VALLADOLID, PÁRAMO DIGITAL “La sociedad moderna no aventaja a las sociedades pretéritas sino en dos cosas : la vulgaridad y la técnica.” (N. Gómez Dávila) …el Valladolid de antaño ¿Será todavía posible recomponer el gusto por las genuinas manifestaciones estéticas en ciudadanos que sucumben vertiginosamente al canto de sirena de los entretenimientos pedestres prodigados por la cultura de masas? Yermo cultural por empeño de la izquierda y de la derecha, Valladolid es la foto fija de calles vacías, de salas de exposiciones y espacios escénicos muertos, de librerías sin vida, un ágora provincial fantasma, carente de tradición asociativa, donde se palpa una quiebra severa del modelo relacional y comunicativo. Una de las viejas capitales del Imperio, cuna del Renacimiento español, engalanada de honores históricos – “ciudad la más noble de toda España… asentamiento de Príncipes, Reyes, Próceres, Ilustres varones…”-, bizarra, espléndida en sus señas de identidad, depositaria ilustre de una lengua común envidiada en todo el orbe, corre hoy peligro de desaparecer en un confuso limbo cultural, acentuado, si cabe, tras las secuelas que la onda expansiva de la postmodernidad (modernidad líquida) y la transmodernidad está dejando en nuestro territorio, teniendo en cuenta que los postulados inaugurales de la Modernidad se implantaron en España de forma muy deficitaria, básicamente por el arraigo anémico de las ideas liberales de la Ilustración, hecho decisivo que todavía hoy estamos pagando dramáticamente. Lo demás ha venido por añadidura, incluida una fatal sucesión de conflictos civiles y desórdenes territoriales traumáticos, mal asimilados y sin solución aparente. Los penúltimos aluviones del relativismo nihilista han hecho el resto, dejándonos como resultado final un paisaje muy coincidente con el pastiche civilizatorio. España ha vivido en las décadas recientes el amordazamiento de una cultura dinámica, propiamente moderna, en virtud de la debilidad institucional congénita de nuestra democracia, aún relativamente joven, que ha heredado los arreos socio-culturales de la dictadura precedente. No debe extrañarnos que ese reflejo democrático esté cojeando, virtual e insuficiente. Por esta razón el modelo de cultura, caso de existir, es enteramente previsible, sin altercados, sin verdaderas transgresiones, inofensivo; muy desligado, por otra parte, del reducido entorno de la creación, hoy bastante desamparada por la carencia de estructuras locales de producción. Pero existen otras razones poderosísimas que explican esta naturaleza predecible del modelo, como son las diversas batallas mundiales por el “soft-power”, por las televisiones y sus formatos y por los mercados culturales del cine, la música y el libro. Vivimos, en jerga alternativa, “la selva tecno-democrática del duro” (moneda). Modelo que, por otra parte, tiene en nuestro país la inveterada costumbre de desbarrar hacia extremos ideológicos, montando solapadamente, como hacen algunas instituciones, un “agit-prop” de filiación progresista y querencia asamblearia, a mitad de camino entre la publicidad y el vulgar adoctrinamiento, que busca sin tapujos “combatir el capitalismo, el patriarcado y todo sistema de dominación existente” y que asedia de modo particularmente intenso ámbitos como el del espacio escénico (auditorios, teatros, circuitos y festivales), para cebarse en ciudadanos desprevenidos bajo el mendaz argumento de la democratización de la cultura y la autogestión del conocimiento (me viene a la memoria una pintoresca obra de teatro para “público familiar” denominada significativamente “Don Quijote en la patera”), aunque en conjunto predomine la importación masiva e incongruente de productos de las potentes “industrias de contenidos” capitalistas. …las enseñanzas “alternativas” Traemos por ello a colación alguna entidad pública del hipertrofiado entramado de servicios culturales de Valladolid, acaso transfigurada en laboratorio experimental para nostálgicos de Antonio Gramsci, quienes detentando responsabilidades en el organigrama administrativo, imaginan ser emisarios de un virtual discurso “contrahegemónico”. Sin embargo, paradojas de la vida, no pasan de meros factótums del “cultural mainstream”, “agitadores” con salario fijo arrellanados en cómodos butacones que, a juzgar por los baldíos culturales que han