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Sesión 4. La transacción

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CONTRATO DE TRANSACCIÓN
[Resumen extraído de AA.VV., Tratado de Contratos, R. Bercovitz
(dir.), Tirant lo Blanch, 2009]
Omitidas las notas a pie de página
1. Concepto, caracteres y naturaleza
Conforme al concepto legal contemplado en el art. 1.809 CC, la transacción es
un contrato por el cual las partes, dando, prometiendo o reteniendo cada una
alguna cosa, evitan la provocación de un pleito o ponen término al que había
comenzado. De esta definición debe destacarse, por un lado, que el contrato de
transacción presupone una controversia, pues con su celebración se evita o se
termina un pleito; por otro lado, que las partes realizan mutuas concesiones con
la finalidad antedicha. De ahí que la transacción sea un medio de dirimir
conflictos, como sucede con el arbitraje, a diferencia del cual son las propias
partes del conflicto las que alcanzan el acuerdo que pone fin a la situación
controvertida. Asimismo, es posible que la transacción acordada por las partes
durante el procedimiento arbitral ponga fin al mismo, integrando el contenido
del laudo arbitral.
Uno de los requisitos que exige la transacción es la controversia. Con relación a
este presupuesto, la doctrina se ha planteado en qué debe consistir tal
controversia para poder resolverla acudiendo a la transacción, entre otros
posibles medios de solución de la misma. Se sostiene que existe controversia
cuando las partes de una relación jurídica mantienen pretensiones
contradictorias con respecto a los derechos de los que afirman ser titulares,
dando lugar a diferencias entre ellas, pues a la pretensión alegada por una parte
se niega o se opone la otra. Se descarta la necesidad, como requisito anterior a la
transacción, de una situación de duda subjetiva sobre la titularidad de los
derechos que se pretenden, pues de ser así no sería posible transigir cuando las
partes defienden sus pretensiones confiados en la certeza de las mismas.
Con ello se trata de aclarar que no es requisito de la transacción que la cuestión
o controversia sobre la que se sustenta sea dudosa, en el sentido de que las
partes tengan dudas sobre sus derechos. La incertidumbre no procede de un
estado de duda sobre cada una de las pretensiones divergentes, sino que está
motivada por la oposición de pretensiones y desavenencia entre las partes.
Dicho de otro modo, es posible que cada una de las partes del conflicto asegure
su propia pretensión con pleno convencimiento y apoyo legal, pero no está
conforme con la contraria y ello es fuente de disputa por ser las pretensiones
divergentes, lo cual crea un estado de incertidumbre que es posible solventar
mediante la transacción. La existencia de un conflicto es suficiente como
requisito previo a la transacción.
La incertidumbre, por tanto, se entiende como una derivación de la
controversia, pues con ocasión de ésta se genera la duda sobre la titularidad del
derecho discutido, y para ello basta con que la cuestión controvertida, de hecho
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o de derecho, sea considerada como tal por las partes. Por este motivo, se ha
señalado que la falta de racionalidad de las pretensiones no pertenece al
presupuesto de la transacción (controversia), sino a los vicios de la voluntad.
[…] Con la finalidad de terminar con la controversia, las partes se obligan a
realizar recíprocas concesiones a través de las cuales se supera el conflicto y se
dota de certeza a la situación hasta entonces discutida y, por ello, incierta. De
ahí que se afirme que la causa de la transacción consiste en la eliminación de la
relación jurídica incierta (controversia) pero, a diferencia de otros negocios
jurídicos que comparten esa misma finalidad, se logra por medio de mutuas
renuncias y reconocimientos. De esta manera, las partes en conflicto “…evitan la
provocación de un pleito o ponen término al que había comenzado” (art. 1809
CC).
