Subido por garcialopezfridacristel

antologia

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13 relatos cortos de
terror para disfrutar
de un Halloween de
sofá, mantita y
sustos
[De Tened miedo… Mucho miedo. El libro de las leyendas
.
urbanas de terror, de Jan Harold Brunvand]
Índice
1. Golpes en el coche
2. Yoduloso
3. Manitú
4. El loco bajo la cama
5. El desafío del cementerio
6. “¿Has subido a ver a los niños?”
7. Un cadáver en la cama
8. La mano huesuda
9. ¿Quién apagó las psicofonías?
10. Ven a jugar conmigo
11. La Cosa
12. Sitio para uno más
13. Anillos en sus dedos
prologo
estas historias son adaptadas para
disfrutar desde la comodidad de tu casa
en día de Halloween con familia y amigos
a si sentir los verdaderos sustos, el
suspenso y terror.
Una vez que se cuentan estas historias,
parte de la diversión es adaptarlas para
que parezcan que sucedieron en su hogar.
O la persona a la que quieres asustar.
Hemos dejado un espacio en blanco (por
ejemplo: "[....]") en cada uno de los enlaces
geográficos para que puedas adaptarlos a
tu formulario.
b
1. Golpes en el coche
Una familia, compuesta por dos pequeños y sus padres,
viajaban por carretera hacia [....] cuando el coche se les
averió. Los padres salieron a buscar ayuda y, para que
los niños no se aburrieran, les dejaron con la radio
encendida. Cayó la noche y los padres seguían sin volver
cuando escucharon una inquietante noticia en la radio:
un asesino muy peligroso se había escapado de un
centro penitenciario cercano a [....] y pedían que se
extremaran las precauciones.
Las horas pasaban y los padres de los niños no
regresaban. De pronto, empezaron a escuchar golpes
sobre sus cabezas. “Poc, poc, poc”. Los golpes, que
parecían provenir de algo que golpeaba la parte de
arriba del coche, eran cada vez más rápidos y más
fuertes. “POC, POC, POC”. Los niños, aterrados, no
pudieron resistir más: abrieron la puerta y huyeron a
toda prisa.
Solo el mayor de los niños se atrevió a girar la cabeza
para mirar qué provocaba los golpes. No debería haberlo
hecho: sobre el coche había un hombre de gran tamaño,
que golpeaba la parte superior del vehículo con algo que
tenía en las manos: eran las cabezas de sus padre
2. Yoduloso
Hace unos años, en un campamento, hubo un grupo de jóvenes
que, durante una excusión, se perdió. Tras varias horas
perdidos, encontraron a un hombre solitario: llevaba un hacha a
la espalda y no les daba buena espina pero, desesperados, le
preguntaron cómo se llegaba al pueblo. A pesar de la primera
impresión, el hombre resultó ser supergradable: les dijo que se
llamaba Yoduloso y les acompañó hasta el pueblo, donde se
despidió. Antes, se hizo una foto junto a los jóvenes.
El grupo de jóvenes contó en el pueblo que el hombre que los
había llevado hasta allí se llamaba Yoduloso, pero los vecinos
de la localidad dijeron que aquello era imposible. El único
Yoduloso que había habido en el pueblo falleció hace más de
100 años, y murió de una forma horrible: un grupo de niños
jugaba a la pelota y se le escapó, y Yoduloso fue a por ella.
Llevaba un hacha en la mano y tuvo la mala suerte de tropezar
y cortarse su propia pierna. Murió desangrado.
Los jóvenes escucharon incrédulos y pensaron que, incluso a
pesar de las coincidencias del nombre y de que aquel señor
también llevaba un hacha, era imposible que se trata de la
misma persona. Sin embargo, cuando revelaron aquella foto que
se habían hecho al llegar al pueblo, se percataron de algo que
les hizo cambiar de parecer: Yoduloso había desaparecido de la
fotografía.
3.Manitou
Hace muchísimos años venía a los campamentos un joven
llamado Manitou. Debido a su mal comportamiento, fue
expulsado del campamento, y decidió vengarse. Durante toda la
eternidad: aunque esto ocurrió hace muchísimo tiempo, Manitou
sigue visitando los campamentos. Podemos saber que está
cerca porque antes de su llegada puede escucharse un sonido
similar al de un tambor.
