lo hizo absorto en estos pensamientos. Llegó a dudar de su cordura. Había visto lo que había visto, pero era algo tan increíble… Entre la maraña de recuerdos, búsqueda de posibles explicaciones razonables y no tan razonables, emociones, y pensamientos de todo tipo al respecto, había uno que afloraba recurrentemente: Si ya había pasado una vez, bien podría pasar una segunda. ¿Pero qué es lo que había pasado? ¿Por qué había desaparecido aquel hombre? No entendía nada. Y en aquello sí que estaba solo. No podía contárselo a nadie porque, en el mejor de los casos, no le creerían. Todavía recordaba la cara que le puso aquel individuo, que se acercó a preguntarle cuando todo ocurrió, y la espantada que se dio después. ¿Qué puede hacer desaparecer así a una persona? Se le vinieron a la cabeza lecturas que había hecho de joven, y programas de radio y televisión que había visto y escuchado, sobre sucesos misteriosos. Recordó un caso en el que, al parecer, una persona desapareció, dejando sus huellas solo hasta la mitad del camino, hacia el pozo donde apuntaba la dirección de sus pasos. Recordaba también otros casos de gente, de la que contaban que se había visto envuelta en una especie de extraña niebla y, al salir de ella, se habían encontrado a muchos kilómetros de distancia. A lo mejor, lo del olor a tormenta tenía algo que ver con lo de la niebla, pero para eso tendría que haber niebla y allí, él no recordaba haberla visto por ninguna parte. Otros hablaban de casos de combustión espontánea, o secuestros y abducciones por extraterrestres… Los extraterrestres eran la explicación más frecuente para todos estos casos extraños, pero él, ni tenía muy claro eso de los marcianos, ni todos estos hechos, en el supuesto de que fuesen ciertos, cosa que siempre dudó, encajaban con los que había vivido esa mañana. Lo que más se asemejaba a su experiencia, era el caso de aquella persona que decían que había desaparecido, después de haber dejado sus huellas en el suelo, como evidencia de un paseo que parecía haberle llevado a ninguna parte. Recordaba que la noticia que leyó, informaba de una desaparición, sin más rastro que las marcas de su paso en el suelo. No recordaba haber leído nada, acerca de que sus ropas hubiesen sido encontradas junto a las huellas. Estaban también, los numerosos casos de denuncias de desapariciones de personas, que había oído en algún sitio, que se producían cada año en todo el mundo. Tenía entendido que, en los archivos policiales de casi todas las naciones, hay cientos de casos sin resolver, de gente que desaparece sin dejar rastro alguno; pero no recordaba conocer ninguno, en el que las ropas de la persona hubiesen aparecido intactas y de aquella forma, en el lugar de su desaparición. - 39 - Aquel cinturón que vio en el coche, estaba entrabillado al pantalón y correctamente abrochado, así como la camisa. Eso lo recordaba bien. También recordaba haber visto bultos en los bolsillos de aquel pantalón, como si aún contuviesen las pertenencias personales de su propietario. A lo mejor, lo que le había pasado a aquel hombre, no era tan raro como había creído hasta ahora, pensó. Los medios de comunicación daban las noticias según se las proporcionaban las agencias, y estas, muchas veces se nutrían de informes policiales, judiciales y de otras instancias oficiales. Lo mismo, si esto ya había pasado alguna otra vez, la policía se había callado ante la prensa lo de las ropas, para evitar que se publicaran informaciones que pudiesen perjudicar sus investigaciones, o alguna oscura agencia de inteligencia, pública o privada, se estaba encargando de ocultar información. Las instituciones oficiales aborrecen todo aquello para lo que no tienen una explicación que les resulte conveniente, por lo que prefieren ocultarlo, antes que reconocer su ignorancia. Pero era tan raro que no recordase ni un solo caso en el que se mencionase algo parecido… Un buen periodista de sucesos no pasaría por alto un dato como ese, a no ser que aquello de los hombres de negro fuese verdad. No tenía ni idea de las causas de lo que había visto, pero sí que sabía que él había visto lo que había visto. Eso era un hecho incuestionable. O casi, porque también hubo momentos en los que dudó. De hecho, la duda seguía apareciendo aún de vez en cuando, de forma intermitente y recurrente, pero cada vez con menos frecuencia, y a cada vez, acababa confirmándose a sí mismo con más rapidez. También consideró su necesidad de usar gafas para la presbicia y que su vista de lejos ya no era la de antes, pero no creía que se hubiera deteriorado tanto, como para tener que dudar de ella en este caso. ¡La matrícula! Si hubiese prestado atención a la matrícula del coche de aquel hombre, lo mismo podría averiguar algo acerca de su propietario, pero no se le había ocurrido tal cosa hasta ahora y ya era demasiado tarde ¿O quizás no? Cabía la posibilidad de que los periódicos locales dijeran mañana algo al respecto. No era fácil, porque el hecho de que alguien abandonase su coche en mitad de la calle, sin aparcarlo, no era una noticia como para hacer vender muchos periódicos, pero quien sabe, a lo mejor necesitaban rellenar espacio y al día siguiente decían algo. Mañana lo comprobaría, mientras desayunaba en el bar de Pedro. 1.10. Niemsé. Marta era su segunda mujer. Aunque en realidad no estuviesen casados, vivía con ella desde hacía cuatro años y para no tener que andar dando explicaciones, la solía presentar así. Arturo la conoció después de su divorcio de Julia, con la que estuvo casado once años. Cinco años después de aquello, volvió a formar pareja con la mujer con la que ahora compartía su vida y a la que recordó. Quiso ir con ella y eso hizo, como cuando quiso estar en su trabajo. Un instante antes, allí estaba, en su - 40 - centro de trabajo, y ahora lo hacía en los grandes almacenes donde Marta trabajaba. La tenía delante suyo, como a un brazo de distancia y a su derecha, por lo que podía verle nítidamente la cara. Habían abierto al público muy recientemente, motivo por el cual apenas si había clientes, y su mujer estaba hablando con una compañera. Si Marta ya le gustaba antes, ahora, iluminada por esa luz que aquí todo lo envolvía, le pareció mucho más bella. La luz, aunque era extremadamente luminosa, no deslumbraba. Se la podía mirar tranquilamente, sin sentir incomodidad, por más intensamente que brillara en ese momento, pero es que, además, hacerlo era serenamente placentero. Cuando vio a Marta resplandeciendo de aquella manera, se quedó extasiado. Se permitió regocijarse en aquella experiencia. Miraba a Marta y una oleada de nuevas sensaciones le sobrevino. Había sensaciones familiares, como esa que suele aparecer en el estómago de los jóvenes recién enamorados cuando se miran, pero había también muchas otras, que aún no sabía cómo interpretar. Sin embargo, nada de eso impedía que él estuviese agradabilísimamente extasiado y que, en ese estado de gracia, hubiese tomado la decisión de concederse tiempo, para disfrutar del gozo que le producía la toma de conciencia, de que esto no iba a quedar aquí. Lo supo porque ahora tenía conciecia de la brutal ampliación que estaba afectando a sus posibilidades. De una forma que no recordaba, ni tan siquiera haber llegado a sospechar que fuese posible, y aunque no le importara demasiado ignorar las causas, tanta novedad empezaba a abrumarle un poco. Tomó conciencia de que, por alguna razón que desconocía, ahora el mundo tenía mucha más información disponible para él, que antes de su transformación. Muchísima más, porque no solo parecía haber aumentado significativamente la cantidad, la cosa que menos le abrumaba, aunque también. De forma pareja al aumento en cantidad, estaba asociado, exactamente, el mismo aumento en calidad, y eso sí que le agobiaba más. Mientras que con la cantidad, ya tenía experiencia en manejarse más o menos bien, con la calidad necesitaba una mayor capacidad de concentración para su asimilación. Mejorar la calidad, no aumentaba ni disminuía la cantidad, pero la mejoraba. Aumentar la cantidad, ni mejoraba ni desmejoraba la calidad. Necesitaba reorganizarse. Lo primero era identificar novedades. Eso era fácil. Luego, necesitaba comprenderlas y eso era lo trabajoso para él. Una vez comprendidas, actuar en consecuencia era lo más fácil de todo. Más o menos así, era como le había ido hasta ahora, desde que empezó esta historia. Pero antes no era así. Lo último, no era entonces tan fácil. Quizás por eso fuese, por lo que había tenido la impresión de haber entrado en el mundo de la voluntad. Ahora caía en la cuenta de que no era la voluntad, o al menos no era sólo eso. Era la manera de funcionar del mundo. Aquí y ahora, porque esto tampoco era así antes, pensó. - 41 - -(Siempre fue así) La voz parecía diferente, pero reconoció inmediatamente la forma de resonar dentro de su cabeza. -(En el mundo del que vengo no) –contestó mentalmente, él también ahora, y sorprendiéndose a sí mismo, una vez más, con su propia serenidad. -(No vienes de ningún mundo. Ni vas. Tú eres el mundo). No entendió muy bien esa respuesta, por lo que decidió ignorarla y seguir con lo suyo. -(Ya. Me refiero a que en el mundo de donde vengo, las cosas, aun siendo las mismas, eran diferentes. Como más pobres). -(Te equivocas en una única cuestión: la primera y única cosa que puede generar diferencia, eres tú) De alguna manera, Arturo percibió que la voz estaba sintiendo la confusión en la que le estaban sumiendo sus palabras. La “escuchó” decir. -Disculpa. He ido demasiado rápido. Bienvenido. Voy a ser tu… guía, mientras estés por aquí. -¡¡¡¿Cómo que bienvenido? ¿Qué es eso de un guía? ¿Dónde estoy?!!! –contestó Arturo, apresurado por el susto que empezaba a entrarle por… no sabía dónde. -Tranquilízate –y se tranquilizó tan rápida y serenamente, que se sorprendió por ello. -Ha ocurrido un imprevisto –“dijo” la voz. -¡Bien, vamos mejorando! -A ver cómo te lo explico. -Ansioso me tienes. -A veces suceden tránsitos extraordinarios. Imprevistos. -¿Me lo explicas, porfa? -Normalmente, cuidamos de que las transiciones sean siempre lo más favorables posible, a las necesidades de mejora de cada criatura, pero a veces, por interferencias de otros… sitios, otros… más allá, ocurren casos como el tuyo. Las preguntas se le amontonaban. -¿Qué casos? ¿Cuál es mi caso? ¿De qué interferencias hablas? ¿Qué es eso del más allá? ¿Dónde estoy? ¡No me está gustando eso de las transiciones! Le pareció escuchar una carcajada. Sí. El tipo, quien quiera que fuese, se estaba riendo con ganas. -Para. No estás muerto. Al menos, no todavía. -Eso. Así da gusto. Tú procurando mejorar la situación, siempre que se pueda. -Disculpa. No estaba previsto que experimentaras con todo esto hasta después de tu muerte, pero aquí también pasan cosas raras. ¿A que todo esto te resulta muy raro? -Pffffff. Esto me pasa a mí, to las mañanas. - 42 - -Ya, pues igual de raro resultas tú aquí. -¡Cojonudo! ¿Entonces, estoy muerto? -Ya te he dicho que no. -¿Y vivo? -¡Pues claro! -Pues esta vida no se parece mucho a la que yo tenía antes. Volvió a escuchar la carcajada. -Digamos, por ahora y para que me entiendas, que estás conociendo lo que hay más allá de… la tercera dimensión. No exactamente, pero para entendernos, más o menos algo así como lo que en tu mundo llamaríais la cuarta dimensión, y las que le siguen, aunque allí os confundáis al creer que esa cuarta, es el espacio-tiempo, o al menos con conformaros sólo con eso y creer que, por haber encontrado el rabo, habéis llegado al hocico. La realidad es multidimensional y los físicos del mundo del que vienes, hace ya tiempo que se dieron cuenta de ello. -Vale, ya te vas expresando mejor. -Me alegro por conseguir hacerme entender. -¿Tú no entiendes la ironía? Anda, sigue, a ver si consigues que me entere de algo. -Es como las figuras en dos y tres dimensiones. Si vienes del mundo de las figuras en tres dimensiones, puedes entender a las de dos, porque tú ya pasaste por ahí, en ese proceso tuyo de desarrollo hasta la tercera dimensión. Tienes la experiencia de haber sabido desenvolverte en las tres dimensiones que conoces. Si eres una figura en el mundo de las dos dimensiones, o bien es porque aún te falta experiencia consciente en el de tres, y consecuentemente lo desconoces, siendo entonces como si no existiera para ti, o bien es porque eres una figura del mundo de tres dimensiones, en su manifestación en el mundo de dos. Ese es tu caso. Arturo necesitó tomarse un tiempo para reflexionar. -(¿Mi caso el de uno del de tres, en el de dos? ¿No era yo el que subía de dimensión? ¡Qué lío!). El caso es que, sea como fuese, había entendido que, por alguna, hasta ahora, ignota razón, estaba conociendo lo que había más allá de la tercera dimensión, de donde le estaban diciendo que él procedía. -¡Premio! – “escuchó”. -Oye, y ya que eres mi guía ¿Qué tal si empezamos porque me digas cual es la ignota razón? -Si es ignota ¿qué quieres que hagamos con ella? -Conocerla, por ejemplo. -Entonces dejaría de ser ignota. -Exacto. Arturo aguantó el largo silencio, hasta que ya no pudo más. -¿Y…? -Y… ¿Qué? -¡Que por qué estoy aquí! - 43 - -Ya te lo he dicho. No lo sé, todavía. Solo sé que a veces ocurre. Muy raramente, pero tenemos experiencia con algunos casos como el tuyo. Ten en cuenta que todos tenemos cosas por aprender. Necesitaba reorganizarse otra vez. Si lo había entendido bien, no había muerto, pero los vivos, ni lo veían, ni lo oían, ni le sentían cuando les “tocaba”. Por otro lado, estaba vivo y sin embargo, para los vivos era como si estuviese muerto. Además, ahora estaba “hablando” con lo que parecía un aborigen de este mundo en el que había… ¿entrado?... pero no lo veía. Tan sólo sentía su presencia y lo escuchaba, pero no con los oídos; y él, tan tranquilo. Empezaba a sentirse algo así, como cuando los adolescentes descubren su primer vello púbico y piensan ¡ya soy mayor! Solo que, en su caso, en lugar de pelos, parecía ser que había descubierto la cuarta dimensión. Esta parte de conocer cosas nuevas, le atraía y le estaba gustando, pero a la vez, le generaba confusión, y eso ya no le gustaba tanto. -Tú y tus prisas. -¡Hay que joderse, como es esto de la cuarta dimensión! Aquí no puede uno tener secretos. -Aún estás recién llegado, como quien dice. Tómatelo con calma ¿Recuerdas aquello de que hacen falta nueve meses para hacer un bebé, por más gente que pongas en la tarea? -Si. -Pues eso. Aplícate el cuento. -Vale ¿Y ahora qué? -Pues que estás en el primer mes. -Cojonudo ¿Oye, esto de hacer de guía, ya lo habías hecho antes? -Si. -Pues estamos mejor que queremos. -Pues mira, sí, detecto ironía ¿A qué te refieres? -Creo que tú también necesitas un buen repaso. Arturo volvió a escuchar la carcajada. -No lo dudes. -Oye, empecemos por el principio ¿Tú quién eres, rico mío? Hubo un breve, pero significativo silencio. -Puedes llamarme Elías. -Ya. Como el profeta. -Algo así. -¡No te digo! Ahora va a resultar que estoy hablando con Elías, el profeta. -Algunos de esos que allí de dónde vienes han llamado profetas, son seres que pueden moverse libremente, más allá de eso que, para entendernos, hemos llamado las tres dimensiones. Los límites conscientes del mundo de dónde tú vienes ahora. -¿Y por qué no puedo verte? -¿Estás seguro de que no puedes? - 44 - Quiso verlo y eso hizo. Ante sí apareció un ser de luz como él, solo que, en éste, los tonos azules eran más oscuros y más intensos, con fuerte presencia del color púrpura, y su luz era más radiante. Tenía la forma de un anciano, con largas barbas y melena blancas, la piel con un suave tono dorado, y vestido con una especie de túnica, o hábito, también blanco. Se parecía al mago de las películas de El Señor De Los Anillos, pero sin gorro ni báculo, y después de haberse tragado una bombilla encendida, de las gordas. -¿Así que tú eres Elías? El anciano le sonrió. -Encantado de volver a saludarte, Niemsé. -¿Cómo me has llamado? –preguntó extrañado. No le había llamado Arturo, sino algo que había sonado algo así como Niemsé, aunque no estaba muy seguro, ya que aquí todo era muy diferente, hasta los sonidos, si es que podían llamarse así. -Niemsé. -Mi nombre es Arturo. -Era. En la Tierra te llamaban Arturo, pero aquí es así como reverberas tú ahora y como se te reconoce, aunque explicarte esto puede llevarnos demasiado… tiempo, y por el momento, es preferible emplearlo en algunos otros asuntos previos. Ya lo entenderás. -Ya empezamos. ¿No habíamos quedado en que ibas a ser mi guía? -Si -Pues entonces ¿qué tal si empiezas a ejercer como tal? Esta vez, no solo oyó la carcajada. También vio al anciano reírse a mandíbula batiente. -Eso es lo que estoy haciendo. -Pues no se te da muy bien, que digamos. -¿Y eso? -Te hago una pregunta y tú, en vez de responderme, me pides que tenga paciencia. Nueva carcajada. -Otra vez tú y tus prisas. Si, te vendrá bien aprender a manejarte con la espera. En ese momento, el resto del mundo volvió a aparecer a su alrededor. No es que hubiera desaparecido, pero mientras estaba hablando con Elías, se había olvidado de Marta y de todo lo demás. Era curioso. Llevaba un rato hablando con el anciano, pero parecía como si el tiempo hubiese quedado congelado. Allí estaba de nuevo Marta, que seguía hablando con su compañera, y allí estaban también él y Elías, pero para ellas, como si no estuvieran. 1.11. El instituto. Mientras contemplaba la escena de Marta hablando con su compañera, Arturo-Niemsé cayó en la cuenta de que hoy no podría ir a - 45 - casa a comer, y cuando ella llegase, se preocuparía por no verlo allí, sin antes haberla avisado. -¡Marta! La llamó, pero ella, además de parecer no verlo, también parecía no oírlo. Tan solo un leve gesto y siguió con su conversación, como si tal cosa. -(Se me había olvidado) –pensó, y empezó a sentirse inquieto. Se preocupaba por Marta. Ni siquiera podría avisarla por el móvil, que, además, se había quedado en el coche, de que hoy no podría ir a casa a comer. Ese pensamiento le llevó a recordar a Lucia, la hija que su pareja tuvo con el que fue su marido, hace ya de eso trece años, y que vivía con ellos. La niña llegaba habitualmente a la casa antes que él, que hoy no llegaría, y su madre lo haría más allá de las cuatro y media de la tarde. Lucia estaba en plena adolescencia y la estaba aprovechando a tope. Adolescía con todas sus fuerzas, a lo que había que añadir que nunca terminó de aceptar, que su madre compartiese su vida con otro hombre que no fuese su padre, por lo que le tenía declarada a Arturo una guerra soterrada, que estaba aflorando continuamente, y tal y como estaba haciendo de un tiempo a esta parte, no los esperaría para comer. Hasta ahí no había problema, pero precisamente para esa tarde, y con el fin de hacer posible que pudiera visitar al abuelo, él se había comprometido con la madre, en llevar a la niña, junto con otra adolescente amiga suya, a la fiesta de cumpleaños de Carmen, una tercera amistad a la que no conocía, pero de la que había oído hablar. Así, su madre podría aprovechar la tarde, la primera que tenía libre en una semana, para visitar al abuelo, pero tal y como se estaban desarrollando los acontecimientos ahora, era fácil prever que no pudiera cumplir con su palabra, dándole con ello un sólido motivo a la hija, para calentarle la cabeza a la madre contra él, una vez más. Pensó en ir a buscar a Lucia, para avisarla de que no podría llevarla a la fiesta de cumpleaños, pero acto seguido ya se estaba preguntando cómo hacerlo. Ni le vería, ni le oiría. Además, a estas horas estaría en clase. No obstante, se sintió juguetón. Le apeteció explorar cómo funcionaba este mundo nuevo. Recordó sus “viajes” a su centro de trabajo y al de Marta, y quiso estar con Lucia. Allí estaba ya, con la inmediatez tan sorprendente que parecía ser típica aquí, pero para su sorpresa, no en clase, como esperaba. Se encontró en el patio de recreo del instituto, repleto de estudiantes. Debía de ser alguna hora entre las doce y las doce y media, el horario de recreo del centro donde la niña cursaba segundo de la E.S.O. Al parecer, él aún no se manejaba muy bien con el tiempo, en esta nueva situación. Lucia caminaba en batería por los márgenes del patio, junto a dos amigas más, de las que conocía bien a una de ellas. Era María Antonia, más conocida por Toñi, amiga de Lucia desde muy niñas y vecina del - 46 - mismo bloque donde vivían. Era la amiga a la que tenía que llevar esa tarde, junto con Lucia, a la fiesta de cumpleaños de una tercera. Veía a la hija de Marta caminar, junto a ésta y a otra amiga más, cerrando el trío por la derecha, con Toñi en el centro. Al igual que pasó con la madre, cuando quiso ir a ver a la hija, se encontró cerca de ella, detrás y a su izquierda, aunque guardando una cierta distancia. Escuchó la conversación que mantenían. -No va a venir –decía la que él no conocía. -¡Qué rabia! –Dijo Toñi. -¿Y por qué? –preguntaba Lucia. -Por lo visto tiene partido –dijo la otra. -¡Qué rabia! –repitió Toñi. -¡Pero si lo tienes ahí todos los días! –decía Lucia, señalando el patio. -Ya, pero no es lo mismo. Míralo. Ni caso. Arturo-Niemsé comprobó, una vez más, que para desplazarse, todo lo que necesitaba era querer estar allí. Además, cuando se trataba de personas, parecía que ni siquiera fuese necesario saber dónde estaban. Bastaba con querer estar a su lado y allí aparecía él, estuviesen donde estuviesen. Por otra parte, gracias a esa extraña lucidez mental que venía asociada a su nuevo estado, la información que percibía ahora del entorno, era mucho más rica que antes. No solo podía ver y oír. También, a la par, podía sentir a los demás y eso incluía sus emociones. Sintió la frustración de Toñi y su atracción por el muchacho del que estaban hablando, así como supo, igualmente, que hablaban de un compañero de clase. Sintió también la indiferencia de Carmen, la niña que no conocía, pero que supo de quien se trataba, al sentir también que hablaban de la fiesta de celebración de su cumpleaños, prevista para esa misma tarde, así como el desagrado de Lucia, no por la anunciada ausencia del chaval, sino por el enamoramiento de su amiga. -Si, vaya, que te vas a creer tú que porque venga a la fiesta de Carmen, ya se va a enamorar de ti. -De eso ya me encargo yo, pero si no lo tengo delante, no voy a poder. -Bueno, pero no se acaba el mundo por eso ¿no? Lo ves aquí todos los días –decía Lucia, haciendo un gesto de barrido con la mano. -Ya, pero no es lo mismo. Yo quiero estar con él. -Va a venir Juan Pablo –decía Carmen. -Ufffff… Menudo coñazo. -Pues está loquito por ti. -¡Pero a mí no me gusta! Era una conversación de adolescentes. No obstante, le agradó comprobar que Lucia no se había dejado llevar, por esa especie de obsesión por encontrar pareja, que a veces asalta y domina a algunos jóvenes, cuando su torrente sanguíneo se ve enriquecido por las nuevas hormonas, activadoras de la maduración sexual. Sintió su rechazo por - 47 - las actitudes de su amiga hacia el sexo opuesto, y su convicción acerca de lo absurdo que le parecía perder el tiempo, en el intento de captar la atención de un muchacho, solo por eso: por ser del otro sexo, fuera como fuese la persona que estaba detrás de aquellos genitales. Naturalmente, ella también era víctima de su actividad hormonal, pero al menos en esto, su actividad cerebral parecía dominante, y si ya no le resultaba muy agradable el cambio de comportamiento, que a veces observaba en algunos adultos cuando interactuaban con alguien del sexo opuesto; cuando los que lo hacían eran sus compañeros y compañeras de generación, en sus palabras, resultaban patéticos. En su opinión, el comportamiento de unos y otras cambiaba de forma absurda, según que hubiera o no alguien del otro sexo de por medio, y que su amiga hiciese las mismas tonterías que ellos, no sólo le desagradaba; también le hacía sentirse defraudada. Aunque Arturo sabía que no era recíproco, admiraba a esta niña. Su inteligencia y la madurez que mostraba en algunas ocasiones, a pesar de la edad, y siempre que no tuvieran nada que ver con la vida en pareja de su madre, le sorprendían y le generaban admiración. En estos pensamientos estaba, cuando se le ocurrió la idea. La animadversión, mal disimulada, que Lucia mostraba hacia él, le coartaba a la hora de demostrarle afecto, pero recordó que ahora las cosas eran muy distintas. No podía verlo, ni oírlo, ni sentirlo, así que decidió aprovechar la ocasión, para hacer algo que muy a menudo le había apetecido hacer, pero cuya sola idea había reprimido con rapidez, cada vez que se le venía a la cabeza, dada la actitud de rechazo de la niña hacia él: mostrarle su afecto y admiración con una caricia. De repente se encontró junto a ella, acariciándole el pelo, pero su sorpresa llegó cuando Lucia dio un respingo. -¿Qué pasa? –preguntó Carmen. La hija de Marta miraba a su alrededor, también con cara de sorpresa. -No sé. Qué raro. He sentido como si alguien me acariciara el pelo. -Hija mía, que tonta estás. Eso son las ganas. -Sí, seguro –contestó con cara de desagrado. ¡Lo había notado! No lo veía, pero sí podía sentirlo. Esto era nuevo. Ni el policía municipal, ni la directora de su centro de trabajo, ni Juan. Ni siquiera Marta. Nadie, hasta ahora, parecía verse afectado por lo que él hiciese, salvo Lucia. Buscó a Elías, con la intención de preguntarle al respecto, pero no lo encontró. No estaba allí. Menudo guía estaba hecho, pensó. Cuando más lo necesitaba, no podía contar con él. Decidió experimentar por su cuenta. Acarició a Carmen y a Toñi, pero la única respuesta que obtuvo de ambas, fue un ligero movimiento de cabeza. Repitió con Lucia y se repitió su sobresalto. -¡Otra vez! -Pues yo no he sido. - 48 - -Yo tampoco. -Qué raro. -Anda hija, que se te está yendo la pinza. Míralo. Con los amigotes y a mí, ni caso. -A la que se le está yendo la pinza es a ti. Lucia seguía ya la conversación con sus amigas, como si tal cosa, pero lo había sentido. Y él había sentido que ella lo había sentido a él. Esto se merecía una investigación más a fondo. Se decidió por los chicos, tras eliminar como sujetos de su experimento a las chicas, por si acaso alguna de ellas pudiera, por ello, sentir invadida su intimidad. Se acercó al primer muchacho que encontró y le acarició el pelo. Se sorprendió cuando también se giró bruscamente, con cara de extrañeza, como buscando quién le había hecho aquello, aunque solo hubiese sido por un segundo, antes de volver con sus compañeros de juego, con toda normalidad y como si nada hubiese pasado. Lo hizo con otro alumno, pero esta vez el chaval ni se inmutó. Apenas un ligero movimiento de cabeza, como en el caso de las amigas de Lucía. Probó con unos cuantos más y pudo comprobar que la mayoría parecían ignorarlo, pero unos pocos, los menos, reaccionaban a su contacto, aunque no pudiesen verle. 1.12. Morriña. Estaba echando en falta la presencia de Elías, para poder preguntarle respecto al resultado de sus investigaciones, cuando se sobresaltó al “oírlo” detrás suyo: -¿Me echabas de menos? Se giró sobresaltado y allí estaba el anciano, detrás suyo y a su izquierda, sonriendo. -¡Joder, qué susto! Elías volvió a reírse a carcajadas. -Ya te irás acostumbrando. -No sé, no sé. -¿Qué es lo que te preocupa? -Nadie parece enterarse de que existo, salvo Lucia. -Y yo. -Muy gracioso. -Perdona. Aquí las cosas te pueden parecer muy distintas, pero en realidad no lo son tanto. ¿No te pasaba antes, que conocías personas con una sensibilidad especial y otras que, como decíais allí, parecían tener la misma que el palo de una escoba? -Pues sí. -Pues eso. Hay quien ha desarrollado su sensibilidad suficientemente como para poder apreciar ciertas cosas, y hay quien no. -¿Entonces, puedo comunicarme con ellos? - 49 - -Pues claro, pero te recomiendo mucha prudencia. Antes tendrás que aprender a hacerlo sin crear problemas. Recuerda el sobresalto de Lucia, al sentir tu contacto. -Para eso estás tú ¿No? Otra vez el anciano, mondándose de risa. Tenía buen humor, el tocayo del profeta éste. -Ni yo ni nadie puede enseñarte nada. Sólo tú puedes hacer tus aprendizajes. Los demás podemos guiarte, ayudarte, informarte, aconsejarte, proporcionarte datos, oportunidades… Llámalo como quieras, pero nadie más que tú, puede hacer tus aprendizajes por ti. -Traducido: algo así como búscate la vida. Al final vas a tener razón, en que esto no es tan diferente de aquello. Por cierto ¿Cómo sabes lo del sobresalto de la niña? ¿Y cómo sabes quién es Lucia? -¿Cómo has sabido tú, que la tercera niña del grupo era Carmen? Se quedó pensando. Cayó en la cuenta de que aquí había asuntos muy íntimos de las personas, que parecían estar a disposición de cualquiera. Lo que antes pertenecía a la intimidad de cada cual, ahora parecía ser del dominio público. Bastaba con poner la atención en ello y eso ocurría igualmente con los sentimientos y pensamientos. Ya le pasó al principio, con la gente a su alrededor, cuando todo esto empezó. Le acababa de pasar también hace un momento, cuando supo que la otra amiga de Lucia, era Carmen, solo que entonces no le había dado importancia. Aquí todo era muy raro y con ese pensamiento, empezó a sentirse azorado. -Oye, yo quiero volver a mi vida de antes. -En el sentido en el que tú lo dices, nadie vuelve al pasado, si no es de visita. -¿Quieres decir que me voy a quedar aquí para siempre? -Tampoco nadie se queda en ningún sitio para siempre, al menos en el sentido en el que tú lo dices. -¡Ya estamos! ¿Oye, me voy aquedar aquí para siempre, si o no? -Muy probablemente, no. -¿Entonces, puedo volver? -Es posible. -¿Cómo que es posible? ¡Yo quiero volver! -Puede ser. -Pues venga, vamos ¿Cómo se hace? -Ya has vuelto. En realidad, nunca te has ido. -Mira, hoy no estoy teniendo un buen día, así que vamos a llevarnos bien ¿vale? -¿Tú crees, que si volvieras a ser el Arturo que eras cuando tenías quince años, todo volvería a ser igual que entonces? -¡Pues claro! -Siempre y cuando suprimas todo lo que has aprendido hasta ahora. - 50 - Niemsé se quedó clavado. Era verdad. Sólo sería igual, si no hubiese vivido nada de lo que había vivido hasta ahora, pensó, y el terror se apoderó de él. -¡¡¡¿Entonces, no voy a volver nunca?!!! -¿Quién ha dicho eso? Nueva clavada de Arturo. -Yo –Se respondió a sí mismo, más que a Elías. Ahora lo comprendía. Él era quien había contemplado como real, la posibilidad de quedarse en este mundo para siempre, y había actuado en consecuencia. Pero puestos a elegir posibilidades, bien podría haber elegido cualquier otra, como, por ejemplo, volver a su vida anterior. El caso es que había elegido la que había elegido, y dado el deseo que en ese momento tenía, de volver a vivir la vida como la vivía antes, consecuentemente, se sintió azorado. Ya no lo estaba. -Me gustas –Oyó decir a Elías. -¡Eh! Mariconadas, ni una. -Conmigo no necesitas hacerte el gracioso. En realidad, ni conmigo, ni con nadie. Ni siquiera contigo mismo. No lo necesitas. -Pues también es verdad. -Por eso me gustas. -¿…? -Aprendes rápido. -Hombre, gracias. -De nada. Niemsé se tomó un tiempo para reorientarse. Todavía no sabía por qué, pero el caso era que se había visto desaparecer a sí mismo y, sin embargo, no había muerto. Según le había dicho Elías, había cambiado de dimensión, o algo así. Por sus explicaciones acerca de las figuras en dos y tres dimensiones, entendía que esa desaparición, no era más que la consecuencia de su transición al mundo de la cuarta dimensión, vivida ésta desde el mundo de las tres dimensiones, de donde precisamente él venía, por lo que no tenía ni idea de lo que le esperaba en este otro mundo, que no era otro que el que acababa de dejar. Esto era así porque, en realidad, no había cambiado de mundo; había cambiado de dimensión… o algo parecido. Además, le habían cambiado el nombre por otro muy raro, pero que, para sorpresa suya, no le resultaba ajeno. Por si fuera poco, parece ser que esto ya había pasado otras veces, aunque muy raramente. Y Elías hablaba de otros sitios, otros más allá, que los llamó él. -(¡Ya está! Después de la cuarta dimensión, viene la quinta, luego la sexta, y así. Elías es de la cuarta, pero ni pajolera idea de la quinta) – se dijo a sí mismo. -¿Estás seguro? -¡La leche, con la puñetera telepatía esta de las narices! –y tras el sobresalto, Arturo-Niemsé tomó conciencia de que otra vez estaba dando por cierta una posibilidad. De momento, sabía lo que sabía, y lo que - 51 - sabía, lo sabía gracias a su experiencia o, mejor dicho, a la interpretación que hacía de ella. Aun así, era precisamente su experiencia, la que le recordaba las numerosas ocasiones, en las que había cambiado de opinión a lo largo de su vida. Cosas que en determinados momentos había considerado ciertas, con el tiempo se demostraron falsas, y viceversa. Todo aquello que quedase fuera de su experiencia, era tan solo una posibilidad, y todas ellas tenían la misma probabilidad de hacerse realidad, o lo que es lo mismo, de pasar a formar parte de su experiencia, es decir, de él. Eso significaba que, en definitiva, él era quien creaba su propia realidad. ¡Quien se creaba a sí mismo! Sintió vértigo. 1.13. Marta. Aquel lunes se presentaba como un magnífico día. En el trabajo, era el primero de su semana de mañana. Esa semana que alternaba con las del turno de tarde, al que ella prefería llamar turno de noche, porque terminaba a las 22:30 horas. Además, gracias a Arturo, podría visitar a su padre después de varios días sin poder hacerlo. Había quedado con Arturo, el hombre que le había devuelto la confianza y la ilusión por la convivencia en pareja, después de las desastrosas experiencias vividas con el padre de Lucía, antes de divorciarse, en que él se ocuparía esa tarde de llevar a su hija a la fiesta de cumpleaños, a la que había sido invitada por una amiga. Estaba de buen humor y, al parecer, también lo estaba Maripaz, una de sus compañeras, a la que veía venir sonriendo hacia ella. -Hola Marta ¿Qué tal el fin de semana? -Nada especial y menos después del puñetero sábado extra que tuvimos ¿Y tú? -Pues lo mismo –y le hizo un mohín con las caderas, a la vez que sonreía y agitaba la melena -¡Pero hoy es lunes de mañaanaaa! Mientras Marta iniciaba su manifestación de alegría, en respuesta a la de Maripaz, tuvo una extraña sensación. Por un momento, le había parecido escuchar la voz de Arturo, llamándola por su nombre, pero el impulso ya estaba dado y siguió con lo que había empezado, olvidando lo que dejaba entre medias. -¡Siiiiii y estamos en mayo! -Si, porque en invierno, el turno de tarde es mortal. -Disculpen ¿Habrá un cuarenta y dos de este modelo? Era un cliente. Maripaz le contestó rápidamente. -Enseguida se lo busco –y se marchó camino del almacén del departamento. Marta trabajaba ahora en la sección de calzado de caballero. Una de sus favoritas, porque allí los clientes solían tratar muy bien a las vendedoras. Agradecían que se les aconsejara en sus decisiones y decidían sus compras con rapidez, por lo que ella, sabiendo que su - 52 - amabilidad era muy probable que fuese reconocida y correspondida, al quedarse sola con el caballero, le preguntó sonriendo: -¿Puedo ayudarle yo en alguna otra cosa más? -De momento no, muchas gracias –contestó amablemente el señor, confirmando sus expectativas. Un hombre que, por cierto, tenía un aspecto magnífico. Vestía un clásico traje de chaqueta azul oscuro, pero sin corbata y, aún así, lo llevaba con un porte y elegancia, que hacían resaltar aún más la evidente buena calidad de la tela y de la confección. Además, era alto y guapo. Le recordaba a su Arturo. -A usted caballero –le contestó, y se dispuso a marcharse. En la tienda, esa mañana, aún había poco movimiento de clientes, por lo que al preguntarse qué podía hacer ahora, se decidió por ordenar zapatos descolocados en los expositores. Mientras lo hacía, se acordó de su hija. Cuando le presentó a Arturo, enseguida hicieron muy buenas migas entre ellos. Arturo sabía ser encantador cuando quería y conquistó rápidamente a Lucia, que entonces tenía tan solo ocho años y aún no había entrado en la adolescencia. La niña cambió radicalmente de actitud hacia Arturo, en el mismo momento en que le dijo que, en breve, vendría a vivir con ellas. Hasta entonces, le gustaba estar con él y se alegraba cuando le decía que iban a salir todos juntos, pero fue informarle de que se iba a venir a vivir con ellas y su actitud cambió como del día a la noche. De ser su adulto favorito, de los de fuera de la familia, pasó, en un solo instante, a ser el más odiado, y eso traía a Marta de cabeza, porque le hacía sentirse como el salchichón del bocadillo. No estaba dispuesta a renunciar a Arturo y menos aún después de lo que había vivido, pero tampoco renunciaría a su hija por nada del mundo, aunque ésta no parara de ponerla entre la espada y la pared. Y últimamente, la situación se había agravado. Lucia había entrado en plena adolescencia. Lo hizo así, de golpe, el mismo día en el que le sobrevino la menarquia, hace de eso año y medio, más o menos. En Nochebuena tuvo que ser. Desde aquella cena, que pasó por derecho propio a formar parte de los anales del anecdotario familiar, la capacidad de Lucia para encresparla, fue creciendo exponencialmente. Esta tarde, las tenía que llevar Arturo, a la niña y a Toñi, al cumpleaños de Carmen, y ella no iba a poder acompañarlos. Miedo le daba. No es que temiera nada por parte de Arturo. Por ese lado lo tenía todo asegurado. Lo que le daba miedo, era la que le podía caer encima esa noche, o al día siguiente, cuando Lucia empezase a calentarle la cabeza, con la de cosas malas que había hecho su pareja, o que habían sucedido por su causa, pero prefería arriesgarse, antes que renunciar a visitar a su padre. La experiencia como madre, le había demostrado que su capacidad de aguante, tenía los límites mucho más allá de donde ella había creído que podían estar. - 53 - Durante la semana anterior, sólo había podido visitar a su padre en dos ocasiones y la última fue el jueves pasado. El domingo tuvo tiempo, pero el sábado tuvo que ir a trabajar y la afluencia de clientes fue también extraordinaria. Estaba cansada. Hacía cuatro días que no lo veía, por lo que no estaba tranquila, aunque ayer hubiese hablado con él por teléfono, como hacía casi a diario. Tenía ochenta y seis años y se empeñaba en vivir solo, en un segundo piso sin ascensor, después de haber sobrevivido a dos infartos. Los hermanos de Marta estaban dispuestos a internarlo en la mejor residencia que pudiera pagarse con su pensión de jubilación, ella se empeñaba en llevárselo a vivir a su casa, y él decía que de la suya lo tendrían que sacar con los pies por delante. Decía también, que si le pasaba algo grave, para eso tenía el botón rojo, que era como llamaba a la alarma del Servicio de Teleasistencia. Si no era grave, decía que tenía teléfonos fijo y móvil, y que todavía podía valerse por sí mismo, concluyendo como corolario, que podían ir yéndose a tomar viento fresco todos ellos, si querían. Marta lo visitaba muy a menudo y aunque para ella supusiera una tarea más, lo hacía con gusto. No entendía cómo era posible que pudiese haber hijos que descuidasen a sus padres, como pasaba con sus hermanos, por ejemplo, y más como en su caso, tratándose de un padre que se quedó viudo con tres niños pequeños y dedicó por completo su vida a sacarlos adelante desde entonces, procurando siempre suplir la falta de una madre en la familia lo mejor que supo y pudo, que fue mucho y bien. Con sus frecuentes visitas, comprobaba si todo estaba en orden en la casa, incluido el frigorífico, si estaba tomando correctamente su medicación, o si alguna de sus ropas necesitaba lavado y/o planchado. Inspección que solía dar resultados positivos en todo, menos en la medicación. Su padre era de los de la vieja escuela y con tal de no dar trabajo a su hija, además de gustarle presentar siempre un aspecto impecable, él mismo se ocupaba de lavar y planchar su ropa. La limpieza de la casa la hacía también él mismo, ayudado dos veces en semana por una nieta, una de las hijas de su hermana, que lo hacía encantada con tal de ganarse unos dinerillos, que el abuelo pagaba con dificultad, pero con gusto. El frigorífico solía estar suficientemente surtido, aunque nunca lleno, pero la medicación tenía que vigilársela atentamente, porque eran muchas las pastillas prescritas por los diferentes especialistas que lo atendían, y a veces se liaba con las tomas y las dosis. Esta tarde podría, por fin, visitarlo, después de cuatro días sin hacerlo. Consideraba que eso era demasiado tiempo, como para dejar pasar un día más sin verlo, teniendo la posibilidad. Definitivamente sí: el primer día de la semana, la anunciaba como bastante prometedora. - 54 - 1.14. La hija de Marta. Esa tarde estaba prevista la celebración de la fiesta de cumpleaños de su amiga Carmen. Se conocieron en el colegio y habían pasado juntas al instituto, lo que le hacía merecedora del minoritario título de vieja amiga, pero su amiga del alma, la de verdad, la de toda la vida, era Toñi. Era la amiga más antigua que tenía. Ni siquiera podía recordar cuando la conoció, aunque sí recordara cómo. Sus padres vivían en la misma urbanización, un bloque de pisos que ocupaba toda una manzana y que en el centro albergaba unos jardines comunitarios con piscina. Allí se conocieron cuando eran muy pequeñas y desde entonces eran inseparables. Ese lunes, a las doce, como todos los días de clase, había llegado la hora del recreo y paseaba por el patio con estas dos amigas. Mientras lo hacían, comían sus bocadillos y hablaban de la fiesta que esperaban celebrar esa misma tarde, repasando las asistencias previstas. Entre los invitados estaba Joaqui, un niño de la clase, del que Toñi decía estar enamorada y del que Carmen acababa de informarles que faltaría a la fiesta, porque tenía un partido previamente concertado. Era miembro del equipo de futbol del instituto, que participaba en una liga, y de vez en cuando jugaban contra equipos federados de otros centros. A veces, incluso viajaban a otras ciudades para jugar. Fuera como fuese, a ella le daba igual. El tal Joaqui le parecía tan idiota como casi todos los demás chicos de su edad y no entendía cómo era posible que su amiga flipase en colores por él. -¡Qué rabia! –había dicho Toñi al enterarse. -¡Pero si lo tienes ahí todos los días! –le dijo Lucia, señalando el patio donde Joaqui participaba en un partido, de ese deporte estúpido que tanto gustaba a los chicos y que consistía en correr detrás de una pelota, dándole patadas a la misma y a todo el que se pusiera por delante, hasta conseguir meterla dentro de una portería. -Ya, pero no es lo mismo. Míralo. Ni caso. Y era verdad. En realidad, el tal Joaqui no hacía ni puñetero caso a su amiga. Ni en el recreo, ni fuera del instituto. Tan sólo en clase, de vez en cuando, se acordaba de ella para molestarla, tirándole bolitas de papel, poniéndole zancadillas, o escondiéndole los materiales de trabajo. Un impresentable, como casi todos los de su edad. A ella quien le llamaba la atención, era Dani. A este chico no le gustaba el futbol, no se metía con las chicas y sus conversaciones eran interesantes, cosa extremadamente rara, a esa edad, entre los miembros de su sexo. En vez de cotillear de unas y de otros, videojuegos, grupos musicales, películas, o fútbol, él hablaba de cosas como las estrellas, la formación del universo, curiosidades del comportamiento animal y de la naturaleza en general, el cambio climático, o la física cuántica. Le gustaba aquel muchacho, aunque ella decía que por supuesto que no era porque fuera guapo, sino por lo interesante de las cosas que contaba. No entendía por qué no sacaba mejores notas. Era un niño de - 55 - aprobados por los pelos, cuando aprobaba, y sin embargo, por sus conversaciones, era fácil deducir que pasaba buena parte de su tiempo libre ampliando conocimientos. Además, era como ella: uno de los marginados de la clase. Uno de los raros. No como Joaqui, que entre sus compañeros de clase y aún pudiera ser que entre todos los alumnos del instituto, fuera uno de los que más disfrutaba haciendo el ganso, lo que paradójicamente parecía convertirlo en uno de los más populares y admirado por la mayoría. -Si, vaya, que te vas a creer tú que porque venga a la fiesta de Carmen, ya se va a enamorar de ti –le dijo a su amiga, en un intento por devolverla a la realidad y sacarla de ese absurdo estado en el que había entrado y que llamaban enamoramiento. En su experiencia, ese estado no traía nada bueno. En las películas, a veces lo pintaban como algo maravilloso, pero eso era en las películas. En la vida real, sus padres estaban divorciados y de muy mal rollo. Su padre, que era homosexual, temiendo el rechazo social, había tratado siempre de ocultarlo, pero ella lo sabía, como casi todo el mundo, aunque cuando ella estaba presente, los demás hicieran como si no lo supieran. Al igual que sabía, que los nuevos “amigos” que su padre le presentaba periódicamente, eran en realidad sus circunstanciales parejas. Por otro lado, su madre, a la que había creído más sensata, desde la separación había salido con algunos hombres, pero siempre manteniéndolos a distancia de la familia y sin llevarlos nunca a la casa. Hasta que dijo haberse enamorado de Arturo. Entonces, afectada gravemente por la idiotez que parecía provocar ese estado en las personas que lo padecían, se lo trajo a vivir con ellas. Su madre, a la que hasta ese momento había admirado por su lucidez y sabiduría, parecía haberlas perdido por completo, al infectarse con el maldito virus del amor. Ella, que siempre había estado atenta a sus necesidades, no se daba cuenta de que meter a otro hombre en la casa, iba a estropear aún más las relaciones con su padre. Como así fue. En numerosas ocasiones, lo había escuchado contándole a la gente, cómo su ex mujer lo echó de su casa, para meter a otro hombre dentro. Arturo le pareció simpático y divertido en un principio. De hecho, de todos los amigos que le conoció a su madre, era el que más le gustaba. Pero no por eso dejaba de ser un extraño. Además, él también debía estar infestado, porque desde que se fue a vivir con ellas, había cambiado mucho. Cada vez estaba más gruñón y de más mal genio. Había pasado de jugar con ella, a incordiarla y molestarla cada vez que tenía una oportunidad y estaba convencida de que, si por él fuera, ya la habría echado de su propia casa. Por eso se sentía tan defraudada por Toñi. Por si no tuviera suficiente con el pastelón que había en su familia, su amiga de toda la vida, la única persona en el mundo con la que podía compartir sus secretos, se había dejado infestar por el virus. Se estaba - 56 - quejando de que Joaqui no iba a ir esta tarde a la fiesta, cuando pasaba con él todas las mañanas de lunes a viernes y algunas tardes. -Ya, pero no es lo mismo. Yo quiero estar con él. Esa era otra de las nefastas secuelas de la enfermedad del enamoramiento: los afectados, a veces decían cosas sin sentido. Carmen intentaba consolarla, proponiéndole otros portadores del virus como alternativas a Joaqui, pero para ella era el único candidato posible para el contagio. De pronto, Lucia dio un respingo. -¿Qué pasa? –preguntó Carmen. La hija de Marta miraba a su alrededor, también con cara de sorpresa. Había sentido nítidamente, cómo alguien le acariciaba el pelo. Se giró, buscando al autor de la caricia, dispuesta a partirle la cara por su atrevimiento, pero no había nadie cerca, más que sus dos amigas. -No sé. Qué raro. He sentido como si alguien me acariciara el pelo. -Hija mía, que tonta estás. Eso son las ganas –le dijo Carmen, que hoy estaba graciosa. -Sí, seguro –le contestó, poniéndole cara de desagrado. -¡Otra vez! Lo había sentido de nuevo. -Pues yo no he sido. -Yo tampoco. -Qué raro. -Anda hija, que se te está yendo la pinza. Míralo. Con los amigotes y a mí, ni caso. -A la que se le está yendo la pinza es a ti. Mientras Carmen y Toñi seguían hablando, ella se quedó pensando en lo que le había pasado. Juraría que alguien le había acariciado el pelo dos veces, pero allí no había nadie lo suficientemente cerca de ellas. Por cierto, que la habían acariciado muy bien. -¿De qué hablabais? –preguntó a sus amigas. 1.15. Elías. Sabía sobradamente, que la sobreprotección podía evitar algún que otro peligro circunstancial al protegido, pero siempre a costa de privarle de una magnífica oportunidad, para experimentar y aprender a manejarse por sí mismo con la adversidad, contribuyendo así a la dependencia, antes que a la independencia, por lo que cuando su nuevo pupilo lo buscó, esta vez no se le manifestó. Esperó para comprobar su reacción y pudo apreciar la rapidez con la que lo hacía, solo que, a veces, esta rapidez era excesiva. Tanto que, en algunas ocasiones, como en ésta, Niemsé llegó a sentir vértigo. El vértigo se lo había provocado la rápida progresión mental que había hecho, que le había llevado más allá de las limitaciones para comprender que le imponía su actual nivel de conciencia, pero el hecho de descubrir la inmensidad que le quedaba por explorar, no le asustó. Antes bien, le estimulaba. - 57 - Se había dejado llevar, y al sentir el vértigo que le provocó descubrir la abrumadora cantidad de información que ahora tenía pendiente de asimilar, regresó a niveles en los que se sentía seguro y sabía que podía manejarse con comodidad. Entonces vino la calma. A Niemsé le había gustado el descubrimiento que había hecho. Gustaba de las novedades. Definitivamente, esta criatura le caía simpática. Era muy prometedora, aun cuando todavía tuviese mucho que evolucionar. Todo empezó con una llamada de su Consejo. Cuando Elías se presentó allí, fue informado de que la premura estaba motivada por un imprevisto. Un Maestro había informado de que uno de sus pupilos había hecho una transición anormal. El asunto debía ser importante, porque en aquella reunión había un Sabio. Los otros tres eran los Maestros habituales, entre los que estaba Iadimane, uno de sus instructores. Al parecer, y como era previsible para su nivel de desarrollo, el sujeto protagonista del imprevisto estaba desorientado y necesitaba ayuda para adaptarse a su nueva situación, por lo que alguien más experto que su Maestro, que estaba en proceso de formación en otros asuntos, debía encargarse de él, y le asignaron el caso. Krionsdinae, el Maestro que anteriormente trabajaba con esta criatura, le puso en antecedentes, transmitiéndole toda la información que tenía de este individuo. No obstante, cuando conoció a Niemsé, lo encontró algo confundido, pero no tanto como había supuesto que podría llegar a estarlo. Estaba sorprendentemente bien organizado, para acabar de sufrir una transición tan brusca e inesperada. No parecía estar sufriendo demasiado y su luz estaba bastante limpia. Ya había sido informado de sus características personales, pero fue entonces cuando apreció, por primera vez y de primera mano, lo rápido que aprendía. Había características suyas con las que sintonizaba fácilmente, como su valentía, nobleza, y honestidad, y había otras que le hacían vibrar de forma estimulante, como su rapidez para reorganizarse. La misma que desplegaba para desorganizarse. Debía haber practicado mucho, porque aquel espíritu demostraba una muy buena capacidad de adaptación a las novedades. Elías se comprometió a estar muy atento a esta criatura, pero le sorprendía que no le estuviera resultando una tarea más difícil que otras. Había tenido trabajos mucho más engorrosos, pero en todos ellos, tutelar los progresos de otros, representaba una magnífica oportunidad para probarse a sí mismo y más aún si se trataba de una anomalía, como era el caso. La facilidad que encontraba en ayudar a su nuevo pupilo, la interpretaba como evidencia de sus propios progresos, por lo que generó agradecimiento. Por razones que desconocía, en algún nivel más allá del suyo, y a fin de facilitar el desarrollo de determinados procesos en la evolución de la humanidad, se consideró oportuno ampliar el campo experiencial de Niemsé de una forma poco habitual, y allí estaba, de golpe y porrazo, con - 58 - un montón de información nueva que digerir. Para Elías era su primer imprevisto de este tipo. De hecho, de los entes más próximos a él, no conocía a ninguno que hubiese tenido experiencia directa con algún otro caso similar, aunque tuviera noticias de ellos. Sabía de este tipo de anomalías, que se producían en ocasiones especiales, cuando el habitante de un mundo hacía el tránsito de una forma que, si bien en el mundo que habitaba en esos momentos, era infrecuente, en otro podía ser la habitual. La ocurrencia de un tránsito tan extraordinario, tenía por objetivo generar una gran onda expansiva, pero había que vigilar que ésta no llegase más lejos de lo previsto y afectase a otros mundos simultáneamente, procurando que el efecto deseado se circunscribiera a aquel en el que se producía. Por primera vez tenía la fortuna y el privilegio, de poder experimentar directamente con un hecho tan poco frecuente en su nivel de experiencia. Estaba contento. En el Consejo, había recomendado alguien con más experiencia, pero le hicieron el regalo a él, por lo que estaba muy agradecido. Le estaban ofreciendo una magnífica oportunidad para progresar en su propio desarrollo y no estaba dispuesto a desaprovecharla. Niemsé tenía tal motivación por aprender, que lo suyo más parecía ansia viva por conocer. Allí estaba, juguetón como un niño y experimentando alocadamente con lo primero que se encontraba, yendo de acá para allá con cada situación que le llamaba la atención. Iba deprisa, porque sabía adónde iba, aunque ahora no pudiera recordarlo, y ese donde estaba lejos. Muy lejos. Esa era otra de sus peculiaridades que le gustaban: era amplio de miras. Pero cada vez que se acercaba un poco a su objetivo, al haberlo hecho demasiado rápido, encontraba que le faltaba algo con lo que terminar de hacerse con la situación, por lo que para encontrar la seguridad suficiente y necesaria, que le permitiera recobrar la confianza en sí mismo, su estrategia consistía en volver atrás, hasta la última posición segura que recordaba. Ese era el patrón que Niemsé había seguido últimamente: había conseguido progresar dando dos pasos adelante y uno atrás. Quizás fuese el momento de probar otra estrategia y ayudarle a descubrir que ese paso atrás no tenía por qué ser necesario, si antes de dar el siguiente, se aseguraba de que no dejaba nada, o apenas nada, por integrar en el anterior. Dicho de otra manera: no pretender trascender nada, sin asegurarse antes de haber integrado lo disponible en el momento actual. El progreso es inevitable, y son muchos y variados los métodos posibles para conseguirlo, pero según qué circunstancias, unos resultan más eficaces que otros. Niemsé estaba ahora familiarizándose con la nueva información que tenía disponible y que de momento le desbordaba, por lo que aún no tenía mucha idea de las consecuencias que podrían acarrear sus actos, en esta nueva situación en la que se encontraba. Además, no había salido - 59 - aún por completo del olvido original, al que no tuvo más remedio que someterse durante sus primeros años como ser humano. Podría actuar imprudentemente. Elías necesitaba estar atento para evitar, en la medida de lo posible, que ocasionara perturbaciones de importancia en el mundo de donde venía y con el que aún mantenía fuertes vínculos. Uno de los peligros de los entes ignorantes, es la falta de conciencia de las consecuencias que pueden conllevar sus actos, lo que puede inducirles a cometer imprudencias, como consecuencia de su falta de madurez, equilibrio, y conocimientos. Una evidencia más, de que la ignorancia es la madre de todos los males. Cuando terminó de experimentar, Niemsé lo reclamó para consultarle algunas cuestiones relativas a los resultados. Respondía bien a sus propuestas y lo hacía rápido. A Elías le procuraba placer encontrarse con entes desconocidos, porque solían proporcionarle la oportunidad de desarrollar habilidades, que no muy a menudo entrenaba. Éste era de los que iban rápido, así que aprovecharía esta oportunidad para desarrollar esa habilidad, y por supuesto, la contraria. 