* Nació en 1925 en la Ciudad de México, pero cuando aún era muy pequeña la llevaron a vivir a Comitán, Chiapas. * Dos acontecimientos marcaron el inicio de su vida y probablemente despertaron su sensibilidad creativa, la muerte de su hermano menor (hijo predilecto de la familia por ser varón) y observar la vida de los indígenas. * Fue profesora en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en la Universidad de Wisconsin, en la Universidad Estatal de Colorado y en la Universidad de Indiana. * Dos temas son el centro de su escritura: el sometimiento de las mujeres a los hombres y a la vida doméstica, y las condiciones desfavorables e injustas del sector indígena. * Sus novelas Balún Canán y Oficio de tinieblas, así como su libro de cuentos Ciudad Real conformaron la trilogía indigenista más importante de la narrativa mexicana. * Otros escritos destacados son sus poemarios Trayectoria de Polvo y Lívida luz, su ensayo “Mujer que sabe latín…”, los textos de carácter autobiográfico Lecciones de cocina y Rito de iniciación, su obra de teatro El eterno femenino, el ensayo “La novela mexicana contemporánea y su valor testimonial” y su última obra Álbum de familia; sólo por mencionar algunos títulos de su vasta producción. * En 1971 fue nombrada embajadora de México en Israel, donde combina las actividades diplomáticas con la cátedra en la Universidad Hebrea de Jerusalén. * Falleció en Tel Aviv el 7 de agosto de 1974. Sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres. Liturgia Literaria ROSARIO CASTELLANOS 5 ROSARIO CASTELLANOS BALÚN-CANÁN IV Es una fiesta cada vez que vienen a casa los indios de Chactajal. Traen costales de maíz y de frijol; atados de cecina y marquetas de panela. Ahora se abrirán las trojes y sus ratas volverán a correr, gordas y relucientes. Mi padre recibe a los indios, recostado en la hamaca del corredor. Ellos se aproximan, uno por uno, y le ofrecen la frente para que la toque con los tres dedos mayores de la mano derecha. Después vuelven a la distancia que se les ha marcado. Mi padre conversa con ellos de los asuntos de la finca. Sabe su lengua y sus modos. Ellos contestan con monosílabos respetuosos y ríen brevemente cuando es necesario. Yo me voy a la cocina, donde la nana está calentando café. —Trajeron malas noticias, como las mariposas negras. Estoy husmeando en los trasteros. Me gusta el color de la manteca y tocar la mejilla de las frutas y desvestir las cebollas. —Son cosas de los brujos, niña. Se lo comen todo. Las cosechas, la paz de las familias, la salud de las gentes. He encontrado un cesto de huevos. Los pecosos son de guajolote. 6 —Mira lo que me están haciendo a mí. Y alzándose el tzec, la nana me muestra una llaga rosada, tierna, que le desfigura la rodilla. Yo la miro con los ojos grandes de sorpresa. —No digas nada, niña. Me vine de Chactajal para que no me siguieran. Pero su maleficio alcanza lejos. —¿Por qué te hacen daño? —Porque he sido crianza de tu casa. Porque quiero a tus padres y a Mario y a ti. —¿Es malo querernos? —Es malo querer a los que mandan, a los que poseen. Así dice la ley. —Diles que vengan ya. Su bebida está lista. Yo salgo, triste por lo que acabo de saber. Mi padre despide a los indios con un ademán y se queda recostado en la hamaca, leyendo. Ahora lo miro por primera vez. Es el que manda, el que posee. Y no puedo soportar su rostro y corro a refugiarme en la cocina. Los indios están sentados junto al fogón y sostienen delicadamente los pocillos humeantes. La nana les sirve con una cortesía medida, como si fueran reyes. Y tienen en los pies –calzados de caites- costras de lodo; y sus calzones de manta Liturgia Literaria La caldera está quieta sobre las brasas. Adentro, el café ha empezado a hervir. 7 están remendados y sucios y han traído sus morrales vacíos. Cuando termina de servirles la nana también se sienta. Con solemnidad alarga ambas manos hacia el fuego y las mantiene allí unos instantes. Hablan y es como si cerraran un círculo a su alrededor. Yo lo rompo, angustiada. —Nana, tengo frío. Ella, como siempre desde que nací, me arrima a su regazo. Es caliente y amoroso. Pero tendrá una llaga. Una llega que nosotros le habremos enconado. VII Esta tarde salimos de paseo. Desde temprano las criadas se lavaron los pies restregándolos contra una piedra. Luego sacaron sus espejos con marcos de celuloide y sus peines de madera. Se untaron el pelo con pomadas olorosas; se trenzaron con listones rojos y se dispusieron a ir. Mis padres alquilaron un automóvil que está esperándonos a la puerta. Nos instalamos todos, menos la nana que no quiso acompañarnos porque tiene miedo. Dice que el automóvil es invención del demonio. Y se escondió en el traspatio para no verlo. Quién sabe si la nana tenga razón. El automóvil es un monstruo que bufa y echa humo. Y en cuanto nos traga se pone a reparar ferozmente sobre el empedrado. Un olfato especial lo guía contra los postes y las bardas para embestirlos. Pero ellos lo esquivan graciosamente y podemos llegar, sin demasiadas contusiones, hasta el llano de Nicalococ. 