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SANTO TOMÁS DE AQUINO Y LA ASIMILACIÓN DEL
ARISTOTELISMO
La orden dominicana, fundada por el español Domingo de Guzmán en torno al 1220,
tuvo como propósito primordial difundir el mensaje evangélico a través de la predicación.
Pronto, el contacto con la sociedad de su tiempo obligó a los dominicos a prestar atención a
los estudios. La finalidad era adquirir la mejor formación intelectual posible para estar en
disposición de refutar la herejía y propagar el Evangelio a las gentes. La preparación
adquirida en sus propios seminarios y la difusión del aristotelismo, cuyas doctrinas fueron
aceptadas por la orden muy pronto, les procuró un enorme prestigio en las universidades.
La expansión del pensamiento de Aristóteles se enfrentaba a dos grandes
obstáculos: la tradición platónica – agustiniana, firmemente asentada, y las dificultades que
esta nueva filosofía planteaba para la fe cristiana. Para superar estos impedimentos fue
preciso depurar las líneas fundamentales, eliminando todas aquellas interpretaciones que lo
hacían difícil de aceptar, y mostrar su adecuación a la doctrina cristiana y su fecundidad
intelectual. La tarea realizada por dos de los más ilustres dominicos del S. XIII, Alberto
Magno y su discípulo Tomás de Aquino fue resolver en gran medida estos problemas,
encontrando la síntesis entre Aristóteles y la doctrina cristiana e integrando en ella algunos
elementos de la tradición platónica – agustiniana.
A Alberto Magno (1200-1280) se debe la culminación de la integración del saber
greco – árabe en la cultura latina. Desde su llegada a París, la ascensión del aristotelismo
fue irresistible y a ello contribuyó de manera decisiva. Su instrumento fue la redacción de
una gran enciclopedia que abarcó la totalidad de los saberes de su época, en especial la
teología, la filosofía y las ciencias naturales.
Señaló la existencia de dos ámbitos del saber autónomos en su realidad, con sus
respectivos métodos y principios de conocimiento. Los contenidos de la teología se fundan en
la revelación y los de la filosofía en la razón, por eso aquellos no pueden ser debatidos
filosóficamente. Esto, aunque parece anunciar la teoría de la doble verdad de los averroístas,
no es así, pues para Alberto no son más que dos métodos distintos que pueden
ocuparse del mismo objeto, Dios; nunca dos verdades supremas y contradictorias.
Esta afirmación de autonomía le estimuló a progresar en dos caminos de gran influencia
posterior: por una lado, la promoción de los estudios científicos, basados en la observación
de los hechos (la sensación como criterio de fiabilidad); por otro, la conversión de la teología
en ciencia al estilo de las ciencias demostrativas de Aristóteles: objeto propio, ámbito de
aplicación y principios de argumentación.
Tomás de Aquino (1225 – 1274), discípulo de Alberto magno, supo integrar con
claridad los elementos de las distintas fuentes que nutrían el pensamiento del siglo XIII, en
una síntesis cuya unidad y simplicidad parecen perfectas, por el sentido y la coherencia que
presenta. En él se realiza en plenitud el encuentro entre el racionalismo y naturalismo
griegos y el pensamiento cristiano. Como ha señalado Ortega y Gasset, él comprende
perfectamente que la revelación necesita integrarse como una ciencia humana de la palabra
divina, y culmina la tarea emprendida por su maestro de establecer la teología como ciencia
al estilo de Aristóteles.
Esto significa reconocer a la razón humana su capacidad para constituir un orden
separado y radicalmente distinto del de la fe. Santo Tomás fija rigurosamente las fronteras
entre razón y fe. Dos ámbitos son delimitados, de un lado la fe, la revelación, Dios que se
manifiesta al hombre; de otro, la razón y sus principios evidentes, su punto de partida en los
sentidos, su enraizamiento en la naturaleza del hombre. Éste ve reconocido su estatuto de
ser natural, recobra conciencia de su capacidad y sus derechos y se siente en la obligación
de reclamarlos. Tomás amplia el papel de la razón y reduce al mínimo el territorio de la fe,
compensándolo con el rango de las verdades que nos vienen por revelación, los artículos de
la fe, primeros principios de la ciencia racional acerca de Dios.
