Subido por harold marquez

AMG Reflexiones autobiográficas

Anuncio
REFLEXIONES AUTOBIOGRÁFICAS
Abdelkader Márquez García
©2006 Abdelkader Márquez G.
©2006 Asdrúbal Márquez C.
ISBN:
Depósito Legal:
2
68-777-888-U
T-66665-5556
Contenido
Prologo
I.
II.
III.
IV.
V.
VI.
VII.
VIII.
IX.
X.
XI.
XII.
XIII.
pag.
Reflexión inicial……………………………………………………………………….
4
La infancia provinciana…………………………………………………………… 10
La adolescencia caraqueña…………………………………………………….. 17
El regreso a la provincia…………………………………………………………. 24
El intervalo colombiano…………………………………………………………. 33
El enfrentamiento AD-COPEI………………………………………………….. 39
El exilio diplomático en Europa………………………………………………. 45
El funcionario público en la CVG…………………………………………….. 52
El exilio político en Inglaterra…………………………………………………. 58
El regreso a la actividad política……………………………………………… 69
El embajador de Venezuela……………………………………………………. 84
La residencia en los Estados Unidos……………………………………….. 98
Reflexión final………………………………………………………………………… 104
3
-IREFLEXIÓN INICIAL
4
REFLEXIÓN INICIAL
-IUna autobiografía, más que la vida de un personaje contada por el mismo, es un relato de
aspectos resaltantes de la vida de otros personajes, vistos a través del prisma interesante del autor
de su propia biografía. Por eso no he querido llamarla Memorias, pues habiéndole dado sus
énfasis más a la subjetividad que a la objetividad, me pareció más sincero llamarla autobiografía.
Está escrita si, con la favorable perspectiva que permiten el tiempo y la distancia. Está dirigida al
hombre de la calle, que a diferencia del intelectual o del político, no tiene ideas preconcebidas ni
compromisos preestablecidos. Solo persigo el propósito de crear con ella, un elemento de
referencia para quienes algún día se atrevan a escribir la historia de los últimos cincuenta años de
un país, que en ese breve tiempo dilapidó no solo la gloriosa herencia de los Libertadores del siglo
XIX, sino también la inmensa riqueza material que el Creador otorgó con generosidad ilimitada, a
este pedazo del hemisferio americano.
Con el mas simplista de los criterios , sectores interesados –entre ellos los medios de
comunicación social- han venido señalando la corrupción política, entendida ésta como la falta de
justicia en los tribunales , la simonía en los empleos, el latrocinio en los contratos del gobierno, el
tráfico de influencias, como la causa de este fenómeno.
Nada más lejos de la realidad, los Estados Unidos, el país más poderoso de la tierra, la única
súper-potencia militar, lleva más de un siglo conviviendo con esta situación y prosperando cada
día con una mayor intensidad. Pareciera así, que estos síntomas de la corrupción no solo no
aniquilan a un pueblo, sino que por el contrario, contribuyen a su encumbramiento.
El drama de Venezuela es más hondo y más complejo. Es el carecer de un objetivo. El de no haber
buscado jamás un sitial dentro del concierto de las naciones del mundo, el de no haberse fijado
una misión a cumplir en el seno de la humanidad. El de haberse creído rica cuando era pobre, y
poderosa cuando era débil.
De repente el país se enfrenta a la dolorosa realidad de saberse pobre y atrasado, rodeado de
vecinos poderosos, ayuno de dirigentes calificados, con una juventud impregnada de colonialismo
cultural, sumido en la desesperanza y sin nada más que ofrecer, que una historia gloriosa de
héroes e intelectuales que una vez llevaron luz a un continente desde las cumbres del Ávila hasta
las llanuras de la Patagonia.
Y, para cerrar el camino a toda solución, el recuerdo de esa historia sublime e inimitable, lejos de
estimularlo lo impulsa a retroceder como si estuviera adormitado y soñando con “que todo tiempo
pasado fue mejor”.
A muchos de los culpables de esta situación me tropecé en el curso de mi vida, que abarca
precisamente este dramático período, y a ellos me refiero con brutal sinceridad.
5
-IISubjetivamente, en esta autobiografía un recuento apresurado y a veces desordenado de una
vida agitada y contradictoria, a veces incomprensible, pero siempre reveladora de un inalterable
propósito de superación y perfeccionamientoPero es que siempre anduve de prisa. Desde los cuatro años de edad, cuando ya sabía leer y
escribir empecé a absorber conocimientos que estaban reservados a personas mayores, y como
tal inquietud no fue orientada y canalizada de una manera sistemática, en más de una ocasión
quedó dispersa en contradictorias y variadas expresiones.
Fui a la escuela primaria solo para cumplir requisitos legales que imperaban en aquellos tiempos.
A los 12 años ya era estudiante de educación secundaria y como miembro activo de la Juventud
Católica dirigía un semanario de información general y publicaba mi propio periodiquito donde
analizaba los problemas limítrofes de Colombia y el Perú y protestaba contra la invasión de Etiopía
por las hordas fascistas.
A la muerte del General Juan Vicente Gómez ya puedo actuar como dirigente estudiantil, capaz de
movilizar mis compañeros contra aquellos a quienes identificaba, justa e injustamente, como
vinculados a la dictadura.
Mi padre me envía a Caracas para evitarme complicaciones y en el Liceo Andrés Bello primero , y
luego en la Universidad Central, me empeño en estudiar con entusiasmo y dedicación para no ser
segundo de nadie, sin que por ello olvide mis inquietudes políticas.
Cuando ya estudiante universitario regreso a San Cristóbal, me vinculo al Partido Comunista y así
aprendo a templar mi voluntad en la actividad política y la lucha callejera.
La llegada al poder de Isaías Medina Angarita cambia mi posición ideológica y me identifico con los
partidarios del Presidente. Paso entonces a militar en el PDV y me coloco en la vanguardia de la
lucha contra Acción Democrática, como ya lo había hecho en el Partido Comunista.
El golpe militar del 18 de octubre me lanza al exilio, peo regreso al Táchira, dos años después para
reiniciar mi lucha contra Acción Democrática. Llego así a la Presidencia de la Asamblea Legislativa
del Estado Táchira, y cuando cae el gobierno de Rómulo Gallegos, hago un año de periodismo y a
principios de 1950 viajo a Europa, gracias a Miguel Moreno, quien me ofrece la oportunidad de
estudiar en Inglaterra, con un cargo diplomático. De Londres viajo a Alemania Occidental para
instalar con Carlos Cristancho Rojas, la Misión Diplomática de Venezuela en Bonn.
Regreso a Venezuela en 1954 y gracias a la intervención de Ricardo González entro a trabajar en la
Corporación Venezolana de Fomento, donde me sorprende en enero de 1958, la caída del General
Marcos Pérez Jiménez.
6
Vuelvo entonces a Londres. Estudio en la universidad, trabajo en la BBC y regreso a Venezuela en
1965 para volver a enfrentarme a Acción Democrática. Esa obsesión anti-adeca me lleva a militar
en la Cruzada Cívica Nacionalista y a coordinar con Marcos Pérez Jiménez, entonces detenido en la
Cárcel Modelo. Llego entonces en las elecciones de 1969 a Concejal de Caracas y a Diputado al
Congreso Nacional.
Ya en el Congreso reviso mi posición política, creo un nuevo grupo de amigos y se desvanece mi
odio patológico contra Acción Democrática.
En las elecciones de 1974 fundo mis esperanzas para llegar a las altas esferas del poder. La derrota
de Lorenzo Fernández me deja en el aire, pues COPEI a quien ya no le soy útil pues tampoco salgo
electo diputado, me descarga como desecho político. Es entonces, cuando Carlos Andrés Pérez me
ofrece una embajada. Mi vida de embajador concluye con Luis Herrera Campins y también con mi
presencia en Venezuela.
Sumados los años de exilio diplomático a aquellos de exilio político, el total revela que más de la
mitad de mi vida ha sido consumida fuera de Venezuela. Sin embargo, mientras más me
adelantaba en el conocimiento de otros pueblos y de otras culturas, más me reafirmaba en mi
identidad venezolana y mi vocación bolivariana.
En estos últimos años de mi vida en los Estados Unidos, dolorido y avergonzado de la realidad
venezolana, cuando más se ha afianzado mi patriotismo más cercano me he sentido de esa
horrible realidad de Venezuela.
La muerte de François Mitterrand que acaba de anunciarse me causa profundo dolor. Una vecina
que sabe de mi enfermedad se encarga de personalizar ese dolor, le pregunta a mi mujer que ha
pensado hacer con la casa, una vez que yo muera, pues hay personas interesadas en adquirirla.
Me duele la crueldad del incidente, pero me hace comprender que estoy viviendo mis últimos
años y eso me motiva a reflexionar sobre el pasado.
A esta sociedad norteamericana, materialista e hipócrita, hedonista y decadente, me incorporé
por una casualidad. Un tal Zambrano Velasco, Canciller de la República en ese desastroso gobierno
de Luis Herrera Campins, tomó la decisión de removerme del cargo de Embajador en Jamaica
como resultado de informes confidenciales sobre mi amistad con Michael Manley y su gente, que
le había suministrado un funcionario subalterno de la Embajada, curiosa combinación de
ignorancia, deshonestidad y mala fe, a quien yo le había hecho el favor de acomodar los libros de
contabilidad de la Embajada, para no tener que denunciarlo como vulgar ladronzuelo.
Los informes eran parte de su trabajo, pues operaba al servicio de COPEI, comprometido con los
sectores imperialistas en un plan para derrocar a Manley. No tenía conocimiento ninguno de ese
compromiso, pues nada me dejaron entrever en la Cancillería, dado que en la Casa Amarilla no
había Canciller ni Cancillería. El que no hubiera Cancillería era normal. Nunca la ha habido. De allí
los espectaculares errores cometidos por Venezuela en el campo internacional. El que no hubiera
Canciller si era absolutamente coyuntural. El Dr. Arístides Calvani, según el mismo me lo
7
manifestó, respondió al ofrecimiento de Luis Herrera con un viejo proverbio “Nunca segundas
veces fueron buenas”. Y así, por carambola, como decimos en Venezuela se designó a un tal
Zambrano Velasco cuya tarjeta de presentación era una bella y agraciada esposa. Por lo general, y
aun en las etapas más negras de la vida republicana, ilustres ciudadanos han estado al frente de la
Cancillería que alcanza una de sus mejoras épocas con la actuación incomparable del Dr, Calvani.
Esta tradición se interrumpe bajo el gobierno de Luis Herrera, y sigue interrumpida durante los
siguientes periodos de Jaime Lusinchi y Carlos Andrés Pérez en su repetición.
Ante la imposibilidad de hablar con el Canciller y con vista de la urgencia de viajar a Jamaica, opté
por solicitar una audiencia con el Presidente Herrera, y este muy gentil me recibió un domingo por
la mañana, según el mismo me lo dijo, como testimonio del aprecio que me profesaba. Nada me
dijo el Jefe del Estado en esta oportunidad. No me dio instrucción alguna, ni me hizo
recomendación de tipo político, no obstante que en el curso de la conversación le manifesté mi
simpatía por el Primer Ministro Manley, con quien me unía una buena amistad, creada durante sus
frecuentes visitas al Primer Ministro Guyanés Forbes Burnham.
Tardíamente supe de la maniobra que habían venido cuadrando contra Manley en combinación
con Edward Seaga, el jefe de la oposición jamaiquina, el Presidente del Copei Hilarión Cardozo, el
grafitero Luis Alberto Fernández, el funcionario de marras de la Embajada Jorge Escovar Fernández
y otros cuantos dirigentes copeyanos y funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores, en
combinación con agentes norteamericanos de la CIA, para forzar a Manley a convocar a elecciones
generales antes de que terminara el año, agravándole la situación económica y creándole
problemas y conflictos internos. Recuerdo que a principios de noviembre me llamó Manley por
teléfono a mi casa y me dijo; “Márquez, no puedo ya aguantar más. Voy a convocar a elecciones y
vamos a ver qué pasa”. A pesar de la grave crisis que vivía el país, Manley seguía siendo el
extraordinario político que movilizaba grandes masas, el carismático personaje que había nacido
de la fusión de la sangre y las virtudes de los Padres de la Patria; su padre Norman Manley, el
intelectual denso y sereno y Alexander Bustamante, el caudillo popular de arrebatadora simpatía.
En las elecciones Manley sufre dura derrota, y casi de inmediato recibo órdenes de regresar a
Caracas, para lo cual hay un avión venezolano en Kingston a mi disposición. Sin embargo, al llegar
al Ministerio me consigo que no tengo con quien hablar. El Canciller no me recibe, y el Director
General, un pobre hombre de apellido Páez Pumar, era dueño de una ignorancia enciclopédica, de
la cual no estaban excluidos los problemas del Ministerio.
Desconcertado, derrotado, sin tener a quien acudir, no me queda más camino que viajar a Miami,
donde mi hija Emily está estudiando en la Universidad, y mi mujer preparaba una residencia para
acompañarla. Sin planes ni objetivos concretos, imposibilitado de ejercer una profesión,
encuentro en el estudio la solución a mis inquietudes y el sedante a mis problemas. Me inscribo
entonces en la Escuela de Post-Grado de Estudios Internacionales de la Universidad de Miami, sin
mayores dificultades, como que tengo una Maestría de la Universidad de Londres.
Por dos años me dedico por entero al estudio y a la investigación, con plena conciencia que debo
siempre lograr las máximas calificaciones dada mi condición de ex – embajador de Venezuela.
8
Concluido el periodo de estudio, escribo el siguiente año la disertación doctoral, y el 4 de mayo de
1984 opto al título de Doctor en Filosofía, en la especialidad de Relaciones Inter-Americanas. Mi
disertación es una contribución a esa tarea de la integración del Caribe, a la cual me he dedicado
desde mis primeros contactos con ese mundo de bellezas y contrastes.
Así, sin pensarlo, sin planificarlo, lentamente en este país al que hoy tengo que agradecer una
pensión que me permite vivir con dignidad, y un seguro médico que prolonga mi vida mediante el
uso de las más avanzadas técnicas, sin que por ello haya olvidado un solo momento a Venezuela,
cuya dimensión territorial llevo conmigo y cuyas vivencias gloriosas me han acompañado siempre.
Al comienzo de 1966, con el corazón cansado por los años, pero con las experiencias adquiridas en
la escuela de la adversidad, que no solo enseña moderación y tolerancia, sino también paciencia y
resistencia ante esa misma adversidad, me apresuro a escribir estas REFLEXIONES
AUTOBIOGRÁFICAS, en las cuales presento personajes y eventos ignorados, desconocidos u
ocultados deliberadamente, que en determinados momentos influyeron en la toma de
importantes decisiones de la vida nacional.
9
-IILA INFANCIA PROVINCIANA
10
LA INFANCIA PROVINCIANA
1922-1936
Nací en Mérida de padres merideños. Mi madre era dama de abolengo venida a pobre,
descendiente por línea paterna del General de División Manuel Antonio García Fernández, caudillo
larense partidario de la autocracia guzmancista, quien fuera Jefe Civil y Militar del Estado; y por la
materna de Josefa Chuecos Alarcón, nieta de don Joaquín de Chuecos, primo hermano de Doña
María Diega de Dalmacier, Duquesa de Sevilla, y tataranieto de Don Guzmán Pérez de Chuecos,
Barón de Benguizal. Mi padre era hijo de campesinos, descendientes ambos del Capitán Felipe
Márquez Osorio, casado con la Encomendera Doña Hermenegilda Urbina, colonizadores de la
región que hoy se denomina La Urbina en el estado Mérida, y de Don Francisco Fernández Rojas,
fundador de Chiguará, lugar donde habían nacido los dos .
En esa misma ciudad de Mérida, dos de mis tíos carnales, el uno por parte de madre y el otro por
parte de padre, se encuentran perpetuados en el bronce estatutario. Héctor García Chuecos, en el
Parque de los Escritores Merideños y Heriberto Márquez Molina en el Boulevard Domingo Peña,
junto a un grupo escultural que conmemora el primer ascenso al Pico Bolívar, cima del sistema
geográfico nacional, un 5 de enero de 1935.
Héctor García Chuecos es el acucioso investigador de la historia venezolana, autor de numerosos
trabajos sobre esta materia, de obligada consulta en la historiografía patria, entre los cuales vale la
pena resaltar la Historia Colonial de Venezuela, trabajo de excepcionales méritos. García Chuecos
fue individuo de número de la Academia Venezolana de la Historia, Director del Archivo Nacional,
Delegado de Venezuela a numerosas conferencias internacionales, miembro de importantes
instituciones científicas de América y Europa, y serio escritor de monografías, artículos y crónicas
sobre la Venezuela colonial y la patria republicana.
Heriberto Márquez Molina es el genio auto-didacta que abandona su pueblo natal de Chiguará,
cuando apenas tiene 18 años y de hacerse el fotógrafo del pueblo, para probar fortuna en la
capital del Estado, donde su hermano José de Jesús iniciaba sus estudios de Derecho. Aprende a
conducir el automóvil, artefacto mecánico que acaba de llegar con la inauguración de la carretera
trasandina; luego se hace mecánico de autos, mientras en los tiempos libres funge de relojero e
incursiona en el comercio. Es por este último motivo que se relaciona con el Dr. Enrique Bourgoin,
dueño de una botica, en la cual planifican el asalto al Pico Bolívar, sin más recursos técnicos que
una vieja brújula un elemental altímetro. Eso sí, con la determinación y el entusiasmo de un joven
de vigorosa contextura física y de indomable voluntad. Son esas mismas virtudes las que en años
posteriores lo hacen tipógrafo, impresor y periodista, profesiones éstas que desempeña en los
últimos años de su vida.
Mi tía abuela doña Concepción Chuecos Alarcón, era mujer de inquietudes intelectuales y amiga
de la investigación histórica, escribía cuentos y poemas y servía de Secretaria a personas e
11
instituciones de la ciudad, y es ella la que me sirve de guía en los primeros años de mi vida. Como
a los cuatro años ya sabía leer y escribir, me fue fácil conocer de sus actividades literarias y así
adentrarme en la lectura de documentos y escritos sobre sus ilustres antepasados.
Mi papá que era estudiante universitario y mi mamá que era maestra de escuela, me estimulaban
en mi afecto y dedicación a la tía abuela, y así se desarrolló esta primera etapa de mi existencia.
Tenía cinco años de edad cuando asistí a la graduación de mi padre en el Paraninfo de la
Universidad de los Andes como Doctor en Ciencias Políticas y diez y siete años más tarde optaba
yo al mismo título, en el mismo lugar y en presencia de algunos que habías sido testigos del grado
de mi padre. Al año siguiente me matriculan en la Picón par así poder recibir en su oportunidad el
certificado de Educación Primaria Elemental; y un año después viajo a San Cristóbal donde mi
familia va a residenciarse.
Llegué a la capital tachirense, el día sábado 19 de abril de 1930 con toda la familia. Eran las seis de
la tarde, y como la casa que mi papá había alquilado para nuestra residencia estaba en la carrera
5, frente al Palacio de Gobierno, hubimos de esperar a que terminara la ceremonia de arriar la
bandera que allí se hacía con la presencia de efectivos militares, en traje de gala.
El Dr. Rafael Parra León, Secretario General de Gobierno, había convencido al Gral. Pedro María
Cárdenas, Presidente del Estado y uno de los 60 que iniciaron la Revolución Restauradora el 23 de
mayo de 1899, de la necesidad de mejorar el Poder Judicial mediante la designación de
profesionales para los juzgados del Estado, en lugar de los “cuchivachines”, como llamaban a
quienes ocupaban esos cargos. Parra León cumplía así la función que Gómez esperaba de los
Secretarios Generales, basada en el principio criollo de que “Caudillo en macadam necesita
Secretario”.
Diez y ocho años después correspondí a la distinción que Parra León había hecho a mi padre,
haciéndolo designar Procurador General del Estado por la Asamblea Legislativa que yo presidía.
Con mi papá J. de J. Márquez Molina, llegaron también al Táchira, el Dr. José Ramón Angola,
brillante penalista, y el Dr. Justiniano Solórzano, que llegó a ser el más viejo abogado del Estado.
A la semana siguiente ya estoy inscrito para terminar el tercer grado en la Escuela Anexa al Liceo
Simón Bolívar, y no tengo problema alguno de adaptación, como que cuento con un grupo de
compañeros cuyos progenitores están vinculados al mío por obvias razones de carácter social. A
esta Escuela van los alumnos más calificados de la ciudad. Los otros van a la Escuela de Don Rafael
Álvarez. Las niñas van a la Escuela de doña Regina Mujica de Velásquez, esposa de don Ramón
Velásquez, sub-director del Liceo Simón Bolívar, ambos colombianos, que para época tenían su
hijo único estudiando en Pamplona, de nombre Ramón José Velásquez, a quien he de referirme
varias veces en este libro.
El Director de la Escuela que lo es también del Liceo, es un personaje singular: el Bachiller Carlos
Rangel Lamus. Humanista de vasta cultura, es una especie de filosofo ateniense que recorre las
aulas del instituto, cual moderno Sócrates por los jardines de Academus. Es también hombre de
12
ideas avanzadas que en esos tiempos discurre sobre la protección del medio ambiente, de la
preservación de los recursos naturales no-renovables, de la importancia de la agricultura. Faro de
luz en la noche gomecista que vive Venezuela. Sin embargo, este educador tiene una conducta
con sus discípulos que lo acercan más al dictador que repudia que al filósofo que admira.
Es práctica diaria que antes de iniciarse las clases, los alumnos de la Escuela se reúnan en el patio,
en correcta formación, para entonar el Himno Nacional, el Himno del Táchira y el ya olvidado
Himno del Árbol, cuya primera estrofa todavía resuena en mis oídos:
Al árbol debemos solicito amor,
Jamás olvidemos que es obra de Dios.
Hoy, esto se considera denodado y hasta ridículo, mientras la música norteamericana, da gritos y
letra sin mensaje, se impone en una juventud impregnada de colonialismo cultural. Me imagino
que ya no se dedica una tarde a la semana a la semana para la educación física, o que esta
actividad ha sido sustituida por los llamados ejercicios aeróbicos que al compás de los ritmos
gringos, fascinan a estos imitadores del hegemón del mundo. Parece que se ha llegado al extremo
de cultivar igualmente la música campesina (country music) que es popular en algunas regiones de
los Estados Unidos, como una tradición que arranca de los primeros colonizadores. Jóvenes de hoy
sin personalidad ni identidad. Su cuerpo permanece en Venezuela, pero su mente divaga por las
calles de Miami o las avenidas de Washington.
Rangel Lamus usaba así de todos los medios posibles para fortalecer el nacionalismo, el amor a la
patria chica y el respeto a la naturaleza. Y como si todo esto no fuese bastante, se cantaba el
himno nacional del país bolivariano cuya fiesta nacional se celebraba en la correspondiente fecha,
con lo cual se estimulaba también la unidad bolivariana y el respeto a los países hermanos. Cuanto
ha descendido Venezuela en la educación de la juventud. Y con tantos recursos que dilapidamos.
Lo grave es que la decadencia en el nivel educativo es tanto, que hasta se ignora la Historia de
Venezuela, relegada hoy a un programa sintético en el cual se ha prescindido de la etapa
precolombina y apenas si se menciona la etapa colonial. Poco se dice de la guerra de la
independencia y nada se menciona de la etapa post-independentista hasta llegar a los tiempos
contemporáneos. De Simón Bolívar y los demás héroes, civiles y militares, que forjaron la
nacionalidad, solo hay referencias incompletas y aun el surgimiento de la democracia actual es tan
pasajero y anecdótico.
Al recordar otra vez a Don Carlos, como le decíamos todos en la escuela, confieso que con él
nunca tuve buenas relaciones. Un poco anarquizante como soy, me quejaba con frecuencia de sus
procederes, lo cual naturalmente me creaba problemas, y en más de una ocasión me amonestó
con violencia y acrimonia, aunque nunca me sometió a castigos corporales como era su práctica
habitual. Alguna vez mezclo la amonestación con el elogio, como cuando me dijo: “Es que yo
quiero que usted sea como Rafael Pinzón o Román Eduardo Sansón, no uno del montón. Eran ellos
los estudiantes más brillantes de la primera promoción egresada del Liceo, y ambos estudiaban
con mucho éxito en la Universidad Central.
13
La caída del régimen conservador colombiano con el triunfo del candidato del liberalismo Enrique
Olaya Herrera, provocó el éxodo hacia Venezuela de distinguidas personalidades. Hugo Ruan es
una de ellas y Rangel Lamus lo incorpora al profesorado. Ya trabajaba allí don Ramón Velásquez,
quien había llegado antes huyendo del godismo santandereano. Ambos son humanistas y aun
cuando el uno autoritario e intransigente, y el otro suave y contemporizador, se produce entre
ambos una simbiosis que eleva este liceo de provincia a un nivel educativo sin parangón en el
firmamento nacional. La posterior incorporación de varios profesionales tachirenses que
regresaban del exterior a su tierra natal, consolida este sólido baluarte cultural.
Como Rangel Lamus es hombre de gran visión, añorando quizás la democracia que soñaba para
Venezuela, ha creado en el Liceo una especie de parlamento estudiantil en el cual se debaten
temas de interés, integrado por todos los estudiantes que cursan bachillerato, denominado
Asociación de Estudiantes del Táchira (AET). La Asociación celebra reuniones mensuales donde se
tratan tópicos culturales y sociales, al tiempo que se exaltan las figuras de la patria.
Cada reunión se iniciaba con una exposición a cargo del alumno más destacado del mes anterior.
En cierta oportunidad, corresponde a un joven feo, desgarbado y de prieto color que acaba de
terminar sus estudios de bachillerato en Pamplona, llamado Ramoncito Velásquez, hijo del SubDirector del Liceo. Tenía yo entonces unos diez años de edad, pues asistía como oyente a las
reuniones de la AET por ser estudiante del sexto grado de educación primaria.
Ramoncito no causa ninguna impresión. Eran entonces estudiantes del Liceo Miguel Moreno
Huérfano, Antonio Pérez Vivas, Abraham Ramírez González, Víctor Laviosa Colmenares, José
Antonio González Colmenares y otros que no recuerdo, todos alumnos de primer orden, con los
cuales Ramoncito no podía compararse.
A pesar de la diferencia de edad, que en esos periodos luce muy amplia, se establece cierta
relación social entre los dos. Eso explica el por qué en ocasión propicia, Ramoncito me usa
habilidosamente como instrumento para ofender aquellos estudiantes de su edad que no le han
dado ninguna importancia. Se trata de ofrecer un homenaje al Dr. Amenodoro Rangel Lamus,
designado por el Presidente López Contreras como Embajador de Venezuela en Chile, como
testimonio de aprecio del estudiantado al ilustre tachirense que ha sido profesor del Liceo.
Ramoncito quien se ha ocupado en organizar la serenata, en el preciso momento me escoge para
que sea yo quien haga el discurso de ofrecimiento del homenaje. Sutilmente los relega a un
segundo plano. Durante más de cincuenta años, Ramoncito ha apelado a ese tipo de maniobra,
que termina levándolo inesperadamente a la Presidencia de la República, después de haber
escalado otras estacadas posiciones, en ninguna de las cuales dejó honrosa huella de su paso.
Mis precoces actividades revolucionarias que siguen a la muerte del General Gómez y que me
llevan a enfrentamientos peligrosos con gente como el General José María García, nuevo
Presidente del estado, quien tiene fama de hombre de armas tomar, o como don Manuel Angarita
a quien injustamente he atacado por su condición de dueño de la empresa eléctrica que
suministra luz a la ciudad, obligaron a mi papá a enviarme a Caracas, a casa de mi abuela, para
continuar allí mis estudios de bachillerato, lejos de la política local.
14
En los meses que preceden a mi viaje a Caracas, llegó a San Cristóbal una delegación de
estudiantes que venía a organizar en el Táchira, la Unión Nacional Estudiantil (UNE). Preside esa
delegación un joven bien parecido de verbo fácil y atrayente personalidad. Casi de inmediato se
establece entre los dos una corriente de mutua simpatía. Se llama Rafael Caldera Rodríguez y
viene precedido de fama de brillante estudiante. Le gusta conversar conmigo sobre diferentes
aspectos de la vida local y nacional, y más de una vez lo acompaño a su habitación del Hotel Royal
donde se aloja hasta la hora de retirarse a dormir. Como tiene algunos barros y espinillas, antes de
acostarse se embadurna la cara con una pomada amarillenta, y yo presencio con asombro este rito
nocturno.
Durante muchos años se mantiene esta amistad que se deteriora por mi conducta en la Legislatura
del Táchira, donde me niego a obedecer sus órdenes; se lesiona seriamente aunque no se rompe,
pues tengo el cuidado de saludarlo siempre con respeto, durante el régimen de Pérez Jiménez; se
restablece con mi respaldo a su candidatura presidencial en las elecciones de 1969, se fortalece
con mi decidido respaldo en el Congreso y se diluye en el tiempo ante su indiferencia después de
la derrota de Lorenzo Fernández. Respetuoso de su posición y de la amistad, le consulto la oferta
que me ha hecho el Presidente Pérez para desempeñar la Embajada de Guyana y aprovecha
entonces la oportunidad para decirme que no pudo convencer a Fabio Méndez Moncada para que
se excusara de asistir a las sesiones del Congreso y así yo entrara a la Cámara como correspondía
de acuerdo con el pacto pre-electoral. Increíble pero cierto. Este Caldera que todo lo podía dentro
de su partido, no me responde en ese momento, como tampoco me respondería cinco años
después cuando le pedí me hiciera elegir Secretario de la Cámara de Diputados, para lo cual él
sabía que yo estaba excepcionalmente calificado, después de haberse comprometido me salió con
la excusa de que había tenido que ceder esa posición a fin de poder asegurar la elección de
Godofredo González a la Presidencia del Senado.
Es cierto también, que no todos mis amigos se han comportado como el Presidente Caldera.
Mantengo aún la más estrecha amistad con gente como Jesús Antonio Cortés Arvelo, Víctor Felipe
Medina, José de Jesús y Carlos Martínez Rueda y otros más en San Cristóbal, aparte de aquellos
que compartieron mis inquietudes en Mérida y Maracaibo. Más aún, he recibido atenciones y
homenajes de quienes siendo todavía jóvenes, solo me conocen por el nombre, como los
dirigentes del Colegio de Abogados del Estado Táchira, autores del homenaje conmemorativo de
mis Bodas de Oro profesionales.
En discurso que pronuncié en el Salón de Sesiones del Ayuntamiento de San Cristóbal el 19 de abril
de 1972, hice referencia a la generación tachirense del 58, dentro de la cual me tocaría ubicarme,
y mencioné allí los nombres de aquellos a quienes consideré representativos de esa generación.
Creo no haberme equivocado en esa nómina que ahora repito y en la cual aparecen algunos
fallecidos y otros ignorados por el devenir histórico. Son ellos: Carlos Andrés Pérez, Rodolfo José
Cárdenas, Horacio Cárdenas Becerra, Ernesto Santander, Román Pacheco Vivas, José Rafael y
Carlos Rangel Rojas, Francisco Guerrero Pulido, Ibsen Araujo, Camilo Daza, Juan Galeazzi, J.J. Mora
Figueroa, Miguel Ángel Granados Méndez, Valmore Acevedo Amaya, Ceferino Medina Castillo,
Edilberto Escalante, Gonzalo Ramírez Cubillan, Jesús Antonio y José Rafael Cortés Arvelo, Víctor
15
Felipe Medina, J. de J. Martínez Rueda, Alberto López Cárdenas, Luis Arturo Ordoñez, Lucio
Cárdenas Ramírez, Jorge Osorio García, Omar Biaggini, Jorge Murillo Vivas, Antonio Daza.
Recuerdo que inicie ese discurso con una referencia a la generación tachirense del 98, para usar
este año como un hito histórico que nos vincula a la Madre Patria Española, y mencioné allí a
Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Román Cárdenas, Ezequiel Vivas, Carlos Rangel Garbiras,
Leopoldo Batista Galindo, Lucio Baldó, Santiago Briceño Ayestaran, Abel y Eduardo Santos, Juan
Pablo Peñaloza, Teodosio Sánchez, Eloy Peralta, José Ignacio Cárdenas y Maximiano Casanova,
sobre Román Cárdenas escribí en época posterior un ensayo biográfico, que a pesar de su
brevedad pues lo usé en un discurso en el Salón de Lectura de San Cristóbal, sigue siendo un
clásico varias veces reproducido.
En esos años de mi niñez edité un semanario intitulado “El Quijote” e hice incursiones en el
comercio vendiendo revistas que importaba de Puerto Rico, lo cual era posible por la eficiencia del
correo de la época y el alto valor del bolívar con el cual se podía adquirir el dólar a la rata de 3,35.
Algo así como 150 veces menos que el actual precio de la divisa americana. Quizás este dato sea
un índice elocuente de lo que ha decaído el país en los últimos cincuenta años, por su simplicidad
matemática. Pero hay otros factores que confirman esa situación de deterioro general de
Venezuela. En el orden cultural y espiritual está a la zaga de los pueblos hermanos de América
Latina y el Caribe. En este mismo periodo, nativos de esas naciones no menos de diez Premios
Nobel, el más alto galardón mundial que se otorga a las creaciones de la inteligencia y de la
fidelidad al sistema democrático. Yo mismo me pregunto cómo venezolano que soy, como
explicarse que en un micro-país como la Isla de Santa Lucía, cuya población apenas si excede los
100.000 habitantes, con muy pocas escuelas y ninguna universidad, sea la patria de dos personajes
ilustres honrados con el Premio Nobel: Sir Arthur Lewis en Economía y Derek Walcott en
Literatura, a quienes he tenido oportunidad de conocer personalmente.
Y fue también durante esos años que devoré cuanto libro encontraba. Como EL INCENDIO que era
una tienda de don Carlos Ramírez importaba libros de Chile y la Argentina, allí me apropie con
diversos pretextos y de manera ilegítima de las obras de los escritores del Siglo de Oro y de los de
la Generación del 98, de la de los escritores rusos pre y post-revolucionarios; de las obras que
integran la Comedia Humana de Honorato de Balzac; de traducciones de Goethe y Shakespeare, d
los clásicos griegos y latinos y de numerosos escritores de América Latina. Gracias, don Carlos
Ramírez. A usted le debo mucho de lo que constituye mi bagaje cultural.