8 Es la temporada en que las familias traen a los niños para que vuelen sus papalotes, hay muchos en el cielo. Allí está el de Mario. Es de papel de china azul, verde y rojo. Tiene una larguísima cauda. Allí está, arriba, sonando como a punto de rasgarse, más gallardo y aventurero que ninguno. Con mucho cordel para que suba y se balancee y ningún otro lo alcance. Los mayores cruzan apuestas. Los niños corren, arrastrados por sus papalotes que buscan la corriente más propicia. Mario tropieza y cae, sangran sus rodillas ásperas. Pero no suelta el cordel y se levanta sin fijarse en lo que le ha sucedido y sigue corriendo. Nosotras miramos, apartadas de los varones, desde nuestro lugar. Ahora me doy cuenta de que la voz que he estado escuchando desde que nací es ésta. Y ésta la compañía de todas mis horas. Lo había visto ya, en invierno, venir armado de largos y agudos cuchillos y traspasar nuestra carne acongojada de frío. Lo he sentido en verano, perezoso, amarillo de polen, acercarse con un gusto de miel silvestre entre los labios. Y anochece dando alaridos de furia. Y se remansa al medio día, cuando el reloj del Cabildo da las doce. Y toca las puertas y derriba los floreros y revuelve los papeles del escritorio y hace travesuras con los vestidos de las muchachas. Pero nunca, hasta hoy, había yo venido a la casa de su albedrío. Y me quedo aquí, con los ojos bajos porque (la nana me lo ha dicho) es así como el respeto mira a lo que es grande. —Pero qué tonta eres. Te distraes en el momento en que gana el papalote de tu hermano. Liturgia Literaria ¡Qué alrededor tan inmenso! Una llanura sin rebaños donde el... animal único que trisca es el viento. Y cómo se encabrita a veces y derriba los pájaros que han venido a posarse tímidamente en su grupa. Y cómo relincha. ¡Con qué libertad! ¡Con qué brío! 9 Él está orgulloso de su triunfo y viene a abrazar a mis padres con las mejillas encendidas y la respiración entrecortada. Empieza a oscurecer. Es hora de regresar a Comitán. Apenas llegamos a la casa busco a mi nana para comunicarle la noticia. —¿Sabes? Hoy he conocido al viento. Ella no interrumpe su labor. Continúa desgranando el maíz, pensativa y sin sonrisa. Pero yo sé que está contenta. —Eso es bueno, niña. Porque el viento es uno de los nueve guardianes de tu pueblo. OFICIO DE TINIEBLAS III Marcela se detuvo, jadeante. Había corrido hasta sentir que el corazón se le quebraba. No era posible correr más. Avanzó unos pasos, tambaleándose como a punto de caer desplomada. Se sentó en el filo de la banqueta, apretó los párpados con la yema de sus dedos y respiró profunda, ansiosamente. La ciudad entera, con sus ruidos, zumbaba a su alrededor, martirizándola. Esa puerta, batida por un golpe de viento; esas campanadas perezosas y lúgubres; el chasquido del fuete al restallar en el anca del caballo; la insistencia irritante del mendigo. Y el insulto, saliendo a borbotones, torciendo la boca taraceada de oro de una prostituta. 10 Doña Mercedes —repetía el zumbido— doña Mercedes Solórzano. Y Marcela perseguía este nombre, sílaba por sílaba, letra por letra, como si al apoderarse de él entrara en posesión de lo más preciado: la noche, el sueño, la muerte. Porque Marcela no guardaba sino una imagen confusa de la violencia que había sufrido. Detrás de los gestos autoritarios y voraces de Cifuentes (a los que se resistió como lo hacen las bestias, por instinto; y se resistió de manera salvaje, a mordiscos, a arañazos) Marcela vislumbró algo. No lo que tantas mujeres de su condición: el orgullo de ser preferidas por un caxlán. No lo que otras hembras: el peligroso deleite de suscitar un deseo brutal. No, Marcela había adivinado un paraíso: la suprema abolición de su conciencia. Marcela se estremeció y maquinalmente se puso de pie. Miró a su alrededor con extrañeza. ¿Quién la condujo hasta aquí? ¿Cuánto tiempo había permanecido en este sitio? ¿Por qué? No alcanzaba a comprender, no recordaba. Tenía un propósito: volver a Chamula. Echó a andar de prisa, equivocándose, hasta detenerse en el mercado. Allí, sentadas en los escalones, estaban las tzotziles. Aguardaban a Marcela. Enmudecieron al verla aproximarse. Liturgia Literaria Fue sólo un instante. Aflojar las manos, soltar lo que traía entre ellas: la miseria, la zozobra. Entregarlo todo y quedar libre. De su cuerpo, como de un planeta distante, le llegaba un rumor doloroso. Pero Marcela estaba lejos, flotando en una atmósfera densa y tibia, maternal. ¿Por qué la habían arrojado otra vez a la intemperie? Volvió en sí, rodeada de alaridos, cuando la persecución mordió su calcañar. Y había corrido no sabía si huyendo o regresando. ¿Pero cómo se regresa, Dios mío, cómo se regresa? […] 11 Marcela se paró frente a ellas. Muda también. Sus ojos sobrenadaban en un agua turbia y sin fondo. De entre el mujerío surgió una voz que la increpaba. —¿Por qué te dilataste tanto? Ya se va a meter el sol. Por tu culpa vamos a regresar de noche. Tenía derecho a hablar. Era Felipa, la madre de Marcela. Pero Marcela no respondió. Su mutismo irritaba a la mujer. Chillando, con un chillido frágil y ridículo, exigía: —¡Contesta! ¿Qué iba a contestar Marcela? Había entrado en una casa desconocida; había ofrecido sus cántaros a una compradora desconocida. —¿Dónde está la paga? Felipa extendió la mano para recibirla. Pero Marcela no tenía nada que dar. —¿Dónde está la paga? Felipa se irguió. Sus pómulos estaban amoratados de ira. Las demás asistían, atónitas, a la escena. Algunas desviaron el rostro porque la desobediencia no es buena de contemplar. Felipa descendió los escalones, amenazante. —Me vas a entregar ese dinero, grandísima cabrona. 