Filosofía, café con leche y medialunas

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Filosofía, café con leche y medialunas
Santiago Kussianovich- Universidad Nacional del Comahue
“La filosofía es la crítica y la superación de la Religión y del sentido común, y en ese
sentido coincide con el «buen sentido», que se contrapone al sentido común.”
A. Gramsci, Cuaderno 11
Heme aquí en este pequeño escrito que no sé si es un ensayo. La pregunta por la cosa1 quedó atrás. El mundo de hoy se
pregunta para qué sirve la filosofía2 y, ante ese estado de la cosa, la tarea del filósofo es puesta en duda. Yo mismo me he visto
arrastrado por esa corriente del pensar que juzga sin miramientos todo el quehacer filosófico. Siempre ha existido una suerte de
privilegio, implícito culturalmente, para cada quien que quiera juzgar esta disciplina y a sus profesionales3, como si cualquiera
estuviera capacitado para opinar sobre ello, desde los más doctos en la materia hasta los menos informados. Y esto es quizás
debido a que no pocas veces se concibió la práctica filosófica como una tarea posible de realizarse por cada uno de los mortales
con un poco de inspiración, retrospección y ganas de saber. De esta forma, si cualquiera puede filosofar en un café sin previo
conocimiento sobre un tema, ser filósofo o filósofa no implica demasiado esfuerzo y el valor de la filosofía peligra de ser
reducido al de una práctica simple y cotidiana.
Ante esta situación y sumado a que deseo darles la bienvenida (a l@s ingresantes de las carreras de filosofía UNCo, 2014) de
la forma más provechosa posible en su primer contacto con este espacio del saber, trataré en este escrito de aportar algo a esta
peculiar mirada sobre la filosofía, con la esperanza de que pueda iluminar, aunque sea mínimamente, el nuevo camino que han
elegido; ya que de confirmarse este desprestigio y banalización de la filosofía, todos veremos afectada seguramente nuestra
sensibilidad. Me propongo, para este propósito, tentar una respuesta a la sencilla pero potente pregunta: ¿es el filosofar una
práctica de bar? No pretendo ser demasiado exhaustivo y riguroso; varias condiciones y exigencias personales y contextuales me
lo impiden. Voy a nombrar por eso un ejemplo de cada una de ellas a modo de incentivo para la reflexión.
Primero. En estos momentos estoy transitando los últimos pasos de mi carrera académica para obtener el título de Profesor en
Filosofía. Los estudios que aquí realicé (y realizo aún) me han brindado un cierto cúmulo de conocimientos sobre la filosofía:
sistemas de pensamiento de renombrad@s filósof@s de todos los tiempos, herramientas de análisis filosófico, conocimiento sobre
sus tipos de escritura y los modos de argumentación, planteos o problemáticas contemporáneas abordadas desde las distintas
disciplinas filosóficas, apertura a la investigación filosófica y un marcado espíritu crítico y analítico. Ahora bien, todo este saber
que he ido acumulando, ¿me ha preparado para poder resolver esta simple pregunta? O mejor, ¿me siento apto o con autoridad
para responder una pregunta filosófica (si es que esta lo es), es decir, hacer filosofía? De responder afirmativamente, ¿merecería
llamarme filósofo?
Segundo. Quizás la situación contextual y sus requerimientos respondan más bien a una lógica operativa. Encontrándonos en
un taller para ingresantes a la carrera de Filosofía, donde en tiempos acotados se persigue la finalidad de ofrecer un primer
acercamiento a su objeto, a la vida universitaria que lo rodeará y le dará forma (casi podría aventurar que esto último es lo más
relevante para l@s estudiantes que nunca estuvieron en una universidad), las precisiones epistemológicas4 de un ensayo
introductorio no deberían ser muy grandes. Pero, poniendo en juego mi preparación, el saber acumulado y la racionalidad de
aquellos a los que ahora interpelo (y de quienes lean estas palabras), me pregunto: ¿debería poseer este ensayo un alto nivel de
La pregunta por la cosa (o ente), aparte de ser el título de una de las obras de Heidegger (1962), es uno de los pilares desde donde
comienza a construir su filosofía.
2 Esta pregunta es justamente el título del último libro de Darío Sztajnszrajber, ¿Para qué sirve la filosofía? (Planeta, 2013).
3 Con profesionales me refiero aquí a las personas que se dedican a la filosofía de diferentes modos (enseñando, investigando,
dirigiendo, comunicando, etc.).
4 La Epistemología es la rama de la Filosofía que trata de los problemas filosóficos que rodean a la denominada teoría del
conocimiento, especialmente en lo que tiene que ver con los fundamentos y los métodos científicos.