Como puede leerse en la Hª de la Filosofía Medieval de Rafael Ramón, la vida de Tomás
tuvo como eje la Universidad de París. Allí realizó una obra intelectual resultado directo de su
actividad universitaria, centrada en la exposición del pensamiento cristiano y en la
explicación de aquellos textos filosóficos que sirven para la elaboración científica de la
teología. En este sentido hay que considerarle un teólogo. En este ámbito su obra capital
es la Suma Teológica.
Pero también es un filósofo, pues su estudio de la tradición filosófica, en especial la
obra de Aristóteles depurada de connotaciones neoplatónicas, le lleva a componer escritos de
naturaleza filosófica, que tuvieron gran interés ya para los maestros en Artes en la
universidad de París, desde poco después de su muerte. Por lo demás, estos estudios de
Julián López Camarena. Santo Tomás de Aquino y la asimilación del aristotelismo.
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filosofía son vistos por Tomás como sistema previo que sirva de apoyo a la edificación de una
Teología racional. En este campo, la obra en la que mejor puede rastrearse esta actividad
filosófica es la Suma contra gentiles, de estructura típicamente científica y cuyo modo de
argumentación es de carácter filosófico.
LA RELACIÓN ENTRE FE Y RAZÓN
En lo tocante al PROBLEMA DE LA RELACIÓN ENTRE RAZÓN Y FE, filosofía y
teología, sus ideas principales son las siguientes.
Dios es el objeto de la sabiduría humana, - lo que comprendió, en especial, a partir
de la Metafísica de Aristóteles -; pero también es el objeto de la fe. Pues la verdad se
manifiesta al hombre según dos aspectos: en el orden sobrenatural, que la razón
humana no puede alcanzar ni demostrar, porque excede todas sus posibilidades; y en el
orden natural, al que pertenece todo lo que es asequible al intelecto del hombre, por ser
proporcionado a su pensar.
Dos vías para acceder a la verdad: razón y fe. La fe es necesaria porque la razón, por
su limitación y finitud natural, es incapaz de obtener la verdad total.
El conocimiento racional debe su limitación y finitud a que todo conocimiento
intelectual en el hombre está sujeto a la condición de tener que comenzar en los sentidos.
No puede darse un conocimiento directo de los principios abstractos y de las realidades
espirituales, sino en la medida en que éstos puedan inferirse a partir de los seres
sensibles. A partir de los seres sensibles podemos conocer su esencia y los primeros
principios de la razón natural (Identidad y no-contradicción, razón suficiente, sustancia,
causa, etc., pues son condiciones del ser y del pensar) que se hacen evidentes por sí mismos
y su verdad es incuestionable. Este conocimiento hace inteligible al hombre todo
cuanto cae primero en el ámbito de sus sentidos, todo cuanto se presenta primero
como sustancia, cuya esencia podrá ser aprehendida por abstracción y fundar en ella un
conocimiento verdadero. Pero por esta misma razón, de su sujeción a la presencia como
sustancia ante los sentidos, la razón queda limitada en su posibilidad de conocer lo
que la sustancia divina es. Primero, Dios no es objeto como sustancia de los
sentidos, por eso no se puede abstraer su esencia. Segundo, la razón humana puede
conocer naturalmente remontándose de los efectos a sus causas, y así, a partir de
los seres sensibles, puede saber que Dios existe, que Dios es uno y otras cosas
semejantes que se pueden atribuir a Dios; pero, no puede conocer qué es Dios, cual es
su esencia, porque los efectos (los seres creados) no son adecuados a la virtud de la causa
y en ellos no puede verse lo que Dios es. Por esta razón, es necesario que el hombre
disponga de una luz sobrenatural para penetrar más allá y conocer aquellas cosas
que no puede conocer por luz natural.