1.15. “Chico”. Mientras esperaban que llegase la grúa para retirar aquel vehículo aparentemente abandonado, el policía local que la había solicitado pidió a Luisa, su compañera, que se encargase de seguir controlando el tráfico, para poder así ocuparse en completar, con el máximo detalle posible, las notas que le servirían para elaborar la hoja de servicio, que tendría que entregar al finalizar el turno. Le gustaba ser minucioso en todo lo que hacía y muy especialmente en su trabajo. Era precisamente por su experiencia en el cuerpo, aunque corta aún, y por la atenta observación del proceder de sus compañeros más expertos, por lo que había decidido que era preferible excederse en el gasto de tinta y papel, antes que olvidar y dejar pasar detalles que, aun aparentando insignificancia en un primer momento, podían acabar siendo relevantes al caso. No quería que le ocurriese como al que fue su primer jefe de patrulla, estando recién incorporado, en aquella ocasión en la que les tocó ocuparse de una reyerta callejera con heridos, cuando tuvo que salvarle la cara, porque el otro olvidó anotar la matrícula de la moto en la que huyó, el que resultó ser el principal causante del altercado. En aquel coche había cosas que no encajaban con un abandono apresurado: unos zapatos con sus calcetines dentro, unos pantalones correctamente abrochados, con cinturón incluido, y una camisa, también perfectamente abotonada y con los faldones por dentro del pantalón, el cual parecía guardar en sus bolsillos los objetos personales del propietario. Podía distinguirse claramente un teléfono móvil, asomando por uno de ellos, motivo principal por el que solicitó la retirada del - 60 - vehículo. Parecía como si, por arte de magia, alguien hubiese sacado de aquellas ropas, al hombre que las vestía. Quitó el contacto, ya que el auto aún estaba con el motor en marcha, y quiso comprobar que el freno de mano estaba puesto, pero la camisa cubría las palancas del cambio y del freno. Como no quería alterar la posición de las ropas, con mucho cuidado metió la mano bajo las prendas. Le sorprendió comprobar que aún estaban calientes, así como que el freno de mano no estaba activado. Menos mal que en aquel tramo, la calle no tenía pendiente. Tiró de la palanca y al salir, anotó minuciosamente sus observaciones, incluyendo el color de la ropa y los zapatos. No conforme con sus notas, lo fotografió todo con el teléfono móvil. También los exteriores del vehículo, desde los cuatro ángulos, matrícula incluida, como tampoco olvidó anotar mentalmente su propia imprudencia, al tardar tanto en comprobar que el coche no estaba bloqueado. Despistes como ese, que podían acabar provocando un accidente, no eran admisibles en su trabajo. Cuando vio llegar la grúa, pidió a Luisa que retirase su moto, a fin de dejar espacio libre para que el operario pudiera enganchar el auto, mientras él la sustituía en el control del tráfico. Le gustaba esta muchacha. Sin que tuviera que decirle nada, una vez quitada la moto de delante del vehículo y por iniciativa propia, ella se ocupó de retirar la cinta delimitadora, volviendo luego a buscarlo y liberándolo así, para que él también pudiese retirar su moto de donde la había dejado y hablar después con el operario. Mientras observaba cómo el conductor de la grúa terminaba de enganchar el vehículo para poder remolcarlo, le pareció sentir una mano sobre su hombro izquierdo, pero al girar la cabeza no vio a nadie junto a él. En lugar de extrañarse, recordó que previamente le había puesto el freno de mano a aquel auto, por lo que pidió al conductor que esperase unos segundos. Se subió al coche, le quitó el freno con el mismo cuidado con el que lo puso, y aprovechó para una última inspección ocular, buscando detalles que hubiesen podido pasarle desapercibidos. No encontrando nada nuevo, digno de ser tomado en consideración, despidió a la grúa y fue en busca de su compañera. -Vamos a la dirección del propietario del vehículo, a ver con lo que nos encontramos. Es aquí mismo. Sígueme –y salieron en sus motos hacia allí. Cuando llegaron a la dirección que le habían dado desde Base, se encontraron con que el edificio ocupaba una manzana entera y tenía varios portales de acceso, pero la escalera del tal Arturo Briones, tenía tan solo dos viviendas por planta. Llamó al piso que figuraba en la dirección, utilizando el portero automático. A pesar de su insistencia, no obtuvo respuesta, por lo que decidió probar suerte en el piso del vecino. - 61 - Al primer intento, la voz de una señora mayor preguntó, con tono de preocupación. -¿Si? -Policía local ¿Puede abrir, por favor? Aun cuando estaba tratando con un videoportero y de haberse asegurado de situarse frente al objetivo de la cámara, prefirió informar de su condición de agente de la ley, por si acaso. El portal se abrió, buscaron la escalera correspondiente, y tomaron el ascensor. Al salir de él, se encontraron con una señora muy entrada en años, que los esperaba en el umbral de su casa, con la puerta abierta, vestida con la clásica bata de boatiné y su imprescindible complemento en forma de gastadas zapatillas de fieltro, con cara de susto y que nada más verlos salir, les preguntó, con el mismo tono de preocupación que utilizó cuando les abrió el portal: -¿Qué pasa? -Buenos días señora ¿Sabe usted si vive aquí Arturo Briones? – respondió el policía, muy profesionalmente, encarándola, a la vez que señalaba con el pulgar y un gesto de la cabeza, la puerta del piso que tenía detrás y que figuraba como domicilio habitual del conductor desaparecido. Se cuidó mucho de mostrar una amable sonrisa, a fin de tranquilizar a la mujer. -Sí ¿Qué es lo que pasa? –volvió a preguntar ella, intensificando aún más el gesto de susto en la cara y el tono de alarma en la voz. Dado que, al parecer, su intento de calmar a la señora había resultado en un rotundo fracaso, insistió manteniendo la sonrisa, pero ampliando un poco más la información. -Nada grave, no se preocupe. Solo queremos saber si vive aquí el señor Arturo Briones. -Sí, pero ¿qué es lo que ha hecho? –contestó ella, aún más asustada que antes. No solo no conseguía tranquilizar a la señora, sino que el grado de alarma que ésta mostraba, aumentaba con cada intervención suya. Sustituyó rápidamente la sonrisa por un gesto serio y cambió el tono de voz, por otro más autoritario. -Señora, ya le he dicho que no pasa nada, que solo queremos saber si vive aquí Arturo Briones –dijo, con un tono de voz firme y seco. Aquello sí que funcionó. -¡Ay hijo, que ya te he dicho que sí! –contestó la señora, cambiando rápidamente el susto por la aprensión. -¿Y sabe dónde puede estar ahora? –insistió el agente. -¡Y yo que sé! Pues estará trabajando. -¿Dónde? -¡Pues en su trabajo! ¿Dónde va a ser? ¡Ay mire usted, venga cuando esté mi hija! –dijo la anciana, empezando a dar muestras de más nerviosismo y agitación. - 62 - -Señora, tranquilícese. Sólo queremos encontrarlo, porque su coche ha aparecido abandonado en la calle. -¡Ay por dios! ¿Qué le ha pasado? –mostrándo aún más preocupación que antes. Aquello se le estaba yendo de las manos. -Señora, que nosotros sepamos no le ha pasado nada. Solo lo estamos buscando para que recoja su coche ¿Sabe usted donde trabaja? -Yo solo sé que trabaja para la Junta, pero ya está. -¿Y no sabe dónde? -Ay hijo mío, yo solo sé que es muy buena persona. Son muy buenos vecinos ¿Qué le ha pasado? -¿Son? ¿Quiénes? -Pues ellos y la niña. -¿Quiénes son ellos? -Pues Marta y Arturo ¿Quiénes van a ser? -¿Y quién es Marta? -Su mujer. -¿Y sabe usted dónde podemos encontrarla? -Ay mire usted, yo no se na ¿Por qué no viene usted cuando esté mi hija? -¿Está usted sola en casa, señora? -Hasta que no venga mi hija, si. El agente comprendió que poca información más podría obtener de aquella anciana que le fuera de utilidad, además del riesgo que parecía estar corriendo, de ser la causa de una importante subida de tensión, cuando no de algo peor, en una persona de la que no sería de extrañar que, por la edad, tuviese problemas con ella y con más cosas, por lo que se despidió cortésmente y se decidió por llamar al timbre del domicilio del tal Arturo Briones, en un último intento por confirmar si había o no alguien en casa. -¡Si ya le he dicho que no hay nadie! –escuchó decir a la señora, que se mantenía expectante a la puerta la suya. -Está bien señora. Muchas gracias por todo. Luisa ya tenía abierta la puerta del ascensor. -Buenos días señora. Gracias por su colaboración –le dijo ella, despidiéndose antes de entrar en él. -¿Qué hacemos ahora, Chico? –Preguntó Luisa, una vez dentro. Chico era el apodo por el que era conocido su jefe de patrulla. Así le llamaban en su casa desde niño y era el nombre con el que se identificaba, hasta el punto de que muchas personas ignoraban su auténtico nombre de pila. Era frecuente que no se diese por aludido, si alguien le llamaba Ángel. -Bueno, hemos hecho cuanto hemos podido. Lo haremos constar en la hoja de servicio. Mientras tanto, sigamos con la patrulla. - 63 - Capítulo 2. Procesos de Integración. 2.1. Mandelbrot, Bateson, y los puzles. Esta nueva situación le desbordaba. Arturo-Niemsé se daba cuenta de que hasta su manera de pensar había cambiado. Ahora la lógica no tenía que razonarla, como antes. Simplemente aquí, se practicaba. El hecho era que aquí, pensamiento y acción parecían ser la misma cosa. No como antes, que primero pensaba qué hacer y cómo, y después decidía si hacerlo o no. Aquí, pensar en hacer algo suponía estar ya haciéndolo. Si quería estar en algún sitio, allí estaba. Si quería ver, o estar con alguien, allí estaba. Otra cosa que también había cambiado era el tiempo. Antes era más lineal. Los acontecimientos se sucedían uno detrás de otro y el tiempo transcurría para todos más o menos igual. Ahora parecía no tener por qué ser así. Cuando Marta charlaba con su compañera y él se entretuvo hablando con Elías, al volver a prestarle atención a ella, se la encontró donde la había dejado. Parecía como si el tiempo se hubiera congelado para Marta, mientras él hablaba con Elías. Antes, podía quedarse absorto en algo, y al volver de su ensimismamiento, unas veces le parecía que el tiempo había transcurrido muy rápido, y otras muy lento, pero siempre transcurría. Ahora esa ley parecía haber prescrito. Había cambiado de dimensión, o se había muerto, o se había transformado en no sabía qué, todo a la vez, o vaya usted a saber. El caso era que, desde su punto de vista, estaba vivo. Eso era evidente y puestos a elegir puntos de vista, éste le pareció magnífico, de modo que ahora, siguiendo con la elección de posibles opciones, decidió seguir viviendo su vida, fuese ésta la que fuese y como quiera que fuese en esta nueva situación en la que se encontraba, lo más intensamente que pudiera. Se dijo a sí mismo que, ya que estaba allí, en vez de perder el tiempo añorando tiempos pasados, le sería más útil y rentable dedicarse a conocer de qué iba esto, puesto que cuanto mejor conociera el medio, mejor podría manejarse en él. Por cierto ¿dónde estaba Elías? Quería preguntarle al respecto. -¿Me buscabas? –lo oyó decir, apareciendo de repente a su lado. Niemsé dio un respingo. -¡Joder! No me acostumbro. -Ya lo harás. -Pues mientras tanto, tengo un montón de preguntas para ti. -¿Y a qué estás esperando? Ahora no sabía por dónde empezar. Eran tantas las novedades, que se le amontonaban las preguntas. -Empecemos por ti. ¿Tú quién eres? -Ya te lo dije. Puedes llamarme Elías. - 64 - -Ya, ya. No me refiero a eso. Quiero decir que quien eres ¿Eres una persona, un espíritu, un ángel, un demonio, un dios, un fantasma, el auténtico Gandalf…? -En tu mundo me han llamado todo eso y más cosas, pero en realidad soy lo mismo que tú. -¿Una persona? -También. -Pues en mi mundo, las personas no aparecen y desaparecen así como así. El anciano rio a carcajadas otra vez. Parecía resultarle muy divertido a aquel ser. -Sí que me resultas divertido. -¿Tú ves? Esa es otra cosa a la que todavía no me he acostumbrado. Aquí hay que tener cuidado con lo que se piensa. -¿Por qué? -Pues porque aquí, es como si pensaras en voz alta. -Así podría decirse, si, pero, ¿dónde está el problema? -Es como si estuvieras desnudo ante los demás. - ¿Y…? -Pues que me gusta mantener intacta mi intimidad. -Pues hazlo. -¿Y cómo, si me lees el pensamiento? -¿Y qué problema tienes con ello? -Oye ¿vamos a ponérnoslo fácil, o difícil? Te estaría muy agradecido si respondieses a mis preguntas, en vez de contestarlas con otra. -¿Y vas a seguir enfadándote, como cuando eras un niño, si las cosas no salen como tú quieres? -¿Lo ves? Ya me estás respondiendo con otra pregunta. -¿Y dónde está el problema? ¿Acaso no es eso una respuesta? -Sí, pero no la que yo esperaba –y a la vez que lo decía, caía en la cuenta de que el problema no estaba en Elías, ni en sus preguntasrespuesta, sino en él mismo. Estaba haciendo preguntas y recibiendo respuestas, solo que las respuestas no eran las que esperaba. Se estaba comportando como un niño pequeño y se lo estaban evidenciando. -Vale –dijo, reaccionando con rapidez –Volvamos a empezar ¿Me puedes explicar qué es lo que me ha pasado? -Hasta donde yo sé, has sido elegido para protagonizar una experiencia extraordinaria. -¡Y tan extraordinaria! Míralo. Además de profeta, el chaval nos ha salido lumbreras, pero ¿qué es eso de que he sido elegido? -Lo que te está pasando, no es muy frecuente. -Ya ¿Y me lo cuentas, o me lo preguntas? -Lo normal, en el mundo del que vienes, es que los tránsitos se hagan por medio de lo que allí llamáis muerte, pero en tu caso se ha producido de otra manera. -¡No me jodas! ¿Me estás diciendo que me he muerto? - 65 - -Si interpretas lo que digo, corres el riesgo de equivocarte. Te sería más útil ceñirte a los hechos. -¿Y cuáles son los hechos? -Que digo lo que digo y ya te he dicho que no estás muerto. Has hecho la transición sin morir. -¿Entonces estoy en el mundo de los muertos, o de los vivos? -Sigues interpretando y cuando lo haces, añades tu interpretación a los hechos, con lo que los deformas. -Vale ¿Puede saberse entonces, dónde puñetas estoy? -Imagina que anoche te quedaras dormido, hasta que hubieran pasado mil años. Al despertar, no lo harías en otro mundo, pero te lo parecería. Imagina que te duermes cuando las guerras todavía se hacían con piedras y despiertas en pleno siglo XXI. Hasta la geografía sería diferente, aun siendo la misma, pero al saltarte los progresos que han necesitado hacer tus congéneres para llegar a la Luna, te faltaría mucha de la información necesaria, para poder comprender los cambios que encontrarías. -¿Entonces, aquí es donde venimos cuando morimos? -Sí y no. -¡Ya estamos de albañiles! A ver si te aclaras, porque no me entero. -¿Lo entendiste cuando te expliqué lo del salto dimensional? -Más o menos, creo que sí. -Bien, pues sigamos con el ejemplo. Al morir, te liberas del cuerpo físico y de las limitaciones que impone una densificación tan intensa de la energía, como la que se manifiesta en el mundo del que vienes, pudiendo entonces moverte con más libertad por lo que allí llamáis el más allá, que en realidad no es otra cosa que el mismísimo más acá. ¿Has oído hablar de Benoit Mandelbrot y su geometría fractal de la naturaleza? -Si. -Pues el universo es fractal y cuando digo el universo, no me refiero solo al astronómico. También a eso que los físicos del mundo del que vienes, han llamado multiverso. Lo cierto es que no hay más que una única realidad, pero está compuesta de tantas otras como puedas imaginar. Un único patrón, reproduciéndose a sí mismo. Como un fractal, que cuanto más crece, menos se parece, aparentemente, al patrón original. De hecho, si recuerdas, los fetos de un pez, un pájaro, y un humano, son casi iguales en sus primeros días de vida, pero a medida que van desarrollándose, se van diferenciando cada vez más. En la misma medida que te vas retrotrayendo al origen de las cosas, te vas acercando a la unidad. En tu mundo, la propia naturaleza lo expresa de muchas otras maneras. De ahí, por ejemplo, el dicho darwiniano aquel, por el cual la ontogénesis recapitula a la filogénesis. -Me estoy perdiendo. -Ten paciencia y atiende, y así vas practicando. Estoy en ello. El ojo que tenías antes, no se parecía mucho al dedo gordo de tu pie ¿verdad? Y sin embargo, ambos eran parte de tu cuerpo. Partes de ti. Tenían - 66 - formas y funciones muy diferentes y aun así, si alguien te metía un dedo en el ojo, la molestia, aunque se originara allí, la sentías en todo tu cuerpo, y hasta el dedo gordo de tu pie se dolía, porque tú también eres un todo. Un todo formado por partes, que a la vez es parte de otro todo mayor, que a su vez está formado por partes, de modo que ese todo mayor, es también la parte de otro aún mayor. Dicho esto, imagina ahora un gran puzle de muchas piezas. Cuando consigues integrar correctamente cada pieza con sus adyacentes, tienes el puzle completo. Una vez que hayas integrado cada una de las partes, entonces podrás trascender de las partes al todo completo, el cual no es más que una de las piezas de otro puzle mayor. Ese proceso de integración suele hacerse pieza a pieza, pero en tu caso las últimas piezas de tu último puzle, se han integrado de una manera algo diferente a la habitual. De hecho, tú no has dejado tu cuerpo físico como suele hacerlo la mayoría de la gente. No has muerto. Lo que te ha ocurrido es que, al liberarte del cuerpo físico, te has liberado también de buena parte de las limitaciones a las que estabas sometido en tu vida en la tierra, y lo has hecho tan rápidamente y de una manera tan poco habitual, que a todos nos ha sorprendido, no solo a ti. Por eso te ha parecido que estás en otro mundo diferente, cuando sigues en el mismo. Lo que ha cambiado, es tu forma de estar en él. Digamos que has pasado a otro nivel. Como ya te dije antes y tú mismo estás comprobando, la realidad es multidimensional. Has cambiado de plano. Estás en otro, más allá de la vida física, una vez que te has desprendido del cuerpo. -¡Ostias! Oye, y entonces ¿esto es lo que les pasa a los muertos? -Ya te he dicho que el universo es fractal. Los antiguos, mucho antes de Mandelbrot, lo expresaban diciendo aquello de “como es arriba, es abajo y como es abajo, es arriba”. Lo que llamáis muerte allí de donde vienes, no es más que el tránsito del mundo terrenal a otro diferente, más sutil. El mismo tránsito que tuviste que hacer para nacer en la Tierra, pero al revés. Tu esencia y la mía, que también son la misma, es inmortal. La muerte en términos absolutos, no existe. Tan sólo puede hablarse de muerte en términos relativos, de modo que lo único que acaba con lo que llamas muerte, es el cuerpo físico que utilizaste, que en realidad tampoco acaba, sino que, como todo lo demás, se transforma. Cada uno de nosotros, somos como una gota de agua en ese infinito océano que es El Todo, y siendo una gota somos, en consecuencia, el océano entero. Terminaré de responder a tu pregunta, diciéndote que estás en un mundo intermedio, visitado a veces por vivos y por algunos de los que llamas muertos, que pasan por aquí, pero cuyo destino está en otro sitio. -¿Algunos? -Si. No todos vienen aquí. -¿Y a dónde van? -Pueden hacerlo a muchos otros… sitios… lugares. Por ejemplo, hay almas que necesitan… digamos que… reparaciones en su energía, aunque también hay quien pasa directamente a nuestro mundo, el… - 67 - vamos a llamarlo espiritual, para ayudarte a entenderlo. Parte de la salsa de la vida, está en la variedad. -Oye, por cierto ¿y por qué parece costarte trabajo encontrar algunas palabras? -Porque tengo que traducir el concepto, de manera que puedas entenderlo. -Pues por lo que tardas, debe ser mucha la distancia entre el concepto y mi capacidad para reconocerlo. Oye, hablando de otra cosa ¿Decías que algunos vivos vienen por aquí? ¿Como yo? -No. Tú, aquí y ahora, y al menos para mí, representas un imprevisto. No siempre, pero es frecuente que los vivos que vienen por aquí, sean humanos evolucionados, o que se han sometido a un entrenamiento específico, hasta conseguirlo. Para que lo entiendas, funciona, más o menos, como lo que algunos cuentan por allí, al respecto de los viajes astrales. -¿Entonces, todo ese cuento de los viajes astrales es verdad? -Todo no y por eso lo has llamado un cuento, pero hay cosas que sí. Es cierto que, en estos temas, hay quien vive del engaño, aprovechándose a conciencia de la ignorancia y credulidad de algunas gentes y de su dificultad para comprobar por sí mismos, lo que tú estás experimentando ahora de primera mano, presentándose falsamente como gurús, médiums, o pretendidos guías espirituales. Su mensaje puede tener un barniz de verdad más o menos grueso, que solo sirve para tratar de ocultar su falsedad, pero se detectan fácilmente por su apego a lo material. -Entonces, en qué quedamos ¿Hay, o no hay un plano astral? -Llámalo como quieras, pero es donde tú estás ahora. -¡Güai! ¡Estoy haciendo un viaje astral! Ahora empezaban a encajarle mejor algunas cosas. Por eso era capaz de viajar a cualquier parte en un pis-pas, y por eso no le veían en la Tierra, y su olfato estaba hipersensible, como su oído y su vista, que ahora parecían los de Superman, atravesando las paredes. Eso que decían del viaje astral, resulta que era verdad. Él estaba ahora en ese mundo. Precisamente, pensar en la posibilidad de estar en otro plano existencial, fue lo que le llevó a recordar algunas de las cosas que le había dicho Elías, como que hay todavía un tercer mundo, al que había llamado el espiritual y para el que éste en el que estaba, era como una especie de puente entre él y el material. Si lo había entendido bien, era a este tercero, a donde iban las almas de los muertos, a excepción de las averiadas por el camino. -Oye, ahora que caigo ¿Cómo era aquello que dijiste de las reparaciones de las almas? No sabía que hubiera mecánicos de la energía. -Hay criaturas que, en su vida en la Tierra, han necesitado que se desestabilice mucho su… energía, por sus resistencias a progresar, necesidades de aprendizaje, deudas kármicas, o por cualquier otra razón. - 68 - Lo que tú llamarías personas que han sufrido mucho en la vida, por ejemplo, que han mantenido un estrecho contacto con el mal, bien padeciéndolo, o bien practicándolo. Estos entes necesitan… digamos que recargarse y regenerarse, antes de reintegrarse al mundo que hemos convenido en llamar espiritual, porque está más próximo a la totalidad, El Todo, pero que también podíamos llamar mundo de la energía, por estar más próximo a La Fuente, a la que, por cierto, también a veces hay que devolver algún alma que otra, malograda por el camino. -Al infierno ¿No? -El infierno en el que estás pensando, solo existe en vuestras mentes. -¿Al cielo, entonces? -Lo mismo te digo. -Alucinante. -Es normal. Es como si estuvieras en el primer mes, de los nueve que se necesitan para parir. Aquí es como si fueras un niño muy pequeño ahora. -Menos mal que soy un hombre. -Será porque así lo has decidido. -¿Cómo? ¿Que yo he decidido ser un hombre? No sé qué pensaría de eso mi madre. -Tu madre no creo que tenga nada que objetar al respecto. -Pues ella siempre quiso tener una niña. -Si, pero tu sexo no lo eligió ella. Tú elegiste ser varón. -¿Si? ¿Y la genética tampoco tiene nada que decir aquí? -La genética es la causa física que determina el sexo, pero está determinada, a su vez, por la elección de otros seres. -Te cagas. Explícame eso. -En el mundo de dónde vienes, el sexo es una de las cosas que elegiste tú mismo antes de nacer, solo que aún no lo recuerdas. Entes superiores se encargan de preparar los cuerpos, para aquellos que han de ocuparlos. En la Tierra, los gametos sólo son los encargados de hacer efectiva tal elección en el plano físico, combinándose adecuadamente para dar lugar al cigoto correspondiente. En su día y antes de nacer, nuestros Sabios y Maestros te ofrecieron unos cuantos cuerpos, para que tú eligieras cual querías usar. -Espera, espera, que esto ya es demasiao ¿Qué es eso de antes de nacer? ¿Me estás hablando de la reencarnación? -También podría hablarte de la remineralización, o la revegetalización, la reaireación, y unas cuantas más ¿Todavía dudas de tu eternidad? -Pues mira, sí. Cuando era pequeño, me educaron en la religión católica, pero a medida que fui creciendo y aprendiendo a pensar por mí mismo, me fui dando cuenta de que eso de la religión, era un camelo para tener controlado al personal, por medio del control de su vida eterna. Mucho hablar de pobreza y caridad, pero los jerarcas de la iglesia viven - 69 - opíparamente, y rodeados de un lujo y un boato que resultan hipócritamente escandalosos. Eso por no hablar del vergonzoso encubrimiento de la pederastia, que practican algunos de sus miembros. Y en cuanto a lo de la reencarnación, lo he pensado a veces, pero no me salen las cuentas. No me termina de encajar. -Las religiones han cumplido bien su función. En su momento y dado el estado evolutivo de la humanidad, fueron muy útiles. Recuerda que, antiguamente, las ciencias y la filosofía se cultivaban en templos y monasterios, fuera cual fuese la religión que allí se practicase. También es cierto que, a la par, y como consecuencia de la falta de desarrollo de los seres humanos, aún son utilizadas como instrumento de poder y control de unos sobre otros, hasta el punto que se siguen haciendo guerras por ellas y en el nombre de Dios. Al progresar la humanidad en su conjunto, están dejando de ser necesarias y una vez cumplida su función, pueden ser trascendidas. La parte falsa y manipulada que los humanos han ido incorporándoles, como instrumento de control y dominio de sus congéneres, queda cada vez más en evidencia. Estas cosas ocurren cuando hace masa crítica la parte de verdad, que ha conseguido integrar un buen número de humanos, y de ahí la crisis en la que todas ellas están también inmersas, en los tiempos que corren por allí. Recuerda que todas defienden la idea de la inmortalidad. Aunque bien es cierto que hay mucha falsedad en los dogmas religiosos, también lo es que tienen su parte de verdad. Y si acudes a los textos originales, podrás comprobar que, salvo algunas de nuevo cuño, todas admiten la reencarnación. -Pues la que fue la mía, no. -He dicho si acudes a los textos originales, no a las interpretaciones y traducciones falsas, cuando no malintencionadas, que se han hecho de ellos. Eso sin olvidar que los jerarcas de turno de algunas como la tuya, por ejemplo, han declarado unos cuantos como falsos, llamándolos apócrifos, simplemente porque no encajaban con sus interesadas interpretaciones. -¿Entonces, es verdad eso de que hay vida más allá de la vida? - Tú sigues vivo ¿no? -Sí, pero ¿no habíamos quedado en que no estaba muerto? -Es evidente que no estás muerto desde éste punto de vista, pero desde el punto de vista del mundo material, es como si lo estuvieras. ¿Has oído hablar de Gregory Bateson y sus niveles lógicos? -No. -Pues él decía, como tantos otros dijeron antes que él, con otras palabras, que la realidad depende del nivel lógico desde el que la estés analizando. Así, por ejemplo, desde el nivel individual, una moto, un avión y un barco, son muy diferentes entre sí, pero si subes de nivel y los consideras medios de transporte, todos son iguales, porque todos son medios de transporte. La muerte solo tiene sentido en el nivel del mundo del que vienes, donde lo único que muere es el ego, la personalidad del - 70 - cuerpo físico, el cual continúa entonces su propio proceso de transición. A ti, lo que te tiene sorprendido, es la forma en la que te has separado de él. Ten presente que el mundo físico que recuerdas, es sólo uno de los muchos posibles que ofrecen oportunidades para experimentar y aprender. Y aquí es donde viene al pelo el amigo Bateson, con sus niveles lógicos, cuando trataba de explicarnos lo inefable que hay en el porqué del error, que se consigue cuando se pretende comprender un nivel, aplicándole los principios que rigen en otro. 2.2. Padre e hijo. Leandro acababa de dormir su cotidiana siesta butaquera de después de comer. Como cada tarde, al despertar, se había preparado el café que le ayudaba a regresar más rápidamente a la vida activa, tras el descanso digestivo. Al terminar el documental de la dos, que solía ver de lunes a viernes y que utilizaba como dulce, infalible, y culturizante somnífero, apagó la televisión. De música de fondo, puso la suite de Mussorgsky Cuadros De Una Exposición y se sentó delante del ordenador, con la intención de buscar información en Internet, sobre lo que había vivido esa mañana. Temía a Internet, esa bestia parda que, según él, se estaba tragando toda la cultura que la humanidad había conseguido desarrollar y conservar hasta ahora, almacenándola en un soporte tan frágil y efímero como es el digital. A lo largo de la historia, el soporte de la cultura había ido perdiendo solidez progresivamente, hasta llegar a la fragilidad del que hoy se estaba imponiendo en casi todo el mundo, siendo así que, mientras que el mensaje de culturas milenarias, ha conseguido sobrevivir grabado en piedra hasta nuestros días, nosotros estamos abandonando un soporte aún mucho más frágil y efímero ya de por sí, como es el papel, para confiar el almacenamiento y la conservación de nuestros progresos y conocimientos, a algo tan fácil de deteriorarse como es el soporte digital. A su entender, la especie humana estaba corriendo un riesgo, cada vez mayor, de regresar a la edad de piedra de un plumazo. Por la obra y gracia de un pulso solar lo suficientemente fuerte, por ejemplo. Pero era precisamente por la ingente cantidad de alimento que tenía ya ingerida esa mala bestia, por lo que se había convertido también en uno de los mejores sitios donde buscar información, acerca de cualquier cosa. El sonido del teléfono le sobresaltó, mientras navegaba sin rumbo fijo por la red. Era su hijo Juan Carlos. Su hijo mayor, además de médico, era poeta. Como médico, ejercía su especialidad en cirugía general, en un hospital de otra capital de provincia, vecina de aquella en la que él vivía, y como poeta, ya tenía publicado su primer poemario, gracias al premio que había conseguido en una convocatoria a la que se había presentado. Leandro estaba muy orgulloso de sus hijos, tanto de éste, como de la pequeña María Esperanza, que había hecho económicas y a la que le - 71 - resultó relativamente fácil conseguirle trabajo en el banco para el que él mismo trabajó, gracias al brillante historial académico de la niña y a su fluido dominio del francés y el inglés. A partir de ahí, su ascenso en el escalafón de la empresa, fue meteórico. Ahora estaba destinada en la sede del banco en Bruselas. Aun cuando seguía estando demasiado lejos para su gusto, al niño lo tenía más cerca y sin embargo, desde que su salud se estabilizó, era con el que menos hablaba. Leandro prefería esperar que fuera él quien tomara la iniciativa de llamar, porque en más de una ocasión, al telefonearle en sus primeros años de residencia, lo había sorprendido en una guardia, o saliente de ella. Sabía que él disfrutaba con su trabajo, pero también que eso no lo hacía menos estresante, así como lo agotadora que podía resultar una guardia agitada, por lo que antes que llamarlo, prefería dejarle a él la iniciativa, para evitar distraerle, bien de su labor, bien de su necesario descanso. Si pasaba demasiado tiempo sin noticias suyas, entonces le ponía un mensaje por el móvil. Esta vez se alegró doblemente por la llamada. Hablar con cualquiera de sus hijos, siempre era gratificante para él, pero que hoy estuviese Juan Carlos al otro lado del teléfono, le resultó providencial. Como médico, quizás pudiese darle alguna explicación acerca de lo que había vivido esa mañana, por lo que tras los saludos iniciales y la comprobación de que se trataba de una simple llamada rutinaria, para saber el uno del otro, sin nada más importante por su parte, le contó lo que había pasado. -…Por cierto, que voy a necesitar tu ayuda –le estaba diciendo. -¿Y eso? -No te vas a creer lo que me ha pasado esta mañana. -Tú prueba. -¿La gente puede desaparecer, así como así? -¿Qué quieres decir? -Que si la gente puede desaparecer, disolverse, deshacerse, esfumarse en el aire. -Papá, todos los días desaparece gente en todo el mundo. -Sí, pero no me refiero a eso. Me había prometido a mí mismo no volver a contárselo a nadie, pero tú no creo que me vayas a tachar de loco. -Me estás preocupando ¿Qué es lo que te ha pasado? -Tranquilo. Yo estoy bien. Te cuento: esta mañana, camino del bar donde sabes que suelo bajar a desayunar, había un atasco en la calle, porque un coche se había quedado parado delante de un semáforo. Pues al acercarme, vi la cabeza de un hombre que estaba desapareciendo. -¿Cómo que estaba desapareciendo? -Pues sí, así, que estaba desapareciendo. Estaba la cabeza sola, desapareciendo poco a poco, hasta que se esfumó. - 72 - -Espera, espera ¿Me estás diciendo que había una cabeza sola, decapitada? -No, no. Cuando yo llegué, ya no quedaba cuerpo. La cabeza estaba sobre el asiento del coche y estaba desapareciendo, deshaciéndose como si fuese humo, hasta que desapareció por completo. Allí no había sangre, ni nada más que lo que parecían las ropas del desaparecido. Eso fue todo lo que quedó de aquel hombre. Bueno, eso y un extraño olor, como ése a lo que huele el aire cuando hay una tormenta, solo que ese olor estaba dentro del coche y afuera no había ninguna tormenta. -Pero bueno, papá ¿Qué es lo que me estás contando? -Pues lo que oyes, hijo. Llevo todo el día dándole vueltas y a quien se lo cuento, me trata de loco. -No me extraña. Me parece que vas a tener que dejar los porros esos, a los que te estás aficionando demasiado últimamente. -¿Ves? Tú también. -Papá, yo sé que no estás loco, pero nadie desaparece así como así y tú lo sabes. -Pues claro, pero te aseguro que yo he visto lo que he visto. -¿Y qué es lo que has visto? -Ya te lo he contado. Es que no hay mucho más que contar. Yo me acerqué al coche y allí estaba la cabeza de ese hombre, despareciendo. -Papá, eso no es muy normal. ¿No te habrás pasado con los porros? -Y dale con los porros. Era verdad que últimamente había redescubierto la marihuana. De joven, la había fumado de vez en cuando, pero eso hacía ya mucho tiempo que estaba olvidado. Hasta que un amigo, con motivo de su crisis de salud, a causa del cáncer, le ofreció una bolsita con un poco de hierba que, según él, cultivaba para sus amistades. Eso le dio la oportunidad de comprobar, que eso que se decía acerca de los efectos terapéuticos del cannabis, era verdad. Junto a los efectos terapéuticos, redescubrió también los lúdicos, por lo que, al cerrar el día, aunque ya no la necesitase como medicina, alguna que otra noche se fumaba un porro, o dos, por puro placer. Pero aquello había ocurrido a la mañana siguiente. -Que no hombre, que esto no tiene nada que ver con los porros. Es verdad que la noche anterior me había fumado un par de ellos, pero lo que te cuento sucedió al día siguiente. -Mira, ya estás tardando en pedir una cita con tu médico de cabecera y que te hagan una analítica lo más completa posible. -Oye Juan Carlos, que te he dicho que yo estoy bien. -Ya ¿Y aparte de ti, quien más lo vio? -Creo que un chaval también, pero se largó enseguida, y no sé si alguien más lo vio. Bueno, creo que había otro hombre, que no sé yo si se enteró de algo, porque cuando llegó la policía, ya no había nadie en el coche. -¿La policía? -Sí, llegaron dos municipales. - 73 - -¿Y qué dijeron? -Nada. Me tomaron los datos del DNI y trajeron una grúa para llevarse el coche. Yo le conté al policía lo que había visto, pero no me hizo ni caso. Creo que me tomó por loco. -No me extraña. Pero bueno, vamos a ver, cuéntame qué es lo que pasó exactamente. -¡Si ya te lo he contado! Cuando me acerqué al coche, vi la cabeza de aquel hombre mirándome con cara de susto. Estaba caída sobre el asiento del acompañante y se estaba esfumando por abajo, como el humo de un cigarrillo, hasta que desapareció por completo. -¿Y tú estás seguro de eso? -Llevo todo el día dándole vueltas, pero te aseguro que lo he visto. -¿Y desapareció así, sin más? -Hombre, no fue de golpe. Se esfumó de abajo a arriba, pero se esfumó. Así, como te lo cuento. -¿Te estás tomando la medicación? -Tú sabes que para esas cosas soy muy obediente y siempre te hago caso. -¿Has tenido mareos, problemas de visión, o dolores de cabeza? -Nada de eso. Te aseguro que vi lo que vi y no es que mi vista sea la misma que cuando tenía veinte años, pero puedo asegurarte que la cosa no llega a ser preocupante. -Mira, lo primero es hacerte una analítica y un escáner, pero deprisa. Te vas a venir aquí, que yo me encargo. Mañana te coges el coche y te vienes pacá. Aunque pensándolo mejor, te vienes en tren, o en autobús. No quiero que conduzcas y menos que viajes solo. -Juan Carlos… -Ni Juan Carlos, ni Juan Pedro ¡Que te vienes! Y si no vienes tú, me voy yo pallá. - No sé pa qué te cuento na. -Pues me lo cuentas porque es lo normal entre nosotros, como también es normal que me preocupe por ti. Además, que te tengo dicho que me informes de cualquier cosa rara que te notes. -Es que precisamente lo que yo no quería, era que te preocupases. Te he dicho que estoy bien, que no me pasa nada, y si te lo he contado, es por si, como médico que eres, podías darme alguna explicación. -Pues claro que puedo darte una explicación. Con tus antecedentes, pueden haberse descompensado tus hormonas, pero también puede que no tenga nada que ver con eso. Hay alteraciones neurológicas que pueden provocar alucinaciones, o agnosia visual, por ejemplo, y sin que el paciente tenga conciencia de ningún otro síntoma; y algunas de ellas pueden ser graves, papá, por lo que es fundamental que te vengas por aquí, para que pueda hacerte unas pruebas ¡y mañana sin falta! -¡Pero si ya te he dicho que estoy bien! - 74 - -Eso es lo que tú te crees. La gente no va por ahí viendo cabezas que desaparecen todos los días, así que si no vienes tú, voy yo pallá en cuanto pueda. -Te estás preocupando sin necesidad. -Tú déjame que yo decida eso. Mañana te quiero aquí sin falta. -Menudo follón estás armando por una tontería. Si lo llego a saber, no te digo na. -Papá, estas cosas no se pueden tomar a la ligera. Te quiero aquí mañana. Además, ya iba siendo hora de que me hicieras una visita. Te vas a la estación de tren, o a la de autobuses, la que prefieras, y me dices la hora que llegas, que yo me encargo. -Mira, voy a ir. Primero, porque es verdad que hace ya tiempo que no te veo y segundo, para que te quedes tranquilo, pero te aseguro que no me pasa nada. Ahora, eso sí, de trenes y autobuses ni hablar. Me cojo mi coche, que total, no llega a dos horas lo que se tarda, y llega y sale cuando yo quiero, y desde donde yo quiero. -Hay que ver que eres cabezón. Me llamas cuando vayas a salir, que yo me vaya organizando. Y si no te puedo coger el teléfono, me dejas un mensaje, pero eso sí, si me dejas mensaje, me llamas en cuanto llegues. -¿Y para qué? -Por si, cuando llegues, me pillas trabajando. -Bueno, vale. Pues nada, entonces nos vemos mañana. 2.3. Matrioskas y cuerpos enguantados. Error y confusión. De eso último, estaba empezando a tener sobredosis. En un instante, su vida había cambiado por completo. Hasta su nombre era ahora diferente. Aquí le llamaban Niemsé. Parecía ser que le había tocado un insólito premio, no sabía muy bien en qué curiosa lotería, pero sí que sin tener que comprar participación alguna y en la que dicho premio consistía en la pérdida su cuerpo físico. Ese con el que llevaba familiarizándose tantos años y que decía Elías que él mismo había elegido, antes de nacer. Aun así, no había muerto, aunque estaba en un mundo donde le habían dicho que iban algunas personas al morir, además de algunos vivos muy vivos. Había cambiado de mundo, de dimensión, de plano y de nivel lógico, todo a la vez, para ir a parar a un mundo donde algunos muertos iban de visita para echar un rato con los vivos y que estaba en el mismo sitio que el que se suponía que acababa de dejar. Por cierto, que no había visto ningún muerto. Al menos, hasta ahora. Tan sólo había visto vivos. Vivos para los que él, sí que parecía estar muerto. El cuerpo que ahora tenía, si es que podía decirse así, era una especie de estrella elástica, ondulante, vibrante, radiante y luminosa, que podía atravesar el metal y las paredes, y cambiar de forma. De hecho, esa especie de luz en la que se había convertido, había visto con sus propios - 75 - ojos, esos que ya no tenía, como reproducía fielmente sus piernas y sus pies, adoptando su forma, hasta con pantalones y zapatos incluidos. Seguía visitando los mismos sitios y a la misma gente, a excepción de Elías, el único ser que conocía, propio de este nuevo mundo. El único que parecía verle y al que él podía ver de los de por aquí, si es que había alguno más, pero sólo si así lo deseaba, y con el que podía mantener una conversación, aun cuando fuese sin hablar. Podía practicar lo que suponía que debería ser la telepatía, con la misma facilidad con la que antes hablaba. Y podía moverse libremente por el espacio, ir de un sitio a otro, por lejos que estuviesen estos sitios entre ellos, con sólo desearlo. Otra cosa que daba muestras evidentes de alteración, era el tiempo. Aún no sabía muy bien cómo de grave sería la alteración, pero desde luego que ya no transcurría como antes. Ahora tenía la sensación de que todo pasaba al mismo tiempo, aunque él pudiese estar enfocado en un punto determinado. Y a pesar de todo, seguía siendo el mismo, o al menos, la conciencia de sí que tenía, no había cambiado. O eso creía. El mundo había cambiado sin cambiar, ampliándose. Ahora podía ser consciente de cosas que antes le pasaban desapercibidas, tanto como de otras que había considerado imposibles. Como, por ejemplo, sentir lo que sentían los demás, como si las emociones fueran propias con solo prestarles atención. O practicar la telepatía, así, como si tal cosa, como si llevase toda la vida haciéndolo. Y qué decir de Elías, su fantasma particular, asegurándole que eran eternos y que el sexo no estaba determinado por la genética, sino que era la elección de unos seres mu supiones para satisfacernos y a los que su guía turístico en esta curiosa excursión, había llamado entes superiores, quedando el papel de la genética en el de mero mecanismo, responsable de hacer efectiva tal elección. Luego, parecía ser que unos cuantos sabios, más supiones todavía y aún desconocidos para él, aunque al parecer no para Elías, le habían ofrecido algunos de esos cuerpos, para que eligiese en cual quería encarnarse. Era evidente que tenía mucho que aprender y otro tanto que desaprender. Menos mal que podía contar con una especie de Gandalf para él solito. -¿Y porque no puedo ver a nadie de por aquí, más que a ti? -¿Y quién te ha dicho que no puedes ver a nadie, más que a mí? -Los hechos. -También era un hecho que no podías verme, hasta que otro hecho demostró falsa esa suposición. -¿Entonces, porque no hay nadie por aquí, más que tú? -Yo, y Marta, y su compañera de trabajo, y Lucia, y sus amigas, y sus compañeros de instituto, y tus compañeros de trabajo, y toda la gente que estaba a tu alrededor cuando te desprendiste de tu cuerpo físico… -Si, pero todos esos ya estaban antes. -Y pertenecen al mundo terrenal, ese que acabas de abandonar, pero que aún te resulta más familiar que éste en el que estás ahora, siendo aquel en el que todavía te mueves con más comodidad y seguridad, - 76 - por lo que hasta ahora has preferido interactuar con ellos. Digamos que aún sigues vinculado al mundo físico. Además, aún no has sido… reactivado. -¿Reactivado? -Si. Te extrañas por no ver más de los que has decidido que somos los aborígenes de éste mundo, aparte de mí, cuando estás rodeado de ellos. Arturo miró a su alrededor. Volvió a mirar y a mirar, pero no veía a nadie más, aparte de Elías. -Pues yo no veo a nadie. -Porque todavía no has sido reactivado. -¿Y a qué estamos esperando? Elías volvió a reírse a carcajadas. -Ya estamos con las prisas. Todavía no ha llegado el momento. -¿Y falta mucho? -No lo sé. -¡Hala, ya estamos otra vez con que la abuela fuma! -Lo sabrás cuando llegue el momento. -Vale ¿Y mientras tanto, me puedes ayudar a manejarme mejor por aquí? -En ello estoy. Dime ¿Qué quieres saber? ¿Qué quería saber? ¡Quería saberlo todo! Pero ahora, de nuevo, no sabía por dónde empezar. -¿Aquí no hay niños? –se le ocurrió preguntar. -Pues claro. Aquí también hay entes jóvenes en proceso de formación y desarrollo, como en todos sitios. Por lo que a ciencia y tecnología se refiere, el más viejo y sabio de cualquier tribu del Amazonas, es como un niño ignorante, si lo comparas con un adolescente europeo en cuanto a conocimientos científicos y tecnológicos, al igual que se invierten las tornas, cuando los comparas en el desarrollo de la capacidad para desenvolverse en armonía con la naturaleza. Voy a ponerte otro ejemplo: imagina una esfera dentro de otra, y de otra, y de otra, al modo de las matrioskas rusas. Imagina que tú vives en la esfera que hace el número… digamos cien. Contenidas en tu esfera, están las noventainueve restantes, pero no la ciento uno, ni sucesivas, en las que sí que está incluida la tuya. Todo lo que habita en las noventainueve esferas que incluye y forman la tuya, constituye las partes del mundo que conoces y dominas, pero desconoces lo que hay en la esfera ciento uno, aunque a los habitantes de esa esfera ciento uno, tú les resultes muy familiar. -Vale. No vamos a discutir eso ahora ¿Y dónde están esos entes jóvenes que dices? -Cada uno ocupado en sus tareas. -¿Y podemos verlos? -Pues claro. Te enseñaré una de nuestras escuelas. Dame la mano. -¿Que te dé la mano? - 77 - -Si. Recuerda que todavía no estás reactivado. El ser humano también es multidimensional, como todo. El cuerpo físico no es el único… digamos cuerpo que hace a un ser humano, aunque como tal, el hombre es un ser vivo completo, con su propio ego, su propio carácter y personalidad, como cualquier otro animal. El cuerpo humano físico puede vivir por sí solo, como lo hacen los animales, sin necesidad de complementarse con un alma. Son aquellos que los terrícolas han llamado desalmados: cuerpos físicos con un complemento sutil muy primario, sin un alma como nosotros. No es que se den muchos casos en cuerpos ya nacidos, porque sería un desperdicio inútil, pero sí que, durante los primeros meses, el feto en formación puede no albergar aún ningún espíritu, debido a su falta de madurez biológica, o a la propia decisión del espíritu que ha de encarnarse en él. Eso que en tu cultura llamabais alma, acaba ajustándose al cuerpo físico como el agua a la botella, como un guante dentro de otro, o un calcetín al pie, pero hay capas intermedias entre el mundo físico y el que hemos llamado espiritual. Diferentes niveles, dimensiones, o como le quieras llamar. Una vez más, las matrioskas pueden servir como símil, para entender cómo estos cuerpos se integran en uno solo, pero sin pasar de aquí con la metáfora, porque una vez que se ha producido la fusión, han constituido una unidad a la que llamamos ser humano, haciéndole perder entonces toda validez al dualismo cartesiano, más allá de la meramente descriptiva. Si se les desconecta, el ser humano muere. Es posible que el alma decida separarse temporalmente del cuerpo, pero si una vez producida la fusión y constituido el ser humano, no se mantiene conectada con el cuerpo de alguna manera, éste morirá. Por cierto, que es agradable comprobar, cómo cada vez son más los terrícolas que pueden moverse por estos mundos intermedios, sin necesidad de morir. Son muchos de los que habéis llamado locos, sensitivos, utópicos, médiums, gente de la Era de Acuario, visionarios, soñadores, artistas, o simplemente personas especiales, y están dando buena parte de la medida, del grado de progreso de la humanidad. Al perder tu cuerpo físico, tu siguiente nivel de experiencia primaria es éste en el que estás, lo que te permite moverte a veces, aunque todavía no tantas, ni cuando, ni como a ti te gustaría, por el siguiente nivel, que es también tu siguiente destino. Yo vengo de allí, para facilitarte la transición por este mundo intermedio. Te has… activado aquí, pero todavía no lo has hecho en el mundo que hemos convenido en llamar espiritual, por lo que mientras tanto y para ponérnoslo fácil, te llevaré de mi mano. Voy a llevarte a tu mundo de procedencia más inmediato. Aquí, el espacio y el tiempo, como ya has podido comprobar, se rigen por otras leyes, diferentes de las del mundo físico que acabas de dejar y tú aún no estás muy… digamos que refamiliarizado con ellas, por lo que si me das la mano, haremos que la cosa sea más fácil para todos. Tú aún no los percibes a ellos, pero ellos a ti sí y si vas de mi mano, sabrán cómo actuar, sin que tengamos que dar muchas explicaciones. - 78 - -Para. Déjame un poco de tiempo para digerir esto. -¡Éste es mi chico! Tenía buen humor el Elías este, pensó Niemsé, pero lo que acababa de escuchar, respecto a los cuerpos enguantados para tres mundos de experiencia, le resultaba raro y familiar a la vez. Raro, si lo analizaba desde su antigua perspectiva física, y extrañamente familiar, si lo hacía desde ésta nueva, se llamase como se llamase. En realidad, lo que decía Elías tenía sentido y era posible. Quizás esa fuese la razón por la que, desde el principio, le había parecido estar en el mismo mundo, a la vez que en otro diferente. Parecía ser que, de los tres guantes, o los que hubiera, había perdido uno, el más externo, por lo que ahora habitaba un cuerpo más sutil, intermedio entre el físico y el que Elías había llamado espiritual, y eso hacía que ahora percibiera lo que le rodeaba de una forma muy diferente. En realidad, no había cambiado el mundo, sino su forma de percibirlo y de estar en él, lo que hacía que ahora se diera cuenta de cosas que antes, ni siquiera pensaba que pudieran estar ahí. -¡Premio para el concursante! –escuchó decir a Elías, y en su mente surgió la idea de que pararle en el análisis que estaba haciendo, era el objetivo de tal interrupción. Decidió seguirle el juego. -Vale, creo que ya lo voy entendiendo. Me estás diciendo que soy un bullas, un correyvuela. -Sí, pero tu rapidez puede resultarte una magnífica habilidad, si la sabes convertir en virtud, como también puede resultar igual de peligrosa, si haces un vicio de ella. -Gracias. -¿Por qué? -Por tu ayuda. -Un placer. -Para ti puede ser, pero si además del qué, no me explicas el cómo, no vayas a creerte que me sirve de mucho. -Bueno, verás, el caso es que no hay un cómo. Hay una infinidad de ellos. -¡Ya estamos otra vez! Pues que sepas que yo, de momento, con uno me conformo. -Lo quieres fácil ¿eh? ¿Qué tal si empiezas a practicar un poquito con la espera y aprendes a mantenerte en ella con paciencia? -¿Pero ni un poquito de prisa, ni una pizca puedo darme? -Parece que parte de tu aprendizaje actual, está ahora enfocado en la prisa. Me alegro de que hayas podido hacerlo evidente hace un momento, porque hasta ese instante, ni siquiera eras consciente de lo deprisa que ibas. -Bueno… No lo estás haciendo tan mal, después de todo. -No debería ser eso lo importante para ti ahora. Más te convendría ponerte a tus tareas cuanto antes, en lugar de hacerlo con las mías. -¡Me estás metiendo prisa! - 79 - -¿Te das cuenta? Llevo ya un rato pisando el acelerador y el freno por ti, para que puedas reconocer como se hace. Cuando aprendiste a conducir, recuerda lo atento que tenías que estar para conseguir el grado de aceleración, o de frenada, justo y suficiente como para no estrellarte. Eso hará que yo me marche pronto. -¿Y eso? -Porque aprendes rápido y cada vez tengo menos cosas que hacer por ti. -¿Y eso es bueno, o malo? -¿Tú qué crees? -…Bueno? -Siempre que no te pases de velocidad. -¡Y dale! ¡Ya estamos de albañiles otra vez! Me refería a la rapidez buena, la necesaria para progresar, aquella que se mantiene dentro de los límites de la prudencia. No a la alocada rapidez, que permite que se pierda mucha información por el exceso de velocidad y que puede llegar a terminar en un accidente ¿Vale ahora? -Esto funciona. ¿Qué, quieres visitar esa escuela? -Venga, vamos. 