Así lo ha entendido la jurisprudencia, que admite la existencia de transacción
cuando mediante recíprocas concesiones se elimina el pleito o la incertidumbre
de las partes sobre una relación jurídica y su finalidad eliminar el pleito o evitar
su provocación, que es tanto como la incertidumbre de las partes sobre una
relación jurídica, ya que no exige rigurosamente la amenaza de un pleito
inminente, sino sólo su posibilidad, que aparece en cuanto media cualquier
desacuerdo entre las partes, que fuera susceptible de provocarlo; cuando las
partes celebran el contrato para poner fin a una relación jurídica incierta (res
dubia) y por lo tanto al conflicto de intereses que entre los otorgantes existía
respecto a la naturaleza del título; se conecta no sólo con el supuesto de poner
fin a un pleito comenzado, sino asimismo al de buscar una fórmula, dando,
prometiendo o reteniendo, que evite su provocación futura; mediante la
transacción se eliminan pleitos pendientes futuros (timor litis) y también la
incertidumbre de las partes sobre una relación jurídica, la que mediante el
pacto, se reviste de configuración cierta y determinada vinculante; Se configura
así la finalidad de poner término a una relación jurídica incierta (res dubia)
como la causa de la transacción; la transacción puede afectar a una relación
jurídica no litigiosa, pero susceptible de serlo. En atención a la amplitud con la
que la jurisprudencia considera la transacción, se afirma que podría calificarse
como tal la controversia nacida simplemente del incumplimiento de una de las
partes de su deber sin contestar el derecho ajeno.
[…] Las recíprocas prestaciones suponen para cada parte del conflicto sacrificar
total o parcialmente las pretensiones defendidas en la controversia. De ahí su
carácter bilateral y oneroso, pues ambas partes reciben y dan “alguna cosa”, se
sacrifican y obtienen algo a cambio. Las concesiones que se hacen las partes
pueden consistir en recíprocas renuncias parciales de sus pretensiones, lo que
implica a su vez reconocimientos parciales, o en la renuncia por parte de una de
ellas de sus pretensiones a cambio de una contraprestación o de la creación de
una relación jurídica.
Asimismo, se matiza que el objeto de la renuncia no es el derecho en
controversia, sino la pretensión que sobre el mismo se alega, en tanto que la
renuncia de un derecho es un negocio jurídico que depende de la voluntad de su
titular, por tratarse de un derecho cierto, mientras que la renuncia de una
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pretensión implica admitir unilateralmente que la misma es infundada. Como
consecuencia de la renuncia de la propia pretensión por una de las partes, se
reconoce el fundamento de la pretensión contraria, por lo que se afirma que, en
definitiva, la renuncia y el reconocimiento que tienen por objeto pretensiones
contradictorias se equiparan.
Las prestaciones en que se concretan los sacrificios recíprocos pueden ser ajenas
a las pretensiones defendidas por las partes en la controversia (transacción
mixta o compleja) o bien derivar de aquéllas (transacción simple). Ello supone
que el objeto de dichas prestaciones puede ser el propio de la controversia o
bien otro distinto sobre el que no se ha discutido (vgr. en reciprocidad al
reconocimiento de la pretensión de una de las partes, la otra reconoce un
derecho que no se ha disputado o renuncia a la reclamación de un derecho
procedente de una anterior relación jurídica).
Las concesiones recíprocas no tienen que ser necesariamente equivalentes y, de
acuerdo con la jurisprudencia, tampoco es necesario que tengan un contenido
patrimonial, pues admite la validez del convenio transaccional cuando los
sacrificios son de orden moral e, incluso, se llega a sostener que no constituye
requisito esencial de la transacción la entrega de recíprocas prestaciones, ya que
el designio de terminar con un litigio mueve a las partes a lograr acuerdos que
no tengan el mismo alcance ni en paridad de condiciones[…].
2. Forma e interpretación
Entre las normas reguladoras del contrato de transacción no existe precepto que
exija una determinada como requisito de validez, por lo que su celebración
puede adoptar cualquiera, en consonancia con el principio de libertad de forma
a las reglas que la impongan […].