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precisión filosófica, ya que debo tener en cuenta que hay muchas probabilidades de que un número importante de quienes
comiencen la carrera pueden haber tenido un escaso contacto con la filosofía? ¿Sería comprensible para ell@s este escrito si se
nutriese de ideas o sistemas filosóficos que nunca han escuchado ni leído? O todavía más, ¿basta, para entender y hacer filosofía,
con estar provisto solamente de habilidades de comprensión y de razonamiento argumentativo o también es preciso conocer
algunos contenidos y prácticas específicas?
Tercero. Sería hipócrita si negase que la educación universitaria no me ha brindado herramientas como para responder en
algún sentido la pregunta que aquí nos guía. Y con herramientas me refiero a todo lo que nombré anteriormente, pero
principalmente, a los contenidos filosófico-conceptuales que podría utilizar y que ahora no me interesa, para nada, demostrarlos
claramente. Otra discusión sería establecer si la respuesta es o no satisfactoria, es decir, si logra esgrimir a ciencia cierta alguna
solución. Porque su planteo, más allá de estar vinculado con un objeto, métodos y categorías propias de la especificidad, no deja
de ser una cuestión del terreno humanístico, ciertamente más complejo que el de la ciencia natural5 a la hora de encontrar
consensos sobre afirmaciones de carácter universal.
Entonces, me animo a decir que sí podría construir enunciados, tesis o hipótesis que ayuden a esclarecer mi planteo. Ahora
bien, ¿sería por eso yo un filósofo? Pues no. Toda persona que obtenga el título de licenciado o profesor de filosofía en una
academia de altos estudios, sea ésta cual sea, no se convierte por tal motivo en un filósofo o filósofa. Este tipo de
institucionalización del saber (dudo que pueda existir un saber no institucionalizado), sólo nos entrega un papel, un certificado
que avala la finalización de cierto recorrido académico, no el título de filósofo/fa. Para lograr esa mención, si bien es cierto – debo
ser sincero – que “los papelitos” ayudan (y en muchos casos demasiado para mi gusto), se necesita poseer bastante más que una
simple certificación. No conozco en persona a ningún filósofo/fa, pero sí a maestros y doctores en filosofía. Los respeto, los
admiro y hasta los llego a envidiar, pero a ninguno los veo como verdaderos filósofos.
De todos modos, sería prudente diferenciar entre poder hacer una pregunta filosófica, conseguir contestarla y ser un filósofo
o filósofa. Una persona cualquiera puede hacer una pregunta considerada filosófica, como por ejemplo, indagar sobre si la
naturaleza del ser humano es mala o buena. No estaría a su alcance, sin embargo, construir una respuesta utilizando con precisión
conceptos, categorías y relaciones propias de la filosofía. Otra persona, como yo, puede pensar y suponer con términos y
contenidos específicos de la filosofía, pero no por eso es un filósofo. Un/a filósofo/fa puede hacer todo lo anterior y un poco más.
Un recorrido por el accionar de algunos de estos famosos personajes del conocimiento nos puede graficar mejor el asunto. A
continuación daré algunos ejemplos de creaciones, hechos o efectos que éstos han producido a lo largo de la historia humana.
- Descubrir relaciones matemáticas y crear un teorema (Pitágoras).
- Fundar una academia de ciencias y educar a gobernantes (Aristóteles).
- Suscitar dudas en las creencias religiosas y ser condenado a muerte (Giordano Bruno).
- Pensar las bases de la moderna ciencia política (Maquiavelo) y el derecho moderno (Montesquieu, Bentham).
- Crear los principios del actual liberalismo que promueven la mayoría de las democracias (Locke, Smith) o de sistemas
políticos que se intentaron o se intenta llevar adelante (Engels, Marx).
- Crear o favorecer a la creación de la moderna teoría sociológica de la cual se nutren los estudios sociales
contemporáneos (Comte, Durkheim).
- Contribuir al desarrollo de la lógica y la matemática (Russell, Withehead).
- Defender y promover los derechos y la liberación de colectivos sociales marginados y sometidos, como es el caso del
movimiento feminista (S. de Beauvoir).
- Exponer un modelo de “evolución” de las ciencias naturales que no es el del progreso científico (Kuhn6).
En el caso de la ciencia natural, las afirmaciones de carácter universal son más fáciles de establecer (no por eso nunca discutibles).
La corroboración con los hechos naturales y sus exitosas predicciones son criterios de validación (parámetros de la certeza)
aceptados casi absolutamente. De aquí el prestigio de la ciencia natural frente al de las ciencias sociales o humanas.
