Mi querido profesor Capítulo 2 & Parte I: T+L=Pobre Tom –Bill

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Mi querido profesor
Capítulo 2
&
Parte I: T+L=Pobre Tom
–Bill –susurró quedamente sintiendo su corazón latir como loco, golpeando con fuerza
su pecho y sus mejillas teñirse de un suave rosa. Lo había encontrado, volvía a ver a
su ángel. Igual de alto y delgado, con sus rasgos finos de los que se enamoró siendo
pequeño, sus preciosos ojos brillando, sus labios suaves sintiendo su respiración…
¿acaso eso eran rastas? Unas delgadas rastas morenas con puntas blancas. Se veía
perfecto, hermoso…
El pelinegro parpadeó un par de veces después de haberse topado con aquellos ojos
chocolate y prosiguió a empezar su clase tal como la había planeado, queriendo
ignorar los orbes que le miraban fijamente.
–Bueno chicos –carraspeó un poco– mi nombre es William Trümper –lo anotó en el
pizarrón–, lo repito por los tres rubios que nos acompañarán a partir de ahora, les
impartiré las clases de artes e historia del arte, y decirles que sobre aviso no hay
engaño: yo no me toco el corazón para nada, así que hagan los trabajos bien y de una
sola vez, entre más lo hagan para corregir, menos valdrá. Habiendo dicho esto
iniciaremos la clase…
Del cajón de su escritorio sacó tres libros y fue a llevarlos a los tres, entregándolos al
rastudo que se encontraba en la orilla, quien al recibirlos rozó apropósito los dedos del
mayor, creando corrientes eléctricas en todo el cuerpo del moreno y en el suyo mismo.
No pudo reprimir la sonrisita de bobo que se pintó en su rostro.
–Abran sus libros en la página 86… –habló intentando disimular que nada había
pasado, aún cuando sentía que el corazón se le iba a salir por la boca.
&
–Recuerden que para mañana es el ensayo de mínimo 10 páginas sobre lo que hemos
visto hasta ahora. Tengan en cuenta la presentación… –recordó a sus alumnos que se
enfilaban para salir del aula, hasta que un rubio de rastas se posó delante de él–.
–Como nosotros somos nuevos ¿cuándo lo debemos entregar? –preguntó un
sonrojado Thomas, causando una risilla invisible en el de cabello bicolor, quien se
esmeró por mantener su imagen de “yo soy el que manda aquí” que tuvo durante toda
la clase.
–Mañana a primera hora, junto con los otros –respondió como si hablara con un algún
estudiante cualquiera y no con uno que años atrás le entregó su corazón y pureza. El
rubio de rastas parpadeó un poco, sintiendo un pequeño dolor en el pecho, sobre su
corazón.
–Sí… sólo el tema de hoy ¿cierto? –El moreno negó– pero…
–Pero nada, ¿tengo la culpa que lleguen hasta ahora?
–No… pero ni sabemos qué es lo que han visto.
–Investiga.
– ¿Quieres diez páginas de no sé qué temas para mañana? ¿Que lo haga en un día?
–15 para ti
– ¡¿15?! ¿Por qué?
–20 por responderme así.
– ¿Vein…?
–25 –le miró con la ceja alzada y el rubio negó con la cabeza gacha, fuera sus dos
amigos esperaban con clara muestra de sorpresa y burla–. Bien… Y no me llame de
“tú” que soy su profesor –golpeó delicadamente el hombro del otro
– ¿Al menos puedo usar letras grandes?
–Mi oficial es el “Arial 11” –respondió, a lo que Tom hizo un puchero– pero… tú
podrás usar otro –y esas palabras le hicieron sonreír grandemente– “Chiller 9” –“WTF!”
– ¿Qué? Pero… ¿por qué?
-Porque sabes cómo joder a la gente… y sólo por ser tú lo entregarás en hojas tamaño
oficio
–Ofi… ¡Agh! Nada, ¡adiós!
