g a n z l9 1 2 Subjetividad, biopolitica y educación: una lectura desde el dispositivo , Jorge Eliécer Martínez Posada Jorge Eliécer Martínez Posada, posdoc­ tor en Filosofía, Universidad de Cádiz, Es­ paña. Tiene estudios posdoctorales en Cien­ cias Sociales del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) y del Centro Internacional de Educación y Desarrollo Humano (Cinde). Doctor en Filosofía de la Universidad de Barcelona, en el programa de Historia de la Subjetividad y Diploma de Estudios Avanzados (DEA) en Filosofía de la misma universidad. Doctor en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud (Cinde), U ni­ versidad de Manizales, Colombia. Magíster en Desarrollo Educativo y Social (Cinde)Universidad Pedagógica Nacional (UPN), y licenciado en Filosofía de la Universidad San Buenaventura, Bogotá. Miembro del grupo internacional Clacso Subjetivaciones, Ciudadanías Críticas y Transformaciones Sociales; de la Red Latinoam ericana de Biopolítica y de la Red Internacional de Etnografía con Niños, Niñas, Adolescentes y Jóvenes, y del grupo Infancias, Cultura y Educación. Director de la línea de socializa­ ción y subjetividades políticas Cinde-UPN. Líder del grupo Intersubjetividad en la Edu­ cación Superior, categoría A Colciencias. Su actividad académica se ha enfocado en biopolítica, juventud, subjetividad, educa­ ción ética-política, infancia y referentes fi­ losóficos desde el posestructuralismo. Entre sus escritos se destacan los libros Polisemias de la juventud (2014); Pensar las infancias, g a n z l9 1 2 SUBJETIVIDAD, BIOPOLÍTICA Y EDUCACIÓN: UNA LECTURA DESDE EL DISPOSITIVO Jorge Eliécer Marrínez Posada U N IV ER SID A D DE LA SALLE Departamento de Formación lasal lista Bogotá, D. C. 2014 g a n z l9 1 2 Martínez Posada, Jorge Eliécer Subjetividad, biopolítica y educación: una lectura desde el dispositivo / Jorge Eliécer Martínez Posada. - Bogotá: Ediciones Unisalle, 2014. 154 páginas: ilustraciones; 16 * 24 cm. Incluye bibliografía 1. Pedagogía 2. Educación 3. Filosofía de la educación 4. Subjetividad (Filosofía) 5. Biopolítica I. Tít. 370.1 cd 21 ed. A1466907 CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango Jorge Eliécer Martínez Posada Autor ISBN: 978-958-8844-53-4 Primera edición: Bogotá, D.C., octubre del 2014 © Derechos reservados, Universidad de La Salle Edición Oficina de Publicaciones Cra. 5 No. 59A-44 Edificio Administrativo 3er piso P.B.X.: (571) 348 8000 Extensión: 1224 [email protected] Dirección Carlos Enrique Carvajal Costa, Fsc Vicerrector Académico Dirección editorial Guillermo Alberto González Triana Coordinación editorial Marcela Garzón Gualteros Correción de estilo Jhon Fredy Guzmán Vargas Diseño de carátula y diagramación Precolombi EU-David Reyes Fotografía de portada “Naixement” Neyith Ospina Antury Diseño de ePub Hipertexto Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier procedimiento, conforme a lo dispuesto por la ley. Introducción El El El El El dispositivo, grilla de análisis de lo social dispositivo desde el saber-poder dispositivo de la sexualidad dispositivo de la seguridad dispositivo de la persona Historia de los espacios. historia de los poderes: el dispositivo en los límites de la acción Espacios diferentes (Des spaces autres) El espacio y el poder: de la teatralización al saber gubernamental El cuerpo como espacio del poder: del Leviatán a Frankenstein La configuración del territorio (cuerpo/especie-medio) en los dispositivos de seguridad La subjetividad en las acciones institucionales: biopolítica e intimidad Anatomopolítica y biopolítica en la configuración de la subjetividad Subjetividad e intimidad: dos concepciones que se traslapan La pedagogía de la deuda en el mercado global del saber: universidad y biopolítica El conflicto: la educación universitaria en el centro La pedagogía de la deuda: el paso del hombre encadenado al hombre endeudado La crítica como inservidumbre voluntaria e indocilidad reflexiva en las prácticas pedagógicas* Colorario: el dispositivo en el cuerpo educado y saludable Bibliografía A toda subjetividad que encuentra en las palabras de Walt Whitman unos minutos de plenitud y de autoconstitución y en estos fragmentos de su poesía, elementos para nuevos dispositivos de resistencia: “Me canto y me celebro, me celebro y me canto, y si me canto y me celebro, te celebro y te canto, porque tú y yo somos la misma cosa”. “¡Zafarse de las anclas y cordajes ajenos! ¡Ser libre! ¡Amar con libertad! ¡Arrojarse incauto y temerario! ¡Perderme si es preciso! ¡Nutrir el resto de la vida con una hora de plenitud y libertad! Con una breve hora de locura y alegría”. W. Whitman: “Canto a mí mismo” y “Una hora de locura y alegría” Subjetividad, biopolítiea y educación: una lectura desde el dispositivo es un libro cuya estructura ha sido definida en cinco capítulos y un colorario, articulados a través del pensamiento denominado por algunos posestructuralista. Se constituye en un esfuerzo por hacer visibles aspectos teóricos del dispositivo como concepto, y propone asumirlo como un elemento metodológico que, por un lado, permite analizar lo social desde un referente crítico y reflexivo y, por el otro, reconoce la historicidad del sujeto. En este sentido, se evidencia la condición actual del mundo ante la constitución de subjetividades, y como resultado de ello, se develan nuevos interrogantes. Este libro es el resultado de las investigaciones “Análisis de los discursos gubernamentales en educación superior como lugar de producción de la subjetividad actual, 1991-2005”, realizada en el 2009; “Universidad colombiana y sociedad del conocimiento”, adelantada en el marco del doctorado en Ciencias Sociales y Humanas de la Pontificia Universidad Javeriana en el periodo 2011-2014, y “Dispositivos de producción de subjetividades juveniles universitarias”, adelantada en el Departamento de Formación Lasallista de la Universidad de La Salle, periodo 2012-2014. Es también producto de los avances y desarrollos teóricos y metodológicos del grupo de trabajo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso): Subjetivaciones, Ciudadanías Críticas y Transformaciones Sociales. El primer capítulo plantea la comprensión del dispositivo como una paradoja. Para ello, reconstruye teóricamente el concepto a partir de los planteamientos de Michel Foucault y desde los análisis realizados por Giorgio Agamben y Gilíes Deleuze. De esta forma, el dispositivo como concepto adquiere un horizonte de comprensión complejo e histórico que no se queda en el plano de los discursos o de las cosas, sino que va más allá, como algo que acontece o emerge en una interacción entre diversos elementos sociales y que ha sido nombrado por estos autores como una red. Si bien es cierto que en la comprensión del dispositivo se reconoce al sujeto, en este primer capítulo se estructura la idea de dispositivo en cuanto régimen social, al exponer la existencia de subjetividades mediadas por relaciones de poder. Por ello, se describe detalladamente el dispositivo desde el saber-poder, la sexualidad, la seguridad y la persona, con lo cual se evidencian las diferentes formas en las que se han constituido cuerpos útiles y dóciles. El segundo capítulo profundiza sobre el lugar del poder en la configuración de los sujetos; por tanto, desarrolla teóricamente el concepto de espacio como el resultado de juegos de verdad, poder y saber, e introduce el planteamiento de la gubernamentalidad desde su representación histórica. En este sentido, se hace referencia, una vez más, a la genealogía y la arqueología en la obra de Foucault, y se confirma que el espacio se configura como el resultado arqueológico de la relación entre discursos y epistemes, y como el resultado genealógico de interacciones mediadas por las relaciones de poder. A partir de esta línea de análisis se configura el camino para comprender el concepto de biopolítica, que se articula con el de gobernabilidad, dado que no solo se remite al sujeto, sino que también se ejerce sobre las poblaciones. Desde este referente, se hace énfasis en el dispositivo de la seguridad que había sido enunciado en el primer capítulo y que lleva a analizar el espacio de la seguridad como un acontecimiento temporal y circunstancial. En este contexto, el espacio existe desde la forma de relaciones de emplazamiento, y el tiempo no aparece más que como uno de los juegos de distribución posibles entre los elementos que se reparten en el espacio, lo cual se articula con una idea de cuerpos útiles y dóciles que lleva a proponer las utopías y las heterotopías. Resulta evidente que los seres humanos existen en un esquema de compartimentación disciplinaria desde el cual se reconoce a cada quien: su cuerpo, su muerte, su enfermedad, su tumba, su pupitre, hasta su sexta parte de metro cuadrado en el Transmilenio. Por tanto, el cuerpo como espacio de poder es descrito en este capítulo a través de la analogía del paso de Leviatán a Frankenstein. La estructura teórica de los dos primeros capítulos converge en un tercer capítulo de análisis, centrado en la visibilización de dinámicas de acción o agenciamientos que configuran las subjetividades, en la sociedad, como una realidad objetiva de la estructura social, en la cual existen o se han constituido “esquemas tipificadores” (Berger y Luckmann, 1978). En otras palabras, las instituciones sociales son el mejor ejemplo para mostrar los sistemas de control social existentes en toda sociedad. En este orden de ideas, la familia se convierte en un escenario concreto para describir cómo se configuran las formas de ser sujeto. Así, se llega a un elemento central desde la postura foucaultiana: la introducción de la ética del cuidado del otro y de las tecnologías del yo. En este capítulo se llega a la definición de subjetividad como un campo de acción y representación, siempre establecido en las condiciones históricas, políticas, culturales, religiosas, etc., y como capacidad de interacción a partir de la intencionalidad y la negociación. Se afirma, entonces, que la subjetividad es dada por la experiencia que constituye y acompaña al sujeto toda la vida; es un producto que le permite hablar desde la experiencia de lo individual, lo propio, lo alterno, lo diferente y lo otro. En este sentido, la subjetividad corresponde a la capacidad de constituirse a sí mismo como individuo a partir del lenguaje, la interacción y la interpretación. Se entiende que así como la subjetividad se constituye con otros, también plantea la posibilidad de configurarse sobre sí mismo. Por ende, el sujeto es una construcción histórica como producción, y el proceso de socialización es el modo como el sujeto se configura como “verdadero” en el marco social. A partir de este análisis se llega a un concepto fundamental: la anatomopolítica, donde el peso de los discursos condiciona la anatomía de los sujetos. La comprensión del disciplinamiento del cuerpo se convierte, entonces, en el elemento para entender la emergencia y el funcionamiento del capitalismo en su forma actual, y a partir de ello, describir cómo las instituciones configuran la producción de la subjetividad en todas sus expresiones, porque la disociación del poder del cuerpo garantiza productividad y obediencia cuando las técnicas de poder ejercidas encauzan la potencia corporal en un circuito de relaciones directamente proporcionales; por tanto, se encuentra que a mayor productividad, mayor obediencia, y viceversa. Estos elementos llevan a reconocer que el sujeto se configura como sujeto epistémico, sujeto moral y sujeto político, es decir, como sujeto que acontece como resultado de la producción biopolítica de la subjetividad. Entre tanto, comprender de manera amplia la subjetividad involucra la intimidad como un concepto emergente. Pensar la relación subjetividad-intimidad permite hacer un acercamiento a la perspectiva de Pardo (2004), quien plantea la “pasión comunicativa” que hace posible mirar el lenguaje más allá, es decir, asumiendo la intimidad, “no hecha de sonidos sino de silencios. No tenemos intimidad por lo que decimos sino por lo que callamos, ya que la intimidad es lo que callamos cuando hablamos” (p. 38). El análisis existente hasta este punto refleja cómo la subjetividad si bien es la verdad que habita y configura al hombre, también se expresa en el silencio de lo que se calla, es decir, en la intimidad; pero también introduce la posibilidad de proponer un análisis del agenciamiento de los sujetos en las instituciones a partir de una cartografía de la condición histórica del hombre, lo cual conlleva interesarse por la afectividad y las pasiones humanas como un motor de la subjetividad. Una vez realizado el recorrido por el concepto de dispositivo y planteada la constitución de la subjetividad como un ejercicio ético de reconstruirse, pensarse, revaluarse y ubicarse en el lugar de la crítica —crítica no solo como autoevaluación, sino también como posibilidad de interrogar a la verdad y lo que se ha dicho que un hombre es—, se plantean los dos últimos capítulos, orientados al contexto específico de la educación superior. En el cuarto capítulo se hace un análisis, desde una postura biopolítica, en torno al papel de la universidad en el contexto globalizado, para lo cual se propone una línea de reflexión sobre su carácter funcional en medio de la producción de capital y en el marco de la visión mercantilista del conocimiento. En este orden de ideas, se retoma el planteamiento de Lazzarato, quien presenta elementos de análisis para pensar la actualidad de la universidad desde la postura teórica de Foucault. Lazzarato afirma que a través del concepto de biopolítica se había anunciado, desde los años setenta, lo que hoy día va haciéndose evidente: la “vida” y lo “viviente” son los retos de las nuevas luchas políticas y de las nuevas estrategias económicas. Pero desde la biopolítica también se había mostrado que la “entrada de la vida en la historia” corresponde al surgimiento del capitalismo. Se presentan, por tanto, fenómenos como estos: 1) la mercantilización de la universidad; 2) el capitalismo cognitivo; 3) la producción de subjetividades mercantilistas; 4) el lugar del conocimiento, y 5) la lógica de la financiación; todos ellos, ejemplos concretos de las lógicas biopolíticas en las que la universidad se ha convertido, por cuanto representan una racionalidad neoliberal. En este punto se plantea que el problema actual no es la educación como instrumento (“aparato”) del Estado, sino como prolongación de la forma empresa, porque la educación se ha convertido en una mercancía cuyo fin es el incremento de “activos intelectuales” y de competencias laborales en una economía del conocimiento. Ello se traduce en un escenario para proponer análisis y reflexiones que cuestionen el lugar del conocimiento y de los sujetos como mercado. El último capítulo da continuidad al análisis biopolítico de Foucault (2004) en el texto Nacimiento de la biopolítica, donde afirma que “un aspecto central de la teoría y de la práctica neoliberal es la transformación de los seres humanos en ‘capital humano’”. Todo lo que conforma al individuo —la inteligencia, la apariencia, la formación, el matrimonio, la ubicación— constituye una inversión de tiempo o de energía que puede convertirse en futuras ganancias. Tal y como escribe el autor, “el homo economicus es un empresario de sí mismo” (Foucault, 2004, p. 239). Desde este enfoque se plantea que las prácticas pedagógicas se convierten en prácticas mercantiles que responden no a la educación de los sujetos en términos de la vida, sino a la formación para el trabajo, de tal forma que la vida se va convirtiendo en trabajo. Así, se asume que el neoliberalismo crea el marco a través del cual ámbitos sociales, como el de la educación —que no son estrictamente contextos económicos—, pueden funcionar como mercados y vincularse al mecanismo de la competencia. A la luz de estos planteamientos, se desarrolla el lugar de la crítica como la posibilidad de indagar la práctica, entendida como la praxis y la poiesis que surge en la interacción entre educación y sociedad. Se enuncia la parresía como la manera a través de la cual una estética de la existencia terminó siendo un modo de resistencia ética y política, que hoy puede ser una ruta para pensar la relación educación-sociedad y para analizar nuestras prácticas pedagógicas y educativas. Entonces, se propone la necesidad de construir una teoría pedagógica o unas prácticas pedagógicas desde una actitud, desde un ethos, que permita la constante revisión de los límites de la libertad y de los modos como estos son sujetados por la gubernamentalidad. Esto significa que la ética interactúa con la política para preguntarse por los límites de la libertad y su posible franqueamiento. Por último, se presenta un colorario a modo de conclusión desde dos espacios sociales específicos, a saber: el campo de la educación y el de la salud. Allí se asume que los sujetos contemporáneos no son un producto de una época, sino más bien construcciones históricas; es decir, los individuos, en sus subjetividades, se van construyendo a través de la historia. Para iniciar la lectura de este libro es importante recordar que la educación moderna surge en el modo de institución disciplinaria, que al pasar a la educación contemporánea incluye dispositivos de la sociedad de soberanía y de la sociedad de seguridad. Así, la educación contemporánea es reflejo de una combinatoria de estas tecnologías de las sociedades que historió Foucault en su estudio sobre la gubernamentalidad del Estado. La educación está dentro de un dispositivo de gobierno, con políticas de control de la población que llegan para ser enseñadas y aprendidas (por ejemplo, a través del currículo). De ahí que el dispositivo de seguridad gobierne de una manera sutil y utilice la libertad como tecnología de gobierno; es el caso de las formas de las evaluaciones de calidad en las instituciones educativas, las cuales se presentan como búsquedas “autónomas” que generan un distintivo en el mercado de la educación. En esta misma dinámica aparecen los enunciados biopolíticos de “proyecto de vida” y “ser empresario de sí mismo”, según los cuales los estudiantes tienen que hacer de su vida un proyecto, con misión, metas, planes y dar resultados; se les exige ser autónomos, con la libertad de tomar su propias decisiones, pero dentro del marco de gubernamentalidad que se les presenta. Ante estas tecnologías de gobierno sobre el sujeto, surgen las preguntas: ¿estamos paralizados? ¿Cuáles son las posibilidades de fuga? ¿Cuáles son las posibilidades contra la conducta y las resistencias? ¿Cómo logran convertir ese dispositivo de control en una tecnología de sí? Este libro no pretende responder estos interrogantes, sino ser una posibilidad dentro de un mar de opciones para pensar de otro modo la educación en la configuración de las subjetividades, donde el lugar del pensar implica el pensarse. Este apartado corresponde a un ejercicio de compilación teórica sobre el dispositivo como concepto. En él se visibilizan algunos puntos de convergencia entre diferentes autores, con la finalidad de comprender otra forma de lectura o análisis de la realidad, al asumir el “dispositivo” como elemento metodológico. Por excelencia, se reconoce el referente teórico aportado por Foucault, para quien el dispositivo es la red que puede establecerse entre un conjunto heterogéneo de elementos, tales como discursos, instituciones, reglamentos, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas y morales. Todos ellos tienen siempre una función estratégica concreta y se inscriben en una relación de poder. En este sentido, se ha planteado que el dispositivo implica la existencia de relaciones entre instituciones, prácticas sociales y modos de gobernar, que buscan determinar las formas de ser, hacer y conocer el sujeto en un momento histórico determinado, constituyéndose así en acontecimiento. Se puede afirmar, entonces, que el dispositivo es un modo de constituir subjetividades. En palabras de García (2011), el dispositivo puede comprenderse del siguiente modo: Red de relaciones entre instituciones, sistemas de normas, formas de comportamiento, procesos económicos, sociales, técnicos y tipos de clasificación de sujetos, objetos y relaciones entre estos, un juego de relaciones discursivas y no discursivas, de regularidades que rigen una dispersión cuyo soporte son prácticas. Por eso, no es exacto decir que los dispositivos “capturan” individuos en su red, sino que producen sujetos que como tal quedan sujetados a determinados efectos de saber/poder (p. 2). Por tanto, este primer capítulo se convierte en una invitación para profundizar en el concepto de dispositivo, y a partir de este, establecer un escenario de lectura crítica que permita comprender que él es un régimen social que produce subjetividades e implica la mediación de relaciones de saber. EL DISPOSITIVO SABER-PODER DESDE EL Llamo dispositivo a todo aquello que tiene,de una manera u otra, la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivos. Agamben (2011) Iniciar una presentación sobre el dispositivo como concepto implica su comprensión como “verdad” 1 que se posiciona en los sujetos y que da cuenta de una relación entre saber y poder. De esta manera, el dispositivo adquiere significado y se ve permeado por una serie de relaciones derivadas de la posición de los sujetos en un determinado espacio. Del mismo modo, el dispositivo puede ser concebido como un medio a través del cual los sujetos son organizados y sancionados, con una correspondencia presente entre el saber y el poder que se hace visible en las acciones de los sujetos y, además, en la constitución del cuerpo refleja la creación de condiciones de subjetivación. Así, a partir de la historicidad del concepto, se observa que existe una relación con la episteme como un saber que existe antes de todo, un saber ligado a la visión de sistema y estructura. Allí, el dispositivo es definido por un criterio de posición, cuyo significado se deriva explícitamente de su posición relativa dentro del conjunto (Moro, 2003, p. 33). Dicha posición puede hacer referencia al lugar que se ocupa en una serie de relaciones y que conduce a una verdad que se convierte en poder cuando los sujetos la apropian. El dispositivo es una red que se establece entre los discursos, es una función estratégica y dominante que está inscrita en un juego de poder. Es también algo más general que la episteme, entendiendo esta como una plataforma o una capa de pensamiento donde se encuentran formaciones discursivas (enunciados, archivos) que permiten que la disciplina se establezca como un dispositivo que los hombres hacen en su relación social (en la escuela es bastante utilizado por su naturaleza discursiva). Según lo anterior, el dispositivo es más general que la episteme, y esta queda convertida como un dispositivo del discurso que separa lo calificable de lo incalificable. La episteme es el campo de la arqueología en una concepción abierta desde la perspectiva foucaultiana. En su libro Vocabulario de Foucault, Castro (2004) afirma que a medida que Foucault se interesa por las cuestiones del poder y de la ética, el concepto de episteme será reemplazado, como objeto de análisis, por el de dispositivo y, finalmente, por el de práctica. El dispositivo es más general que la episteme; esta es solo un dispositivo específicamente discursivo, un dispositivo que permite separar lo incalificable científicamente de lo calificable, no lo falso de lo verdadero (Castro, 2004, p. 67). En este sentido, y a partir de las reflexiones hechas por Foucault, surge un importante planteamiento de Moro (2003), cuando afirma que la episteme y el dispositivo presentan coincidencias, dado que los dos refieren distancias, diferencias y oposiciones dentro de sus múltiples discursos. De esta manera, se articula el planteamiento de Deleuze (1990) al proponer cuatro líneas que componen el dispositivo: 1) la visibilidad de una intención; 2) el establecimiento de discursos, saberes, verdades; 3) la ocupación de un espacio y la regulación de las relaciones, y 4) las llamadas líneas de fuga, que se escapan a las anteriores líneas, como formas de poder y procesos de subjetivación. Este último componente permite visibilizar otra característica existente en el dispositivo: desde el poder también se generan formas de resistencia y transposiciones de los sujetos frente a un régimen de verdad. Un primer referente a partir del cual se propone desarrollar la idea de que el dispositivo permite hacer análisis de lo social se encuentra en García (2011), quien expone el desarrollo teórico que han realizado Foucault, Deleuze y Agamben en torno a dicho concepto. Derivado de ello, García (2011) aborda una discusión centrada en las siguientes preguntas: ¿qué tipo de sujeto se constituye como efecto de saber-poder? ¿Se trata de un autómata fabricado según un estándar maquínico de producción? Adicionalmente, permite reconocer los tipos de dispositivo existentes y la manera como se configura la subjetividad a partir de este. Para dar inicio al desarrollo de este escrito, puede rastrearse la perspectiva foucaultiana explícita en una entrevista de 1977. Precisamente, en este evento se abordó la problematización del dispositivo como concepto a partir de tres niveles que orientan su comprensión. En un primer nivel, el dispositivo es entendido fundamentalmente como red, ya que enmarca las relaciones o los vínculos entre elementos heterogéneos, tales como discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, leyes, medidas y enunciados científicos. El segundo nivel se encuentra en la naturaleza de dicha red, que permite justificar u ocultar una práctica. Finalmente, se encuentra el nivel del acontecimiento 2 histórico , que como respuesta a una urgencia, posibilita el dispositivo. La importancia del dispositivo se instala en el momento en que dichos discursos, instituciones, construcciones arquitectónicas, reglamentos, leyes, enunciados científicos, proposiciones filosóficas y todo tipo de situaciones permiten el control del individuo; pero, además, se encuentra en que el dispositivo es entendido como una especie de formación que surge en un momento histórico dado a partir del acontecimiento. En este orden de ideas, resulta pertinente reconocer la conceptualización que García (2011) hace sobre el dispositivo: El término dispositivo en ocasiones es utilizado como un concepto general en tanto hace referencia a la red de relaciones que existen entre sus elementos y en otras para hacer referencia a los elementos en sí mismos, instituciones (cárcel, fábrica, escuela, hospital, entre otras), disposiciones arquitectónicas (panóptico), discursos, procedimientos, reglamentos, artefactos o formas de subjetividad (por ejemplo, el dispositivo de la sexualidad) (p. 2). Lo que queda claro, entonces, es que un dispositivo no se reduce exclusivamente a prácticas discursivas, sino que también incluye prácticas no-discursivas. Allí, la relación, asociación, interrelación o articulación entre estas prácticas resulta un requisito indispensable: Para Foucault, los discursos se hacen prácticas por la captura o pasaje de los individuos, a lo largo de su vida, por los dispositivos, produciendo formas de subjetividad; los dispositivos constituirían a los sujetos inscribiendo en sus cuerpos un modo y una forma de ser (García, 2011). Lo anterior se explica por cuanto los dispositivos inscriben en los cuerpos un conjunto de praxis, saberes e instituciones cuyo principal objetivo es gobernar, controlar, orientar, dar un sentido que se supone útil a los comportamientos, gestos y pensamientos de los individuos. Ello amplía los términos que están relacionados con la palabra dispositivo, más allá de la institución. De igual manera, lo que define al dispositivo es la relación o red de saber-poder, situada histórica, espacial y temporalmente. Un ejemplo de esto es el panóptico o el panoptismo, definido por Foucault así: El principio general de una nueva “anatomía política” cuyo objeto y fin no es la relación de soberanía sino las relaciones de disciplinas. [...] Se puede, entonces, hablar en total de la formación de una sociedad disciplinaria en este movimiento que va de las disciplinas cerradas, especie de “cuarentena social”, hasta el mecanismo generalizable del panoptismo (García, 2011, p. 12). Para Díaz (2005), en su libro La filosofía de Michel Foucault, las relaciones de poder comprenden acciones sobre acciones caracterizadas por la capacidad de “unos” para poder “conducir” las acciones de otros. En este contexto es indispensable la libertad de los participantes para generar diagramas de agenciamiento o dispositivos, ya que la lucha agónica, pasando a través de dominados y dominantes, es, a su vez, una estrategia de producción. Al respecto, Castro (2004) menciona que el dispositivo es un objeto de la descripción genealógica, y aclara que posteriormente Foucault hará referencia a los dispositivos de saber, sexualidad, alianza, subjetividad y verdad. Es así como en la red de relaciones que conforman el dispositivo está implicada una forma determinada de ejercicio del poder y de configuración del saber que hace posible determinados efectos de verdad y realidad. De esta forma, la propuesta de Deleuze (1990) se centra en que “el dispositivo es una máquina para hacer ver y hacer hablar, que funciona en determinados regímenes históricos de enunciación y visibilidad” (citado en García, 2011). Estos regímenes distribuyen lo visible y lo invisible, lo enunciable y lo no enunciable, al hacer nacer o desaparecer un discurso o una práctica que, de tal forma, no existirían fuera de ellos. La inteligibilidad de un dispositivo en función de su inscripción en un determinado régimen u orden que hay que reproducir se relaciona con la noción de relaciones sociales de saber-poder. En esa medida, un dispositivo, para Deleuze (1990), implica fuerzas que van de un punto singular al otro, formando una trama, una red de poder, saber y subjetividad: [El dispositivo] es una especie de ovillo o madeja, un conjunto multilineal. Está compuesto de líneas de diferente naturaleza, y esas líneas del dispositivo no abarcan ni rodean sistemas cada uno de los cuales sería homogéneo por su cuenta (el objeto, el sujeto, el lenguaje), sino que siguen direcciones diferentes, forman procesos siempre en desequilibrio, y esas líneas tanto se acercan unas a otras como se alejan unas de otras. Cada línea está quebrada y sometida a variaciones de dirección (bifurcada, ahorquillada), sometida a derivaciones. Los objetos visibles, las enunciaciones formulables, las fuerzas en ejercicio, los sujetos en posición son como vectores o tensores. De manera que las tres grandes instancias que Foucault distingue sucesivamente (saber, poder y subjetividad) no poseen en modo alguno contornos definitivos, sino que son cadenas de variables relacionadas entre sí (p. 155). A partir de la definición que realiza Foucault, Deleuze elabora un análisis que permitirá estudiar el dispositivo en toda su dimensión, pues define las líneas que están circunscritas a la red, las cuales forman un constante desequilibrio que se hace necesario para generar nuevas formas de las variables (saberpodersubjetivación). Para este autor es claro que los dispositivos tienen como componentes líneas de visibilidad, de enunciación, de fuerza, de subjetivación, de ruptura, de fisura y de fractura que se encuentran entre sí; por ello, propone la filosofía de los dispositivos y no acepta la universalización de estos: “Lo uno, el todo, lo verdadero, el objeto, el sujeto no son universales, sino que son procesos singulares de unificación, de totalización, de verificación, de objetivación, de subjetivación, procesos inmanentes a un determinado dispositivo” (Deleuze, 1990). Y derivado de ello, plantea: Las dos primeras dimensiones de un dispositivo, o las que Foucault distingue en primer término, son curvas de visibilidad y curvas de enunciación. Lo cierto es que los dispositivos son como las máquinas de Raymond Roussel, según las analiza Foucault, son máquinas para hacer ver y para hacer hablar. La visibilidad no se refiere a una luz en general que iluminara objetos preexistentes; está hecha de líneas de luz que forman figuras variables e inseparables de este o aquel dispositivo. Cada dispositivo tiene su régimen de luz, la manera en que esta cae, se esfuma, se difunde, al distribuir lo visible y lo invisible, al hacer nacer o desaparecer el objeto que no existe sin ella. No es solo pintura, sino que es también arquitectura; tal es el “dispositivo prisión” como máquina óptica para ver sin ser visto. Si hay una historicidad de los dispositivos, ella es la historicidad de los regímenes de luz, pero es también la de los regímenes de enunciación. [...] En tercer lugar, un dispositivo implica líneas de fuerzas. Parecería que estas fueran de un punto singular a otro situado en las líneas precedentes; de alguna manera “rectifican” las curvas anteriores, trazan tangentes, envuelven los trayectos de una línea con otra, operan idas y venidas, desde el ver al decir e inversamente, actuando como flechas que no cesan de penetrar las cosas y las palabras, que no cesan de librar una batalla. La línea de fuerzas se produce “en toda relación de un punto con otro” y pasa por todos los lugares de un dispositivo. Invisible e indecible, esa línea está estrechamente mezclada con las otras y sin embargo no se la puede distinguir. Es la línea que corresponde a Foucault y cuya trayectoria él vuelve a encontrar también en Roussel, en Brisset, en los pintores Magritte o Rebeyrolle. Se trata de la 'dimensión del poder ”, y el poder es la tercera dimensión del espacio interno del dispositivo, espacio variable con los dispositivos. Esta dimensión se compone, como el poder, con el saber. Por fin Foucault descubre