GRACIA ABUNDANTE Misericordia Divina para el más grande pecador JOHN BUNYAN Editor: Jaime Daniel Caballero Impreso en Lima, Perú GRACIA ABUNDANTE Autor: ©Jaime Daniel Caballero Vilchez John Bunyan Primera revisión de traducción: Elioth Fonseca. Segunda revisión de traducción: Jaime Daniel Caballero. Diseño de cubierta: Angélica García-Naranjo. Revisión de estilo y lenguaje: Gabriel Portal. Serie: Clásicos Reformados. Volumen: 04 Titulo original: “Grace Abounding to the Chief of Sinners: A Brief and Faithful Relation of the Exceeding Mercy of God in Christ to his Poor Servant, John Bunyan”, en The Works of John Bunyan: Volumen 1: Experimental, Doctrinal, and Practical (Glasgow: W. G. Blackie & Son, 1854), 1-63. Editado por: © TEOLOGIAPARAVIVIR.S.A.C José de Rivadeneyra 610. Urb. Santa Catalina, La Victoria. Lima, Perú. [email protected] https://www.facebook.com/teologiaparavivir/ www.teologiaparavivir.com Primera edición: octubre de 2019 Tiraje: 1000 ejemplares Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú, N°: 2019-12860 ISBN: 978-612-47706-2-3 Se terminó de imprimir en Octubre de 2019 en: ALEPH IMPRESIONES S.R.L. Jr. Risso 580, Lince Lima, Perú. Prohibida su reproducción o transmisión total o parcial, por cualquier medio, sin permiso escrito de la editorial. Las citas bíblicas fueron tomadas de las Versión Reina Valera de 1960, y de la Nueva Biblia de los Hispanos, salvo indique lo contrario en alguna de ellas. ◆ ◆ ◆ TABLA DE CONTENIDOS TABLA DE CONTENIDOS DEDICATORIA AGRADECIMIENTOS SOBRE LOS AUTORES INTRODUCCIÓN Jaime D. Caballero 1. ¿Cuál es el contexto histórico de Gracia Abundante? 2. ¿Cuál es la importancia del libro Gracia Abundante? 3. ¿Cuáles son los temas principales de Gracia Abundante? Conclusión Puntos para tener en cuenta al momento de leer esta obra JOHN BUNYAN: SU VIDA, OBRAS E INFLUENCIA Geoffrey Thomas 1. Su conversión 2. Sus obras 3. Su encarcelamiento 4. Su perdurable influencia 5. Sus últimos días PREFACIO ORIGINAL DE JOHN BUNYAN PRIMERA PARTE: EL RELATO DE BUNYAN DE SÍ MISMO PREVIO A SU CONVERSIÓN CAPÍTULO 1: COMIENZOS DE REBELDÍA CAPÍTULO 2: MATRIMONIO Y DESEOS RELIGIOSOS CAPÍTULO 3: CONVICCIÓN, CONCIENCIA Y APARIENCIAS EXTERNAS SEGUNDA PARTE: EL RELATO DE BUNYAN DE SU CONVERSIÓN Y LAS DOLOROSAS PRUEBAS DE ESPÍRITU PREVIO A SU UNIÓN A LA IGLESIA EN BEDFORD CAPÍTULO 4: CONVERSIÓN CAPÍTULO 5: CONFUSIÓN CAPÍTULO 6: CONFESIÓN Y CONSUELO CAPÍTULO 7: CONFLICTO Y ESPERANZA TERCERA PARTE: EL RELATO DE BUNYAN CUANDO ASISTE AL MINISTERIO DEL SR. GIFFORD Y SE EMPEÑA INTENSAMENTE EN ENTENDER LAS DOCTRINAS DEL EVANGELIO CAPÍTULO 8: BUSCANDO LA VERDAD EN LA PALABRA CAPÍTULO 9: EL REGRESO DEL TEMOR Y LA DUDA CAPÍTULO 10: VOLVIENDO A DIOS CAPÍTULO 11: MÁS DUDAS CAPÍTULO 12: ¡GRACIA SUFICIENTE PARA MÍ! CAPÍTULO 13: CRISTO, MI JUSTICIA CAPÍTULO 14: LA CAUSA Y BENEFICIO DE LAS TENTACIONES CUARTA PARTE: EL RELATO DE BUNYAN SOBRE SU MINISTERIO CAPÍTULO 16: EL LLAMAMIENTO AL MINISTERIO CAPÍTULO 17: OPOSICIÓN CAPÍTULO 18: DONES Y GRACIA CAPÍTULO 19: ENCARCELAMIENTO CAPÍTULO 20: FIRMEZA ANTE EL MARTIRIO CONCLUSIÓN DEDICATORIA A Arturo Vilchez, y toda la familia Vilchez-Puchuri: Arturo, Iris, Julieta, Salvador y Alejandro. Que puedan conocer más y más la súper abundante gracia de Dios en Cristo Jesús ◆ ◆ ◆ JOHN BUNYAN (1628-1688) Engraved by Francis Holl DRAWN BY KENNETH MACLEAY R.S.A FROM A RARE PRINT AFTER THE PICTURE PAINTED FROM THE LIFE BY T. SADLER IN 1685 AGRADECIMIENTOS sta pequeña obra que ahora se pone a disposición del pueblo de habla hispana no hubiera sido posible sin la ayuda de un número de personas. En particular Elioth Fonseca, quien realizó una excelente traducción del texto original. El Señor te colme de bendiciones hermano, tanto en esta vida, pero por sobre todo en la por venir. También a Yarom Vargas, quien amablemente realizo la traducción del ensayo escrito por Geoffrey Thomas. Gracias por tu ayuda querido amigo. Quisiera también agradecer al equipo de la Editorial Teología Para Vivir, la mayoría de ellos voluntarios, soñadores como el que escribe estas líneas, que creen que lo imposible se puede volver verdaderamente posible si trabajamos en unidad para el Señor. Sabemos que la traducción de estas obras clásicas de la Fe Evangélica Protestante, hasta solo unos cuantos años enterradas en el olvido, será, si el Señor lo permite, nuestro legado para las siguientes generaciones. Nuestros hijos y nietos seguirán beneficiándose del esfuerzo de nuestras manos. Agradecer a Angélica García-Naranjo, por su ayuda en la creación de la portada. También a Gabriel Portal por su valiosísima ayuda revisando el texto y la gramática de la edición final, corrigiendo en mas de una oportunidad mis errores ortográficos y gramaticales. Agradezco también a Geoffrey Thomas por escribir un ensayo sobre la vida de John Bunyan a manera introductoria para esta obra. He tenido la bendición de escuchar a Geoffrey Thomas predicar mas de una vez en la Iglesia Alfred Place Baptist Church en Aberystwyth, Gales, durante las conferencias anuales organizadas en Gales por el Evangelical Movement of Wales, bajo el nombre de “The Aberystwyth Conference”. Gracias por ser un ejemplo e inspiración para toda una generación de jóvenes ministros británicos y alrededor del mundo. Agradezco también a Joel Beeke y el equipo del Puritan Reformed Journal, por su gentileza en dejarme indagar en los archivos de dicha revista teológica y traducir aquello que considere conveniente. Que el Señor bendiga y expanda su ministerio aún mas. A mi esposa Ellie, por sus continuos cuidados y paciencia para conmigo, especialmente en tiempos de dificultad. Finalmente, a Cristo Jesús, quien dispuso el deseo, proveyó los medios, y para quien toda la gloria de este proyecto, por salvar a este siervo, el mas grande de los pecadores. E Jaime Daniel Caballero Cork, Irlanda Lunes, 17 de Diciembre, 2018 ◆ ◆ ◆ SOBRE LOS AUTORES Jaime Daniel Caballero B.Sc. Universidad Nacional Agraria la Molina, Lima (Peru); B.A. Seminario Teológico Bautista, Lima (Perú); MDiv. London Seminary (Londres, Inglaterra); ThM. Westminster Theological Seminary (Philadelphia, US); PhD – por completar. Daniel Caballero es director y fundador del ministerio Teología para Vivir, el mismo que tiene el propósito del desarrollo de la educación teológica en Latinoamérica. Su campo de especialización es en estudios de la Reforma y Post-Reforma. Está casado con Ellie, y actualmente radican en Irlanda, mientras Daniel realiza estudios doctorales, al mismo tiempo que sirve en ministerio pastoral. Ha escrito una disertación (en inglés), titulada, ‘El rol del Pacto de la Redención en la teología experiencial de John Owen’, y actualmente se encuentra escribiendo una disertación doctoral relacionada a los elementos históricos del puritanismo inglés. Daniel Caballero ha escrito varios artículos para revistas teológicas, y editado dos libros en español: John Owen y el Puritanismo Inglés, (ed.), publicado en tres volúmenes, y John Flavel y la Predicación Cristocéntrica (ed.), entre otros. Hugh Geoffrey Thomas B.A. University College of Cardiff; M.Div. Westminster Theological Seminary-PA. Geoffrey Thomas es un reconocido pastor y predicador Gales. Es casado con Iola y tienen dos hijas. Fue pastor por mas de cincuenta años en la Iglesia Alfred Place Baptist Church en Aberystwyth, Gales. Geoffrey es considerado como uno de los sucesores de Martyn Lloyd-Jones en Gales. Es profesor visitante de Teología Histórica en Puritan Reformed Theological Seminary. Geoffrey es tambien el editor asociado de la casa publicadora The Banner of Truth (Estandarte de la Verdad). Ha escrito cientos de artículos para revistas académicas y pastorales a lo largo de los años, así como un gran numero de libros, como por ejemplo The Holy Spirit, Daniel: Servant of God Under Four Kings, Philip and the Revival in Samaria, y Ernest Reisinger: A Biography. Algunos de sus libros han sido traducidos al español. Sin embargo, la mayor influencia de Geoffrey Thomas ha sido a través de la predicación. Durante mas de cincuenta años de ministerio en Gales ha expuesto expositivamente de todas las Escrituras, dejando un legado de una colección de mas de mil sermones. En el 2013, un libro en su honor conteniendo una colección de ensayos de un numero de eruditos reformados fue preparado en su honor bajo el titulo El Espíritu Santo y la Espiritualidad Reformada (The Holy Spirit and Reformed Spirituality). INTRODUCCIÓN Jaime D. Caballero me preguntó hace un tiempo: ¿Cuál es la diferencia entre una obra antigua como El Progreso del Peregrino, y un libro actual? Mi respuesta fue: A lguien “La diferencia es que dentro cien años la gente seguirá leyendo a Bunyan, como lo han venido haciendo en los últimos trescientos años, mientras que quizá ya nadie leerá las obras de [mismo autor contemporáneo]”. Esto es cierto. A pesar de haber sido escritas hace más de trescientos años, las obras de John Bunyan como El Progreso del Peregrino, y Gracia Abundante para el más grande de los pecadores, se siguen leyendo; y es muy probable que lo sigan haciendo hasta el final de los tiempos. Gracia Abundante ha sido considerada como la más grande obra clásica sobre la salvación de todos los tiempos desde un punto de vista íntegramente evangélico protestante.[1] 1. ¿Cuál es el contexto histórico de Gracia Abundante? Gracia Abundante fue escrita en 1666, mientras Bunyan se encontraba en prisión.[2] Sin embargo, los eventos narrados en la misma tuvieron lugar muy probablemente entre 1650 y 1656. Aunque algunos han criticado la precisión de la cronología de los eventos registrados por Bunyan, esto pierde de vista el propósito principal de la obra la cual es, en cierta manera, enseñar verdades teológicas a través de una narración biográfica. La obra fue editada posteriormente por Bunyan mismo en 1673, para quedar en su forma final en 1680.[3] Los eventos narrados en el libro entre 1650-1656 tuvieron lugar en medio de una serie de controversias teológicas que se estaban dando en Inglaterra. Oliver Cromwell (1599-1658) se encontraba en el poder solo por un poco más de tiempo hasta que la monarquía fuera restaurada unos años más tarde. El nuevo rey, Charles II, lanzaría una serie de represalias hacia el partido político que había sido ultimadamente responsable por la decapitación de su padre, el rey Charles I. De esta manera se iniciaron una seria de persecuciones hacia el movimiento puritano, lo cual desencadenó con el hecho de que un gran número de ministros puritanos fueron expulsados y prohibidos de ejercer el ministerio bajo pena de cárcel en 1662. Bunyan se encontraba en la cárcel por haber quebrado en más de una vez esta prohibición. Para entender correctamente los temas de ‘Gracia Abundante’, debemos comprender a cabalidad las controversias sobre el tema de la salvación, particularmente en el área de la justificación, en las cuales Bunyan se encontraba. La controversia principal en la cual Bunyan se vio envuelto entre 1650 y 1656 fue con los cuáqueros. [4] a. La controversia con los cuáqueros Bunyan se vio envuelto en una seria de controversias y debates con Edward Burrough (1634-1663), quien era uno de los principales representantes teológicos de los cuáqueros. Durante 1650-1656, periodo en el que los eventos narrados en Gracia Abundante tuvieron lugar, Bunyan y Burrough escribieron una serie de libros respondiéndose el uno al otro.[5] Fue Bunyan quien comenzó la controversia con su libro Algunas verdades del Evangelio expuestas de acuerdo con las Escrituras (1656).[6] Burrough respondió al mismo en su libro: La verdadera Fe del Evangelio de la Paz (1656),[7] Bunyan por su parte, respondió con su libro: Una vindicación del libro: Algunas verdades del Evangelio expuestas de acuerdo con las Escrituras (1657),[8] al cual Edward Burrough inmediatamente respondió con otro libro titulado: La verdad, la más fuerte de todas, testificando a favor del Espíritu de verdad, en contra de todo engaño (1657).[9] La tendencia a escribir libros en respuesta a otros no es nueva. Sin embargo, el día de hoy los mismos no son publicados con la misma facilidad que en el siglo XVII, pues usualmente el desarrollo de una controversia se da a través de ensayos académicos escritos en revistas teológicas, y antes de que las mismas lleguen a publicación pueden pasar años. Esta, entre otras muchas, es una de las razones de la importancia de leer revistas teológicas.[10] Es decir, publicaciones de alto calibre teológico, escritas por los mejores eruditos, respondiendo a asuntos contemporáneos, con la libertad que da un ‘journal’. b. Los cuáqueros y la luz interna en los hombres Los cuáqueros sostenían que todo hombre, de manera natural, tiene una luz interna. Los hombres responden a la oferta del Evangelio por su propia voluntad, de acuerdo con esa luz interna. Justificación, en el esquema cuáquero, es no oponer resistencia a esa luz interna sino actuar en conjunción a la misma, de esta manera el hombre llega a ser santo y justo.[11] De esta manera, la seguridad de salvación en el sistema teológico Cuáquero era subjetivo, en lugar de algo objetivo. Bunyan respondió que la doctrina cuáquera era una distorsión del Evangelio. La Justificación es un acto forense llevado a cabo de manera instantánea y de manera independiente de la Santificación. Si bien la Santificación es una consecuencia necesaria de la Justificación, estas son distintas, pero inseparables.[12] Entender el debate, y las enseñanzas a las cuales Bunyan se vio expuesto durante esta etapa de su vida cuando los eventos de Gracia Abundante la razón por la cual Bunyan pone tanto énfasis en lograr una plena seguridad de salvación. La controversia con los cuáqueros llevo a Bunyan a basar su seguridad de salvación no en algo subjetivo, sino en algo objetivo y externo a el mismo, es decir, la imputación de justicia de Cristo mismo al creyente como un aspecto esencial de la Justificación. Esto es lo que mas adelante seria conocido por el nombre de ‘Doble Imputación de Justicia’. Es decir, que en la Justificación no solo los pecados del creyente son adjudicados a Cristo en la Cruz del Calvario, sino que también toda la justicia de Cristo es dada o imputada al creyente. c. La justificación como base de la santificación y seguridad de salvación del creyente Gracia Abundante, es un vivo ejemplo de la importancia de una tener una doctrina correcta en la vida cristiana, y como un entendimiento correcto de la Justificación y la Santificación, afecta prácticamente cada área. En las palabras del erudito William Kerr: Para Bunyan la justificación, la regeneración, la mortificación y la santificación no son compartimientos teológicos, sino la substancia de la experiencia cristiana.[13] Esto es de vital importancia para nuestro contexto latinoamericano. Muchos creyentes, de manera similar a los cuáqueros, pondrían la confianza de su seguridad de salvación, no en un acto objetivo y externo a ellos mismos, sino en un aspecto subjetivo de la voluntad del hombre esto es su decisión de seguir a Cristo. “¿Cómo sabes que eres salvo? Porque decidí seguir a Cristo”. Su seguridad de salvación es subjetiva e interna, en lugar de objetiva y externa. Esto es de suprema importancia porque afecta no solo nuestro entendimiento del Evangelio, sino también de la Vida Cristiana como un todo. 2. ¿Cuál es la importancia del libro Gracia Abundante? El rey Charles II, una vez le preguntó a John Owen (1616-1683), quien fue quizá el más grande teólogo de los puritanos, por qué iba a escuchar la predicación de una persona sin preparación teológica formal como John Bunyan. A lo cual Owen respondió: “Debo responder a su majestad, con mucho gusto cambiaría todo mi conocimiento si pudiera poseer las habilidades para la predicación del hojalatero”.[14] Esta anécdota nos dice mucho de Bunyan; pero también de Owen. Es justo decir que, si Owen fue conocido por sus escritos teológicos; Bunyan lo fue por su predicación. Esto es algo que debemos tener presente sobre Bunyan, que él era primariamente y ante todo un predicador. Incluso sus libros son en la mayoría de los casos compilaciones de sus sermones. Uno de los más conocidos eruditos del puritanismo inglés, Christopher Hill, escribe sobre este punto: “Parecería que todos los escritos publicados antes de ‘Gracia Abundante’, se derivaron de alguna manera de sus sermones; y probablemente también la mayoría de lo que se publicó luego.”[15] Gracia Abundante, es ante todo la experiencia de conversión de un predicador y pastor, y no de un teólogo. Esto no quiere decir que la misma no sea rica en teología, pero si quiere decir que esta obra no debe tomarse como si fuera un tratado de teología sistemática. El propósito del mismo no es ser prescriptivo, es decir, lo que ocurre en una conversión, si no más bien descriptivo, es decir, lo que en líneas general ocurre en una conversión. Sin embargo, la experiencia de conversión narrada en Gracia Abundante, no solo es la experiencia de Bunyan, sino que en un sentido es también la experiencia de conversión de todo creyente.[16] El libro ha sido criticado por algunos teólogos como las alucinaciones de una persona psicológicamente dañada por las pretensiones erradas de un calvinismo árido que no hace otra cosa que producir culpa excesiva en las personas.[17] Esto es cierto, solo en el sentido de que usualmente la conversión de los pecadores está precedida por culpa y lamento por el pecado, la misma que encuentra alivio en el Evangelio de Cristo. En este sentido, la experiencia de Bunyan no fue diferente a la Lutero, y a la de millones de cristianos alrededor del mundo.[18] Sin embargo, aunque es cierto que hay casos en los que una experiencia de conversión puede producir una culpa excesiva e insana si la misma no encuentra completo y total alivio en el Evangelio de Cristo, por otro lado, el ignorar el aspecto de la culpa que el pecado debe producir al ser confrontado ante las justas leyes de Dios, usualmente tiene como una visión distorsionada o del pecado, o de Dios, o de la Ley de Dios, o de todas las anteriores. Esto es en última instancia, una distorsión del evangelio. 3. ¿Cuáles son los temas principales de Gracia Abundante? Gracia Abundante, es ante todo una autobiografía teológica de Bunyan. Es decir, que en la misma se narra, no solamente la experiencia de conversión de Bunyan, sino también su experiencia previa y posterior a la conversión y postrer llamado al ministerio. Sin embargo, la importancia de esta no radica en los eventos en sí, si bien existe un valor e interés histórico para los mismos, sino más bien en la interpretación teológica que Bunyan hace de los mismos. Es decir, que en este sentido esta obra es muy similar a Confesiones de Agustín de Hipona, y La imitación de Cristo, de Thomas a Kempis.[19] Podemos ver en el libro una progresión en el pensamiento teológico de Bunyan, al poder comprender de manera más cabal tanto el evangelio y las implicancias de este.[20] A continuación veremos dos aspectos en los que Gracia Abundante es de particular importancia: Proceso de Conversión y Teología del Pacto. a. Proceso de la conversión Gracia Abundante, es una narración de la experiencia de conversión de Bunyan, una interpretación teológica de los eventos que tuvieron lugar durante su conversión, y como tal, es de suma ayuda para entender no solo el proceso de conversión, sino también para la consejería y predicación. Sin embargo, la misma no es normativa o prescriptiva, sino más bien descriptiva. Es decir, tiene el propósito de delinear de manera general los eventos asociados en la conversión de una persona. Es decir, debemos tener sumo cuidado al no tratar de replicar la experiencia de conversión de una persona. Somos salvos por gracia, a través de la Fe en Cristo Jesús, y no por nuestras propias obras. El arrepentimiento y la fe son elementos esenciales para la conversión, de la misma manera hay un sentido de culpa que va asociado con el arrepentimiento. Sin embargo, no todo sentido de culpa se expresa de la misma manera en todas las personas. El buscar una experiencia subjetiva, como lágrimas, o un alivio instantáneo del poder del pecado, o liberación de tentaciones, o hablar en lenguas, o cualquier otra manifestación externa que no es prescrita en las Escrituras, y significa una reinterpretación de lo que arrepentimiento y fe significan, son potencialmente una distorsión del evangelio, y tienen la consecuencia de confiar más una experiencia subjetiva, que en la realidad objetiva de la justificación en Cristo. No somos salvos por la fe, sino a través de ella. Una persona puede tener fe en una planta, pero eso no significa que será salva. Lo que nos salva es el objeto de nuestra fe, es decir Cristo Jesús, y no la fe en sí misma. La fe, es el medio que nos permite apropiarnos de Cristo. Pero es Cristo quien salva. Entender estas verdades es de suma importancia. En una ocasión escuché a un predicador, conocido en círculos latinos, mencionar en un sermón en relación con un joven que estaba luchando con sentimientos de seguridad de salvación. Su respuesta fue que dicho joven tenía que encerrarse en un armario, buscando al Señor en oración, hasta que tuviese una experiencia de alivio de culpa, y sentir que había obtenido esta seguridad de salvación. Esta práctica no solo es peligrosa, pues pone en última instancia la seguridad de salvación en una experiencia subjetiva, sino que atenta contra la misma naturaleza objetiva de la salvación. Aunque existe un componente subjetivo en la seguridad de salvación, de ninguna manera somos animados en las Escrituras a mirar hacia nosotros mismos y nuestras experiencias para encontrarlas, sino mirar hacia Cristo y lo que Él ya ha hecho por nosotros en la Cruz del Calvario. Después de esta breve introducción, Bunyan identifica tres etapas en el proceso de su conversión: Terror, duda y gracia.[21] i. Terror Bunyan describe lo que sería la etapa inicial de su vida, antes de su conversión. Durante varias instancias de su vida, Bunyan describe haber sentido una sensibilidad hacia el pecado, pero en cada ocasión, haber cerrado su corazón hacia la misma para terminar deleitándose nuevamente en el pecado y compañías poco piadosas. Bunyan escribe: Con frecuencia, después de haber pasado un par de días pecando, era afligido en gran manera mientras dormía con el temor y los pensamientos que los demonios y espíritus malignos, que según pensaba yo entonces, tratarían de llevarme con ellos y de los cuales nunca podría ser librado.[22] De esta manera el énfasis es doble. Por un lado, Bunyan era consciente de alguna manera de la existencia de Dios, del juicio por el pecado, y de la condenación justa por sus actos; pero por otro lado, prefería los placeres del pecado, y la satisfacción de los deseos pecaminosos a la gracia de Dios en Cristo Jesús. ii. Duda Fue justamente la meditación de las obras de la Providencia Divina en su vida, protegiéndolo de actos que de otra manera hubieran sido desastrosos, lo que gradualmente creó en Bunyan una convicción más certera sobre la realidad de Dios. Esto produjo un creciente interés en la lectura de las Escrituras. Sin embargo, mientras más leía las Escrituras, más consciente era de su ignorancia. La duda de Bunyan era creer que realmente Dios era todo lo que decir ser. Por mucho tiempo la culpa lo atormentaba de tal manera que le era casi imposible ser consciente del amor del Padre. Sin embargo, había momentos cuando tenía un fuerte y entrañable temor de Dios y de la realidad de la verdad de Su evangelio que afectaban mi corazón. Oh, cómo mi corazón, en estas ocasiones, vertía gemidos inefables. Mi alma entera se hallaba en cada palabra. Clamaba con punzadas de dolor delante de Dios para que tuviera misericordia de mí, pero entonces me desanimada nuevamente cuando pensaba que Dios podría burlarse de mis oraciones, diciéndole a la audiencia de los ángeles santos: “Este pobre y miserable me importuna como si no tuviera nada que hacer con mi misericordia que dársela a un sujeto como él ¡Ay, pobre alma, cuán engañada te encuentras! No es para individuos como tú el favor del Altísimo”.[23] Las dudas de Bunyan eran producidas por un concepto errado de Dios. Tendemos a pensar que Dios es de la misma manera que somos nosotros, y creer que Él nos tratara de la misma manera que nosotros trataríamos a otros si estuviéramos en esa situación, de esa manera no solamente humanizamos a Dios, sino que más aún, lo recreamos en nuestra propia. Todos hacemos esto. En la misma proporción que en el Espíritu, conocemos realmente al Dios revelado en Cristo Jesús a través de las Escrituras es que las dudas y el temor a la condenación de Dios son disipados. Donde antes había un terror hacia Dios, ahora solo hay amor. iii. Gracia. Quizá no exista algo más bello para el alma atormentada por la culpa y el peso del pecado que encontrar alivio en Cristo. Esto es lo que Bunyan experimentó hacia el final del proceso de su conversión. Beeke escribe sobre este punto: “Bunyan conoció el pecado, la convicción de culpa, la tentación, la duda, el miedo, a Satanás, el perdón y la gracia.” [24] Es solamente a la luz de la culpabilidad e inminente, justa y eterna condenación por sus pecados, que un hombre puede comenzar a apreciar la gracia de Dios. La experiencia de conversión de Bunyan afectó su teología, y de manera particular su predicación. Fue capaz de identificarse con sus oyentes, y como doctor de las almas, comprender cuál era el problema para así guiarlos a encontrar la solución en Cristo Jesús. Bunyan escribe: Había encontrado que, aunque pensaba que había amado a Jesucristo entrañablemente antes, mi alma y afectos ahora se adherían a Él. Sentía amor por El tan ardiente como el fuego. Ahora, como Job decía, pensaba que moriría en mi nido (cf. Job 29:18), pero pronto encontré que mi gran amor no era sino demasiado poco. Y parecía que yo, quien pensaba que tenía tal ardiente amor por Jesucristo, podía perder tal afecto por Él y apartarme de Él por alguna pequeña distracción. Dios sabe cómo humillarnos y hacernos ver nuestro orgullo.[25] b. Teología del Pacto La Doctrina de la Salvación solamente por la Fe, a través de Cristo y por la sola gracia de Dios, tiene su base y es una consecuencia de la Teología del Pacto. Para Bunyan un adecuado entendimiento de la Teología del Pacto era esencial para el desarrollo del correcto entendimiento del Evangelio, y las implicancias de este para la vida cristiana. La Teología del Pacto no es una doctrina aparte, sino el centro mismo, la columna vertebral en la cual está conectado todo el cuerpo doctrinal. Bunyan menciona: Ahora veía que Cristo Jesús fue visto por Dios y también debería ser visto por nosotros como Aquel en quien todo el cuerpo de Sus elegidos siempre debe ser considerado y contado. Todo es por causa de Jesús. Cumplimos la ley en Él, morimos en Él, resucitamos de los muertos en Él y obtuvimos la victoria sobre el pecado, la muerte, el diablo y el infierno en Él. Cuando Él murió, nosotros morimos; y lo mismo con Su resurrección. [26] Se aprecia claramente la doble imputación de justicia de Cristo, su obediencia pasiva y activa como mediador del pacto. Esta obediencia encuentra su raíz misma en el pactum salutis o pacto de la redención, predestinada desde antes de la fundación del mundo.[27] Richard Muller señala que la postura de Bunyan en cuanto a la relación del pactum salutis y la ejecución de estos en la historia salutis o historia de la redención, guarda varios paralelos con las posturas antinomianas de otros teólogos contemporáneos suyos, los cuales tenían una tendencia hacia el hiper-calvinismo.[28] Sin embargo, Bunyan de ninguna manera cayó en el error del antinomianismo, porque fue claro en diferenciar el hecho de que aunque el pactum salutis tuvo lugar en la eternidad pasada, y es un evento Trinitario en el cual el hombre no tiene participación; sin embargo, en la ejecución del mismo en tiempo, es un pacto con una ejecución de dos partes, siendo una de ellas el hombre.[29] Esto era la base para la guerra espiritual en la teología de Bunyan.[30] No fue sino a través de la lectura del comentario de Gálatas de Lutero que Bunyan llegó a la completa realización de la necesidad de basar toda su confianza para salvación en la imputación de Justicia de Cristo. [31] Esta imputación de justicia es doble, y consiste tanto de la obediencia pasiva de Cristo en la cruz, lo cual es la base para nuestra justificación, así como de la obediencia activa de Cristo en su ministerio terrenal, lo cual es la base para nuestra santificación. Pieter de Vries, escribe sobre este punto: Bunyan no solo habla acerca de la fe y la justificación, sino también de la santificación. Una santidad verdadera fluye de una fe que justifica y que salva. Bunyan, a su vez, también remarcaba la importancia de la auto-examinación. El llamaba a la gente a auto-examinar su propio corazón una vez que habían profesado pertenecer a Cristo.[32] El esquema de imputación doble de justicia es esencial para prevenir el error del antinonianismo que cobraba cada vez más fuerza a mediados del siglo XVII. De la misma manera, la distinción entre el pactum salutis, historia salutis y ordo salutis. Siendo el pactum salutis llevado a cabo exclusivamente de manera Trinitaria y fuera de tiempo, pero ejecutado dentro de tiempo en la historia salutis y aplicado a través del Espíritu al creyente en el ordo salutis. Esta distinción es de suma importancia para evitar caer en el hipercalvinismo. Conclusión Todos los hombres compartimos la misma naturaleza, independientemente de nuestro color de piel, estatus económico, sexo, o incluso el tiempo en el que hayamos vivido. De esta manera no será difícil para un creyente latinoamericano del siglo XXI identificarse plenamente con las experiencias y padecimientos de John Bunyan. Es justamente esto lo que nos sirve de aliciente y ánimo en el peregrinaje en nuestra vida cristiana. [33] El sufrimiento, pecado, culpa y experiencia de conversión, aunque tienen diferencias, sin las mismas independientemente de la cultura, condición social, y educación de una persona. Es por esto que Gracia Abundante es tan relevante para nosotros el día, como para el momento en el que fue escrito. Bunyan escribe: De todas las lágrimas, las mejores son las que son causadas por la sangre de Cristo; y de todos los goces, los más dulces son los que se mezclan con lamentos sobre Cristo. Es algo excelente estar sobre nuestras rodillas, con Cristo en nuestros brazos, ante Dios. Espero saber algo de estas cosas. [34] El corazón del creyente se identifica con estas palabras. Las palabras del Señor a Nicodemo en Juan 3:7; “Os necesario nacer de nuevo”, son tan ciertas el día de hoy, como la primera vez que fueron pronunciadas. Querido lector, estas mismas palabras son para ti el día de hoy. “Os necesario nacer de nuevo”, y: Isaías 55.1–3 “Todos los sedientos, vengan a las aguas; y los que no tengan dinero, vengan, compren y coman. Vengan, compren vino y leche sin dinero y sin costo alguno. ¿Por qué gastan dinero en lo que no es pan, y su salario en lo que no sacia? Escúchenme atentamente, y coman lo que es bueno, y se deleitará su alma en la abundancia. Inclinen su oído y vengan a Mí, Escuchen y vivirá su alma. Y haré con ustedes un pacto eterno, Conforme a las fieles misericordias mostradas a David. Amen. Puntos para tener en cuenta al momento de leer esta obra Hay algunos puntos que deben tenerse en cuenta al momento de leer esta obra: El libro ha sido traducido de la versión original en inglés. No ha sido abreviado de ninguna manera y contiene el prólogo, introducción, notas al pie de página y epílogos originales de John Bunyan. La edición en inglés que se ha usado es la siguiente: John Bunyan, “Grace Abounding to the Chief of Sinners: A Brief and Faithful Relation of the Exceeding Mercy of God in Christ to his Poor Servant, John Bunyan”, en The Works of John Bunyan: Volumen 1: Experimental, Doctrinal, and Practical (Glasgow: W. G. Blackie & Son, 1854), 1-63. La edición usada en ingles es la editada por George Offor, editor general de las obras de John Bunyan. En los casos donde se ha creído conveniente se ha modificado las notas explicativas de George Offor, y en otras eliminado. En caso de las citas bíblicas. En caso de que se indique lo contrario hemos seguido la siguiente convención. Las citas parciales en el cuerpo del texto corresponden a la versión Reina Valera 1960, mientras que las citas completas como “cita de bloque” en un párrafo aparte y con un tamaño de letra reducido corresponden a la versión La Biblia de los Hispanos, también publicada con el título Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy. (NBLH). A diferencia de otras obras puritanas, y por ser la naturaleza de la misma – una autobiografía teológica- esta obra no contienen un gran numero de referencias y citas a otras obras. En caso de haberlas, la traducción de las citas en los idiomas bíblicos originales, griego y hebreo, así como latín, han sido hechas por el editor. Cada vez que ha sido posible he tratado de buscar la referencia en obras de publicación contemporánea. El texto original ha sido dejado como una nota al pie de página. En algunas instancias cuando se ha creído apropiado, se ha citado de manera completa el texto de las Escrituras en los casos cuando Bunyan solo citaba una parte del mismo o solo las palabras iniciales, a fin de proveer una mayor comodidad a la lectura del texto, por un lado, y por otro, por la convicción del editor de que las Escrituras tienen poder en sí mismas. La versión electrónica corresponde exactamente a la versión impresa de este libro. Un llamado de ayuda: La publicación de este libro ha sido posible gracias al trabajo de un grupo de voluntarios. Esta obra ha sido netamente autofinanciada. Pedimos pues a los lectores que nos ayuden comprando nuestros libros con el fin de seguir publicando más obras clásicas, de lo contrario nos será imposible seguir publicando libros de calidad. Entre las obras que tenemos proyectadas a traducir en los próximos dos años están: El Arte de Predicar, por William Perkins; La Caña Golpeada, por Richard Sibbes; Cartas, por Samuel Rutherford; Sobre el Objeto y la Manera de la Justificación por Fe, por Thomas Goodwin; El Pastor Renovado, por Richard Baxter; Comunión con Dios, por John Owen; El Progreso del Peregrino, por John Bunyan; La Naturaleza Humana en sus Cuatro Estados, por Thomas Boston, Afectos Religiosos de Jonathan Edwards, entre otros. Todas serán las obras originales, sin abreviar, en español contemporáneo y siguiendo altos estándares académicos. Tenemos como meta publicar los cien volúmenes más importantes, tanto literatura primaria como secundaria, de la teología puritana y reformada en los próximos diez años. Si desea contribuir con esta obra, ore por nosotros, compre nuestros libros, y si desea, también puede contribuir económicamente. Muchas gracias. JOHN BUNYAN: SU VIDA, OBRAS E INFLUENCIA Geoffrey Thomas Bosquejo: John Bunyan: Su vida, obras e influencia[35] 1. 2. 3. 4. 5. Su conversión. Sus obras. Su encarcelamiento. Su perdurable influencia. Sus últimos días. John Bunyan no tuvo influencias familiares que lo alentaran a convertirse al cristianismo. Su abuelo se casó cuatro veces, su padre tres veces, mientras que él se casó dos veces. Su abuelo fue lo que podríamos entender como una especie de “vendedor itinerante” que dejó a su nieto un sixpenny en su testamento. [36] Su padre, Thomas Bunyan, fue un calderero o hojalatero. Poseía una “pequeña granja” con algunos animales y gallinas, pero sus ingresos provenían de viajar por granjas y pueblos de Bedfordshire reparando cacerolas y hervidores. Era un hombre duro y su manera de hablar estaba plagada de blasfemias frecuentes. La casa era modestamente confortable y se caracterizaba por el trabajo duro e incansable que la misma requería para su mantenimiento. John Bunyan fue el primero de su familia en alfabetizarse. Obtuvo una beca escolar como donación del alcalde de Londres. Ninguna de todas las generaciones anteriores de Bunyan sabía leer o escribir —su padre firmó su testamento con una X. Bunyan aprendió a leer y más tarde escribió El progreso del peregrino, así como tres grandes volúmenes de sus libros que todavía se imprimen. En junio de 1644, cuando él tenía dieciséis años, la madre de Bunyan falleció y cuatro semanas después su hermana murió. Ocho semanas después de la muerte de su madre, su padre se volvió a casar y, en ocho meses, su esposa dio a luz a un niño al que su monárquico padre llamó Charles. Cuatro meses antes, John había dejado su hogar y se había unido al Ejército Parlamentario luchando contra el Rey Charles. Había poco afecto entre padre e hijo. ¿Cómo entonces John Bunyan se convirtió al cristianismo? Diez factores grandes y pequeños contribuyeron a esto: 1. Su conversión 1. Bunyan escuchó la predicación del evangelio mientras estaba en el Ejército. Durante tres años, Bunyan sirvió bajo el creciente liderazgo de Oliver Cromwell. Inicialmente Bunyan fue establecido en Newport Pagnell, y sabemos que siete predicadores estaban activos allí en octubre. Dos veces los domingos y todos los jueves había ministros puritanos exhortando a las tropas. Se oraba todos los días y se leía la Biblia. Al adolescente Bunyan se le dio un nuevo concepto de adoración en el cual el aspecto culminante era la predicación de la Palabra. El capitán Hobson era uno de esos predicadores. Había firmado la Primera Confesión de Londres de 1644 y al menos uno de sus sermones fue impreso. Les decía a los soldados reunidos cosas como estas: “Solo son aptos para declarar a Cristo aquellos que lo conocen y se gozan en Él. Esto es como la diferencia entre leer sobre un país y visitar ese lugar. Solo es apto para declarar la verdad aquel cuyo espíritu es crucificado por el poder de la verdad”. 2. Bunyan se casó y obtuvo sus primeros libros. No sabemos prácticamente nada de la primera esposa de Bunyan, ni siquiera su nombre. Es probable que fuera Mary porque ese fue el nombre de su primera hija. Con la victoria de Cromwell y el retorno de la paz, Bunyan fue desmovilizado a los veinte años. Para este entonces ya era un defensor del partido republicano seguro de sí mismo y plenamente adulto. El único oficio que conocía era reparar ollas y sartenes como su padre. Su yunque estaca se exhibe hoy en día en el museo de Bunyan —pesa sesenta libras y Bunyan lo llevaba con una honda de tirantes en su espalda desde la granja a la cabaña y ahí a la plaza del pueblo. Cuando se casó con su mujer dijo: “No teníamos ni un plato ni una cuchara entre nosotros”, pero su mujer tenía un padre piadoso y a John le encantaba oír acerca de él. No podría haber habido mayor contraste con su propio padre. 3. Bunyan comenzó a leer libros cristianos. La esposa de Bunyan también sabía leer y escribir, y su padre les dio dos libros como dote. Uno fue Plain Man’s Pathway to Heaven (El camino claro del hombre al cielo) escrito por Arthur Dent, ella y John se lo leían entre sí. Dent explicaba detalladamente las marcas de la gracia en un creyente por medio de las cuales podía saber que iba al cielo: Amor por los hijos de Dios; deleite en la Palabra de Dios; frecuente y ferviente oración; celo por la gloria de Dios; abnegación; llevar pacientemente la cruz; fidelidad en nuestro llamado; trato honesto, justo y concienzudo con nuestro prójimo. Más tarde, Bunyan obtuvo una copia del comentario de Lutero sobre el libro de Gálatas, que también le resultó útil. 4. Bunyan recibió una reprimenda. Una mujer escuchó a Bunyan hablar brutalmente con el lenguaje que había escuchado de su padre desde que era niño. La mujer le reprendió por su maldición, diciéndole que estaba desvirtuando a los jóvenes de la ciudad con su grosera manera de hablar. Sus palabras le sorprendieron. Y debido a esto su conciencia fue iluminada y dejó de maldecir de manera compulsiva. 5. Bunyan comenzó a asistir a la iglesia regularmente. John cayó en el patrón cristiano de ser encontrado en una congregación de personas que se reunían para adorar en el primer día de la semana. El vicario, Christopher Hall, predicó la ley de Dios fuertemente, especialmente el cuarto mandamiento de recordar el día de reposo y santificarlo. Él advirtió en contra de no guardar el día de reposo. 6. Bunyan se convirtió en el recipiente de la obra de convencimiento del Espíritu de Dios. Un domingo por la tarde, después de que su asistencia matutina a la iglesia terminara, Bunyan se encontraba jugando con sus amigos un juego llamado el “Gato”, pero este fue interrumpido por una voz que le hablaba: “¿Vas a dejar tus pecados e ir al cielo, o vas a conservar tus pecados e ir al infierno?”. Estuvo completamente alarmado durante unas horas, pero se sacudió las impresiones de las palabras del cielo, llegando a la conclusión de que se aferraría a sus pecados. Pero sus siguientes semanas fueron miserables mientras se aferraba con culpa a sus necedades, en un estado más miserable que si las hubiera mortificado. 7. Bunyan fue conmovido con la conversación piadosa de los cristianos. Bunyan se dirigía a trabajar en Bedford y comería su pan con algunas mujeres cristianas que entallaron su conversación en sus oídos. Hablaban del nuevo nacimiento, del amor de Cristo y de sus propios pecados. Bunyan escuchó atentamente y luego escribió: “Hablaban con tal deleite de la Biblia y tenían tanta gracia en todo lo que decían que me parecía que habían encontrado un nuevo mundo”, y a menudo las buscaba y se sentaba con ellas. 8. Bunyan tuvo un sueño vívido. En este sueño, estas mujeres de Bedford estaban sentadas en el lado soleado de una montaña mientras que él estaba sentado en el otro lado que era frío — en la tierra helada. Entre él y las mujeres había un muro alto, pero Bunyan descubrió una abertura muy estrecha en su sueño. Luchó y luchó en su sueño, empujando, impulsándose y pateando a través de los confines de ese pasaje hacia a ellas. Los psiquiatras se referirían a esto como un “sueño de nacimiento” y nosotros nos referiríamos con sonrisas a este como un “sueño de nuevo nacimiento”. 