– ¡Oh! ¡Y me traes una lupa junto con tu trabajo! –sonrió burlonamente mientras lo
veía salir y comenzando a escribir en la pizarra lo que sería su siguiente clase. El
rastudo llegó con sus amigos y los tres juntos soltaron un gran suspiro. Todos ellos
llegaron a babear por el pelinegro cuando apenas eran unos niños, aunque el de
rastas jamás lo superó, no es como si fuera que la primera persona con quien
estuviste en la intimidad la fueras a dejar en el olvido, menos aún cuando fue alguien a
quien amaste tanto.
Habiéndose recobrado de esa inesperada sorpresa el platinado pregunto por las
clases de sus dos amigos, volviéndose a alegrar por compartir una clase más, la del
“Sr. L”, bueno dentro de la emoción que cabía en Gustav y Andreas cuando eran
pésimos en deportes.
Tras pedir instrucciones un par de veces lograron llegar al gimnasio, una majestuosa
construcción blanca con ventanales enormes que reflejaban la luz del sol de manera
bella, uno que otro mostrando los colores del arcoíris. Gustav con su obsesión a
inmortalizar paisajes y momentos tomó una fotografía con su cámara profesional que
su padre le regalara en su cumpleaños antepasado. Juntos entraron en el gimnasio y
miraron a todos sus compañeros formados en una perfecta línea recta, mas el profesor
no se encontraba.
–Creo que el profesor es de esos de los que se quedan mirándose al espejo –
Comentó Gustav con cierta burla a lo que los otros dos rieron con ganas, cuando en
eso Gustav y Tom sienten unas grandes manos frías en sus hombros que les puso los
vellos de punta.
–Así que cree que soy uno de esos holgazanes que pierden su tiempo mirando
televisión –susurró cerca del oído del rastudo, aunque el escalofrío recorrió la columna
de los tres–. ¡¿ES ASÍ?! –Preguntó esta vez alzando tanto su voz que el gritó resonó
en ese gran espacio, incluso los demás sudaron por temor.
–No señor… –susurraron nerviosos y con las piernas temblándoles, sobre todo al
platinado.
–Eso creí –Alejó sus manos de ellos y los rodeó hasta quedar al frente del trío–. Bueno
señoritas, como son nuevos en mi clase les voy a poner menos trabajo que a los
demás –dijo caminando sin dejar de ser el centro de atención de todos. Pronto los
chicos se pusieron alerta, claro que eso no iba a ser real, menos después del
comentario que soltó su amigo de gafas.
“–Harán unos pocos ejercicios sencillos: Van a empezar con las pesas de 20 kg,
durante cinco minutos, después subirán y bajaran las gradas 15 veces, saltando con
los pies juntos y sin usar las manos –Se detuvo un momento como a pensar y tras
unos segundos prosiguió, teniendo su mano derecha acariciando su barbilla.
“–Darán 10 vueltas a la pista corriendo, luego irán al tablero del fondo y echaran 5
canastas… pero si no entra entonces darán 2 más. Acabando eso irán a las sogas de
al lado, por una subirán, cruzaran el puente de cuerdas, bajaran por la otra y por último
darán un salto… Quiero un mínimo de dos metros. Todo esto en máximo una hora
¿entendido? –Los tres asintieron intentando recordar todo lo que tenían que hacer–
¡¿Y por qué demonios no mueven esos culos hacia los vestidores a cambiarse y así
empezar?! ¡El tiempo corre! –sonó el silbato y los rubios salieron corriendo hacia el
gran letrero que decía “vestidores”. El castaño se volteó hacia sus demás alumnos que
trataban de esconder una risita–. ¡¿Y ustedes a qué esperan?! ¡Van a registrar a los
mosquerrubios*!
No podían estar más descontentos con esos uniformes ¿Cuándo algo tan entallado
había estado en sus cuerpos?... En el de Andreas quizá sí, pero no algo tan corto.
