Subido por carlos enrique cabrera

Constataciones Microensayos carlos e cabrera

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CONSTATACIONES
(Microensayos)
por CARLOS ENRIQUE CABRERA
ESPEJOS
Hay que huir de los espejos como de la peste. La sola existencia de
estos enigmáticos artilugios azogados –hoy más bien plateados o de
aluminio– es uno de los más serios y graves problemas que afectan a
la humanidad doliente. Allí donde quiera que nos encontremos de
frente con un espejo (sea cual sea su tipo, forma o tamaño) habrá
frustración dolor y sufrimiento.
Parece cuento, pero no lo es en absoluto. A los malparecidos (feos y
feas, poco será lo que te pueda contar que ya no sepas si eres del
gremio) los espejos le bajan de golpe la autoestima al nivel del piso; y
a los bien parecidos le elevan la vanidad y la autocomplacencia hasta
niveles estratosféricos.
Tanto feos como atractivos culminan mal en su relación con los
espejos. Porque una vez derruida por completo la autoestima (con la
contemplación de la propia fealdad en contundente imagen
incontrovertible), los feos y feas caen en depresión severa, y es cada
vez más habitual que acaben arruinando su vida o incluso poniéndole
un dramático final a la misma; los bien parecidos, por su parte, se
deslizan en un estado de complacida autocontemplación narcisista
continuada que situándolos en una especie de paraíso de la inanidad
termina igualmente arruinando del todo su vida.
En este mundo resquebrajado y roto en el que vivimos nadie escapa al
funesto influjo de los espejos. Tomemos por ejemplo a los gordos y
gordas del planeta. La experiencia de este sensible colectivo con los
espejos ha sido siempre francamente traumática y dolorosa. Los
espejos compiten a conciencia con las básculas o balanzas para
erosionar la estabilidad psíquica y emocional de los gordos y gordas
del ancho mundo, mostrándoles de forma brutal y concluyente su
gordura: una límpida imagen especular que capta de inmediato el ojo
sin que haya la menor posibilidad de obviarla ni discutirla.
Muchos se cuestionan sobre cuál socaba más hondamente el amor
propio y la autoestima de los gordos y gordas del planeta, si las
básculas o los espejos. Yo por mi parte me inclino a pensar que ambos
artilugios, productos singulares del ingenio humano, actúan de forma
mancomunada y en total complicidad para llevar a cabo esta tarea:
hundir en la negra noche de la depresión sin retorno a los gordos y a
las gordas.
Y ¿qué decir de los envejecientes y las personas de la tercera edad –o
aquellas que ya avanza a pasos firmes hacia ese estado y su relación
con lo espejos? A este vulnerable colectivo los espejos le roban la
alegría de vivir. Y no es para menos. Los espejos le ponen delante a
todos ellos las penosas pérdidas que impone la edad –caída del pelo y
de los dientes, disminución de visión y desaparición del brillo de los
ojos y la tersura de la piel conjuntamente con la de la lozanía, el vigor y
la vitalidad– y, a la par, le hacen evidente las horribles incorporaciones
que de forma inexorable conlleva por ley biológica el paso del tiempo:
la papada, las ojeras y bolsas bajo los ojos, las patas de gallo, los
pronunciados surcos de las arrugas, las verrugas y las manchas de la
edad, el agrandamiento de las orejas y su extremo descolgamiento…
Este conjunto de síntomas que el espejo estruja en la cara y muestra
con absoluta fidelidad a quienes viven lo suficiente como para
sobrepasar los años de la dorada juventud, pueden sobrellevarse con
cierta resignación y estoicismo. De un lado, se esperan, se sabe que
vendrán a su tiempo; y, por el otro, es dable corregirlos, disimularlos o
atenuarlos si la persona afectada pone su deteriorada anatomía (piel,
masa muscular y cúmulos de grasa) en manos de un especialista
competente de los tantos que hay hoy en día en todos los países.
Caso muy distinto –y mucho más dramático– es el de los fracasados y
vencidos. A estos el espejo les muestra en toda oportunidad y ocasión
aquello que no es posible remediar con cirugía ni enmendar a través de
sofisticados e innovadores procedimientos estéticos: el rictus de
insatisfacción y de amargura que desfigura la totalidad de un rostro
(boca, entrecejo) y que pone de manifiesto bien a las claras la más
absoluta derrota ante la vida.