las líneas de subjetivación. Esta nueva dimensión suscitó ya tantos malentendidos que dio trabajo precisar sus condiciones. Más que ningún otro, este descubrimiento nace de una crisis producida en el pensamiento de Foucault, como si este hubiera tenido que modificar el mapa de los dispositivos, encontrarles una nueva orientación posible, para no dejarlos que se cerraran simplemente en líneas de fuerza infranqueables, que impusieran contornos definitivos. [...] También aquí una línea de subjetivación es un proceso, es la producción de subjetividad en un dispositivo: una línea de subjetivación debe hacerse en la medida en que el dispositivo lo deje o lo haga posible. Es hasta una línea de fuga. Escapa a las líneas anteriores, se escapa. El sí-mismo no es ni un saber ni un poder. Es un proceso de individuación que tiene que ver con grupos o personas y que se sustrae a las relaciones de fuerzas establecidas como saberes constituidos: es una especie de plusvalía. No es seguro que todo dispositivo lo implique [cursivas agregadas] (Deleuze, 1990, p. 157). En suma, es por medio del dispositivo como el sujeto puede expresarse o no, “hablar o no”, convertirse y ser. El dispositivo ofrece elementos para la observación y el análisis de las interacciones sociales, y hace evidentes las estructuras y los recursos de poder y saber en la construcción de subjetividades que configuran una idiosincrasia e identidad particulares y diferenciadas de los sujetos. En el interior del análisis social, permite deconstruir los diversos flujos de dominación, a través de la modelación de los discursos de verdad en múltiples elementos. Además, el dispositivo está determinado tanto por las prácticas sociales como por el poder que las traspasa a través de formaciones discursivas y no discursivas. Para el pensamiento clásico, lo discursivo sería el soporte de la institución, mientras que para Foucault sería todo lo que el individuo aprende y lo constriñe. El punto en el cual el aporte de Agamben (2006) se introduce en la discusión consiste en plantear que no solo existen los individuos y los dispositivos, sino que existe un tercer elemento que, a su juicio, resulta fundamental para entender los procesos de subjetivación, individualización y control: “El cuerpo a cuerpo entre individuo y los dispositivos” (Agamben, 2006). El sujeto es, entonces, lo que resulta de la relación entre lo humano y los dispositivos, ya que estos existen solo en la medida en que subjetivan, y no hay proceso de subjetivación sin que sus esfuerzos produzcan una identidad y, a la vez, una sujeción a un poder externo. De este modo, cada vez que un individuo “asume” una identidad, también queda subyugado. Así, Agamben (2006) define el dispositivo como cualquier cosa que tenga de algún modo la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivientes. Adicionalmente, en la discusión se retoma la importancia de efectuar un acercamiento genealógico al concepto de dispositivo planteado por Foucault y, posteriormente, hacer una ampliación de este a otros contextos históricos. En principio, se hace referencia al término positividad utilizado por Foucault en La arqueología del saber y su relación con las ideas expuestas por Hyppolite (1948) en el capítulo “Razón e historia” del ensayo Introduction á la philosophie de l’histoire de Hegel (Introducción a la filosofía de la historia de Hegel), donde analiza obras de los autores Berne y Francfort, a partir de los conceptos hegelianos de positividad y destino. Respecto al concepto de positividad, Agamben cita a Hyppolite para detallar el antagonismo entre la “religión natural”, que corresponde a la relación de la razón humana con lo divino de manera inmediata y general, y la “religión positiva” o “religión histórica”, configurada por el conjunto de prácticas, normas y creencias que se constituyen en mandatos impuestos al individuo en sociedades y momentos históricos determinados. A partir de estas precisiones, se analiza la unificación dialéctica de la historia y la razón en Hegel, que será cuestionada posteriormente por Foucault a través de las tesis que retoman el conflicto como mecanismo para indagar los modos específicos en que las positividades inciden en las relaciones, los mecanismos y los juegos de poder. Allí, los dispositivos ocupan el lugar de los universales cuestionados constantemente por Foucault, y reafirman el nexo existente entre los seres vivos y el elemento histórico, constituido por el conjunto de procesos de subjetivación, instituciones y reglas en el que se concretan las relaciones de poder. Estas precisiones se amplían a través de la búsqueda que realiza Agamben de las diferentes acepciones del concepto de dispositivo en diccionarios franceses. La primera lo ubica como parte de un juicio que dispone o plantea una decisión jurídica; la segunda lo define como los modos en que se disponen las partes que componen una máquina, o el funcionamiento del mecanismo en sí mismo; y la tercera aproxima el concepto de dispositivo al de estrategia, a través de su significación como un conjunto de medios que se establecen para la consecución de un fin. Luego de esta precisión, el autor presenta la investigación El reino y la gloria: por una genealogía teológica de la economía y del gobierno (Agamben, 2009). En ella describe los aspectos centrales del término oikonomia, que tiene diferentes miradas. Por un lado, se plantea su incidencia en la teología, como una práctica que, además de atender a un problema o una situación concretos, remite al asunto de la Trinidad, explicado por la teología cristiana a partir de la trilogía Padre, Hijo y Espíritu. La distribución que se propone desde esta postura teológica para sustentar su crítica al politeísmo surge a través de la división en estas tres figuras. El lugar de Dios es único y está definido por su ser y sustancia, a diferencia del Hijo, que pasa a ser el encargado de la economía, la gestión y el gobierno de los hombres. De esta manera, el término oikonomia se constituyó en el dispositivo que introdujo el dogma trinitario y estableció la separación entre la ontología del ser y la acción económica y política. A partir de estas tres significaciones mencionadas previamente se constituye el eje del dispositivo que plantea Foucault: “Un conjunto de prácticas y mecanismos (invariablemente discursivos y no discursivos, jurídicos, técnicos y militares) que tienen por objetivo enfrentar una urgencia para obtener un efecto más o menos inmediato” (Agamben, 2006). Desde este referente, Agamben equipara el planteamiento de Foucault sobre los dispositivos y el uso del término dispositio a la mirada teológica, por cuanto divide la actividad de gobierno del ser y enfatiza en el proceso de subjetivación que tiene como intencionalidad la producción de un sujeto. También establece la relación con el concepto de Ge-stell planteado por Heidegger, que, más allá de su significación como aparato, se constituye en el mandato que dispone unos modos de acción en el hombre. Dogma trinitario, dispositio, dispositivo y Ge-stell se configuran, para el autor, en referentes de una economía que articula prácticas, saberes, instituciones y medidas, cuya finalidad es la gestión y el gobierno, control y encauzamiento de los modos de racionalidad, gestos y comportamientos del hombre. Desde esta comprensión, Agamben (2006) describe su tesis sobre el dispositivo, que parte de la división entre los seres vivos y los dispositivos que permanecen aferrados siempre a ellos, cuya meta es su gobierno y orientación al bien: “Llamo dispositivo a todo aquello que tiene, de una manera u otra, la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivos” (Agamben, 2006). Desde una perspectiva genealógica, surge el papel del dispositivo como su objeto de descripción y de acercamiento a toda una tipología, que incluye dispositivos carcelarios, disciplinarios, de saber, poder, verdad, subjetividad, sexualidad, entre otros. En estos mecanismos circulan relaciones de poder, se establecen formas de organización de los sujetos en términos económicos, se constituyen determinadas subjetividades y se da paso a lo que desde la anatomopolítica le permitiría al sujeto volverse más productivo o doblegar su voluntad. Así, los dispositivos se diferencian de la episteme, que se ubica como un dispositivo netamente discursivo. En este sentido, se confirman tres componen un dispositivo: situaciones que 1) Es un conjunto heterogéneo que incluye virtual mente cualquier cosa, desde lo lingüístico y lo no-lingüístico, hasta el mismo título: discursos, instituciones, edificios, leyes, medidas de policía, proposiciones filosóficas, etc. El dispositivo en sí mismo es la red que se establece entre estos elementos. 2) El dispositivo siempre tiene una función estratégica concreta y se inscribe en una relación de poder. 3) Es algo general, un reseau , una red, porque incluye en sí la episteme, que es, para Foucault, aquello que en determinada sociedad permite distinguir lo que es aceptado como un enunciado científico de lo que no lo es. De esta manera, es posible afirmar que en la base de cada dispositivo se encuentra un deseo de felicidad, y es precisamente la captura y la subjetivación de este deseo en una esfera separada lo que constituye su potencia específica. Esto significa que la estrategia que debe adoptarse en el “cuerpo a cuerpo” con los dispositivos no puede ser simple, ya que se trata de liberar lo que ha sido capturado y separado por los dispositivos, para devolverlo a un posible uso común. Así, el dispositivo es pensado estratégicamente, pero los sujetos no siempre son conscientes de esa relación que se está tejiendo en la red, por formar parte de ella (Martínez, 2012). Para Agamben, el dispositivo es un término técnico decisivo en la estrategia del pensamiento de Foucault. Lo usa con frecuencia sobre todo a partir de la mitad de los años setenta, cuando empieza a ocuparse de lo que llamó la gubernamentalidad o el gobierno de los hombres. Y aquí resulta significativo recordar que el dispositivo trata de controlar las líneas de fuga de la gubernamentalidad, que proponen los espacios que constituyen dispositivos de seguridad. Precisamente, Foucault se encarga de estudiar las tecnologías donde el Estado se ocupa de organizar la vida de las poblaciones y de crear unas mejores formas de existencia dentro de unas condiciones de seguridad para la población. En esta medida, Martínez (2012) plantea que hacer visible el dispositivo es una entrada muy fuerte para decir cómo se están constituyendo los sujetos. Una situación que permite describir este enunciado se encuentra en el ejemplo del colegio, que es visto como un dispositivo de seguridad que pretende regular los posibles peligros sociales. Si el niño es un peligro social, hay que organizarlo, hay que constituirlo en el sujeto que requiere la sociedad. De esta forma, se evidencia la propuesta de Agamben al afirmar que los sujetos mismos terminan siendo el dispositivo; por tanto, crean todo un discurso de seguridad desde el yo dispongo. Los dispositivos de seguridad no buscan prohibir la circulación para que todas las cosas queden en su lugar, sino producir una movilidad de aquello que se espera. En otros términos, los sujetos pertenecen y se apropian de ciertos dispositivos, establecen una identidad con estos y obran allí creando nuevas estrategias que permitan su funcionamiento y desechando lo que ya no es; por ende, se configuran unas relaciones de poder que están definidas en la capacidad de afectar a otros. El dispositivo pretende gestionar la producción en términos capitalistas, en términos de una producción; por tanto, gobernarse significa organizar el movimiento hacia la producción de unos cálculos de probabilidades en lugar de imponer una ley a los cuerpos. Una ley que dejaba quieta a una persona ahora busca generar un movimiento en un espacio. Según los puntos de encuentro entre los diferentes autores mencionados a lo largo del escrito, se evidencia que aunque los sujetos se encuentren en los dispositivos y aunque los procesos de subjetivación sean constantes, las relaciones de poder no son fijas; por ello, tiene sentido mencionar una vez más a Deleuze (1990): Lo actual no es lo que somos sino que es más bien lo que vamos siendo, lo que llegamos a ser, es decir, lo otro, nuestra diferente evolución. En todo dispositivo hay que distinguir lo que somos (lo que ya no somos) y lo que estamos siendo: la parte de la historia y la parte de lo actual. La historia es el archivo, la configuración de lo que somos y dejamos de ser, en tanto que lo actual es el esbozo de lo que vamos siendo. De modo que la historia o el archivo es lo que nos separa de nosotros mismos, en tanto que lo actual es eso otro con lo cual ya coincidimos (p. 159). En este momento resulta oportuno decantar el lugar teórico del dispositivo en los tipos o clases que han sido nombrados de manera emergente a lo largo del escrito; por ello, se desglosará a continuación la comprensión de los dispositivos de sexualidad, seguridad y persona. EL DISPOSITIVO SEXUALIDAD DE LA Este dispositivo se retoma explícitamente desde la sexualité analizada y descrita por Foucault: No hay que imaginar una instancia autónoma del sexo que produciría secundariamente los efectos múltiples de la sexualidad a lo largo de su superficie de contacto con el poder. El sexo es, por el contrario, el elemento más especulativo, el más ideal, el más interior en un dispositivo de sexualidad que el poder organiza en sus capturas de los cuerpos, su materialidad, sus fuerzas, sus energías, sus sensaciones, sus placeres (citado en Castro, 2004, p. 505). Debe reconocerse que el tema de la sexualidad ha sido abordado históricamente, y a partir de la modernidad se visibiliza un cambio, dado que distanciándose de la represión, este tema se aproxima a una incitación constante a hablar del sexo y explicitarse en los discursos. Foucault propone como interrogantes: ¿por qué esta cacería de la verdad del sexo, de la verdad en el sexo? ¿Cuál es la historia de esta voluntad de verdad? Para abordar el análisis debe contemplarse el lugar del poder en términos de represión; y, para lograr mayor precisión, hacer referencia a este dispositivo implica retomar las siguientes citas: Por ello, para llevar a cabo la historia de la voluntad de verdad acerca del sexo es necesario precisar qué se entenderá por poder. En este sentido, Foucault no se propone una teoría del poder, sino una analítica del poder que tiene como finalidad desprenderse de la concepción jurídico-discursiva supuesta tanto en aquellos análisis que consideran que el poder es represión del deseo cuanto en aquellos para los cuales la ley es constitutiva del deseo. Cinco elementos principales definen este supuesto común: 1) La relación negativa. El poder no puede hacer con el sexo ninguna otra cosa más que decirle “no”. 2) La instancia de la regla. El poder esencialmente le dicta al sexo su ley según el régimen binario de lo lícito y lo ilícito, lo permitido y lo prohibido. 3) El ciclo de la prohibición: no acercarse, no tocar, no consumir, no probar placer. El objetivo del poder es que el sexo renuncie a sí mismo; su instrumento es la amenaza de un castigo. 4) La lógica de la censura: afirmar que algo no está permitido, impedir que se hable de ello, negar que exista. 5) La unidad del dispositivo. El poder sobre el sexo se ejerce de la misma manera en todos los niveles (Castro, 2004, p. 506). Por poder, me parece que es necesario entender ante todo la multiplicidad de relaciones de fuerza que son inmanentes al dominio en el que ellas se ejercen y son constitutivas de su organización; el juego que a través de luchas y enfrentamientos incesantes las transforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que estas relaciones de fuerza encuentran unas en otras, de manera que forman una cadena o sistema, o, por el contrario, los desplazamientos, las contradicciones que las aíslan unas de otras; finalmente, las estrategias en las cuales entran en vigor y cuyo proyecto general o cristalización institucional toma cuerpo en los aparatos estatales, en la formulación de la ley, en la hegemonías sociales (HS1, 121-122). Como vemos, en La volonté de savoir Foucault se mueve en el marco de lo que denomina en otros textos la hipótesis Nietzsche, esto es, el poder concebido como lucha, enfrentamiento, relaciones de fuerza. También se pregunta, como en “II faut défendre la société”, si no habría que invertir la fórmula de Clausewitz y decir que la política es la continuación de la guerra por otros medios (Castro, 2004, p. 506). Para estudiar la relación entre el poder y la sexualidad o, mejor, la sexualidad como problema político, nuestro autor enumera un conjunto de reglas metodológicas que valen para el análisis del poder en general, [...] el poder no es una cosa, sino algo que se ejerce; las relaciones de poder no son trascendentes, sino inmanentes a otros tipos de relaciones (económicas, cognitivas, sexuales); el poder viene desde abajo, las relaciones de poder se forman a partir de la base de la sociedad; las relaciones de poder son intencionales y no subjetivas (son inteligibles y saturadas por el cálculo, pero no son el resultado de la decisión de un sujeto individual); donde hay poder, hay resistencia. A partir de este punto Foucault explicita cuatro reglas metodológicas específicas para analizar la relación poder/sexualidad: 1) Regla de inmanencia. La sexualidad se ha constituido como un dominio de conocimiento a partir de las relaciones de poder que la han instituido como un objeto posible de conocimiento. 2) Reglas de las variaciones continuas. No se trata de buscar quién tiene el poder y quién está privado de él, o quién tiene el derecho de conocerlo, sino de buscar las modificaciones que las relaciones de poder implican en sí mismas. Por ejemplo, en un primer momento la sexualidad infantil ha sido problematizada a partir de las relaciones entre el médico y los padres; posteriormente, a partir de la relación entre el psiquiatra y el niño ha sido problematizada la sexualidad de los adultos. 3) Regla del doble condicionamiento. Ningún centro local de relaciones de poder puede funcionar sin inscribirse en una estrategia global, y ninguna estrategia global, por su parte, puede producir sus efectos sin el apoyo de relaciones precisas. Entre los niveles microscópico y macroscópico no hay ni discontinuidad ni homogeneidad, sino un doble condicionamiento. 4) Regla de la polivalencia táctica de los discursos. Los discursos sobre el sexo no son la mera proyección de los mecanismos de poder. Saber y poder se articulan mutuamente. Por ello, la función táctica del discurso no es ni uniforme ni estable (Castro, 2004, p. 507). Las anteriores citas confluyen en la relación discurso-poder; en ellas se denota la relación intrínseca entre dichos conceptos, pero además convergen en una lectura de la sexualidad que invita a pensarla como un componente fundamental en las relaciones de poder entre hombres y mujeres y desde donde se tejen relaciones sociales en diferentes niveles: La historia del dispositivo de sexualidad es la historia de un dispositivo político que se articula directamente sobre el cuerpo, es decir, sobre lo más material y más viviente que este tiene: funciones y procesos fisiológicos, sensaciones, placeres, etc. Conviene insistir en el adverbio “directamente”; en efecto, la historia de la sexualidad no es una historia de cómo el cuerpo ha sido percibido o pensado; no es una historia de las mentalidades, sino del cuerpo en su materialidad (Castro, 2004, p. 509). EL DISPOSITIVO SEGURIDAD DE LA A la luz de este tipo de dispositivo es posible encontrar un giro sobre los dispositivos de soberanía y disciplinario, precisamente porque a partir del análisis de las sociedades modernas del siglo XVIII, Foucault visibiliza una nueva función del Estado que tiende a garantizar la felicidad y la prosperidad de la población que gobierna. A partir del análisis que realiza Castro (2004), se retoman aquellos elementos que permiten comprender cómo el sentido de este dispositivo se ilustra desde el cambio de la economía de poder desde el siglo XVIII. En tal cambio se refleja una intención del Estado por potenciar la vida y las condiciones de existencia de los sujetos, de tal forma que las estrategias para combatir hambrunas, aumentar las esperanzas de vida o invertir en educación hacen referencia a un modo de ordenar la sociedad desde procesos, y no de manera universal. En consecuencia, se establece una gubernamentalidad que reconoce la existencia de procesos en la sociedad y se ocupa de gestionarlos. Así, se configura la noción de dispositivo de seguridad a través del cual se establecen unos lincamientos particulares para generar y garantizar nuevas condiciones de vida para los sujetos que componen la población. Desde el análisis de Castro-Gómez (2010b) se confirma cómo estos dispositivos, desde la protección de los ciudadanos y la gestión eficaz, rompen con los modus operandis del gobierno, por cuanto “ya no buscan el simple vivir de las personas sino el más que vivir” (p. 26). Se apunta así a garantizar la producción de sujetos cualificados y en condiciones de bienestar y felicidad acordes con los objetivos de gubernamentalidad: “No se trata ya de garantizar la obediencia del súbdito y su pasividad con respecto a la ley. La cuestión pasa ahora por crear unas condiciones que permitan la actividad de los súbditos dentro de ciertos límites aceptables” (Castro-Gómez, 2010, pp. 24-25). De esta manera, Foucault describe el dispositivo de la seguridad como uno de los medios o una caja de herramientas para realizar investigaciones en torno a problemas sociales. Paralelamente a su conceptualización pueden definirse las siguientes características: 1) Los dispositivos de seguridad operan mediante el cálculo de riesgos y costos, de tal forma que los fenómenos son incluidos en acontecimientos probables. 2) Tienen como objetivo afectar una población, con miras al mejoramiento de sus condiciones de vida y del potenciamiento de riquezas, pero no tienen contacto directo con los cuerpos, no los intervienen, sino que operan a través de los medios en los que los cuerpos existen. 3) No pretenden disciplinar los deseos, sino permitir su circulación: “Hay que dejar actuar el deseo de las personas, pero dentro de ciertos límites, pues en últimas si cada cual persigue sus deseos, esto redundará en el beneficio económico de la sociedad” (Castro-Gómez, 2010b, p. 29). 4) Los dispositivos de seguridad operan mediante la producción de una esfera de actuación en la que se encuentran los individuos; por ello, estos dispositivos no se dirigen hacia públicos espectadores, sino hacia públicos que están en capacidad de producir representaciones propias. Un ejemplo concreto a lo largo del análisis de Castro-Gómez (2010) se encuentra en el dispositivo de movilidad de Bogotá: el autor describe cómo a partir de la década de los años veinte en Colombia se modifica el imaginario de lo social hacia una noción de velocidad y aceleración permanentes de la vida: “La industrialización del país demanda una nueva relación de las personas con el movimiento, la emergencia de unas subjetividades cinéticas capaces de hacer realidad un orden social imaginado por las élites liberales del siglo XIX” (CastroGómez, 2010, p. 30). Dicho contexto de la industrialización determinó que el ingreso de Colombia al capitalismo mundial debiera pasar por el punto en el que los cuerpos tuvieran otra velocidad que permitiera una rápida circulación de personas y de mercancías: Bogotá empezó a ser vista como una ciudad donde la cinesis permanente debía establecerse como un modo de vida, y esto no solo gracias al despliegue de los nuevos medio de transporte, sino también a las contribuciones del urbanismo, cuyo objetivo no era simplemente construir cosas en un medio ambiente ya preestablecido, sino construir ese medio ambiente (CastroGómez, 2010b, p. 31). EL DISPOSITIVO PERSONA DE LA Foucault ha profundizado claramente en el poder desde un sentido disciplinario, de tal forma que a partir de este se explica cómo se ha centrado en el cuerpo desde diferentes perspectivas. A lo largo de historia se han configurado múltiples formas de poder que tienen como objeto al cuerpo. Así, Castro (2004) refiere como ejemplos: La esclavitud (que establece una relación de propiedad), la domesticación (que se define por la satisfacción del capricho del amo), el vasallaje (una relación codificada entre el señor y los súbditos, pero lejana) y el ascetismo cristiano (marcado por la renuncia, no por el fortalecimiento de las capacidades corporales) (p. 130). Estos ejemplos coinciden en el punto donde su sentido se direcciona hacia la existencia de cuerpos útiles y dóciles. En línea con estos planteamientos realizados por Foucault, Espósito (2006a) propone una reflexión relacionada: “El cuerpo que experimenta de manera cada vez más intensa la indistinción entre política y vida ya no es el individuo; tampoco el cuerpo soberano de las naciones, sino el cuerpo, a la vez desgarrado y unificado, del mundo” (p. 20). La anterior afirmación toma fuerza cuando se asume que la biopolítica tuvo su origen en el biopoder nazi y, más aún, cuando se comprende que el problema que se enfrenta actualmente en relación con la modificación del bios (cuerpo) fue planteado por primera vez por la filosofía antifilosófica y biológica del hitlerismo. Para Espósito (2006, p. 21), al analizar los dispositivos nazis: la normativización absoluta de la vida, el doble cierre del cuerpo y la supresión anticipada del nazismo, se encuentra una biopolítica afirmativa que posibilita pensar que la política nazi de muerte se convierte en una política no sobre la vida sino de la vida. En este sentido, comprender el dispositivo de la persona es posible cuando se visualiza la dialéctica analítica foucaultiana referida a la subjetivación y al sometimiento, como Espósito (2011) señala: Es como si esta, en cierto punto, incorporara la diferencia, e incluso el contraste, entre el tradicional significado de subjectum y el naciente significado activo de subjectus. Se podría decir que, dentro de cada ser vivo, la persona es el sujeto destinado a someter a la parte de sí misma no dotada de características racionales, es decir, corpórea o animal. [...] Al margen de que el ser humano se convierta en persona por decreto divino o por la vía natural, es este el pasaje crucial a través del cual una materia biológica carente de significado se transforma en algo intangible: solo a una vida que ha pasado preventivamente por dicha puerta simbólica, capaz de proporcionar las credenciales de la persona, se la puede considerar sagrada o cualitativamente apreciable. [...] Se debe reconocer que pocos conceptos, como el de persona, muestran desde su aparición semejante riqueza lexical, ductilidad semántica y fuerza evocadora. Constituida en el punto de cruce y de tensión productiva entre el lenguaje teatral, la prestación jurídica y la dogmática teleológica, la idea de la persona parece incorporar un potencial de sentido tan denso y variado como para que sea irrenunciable, no obstante todas sus —incluso conspicuas— transformaciones internas (pp. 25-26, 56-57). Entre el análisis presentado por este autor y el inicio de este capítulo existe un punto de conexión, cuando se hacía referencia al concepto de dispositivo presentado por Foucault y que posteriormente fue interrogado por Deleuze y Agamben. De manera puntual, Espósito (2010) vuelve a Agamben cuando, en su pregunta por el dispositivo, hace referencia a la idea cristiana de oikonomia: [Esta es] entendida como la administración y el gobierno de los hombres ejercido por Dios a través de la segunda persona de la Trinidad, vale decir, Cristo. [...] El dispositivo no es solo lo que separa en Dios, ser y praxis, ontología y acción de gobierno, sino que es también lo que permite articular en la unidad divina una pluralidad, en este caso específico de carácter trinitario. La misma estructura presenta la otra figura clave de que se aúna con la de Trinidad en la dogmática cristiana, es decir, el misterio de la encarnación. También en este caso se halla en juego una unidad constituida por una separación. Y también en este caso el dispositivo que permite su formulación es el de la persona, aun cuando con una inversión del papel: si en Dios las tres personas están constituidas por una única sustancia, Cristo es una única persona que une en sí, sin confundirlos, dos estados o dos naturalezas especialmente diferentes (pp. 62-63). Según el autor, la persona como dispositivo es lo que mantiene una parte del cuerpo sometida a otra, en la medida en que hace de esta el sujeto de la primera. Por ello, al volver sobre la discusión planteada por García (2011), se encuentra que el sujeto se está configurando a sí mismo permanentemente, de tal manera que se generan diferentes subjetividades derivadas de los momentos históricos: Lo que los dispositivos inscriben en los cuerpos son reglas y procedimientos, esquemas corporales, éticos y lógicos de orden general que orientan prácticas singulares: conducen conductas dentro de un campo limitado pero inconmensurable de posibilidades. Las reglas no son directamente prácticas; las reglas, para hacerse prácticas, tienen que aplicarse en determinadas situaciones que se presentan a cada individuo en infinitas variaciones, y es en cada situación que hay que tiene que determinar cómo aplicar la regla. La práctica es una continua interpretación y reinterpretación de lo que la regla significa en cada caso particular, y si bien la regla ordena las prácticas, estas a su vez hacen a la regla, por lo tanto pensarla como una fórmula subyacente, un reglamento, una representación o un mapa, es un error (p. 8). Como resultado de esta exposición se coincide con el ejercicio de pensar el dispositivo como una paradoja, como continúa argumentando García (2011): Lo social funciona como un orden en el que las palabras, las cosas y los sujetos están asociadas de modo tal que no pueden ser definidas ni pensadas sin ponerlas en relación las unas con las otras. A esa asociación tanto Michel Foucault, como Gilíes Deleuze y Giorgio Agamben la describen como una red: un dispositivo no es un discurso o una cosa o una manera de ser, sino la red que se establece entre discurso, cosa y sujeto (p. 8). Se concluye que el dispositivo es un régimen social que produce subjetividades. No importa el tipo de dispositivo en el cual participe el individuo, pero en cada uno del que forme parte estará mediado por la relación poder-saber, es decir, por un conjunto de disposiciones estratégicas, de relaciones de poder (poderverdad-sujeto), que pretende responder a una urgencia (acontecimiento). Por lo anterior, el dispositivo es una estructura del pensamiento que permite entender lo sociocultural para visibilizar lo que el hombre es (historia) y lo que habrá de ser (actualidad). Permite también hacer visibles los juegos de poder y las relaciones saber-poder y muestra un contexto dado en el que no hay universales (es además una lógica de pensamiento, una posibilidad para pensar). Desde las líneas propuestas por Deleuze (1990), se pueden hacer los siguientes interrogantes que se presentan como formas de preguntas de investigación desde el camino que puede posibilitar la visibilizacion de los dispositivos en lo educativo y en lo social. Preguntas de visibilidad: ¿qué se ve?, ¿qué se deja ver?, ¿qué se hace invisible?; preguntas de enunciación: ¿sobre qué se habla?, ¿quién enuncia?, ¿qué puede ser dicho?, ¿qué no se dice?; preguntas de fuerza: “rectifican” las curvas anteriores, trazan tangentes, envuelven los trayectos de una línea con otra, operan ideas y venidas, regulan el tipo de relaciones; preguntas de objetivación: posibilidad de que en un dispositivo se produzcan procesos de subjetivación (se refieren al individuo), y preguntas de fisura, de fractura o de fuga: conectan con otros dispositivos, visibilizan las resistencias como “que a un poder se le puede oponer otro”. Notas al pie *Este capítulo es la revisión del artículo que fue publicado con el título original de “El dispositivo: una grilla de análisis en la visibilización de las subjetividades” (Martínez, 2013). 1“Entiendo por verdad el conjunto de los procedimientos que permiten pronunciar, a cada instante y a cada uno, enunciados que serán considerados como verdaderos. No hay en absoluto una instancia suprema” (Foucault, citado en Castro, 2004, p. 344). 