avivado en los últimos tiempos, apenas se distinguen de aquellos otros promotores sin escrúpulos (esta vez económicos) responsables en nuestra ciudad de la mayor pérdida de patrimonio urbano de España en los años 50 y 60 del siglo pasado (la agresiva piqueta de la construcción, mucho más explícita, se llevó por delante 33 palacios renacentistas, entre otros importantes destrozos). Resumiendo, servidores públicos que practican una rutinaria y poco autónoma, pero no menos dañina, calendarización cultural para justificar el expediente. Bansky : Mona Lisa con lanzacohetes Al escribir estas líneas recupero un pliego olvidado en el cajón, un apenas esbozado artículo de indagación sobre las “especies” culturales que pudieran rastrearse en esto que llamamos Valladolid, colectividad que apenas rebasa la categoría de “pueblo de pueblos”, ciudad de aluvión rural o, si se quiere, “plaza mayor” que concita, como perenne sumidero, las escasas alegrías de los pueblos mustios de su entorno. Sede, por otra parte, del desafuero político y administrativo incontinente, del disparate cultural sin cuento y de una prolongada abstinencia de sus moradores en el ejercicio de la responsabilidad, encenagados hoy más que nunca en el individualismo, la autocomplacencia hedonista y el consumismo sin costuras en un tiempo, parece, de obligada felicidad, con afán de compensar la penosamente larga travesía de los infiernos rigoristas (Iglesia, Escuela, Estado y otros “peligrosos” entes) que amamantó nuestra última contienda civil, - sin distinguirse en esto, bien es cierto, de la mayoría de localidades patrias. No será éste el primer aviso, ni el último, me temo, que alerte a los avezados lectores de la torpeza de los responsables del “desconcierto” cultural (por llamarlo piadosamente) que castiga al primer núcleo urbano castellano de la submeseta norte española. Cierto es que no están solos en el empeño. El mal, de un modo u otro, golpea inmisericorde todas las latitudes y condiciones. Tal permanencia en el “páramo aterido”, en la intemperie de lo inculto, no despierta siquiera una triste queja de los ciudadanospolluelos, que, resignados e indiferentes, siguen recibiendo de las alturas este alpiste planetario calificado vergonzantemente como “contenido cultural”, derramado en sordina desde la pirámide institucional sobre una ciudadanía, como la nuestra, macerada en lo rural, la mesa camilla, la perra gorda y la aspereza del verbo, extremadamente cicatera en sus propuestas vitales, poco amiga de empeños intelectuales, perdida de manera lerda en los recientes entretenimientos mundanos que le entontecen (ya formamos parte integrante del enjambre digital universal). Buena parte de esta desgracia se asienta, como he citado anteriormente, en la ineptitud de las administraciones públicas, particularmente las locales, que en una turbia labor de mediación cultural se limitan a repetir esquemas en la planificación de contenidos, éstos casi siempre rescatados del caladero de la gran industria nacional, por ende europeo-norteamericana o, si se prefiere, del supermercado cultural global, vehiculando siempre unos productos estandarizados, nacidos al calor del modelo estadounidense del “entertainment” (imitado en todo el mundo) o escamoteados bajo un inconfundible marbete progresista, inoculando, de paso, las ideologías y “agendas” de turno, que nos hacen sospechar de una perversa (o muy limitada) capacidad intelectual de los responsables de la idiocia general, que hoy ocupan sillones y despachos remunerados (¿por qué estos personajes no son relevados de sus tareas habituales fuera del calendario electoral?). La consigna de partido destroza literalmente el hecho cultural allí donde éste se pueda presentar. El espejismo del logro político (en cualquier caso muy difícil de arrumbar) invalida las potenciales virtudes de estos gestores. Simone Weil definía con acierto la toma de partido como una lacra histórica que había sustituido a la operación del pensamiento autónomo. En este sentido, no estará de más rememorar aquel episodio subcultural - sonrojante muestra del fenotipo español del macarra - denominado “la Movida madrileña”, que contaminó ésta y otras populosas ciudades españolas durante los primeros años de la Transición Política (¿de quién vino la encomienda?) como lanzadera de transgresión de los códigos