16
-IIIADOLESCENCIA CARAQUEÑA
17
LA ADOLESCENCIA CARAQUEÑA
1936-1940
Ausentarme de san Cristóbal es para mí un trauma cruel y doloroso. Nunca me he separado de mis
padres que siempre me han tratado como un hijo consentido, ni de mis hermanos para quienes
soy un estímulo y ejemplo. Somos una familia feliz donde mi padre toma todas las decisiones y
donde el culto al orden y al trabajo es ocupación y es objetivo. No solo tengo que dejar a mis
amigos del Liceo, sino también a aquellas personas mayores que me distinguen con su amistad:
Monseñor Tomás Antonio San Miguel, Obispo de la Diócesis, Mons. José Primitivo Galaviz, Vicario
y Provisor General, el Padre Escalante, Párroco de la Catedral; el ensayista Pedro Romero Garrido y
el poeta Anselmo Amado, los profesores del Liceo, los dones de la ciudad, los Villasmil Candiales,
don Luis Fontana, don Arquímedes Cortés y don Benigno Moros quienes han llegado de Rubio, el
primero con su imprenta y el segundo con su panadería, los Semidey y tantos otros.
Pero es que tengo que dejar a San Cristóbal que tiene para mi atractivo de ciudad natal y que
conozco al detalle, tal como la concibiera Juan de Maldonado. Además, ya tenemos casa propia en
la Carrera 9, de Araure, a solo dos cuadras de la Plaza Bolívar y cerca también del Parque Sucre
donde el Palacio de los Leones sirve de asiento de los poderes públicos y del Liceo Simón Bolívar al
que tengo que asistir todos los días. Nada puedo hacer. Las decisiones de mi padre son
irrefutables, incontrovertibles y definitivas. Así al terminar el segundo año de bachillerato salgo
para Caracas para vivir en casa de mi abuela, en la Avenida Sexta de San Agustín del Sur. Años
después, en la Avenida Quinta, caería Leonardo Ruiz Pineda, enfrentándose a los esbirros de Pérez
Jiménez, para morir como mueren los hombres de mi tierra, donde morir es cosa cuotidiana.
El nuevo ambiente familiar es agradable. Mi tío Héctor García Chuecos, ya reconocido como
investigador e historiador de valía, quien visita la casa con frecuencia es fuente de información y
cultura. Mi tío Francisco, empleado de los hijos del Gral. Antonio Pimentel, quien fuera amigo de
confianza del General Gómez, dialoga conmigo sobre los diarios problemas del quehacer humano
y mi tío político León Ríos Pérez, quien llegara a ser prestigioso dirigente de Acción Democrática,
me enseña no solo a jugar béisbol sino también la estrategia del juego. Mis tías tratan de darme
por todos los medios, el afecto que añoro de mi madre.
Me inscriben en el Liceo Andrés Bello para cursar el tercer año de bachillerato y me entrego con
pasión al estudio, aguijonado por la vanidad de no ser segundo de ningún estudiante capitalino.
Recuerdo que muchos años después, en una reunión social que se celebraba en un club de
Caracas, se me acercó un joven veinteañero y me preguntó si yo era el Dr. Abdelkader Márquez. A
mi respuesta afirmativa comentó; “Yo quería conocerlo porque mi papá lo pone a usted de
ejemplo. Siempre dice que durante los 25 o más años de actividad docente, nunca encontró un
estudiante más brillante “. El joven era hijo de Domingo Casanova, quien había sido mi profesor de
Química Orgánica en el Liceo Andrés Bello. Creo que otros profesores también pensaban lo mismo,
pues el Dr. Humberto García Arocha, Rodolfo Loero, Carlos Parisca Mendoza , se expresaban en
términos similares.
18
Inicialmente había pensado en seguir con mis actividades políticas, a riesgo de incomodar a los
familiares donde vivía, pero pronto desistí de ese propósito, desilusionado con la indiferencia con
que se me recibe en la Casa de la UNE, en la esquina de Balconcito, donde yo creía que se me iban
a reconocer mis méritos de luchador en el Táchira. En verdad, no había allí campo para un
provinciano que no formara parte del cogollo directivo, en el cual apenas conozco a Rafael
Caldera.
Como mi objetivo es llegar algún día a caminar como dueño por los corredores del poder, pienso
en la formula militar ingresando a la Academia al terminar el Bachillerato. El Ing. Martínez Melder,
quien es mi profesor de Física, me promete ayudarme y me asegura que solo tendré hacer dos
años más de estudios para egresar de Sub-Teniente, y que existe este propósito dentro de la
Academia, de cuyo personal forma parte.
Aquí el destino me juega la primera de una serie de malas partidas que han de caracterizar mi
vida. En el examen de Filosofía no se consigue quien vigile la prueba escrita, y todos los
estudiantes optan por sacar el libro y proceder a copiarlo. Yo no necesito hacerlo, porque tengo
una memoria privilegiada, y es por eso por lo que, cuando los examinadores que no son del Andrés
Bello leen las pruebas, eliminan aquellas que reflejan indudablemente que son copia del texto. Así,
de la manera más injusta y absurda, se me reprueba en el examen de Filosofía. Creo que esto le
pasó a otros estudiantes, pues en el examen de reparación me encontré con Raúl Valera, futuro
Gobernador de Caracas y escritor de prestigio. A quien le había sucedido lo mismo.
Como las reparaciones son en septiembre, no puedo hacer la solicitud para entrar a la Academia
Militar, y aquí terminan mis aspiraciones castrenses, aunque en cierta oportunidad ostente el
cargo de Coronel, como segundo del General Castro León en una fracasada intentona
revolucionaria.
Cuando ingreso a la Universidad Central de Venezuela a cursar estudios de Derecho, ya tengo
conciencia de que ahora es la política el único camino que me queda para llegar al poder.
Empiezo entonces incorporarme a la actividad estudiantil y no tengo reservas en oponerme al Dr.
Caracciolo parra León, Profesor de Principios Generales del Derecho, cuyo autoritarismo y
dogmatismo me recuerdan a Carlos Rangel Lamus. Por eso recibo alborozado la designación de
Rafael Pizani como reemplazo de Parra León y trato de aumentar mi caudal cultural asistiendo a
las clases que ofrece la Escuela Libre de Ciencias Económicas que acaba de iniciarse.
Me tropiezo entonces con un tachirense inteligente y preocupado que se llama Leonardo Ruiz
Pineda, quien estudia ya cuarto año de Derecho, y con quien habré de verme muchas veces en el
devenir de mi vida.
La Caracas de los años 30 es más una ciudad pequeña que un pueblo grande. Las distancias eran
cortas, o por lo menos así me parecían. De San Agustín del Sur donde vivía caminaba todos los días
al Liceo, y durante el periodo de exámenes, como era entonces la costumbre, me venía en la
madrugada a la Placita del Nuevo Circo, y allí estudiaba junto con otros compañeros hasta la hora
19
del desayuno, cuando regresaba a la casa. A veces me quedaba hasta la hora del almuerzo y en
estas ocasiones visitaba el local de la Jefatura Civil de San Agustín que estaba precisamente frente
a la plaza.
El Jefe Civil era el poeta Juan España, con quien departíamos los estudiantes, conversando sobre
temas literarios y en algunas ocasiones oyéndole recitar sus poesías. No sé por qué no he olvidado
nunca una que terminaba así:
La mujer que yo quiero,
no me quiere
y aquella que por mi
se está muriendo
yo no quiero.
Era escribiente de la Jefatura Civil, Chucho Ramos, quien ya jugaba pelota pero, que aún no había
llegado a la posición estelar que el destino truncara prematuramente. Y entre los asiduos
concurrentes a la placita no he dejado de recordar a Felipe González, hijo de Eloi G. González, el
gran historiador patrio.
Ya de estudiante en la Universidad, seguí yendo a la Placita, aun cuando no con la frecuencia de
antaño, pues ya me iba a la Universidad usando un trole-bus que empezaba a operar en reemplazo
del viejo tranvía. Hoy cuando recorro Caracas, me doy cuenta de que el venezolano no tiene
noción de lo que es el progreso. Lamentablemente poco puede deshacerse ahora, y no podrá
verse como en Manchester, la gran ciudad industrial de la Gran Bretaña, el retorno del tranvía
como solución al problema de la contaminación ambiental.
Termino el primer año con la aureola de haber obtenido diploma de sobresaliente en todas las
materias y con la satisfacción de haberme vinculado a la creciente actividad política universitaria.
Es entonces cuando me relaciono con el Tte. Alberto Bustamante, que acaba de ser absuelto del
homicidio de Cándido D´Armas, y a quien muchos miran con reserva.
En el entierro de Eutimio Rivas oigo a Jóvito Villalba, quien se aparece sorpresivamente en el
Cementerio General del Sur, eludiendo la acción policial. Desde entonces sentí un afecto especial y
una sincera admiración por este margariteño genial, que el gran caudillo civil de la democracia
venezolana, me retribuyó en más de una ocasión en la forma generosa que lo caracterizaba.
Siempre recuerdo que un día cualquiera del mes de enero de 1969 me lo encuentro en la puerta
del Concejo Municipal y me dice: “Maestro tengo que dilucidar un problema contigo. Me ha dicho
mi mujer que tú eres mejor orador que yo, y eso si no lo puedo tolerar”. Nunca había recibido yo
mejor y más elegante elogio. Se refería Jóvito al discurso que pronuncié en el Concejo Municipal
de Caracas para postular a Rómulo Moncada como Presidente del mismo por la Cruzada Cívica
Nacionalista, que fue considerado como una magistral pieza oratoria, y que Ramón Velásquez en
su trabajo ASPECTOS DE LA EVOLUCIÓN POLÍTICA DE VENEZUELA EN EL ÚLTIMO MEDIO SIGLO,
siete años después atribuye a Rómulo Moncada. Si este historiador de pacotilla distorsiona así un
acontecimiento que apenas acaba de suceder, como puede creerse en la veracidad de esa historia
20
que ha tenido el coraje de escribir con una honestidad que no tiene, ni en este campo, ni en los
muchos otros de su extensa vida pública.
El Dr. Cristóbal Benítez quien es profesor de Sociología en el segundo año de Derecho me saca de
quicio, y como me doy cuenta que tarde o temprano voy a tener un enfrentamiento con él, que
puede perjudicarme gravemente, decido regresar al Táchira, donde ya se ha abierto una Escuela
de Derecho, con lo cual alivio económicamente a mi padre, vuelvo al terruño y puedo re-iniciar la
agitada actividad que antes había tenido en una sociedad pequeña pero preocupada por los
problemas nacionales y siempre consciente del impacto que sus hombres han tenido en la historia
del país.
No abandono durante esta etapa caraqueña mi pasión por la lectura. Visito con frecuencia la
librería que el Maestro Prieto Figueroa tiene cerca de la Casa de San Francisco y es él quien me
mantiene al día sobre las últimas publicaciones. Como los estudios de Derecho apenas reclaman
una o dos hora diarias de atención, además de oír las clases en la Escuela de Ciencias Económicas,
me acerco a las clases de Dentistería, donde un joven yaracuyano de nombre Víctor Longobardi,
quien me distingue con su aprecio, de estudiante de primera. Me trabo en discusiones con Carlos
Luis Lollet y Carlos Álvarez Amengual quienes comparten conmigo inquietudes literarias, y para
ayudarme económicamente trabajo como locutor de Radio Tropical, una emisora que César Bañuls
ha comprado para competir con los gigantes del mercado Radio Caracas, Radiodifusora Venezuela
y la pujante Radio Libertador. En este medio me relaciono con artistas, músicos, deportistas,
comediantes, publicistas y todo ese grupo social que gira alrededor de los medios de
comunicación social. Recuerdo entre los artistas que visitaron durante ese tiempo a Venezuela, a
Agustín Lara, Pedro Vargas, a la rumbera Hilda Salazar y al cantante y compositor Guillermo
Portabales, quien popularizó la canción “Cuando salí de Cuba” que veinte años más tarde los
gusanos cubanos adoptan como un himno de protesta contra Fidel. Conozco a Vidal López, a
Balbino Hinojosa y al primer big-leaguer venezolano Alejandro Carrasquel, y continuo así
estimulando mi pasión por el béisbol, que ahora en los Estados Unidos representa para mí,
estrecho vínculo con el pasado y con mi gente.
Mis tías que son muchachas casaderas, una de ellas Ana Fabiola, de una natural belleza, de un
porte distinguido y sensual y de un atractivo incomparable, me enseña a bailar no solo los ritmos
venezolanos como el valse, el pasodoble, el merengue y el joropo, sino también esos ritmos
cubanos inolvidables como el bolero, la rumba y la conga. Todavía no se habían popularizado los
colombianos, como el porro y la cumbia, aunque ya la samba brasileña americanizada por Carmen
Miranda, se empezaba a divulgar. La música dominicana aún no había invadido el continente, y la
mexicana más atraía oyentes que bailadores.
Cuán útil me fue ese aprendizaje en el variado curso de mi vida. En Alemania e Inglaterra, era casi
bailarín de exhibición, y eso me permitió rodearme de un extenso círculo de amigos y amigas, en
el cual no faltaban orgullosas damas de la aristocracia y personajes del mundo del espectáculo. Y
muchos años más tarde, esa práctica y conocimiento de los distintos musicales mejorados por
tantos años de constante ejecución, me sirvieron de base para un estudio que adelanté en
21
Trinidad, durante mi época de Embajador, publicado con el título THE TRINIDIAM PARANG, en el
cual traté de fortalecer la tesis de una relación espacial entre los pueblos venezolano y trinitario.
Lo dije entonces y lo sigo creyendo
Ningún instrumento más valioso que la música en esta tarea de
buscar identidades entre Venezuela y el Caribe.
A.J. Seymour, celebrado escritor guyanés lo afirmó en vibrante
exposición: “…hay similaridad entre Latinoamérica, especialmente
en la música del tambor y la guitarra –esas dos esferas culturales
son como dos círculos superpuestos a la manera de las dos caras
del tambor –unidas por las cuerdas del arpa y el cuatro y la
guitarra, la poesía del acero y la poesía en el acero.”
Como desde niño he tenido la inquietud de mantenerme al día con los eventos de importancia que
se suceden me entero de que el Dr., José Gil Fortoul va a dictar una conferencia patrocinada por el
Colegio de Abogados, y como mi admiración por el eminente historiador, escritor y político se
suma al interés que ha despertado su nombre con motivo de una agresión de que fuera objeto en
el Nuevo circo de Caracas, me voy temprano al local de la Conferencia para así asegurarme un
buen puesto y tener la oportunidad de verlo de cerca. Vestido de gris con un peluquín rojizo llegó
a la hora fijada al expresidente de la República que ahora generaba enemistades en lugar de las
adulaciones y reverencias que recibía en su época de valido del Presidente Gómez. Cuando
comenzó a hablar me vino a la memoria la figura del Precursor de la Independencia Generalísimo
Francisco de Miranda, quien seguramente hablaba como él un castellano con pesado acento
afrancesado.
De aquella conferencia recuerdo una frase que se me quedó impresa en la mente: “No le basta al
político ser un hombre honesto, lo importante, lo trascendental, es que parezca honesto”. Aclaro
así el Dr. Gil Fortoul la crucial diferencia que existe entre la realidad y la percepción de esa
realidad. Lamentablemente, el pueblo venezolano, por lo menos durante la segunda mitad de este
siglo, ha tenido generalmente, una equivocada percepción de la realidad. Esto podría ser una de
las explicaciones a la crisis del momento.
Al Carlos Andrés Pérez del primer periodo, idealista y revolucionario, ese pueblo que lo llevo al
poder, terminó ridiculizándolo con el apodo de Locoven. Y ese mismo pueblo, al Carlos Andrés,
reaccionario y decadente del segundo periodo, comienza aclamándolo como una versión del
Bokasa africano, en la fastuosa celebración de ese evento conocido como La Coronación. De Jaime
Lusinchi tiene el pueblo la idea de un presidente bonachón y tolerante, cuando en verdad era,
como todos lo reconocieron al término de su periodo, un funcionario perverso e intolerante. La
excepción podría ser Luis Herrera Campins en quien todos vieron un personaje folclórico, a quien
ese factor indefinido e incomprensible que se llama suerte, le había permitido llegar a la primera
magistratura nacional. Toda la historia de esta época está repleta de estos ejemplos de la
22
equivocada percepción popular. Cuando por ejemplo, el MAS lanza la candidatura de Teodoro
Pekhoff para la Alcaldía de Caracas, indiscutiblemente la más prominente figura de la izquierda
venezolana, esa izquierda le inflige una cruel derrota relegándolo a un tercer puesto frente a un
candidato desconocido de la Causa R, sin méritos, ni condiciones, ni trayectoria política o cultural.
A esta equivocada percepción de la realidad, une al pueblo de Venezuela una inhabilidad
congénita para distinguir entre fama y liderazgo. Aquí, quien tiene fama como cantante, como
actor, como animador, recibe consagración como líder popular. Y así Renny Ottolina amenazó con
llegar al poder y lo mismo pretendió el puma José Luis Rodríguez, y por ello han llegado a los
Concejos Municipales, Alcaldías, Asambleas Legislativas y Congreso Nacional, unos cuantos
payasos de la llamada farándula.
Con el mismo Presidente Caldera ha ocurrido lo mismo. Hubo la equivocada percepción de que el
Caldera casi ochentón de los 90´s era el único hombre capaz de sacar a Venezuela de la crisis en
que se encontraba, cuando en realidad era el candidato ideal para ahondar esa crisis a niveles
escatológicos, por su patológica renuencia a entender los problemas de orden económico, de la
cual ya había dado muestras en su primer periodo, decretando dos revaluaciones del bolívar, que
solo beneficiaban los intereses extranjeros a expensas de la industria nacional. Como ocurre en las
etapas de prosperidad, errores de esa naturaleza no son fáciles de detectar, aunque a muchos
economistas les causó hilaridad esta medida. Su vocación nepotista no se exteriorizó en ese
primer periodo, porque como lo comenta con cínico humorismo el pueblo venezolano: “los hijos
de Caldera estaban chiquitos”
23
-IVEL REGRESO A LA PROVINCIA
24
EL REGRESO A LA PROVINCIA
1940-1945
Oteando al pasado, desde esta cima que significo el alcanzar setenta y tantos años de agitado vivir,
llego al convencimiento de haber cumplido durante este periodo de mi vida que abarca 2.000 y
tantos días, la actividad más apasionante, diversa y complicada de toda mi existencia.
Vuelvo a San Cristóbal a los 17 años, con un bagaje cultural que muy pocos pueden emular, con
una vitalidad física inigualable y con el propósito determinado de alcanzar la más alta posición en
cualquiera de las áreas del conocimiento donde actué. En cierta oportunidad alguien que se
jugaba con el Dr. Eduardo Ramírez López, prominente abogado local quien era mi amigo desde los
tiempos de mi niñez, pues sus padres eran mis padrinos de bautizo y el Dr. Florencio Ramírez
especialmente, haba sido protector de mi propio padre, le comentaba la panza que le estaba
creciendo, y Eduardo le contestó: “Si Abdelkader Márquez tiene algo de barriga, eso quiero decir
que nadie puede evitarlo”.
Era yo una fuerza incontenible, un ariete demoledor de todo y de todos, un castigador de tirios y
troyanos, un participante en toda actividad cultural, política o social, alguien a quien había que
tomarse en cuenta.
Presido la Federación de Estudiantes de Venezuela, la Federación Deportiva del Táchira, dirijo
desde la clandestinidad al partido comunista local, soy directivo de los clubes sociales, orador de
orden en toda reunión, editó un semanario, escribo en los diarios locales, soy profesor en el
Instituto de Comercio “Alberto Adriani”, y como no hay texto de estudio en la materia que enseño,
escribo dos folletos: Geografía Económica y 8 Temas de Historia del Comercio, que adoptan otros
institutos similares; me designan presidente de la Junta de Feria y Fiestas en uno de esos años y
escribo en verso el acostumbrado programa que se publicaba en tamaño de un pliego, presido las
corridas de toros, y con la ayuda que en todo momento me brinda un tachirense excepcional,
honesto y bondadoso, a quien se dobla la continuidad administrativa de la Junta que solo opera
durante el mes de enero de cada año, sin oficinas, ni empleados , y cuyo éxito corresponde por
entero a este hijo ilustre de San Cristóbal: Don Ernesto J. Colmenares.
Viajé también en otra fecha a Bogotá como invitado de mi compañero de estudios y amigo de
todo mi aprecio, José de Jesús Martínez Rueda, quien se había sacado el primer premio de la
lotería local y quería disfrutar conmigo en la capital colombiana, que yo ya conocía. A pesar de que
viajé otras veces a Bogotá y viví allí mi primer exilio, nunca he olvidado esta aventura de los años
juveniles. Por accidente, Chucho, como le decíamos cordialmente al hoy Dr. Martínez Rueda, y yo
visitamos un almacén que resultó ser de la propiedad de Francisco Echeverría, una figura nacional
popularizada con un famoso porro intitulado Pachito Eché, quien al saber que éramos estudiantes
venezolanos nos invitó a una fiesta que tenían los costeños el siguiente domingo. En esa fiesta
conocí a una familia encantadora de cuya hija única me enamoré apasionadamente, pero yo ya
estaba comprometido en San Cristóbal, y hube de enfrentar la responsable realidad.
25
Por esa misma época, compartiendo posiciones directivas en un periódico local, descargo
mandarriazos a diestra y siniestra, irreverente e irrespetuoso, desconozco la labor civilizadora que
cumple desde la Presidencia del Estado, don José Abel Montilla, quien es el primero que concibe la
construcción de canchas deportivas populares, introduce el frontón como deporte y estimula la
natación con la primera piscina pública que hay en el Estado. Usando el octosílabo y a veces el
endecasílabo, en colaboración con otro compañero, ataco y ridiculizo a los caudillos de turno, lo
mismo que a los jefes militares.
Organizo eventos deportivos y llego hasta pitchar un juego de béisbol, dirijo el equipo de
basquetbol y soy una especie de utility de la época, solo que entonces no se usaba ese calificativo.
Pero no por eso descuido mis estudios de Derecho, y cuando viajo a Mérida a presentar los finales
de cada año, siempre ocupo los primeros puestos, a pesar de que compito con estudiantes de
categoría como Néstor Briceño Paredes, Simón Clemente Ramos, Otto Atencio Troconis, Valerio
Rincón Fuenmayor y otros que he olvidado.
Convencido de la importancia que el deporte tiene en la formación de la juventud, logro la
creación con carácter oficial de un organismo que denomino FEDERACIÓN DEPORTIVA DEL
TÁCHIRA y dese allí desarrollo el concepto de temporadas, para así canalizar la afición hacia
distintos deportes y permitir la importación de jugadores de otras ciudades del país, donde las
temporadas corresponden a fechas distintas. Así logro traer a jugar en San Cristóbal al famoso
Chino Canónigo, el pelotero venezolano más famoso del momento, y empiezan a venir peloteros
colombianos como Arrieta y Petaca Rodríguez a reforzar los equipos locales.
Cuando don Julio Carrillo y don Luis Alberto Ramírez, quienes habían sido los más entusiastas
propulsores del deporte local deciden poner en venta el terreno de su propiedad donde se
práctica el béisbol y se realizan otras actividades deportivas, me opongo a la negociación, y
organizo una suscripción popular y con ella y la contribución del gobierno logro adquirir para el
Estado dicho terreno, a fin de que en un futuro se construyen allí instalaciones apropiadas que
armonicen con las que ya había edificado al frente el Dr. José Abel Montilla. Cuando Leonardo Ruiz
Pineda llega a la gobernación del Táchira, realiza ese propósito. Huelga agregar que estando yo en
desgracia, nadie se acordó de mencionar mi nombre. Cruel país, esta Venezuela, donde predomina
la tendencia a olvidar lo positivo y se quiere recordar todo aquello que pudo ser malo o negativo.
Intervengo en la política educacional por mi vinculación con los sectores estudiantiles, y así
cuando un joven tovareño que ha dejado el seminario para trabajar en la docencia llega a San
Cristóbal designado Director del Liceo Simón Bolívar, lo primero que hace es buscar una entrevista
conmigo para que yo le garantice que no habrá una reacción desfavorable del estudiantado, como
ha acontecido con los directores que le han precedido. Como me impresiona su cultura académica
y su honestidad profesional, no vacilo en ofrecerle mi respaldo y así inicia una encomiable labor en
aquel centro liceísta. Años después me retribuiría este gesto el Embajador Rafael Armando Rojas,
ahora funcionario de la Cancillería, que al enterarse de que me ha sido nombrado un sustituto
para mi cargo en el Consulado de Venezuela en Londres, ejerce su influencia para que se me
26
trasfiera a otro destino. Es así como, llego a Secretario de la Misión Diplomática en Alemania que
acaba de crearse, y donde voy a iniciarme en un destino que ha de serme muy útil en fecha
posterior, aparte de haber tenido el honor de servir con Carlos Cristancho Rojas, tachirense de
pura cepa, diplomático vocacional y hombre de honestidad y pulcritud inigualables.
Convencido como he estado siempre que el éxito del sistema democrático descansa no solo en
convecciones políticas, sino también en un claro sentido del humor y en un alto grado de
tolerancia y de paciencia, mantengo a todo trance cordiales relaciones de amistad con esas
personas con quienes antagonizo en otros campos. Leonardo Ruíz Pineda y Luis Alberto Santander,
prominentes figuras de AD, figuran en el círculo de mis amigos, lo mismo que Marco A. Morales,
cambiante personalidad que dirige el diario EL CENTINELA, Domingo Vivas, el Prof. Marco A.
Useche, el poeta Ramón Becerra y tantos más que se me escapan de la memoria.
Cuando el maestro Rómulo Gallegos visita San Cristóbal, yo presido una comisión que lo declara
Huésped de Honor del Estudiantado Tachirense, y tengo así la oportunidad de conversar con el
admirado autor de Doña Bárbara, que se me hace adusto y poco cordial. Bien es cierto que él sabía
lo que yo representaba. Cuando viene Miguel Otero Silva, lo presento en el Salón de Lectura en un
recital poético que organizo, y así como lo hago con Miguel, lo hago también con muchos otros
intelectuales que pasan por mi pueblo.
En 1944 Acción Democrática celebra un gran mitin en San Cristóbal con asistencia de los dirigentes
nacionales. Con algunos amigos del Partido Comunista organizo un grupo para sabotear la reunión
que va a efectuarse en el estadio de béisbol, imponiendo mi tesis de hacerlo con tacto e
inteligencia, usando la táctica de ignorar a Rómulo y aplaudir a Andrés Eloy Blanco. Por cierto que
el día antes del mitin que iba a ser un domingo, me encontraba yo en el Club Demócrata de San
Cristóbal, en el salón de billar que daba a la carrera séptima, mirando hacia la calle por la ventana,
cuando se me acerco Rómulo Betancourt quien caminaba con el grupo de Caracas y me dijo:
Bachiller, ¿sabe usted donde puedo conseguir a Ramón Velásquez? “Muy fácil, le contesté. Ramón
está en la Librería San Cristóbal que él tiene muy cerca de aquí. Camine que yo lo oriento” y lo
conduje hasta la Plaza Bolívar, desde donde le mostré la ubicación de la Librería. Nadie sabía en el
Táchira que Rómulo fuera amigo de Ramoncito, quien siempre se las echaba de misterioso y
evasivo. Naturalmente, que Ramón ni siquiera se apareció en el mitin.
Como los adecos y sus amigos tienen un grupo de pseudo-intelectuales que se reúnen como peña
literaria, yo creo una peña paralela que denomino Fiebre, como reconocimiento a Miguel Otero y
símbolo de identificación política.
Como el 23 de mayo se celebra tradicionalmente en Capacho, en el mercado construido durante el
gobierno de Castro, la invasión de los 60 que lleva a los andinos al poder, acompañado de algunos
generales que habían sido parte del grupo pronuncio en esos años un encendido discurso político.
25 años después volveré hacerlo, ya como Diputado al Congreso Nacional.
27
Continúo cultivando la amistad de la jerarquía eclesiástica, ahora muy estrecha con Mons. Dr.
Rafael Arias Blanco quien ha sido elegido para tal destino a la muerte de Monseñor Sanmiguel. Tan
estrecha es esta amistad que más de una vez un cura párroco de alguna parroquia pobre e
ignorada solicitó mi intervención ante el prelado para lograr un mejor destino, intervención que
naturalmente nunca realicé.
Un persistente dolor de estómago me hace acudir al médico. El Dr. Vera Díaz quien tiene fama de
buen cirujano me examina y me dice: “Tienes una apendicitis aguda y hay que operarte”. Le
pregunto cuando debo hacerlo y me responde: “De una vez”, y de una vez me opero. Cosas de la
juventud y de los tiempos. Aquí en Miami, para operarme un simple quiste sebáceo que tengo en
el cuello, se me somete durante dos días a todo género de exámenes que incluyen hasta la
avanzada técnica de la resonancia magnética. Sirve si esta operación, para que desfilen por la
Policlínica la más amplia y granada representación de la sociedad tachirense. Nunca sabré quienes
lo hicieron por afecto y quienes por temor.
Como estoy comprometido con la hija de Alejandro López Ruíz, viajo una vez a Cúcuta en su
compañía para conversar con Eloy Tarazona, quien había sido como López Ruíz parte del reducido
círculo de hombres de confianza del Benemérito General. Nada dijo de interés. Creo que
Ramoncito hizo intentos similares por su lado con el mismo resultado, pero no me sorprendería
que publicara un imaginario diálogo con él, como lo ha hecho también con otras figuras históricas,
dándole carácter de hecho fehaciente.
Agitando en favor de los estudiantes de la Escuela de Derecho, logro que se modifique la Ley
Orgánica del Poder Judicial del Estado, para que se consagre el derecho de estos estudiantes a
ocupar preferentemente los cargos de secretario, escribiente y alguacil de los tribunales. Como
soy hijo de juez me resulta muy fácil lograrlo como escribiente en la Corte Superior del Estado.
Cuando se pretende excluir a Pedro Roa González, mi compañero de estudios para un cargo similar
por su condición de adeco, elevo mi protesta e impongo su nombramiento.
Mi experiencia tribunalicia es positiva y efectiva. Como uno de los Ministros de la Corte, el Dr.
Pedro A. Cárdenas Arellano está semi-paralitico y enfermo, yo me encargo de redactar las
sentencias que se le asignan. Así, desde ya antes de graduarme, puedo decir que fui juez de
apelación.
Como el Presidente Medina ha apoyado a Unión Popular que es el brazo político del partido
comunista, empiezo a identificarme con él, y cuando estoy cursando el último año de mi carrera
universitaria, decido inscribirme en el Partido Democrático Venezolano, que es el partido del
gobierno, y para ser uno de los más calificados líderes, con el respaldo de aquel compañero de
estudios de la Universidad Central que mencioné en anterior ocasión, el Tte. Alberto Bustamante.
Llego entonces a formar parte con el Presidente del Estado, el Mayor Rafael Angarita Arvelo, su
Secretario General, el Dr. Fidel Rotondaro y otros dirigentes políticos, de la elite directiva del
partido de gobierno.
28
Viajo a Caracas a una Convención del PDV y así conozco personalmente al Presidente de la
República quien desde el primer momento me distingue con su amistad, como me ocurre también
con el Dr. Arturo Uslar Pietri y, como quiera que también soy amigo personal del Dr. Ángel
Biaggini, todo luce color de rosa en un futuro que ya está muy cercano.
Termino mis estudios universitarios y me gradúo de abogado en acto solemne, en el mismo sitio y
lugar que lo hiciera mi padre 17 años antes, el 29 de julio de 1944. Aunque entre quienes se
gradúan hay hombres de la talla de Alberto Carnevali, nadie discute mi derecho a ser el orador de
orden. La universidad me ofrece de inmediato un cargo de profesor y veo así también resuelto mi
problema económico, Vuelvo a Mérida al comienzo del año académico, ya casado, y cuando
apenas un mes de haber empezado mis clases de Legislación Minera y de Derecho Internacional
Público, el Presidente del Estado Táchira, Mayor Francisco Angarita Arvelo, me pide que regrese a
San Cristóbal y me ofrece in cargo mejor remunerado y con libre ejercicio de la profesión. La oferta
es tentadora y así abandono este ensayo de docencia universitaria y vuelvo a mi residencia de
siempre. Mi graduación de Doctor en ciencias Políticas ha constituido un acontecimiento social y
en todos los periódicos aparecen notas laudatorias, incluso en la primera página del diario
FRONTERAS, donde Leonardo Ruíz Pineda se expresa en forma generosa.
El 10 de junio de 1945, Leonardo y yo encabezamos una gigantesca manifestación popular que
hemos organizado para celebrar el triunfo de la causa aliada en la Segunda Guerra Mundial. Somos
nosotros dos los oradores de la concentración, en leal y amistosa competencia. Agresivo,
amenazante y valido de mi propio nombre y prestigio, aprovecho la oportunidad para fustigar las
oligarquías locales, usando como instrumento las Cuatro Libertades de la Carta del Atlántico,
esbozadas por el Presidente Roosevelt. El diario EL CENTINELA que comenta exitosamente el acto
al referirse a mi consagración como líder político, concluye diciendo: “… tan joven y con tanto
talento”.
El 24 de julio de ese mismo año y con ocasión del acto protocolar de ofrendas florales al pie de la
estatua del Padre de la Patria en la plaza que lleva su nombre, al ofrendar la corona que del
Colegio de Abogados del Estado Táchira cuya Presidencia ejerzo durante ese periodo pronuncio un
breve discurso en el cual aprovecho de aludir despectivamente a quienes usan el nombre del
Libertador como escudo o como ariete para formular o defender las más absurdas teorías. Y es
que en Venezuela, numerosos intelectuales, seudo-intelectuales, políticos y aprendices de
historiadores, han hecho de Bolívar un medio de vida o un instrumento político. Se le cita fuera de
contexto y con diversos propósitos, y como quiera que se han publicado tantos documentos
emanados o firmados por él, resulta hoy que la bibliografía bolivariana por lo menos en la América
Hispana, en una especie de bíblica referencia. El General Pérez Jiménez todavía argumenta que El
Libertador en su última proclama aboga por la abolición de los partidos políticos, cuando es obvio
que el sustantivo PARTIDO en dicha proclama nada tiene que ver con las agrupaciones políticas. Y
escritores como Carlos Rangel en esa apología a los Estados Unidos que en su tiempo fue recibida
con alborozo por los sectores pro-norteamericanos “Del Buen Salvaje al Revolucionario”, si bien
29
cita la opinión de Bolívar sobre el Coloso del Norte contenida en su carta del 5 de agosto de 1829,
dirigida al Encargado de Negocios de S.M. Británica, lo hace más bien con el propósito de atacar a
Santander que de elogiar al Padre de la Patria. Si fuese necesario presentar una prueba
indubitable de la genialidad del hombre a quien Martí llamó “la cabeza de los milagros y la lengua
de las maravillas”, bastaría con mencionar las veinte palabras que inserta en esa carta: “…los
Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a
nombre de la Libertad”. Solo un genio podía vaticinar ese destino. Ni Marx, ni Trotsky, ni Lenin, ni
Gorbachov con todos los elementos de juicio que tenían, se dieron cuenta del dictum bolivariano
que necesitaba solo proyectarse al campo mundial. Hoy contemplamos con dolor y con pesar la
destrucción de un país próspero y unido como Yugoslavia, la disolución del imperio soviético, el
caos en África, el fundamentalismo árabe rampante, los nacionalismos exacerbados, todo por la
predica de una democracia que solo puede operar en determinados países y bajo especiales
circunstancias.
