Subido por Alfredo Martinez

Busquemos y alcancemos una posición elevada

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Busquemos y alcancemos una posición
espiritual elevada en la vida
Élder Robert D. Hales
Del Quorum de los Doce Apóstoles
Charla fogonera del SEI para jóvenes adultos • 1 de marzo de 2009 • Universidad Brigham Young
Qué gozo es estar en su compañía esta noche y compartir mi testimonio del evangelio restaurado de Jesucristo. Me
uno a ustedes para dar gracias por los principios del Evangelio que nos ofrecen una visión eterna y nos enseñan cómo
tener gozo en esta vida y en la vida venidera.
Después de ser apartado en el Templo de Salt Lake como Ayudante de los Doce Apóstoles, el élder LeGrand Richards,
que era 46 años mayor que yo, me puso el brazo sobre los hombros y me susurró al oído: «Oh, si pudiera volver a ser
un muchacho con toda la vida por delante». ¿Volver a ser un muchacho? ¡Yo tenía 42 años! La razón por la que
menciono esto es porque esta noche voy a hablarles como si fueran un poquito más jóvenes de lo que piensan que son.
Mis queridos hermanos y hermanas, los miro a los ojos y veo en ustedes a la juventud de Sión, un ejército real con un
noble legado. Ustedes son el ejemplo para las generaciones futuras, como dice el himno: «¿Fallará en la defensa de
Sión la juventud … ? ¡No! … Firmes creced en la fe que guardamos».!
Esta noche me gustaría hablarles acerca de la manera de crecer siempre «firmes en la fe», y les digo que únicamente
podemos hacerlo al buscar, alcanzar y retener una elevada posición espiritual en la vida.
¿Qué se entiende por una posición elevada?
Resulta interesante que los profetas de todas las dispensaciones hayan buscado inspiración en las cimas de las
montañas; por ejemplo, Moisés vio a Dios cara a cara en una «montaña extremadamente alta» (véase Moisés 1:1– 2).
Nefi «[subió] al monte y [clamó] al Señor» (véase 1 Nefi 17:7–8). El hermano de Jared vio al Cristo preterrenal — una
experiencia enormemente sagrada— en el monte Shelem (véase Éter 3:13). Isaías y Miqueas, del Antiguo Testamento,
profetizaron que «en lo postrero de los tiempos. será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los
montes» (Isaías 2:2; véase también Miqueas 4:1; 2 Nefi 12:2).
Nuestro Salvador también ascendía a los montes con frecuencia en busca de guía espiritual y para enseñar a Sus
discípulos. Cristo se transfiguró ante Pedro, Santiago y Juan «aparte [en] un monte alto» (véase Mateo 17:1–2;
Marcos 9:2; véase también Lucas 9:28). Uno de Sus más grandiosos discursos —el de las Bienaventuranzas— se
enmarca en el gran Sermón del Monte (véase Mateo 5:1). En otra ocasión ascendió a una montaña próxima al mar de
Galilea y cuando las multitudes se le acercaron Él las bendijo y sanó a todos los que estaban afligidos (véase Mateo
15:29–31).
Desde esa posición elevada, tanto los profetas de la antigüedad como el Señor mismo recibieron guía y poder para
guardar los mandamientos y servir al prójimo. Buscar una posición espiritual elevada consiste en alzarse por encima
del mundo y sus tentaciones y seguir a nuestro Salvador. Esta noche quisiera compartir con ustedes cierto relato de
las Escrituras en el que se demuestra la importancia de buscar una posición elevada y permanecer en ella.
La importancia de la posición elevada
Lehonti, en el Libro de Mormón, nos enseña una importante lección sobre cómo buscar y conservar una posición
elevada (véase Alma 47). Lehonti condujo a sus seguidores a lo alto de un monte donde edificó un fuerte que les
brindara seguridad y protección. El rey lamanita envió a su ejército, liderado por un disidente nefita llamado
Amalickíah, para vencer a Lehonti y subyugar a su pueblo. Pero Amalickíah era «un hombre muy hábil para lo malo»
(Alma 47:4), y deseaba «granjearse la buena voluntad de los ejércitos de los lamanitas», a fin de destronar al rey y
«apoderarse del reino» (Alma 47:8).