2E1 acontecimiento es entendido desde événement . Foucault se sirve del concepto de acontecimiento para caracterizar la modalidad del análisis histórico de la arqueología y también su concepción general de la actividad filosófica. La arqueología es una descripción de los acontecimientos discursivos. La tarea de la filosofía consiste en diagnosticar lo que acontece, la actualidad. Como observa él mismo en L’Ordre du discours , se trata de una categoría paradójica que plantea problemas “temibles” y que fue “raramente tomada en consideración por los filósofos” (Foucault, citado en Castro, 2004, p. 59). En un primer momento, se pueden distinguir dos sentidos de este término: el acontecimiento como novedad o diferencia, y el acontecimiento como práctica histórica. En el primer sentido, Foucault habla de “acontecimiento arqueológico”; en el segundo, por ejemplo, de “acontecimiento discursivo”. El primero quiere dar cuenta de la novedad histórica; el segundo, de la regularidad histórica de las prácticas (objeto de la descripción arqueológica). Existe claramente una relación entre estos dos sentidos: las novedades instauran nuevas formas de regularidad. [...] El término acontecimiento adquiere, entonces, un tercer sentido (en el que se percibe la presencia de Nietzsche): el acontecimiento como relación de fuerzas. “Las fuerzas que están en juego en la historia no obedecen ni a un destino ni a una mecánica, sino, más bien, al azar de la lucha” (Foucault, Dits et écrits 2 , citado en Castro, 2004, p. 148). Las luchas, en la historia, se llevan a cabo a través de las prácticas de que se dispone, pero, en este uso, ellas se transforman para insertarse en nuevas tácticas y estrategias de la lucha. Aquí, Foucault no sólo se sirve del concepto de lucha, sino que también atribuye un sentido al concepto de libertad, pero no como opuesto a la causalidad histórica, sino como experiencia del límite. En este tercer sentido, el concepto de acontecimiento se entrelaza con el concepto de actualidad: “Dicho de otra manera, nosotros estamos atravesados por procesos, movimientos de fuerzas; nosotros no los conocemos, y el rol del filósofo es ser, sin duda, el diagnosticador de estas fuerzas, diagnosticar la realidad” (Foucault, Dits et écrits 3 , 573). A partir de aquí aparece un cuarto sentido del término acontecimiento : el que se encuentra en el verbo événementialiser , acontemencializar , como método de trabajo histórico. Cuando se reflexiona acerca del dispositivo, se genera una lluvia de diferentes perspectivas, posturas lógicas y significados que pueden llevar a que se piense que es todo a la vez: un lugar, una institución, un discurso, una acción, una práctica, un elemento o un espacio temporalmente definido; o, en otros términos, como lo nombra Moro (2003), una palabra de maleta “que permite explicar de manera elegante y conocida lo que de otro modo exigiría el empleo de perífrasis azarosa” (p. 252). En general, la noción de dispositivo que ha sido abordada desde distintas disciplinas y autores coincide en que su esencia se encuentra en su función, en el contexto de las relaciones de poder y en la construcción de relaciones entre los sujetos. Por tanto, se cuenta con aquellos elementos teóricos que enmarcan la postura teórica del dispositivo y permiten comprender el lugar del poder, la gubernamentalidad y la existencia de la biopolítica. Así, se configura la pertinencia de retomar en este capítulo la noción de espacio público planteada por Foucault, con la finalidad de ampliar la comprensión de un modelo de gubernamentalidad específico desde donde se pretende dirigir la vida. Este capítulo se ocupará de la noción de espacio público desde la afirmación que Foucault (1999) realiza: “Hacer una historia de los espacios es hacer, al mismo tiempo, una historia de los poderes”. Proponer una genealogía de esta noción es, entonces, dar cuenta de una historia de los diversos poderes que permitieron su aparición histórica. En el lenguaje de Foucault, esto significa concebir tal espacio como el resultado de una interacción de juegos de verdad, poder y saber en el que los sujetos se emplazan 1 , es decir, encuentran su lugar, a través de las determinaciones de la conducta señaladas por tal interacción. En el marco de las reflexiones foucaultianas sobre el poder, tal interacción es conocida como “gubernamentalidad”. Desde esta perspectiva, no habría tanto un espacio público, sino una forma espacial inaugurada por unas relaciones de poder que quieren “dar el lugar apropiado” a ciertas interacciones humanas, en el marco de un modelo gubernamental específico e históricamente rastreable. El trabajo filosófico de Foucault asume problematizaciones que generalmente son reunidas en dos grandes grupos: investigaciones de corte arqueológico (discurso, episteme, arqueología, enunciado, historia) y genealógico (locura, poder psiquiátrico, sociedad, institución, gubernamentalidad). Algunos autores agregan la cuestión del sujeto como tercer grupo, aun cuando es conocido que la pregunta por la subjetividad recorre todo el trabajo del autor. Un esquema que él mismo sugirió señala que su trabajo se ocupa de la interacción entre las condiciones históricas que hacen posible cierta modalidad subjetiva en este presente, sustentada en relaciones regladas de saber-poder productoras de verdad y que funcionan a su vez a través de ejercicios y técnicas de determinación de la conducta, que es en sentido estricto su definición de poder. Dicho de otro modo, el sujeto es producido en el marco de unas condiciones históricas susceptibles de rastrearse (genealogía), entre las que se encuentran interacciones discursivas asumidas como verdad por un sistema de reglas (arqueología) y posibles por el despliegue de dispositivos de poder diversos (genealogía dinástica). Desde esta perspectiva emerge, entonces, la pregunta por el espacio en esta relación triádica. Puede decirse, en términos generales, que en las investigaciones de carácter arqueológico, la concepción del espacio tiene una relación directa con los discursos y las epistemes que lo sostienen. En los de carácter genealógico, el espacio surge como el marco en el que las relaciones de poder se justifican a sí mismas, se desenvuelven y se transforman. El dispositivo, palabra técnica en Foucault, incluye el lugar en el que este se desarrolla, precisamente porque construye las condiciones favorables para tal desarrollo. Un ejemplo de ello es el espacio conocido como “manicomio” (lugar de exclusión y normalización) en el desarrollo del dispositivo disciplinario: En esa medida, y si lo que digo es cierto, no se puede decir que el individuo preexiste a la función sujeto, a la proyección de una psique, a la instancia normalizadora. Al contrario, el individuo apareció dentro de un sistema político porque la singularidad somática, en virtud de los mecanismos disciplinarios, se convirtió en portadora de la función sujeto. El individuo se constituyó en la medida en que la vigilancia ininterrumpida, la escritura continua y el castigo virtual dieron marco a ese cuerpo así sojuzgado y le extrajeron una psique; y el hecho de que la instancia normalizadora distribuyera, excluyera y retomara sin cesar ese cuerpopsique sirvió para caracterizarlo (Foucault, 2005, p. 78). La “instancia normalizadora” incluye una interacción compleja de relaciones de poder, constitución de saberes y emergencia de subjetividades; es decir, el espacio en el que se desarrolla el dispositivo, en este caso la institución “manicomio”, es el emplazamiento, la determinación del lugar de cada quien y cada cosa, que se mantiene por tales relaciones de saber-poder, al tiempo que permite la construcción de una subjetividad específica (el loco), un cierto saber sobre el sujeto (la locura) y una especificación espacial para tal saber y tal sujeto (el confinamiento exclusivo del manicomio). Lo que realmente ocurre es que el espacio es un lugar de inclusión y de exclusión: incluye al sujeto loco al espacio del manicomio, pero lo excluye de los otros lugares posibles. De ahí que el manicomio constituye al loco, como el salón de clase constituye la relación entre el docente y el estudiante. Lo anterior significa que la problematización del espacio no es solo de carácter metafísico, como en Kant, ni puramente físico, como en Newton. Se trata de las formas como históricamente emergen espacios posibles por relaciones de poder. En ese sentido cabe preguntarse qué relaciones de poder, históricamente rastreables en sentido genealógico, hicieron posible la emergencia de lo que hoy se conoce como “espacio público”. Para continuar con tal propósito será necesario recordar que Foucault plantea en sus análisis genealógicos los acontecimientos que hicieron posible la transformación de las relaciones de poder en tres niveles: el poder de soberanía, el poder de disciplina y la gubernamentalidad. Así, se estudia la dinámica del poder como castigo y se analiza el proceso a través del cual se redistribuye la economía del castigo, en los suplicios del siglo XVIII, en el que el soberano determina sobre la vida. En la teoría clásica de la soberanía, el derecho de vida y muerte era un atributo del soberano, quien podía hacer morir o dejar vivir. La vida y la muerte de los sujetos se vuelven derechos solo por efecto de la voluntad soberana. El derecho de matar contiene en sí el derecho de vida y muerte: el soberano ejerce su derecho sobre la vida desde que puede matar. Es un derecho de espada. En este sentido, hay una fuerte asimetría: no es un derecho de hacer morir o hacer vivir, tampoco de dejar vivir o dejar morir, sino de hacer morir o dejar vivir. La muerte es el punto en que resuena del modo más manifiesto el absoluto poder del soberano. Pero es importante tener claro que esta soberanía se ejerce en el interior de un territorio; es allí y solo allí donde el poder del soberano sobre la vida tiene validez: La soberanía se inscribe y actúa esencialmente en un territorio, y la idea de la soberanía sobre un territorio no poblado no solo es aceptable desde un punto de vista jurídico y político, sino perfectamente aceptada y primordial; de hecho, el ejercicio de esa soberanía en su desenvolvimiento efectivo, real y cotidiano siempre indica, desde luego, cierta multiplicidad, pero que será tratada, justamente, sea como multiplicidad de súbditos, sea [como] la multiplicidad de un pueblo (Foucault, 2006a, p. 27). El poder disciplinario es también trabajado por Foucault en Vigilar y castigar, donde muestra cómo el espacio queda controlado minuciosa y meticulosamente, distribuyendo en él a los individuos. Es el caso de colegios, hospitales, regimientos, entre otros. El tiempo es empleado disciplinariamente y se toma el modelo de los conventos, de su rítmica, de su organización. El dispositivo disciplinario que se utiliza implica la vigilancia total del espacio en el que los menores movimientos son controlados. En él se produce el análisis y la distribución de los cuerpos, jerarquizándolos, vigilándolos, inspeccionándolos, como manera de gobernarlos de manera omnipresente. En esta misma línea se produce la “normalización”, que es una forma de adscripción a un cuerpo social homogéneo, donde se obliga a la homogeneidad. La plena luz y la vigilancia permanente caracterizan la nueva forma de castigar. La visibilidad es una trampa —se es visto, pero no se ve; hay información, pero no comunicación—. Saberse vigilado garantiza el funcionamiento del poder. El poder debe ser visible e inverificable; por ejemplo, en la prisión se es observado sin ver nunca al guardia que vigila, y este desde la torre central ve todo sin ser visto (Calcino, 1990, p. 124). Sobre el modelo de prisión que diseña Bentham: el panóptico, produce generalizaciones que constituyen la figura de la nueva tecnología política. Allí hay un descentramiento del poder funcionando de manera difusa, múltiple, polivalente en el cuerpo social entero y estableciendo así la sociedad disciplinaria. La vigilancia es la que caracteriza a la modernidad: La disciplina es un antidesorden, y Foucault, a través del ejemplo del panóptico de Bentham, traza un diagrama preciso de su funcionamiento, [...] la regla de la detención, del mareaje y de la exclusión, propia del modelo de la lepra, en el cual lo importante es diferenciar al leproso y marginarlo en una comunidad separada cuya estructura interna no es útil controlar; se ha sustituido la regla de la reticulación propia del modelo de la peste. Se pasa de la lógica de los conjuntos separados a la lógica de un espacio estructurado con coordenadas cartesianas. No se trata ya de trazar una frontera, sino de controlar en permanencia toda la extensión espacial y toda la población desplegada en ese espacio y vigilarlos en todos sus puntos, de forma continua y total, o selectiva e intermitente. Todos deben saber que un ojo invisible les observa virtualmente en permanencia, es decir, que en cualquier momento se puede reconstruir la secuencia fílmica de la actuación pasada del sujeto, gracias a la serie de coordenadas identificatorias en las cuales está prendido todo individuo (Ibáñez, 1983, p. 106). En este contexto se entiende la gobernabilidad, la biopolítica, como las diversas formas de gobernar que distinguen un conjunto constituido por instituciones, procedimientos, análisis y reflexiones, cálculos y tácticas, los cuales permiten ejercer esta forma de poder cuyo objeto principal es la población y presenta a la economía política como una disciplina que sustenta el ejercicio del poder. El instrumento técnico esencial de la gobernabilidad son los dispositivos de seguridad, que hacen referencia a una economía específica de poder. El espacio propio de la seguridad consigna una serie de acontecimientos posibles y remite a lo temporal y lo circunstancial, para lo cual se crea un conjunto de técnicas que trabajan, organizan y generan un medio en el que se afecta la población (Foucault, 2006, p. 40). ESPACIOS DIFERENTES SPACES AÜTRES) (DES Quizá no exista un lugar en toda la filosofía de Foucault que aclare sus intuiciones iniciales sobre la relación entre espacio y poder como el que lleva este título. Puede empezarse por hacer una ubicación histórica del texto. Como es sabido, se trata de una conferencia realizada en marzo de 1967. La fecha es relevante, puesto que, a esas alturas, Foucault solo había publicado Las palabras y las cosas (1966) y tenía una versión por revisar de La arqueología del saber. Lo anterior significa que las investigaciones genealógicas de Foucault aún no han comenzado en forma, pero ya ha desarrollado un conjunto de intuiciones acerca de la relación espacio-poder. Ya en el texto, Foucault (1999b) empieza su discurso señalando la preocupación por el espacio como característica del siglo XX, preocupación que se distingue de la historia típica del siglo XIX: “Estamos en la época de lo simultáneo, de la yuxtaposición, de lo próximo y lo lejano, del lado a lado, de lo disperso” (p. 431). No se trata, entonces, del desarrollo de una línea temporal que articula los puntos (hechos) en un entramado, sino de una dispersión de emplazamientos: “No se trata de negar el tiempo, sino de una cierta manera de tratar eso que llamamos tiempo e historia” (p. 432). Y ese tratamiento empieza no por el enfrentamiento tiempoespacio, sino por reconocer que “el espacio tiene una historia”. La Edad Media propuso un espacio jerarquizado: arriba-abajo, sagrado-profano, adentro-afuera, protegido-desprotegido, ciudad-campo. El espacio medieval señala el lugar natural de las cosas en el marco de esta jerarquía: “espacio de localización”. Por ejemplo, el templo presenta una organización en la que el altar es lo más próximo al encuentro con lo sagrado, es decir, un lugar de relación entre lo divino y lo humano; espacio solo permitido para el sacerdote y los que sirven al altar, por lo que el retablo central presenta una jerarquización de los santos y los ángeles. El espacio de localización se abrirá con Galileo y se extenderá hasta el infinito: la extensión sustituye la localización. La naturaleza puede ser explicada solo por medio del espacio matemático y la velocidad, relación matemática “espacio-tiempo”. El universo está escrito en caracteres matemáticos; y en la actualidad, piensa Foucault, el emplazamiento (l’emplacement) sustituye la extensión que reemplazaba la localización: “El emplazamiento se define por las relaciones de vecindad entre puntos o elementos; formalmente, pueden describirse como series, árboles, redes”. Y aunque tiene en cuenta el problema del emplazamiento en la virtualidad del almacenaje de información, Foucault señala que el problema del lugar se da de manera más concreta en la cuestión de la demografía, en el problema del emplazamiento humano: El problema de saber cuáles relaciones de vecindad, qué tipo de almacenamiento, de circulación, de retención, de clasificación de elementos humanos deben ser preferidos en tal situación por venir o para tal fin. Estamos en la época donde el espacio se nos da bajo la forma de relaciones de emplazamiento (p. 432). De este modo, “el tiempo no aparece más que como uno de los juegos de distribución posibles entre los elementos que se reparten en el espacio” (Foucault, 1999b, p. 432). Esto significa que en determinado emplazamiento desempeñan una función específica ciertas modalidades temporales, inmersas en lugares concretos, en los que ciertas relaciones son asumidas como naturales y necesarias o “sagradas”: “Aún no hemos podido acceder a una desacralización del espacio”. Estas modalidades dependen de un conjunto de oposiciones dadas: espacio público/espacio privado, espacio familiar/espacio social, espacio cultural/espacio útil (producción). “Todas estas oposiciones están animadas por una sorda sacralización”. En contraposición, Foucault apostará por un análisis del espacio del afuera, es decir, de aquellos espacios heterogéneos, matizados por relaciones diversas, por emplazamientos irreductibles y no superponibles. En estas rupturas espaciales, el espacio no es un simple vacío que ocupan los cuerpos. Foucault clasifica estos lugares en dos grandes tipos: las utopías y las heterotopías. “Las utopías son los emplazamientos sin lugar real. Son emplazamientos que tienen una relación general de analogía directa o inversa con el espacio real de la sociedad”. Pero también hay lugares fuera de todos los lugares, pero efectivamente localizables. A estos lugares Foucault (1999) los llama heterotopías, es decir, contraemplazamientos reales que interactúan con las utopías: el hospital, el cementerio, la cárcel son buenos ejemplos, y señala seis principios: 1) Probablemente no existe una sola cultura en el mundo en que no se constituyan heterotopías, y quizá no se encuentre una sola forma de heterotopía que sea absolutamente universal. Las heterotopías se clasifican en dos grupos: de crisis y de desviación. Una de las heterotopías de crisis será, por ejemplo, el colegio, en las condiciones del siglo XIX, o el servicio militar para los jóvenes, los cuales tuvieron ciertamente el rol del lugar fuera de todos los lugares, ya que las primeras manifestaciones de la sexualidad viril debían tener lugar en “otra parte”, diferente a la familia. Para las jóvenes existía, hasta mediados del siglo XX, una tradición que se llamaba el “viaje de bodas”. El desfloramiento de la joven no podía tener lugar “en ninguna parte” y, en ese momento, el tren o el hotel del viaje de bodas eran esos espacios de ninguna parte, esas heterotopías sin marcas geográficas. Por otra parte, están las heterotopías de desviación, aquellas en las que se ubican los individuos cuyo comportamiento está desviado con respecto a la norma exigida; por ejemplo, las casas de reposo, las clínicas psiquiátricas, las prisiones, los geriátricos, que están de alguna manera en la demarcación de la heterotopía de crisis y la heterotopía de desviación (Foucault, 1999, p. 435). 2) Una sociedad puede hacer funcionar de una manera muy diferente una heterotopía que existe y que no ha dejado de existir. Cada heterotopía tiene un funcionamiento preciso y determinado en la sociedad, y esa misma heterotopía puede, según la sincronía de la cultura en la que se encuentra, tener un funcionamiento u otro; por ejemplo, el cementerio, el cual es ciertamente un lugar otro en relación con los espacios culturales ordinarios. Sin embargo, es un espacio ligado al conjunto de todos los emplazamientos de la ciudad, de la sociedad o de la aldea, ya que cada individuo y cada familia tienen parientes en él. En la cultura occidental, el cementerio existió prácticamente desde siempre, pero sufrió mutaciones importantes. Hasta el fin del siglo XVIII, el cementerio se encontraba en el corazón mismo de la ciudad, a un lado de la iglesia. Existía allí toda una jerarquía de sepulturas posibles. Estaba la fosa común, en la que los cadáveres perdían hasta el último vestigio de individualidad; había algunas tumbas individuales, y también había tumbas en el interior de la iglesia. Este cementerio, que se ubicaba en el espacio sagrado de la iglesia, ha adquirido, en las sociedades modernas, otro aspecto diferente; y, curiosamente, en la época en que la civilización se ha vuelto —como se tematiza en el lenguaje común— “atea”, la cultura occidental inauguró lo que se llama el culto de los muertos (Foucault, 1999, p. 436). 3) Las heterotopías tienen el poder de yuxtaponer en un solo lugar real muchos espacios, muchos emplazamientos incompatibles entre sí; por ejemplo, el teatro, el cine y el jardín. Es así como el teatro hace suceder sobre el rectángulo del escenario toda una serie de lugares que son extraños los unos a los otros; el cine es una sala rectangular muy curiosa, al fondo de la cual, sobre una pantalla bidimensional, se ve proyectar un espacio en tres dimensiones; pero tal vez el ejemplo más antiguo de estas heterotopías (en forma de emplazamientos contradictorios) sea el jardín. No hay que olvidar que el jardín, creación asombrosa ya milenaria, tenía en Oriente significaciones muy profundas y superpuestas. El jardín tradicional de los persas era un espacio sagrado que debía reunir, en el interior de su rectángulo, cuatro partes que representaban los cuatro puntos cardinales del mundo, con un espacio todavía más sagrado que los otros: su ombligo, el mundo en su medio (allí estaban la fuente y la vertiente). Toda la vegetación del jardín debía repartirse dentro de este espacio, en esta especie de microcosmos (Foucault, 1999, p. 437). 4) Las heterotopías están ligadas a ciertos cortes temporales que pueden llamarse, por concordancia, heterocronías . La heterotopía empieza a funcionar plenamente cuando los hombres se encuentran en una especie de ruptura absoluta con su tiempo tradicional; por ejemplo, los museos y las bibliotecas, que son heterotopías en las que el tiempo no cesa de amontonarse y de encaramarse sobre sí mismo. Frente a estas heterotopías ligadas a la acumulación del tiempo, se hallan las heterotopías que están ligadas, por el contrario, al tiempo en lo que tiene de más fútil, de más precario, de más pasajero, según el modo de la fiesta. Son heterotopías no ya eternizantes, sino absolutamente crónicas. Tales son las ferias y los lugares de vacaciones (Foucault, 1999, p. 438). 5) Las heterotopías suponen siempre un sistema de apertura y de cierre que las aísla y las vuelve penetrables a la vez. Un modelo es la prisión, o los rituales higiénicos y religiosos. Solo se puede entrar en estos lugares con un permiso y una vez se ha completado una serie de gestos. Se hallan otras, por el contrario, que tienen el aire de puras y simples aberturas, pero que, en general, ocultan curiosas exclusiones; por ejemplo, las habitaciones de los moteles donde se entra en su automóvil con la amante, y la sexualidad ilegal se encuentra a la vez absolutamente resguardada, oculta, separada y, sin embargo, dejada al aire libre (Foucault, 1999, p. 439). 6) Las heterotopías tienen, frente al espacio restante, una función que se despliega entre dos polos extremos o que crea un espacio ilusorio que se denuncia como más ilusorio que el espacio real. En todos los emplazamientos de su interior, la vida humana es compartimentada; por ejemplo, los lugares de show privado. O, por el contrario, estas heterotopías bien pueden crear otro espacio, otro espacio real, tan perfecto, tan meticuloso, tan bien ordenado (como el nuestro, es desordenado, mal administrado y inextricable). Esta sería una heterotopía no ya de ilusión, sino de compensación; por ejemplo, las ciudades creadas para “enseñarle” al niño como es el espacio de los adultos: Divercity en Bogotá (Foucault, 1999, p. 440). Foucault asumirá una posición similar en sus escritos sobre literatura y lenguaje, en especial en El pensamiento del afuera y El lenguaje del espacio. Para el autor, la comprensión del espacio no surge de un enfrentamiento con el tiempo; se trata mejor de reconocer cómo cambia el sentido del espacio con la emergencia de las leyes de la termodinámica y la episteme. La difusión entró-pica de energía implica un problema espacial en el que el tiempo forma parte de tal especialidad. Ahora bien, siempre se pensó que la utopía es un espacio externo e imposible, cuando quizá se trate del más interno de los espacios. La contraposición con la heterotopía como espacio del “afuera” le permite señalar a Foucault la emergencia de un “espacio otro” que se contrapone al espacio de la inclusión. Como primera hipótesis puede decirse que el “espacio público” es el lugar de esa inclusión. El espacio del afuera no se concibe como espacio público, sino como exterioridad total a él. Un ejemplo sobre este punto son los prostíbulos, que son lugares de inclusión y de exclusión, pero no son un espacio público. En este punto del capítulo nacen los siguientes interrogantes: ¿qué hace posible el espacio de inclusión y de exclusión? Es decir, ¿qué condiciones históricas permiten entender al espacio público como un espacio incluyente? Será necesario dirigirse ahora a la aparición de técnicas de poder que adquieren la forma de una gubernamentalidad, es decir, a “las artes del buen gobierno”, que emergen entre los siglos XVII y XVIII en Europa como estrategia para determinar la conducta de un sujeto al que Foucault llama “población”. EL ESPACIO Y EL PODER: DE LA TEATRALIZACIÓN AL SABER GUBERNAMENTAL En sus trabajos iniciales sobre el poder psiquiátrico, Foucault (2005) señala el aspecto teatral del poder, el cual incluye las formas como este se ejerce desde su teatralización ritual, los modos como este es resistido o criticado, o la forma como se evidencian sus dispositivos y sus técnicas. Es el caso del análisis del aspecto grotesco del poder (ubuesco), del enfrentamiento que subyace entre la tragedia y el derecho o la novela y la norma (Foucault, 2001, p. 164), o del aporte de los análisis de la escena teatral al estudio de los mecanismos y las técnicas de poder. El aspecto teatral del poder indica su necesidad de escenario legítimo, de directores, de tramas señaladas, de espacios construidos, que dependen a su vez de la trama, los personajes y el director. Localizaciones, entrampamientos, conductas dirigidas y asumidas, personajes que son lo que son mientras actúan, efectos sobre un público, dispositivos y técnicas que atrapan a los diversos personajes en una trama trágica (el vacío de la ley) y grotesca al mismo tiempo. Pero el escenario cambia porque las estrategias lo hacen también. El modelo de soberanía real se encuentra en un momento histórico determinado, amenazado por ejercicios de poder que funcionan como contrapartidas. Sin esquematismos ni estructuras, más bien señalando los acontecimientos y los monumentos históricos que lo prueban, Foucault muestra el modo como la historia, una cierta historia, se usa como un arma para minar el poder soberano y prepara el camino para la revolución. En síntesis, se trata de las formas como la nobleza francesa construye una historia que se olvida en el poder de soberanía: la historia de la invasión, la conquista, las batallas específicas, las estrategias sucias y las trampas a la ley. Tal historia es en sí misma considerada como un nuevo escenario, una visibilización, al tiempo que entra en uno en el que el poder soberano del rey encuentra su caída en su falta de legitimidad histórica. Intentando apoderarse de tal historia, y del saber que con ella se inaugura, es el mismo poder soberano el que construye los dispositivos para homogeneizar, normalizar, clasificar y centralizar tal saber. Es entonces cuando la soberanía se dirige al territorio que gobierna para encontrar en él una verdad de tal saber histórico: se inaugura el saber gubernamental, que empieza como un saber para el príncipe y termina siendo un saber sobre el manejo de las conductas. El desenvolvimiento de tales estrategias y dispositivos constituye ahora un nuevo espacio, el cuerpo y las posibilidades productivas que lo circundan y, que a su vez, lo mantienen vivo: la cuestión del biopoder. En términos espaciales, lo anterior significa una transformación de los emplazamientos: se pasa de la gran visibilización propia de la escenificación del poder de soberanía (Foucault, 1998, pp. 11-38) a la preocupación por emplazar un cuerpo viviente y socialmente productivo. En el medio de estos extremos se encuentra la transición de la preocupación del príncipe por un espacio territorial —la demarcación de sus fronteras— al territorio como elemento fundamental para generar una “distribución espacial de los cuerpos”. Las relaciones de poder y sus dispositivos se inscriben en el cuerpo social para asignar su “lugar adecuado”. El espacio público emerge, entonces, como parte del dispositivo que emplaza al cuerpo social en un territorio en el que se distribuyen espacialmente relaciones productivas de poder. EL CUERPO COMO ESPACIO DEL PODER: DEL LEVIATÁN A FRANKENSTEIN En las clases de 1977 a 1978, tituladas Seguridad, Territorio, Población, Foucault (2001) dijo: Lo esencial del curso se consagrará [...] al problema de la guerra. Querría tratar de ver en qué medida el esquema binario de la guerra, de la lucha, del enfrentamiento de las fuerzas puede identificarse efectivamente como fondo de la sociedad civil, a la vez principio y motor del ejercicio del poder político (p. 31). Por tanto, cuando se asume la posición foucaultiana de tomar a la guerra como grilla de inteligibilidad, es inevitable suponer que los aspectos originarios de tal visión se encuentran en la comprensión hobbesiana del estado de naturaleza. Mientras Hobbes señala que las dos modalidades de contrato en que consiste el poder del Estado surgen del estado natural de guerra, pareciera que la inversión de la sentencia de Clausewitz ya estuviera, de algún modo, en el Leviatán. Sin embargo, Foucault (1976) va a aclarar que la visión del cuerpo social que Hobbes muestra en el Leviatán es precisamente lo contrario de esta suposición: En la guerra primitiva de Hobbes no hay batallas, no hay sangre, no hay cadáveres. Hay representaciones, manifestaciones, signos, expresiones enfáticas, astutas, mentirosas; hay señuelos, voluntades que se disfrazan de lo contrario, inquietudes que se camuflan de incertidumbres. Nos encontramos en el teatro de las representaciones intercambiadas, en una relación de temor que es una relación temporalmente indefinida; no estamos realmente en la guerra. Lo cual quiere decir, en definitiva, que el estado de salvajismo bestial, en el que los individuos se devoran vivos unos a otros, no puede aparecer en ningún caso como la caracterización primordial del estado de guerra según Hobbes. Lo que caracteriza ese estado de guerra es una especie de diplomacia infinita de rivalidades que son naturalmente igualitarias (p. 90). Según Foucault (1976), el estado de guerra no designa la batalla, sino la posibilidad incesante que tiene un componente de la sociedad de mostrar su capacidad para iniciar una. Sobre el espacio de tiempo en que esto ocurre, el autor señala: [El espacio de tiempo] designa el estado, y no la batalla, en que lo que está en juego no son las fuerzas mismas, sino la voluntad, una voluntad que está suficientemente comprobada, es decir, dotada de un sistema de representaciones y manifestaciones que es operativo en el campo de la diplomacia primaria (p. 90). Así, empieza a percibirse la clase de comprensión espacial que subyace en la metáfora del Leviatán como cuerpo social: el edificio, aspecto central de la metáfora, está compuesto por aquellos que renuncian a sus pretensiones de violencia y desorden (guerra), para ceder el poder al soberano. En este sentido, no hay una guerra real en el trasfondo del Leviatán, solo una gran estrategia: la constitución de un espacio social de soberanía que cuenta con el olvido de “la sangre seca en los códigos” para asumir la buena voluntad soberana de conjurar el desorden y el miedo a la agresión. Esta es una teatralización efectiva hasta que la nobleza construye la historia de la ilegitimidad del gobierno del rey apelando precisamente a las guerras reales (Foucault, 1976, p. 111). A tal metáfora corpórea o espacio-corporal puede anteponerse —más por ingenuidad del autor de este escrito que por los brillantes análisis foucaultianos— la construcción corpórea de Frankenstein. Resultado de la operacionalización de un cierto saber, producto de dispositivos de saber-poder médico, hecho vivir por medios artificiales y prisionero del poder médico y de los contornos del castillo prisión, tal cuerpo no es otra cosa que el despojo de las batallas, la parte cruda de un saber que se asume como aséptico, la monstruosidad evidente de los dispositivos, la crueldad silenciosa de la dominación del saber sobre un cuerpo (social) resultado de experimentaciones, ejercicios regulados de poder, implantación orgánica y distribución conveniente. Y Frankenstein también puede levantarse, sufrir contratiempos, escapar de los muros (insuficiencia del poder disciplinario). Es necesario construir un saber de prevención, un cálculo de riesgos y costos, un modelo de productividad y de inversión médica. Es así como se crean los seguros sociales, los seguros médicos, el Seguro Obligatorio de Daños a Terceros (SOAT) y el seguimiento satelital, entre otras formas. LA CONFIGURACIÓN DEL TERRITORIO (CUERPO/ESPECIEMEDIO) EN LOS DISPOSITIVOS DE SEGURIDAD Entre el conjunto de distinciones que Foucault (1998) hace al final de Defender la sociedad, se encuentra una de gran importancia: la distinción entre las relaciones de poder que construyeron, desde el marco de las disciplinas, una anatomopolítica, y el tránsito a unas relaciones de poder sobre el cuerpo social, concebido como especie biológica, biopolítica: La biopolítica va a extraer su saber y definir el campo de intervención de su poder en la natalidad, la morbilidad, las diversas incapacidades biológicas, los efectos del medio. [...] Las nuevas tecnologías de poder no tienen que vérselas exactamente con la sociedad (o, en fin, con el cuerpo social tal como lo definen los juristas); tampoco con el individuo cuerpo. Se trata de un nuevo cuerpo: cuerpo múltiple, cuerpo de muchas cabezas, si no infinito, al menos necesariamente innumerable. Es la idea de población. [...] La biopolítica abordará, en suma, los acontecimientos aleatorios que se producen en una población tomada su duración (p. 222). Tal distinción inaugura el análisis sobre los dispositivos y las técnicas propias de las sociedades de seguridad. Y aunque quede claro que el problema ya no es el del territorio, en el sentido que le había dado la soberanía, sino el de la aparición de un cierto saber-poder sobre la población, puede afirmarse que tal saber constituye una cierta comprensión de la distribución espacial de los cuerpos, del lugar que ocupan, de las transformaciones que producen, de la aleatoriedad de sus conductas. En la primera clase del curso Seguridad, Territorio, Población, Foucault (2006) distingue las construcciones espaciales propias de cada tecnología, para contraponer los modos como funcionan las de seguridad: Para resumir todo esto, digamos que, así como la soberanía capitaliza un territorio y plantea el gran problema de la sede del gobierno, y así como la disciplina arquitectura un espacio y se plantea como problema esencial una distribución jerárquica y funcional de los elementos, la seguridad tratará de acondicionar un medio en función de acontecimientos o de series de acontecimientos o elementos posibles, series que será preciso regularizar en un marco polivalente y transformable. El espacio propio de la seguridad remite entonces a una serie de acontecimientos posibles, remite a lo temporal y lo aleatorio, una temporalidad y una aleatoriedad que habrá que inscribir en un espacio dado. El espacio en el cual se despliegan series de elementos es, me parece, más o menos lo que llamamos un medio (p. 90). Tal medio en el que se convierte el espacio en las tecnologías de seguridad encierra la cuestión de la circulación y la causalidad que Foucault ya había señalado en su análisis de los documentos sobre la transformación histórica del espacio de la ciudad. Desde su visión, el espacio como medio incluye las siguientes características: 1) Los dispositivos de seguridad trabajan, fabrican, organizan, acondicionan un medio aun antes de que la noción se haya constituido y aislado. 