Por eso dije en aquella oportunidad y lo repito ahora, tenemos que apresurarnos a bajar a Bolívar
de su caballo y de su pedestal. Para ponerlo a caminar por las calles de Venezuela, humanizando
su imagen para si las masas populares entiendan su mensaje.
Como todos estamos dedicados a evitar una división entre el General López Contreras y el
Presidente Medina, no hemos puesto ninguna atención al estamento militar, y así el golpe de
estado del 18 de octubre nos cae de sorpresa. Complica la situación la ausencia para el momento
del Mayor Angarita Arvelo quien ha debido viajar a Caracas para asistir a una operación de
urgencia de su señora esposa, y aun cuando el Encargado de la Presidencia lo es un hombre de
probado temple pues ha sido uno de los jóvenes que trataron de asaltar el Cuartel San Carlos en
1928, como lo es el Dr. Fidel Rotondaro, éste no tiene mayor ascendencia en el Táchira y carece
de influencia en el Agrupamiento Militar.
Me entero del movimiento cívico-militar que ha estallado en Caracas, cuando el Teniente Alberto
Bustamante vino a mi casa a informarme de la situación. Ante la noticia reacciono con la
característica irresponsabilidad de mis años juveniles. Bueno, lo digo, pues vamos a pelear.
Tenemos la oportunidad de re-editar la campaña restauradora. Creo que los efectivos militares
son totalmente leales al Presidente y no dudo que entre la población haya suficientes elementos
para reforzar estas tropas. Alberto me dice que en principio está de acuerdo conmigo, pero que
todo depende de cómo se desarrollen los acontecimientos en el resto del país. De todos modos, le
digo, hay que actuar.
Nos vamos a la Casa de Gobierno y encontramos a Rotondaro en su despacho. Sin mucha
discusión le digo: Doctor usted controle la administración, Bustamante que es militar que se vaya
al Comando del Agrupamiento y allí opere como oficial de enlace, y yo me ocupo de la
comunicación social. Hay que mantener informada a la población y hay que activarla.
30
Salimos Bustamante y yo de la Casa de Gobierno para seguir cada uno a su destino, pero antes nos
detenemos a conversar un poco, pues yo no tengo idea del número de efectivos militares
disponibles, de la existencia de material de guerra, de la actitud de las guarniciones que están en
el interior del Estado, de la lealtad del General López Henríquez, quien es el Comandante en Jefe.
Bustamante me aclara que hasta ese momento todo está bajo control. Me aclara si, que no tiene
mucha fe en López Henríquez, pero que llegado el momento, ante una vacilación está dispuesto a
amarrarlo.
Me voy entonces a la Voz del Táchira, ordeno ponerla mi disposición y durante tres días
consecutivos, a veces sin dormir y sin comer, ocupo sus micrófonos en una acción de propaganda
contra el movimiento cívico-militar de Betancourt y Pérez Jiménez, que hubiera hecho sentir feliz
al propio Goebels. Recibí centenares de llamadas telefónicas y de telegramas respaldando mi
posición, no solo desde distintas ciudades de Venezuela sino también del exterior. No tuve tiempo
de recoger estos documentos. Hoy me lamento de no haberlo hecho. La gran mayoría de esas
personas, tres o cuatro días después harían popular la frase “Yo, desde el principio con la
revolución”.
No me doy cuenta que mi actuación raya en lo temerario. No tengo protección de ninguna clase,
ni tampoco dispongo de medios para obligar al personal de la emisora a mantener mi ritmo de
trabajo, que sin embargo, permanece fiel al gobierno hasta el último momento. Tiempo me
contaría Eudoro Daza, amigo de toda mi vida, que un dirigente adeco que desconocía nuestra
amistad le había propuesto ir a la emisora para matarme, acabando así con esa acción
protestataria. Como Eudoro no mostraba interés alguno en acompañarlo, la amenaza se quedó en
el aire como la Voz del Táchira, que seguía en el aire.
Como el gobierno ha traído gente de El Cedral y las aldeas vecinas para formar un batallón de
respaldo a las tropas regulares que se proponían avanzar hacia Mérida donde se reunirían con el
batallón que allí seguía leal al Presidente Medina, el Tesorero General del Estado, J.M. Sánchez
Martínez firmó un vale para cubrir la erogación y así dejar prueba de la operación realizada. Por
eso, una de mis primeras acciones en la Legislatura tachirense fue condonar la deuda que pesaba
injustamente sobre el patrimonio de mi noble amigo, a quien antes le había impedido ser Jefe Civil
del Distrito San Cristóbal alegando impedimentos legales, sin darme cuenta porque entonces no
lo conocía, de su extraordinaria calidad humana. Es el mismo Sánchez Martínez con quien me
tropiezo en la CVF durante el gobierno de Pérez Jiménez, cuando ocupé la Sub-Gerencia de
Administración y él se desempeñaba como Gerente General. Y el mismo me ubica en la
Corporación Volkswagen en enero de 1967, punto de partida de mi retorno a la actividad política.
En la noche del 20 de octubre de 1945, Alberto Bustamante, todavía vestido de militar se presentó
al estudio de la Voz del Táchira para informarme de la decisión que ya había tomado el General
David López Henríquez de someterse al nuevo gobierno, pues el batallón de Mérida se había
plegado a la revolución. Como Bustamante conocía bien a López Henríquez, ante la situación de
emergencia que vivía el país, de mutuo propio se incorporó al ejército, se ascendió y se auto31
designo Ayudante del Comandante del Agrupamiento militar, y desde esta posición controla a
López Henríquez. Vámonos para Colombia, me dice, porque si te quedas te van a matar.
Se esfuma así la ilusión que me había hecho de re-editar la gesta gloriosa de la Revolución
Restauradora, avanzando hacia Caracas, en una jornada donde los macheteros de El Cedral y la
Pipa y Capacho y Peribeca, llegarían triunfantes a Palacio de Miraflores, descabezando los
enemigos del General Isaías Medina Angarita.
Nos trasladamos al Consulado de Colombia, donde el Cónsul General nos ofrece toda su
colaboración, y trabajando durante toda la noche, nos provee de visas, documentos y
recomendaciones. Con un grupo de guardias nacionales viajamos hasta San Antonio, y en la
madrugada del 21 de octubre de 1945 llegamos a Cúcuta, camino del exilio.
Terminaba así toda una etapa de mi vida. Los sueños de una brillante carrera política que tan
cuidadosamente había acariciado, se desvanecen en unos segundos, quizás para recordarme a
Calderón de la Barca:
los sueños… sueños son.
32
-VEL INTERVALO COLOMBIANO
33
EL INTERVALO COLOMBIANO
1945-1947
Cuando Rotondaro, Bustamante y yo llegamos a Bogotá somos noticia y los diarios nos dedican la
primera página. Yo no tengo reservas en hacer declaraciones explosivas. Solicito al gobierno
colombiano que no reconozca al gobierno surgido del cuartelazo militar, sugiero la creación de un
gobierno en el exilio, vocifero, insulto, peleo. Las realidades de la política internacional son otras, y
pronto la Junta Provisional de Gobierno pasa a ser la autoridad legítima de Venezuela. Alberto
Bustamante se va a los Estados Unidos y yo me quedo bajo la generosa protección de Rotondaro,
quien casado con colombiana, tiene su familia política residenciada en Bogotá, donde me alojo
como huésped pobre.
Aprovechando las últimas conexiones que nos quedan, Rotondaro me recomienda a Plinio
Mendoza Neira, ex-embajador en Venezuela, quien en una de sus locas aventuras está
proyectando crear un imperio editorial me envía a la Gerencia de editorial Sábado para que me
den un empleo. Allí realizo funciones secretariales, hasta que un día se me acerca un ecuatoriano
de nombre Lisímaco Orellana quien anda en busca de un ghostwriter para publicar una serie de
artículos en defensa de una empresa petrolera. Consigo en esta forma liberarme de la rutina
oficinista, mejorar mi situación económica y adelantar algunos proyectos que tengo en mente,
cuales son los de vincularme al ejercicio de mi profesión y obtener la convalidación de mi título
venezolano.
La nobleza y generosidad colombiana me abren todos los caminos. El Ministro de Educación Mario
Carvajal convalida mi título, y con esta decisión, el Tribunal Superior de Bogotá, el 28 de octubre
de 1946, en el Acuerdo No. 30, ordena se me reciba como abogado colombiano. Colegas que había
conocido antes me abren sus bufetes y, poco tiempo después entro a trabajar como redactor de
planta en el diario LA RAZÓN que dirige Juan Lozano y Lozano, inteligencia, prestigio, tradición y
desorden coordinados de modo absurdo e inexplicable.
En LA RAZON forjo estrecha amistad con el plantel de redacción, Fernando Guillen Martínez,
Carlos Villar Borda, Raffan Gómez y otros más. Con ellos me vinculo a intelectuales que se reúnen
en un café de la séptima como es tradicional en Bogotá. Julio Barraneachaga, Embajador y poeta
chileno, Álvaro San Clemente, intelectual comunista y Concejal de Bogotá, Julio Tobón de Páramo,
funcionario de la Embajada Británica, y muchos más que tienen preocupaciones comunes.
Incorporamos a ilustres visitantes, y más de una vez caminé por la Avenida Séptima conversando
con Nicolás Guillen. Un joven que nos acompaña como mozo de espadas, Luis, hermano de Carlos
Villar Borda llegaría después a la Presidencia de la Cámara de Representantes de Colombia, otros
fueron Ministros y Gobernadores y los más pasaron a otras actividades.
34
Ya he dejado la familia Rotondaro y formo un hogar al amparo de una generosidad colombiana,
que luego habrá de personificarse en tres profesionales venezolanos; Harold, Richard y Fernando
Márquez Caro.
Ya siendo yo Diputado en el Congreso Nacional, fui de visita a Bogotá invitado por el General
Gustavo Rojas Pinilla, que así me retribuía una invitación que yo le había hecho para venir a San
Cristóbal durante su campaña presidencial. Busqué a varios de esos viejos amigos para recordar
tiempos pasados. Cada quien tenía una posición de prestigio, pero Fernando Guillen cerró la
conversación con un cruel comentario: “Todos hemos fracasado. Aquí estuvo hace algunos años
con nosotros, alguien del mismo rango y posición, y hoy es una de las figuras más eminentes de
América.” Se refería a Fidel Castro, con quien habíamos conversado largo rato cuando andaba por
los países de Sur América promoviendo un congreso continental estudiantil.
Jamás nadie en Colombia cuestionó mi derecho a trabajar allí, tampoco mi derecho a criticar a
gobierno y gobernados. Nunca supe de cédulas y pasaportes, y menos de restricciones o
limitaciones. También es cierto que Bolívar y los venezolanos que estuvieron por esas tierras,
tampoco se sintieron extranjeros.
Acostumbrado un poco a la vida bogotana, tomando tinto en los cafés de la séptima, me
sorprendió un día el saludo de un tipo de alto, de buena contextura física y quien aparentaba una
edad menor de la que realmente debía tener. No tenía la más lejana idea de quién podía ser este
señor que se sentó a mi lado en la mesa del café, y me preguntó si yo era Abdelkader Márquez. A
mi respuesta afirmativa, se me presentó como el General Rafael Simón Urbina.
Conocía a este curioso personaje a través de la prensa, de referencias en algunos libros y de una
obra que creo él había escrito, o le habían escrito intitulada “Sangre, dolor y tragedia”, y con estos
antecedentes me fue fácil iniciar un largo diálogo. Me contó que estaba organizando un
movimiento revolucionario para derrocar al gobierno de Acción Democrática y sabedor como era
de mí declarada posición anti-adeca quería saber si podía contar con mi colaboración. Le respondí
diciéndole que no sabía qué clase de colaboración podía ser la mía, ignorante como yo era del arte
militar. Rafael Simón, que así comencé yo a tratarlo, con la mayor franqueza me manifestó que
una acción militar como la que el proponía adelantar necesitaba de “plumarios”, calificativo que se
daba en Venezuela durante la dictadura a los intelectuales al servicio de los caudillos, y que sabía
de mi capacidad y conocimiento.
Cambie la conversación t le hice referencia a su famosa hazaña de la toma de Curazao, en la cual
había participado junto a Gustavo Machado y otros enemigos del régimen gomecista, y esto
representó la señal para iniciar un largo recuento de sus grandes proezas como revolucionario y
como hombre de armas tomar. Pasó así un poco tiempo, y finalmente, me pidió una respuesta a
su proposición. Le manifesté que yo no tenía aún una independencia personal que me permitiera
tomar ese tipo de decisiones, pues vivía con el Dr. Fidel Rotondaro, quien era mi protector y
amigo, a quien lógicamente debía consultar. Rafael Simón se entusiasmó más, pues pensó que así
35
podría contar con la cooperación de Rotondaro. Se hacía tarde y quedamos en volvernos a ver en
el mismo sitio.
Cuando llegué a casa y le conté el incidente a Rotondaro, este se enojó y reaccionando con
violencia me dijo: con gente de esa clase, asesinos profesionales, no se puede ni hablar. Huelga
decir que no volví a pasar por el local donde me había visto Urbina, y desde ese momento nunca
supe más de él, hasta su participación en el asesinato de Delgado Chalbaud. De esa calidad
humana era Fidel Rotondaro. Hombre íntegro, de la más absoluta honestidad personal, tanto en
su vida pública como en la privada, de una sola pieza, sin vacilaciones ni complacencias, fiel a una
tradición democrática y orgulloso de haber formado parte del grupo de jóvenes universitarios que
en el año 1928, trataron de tomar el Cuartel San Carlos. Recuerdo que me contaba, que en esa
famosa aventura y cuando avanzaba hacia el San Carlos, caminaba al lado de Rómulo Betancourt y
más de una vez, recriminaba a Rómulo o Rómulo lo recriminaba a él, cuando por algún motivo uno
de los dos se quedaba un poco atrás. Nada es más incierto que atribuirle a Rómulo fama de
cobarde, y nadie más calificado que yo, para testimoniar su valor y su entereza moral, terminó
diciendo Rotondaro.
Como alguna le confesara que a pesar de haber tenido oportunidad de conocer a muchos hombres
de su edad en el curso de mi vida, no había conocido ninguno con más virtudes de tolerancia,
modestia, paciencia y serenidad que yo veía en él. Fidel me respondió: cuando se viven siete años
atado a otra persona, como lo estuve yo en la cárcel, unido con grillos a un tercero, hay que
desarrollar todas esas virtudes para poder sobrevivir. Algo positivo salió de esa tortura, como tu lo
anotas hoy.
Venezolanos de esa estatura moral ya no existen. Se han extinguido con la muerte, y de ellos solo
queda el recuerdo, a veces ignorado por estas nuevas generaciones facilistas interesadas solo en
su propio bienestar. Estas reflexiones me las hacía el Dr. Julio Urbina, cuando visitando las bóvedas
de Puerto Cabello, me mostraba una en la cual había estado por años, como preso político del
gomezalato.
Participé con entera libertad en la política interna de Colombia, y aun cuando trabajé para un
diario liberal, como siempre había sido admirador del caudillo conservador Laureano Gómez, a él
me acerqué, con la audacia del joven y del venezolano. El Monstruo me distinguió con su afecto.
No es pues de extrañar que un político de la Costa que me había oído nombrar me pidió que lo
recomendara al Dr. Gómez para ver si lo incluía en la lista de Representantes de su circunscripción
electoral.
Conocí a Silvio Villegas, Augusto Ramírez Moreno y Gilberto Alzate Avendaño, quienes habían
formado con José Camacho Carreño, prematuramente desaparecido, un grupo político literario
denominado Los Leopardos, que había hecho crujir las viejas estructuras de la oligarquía
conservadora. Como reportero de LA RAZÓN, entreviste más de una vez al gran líder de la
izquierda liberal, Jorge Eliecer Gaitán, cuyo asesinato provocó el llamado Bogotazo, y varias veces
36
asistí a sus famosas conferencias del Teatro Nacional. Comenzaba ya a ensayar esa oratoria
participativa de diálogo con la audiencia, que Fidel Castro ha llevado a su más alto grado.
Como en Colombia la oratoria es silvestre, sigo con interés de principiante la evolución de ese arte,
desde la expresión densa y conceptual de un Laureano Gómez hasta la llamada oratoria
veintejuliera de los líderes populares que arengan a las multitudes en las plazas públicas durante la
celebración de las festividades patria. Me atrae la oratoria florida y elegante de Augusto Ramírez
Moreno y me cautiva la oratoria parlamentaria que espontáneamente sale del Senado de la
República. Conozco en esos tiempos a un escritor que domina con propiedad todos los géneros
literarios y que está de moda con unas operetas populares para el teatro. José Osorio Lizarazo es
su nombre, el mismo que escribe por encargo un libro en defensa del Dictador dominicano Rafael
Leónidas Trujillo. Alguien lo definió como “una brillante inteligencia al servicio de una pésima
voluntad”. Guardando las proporciones del caso, encontré en Erwin Burguera una figura
semejante. Diría yo que en el hermano país, se afirmó mi vocación política y mi pasión
venezolanista.
Me identifique con Colombia, sus problemas y su gente, de tal manera que al General Delfín
Torres Durán, quien era Comandante General de la Policía Nacional me propuso ingresara al
cuerpo con el grado de Mayor por mi condición de abogado, pues el quería tenerme en el
Comando. El problema surgió cuando yo le manifesté que no estaba dispuesto a nacionalizarme,
no por menosprecio alguno a su nacionalidad, sino porque siempre he creído que la patria como la
madre no puede cambiarse. Eric Williams en Trinidad elaboró con propiedad esa tesis, cuando
sostuvo que la Patria como la Madre es solo una.
El problema con mi amigo Torres Durán no llegó a agravarse porque sufre el General una
hemorragia nasal, y como a ese tipo de hemorragias no se le da mayor importancia, cuando lo
llevan a la Clínica Marley, ya es tarde y fallece ese mismo día.
Aquí en los Estados Unidos, muchos han cuestionado mi renuencia a optar por la nacionalidad
norteamericana, pero siempre me he mantenido firme en mis convicciones, aun cuando sigo
siendo el más severo crítico de Venezuela y de su gente, pero es a ese país donde nací, al que debo
cuanto soy y cuanto he sido.
Durante ese periodo en que trabajé y estudié y fortalecí mi afecto por Colombia, no dejé de
pensar un solo momento en Venezuela y en el Táchira, y cuando las elecciones de 1947 me abren
la oportunidad para el regreso, dejé atrás cuanto tenía en Colombia y me vine a ocupar mi puesto
en la lucha contra Acción Democrática.
Creo, sin que me quede la más lejana duda, que el problema limítrofe con Colombia como el
diferendo con Guyana, son asuntos de fácil solución si existe la determinación necesaria para
encontrarla. En ambos casos, hay estudios técnicos exhaustivos y fórmulas de solución que
contemplan las variantes posibles en ambos casos. La barrera que se levanta para impedir
37
cualquier solución, es la del chauvinismo criollo, la de los intereses creados, la de la politiquería
para la que estos dos casos son ases escondidos en la manga para ser usados en el momento.
Colombia tiene costas sobre el Golfo de Venezuela. Esto es no solo un hecho geográfico, sino
ahora, un hecho jurídico también, después de los pronunciamientos que en varias oportunidades
ha expresado el Presidente Carlos André Pérez. Falta solo la voluntad de proceder a esa
delimitación. Hay en Latinoamérica calificados expertos en Derecho Internacional Público y en
Derecho del Mar, quienes pueden integrar una comisión bilateral con rango arbitral que fije las
líneas de demarcación. En el caso de Guyana, existe de parte de ese país la voluntad de integrar
una Comisión Internacional de la Cuenca Hidrográfica de los ríos Cuyuní y Mazaruni encargada del
desarrollo y explotación de la región. Esta solución ofrece a Venezuela todas las ventajas
económicas que puedan derivarse de la tal zona, sin afectar la soberanía que sobre ella ejerce
Guyana desde su creación como estado independiente y como heredera del ente colonizador
desde hace casi doscientos años.
Ambas soluciones requieren si, un Presidente de la República con condiciones de dirigente y con
sentido histórico, capaz de convencer la opinión pública de la justicia que determina su proceder.
El General Juan Vicente Gómez, alfabeta ilustrado de hondo sentido común y profundo conocedor
de la idiosincrasia venezolana, diría en esta ocasión con el típico acento de su tierra tachirense,
que ese gobernante debe estar en capacidad de preparar una buena pizca, remedio inmejorable
para la debilidad. Claro, agregaría luego, el problema es que para preparar la pizca, se necesitan
“guevos”, y eso parece que no se consigue en el mercado nacional.
38
-VIEL ENFRENTAMIENTO AD-COPEI
39
EL ENFRENTAMIENTO AD-COPEI
1947-1950
Cuando regreso al Táchira, a mediados de 1947, encuentro la más favorable de las situaciones.
Hay un mayoritario sentimiento anti-adeco y un entusiasmo inusitado por Rafael Caldera, quien es
un ídolo político de mucho mayor prestigio en este Estado que en el resto del país. No hay líderes
locales y brilla solitaria la estrella de Rafael Pinzón, quien disfruta con no disimulado placer, la
emoción de sentirse único e indiscutible. Ególatra y autoritario, Pinzón, aunque identificado con
COPEI, no es miembro de ese partido y actúa de acuerdo con sus emociones, sin subordinación a
ninguna disciplina. Pero Pinzón no tiene interés en los asuntos de provincia. Su aspiración es ir al
Congreso Nacional, y por ello no preveo ningún enfrentamiento con él, interesado como estoy
exclusivamente en la política local. Era fiel así, al precepto cesáreo de que más vale ser primero en
provincia que segundo en Roma.
Inmediatamente me incorporo a la lucha política y aunque ataco con vehemencia a la gente de
Acción Democrática, establezco una clara diferencia con la retórica pinzoniana que usa como lema
de su oratoria un llamado a odiar, a odiar a Acción Democrática. No tardo mucho tiempo en
proyectarme como orador de masas y es esta mi base para establecer el liderazgo político que
busco.
Durante este periodo, recorriendo el Estado y arengando multitudes, forjo estrecha amistad con
Doña María de Azara, la máxima dirigente del Distrito Jáuregui, el baluarte más importante del
COPEI después de San Cristóbal. Como llevamos con nosotros un equipo de sonido, el hijo de Doña
María, Pascualino, tiene a su cargo la responsabilidad de su instalación, y con ella, la de servir de
anunciador en los mítines que celebrábamos. Decía entonces Pascualino: “Y por último, va a ser
uso de la palabra, una gran dirigente de COPEI, una mujer extraordinaria, un político excepcional:
mi mamá, Ana María de Azara”. Pascualino llegó a General de División y a Comandante General de
la Aviación.
El COPEI ha elaborado sus listas de candidatos al Congreso, a la Asamblea y a los Concejos. En la
Asamblea, figura mi padre en el cuarto lugar. Como el Presidente del partido es el Dr. Francisco
Romero Lobo, estrecho amigo mío y de mi familia, yo ya he elaborado un cuidadoso plan. Le digo a
mi padre que me ceda su puesto, a lo cual él accede complacido, pues solo lo ha aceptado para
complacer a su paisano y amigo. Luego hablo con Romero Lobo y lo instruyo para que la
sustitución se haga algunas horas antes de cerrarse el plazo legal para ejecutar esta maniobra, con
lo cual evito recelos y quejas de quienes pueden alegar una militancia más antigua o una
trayectoria de lucha más larga.
Todo sale a pedir de boca, y cuando se anuncian los resultados electorales, COPEI ha logrado 12
puestos de los 18 que conforman la Legislatura. Ya soy Diputado a la Asamblea y estoy preparado
para la tarea que se avecina. No todos los diputados electos son conocidos míos, pero si tengo
40
entre ellos algunos amigos entrañables, tales como Jesús Antonio Cortés Arvelo y Eudoro Daza
Moros, y eso me basta.
Los cuerpos deliberantes del nuevo gobierno venezolano que va a presidir el Maestro Rómulo
Gallegos, se instalan el 2 de febrero de 1948 y entre ellos la Asamblea Legislativa del Estado
Táchira. El Dr. Armando Rincón Santos, Secretario General de COPEI en el Estado es electo
Presidente. Las vice-presidencias, secretario y personal, todo sale de las filas copeyanas, donde
hay muy poca gente calificada.
El primer mes de sesiones, es un espectáculo circense. Rincón Santos no sabe dirigir los debates, y
las reuniones son meros torneos oratorios que no conducen a nada y ofrecen oportunidad a la
oposición adeca para mostrar su beligerancia y combatividad, para lo cual cuentan con un orador
florido y atrayente como el Dr. Roberto Segnini López y un expositor severo, cruel y ponderado
Luis Hurtado Higuera. Al término del mes, no queda más camino que cambiar totalmente la
estrategia que se ha empleado. Me ha llegado el momento, y nadie discute mi elección para
Presidente.
En control de la situación, que cada día hago más absoluto, concluyo la discusión del Reglamento
Interior y de Debates que se ha llevado todo el tiempo y coloco en la Agenda la discusión de
Constitución del Estado que la dirección de COPEI ha preparado. En el enfrentamiento con AD no
solo llevo la mejor parte, sino que los acuso y desmoralizo. Es entonces cuando el CEN de AD
retira al Diputado Carlos Andrés Pérez del Congreso y lo envía al Táchira a defender sus huestes
acorraladas. La situación no cambia sustancialmente, porque la mayoría copeyana de las dos
terceras partes es realmente una aplanadora, y más de una vez, humillo al contendor adeco.
Ocurre entonces un hecho que no solo modifica la estrategia política del COPEI en la Asamblea,
sino que afecta el futuro, altera mis prioridades y lesiona seriamente a Caldera y su partido, Carlos
Andrés Pérez y yo tenemos la misma edad, y aun cuando no habíamos hecho amistad antes, pues
él estudiaba en Rubio y yo en San Cristóbal, surge entre los dos una corriente de simpatía y de
afecto, que sobrepasa los linderos del antagonismo político.
He creído siempre en la necesidad de fortalecer la democracia creando puentes de entendimiento
con el enemigo, en lugar de destruir los pocos que hayan existido; en el poder de la amistad como
el mejor medio para encontrar soluciones beneficiosas al país; en la eficacia de los entendimientos
privados y en la tolerancia que debe predominar en toda actividad humana. Y es con esta
formación cultural como acojo la vinculación personal con Carlos Andrés Pérez, entonces solo un
acólito de Leonardo Ruíz Pineda, a quien Gonzalo Barrios identifica como el mozo de espadas del
líder tachirense, según me lo refiriera el propio Carlos Andrés.
Al legar al tercer mes de sesiones, ya propongo que se le dé una Vice-Presidencia a Acción
Democrática, y cuando Caldera envía desde Caracas al Dr. Rafael Angulo López para que lo nombre
Secretario de la Asamblea, es Carlos Andrés quien me dice: “por qué ese señor a quien nadie
41
conoce en el Táchira, cuando tienes de Sub-Secretaria a Alicia Contreras, copeyana y amiga tuya,
que lo puede hacer muy bien”. Así Alicia pasa a ser Secretaria de la Asamblea, y Caldera aunque
absorbe el golpe, no olvida el irrespeto a su autoridad.
Ya entra la Asamblea en la rutina de nombramientos, en la discusión del Presupuesto, en la
promulgación de nuevas leyes, en fin en una acción creativa que yo quiero imponer. Cuando llega
la oportunidad de aprobar o improbar la Memoria del Gobernador del Estado, nombro una
Comisión que yo mismo presido para preparar el Informe que ha de presentarse a la Cámara en
pleno. Como ocurre con todas las Comisiones, y esa experiencia la tuve otra vez en el Congreso, es
el Presidente quien por lo general adelanta la investigación y prepara el informe final, Caldera que
sigue con interés el desarrollo de los acontecimientos me llama un día y me dice: “Me supongo
que ya tendrá la improbación de la Memoria y, yo le respondí: “Si, efectivamente está lista. Se
imprueba la parte política pero no la administrativa”. El dialogo continúa:
CALDERA: ¿Por qué no la administrativa?
MÁRQUEZ: Porque todos los documentos presentados en su gestión
administrativa están en orden.
CALDERA: Y eso que importa. Lo fundamental es improbar la Memoria.
MÁRQUEZ: No Rafael. En primer lugar eso es injusto, y además y nunca lo he
negado, soy amigo de Leonardo y Aurelena, y esa es una acusación grave que no
puedo hacer.
La Asamblea aprueba el informe, tal como yo lo he elaborado, y Caldera me carga en el DEBE del
libro de registro que lleva de todos sus amigos esta actitud mía.
Siempre fui amigo de Leonardo. Fui igualmente amigo de su novia quien fuera luego su esposa,
Aurelena Merchan, y me hizo confidencias de muchas de sus actividades. Cuando se juramenta
como Gobernador, me mete en el bolsillo un papelito invitándome a su casa a celebrar el
acontecimiento. Conversamos entonces largamente. Me sugiere que me vaya del Táchira, que me
consigue un cargo diplomático en la recién abierta Embajada en Moscú, que no tiene explicación
que yo esté asociado con gente con la cual no tengo ninguna identidad. Le agradezco la oferta
pero le digo que me resulta imposible, pues cargaría yo siempre con el sambenito de traidor.
Le pregunto a su vez, porqué está de Gobernador, cuando realmente debería ser Ministro: Me
responde entonces que Gallegos lo había llamado para ofrecerle el Ministerio del Interior, pero
que al ofrecérselo lo había hecho diciéndole: “Como eres andino, Leonardo, he pensado en ti para
Ministro del Interior”, y entonces se siente ofendido y le contesta: “No, Presidente, yo quiero ser
Ministro por los méritos que tengo y no por mi condición de andino”. Posteriormente Leonardo
sería designado Ministro de Comunicaciones.
Confieso que fui feliz durante este periodo de mi vida, en el cual era figura prominente del estado,
árbitro social y caudillo político. Y para completar mi felicidad, me he divorciado de mi esposa, y
soy hombre libre. Además el divorcio ha sido amistoso; yo he sido la parte culpable y Auristela la
42
que me demanda dándole poder a un amigo mío, el Dr. Víctor Felipe Medina Rosales, quien
además no le cobra honorarios. No tenemos bienes y no le disputo la patria potestad sobre la
única hija que tenemos.
Como mis relaciones con Caldera han llegado a una situación crítica, me asocio con otros
dirigentes que tienen problemas e inquietudes similares. Me reúno con Desiderio Gómez Mora,
quien tiene influencia en el partido merideño UNIÓN FEDERAL, representante del parrismomazinismo y que opera como el COPEI de esa entidad, y con Robertín Vetancourt, quien en Trujillo
goza también de prestigio. La idea integrar un gran partido regional de los Andes, que los tres
podamos manejar.
Como no tengo mayor interés en la política nacional, me sorprende el golpe del 24 de noviembre
y, así de la noche a la mañana, caigo de las alturas del poder a una realidad dolorosa e incierta. Sin
embargo continúo hasta el 30 de noviembre en mi despacho, tiempo suficiente para cobrar las
últimas dietas y preparar el inventario, No olvido que retiré las dietas de Carlos Andrés y se las
llevé a Blanquita, cuya situación económica me preocupaba.
Eudoro Daza, siempre ágil para el comentario inteligente, me dice: “Abdelkader, este golpe no ha
sido contra los adecos, ha sido contra nosotros”.
Tengo la fortuna de que el nuevo Gobernador designado por la Junta Militar de Gobierno, es un
hombre de calidad humana, pulcro y honesto, quien nombra Secretario General de Gobierno, a
ese gran amigo mío que es Eduardo Ramírez, y por tanto mi posición resulta menos grave. Acudo
entonces al Gobernador Cnel. Luis Vega Cárdenas, por intermedio de Eduardo, y le sugiero que me
nombre Director del diario VANGUARDIA que es propiedad del gobierno, y que necesita para
defender y proyectar su acción ejecutiva. Vega Cárdenas aprueba la idea y, de inmediato me
presento en los talleres del diario y tomo posesión de él. Ni la administración y menos la redacción
se atreven a hacer alguna objeción.
La opinión pública repudia a VANGUARDIA, su tamaño, su presentación. Procedo entonces a
cambiarle el nombre por EL ESPECTADOR e igualmente a modificar su tamaño para hacerlo tipo
tabloide. Solicito y logro la ayuda del diario ÚLTIMAS NOTICIAS de Caracas, y así tengo ahora, una
manera barata de publicar fotografías de actualidad y de modificar la titulación. Durante un año
que permanezco en este trabajo, con la leal y eficiente colaboración del poeta César Casas
Medina, logro imponer un órgano de opinión y un medio de difusión cultural, la llegada de un
nuevo Gobernador que reemplaza a Vega Cárdenas y que es nada menos que Juan Pérez Jiménez,
hermano mayor de Marcos, y la de un militar que viene precedido de fama de atropellador y
violento, el Cnel. Roberto Casanova, en nada modifica mi condición de periodista, ni la orientación
del periódico.
A principios de 1950 viene a San Cristóbal en visita oficial la Junta Militar de Gobierno. En el Club
Demócrata le ofrecemos un homenaje, y allí Miguel Moreno, quien es el Secretario de la Junta, me
43
presenta a Delgado Chalbaud, Pérez Jiménez y Llovera Páez. Es la primera vez que veo a estos
señores, y con ellos comparto una copa de champaña.