En tres ocasiones Amalickíah envió mensajeros a Lehonti para decirle que descendiera hasta el valle y se reuniera con
él, y las tres veces Lehonti se negó a abandonar la seguridad que le brindaba su posición elevada. Sin embargo,
Amalickíah fue persistente. y la cuarta vez fue él quien subió al campamento de Lehonti y le dijo, básicamente: «Sal
de tu fuerte, —lleva tus guardias y me reuniré contigo» (véase Alma 47:12).
Esta vez Lehonti aceptó la invitación de Amalickíah y abandonó la seguridad que le ofrecía la cima del monte.
Amalickíah compartió con él su pérfido plan y lo tentó con la victoria y el poder, invitándole a descender del monte a
la mitad de la noche con sus hombres para rodear al ejército lamanita mientras éste dormía. Amalickíah le prometió
rendirse a él y entregarle el mando de todo el ejército lamanita, siempre y cuando Lehonti lo nombrara a él segundo al
mando.
El plan se llevó a cabo como había planeado Amalickíah; el ejército lamanita se rindió y Lehonti se convirtió en su
jefe. Pero entonces Amalickíah mandó a sus siervos que administraran veneno lentamente a Lehonti. Una vez muerto
Lehonti, Amalickíah tomó el mando de ambos ejércitos, llegó a dominar al pueblo de Lehonti y regresó victorioso al
rey de los lamanitas, momento en el que completó su malévolo plan dando muerte al rey y convirtiéndose en
gobernante de los lamanitas.
El engaño de Amalickíah nos muestra la forma en la que obra Satanás en nuestra vida. Sus tentaciones son
invitaciones persistentes a que abandonemos nuestra posición elevada y nuestro refugio espiritual. Armado con una
gran paciencia, aguardará a que cedamos a sus señuelos. Lehonti no respondió la primera vez que Amalickíah le envió
un mensajero, ni la segunda vez, ni siquiera la tercera, pero a la cuarta visita abandonó por un momento la seguridad
de su posición elevada y sucumbió a las falsas promesas de poder y gloria. Dado que la muerte de Lehonti no fue
inmediata, puede que por unos días llegara a gloriarse de su condición de comandante en jefe del ejército lamanita y
que hasta pensara que había valido la pena abandonar la fortaleza edificada en lo alto de la montaña. Pero al igual que
acontece con la traición de Amalickíah, los señuelos del adversario siempre son de corta duración, además de
venenosos. Siempre que abandonamos nuestra posición elevada, sucumbimos a la enfermedad espiritual.
¿Por qué debemos permanecer en una posición elevada?
¿Ven la gran importancia de permanecer en una posición elevada? Así como el Salvador llamó a Sus discípulos a ir a
Él a una montaña para ser ordenados con el poder del sacerdocio (véase Marcos 3:13–15), Él nos invita a todos
nosotros, Sus discípulos de la actualidad, a venir a Él. Quienes acepten tal invitación recibirán bendiciones que no
están a su alcance en ningún otro lugar.
En esta vida tendremos pruebas constantes para ver si seremos obedientes a los mandamientos de Dios; sin embargo,
todas las pruebas de este período de probación tienen como finalidad hacernos más fuertes, y ¡no hacernos caer ni
derrotarnos! El Señor enseñó al profeta José Smith:
«Todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien» (D. y C. 122:7);
tus aflicciones no serán más que por un breve momento;
«y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará» (D. y C. 121:7–8).
En ocasiones olvidamos quiénes somos: ¡Somos hijos de Dios y estamos luchando por alcanzar la exaltación!
Queremos vivir eternamente en la más elevada de las posiciones: la presencia de Dios, el Padre, y Su Hijo Jesucristo.
Se llama la exaltación. Pero sucede que, a veces, al igual que Lehonti, nos situamos en circunstancias comprometedoras cuando optamos por abandonar, aunque sea brevemente, la seguridad que nos ofrece la observancia de
los mandamientos, volviéndonos vulnerables a Satanás y a las tentaciones del mundo.
Permanezcamos juntos en la posición elevada
Recuerden que Lehonti no fue el único que sufrió las consecuencias de sus decisiones. En muchas ocasiones tanto
ustedes como yo creemos que comprometer nuestras normas «no daña a nadie salvo a uno mismo», pero en realidad
son muchos los que cuentan con que seamos obedientes, dignos, verídicos y castos. Piensen en sus amigos, sus
padres, sus hermanos y hermanas, pero sobre todo piensen en su cónyuge eterno y en sus hijos. Aun cuando no estén
casados, ese cónyuge y sus futuros hijos tienen interés en el bienestar espiritual de ustedes. Las decisiones que tomen
ahora determinarán si serán dignos o no de ellos en el futuro.