En relación con la interpretación de la transacción, el art. 1815 CC contiene una
norma específica referida a la determinación del objeto. Limita los efectos de la
transacción a los objetos expresados determinadamente en ella o que se infieran
necesariamente de sus palabras. En cuanto a la renuncia general de derechos,
sólo comprende aquellos que tienen relación con la cuestión transigida. Con esta
norma se pretende destacar la importancia que tiene en la transacción que el
objeto sobre el que versa quede perfectamente delimitado y concretado, dado el
alcance que tiene el acuerdo transaccional en relación a la controversia que con
el mismo se solventa y su efecto preclusivo, entendiéndose que debe
interpretarse restrictivamente. No obstante, se señala que esta regla
interpretativa es una concreción del art. 1283 CC, siendo aplicable a la
transacción las reglas generales de interpretación de los contratos.
En el caso de la renuncia general de derechos derivada del acuerdo
transaccional, si las partes pactan que dan por terminada cualquier cuestión
pendiente entre ellas, se entenderá referida a las que dieron origen a dicho
acuerdo transaccional y no a otras posteriores o anteriores que no tengan
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relación alguna con aquél. Es frecuente la cláusula transaccional en cuya virtud
las partes hacen constar que renuncian a cualquier reclamación o
indemnización por daños y perjuicios que pudiera corresponderles en relación
con la cuestión debatida y solventada. Cuando la transacción se concreta en una
renuncia de derechos, el art. 1815.II CC se interpreta de manera restrictiva, lo
que ha motivado que en supuestos en los que la transacción versaba sobre
indemnización derivada de daños, no alcanzara a los que se hubieran
manifestado con posterioridad a la celebración del contrato. No obstante,
adelantamos aquí que también se ha admitido en estos casos la ineficacia de la
transacción por error excusable.
3. Sujetos. Capacidad para transigir
La transacción se celebra entre los sujetos que son parte de la relación jurídica
controvertida, esto es, quienes mantienen sus posiciones jurídicas
contradictorias en aquélla, por sí mismos y en su propio nombre o por sus
representantes legales o voluntarios. Cuando la transacción se celebre por un
representante voluntario no es suficiente un poder general de representación,
pues el art. 1713.II CC exige para ello poder expreso.
La naturaleza contractual de la transacción requiere la capacidad general para
obligarse, lo que es predicable de cualquier contrato. No obstante, de los arts.
1810 a 1812 CC parece desprenderse que para transigir se exige la misma
capacidad que para enajenar, con base en la máxima transigere est alienare. De
ello podría extraerse la conclusión de que la transacción es una enajenación. Sin
embargo, la doctrina ha matizado esta equiparación entre transigir y enajenar,
señalando que el término alienare significa disponer, de forma que los sujetos
de la transacción deben tener la libre disposición sobre el derecho objeto de
transacción.
Este requisito de libertad de disposición se valora respecto de los actos en que se
concrete la transacción. Ya indicamos que las partes, para dirimir la
controversia suscitada y poner fin a la misma, se obligan a realizar recíprocas
concesiones. Si estas obligaciones comportan desplazamientos patrimoniales,
no cabe duda de que deberán tener la capacidad necesaria para ello y, de no
tenerla, se requerirá la intervención del representante legal. De ahí la
matización antes indicada, pues importa distinguir entre el contrato de
transacción que, definido por el art. 1809 CC, tiene por finalidad eliminar la
controversia a través de las concesiones de las partes, y los actos ulteriores en
que su cumplimiento consista, que puede dar lugar a muy variadas prestaciones.
En tales casos, se afirma que la relación jurídica que debe prevalecer, sobre todo
en aspectos de capacidad y forma, será seguramente la relación final en que se
concrete la transacción, quedando ésta reducida a causa subjetiva de un
contrato distinto del regulado en el art. 1809 CC. Por este motivo, sería posible
que las partes tuvieran la capacidad necesaria para contratar, pero no la
capacidad de disposición sobre las cosas sobre las que se transige o que la
tuvieran de manera limitada, en cuyo caso la transacción sería ineficaz si no se
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hubiera completado. Aplicando esta regla general a la transacción celebrada por
un menor emancipado, cuando implique alguno de los negocios jurídicos sobre
los bienes que señala el art. 323 CC, su eficacia dependerá del complemento de
capacidad.