12 Esta palabra repentina, la única en español de aquella frase, restalló como un latigazo. Se alzó el puño colérico, cayó sobre el rostro de la muchacha. El dolor se le quebró en sollozos. —¿Y qué? ¿Qué me vas a decir? ¿Qué te robaron por andar de boca abierta? Por fin toda la energía que las horas de espera habían acumulado en el corazón de aquella mujer, se descargaba en el castigo. También la decepción. Y no sólo de este día. Los años de paciencia ante el infortunio; los años de sufrimiento soportados sin una queja; toda la memoria amarga que el indio adormece en la embriaguez y en la oración, pesaba en el puño cerrado de Felipa. Y cada gemido de Marcela enardecía más y más a su madre. Ya estaba bañada en sudor; ya un calambre agarrotaba su brazo y aún no quería soltar a la víctima. Hasta que una voz imperiosa la paralizó: —¡Déjala! Felipa se volvió, inerme, hacia Catalina. Sumisos los párpados, trémula de fatiga y de aflicción, quiso justificarse. —No merezco reproches, madrecita. Tú misma lo atestiguaste. Yo le pegué a esta Marcela. ¿Pero acaso ella tuvo compasión de mi cara? Mírame. Yo no soy más que una pobre vieja. Mis lomos ya no aguantan el trabajo. Me duelen mucho los pies. Antes ¿dónde iba a ir Dios, que no tuviéramos que darle de comer a nuestra boca? Pero hoy el hombre tiene cargo; desatiende la Liturgia Literaria Era Catalina Díaz Puiljá. Desde su sitio, en el escalón más alto, habló. Y no le fue necesario más que ser escuchada para ser obedecida. 13 milpa; las deudas vienen a levantar la cosecha. ¿Y el dinero? ¿Es que se barre con escoba? ¿Es que se recoge entre la basura? Ay, madrecita, qué te estoy contando. Hace tiempo que el hambre me muerde aquí, entre las costillas. La ilol hizo un gesto displicente para detener aquella catarata de lamentaciones. —Te estorba tu hija. Dámela. Yo la voy a tener bien. Felipa no esperaba esta proposición. El desconcierto mostró desamparadas sus facciones. Ensayó torpemente una excusa. —Te la diera yo, madrecita, si esta Marcela no fuera tan dejada. Pero lo acabas de ver con tus propios ojos. Le robaron la paga de los cántaros. Y así es, siempre. Si la mandas a traer leña te trae leña verde. Si la mandas a tortear deja que las tortillas se tuesten en el comal. Pierde las ovejas del rebaño. Catalina sonrió ante la puerilidad de estos pretextos. —Entonces es mejor que esté conmigo y no contigo. Tú ya no tienes alientos para enderezarla. Yo sí. El tono con que Catalina había hablado era concluyente. Felipa asintió. Dijo bruscamente a Marcela. —Levántate. Desde ahora vas a quedar ajenada. Ya no estás en mi poder. Marcela se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y fue a colocarse detrás de Catalina. Así anduvieron. Así llegaron a San Juan Chamula. […] 14 LOS CONVIDADOS DE AGOSTO —Dicen que los toreros son buenos este año —prosiguió Emelina, indiferente a la respuesta de su interlocutora— Tienen que lucirse. Porque últimamente no nos mandan más que sobras. Emelina depositó con cuidado la taza sobre el plato. Recordaba, con una especie de resentimiento, la feria anterior. No es que los toreros fueran buenos ni malos. Es que no habían sido toreros sino toreras. ¡Habráse visto! Los hombres estaban encantados, naturalmente, con el vuelo que se dieron. Pero ¿y las muchachas? Había sido una decepción, una burla. ¡Cuántas, repasó Emelina mientras se limpiaba con cuidado la comisura de la boca, cuántas esperaron esta oportunidad anual para quitarse de encima el peso de una soltería que se iba convirtiendo en irremediable! Muchachas de los barrios, claro, que no tenían mucha honra que perder y ningún apellido que salvaguardar. […] —Todos los años el señor cura lo repite en su sermón. ¿Qué se sacan por andar loqueando? Que algún extranjero, de los que vienen a las ferias, les tenga lástima, se las lleve a San Cristóbal y, después de abusar de ellas, las deje tiradas allá. Y se regresan tan campantes como si hubieran hecho una gracia. Las debían de apalear. Pero los padres, los hermanos son unos nagüilones, unos alcahuetes. Más bien son ellas las que se encierran, para disimular un poco, hasta que nace su hijo. Cuando vuelven Liturgia Literaria Desde luego ella no. Era una señorita decente, lo cual la eximía lo mismo de las tareas difíciles que de los peligros a que se hallaban expuestas las otras, las de los barrios, las de las orilladas. 15 a asomar no son ni su sombra. Están sosegadas, como si ya hubiera pasado su corazón. […] Al primer toro hubo que empujarlo para que saliera a la lid. Reculaba tercamente, acechando la oportunidad de volver a su refugio. Su pánico era tan manifiesto que contagió de él a sus adversarios que corrían desordenadamente, dándose de encontronazos en su afán de esconderse tras los burladeros. Pasado este primer momento de sorpresa, cada protagonista asumió la actitud que le correspondía. Se hicieron simulacros, tan infortunados como ineficaces, de las suertes que excitan la furia del animal. Pero las banderillas, las intervenciones de los picadores no hicieron más que recrudecerle su nostalgia por los toriles. Además, como todos los culpables, la bestia rehusaba mirar de frente. Ya podía el trapo rojo cubrir hasta el más ínfimo de sus ángulos