Puede que algunos no se casen. Permítanme decirles que lo más importante que deben recordar es mantenerse en una
posición elevada y asegurarse de que sean dignos, porque se nos dice que habrá muchas bendiciones en las
eternidades que serán merecidamente suyas. Así que no se desanimen tanto. Lo más importante es mantenerse
dignos, fieles y en una elevada posición espiritual.
Cuando Lehonti abandonó la fortaleza y sucumbió a la tentación, todo su pueblo sufrió por ello. Amalickíah los llevó
de nuevo al cautiverio y muchos murieron en batallas posteriores. En nuestra condición de seguidores conversos del
Salvador, se nos manda fortalecer a quienes nos rodean. Ascendemos hasta una posición elevada no sólo para
salvaguardarnos del adversario, sino también para elevar a otros a un lugar seguro.
Las buenas amistades nos ayudan a permanecer en una posición elevada, nos fortalecen y nos ayudan a vivir los
mandamientos cuando estamos con ellos. Los verdaderos amigos no nos obligan a escoger entre las vías del Señor y
las de ellos (véase Isaías 55:8). Si sus amigos actuales los están alejando del sendero estrecho y angosto, y los están
bajando de su posición elevada, ¡aléjense de ellos de inmediato! No permitan que las burlas de aquellos que han
escogido el «edificio grande y espacioso» los avergüencen al grado de alejarlos de su refugio espiritual (véase 1 Nefi
8:25–28).
Escojan a sus amigos con cuidado. De pequeño mi madre me llevaba a un estanque donde dábamos de comer pan a
los cisnes. Era una gran maestra. Ella solía decirme: «¿Ves algún buitre o ave de presa entre estos bellos y tranquilos
cisnes? Sólo hay cisnes porque ¡las aves de la misma especie vuelan juntas»! El mensaje fue sencillo. Los amigos
reflejan el tipo de persona que son ustedes y con el que se sienten cómodos en la vida. De entre sus amistades ustedes
escogerán a un compañero eterno, y son sus amigos quienes les ayudan a mantenerse en el sendero recto y angosto y a
permanecer firmes y fieles.
Al mismo tiempo, debemos preguntarnos: «¿Qué clase de amigo soy?». Sean buenos ejemplos; sean una luz al
mundo; lideren y guíen a aquellos que estén a su alrededor por la senda de la rectitud. Ellos dependen de ustedes para
elevarlos y fortalecerlos.
Cómo permanecer en una posición elevada: el deseo y la fe
¿Cómo se logra alcanzar una posición elevada y permanecer en ella? En primer lugar, debemos tener el deseo de ser
siempre fieles a las enseñanzas, los mandamientos y los convenios del Evangelio, y esforzarnos por hacerlo. Debemos
procurar las bendiciones que emanan de dicha obediencia, y esto se logra al cultivar un entorno en el que el Espíritu
pueda estar siempre con nosotros. Una vez que nos hallemos en esa posición elevada, nos mantenemos en ella por
medio de la obediencia a los mandamientos, el estudio y la oración, al vivir los principios de una vida providente y de
autosuficiencia, al prepararnos para realizar y honrar los convenios del templo y al formar matrimonios y familias
fuertes.
Para alcanzar una posición elevada primero debemos tener el deseo de estar en el reino de Dios y por encima de las
cosas del mundo. La fe es el elemento principal de ese deseo. Las Escrituras explican que la fe «no [es] un
conocimiento perfecto», pero aunque no tengamos «más que un deseo de creer», podemos desarrollar nuestra fe
experimentando con la palabra ((Alma 32:26–27); es decir, nuestra fe crece al guardar los mandamientos.
La fe en el Señor Jesucristo es el primer principio del Evangelio y la piedra angular de nuestra salvación eterna. Al
ejercer fe en nuestro Salvador y al poner en práctica Sus enseñanzas en nuestra vida, nos fortaleceremos y no
temeremos al mundo ni daremos oído a sus cantos de sirena. La amonestación del Señor de confiar en Él es clara:
«Elevad hacia mí todo pensamiento; no dudéis; no temáis» (D. y C. 6:36).