2.4. La escuela. Niemsé tomó la mano de Elías, tal y como éste le había pedido, y una extrañísima, pero más agradable todavía sensación de serena paz, le inundó cual ola de tsunami. Se sintió amado de una forma tan completa e inmensa, como nunca imaginó que pudiera llegar a ser posible. Después, vino algo que interpretó como una especie de mareo y se encontró ante un extraño edificio de enormes dimensiones, construido con lo que parecían bloques de una especie cristal blanquecino, como si fueran de piedra, de una sola planta, con una gran nave central con forma rectangular, que tenía otras cuantas semicirculares, algo más pequeñas, pero también grandes, adosadas por toda la longitud de los lados más largos del rectángulo que formaba la planta de aquel monumental edificio, unas a continuación de otras. La fachada principal le recordó la de los templos clásicos griegos y romanos, con sus columnas, su friso, y su frontón triangular incluidos, aunque carentes éstos de figuras esculpidas. -¡Anda! Aquí también tenéis edificios. -Más que edificios, yo les llamaría… lugares. Lo que estás viendo es una interpretación, una recreación comprensible y aceptable para ti, de lo que realmente es. -¿Entonces, esto es real, o no? -Pues claro que es real. Recuerda lo que hablamos de los niveles lógicos y las dimensiones. La casa en la que vivías, siendo la misma, era muy diferente para ti, que para las moscas que volaban por ella, o las cucarachas que se escondían en sus rincones, y no digamos para los - 80 - ácaros de tu almohada. En el mundo del que vienes, la energía necesita densificarse mucho para manifestarse como materia, pero aquí no es necesaria tanta densificación, ni mucho menos, lo que hace más fácil estas cosas. Ahora sí que los veía. Había un montón de gente por los alrededores. Los había de todas las edades, y todos eran de luz y semitransparentes. Cada cual tenía sus propios matices en la luz de la que parecían estar hechos, con diferentes e iridiscentes colores. Parecían fantasmas bioluminiscentes. Nadie aparentaba tener prisa y todos tendrían un aspecto muy normal, si no fuese por esa luz con diferentes matices de color, brillo, e intensidad, de la que parecían estar hechos, como todo lo de por aquí, y porque todo el mundo vestía de blanco. Había hombres, mujeres y niños de todas las edades. Solos, en parejas, o en grupo, las gentes de por aquí caminaban, charlaban, e interactuaban entre ellos, irradiando paz, calma, y serenidad. -¿Aquí todos vestís de blanco? Esto parece una fiesta ibicenca, solo que sin fiesta. -Una vez más, los vestidos, al igual que el aspecto de todo lo que estás viendo, son una recreación para tu comodidad. Aquí las ropas, ni son útiles, ni necesarias. -¿Y cómo os las apañáis en invierno? -¡Pero bueno! ¿A estas alturas, todavía te preguntas cosas como esa? Las estaciones del año son propias de la Tierra y sólo tienen vigencia allí. En el mundo del que vienes, todavía se le da demasiada importancia a la materia y sus manifestaciones, obviando que en sí misma no es más que eso: materia, es decir, una de las muchas manifestaciones posibles de la energía. Tu materialismo te ha hecho sorprenderte cuando te he explicado que la genética determina el sexo sólo a nivel terrícola, siendo la herramienta física, el interfaz que permite hacer efectiva las decisiones de los Superiores. La Tierra es un mundo duro, lo que, por cierto, lo hace muy útil para forjar espíritus fuertes. -Uff, espera, espera que me pierdo. Vayamos un poco más despacio ¿Hay otros mundos? -Por supuesto que los hay, pero todos son el mismo, en sus diferentes manifestaciones. No obstante, y ciñéndonos únicamente al mismo plano material del que vienes ¿De verdad crees que tiene mucho sentido que, en la inmensidad del universo físico que recuerdas, haya un único y minúsculo planeta habitado? Lo que tú llamas vida, tiene muchas otras manifestaciones, diferentes de las que conoces, y eso ciñéndonos, como digo, solamente al plano material que recuerdas. -¿Entonces, todas esas historias de los extraterrestres, son de verdad? -En el sentido en el que lo dices, todas no, o al menos no como vosotros las interpretáis, pero las hay que sí y algunas de ellas son ciertas cuando se trata de habitantes de otros mundos, dentro del mismo plano existencial y material que el vuestro ¿O creías que los humanos son la - 81 - única forma de vida inteligente en el universo? De hecho, el universo físico que recuerdas, ni siquiera es el único de los posibles. Por cierto que, al respecto, podría mostrarte ahora un mundo, en el que todavía pueden visitarse sus ciudades y astropuertos orbitales abandonados. Sus habitantes habían desarrollado una importante tecnología, que les permitía hacer grandes viajes espaciales, hasta que en uno de ellos se toparon con otra civilización que los asimiló, como tantas otras veces ha pasado en tu planeta a lo largo de la historia. Acuérdate de los indios americanos, o de los aborígenes australianos, por ejemplo. También ocurre que, muchas de esas experiencias que en la Tierra algunos atribuyen a extraterrestres, a veces son manifestaciones de seres de otros planos existenciales, otras dimensiones. O viajeros del tiempo, que todo puede ser. Se les ha llamado ángeles, demonios, dioses, gnomos, espíritus, fantasmas y muchas otras cosas más. Recuerda, al hilo de lo que estamos hablando, que los nativos americanos, quienes nunca habían visto un caballo y por tanto no tenían experiencia alguna con este tipo de animales, al ver llegar a los españoles montados en ellos y usando unas armas con las que tampoco tenían experiencia alguna, en ocasiones interpretaron como una unidad, lo que era una dualidad jinete-montura. Incluso algunos llegaron a creerlos dioses. Acuérdate de Bateson y sus niveles lógicos y de lo que hablamos del salto dimensional. En un sentido, los entes procedentes de otras dimensiones, son extraterrestres, al proceder de otra Tierra diferente de la que contiene el universo terrenal, pero en otro, son tan terrestres como tú, por estar tu dimensión incluida en la suya, aunque no al revés. De ti mismo podría decirse que eras un extraterrestre, mientras viviste en la Tierra. - Sí claro, y ahora me vas a decir que en realidad soy un marciano. -De Marte no, pero tu esencia no era únicamente terrícola. Tú perteneces a otro plano, a otra dimensión, aunque hayas vivido como terrestre y todavía no hayas hecho el tránsito definitivo a éste en el que estamos ahora, que también es el tuyo. Ocupaste un cuerpo humano durante un tiempo y ese cuerpo sí que era terrestre, pero no tu espíritu ¿Recuerdas la sensación que a veces tenías allí abajo, sobre todo cuando eras muy joven, de que aquel mundo no estaba hecho para ti, o al revés, que tú no estabas hecho para aquello? ¿Esa sensación de extrañeza, que a veces tenías en la Tierra? Además, ahora estás aquí y no allí ¿No? -Bueno, puesto así, parece que tiene sentido lo que dices. -Y por eso lo aceptas con tanta facilidad. Por eso y por tu apertura mental, que te dispone a explorar y experimentar con nuevas situaciones, en vez de asustarte ante lo desconocido y rechazarlas sin siquiera cuestionártelas. Eso hace posible un progreso más rápido. -Bueno, verás, una de mis diversiones favoritas es aprender. -Y esa es una de las muchas cosas que me gustan de ti. -Si, si. Yo también te quiero mucho. -Y esta es una de las cosas que espero que puedas superar cuanto antes. - 82 - -¿A qué te refieres? -A ese cinismo tuyo, que activas como autodefensa cuando te sientes incómodo. No hay nada más sano que aceptar la realidad, sea cual sea en ese momento para ti. -Lo tendré en cuenta. -Si, lo harás. -Vale, y mientras tanto ¿Me enseñas la escuela? -Ven conmigo. Al entrar en aquel edificio de dimensiones monumentales, Niemsé pudo comprobar que la nave central que había visto desde fuera, tenía un gran patio porticado en el centro, al estilo del claustro de los monasterios, pero éste a lo bestia, a juego con el resto de la edificación. En él había algunos grupos de gente, reunidos alrededor de lo que interpretó como su profesor, ya que aquello se suponía que era una escuela. Le llamó la atención que entre los que parecían alumnos, lo que menos había eran niños. La mayoría de los grupos que veía por allí, estaban formados por jóvenes. Incluso había algún grupo de adultos, ya talluditos. -Oye Elías, tú me dijiste que me ibas a enseñar una escuela ¿Correcto? -Correcto. Arturo-Niemsé pensó que debería ir más despacio, porque a cada momento que pasaba en este nuevo lo que fuera, encontraba más diferencias con la vida de la que venía. La cantidad de novedades aumentaba sin parar y de forma estrepitosa. Comprendió que iba a necesitar tomarse un tiempo para entenderlas y de una en una, porque si pretendía atenderlas todas a la vez, conseguiría tan solo una panorámica general y superficial de la situación. Siempre que fuese posible, mejor ir despacio, una a una, y no pasar a la siguiente novedad, hasta haberse familiarizado con la anterior. Cuanto más profundamente comprendiese cada una de las novedades que se le presentaban, más completo y detallado podría ser el mapa global a elaborar de este nuevo, o viejo mundo; pero sea como fuere, estaba dispuesto a tomarse el tiempo que fuese necesario para comprenderlo. Aunque en la medida de sus posibilidades, lo haría lo más rápidamente que fuera capaz. -En el mundo del que vengo, como seguramente ya sabrás, una escuela es, en su sentido general, un sitio donde se enseña a los alumnos, sea cual sea el nivel de enseñanza que allí se imparta, pero en sentido estricto, es un lugar donde se imparte el primer nivel educativo, que allí llamamos educación primaria. Llamamos institutos a los lugares donde se imparte la educación secundaria y universidades a aquellos otros donde se forman los adultos. Normalmente, son lugares diferentes unos de otros, pero aquí estoy viendo niños, los menos, adolescentes y jóvenes los más, y un grupo que he supuesto que también eran alumnos, formado por adultos. - 83 - -Correcto. -¿Y entonces…? -Podría decirse que nuestro proceso de formación no tiene principio ni fin, por lo que te he traído a una de las escuelas que, por su nivel, pudiera parecerse lo más posible a las que recuerdas. Por eso ves que lo que más hay en el patio son jóvenes, junto con unos pocos niños y adultos, pero no te dejes engañar por las apariencias. Esos niños que ves, tienen muchísimos más años de existencia de los que imaginas. El proceso de formación es continuo y comienza su manifestación con la individualización de una parte del Todo, o en tus antiguas palabras, con el nacimiento, y solo termina cuando la individualidad se reintegra a la totalidad, o como tú mismo dirías antes, al morir. Proceso que, por cierto, aún queda mucha gente en la Tierra por comprender en su auténtico significado. En el mundo del que vienes, se decide una edad y no otra para iniciar la formación académica de las personas, antes de la cual, es la familia la responsable de la formación y educación del niño. Cumplida esa determinada edad, la educación se comparte con la escuela, pero una buena parte de ella, pasa íntegramente a ser responsabilidad exclusiva de esta institución, aun cuando se pueda requerir para ello la ayuda de los padres, que podrán darla, o no. Una vez matriculado y registrado, al alumno lo sumergís de lleno, si quiere como si no, en el sistema educativo vigente, que sea cual sea, tendrá estrictamente reguladas qué materias estudiar y cuáles no, así como cuándo y dónde estudiarlas, y cuándo y dónde no. Se le organiza por cursos estereotipados y encorsetados, tanto en metodología, como en contenidos y duración, siendo precisamente la estandarización y uniformidad que suelen imponer la mayoría de vuestros sistemas educativos, la responsable, en buena medida, del fracaso escolar que padecéis. Y si el alumno consigue superar con éxito el último nivel formativo, habrá llegado el momento en el que su formación pasará a ser responsabilidad única y exclusivamente suya, por lo que la escuela, en su sentido amplio, ya no querrá saber nada de él como alumno, privándole de la posibilidad de seguir contando con ayuda en su progreso personal. Además, constituir los grupos de estudio por el nivel de progreso de los alumnos en cada materia, sus intereses, y sus puntos fuertes y débiles como individuos, es mucho más operativo y rentable para todos, que hacerlo por edades. No todos progresamos por igual, por lo que visites la escuela que visites, aquí encontrarás grupos de trabajo y estudio formados por entes de edades diferentes, y me refiero tanto a los alumnos, como a lo que tú llamarías profesores, aunque en realidad aquí no hay profesores tal y como tú los recuerdas. Todos somos a la vez profesores y alumnos, y aprendemos los unos de los otros, teniendo cada grupo su propio Maestro responsable, que a su vez es también alumno de niveles más avanzados. Consecuentemente, estos Maestros lo son también de edades diferentes. Como sabes por experiencia propia, es muy útil poder contar con un guía, cuando uno se adentra en territorios desconocidos, por lo que la formación necesita ser - 84 - continua, además de no obligar a nadie nunca a nada, incluyendo el tener que aprender ciertas cosas a determinada edad. Por respeto al libre albedrío de cada cual, nadie tiene derecho a obligar a nadie a nada. Y la idea del suspenso, ni siquiera se contempla, como tampoco el aprobado, porque aquí nadie juzga a nadie. Nadie tiene derecho a juzgar a nadie, pero es que tampoco le apetece hacerlo a nadie y menos aún, si ya se ha pasado por donde ahora lo hace el otro. Aquí, nuestro único y más estricto juez somos nosotros mismos, siendo cada cual quien decide qué aprender y cuando aprenderlo, si bien, contamos siempre con la supervisión y ayuda de nuestros Maestros y hermanos. -Si aquí nadie obliga a nadie a nada ¿Eso significa que vivís en la anarquía? -En su sentido peyorativo, nada más lejos de la realidad. Por el contrario, si te refieres a lo que tú llamarías anarquía utópica, podría decirse que sí. La llamáis utópica, porque el egoísmo y falta de amor que todavía padecéis en la Tierra, os la hace parecer así. Con todo, aquí también tenemos algo que, desde tu punto de vista, podría asemejarse, aunque muy de lejos, a un gobierno. Los llamamos Consejos. -Explícame eso. -Cada ámbito está… digamos que… guiado por un Consejo de Maestros en la materia. Como los Consejos de Ancianos, que algunas tribus aún conservan en el mundo terrestre. Así, y ya que estamos en una escuela, hay una especie de comité de Maestros, para lo que tú llamarías cada etapa y nivel educativo. Estos comités se organizan, una vez más, de forma fractal, de modo que representantes de los Consejos de niveles inferiores, se integran en los de niveles superiores, o al revés, como prefieras. Pero no entiendas lo de niveles como una jerarquía de poder, sino más bien de desarrollo y evolución. El caso es que, de esta manera, todos están interconectados y la comunicación es fluida de unos a otros, por más distancia estructural y de nivel competencial que haya entre ellos. -Entonces el Gran Consejo debe ser multitudinario. -En absoluto. Como ya te he dicho, un consejero del nivel anterior, forma parte del comité del nivel inmediatamente siguiente, o viceversa, por lo que no es necesario un gran número de consejeros en cada nivel, como tampoco lo es eso que has llamado Gran Consejo. No hay un Consejo de los Consejos, si te refieres a eso, porque no es necesario. A veces, y para asuntos de especial relevancia, podemos contar con la ayuda de los Sabios, las almas más evolucionadas que conozco, dentro de nuestro nivel de desarrollo. Los Sabios ya no necesitan encarnar en cuerpos físicos, salvo en misiones muy especiales, y son seres superiores, los más próximos a La Fuente que conocemos. Para que puedas hacerte una idea, considera que ese al que allí llamabais Jesucristo, por ejemplo, era uno de ellos. Los Sabios, aunque no lo necesiten, aún pueden encarnar alguna vez que otra, no tanto ya para mejorar sus aprendizajes, aunque también, como para ayudar en los nuestros. Cuando lo hacen, - 85 - suelen llevar vidas sencillas, anónimas para la mayoría, ocupados en la vigilancia y ayuda de la humanidad en su conjunto, aunque no siempre. Precisamente, el que te he puesto de ejemplo, no pasó muy desapercibido, que digamos. -¿Y cómo os gobernáis? ¿Tenéis leyes? -Las mismas que rigen en todo el Universo, que desde luego son algo diferentes de las que tú recuerdas como vigentes en el mundo material. Ya te he hablado de algunas de ellas, de las cuales la más importante es la del Amor. -¿Una ley del amor? ¿Y qué dice? -El Amor es a la vez la causa y el efecto de todo cuanto existe. De hecho, toda criatura nace para amar y ser amada, aunque algunas, en sus primeras fases de desarrollo, pierdan parte de su tiempo y energías, en ocuparse de la mitad del trabajo que no les corresponde, más preocupadas por ser amadas, que por amar, descuidando así su mitad de la faena. Se enfadan y desesperan cuando no se sienten amadas, hasta que se dan cuenta de que su parte del contrato, consiste justamente en dar aquello que están esperando recibir. El amor es la energía que alimenta la luz que ves por todas partes, la aspiración de toda criatura, una de las infinitamente posibles definiciones de lo que allí llamabais Dios, lo que nos permite estar aquí y ahora, y lo que en gran parte da la medida del progreso de cada cual, de la misma manera que la capacidad de amar de cada cual, se puede medir por la capacidad de amarse a sí mismo. -Allí, algunos podrían llegar a llamar egoísmo a eso que acabas de decir. -Naturalmente, porque ellos son los egoístas. El egoísmo es precisamente una consecuencia de la falta de amor, de verdadero amor, ese que se da sin esperar nada a cambio, el que enseña el auténtico significado de la palabra felicidad. El egoísmo del que hablamos, es también fruto de la ignorancia, que lleva a preocuparse por recibir, en lugar de dar, más cuando lo único que podemos controlar, más o menos, es nuestro propio comportamiento, de modo que si hay alguna posibilidad de influir en el de los demás, es tan solo a través del nuestro propio. El egoísmo es inútilmente acaparador. Pide, sin dar nada a cambio, mientras que el amor es constructivamente generoso y da sin pedir nada. En la cultura que acabas de dejar, vuestras religiones propugnan amarse los unos a los otros y no querer nada para otro, que no se desee para uno mismo. Si el Universo existe, es gracias al Amor, y a su práctica, experiencia y disfrute, se encamina cada criatura como objetivo de su propio progreso y desarrollo personal. De ahí la necesidad de amar y ser amado que todos tenemos, aunque a veces, como te digo, algunos pierdan su tiempo y energías en pretender ser amados, antes que en dar lo que ansían recibir. Por eso es que quien sabe amarse a sí mismo, sabe amar también a los demás y viceversa. - 86 - -Si fuésemos capaces de hacer eso en la Tierra, otro gallo nos cantaría. -Evidentemente, pero estáis en ello. -No estoy yo tan seguro. Allí, cada vez que alguien saca los pies del tiesto, si no consiguen domesticarlo, se lo cargan. Ahí tienes a Gandhi, o a Martin Luther King, por ejemplo. Y de Jesucristo, ya que has hablado de él, ni te cuento. -¿Y crees que con matarlos consiguieron algo, aparte de dar más fuerza aún a su mensaje, y de que sus nombres se grabaran a fuego en los archivos de la historia? A los tres los mataron, sí, pero el progreso es imparable y sus asesinatos contribuyeron a hacerlos aún más populares y a un mayor éxito de su mensaje. Gracias a Gandhi, la India consiguió su independencia, además de mostrar al mundo, una vez más, el camino de la no violencia, al igual que la lucha de Luther King, acabó por conseguir que se les reconociera el derecho al voto a los negros norteamericanos. Y de Jesucristo, como bien dices, ya ni te cuento. En la actualidad, la humanidad atraviesa por un momento crítico y decisivo, y antes o después, su propia evolución la llevará a adecuar sus estructuras sociales, cada vez más y mejor, a las leyes universales. De hecho, así lo lleva haciendo desde sus orígenes. A estas alturas, son cada vez menos los que dudan, que la humanidad esté inmersa en un proceso de cambio profundo. Un ciclo está a punto de cerrarse, para dar paso a otro nuevo, y cuanto antes se culmine el tránsito, antes podremos empezar a disfrutar del nuevo paradigma que traerá consigo este cambio, pero en relación al tiempo histórico, el de una vida humana representa apenas un suspiro. Esto supone que, muy probablemente, no serán las generaciones que hoy hacen del mundo lo que es, las que disfruten de la culminación del proceso, pero sí que es nuestra responsabilidad contribuir, en la medida de las posibilidades de cada cual, a que se haga lo más rápidamente posible. -Bueno, lo cierto es que hemos progresado bastante desde entonces, aunque quizás un poco más despacio de lo deseable. -No lo estáis haciendo mal, pero podríais hacerlo mejor. Vuestra ignorancia y egoísmo, aún os hacen prestar especial atención a lo material, lo que os lleva, sobre todo en eso que llamáis Occidente, al desarrollo de una ciencia y una tecnología centradas en la materia, y de unas estructuras económicas y sociales centradas en el enriquecimiento material, despreciando el espiritual. Si consiguieseis que la sola idea del dinero desapareciese de vuestras mentes, el salto evolutivo que daríais os asombraría. Cada vez hay más gente, a la que le repele el tener que venderse para poder comprar, a pesar de que las disciplinas llamadas humanísticas, no sean precisamente prioritarias en la formación de los alumnos de vuestras escuelas. -Estoy de acuerdo en lo de lo de los cuartos, pero no te vayas tú a creer que he conocido a muchos que les hicieran ascos. Por cierto, y siguiendo con lo de la escuela, parece que en vuestras clases hay muchos - 87 - menos alumnos que en las nuestras, a no ser que falte gente en los grupos que veo por aquí. -Estandarizar el número de alumnos por aula es contraproducente, si lo que se pretende es conseguir el máximo progreso, tanto personal, como grupal, que sea posible. Aquí puedes encontrar grupos de estudio de cualquier tamaño, desde dos o tres miembros por lo que tu llamarías clase, hasta más de veinte, y de casi todas las edades, lo que en el mundo que has dejado, resultaba impensable. Más que la edad cronológica, que además aquí no tiene mucho sentido, importa el nivel evolutivo alcanzado por cada cual. Los Maestros observan a sus aprendices y les facilitan progresivamente su integración en los grupos más adecuados para cada uno de ellos, en función de sus capacidades, progresos, puntos fuertes y débiles, intereses, y el resto de sus características individuales. Pero esta distribución no solo tiene en cuenta al individuo, sino que también toma en consideración circunstancias que van más allá y que afectan a su entorno: materias de estudio, resto de miembros de los grupos, prioridades, preferencias, necesidades… A esto lo llamaríais allí una orientación ecológica y holística. Tampoco hay un tiempo predeterminado para hacer los aprendizajes. La duración de lo que llamáis cursos, la determina el propio alumno con su propio progreso en relación al grupo, y puede decidir un cambio en cualquier momento, bien para estudiar una determinada materia, o bien para integrarse de lleno en un nuevo grupo, por lo que aquí el concepto de suspenso no tiene lugar, como tampoco lo tiene el aprobado. Pero ven, vamos a una sala de esas que tú llamarías aulas. Antes de entrar, ya había notado que la nave central del edificio, con forma rectangular, tenía adosadas en su exterior y por los lados más largos, toda una serie de salas semicirculares. Cuando atravesó el pórtico, lo que primero le llamó la atención, fueron las grandes dimensiones del claustro que había en su interior, a juego con las exteriores, y después, los pocos grupos de supuestos estudiantes que había por allí. Luego, se fijó en los pasillos. El suelo estaba enlosado con preciosos y grandiosos bloques, que parecían estar hechos de mismo cristal blanquecino que el resto del edificio y que se asemejaban a grandes y gastadas losas de piedra, perfectamente encajadas unas con otras. Había puertas a los lados, todas iguales, a excepción de la puerta central de cada pasillo, que era más alta, más ancha, más luminosa y con un dintel muchísimo más elaborado que los sencillos pechos de paloma de todas las demás. Para ser una recreación, la habían hecho muy bonita y elegante, además de grandiosa. Elías lo llevó hasta una puerta, sobre la que podía leerse “Aula 1”, y se encontró dentro del aula. Estaba junto a Elías, justo al otro lado de la puerta, dentro de lo que supuso que era el aula número uno y de nuevo en estado de shock. Se encontró, sin previo aviso, con una quincena aproximada de crías de fantasma, de diferentes edades, y todas ellas sentadas en unos - 88 - pupitres rarísimos. Parecían estar muy ocupados en no sabía qué, pero que debía ser muy divertido, porque los muchachos aparentaban estar pasándoselo divinamente, nunca mejor dicho. Algunos de ellos estaban riendo a carcajadas. Por el suelo corrían un montón de ardillas, algunas muy extrañas. Había una a rayas de colores, otra verde esmeralda, y otra que no tenía rabo. Al fondo, de espaldas al muro que formaba el arco del semicírculo que cerraba la sala por el otro extremo, había otro Gandalf con la misma túnica, los mismos pelos, las mismas barbas, y la misma plácida sonrisa que Elías, aunque éste parecía algo más joven. Pero ni el Gandalf, ni las ardillas, ni los críos, les prestaban la más mínima atención. Era como si ni él, ni Elías, estuviesen allí. -¿Qué está pasando aquí? –se preguntó a sí mismo, a la vez que lo hacía en voz alta para que lo oyera Elías, aunque tal cosa ya sabía que aquí no era necesaria. -Están practicando la generación de criaturas vivas. Su Maestro les ha pedido que generen ardillas y aquí tienes el resultado. -¿Me estás diciendo que estas ardillas, las acaban de crear estos críos? -He dicho generar, no crear. ¿Y dónde estaba la diferencia? Esto ya era demasiado. Uno elige su sexo; se muere, pero no se muere porque es inmortal, y de chiquitín, antes de encarnarte, te enseñan a generar vida. No entendía muy bien dónde estaba la diferencia entre generar y crear. -¿Puede saberse porque yo no era capaz de fabricar ni tan siquiera una hormiga, en mi vida en la Tierra? -Primero, porque lo que te he dicho que les ha pedido su Maestro, es generar criaturas vivas, no crearlas, y segundo, porque estás confundiendo niveles. En el nivel terrícola, esto que estás viendo puede hacerse, pero es mucho más trabajoso que aquí, porque allí hay que densificar mucho más la… energía. En esta clase, les están haciendo practicar y con ello, su Maestro está consiguiendo que desarrollen esa habilidad. Si aquí son capaces de hacerlo, es porque tienen la capacidad. Todo lo que hayas hecho, aunque haya sido una única vez, hecho ha quedado, lo que significa que has sido capaz, es decir, que tenías la capacidad. A partir de aquí, si la desarrollas más o menos y cómo la uses, si es que la usas, es cosa tuya. -Si, pero es que lo que me ha dejado a cuadros, es precisamente la capacidad de fabricar un ser vivo, en alguien que se supone que no es Dios. Y lo he visto con mis propios ojos. Pero qué tonterías estaba diciendo, pensó Arturo-Niemsé. ¡Si ya no tenía ojos! -En definitiva, estábamos hablando de la capacidad de generar vida ¿Estamos de acuerdo? –dijo Elías. -Pues claro. - 89 - -Algún día, algunos de estos críos, como tú los has llamado, se unirán a un cuerpo en algún mundo. Desde el primer momento, necesitarán generar vida para sobrevivir y así lo harán, dando lugar a millones de células por año, gracias a que previamente han conseguido desarrollar la habilidad. -Sí, pero estos guachos no han creado una célula. Han creado una ardilla entera y algunas hasta eran de colorines. Además, de lo de las células ya se encarga el cuerpo físico. -¿Y? -Pues que cuando yo estaba vivo, seguramente estaba creando alguna célula que otra y hasta puede que sin darme cuenta, pero una ardilla entera, ya te digo yo que no. -Las prisas. -¿Mande…? -¿Estamos de acuerdo en que eres capaz de generar una célula? -Hombreee… Eso lo hacemos todos. -¿Entonces, de acuerdo? -Pues claro. -¿Y si eres capaz de generar una célula, qué te impide hacer dos? Si tienes la necesidad, es porque tienes la capacidad. Cómo la desarrolles, es cosa tuya. -¿Y no es el propio cuerpo el que crea sus células? -Por supuesto, pero tú puedes incidir en ese proceso, acelerándolo, o retardándolo. Incluso, modificándolo. Recuerda eso que allí llamabais enfermedades psicosomáticas. -¿Quieres decir que los seres humanos podemos crear vida? -Recuerda que un ser humano es la combinación de un cuerpo humano físico, con un… alma, que puede elaborar un cuerpo sutil para un mundo intermedio, que haga las veces de puente y lazo de unión entre los otros dos. El cuerpo físico es muy denso, pero tu alma no. Además, tu esencia es divina y como tal puede generar vida. -¿Entonces, quieres decir que algún día podremos hacerlo en la Tierra? -Es una posibilidad. De hecho, ya habéis conseguido clonar plantas y animales. Ya te dije que la humanidad está, precisamente ahora, en proceso de trascender su propia evolución y dar un gran salto en su progreso. Las lagartijas y los pulpos, por ejemplo, os llevan ventaja en eso de regenerar partes del cuerpo. -Oye, estoy cayendo en la cuenta, ahora que hablamos de generar vida, de que aquí no hay vivos. Antes solo veía vivos y ahora solo veo… seres de tu mundo. Almas, espíritus, o lo que sean. Qué curioso. Al acordarse de los vivos, le sobrevino el recuerdo de Marta y asociado a él, el de su compromiso con Lucia. - 90 - 2.5. Buscando a Arturo. Cuando Marta llegó a la casa, le extrañó encontrar sobre la encimera de la cocina, la primera habitación a la entrada del piso, unos platos y unos cubiertos usados. Normalmente, Arturo se encargaba de dejarlo todo recogido, después de haber comido Lucia y él, antes de que ella llegase. Cuando pasó por delante de la salita de estar, la habitación en la que pasaban la mayor parte del tiempo, incluyendo las comidas, también le extrañó no encontrar a Arturo allí. Siguió hasta la habitación de Lucia. Ella sí que estaba, sentada en su mesa de trabajo. -Hola –la saludó y se le acercó para darle el beso habitual. -Hola mamá. -¿Y Arturo? -No lo sé. -¿Se ha ido? -No. No ha venido a comer. -¡¿Que no ha venido a comer?! -Pues no. Aquello era muy raro. Sin ni tan siquiera perder tiempo en salir de la habitación de la niña, miró en su móvil, por si había alguna llamada perdida, o algún mensaje, pero no había nada de eso. Marcó el número del teléfono móvil de Arturo, pero nadie contestó a la llamada. Su preocupación aumentaba. Volvió a marcar y a esperar inútilmente, hasta el final de la llamada. Decidió entonces enviarle un mensaje, preguntándole dónde estaba, ya que su inquietud crecía por momentos. Arturo era un hombre atento y delicado, que nunca la había sorprendido, hasta ahora, con imprevistos como éste. Si alguna vez, por la razón que fuera, no había podido cumplir con un compromiso previamente adquirido, tenía la sana costumbre de avisar siempre de ello, pero esta vez ni una llamada, ni un mensaje. Nada. -¿A ti te ha dicho algo, te ha llamado? -¡¿A mi…?! – Contestó Lucia, poniendo cara de extrañeza –Verás que no nos va a llevar al cumple de Carmen –añadió, ahora con cara de preocupación. -Bueno hija, espérate y ya veremos. -Eso, ya veremos –con la misma cara de preocupación. -Bueno, voy a comer algo. No conseguía acostumbrarse al rechazo de la niña por Arturo. Se dirigió a la cocina, para servirse la comida que habían dejado preparada la noche anterior. Dado que Marta tenía turno de mañana por semanas alternas, se habían acostumbrado a cocinar varios platos entre sábados y domingos, y los congelaban por raciones, para poder ir sirviéndose de ellos cada día. Si era necesario, cocinaban entre semana, por las tardes, para así poder tener la comida disponible al día siguiente, cuando llegasen a la casa, cada uno a su hora. - 91 - Faltaba solo una ración de la sopa de pescado, que dejaron fuera del congelador la noche del domingo, así como de los filetes de lomo de cerdo encebollados, que destinaron a servir de segundo plato. La ensalada que tenían prevista para hoy, no estaba preparada, aunque esto último no era de extrañar, si no había venido Arturo. Lucía no se caracterizaba, precisamente, por su espíritu colaborador en las tareas domésticas. Se sirvió un plato de sopa y otro de carne, que calentó en el microondas, y se dispuso a comerlos en la salita, mientras veía la televisión, a pesar de que hoy no le prestara mucha atención. Preocupada, se interesaba más en sus propias elucubraciones, tratando de encontrar una respuesta a la pregunta de qué podría haberle pasado a Arturo para que no viniera a comer y no dar señales de vida, mientras ingería la comida mecánicamente. Él salía del trabajo a las tres de la tarde y solía llegar a la casa algo más allá de las tres y media, por lo que hacía ya más de una hora que debería de estar allí. Ni una llamada, ni un mensaje. Nada. En él, eso no era normal en absoluto y estaba preocupada. Sin haber terminado de comer, se levantó para ir hasta el salón, donde estaba la base del teléfono inalámbrico, y regresó con él a la salita. Marcó el número del centro donde trabajaba Arturo, por si hubiera suerte y quedara alguien por allí, pero no la hubo. Se acordó de Jesús, un compañero de trabajo y amigo de él, del que tenía su número de teléfono en la agenda del móvil y lo llamó. Jesús sí atendió su llamada. Tras pedirle disculpas por molestarlo a unas horas tan inoportunas, le preguntó por su compañero y amigo, y éste le informó de que Arturo no había acudido hoy a trabajar y que no sabía nada de él. Le contó que había intentado contactarlo a última hora de la mañana, pero que no había contestado a su llamada. Jesús también se quedó preocupado, al saber que aún no había llegado a su casa, y acordaron que el primero que tuviese noticias, llamaría al otro. Ahora sí que estaba alarmada. Cuando ella se levantó de la cama, aquella mañana, Arturo ya había salido de casa, como de costumbre. Supuso que camino del trabajo, pero Jesús le había dicho que hoy no había aparecido por allí en todo el día y que tampoco había llamado para avisar, ni dar explicaciones por su ausencia, lo cual les había extrañado a todos, porque conocían su formalidad. Sin embargo, nadie le había dado mayor importancia, a excepción de él mismo, quien acabó pensando, como los demás, que ya diría algo cuando pudiera. Eso significaba que llevaba todo el día desaparecido. Marta consultó de nuevo su móvil, para comprobar y asegurarse, por segunda vez, de que no tenía llamadas perdidas de Arturo, ni mensajes. Volvió a marcar su número, pero tampoco ahora nadie atendió la llamada. Al menos tenía el móvil activo ¿Se lo habrían robado? Esta suposición vino seguida de unas cuantas otras, a cada cual más alarmante: Un accidente, un atraco, un infarto cardiaco, o cerebral… - 92 - Había tomado la sopa y un par de filetes, pero ya no le apetecía seguir comiendo. Recogió los platos, los cubiertos, y el vaso. Apagó la televisión y se encaminó a la cocina, con la intención de comprobar si las llaves del coche estaban en el cenicero donde solía dejarlas Arturo cuando llegaba a casa, ya que no se fijó en ello al entrar. No estaban. Desde allí y levantando la voz para que pudiera oírla, le dijo a su hija que iba a bajar al garaje y que volvería enseguida. -Vale –escuchó. Bajó al garaje y pudo comprobar que el coche de su pareja no estaba allí. Malo, malo. Algo malo le había pasado a Arturo. Subió de nuevo a la casa, con paso acelerado y la intención de llamar a los hospitales, para preguntar si tenían noticias de un tal Arturo Briones. Buscó los números de teléfono en internet y llamó a todos y cada uno de ellos, públicos y privados, pero en todos obtuvo la misma respuesta: nadie sabía nada. Llamó al 091 y todo lo que consiguió sacar en claro, fue que, si llegada la noche seguía sin noticias y lo estimaba oportuno, podía poner una denuncia por la supuesta desaparición de su pareja. Ya no sabía qué hacer. Volvió a llamarlo, pero una vez más se agotó la llamada, sin que nadie respondiera. Se acordó de pronto de la Guardia Civil. Llamó y encontró que tampoco ellos tenían noticias de ningún Arturo Briones, solo que aquí se tomaron algo más de interés que en la Policía Nacional, donde habían sido correctos con ella, pero limitándose a pedirle paciencia y a seguir sus protocolos de actuación. En la Guardia Civil parecieron interesarse algo más por su caso. Al contarles que había desaparecido con su coche, le pidieron la matrícula para buscar en su base de datos, pero tampoco había nada. Después de asegurarse de que ya había contactado con la Policía Nacional, le recomendaron que llamara a la Policía Local, por si ellos podían darle alguna información, y le ofrecieron sus oficinas, como hicieron en el 091, por si quería presentar denuncia por desaparición. Llamó a la Policía Local y allí le dijeron que no sabían nada, pero que por lo que estaba contando y en el caso de que hubiese algún registro relativo a su pareja, era otro turno el que estaba de servicio, por lo que hasta mañana no le podrían informar con seguridad. Le explicaron que las hojas de servicio que los agentes entregan en la unidad administrativa al terminar su turno, no se informatizaban hasta el día siguiente, recomendándole por ello que llamase entonces, hacia la mitad de la mañana, momento este en el que tendrían disponible la información acerca de los servicios efectuados hoy lunes, y podrían decirle algo, si es que había alguna noticia relativa a su caso. Se pasó la tarde al teléfono, llamando y alertando a toda aquella persona que se le ocurría que pudiera tener alguna relación con Arturo, y de la que tuviera su número. Bajó hasta el bar de la esquina, con cuyo dueño habían establecido cierta relación de amistad como clientes, ya que algunos días en los que les había pillado el toro de su indolencia con la comida, lo solucionaban bajando hasta allí, para comprar unos platos - 93 - cocinados que les sacaran del apuro, pero tampoco él sabía nada de Arturo. Cuando subió a la casa, se encontró a su hija en jarras, en mitad del pasillo. -¡Lo sabía! –le espetó con muy mala cara. -¿El qué? –respondió Marta, sorprendida. -Que me iba a dejar tirada. Lo hace aposta ¿Y ahora qué hago? – acabó diciendo Lucia, mientras cambiaba la cara de enfado, por la de estar a punto de romper a llorar. Marta comprendió que se refería a Arturo y a su compromiso de llevarla a la fiesta de Carmen, lo que le hizo acordarse también de su padre. -¡Es verdad! Tu cumpleaños ¡Y el abuelo! Mira Lucia, creo que algo malo le ha pasado a Arturo y eso es más importante. -Claro, él siempre es el importante. Yo te importo una mierda. -Mira Lucia, no está el horno pa bollos ¿De verdad te crees tú, que si me importases una mierda, te iba a aguantar lo que te aguanto? No me calientes ahora la cabeza, que bastante caliente la tengo ya. -¡Y Toñi y yo nos quedamos sin cumpleaños! –respondió Lucia, ahora sí, rompiendo a llorar a moco tendido. Marta se la quedó mirando. Comprendió que el sufrimiento de la niña, no era tanto por no poder ir a la fiesta, como por un equivocado, aunque no por ello menos desgarrador, sentimiento de abandono, y por el miedo al futuro que éste le generaba. -Vamos a solucionar eso –le dijo, mientras la abrazaba cariñosamente –Yo te llevo. -¿Y entonces, no vas a ir a ver al abuelo? -No puedo estar en dos sitios a la vez. -Vale –contestó Lucia, cambiando las lágrimas por un gesto de satisfacción y dirigiéndose a su cuarto. -(¡Dios mío, qué edad más tonta!) –pensaba Marta, mientras se encaminaba hacia a la salita. Una vez allí, llamó a su padre por el teléfono inalámbrico que había dejado encima de la mesa. Le anunció que no podría hacerle la visita que le había prometido, le pidió disculpas por ello, y le contó los motivos y lo preocupada que estaba por la falta de noticias de Arturo. Su padre intentó tranquilizarla. Le dijo que Arturo era un hombre muy formal y que, si no la había llamado todavía, debía ser porque no habría podido, fuese por la razón que fuese, pero que en cuanto pudiese, seguro que se ponía en contacto con ella, o aparecía por la casa. Según ella, ya había llamado a todos los hospitales y a la policía, y allí no sabían nada de él, lo que significaba que lo más probable era que no le hubiese pasado nada malo. A Marta le hubiese gustado creerlo, pero no podía, aunque no dijo a su padre nada más al respecto, para no preocuparlo también, y se despidió de él. - 94 - Cuando cortó la llamada, se acordó de nuevo del móvil de Arturo. Volvió a llamarlo y ahora escuchó la grabación del contestador automático, anunciando que el teléfono marcado no se encontraba operativo en ese momento. Dedujo que se había debido quedar sin batería, con lo cual él tampoco podría llamarla ¿Qué hacer? No le quedaba otra que esperar. 2.6. Elihá. El hecho de caer en la cuenta de que ahora solo veía seres de luz, le hizo acordarse de los de carne y hueso, y más concretamente de Lucia. Había quedado con ella en llevarla, junto con su amiga Toñi, al cumpleaños de Carmen, para que así su madre pudiese visitar al abuelo y les iba a fallar a las dos. -Oye Elías, me he dejado un asunto pendiente en la Tierra que quisiera solucionar. Es importante para mí. -¿Y cómo quieres hacerlo? -Por ejemplo… ¿Haciéndole una visita…? -¿A Lucia? ¿Ahora? Arturo pensó que esto de la telepatía tenía sus ventajas. Ahorraba mucho tiempo en las conversaciones. -Si puede ser… - dijo. -Poder ser, lo que se dice poder ser, puede ser, pero no es recomendable ahora, a menos que quieras darle un buen susto. Niemsé recordó que ya no tenía cuerpo físico y que los vivos no podían verle, aunque algunos sí que pudieran sentirlo. Recordó también cómo recuperó la antigua forma de sus piernas, con zapatos y pantalones incluidos, cuando empezaba a explorar las posibilidades del que entonces le pareció un nuevo mundo. -Precisamente por eso –escuchó de pronto decir a Elías. –Date cuenta de lo que le vas a presentar a Lucia: un Arturo semitransparente, extrañamente iluminado y al que puede sentir cuando la toca ¿Cómo crees que va a reaccionar? Al pensar en ello, se vio en la escena como espectador de esas películas multidimensionales que se podían vivir en este mundo. Esto sí que no tenía nada que ver con el cine, ni siquiera con la mejor realidad virtual. Era maravillosamente mejor, porque aquí, además de ver y oír, se olía, se vivía, y se podía sentir lo mismo que sentían y pensaban los participantes. Estaba en la escena, aunque más que “en”, él mismo formaba parte de ella, por lo que decir que estaba dentro, aunque solo fuera como espectador y sin intervenir, para no cambiar lo que allí estuviera sucediendo, expresaba mejor su experiencia, aun cuando sabía que, en cualquier momento, podía decidir implicarse en el desarrollo de los acontecimientos, como un participante más. Una de las cosas que ahora también podía hacer, era poner su atención donde quisiese, y vería, oiría, olería, y sentiría, lo mismo que allí se estuviese viendo, oyendo, oliendo, y sintiendo. De hecho, en la escena en la que estaba ahora, podía - 95 - percibir a Lucia, sentada en la mesa de trabajo que tenía en su habitación. Sintió su preocupación, lo que le sorprendió, porque supo que esa preocupación era por él y por la falta de noticias que tenían al respecto de su persona. Quiso entonces presentarse ante ella. Su mesa estaba pegada a la ventana, justo debajo, para que así pudiera aprovechar el máximo de luz natural posible, mientras hacía sus trabajos académicos. Solo detrás de la niña quedaba sitio libre suficiente para alguien. Estaba tratando de decidir si a la derecha, o a la izquierda, cuando se acordó de que se podía poner donde quisiese, ya que podía atravesar las paredes. Como aún entraba bastante luz por la ventana, pensó que lo mejor sería mostrarse en una esquina de la habitación, de las dos que Lucia tenía frente a ella. En concreto, la que la niña tenía a su izquierda, que era la más oscura. Ya que ahora era de luz, en ese sitio pensó que le vería mejor, aunque estuviese atravesando la estantería que allí había, y así lo hizo. Lucia lo vio y su chillido debieron escucharlo hasta en la calle. Del salto que dio, la silla con ruedas que ocupaba, acabó estrellándose contra la puerta, que estaba frente a la ventana, al otro lado de la habitación, y lo hizo con un enorme estrépito, acorde a la velocidad con que la despidió. Saltó sobre la cama y se apretujó contra la pared, aterrorizada y con la cara desencajada. -Cosas como estas pueden ocurrir, si se actúa imprudentemente – escuchó decir a Elías. Lo escuchó y lo vio, porque la escena de Lucia ya había desaparecido. Ahora estaba frente a su Gandalf particular, que le sonreía y le hablaba, con ese amor y esa dulzura que le eran tan característicos –Cada uno llega hasta donde ha llegado, en el desarrollo de la habilidad para generar materia y tú parece que, por el momento, no puedes hacerlo mejor. -Menudo susto se ha llevado la muchacha. -Bueno, quédate tranquilo. En realidad, eso no ha ocurrido. -¿Cómo que no ha ocurrido? -No. Ha sido una recreación para ti de lo que podría haber pasado, si lo hubieras hecho. Ya te había dicho que hay que ser muy prudentes y cautos al contactar con los seres humanos, pero como parecías no haberlo entendido, he probado de ésta otra manera. A ver si así… -Entonces ¿Lucia no me ha visto? -En su mundo, no. -¿Ni se ha llevado un susto casi de muerte? -Tampoco. -¿Esto no ha pasado? -Para ti y para mí, sí. Para Lucia, no. Yo no soy un creador de mundos muy experto todavía, pero cosas como éstas, puedo hacerlas con relativa facilidad. - 96 - -Muy bien listillo, tú me dirás cómo, pero yo tengo que avisar a la niña y a su madre, de que no voy a poder ir a recogerla. Alguna manera tiene que haber. -Por supuesto que la hay. De hecho, hay una infinidad de posibilidades. Esa no es una cuestión por la que haya que preocuparse ahora, afortunadamente. Más práctico me parece ponerse a buscar, hasta encontrar una que sea respetuosa con todas las partes implicadas, a la vez que útil. -¿Eso qué significa? -Que hay un infinito número de posibilidades alternativas a cualquier opción, por lo que siempre puedes buscar, hasta encontrar una que acabe siendo respetuosa y útil para con todos los implicados, mejor que otra que solo lo sea para ti. Recuerda que no estás solo en el universo. Lo que acababa de escuchar de Elías, tenía sentido. A veces había hecho cosas en la vida pensando en su beneficio, que habían resultado perjudiciales para otros. -Anda ven –le dijo –No sueltes mi mano, que vas a comprobar por ti mismo, cómo lo hace un Maestro en contactar con los seres humanos. Tenemos permiso para que puedas experimentar con la forma de trabajar de un gran experto. -Hola Niemsé. Soy Elihá. Quien se presentaba de esa manera, era otro ser de luz que había aparecido así: de repente. Tenía el aspecto de una mujer, con el pelo lacio y largo, de mediana edad y muy guapa. También ella vestía esa túnica blanca, que parecía el uniforme de los de por aquí. Había aparecido así, de golpe, de la misma manera que lo había hecho la percepción que tenía ahora, del profundo respeto que emanaba de Elías hacia ella, quien, por cierto, le había soltado de la mano. Elihá imponía respeto. Niemsé también sentía un profundo respeto por ella, a la par que una extraña sensación de familiaridad, aunque no supiese muy bien el por qué de ambas cosas. Pensó que quizás fuese por su también potente emanación de bondad, amor, y sabiduría. Su luz era muy similar a la de Elías, con ese color blanquecino que ya le era familiar en su Maestro, con azules oscuros e intensos reflejos morados. Cuando Elías y ella se miraron, la intensidad de sus luces y colores se reavivó, hasta que aquello se convirtió en una maravilla radiante multicolor, de la que emanaba amor, sabiduría y respeto. Todavía se sorprendía por lo espectacularmente bellas, que podían llegar a ser aquí las cosas. Elías y Elihá se miraban y Niemsé supo que estaban comunicándose. No era capaz de entender cómo, pero sabía que estaban haciéndolo de una manera, que él también podría hacer algún día. -Elihá va a mostrarte una forma sutil de comunicar con los seres humanos, sin asustarlos –le dijo Elías, y acto seguido se encontró en una habitación en la que había un joven, que aparentaba tener algo más de treinta años, sentado en su escritorio y al parecer, escribiendo. - 97 - Elihá no le había pedido que le diese la mano, pero sabía que esto era cosa suya, porque al tiempo que pudo ver al joven, fue también capaz de saber, de esa forma tan inmediata por la que aquí se podían llegar a conocer los asuntos propios de los demás, que el joven, a pesar de que no se ganara la vida con la poesía, sino con la cirugía, estaba interesado en conseguir crear un poema místico, donde forma y fondo fueran una sola cosa. Supo también, que no le interesaban los lectores que podían entender fácilmente el fondo de ese poema, sino aquellos otros que, aun leyéndolo, no acabaran de entender su mensaje. Quería enviarlo a lo más profundo de su subconsciente de lo que fuera capaz, porque creía que allí actuaría como una semilla, presta para germinar en cuanto se diesen las mínimas condiciones idóneas para ello. Para estos estaba trabajando en la forma y lo estaba haciendo con un soneto. Había conseguido el soneto que quería hacer, pero no estaba satisfecho. Lo tenía escrito en un papel, entre una maraña de tachaduras, cuentas, flechas, palabras escritas entre líneas, figuras geométricas, listas de números, y notas a todos los márgenes. Decía así: Para el Arte Real catorce son necesarios pero hay todavía un más allá, algo más sublime donde por un punto más serán seis lo que se estime como que hora son cinco sin precisar comentarios. Seis es el jugo de quince cuando a este lo exprimes y cinco resulta de catorce el corolario dando fe de ello la suma como notario que cuatro más uno en cinco y más otro en seis redimen. Si has conseguido seis tienes también dos trinitarios si además consigues que éstos dos entre ellos se arrimen y lo hagan uno hacia arriba y el otro al contrario podrás ver cómo en un solo verso se comprime de todo el universo su total totalitario y escuchar su música cuando consigas que rime. Niemsé pensó que aquel hombre no lo hacía del todo mal como poeta, aunque se ganara la vida como médico. Supo lo de su trabajo, lo mismo que lo de su afición a la poesía y su interés por la mística, por medio de esa difusión del saber ajeno que aquí parecía practicarse, como por ósmosis. Había conseguido el soneto que buscaba, pero no se había quedado satisfecho. No le parecía suficiente la simbología que había conseguido introducir en él y no encontraba cómo mejorarla. Para eso había venido Elihá. - 98 - Niemsé supo también que el único allí que no era consciente de la presencia de Elihá, era el joven poeta, su anfitrión. Sintió cómo Elihá se extendía por el joven, interpenetrándolo hasta armonizarse por completo con él. Ahora eran cuatro energías diferentes, habitando un mismo cuerpo físico. Una de ellas era una mera observadora y sólo estaba lo suficientemente armonizada con la energía anfitriona, como para poder tomar conciencia de lo que estaba ocurriendo. Ese era su caso. Otra estaba allí, únicamente por si el observador necesitaba de su apoyo y ayuda. Ese era Elías. La tercera había venido para inspirar a