visuales, que siempre le quedaría el recurso de agachar el testuz y entrecerrar los párpados. […] Los demás ejemplares no alcanzaron cimas más altas que el primero. El público se sentía defraudado y, como siempre, comenzó a patear. Se aproximaba el clímax. Entre el alboroto de las descargas incesantes, fue insinuándose un rumor, tímido, seguro, creciente, de madera que chirría, que cruje, que se rompe, que cae. Lo demás se desarrolló con los pasos sucesivos de un ritual. En la confusión del derrumbe Concha y Emelina quedaron separadas y pugnaban por volver a reunirse, sin lograr romper la barrera de gente y escombros que cada vez las alejaba más. 16 De pronto Emelina comenzó a sentir un mareo intenso; un sudor frío le empapó las manos, corrió a lo largo de su espalda, le puso lívidas las sienes. Sin resistencia fue dejándose tragar por el vértigo. Cuando volvió en sí estaba en brazos de un hombre desconocido que la hacía beber, a la fuerza, un trago de comiteco. Emelina (que no supo si deliraba aún) cesó de hacer gestos de repugnancia y bebió con avidez un sorbo y otro y otro más. El aguardiente le devolvía el pulso, le ordenaba los sentidos, la vivificaba. MUJER QUE SABE LATÍN… La mujer y su imagen Así la mujer, a lo largo de los siglos, ha sido elevada al altar de las deidades y ha aspirado el incienso de los devotos. Cuando no se la encierra en el gineceo, en el harén a compartir con sus semejantes el yugo de la esclavitud; cuando no se la confina en el patio de las impuras; cuando no se la marca con el sello de las prostitutas; cuando no se la doblega con el fardo de la servidumbre; cuando no se la expulsa de la congregación religiosa, del ágora política, del aula universitaria. Esta ambivalencia de las actitudes masculinas no es más que superficial y aparente. Si las examinamos bien, hallaremos una indivisible y constante unidad de propósitos que se manifiesta enmascarada de tan múltiples maneras. Supongamos, por ejemplo, que se exalta a la mujer por su belleza. No olvidemos, entonces, que la belleza es un ideal Liturgia Literaria […] 17 que compone y que impone el hombre y que, por extraña coincidencia, corresponde a una serie de requisitos que, al satisfacerse, convierte a la mujer que los encarna en una inválida, si es que no queremos exagerar declarando, de un modo mucho más aproximado a la verdad, que en una cosa. Son feos, se declara, los pies grandes y vigorosos. Pero sirven para caminar, para mantenerse en posición erecta. En un hombre los pies grandes y vigorosos son más que admisibles; son obligatorios. Pero ¿en una mujer? Hasta nuestros más cursis trovadores locales se rinden ante “el pie chiquito como un alfiletero”. Con ese pie (que para que no adquiera su volumen normal se vendaba en la China de los mandarines y no se sometía a ningún tipo de ejercicio en el resto del mundo civilizado) no se va a ninguna parte. Que es de lo que se trataba, evidentemente. La mujer bella se extiende en un sofá, exhibiendo uno de los atributos de su belleza, los pequeños pies, a la admiración masculina, exponiéndolos a su deseo. Están calzados por un zapato que algún fulminante dictador de la moda ha decretado como expresión de la elegancia y que posee todas las características con las que se define a un instrumento de tortura. En su parte más ancha aprieta hasta la estrangulación; en su extremo delantero termina en una punta inverosímil a la que los dedos tienen que someterse; el talón se prolonga merced a un agudo estilete que no proporciona la base de sustentación suficiente para el cuerpo, que hace precario el equilibrio, fácil la caída, imposible la caminata. ¿Pero quién, sino las sufragistas, se atreven a usar zapatos cómodos, que respeten las leyes de la anatomía? Por eso las sufragistas, en justo castigo, son unánimemente ridiculizadas. 18 […] Se elabora entonces una moral muy rigurosa y muy compleja para preservar a la ignorancia femenina de cualquier posible contaminación. Mujer es un término que adquiere un matiz de obscenidad y por eso deberíamos de cesar de utilizarlo. Tenemos a nuestro alcance muchos otros más decentes: dama, señora, señorita y, ¿por qué no? “hada del hogar”. Una dama no conoce su cuerpo ni por referencias, ni al través del tacto, ni siquiera de vista. Una señora cuando se baña (si es que se baña) lo mantiene cubierto con alguna pudorosa túnica que es obstáculo de la limpieza y también de la perniciosa y vana curiosidad. La señorita se desplaza a tientas en una anatomía de la que tiene nociones equívocas y desemboca con sorpresa, con terror, con escándalo, en pasadizos oscuros, en sótanos cuyo nombre es secreto de “el otro” y no acierta, no debe acertar ni con la figura que la contiene ni con el funcionamiento de lo que le sirve de habitáculo ni con la salida al campo abierto, a la luz, a la libertad. Esta situación de confinamiento, que se llama por lo común inocencia o virginidad, es susceptible de prolongarse durante varios años y a veces durante una vida entera. Liturgia Literaria Monstruo de su laberinto la señorita se extravía en los meandros de una intimidad caprichosa e imprevisible, regida por unos principios que “el otro” conoce hasta el punto de localizar y denominar con exactitud cada sitio, cada recodo, y de predicar la utilidad, sentido y limitaciones de cada forma. 