2) El medio es una cantidad de efectos masivos que afectan a quienes residen en él. Es un elemento en cuyo interior se produce un cierre circular de los efectos y las causas: lo que es efecto de un lado se convertirá en causa del otro. 3) El medio aparece como un campo de intervención donde, en lugar de afectar a los individuos como un conjunto de sujetos de derecho capaces de acciones voluntarias — así sucedía con la soberanía—, de afectarlos como una multiplicidad de organismos, de cuerpos susceptibles de prestaciones y de prestaciones exigidas como en la disciplina, se tratará de afectar, precisamente, a una población. “Me refiero a una multiplicidad de individuos que están y solo existen profunda, esencial y biológicamente ligados a la materialidad dentro de la cual existen” (Foucault, 2006, pp. 4042). Si se ponen en juego esos criterios, iniciando desde la noción de heterotopía, pasando por la constitución de una sociedad de soberanía, luego de disciplina y luego de seguridad, la pregunta obligada es esta: ¿qué clase de espacio, en cuanto medio, promueve la actual sociedad de seguridad? Evidentemente, los dispositivos de soberanía y de disciplina no se acabaron, pues subyacen aún algunos solapados entre las técnicas de seguridad. La compartimentación disciplinaria: a cada quien su cuerpo, su muerte, su enfermedad, su tumba, su pupitre, su sexta parte de metro cuadrado en el Transmilenio, todavía funciona y es efectiva. Sin embargo, no es esa división ni la confianza ciega en la ley las que prevalecen, sino una cierta ecología del poder: a Frankenstein le acaban de diseñar un lugar calculado, tranquilo, conjurado de temores; un jardín infantil para el monstruo en el que ya no debe temer nada, pues la teatralización se desarrolla ahora desde un saber-poder que conjura la posibilidad. El cuerpo se constituye en el medio, pero el medio pone en circulación los efectos del poder y construye un nuevo sujeto; Frankenstein ahora se llama población, y los doctores impondrán, vigilarán, conjurarán y mantendrán al monstruo en el estado de buena conducta. No obstante, a los espacios de seguridad se les manifiestan formas de resistirlos, como los lugares de la red, los espacios virtuales, que permiten nuevas lógicas. Unos “no lugares” al estilo de Marc Augé, no para reafirmar el planteamiento de espacios de tránsito que expresan una conectividad de lugares urbanos cargados de historias tanto regionales como individuales y que trazan itinerarios repetitivos que el viajero sigue en el inconsciente a un ritmo copador de la libertad de movilización —vale decir, el movimiento comigratorio de lo urbano—, sino para aventurar la idea de que estos se manifiestan también como expresión de las nuevas subjetividades que encuentran en la red la desacralización práctica del espacio y nuevas formas de establecer otros mundos posibles y, por tanto, otros lugares posibles. Notas al pie *Este capítulo es la revisión del artículo que fue publicado con el título original de “Historia de los espacios, historia de los poderes: hacia una genealogía de la noción de espacio público” (Martínez, 2010). 1Entiéndase a lo largo del escrito que un emplazamiento es el término que se utilizará para designar “el darle el lugar exacto a cada cosa”. Aquí no se trata de confirmar las identidades fijas ni de pretender afirmar contraidentidades, sino de crear posiciones de sujeto alternativas concebibles y compartibles. Esto implica aceptar la responsabilidad por los valores éticos y los vínculos colectivos de tal modo que sea posible sustentar y expresar las complejidades internas. R. Braidotti El anterior capítulo ha mostrado cómo en los análisis genealógicos planteados por Foucault se encuentran los acontecimientos que hicieron posible la existencia de relaciones de poder en términos de la soberanía, la disciplina y la gubernamentalidad. E n ese sentido, centrarse en la comprensión del sujeto como aquel producto de condiciones históricas e interacciones discursivas asumidas como verdad pone en evidencia los agenciamientos que configuran las subjetividades y la emergencia del biopoder. De esta manera, el presente capítulo se convierte en la apertura al análisis de dinámicas de acción o agenciamientos que configuran las subjetividades en la sociedad como una realidad objetiva de la estructura social, y cuyo origen es la institucionalización a partir de los hábitos o actos repetitivos derivados de pautas de comportamiento; sobre todo, cuando la existencia de procesos de institucionalización de los cuerpos de las formas de convivencia y del orden social se refleja en las tecnologías del yo en el ámbito de la relación familiar, en la acción de padre-madre-niño e, incluso, en la intimidad de los sujetos. Se comprende además que la subjetividad está dada por la experiencia del sujeto a lo largo de toda su vida y, en términos generales, ha sido definida como la capacidad de los individuos para constituirse a sí mismos a partir del lenguaje, la interacción y la interpretación. Así, se propone un escenario de análisis que reconozca la importancia de la transformación de las técnicas de control sobre el cuerpo y lo vivo. La realidad es una construcción social en la medida en que se entiende como objetiva y subjetiva. No está dada como algo natural o divino, sino que es una construcción dinámica e histórica. Berger y Luckmann (1978) la proponen a partir de un “lugar” que va a resignificar la producción social del conocimiento y que, a su vez, va a constituir la integración o el diálogo entre el determinismo objetivista y el voluntarismo subjetivista. Dicho lugar de análisis es “la vida cotidiana”, dado que allí suceden y se expresan las objetivaciones (procesos sociales) y las subjetivaciones (significados), a partir de lo que los autores llaman el “sentido común”, expresión del conocimiento social “más allá” del pensamiento teórico o científico. En este sentido, se visibilizan, desde las nociones anteriormente presentadas sobre el dispositivo, las dinámicas de acción o los agenciamientos que configuran las subjetividades en la sociedad como una realidad objetiva de la estructura social, y cuyo origen es la institucionalización a partir de los hábitos o actos repetitivos que se han derivado de pautas de comportamiento. Estas situaciones cargadas de significados o pautas, es decir, palabras, símbolos, signos o códigos, ya están determinadas para lograr la comunicación con el otro; Berger y Luckmann los llaman “esquemas tipificadores”. En otras palabras, el mundo y la realidad no son realidades subjetivas, individuales, sino que son una construcción social configurada a partir de estructuras. Las tipificaciones que se hacen del mundo y los hábitos como pautas de comportamiento ofrecen la antesala de la estructura social: “La institucionalización aparece cada vez que se da una tipificación recíproca de acciones habitualizadas por tipos de actores” (Berger y Luckmann, 1978). Cuando las tipificaciones son compartidas por otros, se habla de una institucionalización de los hábitos, lo cual implica hacer referencia a la historicidad, la autoridad y el control. De la historia compartida los sujetos no pueden desprenderse, porque tanto la sociedad como los individuos son productos de la historia. Las instituciones sociales “controlan el comportamiento humano estableciendo pautas definidas” (Berger y Luckmann, 1978), convirtiéndose en sistemas de control social existentes en toda sociedad. Según algunos autores, las formas de las instituciones “normalmente” constituidas se han desmoronado. Esta afirmación no es algo nuevo; como se sabe, las instituciones de las cuales la familia configura en parte la subjetividad o, mejor, presenta formas de ser sujetos ha quedado tal y como las describen Rolnik y Guattari (2006): De ella quedó una determinada figura de hombre, una determinada figura de mujer. Figuras de una célula conyugal. Pero esta también se está “desterritorializando” a pasos agigantados. El capital ha desvalorizado nuestra manera de amar: estamos completamente fuera de la escena. A partir de ahí, son muchos los caminos que se esbozan: del apego obsesivo a las formas que el capital ha vaciado (territorios artificialmente restaurados) a la creación de otros territorios de deseo (p. 330). Múltiples son los discursos que configuran las realidades cotidianas de la familia. Al margen de la sorprendente variedad de arreglos familiares existentes en cada región, sobresale su presencia histórica. Extensa o reducida, fuerte o fragmentada, próspera o pobre, patriarcal o, en ocasiones, matriarcal, autoritaria o afectiva, la familia se presenta como la entidad social más distinguible en cada lugar de nuestra geografía. Este predominio se da a través de un proceso de naturalización, el cual es producido por un complejo nivel de institucionalización de los cuerpos, de la formas de convivencia y de la construcción e institucionalización del orden social. Este proceso se genera a partir de una configuración negociada de esquemas tipificadores binarios que permiten la institucionalización de la norma a través de la acción de los padres-madres. Estos, según Foucault, actuando desde lo que entienden y en el marco de la ética del cuidado del otro, utilizan todas las tecnologías del yo disponibles para cumplir con lo que se representa como el deber de producir sujetos “felices”. Por lo anterior, tratar de asumir una posible entrada a lo que sería la subjetividad —no la única— permite construir una definición de esta como un campo de acción y representación, siempre establecida en las condiciones históricas, políticas, culturales, religiosas, entre otras, y como capacidad de interacción a partir de la intencionalidad y la negociación. La subjetividad es dada por la experiencia que constituye y acompaña al sujeto toda la vida; es un producto que le permite hablar desde la experiencia de lo individual, lo propio, lo alterno, lo diferente y lo otro; es la capacidad de constituirse a sí mismo como individuo a partir del lenguaje, la interacción y la interpretación. Por tanto, en la relación sujeto-subjetividad se puede puntualizar: 1) El sujeto no está terminado, sino que está en constante constitución cotidiana, pues la subjetividad es dada por la experiencia. 2) En esta relación existe un pliegue o interioridad: lo que es el sujeto y, específicamente, el discurso sobre su interioridad. 3) La subjetivación es el ejercicio de constituir en el sujeto un tipo de subjetividad. Es así como la subjetividad se constituye con otros; sin embargo, no se puede desconocer que existe la posibilidad de sí sobre sí, es decir, un trabajo en la constitución de la propia subjetividad como un ejercicio ético de reconstruirse, pensarse, revaluarse y ubicarse en el lugar de la crítica no solo como autoevaluación, sino también como posibilidad de interrogar a la verdad y a lo que usualmente se dice que un sujeto es. Además, es importante tener en cuenta que los discursos constituyen unas relaciones de poder y un tipo de sujeto. Así como los discursos sociales configuran al sujeto, el sujeto se constituye a sí mismo en su subjetividad a partir de los discursos externos. Por ende, el sujeto es una construcción histórica como producción, y el proceso de socialización es el modo como el sujeto se configura como verdadero en el marco social. En este orden de ideas es posible referenciar a la anatomopolítica, donde el peso de los discursos condiciona la anatomía de los sujetos. ANATOMOPOLÍTICA BIOPOLÍTICA EN CONFIGURACIÓN DE SUBJETIVIDAD Y LA LA La aplicación de ejercicios de poder sobre el cuerpo, originada desde los saberes y las prácticas, constituye una anatomopolítica; y la interacción compleja entre la verdad, el poder y el sujeto, que es propia de esta anatomopolítica, es lo que Foucault (1998) llama disciplina: La disciplina fabrica así cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos “dóciles”. La disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de obediencia). En una palabra: disocia el poder del cuerpo; de una parte, hace de este poder una “aptitud”, una “capacidad” que trata de aumentar, y cambia por otra parte la energía, la potencia que de ello podría resultar, y la convierte en una relación de sujeción estricta. Si la explotación econó-mica separa la fuerza y el producto del trabajo, digamos que la coerción disciplinaria establece en el cuerpo un vínculo de coacción entre una aptitud aumentada y una dominación acrecentada (p. 142). El disciplinamiento del cuerpo se convierte, entonces, en factor fundamental para la emergencia y el funcionamiento del capitalismo tal como lo se conoce actualmente, y para la forma en que las instituciones configuran la producción de la subjetividad en todas sus formas. La disociación del poder del cuerpo garantiza productividad y obediencia cuando las técnicas de poder ejercidas encauzan la potencia corporal en un circuito de relaciones directamente proporcionales: a mayor productividad, mayor obediencia, y viceversa. El sujeto que se produce aquí tiene, entonces, tres órdenes diferentes, pero interconectados: por un lado, se produce un sujeto de conocimiento (el cuerpo como objeto de saber); por otro, un sujeto moral (el cuerpo que obedece desde el diseño de una “voluntad” de obediencia) y, finalmente, un sujeto político (cuando se considera al cuerpo en su potencia y su resistencia). La disciplina produce un sujeto al ocuparse del cuerpo en estos tres ámbitos. Sujeto epistémico, sujeto moral y sujeto político son tres formas de configuración del sujeto y constituyen lo que en este escrito se denomina producción biopolítica de la subjetividad. Sin embargo, las preocupaciones sobre el cuerpo y lo vivo como objeto de poder cambian históricamente. En Vigilar y castigar se analizan las técnicas anatomopolíticas que Foucault propone en el curso de 1975-1976 para realizar una superación histórica; conclusiones que han sido incluidas en el capítulo final de la Historia de la sexualidad (Foucault, 2000): Luego de la anatomopolítica del cuerpo humano, introducida durante el siglo XVIII, vemos aparecer, a finales de este, algo que ya no es esa anatomopolítica, sino lo que yo llamaría una biopolítica de la especie humana. ¿Cuál es el interés central en esa nueva tecnología de poder, esa biopolítica, ese biopoder que está estableciéndose? Hace un momento lo señalaba en dos palabras: se trata de un conjunto de procesos como la proporción de los nacimientos y las defunciones, la tasa de reproducción, la fecundidad de una población, etcétera (p. 220). En el marco de este análisis crítico-histórico de la transformación de las técnicas de control sobre el cuerpo y lo vivo se produce un cambio en la relación docilidad-utilidad y se asume el cuerpo social de la población como cuerpo vivo y productivo. Si en la anatomopolítica la sujeción del cuerpo depende del objetivo individualizante de la disciplina y de saberes como la medicina y la biología, entonces la biopolítica tiene como correlación la guerra de razas, la población, la razón de Estado, la estadística y las relaciones internacionales. Los flujos de producción subjetiva no se ocupan solamente de fabricar un cuerpo dócil y útil, sino además del control de los flujos poblacionales, sus fluctuaciones, sus características genéticas y los peligros asociados a lo que hoy se llama salud pública. Las relaciones de poder sobre el cuerpo y la vida tienen entonces una doble especificidad: Las disciplinas del cuerpo y las regulaciones de la población constituyen los dos polos alrededor de los cuales se desarrolló la organización del poder sobre la vida. El establecimiento, durante la edad clásica, de esa gran tecnología de doble faz anatómica y biológica, individualizante y especificante, vuelta hacia las relaciones del cuerpo y atenta a los procesos de la vida caracteriza un poder cuya más alta función no es ya matar sino invadir la vida enteramente (Foucault, 2000, p. 169). Esto significa, entonces, en términos de producción del sujeto, un conjunto paradójico de relaciones. Por una parte, se le otorga una individualidad a cada quien en el marco de las disciplinas (a cada quien su número, su ubicación, su verdad, su enfermedad, su locura); pero tal individualización no es el surgimiento de una especificidad vital (un ser único e irrepetible, al decir de algunos discursos humanistas), sino de una sujeción del cuerpo que se realiza de forma masiva en las instituciones: fábrica, hospital, escuela. Por otra parte, las regulaciones de la población y sus flujos en el marco de la emergencia histórica de la razón de Estado produce un sujeto (población) supuestamente abstracto, pero concreto en el marco de sus relaciones sociales y productivas. Al tener en cuenta estos dos polos, el control sobre la vida consiste, por tanto, en una invasión y un control de la vida social completa. El poder del soberano fue el de hacer morir y dejar vivir, pero las técnicas biopolíticas invierten esta finalidad, al proponerse como productoras de vida, como herramientas para el hacer vivir a toda costa, desde el control de los acontecimientos aleatorios que amenazan el sujeto población (escasez, enfermedad, transmisión genética, salud, educación). Así, surge una forma de poder sobre la vida como fenómeno biológico y de población, el “biopoder”: El biopoder es un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo; este no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de la producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos. Pero exige más; necesita el crecimiento de unos y otros, su reforzamiento al mismo tiempo que su utilizabilidad y docilidad; requiere métodos de poder capaces de aumentar las fuerzas, las aptitudes y la vida en general, sin por ello tornarlas más difíciles de dominar (Foucault, 2000b, p. 165). Así, se evidencia una doble producción subjetiva propia del capital. Por una parte, los cuerpos se organizan para la utilidad y la docilidad en el marco de la producción fabril, desde instituciones como la escuela, el hospital, la cárcel y el manicomio. Esta disposición de los cuerpos garantiza la obediencia social de los individuos y el aumento de sus procesos económicos. Por otra parte, las regulaciones de los fenómenos de población permiten controlar y superar los eventos históricos que desafíen la prosperidad económica del Estado, al tiempo que garantizan la permanencia de mano de obra y promueven insumos que fortalecen el papel de los Estados-nación en sus relaciones comerciales y diplomáticas. Estas relaciones de poder inauguran, entonces, una interacción compleja entre el saber, el poder y el sujeto, que se expresa históricamente en el doble papel del biopoder: individualización del cuerpo y regularización de la población. El ejercicio del biopoder se da en un juego de relaciones entre instituciones, técnicas gubernamentales y saberes económicos en el interior del Estado y en las diversas instituciones que pretenden regular o normalizar a los individuos. La subjetividad implica, por consiguiente, plantear dos formas de cómo esta se ha visto e interpretado en el transcurrir de la historia: por un lado, la subjetividad es la propiedad de las percepciones, los argumentos y los lenguajes basados en el punto de vista del sujeto y, por tanto, influidos por sus intereses y deseos particulares; por el lado, la subjetividad se refiere al campo de acción y representación de los sujetos, siempre establecidos en las condiciones históricas, políticas, culturales, religiosas, entre otras. Así, la subjetividad se entiende como la capacidad del sujeto para constituirse a sí mismo como individuo; sujeto que se constituye en relación con los otros, con ese otro, con el cual dialoga, y es ahí, en ese intercambio de lenguaje, donde se constituye la subjetividad. SUBJETIVIDAD E INTIMIDAD: DOS CONCEPCIONES QUE SE TRASLAPAN Pensar la subjetividad en relación con la intimidad permite hacer un acercamiento a la perspectiva de Pardo (2004), quien plantea la “pasión comunicativa” que permite mirar el lenguaje más allá, es decir, asumiendo la intimidad “no hecha de sonidos sino de silencios. No tenemos intimidad por lo que decimos sino por lo que callamos, ya que la intimidad es lo que callamos cuando hablamos” (p. 38). La subjetividad si bien es la verdad que habita y configura al sujeto, también se expresa en el silencio de lo que este calla, es decir, en la intimidad. Según este autor se han desencadenado cuatro ideas erróneas o falacias de la intimidad que se han mezclado con lo público y lo privado: 1) Falacia de la intimidad o la identidad . La intimidad es concebida como fuente de derecho público y de leyes generales, y como creencia en la ley natural de los seres humanos. La expresión lingüística de esta falacia refiere a la idea de que la palabra tiene siempre un significado original, por cuanto todos los significados divergentes son desviaciones de esa ley. La consecuencia de esta falacia constituye la ruina de la intimidad al convertirla en ley de obligado cumplimiento; es decir, esa identidad hace que tenga que cumplir unas leyes y, por ende, se pierde la intimidad al confundir ese “tenerse a sí mismo” (identidad), que no es la intimidad del sujeto, sino que forma parte de su identidad: la intimidad hecha identidad (Pardo, 2004, p. 38). 2) Falacia de la privacidad . Interpreta la fórmula “el hombre se tiene a sí mismo” como si el “sí mismo” fuera un atributo del sujeto (parte privada del individuo), lo cual genera la confusión de la intimidad con la privacidad. La consecuencia de la ruina de la intimidad sería que fuera concebida como fuente del deber de cumplimiento en lo privado; es decir, “en este caso la intimidad se arruina precisamente al considerarla como fuente de derechos (y, por lo tanto, de deberes) privados” (Pardo, 2004, p. 38). La expresión lingüística de esta falacia reside en idear el significado íntimo de la palabra como si se tratase de un significado explícito (público pero secreto). El vicio sería la intimidad tomada como propiedad privada. En este caso, la privacidad sería tomada como lo secreto, lo oculto que no se podría poner en el exterior. La intimidad no es algo secreto ni oculto siempre, es decir, la intimidad continuamente está explícita para el individuo que está en permanente desequilibrio y se tiene a sí mismo. 3) Falacia de la limpieza étnica o de la inefabilidad . Sostiene que la intimidad es lingüísticamente inexpresable: “Si mi intimidad es mi identidad profunda y natural, que excluye las demás identidades diferentes a la mía, mi única relación posible con los otros (los que son de otra naturaleza que yo) es la violencia y la guerra, no puedo hablar con ellos porque, si no sienten lo que yo siento cuando digo ‘yo’, jamás podremos entendernos” (Pardo, 2004, p. 39). Es decir, si la intimidad del sujeto no puede ser comunicada, entonces es probable que no se pueda desplegar una comunicación con el otro. 4) Falacia del solipsismo . “Defiende la idea de que la intimidad es radicalmente incompatible y que solo se experimenta genuinamente en las más absolutas soledades y en el aislamiento de la vida social (Pardo, 2004, p. 40). Por tanto, la intimidad la viviría cada individuo y no se compartiría con el otro, porque al hacerlo, se perdería su riqueza. A partir de lo anterior, el autor pone en evidencia que el “tenerse a sí mismo” no indica identidad, naturaleza, posesión ni propiedad, sino tensión, desequilibrio e inquietud (p. 40); es decir, el hombre se tiene a sí mismo por sus experiencias, formas de caminar y vivir el mundo dentro de sus dificultades, desesperanzas y desequilibrios. Por tanto, la intimidad no es el equilibrio, la rigidez o lo firme en sí mismo, sino la inestabilidad constante y los fracasos que se dan en su experiencia con el mundo, desde sí mismo. Tener intimidad es carecer de soportes estables, tener fragilidades y extenuaciones, es apoyarse en falso. Ahora bien, Pardo (2004) también plantea los siguientes axiomas o principios para hablar de intimidad: 1) Ser alguien es estar inclinado . La intimidad no es la suma de las preferencias particulares, sino su forma, es decir, su condición de posibilidad. Por ello, cada uno se inclina o ladea, y es de particular incumbencia de cada uno sus intereses, búsquedas, pasiones, deseos, sensaciones y sentimientos. Esta constituye la posibilidad de sentir la vida, desprenderse en sí mismo; es decir, la intimidad sería lo que pone al hombre en desequilibrio constante, lo cual conlleva la inexistencia de verdades absolutas, puesto que el hombre siempre está en desequilibrio por las distintas inclinaciones que se dan continuamente. Frente a esto, se reflexiona sobre los discursos de seguridad que se dan de manera acentuada en la sociedad actual, por cuanto los hombres no están acostumbrados a aprender a vivir en el desequilibrio o, como lo diría Edgar Moran, a aprender a vivir en la incertidumbre, a moverse en la angustia. 2) La intimidad es la animalidad específicamente humana . Hace referencia a que la animalidad “es tan propia como su racionalidad. El hombre no es animal porque exprese sus emociones de forma directa, inmediata o brutal, ni tampoco porque los encauce por canales previamente establecidos por patrones genéticos o instintivos. El hombre siente sus emociones, es decir, la ‘oye sonar en ese doblez o interior en que se alberga a sí mismo’, siente el doblez o la curvatura por la que su ‘caminar erguido’ está siempre en equilibrio inestable” (Pardo, 2004, p. 43). Aquí se interpreta lo íntimo como la característica de ser humano, desde la facultad de escucharse internamente, escuchar las voces intrínsecas que cada quien tiene dentro de sí; o, de otro modo y a manera de comparación, como el lado oscuro del corazón, cuando el poeta encuentra el armario y es “él mismo”, y surgen luego varias voces o personalidades. Ello lleva a considerar que es allí donde se da la aparición de nuevas tecnologías que intentan, de una u otra manera, equilibrar ese desequilibrio; es allí donde aparentemente se han impuesto otras tecnologías, las del “yo”, y cada quien se asume a sí mismo; o, a manera de hipótesis, es allí donde se dan otras tecnología a partir de elementos biopolíticos de control, que están tan interiorizados en los sujetos que estos se las creen como propias. Un ejemplo es ir al spa o al gimnasio, lugares donde se ejercita un trabajo sobre el cuerpo y una regulación para modificarse a sí mismo, y donde el otro establece un ideal de ser humano y concibe cómo aparecer ante el mundo, generando un aparente dominio de sí, pero respondiendo verdaderamente a un parámetro global. 3) Me sostengo apoyándome en mis inclinaciones . Pardo (2004) plantea lo siguiente: “Ellas no son solo mi ruina o perdición, sino también lo que me hace tenerme a mí mismo, mis entrañas y, por lo tanto, hace que hayan cosas que me sean entrañables y que yo pueda resultar entrañable a alguien” (p. 45). En este axioma, en el desequilibrio que sostiene a sí mismo a un sujeto se da un conocimiento y un reconocimiento de las entrañas; en consecuencia, en el contacto con el otro a través de las diversas maneras de ver el mundo se desarrolla la comunicación. En este sentido, es en el reconocimiento de los propios límites de la libertad y hasta dónde llegan estos (abismos de perdición) donde surge la manera de sostenerse. Así, al haber una experimentación de los propios límites, inclinaciones, perversiones, es posible la autocompresión para saber cómo dominarse y aprender a moverse reconociendo la posibilidad de caer. 4) Inclinaciones inconfesables . Pardo (2004) lo define así: “Mis gustos y sinsabores me dan la vida, porque me hacen sentir que la pierdo, que se me escapa sin que yo pueda hacer nada para retenerla: esos gritos solo pueden ser, son las inclinaciones inconfesables [...] que me revelan el misterio de mi mortalidad, la verdad de mi propia vida, la verdad de mi propia muerte” (p. 49). Cuando el sujeto va a sus límites, se conoce, y a partir de allí se da la vida y el sentir del sujeto. 5) La verdad íntima de mi vida es su falsedad . “[...] La falsedad de mi identidad (yo me tengo a mí mismo, pero no soy yo mismo, no soy idéntico a mí mismo) o mi falta de naturaleza. Pero todas mis flaquezas concretas y singulares, más allá de su evaluación moral, encuentran su razón de ser, su fuente y su condición de posibilidad en aquella debilidad esencial de mi vida” (Pardo, 2004, p. 49). Entre tanto, se puede puntualizar que el sujeto no es nada, en la medida en que no tiene nada definido, puesto que siempre se está en una constante construcción. 