la usuaria habitual de este cuerpo del joven poeta. Esa era Elihá, que se había sincronizado con la energía de este hombre, hasta fundirse en parte con ella. Para guiarlo en la búsqueda que estaba haciendo, empezó enviándole cuerdas de energía, dirigidas al lado derecho de su cerebro, a la vez que alrededor de su hemisferio izquierdo formaba una especie de barrera energética. Niemsé supo que lo hacía así, porque en este humano, como en la mayoría de ellos, sus dos hemisferios aún no estaban totalmente sincronizados. En especial, en el caso de los occidentales, como era éste, el izquierdo solía ser el dominante, con una actividad analítica más y mejor ejercitada. Enviaba ondas de energía al hemisferio derecho, donde más fácil era su recepción, de modo que desde allí pudiesen expandirse al resto del cerebro, pero ponía una barrera para que no fueran filtradas por el izquierdo y se perdieran por allí, siendo bloqueadas por razonamientos analíticos. Antes o después, esa energía dirigida que le enviaba Elihá, activaría lo que este cerebro tuviese disponible, para conseguir el objetivo que se había propuesto. De esta forma sutil, ayudaba al joven en la creación del poema que estaba buscando. Niemsé se dio cuenta de que estaba a años luz de poder llegar a hacer algo como eso. Aquel poeta, inspirado ahora por Elihá, había empezado repasando las teorías matemáticas y geométricas de los pitagóricos, hasta llegar a un tal Luca Pacioli, pasando por Leonardo Bigollo, al que él conocía por el sobrenombre de Fibonacci. Pero el trabajo de lo que parecía la mismísima representación arquetípica de la Virgen María, aunque sin velo y con el pelo blanco, iba aún más allá. Se activaron imágenes geométricas en la mente de aquel joven. Un punto que se movía generando una línea, que a su vez, al moverse, generaba un plano, que daba lugar a un cubo cuando seguía moviéndose. Triángulos, círculos, cuadrados, los cinco sólidos de Teateto, esferas, estrellas, algunas de estas figuras entrelazadas y otras circunscritas, eran evocadas en la mente de aquel hombre, ayudándole a encontrar lo que buscaba. Hasta que consiguió definir la estructura del poema que quería crear y acabó escribiendo algunos con arreglo a ella. Aun así, seguía insatisfecho. Sin embargo, Elihá debió considerar que su trabajo ya estaba hecho, cuando el poeta escribió los primeros poemas acordes con esta - 99 - nueva estructura, porque entonces fue cuando salió de allí, llevándose con ella a él y a Elías. Ahora estaban de nuevo en el mundo de la luz. Elías y Elihá le miraban sonrientes y con dulzura. -¿Qué te ha parecido? –le preguntó Elías. -Impresionante. Me he quedado de patata. ¿Esto lo hacéis a menudo? -Sí. A Menudo también se lo hemos hecho. -Ahora eres tú el que se hace el graciosillo. -Si, tienes razón. Me apetecía bromear un poco contigo, haciéndote de espejo. Lo cierto es que estamos en contacto permanente unos con otros y de maneras muy diferentes. Por eso, en la cultura de la que vienes, algunos nos han llamado el Ángel de la Guarda. Otros nos llamaron Daemon, espíritus guías y cosas así. -Ahora mismo yo no sería capaz de hacer algo como esto, con nadie. -Te ha faltado decir todavía. Has tenido otra oportunidad de experimentar cómo trabaja una experta, a la que ha costado mucho tiempo y esfuerzo, llegar a desarrollar y dominar con maestría esta habilidad, pero ha estado bien que pudieras refrescar la experiencia de cómo funcionan algunos de los métodos, que nos permiten comunicarnos con sutileza con los humanos. Algunos de esos que en la Tierra llamabais fantasmas, son el resultado de toscos intentos de comunicación como el tuyo. Lucia puede que te hubiese interpretado así, si hubieses llegado a hacer lo que pretendías. Es preferible ir con pies de plomo, para evitar perturbar a los humanos, porque eso hace más difícil la comunicación con ellos. -¿Entonces, eso son los fantasmas? ¿También existen, como los extraterrestres? -Así los han llamado a veces, pero no todos los casos son el resultado de una torpe interacción entre un ser de… más allá y un humano. También hay personas con una sensibilidad más desarrollada, que pueden interactuar con seres de otras dimensiones, o de planos adyacentes al suyo, algunos de los cuales puede que aún no hayan aprendido a manejarse muy bien entre ellos, y viceversa. También puede ocurrir que un humano sensible, llegue a percibir seres de otras dimensiones, aun cuando no haya interacción entre ellos, más allá de la sensorial. Estos casos de interacción interdimensional, se dan más a menudo en niños, que en adultos. Niños que con frecuencia hablan con amigos invisibles, por ejemplo. En ellos, la cultura aún no ha tenido tiempo suficiente, como para sepultar al subconsciente bajo su peso y desconectarlo de la conciencia. Otras veces, son seres espirituales poco evolucionados todavía, que perdieron su cuerpo físico, pero deciden permanecer por un tiempo cerca del mundo terrestre. Esto puede estar motivado por muchas razones diferentes. Desde el deseo de protección a seres queridos, a la desorientación, pasando por el excesivo apego al mundo material, o por pura y simple diversión, que todo puede ser. Al respecto, recuerdo ahora el trabajo que me costó, hace de esto ya mucho - 100 - tiempo, ayudar a un espíritu muy joven a hacer el tránsito. Camino de una cita profesional, sufrió un infarto cerebral fulminante en plena calle, que interpretó como un mareo. Cuando se levantó del suelo, ya muerto, pero sin saber que lo estaba, le llamó la atención una joven espectacular que pasaba por allí y la siguió hasta su puesto de trabajo, donde terminaba cada jornada laboral con una ducha. Descubrió que podía manosearla sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo, y tuvimos que echar mano de un médium para ayudar a ella a librarse de él, y al espíritu a reconocer que había muerto, porque le resultaba muy divertida su nueva situación. En todo caso, no tiene mucho sentido tenerles miedo, porque poco daño pueden hacer, más allá de a sí mismos, salvo en las películas. -Pues en el numerito que me has montado con Lucia, no veas el susto que se ha llevado la criatura. -Si, y en su caso era miedo a lo desconocido, no a ti, y la impresión, además de ser innecesaria, podría perjudicarla. Por eso te he mostrado lo que podías haber llegado a provocar. Durante toda esta conversación, Elihá había permanecido sonriente y en silencio. Se acordó de ella y de la pregunta que tenía en mente hacerle, antes de que Elías hiciera la suya, preguntándole a él qué le había parecido la experiencia. Este Elías era un bromista y eso le gustaba, pero a veces también le distraía. -Hay una cosa que me intriga –dijo, dirigiéndose a Elihá -¿Por qué lo has dejado insatisfecho? -¿No pretenderás que haga yo todo el trabajo? –respondió ella, sin perder su encantadora sonrisa. Niemsé se la quedó mirando, extasiado. -Desde luego, si te has dado una vuelta por la Tierra, ahora comprendo lo de las apariciones marianas. La sonrisa de Elihá perdió su sutileza, ganado plenitud, hasta llegar a mostrar ampliamente, lo que se supone que debían ser sus dientes. -No es mi misión hacer su trabajo, sino ayudarles a ello. Si alguna vez me han interpretado como la Virgen María, otras lo han hecho como una diosa, o un fantasma, pero eso es menos importante que sus aprendizajes, su propio progreso –y dicho esto, se miró con Elías, de la misma forma que se miraron al principio, cuando se le presentó a Niemsé. Las luces de los dos Maestros ganaron en intensidad y se pusieron a vibrar al unísono, hasta convertirse en el maravilloso espectáculo multicolor que ya había visto antes. Arturo-Niemsé volvió a sentir el mismo bienestar del que ya pudo disfrutar cuando estos dos se miraron así, en el momento que conoció a Elihá. Hasta que ella se giró hacia él y el encanto se atenuó. -Ahora he de irme –le dijo sonriente –y se fundió con él en lo que podría asimilarse a un abrazo, solo que éste era muy especial: se lo daba un ser del mundo de los espíritus. - 101 - De nuevo volvió a sentir esa familiaridad que ya percibió cuando la conoció, pero esta vez no le resultó tan extraña, como tampoco la impresión que le causó el inmenso amor que sintió, muy similar al que había experimentado cuando le dio la mano a Elías por primera vez; ni le extrañó que esta sensación le resultara tan gratificante, ni que se le pasara por la cabeza, o por lo que quedase de ella, la idea de permanecer en ese estado por tiempo indefinido. Lo que le sacó del trance, fue la rápida desaparición de Elihá. Tan rápida y repentina, como había sido su aparición. 2.7. Lucía. El autobús urbano tenía una parada frente al instituto y otra muy cerca de la puerta de su casa, por lo que a veces prefería pagarlo con su asignación semanal, a tener que hacer el camino andando, aunque no hubiese mucha distancia entre uno y otra. Cuando llegó a la casa, se fue derecha a su habitación para soltar la mochila, como hacía de forma rutinaria. Hoy no pensaba sacar de ella, todavía, los materiales para los deberes del día, como era su costumbre, porque esta tarde tenía previsto asistir a la fiesta de cumpleaños de Carmen. La dejó caer sobre la cama y se dirigió a la cocina, donde se calentó su parte de la comida. Luego se la llevó a la salita, para comer allí tranquilamente, mientras veía un poco de televisión, antes de que llegase Arturo. Cuando terminó de comer, recogió los platos, los llevó a la cocina, y como Arturo aún no había llegado, se volvió a la salita para seguir viendo la tele, desparramada en el sofá. Se quedó dormida. Cuando se despertó, le llamó la atención el programa que estaban emitiendo en esos momentos. Ella no lo veía nunca, lo que significaba que había pasado el tiempo suficiente, como para que Arturo ya estuviese allí. Miró a su alrededor, pero ni lo veía, ni lo escuchaba. Miró la hora en su móvil y comprobó que su madre tardaría todavía un poco en llegar. Aguzó el oído, pero no escuchó nada más que el sonido de la televisión. Aquello era muy raro ¿Dónde estaba Arturo? Se levantó despacio y con precaución, como quien espera sorprender a alguien, sin ser visto. Asomó lentamente la cabeza por la puerta, para ver si estaba en el pasillo, o en la habitación que él usaba como despacho, que estaba al fondo. Nada. Muy despacio y aguzando aún más el oído, llegó hasta la cocina. Nada. Ni allí, ni en el lavadero. Aquello era muy raro. Recorrió todo el piso, habitación por habitación, terraza incluida, pero Arturo no estaba. Tuvo una idea: volvió a la cocina y pudo comprobar que el cenicero donde dejaba las llaves del coche, siempre que llegaba a la casa, estaba vacío, y los platos y cubiertos que ella había utilizado, seguían allí sin recoger. También estaba el resto de la comida, que nadie más que ella parecía haber tocado. Definitivamente, Arturo no había llegado. Pues a ella, nadie le había dicho nada, pensó. - 102 - -Verás que me voy a quedar sin fiesta –se dijo a sí misma, mientras se dirigía a la salita para apagar la tele. Fue luego a su habitación, se sentó en su mesa y se puso a leer una novela de ciencia ficción que tenía a medias. En ello estaba, cuando oyó moverse la cerradura y la consiguiente apertura de la puerta de la casa. Conocía aquella forma de caminar: era su madre. Por cómo había cambiado el paso y lo que se entretuvo cuando pasó por delante de la cocina y la salita, supo que estaba buscando a Arturo. Ella la última, como siempre. Esto pensaba, cuando su madre entró en la habitación para saludarla, ahora sí, darle un beso, y cómo no, peguntarle por Arturo. -¿Y Arturo? ¡Y ella qué sabía! ¿Acaso Arturo le daba alguna vez explicaciones de algo? -No lo sé. -¿Se ha ido? - No. No ha venido a comer. - ¡¿Que no ha venido a comer?! -Pues no. Notó el gesto de preocupación en el rostro de su madre. -¿A ti te ha dicho algo, te ha llamado? Ésta sí que era buena. Su madre todavía seguía esperando que alguna vez Arturo se dirigiera a ella, para algo que no fuera fastidiarla. Si no había venido a comer, ese era su problema. Además, con un poco de suerte, igual ya no aparecía nunca más por la puerta. Le había dicho que las iba a llevar, a Toñi y a ella, al cumple de Carmen, y éste era capaz de inventarse cualquier cosa, con tal de hacerle la puñeta. –Verás que no nos va a llevar al cumple de Carmen –le dijo a su madre, a lo que ésta le contestó que ya veríamos. Sabía lo que eso significaba: déjame en paz. -Bueno, voy a comer algo –dijo, como excusa para quitarse de en medio. Su madre fue a comer a la salita y ver la tele, pero ella prefirió seguir leyendo su novela, que le estaba resultando muy interesante, porque planteaba los problemas que podían ocasionar las paradojas en los viajes por el tiempo. Volvió a su habitación y al rato escuchó a su madre hablar por teléfono. No prestó mucha atención a las conversaciones, hasta que apreció el tono de preocupación en su voz. Aguzó el oído y pudo comprobar que sí, que estaba muy preocupada, y como no, por Arturo. -¡Lucia, bajo un momento al garaje! –le había gritado desde la cocina. Lo cierto era que Arturo ya estaba tardando demasiado y se acercaba la hora del cumpleaños. Menos mal que Toñi aún tardaría un poco en llegar. - 103 - -(Verás que me voy a quedar sin cumpleaños) –pensó otra vez, pero como todavía quedaba tiempo, volvió a su novela. Su madre regresó enseguida del garaje y se puso a llamar como loca a todo el mundo: hospitales, policía, guardia civil, municipales y un montón de gente más, preguntando siempre por Arturo. Al parecer, esta mañana había salido del garaje con el coche y nunca más se supo, ni de él, ni de su coche. Lo mismo le había pasado algo al idiota ese, fue la idea que se le pasó por la cabeza, aunque la desechó, al considerar como más probable que lo hiciera aposta, para fastidiarla y alejarla de su madre, que es lo que de verdad andaba persiguiendo desde hacía ya mucho tiempo. Por cierto, que su madre salía a la calle otra vez y ahora, sin decirle nada. Cuando volvió, la estaba esperando. Nada más oír la llave entrando en la cerradura, se plantó en jarras en mitad el pasillo. -¡Lo sabía! –le espetó, apenas entraba por la puerta. -¿El qué? -Que me iba a dejar tirada. Lo hace aposta ¿Y ahora qué hago? –y mientras lo decía, recordaba que no era ella sola la que se iba a quedar sin fiesta. Toñi también se iba a quedar colgada por su culpa y lo que era peor de todo, no iba poder estar con Dani, al que había tenido que pedir expresamente a Carmen que lo invitara. Con la rabia que le daba tener que pedir favores a la gente y más si eran de este tipo. -¡Es verdad! Tu cumpleaños ¡Y el abuelo! Mira Lucia, creo que algo malo le ha pasado a Arturo y eso es más importante –fue lo que le contestó su madre. Por Arturo lo olvidaba todo. -Claro, él siempre es el importante. Yo te importo una mierda. -Mira Lucia, no está el horno pa bollos –le contestó enfadada y levantando la voz -¿De verdad te crees que si me importases una mierda, te iba a aguantar lo que te aguanto? No me calientes ahora la cabeza, que bastante caliente la tengo ya. Esa respuesta le había calado hondo. Su madre tenía que aguantarla, en vez de quererla y mimarla, como hacía antes. Además, no podría estar con Dani, ni con Carmen, y a Toñi le iba a fastidiar la fiesta. -Y Toñi y yo nos quedamos sin cumpleaños –dijo llorando. La emoción la embargó y no pudo aguantarse las lágrimas. Se sintió abandonada y vulnerable. Parecer débil la enfurecía, y no conseguir controlar su llanto, la hacía enfadarse todavía más consigo misma, adentrándose así en un bucle que le provocaba cada vez más ganas de llorar. Su madre se le quedó mirando en silencio, por unos instantes. Luego ablandó el gesto y la abrazó. Ese abrazo la tranquilizó. No se entendía ni a sí misma. Sentía enfado y compasión a la vez. No podía aguantarse las lágrimas y eso le daba aún más ganas de llorar. Además, estaba agobiando a su madre más de lo que ya estaba. Menos mal que ésta le respondía, a pesar del agobio que tenía encima, diciéndole que estaba dispuesta a renunciar a todo por ella. Le había dicho que las - 104 - iba a llevar a la fiesta, en vez de visitar al abuelo. Había conseguido, por parte de su madre, una prueba de que todavía le importaba algo. Volvió a su cuarto, a esperar la llegada de Toñi, pero no pudo concentrarse en la lectura. Lo que acababa de pasar, le rondaba la cabeza y lo de Arturo parecía preocupante de verdad. A ella puede que no le dijera nada, pero que no lo hiciera con su madre, no era normal. La tenía informada de todos sus movimientos para mantenerla tranquila, y era muy raro que, a estas horas, no hubiese dado señales de vida, desde que salió por la mañana. Lo mismo a este gilipollas le había pasado algo, pensó. Desde luego que Arturo no era santo de su devoción, pero no por eso le deseaba nada malo. 2.8. Los novenarios. Su padre le había dejado preocupado. Por lo que le había contado, parecía haber sufrido una alucinación y eso no le gustaba un pelo. Se había enterado de ello a lo largo de lo que se suponía que iba a ser una conversación telefónica intrascendente. Juan Carlos lo había llamado, antes de seguir con su proyecto de construir un poema que llevara el mensaje, tanto en el fondo, como en la forma, y lo había hecho simplemente para saber de él. Lo que no le pareció intranscendente, es que le contara que había visto desaparecer una cabeza. Una cabeza sola, sin cuerpo. Además, lo hacía muy convencido de lo que decía. Esa sintomatología le preocupaba seriamente, porque bien podría estar causada por una metástasis cerebral del cáncer de tiroides que padeció tiempo atrás, por lo que había insistido en que mañana se viniera con él a su casa y así poder hacerle unas pruebas en el hospital donde trabajaba. Tendría que volver a pedir algunos favores, pero la ocasión lo merecía y ya que hasta mañana no podía hacer nada más por su padre, se dispuso a seguir con sus poesías, como tenía previsto. El proyecto que tenía entre manos, era enriquecer la creación poética con un poema místico, que garantizara que el mensaje llegaba a lo más profundo de su lector, con independencia de que éste lo entendiera conscientemente, o no. Para ello tenía que utilizar símbolos. Creía que una buena poesía, debía ser capaz de atravesar la capa exterior de la conciencia del lector, para llegar hasta su yo más profundo. Para conseguirlo, el poeta cuenta como herramienta necesaria con su propia sensibilidad, pero si no la tiene suficientemente desarrollada todavía, como pensaba que era su caso, los recursos estilísticos podían ser de mucha ayuda, por lo que últimamente estaba escribiendo poemas muy reglados, con métrica y rimas muy estrictas. Los académicos consideraban al verso alejandrino, con sus 14 sílabas, como el más sublime, pero su reducción matemática daba cinco como resultado. - 105 - 14 1 4 1+4=5 Si se le añadía una sílaba más al verso, al sumar 1 más 5 para encontrar su reducción matemática, el resultado era 6, o lo que es lo mismo: dos veces tres. Dos triángulos. Como había practicado mucho con los sonetos y podía construirlos con relativa facilidad, se decidió por hacer uno, para experimentar. Si iba a proponer el tránsito del verso de catorce sílabas al de quince, para adecuar forma y fondo, debería utilizar versos de catorce sílabas cuando hablase del arte real, y de quince cuando hiciese la propuesta, por lo que iba a tener un soneto con versos de 14 y de 15 sílabas. Tras unos cuantos intentos, corregidos muchas veces, hasta acabar desechándolos, consiguió empezar. Para el arte real catorce son necesarios. Primer verso del primer cuarteto, con catorce sílabas. Pero hay todavía un más allá, algo más sublime. Unas cuantas pruebas más y tenía el segundo verso del primer cuarteto, con quince sílabas, pretendiendo ejemplificar con ello ese más allá del que hablaba. Donde por un punto más, serán seis lo que se estime. Más pruebas y un tercer verso, en rima consonante con el anterior y quince sílabas. Su reducción matemática era seis. 15 1+5=6 Como ahora son cinco sin precisar comentarios. Último verso del primer cuarteto, en rima consonante con el primero y catorce sílabas, con reducción matemática a cinco. Esta estrofa estaba construida con rima ABBA, de forma que así quedaba abierta y cerrada por dos versos de catorce sílabas, que envolvían otros dos de quince. Decidió que la rima A consonante, sería exclusiva para los versos de catorce sílabas, pudiendo los de quince usar las demás. Siguió con el segundo cuarteto. (B) Seis es el jugo de quince cuando a éste lo exprimes (A) y cinco resulta de catorce el corolario (A) dando fe de ello la suma como notario (B) que cuatro más uno en cinco y más otro en seis redimen. Este segundo cuarteto había conseguido abrirlo y cerrarlo con versos de quince sílabas (B), que englobaban otros dos de catorce (A), todos ellos en rima consonante (BAAB) y con él pretendía seguir dando pistas, acerca del uso de la reducción matemática pitagórica. Tenía ya dos cuartetos cerrados y con ellos dos círculos cerrados circunscritos, que cuando se mueven en torno a su punto central, generan dos esferas concéntricas. Estos círculos vienen delimitados por la métrica y la rima, siendo ABBA en el caso del primer cuarteto y BAAB - 106 - en el segundo. Así, los círculos que forman los versos, se inscriben en la esfera que forman los cuartetos. A B BB AA A B Tocaba ahora empezar la segunda parte del soneto. En ella, una vez presentada la tesis, era el turno para exponer los argumentos, por lo que creyó conveniente que ambos tercetos estuviesen compuestos por versos de quince sílabas. Para reforzar aún más el peso de los argumentos, la rima sería ABA BAB, de modo que sirviera para dar continuidad en el paso del primer al segundo terceto, así como de continuación a la serie A-B, iniciada en los cuartetos. A ello había que añadir que no se le podía encontrar mucho sentido al texto, sin leer ambos tercetos como si fuera un solo sexteto. Después de mucho probar y corregir, consiguió construirlos. (A) Si has conseguido seis tienes también dos trinitarios. (B) Si además consigues que éstos dos entre ellos se arrimen (A) y lo hagan uno hacia arriba y el otro al contrario (B) podrás ver cómo en un solo verso se comprime (A) de todo el universo su total totalitario (B) y escuchar su música cuando consigas que rime. Con el primer verso del primer terceto, pretendía evocar la idea del triángulo, ya que el seis es un tres duplicado. Dos triángulos, uno por cada terceto, que enlazados, uno con la punta hacia arriba y el otro con la punta hacia abajo, formaban el símbolo conocido popularmente como Estrella de David, con el que los antiguos pretendían representar la unión del mundo material con el espiritual y adoptado por los judíos como su logotipo. Pero no se había quedado satisfecho. Al poema considerado por los académicos como el más próximo a la perfección, el soneto, Juan Carlos lo consideraba bastante lejos de ella. Dos cuartetos y dos tercetos sumaban catorce versos, siendo cinco su reducción matemática. Un número abierto, como ocurría con el verso alejandrino. No le encajaba, como tampoco le encajaba que se considerase a los poemas en verso alejandrino, los más sublimes. Su reducción matemática seguía siendo cinco. Pero a los versos pentadecasílabos, - 107 - aunque se redujeran matemáticamente a seis, dos veces tres, o dos triángulos, todavía les faltaban tres sílabas más, para poder reducirse a nueve. Con versos octodecasílabos, cuya reducción resultaba en nueve, no sólo conseguía tres triángulos, tres veces tres, sino que además podía tener dos hemistiquios, también cerrados por tres triángulos cada uno, al usar nueve sílabas por hemistiquio. 9=3+3+3 Había decidido que su poema debía construirlo con octodecasílabos, pero no encontraba la rima adecuada. Tampoco encontraba mucho sentido en considerar al soneto, como el poema mejor construido de los posibles. Se le ocurrió que, si conseguía adecuar la rima y la métrica poética al patrón tres, potenciaría la capacidad del poema de penetrar en lo más profundo del lector, y los sonetos no se ajustaban a ese patrón. El soneto tenía 14 versos y la reducción de 14 es 1+4, es decir 5, un número de tránsito entre el primer 3 y el segundo, ése que forma la otra mitad del 6, pero no encontraba una alternativa mejor. Se le ocurrió entonces repasar la teoría pitagórica de los números. Para los pitagóricos, el cero representaba la nada. Cuando hay creación, de la nada, del cero, aparece el punto: la unidad, la Mónada que llamaban ellos y que representaba a la divinidad, aunque aún inmanifestada. Para poderse manifestar, la unidad necesita tener donde reflejarse, algo con lo que poder confrontarse, y ya que no existe nada más que ella misma, se duplica, con lo que ahora aparecen dos unos, que sumándose el uno al otro, dan lugar al número dos: la dualidad. 0,1,1,2 Es entonces cuando empieza a haber arriba y abajo, blanco y negro, delante-detrás… El punto se ha movido y ha dado lugar a la línea, el espacio entre el punto de partida y el de llegada, pero ésta necesita moverse a su vez, para dar lugar a la segunda dimensión y poder crear la primera figura plana cerrada. La primera figura en dos dimensiones. Del 0, la nada, apareció un 1, la creación, y la nada fue ocupada por un punto. Luego el uno se duplicó, apareció otro 1 y con él una línea entre dos puntos. Entonces los dos unos pudieron sumarse, dando lugar al 2 y aparecieron los opuestos, la línea, y con ella la primera dimensión. La divinidad podía manifestarse, tenía dónde reflejarse, pero su manifestación aún no era completa. Era imperfecta. Ahora el dos podía sumarse con el uno que le precedía, la misma divinidad de la que provenía, y aparecía el 3, número con el que se puede construir un triángulo, la primera figura geométrica cerrada, con lo que se conseguía, por fin en la trinidad, la primera manifestación perfecta de la unidad. Aparece entonces la tercera dimensión, con sus tres ejes espaciales. 0,1,1,2,3 Se dio cuenta de que, si seguía la progresión, sumando el anterior al último número obtenido, el resultado era la misma que descubrió - 108 - Fibonacci, cuando estudiaba la reproducción de los conejos. Así pues, al 3 le seguiría el 5, luego el 8, el 13, el 21, 34, 55, 89, 144 y así sucesivamente. Recordó que una de las propiedades de esta serie, es que, tomando de ella dos números consecutivos cualesquiera, y dividiendo el mayor por el menor, cuanto mayor fuesen los números, más se aproximará el resultado al número phi, también conocido como Proporción Áurea: 1,618033988749… y número irracional por excelencia, que no llega nunca a reducir sus decimales a la unidad. Este número inspiró al matemático y teólogo italiano Luca Pacioli, a publicar en 1509 un libro titulado La Divina Proporción, en el que daba sus ya famosas cinco razones, por las que consideraba que el número áureo era eso: divino, lo que parecía justificar su promiscua presencia en la naturaleza. Su poema debería usar como patrón el número tres, concretamente tres veces tres, y estar construido en torno a la proporción aurea. Para ello utilizaría versos octodecasílabos, cuyo patrón numérico era el tres y su reducción matemática nueve. Además, si lo hacía bien y sabía casar las rimas, podría conseguir tres poemas en uno: el primero formado por los primeros hemistiquios de cada verso, el segundo por los hemistiquios finales, y el tercero por el verso completo. Otra vez el patrón triangular triplicando la trinidad. Tres veces tres. Quedaba encontrar la rima y la estructura adecuada para sus versos de dieciocho sílabas. Había partido del soneto, que tenía catorce versos, pero ese número no figuraba en la sucesión de Fibonacci. El número inmediatamente anterior, más próximo en la serie, era el 13, y el siguiente era el 21. Encontró que dos cuartetos y cuatro tercetos, sumaban un total de 20 versos. Faltaba uno para conseguir 21, el número que ocupaba la posición novena (3+3+3) en la sucesión y cuya reducción matemática daba tres como resultado. Haciendo gráficos y cuentas, se dio cuenta de que podía seguir geometrizando el poema si le añadía un verso central. Con un cuarteto al principio y otro al final, podía abrirlo y cerrarlo simétricamente. Entre los dos cuartetos, podía situar los cuatro tercetos, y si entre éstos, justo en medio, intercalaba un verso central, además de tener 21 versos, tendría un poema simétrico en el eje Y (arriba-abajo), a la vez que circular. Este verso central, podía ser el portador del mensaje clave del poema y podía o no rimar con los versos adyacentes de los tercetos que lo emparedaban, para atenuar o acentuar su relevancia, según la conveniencia. La simetría en el eje X, o izquierda-derecha, la proporcionaban los hemistiquios, mientras que en el eje Z, profundidad delante-detrás, la simetría vendría definida por el texto, con lo que se podía sugerir, de una forma más explícita, la esfericidad en el poema, siendo el verso central el punto equidistante desde el que moverse en todas las direcciones. Quedaban por estructurar las rimas, las cuales debería tomar en consideración, no solo para todo el poema, sino también para los hemistiquios, ya que por este método se podían construir tres poemas en - 109 - uno. Al menos las rimas finales de cada verso, deberían mantener la simetría. Los cuartetos podían variar su rima entre ABBA, ABAB, o AAAA, y los tercetos podían enlazarse o no con ellos, pero siempre manteniendo la simetría. Si el primer cuarteto utilizaba una rima ABBA, el segundo y último debería mantener la misma. Si utilizaba una rima ABAB, la del último cuarteto debería ser BABA, para así conseguir simetría con ellos, en un círculo cerrado. Dependiendo de la rima utilizada en los cuartetos, la de los tercetos debería ajustarse a ella, en el caso de quererlos encadenados. De no ser así, podía utilizarse una composición CCC-DDD-DDD-CCC, o bien CDC, o CCC en los cuatro, o cualquier otra, siempre que la simetría en el eje Y se mantuviera. Ya tenía la estructura que estaba buscando, de modo que se puso a la tarea. Aquello era bastante más difícil que construir un soneto, pero después de mucho emborronar y dibujar, consiguió terminar el primer poema, siguiendo estas reglas. Lo llamó Novenario, por el 9 y sus tres triángulos, o tres ciclos completos. Su estructura era ABBA-ACA-CAC-XCAC-ACA-ABBA. Éste fue el resultado: (A) Para construir un poema que muestre equilibrio y belleza (B) tan solo porocura que tenga la misma estructura que tienen (B) el agua las flores las piedras y todo aquello que contiene (A) y nos ofrece sin reservas nuestra madre naturaleza. (A) Cuenta una a una las sílabas hasta que dieciocho tengas (C) para poder así sin trabas darle tres vueltas al ternario (A) y completar de una tacada las de Pitágoras sus cuentas. (C) También importa recordar que hay que dejarle el mismo espacio (A) al principio como al final para asegurar que se pueda (C) un ciclo completo cerrar cuando llegue el turno al corolario. (X) Una vez estés aquí habrás llegado al centro universal. (C) Ahora te puedes mover lo mismo deprisa que despacio (A) ir del derecho o del revés siendo que ahora lo que te queda (C) Después de hacerlo disolver es ver coagular al unitario. (A) Llegando al cuarto terceto ya la penúltima estrofa estrenas (C) Si le sigues poniendo empeño a lo que queda del temario (A) y hasta cerrar el cuarteto encontrarás que son tres los poemas. (A) De la nada se duplicó el uno y la suma puso fijeza (B) para poder traer al mundo al dos que hasta el tres también se aviene - 110 - (B) si le sumas aquel que estuvo justo antes del que ahora tienes. (A)Sigue tú deshaciendo el nudo y no tendrá fin tu nobleza. Seguía sin estar satisfecho. No había conseguido que la lectura independiente de los hemistiquios tuviera mucho sentido. No había logrado fractalidad en todo el poema, por lo que volvió a intentarlo de nuevo. Construir un novenario le resultaba extremadamente difícil, pero finalmente y después de mucho emborronar, lo consiguió. Lo tituló Paréntesis. (A) Entre paréntesis se encierra la experiencia de cada vida (B) lo que sucede a una persona, lo que ocurre mientras alcanza (A) hasta su fin en ésta tierra y volver a empezar la partida (B) es lo que el paréntesis dona: que más allá hay enseñanza. (C) Al morir solo se termina la vida que empezó en la otra punta (D) del paréntesis que ahora cierras pero ni se inició allí (C) ese fuego que tanto estimas, ni se acaba al salir la luna. (D) Que por eso el fuego no es tierra aunque a ella se pueda unir (C) tampoco el aire que lo aviva, ni el agua que lo circunda (D) aún siendo quienes encierran tanto el vivir como el morir. (D) El paréntesis solo acuerda la próxima puerta que abrir. (D) Aquí tienes una tarea que lleva por nombre vivir (C) haya o no haya quien te diga que aunque a veces parezca absurda (D) tienes en toda esta faena tu propia misión que cumplir. (C) Un día será el que te conmina a hacer algo que a ti no te gusta (D) y otro será el que te convenga pero todos van a servir (C) para aprender que en estas vidas todo queda a la altura justa. (B) El sitio que ahora abandonas posibilita otras andanzas (A) lo mismo que tampoco yerras si quieres dar por aprendida (B) la lección que te proporcionan tanto maldad como bonanza (A) que es lo mismo en todas las tierras la llegada que la salida. Este segundo le había costado también mucho trabajo conseguirlo y estaba mejor construido que el anterior, pero seguía considerándolo imperfecto. Esa conjunción que tuvo que utilizar, para ajustar la métrica del tercer verso del primer cuarteto, le descabalaba la lectura del poema constituido por los hemistiquios finales. Construiría un tercero, inspirado por una de las ideas que también alentaron el primero. Lo llamó Solve et coagula. - 111 - (A) Es la respiración de Dios el mismísimo devenir (B) lo que hace luz y la quita, lo que da vida como muerte (B) lo que hace que se permita que todo lo que sale entre (A) siendo que lo que entró salió, volviendo así a su matriz. (C) En esa inmensa infinitud cabe absolutamente todo: (D) Dios respirándose a sí mismo y tú tratando de entenderlo (C) caben también la gratitud, las estrellas y los algarrobos. (C) En apariencia muchas partes miembros todas ellas de un todo (D) que está siendo siempre lo mismo si se mueve o si se está quieto (C) si se contrae o si se expande, se llame marciano o Manolo. (X) Es la respiración de Dios quien te lo muestra: solve et coagula. (C) Eres parte y todo también y por eso no existes tú solo (D) también son el tigre y la planta o las lágrimas y los besos (C) por eso es que sabes de quien es la parte si tú eres el todo. (C) Él es el tiempo y el espacio y en Él encuentran acomodo (D) lo blanco y lo negro, la nada, lo que aún se está por hacerlo (C) Él es la obra y el andamio, la piedra, el constructor y el nodo. (A) Él eres tú, tú eres Él y lo que alcancen desde aquí (B) tus ojos, tus manos, tus piernas y cuanto pueda contenerte (B) igual por dentro que por fuera. Él es y está en todos los entes (A) ¿Cómo puedes dañar a un ser y que el daño no sea para ti? Definitivamente, no conseguía uno que le satisficiera plenamente, pero ya estaba cansado y se le estaba haciendo tarde. Seguiría intentándolo otro día. 2.9. Dos Maestros. Elías se comunicó con su Consejo. Les informó de lo ocurrido, desde que conoció a Niemsé hasta el momento, y entonces ellos le presentaron a Elihá, alguien que quería seguir experimentando con el ser que había protagonizado la anomalía. Era otro Maestro como él, que se estaba entrenando como Maestro Inductor en la comunicación con diferentes formas de vida y que, a su vez, ejercía como Maestro instructor de Niemsé. Ya dominaba la comunicación con seres acuáticos y aéreos, y ahora estaba experimentando con los terrestres. Llevaba un tiempo practicando con ellos, de los cuales los terrícolas le interesaban especialmente, dadas las dificultades que presentaba este mundo. Aquellas almas que decidían experimentar en la Tierra, tenían que ser valientes, dada la dureza del mundo al que se iban a enfrentar, y sentía un profundo respeto y - 112 - admiración por ellas, y más ahora, cuando la humanidad atravesaba por otro periodo crítico en su proceso evolutivo. Además, tutelaba un grupo de aprendices de Maestro Inductor, entre los que estaba el propio protagonista de la anomalía, lo que contribuía a que ésta representara una oportunidad única y extraordinaria para él. Había adoptado el sexo femenino en sus últimas vistas a la Tierra como humano, por lo que cuando tenía que materializarse ante seres que encarnaban allí, tendía a presentar el aspecto de ese sexo. Con Elías era diferente. Él también era un Maestro y no estaba encarnado, de modo que podían comunicarse directamente y sin necesidad de densificar su energía, lo cual era muy gratificante, porque cuando lo hacían, reavivaban mutuamente las suyas propias. Acordaron que, ya que la anomalía había pensado en comunicarse con un ser humano, sin tener aún totalmente activadas las habilidades que previamente había desarrollado, pero que aún no recordaba haberlo hecho, era importante ayudarle, para que pudiera adaptarse cuanto antes a su nueva situación y recordara cómo hacerlo sin trastornarlos, además de supervisar su práctica. Si Elías no lo hubiese llegado a frenar en su momento, habría podido causar una seria perturbación en uno de ellos, al intentar comunicarse con él, así que había que ayudarle a reactivar esa habilidad cuanto antes. Consensuaron también cómo hacerlo. Cuando se separaron, volvieron al momento en el que quedó Niemsé, cuando Elías inició su comunicaron con el Consejo. Al manifestársele Elihá, Niemsé, con esas prisas suyas por ponerle nombre a las cosas, y aún influenciado por la terrenal creencia, que lleva a confundir conocer el nombre, con conocer la esencia de la cosa nombrada, buscó entre sus recuerdos disponibles el primero con el que pudiera encontrar semejanza y el que encontró más a mano, gracias a la aún persistente influencia del ámbito cultural en el que se había desenvuelto últimamente, fue el de la Virgen María. Con ese se quedó. Se lo ponía fácil a sí mismo. Elihá apreciaba su inquietud, sus ganas de aprender, y la rapidez en sus reacciones, como también las apreciaba en el humano con el que ella quería comunicar. Se trataba de dos almas muy prometedoras, de las cuales, la del hombre encarnado, estaba ocupada en una tarea que merecía la pena ser apoyada. Sus intereses eran altruistas y el logro no perseguía una utilidad egoísta. Podía ser de ayuda para la humanidad en su conjunto, porque podía servir para ayudar a activar la conciencia de muchos, más allá de la dimensión en la que se movían aún la mayoría de sus miembros. Era una misión importante. Por otro lado, tendría también ahora que contribuir a equilibrar, simultáneamente, energías de entidades diferentes, cosa con la que gozaba especialmente. Cuanto más hábil y más capaz se hiciera, más rápida y eficazmente podría prestar su ayuda, y cuanto más paz y equilibrio fuese capaz de ayudarles a conseguir a los implicados, de más - 113 - paz y equilibrio podría disfrutar ella misma al interactuar con ellos. Con su mejor disposición, y con todo su amor y el de Elías, se unieron a Niemsé y lo conectaron con el humano. Elihá se ocupó de materializar su trabajo, a una escala que Niemsé pudiera percibir, dado su estado actual. Trató de ofrecerle un ejemplo práctico y experiencial de cómo comunicarse sutilmente con un terrícola, sin perturbarlo. Al ofrecer a Niemsé la oportunidad de experimentar vivencialmente la forma de trabajar de Elihá, le daban un paquete completo de universos, pero de un tamaño manejable para su nivel de comprensión actual. No necesitaría otro, hasta que no trascendiese éste. Esperaban mucho de él. Elihá densificó la energía que enviaba al humano, tan solo lo necesario para que pudiera ser percibida por un espíritu en tránsito como Niemsé, lo que, para un ser humano normal, seguía siendo tan sutil, que su impresión pasaría totalmente desapercibida para su conciencia. No ocurriría así con sus efectos. El poeta consiguió definir la estructura que estaba buscando, por lo que en cuanto escribió los primeros poemas, salieron de allí. La misión había sido completada. Elías no era un Maestro que desaprovechara oportunidades, para poner a sus aprendices en tesitura de practicar habilidades, por lo que nada más salir, distrajo a Niemsé con una pregunta, movido por la intención de ofrecerle una ocasión para mejorar la confianza y seguridad en sí mismo. Le hizo de espejo para intensificar la distracción, a la vez que se divertía un poco con él, y aprovechó la deriva de la conversación, para ayudarle a reconocer cómo eran las cosas en estos niveles, más sutiles. Hasta que Niemsé reaccionó, recordando que tenía algunas preguntas para Elihá. A ella le gustaron, porque mostraban preocupación por el prójimo, pero tenía que despedirse. Su misión aquí estaba cumplida, por el momento, y quiso hacerlo de Niemsé antes de marcharse. Le abrazó. 2.10. Haciendo cuerdas. Se había ido en un instante. Ahora estoy, ahora no estoy. Así de sencillo, aunque de fondo le había dejado una tenue y agradable sensación de unión mutua permanente. Niemsé tenía la impresión de que volvería a saber de Elihá, pero ahora ya no estaba con ellos y le habían quedado un montón de preguntas por hacerle. -Dispara –le dijo Elías, con esa costumbre suya de leerle el pensamiento y hacerse el gracioso. Luego le decía a él. -Eran preguntas para Elihá, listillo. -Elihá ya ha cumplido su misión aquí, por ahora. Yo responderé a tus preguntas. -Quería preguntarle cómo lo había hecho. -Esa pregunta ya te la ha dejado respondida Elihá. -¿Ah sí? Pues yo no encuentro la respuesta por ningún sitio. -¿La has buscado? - 114 - Le gustaba Elías. En vez de darle peces, le enseñaba a pescar. Con su pregunta, había conseguido que se diera cuenta de que el hecho de no entender algo, no era motivo por el que nadie tuviese que avergonzarse, y eso precisamente era lo que él había hecho. Reconocerlo era el primer paso necesario para entenderlo y poder ponerle arreglo. Además, había prejuzgado que no puede existir una respuesta sin pregunta previa. Una vez más, se había precipitado y había ido demasiado deprisa. Si Elías le había dicho que Elihá ya había dejado respondida la pregunta, antes incluso de que ésta hubiese sido formulada, es que así era, y si él no lo entendía todavía, ese era su problema ahora. Cayó en la cuenta de que Elihá le había brindado la oportunidad de experimentar junto a ella, una manera eficaz de comunicarse con los humanos. Probablemente por eso, Elías le había dicho que había dejado implícita la respuesta, antes incluso de que él formulara la pregunta. Había vivido la experiencia con Elihá, así que, si aún no entendía algo, bien pudiera ser porque lo estaba intentado a la antigua usanza, como cuando ocupaba un cuerpo humano. Pero ahora era un espíritu, o algo así, y podía hacer las cosas de otra manera. Era evidente que en este nuevo estado en el que se encontraba, fuera lo que fuera, las cosas eran muy diferentes, y tenía mucho que aprender sobre él, todavía. A buen seguro que en la experiencia vivida, había aún mucho por descubrir, y quizás por ello fuese que no podía evitar que las preguntas se le agolparan, ansiosas por encontrar respuestas. Se le ocurrió recordar lo que había pasado, porque intuía que era muy probable que se le hubieran escapado muchos detalles. Y así era. Lo primero que consideró, fue que había vivido la experiencia desde la perspectiva humana. Ahora quería probar que pasaría, si la viviese desde la perspectiva de lo que realmente era en estos momentos, o lo que es lo mismo, procurando no prejuzgar como si aún estuviera en la Tierra. Había que explorar aquello, pero no lo haría con el poeta. No quería interferir en el sutil trabajo que había hecho Elihá, además de seguir interesado en avisar a la niña, por lo que quiso volver con ella. Y allí estaba: detrás suyo y a su izquierda. La encontró en el mismo sitio y, como entonces, sintió su preocupación por él, lo que ya le había sorprendido gratamente la primera vez que la captó. Ahora se entretuvo en prestar un poco más de atención a la información que recibía de Lucia, y así pudo saber que no estaba preocupada, en modo alguno, por su cita de esta tarde. Daba por hecho que él no aparecería y que su madre la llevaría a la fiesta. Lo que a ella le preocupaba ahora, era la posibilidad de que a él hubiera podido pasarle algo malo. Comprendió que el rechazo que Lucía mostraba hacia él, no era nada personal, como había llegado a creer en alguna ocasión, sino el fruto de un miedo, infantil aún, a perder el cariño de su madre, lo que le evocó un profundo sentimiento de ternura hacia aquella criatura. - 115 - A través de la hija, supo también de la preocupación de la madre, por lo que fue hasta ella, de esa forma en la que se viajaba aquí y a la que estaba empezando a cogerle el gustillo. Marta estaba sentada en el sofá de la salita, seriamente preocupada por él. Había llamado a todos los teléfonos de emergencias, amistades y familiares, sin que nadie pudiese darle noticias, y estaba desesperada. No sabía qué más hacer para encontrarlo. Su primer impulso fue presentarse ante ella para tranquilizarla. Explicarle lo que había pasado y que estaba bien, pero recordó la escena que Elías le había preparado con Lucia y que él aún estaba muy lejos de poder hacer algo como lo que había hecho Elihá. -¿Cómo funciona todo esto? Quiero decir, que cómo se han traducido en novenarios, las ondas de energía de Elihá –preguntó, con la intención de obtener pistas, acerca de cómo llegar hasta Marta. -Las cuerdas de energía que envió al humano, a través de su hemisferio derecho, llevaban implícito en sí mismas el patrón universal. Algo así como las partes de un holograma, cada una de las cuales contiene el holograma completo. Una vez que estas cuerdas de energía, hayan conseguido esparcirse por todo el cerebro, acabarán activando, allí donde se encuentren, los recursos que el sujeto tenga disponibles, de modo que la mente del humano pueda seguir la pista adecuada, que le lleve al objetivo propuesto, pero esto ya es tarea del propio individuo. Podemos activarle las herramientas y ayudarle a tomar conciencia de que las tiene disponibles, pero por respeto a su propio progreso y libre albedrío, es él quien tiene que decidir si usarlas o no, y en caso de que decida hacerlo, cómo usarlas. En el caso de los humanos, a veces esto se percibe como una idea, un sentimiento, o una intuición, que surge con respecto a qué hacer en un momento determinado, o cómo resolver alguna cuestión en concreto. Si el humano no atiende y no sigue esa intuición, entreteniéndose en analizarla, o simplemente eliminando ese pensamiento de su cabeza y desechándolo sin más, habrá que intentarlo de nuevo con algo más de intensidad, hasta conseguir que reaccione y aprenda a hacer lo que allí llamabais escuchar a su corazón. Tratando de evitar eso, fue por lo que Elihá formó aquella barrera en el hemisferio izquierdo de aquel hombre. No obstante, hay quien necesita vivir situaciones muy fuertes e intensas para reaccionar. Los llamamos de umbral alto. -¿Y puedo intentarlo yo ahora con Marta? -¿Cómo piensas hacerlo? -Puedo intentar hacer algo parecido a lo que hizo Elihá ¿Probamos? -Adelante. Niemsé recordó la experiencia vivida con Elihá. Se concentró en formar una barrera de energía, alrededor del hemisferio izquierdo de Marta, y en enviar al derecho la idea de que él estaba bien, esforzándose en visualizar cómo ese pensamiento y la sensación de tranquilidad, viajaban hacia el cerebro de Marta, en forma de una cuerda de energía, - 116 - al estilo de las que había visto utilizar a Elihá. Le llamó la atención que la cuerda que había conseguido formar, tenía una tonalidad amarillentadorada, y era mucho más tenue y débil que las que había visto actuar sobre el otro humano, generadas por Elihá. Lo mismo que le ocurría a la barrera de energía que formó alrededor del hemisferio izquierdo. La cuerda que consiguió concentrar, la envió al lado derecho del cerebro de Marta, tal y como recordaba que había hecho Elihá, pero no apreció efecto alguno en ella. En quien sí que lo pudo apreciar, fue en sí mismo. Se sintió cansado, como cuando hacía un gran esfuerzo físico, y eso que ya no tenía un cuerpo al que poder fatigar. -Nada. No funciona, pero yo me he agotado. -Lo has hecho bastante bien, aunque has tenido que usar parte de tu energía para ello, cuando estás rodeado de ella por todas partes y puedes utilizarla a discreción. De ahí, lo que has interpretado como cansancio. Lo has hecho mucho mejor también que con Lucia, si bien es cierto que cuando los humanos están perturbados, como es el caso de Marta en este momento, es frecuente que bloqueen su mente, como resultado de la activación en ellos, de un mecanismo de defensa cerebral incompetentemente utilizado, que impide que nuevos estímulos les distraigan de su objeto de preocupación. Eso hace más difícil la comunicación con ellos, por lo que a veces conviene esperar a que estén dormidos. -¿Y eso por qué? ¿Qué pasa entonces? -Las barreras de la mente consciente se relajan, ya que el ego humano necesita descansar y recuperarse de la actividad diaria, a la par que el cuerpo físico, al que está indisolublemente unido. Entre otras cosas, el cerebro aprovecha que el sujeto está dormido, para hacer limpieza de los residuos bioquímicos que genera su actividad consciente. Además, pueden utilizarse los sueños, a través de los cuales es más fácil entrar en su mente y modular mensajes que ellos puedan entender. Cuando el cuerpo duerme, descansa, se regenera y sana, y el alma también lo hace, pudiéndose dedicar entonces a menesteres menos físicos. En esos momentos, se hace más fácil el contacto con ella. -¿Quieres decir, que tenemos que esperar a que se duerma? -Puedes esperar si quieres, pero solo si quieres hacerlo. Es sólo una de las muchas opciones posibles. Por otro lado, aquí el tiempo lo decides tú, como ya has tenido ocasión de experimentar. Cada vez que has querido ir a un sitio, lo has hecho. Así, sin más, y después has vuelto al mismo lugar y momento de partida, sin que el tiempo pareciese haber transcurrido. Recuerda cuando nos conocimos y la conversación que mantuvimos, mientras Marta y su compañera te parecieron haberse quedado congeladas en el tiempo. Puedes decidir qué lugares visitar y en qué momento visitarlos, moviéndote por las diferentes dimensiones del presente, y en cualquiera de sus correspondientes universos, porque puedes estar en todas partes al mismo tiempo. - 117 - 2.11. El cumpleaños. Cuando sonó el timbre de la puerta, Lucía saltó de la silla y salió corriendo de su habitación, dispuesta a abrirla. -Es Toñi –dijo a su madre, al pasar por delante de la puerta de la salita, sin ni siquiera detenerse, mientras atravesaba el pasillo a toda velocidad, camino de la puerta de la casa. La recibió con un “hola” y una sonrisa de oreja a oreja, que fueron correspondidos de la misma manera por Toñi. La invitó a pasar y la acompañó hasta la habitación donde estaba su madre, que ya salía, ella también, dispuesta a recibirla. -Hola –dijo la recién llegada, sonriendo. -Hola Toñi –contestó Marta, correspondiendo a su sonrisa, a la vez que se le acercaba para besarla. -¿Nos vamos? –dijo Lucía impaciente. -Si. Un segundo que me arregle un poco y nos vamos. Mientras Marta se dirigía al cuarto de baño, Lucía invitó a Toñi a pasar a su habitación. Se sentaron en la cama. -Por poco no nos quedamos sin cumple –dijo Lucía. -¿Y eso? –preguntó sorprendida su amiga. -El novio de mi madre, que nos ha dejado colgadas. -¿Qué ha pasado? -¿Tu lo ves por aquí? -No. -Pues eso, que no se ha presentado. Menos mal que dice mi madre que nos va a llevar. -Qué fuerte. -No sabe qué inventar para fastidiarme. -Anda ya, no seas exagerada. Le habrá pasado algo. -¡Pues claro! Y nos deja colgadas a nosotras. Le habrá salido cualquier cosa por ahí y a mí, que me den. -Bueno chiquilla, no te pongas así. Lo mismo no ha podido venir por lo que sea. -Es que ese es el tema: cualquier cosa es más importante que yo y si además me puede fastidiar, mejor. -¿Qué estás leyendo? –Preguntó Toñi cambiando de tema, con la intención de distraer a su amiga de la escalada de auto indignación que parecía estar iniciando, e inspirada por la visión del libro abierto sobre la mesa de estudio. -Una novela de ciencia ficción. -¿De marcianos y esas cosas? -No. Va de los viajes en el tiempo. -¿Y te gustan esas cosas? -Si, me hacen pensar. -Pues anda, que tú no necesitas mucho para comerte el coco. -Mira quien fue a hablar. -¿Por qué lo dices? - 118 - -Por la tontuna esa que te ha entrado con Joaqui. -Pues la misma que a ti por Dani. -Si, ya. No es lo mismo. -¡No, que va! -Yo no estoy enamorada. -Eso no te lo crees ni tú. Encima vas a tener la suerte de que él sí va a ir a la fiesta. -Y si no, tampoco pasa nada. Yo no me desespero, si no viene. -Claro, y por eso te empeñaste en que Carmen lo invitase. -Porque es el único al que no se le acaba el mundo en las chicas, los videojuegos y el futbol. -¿Nos vamos? –interrumpió Marta, apareciendo por la puerta del cuarto. -Venga –contestó Lucía, saltando de la cama de un brinco. -¿Has traído el regalo de Carmen? –preguntó, dirigiéndose a su amiga. -Aquí lo tengo –contestó ésta, levantando la bolsa que