NUBES1
En su lento transcurrir en el vasto cielo, las nubes, como si de una obra
literaria se tratase –novela, crónica, cuento, fábula o poema– nos
cuentan variadísimas y sugestivas historias. Cumplen así una labor
absolutamente indispensable para el desarrollo de la humanidad en su
conjunto: Mantener viva la imaginación creadora de todos aquellos –
hombres y mujeres de toda edad y condición– que dediquen tiempo a
contemplarlas. Recrear las historias que nos proponen y sugieren en lo
alto del azulado cielo las nubes, corre completamente de nuestra
cuenta. Nadie ve lo que no está preparado para ver o lo que ya de por
sí no lleva dentro…
NUBES 2
Cuando el viento sopla con fuerza en las alturas las nubes se ven muy
alteradas y contrariadas. El viento atenta contra lo mejor de su esencia
(el hacer lluvia, aun cuando es sin duda importante para ellas, no deja
de ser su trabajo… algo práctico y rutinario…).
Lo más significativo y relevante en la vida de las nubes es sin duda la
contemplación calma y sosegada (mirar hacia abajo desde lo alto) y el
juego creativo con las formas, con el que logran desencadenar la
imaginación de quienes, bien dotados, las contemplan.
Pero el viento fuerte impide por un lado a las nubes disfrutar con el
debido sosiego del variado paisaje de la Tierra allá abajo y, por el
otro, daña de forma dramática su autoestima –o más bien su vanidad
y coquetería–, pues hace imposible que sus numerosos admiradores
puedan disfrutar de la contemplación de sus caprichosas y sugerentes
formas (el embate del viento las descompone y deshilacha) ejercitando
a la par con ello, con maravillado regocijo y deleite, su propia
imaginación creadora.
“Mira allá un perro con un hueso en la boca, mira allá un anciano con
pipa y sombrero de copa, allá un dragón vomitando fuego… más allá
un bajel pirata con las velas desplegadas al viento…
Nada hay más importante para las ingrávidas nubes que estos eventos.
Por eso las irrita tanto que el estólido viento con sus violentas ráfagas
se los arruine…
COMPROBACIÓN
Si la hora de nuestra muerte está prefijada de antemano con suficiente
antelación en el plan maestro de un ser superior, como muchos
arguyen y la religión católica sostiene, entonces las acciones que
eventualmente pueden “poner en riesgo” la vida de las personas,
aquellas que podrían calificarse de “temerarias” o de “imprudentes”, no
son de ningún modo posibles.
Y desde luego tampoco lo son aquellas otras del todo deliberadas –y
cobardes y punibles– como lo son el suicidio y el asesinato. Pues
¿cómo quitarle la vida a alguien hoy martes 5 de abril de 2022 a las
nueve menos cuarto si ya están establecidos de antemano el día, la
hora y el año de su muerte para el sábado 9 a las 10: 35 pm del 2023?
¿Querrá usted quizá realizar algunas pruebas en este sentido?…
CONVERSACIONES
La mejor forma de conversar con un semejante (hombre o mujer, joven
o viejo, nacional o extranjero, civil o militar, heterosexual o LGTBQ+) es
no mirarlo a los ojos y jamás escuchar lo que dice, esto
independientemente de que lo que diga sea bueno, malo o regular.
Interesante o anodino.
Y si por un causal le conceden a usted un breve turno de intervención
(si es que este le llega, porque por lo general los otros hablan sin parar
sin permitir que lo hagamos nosotros), debe usted soltar lo primero
que se le ocurra, ya sea esto beligerante y agresivo o conciliador, un
manido tópico o una idea brillante.
Porque de todos modos da igual, créame. Los otros jamás escuchan y
si lo hacen (supongamos que por alguna extraña causa o singular
contextura de su particular naturaleza alguno un buen día lo hace) de
ningún modo va a entender lo que digamos (jamás captará el
contenido intelectual, emocional y vivencial de nuestro discurso o
parlamento) y mucho menos se hará coparticipe de nuestro sentir y
particular punto de vista. ¡Y ni falta que hace!
Por otra parte (y es este un punto de capital relevancia en los tiempos
que vivimos de extraordinario desarrollo de las telecomunicaciones) en
el momento en que el su interlocutor coja el celular para responder
una llamada entrante y ya no lo suelte más durante todo el transcurso
de la conversación, argumentando (será solo una entre muchas otras
posibles justificaciones) que tiene que responder unos mensajes
urgentes, no pierda usted tiempo y aproveche la ocasión y haga lo
mismo. Enarbole su celular a la altura de sus ojos y responda
aplicadamente los mensajes que le han estado llegando (con su
molesto sonido de notificación) desde el inicio de la conversación,
aquellos que usted por deferencia y respeto o quizá tan solo por
temor no se había atrevido a responder hasta este preciso momento.