sociales franquistas. En rigor, no superaba la condición de manual de estilo del “pollo-pera (niño bien) con ínfulas gamberras (el malote de chupa y papelina)”, además de eficaz cortina de humo para camuflar otros graves problemas de la realidad nacional. Ya por entonces se iban manifestando, a golpe de tutela y subvención pública de ayuntamientos “tolerantes”, los primeros atisbos de una controvertida “agenda de género”, que poco después prorrumpiría sin freno en la sociedad española. Todo el proceso coincidía con el crecimiento de la tasa de desempleo, la generalización de la precariedad laboral y una crudísima reconversión industrial en España. Los intelectuales orgánicos de aquel postmodernismo de envite y farol no se daban por enterados, mientras vociferaban en radios y fanzines coloristas sus cínicas e impostadas propuestas. Supervivientes de aquella ridícula chanza viven hoy cómodamente instalados en sus tronos culturales (y en sus negocios). …fenotipo español Con ánimo de superar estas páginas desastradas de nuestra historia reciente y seguir “mentando la bicha” donde sea menester, sugiero analizar un pequeño muestrario de las artes plásticas locales o centrarnos, por qué no, en alguna que otra manifestación de las artes escénicas que en Valladolid acontecen, véase el desarrollo del programa PLATEA o el Festival Internacional de Teatro y Artes de Calle. No obstante, vamos a proceder con sosiego. De momento nos conformaremos con el arte plástico. Para más adelante emplazamos a debatir sobre el arte escénico. Quizás encontremos algún motivo de solaz y reflexión. Where there’s a will, there’s a way. Seamos sinceros, ninguna institución va a dedicarse jamás a promocionar algo que la pueda cuestionar, aunque no sienta sonrojo alguno cuando supedita eso que llama “política cultural” al fomento desvergonzado de intereses turísticos, urbanísticos y tecnológicos en los lugares donde opera, como de hecho ocurre. El fenómeno cultural, de este modo, aparece despojado de su razón de ser, convertido en mero estímulo y condimento de la economía de servicios, disfrazado espectacularmente para la ocasión con llamativos reclamos mediáticos. ¿No les suena? La cuestión deviene simple, ¿entendemos la cultura como el modo de vida históricamente conformado de un pueblo o aceptamos que esa identidad sea configurada por los imperativos del mercado? Vayamos, pues, al grano. ¿A qué puede deberse que los fondos pictóricos de un prestigioso coleccionista afincado en España, exhibidos simultáneamente en otras ciudades, aparezcan dispersos, fragmentados, sin una secuencia lógica, en muestras tan lamentables como la denominada “Pintura religiosa de los siglos XV al XVIII de la Colección Gerstenmaier”, que hemos podido visitar recientemente en la Sala Municipal de Exposiciones de Las Francesas de Valladolid. No se puede entender un desatino semejante, una muestra tan ayuna de indicadores pedagógicos elementales, de la que, casi con total seguridad, nadie va a hacerse responsable. A pesar, o precisamente por ello, los males continúan. Llama la atención la exposición que el Museo de la Pasión de nuestra ciudad ha dedicado a la colección “Rumor Artworks” que detenta Joseluis Rupérez, miembro de la ínclita SGAE desde 1983 y conocido promotor cultural desde la plataforma del IAC (Instituto de Arte Contemporáneo). La muestra tiene, curiosamente, muchos puntos en común con otra ya celebrada en el mismo lugar en abril de 2016 que se denominó “El artista y el cartel. De Picasso a Andy Warhol”. Ahora se nos muestran algunos representantes – siempre los cabezas de cartel, los “Fab Four” de la corriente artística del Pop Art del siglo pasado (Johns, Warhol, Rauschenberg y Lichtenstein). De nuevo, una agenda esclava del patrón externo, acomodaticia, carente de rigor y sobre todo de emoción: casi la mitad de la muestra consiste en un gélido offset litográfico presentado de forma tan abundante como fatigosa a la vista (llueve sobre mojado); el resto, algo más salvable, deriva también del sistema de arte multiplicado, sea en litografía, sea en screen-printing o serigrafía. Esta infeliz visualización “seriada” de la muestra va a engordar innecesariamente la polémica generada en torno a la validez del cartel como formato artístico. Por encima de cualquier otra consideración queda la desagradable certeza de