CASI UN MUERTO Por Silvano Caña, El Procurador Es un sábado distinto. Tenemos entradas para un espectáculo de jazz (presentan un homenaje al cineasta Woody Allen) y una reserva en un restaurante para comer a la salida. Se nos hizo tarde por mi afán incansable de seguir un ritual del que soy felizmente un esclavo, dormir la siesta. En aras de llegar a tiempo a nuestros compromisos debo sacrificar la ducha. Ya no tengo tiempo de bañarme. Voy a mi ropero en busca de un milagro, encontrar una prenda elegante y sofisticada para llevar a cabo los planes de ésta noche. No encuentro ningún vestido virgen, sin estrenar. Todas mis camisas (que son dos), todos mis pantalones (que son dos), todos mis blazers (que son dos) y mis zapatos (un par) han sido usados, esquilmados y menoscabados en mi actividad diaria de procurador de un estudio jurídico y profesor de educación para adultos. No tenemos tiempo tampoco de echar nafta, voy al garaje con las llaves de los dos vehículos con los que cuento y elijo el que tiene más nafta que lamentablemente es el que más sucio está. Volamos en el auto. Como la noche está fría antes de salir dejamos la calefacción prendida para nuestros tres perros en retribución por dejarlos solos. Luego de pasar algunos semáforos en rojo llegamos a nuestro destino. Afuetra del teatro haciendo cola para entrar hay mucha gente. Nos ubicamos detrás de unas señoras pituconas, con pinta de beatas y santurronas de la clase alta mendocina, que a su paso lento, dejan una estela de perfume que nos marea. Finalmente en la sala una señorita muy amable y sonriente nos acompaña a nuestros asientos y a cambio nos pide una propina. Posamos nuestros traseros lavallinos en las butacas godoycruceñas y esperamos el show mientras nos sacamos fotos que (sabemos) que no vamos a publicar en ninguna red social. El espectáculo es divertido, vibrante y por momentos emotivo. A través de los intérpretes repasamos la vasta trayectoria del cineasta neoyorquino en un viaje donde la música, las imágenes y los recuerdos son uno. Vale recordar que Woody Allen es un personaje admirado por muchos pero cerca de la cancelación por varios episodios polémicos de su vida privada. Cerca del final del espectáculo suena la canción Sing Sing Sing usada por Allen en el film Deconstruyendo a Harry del año 1.997, momento en el que alzo mi celular para grabar un fragmento de dicha pieza y observo que tengo un mensaje de whatsapp de Sandro, un amigo que vive a escasos metros del cementerio de Lavalle. Me cuenta temeroso que vio “un ser misterioso, una especie criatura con forma humana que entró al contenedor de basura verde”. Dichos contenedores fueron colocados por el Municipio para poner en práctica la separación ecológica de basura. Son contenedores amplios con ruedas y tapa. Le pregunté a Sandro si la tapa estaba abierta o cerrada. Me dijo que estaba abierta. Le pedí que se quedara vigilando la escena, y que tuviera preparado el celular por si la criatura emergía del basurero. Afortunadamente el show terminaba, fuimos los primeros en salir, corrimos hacia la puerta, luego hacia el auto. Tuvimos que olvidar la reserva del restaurante. En el contenedor podía haber un duende buscando alimentos o urgando en nuestra basura o mejor aún, un extraterrestre herido buscando un lugar para descansar (si había chocado su nave podría estar cerca). Otra posibilidad, teniendo en cuenta la cercanía del cementerio, era que un muerto hubiera salido de su tumba. Las posibilidades eran infinitas. Antes de ir al cementerio pasé por casa a buscar una cámara HD (para que la prueba fuera contundente), un reflector (cansado de ver videos de mala calidad y mal iluminados), soga (por si teníamos la posibilidad de capturar al duende o al extraterrestre) y le pedí un arma a un vecino (por si la situación se tornaba violenta). En lo último que creo es en la violencia pero no sabíamos si el ser era inofensivo (leer La Bestia Blanca publicado en éste mismo medio hace unas semanas). Con todo el material reunido fui en busca de Sandro que obediente, no se había movido de su sitio. Lo saludé al llegar, noté su mano helada por la noche y por el miedo. Debo reconocer que la incertidumbre me ponía nervioso, en mi cabeza deseaba que la criatura fuera un extraterrestre, ya que nunca tuve la posibilidad de experimentar un fenómeno ufológico. La noche estaba silenciosa. El tiempo pasaba y comenzaba a desconfiar de lo que Sandro había manifestado por whatsapp. -Quizás éste no vio nada y me hizo perder la cena con mi novia- pensé enojado. Decimos acercarnos hasta el contenedor, él con la cámara, yo con el reflector y el arma. Ante el menor indicio de ser atacados jalaría el gatillo, ese era el plan. Nos acercamos lentamente. Escuchamos una especie de alarido y grito de dolor. Admirador de la filmografía de Leonardo Favio me imaginé un lobizón herido o en plena transformación. El arma no llevaba balas de plata, sería en vano dispararle si la leyenda era cierta. A medida que nos acercábamos salía del contenedor un olor nauseabundo (a podrido), la posibilidad del muerto vivo parecía la más acertada. No había más tiempo de dilaciones, saltamos con la cámara HD, el reflector y la pistola, para sorpresa nuestra no había ni un duende, ni un extraterrestre, ni un muerto vivo, ni un lobizón herido. En el contenedor había un señor echándose un mojón de dimensiones sobrehumanas que pudimos capturar en HD y por suerte no le volamos la cabeza. El tipo era bajo, ojos desorbitados, sudaba como un cerdo, en cuclillas, arañando las paredes internas del contenedor. Al verse sorprendido por una cámara, un reflector y un arma apuntando en su cabeza grito: -¡Es que no aguantaba más por Dios! Mirando el tamaño de sus heces entendimos el origen del horrible olor y de los alaridos de dolor del pobre infeliz. Humillado por no tener una historia fantástica para enviar al Periódico pasé por una pizzería para comprar una muzzarella para nosotros y una hamburguesa para mi vecino que amablemente me había prestado su arma para cazar un ovni.