Podemos ser como José Smith cuyo servicio al Señor comenzó con la sencilla fe de un joven en un versículo de las
Escrituras: «Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios» (Santiago 1:5). La oración sincera de José
fue contestada con la Primera Visión, y a partir de ese momento, él siguió las instrucciones del Señor. Al igual que le
sucedió a José a medida que maduró, también nosotros creceremos fielmente en el servicio al Evangelio, seremos más
como nuestro Salvador al cuidar de los demás, al ser generosos y al testificar si confiamos en el Espíritu Santo para
guiarnos en todo lo que hagamos.
Tengamos el espíritu con nosotros
Al ejercitar nuestra fe, podremos alcanzar una posición elevada si confiamos en el Espíritu. Al ser bautizados recibimos el don del Espíritu Santo por la imposición de manos por aquellos que tienen la autoridad, tal y como dijo el
Salvador que sucedería cuando prometió a Sus antiguos apóstoles que les daría un Consolador (véase Juan 14:26). Me
maravilla que aunque los apóstoles fueron muertos por motivo de su fe —salvo Judas— permanecieron fieles al
Salvador hasta el fin.
El Espíritu Santo también nos ofrecerá guía, valor y entereza para permanecer en una posición elevada. Mediante Su
influencia, podemos recibir revelación como respuesta a nuestras oraciones, mantener un fuerte testimonio del
Salvador durante toda la vida, perseverar hasta el fin y alcanzar la vida eterna.
Ninguno de nosotros es inmune a las tentaciones del adversario; por eso estamos aquí en la mortalidad. Es una
prueba. Todos precisamos la fortaleza que se nos dispensa a través del Espíritu Santo. Cuán importante es que, durante los momentos de tribulación cuando somos probados, ¡no hagamos nada que nos impida disfrutar del consuelo,
la paz y la guía del Espíritu! La compañía del Espíritu nos dotará de la fortaleza para resistir al mal y, cuando sea
necesario, arrepentirnos y regresar al sendero estrecho y angosto que conduce a la salvación eterna.
Considero que no podremos alejarnos mucho de la posición elevada si tenemos siempre el Espíritu con nosotros.
Cada día de reposo se nos presenta la oportunidad de renovar nuestro convenio bautismal participando de la Santa
Cena, con lo cual prometemos al Señor que estamos dispuestos a tomar Su nombre sobre nosotros, a recordarle
siempre y a guardar Sus mandamientos (véase D. y C. 20:77). Si estamos dispuestos a hacerlo, tenemos la gran
promesa de que siempre tendremos Su Espíritu con nosotros.
El rey Benjamín explicó en el Libro de Mormón la importancia de estar dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre
del Salvador:
«No hay otro nombre dado por el cual venga la salvación; por tanto, quisiera que tomaseis sobre vosotros el nombre
de Cristo, todos vosotros que habéis hecho convenio con Dios de ser obedientes hasta el fin de vuestras vidas.
«Y sucederá que quien hiciere esto, se hallará a la diestra de Dios, porque sabrá el nombre por el cual es llamado;
pues será llamado por el nombre de Cristo» (Mosíah 5:8–9).
En nuestro esfuerzo por tomar sobre nosotros el nombre de Cristo, por ser cristianos, hacemos que tanto Él como Su
obra ocupen el primer lugar en nuestra vida. Nos santificamos y tratamos de llegar a ser como Él al tratar de hacer Su
voluntad y servir fielmente a nuestro prójimo. Alcanzamos una posición espiritual elevada al obedecer de este modo
las impresiones del Espíritu Santo.
La obediencia
La obediencia a las enseñanzas de Cristo nos permite mantener nuestra posición elevada. El salmista escribió:
«¿Quién subirá al monte de Jehová? …
«El limpio de manos y puro de corazón» (Salmos 24:3- 4).
Nuestras manos quedan limpias y nuestro corazón puro por medio de la obediencia.
En la existencia preterrenal se nos bendijo con el albedrío, o sea, la capacidad para escoger, y lo conservamos en esta
vida mediante la obediencia; ésta nos libera de la esclavitud de Satanás. Si somos fieles y obedientes, él no puede
dominarnos ni controlarnos. Creo que lo que debemos recordar es que, si tenemos el Espíritu con nosotros, tenemos
luz, y Satanás, el príncipe de la oscuridad, no puede soportar la luz. Por lo tanto, con esa luz, si le decimos que se
aparte, se tiene que apartar.