Aquí puede fundarse el siguiente RESUMEN del planteamiento tomista de las relaciones
entre FE y RAZÓN:
1. Existen dos caminos hacia la verdad perfectamente diferenciados: la razón y
la fe. La razón conoce a partir de los sentidos y guiada por sus principios es capaz
de conocer con verdad en el ámbito de los seres sensible (naturales) y algunas
verdades (Dios existe, Dios es uno, etc.) acerca del primer principio, Dios,
remontándose de los efectos, las creaturas, hasta la causa, su Creador. En este
ámbito tiene plena autonomía y no necesita de iluminación alguna. La fe conoce por
revelación divina, iluminación necesaria al hombre para conocer todo cuanto
sobrepasa la limitada y finita razón natural del hombre, siempre que Dios quiera
manifestárselo (Dios es Uno y Trino). Son los llamados artículos de la Fe, primeros
principios de la teología. Tiene, pues, su ámbito propio, en el que la razón humana
no puede penetrar.
2. Existe una zona de colaboración o confluencia en la que ambas fuentes de
conocimiento pueden colaborar a que el hombre alcance la verdad acerca de Dios y
de las demás cosas. Esta zona está representada por aquellas verdades ya señaladas
acerca de Dios que fueron demostradas por algunos filósofos con la sola luz de la
razón – Dios existe, Dios es uno – y ha sido igualmente reveladas por Dios. Son los
llamados preámbulos de la Fe.
3. Tomás zanjó también la cuestión, apoyándose en esa neta distinción de ámbitos y
vías, de la no - contradicción entre las verdades obtenidas por uno y otro camino.
Su tesis es: la verdad racional no contraría a la verdad de la fe cristiana.
Sus argumentos son:
a. La verdad es una, sólo lo falso es contrario a lo verdadero
Julián López Camarena. Santo Tomás de Aquino y la asimilación del aristotelismo.
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b.
c.
Dios es veraz y no se contradice a sí mismo: los principios del pensar racional, que
Dios ha infundido en nuestra naturaleza, están, primero, en la sabiduría divina y Dios
no revela nada que esté en contra de su propia sabiduría.
El hombre está sujeto al principio de no - contradicción, eso quiere decir que si Dios
infundiera conocimientos contrarios, estaría impedido para la captación de la verdad.
4. En consecuencia, la Teología y la Filosofía deben colaborar con el fin de
edificar una ciencia racional de la palabra divina. Basándose precisamente en la
existencia de la zona de confluencia entre los ámbitos de la fe y de la razón, La
teología utiliza los principios de la filosofía, no como necesarios sino para una mejor
explicación; y no porque las ciencias sean superiores, que utiliza como inferiores y
siervas (tanquam inferioribus et ancillis). Al contrario, la teología en tanto que
ciencia tiene sus propios principios, los artículos de la Fe, que no necesita
demostrar, como hacen las otras ciencias, sino que sirven de fundamento para
demostrar otras verdades. Por su parte, la Filosofía, utiliza la teología como criterio
extrínseco de verdad. Para Tomás cuando la razón llega a una verdad que entra en
contradicción con la verdad de la Fe, debe pensar de nuevo, pues eso significa que
no se ha pensado correctamente.
LA DEMOSTRACIÓN DE LA EXISTENCIA DE DIOS Y LA POSIBILIDAD DE SU
CONOCIMIENTO

Demostración de la existencia de Dios
Como creyente y como filósofo, Tomás de Aquino considera que una tarea
fundamental de la razón consiste en demostrar la existencia de Dios. Dicha tarea parte
de dos preguntas previas: ¿es necesario demostrar la existencia de Dios? Y ¿es posible
demostrarla?