tener que digerir “a rompe y rasga” lo que nos vierte la “superestructura” cultural y la retórica de los políticos y sus asistentes, que consideran como logros éste y otros desaguisados. En este sentido, cabe decir que el infortunado comentario de notas al programa, que debiera haberse redactado pensando en lectores inteligentes, aparece, sin embargo, trufado de tópicos populistas, de mascadas letanías de lo secular, en resumen, un panfleto como la copa de un pino. Cuando se asevera sin empacho que la guerra de Vietnam fue una “guerra pop”, como si el fuego y el horror de las bombas constituyeran punto menos que acordes musicales de la psicodelia, se peca, como mínimo, de una cruel insensibilidad. Si no somos capaces de distinguir la verdad de la mentira ya no existen verdades, tampoco mentiras, y por tanto nada resta como valor. Un ejercicio de puro relativismo legendariamente refrendado en el mundo artístico por la abstrusa propuesta duchampiana que se empeñó en descontextualizar una simpática bacinilla de orinar (“La fuente”, 1917), intentando (muchos creemos que sin conseguirlo) desacralizar las manifestaciones del arte y, peor aún, cercenar su misterio. Equipo Crónica : pintar es como golpear “Fernando Sánchez Calderón, pintura y contextos pictóricos de los años 80 y 90” reza la exposición que en las salas 6 y 7 del Museo Patio Herreriano nos ha mostrado 48 trabajos de este pintor, seleccionados de un total de 491 obras que, como legado, detentaba el Ayuntamiento de nuestra ciudad desde el año 2013 y que esta institución cedió al citado museo en 2017. Encontramos aquí una muestra resumida del quehacer de Sánchez Calderón en las dos últimas décadas del siglo pasado, cuando todavía se digerían en España, en un “totum revolutum” improvisado y algo disperso, las principales pautas del Informalismo europeo, del arte conceptual y minimalista o del “Retorno a la Pintura” (nueva figuración, Neoexpresionismo, Transvanguardia,etc.) junto a la eclosión postmodernista. Las obras de este autor se complementan visualmente con las de otros pintores que trabajaron en aquel entonces bajo los mismos parámetros, “hermanos mayores” en el oficio como Jordi Teixidor, Ignacio Tovar, Manuel Salinas, Soledad Sevilla, Juan Suárez, etc. Partiendo de la premisa de que toda época tiene el arte que se merece – y encontramos aquí cumplida constatación de la misma – no entramos a valorar los méritos o deméritos de este pintor vallisoletano que, efectivamente, cumplió al dedillo los dictados más rigurosos de la contemporaneidad, esto es, la erosión de la idea clásica de belleza y la desvalorización de la “forma” artística, la ausencia de narrativa en la obra, la confusión entre lo decorativo y lo propiamente pictórico, la presencia constante del componente teórico-verbal sobre el material (idea versus materia), la efimeridad y provocación en potencia y en acto, el juego de lo aparente y lo oculto, etc. Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que Sánchez Calderón, como otros pintores coetáneos, observó escrupulosamente el paradigma artístico de aquellos años. A título personal, me gustaría destacar de manera especial sus trabajos monócromos sobre papel en pequeño formato, ya sea en técnica mixta (ver “Espesura/frondosidad” o “Cuerpo místico”), grafito (“Dibujo redondo”) o grabado sobre papel Okawara (“Luz de día”). En fin, en esta ocasión es obligado felicitar a los responsables de la muestra. En la misma sede museística (Sala 0) han expuesto su obra a lo largo del año 2018 algunos afortunados artistas y colectivos locales, llamados “emergentes” de manera un tanto apresurada. En cualquier caso, una vez realizado el calendario previsto de ocho exposiciones y ejecutado el correspondiente presupuesto (que para este año 2019 se espera detraiga 17.500 euros de las arcas de la Fundación Municipal de Cultura) constatamos que, como en cualquier otro ámbito, hay también aquí cosas buenas, regulares y malas (entre ellas el lamentable episodio colectivo de la tipografía y los carteles urbanos de Valladolid en la exposición “Valladolid con carácter, letras que cuentan”, por cuya culpa la institución museística ha estado a punto de sumirse sin remedio en el desprestigio permanente). Así anda el Patio. Sin embargo, también se han dado meritorias excepciones, por ejemplo, la testimonial muestra de