6) Tener intimidad no es poder identificarse . La intimidad impide que los sujetos sean idénticos. Tener intimidad es no poder identificarse sin nada. “Así, no tengo intimidad porque yo sepa quién soy, sino porque soy aquel para quien nunca se agota el sentido de la pregunta ¿quién soy?” (Pardo, 2004, p. 50). En lo hombres, no hay identidad, sino una búsqueda continua de sí (intimidad). Por tanto, la intimidad no es la suma de las preferencias iguales, sino la forma o condición de posibilidad de las preferencias particulares: La intimidad no significa sustento firme o rigidez inflexible o inamovible, sino que, al contrario, designa una decadencia esencial. [...] La intimidad no está hecha de sonidos sino de silencios, no tenemos intimidad por lo que decimos sino por lo que callamos, ya que la intimidad es lo que callamos cuando hablamos (Pardo, 2004, p. 51). De este modo, con el propósito de reconocer la relación entre intimidad y subjetividad, se afirma que los equívocos relacionados con lo íntimo remiten a la confusión de la intimidad con la privacidad, lo cual es necesario deshacer. Se puede profundizar así en dos equívocos: en primer lugar, la confusión de lo privado con lo íntimo, presente en la primera aporía: lo privado remite a lo público. En segundo lugar, lo público no es la suma de los intereses privados, pues no puede ser total; es decir, si todo es público, nada lo es, porque se daría un sentido totalitario. Lo público solo lo es cuando su autorestricción constitutiva da lugar a lo privado, porque tiene que dar parte a lo privado y, a su vez, al ser público en sentido estricto. Además, es importante anotar que la frontera dentro de lo público y lo privado es variable en el contenido, es incluso negociable; sin embargo, debe hacerse una distinción entre las dos: lo público no es la suma de los intereses del público o el bien común. Así, emergen las falacias de lo público y lo privado. La primera falacia de lo público consiste en pretender que el espacio público lo fuera todo, porque cuando se tiene un espacio público total, se tiene algo justamente parecido a lo privado, como el líder que impone su voluntad, o el grupo que impone. La segunda falacia de lo público sería considerar que el interés público es la suma de los intereses del público, o confundir el bien común como la suma de los bienes particulares. Lo público reside en que no es la suma de privacidades. En cuanto a lo privado, la primera falacia reside en pensar que donde todo es privado, nada lo es, lo cual constituiría una guerra de todos contra todos. La segunda falacia de lo privado es concebir lo privado como un ámbito en el cual la conducta es no punible ni siquiera cuando sea injusta, donde se aprovecha la inviolabilidad para cometer injusticias impunemente. Así, la intimidad es vista como la desnudez de los que no tienen casa, como vulnerabilidad frente al otro, condición de los sujetos que no tienen un lugar propio, lo que hace que surja, en consecuencia, una segunda aporía, en la cual no se puede hablar de lo íntimo sin remitirse a lo común (Pardo, 2004, p. 58). Sibilia (2008) propone el término extimidad para pensar la subjetividad. Como ejemplo referencia los blogs (entendidos como diarios íntimos publicados en Internet), espacios donde algo pasa con la intimidad. Parte de su definición como oculta, donde se debe proteger por barreras físicas (la casa, el espacio privado) y por barreras morales (el pudor, el decoro y el recato). La autora considera que el concepto de intimidad ha cambiado: no significa lo mismo en el presente como lo era hace un tiempo atrás. En la actualidad se sigue valorando el espacio íntimo como lugar privilegiado para la construcción de uno mismo y de lo que se es; por el contrario, el espacio público es un espacio estigmatizado, sin sentido y amenazador. Como resultado de los cambios que se han originado en los últimos tiempos, los hombres desconfían de la existencia de la intimidad. Las redes sociales intensifican esta situación, lo que se ha convertido en un fenómeno instalado en la actual sociedad intimista (amigos, actuaciones, gustos, entre otros). El blog es un ejemplo concreto en el que la intimidad se expone, generando la institucionalización. En este contexto, las redes sociales son una muestra del tipo de modelo o institución que funciona bien y que es compatible en nuestra sociedad, aspecto que pone en evidencia que los sujetos eligen hasta cierto punto, pero de alguna manera también son elegidos. A la sociedad actual se le hace difícil no estar conectada, porque esto significa placer; sin embargo, hay un momento en el que surge la necesidad de desconectarse, y esto se manifiesta como un mecanismo de poder, así como el confinamiento lo era en la sociedad disciplinaria. Actualmente, los sujetos son lo que se ve, aquellos que son capaces de mostrar lo que está en la propia exterioridad, en la piel, en la forma de vestirse, de hablar, de performarse, de ser visible es la intencionalidad; entonces, en este sentido la soledad es sombría, ya que cada vez es más difícil que el sujeto se refugie en la interioridad, con lo cual los otros pasan a ser fundamentales, puesto que el “yo” se define por la mirada del otro, ya que hoy en día es fundamental precisar que el sujeto existe, porque si él está solo y nadie lo ve, no tiene garantía de que exista (Sibilia, 2008). De este modo, “la intimidad se presenta como espectáculo”. En este sentido, y a partir de esta autora, se definen los siguientes apartes. En primer lugar, el show del yo explica cómo los medios de comunicación más influyentes, como la revista Time, deciden enaltecer lo pequeño, lo ordinario y lo cotidiano de la gente común, definiendo al personaje del año, a “usted”. Así, los medios de comunicación (especialmente la Internet) se constituyen en un mecanismo que promueve la creatividad de los sujetos con fines mercantiles. Esto quiere decir que el sujeto es protagonista de exhibir. En el presente se ha creado una organización social basada en el capitalismo y el desarrollo, donde surge la sobreproducción y el exagerado consumo en el marketing, la publicidad, los servicios, los flujos financieros globales, así como en la creatividad, alegremente estimulada y recompensada en términos monetarios. Esto quiere decir que el sujeto es remunerado por poner en público su vida, experiencias e intimidad, y que esta acción es valorada como mercancía que configura el reconocimiento del sujeto ante el mundo, al ser visto, leído y aprobado por los otros. Estas nuevas formas de conectarse e interactuar son claramente aceptadas socialmente. Los mundos virtuales y los medios de comunicación constituyen un régimen de poder, como proyecto sociopolítico, sociocultural y económico en los diferentes tiempos y espacios, lo cual permite establecer una organización social disciplinaria en la que los sujetos se producen desde esta cotidianidad, así como las formas de ser y estar en el mundo. En otros términos, el sujeto está en constante cambio y puede ser otro en diferentes espacios y tiempos, como un terreno oportuno para experimentar y diseñar nuevas subjetividades: En medio de los vertiginosos medios de globalización de los mercados, en el seno de una sociedad altamente mediatizada, fascinada por la incitación a la visibilidad y por el imperio de las celebridades, se percibe un desplazamiento de aquella subjetividad interiorizada hacia nuevas formas de autoconstrucción (Sibilia, 2008, p. 28). Por otra parte, la población que no se encuentra mediatizada por el ciberespacio (países en vía de desarrollo o periferias) se considera condenada a la inmovilidad local en plena época del marketing global (sociedad del espectáculo), donde prevalece lo que se ve; es decir, son condenados a la invisibilidad total. En contraste, la gente del común que está inmersa en el ciberespacio se ha apropiado de las herramientas en línea que no cesan de expandirse y se utilizan para exponer públicamente su intimidad. Como segundo enunciado, Sibilia (2008) plantea el “yo narrador y la vida como relato”, con lo cual muestra que el sujeto narra o expone su vida ante los diferentes medios alternativos de comunicación, monta un espectáculo de sí mismo y exhibe una intimidad inventada. Allí, sus testimonios son falsos o no auténticos, y realiza una creación de otro yo que no es su yo, es decir, construye una subjetividad como espectáculo. Entre tanto, surge la inquietud de cómo en épocas anteriores, la construcción de subjetividades eran influenciadas por las obras literarias, como novelas, autobiografías y biografías. En cambio, ahora la creación de la subjetividad o, como lo nombra Sibilia, del “yo”, es decir, la subjetividad, emana de otras fuentes, como la televisión, el cine, las campañas publicitarias y la Internet. Por ello, la autora expresa que el significado de lo público y lo privado y las concepciones históricas que han atravesado a las subjetividades se están desintegrando y demandan nuevas interpretaciones. Como tercer aspecto, en cuanto al yo privado y al declive del hombre público, Sibilia (2008) señala: Los escritos íntimos y confesionales exigen, exigían, la soledad del autor en el momento de cambio, las versiones cibernéticas de estos relatos parte también suelen ser prácticas solitarias, o al menos crearlos, en de sí, por su aunque su disposición es bastante más ambigua, porque se instalan en el límite de la publicidad total (p. 65). Esto quiere decir que la persona que escribe hoy en día lo hace de forma íntima, solitaria, pero luego lo hace público (una exhibición pública de la intimidad). Al respecto, Sibilia (2008) plantea: “Entre ellos prosperan con increíble fuerza las nuevas modalidades de escritos íntimos o extimidad, pero todo ocurre en tiempo real: a la velocidad del instante, que es simultáneo para todos los usuarios del planeta” (p. 68). La separación entre los ámbitos públicos y privados es una invención histórica, una convención que en otras culturas no existe, por cuanto la esfera de la privacidad ganó estabilidad con el desarrollo de las sociedades industrializadas (la urbe). Así, se consolidaron las “tiranías de la intimidad”, que “comprenden tanto una actitud de pasividad e indiferencia con respecto a los asuntos públicos y políticos, así como una gradual concentración en el espacio privado y en los conflictos íntimos” (Sibilia, 2008, p. 72). De igual manera, la anterior concepción de privacidad y el espacio privado significaban aquel basto universo que permanecía del lado de adentro, del interior, donde estaba permitido ser vivo y patético a gusto, pues solamente dentro de estas acogedoras paredes era posible dejar fluir libremente los propios miedos y las angustias, que eran considerados íntimos. En cambio, como ejemplo de lo que sucede ahora, en Estados Unidos más de la mitad de los jóvenes publican sus datos biográficos e imágenes en Internet, sin ninguna inquietud con respecto a la defensa de su propia privacidad, ni tampoco a la de sus amigos, enemigos, parientes y colegas, que suelen habitar sus confesiones audiovisuales. No obstante, la peculiar inscripción en la frontera de lo extremadamente privado y lo absolutamente público constituye puntos inquietantes de reflexión, en el sentido de explicar los curiosos hechos de las nuevas modalidades de diarios íntimos, expuestas a los millones de ojos que tienen acceso a Internet. Allí podría suceder que estos diarios íntimos ahora se conviertan en éxtimos o en algo nuevo. En esta línea, el principal objetivo de estas estilizaciones del “yo” es conquistar la visibilidad, es decir, lograr que el sujeto y el “yo” sean visibles por los otros, para que puedan reconocerse como existentes. En otras palabras, “si no aparece a la vista de todos y los otros no lo ven, entonces de poco sirve tener lo que sea” (Sibilia, 2008, p. 100). Por tanto, esto representaría también la intimidad como invasora del espacio público. En cuarto lugar, en referencia a lo visible y al eclipse de la interioridad, se ejemplifica cómo el mundo occidental atraviesa serias transformaciones que influyen en el modo en que los individuos configuran sus experiencias subjetivas, donde se busca proyectar la intimidad en la visibilidad de las pantallas. En este contexto, las subjetividades introdirigidas (regidas desde la interioridad individual, desde lo íntimo) son aquellas que se disuelven para dar cabida a las nuevas configuraciones alterdirigidas (regidas por los otros y estos, a su vez, por los medios de modernización e industrialización), como modelos de felicidad que imponen una nueva forma de subjetividad moderna, de tener que ser yo. La cultura de las apariencias, del espectáculo y de la visibilidad indica motivos para buscar los sentidos de sí mismo, como “tendencias exhibicionistas y performáticas que alimentan la persecución de un efecto: el reconocimiento en los ojos ajenos y, sobre todo, el condicionado trofeo de ser visto” (Sibilia, 2008, p. 130). El quinto aspecto, referido al yo actual y a la subjetividad instantánea, se sustenta tanto en la exhibición de la intimidad como en la espectacularización de la personalidad, fenómenos que denotan cierto desplazamiento y alrededor de los cuales se construyen las subjetividades modernas, a la vez que se revela un abandono de aquel locus interior (intimidad) que se dirige hacia una gradual exteriorización del yo. Incluso, los diversos medios de comunicación, al poner en escena el espectáculo de la exhibición de la intimidad, se tornan ávidos acerca de todo lo que pueda remitir a la vida real tanto del presente como del pasado, por cuanto los relatos que circulan en el ciberespacio no pretenden alcanzar una inmortalidad en el tiempo, como las narrativas tradicionales, sino una celebridad o un protagonismo en el momento que no buscan trascender por su reflexión, sino hacer una visibilidad instantánea. El sexto lugar de este análisis, el yo autor y el culto a la personalidad, representa el enorme engranaje que hoy comanda la industria cultural que, antes que nada, es una “máquina de mostrar que desde hace ya largo tiempo es más poderosa que cualquier obra individual a exponer” (Sibilia, 2008, p. 180). Ese gigantesco mecanismo de fabricación de exposiciones y festivales, con su combustible mercantil y sus turbinas mediáticas, se ha vuelto autónomo: ahora funciona por sí mismo y necesita una alimentación constante, aunque poco importante, que nutra y sea suministrada en cada temporada. Lo que interesa es hacer y, sobre todo, hacerse visible: “Hoy día, los poderes de obra se invierten a sí mismos, en los aparatos que rigen la visibilidad” (Sibilia, 2008, p. 180). Como afirma Foucault, los juegos de poder insisten en transformar al yo actoral en una marca, cuando se valoriza más la personalidad de quien habla en demérito de lo que se dice. En consonancia, el incremento de la figura del autor protagonizada en los medios supedita la obra a un segundo plano y llega a justificar su ausencia poniendo a su personalidad y vida privada en el primer plano. Con ello indica una nueva variación de la “función autor”, donde las nuevas prácticas autográficas de Internet y los fenómenos de espectacularización de la personalidad y de exhibición de la intimidad de “cualquiera” invadieron todos los medios. En la actualidad, el sí mismo y el autor pueden ser cualquiera, ya que por la influencia de los medios, ahora todos los sujetos son la personalidad del momento. A su vez, el marketing conquista los distintos escenarios de la vida a fin de destinarlos a las marcas, a la franquicia, en el surgimiento o conquista del campo visual y apareciendo en los medios (realities, concursos en televisión, Internet, Twitter, blogs y fotologs). El surgimiento de personalidades en estos medios tiene como fin lograr hacerlos visibles. Del mismo modo, la tendencia parece orientarse a la vida diaria al tener más poder de creatividad que la propia ficción manejada antes en los escritos, explicada también cuando el autor se glamuriza sobre su vida privada, buscando aumentar la venta de sus libros o las visitas a sus sitios web. Entre tanto, lo que se desea ahora es exhibir la intimidad de quien sea. No obstante, se presenta un enorme interés por la singular personalidad y la vida privada, a través de prácticas confesionales proliferadas en Internet, como un fenómeno de espectacularización de la intimidad y de la vida privada: “Como un drama íntimo y casi en vivo, hoy se populariza” (Sibilia, 2008, p. 218). Sobre el séptimo elemento, el yo real y la crisis de la ficción, Sibilia (2008) indica: Cuando más se ficcionaliza y estetiza la vida cotidiana con recursos mediáticos, más ávidamente se busca una experiencia autentica, verdadera que no sea una puesta en escena. Se busca lo realmente real. O, por lo menos, algo que así lo parezca (p. 220). En la modernidad, una manifestación es conocer la intimidad ajena, donde en el pleno auge de los reality-show, el espectáculo de la realidad tiene éxito, todo vende más si es real. De igual modo, Internet es un escenario de esta dinámica, con su propagación de confesiones reveladas por un yo que insiste en mostrarse siempre real. Por el mismo motivo, se ha vuelto habitual recurrir a los imaginarios ficcionales para tejer las narraciones de la vida cotidiana, lo cual genera una colección de relatos que confluyen en la primera persona del singular: yo. Así, la espectacularización del yo consiste en transformar las personalidades y vidas ya no tan privadas de los sujetos en realidades friccionadas, dadas a través de la cibernética y la popularización de las vidas y personalidades entre el mundo mediado por lo real y lo no real. Esto es así porque a través de los sufrimientos y fracasos del autor que publica, los espectadores ven reflejada su propia vida, constituyendo hoy en día la frivolidad y el chismorreo, buscando como objetivo ir más allá de los índices de ventas: “Las relaciones entre autor y obra, vida privada y acción pública, hoy están generalizando nuevas estrategias narrativas que denotan otros vínculos entre la ficción y lo real” (Sibilia, 2008, p. 224). Esto “sin duda se trata de un interesante desplazamiento en los códigos del realismo: de aquellas ficciones típicas del siglo XIX, hacia los videoclips caseros que se exhiben en Internet” (Sibilia, 2008, p. 245). Finalmente, como octavo elemento se encuentra el “yo” personaje y el pánico a la soledad. Frente a este aspecto, la autora anota: Es para eso que se elabora una imagen de sí mismo: para que sea vista, exhibida y observada para provocar efectos en los demás. En una cultura cada vez orientada hacia la eficacia, se suele desdeñar cualquier indagación sobre las causas profundas, con el fin de enfocar todas las energías en producir determinados efectos en el aparato perceptivo ajeno (Sibilia, 2008, p. 279). De acuerdo con los postulados descritos, es claro que el mundo contemporáneo ha sentado sus bases ilusorias en la cultura del espectáculo y la visibilidad, a través de una presión cotidiana sobre los cuerpos y las subjetividades en relación con unas determinadas maneras de ser en el mundo. Estas presiones buscan que los sujetos se proyecten según los nuevos códigos y reglas, a fin de que “sean compatibles con los nuevos engranajes socioculturales, políticos y económicos” (Sibilia, 2008, p. 279). Por lo demás, este elemento de análisis permite entender el engranaje de una subjetividad mediada por los mecanismos de control (blogs, fotologs, videologs y webcams como MySpace, Twitter y Youtube), que hacen que el “sí mismo” cree la necesidad de ser visible y tema a la idea de la soledad, en términos de que los sujetos quieren ser reconocidos y ser vistos por los otros dentro de este contexto cibernético atravesado por la lógica oculta y aparente del mercantilismo. Lo anterior está sustentado finalmente en la siguiente idea: Con demasiada frecuencia, quizás nadie nos mira. ¿Qué importa [...], entonces, si en algún momento somos buenos y bellos, únicos, singulares, casi inmortales? O aunque sea, meramente comunes como usted y yo. Si nadie nos ve, en este contexto cada vez más dominado por la lógica de la visibilidad podríamos pensar que simplemente no lo fuimos. O peor todavía, que no existimos (Sibilia, 2008, p. 298). Pensar la acción de las instituciones en relación con los sujetos, en cuanto a su formación y configuración en el estar y ser en el mundo, está determinado por la subjetividad. Cuando los sujetos la reconocen y se hacen conscientes de ella, surge la invitación a constituirse a sí mismos como sujetos de las propias acciones: la subjetividad es un modo de hacer en el mundo, un modo de hacerse con el mundo, un modo de hacerme en el mundo. Así, los sujetos devienen agentes históricamente constituidos en cuanto a lo que dicen, hacen y piensan; por tanto, la subjetividad entendida desde allí plantea cómo los sujetos llegan a ser lo que hoy son, y es de esta manera que la subjetividad implica cambio, intercambio, ser, devenir. Igualmente, en este camino, el sujeto puede interpretarse como una forma social, cultural e histórica que, al asumirse desde su autonomía, consiente de sí y para sí, individual y colectiva, se construye y constituye permanentemente. No es una condición estática, sino en desarrollo, y se moviliza en la tensión surgida en la lucha por su libertad individual y su vinculación colectiva en relación con las condiciones e instituciones que le “atan o sujetan” para avanzar hasta donde le sea posible ser, en relaciones con su contexto cultural, económico, político y social. La construcción de sujetos sociales y políticos tiene lugar a partir de procesos de socialización, los cuales configuran maneras particulares de ser, estar y actuar; por eso, el trabajo de las instituciones se configura como un espacio de agenciamiento de la socialización de los sujetos, lo que les permite pasar hacia procesos de conciencia, para desplegarse como seres transformadores. El ser humano se constituye como sujeto social y avanza hacia su configuración política no como víctima o victimario, sino como ser que vive la dualidad de lo que le ata y de lo que le libera, para luchar por lo que quiere y desea. En un primer momento se propone pensar en las acciones y, por ende, en el agenciamiento de las instituciones que buscan el acompañamiento de los niños, las niñas y los jóvenes. Así, la socialización política se convierte en un campo que incluye las posibilidades de lo nuevo y lo viejo, para que el sujeto político asuma y tome opciones para construir un mundo donde todos los mundos sean posibles, y donde ya no exista lugar para la dominación que ha perpetuado la discriminación y la exclusión. En este sentido, es posible proponer las instituciones como aquellos espacios donde la socialización corresponde a un encuentro de diversidades, lo cual genera la configuración de concepciones del mundo a partir de procesos comunicativos y permite la interiorización de creencias, simbologías, imaginarios que contribuyen a la constitución de subjetividades; todo ello, como el proceso a través del cual los sujetos internalizan y construyen la realidad. En un segundo momento se plantea entender las instituciones que trabajan con las subjetividades a partir del reconocimiento de estas. Son, ante todo, instituciones políticas donde “lo político” hace referencia a la estructura y las forma de gobierno, a la legitimidad y las fuentes de poder, a los derechos y los deberes, a los miembros de una comunidad, al carácter (positivo, natural, racional, arbitrario, etc.) de las leyes, a la naturaleza y el alcance de la libertad, a los diversos tipos de libertades, a la naturaleza y las formas de justicia. Adicionalmente, puede señalarse que lo político es la actividad a través de la cual los grupos humanos toman decisiones colectivas; y, de la misma manera, la política hace referencia a un espacio de relación entre los hombres. De ahí que, ante todo, se procura que estas decisiones brinden los espacios de socialización, que implican la constitución de regulaciones, significaciones o patrones de valor cultural, así como la construcción de ellas mismas en la legitimidad. Ello implica, además, reconocer que esto no se da en un solo proceso y sentido, ni en procesos formales únicamente; por el contrario, se desarrolla a través del contacto con el otro y de procesos permanentes de aprendizaje que coligen un posicionamiento político. La mayoría de las instituciones y, por ende, sus estructuras responden a demandas de momentos anteriores, en situaciones en las que era relativamente fácil mantener un equilibrio social por la diversidad tan pequeña. Ahora hay que abrir o variar estas estructuras para encajar nuevos valores, parámetros, paradigmas, etc. El mundo se hizo global, y muchas de las estructuras humanas no han sabido integrar esas nuevas variantes, esas nuevas formas de ser y de aparecer en el mundo, reclamando ser leídas no desde categorías zombies que manifiestan una moralidad adultocéntrica incapaz de leer las nuevas demandas sociales. La formación de los sujetos no es, por tanto, solo desde los derechos, sino desde la subjetividad misma en el sentido señalado anteriormente. Por último, es importante señalar que el agenciamiento de los sujetos en las instituciones se podría pensar, desde un análisis del dispositivo institucional, como una cartografía de una condición histórica que pone el acento y la relevancia en una visión no unitaria del sujeto. Esto implica pensar las acciones en contra de las tradiciones dominantes de la moral y generar interés por la afectividad y las pasiones humanas — entendidas como un motor de la subjetividad—, y no tanto por el contenido moral de la intencionalidad, la acción, la conducta o la lógica de los derechos. Implica, finalmente, preocuparse por la ética posestructuralista de la alteridad, la condición del otro y la diferencia como términos cruciales de referencia. Nota *Este capítulo constituye la revisión del texto “Transiciones en la subjetividad: trazos para pensar las acciones institucionales, la biopolítica y la intimidad” (Martínez, 2012), que forma parte del libro Subjetividades políticas: desafíos y debates latinoamericanos (2012). El dispositivo es un régimen social productor de subjetividad, es decir, productor de sujetos-sujetados a un orden del discurso cuya estructura sostiene un régimen de verdad. García Fanlo (2011) Apartir de la postura de Foucault en torno al poder, que refiere que este es siempre reversible, emerge en el presente análisis un espacio para proponer alternativas educativas que resistan a esta constitución subjetiva. Por ello, se considera que hacer visible el dispositivo es ya empezar a hacerlo; y, según Foucault, hacer el trabajo crítico de las racionalidades gubernamentales permite aclarar los límites de las relaciones entre el saber, el poder y el sujeto. De esta manera, en este capítulo se expone un escenario de reflexión críti ca cuyo resultado se encuentra en la propuesta del ethos en cuanto actitud, como alternativa para revisar los límites de la libertad y aquellos modos en que la gubernamentalidad ha sujetado a los sujetos. En este capítulo se piensa el lugar de las universidades en el contexto neoliberal, a partir de lo cual se encuentra que actualmente la universidad no es solo un aparato o instrumento del Estado, sino que además se ha constituido en una prolongación de la empresa; por esto, la educación es vista como una mercancía más que está disponible para ser adquirida de acuerdo con una serie de posibilidades. El ataque neoliberal tuvo por objetivo primordial al Estado nacional y, específicamente, las políticas económicas y sociales en las que la educación venía ganando peso. En el caso de la universidad pública, los efectos de este ataque no se limitaron a la crisis financiera, porque también repercutieron directa o indirectamente en la definición de prioridades de investigación y de formación no solamente en las ciencias sociales y humanísticas, sino también en las ciencias naturales, especialmente en aquellas más vinculadas a proyectos de desarrollo tecnológico. La incapacidad política del Estado y del proyecto nacional repercutió en una cierta incapacidad epistemológica de la universidad y en la generación de desorientación en relación con sus funciones sociales. Las políticas de autonomía y de descentralización universitaria adoptadas entre tanto tuvieron como efecto dislocar las bases de esas funciones de los designios nacionales para los problemas locales y regionales (Sousa-Santos, 2005, p. 30). Las reflexiones sobre el papel y el sentido de la universidad hoy cobran importancia en un contexto globalizado donde la lógica de producción de capital está conduciendo a una visión mercantilista del conocimiento; visión que privilegia los saberes de carácter funcional y el pensamiento técnico como parte del desarrollo de la cultura, pero que no deben ser considerados como su único componente. Tampoco deben olvidarse elementos de la tradición y de la memoria histórica que han constituido el mundo académico. No se trata simplemente de un cuestionamiento frente a las universidades de élite, una propuesta que se aferra a encontrar nuevamente la vieja universidad de masas y que reclama el lugar de la academia elitista; por el contrario, presenta un análisis que propone, a manera de discusión, la posibilidad de pensar nuevas formas de construcción de saber y que reflexiona en torno al lugar de la crítica asociada a la naturalizada economía encontrarse en crisis. capitalista, que también podría La caracterización que Lazzarato (2000) presenta desde la biopolítica permite pensar la actualidad de la universidad: Michel Foucault, a través del concepto de biopolítica, nos había anunciado desde los años setenta lo que hoy día va haciéndose evidente: la “vida” y lo “viviente” son los retos de las nuevas luchas políticas y de las nuevas estrategias económicas. También nos había mostrado que la “entrada de la vida en la historia” corresponde al surgimiento del capitalismo. En efecto, desde el siglo XVIII, los dispositivos de poder y de saber tienen en cuenta los “procesos de la vida” y la posibilidad de controlarlos y modificarlos. “El hombre occidental aprende poco a poco lo que significa ser una especie viviente en un mundo viviente, tener un cuerpo, condiciones de existencia, probabilidades de vida, una salud individual y colectiva, fuerzas que se pueden modificar [...]”. Que la vida y lo viviente, que la especie y sus condiciones de producción se hayan convertido en los retos de las luchas políticas constituye una novedad radical en la historia de la humanidad. “Durante miles de años, el hombre ha permanecido siendo lo que era ya para Aristóteles: un animal vivo y, además, capaz de una existencia política; el hombre moderno es un animal cuya vida en tanto que ser vivo está políticamente en cuestión” (p. 1). Por lo anterior, la mercantilización de la universidad, el capitalismo cognitivo, la producción de subjetividades mercantilistas, el lugar del conocimiento y la lógica de la financiación permiten comprender las lógicas biopolíticas en las cuales la universidad se ha convertido, es decir, una racionalidad neoliberal, como lo nombra Castro-Gómez (2010a) en el prefacio de La universidad productora de productores: entre biopolítica y subjetividad (Martínez, 2010): [...] crea el marco a través del cual ámbitos sociales que no son estrictamente económicos (como, por ejemplo, la ciencia, la cultura y la educación) puedan funcionar como mercados y vincularse al mecanismo de la competencia. Convertir la sociedad entera en un conjunto de jugadores económicos. La sociedad entendida como un conjunto de empresas que compiten entre sí, y ya no como un objeto de intervención por parte del Estado a través de mecanismos disciplinarios. Desde este punto de vista, el problema ya no es la educación como instrumento (“aparato”) del Estado, sino como prolongación de la formaempresa. La educación, como una mercancía más que los individuos compran en el mercado (lo mismo que la salud, la información, el entretenimiento, etc.), y les sirve como medio para incrementar sus “activos intelectuales” y para ampliar sus competencias laborales en una economía del conocimiento. La educación, en suma, como inversión que los sujetos hacen en sí mismos (p. 21). Por lo anterior, el referente de transformación histórico se comprende en una lógica que no se reduce a las decisiones tomadas en una institución o en algunas instituciones, sino que se convierte en un fenómeno universitario a escala global, el cual debe reconocer su lugar de crisis, pero que, al mismo tiempo, tiene la posibilidad de pensarse o de ser pensado y cuestionar el lugar del conocimiento y de los sujetos como mercado. EL CONFLICTO: LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA EN EL CENTRO El conflicto que vive la universidad presenta dos miradas: por un lado, el esfuerzo que se realiza para incorporarla al tejido económico central de las sociedades capitalistas y, por otro, aquellas luchas y resistencias o nuevos horizontes que delimitan el conflicto por parte de diferentes sectores de la población educativa. En este sentido, los temas que permiten desarrollar el análisis corresponden a la universidad como inversión, la globalización de la universidad, la respuesta estudiantil, la figura del estudiante-precario y su enlace con los movimientos antisistémicos, y el conocimiento como “bien común”. Desde la mirada retrospectiva que se realiza frente a la universidad, emerge su reconocimiento como aquella institución que ha sido productora de la cultura y que se encuentra ligada al poder. En su interior se evidencia el fortalecimiento paulatino de su papel como reproductor social del sistema capitalista. La transición más fuerte se ubica al reconocer que en las antiguas instituciones se enseñaba el “arte del buen gobierno”, es decir, que lo esencial se orientaba hacia “saber mandar”. Pero en las universidades de masas que caracterizan el último siglo, lo esencial o característico se enfoca en la transmisión de contenidos técnicos y metodológicos, al igual que en disciplinas que reproducen, mantienen y gestionan la supervivencia del sistema. Por ello, se ha perfilado una distinción ente las capas cultas de la sociedad y las capas denominadas “ignorantes”. No obstante, el lugar de la ignorancia no puede ser considerado recíproco, porque hay una menor tendencia de las personas a estudiar en las culturas del sur. Por ello, la globalización se convierte en un pilar estructural en esta transición, dado que hay un potencial de creación, saber, conocimiento y cultura de las universidades, anticipado por los intereses empresariales y que se adscribe al capitalismo cognitivo. Adicionalmente, se consolida una competencia que pretende jerarquizar centros que atraigan a los posibles estudiantes hacia los centros de primera. Como resultado de este panorama, y a partir de la jerarquización mencionada, resulta evidente una dualización de las universidades, debido a que, por un lado, se conforman centros de excelencia con mayor financiación y mejores condiciones; y, por el otro, en el extremo se ubican aquellas instituciones cuyas condiciones no son las más favorables y, por el contrario, han sido infravaloradas. La universidad como inversión describe el escenario en el cual ha tomado connotación de empresa. Esta transformación refleja el resultado de su incorporación a los circuitos empresariales y mercantiles de la actual sociedad capitalista. La universidad-empresa resulta ser el modo de entender la institución que se acerca al mundo empresarial y se aleja del control político. En este sentido, se presentan los siguientes cuatro rasgos esenciales: 1) Investigación y docencia con fines económico-productivos . Este rasgo aplica la denominación de inversión al tipo de universidad configurada a partir de las reformas actuales, las cuales tienen como objetivo incorporar en mayor medida la dinámica universitaria en las dimensiones de investigación y de docencia, es decir, en el tejido económico productivo. Como resultado de ello, resultan efectos focalizados hacia la desfragmentación de la universidad y el evidente interés hacia proyectos o líneas de investigación que privilegian las ciencias de la vida y que pautan un objetivo hacia la mirada industrial, pero que al mismo tiempo reducen el interés o privilegio por las disciplinas que corresponden al orden de las humanidades y las ciencias sociales. A este respecto, Galcerán (2010) argumenta: Uno de los efectos más relevantes es el “despiezamiento” de la universidad, su fragmentación en diversos ciclos, programas de investigación, sectores prioritarios, institutos, fundaciones, etc., es decir, una pléyade de grupos y elementos que reciben un trato diferencial. [...] La sinergia entre universidad y empresa no consiste en un encuentro entre dos instituciones diferenciadas, sino en la supeditación de la dinámica universitaria al objetivo económico de rentabilizar los conocimientos adquiridos, vendiéndolos a los potenciales interesados y privilegiando los intereses de las empresas activas en los campos respectivos (p. 16). Se afirma que la dinámica emergente beneficia explícitamente a las empresas y posibilita la formación y el desarrollo de ámbitos que aún no son tan fuertes, sobre todo cuando parte de la estrategia se encuentra en invitar a determinadas empresas para que creen cátedras universitarias o generen mecanismos de apoyo económico que posibiliten generar personal calificado o, de manera puntual, “mercancías cognitivas”. En este sentido, como lo afirma Galcerán (2010), “la figura de la universidad-empresa [es] inseparable de la constitución de un ‘mercado del conocimiento’ y de la configuración subjetiva del trabajador cognitivo propio de este tipo de capitalismo”. 