Pero tal y como sucede en el relato de Lehonti y Ama- lickíah, el adversario es muy listo en sus tentaciones, y nos
engatusa para que juzguemos escoger algo momentáneo a fin de que descendamos de nuestra posición elevada. En
ese proceso, podemos perder todas las bendiciones que están reservadas para los fieles. Deseo inmensamente que
comprendan que ustedes no tienen que vivir lamentando sus malas decisiones o su desobediencia. Vienen a mi mente
las palabras de Whittier:
De todas las palabras, habladas o escritas, son éstas las más tristes: «¡Podría haber sido!».2
No hay nada más triste que pasar la vida presente abrumado por las decisiones del pasado. Lo que tienen que
recordar del arrepentimiento es que uno de sus elementos es el perdonarse a uno mismo, el desprenderse de ello y el
Señor no lo traerá a nuestra memoria. Recuerda que no hay nada que hayas hecho que te impida abandonarlo.
Si llegara semejante momento de debilidad, entiendan que gracias a la expiación de nuestro Salvador Jesucristo hay
un camino de regreso para que mediante el arrepentimiento regresemos a Ellos con honor. Aun cuando ya estemos
sintiendo los efectos de la ponzoña del mal, hay un antídoto. Podemos ser restaurados a una plenitud de salud
espiritual y de felicidad. La misericordia puede satisfacer las demandas de la justicia si nos arrepentimos y nos
volvemos al Padre en nuestras oraciones y nuestra conducta. El arrepentimiento y la obediencia a los mandamientos,
el ser fieles y cumplir nuestros convenios nos permitirán volver a ser dignos de las bendiciones eternas.
El estudio y la oración
La oración y el estudio fieles y reflexivos constituyen otra manera importante de mantenernos en nuestra posición
elevada. ¡Hay tanto que aprender de nuestro Salvador! Cuando fue tentado por Lucifer, oró a Su Padre Celestial en
busca de fortaleza, y dijo: «Vete de mí, Satanás» (Lucas 4:8).
Deben entender que tienen un cuerpo mortal debido a que tomaron la decisión de venir a este mundo para tener una
experiencia mortal, pero Satanás nunca tendrá un cuerpo, ni tampoco sus seguidores. Y cuando le ordenen que se
aparte, se tiene que apartar. Una vez que entiendan eso, empezarán a comprender quiénes son como hijos de Dios.
¿Qué habría sucedido si Lehonti hubiera orado en busca de guía como lo hizo Jesús? Yo creo que no habría accedido a
la petición de Amalickíah que lo llevó a salir de la seguridad que le ofrecía la cima de la montaña. Estoy convencido de
que el Espíritu habría advertido a Lehonti de los peligros que le acechaban a él y a su pueblo. Me siento agradecido
por las Escrituras, ya que puedo aprender de personas que han sido ejemplos de fidelidad y valor, y evitar los errores
de aquellos que no fueron fieles. Me siento agradecido por poder acudir a la oración en busca de guía y seguir las
impresiones del Espíritu.
También me siento agradecido por la oportunidad que tenemos de aprender al estudiar y observar a otras personas,
en particular a nuestras familias. Qué gran influencia tuvo mi madre en mí. Nunca habría hecho nada que pudiera
lastimarla. También amaba a mi padre; él no me predicaba, sino que, calladamente, me dio un buen ejemplo,
guiándome gracias a su tierna persuasión y sus bondadosas expectativas. Siendo el menor de nuestra familia, también
aprendí de mi hermano y hermana mayores; me decía a mí mismo: «¡Caray, yo no quiero cometer ese error!». Es muy
interesante. Si pueden aprender de las Escrituras y de aquellos que les rodean sin tener que experimentarlo ustedes
mismos, eso ayuda mucho. Pero la mayor de las influencias que he recibido es la de mi compañera eterna. La decisión
más importante de nuestra vida es con quién nos casamos, y estoy muy agradecido por mi querida esposa, por el
ejemplo que ha sido para mí durante más de 50 años y por habernos guiado, a mí y a nuestra familia, por el sendero
estrecho y angosto.
El bienestar espiritual y temporal
Además de la fe, el don del Espíritu Santo, el estudio y la oración, el Señor nos ha dado otros principios importantes
para nuestro bienestar espiritual y temporal que nos permitirán permanecer en una posición elevada.