traía en la mano y que no había soltado desde que llegó. -Pues venga, vámonos. Bajaron hasta el garaje, donde tenían alquilada una plaza que utilizaban para el coche de Marta, y de allí salieron en él, en dirección al local de celebraciones que habían contratado los padres de Carmen para el evento. Previamente, al pasar por delante, Marta no pudo evitar echar una mirada nostálgica a la otra plaza que tenían allí, ésta en propiedad, y que solía ocupar el coche de Arturo. La visión de ese espacio vacío reavivó su preocupación, pero la guardó para sí y no dijo nada. Cuando llegaron a su destino, buscaron aparcamiento para el coche y se dirigieron a pie al local. Al llegar, los padres de Carmen, junto con la homenajeada, se adelantaron a saludarlas, y mientras las niñas se mezclaban con el resto de jóvenes invitados a la fiesta, la madre de Carmen acompañó a Marta a la mesa donde estaban los pocos adultos que allí había. Tras las presentaciones a las pocas madres presentes y algún que otro padre que no conocía, ocupó una silla y aceptó una cerveza. -Tienes mala cara –le dijo la madre de Carmen. -Es que estoy muy preocupada. Mira las horas que son y no sé nada de Arturo desde que se fue al trabajo, esta mañana. -¡Huy, no te preocupes! Los hombres son así. Estará por ahí con los amigotes. -Pues esa no es mala ocupación –dijo un padre sonriendo, en el intento de quitar hierro con una broma, ante el comentario paternófobo que acababa de escuchar. -Mujer, ya aparecerá, que las mujeres siempre queréis tenerlo todo controlado. Si te apetece comer algo, sírvete –dijo el padre de Carmen, compartiendo con su mujer el mismo tipo de pensamiento prejuicioso y despectivamente estereotipado acerca del otro sexo. - 119 - -Mi Arturo no es así. No ha venido a comer y ni me ha llamado, ni nada. Él es muy formal. –contestó Marta, ignorando la invitación a servirse algo de comida y el conato de enfrentamiento entre sexos. Respecto a lo de comer algo, era lo que menos le apetecía en estos momentos, y en lo referente al comentario, tan absurdos y discriminatorios le parecían el machismo ancestral, como el feminismo esnobista y radical al que se adscribían algunas mujeres, con la excusa de conseguir igualdad de género. A su entender, al mostrarse ambos incapaces de trascender las diferencias y considerar al otro sexo un enemigo, en lugar de un aliado con el que poder complementarse, lo que conseguían era el efecto paradójico de resaltar esas diferencias, cuando no crear otras nuevas. Más útil y constructivo que cualquier tipo de machismo o feminismo, le parecía un humanismo capaz de considerar a todos personas y por tanto iguales, resaltando las capacidades y especificidades de cada cual, sin necesidad de tener que hacer por ello discriminación de ningún tipo, fuese ésta positiva o negativa. -¿Y por eso te agobias? Quédate tranquila, que ya verás como aparece esta noche, y que no te extrañe si llega borracho –dijo la madre de Carmen con despreocupación, insistiendo en su actitud despectiva hacia el sexo masculino. -¿Eso ya lo ha hecho otras veces? –preguntó el mismo padre conciliador de antes, ignorando él también ahora, el comentario que acababa de escuchar. -Nunca. Él siempre me avisa si no puede cumplir un compromiso, por insignificante que sea. Por eso estoy tan preocupada. Bueno, por eso y porque además hoy no ha ido a trabajar. -¿Has preguntado en su trabajo? –intervino otra madre. -Sí, y nada. Ni se ha presentado, ni ha llamado, ni nada. Allí tampoco saben nada. -A ver si es que ha tenido un accidente, o algo –dijo otra madre. -Ya he llamado a todos los hospitales, y nada. -¿Y le has preguntado a la policía? –preguntó el otro padre. -También. -¿Y nada? -Nadie sabe nada. Esta mañana salió de casa como cada día, y hasta ahora. -¿Y el móvil? –le preguntó la madre que sugirió lo del accidente. -Lo he estado llamando hasta que se le ha agotado la batería, que digo yo que será eso, y nada. -¿Ni un mensaje? ¿Nada? -Nada. -Pues sí que eso no pinta bien –dijo el padre que había intervenido antes –Yo pondría una denuncia por desaparición, por si acaso. -Si ya me lo han dicho en la policía, pero hay que esperar veinticuatro horas. -¿Quién ha dicho eso? - 120 - -Pues no sé. Eso tengo entendido. -Eso no es así. Es justo lo contrario. Precisamente, la policía recomienda que cuando se trata de una desaparición, se denuncie cuanto antes. -¿Y no hay que esperar veinticuatro horas? -Justo lo contrario. Cuanto antes se pongan a buscar, más posibilidades hay de encontrar a una persona desaparecida ¿Has llamado a la Guardia Civil? -También. -¿Y qué te han dicho? -Lo mismo, que no saben nada, pero que ponga una denuncia, si quiero. -Pues yo que tú lo hacía. Por lo que cuentas, yo me iría a la Comandancia de la Guardia Civil y pondría una denuncia por desaparición, aunque también puedes hacerlo por internet. Si luego aparece, con comunicarlo, listo, y aquí paz y después gloria, pero si no, cuanto antes se pongan a buscar, mejor. -Es que yo creía que había que esperar veinticuatro horas. -De eso nada. -¿No lo habrán secuestrado? –dijo otra de las participantes en la conversación. -Por Dios, Elvira, qué cosas tienes –Dijo la madre de Carmen. -¿Y quién va a querer secuestrarlo? ¿Y por qué? Nosotros somos una familia normal y no somos millonarios, ni nada de eso. No se le había ocurrido considerar esa opción. ¿Quién lo iba a querer secuestrar y por qué? No eran ricos, ni famosos, pero a estas alturas era capaz de aceptar cualquier posibilidad. -La verdad es que estoy muy preocupada. Esto no es normal. Espera, voy a ver –y diciendo esto, sacó el móvil del bolso, con la esperanza de encontrar allí alguna noticia suya. -¿Ves? Nada. A Arturo le ha pasado algo. -Mujer, estate tranquila. Seguro que cuando llegues a la casa, te lo encuentras allí. Ya verás ¿Quieres otra cerveza? –le dijo la madre de Carmen, con toda la despreocupación que a Marta le faltaba, pero omitiendo ahora sus opiniones, al respecto de lo que ella consideraba el común comportamiento masculino. -No obstante, si no fuese así, yo pondría una denuncia, pero en el cuartel de la Guardia Civil –insistió el padre que había hecho la propuesta anteriormente. -Sí gracias –contestó Marta, aceptando la invitación a la cerveza ¿Y por qué no en la policía? –preguntó luego, dirigiéndose al otro. -Ellos seguro que hacen muy bien su trabajo, pero para estas cosas, yo prefiero a los picoletos. -¿Y eso? -Esos son como los cocodrilos: cuando muerden, no sueltan la presa. Trabajo que les encargan, trabajo que no dejan hasta que lo - 121 - acaban, así se les vaya la vida en ello, a pesar de la miseria que cobran y de la escasez de medios con que cuentan. -¿La Guardia Civil? Yo a esos no puedo ni verlos. Menuda mala leche tienen –Dijo otra de las presentes. -¿Por qué? –Preguntó quien había hecho la propuesta. -El verano pasado fuimos a la romería del pueblo de Pablo y los muy hijos de su madre, se habían puesto en la rotonda de entrada al pueblo, con un control de alcoholemia, a la caza de los que volvíamos de la ermita. Se hincharon de poner multas. -¿Y qué quieres? Si les ordenan que se pongan ahí, no tienen más remedio que hacerlo. -Y porque les dan comisión por cada multa que ponen. -Me parece que te equivocas. Yo no digo que no haya algún cabroncete entre ellos, como en todos sitios, pero es que a esos, como les ordenen que se tiren por un barranco, ten por seguro que se tiran. Ellos solo cumplen órdenes y no las discuten, les gusten o no. Por eso tenían tanta mala fama con Franco, pero el día que te veas en un problema, seguro que te da mucho gusto verlos aparecer. -Puede ser, pero cuando los veo en la carretera, no me da ninguno. -Porque todavía no has tenido ningún problema gordo en ella y quiera Dios que no lo tengas nunca. Ellos no están allí para poner multas, ni hacen las leyes. Están para ayudar y para hacer que se cumplan. -Si, como cuando se esconden para cazar coches con los radares. -Pues yo lo tengo claro. En mi época de estudiante, cuando era activista político, les tenía una manía que no los podía ni ver, pero he acabado por darme cuenta de que ellos tan solo cumplen órdenes, sean las que sean. Han cambiado mucho desde entonces. Tienen que aprobar unas duras oposiciones para entrar y demostrar un alto nivel cultural, hasta el punto que, para muchos puestos, se exige titulación universitaria. Hoy se han convertido en uno de los cuerpos de seguridad mejor valorados. Yo, desde luego, si algún día tengo un problema, quiero a mi lado a un picoleto, y para el problema que tiene ella, nadie mejor que los civiles. -Bueno, pero también la policía hace bien su trabajo ¿no? – intervino Marta. -Si yo no digo que no, yo lo que te digo es que, para éstas cosas, prefiero a la Guardia Civil. De todos modos, da igual. Creo que lo importante es que pongas la denuncia donde quieras, pero que la pongas, para que se pongan a buscar cuanto antes. -¿Pues sabes qué te digo? Que creo que tienes razón. Si cuando vuelva a casa sigo sin noticias de Arturo, me voy a ir a poner esa denuncia. 2.12. La cadena de montaje. Había podido comprobar, por su propia experiencia, la certeza de las afirmaciones de Elías, al respecto de la libertad que ahora tenía para - 122 - moverse por el espacio-tiempo, y dado que había encontrado a Marta muy preocupada por su desaparición, y que era bastante evidente que no podría llevar a Lucía a la celebración del cumpleaños de su amiga, quiso comprobar cuál podría ser el resultado, en las dos personas que a él le preocupaban en estos momentos, y cómo podría afectarles su ausencia y la consecuente imposibilidad ante la que se enfrentaba, de cumplir con la promesa que le había hecho a ambas. Una vez más, fue desearlo y allí estaba. Con ellas. Las encontró en plena fiesta de cumpleaños y le agradó comprobar que la preocupación de Marta, se había relajado notablemente. Salir de casa y poder conversar con otras personas, había roto el círculo vicioso de retroalimentación que suelen generar las preocupaciones, contando para ello con la inestimable ayuda de la distracción social. Lucía, por su parte, charlaba animadamente con sus amigas y amigos, aunque su despreocupación no era completa. Pudo percibir, de fondo, cierta inquietud por él y por lo que hubiera podido pasarle, aunque fuera en un muy segundo plano. No obstante, la vida seguía transcurriendo para sus dos mujeres, a pesar de su ausencia. -Hay que ver. Con lo preocupado que estaba yo y fíjate: la vida sigue sin mí –comentó con Elías, que le había acompañado y que se limitó a responderle con una afectuosa sonrisa –Ahora entiendo el auténtico significado de aquello, de que los cementerios están llenos de personas imprescindibles. No es que yo me haya considerado imprescindible, pero sí que me había agobiado bastante, con lo de no poder explicarle a Marta lo que me ha pasado. -Hablas en pasado. -Bueno, sí. No es que ya no me importe poder explicárselo, pero es evidente que la cosa no es tan grave como había creído. Por cierto, esa indulgente sonrisa tuya, me hace sentir como un crío. Me recuerda la que se le pone a los niños, cuando se sorprenden al descubrir las sencillas realidades del mundo que les rodea. -Disfruto comprobando tu toma de conciencia. -¿Mi toma de conciencia, de qué? -Dímelo tú. Se quedó pensando unos segundos. -Realmente, pase lo que pase, la vida sigue y no se acaba el mundo –se contestó, más a sí mismo que a Elías, el cual seguía manteniendo esa dulce y amorosa ternura en la mirada y en la sonrisa. -Así es. De la perfección no puede emanar la imperfección. Es nuestra ignorancia, la que nos confunde y equivoca, cuando no alcanzamos a darnos cuenta de la perfección que nos rodea y de la que formamos parte, como todo lo que existe. -Oye, se me está ocurriendo a mí que si todo es tan perfecto ¿qué puñetas pinta la maldad en el mundo? Porque como dicen los gallegos, haberla hayla, y no me dirás que no. -Bueno, depende. - 123 - -¡Ya estamos otra vez con que la abuela fuma! -Acuérdate de Gregory Bateson. -¿Me lo explicas, porfa? -Está bien, simplifiquemos. Imagina una cadena de montaje, en la que el producto final es, por ejemplo, un coche. Al final, tenemos un vehículo terminado que, si supera las pruebas de calidad, será considerado un producto perfecto para ponerlo a la venta. ¿Vamos bien? -Bueno, perfecto, perfecto… -De acuerdo. Digamos lo suficientemente perfecto como para ponerlo a la venta ¿Ahora sí? -Así sí. Sigue. -Si sacas ese vehículo en cualquier punto de la cadena de montaje, antes de llegar al final, tendrás un coche bastante imperfecto y cuanto más lejos del final lo saques, más imperfecto parecerá. Incluso alguien, hasta podría dudar de que se le pudiera llamar coche. De manera similar, bondad y maldad forman parte de un estadio intermedio en la cadena de montaje del Universo con mayúsculas, ese en el que se manifiesta la dualidad. Recuerda que el mundo en tres dimensiones, incluye al de dos, pero que en el de dos dimensiones, no puede manifestarse la tercera como tal. -Sí, sí. Eso está muy bien y todo lo que tú quieras, pero haberla, hayla. -Pues claro, y como todo lo que existe, si lo hace, es porque es necesaria. -¿Necesaria la maldad? Pues maldita la necesidad. Elías rio a carcajadas, una vez más. -¿Dónde está la gracia? -En tu inocente vehemencia. Piensa un poco ¿Cómo se puede tener conciencia de la belleza, sin saber lo que es la fealdad, o de la luz sin la oscuridad, o de lo bueno sin lo malo y viceversa? -Pues puestos a poner ejemplos, yo en tu mundo no veo más que luz. -Primero porque, siguiendo con la metáfora, es como si estuvieras en el mundo de las tres dimensiones, lo cual significa que las dos dimensiones anteriores, ya están trascendidas en la tercera, y segundo, ese que has llamado mi mundo, es también el tuyo. -Espera, espera. Vamos por partes, que me lio. Es evidente que ahora soy una especie de fantasma de luz, o lo que quiera que sea que soy ahora, pero en el mundo este de los fantasmas, ni veo oscuridad, ni la necesito para apreciar la luz. -Aun cuando todavía no has hecho la transición completa, sí que has hecho la suficiente como para poder trascender la dualidad, aunque no hayas tomado aún plena conciencia de ello, ni del recuerdo de lo que eso significa. Todavía no has sido plenamente… digamos que reactivado. Necesitas terminar de desconectar con la realidad de la que vienes, o mejor dicho, de desprenderte del apego que todavía le tienes, si es que - 124 - quieres hacerlo. Un objeto de tres dimensiones, contiene las dos previas, pero lo que resalta en él, ya no son tanto, ni la línea, ni el plano, como el volumen, aunque línea y plano sean necesarios para conseguir volumen, pero integrados ahora y trascendidos en un más allá, que hace posible la existencia de una caja, por ejemplo. -Y dale con lo de la activación ¿A qué estamos esperando, entonces? ¿Hay que darle a algún botón, o algo? -Tranquilo. Todo a su debido tiempo. Espera a que el coche llegue al final de la cadena de montaje. Para entender esto, tan solo necesitas hacer un poco de memoria. Recuerda, durante tu vida en la Tierra, las veces que tuviste lo que entonces se te antojaba un problema de los gordos. Al principio, puede que te pareciera que todo estaba en contra tuya, que la maldad se cebaba contigo, que lo que estaba pasando era muy injusto, o que no te merecías tal maltrato y que no ibas a poder con ello. Recuerda, por ejemplo, tu divorcio de Julia, lo mal que lo pasaste, y lo enfadado que estabas con ella y con el mundo en general, pensando que no te merecías lo que te hizo, que no era justo, y cómo con el transcurso de los años, acabaste agradecido por la magnífica oportunidad para aprender que supuso para ti, y para madurar y crecer como persona, por no hablar de la puerta que se te abrió para conocer a Marta, o cuando fueron a por ti en el trabajo, por defender la legalidad y negarte a ser cómplice de la corrupción y el nepotismo, en aquel centro donde estuviste destinado por un tiempo y al final, no solo aumentó tu prestigio profesional entre tus compañeros, te hiciste más fuerte ante las adversidades, y depuraste algunos vicios en tu comportamiento, sino que además, le costó el puesto a tu acosadora. La de veces que dijiste en tu vida anterior ¡No puedo con esto! antes de acabar pudiendo. Todas aquellas crisis sirvieron, cada una de ellas, para hacerte más sabio, más fuerte, y un poco mejor persona. Como dijo alguien por allí, al final todo sale bien y si no, es que todavía no es el final. -Bueno sí, pero no a toda la gente le pasa lo mismo. Los hay que, en vez de mejorar, se hacen cada vez más malos. De hecho, yo mismo, en más de una ocasión, estuve tentado de mandar a todo el mundo a la mierda, para ir a mi avío. -Una vez más, depende del nivel lógico que estés considerando. Evidentemente, cada persona es un mundo y las reacciones de cada cual cambian, si atiendes a los detalles, pero los procesos son los mismos. -Explícame eso. -Qué aprendizajes hace cada uno y cómo los hace, depende, entre otras cosas, del propio individuo, pero los procesos son muy similares de unos a otros. El camino que cada uno de nosotros recorremos hasta llegar a la meta, depende de muchos factores: el nivel de partida, las propias necesidades y las de nuestro entorno, la ley de acción-reacción, o karma, como lo llamaban algunos allí de dónde vienes… por no hablar del libre albedrío, pero una de las mejores herramientas que todos tenemos para aprender y mejorar, es la propia experiencia. Ten presente que, como - 125 - estás comprobando, la vida no se limita a la experiencia terrenal. De hecho, como acabarás recordando, cada una de las diferentes y múltiples vidas en diversos mundos, sean éstos físicos o no, es una elección libre de cada uno de nosotros para encontrar oportunidades de experimentar, para desarrollarnos y seguir incrementando nuestro propio progreso y aprendizaje. Pero no estamos solos. Julia no apareció en tu vida únicamente para tu progreso. Tú también apareciste en la suya para el suyo. Recuerda que todo está interconectado, porque en definitiva todo es, proviene y se integra en El Todo con mayúsculas, y que El Todo es quietud y serenidad, aunque en su interior haya movimiento y agitación, ya que es aquí donde únicamente puede producirse aprendizaje: en el movimiento, o lo que es lo mismo, el tránsito entre el punto de llegada y el de partida. En el punto de partida, en el principio de todo, está la quietud, porque nada puede empezar a moverse, si ya se está moviendo, así como el punto de llegada implica parar y serenarse para recuperar la quietud perdida, lo que supone volver al mismo estado del punto de partida. Pero en la quietud, no hay aprendizaje. Es en el camino, en el movimiento, donde está el aprendizaje, el cambio, y dado que la quietud no puede moverse, a riesgo de perder su cualidad, necesita generarlo. Ese movimiento necesita estar fuera de ella, porque de lo contrario dejaría de ser quietud, de modo que necesita expeler una parte de sí misma, para que sea esta parte diferenciada, y a la vez igual, ya que El Todo sigue siendo único, a la par que diverso, la que pueda moverse y por tanto aprender. Una vez que la parte expelida se haya movido lo suficiente como para conseguir aprender algo nuevo, tiene entonces que ser reabsorbida, recuperada por la quietud, para que pueda hacer el aporte de todo lo aprendido. Por eso la quietud necesita del movimiento, como la luz de la oscuridad, o la maldad de la bondad, y por eso el equilibrio es tan importante en la dualidad. El equilibrio apacigua y acaba con la lucha entre los opuestos. Si hay equilibrio entre quietud y movimiento, es porque ambos se están manifestando de manera tan armónica que se anulan, al complementarse el uno con la otra. Si hay desequilibrio, es porque un lado de la balanza está descompensado respecto al otro, lo que disgustará a todos los implicados, ya estén quietos o moviéndose, y siempre habrá quien manifieste su disgusto. Nadie está a gusto si no hay equilibrio, pero si lo hay, las tornas se invierten y todos estarán satisfechos. Por eso y en la búsqueda de equilibrio, a veces algunas personas necesitan vivir en sus propias carnes los efectos de la maldad, la misma que previamente ellos practicaron con sus semejantes por ignorancia, o bien hacérsela vivir a otros, para el aprendizaje de éstos. No obstante, también es cierto que en el proceso hay almas que se malogran, impregnándose tanto de esa maldad de la que hablas y tan ignorantes de la bondad, que tienen que ser reabsorbidas por La Fuente. Algo que, por cierto, ha sido malinterpretado por los humanos como el infierno, un fuego eterno que no tiene nada que ver con el sufrimiento, ya que del Amor no puede nunca surgir un castigo. - 126 - -Todo eso está muy bien, pero de ignorancia nada, que hay quien tiene mucha mala leche y hace daño bien apostica. ¿O va a ser que no? Esas serán las almas que se averían, vayan a donde vayan ¿no? -Estás sacando el coche de la cadena de montaje, antes de haberlo terminado. -¡Sí hombre, que me vas a decir tú ahora que no hay gente mala por ahí! -Lo que sí que te dije antes, es que la maldad existe y que, además, es necesaria en su nivel, pero también que es hija de la ignorancia, al igual que ahora te digo que, como todo, puede y debe ser trascendida ¿Conoces a alguien a quien puedas llamar sabio y del que, a la vez, puedas decir también que sea malo? -Pues no. -Pues eso. -Bueno, espera, que sí que conozco a muchos que son malismos, pero mu listos, los jodíos, lo que les permite ser más malos todavía. -Ya te he dicho que yo también, pero también he dicho sabio, no listo. Es diferente. -Bueno… puede que tengas razón. -Puede. -Tú también eres un poquito guasoncete ¿no? - T´as dao cuenta tú tamién ¿no? -¡Vaya hombre! ¡Míralo, lo bien que imitas el acento de mis paisanos! -¿T´abulta? -Oye mira, pos sí. Ya que lo dices, me está abultando mucho to esto. No me he muerto, pero es como si me hubiera muerto, aunque da igual, porque cuando nos morimos, no nos morimos, na más que cambiamos de plano, o de dimensión, o de lo que sea, pero sin estarte mucho rato, porque al poco te va a tocar volver otra vez aquí, o a donde sea, pero eso sí, puedes elegir el cuerpo que quieras, entre un muestrario que te preparan unos tíos mu supiones, y mientras tanto, te vuelves una especie de fantasma, que puede visitar a los vivos y hacerles que escriban poesías, que sueñen con lo que tú quieras, darles sustos que no son, y fabricar ardillas de colores entre medias y, además, por mu viejo que seas, te va a tocar también volver al cole. Y todo esto se supone que es perfecto, incluyendo las desgracias y la mala leche, porque estamos dentro de un Todo que, además de perfecto, es mu tranquilo, pero que se rebulle por dentro con un sin vivir que pa qué. -Ya salió tu vena cínica. Está bien, si quieres tomarte un descanso para tu relax, estás en tu derecho. -Es que to esto es mucho demasiao. Una desageración. -Y tanto. Todo. -Ya. Pues oye, ahora que lo dices, esa es otra cosa que no me termina de encajar. Mucho Todo inmutable y mucha gaita de la que formamos parte y al que tenemos que reintegrarnos ¿pero qué sentido - 127 - tiene todo esto? Si ya somos perfectos ¿Qué sentido tiene perfeccionarse aún más? A ver si va a ser que no lo somos tanto ¿Y eso de salir del Todo a darse un garbeo por ahí, para luego tener que volver, no parece un poco una tontá? Vaya mierda de todo, ese al que le falta un cacho pa ser del to, el que se necesita para poder salirse de él. Además ¿dónde empieza todo esto? Porque si hay una meta, que se supone que es la reintegración esa, habrá un principio, digo yo. Un comienzo. Si hay un punto de llegada, es porque antes ha habido otro de salida, aunque sea el mismo, pero habrá primero que salirse para poder volver, un empiece ¿O no? Porque yo seré todo lo todo que tú quieras, pero es evidente que yo soy yo y tú eres tú. -Naturalmente. No obstante, entiendo lo que quieres decir. Te recuerdo un ejemplo que ya te puse antes: si el ojo que tuviste mirase al dedo gordo de tu pie, o a tu oreja, puede que pensase que no se parecían en nada entre ellos, que ambos eran muy diferentes y con funciones muy distintas, que no tenían nada que ver entre sí, nada en común, aunque tú sabes que ambos formaban parte de un mismo cuerpo, ese que estuviste utilizando durante un tiempo. Pero vamos por partes. Ya que te preocupa tanto el principio ¿quieres recordar cómo empezaste, tu nacimiento? -¡Eso puede estar bien! -Pues venga, vamos. 2.13. La denuncia. A Marta le sorprendió la pobre resistencia que puso Lucía para abandonar la fiesta, cuando se lo propuso. Aprovechó la primera ocasión, en la que una madre anunció que tenía que marcharse, para apuntarse a ese mismo carro, y no fue la única. Se desencadenó una curiosa reacción en cadena de anuncios de despedida, que amenazaba con dejar el local casi vacío, cosa que no pareció disgustar mucho a los padres de Carmen. Se acercó a Lucía, para informarle de que había llegado la hora de la partida y de los motivos que la hacían tan prematura, temiendo la reacción en contra de la niña, pero se sorprendió cuando todo lo que encontró, fue tan solo un gesto de disgusto y un “¿Ya, tan pronto?” Cuando le dijo lo preocupada que estaba por la falta de noticias de Arturo y para su sorpresa, su hija inició la ronda de despedidas de sus amistades, sin más protestas. De vuelta a casa, una vez en el garaje y camino del acceso a las viviendas, pudo comprobar que la plaza que debería estar ocupando el coche de Arturo, seguía vacía, cosa que le hizo recuperar con plenitud la intensidad de su preocupación por él, pero la guardó para sí, tal y como hizo cuando salieron, y tampoco ahora dijo nada a las niñas. Antes de llegar a su casa, decidió acompañar a Toñi hasta la puerta de la suya, por cortesía y para dejar constancia ante su madre, de que la devolvía sana y salva. Una vez allí, su vecina y amiga le agradeció - 128 - amablemente los servicios prestados y correspondió a su amabilidad, preguntándole por Arturo. -Uffff. Pues me tiene preocupadísima. La sonrisa con la que la había recibido, se borró inmediatamente de la cara de la madre de Toñi, siendo sustituida con rapidez por un ceño fruncido, que se enmarcaba dentro de un gesto, mezcla de sorpresa, inquietud, y aprensión. -¿Y eso? ¿Qué pasa? -Pues que no sé nada de él desde que salió de la casa esta mañana. -¿Cómo que no sabes nada? -Pues eso, que no ha venido a comer, ni me ha llamado, ni nada. Ni siquiera ha ido a trabajar. -¿Y no ha avisado, ni ha dicho nada? -Nada. Nadie sabe nada de él, desde ayer. -¿Ni en el trabajo, ni nada? -Nada. He llamado a todo el mundo y nadie sabe nada. -Huy, eso sí que es raro. Con lo formal que es. -Pues por eso. Te voy a dejar, que tengo prisa por llegar a la casa, porque si cuando llegue no está allí, me voy a ir a poner una denuncia por desaparición. -Espero que no le haya pasado nada malo. Si necesitas algo, avísame. -Muchas gracias. -Avísame cuando sepas algo, y ya te digo, si necesitas cualquier cosa… -Muchas gracias. Ahora nos vamos. -Que vaya todo bien. -Sí, adiós. Cuando madre e hija llegaron a su casa y mientras abría la puerta, Marta aguzó el oído, con la esperanza de escuchar algún ruido que le anunciara que el piso estaba ocupado, pero sólo pudo percibir silencio. Al entrar, lo primero que hizo fue comprobar si las llaves del coche de Arturo estaban en el cenicero de la cocina, sustituyendo el recuerdo de la plaza vacía en el garaje, por la esperanza de la aparición de su pareja, pero el milagro no se produjo. Además, no encontró ni una sola luz encendida, hecho que, por sí solo, ya evidenciaba que Arturo no estaba allí. No obstante, recorrió todo el piso con la esperanza de encontrar alguna nota, o cualquier otro indicio de que su compañero había pasado por la casa, pero todo estaba tal y como lo dejó ella al salir. Si acaso le quedaba alguna duda, ésta acabó por disiparse de forma definitiva. Era evidente que a Arturo le había pasado algo. -Lucía, me voy a ir a poner una denuncia a la Guardia Civil, porque lo de Arturo no es normal. Mira las horas que son y no sabemos nada de él. -Me voy contigo. Le sorprendió esta respuesta. - 129 - -No. Es mejor que te quedes aquí, porque no sé lo que tardaré. Ya es muy tarde y tú mañana tienes que estar descansada para ir a tus clases. Si ves que llego tarde, acuéstate y no me esperes. -Mamá, yo quiero ir contigo. -No cariño, es mejor que te quedes aquí. Tú di que llama, o aparece. Así me puedes llamar al móvil. -Bueno vale, pero yo te espero levantada. -Es mejor que no Lucía, porque no sé lo que voy a tardar. Acuérdate de lo que tardamos cuando fuimos a poner la denuncia, cuando te robaron el móvil. Eso había ocurrido tan solo a los pocos días de haberlo estrenado. El teléfono móvil fue el regalo que le trajeron los Reyes Magos a la niña, que se llevó un tremendo disgusto cuando, caminando por la calle mientras lo utilizaba, un muchacho se lo quitó de las manos y salió corriendo. Había una clausula en el seguro que tenían contratado para la casa, que podía cubrir el robo del terminal, pero era necesario presentar la denuncia, por lo que madre e hija acudieron a la comisaría de la Policía Nacional que tenían más cerca, para formularla. Marta recordaba que las hicieron esperar mucho tiempo. Demasiado, en su opinión. Supuso, mientras esperaba, que los policías debían de estar ocupados, al ver salir de las oficinas lo que parecía un matrimonio de personas mayores, pero en la sala de espera no había nadie más que ellas y todavía tuvo que pasar un buen rato hasta que las atendieron, lo que la enfadó bastante, aunque no dijera nada al policía que las recibió después. -Bueno vale. Voy a preparar las cosas de mañana –contestó Lucía, aceptando la propuesta con una facilidad que Marta no esperaba. Mientras la hija se perdía en su habitación, la madre encendió el ordenador, para buscar en internet la ubicación exacta de la Comandancia de la Guardia Civil en su ciudad. Aprovechó también, para informarse acerca de las denuncias por desaparición. Una vez localizada la dirección, recopilada la información que buscaba, y siguiendo las recomendaciones que pudo leer en las diferentes páginas web que visitó, apagó la máquina y eligió las fotos más recientes de Arturo, entre las que pudo encontrar por la casa. La digitalización de la información, había conseguido que fueran muy pocas las que tenía en formato papel, además de relativamente antiguas, ya que la más reciente era una en la que estaban los tres, hecha con el móvil durante las vacaciones que disfrutaron, hacía ya de eso más de cuatro veranos, y gracias a que tuvo que imprimirla para poder enmarcarla. Recogió también el pasaporte de Arturo, que sabía que guardaba en un cajón de su mesita de noche, y su cepillo de dientes, por si lo necesitaban para la obtención del ADN, según había leído. Hecho esto, se dirigió al cuarto de la niña para despedirse de ella. -Lucía, que me voy ¿Vas a querer cenar algo? -¡Que va, si he comido de todo en el cumple! - 130 - -Bueno, pues dame un besito que me voy. Si ves que se hace tarde, acuéstate ¿Vale? -Vale mamá –contestó la niña, sorprendiendo a Marta con su condescendencia, una vez más. Ya en las dependencias de la Guardia Civil, le agradó la rapidez y la eficacia con que la atendieron, en comparación con lo que recordaba haber tenido que esperar en las de la Policía Nacional. La diligencia que mostraron con ella, la amabilidad con que la trataron, y el sincero interés por el caso que le pareció percibir en aquellos guardias civiles, le hizo recordar con agradecimiento, al padre que le había recomendado acudir aquí. Se ocuparon incluso de conectar su móvil a un ordenador, tras pedirle el correspondiente permiso, para sacar de él algunas fotos recientes que guardaba de Arturo, así como sus datos de correo electrónico y redes sociales, aun cuando Marta les informó que hacía tiempo que él había borrado sus perfiles y se había desentendido por completo de ellas. Le dijeron que todo lo que se sube a la red, una vez allí, y aunque el usuario crea haberlo borrado, puede recuperarse, si se sabe cómo hacerlo. Cuando consideraron que ya habían recopilado todos los datos que estimaron necesarios, le aseguraron que le avisarían en cuanto tuvieran alguna noticia, así como que esperaban de ella que les correspondiera en la misma medida. Al volver a su casa, no es que la inquietud por el paradero de Arturo hubiese desaparecido, pero sí que el trato recibido y la sensación de verdadero interés por el caso que allí le transmitieron, ayudaba bastante a mitigarla, tranquilizándola. Al pasar por delante de la cocina, le llamó la atención que los platos que habían quedado a mediodía sobre la encimera, habían sido fregados y recogidos, así como la comida sobrante, aunque no tuvo mucho tiempo para pararse a pensar en ello, porque Lucía salió a recibirla. -¡Ni siquiera te has puesto el pijama! –dijo a su hija, al verla. -Quería estar vestida, por si acaso. -¿Por si acaso, qué? -¡Yo que sé! Por si acaso te hacía falta para algo. Le enterneció el interés y la preocupación que la niña estaba demostrando por la situación, en lugar de la animadversión que era habitual en ella, ante todo lo que tuviera alguna relación con su vida de pareja. -Ven aquí –le dijo, y la abrazó y la besó. -Has vuelto muy pronto ¿Qué te han dicho? -Ha ido todo muy bien. Me han dicho que en cuanto tengan alguna noticia, me llamarán. Por cierto, ven aquí que te de otro besazo. He visto que has recogido la cocina. Lucía no dijo nada, limitándose a sonreír y a disfrutar de las muestras de cariño de su madre. -Anda, vámonos a acostar. - 131 - No es que Marta tuviese sueño, pero consideraba que su hija debía descansar, para poder tener mañana la mente fresca y dispuesta para el estudio. Capítulo 3. Procesos de Trascendencia. 3.1. El nacimiento. Cuando Elías le cogió de la mano, Niemsé se encontró ante lo que parecía un inmenso sol, tal y como aparece el que ilumina la Tierra en las fotos que los astrónomos muestran de él, hechas por satélite y una vez retocadas por los ordenadores, pero con los colores mucho más vivos y luminosos, aunque similares a los que recordaba haber visto en los documentales que le gustaba ver en la televisión, y a los que era aficionado. Éste era muchísimo más grande, hasta el punto que no alcanzaba a percibir sus límites, aunque sabía que los tenía, y en su superficie mostraba una actividad, parecida también a la que recordaba haber visto en el Sol en los documentales, pero como más pausada y armoniosa. Aquella cosa inmensa pulsaba. Parecía como si latiera, de forma parecida a como se había visto hacer a sí mismo cuando todo esto empezó, pero no lo hacía de forma uniforme, es decir que, aunque pulsara todo a la vez, había partes donde la pulsación se manifestaba con especial intensidad y de manera diferente, solo en algunos sitios y nunca dos veces en el mismo lugar, abombándose ahora por aquí, ahora por allá. De estos inicialmente pequeños abombamientos, con cada pulsación expelía una pequeña parte de sí mismo, de manera similar a lo que podía ser una llamarada solar, solo que aquí la materia expelida, a veces se separaba definitivamente del núcleo madre, tomaba forma esférica y su luz interior se volvía de un blanco radiante, envuelta en lo que parecía una especie de membrana transparente de luz dorada, y otras veces, cuando no conseguía separarse definitivamente, volvía a caer en esa inmensa masa de energía que la generó, siendo reabsorbida de nuevo por ella. Más que ver, sentía más allá de esa masa de energía, una infinitud oscura y violácea, que no tenía nada que ver con la oscuridad, ni con el frío vacío espacial que recordaba del mundo físico. Era La Eternidad y en ella podía percibirse una poderosa Presencia, responsable de que todo fuese como era. Había también algo que interpretó como música, aunque no lo fuera, al menos no como la música que recordaba haber escuchado con los oídos que tuvo, pero que resultaba extraordinariamente armoniosa y bella, e impregnándolo todo, Amor, mucho Amor. Así, con mayúsculas. Un Amor infinito e inconmensurable. -¿Esa es la placenta de mi madre? –preguntó a Elías, cuando fue capaz de reaccionar. -Es la madre de todos nosotros. - 132 - -Pero tú me habías dicho que íbamos a recordar mi nacimiento… -Así es, pero creo que ha habido un malentendido. No me refería a tu nacimiento como humano, sino como espíritu. Por eso dije “tu nacimiento”. Niemsé regresó a la contemplación de tan maravilloso espectáculo. Las sensaciones que le inundaban, aun siéndolo, en nada se parecían a las más intensas, extasiantes y serenamente gozosas que hubiera podido vivir jamás como humano y sin embargo, le resultaban confortablemente familiares. No había palabras que pudieran definir su estado, pero desde luego éste no era de sorpresa. Las que más se acercaban, aunque muy de lejos, eran paz, felicidad, amor, serenidad, bienestar… y una gratificante sensación de íntima unión con todo lo que le rodeaba. Si allí es a donde eran devueltas las almas malogradas, ahora entendía lo que Elías había querido decir, al respecto de la equivocada interpretación del fuego eterno. Otra cosa que le llamó poderosamente la atención, fue lo que parecían espíritus cosechadores de las esferas blancas y doradas que producía la masa madre de energía. Una vez separadas de esa masa madre, las esferas luminosas, en números que variaban desde tres a más de veinte, se juntaban en grupos, y conducidas por una corriente de energía que parecía tener voluntad propia, formaban a modo de cadenas, interconectándose entre ellas con un cordón de luz plateada, y que le recordó al cordón umbilical de los bebés. Eran estos grupos de cadenas de esferas de energía, las que recolectaban los espíritus que vio, los cuales parecían estar esperándolas, mientras el flujo de energía las conducía lentamente hasta ellas. -¿Quiénes son? –le preguntó a Elías. -Podemos llamarlas… madres especialistas. Se encargan de recibir y activar las almas recién nacidas con éxito. -¿Con éxito? -Como has podido comprobar, no todos los nacimientos prosperan y algunos acaban regresando a La Fuente, reintegrándose en ella, pero cada vez que se desprende un fragmento, cada vez que nace un alma, la masa madre se altera en una mínima porción, lo suficiente como para que la siguiente alma que nace, lo haga de una Fuente algo diferente a la que era antes, por lo que nunca se producen dos almas iguales. -¿Y a dónde las llevan? -Cada una nace ya con su propia energía, especificidad, e identidad, y con todas las posibilidades en potencia. Todas y cada una de ellas, formada como un ser único e irrepetible y las almas especializadas en esta labor, se encargan de facilitar el inicio de su desarrollo individual. En estos momentos, ni siquiera tienen conciencia de sí mismas, por lo que son dirigidas a lo que podríamos llamar… una especie de incubadora. Estos espíritus especializados, a modo de madres amorosas, unen sus energías con los recién nacidos para ayudarles en su despertar, su iniciación. Les transmiten energía nueva y revitalizante, que les sirve para - 133 - su comienzo como entes individuales. La semilla de un futuro rebosante de logros, posibilidades y esperanzas. -¿Ellos deciden cómo será cada cual? ¿Transmiten a cada una, según qué cualidades? -En absoluto. Cada alma ya es creada perfecta en sí misma, con su propia personalidad y especificidad, y trae consigo todas las posibilidades, solo que aún en potencia y pendientes de desarrollo. Lo que hacen con ellas es calentarlas y activarlas, para que puedan iniciar su propio camino, que puede llegar a ser muy diferente, o similar, de unas a otras, según la especificidad de cada cual. Niemsé pudo observar cómo los espíritus que recibían los nuevos grupos de almas, las colocaban cuidadosamente en lo que interpretó como algo a modo de celdas individuales, donde se ocupaban en abrir esa especie de saco amniótico dorado que las contenía. Hecho esto, las envolvían con su propia energía, además de la que captaban del entorno, y dirigían hacia ellas corrientes de intensas luces multicolores, que las nutrían y calentaban, a la vez que modulaban vibraciones que él interpretó como algo asimilable a música ambiental, en lo que le pareció el susurrante canturreo de una deliciosa, dulce, y amorosa nana. Pudo sentir como las “madres” inundaban a las nuevas almas de amor y aceptación incondicional, encendiendo en ellas la chispa de su autoconciencia, lo que le hizo recordar su propio nacimiento, tal y como le había prometido Elías. Recordó que, cuando empezó a saber que era, la curiosidad era el sentimiento predominante en él. No podía decir que viera, oyera, u oliera, aunque hiciera todo eso y mucho más, porque lo hacía todo a la vez, como con una especie de macro sentido único, que le hizo saber que existía. En realidad, no es que pudiera decirse que hiciera nada. Más bien, simplemente era. Recordó también al alma que lo atendía y las sensaciones de amor, aceptación incondicional y cuidado exquisito que recibió de ella, así como haber percibido que él evocaba en aquel ser, algo parecido a un sentimiento de orgullo y satisfacción, que le hizo saber lo que era la autoconfianza. Se había sentido calentado y secado por ella, aunque no tuviera frio, ni nada que se le pareciera, ni sabía muy bien por qué sentía esa humedad, que no le resultaba incómoda en absoluto. En realidad, todo era bienestar, solo que éste aumentaba notablemente con los cuidados que recibía, al igual que su curiosidad por cuanto le rodeaba, tanto por fuera, como por dentro. De allí fue llevado a otro sitio, donde su autoconciencia continuó desarrollándose, ahora gracias a la oportunidad de cotejarse con la de otros. Lo recordaba como un mundo donde aún no había nada que hacer, salvo ser, con la diferencia de que allí había otros que también eran, como él, y entre los que estaba Ahindane. Entonces no se llamaba así. De hecho, ni siquiera aún tenía nombre, o al menos uno que él pudiera llegar a conocer en aquellos - 134 - momentos, pero fue el primer “otro” con el que tuvo conciencia de interactuar como sí mismo, como un entre propio y diferente del resto, sin contar con la experiencia de la que había gozado con su espíritu cuidador. Con este último, la sensación de alteridad aún era muy difusa y primaria, siendo en este mundo, eminentemente mental, donde tuvo sus primeras experiencias de vida en comunidad, y donde aprendió a reconocerse a sí mismo con propiedad, interactuando con otros espíritus bebé como él, y de los que recordaba especialmente a Ahindane, otro recién nacido, a quien tenía muy próximo. Fue allí donde iniciaron una especial relación de amistad y ayuda mutua, que aún hoy seguía vigente. ¡Ahindane había sido su madre, en la última vida que acababa de dejar en la Tierra! Se volvió hacia Elías, pero ninguno de los dos dijo nada. Simplemente se miraron, si es que eso podía decirse así allí, y percibió en esa mirada un sentimiento de orgullo y satisfacción por él, similar al que recordaba haber evocado en su alma cuidadora. Supo entonces, que la activación de la que hablaba Elías, había comenzado. 3.2. Por fin noticias. Había pasado muy mala noche, además de haber dormido poco, y no precisamente por ser la primera que pasaba sola en la cama, desde que unió su vida a la de Arturo, aunque también. Lo que había perjudicado más seriamente su descanso, era la incertidumbre acerca de lo que hubiera podido pasarle a él. Durante todo el tiempo que estuvo despierta, no paró de consultar su teléfono móvil una y otra vez, por si aparecía en él alguna noticia de su pareja, pero esas esperanzas no se habían visto satisfechas ni una sola vez. Tal era el motivo por el que insistía y seguía consultándolo continuamente, a pesar de tener su oído muy atento al aparato y escuchar tan solo su silencio, desde que volvió de denunciar la desaparición. Esa mañana, después de asearse, vestirse, y hacer la cama, se dispuso a sacar del congelador lo que comerían a medio día, ya que la noche anterior lo había olvidado, por tener la mente ocupada en un único tema: Arturo. Le asaltó la duda acerca de si contar o no, con una ración para él. Prefirió convencerse a sí misma, de que hoy aparecería y vendría a comer, por lo que decidió preparar las tres raciones habituales, teniendo en cuenta lo que no habían consumido ayer. Hecho esto y también como cada día, Marta se puso a preparar el desayuno para ella y su hija. Se ocupaba de ello porque, aunque la niña hacía ya tiempo que era lo suficientemente autónoma, como para poder hacerlo sola, cuando le tocaba encargarse de su preparación, no se complicaba mucho la vida, e impedida por la vagancia, se limitaba a llenar un vaso con leche, que calentaba en el microondas, y luego le añadía unas generosas cucharadas de cacao. Lo acompañaba con lo - 135 - primero que encontrase por la despensa, que no necesitase mucho trabajo para su preparación: cereales, galletas, magdalenas, o cosas así. Si no encontraba nada que no requiriese algo de esfuerzo para su preparación, se conformaba únicamente con la leche. Ni siquiera se molestaba en hacerse unas sencillas tostadas. En ello estaba cuando ¡por fin! sonó el teléfono. Con las prisas por cogerlo, tropezó con sus propios pies, y el plato que sostenía en una de sus manos, junto con el teléfono que había conseguido coger apresuradamente con la otra, se le cayeron. El estruendo que originó la fractura del plato, al encontrarse con el suelo a demasiada velocidad, atrajo la atención de Lucía, que llegó corriendo hasta la cocina, asustada por la posibilidad de que su madre hubiese podido sufrir un accidente, de esos que llamaban domésticos. La encontró con serias dificultades para culminar con éxito un acto, tan cotidiano y habitual para ella, como era contestar al teléfono, pero sana y salva, tras haber conseguido recuperar el equilibrio y el móvil. Vista la cara de descomposición que tenía, le fue fácil acertar al suponer lo que estaba pasando, por lo que se quedó allí, de pie, en el quicio de la puerta, a la espera de las noticias que trajera aquella llamada. No era Arturo. Era Jesús, que ya había llamado a Marta la noche anterior, mientras estaba en las dependencias de la Comandancia de la Guardia Civil, interesado en saber si había o no alguna noticia de su amigo. Ahora repetía llamada por los mismos motivos, dado que Arturo seguía sin aparecer por el centro de trabajo. -¿Nada, mamá? -Nada, hija. A Marta le pareció apreciar cierto gesto de preocupación en Lucía, mientras la niña se giraba para volver a lo que quiera que fuese que estuviese haciendo, lo que contribuyó a alegrarle algo una mañana que no se presentaba festiva, precisamente. -(En el fondo lo quiere) –pensó. Recogió los restos fúnebres del plato, caído en su combate contra la fuerza de la gravedad, y terminó de preparar el desayuno, así como el bocadillo para el recreo de la niña, pero las tostadas se las tuvo que comer frías, porque también la llamó su padre, la madre de Toñi, la hermana de Arturo, y dos o tres personas más. Todos, menos la persona que más le preocupaba a ella en estos momentos y todos también, preocupados por él. También como cada día, pero para esto tan solo aquellos en los que trabajaba en el turno de mañana, acercó a la niña al instituto, camino del trabajo, hoy con algo más de prisa, porque atender tanta llamada, le había retrasado en sus actividades rutinarias. -Si sabes algo de Arturo, ponme un mensaje ¿vale? –le había pedido Lucía, al bajarse del coche. - 136 - Una vez más, comprobar la preocupación de su hija por la situación y por Arturo, contribuyó a calmar un poco una ansiedad de tal intensidad, que llegaba ya a oprimirle, literalmente, pecho y estómago. En el trabajo, todo el mundo le evidenció algo que ella ya había visto en el espejo, pero que no supo como remediar, a pesar de contar con la inestimable ayuda de los cosméticos. Desde su jefe de sección, hasta su amiga Maripaz, todo compañero o compañera con el que se encontraba y con quien tuviera algo de familiaridad, le recordaba la mala cara que llevaba puesta esa mañana. A todos les explicó el motivo de su desmejorado aspecto, aun cuando su tendencia habitual, era mostrarse extremadamente cauta y celosa de su vida privada, y procuraba evitar dar la mínima información posible en el ámbito laboral, acerca de su intimidad personal y familiar. Esta vez no escatimó detalles, recordando los consejos recibidos por los agentes de la Guardia Civil, quienes le informaron de que, en los casos de desapariciones, y salvo algunos excepcionales, cuanto más se publicitase la desaparición, más posibilidades había de que alguien aportara algún dato que acabase resultando útil, para la localización del desparecido. Precisamente de ellos, fue de quienes recibió la primera llamada para informar sobre Arturo, en vez de preguntar por él. Le dijeron que la policía local había encontrado su coche y le pidieron que se pasase por sus oficinas, para ampliarle la información. De Arturo no tenían noticias aún, pero que hubiera aparecido su coche, ya era mucho más que nada, por lo que corrió hasta su jefe de sección, a fin de pedirle permiso para ausentarse del trabajo, por los motivos que le explicó. Éste, empático con ella, pero fiel a las responsabilidades de su puesto de trabajo y a las directrices de la empresa, le informó compungido, que no era competencia suya concederle tal permiso, sino del jefe de planta. El jefe de planta le dijo que solo podía concederle permiso, si el motivo estaba recogido en el convenio laboral, por lo que le recomendó que acudiese al área administrativa y al comité de empresa. A lo largo del tiempo que duraron las negociaciones, los paseos por el edificio en busca de unos y de otros, y las esperas entre deliberaciones, que fue largo, estuvo a punto de explotar por indignación en más de una ocasión. Pero supo aguantarse las ganas, con tal de evitar añadir más impedimentos al logro de su objetivo, el cual finalmente consiguió alcanzar, a cambio de comprometerse a recuperar el día de trabajo que se suponía que iba a perder, y de la renuncia que se hizo a sí misma, de intentar ajustar el horario a recuperar, al realmente perdido, considerando que ya había librado suficientes batallas por hoy, y que éstas ya le habían hecho perder demasiado tiempo. Cuando llegó a la Comandancia de la Guardia Civil, le informaron de que el coche de Arturo había aparecido abandonado en la calzada, en la mañana del día de ayer, parado delante de un semáforo y con el motor en marcha, en la misma avenida en la que estaba situada la manzana - 137 - que ocupaba el edificio de su casa y muy cerca de ella. El vehículo estaba localizado en el depósito municipal correspondiente a su distrito, y en su interior se encontraban lo que parecían ser las ropas de Arturo y sus objetos personales. Un policía local había presentado un detallado y minucioso informe, en el que se reflejaban con precisión, las circunstancias en las que lo encontraron. Necesitaban que reconociera si las ropas que había en el interior del coche, eran las que Arturo llevaba puestas cuando salió de la casa, y si eran suyos los objetos personales que se hallaban en su interior, por lo que le preguntaron si podía acompañarlos al depósito para verificarlo todo. Antes, le dijeron que les gustaría hacerle algunas preguntas más, aparte de las que ya le habían hecho la noche anterior, ya que el caso mostraba evidencias de tratarse de una auténtica y extraña desaparición. Fueron muchas las preguntas que le hicieron y ningunas las respuestas que le dieron. Si tenía enemigos, si se llevaban bien en la pareja, si tenía negocios, o deudas, si tenía una amante, si le iba bien en el trabajo, si era homosexual, si estaba deprimido, si tomaba medicación, si se drogaba, si era aficionado al juego, si se habían peleado últimamente, si podían quedarse con el teléfono móvil de Arturo para investigarlo, si… A pesar de la amabilidad que mostraron los agentes, el interrogatorio le resultó agotador. Finalmente, cuando consideraron que habían conseguido toda la información útil que podían obtener de ella, la acompañaron hasta el depósito municipal, para el reconocimiento del vehículo. Ciertamente, era el coche de Arturo. Sobre los asientos, estaba la ropa que recordaba haberle visto dejar preparada, antes de acostarse, la noche previa a su desaparición, para ponérsela al día siguiente. Lo que le llamó la atención, fue que estaban hasta los zapatos y los calcetines ¿Se habría ido descalzo? Algo que extrañaba también a todos, era la manera en la que habían aparecido dispuestas sus ropas: como si por arte de magia, lo hubiesen sacado de ellas. La camisa estaba abotonada y con los faldones por dentro de un pantalón, también abrochado, cinturón incluido. Estaban también las llaves de la casa, su cartera con dinero y documentación, y hasta el teléfono móvil. Ya le habían pedido permiso para quedarse con las pertenencias de Arturo, a fin de revisarlas, por si encontraban en ellas alguna pista que pudiera serles útil, pero le devolvieron las llaves de la casa. Se sintió mal con ellas en su poder. Aquello se le antojó como una despedida. 