Ahora tanto usted como su interlocutor han quedado completamente
absorbidos en cuerpo y alma por el artilugio digital (música, sonidos,
imágenes estáticas y en movimiento) y ya no hay por qué disimular
cuál es el objeto preferente de su atención, cómo y en qué está usted
decidido a gastar su vida y tiempo... Tanto usted como su interlocutor
han quedado transparentados en su condición de ciudadano de hoy…
Llevadas a la práctica con rigor estas sutiles estrategias, tendrá usted
conversaciones verdaderamente satisfactorias y altamente exitosas y,
desde luego, lo cual es muy importante, de ningún modo conflictivas
ni problemáticas.
EFICACIA DEL LÁPIZ
Hacia tanto tiempo que no escribía con su lápiz que había olvidado
que los lápices (a diferencia de las máquinas de escribir y los
modernos dispositivos digitales) se apropian de los acontecimientos
del relato, los toman como cosa propia, los hacen suyos y terminan,
como no podía ser de otra forma, escribiéndolos ellos mismos,
conforme a su particular modo y manera, según su propio sentir y
personal visión, y esto más allá de la voluntad del escritor que,
sosteniendo el lápiz firme entre sus dedos como si de verdad
gobernara su veloz desplazamiento sobre la pulida superficie de la
página, en realidad se limita a seguirle dócilmente en sus gráciles y
armoniosos movimientos, y lo deja hacer con entera libertad, seguro
por lo demás del óptimo resultado del proceso creativo así ejecutado y
puesto en marcha, porque (lo tiene más que comprobado), un lápiz
siempre acierta, y termina componiendo obras verdaderamente
extraordinarias, auténticas masterpieces imposibles de lograr por otros
medios.
DE CHOQUES Y TROPEZONES
Tropezar dos veces con la misma piedra es algo muy común entre los
humanos que suele ocurrir más de lo que uno puede imaginarse. Este
choque se supone que debería ser siempre o casi siempre (de acuerdo
con la lógica) con la punta de los zapatos. Las piedras por lo general se
encuentran emplazadas en el suelo. Extraño y sorprendente es que
ocurra (el choque) con la parte frontal de la cabeza (con la frente) o
aun incluso con el pecho. Eso sería (en buen castellano y buena lógica)
darse de bruces (“topar de frente”) dos veces con la misma piedra. O
mejor: “chocar frontalmente” dos veces con la misma piedra. Para lo
cual la piedra (cosa rara) debería estar no ya en el suelo como suelen
estar las piedras sino en alto, justo a la altura de la frente o del pecho
del decidido caminante.
PROPÓSITO*
(microensayo)
Si estamos solos al nacer y absolutamente solos al morir, ¿por qué no
vivir felizmente solos en medio?
______
*Variación sobre un tema de Lorrie Moore (2015)
ESCALERAS
Hacer uso de las escaleras es una actividad llena de riesgos y
acechanzas que toda persona sensata debe analizar con sumo cuidado
antes de emprender. Cada pisada nuestra en los exiguos y altos
escalones (muchas veces numerosísimos) supone un pulso desigual
con la contingencia y el azar que puede llevarnos a la catástrofe que,
queramos asumirlo o no, siempre nos acecha.
Escaleras las hay muchas y de los más diversos tipos, constitución
estructural y materiales: escaleras rectas, helicoidales, de caracol…. de
madera, de mármol, de granito, de cemento o de hierro. Adornadas o
en extremo funcionales y sencillas, más o menos empinadas, anchas,
con pasamanos o sin él, de exterior (escalinatas) y de interior.
Cada una de ellas tiene su propia personalidad e idiosincrasia y claro
está, nos enfrenta a muy particulares e imprevisibles peligros.
Cuando subimos una escalera (así de insensatos somos) nunca nos
preguntamos a dónde conduce esta realmente; siempre damos por
sentado (con la más absoluta ingenuidad y temeraria entrega a lo real)
que dirige nuestros pasos hacia donde teníamos estipulado o
pautado o a dónde se nos ha indicado, cuando la realidad es muy otra
y desmiente esta loca y descabellada presunción. Nunca podemos
saber qué nos espera al final de una escalera, qué encontraremos
cuando hayamos remontado su último peldaño. Lo mismo nos
conduce a otra diferente dimensión de lo real o al más extremo vacío…
Pero todavía más. Una vez hacemos el esfuerzo de subir una escalera
(esfuerzo tantas veces fatigoso), deberíamos preguntarnos si sabremos
luego, más adelante, bajarla, o si la misma estará en el sitio preciso que
la dejamos una o dos horas antes esperando paciente y dócilmente por
nosotros para que podamos usarla de nuevo para aposentar
felizmente nuestros pies “allá abajo” en el sólido suelo. Porque la
dichosa esclera puede o no dirigirnos al sitio preciso de partida o en
línea recta enviarnos al núcleo o corazón incandescente de la Tierra…
FIN
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