2) La formación pensada como capital cultural y proyección laboral . La dinámica se extiende al trato que reciben los propios usuarios, específicamente los estudiantes o jóvenes investigadores, dado que se promueve concebir o pensar su formación como un “capital cultural”, a la vez que se genera una proyección laboral desde la cual se motiva a adquirir un trabajo futuro, de tal forma que el joven invierte en su formación y eso le dará garantías en el futuro. No obstante, esto fomenta competencia y resentimiento entre esa población, dado que esta noción se vincula directamente con la presión de la rentabilidad para recuperar la inversión realizada y genera tensión frente a los modelos o el sentido de la financiación. Se olvida sin embargo que, en una sociedad capitalista, el joven tendrá que encontrar un empleo en condiciones que le permitan desarrollar un trabajo que corresponda a sus conocimientos para ser capaz de realizar su “inversión”, y que esto no depende en gran parte de sus esfuerzos sino de la estructura de la sociedad y del mercado de trabajo (Galcerán, 2010, p. 18). 3) Organización gerencial de la universidad . La estructura gerencial de la empresa que se traslada a la universidad hace recaer los cargos de dirección en personal externo, de manera similar al estilo de los gerentes de empresa, de forma que se reducen los órganos colegiados y se establecen criterios de rentabilidad para la concesión de plazas y la financiación. 4) Visión económica de la universidad . El cálculo económico es el único criterio que se va a tener en cuenta, dado que la formación es asumida como un capital que el beneficiario debe pagar, a la vez que las tasas aumentan; entonces, es necesario hacer un esfuerzo hacia la autofinanciación. La globalización de la universidad refleja que la transformación que ha experimentado tiene un alcance global; sin embargo, esta lógica mezcla dos aspectos: por un lado, la construcción de una universidad planetaria, es decir, vista desde los años noventa como un mercado global por el Banco Mundial; y, por el otro, la constante promoción de centros de educación universitaria de carácter privado, con franquicias por todo el mundo. Al hacer una mirada histórica desde mediados de esta época, Sousa-Santos (2005) afirma: La opción fue entonces la mercantilización de la universidad. En este proceso identificó dos fases. En la primera, que va del inicio de la década de 1980 hasta mediados de la década de 1990, se expande y se consolida el mercado nacional universitario. En la segunda, al lado del mercado nacional, emergió con gran fuerza el mercado transnacional de la educación superior y universitaria, que a partir de finales de la década se transforma en solución global de los problemas de la educación por parte del Banco Mundial y de la Organización Mundial del Comercio (p. 25). Los estudios universitarios se configuran como el conjunto de servicios de carácter cognitivo que se ofrecen en diferentes puntos del planeta con la finalidad de consolidar una “fuerza de trabajo” especializada y sofisticada. De manera convergente, puede afirmarse que la investigación se convierte en uno de los pilares de la universidad, cuyo rasgo se encuentra en que privilegia al mercado con sus resultados: Las políticas europeas de investigación tienden a crear un Espacio Europeo de Investigación, similar al Espacio Europeo de Educación Superior. Su objetivo consiste en establecer una red de centros de excelencia científica, desarrollar un enfoque común de las necesidades de financiación de las grandes infraestructuras de investigación, reforzar las relaciones entre las distintas organizaciones de cooperación científica, estimular la inversión con sistemas de apoyo indirecto, desarrollar un sistema de patentes y de capital riesgo, e incrementar la movilidad y el aumento del atractivo de Europa para los investigadores del resto del mundo, de modo que la fuga de cerebros se invierta en dirección a Europa (Galcerán, 2010, p. 23). [...] Hay que prestar algo de atención a la propia denominación de los programas: en la fórmula I+D+i (Investigación + Desarrollo + innovación), el término “innovación” está claramente marcado y no significa simplemente la incorporación de conocimiento nuevo, sino que se utiliza en una acepción precisa que incorpora “el gasto en I+D externo (subcontratado), el gasto en I+D realizado con los recursos internos de la empresa, la compra de maquinaria y equipo, la adquisición de conocimientos externos, el diseño y preparación de la producción y la distribución, así como la formación e introducción de nuevos productos en el mercado” (Sevilla, 2010, p. 56, citado en Galcerán, 2010, p. 24). En este sentido, hay una respuesta por parte del movimiento estudiantil a partir de la cual se hace evidente una contraposición: [Entre] quienes pretenden rentabilizar económicamente el mercado emergente de la formación, y en especial de la formación universitaria, y quienes pretenden asegurar el derecho a una educación de calidad para toda la población, en especial para la población joven, manteniendo el carácter del conocimiento como “bien común” (Galcerán, 2010, p. 26). La transformación de la universidad se encuentra inmersa en la emergencia del capitalismo cognitivo; por ello, el conocimiento se convierte en el negocio que sustenta esa lógica. Se confirma así el paso de un capitalismo nacionalimperialista a un capitalismo global, en el cual se desconfigura la idea del Estado de bienestar y, por el contrario, se consolida la perspectiva del capitalismo cognitivo. Como resultado de ello, la investigación en la universidad se enfoca en el mercado. Ante esta transformación, el movimiento estudiantil ha estado muy presente y ha realizado acciones como huelgas, ocupaciones y manifestaciones. En el contexto global, se considera la contraposición entre los que rentabilizan el mercado y los que lo cuestionan. Pese a ello, estos movimientos no captan la complejidad, porque primero deben ocuparse de desentrañar las medidas aplicadas frente al lugar de la universidad: Podríamos resumir diciendo que en la situación de impasse creada por una cierta obsolescencia de la universidad tradicional, unida al desajuste que produce la incorporación de la producción de saber dentro del capitalismo cognitivo, en un momento, sin embargo, en el que la resistencia por parte de las capas trabajadoras se encuentra en franco retroceso, la propuesta de las capas dirigentes da por hecha la necesaria supeditación de la formación a las exigencias empresariales y se acoge para ello a fórmulas tecnocráticas de gestión y homologación de los estudios. A la vez refuerza el mercado de la educación para el que se necesita una medida homogeneizadora que permita intercambiar unos estudios por otros, y jqué mejor medida que el tiempo! (Galcerán, 2010, p. 29). La figura del estudiante-precario también se transforma; es decir, la constitución de una subjetividad sumisa es uno de los requisitos para que la lógica universitaria se configure. El hecho de que la formación se encuentre ligada al empleo implica el esfuerzo por construir subjetividades acordes con las exigencias del mercado. De esta forma, los movimientos estudiantiles y los campos de lucha o resistencia paralelamente posibilitan un lugar político y, por ello, la creación de otra subjetividad que sea capaz de reaccionar y regir ante las problemáticas que emergen con la existencia de una universidad en conflicto: Desafortunadamente, para muchos estudiantes y jóvenes intelectuales el futuro que la universidad-empresa prepara para ellos no es nada apetecible. Esa carrera, que se asemeja tanto a las incitaciones para invertir en planes de pensiones, anima a sacrificar el presente en aras de un futuro extremadamente incierto (Galcerán, 2010, p. 34). La formación ligada al empleo pugna por construir una subjetividad acorde con las exigencias económicas y disciplinarias del mercado capitalista; una subjetividad que “interiorice los objetivos de la empresa, la obligación de [obtener] resultados, la gerencia por proyectos, la presión del cliente, así como la constricción pura y simple ligada a la precariedad” (Negri y Vercellone, 2008, citados en Garcelán, 2010, p. 37). Negri y Vercellone (2008) reconocen también, por un lado, la existencia de una crisis en la universidad; pero, por otro, sugieren que la crisis financiera global determina la empresarialización de la universidad. En este punto, el movimiento Edu-Factory consolida la lista de correos transnacionales y se centra en las transformaciones de la universidad, en la producción de saberes y en la forma de conflicto; de esta manera, constituye un punto de vista parcial ante la crisis de la universidad, pues reconoce el fin de la universidad moderna y afirma que no se debe tener nostalgia ante ello. La empresarialización de la universidad y la emergencia de la universidad global son el resultado de un conjunto de luchas que van más allá del desarrollo capitalista. De hecho, se consolidan contribuciones de diferentes partes del mundo y aparece una claridad central del saber, que se convierte en un recurso y un instrumento productivo escencial del capitalismo que exceden la unidad de medida de la economía política clásica. Los saberes se reducen a una unidad de medida abstracta y permiten articular la mutación de los mecanismos de selección y segmentación, que han dejado de ser excluyentes, para convertirse en procesos de inclusión diferencial: A partir de los años ochenta, la teoría del New Public Management, definida como movimiento del pensamiento y filosofía de la reforma del sector público, se ha encargado de gestionar la introducción de instrumentos y lógicas de la organización privada. Cualquier apelación al Estado frente a la empresa no tiene hoy, si es que alguna vez lo tuvo en el pasado, ningún sentido: el Estado, esto es, lo público, es hoy el garante de la empresarialización. La crisis de la universidad está por lo tanto enmarcada en la crisis del welfare, cuya genealogía o bien, la crítica radical a los dispositivos de disciplinamiento de la fuerza de trabajo y su implantación universal y neutralizante, que cronológica y políticamente precede a la reestructuración neoliberal, traza el plano del desafío actual (Edu-Factory, 2010, p. 44). Dos tendencias principales responden ante las aparentes mutaciones de la universidad: por un lado, aquella conservadora que reclama con nostalgia el lugar de la universidad pública; por otro, la tendencia liberal desde la cual se apoya la empresarialización de la universidad y se contempla la existencia de un mercado de la formación. En los procesos de transformación resulta clave el lugar o la figura del estudiante; por ello, surge la posibilidad de cambiar la percepción temporal de la universidad, dado que esta institución se convierte en uno o más lugares de agrupación y movilización del trabajo cognitivo, “en un presente sin espera de la inmediatez de la propia condición productiva”. EduFactory resulta ser un terreno de verificación frente a la situación de las escuelas y universidades italianas: Lo que está emergiendo es una nueva composición subjetiva: absolutamente pragmática, completamente post­ ideológica, toda ella socializada en el tejido productivo metropolitano. [...] Se debería asumir en un nombre común la experiencia global que se ha confrontado en Edu-Factory y que los nuevos movimientos han comenzado a experimentar: la autoformación. De Italia a Argentina, de India a Estados Unidos, la autoformación es practicada no como un débil nicho colocado en los márgenes del sistema formativo, ni como un enroque en la impotencia de las ideas y de la cultura, descarnadas de toda resistencia. Al contrario, esta emerge como la forma de la lucha del trabajo cognitivo en el capitalismo contemporáneo; y, al mismo tiempo, como conflicto sobre la producción de los saberes y construcción de lo común, lucha del precariado y organización de instituciones autónomas. [...] Edu-Factory es, por lo tanto, un lugar de conexión de las luchas, de las formas de resistencia y de experimentación organizativa. [...] La autoformación es, por lo tanto, un proyecto de organización de una potencia constituyente limitada y segmentada por el modo de producción capitalista. La autoformación puede convertirse así en institución del común. Esto no significa ser un actor entre otros muchos dentro del mercado de la formación, sino que apunta a la capacidad de organizar la autonomía y la resistencia del saber vivo, de determinar el mando y la dirección colectiva dentro de la cooperación social, de producir una temporalidad independiente y normas comunes en la desestructuración de la universidad en crisis. Es decir, señala la línea de fuga de la disolución de la dialéctica entre público y privado (EduFactory, 2010, pp. 46-48). En palabras de Hardt y Negri (2002), la reflexión biopolítica contemporánea propone que la gubernamentalidad actual asume la forma del imperio, en el que los dispositivos de control tienen por objeto la constitución de una subjetividad específica: una productividad de productores (la cual implica los consumidores), un diseño amplio de la subjetividad desde modalidades de control difusas, pero efectivas, entre las que se puede incluir la educación. Asimismo, consideran que las instituciones de encierro y de disciplina están por desaparecer, y las modalidades actuales del control ya no son las planteadas por las instituciones de encierro. En la actualidad, el control y la sujeción de la libertad están determinados por el modelo productivo del capital global. Esta perspectiva puede atribuirse al grupo de pensadores que manifiestan ocuparse de la biopolítica, término acuñado por Foucault para señalar el interés del poder por los procesos biológicos y productivos, que terminan estableciendo los modos válidos de la vida social y de la subjetividad (Hardt y Negri, 2002). Esto significa, en primer lugar, que la constitución subjetiva de la sociedad actual está determinada por este modelo productivo en el que se entrelazan la sociedad disciplinar y la sociedad de control, y en segundo lugar, que los procesos económicos actuales tienen un papel central en esa constitución. Por tanto, los análisis biopolíticos presentes permiten sospechar que los modelos y procesos económicos actuales están siendo dirigidos hacia una nueva producción de la subjetividad que ya no pretende señalar los límites cerrados de la producción fabril propia de las disciplinas, sino llevarla a todos los contextos en los que el sujeto se mueve. La producción de subjetividad se desterritorializa de las parcelas de la disciplina para invadir toda la vida social: Si es comprendida en sentido clásico, en tanto libertad de opinión, la libertad no solo no es negada, sino que al contrario es solicitada por el nuevo régimen de acumulación. Se convierte en recurso productivo indispensable y fuente de identidad para el “creativo” y el knowledge worker. Por lo tanto, solo si se encarna en la autonomía del saber vivo, la libertad se convierte en crítica radical de la explotación y no simplemente de relaciones de poder (Edu-Factory, 2010, p. 48). LA PEDAGOGÍA DE LA DEUDA: EL PASO DEL HOMBRE ENCADENADO AL HOMBRE ENDEUDADO La pedagogía de la deuda ha sido la forma de nombrar la deuda constante en la cual se registran los jóvenes con la finalidad de obtener el servicio de educación superior, que ha dejado de ser un derecho y resulta cada vez más privatizado. Esta deuda llega a convertirse en un “paradigma” y resulta decisiva, pues su monto ha aumentado considerablemente para cuando el joven se gradúa. En esta línea, el programa de préstamo garantizado para estudiantes (guaranteed student loan), iniciado en 1965, es descrito por Williams (2010) así: [Forma] parte de los programas de la sucursal de Lyndon B. Johnsoris Great Society. Su misión era proporcionar un sustento a los estudiantes menos pudientes y a los que trabajaban. Los primeros doce años, las cantidades prestadas fueron relativamente pequeñas, en gran parte porque la educación universitaria era relativamente asequible, especialmente en las universidades públicas (p. 72). En este sentido, se hace una mirada multidimensional ante la lógica de la financiación que vincula a la universidad con otras instituciones de la sociedad. De manera puntual, los préstamos movilizan la dinámica familiar de los jóvenes, dado que sus familias se comprometen con la adquisición de créditos e incluso hipotecan sus bienes con la finalidad de pagar los estudios universitarios de sus miembros. Este fenómeno de financiación ha sido denominado Estado de posbienestar universitario, porque implica una política que privatiza, y por ello, los estudiantes deben asumir una parte del costo de este servicio: Los estudiantes solían decir “estoy labrando mi camino a través de la universidad”. Ahora sería imposible hacerlo si no tienes poderes sobrehumanos. De acuerdo con las estadísticas, durante los años sesenta, un estudiante podía trabajar 15 horas semanales por el sueldo mínimo durante el periodo lectivo y 40 horas en verano para pagarse la universidad pública. Para una universidad privada o un Ivy 1 tendría que trabajar cerca de 20 horas semanales. Actualmente, necesitaría trabajar 52 horas semanales durante todo el año si estudia en una universidad pública, 136 horas semanales si frecuenta un Ivy (Williams, 2010, p. 73). La invención de los préstamos aparece en un tiempo reciente ante la condición de austeridad de las universidades. Finalmente, resulta evidente que los Estados financian un menor porcentaje de las matrículas: En 1980, los estados financiaban cerca de la mitad de los gastos de matriculación; en 2000 contribuyeron solo en un 32 %. Las universidades han buscado fuentes de financiación alternativas: transferencias tecnológicas, formas de asociación con empresas y campañas de recogida de fondos. Pero el modo más estable, renovado cada otoño, pasa por el aumento de las tasas (Williams, 2010, p. 74). El aspecto fundamental que se destaca es el paso de la educación superior como bien social a ser un bien individual. En ese giro, los individuos “atomizados” ingresan a la educación superior en busca de un mejor trabajo o de mayores ingresos; es decir, la lógica del mercado funciona como un plus para el potencial económico. Los préstamos son una inversión personal, no social; por ello, su horizonte se proyecta hacia la potencia del individuo, y no de la sociedad en su totalidad: En los años de la postguerra, la educación superior se concebía como un medio de movilización nacional de masas, en parte como una transferencia posterior del éthos de la guerra, en parte como legado del New Deal y en parte también como respuesta a la Guerra Fría (Williams, 2010, p. 75). Más allá de la financiación, el fenómeno muestra que emerge un refuerzo hacia la desigualdad y el desequilibrio en el acceso a la educación superior, dado que hay una mayor probabilidad de que los hijos de las familias de clase alta accedan a este nivel educativo. De esta manera, afirma Williams (2010): La deuda no es solo una forma de financiación, sino una forma de pedagogía. Tendemos a pensar que es un mal necesario ligado a la educación superior pero ajeno a sus propósitos. ¿Qué pasaría si intentamos verlo como algo central en la experiencia de los universitarios? ¿Qué aprendizaje adquieren los estudiantes cuando entran en la universidad del Estado de post-bienestar? (p. 78). La universidad se configura desde la mirada pay-as-you-go, que indica que los estudiantes creen que inician una autobúsqueda en la cual el aprendizaje es libre, la deuda es libre, pero las posibilidades de elección de carrera se reducen a aquellas ofrecidas por las instituciones como parte de lo que deben brindar como garantías para el mercado: La deuda muestra una sensibilidad específica. Inculca lo que Barbara Ehrenreich llama “el miedo al fracaso”, que ella define como la quinta actitud esencial de los miembros de la clase media profesional que alcanzan su posición a través de credenciales educativas más que por su riqueza. Este hecho introduce a los estudiantes en el reino del estrés, la preocupación y la presión, acumulando pagos mensuales para los siguientes quince años (Williams, 2010, p. 81). Al respecto de la universidad colombiana, Castro-Gómez (2010), refiriéndose al trabajo La universidad productora de productores: entre biopolítica y subjetividad (Martínez, 2010), dice: La producción biopolítica de la subjetividad no se trata solo de que las universidades colombianas se estén convirtiendo en empresas capitalistas, sino que los individuos que compran en ellas servicios de educación superior aparecen también como máquinas empresariales. Según Foucault, la racionalidad neoliberal hace del trabajador (y no solo del trabajo) un sujeto capaz de calcular e incrementar al máximo su “capital humano”. Asistimos a la emergencia del sujeto entendido como empresario de sí mismo, en tanto que singularidad maquínica que genera su propia capitalización. Mientras que los programas de maestrías y doctorados son para las universidades colombianas un negocio creciente, para los “consumidores” son la oportunidad para devenir-empleable mediante el aumento del propio “capital humano”. Si alguien quiere ser competitivo en una economía del riesgo, entonces debe ser capaz de innovar, de convertirse en un creador de conocimientos nuevos rentables para la empresa. De este modo, la entrepreneurship no es solo patrimonio de las grandes universidades, sino que pasa a convertirse en un modo de existencia individual (p. 21). Esto significa que de los procesos económicos devienen espacios para la producción de la subjetividad “producción de productores” y no se organiza ya solamente desde dispositivos de corte disciplinario, sino desde una captura y un diseño biopolítico de la subjetividad, en el sentido del término. La producción de esta subjetividad desde las técnicas gubernamentales del liberalismo supone, entonces, la emergencia de una forma vital productiva que no solo está regulada por las leyes del mercado, sino que ahora convierte todo un modelo social capturado por la “empresa” en el cual la deuda es una inversión en la propia subjetividad en términos de ser o devenir empleable. Son estas las características de la cuestión del “sujeto competente y competitivo” y de la educación como una herramienta constante en la producción y el mantenimiento de la subjetividad: Asistimos a una transformación de la relación capitaltrabajo opuesta, si bien de dimensiones comparables, a la que [Antonio] Gramsci había anticipado, en los años treinta, en Americanismo y fordismo [Henry Ford]. Durante la postguerra, el crecimiento fordista representaba la hegemonía de la lógica del desarrollo del capitalismo industrial fundada sobre tres tendencias principales: la polarización social de los saberes, la separación entre trabajo intelectual y trabajo manual y el proceso de incorporación de los saberes en el capital fijo. La crisis del fordismo ha vuelto a poner en discusión estas tendencias, haciendo aparecer una nueva configuración postindustrial del capitalismo: el capitalismo cognitivo, o más bien un sistema de acumulación en el que el valor productivo del trabajo intelectual y científico deviene dominante, mientras el elemento central de la valorización del capital pasa directamente a través del control y la transformación del conocimiento en una mercancía ficticia (Vercellone, 2010, p. 83, citado en Martínez, 2010). En este caso, la revolución informática es vista desde un lugar más complejo, al encontrar su vínculo con el capitalismo cognitivo. Se aclara que las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) funcionan correctamente si hay un “saber vivo” que se encuentre en condición de utilizarlas, “ya que es el propio conocimiento lo que gobierna el tratamiento de la información, que de otra manera resultaría un recurso estéril, como el capital sin el trabajo” (Vercellone, 2010, p. 84, citado en Martínez, 2010). Por esta razón, se encuentra que el capitalismo cognitivo corresponde a una difusión del saber que es posible al implementar la escolarización de masas: El conocimiento es cada vez más conocimiento compartido. Y la calidad intelectual de la fuerza de trabajo, en ruptura con el capitalismo industrial, ha traído la afirmación de una nueva primacía del saber vivo, movilizado por los propios trabajadores, frente a un saber incorporado al capital y a la organización managerial de las empresas (Vercellone, 2010, p. 84, citado en Martínez, 2010). El tema de la flexibilidad se introduce como una forma de comprender o justificar la lógica del capitalismo cognitivo, y se explica mediante la siguiente afirmación de Vercellone (2010, citado en Martínez, 2010): Una opción neoliberal indica la necesidad de poner en discusión la “rigidez” del mercado de trabajo que impide a los asalariados y a las profesiones adaptarse a las fluctuaciones de la actividad económica. Flexibilidad es aquí sinónimo de precarización generalizada, y esto puede comportar efectos catastróficos en la utilización de los saberes. La producción de conocimiento necesita, de hecho, de un horizonte a largo plazo y de una seguridad en la renta que permita a los trabajadores invertir en una formación continua (p. 85). [...] En general, es como si en el nuevo capitalismo del conocimiento, el tradicional proceso industrial de desvalorización de la fuerza de trabajo fuera sustituido por un proceso de descualificación que pasase de modo masivo por la precarización. La convergencia entre las tres dimensiones de la cualificación (individual, salarial y del empleo) se enfrenta así a una estrategia que apunta a infrarremunerar a los asalariados titulados, clasificándolos en categorías profesionales inferiores respecto de su cualificación y competencia, adquirida o requerida (pp. 85-88). En el análisis económico que Marx (2006) realiza en los Grundrisse, postula la noción de general intellect para denotar con ella “el conjunto de los conocimientos abstractos que determinan las modalidades productivas y la vida misma”; es decir, tal “intelecto general” surge de la “comunicación entre los miembros de la sociedad, así como de su experiencia compartida y solidaria”. Cuando se quiere dar cuenta de un proceso productivo, según Marx, no debería tenerse en cuenta solo el aspecto mecanicista o monetario de este. Todo fenómeno productivo surge de la posibilidad creativa disponible en el marco social. Por ejemplo, el diseño de una máquina o el de una estrategia para resolver una necesidad dependen más de la interacción comunicativa de unos saberes disponibles en el marco social, que ahora se capturan o se establecen en la máquina o en la estrategia capitalista, como si ellas no dependieran de tales procesos sociales de construcción del conocimiento. En este sentido, el “intelecto general” es el aspecto básico de cualquier modalidad productiva. Las modalidades actuales del control ya no son las planteadas por las instituciones de encierro; basta con incorporarlo al sistema a través de la deuda: “El hombre deja de ser el hombre enclaustrado y se convierte en el hombre endeudado” (Deleuze, 1996, p. 284). En la actualidad, el control y la sujeción de la libertad están determinados por el modelo productivo del capital global. Esta perspectiva puede atribuirse a la educación universitaria en términos de biopolítica, por cuanto se puede señalar el interés del poder por los procesos biológicos y productivos que terminan estableciendo los modos válidos de la vida social y de la subjetividad (Hardt y Negri, 2002). Esto significa, en primer lugar, que la constitución subjetiva de la sociedad actual está determinada por este modelo productivo; es decir, de los procesos educativos devienen espacios para la producción de la subjetividad, pero ya no solo como disciplina, sino como espacio amplificador de la desterritorialización propia de la interacción entre los modos de control y la globalización del capital. “El pasaje de la sociedad de control implica la producción de una subjetividad que no fija una identidad, sino que es híbrida y maleable” (Hardt y Negri, 2002). Desde esta perspectiva, la educación, y en especial la universitaria, está en el núcleo de la problemática, puesto que se encuentra en el límite entre la vida productiva profesional y la preparación científica y técnica para esta. Notas al pie *Este capítulo es la revisión del artículo “La universidad en las actuales biopolíticas: una mirada al conflicto, las capturas y la pedagogía de la deuda en el mercado global del saber” (Martínez, 2013), que forma parte del libro Universidad y sociedad: aproximaciones críticas, tensiones y desafíos (2013). llvy League es una asociación de ocho prestigiosas universidades privadas de la costa este de Estados Unidos: Brown, Columbia, Cornell, Dartmouth, Harvard, Princeton, Pensilvania y Yale. El foco de la crítica es esencialmente el haz de relaciones que anuda el uno a la otra, o el uno a los otros dos, el poder, la verdad y el sujeto. Y si la gubernamentalidad es este movimiento por el cual se trataba, en la realidad misma de una práctica social, de sujetar a los individuos a través de unos mecanismos de poder que invocan una verdad, pues bien, yo diría que la crítica es el movimiento por el cual el sujeto se atribuye el derecho de interrogar a la verdad acerca de sus efectos de poder y al poder acerca de sus discursos de verdad; la crítica será el arte de la inservidumbre voluntaria, de la indocilidad reflexiva. La crítica tendría esencialmente como función la des sujeción en el juego de la que se podría denominar, con una palabra, la política de la verdad. Foucault (2003, p. 10) Apartir de los referentes planteados en los capítulos anteriores, se propone ahora concebir una ética como práctica reflexiva de la libertad, como forma de resistencia a las actuales biopolíticas en las que está inmersa la educación y, de manera especial, las instituciones de educación terciaria. En este sentido, el análisis desarrollado en torno a la doble producción subjetiva propia del capital enmarca la posibilidad de analizar escenarios concretos relacionados con las prácticas pedagógicas y las instituciones de educación superior, llegando a plantear el ejercicio de biopoder existente en el juego de las instituciones que pretenden regular o normalizar a los individuos. De manera puntual, se plantea la existencia de nuevas prácticas pedagógicas que asuman el cuidado de sí como estrategia central de los modos de sujeción que han sido determinados desde la gubernamentalidad. Todo esto, por cuanto en las relaciones de poder, el discurso no es solo una expresión de lenguaje o de verdad, sino que este “lenguaje” y esta “verdad” provocan relaciones de poder, las mantienen y les permite ser transformadas. Por tanto, en este capítulo se aborda una hipótesis relacionada con la tesis ya plateada en el trabajo La universidad productora de productores: entre biopolítica y subjetividad (Martínez, 2010). El epígrafe que da inicio a este capítulo pretende generar una reflexión en torno a la crítica como la posibilidad de indagar la práctica como praxis y poiesis que se da en la interacción entre educación y sociedad. La praxis es asumida como una acción consistente en la realización de un bien moralmente valioso, en tanto la poiesis, como la producción o fabricación de un tipo de acción particular, que en este caso está dada por la relación entre educación y sociedad construida a partir de las actuales condiciones capitalistas-biopolíticas. En este capítulo se retoman los planteamientos de Foucault (2004) en el texto Nacimiento de la biopolítica, donde afirma que “un aspecto central de la teoría y de la práctica neoliberal es la transformación de los seres humanos en ‘capital humano’”. Todo lo que conforma al individuo —la inteligencia, la apariencia, la formación, el matrimonio, la ubicación— constituye una inversión de tiempo o de energía que puede convertirse en futuras ganancias. Tal y como escribe el autor, “el homo economicus es un empresario de sí mismo” (Foucault, 2004, p. 239). A partir de esta enunciación, es posible afirmar que la relación entre educación y sociedad presupone, en una primera mirada, que esta se da a partir de un supuesto fundamental: se educa a los miembros de sociedad para que puedan llevar a cabo ciertas conductas, de las cuales depende su mantenimiento o su progreso. Se asume, entonces, que las acciones de los componentes sociales son susceptibles de ser creadas, dirigidas o corregidas, con el propósito de llevar a cabo un determinado proyecto de sociedad. Desde la posición griega de la relación necesaria entre ciudadanía y paideia, hasta la profesionalización universitaria, pasando por las ideas ilustradas sobre el sentido de la educación y por sus múltiples críticas, la educación y la sociedad se encuentran en la construcción de aparatos sociales diseñados para promover y controlar las acciones de sus diversos componentes. Ahora bien, cuando se lleva a cabo una reflexión crítica sobre las relaciones