fotografía arquitectónica, “Necrópolis”, que en su día protagonizó Juan Carlos Quindós de la Fuente o la primera de las muestras del calendario 2018, la exposición “Paintung”, que nos permitió apreciar el singular polimorfismo de Belén Rodriguez González. Félix Cuadrado Lomas expone una breve antología de su pintura en la Sala municipal de exposiciones de Las Francesas de Valladolid. Su obra se mantiene década tras década en una correcta pero entumida, por reiterada, gramática formal. Un empeño meramente artesanal cuyo valor comparativo podría igualar, pero no superar, aquél del oficio de los espaderos que forjan y templan desde hace siglos el acero toledano, por poner un caso. A la sempiterna servidumbre lineal, en la que no es difícil rastrear (una vez más) préstamos de artistas pasados y presentes, se une una paleta cromática reiterada hasta la saciedad, sin sorpresas, deudora de las técnicas gráficas de la cartelística más que de la pintura propiamente dicha. No es la primera vez que comentamos ésta y otras severas disfunciones plásticas del pintor, no siendo la menor de ellas el dibujo relamido, “escayolado” por demasiado pensado, esto es, una linealidad cargante, sin pausas o respiros, que rompiendo la unidad de estilo arma tanto la expresión geométrica como la expresión naturalista (sirve para un roto y un descosido). Esta incoherencia formal se hace particularmente insidiosa en los cuadros que abordan la figura humana y el desnudo, con resultados lamentables por su dudoso gusto y anacronismo. Lo que parece genuina seña de identidad no sobrepasa la mera condición de cliché y amaneramiento. Algunos lo consideran un referente del paisaje castellano. Ancho es el traje, aunque sea ésta la temática que ha trabajado con mayor éxito a lo largo de su producción. En este sentido, afortunados han sido aquellos espectadores que pudieron visitar la exposición que hasta el 10 de marzo de 2019 se celebró en la Sala 8 del Museo Patio Herreriano de Valladolid, dedicada al extraordinario paisajista palentino Juan Manuel Díaz-Caneja. Lástima que la sala no haya reunido las necesarias condiciones lumínicas y que la distribución final de los cuadros no haya sido la más idónea para descubrir toda la excelencia de este pintor, de manera que el resultado final nos decepcionó un poco. Otro tanto ocurrió con la muestra aledaña “De Chillida a Guillén, ésta es la mano de tu amigo” (Capilla y sala 9 del Museo) que nos presentó en condiciones ambientales también desangeladas una hilera interminable (¿?) de pequeños dibujos y obra gráfica sobre papel con el tema recurrente de las manos del escultor como campo de experimentación espacial. Quizás con unos organizadores más diligentes se hubieran podido evitar estas deficiencias del marco expositivo. No todo van a ser miasmas. Forzoso y de justicia es destacar la excelsa exposición “La invención del cuerpo humano. Desnudos, anatomía, pasiones”, que se celebró hasta el 4 de noviembre del año pasado en el Palacio de Villena de Valladolid, comisariada exitosamente por la actual directora del Museo Nacional de Escultura, María Bolaños Atienza, donde en casi un centenar de apabullantes ejemplos de pintura, escultura en madera y piedra, dibujo, vaciados, fragmentos de retablo, tratados anatómicos, maniquíes y figuras articuladas, quedó focalizado de manera ejemplar el cuerpo humano y el proceso de su representación artística como objeto de atención predilecto en el ámbito occidental entre el período del Renacimiento y la Ilustración. Muestras como ésta no suelen ser frecuentes y nos dejaron un magnífico sabor de boca. Llevados por el entusiasmo nos atrevemos a sugerir si no es hora ya de organizar una exposición antológica de pintores barrocos vallisoletanos como Antonio de Pereda y Salgado. Antonio de Pereda y Salgado : Vanitas En la Sala de Exposiciones del Teatro Zorrilla hemos podido ver la curiosa exposición “ROTOS, pinturas y collages” de Pablo Ransa, artista de prolongada y fructífera trayectoria en Valladolid, que lleva ya unos años trabajando a fondo las posibilidades encerradas en el soporte de madera, elaborado con tablillas y planchas ensambladas caprichosamente, para rescatar el “accidente” tridimensional y revestir de mayor jugosidad el resultado pictórico final. Hemos encontrado retratos distorsionados, “rotos”, pero a la vez