El almacén del Señor es temporal y espiritual a la vez. Mediante la fe y la obediencia a los mandamientos edificamos
una reserva espiritual de fortaleza para encarar los problemas de la vida. Pero debemos reabastecerla todo el tiempo.
Es como la historia del maná en el Antiguo Testamento. Los israelitas debían recoger maná fresco todos los días, así
que tenían que ser fieles para que se les reabasteciera. Así funciona el poder espiritual. De igual modo, debemos
ceñirnos a los sabios principios de una vida providente y de la autosuficiencia para de ese modo disponer de recursos
temporales con los cuales satisfacer nuestras necesidades y servir al prójimo.
Por vida providente se entiende no codiciar las cosas de este mundo, utilizar los recursos terrenales con prudencia y
no malgastarlos, aunque vivamos en épocas de abundancia. Una vida providente implica además evitar las deudas
excesivas y contentarse con tener lo suficiente para cubrir nuestras necesidades.
Por ejemplo, uno de los elementos de una vida providente es obtener una formación académica o vocacional que nos
prepare para acceder a una profesión con la que podamos sostenernos a nosotros mismos y a nuestra familia. El
siguiente paso consiste en ser merecedores del salario que cobramos. Semejante ética laboral, aunada a cualidades
como la integridad, el carácter y la confiabilidad, nos califican para ser un «obrero… digno de su salario» (D. y C.
31:5).
Otro elemento de una vida providente es la facultad de ser dichosos viviendo dentro de nuestras posibilidades,
evitando contraer deudas excesivas y no codiciando las cosas temporales de este mundo. Mi deseo es que ustedes
lleguen a entender esto ahora, a su edad. En la sociedad actual parece reinar cierto sentimiento de que se debe
adquirir de inmediato todo lo que nuestros padres tardaron años en conseguir. La deuda puede esclavizarnos. La
carga de la deuda excesiva acaba con nuestro preciado albedrío para caer en una servidumbre autoimpues- ta que nos
obliga a dedicar todo nuestro tiempo, esfuerzos y medios al pago de las deudas. Una creciente sensación de
desesperanza derivada de esta situación genera una tensión que culmina en una depresión mental y física que afecta
nuestra autoestima, nuestra relación con el cónyuge y, en última instancia, nuestros sentimientos hacia el Señor.
Es esencial que entendamos la necesidad de tener un plan de gastos y de ahorro, un presupuesto, y que distingamos
entre deseos y necesidades. He pensado a menudo que una relación de compañerismo no sólo se fundamenta en las
atesoradas dos palabras «Te amo», sino en cinco palabras que demuestran verdadero cariño: «No tenemos dinero
para comprarlo». Cuando una pareja toma decisiones económicas es preciso que hablen el uno con el otro. Si uno de
los cónyuges realiza una compra sustancial sin antes analizarlo juntos y consultarlo con el Señor en oración, se
produce una tensión económica en el matrimonio, ¡y esa tensión ecónomica es la causa principal del divorcio! (Eso y,
por supuesto, la inmoralidad.) Si las parejas no son uno tanto en lo temporal como en lo económico, les garantizo que
no van a serlo tampoco en lo espiritual.
La autosuficiencia conlleva el aceptar la responsabilidad de nuestro propio bienestar temporal y espiritual, y la de
aquéllos que nuestro Padre Celestial ha confiado a nuestro cuidado. Es más fácil emular al Salvador y servir y
bendecir al prójimo cuando se es autosuficiente. Nos elevamos a una posición más alta para poder tender una mano y
elevar a los demás. La razón de su éxito en la vida no será para su propia gratificación, sino para ayudar al prójimo.
Nuestra capacidad para servir aumenta o disminuye según nuestro nivel de autosuficiencia.
Estos principios de bienestar son pautas prácticas que nos enseñan un estilo de vida prudente, el cual nos reportará
felicidad en nuestro diario vivir y nos preparará para encarar y soportar los retos y los imprevistos ante las pruebas de
la vida. Una vez aplicados dichos principios de bienestar a nuestra propia vida, entonces seremos capaces de
permanecer en una posición elevada y de tender una mano a quienes necesiten ayuda. También podemos enseñarles a
tener una vida providente y a ser autosuficientes en su vida.