En ocasiones, al despertar, algunos niños se han dado cuenta
de que les habían dibujado en la frente, o por el cuerpo, una
letra M en color roja. Está pintada con sangre.
4. El loco bajo la cama
Esta es la historia de una joven de [....], llamémosla Sara. De
pequeña, Sara tenía miedo a la oscuridad, hasta que adoptó a
un perro que le hacía compañía. Durante años, Sara dormía
tranquila porque sabía que bajo la cama estaba su perro, y si
tenía miedo solo tenía que extender la mano: entonces, el perro
empezaba a lamerla hasta que se quedaba dormida.
Así pasaron los años y Sara se hizo adulta. Una noche, en la
radio, escuchó que cerca de [....] estaba en busca y captura un
asesino muy peligroso. Sara, acompañada de su perro, no tenía
miedo: se metió en la cama, extendió la mano hacia el borde y
el perro, como todas las noches, empezó a lamerla.
Durmió del tirón y, al despertar, le sorprendió que el perro no
se hubiera cansado de lamerle la mano en toda la noche. O eso
creía: al abrir los ojos, encontró al perro muerto sobre el suelo
de la habitación. Bajo la cama, un hombre seguía lamiéndole la
mano.
5. El desafío del cementerio
Varias adolescentes habían ido a pasar la noche en casa de una
amiga, aprovechando que sus padres estaban de viaje. Cuando
apagaron las luces se pusieron a hablar de un viejo al que
acababan de enterrar en un cementerio cercano. Se decía que lo
habían enterrado vivo y que se le podía escuchar arañando el
ataúd, intentando salir.
Una de las chicas se burló de aquella idea, así que las otras la
desafiaron a que se levantara y fuera a visitar la tumba. Como
prueba de que había ido, tenía que clavar una estaca de madera
sobre la tierra de la tumba. La chica se fue y sus amigas
apagaron la luz otra vez y esperaron a que volviera.
Pero pasó una hora, y otra más, sin que tuvieran noticias de su
amiga. Se quedaron en la cama despiertas, cada vez más
aterradas. Llegó la mañana y la chica no había aparecido. Aquel
mismo día, los padres de la chica regresaron a casa y, junto al
resto de padres, acudieron al cementerio. Encontraron a la chica
tirada sobre la tumba… Muerta. Al agacharse para clavar la
estaca en el suelo, había pillado también el bajo de su falda.
Cuando intentó levantarse y no pudo, creyó que el viejo muerto
la había agarrado. Murió del susto en el acto.
6. “¿Has subido a ver a los niños?”
Una adolescente está cuidando por primera vez a unos niños en
una casa enorme y lujosa. Acuesta a los niños en el piso de
arriba, y, cuando apenas se ha sentado delante de la televisión,
suena el teléfono. A juzgar por su voz, el que llama es un
hombre. Jadea, ríe de forma amenazadora y pregunta: “¿Has
subido a ver a los niños?”.
La canguro cuelga convencido de que sus amigos le están
gastando una broma, pero el hombre vuelve a llamar y pregunta
de nuevo: “¿Has subido a ver a los niños?”. Ella cuelga a toda
prisa, pero el hombre llama por tercera vez, y esta vez dice: “¡Ya
me he ocupado de los niños, ahora voy a por ti!”.
La canguro está verdaderamente asustada. Llama a la policía y
denuncia las llamadas amenazadoras. La policía pide que, si
vuelve a llamar, intente distraerle al teléfono para que les de
tiempo a localizar la llamada.
Como era de esperar, el hombre llama de nuevo a los pocos
minutos. La canguro le suplica que la deje en paz, y así le
entretiene. Él acaba por colgar. De repente, el teléfono suena de
nuevo, y a cada timbrazo el tono es más alto y más estridente.
En esta ocasión, es la policía, que le da una orden urgente:
“¡Salga de la casa inmediatamente! ¡Las llamadas vienen del
piso de arriba!”.
7. Un cadáver en la cama
Un grupo de amigas había decidido ir a [...] para pasar unos
días. Se registraron en el hotel y subieron a su habitación a
dejar el equipaje, pero notaron un olor peculiar, como si se les
hubiera olvidado sacar la basura o no hubieran tirado de la
cadena del váter. Sin embargo, todo parecía estar en orden, así
que se fueron y no volvieron hasta la última hora de la noche.