En marzo me llama a su despacho el nuevo Gobernador del Estado Antonio Pérez Vivas y me dice
que tengo pasaje a mi disposición para viajar a Caracas, y audiencia concedida para ser recibido
por el Dr. Miguel Moreno. Viajo a Caracas, y Miguel me manda donde Luis Emilio Gómez Ruíz,
Ministro de Relaciones Exteriores, quien me dice que me va a nombrar Vice-Cónsul de Venezuela
en Londres, una brillante oportunidad para estudiar y para aprender el idioma inglés.
Acepto como un hecho cumplido la decisión del Ministro, aun cuando después me doy cuenta del
bajo rango que tiene el cargo para un hombre de mi trayectoria, pero no tengo más opción que el
de aceptarlo. Si en muchas oportunidades el destino me ha jugado malas partidas, aquí soy yo el
ganador, pues durante ese intervalo diplomático, tengo la oportunidad de conocer tres
venezolanos excepcionales: Eduardo Michelena, Carlos Cristancho Rojas y Carlos Rodríguez
Jiménez, como no he visto otros en el devenir histórico de mi patria.
Sin posibilidad de acción política olvidado por completo el COPEI, algunos de cuyos miembros se
han plegado públicamente al nuevo gobierno, y apenas si en una oportunidad que se me presenta
le dirijo un telegrama público a Caldera, enfrentándolo a Pérez Jiménez con lo cual le cobro sus
intentos de expulsarme del partido que no llegan a nada, pues no se encuentra prueba alguna de
que yo me hubiera inscrito como militante.
44
- VII EXILIO DIPLOMATICO EN EUROPA
45
EL EXILIO DIPLOMATICO EN EUROPA
1950-1954
Confieso que me asustaba el viaje a Londres. No había ido más allá de Bogotá, y mi conocimiento
de otras culturas estaba limitado a la información obtenida en libros y revistas. Sin embargo, el
perraje chiquito de la Cancillería me hacía ver todo fácil. En Nueva York me esperaría un
funcionario del Consulado, quien entonces me llevaría del Aeropuerto de La Guardia adónde iba a
llegar al nuevo Aeropuerto Internacional, y en Londres me recibiría alguien del personal del
Consulado. Tendría vivienda contratada y bien pronto aprendería a usar los medios de transporte.
Salí el jueves 19 de abril de 1950 para Londres, con escala en Nueva York. Con muy poco
conocimiento del inglés, no entendí esas instrucciones que con voz fastidiosa se oyen en todos los
aeropuertos del mundo, y además, nadie estaba allí para recibirme. En mis tiempos de Embajador
me di cuenta de lo engorroso que es para los funcionarios del servicio exterior estar
desplazándose al aeropuerto a recibir cualquier cabeza e´mochila que viene de Venezuela, y acabé
con la práctica que el Embajador anterior había llevado al extremo de tener un Agregado
permanentemente destacado en el aeropuerto. Cuando hice las averiguaciones del caso, supe que
el autobús que llevaba los pasajeros al Internacional ya se había ido. Desconcertado y nervioso
pienso en la única persona amiga que tengo en Nueva York. Nada más y nada menos que al
General Isaías Medina Angarita, ex-Presidente de la República. Lo llamé por teléfono, me atendió
el mismo y me dijo: “No se preocupe, voy a buscarlo”. Efectivamente, al poco tiempo se apareció
manejando un carro viejo de dos puertas y me llevó a su apartamento en Park Avenue. Recuerdo
que me dijo: “en ese mismo lugar donde nos vimos, me encontré en alguna oportunidad un grupo
de adecos que venían a recibir a una señora que venía a Venezuela. Entre ellos estaba Ricardo
Montilla, quien al verme se acercó con los brazos abiertos como para abrazarme, y yo entonces le
dije: Cómo te atreves, Ricardo, y le volví la cara”. Le referí mis planes en Europa, que le parecieron
buenos, y ya en el ascensor del edificio donde vivía me dijo: en este mismo sitio me conseguí el
otro día a un hombre muy elegante que después supe que era el Duque de Windsor.
Almorcé con él y me dijo que tenía algunos compromisos que cumplir en la tarde, pero que no me
preocupara, que me iba a llamar a Víctor Manuel Rivas, el escritor y periodista que lo había
acompañado durante su gobierno, para que me acompañara el resto de la tarde y luego me llevara
al aeropuerto para seguir el vuelo a Londres. Pronto se apareció Rivas y me invita a conocer algo
de Nueva York. Llevaba yo una maletica colombiana de mala muerte, y Rivas me dijo: Camine para
que compres una maleta nueva y también una gabardina, pues vas a necesitarla en Londres.
Fuimos entonces a Macys´s e hicimos las compras. Finalmente me llevó al Aeropuerto.
En Heathrow me esperaba el Secretario del Consulado y con él fui a una casa de pensión donde
me había reservado una habitación, no solo de precio razonable sino muy cerca del Consulado; en
Ennismore Gardens. Al día siguiente me presenté a la oficina para saludar al Cónsul e iniciarme en
el trabajo. Iba entonces a vivir una experiencia muy distinta a aquella de Nueva York. Al término
del día me dijo Alirio Parra Márquez, quien era el Cónsul General saliente, pues ya había sido
46
sustituido por Eduardo Michelena: “Márquez, váyase a comer esta noche a mi casa. Lo espero a las
8 pm, en la estación del underground de Harrow. A las 7.30 pm, salga de su casa y cruce a la
izquierda. Al llegar al final de la calle se encuentra con Kensington Row; cruce allí a la derecha
hasta que llegue a la estación del undergroup que se llama Knightsbridge. Compre un ticket para
Harrow, tome el tren, y al llegar a una estación que se llama Picadilly Circus, bájese y transfiérase a
un tren de la línea Metropolitana que vaya hacia Harrow”. No sé cómo pude hacerlo. Aun hoy lo
encuentro difícil, pero a las 8 pm estuve en Harrow. Una vez más, me di cuenta de la
incomparable calidad humana del Presidente Medina.
El trabajo del Consulado no tenía mayores dificultades para mí. De una parte tenía mi formación
jurídica, y de la otra, Parra Márquez, con treinta o más años de experiencia, era un maestro de
primer orden y estaba interesado en enseñarme. Como mi objetivo era aprender inglés, así se lo
manifesté a George Stone, el Secretario, quien tenía una licenciatura en Oxford y era bueno y
servicial. Desde el primer momento me entregué al estudio del idioma. Mi interés era
fundamentalmente, poder leer los periódicos. Como siempre me ha gustado la política y siempre
también me he identificado con los socialistas, quería seguir la acción de un gobierno que,
triunfador por un escaso margen, tendría que enfrentarse al Partido conservador, que ya se daba
como ganador en una elección que tendría que realizarse en breve, con lo cual volvería Winston
Churchill al poder.
Un mes después de mi llegada, arribó el nuevo Cónsul General, Eduardo Michelena. Era
Michelena una figura admirable. De una honestidad y de una pulcritud como no he visto nunca en
otros. De una cultura y de una calidad humana también rayanas en lo excepcional. Hablaba inglés
como un egresado de Oxford y dominaba el francés a la perfección. Más de una vez conversando
Michelena con hombres de su edad, le oí decir a uno de ellos: “Ud. debe ser de mi misma clase en
Oxford, pero yo no lo recuerdo bien”. Tradujo al español “Recuerdos de mi niñez y juventud” de
Renán. Su compañía fue para mí más educativa que todos los años de Universidad. Como era
además humilde, a pesar de su abolengo, se hospedó en la misma pensión donde yo vivía hasta la
llegada de su familia, y así compartí con él las 24 horas del día.
Una vez que le explique el manejo del Consulado y lo que yo hacía. Me dijo que continuara
haciendo lo mismo. Pasé a ser yo el verdadero Cónsul, liberándolo del fastidio de la labor
burocrática. Pero Michelena era un hombre distinto. Alguna vez recibió carta personal de Pérez
Jiménez felicitándolo por su labor, que según le habían dicho era excelente, pues habían llegado a
sus manos unas publicaciones editadas por el Consulado, lo cual no era práctica corriente. Se
apresuró a contestarle, y con esa honestidad y generosidad que eran natural en él, le aclaró que
todo cuanto se hacía en la oficina, era obra de Abdelkader Márquez, pues lo único que hacía era
firmar. Nunca antes había sido testigo de generosidad semejante. Nunca después he vuelto a
presenciar este género de actos, no obstante haber jugado papel semejante en posteriores
ocasiones. Alguien me aconsejó que para acelerar mis estudios de inglés, me convenía buscar una
novia inglesa. Así lo hice y terminé casándome con ella.
47
Pero Michelena no era hombre para vivir fuera de Caracas. Añoraba sus amigos, las tardes en la
puerta de EL UNIVERSAL viendo el desfile de las muchachas que por allí pasaban, y el clima y la
comida, en fin todo aquello que Londres, frío, lluvioso e inhóspito no le ofrecía.
Carecía Michelena de vocación política. Su amistad con Pérez Jiménez nació de la circunstancia de
vivir al lado del militar en el Callejón Sanabria de El Paraíso. Las posiciones que desempeñó le
fueron ofrecidas en oportunidades en que se necesitaba un hombre honrado para acabar con
irregularidades imperantes en una institución. Siempre me decía: “Ser honesto es una profesión.
Yo no tengo ningún título profesional o académico, pero como la gente sabe que soy honesto,
siempre me ofrecen cargos donde hay manejo de dinero”. Su designación para Cónsul tuvo otro
origen. En sus conversaciones con Pérez Jiménez le confió la urgencia que tenía de viajar a
Inglaterra para arreglar el asunto de una herencia que le había dejado su tío Juan José, y como tal
operación le iba a llevar tiempo, Pérez Jiménez le sugirió un cargo diplomático. Gómez Ruíz que
siempre andaba bajeando los recomendados de los militares, le ofreció una Secretaría en la
Embajada de Inglaterra, y Michelena le respondió airoso; “¿Crees tú, Emilio, que voy a empacar
mis cubiertos de plata y las joyas de mi mujer, para ir de triste Secretario de una Embajada? Estas
muy equivocado”. Al día siguiente el Ministro lo llamó para ofrecerle el cargo de Cónsul General
que Michelena aceptó.
Durante su presencia en Londres, Michelena me incorporó al círculo de personas que se movían
en el ambiente diplomático, y así me hice amigo del Embajador Carlos Sosa Rodríguez, del
Ministro Consejero Carlos Pérez de la Cova y de otros funcionarios, como también de distinguidos
venezolanos que pasaban por la capital británica.
Sucedió a Michelena, el Dr. Carlos Rodríguez Jiménez, quien había sido durante diez y siete años
Cónsul General en Yokohama, y había estado recluido durante la guerra en cárcel japonesa. Era
Rodríguez Jiménez un arquetipo de honestidad, puntualidad y corrección. Conocía las funciones
consulares, el protocolo diplomático y las reglas de cortesía humana como ninguno otro, y con él
pude entonces mejorar el Consulado y proyectar su labor.
Como ya leía los periódicos, me entero un día del banquete que el Rey y la Reina de Dinamarca
van a ofrecer a Sus Majestades Británicas, y como la Embajada está ubicada en la casa contigua al
Consulado, desde muy temprano me coloco en la puerta. En esos días no había terrorismo ni
especiales medidas de seguridad, y nadie me mueve de mi puesto. Veo entonces pasar a escasos
centímetros de distancia al Rey Jorge IV, a la Reina, y a las princesas Elizabeth y Margaret, al
Primer Ministro Winston Churchill, al ex-Primer Ministro Clement Atlee, y a muchas figuras
representativas del gobierno y de la sociedad. En oportunidades vi a Herbert Morrison, a George
Brown ya otros dirigentes del Partido Laborista de mi simpatía.
Atendí siempre a los venezolanos que pasaban por el Consulado, sin que me importara su filiación
política, y a muchos de ellos invité a mi casa para pasar el fin de semana. Allí fueron, Miguel Ángel
Pareles, Edilberto Moreno Peña, Rodolfo José Cárdenas, dos curas jesuitas: Pablo Ojer Celigueta y
Hernán González Oropeza. José Luis Salcedo Bastardo llegó a Londres con su familia y yo lo ayudé
a instalarse y le conseguí inscripción en la Universidad de Londres.
48
Un día cualquiera supe que había sido promovido a Secretario de la Legación de Venezuela en
Alemania que acaba de crearse, y que viajaba a Bonn con el Jefe de Misión designado, Carlos
Cristancho Rojas.
Llegamos a una Alemania que empieza a recuperarse, a una Alemania interesada en ocupar un
puesto entre las naciones del mundo, que le había sido negado después de la debacle que siguió a
la derrota del 45. Alemania de Adenuaer y de Erhardt. A una Alemania que yo siempre había
admirado.
Tal como lo hecho en Inglaterra con el idioma inglés, lo hago aquí con el alemán, y si bien tengo
dificultades para leer el alfabeto gótico, con ayuda y buena voluntad aprendo a pronunciarlo bien
y alcanzo a leer la prensa local y nacional. Recuerdo de mi niñez en Mérida donde un señor
alemán de apellido Villet tenía una librería donde también se vendían revistas para niños
producidas en Alemania, me mueven a visitar las famosas ciudades de la Liga Hanseática, en las
cuales actuaba uno de esos héroes legendarios que creo que se llamaba Klaus Startebecker. Voy a
Stutgart que fueron totalmente destruida sin justificación alguna por la aviación aliada, paso unos
días en la famosa ciudad universitaria de Heidelberg, visto con frecuencia Frankfort , Dusseldorf,
Coblenza, Aachen y me desplazo libremente por las auto-bahn que Hitler construyera para la
rápida movilización de sus tropas. Cada vez que puedo me voy a Colonia, la gran ciudad del Rhin y
contemplo la famosa catedral gótica vivo el soneto de Juan Lozano y Lozano:
Desde el arco ojival de la portada
hasta la flecha que en lo azul palpita
cada cosa en su fábrica suscita
el ansia de emprender otra cruzada.
Mole de encaje y de ilusión, cascada
que baja de la bóveda infinita,
surtidor que hasta Dios se precipita
escala de Jacob, fuerza encantada.
Tiene tanto a la vez de pedra y nube
su pesadumbre formidable sube
en la luz con tan ágil movimiento
que se piensa delante a su fachada
en alguna parálisis del viento
o en alguna cantera evaporada.
Ahora me doy cuenta con claridad de la privilegiada posición estratégica de Alemania, en el centro
de Europa y del extraordinario porvenir que tiene este pueblo. Entonces, me dedico a visitar sus
vecinos y así viajo por todo el continente.
La tarea que ahora me corresponde es para mí un reto. Debo organizar la Misión Diplomática de
Venezuela en Alemania Occidental, y a ello me dedico con entusiasmo y con el respaldo
incondicional del Jefe de la Misión, Carlos Cristancho Rojas. Años después me habría de dar cuenta
49
ya como Embajador, que era más fácil comenzar desde el principio, que cambiar o modificar
prácticas ilegales o inconvenientes, consolidadas a través de los años por la incapacidad de los
funcionarios subalternos o la falta de preocupación de los Jefes de Misión.
Es en este proceso de estructuración de la Misión cuando empiezo a conocer y a admirar la
personalidad incomparable de Carlos Cristancho. Como Jefe político muestra la más absoluta
confianza en mi capacidad y seriedad y aun cuando yo sigo la más rigurosa disciplina burocrática,
jamás me hizo una observación o me sugirió modificación alguna de los documentos que
preparaba, que eran todos emanados de la oficina. Como administrador su pulcritud llega hasta el
exceso, no obstante que más de una vez tiene dificultades económicas por su estilo de vida y su
interés en presentar siempre la imagen de una Venezuela rica. Cuando la empresa que ha
amueblado la Legación le envía un cheque por un monto equivalente al 10 por ciento del monto
de la compra, me ordena preparar un oficio remitiendo tal cantidad a la Dirección de
Administración del Ministerio.
Su amistad y la de su distinguida esposa Crysólita Rezende de Cristancho es siempre generosa,
cordial y desinteresada. No hay nada que esa familia me niegue o me regatee. Si necesito el
vehículo de la Misión, está a mi orden si no hay compromiso pendiente. Si necesito una
recomendación, lista está para ser enviada a quien la solicita. Si necesito adquirir licores, me los
regala. En este ambiente, no es de extrañar que este rodeado de los mejores amigos del Cuerpo
Diplomático y de la Cancillería Alemana.
Al poco tiempo soy persona bien conocida en los círculos diplomáticos donde tengo oportunidad
de conocer las más variadas personalidades del mundo de la política y la sociedad. Conversé más
de una vez con Khalil Esfandiary y su esposa, padres de Soraya, Emperatriz de Irán; al Archiduque
Otto, heredero de la corona austro-húngara, a princesas de la familia Hohenzollern, a nobles
alemanes y a figuras representativas de la industria, la banca y el comercio.
Al lado de Cristancho aprendo el sutil arte del trato y la cortesía diplomáticas, las prácticas
convencionales, la pulcritud en el vestir y la parquedad en el hablar. Nunca pude competir con él
en su habilidad para aprender idiomas extranjeros. Le bastaba una o dos semanas para entender
un idioma distinto al castellano, y uno o dos meses para hacerse entender. Curiosamente, una vez
que podía defenderse en esa lengua, no se preocupaba por mejorar su locución o por aprenderla a
escribir. Su esposa, quien era de nacionalidad brasileña, me refería siempre que aun cuando su
marido había vivido años en Brasil, y este era el idioma de la casa, jamás había logrado dominarlo
a plenitud y que hasta en la pronunciación cometía ciertos errores.
En una reunión social, Cristancho era un personaje solar. A su alrededor giraban en órbitas de
distintas longitudes, la mayoría de los asistentes. Moreno de ojos verde luna, como lo definiría
García Lorca. Impecablemente vestido, siempre dispuesto a usar el idioma de su interlocutor,
cambiando sin dificultad del alemán al inglés, o al francés o al portugués o al italiano, o al sueco o
al castellano, su compañía era casi un espectáculo. Más de una vez, empingorotadas damas se
pelearon por sus favores, y Cristancho con elegancia y discreción manejaba esas aventuras. Cuan
diferentes son los diplomáticos que hoy tiene el país, pues aunque muchos de ellos son egresados
50
de la Escuela de Asuntos Internacionales, apenas si unos pocos dominan el inglés o el francés, y
casi ninguno tiene conocimiento de las gracias sociales, y aquellos que lo tienen, son jóvenes de
las altas clases del país a quienes sus padres consiguen con su influencia que se les designe para
algún destino en el exterior. En una de esas reuniones se me acercó una señora bajita y regordeta
que quiere conocerme. Su nombre Ana María, Condesa de Westerholt. Es la hermana del Gral.
Rafael de Nogales Méndez, casada con un noble alemán. Le confieso mi admiración por su
hermano y muchas veces visito su casa para conversar sobre su ilustre familiar y admirar algunos
recuerdos.
En una recepción diplomática, veo entre los asistentes al Dr. Hjalmar Schacht, el famoso Ministro
de Economía de Hitler, y después de ensayar cuidadosamente unas frases en alemán, me dirijo a él
y le digo: He querido siempre conocer de cerca a un genio. Por eso me he acercado a saludarlo.
Schacht me abraza, me vuelve abrazar y me agradece el cumplido. Y es que frente a la vanidad
humana, todos nos rendimos.
Converso con el Dr. Ludwig Erhardt, el mago de la recuperación económica de Alemania, al
profesor Hallstein, Ministro de Estado para las Relaciones Exteriores, y a muchos otros altos
funcionarios. Poca gente viene de Venezuela, pero siempre pasan viajeros con fondos del estado y
una que otra personalidad de la industria o de la banca.
No encuentro en Alemania la misma cordialidad que existía en Inglaterra entre el personal del
servicio exterior de Venezuela. El cónsul en Hamburgo, se cree una unidad autónoma que nada
tiene que ver con el Jefe de Misión. Lo mismo ocurre con el de Fráncfort. Cristancho evade
enfrentamientos, pero yo lo empujo para que afirme su autoridad. Y para colmo de males, llega de
Consejero de la Embajada, alguien con experiencia diplomática y buenas conexiones políticas,
como que está vinculado familiarmente con Pérez Jiménez. Como el anterior Consejero nunca se
aparecía por la Oficina, yo era el funcionario inmediato al Ministro. Desde el principio se crean
problemas, que yo trato de evitar y ante los cuales Cristancho se pone de mi parte. Como yo no
tengo reservas en expresar mis opiniones, más de una vez critico al gobierno dictatorial de Pérez
Jiménez, al amparo de la confidencialidad que supongo existe entre compañeros. A fines de 1953
recibo el merecido por mis indiscreciones, de modo extremadamente cruel. Se elimina mi cargo
desde el 1ero de diciembre, y así no tengo sueldo, ni tiempo alguno para pensar en soluciones.
Cristancho se resiente, pero no toma ninguna acción oficial, lo cual causa extrañeza a un amigo
común: el Embajador Antonio Dávila Delgado, quien estaba destacado en Bélgica y por sus
frecuentes visitas a Bonn se había dado cuenta de la íntima amistad que me unía al Jefe de Misión.
Desconcertado, empaco mis maletas y me voy a Londres, donde vive mi suegra. Allí tengo por lo
menos casa y comida. Ya veré que puedo hacer.
Pasan los meses y no estoy haciendo nada. Los ahorros están acabándose y no me queda más
camino que regresar a Venezuela, aunque tengo miedo de un carcelazo. La situación económica es
más poderosa que el miedo, y me voy a Caracas, después de todo allí tengo un amigo de verdad.
Eduardo Michelena; cuyo cuñado es Ministro de Justicia: el fraile Urbaneja.
51
- VIII EL FUNCIONARIO PÚBLICO
52
EL FUNCIONARIO PÚBLICO
1954-1958
Llego a Venezuela sin problemas y de inmediato me dedico a buscar amigos que puedan
ayudarme. Eduardo Michelena me recibe inmediatamente en su despacho de la Dirección de
Administración del Ministerio de Justicia. Siempre cordial, expresivo, generoso. Sin embargo no
encuentra ninguna solución a mi problema. Me recomienda hablar con el Gral. Félix Román
Moreno a quien conozco desde hace muchos años, y además sabe de mi amistad con su hermano
Miguel. Hablo con Félix Román pero este me dice que no tiene ningún cargo disponible en el
Ministerio en ese momento. Es cuestión de esperar, pero yo conozco el típico caramelo criollo y
no vuelvo a visitarlo. Toco otras puertas pero no obtengo respuesta. Accidentalmente me tropiezo
con el Dr. Alberto Corrales, quien me sugiere ponerme en contacto con Rómulo Moncada quien
está de Secretario del Presidente de la Corporación Venezolana de Fomento y a quien he oído
expresarse sobre mí en la forma más elogiosa. Le confieso que mi vanidad personal no me permite
pedirle favores a Rómulo a quien conozco desde 1934, cuando llegamos a la nueva casa que mi
padre acababa de adquirir en San Cristóbal. Rómulo que tendría unos siete años, siempre
entrometido, ayuda a descargar los muebles que traemos de la casa que habitábamos antes, pues
vive apenas a la media cuadra, donde su padre don Medardo Moncada tiene una pulpería
denominada El Vigía. Años después se residenciaría, también a media cuadra de distancia, pero en
otra dirección, Francisco Guerrero Pulido a quien desde entonces me unió estrecha amistad hasta
el grado de llevarlo al cargo de Jefe de Relaciones Públicas del Concejo Municipal de Caracas
cuando compartía influencias con COPEI y AD en dicho organismo.
Alberto preocupado por mi situación busca la fórmula de un encuentro casual y así llego a la CVF
donde Rómulo me lleva hasta el Presidente Ricardo González Colmenares, a quien conocía de
muchacho en San Cristóbal, antes de que saliera para Lima a estudiar en la famosa Universidad de
San Marcos. Ricardo es ejecutivo y sabe quien soy. Casi inmediatamente y apenas después de
intercambiar algunas palabras, me dice: Baja donde el Gerente para que proceda a nombrarlo
abogado de la Consultoría Jurídica, y como es 12, que el nombramiento tenga fecha del primero
para que así cobre su primera quincena este fin de semana.
Vuelvo así a encontrarme con J.M. Sánchez Martínez, el compañero de la resistencia frente a la
Revolución de Octubre, el modesto empleado de la Familia Adriani, quien después de haber
acompañado al Dr. Alberto Adriani a su regreso de Europa, en sus paseos a caballo por la
hacienda de la familia, había dilatado su cultura en la compañía de tan ilustre compatriota.
El lunes me informa el Gerente, que el Dr. González me ha asignado para trabajar con el Dr. Javier
Salazar, Asesor de la Corporación, quien antes fuera Gobernador del Banco Mundial como
representante del Perú y eminente hombre público de aquel país, donde llego a ocupar la cartera
de Hacienda. Formaba junto con otros compatriotas, la mafia peruana que Ricardo había traído a
la CVF, la cual resentían algunos venezolanos, renuentes a aceptar la capacidad profesional que
ellos tenían. Meses después me confesó el mismo Dr. Salazar que al saber que yo venía del
53
Servicio Exterior tuvo una gran desilusión, pues en su país como el nuestro es bien conocida la
incapacidad de dichos funcionarios. Sin embargo, era recomendado del Presidente y amigo y nada
podía objetar.
El Dr. Salazar y tiene en mente organizar un holding company, mediante la creación de una serie
de compañías anónimas que se proponía constituir la CVF, en cada una de las localidades donde la
Corporación era propietaria de empresas eléctricas. Había pues, que empezar a registrar las
compañías anónimas y se necesitaba la documentación pertinente, que era la tarea que quería
encomendarme. El martes por la mañana me presento ante el Dr. Salazar con un modelo de Acta
Constitutiva y Estatutos para las compañías que se proponía registrar, y de inmediato me autoriza
a proceder. Salazar comenta: “Tengo más de una año esperando que la Consultoría Jurídica me
haga este trabajo, y usted lo resuelve en veinticuatro horas”. Desde ese momento mi estrella
comienza a brillar en la CVF.
Se constituyen las compañías anónimas con 100 acciones, 99 de las cuales estaban suscritas por la
CVF, y la otra por mi persona. Al poco tiempo se empieza a estructurar una dependencia
administrativa de la Corporación para controlar esas empresas, como paso intermedio al holding
company, y se me designa Director de la División de Empresas Eléctricas ya creada. Al frente de la
División prosigo adelantando el Plan Salazar y pensamos en incorporarla a la empresa hidroeléctrica del Caroní, pero allí se tropieza con los mismos problemas que durante muchos años
hacen de ese desarrollo, un imperio semi-autónomo del estado venezolano.
Un año después me llama Ricardo Gonzales a su oficina y me dice: “Quiero nombrarte SubGerente de Administración y Banca, pero para eso si tengo que consultar al General Pérez
Jiménez”. Apenas le comento: “Ricardo, usted ha vivido en la misma habitación con Pérez Jiménez
en Lima, usted lo conoce y sabe como reacciona. En sus manos está conseguirme el cargo”. La
respuesta del Presidente es afirmativa, y así paso a ser yo el tercero en la línea ejecutiva de la CVF.
Atrás quedo mi amigo Moncada y desde ese momento, salvo en contados momentos críticos de su
vida, se cuida de no proyectarme y hasta de negarme méritos.
Aprovecho la Sub-Gerencia para vincular la CVF a planes culturales, y así editamos libros,
promovemos cursos y conferencias, enviamos estudiantes al exterior y mantenemos una serie de
publicaciones periódicas. Comienza la publicación de una serie de obras sobre la Geografía
Económica de cada uno de los Estados de la Unión Venezolana. En un acto especial en el Club
Táchira, bautizamos la Geografía Económica del Táchira, y allí pronuncio un discurso que llega a
oídos del Presidente Pérez Jiménez, pues me refiero veladamente a una intervención del Gral.
Llovera Páez donde divide la historia militar de Venezuela en dos periodos: la de los Generales de
la Independencia y la de los Generales de escuela, que comienza con ellos. Sutilmente recuerdo la
generación de los generales de las guerras civiles a quienes también debe mucho el país y a ese
grupo intermedio que llena el intervalo entre las dos generaciones.
Por primera vez se cumple con el requisito legal de presentar una Memoria y Cuenta de las
actividades del Instituto, que lujosamente editada es motivo de orgullo para la Presidencia y
Directorio. Y como siempre he mantenido la necesidad de continuidad administrativa, edito
54
también la Memoria precedente que había dejado inconclusa el Dr. Armando Tamayo Suárez,
anterior Presidente del Instituto. Reorganizo el Archivo de la Corporación, a fin de evitar que se
destruyan valiosos documentos de administraciones anteriores, como es costumbre corriente en
Venezuela. En esta labor cuento con la colaboración de un amigo de mi juventud, hermano de mis
compañeros de estudio, los Generales Homero y Alberto Leal Torres. Amplio el Departamento de
publicaciones y pongo en vigencia Manuales de Procedimientos Administrativos que el Dr. Tamayo
Suárez había ordenado elaborar. Una ola renovadora recorre los pisos de la Corporación, sin
alterar la cuidadosa rutina de Eloi Buitrago, quien sin la ayuda técnica de los modernos sistemas
de computación, me presentaba a diario un detallado estado de cuentas de la situación financiera
del instituto y cuadros comparativos con el día, mes y año precedentes.
Con la salida de Carvajal de la Sub-Gerencia se da un giro distinto a la operación del Instituto. A
partir de mi llegada, la CVF opera a dos niveles distintos: La Presidencia, los Directores y la
Gerencia General en funciones exclusivamente directivas y políticas; y un segundo nivel que yo
presido, encargado de la administración interna. Arriba, se adelantan planes, se dan créditos y se
cierran negocios. Ricardo ha elaborado una tabla para repartir el producto de las comisiones que
pagan los contratistas: la mitad para él, y la otra mitad dividida en cinco partes para los Directores
y el Gerente, según me lo contara Rómulo Moncada que como Secretario oía las conversaciones y
se lamentaba de que se le ignorara en el reparto. Abajo, en la Sub-Gerencia yo tenía amplia
libertad para tomar decisiones y no tenía problemas pues contaba con un calificado grupo de
amigos, como el Dr. Humberto Iriarte, don Rafael Rodríguez Uribe, los asesores peruanos y otros
más que no recuerdo. Como oficial de enlace entre los dos estratos, se maneja José María
Rodríguez Ramos, pintoresco personaje que llega a ocupar posiciones prominentes en el gobierno
de Rafael Caldera, quien es su compadre. Rodríguez Ramos me presenta relaciones conformadas
por el Presidente para pago de viáticos que yo se no han sido devengados, pero que no puedo
objetar por el principio de la legalidad y no de la sinceridad del gasto. Además Rodríguez Ramos
me explica que ese dinero está destinado a ayudas que el Presidente tiene que hacer. Frente a mi
irreductible posición de honestidad me dice: “Doctor, usted está muy equivocado. El poder no es
para mandar enemigos del gobierno pa’ la policía, sino cosas del gobierno pa´la casa”. Ya en la CVF
se sabía que este funcionario comerciaba con aceite de la fábrica de Maracay, arroz y azúcar de las
empresas de la CVF, y deje de contarse. Esta misma política la puso en práctica como
Administrador de la Aduana Aérea de Maiquetía, en tiempos de Caldera, con el beneplácito del
gobierno.
Rodríguez Ramos venía con Rómulo Moncada del Ministerio de Educación, donde habían ocupado
cargos similares con Simón Becerra, y quien había pedido a Ricardo González, de la manera más
encarecida que los protegiera, pues habían sido leales y consecuentes amigos y servidores durante
su gestión ministerial. Promesa ésta que Ricardo cumplió a cabalidad, desde el momento mismo
en que Becerra saliera a ocupar la Embajada en España.
Conozco personalmente a Pérez Jiménez cuando Ricardo González me lo presenta con ocasión de
la inauguración de la planta termo-eléctrica de Maracay, y vuelvo a encontrarlo cuando en nombre
de los tachirenses le ofrezco un homenaje de reconocimiento a su obra con motivo de mi visita a
55
las nuevas instalaciones que acaba de construir el Club de las Colinas de Bello Monte. Al terminar
la recepción se me acerca el Cnel. Carlos Pulido Barreto para decirme que el Presidente ha
quedado muy impresionado con mi discurso, un tanto irreverente como es mi costumbre, y que le
va a dar instrucciones al Ministro Vallenilla Lanz, para que me incluya en las listas de Diputados
por el Estado Táchira para las elecciones que se proyecta realizar en diciembre. Corría el año de
1957.
Entregado por completo a la actividad administrativa, no presto mayor atención a la situación
política. Además mis amigos son gente a quienes se considera poco afectos al régimen, y con ellos
apenas si comento los chistes que se oyen contra el gobierno, Nos reunimos, Eddie Morales
Crespo, José Herrera Oropeza, Ramón Escovar Salón, José Luis Salcedo Bastardo, Ninfa de Herrera
y otros más, para oír tocar la guitarra al hermano de Eddie, conversar y tomarnos algunos tragos.
En diciembre de 1957, me llama el Presidente a su despacho para informarme de los detalles del
plebiscito del domingo 15, y me entrega varias tarjetas rojas y azules a fin de que instruya al
personal de mi dependencia de la obligación en que se encuentra de votar en esa fecha, y de
hacerla con la tarjeta azul, a cuyo efecto deben entregar el lunes la tarjeta roja que no han usado,
como prueba de cumplimiento de las instrucciones recibidas. Convoco el personal, les informo de
las directivas que he recibido, y agrego: “Yo no quiero intervenir en su conciencia. Hagan lo que
crean conveniente, y no se preocupen por la tarjeta roja, porque tengo suficientes para
entregarlas el lunes. Yo voy a votar con la tarjeta azul, pues lo considero mi obligación como
funcionario del régimen, pero ustedes quedan en libertad de hacer lo que quieran”.
En la mañana del 15 de diciembre, Moncada se aparece en mi casa con credenciales del Consejo
Supremo Electoral para supervisar las elecciones y los dos nos desplazamos por toda Caracas, con
entusiasmo deportivo y sin preocupaciones políticas. Los resultados confirman nuestros
pronósticos pero no nuestras aspiraciones. No había sido electo Diputado por el Táchira,
reemplazado a última hora como cabeza de lista por Pedro Felipe Villasmil, por instrucciones de
Raúl Soulés Baldó, y Rómulo no aparecía por ninguna parte en las listas del Distrito Federal.