19 La osadía de indagar sobre sí misma; la necesidad de hacerse consciente acerca del significado de la propia existencia corporal o la inaudita pretensión de conferirle un significado a la propia existencia espiritual es duramente reprimida y castigada por el aparto social. Éste ha dictaminado, de una vez y para siempre, que la única actitud lícita de la feminidad es la espera. Por eso desde que nace una mujer, la educación trabaja sobre el material dado para adaptarlo a su destino y convertirlo en un ente moralmente aceptable, es decir, socialmente útil. Así se le despoja de la espontaneidad para actuar; se le prohíbe la iniciativa de decidir; se le enseña a obedecer los mandamientos de una ética que le es absolutamente ajena y que no tiene más justificación ni fundamentación que la de servir a los intereses, a los propósitos y a los fines de los demás. […] No vamos a dejarnos atrapar en la vieja trampa del intento de convertir, por un conjuro silogístico o mágico, al varón mutilado —que es la mujer según Santo Tomás— en varón entero. Más bien vamos a insistir en otro problema. El de que, pese a todas las técnicas y tácticas y estrategias de domesticación usadas en todas las latitudes y en todas las épocas por todos los hombres, la mujer tiende siempre a ser mujer, a girar en su órbita propia, a regirse de acuerdo con un peculiar, intransferible, irrenunciable sistema de valores. Con una fuerza a la que no doblega ninguna coerción; con una terquedad a la que no convence ningún alegato; con una persistencia que no disminuye ante ningún fracaso, la mujer rompe los modelos que la sociedad le propone y le impone para alcanzar su imagen auténtica y consumarse —y consumirse— en ella. 20 La hazaña de convertirse en lo que se es (hazaña de privilegiados sea el que sea su sexo y sus condiciones) exige no únicamente el descubrimiento de los rasgos esenciales bajo el acicate de la pasión, de la insatisfacción o del hastío sino sobre todo el rechazo de esas falsas imágenes que los falsos espejos ofrecen a la mujer en las cerradas galerías donde su vida transcurre. Hacer trizas esa fácil compostura de las facciones y de las acciones; arrojar la fama para que hocen los cerdos; afirmarse como instancia suprema por encima de la desgracia, del Liturgia Literaria Para elegirse a sí misma y preferirse por encima de los demás se necesita haber llegado, vital, emocional o reflexivamente a lo que Sartre llama una situación límite. Situación límite por su intensidad, su dramatismo, su desgarradora densidad metafísica. Monjas que derriban las paredes de su celda como Sor Juana y la Portuguesa; doncellas que burlan a los guardias de su castidad para asir el amor como Melibea; enamoradas que saben que la abyección es una máscara del verdadero poderío y que el dominio es un disfraz de la incurable debilidad como Dorotea y Amelia; casadas a las que el aburrimiento lleva a la locura como Ana de Ozores o al suicidio como Ana Karenina, después de pasar infructuosamente, por el adulterio; casadas que con fría deliberación destruyen lo que las rodea y se destruyen a sí mismas porque nada les está vedado puesto que nada importa, como Hedda Gabler, como la marquesa de Marteuil; prostitutas generosas como la Pintada; ancianas a quienes los años no han añadido hipocresía como Celestina; amantes cuyo ímpetu sobrepasa su objeto como… como todas. Cada una a su manera y en sus circunstancias niega lo convencional, hace estremecerse los cimientos de lo establecido, para de cabeza las jerarquías y logra la realización de lo auténtico. 21 desprecio y aun de la muerte, tal es la trayectoria que va desde la soledad más estricta hasta el total aniquilamiento. Pero hubo un instante, hubo una decisión, hubo un acto en que la mujer alcanzó a conciliar su conducta con sus apetencias más secretas, con sus estructuras más verdaderas, con su última sustancia. Y en esa conciliación su existencia se insertó en el punto que le corresponde en el universo, evidenciándose como necesaria y resplandeciente de sentido, de expresividad y de hermosura. ÁLBUM DE FAMILIA Lección de cocina La cocina resplandece de blancura. Es una lástima tener que mancillarla con el uso. Habría que sentarse a contemplarla, a describirla, a cerrar los ojos a evocarla. Fijándose bien esta nitidez, esta pulcritud carece del exceso deslumbrador que produce escalofríos en los sanatorios. ¿O es el halo de desinfectantes, los pasos de goma de las afanadoras, la presencia oculta de la enfermedad y de la muerte? Qué me importa. Mi lugar está aquí. Desde el principio de los tiempos ha estado aquí. En el proverbio alemán la mujer es sinónimo de Küche, Kinder, Kirche. Yo anduve extraviada en aulas, en calles, en oficinas, en cafés; desperdiciada en destrezas que ahora he de olvidar para adquirir otras. Por ejemplo, elegir el menú. ¿Cómo podría llevar al cabo labor tan ímproba sin la colaboración de la sociedad, de la historia entera? En un estante especial, adecuado a mi estatura, se alinean mis espíritus protectores, esas aplaudidas equilibristas que concilian en las páginas de los recetarios 22 las contradicciones más irreductibles: la esbeltez y la gula, el aspecto vistoso y la economía, la celeridad y la suculencia. Con sus combinaciones infinitas: la esbeltez y la economía, la celeridad y el aspecto