El olor había empeorado notablemente a lo largo del día y ya
era casi insoportable, de modo que llamaron a mantenimiento
para que localizara su origen. La persona que les mandaron
miró debajo de las camas, dentro de los armarios, incluso
olfateó los desagües y las ventilaciones, pero no pudo encontrar
la fuente del olor. Al final, limpiaron la habitación con generosas
cantidades de productos perfumados, pusieron la ventilación al
máximo y desearon las buenas noches al grupo de amigas. La
peste estaba, por el momento, enmascarada, y como ellas
estaban agotadas, se fueron a la cama. Una de ellas escondió la
cartera debajo del colchón, como acostumbraba a hacer en los
hoteles.
Todas durmieron hasta bien entrada la mañana: grandes rayos
de sol entraban ya en la habitación, caldeándola en extremo. El
hedor seguía presente y más potente que nunca. Una de las
mujeres, ya bastante irritada, volvió a llamar al departamento de
mantenimiento para quejarse. Luego llamó al director del hotel
para quejarse un poco más. Un pequeño ejército de personal de
dirección y mantenimiento se presentó en breve, y una vez más,
rebuscaron por todas partes sin resultado. Sin embargo, todos
estuvieron de acuerdo en que el olor era inaguantable, así que
dirección ofreció cambiar a las amigas de habitación.
Recogieron sus cosas para bajar al vestíbulo, pero cuando la
señora que había escondido la cartera hurgó debajo del
colchón, tocó algo que parecía sospechosamente una mano
humana. Quitaron el colchón de encima de la cama y ahí, en un
hueco practicado entre los muelles del somier, había un hombre
muerto. Era evidente que lo habían asesinado en la habitación y
el asesino lo había escondido entre el colchón y el somier.
Había recortado una parte de los muelles del somier para que el
cuerpo no formara un bulto en la cama.
8. La mano huesuda
Una niña de siete años se había quedado con su abuela en su
pequeño piso porque sus padres se habían ido al cine. Todo fue
normal, cenaron y se rieron un rato charlando juntas. A las diez
de la noche, la abuela se puso a hacer labores de costura, y la
niña se puso a ver la tele, pero de repente a la abuela le entró
una sed increíble, y le dijo a su nieta si le podía traer un vaso
de agua.
-Está oscuro -dijo la niña.
-No temas, sigue el pasillo, que justo al lado de la puerta del
baño hay un interruptor.
La niña se decidió, y al entrar al pasillo no veía nada porque
estaba muy oscuro, por lo que se arrimó a una pared y fue
palpando y tanteando a ciegas en busca de un interruptor. Al
seguir andando y llegar al marco de la puerta del baño, se paró
y siguió tanteando, y de repente notó como una mano huesuda
intentaba arrastrarla a la oscuridad del baño. La niña logró
apartarse y fue llorando a su abuela. Desde entonces, la niña
está en tratamiento psicológico. ¿Que pasó, si solo estaban
ellas dos en la casa y la abuela estaba en el salón cosiendo?
9. ¿Quién apagó las psicofonías?
Lo que me dispongo a relatar es absolutamente verídico y
relativamente reciente, me ocurrió a mí hace aproximadamente
seis meses. A mí el mundo del espiritismo, las psicofonías y
demás me produce mucha curiosidad, pero a la vez me asusta.
Un compañero de clase me proporcionó un CD que tenía
grabadas algunas psicofonías. Mi hermano me propuso llevarme
un portátil para escuchar el CD mientras se duchaba, y así lo
hicimos. Antes de escuchar la primera psicofonía una voz
presentaba el CD y hacía una advertencia: “Nunca lo escuchen a
oscuras”. En ese momento, para asustar a mi hermano, apagué
la luz del cuarto de baño y él gritó: “¡Enciende la luz!”. Cuando
la encendí, el disco ya no sonaba. Alguien le había dado al stop.
Yo no fui, de eso estoy seguro porque tenía el dedo en el
interruptor de la luz, y mi hermano tampoco, estaba dentro de
la bañera y a más de dos metros del portátil. ¿Quién apagó las
psicofonías? No lo sé, y no estoy seguro de querer saberlo.