3.3. Vuelta a casa. Se había reintegrado consigo mismo, con la parte de su energía que solía quedar en el mundo espiritual, cuando las almas encarnaban en un mundo físico, y ahora sí que se reconocía como Niemsé. Ese era su nombre aquí y ahora, porque aquí los nombres identificaban a cada uno según su tasa vibratoria y ésta iba cambiando, a medida que cada cual - 138 - progresaba y se desarrollaba. El nombre de cada ente, lo que lo identificaba, era la forma en la que cada uno resonaba. Reconoció también que este “aquí”, era su verdadero hogar. Éste era su verdadero mundo de procedencia y no la Tierra, que no era otra cosa que un mundo más, entre los muchos posibles, donde experimentar y encontrar nuevas oportunidades para ponerse a prueba, aprender, y desarrollarse. Había vuelto a casa y se alegró por ello. Sus emociones se habían liberado de la pesada carga pasional que las lastraba en el denso mundo que acababa de dejar, y disfrutaba de la sensación de libertad que ello le estaba permitiendo saborear, lo que contribuía a incrementar, aún más, esa sensación de alegre calma, que se retroalimentaba a sí misma en forma de sereno regocijo. Era muy agradable sentirse ligero de nuevo, liberado de la plúmbea pesadez de todo lo terrestre, especialmente ahora, en lo relativo a las emociones. Se acababa de liberar por completo del olvido original, al que no tienen más remedio que someterse la gran mayoría de las almas que encarnan en la Tierra y que tiene como función, entre otras, facilitar sus aprendizajes, evitándoles condicionamientos derivados de experiencias anteriores, en ése, o en otros mundos. Recobró la conciencia de que el Universo en general, estaba diseñado para el progreso y el éxito, y de que todo cuanto acontecía en su interior, estaba encaminado a la mejora de todos y cada uno de sus elementos integrantes, por medio del Amor. Ahora lo entendía, lo que le permitió recordar hasta qué punto había sido capaz de empecinarse tercamente, cuando no era así. Su despertar, o activación, como lo había llamado Elías, le hizo recordar también a los que ahora reconocía como sus amigos más próximos. Aquellas almas con las que compartía esfuerzos y ayuda mutua, de una manera más frecuente e intensa que con las demás, dado que formaban parte del mismo grupo de estudio y trabajo. Ya había recordado a Ahindane, su amiga más íntima entre sus íntimos, aquella a quien en alguna ocasión había llamado su media naranja y con la que había compartido muchas encarnaciones, la mayoría de ellas como pareja, aunque en ésta última hubiesen preferido hacerlo como madre e hijo. Ambos fueron incubados, a la par, por la misma madre especialista, y ella había sido la primera alma con la que había compartido experiencias, después de su cuidadora. De su grupo de almas inicial, aquel primero y ya muy lejano en el que se integró con Ahindane, tan solo ellos dos y Asterandé seguían juntos, de los veintiuno que fueron en un principio, al haber mantenido una línea de progreso y desarrollo muy similar. Krionsdinae, su actual Maestro, les llamaba los tres mosqueteros. Fueron precisamente Krionsdinae y Ahindane, quienes vinieron a recibirlo. A modo de regalo de bienvenida, Ahindane le presentaba el aspecto que tuvo como Agnieszka, la que fue su mujer en la penúltima vida en la que estuvieron juntos, en la convulsa Polonia de aquellos - 139 - tiempos de la última gran guerra, en el planeta Tierra. Krionsdinae, por su parte, le sonreía y parecía bastante satisfecho. -Bienvenido, ahora sí. Niemsé entendió el significado de ese “ahora sí”. Aquella voz que escuchó cuando se inició su tránsito y aún estaba desorientado, era la suya. -Menuda sorpresa me diste. No me lo esperaba. -Yo tampoco –contestó Krionsdinae, refiriéndose a lo imprevisto de su transición y ampliando generosamente la sonrisa. Ahindane, por su parte, se le acercó y se fundió con él en un abrazo, de esos que se daban allí. Sus energías se unieron, de una manera que le recordó las veces en las que lo habían hecho por medio del sexo, cuando fueron hombre y mujer. -Hola Fuguillas, bienvenido de nuevo -o algo parecido a esto, fue el saludo que le brindó, después del íntimo abrazo que se dieron. Fuguillas era el apodo que le habían puesto en su grupo, por su apresuramiento en la búsqueda de soluciones, cada vez que se les planteaba un problema. -Echo de menos a los demás –dijo Niemsé, refiriéndose al resto de miembros del grupo -Kiamku y Asterandé todavía están encarnados, por lo que han preferido no venir, y Jintámena se ha quedado con ellos, esperándote –le informó Krionsdinae. -Kiamku me ha encargado que te de una colleja de su parte, por lo mucho que tardaste en reaccionar con lo de vuestro divorcio –le dijo Ahindane, de la manera en la que se “decían” aquí las cosas. Una buena parte de Kiamku, que había sido el último en incorporarse al grupo, todavía ocupaba el cuerpo de Julia, la mujer con la que estuvo casado, y aún no había terminado con los procesos de aprendizaje que había ido a hacer allí. En esta ocasión, habían acordado ayudarse mutuamente como matrimonio y Kiamku había elegido ser la mujer de la pareja, aprovechando que el cuerpo femenino le brindaría mejores oportunidades que el del sexo contrario, para lo que había ido a practicar esta vez. Al respecto de Asterandé, también tenía una buena parte de su energía aún encarnada en Manolo, su amigo de la infancia, con el que había mantenido un íntimo y permanente contacto, mientras estuvo en la Tierra. Aunque la distancia había hecho que, últimamente, no hubiera podido ser tan frecuente, como ambos hubiesen querido. Krionsdinae saludó entonces a Elías, quien, por cierto, no se llamaba realmente así. Elías fue el nombre que eligió para que Niemsé pudiera aceptarlo fácilmente, en unos momentos en los que ya tenía suficiente confusión, como para añadir más elementos extraños a su experiencia, sin que hubiera necesidad de ello. En realidad, sonaba algo parecido a Eriastonda. - 140 - Los dos Maestros juntaron sus energías en un abrazo de reconocimiento y agradecimiento mutuo. Eriastonda reconoció y alabó a Krionsdinae el trabajo que estaba haciendo como Maestro con su grupo, y especialmente con Niemsé, mientras que Krionsdinae hizo lo propio con él, respecto al que acababa de hacer con su pupilo. Cuando terminaron, Eriastonda se dirigió a Niemsé. -Ha sido un placer conocerte. -También para mí lo ha sido, pero ¿te despides? -Si. Ya te dije que me marcharía pronto. Aprendes rápido, pero volveremos a vernos. -Eso espero. Fue Niemsé quien abrazó ahora a Eriastonda. Le transmitió todo su amor y agradecimiento, y éste a él lo orgulloso y satisfecho que le hacía sentirse por su manera de ser y progresar, así como su agradecimiento, por la oportunidad que le había ofrecido, para mejorar sus habilidades. Después de esto, fueron los cuatro los que se juntaron en un abrazo múltiple y único a la vez, reconfortándose mutuamente unos a otros con su amor, respeto, y agradecimiento. -Hay más gente que quiere darte la bienvenida –dijo Krionsdinae, cuando se separaron. -¿Y a qué estamos esperando? Jintámena, Asterandé, y Kiamku, le habían preparado una fiesta de bienvenida, en forma de canción. Bailaban al ritmo de la música que cantaban, y lo hacían con arrancadas y detenciones bruscas, haciendo burla con ello del apodo que le habían puesto. Niemsé se alegró de volver a verlos a todos aquí, y agradeció especialmente a Kiamku y Asterandé que hubieran dejado su recogimiento para venir a recibirle, aunque evitó abrazarlos cuando se retiraron, por respeto al trabajo que todavía estaban haciendo en el mundo físico. A quien sí que abrazó con gusto, fue a Jintámena, que había formado pareja con Ahindane y había sido su padre en la vida que acababa de dejar. -Hola Plantao, me alegro de volver a verte. He echado mucho de menos tus pastelitos de los domingos. Plantao era el apodo de Jintámena, que le habían puesto porque, a diferencia de él, su tendencia era “plantarse” reflexivo ante los problemas y procuraba evitar actuar, hasta no haber repasado una y otra vez, las diferentes opciones de respuesta posibles que hubiese sido capaz de encontrar, y calibrado las consecuencias que cada una de ellas creía que podría llegar a acarrear. Lo de los pastelitos fue porque, siendo Arturo todavía un niño, y mientras Jintámena ejercía como un padre de familia cariñoso, responsable, y entregado a su trabajo y a los suyos, acostumbraba a festejar los domingos, llevando a la casa una bandeja de pastelitos, como postre especial para la comida de ese día. - 141 - Jintámena era muy admirado y respetado por todos ellos. Hacía ya tiempo que se integró en el grupo, pero todos sabían que pronto los dejaría, porque, en realidad, de plantao tenía poco. Era de los más evolucionados entre ellos, y cada vez era requerido con más frecuencia para ayudar en las tareas de vivificación de mundos, trabajo en el que llevaba algún tiempo especializándose, habiendo llegado ya a alcanzar tal grado de habilidad, que le capacitaba para permitirle contribuir a las labores de depuración y puesta a punto, de una especie de vida aérea inteligente, a la que estaban intentando capacitar para albergar almas como las suyas y que según les contaba, se estaban llevando a cabo en un joven mundo gaseoso. Los Maestros Vivificadores, ayudaban a evolucionar las diferentes especies de cada mundo, según las necesidades del momento, y Jintámena llevaba ya un tiempo aprendiendo estas habilidades. -Aquí hemos echado mucho de menos tus prisas –le respondió. -Pues no me he dado muchas para volver –contestó Niemsé. -¡Que digas! ¡Si te has saltado hasta el túnel! Los tres rieron con el comentario de Jintámena. Era una de sus bromas. Él mismo ya había hecho sus últimos tránsitos, sin necesitar la ayuda que el túnel aportaba a la reorientación de las almas, que volvían de sus vidas físicas. En el caso de Niemsé, era la primera vez que no pasaba por él. -Den Bosch va a tener que volver para pintar ahora un coche, en vez de un túnel –siguió bromeando Jintámena. Aquí se le seguía llamando así, como él mismo quiso que le llamasen mientras estuvo encarnado, con el nombre de la ciudad holandesa donde vivió durante un tiempo, a caballo entre los siglos XV y XVI de la Europa del actual planeta Tierra, y con la misión de dejar plasmados para la humanidad, como recordatorio y materia de estudio, y en forma de pinturas alegóricas, sus orígenes y parte de su historia, así como algunas advertencias acerca de sus posibles futuros. En su obra metafórica Subida al Empíreo, había dejado reflejada una representación bastante gráfica del túnel del que hablaba Jintámena. -No creo que mi caso sea tan importante –dijo Niemsé, en su descargo. -¿Qué quieres hacer ahora? –intervino preguntando Krionsdinae, que se había mantenido a cierta distancia, como solía hacer mientras ellos interactuaban libremente. -Bueno, creo que éste puede ser un buen momento para repasar la lección. Krionsdinae volvió a mostrarle una sonrisa de satisfacción. Ya hacía algunas vidas, que los miembros de su grupo habían dejado de necesitar, de manera sistemática, cuidados al volver. Tan solo en alguna que otra ocasión esporádica, por haberse arriesgado alguno de ellos con una vida demasiado difícil, todavía eran necesarios. Sus pupilos eran muy osados y ya tenían bastante experiencia previa en complicarse las - 142 - vidas, a fin de progresar más rápido, pero no por ello dejaban de arriesgarse con frecuencia. Algunas veces, incluso hubo quien ocupó dos cuerpos a la vez en alguna de sus encarnaciones, viviendo en la Tierra dos vidas simultáneamente, o elegido cuerpos con graves e importantes limitaciones físicas, o psíquicas. Sin embargo, aunque no era el caso en esta ocasión, ya que, para sus costumbres, Niemsé había tenido una vida relativamente fácil, y a pesar de la modestia que manifestaba, algo extraordinario debía de estar ocurriendo, para que hubiera tenido que hacer un tránsito tan especial. Él también estaba deseoso de repasar la lección. -Está bien. En ese caso, vamos a ver al Consejo. 3.4. En el hospital. Serían algo más de las diez y media de la mañana, cuando Leandro llegó a la ciudad donde vivía y trabajaba su hijo. Previamente, desde la casa, le había mandado un mensaje anunciándole su salida, tal y como habían acordado. Prefirió el mensaje a la llamada, ya que no sabía en qué estaría ocupado Juan Carlos a esas horas, y ni siquiera si estaría despierto. Cuando llegó a la casa de su hijo, buscó aparcamiento, y sin bajarse del coche, echó mano del teléfono móvil, con la intención de llamarlo. Antes de hacerlo, abrió la aplicación de mensajes que utilizaba, sospechando que, muy probablemente, allí encontraría alguno de su hijo, en respuesta al que le envió, antes de iniciar el viaje. Efectivamente, así resultó. En él, le pedía que se fuese directamente al hospital donde trabajaba y que le llamase una vez allí. Eso hizo y al llegar al hospital, tras haber aparcado el coche y camino de la puerta, lo llamó. -Hola papá ¿Dónde estás? -Aquí, en el hospital. -¿Ha ido todo bien? -¡Pues claro! -Vale, pues espérame en la cafetería, que estoy terminando de pasar planta y ya voy yo a por ti. Cada vez que lo había visto así, como ahora, vestido con la bata, desde lejos, caminando con ese porte y vitalidad, tan propios de la plenitud de su edad, no podía evitar sentirse orgulloso de que ese pedazo de hombre tan bien parecido, fuera su hijo. Le recordaba mucho a su madre, aunque no tanto como su hermana María Esperanza, que era su vivo retrato. Juan Carlos lo buscaba con la mirada y él levantó una mano, con la intención de ayudarle a localizarlo, algo que no dejaba de sorprenderle de sí mismo, cada vez que lo hacía. En su fuero interno, se mofaba de ese mismo comportamiento cuando lo observaba en los demás, porque pensaba que, para ver la mano levantada, el observador ya debía tener la mirada fijada en la persona dueña de esa mano, o al menos en la dirección en la que se encontraba, pero él mismo respondía de esa misma - 143 - manera, de forma automática, en casi todas las ocasiones en las que le tocaba desempeñar el papel del que espera al otro en una cita. Juan Carlos se acercó hasta donde estaba y tras dos besos de saludo, y sin ni tan siquiera hacer ademán de sentarse, le dijo, señalando la taza que había sobre la mesa: -¿Has terminado? -Si -Pues hala, vente conmigo. -¿A dónde vamos? -He hablado con mi amigo David, el neurólogo, y quiere verte. -¡Hay que ver cómo eres! A mí me vas a hacer perder el tiempo y tú y tus compañeros, también ¡Con la saturación que tenéis ahora en los hospitales! Y, además, seguro que has tenido que pedir favores. -Tú por eso no te preocupes. Donde las dan, las toman ¿O es que te crees que ellos no me deben favores a mí? Y estate tranquilo que, porque te vean, no se van saturar aún más las consultas de lo que ya están, ni se va a perjudicar a ningún paciente. Esto solo va en perjuicio de David y de su tiempo. -¿Y te parece poco? ¿No me estás viendo, que yo estoy bien? -Sí, ya te veo ¿Pero a ti que más te da, ya que estás aquí y no tienes otra cosa que hacer? Anda, vamos. -Luego dices que el cabezón soy yo. Juan Carlos lo llevó hasta la habitación que él y sus compañeros utilizaban para el descanso, cuando estaban de guardia. Ya había estado allí antes otras veces, mientras estuvo en recuperación y seguimiento tras su operación, y otras muchas de las que había venido para revisiones, como ahora, pero a pesar de haber tenido la oportunidad de recorrerlo en repetidas ocasiones, no había conseguido aún hacerse con el mapa mental del edificio. Pensaba que el mítico laberinto del Minotauro, debía de parecerse mucho a la intrincada red de pasillos y salas intercomunicadas de los hospitales, por las que su hijo y los demás trabajadores del centro, se movían con una seguridad y decisión que envidiaba. -¿Qué hacemos aquí? –preguntó Leandro, cuando llegaron a la sala. -He quedado con David que me avisaría por el busca, en cuanto tuviera un hueco. Aún no había terminado la frase, cuando recibió el aviso. -¡Míralo, aquí está! Venga, vamos. La consulta en la que estaba el neurólogo, era una de esas que tienen dos entradas: una para los pacientes, desde la sala de espera, y otra interior, que fue la que utilizaron. Después de los rápidos y breves saludos entre compañeros, vinieron las presentaciones. -Éste es mi padre: Leandro. -Encantado –dijo David, extendiéndole la mano con la misma afabilidad con la que le sonreía. - 144 - A Leandro le gustó la forma en la que este hombre estrechaba la mano. Había quien lo hacía con flacidez, o entregando sólo los dedos, como queriendo evitar el contacto, y quien lo hacía con demasiada energía, como queriendo demostrar una fuerza que posiblemente solo tuviera en los músculos, pero este hombre lo hacía con franqueza, con toda la mano, cogiendo bien la suya y sin mucha, ni poca presión. Solo la justa y suficiente, como para transmitir confianza. Aquel médico les invitó a sentarse y comenzó la consulta. Les pidió que le recordaran el nombre completo de Leandro, para buscar su historial en el ordenador, con la sola intención de tenerlo presente, ya que previamente se lo había leído entero, cuando su colega de cirugía general le habló de su padre y le contó lo preocupado que estaba, tras la última conversación telefónica que ambos mantuvieron. -Me ha dicho Juan Carlos que tuvo una alucinación ¿No? –le preguntó, mientras la máquina cargaba los datos. -Pues no. De alucinación, nada ¿Ya le has contado lo de la cabeza? No sé pa qué te dije na –terminó de decir, dirigiéndose a su hijo. -Pues claro, papá. -Bueno, cuénteme lo que vio –intervino rápidamente David, con la intención de tranquilizar los ánimos, atrayendo la atención de ambos y procurando así evitar, lo que tenía toda la pinta de poder llegar a convertirse en un pequeño conflicto familiar. -Pues un hombre desapareciendo. Bueno, él no. Su cabeza. -¿Cómo que su cabeza? Leandro no pudo evitar un gesto de disgusto. Era evidente que aquella persona, ya se había formado una idea clara y concisa sobre lo que le había pasado, basándose en la información que Juan Carlos le diera y antes de escucharle a él, así que intentó resumirlo todo lo que pudo. -Pues que yo me acerqué a un coche que estaba parado en la calle y me encontré con esa cabeza encima del asiento, desapareciendo. -¿Solo la cabeza? -Sí, solo la cabeza. -Pero usted sabe que eso no puede ser ¿No? -Pues claro que lo sé y por eso nadie me cree, pero fue lo que vi. -Mire usted Leandro, las alucinaciones parecen reales a quien las padece, porque son producto de los mismos impulsos cerebrales que provocan los sentidos, pero su origen no está allí, sino en algún otro sitio ¿Alguien más lo vio? -Pues no estoy muy seguro. Creo que un chaval que había por allí también lo vio, pero se marchó enseguida. -¿Alguna vez ha oído voces, o ruidos extraños, o ha tenido visión borrosa, dolores de cabeza, mareos, y cosas así? -Si lo que me está preguntando es si estoy loco, yo creo que no, pero aquí está mi hijo, que me conoce mejor y, además, puede dar una opinión más cualificada que la mía. - 145 - -Papá, nadie está diciendo que estés loco. -Efectivamente, es evidente que usted no está loco, pero necesito algo de información, para tatar de averiguar qué es lo que puede estar pasando. No obstante ¿Qué te parece si le hacemos un escáner de cráneo con contraste? –Dijo David, dirigiéndose ahora a su colega, tras decidir con rapidez posponer su interrogatorio, o cambiar al sujeto del mismo más adelante, cuando estuviesen solos, sustituyendo al padre por el hijo, dada la evidente incomodidad y resistencia que el paciente estaba manifestando, y disimulando que ya tenían previamente pactada la realización de la prueba. -Me parece estupendo. -Como tenemos aquí su historial y ya se ha hecho esta prueba otras veces sin problemas, voy a hacerte una petición para que lo vean por urgencias, a ver qué sale. Ya que él no presenta reacciones adversas al contraste y podemos prescindir del ayuno, lo mismo puedes conseguir que se lo hagan esta misma mañana ¿Te parece? -Pues claro. Me parece estupendo –le contestó, disimulando él también, que ya habían hablado sobre ello y tenían un acuerdo previo. -Voy a hacerte también una petición de analítica, a ver cómo van esos marcadores, aunque aquí veo que ya le hicieron una no hace mucho y todo estaba bien, pero por si acaso. La analítica de marcadores no entra por urgencias, así que la voy a incluir en otra general. Tendrás que encargarte tú de hablar con los de laboratorio, para que te la hagan y te agilicen los resultados. Por suerte, la glucosa no nos interesa para nada en este caso y podemos prescindir de ella. -¿Y lo del escáner es necesario? Yo creo que mi cabeza está bien ¿O no, Juan Carlos? -Papá, has venido para que te hagamos unas pruebas y aquí el especialista es David. Él es quien manda. Si dice que te lo hagas ¿a ti qué trabajo te cuesta? Esa prueba ya te la han hecho otras veces y sabes que no te va a pasar nada. A ti no te agobia, como a otra gente, eso de meterte en el tubo. ¡Si la última vez, hasta te quedaste dormido, que roncabas y todo! Mientras Juan Carlos se ocupaba en solventar las resistencias de su padre, David grababa su breve informe en el historial de Leandro y terminaba de rellenar los formularios de petición de pruebas. -Aquí los tienes –dijo, entregándoselos a su colega. -Muchas gracias, David. No te entretenemos más. -Bueno, ya hablamos. -Sí. Hasta luego. -Adiós, muchas gracias por todo y perdón por las molestias –dijo Leandro, extendiéndole la mano al amigo de su hijo. -No son molestias ningunas –le contestó éste, correspondiendo a su sonrisa con la misma afabilidad que él le demostraba, mientras se la estrechaba. - 146 - Una vez fuera de la consulta, Juan Carlos condujo a su padre hasta la sala de extracciones, donde le tomaron las muestras para el análisis de sangre. A la mayoría de los profesionales que trabajaban allí, ya los conocía, y aún los recordaba de aquellos tiempos en los que visitaba con frecuencia el hospital, y de las veces en las que tuvieron que hacerle esa misma prueba. Se alegró de volver a ver a aquellos hombres y mujeres, más por saludarlos de nuevo, que por tener que beneficiarse de sus siempre eficaces y eficientes servicios. No dejaba de sorprenderle la amabilidad y el buen humor con el que la mayoría de ellos trataban a los pacientes, a pesar de las cada vez peores condiciones laborales, que sabía que tenían que soportar. A excepción de la fea. La fea también seguía allí, todavía. No es que fuera especialmente fea, pero él la llamaba así, porque nunca se preocupó por retener su nombre en la memoria, y por lo feo de su carácter. Era una auxiliar de enfermería que, por su edad, ya debería estar a punto de jubilarse. Regordeta, con una melena corta que parecía haber sido pintada a brocha de amarillo y un mal genio que daba susto. Parecía un sargento cuartelero, disfrazado de enfermera de hospital, al que no recordaba haber visto sonreír ni una sola vez. Afortunadamente, no tenía que pinchar a nadie, aunque puede que no le faltasen las ganas, porque su trabajo se limitaba a recibir a los pacientes, clasificar las muestras para el laboratorio, y mantener a punto el material. Al salir de allí, Juan Carlos miró el reloj y dijo a su padre: -Papá, yo quiero estar contigo en el escáner, pero se me está echando la hora encima y todavía tengo algunas cosas que hacer ¿A ti te importa, si lo hacemos esta tarde? -¡Qué cosas tienes! Y si no lo hacemos tampoco creo que vaya a pasar nada. -De eso nada. De ésta no te libras. Vámonos a radiología, a ver si tenemos suerte y está Laura. -¿Quién es Laura? -Una adjunta de radiodiagnóstico, que ahora se encarga de cabeza y cuello, que es un encanto. Además de una médico magnífica. Ya verás. -¿Te gusta? -Nos gusta a todos. Es una excelente profesional, con una perspicacia fuera de lo normal, inteligente, y además, simpática y guapa. -Pues a eso me refería: si te gusta como mujer –dicho con una media sonrisa. -Me gusta toda ella entera, pero ya sé por dónde vas. Es una compañera de trabajo, papá, y lo último que se me ocurriría es tirarle los tejos a una compañera en el trabajo, aunque ganas no me faltan, pero hay una cosa que se llama respeto. Ya tiene bastantes problemas con el impresentable de su jefe de servicio. -¿Qué le pasa? - 147 - -Pues que es un viejo verde baboso, además de un inútil, al que ya ha tenido que pararle los pies en más de una ocasión. Pero hasta eso sabe hacerlo con elegancia. -Pues sí que parece que te gusta, sí. A lo mejor ha llegado el momento de que le pongas remedio a tu soltería. -Tú deja en paz mi soltería, que así me va de maravilla. Recuerda que ya he probado a vivir en pareja y no es que me haya ido muy bien, que digamos. Es mejor así: cada uno en su casa y Dios en la de todos. Anda, ven por aquí, a ver a quien tenemos. Laura no estaba, pero Leandro se alegró cuando escuchó que estaría en el turno de tarde, mientras su hijo charlaba con la técnica en radiodiagnóstico y la auxiliar del servicio, para buscarle un hueco. Así podría conocer a esa mujer tan especial, según Juan Carlos y sus compañeras del servicio, ya que parecía que no era sólo él quien la consideraba como tal, porque escuchó cómo el personal que allí trabajaba, felicitaba a su hijo porque iba a ser ella, la encargada de interpretar las imágenes del escáner. -¿Que vas a hacer tú, mientras yo acabo? –le preguntó éste, al salir. -Pues creo que me voy a ir a dar una vuelta. De todas formas, como tengo llave de tu casa, si me aburro, me voy y te espero allí. -Vale. Cuando acabe, yo te llamo y ya quedamos. Hoy nos vamos a dar un homenaje y nos vamos a ir a comer al Fogón de Ignacio ¿Te parece? -De acuerdo, pero yo invito. -Ni lo sueñes. Estás en territorio comanche y aquí mando yo. -Bueno, ya veremos. -Ya está visto. Venga, dame un beso que me voy. En cuanto acabe, te llamo. 3.5. El Consejo de Maestros. Tiempo atrás, cuando aún era un alma muy joven, todavía temía las sesiones de revisión ante el Consejo, cada vez que regresaba de experimentar en el mundo físico. Como el niño pequeño, que teme que sus padres le regañen, porque sabe que hay algo que no ha hecho todo lo bien que debiera, pero ahora, cada vez que volvía, se mostraba impaciente por recibir su ayuda en la revisión de su actuación. En este caso, como humano. Krionsdinae le acompañaba, como era habitual, pero le sorprendió gratamente encontrar allí a Eriastonda, que les esperaba a la entrada. -¡Cuánto tiempo sin vernos! –le dijo irónicamente -¿Tú vienes con nosotros? -Si me lo permitís… -solicitó respetuosamente Eriastonda. -¡Qué cosas tienes! Por mí, encantado –contestó Niemsé con alegría, mientras Krionsdinae se limitaba a asentir con una sonrisa. Una vez ante el Consejo, lo primero que sintió, como cada vez que se presentaba ante sus Maestros, fue La Presencia, a modo de cúpula - 148 - protectora de todos ellos. Añoraba volver a sentirla tan cerca. Esa sensación de tantos en uno solo; ese inmenso saber, que incluía todo lo relativo a los allí presentes y más allá, ya fuera de su pasado, su presente, o su futuro, y enfocado en ayudarlos a todos, a incrementar esa ínfima capacidad que él demostraba en estos momentos, para siquiera intuirla. Esa inconmensurable sensación de amorosa protección que emanaba de La Presencia y que lo impregnaba todo a su alrededor, cada vez que Niemsé se había presentado ante su Consejo de Maestros, le hacía más consciente de lo que era habitualmente, de su tremenda ignorancia e insignificancia, y le hacía sentirse empequeñecido, a la vez que le engrandecía y le estimulaba, porque sabía que algún día, por lejano que pudiera estar todavía, llegaría a integrarse en ella. Sonrió para sí, al recordar tiempos pasados en los que temía presentarse ante el Consejo, tan solo porque sabía que le iban a recordar aquellas ocasiones, en las que podría haberlo hecho mejor de lo que lo hizo. Precisamente esas que él, por aquellos entonces, con su infantil proceder, hubiera querido poder ocultar debajo de la alfombra. Ahora anhelaba estas sesiones, entre otras cosas, precisamente por lo que antes las temía, ya que allí recibía una inestimable ayuda para reconocer errores que, de otra forma, podrían seguir pasándole desapercibidos, viéndose con ello determinado a repetirlos una y otra vez, además de desaprovechar oportunidades únicas, para empezar a poner los medios para corregirlos. La ocasión era magnífica, porque le permitiría servirse de las sugerencias, que a buen seguro recibiría de sus Maestros. Almas viejas, mucho más evolucionadas que él. También se dio cuenta de que, al parecer, hoy era otro día de las sorpresas. La primera ya se la llevó antes de entrar, cuando se encontró con Eriastonda, quien, por cierto, una vez dentro, se colocó detrás suyo, a su derecha, el lado opuesto al que antes solía ocupar habitualmente su Maestro Krionsdinae, y cuya posición éste había vuelto a recuperar para la ocasión. La segunda, tan agradable para él como la primera, si no más, fue encontrarse con Elihá entre los miembros del Consejo, a quien ahora sí que reconoció como su Maestro Inductor. La tercera, y ésta sí que le sobrecogió, fue la presencia, junto a Elihá y los cinco habituales ¡De un Sabio! La presencia de nuevos miembros en el Consejo, anunciaba novedades importantes, pero si, además, uno de ellos era un Sabio, a buen seguro que éstas estaban más que garantizadas. Los Sabios eran los seres más evolucionados de los que tenía noticias. Ya no necesitaban encarnar y cuando lo hacían, era en misiones de ayuda, o para llevar a cabo alguna otra muy especial y muy específica. A lo largo de su historia, se habían ido sumando miembros a su Consejo, mientras que otros lo fueron abandonando. En la primera sesión que recordaba, había tan solo dos, sin contarlo a él, ni al que entonces era su Maestro, ni a los Maestros del Tiempo, que siempre estaban presentes, aunque de una manera distante, sin intervenir en las deliberaciones, y limitándose a buscar y proyectar las escenas a revisar. - 149 - Con el paso del tiempo, valga la redundancia tan solo a título explicativo, en un lugar en el que pasado y futuro formaban parte de un único y continuo presente, mientras que unos lo terminaron dejando y otros nuevos se incorporaban, llegó a estar formado por un total de cinco. Alguna vez que otra, se había encontrado con nuevos miembros en calidad de visitantes, convocados para ayudar ocasionalmente en temas muy específicos, especialmente y con más frecuencia, en las sesiones de preparación para nuevas encarnaciones, pero nunca hasta ahora, había acudido a una sesión con un personaje tan especial. Era la primera vez que tenía la oportunidad de tratar directamente con un Sabio. -Hola Niemsé. Bienvenido de nuevo –fue el saludo que recibió del Maestro que solía dirigir las sesiones. -Saludos, mis venerables hermanos. Yo también estoy contento de volver a veros, muy especialmente a Elihá, y sobrecogido, a la vez que agradecido, por ofrecerme la oportunidad de tratar directamente con un Sabio. Elihá le correspondió con una sonrisa, pero guardó un respetuoso silencio ante el que hacía las funciones de Presidente del Consejo, mientras que el Sabio permaneció inmutable. -¿Estás satisfecho con tu desenvolvimiento como Arturo? –siguió preguntando el Presidente. -No del todo, especialmente por lo mal que me porté con Julia, con lo de nuestro divorcio, y el tiempo que me costó aprender a perderle el apego a las cosas materiales, pero lo que más me ha sorprendido, ha sido la forma en la que se ha desarrollado esta vez mi tránsito. No la contemplamos, la última vez que nos vimos. Niemsé se refería a las sesiones que las almas solían mantener con su Consejo de Maestros antes de encarnar, para la toma de decisiones al respecto. En ellas, se revisaban las alternativas de realidades posibles a afrontar en el mundo físico en el que se disponía a experimentar, y en función de los aprendizajes y habilidades que el alma necesitase practicar en esos momentos. Allí se le ayudaba a hacer las elecciones que pudieran resultarle más útiles, para alcanzar los objetivos que se hubiera propuesto en su nueva vida, como por ejemplo, el cuerpo más adecuado, entre los diferentes que se le ofrecían, aquellos hitos clave que se le presentarían en la vida y las señales para reconocerlos, así como también, cómo reconocer a las otras almas que encarnarían junto a ella y con las que entrelazaría aprendizajes, las dificultades que quería afrontar para superarse, las diferentes profesiones que podría ejercer y sus posibles papeles y repercusiones en el entramado social, o las diferentes opciones acerca de cómo hacer el tránsito, entre otras muchas cosas. En definitiva, en estas sesiones se preparaba concienzudamente y hasta donde era posible, todo lo relativo a la nueva vida que el alma se disponía a afrontar, pero en la última a la que se sometió, la forma tan extraña en la que acabó haciendo el tránsito, había permanecido oculta. - 150 - Ante su queja, se hizo el silencio. Aquello fue una manera sutil, pero eficaz, de hacerle recordar algo que hasta ahora no había tenido en cuenta: la ley del silencio, también conocida como del secreto. Ahora lo entendía. No siempre es bueno para el aprendiz conocerlo todo acerca de la materia de su aprendizaje. Manejar cierta información sin estar preparado para hacerlo, puede causar estragos, no solo en el propio aprendiz y/o su proceso de desarrollo, sino también en su entorno, por lo que es necesario saber guardar en secreto determinados asuntos y en según qué circunstancias. Era algo que creía tener sabido desde hacía tiempo y que él mismo había aprendido a practicar, pero acababa de comprobar que aún seguía siendo víctima de su propio orgullo y vanidad, los cuales le habían llevado, una vez más, a olvidar lo lejos que aún estaba de la sabiduría. En realidad, era de agradecer que se le ocultasen ciertas cosas. Su queja se transformó así en aún más admiración, además de agradecimiento, hacia aquellos seres, mucho más evolucionados que él, por la forma tan exquisita y sutil en la que demostraban su capacidad de amar, cuidando de él. Todavía no entendía el porqué de la extraña forma en la que se había producido su transición, pero sí que había comprendido que, sin duda alguna, había poderosas razones para que hubiese sido así y no de otra manera, y confiaba plenamente en que, cuando llegase el momento y él estuviese preparado, esas razones le serían desveladas. Recordó que nada sucedía nunca de forma gratuita y que todo, absolutamente todo, estaba entrelazado y regido por el Amor. Un Amor infinito, que como tal cuidaba de lo amado con sutileza y extrema delicadeza. Un amor que emanaba de mucho más allá que de la propia Presencia, del que ella misma era también fruto, aunque a veces su ignorancia y sus vicios, aún por depurar, lo cegaran y le impidieran reconocerlo así. -Dices que te costó perderle el apego a las cosas materiales y sin embargo, desde muy niño, ya fuiste capaz de demostrar generosidad –le dijo el presidente, y le mostraron una escena de su última infancia. Aquí es donde entraban en acción los Maestros del Tiempo. Eran capaces de sumergirse y bucear entre la maraña multidimensional de líneas del tiempo, hasta encontrar los acontecimientos pasados o futuros a revisar, y proyectarlos ante los presentes. En la escena que le presentaron, Arturo tenía poco más de cuatro años de edad. Era una tarde de domingo y María, la señora que sus padres habían acogido en su casa, antes de que él hubiese nacido, en unos años todavía difíciles para mucha gente en la España franquista, y a la que quiso como a un miembro más de su familia, lo había sacado a pasear y le había comprado una torta de bizcocho en una pastelería, a modo de merienda. Al salir de la pastelería, se encontraron con un hombre sentado en la calle, en el suelo de la acera, mendigando. Al verlo - 151 - y sin pensárselo dos veces, Arturo partió su torta por la mitad y entregó al mendigo la parte que no estaba mordida. Aquello le ayudó a reconocer que lo que le movió a pelearse con Julia, por ver quien se quedaba con más cosas, de las que habían formado parte de su común patrimonio, cuando disolvieron su sociedad de gananciales, no fue solamente el apego a lo material. Había también un oculto deseo de venganza, al sentirse abandonado por ella, y que hasta ahora no había sido capaz de reconocerse a sí mismo. Se sabía la teoría, pero otra cosa muy diferente era la práctica, cuando le tocaba a él vivirla en sus carnes. La teoría era que el amor es libre y no puede obligarse a nadie a querer a otro, pero él pretendió obligar a Julia a quererlo. No contento con ello y enfadado por no conseguirlo, había sido capaz de pelearse durante el proceso de divorcio, hasta por quien se quedaba con el felpudo de la entrada a la casa. El apego por lo material también estaba presente, pero esa lección ya la aprendió en vida, algo más tarde, por lo que ese aspecto no le interesaba mucho al Consejo. A ese afán por las posesiones materiales, fue a lo que se refirió Kiamku, con la colleja simbólica que le envió por medio de Ahindane. Kiamku sabía lo que decía, cuando le reprochaba lo mucho que había tardado en reaccionar. Años le había costado comprender, que muchas de las cosas que había considerado necesarias en el mundo físico, en realidad no lo eran tanto, y que bastaba con tener cubiertas las necesidades básicas, para poder llevar una vida plena y feliz. Aprendió a viajar por el mundo ligero de equipaje, además de descubrir que eso le permitía derivar los esfuerzos que antes dedicaba a la acumulación y conservación de unos supuestos bienes, de los que antes o después tendría necesariamente que desprenderse, hacia la adquisición de aquellos otros que siempre podría llevar consigo, allá donde fuese. Y estos últimos, no eran precisamente de los que podían cogerse con las manos. La revisión de su comportamiento durante ésta última encarnación, continuó con otros hitos que el Consejo consideró importantes. Aquello no tenía nada que ver con la creencia que intentaron inculcarle en la Tierra desde muy niño, según la cual, lo que le esperaba a todo difunto, era una especie de juicio sumarísimo, al que seguiría una sentencia que premiaría o castigaría al juzgado, según que hubiese ajustado o no su comportamiento, a unas determinadas normas y no a otras. No contentos con eso, los humanos, malinterpretando el vago recuerdo de su vida espiritual, aún creían que el inexistente juez, de ese inexistente juicio, era ese torpe y tergiversado invento suyo acerca de La Divinidad que llamaban Dios, cuando lo más próximo a Él que aquí, aún sin serlo, podía llegar a percibirse, por el momento, era La Presencia. El único y más duro juez de su comportamiento, era uno mismo. Los demás, movidos por el Amor, si se ocupaban en algo, era en ayudar, pero por respeto a la ley del libre albedrío, jamás en juzgar. - 152 - Muchos humanos, todavía lastrados por las primitivas y ya obsoletas religiones, aún conservaban un infantil y antropomorfizado concepto, de un dios capaz de juzgar y, por tanto, de premiar o castigar, pero eso estaba cambiando. Precisamente sobre tal asunto, versó la última parte de la sesión. 3.6. La sobremesa. Los resultados del análisis de sangre tranquilizaron algo a Juan Carlos, ya que no aparecía en ellos ningún dato alarmante, aunque a su padre le hubieran dado pábilo, sirviéndole como otro argumento más, para justificar lo que consideraba una pérdida de tiempo, por una preocupación sin sentido: la que él mostraba por su estado de salud. Cuando se despidió de Leandro, se ocupó de volver a extracciones para recoger las muestras y llevarlas personalmente al laboratorio, pidiendo que se las analizaran en esa misma mañana. Presionar a sus compañeros, no era algo que le apeteciera mucho hacer, pero por su padre estaba dispuesto a todo. Los marcadores tumorales estaban dentro de los márgenes de la normalidad, y las hormonas tiroideas estaban sorprendentemente bien ajustadas, para depender de la medicación. Aún con todo, su relajación no era completa. Aquella historia de la cabeza en el asiento de un coche, tal y como la contaba su padre, tenía toda la pinta de una intensa y vívida alucinación visual, y él sabía que la marihuana no tenía efectos alucinógenos tan potentes. No obstante, y para evitar mayores resistencias en su progenitor, procuró durante la comida, que las conversaciones no entraran directamente en cuestiones sanitarias, aunque ello no tuviera por que implicar, necesariamente, que no se pudiera hacer de forma indirecta. -Bueno papá y cuéntame ¿Qué hiciste ayer? -Bueno, ayer no fue un día muy normal para mí. -(Perfecto. Ha entrado a saco) –pensó Juan Carlos. -Ya te he contado la maldita historia de la cabeza y eso me tiene a maltraer. Ya has visto a tu amigo: otro que se piensa que estoy loco. -¡Papá, que David no es psiquiatra! Si alguien pensase que estás loco, no te estaría viendo un neurólogo. -Ya, y por eso me pregunta si oigo voces y quiere hacerme un escáner de la cabeza. -Papá, lo del escáner es lo normal en tu caso y es lo primero en lo que pensaría cualquiera. Ya te lo dije yo ayer, cuando hablamos por teléfono, y respecto a lo de las voces, te ha preguntado eso y más cosas. Los médicos no somos adivinos y necesitamos preguntar a los pacientes, para hacernos una idea de lo que les puede estar pasando, aunque algunos, a veces, se mosqueen y contesten de mala manera. -¡Eh, para un momento, que yo no he contestado de mala manera a tu amigo! - 153 - -Tú no te has visto la cara que le pusiste. Cómo no sería la cosa, que el muchacho ya no te ha hecho más preguntas. -Pues sería porque no tenía más cosas que preguntar. -O porque la criatura es muy prudente y no quería cabrearte más ¿O me vas a decir ahora, que no te has mosqueado? -Hombre, un poco sí, pero es que ya te había dicho que esto no se lo quería contar a nadie, porque ya estoy un poco harto de que me tomen por loco. -¡Que nadie te ha tomado por loco! -¿Que no? Tenías que haber visto la cara que puso uno que había por allí, y la del policía. -Bueno papá, pero tú entenderás que alguien que no te conozca, es normal que lo piense, si le cuentas la historia esa de tu cabeza solitaria, además de tránsfuga ¿O no? -¿Pues por qué te crees que no se lo quiero contar a nadie? Es que no paro de darle vueltas. Tenías que haberla visto ¡La cara de susto que tenía, el pobre hombre! -¿Le viste la cara? -Como te la estoy viendo a ti ahora mismo. Hasta que desapareció, claro. -¿Y después? -Pues después, nada. Se llevaron el coche y si te he visto no me acuerdo. Por cierto, que olía raro aquello. -¿Ah sí? Eso no me lo has contado. -¿Cómo que no? ¡Pues claro que sí! Lo que pasa es que no te acuerdas. Allí olía como a tormenta. Eso me llamó la atención, porque el olor estaba dentro del coche y no fuera. Estamos en mayo y ya ni me acuerdo de cuando cayó la última gota de agua. A lo mejor era un ambientador… -¿Y a qué olía? ¿A tierra mojada? -No, no era a tierra mojada. Era, más bien, como ese sutil aroma a metálico que hay en el aire los días de tormenta, antes de que llueva, solo que éste no tenía nada de sutil. Era más intenso. Juan Carlos no dijo nada más al respecto, pero que su padre le recordara que la alucinación visual que había padecido, venía acompañada de otra olfativa, le hizo perder la tranquilidad ganada con los resultados de la analítica. No parecía que hubiera habido ninguna auditiva, pero la implicación de más de un sentido en su alucinación, no era una buena señal. Decía haber visto una cabeza decapitada, que acabó desapareciendo, y haber olido a ozono en un día seco y soleado. No obstante, prefirió no desatar más reacciones a la defensiva, con comentarios o preguntas al respecto. -Lo del ambientador puede ser. Cada vez se hacen cosas más raras y hay gente por ahí con unos gustos muy extraños. ¿Tú has probado el helado de chorizo? –preguntó a su padre. -Ni ese, ni el de lentejas, pero es que ni ganas. - 154 - -Hombre, por probar, a ver qué tal… -Pues yo ni eso. Donde esté un buen helado de turrón, que se quiten los de cocido. Ambos se echaron a reír, lo que regocijó a Juan Carlos, porque era prueba evidente de la relajación de su padre. -¿Tú los has probado? –le preguntó éste. -No, pero si tengo la oportunidad, a lo mejor lo hago. Por saber de qué va eso. -Oye, por cierto ¿Cómo llevas tus poesías? –Le respondió Leandro, cambiando bruscamente de tema, al recordar la afición de su hijo. -Ah, pues estoy muy ilusionado. Ayer precisamente, después de hablar contigo, conseguí encontrar la estructura que estaba buscando – le contestó Juan Carlos, con un énfasis en la voz y en el gesto, que ratificaba su ilusión. -¿Ah sí? Cuéntame. -¿Has oído hablar de la proporción áurea? -Me suena. Eso lo usaban antiguamente los pintores ¿No? -Los pintores y la propia naturaleza. Todavía no estoy muy seguro, pero creo que he conseguido que se pueda usar también en la poesía. -¿Y eso, cómo se hace? -Ya te digo que todavía no estoy muy seguro, porque fue ayer cuando construí mis primeros novenarios, pero tiene que ver con la forma en la que se usan la métrica y la rima. -¿Y eso de los novenarios, qué es? -He llamado novenario a este tipo de poemas, porque se articulan en torno al número nueve, pero ni te cuento lo difícil que es hacer uno, o por lo menos, hacerlo bien. Los sonetos los hago yo con la gorra, pero los novenarios me cuestan mucho trabajo. Tanto, que aún no he conseguido el novenario perfecto. -¡Pero hombre, hay que ver cómo eres de exigente contigo mismo! Desde pequeño ya eras así. En eso también te pareces a tu madre ¿No me acabas de contar que fue ayer cuando escribiste los primeros? ¿Cómo sabes si son perfectos, o no? Deja que eso lo juzguen los demás. -Te equivocas. Llevo mucho tiempo dándole vueltas a esto, hasta que ayer conseguí definir, por fin, cuál debía ser su estructura. Pero aún no he conseguido construir uno que se ajuste totalmente a ella. El día que lo consiga, podré decir que he compuesto un novenario perfecto. -Pues en ese caso, todo lo que necesitas es seguir practicando. -Sí, en eso estoy. Por eso te decía que estoy muy ilusionado, pero yo creía que lo más difícil estaba hecho y resulta que lo más difícil está por hacer. -Pues yo pienso que ahora te parece lo más difícil, porque es el reto que tienes pendiente. Antes, lo difícil era encontrar la estructura, hasta que lo hiciste y pasó a ser fácil. Verás cómo esto también lo consigues y entonces ya no te parecerá tan difícil. - 155 - -La verdad es que todavía me queda mucho por experimentar. Puede, incluso, que la estructura del novenario no sea tan perfecta como yo creo. Antes de hacer el primero, estuve experimentando con sonetos, y hubo un momento en el que creí que lo había conseguido, pero el primer novenario que escribí, dejó aquel soneto en mantillas y eso que los que vinieron detrás, eran mejores. -¿Te das cuenta? Todo lo que necesitas es seguir en ello. -Sí, ya te digo que en eso estoy, pero me asusta un poco, porque no sé si voy a ser capaz. -¿Tú te crees que al que escribió el primer soneto, le salió así, a la primera? -Pues no sé cómo se lo montaría el tal Giacomo de Lentino, pero es que yo soy un simple aficionado. -Un simple aficionado que gana un premio de poesía, la primera vez que se presenta a alguno. -Bueno, tampoco es que el nivel fuera muy alto. No era el Premio Cervantes. -Vale, sí, puedes seguir menospreciándote si quieres, pero eligieron tus poesías y no otras. Por algo sería. -No es que me menosprecie papá, es que soy realista. Eso de los premios, es una lotería. Ya sabes que los gustos son como los colores y todo depende de que tu obra le caiga en gracia al jurado, o no. Otro jurado diferente, seguramente hubiese elegido a otro, y ya ni te cuento si se llega a presentar algún autor famoso. -Estamos de acuerdo, pero seguro que no iban a elegir poesías de mala calidad. -Hombre, no era un premio de los más prestigiosos, pero los miembros del jurado tampoco eran ningunos mindunguis. -¿Te das cuenta? Pues tú puedes pensar lo que quieras, pero yo estoy muy orgulloso de mi hijo. Bueno, de los dos, porque tu hermana, en lo suyo, también lo está haciendo muy bien. -Ya me gustaría a mí, tener la constancia y tenacidad que tiene ella. -En eso estoy de acuerdo. Como se le ponga algo entre ceja y ceja, no se te vaya a ocurrir a ti ponerte por delante. Es más apretá, que los tronillos de un submarino. -En eso tiene a quien parecerse. -¿Qué quieres decir? -Que su padre es terco como una mula. -¡Sí hombre! Tendrás queja. Me pediste que viniera y aquí estoy. -Si, pero tengo que ir llevándote de la oreja. Y además, no me ha hecho ninguna gracia que hayas venido conduciendo. -Anda y no exageres. Aquí estoy y no ha pasado nada ¿no? Todavía no estoy senil, ni mucho menos ¡Camarero, por favor! ¿Me trae la cuenta? -Ni se te ocurra. Además, no te van a cobrar. Aquí me conocen a mí, más que a ti. - 156 - 3.7. La misión. Ya habían revisado una buena parte de su comportamiento como Arturo, por lo que Niemsé tenía un montón de información ampliada al respecto, sobre la que meditar al salir de allí, pero cuando creía que habían terminado y que le llegaría el turno a las despedidas, el Sabio, que hasta entonces había permanecido inmutable, hizo un gesto y los Maestros del Tiempo le presentaron una nueva escena. Se trataba de aquella en la que, estando con Elías, había intentado comunicarse con Marta. En aquellos momentos, aún no había terminado de hacer el tránsito y, por tanto, todavía estaba bajo los efectos del olvido de sus orígenes, por lo que no recordó los trabajos de colaboración como aprendiz, que últimamente estaba llevando a cabo con Maestros Inductores, y más concretamente con Elihá. Al igual que Jintámena abandonaba, cada vez con más frecuencia y durante más tiempo, su grupo de estudio, para ampliar su formación como Maestro Vivificador, él lo hacía para formarse como Maestro Inductor. Todas las almas se comunicaban, de una u otra manera, con aquellas que estaban experimentando en los diferentes mundos, siendo muy frecuente la interacción con espíritus próximos. Una de las situaciones más habituales, en las que las almas buscaban comunicarse con espíritus encarnados, era aquella en la que, al morir, los familiares que les sobrevivían quedaban muy afectados por lo que aún interpretaban como una pérdida, y el alma en tránsito buscaba la manera de calmar su dolor, tratando de informarles de que ese sufrimiento no tenía mucho sentido, ya que seguía viva y se encontraba bien, cuando no mejor que antes. Algo parecido a eso, fue lo que él mismo quiso hacer con Marta, la encarnación de un alma, de un grupo próximo al suyo, con la que se había comprometido a encontrarse en la Tierra, para ayudarse mutuamente como pareja durante un breve periodo de tiempo. Dado que no formaban parte del mismo grupo de estudio, no tenía con ella tanta familiaridad como con Ahindane y los demás, pero no fue eso lo que le dificultó el contacto cuando quiso comunicarse con Marta, sino la incapacidad para recordar sus habilidades, aparte de su propia falta de maestría en la inducción. Los Inductores se especializaban en desarrollar estas habilidades, para poder transmitir mensajes específicos, a individuos específicos, próximos o no, bien para ayudarles en su desenvolvimiento personal, o bien para inducirles determinadas ideas, facilitadoras de hechos y comportamientos, que acabasen redundando en bien general del Universo y del progreso de sus integrantes, ya que comunicar con un alma encarnada, con la que no se había tenido un contacto específico previo, era más complicado que hacerlo con alguien bien conocido. La familiaridad les hacía más receptivos, cuando estaban en el mundo físico. - 157 - No obstante, ni siquiera era el caso en esta ocasión, puesto que sí que había coincidido con Merstindém, el nombre del espíritu encarnado en Marta, y otros miembros de su grupo, en alguna que otra situación anterior, por lo que había cierto grado de familiaridad entre ellos, que por supuesto se había intensificado notablemente con su convivencia terrenal. Aquellos que dominaban la maestría, eran capaces de inducir eficazmente a las almas encarnadas en cualquier tipo de mundo, o dimensión, ya les fueran familiares, o no, y se ocupaban en formar al resto para lograr la mejora de su propia habilidad, pero él aún estaba muy lejos de alcanzar tal nivel de integración y mucho más de poder formar a nadie, salvo que se tratara de almas muy jóvenes e inexpertas. De momento, tan sólo practicaba con humanos, ayudando a las almas menos hábiles en sus comunicaciones con ellos, y contribuyendo a la depuración de sus técnicas, a la vez que mejoraba las suyas propias. De hecho, en el intento de comunicar con Marta, afectado inevitablemente por una experiencia, que no por permanecer oculta dejaba de existir, y consciente de la debilidad de sus cuerdas, en comparación con las que había visto elaborar a Elihá, intentó aumentarles la potencia usando su propia energía. Algo que no hubiera sido necesario si tuviera que hacerlo ahora, ya que una de las primeras cosas que aprendió, fue a manejar la del entorno. -Para estar todavía en tránsito, lo hiciste bastante bien –dijo Elihá, que no había intervenido hasta ahora. Conocía bien a Elihá, ya que era su Maestro en el grupo de aprendices de Inductor, que visitaba a menudo para formarse en esta especialidad, pero cuando interactuó con él, como un alma aún en tránsito, no lo recordó, y de ahí aquella difusa sensación de