actuales entre educación y sociedad, se hace inevitable reconocer que el proyecto económico-político llamado liberalismo económico —es decir, la interacción entre capitalismo y democracia— ha terminado por capturar el sentido de las modalidades educativas, especialmente las dirigidas a la capacitación técnica o a la formación profesional, y, por ende, de las practicas pedagógicas. Dicho de otro modo, los procesos educativos contemporáneos parecen supeditarse a los intereses de producción económica de una manera tan profunda que, si se escuchan con atención las relaciones familiares que aparecen en los discursos cotidianos sobre esta relación, bien sea el de una madre preocupada por el bienestar futuro de su hijo o el de la ministra de Educación Nacional escribiendo a sus docentes acerca de la importancia de educar para el emprendimiento, puede encontrarse en esa familiaridad un conjunto de repeticiones y transposiciones sobre la íntima conexión entre educación y capital. Si las prácticas pedagógicas tienen como objeto de estudio la reflexión del maestro de distintos niveles educativos en torno a su práctica pedagógica —entendida esta como una noción metodológica 1 —, reflexión que no agota todas las posibilidades de análisis en el juego de las relaciones entre la institución educativa, el sujeto (maestro) y el discurso (saber), entonces la pregunta es ahora esta: ¿qué prácticas están generando las instituciones educativas en la actual relación educación-sociedad desde los marcos capitalistas globales? Es así como las prácticas se encuentran provistas de rituales, de competencias signadas por habilidades y destrezas, vinculadas a dominios de poder reproducidos y ostentados por el saber del profesor, el cual “funciona para controlar, ordenar, dividir a los individuos, al mismo tiempo que establece las normas sobre lo que es bueno y es malo” (Popkewits, 1997, p. 97). Por otro lado, la experiencia de las prácticas no es solo un referente del dominio de la profesión, sino también del dominio de la enseñanza; aspecto que se convierte en un criterio de análisis y en el lugar donde se lleva a cabo la reflexión sobre si, en este sentido, es la experiencia la que permite actuar al profesor y, a la vez, subjetivarse en el dominio de la enseñanza; es la cosa que hace sobre el sujeto y que le lleva a transformarse. Según Deleuze (1987), “el movimiento de desarrollarse a sí mismo o de llegar a ser otro es doble; el sujeto se supera; el sujeto se reflexiona” (p. 91). Por lo anterior, los discursos que se articulan históricamente en prácticas discursivas son entendidos como “un conjunto de reglas anónimas, históricas, siempre determinadas en el tiempo y el espacio, que han definido para una época dada, y un área social, económica, geográfica o lingüística dada, las condiciones de ejercicio de la función enunciativa” (Castro, 2004). La práctica es histórica y está sostenida por reglas arbitrarias, impersonales, cambiantes y dependientes de las variables sociohistóricas. Los discursos se validan desde un régimen reglado, sostenido por relaciones de poder en las cuales el discurso no es solo una expresión de lenguaje o de verdad, sino que este “lenguaje” y esta “verdad” provocan relaciones de poder, las mantiene y les permite ser transformadas. El régimen reglado hace referencia a las condiciones históricas que permiten “decir lo decible”, mientras que promueven formas de acción, es decir, modifican e influyen en las acciones de quienes se ven afectados por el discurso. En este sentido, se hace referencia a que la teoría pedagógica no es ingenua y pretende la configuración de subjetividades propuestas por la actual relación educación-sociedad-capital. Por lo anterior, la hipótesis que se pretende lanzar, con apoyo en la investigación publicada como La universidad productora de productores: entre biopolítica y subjetividad (Martínez, 2010), es que en gran medida las prácticas pedagógicas se convierten en prácticas mercantiles que responden no a la educación de los sujetos en términos de la vida, sino a la formación para el trabajo, convirtiendo la vida en trabajo. El neoliberalismo crea el marco a través del cual los ámbitos sociales que no son estrictamente económicos (como la educación) puedan funcionar como mercados y vincularse al mecanismo de la competencia. Como resultado de ello, se convierte a la sociedad entera en un conjunto de jugadores económicos. La sociedad es entendida como un conjunto de empresas que compiten entre sí, y ya no como un objeto de intervención por parte del Estado a través de mecanismos disciplinarios. Por tanto, la educación es asumida como prolongación de la forma-empresa característica del neoliberalismo, en la que los sujetos son parte de la maquinaria capitalista. En este sentido, la educación es asumida como una mercancía que los individuos compran en la lógica de la oferta y de la demanda, para ampliar sus competencias laborales en una economía del conocimiento. La educación, en suma, se comprende como una inversión que los sujetos hacen en sí mismos (Castro-Gómez, 2010). No se trata solamente de que la educación se esté convirtiendo en empresa capitalista, sino de que los individuos (docentes y estudiantes) que “compran” o “venden” en ella servicios de educación aparecen también como máquinas empresariales: Según Foucault, la racionalidad neoliberal hace del trabajador (y no solo del trabajo) un sujeto capaz de calcular e incrementar al máximo su “capital humano”. Asistimos a la emergencia del sujeto entendido como empresario de sí mismo, en tanto que es singularidad maquínica que genera su propia capitalización (Castro-Gómez, 2010a). Si se quiere ser competitivo en la economía actual (que está leída desde el riesgo), se debe ser capaz de acompañar la constitución de sujetos dispuestos a innovar, de convertirse en creadores de conocimientos nuevos y rentables para la empresa; por tanto, se generan prácticas pedagógicas que permiten tal constitución de subjetividad. Como afirma Castro-Gómez (2010), es en las lógicas capitalistas globales del neoliberalismo donde se da un contexto problemático y donde se ubica al “empresariado académico”, es decir, al maestro y al estudiante en una biopolítica. Esta noción es entendida no como factores biológicos, sino como formas de dispositivos de autoconducción empresarial en los que se produce un “medioambiente” (milieu) en el que la vida y el conocimiento se transforman en factores productivos. La producción y el consumo se tornan “inmateriales” no porque carezcan de materialidad alguna, sino porque lo que se vende y se compra como mercancía no constituye simplemente objetos materiales producidos en fábricas por obreros, sino informaciones, símbolos, imágenes y estilos de vida creados por mano de obra altamente calificada y reclutada básicamente en el sector de los trabajadores freelance, personas que no tienen trabajos fijos (cada vez más escasos) sino que trabajan por “proyectos”. Ahora bien, en relación con la interacción formación permanente-escala salarial, Deleuze (1996) señala: La empresa, en cambio, instituye entre los individuos una rivalidad interminable a modo de sana competición, como una motivación excelente que contrapone unos individuos a otros y atraviesa a cada uno de ellos, dividiéndole interiormente. El principio modulador de que los salarios deben corresponderse con los méritos tienta incluso a la enseñanza pública: de hecho, igual que la empresa toma el relevo de la fábrica, la formación permanente tiende a sustituir la escuela, y el control continuo tiende a sustituir al examen. Lo que es el medio más seguro para poner la escuela en manos de la empresa (pp. 249-250). Este análisis hace emerger una noción fundamental para el capitalismo contemporáneo y para las formas como se relaciona con la educación: la competencia. La anterior cita de Deleuze muestra cómo tal formación permanente del capital humano funciona a través de una “empresarización” de la sociedad, en la que sus componentes compiten unos con otros como condición del desarrollo que ella necesita. Esta competencia, en su doble sentido de competición y habilidad, se instala en la episteme que sostiene la producción de sujetos para el capital. La conocida definición de competencia como “saber hacer en contexto”, hecha por el Ministerio de Educación Nacional de Colombia, funciona desde una supuesta transparencia ontológica del contexto, como si este no tuviera nada que ver con los modos como la sociedad construye su realidad, incluso en términos de producción económica. La doble dimensionalidad de “competencia” subyace en este “saber hacer”. En este sentido, la potencia, es decir, la posibilidad de la acción, se dirige en el espacio estriado de la formación escolar hacia la constitución de una subjetividad “sabia” a la hora de construir un sí mismo en términos de empresa (proyecto de vida, gestión empresarial, etc.); empresa que incluye la preparación para la competición y para la habilidad. En términos de Negri y Hardt (2002), se construyen “cuerpos y mentes” para la producción capitalista: una producción de productores. Este es el marco neoliberal en toda su extensión: el capitalismo hecho posible a través de la captura de la vida misma. Este conjunto de enunciados podría desempeñar el papel de núcleo de la producción biopolítica de sujetos: “Pensar y actuar orientados a la producción de riqueza”. Negri y Hardt tienen toda la razón en su análisis: cerebros y cuerpos producidos para la generación de riqueza. En el enunciado “gestión de riesgo calculado” se resume el modelo de las sociedades de seguridad que el liberalismo ha instaurado como gestor de los miedos que ellas misma resuelven. La noción de “valor que beneficia a la empresa y a la sociedad” presentada aquí no es un marco axiológico en términos éticos; es lo que los especialistas en marketing llaman “valor agregado”. Ya no se trata de valor de uso o valor de cambio, sino de un “valor” que es una perversión de las propuestas sobre desarrollo, y que termina siendo la moneda que se intercambia en la economía global actual. Esa relación compleja entre estos enunciados repetidos y transformados hace visible la constitución de una triple subjetividad que se organiza para “producir un productor”: un sujeto epistemológico (máquina cognitiva de creación capturada), un sujeto moral (autonomía efectiva) y un sujeto político (una ciudadanía completamente determinada por la relación capitalismo-democracia). En palabras de Foucault, el poder siempre es reversible; por ello, es posible proponer alternativas educativas que resistan a esta constitución subjetiva. Hacer visible el dispositivo es ya empezar a hacerlo. Para Foucault, hacer el trabajo crítico de las racionalidades gubernamentales permite aclarar los límites de las relaciones entre el saber, el poder y el sujeto, para interrogarse ahora por la posibilidad de otras formas de vida y, por tanto, de otras subjetividades. Ante la aparición de nuevas posibilidades de juegos de poder es como el cuidado de sí puede proponerse como estrategia de resistencia. Esta resistencia es entendida no solo como reacción, sino, sobre todo, como creación. Concebirse a sí mismo como objeto de técnicas y prácticas para la constitución de sí sustentadas en principios éticos que se asumen como verdaderos (ser capaz de subjetivar la verdad del principio ético) constituye nuevos juegos de poder, precisamente porque permite la aparición de nuevos modos de ser libre, la creación de nuevas subjetividades. A su vez, pensar nuevas prácticas pedagógicas podría asumir el cuidado de sí como estrategia de resistencia a los modos de sujeción a la gubernamentalidad actual y a la forma de configuración de subjetividades desde las prácticas mercantiles anteriormente enunciadas. La cuestión consiste ahora en la posibilidad del cuidado de sí como práctica pedagógica en forma de estrategia de resistencia a los ejercicios de poder que sostienen los modos de sujeción de la gubernamentalidad actual. El rechazo a los modos de dominación que el actual ejercicio capitalista propone como prácticas pedagógicas y la resistencia desde la claridad de los límites actuales de la libertad permiten la aparición de una nueva subjetividad y la posibilidad de transformación de la forma en que se entiende la relación educación-sociedad. Pero proponer una teoría pedagógica o unas prácticas pedagógicas como manual sería una contradicción en esta propuesta. Por eso, más que hablar de pedagogía o de prácticas pedagógicas, es pertinente hablar de una actitud, de un ethos, que permita la constante revisión de los límites de la libertad y los modos como estos son sujetados por la gubernamentalidad. Ello significa que la ética interactúa con la política para preguntarse por los límites de la libertad y su posible franqueamiento. Al respecto, Perea (2009) señala: La ontología crítica de nosotros mismos es también un modo de actualizar el cuidado de sí en el que confluyen lo ético y lo político en la reflexión permanente sobre los peligros de un modelo de gobierno y las limitaciones de la libertad que subyacen a determinados modos de la subjetividad (p. 87). A partir de los anteriores planteamientos, se hace referencia a una “ontología crítica del presente” o una “ontología histórica de nosotros mismos”, que tiene tres ascendencias de trabajo, a saber: la ontología histórica de los sujetos mismos en sus relaciones con la verdad (las cuales permiten que los sujetos se constituyan en sujetos de conocimiento), la ontología histórica de los sujetos mismos en sus relaciones respecto del campo del poder (las cuales los constituyen como sujetos capaces de actuar sobre los otros) y la ontología histórica de los sujetos mismos en su relación con la moral (la cual los constituye en sujetos éticos). En otras palabras, en la “ontología crítica del presente” se originan las siguientes preguntas: 1) ¿Cómo los sujetos se han constituido en sujetos de su propio saber? 2) ¿Cómo los sujetos se han constituido en sujetos que ejercen o sufren relaciones de poder? 3) ¿Cómo los sujetos se han constituido en sujetos morales de sus propias acciones? Cada una de estas preguntas corresponde a uno de los ejes que suelen ser diferenciados en el trabajo de Foucault: el eje del saber, el eje del poder y el eje de la ética, es decir, el arqueológico, el genealógico y la ética. Al respecto, Castro (2011) dice: El sentido que se debe atribuir a estas expresiones (“ontología histórica”, “ontología del presente”) es el que Foucault da a su trabajo filosófico: el de una actividad de diagnóstico y un éthos, un análisis de la constitución histórica de nuestra subjetividad (p. 253). Una ontología crítica del presente es un trabajo de los sujetos sobre ellos mismos, en cuanto sujetos libres. Además, hace referencia a una actitud crítica en la cual esta es asumida en los límites de la libertad: El foco de la crítica es esencialmente el haz de relaciones que anuda el uno a la otra, o el uno a los otros dos, el poder, la verdad y el sujeto. Y si la gubernamentalidad es este movimiento por el cual se trataba, en la realidad misma de una práctica social, de sujetar a los individuos a través de unos mecanismos de poder que invocan una verdad, pues bien, yo diría que la crítica es el movimiento por el cual el sujeto se atribuye el derecho de interrogar a la verdad acerca de sus efectos de poder y al poder acerca de sus discursos de verdad; la crítica será el arte de la inservidumbre voluntaria, de la indocilidad reflexiva. La crítica tendría esencialmente como función la desujeción en el juego de la que se podría denominar, con una palabra, la política de la verdad (Foucault, 2003, p. 10). En el curso dictado en el Colegio de Francia de 1983-1984: Le Courage de la Vérité (El Coraje de la Verdad, aún inédito), Foucault hace referencia a la relación entre el cuidado de sí y la verdad en el concepto griego de parresía. Este concepto atraviesa la filosofía antigua griega desde Sócrates hasta el estoicismo tardío y se convierte en un modo posible de pensar la actitud de las formas de enseñanza actuales para contrarrestar las lógicas de las prácticas mercantiles; es decir, el concepto de parresía es la posibilidad de las “nuevas prácticas pedagógicas”. En la siguiente cita puede verse cómo la parresía involucra una relación ética del sujeto y la verdad, capaz de afectar una estructura social y política: Para resumir lo dicho hasta el momento, la parresía es una forma de actividad verbal en la que el hablante tiene una relación específica con la verdad a través de la franqueza, una cierta relación con su propia vida a través del peligro, un cierto tipo de relación consigo mismo o con otros a través de la crítica (autocrítica o crítica a otras personas) y una relación específica con la ley moral a través de la libertad y el deber. Más concretamente, la parresía es una actividad verbal en la que un hablante expresa su relación personal con la verdad, y arriesga su propia vida porque reconoce el decir la verdad como un deber para ayudar o mejorar a otras personas (y también a sí mismo). En la parresía, el hablante hace uso de su libertad y escoge la franqueza en lugar de la persuasión, la verdad en lugar de la falsedad o el silencio, el riesgo de muerte en lugar de la vida y la seguridad, la crítica en lugar de la adulación y el deber moral en lugar del propio interés y apatía moral (Foucault, 2004, p. 46). Según Perea (2009), esta relación sujeto-verdad-poder, específica de la parresía, incluye en primer lugar su consideración como “acto verbal”, como acto pedagógico que implica una forma de vida: Este compromiso se expresa en la capacidad para asumir el peligro de señalar la verdad a quienes no quieren verla. A pesar de partir de una relación específica del sí consigo mismo, involucra una relación con la verdad en la que interactúa el otro. El cuidado de sí incluye una relación con el otro, pero determinada por los principios de la relación consigo mismo (p. 86 ) . Por tanto, la tarea que se debe emprender es la de considerar una ontología crítica de los sujetos no como una teoría sino como una actitud, como un ethos, una vida reflexionada en los análisis históricos de los límites: Este ethos filosófico puede caracterizarse como una actitudlímite. No se trata de un comportamiento de rechazo. Debemos escapar de la disyuntiva “afuera-adentro”; hay que colocarse en las fronteras. La crítica es, por supuesto, el análisis de los límites y la reflexión sobre ellos (Foucault, 2004, p. 347). Por eso, la parresía antigua tiene en este sentido la relación sujeto-verdad y se presenta como una forma posible de que los sujetos se piensen en sus prácticas pedagógicas. Una relación entre parresía y franqueza permite asumir una actitud específica, como lo señala Foucault (2004): La palabra parresía hace referencia, por tanto, a una forma de relación entre el hablante y lo que dice, pues en la parresía, el hablante hace manifiestamente claro y obvio que lo que dice es su opinión. Y hace esto evitando cualquier clase de forma retórica que pudiera velar lo que piensa. En lugar de esto, el parresiastés utiliza las palabras y las formas de expresión más directas que puede encontrar (p. 347). Es esta una relación ontológica crítica en forma de parresía con la verdad como posibilidad pedagógica, aunque no en búsqueda de conocimientos epistémicos, sino en forma de vida en la categoría espiritual de quien la expresa. Resulta interesante comparar la parresía griega con la concepción (cartesiana) moderna de la evidencia, ya que, desde Descartes, la coincidencia entre creencia y verdad es lograda en una cierta experiencia (mental) probatoria. Para los griegos, sin embargo, la coincidencia entre creencia y verdad no tiene lugar en una experiencia (mental), sino en una actividad verbal, a saber, la parresía. En su sentido griego, parece que la parresía no puede darse en términos del moderno marco epistemológico (Perea, 2009). Cuando el parresiastés obra conforme a la verdad con la que se relaciona tan específicamente, debe reflexionar acerca de la coherencia de su sí mismo con esta verdad. En este sentido, la parresía es autocrítica, es decir, un revisar constante de la conexión entre la subjetividad y la verdad que fundamenta un estilo de existencia. Lo mismo ocurre con el otro: la parresía señala las condiciones morales que no están presentes en la situación específica y reclama su presencia. No se trata, entonces, de establecer una demostración retórica de la existencia de la verdad, sino de hacer patente su ausencia (Perea, 2009). Desde esta perspectiva, la función de la parresía no es demostrar la verdad a algún otro, sino hacer posible la crítica del interlocutor o del propio hablante. La parresía es una forma de crítica tanto hacia al otro como hacia el sujeto mismo, pero siempre en una situación en la que el hablante o el que confiesa está en una posición de inferioridad con respecto al interlocutor. El parresiastés siempre es menos poderoso que aquel con quien habla (Foucault, 2004, p. 45). Así, la parresía termina siendo una relación entre el sujeto, la verdad y el poder: El “coraje de la verdad” del parresiastés termina señalando una dirección de la conducta que se hace necesaria en la circunstancia específica, bien sea de él mismo o del otro, estableciendo una relación de poder. Es claro que la parresía solo es posible cuando aquel que expresa la verdad tiene menor acceso al poder que aquel a quien interpela, pues si esto no ocurre, no habrá garantía de la posesión de las condiciones morales que se necesitan para ser capaz de ella. Pero al expresar su verdad y actuar conforme a ella, al someterse al peligro, correr el riesgo y asumir el “coraje”, el parresiastés termina invitando a quien interpela a modificar su conducta, incluso a exigírselo como parte de las reglas del juego acordadas en la relación amistosa o política (Perea, 2009). Ser un parresiastés incluye ser responsable de cierto poder —poder sobre sí mismo y sobre otros—, lo que conlleva el riesgo de la propia muerte, quizás como una forma de una práctica pedagógica que implica un compromiso de sí consigo mismo, en lo que se propone como forma de la enseñanza. La posterior particularidad de la parresía es que la verdad se considera un deber. El orador y, en el caso actual, el pedagogo dicen la verdad a quienes no pueden aceptar su verdad, son libres de permanecer en silencio y nadie los obliga a hablar, pero asienten que es su compromiso hacerlo (Foucault, 2004, p. 45). La relación del sujeto y la verdad propia de la parresía termina estableciendo límites en la subjetividad del parresiastés. En este sentido, el parresiastés ye limitada su acción como sujeto por las exigencias morales que determinan su estilo de existencia; es decir, por cuanto genera una cierta relación consigo mismo desde determinadas finalidades de existencia, da forma a su objetividad y se esfuerza por conservarla en estos límites. Entre esos límites está el considerarse obligado a comunicar la verdad a pesar del riesgo, por ser ella necesaria en ese momento. Incluso cuando nadie la ve, o cuando nadie quiere verla, el parresiastés comprende su papel ético, es decir, su relación consigo mismo que lo obliga a ser coherente con su estilo de existencia, y su papel político, en otras palabras, la relación de poder que debe desencadenar su expresión de la verdad. Es así como la ética del cuidado de sí presenta cuatro aspectos que se tendrán en cuenta en una arqueología y una genealogía en la constitución de una nueva subjetividad: 1) Ocuparse de sí no es una simple preparación momentánea para la vida; es una forma de vida, en la cual el sujeto se ocupa de sí, para sí mismo. Esto se consigue por medio de un modelo jurídico político: ser soberano de sí, ejercer autodominio, ser independiente. 2) La práctica de sí debe permitir deshacerse de todos los malos hábitos, todas las opiniones falsas que se reciben de la multitud, de los maestros, parientes y allegados. Desaprender se constituye en una de las características importantes de la cultura de sí. 3) El cuidado de sí se concibe como un combate permanente, no se trata simplemente de formar, para el futuro, a un hombre o a una mujer de valor. Hay que dar al individuo las armas y el coraje que le permitirán combatir durante toda su vida. 4) La cultura de sí implica un conjunto de tecnologías de la vida, en el sentido del análisis que hace Foucault a la Antigüedad: devela que Sócrates, Séneca o Plinio no se preocupaban por lo que venía después de la vida o por lo que pasaría después de la muerte. Para ellos, el verdadero problema consistía en comprender qué práctica se debía aplicar a fin de vivir tan bien como se debería. Dicho enigma se convirtió en una tecnología del yo que implica la reflexión sobre los modos de vida, la existencia, la manera de regular la conducta, de fijarse a sí mismo los fines y los medios. De esta manera, es posible considerar que la cultura de sí no es autista, sino que establece una serie de relaciones interpersonales, de apertura al otro e influencia sobre los demás y de algunos sobre sí mismo. En sus cartas a Lucilio, Séneca desarrolla esta dualidad de papeles: por una parte, se retira a su interior todo lo posible y, por otra, se relaciona con todos aquellos de los que puede extraer alguna enseñanza útil. Este cuidado de sí se constituye en una ascética, en un entrenamiento de sí mismo por uno mismo que prepara al individuo para enfrentarse a cualquier imprevisto, endureciéndolo y no haciéndolo indiferente respecto a las vicisitudes de la vida y a los embates de la fortuna, siempre imprevisibles. La ascesis es imprescindible ya que el individuo por sí mismo es incapaz de conseguir la verdad; por ello, es preciso una transformación, una metamorfosis, que lo convierta en un sujeto capaz de acceder a la verdad. La pedagogía o paideia, cuyo objetivo consiste en la transmisión de conocimientos y saberes al sujeto, tenía que acompañarse de una actitud psicológica que no solo transmitía una verdad al individuo, sino que lo transformaba en su propio modo de ser sujeto. La ética del cuidado de sí se presenta en relación con un concepto griego tan complejo como antiguo: la epimeleia heutou, que los latinos traducen como cura sui, “cuidado de sí”. Dicho concepto resulta novedoso por cuanto Occidente ha trabajado siempre con respecto al conocimiento del sujeto por sí mismo o gnothi seauton, “conócete a ti mismo”, convirtiéndose en la máxima délfica que funda las relaciones entre el sujeto y la verdad. Dicho gnothi seauton, labrado en piedra en el templo de Delfos, uno de los más representativos de la cultura griega, es presentado en el diálogo de Alcibíades como principio de la más básica razón. En este sentido, puede decirse que la parresía fue el modo a través del cual una estética de la existencia terminó siendo un modo de resistencia ética y política que hoy puede pensarse en la relación educación-sociedad para que los sujetos analicen sus prácticas pedagógicas y educativas. La pregunta final que se impone es si es posible proponer el modelo de la parresía como modelo pedagógico en la actualidad. Además, se puede sugerir que la Parresía debe ser actualizada en el ejercicio de crítica, en posibilidades pedagógicas a la hora de señalar las relaciones con la libertad, en la interacción compleja entre la verdad, el sujeto y el poder. Una ontología crítica del presente, entendida como posibilidad crítica de la pedagogía, que permita nuevas subjetividades y ampliar límites de la libertad en la verdaderas posibilidades de la educación en la formación para la vida y no para devenir empleable para el sistema financiero actual. Notas al pie *Este capítulo es la revisión del texto que fue publicado con el título original de “La crítica como política de la verdad y su función en las prácticas pedagógicas” (Martínez, 2012a), que forma parte del libro Práctica pedagógica: perspectivas teóricas lLa noción metodológica es planteada y desarrollada por la Olga Lucía Zuluaga (1999) en su obra Pedagogía e historia . Amodo de conclusión, se presentan los siguientes elementos de reflexión en dos escenarios sociales específicos: el campo de la educación y el de la salud. A partir de la definición propuesta por Foucault (1977), se resalta la idea según la cual los sujetos contemporáneos no son un producto de una época, sino más bien construcciones históricas. Así, en esta dinámica, los sujetos se van construyendo a través de la historia. Para ello, se retoman postulados como los de Díaz (2008), quien propone realizar una mirada al sistema de educación y a los modos de subjetivación que se dan en estas prácticas, a fin de determinar los dispositivos éticos y los dispositivos disciplinarios que se pueden encontrar, a través de la indagación, desde variadas posturas de pensamiento, de la forma en que las prácticas sociales generan dominios de saber: Estos nuevos dominios de saber, una vez que se constituyen, que se implantan en una sociedad, generan a su vez nuevos objetos de conocimiento, nuevos conceptos que circulan por el conocimiento, nuevas técnicas. Recordemos que técnicas es modificación de la realidad (Díaz, 2008). Asimismo, se afirma que el dispositivo es un modo de constituir subjetividades, lo cual implica relaciones entre instituciones, prácticas sociales y modos de gobernar que buscan determinar las formas de ser, hacer y conocer del sujeto en un momento histórico específico: Para el que piensa que somos de una vez y para siempre, es importante saber quiénes somos, pero para quienes pensamos que nos construimos a través de las prácticas y los discursos, más importante es saber qué quisiéramos llegar a ser, porque sabemos que tenemos la posibilidad de construirnos, de reconstruirnos y de ayudar a construir a estos seres que se ponen en nuestro cuidado (Díaz, 2008). En el contexto educativo se han introducido estrategias metodológicas y marcos conceptuales que guían los procesos de enseñanza y aprendizaje, a partir del signo enrarecido de la confianza, lo alternativo y lo innovador. Estas metodologías y marcos se han originado en un contexto de prácticas y dominios de saber que se han mostrado efectivos —pese a que ni los chicos ni los maestros quieren estar allí— y capaces de producir objetos, conceptos, técnicas, valores y, desde luego, un tipo de sujeto particular en lo que va a llamarse con mucha fuerza, desde la Ley General de Educación, el Proyecto Educativo Institucional (PEI), visto como una modalidad de sujeción específica respecto a la paradoja del liberalismo oscilante entre la libertad y el control: los juegos de la autonomía institucional, estudiantil y magisterial. El problema del asunto deviene allí donde se cruza la escuela como producto objetivado y que responde al cambio de dinámicas hegemónicas en la cultura, la política y la economía. En este contexto, se procura producir sujetos idóneos en ese proyecto validado en la época y donde emerge el sujetoestudiante y el sujeto maestro como cuerpo y experiencia, que resiste y empieza a identificar diferentes roles incorporados allí en su permanencia tras largos años en el sistema educativo. Según Díaz (2011) se tienen, entonces, múltiples subjetivaciones en la vida acordes con el momento histórico. La filósofa argentina hará frente a una pregunta vital respecto a ese proyecto y a los sujetos que en él se encuentran: ¿qué pasa con las subjetividades de los sujetos a los que se está enseñando? Y aún más, ¿qué pasa con la de los maestros y maestras? Esto, más aún si se tiene en cuenta que, además, el sentido de educarse cambió. El concepto mediador de código, trabajado por Bernstein (1994) en la década de los sesenta, mostró que las formas de socialización dadas en espacios como la familia y la escuela gestan principios reguladores, adquiridos silenciosamente, que seleccionan e integran significaciones y realizaciones adecuadas a contextos específicos (lo que la época determine como adecuado en los diferentes planos de la vida). En otras palabras, el código permite comprender los principios que regulan el orden social. Quizá el concepto mediador de Bernstein pueda introducirse en los engranajes del dispositivo, en cuanto “máquina”, para hacer hablar y hacer ver (Deleuze, 1990). De hecho, su punto de flexión analítica —los procesos microfísicos del poder— se encuentran con las líneas explicativas de las mediaciones y los procesos mediadores estudiados por Bourdieu (1984) y Bernstein (1994). De esta suerte, ha de ser posible decir que los principios dominantes que definen al código en la institución escolar se refuerzan desde el carácter disciplinar de este, y es posible también resistirlo desde su reflexión como base para la ética y el cultivo de sí. El sujeto resiste lo que conoce, y en cuanto lo conoce, desea transformarse él mismo en relación con eso que ya fue por obra e intención de otros: practicar la libertad. Foucault (1984) preguntará como gesto de respuesta en el diálogo sostenido con Becker, Fornet-Betancourt y Müller (1984): “¿Qué es la ética sino la práctica de la libertad, la práctica reflexiva de la libertad? [...] La libertad es la condición ontológica de la ética; pero la ética es la forma reflexiva que adopta la libertad” (p. 260). Por ejemplo, la educación universitaria es un espacio muy interesante para analizar, ya que en sus acciones legitimadoras subordina las posibilidades ontológicas de los seres humanos. En palabras de Negri y Hart (2002, citados en Martínez, 2010), la educación universitaria rompe con la innovación del capital global. Además, esta educación ha enseñado a los jóvenes una labor de producción a partir de la premisa de “una labor para la vida” o “autorealización”, lo cual ha configurado un discurso de producción y de conformidad a las exigencias capitalistas y de poderío económico. Estudiar una