Unos shorts que más parecían trusas en un rojo con una franja blanca al lado y una
playera blanca con el escudo de la escuela y las mangas rojas. Los bóxers de Tom
eran más largos que esa prenda, pero sin más se la pusieron, prefiriendo salir en ropa
interior que en ese traje tan ridículo. Habiendo terminado de cambiarse salieron con
las mejillas sonrojadas de vergüenza por tener que mostrarse en esos atuendos. Al
menos no eran los únicos, sólo pudieron divisar a un chico con atuendo más
“decente”. Shorts largas y playera más holgada, los mismos colores.
&
Tom ya se encontraba dando vueltas en la pista, sorprendiendo gratamente el profesor
ojiverde por el aguante de ese chico, mientras los otros dos aún trataban de subir las
gradas. Algunos minutos después se detuvo frente la cesta y tomó un balón,
encestando las tres primeras veces de forma perfecta, para ese entonces sus amigos
apenas comenzaban a corres, sintiéndose desfallecer, comenzaban a odiar a Tom y el
hecho de no haber aceptado su invitación de unirse a él en el gimnasio y clubes de
deportes.
Habiendo encestado sus deudas se dirigió a las sogas y con cuidado comenzó a
subirla, ya alguna vez había caído, y no fue una experiencia que disfrutara. Llegó
hasta la cima y se agarró firmemente de los lados que conformaban el inestable
puente de cuerdas.
–No sé por qué pienso que el “Sr. L” está mal de la cabeza… Uff… –respiró un par de
veces y empezó a dar pasos temerosos, con el riesgo de fallar un paso y terminar
mirando hacia abajo–. ¡Joder! ¡Qué mal momento para recordar que no me agradan
las alturas!
Tomó una bocanada de aire y sin mirar hacia abajo cruzó el resto sin mayores
problemas hasta llegar a la otra cuerda, que por suerte tenía nudos más juntos, así
mínimamente no se quemaría tanto las manos por la fricción con la superficie de ésta.
Solamente le quedaba el salto de mínimo de dos metros de largo para que ese
“sencillo” examen terminara. Tomó impulso y antes de la línea blanca saltó, logrando
unos buenos tres metros y medio, pero al momento de querer pararse como es debido
se pisó una cinta y cayó al suelo, siendo producto de burla de todos sus nuevos
compañeros de clase.
– ¡SILENCIO! –Calló a todo pulmón el profesor, haciendo cesar todas las risotadas de
los alumnos. No permitiría que nadie se burlará del rastudo, primero, porque ya le
había echado el ojo y lo quería para las competencias deportivas que tendrían lugar en
nada, y segundo ¡Porque era imperdonable que dañaran su protegido!
&
¡PAZZ! Un estruendoso golpe se oyó por todo el gimnasio a lo que todos los presentes
soltaron un leve “auch” cerrando un ojo mientras que con el otro miraban al rubio de
gafas que había caído con tremendo golpe de pansa cuando estaba por llegar al suelo
después de la soga. Hubiera sido peor de no ser por las colchonetas. Pronto el rastudo
preocupado se acercó a su amigo.
– ¿Estás bien Gus?
–No encuentro mis lentes –respondió tanteando en la superficie acolchada. El profesor
cerca de ahí se agachó a recoger las gafas y se acercó a colocárselos, quedándose
prendado de los bellos orbes castaños que le miraban sorprendidos y avergonzados.
– ¿Te duele algo? –Preguntó con voz más cálida que al inicio de la clase, el otro
asintió– Vayamos a la enfermería –dijo y sin más lo tomó en brazos, sonrojando aún
más al rubio.
– ¡Puedo caminar yo solo!
– ¡Cállese y disfrute del viaje! –Respondió burlón esta vez, con su mismo tono superior
y estricto a la vez–. Ricitos de oro, estás a cargo –gritó por última vez al rastudo antes
de pasar las puertas del recinto.