9. Bunyan experimentó una convicción prolongada de su pecado. Muchos años más tarde, en 1666, cuando tenía treinta y ocho años, Bunyan describió los primeros años de su peregrinación en su libro, Grace Abounding to the Chief of Sinners (Gracia abundante para el mayor de los pecadores). Es la primera autobiografía escrita en Inglaterra, y en ella Bunyan mira hacia atrás a ese período de más de una década en el que viajó en su largo camino de tal vez cinco años de duración hacia la seguridad de salvación. Conoció tentaciones terribles de abandonar el camino angosto, de desesperarse, de blasfemar el nombre de Jesús mientras los dardos del maligno le golpeaban. Hubo momentos en que se sentía tan deprimido que “envidiaba a los sapos”. Una vez oyó el estribillo: “Véndelo [...] véndelo [...] véndelo”, repetido constantemente. Entonces venía la liberación y las promesas de la Palabra eran aplicadas a su mente, solo para desvanecerse, volviéndolo a poner en duda. Su viaje hacia la plena seguridad de la fe fue largo y poderoso. Es dudoso que cualquier otro cristiano del período Puritano haya experimentado una prueba tan prolongada para venir a descansar en la persona y obra del Señor. 10. Bunyan fue ayudado por el pastorado y la predicación de John Gifford. Gifford fue el ministro de una iglesia local independiente. A través de sus sermones, Bunyan, de veinticinco años, comprendió el significado de la sangre de Jesucristo. El evangelio se hizo más claro y Bunyan se mudó para estar más cerca de esa iglesia en la cual se haría miembro. Qué angustia debió haber tenido cuando John Gifford murió tres años después. 2. Sus obras ¿Cómo se convirtió John Bunyan en escritor? En 1655, el calderero de veintisiete años fue recibido en esa congregación de Bedford. Él era muy inteligente, ingenioso y elocuente. El excelente retrato de él es reflejado en la pintura de “The Laughing Cavalier” (El caballero risueño) con el bigote, el pelo suelto y los ojos parpadeantes de Bunyan, más que una pintura de un terco parlamentario. ¡Qué líder tan apuesto era! Pronto le pidieron que diera un mensaje a la congregación y fue muy bien recibido. Más tarde ese mismo año, predicó algunos sermones contra el quietismo cuáquero. Algunos miembros de la congregación le instaron a que imprimiera los mensajes, así que el año siguiente se publicó su primer libro, Some Gospel Truths Opened (Algunas verdades evangélicas expuestas). Al año siguiente hubo una serie de sermones que se convirtieron en su segundo libro, A Vindication of Some Gospel Truths (Una reivindicación de algunas verdades evangélicas). Ambos libros se encuentran en el volumen 2 de las Obras de Bunyan (Estandarte de la verdad). Así, antes de los treinta años, Bunyan tenía dos libros impresos, ambos basados en su predicación. Su primer libro tenía 45.000 palabras y el segundo 40.000 palabras en total. La preocupación de Bunyan con las doctrinas de los cuáqueros era que carecían del análisis profundamente serio del corazón humano que se encuentra en toda la Biblia. ¿Dónde estaba su presentación de la total indignidad del hombre ante Dios? Al año siguiente apareció su tercer libro, A Few Sighs from Hell (Algunos suspiros desde el infierno) (50.000 palabras), una serie de sermones sobre la parábola de Jesús del hombre rico y Lázaro. John Gifford, su pastor, escribió un prólogo en el que recomendaba a los lectores a que “no se sintieran ofendidos por su lenguaje claro y directo”. Este volumen se convirtió en una de las obras más populares a lo largo de la vida de Bunyan, con nueve ediciones. A partir de ese momento, Bunyan publicó regularmente libros. Su impresor fue el más radical de Inglaterra, Nathaniel Ponder, el mismo que publicó las obras de John Owen. Bunyan fue el primer gran escritor inglés que no residía en Londres y el primero en no tener educación universitaria. El ejército fue su escuela y la prisión su universidad. Su estilo era coloquial, el de un obrero y labrador lleno de aforismos, con el fin de hablar como la gente común y pensar como los sabios. Él dijo: “Las palabras fáciles de entender dan en el blanco mientras que las altas y eruditas solo perforan el aire”. Ningún otro gran escritor en los siglos XVII y XVIII estuvo tan apasionado y ferozmente del lado de la gente común como Bunyan. Tenía una inclinación hacia las frases coloquiales, como posteriormente Spurgeon. Por ejemplo: “¡Un río quitará el hedor de un perro muerto!”. “La carga y obstáculo del mundo”. Él podía tomar el lenguaje común de su día, su amor por las historias, la música y los poemas, e incorporarlo todo al servicio del evangelio de Cristo. Bunyan no era el único que hablaba claro, sino que su esposa también. Ella había aprendido de él. Escúchala hablar con los magistrados recordando su aborto espontáneo durante el arresto y encarcelamiento de su esposo: “Estuve consternada por la noticia y después caí en trabajo de parto. Y así continué durante ocho días y luego di a luz, pero mi hijo murió”. 3. Su encarcelamiento Cuando cumplió treinta años, la reputación de Bunyan se había extendido por toda Inglaterra como predicador y escritor. Luego vino el contrapeso de la tristeza personal y el odio del mundo. A los treinta años murió su mujer, dejándole cuatro hijos menores de nueve años. Su primera hija, Mary, era ciega. Ese año, 1658, fue el año en que Cromwell murió, seguido brevemente por un solo año de gobierno del hijo de Cromwell. Durante ese tiempo, Bunyan se volvió a casar con una chica de dieciocho años llamada Elizabeth. En mayo de 1660, la monarquía fue restaurada y Charles II se convirtió en rey. Al cabo de unos meses, comenzó la persecución de los cristianos no anglicanos. El episcopado fue restaurado y la congregación de Bedford fue expulsada de su iglesia. Bunyan era un hombre que nunca había experimentado persecución religiosa. Desde que se unió al ejército a los catorce años —diecisiete años antes— había experimentado la libertad de expresar sus convicciones. Así comenzó un nuevo período en su vida de sufrimiento y creatividad notable. En octubre de 1660, el resto de los regicidas que habían firmado la sentencia de muerte del padre de Charles II fueron ejecutados. En los siguientes dieciocho meses, 1,760 ministros que no se conformarían a la sumisión del gobierno episcopal fueron expulsados de sus púlpitos y parroquias. En noviembre, Bunyan fue arrestado. Estaba predicando en una casa privada y se había emitido una orden de arresto. Se le advirtió del peligro, pero sintió que debía seguir adelante y predicar. Los oficiales llegaron y lo escoltaron a la casa de un juez de paz. El hombre no estaba, así que Bunyan fue enviado de vuelta a Elizabeth para pasar la noche, pero a la mañana siguiente fue llevado ante el juez Wingate, quien estaba decidido a encarcelarlo y hacerlo un ejemplo para los otros independientes. ¿Prometería Bunyan dejar de predicar? “¡No!”. Entonces fue echado a la cárcel. La prisión estaba en la siguiente calle, formada por dos celdas y una mazmorra. Bunyan la conocía bien, ya que la había visitado con su congregación para alimentar y llevar el mensaje del evangelio a los prisioneros. Él esperó allí siete semanas para su aparición ante la corte local. Algunos de los prisioneros estaban claramente trastornados mentalmente. Uno que había sido acusado de brujería murió allí. Las condiciones eran espantosas. La respuesta de Bunyan fue esta: “Le supliqué a Dios que, si podía hacer más bien estando en libertad que en prisión, pudiera ser puesto en libertad, pero si no, entonces que Su voluntad sea hecha”. Se le imputó un cargo a Bunyan, que él se había “abstenido endiablada y perniciosamente de ir a la iglesia para escuchar el servicio divino, y que es un defensor común de varias reuniones ilegales”. Cuando se le preguntó a Bunyan qué tenía que decir al respecto, respondió que asistía con frecuencia a “la iglesia de Dios”. A continuación, tuvo lugar el siguiente diálogo con el juez Kelyng: Kelyng: ¿Vienes a la iglesia parroquial (sabes lo que quiero decir) para escuchar el servicio divino? Bunyan: No, no lo hago. Kelyng: ¿Por qué? Bunyan: Porque no lo encuentro mandado en la palabra de Dios. Kelyng: Se nos ordena que oremos. Bunyan: Pero no según el libro de Oración Común. Kelyng: Entonces, ¿cómo? Bunyan: Con el Espíritu. Bunyan fue entonces sentenciado a un largo encarcelamiento. De hecho, pasó los siguientes doce años de su vida en la cárcel, es decir, entre un tercio y la mitad de su vida adulta la pasó encerrado porque no se comprometería con la iglesia establecida o el Estado. Los que lo metieron en prisión sentían que habían estado viviendo en días terribles cuando a los hojalateros se les permitía predicar y se les daba la libertad de publicar sus libros en la imprenta. Se regocijaban cuando tales días terminaban. A sus ojos Bunyan era un peligroso agitador. ¿Cuán severa fue su sentencia? Solo los regicidas y otros tres hombres que eran líderes del ejército parlamentario fueron tratados peor que Bunyan. Ningún otro cristiano pasó tanto tiempo un encarcelamiento por su fe y ningún otro después de Bunyan en Inglaterra. Fue a la cárcel por el acto de predicar, como dijo Mussolini sobre Gramsci en 1928: “Durante veinte años debemos impedir que ese cerebro funcione”. Así fue con Bunyan —tenía que ser silenciado. Pero no fue más silenciado de lo que Solzhenitsyn fue en su tiempo en el Gulag ruso. Bunyan se negó a dejar de predicar y ese fue su desafío. Él les dijo que la predicación era su vocación, y ellos encontraron eso subversivo declarándole que reparar recipientes de metal era su vocación. Bunyan admitió que temía la idea de subir por la escalera de la ejecución para ser colgado, pero que, si sus últimas palabras podían resultar en la conversión de una persona, su vida no sería desperdiciada. Él pronunció estas grandes y destacadas palabras: “Estaba en la prisión esperando la muerte por seguir la Palabra y el camino de Dios. Por lo tanto, me determiné a no echarme para atrás de esto siquiera la anchura de un cabello […]. Ciertamente era mi deber apoyarme en Su Palabra, ya sea que Él me viera o no para consolarme o salvarme al final. Por lo tanto, pensé que el punto era que debía continuar y aventurar mi estado eterno con Jesucristo, ya sea que tuviera consuelo aquí o no. ‘Si Dios no viene a consolarme —pensaba—, saltaré la escalera incluso con los ojos vendados a la eternidad —me hunda o nade, venga al cielo o al infierno. Señor Jesús, si me miras, por favor consuélame; si no, de todas formas, arriesgaré todo por Tu nombre’”. Así que Bunyan estuvo en prisión desde el año 1661 al 1672. Durante ese tiempo escribió doce libros, algunos de los cuales tuvieron su origen en los sermones de su prisión. Su libro más famoso de los doce fue Grace Abounding (Gracia Abundante).[37] Liberado de la prisión, escribió otros siete libros. Fue arrestado de nuevo y pasó otros diez meses entre rejas, durante los cuales escribió la primera parte de Pilgrim’s Progress (El progreso del peregrino) Bunyan había escrito veinticinco libros antes de escribir El progreso del peregrino – el mismo que fue publicado en 1678. Escribió otros dieciséis libros que fueron publicados antes de su muerte, y otros quince que no fueron publicados hasta después de su muerte. En total, John Bunyan escribió cincuenta y ocho libros. Cuán pocas ventajas naturales tuvo, usando una pluma, tinta hecha por él mismo, resmas de papel, encerrado e incapaz de refrescarse al predicar en diferentes lugares. Se sentaba y escribía, día tras día. En los primeros años, se le permitió salir algunas veces de la cárcel, incluso en algunas ocasiones para visitar Londres, pero luego el régimen se hizo más duro y esas libertades se terminaron. La cárcel de Bedford era insalubre, estaba infestada y repleta de enfermedades. Bunyan tenía con él Biblias (la mitad de sus citas bíblicas eran de la Versión Autorizada y la otra mitad de la Biblia de Ginebra), los dos libros que heredó de su primera esposa y el libro de Lutero sobre los Gálatas. La mayor influencia personal sobre él fue su amigo y admirador, John Owen. Si Bunyan hubiera leído tanto como otros hombres, podría haber escrito tan poco como otros hombres. Así que Bunyan pagó un gran precio por su compromiso con la libertad de predicar. Sus tácticas en la prisión eran la no resistencia, la adherencia a todo el consejo de Dios, la revocación de cualquier indicio de escándalo y la disposición a cooperar con cualquier autoridad estatal que concediera libertad y tolerancia a los disidentes. 4. Su perdurable influencia Los libros de Bunyan han tenido una influencia permanente. Una vez más, los tres volúmenes de sus Obras están de nuevo impresos. El progreso del peregrino ahora está disponible en doscientos idiomas. Existen las curiosidades relacionadas con este libro, por ejemplo, hay diecisiete versiones diferentes en forma poética y hay dieciséis versiones infantiles del Progreso del peregrino. Hay cincuenta biografías de John Bunyan. El libro más vendido del mundo después de la Biblia es El progreso del peregrino. Es amado hoy en el Tercer Mundo. El dramaturgo socialista George Bernard Shaw fue un feroz admirador y defensor de Bunyan. Una vez le leyó a su padre El progreso del peregrino cuando era niño. Shaw lo comparó favorablemente con Shakespeare, declarando que los personajes de Bunyan eran hombres y mujeres más heroicos que los de Shakespeare, creyendo en la alegría, disfrutando de la vida y pensando que valía la pena vivir, mientras que los personajes de Shakespeare no tenían fe, ni esperanza, ni valor, ni convicción, ni calidad heroica. Los hombres de Bunyan estaban en una senda, al final de la cual un hombre podría encontrar la Ciudad Celestial y luego decir estas palabras: Aunque con gran dificultad he llegado hasta aquí, ahora no me arrepiento de todas las dificultades en las que he estado para llegar a donde estoy. Mi espada se la daré al que me suceda en mi peregrinación, y mi coraje y habilidad al que pueda conseguirla. De este extracto Shaw dijo: “El corazón vibra como una campana cuando se escucha estas palabras”. O cuando Valiente-por-la-verdad dice: “Luché hasta que mi mano quedó unida a mi espada como si esta fuese continuación de mi brazo, y cuando se unieron y la sangre caía de mis dedos, entonces luché con mucho más coraje”. Shaw dijo: “En ninguna parte de Shakespeare hay un detalle como el de la sangre corriendo entre los dedos del hombre y su coraje elevándose a la pasión”. Así, Shaw veía El progreso del peregrino como una obra maestra de la literatura. El Dr. Johnson dijo que odiaba los libros largos porque casi nunca terminaba uno, pero había tres libros que deseaba que fueran más largos: El progreso del peregrino, Don Quijote y Robinson Crusoe. Los libros de Bunyan tienen una influencia tan grande por varias razones. Su teología Bunyan fue ayudado por John Owen quien a su vez lo respetaba mucho e iba frecuentemente como podía a escuchar la predicación de Bunyan. La teología del Progreso del peregrino es la teología de la Confesión de Fe de Westminster. La doctrina se encuentra en lo último, pero las personalidades que encarnan esos Estándares se encuentran en lo primero. El libro de Bunyan sobre el temor de Dios fue reciente y afectuosamente reseñado en el Journal of Pastoral Practice (Revista de la práctica pastoral) de la escuela Jay Adams. Su libro, Come and Welcome to Jesus, es un espléndido ejemplo de la predicación evangelística. Sus libros sobre la oración son reconfortantes y alentadores. Bunyan incluso tiene un libro sobre la impresionante doctrina de la reprobación. Su corazón pastoral El progreso del peregrino se divide en dos partes. La primera parte es la historia de un peregrino particular, mientras que la segunda parte es la historia de una congregación en peregrinación. La primera es la historia de un individuo que enfrenta solo su destino en días inciertos y la segunda es una crónica de una sociedad más asentada. Bunyan ha sido puesto en libertad y así está la familia en su viaje a través de este mundo hacia su hogar eterno. Los personajes malvados predominan en la primera parte, mientras que los verdaderos siervos de Dios son la mayoría en la segunda parte. En la primera parte hay pocas mujeres, pero en la segunda parte las mujeres son las protagonistas y Bunyan tiene una nueva comprensión de la vulnerabilidad del cristiano en su peregrinación. Hay personajes como el Sr. Desaliento y su hija Mucho-temor. Están el Sr. Temeroso y el Sr. Próximo-a-cojear. Los niños se cansan y enferman, pierden cosas y hacen comentarios vergonzosos. Cinco años después de que Bunyan escribiera la segunda parte del Progreso del peregrino, murió. Su humanidad Tanto Bunyan como Owen tocaban la flauta. Se dice que Bunyan hizo una flauta con la pata de una silla en la prisión. También tenía un violín de metal y un gabinete con una serie de instrumentos musicales pintados en sus bordes. Durante toda su vida se deleitó con el sonido de las campanas de la iglesia. Escribió libros y poemas para niños. Era un devoto hombre de familia. Cuando el embajador ruso llegó a Londres por primera vez en 1645, Londres había estado bajo dominio puritano durante cuatro años. Lo que impresionó al embajador fue el repique de las campanas de un centenar de iglesias, el sonido del fuerte canto de los salmos de todas esas iglesias y los vitrales de las iglesias —no destrozados por algún movimiento iconoclasta. Bunyan no era un aguafiestas. Particularmente en la segunda parte del Progreso del peregrino hay celebraciones en liberaciones y reuniones familiares con trompetas, campanas y vino —como cuando se casó la hija del Protector Oliver Cromwell. John Milton estaba escribiendo Paradise Lost (Paraíso Perdido) casi al mismo tiempo que Bunyan escribía El progreso del peregrino. Milton tenía poco más que desprecio por la irracionalidad pecaminosa de las masas y Bunyan las miraba con compasión y deseaba ayudarlas. Por tanto, hoy en día Milton es admirado y estudiado, mientras que Bunyan es amado y leído en todo el mundo. 5. Sus últimos días Desafiantemente radical En sus primeros años de vida, la lealtad de Bunyan fue al Ejército, no al gobierno, al trono o a la nobleza. El gobierno, el trono y la nobleza habían encarcelado a Bunyan durante muchos años. No estaba contento con las limitadas libertades dadas a los no anglicanos en la Restauración de 1688. Los no conformistas seguían sin tener derecho a votar. Había vivido la Guerra Civil y los debates de Putney. Fue escéptico del proceso político y fue subestimado por la Iglesia Establecida de Inglaterra. El anglicano Henry Desire dijo una vez a su congregación cuando lo presentó: “No se sorprendan de que un calderero pueda arreglar almas, así como calderas y sartenes”. ¡Un calderero! Era un predicador poderoso del nuevo pacto, a diferencia de un solo obispo en la iglesia establecida de Inglaterra.[38] Y así mismo William Dell, Maestro de Gonville y Gaius College en Cambridge y vicario de la ciudad, cuando lo invitó a predicar en su púlpito el día de Navidad, le dijo a la congregación: “Prefiero que un simple campesino hable en la iglesia que el mejor ministro ortodoxo del país” —palabras que tenían buenas intenciones, pero que también fueron fácil e irreflexivamente excelentes. En sus escritos, Bunyan hace referencia de Orígenes, Maquiavelo, Lutero, Tyndale, Cranmer, Ainsworth, Samuel Clark, John Owen, Baxter, Jessey, el Corán y probablemente Hobbes el filósofo. En El progreso del peregrino, es la Ignorancia quien sufre el destino más deplorable. Así que Bunyan terminó sus días como reformador, desautorizado por el establecimiento civil y religioso junto con su amigo ministerial más cercano, John Owen, cuyo púlpito con frecuencia ocupó. Al igual que Owen, Bunyan no estaba involucrado en planes de derrocar el gobierno porque las armas de su guerra eran espirituales y poderosas en Dios para derribar las fortalezas más grandes (cf. 2 Co. 10:4). Un predicador muy estimado En las décadas de 1670 y 1680, viajó por todo el sur de Inglaterra, visitando iglesias libres y yendo a menudo a Londres. La gente se aglomeraba para oírlo dondequiera que iba. Era el cristiano más conocido en Inglaterra y tal vez en el mundo. Si se difundía la noticia de que Bunyan estaba predicando en alguna congregación londinense, todos los estudiantes de teología de la Academia Disidente de Charles Martín dejaban las clases para ir a escucharlo. Incluso Charles II oyó hablar de él y le preguntó a Owen quién era. Un hombre decepcionado En cierto modo, Bunyan fue un hombre decepcionado. Esperaba ver el triunfo de los piadosos. Había dado su vida para despertarlos y prepararlos para el gobierno de los santos, pero muchos de los santos demostraron que no eran aptos para gobernar. Después de 1689, la persecución de los predicadores y reuniones de la Iglesia Libre llegó a su fin, pero la desunión de los cristianos significó que la nobleza llenó el vacío y regresó al poder en toda Inglaterra. Un pastor hasta el final Bunyan murió después de haber sido calado hasta los huesos, atrapado en una fuerte tormenta, en su camino para ayudar a reconciliar a los cristianos distanciados. Murió en la casa de un tendero que era diácono bautista. Fue enterrado cerca de John Owen y Thomas Goodwin en Bunhill Fields. Dejó 42 libras y 19 chelines en su testamento.[39] Nunca dirigió un partido, una organización o una administración, sino que fue un buen predicador y un escritor excepcional. Bunyan nos anima a pensar que, si predicamos, podemos escribir y que debemos predicar clara y directamente con preocupación pastoral e integridad bíblica. Nos está diciendo que la vida es una peregrinación y que no debemos buscar nunca una alternativa para ese viaje. Bunyan nos insta a concentrarnos en lo básico y a estar preparados para sufrir por nuestro Señor como Él dio Su vida por nosotros. ◆ ◆ ◆ GRACIA ABUNDANTE PARA EL MAYOR DE LOS PECADORES U n breve y fiel relato de la extraordinaria misericordia de dios en cristo para con su pobre siervo, JOHN BUNYAN En el que se describe cómo Él lo sacó del estercolero y lo convirtió a la fe de Su bendito Hijo, Jesucristo. En este también se describe particularmente sus muchos suspiros y aflicciones que tuvo por el pecado, las diversas tentaciones con las que se encontró, y cómo Dios lo sostuvo a través de ellas.[*] Venid, oíd todos los que teméis a Dios, Y contaré lo que ha hecho a mi alma. Salmos 66:16 PREFACIO ORIGINAL DE JOHN BUNYAN Dedicado a aquellos a los que Dios engendró en la fe por el ministerio de Su Palabra. la gracia sea con ustedes, Amén. Aunque mi presencia física no se encuentre con ustedes, de modo que no puedo cumplir el deber que Dios me H ijitos, ha concedido realizar para mayor edificación en fe y santidad, aún mi alma se preocupa por ustedes como un padre con sus hijos, y es mi continuo deseo que crezcan espiritualmente y tengan bienestar espiritual. “Desde la cumbre de Senir y de Hermón, desde las guaridas de los leones, desde los montes de los leopardos” (Cnt. 4:8) velo por todos ustedes y anhelo grandemente ver su llegada segura al puerto deseado (cf. Sal. 107:30). Doy gracias a Dios siempre que me acuerdo de ustedes y me regocijo, aun cuando me encuentro entre los dientes de los leones en el desierto, en la gracia, misericordia y conocimiento de Cristo nuestro Salvador que Dios les ha otorgado con abundancia de fe y amor. El hambre y sed que tienen en acercarse más y más al Padre en Su Hijo, la ternura de corazón que poseen, su estremecimiento por el pecado, su conducta sincera y santa ante Dios y ante los hombres me consuelan en gran medida: “Vosotros sois nuestra gloria y gozo” (1 Ts. 2:20). He incluido en este [relato] una porción de esa miel que he sacado del cuerpo del león (cf. Jue. 14:5-9).[40] La he comido y he estado muy revitalizado por ella. (Cuando al principio nos encontramos con las tentaciones, estas son como el león que le rugía a Sansón, pero si las vencemos, la próxima vez que las veamos encontraremos un panal de miel dentro de ellas). Los filisteos no me entienden (cf. Jue. 14:14). En este escrito les narro la obra de Dios en mi propia alma desde el principio hasta al presente. Les comparto tanto mis dificultades como mis victorias. Cómo Dios hiere, y Sus manos también curan (cf. Job 5:18). Está escrito en la Escritura que “el padre hará notoria [Su] verdad a los hijos” (Is. 38:19). Fue por esta razón que permanecí mucho tiempo en el Sinaí —para ver el fuego, la nube y las tinieblas, para poder temer al Señor todos los días de mi vida en la tierra y contar Sus maravillas a mis hijos (cf. Dt. 4:10-11; Sal. 78:3-5). Deuteronomio 4.10–11 “Recuerda el día que estuviste delante del Señor tu Dios en Horeb, cuando el Señor me dijo: ‘Reúneme el pueblo para que Yo les haga oír Mis palabras, a fin de que aprendan a temerme (reverenciarme) todos los días que vivan sobre la tierra y las enseñen a sus hijos.’ “Ustedes se acercaron, pues, y permanecieron al pie del monte, y el monte ardía en fuego hasta el mismo cielo: oscuridad, nube y densas tinieblas. Moisés escribió de las jornadas de los hijos de Israel desde Egipto hasta la tierra de Canaán (cf. Nm. 33:1-2). Él también les ordenó que recordaran los cuarenta años de viaje en el desierto. Deuteronomio 8.2 “Y te acordarás de todo el camino por donde el Señor tu Dios te ha traído por el desierto durante estos cuarenta años, para humillarte, probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón, si guardarías o no Sus mandamientos. Por lo tanto, esto he tratado de hacer, y no solo esto, sino publicarlo también, para que, si es la voluntad de Dios, otros puedan recordar lo que Él ha hecho por sus almas, al leer Su obra en mi vida. Es provechoso para los cristianos rememorar a menudo los comienzos de la gracia en sus almas. Éxodo 12.42 Esta es noche de vigilia para el Señor por haberlos sacado de la tierra de Egipto. Esta noche es para el Señor, para ser guardada por todos los hijos de Israel por todas sus generaciones. Salmo 42.6 Dios mío, mi alma está en mí deprimida; Por eso me acuerdo de Ti desde la tierra del Jordán, Y desde las cumbres del Hermón, desde el Monte Mizar. Él también se acordó del león y del oso cuando fue a pelear con el gigante de Gat (cf. 1 S. 17:36-37). Era la manera acostumbrada de Pablo, aun cuando se encontraba en juicio por su vida, explicarles a sus jueces cómo fue convertido y llego a ser un seguidor de Jesús (cf. Hch. 22, 24). Recordaba ese día y esa hora en la que se encontró con la gracia, porque sabía que lo fortalecía, lo sostenía y lo consolaba. “Venid, oíd todos los que teméis a Dios, y contaré lo que ha hecho a mi alma” (Sal. 66:16). Cuando Dios había pasado a los hijos de Israel a través del Mar Rojo y los había llevado muy lejos en el desierto, debían aún darse la vuelta y recordar el ahogamiento de sus enemigos allí (cf. Nm. 14:25). Puesto que, aunque le dieron alabanza antes, “bien pronto olvidaron Sus obras” (Sal. 106:11-13). Salmo 106.11–13 Las aguas cubrieron a sus adversarios, Ni uno de ellos escapó. Entonces ellos creyeron en Sus palabras, Y cantaron Su alabanza. Pero pronto se olvidaron de Sus obras; No esperaron Su consejo. En este escrito mío verán mucho de la gracia de Dios para conmigo. Le agradezco a Dios que puedo considerarla mucho, porque esta estuvo por encima de mis pecados y las tentaciones de Satanás también. Ahora puedo recordar mis temores, dudas y tristes meses con consuelo. Estos son como la cabeza de Goliat en mi mano. No había nada para David como la espada de Goliat, a pesar de que Goliat pensaba hundírsela en sus entrañas; porque la sola mirada y el recuerdo de esa espada le predicaban la liberación de Dios. ¡Oh, el recuerdo de mis grandes pecados, de mis grandes tentaciones y de mis grandes temores de perecer para siempre! Ellos le traen de nuevo a mi mente el recuerdo de la gran ayuda, del gran apoyo del cielo y de la gran gracia que Dios extendió a un miserable como yo. Mis queridos hijos, recuerden los días pasados y los años antiguos. Recuerden también sus cánticos de noche y de la meditación con sus corazones (cf. Sal. 73:5-12). Sí, observen diligentemente y no dejen ninguna esquina de sus corazones sin explorar, porque hay un tesoro escondido, el tesoro de la primera y segunda experiencia de la gracia de Dios para con ustedes. Recuerden la palabra que primero se apoderó de ustedes. Recuerden sus terrores de conciencia, la convicción de pecado y temor a la muerte y al infierno. Recuerden también sus lágrimas y oraciones ante Dios, cómo oraban constantemente por la misericordia de Dios. ¿No tienen un monte Mizar para recordar la misericordia y gracia de Dios para con ustedes? “Dios mío, mi alma está abatida en mí; me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán, y de los hermonitas, desde el monte de Mizar” (Sal. 42:6). ¿Han olvidado el aposento, la granja lechera, el establo, el granero y demás, donde Dios visitó sus almas? Recuerden también la Palabra —la Palabra sobre la cual el Señor les ha dado esperanza. Si han pecado contra la luz, si son tentados a blasfemar, si se encuentran sumidos en la desesperación, si creen que Dios lucha contra ustedes, o si el cielo está escondido de sus ojos, recuerden que de la misma manera ha sucedido conmigo, vuestro padre en Cristo; pero de todas estas dificultades el Señor me liberó. Podría haber ampliado más en este escrito sobre mis tentaciones y aflicciones por el pecado y también de la bondad y la obra de Dios en mi alma. También podría haber escrito en un estilo mucho más elevado de lo que he redactado, y podría haber adornado todas las cosas más de lo que he hecho, pero no me atreví. Dios no jugó para convencerme de mi pecado y de mi necesidad de Él. El diablo no se lo tomó a la ligera cuando estuvo tentándome. Yo no lo vi como algo sin importancia cuando me hundí en un pozo sin fondo y cuando los dolores del infierno me atraparon. Por lo tanto, no puedo ser imprudente en esto, sino ser claro y simple, y relatarlo tal como fue. El que le agradare que lo reciba; y el que no le agradare que realice algo mejor. Adiós. Mis queridos hijos, la leche y la miel están más allá de este desierto. Dios sea misericordioso para con ustedes y les conceda no ser perezosos para ir a poseer la tierra. JOHN BUNYAN PRIMERA PARTE: EL RELATO DE BUNYAN DE SÍ MISMO PREVIO A SU CONVERSIÓN CAPÍTULO 1: COMIENZOS DE REBELDÍA . En este relato de la obra misericordiosa de Dios para con mi alma, sería adecuado en primer lugar darles un pequeño vistazo de mi ascendencia y niñez en unas breves palabras, de modo que los hijos de los hombres puedan ver y entender más claramente la bondad y benevolencia de Dios para conmigo. 2. Procedo, como muchos bien saben, de una familia de condición baja y humilde. La casa de mi padre era de esa clase baja que a menudo es despreciada y la más pobre entre todas las familias de aquellos alrededores. Así que no puedo alardear de tener sangre noble en mis venas según la carne o de una alta alcurnia como hacen muchos. Pero, incluso así, alabo el nombre celestial y majestuoso de Dios, porque por esta entrada me trajo a este mundo para participar de la gracia y vida que hay en Cristo por el evangelio.[41] 3. A pesar de la pobreza y la aparente insignificancia de mis padres, Dios se agradó de poner en sus corazones el que yo fuera a la escuela para aprender a leer y escribir. Aprendía en el mismo nivel que los otros niños de familias pobres, aunque tengo que confesar para vergüenza mía que pronto olvidaba lo poco que había aprendido, y eso fue mucho antes de que el Señor hiciera en mí Su obra de gracia para la conversión de mi alma.[42] 4. En cuanto a los años que viví sin Dios en el mundo fue ciertamente “siguiendo la corriente de este mundo […]” y “el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Ef. 2:2). Me deleitaba en que el demonio me retuviera cautivo a su voluntad (cf. 2 Ti. 2:26). 1 2 Timoteo 2.25–26 Debe reprender tiernamente a los que se oponen, por si acaso Dios les da el arrepentimiento que conduce al pleno conocimiento de la verdad, y volviendo en sí, escapen del lazo del diablo, habiendo estado cautivos de él para hacer su voluntad. Aun cuando era solamente un niño estaba tan atestado de toda injusticia, el cual operaba con tanta fuerza en mí (tanto en mi corazón como en mi vida), que no había entre las personas, especialmente entre los más jóvenes, que me igualara en maldecir, jurar, mentir y blasfemar el santo nombre de Dios. 5. Estaba tan establecido y arraigado en estas cosas que pasaron a ser para mí como una segunda naturaleza. He considerado sinceramente desde entonces que esto ofendió tanto al Señor que incluso en mi infancia Él me envió sueños horribles para atemorizarme e hizo que tuviera visiones espantosas de modo que pudiera ver la gravedad de mi pecado y volverme a Él. Con frecuencia, después de haber pasado un par de días pecando, era afligido en gran manera mientras dormía con el temor y los pensamientos que los demonios y espíritus malignos, que según pensaba yo entonces, tratarían de llevarme con ellos y de los cuales nunca podría ser librado. 6. Fue durante estos años también que fui grandemente turbado y afligido de día y de noche con los pensamientos del día del juicio. Temblaba ante los pensamientos de los horrorosos tormentos del fuego del infierno, y temía que mi destino se hallara entre aquellos diablos y monstruos infernales que están atados con cadenas y argollas de oscuridad eterna “para el juicio del gran día” (Jud. 1:6). 7. Cuando era un niño de unos nueve o diez años, estas cosas angustiaban tanto mi alma hasta el punto de que incluso en medio de muchos juegos y otras actividades vanas de niños y entre mis amigos mundanos, yo me hallaba a menudo muy agobiado y afligido en mi mente con estos pensamientos; sin embargo, parecía no ser capaz de desprenderme de mis pecados. Estaba tan abrumado con la angustia y desesperación de la vida y el cielo, que muchas veces deseaba que no hubiera infierno o que, si había, yo pudiera ser un demonio —ya que suponía que ellos serían solo atormentadores. Pensaba que, si tenía que ir al infierno, sería mucho mejor el atormentar a otros que el ser uno mismo sometido a tormento. 8. Después de un tiempo cesaron estos terribles sueños y pronto los olvidé, ya que mi amor a los placeres rápidamente interrumpió el recuerdo de ellos como si nunca hubieran aparecido. Y entonces, con más determinación que nunca, según la fuerza natural, di rienda suelta a mi concupiscencia y me deleitaba en toda clase de transgresiones contra la ley de Dios; de tal modo que era el cabecilla de todos mis compañeros guiándolos en toda especie de vicio e impiedad hasta el tiempo en que me casé. 9. Los frutos pecaminosos y las concupiscencias de la carne tenían ciertamente tal prioridad en esta alma descarada que, si no hubiera sido por un milagro de la preciosa gracia de Dios, no solo hubiera perecido por el golpe de la justicia eterna, sino que incluso hubiera padecido el golpe de las leyes de esta tierra que han desgraciado y vituperado a algunas personas ante todo el mundo. 10. Durante estos días el pensar en la religión cristiana me era muy desagradable. No toleraba pensar en ella, ni podía aguantar que otros también. Cuando veía a alguien leer libros que tenían que ver con la piedad cristiana, me sentía encarcelado y deseaba escapar. Entonces yo decía a Dios: “Apártate de [mí], porque no [quiero] el conocimiento de tus caminos” (Job 21:14). Para en ese tiempo estaba desprovisto de todo buen pensamiento. El cielo y el infierno se hallaban ambos fuera del alcance de mi vista y de mi mente, y en cuanto a ser salvo o perderme, era lo que menos me importaba. ¡Oh Señor, Tú conoces mi vida y mis caminos no se han ocultado de Ti! 11. Y con todo, qué bien recuerdo que, aunque pecaba con el mayor placer y deleite y me complacía en la vileza de mis compañeros, si veía a cristiano profesante pecar, me hacía temblar el espíritu. Y aunque estaba viviendo en la cumbre del pecado y vanidad, mi corazón sangraba y mi espíritu se dolía al escuchar a alguna persona que decía ser cristiano jurar. 12. Pero Dios no me había abandonado por completo, sino que aún velaba por mí —en ese momento no con convicciones, sino con juicios; pero estos estaban mezclados con misericordia. Una vez caí en un arroyo y por poco muero ahogado. En otra ocasión caí del bote en el río Bedford, pero su misericordia me salvó una vez más. Y en otro momento yendo al campo con uno de mis amigos, vimos una víbora venenosa que se arrastraba por el camino, y le di con un palo en la cabeza. Cuando quedó atontada la forcé a abrir la boca con el palo y le saqué los aguijones con los dedos. Si no hubiera sido por la misericordia de Dios esto podría haber sido causa de un abrupto fin a mis locuras. 13. Sucedió otra cosa sobre la cual he pensado muchas veces con agradecimiento. Cuando yo era soldado me enviaron junto con otros a cierto lugar para asediarlo; pero cuando yo estaba dispuesto a ir, otro solicitó ir en mi lugar. Y accedí a que fuera en mi lugar. Mientras este otro estaba haciendo de centinela en su puesto, le dio una bala de mosquete en la cabeza y cayó muerto.[43] 14. Esto, como he dicho, fueron algunos de los juicios y actos de misericordia de Dios. Pero ninguna de estas cosas despertó mi alma a la justicia, de modo que seguí pecando y aún me hice más rebelde contra Dios y descuidado respecto a mi salvación. CAPÍTULO 2: MATRIMONIO Y DESEOS RELIGIOSOS Para en esa época, me casé. Y por la misericordia de Dios, el padre de mi esposa era un hombre piadoso. Mi esposa y yo éramos tan pobres como se 1 5.podía ser, no teniendo tantas cosas del hogar como un plato o una cuchara para ambos. Sin embargo, ella tenía dos libros, “The Plain Man’s Pathway to Heaven (El camino claro del hombre al cielo)”[44] y “The Practice of Piety (La práctica de la piedad)”[45] que su padre le había dejado al morir. Yo leía estos libros algunas veces con ella, y encontré en ellos cosas que me gustaron, aunque no me redarguyeron de pecado. Ella me contaba con frecuencia lo piadoso que era su padre y cómo reprobaba y amonestaba el pecado, tanto en su propia casa como entre sus vecinos, y lo estricto y santo de su vida, tanto de palabra como de hecho. 16. Por tanto, estos libros que leía con mi esposa, aunque no llegaron a despertar mi corazón respecto a mi triste y pecaminoso estado, engendraron en mí un deseo por la religión cristiana. De modo que, debido a que no conocía ninguna mejor, empecé a tener interés por la religión circundante. Iba a la iglesia dos veces cada domingo en donde se encontraban los mejores cristianos. Cuando estaba allí me portaba muy devotamente, hablando y cantando como hacían los demás, pero seguía con mi vida malvada. Y estaba tan lleno de superstición que tenía gran devoción a todo lo que pertenecía a la iglesia —el púlpito en donde el sermón era predicado, el ministro, el clérigo, la vestimenta que el pastor vestía, el servicio de la iglesia, y todo lo demás que tenía que ver con la iglesia. Yo consideraba santas todas las cosas que había en la iglesia y especialmente creía que el ministro y el clérigo eran los más felices y sin duda alguna los más bienaventurados, porque eran siervos, según yo creía, de Dios y los principales que obraban en el santo templo para hacer Su obra. 17. Esta admiración fue haciéndose tan firme en mi espíritu que cuando yo veía a un ministro, sin importar si sabía que era depravado y corrupto, procedía humildemente ante él, reverenciándolo, y sentía un tipo de vínculo de afinidad con él. Sí, tenía tanto amor y respeto por ellos, pues suponía que eran los ministros de Dios, que podía postrarme a sus pies y ser pisoteado por ellos sin remordimientos, ya que sus títulos, sus vestiduras y su obra me fascinaban y me hechizaban. 18. Después de un tiempo en que pensaba todas estas cosas, me vino otra idea a la mente —si descendíamos de los israelitas o no. Yo había hallado en las Escrituras que los israelitas fueron una vez el pueblo escogido por Dios, y por ello pensaba que si pertenecía a esta raza mi alma sería verdaderamente feliz. Anhelaba saber la respuesta a esta pregunta, pero no se me ocurría la forma en que pudiera averiguarlo. Al final se lo pregunté a mi padre, y me dijo que no, que no veníamos de los israelitas. Con ello mi espíritu decayó, y así permaneció. CAPÍTULO 3: CONVICCIÓN, CONCIENCIA Y APARIENCIAS EXTERNAS Todo ese tiempo no estaba consciente del peligro y maldad del pecado. Nunca consideré que el pecado iba a condenarme al infierno eternamente, sin 1 9.importar la religión que siguiera, a menos que fuera encontrado en Cristo. No, nunca pensé en Él, ni siquiera sabía si existía o no. Y de esta manera el hombre vaga mientras se encuentra espiritualmente ciego, fatigándose buscando las cosas vanas de este mundo, porque no sabe por dónde ir a la ciudad de Dios (cf. Ec. 10:15). 20. Pero un día, entre todos los sermones que nuestro predicador expuso, su tema tenía que ver con el “El día de reposo” y lo malo que era quebrantar ese día santo, ya fuera al trabajar, dedicarse a los deportes o cualquier otra cosa. Aborrecí mi religión, ya que era alguien que se deleitaba en todas las formas del pecado, especialmente en el día del Señor. Fui convencido de mi pecado con este sermón, pensando y creyendo que este sermón él lo había predicado a propósito para mostrarme mis malos caminos. Esta fue la primera vez que recuerdo en que me sentí culpable y agobiado; de modo que después de ese sermón me fui a casa con una gran carga en mi espíritu. 21. Por un instante esto produjo que perdiera el deseo por el pecado y que me amargara todos mis placeres predilectos, pero no duró mucho rato. Antes que hubiera terminado de comer, las preocupaciones habían desaparecido de mi mente y mi corazón volvió a sus antiguos caminos. ¡Oh, cuán contento estaba de que esta carga hubiese desaparecido de mí y que este fuego hubiese sido apagado para poder pecar nuevamente sin sentirme culpable! De modo que después de la comida eché el sermón de mi mente y volví con gran deleite a mis juegos y diversiones usuales en el día del Señor. 22. Pero aquel mismo día, cuando estaba jugando al “Gato”,[46] justo cuando estaba a punto de dar el segundo golpe, de repente escuché una voz del cielo en mi alma que decía: “¿Vas a dejar tus pecados e ir al cielo, o vas a conservar tus pecados e ir al infierno?”