Las reglas sobre capacidad para transigir recogidas en los arts. 1810 a 1812 CC
se refieren a supuestos específicos: la transacción sobre los bienes y derechos de
los menores sujetos a patria potestad, la transacción sobre derechos del tutelado
y la celebrada por las corporaciones que tengan personalidad jurídica […].
4. Objeto
La transacción tiene por objeto la situación o relación jurídica sobre la que las
partes defienden pretensiones contrapuestas. La relación jurídica controvertida
objeto de transacción puede tener carácter obligacional o real y debe ser
susceptible de disposición por las partes que transigen. Por razón de la regla
general de la libre disponibilidad, el art. 1814 CC excluye como objeto de
transacción el estado civil de las personas, las cuestiones matrimoniales y los
alimentos futuros, aunque habría que añadir la legítima futura (art. 816 CC), la
herencia futura (art. 1271 CC), los derechos de la personalidad, los derechos de
uso y habitación (art. 525 CC) y, en general, cualquier otra materia indisponible
y no sólo con respecto a la transacción, por lo que se afirma que, en realidad,
esta norma tiene el significado genérico del art. 1255 CC, pues no se puede
contratar sobre materias indisponibles.
La STC 28.5.1992 declaró que "en aquellas contiendas en las que esté
comprometido el interés u "orden público" (cfr. Arts. 6.2 y 1814 del Código Civil)
las partes no son absolutamente dueñas de poder disponer, a través de la
conciliación, de los derechos o intereses en conflicto. Pues bien, dentro del
estándar "orden público" hay que reputar hoy incluidas las normas
constitucionales tuteladoras de los derechos fundamentales".
Algunas puntualizaciones merece la prohibición establecida en el art. 1814 CC.
Con relación al estado civil de las personas, no puede ser objeto de transacción
por ser materia de orden público y, por tanto, indisponible. Sin embargo, es
posible transigir sobre las consecuencias de naturaleza patrimonial que puedan
derivarse del mismo. La STS 13.9.1966, con cita de la sentencia de 17.6.1944,
señala que "… si bien no se puede transigir sobre el estado civil de una persona,
el ámbito de aplicación del precepto no se extiende a las consecuencias de
naturaleza puramente patrimonial que de tal estado puedan derivarse, que
revisten carácter privado y que no afectan al orden ni al interés público".
Respecto a las cuestiones matrimoniales, se propone una interpretación
restrictiva para considerar únicamente dentro de la prohibición la transacción
sobre el vínculo matrimonial en sí mismo, esto es, la propia existencia del
matrimonio. Así, de la misma manera que puede acordarse la separación
matrimonial, podrían transigir los cónyuges sobre el deber de convivencia y lo
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mismo cabe decir de los pactos que se convienen para regular la situación
económica posterior a la crisis matrimonial.
La STS 25.6.1987 alude a la reforma del Derecho de familia de 7 de julio de 1981
para destacar la eficacia de los pactos relativos al matrimonio en un doble
aspecto: por un lado, se atribuye relevancia jurídica a los pactos de separación
matrimonial, y por otro, se atribuye trascendencia normativa a los pactos de
regulación de las relaciones económicas para los tiempos posteriores a la
separación. La STS 31.1.1985 afirma que "…no cabe incluir lo acordado en la
prohibición del art. 1814 del CC, cuando ello se refirió a la situación económica
del matrimonio y no afectó para nada a la sustancia del vínculo, ni a los
derechos de filiación que son indisponibles". Semejante es el sentido de la STS
4.12.1985, en la que se dice que el art. 1814 del CC se refiere a las transacciones
sobre el estado matrimonial "… y no prohíbe transigir sobre las consecuencias
de naturaleza puramente patrimonial que puedan derivarse de las cuestiones
matrimoniales, porque al revestir carácter privado no afectan al orden social ni
al interés público". El art. 751.1 LEC establece que en los procesos sobre
capacidad, filiación, matrimonio y menores no surtirán efecto la renuncia, el
allanamiento ni la transacción. No obstante, se añade en el apartado tercero una
excepción a esta regla cuando las pretensiones que se formulen en dichos
procesos tengan por objeto materias sobre las que las partes puedan disponer
libremente según la legislación civil aplicable.