– ¡Tom! Ven bájame por favor –gimió asustado el platinado que colgaba aún de una de
las sogas, he ahí el motivo por el cual el rastudo no tomaba su disgusto a las alturas
como verdadero temor.
– ¡Te falta poco Andy, tú puedes! –gritó tratando de darle apoyo, pronto los demás se
acercaron hasta ellos con el afán de tener una buena vista del rubio platinado que para
nada les había pasado desapercibido con ese cuerpo tan delicado que lucía.
– ¡No puedo Tommy! Tengo miedo –respondió esta vez con voz quebrada a punto del
llanto, algo en el interior de Tom se movió de tristeza, no le gustaba ver a sus amigos
así, pasando por tantas penas, él a su corta edad había pasado por tantas que sabía
lo mal que sabían.
–Oh… vamos Andy baja –habló un moreno de rizos imitando el tono dulce con que
Tom le había hablado a su amigo. Después volvió a adoptar su propio tono de voz. Y
puede que de premio te dé un dulce que puedas disfrutar tu paladar.
– ¡Sí! –Secundó un teñido de rubio–. Te prometemos que en cuanto bajes entre todos
festejaremos dándote a probar nuestros dulces.
– ¡CÁLLENSE! –Ordenó el rastudo– ¡Déjenle en paz!
–Es que si no lo alentamos así la sexy gallinita no bajará –continuó el que en un inicio
había hablado a lo que un tercero empezó a cacaraquear y actuar como una gallina,
llevando hasta el final a Tom.
– ¡DIJE QUE LO DEJARAN EN PAZ! –Explotó arremetiendo un golpe contra el
moreno que anteriormente cacaraqueaba haciendo que cayera al suelo pero pronto se
levantó y le respondió el golpe para después unírsele dos más contra Tom, quien
trataba de quitárselos de encima con patadas y golpes de puño cerrado. Mientras
tanto arriba Andreas se odiaba por ser tan cobarde, ahora por su culpa estaban
lastimando a Tom y era algo que no podía permitir. Tomó una gran bocanada de aire y
se dejó caer en una de las redes de seguridad con los ojos cerrados.
Habiendo rebotado un par de veces volvió a abrir los ojos, se calmó y volvió a mirar
hacia abajo, ahora pareciera que todos estaban en contra de su amigo.
–Si muero será por mi mejor amigo –respiró hondo, se puso de pie y saltó hacia el
gran montón que se cernían sobre el rastudo–. ¡AHH! –¡PAZZ! Otro golpe resonó en el
lugar.
– ¡¿Qué demonios pasa aquí?! –Exigió una voz a todo pulmón, el “Sr. L” había vuelto.
Como pudieron se pusieron de pie y corrieron a formar su línea perfecta, excluyendo a
los “dos nuevos”– Thomas, explicaciones…
–Pues… –comenzó a tartamudear un pelirrojo de gafas.
– ¡Ellos comenzaron a gritarle cosas obscenas a Andy y no podía permitir eso! –le
interrumpió el rastudo haciendo unos de sus tan lindos pucheros involuntarios del que
varios se quedaron prendados. El mayor se plantó frente a él para escucharle–. ¡Son
unos verdaderos hijos de perra! Entonces le golpeé a uno de ellos ¡y como palomas
tras las migas se me vinieron los demás! Entonces…
– ¡Hay siempre amé esos pucheros tuyos tan lindos! –Exclamó el profesor estirando
una de las mejillas de Tom con un tono de voz tan desconocido por todos, justo el
burlón–cálido–admirador–de–Tom que el rastudo recordaba.
– ¡Georg! Me lastimas –exclamó con una risilla, dando a conocer a los antiguos
alumnos el nombre que jamás supieron de su profesor de deportes y haciendo un clic
en la memoria de Andreas: El gorila de bonitos ojos verdes que a veces visitaba a Tom
y misteriosamente desapareció, justo como el moreno, mientras tanto Tom hacía
ecuaciones en su mente…
& Continuará &
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