. Me quedé en gran manera sorprendido; dejé mi gato en el suelo, dirigí mi mirada al cielo, y con los ojos de mi entendimiento, me pareció ver al Señor Jesús mirándome desde arriba intensamente disgustado y como si me estuviera amenazando con algún terrible castigo por todas mis prácticas impías. 23. Apenas entendí esto en mi mente cuando repentinamente vi mis pecados ante mi rostro y comprendí que había sido un gran y terrible pecador, y que ahora era demasiado tarde para mí buscar la vida eterna. Pensé que Cristo no me perdonaría, ni perdonaría mis transgresiones. Comencé a considerar esto, y mientras estaba pensando sobre esto y temiendo que esto fuera verdad, sentí que mi corazón se hundía en el desespero y llegué a la conclusión de que era demasiado tarde para mí. Por lo tanto, resolví seguir pecando, porque pensé que, si era verdad de que Cristo no me perdonaría por mi vida impía, mi situación era ciertamente miserable. Sería miserable si dejaba mis pecados y sería miserable si continuaba en ellos. Si no tenía opción sino ser condenado al infierno, entonces pensé que podía ser condenado por muchos pecados en lugar de unos pocos. 24. Y así estaba en medio del juego con todos los demás de pie alrededor mío, pero sin decirles nada de mis pensamientos y de lo que experimenté. Firmemente decidí volver otra vez al deporte, y recuerdo muy bien que el desespero se apoderó de mi alma de tal manera que ciertamente no podía encontrar consuelo excepto en lo que pudiera sacar de mi pecado. No tenía ninguna esperanza de obtener al cielo, entonces no quería considerar eso. En lugar de ello, sentí un creciente anhelo de llenarme a rebosar de pecado, y tratar de encontrar qué pecado todavía no había cometido para gustar la dulzura de este. Procuré apresurarme a henchir mi vientre de sus manjares delicados, temiendo morir antes de satisfacer mis deseos. Estas cosas las declaro ante el Señor de que no estoy mintiendo, exagerando o inventándolas. Estos eran realmente mis deseos y los quería con todo mi corazón. Que el buen Señor, cuya su misericordia es inescrutable, perdone mis transgresiones. 25. Mucho me temo que esta tentación del diablo es más común entre las pobres criaturas de lo que muchos se dan cuenta, aún para invadir nuestros espíritus con una disposición del corazón grave y debilitada, y una conciencia adormecida. Mientras nos encontramos en este estado de mente, Satanás astuta y engañosamente nos aporta tal desesperación que, aunque no estemos llenos de culpa, continuamente llegamos a concluir que no hay esperanza para nosotros. Debido a que hemos amado el pecado, por tanto, tras ellos hemos de ir (cf. Jer. 2:25; 18:12). Jeremías 2.25 Guarda tus pies de andar descalzos Y tu garganta de la sed. Pero tú dijiste: ‘Es en vano. ¡No! Porque amo a los extraños, Y tras ellos andaré.’ Jeremías 18.12 “Pero ellos dirán: ‘Es en vano; porque vamos a seguir nuestros propios planes, y cada uno de nosotros obrará conforme a la terquedad de su malvado corazón.’ 26. Por esta razón fui tras el pecado, pero no me contentaba con no poder pecar aún más. Esta manera de vida continuó durante más o menos un mes, pero un día estando junto a la ventana delantera de la tienda de un vecino maldiciendo, jurando y actuando neciamente como tenía por costumbre, la mujer de la casa estaba sentada cerca y me oyó. Y aunque era una mujer muy inmoral e impía, protestó de que jurara y maldijera de esa manera, porque le había hecho estremecerse al oírme. Asimismo, ella dijo que yo era el hombre más perverso y blasfemo que jamás había conocido en toda su vida, y que al comportarme así descarriaría a toda la juventud del pueblo si se juntaban conmigo. 27. Esta reprimenda me dejó sin palabra y me dejó avergonzado, no solo ante los demás, sino ante el Dios del cielo. Por lo tanto, mientras me quedé con la cabeza gacha, deseé con todo mi corazón poder ser un niño pequeño nuevamente, y que mi padre me hubiera enseñado a hablar sin este lenguaje desastrado. Estaba tan acostumbrado a mi manera de hablar y vivir que pensé que era inútil para mí intentar reformarme, porque nunca podría conseguirlo. [47] 28. Sin embargo, no sé cómo sucedió, pero a partir de entonces dejé de jurar. Me asombraba de que mientras que antes no sabía cómo hablar sin profanidad, ahora podía hablar sin un lenguaje inapropiado, y podía hablar mejor y de manera más agradable que nunca. Pero en todo este tiempo no conocía a Jesucristo, ni abandoné mis juegos o entretenimientos. 29. Poco después de esto entré en compañía con un hombre que se decía ser cristiano. Este hombre hablaba de buena gana de las Escrituras y de cosas religiosas, y empezó a gustarme un poco lo que decía, entonces empecé a leer mi Biblia y hallé mucho placer leyéndola —especialmente las partes históricas. En cuanto a las cartas de Pablo y otros escritos bíblicos de ese tipo, no podía entenderlas en lo más mínimo, ya que todavía ignoraba tanto la corrupción de mi naturaleza como la importancia y necesidad de que Jesucristo me salvara. 30. De modo que empecé una reforma externa, tanto en mi habla como en mi conducta, y pensé que podía ir al cielo si guardaba los Diez Mandamientos. Procuré guardarlos de manera cuidadosa, y creía que los guardaba muy bien algunas veces, lo cual me proveyó algo de consuelo. Pero de vez en cuando quebrantaba uno de esos mandamientos, y mi conciencia era grandemente perturbada. Cuando eso pasaba, me arrepentía y le decía a Dios que lo sentía, y le prometía que lo haría mejor la próxima vez. Eso me traía consuelo, y pensaba que agradaba a Dios tan bien como cualquier otro hombre en Inglaterra. 31. Seguí así durante un año. En todo ese tiempo nuestros vecinos pensaron que yo era muy piadoso —un nuevo y devoto hombre—, y se maravillaban del gran y prominente cambio en mi vida y mis actos. Y ciertamente así fue. Aunque no conocía a Cristo, ni la gracia, fe o esperanza. Si hubiera muerto para ese entonces, me hubiera perdido para siempre sin Jesús y hubiera tenido una espantosa eternidad. 32. Pero como decía, mis vecinos se asombraban de este gran cambio en mí, de un blasfemo rebelde a un hombre de vida buena y moral. Ellos podían haber pensado esto, porque mi vida era tan extraordinaria como para Tom de Bedlam volverse un hombre sobrio.[48] Así que en ese momento los que me conocían empezaron a alabarme, elogiarme y hablar bien de mí, tanto en mi propia cara como a mis espaldas. Me había convertido, como ellos decían, en alguien piadoso; me había vuelto un hombre honrado y recto. Y cuando supe que estas eran sus palabras y opiniones de mí, me contentaba demasiado. Pues, aunque en ese momento no era sino un pobre hipócrita y sepulcro blanqueado, amaba que se hablara de que fuera ciertamente piadoso. Yo estaba orgulloso de mi piedad, y en realidad hacía todo lo que podía para ser visto por los demás o para que hablaran bien de mí. Y esto continuó un año o algo más. 33. Ante esto me deleitaba mucho en tocar la campana de la iglesia, pero mi conciencia empezó a volverse sensible, y pensé que tal práctica era vana. Por tanto, me esforcé por abandonarlo, pero mi espíritu lo deseaba. Iba al campanario y miraba la campana, aunque no me atrevía a tocarla. Pero no pensé que esto estaba bien, pero me forzaba a mí mismo y aún lo consideraba. Al poco tiempo, empecé a pensar que una de las campanas podía caerme encima. Entonces decidí colocarme bajo la viga principal que cruzaba la estancia debajo de las campanas, considerando que allí estaba seguro. Pero luego pensé que, si cayese la campana con movimiento, podía primero golpear la pared y entonces rebotar en ella y matarme. Esto hizo que decidiera quedarme a la puerta de la entrada, en donde estaría lo suficientemente seguro, porque si la campana cayera, podía dar un salto detrás del grueso muro y no me pasaría nada. 34. Después de esto aún iba a ver cómo tocaban, pero no entraba más allá de la puerta de la entrada. Entonces empecé a preguntarme qué pasaría si el campanario mismo cayese. Este pensamiento que el campanario podría caerse cuando estaba allí mirando las campanas siendo tocadas, continuamente sacudían mi mente de modo que no volví a atreverme a situarme en la puerta de la entrada, sino que huía, por temor a que el mismo campanario me cayera encima. 35. Otra cosa que pensé que desagradaba a Dios eran mis bailes. Tardé todo un año antes de poder dejar esta práctica, pero durante todo ese tiempo, cuando pensaba que estaba guardando este o aquel mandamiento o cuando decía o hacía algo que pensaba que era bueno, tenía gran paz en mi consciencia. Creía entonces que Dios estaba complacido ahora conmigo. Ciertamente pensaba que nadie en toda Inglaterra podía agradar a Dios mejor que yo. 36. Pero qué pobre miserable era, todo ese tiempo no conocía aún a Jesucristo, y estaba procurando establecer mi propia justicia (cf. Ro. 10:3). Habría perecido en mi propia justicia si Dios, en Su misericordia, no me hubiera mostrado más de mi naturaleza pecaminosa. Romanos 10.3–4 Pues desconociendo la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. Porque Cristo es el fin de la ley para justicia a todo aquél que cree. SEGUNDA PARTE: EL RELATO DE BUNYAN DE SU CONVERSIÓN Y LAS DOLOROSAS PRUEBAS DE ESPÍRITU PREVIO A SU UNIÓN A LA IGLESIA EN BEDFORD CAPÍTULO 4: CONVERSIÓN 7. Entonces un día la buena providencia de Dios me condujo a Bedford para hacer cierto trabajo allí. En una de las calles de esa ciudad, había tres o cuatro mujeres sentadas a la puerta en el sol hablando de las cosas de Dios. Queriendo escuchar su conversación, me acerqué a ellas para oír lo que estaban diciendo, ya que en ese tiempo disfrutaba de las discusiones acerca de los asuntos religiosos. Escuché lo que estaban diciendo, pero no entendía, porque hablaban de cosas muy elevadas para mí. Hablaban de un nuevo nacimiento, de la obra de Dios en sus corazones, y de cómo fueron convencidas de que eran pecadoras condenadas desde el nacimiento. Hablaban de la manera en que Dios había visitado sus almas con Su amor en el Señor Jesús y comentaban sobre las palabras y promesas que las habían ayudado, confortado y sostenido en contra de las tentaciones del diablo. Asimismo, hablaban de algunas insinuaciones y tentaciones de Satanás en particular, diciéndose la una a la otra cómo habían sido afligidas y cómo se sostuvieron bajo sus asaltos. También discutían de la maldad de sus corazones, de su incredulidad, y de cómo condenaban, despreciaban y aborrecían su propia justicia como inmundo e insuficiente para hacerles algún bien (cf. Is. 64:6). 3 Isaías 64.6 Todos nosotros somos como el inmundo, Y como trapo de inmundicia todas nuestras obras justas. Todos nos marchitamos como una hoja, Y nuestras iniquidades, como el viento, nos arrastran. 38. Me pareció que hablaban con los corazones de llenos de gozo. Hablaban con tal deleite de la Biblia y tenían tanta gracia en todo lo que decían que me parecía que habían encontrado un nuevo mundo, como si fueran personas que habitaban confinadas, y no fueran contadas entre sus vecinos (cf. Nm. 23:9). Números 23.8–9 ¿Cómo maldeciré a quien Dios no ha maldecido? ¿Cómo condenaré a quien el Señor no ha condenado? Porque desde la cumbre de las peñas lo veo, Y desde los montes lo observo. Este es un pueblo que mora aparte, Y que no será contado entre las naciones. 39. Y mi corazón empezó a temblar, dudando de mi condición, porque vi que todas mis ideas sobre la religión y la salvación nunca habían tocado la cuestión del nuevo nacimiento. Empecé a darme cuenta de que no sabía nada del consuelo de la Palabra y de las promesas de Dios ni de lo engañoso y traicionero de mi perverso corazón. En cuanto a mis pensamientos secretos, no los tenía en cuenta, ni conocía qué tentaciones de Satanás existían o cómo podían ser resistidas. 40. Cuando hube escuchado y considerado lo que ellas dijeron, me marché y volví al trabajo, pero su plática y manera de conversación se quedaron conmigo. Mi corazón se hallaba en gran manera afectado por sus palabras, porque mediante estas me convencí de que carecía de evidencia de ser un hombre verdaderamente piadoso y también porque me convencí de la feliz y bendita condición de aquellos que son piadosos. 41. Así que tomé la decisión de frecuentar la compañía de aquellas humildes personas una y otra vez, porque no podía estar alejado de ellas. Y cuanto más estaba con ellas, más cuestionaba mi condición espiritual. Recuerdo todavía claramente que había dos cosas que estaban sucediendo en mí que me tenían muy sorprendido, especialmente cuando consideraba lo ciego, ignorante, infame e impío que había sido recientemente. La primera de estas dos cosas era una gran dulzura y ternura de corazón, el cual hizo que tuviera la convicción de lo que ellos afirmaban según las Escrituras. Lo otro era una gran inclinación de mi mente a meditar continuamente en esto y en todas las demás cosas buenas que había oído o leído en algún momento. 42. Mi mente estaba ahora muy cambiada por estas cosas de modo que se encontraba como una sanguijuela en la vena, clamando: “¡Dame! ¡Dame!” (Pr. 30:15). Estaba tan fija en la eternidad y en las cosas del reino de los cielos (es decir, en cuanto a lo que sabía, aunque Dios conocía que no sabía sino poco) que ni el placer, ni las ganancias, ni las argumentaciones, ni las amenazas habrían podido hacer desprenderme de ellas. Y aunque lo digo con vergüenza, es realmente cierto que me era tan imposible apartar mi mente del cielo y llevarla a la tierra, como he encontrado frecuentemente desde entonces apartarla de la tierra y llevarla al cielo. 43. Hay una cosa que tengo que decir ahora: Había un joven en nuestro pueblo con el cual yo tenía más amistad que con nadie, pero era terriblemente malvado con sus blasfemias, juramentos e inmoralidad, así que dejé de andar con él por completo. Al cabo de unos tres meses me lo encontré por la carretera, y le pregunté qué tal seguía. Me respondió que estaba bien en su vieja manera de maldiciones y locura. “Pero, Harry —le contesté— ¿por qué juras y blasfemas de esta manera? ¿Qué será de ti el día que mueras en esta condición?”. El me respondió con gran ira: “¿Qué compañía podría tener el demonio si no fuera con individuos como yo?”. 44. Durante este período me topé con algunos libros de los Ranters que eran distribuidos por algunos de nuestros conciudadanos.[49] Los libros eran también altamente recomendados por varias personas mayores que profesaban ser cristianos. Leí algunos de estos libros, pero no fui capaz de emitir un juicio sobre ellos, entonces cuando los leía y pensaba en lo que estaba escrito y sentía que era incapaz de juzgarlos, oraba fervientemente de esta manera: Oh Señor, soy un necio, incapaz de distinguir la verdad del error. Señor, no me dejes en mi ceguera, ni permitas que apruebe o rechace esta doctrina. Si proviene de Ti, que no la desprecie; y si es del diablo, que no la abrace. Señor, pongo mi alma a tus pies respecto a este asunto. No permitas que sea engañado, te lo pido humildemente. Tenía un compañero religioso muy íntimo todo ese tiempo, y era el pobre hombre del cual hablé antes; pero para ese tiempo se había vuelto el más diabólico Ranter y se había entregado a toda clase de inmundicias. Él también negaba que hubiera Dios, ángeles o espíritu, y se reía de todas mis exhortaciones para que él se mantuviera sobrio. Cuando reprendía su maldad se reía más aún y me decía que había considerado todas las religiones y que nunca había dado en lo recto hasta entonces. También me dijo que pronto vería a todos los que profesaban ser cristianos volverse a los caminos de los Ranters. Por lo tanto, intensamente discrepé de sus principios malditos e inmediatamente me alejé de su compañía y me volví un gran extraño para con él como lo había sido antes de su compañía. 45. Este hombre no era mi única tentación, porque, debido a mi trabajo, tenía que viajar con frecuencia por el país, y así me encontraba con muchas clases de personas, las cuales, aunque anteriormente habían sido muy estrictas en asuntos religiosos, se habían descarriado por causa de los Ranters. Estas personas me hablaban de sus nuevas creencias y me condenaban como legalista y ciego a la verdad, creyendo que habían llegado a ser perfectos y que podían hacer todo lo que querían, y que al hacerlo no pecaban. Estas cosas fueron una terrible tentación para mi carne, pues era todavía un joven y mi naturaleza estaba en su apogeo. Pero Dios, que me había designado para cosas mejores, me guardaba en el temor de Su nombre y no permitió que aceptara tales creencias malditas. Bendito sea Dios que puso en mi corazón el clamar a Él para que me guardara y me dirigiera y me hiciera desconfiar de mi propia sabiduría. He visto desde entonces los resultados de esa oración en el hecho de que me ha preservado no solo de estos errores, sino en los que fueron apareciendo más adelante. La Biblia fue preciosa para mí en aquellos días. 46. Y empecé a mirar las Escrituras con nuevos ojos y a leerlas como nunca lo había hecho. Las epístolas del apóstol Pablo especialmente las encontraba muy dulces y agradables, y ciertamente nunca dejaba la Biblia, sino que siempre estaba leyéndola o meditándola. Estuve clamando a Dios para que pudiera conocer la verdad y el camino al cielo y la gloria. 47. Y mientras estaba leyendo llegué a este pasaje: 1 Corintios 12.7–9 Pero a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común. Pues a uno le es dada palabra de sabiduría por el Espíritu; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; a otro, dones de sanidad por el único Espíritu. Y aunque, como he visto hasta ahora, por estos versos el Espíritu Santo procura extraordinarias y especiales cosas, me convencí mediante estos versos que carecía incluso de las cosas básicas —ese entendimiento y sabiduría que otros cristianos tenían. Pensé mucho acerca de esto y no supe qué hacer, especialmente con respecto a esta palabra fe, porque no podía sino seguir cuestionando si tenía algo de fe o no. Temía que mi falta de verdadera fe me mantuviera alejado de todas las bendiciones que Dios les ha concedido a otras personas piadosas. No quería llegar a la conclusión de que no tenía fe en mi alma, porque entonces debía considerarme como separado de Dios. 48. “No —me dije a mí mismo—, aunque estoy convencido de que soy un ignorante y que carezco de esos dones benditos del conocimiento y la comprensión que otras personas piadosas tienen, considero que no estoy del todo sin fe, aunque no sepa lo que exactamente es la fe. Porque me ha sido mostrado (por parte de Satanás también, como he visto desde entonces) que los que se consideran a sí mismos que se encuentran en un estado sin fe no tienen descanso ni tranquilidad en sus almas, y yo no estoy dispuesto a caer en la desesperación”. 49. A causa de estos pensamientos estaba un poco preocupado de ver mi falta de fe, pero Dios no permitió que dañara o destruyera mi alma de esta manera. Él continuamente, contrario a mis conclusiones ciegas y lamentables, creó en mí la posibilidad de no poder contentarme o descansar hasta que supiera con seguridad si tenía fe o no, ya que en esto podía engañarme a mí mismo. Esto estuvo siempre recorriendo por mi mente: “¿Qué puede hacerse si no tengo fe? ¿Cómo puedo decir si tengo fe?”. Además, sabía sin lugar a duda que, si no tenía verdadera fe, con seguridad iba a perecer para siempre. 50. Aunque al principio estuve dispuesto a pasar por alto la cuestión de la fe, después de considerar las cosas aún más, me dispuse a escudriñar el asunto y considerar si tenía fe o no. Pero tristemente era tan ignorante y bruto que no sabía cómo considerar si tenía fe más de lo que sabía cómo empezar a realizar una pieza de arte rara e inusual que nunca había visto o considerado antes. 51. Mientras estaba considerando qué hacer, y cuando estaba determinado a averiguar si tenía fe (no le había dicho todavía a nadie lo que estaba tratando de hacer), el tentador vino con su engaño diciéndome que no había manera en que yo pudiera saber si tenía fe excepto al tratar de obrar algunos milagros. Satanás, queriendo fortalecer la tentación y tener éxito en ella, me sugirió esos versos de las Escrituras que parecen mostrar esa forma. Un día mientras me encontraba entre Elstow y Bedford, fui grandemente tentado a tratar de hacer un milagro para ver si tenía fe. El milagro que consideré en ese momento fue en ordenarle a un charco que se había creado por las pisadas de los caballos que se secara y ordenarle al área seca que se volviera un charco. Y en el momento que iba a pronunciar las palabras se me vino el pensamiento de ir a un seto cercano y orar para que Dios me hiciera capaz de hacerlo. Pero cuando decidí orar, me puse a considerar que si oraba y entonces tratara de hacerlo y nada sucediera, sería claro que no tenía fe, sino que estaba separado de Dios y perdido. No, pensé. Si eso podría suceder, entonces no lo intentaré aún, sino que esperaré un poco más. 52. Por lo tanto, continué desconcertado en cuanto a saber qué hacer. Pensé que si solo los que tenían fe podían hacer tales cosas maravillosas, entonces en ese momento concluí que no tenía y que ni era probable que tuviera. Y de esa manera quedé enredado en la tentación del diablo y mi propia ignorancia y estaba tan perplejo que a veces no sabía qué hacer. 53. Fue para ese tiempo que tuve un sueño o una especie de visión del estado y felicidad de aquel grupo humilde de Bedford. Vi como si estuvieran en la parte soleada de alguna montaña alta, reconfortándose con los agradables rayos del sol, mientras yo estaba temblando en lo frío, afligido con la helada, la nieve y las nubes oscuras. Me pareció también ver una muralla alrededor de esta montaña que estaba entre esa gente y yo. Grandemente deseaba estar al otro lado del muro para poder gozarme también del calor del sol como hacían esas personas. 54. Anduve de arriba para abajo a lo largo de este muro tratando de encontrar alguna forma para entrar al otro lado, pero no pude encontrar ninguna manera para hacerlo. Al final vi una estrecha abertura, como una pequeña puerta en la muralla, por la cual intenté pasar, pero la entrada era muy angosta y reducida. Realicé numerosos esfuerzos para tratar de entrar, pero todo era en vano, quedando exhausto de tanto denuedo. Finalmente, con un gran esfuerzo, pude pasar la cabeza por la apertura, luego los hombros, y después de mucho empeño, mi cuerpo entero. Estuve muy alegre, y fui y me senté en medio de ese grupo y fui confortado por la luz y el calor del sol. 55. Esta montaña y muralla en mi sueño tenían significado. La montaña representaba la Iglesia del Dios vivo. El sol que brillaba era el resplandor confortable del rostro misericordioso de Dios sobre aquellos que estaban allí. El muro, pensé, era la Palabra que separaba a los cristianos del mundo. La puerta que estaba en esta muralla era Jesucristo, que es el camino a Dios el Padre (cf. Mt. 7:14; Jn. 14:6). Mateo 7.13–14 “Entren por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición (destrucción), y muchos son los que entran por ella. “Pero estrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. Juan 14.6 Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí. El hecho de que la puerta fuera extremadamente estrecha de modo que no se podía entrar sino con gran dificultad, me mostraba que nadie puede entrar a la vida eterna sino aquellos que fueran intensamente sinceros y que también quisieran dejar este mundo malvado tras ellos. Había solamente lugar para el cuerpo y el alma, pero no para el cuerpo, el alma y el pecado. CAPÍTULO 5: CONFUSIÓN Estos pensamientos de la fe y la falta de fe permanecieron conmigo muchos días, y todo ese tiempo me vi a mí mismo en una condición miserable y 5 6.desanimada. Sin embargo, me provocó un hambre y deseo vehemente de ser uno de aquellos que se sentaban a ver la luz del sol. También oraba dondequiera que estuviera, ya sea en casa, fuera de ella o en el campo. Cuando elevaba mi corazón a Dios, frecuentemente cantaba el cántico del Salmo 51:1: “Oh Señor, considera mi angustia”, porque todavía no sabía dónde estaba espiritualmente. [50] 57. No podía encontrar seguridad o convencerme de que tenía fe en Cristo, sino que, en lugar de tener paz, comencé a ver mi alma asaltada con nuevas dudas sobre mi bienaventuranza futura, especialmente con preguntas como estas: “¿Seré uno de los escogidos? ¿Qué tal si el día de la gracia hubiese pasado y se hubiese acabado?”. 58. A causa de estas dos tentaciones estuve muy preocupado y turbado, algunas veces por una y otras veces por la otra. Aunque estaba desesperado por encontrar el camino al cielo y a la gloria y nada podía hacerme flaquear de esta búsqueda, la cuestión de la elección me desanimaba y angustiaba terriblemente de tal manera que a veces me parecía como si toda la fuerza de mi cuerpo me hubiera sido quitada por la fuerza y poder de esta cuestión. Había un pasaje de la Escritura en especial que aplastaba todas mis esperanzas: “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Ro. 9:16). 59. No sabía qué hacer con este verso, porque veía claramente que a menos que el gran Dios, de Su infinita gracia y generosidad, me hubiere escogido voluntariamente para ser un vaso de misericordia, podía anhelar, desear y esforzarme hasta que se me partiera el corazón, y no me serviría de nada. Por lo tanto, estos pensamientos constantemente me inquietaban: “¿Cómo puedo averiguar si soy elegido? ¿Qué pasa si no lo soy?”. 60. “Oh Señor —pensaba—, ¿qué pasa si no estoy entre los elegidos?”. “Probablemente no lo estás”, me decía el tentador. “Puede que sea cierto”, pensaba. “Pues bien —decía Satanás—, es mejor que dejes de buscar a Dios y de esforzarte más; porque si no eres uno de los elegidos de Dios, no hay esperanza de que puedas ser salvo; porque no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”. 61. Mediante estas cosas fui conducido al borde de la desesperación, no sabiendo qué decir o cómo responder a estas tentaciones. De hecho, no consideraba mucho de que Satanás me hubiera asaltado, sino que pensaba que era mi propia prudencia que me había llevado a esta cuestión. Estaba perfectamente de acuerdo con la idea de que solo los elegidos alcanzarían la vida eterna, pero la gran pregunta para mí era cómo saber si yo era uno de ellos. 62. Por lo tanto, durante varios días estuve grandemente asaltado y perplejo, y con frecuencia cuando estaba caminando, estaba presto a colapsar hacia al suelo por el desfallecimiento de espíritu. Pero un día, después de haber sido agobiado y desanimado con esta dificultad por muchas semanas, cuando estuve a punto de renunciar a toda esperanza de alcanzar la vida eterna, esta sentencia cayo con peso en mi espíritu: “Fíjense en lo que sucedió en otros tiempos: nadie que confiara en el Señor se vio decepcionado”. 63. Cuando pensé en esta frase, mi alma se vio grandemente aliviada y animada, porque en ese mismo instante se me hizo claro que si empezaba por el Génesis y leía hasta el Apocalipsis, no encontraría una sola persona que hubiera confiado en el Señor y que hubiera sido decepcionada y rechazada. Así que, al llegar a casa, inmediatamente fui a mi Biblia para ver si podía encontrar ese verso, con la seguridad de encontrarlo rápidamente, porque fue tan dulce y vino sobre mí con tal poder y consuelo para mi espíritu que fue como si me hablara. 64. Pero busqué y no pude encontrarlo. Y a causa de que no podía evitar pensar en este verso, entonces por primera vez le pregunté a un buen hombre y luego a otro si sabían dónde se encontraba, pero no conocían tal verso. Me preguntaba por qué esta frase había venido de repente, y que con tanto consuelo y fuerza se había apoderado y permanecido en mi corazón, y con todo nadie podía encontrarla, aunque estaba seguro de que se encontraba en las Santas Escrituras. 65. Continué buscando ese verso por más de un año, pero no pude encontrarlo por ningún lugar de la Biblia. Al final, buscando en los libros Apócrifos, lo encontré en Eclesiástico 2:10 (DHH). Al principio esto me molestó considerablemente, pero debido a que en ese momento había experimentado más del amor y bondad de Dios, me molestó menos. Cuando consideré que, aunque el verso no se encontraba en aquellos textos que llamamos santos y canónicos, podía hallar consuelo en este, ya que esta frase era la suma y esencia de muchas de las promesas en la Biblia. Y bendije a Dios por esa palabra, porque fue de Dios para mí. En ocasiones esa palabra aún brilla ante mi rostro. 66. Fue después de esto que me asaltaron otras dudas. ¿Cómo sabía que el día de la gracia había pasado ya? ¿Cómo sabía que había pasado por alto el periodo de misericordia por mucho tiempo? Recuerdo un día cuando estaba caminando en el campo, pensaba acerca de esto. ¿Qué pasaría si el día de la gracia había pasado? Y para agravar mi turbación, el tentador le presentó a mi mente aquellas personas piadosas de Bedford y me señaló que estas personas eran ya convertidas, y que ellos eran todos a quienes Dios salvaría en esta parte del país —que había venido muy tarde, porque estos otros habían conseguido la bendición antes de que yo llegara. 67. Esto me causó una gran angustia, porque pensé que esta era probablemente la situación. Por lo tanto, anduve de arriba para bajo lamentando mi triste condición, considerándome mucho peor que los miles de necios que existen, por estar apartado de Dios por mucho tiempo y desperdiciar muchos años en el pecado como lo había hecho. Clamaba: “¡Oh, si me hubiera vuelto a Dios antes! ¡Oh, si me hubiera entregado a Él hace siete años!”. Me hacía también enojar conmigo mismo el pensar que fui tan insensato al desperdiciar mi tiempo hasta que mi alma y el cielo se me escaparan. 68. Cuando durante mucho tiempo había estado turbado con este temor y apenas podía dar un paso más, cerca del mismo lugar donde recibí mi otro incentivo, estas palabras irrumpieron en mi mente: “Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. Dijo el señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa” (Lc. 14:22-23). Lucas 14.21–23 “Cuando el siervo regresó, informó de todo esto a su señor. Entonces, enojado el dueño de la casa, dijo a su siervo: ‘Sal enseguida por las calles y callejones de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los ciegos y los cojos.’ “Y el siervo dijo: ‘Señor, se ha hecho lo que usted ordenó, y todavía hay lugar.’ “Entonces el señor dijo al siervo: ‘Sal a los caminos y por los cercados, y oblígalos a entrar para que se llene mi casa. Estas palabras, pero especialmente “aún hay lugar”, fueron dulces palabras para mí, porque verdaderamente me mostraban que había lugar suficiente en el cielo para mí. Además, pensé que cuando el Señor Jesús dijo estas palabras, Él estaba pensando en mí, y sabía que llegaría el tiempo en que estaría lleno de miedo de que no hubiera lugar para mí en Su seno. Y así dijo esta palabra y la dejó registrada para que yo pudiera encontrar apoyo y consuelo contra esta vil tentación. Esto es lo que creía plenamente en aquel entonces 69. Seguí durante un tiempo en la luz y aliento de esta palabra. Y era consolado más cuando consideraba que el Señor Jesús pensaba en mí hace mucho y que Él dijo estas palabras a propósito para mí. Entonces verdaderamente creí que Él había hablado estas palabras hace mucho tiempo con el propósito de animarme. 70. Pero no estuve sin la tentación de volver atrás nuevamente a mi antigua manera de pensar. Me vinieron tentaciones de Satanás, de mi propio corazón, y de mis conocidos mundanos, pero doy gracias a Dios que fueron vencidas por una clara comprensión de la muerte y del día del juicio; estos pensamientos estuvieron constantemente delante de mí. También pensaba con frecuencia en Nabucodonosor, de quien se dice que Dios le había dado todos los reinos de la tierra (cf. Dn. 5:19). Daniel 5.18–20 “Oh rey, el Dios Altísimo concedió a tu padre Nabucodonosor soberanía (el reino), grandeza, gloria y majestad. “Y a causa de la grandeza que El le concedió, todos los pueblos, naciones y lenguas temían y temblaban delante de él. A quien quería, mataba, y a quien quería, dejaba con vida; exaltaba a quien quería, y a quien quería humillaba. “Pero cuando su corazón se enalteció y su espíritu se endureció en su arrogancia, fue depuesto de su trono real y su gloria le fue quitada. Pensaba que, si este gran hombre tenía toda su porción en este mundo, una hora en el fuego del infierno lo habría hecho olvidar todo esto; esta consideración fue para mí de mucha ayuda. 71. En este tiempo casi comprendí algo relacionado con los animales que Moisés llama inmundos y limpios. Pensé que estos animales representaban tipos de personas: los animales limpios, como tipos del pueblo de Dios; pero los inmundos, como tipos de los hijos del maligno. Cuando leía que los animales limpios “rumiaban”, yo pensaba que nos mostraba que debíamos alimentarnos de la Palabra de Dios. También al ver lo que dice de la “pezuña hendida”, pensé que significaba que, si somos salvos, debemos separarnos de los caminos de los impíos. También, cuando seguí leyendo de ellos, aprendí que, aunque rumiáramos como la liebre, pero andábamos con garras como de perro o, aunque tuviéramos pezuña hendida como el cerdo, pero no rumiáramos como ovejas, somos aún inmundos (cf. Deuteronomio 14). Pensé que esto era un tipo de aquellos hablan de la Palabra, pero andan en los caminos del pecado. Y que el cerdo representaba la persona que se separa del pecado externo, pero carece todavía de la Palabra de fe, sin la cual no hay salvación, por devota y religiosa que sea la persona. Después de esto aprendí, leyendo la Palabra, que los que han de ser glorificados con Cristo en el otro mundo han de ser llamados por Él aquí primero. Ellos deben ser llamados a participar de Su Palabra y justicia, de los consuelos y las primicias de Su Espíritu, y de un interés claro en todas aquellas cosas celestiales que ciertamente preparan el alma para el futuro descanso en la casa de gloria que es el cielo arriba. 72. Y he aquí nuevamente me encontraba paralizado, no sabiendo qué hacer y preocupado de que no fuera llamado por Dios. Pensé que, si no era llamado, nada podría hacerme algún bien. Nadie sino aquellos que son efectivamente llamados heredarían el reino de los cielos. Pero oh, cómo en ese momento amé aquellas palabras que hablaban del llamamiento cristiano, cuando el Señor le dijo a uno: “Sígueme”, y a otro: “Ven en pos de mí”. Y oh, pensaba que, si Él me dijera esas palabras, ¡cuán alegremente habría yo corrido en pos de Él! 73. No puedo expresar con qué anhelo y quebrantamiento en mi alma clamaba a Cristo para que me llamara. Esto siguió por un tiempo, ardientemente deseaba ser convertido a Jesucristo. También podía ver que el convertirme me pondría en un estado tan glorioso que no podría nunca más estar contento sin participar en él. ¡Oro! Si hubiese sido posible conseguirse con oro, ¡habría pagado cualquier precio! Y si hubiera tenido todo el mundo lo habría abandonado diez mil veces si eso hubiera traído conversión a mi alma. 74. ¡Cuán hermosos ante mis ojos eran todos aquellos a quienes consideraba como convertidos! Brillaban y andaban como personas que llevaban consigo el gran sello real del cielo en ellos. Oh, podía ver la porción que les tocó en lugares deleitosos, y poseían una hermosa herencia (cf. Sal. 16:6). Salmo 16.5–6 El Señor es la porción de mi herencia y de mi copa; Tú sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares agradables; En verdad es hermosa la herencia que me ha tocado. Pero el versículo que me hacía encoger el alma era uno de San Marcos referente a Cristo: “Después subió al monte, y llamó a sí a los que Él quiso; y vinieron a Él” (Mr. 3:13). 75. Este pasaje me hacía desmayar de temor y enardecía mi alma. Lo que me hacía temer era que Cristo no tuviera la intención de llamarme, porque dice que solo llamó “a los que Él quiso”. Pero oh, la gran gloria que observé en esa condición atrajo tanto mi corazón que rara vez podía leer de alguien a quien Cristo había llamado sin desear haber estado en su lugar. Si tan solo hubiera nacido siendo Pedro o Juan. Si tan solo hubiera estado cerca de Él y hubiera escuchado cuando Él los llamaba, cómo habría clamado: “¡Oh Señor, llámame a mí también!”. Pero temía que Él no lo hiciera. 76. El Señor me dejó en este estado durante muchos meses y no me mostró nada más. No supe si ya había sido llamado o si iba a ser llamado más adelante. Pero al fin, después de haber pasado mucho tiempo y de muchos gemidos u oraciones fervientes a Dios para que pudiera ser partícipe del llamamiento santo y celestial, esta palabra vino a mí: “Y limpiaré la sangre de los que no había limpiado; y [el Señor] morará en Sion” (Jl. 3:21). Creí que estas palabras me fueron enviadas para animarme a continuar esperando en Dios. Significaban para mí que, si aún no era convertido, el tiempo llegaría cuando podría ser verdaderamente convertido a Cristo. CAPÍTULO 6: CONFESIÓN Y CONSUELO 7. Fue para ese tiempo que empecé a contarle a aquellas personas humildes de Bedford mis luchas y condición. Cuando escucharon, ellos le contaron al Sr. Gifford acerca de mí, quien luego habló conmigo. Él parecía creer que era convertido, aunque no pensaba que tenía muchas razones para pensarlo. Sin embargo, me invitó a su casa, donde pude oírle hablar con otros acerca de la manera en que Dios había obrado en sus almas. A partir de todo esto, recibí aún más convicción de corazón, y desde ese tiempo empecé a ver algo de la vanidad y miseria de mi corazón malvado, porque aún no lo conocía. Cuando empecé a ver más de la maldad de mi corazón me di cuenta de esas concupiscencias y corrupciones que habitaban profundamente en mí, y de pensamientos y deseos impíos que no les prestaba atención antes. Mis deseos también por el cielo y la vida eterna empezaron a diluirse. Y hallé que, aunque mi alma estaba anhelante de Dios antes, en ese momento empezaba a sentir deseos por cosas frívolas y banales. Mi corazón no se movía para hacer lo que era bueno; empezaba a ser descuidado tanto para con mi alma como para con el cielo. Se demoraba continuamente en todo deber y fue como una carga en la pata de un ave que le obstaculiza volar. 78. Pensaba que iba de peor en peor. Y también que estaba más lejos de la conversión que nunca, y empecé a sumir mi alma y albergar tales desánimos en mi corazón tan profundo como el infierno. Si hubiera sido en ese momento quemado en la hoguera, no hubiera podido creer que Cristo me amaba. No hubiera podido creer que lo escuchaba, que lo veía, que lo sentía, ni que gozaba de ninguna de Sus cosas. Iba siendo arrastrado por la tempestad. Mi corazón quería ser impuro, y los cananeos querían habitar en esta tierra. 79. Algunas veces explicaba mi condición al pueblo de Dios, quienes, cuando me escuchaban, se compadecían de mí y me hablaban de las promesas; pero ellos pudieron también haberme dicho que debía alcanzar el sol con mi dedo cuando me haya alentado a recibir o confiar en las promesas de la Palabra de Dios. Tan pronto como consideré creer, todos mis sentidos y sentimientos estuvieron en contra mía, y vi que tenía un corazón que insistía en el pecado y que, por tanto, tenía que ser condenado. 80. Estas cosas frecuentemente me hicieron pensar en aquel muchacho a quien su padre trajo a Cristo y que, cuando lo acercaron a Él, el diablo lo derribó al suelo y fue sacudido con violencia por él, echando espumarajos (cf. Lc. 9:42; Mr. 9:20). 7 Lucas 9.41–42 Jesús les respondió: “¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con ustedes y he de soportarlos? Trae acá a tu hijo.” Cuando éste se acercaba, el demonio lo derribó y lo hizo caer con convulsiones. Pero Jesús reprendió al espíritu inmundo, y sanó al muchacho y se lo devolvió a su padre. 81. Asimismo, en estos días mi corazón quería cerrarse a sí mismo contra el Señor y contra Su Santa Palabra. Mi incredulidad, por así decirlo, arrimaba el hombro contra la puerta empujando desde dentro para que Él no pudiera entrar, mientras estaba clamando con amargos suspiros: “Oh buen Señor, ‘[quebranta] las puertas de bronce y [desmenuza] los cerrojos de hierro’” (Sal. 107:16). Y otras veces esta palabra creaba en mi corazón una pausa pacifica: “Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste” (Is. 45:5). 82. Pero todo ese tiempo nunca estuve más escrupuloso al acto de pecar. Mi conciencia estaba herida y se lastimaba con cada toque. Apenas podía hablar por temor de decir algo equivocado. ¡Oh, cuán escrupulosamente me conducía en todo lo que hacía y decía! Me hallaba a mí mismo como en un fangoso pantano que me engullía por poco que me moviera. Y me parecía que había sido abandonado allí por Dios, Cristo y el Espíritu, y que todas las cosas buenas se habían ido. 83. Pero, observé que, aunque había sido un gran pecador antes de la conversión, Dios nunca me acusó por la culpa de los pecados de mi ignorancia. El solo me mostró que estaba perdido si no tenía a Cristo, porque había sido un pecador. Comprendí que necesitaba una justicia perfecta para presentarme sin mácula delante de Dios, y esta justicia no se podía hallar en ninguna parte, sino solo en la persona de Jesucristo. 84. Pero era mi contaminación original e interna, mi naturaleza pecaminosa, lo que era mi plaga y mi aflicción, que siempre se mostraba a sí misma en un grado terrible. Para mi desconcierto, tenía tanta culpa que me veía a mis propios ojos más despreciable que un sapo —y pensé que de esa manera era a los ojos de Dios también. El pecado y la corrupción procedían de mi corazón de modo tan natural como el agua borbotea de un manantial. Pensaba en ese momento que todos tenían un mejor corazón que el mío. Habría cambiado de corazón con cualquiera. Pensaba que nadie sino el diablo mismo podía igualarse a mí en cuanto a la maldad interna y la contaminación de la mente. Y así caí otra vez en la más profunda desesperación en vista de mi propia vileza, porque llegué a la conclusión de que no podía recibir la gracia de Dios en la condición que me encontraba. “Ciertamente —pensaba—, he sido abandonado por Dios, entregado al diablo y a una mente reprobada”. Y así continué durante varios años. 85. Mientras me encontraba de esta manera afligido con los temores de mi propia condenación, había dos cosas que me hacían pensar. La primera era contemplar ancianos persiguiendo las cosas de esta vida como si vivieran por siempre; la otra era ver a los que profesaban ser cristianos aplastados y desanimados por pérdidas externas como el marido, la esposa o un hijo, etc. “Señor —pensaba—, ¡qué agobio se halla en cosas como estas! ¡Cómo algunos buscan las cosas terrenales, y cómo otros se afligen cuando las pierden! Si han trabajado tanto y han tenido que derramar tantas lágrimas por las cosas de esta vida presente, ¡cuánto más debería ser lamentado, compadecido y se debería de orar por mí, ya que mi alma se está muriendo y condenándose! Si tuviera seguridad de que mi alma está en una buena condición, cuán rico me estimaría, aunque solo fuese bendecido con pan y agua. Consideraría esto como aflicciones insignificantes y las llevaría como cargas pequeñas. ‘Más ¿quién soportará al ánimo angustiado?’ (Pr. 18:14)”. 86. Y aunque me hallaba turbado, agitado y afligido con la percepción, sentido y terror de mi propia maldad, tenía miedo de perder este sentimiento de culpa. Me di cuenta de que a menos que la culpa sea quitada de la manera apropiada —esto es, por medio de la sangre de Cristo— una persona se va volviendo peor debido a que ya no se siente agobiado por su pecado. Por lo tanto, si la culpa me imponía grandes cargas, entonces clamaba para que la sangre de Cristo pudiera quitarlas; y si sentía que mi culpa estaba desapareciendo sin la sangre de Jesús (porque el sentido del pecado algunas veces parecía que se moría y se iba), entonces me esforzaba para recobrarla en mi corazón otra vez pensando en el castigo del pecado y en el infierno que merecía. Clamaba: “Señor, no permitas que desaparezca este sentimiento de culpa de mi corazón, excepto si ha de ser por el medio correcto —por la sangre de Cristo y por la aplicación de Tu misericordia por medio de Jesús a mi alma”. Hebreos 9:22 estuvo frecuentemente en mi alma: “[…] Sin derramamiento de sangre no se hace remisión”. Me encontraba más asustado debido a que había visto algunas personas que, cuando tenían heridas de conciencia, lloraban y oraban, pero buscaban alivio temporal de sus aflicciones en lugar de perdón por sus pecados. No parecía que les preocupara la forma en que perdieran sus sentimientos de culpa, con tal que no estuvieran en su alma; por lo tanto, habiéndose librado de ellos de una manera equivocada, se habían vuelto más duros y más ciegos y más malvados que antes. Me daba miedo y me hacía suplicar a Dios aún más para que no me ocurriera lo mismo. 87. En ese momento me lamentaba de que Dios me hubiera hecho, porque temía que fuera un reprobado. Creía que una persona no convertida es la más miserable de todas las criaturas. Por lo tanto, siendo afligido y agitado con mi condición lamentable, me consideraba de esta manera solo a mí mismo y a los más desdichados de los hombres. 88. Consideraba imposible alcanzar alguna vez tanta bondad de corazón como para agradecer a Dios por haberme hecho un ser humano. Ciertamente el hombre de todas las criaturas en el mundo visible es la más noble de ellas, pero por el pecado se ha convertido en las más innoble. Las bestias, las aves y los peces —bendecía su condición, porque no tenían una naturaleza pecaminosa. Estas criaturas no estaban sometidas a la ira de Dios. Ellas no iban a ir al fuego del infierno después de la muerte. Por lo tanto, podía haberme regocijado si mi condición hubiera sido como la de alguno de ellos. 89. Continué en esta condición por un gran tiempo, pero cuando vino el tiempo de consuelo, escuché a alguien predicar un sermón sobre aquellas palabras del libro de Cantares 4:1 (NBLH): “¡Cuán hermosa eres, amada mía! ¡Cuán hermosa eres!”. Pero el momento en el que hizo de estas dos palabras, amada mía, su cuestión principal, y después de haber explicado el texto un poco, y predicara de estos puntos: (1) Cristo ama a la Iglesia y, por tanto, ama a toda alma salvada, incluso cuando en apariencia parece no amarla. (2) El amor de Cristo no necesita causa externa. (3) El amor de Cristo ha sido aborrecido por el mundo. (4) El amor de Cristo continúa cuando aquellos a quienes ama están bajo tentación y aparente deserción. (5) El amor de Cristo permanece hasta el fin. 90. No saqué nada de lo que estaba diciendo hasta que llegó a la aplicación del cuarto punto. Dijo el predicador que si es verdad que Cristo ama a las almas salvadas cuando se encuentran bajo tentaciones y deserción, entonces cuando la pobre alma tentada es asaltada y afligida con las tentaciones y el rostro de Dios parece esconderse, solo debe recordar estas dos palabras: “Amada mía” 91. De vuelta a casa, estas palabras vinieron a mis pensamientos nuevamente. Recuerdo muy bien cuando estas vinieron que dije en mi corazón: “¿Qué obtengo al pensar en estas dos palabras?”. Pero apenas había pasado este pensamiento por mi corazón que las dos palabras empezaron a arder en mi espíritu, “Tú eres mi amado; tu eres mi amado”, siendo reiterado por lo menos veinte veces. A medida que estas palabras recorrían mi mente, se hicieron más fuertes y más cálidas y empezaron a hacerme mirar hacia arriba. Pero estando todavía entre la esperanza y el temor, aún repliqué en mi corazón: “Pero ¿es verdad? ¿Es verdad?”. Y entonces me vinieron estas palabras: “[…] No sabía que era verdad lo que hacía el ángel, sino que pensaba que veía una visión” (Hechos 12:9). 92. Entonces empecé a darle lugar a la Palabra que poderosamente hizo este gozoso sonido una y otra vez en mi alma: “Tú eres Mi amado; tú eres Mi amado, y nada te separará de Mi amado”. Y con ello, Romanos 8:38-39 vino a mi mente: Romanos 8.38–39 Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro. Mi corazón estaba en ese momento lleno de consuelo y esperanza, y ahora podía creer que mis pecados me serían perdonados. Sí, había sido arrebatado por el amor y la misericordia de Dios de tal manera que me preguntaba cómo podría contenerme a mí mismo hasta llegar a casa. Pensé que podía haber hablado de Su amor y de Su misericordia hacia mí hasta a los mismos cuervos que estaban posados o revoloteaban sobre la tierra recién arada a la vera del camino si ellos hubieran sido capaces de entenderme. Por lo tanto, le dije a mi alma con mucha alegría que desearía tener una pluma y tinta, porque quería escribir esto antes de ir más lejos y porque ciertamente quería recordar esto en cuarenta años desde ahora. Pero, ay, en menos de cuarenta días ya empezaba a ponerlo todo en duda otra vez. 93. A pesar de que había perdido mucho de la vida y sabor de ese día, aún tenía esperanza y razón para creer que fue una verdadera manifestación de gracia para mi alma. Ahora bien, alrededor de más o menos una semana después de esto, empecé a pensar mucho sobre este verso: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo […]” (Lc. 22:31). Algunas veces esto resonaba tan claro dentro de mí y tan fuertemente detrás de mí que recuerdo que una vez me volví mi cabeza pensando que alguien me estaba hablando. Desde entonces me he dado cuenta de que esta palabra me vino para estimularme a la oración y a la vigilancia, y fue enviada con el fin de prepararme para el nubarrón y la tormenta por venir, pero entonces yo no lo entendía. 94. También, según recuerdo, la vez que este verso me llamó tan fuertemente fue la última vez que lo escuché; pero todavía puedo recordar con qué fuerte voz estas palabras, “Simón, Simón”, resonaron en mis oídos. Realmente pensé que alguien me había llamado y que estaba a media milla atrás de mí, y aunque Simón no era mi nombre, me hizo volverme de repente para mirar, creyendo que el que llamaba tan fuertemente me llamaba a mí. 95. Pero era tan necio e ignorante que no entendía la razón de todo esto, aunque muy pronto pude vislumbrar que era enviada desde el cielo como una señal para despertarme y para que me preparara para lo que estaba por venir. Me hizo pensar y preguntarme por qué este verso de la Biblia tan frecuente y fuertemente resonaba y sonaba en mis oídos; pero, como dije antes, poco después percibí la mano de Dios en ello. CAPÍTULO 7: CONFLICTO Y ESPERANZA 6. Un mes después llegó la gran tormenta, que fue veinte veces peor que con lo que me había topado antes. Vino acercándose sigilosamente, primero de un lado, luego de otro. Primero, todo mi consuelo me fue arrebatado, y entonces las tinieblas se apoderaron de mí. Después de esto llegaron oleadas de blasfemias contra Dios, Cristo y las Escrituras que eran vertidas en mi espíritu para plena confusión y perplejidad mía. Estos pensamientos blasfemos levantaban dudas en mí mismo contra la misma existencia de Dios y Su único Hijo amado —sobre si existía Dios o Cristo, o si las Sagradas Escrituras no eran sino fábulas y patrañas y no la pura y santa Palabra de Dios. 97. El tentador también quiso asaltarme con esta pregunta: “¿Cómo sabes que los musulmanes no tienen unas escrituras tan buenas para demostrar que Mahoma es el Salvador, como nosotros las tenemos para probar que Jesús lo es?”. ¿Era posible pensar que hubiera decenas de millares en muchos países y reinos sin el conocimiento del camino recto al cielo? ¿Era también posible pensar que hubiera un cielo y que nosotros los que vivimos en un rinconcito de la tierra fuéramos los únicos bendecidos con este conocimiento? Todo el mundo cree que su propia religión es la mejor y la más correcta, sea judío, mahometano o pagano. ¿Y qué pasaría si toda nuestra fe, y Cristo y las Escrituras no eran sino simplemente de nuestra imaginación? 98. Algunas veces intentaba disputar contra estos pensamientos y establecer algunas de las cosas que el bendito apóstol Pablo había dicho en contra de ellas. Pero cuando lo hacía, rápidamente sentía que tales argumentos se volverían sobre mí nuevamente. Aunque llegara a un gran acuerdo con Pablo y con sus palabras, ¿cómo podía decir que Él, un hombre sabio y astuto, no estaba engañando a los demás con imaginaciones y también esforzándose y viajando mucho para deshacer y destruir los argumentos de sus compañeros? 99. Estas insinuaciones (con muchas otras que en ese tiempo no podía ni me atrevía a pronunciar ya sea por palabra o por escrito) se apoderaron de mi espíritu y oprimieron mi corazón con su cantidad, continuidad y fuerza ardiente, de modo que sentía como si no hubiera nada más que estas ideas de la mañana a la noche en mí. Ciertamente parecía como si no hubiera lugar para nada más. Concluí que, Dios en Su ira contra mi alma, me había entregado a ellas para que me arrastraran como un poderoso torbellino. 100. Solo por el mal sabor que estas le dieron a mi espíritu me negué abrazar estos pensamientos. Pero tuve esta consideración solo cuando Dios me concedió un momento de descanso y paz. De lo contrario, el tumulto, la intensidad y la fuerza de estas tentaciones hubieran ahogado y desbordado todo, y me hubieran hecho olvidar mi esperanza de paz en Jesucristo. Mientras estuve en esta tentación, con frecuencia me veía a mí mismo deseando maldecir o decir alguna cosa cruel contra Dios, o Cristo, Su Hijo, o contra las Escrituras. 101. En ese momento pensaba que debía estar ciertamente poseído por el demonio. Y en otras ocasiones, pensaba que me había vuelto loco, ya que en vez de alabar y engrandecer a Dios el Señor con los demás si había oído hablar de Él, inmediatamente me venían a la cabeza algunas de las blasfemias más horribles u otras que se engullían en mi corazón contra Él. Si pensaba que Dios existía o si pensaba no existía, no podía sentir amor, ni paz, ni una disposición misericordiosa en mí. 102. Estas cosas me hundieron en una desesperación profunda, porque llegué a la conclusión de que tales cosas no podían hallarse en alguien que amara a Dios. Cuando estas tentaciones venían con fuerza sobre mí, con frecuencia me comparaba al caso de aquel niño que fue arrebatado por la fuerza de los brazos de cierta gitana, y había sido llevado lejos de los suyos y de su tierra. Algunas veces pataleaba, gritaba y lloraba, pero permanecía ligado a las alas de la tentación, y el viento me arrastraba consigo. Pensaba también en Saúl y el espíritu maligno que lo poseía, y temía en gran manera que mi condición fuera como la suya: 9 1º Samuel 16.13–14 Entonces Samuel tomó el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. Y el Espíritu del Señor vino poderosamente sobre David desde aquel día en adelante. Luego Samuel se levantó y se fue a Ramá. El Espíritu del Señor se apartó de Saúl, y un espíritu malo de parte del Señor lo atormentaba. 103. En esos días, cuando oía a otros que hablaban del pecado contra el Espíritu Santo, el tentador me hacía desear cometer este pecado, de modo que fue como si no podía, no debía, ni debería tener descanso hasta haber cometido ese pecado. Solamente haría ese pecado particular. Si ese pecado consistía en decir alguna palabra contra el Espíritu Santo, entonces mi boca habría estado dispuesta a decir esa palabra, ya sea si lo quería o no. La tentación era tan grande que con frecuencia presionaba mi mentón con mis manos con el fin de impedir que mi boca se abriera. Con ese mismo objetivo, en otras ocasiones tuve pensamientos por los cuales me vi instado a meter mi cara en algunos hoyos llenos de estiércol para que mi boca no dijera nada. 104. En ese tiempo bendecía la condición de los perros y de los sapos, y consideraba la situación de todo lo que Dios había creado y en la que se encontraban mis compañeros mucho mejor que mi horrible estado. De buena gana habría intercambiado lugar con un perro o con un caballo, porque sabía que ellos no tenían almas que perezcan bajo las cargas eternas del infierno por el pecado, como probablemente la mía iba hacerlo. Aunque observé esto, experimenté esto, y fui despedazado con esto, lo que le añadió a mi aflicción fue que no podía encontrar que con toda mi alma deseara ser librado. En medio de estas angustias, Isaías 57:19-21 también desgarró mi alma: Isaías 57.19–21 Poniendo alabanza en los labios. Paz, paz al que está lejos y al que está cerca,” Dice el Señor, “y Yo lo sanaré.” Pero los impíos son como el mar agitado, Que no puede estar quieto, Y sus aguas arrojan cieno y lodo. “No hay paz,” dice mi Dios, “para los impíos.” 105. Mi corazón estaba sobremanera endurecido. Si me hubieran ofrecido mil libras por derramar una lagrima, no podría haberlo hecho, y algunas veces ni deseaba hacerlo. Estuve muy desalentado en pensar que este sería mi destino. Veía que algunas personas podían lamentar sus pecados, y a otras que podían regocijarse y bendecir a Dios por Jesucristo. Otros podían hablar apaciblemente de la palabra de Dios y con gran alegría recordarla, mientras parecía que únicamente yo me encontraba en la tormenta o tempestad. Esto grandemente me deprimía. Pensaba que estaba solo en mi condición. Mientras me afligía o me lamentaba demasiado por mis circunstancias, no podía escapar de ellas o deshacerme de estas cosas. 106. Esta tentación duró aproximadamente un año y durante todo ese tiempo no podía participar en las ordenanzas de Dios sino con dificultad y gran aflicción, porque me encontraba de lo más angustiado con estas blasfemias. Si escuchaba la Palabra de Dios, entonces la inmundicia, las blasfemias y la desesperación me tomaban cautivo. Si leía las Escrituras, entonces algunas veces sobrevenían pensamientos inesperados que me hacían cuestionar todo lo que leía. Otras veces mi mente era rápidamente enfocada y tomada por otras cosas que no conocía, ni había considerado, de modo que no recordaba el pasaje que acababa de leer. 107. Estuve también grandemente afligido en la oración. Algunas veces pensaba que veía al diablo —incluso consideraba que lo había sentido detrás de mí, tirándome de la ropa. Continuamente también me asediaba cuando me disponía a orar, tratando de hacer que me apresurara, diciéndome que había orado suficiente, instándome a dejar de orar, siempre tratando de apartar mi mente. Algunas veces, también, me arrojaba tales pensamientos impíos como que debía orar a él o por él. Había pensado algunas veces de lo que él le dijo a Jesús: Póstrate, o “si Te postras y me adoras” (Mt. 4:9). 108. Y a causa de que mis pensamientos iban de un lado a otro mientras oraba, me esforzaba por restaurar mi mente y fijarlo en Dios. Sin embargo, Satanás el tentador con gran fuerza se esforzaba por distraerme y confundirme, tratando de alejar mi mente de Dios al poner ante mi corazón imaginaciones en forma de arbusto, toro y escoba o cualquier otra cosa, para que orara a alguna de estas formas. Y algunas veces se apoderaba de mi mente de tal forma que no podía pensar en nada más, sino en orar a este tipo de cosas. 109. Sin embargo, había momentos cuando tenía un fuerte y entrañable temor de Dios y de la realidad de la verdad de Su evangelio que afectaban mi corazón. Oh, cómo mi corazón, en estas ocasiones, vertía gemidos inefables. Mi alma entera se hallaba en cada palabra. Clamaba con punzadas de dolor delante de Dios para que tuviera misericordia de mí, pero entonces me desanimada nuevamente cuando pensaba que Dios podría burlarse de mis oraciones, diciéndole a la audiencia de los ángeles santos: “Este pobre y miserable me importuna como si no tuviera nada que hacer con mi misericordia que dársela a un sujeto como él ¡Ay, pobre alma, cuán engañada te encuentras! No es para individuos como tú el favor del Altísimo”. 110. Entonces venía el tentador también con palabras de desánimo como estas: “Te encuentras sediento de misericordia, pero yo voy a refrescarte. Este estado mental no va a durar para siempre. Ha habido muchos otros tan sedientos como tú, pero yo he saciado su celo”. Y con esto, algunos que habían caído eran colocados ante mis ojos. Entonces temí también parar de buscar la misericordia de Dios, pero me contenté que esto viniera a mi mente: Bueno, haré todo lo posible para mantenerme vigilante y alerta”, pensaba. “Aunque trates de ser precavido —decía Satanás — seré muy problemático para contigo; voy a enfriarte sin que lo notes —gradualmente, poco a poco. Y qué importa —decía él— si tardo siete años en enfriar tu corazón si al final lo consigo. Así como el continuo balanceo duerme y sosiega al niño que llora, así haré contigo. Aunque deba esforzarme en ello, cumpliré con mi objetivo. Aunque ahora ardas de celo, iré apagando el fuego. No pasará mucho tiempo antes de que te enfríe. 111. Estas cosas me ponían en un terrible estado de ánimo, porque sabía que no estaba preparado para morir ahora. Y pensaba que vivir aún más solo me haría más inadecuado para el cielo, ya que el tiempo que haría olvidar todo, el recuerdo del mal del pecado, el valor del cielo y la necesidad que tenía de ser lavado por la sangre de Cristo. Pero le daba gracias a Jesucristo de que estas cosas no me hicieron cesar mi clamor a Dios, sino que hacían que clamara aún más, como la mujer que fue asaltada (cf. Dt. 22:27). Fui nuevamente animado por Romanos 8:38-39: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. En ese momento tuve la esperanza de que la larga vida no me destruiría ni seria causa de que perdiera el cielo. 112. Aunque aún lo cuestionaba todo, recibí otro apoyo de la Palabra de Dios, el cual fue Jeremías 3:1-4. En donde se indica que, aunque hayamos hablado y hecho mal delante de Dios, aún podíamos clamar a Él: “Padre mío, guiador de mi juventud” (RVA), y podíamos regresar a Él. Jeremías 3.1–4 Dios dice: “Si un hombre se divorcia de su mujer, Y ella se va de su lado Y llega a ser de otro hombre, ¿Volverá él a ella? ¿No quedará esa tierra totalmente profanada? Pues tú eres una ramera con muchos amantes, Y sin embargo, vuelves a Mí,” declara el Señor. “Alza tus ojos a las alturas desoladas y mira; ¿Dónde no te has prostituido? Junto a los caminos te sentabas para ellos Como el Arabe en el desierto. Has profanado la tierra Con tu prostitución y tu maldad. Por eso fueron detenidas las lluvias, Y no hubo lluvia de primavera; Pero tú tenías frente de ramera, No quisiste avergonzarte. ¿No acabas de llamarme: ‘Padre Mío, Tú eres el amigo (guía) de mi juventud’? 113. También encontré dulces las palabras de 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Recuerdo también un día que estaba sentado en la casa de un vecino, muy triste al pensar en mis muchas blasfemias, y estaba diciéndome: “¿Qué razón tengo para pensar que alguien como yo, que ha sido tan vil y abominable, hereda alguna vez la vida eterna?”. Cuando de repente recordé estas palabras: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Ro. 8:31). Juan 14:19 fue también una ayuda para mí: “[…] Porque yo vivo, vosotros también viviréis”. Aunque estas palabras solo eran atisbos, pinceladas y pequeñas visitas, eran muy dulces mientras duraban. Como el lienzo de Pedro, estas eran de repente recogidas de mí al cielo nuevamente (cf. Hch. 10:16). 114. Posteriormente el Señor de manera más plena y misericordiosa se mostró a Sí mismo ante mí, y me libró de la culpa y suciedad que yacía sobre mi conciencia a causa de estas cosas. La tentación fue eliminada, y me puso de nuevo en mi sano juicio como los demás cristianos. 115. Recuerdo un día cuando estaba viajando en el país y estaba considerando la maldad y la blasfemia de mi corazón y la enemistad que había en mí contra Dios, que vino a mi mente este pasaje de la Escritura que dice que Él ha hecho “la paz mediante la sangre de su cruz” (Col. 1:2). Y esto me hizo ver una y otra vez que Dios y mi alma eran amigos por esta sangre. Sí, que la justicia de Dios y mi alma pecaminosa podían abrazarse y besarse entre sí debido a la sangre de Jesús. Este fue un buen día para mí. Espero nunca olvidarlo. 116. En otra ocasión estaba sentado junto al fuego en mi casa pensando en mi estado miserable, y el Señor me manifestó otra preciosa palabra: Hebreos 2.14–15 Así que, por cuanto los hijos participan de carne y sangre, también Jesús participó de lo mismo, para anular mediante la muerte el poder de aquél que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo, y librar a los que por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud durante toda la vida. Pensé que la gloria de estas palabras era tan grande que más de una vez estuve a punto de desmayarme mientras estaba sentado —no de pena o tristeza, sino de firme gozo y paz. TERCERA PARTE: EL RELATO DE BUNYAN CUANDO ASISTE AL MINISTERIO DEL SR. GIFFORD Y SE EMPEÑA INTENSAMENTE EN ENTENDER LAS DOCTRINAS DEL EVANGELIO CAPÍTULO 8: BUSCANDO LA VERDAD EN LA PALABRA Durante este tiempo también asistí a la iglesia que se encuentra bajo el ministerio del santo Sr. Gifford cuya doctrina, por la gracia de Dios, ayudó 1 17. grandemente a que estuviera estable. Este hombre se ocupaba de librar al pueblo de Dios de todos los engaños y mentiras que por naturaleza nuestras [51] almas son prontas a creer. Nos instaba a tener especial cuidado de aceptar la enseñanza de alguien sin comprobarlo, y también a clamar fuertemente a Dios para que nos convenza de la realidad de la verdad de Su Santa Palabra y nos haga aprender de Su propio Espíritu. El Sr. Gifford decía que, si aceptamos las enseñanzas de los hombres sin estar seguros de que provienen de la Palabra de Dios, entonces cuando las tentaciones vengan, careceremos de esa ayuda y fortaleza de la Palabra de Dios que pensábamos que teníamos para resistir esas tentaciones. 118. Esto fue tan conveniente para mi alma como la lluvia temprana y tardía en su tiempo, porque había aprendido por triste experiencia la verdad de estas palabras. Había experimentado que ningún hombre puede decir —especialmente cuando es tentado por el diablo— que Jesús es Señor, sino por el Espíritu Santo (cf. 1 Co. 12:3). 1 Corintios 12.2–3 Ustedes saben que cuando eran paganos, de una manera u otra eran arrastrados hacia los ídolos mudos. Por tanto, les hago saber que nadie hablando por el Espíritu de Dios, dice: “Jesús es anatema (maldito);” y nadie puede decir: “Jesús es el Señor,” excepto por el Espíritu Santo. Por lo tanto, encontré mi alma, por la gracia de Dios, muy apta para beber esta doctrina e inclinada a orar a Dios para que me permitiera tener confirmación del cielo en todas las cosas que pertenecían a Su gloria y mi bienaventuranza eterna. Ahora veía claramente que había una gran diferencia entre las nociones de la carne y la sangre, y la revelación de Dios en el cielo. También vi una gran diferencia entre la fe que no es real y que es conforme a la sabiduría del hombre, y aquella que proviene de haber nacido de nuevo por medio de Dios (cf. Mt. 16:15-17; l Jn. 5:1). Mateo 16.15–16 “Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?” les preguntó Jesús. Simón Pedro respondió: “Tú eres el Cristo (el Mesías), el Hijo del Dios viviente.” 119. Pero ¡oh, en ese momento mi alma fue conducida por Dios de verdad en verdad! Desde el nacimiento y pesebre del Hijo de Dios hasta Su ascensión y segunda venida del cielo para juzgar al mundo. 120. Verdaderamente aprendí que el gran Dios era muy bueno para conmigo. Hasta donde puedo recordar, no había nada que desde entonces pedía a Dios que me revelara y que no se agradara en hacer por mí. Incluso si buscaba entendimiento sobre una pequeña parte del evangelio del Señor Jesús, era eficientemente guiado a ello. Vi con mucha claridad la concordancia de los cuatro evangelistas y la maravillosa obra de Dios en dar a Jesucristo para salvarnos, desde Su concepción y nacimiento incluso hasta Su segunda venida y juicio. Era como lo hubiera visto nacer, como si lo hubiera visto crecer, como si lo hubiera visto caminar por este mundo desde el pesebre hasta Su cruz. Vi cuán apaciblemente se dio a Sí mismo para ser crucificado en la cruz por mis pecados y maldad. También, cuando estuve pensando acerca de estas cosas, entendí que Jesús fue escogido para el matadero —que fue planeado y conocido desde antes de la creación: “[…] Sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros […]” (1 P. 1:19-20). 121. Cuando consideraba también la verdad de Su resurrección y recordaba cuando Jesús le dijo a María, “No me toques” (Jn. 20:17), podía casi verle saltar de la boca de la tumba por el gozo de que había sido resucitado y que había obtenido la victoria sobre nuestros terribles enemigos. Y también le vi, en el espíritu, como un hombre a la diestra de Dios el Padre por mí, y vi la manera de Su venida de los cielos a juzgar al mundo con gloria. Estas cosas me fueron confirmadas por los siguientes versos: Hechos 1:9-10, 7:56, 10:42; Hebreos 7:24, 8:3; Apocalipsis 1:18; 1 Tesalonicenses 4:17-18. [52] 122. Una vez estaba ansioso por saber si el Señor Jesús fue tanto hombre como Dios, y tanto Dios como hombre. En esos días ciertamente no me importaba lo que otros dijeran, a menos que tuviera evidencia del cielo —a saber, de la Palabra de Dios— era como nada para mí, y no lo consideraba como la verdad de Dios. Bueno, estuve muy intranquilo con respecto a este punto y no podía estar seguro de cómo llegar a una conclusión. Pero al final, el capítulo quinto de Apocalipsis vino a mi mente: “Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado […]” (Ap. 5:6). En medio del trono, pensaba, allí está Su Divinidad; en medio de los ancianos, allí está Su humanidad. ¡Oh, cómo esto resplandeció con fulgor ante mí! ¡Qué glorioso fue este pensamiento! ¡Qué satisfacción tan dulce me dio! Otro verso de la Biblia también me ayudó mucho en esto: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Is. 9:6). 123. Además de estas enseñanzas de la Palabra de Dios, el Señor también hizo uso de dos cosas para confirmarme en la verdad de Su Palabra. Una fue los errores de los cuáqueros, y la otra fue la culpa de pecado. Entre más los cuáqueros se oponían a Su verdad, más Dios me confirmaba en Su verdad, guiándome a los pasajes de la Biblia que maravillosamente confirmaban Su verdad. 124. Los errores que entonces estas personas, los cuáqueros, sostenían eran: 1. Las Sagradas Escrituras no eran la Palabra de Dios. 2. Todo hombre en el mundo tenía el Espíritu de Cristo, gracia, fe, etc. 3. Cristo Jesús fue crucificado, murió hace 1600 años, y no satisfizo la divina justicia por los pecados del pueblo.[53] 4. La carne y la sangre de Cristo se encontraba en los santos. 5. Los cuerpos de los piadosos y de los malos que estaban enterrados no volverían a levantarse. 6. La resurrección de los justos ya había pasado. 7. Jesús hombre, quien fue crucificado entre los dos ladrones en el monte Calvario cerca de Jerusalén en la tierra de Israel, no ascendió más allá de los cielos estrellados. 8. Este mismo Jesús, que murió por manos de los judíos, no volvería otra vez en el último día y en semejanza de hombre no juzgaría a todas las naciones, etc.[54] 125. Y muchas más cosas viles y abominables este grupo enseñaba en aquellos días, lo cual me condujo a escudriñar las Escrituras más cuidadosamente. Por este estudio y por la luz y el testimonio de la Palabra de Dios, no solo fui iluminado, sino que fui grandemente confirmado y confortado en la verdad. Como dije, la culpa de pecado me ayudó, porque tan pronto como la culpa vino sobre mí, la sangre de Cristo la quitaba una y otra vez —maravillosamente, conforme a las Escrituras. ¡Oh, amigos! Clamen a Dios que les revele a Cristo. No hay nadie que pueda enseñar Su verdad como Él. 126. Me llevaría mucho tiempo contarles específicamente cómo Dios me enseñó en todas las cosas de Cristo y cómo me dirigió a Sus palabras. Sí, Él las expuso ante mí, las hizo brillar ante mí e hizo que moraran conmigo, me hablaban y me consolaban una y otra vez acerca de Sí mismo, Su Hijo, Su Espíritu, Sus promesas y el evangelio. 127. Como les dije antes se los diré nuevamente, que el curso general que Dios tomó conmigo para enseñarme fue primero permitir ser afligido con tentaciones concernientes a mi culpa y pecado, y luego revelarme Su Palabra y verdad. Algunas veces me encontraba bajo una gran carga de culpa por mis pecados y aplastado hasta el suelo por ellos, y entonces el Señor me mostraba la muerte de Cristo y rociaba mi conciencia con Su sangre, para que descubriera de que antes estaba consciente, que en mi consciencia donde la ley reinaba y bramaba antes, ahora la paz y el amor de Dios por medio de Cristo descansaba y permanecía en mí. 128. Ahora creía que tenía evidencia del cielo de mi salvación, con muchos sellos de oro todos suspendidos ante mi vista. Ahora podía recordar esta manifestación y las otras revelaciones de gracia con consuelo. Con frecuencia anhelaba y deseaba que el último día viniera, que pudiera estar por siempre inflamado con la visión, gozo y comunión con Aquel cuya cabeza había sido coronada con espinas, cuyo rostro había sido escupido, cuyo cuerpo había sido golpeado y cuya alma había sido ofrecida por mis pecados. Antes permanecía continuamente temblando ante la boca del infierno, pero en ese momento sentía que había sido empujado lejos del mismo, y que incluso cuando miraba atrás apenas lo discernía. Oh, cómo deseaba poder tener ochenta años para así morir pronto y que mi alma llegara a su descanso. 129. Pero antes de haberme librado finalmente de estas tentaciones, empecé a desear en gran manera el poder leer acerca de la experiencia de algunos hombres piadosos de edades pasadas, que habían vivido quizás unos centenares de años antes que naciera. Parecía que aquellos que escribían en mi época, y espero me perdonen, solo escribían acerca de la experiencia de otras personas o de lo que otros, por el empeño de su ingenio y dedicación, habían estudiado o escuchado para responder a tales objeciones con las que percibían que otros estaban perplejos, pero que no habían experimentado a profundidad estas cosas por ellos mismos. Bueno, después de tantas ansias en mi espíritu por esto, el Dios en cuyas manos están nuestros días y caminos, me mostró un libro de Martín Lutero un día.[55] Fue su comentario al libro de Gálatas. El libro de Lutero era tan viejo que parecía que se iba a despedazar si le daba vuelta. Estuve muy contento de que este libro tan antiguo viniera a parar a mis manos. Y cuando lo leí solo un poquito, hallé que mi propia condición en la experiencia de Lutero estaba tratada de manera tan detallada y exhaustiva que parecía que el libro había sido sacado de mi corazón. Esto me hizo maravillar, porque Lutero no sabía nada del estado de los cristianos de mis días, sino que había escrito y hablado de la experiencia de [sus] días pasados. 130. Además, Lutero, en ese libro exponía cuidadosamente la aparición de estas tentaciones; a saber, la blasfemia, la desesperación y otras semejantes, mostrando que la ley de Moisés, así como el diablo, la muerte y el infierno tenían que ver gran parte en esto. Al principio esto me pareció muy extraño, pero después de considerarlo y examinarlo hallé que era realmente verdad. Sobre los detalles, ahora no necesito decir más, aparte de que quiero decir ante todas las personas que prefiero este libro, el comentario de Martín Lutero al libro de Gálatas, por encima de todos los libros que he leído (con la excepción de la Santa Biblia), como el más adecuado para una conciencia herida. 131. Había encontrado que, aunque pensaba que había amado a Jesucristo entrañablemente antes, mi alma y afectos ahora se adherían a Él. Sentía amor por El tan ardiente como el fuego. Ahora, como Job decía, pensaba que moriría en mi nido (cf. Job 29:18), pero pronto encontré que mi gran amor no era sino demasiado poco. Y parecía que yo, quien pensaba que tenía tal ardiente amor por Jesucristo, podía perder tal afecto por Él y apartarme de Él por alguna pequeña distracción. Dios sabe cómo humillarnos y hacernos ver nuestro orgullo. Poco después de esto, mi amor fue puesto a prueba para este mismo propósito. Job 29.16–18 Padre era para los necesitados, Y examinaba la causa que no conocía. Quebraba los colmillos del impío, Y de sus dientes arrancaba la presa. Entonces pensaba: ‘En mi nido moriré, Y multiplicaré mis días como la arena. CAPÍTULO 9: EL REGRESO DEL TEMOR Y LA DUDA 32. Después que el Señor me había librado misericordiosamente de estas grandes y terribles tentaciones y me había establecido tan dulcemente en la fe de Su santo evangelio y me había dado tal fuerte consolación y bendita evidencia del cielo respecto a mi participación en Su amor a través de Cristo, el tentador vino a mí nuevamente, y con tentaciones más severas y horribles que antes. 133. Esta tentación era para hacer que vendiera y me deshiciera del más bendito Cristo y lo cambiara por las cosas de esta vida —por nada. Esta tentación me asedió durante un año y me atormentó tan continuamente que no había un día en el mes o a veces una hora durante varios días en la que no me angustiara —excepto cuando estaba dormido. 134. A mi juicio, estaba convencido de que aquellos que una vez estaban legítimamente en Cristo a través de Su gracia, como tenía esperanza que yo estaba, no podían nunca perderse para siempre —“la tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es”, dice Dios (Lv. 25:23). Con todo, era una aflicción constante para mí el pensar que pudiera tener hasta un solo pensamiento en contra de Cristo, quien había hecho por mí todo lo que había hecho. No tenía casi otros pensamientos sino tales blasfemias. 1 Levítico 25.23 ‘Además, la tierra no se venderá en forma permanente, pues la tierra es Mía; porque ustedes son sólo extranjeros y peregrinos para conmigo. 135. No importaba cuanto odiara estos pensamientos y no importaba cuanto deseara o tratara de resistirlos, no podía conseguir alejarlos o incluso que redujeran su fuerza e intensidad. Porque siempre, no importaba en qué otra cosa estuviera pensando, estos pensamientos entraban en mi mente de tal manera que no pasaba mucho tiempo antes de que no pudiera comer mi comida, buscar un alfiler, cortar un palo, o incluso mirar esto o aquello sin que la tentación viniera: “Vende a Cristo por esto o vende a Cristo por aquello; véndele, véndele”. 136. A veces estas palabras se repetían en mis pensamientos cien veces: “Véndele, véndele, véndele”. Y durante horas enteras a la vez me veía continuamente obligado a estar en guardia, inclinando y forzando mi espíritu para que ningún pensamiento malvado se levantara en mi corazón de modo que me hiciera sucumbir en la tentación. Algunas veces el tentador me hacía creer que había consentido en ello, y entonces era como si me torturaran en el potro durante días enteros. 137. Estaba tan angustiado por esta tentación y preocupado de ceder a esta que persistí en mi espíritu a resistir esta maldad, mi cuerpo algunas veces reaccionaba como si tratara de alejar a Satanás, y ciertamente me encontraba a mí mismo moviéndome o empujando con las manos o los codos. Tan pronto como el destructor decía: “Véndelo, véndelo”, rápidamente contestaba: “No lo haré, no lo haré. No, ni por miles y miles y miles de mundos”. Me encontraba asustado de que en medio de estos asaltos pudiera darle un valor bajo a Cristo y entonces hiciera algo de lo que no estuviera consciente de hacer o de lo que no tenía la intención de hacer. 138. Durante este período en mi vida, Satanás no me dejaba incluso comer en paz, de modo que tan pronto me sentaba para comer, era instado a levantarme y orar. Satanás ponía tales pensamientos en mi mente, diciéndome que debía ir a orar inmediatamente para agradar a Dios. Protestaba de que estaba comiendo, pero Satanás respondía de que debía ir ahora o desagradaría a Dios y mostraría que despreciaba a Jesús. Por lo tanto, estuve muy afligido con estas cosas, y debido a la pecaminosidad de mi naturaleza (imaginando que estas cosas eran impulsos procedentes de Dios) pensaba que si no los obedecía sería como si estuviera negando a Dios. Y entonces, si no obedecía estos impulsos, pensaba que era culpable de haber quebrantado la ley de Dios —a pesar de que esta era solamente una tentación del diablo. 139. Para ser breve, una mañana cuando estaba acostado en mi cama, fui asaltado ferozmente con esta tentación de vender y apartarme de Cristo. La impía insinuación estaba aún recorriendo mi mente: “Véndelo, véndelo, véndelo, véndelo, véndelo”, tan rápido como un hombre puede hablar, y en mi mente, como en otras ocasiones, respondía: “No, no, ni por miles y miles y miles de mundos”, lo repetía veinte veces consecutivamente. Pero al final, después de una gran lucha y de quedar casi sin aliento, sentí que este pensamiento atravesó por mi corazón: “¡Que se vaya si quiere!”. Pensé que mi corazón había consentido francamente a esto. Si Jesús quería dejarme, no podía detenerlo. ¡Oh, la diligencia de Satanás! ¡Oh, la desesperanza del corazón del hombre! 140. Así que esta batalla particular Satanás la había ganado, y yo había caído como un pájaro al que le han disparado en la copa de un árbol, en una desesperación espantosa y una gran culpa. Levantándome de la cama me fui al campo abatido, Dios sabe, con un corazón tan entristecido que ningún hombre mortal, pensaba, podría soportar. Allí estuve unas dos horas como un hombre sin vida, sin recuperación posible y atado al castigo eterno. 141. Añadido a esto, este pasaje de la Escritura se apoderó de mi alma: Hebreos 12.16–17 Que no haya ninguna persona inmoral ni profana como Esaú, que vendió su primogenitura por una comida. Porque saben que aun después, cuando quiso heredar la bendición, fue rechazado, pues no halló ocasión para el arrepentimiento, aunque la buscó con lágrimas. 142. Me encontraba en ese momento como alguien atado. Me sentía entregado al juicio venidero. No tuve ningún otro pensamiento los siguientes dos años con respecto a mi futuro eterno sino de condenación o expectativa de condenación. Digo que ningún otro pensamiento permanecía en mí, excepto por unos pocos momentos de alivio, como escribiré más adelante. 143. Estas palabras fueron para mi alma como cadenas de hierro para mis piernas, y durante meses escuché su constante sonido. Pero a las diez u once de una mañana, cuando estaba caminando cerca de un seto y lamentando mis circunstancias, lleno de pena y culpa, Dios sabe, de repente esta frase se abalanzó sobre mí: “La sangre de Cristo remite toda culpa”. Esto hizo que mi espíritu se levantara. Con ello, este verso se apoderó de mí: “[…] La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn 1:7). 144. En ese momento comencé a descubrir paz en mi alma, y parecía como si viera al tentador mirándome maliciosamente y luego escabulléndose, como avergonzado de lo que había hecho. Al mismo tiempo empecé a ver mi pecado en relación con la sangre de Cristo, y vi que mi pecado, cuando lo comparaba con Su sangre, no era más que lo que es una piedra a un vasto y amplio campo. Esto me animó grandemente por dos o tres horas, durante las cuales pensaba que veía, por la fe, al Hijo de Dios sufriendo por mis pecados. Pero a causa de que esa imagen no duró mucho en mi mente, pronto mi espíritu se hundió otra vez en una extraordinaria culpa. 145. El verso que mencioné anteriormente sobre Esaú vendiendo su primogenitura permanecía todo el día, toda la semana e incluso todo el año en mi mente, y me oprimía de modo que no podía de ninguna manera levantarme. Cuando trataba de dirigirme a algún otro texto de la Escritura por consuelo, aún escuchaba este verso: “Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas” (He. 12:17). 146. De vez en cuando meditaba un poco en Lucas 22:32: “[…] Yo he rogado por ti, que tu fe no falte […]”; pero no duraba mucho, y cuando consideraba mi condición, no podía encontrar en absoluto alguna razón para pensar que, habiendo pecado como lo hice, había alguna raíz de gracia en mí. Por muchos días después de pensar de esta manera, interiormente me había hecho trizas. 147. Luego, con un corazón triste y escrupuloso, empecé a considerar la naturaleza y el tamaño de mi pecado. Busqué en la Palabra de Dios para tratar de encontrar alguna promesa o algún verso alentador por el cual pudiera hallar alivio. Empecé a considerar el tercer capítulo de Marcos, donde dice: “[…] Todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias cualesquiera que sean […]” (Mr. 3:28). Al principio pensé que este verso contenía una enorme y gloriosa promesa para el perdón de serias ofensas contra Dios, pero después de considerarlo más cuidadosamente, deduje que más bien debía ser entendido como refiriéndose más principalmente a aquellos que habían cometido, mientras se encontraban en un estado natural, tales cosas que son mencionadas allí. Pensaba que no se aplicaba a mí, quien no solo había recibido luz y misericordia, sino quien había, tanto después como también contrario a esa luz y misericordia, despreciado tanto a Cristo como lo había hecho. 