vistoso, la suculencia y. . . ¿Qué me aconseja usted para la comida de hoy, experimentada ama de casa, inspiración de las madres ausentes y presentes, voz de la tradición, secreto a voces de los supermercados? Abro un libro al azar y leo: “La cena de don Quijote”. Muy literario pero muy insatisfactorio. Porque don Quijote no tenía fama de gourmet sino de despistado. Aunque un análisis más a fondo del texto nos revela, etc., etc., etc. Ha corrido más tinta en torno a esta figura que agua debajo de los puentes. “Pajaritos de centro de cara”. Esotérico. ¿La cara de quién? ¿Tiene un centro la cara de algo o de alguien? Si lo tiene no ha de ser apetecible. […] Y no es sólo el exceso de lógica el que me inhibe el hambre. Es también el aspecto, rígido por el frío; es el color que se manifiesta ahora que he desbaratado el paquete. Rojo, como si estuviera a punto de echarse a sangrar. Del mismo color teníamos la espalda, mi marido y yo después de las orgiásticas asoleadas en las playas de Acapulco. Él podía darse el lujo de “portarse como quien es” y tenderse boca abajo para que no le rozara la piel dolorida. Pero yo, abnegada Liturgia Literaria Abro el compartimiento del refrigerador que anuncia “carnes” y extraigo un paquete irreconocible bajo su capa de hielo. La disuelvo en agua caliente y se me revela el título sin el cual no habría identificado jamás su contenido: es carne especial para asar. Magnífico. Un plato sencillo y sano. Como no representa la superación de ninguna antinomia ni el planteamiento de ninguna aporía, no se me antoja. 23 mujercita mexicana que nació como la paloma para el nido, sonreía a semejanza de Cuauhtémoc en el suplicio cuando dijo “mi lecho no es de rosas y se volvió a callar”. Boca arriba soportaba no sólo mi propio peso sino el de él encima del mío. La postura clásica para hacer el amor. Y gemía, de desgarramiento, de placer. El gemido clásico. Mitos, mitos. Lo mejor (para mis quemaduras, al menos) era cuando se quedaba dormido. Bajo la yema de mis dedos —no muy sensibles por el prolongado contacto con las teclas de la máquina de escribir— el nylon de mi camisón de desposada resbalaba en un fraudulento esfuerzo por parecer encaje. Yo jugueteaba con la punta de los botones y esos otros adornos que hacen parecer tan femenina a quien los usa, en la oscuridad de la alta noche. La albura de mis ropas, deliberada, reiterativa, impúdicamente simbólica, quedaba abolida transitoriamente. Algún instante quizá alcanzó a consumar su significado bajo la luz y bajo la mirada de esos ojos que ahora están vencidos por la fatiga. Unos párpados que se cierran y he aquí, de nuevo, el exilio. Una enorme extensión arenosa, sin otro desenlace que el mar cuyo movimiento propone la parálisis: sin otra invitación que la del acantilado al suicidio. Pero es mentira. Yo no soy el sueño que sueña, que sueña, que sueña; soy el reflejo de una imagen en un cristal: a mí no me aniquila la cerrazón de una conciencia o de toda conciencia posible. Yo continúo viviendo con una vida densa, viscosa, turbia, aunque el que está a mi lado y el remoto, me ignoren, me olviden, me pospongan, me abandonen, me desamen. 24 DECLARACIÓN DE FE La mujer en el mundo indígena En ese orden estaban comprometidos, agrupados todos los objetos; obedeciendo a una jerarquía, adquiriendo un rango, ocupando un lugar y desempeñando una función. El orden descendía de lo alto. En los trece cielos superiores habitaban dioses de diferentes categorías, oficios y atribuciones, aunque todos emanaban de un primer principio y una causa única. Su variedad no era producto del azar sino manifestación de la ley. En la sociedad humana el hombre tomaba la forma de una división de castas: la sacerdotal, la guerrera, la de los mercaderes y la de los agricultores, cuyas obligaciones y privilegios se correspondían. Y por último en el submundo o infierno cada ser alcanzaba un grado de evolución determinado por su conducta anterior. […] Es lícito preguntarse cuál era, dentro de ese orden y esa jerarquía, el sitio designado a las mujeres. Desde luego vemos que no es Liturgia Literaria … A quien lee por primera vez los textos indígenas, a quien contempla con atención sus monumentos y considera sus obras de arte, le sorprende encontrar una concepción matemática del mundo, una representación geométrica de la naturaleza y una expresión abstracta de lo humano. Observa, en todo el movimiento espiritual indígena, la intención de construir (sobre la multiplicidad de datos que integran los sentidos, sobre el tránsito de las cosas en el tiempo), el esqueleto sólido de un orden en el que los objetos se reducen a número, los espacios a proporción y los misterios a símbolo. […] 25 una posición fija ni inmutable sino que varía de acuerdo con las circunstancias en las que se desarrollaba la historia de los pueblos. Pero en general puede decirse que la preponderancia de un sexo sobre el otro está íntimamente ligada con el factor económico y con la capacidad mayor o menor que tuvieran para contribuir al mantenimiento del grupo social al que pertenecían. Durante la etapa nómada o ciclo de la caza se constituye un patriarcado, pues es el hombre quien suministra, casi de manera exclusiva, lo necesario para la subsistencia. Por ser la constitución biológica de la mujer inadecuada a tal género