Con relación a los alimentos, hay que indicar que se refiere a los que tienen
origen legal y no pueden ser objeto de transacción los futuros ni el derecho
mismo a exigirlos, pero sí las pensiones alimenticias atrasadas y no satisfechas
(art. 151.II CC). Asimismo, puede ser objeto de transacción la cuantía en que
hayan de prestarse los alimentos cuando haya nacido el derecho a exigirlos, si
bien en el caso de que hayan cambiado las condiciones de alimentante y/o
alimentista (art. 147 CC), la transacción celebrada no impedirá que pueda
revisarse dicha cuantía.
También por tratarse de materia disponible, el art. 1813 CC permite la
transacción que recaiga sobre la indemnización por los daños derivados de un
delito a cambio de la renuncia al ejercicio de la acción civil correspondiente, sin
que ello suponga la extinción de la acción penal.
5. Efectos
La transacción plantea, con respecto a su eficacia, dos cuestiones: una, derivada
de su carácter preclusivo por suponer un medio de dirimir controversias; otra,
consecuencia de las recíprocas prestaciones que las partes del conflicto
acuerdan para acabar con el mismo.
El primero de los aspectos señalados se contempla en el art. 1816 CC, que
establece la eficacia de cosa juzgada entre las partes de la transacción, aunque
sólo el cumplimiento de la transacción judicial puede reclamarse por vía de
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apremio. Literalmente, se asimila la transacción a una sentencia porque tiene la
"autoridad de la cosa juzgada". La equiparación con la sentencia ha sido
cuestionada por la doctrina y la jurisprudencia porque la transacción, por su
naturaleza contractual, produce los efectos propios de todo contrato: desde su
perfección quedan las partes obligadas al cumplimiento de lo expresamente
acordado y a las demás consecuencias conforme a la ley, los usos y la buena fe
(arts. 1091 y 1258 CC); su eficacia se despliega en el ámbito de las partes y de sus
causahabientes, pero no es oponible frente a terceros; evita o pone término a un
litigio pero es susceptible de impugnación por vicios del consentimiento (art.
1817 CC) o resolución por incumplimiento; puede declararse su nulidad de
oficio y no es título ejecutivo, salvo que se trate de una transacción homologada
judicialmente (transacción judicial) […].
El art. 1816 CC acaba disponiendo que sólo se puede ejecutar la transacción por
vía de apremio si se trata del cumplimiento de la transacción judicial. Con esta
última se pretende también resolver una controversia jurídica a través de
recíprocas concesiones, pero se acuerda una vez iniciado un procedimiento
judicial al que pone término, siempre que se haya homologado judicialmente
por auto, que tiene la eficacia de un título ejecutivo (art. 517.3º LEC). La
homologación no tiene por objeto aprobar sustantivamente lo acordado, sino
controlar la capacidad y poder de disposición de las partes y que su contenido
no sea contrario al interés general o perjudique a tercero.
De conformidad con los arts. 19 y 415 LEC., alcanzado un acuerdo transaccional
sobre el objeto del juicio no prohibido por la ley y dentro de las limitaciones por
razón de interés general o en beneficio de tercero, en cualquier momento de la
primera instancia, de los recursos o de la ejecución, será homologado por el
tribunal que esté conociendo del litigio al que se pretende poner fin, una vez
examinados los requisitos de capacidad jurídica y poder de disposición de las
partes. El acuerdo judicialmente homologado puede llevarse a efecto por los
trámites de ejecución de sentencias y convenios judicialmente aprobados.