148. Por lo tanto, temí que este terrible pecado mío podría ser ese pecado imperdonable, del cual las Escrituras hablan: “[…] Pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno” (Mr. 3:29). Y pensaba que esto era cierto de mí, debido a ese verso en Hebreos: “Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas” (He. 12:17). Estos pensamientos estuvieron conmigo continuamente. 149. Era tanto una carga como un terror para mí mismo. Ahora sabía lo que era estar cansado de la vida y a la misma vez estar atemorizado de morir. ¡Oh, cómo habría deseado ser otra persona distinta de mí mismo! ¡O algo distinto de un hombre, y estar en cualquier condición que no fuera la mía! No había nada que pasara por mi mente más frecuentemente que el pensamiento que era imposible para mí ser perdonado de mi transgresión y ser salvado de la ira venidera. 150. Ahora empezaba a desear que pudiera retroceder en el tiempo hasta el día antes que fui tentado a cometer el pecado imperdonable. Concluí que, con gran indignación tanto con mi corazón como con todos los asaltos, preferiría haber sido despedazado a encontrar haber cometido ese pecado. Pero, ay, estos pensamientos, deseos y resoluciones eran ahora demasiado tardes para ayudarme. El pensamiento que Dios me había abandonado y había caído había entrado en mi corazón. ¡Oh! Pensaba, “quién me volviese como en los meses pasados, como en los días en que Dios me guardaba” (Job 29:2). 151. Entonces nuevamente, estando reacio y poco dispuesto a perecer, empecé a comparar mis pecados con los de otros, para ver si podía hallar alguno de los que habían sido salvados que hubiera hecho lo que yo había hecho. Sopesé el adulterio y asesinato de David y los consideré como crímenes de los más terribles, y fueron cometidos después de que David hubiera recibido luz y gracia. Sin embargo, cuando los consideré por más tiempo, entendí que sus transgresiones fueron únicamente contra la ley de Moisés, de los cuales el Señor Jesucristo podía, con el consentimiento de Su Palabra, librarlo. Pero mi pecado fue contra el evangelio e incluso contra el mismo Mediador de ese evangelio. Había vendido a mi Salvador. 152. Y otra vez me sentía como si mereciera ser atormentado en la rueda cuando consideré esto.[56] Además de la culpa que poseía, me encontraba vacío de gracia y controlado por el pecado. ¿Por qué tuve que cometer este pecado? ¿Tenía que ser la gran transgresión? (cf. Sal. 19:13). ¿Ese maligno debió tocar mi alma? (cf. 1 Jn. 5:18). ¡Oh, qué angustias hallaba en todas estas palabras! 1 Juan 5.18–19 Sabemos que todo el que ha nacido de Dios, no peca; sino que Aquél que nació de Dios lo guarda y el maligno no lo toca. Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero está bajo el poder del maligno. 153. ¿Existe solo un pecado que sea imperdonable? ¿Solo un pecado que pone el alma fuera del alcance de la misericordia de Dios? ¿Y tenía que ser culpable yo de este precisamente? ¿Por qué me ocurrió? ¡Solo hay un pecado entre millones de estos para el cual no hay perdón, y tenía que cometer este! ¡Oh, pecado miserable! ¡Oh, hombre infeliz! Estas cosas quebrantaron y desconcertaron mi espíritu de tal forma que no sabía qué hacer. Había momentos en que creía que había perdido la razón por estas. Y aún para agravar mi miseria, este verso circuló por mi mente: “Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas” (He. 12:17). ¡Oh, nadie puede conocer el terror de aquellos días, sino yo mismo! 154. Después de esto empecé a considerar el pecado de Pedro al negar a su Maestro. Este ciertamente me pareció mucho más cercano al mío que ningún otro pecado en que pudiera pensar, porque él había negado a su Salvador como yo había hecho después de recibir luz y misericordia, y después de haber sido advertido. Y consideraba también que lo había hecho más de una vez, y eso sucedió después de que tuvo tiempo para pensar en ello. Pero, aunque puse todas estas circunstancias juntas para ver si podía hallar algún alivio, pronto vi que este pecado de Pedro era solo una negación de su Maestro, mientras que el mío era vender a mi Salvador. Por lo tanto, pensaba que mi situación era más próxima a la de Judas que la de David o la de Pedro. 155. Con esto mi tormento volvió a cobrar vigor y a afligirme. Ciertamente me sentía como si me trituraran hasta hacerme polvo cuando pensaba en Dios preservando y salvando a otros, mientras yo continuamente caía en el lazo del diablo. Porque, cuando consideraba los pecados de otros y los comparaba con los míos, podía ver claramente cómo Dios había preservado a otras personas a pesar de sus maldades, y no permitía, como permitía conmigo, que se convirtieran en hijos de perdición. 156. ¡Mi alma grandemente atesoraba la protección que Dios ponía sobre sus hijos! ¡Cómo los veía caminar de forma segura, a los que Dios había cercado! Estaban bajo Su cuidado, protección y providencia especial. Aunque fueran tan malos por naturaleza como yo era, porque Él los amaba, no permitiría que cayeran más allá del alcance de Su misericordia; pero en cuanto a mí, estaba perdido. Había cometido ese pecado. Él no me iba a preservar ni cuidar porque era un reprobado, permitió que cayera cuando lo había cometido. Aquellos lugares maravillosos de las Escrituras que hablan de la forma en que Dios guarda a Su pueblo brillaban como el sol ante mí, aunque no me consolaban, porque me mostraban el estado bienaventurado y la heredad de aquellos a quienes el Señor había bendecido. 157. En ese momento veía que, así como Dios tenía Su mano en todas las providencias y dispensaciones que ocurrían a Sus elegidos, así mismo Él tenía Su mano en todas las tentaciones que tenían para pecar contra Él y que los afligían. Esto no era para suscitarlos a la impiedad, sino para permitir que por un corto tiempo sucumbieran a tales pecados para que los humillaran, pero no para destruirlos —pecados que los pondrían más allá de la misericordia de Dios, sino que les hicieran conocer la restauración de Su misericordia. Pero ¡oh, qué amor, qué cuidado, qué bondad y misericordia veía, mezclándose con las formas más severas y estrictas de Dios para con Su pueblo! Él dejó caer a David, a Ezequías, a Salomón, a Pedro y a otros, pero no permitió que cayeran en el pecado imperdonable o en el infierno por el pecado. Comprendía que estos son los hombres a quienes Dios ha amado. Estos son los hombres a quienes Dios, aunque los reprendía por sus pecados, aún guardaba de forma segura en Sus brazos y les permitía permanecer bajo la sombra del Omnipotente (cf. Sal. 91:1). Salmo 91.1–2 El que habita al amparo del Altísimo Morará a la sombra del Omnipotente. Diré yo al Señor: “Refugio mío y fortaleza mía, Mi Dios, en quien confío.” Pero todos estos pensamientos solo me añadían pena y horror, ya que todo lo que pensaba en ese momento me aplastaba. Si pensaba en cómo Dios guardaba a Sus hijos, eso me aplastaba, ya que pensaba que no era uno de ellos. Si pensaba en cómo estaba cayendo, eso también me aplastaba. Así como todas las cosas obraban a bien a los que conforme a Su propósito son llamados (cf. Ro. 8:28), así mismo pensaba que todas obraban para mi perjuicio y para mi eterna perdición. 158. Después de esto nuevamente empecé a comparar mi pecado con el de Judas, con la esperanza de hallar que mi pecado era diferente del pecado imperdonable. ¡Oh, pensaba que, si era diferente de este por un pelo, mi condición sería bienaventurada! Al considerar esto, descubrí que Judas había pecado intencionalmente, pero mis oraciones, esfuerzos y voluntad estaban en contra de mi pecado. El pecado de Judas fue cometido con mucha deliberación, pero el mío en un apuro temeroso, de repente. Todo ese tiempo fui sacudido de un lado a otro como las langostas (cf. Sal. 109:23) y era llevado de la turbación a la angustia, recordando siempre cómo Esaú cayó y las terribles consecuencias de esto. 159. Y así esta consideración del pecado de Judas fue de algún alivio para mí por lo menos durante un tiempo, porque veía que no había transgredido de la misma manera que él. Pero este alivio rápidamente se desvaneció, porque pensaba que podía haber más de una manera para cometer este pecado imperdonable. También pensé que podía haber diversos grados de ese u otro pecado. Entonces, por todo lo que aún podía percibir, continué pensando que quizás mi pecado podría ser tal que nunca podría ser perdonado. 160. Con frecuencia me avergonzaba cuando pensaba que podría ser semejante a Judas, ese hombre pecador. También pensaba en cuán repugnante yo sería para todos los santos en el día del juicio. Apenas podía mirar a un hombre piadoso que consideraba que tenía una buena conciencia, sin que sintiera que mi corazón temblara en su presencia. ¡Oh, qué gran gloria veía en caminar con Dios y qué misericordia el tener una buena conciencia delante de Él! 161. Más o menos por ese tiempo fui tentado a tratar de contentarme a creer en algunas falsas doctrinas, tales como que no había tal cosa como un día del juicio, que no habría resurrección, y que el pecado no era una cosa tan mala. Por supuesto, era Satanás sugiriéndome estas cosas: Si estas cosas fueran ciertamente verdad, te darían algo de consuelo en el presente. Si vas a perecer eternamente, es mejor que no te atormentes con pensamientos de la verdad de Dios, sino más bien saca esos pensamientos condenatorios de tu mente, tratando de convencerte a ti mismo de tales conclusiones que los ateos y ranters usan para calmar sus conciencias. 162. Pero cuando tales pensamientos habían estado en mi corazón, veía acercarse rápidamente la realidad de la muerte y del juicio. Pensaba que el Juez estaba a la puerta y mi fin había llegado, y entonces tratar de negar la Palabra de Dios no iba a dar nada de paz. Veía en esto que Satanás usaba todos los medios a su alcance para apartar el alma de Cristo. Él odia el alma espiritualmente despierta. El reino y habitación del maligno es la seguridad falsa, la ceguera, la oscuridad y el error. CAPÍTULO 10: VOLVIENDO A DIOS En ese momento me era difícil orar, ya que la desesperación me estaba tragando. Pensaba que me encontraba como en una tempestad siendo alejado 1 63. de Dios, porque siempre que clamaba a Dios por misericordia, escuchaba: “Es demasiado tarde. Estoy perdido. Dios me ha dejado caer, no para ser corregido sino para ser condenado. Mi pecado es imperdonable, y sé que Esaú habría recibido la bendición, pero después de vender su primogenitura, fue rechazado”. Para ese tiempo di con la terrible historia de ese miserable mortal, Francesco Spiera.[57] Para mi turbado espíritu el libro de Spiera fue como si me frotaran sal en una herida reciente. Cada frase del libro, cada gemido de ese hombre, con todo el resto de sus acciones en sus angustias, cómo sus lágrimas, sus oraciones, su crujido de dientes, su retorcimiento de manos, sus contorsiones, su abatimiento y decaimiento bajo esa poderosa mano de Dios que estaba sobre él, fueron como cuchillos y dagas en mi alma. Especialmente terrible para mí fue esta frase: “El hombre conoce el comienzo de su pecado, pero ¿quién puede conocer sus consecuencias?”. Luego Hebreos 12:17 cayó como un rayo nuevamente sobre mi conciencia: “Porque saben que aun después, cuando quiso heredar la bendición, fue rechazado, pues no halló ocasión para el arrepentimiento, aunque la buscó con lágrimas”. 164. Entonces empecé a temblar tanto que, durante días enteros, podía sentir mi cuerpo, así como mi espíritu agitarse y tambalearse bajo la comprensión del terrible juicio de Dios que caería sobre aquellos que han cometido ese pecado imperdonable y espantoso. Sentía también cierto dolor y ardor en mi estomago a causa de este terror que a veces parecía como si se me hubiese separado el esternón. Luego pensaba en lo que le sucedió a Judas, el cual “cayendo de cabeza se reventó por el medio, y todas sus entrañas se derramaron” (Hch. 1:18). 165. Tenía miedo de que esta fuera la marca que el Señor había puesto sobre Caín (cf. Gn. 4:15), un temor y temblor continuos bajo la pesada carga de culpa que cargaba por la sangre de su hermano Abel. Por este motivo constantemente me retorcía y daba vueltas bajo la carga que se hallaba sobre mí. Génesis 4.14–15 “Hoy me has arrojado de la superficie de la tierra, y de Tu presencia me esconderé, y seré vagabundo y errante en la tierra. Y sucederá que cualquiera que me halle me matará.” Entonces el Señor le dijo: “No será así, pues cualquiera que mate a Caín, siete veces sufrirá venganza.” Y el Señor puso una señal sobre Caín, para que cualquiera que lo hallara no lo matara. La carga me oprimía tanto que no podía permanecer, caminar o acostarme tranquilo o en paz. 166. Algunas veces me acordaba de este verso: “Has recibido dones entre los hombres, y aun entre los rebeldes […]” (Sal. 68:18). “Los rebeldes” pensaba; pues, sin duda una vez estuvieron bajo el sometimiento de su príncipe, incluso aquellos que han tomado las armas contra él después de haber jurado lealtad a su gobierno. Esta, pensaba, es mi condición; una vez lo amé, tuve temor de Él, le serví, pero ahora soy un rebelde. Lo he vendido. Le he dicho: “Que se vaya si quiere”. Sin embargo, aún tiene dones para los rebeldes, y ¿por qué pues no los tiene para mí? 167. Algunas veces pensaba acerca de esto y trataba de apoderarme del pequeño consuelo que podía encontrar en esto. Pero perdía el afán, porque era conducido más allá de la paz, como un hombre que es dirigido al lugar de la ejecución y ve un lugar para esconderse, pero no es capaz de hacerlo. 168. Nuevamente, después de haber considerado los pecados de los santos y de haber encontrado que mis pecados eran más grandes que los de ellos, empecé a pensar que podía encontrar algo de aliento si ponía sus pecados todos juntos en un lado y el mío en otro lado y compararlos. Porque si mi pecado, aunque era mayor que cualquiera de sus pecados particulares, se igualara a todos los de ellos, entonces podía encontrar esperanza. Si la sangre de Jesús pudo limpiar todos los pecados de ellos, entonces podía limpiar el mío, incluso si mi pecado era tan grande como todos los de ellos combinados. De nuevo consideré el pecado de David, de Salomón, de Manasés, de Pedro y de otros grandes ofensores, y también traté, aunque intenté ser imparcial, de hacer que parecieran más grandes y más serios debido a sus circunstancias; ¡pero ay, todo fue en vano! 169. Pensaba conmigo mismo que David había derramado sangre para cubrir su adulterio, y lo hizo mediante la espada de los hijos de Amón —un hecho que no pudo hacerse sino con un plan deliberado y premeditado, lo cual grandemente intensificó su pecado. Pero entonces me daba cuenta de que los pecados de David eran contra la ley, por el cual Jesús fue enviado para salvarlos; el mío fue un pecado contra el Salvador, y ¿quién podría salvarme de ese? 170. Pensaba acerca de Salomón y cómo había pecado amando mujeres extranjeras y cayendo en sus ídolos edificándoles templos, incluso después de haber recibido luz y gran misericordia de parte de Dios mientras se encontraba en su vejez. Sin embargo, la misma conclusión que me obstruía en la anterior consideración me obstaculizaba en esta; a saber, que todos esos eran pecados contra la ley, por el cual Dios había provisto un remedio. Había vendido a mi Salvador, y no quedaba ya más sacrificio por los pecados (cf. He. 10:26). 171. Luego añadía a los pecados de esos hombres los pecados de Manases —cómo edificó altares para los ídolos en la casa del Señor. Él también se dio a observar los tiempos, usó la adivinación, trató con espiritistas, quemó a sus hijos en el fuego sacrificándolos a los demonios e hizo correr sangre inocente por las calles de Jerusalén. Estos, pensaba, son grandes pecados, pecados de color sanguinolento. Mi argumento nuevamente se volvía hacia mí. Estos pecados no eran de la misma naturaleza que el mío. Me había deshecho de Jesús. Había vendido a mi Salvador. 172. El pensamiento que más hería mi corazón era que mi pecado fue cometido sin rodeos contra mi Salvador, y que en mi corazón había dicho de Él: “Que se vaya si quiere”. Oh, pensaba que este pecado era más grande que los pecados de todo un país, reino o del mundo entero. Ningún pecado particular, ni todos los demás pecados juntos, eran capaces de igualar el mío. El mío era peor que todos ellos. 173. Ahora mi espíritu huía de Dios como del rostro de un juez temible. Sin embargo, mi tormento fue el no poder escapar de sus manos: “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (He. 10:31). Pero bendita sea Su gracia, que en esos tiempos esta porción de la Escritura daba voces como si estuviera corriendo detrás de mí: “Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí” (Is. 44:22). Este pasaje venía a mi mente cuando estaba huyendo del rostro de Dios, es decir, mi mente y espíritu huían delante de Él. A causa de Su grandeza, no podía soportarlo; entonces clamaba como dice el texto: “Vuélvete a mí”. Clamaba en voz alta y muy fuerte: “Vuélvete a mí, porque yo te redimí”. Esto hacía detenerme por un momento y mirar por encima de mi hombro para ver si podía vislumbrar que la gracia de Dios me siguiera con el perdón en su mano; pero inmediatamente que hacía esto todo se nublaba y oscurecía con estas palabras: “Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas” (He. 12:17). Por lo tanto, no podía volver, sino huir, aunque a veces la voz clamaba: “Vuélvete, vuélvete”, como si me persiguiera. Pero temía abrazar esas palabras ya que pensaba que podían no venir de Dios. Y porque ese verso de Hebreos aún estaba resonando en mi consciencia. 174. Una vez me encontraba caminando de un lado para otro en la tienda de un buen hombre, lamentando mi triste y terrible condición y afligiéndome con auto aborrecimiento por este horrible e impío pensamiento. También estaba lamentando mi difícil circunstancia, del gran pecado que había cometido, temiendo en gran medida que no pudiera ser perdonado, y orando que, si mi pecado no era el pecado imperdonable contra el Espíritu Santo, el Señor me lo mostrara. Estando a punto de hundirme en temor, de repente, como si hubiera entrado por la ventana, escuché el sonido del viento, pero muy agradable. Y escuché una voz preguntando: “¿Has rechazado alguna vez ser justificado por la sangre de Cristo?”. Entonces consideré toda mi vida pasada, la cual me fue expuesta en un momento, y vi que nunca rechacé ser justificado por la sangre de Jesús. Mi corazón contestó con gemidos: “No”. Y entonces cayó sobre mí con gran poder estas palabras: “Mirad que no desechéis al que habla” (He. 12:25). Esto se apoderó de mi espíritu de un modo extraño. Trajo consigo luz e impuso silencio en mi corazón de todos los pensamientos tumultuosos que previamente, como un perro infernal sin dueño, solían ladrar, aullar y hacer un ruido odioso dentro de mí. Me mostró también que Jesucristo tenía todavía una palabra de gracia y de misericordia para mí, y que aún no había olvidado y abandonado mi alma como yo temía. Sí, esto fue una especie de reprensión por mi susceptibilidad a desesperar. Y fue también una especie de advertencia por mirar más mis pecados y lo aborrecible de ellos en lugar de confiar en la salvación que hay en el Hijo de Dios. Pero en cuanto a lo que exactamente fue este extraño hecho, no lo sé, y de donde vino, no lo sé. Todavía en veinte años no he sido capaz de determinar esto con seguridad. De lo cual me encuentro renuente a escribir acá. Pero verdaderamente, ese viento súbito e impetuoso fue como si un ángel hubiera venido hacia mí, pero tanto esto como la salvación lo dejaré hasta el día del juicio. Solo diré que esto le trajo gran calma a mi espíritu, me persuadió de que todavía había esperanza, me mostró lo que era el pecado imperdonable, y que mi alma todavía tenía el bendito privilegio de acudir a Jesús en busca de misericordia. No sé aún qué decir sobre mi experiencia. Esta fue la razón por la que no hablé de ella al principio de este libro. Sin embargo, la dejo para que sea considerada solamente por aquellos que tienen un juicio espiritualmente sano. No baso la esperanza de mi salvación sobre esta experiencia, sino en el Señor Jesús y Su Palabra. Pero dado que estoy aquí hablando de las cosas secretas de mi vida, pensé que podría ser bueno mencionar esto también, aunque ahora no pueda escribir del asunto con el mismo poder cuando lo experimenté. Me deleité en esto durante tres o cuatro días, pero luego empecé desconfiar y a desesperar nuevamente. CAPÍTULO 11: MÁS DUDAS 75. Por lo tanto, mi vida aún se asfixiaba en duda delante de mí, ya que no sabía cómo yo terminaría. Mi alma estaba ansiosa de lanzarse a los pies de la gracia mediante la oración y el ruego. Pero era difícil en ese momento para mí mirar a Cristo y orar por misericordia, porque había pecado de la manera más vil contra Él. Ciertamente lo había encontrado tan difícil ir a Dios en oración después de mi deserción de Él como hacer cualquier otra cosa. ¡Oh, qué avergonzado me sentía! Especialmente cuando consideraba que en ese momento estaba yendo a orar por misericordia a Aquel que con tanta indiferencia había desestimado hacía tan poco tiempo. Estaba avergonzado y asombrado de que hubiera pecado tanto contra Jesús, pero sabía que había solo una cosa que podía hacer. Debía ir a Él y humillarme ante Él y rogarle que, de Su maravillosa misericordia, se apiadará de mí y tuviera misericordia de mi alma desgraciada y pecadora. 176. Cuando el tentador observó mi intención, él intensamente me sugirió que no debía orar a Dios, insinuándome que la oración no me haría ningún bien debido a que había rechazado al Mediador, por quien todas las oraciones son hechas aceptables a Dios el Padre, y sin Él ninguna oración viene a Su presencia. “Orar ahora solo añadiría pecado al pecado —el tentador sugirió esto a mi mente—, ya que Dios te ha abandonado. Orar ahora solo le enojaría y ofendería más que nunca”. 177. Satanás me susurraba que Dios ya se había cansado de mí durante los últimos años, porque no era Su hijo. Mis llantos a Sus oídos no le eran un sonido agradable, y por eso Dios me dejó cometer este pecado para que fuera apartado de Él. ¿Y me atrevería a seguir orando? A esto me instaba el diablo, y me recordaba de lo que Moisés dijo a los hijos de Israel en el libro de Números que a causa de que se negaron a subir para poseer la tierra cuando Dios quiso que fueran, Dios no les permitió entrar a la tierra, sin importar cuán arrepentidos parecían estar o cuán sinceramente oraban (cf. Nm. 14:36-45). 1 Números 14.39–42 Cuando Moisés habló estas palabras a todos los Israelitas, el pueblo lloró mucho. Y se levantaron muy de mañana y subieron a la cumbre del monte, y dijeron: “Aquí estamos; subamos al lugar que el Señor ha dicho, porque hemos pecado.” Pero Moisés dijo: “¿Por qué, entonces, quebrantan ustedes el mandamiento del Señor, si esto no les saldrá bien? “No suban, no sea que sean derribados delante de sus enemigos, pues el Señor no está entre ustedes. 178. También me recordaba lo que la Biblia expresa en Éxodo 21:14, el hombre que pecare deliberadamente será quitado del altar de Dios para morir, como Joab fue quitado del altar por el rey Salomón, cuando intentó refugiarse allí (cf. 1 R. 2:28-34). 1º Reyes 2.31–34 Y el rey le dijo: “Haz como él ha dicho; atácalo, mátalo y entiérralo, para que quites de mí y de la casa de mi padre la sangre que Joab derramó sin causa. “El Señor hará volver su sangre sobre su propia cabeza, porque él atacó a dos hombres más justos y mejores que él y los mató a espada sin que mi padre David lo supiera: a Abner, hijo de Ner, jefe del ejército de Israel, y a Amasa, hijo de Jeter, jefe del ejército de Judá. “Su sangre, pues, recaerá sobre la cabeza de Joab y sobre la cabeza de su descendencia para siempre; pero para David y su descendencia, para su casa y su trono, haya paz de parte del Señor para siempre.” Entonces subió Benaía, hijo de Joiada, lo atacó y lo mató; y fue sepultado en su casa en el desierto. Estos pasajes de la Biblia ciertamente me afligían, de modo que aún pensaba que mi caso era tan grave que no tenía ninguna otra opción sino morir en mi presente condición. Si debía morir de esta manera, quería morir a los pies de Cristo en oración. Entonces oré, pero Dios sabe que fue con gran dificultad. Esto fue porque mientras oraba, ese pasaje con respecto a Esaú custodiaba mi corazón como la espada encendida guardaba el camino del árbol de la vida, evitando que comiera de este y viviera. Oh, nadie sabe cuán difícil fue para mí ir a Dios en oración. 179. Deseaba que el pueblo de Dios orara por mí, pero temía que Dios no les diera corazón para hacerlo. Mi alma temblaba al pensar que alguno de ellos pudiera pronto decirme que Dios le había dicho aquellas palabras que una vez Él le dijo al profeta Jeremías en cuanto a los hijos de Israel: “[…] No ores por este pueblo […]”, porque los he rechazado (Jer.11:14). Pensaba que Dios debía ya haberle susurrado esto a alguno de ellos: “No ores por él, porque lo he rechazado”, solo que no se atrevían a decírmelo. Tenía miedo de preguntarles por temor a que fuera verdad, no sabía qué hacer. “El hombre conoce el comienzo de su pecado —decía Spiera—, pero ¿quién puede conocer sus consecuencias?”. 180. Para este tiempo tuve la oportunidad de compartir mi situación con un anciano que era cristiano. Le conté mi historia, que temía haber cometido el pecado contra el Espíritu Santo, y me contestó que él también pensaba de la misma manera. No me proporcionó mucho consuelo, pero mientras hablaba más con él, descubrí que era un buen hombre, pero un extraño a oponerse a los ataques de Satanás. Así que volví a Dios otra vez, tal como pude, para buscar Su misericordia. 181. En ese momento el tentador empezó a burlarse de mi miseria, diciendo que me había apartado del Señor Jesús deliberadamente y había provocado su desagrado —este Jesús quien había protegido mi alma de la llama del fuego devorador. Había ahora solo una cosa que me quedaba por hacer. Debía orar que Dios el Padre fuera el Mediador entre el Hijo y yo para que pudiéramos ser reconciliados nuevamente y para que pudiera tener ese bendito beneficio en Él que Sus bienaventurados santos disfrutaban. 182. Entonces este verso de la Biblia consumió mi alma: “[…] Si Él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar?” (Job 23:13). Vi al instante que, así como es tan difícil persuadirle hacer un mundo nuevo, un nuevo pacto o una nueva Biblia, además de los que ya tenemos, así mismo en cuanto a orar por tal cosa. Esto era tratar de persuadirle de que lo que Él ya había hecho era mera locura, tratar de persuadirle a cambiar o cancelar por completo la manera de la salvación. Luego estas palabras partieron mi alma en dos: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch. 4:12). 183. Ahora las nobles, plenas y misericordiosas palabras del Evangelio eran el mayor tormento para mí. Nada me afligía tanto como pensar en Jesucristo —el recuerdo del Salvador. Puesto que lo rechacé, vi la repugnancia de mi pecado, y consideré lo que había perdido por este, nada atormentaba mi consciencia que esto. Cada vez que pensaba en el Señor Jesús, en Su gracia, amor, bondad, cariño, gentileza, mansedumbre, muerte, sangre, promesas, benditas exhortaciones y consuelo, era para mi alma como una espada. A pesar de que pensaba en cómo había pecado contra el Señor Jesucristo, en mi corazón todavía sabía que Él era Jesús, el amoroso Salvador, el Hijo de Dios, de quien me había separado voluntariamente, a quien había irrespetado, despreciado y ofendido. Este es el único Salvador, el único Redentor, el único que puede amar a los pecadores tanto como para limpiarlos de sus pecados en Su preciosa sangre; pero no tenía parte ni derecho en este Jesús, porque lo había menospreciado. Había dicho en mi corazón: “Que se vaya si quiere”. Ahora, por lo tanto, soy excluido de Él. Me excluí a mí mismo de Él. Contemplad, entonces, Su bondad, pero no puedo tener parte de ella. ¡Oh, pensaba, qué he perdido! ¡De qué me he deshecho! ¡De qué he desheredado mi pobre alma! Es lamentable ser destruido por la gracia y misericordia de Dios, que el Cordero, el Salvador, se vuelva el León y el destructor (cf. Ap. 6). Temblaba también, como he dicho antes, a la vista de los santos de Dios, especialmente por aquellos que le amaban en gran manera y se ocupaban de andar cuidadosamente delante de Él en este mundo; porque mediante sus palabras, acciones y todas sus expresiones de ternura y temor de pecar contra su precioso Salvador, me condenaban, me hacían sentir culpable y también añadían continua aflicción y vergüenza a mí alma. Temía y temblaba ante los Samueles de Dios (cf. 1 S. 16:4). 184. Pero luego el tentador empezó a burlarse de mi alma de otra manera, diciéndome que Cristo ciertamente tenía compasión de mi situación y sentía mi pérdida, pero a causa de que había pecado y transgredido como lo hice, no podía hacer nada para ayudarme ni salvarme de lo que temía. El tentador me aseguraba que mi pecado no era de la naturaleza de otros por los cuales Jesús había derramado su sangre y había muerto, ni era contado entre aquellos pecados que fueron puestos a Su cargo cuando fue colgado en la cruz. Por lo tanto, a menos que bajara del cielo y muriera de nuevo por este pecado, aunque se sintiera muy mal por mí, no era capaz de ayudarme. Estas cosas pueden parecer ridículas para los demás, incluso tan ridículas como fueron en sí mismas, pero para mí eran los pensamientos más atormentadores. Cada uno de estos pensamientos aumentaba mi sufrimiento —que Jesucristo debía tener tanto amor como para sentirse mal por mí cuando no pudo ayudarme. No pensaba que la razón por la que no pudo auxiliarme fue porque Sus méritos eran débiles o Su gracia y salvación se había ya agotado, sino porque Su fidelidad a Sus promesas y amenazas no lo dejaban extender Su misericordia hacia mí. Además, como ya he aludido, pensaba que mi pecado estaba fuera de los límites de lo que Jesús había prometido que perdonaría, y si Él no era capaz de perdonarme y perdonar mi pecado, entonces sabía con seguridad que sería más fácil que el cielo y la tierra pasaran que tener vida eterna. Entonces la raíz de todos mis temores provenía de mi firme creencia en la estabilidad de la Santa Palabra de Dios, y también de mi desinformación sobre la naturaleza de mi pecado. 185. Oh, esto añadió mucho a mi aflicción —entender que era culpable de un pecado por el cual Jesús no murió. Estos pensamientos me sacudían, apresaban y me mantenían alejado tanto de la fe que no sabía qué hacer. ¡Cuánto deseaba que Cristo bajara nuevamente y que la obra de la redención del hombre todavía no hubiese sido hecha! ¡Cómo le rogaba y le suplicaba que no contara este pecado y lo incluyera entre el resto por los que murió! Pero entonces este pasaje me dejó paralizado: “[…] Sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de Él” (Ro. 6:9). 186. Entonces, a causa de estos asaltos extraños y desacostumbrados del tentador, mi alma se encontraba como una vasija rota, llevado y agitado por los vientos, precipitado a la desesperación, unas veces por el pacto de obras, y otras veces por desear que el nuevo pacto y sus condiciones (en cuanto tuviera que ver con mi situación) pudiera ser cambiado de otra forma. Pero en todas estas cosas, estaba como aquellos que son empujados contra las rocas —destrozado, dispersado y desgarrado. ¡Oh, el pensamiento de las imaginaciones, espantos, temores y terrores que son ocasionados por una profunda aplicación de culpa combinada con desesperación! Esta era la condición del hombre que tenía su morada en los sepulcros con los muertos y quien siempre andaba dando voces e hiriéndose con piedras (cf. Mr. 5:2-5). Marcos 5.2–5 Cuando Jesús salió de la barca, enseguida se acercó a El, de entre los sepulcros, un hombre con un espíritu inmundo, que tenía su morada entre los sepulcros; y nadie podía ya atarlo ni aun con cadenas; porque muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie era tan fuerte como para dominarlo. Siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y en los montes dando gritos e hiriéndose con piedras. Pero, decía, todo es vano; la desesperación no me consolará, y el antiguo pacto no me salvará. No, el cielo y la tierra pasarán antes que una letra de la Palabra y de la ley de la gracia sea removida. Esto vi, esto experimenté, y sobre esto gemí. ¡Obtuve de esto más confirmación de la certeza del camino de la salvación y que las Escrituras eran la Palabra de Dios! Ahora no podía expresar lo que entonces vi y experimenté de la firmeza de Jesucristo, la roca de salvación del hombre. Lo que había hecho no podía deshacerse, adicionársele o cambiarse. Vi que el pecado imperdonable podía llevar el alma más allá de Cristo, pero ay de aquel que era llevado de esa manera, porque la Palabra lo excluirá. 187. Entonces me encontraba siempre hundiéndome en todo lo que pensaba o hacía. Un día caminaba por la ciudad vecina y me senté en un banco al lado de la calle. Empecé a pensar acerca del terrible estado al que me había llevado mi pecado. Después de considerarlo por largo tiempo, levanté mi cabeza y me pareció como si el sol que brillaba en los cielos no quería dar luz, y como si las mismas rocas en la calle y las tejas sobre las casas se volteaban de mí. Pensé que se habían juntado todos para expulsarme de la tierra. Creía que me odiaban y que no era apto para vivir entre ellos o ser partícipe de sus beneficios, porque había pecado contra el Salvador. Oh, cuán felices veía en ese momento a todas las criaturas en comparación conmigo, porque permanecían firmes y se encargaban de su cargo, pero yo estaba acabado y perdido. 188. Entonces en la amargura de mi espíritu me dije con terrible suspiro: “¿Cómo puede Dios consolar a un desgraciado como yo?”. Tan pronto como dije esto escuché como un eco que respondía a una voz: “Este pecado no es de muerte” (cf. 1 Jn. 5:17). Cuando escuché esto, fue como si me hubieran levantado de la tumba. Clamé: “¡Señor, cómo pudiste enviarme un mensaje tan maravilloso como este!”. Estaba lleno de admiración por cuán adecuadas e inesperadas fueron estas palabras para mí. La relevancia de la Palabra, el momento extraordinario en la que vino, el poder, la dulzura, la luz y la gloria que la acompañaron me dejaron maravillado. Ahora no estaba dudando sobre lo que tenía mucha duda anteriormente. Antes, temía que mi pecado no fuera perdonable, entonces creía que no tenía derecho a orar o arrepentirme, y que si lo hacía, no sería de provecho o beneficioso para mí. Pero ahora, pensaba que si mi pecado no era de muerte, debía ser perdonable. Por lo tanto, encontré ánimo para venir a Dios por misericordia a través de Cristo, y consideré la promesa de perdón como dándome la bienvenida con los brazos abiertos para recibirme como lo hacía con los demás. Esto entonces fue gran consuelo para mi mente —que mi pecado podía ser perdonado y que no era un pecado de muerte (cf. 1 Jn. 5:16-17). 1 Juan 5.16–17 Si alguien ve a su hermano cometiendo un pecado que no lleva a la muerte, pedirá, y por él Dios dará vida a los que cometen pecado que no lleva a la muerte. Hay un pecado que lleva a la muerte; yo no digo que se deba pedir por ése. Toda injusticia es pecado, pero hay pecado que no lleva a la muerte. Nadie sino aquellos que entendían mis turbaciones por su propia experiencia podría decir el gran alivio que vino a mi alma con esta consideración. Fue una liberación de mis antiguas cadenas y un refugio de mis tormentas anteriores. Ahora parecía que me encontraba en la misma base que los demás pecadores, y que tenía el mismo derecho a la Palabra y a la oración como ellos. 189. Ahora tenía esperanza de que mi pecado no era imperdonable, sino que podía ser capaz de obtener perdón. Oh, cómo Satanás trató de derribarme nuevamente, pero de ninguna manera pudo conseguirlo, ni en ese día ni en la mayor parte del día siguiente, porque este verso (1 Juan 5:17) me mantuvo como un molino plantado en tierra. Sin embargo, hacia la noche del día siguiente sentí que estas palabras empezaban a dejarme y a retirar su apoyo de mí. Volví a mis antiguos temores de nuevo, pero con mucho descontento y a regañadientes, porque temía la angustia de la desesperación. Mi fe no era suficientemente fuerte para seguir creyendo y reteniendo esas palabras. 190. La siguiente noche tuve muchos temores, entonces fui a buscar al Señor. Mientras oraba, mi alma clamaba estas palabras a grandes voces: “Oh señor, por favor te ruego que me muestres que me has amado con amor eterno” (cf. Jer. 31:3). Tan pronto como había dicho esto escuché con dulzura nuevamente como un eco estas palabras: “Con amor eterno te he amado”. Fui a la cama con paz y cuando desperté la mañana siguiente, estas palabras todavía estaban frescas en mi alma —y las creí. 191. El tentador aún no me dejaba tranquilo, sino que intentó y se esforzó por destrozar mi paz por lo menos cien veces ese día. Me encontré con muchos severos ataques y conflictos cuando trataba de aferrarme a la Palabra de Dios. Ese verso sobre Esaú de que no halló arrepentimiento apareció ante mí como un rayo. Mi corazón y emociones a veces andaban arriba y abajo veinte veces en una hora, pero Dios me fortaleció y guardó mi corazón en Su Palabra, de lo cual tuve mucha dulzura y confortable esperanza de perdón durante varios días seguidos. Fue como si Dios estaba diciéndome: “Te amé mientras estabas cometiendo ese pecado. Te amé antes, te amo ahora, y te amaré por siempre”. 192. Vi mi pecado como el más cruel y como un crimen inmundo, y con gran vergüenza y asombro no pude sino concluir que había insultado horriblemente al Santo Hijo de Dios. Sentí que mi alma lo amaba enormemente y era tierna con Él, y sentí que mi corazón deseaba estar cerca de Él. Vi que todavía era mi Amigo, y que aún me pagaba bien por mal. El amor y afecto que entonces ardía en mí por mi Señor y Salvador Jesucristo obró tal fuerte comprensión de que merecía la venganza de Dios por la ofensa que le había hecho a Jesús, que si hubiera tenido mil galones de sangre dentro de las venas, al mandato de buena gana lo habría vertido todo a los pies de mi Señor. 193. Mientras estaba en reflexión y contemplación, considerando cómo amar al Señor y expresar mi amor hacia Él, este pasaje vino a mi mente: Salmo 130.3–4 Señor, si Tú tuvieras en cuenta las iniquidades, ¿Quién, oh Señor, podría permanecer? Pero en Ti hay perdón, Para que seas temido. Estas fueron buenas palabras para mí, especialmente la última parte que dice que en el Señor hay perdón para que pueda ser temido. Es decir, como entonces lo entendí, que Él podía ser amado y tenido en reverencia, porque comprendía que el gran Dios tenía en tan alta estima el amor de Sus pobres criaturas, que en lugar de irse sin su amor, Él perdonaba su transgresión. 194. Y ahora esta palabra se había cumplido en mí, y fui también confortado por esta: Ezequiel 16.62–63 “Estableceré Mi pacto contigo; y sabrás que Yo soy el Señor; para que recuerdes y te avergüences, y nunca más abras la boca a causa de tu humillación, cuando Yo te haya perdonado por todo lo que has hecho,” declara el Señor Dios. Entonces mi alma en ese momento, y pensé que sería para siempre, fue librada de ser nuevamente afligida con mi culpa e incredulidad previos. 195. Pero antes de que pasaran muchas semanas, empecé a desalentarme nuevamente, temiendo que pudiera todavía estar engaño y ser destruido al final, incluso después de todo lo que recientemente había disfrutado. Profundamente consideré que cualquier consuelo y paz que pensaba que tenía de la Palabra de la promesa de vida, a menos que pudiera encontrar más en la Escritura que estuviera de acuerdo con lo que recientemente comprendía, sin importar cuán enérgicamente lo creía y me aferraba a ello, no encontraría tal paz al final. Quería estar seguro de que lo que creía era verdaderamente de la Palabra de Dios y que no era solo una idea del hombre que imaginaba que era de la Biblia. Sabía que la Palabra de Dios era segura, porque “la Escritura no puede ser quebrantada” (Jn. 10:35). 196. Mi corazón de nuevo empezó a angustiarse y a temer que pudiera encontrarme con la decepción al fin y al cabo. Por lo tanto, comencé con toda seriedad a examinar aquello que recientemente me trajo consuelo y considerar si alguien que había pecado como yo lo había hecho, sería capaz de confiar de forma segura en la fidelidad de Dios como se había establecido en aquellas palabras mediante las cuales había sido consolado y sobre las cuales me había apoyado. Entonces estas palabras vinieron a mi mente: Hebreos 6.4–6 Porque en el caso de los que fueron una vez iluminados, que probaron del don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, que gustaron la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, pero después cayeron, es imposible renovarlos otra vez para arrepentimiento, puesto que de nuevo crucifican para sí mismos al Hijo de Dios y Lo exponen a la ignominia pública. Hebreos 10.26–27 Porque si continuamos pecando deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio alguno por los pecados, sino cierta horrenda expectación de juicio, y la furia de un fuego que ha de consumir a los adversarios. Hebreos 12.16–17 Que no haya ninguna persona inmoral ni profana como Esaú, que vendió su primogenitura por una comida. Porque saben que aun después, cuando quiso heredar la bendición, fue rechazado, pues no halló ocasión para el arrepentimiento, aunque la buscó con lágrimas. 