de vida no sólo se le consideraba como un elemento inferior sino también como un estorbo, como un lastre que la tribu tenía para arrastrar penosamente tras de sí. La maternidad era un valor de signo más bien negativo por lo que alteraba la precaria economía tribal. Además, como se ignoraba cuál era la parte que correspondía al padre en la procreación del hijo, los hombres no podían ver en él ni un objeto de su propiedad ni una forma de supervivencia. Precisamente la imposibilidad padecida por las mujeres de acompañar a los cazadores en sus expediciones (impedidas por las molestias del embarazo y el parto) las obliga a permanecer en un lugar. Así se inicia la sedentarización. En el ocio forzoso al que la mujer se ve confinada, se despiertan sus facultades de observación. Atentamente sigue el proceso de vida y desarrollo de las plantas. Por casualidad (si no queremos conceder nada al espíritu de experimentación) descubre la manera de cultivarlas. Las cosechas, por exiguas que fuesen, por estrechamente que dependieran del azar, representaban una ayuda para resolver el problema de la alimentación. Poco a poco, a medida que se conocían los secretos de los vegetales y se acertaba a domesticarlos, la importancia de esta ayuda fue creciendo. Su regularidad se impuso sobre la intermitencia de la caza hasta convertirse en la 26 Una gran serie de descubrimientos (aparte del maíz, el del frijol, el del algodón y muchas otras plantas útiles; el invento del telar y el del moldeado del barro, etc.) se realizan durante el periodo hortícola matrilineal. Entonces el trabajo incumbe casi exclusivamente a las mujeres. Ixmucané, como caso ejemplar, atendía la huerta y las labores de la casa mientras sus hijos Hunbatz y Hunchoén eran “a un tiempo flautistas, cantores, pintores y talladores”. Además de las funciones del sacerdocio que los hombres jamás abandonaron en manos de las mujeres. Ante esta familia típica se presenta Ixquic, con el título de nuera. Pero es rechazada porque la descendencia sólo se reconocía por la línea materna y nadie podía incorporarse al clan sino era al través de la madre. A Ixquic no la admiten más que después de probar su habilidad (una habilidad casi milagrosa) para recolectar una gran cosecha. A pesar de todo es siempre considerada como una advenediza y sus hijos nacen, a escondidas de todos, en el monte. Pues en este periodo la maternidad era interpretada como el momento en que la persona de la mujer sufría la más grande humillación. Por lo mismo quien lo sufría debía ocultarlo como una vergüenza y como un estigma impuro. […] Al crecer desproporcionadamente la población ya no bastó, para sostenerla, el fruto rendido por la parcela a cuya explotación se aplicaban medios muy rudimentarios. Era preciso crear técnicas nuevas y usarlas en mayor escala, es decir, cambiar la horticultura por la agricultura. Y de esto sólo pudieron Liturgia Literaria fuente primordial de abastecimientos. Se inaugura de este modo la forma de explotación de la tierra llamada horticultura a la que corresponde, en la organización social, el matriarcado, del que el Popol-Vuh nos transmite una vívida imagen. [...] 27 encargarse los hombres. El patriarcado volvió a imponerse, y ahora más sólidamente, como una necesidad. La mujer perdió de golpe su importancia. El nuevo orden había sido creado por los hombres para servir a sus propios intereses. Se instituyó desde luego la poligamia como una costumbre aceptada. Aunque la forma legal y característica del matrimonio fuera la monogámica, de hecho los guerreros como premio a sus hazañas, los nobles como privilegio de su riqueza podían ostentar tantas esposas cuantas fueran capaces de mantener. Por otra parte, la manera de entender la maternidad había variado radicalmente. Asentadas las tribus, con el problema de su subsistencia resuelto de modo satisfactorio, con la idea de imperio alimentando sus ímpetus de expansión y de conquista, los hijos venían a ser un medio más para el logro de sus ambiciones, una nueva forma de propiedad y de dominio. En cuanto a la mujer, negándosele como se le negaba la calidad de persona, su única justificación será la utilidad social que preste. Y como esta no la da su trabajo ni su inteligencia, la dará su cuerpo. Su valor consistirá en ser fecundada. Ser madre será la función esencial de la mujer y a ella debería sacrificarlo todo. […] SER DE RÍO SIN PECES Ser de río sin peces, esto he sido. Y revestida voy de espuma y hielo. Ahogado y roto llevo todo el cielo y el árbol se me entrega malherido. A dos orillas del dolor uncido va mi caudal a un mar de desconsuelo. 28 La garza de su estero es alto vuelo y adiós y breve sol desvanecido. Para morir sin canto, ciego, avanza mordido de vacío y de añoranza. Ay, pero a veces hondo y sosegado se detiene bajo una sombra pura. Se detiene y recibe la hermosura con un leve temblor maravillado. DESTINO El aire no es bastante para los dos. Y no basta la tierra para los cuerpos juntos y la ración de la esperanza es poca y el dolor no se puede compartir. El hombre es animal de soledades, ciervo con una flecha en el ijar que huye y se desangra. ¡Ah! pero el odio, su fijeza insomne de pupilas de vidrio; su actitud que es a la vez reposo y amenaza. Selección de Poemas Matamos lo que amamos. Lo demás no ha estado vivo nunca. Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere un olvido, una ausencia, a veces menos. Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia de respirar con un pulmón ajeno! 29 El ciervo va a beber y en el agua aparece el reflejo de un tigre. El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve —antes que lo devoren — ( cómplice, fascinado ) igual a su enemigo. Damos la vida sólo a lo que odiamos. REVELACIÓN Lo supe de repente: hay otro. Y desde entonces duermo solo a medias y ya casi no como. No es posible vivir con ese rostro que es el mío verdadero y que aún no conozco. SE HABLA DE GABRIEL Como todos los huéspedes mi hijo me estorbaba ocupando un lugar que era mi lugar, existiendo a deshora, haciéndome partir en dos cada bocado. Fea, enferma, aburrida lo sentía crecer a mis expensas, robarle su color a mi sangre, añadir un peso y un volumen clandestinos a mi modo de estar sobre la tierra. 30 Su cuerpo me pidió nacer, cederle el paso; darle un sitio en el mundo, la provisión de tiempo necesaria a su historia. Consentí. Y por la herida en que partió, por esa hemorragia de su desprendimiento se fue también lo último que tuve de soledad, de yo mirando tras de un vidrio. Quedé abierta, ofrecida a las visitaciones, al viento, a la presencia. POESÍA NO ERES TÚ Nada hay más que nosotros: la pareja, los sexos conciliados en un hijo, las dos cabezas juntas, pero no contemplándose (para no convertir a nadie en un espejo) sino mirando frente a sí, hacia el otro. El otro: mediador, juez, equilibrio entre opuestos, testigo, nudo en el que se anuda lo que se había roto. El otro, la mudez que pide voz al que tiene la voz y reclama el oído del que escucha. Selección de Poemas Porque si tú existieras tendría que existir yo también. Y eso es mentira. 31 El otro. Con el otro la humanidad, el diálogo, la poesía, comienzan. AJEDREZ Porque éramos amigos y, a ratos, nos amábamos; quizá para añadir otro interés a los muchos que ya nos obligaban decidimos jugar juegos de inteligencia. Pusimos un tablero enfrente de nosotros: equitativo en piezas, en valores, en posibilidad de movimientos. Aprendimos las reglas, les juramos respeto y empezó la partida. Henos aquí hace un siglo, sentados, meditando encarnizadamente cómo dar el zarpazo último que aniquile de modo inapelable y, para siempre, al otro. DESAMOR Me vio como se mira al través de un cristal o del aire o de nada. Y entonces supe: yo no estaba allí ni en ninguna otra parte ni había estado nunca ni estaría. 32 Y fui como el que muere en la epidemia, sin identificar, y es arrojado a la fosa común. DESTIERRO Hablábamos la lengua de los dioses, pero era también nuestro silencio igual al de las piedras. Éramos el abrazo de amor en que se unían el cielo con la tierra. No era como ahora que parecemos aventadas nubes o dispersadas hojas. Estábamos entonces cerca, apretados, juntos. No era como ahora. LOS ADIOSES Quisimos aprender la despedida y rompimos la alianza que juntaba al amigo con la amiga. Y alzamos la distancia entre las amistades divididas. Selección de Poemas No, no estábamos solos. Sabíamos el linaje de cada uno y los nombres de todos. Ay, y nos encontrábamos como las muchas ramas de la ceiba se encuentran en el tronco. 33 Para aprender a irnos, caminamos. Fuimos dejando atrás las colinas, los valles, los verdeantes prados. miramos su hermosura pero no nos quedamos. REFERENCIAS Partes IV, VII y XX, Balún-Canán, México, Fondo de Cultura Económica, 1983. Fragmentos de las partes I y III, Oficio de tinieblas, México, Planeta, 1999. Fragmentos, Los convidados de agosto, México, Fondo de Cultura Económica, 2019. Fragmento del primer acto “Luna de miel”, en El eterno femenino, México, Fondo de Cultura Económica, 1981. Fragmentos del capítulo I “La mujer y su imagen”, en Mujer que sabe latín…, México, Secretaría de Educación Pública, 1973. Fragmentos de las partes Lección de cocina, Domingo, Cabecita blanca y Álbum de familia, en Álbum de familia, México, Joaquín Mortiz, 1975. Fragmentos del capítulo La mujer en el mundo indígena, en Declaración de fe, México, Alfaguara, 1999. 34 DIRECTORIO Dr. en Ed. Alfredo Barrera Baca Rector M. en E. U. y R. Marco Antonio Luna Pichardo Secretario de Docencia Dr. en C. I. Carlos Eduardo Barrera Díaz Secretario de Investigación y Estudios Avanzados M. en C. Jannet Valero Vilchis Secretaria de Rectoría Dr. en A. José Edgar Miranda Ortiz Secretario de Difusión Cultural Dra. en Ed. Sandra Chávez Marín Secretaria de Extensión y Vinculación M. en E. Javier González Martínez Secretario de Finanzas M. en Dis. Juan Miguel Reyes Viurquez Secretario de Administración Dr. en C. C. José Raymundo Marcial Romero Secretario de Planeación y Desarrollo Institucional M. en L. A. María del Pilar Ampudia García Secretaria de Cooperación Internacional Dra. en Dis. Monica Marina Mondragón Ixtlahuac Secretaria de Cultura Física y Deporte Dr. en C. S. Luis Raúl Ortiz Ramírez Abogado General M. en R. I. Jorge Bernaldez García Secretario Técnico de la Rectoría M. en P. y D. C. Gastón Pedraza Muñoz Director General de Comunicación Universitaria M. en A. P. Guadalupe Santamaría González Directora General de Centros Universitarios y Unidades Académicas Profesionales M. en D. F. Jorge Rogelio Zenteno Domínguez Encargado del Despacho de la Contraloría Universitaria