6 El caso de Kuhn es interesante. Si bien no es un filósofo sino un científico que se dedica a la filosofía de la ciencia, sus obra
principal, La estructura de las revoluciones científicas (1962), consuma plenamente la reflexión filosófica y demuestra, por la
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Y ni hablar de los aportes a los debates éticos contemporáneos y la enseñanza de la ética aplicada a distintas
profesiones o experiencias de vida (¿alguien necesita discutir que no es hecha por filósof@s?).
Estos casos representan, a mi entender, modelos u actos factibles de repetirse o imitarse por l@s filósof@s de hoy. Se podrá
decir que el mundo ha cambiado y que la variedad de tareas o conocimientos que realizaban o tenían en el pasado muchos de l@s
filósof@s, hoy no las realizan o no los tienen. Yo diría, a quienes osan decir esto, que antes se tomen el tiempo de detenerse a
pensar. Porque si hay una ciencia o disciplina en la actualidad que no se ha particularizado (por lo menos como las demás) en un
fragmento de la realidad, es la filosofía. Por eso un/a filósof/fa, cuando pretende investigar algo y llegar al fondo de la cuestión,
no mira a su objeto como si fuera un caballo con anteojeras, observando sólo lo que tiene delante de sus ojos como si su
existencia fuera indiscutible y unívoca, más bien se eleva para analizar todo lo que pueda concernir a su objeto, desde los
caracteres esenciales que le son propios y lo fundamentan, hasta las relaciones, objetos y/o sentidos que puedan modificarlo;
porque para la filosofía (o algunas corrientes filosóficas, especialmente la hermenéutica) los hechos naturales e inmutables de la
ciencia no son otra cosa que interpretaciones7. Si hay personas que desconocen o no practican esta forma de proceder y son
llamad@s filósof@s, no es algo que hoy esté a mi alcance para cambiarlo ni que perturbe mi definición de filósof@. Hay que
comprender, en este sentido, que lo que verdaderamente es y puede hacer un/a filósofo/fa, por distintas razones, no siempre se
percibe fácilmente o se encuentra a la vuelta de la esquina de nuestro universo socio-cultural.
Retomemos. A la pregunta de cuál es la naturaleza moral del ser humano, o dicho sencillamente, si el hombre es bueno o
malo, le admití cierto grado de filosoficidad (permítaseme la expresión) y la alternativa de que puede ser expresada por
cualquiera de los mortales en su vida diaria. Esta posibilidad no es del agrado de la gente formada en la filosofía. Una de las
razones es porque entienden que un cuestionamiento de ese tipo es tan superficial que no responde a la verdadera indagación
filosófica. Pero suponiendo que, aunque livianamente, es una pregunta filosófica, la contra pregunta toma la forma siguiente:
¿podemos llamar filosofar al hecho de realizar este tipo de cuestionamientos? Hay dos opciones que surgen inmediatamente como
respuesta.
La primera es decir que sí. Que por más que el nivel de “filosoficidad” sea un tanto superficial, no deja de ser filosófico, por
lo tanto, justificadamente producto del filosofar, ligero y desmerecido quizás, pero filosofar al fin. Así, es posible entonces que
toda persona, por más que no esté preparada en filosofía, pueda hacer una pregunta filosófica en cualquier momento de
inspiración reflexiva (ligera o profunda según de donde se la mire). La segunda es decir que no. Que ser capaz de hacer ese tipo
de divagaciones no es filosofar, porque para preguntar filosóficamente hay que estar preparado (estudiado) en los aspectos
filosóficos del tema que se pregunta. Porque al igual que cuando alguien pregunta porqué los aviones vuelan no está haciendo
física, o preguntar porqué el feto vive dentro de la madre no es hacer biología, indagar sobre la bondad o maldad del ser humano
no es hacer filosofía. En este sentido, el filosofar queda restringido a las personas que se capacitaron en la especialidad, que
pueden poner en duda o indagar contenidos propios de la filosofía y vincularlos con las preguntas o problemas que nacen en la
experiencia cotidiana.
Para no extenderme demasiado, quisiera responder, antes de finalizar, los cuestionamientos que planteé en relación a las
condiciones y exigencias contextuales. Por todo lo dicho hasta aquí, se podría decir que éstos revelan sus respuestas de forma
evidente; esto es: si un título de grado en filosofía no convierte a nadie en filósofo o filósofa, ¿qué nos hace pensar que un texto
de recibimiento para l@s ingresantes a la carrera debe ser exhaustivo y riguroso en el tratamiento de su contenido y desarrollo
filosófico? ¿No estaríamos presumiendo de lo in-presumible, si dijéramos que un estudiante que recién comienza a experimentar
la filosofía, más allá de sus habilidades intelectuales, puede comprender con toda claridad un texto de esa índole? Si cinco años
(al menos) de estudiar filosofía no me convierte en un filósofo, porque el nivel de conocimiento, comprensión y profundidad de la
filosofía de éste último es mucho mayor al mío, entonces, es muy difícil (por no decir casi imposible) que un ingresante de la
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trascendencia que ha tenido en la cultura científica y filosófica contemporánea, la importancia de la especulación filosófica frente a
la restricción “jurisdiccional” (porque son leyes las que limitan su alcance) del pensar científico.