197. La palabra del evangelio ahora parecía ser alejada a la fuerza de mi alma, de modo que no podía encontrar ninguna promesa o ánimo en la Biblia para mí. Este verso afligió mi espíritu: “No te alegres, oh Israel, hasta saltar de gozo como los pueblos […]” (Os. 9:1). Vi que ciertamente había motivos para que aquellos que se aferraban a Jesús se regocijaran, pero en cuanto a mí, me había separado de Él por mis transgresiones, y me había quedado sin nada a lo qué aferrarme de la preciosa Palabra de Dios. 198. Me sentía hundido en un abismo, como una casa cuyo fundamento es destruido. Me comparé a mí mismo en esta condición al caso de un niño que había caído en un pozo; quien, aunque podía moverse, salpicar y retorcerse en el agua, no tenía nada con lo que su mano o pie podía apoyarse o aferrarse, por lo tanto, al final moriría en esa condición. Tan pronto como este nuevo ataque de Satanás embistió mi alma, este verso de las Escrituras vino a mi corazón, de que esto sería por “muchos días” (Dn. 10:14)[†]. Y verdaderamente lo fue, porque no encontré ninguna liberación o paz por casi dos años y medio. Esas palabras, aunque en sí mismas procuraban desanimar y temía que esta condición fuera eterna, fueron algunas veces provechosas y refrescantes para mí, ya que me dieron esperanza de que al final este asalto terminaría. CAPÍTULO 12: ¡GRACIA SUFICIENTE PARA MÍ! Puesto que pensaba que los muchos días no son para siempre. Los muchos días tendrán fin. Por lo tanto, ya que debía ser afligido por muchos días, 1 99. me alegraba que no fuera para siempre. Algunas veces cuando estos pensamientos entraban en mi mente, era capaz de encontrar algo de consuelo y alivio al recordarme a mí mismo que estos días no eran para siempre. 200. Mientras estos versículos yacían ante mí y volvían a poner el pecado en mi puerta, Lucas 18 y otros pasajes me animaban a orar. Luego el tentador volvía atacarme ferozmente, sugiriéndome que no debía preocuparme por la misericordia de Dios ni por la sangre de Cristo, porque no podían ayudarme a causa de mi pecado, y entonces era inútil que orara. Sin embargo, pensé, voy a orar. Pero el tentador me decía que mi pecado era imperdonable. “Bueno — le dije—, oraré”. “No te servirá de nada —replicó”. “No obstante —le dije—, oraré de todas maneras”. Entonces fui a Dios en oración y mientras oraba, pronuncié estas palabras a este respecto: “Señor, Satanás me dice que Tú misericordia y la sangre de Cristo no bastan para salvar mi alma. Señor, ¿te honraré más creyendo que Tú puedes y que lo harás, u honraré a Satanás creyendo que Tú no puedes y no lo harás? Señor, gustosamente te honraré creyendo que Tú puedes y lo harás”. 201. Mientras estaba orando de rodillas ante el Señor de esta manera, este pasaje de la Escritura se adhirió a mi corazón: “Oh […], grande es tu fe […]” (Mt. 15:28), y me pareció como si alguien me hubiera dado una palmada en la espalda. Sin embargo, no era capaz de creer que esto era una oración de fe hasta casi seis meses después, porque no podía creer que tenía fe o que debía haber una palabra para que actuara con fe. Quería desesperadamente creer, pero no podía. Andaba triste y lamentándome, preguntándome si la misericordia de Dios se había acabado —acabado de manera completa y para siempre. Incluso cuando me encontraba gimiendo de desesperación, a veces temía grandemente que la misericordia de Dios ciertamente se hubiese terminado. 202. No había nada que anhelara más en ese momento que ponerle fin a las dudas en cuanto a este asunto en cuestión. Mientras urgentemente estaba deseando saber si había en efecto esperanza para mí, estas palabras vinieron a mi mente: Salmo 77.7–9 ¿Rechazará el Señor para siempre? ¿No mostrará más Su favor? ¿Ha cesado para siempre Su misericordia? ¿Ha terminado para siempre Su promesa? ¿Ha olvidado Dios tener piedad, O ha retirado con Su ira Su compasión? (Selah) Y todo el tiempo que estos versos anduvieron por mi mente, estuve seguro de que la respuesta podría ser que Dios no me había desechado para siempre. Aún tenía algo de esperanza. Las preguntas parecían indicarme una segura confirmación que ciertamente Él no me había desechado ni me desecharía por completo, sino que sería propicio para conmigo, que su promesa no fallaría, que no se había olvidado de ser misericordioso y que no había encerrado con Su ira Sus piedades. Había también algo más en mi corazón que ahora no puedo recordar, que, junto con este texto, endulzó mi corazón y me hizo concluir que la misericordia de Dios aún no se había acabado, ni se había ido por completo y eternamente. 203. En otra ocasión recuerdo cuestionar sobre si la sangre de Cristo era suficiente para salvar mi alma. Esta duda continuó desde la mañana hasta las siete u ocho de la noche. Al final, cuando estuve completamente agotado por mis temores, las palabras “Él puede” de repente sonaron en mi corazón. Parecía como si la palabra “puede” me hubiera sido pronunciada en voz alta y parecía como si la hubiera visto escrita en letras grandes. Esta palabra le dio un golpe a mi temor y duda —por lo menos ese día. Nunca había tenido una palabra semejante en toda mi vida, ni antes o después de ella. “[…] Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (He. 7:25). 204. Pero una mañana, cuando estaba otra vez orando y temblando por el temor de que ninguna palabra de Dios pudiera ayudarme, una parte de un verso se precipitó sobre mí: “Mi gracia es suficiente para ti” (2 Co. 12:9)[†]. Con esto pensé que podía haber esperanza. ¡Cuán bueno es que Dios envíe Su Palabra! Dos semanas antes de esto, había estado mirando esta misma porción de las Escrituras, pero al no encontrar nada de consuelo en ella para mi alma, arrojé mi Biblia con furia. Pensaba entonces que el verso no era suficiente para ayudarme, pero ahora parecía tener los brazos de la gracia tan abiertos que no solo podía acogerme, sino que también podía acoger a muchos otros. 205. Estas palabras me sostuvieron durante siete u ocho semanas, pero no sin muchos conflictos. Mi paz iba y venía, en ocasiones hasta veinte veces al día. Primero venía un poco de consuelo, y luego mucho conflicto; venía un poco de paz, pero antes que pudiera caminar un cuarto de milla, estaba tan lleno de temor y culpa como nunca corazón alguno ha podido albergar. Y esto no solo ocurrió ocasionalmente, sino que sucedió durante siete u ochos semanas enteras. Como un par de balanzas en mi mente, mis pensamientos iban de un lado a otro. A veces el pensamiento de la suficiencia de la gracia era lo que predominaba, y otras veces la venta de Esaú de su primogenitura eran lo que reinaba, y dependiendo de ellas me encontraba en paz o en perturbación. 206. Seguí orando a Dios, pidiéndole que imprimiera esta porción de las Escrituras de manera más plena en mi corazón, es decir, que me ayudara aplicar la frase completa, porque todavía no podía. Ahora tenía esperanza de que podía haber misericordia para mí y que Su gracia era suficiente, pero no podía traspasar esas palabras. “Para ti” no eran palabras que figuraban para mí, y no podía estar contento. Oraba a Dios para que no solo tuviera esperanza de que Su gracia era suficiente, sino que fuera suficiente para mí. Un día me encontraba en una reunión del pueblo de Dios, pero estaba lleno de tristeza y terror, porque mis temores eran de nuevo fuertes en mí. En ese momento estuve pensando que mi alma nunca estaría mejor, sino que mi situación seguiría siendo de lo más lamentable y temerosa, cuando las siguientes palabras irrumpieron en mí con gran poder: “Mi gracia es suficiente para ti. Mi gracia es suficiente para ti. Mi gracia es suficiente para ti”. Tres veces, y oh, estas palabras fueron poderosas sobre mí —Mi y gracia y suficiente y para ti. Fueron entonces, y algunas veces lo son para mí, palabras mucho más grandes que muchas otras. 207. Mi entendimiento se iluminó de tal manera que fue como si hubiera visto al Señor Jesús mirándome desde el cielo (a través del tejado) y dirigiéndome estas palabras. Esto hizo que me fuera a casa llorando y que mi corazón se partiera, me llenó de gozo y me abatió hasta el polvo (cf. Sal. 119:25). Salmo 119.25–28 Postrada está mi alma en el polvo; Vivifícame conforme a Tu palabra. De mis caminos Te conté, y Tú me has respondido; Enséñame Tus estatutos. Hazme entender el camino de Tus preceptos, Y meditaré en Tus maravillas. De tristeza llora mi alma; Fortaléceme conforme a Tu palabra. Esto siguió conmigo durante varias semanas y me dio ánimo a tener esperanza, a pesar de que la intensa gloria y el consuelo reconfortante no duraran mucho más. Y tan pronto como esta operación poderosa dejó mi corazón, esta otra palabra sobre Esaú volvió a mí como antes, de modo que mi alma colgó nuevamente en una balanza, algunas veces arriba y otras abajo, ahora en paz y luego en terror. 208. Y así estuve durante muchas semanas —unas veces consolado y otras veces atormentado. A veces, cuando mi tormento era muy severo, todos esos versos que mencioné antes de Hebreos eran puestos delante de mí como palabras que me excluían del cielo. Entonces comenzaba a arrepentirme de que alguna vez pensara tales cosas. También pensaba que solo parecía haber tres o cuatro porciones de las Escrituras en mi contra, y me preguntaba si Dios las pasaría por alto y me salvaría. Otras veces pensaba en cómo podría ser consolado si no fuera por esos tres o cuatro versos, y no podía evitar desear a veces que esos versos no estuvieran en la Biblia. 209. Entonces fue como si pudiera ver a Pedro, a Pablo, a Juan y a todos los escritores bíblicos mirándome con desprecio y burlándose de mí. Fue como si me dijeran: “Todas nuestras palabras son verdad; cada una es tan cierta como las otras. No son nuestros escritos los que te han separado de Jesús, sino que tú te has apartado de Él. Simplemente debes aferrarte a algunas de nuestras palabras y creer, como estas: ‘Es imposible; no queda más sacrificio por los pecados’ (He. 6:4; 10:26). ‘Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia [la voluntad de Dios], que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado’ (2 P. 2:21). ‘La Escritura no puede ser quebrantada’ (Jn. 10:35)”. 210. Vi que estos escritores de la Biblia eran como los ancianos de la ciudad de refugio y los jueces tanto de mi caso como de mí. Y mientras estaba con el vengador de la sangre persiguiéndome, temblando ante su puerta por salvación y también con mil miedos y desconfianzas, pensé que me dejarían afuera para siempre (cf. Jos. 20:3-4). Josué 20.2–4 “Diles a los Israelitas: ‘Designen las ciudades de refugio de las cuales les hablé por medio de Moisés, para que huya allí el que haya matado a cualquier persona sin intención y sin premeditación. Ellas les servirán a ustedes de refugio contra el vengador de la sangre. ‘El que busca refugio huirá a una de estas ciudades, se presentará a la entrada de la puerta de la ciudad y expondrá su caso a oídos de los ancianos de la ciudad. Estos lo llevarán con ellos dentro de la ciudad y le darán un lugar para que habite en medio de ellos. 211. De esta manera me encontraba confundido, no sabiendo qué hacer o cómo encontrar la respuesta a la pregunta de si las Escrituras tenían lugar para que mi alma se salvara. Temblaba ante los escritos de los apóstoles, porque sabía que sus palabras eran ciertas y que permanecerían para siempre. 212. Recuerdo un día cuando aún estaba en diferentes estados de ánimo, consideraba el conjunto de versículos de la Biblia que me vinieran a la mente. Si los versos eran sobre la gracia, entonces estaba tranquilo y en paz, pero si los versos eran sobre Esaú, entonces era atormentado. Si los dos conjuntos de estos versos se encontraban en mi corazón al mismo tiempo, me preguntaba cuál de ellos obtendría lo mejor de mí. Así que quería que ambos vinieran sobre mí al mismo tiempo, y le pedía a Dios que esto sucediera. 213. Bueno, aproximadamente dos o tres días después, esto fue exactamente lo que ocurrió. Estos se juntaron en mí al mismo tiempo, actuaron y lucharon peculiarmente durante un tiempo. Al final, esos versos acerca de la primogenitura de Esaú comenzaron a volverse débiles, a retirarse y a desaparecer, mientras aquellos con respecto a la suficiencia de la gracia prevalecieron con paz y gozo. Cuanto estuve considerando lo que había pasado, este verso vino a mí: “La misericordia triunfa sobre el juicio” (Stg. 2:13). 214. Esto fue asombroso para mí. Estoy dispuesto a pensar que esto fue verdaderamente de Dios. La palabra de ley e ira deben dar lugar a la palabra de vida y gracia. Y aunque la palabra de condenación sea gloriosa, la palabra de vida y salvación la sobrepasa en gloria: 2 Corintios 3.8–12 ¿cómo no será aún con más gloria el ministerio del Espíritu? Porque si el ministerio de condenación tiene gloria, mucho más abunda en gloria el ministerio de justicia. Pues en verdad, lo que tenía gloria, en este caso no tiene gloria por razón de la gloria que lo sobrepasa. Porque si lo que se desvanece fue con gloria, mucho más es con gloria lo que permanece. Teniendo, por tanto, tal esperanza, hablamos con mucha franqueza. Moisés y Elías deben irse y dejar a Cristo solo con Sus santos (cf. Mr. 9:5-7). Marcos 9.5–7 Entonces Pedro dijo a Jesús: “Rabí (Maestro), bueno es que estemos aquí; hagamos tres enramadas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías.” Porque él no sabía qué decir, pues estaban aterrados. Entonces se formó una nube que los cubrió, y una voz salió de la nube: “Este es Mi Hijo amado; oigan a El.” 215. Juan 6:37 también visitó mi alma de la manera más dulce: “[…] Al que a mí viene, no le echo fuera”. ¡Oh, el consuelo que obtuve de esta palabra, no le echo fuera! Es como si Jesús hubiera dicho: “De ninguna manera, por nada y sin importar lo que haya hecho [le echaré fuera]”. Pero Satanás grandemente procuró arrancarme esta promesa con toda su fuerza, diciéndome que Cristo no se refería a mí o a otras personas como yo, sino a pecadores que no habían hecho lo que yo había hecho. Le respondí a Satanás que no hay excepciones en estas palabras, sino que “al que […] viene” hace referencia a “cualquiera”. “Al que a mí viene, no le echo fuera”. Y aún recuerdo bien de esto que, de todas las estratagemas que Satanás usó para intentar quitarme este verso, nunca me preguntó si venía a Jesús de la manera correcta. Consideré que la razón era porque Satanás pensó que sabía bien lo que significa venir a Jesús de la manera correcta. Porque comprendía que la manera correcta era venir como era, un pecador vil e impío, y echarme a los pies de la misericordia, condenándome por el pecado. Si alguna vez Satanás y yo luchamos por alguna palabra de Dios en toda mi vida, fue por esta buena palabra de Cristo —Satanás en un extremo y yo en el otro. ¡Oh, qué lucha tuvimos! Juan 6:37 fue el verso en lo que tanto tiramos y luchamos. Él tiraba y yo tiraba, pero alabado sea Dios que lo vencí, y encontré algo de alegría en ello. CAPÍTULO 13: CRISTO, MI JUSTICIA 16. A pesar de toda esta ayuda y de las benditas palabras de gracia, el verso acerca de Esaú vendiendo su primogenitura todavía afligía mi consciencia. Aunque había sido consolado de la manera más dulce hace poco, cuando ese verso venía a mi mente, me hacía temer nuevamente. No podía sacar completamente de mi mente el pensamiento, y cada día me seguía. Por lo tanto, traté de pensar sobre esta otra manera: Consideré la naturaleza de este pensamiento blasfemo en cada palabra, en su amplitud y en su fuerza y objetivo natural. Entonces, cuando lo consideré, hallé que libremente había dejado al Señor Jesucristo que eligiera si quería ser mi Salvador o no. Mis palabras malvadas habían sido estas: “Que se vaya si quiere”. Entonces este verso me dio esperanza: “No te desampararé, ni te dejaré […]” (He. 13:5). “Oh Señor —le dije—, pero te he dejado”. Entonces Él respondió: “Pero Yo no te dejaré”. ¡Agradezco al Señor por esto! 217. Todavía estaba intensamente asustado de que me dejara, y encontré muy difícil confiar en Él, porque había pecado grandemente contra Él. Habría estado increíblemente contento si nunca hubiera tenido ese pensamiento, porque entonces podría recostarme sobre Su gracia con más tranquilidad y libertad. Me sucedía como lo que les ocurrió a los hermanos de José; la culpa de su maldad frecuentemente los llenaba de temores de que su hermano al final los despreciara (cf. Gn. 50:15-17). 2 Génesis 50.15–17 Al ver los hermanos de José que su padre había muerto, dijeron: “Quizá José guarde rencor contra nosotros, y de cierto nos devuelva todo el mal que le hicimos.” Entonces enviaron un mensaje a José, diciendo: “Tu padre mandó a decir antes de morir: ‘Así dirán a José: “Te ruego que perdones la maldad de tus hermanos y su pecado, porque ellos te trataron mal.” ’ Y ahora, te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre.” Y José lloró cuando le hablaron. 218. Pero por encima de todos los versos con los que me encontré, el capítulo veinte del libro de Josué fue de mayor consuelo para mí. Habla del homicida que escapa a la ciudad de refugio. Moisés decía que si el vengador de la sangre perseguía al homicida, entonces los ancianos de la ciudad de refugio no debían entregar al homicida en las manos del vengador de la sangre, porque el homicida mató a su prójimo accidentalmente y no lo odiaba. ¡Oh, bendito sea Dios por estas palabras! Estaba convencido de que yo era como el homicida, y el vengador de la sangre me perseguía. Sentía gran terror y no sabía si tenía el derecho de entrar a la cuidad de refugio (cf. Jos. 20:1-6). Hallé que aquel que acecha para derramar sangre, aquel que mataba deliberada y premeditadamente, no le era permitido entrar a la cuidad de refugio. No era el homicida intencional quien podía entrar a la cuidad de refugio, sino el que derramó sangre involuntariamente. No el que tenía rencor, remordimiento o malicia, sino el que no tenía ninguna intención de herir a otro, ni el que odiaba a su prójimo antes. 219. Verdaderamente creí que era aquel que podía entrar, porque le había hecho mal a mi prójimo accidentalmente y no lo odiaba en el pasado. No, no odiaba a Dios, sino que oraba a Él. Tuve una consciencia sensible con respecto a mi pecado contra Él. Sí, y había peleado contra esta perversa tentación por años anteriormente. También, cuando estas palabras pasaban por mi corazón, no tenía la intención de decirlas. Entonces pensé que tenía el derecho de entrar a esta ciudad, y los ancianos, representando a los apóstoles, no me entregarían. Esto me concedió mucho consuelo y me dio muchas razones para tener esperanza. 220. Traté de ser muy cauteloso, porque mi angustia me hacía preguntarme si el suelo era lo suficientemente fuerte como para soportarme o si se hundiría debajo de mí. Tenía una pregunta que mi alma deseaba resolver. La pregunta era si alguien que de hecho había cometido el pecado imperdonable podía recibir después aún el menor consuelo espiritual verdadero de Dios a través de Cristo. Después de haber considerado mucho esto, llegué a la conclusión de que la respuesta era: “No, no podía”. Concluí esto por las siguientes razones: 221. Primero, porque aquellos que han cometido el pecado imperdonable se les prohíbe participar de la sangre de Cristo, y siendo despojados de esto, deben necesariamente estar vacíos de la menor razón de esperanza y consuelo espiritual. Porque para los tales “no queda más sacrificio por los pecados” (He. 10:26). Hebreos 10.26–27 Porque si continuamos pecando deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio alguno por los pecados, sino cierta horrenda expectación de juicio, y la furia de un fuego que ha de consumir a los adversarios. En segundo lugar, porque se les niega participar de la promesa de vida. Nunca serán perdonados, “ni en este siglo ni en el venidero” (Mt. 12:32). En tercer lugar, porque el Hijo de Dios los excluye también de participar de Su bendita intercesión, avergonzándose para siempre de reclamarlos ante Su santo Padre y los benditos ángeles en el cielo. (cf. Mr. 8:38). 222. Después de haber considerado este asunto cuidadosamente, concluí que el Señor me había consolado, incluso después de mi perverso pecado. Entonces, pensé, que ahora podía aventurarme nuevamente a leer esos versos que había encontrado de lo más temible y terrible —aquellos que había deseado que no estuvieran en la Biblia, y que pensaba que me destruirían y que comprobaban mi condenación eterna. Entonces encontré algo de consuelo al leerlos y considerarlos nuevamente y al meditar en su alcance y significado. 223. Cuando empecé hacerlo, hallé que su apariencia había cambiado. No me parecían tan amenazadores como antes. Primero, consideré el capítulo seis de Hebreos, todavía temblando por temor a que pudiera golpearme, pero cuando lo consideré, descubrí que la recaída allí era una recaída total. Es decir, como lo entendí, era una recaída y una negación absoluta del evangelio de la remisión de pecados por medio de Cristo, a partir de este punto el apóstol empieza su argumento (cf. He. 6:1-3). En segundo lugar, encontré que esta recaída debía ser abierta y pública, incluso a la vista del mundo, con el fin de exponer a Cristo “a la ignominia pública” (v. 6 NBLH). En tercer lugar, encontré que aquellos para quienes era imposible ser otra vez renovados para arrepentimiento eran separados para siempre de Dios a causa de la ceguera espiritual, la dureza de corazón y la falta de arrepentimiento. Para la eterna alabanza de Dios, en todas estas particularidades, encontré que mi pecado no era el pecado mencionado aquí. Primero, caí, pero no me aparté de la profesión de fe en Jesús para la vida eterna. En segundo lugar, confesé que había avergonzado a Jesucristo por mi pecado, pero no lo expuse a la ignominia pública. No lo negué ante los hombres ni lo condené como ineficaz ante el mundo. En tercer lugar, no encontré que Dios me hubiera excluido o negado acudir a Él, aunque me resultó muy difícil llegar a Él por la angustia y el arrepentimiento. Bendito sea Dios por Su inescrutable gracia. 224. Luego consideré el capítulo diez de Hebreos y encontré que el pecado voluntario mencionado allí no es cualquier clase de pecado voluntario, sino que hace referencia a aquellos que desechan a Cristo y Sus mandamientos. En segundo lugar, que este también deber ser cometido abiertamente ante dos o tres testigos, como es requerido por la ley (cf. He. 10:28). Hebreos 10.28–29 Cualquiera que viola la Ley de Moisés muere sin misericordia por el testimonio de dos o tres testigos. ¿Cuánto mayor castigo piensan ustedes que merecerá el que ha pisoteado bajo sus pies al Hijo de Dios, y ha tenido por inmunda la sangre del pacto por la cual fue santificado, y ha ultrajado al Espíritu de gracia? En tercer lugar, este pecado no puede ser cometido sino con gran desdén y desprecio hacia el Espíritu de gracia, rechazando las advertencias para guardarse de ese pecado y los alicientes para la santidad. El Señor sabe que, aunque mi pecado fue diabólico, no era de esta magnitud. 225. En cuanto al doceavo capítulo de Hebreos sobre Esaú vendiendo su primogenitura, aunque este fue el verso que me atormentaba y era como una lanza en contra de mí, en ese momento lo consideré con un entendimiento diferente. Primero, Esaú no hizo lo que hizo porque él estuviera reaccionando precipitadamente y a partir de una mente sobrecargada, sino que fue un pensamiento planeado y fue puesto en práctica después de cierta deliberación (cf. Gn. 25). En segundo lugar, fue una acción abierta y pública, incluso ante su hermano, si no ante muchos; esto hizo que la clase de su pecado fuera aún más atroz de lo que hubiera sido de otra manera. En tercer lugar, continuó despreciando su primogenitura: “[…] Él comió y bebió, y se levantó y se fue” (Gn. 25:34). Incluso veinte años después todavía la despreciaba: “Y dijo Esaú: Suficiente tengo yo, hermano mío; sea para ti lo que es tuyo” (Gn. 33:9). 226. Ahora con respecto a ciertos pensamientos sobre Esaú buscando una oportunidad de arrepentimiento. Primero, vi que esto no era por su primogenitura, sino por la bendición. El apóstol deja claro esto, y es distinguido por Esaú mismo: “Se apoderó de mi primogenitura [es decir, anteriormente], y he aquí ahora ha tomado mi bendición” (Gn. 27:36). En segundo lugar, fui nuevamente al apóstol para ver lo que podía ser el propósito de Dios en el estilo y sentido del Nuevo Testamento concerniente al pecado de Esaú. Hasta donde pude entender, la intención de Dios era que la primogenitura significaba regeneración, y la bendición hacía referencia a la herencia eterna, porque así parece insinuarlo el apóstol: “No sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura” (He. 12:16). Fue como si dijera: “No sea que haya alguna persona entre ustedes que deseche todos esos comienzos benditos de la obra Dios que se hallan sobre él para ser nacido de nuevo, y no sea que vengan a ser como Esaú y sean rechazados luego, cuando podían heredar la bendición”. 227. Porque hay muchas personas que, en el día de la gracia y misericordia, desprecian esas cosas que son ciertamente la primogenitura hacia el cielo; quienes, cuando el día decisivo aparezca, clamarán en alta voz junto con Esaú: “Señor, señor, ábrenos” (Mt. 25:11). Así como Isaac no cambió de parecer, mucho menos Dios el Padre lo hará, sino que dirá: “Yo le bendije, y será bendito”; pero a los demás les dirá: “Apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad” (Gn. 27:34; Lc. 13:25-27). Lucas 13.25–27 “Después que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, y ustedes, estando fuera, comiencen a llamar a la puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos.’ El respondiendo, les dirá: ‘No sé de dónde son.’ “Entonces comenzarán a decir: ‘Comimos y bebimos en Tu presencia, y enseñaste en nuestras calles;’ y El dirá: ‘Les digo que no sé de dónde son; apártense de Mi, todos los que hacen iniquidad.’ 228. Cuando consideré estos versos y encontré que entenderlos de esta manera no se hallaba en contra, sino que estaba en conformidad con otros versos, fui aún más animado y consolado, y también le dio un gran golpe a la objeción de que la Escritura no podía estar de acuerdo con la salvación de mi alma. Ahora quedaba solo la última parte de la tormenta, porque los truenos ya habían pasado. Solo quedaban algunas gotas que caerían sobre mí de vez en cuando, pero debido a que mi miedo y angustia anteriores fueron muy dolorosos y profundos, todavía me sucedía como a los que se asustan con el fuego. Pensaba que cada voz era “Fuego, fuego”. Cada pequeño toque lastimaría mi sensible conciencia. 229. Pero un día, mientras estaba caminando por el campo, con un poco de desánimo sobre mi consciencia y temiendo que todo podía aún no estar bien, de repente esta frase cayó sobre mi alma: “Tu justicia está en el cielo”. También pensé que con los ojos de mi alma podía ver a Jesucristo a la diestra de Dios. Él estaba allí como mi justicia. Sin importar dónde me encontrara y lo que estaba haciendo, Dios nunca podía decir que carecía de Su justicia, porque estaba allí justo delante de Él. Asimismo, vi que no era el buen estado de mi corazón lo que hacía mi justicia mejor, ni que el mal estado de mi corazón hacía de mi justicia peor, porque mi justicia era Jesucristo mismo, “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He. 13:8). 230. En ese momento mis cadenas se desprendieron de mis piernas. Fui librado de mis aflicciones y de mis grilletes, y mis tentaciones también desaparecieron. Desde ese momento, esos espantosos pasajes de Dios ya no me perturbaban más. Fui a casa gozándome a causa de la gracia y el amor de Dios. Cuando llegué a casa, fui a mi Biblia para ver si podía hallar estas palabras: “Tu justicia está en el cielo”. Pero no pude encontrarlas. Y con ello mi corazón empezó a hundirse, hasta que de repente me acordé de 1 Corintios 1:30: 1 Corintios 1.30–31 Pero por obra Suya están ustedes en Cristo Jesús, el cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios, y justificación, santificación y redención, para que, tal como está escrito: “El que se gloria, que se gloríe en el Señor.” Mediante la verdad de este verso vi que las otras palabras también eran verdad —que mi justicia está en el cielo. 231. Debido a este verso, vi que Jesucristo hombre, así como Él es distinto de nosotros respecto a Su presencia corporal, así mismo Él es nuestra justicia y santificación ante Dios. Por lo tanto, en esto permanecí por un tiempo de manera muy dulce en paz con Dios por medio de Cristo. Oh, pensaba, ¡Cristo! ¡Cristo! No había nada delante de mis ojos sino Cristo. No estaba enfocándome en los beneficios particulares de Cristo, como Su sangre, sepultura o resurrección, sino que lo consideraba como el Cristo entero. No solo veía lo que constituía Cristo, como Sus virtudes, relaciones, oficios y obras, sino que lo veía como Aquel que está sentado a la diestra de Dios en el cielo. 232. Era glorioso para mí contemplar Su exaltación, el valor y la amplitud de Sus beneficios, y podía ver esto ahora debido a que apartaba mi vista de mí mismo para ver a Cristo. Todas esas gracias de Dios que ahora eran nuevas en mí no fueron sino como el poco cambio que los hombres ricos llevan en sus bolsillos, mientras que su oro se halla en cofres en su casa. Oh, vi que mi oro estaba en mi cofre en casa —¡en Cristo, mi Señor y Salvador! Ahora Cristo lo era todo: toda mi sabiduría, toda mi justicia, toda mi santificación y toda mi redención (cf. 1 Co. 1:30).[58] 233. Además, el Señor me condujo al misterio de la unión con el Hijo de Dios —que estaba unido a Él, que era carne de Su carne y hueso de Sus huesos. Y Efesios 5:30 se volvió dulce para mí: “[…] Porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos”. Mediante este verso mi fe en Jesús como mi justicia me fue aún más confirmado, porque si Él y yo éramos uno, entonces Su justicia era mía, Sus méritos eran míos, y Su victoria era mía también. Ahora podía verme en el cielo y en la tierra al mismo tiempo; en el cielo debido a mi Cristo —mi cabeza, mi justicia y mi vida—; en la tierra debido a mi cuerpo o persona. 234. Ahora veía que Cristo Jesús fue visto por Dios y también debería ser visto por nosotros como Aquel en quien todo el cuerpo de Sus elegidos siempre debe ser considerado y contado. Todo es por causa de Jesús. Cumplimos la ley en Él, morimos en Él, resucitamos de los muertos en Él y obtuvimos la victoria sobre el pecado, la muerte, el diablo y el infierno en Él. Cuando Él murió, nosotros morimos; y lo mismo con Su resurrección: Isaías 26.19 Tus muertos vivirán, Sus cadáveres se levantarán. ¡Moradores del polvo, despierten y den gritos de júbilo!, Porque tu rocío es como el rocío del alba, Y la tierra dará a luz a los espíritus. Oseas 6.2 Nos dará vida después de dos días, Al tercer día nos levantará Y viviremos delante de El. El Hijo del Hombre cumple ahora esto sentado “a la diestra de la Majestad en las alturas” (He. 1:3), y como dice el libro de Efesios: “[…] Juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús […]” (Efesios 2:6).[59] 235. Ah, estas benditas consideración y versos, con muchos otros semejantes, brillaron ante mis ojos, de modo que tenía muchas razones para decir: Salmo 150.1–2 ¡Aleluya! Alaben a Dios en Su santuario; Alábenlo en Su majestuoso firmamento. Alaben a Dios por Sus hechos poderosos; Alábenlo según la excelencia de Su grandeza. CAPÍTULO 14: LA CAUSA Y BENEFICIO DE LAS TENTACIONES 36. Les he compartido brevemente un poco de la angustia y aflicción que mi alma pasó a causa de la culpa y el terror producidos por mis malos pensamientos y cómo fui librado de ellos. Luego les compartí sobre el dulce y bendito consuelo con el que me encontré posteriormente; el consuelo permaneció en mi corazón durante un año, para mi apreciación indescriptible. Ahora, les explicaré de manera breve, Dios mediante, lo que creo que fue la causa de esta tentación y cómo mi alma se benefició de ella. 237. Creo que hubo dos causas principales, de las que también me adhería profundamente todo el tiempo que esta angustia se abalanzaba sobre mí. La primera fue que cuando era librado de las tentaciones que pasaban, no oraba a Dios para que me guardara de las tentaciones por venir. Pues, aunque puedo decir sinceramente que mi alma estaba mucho en oración antes de que esta prueba me capturara, oraba solo y principalmente por la eliminación de las aflicciones presentes y por las manifestaciones frescas de Su amor a través de Cristo. Comprendí después que no era suficiente, sino que también debía haber orado para que el gran Dios me guardara del mal que estaba por venir. 238. Fui profundamente consciente de esto por la oración del santo David, quien, cuando se encontraba bajo la misericordia presente, oró para que Dios lo protegiera del pecado y de la tentación por venir: “Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de GRAN rebelión”. (Sal. 19:13, énfasis del autor). Por estas mismas palabras fui atormentado y condenado durante toda esta larga tentación. 239. Hubo también otro verso que grandemente me condenó por mi necedad en descuidar este deber de orar: 2 Hebreos 4.15–16 Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna. Esto no lo hice y, por lo tanto, fui dejado al pecado y a la caída, de acuerdo con lo que está escrito: “Velad y orad, para que no entréis en tentación […]” (Mt. 26:41). Y verdaderamente esto mismo es hasta este día de tal peso y asombro para mí, que cuando vengo delante del Señor, no me atrevo a levantarme de mis rodillas hasta suplicarle por ayuda y misericordia contra las tentaciones que están por venir. Les insto a ustedes, quienes están leyendo esto, que aprendan de mi negligencia, y tengan cuidado de olvidar pedirle a Dios ayuda para resistir las futuras tentaciones, solo vean toda la aflicción y angustia que soporté durante días, meses y años debido a mi descuido. 240. La otra causa de esta tentación fue que yo había tentado a Dios. Mi esposa estaba encinta, pero antes que el tiempo viniera, sus dolores, como de una mujer en dolores de parto, eran violentos y fuertes sobre ella, como si inmediatamente hubiera entrado en trabajo de parto y estuviese dando a luz prematuramente. En ese mismo momento fui intensamente tentado a cuestionar la existencia de Dios. Por lo tanto, cuando mi esposa estuvo clamando por mí, dije en mi corazón: “Señor, si Tú eliminas ahora esta terrible aflicción de mi esposa y haces que no tenga más dificultades esta noche, entonces sabré que Tú puedes discernir los pensamientos más secretos del corazón”. 241. Apenas dije esto en mi corazón y sus dolores desaparecieron y cayó en un profundo sueño que duró hasta la mañana. Yo me maravillé en gran manera con esto, no sabiendo qué pensar, pero después de haber estado despierto un buen rato y escuchar que ella no clamaba más, me dormí también. Cuando me desperté por la mañana, me acordé de lo que había dicho en mi corazón la noche anterior y cómo el Señor me había mostrado que sabía mis pensamientos secretos, lo cual me dejó grandemente asombrado durante muchas semanas. 242. Bueno, más o menos un año y medio después, ese terrible pensamiento que les había mencionado antes pasó por mi perverso corazón: “Que se vaya si quiere”. Así que cuando caí bajo culpa por esto, el recuerdo de mis otros pensamientos y cómo Dios respondió a mi petición vinieron también sobre mí, recordándome y reprendiéndome de que Dios ciertamente sabe los pensamientos más secretos de mi corazón. 243. Y con esto, los pasajes acerca del Señor y su siervo Gedeón cayeron sobre mi espíritu, cómo Gedeón tentó al Señor con su vellón, tanto húmedo como seco, cuando debió haber creído y atendido a Su palabra. Por lo tanto, el Señor lo puso a prueba después al enviarle contra una compañía de innumerables enemigos y enfrentarse a ellos estando en apariencia externa sin fuerza o ayuda alguna (cf. Jue. 6-7). Entonces Dios justamente me castigó, porque debí haber creído Su palabra y no haberle puesto un “sí” a la omnisciencia de Dios. 244. Ahora voy a mencionarles algunas de las ventajas que obtuve por medio de estas tentaciones. Primero, continuamente hizo que mi alma tuviera una comprensión maravillosa de la naturaleza y gloria de Dios y de Su amado Hijo. En las tentaciones previas, mi alma había estado desconcertada con la incredulidad, la blasfemia, la dureza de corazón, dudas sobre la existencia de Dios, Cristo, la veracidad de la Palabra y la certeza del mundo venidero. Fui grandemente asaltado y atormentado con el ateísmo, y Dios y Jesucristo se encontraban delante de mi rostro, no de una manera de consuelo, sino de una manera de extraordinario terror y espanto, pero ahora las cosas eran diferentes. La gloria de la santidad de Dios en ese tiempo me hizo pedazos, y la misericordia y compasión de Cristo me quebrantó de tal manera que fue como si fuera torturado en la rueda, porque no podía considerarlo sino como el Cristo que había perdido y rechazado, y el recuerdo de esto fue como un continuo quebrantamiento de mis huesos.[60] 245. Las Escrituras en ese momento se volvieron sublimes para mí. Vi que la veracidad y certeza de ellas eran las llaves del reino de los cielos. Aquellos que la Escritura favorece deben heredar la bienaventuranza, pero aquellos que se oponen y la condenan deben perecer para siempre. Esta palabra, “la Escritura no puede ser quebrantada” desgarraba mi corazón (Jn. 10:35). Este verso hacía lo mismo: “A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Jn. 20:23). Veía en ese tiempo los apóstoles como los ancianos de la ciudad de refugio, aquellos que ellos recibían eran recibidos para vida, pero aquellos a quienes ellos excluían eran asesinados por el vengador de la sangre (cf. Jos. 20:4). 246. ¡Oh! Esas porciones de las Escrituras que parecían estar en mi contra hacían más para afligir y aterrorizar mi mente que un ejército de cuarenta mil hombres que pudiera venir en mi contra. ¡Ay de aquel que la Escritura acusa y condena! 247. Mediante esta tentación, fui capaz de ver más claramente que nunca la naturaleza de las promesas de Biblia. En ese tiempo estaba temblando bajo la poderosa mano de Dios, continuamente destrozado y desgarrado por los rayos de Su justicia. Esto me hizo, con un corazón cuidadoso, ojo vigilante y gran prudencia, pasar cada página de la Biblia con mucha diligencia y temblor, considerando cada sentencia junto con su fuerza y alcance natural. 248. Esta tentación también me ayudó a poner de lado mi anterior práctica necia de rechazar la palabra de promesa que venía a mente. Porque en ese tiempo, aunque no podía degustar todo el consuelo y dulzura de la promesa como había hecho en otros momentos, vi que, como un hombre que se ahoga, debía agarrarme de lo que viera que pudiera ayudarme. Previamente, pensé que no debía considerar cuidadosamente la promesa a menos que sintiera su consuelo, pero ahora no puedo permitir ignorar o rechazar alguna esperanza, como cuando el vengador de la sangre me perseguía demasiado cerca. 249. Por lo tanto, a pesar de que no estaba seguro y temía que no tuviera derecho a la promesa y no poder saltar al seno de ella, estaba feliz de obtenerla y tratar de aplicarla a mí mismo, incluso si no estaba seguro de que fuera dirigida para mi circunstancia. También trataba de tomar la Palabra de Dios como fue escrita, sin restringir la fuerza natural de ninguna sílaba de ella. Oh, lo que comprendí con este bendito verso: “[…] Y al que a mí viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37). En ese momento empecé a considerar que Dios podía hablar palabras mayores de las que mi corazón era capaz de entender a plenitud. Pensé también que Él no había hablado Su palabra de forma precipitada, sino con infinita sabiduría, juicio y en la misma verdad y fidelidad (cf. 2 S. 3:18). 250. En estos días, cuando estuve a menudo en gran agonía, me dirigía hacia la promesa de la misma manera que los caballos que se atascan en el lodo intentan dirigirse hacia tierra firme. Concluí que, aunque fuera privado de mi entendimiento debido al temor, descansaría y me mantendría en la promesa de Dios y dejaría el cumplimiento de ella al Dios del cielo que hizo la promesa. Muchas veces Satanás tiró de mi corazón, tratando de arrancarme Juan 6:37. Juan 6.37–39 “Todo lo que el Padre Me da, vendrá a Mí; y al que viene a Mí, de ningún modo lo echaré fuera. “Porque he descendido del cielo, no para hacer Mi voluntad, sino la voluntad del que Me envió. “Y ésta es la voluntad del que Me envió: que de todo lo que El Me ha dado Yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día final. Ahora no buscaba principalmente consuelo, como lo había hecho en otras ocasiones, aunque hubiera sido muy agradable para mí; sino que ahora buscaba algo más —una palabra sobre la cual apoyar mi alma cansada, para no hundirme para siempre. 251. Frecuentemente cuando estaba tratando de abrirme camino hacia la promesa de Dios, parecía como si el Señor rechazara mi alma para siempre. A veces parecía como si me hubiera encontrado con picas o lanzas dirigidas hacia mí, y como si el Señor me hubiese clavado una espada flameante para mantenerme alejado de Él. Entonces pensaba en Ester, quien fue a presentarse ante rey, lo cual era contrario a la ley (cf. Est. 4:16). Pensaba también en los siervos de Ben-adad, quienes fueron con cuerdas sobre sus cabezas hacia sus enemigos pidiendo misericordia (cf. 1 R. 20:31). 1º Reyes 20.31 Y sus siervos le dijeron: “Hemos oído que los reyes de la casa de Israel son reyes misericordiosos; le rogamos que nos deje poner cilicio en nuestros lomos y cuerdas sobre nuestras cabezas, y salgamos al rey de Israel; quizás él salve su vida.” En la mujer de Canaán también, quien no se desalentó cuando Cristo la comparó con un perrillo (cf. Mt. 15:20-28), y también en el hombre que fue a pedir prestado pan a medianoche (cf. Lc. 11:5-8). Todo esto fue de mucho ánimo para mí. Lucas 11.5–8 También les dijo: “Supongamos que uno de ustedes tiene un amigo, y va a él a medianoche y le dice: ‘Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha llegado de viaje a mi casa, y no tengo nada que ofrecerle;’ y aquél, respondiendo desde adentro, le dice: ‘No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme para darte nada.’ “Les digo que aunque no se levante a darle algo por ser su amigo, no obstante, por su importunidad (insistencia) se levantará y le dará cuanto necesite. 