Regreso a la rutina de la Sub-Gerencia. Rómulo ha sido nombrado meses atrás Consultor Jurídico y
otro peruano, Gutiérrez Ballon, es el Secretario de la Presidencia. El 31 de diciembre lo celebramos
Rómulo y yo con nuestras esposas en el famoso Tony ’s bar, y ya es tarde el primero de enero
cuando sabemos de la insurrección en Maracay. Al mal tiempo, buena cara, le digo a Rómulo y nos
vamos al trabajo como de costumbre. Ya el ambiente de la CVF es distinto y lo notamos hasta en el
aire. El 15 de enero me llama Ricardo a su oficina para informarme que la situación se ha
normalizado, que Pérez Jiménez controla la situación y que para el comienzo del periodo
constitucional tiene muy buenas noticias, pues será designado Ministro de Hacienda, y yo estará a
su lado como Director General.
El 22 de enero cuando el avión presidencial La Vaca Sagrada sale para la República Dominicana,
me comunica la noticia el amigo Sánchez Martínez y dos días después, me presento a la oficina,
como si nada hubiera pasado. Como el personal subalterno es el mismo no tengo dificultad alguna
en llegar a la Oficina, donde me encuentro sentado en mi escritorio uno de esos personajes del
56
folklore venezolano, quien me dice que él es el nuevo Sub-Gerente. Sin inmutarme le digo:
“Comprendo que en el país hay una nueva situación y que, por consiguiente deben haber cambios
en la administración pública, pero la legislación nacional aún está vigente y hay que cumplir ciertas
formalidades. Debe designarse un nuevo Directorio de la Corporación y este debe proceder a
nombrar al Gerente y a los Sub-Gerentes. Por mi parte, siendo yo el funcionario que maneja las
finanzas del instituto, debo entregar por inventario”. Aunque se que estoy hablando sánscrito con
este payaso, me despido diciéndole que estará de regreso una vez que se nombre el Directorio.
Uno o dos días después se encarga de la CVF el general Alfonso Ravard, como Presidente, y como
quiera que he mantenido cordiales relaciones con él en varias comisiones de las que hemos
formado parte, voy a visitarle para presentarle formal renuncia de mi cargo y proceder a su
entrega al sucesor que se designe. Al día siguiente se cumple con esta formalidad y acompaño a mi
sucesor por dos o tres días para entrenarlo en sus funciones. Además tengo el problema de
Rómulo Moncada quien no quiere quedar solo y debe hacer entrega de la oficina al Dr. Arturo
Hernández Grisanti, quien se ha tornado agresivo y violento. Espero hasta la entrega formal de la
Consultoría, y me voy a mi casa.
Mi suegra ha venido de Europa a pasarse unos días con la familia y entra en crisis de nervios ante
lo que está presenciando. Noruega de nacimiento, educada en Alemania y residenciada en
Inglaterra, no puede conciliar el sueño, temerosa de agresiones y saqueos como los que ha
presenciado. Mi mujer reacciona en la misma forma. Mis dos hijos están aún pequeños para darse
cuenta del problema, pero acosado por la tragedia familiar que vivo, no me queda más camino
que enviarlas a Londres.
Solo, completamente solo, pues mis padres y hermanos estaban en otros lugares, me asalta la
tristeza y el desconcierto. Por eso, no podré olvidar a Trina Marcano, quien por todos los medios
hizo cuanto estuvo a su alcance para aliviar esta situación. Trina era amiga de todo mi afecto. Vivía
con Miguel Ángel Capriles, quien encontraba difícil de entender esta estrecha relación amistosa.
Más de una vez me encontró solo con ella, en intima conversación en su propia casa, y durante los
días que trascurrieron del primero al 23 de enero, llegó a su conocimiento que asumiendo todo
género de riesgos, alcabalas policiales y puestos militares, iba a visitarla desde mi casa de Prados
del Este, bien distinta a la suya.
A pesar de la reacción contra todos cuanto aparecen vinculados al gobierno derrocado, no soy
objeto de ninguna agresión por parte de los nuevos dirigentes nacionales, y cuando se elabora la
lista de personas cuyas finanzas deben ser investigadas no aparece mi nombre por ninguna parte,
no obstante estar incluidos en dicha lista todos los funcionarios directivos de la CVF, entre ellos el
Dr. Vicente Emilio Carvajal, a quien yo había reemplazado en el cargo de Sub-Gerente. Por eso en
un discurso que pronunciara en el Congreso Nacional, con agresiva pedantería increpe a los
nuevos líderes de la democracia venezolana diciéndoles: Es que yo si puedo hablar de honestidad
pública, porque tengo la honestidad de la mujer bonita. He tenido muchas tentaciones y no he
sucumbido a ellas. Muchos de ustedes son honestos, simplemente porque son muy feos.
Finalmente, triste y desconcertado, viajo a Londres.
57
-IXEL EXILIO POLÍTICO EN EUROPA
58
EL EXILIO POLÍTICO EN EUROPA
1958-1965
La Inglaterra que ahora encuentro es bien diferente de aquella que conocí en los primeros años de
la década de los 50. Bajo un gobierno conservador que preside Harold Macmillan, todo parece
color de rosa. El mismo Primer Ministro lo ha dicho: “Nunca habíamos estado mejor”. Esta
complacencia llevaría a los tories a la derrota de 1964 y al retorno al poder del laborismo, de cuyo
gobierno disfruto muy poco, pero durante el cual surge en mi mente, una admiración tan profunda
y sincera por un líder político, como nunca he vuelto a sentir por otro. Es Harold Wilson,
inteligente, articulado, brillante expositor, admirable político. En una de mis conversaciones con
Forbes Burnham, Primer Ministro de Guyana, le confesaba esta auténtica admiración y le
preguntaba a él, que había asistido a muchas reuniones del Commonwealth Británico y, por tanto
había conocido a tantos jefes de gobierno de la Comunidad, si creía que mi admiración era
justificada. Burnham no vaciló en contestarme que yo tenía la razón, aun cuando agregó que LiKuan-Yu, Primer Ministro de Singapur, tenía la misma estatura política.
Deseoso de olvidarme un poco de mis pasados infortunios, me voy a Alemania donde conservo
algunos amigos, y luego a la Unión Soviética que acaba de abrir sus puertas al turismo. Viajo con
un grupo de dirigentes obreros británicos en el vapor Báltica, rumbo a Leningrado, antes
Petrogrado y más antes, St. Petersburg, que es el nombre que ahora vuelve a tener esta bella
ciudad báltica. Visitamos Copenhague, Estocolmo y Helsinki y finalmente entramos en el Golfo de
Finlandia y tocamos en el puerto de Leningrado. Camino por la ciudad, admirando museos y
monumentos, viajó a Tsarskoie Selo para conocer el Palacio de los zares y después voy a Moscú.
Aprovecho la amistad de los obreros británicos para conocer muchos lugares: el Kremlin, la tumba
de Lenin y Stalin, el teatro Bolshoi, los almacenes GUM, la catedral de San Basilio, la Universidad
de Lomonósov y tantos otros lugares importantes de la capital del imperio soviético. Me voy al
Sur, hasta Kiev. Regreso a Moscú y caminando por la Plaza Roja, veo pasar en su automóvil oficial a
Nikita Kruschev quien ha terminado ocupando la posición de Stalin. Voy a Stanligrado que vive en
mi memoria en los versos de Pablo Neruda y en los de un compañero de estudios de San Cristóbal,
el poeta Ramón Becerra, quien había escrito un poema que terminaba diciendo:
“a la página más roja y sangrienta de esta guerra
le estampaste tu nombre, Stanligrado”.
Cuando regreso a Londres, un acontecimiento imprevisto e imprevisible cambia el rumbo de mi
vida. Llega en el mes de agosto, procedente de Nueva York, el Gral. Jesús María Castro León, quien
acaba de fracasar como jefe de un movimiento militar contra la Junta de Gobierno. Aun cuando
apenas lo conozco y eso en forma accidental: hemos viajado juntos de Maracay a Caracas en un
avión de la Fuerza Aérea, creo mi deber de tachirense ofrecerle mi ayuda en una ciudad inhóspita
pero que yo conozco muy bien. Lo visito en el Hotel Piccadilly donde se hospeda, y desde el primer
momento se crea entre los dos una mutua corriente de simpatía. Me pide que vuelva al día
siguiente y así lo hago durante el resto del año 1958 y todo el 1959. Abandono mi hogar y
59
descuido mi familia, pues Castro León llega al extremo de no comer si yo no lo acompaño. Durante
esos 500 o más días, me cuenta su vida, sus problemas, sus errores, sus desilusiones.
Era Castro León un hombre bueno, noble, generoso, leal, consecuente e ignorante. Y todo eso en
grado sumo.
La amistad se reafirma, cuando me confía que $ 20.000 que le han entregado cuando salía de
Venezuela los había perdido en el hotel de Nueva York, cuando había invitado a una dama a su
habitación. Como el dinero era en travel-checks, le digo que no habrá dificultad en recuperarlos y
que puedo hacerle la gestión, no sin antes comentarle con sarcasmo: Te compraron barato,
porque a Casanova y a Romero Villate les entregaros $ 100.000 a cada uno, cuando los sacaron de
Venezuela. Efectivamente, al poco tiempo, American Express lo llama para entregarle un cheque
por $ 20.000 y el entonces me dice que tenemos que celebrarlo. Al día siguiente me invita a viajar
una semana a Paris, como su invitado, y a Paris nos vamos. Pasamos todas las noches visitando los
cabarets de la ciudad, que es cosa que a Castro León lo deleita como a ningún otro y caminamos
por los Campos Elíseos y no olvidamos El Louvre ni Les Invalides.
A nuestro regreso a Londres, comienza a llegar una ola de visitantes venezolanos, todos militares
en desgracia, con excepción de un civil, también personaje folklórico de la política venezolana,
Mario Pizzorni, el dueño para aquella época de Italcambio, es uno de los pocos, poquísimos
amigos civiles que tiene Castro León. Fue el abogado de éste, un italiano sin conocimiento alguno
de la realidad de Venezuela, quien le escribe ese horrible documento que es el discurso que a
principios de abril lee el Ministro de la Defensa en una emisora caraqueña. Llega también a
Londres el Tcnel. Oscar Tamayo Suárez, dinámico, activo, generoso, presto a ayudar a cualquier
compañero militar que se encuentre en dificultades. Se crea así un comando conspirativo que
dirige Castro León, siempre acompañado por su hombre de confianza que soy yo.
Para evitarse problemas, pues Castro León está todavía de servicio activo, visitamos regularmente
al Agregado Militar, Leonardo Gómez Muñoz y abusando de su credibilidad y buena fe,
organizamos la visita a la República Dominicana para una entrevista con el General Rafael Leónidas
Trujillo y Molina. Esta visita, he pensado yo, años después, marca el principio del fracaso de Castro
León, pues en ella se da cuenta el dictador dominicano que el conspirador venezolano no tiene
condiciones de jefe.
En sus conversaciones conmigo, interminables conversaciones de horas y horas, Castro León me
ha contado todos los detalles de su vida, desde aquella mañana, cuando apenas cumplidos los 18
años se le había presentado al General Eustoquio Gómez, Presidente del Estado Táchira, en
compañía de un jovencito de su misma edad de nombre Luis Eladio Urbina, para manifestarle que
quería ingresar a la Academia Militar, hasta el momento en que Héctor Hernández Carabaño, su
familiar político y compañero de gabinete quien lo conoce bien, sabe que Castro León solo, sin su
oficialidad no sabe actuar, y puede ser convencido fácilmente. Además, Castro León no ha tenido
nunca una posición de enfrentamiento ideológico con Pérez Jiménez, y su presencia entre los
60
dirigentes militares del 23 de enero es circunstancial, por haber sido detenido injustificadamente
unos días antes. Quienes manipulan hábilmente a Castro León es el grupo de oficiales que integran
Oswaldo Grazziani, Duhamel Espinosa, Luis Evencio Carrillo, José Isabel Gutiérrez, Cardier
Rodríguez, Moncada Vidal y otros, gente de su confianza y estimación. De su obra en esos breves
días recuerda con orgullo que por su amistad con Álvaro Paredes Bello lo incorporó a la Fuerza
Aérea, lo cual era violatorio de la ley, pues el Teniente Paredes Bello tenía vencido el límite de
edad, Castro león resolvió el problema cambiándole la fecha a la partida de nacimiento.
Impredecible es el destino de los hombres y los pueblos. Este ilegal pero generoso acto de Castro
León resultó a la larga un factor decisivo en la consolidación de la democracia venezolana, por la
actuación que a través de los años le toco cumplir al General de División Álvaro Paredes Bello y
luego a su hijo el también General de División Álvaro Paredes Niño.
Del fracaso del alzamiento militar preparado para el 23 de julio, el único culpable es Castro León.
Irresoluto, vacilante, temeroso, sin confianza en si mismo, no sabe aprovechar la situación
privilegiada en que se encuentra. Todos los jefes de las guarniciones militares del país le ofrecen
su respaldo, y este ofrecimiento tan serio y firme, que cuando el Almirante Larrazábal, en su
condición de Presidente de la Junta se pone en contacto con ellos, la respuesta que recibe es
breve y categórica: “Nosotros no recibimos órdenes sino del Ministro Castro León”. Pero cuando
apenas si falta la orden del Ministro para actuar, éste le dice a su oficialidad: “¿Y a quien hacemos
Presidente de la República?” Cunde entonces el nadie puede entender algo que se daba por
sentado: que Castro León asumiría la Presidencia, tal como lo había hecho cincuenta y tantos años
atrás ese familiar de cuyo parentesco se enorgullecía: el Ilustre Restaurador en Jefe, Cipriano
Castro, y que de la misma manera que aquel lo había hecho en sonoros decretos encabezados con
la mención “en su condición de Jefe de la Revolución Restauradora”, nombrará, expulsará y así
organizará esa nueva Venezuela que tenía en mente.
Comienza entonces la búsqueda de los conspiradores de un candidato civil dispuesto a ocupar la
Presidencia de la República, y así contactan a Rafael Caldera, a Arturo Sosa, a Oscar Palacios
Herrera y a otros ciudadanos de figuración política. Nadie está dispuesto a aceptar el cargo y en
ese proceso el golpe se hace público, y Larrazábal tiene tiempo suficiente para movilizar los
partidos políticos, la central obrera y otras organizaciones de base. Por eso cuando Castro León
comete el grave error de bajar desde La Planicie a Miraflores , se encuentra con el pueblo de
Caracas aglutinado en gigantesca demostración de repudio al golpe militar y de respaldo al
gobierno de la Junta. Su renuncia al Ministerio y su alejamiento del país son inevitables. Los
ofrecimientos que le hace la Junta quedan sin cumplir y Castro León va al exilio, triste y derrotado.
Especular sobre lo que hubiera pasado si Castro León llega al poder, pareciera un fútil ejercicio,
peo habiendo tenido yo la oportunidad de conocer profunda e íntimamente al Personaje y muy de
cerca a esos oficiales que integraban su estado mayor, hoy no me cabe la menor duda de que
cuanto sucedió en aquella época fue lo mejor que pudo haberle pasado a Venezuela
61
Quien lea estas páginas seguramente se preguntará porqué yo acompaño a Castro León y su gente
en ese proceso conspirativo que se gestó en el exterior contra el gobierno del Presidente
Betancourt, conociendo como conocía la calidad del equipo directivo, y la única respuesta que
encuentro, es la confianza que genera la vanidad de creer que desde el poder y con el respaldo
irrestricto de quien lo ejerce, me iba a ser posible imponer mis puntos de vista y mi estilo de
gobierno. A tiempo me di cuenta de lo irrealizable de este pensamiento y abandoné para siempre
la ruta de la conspiración.
Retomando la narración de las actividades conspirativas que Castro León con mi colaboración
adelanta desde Londres, ya para 1959 se crea una especie de Consejo Revolucionario y para
facilitar una mayor asistencia de los comprometidos y evitar que se filtren informaciones sobre
dichas reuniones, convocamos a una sesión en Oxford y luego, a una segunda en Nueva York.
Viaje entonces de Londres a Nueva York junto con el General Castro León y nos hospedamos en un
apartamento que tenía allí el Comandante Oscar Tamayo Suárez. Había tiempo suficiente pues la
reunión iba a realizarse dentro de un mes. Era pues, una magnífica oportunidad para conocer la
ciudad y hacer algunos contactos. Por ese apartamento que ocupábamos desfilaron ex gobernadores, ex-senadores, gerentes de grandes empresas y gente por el estilo, interesados en
asegurar un trato preferencial en un eventual triunfo de la conspiración. Entre esos visitantes se
encuentra un curioso personaje, un colombiano nacionalizado que ha participado en la guerra
llegando al grado de Capitán, por su amistad con un abogado quien se había enlistado el mismo
día que él, y que ahora ocupaba un escaño en el Senado. Abella, que así se llamaba el Capitán es
quien ha hecho todos esos contactos y cuando en una de esas visitas a la Legión Americana se
entera de que Castro León fue el jefe militar que se encargó de proteger al Vice-Presidente Nixon
durante su infortunada visita a Caracas, le sugiere que se entreviste con él, para lo cual solicitará la
intervención del Senador Cooper.
Inesperadamente, de modo repentino, nos informó el Capitán que el Vice-Presidente nos recibirá
en Washington, en su despacho del Senado, tal día a tal hora. Con criterio pedagógico, con infinita
paciencia, comienzo a preparar al jefe y amigo para esa importante entrevista. Le hago practicar la
introducción en la cual debe expresar su deseo de que yo le sirva de intérprete y en la fecha
anunciada nos vamos para Washington inundados con la emoción de ser recibidos por tan alto
funcionario, a quien ya Castro León ha conocido en Caracas.
Abella nos sirve de guía y nos conduce por los vericuetos del edificio del Senado y al llegar al
Despacho del Sr. Nixon, Castro León que esperaba recibir una calurosa acogida del VicePresidente, se descontrola cuando éste ni siquiera lo recuerda y nada concreto se adelanta.
Volvimos a Nueva York y empieza a darse forma a un plan de invasión y a la estructuración de un
nuevo gobierno. Durante este periodo mis relaciones con los militares se tornan difíciles, pues
estos hablan un idioma distinto que yo no entiendo, y ellos tampoco entienden mis
planteamientos y observaciones. Me asustan sus ambiciones y propósitos y siento pavor de la
62
ignorancia de muchos. El destino de Venezuela se me hace horrible si triunfan estos señores,
Finalmente, en reunión la plantean a Castro León la exclusión de mi persona de las reuniones que
no adelantan, pues eso es un asunto estrictamente militar. Curiosamente, Castro León reacciona
con violencia en defensa mía y les dice: “No hay problema por la condición civil de Márquez. Yo,
en mi carácter de Jefe de la Revolución lo asciendo al grado de Tcnel., y como el Comandante
Tamayo, tiene tal grado y va a ser el Jefe de mi Estado Mayor, para mantener la jerarquía, lo
asciendo a Coronel”.
Ambas decisiones de Castro León son mal recibidos. A mí se me rechaza por la influencia que
todos saben tengo sobre el General, y a Tamayo Suárez lo consideran identificado con Pérez
Jiménez y los vicios de su gobierno. Frente a la crisis que ha surgido, le digo a Castro León que
tengo urgencia de regresar a Londres por un problema familiar, y no vuelvo a mantener relación
alguna con él ni con sus subalternos militares.
El 21 de abril de 1960 tengo noticias de su abortada invasión al Táchira, y así termina este periodo
tormentoso de mi vida, que además me lleva al divorcio de mi segunda esposa Ellen-Marie
Worger. En esta oportunidad tampoco tengo mayores dificultades, pues le dejo todo cuanto poseo
a mi ex-esposa y con ella la patria potestad sobre mis dos hijos Ellen-Marie y Arthur, que ya no
seran venezolanos.
Como el 23 de enero de 1961 se promulga la nueva Constitución, creo llegada la oportunidad de
regresar al país y de abandonar esta vida londinense que ya empieza a fastidiarme. Si la
normalidad ha vuelto al país, si las instituciones democráticas están en vigor, no veo que me
impide reincorporarme al quehacer nacional.
Tomo el avión, llego a Maiquetía, subo a Caracas a casa de una amiga y me pongo en contacto con
mi familia. Dos días después, mi tío político León Ríos Pérez se presenta en el apartamento donde
estoy alojado y me dice: acomoda una maleta con ropa, cepillo de dientes y demás útiles porque
vengo a hacerte preso y llevarte a la Policía de Cotiza. Vengo corriendo para evitar que se me
adelanten otros funcionarios, quienes tienen orden de detenerte y quiero evitar que te vejen.
Comprendo la situación y obedezco. Paso la noche en un dormitorio común, y a la mañana
siguiente me visita el Comandante General de la Policía, amigo mío desde mis años en San
Cristóbal. Me saluda, me expresa su dolor por la circunstancia en que me encuentro y me invita a
ocupar su dormitorio en la Comandancia, para que así, mi detención me sea lo menos
desagradable. Inmediatamente, mis familiares se mueven. Es orden del Ministro Dubuc. Como
Carlos Andrés Pérez es Vice-Ministro, mi hermano se pone en contacto con él, y pronto todo se
resuelve. Quedo libre, pero debo abandonar el país. No tengo más solución que aceptar, aunque
exijo que se me de algún tiempo para arreglar mis asuntos. Como no quiero regresar en avión,
consigo un buque que hace un crucero desde La Guaira hasta Plymouth, y a principios de febrero
llego otra vez a Londres.
63
Tengo que aceptar como un hecho cumplido que no puedo volver más a mí país, y como en todo
momento en que me aflijo, busco en el estudio o en los viajes, el sedante para mis problemas, me
inscribo en la Universidad de Londres, en el University College, el más viejo de los 30 y tantos
colegios universitarios afiliados a la Universidad, fundado por Jeremías Bentham, en un curso de
Asuntos Internacionales, con duración de dos años.
En ese curso para obtener el diploma de Estudios Internacionales me tropiezo con los más
singulares caracteres: un ex –Ministro neozelandés, otro nigeriano, un coronel palestino, dos
políticos iranios, príncipes sauditas y uno que otro estudiante que ha escogido o no ha tenido que
escoger este tipo de estudios. No puedo dejar de recordar a dos de estos estudiantes, uno era un
joven griego de nombre George Kosmatos, y el otro era una joven etíope de nombre Konjita, de
negra piel pero de rasgos caucásicos, como que no pertenecía a la raza negra, elemento que ella
se interesaba en destacar.
Los exámenes finales en Inglaterra constan de una prueba escrita y una oral. La primera consiste
en desarrollar tres temas de cinco que se presentan a consideración del aspirante; y la segunda
solo se requiere cuando la escrita no es satisfactoria. En la librería de la Universidad se pueden
adquirir los temas sometidos a la consideración del estudiante, durante los diez años precedentes.
Kosmatos, con esa innata habilidad de los griegos modernos, había hecho un estudio comparativo
de todos esos temas, y había llegado a la conclusión que por lo menos tres de ellos se repetían con
absoluta regularidad y uno o dos más, se referían al evento internacional más importante de los
dos últimos años. Con esta información se me acercó y me planteó su problema. Ni entendía ni
tenía interés en entender las materias que estudiábamos en el curso, y solo se había inscrito,
porque su padre le había puesto como condición para un viaje a los Estados Unidos, donde se
proponía calificarse como director de cine, que consiguiera este Diploma. Ahora bien, para yo
estar seguro de aprobar los exámenes necesito que tu me hagas un favor. Me escribas las
respuestas a las posibles preguntas que van a salir, de una extensión no mayor de las cuatro o
cinco páginas que necesito escribir como desarrollo del tema. Así yo las memorizo y problema
resuelto.
Confieso que inmediatamente entendí la trascendencia de la proposición y solo le puse como
condición que Konjita tuviera el mismo tratamiento. Con el mayor cuidado produje tres respuesta
parecidas para cada uno de los temas: una excelente para mi, y dos más también buenas pero de
inferior calidad para George y Konjita. Los exámenes le dieron la razón a Kosmatos. Aprobó las tres
materias con mención de distinguido, y yo las aprobé con mención de sobresaliente. Kosmatos
pudo así venir a los Estados Unidos y hoy es un cotizado director de cine. Konjita enseña
Relaciones Internacionales en la Universidad de Addis Ababa.
Los estudios para el Master en Ciencias Económicas son por muchas razones, de grata
recordación. Me relacioné con el Dr. Georg Schwarzenberger, Decano de la Escuela de Derecho, a
la cual estaban adscritos los estudios económicos, y una de las personalidades más reputadas en el
mundo, como especialista en Derecho Internacional Público. Llegó a invitarme a su casa, y en una
64
ocasión me solicitó opinión sobre un libro que estaba escribiendo de Derecho Económico
Internacional, del cual es uno de sus creadores como disciplina independiente. Cumplí la labor que
me había encomendado, haciéndolo una observación sobre la definición que le daba a esta nueva
rama del Derecho. Aceptó mi observación, y hoy podría decir que la redacción final de la definición
fue escrita por mí.
El profesor guía que se me asigna en los estudios de post-grado, es un hombre de la más alta
calidad humana y entre los dos se crea una amistad que aun perdura. El Dr. Fred Parkinson fue a
Caracas a visitarme, luego a Georgetown donde aprovechó para hacer algunas investigaciones en
CARICOM, más tarde a Trinidad y Jamaica, y hasta hace unos meses venía a pasar el invierno
londinense en mi casa, acompañado de su esposa, también escritora de méritos. Una vieja
afección cardiaca le ha impedido volver a Miami, pues ninguna compañía de seguros está
dispuesta a asegurarlo, y sin esta garantía no le es posible viajar. Recientemente la Universidad
Internacional de la Florida le pidió autorización para editar su libro FILOSOFÍA DE LAS RELACIONES
INTERNACIONALES, un clásico en este campo, y la única compensación que exigió fue que se me
hiciera una invitación a comer. Huelga agregar que los cubanos de FIU se hicieron los suecos, Será
por eso que ahora los suecos no quieren saber nada de los cubanos.
Me encuentro a gusto en la Universidad. El curso de inglés avanzado es lo mejor que jamás haya
conocido. Los estudiantes son todos extranjeros: árabes levantinos, iranianos, iraquíes, africanos y
algunos asiáticos y algunos latinoamericanos. Me dedico al estudio con mi acostumbrado
entusiasmo y creo alrededor un grupo de amigos. Uno de ellos con quien converso con frecuencia,
me sugiere solicitar un puesto en la BBC de Londres, que siempre anda buscando profesionales blingues. Pienso un poco y, finalmente, me decido a introducir una solicitud de empleo en una
oficina de monitoreo que tienen en Reading. Pasa el tiempo y no recibo contestación.
En enero de 1962 recibo una carta de la BBC invitándome a pasar por sus estudios en Strand. Llego
a la oficina que señala. Es la jefatura del Servicio Latinoamericano, donde necesitan un Editor,
escritor y locutor para el Servicio. Me someto a exámenes de voz, traducción y redacción y los
apruebo sin dificultad. Inmediatamente me dan el cargo, me informo el horario, y al día siguiente
entro a trabajar. Recuerdo si, que satisfecho y un tanto envanecido por lo que he logrado, antes
de empezar mis labores me dice uno de los compañeros: Tuviste suerte, necesitaban precisamente
un venezolano y te consiguieron a ti. Era mi nacionalidad el factor decisivo, pues la Dirección del
Servicio estimaba que éste estaba recargado de colombianos y peruanos, y no había ninguno de
otras nacionalidades si acaso, un argentino y un chileno.
Siento que viviré el resto de mi vida en Inglaterra, un país que admiro y un pueblo que respeto.
Además he conocido a Patricia Whatham una dama fina y atractiva con quien tengo muchas
afinidades y resuelvo casarme con ella. Fue una decisión acertada. Ha sido la compañera de todo
el resto de mi vida y me ha dado a Emily Josefina, quien hoy es el amor de mi vida y la razón de mi
existencia.
65
Como termino con éxito el curso para Diploma en Estudios Internacionales, tramito mi ingreso a la
Escuela de Ciencias Económicas para hacer una Maestría, y se me acepta sin discusión. Tengo
ahora todo: casa, trabajo, amigos y bienestar.
Me voy a pasar unos días en el continente, como dicen los ingleses. Vuelvo a Paris. He estado
varias veces en esta ciudad, pero cada vez que la visito descubro algo nuevo y me parece más
bella. Ahora el Metro tiene estaciones como aquellas que había admirado en el Metro de Moscú;
el Museo de El Louvre está en proceso de ampliación y todavía por las noches se oye desde el
hotel el taconeo de las chicas de Mortmartre y Montparnasse.
Sigo para la Costa Azul por la carretera que atraviesa el Valle del Ródano, y así visito Nice, St.
Tropez, Antibes hasta cruzar la frontera con Italia y pasar por Menton, Veintimigla y San Remo.
Vuelvo a París, pero esta vez me vengo por la llamada ruta Napoleónica y así disfruto la belleza
incomparable de la capital francesa.
En Paris decido visitar Bruselas y desde allí me desplazo ahora a la Alemania pujante que ya
empieza a ocupar el lugar que le corresponde en el mundo europeo. Allí todo es trabajo, energía
vitalidad. Visito mis antiguos amigos en Bonn, los compañeros de aventuras de mi residencia en
esa capital. Ahora la ciudad ha cambiado. Ya no hay ruinas, las calles y avenidas lucen más amplias
y el promenade del Rhin sigue siendo lugar de citas de enamorados y turistas.
Voy a Bad Godesberg para recordar mis días con Cristancho en la Secretaría de la Legación, y sigo
tomando el pequeño tranvía que une a Bonn con Colonia para volver así a visitar otra y otra vez,
esa parálisis del viento o esa cantera evaporada. Algunos de mis amigos han cambiado sus
destinos: uno de ellos ya está oficialmente trabajando en el Ministerio de la Defensa, y una de mis
más queridas amigas se ha casado con un general del nuevo ejército alemán.
Cuando vuelvo a Londres, me siento rejuvenecido después de haber sentido eso que el poeta
llamara “la dulce emoción del regreso”, y mejoran mi ánimo y disposición para el trabajo.
En las vacaciones de ese año resuelvo irme al Medio Oriente. Hay una promoción turística a
precios muy económicos que sale desde Ámsterdam hasta El Cairo y regresa tres semanas después
pasando por el Líbano, Siria e Irak y desde Bagdad a Roma y otra vea a Ámsterdam.
Cuando llegamos a El Cairo, encontramos el clima más agradable, la gente más cordial y un
ambiente pro-soviético y anti-norteamericano que se explica por la ayuda rusa a la construcción
de la gran represa de Aswan. La mayoría de los compañeros de viaje son belgas y holandeses.
Entre los belgas hay un médico joven recién casado de nombre René val Regny, y con esta pareja
establezco una cordial y útil relación que nos permite aprovechar todos los espacios libres del
tour. Caminamos por las calles de El Cairo, por los márgenes del Nilo, vamos a Saqqara y nos
demoramos dos o tres días contemplando las pirámides y la esfinge, visitando el valle de los Reyes,
bajando a los subterráneos que alojan las tumbas de los faraones. Otro día nos vamos a Luxor para
66
admirar esa otra maravilla del mundo que es el famoso templo y regresamos en una barca nilótica.
Después viajamos por tren a Alejandría y nos bañamos en las playas del Mediterráneo y nos
desplazamos hasta el Suez para ver el histórico canal.
En una oportunidad nos dedicamos solamente a visitarlas mezquitas de la ciudad, desde la más
antigua El-Azahnar, hasta la más moderna El-Saladin. Estamos un día entero en el histórico Museo
de El Cairo, y como soy coleccionista de estampillas vamos al Museo Postal y luego a la sede de la
Liga Árabe, y antes de despedirnos de esa incomparable metrópoli, bajamos a La Barrage para
contemplar el espectáculo majestuoso del comienzo del delta del Nilo cuando se divide en las
bocas de Rosetta y Damietta.
En Beirut hallamos el ambiente levantino, fino y alegre, mientras que en Damasco empezamos a
notar el predominio del mundo y las costumbres árabes que se afirma en Bagdad.
Fue esta una aventura inolvidable, una experiencia única y una emoción que nunca más he vuelto
a experimentar.
El 25 de junio de 1963 nace Emily en Bushey Maternity Hospital y la inscribo como venezolana en
el consulado General en Londres. El 23 de enero de 1964 recibo de manos de S.M. la Reina Madre,
el título de Master en Ciencias Económicas, suma cum laude. La BBC me comunica que a partir de
diciembre de ese año califico como empleado permanente de la Corporación. Mi porvenir en
Inglaterra está asegurado. Soy un hombre feliz. Hasta el panorama político británico se me hace
más grato: Harold Wilson es ahora Primer Ministro y con él se inicia la era socialista interrumpida
durante los gobiernos de Anthony Eden, Harold McMillan y Douglas Home.
A fines de 1966, saudades de la patria mía me hacen viajar a Venezuela, aprovechando las
vacaciones legales. Realmente lo que quiero es despedirme de mi familia a la que no espero
volver a ver. Además, ya puedo entrar al país sin restricciones.
A la BBC le debo haber aprendido a traducir del inglés al español con propiedad, exactitud y
rapidez. También la técnica de leer las noticias en forma tal que no delaten emociones del lector ni
los intereses de algún lector de opinión, aunque ellos fueran contra el gobierno o el pueblo
británico. Técnica ésta que los cubanos desparramados por la América Latina han destrozado
hasta convertir los programas de noticias en instrumentos de acción política. Me hice un experto
en la edición de las grabaciones de entrevistas para evitar así que el entrevistado pudiera ser
perjudicado al titubear, equivocarse o cometer alguna indiscreción, a fin de no afectar en nada su
prestigio político o profesional. Escribí de un día para otro, micro-biografías para ser trasmitidas de
inmediato, cuando algún personaje nacional o extranjero fallecía inesperadamente. Me
enorgullezco escrito de haber escrito la de Hugh Gaitskell, el líder del partido laborista,
prematuramente fallecido cuando se daba por segura su elección como Primer Ministro.
67
Conocí allí numerosos dirigentes de los distintos países de Latinoamérica a quienes entrevisté o
presenté en mesas redondas con expertos y analistas del servicio; y organicé programas culturales
orientados a los países de habla castellana. Durante varios años me tropecé con gente que
reconocía mi voz por los programas de la BBC, entonces una emisora con mucha audiencia por la
seriedad de sus pronunciamientos, lo cual no ocurre, por ejemplo con la Voz de América del
gobierno norteamericano.
Hice amistad con los colegas que vivían exilios voluntarios o forzosos en Inglaterra. Algunos de
ellos hicieron una carrera de su trabajo en la BBC, otros salieron a ocupar importantes destinos en
sus países de origen. Invitados por la BBC tuve oportunidad de conocer a Mario Vargas Llosa, al
General Juan Carlos Onganía, al Presidente Eduardo Frei, al Dr. Alberto Lleras Camargo y muchos
más.