Estos principios son igual de importantes para una persona y para una familia. Si aún no están casados, empiecen a
ponerlos en práctica ustedes mismos para que, llegado el momento, hayan adquirido buenos hábitos. Esa
autodisciplina bendecirá enormemente a su familia en el futuro.
El pago del diezmo y de las ofrendas de ayuno es un elemento importante al establecer un estilo de vida próvido. El
pago del diezmo y de las ofrendas contribuye al desarrollo de la rectitud personal y fortalece nuestra fe para
sostenernos en medio de las pruebas, las tribulaciones y los pesares de la vida. Permite sofocar la sed egoísta y
temporal de las cosas del mundo y redirige nuestros pensamientos y hechos hacia objetivos eternos, así como hacia
una disposición para ayudar a los necesitados. Si estamos dispuestos a dar el diezmo y las ofrendas, seremos
bendecidos y experimentaremos un poderoso cambio de corazón: de la mentalidad mundana de tomar y obtener
pasamos a la actitud cristiana de amar, compartir y dar.
Si nos preparamos obedeciendo los principios de bienestar, no sólo no temeremos (véase D. y C. 38:30) por nosotros
mismos, sino que seremos capaces de superar nuestra adversidad y de ayudar a otras personas que pasen por
momentos de necesidad. Ésa es la gran bendición de la vida providente y de ser autosuficientes. Espero que todos
ustedes lo aprendan y lo pongan en práctica en su vida.
El templo
El tener una vida providente también nos bendice con el tiempo y la paz mental para concentrarnos en otros aspectos
importantes relacionados con el mantenerse en una posición elevada. Llegar al templo es alcanzar la más elevada de
las posiciones que podemos lograr en la vida terrenal. Actualmente, el templo constituye nuestra cima de la montaña;
es la casa que el Señor ha escogido para impartir Sus sagradas enseñanzas, efectuar convenios y ordenanzas eternos y
comunicarnos personalmente con Él. Ahí es donde hacemos convenios con el Señor y, cuando los hacemos, es como si
estuviéramos ante Su presencia.
El templo es un lugar alejado del mundo, dedicado y consagrado al Señor. Es un sitio donde se aprende sobre la
fundación del mundo, el propósito del hombre para esta vida y los requisitos necesarios para recibir bendiciones
eternas. Allí, lo que se registra en la tierra queda registrado en los cielos y lo que se sella en la tierra queda sellado en
el cielo por el tiempo de esta vida y por la eternidad. Los convenios eternos que concertamos con el Señor en el templo
jamás pueden quebrantarse—salvo por nuestra propia desobediencia. Si somos obedientes a esos convenios y
ordenanzas eternos, estaremos preparados para vivir eternamente con Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo. El templo
es, además, el sitio al que podemos acudir ante el Señor en oración y presentarle nuestros deseos e inquietudes. Es un
lugar sagrado en el que podemos meditar y orar pidiendo fortaleza para hacer frente a los problemas y para solicitar
guía para nuestra vida. En los momentos de tribulación o de toma de decisiones cruciales que tanto abruman nuestra
mente y alma, podemos llevar nuestras inquietudes al templo y recibir guía espiritual. Espero que todos ustedes
aprovechen de eso en su vida.
Los convenios del templo y la adoración en él son vitales para mantenerse en una posición elevada. Si aún no hemos
recibido los sagrados convenios del templo, debemos tener la mira puesta en ir allí y recibir las bendiciones que el
Señor nos promete. Después de haber ido al templo, debemos regresar a él de manera fiel y con frecuencia para
adorar y efectuar ordenanzas sagradas a favor de otras personas.
Muchos de ustedes se están preparando para sellarse eternamente con un hijo o hija escogido de nuestro Padre
Celestial. Algunos de los presentes ya tienen esa bendición y se están preparando para cumplir con sus responsabilidades como padres. Tanto si esas bendiciones llegan en esta vida o en la venidera, ellas vendrán a todos los que son
fieles. Si ustedes nacieron de padres sellados en el templo, agradézcanles a ellos y a su Padre Celestial esa gran
bendición. Si no es el caso, sientan gratitud por sus padres y por todo aquel que les haya ayudado a estar hoy en la
posición elevada del Evangelio. Comprométanse a sellarse en el templo para así criar a sus hijos en el convenio. Las
bendiciones del matrimonio en el templo que disfruten en esta vida y en la venidera los bendecirán a ustedes y a su
posteridad por toda la eternidad.