252. Nunca vi tales alturas y profundidades en la gracia, el amor y la misericordia como lo vi después de esta tentación. Los grandes pecados extraen gran gracia, y donde la culpa es más terrible y feroz, allí la misericordia de Dios en Cristo, cuando se le muestra al alma, aparece como la más alta y poderosa. Cuando Job pasó por sus aflicciones, tuvo el doble que antes (cf. Job 42:10). Bendito sea Dios por Jesucristo nuestro Señor. Hay muchas otras cosas que puedo comentar de esto, pero quiero ser breve; por lo tanto, las omitiré en este momento y oraré a Dios para que mi experiencia pueda hacer que otros teman ofender a Dios, no sea que también se vean obligados a llevar el yugo de hierro como sucedió conmigo. En ese tiempo o cerca del tiempo de mi liberación de esta tentación, dos o tres veces tuve un anticipo tan extraordinario de la gracia de Dios que apenas lo podía aguantar. Cuando pensé que la gracia de Dios podía alcanzarme fue tan increíblemente sublime que pienso que si la comprensión de ello hubiera permanecido en mí durante más tiempo, me hubiera hecho incapaz de funcionar. CAPÍTULO 15: CRECIMIENTO Y MEMBRESÍA Ahora les relataré acerca de cómo Dios trató conmigo en otras ocasiones, y de las tentaciones con las que me topé cuando por primera vez me uní en 2 53. comunión con el pueblo de Dios en Bedford . Después de haberle presentado a la iglesia de que mi deseo era caminar en la obediencia y ordenanzas de [61] Cristo con ellos, fui admitido por ellos. Meditaba en esa bendita ordenanza de Cristo que fue Su última cena con Sus discípulos antes de Su muerte. Este verso: “[…] Haced esto en memoria de mí” (Lc. 22:19), se volvió muy precioso para mí, porque por estas palabras el Señor le reveló a mi consciencia la realidad de Su muerte por mis pecados, y entonces sentí como si Él me sumergiera en su virtud. Pero he aquí, no había participado de esa ordenanza por mucho tiempo cuando tales tentaciones feroces y lamentables me visitaban durante esta, tanto para blasfemar como para desear que le pasara alguna cosa mortal a aquellos que la odiaban. Y para no ser culpable de consentir a estos pensamientos perversos y espantosos, me vi forzado a inclinarme todo el tiempo para orar a Dios que me guardara de tales blasfemias y también para que bendijera el pan y la copa de todos cuando iba de boca en boca. He pensado entonces que el motivo de esta tentación era que no participara en un principio de la ordenanza con la adecuada reverencia. 254. De esta manera continué durante nueve meses, y no pude encontrar descanso o alivio. Pero al final el Señor vino a mi alma con Lucas 22:19 —ese mismo verso que me había visitado anteriormente; desde entonces he estado por lo general muy bien y cómodo al participar en esa bendita ordenanza. Estoy seguro de que he discernido el cuerpo del Señor como quebrantado por mis pecados, y que Su preciosa sangre ha sido derramada por mis transgresiones. 255. Hubo un tiempo cuando estuve algo enfermo debido a la consunción, por lo cual durante la primavera llegué a estar de repente muy débil y pensaba que no viviría. Nuevamente empecé a examinar seriamente mi estado y condición para el futuro y mis evidencias para ese bendito mundo venidero. Bendigo el nombre de Dios, porque siempre ha sido mi práctica habitual conservar de manera clara mi interés en la vida venidera delante de mis ojos, especialmente en los momentos de aflicción. 256. No había aún empezado mi alma a recordar las experiencias pasadas de la bondad de Dios, cuando se abalanzó sobre mi mente pensamientos de mis muchos pecados y transgresiones. El recuerdo de la falta de vida, apatía y frialdad en los deberes santos, los descuidos de mi corazón, mi cansancio en todas las cosas buenas, y mi falta de amor por Dios, Sus caminos y Su pueblo añadieron más a mi aflicción. Para agregar a esto fue la pregunta en mi mente de si estos pecados podían ser probablemente los frutos del cristianismo y las características de alguien en Cristo. 257. Al espanto de estas cosas me sentí peor que antes, porque ahora estaba enfermo en mi hombre interior, y mi alma era congestionada con la culpa. También, mi experiencia pasada de la bondad de Dios me fue arrebatada de mi mente y fue escondida como si nunca hubiera ocurrido. Mi alma se revolvía grandemente entre estas dos conclusiones: No debía vivir, pero no me atrevía a morir. Me hundí, mi espíritu decayó y di todo por perdido, pero mientras caminaba arriba y abajo en la casa en un estado de lo más miserable, esta palabra de Dios se apoderó de mi corazón, de que somos “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:24). ¡Oh, qué gran diferencia hizo esto en mí! Romanos 3.24–26 Todos son justificados gratuitamente por Su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió públicamente como propiciación por Su sangre a través de la fe, como demostración de Su justicia, porque en Su tolerancia, Dios pasó por alto los pecados cometidos anteriormente, para demostrar en este tiempo Su justicia, a fin de que El sea justo y sea el que justifica al que tiene fe en Jesús. 258. Fue como si me hubiera despertado en medio de una pesadilla. Escuchar estas palabras celestiales fue como si las hubiera escuchado explicarme de esta manera: “Pecador, crees que debido a tus pecados y debilidades Yo no puedo salvar tu alma, pero he aquí, mi Hijo está por mí, y a Él miro, y no a ti. Trataré contigo según me agrado de Él”. Con esto mi mente fue grandemente aliviada, y comprendí que Dios podía justificar a un pecador en cualquier momento. La obra de la redención fue hecha cuando Él miró a Cristo e imputó Sus beneficios en nosotros. 259. Cuando estuve meditando en esto, este verso también vino con gran poder sobre mi espíritu: “[…] Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia […]” (Tit. 3:5; cf. 2 Ti. 1:9). 2 Timoteo 1.9–10 El nos ha salvado y nos ha llamado con un llamamiento santo, no según nuestras obras, sino según Su propósito y según la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad, y que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien puso fin a la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio. Ahora me deleitaba. Me vi a mí mismo en los brazos de la gracia y la misericordia, y considerando que antes tenía miedo de pensar en la hora de mi muerte, ahora clamaba: “Puedo morir”, porque sabía que estaba listo. Ahora la muerte era agradable y preciosa ante mis ojos, porque comprendía que nunca viviré verdaderamente hasta haberme ido al otro mundo. Oh, pensaba que esta vida no era sino un sueño en comparación con la vida de arriba. En ese momento también vi más en estas palabras “herederos de Dios” (Ro. 8:17) que lo que nunca seré capaz de expresar mientras viva en este mundo. ¡Herederos de Dios! Dios mismo es la porción de los santos. Esto comprendí y me maravillé, pero no puedo expresar totalmente como me sentí. 260. En otra ocasión estuve débil y enfermo, y todo ese tiempo el tentador intensamente me atacaba. Descubrí que cuando uno está cerca de la muerte a Satanás le encanta asaltar el alma. Él tomó entonces esta oportunidad para tratar de esconder mi experiencia pasada de la bondad de Dios de mí, y también para poner ante mí los terrores de la muerte y el juicio de Dios. En ese momento, por mi temor de caer para siempre si moría, estuve como alguien muerto antes que la muerte viniera y como si hubiera descendido ya al foso. Pensé que no tenía ninguna otra opción que ir al infierno. Pero he aquí, justo cuando me encontraba en medio de esos temores, aquellas palabras de los ángeles llevando a Lázaro al seno de Abraham se precipitaron sobre mí, como si dijeran: “Así como los ángeles llevaron a Lázaro, así mismo será contigo cuando dejes este mundo”. Esto dulcemente revivió mi alma y me ayudó a encontrar esperanza en Dios. Y cuando medité en esto con consuelo por un momento, estas palabras cayeron con gran peso en mi mente: 1 Corintios 15.55–57 “¿Donde esta, oh muerte, tu victoria? ¿Donde, oh sepulcro, tu aguijón?” El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley; pero a Dios gracias, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Con esto al instante volví a estar bien, tanto mi cuerpo como mi mente, porque mi enfermedad en seguida desapareció, y caminé confortablemente en mi trabajo para Dios nuevamente. 261. En otra ocasión, justo antes de estar muy bien y que mi espíritu se contentara, de repente cayó sobre mí una gran nube de oscuridad que me ocultó a Cristo y las cosas de Dios, fue como si nunca las hubiera visto o conocido en mi vida. Mi alma también estaba invadida con un espíritu indiferente e insensible de tal forma que no podía sentir que mi alma se moviera o que buscara la gracia y la vida en Cristo. Era como si mis lomos estuvieran destrozados, o como si mis manos y pies hubieran sido atados con cadenas. En ese momento también sentí cierta debilidad en mi cuerpo, lo que hizo que la otra aflicción fuera aún más pesada e incómoda para mí. 262. Después de haber estado en esta condición por tres o cuatro días, cuando estuve sentado junto al fuego, súbitamente sentí esta palabra en mi corazón: “Debo ir a Jesús”. Cuando escuché esto, mi oscuridad pasada y ateísmo desaparecieron, y las cosas benditas del cielo fueron puestas a mi vista. Esta palabra repentina me tomó por sorpresa, y le pregunté a mi esposa si sabía de un verso en la Biblia que dijera: “Debo ir a Jesús”. Ella dijo que no conocía ninguno, entonces me quedé sentado tratando de recordar un verso que dijera eso. Estuve pensando en esto durante dos o tres minutos hasta que pensé en estas palabras: “Y a una innumerable compañía de ángeles”, y luego todo el pasaje sobre el Monte Sion en Hebreos 12:22-24 fue puesto ante mis ojos. Y entonces comprendí esto con claridad: “Ustedes, en cambio, se han acercado… a Jesús”. Hebreos 12.22–24 Ustedes, en cambio, se han acercado al Monte Sion y a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, a la asamblea general e iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos, y a Dios, el Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos ya perfectos, y a Jesús, el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la sangre de Abel. 263. Con gozo le dije a mi esposa: “¡Oh, ya sé dónde se encuentra tal pasaje de la Biblia!”. Esa noche fue una grata noche para mí —una de las mejores que he tenido. Anhelaba la compañía del pueblo de Dios para poder compartir con ellos lo que Dios me había mostrado. Cristo fue tan precioso para mi alma esa noche que apenas podía acostarme en la cama por el gozo, la paz y el triunfo a través de Cristo. Esta gran gloria no continuó conmigo hasta la mañana del día siguiente, pero Hebreos 12:22-24 fue un pasaje bendito para mí durante muchos días después de este. 264. Las palabras son estas: “[…] Os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel”. A través de este bendito pasaje, el Señor me guío una y otra vez, primero a esta palabra y luego a aquella, mostrándome la maravillosa gloria en cada una de ellas. Desde entonces estas palabras también han proporcionado frecuentemente a mi espíritu un gran refrigerio. Bendito sea Dios por tener misericordia de mí. CUARTA PARTE: EL RELATO DE BUNYAN SOBRE SU MINISTERIO CAPÍTULO 16: EL LLAMAMIENTO AL MINISTERIO Ahora brevemente les compartiré un poco acerca de mi llamado a la predicación de la Palabra de Dios y cómo Dios trató conmigo en esta área. 2 65. Había sido despertado espiritualmente por el Señor hace cinco o seis años, al haber visto tanto la necesidad de Jesús nuestro Señor como Su gran valor, y también al haber hecho descansar mi alma sobre Él por fe. Algunos de los excelentes santos entre nosotros, conocidos por su santidad y juicio piadoso, expresaron su opinión de que Dios me había considerado digno de entender Su voluntad en Su santa y bendita Palabra y me había dado en cierta medida la habilidad y los dones para enseñar y edificar a los demás con la Santa Palabra de Dios. Por lo tanto, de todo corazón desearon que me dispusiera a liderar ocasionalmente una de las reuniones y a hablar una palabra de exhortación para ellos.[62] 266. Aunque en un principio su petición agitó mi espíritu, cuando siguieron preguntándome y deseando que liderara alguna de las reuniones y hablara, consentí a sus solicitudes. En dos diferentes asambleas privadas, aunque con mucha debilidad y flaqueza, descubrí mi don entre ellos. Las personas no solo parecían estar entusiasmadas y consoladas con mi discurso, sino que también solemnemente admitieron lo mismo a la vista del gran Dios, y dieron gracias al Dios de las misericordias por la gracia que me había sido otorgada. 267. Después de esto, cuando algunos de ellos iban al pueblo a enseñar, algunas veces me pedían que fuera con ellos. Iba, pero aún no utilizaba mi don de manera abierta, sino que procedía a hablar más en privado cuando venía entre las buenas personas de esos lugares. A veces también les hablaba una palabra de advertencia. Al igual que con los demás, recibían la palabra con regocijo, hablaban de la misericordia de Dios para conmigo y profesaban que sus almas eran edificadas con lo que enseñaba. 268. Al final, queriendo aún la iglesia que predicara, después de solemnes oraciones al Señor, con ayuno, fui llamado y ordenado más específicamente a predicar la Palabra de manera más pública y regular, no solo entre aquellos que creían, sino también a presentar el evangelio entre aquellos que aún no habían recibido la fe. Más o menos en ese tiempo empecé a sentir en mi corazón una disposición y un gran deseo secreto de hacer lo mismo, aunque bendigo a Dios que no era por el deseo de vanagloriarme, porque en ese tiempo me encontraba gravemente afligido con los dardos ardientes del diablo respecto a mi estado eterno. 269. Pronto descubrí que no podría tener descanso a menos que ejercitara mi don. No solo la predicación de la Palabra de Dios me alentaba, sino que era animado por los continuos deseos de los piadosos y también por las palabras de Pablo a los Corintios: 1 Corintios 16.15–16 Los exhorto, hermanos (ya conocen a los de la casa de Estéfanas, que fueron los primeros convertidos de Acaya, y que se han dedicado al servicio de los santos), que también ustedes estén en sujeción a los que son como ellos, y a todo el que ayuda y trabaja en la obra. 270. Podía ver por este texto que el Espíritu Santo nunca había tenido intención que los hombres que tenían dones y capacidades los enterraran en la tierra, sino que les ordenaba y estimulaba a que ejercieran su don, y también mandaba a aquellos que eran capaces y estaban listos para hacerlo: “Ellos se han dedicado al servicio de los santos”. Este verso estaba continuamente presente en mi mente durante aquellos días, me animaba y me fortalecía en la obra de Dios. También fui alentado por otros versos y por los ejemplos de los piadosos que se hallan en las Escrituras (p. ej. Hch. 8:4; 18:24-25; Ro. 12:6; 1 P. 4:10)[63], y también por aquellas historias de los cristianos del pasado que se hallan en el Libro de los Mártires escrito por John Foxe.[64] 271. Por lo tanto, aunque me considero a mí mismo el más indigno de todos los santos, me puse a trabajar con gran temor y temblor a la vista de mi propia debilidad. Según el don y la proporción de mi fe, prediqué ese bendito evangelio que Dios me había mostrado en la Santa Palabra de la verdad. Centenares de personas venían de todas partes para escuchar la Palabra predicada. Venían de todas partes del campo, aunque estuvieran bajo circunstancias variadas y diversas. 272. Doy gracias a Dios que puso en mi corazón este gran interés y compasión por sus almas, lo cual me motivó a trabajar con gran diligencia y denuedo. Me empeñaba por encontrar el pasaje bíblico correcto y las palabras que, si Dios las bendecía, alcanzarían y despertarían las consciencias. El buen Señor cumplía este deseo mío, Su siervo, de ser usado por Él de esta manera. No había predicado durante mucho tiempo cuando algunos de los oyentes comenzaban a sentirse conmovidos por la Palabra, y sus espíritus empezaban a sentirse muy afligidos con la comprensión de la grandeza de su pecado y de la necesidad de Jesucristo. 273. Al principio apenas podía creer que Dios hablara a través de mí al corazón de alguno, ya que todavía me consideraba indigno. No obstante, aquellos que eran conmovidos por mi predicación me amaban y tenían un respeto especial por mí. Aunque en mi mente negaba que ellos fueran avivados por Dios usándome, aún lo confesaban y lo afirmaban delante de los santos de Dios. Ellos también le daban gracias a Dios por mí, un indigno infeliz, y me consideraban un instrumento de Dios que les mostraba el camino de la salvación. 274. Por lo tanto, al ver que tanto sus palabras como sus hechos eran tan constantes y que sus corazones eran intensamente apremiantes en pos del conocimiento de Jesucristo, regocijándose de que Dios me enviara donde ellos estaban, empecé a concluir que Dios podía verdaderamente querer a un insensato como yo en Su obra. Entonces vino esta Palabra de Dios a mi corazón con una dulzura muy agradable: “La bendición del que se iba a perder venía sobre mí, y al corazón de la viuda yo daba alegría” (Job 29:13). 275. Entonces con esto me regocijé. Las lágrimas de aquellos a quienes Dios despertaba a través de mi predicación eran consuelo y ánimo para mí, porque pensaba en estas palabras: “Porque si yo os contristo, ¿quién será luego el que me alegre, sino aquel a quien yo contristé?” (2 Co. 2:2). 1 Corintios 9.1–2 ¿No soy libre? ¿No soy apóstol? ¿No he visto a Jesús nuestro Señor? ¿No son ustedes mi obra en el Señor? Si para otros no soy apóstol, por lo menos para ustedes sí lo soy; pues ustedes son el sello de mi apostolado en el Señor. Por lo tanto, estas cosas me demostraban aún más que Dios me había llamado a esta obra y me había colocado en ella. 276. En mi predicación de la Palabra, noté especialmente que el Señor me guiaba a comenzar donde Su Palabra comienza con los pecadores; es decir, a condenar toda carne y a proclamar que la maldición de Dios por la ley está sobre todas las personas que vienen al mundo debido al pecado. Y esta parte de mi obra la cumplía con gran pasión, porque los terrores de la ley y la culpa de mis transgresiones oprimían mi conciencia. Predicaba lo que sentía, lo que dolorosamente sentía, aquello bajo lo cual mi pobre alma gemía y temblaba de espanto. 277. Ciertamente fue como si hubiese sido enviado a ellos como de entre los muertos. Fui en cadenas a predicarle a los que estaban en cadenas. Llevaba ese fuego en mi propia consciencia de la cual les advertía que se cuidaran. Puedo decir sinceramente que cuando me estaba preparando para ir a predicar me encontraba lleno de culpa y terror, pero cuando me dirigía al púlpito todo esto se desvanecía y libremente hablaba hasta que terminaba. Luego, antes de poder descender de los escalones del púlpito, inmediatamente me sentía tan mal como antes. Dios me sostenía, pero sin duda con una mano fuerte, porque ni la culpa ni el infierno podían hacerme parar de mi labor. 278. Por los siguientes dos años seguí clamando contra los pecados de los hombres y el espantoso estado en el que se encontraban a causa de esos pecados. El Señor entonces traía constante paz a mi alma a través de Cristo, porque me otorgaba muchas dulces manifestaciones de Su bendita gracia mediante Jesús. Por lo tanto, mi predicación en ese momento cambió ligeramente. Aún predicaba lo que comprendía y sentía, pero ahora me empeñaba a proclamar a Jesucristo en todos Sus oficios, relaciones y beneficios para el mundo. También me esforcé por revelar, condenar y eliminar esos falsos apoyos sobre los cuales el mundo se apoya y por los cuales ellos podían caer y perecer. Continué predicando sobre estas cosas el mismo tiempo que duré predicando sobre la anterior. 279. Después de esto, Dios me llevó a entender y experimentar algo del misterio de la unión con Cristo; por tanto, también prediqué y expliqué esto al pueblo. Después de haber recorrido a través de estos tres puntos principales de la Palabra de Dios durante un periodo de cinco años, fui arrestado mientras predicaba y echado a la prisión, donde he permanecido durante tanto tiempo, para confirmar la verdad por medio del sufrimiento, como testifiqué antes mediante la predicación de la Palabra[65]. 280. Le agradezco a Dios que, cuando estuve predicando, mi corazón a menudo estuvo clamado con gran fervor para que Él hiciera efectiva la Palabra para la salvación de las almas, porque todavía me encontraba agobiado de que el enemigo pudiera arrebatar la Palabra de la conciencia, y se volvería infructuosa. Por lo tanto, me esforcé por hablar la Palabra de tal modo que la persona culpable, de ser posible, pudiera sentir que estaba hablando específicamente de ella y de sus pecados particulares. 281. Además, cuando lo hacía, mi corazón pensaba que la Palabra en ese momento caería como lluvia en lugares pedregosos. Deseaba con todo mi corazón que aquellos que me oían hablar vieran el pecado, la muerte, el infierno y la maldición de Dios tan vívidamente como yo lo veía, y también que vieran la gracia, el amor y la misericordia de Dios a través de Cristo, especialmente aquellos que todavía no conocían todo esto. De hecho, a menudo oraba a Dios en mi corazón que de buena gana me entregaría a ser ahorcado públicamente si eso hiciera despertar a las personas y las confirmara en la verdad. 282. Frecuentemente en mi predicación, especialmente cuando estaba proclamando la doctrina de la vida por Cristo sin las obras, sentía como si un ángel de Dios hubiera estado detrás de mí animándome. Oh, mi alma se encontraba con tanto poder y evidencia celestial mientras me ocupaba en explicarla, demostrarla y establecerla en la conciencia de los demás, que no podía contentarme solo con decir que creía o que estaba seguro de esta doctrina. Pensaba que estaba más que seguro, si es licito expresarme de esta manera, de que las cosas que afirmaba eran ciertas. CAPÍTULO 17: OPOSICIÓN Cuando viajé por primera vez para predicar la Palabra, los doctores y sacerdotes religiosos del pueblo se opusieron ferozmente y me atacaron. Sin 2 83. embargo, estaba decidido a no denunciarlos a cambio, sino ver a cuántos de sus seguidores no salvos podía convencer de su condición miserable por la ley de Moisés y de la necesidad y el valor de Cristo. Pensé que esto respondería por mí en el futuro cuando me viniere mi salario delante de ellos (cf. Gn. 30:33). Génesis 30.33 “Mi honradez (justicia) responderá por mí el día de mañana, cuando vengas a ver acerca de mi salario. Todo lo que no sea moteado y manchado entre las cabras, y negro entre los corderos, si es hallado conmigo, se considerará robado.” 284. Nunca me interesó involucrarme en controversias infructuosas y disputas innecesarias entre los santos, especialmente en las cosas de menor naturaleza (cf. Tit. 3:9). No obstante, con mucho gusto contendería ardientemente por la palabra de fe y la remisión de los pecados mediante la muerte y los sufrimientos de Jesús (cf. Jud. 3). Pero en cuanto a otras cosas, los dejaría solos, porque he visto que causan conflictos, y porque ni discutiéndolos u omitiéndolos traería a alguien a la familia de Dios. Además, vi que mi obra para Dios me llevaba en una dirección diferente, a saber, llevar una palabra que despertara a las personas. Así que me apegué y me adherí al propósito de mi labor.[66] 285. Nunca intenté ni me atreví a usar los sermones de otros hombres (cf. Ro. 15:18), aunque no condeno a los que lo hacen, porque verdaderamente pensé, y descubrí por experiencia, que lo que la Palabra y el Espíritu de Cristo me enseñaban podía ser hablado, afirmado y abrazado mediante una consciencia más sólida y mejor establecida. Aunque ahora no hablaré todo lo que creo sobre este asunto, mi experiencia está más relacionada con ese texto de las Escrituras del que muchos son conscientes: Gálatas 1.11–12 Pues quiero que sepan, hermanos, que el evangelio que fue anunciado por mí no es según el hombre. Pues ni lo recibí de hombre, ni me fue enseñado, sino que lo recibí por medio de una revelación de Jesucristo. 286. Si alguno de los que eran despertados por mi ministerio retrocedía al mundo y al pecado, como a veces muchos lo hacían, ciertamente puedo decir que su pérdida era más dolorosa para mí que si uno de mis propios hijos hubiera muerto. Verdaderamente creo, y puedo decirlo sin temor a ofender al Señor, que nada me ha afectado tan personalmente como eso, a menos que fuera el temor a la pérdida de la salvación de mi propia alma. He considerado que no intercambiaría a mis hijos espirituales que nacieron de nuevo por edificios y señoríos. Mi corazón ha estado tan envuelto en la gloria de esta excelente obra que me considero más bendecido y honrado por Dios con esta obra que si me hubiera hecho el emperador del mundo o el señor de toda la gloria de la tierra. Oh, estos versículos me dieron gran alegría y consuelo: Santiago 5.19–20 Hermanos míos, si alguien de entre ustedes se extravía de la verdad y alguien le hace volver, sepa que el que hace volver a un pecador del error de su camino salvará su alma de muerte, y cubrirá multitud de pecados. Proverbios 11.30–31 El fruto del justo es árbol de vida, Y el que gana almas es sabio. Si el justo es recompensado en la tierra, ¡Cuánto más el impío y el pecador! Daniel 12.3 “Los entendidos brillarán como el resplandor del firmamento, y los que guiaron a muchos a la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad. 1 Tesalonicenses 2.19–20 Porque ¿quién es nuestra esperanza o gozo o corona de gloria? ¿No lo son ustedes en la presencia de nuestro Señor Jesús en Su venida? Pues ustedes son nuestra gloria y nuestro gozo. Estos, junto con muchos versos similares, me han brindado mucho reposo. 287. He observado que donde he tenido que hacer una obra para Dios en cierto lugar, Él primero ponía en mi espíritu un deseo de predicar en ese lugar determinado. También he notado que personas particulares de esos lugares eran firmemente puestas en mi corazón, y era suscitado a desear su salvación. Después de que esto sucedía, estas mismas almas eran concedidas como los frutos de mi ministerio. Además, he observado a menudo que lo que decía como un comentario adicional lograba más en un sermón que todo lo demás que decía. Había ocasiones en las que pensaba que no había hecho ningún bien, pero veía muchas conversiones; y otras veces en las que pensaba que había predicado un buen sermón, pero no tenía resultados. 288. También he sido testigo de que donde había pecadores listos para ser salvos, Satanás comenzaba a rugir en sus corazones y por las bocas de sus siervos. Sin embargo, a menudo, cuando el mundo malvado se enfurecía más, la mayoría de las almas eran despertadas por la Palabra. Podría hablar de casos particulares, pero me abstendré de hacerlo ahora. 289. Mi gran deseo de cumplir mi ministerio era llegar a los lugares más oscuros del país, incluso entre las personas que estaban más lejos de profesar a Cristo. Esto no era porque no tenía miedo de predicar el evangelio a nadie, sino porque descubrí que mi espíritu deseaba más participar en la obra de despertar y convertir, y también porque la Palabra que llevaba parecía la más adecuada para eso. “Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno” (Ro. 15:20). 290. En mi predicación, realmente me he esforzado y he tenido, por así decirlo, dolores de parto para traer hijos a Dios. No podía estar satisfecho a menos que algunos frutos aparecieran en mi labor. Si era infructuoso, no me importaba quién me alabara; pero si era fructífero, no me importaba quién me condenara. He pensado de esto que, “el fruto del justo es árbol de vida; y el que gana almas es sabio” (Pr. 11:30). Salmo 127.3–5 Un don del Señor son los hijos, Y recompensa es el fruto del vientre. Como flechas en la mano del guerrero, Así son los hijos tenidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que de ellos tiene llena su aljaba; No será avergonzado Cuando hable con sus enemigos en la puerta. 291. No me complacía en absoluto ver a las personas que parecían ignorantes de Jesucristo y del valor de su propia salvación simplemente escuchar y tener opiniones. Lo que realmente me deleitaba era ver que las almas tuvieran una sólida convicción de pecado (especialmente de la incredulidad), un corazón enardecido que deseara ser salvado por Cristo y un fuerte deseo de tener un alma verdaderamente santificada —estas eran las almas que consideraba bienaventuradas. 292. En esta obra, como en todas las demás, tuve diversas tentaciones visitándome. A veces me asaltaban con gran desánimo, temiendo no poder hablar la Palabra para la edificación de las personas. Otras veces temía que la gente no entendiera lo que estaba diciendo, en cuyo momento una extraña debilidad se apoderaba de mi cuerpo, de modo que mis piernas apenas podían llevarme al lugar donde iba a predicar. 293. En otras ocasiones, cuando estaba predicando, era violentamente asaltado con pensamientos blasfemos y era intensamente tentado a decirle esas palabras a la congregación. Hubo momentos en que comenzaba a hablar la Palabra con mucha claridad, convicción y libertad de expresión, pero antes del final del mensaje estaba tan cegado y alejado de las cosas que había estado hablando y también tan limitado en mi discurso en cuanto a expresarme ante la gente, que era como si no conociera o recordara de lo que había estado hablando, o como si mi cabeza hubiera estado en una bolsa todo el tiempo del sermón. 294. Otras veces, cuando estaba a punto de predicar sobre una porción escudriñadora y confrontadora de la Palabra, el tentador me insinuaba esto: “¡Qué! ¿Vas a predicar sobre esto? Este pasaje te condena, tu alma es culpable de esto. Es mejor que no lo prediques, o si lo predicas, es mejor que pases por alto las partes incomodas, que no seas tan directo y que dejes lugar para que te excuses. De otra forma, en vez de despertar a los demás, encontrarías tu propia alma llena de culpa y tal vez nunca te recuperes”. 295. Sin embargo, le agradezco al Señor que se me impidió dar mi consentimiento a estas horribles sugerencias, y más bien, como Sansón, me incliné con todas mis fuerzas a condenar el pecado y la transgresión dondequiera que lo encontraba, incluso si al hacerlo traía culpa sobre mi propia conciencia. Jueces 16.29–30 Sansón palpó las dos columnas del medio sobre las que el edificio descansaba y se apoyó contra ellas, con su mano derecha sobre una y con su mano izquierda sobre la otra. Y dijo Sansón: “¡Muera yo con los Filisteos!” Y se inclinó con todas sus fuerzas y el edificio se derrumbó sobre los príncipes y sobre todo el pueblo que estaba en él. Así que los que mató al morir fueron más que los que había matado durante su vida. Romanos 2.21 Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas (proclamas) que no se debe robar, ¿robas? Es mucho mejor juzgarse a sí mismo, incluso predicando claramente a los demás, que encarcelar la verdad con injusticia para salvarse. Bendito sea Dios por Su ayuda también en esto. CAPÍTULO 18: DONES Y GRACIA Mientras me ocupaba de esta bendita obra de Cristo, a menudo me sentía tentado a vanagloriarme y elevar mi corazón. Y aunque no me atrevo a 2 96. decir que no he sido infectado con esto, el Señor, en Su preciosa misericordia, verdaderamente me ha ayudado tanto que por lo general me ha preservado de ceder a tal cosa. Esto se debe a que ha sido mi porción todos los días vislumbrar el mal de mi propio corazón y ver una multitud de corrupciones y enfermedades que aún hacen que baje mi cabeza [de vergüenza] por todos mis dones y logros. He sentido este aguijón en la carne como la misericordia de Dios para mí (cf. 2 Co. 12:7-9). 2 Corintios 12.7–9 Y dada la extraordinaria grandeza de las revelaciones, por esta razón, para impedir que me enalteciera, me fue dada una espina en la carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca. Acerca de esto, tres veces he rogado al Señor para que lo quitara de mí. Y El me ha dicho: “Te basta Mi gracia, pues Mi poder se perfecciona en la debilidad.” Por tanto, con muchísimo gusto me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí. 297. Junto con esto, a veces también mi atención era atraída hacia una parte de la Palabra que contenía una frase punzante y penetrante con respecto a la muerte del alma, a pesar de que los dones estaban involucrados. Por ejemplo, este me ha sido de gran utilidad: 1 Corintios 13.1–2 Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. 298. Un címbalo que retiñe es un instrumento de música con el que un hábil instrumentista puede hacer una música tan melodiosa y conmovedora que todos los que lo escucharan tocar apenas pueden evitar bailar; sin embargo, el címbalo no tiene vida, ni la música proviene del propio instrumento. La música resulta del talento de quien toca el instrumento. Entonces, al final, el instrumento puede llegar a la nada y ser desechado, aunque en tiempos pasados, se haya creado una música tan hermosa con este. 299. Vi que fue y será así con aquellos que tienen dones pero que carecen de la gracia salvadora. Están en la mano de Cristo como el címbalo en la mano de David. Así como David podía hacer esos sonidos con el címbalo en el servicio de Dios que elevaba los corazones de los adoradores, así mismo Cristo puede usar a estos hombres dotados para afectar las almas de Su pueblo en Su iglesia. Pero cuando Él haya terminado de usar a estos hombres, podrá dejarlos a un lado como con un címbalo sin vida, aunque sean címbalos que suenen. 300. Por lo tanto, esta consideración junto con algunas otras fue en su mayor parte como un martillazo en la cabeza del orgullo y el deseo de vanagloria. Pensé: “¿Debería vanagloriarme porque soy un metal que resuena? ¿Es tan importante ser un violín? ¿Acaso la menor criatura que vive no tiene más de Dios que estos instrumentos?”. Además, sabía que el amor nunca moriría, pero estas cosas cesarían y desaparecerían. Así que llegué a la conclusión de que un poco de gracia, un poco de amor, un poco del verdadero temor de Dios es mejor que todos estos dones. Sí, y estoy totalmente convencido de que es posible que un alma, que apenas puede responder una pregunta sobre las cosas de Dios, tenga mil veces más gracia y, por lo tanto, posea más del amor y favor de Dios que algunos que en virtud del don del conocimiento pueden hablar elocuentemente como ángeles. 301. Así pues llegué a comprender que aunque los dones naturales en sí mismos sean beneficiosos para el propósito para el cual fueron diseñados — para la edificación de los demás—, se encuentran vacíos y sin poder para salvar el alma de aquel que los posee, si es todo lo que tiene. Estos dones tampoco son una señal del potencial de una persona para ser bienaventurada, ya que son solo una dispensación de Dios para algunos, de cuyo progreso o no progreso deberán pronto rendir cuentas a Aquel que está listo para juzgar a los vivos y a los muertos. 302. Esto también me mostró que los dones sin gracia eran peligrosos —no por lo que son en sí mismos, sino a causa de los males que acompañan a los que tienen estos dones. Males como el orgullo, el deseo de vanagloria, la arrogancia y más, todos se inflan fácilmente ante el aplauso y la alabanza de todo cristiano imprudente, arriesgando que una criatura pobre caiga en la condenación del diablo. 303. Vi que el que tiene dones necesita comprender la naturaleza de ellos —que no lo salvan o indican que sea salvo. Debe asegurarse de no confiar en estos dones y talentos naturales, para que no lo alejen de la gracia de Dios. 304. Debe aprender a caminar humildemente con Dios y ser pequeño a sus propios ojos. Debe recordar que sus dones no son suyos, sino que pertenecen a la iglesia, al cuerpo de Cristo, para ser usados al servicio de los miembros de ese cuerpo. Y recordar también que al final deberá dar cuenta de su mayordomía al Señor Jesús, y una buena rendición de cuentas será una bendición. 305. Por tanto, que todos los hombres añadan a sus dones el temor del Señor; los dones son ciertamente deseables, pero poseer una gracia grande y dones pequeños es mejor que tener dones grandes y carecer de gracia. La Biblia no dice que el Señor da dones y gloria, sino que el Señor da gracia y gloria (cf. Sal. 84:11). Salmo 84.11–12 Porque sol y escudo es el Señor Dios; Gracia y gloria da el Señor; Nada bueno niega a los que andan en integridad. Oh Señor de los ejércitos, ¡Cuán bienaventurado es el hombre que en Ti confía! Bienaventurada la persona a quien el Señor da gracia verdadera, porque es un innegable precursor de la gloria. 306. Cuando Satanás percibió que sus tentaciones y asaltos no le daban el resultado que esperaba —derrocar mi ministerio y hacerlo ineficaz—, intentó otra manera. Satanás trató de agitar las mentes de los ignorantes y maliciosos y hacer que me calumniaran y me reprocharan. Toda clase de acusaciones — que el diablo pudo idear y que sus siervos pudieron inventar— se extendió por todo el pueblo contra mí, pensando que de esta manera harían que mi ministerio fuera abandonado. 307. Por lo tanto, la gente comenzó a difundir rumores de que yo era un brujo, un jesuita, un salteador de caminos y otras cosas. 308. A todo esto solo diré que Dios sabe que soy inocente. Pero en cuanto a mis acusadores que se preparen para reunirse conmigo ante el tribunal del Hijo de Dios y que allí respondan por todas estas cosas, junto con el resto de sus iniquidades, a menos que Dios les conceda arrepentimiento, por lo cual oro con todo mi corazón. 309. La calumnia que más se difundió fue que tenía amantes, disfrutaba de la compañía de prostitutas, tenía hijos ilegítimos, tenía dos esposas a la vez, y cosas por el estilo. Pero me glorío de que estas calumnias junto con las anteriores, estas mentiras necias y descaradas, y falsedades fueran lanzadas sobre mí por el diablo y sus seguidores, ya que, si el mundo no me tratara con maldad, entonces me estaría perdiendo una de las marcas de ser un santo y un hijo de Dios. Jesús dijo: Mateo 5.11–12 “Bienaventurados serán cuando los insulten y persigan, y digan todo género de mal contra ustedes falsamente, por causa de Mí. “Regocíjense y alégrense, porque la recompensa de ustedes en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que ustedes. 310. Por lo tanto, no me preocupé por estas cosas, y si hubieran sido veinte veces peor de lo que fueron, no me habría turbado. Tengo buena conciencia, y todos los que hablan mal de mí como un malhechor y acusan falsamente mi buena manera de vivir en Cristo serán avergonzados. 311. Entonces, ¿qué debería decirles a los que me han difamado? ¿Debería amenazarlos? ¿Debo reprenderlos? ¿Debo adularlos? ¿Debo pedirles que contengan sus lenguas? No, no yo. Si no fuera porque estas cosas preparan para la condenación a aquellos que inventan y difunden estas mentiras, les diría que continúen, ya que aumentarían mi gloria en el cielo al decir estas cosas malas sobre mí. 312. Por eso llevo estas mentiras y calumnias como adorno. Pertenece a mi profesión cristiana ser vilipendiado, calumniado, reprochado y denigrado; y como todo esto no es otra cosa, como lo atestiguan mi Dios y mi conciencia, me regocijo en estos reproches por causa de Cristo. 313. También llamo necios o ineptos quienes se han ocupado de afirmar cualquiera de las cosas erróneamente dichas sobre mí; a saber, que he tenido otras mujeres, o cosas similares. Usen al máximo su capacidad y hagan la más minuciosa investigación para intentar probar que he tenido otra mujer, y no encontrarán a una ninguna en el cielo, en la tierra o en el infierno que pueda decir que en algún tiempo, lugar, día o noche, tuvo que ver conmigo en algo deshonroso. Por más que intenten ser impropios con estas cosas, les ruego a mis enemigos que luego me tengan en buena estima. No, no le rogaré a ningún hombre que haga esto. Ya sea que me crean o no, es lo mismo para mí. 314. Mis enemigos han apuntado mal al dispararme. No soy esa clase de hombre. Espero y deseo que ellos mismos no sean culpables de esto que me acusan. Si todos los fornicarios y adúlteros en Inglaterra fueran ahorcados hasta la muerte, JOHN BUNYAN, el objeto de su envidia, todavía estaría sano y salvo. Ni siquiera sabría que hay otras mujeres además de mi esposa que viven debajo del cielo, si no es por su vestido, sus hijos o por la fama común. 315. Y en esto admiro la sabiduría de Dios —que me hizo tímido con las mujeres desde el tiempo de mi conversión hasta ahora. Aquellos más cercanos a mí saben y pueden dar testimonio de que es algo raro verme hablando de modo placentero con una mujer. No me gusta el saludo común de la mujer; es desagradable para mí en quienquiera que lo vea. No puedo tolerar estar solo con una mujer. Rara vez toco la mano de una mujer, porque no creo que estas cosas sean apropiadas para mí. Cuando he visto a buenos hombres saludar (como con un beso) a esas mujeres que han visitado o que los han visitado, a veces me he opuesto a ello. Cuando me han respondido que simplemente estaban siendo civiles, les he dicho que no parecía apropiado. Algunos ciertamente han mencionado el beso santo, pero luego les he preguntado por qué no saludan a todos de la misma manera, sino que solo saludan a las mujeres más hermosas y no al resto. Así que, por más loables que hayan sido las cosas a los ojos de los demás, han sido impropias a mis ojos. 316. Y ahora, para resumir este asunto, apelo no solo a los hombres, sino a los ángeles para que digan si soy culpable de conocer alguna otra mujer que no haya sido mi esposa. No tengo miedo de invocar a Dios como testigo, sabiendo que no puedo ofender al Señor en tal caso, porque en todas estas cosas soy inocente. No es que mi propia bondad me haya mantenido alejado de estos pecados, sino que Dios ha sido misericordioso conmigo y me ha guardado. Oro para que Él me guarde, no solo de esto, sino también de todo camino y obra mala, y me preserve para Su reino celestial. Amén. CAPÍTULO 19: ENCARCELAMIENTO 17. Por sus reproches y calumnias, Satanás se esforzó por envilecerme entre mis compatriotas, y para que, de ser posible, mi predicación no tuviera ningún efecto. A esto se sumó un largo y tedioso encarcelamiento, esperando que me amedrentara de mi servicio a Cristo y que el mundo se aterrorizara y tuviera miedo de oírme predicar, sobre lo cual les daré un breve relato. 318. Después de haber profesado el glorioso evangelio de Cristo durante muchos años y haber predicado ese glorioso evangelio durante unos cinco años, fui detenido en una reunión de buenas personas en el país, entre las cuales iba a predicar ese día. Sin embargo, me sacaron de ellos y me llevaron ante un juez. Les aseguré que si me liberaban de la custodia, acudiría a mi cita en la corte, pero de todos modos me obligaron a ir a la cárcel, ya que no les aseguraba que no volvería a predicar a la gente. 