La primera pregunta ha de entenderse dentro del clima religioso e intelectual en que
se considera que el conocimiento de Dios ‘está imbuido de un modo natural en la
conciencia de todos los hombres’. No obstante, Tomás piensa que la existencia de Dios
no es inmediatamente evidente para el entendimiento humano y, por tanto,
resulta necesario demostrarla.
En relación con la posibilidad de demostrar racionalmente la existencia de Dios,
afirma que es posible si se sigue el procedimiento adecuado, que consiste en partir de
los seres del mundo, considerados como efectos (criaturas), hasta llegar a Dios
como su causa (Creador). Este tipo de demostración, que va del efecto a la causa, se
denomina a posteriori.
Tomando elementos del aristotelismo, sino también del platonismo y de otras
fuentes, Aquino propone cinco argumentos o vías, cuyo recorrido llevaría a la afirmación
de que Dios Existe. Estas cinco pruebas poseen una estructura similar, desarrollándose
cada una de ellas a través de cuatro pasos sucesivos:
1.
Constatación de un hecho de experiencia – vemos que hay cosas que se
mueven, por ejemplo.
2.
Aplicación del principio de causalidad al hecho constatado – todo lo que se
mueve es movido por otro.
3.
afirmación de que es imposible una serie infinita de causas – no puede
haber una serie infinita de seres que mueven a otros y que, a su vez son
movidos por otros.
4.
Finalmente, afirmación de la existencia de Dios – luego hay un primer
motor, él mismo inmóvil, que es Dios.
La primera de las vías, la más genuinamente aristotélica, parte del hecho del
movimiento para alcanzar la existencia de Dios como motor inmóvil; la segunda parte
de que hay causas causadas para culminar en la existencia de una causa incausada;
la tercera, de que hay seres contingentes (que pueden existir y no existir), para llegar
a la afirmación de que hay un ser necesario (que no puede no existir); la cuarta, de
que hay seres más y menos perfectos, es decir que hay grados de perfección, para
concluir en la afirmación de un ser sumamente perfecto; la quinta, en fin, del orden
que se manifiesta en el comportamiento natural de los seres del mundo para terminar
afirmando la existencia de una inteligencia ordenadora.
Julián López Camarena. Santo Tomás de Aquino y la asimilación del aristotelismo.
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
Posibilidad del conocimiento de la esencia de Dios
Las cinco vías pueden considerarse como un acceso al conocimiento de la esencia de
Dios. Así, la prueba del movimiento pone de manifiesto que la nota característica de la
esencia de Dios es la inmutabilidad (también está en Aristóteles y Agustín).
En la S. T. Comienza por la simplicidad: en Dios no hay composición alguna, ni de
materia – forma, ni de sustancia – naturaleza ni de esencia – existencia. Dios se
identifica con su propia esencia o naturaleza (Dios es la divinidad, pero el hombre no es
la humanidad) y ésta con la existencia (la esencia es su existencia: ‘yo soy el que es’,
dice Dios a Moisés. Éxodo, 3, 14). De la simplicidad se hace derivar otros atributos
divinos, primero la perfección y la bondad (Platón y Agustín); luego la infinitud, la
Omnipresencia, la inmutabilidad, la eternidad y la unidad.
En realidad Tomás de Aquino reconoce que aunque Dios es sí mismo lo más
cognoscible, puesto que es acto puro, sin embargo para nosotros es lo más
incognoscible. De Él sólo podemos saber no lo que es sino lo que no es. Por eso los
atributos que se aplican a Dios son ‘negativos’ (in-mutabilidad, in-finitud), incluso
cuando se expresan positivamente (simplicidad es ausencia de composición) y se
obtienen negando de Dios lo que hallamos en la criaturas que sea incompatible con él:
vía de negación. No obstante, también se predican de Dios atributos positivos (por
ejemplo, la bondad) tomados de las criaturas (en la medida en que los efectos - las
criaturas – participan de la perfección de la causa) pero esta atribución sólo puede
hacerse por analogía: vía de eminencia.
Julián López Camarena. Santo Tomás de Aquino y la asimilación del aristotelismo.
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