10. Ven a jugar conmigo
Hace un tiempo, una amiga mía y yo decidimos hacer
espiritismo por primera vez, ya que nunca antes nos habíamos
atrevido a hacerlo. Llamamos a otras dos amigas para que nos
acompañaran, ya que a mí me habían dicho que probablemente
con solo dos personas sería más difícil que pasara algo. Nos
costó trabajo convencerlas, pero al final cedieron. Lo
preparamos todo y, un poco asustadas, comenzamos a hacer la
ouija.
Durante la sesión, una de las compañeras a las que habíamos
llamado dijo: “Yo me voy de aquí, menuda tontería esta de la
ouija”. Nosotras nos asustamos un poco y decidimos dejarlo
para otro momento.
Al cabo de unos días, la compañera que se había ido me llamó
aterrorizada, diciéndome que, de camino a casa después de
haber ido a estudiar a la biblioteca, al pasar por delante de una
casa en ruinas que hay cerca de su hogar, una niña vestida de
blanco le había pedido que jugara con ella. Mi amiga le dijo que
no podía ya que tenía prisa por llegar a su casa, y acto seguido,
la niña comenzó a llorar con lágrimas de sangre. Mi amiga salió
de allí corriendo y al llegar a casa fue cuando me llamó. Hasta
ahí fue lo que me contó mi amiga. En un principio me lo tomé a
broma, pero algo me hacía pensar que mi amiga hablaba muy
en serio.
En mi habitación comencé a darle vueltas al asunto y me acordé
del día en que habíamos hecho espiritismo y de las malas
maneras con las que mi amiga se había retirado. Pensé que no
tendría nada que ver y me dormí. Al día siguiente esa misma
amiga me llamó porque iba a quedarse sola en casa estudiando
y tenía miedo, así que decidí acompañarla ya que yo tenía
también que estudiar. Cogí un autobús y, ya en su casa, nos
pusimos a estudiar. De repente, oímos a nuestra espalda un
ruido como de arañazos. Las dos miramos y comprobamos
horrorizadas que la niña que ella me había descrito estaba
sentada sobre la cama de mi amiga, arañando la pared. Salimos
corriendo de la habitación y al llegar a la puerta observé que mi
amiga no estaba, pero yo estaba demasiado asustada para
esperarla.
Un rato después, la policía llamó a mi casa informándome de
que mi amiga había muerto de un ataque de asma. La habían
encontrado en las escaleras de su casa, con una expresión de
terror en su cara. Yo estuve en tratamiento psiquiátrico unos
meses y ya me estaba recuperando, pero el otro día, en mi
buzón apareció una nota escrita con letra de niña pequeña que
decía: “Tu amiga murió por no jugar conmigo. Tengo una
muñeca nueva…”. Yo creo que es una broma, ya que nuestra
historia se ha hecho bastante popular en el pueblo, pero por
otra parte tengo miedo… ¿vendrá a por mí?
11. La cosa
Ted Martin y Sam Miller eran buenos amigos. Ambos pasaban
mucho tiempo juntos. En esa noche en particular estaban
sentados sobre una valla cerca de la oficina de correos
hablando sobre nada en particular.
Había un campo de nabos enfrente de la carretera. De repente
vieron algo arrastrarse fuera del campo y ponerse en pie.
Parecía un hombre, pero en la oscuridad resultaba difícil saberlo
a ciencia cierta. Luego desapareció. Pero pronto apareció de
nuevo. Se acercó hasta la mitad de la carretera, en ese momento
se dio la vuelta y regresó al campo.
Después salió por tercera vez y se dirigió hacia ellos. Llegados
a ese punto Ted y Sam sentían miedo y comenzaron a correr.
Pero cuando finalmente se detuvieron, pensaron que se estaban
comportando como unos bobos. No estaban seguros de lo que
les había asustado. Por lo que decidieron volver y comprobarlo.
Lo vieron muy pronto, porque venía a su encuentro. Llevaba
puestos unos pantalones negros, camisa blanca y tirantes
oscuros. Sam dijo: “Intentaré tocarlo. De ese modo sabremos si
es real”.
Se acercó y escudriñó su rostro. Tenía unos ojos brillantes y
maliciosos profundamente hundidos en su cabeza. Parecía un
esqueleto. Ted echó una mirada y gritó, y de nuevo él y Sam
corrieron, pero esta vez el esqueleto los siguió. Cuando llegaron
a casa de Ted, permanecieron frente a la puerta y lo observaron.