7 Que los hechos naturales se conciban como interpretaciones los convierten, además de constructos humanos, en verdades
parciales y mutables.
carrera esté en condiciones de entender con rigor filosófico un texto fuente de la disciplina. Por lo tanto, si pensáramos lo
contrario, estaríamos presumiendo en exceso8.
Para terminar, como dije al principio, el mundo de hoy se pregunta para qué sirve la filosofía. Algunas personas le dan un
valor de utilidad, pero ciertamente, por lo menos en lo que a mí respecta, muchas otras no se lo dan, o, en todo caso, le otorgan un
valor secundario. Así, para algunos sectores de la intelectualidad9, la valoración de la filosofía y su práctica oscila actualmente
entre el prestigio pormenorizado y el desprestigio, entre la utilidad subordinada y la inutilidad total; y para otros (aunque sean
menos), la filosofía es sumamente importante. Yo me ubico entre los segundos, y creo que la sociedad en su conjunto también
debería hacerlo. ¿Por qué? Porque filosofar no es una práctica de bar abstracta que no tiene ninguna influencia para nuestra
sociedad.
Si filosofar fuera una práctica de bar la historia humana hubiese sido my distinta. Exactamente cómo no lo sé. Quizás hubiese
habido miles de teoremas de Pitágoras, de consejeros políticos, de maestros en ciencias, de reformadores y herejes religiosos, de
críticos culturales, muchos teóricos políticos y movilizadores sociales, develadores del poder establecido, deconstructores de los
oscuros confines de la ciencia, o maestros en ética y generadores de modelos de vida, de filosofías de vida austeras,
extravagantes, insólitas o poco comunes. O quizás hubiese sido, simplemente, peor de lo que fue. Nunca lo sabremos. Pero si de
algo estoy seguro, es que mi vecino no se parece en nada a J. P. Sartre ni su señora a Simone de Beauvoir, ni el kiosquero de la
vuelta de mi casa a Martin Heidegger o a Hans Georg Gadamer, o mi primo lejano a Platón o Aristóteles. Si hay algo de lo que
estoy sumamente seguro de que es imposible, es que cada una de estas personas de mi entorno familiar y cotidiano pueda
filosofar e influir con sus filosofías al contexto que los circunda; podrían hacerlo de otro modo, pero no filosofando.
Filosofar no es una práctica de bar, café, espacio verde ni retiro en la montaña. Hacer una pregunta de carácter filosófico
superficial, no es filosofar. Obtener el título de profesor o licenciado en filosofía, no me convierte con seguridad en alguien capaz
de filosofar; puede quizás ser un primer paso hacia el verdadero filosofar, pero no lo establece con seguridad. La universidad
como espacio del saber es importante (y discutible para qué lo es). Realizar una carrera en ella es una elección que puede sumar a
la construcción del saber, pero no es determinante en ello. Lugar, dedicación y esfuerzo correctamente administrado y
seleccionado, sí es determinante para cualquier tipo de saber, incluido el filosófico. Pero filosofar requiere, además de un cúmulo
de conocimientos, una actitud frente a la vida y un amor profundo por conocer los fundamentos de todo lo que se pueda, y
agregaría también, como ya lo hizo Platón o Jaspers, ganas de comunicar ese saber para mejorar, del modo que sea, la vida terrena
de los seres humanos. Es por eso que para filosofar en un bar entre café con leche y medialunas, antes hay que lograr ser
filósof@, cuestión que no parece ser tan sencilla.
Hay que saber que la obviedad que muchos pueden atribuir a estas respuestas – como yo lo hago en este asunto – no es tan así
para otros tantos, ya sea porque no las entiendan como obvias o porque sí lo hacen, pero en el sentido contrario.
9 Los sectores o grupos sociales que no pertenecen a la intelectualidad (habría que advertir también que hay intelectuales que
saben muy poco acerca de la filosofía) o ignoran por completo qué es la filosofía, difícilmente puedan juzgar su utilidad.
Lamentablemente, las personas que constituyen estos grupos no son pocas.
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