Y si visito Londres, en los estudios del Servicio Latino-americano de la BBC encuentro todavía
viejos amigos o por lo menos información sobre aquellos que ya han pasado a la edad de retiro.
Cuando llego a Caracas, Rómulo Moncada me está esperando y J.M. Sánchez Martínez me visita al
día siguiente. Ambos están en desacuerdo con mi decisión de radicarme en Inglaterra, y a mis
argumentos sobre la falta de medios para vivir en Venezuela, Sánchez Martínez me dice: “El Niño
Dios te va a traer una sorpresa esta Navidad”. El 25 de diciembre, Sánchez se apresura a visitarme
para explicarme que si bien el Niño Dios no se presentó como lo esperaba, son ahora los Reyes
Magos los encargados de darme la sorpresa. Efectivamente, el 7 de enero de 1967 llegó a mi casa
el Sr. Sánchez Martínez para informarme que la Volkswagen Interamericana me ofrecía el cargo de
Asesor Económico y Legal, en las condiciones que yo reclamaba.
Confieso que cometí un error y me rendí ante el generoso ofrecimiento del amigo. Un error
porque revoqué una decisión tomada con el consentimiento de mi mujer y de mi hija. Un error
porque nunca debe regresarse a una etapa ya superada. Desde ese momento me hice la firme
promesa de no volver a cometer errores de ese tipo.
Es por eso que hoy vivo permanentemente en los Estados Unidos.
68
-XEL REGRESO A LA POLÍTICA
69
EL REGRESO A LA ACTIVIDAD POLÍTICA
1966-1974
-IEl dueño de la totalidad de las empresas de la Volkswagen Interamericana, S.A. es el señor Guido
Steinvorth, a quien he visto alguna vez en San Cristóbal, cuando a los 18 años de edad llega a
encargarse de los negocios de su padre, quien se siente muy enfermo y quiere regresar a su país. A
fin de poder ejercer el comercio, su padre lo emancipa y este procedimiento tiene que cumplirse
ante el Juzgado de Primera Instancia en lo Civil y Mercantil del Estado, cuyo titular es mi papá. La
Casa Steinvorth, como la Casa Boulton, Blohm, Van Diesel Rhode y como otros negocios similares,
además de las actividades de compra-venta sirve de prestamista, receptora de ahorros y de
financiamiento. En verdad estas empresas eran los bancos de desarrollo de la época, y a ellas se
debe la estabilidad económica que la región disfrutaba en esos tiempos.
Es Steinvorth un genio financiero, desconfiado, inaccesible, impredecible, a veces irascible y
siempre pendiente del más mínimo detalle en el manejo de la empresa, pues además tiene una
memoria privilegiada que con la rapidez de un computador identifica un cliente y analiza su estado
de cuentas. Es también un visionario. La tarjeta de Crédito Volkswagen la trae él a Venezuela,
mucho antes de que llegara la American Express, Visa o MasterCard. Promueve cursos para sus
empleados e identifica aquellos en cuya lealtad absoluta puede confiar. Eso explica el que su
última voluntad sea para escoger como su heredera universal a una señora canaria, cuyo único
mérito fue su ilimitada lealtad. Que para Steinvorth significaba acomodar los libros de contabilidad
del modo que indicara, alterar recibos, modificar montos, trasferir cuentas, y pare de contar. Ni
siquiera sus más cercanos familiares, quienes tenían cargos necesarios o innecesarios en su
empresa llegaban a tanto.
Mi experiencia diplomática, más que mis conocimientos de derecho y de economía y mi dominio
del inglés, fue la ayuda esencial a que apelé para sobrevivir en ese tremedal. Estuve con el gerente
General, Sánchez Martínez, en Relaciones Públicas, en el departamento de mercadeo, en la
auditoría, y llegué hasta ser Gerente General.
Como conocía a Steinvorth bien, me movía con libertad pero con cuidado por los corredores del
poder. Me invitaba a su casa, me pedía que le escribiera sus discursos y me trataba con distinción
no acostumbrada en las relaciones con sus empleados. Yo sabía que Steinvorth en la persecución
de sus objetivos destrozaba cruelmente cualquier obstáculo que se le presentara. No olvidaba yo,
que inmediatamente después de haberse encargado de los negocios de su padre, en San Cristóbal,
había despedido al funcionario de confianza que éste tenía, no obstante que este señor Fritz
Mueller estaba vinculado a la aristocracia local, como que era casado con una cuñada de los
Rangel Lamus, hermana de Rodolfo Rojas. Sabía también que entre los activos de la empresa que
había adquirido de Don Paul Dessene se encontraban letras de cambio firmadas en pago de
propiedades y servicios que no existían, pues no habían podido ejecutarse. Steinvorth alegó que la
70
letra de cambio no era causada y, por tanto siendo un documento independiente, procedió al
cobro y ejecución de los deudores. Cuando el comprador de una maquinaria agrícola no cumplía
con el pago, se presentaba personalmente a la hacienda y se posesionaba del bien. Lo mismo hacía
con los automóviles cuando el deudor se atrasaba más de tres cuotas, sin perder tiempo en
procedimientos judiciales.
Manejándome con sumo cuidado pasé el primer año y parte del segundo, cuando deje de ir al
trabajo para dedicarme a la actividad política para la cual estaba orientado por Rómulo Moncada,
quien desde el primer momento me había dicho que en el movimiento perezjimenista que se
estaba formando había una herencia sin herederos, a la cual bien podíamos nosotros aspirar.
Steinvorth para no pagar prestaciones sociales y menos distribuir utilidades tenía una empresa
que contrataba personal por periodos de un año. A pesar de mi ausencia, cuando se me venció el
segundo contrato, me lo renovó por un tercer año. Aunque nunca conversé con él sobre política,
salvo alguna que otra vez cuando me hizo referencia a su amistad con Miguel Ángel Capriles, de
quien había sido socio durante la guerra mundial, creo que como buen comerciante pensando en
un eventual triunfo del perezjimenismo, decidió de esta forma tomar una póliza de seguro.
Este movimiento político que ya tenía el nombre de Cruzada Cívica Nacionalista, nació y creció sin
participación de Pérez Jiménez. Un grupo de personas que habían ocupado cargos subalternos
durante su gobierno reaccionando contra los ataques y humillaciones de que eran objeto por los
nuevos dueños del poder, resolvieron formar un grupo de defensa de sus intereses, sin objetivos
políticos definidos. En esta asociación de intereses, se encontraban gentes de las más variadas
calificaciones, entre ellos algunos con experiencia organizativa y con visión política, José Vicente
Zerpa en Caracas y Pedro José Rojas, en Maracaibo habían sido dirigentes obreros, lo mismo que
Juan Cancio Thomas y Humberto Mesa Martínez en el Oriente y Caracas, Blanco Peñalver en
Valencia y otros más. Fueron ellos los que empezaron a insuflar al grupo un contenido político, al
que posteriormente se suman personas más representativas, entre ellos Antonio Reyes Andrade,
Rómulo Moncada, J.J. Cortéz Torrez, Salvador Alfonzo Acero, Elio Otaiza y otros más.
Cuando Pérez Jiménez regresa como delincuente común, extraditado por el gobierno de los
Estados Unidos, el grupo de abogados que se encarga de su defensa, Morris Sierralta, Pérez
Perdomo y otros, considera conveniente estimular ese movimiento. Con cierta renuencia, Pérez
Jiménez accede a patrocinarlo, asignándole una exigua cantidad de dinero que se canaliza a través
de su secretario personal Erwin Burguera, a quien además hace nombrar Secretario General del
movimiento que decide denominar Cruzada Cívica Nacionalista, para identificarlo con la acción
medioeval de los señores feudales que inspirados en una causa noble comprometen todo por la
liberación de Jerusalén.
Se estructura un Comité Nacional bajo la Presidencia del Mayor Luis Damiani, y progresivamente
se van constituyendo seccionales en todo el país, ya pensando en el proceso electoral.
71
Moncada me pedía que le hiciera estudios y trabajos sobre economía y política, y un día cualquiera
me habló de la conveniencia de ir a visitar a Pérez Jiménez en la cárcel. Su Secretario Erwin
Burguera era viejo amigo mío, y no habría problema alguno para conseguir una cita con el Ex Presidente.
Cuando llegué al patio frente al cual estaba ubicado el apartamento del General, éste salió a la
puerta y me dijo: “Ilustre tachirense…” No lo deje proseguir y lo interrumpí diciéndole: “No,
general, el único tachirense ilustre es Ud.” Su vanidad halagada, se inicia entre los dos una cordial
relación. Por cierto que entre los asuntos que me refiere, menciona un trabajo doctrinario muy
bueno que el Dr. Moncada le había preparado. Era naturalmente, el que Rómulo me había
encargado que le hiciera. Una o dos veces al mes, converso con Pérez Jiménez. Como no practico
el siismo de Burguera y sus amigos, mi conversación lo estimula y cuando no tiene algo interesante
para discutir, me habla mal de sus compañeros de armas, a quienes se complace en ridiculizar. Luis
Damiani, el Presidente de la Cruzada Cívica Nacionalista, su partido está entre ellos. Ya yo sé a que
atenerme.
Un día me dice que piensa incorporarme en su equipo de defensores, y otro me habla de viajar a
Miami Beach a inspeccionar sus propiedades. El juicio avanza y Pérez Jiménez se dirige a Leandro
Mora, Ministro del Interior para adelantarle que una vez que se dictara sentencia estaba dispuesto
para salir del país. Cuando esto ocurre, el mismo Pérez Jiménez alega que se le ha obligado a
abandonar su tierra. Terminado el juicio y ya residenciado en Madrid, la Cruzada mantiene
correspondencia con él hasta que se aparece en escena Pablo Salas Castillo quien funge de
portavoz oficial.
Damiani, Moncada y yo, poco amigos de Salas Castillo, mantenemos el control interno del partido,
y cuando llegan las elecciones somos los encargados de preparar los formularios y documentos
que requiere el Consejo Supremo Electoral. Finalmente, llega el ukase perezjimenista y en el
ordena que yo encabece la lista por el Táchira.
Ninguno de los tres tiene mucha fe en el éxito del movimiento. Pensamos en unos cinco diputados
y un senador por cociente y sobre esa base preparamos las listas. Para no aparecer tan
desarrapados, cometemos el error de llenar los otros puestos de las listas con cualquiera persona
que lo solicitara, y ni siquiera nos atrevemos a inscribir miembros de nuestras propias familias.
Los resultados de las elecciones del 4 de diciembre de 1968, nos dejan fuera de base y no sabemos
cómo reaccionar. AD y COPEI tienen tiempo de manipular en algunas entidades y la avalancha
perezjimenista queda contenida en 400.000 votos delos 500.00 consignados por el electorado
nacional. Más de una vez en el Congreso, me comentaba un Diputado, yo realmente soy de tu
grupo, pues con los votos de tu partido llegué aquí, aunque bajo otro rótulo.
Como Pérez Jiménez ha dejado en libertad a sus partidarios de votar con la tarjeta grande por el
candidato de su preferencia, o de abstenerse si así lo desean. Damiani, Moncada y yo, tomamos la
72
decisión de respaldar a Caldera y de llevar este mensaje a la militancia, con la debida reserva para
no antagonizar con Pérez Jiménez y evitar enfrentamientos internos con los amigos de Miguel
Ángel Burelli.
Por eso, al proclamarse Caldera, Moncada y yo vamos a Tinajero a felicitarlo. Como ya se sabe de
la composición del Concejo Municipal del Distrito Federal y pensamos que con COPEI podemos
conformar la mayoría necesario para controlarlo, le planteamos el problema. Como es su
costumbre, Caldera, el todopoderoso caudillo verde, nos sale con el cuento de que no tiene nada
que ver con el Concejo y que Álvaro Páez Pumar está encargado del asunto y es la persona con
quien debemos hablar. A pesar de la opinión que siempre hemos tenido de Caldera, nos comemos
el cuento y nada adelantamos en este sentido.
Antes de la proclamación y durante ese corto periodo en que un grupo de Acción Democrática es
partidario de desconocer el resultado electoral, Ramón Escovar Salón se reúne con nosotros dos
para sondear nuestra opinión en caso de que tal cosa sucediera. No tengo reservas en responderle
al pirujo, que no tenemos control sobre las personas que han sido electas al Senado, y tampoco
sobre los futuros Diputados. No hay pues, nada que conversar. Sondeos similares había hecho
Jóvito Villalba a través de José Vicente Zerpa.
Como el Concejo Municipal se reúne el primero de enero de 1969, la tarea inmediata es reunirse
con los Concejales electos y planear la estrategia a seguir, Moncada y yo encabezamos la lista del
Concejo convenimos en que sea Rómulo el candidato de la Cruzada a la Presidencia y yo el
encargado de proponerlo. Como tenemos una clara mayoría, es cuestión de lograr el respaldo de
COPEI para conseguir la mayoría absoluta, necesaria para lograr la Presidencia y desde allí
controlar la Municipalidad metropolitana. Nunca pensamos que el COPEI se aliaría con AD para
cerrarnos el paso.
Cuando llegamos a la sala de sesiones y tomamos nuestros asientos, nos encontramos con el
respaldo de una barra nuestra inundando todos los espacios reservados al público. Yo siento la
emoción del orador con una audiencia cautiva. Sabemos que el candidato de AD es el Dr. Rafael
Domínguez Sisco, un ginecólogo eminente, hombre respetado y querido. Yo me preparo para el
enfrentamiento. Cuando llega la hora de la postulación, espero que la gente de AD presente su
candidato y luego, pido la palabra. Pronuncio uno de los mejores discursos de toda mi carrera
política, en el cual al tiempo que elogio la candidatura de Domínguez Sisco, lo conmino a
abandonar su papel de instrumento de AD para desconocer la voluntad del pueblo de Caracas,
expresada en las urnas electorales, que demanda un dirigente del perezjimenismo como lo es el
Dr. Rómulo Moncada. Vibran las paredes del Palacio de San Jacinto ante mi oratoria demoledora,
ante mis argumentos incontrovertibles, ante la fuerza de mis convicciones. Pero el convenio de las
llamadas fuerzas democráticas estaba sellado y firmado, y ni siquiera hubo la abstención del
Concejal del Partido Comunista, el amigo Antonio García Ponce.
73
Como Nasser después de la derrota en su guerra contra Israel, salimos en hombros de la multitud,
como los verdaderos triunfadores de la jornada. Prematuramente, queda aquí señalado el destino
de la Cruzada Cívica Nacionalista, CCN.
Damiani y Burguera, quienes en su condición de Presidente y Secretario General de CCN, han
asumido la representación del partido ante las otras organizaciones políticas, resultan
incompetentes para negociar con COPEI la integración de la Directiva del Concejo Municipal del
Distrito Federal, a sabiendas de que tienen en sus manos la decisión final para la integración de las
directivas de las Cámaras Legislativas, donde la Cruzada tiene una representación capaz de inclinar
la balanza en favor de cualquiera de las dos fuerzas mayoritarias : AD y COPEI. José Antonio Pérez
Díaz quien tiene la representación de COPEI elude una entrevista con los dirigentes de CCN y
demorándola hasta casi al final de diciembre se las ingenia para convencerlos de que no hay nada
que hacer, pues la decisión sobre la elección en el Concejo no es asunto de su competencia. Ya
nada puede hacerse, dice Pérez Díaz, y Damiani y Burguera no reaccionan.
En este momento quedad liquidados Damiani y Burguera. El uno regresando a la fosa de segunda
del cementerio perezjimenisma, que nunca ha debido abandonar; y el otro retomando su rol de
payaso versificador que comenzara desde sus tiempos en el Partido Comunista y continuara con
Luis Guillermo Pacanins y Pérez Jiménez hasta su incorporación al Congreso Nacional. Cierto es,
que esto le valió su re-elección para un segundo período, como lacayo de Salas Castillo, como
antes lo fuera de Pérez Jiménez, y la final re-elección para un tercer período que le ofreciera
COPEI, en un gesto generoso totalmente ajeno a la mentalidad copeyana, a fin de asegurarle un
honroso retiro.
No queda ahora nada más que hacer en el Concejo Municipal, como no sea cumplir con las
funciones de Concejal y tratar de responder a la confianza depositada en nosotros por el pueblo
de la capital de la república.
Rl Dr. Domínguez Sisco me llama a su despacho y después de felicitarme por mi intervención en la
sesión pasada, agrega que él no es militante de AD, que comprende mi posición política y que
espera que frente a los hechos cumplidos, colabore con la administración. A la salida, el Secretario
Carmelo Ríos, me dice más o menos lo mismo, y así queda hecha mi decisión de hacer lo mejor
que pueda en el Concejo.
Con el entusiasmo que siento ante todo nuevo reto que se me presenta, me dedico a trabajar en
el Concejo, olvidando mi propósito de integrarme al Congreso Nacional, al comenzar sus sesiones
y, consiguientemente, de las maniobras políticas que se están gestando. Moncada que dispone de
más tiempo, se da cuenta de lo que se está tramando entre-telones y entonces decidimos actuar.
Cuando vamos a visitar al Prof. Rondón Lovera, quien es el Presidente saliente de la Cámara de
Diputados, éste nos informa que Burguera y Salas Castillo ya han estado en su oficina, discutiendo
su acomodación en el hemiciclo de la Cámara, donde ya han asegurado dos puestos de la primera
fila. Tenemos que conformarnos con los dos que siguen y cuando abordamos a Damiani, éste nos
74
confiesa su ignorancia. Ha oído también Moncada, que en un apartamento en El Paraíso se han
celebrado reuniones de algunos parlamentarios de la Cruzada, con dirigentes copeyanos,
interesados en incorporarlos a su bancada. Procedemos a actuar inmediatamente. Nos ponemos
en contacto con todos los elegidos en las listas del Distrito Federal y los prevenimos contra la
maniobra copeyana y en esta forma, creamos con ellos una estrecha relación. Cuando llegan los
candidatos proclamados en las listas del interior y se hace una reunión conjunta, sentimos la
impresión de estar en un circo donde predominan los equinos, algunos de ellos entogados y hasta
con prestigio profesional. Volví entonces a sentir el mismo temor que me asaltó cuando me reunía
con los militares conspiradores de Castro León, y pensé en el destino que le estaba reservado a
Venezuela.
-IIEl 2 de marzo de 1969 estoy listo para incorporarme a la Cámara de Diputados. Llegaba –como me
lo anotara Moncada- con 25 años de retraso, pero en cambio llegaba con conocimientos y
experiencia que no tenía en 1944, y estaba dispuesto a dejar huella de mi paso por esa
corporación.
Con una CCN sin dirigentes y con un caudillo en Europa que no quería asumir responsabilidades,
cada quien hacía lo que se le antojaba. Al fin nos pusimos de acuerdo para llevar a Jorge Dáger a la
Presidencia de la Cámara de Diputados y yo me aseguré la Presidencia de la Comisión Permanente
de Economía. Comenzó así mi carrera parlamentaria a la cual pensé dedicarme el resto de mi
actividad política, sin pensar que el destino me volvería a jugar una mala partida.
Es cierto que el trabajo en las Comisiones es el trabajo productivo en el parlamento, y a él me
dediqué con mi acostumbrado entusiasmo, pero nada es comparable a la emoción de las sesiones
en cámara plena donde el debate parlamentario es muchas veces un vistoso torneo con las armas
de la inteligencia.
Pronto me doy cuenta de que me resulta imposible operar dentro de las filas de la Cruzada. Mi
primera reacción es declararme independiente, pero ello significaba la pérdida de la Presidencia
de la Comisión y, con ella, de todos los privilegios inherentes, aparte de que me sería muy difícil
proyectarme en la forma que deseo. Como desde el principio he cultivado un grupo que resiente la
descortés intromisión de Salas Castillo y la vacilante actitud de Damiani y Burguera, discuto con
Moncada la posibilidad de crear un movimiento político separado, como ocurre en Inglaterra,
donde hay partidos políticos parlamentarios, independientes del partido político de masas.
Sacamos cuentas y como tenemos 11 de los 21 parlamentarios preparamos el golpe, con la
intención también de apropiarnos el nombre y las instalaciones de la fracción parlamentaria. Así
todo sería más fácil.
Tramito con Dáger que me permita el uso de uno de los salones de la Cámara para convocar a una
rueda de prensa y anunciar la decisión tomada. Todo en orden, cuando llega el momento de
75
anunciar la decisión tomada, me encuentro con que Moncada no está presente y cuando me
comunico con él por teléfono, me sale con la excusa que siempre tiene para eludir una situación
difícil: está enfermo con un grave ataque de diarrea. Era cierto, el miedo le ha provocado
inalterablemente esta reacción.
Sin la mayoría de 11 que necesitaba, cambian mis planes y me veo obligado a formar un
movimiento político distinto. Mesa Martínez un isleño que ha sido electo en las listas de Caracas,
me advierte que para evitar una reacción popular que pueda poner en peligro nuestras vidas, lo
único que se puede hacer es seguir vinculado al perezjimenismo y en forma ostensible. Sugiere
pues que el nombre lo identifique con Pérez Jiménez y agrega que sería bueno que hasta usara
sus iniciales. Movimiento por la de M de Marcos, P puede ser por Popular, pero J no sé qué
palabra cuadraría, dice Martínez. Entonces yo le interrumpo diciéndole: J sería Justicialista, como
el partido de Perón, Surge así el Movimiento Popular Justicialista, MPJ.
Con el Presidente de la Cámara convenimos en una ubicación distinta en el hemiciclo y poco a
poco, vamos individualizando el movimiento, con una posición distinta a la de la Cruzada en
cuantas oportunidades creo necesario hacerlo. A todas estas Moncada, se incorpora al Concejo
Municipal, y su suplente se va a las filas de la Cruzada.
En mi primer año de actuación parlamentaria, logro la aprobación de la Ley de Ejercicio de la
Contaduría Pública, que seguiría en los años siguientes con la Ley de Ejercicio de la Odontología y
la Ley de Ejercicio del Bioanálisis, aparte de contribuir decisivamente en la discusión de la Ley de
Ejercicio del Periodismo. Mi formación académica y profesional me impulsaron a hacer una
realidad de la disposición constitucional pertinente.
En el Diario de Debates de la Cámara de Diputados está la prueba de mi positiva actuación en ese
período, y no veo necesidad de repetir aquí lo que el investigador histórico puede fácilmente
encontrar en ese documento. En cambio, hay otros incidentes que se suceden durante ese mismo
lapso, que por su importancia deben ser del conocimiento de cuantos se interesan por la vida del
país.
Recuerdo, por ejemplo, que a principios del año 1969, cuando militaba en la Cruzada, fui a Madrid
como parte de una delegación parlamentaria, de la cual formaban parte –entre otros- dos
promisoras figuras del COPEI: Jesús Bernardoni y Oswaldo Álvarez Paz. Juntos fuimos a la Corrida
de La Prensa, y nos complacimos en no ponernos de pie a la llegada de El Caudillo Francisco
Franco, como lo hiciera toda esa multitud que rebosaba los tendidos de la Monumental de
Madrid.
Aproveché esa oportunidad para entrevistarme con Pérez Jiménez y entonces le hice el siguiente
planteamiento:
76
General: COPEI necesita de la Cruzada. Es la oportunidad
para consagrar una alianza institucional que nos dé un
Ministerio, uno o más institutos autónomos, una
gobernación, en fin, posiciones desde las cuales podamos
fortalecer al partido y dale continuidad.
Pérez Jiménez me respondió:
Dr. Márquez, mejorando lo presente como decimos allá
en el Táchira, la Cruzada no tiene gente capaz para esos
cargos (estoy seguro que así también hubiera comenzado
su respuesta si la pregunta la hubieran hecho Moncada,
Damiani o Burguera, o cualquier otro), en cambio, porque
no hacer la negociación sobre la base de que se le
devuelvan al pobre Pérez Jiménez, esos bienes de que fue
injustamente desposeído por los adecos.
Me limité a contestarle que una decisión de tal naturaleza requería una reforma constitucional y
COPEI no tenía mayoría ni en el Congreso ni en las Asambleas Legislativas para lograrlo. Lo miré de
arriba abajo, y lo vi tal y como lo describiera Pablo Neruda en sonoros endecasílabos castellanos,
en su obra CANCIÓN DE GESTA:
La libertad con Medina Angarita
y el decoro con Rómulo Gallegos
cruzaron fugazmente Venezuela
como aves de otras tierras en su vuelo
y volvieron las bestias del terror
a levantar sus patas y sus pelos.
La noche parturienta lo parió:
Pérez Jiménez se llamó el murciélago
Era redondo de alma y de barriga
pestilente, ladrón y circunflejo,
era un gordo lagarto de pantano
un mono roedor, un loro obeso,
era un prostibulario maleante
cruzamiento de rana y de cangrejo,
bastardo de Trujillo y de Somoza
procreado en el State Departamento
para uso interno de los monopolios,
de quienes fue felpudo amarillento,
ambiguo subproducto del petróleo
y voraz tiburón del excremento,
este sapo salido de la ciénaga
se dedicó a su propio presupuesto:
por fuera charreteras y medallas,
propiedades y dólares por dentro,
este bravío militar sin guerras
77
se ascendió solo a grados suculentos.
Hasta aquí la comedia que describo
en el certamen de lo pintoresco
pero Pérez Jiménez encerró
a Venezuela y le aplicó el tormento.
Se llenó de dolores su bodega,
de miembros rotos y partidos huesos
y los presidios otra vez volvieron
a ser poblados por los más honestos.
Así volvió el pasado a Venezuela
a levantar su látigo sangriento
hasta que por las calles de Caracas
las bocinas se unieron en el viento,
se rompieron los muros del tirano
y desató su majestad el pueblo.
Lo demás vuelve a ser nuevo y antiguo
historia igual de nuestro triste tiempo:
hacia Miami el majestuoso sátrapa
corrió como sonámbulo conejo:
allí tiene palacio y lo esperaba
el Mundo Libre con los brazos abiertos.
Para el año 1970, volvió la guanábana a restablecerse y así llego a la Presidencia de la Cámara de
Diputados el Dr. Antonio Léidenz. En Léidenz encontré yo el amigo, el dirigente, el hombre
responsable, el conocedor de la mecánica parlamentaria. Mi posición en el seno de la Cámara se
elevó a la altura de la dirigencia adeca, y más de una vez, contribuí a resolver complicadas
situaciones de orden procedimental.
Pasé ahora a ser Presidente de la Comisión de Asuntos Sociales, donde permanecí hasta el fin del
período. Fui miembro de la Comisión Delegada y con tal carácter Presidente de la Sub-Comisión de
Política Exterior. Viajé al exterior en varias comisione de la Cámara y pude intervenir
oportunamente en los debates parlamentarios, gracias a la amistad con el Dr. Léidenz que me
permitía ubicarme convenientemente en la lista de oradores, para aprovechar así una ventajosa
colocación y hora oportuna para los reporteros de la prensa.
Conformé un grupo de amigos entre los miembros de todas las fracciones, excepción hecha por
supuesto de los miembros de la Cruzada, y fui objeto de elogios a veces inmerecidos, de
distinguidos voceros de los partidos políticos.
La guanábana, de una parte, y de la otra el haber quedado yo en control del grupo del Concejo,
por virtud de la creación del MPJ, me permitía en cierta forma ejercer alguna influencia en la
administración del Concejo y en algunas actividades. Así, se me selecciona para que pronuncié el
Discurso de Orden el 19 de abril de 1970, en el cual formulo una hipótesis, que sigue todavía sin
comprobarse, a pesar del interés y conveniencia que representa para los políticos venezolanos, el
78
afirmar la necesidad de su presencia como elemento indispensable para el funcionamiento de la
democracia. Cuando de los males y problemas que adolece el país se hace responsable a los
políticos, estos no salen a delimitar la responsabilidad que a ellos cabe, por ningún respecto
inferior a la que corresponde a los militares, a los profesionales, a los comerciantes, a los
industriales y, en general, al pueblo mismo que es quien los ha escogido con sus votos para ejercer
el destino que les ha sido asignado.
En esa defensa de la política y del político me refiero a la circunstancia especial de ejercer el Dr.
Rafael Caldera la Presidencia de la República, político e intelectual de altura, quien ostenta en
admirable conjunción estas dos cualidades, que no se había logrado desde el inicio de la
Independencia. En esta forma devolvía yo a Caldera, elogios generosos que siempre me hacía,
cuando nos encontrábamos a solas. Al siguiente día me llamó por teléfono para agradecerme el
elogio. Me abstuve por cortesía de mencionarle que yo hacía en público y en un acto solemne, lo
que él hacía conmigo solo en privado.
Dos meses después pronuncié otro Discurso de Orden en el Mercado de Capacho, conmemorando
la jornada restauradora, como la había hecho en cuatro oportunidades anteriores, en mis tiempos
de líder político del Táchira. En ese discurso aludo por vez primera la contraposición de esas dos
personalidades, tan distintas y excluyentes, que sin embargo se complementan en el momento
histórico en que deciden iniciar su marcha hacia Caracas, en esa jornada de hombres, hombres de
verdad, que hicieron la revolución que llevó los andinos al poder.
Aunque durante el período constitucional que cual actué como parlamentario, tuve oportunidad
de intervenir numerosas veces y, consiguientemente, de pronunciar serios discursos, el que
recibió más publicidad fue el del 18 de octubre de 1971, en defensa del Presidente Caldera. Otra
vez, defendiéndolo.
Molesto por la línea MacCarthista que Miguel Ángel Capriles estaba imponiendo en sus
publicaciones como reacción al juicio que se le seguía ante los tribunales militares, no obstante su
condición de Senador electo en las listas de COPEI, y desconcertado por la tímida actitud de la
bancada copeyana, resuelvo atacar frontalmente a la Cadena Capriles, obvió la amistad personal
que desde hacía años me une a Miguel Ángel, pero consciente también de la capacidad de éste
para absorber golpes y para distinguir lo político de lo personal.
Con documentos, con ejemplares de las publicaciones de la Cadena, con abundancia de datos,
fechas, citas y nombres de personas, pulvericé los planteamientos que había hecho antes el yerno
de Capriles, Diputado Davis Brillenbourg, y dejé bien claro que la “deformación, alteración,
mutilación o supresión de la verdad, cada vez que así convenía a los intereses de la Cadena
Capriles, ponía en peligro el sistema democrático, el prestigio del país y la misma libertad de
expresión”.
79
Concluí mi discurso con esta admonición: “…se dice que Nixon al referirse a la acción tomada por
el Senado contra Joseph R. McCarthy le recordó un viejo proverbio inglés que dice: ´nunca agredas
a un rey a menos que seas capaz de destruirlo.´ Y nosotros aquí, hemos agredido a un rey, a un rey
no esculpido en noble mármol, ni fundido en bronce escultural, pero un rey al fin, aunque solo sea
hecho de plomo y antimonio”.
Cuan profética fue esta admonición. Miguel Ángel Capriles no solo sobrevivió a esta agresión, sino
que posteriormente se reconcilió con Caldera, y desde entonces ha venido respaldándolo.
Curiosamente, este incidente parlamentario tuvo un imprevisible efecto secundario. Termina con
el entendimiento Miguel Ángel Capriles-Armando De Armas que repartía entre ambos en forma
sectorial el mercado informativo venezolano: la Cadena Capriles con periódicos y el Grupo De
Armas, con revistas, y aparecen sucesivamente los diarios de De Armas, ágiles, llenos de color y de
fotografías, y el reino de Capriles reduce su tamaño y el Grupo De Armas dilata su acción y afirma
su presencia en los cuerpos deliberantes.
El Presidente Caldera, unos días después me invitó a almorzar en su despacho y mantuvimos en
esa oportunidad larga y cordial conversación. Aproveché si la oportunidad para decirle que la
fracción parlamentaria de su partido, como el mismo lo había podido observar en el caso de
Capriles, era vacilante y timorata, y que muchas veces parecía no tener interés en el debate
legislativo. Tienes, que reconocer, Rafael, le dije entonces, que mucho más he hecho yo con mi
gente, defendiendo tu gobierno, que los propios miembros de tu partido. Como el Presidente no
me respondiera de inmediato, lo emplace a hacerlo con cierto tono irrespetuoso, y hubo de
responderme: Si, Márquez, tienes razón.
Eduardo Fernández me comentó en cierta ocasión, al referirse a mis relaciones con el Presidente:
Creo que hay dos o tres personas que tutean al Presidente. Me acuerdo en este momento de Luis
Enrique Oberto y ahora tu.
Era Eduardo el delfín presidencial. Lo había conocido en la Cámara durante esos días que asistió en
su condición de Diputado por el Estado Carabobo, y reconocí en él, erudición, simpatía y
sobretodo generosidad. Cuando se separó de la Cámara para ocupar el cargo de Sub-Secretario de
la Presidencia, tuve allí un amigo, siempre dispuesto a hacer un favor, listo para proteger y
defender el prestigio del Jefe del Estado y dedicado por entero a su trabajo político y
administrativo.
A todas estas, Moncada anda dando saltos de un lado para otro, alegando que no es miembro del
MPJ pero que está adscrito a la fracción parlamentaria de ese partido, por lo cual tampoco es
miembro de la Cruzada. En verdad, su idea es ubicarse como independiente pero bajo la
protección de ambas fracciones, donde cuenta con la enemistad de todos, pero también con la
debilidad afectiva mía y de Damiani y de Erwin Burguera.
80
Como Moncada tiene, como el animal de presa, un olfato muy fino para identificar destinos donde
se consigue dinero y prebendas, empieza a restablecer su amistad conmigo hasta que un día me
dice, más o menos lo siguiente:
En el acuerdo que tienes con AD y COPEI en el Concejo, estos dos partidos han
conseguido los puestos claves del Concejo: AD la Presidencia y COPEI la
Sindicatura. Tu tienes derecho al tercer cargo en importancia que es
FUNDACARACAS. Pídelo y me lo das a mí.
A pesar de que ello me va a crear serios problemas con los dirigentes del partido, impongo mi
autoridad y llego a un acuerdo para designar a Rómulo, Presidente de Fundacaracas, y
oportunamente se aprueba por la Cámara Municipal esta designación.
Al siguiente día, Rómulo que ha mantenido siempre una cordial amistad con Carlos Rangel y Sofía
Imbert, es entrevistado por ellos en su programa televisivo de la mañana, precisamente con
motivo de su designación para Fundacaracas. A la pregunta que le hace Sofía de cómo explica esta
designación, siendo como es él un político perezjimenista sin ubicación política, Rómulo con
pedantería rayana en la locura, le contesta:
El Concejo necesitaba un hombre capaz y de experiencia administrativa, y creyó
que yo era la persona más apropiada para tal cargo. A eso, solo a eso, debo mi
designación.