carrera profesional es “asegurar” un futuro; sin embargo, no puede esconder las diferentes acciones que conlleva hacerlo: modificación de intereses, tiempo de relación familiar, construcción de nuevas subjetividades. Estos son aspectos que las políticas muchas veces no tienen en cuenta y que solo buscan reproducir una pedagogía bonasí (no criticar, no opinar, solo memorizar y aprender), enajenando el cuidado responsable y ético en cada paso de la vida humana. Foucault, como otros tantos pensadores, lucha contra la comprensión ortodoxa del poder, pero al tiempo invita a ejercer poder sobre los propios cuerpos; cuerpos que de igual forma son dominados por las diferentes instituciones, cuerpos que muestran en su postura, en su espontaneidad, lo que se supone que el sujeto ha cuidado de sí mismo. El cuerpo habla de lo mucho o poco que el sujeto cuida de sí y, a la vez, manifiesta su esclavitud o su libertad; es la comprensión de la dimensión ética y política. La reflexión ética permite proponer, por ejemplo, que en los espacios universitarios se dispongan pedagogías que resistan la constitución subjetiva de la subordinación, al poner al descubierto y someter a la discusión los dispositivos de control utilizados, y al realizar trabajos críticos respecto a las racionalidades entre el poder y el sujeto. Es momento de considerar otras formas de subjetividad, otras formas de cuidado de sí mismo, otras afirmaciones respecto a la vida y a la construcción de esta. El ejercicio crítico constituye un proceso de inteligibilidad de los fenómenos sociales, al concebirlos desde las relaciones entre los sistemas de aceptabilidad y singularidad histórica, a partir del despliegue de los dispositivos y la producción de sujetos desde efectos reglados de saber y poder. En la educación secundaria y primaria suceden. Allí se hacen necesarios estos análisis, precisamente porque el Estado ha diseñado una serie de propuestas que deben ser desarrolladas —como es el caso de la educación sexual y el proyecto de vida—, de tal manera que señalan sujetos “sujetados” al desarrollo económico, globalizado y capitalista; quizá no haya un enunciado más biopolítico que el de “proyecto de vida”. El saber “médico”, el saber “psicológico”, entró desde hace muchos años al espacio de la pedagogía, y al hacerlo dio paso a un control de diferentes aspectos de la vida de los estudiantes, ya no solo desde el lado del control corporal (anatomopolítica) como tal, sino más bien desde los elementos de regulación de la población, de estadísticas, de relaciones internacionales, del cómo construir sujetos (biopolítica). Allí se habla de disciplinar el cuerpo de los estudiantes y el de sus familias, donde evidentemente se parte de la noción de sujeto como algo “útil”: útil para fines económicos y sociales. Y para ello, se debe realizar una “regulación de la población”. Los padres de familia son capacitados para domesticar a los hijos, convocados a la célebre proclamación del estudiante convertido en hombremáquina de producción, que, en palabras más, palabras menos, se diría desde los colegios: “Apreciados padres de familia: Están cordialmente invitados a la conferencia-show ‘Programa a tus hijos para la excelencia’”. Por ello, ha resultado tan vital que dentro de la educación se adicionen otros saberes, y es cada vez más notorio el interés por cátedras formativas como ciudadanía o sexualidad, lo cual favorece las instituciones disciplinares y el biopoder allí existentes. Sobre todo, favorece instancias recientemente vinculadas a la educación formal, tales como orientación, salud al colegio, policía, comisarías, desde donde se puedan crear subjetividades preparadas para ser parte del sistema capitalista neoliberal actual. Un ejemplo utilizado por Moro (2003) para dar a entender qué es un dispositivo es el examen, considerado como un instrumento o procedimiento del aparato disciplinario que combina las técnicas de la vigilancia y de la sanción normalizadora. Este dispositivo tiene que ver con cumplir unos estándares, volver al sujeto medible y objetivable, para poder documentar e informar acerca de su desempeño y, de fondo, producir sujetos competentes o sujetos incompetentes. Reconocer estos aspectos permite realizar el ejercicio reflexivo sobre lo que sujeta al sujeto y emprender el cuidado de sí como proyecto político que fundamente un ethos de la libertad, no precaria como la suponen las sociedades de control, ni mucho menos atomizadas como las expuestas en las sociedades de seguridad. Con respecto a estos cuestionamientos éticos, Díaz (2010) plantea para el tema escolar o académico el siguiente interrogante: ¿puede la escuela socializar para la ética y la no violencia a sujetos que provienen de familias o de situaciones sociales violentas? Con el fin de hacer una aproximación genealógica a los temas de la ética y la no violencia en los contextos asociados a la escuela, el análisis del dispositivo da cuenta de la constitución de sujeto en las relaciones de poder, en cuanto se constituye como productor de saberes que, además, lo sujetan. Las relaciones de poder de los sujetos son del orden de la producción y conducción de las voluntades en el campo de la libertad, más que las del campo de la dominación propiamente dicha: Las relaciones de poder comprenden acciones sobre acciones, caracterizadas por la capacidad de “unos” para poder “conducir” las acciones de otros. Siendo indispensable la libertad de los participantes para generar diagramas de agenciamiento o dispositivos, ya que es la lucha agónica, pasando a través de dominados y dominantes, siendo, a su vez, una estrategia de producción (Díaz, 2003, p. 22). Siguiendo la analítica de Foucault y Varela (1978), la noción de represión es totalmente inadecuada para dar cuenta de lo que hay de productor en el poder. El poder es generador de cosas, induce placer, forma saber, produce discursos, esto es lo que precisamente hace que se le acepte; por tanto, es preciso considerarlo como una red productiva más que como una instancia negativa cuya función es reprimir. Es necesario resaltar que la producción de saber que se establece en las prácticas sociales se implanta en la sociedad y, a su vez, genera nuevos objetos de conocimiento y establece nuevos dominios de saber: El conocimiento también genera nuevas técnicas, y nuevas técnicas generan nuevos valores éticos. Cuando esto ocurre, los sujetos que éramos antes de esta irrupción de este nuevo conocimiento, hemos cambiado. Por ejemplo: los sujetos de la Edad Media eran sujetos prácticamente iguales toda su vida, porque eran muy pocas las prácticas sociales con las que se constituían como tales. En cambio, un sujeto como yo, que tengo una larga vida por detrás, debo andar por la tercera o por la cuarta subjetivación. Lo que quiero decir es que aún un genio como Freud si no tiene prácticas sociales que le sean beneficiosas no puede imponer un nuevo dominio de saber (Díaz, 2008, p. 23). Del conocimiento y de la incorporación de nuevas técnicas de poder para la reproducción de este en la sociedad surgen nuevos valores. Es así como el concepto de lo bueno y lo malo cambia. En la práctica cotidiana es usual utilizar como sinónimos la ética y la moral, aunque tanto en filosofía como en derecho no es exactamente lo mismo. Díaz (2008) lo expresa de la siguiente manera: “La moral sería lo concreto, lo que le enseñamos a los chicos, lo que dice el sacerdote a las personas que son creyentes, lo que va bajando los valores de una sociedad. En cambio, la ética es la reflexión sobre la moral”. De esta distinción es pertinente destacar que la moral está relacionada con las costumbres que en una determinada sociedad se consideran como buenas o malas; o sea, la moral está relacionada con el bien y el mal. Esta visión, desde luego, se imparte en las familias, después en las relaciones en la sociedad y a través de instituciones como la escuela, entre otras. Por su parte, ética es la reflexión sobre la moral. Con Díaz (2008) es pertinente preguntarse: ¿cómo se constituyen los sujetos éticos? Haciendo referencia a los griegos y los romanos, es necesario la armonía interior para vivir en armonía con la sociedad. Desde esta perspectiva, se presenta la ética como estética, es decir, el cuidado de sí mismo como una “obra de arte” que no está realizada, sino que es susceptible de construir permanentemente. El siguiente planteamiento propuesto por Díaz (2008) es: ¿cómo puede la escuela socializar para la ética y la no violencia a sujetos que provienen de familias o de situaciones sociales violentas? En este caso, hace un acercamiento a la idea del poder como una red: Normalmente se lo imagina al poder como una pirámide, entonces si es una pirámide, en la punta estaría el poder más denso, más fuerte. La ventaja que me da imaginarlo como una red es que desde la teoría puedo hacer militancia, militancia microfísica o micropolítica, no me estoy refiriendo a militancia partidaria, sino a la militancia que nosotros podemos hacer tantos docentes desde las aulas, desde los ateneos, desde los lugares donde trabajamos. Una medida militante, de militancia, de microfísica o micropolítica es la que reflexiona para cambiar algo que los sujetos saben que está mal, desde los distintos ámbitos posibles. En el ámbito escolar y familiar lo que está mal es la violencia: “Como contrario de violencia se me ocurre la solidaridad. Si imaginamos al poder como una red muy grande, si uno toma bien fuerte de una parte de la red y la sacude, se mueve toda la red” (Díaz, 2008). En cierta medida es asumir una actitud de diagnóstico, de mirar dónde están y cómo se configuran los sujetos, cuáles son las técnicas, cuáles son los dispositivos, quiénes los están haciendo y para qué. Es la posibilidad reflexiva de construir nuevos poderes, nuevos saberes, nuevos sujetos, desde la posibilidad de resistencia. Esta analogía también conduce a la realización de una micropolítica o microfísica siempre desde el interior de las instituciones: las escuelas, las universidades, los clubes, desde los lugares donde hay personas que quieren que las cosas cambien. Finalmente, Díaz (2008) entiende posturas desde la micropolítica en las cuales se desliga de lo que se construye social mente como dispositivos, para socializar la ética y la no violencia, implicando una construcción colectiva de respuestas a estos fenómenos sociales, en este caso, desde el ámbito escolar. Por esto, traza una apuesta para hacer visibles las prácticas como un saber: Tenemos que buscar líneas de fuga entre los implicados no solamente desde las personas adultas sino en colaboración con quienes están madurando. No solamente bajar códigos, sino interactuar con todos los miembros de la institución, buscar nuevas verdades porque ya sabemos que se constituyen nuevos saberes desde diferentes prácticas. Las prácticas son del orden del saber, los saberes son del orden de la verdad. No creo que la verdad sea una, ni inmutable, ni eterna, ni esté en un lugar inalcanzable, sino que creo que la construimos entre todos. A modo de corolario, y con base en algunas ideas presentadas en el libro La universidad productora de productores: entre biopolítica y subjetividad (Martínez, 2010), es importante preguntar: ¿cómo el dispositivo constituye sujetos en las dimensiones epistémica, moral y política? Esta perspectiva de análisis está en el contexto de la sociedad neoliberal, la sociedad productora, la sociedad del mercado. En esta sociedad se ha creado, o se crea, un tipo de sujeto que sirve a unos fines específicos: los fines capitalistas. En la formación del sujeto se dan unos entramados conceptuales propios del capitalismo-neoliberalismo: “Los aspectos cognitivos y éticos se organizan en torno a la exigencia capitalista del emprendimiento, el liderazgo y el desarrollo”. En la fórmula ordoliberal de “convertir todo en mercado” subyace la economía de poder que produce esa relación entre moral, saber y poder de la que se ha hablado. La subjetividad que se produce organiza sus posibilidades morales (libertad individual), políticas y jurídicas (derecho, deber, gobierno) y epistemológicas (relación saber-naturaleza, fenómenos de población-ciencias humanas) precisamente desde las exigencias que la gestión del riesgo que propone el control típico de la sociedad de seguridad. En el fondo se opera un cambio histórico fundamental: la lenta emergencia de una sociedad que empieza ofreciendo control como correlato de la vida social, a una sociedad neoliberal que generaliza un modo ético, político, jurídico y epistemológico: sociedad de empresa (Martínez, 2010, p. 57). ¿Qué subjetividad se está constituyendo en las formas biopolíticas avanzadas del neoliberalismo? El homo economius. Como queda constatado en la anterior referencia, todo el potencial intelectual y corporal de los sujetos se supedita a ese pretendido “moldeamiento, frente a la preocupación fundamental de la gubernamentalidad por producir la vida y los modos de vida específicos del capital, Foucault la llamó biopolítica”. Y esto, en los aspectos que conciernen a la totalidad del ser humano: El sujeto que se produce aquí tiene tres órdenes diferentes, pero interconectados. Por un lado se produce un sujeto de conocimiento (el cuerpo como objeto de saber), por otro, un sujeto moral (el cuerpo que obedece desde el diseño de una voluntad de obediencia) y, finalmente, un sujeto político (cuando se considera al cuerpo en su potencia y su resistencia) (Martínez, 2010, p. 38). Si en algún momento era importante el disciplinamiento del cuerpo, hacerlo dócil (anatomopolítica), ahora lo es el control de la vida misma a través de unas estrategias eficaces que, además, producen las nuevas subjetividades. La transición de sociedades disciplinarias a sociedades de control, o, mejor aún, la forma híbrida que se conforma, evidencia que no son sociedades antagónicas, sino que están imbricadas entre sí. Allí, los medios de comunicación han desempeñado un papel fundamental: Los grandes poderes industriales y financieros producen, entonces, no solo mercancías, sino también subjetividades. Producen subjetividades que a su vez son agentes dentro del contexto político: producen necesidades, relaciones sociales, cuerpos y mentes, lo que equivale a decir que producen productores (Martínez, 2010, p. 95). Las mentes y los cuerpos que se constituyen son para el capital, y en este ámbito, los juegos de saber y poder producen sujetos epistemológicos, sujetos morales y sujetos políticos. Los sujetos, desde la perspectiva del capitalismo, están orientados a la producción de riquezas. La cultura queda supeditada a este tipo de sociedad, a este tipo de hombre. Es necesario tener capacidad de producir para salir al mercado a consumir. Esta parece ser una relación cíclica. No obstante, frente a estos poderes totalizantes, existe la posibilidad de la resistencia: Dado que el poder siempre es reversible, afirmación de Foucault, es posible proponer alternativas educativas que resistan esta constitución subjetiva. Hacer visible el dispositivo es ya empezar a hacerlo, pues, para Foucault, hacer el trabajo crítico de las racionalidades gubernamentales permite aclarar los límites de las relaciones entre el saber, el poder y el sujeto, para interrogarse ahora por la posibilidad de otras formas de vida, de otras subjetividades (Martínez, 2010, p. 164). Las subjetividades están en constante reconstitución, y esa posibilidad la brinda la misma dinámica del dispositivo, el cual como tal no es ni un discurso, ni una cosa, ni un sujeto, sino la red que se establece entre estos. Por otra parte, en el campo de la salud se han venido implementando nuevos dispositivos que parecieran responder a necesidades de la comunidad; pero, desde la reflexión, se puede observar cómo, en su ejercicio de poder, normalizan y regulan la vida misma en pro de determinantes de desarrollo, globalización y consumo. Por ejemplo, el panorama de la salud reporta altas tasas de mortalidad anual en el mundo por enfermedades crónicas no transmisibles, como las enfermedades cardiovasculares, respiratorias crónicas (el asma y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica), el cáncer y la diabetes mellitus. La Organización Mundial de la Salud reportó en el 2008 un 60 %, mientras en Colombia, según cifras del Ministerio de la Protección Social (Pontificia Universidad Javeriana y Cendex, 2008), se refiere un 76 %. Teniendo en cuenta los datos del Estado como plan de acción para disminuir estos niveles de mortalidad, se promueven discursos en torno a la educación, administración y gestión de estilos de vida saludables. Estos discursos cada vez están menos pensados en lo humano; discursos que producen sujetos matematizables; discursos que han sido poco eficientes en términos “salubres”, por no responder de manera adecuada a otros determinantes sociales, como la pobreza, pero que logran responder a otros como desarrollo, globalización y consumo. Se configuran así como dispositivos discursivos que apelan a la verdad desde la ciencia médica, a partir de diversos mecanismos que ejercen un poder dominante y normalizados Este régimen ordena y clasifica los individuos, los tipifica: los fumadores y los no fumadores, los gordos y los flacos, los sedentarios y los activos; y aquellos que se encuentren fuera del patrón típico, legitimado y aceptado socialmente, deben ser castigados como culpables. Con Díaz (2008) se diría: “No hay nadie más manejable que alguien con culpa”. Lo anterior pone en evidencia las producciones de subjetividades autogestionadas, pero a la vez controladas y reguladas por las tecnologías del biopoder, la anatomopolítica y la biopolítica. Tales técnicas de control, desde los estilos de vida saludable, tienen en la mira la constitución de sujetos altamente productivos, rentables, económicos, capaces de autosostenerse y autocuidarse, para asimismo reproducirse socialmente, es decir, consumir en el marco de sistemas capitalistas. Desde la visión ética propuesta es válido pensar los estilos de vida saludables no desde una mirada simplificante, reductora y egoísta del capitalismo, sino propuestos con un sentido humano y moral que valore y dignifique la existencia humana, donde se reconozca que mediante tales comportamientos saludables es posible el goce y disfrute de la vida, la satisfacción plena de lo humano y una mejor calidad de vida. Un concepto de vida y de sujeto vivo cambia cuando se reconoce la población como público: Es la población tomada a partir de sus opiniones. [...] Hay técnicas para las “conductas de las almas” que conciernen a la población-público y que Foucault no analiza, pero que hoy son estratégicas para la definición del capitalismo. Una vida que moviliza el cerebro, la memoria, el lenguaje y las técnicas que actúan sobre estos elementos (Lazzarato, 2006, pp. 94-99). Se evidencia entonces, como lo plantea Rose (2012), una biopolítica contemporánea: la vida humana se entiende en términos moleculares, hay cambios orientados a incrementar la capacidad de modificar la vitalidad, el desarrollo, el metabolismo, los órganos y los cerebros. Se enmarca de esta forma la “clase de persona que queremos ser y que nuestros hijos sean”, campos prósperos para la bioeconomía, el neuromarketing y la neuropolítica. Nuevos dispositivos que constituyen formas de subjetivación, en cuanto reorganizan los derechos, las expectativas y los deberes de los seres humanos, las formas de relacionarse consigo mismos, con otros y con el mundo. El gerenciamiento de la vida cobra dimensiones celulares (molecularización) que pueden ser visualizadas de manera digital y que adquieren características de mercancía como unidades manipulables y transferibles. Da paso también a una ética de la ciudadanía biológica y de responsabilidad genética, por lo que la individualidad somática y la neuroquímica de los sujetos se convierten en un ámbito para el ejercicio de la elección, la prudencia y la responsabilidad: “La biología ha dejado de ser destino” para ser oportunidad; no es determinista. Ante esta revisión surge la pregunta por la ética y por cómo el sujeto “sujetado” a estos dispositivos puede constituirse en su individualidad, o si está destinado por los dispositivos hegemónicos en cada momento histórico. Esta pregunta insistente se plantea quizás tal como lo hace García (2011): ¿se trata de un autómata fabricado según un estándar maquínico de producción? Desde este autor, la respuesta es “no”, en primera instancia porque un dispositivo no debe ser entendido como una máquina, como un objeto que opera reproduciendo eternamente el mismo mecanismo y el mismo resultado, sino que más bien está en constante reconfiguración de sí mismo, como dotado de una suerte de inteligencia artificial; por ello, produce diferentes subjetividades en cada momento histórico. Y, en segundo lugar, porque no todos los individuos son permeados por todos los dispositivos o por toda la red de saber-poder a lo largo de su historia; no circulan por ella de manera sistemática ni uniforme. Antes de imprimir sobre los sujetos lo que tienen que decir, ver, hacer, pensar o ser, lo que un dispositivo inscribe son reglas y procedimientos, esquemas lógicos, éticos y corporales, que orientan de manera general las conductas en un campo limitado, pero inconmensurables de posibilidades. La práctica es una interpretación y reinterpretación de la regla para cada caso particular; y la regla, a su vez, solo se hace práctica con la práctica, y esta también configura nuevas reglas. Al respecto, sugiere Lazzarato (2012): El vínculo ético-político del hombre con el mundo y del hombre con los otros hombres se ha roto. Dice Deleuze: “Es el vínculo lo que debe convertirse en objeto de creencia. [...] La creencia no se dirige al mundo otro o transformado. [...] Tenemos necesidad de razones para creer en este mundo” tal como es, y para creer en las posibilidades de acción y de vida de las cuales el mundo recela. Así, nuestro escepticismo no es cognitivo, sino ético. El impasse es a la vez político y ético, un impasse que atañe a nuestra toma de posición, de compromiso, a nuestra capacidad de poner a prueba el mundo, a los otros y a nosotros mismos (p. 33). Lo anterior implica creer en el mundo como toma forma de agente emancipador que ve en “tomar partido por estas posibilidades”, en comprender las actualizaciones, mutaciones, variaciones o emergencias de elementos que se entretejen en la red saber-poder-subjetividad como objeto de conflictos, bifurcaciones y alternativas diferentes entre sí. Es decir, se hace necesario poner de manifiesto la potencia de actuar en contra de los dispositivos de sujeción y de dominación del mundo para no dejarse gobernar; creer que en estas nuevas posibilidades, significaciones, agenciamientos y modos de existencia, la lucha contra las propias relaciones de dominio y de sujeción permite el gobierno de sí mismo. Esto cobra gran importancia si, como lo expresa Lazzarato (2012), se comprende que el paso que afecta al Estadoprovidencia “no es simplemente un cambio en las modalidades de gobierno económico y social, sino también, y sobre todo, un cambio en el gobierno de las pasiones y especialmente de la creencia-confianza” (p. 43). Esto implica fabricar una creencia o confianza en la efectividad de la empresa y de los mercados para cubrir los riesgos, y brindar protección “como residuos colectivistas de un tiempo pasado, de los cuales hay que desconfiar” (p. 43). De esta manera, el lema encubierto para el desarrollo del capitalismo contemporáneo se presenta como “ten miedo y desconfía de todo el mundo, de los otros y de ti mismo”. Si bien en lo público los discursos promueven el desarrollo de los potenciales humanos como la responsabilidad, la autonomía, la creatividad, la confianza, el liderazgo y el espíritu de equipo, “a nivel macro la pasión dominante, cuidadosamente producida y mantenida, [es] el miedo, [...] y el miedo constituye una reversión de las fuerzas pasionales y volitivas, así como de la ‘disposición a actuar’ contra los otros, contra el mundo, contra sí mismo” (Lazzarato, 2012, p. 57). Así, se genera en las sociedades una experiencia de “no futuro”, ya que predominan el temor, la desesperanza, el resentimiento y la desconfianza. Esto vuelve la flecha del tiempo a la historia, por lo que las sociedades empiezan a vivir en un deber a la memoria, el acontecimiento deja de ser lo que se va a dar, lo que está en trance de ser hecho, lo que viene siendo, sino lo que ya se ha producido. En esta sociedad del conocimiento, la alternativa de resistencia se presenta, más que en la cuestión del saber, en el proceso de subjetivación, como proceso ético-político que se produce a partir de las configuraciones actuales de las relaciones de poder y de dominación del “capitalismo cognitivo”, y de las posibilidades de lucha (micro-y macropolítica) que se configuran en su propia estructura. De esta manera, creer en el mundo y en sus posibilidades se constituye en una línea de fuga o de escape, donde se arriesgue una acción “que no se subordine a ninguna normatividad exterior, a ninguna trascendencia, sino que construya, montando y problematizando dispositivos ‘procesuales, polifónicos y autopoiéticos’, sus propias reglas, sus propios protocolos, sus propias modalidades de organización, sus propias hipótesis parciales y específicas que somete siempre a la prueba de lo que es y de lo que viene” (Lazzarato, 2012, p. 58). Esto implica no comprometerse o sujetarse a procesos de subjetivación trascendentes, universales y totalizantes, sino a modelos que problematizan, interrogan, exploran su propio devenir, se autocuestionan y reflexionan. Así como sucede en la educación (básica, secundaria y universitaria), en la salud y en diferentes espacios institucionales también se hace necesario un cuestionamiento ético no solo de los estudiantes y usuarios, sino de los profesionales, los maestros y las demás personas a cargo de estos dispositivos, para que cada sujeto logre “constituirse” a sí mismo y no simplemente opere en él una serie de elementos que lo subjetiven o desubjetiven de acuerdo con las necesidades del contexto sociohistórico que lo envuelve. Así, a lo largo de este libro, la discusión organizada permite responder qué es un dispositivo; pregunta formulada por diversos autores y que remite a los tres niveles de problematización que sugiere García (2011) a partir de Foucault: 1) El dispositivo es una red, un conjunto heterogéneo de múltiples y variados elementos o líneas (desde Deleuze) que se entrecruzan unas con otras, sin llegar a ser más dominante una que otra. Como mencionaría Díaz (2005), si se tiembla —al referirse a la red— se tiembla todo. Los dispositivos se constituyen desde diversos discursos y establecen a su vez relación con otros dispositivos produciendo subjetividades que, según los dispositivos que atraviesen los sujetos, configuran un archipiélago de subjetividades, como propondría Sousa-Santos (1998): nunca somos una subjetividad exclusiva. 2) La naturaleza del dispositivo es esencialmente estratégica. Una red que organiza los diferentes elementos que la conforman, como en un juego se asumen los cambios de posición para disponer y producir sujetossujetados a determinados efectos de saber-poder. 3) En momentos históricos determinados, el dispositivo tiene como función responder ante una urgencia. Desde Lazzarato (2006), el acontecimiento no es la solución a una situación problemática, sino la apertura de nuevas posibilidades, nuevas posibles soluciones, donde las acciones no solo se atribuyen al individuo y a su subjetividad, sino que se originan en el “medioambiente”. Y es precisamente ahí donde las sociedades de control ejercen su poder no directamente sobre el individuo y sobre su cuerpo, considerando lo que Foucault define como el poder: “Modo de acción que no actúa directa e inmediatamente sobre los demás, sino que actúa sobre su propia acción”. A partir de lo anterior, recordar los significados de la palabra sujeto, que presenta Foucault, posibilita el reconocimiento de nosotros mismos como dispositivo: un sujeto “sujeto a otros por control y dependencia y sujeto como constreñido a su propia identidad, a la conciencia y a su propio autoconocimiento”, para cumplir con el compromiso éticopolítico de sujetos que buscan horizontes nuevos, sujetos que no se dejen atrapar por el dispositivo, y así poder configurar el deseo dominante de quien pretenda gobernarnos. Al respecto, Deleuze (1999) dice: Desenmarañar las líneas de un dispositivo es en cada caso levantar un mapa, cartografiar, recorrer tierras desconocidas, y eso es lo que Foucault llama “trabajo en el terreno”. Hay que instalarse en las líneas mismas, que no se contentan solo con componer un dispositivo, sino que lo atraviesan y lo arrastran, de norte a sur, de este a oeste o en diagonal (p. 160). Ese recorrido por lo desconocido, para escapar de la sujeción de otros sobre el sujeto, configura otro dispositivo: uno de resistencia que produce estratégicamente otro tipo de saberes y poderes, definiendo nuevas prácticas y configurando subjetividades libres y autoconstituidas: el juego estratégico es que aunque yo haga parte del sistema, ¿cómo hago para jugar dentro del mismo sistema, contra el sistema desde el sistema, contra el imperio desde el imperio? ¿Cómo pensarse a sí mismo como parte de ese dispositivo, pero también como desarme de ese dispositivo? Y la respuesta no es otra que reconocer que el dispositivo soy yo, y el primer lugar de resistencia para desarmar el dispositivo también soy yo desde prácticas de libertad y ejercicios continuos de liberación. Agamben, G. (2006). ¿Qué es un dispositivo? Roma: Ottetempo. Agamben, G. (2009). El reino y la gloria: por una genealogía teológica de la economía y del gobierno. Valencia: Pre-Textos. Agamben, G. 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Una lectura desde las políticas del acontecimiento (2010); La universidad productora de productores: entre biopolítica y subjetividad (2010), y las compilaciones Cartografía de éticas para la paz en el siglo XXI (2013); Cartografías de ¡a Universidad en lo local, lo regional y lo global (2012); Miradas sobre la reconciliación (2010), y Miradas sobre ¡a subjetividad (2009). Tam­ bién ha publicado diversos capítulos de libros. Es autor de diversos artículos científicos publicados en revistas especializadas como Universitas Humanística; Revista Argentina de Sociología; Revista Tabula Rasa; Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, N i­ ñez y juventud, y Revista Hologramática de Argentina. Ha sido invitado como profesor y conferencista de la Universidad de Barce­ lona, España; la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina; la Universidad Católica Silva Henríquez de Chile y la Universidad de Cádiz, España. Docente-investigadordel Doctorado en Ciencias Sociales y Humanas de la Pontificia Universidad Javeriana, Profe­ sor en los doctorados en Educación y Socie­ dad de la Universidad de Barcelona, el de Educación de Rudecolombia, el de Estudios Sociales de la Universidad Externado de Colombia y el de Ciencias Sociaies, Niñez y juventud del O nde. Nombrado Profesor Visitante Distinguido por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina (2013), En la actualidad es profesor titular de la Universidad de La Salle, Bogotá. Contacto: [email protected] "La pregunta que surge inmediatamente al considerar este libro de Jorge E. Martínez podría ser la de ¿cómo articular un trabajo disperso en tantos lugares, con intereses distintos, con expresiones analíticas e históricas tan diferentes? Quizá deba decirse, a modo de respuesta provisional, que tal dispersión se da en un campo de problematizaciones con interconexiones ficcionales construidas como estrategia para delinear un espacio posible de interrogación acerca de las relaciones complejas entre sujetos, saberes y poderes. Los interrogantes de investigación que se agrupan en este trabajo serían entonces las líneas que dibujan un errar, en el doble sentido de exploración y traslación sin sentido (valga la ironía hermenéutica), cuya preocupación constante sigue siendo, al decir de Foucault, 'saber cómo se gobiernan los hombres (a sí mismos y a los demás) a través de la producción de la verdad'". Adrián José Perea Acevedo Doctor en Filosofía, Pontificia Universidad Javeriana Docente-investigador Universidad Distrital Francisco José de Caldas "En este libro Jorge Eliécer Martínez aborda de manera magistral las nociones de dispositivo y poder, no con el propósito de erudición filosófica sino con el fin de hacer una reflexión crítica y profunda de la relación educación-sociedad. Cuando digo magistraimente, me refiero precisamente al tono discursivo de esta obra: habla Jorge Eliécer el maestro; es decir, este libro establece un diálogo con el lector neófito en estos temas y establece las herramientas de análisis propicias para una ontología del presente educativo. En este sentido, la obra del profesor Martínez planten el pro­ blema de la relación saber-poder en la constitución del sujeto, para luego hacer un recorrido por la noción de dispositivo y cómo este permea la educación, al punto de convertirse en el aparato bíopolítlco por excelencia en nuestras sociedades actuales. En síntesis, este libro nos brinda la posibilidad de reconocernos como sujetos de poder y, al mismo tiempo, es una caja de herramientas para hacer resistencia al dispositivo en el que estamos inmersos". Vladimir Alfonso Núñez Camacho Doctor en Ciencias del Lenguaje, Universidad Paul Valéry, Montpellier 3 Doctor en Filosofía„ Universidad de París 8 Vincennes Saint Denis Docente-investigador Pontificia Universidad Javeriana #• •• Ediciones Uo Is a i Ic Oficina de Publicaciones Sede Chapinero, Cra S No. 59A-44 P.B.X. 348 8000 cx( 1224 - 1276 Correo electrónico: [email protected] www.lasatlc.cdu.co Bogotá. D.C., Colombia