Cómo edificar matrimonios y familias fuertes
Al esforzarnos por observar los convenios del templo y edificar matrimonios y familias fuertes, nos fortalecemos a
nosotros mismos con el escudo de la fe para defendernos de los dardos encendidos del adversario.
Sabiendo que necesitamos las ordenanzas y los convenios del templo para acceder al más alto grado de gloria del
reino celestial, a menudo me he preguntado qué motiva a quien los ha tomado sobre sí y ha llegado a una posición
elevada a quebrantar tales convenios y bajar de tal posición. Dicha infidelidad, por otro lado, rompe los corazones del
cónyuge y de los hijos, quienes desean ser una familia eterna.
Con los años he visto a muchísimas parejas que han logrado tener matrimonios fuertes y dinámicos al haberse
mantenido fieles a sus convenios del templo. A modo de conclusión, permítanme compartir con ustedes lo que he
visto hacer a esos matrimonios de éxito. Estas cosas aparentemente «pequeñas» han fortalecido y reforzado a esas
familias.
Primero, las parejas que edifican matrimonios y familias fuertes saben quiénes son: hijos e hijas de Dios. Se fijan
metas eternas para regresar nuevamente a vivir con nuestro Padre Celestial y con Su Hijo, Jesucristo, esforzándose
por dejar atrás las sendas del hombre natural.
Segundo, conocen las doctrinas del Evangelio y la importancia de las ordenanzas y los convenios del templo. Saben
que la observancia de estos convenios es necesaria para alcanzar sus metas eternas.
Tercero, eligen obtener las bendiciones eternas del reino de Dios antes que las posesiones temporales y pasajeras del
mundo; buscan una posición elevada y permanecen en ella.
Cuarto, esas parejas saben que cuando son selladas por el tiempo de esta vida y por la eternidad, ya han escogido a su
compañero o compañera eterno, y que ya no hay necesidad de seguir buscando. Los días de cortejo se han acabado.
Quinto, estas parejas piensan en su cónyuge antes que en sí mismos. Crecen juntos, sin distanciarse, a medida que se
prestan servicio mutuo, se aman, se cuidan y se comunican juntos con el Señor en oración. Suelen conversar con
frecuencia, por lo que las cosas pequeñas nunca se convierten en grandes cosas. Hablan de las «pequeñas heridas» sin
dilación y sin temor a ofender. Así evitan las grandes explosiones de sentimientos amargos. ¡Es mucho mejor dejar
salir algo de vapor antes de que estalle la válvula de presión! Estas parejas buscan el beneficio del cónyuge y evitan
caer en el egoísmo, pues éste asfixia la sensibilidad espiritual. No fastidian, ridiculizan ni critican a sus cónyuges
delante de otras personas, pues saben que tales palabras y conductas dañan el potencial eterno de su relación. Están
dispuestos a cambiar su corazón, a arrepentirse, a disculparse y a pedir perdón si han herido a un ser amado.
Trabajan ahora para mejorar su relación, ¡sabiendo que la muerte no los va a hacer más buenos como por arte de
magia! Cultivan un espíritu considerado y amable y siempre se aman, y al obrar así se levantan uno a otro a una
posición elevada y se fortalecen mutuamente en su determinación por permanecer allí juntos.
Conclusión y testimonio
Mis hermanos y hermanas, espero que alcancen a ver la importancia de buscar y mantener una posición espiritual
elevada en la vida y traer a otros a esa posición con nosotros. Espero y ruego que entiendan verdaderamente quiénes
son y dirijan su vida de modo que siempre tengan el Espíritu con ustedes. Sólo así alcanzarán la posición espiritual
elevada que les permitirá, a ustedes y a su posteridad, merecer todas las bendiciones que por derecho les pertenecen.
Ruego que las más selectas bendiciones del Señor desciendan sobre ustedes, la nueva generación. Ustedes son el
ejército real que les conducirá a ustedes, a sus familiares, a sus amistades y a aquellos a quienes sirven hasta una
posición elevada. Testifico que los que hacen de la búsqueda de una posición elevada y del mantenerse en ella el
propósito de su vida recibirán un día la bendición de estar en la más elevada de todas las posiciones: la presencia de
Dios, el Padre, y de Su Hijo, Jesucristo. Ruego que todos vivamos dignos de alcanzar tales bendiciones celestiales por
medio de nuestra obediencia al observar convenios sagrados; es mi oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.
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