Se quedó un momento en el camino y luego desapareció.
Un año más tarde Ted enfermó y murió. En sus últimos
momentos, Sam se quedó con él todas las noches. La noche en
que Ted murió, Sam dijo que su aspecto era exactamente igual
al del esqueleto.
12. Sitio para uno más
Un hombre llamado Joseph Blackwell llegó a [....] en un viaje de
negocios. Se hospedó en la gran casa que unos amigos poseían
en las afueras de la ciudad. Esa noche pasaron un buen rato
conversando y rememorando viejos tiempos. Pero cuando
Blackwell fue a la cama, comenzó a dar vueltas y no era capaz
de dormir.
En un momento de la noche, oyó un coche llegar a la entrada
de la casa. Se acercó a la ventana para ver quién podía arribar a
una hora tan tardía. Bajo la luz de la luna vio un coche fúnebre
de color negro lleno de gente. El conductor alzó la mirada hacia
él. Cuando Blackwell vio su extraño y espantoso rostro, se
estremeció. El conductor le dijo: “Hay sitio para uno más”.
Entonces el conductor esperó uno o dos minutos, y se retiró.
Por la mañana, Blackwell les contó a sus amigos lo que había
pasado. “Estabas soñando”, dijeron ellos. “Eso debe haber
sido”, repuso él, “pero no parecía un sueño”. Después del
desayuno se marchó a la ciudad. Pasó el día en las oficinas de
uno de los nuevos y altos edificios de la urbe.
A última hora de la tarde, él estaba esperando un ascensor que
lo llevara de vuelta a la calle. Pero cuando se detuvo en su piso,
este se encontraba muy lleno. Uno de los pasajeros lo miró y le
dijo: “Hay sitio para uno más”. Se trataba del conductor del
coche fúnebre. “No, gracias”, dijo Blackwell. “Esperaré al
siguiente”.
Las puertas se cerraron y el ascensor empezó a bajar. Se oyeron
voces y gritos, y un gran estruendo. El ascensor se había
desplomado contra el fondo. Todas las personas que habían a
bordo murieron.
13. Anillos en sus dedos
Daisy Clark había estado en coma durante más de un mes
cuando el médico dijo que finalmente había muerto. Fue
enterrada en un fresco día de verano en un pequeño cementerio
a un kilómetro y medio de su casa.
“Que descanse siempre en paz”, dijo su marido. Pero no lo hizo.
A última hora de la noche, un ladrón de tumbas con una pala y
una linterna comenzó a desenterrarla. Como la tierra seguía
estando suelda, llegó rápidamente al ataúd y lo abrió. Su
presentimiento era cierto. Daisy había sido enterrada portando
dos valiosos anillos: un anillo de bodas con un diamante y un
anillo con un rubí que brillaba como si estuviera vivo.
El ladrón se arrodilló y extendió sus manos dentro del ataúd
para arrebatar los anillos, pero estaban totalmente adheridos a
sus dedos. Así que decidió que la única manera de hacerse con
ellos era cortando los dedos con un cuchillo. Pero cuando
cuando cortó el dedo con la alianza, este comenzó a sangrar, y
Daisy Clark comenzó a moverse. ¡De repente, ella se sentó!
Aterrorizado, el ladrón se puso en pie. Golpeó accidentalmente
la linterna y la luz se apagó.
Podía oír a Daisy salir de su tumba. Al pasar junto a él en la
oscuridad, el ladrón se quedó allí congelado de miedo,
aferrando el cuchillo con la mano. Cuando Daisy lo vio, se
cubrió con su sudario y le preguntó: ¿”Quién eres?”. Al escuchar
hablar al “cadáver”, el ladrón de tumbas corrió. Daisy se
encogió de hombros y siguió caminando, y no miró hacia atrás
ni una sola vez.
Pero llevado por su temor y confusión, el ladrón huyó en la
dirección equivocada. Se lanzó de cabeza en la tumba aún
abierta, cayó sobre el cuchillo que llevaba en su mano y él
mismo se apuñaló. Mientras Daisy caminaba hacia su hogar, el
ladrón se desangró hasta morir.
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