potenciados en su aprovechamiento visual, como un esparcimiento añadido para el espectador. Por encima de todo percibimos siempre el regocijo plástico. El autor ha disfrutado lo suyo en la elaboración de estas obras, que no pierden un ápice de su interés humano. Pablo Ransa No vamos a despedir este artículo sin rememorar la exposición que en el Palacio das Artes de Porto (Portugal), edificio clasificado como Patrimonio Urbanístico de la Humanidad por la UNESCO, inmediato al Mercado Ferreira Borges y al Palacio de la Bolsa de esta ciudad, se ha celebrado hasta el 3 de marzo del presente año con el título “El objeto de la pintura, maestros del arte español de las últimas décadas”, con un catálogo de dieciocho obras en torno a la abstracción, seleccionadas de los fondos de la Colección Mariano Yera. Pudimos apreciar aquí una reunión de obras de los Gordillo, Guerrero, Feito, Palazuelo, Saura, Equipo 57, etc. Tan interesante como ver la muestra fue anotar las bondades de este centro de innovación artística, sede de la Fundaçao da Juventude, equipado con ateliers, laboratorios creativos, residencia de artistas, salas formativas y multidisciplinares, un restaurante y dos comercios. Un centro modélico en su género, del que, si somos humildes, podemos aprender bastantes cosas. Palacio das Artes de Porto En otro orden de cosas, creo importante referirme, siquiera por encima, a un hecho que tiene vagas connotaciones culturales, aunque su naturaleza sea propiamente sociológica : la concentración anual de motoristas denominada “Pingüinos”, uno más de los maltratos que tenemos que padecer en Valladolid por causa del celo que ponen nuestros gobernantes para beneficiar a determinados entornos económicos locales. Sociedades más sensatas que la nuestra han desterrado hace ya tiempo este tipo de espectáculos. Como expresión certera del “feísmo” español “Pinguinos” no tiene desperdicio. A saber, arcaísmo en las conductas, atavío lúdico-militar, ruido (mucho ruido) como refuerzo del sentido tribal y alarde de combate imaginario, explosión irritante de decibelios que aturde, sobre todo, a segmentos sensibles de población (mayores y niños), en consecuencia, contaminación acústica punible - además de evidente contaminación ambiental - ejercicio colectivo de autoafirmación pueril, etc. Todo interesadamente camuflado con señuelos tan peregrinos como el compañerismo “motero” o la consabida creación de sinergias turísticas. Quiero respetar al motorista y su pasión individual por esta máquina extraordinaria, pero rechazo soportar el mal uso que de esta pasión hace una muchedumbre asilvestrada. ¿Cómo se pueden combatir estas perversiones “culturales” amparadas por la agenda económica local? Salgo de casa intentando dar un paseo y meditar, pero los estertores de la Semana Santa se prolongan sin solución de continuidad en sucesivas añagazas turísticas (ahí está el reciente evento que ha dado en llamarse “Plaza Mayor del Vino”). Se puede decir que los festejos de los mercaderes son permanentes. Hace tiempo que algunos decidieron por todos nosotros instituir fuera de debate y ampliar “sine die” los reclamos consumistas. La calificación moral me parece pertinente. Gentío desesperado por “adquirir”, fibra social cosificada marcando puntualmente el compás de los ritos de la vacuidad marcados por la negra servidumbre de intereses comerciales de temporada, que hace desfilar con diligencia jovial a peatones desnaturalizados, unos venidos en aluvión con su inocente prole a los barrios céntricos desde aquellos periféricos, el alfoz y el entorno rural provincial, otros en su papel de actores sociales pudientes, haciendo acopio de lo que sea menester para exhibir músculo, para hacer indisimulada ostentación. Todo medido, todo jerarquizado, todo miserablemente planificado conforme a las premisas de una sociedad de mercado que estupidiza, y de qué modo, a sus poblaciones. La carestía cultural generalizada imprime un sello muy reconocible a estos grupos humanos, contentos a pesar de todo. En lenguaje agustiniano podríamos hablar de una presencia mínima de charitas y una cupiditas que no encuentra mesura. El transversalismo social es un hecho. ¿A qué estadio cultural se dirige esta vieja ciudad castellana, olvidada y castigada secularmente por la desidia de sus gestores? Francisco Buiza Badás 19 de agosto de 2019