familiaridad, que al principio le llamó tanto la atención. -Eres demasiado indulgente conmigo. Mi actuación no tuvo ni punto de comparación con la tuya, cuando indujiste al médico poeta. Confío en poder llegar a alcanzar, en algún momento, tu nivel de habilidad. -No es mi trabajo ser indulgente, pero sí ayudar a fijar aprendizajes. Tú ya sabes que es mucho más fácil comunicarse con un humano, cuando está en estado de recogimiento interior, durmiendo, meditando, o en trance, que cuando está inmerso en un estado emocional alterado. Ciertamente que ya sabía eso y que lo había practicado en numerosas ocasiones, solo que en aquellas circunstancias, no lo recordó. Fue Eriastonda, al que por aquel entonces conocía como Elías, quien tuvo que explicarle algo que ahora sí que recordaba que ya sabía, y que era el bloqueo que se produce en los cerebros humanos, cuando se ven afectados por emociones negativas. Los Maestros expertos como Elihá, eran capaces de sortearlo con facilidad, pero él aún estaba en formación. -Tu intento fue muy atrevido. Sabemos de tu osadía y estamos satisfechos con tus progresos como Inductor, por lo que fuiste elegido - 158 - para colaborar como ayudante, en una misión muy específica –había dicho el Presidente. Ese fue el momento en el que sintió que el Sabio se activaba. Hasta entonces, había permanecido en silencio. Parecía estar más pendiente de los miembros del Consejo, que de él mismo, aunque también, pero ahora lo sentía activo y muy pendiente de lo que estaba ocurriendo. Un gesto suyo, y los Maestros del Tiempo proyectaron parte de la escena en la que inició el tránsito, concretamente aquella en la que, a punto de terminar de perder su cuerpo físico, un desconocido se acercó a su coche, para tratar de averiguar lo que estaba pasando. Las proyecciones de los Maestros del Tiempo, no tenían nada que ver con las que, como humano, había disfrutado en pantallas de cine, o televisión. Ni siquiera con aquellas otras, más elaboradas, que los terrícolas eran capaces de conseguir, gracias a la tecnología que llamaban realidad virtual. A éstas, había que quitarles lo de virtual. Eran escenas reales, que las almas podían contemplar como meros observadores, sin intervenir en ellas, o implicarse activamente, como un agente más en su desarrollo, por lo que Niemsé, como observador, pudo volver a sentir su propio pánico de aquel entonces, que ahora comprendía, pero no compartía, así como la perplejidad y el desconcierto del desconocido que se acercó hasta el Arturo que era en aquellos momentos. Como entonces, volvió a sentir en este hombre su buena disposición hacia la humanidad en general, ya que la motivación que le llevó hasta allí, más fuerte que la curiosidad, fue un deseo inespecífico, pero a la vez concreto, de ayudar, aun cuando ni siquiera sabía ni en qué, ni cómo podría hacerlo. -En su momento se te ocultó la forma en que se produciría tu tránsito, porque ella, junto con el efecto que debía producir en este hombre, forman parte de un conjunto mayor de acciones, encaminadas a facilitar lo que esperamos que ocurra en la Tierra más adelante, y tu contribución y ayuda en esta misión, nos gustaría que fuera más allá de las que ya propiciaste como Arturo. Tu misión, en relación con la vida que acabas de disfrutar, aún no ha terminado, si es que estás dispuesto a continuar con ella. El que así hablaba, era el presidente del Consejo, y mientras lo hacía, la luz del Sabio aumentó su intensidad y empezó a expandirse, hasta cubrirlos a todos ellos. No era como lo hacía La Presencia, pero se le parecía. La sabiduría que ahora percibió, no era la de muchos, sino la de uno solo, pero inmensa, en comparación con la de cualquiera de los allí presentes, y junto a ella, una sensación de protección, que le hacía saberse seguro ante cualquier incertidumbre que pudiera presentarse. -Ya sabes que la humanidad está inmersa en un periodo crítico, a punto de dar un nuevo salto evolutivo, o involucionar para empezar de nuevo, y son muchas las almas que, como tú, viajan hasta allí, para ayudar en este proceso. La forma tan extraordinaria en la que se produjo tu transición, era necesaria para impactar en Leandro, pero el trabajo - 159 - aún no está terminado y esperamos poder seguir contando contigo para ello. Al terminar el Presidente su breve discurso, los Maestros del Tiempo proyectaron una nueva escena, esta a mayor escala que las anteriores. En ella, la cerrazón, el odio, y el egoísmo, parecían haberse adueñado de la inmensa mayoría de los humanos, que por casi todas partes jaleaban y vitoreaban a unos dirigentes, que no eran más que marionetas de otros, preocupados únicamente éstos últimos, por incrementar los beneficios materiales de sus bancos y empresas, sin importarles otras consecuencias. Los líderes políticos y religiosos de una gran parte de las naciones, dejándose llevar por un egoísmo y cortedad de miras, que les hacía fácilmente manipulables por aquellos que podían comprarlos con prebendas, dinero, y bienes materiales, siguiendo sus recomendaciones, fomentaban el odio y la insolidaridad, pretendiendo hacer creer a todos, que había unas personas mejores que otras, y alentaban la guerra, con la excusa de eliminar a los que consideraban peores que ellos, cuando en realidad, lo que subyacía, eran simples y primitivos intereses económicos. Los humanos, en su mayoría sumidos en la ignorancia por unos sistemas educativos implantados por estos dirigentes corruptos, y por unas religiones ya caducadas, falsas, y manipuladas, ocupados unos en fomentar el materialismo, y otros la sumisión, mientras despreciaban ambos el humanismo y la auténtica espiritualidad, se dejaban llevar como borregos al matadero, reproduciendo en sus vidas cotidianas el mismo egoísmo, odio, y cerrazón que propugnaban y alentaban sus dirigentes, tanto explícitos como en la sombra. Los ejércitos engordaban, a la par que los arsenales militares, hasta que las guerras se fueron expandiendo y generalizando por casi todo el planeta. Hasta entonces, se habían mantenido localizadas y circunscritas a los eufemísticamente llamados “países en vías de desarrollo”, porque allí, las oligarquías podían practicar con mayor impunidad, desmanes que sociedades más desarrolladas no les permitirían cometer en su seno. Aquellos que antes las pedían a gritos por las calles, ahora las padecían en sus propias casas, y los que tenían la mala fortuna de sobrevivir a ellas, sufrían hambre y sed, enfermedades, mutilaciones, y múltiples privaciones y desgracias. Cuando las armas convencionales ya habían sido ampliamente utilizadas, entraron en escena las nucleares, y pudo ver como los hongos de sus horribles explosiones, se multiplicaban por todo el planeta, el cual, en su intento por recuperar el equilibrio perdido, a causa de los potentes cataclismos provocados por misiles y bombas atómicas, reajustaba mares y continentes, por lo que intensos terremotos y tsunamis, junto con nuevos y violentos volcanes, hicieron su aparición, acabando por devastar lo poco que aún quedaba en pie. - 160 - El cielo se cubrió, la luz del sol no podía atravesar la espesa capa de polvo, ceniza, y miasma que cubrió la Tierra, y las pocas cosechas que no fueron destruidas por la guerra, se agostaron. El ganado murió, los ríos que no se secaron, estaban contaminados, y los humanos acabaron comiéndose unos a otros. Finalmente, los Maestros del Tiempo presentaron el aspecto que el planeta ofrecía, visto desde el espacio, y éste no se parecía en nada al que tuvo, mientras Niemsé vivió en él. Ya no era azul, ni se veían nubes, ni mares, ni continentes. Tan solo una única, oscura, y espesa nube parduzca, que lo envolvía por completo y en la que, de vez en cuando, podían apreciarse los resplandores de las terribles tormentas eléctricas, que se desataban con frecuencia en tan pestilente atmósfera. Después de esto, la escena fue sustituida por otra, en la que los mismos líderes seguían alentando el odio y la guerra, pero ahora, la gran mayoría de la gente ya no les secundaba, ni se dejaba manipular por ellos, y aunque seguían saliendo a la calle en masa, en esta ocasión lo hacían para manifestarles su rechazo a tanto odio, insolidaridad, y egoísmo. Los humanos se habían ocupado en suplir por su cuenta, las deficiencias en la formación manipulada que sus dirigentes les ofrecían, y abandonado los templos donde predicaban sacerdotes hipócritas, desacralizados, o radicales. Habían desarrollado un humanismo y una espiritualidad más auténtica, que les hacía sentir al otro como un hermano, sin distinciones por su raza, lengua, cultura, o cualquier otra diferencia, a las que, por cierto, habían aprendido a respetar y valorar como enriquecedoras. En vez de dejarse llevar por el egoísmo, la cerrazón, el materialismo, y el belicismo de sus dirigentes, ahora se manifestaban abiertamente en su contra, y policías y militares se negaban a reprimir a sus conciudadanos en sus justas reivindicaciones, uniéndose a ellos en las protestas, hasta conseguir derrocarlos entre todos. Nuevos líderes surgían de esta humanidad de los nuevos tiempos, movidos ahora por el amor al prójimo, el respeto mutuo, y el deseo de servir al progreso de todas las personas en su conjunto, en lugar de tan solo a unos pocos. Las viejas y caducas estructuras políticas y económicas, se cambiaban por otras nuevas, basadas en la solidaridad y la ayuda mutua. El egoísmo y el materialismo, cedieron su prioridad al humanismo y a una espiritualidad más ajustada a la realidad, que consecuentemente condujo a una reestructuración de los sistemas educativos y sociales, y a un reparto solidario y equitativo de la riqueza. Los ejércitos se disolvieron, al perder su justificación. La economía dejó de perseguir el beneficio propio, para buscar el común. Las relaciones sociales, pasaron de regirse por lo que cada uno tenía, a hacerlo por lo que cada uno era. Las fronteras desaparecieron y los diferentes países se organizaron en una única federación mundial. - 161 - La humanidad, al procurarse a sí misma un progreso más integral y holístico, dejó de pensar en vertical respecto a los demás y a la propia naturaleza, pasando a hacerlo, no ya ni tan siquiera en horizontal, sino mejor en forma esférica, por lo que dejó de apreciar diferencias de superioridad e inferioridad, para apreciarlas en igualdad. Un futuro lleno de nuevas posibilidades, unas consideradas utópicas hasta entonces, y otras ni siquiera imaginadas, se abría ante ella. Cuando el punto de vista de la proyección amplió su foco y los Maestros del Tiempo mostraron el aspecto que la Tierra tenía en el espacio, ésta volvía a ser azul y luminosa. -¿Estás dispuesto a aceptar la responsabilidad de contribuir al trabajo que muchos Maestros están haciendo, y del que te hemos mostrado algunos detalles, para ayudar al progreso evolutivo de la humanidad? –le preguntó el Presidente, cuando la última escena se disipó. -Lo estoy. -Entonces, sea. 3.8. El escáner. Cuando regresaron al hospital y pasaron por el área de radiodiagnóstico, ya los estaban esperando. Una mujer joven, más o menos de la edad de su hijo, con el pelo largo, lacio, y de color castaño oscuro, a juego con unos ojos vivarachos de color miel, que no necesitaban maquillaje, como tampoco su cara, para contribuir a incrementar una serena belleza mediterránea que llamaba la atención, salió a recibirlos. -Hola Juan Carlos ¿Este señor es tu padre? – les preguntó con una sonrisa en la cara, que hacía que aparecieran dos graciosos hoyuelos en las mejillas, que contribuían a resaltar aún más su hermosura natural. -Sí, es mi padre: Leandro. Papá, te presento a Laura, una compañera de radiología. -Encantado –respondió Leandro, haciendo ademán de extender la mano para saludarla. Aunque se quedó a medio camino, porque ella se le adelantó, dándole dos besos. -Bueno Leandro, pues le vamos a hacer un escáner ¿no? –dijo ella, sin perder su sonrisa ni por un momento. -Si no queda más remedio… -¿Cómo que si no queda más remedio? ¡No me diga que le va a tener miedo a una máquina, que ni duele, ni nada! ¡Si sólo tiene que quedarse un ratito tumbado, descansando! -Ya sé lo que es eso, porque ya me lo han hecho otras veces. Es mi hijo, que se ha empeñado en hacerles perder a ustedes un tiempo, que seguro que no les sobra. -Usted por eso no se preocupe, Leandro. Nosotros estamos aquí para hacer nuestro trabajo y si su hijo dice que necesita un escáner, seguro que lo necesita. No es porque él esté delante, pero es uno de los - 162 - mejores médicos que tenemos por aquí, y además, no ha sido él quien se lo ha pedido, sino el neurólogo. -Anda Laura, no exageres –dijo Juan Carlos al oír el cumplido –y tú papá, deja ya de intentar escaquearte, que sabes que no te vas a librar. -Si ya se lo han hecho otras veces, entonces ya sabe de qué va esto. Sólo tiene que quedarse tumbadito y muy quietecito. El ruido no es muy agradable, pero es inevitable –le advirtió la radióloga. -No se preocupe. A mí el ruido no me molesta, ni me agobio, como dicen que le pasa a mucha gente. Es más, suelo quedarme dormido ahí dentro. En ese momento, alguien asomó desde una sala contigua, haciéndole una señal a Laura. Era la técnica en radiodiagnóstico que estaba de servicio esa tarde, avisándole de que ya había terminado con la paciente a la que estaba atendiendo. -Estupendo. Si me esperáis un momento, vuelvo enseguida, en cuanto compruebe que todo ha ido bien con la señora que tenemos en la máquina. Mientras tanto, Aurora que le vaya poniendo el contraste ¿Cuánto tiempo hace que comió por última vez? – dijo Laura, dirigiéndose a Juan Carlos -No hace mucho, pero no hay problema con eso. Ya le han inyectado el contraste otras veces y no presenta reacciones adversas. -Genial. Pues siendo así, vamos con ello. Voy a avisar a Aurora – dijo ella, saliendo después hacia la otra sala. Mientras la radióloga atendía sus labores, apareció Aurora, la enfermera, que llevó a Leandro, acompañado de su hijo, a la sala donde inyectaban los contrastes, cosa que hizo tras sentarlo en uno de los sillones que utilizaban a tal fin. Allí los dejó, a la espera de que Laura los recogiera. -Oye, sí que es guapa, si. Y simpática. Si además es inteligente y buena persona, como parece, yo que tú no la dejaba escapar –dijo Leandro, en cuanto les dejó solos. -¡Papá! No empecemos. Esto es un hospital, no un bar, ni una discoteca. -Pues por eso. Bares y discotecas no son los mejores sitios para encontrar a la mujer de tu vida. -Ni el lugar de trabajo tampoco. -Pues médicos y enfermeras no tenéis muy buena fama al respecto. -Ya lo sé papá. En todos sitios hay impresentables, pero no querrás que yo sea uno de ellos ¿no? -Hombre, no me refería a eso, pero tampoco creo que pase nada si quedas con ella para salir a dar una vuelta por ahí. -Mira papá, no te canses. Laura es una mujer capaz de volver loco a cualquier hombre, pero hay una cosa que se llama respeto y yo no voy a tirarle los tejos a una compañera, por mucho que me guste. Además, que después de lo que me pasó con Elena, no quiero ninguna relación estable. - 163 - -Oye, que no todas las mujeres son iguales. Yo estuve casado un montón de años con tu madre y todavía la echo de menos. -Ya papá, pero aquellos eran otros tiempos. -Pues a mí me parece que tu historia con Elena te dejó marcado y aún no has conseguido superarlo. -Pues claro que me dejó marcado. Yo me entregué a ella en cuerpo y alma, y mira cómo me lo pagó. -Me parece que todavía no has aprendido a amar. Una cosa es querer y otra es amar. El amor es gratis y no pide nada a cambio. Se da o no se da, pero no pone condiciones. -Oye, no me calientes la cabeza. -Me parece que le has cogido miedo a amar y un poco de inquina a las mujeres. Pues no sabes lo que te pierdes. -Por suerte, a mí las mujeres no me faltan. -Ya, pero son relaciones esporádicas, sin chicha ni limoná, para pasar un rato y si te he visto no me acuerdo. -Es que eso es precisamente lo que yo quiero. -Y una porra, que te conozco. Lo que te pasa es que tienes más miedo que una pelota en el patio de una escuela. En esta vida hay que tirarse al barro y vivirla lo más intensamente que se pueda, aunque duela, porque a veces duele, pero es precisamente ese dolor, el que te va a permitir gozar más intensamente, cuando le llegue el turno al gozo, y tú eres muy joven y es una pena que desperdicies los mejores años de tu vida, encerrado en tu caparazón. -Pues si es por dolor, yo ya he cubierto el cupo, así que ahora me toca gozar. -Sí, pero tú mismo te estás limitando ese gozo, cuando lo reduces al mero placer carnal. Por no hablar de la puerta que estás cerrando a tu propia felicidad, por miedo al sufrimiento. -Bueno, qué ¿estamos listos? Juan Carlos se alivió, sintiéndose salvado por la campana, de las prácticas como psicólogo amateur que su padre estaba haciendo con él. Era Laura, que volvía con toda su belleza encima. La irradiaba. No usaba maquillaje. Ni siquiera llevaba los labios pintados, cosa que no le hacía ninguna falta para llamar la atención, teniendo una cara como la suya. Ella lo sabía, aunque no se explicara por qué, ya que por más que se miraba en el espejo, no conseguía encontrar allí por ningún sitio, una belleza que para los demás parecía ser sorprendentemente evidente. Precisamente por eso evitaba los cosméticos, en un vano e inútil intento por conseguir pasar desapercibida. En aquella mujer todo era bonito: su cara, su voz, sus ojos, su trato, su olor, su manera de moverse… y todo ello libre de artificio, con una naturalidad que la hacía aún más atractiva. Leandro no pudo evitar pensar que sería una estupenda madre para sus nietos. -Bueno Leandro, se va a quitar esa cadena y todo lo que lleve metálico en el cuello y se va a venir conmigo. - 164 - Laura se refería a una cadena de oro que había podido entrever, gracias al cuello desabotonado de la camisa que vestía Leandro. -No lleva marcapasos, ni prótesis ¿verdad? –preguntó, dirigiéndose al hijo. -Está limpio. Anda dame también el reloj y el móvil, por si acaso. -No hace falta – dijo la médico. -Ya, bueno, pero que me los deje aquí de todas maneras –insistió Juan Carlos. -¿Y me tengo que quitar la ropa? –preguntó el padre. -No es necesario Leandro. Con que se quite los zapatos antes de tumbarse, es suficiente –le dijo Laura, sin perder la sonrisa ni por un momento. – Véngase conmigo. Lo llevó hasta la sala donde estaba la máquina, lo acomodó en ella, y le puso un pulsador en la mano. -Si se agobia, o hay cualquier problema, solo tiene que apretar este botón. Juan Carlos y yo estaremos pendientes, en la sala de al lado. Mientras tanto, quédese tranquilo, relajado, quietecito y sin moverse hasta que le avisemos ¿De acuerdo? -De acuerdo. Lo dejaron solo. -Tienes a tu padre muy bien educado. Es muy buen paciente –dijo Laura, una vez con Juan Carlos en la sala de control. -Es que ya tiene experiencia, gracias al adenocarcinoma que tuve que extirparle. -Pero ha quedado estupendo ¿no? -Sí, con las secuelas propias, pero bien. Él es muy disciplinado y respeta al pie de la letra los protocolos. Hoy precisamente le hemos hecho una analítica y no hay desajuste hormonal. -Eso es magnífico ¿Y por qué lo del TAC? -Pues porque ayer hablé con él por teléfono y me dejó muy preocupado. Se empeña en haber visto desaparecer una cabeza. No me hace ninguna gracia tener que radiarlo, pero menos me gusta que, con sus antecedentes, me cuente que ha tenido una alucinación. Bueno dos, en realidad. Una visual y otra olfativa. -¡Caray! -Quiero descartar una metástasis en el cerebro. -No es mala idea. Vamos a ello. Laura puso en marcha la máquina. -¿Te importa, si mientras tanto informo el escáner de la paciente que acaba de salir? -No mujer ¿Cómo me va a importar? Que yo sea el problema más pequeño que tengas en tu vida. -Muchas gracias –y diciendo esto se puso a revisar las imágenes que acababa de obtener de la paciente anterior, mientras la técnico les dejaba solos. - 165 - -Mira. Esta pobre mujer tiene una obstrucción importante en las carótidas, y además en las dos –dijo, llamando la atención de su colega – y si te fijas, hay una arterioesclerosis generalizada importante. Mira la basilar como está. Y no es muy mayor. Tiene sesenta y un años. Fíjate aquí. Hay lesiones en los dos núcleos lenticulares. Pobrecilla. Mientras Juan Carlos escuchaba a aquella mujer, no podía dejar de sentir admiración por ella. Como mujer era una preciosidad, como médica espectacular, y como persona demostraba una bondad y una sensibilidad enternecedoras. En el hospital todo el mundo la apreciaba y quería trabajar con ella, salvo alguna que otra Barbie envidiosa y algún capullo, como el jefe de su servicio, que no es que no la apreciara, sino que la apreciaba demasiado, pero mal. Hasta el punto de llegar al acoso más descarado y despreciable. A este inútil, porque además era un vago y un inútil, le había escuchado en más de una ocasión piropearla sin justificación, además de sin gracia, y hacerle comentarios y chistes con connotaciones eróticas, que estaban totalmente fuera de lugar. Cosa que solía hacer habitualmente con cualquier trabajadora que le gustase, fuera del servicio que fuese, siendo además sus gustos de gama amplia y a menudo, sorprendentes. Hasta que un día Laura le plantó cara en una sesión clínica, dejándolo en evidencia delante de los presentes, por más que ya fueran evidentes para todos, su incompetencia y su falta de educación y respeto para con las mujeres. Desde aquel día, la tenía enfilada y cada vez que tenía ocasión, le demostraba su menosprecio, pero su inteligencia andaba muy lejos de poder siquiera acercarse, aunque solo fuera un poquito, al nivel de la de ella, por lo que solía salir malparado en los envites, quedando siempre en evidencia, aunque para eso no necesitara mucha ayuda. El problema para Laura, era la posición de poder que él tenía, y que utilizaba autoritariamente y de forma despreciable para fastidiarla, cada vez que tenía ocasión, o al menos, para intentarlo. Ella hablaba y hablaba, pero hacía ya tiempo que Juan Carlos había dejado de escucharla. Miraba sus manos tecleando en el ordenador. Sus uñas, al extremo de unos preciosos y elegantes dedos finos y largos, eran cortas y estaban limpias de esmalte, llevando por todo adorno en las manos, una sortija de plata en el anular de la derecha, con una gran turquesa incrustada, y un estrecho reloj con armis de acero en la muñeca izquierda. Teniendo el pelo y los ojos oscuros, le favorecería más un coral, pensó. En sus orejas lucía unos pendientes, de los que no sabría decir si eran de plata o de oro blanco, pero que se ajustaban al lóbulo de su oreja, envolviéndolo desde delante hasta detrás, y con una pequeña piedra incrustada al frente que podría ser un brillante, aunque dudaba de que su sueldo le diese para caprichos caros. A no ser que se machacase con las guardias. - 166 - Su cara estaba limpia de cualquier tipo de maquillaje o cosmético, así como las pestañas, de las que podía apreciar su longitud y curvatura, al tenerla de perfil, y las comisuras de sus labios formaban un precioso pliegue, que hacía juego con el hoyuelo que aparecía junto a cada una de ellas, cuando sonreía, cosa que hacía casi continuamente. Su piel lucía el brillo y la tersura propios de su juventud, y un precioso y muy suave tono dorado, a modo de tenue bronceado, probablemente consecuencia de la mezcla racial, propia de las gentes del sur. Lo único que no rayaba la perfección en esa cara, eran las cejas, en las que parecía que se le había ido la mano con las pinzas de depilar y habían quedado algo cortas por los extremos, y dos de sus dientes, pero había que esforzarse mucho, para poder considerar aquello una imperfección. En la contemplación de su dentadura estaba, más concretamente en la de sus caninos inferiores, tan blancos como todas las demás piezas, pero que parecían no haber encontrado suficiente espacio entre sus vecinos para crecer, y se habían visto obligados a hacerlo sobresaliendo ligeramente más de lo normal, de la línea de curvatura de la arcada dental, pero tan levemente y de forma tan simétrica, que en absoluto desmerecían la belleza de aquel rostro, cuando de pronto se dio cuenta de que le estaba mirando. No tenía conciencia del momento en el que había dejado de hablar, ni de cuando había dejado de mirar y teclear en el ordenador, pero el caso era que ahora lo estaba mirando a él fijamente, muy seria, y en silencio. Fue la desaparición repentina de la visión de su dentadura, al perder ella la sonrisa, lo que le hizo reconectar con el resto del mundo. -¿Ya? –fue todo lo que acertó a decir, abrumado por la turbación. -Sí. Hemos terminado ¿Avisamos a tu padre? –dijo ella, recuperando prontamente la sonrisa perdida. -¿No lo oyes como ronca? Déjalo que duerma, mientras le echamos un vistazo a las imágenes, a ver que ha salido –contestó, reponiéndose rápidamente. –Bueno, si es que vas bien de tiempo, quiero decir. -Sí, vamos bien. Además, tengo que informarlas. Vamos a ver qué tenemos. Laura empezó a revisar los diferentes cortes. -Bueno, esto parece que está bien –estaba diciendo, cuando de pronto se inclinó hacia la pantalla y empezó a repasar los mismos cortes una y otra vez. Juan Carlos también acercó la cara a la pantalla, intrigado. -¿Eso qué es? –preguntó muy serio y con evidente preocupación, al ver una mancha hipodensa, de forma irregular y un tamaño aproximado de unos tres centímetros, según las mediciones que estaba haciendo Laura, donde no debería de haber nada. -Eso estoy mirando –contestó ella, también muy seria ahora, pegada a la pantalla y sin apartar la vista de ella, mientras repetía el visionado, siempre de los mismos cortes, pasándolos hacia delante y - 167 - hacia atrás, unas veces con rapidez y otras entreteniéndose por un tiempo en algunos de ellos, para observarlos aún más atentamente. Al cabo de un rato de mirar y remirar en silencio la pantalla del ordenador, se giró y lo miró a él a los ojos. La sonrisa ya se había vuelto a borrar de su cara hacía un rato, cuando empezó a repasar los cortes, y ahora presentaba un gesto extremadamente serio, muy diferente de aquel otro que le mostró cuando lo sorprendió embelesado, y que presagiaba malas noticias, aunque él ya había visto también aquella mancha en el lóbulo occipital, y sabía que no podía significar nada bueno. -Juan Carlos, esto no te va a gustar. No estoy muy segura y eso tendrá que decírtelo David. Además, el TAC no ofrece resolución suficiente y habrá que hacerle una resonancia con contraste para estar más seguros, además de una biopsia, pero tú estás viendo lo mismo que yo. Por la pinta que esto tiene y la edad de tu padre, quiera Dios que me equivoque y no sea un glioblastoma multiforme. Ahora sí que él la miró a los ojos, fija y descaradamente. Esta vez se había pasado. Laura era una excelente profesional, eso estaba fuera de toda duda, pero atreverse a un diagnóstico como ese, con la sola imagen del TAC, le pareció una tremenda imprudencia, impropia de ella. 3.9. Akasha. Al terminar la reunión, los Maestros le recomendaron que visitara los Archivos. Niemsé, como la gran mayoría de las almas, solía hacerlo al poco de regresar de experimentar en un mundo físico, cuando aún tenía frescas las experiencias allí vividas, y como complemento a la información y ayuda recibida del Consejo, al respecto de sus propios aprendizajes, pero esta vez, además, la visita debería servirle como complemento a la información que ya había recibido de ellos, en relación a su misión, y podría resultarle muy útil como facilitadora del éxito en la tarea que había aceptado llevar a cabo, según le habían dicho. En los Archivos, estaba registrado todo lo ocurrido en el Universo, así como todas las posibilidades por ocurrir. Cada espíritu, con la ayuda de los Maestros Archiveros, podía consultar en ese lugar sus propios Libros Vitales, en los que se conservaban al detalle sus vivencias a lo largo de toda su historia, por lo que eran muy frecuentados. Especialmente en dos ocasiones: al poco de volver de una vida en un mundo físico y cuando se preparaban para regresar de nuevo a él, o a otro diferente. Estos libros, en realidad no eran tales, o al menos no como los libros impresos que Niemsé recordaba haber usado en la Tierra, sino paquetes de energía condensada y cristalizada, que podían desplegarse a voluntad para mostrar el acontecimiento deseado, de la forma multidimensional que allí era usual. Una vez desplegado el acontecimiento, el consultor seguía pudiendo decidir, si mantenerse como observador, o implicarse directamente en la vivencia y desarrollo de los acontecimientos mostrados. - 168 - Los Maestros Archiveros, por su parte, se le antojaban almas solitarias y silenciosas. Le recordaban a los monjes monásticos que conoció en la Tierra. Estaban especializadas en la conservación y mantenimiento de los Archivos, y se encargaban de localizar, para cada espíritu, el libro que contenía los acontecimientos que éste quería repasar y estudiar. Una vez desveladas las razones por las que su tránsito había sido tan diferente de lo habitual, le recomendaron esta visita, para que pudiera ampliar la información al respecto de su misión y mejorar su preparación para la colaboración que esperaban de él. -Hola Niemsé. Te estábamos esperando. Quien se dirigía a él de ésta manera, era el Maestro Archivero que vino a recibirlo y que ya traía un Libro Vital en sus manos, si es que esto podía decirse así aquí. Cuando empezó a desplegar sus páginas, pudo ver algunos pasajes de la vida de aquel desconocido, que ya había dejado de serlo. Aquel que se acercó a su coche, cuando se estaba desprendiendo del cuerpo físico de Arturo. Leandro Ortega Ceballos era el padre del médico poeta al que indujo Elihá y su próximo objetivo como Inductor, según le informaron en el Consejo. Esa era la razón por la que el Maestro Archivero le permitía consultar ahora parte del Libro Vital de Tamenda, el espíritu encarnado en Leandro, ya que lo habitual era que las almas revisasen tan solo los suyos propios. Allí nadie tenía interés personal alguno, por inmiscuirse en los asuntos privados de los demás. -Ya tendrás tiempo de revisar el tuyo propio. Antes, es preferible que atiendas la tarea que has asumido –le dijo el Maestro Archivero, adelantándose al deseo de Niemsé por seguir repasando su vida como Arturo, a fin de consolidar aprendizajes, y empezó a desplegar algunas escenas del Libro Vital que había traído. Las primeras coincidían con los inicios de la actual vida de Tamenda, como humano. En concreto, con la forma en la que se unió al feto de Leandro. Lo hizo definitivamente un poco más allá de los siete meses de embarazo, aunque previamente lo había visitado a menudo, desde las primeras semanas de vida. Antes de los tres meses de desarrollo, era raro que un alma se uniera a un feto, por la sencilla razón de que, hasta entonces, el tejido cerebral humano no está lo suficientemente maduro para ello. Pero el objetivo de Tamenda en tan tempranas visitas, no era tanto iniciar la fusión con el feto, como tranquilizar a la madre, que había necesitado aprender a manejarse con la pérdida de un reciente embarazo anterior. Para contribuir a tal aprendizaje, Tamenda había aceptado, en su breve vida previa a la actual, unirse a un feto que moriría antes de nacer, ya que la madre sufrió un aborto con algo más de siete meses de gestación. Más o menos la misma edad que tenía este nuevo feto, cuando se le unió definitivamente. - 169 - Al poco tiempo de aquel aborto, la mujer volvió a quedar embarazada y Tamenda regresó para encarnar en este nuevo bebé, pudiendo Niemsé comprobar en su Libro Vital, cómo lo visitaba a menudo para cumplir un objetivo doble: cuidar de la madre y familiarizarse con el nuevo cuerpo que iba a ocupar. En las primeras visitas, Tamenda enviaba ondas de amor a la madre, para que ésta, amándose más a sí misma, tuviera más amor que dar a su bebé y a los demás, a la vez que procuraba tranquilizarla e infundirle seguridad y aceptación, ya que había pasado muy poco tiempo desde la pérdida del feto anterior y aún estaba afectada por ello. Cuando la mente se enfoca en algo, sea esto lo que sea, ya un deseo, ya un temor, ese algo tiende a hacerse realidad. Este nuevo embarazo, junto con la experiencia de aquel otro fracasado, contribuiría a eliminar en ella algunas rigideces, que le dificultaban la adaptación cuando afrontaba situaciones difíciles. También serviría para a abrir su mente, a través de la vivencia de estos hechos, a la comprensión y aceptación de que todo cuanto ocurre en la vida está encaminado hacia el éxito, por extraño o increíble que pueda parecerles inicialmente a los humanos en ciertas circunstancias, sobre todo si éstas son adversas. Tamenda pretendía que la madre aprendiera a enfocarse en aquello que realmente deseaba, en lugar de lo que temía, tras experimentar cómo el comportamiento de las personas se dirige, consciente o inconscientemente, hacia la consecución de aquello que tienen enfocado, como el burro tras la zanahoria que cuelga delante de sus narices, sirviendo como zanahoria lo que quiera que sea que el individuo en cuestión desee, o tema y, por spuesto, para que tomara conciencia de ello. Al respecto del bebé, Niemsé pudo comprobar, con Tamenda y sus frecuentes visitas, hasta que se produjo la unión definitiva, algo más allá del séptimo mes, que el cerebro de este humano era un cerebro ágil y flexible. Establecía conexiones neuronales con facilidad y respondía con la misma facilidad a las tareas de activación que Tamenda desarrollaba con él, en cada una de esas visitas. También, el ego humano aceptó sin dificultad su presencia, aunque bien es cierto que Tamenda supo cómo conseguirlo con habilidad y dulzura. Su estrategia consistió en juguetear con el bebé, para que acabara aceptando su presencia y posterior integración, sin oponer resistencia. En otra de las “páginas” del Libro Vital que le mostró el Maestro Archivero, Leandro estaba tumbado en la mesa de operaciones de un quirófano, donde se le estaba practicando una resección total de la glándula tiroides, por presentar un adenoma papilar. Reconoció en el cirujano que dirigía la intervención a su hijo, el mismo médico poeta que ya visitó con Elihá. Pudo percibir el alivio de éste, al abrir el cuello de su padre y encontrarse con un tumor limpio, sin complicaciones quirúrgicas, así como su preocupación y cuidado exquisito, por evitar - 170 - lesionar los nervios laríngeos recurrente y superior. Ciertamente, no solo era buen poeta. También se comportaba como un hábil cirujano. En una tercera escena, padre e hijo charlaban en la intimidad. Lo hacían de manera desenfadada y sobre asuntos triviales, pero Niemsé pudo percibir en el hijo, la profunda tristeza que trataba de ocultar a su padre, y que estaba motivada por la grave enfermedad que aquel había descubierto que éste padecía. Se trataba de un tumor cerebral, que acabaría con la vida de Leandro en el breve plazo de poco más de un año, aproximadamente. El Maestro Archivero hizo un gesto y la escena se aceleró, de manera parecida a como ocurría con las filmaciones a cámara rápida que había visto en la Tierra, hasta acabar con la muerte de Leandro. A un nuevo gesto del Maestro Archivero, la escena se reinició. Padre e hijo volvían a la misma situación en la que ya les había encontrado antes, solo que en esta ocasión, el hijo no disimulaba su tristeza y hablaba a su padre con franqueza. Le informaba de la grave enfermedad que padecía y del mal pronóstico que ésta tenía, por lo que Niemsé comprendió que el Archivero le estaba mostrando diferentes posibilidades de futuro, aún por fijar en las “páginas” del libro. Al igual que antes, la escena se aceleró, lo que le permitió comprobar las diferentes consecuencias que acarreó la decisión tomada por el hijo, de ser honesto con el padre, en comparación con las que produjo la de guardar silencio al respecto de su estado de salud. Tras un breve periodo de confusión, Leandro pasó por las fases de negación, ira, y negociación, pero se saltó la de depresión, pasando directamente a la aceptación. Se volvió más reflexivo y al principio pasaba mucho tiempo meditando sobre su situación, lo que le ayudó a depurar aún más su escala de valores. No es que fuera especialmente predominante en su carácter, pero sí que, hasta entonces, se había dejado guiar por un cierto materialismo, que le había llevado a sobrevalorar la importancia de los bienes tangibles y el estatus social. Quizás influenciado por tantos años de trabajo, al servicio de una institución bancaria. Comprendió lo efímero y transitorio de todo ello y la futilidad de invertir esfuerzos en conseguir más de lo necesario para poder vivir con dignidad, así como también aprendió a valorar más justamente el maravilloso regalo que era la vida en sí misma. Una vida que disfrutó en paz y mucho más intensamente que antes, sin la necesidad de hacer grandes alardes, hasta que le llegó su hora. Una vez muerto Leandro, el Maestro Archivero le presentó una tercera variante de la misma escena. Otra vez, el hijo se sinceraba con el padre, informándole de la gravedad de su enfermedad, y de nuevo el padre pasaba por las fases de negación e ira, saltándose ahora las de negociación y depresión, pero en ésta tercera posibilidad, Elihá y él tenían una participación activa. - 171 - 3.10. El diagnóstico. Juan Carlos había dormido mal aquella noche. No podía quitarse de la cabeza las imágenes que había visto la tarde anterior, como resultado del escáner practicado en la de su padre. Evitó tener que dar explicaciones al respecto, con la excusa de que sería David quien les informaría, a la mañana siguiente, la de hoy, una vez que tuviera disponible el informe de Laura. Había pasado rápidamente por las fases de negación, ira, depresión, y negociación, pero todavía se resistía a la aceptación, al menos a la aceptación del atrevido diagnóstico que hizo la adjunta de radiología. Lo que sí que no había tenido más remedio que aceptar, porque lo había visto con sus propios ojos, era la confirmación de los temores que le evocaron las alucinaciones de su padre: que éste tenía un tumor cerebral, concretamente en el lóbulo occipital. El asunto ahora, era tratar de dilucidar de qué tipo de tumor se trataba, porque si por una mala pasada, de esas que a veces juega la biología, Laura estuviese en lo cierto, a su padre le quedaría muy poco tiempo de vida. Un GBM no perdona. Este tipo de tumores tiene muy mal pronóstico, con una bajísima tasa de supervivencia a la edad de su padre, y una media de esperanza de vida, en la mayoría de los casos, de apenas poco más de un año. De todos los tipos de tumores cerebrales posibles, su colega radióloga había ido a escoger el peor y no contenta con ello, se había atrevido a hacer el diagnóstico, tan solo con las imágenes del TAC. Más, cuando estaba informada de que ya había padecido un carcinoma papilar, del que es más que sabido, que puede producir diferentes tipos de metástasis. Además, su tamaño no era aún muy grande. Sería muy buena profesional, pero esta vez se había ido de ligera con un diagnóstico tan serio. No obstante, con su comentario, le había metido las cabras en el corral y ahora no podía quitarse de la cabeza esa posibilidad. A Juan Carlos le faltó tiempo para llamar a David, aquella tarde del día anterior, en cuanto pudo separarse de su padre, a la vuelta del hospital, con la excusa de tener que bajar a la tienda del chino del barrio, para comprar una tónica con la que poder hacerse un Gin Tonic. No le apetecía en lo más mínimo la bebida, pero necesitaba una excusa para quedarse solo y poder hablar tranquilamente con su colega, sin levantar sospechas en su progenitor. Por suerte, hoy tampoco tenía quirófano y David estaba otra vez de mañana, por lo que, tras contarle lo acontecido en la sala de radiodiagnóstico, habían quedado en verse a primera hora. También llamó a uno de sus residentes, aquel en el que más confiaba, para preguntarle si podría cubrirle, mientras él se ocupaba de atender las cuestiones relativas a la salud de su padre. Tras explicarle las razones que le movían a pedirle tal cosa, el residente se ofreció abiertamente para ayudar en cuanto pudiese, lo que le agradeció con efusividad. - 172 - Esa mañana había convencido a su reticente progenitor, para que le esperara en la cafetería del personal, tras desayunar juntos en el hospital, con la excusa de que él vendría a buscarlo cuando hubiese localizado a David. Le había recomendado que se llevara su tableta electrónica, para que le ayudara a eludir el aburrimiento, por si sus obligaciones laborales le conminaban a tener que dejarlo solo por un tiempo, pero lo que realmente pretendía, era poder estar tranquilo, mientras Leandro se mantenía ocupado y distraído, aunque cerca de él y disponible para cuando fuese necesario, a la vez que lejos de las conversaciones que tendría que mantener con su compañero neurólogo, acerca de la nueva situación que se les había presentado, y al que subió a buscar a su servicio. Tanta prisa se había dado, preocupado como estaba por lo que había visto el día anterior, en las imágenes del escáner, que había llegado al hospital demasiado temprano. Lo había hecho para tener tiempo de desayunar con su padre y poder dejarlo esperando en la cafetería, mientras él hablaba con David, antes de que éste empezase con sus tareas del día, pero tanto se había apresurado, que cuando subió a buscar a su amigo y colega, aún no había salido el turno de noche, cosa que ya se imaginaba que ocurriría por la hora que era, de modo que decidió aprovechar el tiempo de espera, para visitar la sala donde se practicaban las resonancias, a fin de informarse sobre quien atendería el servicio en el turno de esa mañana y procurar arreglarlo todo, para que pudieran hacerle una a su padre. Laura no estaba. Durante el turno de mañana, hoy se ocuparía Antonio, otro adjunto, de las imágenes de cabeza y cuello, y tuvo la fortuna de encontrárselo ya trabajando. A este hombre también lo conocía bien. No tenía la perspicacia y agudeza de Laura, pero la compensaba con más experiencia y una dedicación a su trabajo, que iba bastante más allá de lo que representaban sus estrictas obligaciones laborales, como demostraba muy a menudo, presentándose en el servicio antes de la hora, para dejarlo todo preparado y poder empezar con las citas programadas lo más pronto posible. El jefe de su servicio era un vago incompetente, pero tenía la gran suerte de contar con un magnífico equipo de profesionales, que le salvaban la cara. Una vez puesto en antecedentes el que hoy estaba al cargo y obtenida de él su buena, abierta, y honesta disposición, así como su compromiso para colaborar con cuanto estuviese en su mano, volvió a buscar a David. Lo encontró en su consulta, esperándole. -Hola Juan Carlos –le dijo en cuanto lo vio, y lo invitó a sentarse. Él ya estaba sentado delante del ordenador, mirando la pantalla. -Precisamente ahora, estaba leyendo el informe de Laura y echándole un vistazo a las imágenes. La verdad es que fue un poco atrevida contigo, al aventurarse con el diagnóstico que te sugirió, pero no tiene un pelo de tonta. En el informe no se pilla los dedos y recomienda - 173 - una resonancia con contraste, además de no nombrar para nada la posibilidad de un glioblastoma. -Sí, lo de la resonancia también me lo dijo ayer. Precisamente ahora vengo de allí y lo he dejado todo arreglado, pero antes quería hablar contigo. -Bueno, podría ser un glioblastoma. Ya sabes que no dan alarma en la analítica, pero también podría ser un tumor benigno. La única manera de saberlo con seguridad, al cien por cien, es por medio de una biopsia, y éste no es muy grande. No me explico cómo Laura se atrevió a decirte lo que te dijo. -Yo tampoco. No me lo esperaba de ella. -Bueno, eso ahora ya no tiene mucha importancia ¿Te hago entonces, la petición para la resonancia? -Sí. Me están esperando en rayos. -¿Y se la van a hacer ahora? -Eso me han dicho. -Estupendo. En cuanto se la hagan, vente para acá y vemos lo que sale. -Muchas gracias, David. -De nada hombre. Y no te preocupes, que ya verás cómo va a salir todo bien. -Eso espero. Ahora nos vemos. Juan Carlos recogió a su padre, que lo acompañó refunfuñando hasta la sala donde estaba la máquina con la que se practicaban las resonancias magnéticas. Tuvo que volver a explicarles que Leandro ya era un experto en someterse a la prueba y que no presentaba reacción al contraste, para evitar la espera correspondiente al ayuno, pero no pudo evitar la necesaria para que la inyección de gadolinio hiciera su efecto. Con Antonio, el adjunto que hoy estaba de servicio, no tenía tanta confianza como con Laura, por lo que no quiso comprometerlo, ni a él ni a sí mismo, obligándose a deberle un favor, y no pidió ver las imágenes. Cuando terminaron, tras asegurarse de que las informarían en el momento, devolvió a su padre otra vez a la cafetería, con la excusa cierta de darse una vuelta por su servicio. Antes de seguir con el asunto de su padre, quería asegurarse de que todo iba bien por allí y de que no había problemas, como así resultó, afortunadamente. Hechas sus comprobaciones, volvió con David. -¿Qué ha salido? –le preguntó el neurólogo, en cuanto lo vio. -No lo sé. Dímelo tú. Tú eres el especialista. -Vamos a ver si ya están disponibles –y se dispuso a comprobar los resultados. Tardó un buen rato. David miraba y remiraba las imágenes de la resonancia en la pantalla del ordenador, una y otra vez, como había hecho Laura el día anterior. - 174 - -Juan Carlos, esto no tiene buena pinta –le dijo, después de un buen tiempo de visionado, aún más largo que el que había necesitado ayer la radióloga para emitir su juicio. -Si. Ya lo vimos ayer –le contestó, con la misma cara de circunstancias que había puesto su amigo antes que él. -Esta muchacha es increíble. Que Dios le conserve la vista por muchos años. Y nosotros metiéndonos con ella. No sé como lo hace, pero fíjate en esto –y David empezó a mostrarle imágenes específicas. -Mira estas ramificaciones… Date cuenta en T2…Mira… ¿Ves esas señales de proliferación vascular anómala?... Con lo chico que es y ya hay necrosis… Y fíjate en la forma por aquí… No me gusta tenerte que decir esto, pero mucho me temo que es muy posible que Laura tuviera razón. -David ¿Tú estás seguro? -Juan Carlos, la única manera de estar seguros es con una biopsia y tú lo sabes. Además, tu padre tiene la edad propia para estas cosas, aunque bien es cierto que no tiene una clínica importante, pero tú has visto lo mismo que yo. Tendrás que hablar con neurocirugía. Juan Carlos apoyó los codos sobre la mesa y hundió la cabeza entre sus manos. Mientras su amigo respetaba su silencio, él trataba de digerir aquello. En la práctica, representaba una sentencia de muerte, casi inminente, para su padre. No necesitaba una segunda opinión. Primero, porque era sabedor de la más que probada y comprobada competencia profesional de David. Segundo, porque las pruebas parecían irrefutables, y tercero, porque con ésta ya tenía una segunda opinión. Como bien decía su amigo, la única manera de estar seguros era por medio de la biopsia, pero desde luego, aquel no era un tumor benigno, ni tenía la pinta de una metástasis normal y corriente. Él no era un experto en tumores cerebrales, ni en radiodiagnóstico, pero como cirujano ya había visto imágenes de muchos tipos diferentes de neoplasias y las que tenía ante sí, era cierto que tenían muy mala pinta. -¿Qué quieres que hagamos? –le preguntó su compañero, cuando levantó la cabeza. -No lo sé David, no lo sé –contestó abatido. -Tendrás que hablar con algún neurocirujano, para que le hagan una biopsia. -¿Tú crees que merece la pena? -Juan Carlos, esa es una decisión que tenéis que tomar entre tú, tu padre, y el neurocirujano. Ya sabes que implica una trepanación, aunque sea por agujero de trefina. -¿Qué probabilidades tenemos? -¿Probabilidades de qué? -De que sea un glioblastoma. -Pues por desgracia, yo diría que en torno a un ochenta y cinco por ciento. -¡Ochenta y cinco por ciento! - 175 - -Más o menos. -¿Tú qué harías? -¿De verdad quieres saber mi opinión? -Por eso te lo pregunto. -Visto lo visto, si fuera mi padre, creo que no le haría pasar el mal trago de tenerse que meter en quirófano, para que le agujereen el cráneo por la biopsia, pero eso ya no soy yo el más indicado para decírtelo. Lo que sí tengo claro es que, si fuera mi padre, procuraría evitar hacerle sufrir inútilmente. No obstante, nunca se sabe y esa decisión la tenéis que tomar vosotros. Por suerte, en el caso de tu padre, aún no han aparecido crisis epilépticas, ni otros síntomas importantes, aparte de alguna que otra alucinación. Y el tumor no es muy grande todavía, por lo que la radiocirugía puede ser una opción a considerar, además de la quimio, pero ahora, mucho más válida que mi opinión, te resultará la de los neurocirujanos. -¡Y yo que le regañaba por fumar porros, creyendo que eso podía hacerle ver cosas raras! -Pues mira tú por dónde, sin saberlo puede que se estuviera auto medicando correctamente. Hay algunos estudios por ahí, que apuntan a que el cannabis puede atacar a las células madre neoplásicas, aunque ya sabes que hay mucha polémica al respecto. 