El segundo de los aspectos que indicamos al comienzo de este apartado se
contempla en el art. 1809 CC y es consecuencia de las concesiones recíprocas
acordadas por las partes. El cumplimiento del contrato de transacción conlleva
la efectividad de las recíprocas prestaciones que las partes han pactado para
zanjar sus diferencias. En este sentido, sus efectos pueden ser de lo más variado,
esto es, puede suponer una renuncia, el reconocimiento de una situación
jurídica, la celebración de un nuevo contrato, la transmisión de bienes, la
asunción de una deuda. A ello nos referimos al tratar la capacidad de las partes,
lugar en el que destacamos la distinción entre el contrato de transacción, que
tiene por finalidad eliminar la controversia a través de las concesiones de las
partes (art. 1809 CC), y los actos ulteriores en que su cumplimiento consista,
que además pueden formar parte de su contenido, incidiendo por tanto en su
eficacia […].
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6. Ineficacia: error y resolución en la transacción
El contrato de transacción está sujeto a las mismas causas generales de invalidez
que afectan a todo contrato. Será nulo cuando falte alguno de los requisitos
establecidos en el art. 1261 CC. Con relación al objeto, ya hemos visto cómo la
falta de disponibilidad sobre la cuestión controvertida que se quiere resolver
mediante transacción haría de ella un contrato nulo, de la misma forma que si
no se ha determinado o es indeterminable. Asimismo, es anulable por falta de
capacidad de obrar plena y por concurrir alguno de los vicios de la voluntad que
invalidan los contratos. En este sentido, el art. 1817.I CC se remite al art. 1265
CC para disponer que la transacción puede impugnarse cuando el
consentimiento prestado por alguno de los transigentes esté viciado por error,
dolo, violencia o falsedad de documento. La genérica remisión al art. 1265 CC
permite considerar comprendido el vicio de intimidación, pese a la falta de
mención específica.
Por lo que respecta a la falsedad de documentos, puede incluirse como un
supuesto de error o de dolo. Se considera un caso de error cuando las
pretensiones sustentadas en la controversia se basan en documentos cuya
falsedad se desconoce al celebrar la transacción, no siendo causa de anulación si
la controversia transigida consistía precisamente en la falsedad o veracidad del
documento. Se incluye como un supuesto de dolo si la falsedad del documento
sobre el que se apoyan las pretensiones contradictorias que generan la
controversia es causada por una de las partes, de forma que la otra no habría
transigido o lo habría hecho de forma distinta si no hubiera mediado dolo[49].
Algo semejante sucede con el descubrimiento de nuevos documentos, que es
causa para anular la transacción si ha habido mala fe (art. 1818 CC). El dolo en
este caso consiste en la ocultación por una de las partes de documentos que
tuvieran trascendencia en relación con la cuestión controvertida y transigida. Se
aplica también a la transacción judicial puesto que su homologación no es por
sentencia firme y, por tanto, tampoco puede revisarse por las causas de revisión
de aquélla. Si no ha habido mala fe, se tratará de un error derivado de nuevos
documentos que no tiene trascendencia anulatoria, salvo que de los mismos se
descubra la falsedad de los documentos en que se sustentaban las pretensiones
en conflicto de las partes.
Las causas de anulabilidad por vicios de la voluntad que concretamente señala
el art. 1817.I CC para la transacción no representan una especialidad para este
tipo de contrato. Sin embargo, esta afirmación debe matizarse con respecto al
error, dado su carácter restrictivo en el ámbito de este contrato. Pese a que el
art. 1817.I CC menciona el error, junto al dolo, violencia, intimidación y falsedad
de documentos, sin especificar con respecto al mismo nada más, la doctrina
tradicional distingue entre el error in caput controversum y el error in caput non
controversum. El primero recae sobre la cuestión controvertida e incierta que se
solventa con la transacción. El segundo recae sobre extremos que no son objeto
de controversia, pero que se han tomado como premisa o base firme para
celebrar el contrato de transacción, es decir, transigen teniendo presente una
situación de hecho sobre la que no existe disputa.