Con esta respuesta el flamante Presidente de Fundacaracas vuelve a traficar por los atajos de la
falsedad y la mentira, como lo hiciera desde la más temprana edad en la pulpería de su padre, más
tarde en Popayán y finalmente en Caracas, en los distintos destinos que logró escalar jugando al
papel de un desheredado de la suerte que con el amigo de turno consigue finalmente el objetivo
deseado.
Curiosa la vida de este Crispín benaventiano, que se cruza con la mía desde la más temprana edad.
Cuando más de una vez, enojado por sus canalladas traté de romper toda clase de relaciones con
él, se las ingeniaba para reconquistar la amistad perdida. Es él quien me lleva a la Cruzada Cívica
Nacionalista donde casi de inmediato llego a ser el tercero en jerarquía como Presidente del
Consejo Consultivo Nacional; es él quien me cede el primer puesto en la lista de concejales de la
CCN al Concejo Municipal de Caracas, cuando desde el Táchira informé que confrontaba
problemas con las autoridades locales del partido; y es él también quien deserta de las filas de mis
partidarios en la Cámara de Diputados, cuando creo el Movimiento Popular Justicialista.
Mas no está nuestra amistad reducida a la actividad política. Intervengo para salvar su matrimonio
amenazado por sus ostentosas infidelidades conyugales; lo ayudo en sus relaciones públicas para
acercarse a Jaime Lusinchi durante su permanencia en la Cámara; le sirvo de representante de sus
hijos al comienzo de mi exilio en Miami; y cuando en las elecciones del 83 triunfa Lusinchi, se
apresura a viajar a los Estados Unidos para que lo acompañe como Gerente General del Centro
81
Simón Bolívar, corporación de la que va a ser Presidente, según se lo ha manifestado el Presidente
Electo.
En su apresuramiento para asegurar este jugoso destino, comete el error de proponerle al nuevo
mandatario negocios mezquinos e insignificantes que provocan la ira y el desprecio de Lusinchi,
quien no vuelve a recibirlo, menos aún a complacerlo con un destino público. Desesperado, se
agarra de la tabla de salvación que le arroja su protector Carlos Eduardo Galavis y acepta el cargo
de Secretario de la Junta Directiva del Hipódromo Nacional, donde se maneja tan mal que
antagoniza a todos los complejos intereses que se mueven en La Rinconada, y no le queda más
camino que renunciar a esta posición, no sin antes tratar de asegurarse de ciertos contratos de
mantenimiento para empresa de un hijo suyo. Derrotado y ridiculizado, con pataleos de ahogado,
trata de atribuir al gobierno la culpa de su fracaso y empieza entonces a buscar alguna imaginaria
colocación en el espectro político, y así remata su carrera política ubicándose como un “notable”
frente a su amigo Carlos Andrés Pérez , y más tarde como venezolano preocupado frente al
Presidente Caldera. No me sorprendería ver su nombre en fecha próxima, en algún documento de
respaldo al Comandante Chávez, que por el momento es el único lugar donde puede tratar de
ubicarse, hábil como es para detectar lo que él identifica como movimientos aluvionales.
En la vida política venezolana hay muchos Moncadas, lo que pasa es que varios de ellos han
recibido el coletazo de la suerte y por tanto se han esfumado con elegancia en el olvidadizo
pasado de nuestra historia, pero más peligroso que este tipo de personaje es otro, que
identificando lealtad con incapacidad y servilismo, permaneció ocupando curules parlamentarias,
cunado no asientos ministeriales.
En el presente período de sesiones más que en los precedentes, abundan muchos candidatos de
este género, aún en partidos de cierta conformación elitesca, lo que solo tiene explicación en el
deterioro general que afecta la vida nacional.
Concluida esta digresión de tipo cuasi-sentimental, regreso entonces a ese tiempo que añoro de
mi labor en la Cámara de Diputados, en el cual realicé muchas de las ambiciones que alimentaba
en mi vida, realizaciones éstas que me enorgullecen y de las cuales queda constancia documental
en las publicaciones del Congreso.
Durante todo el período constitucional dediqué mi tiempo y energía al trabajo parlamentario, y
más de un proyecto de ley entró a formar parte del ordenamiento legal, gracias a mi colaboración.
Sucedió con el proyecto de Ley de Adopción, con la Ley Orgánica del Turismo, con el de la Ley de
Carrera Administrativa, Ley de Corporación de Desarrollo de la Región Zuliana y otros más que no
recuerdo, sin que por ello descuidara mi trabajo como Presidente de la Comisión Permanente de
Asuntos Sociales; y como si fuera poco, durante el período de vacaciones asistía a las reuniones de
la Comisión Delegada. Gumersindo Rodríguez, a quien mucho ayudé con el proyecto de Ley de
Bancos, me dijo, “trabajadores como tú, hacen falta en cualquier fracción parlamentaria” y Pedro
Amaré del Castillo me comentó que había pocos casos en la historia del Congreso, en que un
82
parlamentario llegara a destacarse en la forma como yo lo había hecho, desde el primer año. Esa
institución del periodismo venezolano que se llama Abelardo Raidi, amigo incomparable y
compañero respetuoso y comedido, acudió a mi para que incorporara a la Comisión de Turismo
que presidía para sacar el proyecto de Ley de Turismo que estaba empantanado. Accedí a su
petición, y pudo enviar pronto el proyecto a la Cámara plena.
Como no hay plazo que no se cumpla, llegué al final del período y pensé que volvería a la Cámara
una y otra vez, para así proseguir con la actividad que ya consideraba mi verdadera vocación. Las
elecciones de diciembre truncaron esta sentida aspiración. Convencido del triunfo de Lorenzo,
como, lo estaba el mismo, no tuve reserva alguna en ceder mi puesto seguro en la lista del Táchira
a Abdón Vivas Terán, a quien Lorenzo quiere atraerse. No había tenido todavía lugar una
conversación con Wenceslao Montilla en la cual el amigo adeco me advirtió que no me hiciera
ilusiones, porque el COPEI no ganaba, y me citó cifras contundentes logradas en encuestas que su
partido ya había hecho. La advertencia llegó un tanto retrasada, y ya no había forma de remendar
el capote.
Cuando el congreso clausura sus sesiones el último año del período constitucional, hay siempre
una reunión de los parlamentarios en los jardines del edificio y las despedidas están revestidas de
cierta inevitable nostalgia. Se sabe que muchos no volverán y aquellos que van a regresar saben
también que otros serán sus compañeros. Como de todos es bien conocida mi estrecha amistad
personal con Carlos Andrés Pérez, el Senador José Manzo González, con la fina ironía que lo
caracteriza, comenta en alta voz: “De todos nosotros el que está mejor es Abdelkader Márquez,
porque gane quien gane, siempre irá a un alto destino”. En el momento, no entendí bien a Manzo,
pero después hube de aceptar el carácter profético de sus palabras.
Como soy miembro de la Comisión Delegada continúo visitando el Palacio Federal que construyera
Guzmán Blanco, viviendo la ilusión de que el Presidente Caldera impondría su autoridad para que
yo me incorporara a las sesiones del nuevo período en mi carácter de primer suplente en la lista
del Táchira. Jaime Gómez Mora ha hecho suya esta tarea y me informa con regularidad del curso
de los acontecimientos, que no me es favorable. Cuando ya es un hecho que Caldera no va a
intervenir, el mismo Gómez Mora negocia con Gonzalo Ramírez Cubillán mi designación como
Asesor de la Cámara, que tampoco se da, porque Gonzalo anda de un lado para otro evadiendo
decisiones. Sin embargo, quiero vivir la ilusión de los últimos días y trabajo con el entusiasmo de
siempre en la Comisión Delegada, donde en un momento dado contribuyo a resolver un problema,
como la redacción de un Acuerdo de la Comisión rechazando un veto presidencial, sobre lo cual no
existía precedente, cuyo borrador preparo con Arturo Hernández Grisanti.
El tiempo avanza y llega la clausura de las reuniones de la Delegada, y yo me siento otra vez sólo y
abandonado, pues los amigos de Acción Democrática tampoco me dejan ver posibilidad alguna de
participación en el gobierno, y no parecen muy dispuestos a fortalecer la amistad que nos había
unido en los cinco años precedentes. Me había olvidado de un decir venezolano que usaba el
Embajador Atilano Carnevalli: “el caído hiede a perro muerto”.
83
Después de la toma de posesión presidencial, Carlos Andrés Pérez obtiene la autorización del
Senado para designar como Procurador General de la República al Dr. Eduardo Ramírez López,
quien ha sido amigo de toda la vida. Como Alberto Bustamante, Director General de la
Procuraduría me ha informado que el renunciará inmediatamente tome posesión el nuevo
Procurador, pues va a ocupar un cargo diplomático, veo abierta una oportunidad que me va a
permitir ayudar a mi amigo que viene de la provincia y también reintegrarme a la actividad jurídica
que he descuidado por la política. Eduardo me dice no tener inconveniente, siempre y cuando no
haya objeción presidencial, la cual se bien que no va a producirse. Coincidencialmente, Jaime
Gómez Mora ha logrado la incorporación temporal al Congreso, y el mismo día de mi
juramentación, paso a formar parte de una Comisión que va a entrevistarse con el Ministro de
Relaciones Exteriores, quien ha sido mi compañero de estudios en el Liceo André Bello y a quien
me unía desde esos tiempos una muy buena amistad, actualizada durante mis ausencias, por la
relación que este mantuvo con mi tío el historiador Héctor García Chuecos. Al llegar al Despacho
del Ministro Efraín Schacht Aristigueta, dejando de lado todo protocolo se me acerca y me abraza,
y para no desperdiciar la oportunidad le digo que luego quiero hablar a solas con él.
Efectivamente, una vez que termina la visita de la Comisión, nos regresamos los dos a su
despacho, y en breves palabras le planteo la situación en que me encuentro, aclarándole que solo
estoy ocupando la curul por unos dos o tres días, y que en realidad estoy en el aire. Schacht me
hace solo dos preguntas: si hablo bien inglés y si soy amigo del Presidente Pérez. A ambas le
contesto afirmativamente.
Creo que era un jueves y el viernes el Canciller tenía cuenta. El lunes llamó por teléfono a mi casa
la Secretaría del presidente Pérez, y el marte me recibió Carlos Andrés Pérez. La entrevista fue
breve. Me ofreció la Embajada de Guyana, la acepté y de inmediato de acuerdo con las
instrucciones presidenciales caminé hasta la Casa Amarilla donde me esperaba el Canciller
Schacht. Empezó la tramitación administrativa, el Senado aprobó mi nombramiento y la Cancillería
guyanesa me otorgó el plácet.
Listo estaba para iniciar mi actuación como Embajador de Venezuela.
84
-XIEL EMBAJADOR DE VENEZUELA
85
EL EMBAJADOR DE VENEZUELA
1974-1981
-ICuando acepté el cargo de Embajador de Venezuela en la República Cooperativa de Guyana, lo
hago con responsabilidad y con satisfacción. Con responsabilidad, porque estaba preparado, como
pocos, para cumplir a cabalidad la función que se me encomendaba. Había hecho estudios de
post-grado en la Universidad de Londres en Relaciones Internacionales, curso que había aprobado
con mención de sobresaliente; y posteriormente había optado al título de Master en Ciencias
Económicas, con mención en Organizaciones Internacionales, también con distinción de
sobresaliente. Conocía la mecánica administrativa de una oficina del servicio exterior, sirviendo en
el Consulado General de Venezuela en Londres, bajo la dirección de un experto como no había
otro en servicio exterior: el Dr. Carlos Rodríguez Jiménez; y me había hecho un experto en
protocolo y derecho diplomático, bajo la tutela de la figura más prestante que ha tenido la
Cancillería Venezolana, el único real funcionario de carrera, el Sr. Carlos Cristancho Rojas. Y
también con satisfacción, porque conocía de los problemas de Venezuela con la República
Guyanesa y entendía la reacción del gobierno y pueblo guyanés ante las pretensiones de un vecino
rico y poderoso.
Todo parece salirme bien para el desempeño de este destino, desde el respaldo del Presidente
hasta la cordial amistad del Ministro, pasando por la servil actitud del personal subalterno del
Ministerio, que tiene fino olfato para distinguir entre la oligarquía del perraje grande y la chusma
del perraje chiquito.
Como además de un servidor de confianza llevo consigo al Director del Centro Cultural
Venezolano-Guyanés, proyecto la rara imagen de un Embajador que viaja acompañado por
guardaespaldas, y en Puerto España cuando cambio de avión para tomar el que sale para
Georgetown, me toca como compañero de viaje el Ministro de Asuntos Exteriores de Guyana,
circunstancia ésta que me hace aparecer ante el grupo de personas que me esperaban en el
Aeropuerto, como un Embajador Especial a quien -por vía de excepción- ha ido a recibir el mismo
Canciller. Por lo demás, la prensa a quien le he hecho llegar mi curriculum vitae, registra
complacido la calidad intelectual y política del nuevo Embajador, que ninguno de sus predecesores
había alcanzado, y mi dominio del idioma, realza aún más mi personalidad.
La presentación de credenciales el 9 de octubre de 1974 constituye un evento social, y a la
recepción en la sede de la Embajada, asisten no solo los altos funcionarios del gobierno, sino los
prominentes dirigentes de la oposición, y mi posterior entrevista con el Primer Ministro, Forbes
Burnham, representa el comienzo de una amistad y de una profunda empatía que hace de mi
gestión diplomática, una aventura placentera.
Recuerdo que en mi conversación con Burnham traje a colación la imagen del político, tal como la
revela el Maestro Ortega y Gasset en su obra “España Invertebrada”, y ante los ataques de que era
objeto por parte de la oposición, algunos de ellos no justificados, le repetí un comentario que
había oído en Colombia en un ensayo biográfico de Laureano Gómez, también inspirado en el
86
filósofo español, en el cual se afirma que “el político debe tener piel de paquidermo y no de
princesa de Westfalia”; y le hice mención de otro que también afirma “que la honestidad del
político es bien distinta de la de un cajero de banco, quien tiene que responder hasta de una
diferencia de céntimos”.
Uno de mis amigos de la Cancillería quien había asistido meses antes a una conferencia de
Cancilleres de Países No-Alineados, me había informado que a pesar de su pobreza, el servicio
exterior estaba bien organizado, muy distinto de lo que ocurría en Venezuela, y me fue fácil usar
los canales diplomáticos cuando me convenía y de ignorarlos cuando la gravedad del problema
requería una entrevista personal con el Jefe del Gobierno. Más de una vez, llamé por teléfono al
Primer Ministro para solicitarle una audiencia, y más de una vez, la adelantamos en temprano
desayuno o en una cena íntima en familia.
Desde el momento de mi llegada me preocupo por mejorar no solo la imagen política de la
Embajada sino también su imagen física. El edificio donde funcionan las oficinas de la Embajada y
el Consulado aunque bien situado necesita modificaciones. Además no puede operar en el mismo
edificio el Instituto Cultural Venezolano, no solo por razones de índole diplomática, sino porque a
los mismos guyaneses les resulta incómodo estar visitando el edificio de la Embajada para recibir
clases de castellano.
Procedo entonces a discutir con el dueño del edificio un contrato a largo plazo que no solo congele
el canon de arrendamiento sino que me permita hacerle modificaciones sustanciales, las cuales al
final de cuentas pasarían a la propiedad del arrendador. Logrado esto, yo mismo dirijo los trabajos
que permiten al Consulado operar libremente en el primer piso, en forma amplia y cómoda para
empleados y visitantes, y me reservo el segundo y tercer piso para las oficinas de la Embajada. Eso
me permite reforzar la seguridad del personal y ampliar los servicios. Dejo el segundo piso para
archivo, biblioteca y salón de recibo y ubico el Despacho del Embajador, de los Secretarios, de los
servicios de telex y la secretaría privada en el tercer piso. Inauguro un nuevo local para Centro
Cultural, con residencia para su director y salón de exposiciones.
Hago lo mismo con la casa que sirve de residencia del Embajador. Como el sitio donde se
encuentra es bueno, el propio Presidente de la República es uno de los vecinos, tramito con la
Cancillería la adquisición del inmueble y una vez que recibo la aprobación, firmo contrato de
promesa de compra y comienzo a adelantar las obras de mejoramiento. Como entre el jardín y la
calle hay una franja de terreno sin dueño, consulto con el Concejo Municipal el destino que le
tienen reservado a dicho terreno y como la respuesta nada dice en concreto, extiendo el jardín
hasta la calle, levanto una pared y diseño una entrada imponente. Con los empleados domésticos
siembro una línea de palmeras y la adorno con arbustos de flores, al tiempo que mejoro el interior
de la casa, usando materiales locales.
Como Guyana es miembro del grupo de Países No-Alineados, numerosos jefes de estado de este
grupo visitan Georgetown. Así tuve oportunidad de conocer a Sirimavo Bandenaraike, Primer
Minstro de Sri Lanka; a Yakuvo Gowon, Presidente de Nigeria; Pierre Trudeau, Primer Ministro
canadiense; al Rey Seretse Khama, convertido en Presidente de la República de Botswana, al
87
Presidente Luis Echeverría de México y a otros más que no recuerdo. Con algunos de ellos
conversé con libertad en las recepciones diplomáticas e intercambié ideas sobre problemas de
trascendencia internacional.
Igualmente vienen a Guyana representaciones culturales de esas naciones y son varias las figuras
prominentes con las cuales puedo cordializar más allá del protocolo diplomático. Con Nicolás
Guillen recuerdo mis tiempos en Santa Fe de Bogotá, y de boca de la prima bailarina Alicia Alonso
oigo muchas de sus aventuras en los primeros escenarios del mundo.
Conozco también a políticos destacados del gobierno británico, y así pude conversar por largo
tiempo con Dennis Healy, calificado dirigente del laborismo británico y ex–Ministro de Hacienda,
quien coincidencialmente representaba al distrito electoral donde yo tenía residencia en
Inglaterra, durante mi permanencia en ese país. Me tropecé también con numerosos Cancilleres
de países latino-americanos, lo mismo que con ex-líderes políticos al servicio de organismos
internacionales. Fue así, como compartí horas con el Dr. Misael Pastrana Borrero, ex–Presidente
de Colombia, a quien atendí como mi huésped con la complacencia del Encargado de Negocios de
dicho país. No olvido por un momento a los dignatarios guyaneses y con ellos trabo estrechas
relaciones de amistad: con el Presidente y el Vice-Presidente de la República, el Presidente de la
Corte Suprema de Justicia, los Ministros del gabinete ejecutivo, el Presidente de la Asamblea
Nacional, el Brigadier General Price y su sucesor el Coronel Pilgrim, jefe de la Fuerza de Defensa de
Guyana, lo mismo que con el Arzobispo Anglicano y el Obispo Católico.
Invito también a Georgetown, a artistas venezolanos, a grupos teatrales y personalidades
relevantes de la Venezuela que represento, todos dentro de la acción internacional que preconiza
el Presidente Pérez y de la cual me siento uno de sus más calificados portavoces.
Cuando el gobierno norteamericano, con los sistemas de espionaje más avanzados y bien pagados
del mundo, se dio tardía cuenta de que por el Aeropuerto de Bridgetown habían pasado más de
15.000 hombres con destino a Luanda, en Angola, y requirió del gobierno de la isla la cancelación
de los derechos de escala a los aviones militares cubanos, Fidel resolvió utilizar el aeropuerto de
Timhery en Guyana, y cuando otra vez tardíamente, los norteamericanos supieron de la nueva
escala de los aviones cubanos, no solo utilizaron a su Embajador en Guyana para solicitar la
suspensión de ese toque técnico, sino que apelaron al Presidente Pérez para que los respaldara en
esa solicitud. Fue entonces cuando Carlos Andrés Pérez me llamó, me explicó la comprometida
situación en que se hallaba, próxima como estaba la decisión de nacionalizar la industria petrolera,
y me pidió que convenciera al Primer Ministro Burnham de la conveniencia de acceder a la
demanda yankee.
Regresé a Georgetown, llamé por teléfono a Burnham y esa misma tarde me recibió en su
residencia particular. Después de oírme me dijo: “Hace apenas unas horas, recibí al Embajador de
los Estados Unidos, quien me hizo planteamiento similar. Yo respondí a su pedimento,
recordándole que Guyana es un país soberano, y que no existe ninguna disposición en el Derecho
Internacional que me obligue a violar un acuerdo aéreo que este país tiene con Cuba. Ahora,
cuando eres tu quien me hace el planteamiento, mi reacción es distinta, porque estas tu de por
88
medio y está mi agradecimiento a Venezuela”. Tomó un teléfono rojo que estaba a su lado y llamó
a la Cancillería para pedir una comunicación telefónica con Fidel Castro, y minutos después,
cuando Fidel ya estaba en la línea, Burnham le comunicó que el acuerdo aéreo existente que
permitía la escala técnica de los aviones militares rumbo a Angola, estaba desde ese mismo
momento cancelado.
En otra oportunidad me informó que había habido un incidente fronterizo en el cual había salido
muerto un soldado venezolano y del cual nadie, tenía conocimiento. Y agregó, no fue
estrictamente hablando un incidente internacional, lo que pasó es que el soldado tenía una amiga
en territorio guyanés y en una de esas visitas nocturnas fue sorprendido por efectivos de las
fuerzas de defensa de Guyana que lo tomaron por un espía y le dispararon. Yo le respondí, si nadie
lo sabe, yo tampoco lo sé. Y más nunca se habló del tema.
Mis relaciones con la oposición fueron excelentes. Cheddi Jagan me visitaba con frecuencia, y no
solo para discutir temas políticos, sino para llevarme un producto de su finca; y con Janet Jagan
mantuve también estrecha amistad.
Consciente de mis responsabilidades como también de la influencia que tenía, más de una vez
intervine ante Burnham para solicitar concesiones a la oposición, no porque sus dirigentes me lo
pidieran sino por considerarlas convenientes para ambos grupos. Cuando Burnham pretendió
imponer un impuesto al papel y al material de impresión de periódicos, hablé con él y le hice ver la
conveniencia de que EL MIRROR de Jagan circulara libremente, pues eso le daba buena imagen al
gobierno; y cuando THE GUYANA CHRONICLE se excedía en sus ataques a la oposición, le hacía ver
la reacción negativa que ello le producía al Gobierno.
Me identifiqué con los sectores populares, y apenas unos días después de mi llegada, colgué el
saco y la corbata, que los guyaneses identificaban con el colonialismo británico, y desde entonces
usé el traje nacional en sus dos variedades: el dashiki y el shortjack de los negros y la túnica de
indios orientales.
Sistemáticamente proyecté la imagen de Venezuela, en todos sus aspectos: político, cultural y
deportivo. Mostré la generosidad venezolana, enviando jóvenes guyaneses a estudiar a nuestro
país, y enfermos guyaneses a operarse en hospitales de Caracas. Por eso, cuando dejé ese país con
destino a Trinidad, lo hice con la satisfacción de haber dejado impresa en la conciencia guyanesa la
imagen de una Venezuela nueva, generosa y progresista, cuya política internacional estaba
orientada al respeto y la cooperación con las demás naciones de la tierra, y especialmente con
aquellas a quienes la geografía había hecho nuestros vecinos por una eternidad.
Todo esto, mientras perseguía el objetivo fundamental de mi misión en Guyana, cual era lograr
una fórmula para resolver en forma armoniosa el problema de la delimitación. El nuevo Canciller,
Ramón Escovar Salóm hizo una visita oficial a Guyana, y el Primer Ministro Burnham vino en visita
oficial a Venezuela. Adelanté numerosas conversaciones con los funcionarios del Ministerio de
89
Asuntos Exteriores de Guyana, y superé los obstáculos que una Dirección de Fronteras de la
Cancillería Venezolana sistemáticamente interponía, incapaz de comprender la complejidad de
una negociación que jamás puede tener la hipotética solución de Ojer Celigueta y González
Oropeza, ignorantes de las realidades de la política internacional y de la debilidad jurídica de la
posición venezolana.
En cierta oportunidad, debo confesarlo, fue el propio Presidente Pérez quien ofreció una solución
aceptable y ventajosa para ambas partes, sin comprometer la soberanía de los dos países. Me
sugirió la fórmula de un condominio económico en la zona en reclamación, y aunque de primeras,
me pareció algo inaplicable, posteriormente y después de cuidadoso estudio de la fórmula,
encontré con un antecedente en el campo del Derecho Internacional: la creación de una autoridad
internacional, formada por representantes de los dos países, encargada de la administración de la
zona, como se había hecho con la cuenca hidrográfica de los ríos Niger y Bengala y del lago Chad.
Ésta entidad internacional tendría plena autoridad para administrar los recursos de toda la cuenca
hidrográfica de los ríos Cuyuní y Mazaruni un área mayor a la de la zona en reclamación.
Una vez que elaboré el ante-proyecto de creación de una Comisión Internacional y que el propio
Presidente Pérez lo consideró como papel de trabajo para una discusión del problema, lo discutí
con la gente de Guyana y, para mi sorpresa, recibió el apoyo de la contra-parte.
Desafortunadamente, cuando ya se llega a la etapa final para la discusión dl proyecto, Carlos
Andrés tiene otras preocupaciones y descuida por completo tan importante asunto.
Lo que sigue es materia conocida: es Luis Herrera en el poder.
-IIEl Embajador Carlos Irazábal llevaba ya ocho años como Jefe de Misión en Trinidad-Tobago, y el
Presidente creyó conveniente acreditarlo ante otro país y pensó en mi como el candidato ideal
para sustituirlo en vista del éxito que había tenido en Guyana y para romper así un impasse que se
había presentado con el Gobierno de la República de Trinidad-Tobago, con motivo de los
problemas que creaban los pescadores trinitarios con sus incursiones en aguas territoriales
venezolanas, los cuales demandaban una pronta solución. Tales fueron las razones que esgrimió el
Presidente en su entrevista conmigo. Le dije entonces que una vez más le agradecía el honor y la
confianza que me dispensaba pero que quería tener la seguridad de que efectivamente, el
gobierno estaba resuelto a celebrar un Convenio Pesquero con Trinidad. Con la respuesta
afirmativa a este interrogante, me sentí complacido y me preparé para el viaje a Puerto España,
con conocimiento pleno de la situación que iba a enfrentar, reemplazando a un indiscutible figura
intelectual y política como Irazábal, quien se había creado en Trinidad una aureola de simpatía por
su cordialidad y la participación social de su familia en señaladas actividades de la isla, donde una
de sus hijas la había representado en torneos internacionales de tenis, además de figurar entre las
reinas del famoso carnaval trinitario.
90
Apenas llegué al Aeropuerto de Puerto España declaré a la prensa que tenía el firme propósito de
resolver el problema pesquero que tanto preocupaba al pueblo y gobierno de Trinidad, con lo cual
interpretaba la política de cooperación y amistad con el Caribe del primer mandatario venezolano.
La prensa registró de modo destacado este pronunciamiento, y con esta base preparé mi acción
diplomática.
El primer obstáculo que encontré fue la enemistad del Primer Ministro y Padre de la Patria, Erick
Williams, no solo personal sino hasta institucional con Venezuela y su Presidente. Williams que
durante el gobierno del Presidente Caldera había llegado a ser el mejor amigo de Venezuela en el
Caribe, gracias a la política cordial y sincera del Canciller Calvani, posteriormente consolidada en
abril de 1970, cuando el gobierno de Venezuela ofrece a Williams su más amplio respaldo ante el
golpe militar que lo amenazaba. Por cierto que en aquella oportunidad el Embajador Irazábal
cumplió una fina y admirable labor diplomática de lo cual hay fehacientes testimonios.
Al saberse de la toma por los militare de la Base de Chaguaramas, única concentración armada del
país, el Embajador Irazábal siguiendo instrucciones del Presidente Caldera se trasladó al despacho
de Williams para hacerle conocer la posición de respaldo de Venezuela y la disposición de su
gobierno de ayudarlo en lo que creyera necesario. El Primer Ministro le dice que necesita de
inmediato el envío de un cuerpo del ejército de 1.000 soldados con respaldo de aviones y
helicópteros y que así se lo comunique al Dr. Caldera. Irazábal le dice entonces que formule esa
solicitud por escrito, a lo cual Williams se opone por considerarlo innecesario. Basta Embajador, le
dice, con que Ud. le comunique esto por teléfono. Irazábal le dice que si no hay documento
escrito, el no puede tramitar la solicitud. Williams manifiestamente enojado se levanta de la silla y
se dirige a su escritorio y allí de su puño y letra escribe la carta que hoy reproduzco porque
Williams negó siempre haber escrito algo de esa naturaleza.
Dice así la carta:
Abril 21, 1970
El Primer Ministro de Trinidad y Tobago saluda muy
atentamente al Presidente de Venezuela con referencia
a la comunicación verbal que ha tenido con él a través
de la Embajada de Venezuela en Puerto España en solicitud
de ayuda para sofocar un motín militar- El gobierno de
Trinidad y Tobago dese solicitar del gobierno de Venezuela
el inmediato envío de un cuerpo de ejército de 1000 hombres,
completamente equipado y con respaldo logístico aéreo
(aviones y helicópteros). Esto se necesita con urgencia,
en horas, y se requiere su inmediato despacho.
ERIC WILLIAMS.
91
No fue necesario el envío de las tropas requeridas por Williams, porque los rebeldes se rindieron
prematuramente y la situación ante-bélica se restableció.
Lo que ahora resulta significativo anotar es que el rendimiento de los rebeldes se debió también a
Venezuela: Así me lo manifestó uno de los jefes del movimiento con quien tuve una larga
conversación en Puerto España. Le decía yo al joven oficial en dicha oportunidad, que no
encontraba explicación a su actitud y la de sus compañeros, cuando el control total de la única
guarnición militar del país, y estando apenas a unos pocos kilómetros de distancia de la sede del
gobierno, no habían precedido a movilizarse hacia Puerto España y tomar como prisioneros a
todos los dirigentes gubernamentales, que no tenían protección alguna. Me contestó entonces,
que una vez consolidada la situación de la base y cuando ya se disponían avanzar hacia la capital,
vieron pasar por el estrecho a varios buques de la marina de guerra venezolana, lo cual los
desanimó.
La prudencia y discreción que caracterizan la política exterior de Caldera, contrastan con la acción
populista de Carlos Andrés Pérez quien traduce su acción hacia el Caribe en públicas
manifestaciones de respaldo y de ayuda económica a varios de los países del área, lo cual resulta
ofensivo para Williams, quien se ha considerado como el político rector de la zona, cuya opinión
ha sido siempre solicitada para cualquier decisión importante. Para colmo de males, la situación se
complica y las relaciones se hacen más tensas cuando al término de una reunión con el Presidente,
uno de los miembros del CEN de Acción Democrática, reveló a la prensa una entrevista secreta
que iba a tener con el Presidente Pérez, a bordo de un buque de la Armada Venezolana, por
considerar tal indiscreción, no solo impropia y desleal, sino porque además lo hacía aparecer como
mentiroso ante los miembros de su gabinete que ignoraban completamente el asunto, Williams
murió sin absolver a Venezuela y su Presidente, de esta falta imperdonable.
Así, después de haber presentado credenciales ante el Presidente Ellis Clark, solicité conforme el
protocolo, una entrevista con el Primer Ministro, a quien además quería entregarle una carta que
le enviaba el Presidente Pérez. El Canciller me manifestó que el Dr. Williams no podía recibirme y
que era parte de sus funciones, el recibir cualquier comunicación que un Jefe de Estado dirigiera al
Primer Ministro, por lo cual bastaba con que le hiciera entrega de la comunicación del Presidente y
que él la haría llegar a su destinatario. Ya para ese tiempo había leído varios discursos del primer
Ministro ante la Asamblea Nacional que excedían la agresividad política hasta llegar a lo personal,
a lo ofensivo y al ataque directo a Venezuela, su gente y sus héroes. Como eso había sucedido
antes de mi llegada, sin que yo encontrara prueba alguna de protesta de la Cancillería Venezolana,
opté por ignora el pasado y ocuparme solo del futuro.
Dejé de lado a Williams y dirigí mi acción a la audiencia nacional. A pesar de que el Presidente de
la República, como ocurre en los regímenes parlamentarios era solo una figura representativa, sus
opiniones y pronunciamientos merecen general respeto, y con el forjé una estrecha amistad. Lo
mismo hice con parlamentarios de la oposición y con mayor énfasis aun con los medios de
92
comunicación social, corporaciones, asociaciones artísticas, organizaciones de tipo benéfico y
social y cuanto grupo popular mostraba alguna simpatía por Venezuela.
Como el carnaval es en Trinidad la máxima expresión del sentimiento nacional, desde el primer
momento me vinculé a quienes constituyen su inspiración y su propósito. En los meses que lo
preceden abren sus puertas al público las famosas cartas (tents) en las cuales se sondea la
reacción popular frente a los calipsos que se están componiendo, la música socca que servirá
como marcha a las comparsas carnavalescas que allí se llaman BANDS, y en fin, cuanto va a usarse
en esa gran festividad. Allí estaba yo presente, y el Maestro de Ceremonias invariablemente, al
comienzo del espectáculo mencionaba la circunstancia de encontrarse en la audiencia el
Excelentísimo Embajador de Venezuela. Desde el primer día de carnaval, ya la oficina cerrada,
pues durante los cuatro días de las festividades de Momo, toda actividad se paraliza, me
trasladaba a la casa de una distinguida familia cuyo frente da a la avenida por donde desfilan las
comparsas, a la cual concurren también los miembros del Cuerpo Diplomático, el Presidente de la
República y las figuras más calificadas de la aristocracia local. Y más de una vez, el Presidente Clark
y yo, dejamos la casa para unirnos a una comparsa bailando al ritmo de la música que
interpretaban.
Pero es que el carnaval trinitario, es un espectáculo sin parangón en América. El de Río de Janeiro,
más lujoso, con un mayor despliegue de gente y de carrozas y con un derroche masivo de
deslumbrantes mulatas, deja traslucir un fondo ya comercializado de intereses económicos en
juego. El de Nueva Orleans, con sus bellísimas carrozas, la música indescriptible del jazz y el
ámbito poético y sensual que lo caracterizan, también revela un interés comercial. En cambio, en
el de Trinidad hay solo espontaneidad, generosidad, sensualidad, libertad de expresión, sentido
protestatario. No hay ninguna regulación y sin embargo se desenvuelve, en forma tan ordenada y
también sincronizada, que ni siquiera muestran los desfiles militares. Es tan completa y perfecta la
participación popular, que aun cuando más de 100.000 personas toman parte en los desfiles, en
una ciudad cuya población total no llega a esa cifra, casi no se registran crímenes, ni robos, ni
atracos, pues los profesionales de estas actividades, también están jugando…carnaval.