3.11. Con los amigos. La visita a los Archivos, le había aportado una información muy útil para el trabajo que tenía pendiente. Había conocido el funcionamiento específico de los circuitos neuronales, del sistema nervioso de aquel humano, al que le habían encargado inducir. También había podido comprobar la forma en la que se vería afectado su cerebro, por la evolución del tumor que albergaba, lo que le sería de gran ayuda en la tarea que tenía asignada. Ciertamente, aquel era un cerebro ágil, pero su funcionamiento se vería gravemente afectado en poco tiempo, por la enfermedad que padecía. Si bien para Niemsé el tiempo no suponía ningún problema, no ocurría lo mismo con el humano, sometido como estaba a las leyes del espeso mundo físico de la Tierra. Tendría que ajustar su intervención al tiempo que aquella persona tenía disponible, antes de que el deterioro cerebral que se le avecinaba, le impidiera cumplir con el objetivo planificado. Pero antes de ir en busca de Elihá para continuar con la tarea, quiso volver a visitar a sus amigos. Encontró a Ahindane y a Jintámena, reunidos con Krionsdinae. -Hola Fuguillas. Te estás haciendo famoso. Era Ahindane quien así le saludaba, bromeando con él. Se lo decía, porque entre las almas vinculadas de alguna manera con la Tierra, estaba siendo muy comentada la anomalía que había protagonizado. Todos eran muy conscientes, del periodo crítico por el que la humanidad, hacía algún - 176 - tiempo que había comenzado a transitar, y estaban muy pendientes de cuanto ocurría al respecto. Habían sido muchos, los que habían viajado hasta la Tierra, para encarnarse en misiones de preparación para el cambio de era, y ahora eran también muchos los que estaban allí, desarrollando misiones de ayuda, para facilitar a los humanos una resolución favorable del mismo. Como también eran muchos, los que se apuntaban voluntarios para aprovechar tan extraordinaria ocasión, de poder participar en un cambio tan importante. Su trabajo solía desarrollarse de manera anónima y por medio de tareas sencillas y cotidianas, de forma que pudieran pasar lo más desapercibidos que fuera posible. En su caso, su trabajo también pasaría desapercibido para los humanos y su nombre no quedaría registrado en los anales históricos de éstos, pero aquí no ocurría lo mismo. No es que nadie considerase su trabajo más importante que el de otros, por la sencilla razón de que no lo era, pero la forma en la que se había producido su tránsito, sí que estaba siendo muy comentada, por lo extraordinario de la misma. Cosas poco habituales como ésta y otras muy diferentes, pero igualmente extraordinarias, ya habían sucedido otras veces, pero eran raras en los periodos de evolución e integración de las especies. En los periodos de trascendencia, era cuando solían producirse con más frecuencia, justo en aquellos momentos, en los que una especie inteligente se encontraba en un periodo crítico de cambio. Era cuando la especie estaba preparada para dar un nuevo salto en su evolución, cuando se hacían más necesarios y, por tanto, ocurrían más a menudo. -Es mucha la responsabilidad que he asumido. Espero no defraudaros –contestó. -Ninguno de vosotros fuisteis nunca cobardes. –intervino Krionsdinae –Ya desde jovencitos, os atrevíais con vidas muy difíciles, con tal de progresar más rápido. Yo no estaba con vosotros aún, pero recordad a Kiamku en el cuerpo de Elisabeth, por ejemplo, o la duplicidad con la que se atrevió Jintámena, no hace tanto. Krionsdinae se refería a una antigua vida, en la que Kiamku asumió un cuerpo con muchas limitaciones, aquejado por una rara y por aquel entonces desconocida enfermedad genética, que además de graves y dolorosos impedimentos físicos, llevaba aparejada una deficiencia mental, aunque no lo suficientemente importarle, como para impedirle ser consciente de lo que le estaba ocurriendo. Como alma inmortal que era, y por tanto sana, pero alojada en el cuerpo enfermo de una mujer, que vivió en la sociedad rural inglesa, en tránsito entre los siglos XIV y XV, tuvo que padecer numerosos y frecuentes malos tratos, violaciones, y vejaciones de todo tipo, hasta acabar muriendo de hambre. Lo de Jintámena, por su parte, fue una atrevida experiencia que él mismo quiso aprovechar, para calibrar su propia capacidad, dividiendo su energía, de forma que pudiese ocupar dos cuerpos y vivir dos vidas a la vez. - 177 - -Todo lo que tienes que hacer, es calmarte un poco y aprender de Plantao. Presta atención y verás como todo sale bien. Yo puedo animarte con unas burbujitas, si quieres –le dijo Ahindane, con un guiño. Estaba haciendo un juego de palabras con su propio apodo: Burbujitas. Casi siempre estaba alegre, inquieta, y con ganas de bromear. Allí donde iba, aportaba frescura y jovialidad, siendo capaz de encontrarle la vena cómica a la más dramática de las situaciones, por lo que eligieron ese apodo para ella. -Lo cierto es que me hace ilusión. Para mí es un privilegio merecer la confianza de los Maestros. Esta vez, había hasta un Sabio en el Consejo. -Te estás haciendo mayor –bromeó Jintámena. -Como bien dice Burbujitas, aprendo de ti. -Si, pero no pierdas tu agilidad en las respuestas. En eso yo aprendo de ti. -¡Qué bonito es el amor, cuando florece! ¿Qué os parece si buscamos a alguien y nos echamos una partidita de pelota sorpresa, para celebrarlo? Como era habitual en ella, Ahindane bromeaba con casi todo, y a pesar de su madurez, siempre estaba dispuesta para la juerga. El juego de la pelota sorpresa, era uno de los que solían practicar las almas jóvenes, más propensas a la diversión, que al estudio. Consistía en formar dos equipos, entre almas de diferentes grupos, en los que cada uno de los participantes fabricaba una pelota de energía, de un tamaño algo menor al de las que se utilizan para jugar al balonmano, y en la que incluía, como regalo para quien la recibiera, alguna de sus características individuales que considerase que tenía más y mejor desarrollada. Después, se colocaba un equipo frente al otro y empezaba el baile. Alguien daba el tono y las almas se ponían a cantar y a bailar siguiendo el ritmo, entremezclándose unas con otras cada vez más rápidamente, a medida que el ritmo se intensificaba, pero procurando evitar el contacto con los otros jugadores y siguiendo la melodía que ellas mismas generaban, la cual iba in crescendo conforme la armonía y sincronía entre todos se hacía cada vez mejor y mayor. Hasta que cualquiera de los participantes decidía lanzar su pelota. Entonces, al ritmo creciente y cada vez más complejo de la música y del baile que se acompasaba con ella, empezaban a lanzarse todas las demás pelotas, hasta alcanzar un clímax de armonioso éxtasis, cuando todas entraban en juego. Este clímax, iba luego decreciendo progresivamente, a medida que cada pelota alcanzaba a su destinatario, que podía ser tanto uno de los jugadores del equipo contrario, como del propio, el cual, y en función de sus características personales, acababa atrayendo hacia sí la pelota que mejor se le adecuaba. Hasta que todas habían alcanzado su objetivo. El juego acababa cuando el último participante recibía la suya, y cuantos más jugadores hubiese y de más grupos diferentes, más enriquecedora resultaba la partida para todos. - 178 - -Por mí encantado, pero preferiría hacerlo después. Estaré más tranquilo y podré disfrutarlo más. –contestó Niemsé –Tan solo quería volver con vosotros para disfrutaros un rato, antes de continuar con el trabajo que tengo pendiente. Os he echado mucho de menos y la revisión de mi Libro Vital, me ha reavivado esa añoranza. Niemsé decía esto, porque mientras estuvo consultando los Archivos, y después de revisar parte del Libro Vital de Tamenda, el Maestro Archivero le trajo el suyo propio, para que pudiera consultarlo a placer. Allí estuvo repasando algunos aspectos de su última vida en la Tierra, desde antes incluso de su nacimiento. Al haber revivido su infancia en la ignorancia, por aquel entonces, de la verdadera personalidad de los que fueron sus padres, le apeteció volver a verlos en su auténtica esencia, simplemente por puro placer y para regodearse con su belleza. También estuvo repasando algo que le había dejado cierta preocupación: qué pasaría con Marta y con Lucía, ocupadas por dos almas jóvenes de un mismo grupo vecino, a las que había conocido, precisamente, en un juego de pelota sorpresa. Con ellas había acordado ayudarse mutuamente en la vida que acababa de dejar. Este tipo de alianzas, surgía con frecuencia en este tipo de juegos. Le tranquilizó comprobar que Marta tenía muchas posibilidades de rehacer su vida sin demasiadas dificultades, una vez que Arturo le había ofrecido la experiencia de una convivencia basada en el amor y el respeto mutuo, por contraposición a aquella otra, basada en el egoísmo, que se dispensaron mutuamente ella y el que fue su marido, mientras estuvieron casados. Aunque bien es cierto que más él que ella, y que junto con la homosexualidad del varón, mal gestionada por ambos, acabó finalmente por hacer añicos su vida en común. Las posibilidades de Lucía estaban más abiertas, ya que tenía mucha más vida por delante que su madre. A su favor tenía un cerebro magníficamente dotado intelectualmente, aunque no ocurriera lo mismo con el flujo de los circuitos emocionales de su sistema nervioso, éstos algo más torpes que aquellos. No estaba muy satisfecho con su desenvolvimiento para con ella, porque había sido demasiado brusco, impelido por sus prisas en lograr los objetivos que se habían propuesto. Podría haberla ayudado mucho más y mejor, si se hubiese comportado más pacientemente y no hubiese intentado forzarla de la manera en la que lo hizo, a enfrentarse a la aceptación de su persona, como nueva pareja de su madre. Para lo que también sirvió su exploración, fue para ratificarle en su admiración por este espíritu que, aunque joven aún, apuntaba muy buenas maneras, por su ágil y rápida capacidad de asimilación y aprendizaje, con las que sintonizaba. -Entonces ¿te marchas? –le preguntó Jintámena. -Sí, pero no vayáis a creeros que os habéis librado de mí. Volveré y pronto. - 179 - -¡Anda ya, presuntuoso! Ven aquí que te lleves un poquito de nosotros, para que no nos eches tanto de menos –dijo Ahindane, con esa jovialidad suya tan característica, y los tres se unieron en un abrazo, antes de despedirse. 3.12. Amor paterno filial. Juan Carlos regresó a la cafetería para encontrarse con su padre, después de haber estado meditando sobre el asunto. Cuando dejó a David, se refugió en la sala de descanso, buscando la soledad y el aislamiento que necesitaba para aclarar sus ideas, sabiendo que, a esas horas, era uno de los pocos lugares en el hospital donde podría estar tranquilo, pasando desapercibido y sin ser molestado. Allí fue donde termino por aceptar, lo que no por ello dejaba de ser una dura realidad. Laura se lo había dicho el día anterior, haciendo uso de esa perspicacia suya tan sorprendente, aunque por aquel entonces, él se hubiese negarlo a aceptarlo, culpándola a ella de imprudente. Hoy, su amigo David se lo confirmaba. Además, él mismo había visto las imágenes con sus propios ojos. Si se tratara de un paciente suyo, jamás se hubiera atrevido a emitir un diagnóstico, hasta no tener en sus manos los resultados de la biopsia, pero éste no era un paciente normal. -Sí que has tardado ¿Has tenido algún problema? –le dijo su padre, cuando llegó hasta él. -Bueno, he estado arreglando las cosas para poder salir un poco antes. Anda, vámonos. -¿Que nos vayamos? ¿Pero y David? ¿Y tu trabajo…? -Hasta que no le llegue el informe de radiodiagnóstico, David poco va a poder decirnos, así que vámonos. Y respecto a mi trabajo, ya he hablado con mi jefe de servicio y con mis residentes, así que podemos irnos. Juan Carlos mintió tan solo en lo relativo al informe de radiodiagnóstico, ya que cuando salió de la sala de descanso, fue en busca de su jefe para exponerle la situación y solicitarle un permiso que el otro, empático, le concedió sin poner pega alguna, además de ofrecerse para ayudarle en cuanto pudiese necesitar de él. Mientras estuvo tratando de decidir qué hacer, había calibrado varias opciones. Desde someter a su padre al protocolo establecido para los casos como el suyo, hasta ocultarle el diagnóstico, a fin de mantenerlo en una dulce ignorancia, que le permitiera llevar una vida lo más normalizada que fuera posible, hasta que los síntomas se agravaran. Una vez tomada su decisión, después de hablar con su jefe, y antes de ir a recoger a Leandro, se pasó por el servicio, para asegurarse de que todo seguía bien e informar a los residentes de su ausencia durante lo que quedaba de mañana y de las razones que la motivaban. De camino a la casa, mientras iban en el coche, ambos guardaron un silencio que no incomodó a ninguno de los dos. El padre disfrutaba de la contemplación de la ciudad y de sus gentes, mientras seguía - 180 - dándole vueltas a su experiencia del lunes. Aprovechando la tableta electrónica de su hijo y la conexión a internet del hospital, había amenizado la espera en la cafetería, buscando en las ediciones digitales de los periódicos de su ciudad alguna noticia al respecto, pero no consiguió encontrar nada. Por su parte, el hijo conducía mecánicamente, absorto en sus pensamientos acerca de cómo abordar la situación ante su progenitor. Se ratificó en la decisión que había tomado en la sala de descanso, por lo que, al llegar a la casa, preguntó a Leandro: -¿Te apetece una cerveza? -Vale. -Siéntate, que voy por ellas. Lo invitó a sentarse en el salón, mientras él preparaba las cervezas, porque lo necesitaba sentado y tranquilo para lo que iba a decirle. -Papá, esta mañana no te he dicho toda la verdad –le dijo, tras servir las bebidas y sentarse a su lado. Leandro lo miró fijamente, pero no dijo nada. Por la postura de abatimiento que había adoptado su hijo al sentarse, el tono de la voz, y la forma en que había bajado la cabeza y la mirada al hablar, se imaginó que no le esperaban buenas noticias. -En realidad ya había hablado con David, antes de ir a recogerte. -¿Y por qué no fuimos luego a verlo? -Porque quería ser yo, quien te diera los resultados de las pruebas. -¿Así que el dichoso informe de la resonancia, ya estaba listo? -Si. -¿Y…? -Tienes un tumor cerebral. -¡¿Otro?! Esperaba malas noticias, pero no de tanto calibre. -Si -¡Pero si en la analítica había salido todo bien! -Sí papá, pero es que este tipo de tumores, no suele dar positivo en los análisis. Ya lo vimos ayer, con Laura, pero no te quise decir nada, hasta no estar seguro. A Leandro se le vino el mundo encima. Eso suponía que, otra vez, tendría que pasar por quirófano y por la incomodidad de los posoperatorios. Pero lo que más temía, era la radioterapia, que ya le había dejado unas muy molestas secuelas, la otra ocasión en la que tuvo que someterse a este tipo de tratamientos. Además, esta vez el tumor estaba en el cerebro, nada menos. -Bueno ¿y qué vamos a hacer? –preguntó, cuando pudo recuperarse. -Eso es lo que tenemos que decidir ahora. -¿Y tiene que ser ahora mismo? -No papá, por supuesto que no, pero hay que pensarlo y tenemos que tomar alguna decisión. - 181 - -Pero bueno, Juan Carlos ¿Tú estás seguro? Porque a mí no me duele nada, ni tengo ningún síntoma. -Papá, has tenido una alucinación y por lo que cuentas, bastante intensa. -¡Eso no fue una alucinación! -Papá, sé razonable. La duda asaltó a Leandro ¿Sería posible que lo que vio, fuera en realidad, una alucinación? Lo cierto es que las cabezas de la gente no van por ahí, desvaneciéndose como si fueran de humo. Además, no tenía experiencia previa con las alucinaciones y no sabía cómo podría ser eso en realidad. -Bueno vale, pero de todas maneras, ha sido una sola y no se ha vuelto a repetir. -Sí, pero las imágenes de la resonancia son claras y no dejan lugar a dudas. Leandro volvió a guardar silencio, tratando de digerir aquello. -¿Y es grave? –se le ocurrió preguntar, al cabo de un rato. -Si. -¿Cómo de grave? -Mucho. -¿Tanto? -Si – dijo Juan Carlos, ahora entre lágrimas y sollozos, al no poder seguir conteniendo el envite emocional que le sobrevino, ahora de forma torrencial, haciéndole perder la compostura que había conseguido mantener hasta entonces. Leandro estaba desconcertado. Ante sí tenía a su hijo llorando a moco tendido y distendido, lo que le confirmaba la aparente gravedad del tumor que le había dicho que padecía. Pero él no se sentía enfermo en absoluto. -Vamos a ver Juan Carlos, tú ya me quitaste un tumor hace años y aquí estoy, fresco como una lechuga. Hacemos lo mismo con éste y santas pascuas valencianas ¿no? -No es tan sencillo, papá. Este es un gliobalstoma. -Bueno ¿Y qué? ¿Qué les pasa a los galloblastomas esos? -Primero que lo tienes en el lóbulo occipital y la cirugía cerebral de cualquier tipo es siempre muy arriesgada, por sus imprevisibles secuelas, pero es que, además, este tipo de tumores presenta una alta tasa de recurrencia, por no hablar de su resistencia a los tratamientos. -¿Quieres decir que no tiene cura? -Es complejo de explicar, pero a tu edad, la tasa de supervivencia es muy baja. -¿Quieres decir que me voy a morir? Al escuchar esto, Juan Carlos rompió a llorar de nuevo, pero ésta vez ya no cogió a Leandro por sorpresa. - 182 - -¡Eh, eh, para!. No sé por qué te pones así. A ver si te crees tú que, para morirte, va a tener que venir alguien a matarte, que aquí no nos quedamos ninguno. Además, a mí no me duele nada. -¡Papá, no digas tonterías! Leandro lo había conseguido: su hijo había dejado de llorar. -¿Tonterías? Parece mentira que seas médico. -Bueno, todavía tengo que hablar con los neurocirujanos, pero he pensado que debías saberlo. -¡Hombre! Se agradece la deferencia. -No te lo tomes a cachondeo, que la cosa es muy seria. -No me lo tomo a cachondeo, Juan Carlos, pero llorando no me parece que se arregle mucho. Además, como tú bien dices, todavía tienes que hablar con los neurocirujanos, y tú trabajas en un magnífico hospital, con los mejores medios disponibles. -Sí papá, pero es que te quiero mucho –y diciendo esto, se levantó para ir a abrazar a su padre, de nuevo entre lágrimas. -Y yo a ti, hijo –le decía Leandro, mientras le besaba y le acariciaba la cabeza. No pudo evitar que a él también se le escaparan algunas lágrimas. -Venga, venga, que me parece que estás exagerando. Si a mí no me pasa nada… ¿No me estás viendo? ¿No os habréis confundido? Esas cosas a veces pasan. -No papá. Las imágenes estaban bastante claras -le contestó, mientras volvía a sentarse para beber un poco de cerveza, con la esperanza de que el trago le ayudase a terminar de superar la abreacción que le había sobrevenido. -Bueno, pero pueden ser las de otro. -Papá… Leandro guardó silencio. Estaba empezando a tomarse en serio lo que le decía su hijo. -¡Joder, otra vez! No solía decir tacos, pero esta vez sí lo hizo, enfadado, no tanto por la posibilidad de morir, en la que no pensaba, como por los recuerdos que le asaltaron de todo lo que tuvo que pasar con su cáncer de tiroides. -¿Esto qué es? ¿Una metástasis? -No papá. Es una neoplasia de las células gliales. No tiene nada que ver con tu cáncer de tiroides. -¡Joder, joder, joder! Al cogerle la mano Juan Carlos, se dio cuenta de que se estaba abandonando y eso estaba afectando a su hijo, que ya parecía estar pasándolo bastante mal, sin necesidad de que él le diera más motivos para ello. -Bueno, pero algo se podrá hacer ¿No? –dijo reaccionando. -Ya te he dicho que todavía tengo que hablar con los neurocirujanos. Mañana aprovecharé para hablar con quien esté por allí. Aunque tengo quirófano, ya me las apañaré para encontrar un hueco. - 183 - -¡Joder Juan Carlos, tú también! ¡Te podías haber esperado! –le dijo, enfadado. Leandro se dio cuenta de que estaba siendo demasiado cruel, cuando apreció el gesto de abatimiento que sus palabras habían provocado en su hijo. -Lo siento hijo, lo siento. Perdóname –le dijo, siendo él ahora quien cogía afectuosamente la mano a Juan Carlos, para consolarlo. -No pasa nada, papá. Si tienes razón –decía el otro, mientras las lágrimas volvían a brotar de sus ojos. Se invirtieron las tornas y ahora era Leandro quien se levantaba para abrazar a su hijo. -Juan Carlos, la vida me ha bendecido con dos hijos maravillosos y estoy muy orgulloso de ti. Tu madre se marchó demasiado pronto, pero os dejó a vosotros en prenda y solo me habéis dado satisfacciones. No solo eres un buen hijo y una gran persona. También eres un gran médico y yo confío totalmente en ti. Ambos permanecieron un buen rato fuertemente abrazados, llorando en silencio, hasta que Leandro se separó, secándose las lágrimas, para beber un trago de cerveza con la misma esperanza con la que antes lo había hecho su hijo. -Ya verás como todo sale bien. -Sí papá, seguro, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados –siendo él ahora, quien impelía a la acción. -Bueno, tú eres el médico. Yo hago lo que tú me digas. -No es tan sencillo. Juan Carlos explicó con franqueza a su padre, lo mejor que pudo y supo, que fue mucho y bien, los detalles del tipo de tumor que padecía, las consecuencias que podía acarrear, y las alternativas de tratamiento. Sin dramatizar, pero sin ocultarle nada y respondiendo abiertamente a sus preguntas. Entre las diferentes opciones, tampoco omitió la posibilidad de dejar que la naturaleza siguiese su curso. 3.13. Inducción. Niemsé fue en busca de Elihá, aunque lo de ir no sea más que una forma de decir las cosas, ya que allí, espacio y tiempo tenían un significado totalmente diferente, resultando en un continuo aquí y ahora, que podía trocearse a voluntad. -Estoy dispuesto para mis prácticas de musa –le dijo cuando se encontraron. -Pues vamos allá. Empecemos por el hijo. Niemse y Elihá fueron en busca de Juan Carlos, el cual estaba en la sala de descanso del hospital donde trabajaba, en la que se había refugiado para poder meditar en soledad y sin interrupciones, acerca de la situación sanitaria en la que había descubierto que se encontraba su padre, y tomar decisiones al respecto. - 184 - Estaba abrumado por la confirmación del diagnóstico que su compañera Laura había emitido al respecto la tarde anterior, y que hoy acababa de confirmarle David, su amigo el neurólogo. Todavía se preguntaba cómo era posible aquello, pero él mismo había visto las imágenes resultantes, de las pruebas a las que había sometido a Leandro. Por más decepcionante que le pareciera, comprendía que una biopsia solo serviría para confirmar lo que ya sabía. Lo que tenía que decidir ahora, era qué hacer a partir de aquí. Con más de sesenta años, su padre ya estaba en la parte descendente de la curva de su esperanza vital, pero lo que había encontrado en la resonancia que le acababan de hacer, lo situaba al final de ella de golpe y porrazo. El glioblastoma es uno de los tumores cerebrales con peor pronóstico, por su capacidad de recidivar y su resistencia, tanto a la quimio, como a la radioterapia. Había oído hablar de algunos tratamientos experimentales, como el de la Universidad Johns Hopkins con PAC-1, y otros con adenovirus modificados genéticamente, que parecían prometedores, pero nada concluyente ni definitivo todavía. A cualquier neurocirujano, su juramento hipocrático le obligaría a seguir estrictamente los protocolos y hacer todo lo posible para intentar salvar la vida de su paciente, pero Juan Carlos sabía que los estudios epidemiológicos más optimistas, al respecto del GBM, informaban de una tasa de supervivencia de tan solo el 5%, a los cinco años desde el diagnóstico. No sabía qué hacer. Si se decidía por seguir los protocolos, la cirugía era la primera y probablemente más que inevitable opción, a la que seguirían la radio y la quimioterapia, lo que suponía hacerlo pasar por todo ello, para que finalmente y con una altísima probabilidad, tan solo sirviera para prolongarle la agonía. Por no hablar de las imprevisibles secuelas, de cualquier cirugía que implique resección de masa encefálica. Otra opción, era mantenerlo en la ignorancia y procurar que disfrutase de lo poco que le quedase de vida, lo más y mejor posible, hasta que los síntomas se agravasen. Conocía muchos casos de pacientes con carcinoma que, o bien ellos, o sus familiares, habían optado por esta última alternativa y habían tenido una vida con más calidad, y una muerte más dulce que otros, con los que se había intentado todo para salvarles una vida, que finalmente acabaron perdiendo igualmente, pero con más sufrimiento. La decisión no era fácil, porque ¿Y si, por una de esas casualidades del destino, su padre estuviese dentro de ese reducido grupo de privilegiados, que lograban sobrevivir a un glioblastoma, más de lo inicialmente previsible? -Adelante Niemsé. Este es un buen momento. Está concentrado, tratando de encontrar respuestas a sus dudas, por lo que lo tienes bastante receptivo. Le sorprendió que su maestro Elihá, en vez de ejemplificarle con su actuación cómo hacer una inducción exitosa, le animase a lanzarse - 185 - directamente a la práctica con el humano, pero poder contar con su supervisión, le aportaba confianza y seguridad en sí mismo, por lo que se decidió a intentarlo. Tratando de encontrar una manera de ayudar a Juan Carlos a tomar la decisión correcta, recordó algo que había visto en el Libro Vital de Tamenda y decidió evocarle al médico el recuerdo de aquella situación. Para ello, envió la escena, condensada en un paquete de energía sutil, con la forma de una pequeña bola, hacia la base del cráneo, directamente a través del foramen magno, por conducto de la médula espinal y hasta el centro de su cerebro, para que, empezando por sus estructuras más profundas y por tanto más antiguas, acabase expandiéndose por toda la masa encefálica, hasta conseguir activarle el recuerdo y hacérselo disponible. La experiencia que vivió con Elihá cuando lo conocieron, le resultaba ahora de gran utilidad, ya que entonces pudo apreciar con precisión el funcionamiento físico y psíquico de este humano, al haber estado integrado con él. A resultas del trabajo de Niemsé, Juan Carlos recordó una ocasión en la que, siendo un niño que aún no había cumplido los diez años de edad, jugando con sus amigos a tirarse piedras unos a otros, en el patio de aquel antiguo colegio en el que estaba matriculado, rompió el cristal de una ventana, a causa de un drástico fallo en su puntería. Un profesor que estaba por allí, los convocó muy enfadado y preguntó quien había sido el responsable. Sabía que, si confesaba, le esperaba un castigo por lo que había hecho y su primer impulso fue callar la culpa, pero también sabía que, con ello, ponía a sus amigos en riesgo de padecer un castigo colectivo, ya que, probablemente, ninguno de ellos querría convertirse en marginado por chivato, por lo que levantó la mano. Le sorprendió la reacción del profesor, el cual probablemente esperaba que el culpable aprovechara que no había sido sorprendido in fraganti, para refugiarse en el anonimato del grupo, como solía ser habitual en estos casos. Pareció quedar perplejo ante su confesión. Elogió su valentía y lo puso como ejemplo ante los demás, pero eso no evitó que llamaran a sus padres para contarles la fechoría que había cometido y reclamarles el pago de los desperfectos. De toda esta historia, lo que más impresionó a Juan Carlos, además de la reacción de su profesor, fueron las enseñanzas de su padre. La conversación que ambos mantuvieron, al respecto de los acontecimientos acaecidos en el colegio, fue la que Niemsé pudo conocer gracias al Libro Vital de Tamenda y la que utilizó para evocar el recuerdo. Leandro, cuando escuchó la versión de los hechos que le contó su hijo, evitó reprenderle por lo que consideró un accidente, propio de juegos infantiles. Por el contrario, se ocupó, él también, en alabar su reacción, insistiendo en lo inteligente y práctico de la misma, haciéndole tomar conciencia de que la honestidad en situaciones similares, probablemente no evitaría el castigo por la falta cometida, como así ocurrió, pero sí cometer una segunda, que sumada a la primera, también muy - 186 - probablemente conseguiría agravar la pena impuesta, cuando no añadir otra más. Desde entonces, había tenido múltiples oportunidades de comprobar cómo atenerse a la verdad, sea ésta la que quiera que fuese, acaba por hacerle la vida más fácil a la persona honesta, y se asombraba observando la absurda manera de complicársela de los mentirosos, empezando por la tarea que se veían obligados a asumir, primero para inventar las mentiras, y luego para recordar cual habían dicho a quien, y todo para que al final, antes o después, siempre acabara descubriéndose la verdad y evidenciándose la condición del mentiroso. Este recuerdo le ayudó a decidirse: hablaría a su padre con franqueza. -Enhorabuena. Lo has hecho bastante bien –dijo Elihá a Niemsé ¿Vamos ahora a por el padre? -Vamos allá –contestó, estimulado por su reciente éxito. -¿Cómo quieres hacerlo? -¡Ah! ¿Pero voy a hacerlo yo también? -Solo si quieres. Te estoy acompañando únicamente por si necesitas mi ayuda, pero también puedo hacerlo yo, si lo prefieres. -Contigo a mi lado me siento más seguro. Por supuesto que quería. No iba a desaprovechar una ocasión como ésta para practicar, y menos contando con la inestimable supervisión y ayuda de Elihá. Decidió que para lo que tenía que hacer, en ésta ocasión, lo mejor sería utilizar un sueño, por lo que fue hasta Leandro cuando éste dormía. Los sueños que estaba teniendo en aquel momento, eran inconexos y sin mucho sentido, de esos que el cerebro genera para su liberación y descanso, por lo que decidió esperar por si surgía alguno que pudiese aprovechar. Si no encontraba ninguno que considerase adecuado, probaría a provocárselo, pero no fue necesario. Aprovechó un sueño en el que Leandro había ido a pasear por el parque que tenía próximo a su casa, como solía hacer a menudo desde su jubilación, cuando el tiempo atmosférico se lo permitía, para introducirse en él. Era un día soleado y estaba sentado en un banco, a la sombra de un árbol, disfrutando de la buena temperatura y de la observación del comportamiento espontáneo de las personas que por allí pasaban. Algo muy habitual para él, en los días de buen tiempo de estos últimos años de su vida. Niemsé adoptó una forma similar a la que Eriastonda le había presentado a él mismo, en el momento de su tránsito, pero más sólida, con un aspecto totalmente humano, para evitar distraer la atención de Leandro de lo que realmente importaba. Se le acercó en forma de anciano con buena salud, largas barbas y melena blanca, y vestido con una túnica, como había hecho Elías con él, porque este aspecto se ajustaba en su cultura al estereotipo de hombre sabio, ducho y curtido en experiencia vital. Niemsé necesitaba que prestara atención a lo que tenía que decirle y mostrarle. -¿Puedo sentarme? –le preguntó, sonriente. - 187 - -Por supuesto –contestó Leandro, lo que dio pie a Niemsé para iniciar una conversación con él. -¿Qué tal va esa salud? -Pues no demasiado bien. Me han dicho que me voy a morir. Niemsé rió a carcajadas. Se sorprendió haciendo con las respuestas de Leandro, lo mismo que Eriastonda, cuando lo conoció como Elías, había hecho con las suyas como Arturo. -¡Pues valiente profeta está hecho quien te lo ha dicho! Con esta respuesta consiguió hacer sonreír a Leandro. -Sí, pero no da gusto saber que lo tienes tan cerca. -Bueno, todo depende del punto de vista. Grandes hombres culminaron la obra de su vida poco antes de morir. Évariste Galois, por ejemplo, un célebre matemático francés, cuyos trabajos sobre álgebra abstracta dieron pie a la teoría que lleva su nombre y que murió sin haber llegado a cumplir los 21 años, la noche anterior, convencido de la inminencia de su muerte al día siguiente, la pasó escribiendo su mejor obra matemática, la cual le hizo pasar a formar parte, por derecho propio, de los anales históricos de esta ciencia. -Pues yo, ni soy matemático, ni soy un gran hombre. -Van Gogh, Marco Polo, Johannes Gutenberg, o Gregor Mendel, por poner unos pocos ejemplos, tampoco se consideraban, ni matemáticos, ni grandes hombres, pero la humanidad tiene mucho que agradecerles. -No es mi caso. -Eso pensaban ellos también. -Bueno, da igual. De todos modos, yo voy a morirme dentro de poco. -Ese asunto también depende del punto de vista. -La muerte solo tiene un punto de vista. Te mueres y ya está. Se acabó. Punto. -Sí, se acaba tu vida como humano, pero tú, ni naciste aquí, ni tu vida terminará aquí. Leandro miraba ahora a Niemsé con el ceño fruncido. -¿No me crees? ¿Te gustaría recordar cómo es tu mundo, realmente? Cuando Niemsé salió del sueño de Leandro, Elihá volvió a felicitarlo por su trabajo. -No cantemos victoria todavía. Ésta tan solo ha sido la primera inducción, con la intención de conseguir motivarlo para iniciar la tarea. No solo habrá que esperar para ver los resultados, sino que, en caso de que se decida a empezar, habrá que seguir ayudándole hasta que la acabe –le contestó Niemsé, con humildad. -Sí, es cierto, pero hasta aquí lo has hecho bastante bien. Creo que en adelante será mejor que trabajes solo, para que puedas comprobar de lo que eres capaz, sin necesitar apoyarte en mí. No obstante, estaré a tu disposición siempre que me necesites. Si consigues ayudar a Leandro a culminar con éxito ésta tarea, su trabajo se sumará al de otros muchos - 188 - en la misma dirección: el despertar de una nueva conciencia para la humanidad. 3.14. Al tercer día. Abrió los ojos. A pesar de lo que le costó conciliar el sueño, Leandro había conseguido dormir mucho y bien, lo que confirmó por la hora en su reloj de pulsera. Se sorprendió al comprobar que eran casi las nueve de la mañana, lo que significaba también, que Juan Carlos ya se habría marchado. No acostumbraba a levantarse tan tarde, como tampoco a quedarse en la cama una vez despierto, pero hoy, en lugar de incorporarse nada más despertar, se quedó allí tumbado, recordando los sueños que había tenido. El que tenía presente era un sueño muy extraño, que recordaba nítidamente por la gran impresión que le había causado mientras estuvo en él y que todavía se mantenía viva, aún después de haberse despertado. Soñó que estando en el parque, en lo que parecía un día como otro de tantos, se le sentó al lado un anciano desconocido, que dijo llamarse Niemsé y que le acabó mostrado lo que, según él, nos esperaba a todos después de la muerte. Lo vivido allí, le había parecido tan real, y lo que había visto tan maravilloso, que aún estaba extasiado por la experiencia. El sueño había calmado todos sus miedos y preocupaciones, causadas por la noticia que ayer por la mañana le dio su hijo. Ese día habían vuelto a comer al Fogón de Ignacio, en lo que le pareció un intento por parte de Juan Carlos, de aportar algo agradable a la jornada, a fin de mitigar en lo posible la desagradable fatalidad de lo que había tenido que contarle, pero ésta vez, ni la comida les resultó tan sabrosa, ni la conversación tan animada como en el día anterior. Hubo largos silencios, incómodos para ambos, y las lágrimas se asomaron a los ojos de ambos en más de una ocasión, hasta que Juan Carlos se marchó al hospital, a la búsqueda de soluciones para los recién descubiertos problemas de salud de su padre, por medio del consejo y la opinión especializada de los neurocirujanos. Leandro, por su parte, se había quedado solo en la casa, por lo que tuvo casi toda la tarde para darle vueltas al asunto. Fueron muchas las que le dio. Tantas, que acabó mareado. Lo que peor le sentaba de todo esto era que, después de haber conseguido superar un cáncer y tras toda una vida de trabajo, cuando por fin creyó que podría disfrutar de la que le quedaba con tranquilidad, con su economía asegurada por una escasa pensión, pero compensada por el alquiler de un piso que su mujer había recibido en herencia años atrás, el ahorro que suponía la propiedad del que habitaba, y los dividendos de las acciones en las que había invertido, aprovechando su trabajo en el banco, y tras haber conseguido adaptarse a la soledad que le sobrevino con su viudedad, el tiempo se le acababa. Aunque hacía - 189 - muchos años que solo visitaba las iglesias para bodas, entierros, o bautizos, era creyente, pero hubo momentos en los que llegó a dudar de la existencia de un Dios, que era capaz de hacerle una jugarreta como esa. Estuvo buscando información en internet sobre el glioblastoma y no le gustó lo que encontró. La información que pudo recabar allí, ratificaba lo que ya le había dicho su hijo, acerca del mal pronóstico de este tipo de tumores, en pacientes de su edad. Al parecer, con mucha probabilidad, estaba condenado. Era muy escaso el porcentaje de enfermos con más de cincuenta años, que lograba sobrevivir. A pesar de ser operados y sometidos después, a agresivos tratamientos de radio y quimioterapia. Había leído, también, sobre las diferentes técnicas quirúrgicas, y sobre tratamientos alternativos y experimentales, pero tales noticias no aportaban mucho consuelo a sus expectativas de futuro inmediato. Cuando volvió Juan Carlos, estuvieron barajando la nueva información que traía, fruto de las conversaciones con sus compañeros de neurocirugía. El tumor no era muy grande y aún no había apenas manifestaciones clínicas, salvo por lo que todo el mundo decía que había sido una alucinación, de modo que se inclinaban por la cirugía, y cuanto antes, mejor. Respecto a lo de la supuesta alucinación, ahora estaba seguro de que no fue tal. Hubo momentos en los que llegó a dudar de la realidad de su experiencia, al saber que podía tratarse de uno de los síntomas del tumor cerebral que padecía, aunque siempre pensó que si así fuera ¿por qué aquel muchacho se quedó tan impresionado, cuando llegó hasta el coche, como le pasó a él mismo? ¿Y qué pintaban allí aquellas ropas, tan extrañamente dispuestas, y aquellos zapatos con los calcetines colgando? La explicación a todo eso y la confirmación de que lo que había vivido no fue ninguna alucinación, se la dio Niemsé. Según le dijo, él era la persona que estaba dentro de aquel coche y que acabó desvaneciéndose como el humo. Uno no podía fiarse de los sueños, ya que todo el mundo sabía que eran pura fantasía y que, como mucho, podían considerarse una realidad paralela, pero aquellas líneas paralelas estaban tan próximas la una a la otra, que se solapaban hasta fundirse en una sola: la realidad que había vivido tres días antes. Por más extraño que pareciese, todo coincidía y encajaba a la perfección. No obstante, no lo discutió con su hijo cuando éste volvió del hospital, confirmándole la buena disposición de sus compañeros, para empezar cuanto antes con los protocolos. Le dejó hablar y no fue hasta ya avanzada la comida, cuando encontró la ocasión para hacerlo Mientras lo esperaba, había pasado toda la mañana entre búsquedas en internet y meditaciones al respecto de su sueño, de la gravedad de su recién descubierto estado de salud, y de cómo encajarlo todo. Después de mucho pensarlo, al fin encontró una opción que le - 190 - pareció la mejor de todas, con diferencia. Ésta opción, no solo le había devuelto la ilusión por la poca o mucha vida que pudiese quedarle, sino que además, había conseguido incrementársela muy por encima de la que pudiera haber tenido tres días antes. Esa mañana, cuando Juan Carlos llegó del hospital, después de cumplir con su turno de trabajo y antes de que tuviera oportunidad de abrir la boca, ya lo estaba esperando, con un plan de acción bien elaborado. -Venga, que nos vamos. He reservado otra vez una mesa en el Fogón de Ignacio, que ayer nos fuimos de allí con muy mal sabor de boca. -Papá, a mi no me apetece mucho ir a comer otra vez allí. Además, vengo reventao. -Pues por eso precisamente, para que te relajes y te distraigas. Venga, que nos vamos. -Uffff… ¡Papaaaa! -¡Ni papá, ni mamá! ¡Que nos vamos! Por cierto, te aviso que he hablado directamente con Nacho y hemos quedado en que aleccionaría al maître para no cobrarte, así que ni lo intentes. -Y habrás sido capaz. -¡Digo! Aquella euforia sorprendió a Juan Carlos. Él estaba a punto de entrar en depresión profunda, y su padre parecía más contento que un ladrón, recién nombrado en funciones de tesorero. A pesar de todo, de camino al restaurante, le estuvo contando lo que había hablado con el jefe del servicio de neurocirugía, quien, por cierto, ya estaba en antecedentes, porque su amigo David, y hasta su propio jefe de servicio, ya se le habían adelantado. También aquí le sorprendió la firmeza y seguridad, con la que su padre se negó a aceptar el programa, que tan cuidadosamente habían urdido para él entre todos, pero no fue hasta que llegaron al restaurante, durante la comida, cuando le explicó los motivos que le impulsaban a ello. -Mira Juan Carlos, llevo desde ayer dándole vueltas sin saber qué hacer, pero esta mañana he tomado la decisión. El sueño que ya te he contado que he tenido esta noche, me ha dado una idea que me ha ayudado a decidirme. -Pero papá, no puedes tomar una decisión como esa, basándote en un sueño. -Pues te aseguro que sí. Me gustaría que pudieras haber visto lo que yo he visto y sentir lo mismo que yo sentí. Esa paz que allí había, me ha hecho perder todo el miedo a la muerte. -¡Pero papá, que es solo un sueño! -Si, tienes razón, pero es difícil de explicar. Era todo tan real… -Pues claro, como en todos los sueños, y además es posible que todo eso pueda deberse también al tumor. - 191 - -No sé explicártelo, pero yo sé que no, como también he sabido siempre que aquello que vi, no fue una alucinación, y ahora tengo la confirmación. -Pero papá, si no te operas, es una muerte segura. -Y si me opero también. -Te equivocas. Hay una posibilidad. Pequeña sí, pero real. -Sí, y como tú bien dices, es solo una posibilidad y además pequeña, por no hablar de todo lo que eso supone. De todos modos, a lo que me refiero, es a que tú, por tu profesión, sabes mejor que nadie que la muerte es inevitable y que todos acabaremos desfilando por ahí, antes o después, pero tras mi experiencia de esta noche, te aseguro que no es nada tan dramático como nos creemos. De hecho, lo que nos espera más allá, es mucho mejor que lo que dejamos aquí. -¡Papá, no digas tonterías! No puedes rendirte tan fácilmente. -No son tonterías y tampoco es una rendición. Es una decisión muy meditada. Como tú mismo dijiste ayer, las operaciones en el cerebro, a veces dejan importantes secuelas, pero en el supuesto caso de que todo vaya bien, nadie me libra de la quimio, ni de la radioterapia, y ya sabemos todos de qué va eso y lo mal que se pasa, y yo necesito tener mi cerebro en buenas condiciones para lo que tengo que hacer. -Bueno ¿Y qué es eso tan importante que tienes que hacer? -Escribir un libro. -¡¿Qué?! -Lo que has oído: escribir un libro. Parece que, al final, no vas a ser tú el único escritor de la familia. -¿Y un libro, de qué? -Pues no lo sé muy bien todavía, pero tanto si es real como si no, el sueño que tuve anoche calmó todos mis miedos y me abrió un montón de nuevas perspectivas, no solo respecto a la muerte, sino también respecto a la vida misma. He pensado que, por lo menos, puede ayudar a hacer lo mismo, con quienes se encuentren en una situación como la mía. Juan Carlos pensó que, al fin y al cabo, aquella no era una decisión tan descabellada, no tanto por lo del libro, que si servía para mantener a su padre ilusionado y activo, bienvenido era, como por evitarle todo el sufrimiento que sabía que llevaría aparejado, el someterse a una operación como la que le esperaba, y a todo lo que vendría después. Él mismo, ya había calibrado esa posibilidad anteriormente. -He pensado firmarlo con un pseudónimo –seguía diciendo Leandro. -¿Y eso por qué? -No lo sé. Quizás porque yo no soy lo importante, sino lo que tengo que contar. Hasta tengo pensado el nombre: Policarpo Ariztimuño. -Pues vaya nombre más raro que te has ido a buscar. - 192 - -Sí, pues por eso. He buscado uno que sea poco frecuente para pasar desapercibido, evitando en lo posible que el nombre del autor, pueda coincidir con el de alguien real. -Pues si lo que quieres es pasar desapercibido, me parece que con ese nombre, vas a conseguir justo lo contrario y aún así, todavía es posible que ande por ahí dando vueltas algún Policarpo Ariztimuño. De todos modos, ese nombre que has elegido, canta a pseudónimo rebuscado más que un camión de la basura. -¡Caramba! Pues no lo había pensado así. -¡Pues claro! Si quieres anonimato, búscate uno vulgar y corriente, como Pepe, o Manolo ¡Y anda que el apellido! Ariztimuño. No López, ni García, Pérez, o cualquier otro, de esos de los que hay por ahí a miles. -Oye, pues puede que tengas razón ¡Ya está! Tú lo has dicho: será José Manuel López. - 193 - Epílogo. - Enhorabuena. Lo conseguiste. Quien así le hablaba, era Saemtilu, el Maestro del grupo de almas del que Tamenda formaba parte. Leandro, el humano en el que se había encarnado esta última vez, acabó muriendo con el cerebro devorado por un glioblastoma y Tamenda, el espíritu residente en aquel cuerpo, regresó a su mundo de procedencia. Allí le esperaban Saemtilu y Niemsé para recibirlo, lo que le sorprendió. Esta vez, su retorno estaba siendo algo diferente a los anteriores. Para empezar, al separarse del cuerpo de Leandro, se desprendió también y casi al mismo tiempo, del olvido original, recuperando los recuerdos de sus orígenes, antes incluso de entrar en el túnel. También su tránsito por el túnel había sido diferente ahora, y a la salida, en lugar del habitual encuentro con algunos de los amigos de su grupo de estudio, encarnados como familiares durante el mismo periodo y regresados antes que él, se encontró con su Maestro y con Niemsé. Para colmo, nada mas llegar, le dan la enhorabuena. Otra sorpresa más, porque Saemtilu no era precisamente de los que se prodigaban en elogios, por lo que aquel reconocimiento expreso del éxito de su misión, valía su peso en Amor, viniendo de él. No es que aquella hubiese sido la misión más importante de su pasada vida como humano, pero sí que había sido la última. Comprendió que si Saemtilu la sacaba a colación, era con la intención de evidenciarle cómo el empeño en una tarea, puede llevarnos hasta la meta propuesta, por más difícil que pueda parecernos, o por más lejana que se nos antoje. -Lo conseguimos entre todos –le respondió, mirando a Niemsé. -Sí, pero tú fuiste quien lo materializó allí –dijo Saemtilu. -Eso es cierto. Bueno, pues gracias. Tamenda agradecía el reconocimiento de su Maestro, aunque no entendía muy bien el por qué. Saemtilu era serio y estricto. No se prodigaba mucho en explicaciones, con lo que conseguía que sus aprendices se viesen impelidos a reflexionar por sí mismos, y sacar sus propias conclusiones de las enseñanzas y experiencias que procuraba proporcionarles. Hasta el punto de llegar a resultar críptico, en ocasiones. Como ahora. De lo que estaba seguro, era de que eso de esforzarse en una tarea hasta lograr el éxito, no se refería a los aspectos literarios del libro que había conseguido escribir al final de su vida. Siempre consideró que tal mérito no era suyo. Él había sido tan solo el instrumento, el interfaz, del que Niemsé se había servido para materializarlo. Pensó que, quizás, a lo que se estuviese refiriendo su Maestro, fuera al calvario que pasó, hasta que encontró la fórmula que más le satisfizo para darle difusión. Sospechaba que tampoco en esta tarea había estado solo. Escribirlo no le pareció tarea tan difícil, como sorprendente. El texto más complejo que había conseguido escribir hasta entonces, había - 194 - sido alguna carta que otra, cuando aún se hacían esas cosas, antes de que el correo electrónico sustituyera al literario, pero para esta última tarea importante de su vida, había contado con la inestimable ayuda de una musa muy especial: Niemsé. Lo que sí que le había costado bastante más trabajo, fue conseguir sacarlo a la calle. Leandro era un Don Nadie en el mundo de las letras. Un perfecto desconocido, además de desconocedor de los entresijos del mundo editorial. Cuando terminó de dar forma al manuscrito, se enfrentó a la tarea de sacarlo a la luz pública, y sí ya le había impresionado haber sido capaz de articular todo lo que incluyó en el relato, con un texto medianamente coherente, encontró después que la tarea de conseguir su publicación, empequeñecía y mucho a la literaria. Lo primero que se le ocurrió, fue mandarlo a un concurso y ahí recibió su primer rechazo. Buscó en internet, entre los premios de novela más prestigiosos, aquel más próximo a su celebración, y allí que mandó su obra. En su inocencia, consideró en un primer momento, que la aceptación del manuscrito a concurso, ya era un primer paso importante que reflejaba que, al menos, ésta tenía calidad suficiente, como para ser tomada en consideración. Pero la continuación de sus investigaciones por la red, acabó por desvelarle la cruda realidad: en aquel tipo de premios, se aceptaban todos los manuscritos que se recibiesen ajustados a las bases, y cuantos más mejor, para poder vanagloriarse luego la editorial, del prestigio de su premio, que hacía que año a año aumentase el número de los recibidos. Y luego estaba la supuesta imparcialidad del jurado. Había encontrado noticias, de algún que otro escritor de prestigio, que había denunciado públicamente la oferta que alguien le hizo de garantizarle el premio si presentaba un manuscrito sobre un tema determinado. Visto lo visto, inició entonces su peregrinaje por el mundo editorial. Se sirvió para ello, una vez más, de la bestia parda. Buscó las páginas web de aquellas editoriales que recordaba como lector, y allí recibió su segundo baño de agua fría. La mayoría de ellas, insistían en su negativa a aceptar manuscritos no solicitados. No obstante, encontró algunas que parecían mostrar algo de capacidad para ir más allá del puro y duro lucro comercial, abriendo sus puertas a todos aquellos autores que creyesen tener algo digno de ser publicado, lo que dio algo de luz a sus esperanzas. Pero la información que incluían la mayoría de éstas, al respecto de los plazos para dar una respuesta al autor, si bien no le impidió intentarlo, sí que le conminó a seguir buscando. Los tiempos de espera variaban entre los tres y los seis meses, y él tenía prisa. El tumor que padecía estaba alojado en su cerebro, y aunque por aquel entonces aún no había dado la cara con una sintomatología importante, sabía por su hijo Juan Carlos que cuando lo hiciese, era muy probable que acabase afectando gravemente a sus funciones cognitivas. - 195 - En sus múltiples búsquedas como internauta, se alegró al encontrar algunas páginas web de supuestas editoriales, que se ofrecían expresamente a publicar la obra de autores nóveles, pero nuevas búsquedas, junto con la sorprendentemente pronta respuesta de todas ellas, acabó evidenciando su verdadera naturaleza: en realidad, se trataba de empresas nacidas para lucrarse con la ilusión de todo autor por ver publicada su obra. De la respuesta de algunas de ellas, podía deducirse que ni tan siquiera se habían molestado en leer el texto. En los contratos que le propusieron estas editoriales, eufemísticamente llamados de coedición, él acababa pagando los costes de su propio trabajo como escritor y aunque decían ofrecerle una distribución digna de un best seller, las opiniones que encontró en los diferentes foros que visitó, de autores incautos que habían mordido el anzuelo, demostraban que su negocio consistía en cobrar del escritor y una vez hecho esto, todo su esfuerzo por la distribución, si acaso, se limitaba a enviar un ejemplar del libro a quien lo solicitase. Con todo, hubo también alguna editorial que otra, que aún conservando algún resquicio de su función como difusora de cultura, pero sin merma alguna de su carácter mercantilista, y animada por la crisis económica y la consecuente bajada de las ventas, se había apuntado al eufemístico carro de la coedición, ofreciéndole un contrato de este tipo. Leandro estaba muy lejos de considerarse un escritor profesional y su único interés era la difusión de los mensajes incluidos en el libro, cosa que entendió que no le garantizaba, en absoluto, ninguna de las ofertas recibidas hasta entonces, y mucho menos la autoedición, con la que todo lo que podría conseguir, al igual que con la coedición, es que su libro lo leyesen tan solo sus cuatro amigos y familiares. Había descubierto que la mayor parte del éxito, en la difusión de cualquier obra de un autor novel, dependía muy mucho del propio autor, pero contar con el respaldo de una editorial seria y responsable, era sin duda, una ayuda imprescindible para conseguir que la obra saliese del círculo familiar. Otra opción de la que tuvo conocimiento, gracias a sus investigaciones como internauta, fue la de los agentes literarios. Ni tan siquiera sabía que tal figura profesional pudiera existir, pero su descubrimiento tampoco le fue de mucha ayuda. Acabó comprendiendo que estos profesionales, imbuidos del mismo espíritu mercantilista que las editoriales, hacían su negocio con los autores que vendían libros y no con los aspirantes, por lo que, en consecuencia, su interés se centraba en autores ya consagrados, ignorando a los nóveles. Encontró también la posibilidad de publicarlo en internet, a través de empresas que se dedicaban expresamente al libro electrónico, pero le repelía que la bestia parda acabase fagocitando también a su obra, sin ni tan siquiera haberle dado antes la oportunidad de pasar por el soporte del papel, ya que había leído en alguna parte, que ninguna editorial querría sacarlo a la calle, si es que llegaba a alcanzar el éxito en la red, entre otras cosas, porque las ventas en formato papel, ya no serían - 196 - entonces tan rentables, y eso sin contar con las complicaciones legales, que se añadían al cambio de ISBN. Al fin y al cabo, una editorial, por más interesada en la difusión de la cultura que pudiera estar, no dejaba por ello de ser una empresa, y cuanto mayor su tamaño, mayor su inmersión y contaminación del mundo comercial. Pero es que, además, Leandro era ambicioso en lo que a la búsqueda y captura de lectores se refería. No se conformaba con aquellos capaces de leer en su idioma materno. Aspiraba a que su libro pudiese ser traducido a las diferentes lenguas, para ampliar así, aún más, su difusión, y para eso creía necesaria una edición tradicional. Pero el tiempo avanzaba imparable, su enfermedad también, y el libro seguía parado en el disco duro de su ordenador. Hasta que se le encendió la bombilla. Una mañana, mientras desayunaba absorto en la desesperación por no encontrar editor, lo entendió. Había caído en la trampa. Como tantas otras veces en su vida, estaba siguiendo al rebaño y dejándose llevar por él, sin ni tan siquiera cuestionarse si era ese el camino que quería seguir, o en cambio, el que se suponía que debía seguir. Lo tenía bien sabido. Tanto que para él se había hecho automático. Toda una vida trabajando para una de las empresas emblemáticas del sistema social establecido, le había domesticado, hasta el punto de nublarle la razón. De pronto, se dio cuenta de que, una vez más, estaba actuando como se esperaba que todo “hombre de bien” debiera hacerlo, pero ¿Por qué hacerlo así? Ni se consideraba escritor, ni buscaba dinero, ni fama. Tan solo buscaba lectores, lo que le permitía prescindir de todo lo demás. Comprendió que, inconscientemente, se estaba dejando llevar por el materialismo y los intereses comerciales al uso, que todo lo impregnaban y ensuciaban, siendo que sus motivaciones eran muy diferentes. ¡La bestia parda! Su antipatía ambivalente por ella, le había llevado a despreciarla. Ahora entendía que podía utilizarla a su favor. Se dio cuenta de que podía servirse de ella y así lo hizo: registró la obra y la lanzó a la red, para que se distribuyera libremente. Se sintió liberado. -Has hecho bien ese trabajo –le dijo Saemtilu. –Y ahora que has vuelto ¿Qué quieres hacer? ¡Había tantas cosas que quería hacer! Había pasado toda una vida en la Tierra, con el fin de experimentar, para seguir aprendiendo y evolucionando. Lo había hecho. Ahora tenía que integrar todo aquello y después, si lo hacía bien, quizás consiguiese trascenderlo pronto. Supo qué contestar. -Pues pasar por el Consejo. -¿Ahora? -Cuanto antes mejor. -Tú mismo. --o-- - 197 - Si le ha gustado lo que ha leído, quizás le apetezca considerar la opción de compartirlo, mejor que la de quedárselo para sí. El comité de redacción agradece su contribución a la difusión de esta obra. Link de descarga libre y gratuita en: https://eitelogia.blogspot.com - 198 - Bibliografía. ASENSI PEREZ, Manuel (2003). Historia de la teoría de la literatura. Vol. I y II., Valencia, España: Tirant lo Blanch BATESON, Gregory (2009). Una unidad sagrada: pasos ulteriores hacia una ecología de la mente. Barcelona, España: Gedisa BATESON, Gregory y BATESON, Mary Catherine (2013). El temor de los ángeles: epistemología de lo sagrado. Barcelona, España: Gedisa COOK, Theodore A. (1979). The Curves of Life. North Cheslmford, Massachusetts, U.S.A.: Courier Corporation. DO-RING (1990). El manuscrito de Urga. Málaga, España: Sirio. DURÁN CASTRO, Hernando (2014). Proporción, relatividad, simetría. En hombros de Fibonacci, Einstein y Galois. Bogotá, Colombia: Universidad de Los Andes. GARCÍA HERRERA, Nicolás (2007). Ciencia Pitagórica. Málaga, España: Libros encasa. GLEICK, James (1998). Caos. La creación de una ciencia. Barcelona, España: Seix Barral. GUILLEM, Vicent (2011). 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