319. En la sesión de la corte donde me juzgaron, fui acusado de defender y mantener asambleas y reuniones religiosas ilegales y por no conformarme con el culto nacional de la Iglesia de Inglaterra. Después de cierta discusión con los jueces, tomaron mi conversación honesta con ellos como una confesión de culpabilidad, y me sentenciaron a un destierro perpetuo porque me negué a conformarme. Así que entregado una vez más a las manos del carcelero, me llevaron de regreso a la prisión, donde he estado por más de doce años, esperando ver qué es lo que Dios les permitirá a estos hombres hacer conmigo.[67] 320. He continuado en esta condición con mucho contentamiento por gracia, pero me he encontrado con muchos altibajos y diferentes experiencias del Señor en mi corazón, y de Satanás y mis propias corrupciones. A través de todo esto, gloria sea a Jesucristo, también he recibido mucha convicción, instrucción y entendimiento, entre otras cosas, que no discutiré mucho aquí. Solo les daré una o dos indicaciones que pueden alentar a los piadosos a bendecir a Dios, a orar por mí, a animarlos si alguna vez terminan en mi situación, y también a no temer lo que el hombre puede hacerles. 321. Nunca en toda mi vida había tenido una comprensión tan grande de la Palabra de Dios como ahora. Esos versos en los que no veía nada antes se aclararon, y brillaron sobre mí en este lugar y estado. También Jesucristo nunca fue más real y evidente para mí que ahora. Ciertamente lo he visto y lo he sentido aquí. Esas palabras de que no les hemos predicado “siguiendo fábulas artificiosas” (2 P. 1:16), y que Dios resucitó a Cristo de los muertos y le dio “gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios” (1 P. 1:21), fueron palabras bendecidas para mí en mi condición de encarcelado. 322. Estos tres o cuatro otros versos también me han sido muy refrescantes mientras he estado en esta condición (Jn. 14:1-4; Jn. 16:33; Col. 3:3-4; He. 12:22-24).[68] Algunas veces cuando he estado degustando estos versos, me ha sido posible burlarme de la destrucción y no temer ni al caballo ni al jinete (cf. Job 39:18). He tenido en este lugar percepciones dulces sobre el perdón de mis pecados y mi estancia con Jesús en el otro mundo. ¡Oh, el monte Sion, la Jerusalén celestial, la innumerable compañía de los ángeles, Dios el Juez de todos, los espíritus de los justos hechos perfectos y Jesús! ¡Cuán dulce han sido para mí en este lugar! (cf. He. 12:22-24). He visto esto aquí, y estoy convencido de que nunca, mientras esté en este mundo, podré expresar plenamente lo que he visto. La verdad de este verso ha sido muy real para mí: “[…] A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso […]” (1 P. 1:8). 323. Nunca supe antes lo que era realmente que Dios estuviera a mi lado en todo tiempo y en cada intento de Satanás por afligirme. Sin embargo, [ahora] lo he encontrado siempre cerca de mí. Tan pronto como los temores se presentan, tengo consuelo y ánimo. Cuando no me asustaba más que por mi sombra, Dios, siendo muy tierno conmigo, no permitía que me atormentara, sino que con un pasaje tras otro de la Escritura me fortalecía contra todo. Esto ha sido tan importante para mí que a menudo he dicho que si se me permitiera, oraría por mayores problemas para poder conocer el mayor consuelo de Dios (Ec. 7:14; 2 Co. 1:5). 3 Eclesiastés 7.14 Alégrate en el día de la prosperidad, Y en el día de la adversidad considera: Dios ha hecho tanto el uno como el otro Para que el hombre no descubra nada que suceda después de él. 2 Corintios 1.5 Porque así como los sufrimientos de Cristo son nuestros en abundancia, así también abunda nuestro consuelo por medio de Cristo (el Mesías). 324. Antes de venir a la cárcel veía lo que iba a ocurrir y había dos consideraciones que me pesaban en el corazón. La primera era cómo ser capaz de perseverar si mi encarcelamiento era largo y agotador. La segunda era cómo ser capaz de enfrentar la muerte, si esa debía ser mi porción aquí. Para la primera de estas, Colosenses 1:11 me ayudó grandemente a orar a Dios que me fortaleciera “con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad”. Durante aproximadamente un año antes de ser encarcelado, rara vez podía acudir a Dios en oración, pero ese verso se introducía en mi mente y me convencía de que si alguna vez pasaba mucho sufrimiento, debía tener toda la paciencia, sobre todo si tenía que sufrirlo con gozo. 325. En cuanto a la segunda consideración de cómo enfrentar la muerte, 2 Corintios 1:9 fue de gran utilidad para mí: 2 Corintios 1.9–10 De hecho, dentro de nosotros mismos ya teníamos la sentencia de muerte, a fin de que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos, el cual nos libró de tan gran peligro de muerte y nos librará, y en quien hemos puesto nuestra esperanza de que El aún nos ha de librar. Con este verso comprendí que, si alguna vez he de sufrir correctamente, primero debía imponer una sentencia de muerte a todo lo que pueda llamarse propiamente “algo de esta vida”, incluso considerarme a mí mismo, a mi esposa, a mis hijos, a mi salud, mi disfrute y todo, como muertos para mí, y yo mismo como muerto para ellos. Mateo 10.37 “El que ama al padre o a la madre más que a Mí, no es digno de Mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a Mí, no es digno de Mí. 326. Además, sabía que necesitaba vivir en Dios, que es invisible. Como dijo Pablo en otro lugar, la manera de no desmayar es “no mirando […] las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Co. 4:18). Así que razoné conmigo mismo que si solo estoy preparado para la prisión, entonces no estaré preparado para el látigo o el cepo. Y si me preparaba solo para estas dos cosas, entonces no estaría preparado para enfrentar el destierro. Además, si llegara a la conclusión de que el destierro es lo peor que podría pasarme, entonces me desconcertaría si tuviera que enfrentar la muerte. Así que vi que la mejor manera de atravesar los sufrimientos es confiar en Dios a través de Cristo, con respecto al mundo venidero; y con respecto a este mundo, considerar que el Seol es mi casa, que hago mi lecho en las tinieblas, decirle a la corrupción: ‘Mi padre eres tú’, y al gusano: ‘Mi madre y mi hermana eres tú’ (cf. Job 17:13-14); es decir, familiarizarme con estas cosas. 327. Pero a pesar de estas ayudas, me encontré a mí mismo como humano y rodeado de flaquezas. El separarme de mi esposa y de mis pobres hijos a menudo ha sido para mí como que me arrancaran la carne de los huesos, no solo porque amo sus visitas, sino también porque a menudo he pensado en las muchas dificultades, miserias y necesidades que mi pobre familia probablemente tuviera que enfrentar si era separado de ellos, especialmente mi hijita ciega a quien amo muchísimo y yace muy cerca de mi corazón. ¡Oh, los pensamientos de las dificultades que mi hija podía pasar rompían mi corazón en pedazos! 328. ¡Qué angustias es probable que mi pobre hija tenga como su porción en este mundo! No podía soportar que fuera maltratada, pidiera limosnas, pasara hambre, frío, desnudez y mil calamidades, ni siquiera podía resistir la idea de que el viento le diera en la cara. Pensé que yo era como un hombre que estaba derribando su casa sobre la cabeza de su esposa e hijos; sin embargo, mientras pensaba en estas cosas, sabía que debía dejarlos a todos en las manos de Dios, aunque me doliera mucho dejarlos. Sabía que debía hacerlo, y no había mejor lugar que dejarlos en las manos de Dios. Luego pensé en esas dos vacas con crías que debían llevar el arca de Dios a otro país y tuvieron que dejar atrás sus becerros, los cuales fueron encerrados en casa (1 S. 6:10-12). 1º Samuel 6.10–12 Entonces los hombres lo hicieron así. Tomaron dos vacas con crías, las ataron al carro y encerraron sus becerros en casa. Colocaron el arca del Señor en el carro, y la caja con los ratones de oro y las semejanzas de sus tumores. Y las vacas tomaron el camino recto en dirección a Bet Semes. Iban por el camino, mugiendo mientras iban, y no se desviaron ni a la derecha ni a la izquierda. Los príncipes de los Filisteos las siguieron hasta el límite de Bet Semes. CAPÍTULO 20: FIRMEZA ANTE EL MARTIRIO 29. Hubo muchos pensamientos diferentes que me ayudaron en esta tentación. Hablaré de tres en particular. La primera fue la consideración de estos dos versos: “Deja tus huérfanos, yo los criaré; y en mí confiarán tus viudas” (Jer. 49:11). “El Señor dijo: ‘Ciertamente te libraré para bien; ciertamente haré que el enemigo te suplique en tiempo de calamidad y en tiempo de angustia’” (Jer. 15:11). 330. La segunda consideración fue que si aventuraba o echaba todo en las manos de Dios, entonces podía contar con Dios para que se hiciera cargo de todas mis preocupaciones. Pero si lo abandonaba a Él y Sus caminos por temor a cualquier inquietud que viniera a mí o mía, entonces no solo mostraría la falsedad de mi profesión, sino que también demostraría que consideraba que mis preocupaciones, incluida mi familia, estarían mejor bajo mi cuidado que si las dejaba a los pies de Dios y bajo Su cuidado, negando así la palabra y los caminos de Dios mientras permanecía ante Su nombre. Esta fue una consideración hiriente, y fue como espuelas en mi carne. Esto fue afianzado aún más sobre mí con la gran ayuda de ese pasaje cuando Cristo oró contra Judas para que Dios lo frustrara en todos sus pensamientos egoístas que lo impulsaron a vender a su maestro. Por favor, lea cuidadosamente el Salmo 109:6-20. 3 Salmo 109.6–20 Pon a un impío sobre él, Y que un acusador esté a su diestra. Cuando sea juzgado, salga culpable, Y su oración se convierta en pecado. Sean pocos sus días, Y que otro tome su cargo. Sean huérfanos sus hijos, Y viuda su mujer. Vaguen errantes sus hijos, y mendiguen, Y busquen el sustento lejos de sus hogares en ruinas. Que el acreedor se apodere de todo lo que tiene, Y extraños saqueen el fruto de su trabajo. Que no haya quien le extienda misericordia, Ni haya quien se apiade de sus huérfanos. Sea exterminada su posteridad, Su nombre sea borrado en la siguiente generación. Sea recordada ante el Señor la iniquidad de sus padres, Y no sea borrado el pecado de su madre. Estén continuamente delante del Señor, Para que El corte de la tierra su memoria; Porque él no se acordó de mostrar misericordia, Sino que persiguió al afligido, al necesitado Y al de corazón decaído para matarlos. También amaba la maldición, y ésta vino sobre él; No se deleitó en la bendición, y ella se alejó de él. Se vistió de maldición como si fuera su manto, Y entró como agua en su cuerpo Y como aceite en sus huesos. Séale como vestidura con que se cubra, Y por cinto con que se ciña siempre. Sea esta la paga del Señor para mis acusadores, Y para los que hablan mal contra mi alma. 331. La tercera consideración fue el temor a los tormentos del infierno, de los cuales estaba seguro de que debían participar aquellos que se apartaban de su profesión de Cristo y de Sus palabras y leyes ante los hijos de los hombres por temor a la cruz. También pensé en la gloria que Él había preparado para aquellos que, con fe, amor y paciencia, se mantenían fieles a Sus caminos ante ellos. Estas cosas me han ayudado cuando los pensamientos de la miseria a la que mi familia y yo podríamos estar expuestos, debido a mi profesión de fe, han agobiado intensamente mi mente. 332. Cuando reconocí que podría ser desterrado por mi profesión de fe en Jesús, pensaba en estos versos: Hebreos 11.37–38 Fueron apedreados, aserrados, tentados, muertos a espada. Anduvieron de aquí para allá cubiertos con pieles de ovejas y de cabras; destituidos, afligidos, maltratados (de los cuales el mundo no era digno), errantes por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas de la tierra. Debido a todo lo que ellos soportaron por Cristo, los del mundo no eran dignos de habitar y morar entre ellos. También pensaba en estas palabras: “[…] El Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones” (Hch. 20:23). Realmente consideraba las dolorosas y lamentables circunstancias de una condición desterrada y exiliada, estando expuesto al hambre, al frío, a los peligros, a la desnudez, a los enemigos y a mil calamidades, y al final, morir en un foso como una pobre oveja abandonada y desolada. Pero doy gracias a Dios que no he sido tambaleado por estos pensamientos, sino que más bien han hecho que mi corazón busque aún más a Dios. 333. Les contaré sobre una cuestión maravillosa. Estaba una vez en una condición muy triste y grave durante muchas semanas —más que los otros prisioneros. También en ese momento era un prisionero nuevo y no estaba muy familiarizado con las leyes. Mi espíritu se agobiaba mucho al pensar que mi encarcelamiento pudiera terminar en la horca por lo que podía decir. Por lo tanto, Satanás se esforzó por abatir aún más mi corazón al sugerirme que si estaba en esta condición cuando fuera el momento de morir, no me regocijaría en las cosas de Dios ni mostraría alguna evidencia de que mi alma estuviera preparada para ese mejor lugar después de esta vida. Porque efectivamente todas las cosas de Dios en ese momento estaban escondidas de mi alma. 334. Así pues cuando al principio comencé a pensar en esto, me preocupé enormemente. Pensé que no estaba preparado para morir en la condición en que me encontraba entonces, ni tampoco que sería capaz de morir por Cristo si fuera a ser llamado. Además pensé que si me alteraba en el momento de subir la escalera al lugar de la ejecución, podría temblar y mostrar signos de debilidad, dando ocasión al enemigo de reprochar el camino de Dios y Su pueblo por su timidez. Por lo tanto, esto me preocupó mucho, porque me avergonzaría morir con la cara pálida y las rodillas tambaleantes por una causa tan digna como esta. 335. Por tal motivo le pedí a Dios que me consolara y me diera fuerzas para hacer y sufrir a lo que Él me llamara; pero no apareció ningún consuelo y todo parecía estar oculto. En ese momento también estaba tan absorto con el pensamiento de la muerte que a menudo era como si estuviera en la escalera con una cuerda alrededor de mi cuello. Sin embargo, fue un estímulo para mí cuando pensé que podría tener la oportunidad de decir mis últimas palabras a una multitud, que pensé que vendría a verme morir. Pensé que si debía ser así, que si Dios solo convirtiera un alma con mis últimas palabras, no consideraría que hubiera tirado o perdido mi vida. 336. No obstante, todas las cosas de Dios quedaron fuera de mi vista, y aún el tentador me seguía preguntando: “¿A dónde irás cuando mueras? ¿Qué te sucederá? ¿Terminarás en el cielo o en el infierno? ¿Qué evidencia tienes para el cielo, la gloria y una herencia entre los santificados?”. Fui oprimido de esta manera durante muchas semanas y no sabía qué hacer. Al final, esta consideración cayó fuertemente sobre mí —que estaba en la prisión esperando la muerte por seguir la Palabra y el camino de Dios. Por lo tanto, me determiné a no echarme para atrás de esto siquiera la anchura de un cabello. 337. También pensé que Dios era libre de elegir si me daba consuelo en ese momento o en la hora de la muerte, pero yo no podía elegir si mantendría mi profesión de fe en Cristo o no. Estaba atado, pero Él era libre. Ciertamente era mi deber apoyarme en Su Palabra, ya sea que Él me viera o no para consolarme o salvarme al final. Por lo tanto, pensé que el punto era que debía continuar y aventurar mi estado eterno con Jesucristo, ya sea que tuviera consuelo aquí o no. “Si Dios no viene a consolarme —pensaba—, saltaré la escalera incluso con los ojos vendados a la eternidad —me hunda o nade, venga al cielo o al infierno. Señor Jesús, si me miras, por favor consuélame; si no, de todas formas, arriesgaré todo por Tu nombre”. 338. Apenas hice esta resolución cuando este verso vino a mente: “¿Acaso teme Job a Dios de balde?” (Job 1:9). Fue como si el acusador hubiera dicho: Job 1.10–12 “¿No has hecho Tú una valla alrededor de él, de su casa y de todo lo que tiene, por todos lados? Has bendecido el trabajo de sus manos y sus posesiones han aumentado en la tierra. “Pero extiende ahora Tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no Te maldice en Tu misma cara.” Entonces el Señor dijo a Satanás: “Todo lo que él tiene está en tu poder; pero no extiendas tu mano sobre él.” Y Satanás salió de la presencia del Señor. Pensé que esta era la señal de un alma recta —desear servir a Dios cuando todo le es quitado. ¿Es un hombre piadoso aquel que servirá a Dios por nada antes que ceder? Bendito sea Dios, entonces. Empecé a tener esperanza de que realmente tenía un corazón recto, porque había resuelto, si Dios me daba fuerzas, a nunca negar a Jesús, aunque no obtuviera nada a cambio por mis dolores. Mientras estaba considerando estas cosas, el Salmo 44:12-26 se colocó delante de mí. Salmo 44.20–26 Si nos hubiéramos olvidado del nombre de nuestro Dios, O extendido nuestras manos a un dios extraño, ¿No se habría dado cuenta Dios de esto? Pues El conoce los secretos del corazón. Pero por causa Tuya nos matan cada día; Se nos considera como ovejas para el matadero. ¡Despierta! ¿Por qué duermes, Señor? ¡Levántate! No nos rechaces para siempre. ¿Por qué escondes Tu rostro Y te olvidas de nuestra aflicción y de nuestra opresión? Porque nuestra alma se ha hundido en el polvo; Nuestro cuerpo está pegado a la tierra. ¡Levántate! Sé nuestra ayuda, Y redímenos por amor de Tu misericordia. 339. Mi corazón ahora estaba lleno de consuelo, porque tenía esperanza de que era sincero. No hubiera querido haber perdido esta prueba. Me consuelo cada vez que pienso en esto, y espero bendecir a Dios para siempre por la enseñanza que he recibido por medio de esto. Podría relatarles más de los tratos de Dios para conmigo, pero estos son suficientes. “Consagraron parte del botín ganado en batalla para reparar la casa del SEÑOR” (1 Cr. 26:27). CONCLUSIÓN . De todas las tentaciones con las que me he encontrado en la vida, la peor es cuestionar la existencia de Dios y la verdad de Su evangelio, y la peor de sobrellevar. Cuando esta tentación vino, me quitó el alivio y removió los cimientos debajo de mí. A menudo he pensado en estas palabras: “Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia” (Ef. 6:14). “Si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha de hacer el justo?” (Sal. 11:3). 2. A veces, después de haber cometido un pecado, esperaba un severo castigo de la mano de Dios, pero lo que obtenía de Él era la manifestación de Su gracia. Algunas veces, cuando era consolado, me consideraba un tonto por hundirme tanto en las preocupaciones. Y, cuando me desanimaba, pensaba que no era sabio ceder a tal consuelo. Con mucha fuerza y peso ambas cosas han estado sobre mí. 3. Me he asombrado mucho por esta única cosa, que, aunque Dios visitaba mi alma con una manifestación jamás tan bendecida de Sí mismo, he encontrado que después de esto nuevamente era abrumado con una oscuridad tal en mi espíritu que ni siquiera podía recordar la alegría y el consuelo con que Dios me había refrescado recientemente. 4. A veces he visto más en una línea de la Biblia mucho mas de lo que podría sobrellevar, y en otras ocasiones la Biblia entera ha sido para mí tan seca como un palo; o más bien, mi corazón ha estado tan muerto y seco que no pude considerar la menor dracma de refrigerio, aunque la examinaba toda. 5. De todas las lágrimas, las mejores son las que son causadas por la sangre de Cristo; y de todos los goces, los más dulces son los que se mezclan con lamentos sobre Cristo. Es algo excelente estar sobre nuestras rodillas, con Cristo en nuestros brazos, ante Dios. Espero saber algo de estas cosas. 6. Aún encuentro hasta este día, estas siete abominaciones en mi corazón: 1 i. ii. iii. iv. v. vi. vii. Me siento inclinado a la incredulidad. Olvido repentinamente el amor y la misericordia que Cristo me ha mostrado. A veces me inclino hacia las obras de la ley. Tengo momentos de distracción y frialdad en la oración. Olvido vigilar por lo que he orado. Tiendo a murmurar por no tener más y, sin embargo, abuso de lo que ya tengo. No puedo hacer ninguna de las cosas que Dios me manda, sin que mis corrupciones interfieran. “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (Ro. 7:21). 7. Estas cosas continuamente veo y siento, y me afligen y oprimen. Sin embargo, la sabiduría de Dios las ordena para mi bien. i. Hacen que me deteste a mí mismo. ii. Me impiden confiar en mi propio corazón. iii. Me convencen de la insuficiencia de toda la justicia inherente. iv. Me muestran la necesidad de buscar refugio en Jesús. v. Me impulsan a orar a Dios. vi. Me muestran la necesidad de velar y estar sobrio. vii. Me instan a buscar a Dios, por medio de Cristo, para que me ayude y me sostenga a través de este mundo. Amén Otros títulos de la colección reformada publicados por la Editorial Teología para Vivir [1] Brian G. Najapfour, «John Bunyan: A Sectary or a Puritan or Both? A Historical Exploration of His Religious Identity», ed. Joel R. Beeke, Puritan Reformed Journal Volume 3 3, n.o 2 (2011): 153. [2] John Bunyan, Grace abounding to the chief of sinners (Oak Harbor, WA: Logos Research Systems, Inc., 1995), 6. [3] D. L. Jeffrey, «Bunyan, John», ed. Timothy Larsen et al., Biographical dictionary of evangelicals (Leicester, England; Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2003), 98. [4] Davies, Graceful Reading, 53–54, 75–77. Cf. I. M. Green, “Bunyan in Context: The Changing Face of Protestantism in Seventeenth-Century England, in Bunyan in England and Abroad, ed. M. Os and G. J. Schutte (Amsterdam: Vrije Universiteit, 1990), 1–27. [5] Joel R. Beeke, «John Bunyan on Justification», Puritan Reformed Journal 5, n.o 2 (2013): 111. [6] John Bunyan, “Some Gospel-Truths opened according to the Scriptures”, (1656). [7] Edward Burrough, “The Trues Faith of the Gospel of Peace” (1656). [8] John Bunyan, “A Vindication of the Book Called, Some Gospel-Truths Opened”, (1657). [9] Edward Burrough, Truth (the Strongest of All) Witnessed Forth in the Spirit of Truth, Against All Deceit (1657). [10] El punto que me refiero aquí es a ‘Theological Journals’. La palabra ‘revista’ en español no lleva las mismas connotaciones que la palabra ‘journal’ en inglés, sino que a menudo el concepto en español está más cercano al de ‘magazine’ en inglés. [11] Robert Oliver, “’Grace Abounding’: Imputed Righteousness in the Life and Work of John Bunyan,” The Churchman 107, no. 1 (1993): 77. [12] Para más detalles de la controversia de Bunyan con los Quakeros, ver: Richard L. Greaves, Glimpses of Glory: John Bunyan and English Dissent (Stanford: Stanford University Press, 2002), 75–78; Oliver, “Grace Abounding,” 73–77. [13] W. N. Kerr, «BUNYAN, JOHN», ed. Sinclair B. Ferguson, David F. Wright, y J. I. Packer, trans. Hiram Duffer, Nuevo diccionario de Teología (El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones, 2005), 165. [14] Andrew Thomson, “Life of Dr. Owen,” in The Works of John Owen (1850–1853; repr., Edinburgh: Banner of Truth Trust, 1965–1968), 1:xcii. [15] Christopher Hill, A Tinker and a Poor Man: John Bunyan and His Church, 1628–1688 (New York: Alfred A. Knopf, 1989), 104-105. [16] Greg Bailey, “Grace Abounding to the Chief od Sinners”, en Tabletalk Magazine, March 2000: «Not the Labors of My Hands» (Lake Mary, FL: Ligonier Ministries, 2000), 62. [17] Bennett Rogers, «Review of Fearless Pilgrim: The Life and Times of John Bunyan by Faith Cook», Themelios 34, n.o 3 (2009): 406. [18] Greg Bailey, “Grace Abounding to the Chief od Sinners”, en Tabletalk Magazine, March 2000: «Not the Labors of My Hands» (Lake Mary, FL: Ligonier Ministries, 2000), 62. [19] John Bunyan, Grace abounding to the chief of sinners (Oak Harbor, WA: Logos Research Systems, Inc., 1995), 6. [20] Richard A. Muller, «Covenant and Conscience in English Reformed Theology: Three Variations on a 17th Century Theme», Westminster Theological Journal 42, n.o 2 (1979): 321. [21] Para esta sección estoy haciendo uso de los puntos principales delineados por Joel Beeke sobre este tema en: Joel R. Beeke y Mark Jones, A Puritan Theology: Doctrine for Life (Grand Rapids, MI: Reformation Heritage Books, 2012), 711-725. [22] John Bunyan, Grace Abounding to the Chief of Sinners, vol. 1 (Bellingham, WA: Logos Bible Software, 2006), 6. [23] John Bunyan, Grace Abounding to the Chief of Sinners, vol. 1 (Bellingham, WA: Logos Bible Software, 2006), 19. [24] Joel R. Beeke y Mark Jones, A Puritan Theology: Doctrine for Life (Grand Rapids, MI: Reformation Heritage Books, 2012), 717. [25] John Bunyan, Grace Abounding to the Chief of Sinners, vol. 1 (Bellingham, WA: Logos Bible Software, 2006), 22. [26] John Bunyan, Grace Abounding to the Chief of Sinners, vol. 1 (Bellingham, WA: Logos Bible Software, 2006), 36. [sección 234] [27] ‘Pactum salutis’, o Pacto de la Redención, se refiere al concepto del plan o acuerdo Dios, realizado entre las personas de la Trinidad de ejecutar la salvación del hombre. El ‘pactum salutis’ está relacionado con la ejecución en tiempo de los eventos prescritos en el decreto de Dios antes de la creación, y el rol que cada una de las personas de la Trinidad tendría en el mismo. Hay controversia entre la relación del ‘pactum salutis’ con el decreto de Dios, cual es la causa de cual, y como se relaciona esto con el infra, supra y sublapsarianismo. Personalmente, entiendo que el ‘pactum salutis’ es parte del decreto, y el mismo se relaciona exclusivamente con la redención los hombres, y todos los beneficios asociados a los mismos. [28] John Bunyan, Doctrine of the Law and Grace Unfolded, vol. 1 (Bellingham, WA: Logos Bible Software, 2006), 522. [29] Richard A. Muller, «Covenant and Conscience in English Reformed Theology: Three Variations on a 17th Century Theme», Westminster Theological Journal 42, n.o 2 (1979): 327. [30] Esta es una simplificación, debido a que mi propósito aquí no es presentar una detallada exposición de la teología del pacto. Sin embargo, vale la pena mencionar que la teología del pacto distingue entre un aspecto monopleurético (foedus monopleuron), y otro dipleurético del pacto (foedus dipleuron), para explicar la relación entre la condicionalidad e incondicionalidad de los pactos. [31] Joel R. Beeke, «John Bunyan on Justification», Puritan Reformed Journal 5, n.o 2 (2013): 108. [32] Pieter de Vries, «John Bunyan and His Relevance for Today», ed. Joel R. Beeke, Puritan Reformed Journal Volume 2, n.o 1 (2010): 72. [33] Sinclair B. Ferguson, By Grace Alone: How the Grace of God Amazes Me (Lake Mary, FL: Reformation Trust Publishing, 2010), 72-73. [34] John Bunyan, Grace Abounding to the Chief of Sinners, vol. 1 (Bellingham, WA: Logos Bible Software, 2006), 50. [35] Fuente original: Geoffrey Thomas, «John Bunyan: His Life, Writing, and Influence», Puritan Reformed Journal 6, n.o 2 (2014): 53–64. Usado con permiso escrito. [36] El sixpenny or sixpence, era una moneda cuyo valor equivalía a la cuarenteava parte de una libra. La misma estuve en circulación durante el Reinado de Edward VI, y circulo hasta 1980. El equivalente del valor de un sixpence en la época de Bunyan seria como el equivalente a 10$. [37] Esta obra es la que usted tiene en sus manos con el titulo: “Gracia abundante para el mas grande de los pecadores”. [38] Esta es una referencia a la Iglesia oficial en los días de Bunyan, es decir a la Iglesia Anglicana. [39] Esto es el equivalente a unos 10 100 dólares americanos en la actualidad. [*] * Este subtítulo de la portada fue posteriormente añadido, corregido y más ampliado por el autor para provecho de los cristianos tentados y desanimados. [40] Jueces 14.5–9 Entonces Sansón descendió a Timnat con su padre y con su madre, y llegó hasta los viñedos de Timnat. Y allí un león joven venía rugiendo hacia él. Pero el Espíritu del Señor vino sobre él con gran poder, y lo despedazó como se despedaza un cabrito, aunque no tenía nada en su mano. Pero no contó a su padre ni a su madre lo que había hecho. Descendió y habló con la mujer; y ella le agradó a Sansón. Cuando regresó más tarde para tomarla, se apartó del camino para ver el cadáver del león. Y había un enjambre de abejas y miel en el cuerpo del león. Recogió la miel en sus manos y siguió adelante, comiéndola mientras caminaba. Cuando llegó adonde estaban su padre y su madre, les dio miel y ellos comieron. Pero no les contó que había recogido la miel del cuerpo del león. [41] Este es un común denominador en varias de las obras de Bunyan. En diversas oportunidades hace referencia a su trasfondo humilde, así como al hecho de que tuvo una educación muy básica en sus primeros años. Bunyan también hace referencia a sus padres en un par de ocasiones en sus escritos, de la siguiente manera: “Señor, si es tu voluntad, convierte a nuestros padres, para que ellos, junto con nosotros, también sean hijos de Dios.” John Bunyan, Christian Behaviour, vol. 2 (Bellingham, WA: Logos Bible Software, 2006), 564. Esta referencia nos hace ver que Bunyan creía que sus padres probablemente no eran creyentes. [42] Quizá una de las razones por las cuales Bunyan escribía de una manera sencilla se debía a que no sabia hacerlo de otra forma. Bunyan escribe en el prefacio de La Doctrina de la Ley y la Gracia Explicada; “Lector, si usted encuentra este libro vacío de expresiones fantásticas, o sin luz, o gracia, u otros términos grandilocuentes y eruditos que a menudo se usan, es debido a que nunca aprendí en la escuela sobre Aristóteles o Platón, sino que más bien fui educado en la misma casa de mi padre, en una condición muy básica, junto a la compañía de otros jóvenes tan pobres como yo.” John Bunyan, Doctrine of the Law and Grace Unfolded, vol. 1 (Bellingham, WA: Logos Bible Software, 2006), 495. [43] Durante la guerra civil ingles, Bunyan sirvió en el ejercito participando como soldado raso. Es interesando notar que, durante el desarrollo de estos eventos, tres de los puritanos más conocidos pelearon en la misma en posiciones muy diferentes las una de las otras. John Owen lo hizo por el lado del ejercito republicano, como capellán personal del mismo Oliver Cromwell, general a cargo del ejercito republicano y quien llegaría a ser “señor protector de Inglaterra”. Owen ocupo de esta manera durante una de las posiciones mas poderosas dentro de la misma, por otro lado tenemos a Richard Baxter sirviendo como capellán de campo, es decir en la guerra misma, y finalmente a John Bunyan sirviendo como soldado raso, pero por el bando contrario, es decir sirviendo en la filas del Rey Charles I. [44] Libro escrito por Arthur Dent (1553-1607) un ministro puritano. [45] Libro escrito por Lewis Bayly (c. 1575-1631) un obispo de la iglesia de Inglaterra. [46] “Tip cat” (Tumbar el gato) o “Cat” (Gato) es un antiguo juego inglés descrito en el libro de Joseph Strutt llamado “Sports and Pastimes” (Deportes y pasatiempos): El juego del gato se jugaba con un palo corto y pesado de unos tres pies de largo, y el “Gato”, un trozo de madera de unas seis pulgadas de largo y dos pulgadas de grosor, cónico en los extremos para formar un doble cono. Con el gato colocado en el suelo, el jugador lo golpea en un extremo, haciendo que el otro extremo del gato se levante lo suficientemente alto como para golpearlo. Las variaciones del juego incluyeron adivinar la distancia que el gato voló, sumar puntos dependiendo del número en que estaba el gato de cuatro lados, y correr alrededor de las bases cuando el gato estaba siendo recuperado. [47] Esta es otra mención a la crianza de Bunyan, en particular a la relación con su padre. Es muy probable que el hecho de que el lenguaje de Bunyan cuando niño no fuera corregido no se debería a la ausencia de su padre, sino mas bien al hecho de que probablemente este no era creyente, o quizá solamente un creyente nominal. También debemos tener en cuenta que Bunyan procede de un trasfondo pobre y con poca educación formal. [48] “Tom de Bedlam”. Un sinónimo que hace referencia a un borracho empedernido que alude a una vieja canción interesante que describe los sentimientos de un pobre maníaco cuyo frenesí había sido provocado por la intoxicación, y que escapó de Bedlam. [49] Los Ranters parecen ser un grupo de disidentes de la Iglesia de Inglaterra establecida que fueron considerados como heréticos. Algunos puntos de vista atribuidos a ellos fueron la negación de la autoridad de las iglesias, las Escrituras, los sacramentos, la libertad de la ley y la obediencia, y fueron acusados de inmoralidad. Sostuvieron la creencia de que Dios estaba en cada criatura. [50] [51] Bunyan hace referencia aquí al Salmo metrificado. Posiblemente sea el compuesto por William Whittingham (1524-1579) un puritano inglés y traductor de la Biblia de Ginebra. John Gifford fue un hombre de Kent y el pastor de Bunyan. Hubo un tiempo en el que fue comandante en el ejército del Rey y un caballero que celebraba bulliciosamente. Él junto con otros once fue condenado a ser colgado por algunos crímenes, pero se escapó a Londres y de allí a Bedford, donde, siendo desconocido, ejerció la medicina. Fue un enviciado a jurar, beber y apostar, pero, afligido por una pérdida grave, juró arrepentirse. Al final, le fue dado una angustiosa convicción de pecado, su mente fue iluminada y el Espíritu Santo lo condujo al perdón mediante la expiación de Cristo. Y entonces su corazón fue llenado con una fuente de bendición hasta ahora desconocida. Esto lo impartió a otros y en 1650 formó una iglesia, en la que el alma acosada de Bunyan el peregrino participó como miembro en 1653. Parece que hubo un fuerte afecto mutuo entre Bunyan y su pastor. [52] Hechos 1:9-10: “Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas […]”. Hechos 7:56: “[…] Y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios”. Hechos 10:42: “Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos”. Hebreos 7:24: “[…] Mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable […]”. Hebreos 8:3: “Porque todo sumo sacerdote está constituido para presentar ofrendas y sacrificios; por lo cual es necesario que también éste tenga algo que ofrecer”. Apocalipsis 1:18: “[…] Y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades”. 1 Tesalonicenses 4:17-18: “Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras”. [53] Tenga en cuenta que Bunyan esta escribiendo estas palabras a mediados del siglo XVII. [54] No hay duda de que estas personas llamadas cuáqueros sostenían estas herejías, pero que nunca fueron sostenidas por ese bien conocido grupo, la Sociedad Religiosa de los Amigos, es igualmente claro. [55] Martín Lutero (1483-1546) fue un profesor alemán de teología, compositor, fraile católico agustino y una figura crucial en la Reforma Protestante. [56] El ser atormentado o quebrantado sobre la rueda era un modo horrible de torturar a un delincuente hasta la muerte, anteriormente utilizado en Francia. La víctima era extendido y asegurado sobre una gran rueda, y el verdugo, con una barra de hierro pesada, procedía a romper todos los huesos de su cuerpo —comenzando con los dedos de los pies y de las manos, luego aplastando los huesos que menos afectaban la vida de la persona, y terminando por aplastar el cráneo hasta el cerebro. ¡Cuán profundas debieron haber sido las convicciones de pecado sobre el alma de Bunyan para haberlo llevado a semejante símil! [57] Francesco Spiera (1502-1548) fue un abogado protestante italiano. Spiera dejó el catolicismo y se volvió al luteranismo, pero a causa de la presión de la inquisición romana, renunció a su fe protestante. Luego que volvió a su hogar, el “Espíritu” o la voz de su conciencia empezó a reprenderle por haber negado la verdad. Esto hizo que se convenciera de que era un réprobo —destinado al infierno—, e hizo que su salud se deteriorara gradualmente hasta que murió. La historia de Spiera se extendió por toda Europa, siendo utilizada como ejemplo en sermones y tratados que lidian con la desesperación y la apostasía. [†]† Traducido de la King James Version (KJV). [†]† Traducido de la King James Version (KJV). [58] Bunyan literalmente usa la expresión “fourpence halfpennies”, que ha sido traducida como “poco cambio”. La referencia es a monedas de valor insignificante, sin valor alguno para adquirir casi nada. [59] Esta es una clara exposición de la Teología Federal de Bunyan. Cristo Jesús es la Cabeza representativa y federal de Su pueblo, y como tal todos los miembros de dicho cuerpo tienen acceso a través de la imputación de Justicia de Cristo a los mismos beneficios que la Cabeza tiene. La Teología del Pacto o Teología Federal no es una doctrina entre otras, sino que mas bien es el tronco a través del cual todas las demás doctrinas, cual ramas en un árbol, se derivan. [60] Comparar los sentimientos expresados por Bunyan aquí, con los expresados en el ítem 152, donde describe gráficamente sus sentimientos como si hubiera estado bajo tortura. [61] El modo de admitir miembros en la iglesia, entre los bautistas, parece haber sido el mismo en los días de Bunyan que ahora se practica. Primero, la persona se presenta ante el ministro, quien se esfuerza por determinar si existe un deseo ferviente de huir de la ira venidera, el arrepentimiento sincero y la fe en el Señor Jesucristo. Si es así, él se lo menciona a la iglesia. Se le establece a las personas alentar a los jóvenes conversos y examinar su carácter moral. Si están satisfechos, se le invita asistir a una reunión privada de la iglesia, y si los miembros tienen una buena expectativa de que él sea un firme creyente en Jesús, lo reciben en su comunión. Si la persona lo solicita, se bautiza públicamente en agua y participa con la iglesia en la mesa del Señor. Este parece haber sido el modo en que Bunyan fue admitido en la iglesia en Bedford. La mayoría de las iglesias bautistas en ese momento concordaban con Bunyan en que el bautismo del Espíritu Santo o la regeneración espiritual interna es únicamente el prerrequisito esencial para la mesa del Señor. Por otro lado, ellos dejaban a los miembros a sus propias conclusiones en cuanto a la validez de haber sido rociados en la infancia, o la necesidad de la inmersión en agua en una profesión de fe. [62] Esta es una visión muy correcta del excelente modo en que los ministros disidentes generalmente son llamados a su importante obra. Primero, se notan sus dones en la oración, la conversación sobre las cosas divinas y la aptitud para ilustrar y confirmar lo que expresan de las Escrituras. En segundo lugar, se les anima a orar y enseñar a los niños en la escuela dominical. En tercer lugar, si manifiestan una capacidad para enseñar son invitados a dar una exhortación a la iglesia en privado. En cuarto lugar, luego se les alienta a orar y predicar entre los pobres de los pueblos rurales y en las work-houses (lugares donde la gente pobre que no tenía con qué subsistir podía ir a vivir y trabajar). El Dios que dio el deseo y el don, pronto abre un camino para una función aún más pública. En la mayoría de los casos, inician un curso de estudio para adecuarse a sus labores cruciales, pero muchos de nuestros ministros más valiosos, como Bunyan, han basado completamente sus devotos estudios a partir de las Escrituras. Su facultad o instituto fue un calabozo, su biblioteca la Biblia; y salió con un poder gigantesco para luchar con el príncipe de las tinieblas. Ningún aprendizaje humano podría haberlo preparado para esta agonizante y misteriosa guerra. [63] Hechos 8:4: “Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio”. Hechos 18:24-25: “Llegó entonces a Éfeso un judío llamado Apolos, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las Escrituras. Este había sido instruido en el camino del Señor; y siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor, aunque solamente conocía el bautismo de Juan”. Romanos 12:6: “De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe […]”. 1 Pedro 4:10: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”. [64] Titulo original: Acts and Monuments (Hechos y Memoriales). John Foxe (1516-1587) nació en Boston, Lincolnshire, Inglaterra en el seno una familia relativamente respetable. Fue un historiador inglés. [65] En 1655 John Bunyan se convirtió en diácono y empezó a predicar. Era ilegal para ese entonces predicar públicamente sin licencia, y no se podía obtener una licencia a menos que uno fuera ordenado en la Iglesia de Inglaterra. Después de su arresto, Bunyan pasó la mayor parte de los siguientes doce años en prisión. [66] Es difícil saber a cuáles controversias son a las que Bunyan se refiere aquí. Sabemos por el contexto histórico que Bunyan se encontraba en medio de una controversia con los Quákeros al momento de tener lugar los eventos narrados en esta sección. Podemos deducir dos puntos de esto: Primero, Bunyan considerada la controversia con los Quákeros de vital importancia. Segundo, habían otras muchas controversias en la época que Bunyan que por ser consideradas de menor importancia no valía la pena involucrarse en ellas. El Creyente debe ser sabio en cada generación en escoger que batallas valen la pena luchar, y en cuales lo mejor es retirarse o simplemente no participar en ellas. [67] Su encarcelamiento comenzó en noviembre de 1660. La orden de su liberación tiene como fecha el 13 de septiembre de 1672, pero pasaron unos meses después hasta que fuera dado de alta. Bunyan paso gran parte de su vida en la cárcel, donde escribió muchas de sus obras, incluyendo El Progreso del Peregrino. Si bien es cierto que las obras de Bunyan no son del mismo calibre teológico que por ejemplo las obras de John Owen o Thomas Goodwin, pero uno no puede maravillarse de la profundidad del conocimiento bíblico de Bunyan para escribir una obra como El Progreso del Peregrino, con sus cientos de referencias bíblicas, con solamente una Biblia en la mano y un trozo de papel y lapicero mientras se encontraba en la cárcel. [68] Juan 14:1-4: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino”. Juan 16:33: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Colosenses 3:3-4: “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”. Hebreos 12:22-24: “[…] Sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel”.