Durante la época navideña la PARANG, expresión local traída del sustantivo castellano PARRANDA,
con significado semejante, identifica también la música que se ejecuta y canta durante ese
período, con ritmo de valse venezolano y con letra en un idioma mezcla de inglés y castellano,
cuando no de incomprensible traducción. En ese tiempo como lo dice la copla popular:
Parang por la mañana
Parang al mediodía
Parang a toda hora
Como si fuera comía.
La parang es la conexión más estrecha que tienen los trinitarios con Venezuela. Los instrumentos
musicales, la comida, los intérpretes, todos son de origen venezolano. Por eso, puse especial
93
interés en proteger y desarrollar ese vínculo que mantiene una tradición que iniciada durante la
época colonial, cuando Trinidad era provincia de Venezuela, ha logrado sobrevivir por la
proximidad geográfica. Y por eso, también, hice tiempo para escribir un libro en inglés y español
sobre la PARARNDA TRINITARIA.
Y como marco estructural a toda esta acción de penetración venezolana, realzo y dignifico la
acción del Centro Cultural Andrés Bello, que en Puerto España enseña el idioma castellano y
promueve actividades culturales de toda índole, o por lo menos lo hacía en mis tiempos de
Embajador.
Al mismo tiempo, insisto ante la Cancillería venezolana en la necesidad de discutir un Acuerdo
Pesquero con Trinidad, lo cual se logra sin mayores complicaciones, porque había la buena
voluntad de ambas partes. Si hubo algunos problemas, fueron entre los miembros de la Comisión
Venezolana que integrada por Isidro Morales Paúl y el Contra-Almirante Morales Luces y yo, estos
pretendían ignorar mi presencia, pues bien conocida es la incapacidad de Morales Paúl,
evidenciada durante el breve lapso en que fungió de Ministro de Relaciones Exteriores del
Presidente Lusinchi, y re-confirmada en la Presidencia del Consejo Supremo Electoral. Morales
Luces más político que militar pretendía hacer méritos para su ascenso a Vice-Almirante y su
designación como Jefe de la Flota, lo cual como me lo imaginaba afortunadamente no llegó a
suceder. Con todo y las maniobras de estos dos señores, convoyados para aparecer como
diplomáticos y negociadores de excepción, cuando no eran ni lo uno ni lo otro, se aprobó el
Convenio, con moral y luces, el 13 de diciembre de 1977 habiendo yo cumplido con el objetivo de
mi misión y la promesa hecha al pueblo trinitario.
Como soy Embajador político y no de carrera, con la elección de Herrera a la Presidencia de la
República, considero terminada mi gestión en Trinidad, y solo espero recibir –en su oportunidad–
la solicitud de placet para un nuevo jefe de misión. No creo necesario dirigirme al nuevo
Presidente poniéndole mi cargo a su disposición, porque me parece redundante e innecesario.
De pronto recibo de la Cancillería, ese organismo obsoleto e ineficiente, un telex cifrado
instruyéndome para que solicite placet para un nuevo Embajador, cuyo nombre es Carlos Irazábal.
Solicito la audiencia de estilo con el Canciller trinitario y una vez que intercambiamos los saludos
de estilo, le expreso el propósito de mi visita. La reacción del Ministro es inmediata, casi violenta.
No, no, eso no es posible. Es de mal gusto, para decir lo menos. En verdad, aunque Venezuela, en
más de una oportunidad ha utilizado este recurso, no ocurre casi nunca en la diplomacia mundial.
Además, en el caso de Irazábal, el Primer Ministro Williams le ha tomado una personal antipatía a
su esposa, y no quiere ni que se lo mencionen. Trasmito la negativa trinitaria al Canciller
venezolano y sigo esperando mi remplazo. Inexplicablemente, no ocurre esto, sino que se me
informa que ha sido solicitado placet al gobierno británico para mi designación como Embajador
en Jamaica. Pronto llega un Ministro Consejero, y de inmediato me traslado a Venezuela, no sin
antes ofrecer una recepción popular de despedida, con asistencia no solo del Presidente de la
República y altos funcionarios gubernamentales, sino con la actuación de numerosos conjuntos
94
musicales, intérpretes tanto de calypso y otros ritmos del Caribe, como de la tradicional parang,
que espontáneamente se han acercado a mi residencia, en testimonio de su aprecio y como
reconocimiento a la distinción de que fueron objeto durante mi permanencia en Puerto España.
-IIINace el venezolano con un don excepcional, casi único entre sus congéneres de la especie
humana: percibe el halo que distingue al individuo con poder, todo aquel a quien la suerte, la
fortuna o sus propios méritos colocan en un estrato distinto al del resto de la gente. Igualmente,
se da cuenta de la desaparición de ese imperceptible halo luminoso, tan pronto como abandona la
imagen del poderoso. De cuan extraordinario es este don, pueden dar cuenta todos los que han
ocupado importantes posiciones en las distintas esferas de la vida pública. Cuando el Presidente
toma la decisión de cambiar un Ministro, por ejemplo, este funcionario sufre de inmediato las
consecuencias de esa decisión, mucho antes de que sea del conocimiento general. El chofer, ya no
se apresura a abrirle la puerta del vehículo oficial; el portero ya no se pone de pie cuando llega a
su despacho; la secretaria apenas si les responde con un murmullo al saludo matutino, y la sala de
espera se torna desolada.
Me precio de ser un experto en el análisis de la reacción popular frente al desposeído del halo
luminoso del poder, pero tengo un defecto visual congénito que me priva de percibir ese halo
misterioso. Por eso al apenas cruzar la puerta de la Casa Amarilla, camino de Jamaica, con el
propósito de arreglar mis papeles, me doy cuenta de que estoy caído y que ya no soy el Embajador
del Presidente Pérez. No me recibe el Canciller, ni los Directores y hasta el perraje chiquito, parece
ignorarme. Entiendo que esta Embajada, es algo así, como un pre-aviso laboral. De todos modos,
cumplo con los requisitos de ley, y vuelo a Kingston.
Presento credenciales el 23 de mayo de 1980, y de inmediato también, me recibe el Primer
Ministro Michael Manley, a quien conozco bien por sus frecuentes visitas a Guyana, donde el
amigo Forbes Burnham me ha facilitado cordial acercamiento. En esta oportunidad protocolar,
Manley me plantea un grave problema que confronta. Necesita petróleo y no tiene dinero y las
compañías petroleras le han cerrado el crédito al gobierno. Las existencias apenas alcanzan para
una semana, y la falta de combustible significa, no la paralización del tránsito, sino algo más grave:
la paralización de la planta eléctrica, con la cual la ciudad quedaría a oscuras, a merced de las
bandas que azotan la ciudad. Su esperanza está en que yo le consiga de inmediato un crédito de
diez millones de dólares con el gobierno venezolano. Salgo de la entrevista y me pongo en
contacto con el Presidente Herrera y éste me autoriza para acudir al Fondo de Inversiones de
Venezuela, y dos días después Venezuela deposita en el Banco Central de Jamaica los diez millones
de dólares.
Cuando días después le refiero este incidente al Jefe de la Oposición Edward Seaga, este se
extraña por la gestión que he realizado, cuando yo debía saber que se venía tejiendo una
conspiración con el respaldo de los Estados Unidos, de Inglaterra y de Venezuela, para negar toda
95
ayuda a Manley antes de que llegaran los royalties mineros, a fin de que este se viera obligado a
convocar elecciones generales, en ese preciso momento en que no tenía posibilidades de ganar.
Tengo la impresión de que Luis Herrera no sabía nada de esto, pues en la entrevista que tuve con
él, más de una vez le reiteré mi aprecio por Manley y mis simpatías por su gobierno.
Al llegar a las oficinas de la Embajada me encuentro con un desbarajuste total, y me dedico a
solventar la situación y a organizar las dependencias administrativas. Como la Agregaduría Militar,
con un presupuesto independiente. Usaba servicios de la Embajada gratuitamente, llegué a un
entendimiento con su titular, y así mejoró la situación financiera de la Misión significativamente, el
Agregado Militar es cordial y respetuoso. Su nombre Herminio R. Fuenmayor P., el famoso general
que desde su condición de Jefe del SIFA, hiciera estremecer los cimientos de la democracia
venezolana. No volví a verlo más nunca, y apenas si se que lo llaman EXTERMINIO en sustitución
de HERMINIO.
Van y vienen a Jamaica misiones venezolanas que ignoran mi presencia, mas como yo estoy
preparado para este tipo de tratamiento, sigo con mi entusiasmo que me caracteriza,
promoviendo la imagen de Venezuela en este país caribeño que honra y recuerda al famoso autor
de la Carta de Jamaica. Con el Gobernador de la Isla, Florisel Glasspol mantengo estrecha amistad,
lo mismo que con Manley y su familia, principalmente, su señora madre Edna Manley, la más
prestigiosa figura cultural del país, que junto a Rex Nettleford y un grupo de distinguidos
intelectuales han hecho de este país un faro luminoso del Caribe inglés.
Me reúno con frecuencia con J.P. Patterson, el Ministro de Relaciones Exteriores, y con los
Embajadores de Cuba, Irak, Guyana, que constituyen el núcleo amistoso de Manley, y así estoy al
tanto de los problemas políticos más secretos y de los planes para el futuro próximo. Por eso no
me sorprende una llamada telefónica de Manley que va a llamar a elecciones generales. Como no
me hago ilusiones, me preparo para la derrota y sus resultados. Es práctica en el Servicio Exterior
de los países desarrollados proceder al cambio de Embajador cuando se sucede un cambio de
gobierno, y aun cuando Venezuela está muy distante de estas prácticas de estilo, comprendo que
en este caso, mi sustitución es inevitable, bien sabida como es la amistad que me une al Primer
Ministro.
Confieso si, que no me esperaba que se me reemplazara sin que ni siquiera fuera recibido por el
Canciller para pedirme o darle alguna explicación. Cierto es también, que poco puede esperarse de
quienes nada tienen que dar y solo se acostumbran a recibir, apelando a la intervención de
familiares y amigos. Y tal era el caso de ese llamado perraje grande que ocupaba el kennel de la
esquina de Principal.
-IVNo estaría completo este capítulo que resume mi actuación como Embajador de Venezuela, si
dejara de incluir un documento de innegable importancia para las partes, en la reclamación que
96
Venezuela mantiene sobre una extensa área de la República Cooperativa de Guyana, reclamación
ésta que ha servido más de una vez al gobierno de turno para desviar la atención de la ciudadanía
hacía el exterior, cuando la situación interna resulta incontrolable.
En las conversaciones sostenidas entre el Presidente Pérez y el Primer Ministro Burnham, serví yo
de intérprete, a petición mía, a fin de agilizar la discusión eminentemente política y técnica, para
lo cual estaba yo mejor preparado que el intérprete oficial Gonzalo Plaza, quien en términos
generales, tenía un mejor dominio del inglés e innegablemente una pronunciación más elegante
pero menos caribeña que la mía. Más aun, el propio Burnham prefería esta solución, a fin de no
tener que usar al Embajador Guyanés como su intérprete.
No tomé nota alguna de las conversaciones que siempre se desarrollaron en el más cordial y
festivo ambiente, pero recurrí a mi memoria, y al término de cada sesión, me tomé el trabajo de
reconstruirlas. El Embajador Insanally encontró siempre aceptables estas anotaciones.
Por cortesía para con el canciller venezolano, quien no asistió a todas las conversaciones, le
entregué la copia de este original que paso ahora a trascribir.
97
-XIIRESIDENCIA EN ESTADOS UNIDOS
98
RESIDENCIA EN ESTADOS UNIDOS
1981-1997
Nunca figuró en mis planes, por absurdos o irreales que ellos fueran, que terminaría mi vida en los
Estados Unidos. Creí siempre que el lugar ideal para vivir un jubilado era Londres, la ciudad que lo
ofrece todo y que además está apenas a una o dos horas de París. Más tarde cambie de opinión y
soñé con pasar mis últimos días en algún pequeño pueblo de la provincia venezolana: Chiguará,
por ejemplo, pero nunca- lo repito- se me ocurrió pensar en los Estados Unidos y menos en una
ciudad como Miami, conjunción de todo lo negativo del norteamericano y del latinoamericano.
Circunstancias especiales me llevaron a Miami. Mi casa en Venezuela había sido alquilada, mi
única hija estudiaba en la Universidad de Miami, y mi mujer ya tenía planes avanzados para
quedarse en Miami, por lo menos hasta que la hija terminara los estudios. No me quedaba pues,
otra alternativa que, por lo menos temporalmente, residenciarme en la Florida. Formado dentro
de un concepto legalista, el primer obstáculo que se me presentaba era el de obtener permiso de
las autoridades de inmigración para vivir por un tiempo sin problemas. Mi mujer sugirió una
solución satisfactoria. Como siempre he sido amigo de estudiar, por qué no adelantar estudios en
la Universidad de Miami, y así obtener visas F-1 y F-2 para legalizar la situación de ambos por el
tiempo de duración de los estudios, que era más o menos cinco años para un Doctorado en
Filosofía.
La Universidad norteamericana, siguiendo la tradición medioeval, otorga solo tres doctorados:
derecho, medicina y filosofía. El de filosofía cubre los demás campos del conocimiento humano.
Por eso, mi Ph.D. lo fue en Relaciones Interamericanas.
No existe entre este instituto de enseñanza y la universidad latino-americana ninguna similitud. De
común solo tienen el nombre y la función de otorgar al término de un periodo aproximado de
cuatro años, un título académico que califica al titular para ejercer un oficio o una profesión
determinada. Así inicie yo una exposición que hice ante una conferencia de rectores de
universidades de América Latina que se realizó en la Universidad de Miami, a la cual fui
especialmente invitado.
A la universidad norteamericana ingresan todos los años decenas de miles de jóvenes no mayores
de 18 años, provenientes de los más apartados lugares del país a iniciar una nueva vida, alejados
de sus padres y libres para satisfacer deseos y aspiraciones reprimidas durante los tiempos de la
educación secundaria, y de paso, tratar de adquirir algunos conocimientos o explorar
oportunidades en el panorama deportivo donde las remuneraciones son más elevadas que las que
puede ofrecer la mayoría de las profesiones liberales. Dentro de estos criterios, el joven que se
inicia en los estudios universitarios, lo hace siempre en una institución distante del domicilio
paterno, divorciado por completo del ambiente de su localidad.
99
Con cierto cinismo, se define la universidad como el camino para lograr las tres eses (S´s): Sex,
Sport y Study. Y en ese mismo orden. Los primeros meses del primer semestre de estudio, que
siguen a una orientación de una semana sobre la vida universitaria, que obligatoriamente se
suministra a padres y alumnos, constituyen un período de complicada acomodación. Cambio de
dormitorios, cambio de compañeros de cuarto, inicio y ruptura de relaciones amorosas, lo cual
obviamente afecta a los estudiantes que ya han superado tal etapa. Esto se explica por el requisito
que existe de residir los dos primeros años de estudio en el campo universitario, que se justifica
como necesario ingreso al presupuesto de la institución.
El grupo privilegiado entre los nuevos ingresados lo constituye aquellos que vienen con becas para
jugar futbol, béisbol, tenis, baloncesto, natación y otros deportes. Este grupo se aloja en mejores
edificios, reciben mejor alimentación y es objeto de la admiración general. El deporte es de la
esencia de la universidad, más aun que el aspecto académico. Durante mis años en la Universidad
de Miami, podía ufanarme de pregonar que mi universidad era la número uno en los Estados
Unidos, por varios conquistó el campeonato nacional de futbol, y eso la elevaba al rango de
NÚMERO UNO.
Aun cuando la universidad opera a tres niveles, licenciatura, maestría y doctorado, la verdadera
universidad es la del primer nivel. Allí están cursando estudios, divirtiéndose y practicando
deportes el 90 por ciento de los estudiantes. Allí están las muchachas bonitas, los jóvenes atletas,
el entusiasmo juvenil.
Los estudios, bueno, han comenzado. El profesor no pretende dictar cátedra ni pontificar sobre la
materia que enseña. Se limita a despertar interés por el tema que le corresponde y remite al
estudiante a la biblioteca a preparar un “paper” sobre el asunto. En la clase siguiente se discute el
famoso paper, actuando simplemente como moderador y estimulando el debate, se menciona el
tema siguiente y se procede en la misma forma hasta el final del curso. Cada profesor fija su
criterio de evaluación, tomando en cuenta los trabajos presentados, su participación en la clase y
el resultado del examen final, en porcentajes tales que restan importancia a este examen. Como
en todas partes, los hay buenos, los hay malos y hay algunos regulares. Como el profesor es juez y
parte, el estudiante se cuida mucho de no antagonizarlo; y como además el profesor tiene
garantía de estabilidad, su poder es casi absoluto.
Como el nivel educativo de la secundaria no es muy alto, los estudiantes de Latinoamérica que
vienen a este país poco tienen que aprender durante los cuatro primeros semestres, esto los
induce a la vagancia y al aprovechamiento del ambiente de liberación sexual predominante, con el
consiguiente deterioro de su comportamiento en los siguientes semestres. Algunos sobreviven y
otros optan por dedicarse a otras labores.
La verdadera educación norteamericana comienza en los estudios para Maestrías,
indudablemente de un nivel muy alto, superior al de la misma universidad europea, por la
abundancia de recursos y de medios técnicos, tecnológicos y humanos que solo existen en los
100
Estados Unidos. Por eso aquí el Ph.D., tiene el valor de un título nobiliario en las monarquías
europeas.
Durante mi actuación parlamentaria presidí junto a Pedro Amaré del Castillo la Comisión de
Reforma Universitaria, y con tal ocasión se generó un debate público sobre la universidad
venezolana. Fue entonces cuando Arturo Uslar Pietri emitió un juicio lapidario sobre el tema. No
puede haber una universidad de primera en un país de segunda o de tercera. Y es que la calidad de
una universidad depende de sus recursos económicos; medios para pagar los mejores profesores
que se puedan conseguir en el mercado mundial, medios para adquirir las publicaciones que
aparezcan en este mismo mercado, medios en fin, para comprar los instrumentos que la
tecnología moderna pone al alcance de la ciencia.
Siempre refiero mi propia experiencia. Cuando fui a realizar las investigaciones necesarias para la
preparación de mi disertación doctoral, me fue suficiente acudir a la biblioteca de la Universidad,
indicar una o dos palabras claves que identificaran mi investigación, y a los pocos días recibí un
folleto de cien o más páginas, con un índice de cuanto se había publicado en el hemisferio
occidental y parte del oriental, sobre el objeto de mi estudio. Todas esas publicaciones estaban a
mi disposición, algunas en la biblioteca de la misma universidad, otras en las distintas
universidades y en bibliotecas de diferentes lugares del país. Bastaba con que seleccionara los
títulos y periódicamente recibía el texto solicitado, una fotocopia o una micro-copia. Todo, sin
costo alguno. Eso solo ocurre en este país, el más rico y poderoso de la tierra.
El curso de cinco años para el Ph.D. lo hice en tres y veía acercarse el problema de la residencia,
pues ya había dejado de ser estudiante. Como el año que sigue a la graduación se considera parte
del proceso de estudios, pues está dedicado a lo que se denomina “entrenamiento práctico”, la
Universidad me ofreció una posición como Consejero de Estudiantes Internacionales, y cuando ya
concluía esta extensión, me ofreció un cargo permanente como Director adjunto del Servicio de
Estudiantes Internacionales. Como yo era necesario en ese momento, negocié la aceptación del
cargo, comprometiéndose la Universidad a tramitarme primero, una visa H-1 y
subsiguientemente, a trasformar esta visa en residencia permanente, que me daba la libertad
necesaria para tomar en un futuro la decisión que creyera más conveniente.
Dos años después el servicio de Inmigración me otorgó el famoso “green card” que es la prueba de
la residencia legal en el país y entonces me fui de la Universidad, no sin haber desempeñado antes
el cargo de investigador en la Escuela de Post-grado de Asuntos Internacionales, de donde había
egresado.
Me preparé para regresar a Venezuela. Corría el año de 1986 y estaba Lusinchi en la Presidencia.
Durante mi labor parlamentaria había forjado con él una muy buena amistad que excedía los
límites de la cordialidad entre colegas. En la discusión de los proyectos de ley, en los debates en
torno a esos proyectos y a otros temas, discutimos muchas veces fórmulas y soluciones
convenientes para el país. Por eso no me extrañó que un día me dijera: “Márquez, entre tu y yo
101
que pertenecemos a corrientes políticas opuestas, existe una mayor identidad, que la que puede
existir entre mi compañero Falcón Briceño y yo. Existe entre nosotros algo más fundamental una
identidad generacional”.
Habiendo mantenido mi amistad con Carlos Andrés Pérez, acudí a él para llegar a Lusinchi, y Carlos
André quedó en llamarme una vez que tuviera respuesta de Lusinchi. Nunca he sabido si Lusinchi
no se mostró dispuesto a ayudarme, o si el intermediario creyó conveniente dejar de lado mi
ofrecimiento, para así mantener su posición de único protector mío en el seno de Acción
Democrática. Desilusionado, regresé a Miami.
Con el triunfo electoral de Carlos Andrés Pérez en 1988, renacieron mis esperanzas de volver a la
vida política, pues durante el intervalo del decenio constitucional en que Carlos Andrés
manipulaba para su futura re-elección, mantuve relaciones con él y en más de una oportunidad le
manifesté mi confianza en formar parte de su equipo de gobierno cuando volviera a llegar al
poder.
Terminados los festejos conmemorativos de su coronación, esperaba yo ver al líder de masa en
campaña por todo el país vendiendo los planes que se proponía poner en acción, para los cuales
tenía que contar con el entusiasta respaldo del pueblo que lo había elegido, tal como la había
hecho su maestro y mentor don Rómulo Betancourt, arrancando encendidos aplausos de las
masas populares cuando les anunciaba un severo plan económico que obligaba a una reducción de
los sueldos y salarios. Para sorpresa mía y de cuantos algo entienden de los mecanismos de la
política, Carlos Andrés deja en manos de los tecnócratas que ha seleccionado para integrar su
nuevo gabinete, la ejecución de esos planes, con la consiguiente reacción de repudio y violencia de
quienes mal podían entender esa volta face del gobierno social demócrata hacía una economía
neo-liberal, diametralmente opuesta al ideario socialista.
A pesar del pre-aviso del 4 de febrero, Carlos Andrés, ya sin sensibilidad política, continúa viajando
por el mundo, disfrutando la lujuria del poder, haciendo de cuando en cuando algunos toques
técnicos en el Aeropuerto de Maiquetía, para proseguir a otro destino, gozando y divirtiéndose
con fondos del estado.
Esperé algún tiempo a que me llamara, pero la llamada no llegó nunca. Al final, mi hermana Gloria
al oír por la radio el nombramiento de alguien para una Embajada que se esperaba me ofrecería el
Presidente me llamó por teléfono para decirme simplemente: “Tu, ya no vas pa´l baile”.
Posteriormente, el Ministro Izaguirre, amigo y vecino mío de Prados del Este, me manifestó que
Carlos Andrés estaba interesado en ayudarme, pero a pesar de la intervención del policía Izaguirre,
tal propósito no cristalizó.
Por razones fortuitas, se me ofreció un día, aquí en Miami, el cargo de Director de Asuntos
Internacionales en el Cedars Medical Center, y allí desarrollé un programa de expansión de los
servicios del hospital a los países de América Latina, estableciendo vínculos de reciprocidad con los
102
afines de esos países. Cuando todo parecía andar bien, una poderosa empresa nacional decidió
adquirir el hospital y entonces procedí a renunciar al cargo que no se justificaba sino dentro de
una política que no formaba parte del programa de los nuevos propietarios.
Curiosamente, al organizar los documentos de mi retiro, me encontré con que tenía derecho a una
pensión del Seguro Social, aparte del beneficio de seguro conocido con el nombre de Medicare,
que incluía también a mi mujer. Sin haberlo siquiera pensado, descubro que tengo resuelto el
difícil problema de sobrevivir y la garantía de servicios médicos y asistenciales gratuitos, que
incluyen el suministro de las medicinas que se requieren, también completamente gratis. No podía
esperar más. El sistema social norteamericano, me había salvado la vida y me aseguraba mi
supervivencia y la de mi mujer.
Ha sido para mi materia conflictiva, conciliar mi agradecimiento a este país y mi rechazo a su
política exterior, hipócrita y falsa, aunque siempre recubierta con una fina corteza de
acomodaticia moralidad. Me ha sido doloroso ambientarme en una sociedad materialista,
decadente y corrompida. Me resulta enojoso convivir con grupos humanos interesados solo en los
beneficios económicos que puedan alcanzar, sin preocuparse por entender los valores positivos
que generan esos “beneficios”. Y solo encuentro como un consuelo, la posibilidad de un día
cualquiera volver a la tierra que me vio nacer, a la tierra donde están sepultos mis antepasados, a
la tierra donde aprendí los conceptos básicos sobre los cuales edifiqué la cultura y la educación
que hoy tengo, a la Venezuela de Bolívar y Bello.
Así es la vida, cruel, injusta, incomprensible.
103
-XIIIREFLEXIÓN FINAL
104
REFLEXIÓN FINAL
Estas confesiones de la vida de una figura más de lo que hoy se llama “el país político” para
diferenciarlo de “el país nacional” que es aquel integrado por el ciudadano-votante-consumidor,
cuyo objetivo fundamental es tener un trabajo, buenos servicios públicos, seguridad personal y
seguridad social, carecerían de sentido si no condujeran a la formulación de un esquema políticoeconómico que sirva de marco a un plan formal para resolver la situación que se critica.
Aun cuando parezca paradójico y hasta contradictorio, existen ya en Venezuela una serie de
elementos básicos, necesarios para crear ese esquema, acerca de los cuales –aun cuando parezca
raro- hay un consenso general. Nadie pone en duda la existencia de una grave crisis que abarca
todos los estratos que conforman el alma nacional. Hay pues, unanimidad en la tesis de la crisis.
Hay también cierto criterio general que identifica las causas de esa crisis: Venezuela es un país que
consume más de lo que produce; que gasta más de lo que gana; y que presta más de lo que
ahorra. Venezuela tiene una mayoría popular que no ofrece ninguna solución constructiva; un
gobierno que carece de soluciones; y una exigua minoría reaccionaria que ofrece malas soluciones.
Venezuela sufre de una corrupción administrativa institucionalizada; de un sistema educativo
ineficiente; de un poder legislativo desvinculado de la realidad nacional; de un poder judicial que
no inspira ninguna confianza; y de un sector privado industrial y comercial, ayuno por completo de
sensibilidad social y de vocación nacionalista. Podría decirse entonces, que se sabe de la existencia
de una grave enfermedad del cuerpo social, y que se tiene pleno conocimiento del diagnóstico de
tal enfermedad.
Igualmente se ha hecho el pronóstico de la enfermedad: un desmembramiento del cuerpo social,
que estimulado por la descentralización administrativa, puede llevarlo a su desaparición como
ente político. Para ilustrar este pronóstico, apelando a ejemplos conocidos, podría suceder con
Venezuela, lo que aconteció con Somalia. Todavía queda allí en la parte nororiental del continente
africano, con costas sobre el Océano Índico, un territorio que responde a ese nombre, pero que
carece de un gobierno central y, por tanto de personalidad internacional. Alternativamente,
podría pasarle lo de Honduras o El Salvador o cualquiera otra de las llamadas repúblicas
bananeras, donde el Embajador Americano es un Pro-Cónsul a quien el Presidente nominal del
país, somete para su aprobación previa las decisiones que estudia, a cambio de la ayuda técnica y
financiera que recibe.
En lo que no hay acuerdo alguno, ni fórmula mágica, ni gallo enmochilado, es el tratamiento que
debe darse a la crisis nacional, como no sea el de atribuir todos los males y todos los problemas al
sector político, que no es ni más ni menos culpable, que el mismo país nacional, que es quien ha
elegido a estos políticos; o al sector industrial y comercial, o que el estamento militar o los grupos
profesionales.
Como el presupuesto nacional es el instrumento que estructura la acción gubernamental, la
solución de la crisis debe buscarse en la orientación del gasto público que señala dicho
presupuesto. La primera medida, es forzosamente, la reducción de ese gasto a un nivel inferior al
de los ingresos estimados. Para lograr tal objetivo se requiere definir los sectores sobre los cuales
105
va a incidir esa reducción. Para facilitar este análisis. Es conveniente hacer una primera división
entre dos grandes sectores: el civil y el militar.
Los gastos del sector militar deben reducirse por lo menos en un treinta por ciento. Debe
establecerse una relación matemática entre los gastos militares y el producto bruto nacional, a fin
de que ese crecimiento esté condicionado al crecimiento del PTB. Venezuela no es ni puede ser
nunca una potencia militar. Venezuela no es ni ha sido nunca un país agresor. Las Fuerzas
Armadas Nacionales deben estar limitadas a una fuerza, defensiva, moderna y ágil, capaz de
proteger sus fronteras por un lapso suficiente como para acudir a los organismos internacionales
existentes. Venezuela no puede mantener un ejército igual al de Francia, ni tampoco escuelas
militares, produciendo oficiales que deben de inmediato ocupar cargos que no se requieren. Lo
lógico sería que los egresados de cada escuela se reintegren a la vida civil para formar un ejército
de reserva, con excepción de aquellos que quieran hacer carrera militar y así lo hayan demostrado
en sus años de estudio, siempre y cuando haya plazas disponibles. Venezuela no puede seguir
pagando los cuantiosos gastos que demanden los desfiles militares. Valga de ejemplo, el caso de
uno de los desfiles militares de 1995. En el Día de la Independencia, fiesta estrictamente nacional,
desfilaron más de 25.000 hombres. En el histórico acontecimiento mundial conmemorativo de la
Toma de la Bastilla, Francia, una potencia nuclear de primer orden, organizó un desfile de 4.000
soldados. Huelgan comentarios.
Los gastos del sector civil deben reducirse en una proporción igual o mayor. La poda de la
burocracia es ineludible. No menos de 200.000 cargos públicos deben ser eliminados y centenares
de oficinas, institutos autónomos y entes ministeriales deben seguir el mismo camino.
Obviamente, los sectores de educación y salud deben ser protegidos a toda costa, pero dentro de
cada uno de esos sectores debe procederse a una re-orientación del gasto. Así por ejemplo, en la
educación superior debe eliminarse toda ayuda o subsidio aquellas escuelas o facultades de las
cuales egresan profesionales que no necesita el país; y en el sector salud, debe ponerse énfasis en
la medicina preventiva pero mejorando los servicios de medicina curativa En el sector de
relaciones exteriores, debe eliminarse por lo menos el cincuenta por ciento de los cargos,
fusionando embajadas y fortaleciendo consulados. Además de la economía que esto representa, el
país incrementaría su prestigio en el exterior, acabando con la presencia de funcionarios que con
su conducta lesionan la dignidad nacional, o evitando que puedan ser asesinados por compatriotas
enloquecidos como anota Pablo Neruda en sus Memorias, al referirse a la incapacidad de esta
gente.
Contrario a los postulados de la política neo-liberal ahora en boga, el gobierno debe promulgar
una serie de regulaciones que al tiempo que garanticen la calidad del producto elaborado en el
país, limiten las utilidades exageradas de comerciantes e industriales. Tales regulaciones resultan
fáciles de enforzar porque en Venezuela no hay un solo producto nacional que no tenga un
contenido importado, ni un comerciante o industrial que no tenga o no haya tenido un crédito de
alguna entidad oficial, en las más favorables condiciones, con el pretexto de que el proyecto o
negocio contribuye al desarrollo económico del país. Esos grandes empresarios, admirados como
promotores de grandes empresas, apenas si han aportado un porcentaje simbólico del capital
106
invertido en la empresa, sin relación alguna con el capital social que solo figura en el balance, para
fines legales.
La importación de insumos para las industrias y la de productos acabados necesarios para el
consumo nacional, deberá estar sometida a un régimen de control temporal, igual al que se fije a
las regulaciones de precios. La política monetaria deberá someterse a las reglas de juego que
impone el Fondo monetario Internacional, y el gasto público no podrá tener otro aumento que
aquel que demande el crecimiento vegetativo de la población, y solo en lo que respecta al sector
educativo.
La política impositiva debe manejarse con criterio de equidad y de justicia, conciliando el carácter
progresivo de la tributación con la necesidad de estimular la inversión generadora de trabajo y de
empresas.
Debe enfrentarse el problema de PEDEVESA, una empresa dolarizada y siliconizada, que opera
como una multinacional, totalmente desvinculada de la realidad venezolana. Los sueldos,
beneficios, privilegios y utilidades marginales que reciben los empleados de esta corporación
deben ser homologados con los que normalmente disfrutan el resto de los venezolanos, acabando
así con estas dos Venezuelas: la de la gente de PEDEVESA y la del resto del país, no obstante que
ambos sectores contribuyen por igual al desarrollo del país.
Esta acción frente a PEDEVESA podría servir de pretexto para convocar al sector obrero para que
participe en un convenio con los sectores industrial, comercial y de servicios en el cual se acuerde
una especie de moratoria nacional con duración de un quinquenio, durante el cual no se hará uso
del recurso de huelga ni se pedirán aumentos de salarios, a cambio de la estabilidad de los precios,
al tiempo que el Estado asegure a todos los interesados que no habrá modificación alguna en las
tasas impositivas, ni en el régimen cambiario, ni en las tasas de interés.
Finalmente, debe estimularse la creación de un gran movimiento nacionalista, que no solo honre a
los héroes del pasado, sino que también reconozca los valores del presente. Un movimiento capaz
de motivar a todos los venezolanos en la obra de construir una Venezuela mejor, que hundiendo
sus raíces en el pasado se avoque a impulsar los planes aprobados por el país nacional para el
futuro.
Obviamente el país necesita un equipo capaz de impulsar un programa como el enunciado.
Pareciera a veces que no existen esos hombres, pero en toda situación de crisis, el cuerpo social
reacciona con vitalidad suficiente como para proyectar los líderes que demanda la situación. Así
ha ocurrido en otros países. No hay razón para que no ocurra lo mismo en Venezuela.
107
Descargar