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Esta distinción en torno al error en la transacción sirve para afirmar que sólo es
relevante a efectos de impugnación el error sobre una situación de hecho que no
forma parte de la controversia, aunque se toma como base o presupuesto por las
partes para apoyar sus diferentes pretensiones. La doctrina que defiende esta
conclusión señala como manifestaciones legales concretas de este error la
falsedad de documentos que menciona el art. 1817.I CC y el art. 1819 CC, que
también se refiere al error sobre una circunstancia no debatida, en este caso la
existencia ignorada de una sentencia firme que había decidido ya la controversia
sobre la que se transige, salvo que aquélla pueda revocarse. Asimismo, se
sostiene que la transacción implica el riesgo, voluntariamente aceptado, de que
la solución pactada se distancie de los respectivos derechos, que viene a suponer
un ámbito de aleatoriedad en el que se engloba el error in caput controversum,
fuera del cual es posible invocar el error. Sin necesidad de mencionar
aleatoriedad alguna en el contrato de transacción, se apunta que el error in
caput controversum no determina la anulabilidad de la transacción por implicar
un acuerdo implícito de inexcusabilidad del error que afecta al contrato.
Siguiendo la doctrina de la irrelevancia del error in caput controversum para
anular la transacción, se afirma asimismo que el error de derecho tampoco es
relevante si lo controvertido entre las partes son los fundamentos jurídicos en
que se sustentan sus pretensiones, resultando después ser erróneos, pues lo
contrario significaría volver sobre la controversia que se quiere eliminar por
medio de la transacción. La irrelevancia del error de derecho como causa de
anulabilidad del contrato no es absoluta, puesto que si recae sobre caput non
controversum se admite su alcance impugnatorio. En apoyo de esta conclusión
se dice que el art. 1817.II CC no permite a las partes oponer el error de hecho en
la transacción que termina un pleito comenzado, de lo que se deduce que el
error de derecho se admite tanto en las transacciones anteriores como
posteriores al inicio de un pleito. No obstante, también debe reflejarse la
postura que sostiene la relevancia del error de derecho de forma generalizada,
sin matizaciones, al modo en que lo hace el art. 1817.I CC, que al incluir el error
como causa de anulación de la transacción no distingue entre una clase u otra de
error.
La jurisprudencia no distingue entre error in caput controversum o in caput non
controversum a la hora de estimar la ineficacia de la transacción por esta causa.
En los casos de transacción sobre indemnización por daños, donde con
frecuencia se alega el error, simplemente se afirma que es ineficaz si la situación
tomada como base firme no corresponde a la realidad y la incertidumbre nació
sin conocimiento de la situación verdadera […].
Así como la transacción impide, por su efecto preclusivo, que vuelva a
considerarse ante la autoridad judicial la cuestión transigida y decidida entre las
partes, no evita que el acuerdo pueda ser incumplido por alguna de ellas. En
relación con el incumplimiento de la transacción, se ha cuestionado si es
aplicable o no la facultad resolutoria del art. 1124 CC porque de admitirse la
posibilidad de resolución se suscitaría de nuevo la controversia que enfrentaba a
las partes, tal como exigiría la extinción con carácter retroactivo que acompaña
a la facultad de resolución de las obligaciones recíprocas, lo cual parece
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contradecir la autoridad de cosa juzgada que le otorga el art. 1816 CC. Por tanto,
si no puede producirse el efecto esencial de la resolución, sólo es posible exigir a
quien incumple el acuerdo transaccional su cumplimiento forzoso.
En la actualidad, esta cuestión está ya superada, recordándose que la
transacción es ante todo y sobre todo un contrato, no asimilable a una
sentencia. Por virtud del contrato de transacción, las partes se obligan a realizar
recíprocas concesiones (art. 1809 CC), de donde deriva su carácter oneroso y
bilateral […].
En el caso de tratarse de una transacción judicial, podrá pedirse su
cumplimiento por el procedimiento de ejecución forzosa, al ser el auto que
homologa el acuerdo transaccional título ejecutivo (art. 1816, in fine, CC; art.
517. 3º LEC.).
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