Economía del Cuidado y Políticas Públicas en El Salvador Según Esquivel (2011), lo que actualmente es llamado “economía del cuidado”, tiene su origen en el llamado “debate sobre el trabajo doméstico”. Desarrollado en los 70s, el debate buscó “comprender la relación entre el capitalismo y la división sexual del trabajo, con una clase privilegiada (los maridos) y una clase subordinada (las amas de casa).” En este sentido, la economía del cuidado hace referencia de aquellas “actividades y prácticas necesarias para la supervivencia cotidiana de las personas en la sociedad en que viven”. Actividades que van desde el autocuidado, el cuidado directo de otras personas, la provisión de las precondiciones en que se realiza el cuidado y la gestión del cuidado y que son asociadas al trabajo no remunerado realizado en el ámbito del hogar. Asimismo, al ser actividades realizadas particularmente por las mujeres, el trabajo doméstico o de cuidados se considera improductivo, ya que no produce bienes o servicios tangibles. Sin embargo, las actividades de cuidado cumplen una función esencial en las economías capitalistas: la reproducción de la fuerza de trabajo; en otras palabras, permiten que el capital disponga todos los días de trabajadores y trabajadoras en condiciones de emplearse. (Rodríguez Enríquez, 2015). La división sexual del trabajo genera marcadas desigualdades en la distribución de los distintos tipos de trabajo entre mujeres y hombres. Tal y como lo plantea López (2016), a pesar de diversos esfuerzos realizados, las condiciones laborales a las que se enfrentan las mujeres siguen siendo “desventajosas, respecto a las de los hombres; y es que, de alguna manera las actividades productivas a las que se dedica la fuerza de trabajo femenina siguen estando condicionadas por normas, prejuicios y creencias sociales que establecen lo masculino y lo femenino. Los estereotipos sociales de género continúan determinando qué estudiar y/o en qué trabajar”. Estos roles de género se inculcan desde edades tempranas a los niños y niñas, y tal como se plantea anteriormente, estos influyen en sus decisiones futuras. Al caracterizar a los y las jóvenes que no estudian ni trabajan, Cambara y Rivera (2016) concluyen que la mayoría son mujeres: ocho (79.9%) de cada 10 son mujeres y dos (20.1%) de cada 10 son hombres. Para las mujeres esto implica un alto costo en su trayectoria futura, ya que las hace dependientes económicamente de otras personas y dificulta su inserción en el mercado laboral. Sin embargo, también afecta a las mujeres que ya están insertadas en el mercado laboral ya que no implica necesariamente que se elimine o se reduzca el trabajo no remunerado que realizan en los hogares. Según la Digestyc (2017), las mujeres que tienen un trabajo remunerado dedican aproximadamente 4 horas diarias al trabajo doméstico y de cuidado, mientras que los hombres dedican alrededor de 1.5 horas diarias. De acuerdo con Álvarez (2018), los cuidados en El Salvador se caracterizan por: (a) limitar el desarrollo integral de las mujeres dentro de la economía monetaria; (b) esquema maternalista, es decir, que recaen sobre las madres y abuelas; y (c) desigual distribución del trabajo de cuidados. En este sentido, se hace necesario plantear políticas públicas del cuidado. Estas políticas como “aquellas que involucran acciones públicas referidas a la organización social y económica del trabajo destinado a garantizar el bienestar físico y emocional cotidiano de las personas con algún nivel de dependencia.” Por lo tanto, se tienen en consideración tanto a los destinatarios del cuidado, como a las personas proveedoras de éste e incluyen medidas destinadas tanto a garantizar el acceso a servicios, tiempo y recursos para cuidar y ser cuidado, como a velar por su calidad mediante regulaciones y supervisiones.” (CEPAL, 2015). En El Salvador existe una coyuntura y un marco normativo favorable, además, Martínez Franzoni (2016) plantea que en términos demográficos, el momento actual es “ideal para incidir en una reorganización de los cuidados, en la cual el Estado se convierta en líder de procesos y de soluciones en la forma de regulaciones, transferencias y servicios, que atienden problemas experimentados por la población entorno a los cuidados, aprovechando el bono demográfico.” Sin embargo, también reflexiona sobre el déficit de cuidados en la actualidad, en el cual las mujeres y las familias han sido “desbordadas en su capacidad de cuidar”. A pesar de ello, la crisis de los cuidados también nos da la oportunidad de reorganizarlos de una manera más equitativa y eficiente. BIBLIOGRAFÍA. Álvarez, I. (2018). Reconocimiento de los cuidados en El Salvador. Avances y tareas pendientes. Fundación Friedrich Ebert. Bolaños Cámbara, F., & Rivera M. (2016). Los jóvenes nini en El Salvador. Fundaungo Esquivel, V. (2011) La economía del cuidado en América Latina: poniendo a los cuidados en el centro de la agenda. PNUD. DIGESTYC (2017). Encuesta de Uso del Tiempo López, M. (2016). Inserción de las mujeres en el mercado de trabajo salvadoreño. ECONOMÍA HOY. Págs. 4-9. Rodríguez Enríquez, C. (2005). Economía del cuidado y la política económica: una aproximación a sus interrelaciones. CEPAL. Rodríguez Enríquez, C. (2015). Economía feminista y economía del cuidado: aportes conceptuales para el estudio de la desigualdad. Revista NUEVA SOCIEDAD n° 256. Salvador, S. (2015). Política de cuidados en El Salvador. Opciones, metas y desafíos. CEPAL