Andrei Chikatilo tenía 42 años, daba clases en una instituto educativo, estaba casado, tenía dos hijos y era un miembro convencido del Partido Comunista cuando aquel día de diciembre de 1978 encontró a Yelena Zakatnova, de 9 años, en una parada de autobús de la ciudad de Shajty, en el sudoeste de lo que entonces era la Unión Soviética. Le convidó a la niña un chicle, inició una conversación y la invitó a ir con él a una vivienda que había comprado en un lugar apartado de la ciudad. Entonces, en ese lugar, el gris y apocado padre de familia se convirtió en un despiadado criminal. Mató a la niña a cuchillazos. A partir de allí, y en los siguientes 12 años, Chikatilo mataría con el mismo salvajismo y perversa saña a decenas de personas.